Buenos Muchachos -

September 16, 2017 | Author: Diego Gonzalez | Category: Don Quixote, Publishing, Sharks, Insanity, Journalism
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Descripción: Amores, negocios y escándalos de los periodistas más temidos de la televisión argentina: Jorge Rial y Luis ...

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Diego Gualda

Buenos muchachos Amores, negocios y escándalos de los periodistas más temidos de la televisión

Sudamericana

Capítulo 1 El tiburón y la rémora

El peje guerrero va pasando recorriendo el reino que domina pobre del que caiga prisionero hoy no habrá perdón para su vida. VICENTICO

“La rémora es un pececito de lo más interesante.” Con esa frase comienza la nota de tapa de la revista Noticias del 10 de mayo de 2014 (la misma que comparte autor con este libro). La rémora es un bicho fascinante, sobre todo para ser usado como metáfora. Una de sus grandes curiosidades es que tiene ventosas en la cabeza, con las que suele adherirse al abdomen de un tiburón. ¿Qué gana la rémora? Movilidad (el tiburón nada mucho más rápido), protección — ningún depredador se va a atrever a meterse con una rémora que vaya prendida a una máquina de matar— y, además, sustento. Porque la rémora se alimenta de dos cosas: los parásitos en la piel del tiburón y los restos de comida que caen de la boca del animal más grande. ¿Qué gana el tiburón? Higiene. La rémora lo mantiene desparasitado, le saca la mugre de encima. Esta simbiosis tendría más ventajas para la rémora que para el tiburón. Pero al tiburón no parece molestarle. Al fin y al cabo, si la rémora fuera un problema, se la almorzaría en el primer descuido.

La relación personal y profesional entre Jorge Rial y Luis Ventura podría equipararse, acaso de modo antojadizo, con la del tiburón y la rémora. Son mutuamente funcionales, pero cumplen roles muy distintos que, con el paso del tiempo, parecen haber tomado aún más distancia, al punto de que la distancia actual parece definitoria. Aunque nunca se sabe. Rial es un tiburón hecho y derecho. Se mueve en silencio, puede oler la sangre y, ante todo, es despiadado a la hora de la cacería. Los expertos aseguran que el tiburón data de hace millones de años, que es uno de los animales vivos que menos modificaciones ha sufrido durante la evolución y que más ha perdurado. Una similitud y una diferencia. Porque, aunque aún es un tipo joven —y aunque hace menos de dos décadas era apenas un lacayo de Lucho Avilés, su primer gran irrupción en la pantalla—, Jorge Rial parece ancestral, mitológico. Da la impresión de haber estado ahí siempre. Sin embargo, la mutación del chico humilde de Munro al magnate multimediático actual habla a las claras de una evolución. De un crecimiento que hizo a esta máquina de matar más y más poderosa con el tiempo. Y que Luis Ventura se haya convertido en su “segundo” es, como poco, curioso. Al fin y al cabo, Ventura es mayor —le lleva cuatro años—, viene de una tradicional familia de periodistas y se inició mucho antes en el gremio. En la prehistoria de esta relación, de esta sociedad, todas las condiciones estaban dadas para que Luis Ventura fuera el líder. Y, sin embargo, no. Aun cuando una máxima como “la información es poder” pueda sonar trillada, nadie la hace más cierta que la dupla Rial-Ventura. A lo largo de tantos años han logrado crear una red de fuentes y contactos envidiable, que hace que cuenten con mucha información. Sobre todo información personal y escandalosa sobre celebridades del espectáculo, los medios, el deporte e incluso de la política. Muchos les temen por lo que saben. Y valoran el silencio del tiburón, aunque la rémora de tanto en tanto se vaya de boca. Porque también de eso se trataría durante años la simbiosis Rial-Ventura: el segundo era el que muchas veces parecía estar haciendo el trabajo sucio del primero. “En cada una de las peleas a lo largo del ciclo Intrusos, Ventura fue su lugarteniente. De hecho, llevó la bandera tan lejos que quedó más expuesto que el propio Rial”, afirmaba la revista Pronto en su edición del 27 de agosto de 2014. “Lo que pasa es que para Luis tener códigos es poner el pecho a la balas que iban para su amigo” [la ausencia de comas en la aposición y los problemitas de concordancia verbal corresponden al texto original de la revista]. En gran medida, de eso se trata la historia de esta dupla: de códigos —cumplidos y violados

—, de funciones y de una relación de poder que fue alterándose hasta que, finalmente, el tiburón acabara desayunándose a la rémora. Ahora, si de compararlos para poder entenderlos se trata, el duo de periodistas más temidos por la farándula local también podría equipararse con cierta famosa dupla literaria: Don Quijote y Sancho Panza. Aun cuando es enorme la tentación de construir la imagen mental de un Rial con una armadura maltrecha y de Ventura a lomo de burro, la comparación es aún más profunda. En la novela de Miguel de Cervantes, Quijote está loco. Sancho, en cambio, desde esa posición en la frontera con la vulgaridad, es el personaje con los pies en la tierra. El que entiende más allá de la locura de su jefe. El camino del héroe de Quijote es el de encontrar su propia cordura. Su travesía es un viaje interior para convertirse, en su lecho de muerte, en un hombre sabio y, ante todo, cuerdo. Sancho, en cambio, acaba por contagiarse la locura de Quijote y, en el final, los roles se han invertido: Quijote es el cuerdo; Sancho es el loco. El camino de Rial y Ventura tiene sus similitudes con la literaria gesta contra molinos de viento. Porque Rial —aunque sería un poco audaz decir que alguna vez estuvo chiflado— evolucionó hacia una posición más madura, más sensata; hacia una versión más pacífica de sí mismo. Su incursión en la radio lo llevó a buscar posicionarse como un periodista “serio”, de esos que llaman a los funcionarios a la mañana para sacarlos al aire y son atendidos. El “viaje” de Rial, su esfuerzo por reinventarse, fue el de buscar, sin desmerecer sus orígenes en el periodismo de corte popular, un cierto prestigio. Rial tiene su propia línea de ropa. Rial es el padre amoroso y compasivo que todos hubiéramos querido tener. Rial habla con ministros. Rial es amigo de Scioli desde que era motonauta (y su padre, accionista de Canal 9), de Macri desde que solo era el hijo del otro Macri, de Massa desde que solo era el muchachito que habían puesto en la Anses (según su propia versión, los políticos se le acercan porque lo ven más cercano a los intereses populares que los acartonados periodistas de política). Todo el tiempo crece hacia una versión corregida y aumentada de su propio personaje. Luis Ventura, en cambio, parece recorrer el camino de Sancho hacia la locura: de trabajador incansable del fútbol y de la prensa, de hombre remador, de forjador de su propia historia; a un tipo superado por las circunstancias. Sus propios escándalos personales lo llevaron, en los últimos tiempos, a perderlo casi todo. Su familia quedó al borde del abismo —aunque tanto él como su esposa se esfuercen en minimizar el impacto de la crisis— cuando se le descubrió un hijo extramatrimonial que solo sería la punta de un iceberg de excesos. Perdió su posición de privilegio en América TV, co-conduciendo con su Quijote favorito, y acabó internado con

problemas de salud. Pasó del exabrupto en las pantallas (la de la tele y la de la computadora, porque la red social Twitter fue uno de sus terrenos favoritos para el papelón) a quedar al borde del ostracismo mediático. A partir de 2012, la vida personal de Jorge Rial tomó una relevancia pública que antes no había tenido: divorcio de Silvia D’Auro, romance con “la niña Loly”, ruptura tras un malogrado flirteo por WhatsApp con Marianela Mirra y un proceso de reconciliación que ocupó espacios tan disímiles como la revista Paparazzi y la pantalla del programa de Marcelo Tinelli. Luis Ventura sumó su cuota de sainete personal a fines de mayo de 2014 cuando, en el programa radial de Jorge Lanata por Radio Mitre, se reveló la existencia del hijo extramatrimonial que Ventura tuvo con la vedette cordobesa Fabiana Liuzzi. A diferencia de Rial, que ya llevaba dos años ejerciendo el arte de ser a la vez chimentero y foco de los chismes, toda la situación puso a Ventura en una posición a la que no estaba acostumbrado: el cazador convertido en presa; el hombre de las noticias convertido en objeto noticioso involuntario. Jorge Rial probablemente sea el más claro (y casi único) exponente vernáculo de una forma de periodismo que quizás los académicos de un futuro no muy lejano estudien e incluyan en sus ensayos sobre comunicación social. Es el mago de la auto-edición. Es el periodista de chimentos que saltó la medianera para convertirse en una celebridad con peso propio, en protagonista y a la vez narrador de sus propias aventuras. Jorge Rial se convirtió en el editor de su propia vida en abril de 2012, cuando se fue de viaje a Venecia con Mariana “Loly” Antoniale, seguido de cerca por los flashes y llevando su propia historia a las tapas de las revistas del género periodístico que él mismo ejerce. Pero el proceso de ser el personaje protagónico de su propio relato no comenzó con el Lolygate ni se limita únicamente a eso. Desde el lanzamiento de Ciudad GótiK, su programa en la segunda mañana de Radio La Red, ha intentado —y probablemente logrado, al menos en cierto aspecto— despegarse del estigma de “chimentero” para posicionarse como un periodista comprometido con temas de actualidad y política. Además, se nota en la pantalla su aspecto físico trabajado y un esfuerzo de resultados visibles por ser un poco más cool. En su entorno se comenta incluso que el plan es alejarse progresivamente de las marcas Intrusos (aunque de esto se habla desde hace más de tres años, sin señales visibles de que vaya a suceder) y Paparazzi (aun cuando es accionista minoritario de la revista, nunca nadie lo vio pasar ni cerca de la redacción). El tiburón está afilando los dientes.

Mientras tanto, la rémora parece estar recorriendo el camino inverso. Cuanto más se acerca Rial a un estilo atildado y un periodismo serio, más parece alejarse Luis Ventura. Su aspecto — suena frívolo, pero esta es gente que vive de la televisión, por lo que es esencial— parece circular a contramano del de su histórico partenaire. Quizás el momento consagratorio, ese que hizo estallar las mediciones del bizarrómetro, fuera la nota publicada en marzo de 2014 en la revista Gente. En las fotos, junto a su esposa Estelita, se los ve lisa y llanamente desaliñados. Él, en short y ojotas, la chomba manchada de sudor. De telón de fondo, el desorden de la cocina de una casa que casi parece de clase media. Una heladera plagada de imanes, un arbolito de Navidad aún sin desarmar. La tapa de Paparazzi (su propia revista) posterior a la bomba sobre su flamante hijo natural, lo muestra tomando mate junto al calefón de su cocina con un título que pretende sintetizar la crisis llevándola al registro del culebrón: “Amo a Estela y voy a recuperarla”. El abismo entre el glamour que proyecta Rial y el “barrio” de Ventura —“yo soy de Lanús y me la banco”, desafiaría a través de Twitter a Beto Casella en medio de la tormenta mediática— parece ensancharse en forma inexorable. Pero, además, cuanto más se involucra Rial con la actualidad, más pareciera que Ventura se encarga de la parte más cruda del periodismo chimentográfico. Mientras uno brilla, el otro se hunde en su propio barro. El gran interrogante, abierto a todas las interpretaciones, es si esta diferenciación tanto estética como periodística es un proceso natural, parte de la evolución de cada uno de ellos, o si se trata de una cuidada construcción de personajes; de un impecable trabajo de edición. Unidos desde hace décadas por profesión y amistad, los tiempos más turbulentos los han distanciado. Y la distancia es grande; va de lo simbólico a lo contractual. En cuanto las vidas de estos dos personajes empiezan a cambiar y se encaminan a convertirse en los protagonistas de sus propios chismes, algo se quiebra. A través del tiempo empieza a verse una diferenciación de estilo en cómo se visten, en cómo hablan, en los nombres de los lugares donde se los puede ver cenando. Rial, aunque a fuerza de discurso siempre recuerda y afianza sus orígenes humildes en el almacén de su padre en Munro, tiene un estilo que busca ser cada vez más cercano a lo que muchos entenderían por “tener clase” y lo que muchos otros despreciarían como una farsa de alguien que quiere pertenecer a un estrato social que no le corresponde. Rial es un bon vivant al que no le tiembla la voz a la hora de confesar su fanatismo por los habanos Cohiba Behike (la línea más exclusiva de los legendarios cigarros cubanos, la caja de

diez vale no menos de 400 dólares), por el ron guatemalteco Zacapa —1.800 pesos— y el whisky Macallan escocés de veintiún años, que cotiza la friolera de 8.000 pesos la botella. Como buen fumador de los mejores tabacos, Rial es feliz propietario de un humidificador: una máquina que se encarga de mantener los habanos con la humedad exacta para que no se sequen y se malogren (de hecho, si se resecan, se resquebrajan hasta desintegrarse y no se puede consumir). Según el periodista, cuando se separó de Silvia D’Auro, ella vendió el artefacto en 2.500 dólares. Claro que son pocos en la ciudad los que consumen esa calidad de cigarros y tienen “juguetitos” así de caros. En cuanto el humidificador salió al mercado, Rial se enteró — dice que a través de Matías Garfunkel y Gerardo Werthein, también aficionados— y tras un altercado con el dueño de la tabaquería, pudo recuperarlo. Solo viaja en primera. No porque le esquive a compartir la cabina de un avión con la gran masa del pueblo. Simplemente porque puede. Y porque disfruta de que lo alimenten un poco mejor y de poder dormir durante un vuelo largo. Fanático de los costosos anillos de Bulgari, Rial cuida su look —en cámara y fuera del aire— al detalle. Tiene su propia línea de ropa, Agustino, cuyas prendas luce en cámara y cuyos “chivos” son la constante de Intrusos (chivos o no tanto, quizás solo privilegios de ser el dueño de casa). Asociado al diseñador cordobés Gustavo Arce, desde mayo de 2014 opera un local de 240 metros cuadrados en la coqueta aunque ya algo anacrónica avenida Santa Fe. Agustino podría ser considerada emblemática a la hora de ejemplificar esta “disforia de clase social” que parece caracterizar a Jorge Rial. “Agustino Collezioni representa al hombre moderno y distinguido, es el producto de la combinación de los valores de calidad y vanguardia”, es la frase que le atribuyen a Arce en la campaña de difusión de la marca. Sin embargo, el personaje seleccionado para ser la cara visible es el futbolista Juan Sebastián “La Bruja” Verón, que según el diseñador cordobés “contribuye a transmitir los atributos de nuestra marca”. Cuando el boxeador Marcos “Chino” Maidana llegó al hotel MGM Grand de Las Vegas para enfrentar a Floyd Mayweather en mayo de 2014, llevaba ropa de Agustino. Curioso: un producto que pretende emular lo mejor del prêt-à-porter masculino, en una esquina “paqueta” de Buenos Aires, promocionado por figuras populares del deporte. Acaso Sergio Massa, amigo personal de Jorge Rial —una relación fluida que, así y todo, supo tener sus altibajos—, sea lo más parecido a un personaje top en portar ropa de la marca: para su gira por Estados Unidos a principios de 2014, Rial mandó a confeccionar para Massa un traje a medida que “le quedó impecable”, afirmaría el periodista. En el otro extremo, la rémora Ventura no quiere parecer un empresario, sino apenas un trabajador que, según él mismo afirma en una entrevista a la revista Paparazzi —de la cual es

en parte propietario, siempre es bueno recordarlo— necesita trabajar para pagar las cuentas. Aun cuando sus trajes no son baratos y maneje un auto importado, su postura y su forma de hablar siguen reivindicando una identidad casi arrabalera. Un abismo que lo separa de quien fuera su amor, su cómplice y todo. Es un poco curioso que, de los dos periodistas, el que vivió la crianza en una familia humilde —Rial— sea el que más parece querer proyectar una imagen de ascenso social; mientras que su partenaire, hijo de una familia de clase media mejor formada y posicionada, reivindique una pertenencia a la clase trabajadora que jamás tuvo. Como si ambos buscaran construir su persona escénica más desde lo que no son que desde lo que realmente dice su historia; como si quisieran conectar con el público, en el caso de Ventura, por identificación y —en el de Rial— como objeto aspiracional. Esta distancia simbólica, de imágenes, de estilos, acabaría transmutándose en una distancia profesional. En tiempos de crisis, Rial nunca ha perdido la calma o el control de su personaje. Ventura sí, y eso le ha costado, entre otras cosas, su salida de Intrusos. La gran pregunta es si el tiburón puede mantenerse limpio sin la rémora, y si la rémora puede alimentarse por sus propios medios, sin la protección del tiburón. El resultado de haber quebrado la simbiosis, en todo caso, aún está por verse. “En todos los tiempos, las noticias más atractivas son las vinculadas con la salud, el dinero y el amor”, afirma el viejo manual de periodismo de Alfredo Serra y Edgardo Ritacco con el que se criaron varias generaciones de comunicadores. Salud, dinero y amor son los tres temas básicos completamente transversales a todas las épocas y las culturas. Por supuesto, cada uno de ellos tiene derivaciones, puede ser llevado más lejos. La prensa puede atraer audiencias hablando de enfermedad y muerte, como contracaras de la salud. De riquezas y pobrezas extremas o incluso de chantaje y corrupción como la forma de llevar al extremo el interés popular por el dinero. De sexo, infidelidad y escándalo como hermanos bastardos del mal amor. Pero, a la larga, los tres ejes siguen siendo los mismos, ya sea que se los considere salud, dinero y amor o muerte, corrupción y sexo. Y, a fin de cuentas, las historias personales y profesionales de Jorge Rial y Luis Ventura, en conjunto y por separado, están marcadas por todos estos factores. De movida, por el escándalo ajeno como una forma de hacer periodismo. Pero, en los últimos tiempos, por el derrape personal como una forma —casual u orquestada— de ser el centro de atención, de ser los chicos de la tapa.

Sus biografías están plagadas de quiebres y rupturas. Las mujeres y los hijos (la familia, la estructura social más básica, algo que siempre “vende” y genera identificación) son materia de conflicto para estos dos hombres. Las mujeres de Rial son motivo de conventillo y sus hijas — adoptivas, conflictuadas, víctimas de las decisiones de sus padres— no logran evitar la exposición pública. Ventura, por su parte, más allá de la curiosa seguidilla de incidentes en que sus hijos casi mueren intoxicados con monóxido de carbono, se exhibe feliz y unido a su inefable Estelita hasta que... ¡Zas! No solo le es infiel, sino que se ha llevado anticoncepción a marzo y tiene un venturita cordobés del que jura se hará cargo al grito de “todo lo que lleve mi sangre”, como si de una épica gauchesca se tratara. Muchos los critican por tener una ética periodística flojita de papeles. Otros directamente los acusan de extorsionadores y hasta de operadores a sueldo de los servicios de inteligencia, aunque pocas de estas imputaciones hayan llegado alguna vez a los tribunales y ninguna, de hecho, haya logrado un fallo que los condene. Lo que no se puede negar es que, en la radio, en la televisión y en los medios gráficos, son un éxito, tanto a la hora de contar las historias de los otros como de construir las suyas y salir a vendérselas a propios y ajenos. ¿Es todo cierto lo que se dice de ellos? ¿Son así de satánicos como los muestran los detractores? ¿Son así de caballeros y honorables como se pintan a sí mismos? ¿Quiénes son, allá, en el fondo de sus historias, Jorge Rial y Luis Ventura, el tiburón de los medios y la rémora que durante años nadara a su lado? Póngase cómodo, pase la página y conózcalos.

Capítulo 2 Apuntes para una biografía o dos

Probablemente en el pueblo se les recordará como cachorros de buenas personas. JOAN MANUEL SERRAT Cuenta la leyenda que a los dieciséis años consiguió un número de teléfono de Jorge Luis Borges. Lo llamó y, por supuesto, tuvo que enfrentar el clásico “bloqueo” que hacen los asistentes y mucamas de las celebridades: Borges nunca estaba disponible para atenderlo. Pero una tarde, tuvo suerte: al otro lado del teléfono, la voz ligeramente ronca del autor de “El Aleph” acababa de atender el teléfono en persona. Entonces, mintió. Se presentó como un pobre periodista con una familia por mantener y en riesgo de ser despedido si no conseguía una nota. El escritor se apiadó y dio la entrevista. Lo recibió en el legendario 6ºB de Maipú 994 y hasta se sacaron una foto que el improvisado entrevistador aún atesora. La entrevista acabó publicándose en el periódico escolar del colegio La Salle de Florida, partido de Vicente López. Jorge Ricardo Rial —con mucho ingenio, y aún sin haber pisado una universidad— acababa de “graduarse” de periodista. O algo así. Nació el 16 de octubre de 1961 en el barrio de Belgrano, pero a los cinco meses su familia se mudó a la localidad bonaerense de Munro, un lugar que a lo largo de su carrera habría de mencionar incontables veces, estableciéndolo como parámetro de sus orígenes humildes. Munro, Villa Adelina, Carapachay y Villa Ballester conforman una zona de inmigrantes. Es el

lado de clase trabajadora de la paquetísima —y por eso estigmatizada— zona norte del conurbano. Ballester es el gran bastión alemán, con alguna ligera infiltración polaca, aunque los tentáculos del imperio germano se extienden hasta ciertas partes de Carapachay. Villa Adelina es territorio mayormente italiano (de hecho, en esa localidad está una de las pocas escuelas italianas con reconocimiento oficial del gobierno peninsular, la Alessandro Manzoni), aunque hay muchos inmigrantes españoles. Munro —el lugar debe su nombre al terrateniente británico que supo ser propietario de todo ese territorio— es más parecido a Villa Adelina (Adelina era, a la sazón, la esposa del señor Munro). Aunque desde hace un par de décadas el público general identifique a Munro con los outlets y las casas de ropa de segunda selección, lo cierto es que es un barrio de casas bajitas y cuadradas, de esas cuyo frente termina contra la vereda: es que el inmigrante concentra una prole numerosa y una familia extendida dentro de la propiedad, y no puede permitirse el lujo de desperdiciar espacio en tener un jardincito delantero. El barrio está mayormente poblado por esa mezcla genética tan constitutiva del porteño y del ser conurbánico: cruza de tano con gallego. Y la familia Rial no era una excepción. Ramón Rial, el padre de Jorge, era un inmigrante español, completamente calvo como secuela del paludismo que se había contagiado durante su servicio militar en España, de profesión carpintero (los mismos inmigrantes suelen admitir, riéndose de sí mismos, que cuando bajaron del barco, eran todos carpinteros o albañiles). Pese al oficio, tenía un almacén en la intersección de las calles Alvear e Italia. Porque tampoco era inusual que, en estas zonas donde la vida era tranquila y, en materia de infraestructura, había poco y nada, muchas gentes de oficios reencarnaran en los primeros comerciantes. Algunos de ellos, incluso, prosperarían tantísimo. En su libro Periodistas en el barro (Sudamericana), el jefe de redacción de revista Noticias, Edi Zunino, cuenta sobre la infancia del personaje en cuestión: “Debe saberse que Jorge Ricardo Rial fue criado a manguerazo limpio. Su mamá, Victoria, una inmigrante española con segundo grado completo, lo hizo crecer convencido que un sopapo, quizás un cinturón bien puesto contra las costillas, puede valer más que cien consejos. Una vez lo intoxicó con lavandina: le tiró un sachet con tal violencia, que el proyectil estalló y el líquido se le quedó impregnado al hijo único durante horas en el pelo y la ropa. Casi no cuenta el cuento”. La casa familiar tenía un único dormitorio —el de los padres—, una cocinita, un único baño y un patio. Al lado, el almacén. A falta de un espacio más adecuado, el único descendiente de Ramón y Victoria Rial dormiría hasta los nueve años en el almacén, en una cama plegable, entre frascos de aceitunas y latas de conserva. Todas las mañanas, apenas amanecía, lo despertaba el ruido de los proveedores que llegaban con mercadería fresca. No fue exactamente una infancia de película. O quizás sí: de

una película de Vittorio De Sica. Vivían en la frontera de una marginalidad digna. “Cenaba un café con leche porque ‘a la noche hay que comer livianito’, me decía mi mamá”, confesaría Rial durante la presentación de su autobiografía, solo para admitir la mentira piadosa: cuando no había para comer, el café con leche llenaba la panza antes de dormir. “Mamá rellenaba las botellas con agua de la canilla y me decía que era agua mineral”, agregaba. El trato personal era el de esa gente, el de esos tiempos, el de los que habían sobrevivido a la guerra en Europa —la civil, para los españoles; la Segunda, para los italianos— y, con el carácter encallecido, habían llegado a “hacerse la América” o, por lo menos, a alejarse del horror. “Un te quiero a papá hubiera pasado por simple mariconada”, narra Zunino, que agrega, como marca de esa vida humilde: “Si logró tener una pelota número cinco propia, fue gracias a la unidad básica del barrio”, la de la esquina de Malaver y Mitre, en Munro; un reducto montonero. “Soy peronista, ¿y qué? Me hice peronista el miércoles 1º de mayo de 1974, el día que Perón echó a los montoneros de Plaza de Mayo”, narra Rial en su autobiografía. “Tenía apenas 13 años […] Yo estuve ahí […] Cuando llegamos era tanta la cantidad de gente que nos tuvimos que quedar allá al fondo […] Desde allí vimos cómo, de golpe, la mitad de la plaza ‘se dio vuelta’ […] No entendíamos demasiado lo que pasaba. Solo escuchábamos los cánticos de las columnas que abandonaban la plaza y repetían: ‘¡Qué pasa / qué pasa / qué pasa General / Está lleno de gorilas el gobierno popular!’ […] Para qué voy a mentir: yo estaba exultante.” Cuando los montoneros, armados hasta los dientes, abandonaron la plaza y todo fue caos, el jovencísimo Rial y los compañeros de escuela que habían ido con él corrieron. Cuatro horas de caminata más tarde habían regresado, con los pies doloridos, a Munro. Pero habían pasado un rito de iniciación: “Desde ese momento le tomé cariño al peronismo”, confiesa Rial en Yo, el peor todos (editorial Margen Izquierdo, 2014). Aquel peronismo de preadolescente lo marcó. “A mí la política siempre me gustó, de hecho milité en política”, le confesaría a Juan Pablo Varsky durante una entrevista para el programa El Péndulo (que transmitía Canal á) en agosto de 2012. “Soy un peronista de barrio, en Munro no podías ser otra cosa que peronista. Voy camino al periodismo político, pero soy un tipo de transiciones lentas.” Con la llegada de la democracia, mientras estudiaba periodismo, militaría en el Partido Intransigente. En 1983, espantado por los candidatos del PJ (sobre todo por Herminio Iglesias) acabó afiliándose al partido del “Bisonte” Oscar Alende porque “era el que representaba, en ese momento, lo que yo sentía como ‘peronismo de izquierda’. Además —y esto es lo más importante, hay que admitirlo— el PI estaba lleno de lindas minas”. Esa militancia le costaría la expulsión del Instituto Grafotécnico por pegar pancartas y formar un

centro de estudiantes. Pero, volviendo al pasado más remoto, en 1970, la situación habitacional de la familia Rial mejoraría tras una esperada mudanza a una nueva casa, a pocas cuadras del almacén, donde el pequeño Jorge tendría, por primera vez, un dormitorio propio. Su padre, a su vez, cambiaría de rubro para dedicarse al sector gastronómico, donde haría de todo: desde ser mozo de La Fusta (luego Selquet, en la esquina de Alcorta y Pampa, donde era el mesero favorito de Mercedes Sosa y sus siempre generosas propinas) hasta tener su propio bar —tuvo uno en Pompeya y otro en Liniers— donde el pequeño Rial haría sus primeras armas atendiendo mesas, además de hacerse alguna que otra moneda con pequeñas changas, incluyendo repartir sifones para Pianetti, el sodero del barrio. En sus últimos años, Ramón Rial era el encargado del ya desaparecido restaurante Negro el 11, en Olivos (Villate y Panamericana, un clásico de zona norte donde la carta estaba más cerca de Rico y abundante que de MasterChef). Una característica indeleble, una verdadera marca registrada de los inmigrantes italoespañoles de aquella época, era la tendencia a invertir en la educación de sus hijos. Aspiraban a que llegaran más lejos de lo que ellos mismos, hombres de oficio, habían llegado. Soñaban con descendientes profesionales. Así, los Rial, esfuerzo financiero mediante, inscribieron a su hijo Jorge en el colegio La Salle de Florida, aunque “le costaba horrores sentirse un par entre los nenes bien de una escuela privada”, afirma Zunino. El mismo Rial confesaría, en el año 2008, en una entrevista para el programa Terapia en América TV que “fui un resentido durante mucho tiempo y no me arrepiento […] Mi resentimiento era energía pura y me sirvió como un método de superación […] Sigo odiando el colegio al que fui, cada momento que pasó y cada cosa que me dijeron”. Todo esto en un tiempo en el cual la palabra bullying no existía. La crianza en un barrio “peronista”, el maltrato escolar y la intrepidez de aquella anécdota borgiana son pinceladas del cuadro de carácter del pequeño Rial que, a su manera, empezaba también a descubrir la pasión por el periodismo, aunque nunca dejaría de sentirse culpable por haber logrado, justamente, lo que su padre esperaba de él: tener una mejor educación y soltura económica. Aun cuando estudió en el Instituto Grafotécnico —en su época era casi la única escuela que enseñaba un oficio cuya tendencia era, como todo oficio, la de aprenderlo “en la trinchera”—, su principal lugar de formación fue el almacén de don Ramón, su padre. En las calurosas tardes de verano, descansaba bajo unos tanques de kerosene (el lugar más fresco del almacén infernal), escuchaba Radio Colonia en una Spika —era fanático del conductor Ariel Delgado, con el cual luego trabajaría como columnista, en sus inicios en Radio Splendid— y leía el diario Crónica. Eso mamó desde la infancia: prensa de corte popular, lo cual explica en parte su estilo y el de

sus productos. En algún momento del año 2008, escribiría Hernán Casciari en su blog Orsai: “La mentira tiene mala prensa porque en general se utiliza con mezquindad: para sacar provecho, para vengarse de otros, para obtener crédito espurio, para fingir o alardear. Esa es la mala mentira. La buena mentira, en cambio, es generosa: ahí reside la única virtud de la mentira y de las mujeres feas. Ese pequeño detalle es lo que convierte a la mentira en arte, lo que le da categoría de ficción”. Con este párrafo, definía la esencia de lo que el autor de Más respeto que soy tu madre llama cariñosamente “la anécdota mejorada”: un hecho que, aun anclado en circunstancias absolutamente reales e incuestionables, ha sido “embellecido” con detalles pintorescos y sutiles exageraciones imposibles de comprobar; pequeñeces que hacen del “relato” (una palabra tan usada y, quizás, en este contexto, tan acertada) una especie de versión con esteroides de la realidad. Artificial, pero un poquito mejor, sin cruzar el límite de ser mentira. La escasa información biográfica más o menos oficial que circula sobre Luis Ventura deja siempre la impresión de estar plagada de estas anécdotas mejoradas, de estas idealizaciones del pasado. Porque, si bien algunos nacen en cuna de oro, otros promulgan la prosapia del que nació en cuna de papel periódico. Al menos esa es la épica que Luis Ventura intenta imponer sobre su propia historia, ya desde la solapa biográfica de su primer libro (Toda la verdad y nada más que la verdad. Los expedientes V), donde afirma: “Luis Antonio Ventura nació un 14 de enero de 1956 en San Pablo, Brasil, hijo de padres argentinos y descendiente de una familia de periodistas. A los diez días de haber llegado al mundo, su papá lo llevó de visita a la primera redacción gráfica: la del prestigioso diario Folha de S. Paulo. Desde ese momento, nunca más se fue del periodismo, un oficio que transitó entremezclado con las mayores celebridades artísticas, deportivas, políticas y faranduleras de la Argentina”. ¡Alto ahí, mi amigo! ¿Cómo que “desde ese momento”? ¿Desde los diez días de vida? Entendemos que aquella entrevista a Borges convirtiera a Rial en un periodista precoz, pero esto… ¿no será mucho? Solo falta que intente convencer al amable e inocente lector de que le llenaban las mamaderas de tinta. Sin embargo, al igual que en el caso de Rial, una de las formas más interesantes de empezar a entender a Luis Ventura es desmenuzando la historia de su padre. Porque es probable que haya pocos personajes tan diametralmente opuestos como los ya difuntos Ramón Rial y Antonio Ventura; y no hace falta ser la reencarnación de Sigmund Freud para darse cuenta de que diferentes crianzas generaron adultos que —aun siendo íntimos amigos, socios periodísticos y

“cómplices” en la gestación de todo un estilo de hacer prensa de farándula— tienen personalidades diferentes. Luis Antonio Ventura se parece a su padre. No solo físicamente, también han sabido tener dos pasiones compartidas: el periodismo y el fútbol. Ambos ejercieron el oficio de la información, pero también el de los treinta y seis gajos. Explica al respecto una crónica minuciosa que publicara la revista Anfibia en octubre de 2013: “Su papá era jugador de fútbol y participó de la primera huelga de futbolistas en 1948. La medida triunfó pero la dirigencia tomó represalias. En 1949 grandes jugadores emigraron a Colombia y México. Antonio Ventura, a diferencia de sus compañeros, eligió Brasil. Allá jugó en equipos como el Santos donde estuvo haciendo pases con un joven que prometía: Pelé. Dos lesiones de rodilla le impidieron seguir su carrera. Para no deprimirse fue a los carnavales: ahí conoció a la bailarina Amelia Luna; al poco tiempo se casaron y fueron a vivir a San Pablo, y Antonio empezó a trabajar de periodista deportivo en Folha de S. Paulo”. Luiz Antonio Ventura Luna nació el 14 de enero de 1956. Su nombre, en el DNI brasilero, figuraba con “z”. El mismísimo Ventura diría, en esa entrevista para Anfibia, que en la redacción de Folha de S. Paulo se codeaba, desde pequeñísimo, con celebridades deportivas como Pascual Pérez, Martiniano Pereyra o René Pontoni, siempre bien dispuestos a jugar un rato con Luisito. Un dato del que gusta jactarse —aunque no hay registros de que no sea una leyenda urbana— es que fue su padre el que “empujó” al Folha de S. Paulo a migrar del formato sábana al tabloide, convirtiéndolo en el primer diario brasilero en publicar en este tamaño, mucho más práctico y manuable para el lector. Antonio Ventura era hijo de Bartolomé Ventura, un inmigrante italiano humilde pero con inquietudes, que tomaba el tranvía para ir al Colón a escuchar ópera. Dedicado al noble oficio de la carnicería, era el abuelo de Luis Ventura ni más ni menos que el que le hacía las entregas a domicilio al “patilludo” Hipólito Yrigoyen. Sí, era el carnicero presidencial. Aun cuando los Ventura eran prósperos en Brasil, pegaron la vuelta. Es que doña Encarnación Marzocco (uruguaya, viuda, mamá de Antonio, abuela de Luis), estaba enferma. Eso devolvió a la familia a sus tierras de origen. Narra el siguiente capítulo de la aventura de los Ventura la revista Anfibia: Los Ventura volvieron a la Argentina cuando Luis iba al preescolar. Se instalaron en Lanús. Los hermanos Antonio y Alberto consiguieron trabajo en el diario Democracia primero, y en Crítica después. Un día, el papá de Luis se reencontró con su viejo amigo Héctor Ricardo García, que le contó un sueño: fundar un diario.

—¿Te gusta el nombre Crónica? Antonio terminó participando del nacimiento del proyecto. En aquella redacción, con apenas ocho, nueve años, el niño Luis jugaba a ser periodista. —Para que no molestara me mandaban a escribir o a dibujar o que vaya a buscar una foto. Fue mi lugar de juego pero a la vez mi gran escuela —se detiene un segundo y mira por la ventana que da al Río de la Plata—. La verdad, tuve una infancia y una juventud maravillosa. Me gustaría repetirlas. Extraño cosas que me han pasado. Si volviera a vivir trataría de disfrutar mucho más y de darle más relevancia a todos esos momentos. Mientras hacía el secundario en el colegio marista El Sagrado Corazón de Lomas de Zamora, y jugaba en las inferiores de Lanús, empezó a trabajar en Crónica con su papá. Su carrera de jugador no prosperó. Pero ascendió en el escalafón periodístico: empezó como cadete, luego lo mandaron a contar la cantidad de caracteres de las notas y llegó a editor. —Yo lo tomaba como una alternativa de laburo: para ayudar a mi viejo y para tener la guita para comprarme la ropa o los zapatos que se usaban, y mis libros. También me sirvió para conocerlo más él. Me legó una forma de ver el mundo: la vida está ahí, andá y conquistala. La propiedad en la que se habían instalado —la de la abuela Encarnación— era una casachorizo con solo dos dormitorios: en uno dormían las damas, en otro los caballeros. Era una vida humilde, donde el chico acompañaba a su padre a la redacción de Crónica y hacía de “che, pibe”. Salía a buscarles el almuerzo a los jefes, que siempre le dejaban una moneda de propina, con la cual se compraba su propio sándwich. Aquel paso de cadete multipropósito le daría al pequeño Venturita una formación única: entrometido y curioso, pasaría no solo por la redacción de Crónica, sino también por el archivo, la sección de fotografía y hasta por el taller de composición e impresión. Pero mucho antes de ser estrella del periodismo, Ventura tuvo un paso algo ecléctico por el claustro. Relata al respecto Anfibia: Cuando terminó el secundario en 1975 [NdA: no lo terminó con los maristas, como se desprende de la nota de Anfibia, sino en el colegio Mariano Acosta, su padre quería que recibiera educación pública], Ventura quería ser parte del clima intelectual; pertenecer a ese círculo en que la inteligencia y la erudición eran lo único necesario para prosperar y ser admirado. En la mesa familiar comunicó su decisión: seguir la carrera de Filosofía y Letras. El viejo Ventura tuvo un sismo emocional. Un temor profundo por la vida de su hijo que lo puso en el lugar del padre castrador. Discutieron. Y Luis perdió.

—Eran tiempos de la dictadura y había desaparecidos. Y como era yo, con mi temperamento cabrón, mi viejo tenía miedo de que en una facultad tan sensible como la de Puán yo terminara pagando alguna consecuencia. Entonces terminé anotándome en la Tecnológica Nacional, en Ingeniería. En esa universidad hubo siete desaparecidos. Ventura cuenta que tuvo amigos torturados; otros, desaparecidos. Su paso por el Mariano Acosta le había dejado un título de Maestro Normal y, durante un tiempo, su aspiración sería dedicarse a la docencia: un rubro que nunca estuvo bien pago, pero que le serviría para ayudar a la familia, pagarse los estudios universitarios y dejar algún dinero en lo de su sastre favorito, que le hacía la ropa a medida. Seguramente esa haya sido su mayor extravagancia de joven, además de usar el pelo largo: comprar telas inusuales —rojos con lunares blancos—, mandarse a hacer camisa y pantalón “en composé” y acompañar con zapatos especialmente forrados al tono. Eran tiempos difíciles para ser universitario en Buenos Aires. Los centros de estudiantes eran blancos favoritos de la represión, siempre a la búsqueda de posibles núcleos terroristas (o, al menos, de semilleros). Ventura no militaba, pero eso tampoco lo mantuvo alejado del todo del foco de violencia. Mientras estudiaba, sería cronista de deportes para el diario Noticias, vinculado a Montoneros, por lo que —aun cuando nunca fuera detenido— estaría en la mira de los militares. Su compromiso con la causa se limitaría a ayudar a unos pocos amigos que militaban en el movimiento Tupamaro uruguayo y que, en fuga, habrían recalado a este lado del río, en aquellos años. En 1978, ya avanzado en la carrera de ingeniería electrónica —veintisiete materias aprobadas y agotado: si algo no quería, afirman allegados, era ser ingeniero—, había comenzado a ejercer el periodismo y tanto la revista Goles como el diario Crónica le ofrecían cubrir el mundial a cambio no solo de dinero, sino de un auto cero kilómetro. Sin pensarlo demasiado, abandonó los estudios. El desafío fue comunicárselo a don Antonio, que estaba tan convencido de que su hijo debía tener un título y una proyección de futuro. “Me estás matando pero a mí me pasó lo mismo”, afirma Luis Ventura que le dijo su padre: “Vos iniciás un camino en el que vas a tener que trabajar hasta el último de tus días y no vas a ganar plata, pero a lo mejor vas a ser feliz”. La carrera de Ventura en la prensa gráfica fue meteórica y no tuvo pausas. Dice al respecto en su propio libro que pasó por los diarios Mayoría, Noticias, Última Hora, Tiempo Argentino, Ámbito Financiero, Buenos Aires Económico y por las revistas deportivas Goles, El Gráfico y Estadios. Fue parte de la fundación de productos ya desaparecidos como las escandalosas

revistas Flash (sobre farándula, que llegó a vender casi medio millón de ejemplares en sus ediciones récord) y ¡Esto!, una publicación que retrataba casos policiales en un estilo que hoy solo se permite la algo estrambótica prensa popular paraguaya. En sus primeros años de carrera, no le hizo asco a nada: política, deportes, policiales... ¡Hasta el horóscopo! Pero la huella más fuerte está en el diario Crónica, la publicación que lo marcó, donde se formó como periodista y donde conoció al “gran amor” de su vida (al menos, de su vida profesional): Jorge Rial. Un diario al que aún sigue ligado. En sus pasillos se reconoce a la familia Ventura como toda una institución. Allí, papá Antonio y su hermano Alberto fueron parte de la génesis. En el diario no solo se formó Luis Ventura, sino también su hermano menos famoso, el fotógrafo Carlos Ventura. Además, sus hijos Nahuel y Facundo siguen los pasos del tío Carlos en el arte de las lentes, de capturar las imágenes, de congelar el tiempo. En su manual de estilo Cómo leer el diario, Jorge Fontevecchia hace una distinción semántica interesante. “‘Exclusiva’ es la acción de conseguir lo que otros periodistas quieren conseguir”, afirma el director de Editorial Perfil; “‘Primicia’ es la acción de conseguir lo que otros periodistas no sabían que querían”. En ese terreno, entre la exclusiva y la primicia —y la sangre y el morbo, por supuesto— se movía, y se mueve aún, el diario Crónica. Así, en el suplemento especial en que el diario fundado por Héctor Ricardo García conmemorara sus cincuenta años, escribiría Luis Ventura (el uso algo libertino de la puntuación corresponde al texto original): Crónica es medio siglo de periodismo […] de noticias, de impactos informativos generados por legiones de periodistas que me hicieron probar lo que [es] el arte de informar, de escribir, de presentar a su majestad la primicia, de buscar la exclusiva y de titular en la medida exacta lo que reflejará la pulpa de la nota. Sí, Crónica es mi casa y fue mi escuela. Nunca dejará de ser así. El lugar en el que aprendí de monstruos como […] Dante Panzeri, […] Santo Biasatti, […] Aldo Proietto, […] los hermanos Jacobson, el “gallego” Cabezas, […] y por supuesto mi viejo y querido padre Antonio Ventura y el “Loco” Albertito Ventura, que fueron los que hicieron realidad desde su creación aquella quijotada de Héctor Ricardo García empujando un diario popular, que llegó a vender un millón de ejemplares por día, y la única publicación que llegó a tirar 8 ediciones diarias a sus lectores […] Yo formé parte y lo sigo haciendo de ese medio siglo de Crónica […] Gracias a este diario y a su gente, que tanto me dieron. Y en esta nueva etapa y gestión, que me permite seguir navegando por estos mares de tinta y papel. ¿Cómo era Ventura en aquellos años iniciáticos? Ante la repregunta, responde sin ningún

temor a la exageración: “Era un avión. Me mandaban hacer una nota y te la traía con sangre en la camisa, pero te la traía. A mí me daban todas las misiones imposibles. Me mandaban a buscar al Presidente de la nación cuando se veía a escondidas con Xuxa. Y yo siempre lo resolvía. Todo eso formaba parte de mi profesión”. La modestia, evidentemente, no es uno de sus fuertes. Con la abrupta salida del Grafotécnico aún caliente, Rial comenzó a circular por los medios gráficos porteños a principios de la década del 80. Tras un breve paso por la revista Vivir, de Editorial Abril, en 1984 desembarcó en Diario Popular, donde lo confinaron a trabajo de principiante: era a la vez el corrector de cierre de la sección de espectáculos, además de encargarse de “picar cables” (en la jerga, reescribir y acomodar textos que llegaban desde las agencias de noticias) y, de tanto en tanto, entrevistar a alguna estrellita de turno. Apenas duraría un año en el puesto: un nuevo diario vespertino, Gaceta, tenía un lugar para él. De su año en “el Popu”, flota en el aire una anécdota a mitad de camino entre la biografía y la fábula. Aun cuando su relación con su padre estaba “limitada” por la personalidad hosca de don Ramón, tuvieron durante ese período un acercamiento inusual. Tras el cierre de la edición, el joven Rial volvía a su casa en transporte público. Llegaba en tren a la estación de Munro a las cuatro de la mañana. Cada madrugada, Ramón lo esperaba y caminaban juntos las seis cuadras que separaban el hogar del ferrocarril. En completo silencio. El diálogo nunca fue el fuerte de estos dos hombres. Sin embargo, dicen los que conocen de cerca al periodista que fue una de las épocas de mayor acercamiento entre padre e hijo. Esta forma de ser, anticuada y distante, por parte del dueño del 50% de su ADN, marcaría a Jorge Rial también como padre: en el extremo opuesto, es cariñoso con sus hijas y está pendiente de ellas. No falta el afecto, ni los enredos de culebrón. Los primeros años de Rial en el periodismo no transcurrieron precisamente durante los tiempos más sencillos de los que la prensa gráfica vernácula tenga memoria. Era la mejor de las épocas —regreso democrático, vuelta a la libertad de expresión— y a la vez la peor: recesión, hiperinflación, inestabilidad institucional y paros generales, entre otras bellezas. Sintetiza al respecto en el segundo volumen del libro Paren las rotativas el periodista Carlos Ulanovsky: “Durante la década del 80 se avanzó en la recuperación de las palabras, luego de una época de fuerte censura, y también hubo mayor libertad expresiva, al superarse un tiempo truculento. Pero no fueron iguales los progresos en materia laboral. Al comienzo se había fantaseado con que la recuperación de la democracia generaría múltiples proyectos periodísticos. Al contrario, con respecto a los medios gráficos, la década trajo un saldo de sistemático achicamiento

empresario, desocupación laboral, reducción de la calidad informativa y el cierre de medios como La Voz, Sur, Pueblo, Gaceta, Hoy y Mañana, Tiempo Argentino y, por un corto lapso, La Razón”. En Gaceta —lo recuerda un antiguo colega— Rial “hizo, en particular, dos seguimientos maravillosos: sobre una asesora de contenidos de ATC llamada Bokser, la primera censora de la democracia, y sobre el control que aplicaba en la desguazada Radio Belgrano la venerable Chiquita Constenla para limpiarla de ‘zurdos’ (en el 83 la manejaban Jorge Palacios y Ricardo Horvath y la llamaban ‘Radio Belgrado’, pero la primavera socialista duró menos de dos años, hasta que cayó la mina)”. Dicen los que lo conocieron en aquel pasado que casi parece prehistórico que a los patrones —el Grupo Kraiselburd, dueños también de Diario Popular y gente muy ligada al radicalismo — nunca les cayó del todo bien tanto progresismo, ni recibían los mejores comentarios por parte de los “correligionarios” sobre el tipo de temas en los que Rial gustaba de inmiscuirse. “Un día se hartó y se fue”, cuentan. Pero, a su paso, había demostrado olfato para el escándalo, destreza para la cacería de primicias y una incipiente habilidad de chef para los textos picantes. Un monstruito comenzaba a salir del cascarón. En los años siguientes, pasaría por la agencia de noticias Télam y el diario La Razón. Pero su llegada a la redacción de Crónica, el diario con el que se había criado, sería un nuevo punto de inflexión en su carrera. Corría el año 1987 —o más bien se arrastraba, en medio de una de las peores crisis económicas de las que el gran pueblo argentino tenga memoria— y Héctor Ricardo García buscaba apuntalar el contenido con una contratapa plagada de chimentos. El elegido para tan magna tarea era el por aquel entonces director comercial del diario, Luis “Lucho” Avilés. Desbordado por la cantidad de trabajo, pidió un asistente. El ungido, Jorge Ricardo Rial. Sería allí, en Crónica, donde las vidas de Jorge Rial y Luis Ventura se cruzarían por primera vez, tras una recomendación del periodista Daniel Ares, que le mencionaría a Ventura la existencia de este tal Jorge Rial, “un chico nuevo, que escribe muy bien y tiene mucho potencial, y que además tiene que parar la olla, porque tiene al padre muy enfermo”, lo recuerda un testigo ocasional de aquellos tiempos. Sí, aun cuando hoy el balance de poder parece colocar a Rial en el puesto de liderazgo, en aquellos tiempos remotos solo era “el chico nuevo” que trabajaba con Avilés. Ventura, en cambio, ya tenía una década de oficio. Se cayeron bien mutuamente y Ventura casi apadrinó a Rial. Le pasaba datos y chimentos, lo ayudaba. Pronto dejaron de ser colegas para convertirse en amigos y compañeros de salidas nocturnas. Eran jóvenes, eran periodistas, creían que podían comerse el mundo de un bocado. Algo que, eventualmente y a su manera, acabarían haciendo.

“Recorrimos mucho camino con el gallego”, confesaría Luis Ventura, refiriéndose a Rial, en una entrevista concedida a la revista Semanario en octubre de 2012. “Él era el único sostén de su padre, muy enfermo en esa época, y traté de ayudarlo en lo que pude, y después él a mí.” Antonio Ventura, el padre de Luis, el que lo marcó, el que fracasó en el intento de mantenerlo alejado del periodismo para que tuviera una carrera más convencional, murió a las diez y media de la mañana del 3 de marzo de 2014, tras varios meses sufriendo diferentes descompensaciones. Tenía 85 años, había vivido. Desde la pantalla de América, su hijo lo despidió: “Mi viejo fue un maestro de mucha gente, crio a mucha gente que hoy es grande […] A toda la gente de América, a mis compañeros de Intrusos, a la gente de Paparazzi, a la gente de Crónica, […] gracias. Se fue el mejor, el mejor de todos. Mi viejo”. Una morbosa leyenda urbana dice que las cenizas descansan en una maceta en el patio trasero de la casa de su hijo en Lanús. En sus días tristes —dicen—, Luis Ventura reza frente a la maceta. Aun cuando la imagen en sí misma de Luis Ventura rezándole a un helecho en el patio es digna de una comedia negra, esto no es cierto. Aún conserva el departamento de Lanús que fuera de sus padres. Allí están las cenizas de ambos, además de las de sus tías Clorinda, Rosa y Julia; de su suegra Emilia; y de todos los perros que tuvo por mascotas a lo largo de su vida. Es su santuario, donde el guerrero se retira a sentirse en contacto con sus ancestros. Y es el lugar que ha sido su refugio cuando, en plena crisis, Estelita le cerrara la puerta en la cara. Ramón Rial murió a los 63 años, el 15 de septiembre de 1990, tras casi cinco meses de darle pelea a un cáncer de colon que ya lo había apuñalado por la espalda, que le fuera diagnosticado cuando quedaba poco y nada por hacer. Agotado por el tratamiento que recibía en el Hospital de Vicente López, fue el mismo Ramón el que le pidió a su hijo “llevame a casa”. A bordo del legendario y vapuleado Dodge 1500, padre e hijo hicieron un último viaje de Vicente López a Munro. “No me acuerdo cómo sonaba su voz”, se lamenta Jorge Rial, a más de tres décadas del último abrazo. Su esposa Victoria lo sobreviviría una década.

Capítulo 3 Estamos en el aire

De chiquilín te miraba de afuera como a esas cosas que nunca se alcanzan. ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO ¿Qué lleva a un buen periodista de gráfica a inclinarse por los medios audiovisuales? Hoy, en pleno siglo XXI, puede aducirse que es una cuestión de adaptación; que los medios gráficos agonizan ante las nuevas tecnologías y que el que no se pasa a la televisión, a la radio o a los medios digitales está condenado a, con su última indemnización, acabar poniéndose un maxiquiosco. ¿Pero qué podría motivar a un “cagatintas” a buscar las cámaras a mitad de camino entre las décadas del 80 y del 90, cuando la prensa escrita era sinónimo de prestigio y la televisión era considerada un arte menor e internet era solo la alucinación de algunos escritores de ciencia ficción? En el mero terreno de la especulación, no sería del todo irracional pensar que muchos tuvieran hambre de tele porque pagaba mejor. Y porque, por supuesto, generaba —genera aún— mucha mayor exposición que los medios gráficos; trae un grado de fama que, a su vez, sirve siempre para generar más dinero. Qué marca la diferencia entre facturar más o facturar menos: el dichoso, bendito, querido, nunca bien ponderado y, en definitiva, nunca del todo bien explicado “rating”. Según la agencia Ibope, principal medidor en Argentina,

el rating es la medida del consumo de un programa de TV o de radio, de un bloque horario, de una tanda publicitaria o de un medio de comunicación, teniendo en cuenta un target (o público objetivo) […] El rating es una variable relativa a pesar de que no tenga el símbolo % a su lado. Cuando queremos expresarlo en valores absolutos solemos consignarlo como “miles de contactos” […] El equivalente en miles del rating % depende del target que se esté analizando. Un rating % de 3% tendrá diferentes valores en miles dependiendo del target al que haga referencia, como por ejemplo, total hogares, total personas, mujeres de 25 a 45 años de nivel socio económico alto y medio, etc. ¿Cuántas personas representan un punto de rating? Los “puntos de rating” no tienen una única respuesta porque, como el rating % es un valor relativo, representa un determinado porcentaje del target […] Existen varias formas de medir el rating, pero la que más atrae a los productores es el “people meter”, la maquinita mágica que brinda la información para el “minuto a minuto”. El “people meter” es un artefacto que la agencia medidora coloca en un hogar —que se preste para esto, por supuesto—, que registra y transmite qué se está viendo por televisión en ese hogar y en qué horario. La agencia compila la información y genera estadísticas. Este rating, que puede ser recibido y analizado prácticamente “on line” mientras el programa está al aire, le permite evaluar a productores de emisiones en vivo qué temas o personajes retienen mejor a la audiencia. Una entrevista en vivo puede llegar a ser mutilada o extendida ad infinitum según el minuto a minuto levante o baje el pulgar. Aun cuando el “punto” de rating representa diferentes cantidades de gente según las circunstancias, hay mediciones que pueden catalogarse casi como objetivamente buenas u objetivamente malas. Casos extremos: horarios alternativos en la televisión pública, que apenas miden medio punto; confrontados con los 52 puntos de récord de la final Argentina-Alemania del mundial de Brasil. Ejemplos más realistas: que una telenovela supere los 20 puntos de rating la convierte en un exitazo absoluto (casos como el de Dulce amor); que un magazine de la tarde se arrime a los 10 puntos también es considerado una buena perfomance. Que un programa periodístico transmitido un domingo por la noche —como fue en el caso de la segunda temporada del Periodismo para todos de Jorge Lanata— tenga picos de 28 puntos es un récord inusual. Hacia fines de la década del 80, Luis Ventura tenía ya una trayectoria como periodista de

gráfica. Jorge Rial, aunque era más joven y no tenía un CV tan frondoso, destacaba como un buen recolector de información exclusiva —con una agenda que se hacía cada día más amplia e influyente— pero, sobre todo, como un redactor de estilo promisorio, según lo recuerdan algunos ex compañeros y jefes. ¿Qué los llevó a, en menos de dos décadas, convertirse en estrellas de la tele? ¿Aspiraciones de fama y fortuna? ¿La búsqueda de nuevos desafíos? ¿Una cruzada por lograr más poder? Solo ellos, en su fuero más íntimo, lo saben. Por supuesto, la historia de esta dupla y su relación con la televisión está íntimamente ligada a la historia misma del medio, sus cambios y sus avatares. Eran tiempos en que los medios audiovisuales y la gráfica comenzaban a darse la mano de una manera muy particular. Explica y pone en contexto Carlos Ulanovsky: El electo presidente Carlos Menem planteaba la primera de una larga y revulsiva serie de privatizaciones, un hecho que caracterizaría políticamente a su primer gobierno. Los canales 11 y 13 de televisión abierta se adjudicaron finalmente antes de finalizar el año. La eliminación del inciso “f” que en el artículo 45 de la Ley de Radiodifusión impedía a los propietarios de medios gráficos poseer al mismo tiempo una radio o un canal, originó un impresionante interés en las empresas editoriales […] El acercamiento del mundo de la gráfica a la televisión y a la radio provocaría un cambio muy profundo en la búsqueda y distribución de las noticias, en la forma de presentar la información, en la veloz y creciente modernización de los sistema de producción, en la a veces exacerbada competencia y en las relaciones entre los poderes y los medios, que se volvieron cada vez más fuertes y sorprendentes [...] En 1987, Héctor Ricardo García, dueño del diario Crónica, en pleno frenesí privatista, compraría el paquete mayoritario de acciones del Canal 2 de La Plata, al que rebautiza con el siempre originalísimo nombre de Teledos. Por supuesto, el estilo de García y de su diario —y su línea de corte popular— se instalarían de inmediato en la emisora. Los nuevos ciclos, bajo la flamante administración, vendrían del riñón editorial de Crónica y, en 1988, llegaría a la pantalla Astros y Estrellas, un programa sobre chimentos de la farándula conducido por Lucho Avilés. Su ladero en el diario, Jorge Rial, lo acompañaría. Aunque el plan original era que Rial se dedicara a la producción del ciclo, acabó haciendo cosas en cámara, incluyendo entrevistas, móviles de exteriores y pequeñas columnas en el piso. Sí, su primer trabajo en pantalla fue en el mismo canal que hoy lo tiene como su principal figura; siempre se vuelve al primer amor, aunque no sin antes haber probado otras pantallas

(todas las de la televisión de aire porteña, de hecho, salvo la de Canal 13). Jorge Rial sería un protagonista absoluto, a lo largo de las siguientes tres décadas, de todos y cada uno de los fenómenos que describe Ulanovsky. Pero el verdadero despegue televisivo comenzaría para Rial en 1990. Tras el paso por Astros y Estrellas, Lucho Avilés lo reclutaría como cronista y panelista para su nuevo y flamante programa, Indiscreciones, que ese año tuvo pantalla en Telefé, aunque en 1991 el ciclo migraría al Canal 9 que comandaba el Zar Alejandro Romay. Indiscreciones fue uno de los más legendarios ciclos del segmento, y la figura de este joven reportero se hacía notar. A diferencia de su jefe Avilés, era simpático, casi alegre. La audiencia comenzó a enamorarse, de a poco. Pero detrás de cámara, la relación con el jefe —y la avidez de más espacio de Rial— recrudecía. La gota histórica que colmó el vaso, cuentan la mayoría de las versiones más o menos oficiales de los hechos, fue una nota que Avilés le encargaría a Rial en 1991: ir al Hospital Borda a buscar a Jorge Giménez, el hermano de la mismísima Susana, con la cual Avilés mantenía una enemistad casi ancestral. Antes de entrar en el Borda disfrazado de médico —las medidas de seguridad no eran precisamente estrictas—, Rial había comprado varios paquetes de cigarrillos para llevarle a su entrevistado. Pero, según él confesaría en una entrevista a Página/12 en el año 2001, las cosas se salieron de control. De repente, se vio rodeado de internos, entre curiosos y alterados, que lo habían reconocido “de la tele”, y tuvo que huir, usando los cigarrillos como soborno. Rial no quería que el material —por cierto vergonzoso— saliera al aire. “Lucho puso al aire esa nota del Borda cuando pasó a Canal 9, casi seis meses después de que se había hecho. Y sobre todo no me gustó la actitud de utilizar la nota por una cuestión personal que él tenía con Susana”, explicaría a Página/12. “Fue en gran parte ese hecho el que me llevó a dejar Indiscreciones; es cierto que había aparecido la posibilidad de hacer un programa propio, pero también ya estaba un poco cansado.” La situación era clara: el pichón quería volar con sus propias alas. Pero, para eso, tendría que abandonar tanto al mentor como a la emisora. Y qué mejor que volver a casa. Hacia 1993, Canal 2 ya se llamaba América y Jorge Rial tenía su primer espacio como coconductor, junto con la curvilínea Andrea Frigerio, en El periscopio. Había llegado al canal de la mano de Carlos Montero —con quien ya se conocían— y aun cuando la relación personal entre Rial y Frigerio era tensa, la química en cámara era buena. “El día que volaron la AMIA, el lunes 18 de julio de 1994, me convocaron al mismo tiempo desde Telefé y Canal 13 para ofrecerme trabajo”, se jacta Rial en su autobiografía. El Periscopio llevaba dos años al aire, el rating acompañaba y pantallas más grandes que la de América

estaban dispuestas a tentar a la dupla. Y porque billetera mata casi todo, y al periodista le ofrecía triplicarle el sueldo, acabó migrando para debutar al frente de El Paparazzi, en el famoso canal de las tres pelotitas de colores (una forma de nombrarlo que, en algún momento, era menester utilizar). Fueron tiempos complejos para Rial, por lo menos a nivel periodístico: aun cuando el programa medía sus nada desdeñables once puntos de rating —una muy buena medición para un programa trivial que salía a las cinco de la tarde— muchas estrellas eran “intocables”. ¿Y quién puede hacer un programa de chimentos sin hablar de Susana (o, para el caso, de cualquier figura que estuviera en la nómina de Telefé)? Esta y otras internas, incluyendo fuertes recortes presupuestarios, acabarían motivando, apenas un año y centavos más tarde, a que el programa se mudara, nuevamente; aunque esta vez a Canal 9. La economía de mediados de los 90 fue un caldo de cultivo perfecto para que germinara la trivialidad televisiva en su máxima expresión. En abril de 1995, la revista Noticias se hacía eco del fenómeno: Con el país sumido en una crisis económica y en medio de una campaña electoral, Hola, Susana —cuyos 25 puntos de rating representan dos millones y medio de personas frente a la pantalla— duplica, por ejemplo, la audiencia de Bernardo Neustadt (70) y Mariano Grondona (62), juntos. El rating combinado de Videomatch, el vespertino Nico; los chimenteros El paparazzi, El Periscopio e Indiscreciones (entre otros programas de televisión “ligera”) indica que los mismos concitan, diariamente, la atención de casi diez millones de espectadores […] ¿Escapismo por parte del televidente? ¿O una nueva modalidad de vínculo del argentino medio con la realidad? Una modalidad en la cual los síntomas de la crisis son tolerados a condición de que la pantalla ofrezca un hipnótico lo suficientemente poderoso como para no ver nada, salvo su propio espectáculo: un espectáculo no conflictivo y “entretenido”. Por eso, si la televisión es el opio de los pueblos, el sueño a que induce esa droga no es inocente. Jorge Rial (35) […] afirmó a Noticias: “Si antes la consigna era ‘Cámpora al gobierno, Perón al poder’, hoy es: ‘Los políticos al gobierno, la farándula al poder’. Y, cuando hablo de farándula, no me refiero solo al campo del espectáculo. La televisión está ligada al poder. Nosotros somos engranajes […] El que maneja los medios es el poder, privado o estatal. Para el poder, el pan y el circo son necesarios”.

Promediaba el menemismo y la sociedad no solo comenzaba a rasgarse las vestiduras por los problemas de recesión y desempleo, sino también por una cierta decadencia cultural asociada al consumo indiscriminado de pizza con Dom Pérignon, un presidente al volante de una Ferrari, la irrupción de la movida tropical en los estratos sociales más altos y, por supuesto, una “televisión chatarra” que era fiel signo de sus tiempos. En una columna escrita para Noticias en mayo de 1997, el mismísimo Jorge Rial afirmaba: Como aquellos “cabecitas” que osaron posar sus patas en las fuentes de Plaza de Mayo aquel 17 de octubre de 1945, los desclasados de hoy tomaron por asalto la televisión criolla. También, como en aquellos tiempos, los oligarcas de antes y los sensibles críticos de ahora lanzan gritos histéricos de horror: “¡Los negros nos invaden!”. Antes se escondían de la “chusma” en el palacio del Jockey Club, hoy prefieren escudarse en las columnas periodísticas de los llamados medios “progres”. Sí, señores, que les gane el terror, llegó un nuevo aluvión zoológico a la pantalla chica. Se acabó la fiesta, el espejismo de la estabilidad menemista se desmorona y la farándula, invitada de honor, está huyendo despavorida. El espacio quedó vacío y la gente común comenzó a asomarse a ese mundo que le era ajeno. Así comenzaron a desfilar los hijos dilectos de la otra Argentina: ladrones de verdad y no esa pintura naif de Poliladron. Travestis de carne y hueso y no la versión posmoderna y mediática de Cris Miró […] ¿Qué culpa tienen Mauro Viale y Chiche Gelblung? En todo caso, ellos fueron los hábiles exorcistas de esos demonios ocultos durante tantos años […] Tanto jodió Bernardo Neustadt con Doña Rosa que al final apareció en la televisión. Se putea, se habla de sexo con lenguaje saunero, se muestran las bajezas más grandes y nada es ficción. Es la Argentina que supimos conseguir. Que los críticos bajen del penthouse y se den una vuelta por el barrio […] Dos mil sería el año para que el hijo pródigo volviera a la pantalla de América, con un programa inusual, pero que permitía vaticinar el camino de lo que estaría por venir en la década y media siguiente. El ciclo se llamó Paf! —el título original era “Preparen, apunten, fuego”, pero la sigla reemplazó a la expresión, haciendo al nombre más simpático y menos hostil— y, en una entrevista para Página/12, Rial lo explica con bastante crudeza:

Paf! empezó como un talk show sobre el espectáculo y la farándula y después empezamos a abrirlo a la política. Yo lo que descubrí como algo sorpresivo fue la cantidad de services que se te acercan a este tipo de programa a venderte carne podrida. La cantidad de servicios que atendí en este bar donde estamos hablando ahora no tiene nombre. Me querían vender desde fotos de Yabrán, las manos de Perón en formol, me ofrecían llevarme a Brasil para ir a contactar al que puso la bomba en la AMIA. Pero olfateás si es trucho: te das cuenta de solo verlos, y sobre todo cuando vienen con unas historias terribles. ¡Una vez hasta me ofrecieron simular un atentado contra mí mismo! Paf! me sirvió para conocer una fauna que yo sabía que existía, pero no [que era] tan activa. En su autobiografía, Rial carga las tintas contra Diego Gvirtz, productor del ciclo: “Paf! era un caos. No tenía formato. Y no lo tenía porque Gvirtz nunca entendió nada de tele. Solo se especializó en tirarle mierda a la gente sin poner la propia cara”. Con el tiempo, Rial empujó el programa hacia un formato de debate con panelistas y negoció por su propia cuenta con el canal para pasar del horario vespertino a la noche. Solo con el cambio de horario, el rating promedio escaló de tres a ocho puntos, e incluso llegó a tener picos de diez puntos. “En paralelo, Gvirtz producía Televisión Registrada [...]”, rememora Rial. “En ese entonces no hacía demasiado rating y tenía problemas de dinero. En realidad, el que terminaba bancando a TVR era Paf!” Los primeros años de éxito televisivo de Jorge Rial coincidieron también con sus primeras incursiones en radio. Ya fuertemente ligado al periodismo “de chimentos”, condujo Radio Paparazzi entre 1996 y 1998 por Radio Libertad —la emisora de amplitud modulada del Zar Romay, que compartía marca con el rebautizado Canal 9 y que reclutaría al periodista para, en 1997, hacer una temporada en su canal del programa El Paparazzi, increíble pero Rial, que compartiría con Ventura— y, entre 1999 y 2000 en la ya exitosísima y disruptiva Radio 10 de Daniel Hadad. El año 1998 no le fue sencillo en lo laboral. El vencimiento de su contrato con Radio Libertad coincidiría casi en fechas con el hecho de que Romay levantara Increíble pero Rial. La necesidad —o la desesperación— lo impulsarían a volver a la gráfica. Tras un paso más que breve por Página/12, terminaría recalando en la nueva casa de otro Jorge (Lanata), que acababa de fundar la revista XXI. La revista llegó por primera vez a los quioscos el 16 de julio de 1998 y fue lanzada “sin monos, sin números cero, sin encuestas de una manera bien lanatesca”, diría el diario Perfil de la fecha, adjudicando la definición a una fuente del medio. La revista, de 116 páginas, salió a la calle con una tirada inicial de 80.000 ejemplares (50.000 destinados a la capital y, el resto, al

interior del país); todo un sacudón para un mercado que ya era fuertemente competitivo. Cuenta además Perfil que “para armar su equipo, Lanata recurrió a viejos conocidos. Todos quienes lo secundaron en la televisión estarían en la actual redacción: Ernesto Tenembaum como jefe, Marcelo Zlotogwiazda, Adrián Paenza y Jorge Rial como plumas estelares”. “Siempre le voy a estar agradecido por eso”, admite Rial en su biografía, “porque Lanata no solo me dio laburo. También confió en mí como profesional. Y lo hizo a pesar de la cara de culo que me ponían otros colegas de la revista, como Ernesto Tenembaum.” “No iba muy seguido a la redacción, más bien iba a las reuniones de sumario... eventualmente”, recuerda un ex colega. Se movía solo y a sus anchas. Y aun cuando la especialidad de Rial en XXI eran las notas de farándula —ponerlo a hacer cualquier otra cosa hubiera sido un desperdicio, sobre todo de agenda— su mayor logro fue un trabajo de periodismo de investigación. Aunque, claro, fuertemente ligado al mundo frívolo del entretenimiento. Susana Giménez estaba en la cresta de la ola con su programa de concursos (porque, aun cuando las entrevistas en el living sumaran rating —y los sketches y musicales restaran— el principal motor que traccionaba audiencias eran los premios millonarios), pero también hacía, supuestamente, una obra solidaria. Eran tiempos de “menemismo hardcore”, nuevas tecnologías y servicios desregulados, y algunas empresas comenzaban a hacer buenos negocios con la telefonía. Abundaban los números que comenzaban con 0600 y 0620, donde los usuarios llamaban y, por un cargo extra (entre 50 centavos y un peso más IVA) obtenían alguna clase de beneficio, servicio o contenido. Para participar en el programa de Susana, los televidentes llamaban a uno de estos números. Pagaban por participar. Y, en una audiencia como la de Giménez, las sumas eran más bien astronómicas, como se vería en la causa judicial que se abrió al respecto. La gestión de los cuantiosos ingresos por llamadas estaba en manos de la empresa Hard Communication. Sus caciques eran el ex montonero Rodolfo Galimberti (Rial contaría años después cómo Galimberti prácticamente lo amenazaría con asesinarlo por meter la nariz en este entuerto), el empresario Jorge Born —que, a la sazón, estuvo secuestrado, en septiembre de 1974, junto con su hermano, ni más ni menos que por Galimberti— y el siempre ligeramente turbio Jorge “Corcho” Rodríguez, que en esos tiempos noviaba con la cougar de los teléfonos, la señora Susana Giménez. Parte de los ingresos por las llamadas al 0600 se donaban a la Fundación Felices los Niños, creada y administrada por el padre Julio César Grassi, hoy preso por pedofilia, corrupción y vaya uno a saber cuántos más de los diez mandamientos de los que pueda haberse olvidado en su inusual ejercicio del sacerdocio.

En agosto de 1998, el padre Grassi pasó por el living de Susana. Se suponía que eran amigos, que eran aliados, que el meganegoción de Hard Communication le daba al curita suficientes fondos como para que continuara con su obra, fuera feliz e hiciera lucir a Susana y su troupe empresaria como verdaderos filántropos. Pero, al aire, el sacerdote se le dio vuelta. Le reclamó a Giménez, en cámara y en su propio living, que los fondos no le estaban llegando y que necesitaba más de medio millón de pesos extra (pesos que, en ese momento, eran dólares) para terminar la obra. “¿Pero qué quiere hacer, otro Sheraton?”, le espetó al cura —y nunca tan bien usado este lugar común— la conductora, desubicada como comparsa en un velorio. El contraataque llegaría en la mismísima emisión: en el segundo bloque, en un momento totalmente inusual para la televisión, el empresariado, la industria de las telecomunicaciones, las acciones de responsabilidad social corporativa y hasta para el sentido común, Jorge Born salió al aire. Informa al respecto Página/12 del día siguiente: En un hecho por demás inusual, el empresario Jorge Born en persona, como presidente de la firma Hard Communication, apareció en vivo en el programa de Susana Giménez. Lo hizo para calificar de “calumnia” un fallo judicial, difundido por la prensa, que sugiere que la firma repartió “solo migajas de un total sumamente abundante” de dinero que se habría recaudado en el ciclo que se emite por Telefé con la excusa de ayudar a la Fundación Felices los Niños, presidida por el padre Julio Grassi. El cura también fue entrevistado por la diva pero nunca se cruzó, en cámara, con Born. Grassi dijo a Página/12 que recibió “400.000 pesos del millón cuatrocientos mil” pesos que esperaba cobrar por participar en el concurso “Su Llamado”. Durante la emisión dijo que no se sentía “estafado” porque “todavía no cobramos todo lo que teníamos que cobrar”, dando a entender que la demanda sigue a pesar de algunos gestos de cortesía que deslizó durante el reportaje, desligando del problema a Susana Giménez y a su novio Jorge Rodríguez […] En el segundo bloque del programa, cuando apareció Born acompañado por el director de comunicaciones de la empresa, Roberto Engels, el mítico empresario aseguró que a Grassi le pagaron “400.000 pesos cuando debíamos pagarle solamente 190.000, de manera que es mucho más de lo que en realidad le correspondía”, aunque jamás explicó de dónde surge esa cifra […] Tanto Born como Grassi, siempre por separado, coincidieron en que el contrato, firmado en setiembre del año pasado, establecía que a la fundación le correspondía el 7 por ciento del total de lo recaudado por las llamadas que los telespectadores hicieron durante varios meses al número telefónico 0939-12222. Por tratarse de un concurso con fines benéficos, esas llamadas se cobran a razón de tres pesos cada una, en lugar de los 45 centavos habituales. El padre Grassi, según datos que le

habrían sido aportados previamente por voceros de Hard Communication, suponía una recaudación total de 20 millones de pesos, por la acumulación de llamadas desde setiembre de 1997 hasta mayo pasado. Por eso esperaba 1.400.000 pesos […] El presidente de Hard en ningún momento precisó cuál fue el monto recaudado, de manera que es imposible determinar cuál es la suma que corresponde […] Con ironía, la conductora trató de poner en aprietos al padre Grassi. Cuando el sacerdote comentó que necesitaba la plata para construir un hogar para niños, Giménez le preguntó sarcástica: “¿Pero qué quiere hacer, otro Sheraton?”. El comentario surgió luego de que Grassi admitiera que ya había invertido buena parte de los 400.000 pesos recibidos y que necesitaba “otros 600.000 pesos” para concluir las obras […]. La sabiduría popular establece con total precisión cuántos años de perdón le corresponden al que roba a un ladrón. ¿Cuántos le corresponderán al que roba a un pedófilo? Vaya uno a saber. La cuestión es que uno de los periodistas que más acceso tuvo a información privilegiada sobre la millonaria pelea entre Grassi, Giménez y Hard Communication fue ni más ni menos que Jorge Rial. El tema, aun involucrando farándula, llegaría a ser tapa de XXI y se convertiría prácticamente en un folletín del escándalo, donde cada semana se publicaba una actualización del estado de la causa. Oh, sí: Jorge Rial demostraba que, además de chismorrear, podía hacer “periodismo serio”. Desde entonces, Rial y Grassi mantuvieron una amistad. Incluso, admite el periodista, actuó como asesor espiritual de él y de su esposa cuando comenzaron a planear la adopción de sus hijas. Hacia 1999, las finanzas de Rial no mejorarían. Daniel Hadad lo había reclutado para conducir su programa de chimentos en las mañanas de los sábados y domingos de Radio 10 y Silvia D’Auro, su mujer, había tomado el timón comercial del proyecto, haciéndose cargo de la venta de espacios de publicidad —sobre todo en el formato “no tradicional”— en el programa. “Los números de Rial los manejaba la mujer”, explica un ex directivo de la emisora. “Silvia siempre fue una negociadora firme, una chica con mucha energía; pero también una persona muy imaginativa a la hora de crear producciones comerciales. El crecimiento de Rial se debe, en gran medida, al buen ‘management’ de su esposa.” Pero así y todo, los números no cerraban y a duras penas lograban pagar los sueldos de los columnistas, entre los que se contaba, por supuesto, Luis “la rémora” Ventura, siempre nadando

cerca de su tiburón favorito. Para peor, las finanzas de XXI (ya rebautizada XXII) tambaleaban como suelen hacerlo todas las empresas fundadas por Jorge Lanata. Con este panorama, los ingresos de Rial corrían peligro de comprimirse hasta desaparecer. En ese momento, la familia, que ya esperaba la llegada de Morena, su primera hija adoptiva, evaluó seriamente la posibilidad de irse a vivir a Estados Unidos. Solo logró detenerlos Daniel Hadad. “El Turco” tiene fama, entre los que lo conocen de cerca, de ser un hombre muy leal con los suyos, de cuidar de su tropa y no dejar las necesidades desatendidas. Gente del entorno de Hadad habla con admiración de préstamos —y hasta regalos — para ayudar con gastos médicos de sus empleados, de gente que se emociona al decir “compré mi primer auto gracias a Hadad”, de periodistas que acuden a él por consejo cuando las cosas se les pusieron complicadas (por ejemplo, cuando vendió su grupo de medios a Cristóbal López), de lugartenientes que han sobrevivido a los cambios de empresa de su patrón. En fin, a Hadad lo antecede una fama de no abandonar a sus soldados en la trinchera. Y eso exactamente hizo con Jorge Rial: cuando se enteró de que podía perderlo, pasó su programa a las mañana de los días de semana, multiplicándole el espacio disponible para venta de publicidad. “Pasarlo a la semana era la forma de pagarle más”, explica una fuente cercana a Hadad. Casi una buena excusa. Las cosas empezaban a funcionar. El cambio duraría solo un año antes de la mudanza de Rial a la radio La Red. El programa se llamó Fiebre de radio y estuvo al aire dos años, durante los cuales lo acompañó al aire... ¡Luis Ventura, por supuesto! Uno de los mayores desafíos de Jorge Rial como conductor fue asumir, en 2007, el rol de cara visible de la cuarta edición de Gran Hermano, el pionero de los reality shows en el país. No porque no pudiera o no supiera, sino porque el rol del “maestro de ceremonias” de “la casa más famosa del país” estaba históricamente ligado a Soledad Silveyra. Rial tendría que “dessilveyrizar” a Gran Hermano. Era una oportunidad grande, hacerse cargo de la conducción, en horario central y en la pantalla de Telefé. Pero también debía hacerse cargo de un programa a cuyos integrantes supiera estigmatizar en Intrusos. Según la extensa e intensa entrevista que publicara revista Anfibia —aplauso de pie para ese gran trabajo periodístico—, Luis Ventura “pensaba que iba a terminar jubilado como empleado de Crónica”. Cuando empezaron a ofrecerle trabajos en televisión los rechazaba; la fama y el medio no lo

entusiasmaban. Pero con la invitación de Rial para que sea parte de Intrusos se da el quiebre en su carrera. —Yo antes era un laburante común. A partir de Intrusos y Paparazzi me convertí en un profesional de jerarquía. Su experiencia previa frente a las cámaras había sido escasa: apenas panelista en Telepasillo, de Canal 13, y movilero en unos pocos programas. Sin embargo, es probable que esto solo haya sido una visión algo idealizada de su juventud. Porque, tras diez años en la prensa gráfica, sus incursiones en los medios audiovisuales empezaban a hacerse notar. Su debut sería haciendo una suplencia, en enero de 1982, como productor y cronista de Pinky y la Noticia, conducido por Lidia “Pinky” Satragno, por ATC, bajo las órdenes de Santo Biasatti, que oficiaba de productor general. Al estar proscrito por la dictadura, no podía aparecer en cámara. Ese mismo año, debutaría por Canal 13 Realidad 82 — que, con el paso de los años, iría cambiando la cifra en su nombre—, ancestro del estilo y estética actuales de los noticieros del canal de Constitución y el más visto de su tiempo. En Realidad 83, que conducía una dupla legendaria como Ramón Andino (porque hubo un Andino antes de Guillermo en la prensa argentina) y Juan Carlos Pérez Loizeau, Luis Ventura haría sus primeras apariciones en cámara. Dice el currículum que despliega en su propio libro, seguramente plagado de las exageraciones propias de todo CV (y nuevamente, las libertades gramaticales corresponden al texto original): “En radio supo pasar por Del Pueblo, Colonia [...], El Mundo [...], Rivadavia, Excelsior [...], Radio 10 [...] y La Red”. Pero su paso por el noticiero más importante de Canal 13 fue “apenas el comienzo”. “Recorrió un largo camino en televisión. Fue contratado por Telefé para hacer Las olas y el viento (1992). En Canal 7 integró Cocinando con Galán (1983). Pasó por Ponele sal (1984) en Canal 9. Marcelo Tinelli lo convocó para que fuera el productor periodístico de El Paparazzi (1995) de Telefé y, años después, de Canal 9. Participó del ciclo Telepasillo (1999), por Canal 13, que ganó las tardes del chimento [...] También condujo Secretos verdaderos, La selección, Catamarca experience. Y creó el primer programa de farándula en el Canal 4-Montecarlo de la televisión uruguaya [...].” Lo cierto es que, más allá de que hoy los antecedentes profesionales de Luis Ventura lucen saludables y frondosos, la década del 80 fue, para el periodista, un tiempo de vacas flacas, donde llegó a tener tres empleos simultáneos: por la mañana en ATC, por la tarde en la revista Flash y —en el turno noche— en Crónica. En dos de los programas televisivos en los que tendría participación en esta etapa primaria

(Cocinando con Galán y Ponele sal), Ventura trabajaría bajo las órdenes de quien ya era una leyenda en la televisión argentina: Roberto Galán, creador y conductor de ciclos como Si lo sabe cante y Yo me quiero casar, ¿y usted?, probablemente los primeros —y algo embrionarios — reality shows de la pantalla vernácula. Allí conocería a la blonda secretaria “hot” de Galán, Stella Maris Muñoz, que venía acompañándolo desde los tiempos de Si lo sabe cante y que había sido también bailarina en teatro de revista junto a Moria Casán. Pocos se acuerdan hoy de la sensual Muñoz. Pero cualquier lector más o menos asiduo de la prensa rosa tiene una imagen mental de cómo luce, más de dos décadas después, la mujer que hoy lleva el nombre de Estelita Ventura, la fiel y estrambótica esposa del periodista. En su primer paso por ATC, cuenta en su libro Toda la verdad y nada más que la verdad (Planeta), fue víctima de acoso sexual. Por llamarlo de alguna manera. El programa de Pinky tenía un editor que “era un reconocido gay”, explica Ventura, “un tipo amable, bien educado, culto, que siempre había demostrado mucho interés por todo lo que tenía que ver con mi vida y mi carrera. En aquella época, yo era un muchacho joven y pintón. Pero un día, este tipo empezó a invitarme a salir; de una u otra manera. Fui eludiendo esta situación hasta que no hubo manera [sic], porque él tenía una fiesta y quería que yo lo acompañara. Entonces le dije: ‘No puedo ir, porque soy un hombre casado, tengo muy clara mi sexualidad, soy heterosexual y me parece que la fiesta a la que querés ir me habla de otra cosa. Te quiero mucho, seguiremos la buena relación’. Como resultado de este diálogo, en el mes de febrero mi cara no apareció más en pantalla, solo se veía la imagen del invitado y, al borde de la pantalla, mi mano que sostenía el micrófono”. Ay, Luisito, Luisito, qué distinta habría sido quizás tu carrera —y, probablemente, el resto de tu vida— si hubieras ido a esa fiesta. O quizás, en las sombras, lo sea. Al fin y al cabo, más de un escandaloso ha disparado fantasías acerca de las preferencias sexuales de Ventura. El solo tratar de imaginar que todo lo que se rumorea sea cierto abre un mundo fascinante de potenciales contrafácticos.

Capítulo 4 Del amor y otros demonios

Cuando llega el amor uno entiende que lo vivido tiene valor, tiene sentido. SERGIO DENIS Eran tiempos en los que no había Facebook ni Twitter. De hecho, ni siquiera había internet. Las comunicaciones escritas se enviaban aún por correo, por fax, y —en algunas industrias, como la bancaria—, inclusive por télex. El auto familiar por excelencia era el Renault 12, aunque un nuevo modelo de Fiat, el Duna, amenazaba con destronarlo. Aún se fabricaba el Falcon, aunque ya nadie lo quería en verde. Un presidente estrambótico, seductor, peludo como un primate y con un divertido acento de provincia desembarcaba en Balcarce 50 para cumplir las misiones históricas de acabar con la hiperinflación, dar por tierra con las últimas amenazas de golpe de Estado, poner de moda el combo de pizza con champán y —sobre todo— sumarle glamour al duro oficio de gobernar. En la pantalla de Telefé, una Susana Giménez algo más esbelta que la de hoy, presentaba la música que era último grito de la moda en las sensuales playas de Ibiza: unos muchachitos pelilargos, con unas botas en punta y unos miriñaques que casi predecían el estilo de Jack Sparrow en Piratas del Caribe, que bailaban sus canciones de música electrónica —en esos tiempos se la llamaba “marcha”— usando, para sus coreografías, unos enormes abanicos.

No estamos hablando del Jurásico. Era 1990 y lo que más sonaba en los boliches era una letra repetitiva como un mantra que rezaba “disco Ibiza Locomía, moda Ibiza Locomía, loco Ibiza Locomía, sexo Ibiza Locomía, mar Ibiza Locomía, sol Ibiza Locomía, marcha Ibiza Locomía, crazy Ibiza Locomía”. Locomía era el grupo del momento. Y desde el mismo canal en el que Susana les daba la mejor presentación en sociedad de la que la tele del momento era capaz, Lucho Avilés y Jorge Rial se mofaban de la artificialidad del grupo en Indiscreciones. Hasta que —dicen las malas lenguas— Telefé los fichó como artistas exclusivos y los indiscretos no tuvieron más opción que llevarlos al piso. Y tratarlos bien. La discográfica detrás del fenómeno marchoso era la ya desaparecida EMI (absorbida en 2012 por Universal Music), cuyas oficinas estaban en Munro, a pocas cuadras de la casa de Jorge Rial. Así, entre pasadas por las oficinas de EMI a retirar material de difusión y visitas de los Locomía a Telefé, Rial acabaría conociendo a la blonda, imponente y enérgica jefa de prensa de la disquera, Silvia D’Auro. En alguna entrevista pretérita de la que seguramente prefiera olvidarse, el mismo Rial confesaría que, aunque lo primero que le llamó la atención fue la cabellera, terminó de enamorarse cuando los ojos llegaron al culo de la que, durante veintidós años, sería su legítima esposa. Seducirla no iba a ser fácil. Ella venía de una familia “bien”. Él era el hijo del almacenero de Munro que se había hecho un lugar en la tele a fuerza de chimentos. Manejaba un Dodge 1500 que pedía a gritos la eutanasia automotriz del desguace. Las ventanillas solo se mantenían cerradas si las apalancaba con un destornillador. Durante todo un mes, la voz de Jorge fue la banda de sonido recurrente en el contestador automático de Silvia, que se la hacía difícil. En el invierno de 1990 —había que subirse al Dodge de Rial bien abrigado, porque la calefacción no funcionaba— ella terminó accediendo al cortejo. Cenaron en un restaurante de Recoleta que, cuenta la leyenda, le costó al caballero lo poco que tenía ahorrado. Charlaron hasta entrada la madrugada y, por más de dos décadas, no volvieron a separarse. Los primeros 90 fueron años de vacas flaquísimas para el joven periodista. Su fobia más grande era quedarse sin trabajo, por lo que todos los días miraba los clasificados en el diario. Algo que continuó haciendo hasta hace relativamente poco tiempo, aun cuando ya era lo suficientemente famoso como para tener el futuro razonablemente asegurado. Dicen quienes lo conocen de cerca que solo a fuerza de terapia logró superar el trauma. Casi como la Scarlett O’Hara de Lo que el viento se llevó, Rial parecía, en sus primeros años, jurarse a sí mismo que nunca más volvería a

pasar hambre. Aunque había dejado Crónica en forma definitiva, la amistad con Luis Ventura seguía más firme que nunca. Fantaseaban con fundar una revista, una escuela de periodismo, un museo del mundo del espectáculo y hasta un canal de cable que transmitiera veinticuatro horas al día de chimentos (dos veces asomaría la posibilidad de concretar este proyecto: una oferta de Eduardo Eurnekian en 1994 y el hecho de que se mencionara la idea, en 2013, en una reunión entre Rial y Fabián de Sousa, mano derecha de Cristóbal López en el Grupo Indalo; aunque nunca se llegara a avanzar en firme). El 29 de marzo de 1996, Silvia D’Auro se convirtió legalmente en la Señora de Rial. Hubo fiesta en el Golf de Palermo, plagada de colegas, amigos y alguna que otra celebridad. La sección “Vidriera” de la revista Noticias del 6 de abril de ese año les concedería menos de un cuarto de página. Dos fotos pequeñas —en una, la feliz pareja, en la otra, Guillermo Andino y Gustavo Luteral besando en simultáneo a la flamante esposa— y un epígrafe que rezaba: “Jorge Rial se casó el viernes con Silvia D’Aura [el error en el apellido corresponde a la publicación original]. Primero pasaron por el Registro Civil y luego hicieron una fiesta en el Golf Club para 200 invitados […] La novia, de estricto blanco; pero la boda no fue religiosa”. Así de intrascendentes eran para la farándula local. Ni imaginaban que, en menos de veinte años, acapararían las tapas de demasiadas publicaciones, incluyendo Noticias. Eran tiempos mucho más sencillos y quizás felices. Soñaban una familia-tipo, querían no menos de dos hijos. Pero algo no funcionaba. Silvia no lograba quedar embarazada. A tal punto era un tema de conflicto la imposibilidad de entremezclar sus ADNs, que —y esto pasa mucho en parejas con problemas de fertilidad— la relación comenzó a debilitarse. Sobrevivieron a la crisis y terminaron adoptando. Morena llegó en 1999 y Rocío, con el cambio de milenio. A pesar de la tendencia de Jorge Rial, sobre todo de los últimos dos o tres años, a dar a publicidad su propia vida personal, ha hablado bastante poco del proceso de intentar tener hijos, enfrentar la infertilidad y luego emprender una cruzada para sortear la burocracia en su intento por adoptar. Mientras duró su relación, ni Jorge Rial ni Silvia D’Auro revelaron públicamente quién de los dos es estéril. Para los más perspicaces, el hecho de que fuera ella quien se sometiera, hacia fines de los 90, a un tratamiento de fertilidad que la hizo engordar una docena de kilos, la colocaba en la mira. Y aun cuando D’Auro hiciera ante la prensa algunos comentarios tan elípticos como insidiosos, que daban a entender que los salmoncitos no estarían pudiendo nadar contra la corriente, Rial fue terminante en su autobiografía: dice que le dicen los médicos que sí, que él puede.

Según estadísticas más o menos recientes, una de cada cuatro parejas en la Argentina no puede concebir. Algunas se resignan. Otras, siguen el camino del matrimonio Rial: intentar soluciones médicas y, ante el fracaso, adoptar. La burocracia judicial —que no solo incluye test médicos y psicológicos, sino un papeleo que podría deforestar un bosque o dos— es de tal magnitud que se calcula que la espera para que un hijo llegue a una familia puede durar hasta unos diez años. Los candidatos aprobados para adoptar son inscriptos en el RUAGA (Registro Único de Aspirantes a Guardas Adoptivas), un nombre que, para el que va siguiendo el calvario de adoptar, suena a tomada de pelo. Porque el Registro Único no es, justamente, único. La Argentina no cuenta con un sistema centralizado para las adopciones, ni todas las provincias forman parte del RUAGA. Varias provincias, de hecho, tienen su propio registro. “No existen estadísticas claras y actualizadas sobre la cantidad de niños que a la fecha se encuentran a la espera de una adopción, aunque a 2011 las ONGs calculaban que había casi 21.500 niños en esa situación”, afirma una nota de la hoy llamada revista Veintitrés de octubre de 2013. “La Fundación Adoptar indicó en 2008 que había 3.600 parejas anotadas en el Registro de Adopción de Capital Federal, y 5.500 en la provincia de Buenos Aires, aunque en tres años solo se otorgaron 225 guardas preadoptivas en ambos distritos. Si las cifras son correctas, les llevaría 286 años conseguir un hogar para todos los menores del país. Eso, si dejaran de aparecer chicos abandonados. Por su lado, Unicef y la Secretaría de Derechos Humanos determinaron que existen en la actualidad alrededor de nueve mil niños, niñas y adolescentes en condiciones de ser declarados en estado de adoptabilidad.” La disparidad legal entre reglamentaciones nacionales y provinciales en lo que se refiere a adopción ha generado un vacío, el de la “adopción directa”. Según la ley vigente, no puede hacerse. Pero en muchas provincias se hace: el acuerdo entre la madre que quiere entregar a un hijo en adopción y una familia dispuesta a recibirlo. El juez de familia local le pone las firmas y los sellos al trámite —tras haber declarado aptos a los adoptantes, con más o menos papeleo, según la provincia y el juzgado en cuestión— y el chico cambia de manos. Muchos abogados en provincias como Chaco o Misiones se ganan el pan de cada día haciendo de intermediarios en este tipo de trámites. Algunas familias adoptantes pagan, por ejemplo, por todos los gastos médicos de la madre y del chico, durante el embarazo y hasta la entrega. Otras son aún más generosas con el dinero, lo cual hace que el fantasma del tráfico encubierto de menores sobrevuele y empañe los trámites de adopción directa. “En la Argentina hay tres fábricas de recién nacidos”, dice un informe de 2011 de la

Fundación Adoptar: “La primera está conformada por las provincias de Chaco, Corrientes, Misiones, Formosa, Entre Ríos y norte de Santa Fe, la segunda es Santiago del Estero, y la tercera, las provincias que colindan con la Cordillera de los Andes: San Juan, San Luis, La Rioja, con cabecera en Mendoza […] Cada vez llegan menos bebés a los juzgados para ser dados en adopción. La ley 24.779 promueve que las entregas legales lleguen tan solo al 25 por ciento; el resto, el 75 por ciento, son circulaciones y transacciones comerciales de pequeños efectuadas por bandas radicadas en cada ‘fábrica’. Estos tópicos permiten que quien está inscripto como corresponde sea burlado en su buena fe. Esta inmoralidad de los jueces genera que día a día las ventas a través de las mafias sean cada vez mayores, minimizando casi al máximo el instituto jurídico de la adopción, que tiende a desaparecer”. Por supuesto que los vericuetos de la ley no convierten al adoptante directo en un traficante. De hecho, muchísimas familias adoptan con esta modalidad como una forma de gambetear la burocracia del sistema “oficial”, lo hacen de buena fe y crían a sus flamantes hijos con todo el amor de la galaxia. Fuentes cercanas a la familia afirman que este fue el caso del matrimonio Rial-D’Auro, aunque alguno de los múltiples enemigos que el periodista ha sabido conseguir pone en duda la transparencia de las adopciones; una afirmación algo temeraria y que nadie podría documentar. Pocas cosas parecen hacer tan feliz a Jorge Rial como sus hijas, aunque la limosna —lujos, viajes, salidas— sea tan grande que hasta el más santo desconfíe. Para el Día del Padre del año 2011, escribiría emocionado el mismísimo Rial en el extinto diario Libre: No hay una fórmula para ser padre. Te pueden vender la cigüeña que viene de París, la semillita, el repollo o el más natural y placentero de hacer el amor con la mujer que elegiste para un compromiso de por vida. Pero ser padre es otra cosa más complicada y maravillosa. Es un hilo invisible que te une a tu hijo más allá de la manera en que la vida los unió. Si lo viste nacer, guardá esa imagen única e irrepetible. Pero tampoco eso se convierte en un certificado de paternidad garantizado. Hay tantas maneras de ser padre. De convertirse en alguien indispensable en la vida de una persona que también se va a transformar en indispensable para vos. Un puente que muchos saben cómo se construye, pero pocos cómo se transita. No existe la diferencia entre la sangre y el corazón. Si hasta dicen, y me consta, que los hijos adoptados terminan pareciéndose a uno. Podría contarles la cantidad de gestos que me unen a mis soles. Incluso que me remontan a mi viejo. ¿Cómo les puedo explicar esa herencia que solo yo conozco? No hay manera de

encontrarla. Si a la hora de estar al lado de tu hijo, él no te pide esa diferencia que solo hace la naturaleza con cierta cuota de mezquindad. A ellos no les importa nada de herencias, genes y otras obviedades. Tu hijo solo quiere que le cambies los pañales cuando ya pesan más que él y el peligro de derrumbe es inminente. Que estés a su lado cuando la fiebre parezca un dragón que hay que vencer como si fueras el Príncipe Valiente. Que lo sostengas en sus primeros pasos sin saber que estás siendo testigo del comienzo de un camino imposible de parar y que, algún día, los llevará por un desvío que los terminará alejando. Que intentes, como yo, buscar las palabras justas para decirle que lo amás y que te das cuenta de que el idioma, tan bien usado por Cervantes, Cortázar o Saramago, a vos no te alcanza para describir la felicidad que te invade. Que su primera palabra, siempre dedicada a mamá, es el sonido más hermoso que ningún compositor pudo imaginar. Sentir que esa bandera idolatrada que iza tu hijo tiene más sabor a Patria de lo que vos te imaginabas. Que cada minuto que tenés que dedicarle a repasar la regla de tres simple te hace sentir que tu paso por el colegio no fue en vano. Que verlas crecer es verte a vos mismo madurar. Más o menos eso es ser padre. Quedarte ahí cuando muchos solo quieren pasar. Ser padre es maravilloso. No hay mucho más para darle vuelta. Es como pertenecer a un club exclusivo. Por eso si no lo sos, no te lo pierdas. Si Dios no te dio la suerte de tenerlo naturalmente, no hay que aflojar. Hay otro acto maravilloso que se llama adoptar. Dejar que un ser maravilloso te elija como padre y no al revés, como muchos creen. Que el amor que él necesita se funda con el que vos tenés para dar. Es tu hijo. Lo sentís en el pecho. En la mirada que se cruza. En el infinito amor que llegás a producir y que nunca imaginaste tener. En las preguntas que alguna vez llegan y vos podés contestar con la misma naturalidad con la que ellos las reciben. En el abrazo que sigue a esas preguntas. En saber eludir a los que creen que ser padre adoptivo es un motivo de insulto, sin saber que cada cosa que te digan te hace más fuerte y más grande. Y vaya si lo sé. Cada día me lo hacen recordar y cada día me llenan de valor. El mismo que deben tener, seguramente, quienes eligen alquilar un vientre para entregar su felicidad de padres. ¡Qué importa cómo lo hagan! Qué importa la polémica que traiga, como sucedió con Florencia de la V. Solo los que lloran en silencio, los que sienten que la espera es larga, que la soledad no es una opción de vida y que la tenacidad es una herramienta que abre todas las puertas, saben realmente qué es ser padres. Los biológicos, los que pasaron por las largas, caras y a veces decepcionantes sesiones de fertilización asistida, los que recorren juzgados con la esperanza en un puño y los que esperan cada noticia de ese hijo que crece en un vientre ajeno. Me preguntaron qué era ser padre. La

verdad no tengo idea. Te sale naturalmente. Es un acto reflejo de amor eterno. No podría describirlo. Lo que acaban de leer fue solo lo que salió de mis entrañas mientras sentía las risas de mis hijas peleándose para ver qué película ponían en la tele. Ven, esto último es ser padre. Pensar que gasté tantas palabras en decir algo tan simple. Cuando estaban de novios, Jorge Rial seguía viviendo en la casa paterna en Munro, mientras que Silvia D’Auro alquilaba en San Telmo. El primer hogar familiar fue un departamento en Núñez que, con el crecimiento de la familia tras la adopción y la prosperidad financiera en alza, acabaría siendo reemplazado, en 2011, por un piso en la esquina de Pampa y Figueroa Alcorta, donde aún vive el periodista con sus hijas. La casa en el country San Carlos que compraron en la misma época quedó en manos de D’Auro. Fuentes cercanas a la ex esposa afirman que Rial tiene “más propiedades que el aloe vera”, incluyendo departamentos e inversiones en el exterior, lo cual habría sido uno de los temas álgidos a la hora de la división de bienes tras el divorcio. Por lo pronto, el mismo Rial admite en Yo, el peor de todos que su ex vació cuentas bancarias a las que tenía acceso, que intentó —sin resultado— alzarse con dinero depositado en cuentas en el exterior, que él pagó una parte del dinero que costó el departamento de Punta del Este (que está a nombre de la madre de D’Auro y que, según ella afirma, “es de mamá”) y que, de las múltiples propiedades y bienes, “yo me quedé solo con el departamento de la calle Pampa, un BMW y las acciones de la revista Paparazzi. Nada más. No reclamé por ninguna cuenta. Ni por los departamentos que habíamos comprado afuera”. No es un fenómeno del todo inusual que el hombre sea generoso a la hora de la división de bienes. A nivel inconsciente, en muchos casos, es como pagar una fianza. Es el precio de la libertad. Rial dice que salió de su matrimonio prácticamente desnudo. Seguramente exagere un poco. Pero D’Auro, definitivamente, se llevó una buena “indemnización”. Por qué se separaron Rial y D’Auro, cuando habían logrado esa familia soñada, con departamento, casa de campo, autos de marca, dos hijas y éxito profesional es casi tan sencillo de explicar como cualquier otro divorcio. Es decir, es complejísimo. No hay en ninguna separación entre dos personas que juraron amarse para siempre una razón única y que pueda señalarse con el dedo. En el entorno hablan de desgaste, de violencia doméstica, de malos tratos y manipulaciones; de conflictos por y en torno a las hijas y —por supuesto, el plato fuerte que no puede faltar— de infidelidades. La escena del cumpleaños de Jorge Rial en 2011, tal como la narra en su libro Edi Zunino, pinta de cuerpo entero dónde estaba la relación cuando el final ya era inminente:

Quiso celebrar el medio siglo de vida en la cima del mundo. Reservó una suite de tres mil dólares la noche en el Plaza Hotel de Nueva York, donde durmieron los Beatles, bailó de blanco Truman Capote, Robert Redford encarnó a su gran Gatsby y Michael Douglas festejó haberle arrancado un “sí, quiero” a Catherine Zeta-Jones. Hacia ese sueño inalcanzable para un pibe cualquiera de Munro partió con Silvia, Rocío y Morena. La cena del sábado 15 de octubre se le figuraba como una cinta de llegada. El plan era traspasar la medianoche para brindar con el Château Petrus de dos mil dólares especialmente adquirido para la ocasión junto al mejor de los puros cubanos, un Montecristo Especial, que se pensaba fumar entero contra todas las prescripciones médicas. Pero lo peor de las grandes expectativas suele ser el desproporcionado tamaño de las decepciones en que pueden desembocar. Un desacuerdo menor de Silvia con una de las chicas fue subiendo de tono, la respuesta inadecuada de una derivó en el primer insulto de la otra, las hermanas hicieron causa común contra la madre y, en cuestión de minutos, la velada perfecta se desmoronó cual Torres Gemelas. Jorge se agarraba la cabeza. Los peores recuerdos infantiles se le venían encima como una lluvia de escombros. Casi ni probó el vino francés. El habano quedó en veremos. Nunca antes había nevado sobre Nueva York en octubre. Aunque sin cálculos previos ni datos precisos para pronosticar semejante panorama, estaba empezando el combate más complicado y revelador de Jorge Rial contra otro periodista: su propia esposa. La versión de Rial, en su propia literatura, sobre este viaje, tiene bastante menos glamour, pero una dosis igualmente alta de amargura que incluye una cena poco amigable en el restaurante Carmine —cerca de Broadway, habían llevado a las chicas a ver El Rey León—, con pésima atención y guerra abierta entre D’Auro y sus hijas. Al regreso de este periplo vendría la separación. Que la relación entre Silvia y sus hijas adoptivas era tensa es algo que ella admite y cuyo valor último es, en todo caso, materia opinable. En enero de 2013, en una nota de tapa para revista Noticias —que desencadenó un juicio por extorsión donde Rial demandaría a D’Auro— diría la blonda ex que “todo el tiempo se me ataca, se me humilla, se pasaron todo el año dándome cachetazos”. Explicó además que Rial la acusaba “de mala madre, de mala esposa... de lo que se te ocurra. Si ponerles límites a tus hijos es ser mala madre; si haberte levantado para darles la mamadera, para llevarlas al colegio, para hacerles el desayuno es ser mala madre; si enseñarles a ser mujeres el día de mañana es ser mala madre... entonces soy una mala madre. Yo llevaba a las nenas al colegio, me iba a la oficina y, cuando volvía, me bajaba de los tacos,

me ponía un broche en el pelo y les preparaba la cena. Comían ocho y media y se iban a la cama temprano, como una familia normal”. Dónde queda exactamente la frontera entre una educación rígida y el maltrato es algo que se desdibuja cuando todos los testimonios son tan parciales. Para el caso, el mismo Rial ha admitido que su madre lo crió a los cintazos. Quizás por eso —al menos de eso lo acusa su ex— sea tan blando a la hora de los límites. No puede negarse que D’Auro es una mujer con un carácter fuerte. Tampoco que, cuando los Rial entraron en la recta final de la separación, sus hijas estaban iniciándose en el difícil arte de ser adolescentes, una etapa de la vida —sobra decirlo, pero lo decimos igual— donde la conflictividad con los padres es altísima. Su ex marido la acusa de crueldades surtidas, de haber golpeado a sus hijas, de castigarlas con cortes de pelo inadecuados y otras exquisiteces. Ella dice que el violento era él. Y así todo. La separación de Rial y D’Auro no fue repentina, sin embargo. En diciembre de 2011, ella diría al diario Libre (el uso algo aleatorio de las comas se corresponde al texto original) con respecto a los rumores de separación que corrían: “Con Jorge nos reímos de los rumores. A la gente cuando se la ve bien, hay mucha envidia y no se la tolera, pero eso es problema de la otra gente […] A mí me sorprende pero me lo tomo con gracia. Con 22 años de matrimonio, todos tienen crisis, pero este no es el caso. La verdad es que estamos muy bien […] Por la profesión que tiene Jorge todo el tiempo buscan cosas y si no las encuentran, las inventan. Yo caigo en la volteada”. Sin embargo, sería la mismísima D’Auro quien, en una polémica entrevista concedida para la sección Personajes.tv del portal del diario La Nación, dataría la separación como efectiva en noviembre de 2011. O le falla la memoria o, como Pedro, negaría demasiadas veces lo que estaba sucediendo. Las fechas, en el relato de ambos, no terminan de cerrar. A principios de 2012 —mientras Silvia, Morena y Rocío estaban de vacaciones en Punta del Este—, Rial comenzaba a admitir públicamente que las cosas no estaban bien en su matrimonio. El 20 de enero se sometería a una entrevista en vivo como parte del espectáculo La revista de Buenos Aires, en el teatro Tronador de Mar del Plata. Su contraparte, la preguntadora de turno, ni más ni menos que la megadiva Moria Casán. El formato de las entrevistas en vivo mezcladas dentro de un show no es del todo novedoso —Jey Mammon ha sido, junto a Moria, su principal cultor—, pero siempre ha resultado eficiente como una forma de variar el contenido del espectáculo, para invitar así al público a la reincidencia (es raro que alguien vea la misma obra de teatro dos veces en una

misma temporada, pero los invitados rotativos famosos son una tentación para volver) y, por supuesto, para generar “rebote” en los medios (que se hable en la televisión y las revistas de lo que sucede dentro del teatro). El diario Libre relataría la escena de esa noche en Mar del Plata mostrando a Rial como lo que, en cierta medida, es: un rockstar, un ídolo popular. “El periodista fue recibido por una multitud que desde su llegada se concentró en la entrada del teatro marplatense. Tanto la función de las 21.30 como la de las 23.45 estuvieron colmadas de gente: en esta última, se agotaron las localidades. Sobre las tablas del espectáculo que encabeza la diva ortomolecular, el ex conductor de Gran Hermano se atrevió a un diálogo intimista en donde respondió a las filosas preguntas de Moria y también del público.” Vestido con una polémica remera con la bandera británica y campera de cuero, Rial admitiría: “Sí, estoy pasando una crisis y tratando de remarla. No veníamos bien, hubo mucho desgaste. Este medio te erosiona mucho, es vampiro, te desgasta, pero yo quiero volver, no hay terceros en discordia”. La revelación más fuerte fue que ya no compartía el techo con Silvia: “Estoy en una casa, hoy estoy separado, ya no seguimos juntos. No quise irme a un hotel, no me gustan. Ahora vivo en otro lugar”. Y, aunque en el confesionario de Moria dijo que quería reconquistarla, nada de eso iba a suceder. Au contraire. En fin, si ni en la fecha de separación lograron ponerse de acuerdo, esperar otra cosa hubiera sido creer en milagros. Las versiones sobre los motivos, por supuesto, se cruzan entre actos de condescendencia y acusaciones veladas (y no tanto). En el verano de 2013, en una entrevista que Luis Ventura le hiciera a Jorge Rial para la revista Paparazzi, sostendrían el siguiente diálogo: —Tu matrimonio duró veintidós años. ¿Para vos cuánto duró? —Restale cinco o seis que sobraron. Seguí por miedo a la soledad. Yo no tengo familia, nada. Mis hijas eran muy chicas. Lo que banqué, lo banqué por ellas. Pero también me fui por ellas, porque más allá de que se había terminado el amor, su mala relación con ellas me hizo terminar de tomar la decisión. En los primeros tiempos de distancia, Jorge Rial y Silvia D’Auro trataron de mantener la apariencia de estar pasando por el divorcio más sereno, civilizado y amoroso del mundo; aunque más tarde, en plena guerra, acusaría a su ex de haber intentado seducirlo en plena crisis y hasta de proponerle adoptar un chico más para retenerlo a su lado. “Yo no tenía ganas de separarme, no lo tomo como un fracaso. Se terminó una relación con la mujer que creí que iba a

ser la mujer de toda mi vida, y que va a ser la madre de mis hijas toda la vida. Una mujer que es una gran madre, y que fue una gran compañera. Pero algo pasó, se fue desgastando la relación y se terminó. Hicimos terapia, viajes, charlas, nos insultamos, nos gritamos, nos reconciliamos, pero nada resultó, y lo lamento mucho de verdad [...] Ojalá que si Silvia forma una nueva pareja, sea con un gran tipo, con el tipo que ella se merece, que esté muy bien, y especialmente que esté bien con mis hijas. Eso sí, si alguien la lastima, ahí sí me voy a enojar”, confesaría él a la revista Caras —amenaza de “enojarse” incluida, una advertencia que hace que a más de uno en “el ambiente” se le cierren los esfínteres—, aunque el discurso sería más o menos homogéneo para todas las publicaciones que pidieran su testimonio. Allí, en el principio, el “casete” del buen divorcio estaba puesto y el relato oficial era ese, el de “la mejor madre del mundo”, casi en un tono de “qué pena que no funcionó”. Pero, como en un movimiento tectónico, abajo, en lo profundo, donde nadie podía ver, había otras fuerzas, generando fricciones y presión. Pronto, como si se tratara de una serie de fenómenos geológicos, el divorcio de Rial y D’Auro se convertiría en una erupción volcánica seguida de un terremoto y condimentada con un tsunami. El volcán: la relación de Rial con Mariana “Loly” Antoniale. El terremoto: la disputa por la división de bienes. El tsunami: una nota de tapa en la revista Noticias que llevaría a Rial a demandar penalmente a su cónyuge por extorsión y una serie de declaraciones periodísticas de D’Auro que redefinirían la expresión “irse a la banquina”. “De lo único que hablábamos era de laburo. Yo me cansé de ser un producto y nada más, el que generaba guita. Un día me sentí un objeto y dije basta”, sería la confesión quizás más estrambótica de la entrevista. El hombre que se siente objeto, que se pone en el rol de víctima y que —lo más curioso— desdeña la producción de dinero en cantidades industriales, algo que desde siempre lo obsesionó. “Quería terminar bien, pero la soberbia la hizo querer más, no sé qué, pero más”, concluiría. “En ese momento entendí que se venía una guerra de abogados. Uno confía en la persona que tiene al lado, pero me equivoqué.” Es curioso que diga que ella quería más, pero él no podía adivinar qué. ¡Plata, Jorge! Y mucha. Porque pocas personas conocían como Silvia D’Auro el patrimonio de Jorge Rial. Y ella, por supuesto, iba a reclamar su parte. “En algún momento de hastío extremo, Jorge Rial pensó en dejarle todo a su ex y comenzar de nuevo de cero”, afirmaría el diario Perfil en junio de 2012. “Luego, con la cabeza fría, cambió de opinión: división de bienes como cualquier matrimonio. Pero esa división promete ser difícil. Silvia D’Auro no es una ‘señora de’ sino quien manejó las finanzas de la pareja, negoció los contratos de Rial y la publicidad. La contabilidad no le es un territorio ajeno; alguna

vez incluso, en una cena se ofreció enseñarle a la mujer de un millonario cómo protegerse y prevenirse financieramente ante una situación como la que ella hoy atraviesa.” Mientras que Jorge Rial hizo una serie importante de defensas de su posición y dio todas las explicaciones que le vinieron en gana a través de los medios —a los que, por supuesto, tiene acceso—, las estocadas de D’Auro llegaron más bien por la vía judicial. En junio de 2013, durante la demanda que él le entablara a ella por extorsión, el descargo de Silvia D’Auro, presentado por escrito, diría, entre otras cosas igual de poéticas: Lamentablemente, en determinado momento se hizo patente no solo el desamor de mi cónyuge, sino la falta de respeto hacia mí y actos de ultraje en la dignidad de mi persona en tanto esposa del nombrado y madre de nuestras hijas. Entonces, resultaron frecuentes las situaciones de violencia en el ámbito familiar, propiciada exclusivamente por mi esposo; mientras nuestras hijas tuvieron que recurrir a la asistencia psicológica, que en varios informes alertó sobre la gravedad de los hechos [...] inequívocamente vinculadas a consecuencias físicas notorias que las menores experimentan, tales como el aumento descontrolado de peso coincidente con la crisis familiar […] Como consecuencia [...] de las actitudes adoptadas por mi esposo, las niñas se sublevaron en mi contra, me desautorizaron en cada situación en que pretendía que cumplieran con actividades mínimas de la vida familiar, tales como bañarse, estudiar, levantarse para ir al colegio, etc.; todo ello con la abierta complicidad y aquiescencia del padre [...]. Pocas cosas son tan bellas como ver a una madre decir que sus hijas son gordas, sucias y vagas por culpa de su ex. Morena Rial es un fenómeno en la red social Twitter. Aunque no en el buen sentido de la palabra “fenómeno”, cuyo uso coloquial la ha convertido en sinónimo de éxito. Morena es algo “fenomenológico”, material de estudio, una extrañeza, una cosa anómala. Tiene más de 80.000 seguidores, pero ingresar su nombre en el motor de búsqueda de Twitter es encontrarse con un manual de bullying digital, donde todo el que la cita, todo el que la nombra, lo hace con sorna, con desprecio e inclusive mostrándola como un paradigma del anti-glamour. Nada demasiado distante de la descripción que hacen las presentaciones judiciales de su madre adoptiva.

Pero no solo de las redes sociales vive el bullying. Para el caso, Morena y Rocío fueron protagonistas, en noviembre de 2012, de un confuso episodio donde fueron agredidas verbalmente, cerca del edificio donde viven en Pampa y Libertador, por dos desconocidos que tomaban cerveza en la puerta de un supermercado al que las chicas habían ido, acompañadas por Mariana “Loly” Antoniale. “Te voy a meter mi morcilla negra en el orto, te voy a meter la pija en la boca”, dijo Rial en Intrusos que le dijeron a una de sus nenas. Y más: “Vas a ver, te vamos a coger. Te vamos a desvirgar”. Asustadas, entraron en el edificio llorando y papá Jorge bajó dispuesto a defender el honor de sus criaturas. Dicen que con un cuchillo. Él lo niega. Nunca quedó del todo claro si los perpetradores de este “abuso textual” (palabras de Rial) sabían quiénes eran las dos adolescentes a las que estaban provocando, o si solo fue una casualidad. “Intentaron agredirme y me defendí”, relataría su hazaña el conductor, en su propio programa de televisión: “Eran dos personas, me peleé con las dos. Yo lo único que hice fue ir a pelearme con dos personas. Tenían una botella de cerveza en la mano cada uno. No me siento orgulloso pero a mi familia no la toca nadie”. La versión de Claudio Escobar —presunto beneficiario de una puñalada cuyo autor habría sido ni más ni menos que Jorge Rial— difiere tantísimo: “Ellas entraron al supermercado. Después me dijeron: ‘¿Qué mirás, negro de mierda?’. Después se fueron”, relataría en una entrevista para Radio Mitre. “Después vino Rial corriendo encapuchado y me pegó. Nos revolcamos en el piso, terminamos abrazados peleando. Ahí me acuchilló […] No sé si estaba falopeado […] Hay testigos en el supermercado. Me hizo un tajo que parece la boca de un sapo. La herida está pasando la cola, entre la nalga y la cintura […] Me cuesta caminar y esto podría haber sido peor. Son unos racistas”. El caso quedó en la nada. Dos años más tarde, Rial aclararía al respecto que la cuchillada de la que se lo acusaba jamás había sucedido, que el tal Escobar presentaba una herida punzante que —según las pericias— había sido autoinfligida de una forma bastante torpe (sin dañar la ropa, de hecho) y que todo había sido un intento burdo de generar un escándalo para sacarle plata. En junio de 2014, Silvia D’Auro presentó un nuevo escrito ante el juzgado a cargo de los temas relacionados con su divorcio, acusando a su ex marido de no estar cuidando de sus hijas como corresponde. El papeleo judicial hubiera sido uno más en la guerra entre los ex-cónyuges, si no fuera porque “alguien” lo filtró y, a principios de agosto, el portal del diario La Nación publicó algunos fragmentos, incluyendo el peso máximo al que Morena había llegado (dicho sea de paso, un acto salvaje de “periodismo hardcore”, mucho más digno de los mismísimos Rial y

Ventura que de la tradicional “tribuna de doctrina”, eso de andar contándole al mundo cuánto pesa una chica con problemas). En su presentación judicial, D’Auro protesta que su hija había dejado de ir al colegio, “invocando para ello el supuesto régimen dietario que debiera estar realizando”. Desde el entorno de Rial no dudarían en confirmarle a la revista Noticias la veracidad de la acusación: víctima de problemas de bullying en la Escuela Argentina Modelo, Morena había abandonado las clases regulares. Acompañada por profesores particulares, se prepararía para rendir libre todas las materias. Además, su padre estaría gastando alrededor de 50.000 pesos al mes en un equipo compuesto por nutricionista, entrenador y psicoterapeuta para mantener a su hija en una especie de “rehabilitación” dentro de su propio departamento del Bajo Belgrano. El escrito de D’Auro hace mención también al problema del cyberbullying del que Morena es víctima constante: “La menor es atacada sistemáticamente por cientos de personas quienes la agreden y denigran haciendo foco principalmente en su obesidad, con menciones ofensivas, indignas y a todas luces desvalorizantes para la niña, pese a lo cual el padre permite y alienta (retwitteando los dichos de Morena en su propia cuenta) que Morena siga manteniendo esta plataforma virtual incontrolable”. Momento para darle la diestra a la madre y celebrar un resultado menor, pero resultado al fin: tras la divulgación del texto de la presentación judicial — y de la catarata de bromas de mal gusto de las que fue víctima tras la confirmación de su kilaje — Morena Rial le “puso el candado” a su cuenta de Twitter (traducción: la convirtió en una cuenta privada, que solo puede leer la gente que ella apruebe). El lunes 12 de agosto de 2014 Rial abrió su emisión radial devolviéndole cortesías a su ex: “Esa alimaña que está hablando está procesada por extorsionadora […] Un día mis hijas van a ser mayores de edad, y no las voy a poder detener para hablar. Hasta ahora puedo pararlas […] Y ese día creo que alguien va a tener que agarrar el pasaporte que tanto usa para gastar la guita en viajes y se va a tener que ir definitivamente, que creo que es lo mejor que puede hacer”. Desde la separación, Silvia D’Auro no volvió a ver a sus hijas. Rial protesta al respecto. Desde el entorno de D’Auro no niegan la distancia. Ya en enero de 2013, en aquella polémica nota de tapa para Noticias, la que desencadenó el juicio, la ex señora de Rial afirmaría, con respecto a la tenencia de Morena y Rocío: “No hay pelea. Yo se las doy. No voy a tironear de mis hijas, porque las amo, no las quiero ver sufrir más de lo que ya sufren. Si él quiere tironear, que se haga responsable de las consecuencias”. En el polémico escrito presentado ante el juzgado, mamá dobla la apuesta al afirmar que su ex “alienta la falta de contacto entre la madre y sus hijas menores, siempre poniendo como excusa que ‘las chicas no quieren verla’”. En febrero de 2014, en una nota para Gente, Rial se muestra terminante al respecto: “Mis

hijas se sentaron frente a la jueza una hora y pico, y a partir de ahí se vinieron a vivir conmigo. Y acá están, junto a su papá, armando una familia con Mariana, que es única”.

Capítulo 5 La bella y la bestia

Nací para ti, aquí me tienes. Qué te hace feliz, dime qué quieres. Te esperé, en soledad tanto tiempo que me estás dando la vida si sientes tú lo que yo siento. LOS CANTORES DE QUILLA HUASI (cortina del programa Yo me quiero casar, ¿y usted?, conducido por Roberto Galán) Jorge Rial y Silvia D’Auro, su primera esposa, fueron una pareja pujante, con espíritu empresario: un gran equipo que combinaba familia y negocios. Tras el divorcio, Rial formó una nueva pareja que se movería en otro registro y con otro tono. Porque Rial y Mariana “Loly” Antoniale son, a su manera y con su estilo —que los distancia de la relación anterior de Rial—, una dupla mediática con pretensiones de glamour y vaivenes emocionales que navegan a dos aguas entre los lugares comunes del culebrón y las recetas de la comedia romántica. Pero Luis Antonio Ventura y su mujer Stella Maris Muñoz son otra cosa. En las antípodas de los dos estilos marcados por la tradición “rialista”. Luis y Estelita son una pareja de barrio. Son ese matrimonio ya algo mayor que todos tienen en sus familias —el que no tenga una tía Estela que prepare ensalada rusa para Navidad, que arroje la primera lengua a la vinagreta—, de los

que ceban mate y andan en ojotas. O al menos eso es lo que se esfuerzan por transmitir. Porque, a la hora de ponerlo todo en duda, hay momentos en los que el decorado de los Ventura presenta un cuidadoso descuido, un caos planificado. Estela, que supo tener su propia carrera artística, se refugió en el anonimato de la familia durante demasiados años. Pero, a la vejez viruela, saltó de ese buscado ostracismo a la fama y de la popularidad al escándalo por el solo hecho de ser “la esposa de”. Comenzó apareciendo en ciertas notas de corte cuasi-bizarro, hasta que acabó actuando en una obra de teatro en Mar del Plata, en la temporada de verano 2013-2014. Una experiencia que tampoco acabó del todo bien. A riesgo de que suene ligeramente misógino, hay algo que es importante que se diga. Como una reivindicación, como un acto de justicia. Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, Estelita Ventura estaba realmente muy buena. Claro que el tiempo, los años y la maternidad por duplicado han convertido a aquella bailarina en una señora de aspecto más bien peculiar. Cuesta desenmascarar la oculta belleza pretérita. Pero, a principios de la década del 80, cuando aún se llamaba Stella Maris Muñoz, Estelita Ventura era un bombón. Hacia 1982, cuando Luis Ventura hizo sus primeras incursiones en televisión, “estaba recién casado”, confesaría a la revista Anfibia: “Mi primer matrimonio fue con una chica que era bancaria, que no estaba habituada a este medio, menos a la televisión. Y a veces se me complicaba para cumplir con los horarios, sobre todo cuando no eran diurnos”. Nunca termina de decirlo, pero siempre lo insinúa: joven, empezando a empalagarse con las mieles del éxito, pareciera que le costaba mantener la bragueta abrochada. “Cometí errores en mi primer matrimonio”, diría ante la revista Semanario en octubre de 2012: “Era muy joven. Pero cuando creía que mi vida sentimental estaba terminada apareció Stella y logramos armar esta familia”. Las finanzas tampoco ayudaron a que el primer matrimonio de Luis Ventura fuera “saludable”. Las vacas eran flaquísimas y costaba llenar la heladera al punto que, muchas noches, la cena era pan duro —a veces, tostado para quitarle lo mohoso— con manteca. Muchas veces iba caminando desde el departamento que alquilaban en la avenida Caseros al 2800 hasta la redacción de Crónica, para ahorrarse el colectivo. La miseria compartida y el haber perdido dos embarazos minaron la relación. Se separaron el 30 de octubre de 1983, el mismo día en que Raúl Alfonsín ganaba las elecciones. Mientras la calle festejaba el regreso a la democracia, Luis Ventura ahogaba sus penas, refugiado en casa de un amigo. Con Stella Maris habían coincidido en los distintos programas de Roberto Galán, donde ella oficiaba de “secretaria”, un puesto parcialmente derrocado de la televisión, pero que en aquellos tiempos —Galán y Sofovich mediante— consistía en usar poca ropa (al menos para los

parámetros de la época), lucir curvas poderosas, quizás bailar un poquito y eventualmente alcanzarle algún sobre o accesorio al conductor. En la misma nota para Anfibia ella dirá que él le gustó por su personalidad avasallante, “además de por la cuestión física”. Prueba empírica de que, sobre gustos, no hay nada escrito. La revista la describe como una persona que “responde segura y con la naturalidad de alguien acostumbrado a las cámaras y los grabadores y también con ese descreimiento del que sabe que todo lo que tenga que ver con la ‘fama’ es cartón pintado. Es una rubia que ha dedicado su vida, con orgullo, a cuidar a su familia y a su marido. Pese a estar casada con un hombre sumamente famoso, ella no tiene ningún aire de diva”. Los primeros tiempos de la relación tampoco fueron prósperos. Vivían en un departamento alquilado en Congreso y Ventura estaba endeudado. Para completar el cuadro, Estela y su madre Emilia eran muy unidas; por lo que terminaron todos viviendo bajo el mismo techo. Y más bocas por alimentar estaban en camino. “Primero llegó Facundo, nos casamos después por un tema de papeles de mi divorcio, y tres años después llegó Nahuel”, aclara Ventura ante Semanario: “Ahí cerramos la fábrica, ya teníamos nuestra edad y preferimos no agrandar la familia”. “Los chicos son seres con luz y pueblan mi vida, desde mis hijos Facundo y Nahuel, pasando por las decenas de sobrinos que me llaman y aman desde siempre, por mis siete ahijados y todos aquellos chiquilines que Panam me hizo descubrir desde ese maravilloso personaje teatral del Ogro Soo Vooó que me hizo pasear por todas las provincias argentinas, y permitió recibir el amor puro de esos niños”, diría Ventura en la primera edición de mayo de 2014 de su Paparazzi, plantándose en una posición de “padrazo” (¿o padrillo?), una especie de superhéroe de la paternidad. Sus hijos Facundo y Nahuel no pasaron inadvertidos en los medios locales, aunque no precisamente por su trabajo en la prensa, sino más bien por las veces (dos) en que sus vidas estuvieron en serio peligro. Según estadísticas oficiales, alrededor del 20% de las muertes por inhalación de monóxido de carbono se producen por calefactores en mal estado. De hecho, más del 40% de las víctimas se pasan “al barrio que hay detrás de las estrellas” —la metáfora es de Joaquín Sabina— por calefaccionar los ambientes con braseros. Este tipo de artefactos son comunes entre sectores marginales, en lugares donde no hay instalaciones de gas natural y, por supuesto, emiten un humo altamente tóxico. “Para prevenir la intoxicación por monóxido de carbono es elemental el

control de las instalaciones y el buen funcionamiento de artefactos, así como es importante mantener los ambientes bien ventilados”, recomienda el Ministerio de Salud de la Nación, que sentencia desde su sitio oficial: “Todas las intoxicaciones por monóxido de carbono son evitables”. Ahora, teniendo en cuenta que, dentro del total, son pocas las muertes provocadas por calefactores, que la prevención es básica y que los accidentes son evitables, ¿qué probabilidad hay de que, en diez meses, una misma familia tenga dos incidentes de este tipo? Y más aún: ¿qué chances hay de que las dos intoxicaciones sucedan a una familia famosa? Los Ventura son ciertamente una improbabilidad estadística, una de esas excepciones que confirman reglas, o Leyes de Murphy, o el mecanismo que sea que gobierna el universo con un sentido del humor bastante macabro. La primera vez que la familia tuvo un encuentro cercano con la muerte fue en el invierno de 2010. La revista Caras narra la desventura en términos entre la épica y el melodrama, con sus toques de suspenso y romance; con todos los ingredientes de una vida de película: La mañana del jueves 28 de julio parecía ser una más para Luis Ventura (54). En su casa de Lanús se levantó a las 06:00, y una hora después se despidió de su mujer, Stella Maris (54). Antes de salir a trabajar, pasó frente a las habitaciones de sus hijos, Facundo (23), que dormía junto a su novia, Janet Núñez (17), y Nahuel (20), repitiendo frente a cada puerta su costumbre de hacerse la señal de la cruz […] Facundo estudia teatro con Carlos Evaristo, toma clases de baile con Reina Reech, e integra el elenco de la obra Venturísimo, que protagoniza su papá. Justamente, cuando el verano pasado estaba de gira con ese espectáculo en Uruguay, conoció a Janet y, en abril, comenzaron a salir formalmente. El amor fue tan fuerte, que dio lugar al intercambio de la “media medalla”. Aprovechando las vacaciones de invierno, la jovencita viajó a Buenos Aires para pasar unos días con su novio […] “Facundo y Janet se descompusieron entre la noche del miércoles 28 y la madrugada del jueves 29. Se acostaron y no se despertaron hasta que los salvó Nahuel, que los encontró, y mi hermano, que fue quien les realizó los primeros auxilios hasta que llegó la ambulancia”, explica Luis Ventura, aún afectado por lo sucedido. “Ese es un lugar que tiene un hogar de gas que hacía un año que no se encendía, y es evidente que fue lo que casi causa una desgracia, porque en el dormitorio, donde luego fueron a dormir, no hay estufa.” Pero los chicos ya venían sintiendo malestares: “Los médicos primero me dijeron que era gastritis, después que el problema era en las cervicales...”, confiesa Facundo, que como además se encerraba allí para jugar con la PlayStation, tuvo un nivel de contaminación de monóxido de carbono del 36%,

mientras que Janet solo alcanzó el 15%. Menos de un año después, en la noche del 26 de mayo de 2011, ambos hermanos Ventura acabaron internados en el Sanatorio La Trinidad de Quilmes con un cuadro de intoxicación por monóxido, con una concentración en sangre del 30%. Esta vez el culpable no era el calefactor maldito sino, presuntamente, hornallas que habían encendido para combatir el frío. Ninguna campaña de concientización sobre el cuidado de artefactos de gas —ni sobre la importancia de contratar un gasista matriculado para cualquier reparación o instalación— tuvo tanto efecto como esta seguidilla inusual de incidentes, que pusieron a los calefactores en el banquillo de los acusados, al monóxido de carbono en el pedestal de “enemigo público número uno” y a la familia Ventura en una posición algo inestable: mientras muchos mostraron empatía, otros los criticaron (y hasta ridiculizaron) por tener no solo uno sino dos accidentes domésticos seguidos, que además son más propios de ciertos niveles de precariedad que del estilo de vida que corresponde a una estrella de la televisión. No faltaron los desconfiados de siempre, las lenguas venenosas que insinuaron, sin ponerle la firma al pie, por supuesto, que el tóxico que mandara a los hermanitos al hospital no habría sido exactamente monóxido de carbono, sino algo bastante más caro, ilegal, que se compra por gramo y —mayormente— se aspira. Siempre, claro está, sin pruebas que documenten el rumor. ¡Cuánta malicia hay en este mundo cruel! Fuentes allegadas a la familia cuentan una historia diferente sobre las intoxicaciones recurrentes. La casa de los Ventura en Lanús habría pertenecido a un empresario que, quebrado, la habría vendido tras años de tenerla prácticamente abandonada, por lo que las instalaciones de electricidad, agua y gas estarían, como poco, en un estado calamitoso, que con los años nunca fue del todo subsanado. Así y todo, el gas no sería el único elemento en jaquear las vidas de los Ventura. En diciembre de 2011, los que le pasaron cerquita a la Parka fueron Estelita y Nahuel. “Pudo haber sido una tragedia”, dice Crónica, el diario favorito de la familia, en su edición del 27 de diciembre de 2011. “Sin embargo, la mano misteriosa del destino y ciertas medidas de seguridad que adoptaron los protagonistas de esta historia tuvo, en definitiva, un final feliz.” Las mentadas medidas fueron el cinturón de seguridad —que estaba abrochado, como marca la ley y, a esta altura, el sentido común— y el hecho de que el Fiat Punto en el que Estela y su hijo Nahuel circulaban por la ruta 23 en Uruguay estuviera equipado con airbags. En la tarde del 26 de diciembre, madre e hijo viajaban por la ruta a la altura del kilómetro 110, en el departamento de San José, con rumbo a la propiedad que la familia tiene en la costa

oriental del Río de la Plata, cuando perdieron el control del vehículo, mordieron la banquina y volcaron. Aun cuando el choche quedó como si un bebé de Godzilla lo hubiera usado de sonajero, Estelita y Nahuel —cinturón y bolsas de aire mediante— salieron del auto magullados pero ilesos. La ayuda llegó enseguida gracias a que los perros de una chacra cercana corrieron al encuentro de los accidentados. Crónica titula el incidente como “A un paso de la muerte”. Ventura, en su declaración, se pasa de honesto: “Fue una desgracia con suerte. Perdí un auto y gané una familia”. No hay productor teatral que no esté de acuerdo en que hacer teatro en la temporada marplatense —algo que desde hace décadas es un clásico del verano— es cada año más difícil. El rubro enfrenta todo tipo de adversidades, incluyendo avatares económicos, políticos, culturales y hasta meteorológicos. Por ejemplo, y más allá de todas las sucesivas crisis que tienen a los bolsillos locales cada día más flacos, desde el lado de la política, las obras de teatro que se instalan en el balneario durante el verano han tenido que competir contra un hecho inesperado: los espectáculos gratuitos, esponsoreados por el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, han drenado público y achicado las boleterías. Hay también un cambio cultural. Cuando, hasta hace unos veinte años, el turista argentino se tomaba un solo período de vacaciones al año —y lo más prolongado posible— hoy prefiere, con la proliferación y multiplicación de feriados, puentes y otros inventos, tomarse varias vacaciones cortas al año. Esto redunda en que, si acaba recalando en el verano en La Feliz, al estar menos tiempo, consuma menos teatro. Y ni hablar de los precios de las entradas, que crecen cada año en un mercado donde hay mucho menos “dos por uno” y “Club La Nación” que, por ejemplo, en Buenos Aires, y llevar una familia completa al teatro puede llegar a costar un aguinaldo. Hasta el clima se pone en contra del teatro: a más días de sol, menos entradas vendidas; la gente prefiere quedarse tomando mate en la playa hasta que caiga la noche antes que encerrarse en una sala a mirar cómo Carmen Barbieri pretende hacerle creer al mundo que aún puede ser sensual. O graciosa. O lo que sea. Ah, sí. Carmen. Esa es la clave. Porque la gran solución de los atribulados productores de teatro a la crisis de las boleterías es llenar sus marquesinas de “figuras convocantes”. Para que una obra funcione hay que tener “caras de la tele”. Y ni siquiera. Desde 2012, Carmen Barbieri y Moria Casán —las dos divas de la revista más venidas a menos, históricamente enfrentadas— unieron fuerzas y montaron un único espectáculo, encabezado por ambas. Les convenía más reconciliarse que competir en una plaza así de lánguida. En ese contexto, el de reclutar “figuras convocantes” y “caras de la tele”, fue que Stella Maris

Muñoz, alias Estelita Ventura, volvió al glamoroso mundo del espectáculo. El 1º de enero de 2013 debutaron en el Teatro Olympia de Mar del Plata con Fiestísima, un presunto “music hall” donde compartió elenco con la curvilínea Claudia Albertario y la ex Cuestión de peso Mariana Petracca, entre otras “figuras convocantes” y “caras de la tele”. El día del estreno llegaron al teatro en limusinas, cortando el tráfico. Porque siempre se puede ser un poco más surrealista. Ya en ese momento, Estelita no era solo la “señora de”. O más bien la libreta matrimonial —y sus propios antecedentes en televisión, tampoco es cuestión de desmerecerla— ya le había conseguido un lugar en la pantalla como panelista de Infama. A Ventura no le gustaba ni un poquito, según confesara su propia esposa a la revista Semanario: “[Ventura] no quería. Él me dijo, ‘si vos estás en Infama vas a perder todo por lo que te llamaban’. Yo no soy periodista, que quede claro, lo que gusta de mí es que opino desde otro lugar, como una señora del barrio que es lo que sigo siendo, la que anda con el changuito en el mercado”. En esa misma entrevista, la confesión de la vocación frustrada llega más profundo, aunque admitiendo su rol. “En una época abandoné todo por mi familia, por eso ahora siento un poco de culpa de no estar con ellos y me dan ganas de llorar como una tarada”, confesaría, aunque seguiría negándose a sí misma un futuro como actriz de televisión al afirmar que “esas son cosas que me llevarían mucho tiempo fuera de casa, tendría que ser algo que me entusiasme mucho. Pero igual, si tengo que elegir, me quedo haciendo la comida y la cama a mis hijos y mi marido”. De todos modos, acabó renunciando a su silla en el panel de Infama cuando su marido se vio involucrado en una de las paternidades ilegítimas más sonadas de la prensa vernácula. El resultado de aquella temporada teatral marplatense sería, sin embargo, lo suficientemente bueno como para que, al año siguiente, el espectáculo volviera, ya con el título de Fiestísima Recargada y nuevo elenco multiestelar: Belén Francese, Beto César, El Mago Sin Dientes y, por supuesto, nuestra querida Estelita. El debut fue el 28 de diciembre de 2013, en el Teatro Victoria. Pero ya no habría limusinas. Ni honorarios. A mitad de la temporada, el elenco dejó de cobrar. Para cuando los artistas hicieron el reclamo y amenazaron con no salir a escena, ya era tarde: al productor se lo había tragado la tierra. “Tuvimos que armar una cooperativa. El productor se fue, algunos dicen que a París, todo muy demencial”, relató Belén Francese en Bien Arriba, el programa de verano que conducía Carlos Monti por Radio 10. Luis Vadalá, que según se dice era uno de los inversionistas de la obra, levantó el guante y se hizo cargo, pero al poco tiempo también se esfumó. “Yo lo vi (a Vadalá) que iba a la boletería y se hacía cargo. Ahora no lo vemos hace dos semanas. Ahora estamos un poco preocupados. Sería el segundo productor que se nos escapa”, concluiría

Francese. Estelita volvió a casa con la billetera vacía, pero con un rédito adicional: el de haber ganado exposición y tiempo de aire al hacer denuncias en los medios sobre el escandalete del productor fugitivo. Todo suma. Ya sobre el final de la temporada, afirmaría Ventura a su propia revista que él hubiera preferido que su esposa no estuviera en los medios, “pero no pasa por la elección de uno. Yo hubiera querido tener una mujer tradicional, que me hiciera la comidita, que estuviera cada vez que yo llegaba a casa”. A propósito de aquella malograda temporada veraniega, Luis y Estelita Ventura concederían, en marzo de 2014, a la revista Gente, una de las notas más intimistas y a la vez estrambóticas de la historia del periodismo argentino. No, no es una exageración: la nota hace estallar el bizarrómetro en mil pedazos. Empezando por las fotos, que muestran que La Ponderosa, la casa familiar en Lanús, es un caos absoluto. Cajas apiladas por todos lados, desorden, herramientas, un arbolito de navidad que en pleno marzo sigue en pie, una heladera atestada de imanes de delivery —quemada por los cortes de luz de ese verano, Ventura comentará sin temor al ridículo sobre la presencia de carne podrida y un olor insoportable— y, por supuesto, una dupla anfitriona que parece combatir el glamour con todas sus fuerzas. A él se lo ve con una chomba roja, donde las manchas de sudor son tan violentas que desvían la mirada, pantalón deportivo y ojotas. A ella, con remera y unas calzas que ya no pueden contener lo incontenible. El texto de Gente desborda dramatismo y es poco menos que conmovedor: “El arbolito de Navidad todavía está armado en el living de los Ventura, y el almanaque marca que es martes 4 de marzo de 2014. Las dos heladeras funcionan a medias. Están en plena obra de remodelación. Después de veintinueve años, en esta casa se colaron dos palabras: ‘crisis matrimonial’”. Oh, vamos. Nadie que esté en una verdadera crisis da una nota y se saca una foto frente a la heladera quemada, con un muñeco del ogro Shrek en la mano. Continúa el relato de Gente: “Fue un verano movido para Luis Ventura (58) y Estelita Muñoz (57). Por fin llegó la hora de un reencuentro fiel a la dinámica de un reality (¡qué programa de domingo al mediodía se está perdiendo la tevé!). Ella llegó el lunes a la noche desde Mar del Plata, donde padeció la temporada de la obra Fiestísima: todavía le deben una buena cantidad de dinero. Y él, desde la pantalla de Intrusos, le reprochó una suerte de abandono”. Porque siempre se puede editar un poco más la propia vida, ¿no? Con respecto al polémico modelo de producción de Fiestísima —basado en poner los pies en

polvorosa en cuanto el bordereau no cierra—, dirá Ventura a Gente que su enojo y sus apariciones en Intrusos hablando del problema de su mujer (que no cobraba) sirvieron para exponer “lo que había detrás de Fiestísima, una de tantas obras que vegetan en Mar del Plata. Es decir, montan una estructura artística para cometer un ilícito, estafan... No le voy a poner nombres, pero pasa todo el tiempo”. Luisito y sus acusaciones crípticas: siempre dejándonos con la duda. Cuando el año 2014 —que sería bastante particular para la relación entre Ventura y Señora— recién despuntaba, blanquearle una supuesta “crisis” a la revista Gente no era nada del otro mundo. De hecho, la pareja se jactaba de que él nunca hubiera “dormido afuera” y que, ante el enojo, cada vez que él gritaba “¡me voy!”, daba una vuelta a la manzana y volvía. Nada indicaba que algo en la pareja pudiera estar roto. Mucho menos cuando la producción de fotos hogareñas se afianzaba sin ninguna prudencia en el terreno de la caricatura. Pero, ante la pregunta, explica don Luis que “yo nunca planteé ni separación, ni divorcio, ni nada. Pero sí hubo crisis. Y hemos pasado algunas más bravas. Esta es una casa con mucha discusión, de mucho debate”. En su año veintinueve de matrimonio, los Ventura parecen responder a un mandato en la frontera de la “moral cristiana”. El tío Luis y la tía Estela no van a divorciarse. Porque, como decía Campanelli, “no hay nada más lindo que la famiglia unita”. Sin embargo, tan aferrados a sus hijos Facundo y Nahuel, Luis y Estelita ni se imaginaban que, en 2014, la familia acabaría agrandándose por la fuerza, aunque esa expansión no involucrara a la legítima Stella Maris, sino a la vedette cordobesa Fabiana Liuzzi. La crisis total —con separación y reconciliación incluidas— les llegaría pocos meses después, cuando Ventura fuera pescado con las manos en la masa. O más bien con el ADN en un bebé que no era de su legítima esposa.

Capítulo 6 Camino a la fama

Sobredosis de TV no creo poder resistir y un aire demasiado tenso si al menos estuvieras aquí. SODA STEREO “Vení conmigo que te prometo un programa de diez años de pantalla”, dice Ventura, en su primer best seller, que le dijo Rial. En aquel entonces, Ventura era parte del panel de Telepasillo, que se emitía por Canal 13. “No renueves en el 13 y quedate en América —le pidió su amigo—, que vamos a hacer historia con Intrusos.” El pase de Ventura del 13 a América involucró una serie de enredos vinculados con el dinero. Gente que compartió sus andanzas por Telepasillo afirma que, pese a trabajar para el canal más poderoso del país, en general estaban todos bastante mal pagos y que la oferta de Rial triplicaba el sueldo que Ventura cobraba en el canal de Constitución. Pero, a su vez, también hacen hincapié en el típico “histeriqueo empresario”: parece ser que, en cuanto en el 13 supieron, salieron a igualar la oferta. Ventura se habría sentido tironeado entre la lealtad al amigo y el prestigio de quedarse en el canal más visto. Acabaría optando por su amistad con Rial, lo cual le costaría no pocos reproches por parte de su familia. Cuando la propuesta del nuevo programa empezó a tomar forma, las autoridades de América

TV querían que el programa se llamara Paparazzi. La negativa de Rial a mezclar marcas fue rotunda, dicen en el medio. También rechazó la propuesta de Riality Show, un juego de palabras que no se excede precisamente en lo creativo, mezclando el apellido del conductor con el “reality”, género televisivo de moda de aquellos años. Finalmente, a propuesta de Rial, acabaron adoptando el nombre de Intrusos, que —a su manera— sintetiza muy bien el espíritu del programa. “Con picos de hasta 12 puntos de rating y presencia viral en todos los programas de archivo […]”, dice la revista Anfibia en marzo de 2013. “Fue en Intrusos y no en Telepasillo, Flash, Crónica ni Paparazzi, que Luis Ventura se convirtió en en el chimentero hardcore de la Argentina. En el periodista de espectáculos más temerario. Un mensaje de texto, un chat, un mensaje privado en Twitter que él lee al aire puede derrumbar un matrimonio, quebrar una familia, romper amistades de años por la sospecha de una traición. Le temen famosos y aspirantes a famosos.” Promesa rialista cumplida: el programa superó la marca récord de una década en el aire, durante la cual Ventura se sentó en la silla de “El Gran Fiscal de la Televisión” (el pomposísimo título es una creación de Silvio Soldán). Pero “nada es para siempre”, canta Fabiana Cantilo, y llegó un día triste del año 2014 en el que su mejor amigo le mandó un telegrama de despido. Rial le pidió a Ventura que se fuera. En una jugada digna de los macabros Caballeros Sith de Star Wars, el aprendiz —que ya había demostrado hacía tiempo que él era más poderoso— desplazó al mentor. Pero mejor empezar la historia de Intrusos por el principio. Rial venía de tomar cada vez más distancia de su productor Diego Gvirtz, cansado de que “no lo cuidaran”, disputándose mutuamente el control del contenido y disconforme con la calidad. En Telefé, Susana Roccasalvo y Carlos Monti había lanzado Rumores y al programa le estaba yendo bien, lo cual preocupaba a Sergio Ramírez, en ese momento gerente de programación de América. Era un buen momento para que Rial tuviera un producto de espectáculos contundente. Casi como una cábala, Intrusos salió al aire por primera vez en una de las fechas más redonditas del milenio: el primer día, del primer mes, del primer año. El uno del uno del uno: 1º de enero de 2001. La estética de Instrusos estuvo quizás inspirada en la de Crónicas Marcianas, el exitosísimo y longevo late night show de Telecinco, en la televisión española. Pero, en el contenido, se alejaba del late night para anclarse firmemente en —y, en muchos aspectos, reformular— lo que en la Argentina es el programa “de chimentos” (o de espectáculos, o más bien de farándula, o quizás solo de personajes mediáticos y escandalosos inventados y editados para sumar puntos de rating): entrevistas en el piso, algunas notas y móviles, pero sobre todo —

como el elemento más notorio— la presencia del panel, ese jurado inapelable que todo lo explica, todo lo interpreta. El panel original estuvo formado por Luis Ventura, Viviana Canosa, Marcela Coronel, Camilo García, Claudio Orellano y Sergio Company. Aunque, como todo buen panel, acabaron siendo como un hacha, a la que primero le cambiás el filo y después le cambiás el mango (Alejandro Dolina dixit). A lo largo de los años, desfilaron por el set de Intrusos distintos expertos en nada —y opinadores de todo—, incluyendo a Marcela Tauro, Marcelo Polino, Connie Ansaldi, Daniel Gómez Rinaldi, Cora Debarbieri y Lola Cordero. Los únicos inamovibles eran Jorge Rial — como conductor— y su lacayo más fiel, que eventualmente fuera ascendido a co-conductor, Luis Ventura. Aun cuando Intrusos era claramente un programa que funcionaba (y medía bien) en el horario vespertino, favorito de las amas de casa solitarias encerradas en sus hogares y sus tareas, en 2004 América decidió reemplazarlo por otro ciclo, Intocables en el Espectáculo, conducido por el ex modelo (devenido en un muy buen conductor) Horacio Cabak, y pasar Intrusos al horario nocturno. Hacía apenas tres años que el programa estaba en el aire y ya había dejado una huella importante. “Es una marca muy grande del canal”, afirmó Cabak en una entrevista para el diario El Día de La Plata, en enero de 2004. “Durante tres temporadas fue una de las naves insignia de la emisora, a nivel político, de rating y publicitario. Acá teníamos un desafío, que era hacer un programa, que no perdiera la audiencia o los códigos de Intrusos, pero yo no podía hacer el trabajo de Jorge Rial porque no me sale. Lo que surgió fue mantener a los panelistas y hacer un programa de espectáculos divertido, en el cual yo me sintiera cómodo.” Desde un punto de vista de política de programación, cambiar de horario a Rial y rebautizar su programa como Intrusos en la Noche, donde co-conducía con Ventura, Ansaldi y Polino, tenía todo el sentido del mundo. América necesitaba un “tanque” con el cual competirle en el horario central a... ¡todos los demás canales! Cuando la noche de la televisión de aire se repartía, en esos tiempos, entre Marcelo Tinelli o el CQC de Mario Pergolini, el ex canal platense no encontraba rumbo dentro del primetime. Mover a su “tanque” al horario central le dio resultados, aun a costas de algún que otro juicio, incluyendo las polémicas que rodearon a la muerte del periodista Juan Castro. Relatar los cambios de horarios y de paneles que tuvo Intrusos a través de los años —hasta afianzarse en su posición actual en la grilla, lo cual sucedió en el año 2011— puede llegar a ser casi tan apasionante como leer la guía telefónica. Lo que es innegable es que el suceso del programa llevó a Jorge Rial, a lo largo de los años, a lugares, desde lo profesional y periodístico, mucho más interesantes; desde el sillón de director de Programación de América

TV hasta, incluso, una silla frente a frente, mano a mano, con la mismísima presidenta de todos los argentinos y argentinas. Una de las características más arraigadas del estilo de América TV —al menos desde que, en efecto, es América— es que todo se transmite en vivo. El canal, que siempre buscó orientarse a las noticias (y, muy a pesar de su alto mando, hoy está muy fuertemente ligado en el imaginario popular a los chismes), no tuvo productos de ficción en su pan​talla... Hasta que Jorge Ricardo Rial asumió como director de Programación e hizo algunos cambios. Ocupó el cargo menos de un año, entre julio de 2002 y febrero de 2003. Aceptó por expreso pedido de Juan Cruz Ávila, directivo del canal en aquellos tiempos, pese a que hacía poquísimo tiempo había rechazado una oferta similar para hacerse cargo de la programación de Canal 9, en aquel entonces en manos de Daniel Hadad. Evidentemente América tiene un lugar muy grande en el corazón de Rial y, según le diría Ávila, la emisora no estaba pasando por un buen momento y “lo necesitaba”. Fueron meses agitados durante los cuales Rial, entre otras actividades, ocupó una silla en la mesa de la legendaria Polémica en el Bar de Sofovich y le dio salida a Mauro Viale, que se pasó a Canal 9. Pero quizás su mayor logro haya sido darle por vez primera en la pantalla de América TV una oportunidad a la ficción. Palito Ortega fue, desde la década del 60, un músico de corte popular. Llegado a Buenos Aires desde su remota Tucumán natal, pasó de changuito cañero a cafetero del viejo Canal 13 y, de allí —Club del Clan mediante— al estrellato. Pero, pese a su matrimonio con la refinadísima Evangelina Salazar y a que en algún momento le atribuyeran un affaire ni más ni menos que con Amalita Lacroze, viuda de Fortabat, Palito nunca fue exactamente material de elite. No pertenecía, ni perteneció, ni es probable que haya querido pertenecer, a los estratos más altos de la sociedad porteña, que muchas veces supo mirarlo arrugando la nariz. Pero sus hijos son otra historia. Por alguna extraña magia operada entre el marketing y los medios, hace un par de décadas que ser un Ortega es cool. Desde aquel jovencísimo Emanuel Ortega que enloquecía a las preadolescentes con sus hitazos pop, pasando por la curvilínea Julieta y sus aspiraciones de actriz y desembocando en la joven Rosarito, cantante, corista de Charly García y casi una “it girl” vernácula, ser un Ortega es pertenecer a una cierta elite. Pero, dentro del estatus que implica ser un Ortega, nada es tan cool como ser Sebastián Ortega. El hijo cineasta, productor, realizador audiovisual (aplíquese el título nobiliario que corresponda) de Palito supo hacerse un lugar en la industria de la televisión bajo el ala de Marcelo Tinelli, produciendo para Ideas del Sur, hasta que acabó abriendo su propia compañía

—Underground—, la factoría de la que salió uno de los sucesos televisivos, en materia de ficción, más importante de los últimos tiempos: Graduados, un éxito que rompió marcas y tuvo ratings de hasta 28 puntos (con un piso de 18, que ya constituye una marca altísima per se). En 2002, cuando Rial asume la responsabilidad sobre la programación de América — permanecería en el cargo menos de un año: fuertes internas, sobre todo con el productor Diego Gvirtz, precipitarían una renuncia—, Ortega era aún parte de la maquinaria de la productora de Tinelli. Pero tenía un proyecto entre manos, uno muy diferente de todo lo que se había visto en la televisión argentina hasta el momento, con compromiso social y crudeza, que puede ser el debut ideal de la ficción en el canal. “Rial quería dejar de estar tan pegado a la frivolidad, quería que en el medio se lo viera como un tipo intelectual, comprometido, audaz”, recuerda un persona cercana a la producción de Tumberos, la miniserie creada por Sebastián Ortega que llegaría a la pantalla de América en octubre de ese año para ocupar el horario central y competirle mano a mano a “los grandes”. Tumberos tuvo aire en un momento especial. Eran fines del año 2002 y la economía del país a duras penas si tenía signos vitales tras la parálisis provocada por la crisis del año anterior. Y, sobre las miserias de la gente común, la miniserie —fueron solo once episodios— doblaba la apuesta mostrando las miserias de uno de los sectores, justamente, más miserables, los “tumberos”, los que viven en “la tumba”, la cárcel. Rodada casi íntegramente en el edificio que, hasta su desactivación en 2001, fuera el Penal de Caseros, Tumberos mostraba la marginalidad llevada al extremo y la corrupción del sistema penitenciario a través de una historia de misterio, de la investigación de un asesinato. El rating promedio fue de 17 puntos, con picos de 20. Ningún otro programa en la historia de América tuvo ese tipo de mediciones récord. Jorge Rial lo había logrado: había dejado una huella —o más bien otra huella, otra huella más — en la historia de la televisión argentina. En la medida en que Rial se fue volviendo un personaje trascendente en los medios argentinos, nuevas oportunidades embellecieron su currículum. El éxito de la cuarta temporada de Gran Hermano le valió conducir las siguientes, aunque la inmediatamente posterior fuera aquel fracaso que se dio en llamar Gran Hermano Famosos, donde la casa se pobló de pseudocelebridades, mediáticos y el hijo de un ex presidente que cobraría fama inusitada por las dimensiones sorprendentes de cierta parte non sancta de su anatomía. Aun cuando la temporada siguiente de Gran Hermano volvió a su estructura tradicional, los tres años que Jorge Rial pasó en el ciclo —incluyendo la malograda versión VIP— no solo lo afianzarían como un showman

todoterreno, sino que, además, le proporcionarían muchísima tela para cortar en su propia pantalla, la de Intrusos. Para 2012, Rial ya no era el conductor de Gran Hermano. Según la versión que diera en su momento a los medios, nadie se tomó la molestia de decirle “Jorge, estás nominado”. Simplemente, al final de la temporada, ni siquiera se acercaron para hablarle sobre un nuevo contrato. Un gesto que, por supuesto, no cayó nada bien. El rumor indicó también que Rial habría abandonado el ciclo para poder pasar más tiempo con sus hijas. Pero, en una entrevista en agosto de 2014 que Silvia D’Auro dio a La Nación, lo negaría con un despectivo “bue”. Así y todo, hasta el momento, la carrera del periodista se movía en una trayectoria ascendente que no parecía detenerse. Había escalado de humilde cronista de diarios populares a notero de televisión. De allí a conductor, para reconvertirse en conductor-estrella y hasta gerente de programación de una emisora. Sus pasos por la radio sumaban a su nombre y, sin embargo, una cosa le seguía faltando: prestigio. El estigma del chimentero lo perseguía, no lograba desmarcarse del periodismo farandulero para convertise en un periodista “serio”. La seriedad le llegaría a través de radio La Red en el año 2010, donde comenzó a conducir un magazine matutino que hoy ya se encuentra afianzadísimo, Ciudad GótiK. En este ciclo, el humor y la informalidad usual del conductor se suman a entrevistas telefónicas con funcionarios de distintas posiciones y con esa clase de personajes que aparecen en los titulares de los diarios más comprometidos con la actualidad, todo esto teñido por un manto de PNTs (avisos en formato de publicidad no tradicional) que siempre dejaron la sensación de que, a fuerza de auspicios —o de dinero entregado de manera “informal”, según acusara D’Auro eventualmente —, Rial podría no ser tan independiente como se creía. Pero más allá de toda duda, Ciudad GótiK le otorgaba finalmente al periodista el título de “serio”. Aunque el boom no llegaría hasta dos años después, cuando Cristóbal López entró en el juego y, sin querer —o queriéndolo, nunca se sabrá— le hizo un favor a una parte importante del mercado. El principio de la década de 2010 fue complejo para La Red. La emisora enfrentaba un terreno de competencia feroz. Radio 10 lideraba el dial en casi todas las franjas horarias de la amplitud modulada, pero sobre todo en la mañana, el horario de más alto encendido. El segundo puesto del ranking era de Radio Mitre, seguida de cerca por Continental. La Red estaba cuarta y cómoda, sin chances de ascenso. A su vez, la guerra entre el gobierno y los “medios hegemónicos” recrudecía. Uno de los pocos empresarios de medios que, en ese contexto, había logrado mantenerse razonablemente independiente era Daniel Hadad. Su multimedios incluía el canal de noticias C5N —que, en el rating del cable, le daba batalla al poderosísimo TN del Grupo Clarín—, Radio 10 (líder en AM), Mega (la primera radio de “puro rock nacional”, un

proyecto absolutamente insólito y que, sin embargo, funcionó) y un puñado de emisoras de frecuencia modulada menores, entre las que se destacaba Vale, además de la revista TKM y el portal de noticias InfoBae. Desde la Casa Rosada venían presionando a Hadad para que se alineara con el gobierno. Su independencia era peligrosa. Finalmente, en abril de 2012, cedió ante la presión. Pero no se convirtió al kirchnerismo ni se hizo bautizar en las aguas del glaciar Perito Moreno. Vendió todo. El comprador del multimedios Hadad —se habla de unos 45 o 46 millones de dólares, y también se dice que eso es bastante menos de lo que el grupo de medios valía— fue Cristóbal López, un empresario dedicado a la industria de los casinos que, a partir de su amistad con el gobierno, diversificó sus inversiones en industrias como el petróleo o los medios de comunicación. Dicen las malas lenguas, por “órdenes” de La Jefa. “Cuando vendés una Ferrari, tenés que hacerte a la idea de que el nuevo dueño la puede chocar”, confesaría, en una postura zen lograda a fuerza de muchísimas clases de yoga, el mismísimo Daniel Hadad, al ver cómo se derrumbaban los medios que construyó y alimentó hasta convertirlos en los número uno de sus respectivos segmentos. Radio 10 en manos de Cristóbal perdió a sus principales figuras, que acabaron renunciando. Para empeorarle las cosas, el Grupo Clarín estaba decidido a fomentar un reordenamiento del dial, por lo que puso en su horario central de la mañana ni más ni menos que a Jorge Lanata. En apenas seis meses, Mitre pasó a concentrar casi la mitad de la audiencia. Continental, por su parte, con Víctor Hugo Morales a la cabeza, perdió prestigio no solo por los delirios de mística progresista del relator uruguayo, sino por la huida estrepitosa de Magdalena Ruiz Guiñazú de su programación. Marcelo Longobardi, figura clave de Radio 10, migró también a la radio de Clarín. Oscar “El Negro” González Oro se fue dando un portazo. Para 2013, Mitre se había apoderado del aire y tanto Radio 10 como Continental habían caído tanto en presencia y calidad, que la mucho más humilde radio La Red, con Jorge Rial haciendo “periodismo serio”, se convertía en una competencia potente e inesperada. Mientras tanto, en el otro frente de medios favorables al gobierno —el Grupo Uno, de Daniel Vila y José Luis Manzano, propietario de América—, los vientos también hinchaban las velas de Rial. Explica y contextualiza en su Periodistas en el barro Edi Zunino: El Grupo Uno, que concentra en el personaje de JR su nudo editorial, fue virando hacia el oficialismo cuanto más el gobierno profundizó su confrontación con el Grupo Clarín. El pico más dramático de dicho acercamiento se dio el 20 de diciembre de 2011 cuando, por una demanda de sus cabezas empresariales, los ex menemistas Daniel Vila y José Luis Manzano,

un juez mendocino ordenó la intervención de las oficinas porteñas de Cablevisión [...] En 2012, la facturación de publicidad oficial para el conjunto de medios del holding superó los 60 millones de pesos [...] Para junio de 2013, las empresas petroleras de Vila-Manzano acumulaban ya veintitrés licencias de exploración en pozos de Neuquén, Mendoza y Salta [...] e ingresaban a Metrogas [...] Por si fuera poco, la Casa Rosada explicitaba su beneplácito por el plan de adecuación del grupo [a la ley de medios.] Agustín y Barbarita Vila, hijos de Daniel, figuraban al frente de varias empresas creadas para hacerse cargo de los medios que excedían los límites impuestos por la polémica norma [...] En ese marco fue que Rial anunció su inminente giro al periodismo político [...] sin desmentir sus buenas migas con Macri, con Scioli, con Massa, con De Narváez y con Randazzo, lo cual le otorgaba cierta imagen de amplitud e independencia. Insinuó que iba rumbo a dejar Intrusos en el pasado para encarar nuevos formatos. En la eterna escritura y reescritura del relato kirchnerista, en esa obsesión de los gobiernos populistas por manipular la imagen del gobernante —y los fervores populares— desde una maquinaria aceitadísima de comunicación, siempre hace falta un poco más de lubricante para mantener a los engranajes en movimiento. Y una de las tantas intentonas de aceitar la relación de Cristina Fernández de Kirchner con “su público” (ah, sí, porque el cristinismo es una enorme puesta teatral, un gran show) se llamó Desde Otro Lugar. A diferencia del exuberante —ya difunto— Hugo Chávez, que solía embelesar a sus seguidores y aburrir hasta el hartazgo a la otra mitad de Venezuela con peroratas interminables, tanto en Cadena Nacional como en su francamente olvidable programa radial Aló, Presidente, Cristina buscó otra óptica. No menos ególatra que su par bolivariano, sin embargo siempre tuvo un poco más de clase, aunque superar en roce social al Comandante Chávez no sea exactamente un logro mayúsculo. Por esto, en vez de decidirse por el monólogo radial o televisivo, prefirió hacerse entrevistar. De eso se trató el ciclo Desde Otro Lugar, producido para la Televisión Pública, un hecho periodístico, político, artístico y televisivo de tal magnitud que duró exactamente cuatro emisiones. Claro que no cualquiera puede hacerle una entrevista “oficial” a La Jefa —con todo lo que eso implica— y, a la vez, caerle razonablemente simpático al público. La primera entrevista se emitió en dos partes, los días 14 y 22 de septiembre de 2013, y el elegido, el bendito entre todos los cagatintas, fue Hernán Brienza, un nombre no del todo relevante, aunque con un currículum que satisfacía a los inquilinos de Balcarce 50. Al día siguiente, el diario La Nación compilaba la

hoja de vida profesional del periodista en los siguientes términos: Brienza trabaja en el programa Mañana Más, de Radio Nacional, y es columnista de la sección política en el diario Tiempo Argentino y en la agencia Télam. Es un ferviente kirchnerista. Participa de homenajes a Néstor Kirchner, brinda charlas en locales de La Cámpora, de la Juventud Peronista, de Unidos y Organizados, de Vatayón Militante [...] Fue uno de los invitados que en marzo de 2011 tuvo el honor de saludar a Hugo Rafael Chávez Frías, entonces presidente de Venezuela, cuando fue distinguido con el premio Rodolfo Walsh Presidente Latinoamericano por la Comunicación Popular que otorga la Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata [...] Brienza trabajó en el diario Crítica con Jorge Lanata, quien le escribió el prólogo de su libro Los buscadores del Santo Grial en la Argentina. Hoy están enfrentadísimos [...] En 1998, cuando trabajaba para el diario Perfil, se coló en la morgue para ver, junto a otros dos periodistas, el cadáver de Alfredo Yabrán [...] De más está decir que la entrevista de Brienza a Fernández de Kirchner fue un manual de obsecuencia irredimible, que logró el efecto exactamente inverso al deseado: el escarnio tronó más que la ovación. “No me animaría a definirlo como un mal reportaje”, admitiría Jorge Rial más adelante: “Sí como un diálogo de escaso interés periodístico. Es decir: una nota para el núcleo duro de los militantes de Cristina”. Así, pese a que la Presidenta —dicen los rumores de Casa de Gobierno— había quedado más que feliz con el resultado, sus expertos derrocaron a Brienza. El desafío era entonces encontrar a un periodista lo suficientemente peronista como para no lastimarla, con la audacia y la teatralidad necesarias como para incomodarla apenas con alguna pregunta picante, con la capacidad de disimular la filiación, con una credibilidad que lo respaldara por fuera del aparato de comunicación oficial y paraoficial; pero —sobre todo— con aceptación popular. La lista de los que cumplían todos los requisitos para hacer la entrevista (que saldría al aire, también en dos partes, el 29 de septiembre y el 5 de octubre) en las que serían las últimas dos emisiones de Desde Otro Lugar no era demasiado larga. Cuenta la leyenda que Daniel Vila, mandamás de América TV, le hizo el anuncio a Jorge Rial con un mensaje de texto que decía “estás nominado”. Para el conductor de Intrusos era un gran salto, implicaba su ceremonia de graduación como “periodista serio”, su colación de grados en periodismo político. Sería uno de los pocos en tener un mano a mano con la Presidenta y el único absoluto que —pese a su histórica filiación peronista— conservaba (y conserva aún) un

cierto halo de independencia ideológica. Para Vila, por supuesto, no era una cuestión de militancia, sino de negocios. Y no planeaba entregar a su periodista estrella a la Televisión Pública sin alguna clase de beneficio. La reunión cumbre tuvo lugar en Dashi, un coqueto sushi-bar donde las cosas se pusieron lo suficientemente calientes como para que a casi todos se les atragantara el pescadito japonés. Vila obtuvo lo que quería: tras una negociación intensa con el vocero presidencial Alfredo “Corcho” Scoccimarro y el entonces jefe de Gabinete Juan Abal Medina, se pactó que la entrevista sería televisada primero por América TV y luego por la Televisión Pública. Para Jorge Rial, llegar a hacer esa entrevista fue una experiencia personal fuerte, que narra Edi Zunino en su libro: “El solo hecho de entrar en la quinta presidencial de Olivos […] fue un flash. Y ni les cuento llegar al chalecito de ‘jefatura’ y ver el estudio que estaba montado ahí. Cinco cámaras, isla de edición, monitores led, diez asistentes entre productores, técnicos y funcionarios. Y él sin corbata. Y Cristina, más maquillada que Susana Giménez y con calzas negras”. Algunos especialistas de la policía de la moda objetaron la descorbatización de Rial, que en cambio lucía, en su habitual estilo campechano-cool, un pañuelo al cuello, abrochado con un anillo. Él mismo se excusa diciendo que apenas si tuvo tiempo de bañarse y cambiarse entre la reunión donde se cerró todo y su raudo traslado, en el coche oficial de Scoccimarro, a la Quinta Presidencial, para hacer la entrevista en ese mismísimo momento. Para el televidente, verlo con un vestuario acorde al que usa en el piso de Intrusos —y, de hecho, acorde al que usa en el día a día de su vida cotidiana— sí cumplió con la función buscada por los autores del “relato”: acercar. “Todavía me sigo preguntando: ¿por qué el gobierno me eligió?”, se plantea Rial en sus memorias de mitad de vida. “[...] Nunca nadie me lo dijo. Ni los funcionarios ni Vila. Yo supongo que en ese momento necesitaban a alguien con un perfil más masivo y popular. Alguien con buena llegada a la mayoría de la gente.” El cambio de Brienza a Rial implicó un salto cualitativo que se vio reflejado en el rating. La primera entrevista no llegó a los dos puntos. La segunda promedió los diez. “El negocio para nosotros fue muy bueno, por el rating y porque se habló del canal”, diría Vila a revista Noticias la semana siguiente. Alejandro Fantino, Mónica Gutiérrez, Juan Pablo Varsky y Matías Martin eran los otros potenciales entrevistadores para el ciclo, hasta que se vio interrumpido por la internación de la Presidenta a raíz de un hematoma cerebral. Para cuando la señora volvió al ejercicio del poder, el ciclo de entrevistas ya era cosa del pasado.

Como su nombre muy bien lo indica, Intrusos es un programa de televisión dedicado a entrometerse en las vidas ajenas. Sus principales “blancos” son los personajes no de la farándula, sino más bien de “las farándulas”; que hay más de una. Aunque la que más tiempo y espacio ocupa en el aire es la farándula del mundillo del “espectáculo” —el término está entrecomillado porque lo tomaremos en forma antojadiza como algo abarcativo de los personajes de la televisión, la radio, el cine y el teatro; incluyendo a esa sub-casta que se ha dado en llamar “los mediáticos”—, los personajes del mundo del deporte y, en escasas ocasiones, de la política han sido tema del programa. Pero no todo son chimentos en la vida de los intrusos y las circunstancias —o la búsqueda de rating, según cómo se lo mire— los ha llevado a salirse eventualmente del formato para dedicarse a otros temas. Hay al menos dos casos históricos donde Intrusos prácticamente abandonó su formato de programa frívolo, ligero y farandulario para dedicarse un periodismo más de base: la crisis institucional de diciembre de 2001 y el asesinato, en 2013, de Ángeles Rawson. En la noche del 20 de diciembre de 2001, cuando el estruendo de las cacerolas era la banda de sonido de la ciudad de Buenos Aires —y de muchos lugares del interior— a duras penas había programas periodísticos al aire. El verano es así. La acción se “apaga”, todo se aletarga un poco por las vacaciones y los ciclos de mayor compromiso con la actualidad desaparecen de las grillas hasta que, entre marzo y abril, se lanzan las nuevas temporadas. Por eso, en la noche de aquel jueves (Intrusos estaba, en ese momento, en el horario nocturno), el programa dejó de lado los chismes para cubrir los acontecimientos que sacudían al país y acabarían con un presidente huyendo en helicóptero de la Casa Rosada. La transmisión promedió los diez puntos de rating, con picos de trece, compitiendo mano a mano a los noticieros de los canales más poderosos. A partir de este cambio de rumbo casi obligado por las circunstancias, Intrusos dedicó su primera media hora durante el resto del verano a temas de actualidad. Sin competencia, las mediciones favorecían. El asesinato de Ángeles Rawson fue uno de los casos policiales que más conmovió a la opinión pública, quizás solo comparable con el de Candela Sol Rodríguez. Ángeles desapareció de su casa en Palermo el 9 de junio de 2013. Dos días después, su cuerpo fue hallado en una planta de procesamiento de residuos del Ceamse. Entre el hallazgo del cadáver y la detención — y polémica confesión— de Jorge Mangeri, el encargado del edificio donde vivía Ángeles con su

familia, pasaron cuatro días que convirtieron al caso en el más televisado de la historia vernácula. Entre el 10 y el 17 de junio, sumando televisión de aire y de cable, se le dedicaron 206 horas al caso Ángeles (la muerte de Candela Rodríguez ocupó “apenas” 85 horas de pantalla). El 11 de junio, cuando la encontraron, hubo un pico de casi 30 mil menciones de su nombre en la red social Twitter. Y por supuesto, más allá de los noticieros, los programas de televisión de farándula y de interés general (tipo “magazine”) se sumaron a la cobertura. ¿Interés público, avidez de rating o un poco de cada? La respuesta descansa en la conciencia de cada productor. Lo cierto es que programas como AM (Telefé), Infama (América), El diario de Mariana (El Trece), Implacables (Canal 9) y —por supuesto— Intrusos se hicieron eco del tema caliente de la semana presentando notas e invitando a expertos de las más variadas calañas a plantarse ante la cámara a jugar a Sherlock Holmes y explicar lo dolorosamente inexplicable. Para Intrusos, el “empujón” del caso no fue demasiado fuerte. Sobre un promedio que venía teniendo de 8,9 puntos de rating, escaló a un promedio de 9 redondos en esa semana, aunque hizo algunos picos cercanos a los 10. El mayor beneficiado fue el programa conducido por Mariana Fabbiani en El Trece, que saltó de una media de 6,4 a una de 10 que no volvería a repetirse. A pesar de la profundidad de la relación, tanto personal como profesional, entre Jorge Rial y Luis Ventura, hay un aspecto de sus carreras en el que están parados en veredas opuestas. Ventura es miembro de la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentina, la por momentos infame y cuestionada APTRA, encargada de nominar y entregar, cada año, los premios Martín Fierro. Un galardón que a Rial jamás le llegó y, a este paso, jamás le llegará. Porque el Intruso Número Uno de la Nación es un fuerte detractor de APTRA, a la que le cuestiona la forma de nominar, de votar, de organizar la entrega de los premios y —sobre todo — la calidad de lo que se premia. “Nadie sabe si el Martín Fierro es el premio más prestigioso de la televisión argentina”, afirmaría en su libro El intruso, ya en 2001, el mismísimo Jorge Rial. “En lo que todos coinciden es en que es el más polémico, sobre todo en los últimos años, cuando por dos veces consecutivas se mencionó el nombre de los premiados horas antes de la transmisión televisiva. El mismo Adrián Suar lo señala con su dedo acusador, sueña con crear sus propios premios y estima que, sin demasiado esfuerzo, los mismos se podrían deglutir a las débiles estatuillas que año tras año, y pese a todo, entregan los periodistas de espectáculos. Urnas abiertas, votos faltantes, premios con promesa de entrega y socios que trabajan como jefes de prensa son

algunos de los ingredientes del explosivo cóctel en que se convirtió APTRA […] Siempre se habló en voz baja de supuestas falencias a la hora de armar las ternas y de votar, pero siempre se mantuvo el silencio debido a cierta ley mafiosa que une a la mayoría de los que integran la comisión directiva.” Un racconto detallado de votaciones sospechosas y cadenas de favores que datan de 1988 en adelante hacen del dedicado a los Martín Fierro un capítulo especialmente delicioso del segundo libro de Rial. Continúa el periodista, más adelante: “Pero el supuesto prestigio del premio cayó definitivamente en desgracia en el año 2000, cuando Paf!, el ciclo de América, se adelantó en horas a dar los nombres de varios ganadores, entre ellos el del Martín Fierro de Oro, Nicolás Repetto, pese a que todos apostaban por la buena actuación de Adrián Suar en su rol de productor independiente. Pero las filtraciones no terminaban allí. El domingo anterior, durante la transmisión del partido que jugaba y ganaba Racing, el relator Marcelo Araujo le dedicó de forma pícara el triunfo al conductor de Sábado Bus, agregando que esa alegría se iría a sumar a una que le llegaría en pocas horas”. Ah, la clarividencia de Araujo. A título de anécdota: Adrián Suar no quedó precisamente feliz con aquel Martín Fierro de Oro que, sintió, le habían robado. De hecho, tuvo que pasar más de una década para que “el Chueco” volviera a asistir a una entrega de los polémicos premios. Según Rial, además, Suar se habría dedicado a hacer lobby para que los canales se negaran a presentarse a la licitación por la televisación de los premios, lo cual le habría causado un daño considerable a las arcas de APTRA. Incluso, a través de CAPIT (la Cámara Argentina de Productores Independientes de Televisión), intentaría instaurar un premio alternativo, aunque sin éxito. “Dicen que para ganar un Martín Fierro no hacen falta todos los votos —afirma Rial en su libro—; con algo más de media docena, uno se puede llevar la estatuilla a casa y ponerla en la mesita de luz”. Lo cierto es que la mesita de luz de Jorge Rial no tiene un gaucho dorado que la decore. “El prestigio ganado por los premios Martín Fierro supera con creces los desatinos de los directivos de APTRA”, concluía Rial, allá por principios del siglo XXI, un poco menos cáustico de lo que se lo lee en la actualidad (“Para mí APTRA […] tiene menos importancia que un club de bochas”, afirma en Yo, el peor de todos). Sin embargo, fuentes ligadas a la polémica asociación no dudan en asegurar que su padrón de votantes estaría infestado de “gente que hace muchos años dejó de pertenecer al medio”, que pondría su voto en las urnas “con intereses comerciales”. El mismo Luis Ventura, como miembro, se atrevería a cuestionar el sistema de votación, lo cual por poco le costaría la expulsión. La confrontación entre Jorge Rial y los premios Martín Fierro lo llevó incluso, en 2000, a

involucrarse en una pelea como nunca había tenido con las autoridades de América que, como anfitriones de esa edición de la entrega, pretendían que el periodista se ahorrara su embestida anual. Algunos afirman que la ausencia reiterada del nombre de Jorge Rial en las ternas lo habría resentido contra los organizadores. Otros prefieren creer que su distancia con la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentina está marcada por una cruzada en pos de la transparencia. Así, los últimos años, Rial se ha divertido rechazando cada invitación a la entrega de los premios y organizando una especie de “transmisión paralela” muy poco piadosa, a través de Twitter, donde deja salir sus comentarios más mordaces y cuestiona la legitimidad de los galardones. A fines de mayo de 2014, la analista de medios Adriana Amado explicaría en forma bastante cruda, en una columna publicada en la revista Noticias, la relación de Rial con el premio que tanto cuestiona y que, quizás, hasta añore: El Martín Fierro es una fiesta anual en la que se otorgan premios a productos diversos de la televisión abierta elegidos por una asociación civil sin demasiado reconocimiento más allá de este premio y esta fiesta. Que sus protagonistas reclamaran fervorosamente que se restituyera el momento comestible perdido en la ceremonia de 2013 confirma qué aspecto define “la fiesta de todos nosotros”, como les gusta llamarla a los invitados de siempre. Más que un premio, es un gran Facebook transmedia donde los artistas nos aceptan por una noche como amigos para que los veamos divertirse, emocionarse, decepcionarse, emborracharse […] Las críticas que se hacen cada año nunca son impedimento para que se renueven las expectativas para el siguiente, cuando los elegidos vuelven a declarar que ya es un premio estar nominados y cuando volvemos a hablar de las injusticias de los excluidos […] Cuando habla del Martín Fierro, Jorge Rial no viene a contar nada que no sepamos. De ahí la inutilidad de ese esfuerzo que se toma hace años en develar de APTRA lo que a nadie le interesa. Como si alguna revelación pudiera mellar un prestigio que no se tiene. No hacen falta las pruebas de las irregularidades que menciona Rial para sospechar que los jurados son personas un tanto sensibles al contexto. Si justamente perdura este premio en el tiempo es porque siempre supo ser políticamente (farandulescamente) correcto. Nadie es profeta en su tele. Todo acto de justicia intenta restituir un orden perdido. La falta de eco de las acusaciones de Rial no se debe al poder del grupo que denuncia ni a la falta de razón de su crítica […]

Capítulo 7 Extraña pareja

Nosotros somos un amor pirata, un gran amor que sabe a miel y huele a trampa. PAZ MARTÍNEZ La historia de Jorge Rial y Mariana “La Niña Loly” Antoniale no es un romance común y corriente. Es “el relato” de una historia de amor. Todo, desde aquel iniciático viaje a Venecia hasta sus planes de casamiento, parece estar guionado. En el fondo, uno quisiera creerles. Pero cuesta. Porque, aun cuando todo fuera total y absolutamente cierto, la cronología, incluso con sus sobresaltos, responde a un diseño narrativo digno de un melodrama escrito por plumas maestras del género. Migré ha construido historias como la de Rial y Loly. Amores improbables, jaqueados por el destino, malogrados por sus propios errores. El cuento de hadas tiene todos los componentes. Una heroína mediatizada que busca la redención alejándose de su rol de “Niña Troly” (a la sazón, un mote descalificatorio inventado por el mismísimo Rial mucho antes de que Cupido los asaltara a flechazos) para convertirse en compañera de su hombre y “madrastra buena” de las hijas adoptivas. Un galán imperfecto con pretensiones de seductor, con un pasado que lo tortura y una apuesta hacia el futuro. Villanas hay, por supuesto: la ex, la amante que no fue y —por momentos— hasta las hijas y un regordete periodista competidor cumplen el rol dramático. El toque de comedia romántica lo

pone un celestino que, por esas cosas de la vida, es además uno de los tipos más poderosos de la televisión vernácula. Hay ganchos todo el tiempo, episodios inconclusos que llegan al espectador con un cartel de “continuará” en el clímax de la última escena. Y, por supuesto, porque estamos en el siglo XXI, la de Rial y Antoniale es una historia multimedia. Se la pudo seguir por televisión, en Intrusos, en Showmatch y en la mayoría de los programas de espectáculos y farándula. También tiene su presencia en la radio, en particular en el programa de Rial. La red social Twitter juega un papel vital: fue un terreno de peleas virtuales donde supo ser bombardeada Silvia D’Auro (la ex), fue donde Marianela Mirra disparó su munición gruesa contra el periodista y el solo hecho de que Loly dejara de seguir a Jorge cuando se pelearon fue noticia del día para la prensa rosa, on y off line. Con fotos a todo color, los amantes del reality de Rial pudieron seguirlo a través de las páginas de las revistas Paparazzi, Pronto, Gente, Caras y hasta las de Noticias, adepta a contar el backstage de las vidas de los colegas periodistas por considerarlos una farándula en sí misma. Juntos o separados, Jorge y Loly están en todas partes. En la última edición de junio de 2014, la revista Paparazzi se haría cargo —claro que sin ninguna mala intención— de esta cualidad narrativa de la historia de su accionista minoritario: Los momentos de tensión e incertidumbre quedaron atrás. En el mismo olvido, ya lejos en el tiempo, quedó la sensación que merodeaba en el aire de que ya no había vuelta atrás. Que los intentos por volver habían sido en vano y que la lucha estaba perdida. Pero no, no todas las cartas estaban jugadas. Faltaba una ronda más en este juego del amor, y Jorge Rial (52) estaba dispuesto a jugar su carta más fuerte. Sin mediatizar el asunto ni exponer cada pensamiento a través de sus programas o de las redes sociales. Lo que tenía que decir públicamente para reconquistar a Mariana Antoniale (26) lo había dicho, y era momento de profundizar la estrategia. Porque más allá de lo que pasó en el medio, lo que causó la separación y que es de público conocimiento, quedaba abierta la puerta del amor. Esa que no es fácil de cerrar cuando dos personas se aman y en la cual todavía quedaba una hendija por la que se filtraba un hilo de esperanza. Pero hablamos de un juego, el de la pasión, y Jorge no anduvo con vueltas y apostó todo lo que tenía al alcance de la mano para ganar y reaparecer con toda la fuerza en el corazón de su amada Mariana. Parece un cuento, uno de príncipes y hadas por cómo se desarrolló la historia desde que se conocieron —incluso con el distanciamiento en el medio— y hasta la actualidad. Uno de esos que transitan en su desarrollo todos los estados de ánimo, y en el cual, como todos esperan, los protagonistas y los que los observan desde afuera, triunfa el amor puro y verdadero. El tiempo, aliado en estas circunstancias, hizo

cicatrizar las heridas y acomodar las piezas. A tres meses del sacudón que amenazó la relación, la pareja vive el presente con otros aires. ¿Pero cómo empezó el cuento? Como casi todos los cuentos: Había una vez... una chica del interior, nacida en noviembre de 1988, criada en una familia disfuncional —el padre voló del nido cuando ella tenía apenas cinco años, dejándola sola con mamá Beatriz y un hermano, Sebastián— en un barrio pobre de Córdoba Capital. Mariana Antoniale era simpática (raro encontrar un cordobés que no lo sea), pero sobre todo tenía unas curvas poco aptas para un señor con una condición cardíaca diagnosticada y un paso por el quirófano del viejo hospital de los muñecos, para arreglar a ese pobre Pinocho malherido. Antoniale debutó como modelo en la televisión cordobesa, en el programa Telemanías. Cuando decidió probar suerte en Buenos Aires, su cu...rrículum llamó la atención de Gerardo Sofovich, que la tuvo como secretaria hot para su programa —donde fue bautizada con su nombre de batalla, el de Niña Loly— y la hizo debutar en teatro. “Haría cualquier cosa por ser famosa”, diría en alguna entrevista de 2010. Y eso incluiría, un año más tarde, recalar en el Bailando de Marcelo Tinelli. Por supuesto que una cosa lleva a la otra y, peleas y cotilleos mediante en el concurso tinelliano, terminaría eventualmente sentada en el living de Intrusos como una mediática escandalosa más. Así se conocerían Loly y Rial. Aunque, para cuando ella llegó finalmente a sus brazos, ya contaba, pese a su juventud, con un prontuario más bien frondoso. “Se la vinculó con el basquetbolista Bruno Lábaque, ex marido de Pamela David, que en aquellos tiempos jugaba en Atenas de Córdoba”, reporta la sección de espectáculos del diario La Nación a principios de 2012. “Luego se la relacionó con otra leyenda del básquet cordobés, Héctor ‘Pichi’ Campana.” El affaire con el deportista y ex vicegobernador cordobés “Pichi” Campana, en el verano de 2011, nunca fue confirmado, pero tampoco fue negado de manera contundente. Más bien estuvo plagado de declaraciones contradictorias, creando una de esas confusiones que están más cerca de aseverar que de desmentir. “Con el Pichi no hay nada, me lo presentaron y nada más”, dijo ella. “Esto me lo tomo con mucha gracia ya, como estuve soltera este verano no sé, ya supuestamente tuve como diez romances.” Pero él —evidentemente no habían ensayado el libreto— trató de no decir nada y acabó dando a entender demasiado: “La conozco a Mariana, es una excelente mujer. De mi vida privada no hablo. Tenemos una muy buena onda. Nos estamos conociendo”. Dejemos nuevamente en manos de La Nación la misión de seguir narrando las aventuras de la

Niña: “Además, se la vio como botinera de la mano del ex delantero de Ajax y Newell’s Mauro Rosales, con quien estuvo de novia un buen tiempo. Y hasta se llegó a decir que en el verano de 2011 tuvo un touch and go con Diego ‘Cholo’ Simeone, quien recién se separaba de Carolina Baldini”. Lapidario, el título de nobleza —botinera— que le impone la Tribuna de Doctrina. Acertado o no, es complejo de juzgar. Sobre todo porque sus amores de juventud no se limitaron a los deportistas. Según publicara la página web del canal de cable TN en abril de 2012, uno de los novios oficiales de Loly fue el empresario Diego Chacón, quien saltó al mundo mediático en 2010, cuando Mariana participó de Bailando por un sueño. En esa oportunidad, Ricardo Fort le había propuesto estar al frente del elenco de Fortuna. Era la época en la que el chocolatero jugaba a buscar novia dentro del mismo certamen. La vedette denunció que el empresario le habría ofrecido dinero no solo por actuar en su producción sino también por fingir una relación con él. Fort lo negó. Sin embargo, declaraba públicamente su atracción hacia ella. Eso no le gustaba nada a Chacón, quien hasta llegó a vivir una escena confusa en un boliche, cuando junto con su custodio, “El ninja”, fue a increpar a Ricardo, quien era cuidado, qué tiempos, por Tito Speranza. El asunto no pasó a mayores pero fue un verdadero escándalo. Un dato de color sobre esa relación. El empresario le regaló a su chica un Peugeot 307 descapotable. Ella primero había afirmado que se lo habían prestado para recorrer Buenos Aires, aunque hubo fotos de ella subida al vehículo en Córdoba. Tiempo después, ya separada, admitió todo en el programa de Chiche Gelblung. Aclaró también que el obsequio fue regresado a su dueño. “Estaba a mi nombre, pero se lo devolví porque es lo que corresponde. Ahora me voy a comprar uno más chico”, dijo. ¿Más galanes a los que se les atribuye haber bailado el tango horizontal con Loly? El discretísimo Martín Bossi —un tipo que siempre preservó su vida privada y, por lo tanto, jamás hablará del tema, ni aunque haya sido cierto—, un personaje conocido en la noche como Félix (parte del curioso entourage del finadito Ricardo Fort) y hasta con Matías Alé. Según contara la misma Antoniale en alguna entrevista, él la invitó a salir, pero ella lo rechazó porque él estaba de novio, en ese momento, con Silvina Escudero. ¡Aguante la gente con códigos! En el terreno más estricto del rumor sin confirmar, le endosaron también al ex Gran Hermano 2012 y ex Soñando por Bailar II Santiago Almeyda; y al “Turco” Naím, lo cual demostraría, de ser cierto, un estómago a prueba de emociones fuertes.

Sobre cómo se conocieron Jorge Rial y Loly Antoniale hay al menos dos versiones. Una de ellas es la que se rumorea en los VIP de ciertos clubes nocturnos, en los baños de antros top; la historia que se murmura, pero a la cual nadie le pone la firma. Es que, claro, nadie quiere vérselas con Rial —y su ejército de abogados— en el Palacio de Tribunales. La otra es la historia oficial, que Antoniale narraría a fines de abril de 2012 en una entrevista en el programa La Pelu, conducido por su amiga Florencia de la V: “Siempre me pareció un hombre muy atractivo, elegante y seductor. De hecho, a muchas les gusta en el medio”, contaría, alegre y divertida, con la picardía de admitir que un hombre deseado llevaba ahora a Loly marcada a fuego en el cuero endurecido. “Pegamos onda en un evento en Mar del Plata y después me mandó un mensajito. A mí siempre me gustaron más grandes; aparte, ¡es Jorge!” Como dos adolescentes, pasaron casi un mes chateando por WhatsApp y a través de sus Blackberries hasta que, finalmente, él la invitó a salir. La pasó a buscar por la casa y la llevó a comer a un restaurante caro. Curioso patrón que se repite de D’Auro a Antoniale, la elección de un restó exclusivo. Aunque, claro, los tiempos habían cambiado y, para la cita con la modelo cordobesa, Rial habría hecho cerrar el lugar —explica la revista Gente— para tenerlo en exclusiva para ellos. Privacidad garantizada “y yo dije ‘guau, qué hombre’”, confesaría Antoniale ante Florencia de la V. Evidentemente, las chicas más jóvenes no están del todo acostumbradas a la galantería. Continúa el relato: “Al momento de despedirnos, nos decíamos ‘chau, chau’; yo le dije: ‘La verdad, la pasé tan lindo, me encantó, sos muy lindo’ y me dio un beso largo. Y dije: ‘Ay, este hombre me tenía ganas’. Hubo mucha química, mucha onda. Me fui a dormir, bah, no me pude dormir hasta las seis de la mañana”. La revista Caras hace una recapitulación bastante más romántica de los hechos. “Se conocían desde hacía años, y el periodista la había entrevistado varias veces”, afirma, dejando un sobreentendido: que, a raíz de la participación de Loly en el concurso de baile de Marcelo Tinelli, Rial la había “apadrinado”, dándole exposición en la pantalla de Intrusos, lo cual llevó a que ella lo apodara cariñosamente “tío Jorge”. “Pero esa vez fue diferente”, continúa Caras, en un registro digno de Corín Tellado. “Se habían ‘visto’ en incontables oportunidades por cuestiones laborales, pero por un impulso incontrolable, quizás mágico, comenzaron a ‘mirarse’. Una chispa anidó en sus corazones y, finalmente, nació el romance.” ¡Ay, qué ternura! En fin, al menos Caras —a diferencia de muchas otras publicaciones del género— hace un uso adecuado de los signos de puntuación. Así, entre seguidillas de mensajes de texto, encuentros en principio furtivos y regalos

costosos (esa pulserita Hermes que él le compró en Miami cotiza, según el obsequiador en persona, unos seiscientos dólares) comenzó a afianzarse la relación. El hecho de que él haya nacido poco más de un cuarto de siglo antes que ella causó en la prensa especializada mucho menos revuelo del que ellos mismos esperaban. Quizás sea que la Argentina ha evolucionado como sociedad y ya no se espanta de ver a un señor que franqueó la barrera de las cinco décadas con una niña. O quizás sea que llamarse Jorge Rial concede cierta impunidad. Lo cierto es que el paraguas estaba abierto, a la espera de una lluvia que nunca llegó. “Cuando empezamos, le advertí que teníamos una gran diferencia de edad y que la gente iba a decir cualquier cosa sobre ella”, explicaría Rial a Paparazzi a principios de 2013. “Le propuse terminar en ese momento, para que nos doliera menos. Y ella me respondió que ni loca. De hecho, se las sigue bancando todas. Algo importantísimo: adora a mis hijas. Se van con ella a Córdoba y yo estoy tranquilo, soy feliz. Por eso, más allá de los piedrazos que estoy recibiendo hoy, estoy pasando por un momento de gran felicidad.” La versión de esta misma “declaración de amor” —por llamarla de alguna manera— que aparece publicada en las memorias del periodista es, pese a cierta edición, bastante más descarnada: “Mariana, si seguimos adelante con esta relación, tenés que saber que te van a querer acribillar, que te van a tratar de gato y te van a decir que sos una puta”. Ah, la siempre sorprendente clarividencia del intruso. Y sigue: “Yo soy un tipo grande, que tiene dos hijas y me lo puedo aguantar. Pero vos tenés 26 años, y vas a sentir mucha presión. Muchísima. Lo único que te pido es que me respondas ahora si sentís o creés que esa presión te va a superar. Este es el momento para decirlo. Es preferible que terminemos ahora, sin hacernos demasiado daño, y no más adelante, cuando el dolor sea irreparable”. Abril de 2012 fue el momento clave para la relación. Era hora de blanquearla ante la sociedad toda y qué mejor que poner en marcha toda la potencia de la maquinaria Rial. Así, emprendieron un viaje a Italia, aunque no sin antes alertar a los abogados de Rial. Como para que estuvieran preparados. La crónica de la partida, en manos de la siempre algo romanticona revista Caras de la semana posterior al viaje rezaba: “El viernes 20, Mariana llegó al aeropuerto de Ezeiza acompañada por su representante, Leandro Rud, alrededor de las 11:40. Tímida y sin saber qué responder, la modelo solo atinó a sonreír al ser consultada por la flamante relación. Veinte minutos más tarde, Jorge arribó a la Terminal C. Fiel a su estilo canchero, el periodista lució jeans, campera de cuero y anteojos Ray Ban. ‘Muchachos, ¿a qué vinieron?’, les preguntó a los fotógrafos con una media sonrisa, minutos antes de abordar el vuelo AZ 681 de Alitalia, de las 13:20 hs, con destino a Roma”.

Intentar una interpretación de los códigos, de los gestos, de las palabras y los silencios de la escena podría provocarle un orgasmo espontáneo al doctor Cal Lightman, el protagonista de aquella serie llamada Lie to Me, donde el especialista ayudaba a resolver crímenes detectando las mentiras ocultas en el lenguaje corporal. Antoniale llega acompañada por su manager y, “tímida y sin saber qué responder”, según explica Caras, se abstiene de hacer declaraciones. Ni una palabra sin Rial al lado. Para cuando llega él, se hace cargo de la situación y jaquea a los fotógrafos con un gesto cómplice, una pregunta para la cual ya sabe la respuesta. Porque, dicen en el barrio, todos y cada uno de los movimientos durante el viaje a Europa estuvieron digitados de manera tal que tuvieran una cobertura de prensa adecuada a los intereses del periodista. En Venecia, se alojan en el lujosísimo Europa & Regina (a razón de 1.200 dólares la noche en la suite) y se dejan fotografiar besándose, románticos, arriba de una góndola, paseando de la mano, abrazados en cualquier parte, siempre y cuando la foto incluyera el presunto glamour de la “bella Italia” de fondo. Como si Loly no enfrentara suficientes prejuicios por irse de viaje con un señor que la dobla en edad y que está a medio divorciarse, ¿por qué no estigmatizarla un poco más con un toque de frivolidad extrema combinado con una dosis de lumpenaje en busca de glamour? Gracias, revista Caras, por esta perlita, una descripción de una poética simplemente maravillosa: “Inevitable para cualquier mujer, ‘Loly’ quiso ir de compras y Jorge no dudó en darle el gusto y, como buen caballero, cargó con las bolsas durante todo el recorrido. Para mimar a su novia, él le compró un par de zapatos, en la exclusiva tienda Fratelli Rossetti. Pero la fogosa pareja no solo adquirió calzado. Para celebrar y ponerle un poco de picante a la escapada romántica, el periodista también le obsequió un sensual conjunto de ropa interior de la renombrada casa de lingerie La Perla”. El día que inventen un artefacto capaz de detectar lugares comunes, esta simpática pintura de Jorge y Loly en Venecia registrará las mediciones más altas. Y, si querés ponerle picante, comprale una botella de salsa Tabasco. El miércoles 24 de abril, la tapa de Paparazzi llevaría como tema central el romance entre Rial y Loly, con fotos exclusivas desde la ciudad de los canales y las góndolas. El tema se replicaría en la edición del día de Intrusos, por América, y —por las buenas o por las malas— acabaría marcándole la agenda a todos los demás medios del segmento. Esa semana, las tapas de Paparazzi, Gente, Caras, Pronto y Semanario parecen clonadas. Todas muestran a Rial y Antoniale en Venecia. Todas menos Hola, por supuesto. Es que la revista del grupo La Nación prefiere la realeza. Y aún no los ha coronado. Aún. “En las fotos que se publicaron en su apasionado viaje a Italia, Antoniale lució un vestido

diseñado por Benito Fernández. Lo curioso es que luego de salir en la tapa de Caras, hubo cientos de pedidos y ¡agotó el stock! Hoy tiene lista de espera”, informa el diario Perfil a principios de mayo, con la feliz pareja recién regresada de su periplo europeo. Ante la publicación favorita de Fontevecchia, diría Antoniale que “siempre tuve buena onda con los diseñadores. No soy de las que piden, no soy de las minas que tienen canje. Yo le comenté a Benito que iba a viajar y me dio de todo para que me lleve. Ese vestido es divino”. El periodista picarón busca ponerla en un aprieto y, por un instante, lo logra. La pregunta es maliciosa y busca “jelinekizar” a Loly: —¿Fueron a museos, lugares históricos? —Sí, de Venecia fuimos a otra isla que se llama Murano, después al Coliseo de Roma, seguimos por el Vaticano, entramos a muchas iglesias. La pasé genial con Jorge, conocimos mucho, y él era mi guía turístico (se ríe). Compramos un poco de ropa, zapatos, varias cosas. Pero el viaje a Venecia, aun cuando fue el que alcanzó más repercusión y acaparó más páginas en la literatura chimentográfica, sería solo el primero de una especie de “George & Loly World Tour” con más escalas que una gira de los Rolling Stones. “Roma y Venecia fueron solo las dos primeras escalas del ‘operativo blanqueo’. Allí comenzó la película romántica que Rial dirigiría con cautela”, explica Noticias a principios de abril de 2013, a un año de aquel periplo. A menos de un mes de volver de Italia, hicieron un viaje de cabotaje, que mezcló placer, show y trabajo. Rial había sido contratado para conducir la ceremonia en el Sheraton de Iguazú donde se le dio a las cataratas locales el título de nobleza de “Maravilla del Mundo”. Ya allí fue, con su Loly, a mostrarse, a darles a los fotógrafos una excusa más para dispararle un flash, a sostener su lugarcito en las galerías de personajes de las revistas. En julio de 2012, para las vacaciones de invierno de Morena y Rocío, hicieron el primer viaje “familiar”, un bautismo de fuego para la jovencísima Antoniale, que el cincuentenario conductor pretendía integrar al clan. El destino elegido fue Aruba y las fotos al sol, mostrando piel, fueron muy bien recibidas por las tapas de los semanarios. Según relata Noticias, la nueva y feliz familia ensamblada “paró en el hotel Hyatt Regency Aruba Resort & Casino, cuyas habitaciones estándar para dos personas no bajan de los 450 dólares. Los días de descanso en ese lugar paradisíaco y el festejo de los tres meses de noviazgo, se vieron opacados por la enfermedad del padre de Antoniale, que falleció mientras ellos estaban de vacaciones. La felicidad y la angustia en ese viaje volvieron a ganar páginas en las revistas del corazón”. La tristeza no pareció desbordarla demasiado en ningún momento. De hecho, a pesar de las

lágrimas, se la vio cohe​rente y medida. Tiene su lógica, al tratarse de un padre abandónico con el que, en todo caso, había empezado a relacionarse a otro nivel ya en la adultez. Tras el funeral, la Niña haría escala en un espacio donde siempre sería bienvenida, casi su órgano de difusión oficial: La Pelu de Florencia de la V, en la pantalla de Telefé, un ciclo que siempre se quedó con las ganas de incorporarla al elenco permanente. Allí relataría que “sabía hace un tiempo que tenía cáncer y estaba muy desmejorado, había bajado treinta y tres kilos. Pero la última vez que lo vi, estaba mejor de humor y los médicos me dijeron que podía vivir días, meses o años”. Por supuesto, no pudo menos que destacar la labor de su noviecito, mostrándolo además como una persona altamente influyente: “Gracias a Jorge lo pudimos internar, ya que llamó al gobernador para hacer los arreglos porque no querían ingresarlo al hospital […] Mi papá estaba feliz de conocerlo. Sé que se fue feliz y que vivió muy bien, siempre hizo lo que quiso. Yo no tuve mucha relación porque no entendía por qué se había separado de mi mamá, pero no deja de ser mi padre y lo lloré como nunca”. Pero volviendo a la manía de la pareja de acumular más millas que Phileas Fogg y el Capitán Nemo juntos, en septiembre de 2012 volvieron a Córdoba, esta vez para ver jugar a la Selección nacional. A fin de mes, escapada romántica a Miami y Nueva York; y en marzo de 2013, para festejar el primer año de noviazgo, viaje a París y Madrid. Con la siempre romántica Tour Eiffel de fondo, fueron tapa en la revista Gente, donde hablaron de tener hijos, y en Paparazzi, donde el título era una promesa de que la gran historia de amor tendría más episodios por venir: “Cuando salga el divorcio, nos casamos”. Silvia D’Auro, la ex de Rial, afirma que se enteró de la relación y de aquel viaje a Venecia a través de los medios. Y peor aún, que cuando le preguntó a sus hijas, ambas confesaron no solo que sabían —tanto de la relación como del viaje—, sino que hasta los ayudaron a planificarlo. La exposición que implica ser la novia de uno de los periodistas de espectáculos más importantes del país (si no el más importante, un título que solo podría disputarle ni más ni menos que Luis Ventura) tiene sus ventajas. Porque, aun cuando ya gozaba de cierta popularidad generada por su propia carrera como vedette, la relación con Jorge Rial la colocó en muchas más tapas de revista de las que hubiera podido imaginar e, inclusive, la posicionó como un personaje interesante para otras propuestas laborales. Ella, humilde, minimizaría el impacto en una entrevista para el diario Perfil en mayo de 2012: “Siempre tuve trabajo, todos piensan que tengo más trabajo porque salgo con Rial. No es

así. Firmé contrato con la radio [Radio Pop 101.5, donde fuera columnista del programa Código Sily] antes de que todo esto se conozca. Que digan lo que quieran, es parte del juego, me la tengo que bancar, pero estoy disfrutando mucho de mi relación. Estamos enamoradísimos”. Por lo pronto, es cierto que, en esa primera temporada de verano, varios elencos le ofrecieron sumarse a propuestas teatrales de temporada. Pero, para 2012, prefirió facturar con publicidad, como la cara visible de la automotriz Toyota y de los exclusivísimos Mini Cooper. También rechazó una oferta para sumarse a la troupe de La Pelu de su amiga Flor de la V. Daría la impresión de que hay en su postura algo de honestidad ¿intelectual?, ¿profesional? Por lo pronto, su espacio compartido públicamente con Jorge Rial nunca fue el del trabajo, sino el estrictamente personal, donde se dedicó a mostrarse como una novia enamorada y una madrastra que contradice el paradigma de las películas de Disney. Desde el comienzo de la relación, por azar o por astucia, Mariana “Loly” Antoniale se instaló en un rol a mitad de camino entre la maternidad y la complicidad de una hermana muy mayor, o una tía muy joven. Y cómo no iba a ser objeto de admiración para dos chicas preadolescentes y conflictuadas, esta modelito simpática, hermosa y que, además, hace tan feliz a papá. Pronto los paparazzi empezaron a retratarlas a las tres juntas en todas partes: almorzando en algún coqueto restó, de compras por las zonas más exclusivas de Palermo, viajando a la Córdoba que vio nacer a Antoniale. Los retratos de las tres damas de Rial, que muchas veces ni siquiera lo incluían a él, empezaron a poblar tanto las revistas del segmento como las redes sociales. Las chicas la llaman “Ma”. Por “Mariana”, por supuesto. Un apócope engañoso, que busca con desesperación infantil una madre de reemplazo. Porque ella, cuando la llaman “ma”, les responde llamándolas “hija”. Para Loly, conocer a Morena y Rocío “fue genial”, diría al diario Perfil en mayo de 2012. “Al principio tenía muchos nervios porque no sabía con qué me iba a encontrar. Pero después, las conocí y son unas mujercitas muy lindas, son muy simpáticas.” La simbiosis Loly-Morena-Rocío llegó a tal grado que, cuando la mayor de las hijas cumplió sus quince años, decidió que el primer festejo fuera ni más ni menos que en Córdoba. El 8 de febrero de 2014, Rial, novia e hijas viajaron a Villa Carlos Paz, donde la maratón incluyó una salida al teatro (fueron a ver la comedia Mansión Imposible) una mega-parrillada en el restaurante Rancho Viejo al que se sumaron Beatriz y Sebastián —la madre y el hermano de Antoniale— y otros amigos de la familia. Al respecto, diría Rial al corresponsal de guerra de la revista Gente, reportando desde la trinchera: “Estuvieron todos los que mi hija quiso que estuvieran. No faltó nadie. Absolutamente nadie”. El subtexto se lee con la claridad de un pasacalle de gratitud a San Expedito: si Morena Rial hubiera querido que su mamá Silvia estuviera en el festejo, nadie se habría opuesto. ¿No estaba? ¿Será que su propia hija lo prefirió

así? La cobertura de prensa de los quince cordobeses de Morena Rial fue por lo menos curiosa. Gente le dio un despliegue amplio. El rumor dice que el semanario de Atlántida tenía una exclusiva pactada con Jorge Rial, pero que “misteriosamente”, aparecieron otros fotógrafos, incluyendo los de Caras, Pronto y Paparazzi. ¿Cómo llegaron los otros medios a un festejo que, se suponía, era íntimo y supersecreto? “¡Los llamó la Loly, por supuesto!”, chilla un hombre de la noche cordobesa que conoce de cerca a los Antoniale: “A esa le gusta más la cámara que el dulce de leche”. Dicen los que dicen que saben del comportamiento de la fauna autóctona que es ni más ni menos que Mariana “Loly” Antoniale la que, WhatsApp mediante, informa a los paparazzi sobre sus movimientos. Pero, volviendo a los detalles de la celebración, tras el opíparo asado, hubo karaoke y, en vivo, el grupo cuartetero Chipote, el favorito de Morena, que animó el baile hasta entrada la madrugada. El regalo de papá fue un Rolex. Elección inusual, que él mismo admitiría en Gente de esa semana: “Le compré un reloj importante, que es lo que se les entrega a los hombres cuando cumplen dieciocho, [aunque] no es lo material lo que hace más felices a mis hijas”. Clarísimo: un regalo digno de un varón de dieciocho, para una chica de quince. Solo el fanatismo de Jorge Rial por los relojes de alta gama puede explicar la decisión. Durante unos dos años, los Rial y los Antoniale fueron una especie de paradigma de la familia ensamblada, de clisé hecho realidad. De todas las formas y por todos los medios buscaron demostrar —¿y demostrarse?— que la familia puede elegirse, que puede cimentarse sobre lazos de amor, más allá de lo que indique el ADN, aunque fuentes del entorno han definido confidencialmente a Sebastián Antoniale, el hermano de Mariana, como “un matón a sueldo de Rial”. En la encendida entrevista post ruptura temporaria que Rial concediera a la revista Gente en junio de 2014, diría que “con la madre y con toda la familia siempre tuve buena relación. Me hice cargo de ellos. Cuando había una necesidad, yo estaba. Morena amaba a esa familia, la recibía bárbaro, Betty era genial con ella”. Porque no hay rosas sin espinas, ni fernet sin resaca, ni caja de alfajores cordobeses que no incluya alguno de fruta. Así —a raíz de un incidente que involucraría una indiscreción y una mediática indignada—, la familia feliz no resultaría ni tan feliz ni tan familia. La tormenta se avecinaba.

Capítulo 8 Chimenteros S.A.

He comprado algunos órganos pago en merca para ganar vendo la sangre de mi abuelita y no se acepta Argencard vean qué linda mujer que es esta, che póngale precio a mi mamá. BERSUIT VERGARABAT Durante más de tres décadas, el mercado de los helados industriales comprados por impulso — en quioscos del microcentro, en plena ola de calor— estuvo dominado por Frigor. Pero en el año 2005 Arcor decidió entrar en el juego. Para competir con Frigor necesitaban una marca igualmente poderosa. Y aun cuando Arcor tenía una fuerte tradición en materia de caramelos y otras golosinas, carecían de tradición en la industria heladera. ¿Cómo convencer entonces al consumidor de dejarse tentar? Por un lado, con una cantidad descarada de publicidad y con políticas comerciales polémicas (en el primer verano de su incursión en el segmento, daban beneficios algo exagerados a los quiosqueros a cambio de la exclusividad; han llegado a regalar freezers a cambio de que el punto de venta cancelara sus órdenes con Frigor y solo tuviera productos de Arcor). Pero lo más importante que hizo la compañía para salir a competir fue aferrarse a sus marcas ya reconocidas. Así, crearon helados bajo las marcas Bon o Bon,

Rocklets, Águila, Cofler y Tofi. Apelando a las marcas que el consumidor ya conocía, lograron vender otra cosa diferente. Según la Asociación Americana de Marketing, una “marca” es el “nombre, término, diseño, símbolo o cualquier otra característica que identifica el producto de un vendedor y lo distingue de los de otros vendedores”. Tras más de tres décadas en el negocio de los chimentos, Luis Ventura y Jorge Rial son —juntos o por separado— marcas en sí mismos. Así como Águila remite a cierta calidad de chocolates premium y Tofi sigue prometiendo “una dulzura especial”, y así como esas cualidades pueden extrapolarse a un nuevo producto (como el helado), las marcas Rial y Ventura tienen implicancias. Sus apellidos son sinónimo de chismes y escándalos, pero también de desenfado y sentido del humor; sus nombres se traducen como los de los tipos mejor informados del ambiente, pero también como los de dos inescrupulosos a los cuales muchos han acusado prácticamente de chantajistas. Decir Ventura, decir Rial, es decir cazadores de noticias implacables, con una ética periodística quizás flojita de papeles. Todas esas características de las respectivas marcas, las positivas y las negativas, las que el público ama y las que el público odia —y las que consume porque, justamente, odia—, pueden extrapolarse a otros productos. Y si algo han sabido hacer los intrusos es el cross-branding de sus propios nombres, incursionando en industrias relacionadas y en emprendimientos casi fantásticos que parecieran tener poco y nada que ver con lo que la marca personal significa. Luis Antonio Ventura conserva la costumbre de hombre simple y trabajador de salir temprano de la cama y cebarse unos mates. Tras el frugalísimo desayuno, hace su visita diaria a El Porvenir, el club de fútbol del que fuera director técnico, aunque su función actual sea más bien la de un mecenas que consigue fondos para hacerlo crecer, mientras dirige otro club: Claypole, una institución cuya comisión directiva tuvo dificultades para ser aprobada por la AFA y cuyo estadio está clausurado tras incidentes violentos en la tribuna que acabaron con algún que otro apuñalado. La narración de la revista Anfibia retrataría al Ventura DT, en sus tiempos al mando de “El Porve”, en forma implacable, sin dejar demasiado librado a las interpretaciones: El Porvenir es un club fundado en 1915. Estuvo casi toda su historia en la segunda y tercera división pero a partir de la temporada 2013/2014, después de que Ventura fuera DT, descendió a la Primera D. El estadio tiene una capacidad para 14.000 personas, canchas de tenis, un gimnasio donde entrenan algunos futbolistas, una confitería y un altar de la Virgen

de Luján. Ventura está en una charla técnica con los jugadores. Él habla y los demás escuchan. En su oficina del club se guardan los trofeos […] —Yo soy un tipo de excelencia, y no considero que El Porvenir sea una búsqueda menor. Para mí es el Barcelona. Me gusta pensar en grande. Ventura enfrenta el tránsito del conurbano con mucho cuidado y dice que predicar en el desierto es jodido porque la gente piensa en chico. Y ese es un problema. Dice Ventura que su club es uno de los grandes gigantes de su categoría. Pero que muchos no lo entienden: están en otra dimensión, te ponen piedras. Dicen que te robás plata del club cuando metiste 200 lucas. En 2008, le propusieron ser el técnico por el trabajo social que venía haciendo en la institución y porque además “sabe de fútbol”. Dice Ventura que la campaña que hizo fue buena. Le pidieron 50 puntos porque supuestamente con eso se salvaban del descenso. Su equipo sumó 54. Dice Ventura que igual no les alcanzó pero “por cuestiones políticas que beneficiaron a otros equipos”. —¿Me fui al descenso? Sí, pero también es cierto que la campaña fue buenísima. Las bases de operaciones de Ventura son una oficina austera pero elegante en Puerto Madero, con un frigobar que siempre guarda una botella de espumante para las ocasiones especiales y muchas latas de bebidas energizantes, para cuando el ritmo de trabajo lo supera, y el bar de la esquina de América TV; un lugar por donde, desde su salida de Intrusos, se lo ve menos. Habrá de estar más relajado desde que dejó de pertenecer al staff del programa de chimentos más poderoso de la tele. Porque, a fin de cuentas, eso solía ocuparle todas las tardes. Pero, claro, desde que fue “separado”, sus tardes son más tranquilas y discurren entre reuniones de producción para Secretos Verdaderos —su programa de los sábados—, sus pasos vespertinos por la redacción de Crónica (donde aún hace una asesoría para la sección de espectáculos) y su recalada, siempre a última hora, en la redacción de Paparazzi, la revista cuya titularidad aún compartiría con Rial —dicen en los pasillos que, lentamente, se ha desprendido de sus acciones y que el principal comprador sería Televisa, el tercer socio del emprendimiento—, aunque nunca nadie le vio poner un pie en la redacción. Todos los fines de semana va a misa, a San Judas Tadeo, en Lanús. Prefiere evitar las aglomeraciones, por lo que se acerca en silencio a la última misa del sábado o, incluso, a la primera del domingo. Para su relación con “el jefe”, prefiere el perfil bajo. La década de menemismo fue una edad de oro para el periodismo frívolo. La ya a esta altura

sobreexplicada y sobreinterpretada “farandulización de la política” le daría a los medios del segmento todo un nuevo elenco de figuras rutilantes que incluía interventoras de piernas largas, gobernadores que le seguían los chistes a los movileros de CQC y hasta un presidente más adepto al showbiz y a protestar porque no podía conservar su Ferrari que a mantener a raya el desempleo. El voto-castigo que despojó a Menem de su poder y su presunto glamour, coronando al insípido Fernando de la Rúa como nuevo inquilino de Balcarce 50, parecía traer otros aires. Pero no. “El virus del menemismo había quedado pegado a la Casa Rosada”, dice en el prólogo de su libro El intruso el propio Rial: “En lugar de Zulemita, sus berrinches, sus amenazas de suicidio y sus minifaldas, llegaron Antonito y Aíto. A cambio de los novios de la nena, arribó Shakira con sus caderas. Los menemistas fueron reemplazados por el grupo Sushi. Todos tan frívolos como los anteriores, llevados de las narices por la moda, con consignas vacías de contenido y con ganas de aparecer en las páginas de Caras o Gente. Al menemismo le había salido un hijo bobo llamado Alianza. La frivolidad no se fue, cambió de bando”. Lo que nadie esperaba, lo que hizo que tantísimos votantes se sintieran traicionados, era que aquel radical con reputación de austeridad y promesas de transparencia terminara huyendo por los tejados como un ladrón, con la convertibilidad muerta, la clase media enfurecida por el corralito, la industria parada, el trabajo precarizado y hasta perseguido por acusaciones de corrupción, incluyendo la de haber comprado senadores, Banelco mediante, para aprobar su más cuestionada reforma laboral. La salida de De la Rúa, la sucesión de gobiernos interinos y los primeros tiempos de la administración Duhalde fueron una época triste, un tiempo en que al país lo invadiría una sensación de apocalipsis; pero también donde la frivolidad y el entretenimiento —sobre todo si eran baratos en una época en que las cuasimonedas y los clubes de canje se habrían encargado de enviar al consumidor argentino, como el Delorean de Emmett Brown, de regreso al medioevo— tenían buenas chances de hacer negocio, aun en tiempos de crisis terminal. Ya en su juventud, Jorge Rial y Luis Ventura fantaseaban con crear una revista de chimentos. Y el momento elegido para lanzar Paparazzi no podía ser más acorde. Nacida en 2002, cuando el país a duras penas lograba asomar la nariz sobre la superficie de la crisis que acabaría, un año antes, con el gobierno de la malograda Alianza, se impuso rápidamente. Era una revista ligera, entretenida y, sobre todo, barata; que prometía llevar al papel la misma calidad y cantidad de chismes que sus directores presentaban desde hacía dos años en la pantalla de América TV. El house organ de Intrusos arrancó fuerte, vendían 100.000 ejemplares por semana, una cifra a la que no llegarían publicaciones mucho más prestigiosas como la XXI de Lanata o, incluso, la

mismísima revista Noticias, pero que sí eran usuales para títulos más frívolos como Gente o Caras. Aunque, y eso marcó una diferencia importante en el quiosco, Paparazzi era mucho más económica. Históricamente, la mitad de lo que cotizara Gente; un hecho que marcaría en los años siguientes un potencial conflicto de intereses, considerando que ambas revistas comparten propietarios. Porque Gente, el caballito de batalla de Editorial Atlántida, pasó a ser propiedad de Televisa cuando la compañía mejicana compró la editorial de la familia Vigil en 2007. Paparazzi, por su parte, sería fundada en sociedad por Rial, Ventura y la misma Televisa. En los pasillos de la calle Bouchard se han oído voces francamente preocupadas —y, alguna que otra vez, ligeramente enfurecidas— al notar que Paparazzi, una especie de hermanastra menor de Gente, era capaz de ganarles una primicia. A más de una década de su creación, y con un mercado de publicaciones periódicas en constante contracción, Paparazzi ha perdido el podio que supo conseguir. En la actualidad, la mucho más humilde revista Pronto lidera las ventas de la prensa rosa, acercándose a los 100.000 ejemplares semanales en sus mayores picos de ventas (que dependen, en gran medida, de cuál sea el escándalo de la semana, y de cómo ocupe la tapa), mientras que las ventas de Paparazzi se encuentran, en promedio, unos diez o quince mil ejemplares semanales por debajo de la líder del segmento. La composición accionaria de Paparazzi no es algo que exactamente hayan andado ventilando sus propietarios. Por fuentes cercanas a ambos, se sabe que, a partir del año 2007, Jorge Rial pasó a ser un socio minoritario, tanto de la revista como del portal de noticias del espectáculo PrimiciasYa, co-fundado también con Ventura. El 70% de las acciones de Rial en Paparazzi las habría comprado Televisa. Cuánto vale el 30% que aún está en sus manos es un misterio. Pero no debe ser poco dinero: la silla en el directorio de Paparazzi habría sido —dice gente cercana— una de las posesiones más codiciadas y más discutidas en la división de bienes, en el divorcio entre Jorge Rial y Silvia D’Auro. Gente que los conoce afirma que ella tenía los colmillos afilados, dispuesta a alzarse con la mitad de lo que sea que a Rial le correspondiera de la revista; pero que todas las negociaciones fueron orientadas a compensarla de alguna otra manera, con tal de dejarla fuera del negocio editorial. Algo que, aparentemente, habrían logrado. D’Auro nunca fue socia de Paparazzi, pero sí tuvo una posición importante en Ideas+Ideas, la productora que fundara Jorge Rial en 2007 tras anunciarle a su esposa —que sería su mano derecha comercial— que “es hora de empezar a juntar guita”. Aun cuando la empresa fue concebida como una productora de radio y televisión hecha y derecha, que debía dedicarse a generar nuevos contenidos, incluso para distintos medios, acabó con el tiempo limitándose a ser

la productora comercial de los programas de Jorge Rial; el canal de comercialización para la publicidad de Intrusos y Ciudad GótiK; además de los PNT en ambos programas y en la cuenta que Rial personalmente maneja en la red social Twitter. Menudo negocio. “Ella —reconocido por él mismo— fue quien siempre negoció los contratos con el canal y manejó la pauta comercial no tradicional —PNT— de Intrusos, y los contratos que, por menciones y apariciones, se generaban con políticos como Mauricio Macri o Sergio Massa”, explicaría el diario Perfil en junio de 2012. Para seguir: Y esto también planteó una situación que no siempre suele darse: en este divorcio es la esposa quien tiene el control casi total del patrimonio familiar, y no el esposo. Sí, Rial no estaría seguro de cuánto dinero tiene ni dónde, y por este motivo el estudio de abogados que lo representa pidió un análisis completo de los libros contables de Ideas+Ideas, la productora del tándem Rial-D’Auro […] Según parece de lo observado en una vista inicial, no habría concordancia entre, por ejemplo, lo presentado en las declaraciones juradas de ganancias del conductor con los gastos que figuran en los libros. Por eso, los abogados de Rial habrían pedido a los clientes copias de las facturas realizadas a la productora. Ellos creen que desde antes de fin de año, D’Auro habría estado desviando dinero a Morchi S.A., una sociedad en la que ella no figura como titular. De probarse todo esto, los abogados del conductor presentarían una causa penal por defraudación contra tres integrantes de Ideas+Ideas, y no contra ella ya que por el artículo 185 no hay estafa en un matrimonio […] Según pudo averiguar Perfil, Rial percibe 200 mil pesos mensuales como conductor de Intrusos y 110 mil por Ciudad GótiK, su exitoso programa en radio La Red; a esto se le sumarían alrededor de 500 mil pesos en concepto de PNT (publicidad no tradicional). Además, Rial utiliza su cuenta en Twitter para hacer sus propios PNT, por los que sacaría un aproximado de 35 mil pesos en publicidad […] Desde que el conductor blanqueó su romance, los anunciantes no supieron cómo manejarse ya que recibían llamados de Ideas+Ideas para seguir negociando como si nada sucediera. Por eso, quien ahora maneja los PNT es la ex cuñada de Rial, Raquel D’Auro, lo que provocó un cisma familiar […] En tanto, D’Auro reclama, además del departamento, 110 mil pesos mensuales —esto sería a razón de 5 mil diarios—, tres mucamas, un chofer, seguridad privada, camioneta blindada, nutricionista y psicólogo para sus dos hijas. Por supuesto que las cifras que cita el diario, a esta altura e inflación mediante, deben estar desactualizadas. Pero pensar en ingresos mensuales cercanos al medio millón de pesos no solo

no sería del todo descabellado, sino que hasta explicarían la voracidad de la ex a la hora de negociar. El que fue un negocio más que redituable para Rial fue haber fundado el portal PrimiciasYa, no tanto por lo que le reportara de ganancias mientras fuera uno de sus dueños, sino por la venta. Creado en 2006 y con una redacción propia en el barrio de Belgrano, PrimiciasYa era para Rial poner un pie en materia de nuevos medios de comunicación, instalarse en la vanguardia, adelantarse al futuro. Bah, estar en internet. A principios de 2010, el portal ranqueaba 79 en la lista de los más visitados de la Argentina. Una ubicación de la cual enorgullecerse —“Top 100”, considerando la cantidad de sitios que se generan a diario en el país y en el mundo—, pero distante del podio de los portales de noticias que pelean, cabeza a cabeza y desde hace años, Clarín e Infobae. Por eso es que lo mejor que hizo Rial con PrimiciasYa (o al menos lo más rentable) no fue crearlo, sino sacárselo de encima. En el 2011, el 70% del paquete accionario pasó a manos de Grupo Uno, el holding de medios propiedad de Daniel Vila y José Luis Manzano. Según trascendidos, a Rial le pagaron no en efectivo sino con una treintena de hectáreas en Tupungato —se especuló en algún momento sobre un valor cercano a los 800.000 dólares— que incluían viñedos. En la región de Cuyo, dicen, nadie es del todo empresario, nadie es aceptado por completo dentro de la elite, hasta que no planta su primera uva. Como dueños de medios, para Vila y Manzano, invertir en viñedos fue una forma de acercarse a un círculo muy exclusivo, que les abriría puertas a nuevos negocios. Para Rial, aceptar que se le pagara una transacción en “vino” era un paso más hacia una posición de privilegio. La transacción lo acercó al segmento y se animó a convertirse en emprendedor vitivinícola. En junio de 2011 presentó oficialmente su flamante línea de vinos, producida por la Bodega Cinco Lunas, en la exposición Cuisine & Vins en el Palacio Paz; aunque también le organizaría un evento de lanzamiento en la vinoteca Aldo’s, en San Telmo, el local propiedad de Aldo Graziani, con quien ya se conocían de los tiempos en que este era sommelier del hotel Faena. El vino, un malbec hecho y derecho, se llamó “Rocío Moreno”, en claro tributo a sus hijas. “El vino es para tomar entre amigos. Cuando me empecé a meter en esto, conocí que la industria detrás del vino es maravillosa”, aseguró el conductor, en medio de la emoción del lanzamiento, al portal de noticias Teleshow.com. Sin embargo, la línea no prosperó: en la división de bienes, Silvia D’Auro se quedó con la marca y el vino desapareció del mercado. En Yo, el peor de todos, su autobiografía, Rial narra el origen de su línea de ropa: “Agustino nació de casualidad, o por cansancio. Todo comenzó allá por 2007, cuando conducía Gran

Hermano, por Telefé. Estaba harto de usar la ropa que me daban en los canales. Los trajes me quedaban grandes. Los dobladillos siempre estaban mal cosidos. Todo parecía atado con alambre. Hasta que un día fui a Etiqueta Negra y me compré tres ambos. Llegué al canal, encaré a las vestuaristas y les dije: ‘No me traigan más ropa de canje’”. Durante sus viajes, comenzó a comprarse ropa para lucir en cámara —la marca inglesa Ted Baker entre sus favoritas— hasta que el diseñador cordobés Gustavo Arce lo contactó. Arce había visto en pantalla lo que estaba haciendo Rial con su ropa y, quizás intuyendo la necesidad, lo sedujo presentándole una serie de diseños. “Te quiero vestir”, le propuso. Al poco tiempo de que Rial comenzara a aparecer en pantalla con la ropa de Arce, los pedidos empezaron a lloverle. “Estamos en un punto de inflexión”, le dijo Arce a Rial, llegado el momento: “Mucha gente me está pidiendo la ropa que te hago. O me largo solo con una mayor inversión o nos hacemos socios y vamos para adelante”. “Igual, yo me metí en Agustino por plata”, confiesa Rial, aunque admite que la marca aún no genera grandes cantidades de dinero. “Me incorporé porque fue la culminación de un proceso personal de seis o siete años que me llevó interesarme más por la ropa y hacerme más sofisticado para elegir.” Pero más allá de la inesperada incursión en el negocio de ponerle su marca a una bebida espirituosa o de la creación de su propia línea de ropa, el negocio de Rial —con Ventura como su siempre fiel patiño— son los medios. O, más allá de los medios, la generación de contenidos. La dupla tiene dos espacios en televisión (Intrusos —que alguna vez compartieron— y Secretos Verdaderos, aunque quizás se podría hablar de tres, si se considera la incorporación reciente de Luis Ventura al equipo de Animales Sueltos), uno de los programas de mayor audiencia en la radio La Red, una revista y una presencia on line indiscutible. En suma, Rial y Ventura son un multimedios en sí mismos, con un pie en cada formato relevante. Así y todo, parecen no conformarse. Y a la hora de generar más contenidos, no han dudado jamás en llevar sus marcas personales hacia otros formatos. Hace décadas que la industria editorial produce libros para gente que no lee. Porque, así como la televisión culturosa del ATC alfonsinista murió con la farandulización total del menemato, algo similar le sucedió a la literatura. Ludovica Squirru agota cerca de 150.000 ejemplares solo en sus primeras dos semanas de venta, la biblioteca de Osho continúa multiplicándose y varias celebridades de la tele se han graduado de delincuentes poniéndole su nombre a libros de autoayuda. En los últimos años, la literatura ha tendido a ocupar cada vez menos espacio en las

vidrieras y las mesas de las librerías, en favor de otro tipo de libros. De libros, como decíamos, para gente que no lee. Que no busca poesía, ni belleza, ni una trama bien desarrollada, ni personajes profundos. El nuevo lector busca entretenimiento. Contenidos ligeros. Por eso vende la autoayuda, porque promete soluciones sin el compromiso de una terapia freudiana prolongada, una continuidad en la misa dominical o demasiadas clases de yoga. Es un camino fácil. Por eso venden los libros de no-ficción (como este mismo, para qué negarlo), porque son una versión corregida, aumentada y más bonita para tener en una biblioteca que cualquier revista que pueda contener una investigación periodística razonablemente profunda. La literatura solo vende cuando es moda y, en general, se convierte en franquicia. Vende cuando se llama Crepúsculo, Harry Potter, Cincuenta sombras o cuando lleva la promesa de amores épicos en lugares insólitos bajo la firma de Florencia Bonelli. Y que los libros se hayan convertido en una forma de entretenimiento es, en el fondo, algo positivo. Al fin y al cabo, acercan el libro —como formato— y el texto (como gimnasia intelectual) a un consumidor al que le preocupa más quién queda afuera del Bailando que el buen uso de la metáfora, la sinécdoque, la metonimia y la construcción comparativa. Que Jorge Rial y Luis Ventura, en sus respectivas incursiones en el mundo de los libros, hayan hecho productos de entretenimiento más que abordar pretensiones literarias tiene todo el sentido del mundo. Ventura publicó dos libros y las ventas sumadas de ambos superaron los 40.000 ejemplares. Teniendo en cuenta que un autor novel de ficción es considerado un boom si logra arrimarle el bochín a los 5.000 ejemplares y que el horóscopo de Ludovica vende más de 150.000 libritos al año, la cifra de Ventura está muy bien, sobre todo reparando en que se trata de no-ficción (o algo así) y de libros cuyo autor es famoso en sí mismo; es una marca que tracciona audiencias. Los títulos de la obra literaria de Ventura prometen: Toda la verdad y nada más que la verdad. Los expedientes V (Planeta, 2012) y Ahora, todo. La verdad completa (Planeta, 2013). Y, aun cuando el texto está lo suficientemente cuidado como para que —a fuerza de insinuaciones y sobreentendidos— no haya nada que pueda sonar demasiado “judiciable”, el primer libro le costó a Ventura una demanda por parte de Marcelo Tinelli (que, por la misma época, le inició también acciones legales al empresario Matías Garfunkel a propósito de una difamatoria nota de tapa de la revista El Sensacional), al que parece ponerlo algo nervioso que se hable de su intimidad. Sus libros son, básicamente, una colección de historias y chismes de diferentes personajes del mundo del espectáculo, el deporte y la política —la farándula en su sentido más amplio—, tratados con una profundidad y grado de detalle que no permite la

televisión y con una extensión que sería imposible en una revista. Para leer en la playa de Mar de Ajó, tomando mate, son libros absolutamente geniales. Lo que poca gente sabe es que Luis Ventura tiene una veta literaria inexplorada. Desde muy joven escribió poesía y cuentos cortos, aunque nunca publicó nada de su obra poética o de ficción. Quizás, en un futuro, ya jubilado —especula gente muy cercana al periodista— podría volcarse a la literatura e, inclusive, a un libro de memorias. Jorge Rial, por su parte, tuvo cuatro incursiones en el mundo editorial. Sus primeros tres títulos se anticiparon más de una década a lo que luego haría Ventura: compilar historias de famosillos. El primero se llamó Polvo de estrellas y fue publicado en 1996, también por Planeta. Pero sería el segundo libro el que lo llevaría a los tribunales y le causaría algún que otro dolor de cabeza (y de bolsillo). Su biografía (Ediciones Florentinas, 1999) fue, como el nombre casi lo explica por sus propios medios, una biografía no autorizada de Susana Giménez que no solo le costó la enemistad de la diva —una de esas enemistades dignas del “ambiente”, que se disuelven con el tiempo o cuando los mutuos intereses lo requieren—, sino también una demanda judicial por violación del derecho a la intimidad entablada por Huberto Roviralta, en esa época macho de turno de la señora. En uno de los tantos pasajes polémicos del libro, Rial relata cómo Roviralta “disfrazado de príncipe azul, apostó ante sus amigos que se podía levantar a Susana Giménez, e invirtió 500 pesos para obtener la entrada a un evento en el que participaría la actriz, lo que le produjo una ganancia de 50.000.000 de dólares”. Además, entre otros calificativos, aparecen los términos “vividor”, “ventajero”, “parásito” y “maquiavélico”. Ofendido, Huber demandó. Pero, en primera instancia, la justicia entendió que, si bien el libro “configuró una recreación extravagante y risible de los hechos y personajes vinculados al entorno de una figura famosa del medio artístico y televisivo” no evidenciaba intención de injuriar. La apelación a su favor llegó recién en el año 2005, cuando la Cámara dictaminó que, aun teniendo en cuenta el estilo de Rial, que exagera hechos escandalosos —al menos así lo interpreta el fallo—, a Roviralta se lo habría tratado con verdadera saña. Según los jueces, más allá de que no hubiera pruebas fehacientes de la condición parasitaria del polista en su relación con la conductora, “la intimidad implica incluso el derecho a ocultar ciertas cosas”. Rial fue condenado a pagar 60.000 pesos de indemnización al pobre Huber, herido en sus sentimientos y con su intimidad vejada. La carrera literaria de Rial se completa con El intruso (Planeta, 2001), otra compilación de historias de famosos, y con su autobiografía —o memoria de mitad de vida—, Yo, el peor de todos, publicada por Margen Izquierdo, el sello editorial de Luis Majul. “Las tres editoriales

más grandes le ofrecieron a Rial hacer un libro”, explicaría Majul a Noticias en mayo de 2014, cuando el pan aún estaba en el horno, “pero ninguna de las tres le terminó de explicar qué libro querían. Todos cuentan con que el nombre solo de Rial vende, sin importar qué escriba.” Ante la consulta de Rial sobre qué clase de libro debía escribir, la respuesta de Majul fue contundente: “Podés escribir un libro de porquería, con las páginas en blanco; un libro más o menos armado, que zafe; o podés hacer un libro que deje una marca. Pero para dejar una marca el libro tiene que estar muy trabajado, vos tenés que estar muy convencido y en el que tenés que poner parte de tu energía vital. Tiene que ser un libro de honestidad brutal, donde no te calles nada, donde cuentes todo: tu separación, las acusaciones que se te hacen, cómo decidís qué temas llevar al aire, tus encuentros secretos con políticos y con capos de medios de comunicación... ¡Todo! Y, si no estás dispuesto a contar todo, ni te molestes”. Durante más de un año, Jorge Rial tuvo un pequeño ejército de colaboradores trabajando en compilar información, en armarle su propio “carpetazo”, en investigar y ordenar esas cosas que ni él mismo recuerda del todo bien de su propia vida. Lo que se dice en los pasillos es que, sin embargo, el texto final habría sido redactado por el conductor en persona. Tiene lógica: es periodista, siempre fue un muy buen redactor de estilo y, aun cuando el uso de un “escritor fantasma” es bastante común entre los famosos, en general sus servicios son para aquellas celebridades en la frontera del analfabetismo —que las hay, y tantísimas—, que a duras penas pueden escribir su propio nombre sin problemas de ortografía, gramática y sintaxis. No es el caso. Qué tan desnuda está la verdad —cuando apenas de​sabrocharle un par de botones puede traer consecuencias judiciales— y qué tan honesto puede ser el “relato” construido por Rial sobre sus propias andanzas, solo podrá ser juzgado por la historia. O por Dios, o por la Patria, o por quien sea que demande sobre este tipo de entuertos. Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua —tan poco adepto a ponerle siquiera un poquito de poesía a sus definiciones— la palabra “histrión” significa: “1. Actor teatral. 2. Persona que se expresa con afectación o exageración propia de un actor teatral. 3. Hombre que representaba disfrazado en la comedia o tragedia antigua. 4. Prestidigitador, acróbata o cualquier otra persona que divertía al público con disfraces”. Pero ser “histriónico” no es solamente tener una postura sobreactuada, ponerse una máscara, hacer acrobacias y ser un prestidigitador que, con sus trucos, entretiene a una audiencia. Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, el trastorno histriónico es

un patrón general de excesiva emotividad y una búsqueda de atención, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos, como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems: 1. no se siente cómodo en las situaciones en las que no es el centro de la atención; 2. la interacción con los demás suele estar caracterizada por un comportamiento sexualmente seductor o provocador; 3. muestra una expresión emocional superficial y rápidamente cambiante; 4. utiliza permanentemente el aspecto físico para llamar la atención sobre sí mismo; 5. tiene una forma de hablar excesivamente subjetiva y carente de matices; 6. muestra autodramatización, teatralidad y exagerada expresión emocional; 7. es sugestionable, por ejemplo, fácilmente influenciable por los demás o por las circunstancias; 8. considera sus relaciones más íntimas de lo que son en realidad. Por supuesto que el terreno perfecto para el histrionismo es el teatro. Y, sin intención de someter a nuestros protagonistas a un psicodiagnóstico ad hoc y a la ligera, si embargo da la impresión de que el hecho de que acabaran extrapolando sus marcas personales hacia los escenarios sería casi un paso natural. Aun cuando el debut actoral de Jorge Rial fue en 1992 —un “bolo” haciendo de camarero en la película Extermineitors IV que seguramente no ameritaba una nominación al Oscar—, pasarían casi dos décadas hasta su primera aparición en teatro. Producida por Javier Faroni, la “obra” se llamó El ángel y el demonio del espectáculo. Y el entrecomillado es al solo efecto de evitar que el viejo y querido Willy Shakespeare se levante de la tumba, nos de a todos una buena paliza y vuelva a morirse. Porque Ángel y demonio, que debutó en septiembre de 2009 en el Teatro Coliseo de Lomas de Zamora, no sería exactamente una “obra de teatro” en el sentido más estricto, sino una especie de versión teatralizada de Intrusos. La historia de la “obra” (seguiremos entrecomillando el término hasta que alguien lo prohíba por ley) cuenta cómo Jorge Rial muere en un accidente de tránsito —más de uno debe haber babeado ante la sola idea— y queda atrapado en una especie de purgatorio del que solo puede salir, para volver a la tierra, contando ante una suerte de tribunal todo lo que nunca se atrevió a decir en televisión. El ángel y el demonio del espectáculo embarcó a Rial en una especie de gira multibarrial que no solo incluyó la tradicional sala de Lomas sino también el Teatro Coliseo Podestá de La Plata, el Coliseo de Zárate, el Maipú de Banfield y la Sociedad Italiana de San Fernando, entre otras, antes de lanzarse a conquistar el interior del país, con presentaciones en varias provincias (San Juan, San Luis y La Pampa, entre otras) y el exterior (en el Teatro Metro, de Montevideo).

Pero el éxito más inesperado lo obtuvo en Mar del Plata. En el verano de 2010, mientras mantenía en Buenos Aires sus programas de radio y televisión, Rial viajaba todos los fines de semana a la costa para poner a su ángel y a su demonio sobre el escenario del Radio City. Y aun cuando el Martín Fierro siempre le fue esquivo, su paso por las tablas de La Feliz le valió un premio Estrella de Mar en la categoría “Mejor Varieté”. Rial volvería al teatro de verano en la temporada 2013, al frente de Rialidad en la city, espectáculo producido por Guillermo Marín, nuevamente en el Radio City de Mar del Plata, donde compartiría cartel —primero— con Cacho Castaña y con su propia novia, Mariana “Loly” Antoniale, aunque pronto el elenco cambiaría con la incorporación del humorista Claudio Rico y de la vedette Valeria Archimó. ¿Por qué Loly estuvo y dejó estar? “Inteligentemente Mariana (remarca su nombre para que yo deje de llamarla ‘La Loly’)”, cita la revista Semanario a fines de enero de 2013, “se bajó de la obra, primero te diría por un tema económico. A ella le conviene mucho más lo que está haciendo que el teatro y por otra parte creo que era como mezclar y especular”. ¿Especular con la relación personal para generar contenidos prensables, para ser centro de atención, para moverse hacia posiciones mejores? No, seguro que no. Jamás harían una cosa así. La carrera teatral de Luis Ventura ha sido quizás menos rutilante que la de su colega, pero no por eso carente de logros. La temporada 2007/2008 lo encontraría haciendo sus primeras armas como invitado de la legendaria Moria Casán en What pass, Carlos Paz, donde comenzaría a aprender de la diva algunos trucos escénicos que, con el tiempo, trasladaría a la televisión. La siguiente oferta para hacer teatro —por cierto generosísima— le llegaría en 2011, de manos de Ricardo Fort. El chocolatero le habría ofrecido 600 mil pesos por hacer diez funciones de temporada, lo cual habría crispado los ánimos de Jorge Rial. “¡Celos!”, chillan desde Venturalandia, aunque otra fuente afirma que uno de los factores que boicoteó el acuerdo habría sido la intervención de Silvia D’Auro, que pedía al fabricante de los chocolatines Jack unos 15.000 dólares al mes por la difusión de la obra en todos los productos del espectro rialista. Con las cosas así de tensas, nada llegaría a buen puerto. Pero la primera incursión de Ventura como protagonista en el teatro llegaría recién un año más tarde y sería algo muy similar a lo que su compadre Rial hiciera en su Ángel y demonio, aunque menos sobrenatural: Ventura, en vez de tener que ganarse la salida del limbo para volver a la tierra, simplemente tenía que enfrentar un tribunal donde se lo juzgaba, obligándolo desde el banquillo de los acusados a... ¿a qué? ¡Sí! ¡A rememorar los escándalos mediáticos en los que

estuvo involucrado! Bajo el título de Venturísimo, el juicio final, el espectáculo inició una gira en enero de 2012 que lo llevó a las más renombradas salas de San Bernardo, Mar de Ajó y San Clemente del Tuyú. Su hijo Facundo interpretaría el papel del juez a cargo del interrogatorio. Aun con la “moda” (o “tendencia”, o “herramienta”, o como sea que se prefiera llamarlo) de llenar los escenarios de temporada de verano con “caras de la tele” para atraer público, la temporada 2013 fue especialmente difícil, sobre todo en Villa Carlos Paz. Y no porque faltaran propuestas, entre comedias pícaras, presuntas revistas y espectáculos de variedades. Simplemente, el bolsillo del turista no favoreció al teatro; el veraneante prefirió gastar más en gastronomía que en entretenimiento. A tal punto llegó la presunta crisis del sector que Florencia de la V no solo se dedicó a patrullar cuanto móvil de televisión tuviera a mano, haciendo berrinche por lo mal que le iba —en su triple rol de cabeza de elenco, dueña de la sala y productora, sentía la baja en la venta de entradas en lo más profundo de sus finanzas—, sino que incluso se tomaría un sabático para la temporada siguiente, entregando su sala en alquiler a otro productor. En ese contexto, con una Villa Carlos Paz de salas algo desoladas, Luis Ventura se animó a subirse a las tablas del Teatro Holliday con un espectáculo que, muy oportunamente, se llamó Estamos en el horno. Compartió escenario con el también periodista Pablo Layús —a dúo con Ventura se dedicaban a entrevistar en vivo a distintas figuras que los visitaban—, la vedette Johana Villafañe (la artista antes conocida como Johana Pombo), la siempre estrambótica y casi inclasificable Gladys Florimonte y el humorista “Mudo” Esperanza. Un verdadero dream team bizarro. Fuentes ligadas con la industria del teatro cordobés afirman sin dudarlo que, a la hora de cortar boletos, el rendimiento del show de Ventura fue tan mediocre como todos los demás. En el invierno de ese mismo año, invitado por el programa que conducía Ricardo Fort por América TV, Ventura —a propósito de una pregunta de Marina Calabró, que presumiremos de total inocencia, sobre qué cuentas pendientes tenía en la vida— haría el gran anuncio que marcaría un cambio en su carrera artística: “El año que viene voy a hacer teatro infantil. Me lo propuso Panam y mi personaje se va a llamar el ‘Ogro Sovó’. Un día me la crucé a Laura y la llamé para entrevistarla en la radio. Ella me tiró la propuesta y yo acepté”. Debutó en el verano de 2014, disfrazado de algo así como un Shrek de cabotaje. Solo subsistió esa temporada en el elenco: en el otoño, la voluptuosa ex modelo devenida en favorita de los más pequeños —y de muchos de sus papis— confirmaría a los medios que “yo lo quiero mucho a Luis, pero creo que fueron palabras desafortunadas. Siento que está desbordado por todo lo que está pasando y que es momento para que ponga toda su energía en sus temas

familiares. Por eso decidí que el Ogro se tome vacaciones”. Panam se refiere, por supuesto, a la tormenta perfecta que se desencadenó cuando la vedette cordobesa Fabiana Liuzzi hizo público el hecho de que su hijo llevaba el 50% de la carga genética del patiño favorito de Jorge Rial; algo que empeoró cuando el mismísimo Ventura habló al aire de la posibilidad (que no se concretaría, obviamente) de un aborto. Temas complicados para que queden pegados a un producto “para la familia”. Chau, ogro.

Capítulo 9 Los secretos de la corte

Y en la noche oscura tenderé mi red […] Gritarás, correrás, llorarás, pero no escaparás. DEL MUSICAL El beso de la mujer araña “Los que me tienen miedo es porque no andan bien por la vida”, diría Luis Ventura en una entrevista del año 2012 para la revista Semanario. Que la gente le tiene miedo está clarísimo. Y es cierto lo que el mismo periodista afirma sin ningún pudor: cualquier famosillo que tenga un muerto en el placard corre el riesgo de ser expuesto. Casi nadie se anima a hablar de Jorge Rial y Luis Ventura “for the record”, en cámara o ante un periodista con el grabador encendido. Todo sobre ellos está susurrado en el idioma de los “off the record” dudosos, de los chismes pasados de boca en boca, de los “me dijeron que...”. Nadie en “el ambiente” —con lo que sea que “el ambiente” signifique— los quiere de enemigos. Hay miedo a las represalias, al carpetazo que destruye reputaciones. Vale la aclaración: en el mundo hiperfrivolizado de la televisión, no es mucha la gente a la cual realmente le importe mantener una buena imagen. La reputación per se no es tan valiosa en sí misma. El problema es que, sobre todo para las estrellas en ascenso, verse involucrado en un escándalo puede resultar en que futuros contratos de trabajo se le hagan algo esquivos. El problema no es el honor manchado en sí, sino que un nombre, una marca personal que necesita una pasadita por la tintorería, factura menos.

Por supuesto que este miedo, como todo miedo, se retroalimenta a sí mismo hasta tomar proporciones legendarias. Cuenta al respecto la revista Anfibia: Se dice que Luis Ventura tiene informantes en hoteles alojamiento, sedes judiciales y comisarías. Lanata lo acusó de tener vínculos con la SIDE. Marcela Tauro dice que reciben más chismes de periodistas políticos y deportivos que de sus propios colegas especializados en espectáculos. Se dice que tiene un ejército de fotógrafos desperdigados por la ciudad de Buenos Aires y muchas otras cosas que son incomprobables […] Hay una leyenda dentro del periodismo de espectáculos: los archivos privados de Luis Ventura. Existen y, según su dueño, no habrá más de tres de esa extensión en la Argentina. Empezó a armarlo a comienzos de los noventa con material periodístico: fotos, apuntes y documentos como la declaración jurada de Susana Giménez, por ejemplo. Guardaba todo en un maletín. En un momento los materiales eran tantos que los maletines no eran suficientes. En su casa tenía unos ambientes que no se usaban, así que armó una estantería y empezó a conformar el archivo. Le fue sumando todas las revistas de espectáculos que salían en la semana; las compra de a dos: una para recortar y otra para archivar. Cuando se quiso dar cuenta ya tenía varias estanterías repletas, y tuvo que armar un fichero, cajones grandes que se verían bien en una oficina pública, para que esa mole de papeles no fuera indomable. El archivo de Ventura, tal como lo cuenta la leyenda urbana, es algo así como el Área 51 de la farándula, un lugar tan improbable como el Olimpo Griego, la Plataforma 9 ¾ de King’s Cross o la Bóveda de Calafate. Sin embargo, afirma Ventura en esa misma entrevista, no todo su material está en el archivo: “Yo tengo tres escribanías donde sí he destinado un material jodido, esa es la palabra justa que los describe. Porque por ahí un día me vienen a buscar o algo y eso lo quiero preservar”. En agosto de 2014, Luis Ventura denunciaría al aire el robo de un maletín que, supuestamente, contendría videos eróticos de varios personajes famosos. Desde su entorno, afirman que el robo sucedió en un momento en que Ventura estaba en camino a comprar más material comprometedor, y que nada original se perdería en el atraco, solo backups. Pero, al contar en televisión el presunto robo, deslindaría responsabilidades sobre la difusión del material. En algunos pasillos de redacción se desconfía de que el robo realmente haya sucedido y hasta se arriesgan hipótesis: supongamos por un instante que alguien (o varios “álguienes”) se filmó haciendo la cochinada. En algún momento perdió el rastro del video y acabó por enterarse, de una u otra manera, que el material fue a parar a las manos de Luis Ventura. Se

sentó a tomar un café con el periodista y, de alguna manera, “negoció” la no-difusión de la pieza comprometedora. El silencio tiene un precio y, seguramente, haya sido concedido a cambio de alguna clase de favor, como bien podrían ser los secretos de alguien más (ellos jamás pedirían ni aceptarían dinero por su silencio, eso constituye un delito, y por supuesto que lo saben; pero favor con favor se paga y el “karma” es una divisa que cotiza muy bien en ciertos mercados). Pero, si algo falla en la cadena de favores, si alguien se atreve siquiera a traicionar a Rial y Ventura, el silencio puede romperse. Eso, a la contraparte en esta negociación, hay que hacérselo saber de alguna manera. De eso podría tratarse, de ser veraces las teorías conspirativas, el asunto del robo de los videos: un mensaje. Para alguien. Para alguien en particular. Que sabe. Y que tiene miedo. No es un chantaje, por supuesto. Es apenas un recordatorio de que hay pactos que deben cumplirse. De que hay códigos. Ser los felices poseedores de tantos secretos ajenos le ha costado a la dupla Rial-Ventura una lista de enemigos más larga que las de Sauron, Darth Vader y Lord Voldemort sumadas. Sus escándalos en pantalla, sus destapadas de olla, sus puestas de trapitos a secar al sol, sus puñaladas —de frente o por la espalda—, han logrado que se peleen con una cantidad de gente tan insondable que compilar todos los casos demandaría un volumen digno de la Encyclopaedia Britannica y una oscuridad propia del Necronomicon. La Asamblea General Constituyente y Soberana del año 1813 afirmó, en una resolución firmada por Juan Larrea e Hipólito Vieytes que el colono español, “para sostener la esclavitud de los pueblos, no tiene otro recurso que convertir en mérito el orgullo de sus secuaces, y colmarlos de distinciones que fundan una distancia inmensa entre el infeliz esclavo, y su pretendido señor. Este es el origen de los títulos de Condes, Marqueses, Barones, &c. que prodigaba la corte de España para doblar el peso de su cetro de hierro, que gravitaba sobre la inocente América. Lejos de nosotros tan execrables como odiosas preeminencias: un pueblo libre no puede ver delante de la virtud, brillar el vicio. Estas consideraciones han movido a la Asamblea, después de una discusión provocada por el ciudadano Alvear autor de la moción, a expedir la siguiente ley: La Asamblea general ordena la extinción de todos los títulos de Condes, Marqueses, y Barones en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Lo que los patriotas del año XIII no imaginaban era que, aun cuando —con toda su buena voluntad— abolieron los títulos de nobleza, una “realeza alternativa” acabaría por emerger. En la vieja Europa, las distintas coronas supieron detentar el poder político durante siglos.

Con el tiempo y la evolución de los sistemas de gobierno, irrumpieron las monarquías parlamentarias y las cortes se reconvirtieron en símbolos patrios y, en muchos casos, en mediadores y diplomáticos. Pero hay una cosa que la nobleza tuvo siempre, desde la Edad Media hasta la actualidad, y seguramente seguirá teniendo: estilo. La opulencia de las cortes siempre marcó el ritmo de las modas, impuso nuevas tendencias, fue paradigma de lo “in” y lo “out”. Desde los brillos excesivos de Luis XIV hasta la austeridad de los vestidos de oferta de Kate Middleton; del glamour casi despojado de Grace Kelly a los sombreros de lámpara de Máxima Zorreguieta, los “royals” siempre fueron gente a la que mirar y admirar. Y los países que abolieron los títulos, coronaron desde la prensa a la nueva realeza. En Estados Unidos, los nuevos príncipes y princesas llevan apellidos como Trump, Rockefeller, Vanderbilt, Waldorf o Kennedy. El estilo los corona y los títulos se transfieren de generación en generación. En la Argentina pasa exactamente lo mismo. Hay familias que se han convertido en realeza. Los Ortega-Salazar, a los que ya nos hemos referido, un clan nacido en la humildad, vinculado con actividades non sanctas durante el exilio en Miami y regresado a estas llanuras investidos de figuras como el realizador de televisión Sebastián Ortega, la actriz Julieta Ortega, los cantantes Emanuel y Rosario Ortega; y la infaltable oveja negra que condimenta las páginas de sociales, la modelo-vedette Luciana Salazar. Los Tinelli —Candelaria, Micaela, Francisco, la jovencísima Juana y el bebé Lorenzo—, hijos de aquel muchacho que llegó de Bolívar con el sueño de ser periodista deportivo y acabó convirtiéndose en uno de los magnates más poderosos de la televisión local. Los Legrand-Tinayre-Viale, la casa que le dio a los medios locales a una de sus máximas divas (Mirtha Legrand), a una de sus más glamorosas conductoras de ciclos femeninos (Marcela Tinayre), a una de sus actrices más díscolas (Juanita Viale) y a uno de sus más interesantes galanes, reconvertido en la actualidad en productor (Nacho Viale). Quizás, en algún nivel, la familia Macri —con la conflictiva Florencia a la cabeza, secundada por el glamour de Juliana Awada, la Primera Dama porteña— también juegue en esta liga. Son realeza. Una fiesta no es lo suficientemente top si Julieta Ortega no se cruza con Flor Macri; si Marcela Tinayre no termina —como en cierta memorable ocasión que ella preferiría olvidar, en Punta del Este— pasada de copas y bailando sobre un parlante; si un paparazzo no pesca, románticos y de la manito, a Nacho Viale y Candelaria Tinelli. Son personajes dignos de la mejor temporada de la serie Gossip Girl. Y, aunque no sean duques o condesas, ocupan en las páginas de sociales y en la prensa rosa el mismo espacio que, en los medios europeos, le corresponde, justamente, a los duques y las condesas; a la princesa distraída que fue interceptada en off-side con un futbolista; a la que se sacó el corpiño en el yate de un magnate griego sobre las azules aguas de Mediterráneo para broncearse sin marquitas.

Porque todos aman un buen escándalo. En especial si tiene protagonistas notables. Y si en 1813 nos quitaron —con la mejor buena voluntad, por supuesto, y por el bien de la Patria— la posibilidad de tener una realeza sobre la cual chismorrear en las peluquerías, no hay ningún problema. Podemos inventarla, podemos gestionar nuestra propia nobleza de cabotaje. Rial y Ventura se han dedicado con ahínco a husmear en la vida de (y a pelearse fuerte con) tres categorías de personas: otros periodistas, mediáticos estrambóticos y “royals”. Jorge Rial alimentó la enemistad con el clan Tinayre desde muy temprano, divulgando algunos de los secretos más oscuros de la familia. En su libro Polvo de estrellas relata con bastante detalle, por ejemplo, las tensiones detrás de la herencia de Daniel Tinayre: “Aparentemente la sucesión se habría realizado en paz, aunque algunas voces cercanas a la estrella televisiva hablan de inconvenientes a lo largo del trámite legal. Dicen que a la Legrand le habría molestado sobremanera que sus hijos, a solo dos meses de fallecido su padre, iniciaran los trámites para la división de bienes de manera personal. Por lo general, este tipo de trámites se inicia con la presentación de un escrito en forma conjunta por todos los herederos y con un mismo abogado patrocinante”. Este no habría sido el caso, insinuándose así una desconfianza entre las partes. “Los que conocen a fondo la ‘interna’ de la familia dicen que la actriz y animadora habría acusado en la intimidad al doctor Roberto Gerosa, socio de su vástago en una veterinaria, de ser el cerebro de esta apurada trama judicial. Parece que esta desconfianza de la conductora hacia el profesional tiene su historia, sobre todo cuando la relación, meramente comercial, de su heredero con este señor sirvió para que algunos suspicaces tejieran historias prohibidas, tal vez a caballito de la inmaculada soltería de Danielito.” Además —y no duda en decirlo— siempre le guardó rencor a la conductora por “ningunearlo” cuando compartieron pantalla en América TV: hubo un tiempo en que Intrusos salía al aire justo después del programa de Legrand y la diva siempre dilataba los tiempos, “entregaba el aire” tarde, al punto de que Rial llegaría a suspender una emisión por haberse quedado sin tiempo. La relación entre Luis Ventura y Mirtha Legrand, por su parte, siempre fue sinuosa y algo enfermiza. “Tuve el gusto de participar en no menos de diez almuerzos”, se jacta Luis Ventura en su primer libro. “Ella sabía que conmigo tenía temas filosos, atractivos, convocantes.” Pero detrás, en las sombras, se escondería una “apretadita” disfrazada de favor relacionada con uno de los temas que más hieren a la diva: la homosexualidad de su difunto hijo Daniel Ti​nayre Junior (1949-1999). La leyenda dice que, poco antes de morir, “Danielito” le habría enviado una

carta a alguno de sus novios —Roberto Piazza se adjudica haber intimado con el hijo de Mirtha — donde no solo sus preferencias sexuales quedarían declaradas y asentadas por escrito, sino que, además, “expresa sentimientos muy profundos entre una madre y un hijo”, afirma Luis Ventura en el mismo libro. Las malas lenguas dicen que, en la esquela, Danielito Tinayre habría dedicado una parte importante a hablar muy mal de su propia madre. Ahora, “alguien” misterioso tiene el original de la carta. Luis Ventura tiene una copia y Mirtha Legrand tiene otra. A mediados de abril de 2014, luego de que Jorge Lanata fuera uno de los comensales a la mesa de la Señora y después de que, en el transcurso del almuerzo, se hablara de Ventura — Lanata aprovechó para ridiculizar un ya de por sí bizarro viaje del periodista al Vaticano—, el “intruso” disparó contra la diva, desde la pantalla de América: “Usted es una mierda. En vez de criticarme, debería darme las gracias. Estoy pagando una cuota semestral para que no se publique algo que a usted le duele y me pidió por favor que no lo publicara porque usted se moría”. En incontables ocasiones, Ventura ha dicho que busca “proteger” a Legrand, aunque en su libro afirma —¿como un acto de honestidad o como un desliz?— que “pago una suma de dinero para que la persona que tiene el original me mantenga la exclusividad”. Es decir, para que no se la dé a otro periodista. Para un hombre cuyo negocio es divulgar, invertir en que algo se mantenga secreto huele a contradicción. Ventura afirma que le habría prometido preservar el contenido de la carta, en tanto a él “no lo traicionaran”. Concediéndole el beneficio de la duda, habrá de interpretarse esta frase de su primer obra literaria como un salvoconducto: Ventura no se hace responsable si el poseedor de la carta decide incumplir lo pactado y la divulga igual, pese al pago recurrente de Ventura por mantener el silencio. ¿Puede esto leerse entre líneas como una amenaza dirigida a Legrand? Seguramente sí, aunque sería de una mentalidad un poco paranoide. Lo que sí es destacable es el hecho de que el periodista no dude en hablar de la misteriosa carta cada vez que lo considere oportuno. Hacer pública la posesión de información que, supuestamente, no se tiene intención de publicar, es por lo menos raro. Hay cosas que, al menos entre gente honorable —una categoría en la que Ventura aduce estar inscripto—, se solucionan en privado. “Soy un tipo duro por fuera, soy un tipo que se banca una aplanadora y por dentro soy un tipo muy sensitivo […]”, afirmaría Ventura en una entrevista para su propia revista, en mayo de 2014. “Entonces, un problema que muchas veces no tiene conexión con mi vida, me quita tiempo […] porque me ocupo, me intereso.” Esta actitud, la de preocuparse por los demás, es la que supuestamente lo lleva a “cuidar” a Mirtha, para que a la Señora no le dé un patatús si la carta de su hijo sale publicada. Fuentes cercanas a la diva afirman que, en alguna ocasión,

consultó el tema con sus abogados, quienes le sugirieron intimar a Ventura con una carta documento, a lo cual ella se negó. “No quiere más quilombos”, dicen. Luis Ventura le dedica un puñado de páginas a la intimidad de Mirtha Legrand en su primer libro, donde la palabra “infidelidad” es una de las claves de los grandes dramas del clan. “Si bien nunca dejó de referirse a Tinayre como ‘el hombre de su vida’, Mirtha hizo públicos sus problemas matrimoniales debido a las infidelidades de su marido […]”, narra Ventura. “La leyenda cuenta que las andanzas de Tinayre fueron muchas y las crisis de su matrimonio, reiteradas.” En el mismo volumen, el periodista le adjudica a Legrand un presunto romance con el futbolista Alberto “Conejo” Tarantini, en un tiempo en el que él estaba en el cenit de su carrera y noviando con Pata Villanueva. El juicio que, desde el libro, Ventura hace sobre Legrand, es por lo menos moralista: “A Mirtha se la ve siempre radiante, siempre impecable, siempre coqueta. A pesar de las crisis, ‘la Chiqui’ trató de mantener un espíritu componedor, tanto por una cuestión cultural como de imagen pública. Ser infeliz, pero no demostrarlo. Aceptar hasta el engaño, pero no separarse. Hacer oídos sordos a las murmuraciones. Porque los trapitos sucios no se secan al sol”. Salvo que las murmuraciones sean suyas, Ventura, el gran Koh-i-Noor de trapos ajenos. En el fondo, dicen quienes lo conocen, Luis Ventura quiere y respeta a Mirtha Legrand. La ve como una figura maternal. Pero resiente que personajes como Lanata o Liuzzi hayan tenido lugar en su mesa y lo hayan aprovechado para defenestrarlo. Así y todo, el mayor golpe venturino contra la privacidad del clan Legrand-Tinayre-Viale, que llegó desde la tapa de la revista Paparazzi, no fue por un escándalo que involucrara a la Señora, sino a su nieta, Juanita Viale, y a un altísimo y enrulado ex ministro de Economía: Martín Lousteau. La relación de los chimenteros con Marcelo Hugo Tinelli navega en aguas turbulentas, donde se cruzan tres corrientes que generan remolinos inesperados. Por un lado, hay una enemistad de larga data entre Tinelli y Ventura. Pero, por otro, hay una amistad que parece bastante sólida entre el conductor de Showmatch y Jorge Rial. A este mar de fondo se suma un pasado de negocios en conjunto, la cuestión política y la guerrilla por el control de la opinión pública que se disputan entre el gobierno y los “medios monopólicos”. Haciendo corta una historia larga: Rial —con Ventura como eventual ladero— es la figura más relevante de América TV y de La

Red, medios que, aun siendo filokirchneristas, han mostrado sobre el fin de ciclo alarmantes señales de independencia. Marcelo Tinelli es, a la vez, una de las estrellas más rutilantes de la pantalla de El Trece (aunque, en la actualidad, ha dejado de ser el número uno indiscutido, para compartir el podio con Mirtha Legrand y Jorge Lanata), la nave insignia del Grupo Clarín. Pero su programa es producido por Ideas del Sur, la productora que Tinelli fundara en 1996, esa que en 2013 acabaría vendiéndole al Grupo Indalo, propiedad del empresario “K” Cristóbal López. Rial y Tinelli se quieren y se respetan, al punto que el intruso se adjudica el haberlo acompañado, asesorado y hasta haberle abierto algunas puertas políticas cuando, al borde de su año sabático, recibía tantas presiones del gobierno como del Grupo Clarín para que se “alineara”. En todo sentido, Rial considera a Tinelli como su par, aunque, con las cartas sobre la mesa —fama, fortuna, prestigio—, el punto sea discutible. Lo que no se puede negar es que, a lo largo de los años, han sido mutuamente funcionales: Showmatch genera contenidos que le sirven a la pantalla de Intrusos, que a su vez potencia a las figuras de Showmatch. Pero las empresas para las que trabajan compiten, no solo por el rating, sino por cierta hegemonía ideológica. Con Ventura, la confrontación es más directa. La conexión Ventura-Tinelli es de larga data. En los tiempos en que ambos eran principiantes (Ventura en Crónica y Tinelli en Radio Rivadavia), solían cruzarse tanto en coberturas deportivas como en los tradicionales partidos de fútbol que enfrentaban a los equipos periodísticos de distintos medios. Tinelli era bueno con la pelota al punto de que, en Crónica, fantaseaban con contratarlo, no tanto por su talento como escriba sino para poder tenerlo en el equipo. En Polvo de estrellas Rial involucraba a Tinelli —siempre en forma críptica y sin dar su nombre— en una temprana propuesta para involucrarse en política y en ciertos líos de polleras, relatando sin nombrarlo cómo acabaría, a principios de los 90, entrando en su propia casa por la ventana para evitar que la madre de sus hijos lo pescara. Luis Ventura, por su parte, se hace cargo del “Cabezón” con severidad y en al menos dos ocasiones en el texto del libro Toda la verdad y nada más que la verdad. Los expedientes V. Primero relata cómo, cuando ya tenía confirmado el romance del conductor de Showmatch con la modelo Guillermina Valdés —ex de Sebastián Ortega, porque nunca habremos dicho suficientes veces que la monarquía solo se relaciona entre sí, dejando muy poco espacio para la plebe— y cuando ya tenía una tapa de Paparazzi al respecto en el horno, “como tengo códigos, en algún lugar de mi espíritu lo quiero y había varios chicos de por medio, lo llamé por teléfono para avisarle”, relata el desventurado Ventura en su libro. “Sorprendentemente, aunque yo lo tenía bien chequeado, él negó esta relación.”

Tinelli le pidió a Ventura no solo que no publicara la tapa, sino que ni siquiera tratara el tema. Ventura prometió no darlo como confirmado, sino como una versión. No podía quedarse fuera de un tema sobre el que ya toda la prensa del segmento estaba murmurando. A poco más de doce horas de negárselo a Ventura, el propio Marcelo Hugo le confirmaría a Jorge Rial la historia que acababa de desmentir. Poco tiempo después, la primera foto de la feliz pareja Tinelli-Valdés llegaría a la tapa. Pero de la revista Gente. Ventura, cuentan, se enojó. Y publicó la versión de Ortega de lo que había sucedido en ese cuasi triángulo de amores e intereses. El hijo de Palito se había sentido traicionado por Tinelli, a quien creía su amigo. Según dicen, Ortega le habría confesado a Tinelli, con lágrimas en los ojos, durante varias visitas a La Boyita —la mansión del conductor en Punta del Este—, que quería recuperar a su mujer; ante lo cual Tinelli, que ya habría estado involucrado con la blonda modelo, se habría hecho —como se dice en el barrio— el reverendo otario. Un lindo prospecto de guión para Pelito, Clave de Sol o Montaña Rusa, solo que protagonizado por los príncipes de la televisión. Los roces entre Ventura y Tinelli parecen estar siempre teñidos de cuestiones sexuales. Porque el escándalo sobre la exclusiva del romance con Valdés no fue el único. En un capítulo de su libro —titulado “Salir del clóset”— el segundo intruso más importante de la Argentina (concedámosle su mérito) cuenta que fue Ricardo Fort quien difundió el rumor de que Tinelli había estado internado en una prestigiosa clínica privada tras una lesión... muy poco honorable. Siempre según Ventura, esta habría sido la razón por la que Fort fuera excluido del jurado del Bailando. Ventura no confirma la acusación de homosexualidad de Tinelli, pero afirma: “Yo no lo vi, a mí no me consta hasta dónde llega la realidad, hasta dónde llegan la fantasía y el mito […] He compartido vestuarios con Marcelo, siempre lo imaginé como un varoncito hecho y derecho. Pero la vida nos ha distanciado […] él puede haber tomado otra elección en determinado momento sin que yo sepa”, tras lo cual se despacha con la lista de hombres que, según los rumores más repetidos, pudieron haber estado con Tinelli: el Cholo Simeone, Alan Faena y Maravilla Martínez. “Vayan los jueves al Faena y yo les muestro cuál es el coche de Tinelli. Cuando son fiestas multitudinarias, siempre son bisexuales”, señala Ventura. Con respecto al vínculo entre Tinelli y Jorge Rial, en mayo de 2014, la revista Noticias explicaba: La relación entre Tinelli y Rial es más compleja y tuvo muchos vaivenes debido a las pugnas entre sus respectivos canales. Por momentos, el periodista se convirtió en un vocero oficioso del conductor. Y, en otros, como ahora, tomó distancia. Históricamente, Intrusos siempre

obtuvo buen material de las figuras del Bailando, Patinando, Cantando y cualquier otro “ando” que pudiera salir de la factoría de Ideas del Sur. Hasta que en América, en su tironeo con El Trece, se prohibió toda mención de los productos de Tinelli. Según trascendidos, esto habría constituido un problema para Rial, no solo porque se le estaban mutilando contenidos que —al fin y al cabo— eran de interés para el programa, sino porque, además, habría existido algún otro incentivo que mantenía aceitada la buena relación entre las partes. Hoy, Tinelli vuelve al centro de la escena, tras un año sabático y una feroz interna con el gobierno que lo llevó del amor al odio, tras haber fracasado el negocio del Fútbol para Todos, y el regreso de las parodias de figuras políticas, donde el jefe de Gabinete Jorge Milton “Coqui” Capitanich es de los que se llevan la peor parte […] El malestar gubernamental se hace sentir en una advertencia que Indalo le hace a Tinelli: carta blanca para hacer humor, “pero no usar la pantalla para resolver temas personales”, según afirmó a Noticias una fuente del grupo. La misma “sugerencia” que en América le hicieron a Ventura. Agrega Noticias que Cristóbal López también se molestó con las imitaciones y las críticas políticas de Tinelli […] La mano derecha de López y encargado de los medios del Grupo Indalo, Fabián de Sousa, prohibió que se hable de Clarín y Tinelli en todos los medios que controla: C5N, Radio 10 y Minuto Uno, entre otros. Los testigos que lo vieron aseguran que estaba enfurecido. Fue una señal para el gobierno. Lo cierto es que a Tinelli y a Clarín no los afecta que no se hable de ellos en los medios de Cristóbal. Pero al que sí lo afecta es a Jorge Rial, que siempre está en riesgo de que una cantidad potencial de invitados escandalosos e interesantes sean compulsivamente excluidos de su estudio como un indeseado efecto colateral de la guerra de los medios. Si es posible o no la amistad entre el hombre y la mujer es una discusión bizantina. Es “la gallina y el huevo” de las relaciones. Algunos teóricos de cafetín afirman que la amistad legítima solo es posible cuando se suprime el deseo sexual. Pero, aun cuando la modernidad es mucho más liberal y admite el revolcón “amistoso”, existe una especie de limbo sentimental que la cultura popular anglosajona llama “the friend zone”. La “zona de los amigos” es ese lugar donde las chicas bonitas colocan a esos hombres buenos, simpáticos, inteligentes y maravillosos

con los que jamás, jamás, jamás van a irse a la cama. Ser desterrado a la “friend zone” es algo que el hombre promedio vive como una derrota. Salir de esa dimensión desconocida, cruzar la frontera y llegar a las sábanas de la tan deseada “amiga” es una hazaña para pocos, un acto que convierte a cualquier muchacho en un superhéroe cuyas aventuras serán narradas por trovadores durante siglos. En abril de 2011, Juana Viale, además de estar embarazada, estaba —según los chimentógrafos— en crisis con su marido, el actor chileno Gonzalo “Manguera” Valenzuela, famoso por dos cosas: una, la que le valió el mote de “manguera”; la otra, sus hábitos de cazador a la hora de recorrer la noche porteña, una actitud que, según el libro de Ventura, “desprestigia y descalifica a Juana”. Y, sí. No está bueno ser cornuda. No queda cool. ¿Será por eso quizás que Juanita buscaría consuelo en brazos de otro galán? El elegido sería ni más ni menos que el ex ministro de Economía Martín Lousteau. Los encuentros eran furtivos, discretos. Hasta que tuvieron la mala suerte de tropezar con el “Gitano” Córdoba, fotógrafo de Paparazzi. Hacía tiempo que Viale y Lousteau se conocían. Dicen, incluso, que varias veces se los vio cenar juntos, con Valenzuela y Valeria Gastaldi (la ex cantante de Bandana, hija del banquero marido de Marcela Tinayre). El economista siempre fue de frecuentar gente de la farándula y pertenecer a este círculo hizo que, con Juanita, se volvieran buenos amigos. A lo largo de su “carrera” como seductor de “socialities”, a Lousteau se lo vinculó con Gastaldi, aunque nunca se confirmó. Estuvo formalmente de novio con Rosarito Ortega, la menor del clan Palito, porque los “royals”, pareciera, solo se aparean entre sí. Con Juanita eran amigos. Se hablaban con frecuencia. Se contaban cosas. Hasta que la crisis de matrimonio de ella y los sentimientos “confusos” de él llevaron a que, como Superman rompiendo la barrera del sonido, SuperLousteau escapara, al menos por un ratito, de la peligrosa y fantasmagórica “friend zone”. Dicen los que dicen que saben que estuvo muy enamorado de Juanita. Solo la aparición de Carla Peterson lo habría hecho olvidar ese gran amor clandestino. La historia, con sus tintes de comedia de enredos y sus pinceladas de melodrama, no debería haber tenido mayor trascendencia, de no haber sufrido la mala estrella de cruzarse con el Gitano, un hecho que les valió que su foto “chapando” dentro de un auto estacionado sobre el Pasaje Matienzo, a la vuelta de Canal 9, acabara en la tapa de Paparazzi y se catapultara desde allí a todo el resto de la prensa de espectáculos del país. ¿Cómo se logró la foto? El mismo Ventura, desde las páginas de Los expedientes V, cuenta el cuento:

Corría una versión: ella estaba en crisis con su pareja […] El asunto es que sonó el teléfono, alguien nos avisó que Juanita está [sic] almorzando con un grupo de amigas en un restaurante de Palermo Hollywood […] Un fotógrafo de Paparazzi, que es perro de presa, el Gitano Córdoba, salió para el lugar. Hizo fotos desde la calle. Y en determinado momento, observó que Juana hablaba por su teléfono celular. En lugar de bombardearla a fotos, cuando ella salió, evitó mostrarse y la empezó a seguir. Como a las diez cuadras […] Juana detuvo su auto y se quedó adentro. De pronto se abrió la puerta de un edificio y apareció un flaco con pelo ondulado que se subió al coche de Juana. El Gitano calibró la lente. Sin duda, no era Valenzuela […] No sé, y tampoco me importa, lo que Juanita y Manguera se contaron en la intimidad sobre esta situación. Él me cuestionó, insistió con que yo había mentido. Y fui de los pocos que estuvo cerca de la verdad. Martín y Juana eran amantes. No fue casualidad aquel encuentro. Primero fueron amigos. En nombre de la masculinidad toda, un fuerte aplauso para el señor ex ministro, el hombre que salió de la “friend zone”. La abuela Mirtha enfureció. Dicen que el encuentro con Juanita fue hostil, que hubo gritos, lágrimas y violencia. “Arrastraste a la familia al fango”, dicen que le dijo Mirtha a Juana, demostrando la influencia de los autores de culebrón en la lengua popular. La frase, por supuesto, sería blanco de todas las parodias del universo y —probablemente— de un par de universos paralelos. “Lo cierto es que, al poco tiempo que [sic] nosotros publicáramos la información, ellos salieron a desmentirnos, a golpearnos, a acusarnos de ser los culpables de la pérdida del embarazo de Juanita”, se queja Ventura, libro mediante. “Y la única verdad es que no fuimos responsables en absoluto. Yo sé muy bien lo que pasó en esa pérdida del embarazo. Pero respeto la intimidad de Juana y no la voy a vulnerar.” Sí, otra vez, el “lo sé, pero no lo digo” como una forma velada, sutil, de demostrar poder, de dejar en claro quién es, en la guerra de los chimentos, el que la tiene más grande.

Capítulo 10 El imperio contraataca

Súbete a mi moto, ella guardará el secreto de dos, de los dos. MENUDO Todos los manuales de periodismo más o menos decentes afirman que escribir en primera persona no es un pecado capital: es la suma de casi todos los pecados capitales. Hasta la primera persona del plural puede llegar a ser mal vista por los puristas del estilo. El periodista nunca se pone en el primer plano. Salvo, por supuesto, que sea el protagonista de la noticia. O, como mínimo, un testigo. A partir de enero de 2013 fui un testigo con ciertos privilegios en el divorcio de Jorge Rial y Silvia D’Auro. Porque la entrevista que le hicimos a ella en Punta del Este, a dos voces y cuatro manos con el colega Diego Leuco, fue la tapa de Noticias más vendida de ese verano. Y la causa de un juicio por extorsión que Rial le iniciara a su ex. Silvia D’Auro no es una chica dócil. Más bien es una señora de carácter fuerte y discurso algo áspero, a la que más de una vez su propio carácter pasional le ha jugado malas pasadas, de esas que ponen en jaque los intereses propios y hasta la imagen pública. Por lo pronto, cuando su relación con Jorge Rial entraba en la recta final, fue leal y coreó las desmentidas de su marido, aun cuando las cartas ya estaban echadas. Luego, cuando la separación fue oficial, voló bajo el radar lo más posible, buscando una salida civilizada y dejándose elogiar por su futuro ex

marido, que no dudaba en dar testimonio de que “Silvita” había sido una mujer, madre y esposa extraordinaria. Hasta que Loly apareció en escena. Y se pudrió todo. Seamos justos: no se le puede endosar a Mariana “Loly” Antoniale —“cuando me casé con Jorge, ella usaba pañales”, diría D’Auro a la revista Caras ese mismo verano de 2013— la culpa sobre el deterioro y posterior derrumbe de la relación Rial-D’Auro. Su aparición en escena fue más bien un síntoma, una gota que rebalsó un vaso que ya venía cargado al límite. Porque, mientras en el frente judicial se negociaba la división de bienes —donde ella pediría mucho más de lo que él estaba dispuesto a dar—, la distancia con Morena y Rocío era cada vez más grande. Algo se había roto y, buscando, quizás equivocada, cómo arreglarlo, Silvia fue a los medios. De vacaciones en Punta del Este, había pactado una importante nota con una de las revistas más vendidas en el rubro “gente a la que le importa la intimidad ajena”. Pero un llamado de Rial hizo que la nota se diera de baja. O al menos eso dice D’Auro, dando una idea de qué tanto se elongan los tentáculos del intruso favorito de todos y todas. Diego Leuco y este servidor cubríamos la temporada de verano en el balneario uruguayo cuando, Twitter mediante —se la pasaba subiendo fotos del atardecer desde el balcón de su departamento—, nos enteramos de que Silvia D’Auro estaba en la ciudad. Definitivamente era una nota interesante, aunque había una ligera diferencia de intereses. La ex despechada quería hablar del divorcio, de sus hijas, de su sufrimiento y de cómo Jorge Rial la difamaba en los medios. Nosotros, en cambio (al fin y al cabo éramos la siempre maldita revista Noticias) queríamos hablar de otras cosas, de esas que interesan a nuestros lectores: poder, dinero, corrupción, las vinculaciones de Rial con la política y otras bellezas. A fin de cuentas, en un total de dos encuentros (el primero, en un parador de José Ignacio; el segundo, en su departamento), hablamos de todo. Siempre tendré la sensación de que se podría haber hablado mucho más, si la entrevistada hubiera querido; siempre supondré que sabe mucho más de lo que nos contó en dos o tres módicas horas de entrevistas. También se me ocurre —aunque es solo una especulación personal— que, en ese momento, D’Auro estaba buscando la forma de dañar lo más posible la imagen de Rial. Pero, claro, sin autoincriminarse en ningún delito. La nota final, tal como fue publicada, contenía un poco de todo. En parte daba cuenta del lamento de D’Auro, pero también abría un montón de puertas sobre las fuentes de ingresos del ex marido e instalaba la expresión “le llegó la moto” como sinónimo de “a ese periodista le pagaron por decir (o por dejar de decir)”. Además, en busca de balance y objetividad, el texto incluía declaraciones del mismo Rial e información obtenida de fuentes “off the record” vinculadas con ambas partes del convulsionado divorcio.

A lo largo del diálogo, D’Auro deslizaría algunas amenazas solapadas. Y otras, ni siquiera solapadas. Esas frases fueron la excusa para que Jorge Rial le iniciara a su ex un juicio por extorsión, donde Leuco y quien suscribe seríamos convocados en calidad de testigos. En su descargo, Silvia D’Auro afirma que Noticias sacó de contexto sus dichos, pero el peritaje judicial sobre las grabaciones de las entrevistas acabaría por darnos la razón. Nunca la descontextualizamos. Por el contrario, la pusimos en contexto y la interpretamos. Podemos exagerar, usar demasiado la palabra “polémica” y abusar de formas verbales potenciales, pero no ponemos en boca de un entrevistado ni una sola sílaba que no podamos respaldar con un audio. Fuentes cercanas a Rial afirmarían en confidencia que el juicio por extorsión sería una estrategia para presionar a la ex y obtener una división de bienes acorde a sus propios criterios, a cambio de desistir de la causa. Era pasado el mediodía y hacía calor. El sol de enero pegaba fuerte sobre los médanos de José Ignacio y, con Diego Leuco, nos habíamos apostado en la arena, frente al coqueto restó La Huella, favorito de ricos, famosos y aspirantes a ser cualquiera de las dos cosas en el verano de Punta del Este. El médano frente a La Huella es un lugar de peregrinación, o más bien un coto de caza: todos los periodistas y fotógrafos que cubren la temporada de verano, en algún momento, pasan por ahí. A ver quién está. Quién entra. Quién sale. Con quién entra. El “fotazo” en la puerta de La Huella sirve para completar la agenda social esteña, para enterarse quién está en la ciudad y con quién se junta. Ese mediodía, en el médano, estábamos todos. El elenco estable. Gente, Caras, Hola, Paparazzi y Pronto. Y Noticias, algo que al séquito de paparazzi le asombró. Claro, la revista no es una “cazadora” de figuritas del espectáculo y la presencia en el médano no siempre está justificada. Salvo, por supuesto, que estuviéramos esperando a alguien; un tema sobre el cual los colegas comenzaron a especular. Sí, esperábamos a alguien. Habíamos pactado encontrarnos con Silvia D’Auro, un datito que no teníamos planes de compartir con el gremio. En mitad de nuestra “guardia”, Jorge Lanata y su esposa Sara “Kiwi” Stewart Brown salieron de La Huella. Los “clicks” de las cámaras los ametrallaron. Divertida, Kiwi sacó su iPhone, retrató al pelotón de fotógrafos en cuero apostados en el médano y subió la foto a Twitter. Algunos colegas suspiraron tranquilos: “Ah, para eso vino Noticias, esperaban a Lanata”, corearon. Sin embargo, yo no aparezco en la foto que sacó Sara. Porque, casi al mismo tiempo que el matrimonio Lanata, pero en dirección contraria, salía Silvia D’Auro. Mientras todos retrataban a los Lanata, Silvia y yo caminábamos por la playa. Leuco nos alcanzaría un par de

minutos más tarde. Nuestro fotógrafo seguiría en el médano, a modo de “señuelo”. Somos así de pillos. Con mi tocayo Leuco, casi sin quererlo, jugamos al policía bueno y policía malo con D’Auro. A mí me tocó la espontánea misión de ser comprensivo con las circunstancias de un divorcio tortuoso y la distancia con sus hijas. Leuco fue el que metió presión sobre los temas políticos. El siguiente diálogo tuvo lugar sobre unos camastros blancos, en un parador de José Ignacio esponsoreado por un banco. Si la memoria y el archivo no me traicionan, no fue publicado completo en Noticias por cuestiones de espacio, pero varias de estas preguntas sí llegaron a la edición de la revista. Esta versión surge de mi archivo personal, de mis propios apuntes, del material “en crudo” que envié a la redacción en Buenos Aires antes de que se editara la nota. Y quédese tranquila, señora jueza, que todo esto está en las grabaciones que le entregamos en febrero de 2013. —Hubo conflicto en su momento por un tuit de una de sus hijas que decía que prefería vivir con el padre. Después se habló de que Rial quería la tenencia. —Él no pidió la tenencia hasta último momento. Las chicas están en plena adolescencia y yo las respeto. Como las amo, no las voy a tironear. Por más que él haga lo que haga, no van a dejar de ser mis hijas. Durante doce años, él no hizo nada por las chicas, lo hice todo yo. Así que tampoco está mal que ahora se ocupe un poco y que sepa lo que es tener hijas. —Ustedes estuvieron casados durante veintidós años y hace doce que adoptaron a sus hijas. ¿Cómo influye eso en el conflicto? —Es una de las razones por las que no quiero hacer quilombo. Las chicas ya tuvieron que lidiar con el abandono de sus mamás biológicas. Y yo no las voy a abandonar. Las llamo, soy la que va al colegio, la que firma las malas notas, la que se entera, por ejemplo, de que Morena, a los trece, empezó a fumar. Eso conmigo no hubiera pasado. Me hubiese gustado poder hablar con ella, sé que hay muchos chicos que fuman, o poder hablar con el padre y ver cómo encarábamos la situación. Pero, como con él no puedo hablar... —¿El diálogo está completamente cerrado? —No solo eso: a cualquier cosa que yo diga, él tiene seis horas por día en los medios para rebatirme. Tiene un poder muy grande, por eso prefiero dejar todo en manos de mis abogados, para eso están y para eso se les pagó. Y que él siga su camino. —Pero, al principio, la separación parecía ser en buenos términos... —¡Hasta que se fue a Venecia! Me enteré por los medios y, encima, cuando vuelvo a casa con la noticia, mis hijas me dicen: “Ah, sí... nosotras sabíamos, lo organizamos todo con papá”.

Meter a chicas de doce y trece años en esa situación es algo que no va. De mi casa salía información, pero no entraba. Mis hijas se decían entre ellas: “Acordate lo que dijo papá de que no teníamos que contarle nada a mamá”. El conflicto no es de ellas. Esto va para largo y, si uno de los dos no baja el tono de la pelea, las cosas no se solucionan. Es muy feo que un padre empiece con el jueguito de “no le digas a mamá”. —¿Rial está dispuesto a bajar el tono? —No. Y como el que conoce el medio es él, y es él el que dejó que la prensa se le metiera debajo de la cama, que se encargue de solucionar el problema. Yo sigo siendo la misma de siempre. Estoy de vacaciones, no salgo, fui a una sola fiesta y porque era a beneficio, por una causa solidaria. Yo, cuando puedo dar una mano, la doy. Pero él se metió en sus propias fauces. Nosotros teníamos una vida completamente privada. —De hecho, nunca fueron protagonistas de ningún escándalo. —Hasta que él se fue con esta chica Mariana a Venecia de un día para el otro. Yo nunca busqué el protagonismo, me lo dio él por propiedad transitiva. —Cuando recién se separaron, Rial decía que quería seguir manteniendo la sociedad comercial. —Él mismo reconoció en una nota para Noticias que un día me dijo: “Vamos a hacer plata, hacete cargo, sos muy buena empresaria y este es el momento”. Y por mí, bárbaro, vamos para adelante. Cuando nos separamos, él me pidió dos cosas: “Se terminó la sociedad conyugal, pero no la sociedad comercial”, me dijo él, lo cual me pareció muy inteligente, yo conservaba mi trabajo, lo hacía ganar guita... yo no lo voy a estafar. “Pero yo te tengo que pedir otro favor muy especial”, me rogó, “y es que no me pongas a las nenas en contra”. Le expliqué que no podría hacer una cosa así. Soy hija de padres separados, sé lo que se sufre y jamás lo haría, porque las chicas ya venían con un “background” de sufrimiento por ser adoptadas que les costó dos sesiones de terapia por semana durante diez años. —¿Usted cree que él sí le puso a sus hijas en contra? —¿A vos te parece que no? Cuando Rocío, la más chica, terminó la escuela primaria, él no fue al acto de fin de año. Siempre estuve con ellas. Si él quiere decir que no, que lo diga. Dios hay uno solo y todo lo ve, y yo me quedo con esa tranquilidad. Él desandó un camino en la relación con sus hijas y lo va a tener que recomponer. Yo ahora lo único que quiero es “recuperar” a mis hijas. Pero no en el sentido de tenerlas todo el tiempo conmigo, es algo más profundo... estas chicas de hoy no son “mis hijas”, yo así no las eduqué. Las desconozco. Yo crie chicas que respetaban, que hacían la tarea... Mi hija más chica pasó de ser abanderada a llevarse cuatro materias y no rendir ninguna. Pero como ahora el responsable es él, que se

haga cargo. —A la hora de la división de bienes, ¿qué es lo que usted reclama? Se habló de ocho millones de pesos, de la mitad de Paparazzi y de la mitad de Ideas+Ideas, la productora. —La mitad de Paparazzi me corresponde legalmente. Con Ideas+Ideas hay un conflicto sobre el que prefiero no hablar, porque está en pleno proceso judicial. Pero de todo lo que es bienes y propiedades, guste o no guste, la división ganancial es cincuenta y cincuenta. Tardará más, tardará menos, pero cuando llegue el momento de los jueces, será “fifty-fifty”. —¿No hay nada que tenga Rial que sea previo al matrimonio? —No hay nada que no entre en la sociedad conyugal, no hay nada que no haya hecho a mi lado. —¿Y acuerdo sobre régimen de visitas y cuota alimentaria? —Hasta marzo hay un acuerdo privado que dice que él está con las chicas. Cuando venza el acuerdo, será cuestión de barajar y dar de nuevo. De todos modos, creo que con todo lo que estuvo pasando, las chicas van a querer quedarse con él. Son adolescentes, están en la edad en que tienen que separarse de la mamá para construir su propia identidad. Pero además, él en este momento tiene la posibilidad de darles todos los gustos. ¿A qué chico lo amarga un dulce? Ese es otro tema que él va a tener que solucionar. Sus hijas le están pidiendo una puesta de límites, algo que él no está haciendo. Cuando a un chico lo acostumbrás a escuchar un “no” de vez en cuando, se cría muy distinto que cuando le decís a todo que sí. El hijo malcriado, cuando le decís el primer “no”, te da un portazo y tenés un problema. Tengo más de treinta años de psicoanálisis a cuestas. Porque mis viejos se separaron, porque hice terapia antes de adoptar para poder contener a mis hijas, porque hice terapia con mis hijas para encaminarlas sin traumas y que crecieran bien. Estoy tranquila con todo lo que hice. —¿Rial hace terapia? —Algunas veces se le pagó al terapeuta, pero no fue. —Se especuló mucho sobre los motivos de la separación. En algún momento se habló de que una de las razones era que usted había empezado un programa de radio y eso le había molestado. Se habló, también, de infidelidad. —Yo nunca le fui infiel a Jorge. —¿Y él sí lo fue? —Obviamente. Antes de esto, hace ocho años, me confesó una infidelidad. —¿Con alguien del medio? —Digamos que sí. Era alguien que trabajaba en el canal y, con el tiempo, se convirtió en “alguien del medio”. Antes a la amante le ponían una boutique, ahora les ponen un programa

de televisión. —¿Cómo siguieron adelante tras la confesión? —Como un jarrón chino. Se te rompe, lo pegás y ya no tiene el mismo valor. Después al jarrón lo ponés en un rincón, para que no se vea la parte que se rompió, pero cada vez que pasás cerca te acordás de que está roto. —Y toda esta historia de la Niña Loly... —Se llama Mariana; digámosle Mariana. —Y su opinión es que... —Que no fue la primera ni va a ser la última. Después de aquella confesión, me di cuenta de que Rial nunca había sido fiel y remarla sola tampoco tenía mucho sentido. Me dolió mucho, fue muy humillante el viaje a Venecia. Pero no porque se fuera con ella, sino por otra cosa. A él no le gustaba viajar y la que le enseñó a viajar fui yo. A él no le gustaba tomar y la que le enseñó a disfrutar socialmente del placer de un buen vino fui yo. Yo le enseñé los placeres de la vida. —Da la impresión de que, como personaje, Rial cambió mucho en el último tiempo. Surge una figura muy poderosa e influyente. ¿Usted notó ese cambio? —Pasó de no querer ir a ningún lado (nosotros no teníamos vida social por decisión de él) a meterse en los desfiles, a ir a comidas... Quiso cambiar de vida y, si la vida que tenía lo aburría, eso está muy bien. Cuando estábamos de novios, la madre siempre se quejaba: “Ay, Jorge, no puede ser que seas tan arisco”. Pero las pautas las puso siempre él. Cambió y bienvenido sea. Si ese cambio le gusta, le favorece y lo hace feliz... Él mismo dijo alguna vez que “los límites se van cambiando todo el tiempo”. Pero ahora, él es el que menos archivo resiste. —¿Cómo lo ve usted? De afuera, se lo ve enojado con usted. ¿Qué le pasa? —No tengo ni la menor idea, para mí no es la persona con la que yo viví durante veintidós años. Este no es el Jorge que yo conocí. —¿Se le subió el éxito a la cabeza? —Algo se le subió, pero qué, no lo sé. Preguntáselo a él. —Hubo un incidente que involucraba unas compras que usted hizo con la tarjeta de crédito... —¡Era mi tarjeta! Él se fue a Venecia con plata mía y yo me gasté la mía en lo que quise. Hasta ese momento, no había división, no había nada... él se fue a gastarse mi plata con esta chica... vos te gastás mi plata, yo también... y, como no tenía manera de recuperarla y me hacían falta algunas cosas, me las compré. —¿Quién tiene más zapatos? ¿Usted o él?

—A los dos nos gusta la pilcha, a los dos nos gusta vestir bien, las cosas que nos regalábamos... éramos muy generosos el uno con el otro. Cuando él cumplió los cincuenta le regalé un reloj que él ni se imaginaba que lo iba a poder tener. Esto es muy claro: viví veintidós años con una persona a la que amé profundamente y con la que decidí formar una familia. Los dos éramos solteros, no le saqué el marido a nadie y formé mi propia familia. No le puse un chumbo en la cabeza para que se casara conmigo. Me pidió matrimonio de rodillas, con un anillo que tenía un corazoncito con un brillante. No tengo que pedir perdón por nada. “Más de una vez me hubiera gustado responderle a mi ex”, diría Rial a la revista Semanario a fines de enero de 2013, “pero me coso la boca, y lo hago por mis hijas, vos sabés que no me callo nada, pero es mejor así.” Con respecto a la tenencia de las hijas, dispararía un argumento que no solo confirmaría lo dicho por D’Auro, sino que sería repetido como un mantra a lo largo de los años: “Ningún juez le quitó nada. Yo tengo la tenencia porque ellas quisieron vivir conmigo y yo con ellas, y porque de la otra parte no había mucho entusiasmo de que se quedaran. Respecto a mi separación se hablaron muchas pelotudeces, no hubo ni terceros, ni infidelidades, ni fotos con nadie ni videos. Fue el desgaste lógico de una pareja, y Mariana no existía en ese momento, se hablaron muchas cosas que no fueron verdad”. Lo cierto es que, en 2014, Rial responde a muchas de las acusaciones, solo que lo hace desde las páginas de su propia autobiografía. “Tan mal la pasábamos con Silvia, tan insatisfechos estábamos, que, durante un tiempo, la engañé. Sí: la engañé con otra mujer […] Fue muy lindo estar con una persona dispuesta a escucharme […] Una mujer que me había devuelto las ganas de conquistar y de ser seducido. Que me hizo sentir hombre una vez más.” Dicho así, casi inspira ternura. “No quiero hacer quilombo”, nos dice Silvia D’Auro aquel verano en Punta del Este. Y sin embargo, lo hace. Varios. Y de proporciones maratónicas. El primero de ellos se desata en esa misma entrevista donde ella, sin saberlo —o quizás sí, sabiéndolo— entra en el peligrosísimo terreno de los intereses políticos. Para mayor precisión, cedámosle la palabra al texto co-firmado con Diego Leuco, en aquella edición de Noticias: —¿En qué consiste el poder de Rial?

—Su poder está en el micrófono. —¿Qué significa eso? —Él siempre me preguntaba “¿Por qué todos me tienen miedo menos vos?”. —¿Le gusta sentirse temido? —Le encanta. Le encanta ser el más malo. —¿Pero realmente es así, o es un personaje? ¿Existe un Rial que levanta el teléfono y frena una publicación? —Preguntales a los de cierta revista muy importante quién paró la nota conmigo hace más de tres semanas. —Dice que está vinculado al poder político... —Y… parece que llegó la moto (D’Auro hace un gesto que denota la aparición de un mensajero entregando un sobre con plata). —¿Pero usted no estaba a cargo de la publicidad en sus programas? —Sí, yo manejaba las relaciones comerciales, pero una cosa es el dinero de los auspicios y otra muy distinta es la moto que recibe con dinero por afuera. —¿Dice que políticos enviaban literalmente motos para entregarle dinero? —Esa es una expresión que usaba mucho él. Cuando veía cierto canal de cable que se vendió recientemente, me decía: “Che... parece que a este no le llegó la moto... cómo lo están apretando”. Él conoce cómo se maneja este tema mejor que nadie. —¿Quiénes le pagaban? Es una acusación demasiado fuerte. —(Sonríe). Fijate en los auspiciantes, fijate en los PNT del programa, la clave está ahí. Fijate adónde concurre, qué eventos conduce... En el entorno de D’Auro revelan los nombres a los que ella hace referencia. Según aseguran en estricto “off the record”, habla de Mauricio y Jorge Macri, Daniel Scioli, Francisco De Narváez, Sergio Massa y Florencio Randazzo, entre otros. Incluso, dieron detalles del polémico “negocio”. Explican que habría dos tarifas: una en blanco para los PNTs que ronda los 7.000 pesos más IVA. Y otra, un canon mensual de entre 30.000 y 50.000 pesos, por el que funcionarios de primera línea y políticos presidenciables recibirían protección periodística. Cerca de D’Auro definieron esa última operatoria como un “pack” que incluye menciones y promociones. —¿Y cómo eran esos pedidos? —Por teléfono y por mail. A mí me llegaban esos e-mails con copia, así que los tengo y,

llegado el caso, los sacaré a relucir. —¿De qué se hablaba en esas comunicaciones? —“Necesito que pongas en Twitter tal cosa”, “necesito que me preguntes tal cosa en el reportaje que me vas a hacer en la radio”, “necesito darle manija a este proyecto”. Pero obviamente no es el momento de hablar. Yo no quiero hacer bolonqui y quiero que esto se arregle de la mejor manera. Pero, si no vas a arreglar... y... qué sé yo... La frase, dicha por D’Auro a grabador prendido, suena insólita. De una transparencia brutal. Sincera que a falta de un acuerdo económico, la ira desatará revelaciones peligrosas para el periodista. Es tal vez a lo que se refirió al aire de su programa de tevé Jorge Rial, la tarde misma del jueves 24 en que se escribía esta nota, cuando declaró ser objeto de una larga “extorsión”. —¿Por qué usted recibía esos mails? —Porque me copiaban y porque, además, como él no se reunía con nadie, yo me encargaba de pasárselos y decirle: “Tomá, hay que hacer tal cosa”. Así es que yo estoy enterada de todo. —Entonces reconoce que sabía todo e incluso que era parte. ¿No se siente cómplice de la situación que ahora denuncia? —A mí había muchas cosas que me hacían ruido... ¿Cómo entender el sincericidio profesional de D’Auro? El psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman explica que, ante una pérdida grande, la mayoría de las personas reacciona instintivamente con un mecanismo de negación. Esa aversión a asumir una derrota a tiempo para acotar los costos, deriva en una actitud kamikaze que lleva al damnificado a doblar la apuesta con la remotísima esperanza de dar vuelta su suerte. Si primara el aspecto racional del ser humano a la hora de tomar decisiones, explica Kahneman, quien enfrenta una pérdida podría hacer un cálculo frío que lo guiaría para plantarse a tiempo y aceptar que debe resignar algo importante, antes de perderlo todo. Pero no: la biología suele imponerse en situaciones límite, y las emociones toman el timón. La intuición suele engañar a alguien derrotado, al punto de hacerle creer que tiene chances serias de recuperar todo o buena parte de lo perdido. Noticias se comunicó con Rial para conocer su versión. “No quiero hablar porque está en juego lo más importante que tengo en la vida que son mis hijas”, explicó el conductor ante los reiterados intentos de esta revista por obtener su testimonio. Sin embargo, se desligó de las acusaciones de su ex mujer. Asegura que siempre fue ella la encargada de manejar los negocios y que, en todo caso, la responsable es D’Auro.

Jorge Rial nunca fue muy amigo de la revista Noticias. La última vez que Edi Zunino, jefe de redacción, le preguntó cuándo podrían hacer una entrevista, la respuesta de Rial fue “cuando me traten bien”. Sin embargo, en aquel enero —y superada una calentura inicial, quizás comprensible, cuando supo que la siguiente tapa sería una entrevista con su ex—, accedió a un diálogo breve (de hecho, él mismo llamó por teléfono a Diego Leuco) que la revista publicó en un recuadro: —Pero más allá de la disputa por sus hijas, su ex mujer dice que usted cobra dinero en negro a cambio de darles protección periodística a políticos de primera línea. —Es una mentira absoluta. Lo único que puedo responder es que todas las relaciones comerciales, sean con empresas privadas o con entes públicos, las manejó siempre ella. —D’Auro se refirió a plata en negro... —Ella se encargaba de todo. Si hay guita en negro, no es mía. Esta revista también se comunicó con los responsables de prensa de los dirigentes políticos acusados por D’Auro. Previsiblemente, todos desmintieron la denuncia. Rial es amigo de varios de los involucrados. “Con Sergio (Massa) y los Macri, tiene una relación de amistad desde hace muchos años y que es pública. Él tampoco ocultó su relación con Scioli, por ejemplo”, se sorprende un allegado al conductor. “Con Rial somos amigos. Él, además, es de Munro y siempre quiere saber cosas de su barrio. Hemos auspiciado sus programas, como lo hacemos con otros que también son muy elegidos por la gente”, explicó a Noticias Jorge Macri, intendente de Vicente López y primo del jefe de Gobierno porteño. Rial también utilizó sus programas de radio y tevé para adelantarse a la publicación de esta entrevista. “Hace cuatro meses que vengo siendo víctima de una extorsión, que este fin de semana se va a cumplir con la publicación de una entrevista. La revista no tiene nada que ver, ellos fueron a hacer una nota y es su laburo. Pero sí quiero aclarar algo: lo más importante, más que la guita, más que la venganza, el despecho, es cuando la gente se elige por amor. Y con mis hijas nos elegimos. Yo las elegí primero y ellas me eligieron a mí trece años después.” Volviendo al terreno de los reclamos de la ex, narrábamos en aquella nota explosiva que “el manejo comercial de la productora que tenía el matrimonio, Ideas+Ideas, siempre estuvo en manos de D’Auro. Ella se encargó de montar el gran negocio publicitario detrás del conductor. En una nota publicada por Noticias el 26 de mayo de 2011, Rial reconoció que le había dicho a

su entonces esposa: ‘Llegó el momento de hacer guita’, y que ella fue desde el principio la encargada de las relaciones comerciales y de armar la estructura empresarial. Entre los reclamos de D’Auro hay uno poco común. Se trata de una cifra cercana a los 8 millones de pesos que ella le exigiría para resarcir el dinero que ya no obtiene porque, según denuncia, las presiones de su ex marido le cerraron oportunidades laborales. D’Auro: En este momento no tengo trabajo. ¿Sabés por qué? Porque él se encargó de decirles a todos estos contactos políticos que yo siempre manejé, que no me dieran bolilla. Me dejó afuera del mercado. Gracias a Dios tengo amigos y, como soy una mina de ley... todo pasa, con el tiempo. Sin embargo, en el entorno de Rial explican que el negocio se le terminó cuando él se alejó. “Esto no es una sociedad como la de Daniel Hadad y su mujer, Viviana Zocco. El Grupo InfoBae tiene medios y productos que van más allá de Hadad. Acá el único valor agregado que tenía Ideas+Ideas era Rial. Si Jorge se va, se terminan los negocios para ella”, resume un amigo de él. D’Auro asegura que el poder de Rial le impide seguir trabajando y que, incluso, logró silenciarla durante todo este tiempo: “No es fácil hablar cuando enfrente tenés un tipo que tiene seis horas de aire todos los días para hacerte percha. Durante este tiempo, a mí se me atacó mucho. Me humillaron, me dieron muchos cachetazos”. La entrevista publicada por Noticias dio origen a una causa judicial donde él la acusa a ella de extorsión, basándose en la amenaza de publicar emails con contenido comprometedor. De hecho, el juzgado ordena en tiempo récord un allanamiento de la casa en el country San Carlos, donde vive D’Auro, y se incautan varias computadoras, aunque nunca se hiciera pública ninguna información con respecto al contenido de las mismas o a la existencia de los presuntos emails. En febrero de 2013, Diego Leuco y yo seríamos convocados a declarar en carácter de testigos en la causa. Ambos coreamos nuestra resistencia a revelar los nombres de las fuentes que nos dieron información “off the record” —tenemos la suerte de que la ley protege el secreto profesional de los periodistas—, pese al lamento de los abogados. El interrogatorio (fueron casi tres horas) me obligó a improvisar una “clase magistral” sobre edición, para que los jueces y abogados entendieran cómo se hace una revista, cómo se compone el texto de una nota, por qué el redactor se toma la libertad de “corregir” los dichos de un entrevistado, cómo la

“editorialización” se va mechando a lo largo de la buena prosa periodística. Fue agotador, fue desgastante, pero me dejó la impresión de que las partes habían entendido una cosa que, para nosotros, era clave: que habíamos actuado de buena fe. El juzgado nos pidió también que entregáramos las grabaciones de las entrevistas con D’Auro. Y, aun cuando no soy muy amigo de la idea de darle mis grabaciones a nadie, por consejo de la abogada de Editorial Perfil, entregué una copia. Otra copia está depositada, junto a algunos apuntes e impresiones de varios emails, en la caja fuerte de mi abogado personal. Me siento casi tan peligroso como Luis Ventura cada vez que cuento esto. Silvia D’Auro nunca se presentó a declarar. Hizo un descargo por escrito donde acusó a Noticias de tergiversar sus dichos. En la redacción no nos preocupaba el tema, mayormente. Sabíamos que no la habíamos sacado de contexto y que, en última instancia, la jueza tenía los audios a su disposición. Tras las correspondientes idas y venidas judiciales, el 29 de junio de 2013 publiqué en Noticias el siguiente texto, explicando dónde estábamos parados: “Yo no quiero hacer bolonqui y quiero que esto se arregle de la mejor manera. Pero, si no vas a arreglar... y... qué sé yo...” La frase es de Silvia D’Auro (47), la ex esposa en conflicto de Jorge Rial (51). Se la dijo a dos periodistas de Noticias, a fines de enero, en Punta del Este, durante una serie de entrevistas que llevaron a la nota de tapa publicada el día 26 de ese mes. No hay una grabación de la voz de la señora diciendo esto. Hay dos. Una, del grabador de quien suscribe. La otra, del de Diego Leuco, coautor de la nota. A pedido de la Justicia, ambas están en manos del Juzgado Nacional en lo Criminal de Instrucción Número 31, a cargo de la jueza Susana Mabel Castañera de Emiliozzi. La frase, dicha por D’Auro a grabador prendido, suena insólita. De una transparencia brutal. Sincera que a falta de un acuerdo económico, la ira desatará revelaciones peligrosas para Rial. En estos mismos términos lo dijimos en la nota correspondiente y lo repetimos: suena insólita. Pero lo que Noticias ve como “insólito”, para Jorge Rial es extorsión; con lo cual — revista en mano— le inició a su ex una querella. Los periodistas son testigos privilegiados del combate, desde el ringside judicial: el banquillo de los testigos. Lo que dice que no dijo: “Me sacaron de contexto” es una de las excusas favoritas de las estrellas, el preámbulo de la desmentida. Este martes 25, Silvia D’Auro tenía que declarar ante el juzgado. Hizo su descargo en un escrito donde se aferra al proceso de edición de la nota para declarar su “ajenidad a toda conducta ilícita” y decir que su ex fundamenta su acusación en “una versión editada de mis expresiones”.

A mucha menos velocidad que los testigos de “la ruta del dinero K”, Silvia D’Auro también se “elaskariza”. En enero, al preguntarle sobre la vinculación de Rial con el poder político, responde que “parece que llegó la moto”, acompañando el discurso con un gesto: la mímica de la aparición de un mensajero entregando un sobre con plata. Nunca nombra a los funcionarios en cuestión, pero la información llega a la revista de boca de fuentes incuestionablemente ligadas con el entorno de la señora, que prefieren mantenerse anónimas. Pero, ante la Justicia, D’Auro retrocede veloz: “[...] No he formulado las aseveraciones que se me atribuyen, referidas a supuestos pagos que políticos le habrían hecho a Jorge Rial [...]”. El de D’Auro no es el único testimonio de la nota. Además de ella, habla el mismísimo Rial y las ya mencionadas fuentes “off the record”. A eso, se suma la explicación y reflexión que hace la publicación, para ayudar al lector a entender los hechos en toda su magnitud, algo que —más allá de la misión de informar— está en el ADN mismo de esta revista. “Entender cambia la vida”, el que nos lee lo sabe. La verdad está allá afuera. El lugar común dice que cada uno tiene el título de propiedad sobre su propio silencio, pero que será para siempre sometido por lo que no sepa, no pueda o no quiera callarse (y, de un tiempo a esta parte, cada uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus tuits, una mala experiencia 2.0 que Silvia D’Auro vivió en carne propia). Esa esclavitud de la palabra es más contundente cuando se trata de una figura pública, hablando con un periodista, ‘a grabador abierto’. Será, en todo caso, misión de la Justicia, interpretar si las declaraciones de D’Auro constituyen alguna clase de delito. Pero mientras tanto, desde el ringside, solo se observan los síntomas de una enfermedad que amenaza con convertirse en epidemia: la desmentiditis. Crónica. Y aguda. Tras la pericia de las grabaciones, la justicia desestimó el descargo de D’Auro. Periodistas, con la conciencia tranquila.

Capítulo 11 De bufones y trovadores

Y si alguna vez nos enojamos luego nos amigamos y todo se olvido. DONALD MCCLUSKEY El dicho popular dice que de la muerte y del ridículo no se vuelve. Como mucha de la sabiduría ancestral, es una zoncera. A fin de cuentas, Víctor Sueiro volvió de la muerte y fue capaz de cimentar sobre su experiencia extracorpórea toda una saga literaria. El regreso al candelero desde el presunto exilio que implica hacer el ridículo tampoco es un camino completamente imposible. Sobre todo porque existe una amplia casta de personajes a los que no parece importarle en lo más mínimo ponerse en una posición absurda delante de cámara. Y siempre vuelven por más, como adictos. Son los mediáticos, son los bizarros; son esos personajes que — sin más talento que el de protagonizar escándalos— pueblan pantallas como la de Intrusos. Unos cuantos son verdaderos artistas, gente del mundo del espectáculo, aunque una cantidad notable esté en el ocaso de su carrera. Algunas veces se entremezclan músicos, deportistas, funcionarios públicos y hasta periodistas. Otros son solo cazafortunas: aspirantes a modelos, aspirantes a vedettes, aspirantes a botineras, aspirantes de substancias prohibidas por la ley. Si la televisión es una corte donde algunos nombres son sinónimo de realeza, otros ofician de lacayos y de bufones —mediáticos en general—; mientras que unos pocos, los otros periodistas, sin llegar a ser parte de los estratos superiores plagados de títulos nobiliarios, se convierten en

heraldos y trovadores de ese mismo reinado. Así, a fuerza de llevar noticias y narrar hazañas ajenas, acaban por convertirse en parte del medio, en personajes de reparto que, muchas veces, en forma inesperada (y no tanto) crecen hasta ocupar roles protagónicos. El rol de los periodistas en el “star system” argentino es bastante peculiar, aunque en otros países también se dé. Tenemos un periodismo “rockstar”. Si algo caracterizó a la revista Noticias casi desde sus orígenes —un detalle que ya hemos mencionado, pero que en esta instancia es conveniente ampliar— es esa costumbre de hacer lo que en la jerga se llama “periodismo de periodistas”. A muchos les molesta, lo consideran endogámico e irrelevante. Pero hay una justificación detrás de esto que quizás tenga algo de sentido: la masividad de la televisión y de la radio es tal que muchos periodistas se han vuelto figuras públicas, al punto de tener fans y detractores; de tener —como los casos de Jorge Rial y Luis Ventura a las claras demuestran— una audiencia ávida de conocer sobre sus vidas personales, sus avatares profesionales y hasta sus finanzas. Le guste a quien le guste, o le desagrade por egocéntrico a quien así lo prefiera, ninguna revista ha cubierto como Noticias lo que sucede con los más relevantes formadores de opinión cuando la cámara de televisión o la luz de “en el aire” de la radio se apagan. En sus archivos no hay ríos de tinta —abusemos del lugar común— sino toda una catarata de texto sobre esta especie de sub-farándula que son los comunicadores, siempre a mitad de camino entre pensadores contemporáneos y estrellas de rock. Los rockeros, como los futbolistas o las vedettes, como todo aquel que goce de cierto estrellato, tienen sus internas, sus enemistades irreconciliables, sus “te espero en Habana y Segurola”. Andrés Calamaro pasó años enemistado con Charly García. Moria Casán y Carmen Barbieri estuvieron en veredas opuestas hasta que el destino —y el cachet— las unió. Diego Armando Maradona tiene un amplio prontuario de rencillas y, probablemente, acumule más enemigos que amigos, a esta altura de su carrera. Así, como estrellas que son, los periodistas no pueden muchas veces evitar sus escándalos de vedetonga sin plumas ni conchero. Y acaban agarrándose de las mechas. Rial y Ventura han mantenido, juntos o por separado, confrontaciones más o menos turbulentas con distintos colegas. Compilarlos todos sería, una vez más, un emprendimiento titánico. Pero, para muestra, basta un puñado de botones. O de periodistas. Rial en particular no se ha negado nunca a sí mismo el placer de confrontar con colegas, tanto en los medios en los que se mueve como en las redes sociales. Los ejemplos son tantísimos y van desde la mera “picana tuitera” hasta la confrontación personal, esa que siempre está al borde de irse a las manos. En su declaración ante la justicia en junio de 2013, Silvia D’Auro

dejaría en el expediente su opinión sobre el “estilo” del hombre que iba inexorablemente en camino a convertirse en su ex: “Ese modo de actuar que caracteriza a la actuación profesional de Rial —ámbito en el que denosta, denigra, ofende, insulta, amenaza físicamente a sus ocasionales adversarios, los desafía a pelear, los trata de ‘cagones’; seduce al poder de turno y trata de caer siempre bien parado, aun con las mentiras más burdas; y si se equivoca, rápidamente muda de parecer, imputando su error a algún colaborador— pasó a ejercerlo a mi respecto [...]”. Ahora, ¿qué rol cumplen Jorge Rial y Luis Ventura en la cadena alimentaria que conforma la realeza de la televisión vernácula? Quizás, por momentos, el de bandidos. O el de verdugos. Lo cierto es que, si no tienen piedad ni siquiera con reyes y princesas, mucho menos habrán de ser misericordiosos con la plebe. La lista de gente cuyos escándalos han ventilado —y con los que, eventualmente, han sostenido peleas, enemistades y hasta acciones legales— es un seleccionado nacional del ridículo, un dream team de extravagantes: Carmen Barbieri, Viviana Canosa, Marcela Tauro, Claudio María Domínguez y “Guillote” Coppola son solo parte de una lista extensa, que con cada emisión de Intrusos o cada salida a la calle de Paparazzi puede agregar un nombre más. Según explica Ventura en su primer libro, Silvia Süller fue, durante mucho tiempo, su mayor fuente de información en el universo del que era su marido, Silvio Soldán, el famoso locutor y conductor del gato muerto en la cabeza, el quincho más célebre de la televisión dominical de los años 80. “Eso a él le molestaba soberanamente, hasta que entendió que lo mío no era tendencioso”, afirmaría Ventura. En 2007, la estrafalaria Süller aseguró que había sido amante de Ventura durante doce años. De hecho, afirma por lo bajo haber sido amante también de Jorge Rial, al tiempo que pide una suma algo abultada de dinero a cambio de contar “toda la verdad”, algo que ciertamente podría enviar a unos cuantos a charlar con el juez y vérselas con el ejército de abogados que le cubren las espaldas a ambos periodistas. En su momento, Ventura contraatacó, acusando a la vedette de alcohólica y drogadicta, de deberle dinero y de practicar vudú, entre otros hobbies. Lo cierto es que Süller fue, durante mucho tiempo, no solo una “espía” en el universo Soldán, sino también en ciertos circuitos de la noche porteña. Habitué de lugares como Hippopotamus o Shampoo, dicen que era ella quien llamaba a cualquier hora para avisar a los periodistas quién estaba con quién y dónde —incluso quién estaba con ella— para que los paparazzi se hicieran presentes. Las depresivas noches de domingo de Silvia Süller terminaban muchas veces en la casa de la

familia Ventura, comiendo pizza y tomando vino hasta que, al borde del desmayo, Luis y Estela terminaban llevándola a su casa. Un caso en el que la avidez de la dupla intrusiva por generar exclusivas cruzó un límite fue el de Marcelo Corazza. Era el año 2002 y Corazza, un profesor de educación física bonachón y simple, un muchachito del conurbano, acababa de coronarse como el primer ganador de Gran Hermano, desplazando de la ansiada victoria al incorrecto y polémico Gastón Trezeguet, un chico que, al jugarla de “malo de la película”, demostraba mejor que nadie, en aquellos tiempos de ingenuidad, que había entendido la televisión y los fundamentos del reality show mejor que nadie. No por nada, después de salir de “la casa más famosa del país”, acabó trabajando como productor. Corazza era Superman: noble, humilde, amante de los niñitos, a los que mantenía en forma en un colegio humilde de San Fernando y con los que colaboraba desde un comedor infantil; hasta que —tras su coronación— se reconvirtiera en conductor de un programa por Telefé, la misma señal que lo había llevado a la fama. Pero su imagen pública pasó por la trituradora no solo cuando corrió la información de que pesaban sobre él denuncias por abuso infantil, sino también cuando Intrusos puso en el aire un video con una cámara oculta donde Corazza, dentro de un auto, coqueteaba... con otro hombre. ¡Y confesaba que estaba descubriendo que le gustaban! ¡Oh, el escándalo! ¡El personaje más amado por la familia argentina estaba tan metido en el armario que casi aparece en Narnia! Al respecto, explica la revista Anfibia, en su reportaje de 2013 a Luis Ventura, parte de la trama secreta de aquella cámara oculta indecente y algunas consecuencias e implicancias: Nueve años más tarde, se supo que quien le “tendió la trampa” a Corazza fue Julieta Biesa, ex secretaria de Sofovich y ex participante del programa Soñando por bailar cuando todavía se mostraba como hombre. Esa situación generó la pelea que se volvió eterna entre Jorge Rial y Viviana Canosa, quien se fue del ciclo tras esa cámara oculta. Ventura denuncia una conspiración: —Con el tema Corazza, en su momento se cuestionó un tema de límites y un tema de no haber considerado un montón de cosas, pero en realidad la denuncia contra el pibe, que fue solapada, tenía que ver con una denuncia de abuso del comedero que él regenteaba. Entonces en su momento, como él era del aparato Endemol nos tiraron una carga pesada por una cámara oculta gente y periodistas como Viviana Canosa, que se cansó de hacer cámaras ocultas. En el programa Más Viviana, de Canal 9, Biesa dijo estar arrepentida. “Lo hice por dinero y

por una promesa de hacer teatro en Mar del Plata. Nunca más me lo pude cruzar a Marcelo Corazza y fue muy cruel lo que le hicieron. Yo quiero pedirle disculpas públicamente por eso que hice y de lo cual me arrepiento.” En su momento, Gastón Trezeguet defendió a Corazza. Trató a Rial de “criminal y mercenario”. Además de Canosa, Camilo García también renunció al panel de Intrusos. Por unos días, la indignación popular llevó incluso a que bajara el rating del programa, favoreciendo a Rumores, su competidor en Canal 9. En su autobiografía, Rial se exculpa: Todos sabíamos que Corazza era gay y a nadie tenía por qué llamarle la atención. En aquel momento yo ocupaba la Gerencia de Programación de América, y no paraba un segundo. Me metía en el contenido de Intrusos quince minutos antes de entrar al aire. Nunca había visto el video […] antes de que el programa empezara. Y cuando lo vi, ahí en vivo, me quería morir […] Cuando vi al aire la pelotudez que era, Corazza con un joven que encima le estaba haciendo una cama, me quería esconder detrás del decorado […] Si lo hubiera visto antes de estar al aire, no salía. Paradojas del medio: Marcelo Corazza terminó trabajando para Endemol, la compañía que produce Gran Hermano. Jorge Rial, en su momento, también. Juan Alberto Castro (1971-2004) tuvo una carrera en el periodismo que muchos le envidiarían. Se inició en la profesión a fines de la década del 80 como productor de Feedback, el programa que, en ese momento, co-conducían dos jovencísimos Mario Pergolini y Ari Paluch por la radio que estaba cambiando la forma de hacer radio: la Rock & Pop, fundada y comandada por Daniel Grinbank. Mientras hacía sus primeras armas en radio, estudiaba locución en ISER y Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires, además del traductorado público de inglés; y se lanzaba en una breve pero fructífera carrera como modelo. Era joven, era fachero y se llevaba el mundo por delante. Su debut televisivo sería en diciembre de 1991, como conductor —junto a Paluch— de Crema Americana, el programa de verano de América TV de esa temporada. Siempre en ascenso, pasaría por Telefé Noticias y acabaría volviendo a América para conducir Zoo, las

fieras están sueltas, un programa que generaba polémica por los temas de sus informes. En Zoo, Castro se permitiría lujos periodísticos como entrevistar a Mario Firmenich, cubrir el Love Parade de Berlín y hacer las primeras campañas de concientización serias con respecto a prevención de la propagación de sida. En su primer libro, Luis Ventura le adjudica a Juan Castro un romance de farándula internacional del que, sin embargo, nunca se supo en forma oficial: En 1995, yo era el productor periodístico de un programa que se llamaba Paparazzi, en Telefé, con producción general de Marcelo Tinelli. Llegaba Ricky Martin al país y fui personalmente a cubrir la nota […] ya que estaba muy condicionado por el aparato de prensa, que no quería que diera notas a otros canales por el tema de la exclusividad […] Tenía el dato de que habían reservado un VIP. Me acerqué a esa sala, abrí la puerta y cuando miré, vi que Ricky Martin estaba besándose con Juan Castro, que en aquel momento trabajaba como periodista de Telefé. Se dice que fue un gran amor. Ricky Martin estuvo a punto de llevarlo a Miami, una relación maravillosa, que incluso llegó a quedar registrada en algunos temas musicales. En 1998 se retiraría de la televisión para dedicarse únicamente a la radio, en Metro, y —en 2001, en una entrevista para la flamante revista El Planeta Urbano— haría una salida pública del clóset que, aun con el siglo XXI recién inaugurado, causaría escándalo. Su regreso (el último) a la pantalla, tras un breve paso por el cuestionado reality Confianza Ciega, sería para conducir Kaos en la Ciudad, una producción de Endemol que transmitía El Trece. Pero, pese al éxito profesional, vivía torturado. Su perdición era su adicción a la cocaína, que en el invierno de 2003 lo llevaría a acabar internado. Ya en ese momento, la tapa de Paparazzi se hacía cargo del tema. “Castro estaba en pareja con Juan Santa Cruz, un empresario chileno, actual dueño del prestigioso restaurante Casa Cruz”, rememora Ventura en su libro aquella cobertura de su revista. Agrega: “Y hablábamos de drogas. Él ya vivía de exceso en exceso. Una anciana de unos ochenta años le llevaba el delivery de las flores, que eran violetas, y la droga iba escondida debajo de ellas, así entraban en su casa. Ella era sólo uno de los ocho dealers que abastecían a Juan. Y yo hice esta denuncia públicamente”. De hecho, Ventura afirma haber denunciado quiénes eran los proveedores que mantenían la adicción del conductor estrella desde adentro mismo de Endemol, su productora. Dice que eso le costó que al menos cuatro veces lo esperaran a la salida del canal, y no precisamente para pedirle autógrafos. En la versión de Ventura de aquellos tiempos turbulentos para Castro, él siempre estuvo de su

lado. No duda en contar cómo los “Apóstoles de Juan” —su médico Patricia de Paoli y Luis Pavesio (pareja de Castro), junto con el periodista Daniel Gómez Rinaldi— le pidieron que “aflojara”, que no lo expusiera tanto. A lo cual, como todo buen muchacho de Lanús, accedió. “Nunca saqué las fotos de Castro tirado en los boliches, reventado de droga”, afirma el periodista en sus Expedientes V. Siempre según su relato, al final de la internación, Juan Castro lo visitó en la redacción de Paparazzi para agradecerle que lo hubiera cuidado. Eso de “cuidarlo” no duraría. Más bien todo lo contrario. “Estuve dando un par de vueltas por el infierno y pensaba que podía salir de ahí cuando yo quería”, confesaría Juan Castro ante las cámaras de su propio programa en agosto de 2003, ya involucrándose —supuestamente— en un programa de rehabilitación. “Sin embargo, muchas veces me descubrí a mí mismo nuevamente envuelto en las llamas.” Es probable que la metáfora de las llamas no fuera casual. Como adicto a las drogas duras, Castro sufría crisis de paranoia. En la tarde del 2 de marzo de 2004, en medio de uno de esos ataques producidos por una reincidencia en el consumo de estupefacientes —los forenses hablaron de “delirio agitado fatal”— saltó por el balcón de su departamento palermitano. Era solo un primer piso, pero el traumatismo de cráneo fue demasiado severo. Aun cuando llegara al Hospital Fernández en coma, los intentos quirúrgicos serían inútiles. A primera hora de la madrugada siguiente, una falla multiorgánica provocada por las lesiones, los excesos y —se dice— una infección intrahospitalaria, se lo llevaron. En el entorno de los intrusos se dice que Jorge Rial no habla de Juan Castro. Desde que ambos fueron condenados, en 2012, por violar la privacidad del fallecido periodista publicando su correspondencia personal, el tiburón se llamó a silencio. Luis Ventura tiene una postura bastante particular al respecto, que se daría por explicada —y con bastante detalle— en aquella entrevista en profundidad para Anfibia: A fines de diciembre de 2012 el sitio Minutouno, entre otros, publicaba la noticia de que la Cámara Nacional de Casación Penal había confirmado el fallo de primera instancia sobre el caso Juan Castro. En él se decía que Luis Ventura debía cumplir la condena impuesta por haber violado el derecho a la privacidad. En 2004, había editado correspondencia privada del periodista fallecido. El fallo lo condenaba, en concreto, por “publicación indebida de correspondencia”. Lo obligaba a indemnizar a la familia y asumir las costas del juicio. La Justicia, que había determinado que Ventura era culpable, hizo que publicara una retractación pública que decía: “El 4 de marzo de 2004, la revista Paparazzi publicó una nota

titulada ‘Juan Castro, sus cartas secretas. Su dramática verdad’, en cuyo contenido se transcribió correspondencia personal sin la debida autorización, lo que en juicio iniciado por el padre y los hermanos del nombrado, ha sido considerado violatorio del derecho a la privacidad o intimidad, condenándose a Sr. Luis Ventura, Director de esta revista; al editor y a Editorial Paparazzi S.A. al pago de daños derivados de ellos y a la publicación de esta comunicación” […] —¿Cómo ves, ahora que pasó tiempo, lo que pasó con Juan Castro? Larga aire. Parece un tema del cual no quiere hablar porque lo tiene agotado. Sin embargo dice: —En el tema de las cartas nunca se demostró que fueron cartas, fue una cosa que instalaron en los medios y quien promovió toda esa historia fue un abogado que después, más de una vez, participó en multimedios donde utilizaron el mismo sistema para otros casos. Pero cuestionaron el nuestro porque fue una cosa muy efectiva. La sentencia nos condenó pero en realidad nunca quedó claro. El tema es que cuando te ven ganar no se la bancan, entonces lo que hacen es ensuciarte para que tu triunfo no sea tan transparente. Gente que lo conoció de cerca en esos tiempos afirma que Ventura sostenía un discurso reivindicatorio de su accionar, en pos de una presunta libertad de prensa. La justicia no estaría del todo de acuerdo. A fines de septiembre de 2014, Rial y Ventura serían condenados a resarcir a los deudos por haber violado la intimidad de Castro. Sin embargo, algunos colegas afirman que Castro le tenía a Ventura tanto respeto como cariño; al punto de que el segundo conserva como souvenir algunos efectos personales del primero: sus lentes y una camiseta de básquet. Pero también —dicen por ahí— no serían estos los únicos “recuerditos”. En el inexpugnable archivo de Luis Ventura residirían algunos de los emails más comprometedores de Juan Castro. No porque lo puedan complicar a él, mucho menos después de muerto, sino por cómo esa correspondencia lo liga con personajes vinculados a las noches más plagadas de excesos. Sobre todo, a personajes que suelen ser habitués de una casa enorme y de color salmón. Sobre la calle Balcarce. La enemistad entre Jorge Rial y Daniel Tognetti data del año 2004, aunque con el tiempo se puso aún peor. En aquel entonces, Tognetti conducía Punto Doc, un presunto programa periodístico que salía por América justo antes de Intrusos en la Noche. Fue ese programa el que le plantó una cámara oculta a Alberto Ferriols, un reconocido cirujano plástico que, a la sazón,

estaba casado con Beatriz Salomón, a través de la cual se descubrió que el doctor operaba a travestis y hacía descuentos a cambio de sexo. La noche en que Punto Doc transmitió la nota, Ferriols y Salomón sabían que Tognetti tenía material contra el médico, pero suponían que se trataba de un fallido intento de demostrar que el cirujano hacía operaciones ilegales en su consultorio particular. Por eso, según relata Rial, el matrimonio pidió estar esa noche en Intrusos, para responder a lo que fuera que Punto Doc tuviera para decir de ellos. Por supuesto que no se esperaban lo que iba a suceder. Tras el shock, sin embargo, Beatriz Salomón no se prestó al escándalo y defendió a capa y espada a su marido, aunque luego sería este incidente el que acabaría con el matrimonio. El problema fue que muchos creyeron que todo había sido una trampa organizada por Rial, transmitir el escandaloso video en Punto Doc para arrasar con el rating teniendo a los incautos en vivo en Intrusos. Por supuesto que el periodista lo niega y, sintiéndose traicionado por Tognetti y su producción, que no quisieron adelantarle el contenido del material, lo considera de la peor calaña. Pero el incidente Ferriols-Salomón no fue el único que hizo que Rial se pusiera los guantes dispuesto a noquear a Tognetti. Hubo un segundo caso, más duro aún, que también involucraría a Ventura y a las polémicas fotos de un bellísimo cadáver. La modelo y periodista Jazmín de Grazia murió en febrero de 2012 tras una sobredosis de cocaína. En su primer libro, Luis Ventura la recuerda con cariño, pero también se constituye en juez de actitudes ajenas y —en un modo algo perverso— en protagonista: Jazmín de Grazia estaba encaminada a la muerte. Se percibía en las últimas horas, lo dije públicamente en televisión: el consumo la tenía quemada. Salieron a ensuciarme, a desmentirme […] No pongo en duda el cariño ni el amor de la familia De Grazia. Pero sí la atención a los gestos, a las señales que pudo dar una adicta. Evidentemente, su independencia desde muy joven, las comunicaciones esporádicas, los encuentros distanciados en el tiempo no ayudaron […] El eje no estaba en subir a una pasarela o en hacer una publicidad, sino en los excesos que la fueron llevando hacia la cocaína y los potentes cócteles de drogas. ¿Quién abastecía a Jazmín del aparato farmacológico y del aparato químico que necesitaba? Ella era una chica deliciosa, maravillosa. Como conductora de televisión, por invitación expresa de ella, tuve oportunidad de compartir su programa sobre polo. Conversamos sobre el mundo de las comunicaciones, porque ella quería trabajar solo como periodista. En su cabecita, creía

que las bonitas perdían el respeto del medio. El que le perdió el respeto a la difunta Jazmín fue el diario Crónica, que ilustraría su tapa con fotos exclusivas del cadáver de la bellísima blonda en el baño de su departamento de Recoleta donde la Parca pasaría a buscarla sin demasiado preaviso. El escándalo fue tanto dentro del ambiente periodístico —por lo que se consideró una falta ética gravísima—, como entre la gente del ambiente artístico (que se indignó con el exceso) y hasta en las filas policiales, donde se abrió un expediente interno (y, luego, una causa judicial) para investigar cómo las fotos se habían filtrado a la prensa. La versión “oficial” de Luis Ventura con respecto a qué tan cerca pasó de las fotos malditas dice que, el mismo día de la muerte de la modelo, ya estaba recibiendo llamados telefónicos. “Una voz femenina me ofreció cincuenta fotos de Jazmín en esa última noche, la primera visión del departamento con el cadáver sumergido en la bañadera. Conversé con el ‘Tanque’ Reca, el subdirector de la revista, lo llamé a Jorge Rial, y todos coincidimos en que no teníamos que participar de eso. Las fotos terminaron ofrecidas al diario Crónica, que compró 5 o 6, por un valor muy por debajo del exigido originariamente.” Una fuente de la redacción del polémico diario —una fuente demasiado introvertida como para dar su nombre y respaldar la acusación— afirma que habría sido el mismo Luis Ventura el que pusiera en contacto al vendedor de las imágenes con los compradores en Crónica. En la causa que se abrió para investigar cómo se filtraron las imágenes, Ventura fue citado a declarar como testigo. La justicia jamás lo imputó, ni siquiera lo vinculó con la distribución de las imágenes. Así que, seguramente, así habrá de ser la verdadera historia. Pero los escándalos relacionados con la dupla Rial-Ventura y la modelo no acabarían, aun después de muerta. Uno de los últimos empleos en televisión de Jazmín de Grazia había sido formar parte del panel de Duro de Domar, el ciclo a mitad de camino entre el periodismo y el entretenimiento —ese subgénero tan en boga al que bien podría denominarse “programa de panelistas”— que, desde la pantalla de Canal 9, fue migrando lentamente de una imparcialidad optimista a una militancia política feroz. Ya en 2010 el programa se había convertido en un órgano de difusión paraoficial. El 19 de abril de ese año visitaría el piso de DDD ni más ni menos que el entonces ministro de Economía Amado Boudou. De Grazia cometería el terrible pecado de dar señales de pensamiento independiente. “Lo que más le molestó a Diego Gvirtz [productor del ciclo] fueron las preguntas a Amado Boudou”, explicaría la también ex panelista del ciclo Fernanda Iglesias al portal de noticias PrimiciasYa: “Jazmín y yo lo interpelamos un poco, a nuestra manera, claro. Mientras los demás le hablaban de música, Jazmín le preguntó

sobre ecología”. Tamaña audacia le costaría el puesto. “Jazmín no se fue porque quiso. La echaron”, fue el diagnóstico terminante de Iglesias. Por eso, que tras su muerte se la homenajeara en la pantalla de DDD causó malestar en el ambiente. “Me duele que ahora recuerden a Jazmín como la recuerdan”, explicaría Fernanda Iglesias: “Sobre todo Daniel Tognetti, que no hizo más que subestimarla durante los tres meses que trabajaron juntos, tratándola de rubia tonta hasta hacerla llorar. Yo la vi llorar por algo que le había dicho Tognetti”. Jorge Rial, por supuesto, no sería menos en su indignación. Su primer ataque contra Daniel Tognetti fue a través de Twitter: “¿Tontongnetti es el mismo que se hizo el boludo cuando echaron a Jazmín como un perro por orden de sus amos, no la defendió y ahora santifica?”. El conductor de DDD inició, a raíz de este tuit, una acción legal contra Jorge Rial, demandando una compensación de 300 mil pesos. En mayo de 2012, a la salida de una mediación judicial, tuvo la mala suerte de cruzarse con Rial. Relata desde su libro Edi Zunino: “‘¡Vení, pegá! ¡Pegame! ¡Pegá, cagón!’ Jorge Rial se lo gritó bajito, exponiendo apenas la mejilla derecha, los puños apretados allá abajo al estilo Nicolino Locche [...] Hubo rumores de que los separaron antes de que la sangre llegara al río”. El lenguaje corporal de Rial en este tipo de situaciones es fascinante. Está dispuesto a irse a las manos, pero primero se expone. Le deja al adversario el privilegio del primer golpe. Quizás porque, como buen estratega, sabe que no solo supera a Tognetti en contextura física, sino que gana una ventaja moral si es la “víctima” del primer golpe, si la pelea —al menos a nivel físico — la inicia el otro. Pero quizás también contando con que el ocasional contrincante tenga miedo. El rumor que dice que los tuvieron que separar sería desmentido por Rial, al aire, en una emisión de Ciudad GótiK: “Quiero corregir algo: no nos separaron. Del otro lado nunca hubo una respuesta. Es un tipo temeroso, muy macho con el micrófono y una cámara, pero cuando te enfrentás cara a cara, arruga [...] Nunca vi un tipo tan cobarde en mi vida, casi se pone a llorar. Yo no lo podía creer. Con la mitad de las cosas que le dije, otro tipo te pega un cabezazo. Se fue corriendo”. Las razones por las cuales el tipo de agresión que cruza la mente de Rial es un cabezazo — bien de pelea de arrabal, de enfrentamiento entre barrabravas— mejor dejarlas para su terapeuta. El domingo 13 de febrero de 2011, Pablo Sirvén —periodista de La Nación, especialista, entre

otras virtudes, en crítica de televisión, autor de Converso, la biografía no autorizada de Víctor Hugo Morales— publicaría una columna donde planteaba cómo, en la pantalla local, la ficción había comenzado a desplazar a los reality shows en el gusto de la audiencia. Tenía en su momento, y aún tiene, todo el sentido del mundo, el comentario de Sirvén. El reality como formato desembarcó en la Argentina a principios de la década de 2000 con Gran Hermano (2001) y Operación Triunfo (2003). Era algo nuevo, fresco y distinto, que nunca se había hecho en la televisión local. Como género, prosperó y se multiplicó. Incluso el cable lo potenció con la inclusión en la grilla de una decena de realities extranjeros a cual más estrambótico que el anterior, incluyendo ciclos sobre quinceañeras embarazadas e intercambios de esposas. Pero, como todo boom, el de los realities tuvo su auge, su amesetamiento y luego una estrepitosa caída que limitó el mercado a un puñado de productos que pudieran destacarse más por la originalidad y el carisma de los concursantes que por el uso y abuso del formato en sí mismo. Mientras el poder de convocatoria de los realities declinaba, las señales de aire apostaban fuerte a la ficción. La programación 2013/2014 no deja dudas: los récords de audiencia son para productos de ficción como Graduados o Farsantes, mientras que subsistiría un solo reality —MasterChef— que cumpliría con la algo polémica misión de disputarle la noche dominical a Jorge Lanata. Esta sintomatología, esta tendencia, que con el paso de los años se hace más fuerte, es lo que preveía Sirvén en su nota de principios de 2011. Algo que a Rial, como un hombre fiel a las filas de Endemol y su Gran Hermano, no le habría gustado ni un poquito. El intercambio de tuits entre Sirvén y Rial escalaría rápido. Rial acusaría a Sirvén de ser un homosexual reprimido —palabra más, palabra menos— y el hombre de La Nación devolvería la cortesía haciendo un chiste de mal gusto sobre la supuesta infertilidad de Rial. A la mañana siguiente, en su programa de La Red, a Jorge Ricardo no le iba a temblar la voz para responder: “La infertilidad es una discapacidad, Sirvén. Es tan bajo lo tuyo, sos tan cagón... tan poco hombre que te metés con eso. No me lastimaste. Ya recibiste tu merecido, porque te hicieron pelota en Twitter. Pablito, sos un canalla de la peor calaña. Se metió con mis hijas, Rocío y Morena, que son adoptadas. Si me querés decir algo, ya sabés dónde estoy. Y me gustaría mucho encontrarme personalmente con vos. Caíste en lo peor”. Pero cuando muchos esperaban conseguir buenos asientos en el ringside para verlos protagonizar una escena de pugilato, Sirvén retrocedería y publicaría en Twitter: “Nunca mencioné a Rial en mis tuits, las conjeturas que saque él corren por su cuenta”. Aun cuando la actitud de patotero del conurbano de Jorge Rial es reprochable, aun cuando su avidez por boxearse en cualquier esquina con el primero que lo provoque es poco digna de un

caballero, lo que hizo en esa ocasión Pablo Sirvén, en el barrio, se llama “comerse los mocos”. Gerardo Sofovich no es exactamente el tipo más simpático del ambiente televisivo. Tampoco el más querido. Muchos le respetan la trayectoria y el haber sido el padre fundador de tantísimos formatos y géneros. Pero, dentro y fuera de la pantalla, Sofovich es un bully hecho y derecho. Desde la era paleozoica hasta la actualidad, en su rol de conductor, se lo ha visto maltratar secretarias, productores y asistentes al aire. En su faceta de productor teatral no ha dudado en deshacerse de elementos conflictivos en sus elencos sin ningún miramiento; sin importar edad, género o pedigree. En suma, el “Ruso” no es un tipo fácil. Y hay que ser valiente —o estar un poquito chiflado— para salirle con los tapones de punta. Porque, se sabe, la represalia llegará, de una u otra manera. Que a Sofovich le gusta la timba no es ningún secreto, ni algo que él mismo se esfuerce por ocultar. Se sabe desde siempre de sus excursiones a Las Vegas, donde no solo lo pierden los casinos, sino también las apuestas en las peleas de box. Durante los veranos en Punta del Este, ni se molesta en darle a nadie un número de teléfono donde localizarlo. “Buscame acá”, dice mirando a su alrededor en el casino del Hotel Conrad, donde se lo sabe adepto a las mesas VIP de blackjack y, sobre todo, de poker (ah, si los paños del Conrad hablaran...). En Polvo de estrellas, su libro de 1995, Jorge Rial narra una anécdota de casinos en la que, curiosamente, a diferencia de la mayor parte del libro, cita a todos los protagonistas con nombre y apellido: “Aquella noche del 24 de diciembre de 1994 amenazaba con convertirse en una más para los empleados del Hotel Nogaró de Punta del Este. Cerca de las dos de la mañana, la mesa número uno de Punto y Banca estaba en su mejor momento. En un rincón jugaba Gerardo Sofovich acompañado por su esposa y su hijo. En el otro extremo se encontraba René Jolivet, ex interventor de ATC”. A raíz del juego, los Sofovich comenzaron a discutir con Jolivet hasta que Gustavo Sofovich amenazó al ex directivo de la tele oficial: “Te partiría este vaso en la cabeza, pero me parece que el agua que tiene adentro vale más que vos”, dice Rial que dijo Sofo Junior, provocando que el personal de seguridad del casino retirara a Jolivet de la sala. Evidentemente Rial tendría esta historia de muy buena fuente (incluso, quizás, de primera mano de alguno de sus protagonistas). Porque lo otro que relataría en ese mismo libro sería en el clásico formato “críptico”, donde se da a entender de quién se trata sin nombrarlo. Así, Rial insinuaría en su opera prima literaria que la tribuna del exitosísimo La Noche del Domingo de Sofovich habría sido una pantalla para cubrir actividades non sanctas, que se concentraban en particular en la primera fila. Algo que se rumoreó en muchos medios, lugares y formatos, pero

que —a la hora de las pruebas— casi reviste carácter de leyenda urbana. Rial y Sofovich acabarían distanciándose, y en muy malos términos, en el año 2007. Según el conductor, Daniel Vila había rescatado al histórico Ruso del ostracismo y lo había puesto a conducir Tiempo Límite, un programa de entretenimientos que hasta le valió un Martín Fierro. Rial, de puro buen amigo, lo cubría cuando no podía conducir el programa, le promocionaba sus obras de teatro en Intrusos y hasta lo recibía para cenar en su casa. Todo esto, sin que mediara un centavo de por medio, afirma. Que Sofovich decidiera migrar a Canal 9 hizo que Rial se sintiera traicionado “y desde ese momento, cada vez que pude, lo atendí”, confiesa en su último libro: “Porque cuando quiero, soy el peor de todos”. Pero el valiente (o el loco) al que se le ocurrió confrontar con Gerardo Sofovich desde la pantalla, en vivo, en directo y en forma un tanto brutal fue Luis Ventura. La relación entre Sofovich e Intrusos venía, desde hacía un tiempo, alejada de toda cordialidad. Algunas fuentes afirman que al Ruso lo habría ofendido tremendamente que Silvia D’Auro pretendiera cobrarle altas sumas en concepto de PNT por promocionar las obras de teatro que producía y a sus figuras, algo que según la biografía de Rial se hacía “de onda”. Pero todo estalló con Ventura a fines de julio de 2012, cuando este último hizo una aparición como periodista invitado en Desayuno Americano, el magazine matutino de América (¿hacía falta la explicación, con ese nombre?) que conduce la ex modelo Pamela David, esposa de Daniel Vila y por tanto “primera dama” del canal. Debate en el piso. “Composición tema: los famosos y las drogas”, con los casos de Juan Castro y Jazmín de Grazia como paradigmas de los bellos y exitosos que, sin embargo, se dejan arrastrar por el vicio hasta la mismísima tumba. En ese contexto, un Ventura excedido de peso y de entusiasmo comenzó por hacer una apología de la publicación de las fotos de Jazmín de Grazia: “Mataron a Crónica como medio y la familia no hizo nada”. Pero, ante la intervención del panel con una frase como “la familia estaba destrozada”, Ventura estalló. ¡La familia estaba destrozada de antes, no con las fotos de Crónica! ¿Pero vos te creés que no sufrieron la enfermedad? Entonces entremos a mostrar cómo terminan los pibes, mostrémoselo a la gente. Paremos con la joda de “no, no... la foto no... la foto de Juan Castro no”. Publiquemos cómo son las cosas. A Juan Castro lo reventaron, le sacaron ventaja todos, la productora hija de puta que lo produjo, la pantalla que hizo la conferencia... Digamos cómo fue la historia, que lo cagaron desde los tipos que estaban al lado, los que decían que lo querían, hasta los que le hicieron hacer una conferencia de prensa cuando salía de estar internado. ¿Sabés por qué? Porque no facturaba el tipo que lo reemplazó. Entonces, no

jodamos más. ¿A Jazmín la mató Crónica? No. ¿Sabés quién la mató? El narcotraficante, el dealer y los hijos de puta de los amigos que no la sacaron de la droga. Los que después hacen cartas y lloran, y dicen “no doy notas porque vos publicás...” ¡Andá a cagar, salvá a tu amigo! El tema ya era polémico. El vocabulario de Ventura, para la televisión de las once de la mañana, era aún más fuerte. Ni hablar del doble estándar de moralidad —o moralina, o bajada de línea, o lo que sea— que se trasluce en el subtexto: el paladín contra el consumo de estupefacientes que, en nombre de esa lucha, justifica revelar la intimidad de las víctimas. Pero el baile recién empezaba. “¿Sabés quién me llamó la semana pasada?”, Ventura lanzaría la pregunta retórica sabiendo que nadie iba a evitar que se respondiera a sí mismo, “¡Gastón Pauls! ¿Sabés por qué? Para decirme ‘Luis, fuiste uno de los pocos tipos que logró transmitir y traducir lo que realmente le pasa al adicto’. ¡El hijo de puta de Gerardo Sofovich, que vaya a cuidar al hijo!”. La última frase, con dedo acusador, la gritaría a cámara. “¡Hijo de puta, andá a cuidar a Gustavo, turro!”, repitió, haciéndose bocina con las manos alrededor de la boca y sin dejar de gritar. Sofovich jamás negó las adicciones de su hijo Gustavo. De hecho, entrevistado por el programa Implacables en octubre de 2013, no dudaría en admitir que “esa maldición que es la droga transforma a alguien en mentiroso. Pensé que [Gustavo] había salido, lo apoyé nuevamente en un negocio y otra vez desapareció […] La droga es terrible. Lo cuidé toda la vida, hizo los tratamientos más prestigiosos en la Argentina y en Los Ángeles, yo viajaba todas las semanas para una sesión, estuvo internado también en uno de los más grandes institutos de los Estados Unidos donde trabó amistad con Owen Wilson que hacía rehabilitación en el lugar […] Pero no quiero hablar de eso, mi hijo es el tema más duro de mi vida”. Pero, por mucho que la adicción de su hijo sea para don Gerardo un tema así de terrible, tampoco es de los que soportan que alguien lo llame “hijo de puta” y “turro” en cámara. Y mucho menos pegándole donde le duele. “Yo no voy a responder nada”, dijo Sofovich ante un móvil del programa Bien de Verano el 30 de julio de 2012, “voy a esperar que se lo diga la justicia”. Que había puesto a sus abogados a trabajar era un hecho. Desde que iniciara las acciones legales, un mito mancha a Luis Ventura: que es imposible notificarlo desde el juzgado de que tiene que presentarse a declarar, porque huye. De hecho, hay quien afirma que lo ha visto correr —y no, no hay metáfora; es literalidad absoluta, dicen que lo vieron huir al trote— ante la aparición de un oficial de justicia con una notificación de un juzgado. De hecho, el mismo Sofovich contaría, nuevamente a Bien de Verano, pero en septiembre de 2014, que “un escribano fue hasta el canal y le entregó un papel en la mano y

cuando lo vio, lo tiró y salió corriendo”. En una charla ante estudiantes de periodismo de las escuelas TEA y DeporTEA, Luis Ventura afirmó que, cuando el Ruso muera, va “a patearle el cajón”. La respuesta de Sofovich fue digna de su lengua filosa: “La vida nadie la tiene comprada. En el caso de que le toque a él, yo no rezo, pero tendré un pensamiento por el bienestar de su alma, si le toca antes que a mí. Por otro lado, yo estoy pateando su cajón… donde está enterrada su carrera”. Pero ninguna de las peleas de Jorge Rial y Luis Ventura —a dúo o por separado— con otro periodista o figura de la pantalla fue tan compleja, tan sofisticada, tan llena de sutilezas y recovecos dialécticos, ni tuvo tanta mugre y tantas implicancias pesadas, como la confrontación con Jorge Lanata.

Capítulo 12 Mamá muerde la banquina

Yo romperé tus fotos y quemaré tus cartas para no verte más para no verte más. LA MOSCA Tras los incidentes mediáticos y judiciales que siguieron a la publicación de la que fuera la última tapa de Noticias de enero de 2013, Silvia D’Auro instauró un sórdido silencio de radio. Desapareció de Twitter (o, al menos, de la cuenta que todos le conocían), se la vio poco en situaciones sociales y no dio notas a nadie. De hecho, en un par de ocasiones, se negó a hablar con este humilde escriba, aun cuando nada de lo preguntado pudiera comprometerla. Por decisión propia o recomendación jurídica, D’Auro estaba muda. O amordazada. O lo que fuera. Habría de pasar más de un año y medio antes de que volviera a dar entrevistas. A principios de agosto de 2014, la periodista Fernanda Iglesias publicó en la sección Personajes.TV de La Nación la noticia de que D’Auro había presentado un escrito ante el Juzgado en lo Civil Número 76, que atiende su divorcio, manifestando su preocupación por el estado de salud y el rendimiento escolar de sus hijas, sobre todo de la mayor. En la publicación se citaban párrafos enteros de la presentación judicial y, entre otros datos, se mencionaba el peso máximo al que Morena Rial habría llegado en sus excesos.

Cuenta al respecto la revista Noticias: En el texto, D’Auro, patrocinada por su abogado, Eduardo Sande, apuntaba a Rial por el descuido que, según ella, él tenía con respecto a las hijas adoptivas de ambos, particularmente a la mayor, Morena, de 15 años. La ex de Rial reveló que Morena ya no asistía a sus clases en la Escuela Argentina Modelo. Dijo también que la joven estaba excedida de peso “sin que el padre haya tomado medida alguna al respecto”. Objetó sus salidas a boliches junto a la pareja actual de Rial, Mariana Antoniale, y hasta acusó al conductor de violar una orden judicial que impide difundir aspectos de la vida de las chicas. El texto incluso deslizó que Rial “alienta la falta de contacto entre la madre y sus hijas menores, siempre poniendo como excusa que ‘las chicas no quieren verla” […] Mientras tanto, Morena se encerraba en su cuarto para llorar enojada toda la tarde, convertida en la adolescente más comentada del país. Su vida terminaba de volverse un caos. No era la primera vez que D’Auro y Rial se trenzaban, pero esto era algo nuevo: Morena, por primera vez, quedaba expuesta públicamente como eje involuntario de la guerra entre sus padres. Como si Morena, al ser morochita, rechoncha, adoptiva e hija de famoso no le diera suficientes “motivos” a sus compañeros de escuela (y a unos cuantos miles de seguidores en Twitter) para convertirla en víctima de bullying, un medio de alcance nacional publicaba el triste veredicto de la implacable balanza. El martes 5 de agosto, desde Intrusos, Jorge Rial lanza un mensaje furibundo, fuerte y claro contra su ex: “Hacé la tuya y no rompas las pelotas”. Aun cuando la joven Morena estuviera viviendo el infierno, había en el escrito de D’Auro ciertas verdades. Justamente, las más dolorosas: el sobrepreso y la deserción escolar. Desde el entorno del padre aparecieron explicaciones instantáneas: “Morena desde comienzos de este año no concurre al colegio secundario”, explica Noticias en su segunda edición de agosto de 2014. Su obesidad y el bullying que sufría por parte de sus compañeros la hicieron abandonar la Escuela Argentina Modelo. Hoy rinde libre sus exámenes, estudia con profesores particulares. Y en la casa de Bajo Belgrano, Rial montó una suerte de clínica para tratarla de su obesidad. Le buscó un preparador físico, más una nutricionista para reforzar su dieta. Ve a un psicoanalista dos veces por semana, también a un equipo de médicos que tratan su insuficiencia insulínica y sus problemas hepáticos. Hay logros: consigue bajar de peso de a poco, progresivamente. Todo esto a Rial le cuesta un mínimo de 50.000 pesos por mes. Pero, para Morena, el mundo online es más cruel todavía […] Tipear “Morena Rial” en el buscador

de Twitter alcanza para ver un atroz bullying online a una menor de edad. Rial, ante esto, le pidió a su hija varias veces que deje la red social, pero Morena insistió y finalmente accedió a medias al pedido de su padre. Con casi 80.000 seguidores, Morena le echó candado a su cuenta. Nadie que ella no acepte puede ver sus tuits. Una semana después de la nota que revelaba detalles de la intimidad de la menor, Silvia D’Auro daría sus primeras dos entrevistas en casi dos años. Una para el diario Perfil, publicada el sábado 9 de agosto. La otra, para la sección Personajes.TV de La Nación. La entrevistadora sería Fernanda Iglesias, una periodista de espectáculos y farándula de cierto prestigio. Aun cuando ya tenía una carrera consolidada, su nombre hizo ruido en los medios cuando, en 2010, fue raudamente extirpada del elenco de panelistas de Duro de Domar —al igual que Jazmín de Grazia— por manifestar opiniones críticas al gobierno kirchnerista. Tras su salida intempestuosa de la producción de Diego Gvirtz, recalaría en La Nación (más tarde le llegaría su lugar en la mesa de Lanata sin Filtro, por Radio Mitre), donde ha mostrado la cintura de una muy buena entrevistadora, con acceso a figuras relevantes. Sin embargo, pese a las buenas credenciales de Iglesias, el hecho de que la entrevista más larga, profunda y controvertida de Silvia D’Auro apareciera en el mismo medio (y sección) que publicó los detalles de la presentación judicial, alimentó la sospecha de que habría sido la misma D’Auro quien filtrara el escrito a la prensa. Y, aun cuando la entrevista ya era polémica de por sí, tuvo ramificaciones inesperadas en la televisión. Casi como cuando Rial entrevistara a Fariña, el oficio de Iglesias le abre el juego a D’Auro para que aproveche la entrevista y se explaye. Algunos pasajes, mirados con cariño, son por momentos autoparódicos, en la frontera con lo desopilante, con alguna que otra dosis contrastante de melodrama estilo “película producida para televisión”: —¿Por qué presentaste ese escrito? —Hace mucho tiempo que vengo viendo que esto pasa porque yo no dejo de ir al colegio para ver el estado de mis hijas, que yo no me pueda acercar a ellas no quiere decir que no haya un control. De la manera que puedo, de la manera que me dejaron: a la distancia. Yo sé las faltas que tienen, sé las materias que deben. Sé que Morena el año pasado quedó libre por faltar y sé que también estuvo enferma. A mí, mis hijas no se me enfermaban, no se me quedaban libres... Yo lo que estoy pidiendo es que el tribunal arme una carpeta con el antes y el después. Antes, las chicas no tenían faltas, no tenían amonestaciones... —¿Por qué tienen amonestaciones?

—Por no ir con el uniforme, por ejemplo. La directora del colegio me dijo: “Yo con vos nunca tuve problemas, en las últimas que me fijaba si estaban con el uniforme como corresponde era en las tuyas. Yo sabía que vos eras sumamente exigente”. Para mí, las reglas están hechas para cumplirlas, no para romperlas. Y si vos vas a un colegio, tenés que ir con el uniforme que te pide ese colegio [...] En su entrevista para Perfil, D’Auro agrega un detalle no menor a los motivos por los cuales decidiera recurrir a la justicia: “[La pelea] surge luego de que Morena me pidiera fotos de ella de chiquita para su fiesta de 15; fotos en las que no esté yo. No accedí y me dijo de todo. Me quieren borrar […] Entonces, asesorada por mi abogado, entendí que tenía que tomar cartas en el asunto”. En varias ocasiones, Jorge Rial insinuó que Silvia D’Auro era violenta con sus hijas adoptivas. Puntualmente, en una entrevista para Gente afirmó que “ahora en mi casa solo se levanta la mano para acariciar”. Quizás, aunque solo es una conjetura psicologista de barrio, la crianza dura de esa madre que lo amaba pero lo castigaba fuerte haya marcado al periodista y lo haya vuelto particularmente sensible al tema. D’Auro, en ambas entrevistas, toma el asunto con cierta naturalidad. Dice para La Nación: “A ver, durante el tiempo que las chicas vivieron con nosotros, tuvieron límites. Yo las llevaba al pediatra, las llevaba al dentista, las llevaba a la psicóloga… Y los fines de semana las hacía estudiar. Y claro, a nadie le gusta estudiar el fin de semana. Pero si no lo hiciste antes, lo tenés que hacer en algún momento […] No digo que [pegarles] esté bien, pero no conozco una madre que no haya dicho alguna vez algo o le haya dado un tirón de pelo o un chirlo a su hijo. Si él dice que yo hacía eso, él estaba al lado mío y avaló todo […]”. La nota de Perfil suma un detalle de boca de D’Auro: “Hablé con todas mis amigas y no conozco una que no le haya dado un chirlo a su hija en algún momento”. Nunca se jacta ni se enorgullece, en ninguna de sus entrevistas, de haber puesto un poco de mano dura en la educación de sus hijas. Pero tampoco se arrepiente. Lo considera una parte casi natural del proceso de crianza. Y el que nunca le haya levantado la mano a su hijo, que tire la primera chancleta. El diálogo con Iglesias para La Nación reabriría un viejo frente de batalla, dándole a D’Auro la oportunidad de recordarle al público su rol de “víctima” y echarle a Rial un puñado de paladas de tierra: —¿Cuándo se separaron exactamente? —En noviembre de 2011. Después yo me fui todo el verano a Punta del Este con las chicas…

—Y él renunció a Gran Hermano para recuperar a su familia. —Bue. —¿No era verdad? —¿Vos qué creés? —Yo lo creí en ese momento. ¿Por qué renunció entonces? —No sé, preguntáselo a él. Nos separamos y nunca más nos reconciliamos. Él se fue de casa diciendo que yo era la mejor madre del mundo, que yo era la mejor empresaria, que yo era fantástica, divina y de repente pasé a ser la peor de todas. Silvia D’Auro nunca negó, en ninguna de las entrevistas que concedió, que su relación con sus hijas fuera algo ríspida, aunque siempre amparándose en su argumento de que, en el juego del “policía bueno/policía malo”, a ella le tocaba ser la disciplinadora, la que daba órdenes, pegaba un par de gritos y, de ser necesario, soltaba un correctivo. Pero, según la entrevista de La Nación, las cosas solo habrían empeorado después de la separación: —Antes de que se vayan a vivir con su papá, ¿estaban bien con vos tus hijas? —No. —¿Por qué? —Cuando ellas volvían de pasar con él los fines de semana llegaban dadas vuelta como una media y yo tenía que empezar otra vez a calmarlas, a tranquilizarlas. Los miércoles se iban a comer con su papá y volvían medias, medias... —¿Rial tiene la tenencia de las chicas? ¿Vos perdiste la patria potestad? —No. Yo no perdí ningún derecho. Ellas decidieron irse y a la edad de ellas no las podés tironear. Es lo peor que podés hacer. Tenían doce y trece años, si las obligás a hacer lo que no quieren, te las ponés más en contra. —¿Entonces la relación tuya con ellas era buena hasta que te separaste y a partir de ahí comenzó a deteriorarse? —Mirá, yo te voy a mostrar una carta que me escribió una de mis hijas. “Mami, te queremos mucho, aunque nos peleemos, igual te queremos mucho. Sos la mejor, ojalá que vuelvas a estar junto con papá.” Esta es la letra de Morena, la misma que ahora pone en Facebook y en Twitter: “Yo nunca tuve mamá”. —¿Cómo fue que ellas se fueron a vivir con su papá? —El padre se había ido con su novia y unos amigos a Nueva York y a Miami, creo que se fueron diez días. Se fue sin avisarme, sin consultarme si yo podía quedarme con las chicas

todo ese tiempo, si tenía otros planes… Nada. Pero bueno. Se fue y cuando volvió, ellas quisieron ir a verlo. Yo les dije: “Vayan, acuérdense que mañana tienen que ir al colegio, vuelvan temprano”. A las nueve y media de la noche no habían vuelto y yo ya estaba nerviosa. Me llama mi abogado y me dice: “Las chicas no van a volver a tu casa a dormir hoy”. ‘“¡No pueden!”, le digo. Entonces me dice: “No me cortes, andá sin cortarme a ver el clóset de tus hijas”. Cuando abro el placard de las chicas estaba vacío. Se habían llevado todo y no volvieron nunca más. —¿No las viste nunca más? —No. En febrero de 2013 la llamé a Morena para el cumpleaños, le dije de vernos, de ir a tomar algo y me dijo: “¿Para qué? ¿Para que te saquen fotos en las revistas como a vos te gusta salir?”. Le dije que no, que tenía un regalo para darle... “Ah, bueno, vení a buscarme”, me dice. Y veinte minutos antes de que yo llegue, me llama y me dice: “No voy a salir con vos, dejá el regalo en la portería del edificio” […] —¿No estarías dispuesta a ceder un poco en tus límites con tal de que vuelvan? —De la única manera que hoy se podría es teniendo un psicólogo o un psiquiatra del juzgado, un asistente social que intervenga en la relación que empecemos a transitar. Porque yo tampoco voy a permitir que me siga insultando. —Para esa revinculación necesitás la colaboración del padre. —A ver, él hace cinco días dijo: “No nos rompas más las pelotas”. ¡Me quiere borrar! Pero ni él va a dejar de ser el padre, ni yo voy a dejar de ser la madre […] —¿Tus hijas no tienen celular? —El padre ya se los cambió y también cambió el teléfono de la casa. Las veces que llamé me dijeron: “Acá no hay ninguna Morena ni ninguna Rocío”. —¿Y a Mariana [Antoniale] no la llamarías? —¿Para qué? —Para agotar todas las posibilidades. —Esta chica ya estaba con él cuando yo estaba casada. ¿Qué le puede importar a ella hablar conmigo? A esta chica no podés llevarla a un razonamiento. No es una persona adulta, podrá ser adúltera, pero no adulta. Yo hablo con mi mamá, con mi hermano, con mi papá... Porque las chicas hablan con ellos […] —¿Las extrañás? —Un montón. Pero extraño a aquellas chicas, no a estas. Mis hijas eran cariñosas […] Me da mucha pena porque... ¿Sabés qué? Las que eligió tener estas hijas fui yo. Yo y el padre, pero la que corrió todo el tiempo como una loca fui yo.

—Rial alguna vez contó que al principio no fue fácil... —Es verdad. Hicimos un trabajo enorme con estas nenas, entonces ahora tirar todo por la borda no tiene sentido. Nos divorciamos él y yo por un tema de grandes, que yo a mis hijas ni siquiera les conté. Como yo entendí de grande la separación de mis padres, yo esperé por las nenas para separarme, dije “capaz que son más grandes y van a entender”. Y no fue así, lamentablemente. Me salió el tiro por la culata al tratar de esperar para que ellas entendieran. Yo me habría separado mucho antes de él. Pero bueno, uno estalla en el momento que estalla y hace lo que puede. Pero yo no renuncié y no voy a renunciar a mis hijas. Cuando yo empecé a formar esta familia y con Jorge supimos que no íbamos a poder tener hijos naturales y decidimos adoptar a Morena y a Rocío, les prometí a ellas darles una familia y luché hasta donde más pude porque tampoco podía con mi dolor. Entonces no podía sostener algo con tanto dolor. Tampoco era bueno para ellas ver peleas entre nosotros. A veces, él discutía delante de las chicas y yo me callaba la boca para no discutir delante de ellas […] —¿Qué le molesta [a Rial] que vos quieras verlas? ¿Por qué está tan enojado? —La que decidió separarse fui yo. Él estaba muy cómodo con que yo corriera todo el día, laburara, le pusiera límites a las chicas. Y él me decía: “Ay, tengo una reunión”. Y desaparecía dos horas, inencontrable esas dos horas... ¿Se entiende? Después llegaba a casa y encontraba las camisas planchadas, limpias, la cama caliente... Y un día me cansé y le dije que se vaya. Él no se hubiera separado nunca. Los hombres no toman ese tipo de decisiones. Salvo que tengan otra cama caliente, que ya saben que los va a esperar. Pero no fue el caso este. Porque la que decidió separarse fui yo y no había otro hombre en mi vida. Y nunca lo hubo. Mi marido fue siempre mi marido, lo respeté, lo quise y eso que te dicen que el amor es ciego, es verdad. Yo lo amé mucho y no me arrepiento. Toda entrevista publicada en la prensa escrita —ya sea en papel o internet— se edita. Punto. No es negociable, no es tema de discusión. Incluso, salvo que la entrevista sea en vivo, hasta en radio y televisión se edita. ¿Por qué se hace en la prensa gráfica? Por varias razones. La principal es que casi nadie habla con la suficiente corrección gramatical como para que una transcripción exacta, palabra por palabra, sea “amigable” para el ojo del lector. El arte del buen periodista está en corregir al entrevistado lo suficiente como para que el texto sea eficaz sin desvirtuar su “voz” —sin hacer que un barrabrava hable como Borges, diría el maestro Alfredo Serra en alguna de sus clases— y, por supuesto, sin tergiversar el contenido. Poner palabras que no dijo en boca de un entrevistado es un pecado capital. Pero acortarle las frases, suplantarle

repeticiones con sinónimos y reordenarle la sintaxis son varios de los muchísimos “truquitos” de la buena edición, que benefician tanto al lector como al mismo entrevistado, al que se ayuda a que su mensaje llegue más fuerte y más claro. Pero editar —y esto también es aplicable para los medios audiovisuales— también es el arte de elegir qué cosa no se publica. Las razones por las cuales un fragmento de una entrevista puede ser mutilado y nunca llegar a publicarse son varias. Una es la limitación de espacio (para el texto) o de tiempo de aire (para el audiovisual). La otra es que, francamente, no todo lo que dice un entrevistado es lo suficientemente interesante. Y si hay algo que siempre se trata de evitar es el aburrimiento de la audiencia. En fin, que hay muchas formas de “manosear” el texto de una entrevista y, por cierto, siempre habrá algo que no se publicó, por distintas razones. Como se explicó en su momento —incluso ante la justicia—, los dichos de la ex de Rial ante dos periodistas de la revista Noticias en enero de 2013 en Punta del Este pasaron por este proceso. La pericia sobre las grabaciones demostró que, aun editada, no se la había sacado de contexto. Había dicho todo lo que la revista le atribuía. Quizás no con las palabras exactas e incluso ni siquiera en ese orden. Pero todo estaba ahí, todo era verdad. La entrevista a Silvia D’Auro para La Nación de agosto de 2014 fue editada con las buenas artes que corresponden a una profesional experimentada y competente. Pero hubo un fragmento en particular que Fernanda Iglesias decidió dejar afuera. Sobre las razones por las cuales no lo publicó puede especularse y conjeturarse hasta con algo de malicia. Pero lo que ninguna de las dos —ni entrevistadora ni entrevistada— imaginaba, era que ese polémico fragmento saldría a la luz. Como todos los oficios, el periodismo también está hecho de personas que se relacionan entre sí. Hay amigos y enemigos, hay amores y odios, y hay gente que colabora y se ayuda mutuamente. Hoy por ti, mañana por mí. Así de sencillo. Así, es muy común que, por ejemplo, las radios cedan las versiones digitales de los audios de las entrevistas realizadas en vivo a los portales “de noticias” y sitios de internet de los medios, o que los canales de televisión proporcionen fotos a los medios gráficos de lo que sucede en el piso de sus programas más relevantes. Fernanda Iglesias, como tantos otros colegas, y por supuesto que esto no es un pecado, le presta las grabaciones de sus entrevistas a otros medios. El audio original del encuentro con Silvia D’Auro fue así a parar, entonces, a manos de la producción de AM, el magazine matutino de Telefé. Pero, mientras la versión publicada en La Nación estaba editada, la grabación lo contenía todo. Incluso lo que Iglesias había dejado afuera. Un productor atento encontró una gema —al menos a nivel periodístico— en el fango de

un discurso complejo. Mientras D’Auro habla con profunda preocupación materna del cuestionable desempeño académico y de los problemas de conducta de sus hijas, dice: “En un momento tuve que empezar a dormir con la puerta de mi cuarto cerrada por miedo a que me lastimaran. Tuve que ponerle llave a los placares porque Morena me robaba la ropa. Los chicos adoptivos tienen como una historia de que, como creen que fueron robados —porque esto tiene que ver con el tema de los hijos de desaparecidos—, tienen una tendencia a robar: robar plata, robar cosas, esconder cosas, porque sienten que fue lo que hicieron con ellos”. La polémica desatada fue un huracán. Los opinadores en las redes sociales se almorzaron a Silvia D’Auro mientras Jorge Rial cocinaba a fuego lento uno de los momentos más melodramáticos de su siempre eficaz narrativa. A la mañana siguiente, en el “pase” entre el programa de Oscar González Oro y el propio —el momento en el que dos conductores se cruzan dentro del estudio y conviven por un minuto o dos, mientras se hace la transición de un programa al otro—, hubo lágrimas en el estudio de La Red. “Esto les debe meter miedo. Esto no es así, es un milagro adoptar, un gesto de amor recíproco”, dijo Rial al aire, con el “Negro” Oro por testigo: “Tengo un montón de fallas, no sé si soy un buen padre […] Hacemos todos el esfuerzo posible. Pero esto es una bomba”. Cuenta al respecto el diario Clarín en su edición del 13 de agosto de 2014: Cuando González Oro lo consultó acerca de si lloró en todo este tiempo, Rial se quebró. Entre lágrimas dijo: “Lloro todos los días. Cada vez que lo veo”, y luego de esto hubo un silencio radial de casi un minuto en el cual los dos se fundieron en un abrazo. Rial retornó al aire pidiendo disculpas por ese momento y su compañero le dijo: “No me gusta verte así, te repito, sos un tipo de la gran puta, sos un padre increíble, ellas son el único premio que vas a tener en la vida”. Continuó Rial: “Pido disculpas, no hay que mostrar debilidad. Pero es muy difícil recibir un golpe como este, cuando avanzás un casillero, retrocedés dos. No voy a hablar, si yo contara... mis hijas vivieron un infierno, hoy están felices. Le prestan un micrófono con una liviandad, me hubiera gustado que Fernanda Iglesias […] le hubiera dicho ‘esto es una barbaridad’. Ha dicho cosas peores que esta, metiéndose con su origen. Tal vez moleste que nosotros nos elegimos dos veces”. Si Iglesias le dijo o no a D’Auro “esto es una barbaridad”, como pretendía Rial, es algo que quedará en la intimidad de las dos mujeres y lo que puedan haber hablado con el grabador apagado. Por lo pronto, a la periodista le costó un ataque de bronca por parte de su colega, que no dudó en cuestionarla varias veces en los días siguientes.

A D’Auro, en cambio, le costó una denuncia ante el INADI, presentada por el abogado Alejandro Sánchez Kalbermatten, a la sazón también padre adoptivo. “Buscar notoriedad agraviando a personas adoptadas, sus queridos padres y potenciales interesados en llevar a cabo una conducta similar, mediante la transición de un largo camino legal plagado de dificultades y burocracia, es un acto intolerable y repugnante que amerita la disculpa pública de la denunciada, o su condena por discriminación, en los términos de la ley 24.515 y normas reglamentarias, complementarias y conexas”, dice el texto presentado por Kalbermatten, sin beneficiar al lector ni una sola vez con el uso de un punto seguido. Además, en su presentación, el abogado se suma a la idea propuesta al aire por Rial de que una frase así de estigmatizante, dicha por una persona con acceso a los medios, “vulnera flagrantemente las entrañas de cualquier ser humano y genera pensamientos negativos, confusos y temerarios en la sociedad”. Con la cabeza más fría a la hora de su relato autobiográfico, dijo Rial: “No me sorprendió. Porque no había sido la primera vez que se lo escuchaba decir. Y no se le escapó. Siempre fue su línea de pensamiento. Nunca lo había planteado con esa crudeza, con esa frialdad, con esa tranquilidad. Pero a mí ya me lo había dicho”. Duro. El último diagnóstico rialista sobre su ex es terminante: “Nunca las quiso”.

Capítulo 13 Jorge versus Jorge

Siempre juntos en el show nunca los voy a olvidar hermanos de sangre son lo mejor que hay. VIEJAS LOCAS En esta abundancia de peleas en el lodo entre periodistas, el triángulo mortal formado por Jorge Rial, Luis Ventura y el más obeso, fumador e influyente formador de opinión del país —ni más ni menos que Jorge Lanata— se lleva unas cuantas páginas. A diferencia de las historias de amores y desengaños de Rial y Ventura, que siempre lindan con el culebrón y el melodrama, la relación con Lanata está más cerca de narrarse como un thriller psicológico, corporativo y, ante todo, político. Si la historia de Rial y Loly la escribió Corín Tellado, la de los dos Jorges (Rial y Lanata) es más digna de la pluma de John Katzenbach. La diplomacia nunca fue el fuerte del dúo Rial-Ventura. Juegan duro, ejercen presión, no les tiembla la voz si tienen que soltar una amenaza en cámara. Aprietan y, si lo consideran necesario, ahorcan. Así, se han ganado un puñadito de enemigos más o menos notables. Lanata es un hombre de carácter fuerte, que no teme decir “boludo” cuatro veces por minuto al aire y que no parece tenerle miedo a nada ni a nadie, ni a la propia muerte, que tanto le ha revoloteado a lo largo de su vida de excesos. Así y todo, pese a tratarse de dos tipos bastante cabrones, la

relación entre los dos grandes Jorges de la tele contemporánea, Rial y Lanata, siempre había sido buena. Incluso, Lanata lo había considerado una de las “plumas brillantes”, dignas de engalanar la fallida redacción de la revista XXI. Por si esto fuera poco, históricamente, cada vez que Lanata lanzaba un nuevo producto, fuera DDT en Canal 26, o su incursión en el teatro de revistas, Rial lo entrevistaba en Intrusos. El “gordo” siempre tuvo la buena disposición del “gallego” para posicionar sus productos en los segmentos populares. Sin embargo, la magia entre los tocayos acabaría malograda por un entuerto que tuvo que ver con periodismo, pero también con poder. La guerra estalló el 16 de abril de 2013. Dos días después de que Lanata presentara las confesiones de Leonardo Fariña en su primer informe sobre lavado de dinero, en el debut de la segunda temporada de Periodismo Para Todos, Fariña utilizó la pantalla de Intrusos para desdecirse. Al caso se lo llamó, en los medios, “La ruta del dinero K” o “Lazarogate”, y fue la denuncia de corrupción más importante que se hiciera contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La inició Lanata en 2013, desde el aire de El Trece. La siguió, en los fueros, el fiscal José María Campagnoli, lo cual le costaría un jury de enjuiciamiento tras el cual se ocultaba una trama política que, sin lugar a dudas, amerita un libro aparte. Los protagonistas del Lazarogate, un grupo de jovencísimos financistas acusados de lavar dinero sucio del patagónico empresario de la construcción Lázaro Báez (que, se supone, habría sido testaferro del difunto Néstor Kirchner y lo seguiría siendo de su viuda), supieron moverse a mitad de camino entre la política “trash” y la farándula mediática. El primer “arrepentido” en concederle una entrevista a Lanata fue Federico Elaskar, dueño de SGI, una financiera fantasmagórica que, entre otros agentes y empleados, tenía en su nómina a Fabián Rossi, esposo de la ¿vedette? —algún título de nobleza hay que darle— Iliana Calabró, que acabó abandonándolo en medio del escándalo. El otro personaje clave, que habló con Jorge Lanata y Nicolás Wiñazki sin saber, presuntamente, que era objeto de una cámara oculta, fue el misterioso Leonardo Fariña. El muchacho del rodetito (del que alguna vez se dijo que podría ser hijo ilegítimo de Kirchner) irrumpió en la escena mediática y en la noche porteña en 2010. Siempre al volante de un auto de alta gama, frecuentando a gente como Ricardo Fort y su séquito, acabó ennoviado primero, casado después y finalmente desterrado del hogar conyugal que compartía con la ¿modelo? — ¿o es vedette? ¿o es actriz? ¿o es bailarina? ¿o es la pensadora contemporánea más inusual del siglo XXI?— Karina Olga Jelinek. Ante Jorge Lanata, Elaskar explicó cómo sacaban dinero del país. Fariña, por su parte, habló

abiertamente del manejo de cinco mil millones de dólares en efectivo que venían de Lázaro Báez, de vuelos privados con bolsos llenos de dinero al punto que “la guita no la cuentan, la pesan”. Pero más allá de la intrincada trama de desvío de fondos de dudosa procedencia, el hecho de que Rossi —mulo de Elaskar— estuviera casado con Calabró y que el “valijero” Fariña hubiera gastado medio millón de pesos en llevar a Jelinek al altar con una fiesta digna de la realeza de una nación con muy mal gusto, hacía que la historia fuera interesante también para la prensa rosa. Al fin y al cabo, estaban pegados en un caso de corrupción gubernamental los maridos de dos “mediáticas”. El caso no tardó nada en “farandulizarse”, aunque muchos sospechan que, tras el hecho de que en cierta televisión se hablara más de Iliana y Karina Olga que de la tintorería de dinero que Elaskar operaba en Madero Center (a la sazón, el mismo edificio donde vive Amado Boudou) habría tenido poco que ver con un legítimo interés periodístico. Una “operación”, como le dicen en el rubro, ordenada por algún oscuro estrato del gobierno, para desviar la atención de la gran masa del pueblo del verdadero meollo del escándalo. Por supuesto que, en el ojo de esa tormenta en particular, estarían ni más ni menos que Jorge Rial y Luis Ventura. La aparición de Fariña en Intrusos sería, como poco, algo polémica; o más bien un gran acto de “periodismo mágico latinoamericano”. Frente a un Jorge Rial que buscaba aparentar cierta imparcialidad, pero también parecía estar haciéndole las cosas fáciles a Fariña —cada una de sus preguntas en esa entrevista ayudan a Fariña a hacer su curioso descargo con cierto orden y hasta con un dejo de credibilidad—, y un Luis Ventura demasiado amigable, se montó el show. Más tarde se diría en varios medios que Luis Ventura había sido contratado para manejar la prensa de Fariña, aunque desde el entorno del periodista aclaran: a pedido de Fabián Rossi, casi un amigo de la casa, Ventura le dio a Fariña algo de asesoramiento sobre cómo manejarse con la prensa, “pero eso fue mucho antes del quilombo, y lo hizo de onda, ni le cobró”, dice un allegado, a propósito de cafés compartidos entre el intruso y el valijero en el bar más cercano a América TV. En su autobiografía, Rial afirma que nunca le creyó una palabra a Fariña y que “los personajes que al principio parecían unos ‘pijudos’ bárbaros, terminaron como unos cuatro de copas. Porque Fariña no es más que eso, un cuatro de copas”. Así y todo, la declaración del valijero en la pantalla más caliente de América fue tan absurda que acabó por instalarse en la lengua popular la frase “querían ficción y les di ficción”, proclamada por el marido de Jelinek en cámara y sin que se le moviera un pelo del rodete. Relata en su libro Edi Zunino:

Fariña se tomó un día y medio para salir a desmentirlo todo. A embarrar la cancha, como suele decirse. El escenario elegido fue Intrusos, donde Jorge Rial apenas intervino para dejarlo dar rienda suelta a su gesticulada verborragia. En síntesis, aseguró que, advertido de que se trataba de una cámara oculta, había expresado todo lo que se andaba desparramando por ahí y que Lanata seguramente quería escuchar para tomarlo como una confirmación. Al día siguiente, Federico Elaskar también daría marcha atrás sobre sus declaraciones a Lanata, aunque no ante la cámara de Rial, sino en el noticiero de América TV, en una entrevista conducida ni más ni menos que por el gerente de noticias de la señal, Rolando Graña. Una maquinaria que trascendía a la contienda Rial-Lanata se había puesto en marcha. La batalla ahora involucraba al Grupo Clarín como paradigma de los “medios concentrados” y la “prensa hegemónica” tan denostada por el poder y a América como bastión de la televisión paraoficial. Así, Iliana Calabró, en su carácter de esposa del empleado favorito de Elaskar, su hermana Marina (en su rol de panelista experta, de esas capaces de opinar de todo y tocar todas las guitarras) y una apenas más discreta Karina Jelinek se convertían en foco de atención. “Por acción, por omisión, por pura dinámica televisiva y acaso por ‘orden de arriba’, el affaire que apuntaba al nudo de la plata negra kirchnerista parecía frivolizarse sin remedio”, narra Zunino, “se aseguraba que Carlos Zannini, el poderoso secretario de Legal y Técnica de la Presidencia, digitaba en persona el guión de los involucrados y los cuestionarios dóciles de los periodistas adictos al gobierno. Rial caía en la volteada”. Algunos rumores afirman que Lázaro Báez en persona ofreció una suma absurda de dinero a los conductores de Intrusos para hacerse cargo del “problemita”. Fuentes muy cercanas a Luis Ventura confirman que la oferta existió, pero que el periodista de Lanús la habría rechazado. Pero la trama es aún más compleja. Es que la confrontación entre los Jorges —Rial y Lanata— en torno al Lazarogate tiene como telón de fondo una pelea entre América TV y El Trece que trasciende la mera competencia entre canales de televisión. La carrera por el rating lisa y llanamente no existe: aun cuando en muchas franjas horarias El Trece es el segundo canal en audiencia, detrás de Telefé, América es el tercero cómodo, en un ranking en el que la señal de Clarín gana por varios cuerpos. Pero hay una disputa empresaria ancestral, que se remonta a fines de la década del 90, que aún es motivo de un juicio, y que el diario La Nación explica, en su edición del 10 de noviembre de 1998, en los siguientes términos:

La tensión entre la familia mendocina de Alfredo Vila, cuya cabeza visible es el empresario Daniel Vila, y el Grupo Clarín, parece haber crecido en las últimas semanas, con motivo de desinteligencias financieras. La compañía que se encuentra en el centro de la disputa es Supercanal Holding, mediante la cual los hermanos Vila operan en el negocio de la TV por cable […] Precisamente en Supercanal, Vila tiene el 51,2% de las acciones contra el 28,8% de la familia Mas Canosa (descendiente del cubano anticastrista Jorge Mas Canosa, muerto el año último) y el 20% restante es de Multicanal (de Clarín). Las razones del entuerto varían, según las fuentes consultadas se aproximen a Vila o a Clarín. Por el lado de los socios mayoritarios de Supercanal, Daniel Vila admitió ayer a La Nación: “Las diferencias con Multicanal no son novedad. Eso no quiere decir que Clarín se esté retirando de la compañía. Es más, ya aceptaron hacer un aumento de capital como nosotros la semana próxima”. Nada comentó el empresario acerca de lo declarado a la revista Noticias el 17 del mes último, en relación con una supuesta deuda de Multicanal con la familia mendocina. A dicha publicación, Vila le dijo: “Clarín me debe 20 millones de dólares porque Supercanal adquirió en su nombre la empresa de cable Tescorp Norte [...]”. Fuentes inobjetables del Grupo Clarín indicaron que “Vila se encuentra en un brete financiero frente a una obligación por 26 millones de dólares que deben cumplir la semana próxima. Por ello inició tratativas desesperadas con Gustavo Cisneros, el diputado Alberto Pierri y el socio minoritario del CEI Citicorp Holdings, Tom Hicks. Clarín está evaluando la venta de sus acciones en Supercanal”. Así y todo, más allá de la imposible pelea por el rating o de los tironeos en torno a deudas y reparto de acciones, hay un terreno más en donde América y El Trece aparecen en lados opuestos de “la grieta”: la arena política, con la emisora de Daniel Vila como parte de la maquinaria de comunicación adepta al gobierno y con el canal insignia de la flota del Grupo Clarín como la encarnación misma de ese demonio que el relato kirchnerista ha dado en llamar “la prensa hegemónica”. “Lanata no quería pelearse con Rial”, afirma la revista Noticias en su edición del 20 de abril: “Buscaba evitar abrir un nuevo frente de batalla justo cuando tenía tantos abiertos tras las revelaciones sobre Lázaro Báez. Pero al final entró en la pelea. La maquinaria mediática K había salido a desacreditar la investigación con 678 y América a la cabeza […] Tras el informe de Periodismo Para Todos, Lanata buscó no quedar como un payaso de Fariña ni como un investigador endeble frente a las críticas que surgían desde los medios bancados por el oficialismo […] Al mismo tiempo, el enojo de Rial frente a las críticas de Lanata apuntaba a

que no quedara instalada la idea de que él podía ser el vehículo de la propaladora K que busca farandulizar el caso para despegarlo del gobierno”. “En rating estamos bárbaro, lo que necesitamos ahora es un psicólogo”, confesaría al semanario de actualidad de Fontevecchia, casi un mes más tarde, un alto mando de América TV que preferiría permanecer en el anonimato. Y no era para menos: aun cuando la ruta del dinero K era un tema de la agenda de Lanata, las confesiones y contramarchas de Fariña y Elaskar en la pantalla de América, si bien habían empujado las mediciones, los habían dejado casi como rehenes en la eterna disputa Clarín-Gobierno. Y quizás aquel clamor por asistencia psicológica no fuera del todo desacertado, si consideramos un comportamiento ligeramente paranoide. “En el canal América ya no andan con eufemismos: hablan abiertamente de una ‘operación’ del Grupo Clarín en contra de ellos, a través de Jorge Lanata, el último abanderado del rating y tanque de guerra de El Trece”, dice Noticias, sin medias tintas ni potenciales —a los que son tan adeptos— en su edición de 1º de junio de 2013. “‘Puede ser que Lanata sea el ariete de Héctor Magnetto’, afirma Daniel Vila, presidente de América, quien no oculta sus batallas con el Grupo y asegura que no le parece casual que, en el último tiempo, el conductor de Periodismo Para Todos haya dirigido sus municiones gruesas hacia cuatro hombres fuertes del canal: Rolando Graña, Jorge Rial, Luis Ventura y Alejandro Fantino.” En la mañana del 18 de abril de 2013, Rial estaba enojado. Con Lanata. El segundo Jorge, el más robusto de los dos, se hacía eco en su programa de Radio Mitre de los rumores que indicaban que, al primer Jorge —al de los chimentos con aspiraciones de periodismo político— el que le soplaba el guión al oído era Zannini. Y Rial, desde su Ciudad GótiK, pidió algo inusual: una transmisión en “dúplex”, una conexión entre Mitre y La Red, para poder charlar en vivo con el periodista que lideraba el segmento horario y poner las cosas en claro. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales se debate en intentos de definir si la agresión pasiva es un trastorno o solo un comportamiento, aunque en su versión más reciente arriesga que “el simple hecho de ser pasivo-agresivo no es un trastorno sino un comportamiento; a veces este es un comportamiento perfectamente racional, que permite evitar la confrontación. Solo es patológico si es una respuesta habitual, invalidante, que refleja una actitud dominante pesimista”. El diálogo en dúplex entre Rial y Lanata fue, esa mañana, una colección de actitudes pasivoagresivas, donde cada elogio, cada condescendencia, cada recuerdo amable, escondía un puñal:

Lanata: ¿Me dejás contarte un par de cosas? Rial: Lo que quieras. Lanata: Primero, yo te encontré a vos el sábado al mediodía en la puerta del restaurante Gardiner, estuvimos charlando muy amablemente. Me gusta verte, sos un tipo que en su momento laburó conmigo y que respeto profesionalmente, igual que a Ventura. Los dos, más allá de alguna diferencia con la manera de hacer periodismo, son periodistas. Esto, que parece una pavada, para mí es un elogio en este mundo donde hay cada vez menos periodistas. Ustedes lo son, y de raza. Te conté ahí, antes de salir al aire, que iban a estar Fariña y Rossi. Te dije que no lo dijeras. Y cumpliste con eso. Pero vos hacés un programa de espectáculos y era bueno que lo supieras dos días antes, para que pudieras actualizar el archivo. Ahora, yo después veo que tu canal —y yo sé que vos tenés independencia—; yo veo con cierto asombro [sic] que tu canal se alinea con el gobierno y farandulizan el caso. Yo entiendo que es un programa de espectáculos, no van a hablar de Lázaro Báez. Tienen que hablar de Rossi y de Fariña. Pero también vos entendés, porque sos periodista, igual que yo, que eso no es inocente; que cuando presentás este caso como el Fariñagate lo estás rebajando a otra cosa. Pero lo que más me desconcertó fue lo de Ventura, más que lo tuyo, porque Ventura, que no es ningún boludo, se curó en salud aclarando que había trabajado para Fariña, y después lo defendió de una manera increíble al punto que otros integrantes de tu programa le dijeron al aire: ¿Por qué lo defendés tanto? Por una cuestión profesional, si Ventura laburó con él o para él, no tendría que opinar sobre el caso. Es una opinión de parte. Hasta acá llegué. Decime lo que quieras vos. Rial: Perfecto. Te agradezco que me consideres periodista, porque vos sabés que en este medio se hace la división. Sabés el respeto y el cariño que te tengo. Me molesta que intenten, porque no sos solo vos, relacionarme con una llamada de Carlos Zannini, a quien no le conozco la voz, nunca hablé en mi vida, no me llamó nadie, ni siquiera para una reunión, ni para nada. A Fariña lo veníamos buscando porque obviamente era la nota. Él no quiso salir por la radio, sí quería ir a Intrusos, contó bastante. Pero yo no puse nunca “Fariñagate”, nunca. Jorge Rial no usó eso nunca. ¿Por qué quiero hablar con vos? Porque sugerís que tuvimos una llamada de Zannini. A mí me lastimás, ponés en juego la mucho o poca credibilidad que tengo. No es así, Jorge. Lanata: Está bien, te creo, si vos me decís que no es así, te creo. Rial: No me llamó Zannini. No lo conozco. ¿Querés mandar a alguien a revisar el teléfono? Lanata: No seas boludo. ¿Cómo voy a a hacer eso? Hablamos de buena fe. Si me decís que

no, es no y se acabó. Pero no me podés negar que el canal se alineó con el gobierno en este tema. Hizo cosas vergonzosas como el reportaje de ayer de Graña a Elaskar, fue un papelón. Rial: Primero, no es mi canal, no soy el dueño, apenas bajo línea en Intrusos. Segundo, vos tenés la gran oportunidad, el domingo, de pegarles un golpe de KO y que todos vayan en cana, y por fin podamos descubrir una red de corrupción de una puta vez por todas. Ojalá puedas desenmascarar a estos dos chantas. Lanata: Para mí no son el tema principal del domingo, para nada. El tema es Néstor y Lázaro. Estos dos pibes son recuadros. Rial: Jorge, sos un showman, además de periodista. Le pusiste la cuota de farándula y la gente —que tal vez cree que Báez es una calle de Las Cañitas—, con esto que pusiste, se acercó y conoció toda la historia política. Vos también lo hiciste muy bien. Lo único que yo quería aclarar, Jorge, en este cara a cara virtual, es que no me llamó Zannini ni nadie para pedir ni para putear. Me duele viniendo de vos. Que no te vendan carne podrida. El análisis del discurso puede ponerse apasionante. Lanata busca el efecto con frases clave (“me gusta verte”, “sos un periodista de raza”, “te creo”). Rial se suma a ese exceso de cortesías que busca maquillar la hostilidad (“sabés el respeto y el cariño que te tengo”, “me lastimás”, “me duele, viniendo de vos”). Pero el golpe maestro en la retórica de Rial es que todo el tiempo lo llama “Jorge”. Por su nombre. Por su propio nombre, por eso que comparten. La búsqueda de la identificación, de poner al adversario en el mismo plano, como un par, es una herramienta para esconder la confrontación. Porque el que escucha entre líneas sabe que algo está roto. Que la famosa grieta de la que hablara el mismísimo Lanata en aquella entrega de los premios Martín Fierro de 2013 está ahí, latente, separando a los dos Jorges. A fines de mayo de 2013, Jorge Lanata, en Periodismo Para Todos, se hizo cargo de un rumor que indicaba que Lázaro Báez le concedería una entrevista a Jorge Rial. “Es una suerte que lo pueda entrevistar”, diría Lanata. La respuesta de Rial llegaría a la mañana siguiente, a través de La Red: “Lo que dijiste ayer, quiero que me lo digas en la cara. Estás mintiendo, Lanata. Te vuelvo a desafiar públicamente, hagamos un dúplex otra vez. Ahora no vas a querer, obviamente, porque es una mentira grande como una casa. Te estás equivocando. Es la segunda vez que me involucrás en algo y ya me estás rompiendo las pelotas”. De golpe, el tocayo dejó de ser “Jorge”. Pasó a ser “Lanata”. Un detalle. No menor. Uno de esos detalles donde se esconde el diablo. La entrevista entre Rial y Báez, por supuesto, jamás sucedería. Meses más tarde, Lanata emitiría en su programa un informe sobre Luis D’Elía, advirtiendo

socarrón a su audiencia que, al día siguiente, América se encargaría de desmentirlo. El comentario enfureció a Rial, que en Intrusos se descargó: “No me rompas más las pelotas”. Por supuesto que la maquinaria de comunicación de Rial pasaría la factura por este incidente, aunque no en forma directa, sino a través de la revista comandada por su rémora favorita, Paparazzi, de la cual se sigue sosteniendo que es accionista. El 25 de abril de 2013 era un día feliz para Lanata. La Academia de Televisión de España acababa de entregarle en Madrid el premio Isis Internacional por su crónica sobre el caso de María Ovando, una mujer que vivía en la extrema pobreza de la provincia de Misiones y que había sido acusada de ser la responsable —por negligencia— de la muerte de su propia hija. La investigación, que salió al aire en la temporada 2012 de Periodismo Para Todos, desencadenó la reapertura de la causa judicial y la declaración final de inocencia de Ovando. Lanata, Isis en mano, era poco menos que un semidiós del periodismo de investigación. Pero en Buenos Aires lo esperaba una “sorpresa”. La revista Paparazzi de esa semana tituló en tapa: “Jorge Lanata: Entre las denuncias y la cocaína”. La foto, tomada durante una guardia periodística, no fue precisamente la que más lo favoreció. La bajada fue tan lapidaria como el conjunto que forman la foto y el título: “Quién es, cómo vive y qué busca el nuevo Marcelo Tinelli de la tevé. Sus gustos caros, su pasado con las adicciones y... ¿está en crisis de pareja? El perfil desconocido del tipo que hace hablar al país los domingos por la noche con sus informes periodísticos y otras yerbas. ¡Imperdible!”. “Yo no estuve para nada de acuerdo”, afirma Jorge Rial en su último libro. “A mí no me gustó nada. Se lo dije a Ventura y también tuve la oportunidad de aclarárselo a Lanata.” Por buena voluntad que se ponga, no hay forma de exculpar a Paparazzi por la malicia de esa tapa. Lo triste es que, más allá del impacto de la palabra “cocaína” en el título principal, la nota no supo incluir un solo dato nuevo. Para empezar, Lanata jamás negó sus adicciones. Pero además, la publicación del libro Lanata, la biografía escrita por Luis Majul, era reciente. El conductor de La Cornisa es una de las figuras periodísticas —en lo que concierne a periodismo “serio”— más relevantes de América TV. Pero además escribió y publicó (a través de su propio sello editorial, Margen Izquierdo) la biografía más extensa de Jorge Lanata hasta el momento, donde no solo entrevistó a fuentes de su pasado, sino al protagonista mismo, que complementó, confirmó o desmintió otros testimonios, convirtiendo su libro en uno de los más ecuánimes, donde suenan todas las campanas. En la nota de tapa de Paparazzi no había nada que no estuviera en el libro, incluyendo incidentes en el baño de un boliche en Punta del Este que involucraron a una leyenda del rock nacional, una señorita y una cantidad algo obscena de cocaína, su intento de suicidio con un

revólver Smith & Wesson en una nochevieja solitaria y hasta sus extravagancias en lo que concierne a zapatos italianos casi tan caros como un auto usado, pero en buen estado y nunca taxi. No había en la calle, no había en el “mercado” de la información un solo dato privado sobre Jorge Lanata que no se hubiera publicado antes y que el mismísimo Lanata no hubiera admitido públicamente, con o sin un cierto orgullo. El único tema que se insinuaba en aquella tapa de Paparazzi que no estaba dentro de los registros era que Lanata pudiera estar en crisis con su esposa, la inseparable Sara “Kiwi” Stewart Brown. De hecho, quizás por buenas fuentes, quizás por pura carambola, el matrimonio Lanata estuvo separado por casi un mes, entre agosto y septiembre de ese mismo año. Luis Ventura se hizo un festín: “Una vez [Lanata] le preguntó a [Karina] Jelinek qué hacía con ese perejil [por Leonardo Fariña.] Le dijo que tenía que estar con un tipo como él”, se despachó en la pantalla de Intrusos. Al anecdotario sumó una “acusación” —por llamarla de alguna manera— de que Lanata frecuentaba el boliche Tequila y que tenía un departamento alquilado en Callao y Pacheco de Melo para “atender” a sus múltiples amantes. Aun cuando la versión oficial era que Lanata y Stewart Brown estaban separados de común acuerdo, Ventura sostenía que “Kiwi” lo había abandonado porque “[...] se cansó de las infidelidades de su marido. Lo seguí en un par de oportunidades porque me llegaban rumores de infidelidad, pero lo cuento ahora porque él no tiene cuidado con nadie. No lo tuvo con Karina, ni con Iliana Calabró ni con un montón de gente. ¿Por qué a él hay que cuidarlo?”. En menos de treinta días, sin embargo, Jorge y Sara —otra pareja que amerita un libro propio para contar su historia— estaban juntos de vuelta y los múltiples rumores parecían divertirlos más que enojarlos. Por supuesto que a Ventura no le bastó con una tapa de Paparazzi, por lo que le dedicó a Jorge Lanata, además, la edición de Secretos Verdaderos de esa semana, en una versión audiovisual de la misma nota publicada. Ventura abusaría en esa emisión del recurso de “calentar la pantalla” prometiendo un “video prohibido” de Lanata que jamás mostró. En medio de la pelea, casi sin comerla ni beberla, quedó atrapado Majul. En su carácter de biógrafo, Ventura quería entrevistarlo para su especial, a lo que Majul accedió, pero dejando en claro que, para él, hacer prensa atacando a Lanata era una forma de desviar la atención del verdadero problema, el lavado de dinero procedente de corrupción gubernamental, y que hacerlo era una forma de favorecer al gobierno. Por un lado, se sentía en deuda: Ventura había sido entrevistado en La Cornisa y ese tipo de gentilezas se devuelven, sobre todo entre estrellas de un mismo canal. Por otro, sugiere una fuente confidencial, las mismas autoridades de la emisora le habrían pedido al “Turco” que accediera, a pesar de su reticencia.

La última estocada de Rial contra Lanata se encuentra en las páginas de Yo, el peor de todos, donde el primer Jorge acusa al segundo, básicamente, de haberle hecho una “cama” con el asunto de Fariña, Rossi y los valijeros de la farándula, en aquel encuentro en Gardiner que discutieran en el dúplex radial: Y la verdad es que Lanata intentó usarme de pelotudo. Fue, exactamente, el sábado 13 de abril de 2013, al mediodía, cuando nos encontramos, con el Gordo, en el restaurante Gardiner, de la Costanera Norte. Yo comía con mi amigo y socio Guillermo Marín y su pareja, Valeria Archimó. Lanata entró, saludó y se fue a la mesa del fondo. Al rato volvió y me encaró: —Jorge, ¿puedo hablar con vos? —Sí, claro. Me paré y nos apartamos apenas de las mesas. Entonces Lanata me dijo: —Prepará todo lo que tengas sobre Rossi. —¿Sobre “El Chivo” Rossi? —le pregunté, creyendo que se trataba del actual ministro de Defensa […] —No, boludo, sobre Fabián Rossi. —¿El esposo de Iliana Calabró? —El mismo. Lo enganchamos en una transa en la que está metido ese tipo Fariña […] Parece que es el eslabón que falta en la ruta del dinero K de Lázaro Báez a la Presidenta […] Nos despedimos con un abrazo. Y yo debo confesar que caí en la trampa del Gordo, como un pelotudo. Pero la relación entre los periodistas (los tres: Rial, Ventura y Lanata), que tambaleaba desde hacía casi un año, terminó de hacerse trizas el 4 de mayo de 2014, cuando Jorge Lanata se hizo eco —quizás, concedámosle el beneficio de la duda, con cierta ingenuidad— de una noticia que circulaba en medios del interior del país: que Luis Ventura tendría un hijo extramatrimonial con la vedette Fabiana Liuzzi. Claro que, más allá del tratamiento trivial que Lanata quisiera darle a la noticia, la soltó en Lanata Sin Filtro, su programa por Radio Mitre, ese que en sus picos de audiencia concentra al 50% de los oídos del país. El hecho escaló raudamente de chisme a escándalo. En la tarde del día siguiente, Ángel de Brito puso al aire a Lanata en su programa BDV, donde el fumador más empedernido de la prensa vernácula explicó:

Nunca hablo de la vida privada de nadie, porque me molesta que hablen de la mía también. Pero me parece que la nota era la paradoja de que un tipo que se pasa la vida hablando de los embarazos de los demás, de golpe tenga un hijo extramatrimonial. Lo único que hice fue contar en la radio que en un programa de televisión de Córdoba, que es el que sigue el caso, decían que Luis Ventura había tenido un hijo extramatrimonial con una vedette que se llama Fabiana Liuzzi. Que el chico no estaba bien de salud. Es más, le deseé que se mejore, conté que nació con bajo peso, prematuro, que se llamaba Antonio, como Ventura […] Lo que decía era que no iba a salir en muchos medios, porque muchos le tienen miedo a Ventura. En el fondo, todo el mundo tiene un cadáver en el placar y Ventura tiene una larga tradición en extorsionar con esas cosas. Después dije que para mí esto no era una noticia, y nunca más hablé del tema […] Cuando te dedicás a hablar de la vida de los demás, tenés que tener la vida propia ordenada. O bancarte la que venga después. Si vos después reaccionás… Yo no mandé ninguna cámara a neonatología de ningún lado, ni lo haría. Porque Ventura inventa, lo dice como si fuera cierto, y después no insiste con eso, lo deja pasar y después hay gente que se lo cree. Hay que tener el peso —y el respaldo, o los buenos abogados— de Jorge Lanata para soltar al aire una acusación de ese calibre: “Una larga tradición de extorsionar” sumada al lapidario “Ventura inventa”. Sin lugar a dudas, el conductor supo pintarle una mancha más a un tigre sospechado de saber usar en su provecho el poder que da la información. La guerra sucia entre Rial y Lanata es sintomatológica. Es un signo de su tiempo, de la forma de hacer periodismo —pero también de la forma de hacer política y de la forma de hacer negocios — de una década que quizás nunca sepamos a ciencia cierta si fue “ganada” o “perdida”. Y es, por supuesto, un reflejo de sus personalidades. “Al fin y al cabo, Munro y Sarandí no quedan tan lejos. Tampoco sus infancias duras, de idéntica generación. Ni la madre de uno —tan propensa al manguerazo educativo en el lomo—, como la del otro, clínicamente incomunicada desde su postración. Si hasta se llaman Jorge los dos”, dice Zunino en una columna publicada en Noticias en mayo de 2014. Y agrega: La diferencia está en los mundos mediáticos que habitan […] Porque los planetas del chisme bizarro y el show periodístico cool vienen chocando tanto, que de ese big-bang cotidiano

parece estar naciendo una nueva dimensión: la TV sacada. Es una nueva televisión, marcada por la fuga de audiencias hacia otros segmentos y soportes, lo cual implica nuevos desafíos para conquistarlas y, con ellas como carta ganadora, conseguir mayores porciones de una torta publicitaria enflaquecida. Así, mientras Jorge Rial iniciaba un resbaloso camino a la politización desde el Grupo América, Jorge Lanata encontró en los medios del Grupo Clarín el andamiaje ideal para popularizarse […] En la pelea por defender al gobierno o hundirlo en el escándalo, Rial y Lanata se toparon, respectivamente, con unos Fariñas, Eláskares y Rossis observados al unísono y con el mismo interés por Doñas Rosas e intelectuales. Ambos ganaron en principio. Lanata pegó ratings que jamás había siquiera rozado y Rial terminó entrevistando a la Presidenta de la Nación, mientras El Trece lograba no extrañar demasiado a Marcelo Tinelli y América TV se despegaba del pelotón de cola […] Los programas vespertinos, siempre destinados al rumor sin confirmar y al escandalete fácil, se han volcado hoy —sin perder sus formatos tradicionales— a la política, los conflictos gremiales y otros temas de hondo contenido social. Se supone que ello da rating, por lo cual debería ponerse en cuestión, sin demagogia alguna, la idea de que desde la propia sociedad se estimula el circo, aplaudiéndolo. En ese Cambalache, Jorge y Jorge representan al Bien y al Mal. Claro que cuál es cuál depende de quién los mire […]

Capítulo 14 De tal palo

Yo daría un brazo por vos pero, a decir verdad, papá sabe ser muy tonto. Mejor dale la mano a mamá. IVÁN NOBLE Luis Ventura y la actriz cordobesa (o vedette, o lo que sea) Fabiana Liuzzi fueron amantes. Al menos eso afirma ella, aunque gente cercana al periodista la reduce a “una mina que se volteó un par de veces”, sin ninguna clase de eufemismo. La cuasi ignota rubia cayó como una bomba de neutrones en el momento de mayor exposición pública del matrimonio Ventura (con Estelita haciendo teatro y televisión) con una noticia devastadora: no solo había tenido un hijo prematuro —seis meses de gestación— que luchaba por su vida en una clínica de Córdoba Capiiitál (pronúnciese con tonada), sino que además ese hijo sería de Ventura. El relato del affaire, según cómo fue llegando a los medios, en forma episódica, casi como un folletín, tuvo altibajos dignos de un electrocardiograma. La cordobesa se mostraría alternadamente hostil, luego dolida (y bastante misteriosa), luego conciliadora con alarmantes toques de romanticismo, para estallar nuevamente en una especie de furia extorsiva. Un ciclo que parece no tener fin. Cómo se conocieron es algo que ambos parecieran querer que se mantenga en las sombras. Según declaraciones de Ventura a su propio semanario, en mayo de 2014, “es una persona que

compartió alguna fiesta de Paparazzi, es una persona que a través de contactos de prensa, cuando ella desembarca hace cinco o seis años en Buenos Aires, no tenía dónde anclar y yo le abrí un par de puertas, le hice un par de notas. Siempre la traté con respeto, siempre que tuvo un quilombo personal, la traté respetuosamente también. En un momento donde todo el mundo tenía una visión crítica sobre una postura de ella, la escuché, como escucho a todo el mundo. No es la primera vez que me vinculan con una versión, versiones que después el tiempo puso en su lugar”. Ella tampoco quiere entrar en detalles, pese a que la entrevista que publica la revista Pronto en junio del mismo año es razonablemente intimista. Ante la pregunta sobre cómo se conocieron, ella responde: “Esa historia no la voy a contar, por ahora. Quizás más adelante cuente cómo fue la relación”. El silencio es toda una invitación a la suspicacia. Pero lo que quizás sea aún más curioso es la constante afirmación de Liuzzi de que su relación con Ventura “no fue solo sexo de un día”, sino que había amor. Por lo pronto, el periodista —aun cuando eventualmente se hiciera cargo de la paternidad— jamás admitiría sentimientos: “Ventura jamás ha sido un hombre sutil”, reportaría la revista Noticias a principios de junio de 2014. “El miércoles por la tarde pidió ser entrevistado por sus compañeros [en Intrusos] y las respuestas generaron un momento de tensión: reconoció la relación con la cordobesa Liuzzi aunque aclaró que era un vínculo de ‘sexo esporádico’ que le fue ‘ofrecido’ y al que resultó ‘permeable’.” Pobrecito, fue permeable. Quizás las claves de cómo acabaron vinculados Liuzzi y Ventura puedan rastrearse, en parte, en el archivo (ese ente siniestro e incorpóreo al que casi nadie resiste) y, en parte, charlando con esa gente que circula por los teatros cordobeses y prefiere no dar su nombre, “para no meterme en quiiilombo” (nuevamente, la tonada), pero que no duda en contar lo que sabe. Pese a que su fama era relativa, Fabiana Liuzzi tenía currículum —y algo de prontuario— en “el ambiente” desde mediados de la década de 2000: un romance con el humorista “Chichilo” Viale, un fuerte cruce mediático con “La Tota” Santillán (lo trató de “elefantito” justo cuando el animador devenido en ¿bailarín? estaba en su mejor momento de popularidad en la pista del Bailando tinelliano), un supuesto romance —nunca confirmado— con Santiago Bal en momentos en que el actor aún estaba en pareja con Carmen Barbieri, y hasta una confesión pública de que David Nalbandian la habría invitado a su departamento. El ex tenista desmintió categóricamente, asegurando que no la conocía. Una persona así de escandalosa no podía ser una desconocida para un periodista como Luis Ventura. De hecho, el archivo no deja mentir, Liuzzi ya había sido carne de cañón. En el año 2008, Ventura mostraría en Intrusos un curioso mensaje de texto que acusaba a Fernanda Vives

y Fabiana Liuzzi de ejercer el oficio más antiguo del mundo. Hasta llegaría a darle una nota a Paparazzi en septiembre de 2012, mucho antes de que el escándalo explotara, con confesiones brutales, de esas que catapultan a los ignotos a la categoría de mediáticos: “Abusaron de mí a los doce años”. No era una desconocida para Ventura. En las sierras cordobesas se habla de la aventura entre este par de pájaros desde principio de 2013, cuando Ventura estrenaba —y fracasaba con— Estamos en el horno, en el Teatro Holiday de Villa Carlos Paz. La obra, a contramano de la temporada (una apuesta por cierto audaz) solo se presentaba los días lunes, cuando todos los demás espectáculos tenían franco, lo cual también le facilitaba a Ventura, y a su compañero de elenco Pablo Layús, ir y volver desde y hacia Buenos Aires para no descuidar sus otras trincheras. A mitad de la temporada, Fabiana Liuzzi, una escultural rubia, razonablemente ignota para el televidente porteño, aunque ya conocida en Córdoba, que a la sazón también estaba haciendo teatro en Villa Carlos Paz y, de tanto en tanto, se mostraba ante los móviles de la televisión chimentera, sentada sobre la falda de Jacobo “Chizito” Winograd, haciéndose arrumacos, o con una bikini minúscula en un jacuzzi, fue a ver Estamos en el horno. Al final de la función, él la nombró en los agradecimientos. Una práctica habitual, nombrar a las celebrities entre el público. A la salida, se encontraron. Dicen en el barrio que fue ese encuentro el que detonó el chispazo de lo que algunos llaman sexo y otros, amor. Todo una cuestión de perspectivas. “De mí, que diga lo que quiera”, afirmaría Liuzzi, algo críptica, en aquella entrevista exclusiva para la revista Pronto, “pero yo sé cómo fue la realidad y cómo se dieron las cosas. Como sé todo, no me duele […].” Evidentemente está bien criada en los vicios y costumbres de comunicar el escándalo, porque evade respuestas, dice sin decir, deja cosas abiertas e inconclusas, invitando al morbo del lector a llenar los espacios en blanco con lo que mejor le resulte. Ante la pregunta, por ejemplo, de si está enamorada de Ventura, ella respondería: “Yo quizás más adelante hable de la relación. Pero sí quiero destacar que no fue sexo de una noche, y que fue hecho con amor y pasión”. Claro, la “verdad” (o, por lo menos, las declaraciones más fuertes) se las estaba guardando para cuando le llegara una pantalla más importante, para cuando —hábil manejo de los medios— pudiera lograr más exposición. “La relación comenzó cuando me vino a hacer una nota para Paparazzi. El notero de Intrusos, Pablo Layús ofició de celestino”, dijo Fabiana Liuzzi a principios de julio de 2014, sentada ni más ni menos que ante la mesa de Mirtha Legrand. “Fue más de un año de relación. Guardo un gran recuerdo de esa relación. No me nace tener odio contra él […] Conozco hace muchos años a Ventura, siempre me pareció un hombre correcto y ubicado.” Lo que se cuenta es que aquel flechazo estival de 2013 continuaría a la distancia, celulares y

chats de Blackberry mediante. Hacia mediados de año, ella viajaría a Buenos Aires y, en un encuentro, le pediría consejos con respecto a su carrera. Durante ese viaje habría sido la primera ocasión en que Ventura y Liuzzi “bailaran el tango horizontal”, dando el puntapié inicial a una relación clandestina, donde “había mucho diálogo”, afirman en el entorno de la vedette. “Él, padre y marido ejemplar, le contaba a ella las dificultades que atravesaba su matrimonio. Ella hablaba de sus hijas, de sus amores frustrados y de vez en cuando mencionaba al padre de sus hijos, el abogado cordobés Raúl Alejandro Pereyra [con el que tuvo dos hijas, Yohana y Florencia]. A Fabiana lo sorprendía la dependencia que Luis y su familia sentían por Estelita.” Los encuentros eran siempre en hoteles exclusivos. Los íntimos de Liuzzi aseguran que sorprendía a la cordobesa la manera en que Ventura, un experto en descubrir parejas “in fraganti”, arriesgaba su imagen de hombre felizmente casado al exponerse de esa manera. El tiempo que duró la relación fue intenso, él buscaba sorprenderla con regalos y palabras que la conquistaban. “Para tu desgracia, estás en mi corazón”, habría sido la frase que la deslumbró. No fue la única: “Sos un regalo de la vida”, le diría en otra ocasión. “Alto chamullero”, juzga implacable el coro de chismosos que, en mayor o menor medida, fuera testigo de la historia. La vedette Fernanda Vives —esposa del delantero de Deportivo Armenio Sebastián Cobelli, íntima amiga de Fabiana Liuzzi desde que ambas protagonizaran la obra de teatro Pijamas— fue la primera en enterarse del embarazo. Y de quién era el padre. A los 42, la edad que tenía Liuzzi cuando quedó embarazada de Ventura, llevar una gestación a buen puerto tiene sus riesgos. Mucho más riesgoso aun cuando el embarazo se tratara de gemelos. Uno, finalmente, lo perdería. Además, el hecho de que volviera a estar embarazada teniendo dos hijas de su primer matrimonio que ya eran adultas era un motivo de potenciales conflictos. Sobre la base de estos dos argumentos hiperracionalizados, como si buscara exculparse por algo que —en la fe católica que profesa— no figura en ningún manual de “buenas prácticas”, Ventura habría sugerido un aborto. Dicen cerca de la vedette que ella fue la que tomó la decisión. “A este hijo lo voy a tener”, dijo. La confrontación entre Ventura y Liuzzi sobre la posibilidad de abortar corresponde, por supuesto, al fuero íntimo, a lo que una pareja —constituida o marginal— puede discutir en la privacidad que da la alcoba. Y, es de suponerse, nada que se haga o decida de común acuerdo entre dos debería ser problema de nadie más. Siempre y cuando, claro, todo esto se mantenga en el ámbito privado. Por eso, quizás ese haya sido el mayor error estratégico de Luis Ventura cuando el tema lo desbordó: haberse atrevido a decir la palabra “aborto” en voz alta, y hasta a admitir su intención de ejecutarlo, en la televisión abierta y en el horario de media tarde de Intrusos, aun cuando —afirman allegados— nunca fue pro-aborto; pero sí entendía los riesgos

de salud que una madre añosa como Liuzzi implicaba. A principios del verano de 2014, la decisión de Estelita Ventura de hacer temporada teatral en Mar del Plata había dejado a la familia “como perdida”, según relataría el mismo Ventura en Intrusos. Una sombra de crisis comenzaba a reptar sobre la relación. Mientras tanto, en Córdoba, el rumor de que Liuzzi estaba embarazada y de que Ventura sería el padre comenzaba a circular tímidamente por algunos portales de noticias. Pero la especie recién cobró fuerza cuando Insensatos, el principal programa de chimentos de la televisión cordobesa, comenzó a perseguir a la vedette en sus visitas a la clínica y hasta llegó a hacerle una cámara oculta. De aquella cobertura se nutriría Jorge Lanata cuando dio la conflictiva noticia, en su momento, de que había nacido el bastardo del intruso. Antonio Ventura Liuzzi, hijo de Fabiana Liuzzi y —prueba de ADN mediante— Luis Ventura, nació el 6 de mayo de 2014 en la Clínica del Sol de Córdoba Capital. Prematuro, tras apenas seis meses de gestación, pesaba poco más de un kilo (1.160 gramos, para ser precisos), por lo que fue a dar, sin escalas, a una incubadora en el ala de Terapia Intensiva Neonatal de la clínica. A tres días del nacimiento, mamá Fabiana conmovería a la prensa del corazón subiendo a Twitter una foto de su bebé donde se lo ve alimentado por una sonda nasogástrica y respirando apenas gracias a una máquina, tomando con su manito minúscula un dedo de su madre, “librando todas las batallas que ese verdadero torito del empuje promueve para ganarle el truco y retruco a la oscuridad”, definiría con épica gauchesca ni más ni menos que su papá, don Luis Antonio Ventura, en la editorial del 9 de mayo de su revista Paparazzi, cuando aún no mediaba resultado de ADN, pero sí había al menos una intensión de hacerse cargo del tema. A días del parto, Fernanda Vives ya se había constituido, con el acuerdo de su amiga, en su cara ante la prensa. Y las bombas comenzaron nuevamente a caer: ante la insistencia de los cronistas sobre por qué el bebé se llamaba Antonio, y tras resistirse un rato con evasivas, acabó diciendo, en un tono duro, que “es el segundo nombre de Luis Ventura […] Justamente de eso tampoco voy a hablar, porque no me corresponde. Calculo que hablará cuando quiera y esté preparada. Dirá su versión o no, pero no es un tema que a mí me corresponda. Sí soy consciente de los rumores que se están diciendo, no te lo voy a negar. Pero no es un tema que me incumba”. El bebé seguiría internado hasta el 17 de junio, pero su mami llegaría a los interrogatorios periodísticos bastante antes. “Pensé que mi hijo quizás se moría sin una caricia de su papá”, diría a la revista Pronto, para su edición del 4 de junio. “Fue terrible lo que vivimos, sí. Y el día

que vi a Tonito todo conectado al respirador, sabía que podía pasar cualquier cosa.” La gira periodística en reclamo de que Ventura se hiciera cargo surtiría un efecto instantáneo. Aun cuando dudaba de su paternidad, pagaría los gastos de internación (unos 5.000 pesos por día) y la obra social tanto de la madre como del bebé. Sin embargo, el primer reclamo de Fabiana Liuzzi, aduciendo que Luis Ventura era el padre de su bebé, fue tomado con cierto escepticismo. Él mismísimo, a mitad de camino entre la cautela y una pizca de paranoia, tomó distancia del tema y llegó, en su propia revista, a atribuirle todo el asunto a una especie de conspiración en las redes sociales. Decía en Paparazzi, a principios de mayo de 2014, cuando el tema apenas empezaba a figurar en la agenda de los chimenteros de turno [NdA: una vez más, la gramática ligeramente cuestionable corresponde al texto original, tal como fue publicado en la revista]: “Creo que se suman un montón de voluntades tuiteras que entran a hacer una especie de operación cibernética buscando debilitar lo que es mi potencia televisiva y profesional, a través de lo personal. Sin ningún tipo de fundamentos me relacionaron con una persona, a la que yo conozco, pero con la que no tienen ningún tipo de registro de que yo tenga un tipo de vínculo. Por eso, todo el mundo está sin saber, queriendo que cierto o no queriendo, depende en el lugar que lo quieras poner, pero quieren desestabilizar lo que es mi manejo periodístico y mediático. Esto empezó a crecer y querían ponerme en una situación en la que yo confirmara o desmintiera una situación en la que yo no fui partícipe visualmente”. Entre tanto, en el feudo de Rial y Ventura, en el estudio de Intrusos, la noticia caía como una bomba, afectando por igual, a nivel emotivo, a propios y ajenos. Rial no estaba ni cerca de su mejor momento: el affaire con Marianela Mirra que lo dejara en off-side con Mariana “Loly” Antoniale, todo el operativo mediático para recuperarla y el ver “su vida privada en las portadas de las revistas de chimentos”, dice la revista Noticias, lo tenía al borde de convertirse en un ser intratable. Varios allegados protestarían por lo bajo y le soplarían al oído al semanario de Editorial Perfil: “Está raro, muy frío”, decía gente que lo conoce a fondo. “Ya no me importa nada”, repetiría Rial, como un mantra murmurado entre dientes, por los pasillos de América. Una de las contadísimas ocasiones en las que Jorge Rial —que siempre declaró que el tema lo excedía— se puso activamente del lado de Ventura fue tras los alegatos en cámara de Ventura donde intentaba, aún con su paternidad en duda, defender su dignidad. “Si alguno quiere demostrar y comprobar paternidad pongo mis venas, mis brazos y mi sangre a disposición del juzgado y de la persona que lo reclame, no tengo ningún problema”, diría en Intrusos Ventura, “Que no le quede ninguna duda a ningún pelotudo negador de hijos que ande dando vueltas por el mundo. Tengo las pelotas bien puestas.” Tras la clara —y defensiva— alusión maradoniana,

Rial intervendría en apoyo de su amigo y dirigiéndose a él: “Vos sin tener el ADN, te hiciste cargo. Lo que yo quiero decir es que ese bebé, más allá de que no tenga el ADN oficial, Luis no se borró [sic]. Vos aportaste para la salud de ese chico. La gente tiene que saber que el tipo no se borró nunca. Sin saber todavía nada oficial, se hizo cargo de un montón de cosas”. Sin intervención judicial, Ventura habría pactado con Liuzzi una cuota por manutención. Serían 25.000 pesos. Por semana. Como para que el chico viviera como un rey o dos. “Cuando su abogado se enteró, lo cagó a pedos”, confiesa un íntimo de Ventura. La generosidad era demasiada. “Los dedos acusadores y condenatorios que apuntaron sobre mi cabeza exigiéndome reconocer a una criatura con mi apellido, no tienen la menor idea de cómo soy y qué pienso sobre la paternidad no asumida, sobre el valor de un hijo […] La identidad no se negocia […] Nunca seré un padre abandónico con mis cachorros, y mucho menos sería un padre negador con relación a una criatura que saliera de mi genética […] Como persona de bien y digna que me siento, no solo defenderé las vidas de todos mis hijos, sino también sus identidades hasta las últimas consecuencias [...]”, diría Ventura en la editorial de Paparazzi en su edición del 9 de mayo, con la crisis en pleno desarrollo. El peso de las redes sociales en los escándalos de la farándula 2.0 es indiscutible. Y Liuzzi no dudó en usar la herramienta para comunicar. El 1º de junio, diría contundente en Twitter que “el resultado del ADN es uno solo: el hijo es de Luis Antonio Ventura”. La respuesta de Ventura no se hizo esperar y al día siguiente, se despachó en Intrusos en términos poco acordes con los de un padre amoroso: Ella ya me había dicho que el embarazo que tenía era mío. ¿Por qué lo pongo en tela de juicio? Ella define una relación de amor y pasión, mi explicación es que mi relación era de sexo esporádico. Un sexo ofrecido al que yo fui permeable y que fue aceptado. Una situación que yo blanqueé en mi casa, a todos los que integran mi casa [sic]. Lo que pasó, lo sabemos nosotros. Después del tercer encuentro me dice que estaba embarazada. Yo me quería matar. Fue un poco antes de fin de año […] Esta señora puso mi nombre en los medios, esta señora ganó tantas tapas a partir de esta historia y que dijo no haber comunicado a la prensa algo que solo ella y yo sabíamos entre cuatro paredes. Nunca mentí en cuanto era mi estado civil, nunca me saqué la alianza, sabía que yo vivía con mi señora, mis hijos, yo tenía una vida conyugal visible. Ella jugó con toda esa limitación que yo tenía. Se le pone el nombre de mi

papá de manera unilateral inconsulta, argumentan que era en homenaje a mi papá sin saber realmente si esa criatura es mía. La reacción de la cordobesa fue rauda y contundente. “Cuando el bebé crezca y escuche las peores miserias humanas dichas por su padre, va a ser horrible. Dijo que el bebé no fue buscado, pero eso se lo podría haber guardado. ¿Cómo le va a faltar el respeto así a su hijo? Más sabiendo que estuvo peleando por su vida”, afirmaría en su primer entrevista para Pronto, entre angustiada y resentida. “Me parece la peor de las miserias humanas que una persona se la agarre con un bebé, que encima es su hijo. ¡Y todo por querer tapar actitudes propias!” El escándalo escalaría en los días siguientes y, a través de la siempre candente pantalla de Intrusos tendría consecuencias, personales y profesionales, para Luis Ventura, que “incluso confesó que le había propuesto interrumpir el embarazo por un abanico de motivos, que iban desde el riesgo para la mujer hasta la inconveniencia del asunto. ‘Ella salió con otro famoso y abortó, pero conmigo no quiso’, comentó ante la mirada atónita de Rial, que pretendía —en vano— hacerlo moderar el lenguaje”, relata la revista Noticias en su edición del 7 de junio de 2014. “Apenas unos minutos antes había tenido que disculparse a pedido de la Afsca por las expresiones que viene usando en Intrusos. ‘Nos ven muchos chicos y adolescentes’, destacó.” Jorge Rial no sabía cómo defender lo indefendible: “Lo entiendo, pero no lo justifico. Yo tengo dos hijas del corazón gracias a dos mujeres que no abortaron”, diría. “La realidad es que él se va a criar con su mamá y el papá lo va a ver una o dos veces por mes. Voy a tener una presencia limitada”, agregaría Ventura, haciéndose cargo pero a la vez mostrando cierto desapego. “Lo que hará el padre es armar una estructura de presupuesto y un plan de visitas, donde me permitan que el chico viaje. Es un lugar en el que nunca hubiera querido estar. Tengo que asumir mi responsabilidad y es esta.” Los amigos de Liuzzi afirman que, para ella, el discurso de Ventura fue devastador, tanto al calificar la relación como “sexo esporádico” (o más bien, así, descalificarla) como cuando hizo públicas sus intenciones abortistas. Pero, comprensiva —o conciliadora, o interesada en no romper lanzas del todo con el hombre comprometido a pagar una cuota alimentaria—, con el tiempo bajó el tono del discurso. “Su situación lo desbordó. Por querer salvarse él dijo esas palabras tan desafortunadas, pero solo logró afectar su imagen y todo lo bueno que había cosechado en su carrera creo que lo perdió”, dijo pocos días después. A menos de dos meses desde el nacimiento de su cachorro, Fabiana Liuzzi comenzaba a bajar el tono de reclamo: “Yo conocí al verdadero Luis”, confesaría a la revista Pronto, donde durante un tiempo fue un personaje recurrente, a principios de julio. “El que está presente, el que demostró ser hombre,

caballero, cariñoso, contenedor. Él tiene muchas cualidades que a cualquier mujer le gustarían […] Fue una persona que quise mucho.” Uno de los mayores interrogantes con respecto a la aparición de este Ventura extramatrimonial es cómo sucedió. No, no. El cuento de la semillita que papá le dio a mamá ya lo conocemos todos. La gran pregunta es cómo dos adultos, razonablemente cultos y formados, que ya han pasado antes por la experiencia de la paternidad, logran un embarazo no deseado. Habiendo tantísimos métodos anticonceptivos, ¿qué falló? El test de ADN, realizado en el porteño y prestigioso Sanatorio Otamendi, fue implacable: Luis Antonio Ventura es el padre del bebé de Fabiana Liuzzi. La ciencia no miente. El lunes 9 de junio de 2014, el periodista viajó a Córdoba acompañado por su hermano Carlos y su hijo Nahuel, dispuesto a tomar el control de la situación. Cuenta la revista Semanario de esa semana: “Apenas lo vio, se emocionó muchísimo y durante toda la visita mantuvo un cordial trato con Fabiana. Además, pasó por la oficina de facturación de la clínica para hacerse cargo de los gastos y de los papeleríos administrativos de la internación, costos que viene pagando desde que Antonio nació, incluso cuando aún negaba que fuera su padre. Dos horas después, dejó el lugar y se dirigió al Registro Civil, para completar los trámites de filiación. ‘Todo está bien. Gracias por estar’, dijo antes de entrar y anotar como propio al bebé bajo el nombre que Fabiana eligió: Antonio (por el papá de Luis) Ventura Liuzzi”. En aquella ocasión, la primera de muchas, Ventura llegaría a La Docta cargado de regalos: un ejemplar del libro El Principito —su libro favorito, porque hasta ahora nadie ha muerto por caer en un lugar común—, una bolsa de juguetes, ropa y una pelota; estos últimos ítems con los colores y el escudo de Lanús, el club de fútbol de su barrio. Para que a los católicos se les pongan los pelos de punta, el mismo padre que sugirió abortarlo le llevó de regalo una Biblia y una medallita bendecida por el papa Francisco. En la portadilla del libro sagrado, escribió de puño y letra: “A mi hijo Antonio, para que tenga la palabra de Dios en su vida”. Ante tamaña dedicatoria, cuatro angelitos culones y un querubín desempleado se habrían suicidado, tirándose de cabeza desde sus respectivas nubes. “A futuro, ¿te gustaría que tu hijo tenga vínculo con el padre?”, pregunta curiosa Pronto en su edición del 4 de junio de 2014, a lo que Liuzzi responde: “Sí, claro, por supuesto. Yo no busco

en él tener a un hombre o a una pareja pero sí me gustaría que mi hijo tenga un padre”. Un mes después, en otra nota ante la misma revista, agregaría que “lo que me gustaría es que pudiera tener intimidad con su hijo sin cámaras de por medio, que tenga la libertad de pasar tiempo con él sin sentirse observado”. Algunas veces las estrellas de la farándula son tan nobles que asquean. La paz entre Liuzzi y Ventura duraría la nada misma. En una entrevista, nuevamente para Pronto, en noviembre de 2014, Liuzzi volvería a mostrar las garras, esta vez con la intervención de “cuervos”. “Estoy en manos de mis abogados: Marcelo Fernández en Buenos Aires y Gustavo Enrique Anna en Córdoba”, diría ella en la entrevista: “El paso a seguir es hacer tres querellas: por calumnias e injurias, por incumplimiento de pago y por extorsión. Ventura dijo que ahora nos manejemos con los abogados y eso es lo que estoy haciendo”. Demasiados cargos los que presenta una mujer que, en todo momento, se mostrara como la “enamorada”. Por lo pronto, desde el frente Ventura confirmarían que, en efecto, todo habría quedado en manos de la justicia, con la expectativa, incluso, de que la cuota alimentaria acabe costándole al periodista “bastante menos que las cien lucas que estaba pasando”, afirmaría una fuente calificadísima. La furia de Ventura solo se dejaría translucir en una seguidilla de exabruptos a través de Twitter. El resto de la historia habrá de resolverse de la puerta para adentro de los tribunales, un punto donde puede llegar a volverse francamente aburrida.

Capítulo 15 La gran hermana

Es que la gola se va y la fama es puro cuento andando mal y sin vento todo, todo se acabó. MIGUEL ANDRADE Cuenta la leyenda que, cuando Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron al pesebre de Belén, llevaron al niño Jesús regalos de oro, incienso y mirra. En la vida de Jorge Rial también hubo una mirra que le cayó “de regalo”: Marianela Mirra, la curvilínea tucumana, ex participante de Gran Hermano, a la que Rial conociera en 2007, cuando era conductor del ciclo. Un coqueteo —a través del servicio de mensajería instantánea WhatsApp— entre el periodista y la modelo (o más bien una seguidilla de mensajes donde Rial le suelta los galgos, los pointers, los weimaraners, los ciento un dálmatas y hasta un caniche toy) resultó en una crisis familiar, política y mediática. Sí, todo eso. La edición de revista Noticias del 12 de mayo de 2014 llevaba a Jorge Rial y Luis Ventura en la tapa. Un fotomontaje —característico de la nave insignia de Editorial Perfil— mostraba a los dos periodistas con una estética digna de gángsteres, acompañándolos con un título provocador: “El show del apriete”. El zar del periodismo de espec​táculo —afirman desde su entorno— no tenía dudas de que la responsable de esta publicación era Marianela Mirra, la chica insulsa,

introvertida y algo entrada en carnes, por poco víctima de bullying dentro de la “Casa más Famosa del País”, que sin embargo acabó acaparando las simpatías de la audiencia y ganando el concurso. Siete años más tarde de aquella contienda en el reality, Mirra sería una de las pocas mujeres que se atrevería a confrontar con Jorge Rial en la arena que mejor conoce: los medios. Es de suponerse que la chica no sabía del todo a qué se enfrentaba. La pelea entre Rial y Mirra había comenzado semanas antes de aquella tapa de Noticias, a fines de marzo, cuando la modelo publicara en Twitter los mensajes de WhatsApp subidos de tono que le había mandado el intruso más grande del país. Que las capturas de pantalla de esas conversaciones de alto voltaje circularan por las redes sociales primero y por los medios después hicieron que todo estallara en el departamento del Bajo Belgrano donde Rial venía disfrutando de una vida casi idílica. “Mariana había ido a comprar pastas de la mano de Morena, tan inseparable como Rocío de la modelo cordobesa. Mientras, Jorge acomodaba libros en su biblioteca. Todo era paz, armonía, felicidad en el hogar en el que convivían felices”, relata con dramatismo infinito la revista Gente a principios de abril de 2014. “Pero a Loly le llegó un WhatsApp desestabilizador con las conversaciones que el conductor de Intrusos había mantenido meses atrás con Marianela Mirra. Las leyó en silencio. Luego caminó unos pasos, se acercó a él, se las mostró y le preguntó sin vueltas: ‘¿Esto es cierto?’. El periodista la miró y no dudó en contestar: ‘Sí, es cierto’. De inmediato ella llamó a su hermano para que la pasara a buscar y se fue del departamento que supo redecorar con amor, aportándole color y calor.” El chichoneo de su novio con la ex Gran Hermano la había agarrado con la guardia baja. Bajísima. “Digamos que Loly le había comentado a una de sus amigas más cercanas que ya había hecho contacto con la number one de las wedding planners, Bárbara Diez, mujer del jefe de Gabinete porteño Horacio Rodríguez Larreta, mientras bosquejaba en su mente el hermoso vestido blanco que luciría ese día”, explicaría la revista Gente. Buen momento para destrozar el corazón de una ingenua chica del interior. Por otro lado, la sola posibilidad de perder a Loly habría enfurecido a Rial a tal punto que arremetería contra Marianela Mirra, a quien hacía responsable del hecho, como si él no hubiera tenido nada que ver, con toda la artillería pesada de la que es capaz y de cuyo poder destructivo otras mujeres —Silvia D’Auro, por ejemplo— pueden dar fe. “Hoy te voy a pasar con un camión por arriba y voy a contar todo”, dispararía el conductor al comenzar la emisión de Intrusos del miércoles 2 de abril de 2014. Había pasado poco más de un mes desde que la joven tucumana había comenzado a dejar que su despecho se desparramara por las redes sociales tras haber sido descartada —según ella misma, sin ningún tipo de

explicación— del panel del programa de chimentos. En la versión que ella diera en su momento, aun cuando Rial le había prometido trabajo, acabaría echándose atrás por dos razones: en primer lugar, por no haberse entregado a los deseos sexuales de Rial; y luego, por pedido de una Niña Loly sacada de celos. Hasta entonces, el conductor de Intrusos se había mantenido en silencio, obviando las acusaciones en su contra. Pero cuando se hicieron públicos los chats, estalló. Cuatro años habían pasado de la última emisión de Gran Hermano, en 2003. Los productores del ciclo habían realizado un minucioso casting para lo que sería la gran vuelta del reality show fundacional del género en el país. Los participantes debían contar con diferentes tipos de personalidad y estar dispuestos a cualquier cosa con tal de ganar. Es que, por mucho que el formato se llame “reality”, muchas veces la “realidad” se desdibuja detrás de una suerte de narrativa espontánea, de gran ejercicio de improvisación donde debe generarse conflicto en forma constante. Nadie quiere ver a un grupo de gente conviviendo y llevándose espléndidamente, para eso está La familia Ingalls y los bostezos que la serie supo provocar. Para sumar rating, hacían falta personalidades capaces de generar cosas. A la “renovación” —la búsqueda de personajes más fuertes— a la hora del casting, se le sumó el cambio de conducción para el ciclo, que a partir de 2007 dejaría de lado a la ya legendaria “Solita” Silveyra por Jorge Rial, secundado por un muy eficaz Mariano Peluffo, a cargo de los debates y emisiones especiales. Entre los primeros “casteados” para entrar en la casa había una Marianela Mirra muy diferente de la actual: tranquila, de mirada triste, ligeramente rechoncha. Una chica por momentos adorable que soñaba con hacerse famosa pero que, bajo esa superficie, escondía una personalidad altamente calculadora. Durante el ciclo, Mirra supo aprovechar esa imagen de “mártir” que proyectaba, que en parte se debía al acoso constante del resto de los participantes —que habían descubiertos esa otra faceta, la de la chica ambiciosa que solo quería ganar— y que, en parte, era alimentada por Rial, que la veía como un personaje ideal para mantener el interés de la audiencia. Los productores estaban felices: los “ataques” a la “pobre chica” sumaban puntos de rating. Mirra se establecía como la favorita de los televidentes, lo que la llevaría, al final, a ganar el concurso y alzarse con los 100.000 pesos del premio. De golpe, Marianela Mirra era un boom; recibida en su Tucumán natal por una multitud como una heroína. Notas, tapas de revistas y hasta una participación en el Bailando, un espacio

consagratorio para esas figuras que no parecen tener ningún talento en particular más que el de circular por los canales, serían los siguientes pasos. Lo había logrado. Era famosa. Pero esa fama duraría menos de lo que duran un saldo de veinte pesos en una tarjeta Sube. Con el fenómeno desinflado y los medios escupiéndola de regreso al anonimato, Mirra volvería a su natal Yerba Buena con una sensación de deuda, de haber desaprovechado esa oportunidad de ser famosa y estar en los medios. Por eso, volvería a intentarlo. Pasaría por el quirófano para hacerse las lolas y se internaría en el gimnasio para modelar su cuerpo. El esfuerzo daría resultados, convirtiendo a aquella chica insulsa en una bomba “hot” que atraía miradas. Volvería a ser noticia cuando los medios tucumanos la relacionaran con personajes de la política local e incluso con el gobernador, José Alperovich, quien —según insinuaría Luis Ventura en aquella conflictiva entrevista que diera para La Cornisa de Luis Majul— la habría hecho abortar en Brasil un embarazo no deseado, una especie raudamente desmentida por todos los involucrados. Los rumores llegarían inclusive a culpar a Mirra del golpe en los genitales que terminó con la internación y operación de urgencia de Alperovich en Buenos Aires, en febrero de 2010. Sin embargo, pese a algo de esta mala prensa, el buen lomo empezaba a hacerse notar, sobre todo en Twitter, donde los seguidores se amontonaban a sus pies. Y cuando ella estaba más enfocada en conseguir esa gran oportunidad que le devolviera la fama perdida, sería la red social la que le abriría una puerta. A principios de 2014, Jorge Rial comenzó a seguirla, justamente, en Twitter. “Tenía buena relación, porque había trabajado con él en Gran Hermano”, relataría la tucumana los pormenores de ese reencuentro. “Me había contactado con anterioridad para hacer notas y fotos, pero la relación se había terminado porque me había vuelto a mi provincia.” Pocos días pasaron entre que Rial comenzó a seguirla y que le habló en forma directa a través de la red. “Los primeros días de enero empezó a contactarse conmigo por Twitter. Empezamos a hablar. Me hacía comentarios chistosos y opinaba sobre boludeces, hasta que terminó pidiéndome el teléfono. Yo tenía un trabajo muy formal en mi provincia, tanto que eso me aburría. Y así, chiste va y chiste viene, comencé a sentirlo muy cercano. Lo veía onda péndex.” Qué era lo que la aburría a Mirra: dos empleos como asesora; por la mañana, en la legislatura de Yerba Buena; por la tarde, en una delegación del banco de Tucumán, una extensión privada dependiente del banco Macro. Rial le ofrecía una salida casi soñada de ese mundo de oficinas: trabajo como panelista de Intrusos y el ingreso al catálogo de modelos de Leandro Rud. Pero, entre tanto, aprovechaba cada ocasión para elogiarle las curvas. Con el tiempo, los mensajes comenzarían a volverse más

continuos y, a la vez, a subir de tono. De una temperatura fuera de lo común para alguien que solo busca una panelista. “Me mandaba fotos por WhatsApp y me hablaba día y noche”, recordaría Mirra. “Empezaba a mandarme mensajes a las 7.30 de la mañana y no paraba hasta la madrugada, incluso los fines de semana. Mi idea de cambiar de laburo y venir a Buenos Aires estaba en mente. Fue él quien me ofreció ser panelista de Intrusos. Todo estaba perfecto. Para estar más tranquila también hablé con su productor, Julián, y estaba todo perfecto. Todo lo cerramos de palabra, sin ningún papel firmado.” Aun sin contrato de por medio, la propuesta le sonaba a Mirra tan firme que dejaría atrás nuevamente su provincia para instalarse en un departamento alquilado en Palermo, muy cerca de América TV. Finalmente, el martes 18 de febrero de 2014, la tímida gran hermana reconvertida en bomba tucumana reaparecería en la pantalla chica como panelista “a prueba” en Intrusos. Tuvo poca intervención: esa emisión en particular trató temas más bien ligados con la política y Mirra pasó inadvertida. Al día siguiente, en la búsqueda permanente del rating, la hicieron confrontar con su vieja rival en Gran Hermano 2007, Nadia Epstein (ahora devenida en periodista y productora del programa de Luis Ventura). La charla fue tomando temperatura y Epstein soltó un comentario polémico al aire, poniendo en duda cómo su ex compañera granhermaniana había llegado a formar parte del panel de Intrusos. La insinuación era contundente. Al día siguiente, Mirra fue invitada a participar de Viviendo con las estrellas, el programa conducido por Marcelo Polino. Tras el cual nunca más volvería a pisar América. Durante los tres días consecutivos en que Mirra deambuló por el canal, Jorge Rial —afirma ella— habría buscado un encuentro en privado para “aclararle algunas cosas”. Mirra nunca aceptó. Intuía que la “aclaración” implicaba sacarse la ropa. Tras el rechazo, la tucumana desapareció de manera instantánea de la pantalla. Fue entonces cuando comenzó la guerra. El jueves 20 de febrero, apenas dos días después, mientras Marianela estaba como invitada en una de las últimas emisiones de Viviendo con las estrellas, escuchó dos frases que le hicieron ruido. Mucho ruido. Durante un corte, la periodista Laura Ubfal le dijo: “La gente no te quiere a vos y Loly mandó unos tuits en tu contra que acaba de borrar. Estás al horno”. Minutos después, Marcela Tauro le dijo al aire que le parecía raro que Rial la llamara por teléfono mientras que a ella, que hacía años que trabajaba con él, nunca la llamaba. Entonces Mirra le escribió a Rial preguntándole si había algún problema con su pareja. Él le contestó que no se la agarrara con Loly, porque ella no tenía nada que ver. A partir de allí, silencio de radio. Ni un solo llamado, mensaje de texto, WhatsApp, fax o paloma mensajera del intruso hacia la tucumana. Al “péndex” chistoso que le escribía desde que se levantaba hasta altas horas de la madrugada para

elogiarle sus curvas, para mandarle fotos de ella casi desnuda acompañadas de comentarios con doble intención y que insistía con tener una reunión en privado, se lo había tragado la tierra. Con esto, no solo había perdido el trabajo en Intrusos, sino que también se había evaporado su ingreso a las huestes de Leandro Rud, pese a que —según dicen en el entorno— el manager de modelos, que también maneja a Mariana Antoniale, se lo había prometido a Rial. ¿Habrá existido un “efecto Loly”? A ciencia cierta, no se sabe. Era verano, hacía calor, Mirra estaba en Buenos Aires, sola y desempleada. A medida que pasaban los días, enfurecía. “Si te pusiste celosa, una pena, seguro ahora me cierran las puertas. #Poder. Siempre hay alguien que te caga la vida. Harta que siempre salga una conchuda.” Fueron las primeras palabras que Mirra utilizó para expresar su furia contra Antoniale en Twitter. Ella no tenía dudas de que había sido la pareja de Rial la responsable de que le cerraran las puertas laborales. La catarsis en la red social continuó y pronto la furia de Mirra empezó a hacerse notar en algunos medios. Pero ella quería ir más allá. Fue su amigo gay, el tucumano Manuel Carlino —casi como un clisé de comedia romántica, la heroína de este cuento tiene un amigo gay—, quien la instó a publicar los mensajes subidos de tono de Rial. “Te está levantando y te ofrece laburo por sexo”, reclamó Carlino. Marianela aceptó. Allí empezaron a aparecer en una cuenta de Twitter bajo evidente nombre falso capturas de pantalla del teléfono de ella. Ni bien comenzaron a aparecer los “chats hot”, los medios se hicieron eco. Pasaron apenas unos minutos para que Loly Antoniale enfureciera. Dolida y sintiéndose traicionada, ese mismo fin de semana se subió al primer avión que la llevara a su Córdoba natal, a refugiarse bajo el techo materno. Jorge Rial, en cambio, no solo abandonado por la que —él dice— es el gran amor de su vida, sino también muy poco acostumbrado a que su vida personal quede expuesta, cargó con toda la artillería pesada. En contra de Marianela Mirra. Mientras, al aire, amenazaba a la tucumana diciéndole que no iba a trabajar más, que iba a tener que irse del país, que iba a tirarle un camión encima, que iba a demostrar que era una extorsionadora, que ella tenía peces gordos que la mantenían y que iba a mostrar todos los “chanchullos” de su familia, le rogaba a Antoniale que lo perdonara y que volviera. Sin embargo, esa postura de penitente, postrado ante el amor que se fue, duraría menos aún que las promesas de trabajo que le hiciera a Mirra. Con el paso de los días y a la vista de que, al menos para la tribuna, Antoniale no daba el brazo a torcer, el conductor de Intrusos comenzaría

a descargar su ira también contra la cordobesa. ¿Fue todo esto verdadero, o solo un ardid de prensa para volver a poner su propia historia en las tapas de las revistas del corazón? Eso, solo Jorge Rial lo sabe. Lo cierto es que, en medio del caos, el set de Intrusos se volvió su campo de batalla personal. Desde allí, acusó de narcotraficante al cuartetero cordobés Damián Córdoba, amigo de Loly —en algún momento se los vinculó—, tras enterarse de que se habían encontrado en un boliche. Y cuando Marcelo Polino contó que Antoniale había ido con una de las hijas de Rial (Morena, que es menor de edad) a un boliche y que supuestamente la habían visto con un hombre, Rial estalló. En un instante, y demostrando que es un mago de la retórica aun cuando pueda estar alterado, dejó de llamarla en cámara por su nombre y migró al instante de regreso al sobrenombre estigmatizante, ese que tanto se hacía esforzado por borrar: “La Niña Loly”. El mensaje era fuerte, claro y contundente; demarcaba el territorio y dejaba en claro que, así como él había logrado que ella dejara de ser la polémica “Loly” para ser “Mariana, la novia del número uno”, podía devolverla, en un par de microfonazos, al fango de donde la había rescatado. Su monólogo en Intrusos contiene algunas perlitas imperdibles: “Ayer se me heló la sangre cuando lo escuché a Polino. Estamos ante un hecho grave y judicial. No entiendo cómo no actuó de oficio la Justicia con lo que contó Polino. La Niña Loly llevó a una menor a Esperanto, donde hay alcohol. La Niña Loly, irresponsable absoluta. Las marcas que la tienen de imagen, yo la verdad, me daría vergüenza tenerla. Ni hablar de lo que pasó en Córdoba, su guarida. Por lo que me contaron los de Gente, uno de sus novios es un bailantero relacionado con la droga. Esto es grave. Gracias a Dios se terminó. Les pregunto a las marcas, ¿ustedes quieren a una persona así? Relacionada a la droga y el narcotráfico, que usa a menores”. La apelación a los sponsors, ¿escondía realmente una amenaza? ¿Le estaba diciendo a las marcas que la contratan que ya no lo hagan? ¿Tiene realmente Jorge Rial el poder para “apretar” de esa manera y quedar impune? En una entrevista para Gente de principios de junio de 2014, Rial define a Antoniale como “una mujer fría, con soberbia, agresiva. Me sorprendió mucho, sobre todo, la frialdad, la distancia, el desapego. En ella está mi enfermedad y el remedio. Es lo que siento”. Seguramente Andrés Calamaro debe haber estado orgulloso de la paráfrasis de su canción. Así y todo, pese al peculiar nivel de poesía de los reclamos, al periodista se lo notaba realmente enojado con la modelo, sobre todo por lo que implicaba la relación con sus hijas. “Pasó lo mismo que la otra vez, tiene una madre ausente, que hace más de dos años que no las ve, y otra vez alguien se evapora. Es cruel”, afirmaría el semanario insignia de Editorial Atlántida. Por lo pronto, la campaña anti-Loly parecía eficiente a la hora de amedrentar. En algún

pasillo de Ideas del Sur, inclusive, aseguran que, en mitad del huracán, Rial habría llegado a presionar a Marcelo Tinelli para que Antoniale quedara fuera del Bailando. No cualquiera tiene el poder en los medios —y el coraje— para ir a decirle a Tinelli qué es lo que tiene que hacer. En el otro frente de combate, mientras tanto, las bombas seguían cayendo. A Marianela Mirra, Rial le recordó al aire su supuesto romance con el gobernador tucumano José Alperovich; acusó a la madre de la modelo, al hermano y a ella misma de ser “ñoquis” municipales gracias a los “peces gordos” de la política que la mantenían; y por supuesto le adjudicó también el título de “extorsionadora”, además de amenazar al aire al amigo de Mirra que había publicado los polémicos mensajes. El saltito de la farándula a la política que dio el tema lo explica la revista Noticias en su primer número de abril de 2014: Atrapado en su propio juego, Rial decidió ponerse al frente del escándalo y ahora es él quien administra la información que entretiene a la audiencia y tiene en vilo a la provincia [de Tucumán]. Es que ya, el domingo 30, en el programa de Luis Majul, el periodista hizo referencia al gobernador José Alperovich y su hijo Gabriel. El rumor de un romance […] había circulado fuerte […] al punto de que mereció una desmentida oficial […] El que sí tuvo que revelar una relación amorosa fue Gonzalo Villegas, concejal de Yerba Buena, después de que Rial anticipara que había “dos ñoquis” contratados en ese municipio. Hablaba de la madre y el hermano de Mirra. “Yo los hice nombrar. Mario Mirra y Angelina del Valle Vinciguerra trabajan conmigo […]”, le aseguró […] al diario La Gaceta. En la andanada de “cortesías”, también vinculó a Mirra con el secretario de gobierno provincial Germán Alfaro. Pero, lejos de las repercusiones del “Fariñagate”, ligar el nombre de la ex Gran Hermano con el de políticos tucumanos apenas sirvió para, en la emisión del 2 de abril, sumar poco más de un punto extra de rating. Entre la publicación de los mensajes privados entre Rial y Mirra y la represalia mediática del periodista pasaron apenas cinco días. Pero el despliegue de furia y poder hizo efecto: Mirra (y su amigo) empezaron a tener miedo. La ex Gran Hermano sufría —afirma— ataques de pánico. No quería salir de su departamento por miedo a que le pasara algo. Pero no buscó un terapeuta. Buscó un abogado, convencida de que la única forma de detener a Rial era a través de la justicia. Fue entonces cuando, mágicamente, apareció uno de los letrados más mediáticos de

Diego Maradona: Matías Morla, un hombre que —afirman en el entorno de Mirra— tiene línea directa con Jorge Rial. Aunque esto, ella no lo sabía. “Qué lío que armaste. Vengo de Paraguay y estás en el diario de allá”, le dijo el letrado por teléfono ni bien se puso en contacto. La joven le pidió que le cobrase lo que fuera pero que por favor la ayudara a detener la embestida de Rial. “Quedate tranquila, flaqui, no me hace falta plata ni nada”, le contestó y, supuestamente, comenzaba a trabajar para ella. A los pocos días, Morla la llamó y le comentó algo que a Mirra le despertó sospechas. “Le planteo la situación y él la minimiza y me dice: ‘Lo que vos decís y lo que él dice no es para hacerle ninguna demanda ni denuncia ni nada’. Quedamos en encontrarnos en un bar de Palermo. Se manejaba muy informal”, contaría entonces la modelo. Al fin de semana siguiente, estando la joven en Tucumán, el abogado volvió a llamarla: “Rial dice que te va a destruir. Que se va a meter con lo que más te duela. Estamos con una causa de tu hermano y me dice que es capaz de armarle una cama. El lunes le dedica un programa a tu hermano y no sabés toda la suciedad que va a salir”. Asustada, Mirra le preguntaría qué hacer para pararlo. Morla le ordenaría entonces, según la versión de Mirra, que escriba tres tuits: uno pidiéndole perdón a Rial y a Loly; otro arrepintiéndose por lo que había dicho del conductor y de su pareja y, además, aclarando que se había dejado llevar por la bronca; y el tercer mensaje aclarando que “cualquier cosa se comunican con Matías Morla”. Ella aceptó y tuiteó, con la esperanza de terminar con una guerra en la que llevaba todas las de perder. Luego, le escribió a Rial pidiéndole perdón. “Fue muy humillante hacer eso”, dijo la tucumana, “estaba muy asustada”. Lejos de pacificarse, el conductor de Intrusos aprovechó esos tuits para denigrarla al aire y acusarla de “trepadora”. Luego, el letrado, al igual que Rial, dejó de responderle los mensajes. Mirra no tiene dudas: “Primero, nos juntamos [con Morla] y anotó los nombres de toda mi familia, porque se suponía que le iba a poner un bozal legal [a Rial] y nunca más hablamos. Vino a sacarme información y a hacerme quedar como una pelotuda abiertamente, mandado por Jorge”. “A vos Marianela te hablo, a vos”, amenazaría Rial al aire. “Que sos una zorra, pero además tenés una asociación ilícita con gente cuyos nombres conozco y cuyas fotos voy a dar. Cantantes, mujeres, políticos, profesionales que estuvieron a punto de suicidarse por esta zorra. Lo de hoy es un arranque. Hoy, zorrita, te llegó tu turno. Me voy a hacer un picnic.” Mientras tanto, en Tucumán, todos hablaban de la familia de la ex Gran Hermano. La ciudad de Yerba

Buena se había convulsionado. Por eso, Mirra hizo las valijas y, con su madre, se fue unos días a México, con la idea de descansar y despejarse; aclarar sus ideas y esperar a que bajaran las aguas, a que la gente de su ciudad dejara de cotillear sobre las acusaciones que, desde la televisión, recaían sobre ella y su familia. El terremoto parecía no tener fin, ni siquiera con los tuits de arrepentimiento que le había hecho escribir Morla, por lo que decidió volver a la carga, aunque con un nuevo patrocinio: el del abogado Guillermo Fanego. Un amigo le había aconsejado visitar a un letrado que no tuviera antecedentes en el ambiente de la farándula. Fue entonces cuando le presentaron Fanego, uno de los abogados que defiende a ex represores de la dictadura. Mirra no tenía idea de por qué el elegido era famoso entre sus colegas. Fanego y su socio Daniel Anchuvidart reunirían todas las pruebas con las presuntas amenazas de Rial y presentarían una denuncia penal por “amenazas coactivas” contra Jorge Rial y contra Luis Ventura. También denunciaron al abogado Morla por “incumplimiento de su deber”, basándose en los dichos de Mirra sobre que el letrado la había usado por orden de Rial. Esta última acusación no prosperó: tras un descargo por escrito, Morla fue sobreseído. El martes 13 de mayo de 2014, Mirra ratificó su denuncia contra la dupla periodística ante la Fiscalía y dio comienzo a una investigación judicial. El nuevo equipo de letrados de Mirra estaba dispuesto a ir contra Rial y Ventura hasta las últimas consecuencias. En América las cosas empezaban a incomodar, ya que a la denuncia penal contra el conductor estrella del medio se le superponía la candente discusión sobre la paternidad de Ventura del hijo recién nacido de la ex vedette cordobesa Fabiana Liuzzi. Esta sumatoria provocó en una reunión de ambos periodistas con los directivos del canal donde la tensión fue la protagonista. Luego, Rial decidió bajar las revoluciones y, consecuentemente con eso, alejó a Ventura de Intrusos. En su estrategia estaba volver a intentar acercarse a Loly, a quien desde hacía varios días venía defenestrando. Mientras tanto, su abogado, Rafael Cúneo Libarona, caminaba los pasillos del juzgado tratando de desestimar la denuncia de Mirra. Las aguas comenzaron a calmarse. Llegó a reinar la paz mediática hasta que la Justicia dictaminó la “falta de mérito” en la denuncia de la tucumana. “No sirvió de nada, solo gastos y denigración. Que la Justicia actúe alguna vez a nuestro favor, inoperantes, incompetentes. Siempre tomadas como put… cuando ocurren estas cosas”, tuiteó Marianela enojada. Sus abogados apelaron el fallo. La Cámara de Apelaciones no ratificó el fallo del juez de primera instancia, pero dispuso el paso de la causa a la justicia civil, por considerar que se habría tratado de “amenazas simples”, un delito menor que suele terminar con el pago de sumas de dinero acordadas entre las partes en una instancia de mediación. Rial, mientras tanto, mantenía el

silencio. Su nuevo objetivo era recuperar a su ex pareja. En septiembre de 2014, otra ex Gran Hermano, Vanina Gramuglia, caía en las garras de los Intrusos. Ya en los tiempos del reality, Gramuglia era aficionada al tarot y a la astrología. El año 2014 la encontró de novia con Nacho Herrero —ex marido de Nicole Neumann—, promocionando talleres “para despertar una nueva conciencia”. Pablo Salum, un “activista” que se dedica a denunciar el accionar de presuntas sectas (se supone que perdió todo contacto con su familia tras que fueran cooptados por la Escuela de Yoga de Buenos Aires, que tuvo varias denuncias en sus tiempos de gloria) eligió ni más ni menos que el programa de Jorge Rial y Luis Ventura para hablar sobre cómo Vanina Gramuglia y Nacho Herrero se dedicaban a “lucrar con la espiritualidad”. “Es un comercio internacional que es terrible”, afirmaría Salum. “Utilizan drogas alucinógenas y no hay mala praxis porque no hay matrícula.” Que otra ex Gran Hermano fuera despedazada desde la pantalla de Intrusos provocó la reacción de Marianela Mirra que, el 10 de septiembre, publicó en Facebook un comentario cargado, elocuente, con algunos acentos faltantes y un puñado de comas mal ubicadas, pero que mantiene la guardia en alto: Hoy haciendo zapping, volví a escuchar la palabra extorsión, por el famoso chimentero, destructor de vidas, familias, quien se mueve en esta sociedad como pez en el agua, impunemente, tanto en los medios de difusión como ámbitos políticos, futuras aspiraciones de este tránsfuga. Es doloroso hacer una lista de mujeres a quienes tildó de extorsionadoras, es muy larga, y estoy completamente segura de que en muchos casos como el mío no es real. Me molesta verme comparada con chicas que utilizan mostrar mensajes de texto por fama. Mi historia fue distinta, y para recordarles, hubo un ofrecimiento laboral, que se volvió un calvario con mensajes de levante por parte del conductor, luego de querer introducirme en temas políticos a cambio de estar en el medio del espectáculo y perdurar durante un par de años. Hablo en primera persona, quise morirme, realmente pensé que podía quitarme la vida luego de las acusaciones, humillaciones, amenazas de muerte que el señor tuvo para conmigo, sumado a que un buen amigo es el que tomó la bandera y mostró tales mensajes, la mitad, porque le pareció humillante que a una mujer se le prometa trabajo, se le haga dejar su vida, su antigua actividad, y empezar una vida nueva en una provincia que no es la suya,

pretendiendo sexo y utilizarla para fines políticos, hablar de relaciones, dar opiniones, ensuciar gente. Yo comencé un juicio, pero como es él, para el juez no existio [sic] ningún tipo de humillación ni amenazas de muerte. “Te paso con un camión por encima o con mi auto”, “hay que erradicar a esta mujer de su provincia, Buenos Aires, país”, “no hay que darle trabajo en los medios ni en ningún lugar”, así fue tu voluntad, soy una desocupada más, cuanto manejo puede tener alguien con un micrófono, alguien que no educa a sus hijas ni se ocupa. Vendés una familia que no tenés, y arruinás todo lo que tocás. No llegué a nada, fui a la Justicia, nada tuvo valor. Hoy escuché lo de Claudio María Domínguez, yo no sé de qué se trata la actividad de este señor, y Vanina Gramuglia, pero sí estoy segura de que la gente está en una permanente búsqueda espiritual, y cada uno es dueño y con una edad prudente para sus elecciones, entonces subestimar a la gente, que se mata gente e incitan al suicidio, el único que incita al suicidio sos vos Rial, porque quise terminar mi vida muchas veces a lo largo de este año, sos la única persona maléfica que puede desarrollar el don de impulsar la gente al vacío. Yo lo único que pido a la gente, sin interés de dar lástima, es un mínimo de humanidad, para todos aquellos que fueron humillados, maltratados, amenazados, tienen el poder de cambiar de canal, simplemente eso, ustedes están ayudando a la sociedad, o a todos aquellos que sueñan con ser famosos, o aquellos artistas de gran prestigio que tienen que soportar una permanente burla y no pueden decir nada, porque el señor tiene peso en los medios de difusión, y si no transás te quedás sin trabajo. No se olviden que no se puede vivir en permanente violencia, humillando a las mujeres, acusándolas de cosas terribles. Por favor, son dueños de hacer lo que les venga en ganas, pero piensen que si él no estuviera, todos aquellos artistas, mediáticos, lo que sea, vivirían un poco mejor, y no tan hostigados por este hombre. “¿Qué hice mal yo?”, se pregunta Jorge Rial desde las páginas de su autobiografía. La pregunta, por supuesto, es retórica, y se responde a sí mismo: “Muchísimas cosas, pero como soy hombre y voy de frente no le voy a sacar el culo a la jeringa: mi equivocación más grande fue lo que yo llamo la pelotudez con la tucumana Marianela Mirra, una franela de la que siempre me voy a arrepentir porque la herí a Mariana. Pero tengo la conciencia tranquila porque yo sé, y Mariana también, que fue solo eso. Una boludez. Un juego pelotudo al que me empujaron y entré, como un gil. Una maniobra en la que yo caí solito, motorizada por una

persona que está desquiciada y que me atrapó en un momento en que la relación con Mariana atravesaba por el desgaste propio de dos personas con un carácter muy jodido”. Aunque a muchos les cueste admitirlo —y aunque la mayoría esté dispuesto a negarlo más veces que las que Pedro negó a Cristo— el “flirteo virtual” existe. Muchas veces, incluso, ni siquiera es del todo malintencionado. Más bien se constituye en la forma más socialmente aceptada de histeria masculina. Muchos hombres casados (o “emparejados”, o en concubinato, o en relaciones serias, o en lo que sea) “tirotean” de vez en cuando a alguna fémina, sobre todo desde que las redes sociales hicieron esta clase de juegos de seducción mucho más sencillos y accesibles. La mayoría de las veces no llegan a pasar de las palabras a los hechos. Porque, como el mismo Rial explica, se trata de un “juego”, de una “pelotudez”, de esas cosas que el tipo hace por pensar con la cabeza equivocada y solo para demostrarse a sí mismo que aún tiene su armas de seducción cargadas y debidamente aceitadas. Y el que esté libre de este pecadillo, que se deje auditar su historial de WhatsApp y sus mensajes privados de Facebook. Nadie dice que esté bien. Pero sí que es mucho menos inusual de lo que se cree. Eso sí, de una suelta de cánidos por mensajito a una amenaza de pasarle por arriba con un camión a alguien, soltada al aire en televisión abierta, hay un abismo y medio.

Capítulo 16 Y aquí no ha pasado nada

Te quiero yo y tú a mí somos una familia feliz con un fuerte abrazo y un beso te diré mi cariño es para ti. BARNEY, EL DINOSAURIO Los rumores son así. Van de boca en boca, saltan de una cuerda vocal a la otra, y de oreja en oreja, hasta que llegan a los oídos de alguien con la lengua lo suficientemente larga —y filosa— como para propagarlo y que, a la vez (macabra coincidencia), tiene la suficiente cantidad de gente que lo escucha a su disposición. Sí, los rumores pueden propagarse despacito. Pero si, de pronto, tropiezan con un informador poderoso, hacen un pequeño paso para un datito suelto, pero un gran salto para la prensa rosa. O amarilla. O del color que venga al caso. La información de que Fabiana Liuzzi estaba embarazada de Luis Ventura corría en medios cordobeses desde varios meses antes del nacimiento del pequeño Antonio. Aunque, claro, Dios está en todas partes, pero solo programa los canales de televisión de Buenos Aires. Y la noticia, aun cuando implicaba a uno de los chimenteros más poderosos, temidos y odiados del país, no lograba traspasar las fronteras de La Docta. Le faltaba una buena propaladora. Por astucia o por azar, el hombre que convirtió un rumor de provincia en una noticia de alcance nacional fue el

poderosísimo Jorge Lanata, que ya venía confrontando desde hacía tiempo con su ex amigo y tocayo Jorge Rial, además de —por supuesto— con su lugarteniente, Luis Ventura. Uno de los que se hizo eco de la información fue Beto Casella, que en la emisión de Bendita (su programa por Canal 9) de la noche del 4 de mayo de 2014 —Lanata había soltado la noticia del bastardo por la mañana— le dedicaría todo un bloque a un “informe especial” sobre la flamante y aún no reconocida paternidad de Ventura. Por si el chimentero no tenía suficiente con confrontar con Lanata, una nueva batalla lo esperaba. Una contra el “bendito” conductor. La enemistad entre Luis Ventura y Beto Casella no es nueva, ni está estrictamente relacionada con el hecho de que Bendita difundiera el asunto del supuesto hijo natural de Ventura. Todo comenzó con una tapa de Paparazzi que anunciaba el romance entre Beto Casella y Carolina Wyler, compañera de Beto en su programa de radio. Según allegados, Casella le habría pedido a Ventura que frenara esa tapa, que quería arreglar todo con su familia antes de que se hiciera público el romance. Ventura afirmaría más adelante que él no había tenido nada que ver con esa tapa, que se había publicado durante su ausencia, mientras él viajaba al Vaticano a saludar al papa Francisco. Lo cierto es que, con o sin Ventura, la tapa salió igual y —dicen cerca de Casella—, el asunto ameritaba una devolución de cortesías. El informe que Bendita finalmente puso al aire no aportaba a la noticia mucho más que lo dicho por Lanata, pero ayudaba a instalar el tema en la agenda de los medios y, a fuerza de repeticiones, lo hacía un poco más cierto. A la mañana siguiente a la puesta en el aire del tema en la pantalla de Canal 9, un Luis Ventura furibundo hacía primero una serie de berrinches a través de Twitter: “Gordo, te vas a acordar de mí hasta que te hagas el transplante de moral, rata inmunda, coimero, rufián”, diría en clara alusión a Lanata; tras lo cual agregaría, entre otras sutilezas, una serie de amenazas contra Bautista Casella de las cuales la más contundente sería un “¿vos hacés humor con los demás? Hoy empiezan los chistes de tu peluca”. Sí, aparentemente, el “carpetazo” más contundente que Ventura tendría contra Casella en aquellos tiempos sería la información —prácticamente de dominio público— de que el conductor del 9 tiene alguna que otra dificultad para que su cabellera no se vea afectada por la ley de gravedad, por lo que había recurrido a algún implante capilar. A Lanata, Ventura lo llama “Larrata” y lo trata como a un delincuente. Pero lo más fuerte que tiene para decirle a Casella es “pelado”. Así y todo, el alopécico arrepentido no iba a perderse la oportunidad de jaquear una vez más a aquel Ventura que lo traicionara desde Paparazzi. Por eso, cuando Ventura llamó a Bien Levantado, el tradicional ciclo radial que conduce en la segunda mañana de Radio 10, mudado recientemente a Radio Pop, para salir al aire, la magia de la radio los puso frente a frente y en el

éter. El diálogo —que haría estremecer a más de un guionista experimentado, plagado de gritos y repeticiones—, incluye pases de factura retroactivos, alusiones a viejos rumores sobre ambos y, en muchos momentos, hace estallar el bizarrómetro. La voz chillona de un Ventura exaltadísimo y a los gritos, que tiene la desventaja táctica al estar al otro lado de una línea telefónica, es un ruido constante de fondo detrás de los ataques de Casella, que de tanto en tanto le permite meter un bocadillo, pero solo como un retroceso para tomar envión y volver a arremeter. No hay muchas garantías de que la transcripción de los ladridos de Ventura sea cien por ciento exacta, dadas las dificultades para entenderlo entre el sonido característico de una llamada telefónica y su registro de soprano —además de que se han suprimido algunos pasajes, mayormente por repetitivos—, pero el espíritu queda, es de suponerse, bastante reflejado. Casella: […] ¿Pero vos te creés que todo el mundo se va a cagar ante tu extorsión, querido? ¡Se te terminó! Vos sos un cagador que le decís a la gente “nos vamos a comer un churrasquito” y después lo cagás. Ventura: ¡Sacate la peluca que tenés, que te está friendo los sesos! Casella: Nah, hablá de periodismo, no hablés de la peluca. Vos le decís gordo al otro, te metés con la enfermedad del otro, te metés con las enfermedades de otro... Ventura: ¿Con qué enfermedades de otro? Casella: Con la enfermedad de Lanata. Qué tiene que ver si es gordo, si se va a morir de un ACV, ¿a vos qué te importa? Ventura: Hacés una apología idiota y después mandás saludos. ¿Por qué no le mandás saludos a la locutora que tenés al lado? Mandale saludos. O a las otras que tuvistes antes [sic], que te tuve que estar tapando. Casella: ¿Cuáles? Ventura: Yo no soy boludo. Casella: No podés vivir más extorsionando a la gente, Luis. No podés extorsionar más a la gente, se te termina porque te están acorralando en Tribunales. No te pueden notificar, te quieren llevar una carta documento y salís corriendo. Ventura: ¡Es una denuncia inventada! Casella: ¿Por qué no lo dejás a Sofovich que te notifique? ¿Por qué no te la bancás en Tribunales, que le dijiste “hijo de puta, andá a buscar a tu hijo”? ¿Por qué no te dejás notificar y vas a Tribunales? ¿Por qué no te dejás notificar por los veinte que te quieren notificar hace veinte año’ [sic]? ¡Andá a Tribunales! Que se vaya a Tribunales. ¡Vas en cana!

Ventura: No hay ninguna denuncia, tarado. Casella: ¡Vos vas a terminar en cana! ¿Cómo que no tenés denuncias? No tenés denuncias porque no te dejás notificar […] Ventura: Fue lo que hiciste durante años en tu casa, [¿rebotando?] a Patricia Quintero, la madre de tus hijos, rufián. Casella: ¿No ves que sos un alcahuete de lo peor? Pero vos no podés caminar por la calle [...] Ventura: Te protegí durante años. Casella: […] Mirá la diferencia entre vos y yo. Yo dije “si yo tuviera el ADN de que Luis Ventura es realmente el padre, lo tiro a la basura”. Esa es la diferencia entre vos y yo […] Ventura: Lanata esconde a Longobardi y a todos los tipos de Radio Mitre que tienen hijos que... Casella: Escuchame, bobo. Escuchame, bobo. Vamos a una esquina, parémonos en una esquina de Florencio Varela, a ver a quién va a ver la gente y a quien putean. Si vos no podés caminar una cuadra, bobo, si vos no podés caminar una cuadra. Ventura: A mí no me vengas con “la gente”, esto lo arreglamos vos y yo. Casella: Vos sos un alcah... ¡Por supuesto que lo arreglamos vos y yo! Extorsionador. Alcahuete. Vigilante. Todo vuelve, alcahuete. Ventura: Esperá solito, no vaya a ser que tengas un guardaespaldas. Casella: Todo vuelve, alcahuete. Ventura: Te voy a volar esa peluca. Casella: Todo vuelve, alcahuete, vení a tirarme del pelo. Ventura: Sacate la peluca. Casella: Alguien te tiene que hacer frente, alcahuete. Ventura: [inaudible] boludo... Casella: Alguien te tiene que hacer frente, vigilante. Vigilante de hombres. Ventura: ¿Pero vos me hacés frente? ¡Vos no me hacés ni cosquillas! […] Casella: Vení a Uriarte y Nicaragua, yo estoy acá, estoy en vivo, no estoy grabado. Ventura: No vaya a ser que no me esperés. Casella: ¿Cómo me voy a ir, gil? Vos estás acostumbrado a que se te asusten, y vo’ no podé’ asustar más a nadie. Dios quiera que esa criatura esté bien y que no sea tuya. Pero si yo tengo el ADN, no lo muestro, yo lo quemo, porque no me dedico a alcahuetear. Vos sos vigilante. Ventura: ¿Lo que vos dijiste el otro día no es una alcahueteada? La bajada de línea que hiciste... Casella: ¡Ninguna bajada de línea! Nosotros pusimos lo que... [la voz de Ventura sigue

sonando de fondo, el diálogo es confuso, pareciera que incluso para Casella] ¿Vos querés darle un mensaje a los demás de que el que hable de vos pierde? Mirá, yo estoy hablando de Ventura y no pasa nada. Me cago en Ventura. Ventura: ...una imagen que no existe, si no no te pondrías la peluca que te ponés. Casella: ¡Pero vení a tirarme del pelo! Tengo poquito pelo, ojalá me pusiera peluca y tendría [sic] pelo de verdad. ¡Tengo tres pelos! Ventura: ¡Tenés poquito pelo! Casella: ¿Pero qué tiene que ver la peluca? ¿Tan pobre de argumentos estás, tan mal podés defender esa carrera de mierda que tenés? ¿Tan mal podés defender esa carrera de mierda que tenés, que tenés que hablar de la peluca, del otro gordo? Ventura: [ininteligible] ...le tocabas el culo cuando hervían las papas. Yo me la banco con vos y con el que cae. Casella: Le tirás a Lanata, a las “cacatúas gomosas” [se refiere a un tuit de Ventura sobre las periodistas que acompañan a Lanata en radio] ¿Desde cuándo cargás a las gordas, vos? ¿Vos podés cargar a las gordas? ¿Vos podés cargar a este otro por gordo? Ventura: [a través de las preguntas retóricas de Casella] ...vos te la pasaste verdugueándome porque no me entraba el chaleco en Secretos Verdaderos... Casella: Ah, bueno. Disculpá que te hicieron un chiste, una vez. Ventura: Vos salís a verduguear forreando a toda la gente. Casella: El mensaje que querés dar es: “El que se mete conmigo pierde”. Y a mí me chupa un huevo, Ventura. ¿Estás entendiendo? Si vos querés dar el mensaje mafioso de “el que se mete conmigo pierde”, a mí me chupa un huevo, a ver si te queda claro. Ventura: No, papi. El que miente conmigo pierde, porque están mintiendo. Casella: Nosotros pusimo’ el audio de la radio a la mañana. ¿Dónde mentimos? Ventura: ¿Vos te creés que yo me voy a bancar que vos me digas ahora escorpión, garca o lo que se te ocurra? Casella: Sí, porque... Ventura: ¡Yo no fui el que publicó eso! [da por sobreentendida la tapa de su revista que molestó a Casella]. Casella: ¿Ah, no? ¿Y la revista Paparazzi de quién es, de Aldo Proietto? Ventura: ¿Y Maldita TV de quién es? Casella: Lo conduzco yo. ¿Te cagamos nosotros, contamos algo? Lo del embarazo circulaba... Ventura: [de fondo] ...saludos a todas... Casella: ¡Porque me cagaste con una tapa de mierda! Porque me cagaste con una tapa de

mierda no atendías el teléfono. Ventura: Pero si yo te encaré, yo fui y vos saliste a llorar como una maricona. Casella: Sí, claro, vas de frente para decir... pero mandás a tus pibes a llamar, a tus empleados a decir “che, se va a publicar, lo que te queremos contar es que...” Ventura: ¡Si yo no estaba en el país! Casella: Te portaste para la mierda conmigo y lo sabés. Ventura: …de vacaciones, y quinientas veces, lo que pasa que vos te paseabas con tu novia, con tu querida, de la manito delante de todo el mundo, toda tu producción estaba hablando de... Casella: [interrumpe, se superpone y gana la pulseada de volúmenes una vez más] Estás mintiendo, estás mintiendo como un forro. Además, debés ser un periodista re choto, porque si tenés fotos de la manito, ¿por qué no las publicás? No la tendrás. Ventura, no podés sostenerlo más, dejate de hinchar las pe... no apretés más gente. Ventura: No te confundas, Betito, que yo no soy Yanina Latorre [alude a una confrontación anterior entre Casella y la esposa del ex futbolista, donde ella terminó hecha un mar de lágrimas en cámara], a mí no me vas a pintar la cara, no me vas a llevar de la nariz. Casella: No me tuitées, porque a mí me chupás un huevo. ¿Entendiste? Ventura: Yo voy a ir para vértelo, el huevo. Casella: ¿Cuánto te tengo que esperar? Ventura: Guarda, que te salta el “stent”. Wyler: [única intervención de la locutora] Eh, qué bajo. Casella: Sos una porquería y lo peor es que lo saben todos tus compañeros de trabajo. Alguien te tiene que poner freno. Ventura: Pero vos no me lo vas a poner. Casella: No podés hablar de la salud de la gente, vos apretás a Mirtha Legrand diciendo que tenés una carta... yo tengo una carta que... Ventura: Yo te banqué mucho tiempo y te enojaste cuando el pobre boludo este no te pudo cubrir, porque me fui de vacaciones. Casella: ¿Pero qué te querés hacer, si vos no cubrís a nadie? A la única que cubrís es a Mirtha Legrand y se lo facturás una vez por semana, que tenés una carta del hijo. Das vergüenza cuando mostrás esa carta diciendo “señora, usté’ es una [ininteligible], yo tengo una carta”. Hacele un favor al periodismo, retirate. Ventura: No me rompas las pelotas, Beto. Casella: Andá a dirigir El Porvenir y no le hagas más mal al periodismo. ¿Por qué no vas a

dirigir El Porvenir? Dedicate al fútbol. Ya no hacés periodismo hace años. En Crónica fue la última vez que hiciste periodismo, después fue toda [sic] operaciones, cagarle la vida a la gente, delación, delatar, delator, vigilante. Pero por lo menos no extorsiones. Ventura: [al aire no se entiende, pero parece que Casella sí comprendió] Casella: No, yo también me dedico al show, pero no alcahueteo gente, no extorsiono gente. Yo también abandoné el periodismo. Ventura: ...yo metí temas centrales con Crónica, Intrusos hace catorce años que está en el aire, me parece que mal no me fue, alguno me debe seguir, me parece... Casella: Y... a Neustadt lo veían y lo puteaban, y con vos pasa lo mismo. Escuchame una cosa: yo también abandoné el periodismo y hoy me dedico más al show [Ventura intenta una intervención, no se lo escucha, Casella lo tapa], pero no extorsiono gente. El día que te puedan notificar cuatro de los que te están siguiendo, vas preso, Ventura. Y si te agarran en Olmos, ¿vos sabés cuánto durás en Olmos, por alcahuete? Ventura: Yo vivo en Lanús, y caigo en la calle, y salgo sin guardaespaldas. Casella: Sí, está bien. Yo, fijate que charlamos todo esto y ni hice mención de Córdoba, de tus cuestiones personales, nada. Yo no hablo de esas cosas. Ventura: ¿Vos no mandabas...? ¡Turro! Vos te hacés el pelotudo. Casella: ¿Yo te nombré a vos? ¿A mí me escuchaste dar una noticia, como dieron otros? ¡Cero! No me dedico a eso. Ventura: Vos sabés que, si yo me dedico a mandar saludos a Carolina Wyler... Casella: ¿Y qué tiene que ver? ¿Y quién sabe? Nadie sabe nada. Ventura: Si querés, le mando. Casella: Mirá... si yo para devolverte una tapa de mierda le mandos saludos a Fabiana Liuzzi es, ¿sabés qué?, una hormiguita contra un elefante. Nada. No se te puede tocar. Ventura: ¿Vos te creés que yo soy boludo? Casella: Sí, yo creo que sos boludo. Obvio que creo que sos boludo, te lo estoy diciendo hace media hora […] Dejá de extorsionar a la gente. Igual no me vas a hacer caso, porque ya estás grande, ya estás jodido […] Ventura: Hacé todos los informes que vos quieras, [ininteligible] te voy a sacar toda la mierda que tenés debajo de la peluca. Casella: Mirá qué valiente que es, “saco toda la mierda”. Vivís de alcahuete. Ventura: Alcahuete sos vos. Alcahuete y arrastrado sos vos, no yo, ¿entendés? Porque vos fuiste a buscarme y yo te dije cómo eran las cosas, yo te dije la verdad de cómo se había manejado todo.

Casella: No tenés remedio, Ventura […] Si vos lo que tenés que decir de Lanata y de la gente de Radio Mitre y de la gente que quedó embarazada... Ventura: ¿Sabés lo que me dijo Lanata? Que me iba a buscar con un revólver y me iba a pegar un tiro en la cabeza. Hay cuatro testigos de eso. Mirá al tipo que baja línea y no tiene huevo para bancársela en una esquina. Casella: Con las cosas que le has dicho, se puede entender. Está bien, Ventura. Vos sos un amor y yo estoy equivocado. Ventura: ¿Por qué no hablás de las paternidades, de los ADN, por qué no hablás de eso? Casella: ¿De la paternidad de quién? Ventura: De los tipos que tienen Radio Mitre. Casella: ¿Y qué tiene que ver […]? Ventura: Ya que estás tan preocupado por la paternidad, empezá por ahí. Casella: Yo no estoy preocupado por tu paternidad, porque no dije una palabra […] Ventura: Lo pusiste en el informe que vos elegiste, veinte minutos, y después hiciste la bajada de línea haciéndote el pelotudo. Casella: Por supuesto. Es mi especialidad hacerme el pelotudo […] No sos Marlon Brando, Ventura. Sos un forro de Lanús. Que alguien te lo diga, porque por ahí viste El padrino varias veces y te creés Marlon Brando […] La verdad, sos una cagada, Ventura. Ventura: ¿Soy una cagada? ¡Y lo que voy a hacer con vo’ [sic]! Lo que voy a hacer con vo’, porque esto es el comienzo, eh. Casella: ¿Me estás amenazando? Ventura: No, no, no. Vos me viniste a buscar, acá estoy […] Casella: Yo voy a hacer una cosa. Ahora, a las 11.53, con 16 grados, responsabilizo al señor Luis Ventura por lo que pueda ocurrirme de acá en adelante […] Ventura: Qué cagón. Andá, con esos bracitos de pollo. La repetición constante como refuerzo del mensaje, cuando realmente no hay un mensaje para dar, sino una seguidilla de “mojadas de oreja” es ciertamente fascinante. En este diálogo, Luis Ventura es una suerte de Rocky Balboa subiéndose a pelear contra Apollo Creed. No tiene chances ante un tipo que tiene todas las ventajas estratégicas posibles: es más fuerte —su voz suena más fuerte, porque está en el piso y tiene no solo mayor claridad de audio, sino el control técnico de lo que sucede—, está en su propio terreno (juega de local, es su programa) y está bastante más controlado, al menos al principio de la conversación, aunque se le irán aflojando las riendas a medida que la charla tome temperatura. Casella arranca usando insultos casi

“blancos” (lo llama “bobo”), pero con el correr de los minutos, irá escalando lentamente hacia un lenguaje como para hacer sonrojar a la Afsca, al menos un poquito. Ventura, por otro lado —al igual que Rocky— pone todo lo que tiene, pega duro, probablemente intuyendo que la batalla está perdida. Quizás la diferencia esté en que el ficticio boxeador de Sylvester Stallone no luchaba para ganar, sino para superarse a sí mismo, salir de los barrios bajos y defender su dignidad de clase obrera. Ventura, vaya uno a saber por qué pelea, pero ciertamente la dignidad tira la toalla en este cuadrilátero del aire. En el final de Rocky (la primera, la original, la única buena), el luchador golpeado —que habrá perdido la pelea, pero ha ganado un montón de batallas personales en el camino— pide a los gritos por Adriana, su gran amor. Y allí está ella, en pie, para abrazarlo en la derrota y celebrarle esos otros triunfos casi invisibles. Eso sí tiene Luis Ventura: su propia Adriana. Aun cuando Estelita Ventura sea considerada —o razonablemente idealizada— como esa esposa amorosa y leal, que defenderá a capa y espada a su familia, un desliz de estas proporciones no iba a pasar sin hacer mella en la siempre sólida estructura del clan. Que la infidelidad es algo a lo que pueden hacerse ojos ciegos, oídos sordos y músculos sentimentales tullidos; pero un hijo ilegítimo no es cosa de todos los días, ni algo que pueda esconderse bajo la alfombra. En la pareja hubo crisis. Si no la hubiera habido, sería motivo suficiente para dudar (un poco más) de la salud mental de esta gente. ¿Se resolvieron los problemas internos de la familia? Los más cercanos dicen que sí, que “ya pasó”. Desde el principio, Ventura afirmaba desde el aire de Intrusos, cuando el escándalo todavía hervía y no había ADN aún que confirmara su paternidad, que “en mi casa estoy manejándolo desde el amor y el cariño que nos hemos tenido siempre, desde una realidad personal que ya la planteé. Mi mujer es una mujer gloriosa, con la que pasé los mejores momentos de mi vida. Si ella aguanta esta parada, vamos a seguir y aunque no la aguante, voy a seguir con ella igual. Y si esa criatura es mi hijo, formará parte de mi familia. Mis hijos me dicen que si es su hermano, lo quieren conocer. Todo esto es nuevo para nosotros, nunca vivimos una cosa así”. Y, no, Luis. No suele suceder. En su edición del 9 de mayo de 2014, la revista Paparazzi dedica su tapa —en un acto de endogamia que seguramente no tenga precedentes, o tenga muy pocos, en la prensa mundial— a su mismísimo director. En una foto en la que mira a cámara con una supuesta expresión de tristeza, se lo puede ver en la cocina del departamento de Lanús (explica en la misma nota que

es departamento que perteneciera a sus padres y que para él es un templo, un lugar donde ir a meditar y darse espacio; “vengo acá y me pongo en contacto con lo que es otra etapa de mi vida y con mis viejos”) al que fue a recalar tras abandonar el hogar conyugal. Lleva puesta una remera blanca de manga corta y, por encima, un chaleco de lana de color rojo. Está en la cocina, ceba mate. Al fondo se ve un calefón y una instalación que bien podría provocarle un ACV a cualquier gasista matriculado. Sí, la imagen misma del glamour, además de casi una tomada de pelo (oportunamente recogida por las redes sociales) tratándose de un hombre cuyos hijos sufrieron no una sino dos intoxicaciones consecutivas por instalaciones de gas defectuosas. El título de tapa de esa particular edición afirma: “Amo a Estela y voy a recuperarla”. Una poderosa frase textual de Ventura. El guerrero que vela las armas para la batalla. La decisión tomada. Y, sin embargo —curiosidades del arte de la edición—, en ninguna de las subsiguientes cinco páginas que ocupa la entrevista aparece esa frase. La magia del periodismo, que le dicen. La huida de Ventura hacia el departamento de sus padres en medio del huracán del hijo ilegítimo fue la señal visible, para la tribuna, de que Estelita no iba a perdonarlo en forma instantánea. O sí. Entrando en el terreno de la mera especulación, habría lucido muy mal si el incidente hubiera pasado de largo sin consecuencias. Hacer la “finta” de la separación —como la harían por su lado Rial y Antoniale tras el incidente Mirra— salvaguarda la dignidad de la pobre mujer engañada. Así y todo, aun cuando la relación tambaleaba, nunca hablarían en público, mientras duró la crisis, de separarse para siempre. Por el contrario, Estela acabó cubriéndole las espaldas a su marido en momentos complejos que vendrían muy poco tiempo después; su desvinculación de Intrusos en particular. Con el tema aún fresco y sin test de ADN resolutorio, diría Ventura, en Paparazzi, sobre su propia esposa: “A Estelita esto la desacomodó y estamos viviendo un momento muy especial entre nosotros, pero que no es ni el primero ni será el último. Yo tengo 25 años de mi vida con Estela. La mitad de mi vida la pasé con la misma mujer, que es la madre de mis dos hijos. Le guste a quien le guste, Estela y mis dos hijos van a ser mi familia hasta que me muera. Hay etapas en las que estaré bien, hay etapas en las que estaré no tan bien, pero ella en ningún momento va a dejar de ser la mujer más importante de mi vida. Nadie va a poder equiparar ese tiempo de convivencia y amor”. ¿Es una obviedad muy grande decir que Estela no tomó a bien el nacimiento del ilegítimo cordobés? Por lo pronto, aun cuando ella acompañaría a su infiel marido en los momentos más complejos de su vida, el viaje a Córdoba para conocer —y reconocer— a su más flamante retoño no sería uno de ellos. El conflicto triangular, en palabras de la revista Semanario, en la crónica de aquel viaje, dice:

En un principio se había especulado con que Estela, la esposa de Luis desde hace 29 años, viajara con él a Córdoba, pero no fue así. Prefirió quedarse en su casa cuidando del hogar. “En este momento de mi vida no quiero tener ninguna relación con esa mujer y ese nene”, enfatiza Estelita sobre la amante y el hijo de su marido. Fabiana también se refiere a esta situación. “En este barco están Ventura, mi hijo y yo. Luis puede ir con la persona que quiera de la puerta de la clínica para afuera. En la neo entra el padre o la madre, son las reglas de la clínica y no puede entrar nadie más. Cualquier persona que le faltó el respeto a mi bebé no entraría. Mi reacción va a ser de cordialidad. Yo quiero un padre para mi hijo, no una pareja. No dudé de que le vaya a poner el apellido porque ya lo habíamos hablado. Cuando me fui a hacer una de las ecografías le dije a Luis que le iba a poner su nombre en homenaje a su sangre y no cambio de opinión de un día para el otro, como así tampoco me saco un afecto de un momento al otro”, dice Liuzzi luego del encuentro. Sin embargo, a pesar de que el tema fuera grave y desencadenara una separación temporaria entre Luisito y Estelita, desde la comunicación “oficial”, Ventura siempre minimizó el impacto. Hizo hincapié constante en que él y su mujer son una pareja de muchos años y buscó la identificación haciéndose, y haciéndole a la audiencia en su totalidad, una pregunta retórica inusualmente naif: ¿qué pareja de muchos años no ha tenido momentos de crisis? Seguro que casi todas, aunque los hijos extramatrimoniales no figuren en ninguna clase de estadística como el motivo más común del mundo. Por otro lado, Ventura pone a Estelita todo el tiempo en el pedestal de “la mujer más importante de mi vida” y “la mujer de siempre”, como si ese acto de canonización de Santa Estela Virgen y Mártir le limara por un instante a la señora las afiladas puntas de sus cuernos. En el año 2012 Ventura escribiría, en el prólogo de su libro Toda la verdad y nada más que la verdad, el siguiente mea culpa: “Debo reconocer que alguna vez me equivoqué, pero también aprendí del error. Y me esmeré para pedir las disculpas del caso. Eso me ha hecho un ser humano más accesible para quienes quieren venirme a buscar. Ellos saben que yo siempre escucho y atiendo, algo tan ajeno a la mayoría de los famosos”. Casi parece premonitorio. O quizás solo sea la mejor defensa de alguien acostumbrado a meter la gamba hasta el cuadril. Vaya uno a saber. El final del camino de este héroe, el regreso a la comarca, pero ya enriquecido por la experiencia, se narra en las páginas de la primera edición de Pronto de junio de 2014: “Después de una crisis matrimonial que incluso los llevó a estar noches sin compartir el mismo techo,

Luis Ventura y su esposa Estela se reconciliaron. Y el sábado a la noche [se refiere al 31 de mayo] tuvieron su primera salida pública e incluso se mostraron a los besos en el Teatro Astral, al que fueron a ver el espectáculo de Martín Bossi”. La relación entre Ventura y Liuzzi, por su parte, ha quedado prendida con alfileres. Aun cuando las negociaciones de otorgamiento del noble apellido y aporte de cuota alimentaria estuvieran cerradas, volverían a confrontar para el primer Día de la Madre de la vedette cordobesa. Aunque, más que una confrontación, se tratara de un berrinche bilateral. “En un momento pensé que Antonito no iba a sobrevivir”, diría ella en una nota más que emotiva para revista Pronto. Incluso, cuando le preguntan por el dueño de la semillita, Liuzzi es razonable y ecuánime: “El papá cumplió ampliamente con las expectativas como padre. Por la distancia no lo ve con mucha frecuencia, y no pienso decir ni cuánto ni cómo ni qué es lo que hace por su hijo para preservar su intimidad y por respeto a él [NdA: la ausencia de comas se corresponde al texto original.] Pero sí te puedo decir que Luis es un papá presente, está pendiente de su hijo, con eso me basta y me sobra y me da felicidad por Antonito […] Obviamente que tengo que hacer un poco de madre y de padre. Pero no es algo que me pese: lo hago con total felicidad”. En esa misma entrevista, Liuzzi contaría cómo Facundo Ventura —“un divino”— había viajado a Córdoba a conocer a su medio hermanito, aunque la visita de Nahuel, el otro Ventura, continuaba pendiente. “Los hijos de Luis son sagrados para mí, así que tienen las puertas abiertas de esta casa para venir cuando quieran”, afirmaría la flamante madre ante Pronto. Con respecto a la legítima esposa, en cambio, tomaría distancia: “Mi vínculo es con el padre de mi hijo y es el único vínculo que me interesa. No tendría por qué hablar con ella”. En general, el texto de la nota muestra a Liuzzi como una señora feliz, que ha logrado una cierta “pax” con el padre de su hijo. Sin embargo, sería esa mismísima nota —que ocuparía la tapa de esa edición de Pronto— la que le provocaría a Luis Ventura un ataque de furia. El terreno de catarsis: Twitter. La seguidilla de tuits furibundos incluyó las siguientes bellezas, donde tanto las abreviaciones como las mayúsculas constantes que usa el periodista en la red social han sido evitadas: “Basta de mentir y mostrarme como el malo de la película [...]”, “Ahora todo pasará por Tribunales, basta de ser bueno, es el final que ella eligió [...]”, “Ante falacias, calumnias e injurias emitidas por Fabiana Liuzzi iniciaré acciones legales, exigiendo no lucre más mostrándose con un menor”. Parece que el hombre se habría tomado una nota más bien tierna, personal e ingenuota, muy a pecho.

Los amores de Jorge Rial están teñidos de matices de culebrón: engaños, venganzas, mujeres buenas que se vuelven malas, villanas que claman por redención, hijas que no son hijas y obstáculos permanentes en la búsqueda de esa felicidad perfecta que Corín Tellado nos supo vender. Pero si el corazón de Rial vive en una telenovela, el de Luis Ventura, en cambio, cabe más bien en el registro de la comedia de enredos. Donde todo es un poco raro, un poco bizarro, un poco desmedido, ciertamente rimbombante y pasional, pero sobre todo un poco exagerado. En su libro El guión, el norteamericano Robert McKee explica que una de las diferencias fundamentales entre el drama y la comedia es que, aun cuando el héroe deba sufrir durante todo el “viaje” para lograr sus objetivos, la esencia de la comedia es que nunca nadie sale lastimado. Un palazo en medio de la cabeza mata a un personaje en un “thriller”, pero provoca un chichón y una risa en un episodio de Los tres chiflados. Los golpes, en la comedia, se supone que no lastiman. Desde esa perspectiva, ver a Luis Ventura en paz con su esposa y haciéndose cargo de su hijo con Fabiana Liuzzi parece poner un final feliz a la tragicomedia de sus andanzas. Al final, nadie salió lastimado. Sin embargo, sus exabruptos durante la crisis, sus peleas públicas, sus pérdidas de autocontrol, sus desmesuras y su inoportuna apología pública del aborto acabarían por costarle un precio alto, muy alto, en el plano laboral.

Capítulo 17 Es complicado

Será, será, será como mamá y papá, tendrá en la cara un hoyito y un lunar. CANTANIÑO La relación entre la dupla Rial-Ventura y el que alguna vez fuera el mejor jugador de fútbol del mundo nunca fue del todo placentera. Para empezar, a Luis Ventura jamás le tembló la voz —o el pulso— para juzgar con dureza a Diego Armando Maradona. En cuanta pantalla o revista tuvo disponible, fue despiadado. Sin embargo, el gran tema que supo escandalizar al regordete “Ventu” nunca fue el de las drogas (uno de los grandes estigmas maradonianos, en el que sí se interesaría, in extremis, su socio Jorge Rial en su libro El intruso). Tampoco se metió con la verborragia hostil del futbolista, que supo hablar mal hasta del papa Juan Pablo II, cuando lo consideró oportuno; ni con su situación sentimental —que, tras la separación de Claudia Villafañe tuvo más idas y vueltas que hamaca de plaza— y mucho menos con cuestiones deportivas, pese a que el fútbol es la otra gran pasión venturiana. La gran obsesión de Luis Ventura, al menos desde su especial forma de ejercer el periodismo, siempre fue la paternidad del Diez. “En casos muy populares, como los de Federico Luppi y Diego Maradona, yo he fijado una posición”, afirmaría Ventura, en mayo de 2014, desde las páginas de Paparazzi, donde editorializa: “Aplaudí la decisión de Maradona de darle su apellido a Diego Fernando y fustigué que Diego Jr. haya tenido que llegar a esa condición a través de la

justicia”. La prensa de casi todos los géneros se ha hecho eco de la particular relación de Diego Maradona con su numerosa prole. Es sabido que su adoración por Dalma y Gianinna llega a extremos por lo menos polémicos. Porque el Diego no solo es un “fan” de sus propias hijas y un padre quizás sobreprotector, sino que durante mucho tiempo solo reconoció a estas dos chicas —la descendencia que tuvo con Claudia Villafañe— como únicas portadoras legítimas del apellido Maradona. Todos los demás hijos extramaritales parecen haber sido una especie de molestia en un hombre que sabe mucho de fútbol, pero —evidentemente— muy poco de anticoncepción. Sus aventurillas le han costado un puñado de reclamos de paternidad y algún que otro test de ADN. Ya en los inicios de Rial y Ventura en televisión, cuando hacían El Paparazzi bajo la producción de Ideas del Sur, un asunto vinculado con Maradona generaría rispideces. Los periodistas habían conseguido un video exclusivo del hijo ilegítimo italiano del ex futbolista. La puesta al aire provocó la furia del ídolo “y Tinelli, que sabía del video, se hizo bien el boludo para no quedar mal con el Diego”, confiesa un ex miembro del equipo de producción. Este hecho habría endurecido la relación entre Ventura y Tinelli. Sobre la larga enemistad entre los periodistas y el astro del fútbol, diría al respecto la revista Noticias, en mayo de 2014: La relación [de Rial y Ventura] con Diego Armando Maradona es áspera desde 2005, cuando el futbolista condujo, por apenas unos meses, el programa La noche del 10, por El Trece. Los periodistas siempre le criticaron al astro que solo se refiriera a Dalma y Gianinna como sus hijas, mientras al menos un hijo más reclamaba el apellido […] Fue Ventura, por caso, quien reveló el supuesto segundo embarazo de Verónica Ojeda. También discutió en vivo con Gianinna Maradona por haber dado a conocer rumores sobre la salud de don Diego (padre del Diez) y cuestionó, todas las veces que pudo, el rol de Rocío Oliva en la vida del ex jugador. Además estuvo el “incidente del pendrive”. En agosto de 2013, Jorge Rial mostró en Intrusos una misteriosa tarjeta de memoria que, presuntamente, contenía imágenes comprometedoras de Maradona. El contenido —si es que realmente existía— nunca llegó a la pantalla. Dicen los que dicen que saben que las diferencias entre los chimenteros y el futbolista se resolvieron en un encuentro privado en la casa de Víctor Stinfale, abogado del Diego, aunque muchos niegan esta historia. Sin embargo, provocador, tras la pelea al aire, Maradona le envió una botella de Dom Pérignon de regalo a Beto Casella. Como para que no queden dudas de dónde están sus lealtades.

Sobre la finta del pendrive existen al menos dos versiones, ambas de fuentes ligadas con la producción de Intrusos. Una afirma que, muchas veces, cuando la dupla amenaza con mostrar una foto o un video, en realidad no lo tiene, pero le consta fehacientemente que existe. La otra es que el material realmente está en su poder, pero está siendo editado mientras el conductor “calienta la pantalla” generando expectativa sobre el contenido. “A veces las cosas no salen al aire porque no se terminan de editar”, explica un anónimo muy vinculado con la producción del programa, “pero otras veces llega alguien y ‘lo para’.” ¿Quién puede tener suficiente influencia para “parar” la salida de un video en Intrusos? ¿Cuáles son las herramientas para lograrlo? Ah, grandes misterios sin resolver. En su primer libro, Luis Ventura define a Diego Armando Maradona como “una especie de Túpac Amaru contemporáneo”, tironeado por un entorno tan complejo como tóxico. “Los padres de Diego han sido buenos y permisivos con un hijo que les ha dado todo, incluidos los disgustos, las humillaciones, las vergüenzas”, explica. Por supuesto, la estructura familiar del futbolista es un rincón ineludible del imaginario venturiano. “La relación de Claudia [Villafañe, la primera y única esposa legal] con la familia Maradona nunca fue fácil […] Doña Tota, la madre del campeón, no la quiso de nuera. En ese sentido, obró y se ocupó personalmente de fogonear otras relaciones, como la de Lucía Galán, integrante de Pimpinela, que durante más de siete meses fue compañera de Diego en sus giras y viajes […] Las hermanas de Diego, por su parte, alentaron la relación con Cristiana Sinagra, una modelo italiana que le presentó la esposa de su hermano Hugo […]”, continúa Ventura. “Sin embargo, ambas fueron relaciones paralelas a su unión con Claudia y sucedieron en momentos de crisis de este vínculo [...] Al final terminó peleándose con sus hermanos y su madre […] pero Cristiana quedó embarazada, tuvo un varón, Diego Armando, nacido en 1986 […] A pesar de legalmente portar el apellido y de las pruebas de ADN, Maradona ha manifestado no reconocer a Diego Jr. como hijo. Algo similar ocurre con Jana, la hija que tuvo con Valeria Sabalain (la mujer con la que estuvo en pareja después de separarse).” El casamiento de Maradona con Villafañe en 1989 superó a otras bodas épicas que la prensa local supo conseguir, incluyendo la de Palito y Evangelina. Según Ventura, “Claudia propuso que se casaran y que sus hijas fueran las únicas que portaran el apellido Maradona. Y Diego aceptó”. El modesto saloncito de fiestas elegido para el evento fue ni más ni menos que el Luna Park. Muchos han especulado sobre este matrimonio y el presunto compromiso del Diez de no

reconocer hijos extramatrimoniales como una forma de minimizar la cantidad de herederos a la hora de repartir. Aun cuando el jugador se mantuvo firme durante años, los últimos tiempos y quizás cierta madurez lo han “ablandado”. En el discurso de Ventura en torno a Maradona, la pareja y la familia, hay algunos puntos interesantes. Más allá de que el romance entre el futbolista y la chillona soprano del dúo romántico-melodramático de la canción latina puede o no ser cierto, que un periodista acuse a la propia madre de conspirar en contra de un matrimonio no es algo que le caiga bien a nadie. Y, sin embargo, Maradona acaba dándole la espalda a su familia —de hecho, retirándoles el saludo y, más vital, la asistencia financiera, durante un tiempo— por haber tratado de separarlo de la que fuera su gran amor. Al final, el tío Luis tenía razón. También resulta curioso cómo Ventura, que condena con ferocidad a Maradona en forma permanente por sus paternidades no asumidas, parece sin embargo en el libro perdonarle en forma constante cualquier presunción de infidelidad. Todas sus historias de amor, todas sus pasiones clandestinas —y algunos de los subsecuentes embarazos— habrían tenido lugar justo cuando estaba temporariamente separado de Claudia Villafañe. Porque, claro, no es lo mismo acusar a un tipo de andar desparramando su carga genética a troche y moche que endilgarle a una señora el título nobiliario de Cornuda Número Uno de la Nación. Pero más allá de sus dificultades para mantener la bragueta arriba, una parte importante de la conflictividad en torno a Diego Maradona está anclada en una lucha de clanes digna de Game of Thrones, que Jorge Rial relata en El intruso con algunos detalles sórdidos: En aquel maldito verano de 2000 la vida de Diego Maradona volvió a cambiar drásticamente. Una mañana se presentó en la Clínica Cantegril, de Punta del Este, al borde de la muerte. Con la única compañía de Guillermo Cóppola […] se acercó caminando a la guardia sin poder respirar. Fue internado y allí se comprobó que su corazón había estado a punto de estallar y que su vida corrió verdadero peligro. Cuando su amigo “Guillote” dio la cara, aseguró que todo había sido producto de una indigestión […] Horas antes de su descompostura [Maradona] había estado en una reunión donde lo acompañaron sus amigos, entre ellos Ferro Viera, un personaje ligado al submundo de la droga y que muchos señalaban como el encargado de conseguirle la merca al jugador […] Nadie habló de nieve y solo se señalaba como causa de la descompostura una pantagruélica cena. Lo que nunca contó Cóppola es que, en realidad, al dar la cara él exclusivamente […] estaba cubriendo a Claudia [Villafañe de] Maradona, que había declarado no estar allí en el momento de la explosión de salud de su marido. Claudia había estado, pero así quedaba fuera de declaraciones comprometedoras. Era

él o ella a la cárcel por un eventual cargo de falso testimonio y los códigos de Guillermo lo llevaron a poner su canoso y caballeresco pecho. Pasado el primer susto, una sorda pelea se desató en torno a Diego. Las partes en disputa fueron su familia directa y los amigos del astro […] La esposa del futbolista, harta de una situación que esta vez había tenido un peligroso pico […] entregó [a los médicos] una estricta y breve nómina de visitas permitidas. En ella solo figuraban sus hijas y sus padres. Es más, otro de los pedidos de la mujer habría sido que “Guillermo ni se acerque a Diego”. Como una inesperada movida de ajedrez, la mala salud de Maradona sirvió para que su familia reubicara sus posiciones alrededor del ídolo […] El supuesto y aciago “fiambre” sirvió para superar un largo distanciamiento en el matrimonio, que los había llevado a vivir en lugares separados […] Las correrías de Diego y la aparición de sus hijos extramatrimoniales [es] una cruz que lo persigue pese a su repudio público. El ídolo llegó a escupir en televisión ante una pregunta de Luis Majul sobre cuál sería su reacción si un día se le acercara su hijo italiano. “La lucha de poderes entre la familia y el entorno se agudizó”, explica Ventura a su vez, en su propia obra literaria. “‘Coco’ Villafañe, el padre de Claudia, que fue un tipo emblemático en la incursión de Maradona en al noche, le abrió los ojos a su hija para que empezara a tomar recaudos en el manejo del dinero y del patrimonio.” A esta situación —y a la constante puja de poder entre Villafañe y Cóppola— suma Ventura una anécdota en la frontera de la fantasía: que el hogar de los Maradona no podía tener empleadas domésticas, porque eventualmente acabarían llevándose de souvenir “la semillita”, con los riesgos para el patrimonio que otro test de ADN positivo implica. “Cuando Claudia ya no soportó más las adicciones y las infidelidades de Diego, le planteó el divorcio”, explica Ventura en su libro. “En la ciudad de La Plata, en un taller de chapa y pintura, me entregaron una copia del expediente de divorcio. Nosotros lo dimos a conocer con el detalle de cuáles eran los requerimientos: ella se quedó con la totalidad de lo que había ganado Maradona hasta ese momento, y esa fortuna fue depositada en cuentas bancarias en Suiza a nombre de sus hijas (las únicas dos que él reconoce).” Uno de los momentos más ásperos de la relación entre todos estos divos tuvo lugar en febrero de 2013. Maradona apareció por teléfono desde Dubai como entrevistado en Intratables, el programa conducido por Santiago del Moro por América. “No les tengo miedo. Yo me separo y es un matrimonio terrible, Rial se separa y es un amor eterno”, afirmaría abusando de la llamada

de larga distancia. “Con Rial y con Ventura papá se la banca. No voy a permitir que ningún estúpido ensucie a Claudia. No hablé antes porque no les tengo miedo [sic]. Yo soy dueño de mi vida. Me tiraron a los 15 años y tengo 52; que me quieran venir a comandar la vida, pobre de ustedes. Vayan a trabajar.” Además, se refirió a los dos astros de América como “putos periodistas”, algo que —en la dialéctica homofóbica maradoniana— habría de interpretarse como un insulto. La emisión del día siguiente de Intrusos fue un festín. “El primero en tomar la palabra fue Rial, con quien Maradona tiene una larga disputa que viene de varios años (se refirió a él en alguna ocasión como ‘huevo duro’, en alusión a la imposibilidad que tenían el conductor y su por entonces esposa Silvia D’Auro de tener hijos propios)”, explica Diario Popular el 19 de febrero de 2013. “Rial le recordó a Maradona que desde que inició el ciclo hace ya trece años, el ex 10 de la Selección tuvo 4.745 oportunidades (por la cantidad de días transcurridos) de ir a tener su ‘cara a cara’ con los Intrusos.” “Yo a un enfermo no le contesto porque es aprovecharse […] Es un hombre que creo que ya salió del infierno de la droga”, aprovechó Rial para cargar las tintas. “Y la droga deja consecuencias; y uno lo ve en Diego, lamentablemente. Yo me divorcio pero vos no solo te divorciás sino que vas dejando hijos por ahí también […] Lamento que hayan desaprovechado la oportunidad de preguntar, repreguntar. Lo tuvieron ahí a Maradona. Lo dejaron hacer un discurso uniforme, alguno hasta mostrando un tatuaje en un acto de felpudismo periodístico que me da un poquito de vergüenza. Pero está bien, cada uno hace periodismo como quiere.” A su turno, Ventura también se despacharía contra Maradona: “Por una cuestión solidaria, la gente que tiene al lado mantiene silencio, como también hicieron silencio muchos ‘putos periodistas’ […] La utilización de la palabra puto no me ofende, porque no lo soy. Y, si lo fuera, no lo ocultaría. Pueden revisarme todos los orificios corporales para constatarlo. Pero la palabra ‘puto’ está utilizada con un espíritu peyorativo y discriminatorio. Pero hay muchos periodistas que son putos y, a lo mejor, alguno de los que estaba ayer en el estudio [de Intratables] lo era y guardó silencio, porque eso es lo que genera Diego Maradona. Implementa la política del terror”. Luis Ventura acusando a Diego Armando Maradona de usar su posición para infundir temor a otros es un monumento al muerto riéndose del degollado. El escarnio al aire continuaría doblando la apuesta sobre drogas, paternidades no asumidas, dinero y placeres de la carne: Le tiró mierda incluso a gente que le prestó plata para que pudiera volver al país, porque él le debía 150 mil mangos a los hijos reconocidos por la Justicia en concepto de alimentos.

Claudia, que iba a levantar droga a la villa, levantó un teléfono y le pidió a un alto directivo que le preste el dinero para que Diego pueda volver a la Argentina porque él no ponía un sope para los hijos que no quería reconocer […] No me banco los padres que no asumen lo que generan […] Y yo veo unas hijas con vergüenza permanente por el estado en el que se presenta su padre en muchos lugares. Los putos periodistas pueden constatar a nivel policial cómo encontraron a Diego Maradona cuando lo llevaron detenido en aquel allanamiento, cuando estaba acostado con otro caballero en un mismo catre. O pueden constatar las grabaciones cuando en el Hotel Nogaró pedía travestis para compartir sus alcobas. Eso sería un puto futbolista, o un puto técnico. No me importa, porque son elecciones sexuales y de vida. Finalmente, como una excepción a su comportamiento usual, Ventura hizo una severa crítica a Maradona por su carrera deportiva: “Un Maradona que confabuló y boicoteó al ‘Coco’ Basile para quedarse con su lugar y que cometió el peor tropiezo futbolístico perdiendo con Bolivia por seis goles. Lo rajaron a patadas en el culo de la Selección argentina en el último mundial porque Alemania nos metió cuatro goles. Vayan a Mandiyú y pregunten en qué condiciones dejó a ese club, que desapareció del fútbol argentino, prácticamente. Nunca más volvió a jugar en primera. Vayan a Racing, vayan Newell’s, vayan al Sevilla, al Barcelona”. Si algo estaba claro era que tanto Ventura como Rial tenían una cantidad de facturas para pasarle al Diez que hubieran hecho sonrojar a la mismísima AFIP. Sabían dónde y cómo pegarle. Sin embargo, la guerra, aunque extensa, no duraría por siempre. Verónica Ojeda fue la última mujer en darle un hijo a Diego Maradona. Al menos la última hasta el momento en que este libro fue terminado e impreso, lo cual no garantiza que no pueda haber preñado a otra media docena de damiselas en apuro solo durante el proceso de distribución a librerías. “Se la presentaron en el cumpleaños de Jorge López, un sobrino de Diego”, asevera Luis Ventura en su primer libro. “Unos afirman que fue Carlos Martínez el que auspició de celestino, otros dicen que Verónica vivía en Villa Fiorito, que es el barrio donde nació Diego. Lo cierto es que se conocieron y se deslumbraron.” Sí, Maradona tiene una tendencia a dejarse deslumbrar por un tipo de chica que no suele encajar del todo en los patrones de la botinera tradicional. Basta comparar los perfiles de Villafañe, Ojeda o de la más reciente Rocío Oliva con los de las esposas de otros futbolistas de todos los tiempos, proclives a elegir modelos, para notar que las

mujeres del Diez no están cortadas precisamente con la misma tijera. “Verónica se enamoró de un hombre quebrado desde lo económico y desde lo emocional”, continúa Ventura. “Diego recién regresaba del centro de rehabilitación cubano La Pradera, donde había pasado momentos muy críticos por su adicción a las drogas. Tengo fotografías de Maradona en las peores condiciones, durmiendo todo el día, rodeado de algunas cubanas en situaciones poco felices. Verónica rehabilitó a ese Diego […] y le salvó la vida al internarlo en tiempo y forma. También fue ella la que lo instó a ordenar su manera de alimentarse.” El embarazo de Ojeda estuvo teñido por sombras de duda. Algunos especularon con que ella se habría sacado el DIU a propósito, buscando embarazarse. “Tener un hijo de Maradona es garantizarte una renta vitalicia”, juzgaría una de las más celebres, refinadas y graciosas botineras del ambiente. El estrambótico doctor Alfredo Cahe, médico personal de Maradona, afirmó en su momento que todo había sido “un accidente”. “Pero sé que durante una ecografía […] Verónica le rogó al […] director del instituto que le informara a Maradona que estaba esperando un hijo”, completa Ventura la anécdota. “Verónica, una mujer valiente para enfrentar muchos frentes [sic] no se animó. Maradona se enojó, se fue, la dejó sola. Todo por aquel juramento sobre el apellido.” La dulce espera y el nacimiento serían material para Intrusos durante los meses siguientes. Pero el tema clave, el de mayor interés, era si Maradona estaría dispuesto a poner su apellido en el DNI del hijo de Ojeda. El año 2014 recién despuntaba cuando la morocha arrepentida anunció con bombos, platillos y gira mediática que estaba embarazada por segunda vez de Diego Maradona, pese a que ya se había separado del futbolista y que él estaba en pareja con la jovencísima Rocío Oliva. En marzo perdería el embarazo, algo que anunciaría con un comunicado de prensa: “En el día de la fecha, comunico que luego de un complicado embarazo, he sufrido la pérdida del mismo y esto hace que me encuentre inmersa en un profundo dolor. Por eso sepan entender el momento que estoy atravesando, por tal motivo es que no voy a realizar ningún tipo de declaración”. Por supuesto que se tejieron todo tipo de especulaciones: que el embarazo nunca había existido, que había existido pero que él la había obligado a abortar y —por supuesto— que el Diez no era el padre. Nada que pueda darse por debidamente probado. El portal de noticias Ciudad.com, sin embargo, se la jugaría por una de las versiones de la historia: “En medio de las especulaciones que surgen a partir de esta triste noticia, Ciudad.com pudo confirmar, a través de fuentes médicas, que Verónica Ojeda realizó un test de ADN para evitar cualquier duda sobre la paternidad del hijo que estaba esperando, ya que ella misma había anunciado que el padre era Diego Maradona, algo que el ex futbolista le desmintió a su hija

Gianinna vía WhatsApp”, afirma el 23 de marzo. “Hace dos semanas, la madre de Dieguito Fernando le había dado una nota a AM. Y cuando la periodista Pía Shaw le preguntó qué les diría a los que ‘aún no creen en este embarazo y en esta panza, como Rocío Oliva’, Ojeda contestó: ‘¡Mirá mi pancita, ja, ja, ja! […] Estoy de tres meses. No me interesa lo que diga esa mujer. Lo importante es lo que pasó y lo que hablamos con Diego. El que dice que yo miento o que digo que estoy embarazada y no lo estoy, se verá ahora cuando nazca en septiembre y haga el ADN y que sea de Ma-ra-do-na’ […] En enero de 2010, Ojeda había perdido un embarazo de cuatro meses. Luego, el 13 de febrero de 2013 fue mamá de Diego Fernando, aunque luego confesó que cuando estaba de cinco meses, le habían comunicado que eran mellizos, pero que uno había interrumpido su proceso de gestación.” Durante el Mundial de Brasil, Verónica Ojeda visitó al padre de su hijo, que había viajado para seguir a la Selección. A su regreso, Ojeda afirmó ante los medios que había compartido la habitación con su ex, dando a entender una posible reconciliación que jamás sucedería. Pero lo significativo del viaje sería que, a partir de ese momento, Maradona parecería haberse replanteado su rol como padre, algo que Luis Ventura no dudó un segundo en aplaudir de pie. En medio de su propia crisis personal, Ventura le dedicaría a Maradona la editorial de la edición de Paparazzi del 20 de junio de 2014. El texto está plagado de sutilezas y no tanto. De juicios que dejan en claro que el periodista nunca estuvo de acuerdo con la postura del futbolista con respecto a la paternidad; pero también de un aire exculpatorio. Una palmada en la espalda tras la apertura maradoniana a su “familia extendida”. Casi una carta abierta, que por momentos parece autorreferencial, como si, en vez de felicitar a Maradona, se estuviera felicitando a sí mismo. Dice, entre otras cosas, en la nota titulada “¡Bien, Diego!” [NdA: El tono coloquial, el uso algo polémico de los signos de puntuación y el uso de un par de palabras que no figuran en el Diccionario de la Real Academia corresponden al texto original]: Lo que Diego haga con la vida de Maradona es un tema personal que él manejará como quiera y pueda. Y que seguramente seguirá ocupando la atención de los medios. Pero lo que ha hecho en los últimos días bendiciendo en su espacio televisivo deportivo a su hijito Diego Fernando, fruto de su pareja con Verónica Ojeda, y anunciado que también le gustaría encontrarse con Jana, la hija adolescente que tuvo con Valeria Sabalain, cuando vuelva a la Argentina, habla muy bien de él, y yo lo celebro. Aunque se lea paradojal, a mí personalmente me dio como un regocijo espiritual, porque verlo en el lugar que como padre debe tener un histórico como él es halagador y luminoso.

Porque no voy a venir a descubrir yo lo que significa Maradona como figura y nombre popular, de ahí la importancia de que finalmente haya ocupado el lugar de quienes le reclamábamos la identidad y el reconocimiento de esos hijos que por distintos motivos de la vida fueron engendrados y traídos al mundo. Y Maradona de a poco lo va haciendo, y eso está muy bueno. Ojalá que estos últimos tiempos de distancia con su tierra, su pueblo, su familia y sus cosas le hayan servido para ver si escuchar al nuevo, o si preferís, viejo Maradona que tantas alegrías nos dio en las canchas de fútbol y en los grandes desafíos internacionales […] Por todo eso celebro este momento que la televisión y los medios [sic] me devuelven a ese Maradona del barrilete cósmico contra rivales y piratas, que empieza a reordenar su vida, su corazón y también prolija [sic] sus cuestiones personales, en las que brinda y recibe el amor que durante mucho tiempo se privó de disfrutar. ¡Diego, un diez! Oh, Diego Armando, padre abandónico de hijos ilegítimos... Yo, Luis Antonio, apóstol del test de ADN, te perdono. Amén. Suena demagógico. Y, sin embargo, desde un punto de vista de ética periodística —algo que tanto se les ha cuestionado a los chimenteros en general y a nuestra dupla favorita en particular — tiene todo el sentido del mundo. Dice Jorge Fontevecchia en el manual de estilo del diario Perfil: “Los falsos pastores generan sospechas. La distancia entre el discurso y los hechos indica que la moral no se declama, se ejerce; que no se puede escucharla, pero se puede verla. Las convicciones solo resultan creíbles cuando se fundan en una trayectoria”. Eso es lo que Ventura intenta defender, distanciándose del maradonismo: una ética que, al menos para cuestiones personales, supone que tiene. Durante más de una década, la enemistad entre los intrusos y el jugador había ido creciendo. El gesto aprobatorio de Ventura cuando vio un cambio de actitud de Maradona con respecto a su paternidad puede haber allanado el camino hacia una reconciliación. Aquella reunión privadísima en casa del abogado Stinfale, cuya existencia algunos niegan, seguramente también. Lo cierto es que, al tratarse de figuras así de populares, pueden sumar rating peleándose; pero mucho más pueden sumar si están en buenos términos. Imaginemos por un instante que Rial deja de cuestionar a Maradona y que, a cambio, este le abre las puertas con notas exclusivas. Es solo una hipótesis, pero no sería improbable que, como decía Borges, no los una el amor, sino el

espanto; y que el hecho de que estén en buenos términos pueda deberse a una conveniencia mutua. “Tuvimos una charla de dos hombres que ya están de vuelta, tranquilos y lo noté muy bien”, confesaría Jorge Rial en Intrusos, en junio de 2014. “Hace años que no hablábamos, en el medio todo lo que pasó... y que dolió.” Su explicación sobre cómo sucedió fue algo ingenua, pero viable: Hubo mucha gente muy cercana a él intentando este encuentro. Tanto Diego como yo estamos grandes. Hablamos de hombre a hombre, no hablamos para una nota. Fue una charla cortita, en la que le dije que lo veía bien, que me alegraba verlo así, que me conmovía […] Creo que no le quedó una cagada sin mandarse. Pero la vida le dio un montón de oportunidades. Primero, de salvarse de la muerte y le dio una segunda oportunidad de armar una familia […] Quedamos en sentarnos como hombres incluso a charlar sobre lo que nos diferencia. Porque yo no quiero dejar pasar eso. No con rencor, porque ya pasó el tiempo y se va diluyendo el rencor, pero sí decirnos lo que nos tenemos que decir. Uno lo tiene que hacer también porque sino es un necio toda la vida. “A pesar de mi larga y fuerte pelea con Diego Armando Maradona, nunca hablé con mala leche ni me metí en los detalles de la vida de sus dos hijas mayores, Dalma y Gianinna”, diría Rial en las páginas de su autobiografía. “Meterte con tus hijos es pegar debajo del cinturón. Y debajo del cinturón duele. Duele demasiado.” Ciertas fuentes del ambiente no temen en afirmar, con cierta audacia, que la expulsión de Luis Ventura de Intrusos habría sido una de las condiciones impuestas por Maradona para fumar la pipa de la paz con Rial. Es que se dice que el famoso y temido archivo de Ventura en efecto contiene no solo videos comprometedores, sino también cierto papeleo que a la familia del ex futbolista le interesa ocultar mucho más que —quizás— imágenes sexuales complicadas: documentación exclusiva sobre las propiedades y empresas controladas por Diego Maradona y, sobre todo, por Claudia Villafañe. Que el armisticio entre Rial y Maradona fuera un hecho quedaría demostrado —al menos a nivel periodístico— a raíz de un incidente, casi un mes después del Mundial, que terminó con Rocío Oliva (la novia, en ese momento, de Maradona) detenida por la policía en el aeropuerto internacional de Ezeiza. La relación del futbolista con esta chica con edad para ser su hija y que jugaba al fútbol en River siempre fue conflictiva. Cuando él se fue a instalar en Dubai para dirigir fútbol y

protagonizar un reality show, ella viajó con él y se instaló en el Emirato. Ella luego lo acusaría de violencia doméstica y de tenerla prácticamente prisionera en su casa en Dubai. Cuando ella finalmente decidió dejarlo, pareciera ser que se habría llevado algunos “souvenirs”, lo cual provocó que él la denunciara por robo —en el mundo árabe, la condena puede ser feroz— y, finalmente, la detuviera Interpol cuando intentaba ingresar a la Argentina. Según informara el abogado Morla a la prensa, el inventario de las cosas que Oliva habría robado estaría formado por cuatro relojes, un par de aros de brillante, dos iPads, un anillo, teléfonos celulares y dinero en efectivo, entre otras cosas, por un valor total de alrededor de 400 mil dólares. Mientras Oliva estaba detenida en Ezeiza, Maradona hacía su descargo, por teléfono desde Dubai, ni más ni menos que en Intrusos. Una nueva puerta acababa de abrirse. Una que garantizaría exclusivas —como la de una fallida reunión entre Maradona y todos sus hijos, a finales de agosto del mismo año— para los periodistas y algo de buena publicidad para el maltrecho astro. Diego Armando Maradona estuvo casado con Claudia Villafañe. Pero, durante ese periplo, engendró al menos dos ilegítimos con dos mujeres diferentes y hasta se lo acusa de haber tenido un intenso affaire con Lucía Galán, de Pimpinela. Tras el divorcio, dejó un heredero más, Verónica Ojeda mediante, y construyó con Rocío Oliva una relación tan tormentosa que acabó con una aparición estelar de Interpol. Si el Diego tuviera que poner su estado sentimental en Facebook, para él hay una sola opción: “Es complicado”. Sus vaivenes sentimentales, sexuales y familiares, potenciados por su lengua ponzoñosa y sus problemas con las drogas, lo convirtieron en carne de cañón para Jorge Rial y Luis Ventura. Y, sin embargo, ¿puede acaso culparse a los periodistas de haber estado ejerciendo —a su manera, por supuesto— ni más ni menos que su oficio? Maradona es, fue y probablemente será por mucho tiempo el deportista más importante que ha dado el país. Ascendido al estatus de celebridad internacional, su vida (y no solo su desempeño profesional) es de interés para el público. ¿Está mal querer saber todo sobre él y, por supuesto, publicarlo? No. Si las formas en que se haya hecho, si los métodos con los que Maradona fue sometido al escrutinio periodístico, son poco éticos, es otra historia. Una historia que solo Dios puede juzgar. Aunque, como todos sabemos, Maradona es Dios, lo cual vuelve a la situación un poco confusa.

Sí, sí, es complicado.

Capítulo 18 Pero el amor es más fuerte

Mas hoy, que estoy tan solo y tan cansado de llorar, quiero saber si tú querrías regresar junto a mi lado para amarnos otra vez. SANDRO Si algo enseñan las buenas prácticas en materia de asuntos de alcoba es que los elogios se hacen en público y las críticas se hacen en privado. O, para zambullirse abruptamente en el lugar común, “los trapos sucios se lavan en casa”. Este no es el caso de Jorge Rial. A los tres meses de haberse separado de Mariana Antoniale tras el escándalo de los mensajitos “hot” intercambiados con Marianela Mirra, las tintas contra su chica estaban más que cargadas y su house organ favorito —la revista Gente, donde es un amigo de la casa, puede explayarse a gusto y, por supuesto, vende muchos más ejemplares que su pseudo-propia Paparazzi— sería un terreno más que propicio para contar su drama. En la foto de apertura de la nota publicada el 4 de junio de 2014 se lo ve con los ojos vidriosos. Sí, el tipo más duro de la televisión, el más malo entre los malos, llora por amor. El texto incluye algunos momentos que, desde lo periodístico y lo narrativo, son simplemente exquisitos; la envidia de más de un consagrado autor de culebrón. “Jorge luce enojado, triste”, dice el conmovedor relato: “Muy seguido sus ojos se enrojecen y se llenan de lágrimas”. En la nota afirma haber perdido siete kilos desde la separación, aunque las fotos de la época no constituyan verdadera prueba de que haya estado haciendo la dieta de

los corazones destrozados. Le duele —o, al menos, eso muestra— recordar cuando su hija Rocío le dijo “vos sos más feliz cuando estás solo, no te arrastres”. Consejos para el corazón de un adulto de boca de una quinceañera. Mientras Rial lloraba en las páginas de Gente, reportaba desde su lado la siempre implacable revista Pronto: Ahora sí, la historia llegó a su fin. Hasta hace apenas unos días, todavía había quienes alimentaban esperanzas de que Jorge Rial y Mariana “Loly” Antoniale pudieran reconciliarse. Pero el viernes 30 de mayo se produjo el último encuentro amigable entre ellos. Hubo abrazos y palabras tiernas. Pero después todo se derrumbó. Quien parecía ser la víctima se convirtió en victimario. Y quedó en evidencia que lo que parecía un amor idílico no lo era tanto. Porque si bien es cierto que el conductor de Intrusos había quedado expuesto cuando Marianela Mirra expuso los WhatsApp hot que mantenía con él, ahora también se había enterado de que la modelo también lo habría traicionado. Y que, como si eso fuera poco, había hecho cómplice de su mentira a Morena, una de sus hijas. ¿Pero en qué clase de pecado mortal había incurrido Loly para que Rial le cambiara el rol de princesa al de bruja, en su cuento de hadas? No hubo versiones oficiales, pero sí muchos rumores, con una tendencia a coincidir en un puñadito de hechos puntuales: Antoniale habría llevado a Morena Rial a la disco Esperanto. Más allá de la fama del boliche —se dice, coto de caza de aspirantes a botineras— y del hecho de que Morena, siendo menor, estuviera trasnochando con su madrastra en un lugar para adultos, lo que habría desatado la ira de Rial habría sido otra cosa. En Esperanto, Antoniale se habría cruzado con una ex pareja y le habría rogado a Morena que no compartiera esa información con su padre, supuestamente para evitar celos. No sería este el único incidente que involucraría a las hijas. Según explicara Rial a Gente, Morena además le habría contado que “un día cuando fuimos a Córdoba me dejó en un bar para ir al departamento de un amigo. Como no volvía, fui y le toqué timbre. Tardó una hora en bajar y estaba con ese chico”. “Ese chico”, se supone, era el cantante cuartetero Damián Córdoba. Según Morena Rial, Antoniale le pedía que “no le cuentes a tu papá. Si no, no vamos a poder volver más a Córdoba, que a vos te gusta tanto”. Un verdadero ejemplo, que lleva a Morena a la fantasía de recortar las fotos de sus quince para excluir a “Ma” de las imágenes. Algo que, reconciliación mediante, al final nunca sucedería. El muchacho en cuestión, por supuesto, buscó desmarcarse raudamente de la situación. El

miedo no es sonso. En el programa 70.20.Hoy, conducido por Chiche Gelblung, explicó que “siempre hubo simpatía, siempre hubo buena onda con ella. La conocía de antes, iba a mis bailes y siempre se la ha tratado con la mejor onda tanto a ella, como a la hija de Jorge, a More, como a Meli, que es prima de Mariana”. Hasta mostró una foto donde aparece con ambos, Antoniale y Rial, una bandera blanca, un grito desesperado de “yo no tengo nada que ver”. Sin embargo, más allá de todo descargo, la guerra contra Loly era en ese momento una realidad. Se habían metido con sus hijas —o al menos eso decían las menores— y eso, él, no planeaba permitirlo. “Su vida sentimental es como el rating: minuto a minuto”, diría la revista Noticias esa misma semana. “La misma energía que había puesto al servicio de la reconquista fue usada esta semana para informar que ahora era él quien quería el fin de la pareja con Antoniale […].” Si la historia de Rial y Antoniale fuera una película melodramática, de esas donde Meryl Streep aspira a llevarse un puñado de Óscares, el “Mirra-Gate” sería el clímax, el momento de máxima tensión, ese instante en el que parece que todo está perdido y mantiene al que pagó su 2x1 en el cine del shopping más cercano sentado al borde de la butaca. Que alguien conspirara con su hija para que él no se entere de algo alteró a Rial, como si él mismo y la mismísima Loly no le hubieran pedido a las hijas que mantuvieran en el más absoluto secreto aquel épico viaje a Venecia, sobre todo para que no llegara a oídos de Silvia D’Auro. Pero, más allá de demonizarla en pantalla, Rial hizo algo más para pasarle la factura a Antoniale por el desliz. O, al menos, se dice —se sospecha— que hizo. Aunque sin pruebas tangibles, en medio de la tempestad, Loly insinuaría en varias oportunidades que Rial estaría utilizando sus influencias en los medios y en el ambiente del espectáculo para que ella se quedara sin trabajo; una represalia casi mafiosa. Señala al respecto la revista Pronto: [...] frente a Marcelo Tinelli también aseguró que su entorno estaba siendo intimidado. “Mis amigos están recibiendo consejos, de mala manera, de que se alejen de mí. El tema tendría que ser conmigo, no con la gente que quiero”, aseguró [Antoniale]. De esta manera, aunque sin ser nombrado, Rial quedó sindicado como el responsable de la difícil situación que estaba viviendo Antoniale. Y como pese a la insistencia de Marcelo Polino y Moria Casán para que identificara con nombre y apellido a quien se refería, la modelo prefirió sembrar la duda sobre el tema, el conductor de Intrusos decidió dar su versión. “No siempre las que parecen víctimas lo son. Uno guarda silencio por respeto a los sentimientos. Pero cuando lastiman a

un hijo se cruzan límites […] Usaron mi silencio adrede para generar un manto de sospecha y hacer ver que había una red mafiosa. En el medio pasaron cosas que no puedo creer […] Ya cerré la persiana y he puesto cuatro candados”. En las páginas de Gente, Rial haría también su descargo sentimentalón: “Siempre te protegí y te voy a seguir protegiendo […] No te quiero hacer daño”, diría Rial que le habría dicho a Antoniale. “Me duele que deje en el aire la duda de que yo la estoy amenazando, como hizo en Showmatch, de que tiene miedo.” Como si nunca nadie hubiera acusado a Rial de extorsionador (aunque no haya una sola condena judicial en su contra por ese delito), su ex novia-modelo sembraba la duda, y tras un incidente que involucraba a una de las hijas del periodista. En esta instancia de la narración, ya no solo estaban separados: eran enemigos. Las cosas no podían ponerse peor. Tensión dramática a pleno, el momento en que cualquier buen autor hace un cambio de dirección en su historia. El operativo de reconciliación fue tan perfecto que más de un político soñaría con tener un jefe de campaña equiparable al equipo Rial-Antoniale. Y, ciertamente, más de un productor de telenovelas pagaría muy bien por guionistas que sepan manejar de esa manera los golpes de efecto. La tensión creada en sucesivas idas, vueltas y escenas de presunta ruptura estilo “vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta” —hubiera sobredramatizado Pimpinela— llega a su clímax cuando parece que todo está perdido, pero no. Lo chistoso, lo casi burdo (tanto de las novelas de amor como de la historia del periodista y la modelo) es que el espectador sabe, siempre sabe, que el final feliz está a la vuelta de ese punto de quiebre donde todo parece irreparable. Por eso sigue mirando; por eso sufre con los protagonistas de la historia; porque sabe que —al final del arcoíris— está el oro de los duendes. La gente disfruta el drama porque el drama da recompensa: después de un rato de sufrimiento viene el final feliz, la escena de la boda y el “y fueron felices para siempre” (la gente feliz ya no come perdices, eso es cosa de abuelas). Como toda gran historia de amor, la de Jorge y Loly necesitaba un final feliz. Y el periodista, como protagonista, autor y editor de su propio Cincuenta sombras de Rial escribió un capítulo conciliatorio. Para redactar el guión de este grand finale usó las páginas de dos de sus medios más amigables: Gente y, por supuesto, Paparazzi; además de Ciudad GótiK, su programa de radio. Así, cuando todo estaba al borde de estar perdido para siempre, el héroe tomó acción. En una

escena digna de una película romántica protagonizada por Tom Hanks y Meg Ryan, el galán “escapa hacia adelante”. En vez de poner un punto final a la relación y volver a empezar a vivir su vida, dobla la apuesta. Se pone de rodillas, abre una caja de joyería que contiene un anillo con un diamante del tamaño de una pelota de golf y, con los ojos empañados, dice: “Marry me, Loly”. Claro que Jorge Rial no es Tom Hanks ni su vida es un guión de Nora Ephron, por lo que la secuencia narrativa no es tan predecible. De hecho, lleva su curiosa marca personal. Rial hace su “puesta de rodillas” a través de los medios, tanto amigos como enemigos, en pequeñas dosis, con cuentagotas que van sumando datos a la trama. “Le retacea la información a sus compañeros de panel”, afirma la revista Noticias a fines de junio de 2014. Según el semanario, el chimentero más temido buscaba que el manejo de la historia no se le fuera de las manos. A decir verdad, los tortolitos nunca estuvieron del todo separados. Aun cuando ella, ofendida, se había retirado del departamento compartido, seguirían orbitándose mutuamente. Ejemplo a la orden del día: cuando, en abril de 2014, Tinelli estaba por lanzar la nueva versión del Bailando, todos los participantes fueron reunidos en el Tattersall de Palermo para hacer una producción de fotos para Gente. Mariana Antoniale —parte del elenco— estaba nerviosa. Cerca de ella afirman que, además de la presión de sumarse a uno de los programas más exitosos de la historia de la televisión local, la distancia con Rial la tenía a mal traer. Mientras ella se preparaba para las fotos, él estaba negociando sus honorarios para hacerse cargo de la conducción de Pulsaciones, un programa de entretenimientos. A ella le costaba manejar tanta presión y acabó llamándolo: “No puedo salir a hacer la foto, me siento mal, estoy angustiada”. “Se sentía sola”, le explicaría Rial a Gente dos meses más tarde, con la reconciliación ya en marcha. “Le dije a [Martín] Kweller mientras negociaba el contrato: ‘Poné la plata que vos quieras, me voy’. Y corrí a su lado. Marcelo me esperó en la puerta. Me senté a su lado y la abracé. Hasta que se sintió bien.” En la entrada del Tattersall había varios periodistas y fotógrafos esperando el ingreso de los participantes para robar una imagen o una declaración. Rial no les esquivó el bulto: “Vine para estar con ella y sabía que me iba a encontrar a todo el periodismo en la puerta”, explicaría a Gente para la nota publicada el 15 de abril. “Pero hoy es Mariana la que necesita tiempo y la entiendo.” Los encuentros, por supuesto, continuarían. “¡Estás en bolas!”, le diría Jorge Rial a Mariana

Antoniale, en la intimidad del camarín privado de la modelo en los estudios de Showmatch en Ideas del Sur, donde, en junio de 2014, ella bailaba por vaya uno a saber qué clase de sueño (¿el de facturar?). Ella lo miró sorprendida. Les tomó un segundo distenderse. Finalmente llegó el beso. Aunque no fue un beso apasionado. Fue cariñoso. En la mejilla. Tras varios meses de distancias, idas, vueltas y declaraciones furtivas —y no tanto— a la prensa rosa, les había llegado el momento “tenemos que hablar” que, parece, le cabe a toda pareja. Claro que, para una pareja “normal”, el encuentro sería en el bar de la esquina. A lo sumo, en un Starbucks. Pero Jorge Rial es tan poderoso que se da el lujo de entrar y salir de las instalaciones de Ideas del Sur como si nada, sin que una cámara lo persiga, sin que al aire se escrache lo que está pasando. Es que, al fin y al cabo, el mandamás de la productora, Marcelo Tinelli, sabe lo que hace y puede capitalizar el culebrón para mantener caliente la pantalla de su propio programa. Porque, así como Antoniale insinuaría en Showmatch que, desde su pelea con Rial, se la marginaba del medio, también sería Tinelli el celestino que, al aire y en uno de los programas más vistos del país, comenzaría a abogar públicamente por una reconciliación. “Ay, Marcelo Tinelli […]”, exclama Rial en su libro más reciente: “A veces cree que él está por encima de todo y de todos […] Y a veces hace cualquier cosa para sumar unos puntos de rating. Por eso se ‘colgó’ de mi discusión con Mariana. Entonces en un momento empezó con el juego de sacarme por teléfono al aire para hablar con ella en su programa, en vivo”. ¿Habrá sido una cosa espontánea, o lo habrán acordado, en privado, entre Tinelli, Rial y — quizás— la misma Antoniale? Posiblemente fuera una reconciliación legítima, fogoneada por la eterna cacería del puntito extra en las mediciones de Ibope. O tal vez se tratara de una “operación” para generar contenido que cotice y mantener el control de los temas que se ponen al aire y se publican en las revistas. Sí, siempre hay algún paranoico que desconfía hasta de una tierna historia de amor como esta. Lo cierto es que el triángulo formado por el intruso, la modelo y el conductor estrella no es nuevo. Rial y Tinelli se conocen, y desde hace tiempo. Cuando Rial dirigió la programación de América, supo comprarle contenidos a la Ideas del Sur de Tinelli. La misma compañía produjo ciclos conducidos por Rial. La vida y la profesión los han hecho cruzar caminos varias veces. Casi podría decirse que son amigos. Además de que Rial aspira a, algún día, ser como Tinelli. Ser el número uno. “El contrato que [Mariana Antoniale] tiene en el Bailando se lo cerré yo. Hablé con la gente de Indalo y cerré que le pagaran hasta fin de año aunque la eliminaran en la primera ronda. Es mucha plata”, confesaría el mismo Rial en aquella extensa y exculpatoria entrevista para Gente.

Hacia fines de junio, la revista Gente haría gala de metáforas armamentistas para reportar las últimas novedades desde el frente de combate: “Después de intercambiar gruesa munición verbal, parece que Jorge Rial (52) y Mariana Antoniale (26) van a usar la última bala que queda en la recámara —como le sugirió él a ella en el momento más difícil de la crisis […]— para disparársela al amor”. El semanario se remite a los diálogos sostenidos entre los dos protagonistas de la historia durante aquella visita de Rial al camarín de la modelo a principios del mismo mes y a una cena íntima en el coqueto Bruni del Bajo Belgrano, una semana más tarde. “Sí, me junté con Mariana a charlar”, admitiría él un par de días más tarde al aire por Radio La Red, “teníamos un diálogo pendiente”. Pocas personas cuidan tanto qué palabra exacta eligen como Jorge Rial. Y que la llamara Mariana en vez de Loly, en ese contexto, era significativo; una clara señal de que, en la cuidada estrategia comunicacional del periodista, buscaba evitar connotaciones negativas. Ella, siguiendo el diseño melodramático de la historia, se sumaría para corear el relato cuando un movilero la sorprendiera en la calle (“sorprendiera” es un término demasiado generoso en un mundo donde las guardias periodísticas se conversan, donde muchas fotos sacadas por paparazzi están arregladas —“afano pactado”, en la jerga de la prensa local— y donde un cierto acuerdo entre las partes es moneda común). “Charlamos de lo que pasó, fue muy positivo. Yo le dije todo lo que tenía ganas de decirle, de las cosas que me molestaron, y él las entendió. Ya hablamos con las chicas. Estamos mejor. Nos separamos enamorados, pero me faltaba esta charla. Yo me quedé más tranquila y él también. ‘Si me querés reconquistar, tenés que hacer trabajo de hormiga’, le dije. Vamos a ver qué hace. Si a mí me gusta, si estoy conforme y digo ‘vamos para adelante’, todo puede pasar. Que la reme más... Para mí es muy poco.” Lindo discurso. Para la cámara. Contar la historia de amor de modo que el público se mantenga entretenido y siga hablando de ellos requiere de sumar tensiones. Por eso, ella provoca. “Estaba saliendo de grabar Pulsaciones y me llegó un mensaje de Mariana que decía: ‘Estoy cerquita, a que no venís’”, relataría Rial a Paparazzi con respecto a aquella cita en el camarín de Ideas del Sur. “Ella pensó que no iba a ir, pero me aparecí ahí.” Al instante, él —o Luis Ventura, o quien sea que tenga esa clase de poder de decisión en la revista Paparazzi— redoblaría la presión, haciendo aparecer en tapa por primera vez la palabra “casamiento” en una nota sobre las idas y vueltas de la relación. Pero ella, que había pasado del rol de damisela en apuros al de villana accidental, vuelve así a un rol de heroína activa que

lucha por su dignidad. En esta instancia de la trama, Rial aún es el macho que está en falta y ella, con un despecho simpático, casi alegre, le pasa la factura. Él no se queda atrás: “Si quiere estar conmigo otra vez, pretendo que sea por lo que represento para ella como persona y como hombre, y por supuesto por amor. Mis amigos me criticaron mucho cuando aparecí tantas veces pidiéndole disculpas en televisión, pero me bancan en cualquier decisión”, dirá Rial a Gente. El paso de Antoniale por la mesa de Mirtha Legrand marcó otro hito en el proceso de reconciliación pública de la pareja. Mientras ella lloraba al aire, explicando cuánto extrañaba a la familia, él aparecía, por teléfono y desde Nueva York, usando el aire de la diva de los almuerzos para declarar que “tenía ganas de decirle a la mujer que está allí que la amo […] Se lo dije personalmente, y ahora a la distancia, que la amo. Y que el amor en mí sigue intacto, absolutamente intacto, y el de mis hijas también, el de los tres, el de la familia que queremos armar”. Sobre el final de la alocada y mediática semana conciliatoria, la revista Noticias se sumaría al coro de medios que seguía de cerca los pasos de la infeliz pareja para desmenuzar el fenómeno con precisión quirúrgica: “Mariana Antoniale sabe. No pasó dos años al lado de Jorge Rial sin aprender algunos de los trucos más efectivos del periodismo de chimentos. El jueves 19 [de junio de 2014] después de las cinco de la tarde la modelo cruzó el ventanal y salió al balcón de la casa de su ex. Podía suponer que algún fotógrafo estaría a la espera, agazapado, con la cámara lista para registrarla allí. Despeinada, casi de entrecasa, con la foto entregó un mensaje: está de vuelta”. Según una fuente íntima citada por Noticias que —obviamente— prefiere mantener su identidad en el más absoluto anonimato, “no quieren mostrar todo resuelto de un día para el otro”. Y... no. Tiene sentido. Porque si algo le causa daño y le resta credibilidad a la trama de un atrapante culebrón son las casualidades, los accidentes, los milagros, las soluciones demasiado sencillas; recursos de guionistas mediocres, algo que la dupla, artífice de su propio reality, parece saber muy bien. Cuando el final feliz llega demasiado rápido, a la historia se le ven las costuras y hasta el más ingenuo desconfía. Con ritmos cinematográficos, la reconciliación comienza a tomar forma el 30 de junio de 2014, ni más ni menos que en la superpoderosa pantalla de Showmatch. “Estamos mejor, reconciliados, nuevamente juntos”, confiesa Loly ante la insistencia de Tinelli, “Tenemos un buen diálogo, pero aún no vivimos juntos”. Claro, eso atentaría contra la credibilidad de la fábula. Sin embargo, Antoniale acelera el tranco a la hora de volver a instalarse en el rol de madre putativa: “Estuve en la casa de Jorge ayudando a Morena en la organización de su

cumpleaños de quince”. Pero Marcelo Hugo nunca se conforma. Dispuesto a ir por más, quería un anuncio de boda. Ante la insistencia, Loly levantó el guante, provocando a Tinelli a llamarlo a Rial y ponerlo al aire. Relata la revista Caras de la primera semana de julio: “Ya en diálogo con el conductor de Showmatch, Jorge fue respondiendo las preguntas. Y según fue anunciando Marcelo, Rial reconoció estar de novio y la llegada de una posible boda. ‘Dios quiera’, aseguró el periodista cuando le consultaron si podría ser padre nuevamente”. La “fiesta de quince” es una tradición muy arraigada en las familias argentinas de todas las latitudes y estratos sociales. Con mayores o menores presupuestos, más o menos estridencia, distintos grados de brillo, todas atesoran como un recuerdo imborrable ese ritual de pasaje hacia la adultez. En las familias más pudientes, desde hace ya varios años, se acostumbra a que la quinceañera pueda optar por un viaje, como alternativa a la fiesta. Pero no en el caso de Morena y Rocío Rial, dos chicas cuya billetera paterna no se amilana ante la perspectiva de doble festejo y viaje. Morena, de hecho, tuvo su festejo íntimo en Córdoba, con “Ma” y sin “mamá” D’Auro, con sus músicos de cuarteto favorito y una cantidad algo obscena de comida de por medio. Rocío, en cambio, se diferenció de su hermana optando por un viaje familiar. Así, el 18 de julio de 2014, Jorge, Loly, Morena, Rocío y su mejor amiga Pilar se embarcarían en una gira europea. Londres, París y Roma. Gente, Pronto, Caras, Semanario y Paparazzi —todos con fotos de la misma agencia de “cazadores de personajes”, tomadas en Ezeiza antes de la partida — empapelaron los quioscos con la noticia de que no solo estaban viajando todos juntos, como una simpática familia disfuncional pero feliz, sino que además, Rial y Antoniale habían vuelto a ponerse sus respectivos anillos de compromiso. El viaje fue, además del festejo de la menor de las hermanitas Rial, la confirmación oficial y para los medios de que el periodista whatsappero y la modelo​vedette-bailarina cordobesa estaban juntos otra vez. Volaron por Lufthansa, vía Fráncfort, lo que le valió a Rial tener que soportar con estoicismo las risitas de los alemanes al decir que era argentino y con el resultado del Mundial de Brasil aún tan fresco en la memoria colectiva. Nada que un buen berrinche tuitero como catarsis no pudiera expiar. En Londres, hicieron shopping en Oxford Street y se pasearon por Covent Garden. Luego, París, Roma y... Positano, el lugar donde, según el mito, según el relato de este amor, él se le declaró. ¡Qué románticos! Pero obviamente el festejo cordobés por los quince de Morena y el viaje a Europa por los de

Rocío no serían las únicas ocasiones en que se le celebrara a las muchachitas su ingreso en la supuesta adultez. El 18 de octubre de 2014 hubo una fastuosa fiesta en el Hotel Faena. Las invitaciones, que costarían mil pesos cada una —sí, mil pesos cada tarjeta—, serían un artilugio digital de alta tecnología, imposible de copiar o falsificar, e intransferible. No fuera cosa de que se colara algún indeseable. Luis Ventura tuvo su tarjeta, por expreso pedido de las chicas Rial, que no se imaginaban el festejo sin el “Tío Luis” presente. Silvia D’Auro jamás figuraría en la lista de invitados. Apenas una semana antes de la gran fiesta —tapa de Gente mediante— Rial y Antoniale anunciaron su boda, aunque aclararon que sería en algún momento de 2015, para no quitarles protagonismo a las festejadas quinceañeras. “Este año es para las chicas”, diría Antoniale. “Las chicas son muy compinches conmigo y yo con ellas”, agregaría la mamá postiza, ni bien comenzaba la relación, según recuerda la nota publicada a finales de septiembre de 2014 por la revista Gente para hablar de la potencial boda. “Se dio naturalmente, sin ningún esfuerzo. Jorge y yo sabíamos que si mi relación con More y Ro no funcionaba, nuestro noviazgo tendría que terminar.” Una declaración que, vista a la distancia, navega a dos aguas entre lo polémico y lo risible. Para las pequeñas Rial, Antoniale fue “Ma”, una madre sustituta que, aparentemente, eligieron. Pero también fue, sobre todo desde la pantalla de Intrusos y desde las páginas de las revistas “rialistas”, la “traidora” que usó a las chicas de escudo. Ahora, si la intención de “Ma” Antoniale era no opacar a Morena en su propia fiesta de quince, su fracaso fue estrepitoso. Al menos en lo que concierne al “look”. En general, salvo por —curiosamente— Rial mismo, el cuarteto lució un estilo digno de aquel maravilloso reality llamado Fashion Emergency. El vestido de Rocío estaba muy bien. Blanco, discreto, talle alto, dejaba ver sin embargo unos zapatos negros que, aun cuando hayan costado un dineral, poco tienen que ver con la ocasión. El de Morena no escapaba para nada de las convenciones de una quinceañera, aunque la tiara coronándole la cabecita tuviera algo de excesivo. La chica quería un vestido dorado, pero la diseñadora Verónica de la Canal acabó convenciéndola de lo contrario, y terminó confeccionándole uno con falda al bies color té, con tul francés bordado con cristales y corset de puntillas. Aunque, para estar cómoda para bailar, acabaría cambiándoselo por uno turquesa. Eso sí, la tiara, al mejor estilo de la Amy Farrah Fowler de The Big Bang Theory, siguió incólume sobre su cabeza toda la noche. Pero Loly... Loly fue demasiado: encorsetada, escotada, mostrando los hombros, subida a unos tacos de proporciones épicas y revestida en un color rosa pálido con plumas de avestruz, demasiado cercano al “crudo” de Morena y el blanco de Rocío. Cualquiera de las fotos del grupo familiar hace que la mirada se desvíe automáticamente hacia sus curvas. Menos mal que

no quería competir. Se hubiera vestido de oscuro, como hizo Jorge Rial, que evitó lo más estrambótico de la colección Agustino para estar hipersobrio de traje, camisa blanca y una corbata cuyo valor alimentaría un par de familias por un mes. Lo que sí, se lo vio muy flaco. No en forma, sino flacucho. Y canoso. Como si estuviera cansado. No sería para menos. Paparazzi le otorgaría a los quince de Morena Rial el algo cuestionable título nobiliario de “La” fiesta de 2014. Lo cual no es del todo extraño, considerando que el intruso aún es accionista, que Ventura fue uno de los invitados y que la celebración —a decir verdad— fue un fiestón patrio organizado por Bárbara Diez. El Faena Arts Center de Puerto Madero recibió a 250 invitados, entre los que se incluía no solo a los amigos de la agasajada, sino a ciertos personajes clave en la vida de su padre: todo el elenco de Intrusos; el marido de la planner; los tortolitos Martín Insaurralde y Jésica Cirio; Mariano Iúdica y su esposa Romina Propato; el matrimonio presidencial del canal América —Daniel Vila y Pamela David—; Florencia de la V y su consorte Pablo Goycochea; y el empresario y socio Guillermo Marín (acompañado por su embarazada mujer, Valeria Archimó). Sergio Massa y Malena Galmarini —con quienes Rial tiene una relación de larga data— tampoco se la perdieron. En toda fiesta de quince hay un momento incómodo: el vals. Siempre empiezan el padre y la cumpleañera. La incomodidad llega en el momento de decidir quién va a ser el segundo en bailar con la chica; quién va a atreverse a “sacársela” de las manos al padre. Cuando hay un novio formal y declarado —o, en su ausencia, un hermano varón— la cosa es sencilla. El árbol genealógico y la situación sentimental no permitían ninguna de las dos opciones. El primer hombre en bailar el vals con Morena luego de su papá fue Luis Ventura. Todo un festival de simbolismos. A fines de septiembre de 2014, poco antes de la gran celebración, el mismísimo Rial confesaría a la revista Gente su fantasía de ser padre. Esta vez, biológico. Y de un varón. Cumplido el rito de los quince de Morena, aún habrían de planear la celebración para Rocío y, por supuesto, el anunciadísimo casamiento. Al momento de ponerle el punto final a este libro, no había fecha confirmada para la boda. Pero el final feliz, de alguna manera, ya estaba escrito. Desde que el incidente del flirteo celular con Marianela Mirra alejó a la hipermediática parejita, él hizo todo para recuperarla, hasta las fronteras del absurdo. Y, muchas veces, cruzando peligrosamente los límites del buen gusto. Incluso del acoso. Orquídeas enviadas directo desde Estados Unidos al camarín en Ideas del Sur —complicidad con un productor mediante; “yo soy el que te ama y te amará por siempre”, decía la dedicatoria—, llamados constantes, mensajes de

texto, visitas sorpresivas, declaraciones públicas en el programa de chimentos más visto de la televisión argentina y hasta Marcelo Hugo Tinelli abogando por la reconciliación desde la pantalla de Showmatch. Cualquier galancete de barrio sabe que, en la vida real, a la hora de recuperar a la mujer perdida, toda esta batería de recursos de culebrón empleados por Rial no funcionan. Punto. Presionar y exponer no es seductor. Las chicas normales no vuelven corriendo a los brazos de sus ex conmovidas por un pasacalle o un ramito de jazmines. Más bien pueden llegar a sentirse ligeramente espantadas. Pero con ellos funciona. Al menos para la tribuna. Cómo se habrán vivido esa ruptura y esa reconciliación de las puertas hacia adentro es un misterio que permanece oculto en la intimidad de la extraña pareja. Porque, en mitad de una pelea, no es inusual que gente que se quiere se haga los reproches y las acusaciones más crueles del mundo (muchas veces a los gritos, tantísimas con platos y otros artículos de bazar surcando los aires del domicilio conyugal, y el que esté libre de haber peleado salvajemente con su pareja, que arroje el primer cenicero). Pero, entre la gente común, esas cosas pasan en privado. Durante el tiempo que estuvieron distanciados, él la acusaría de ser fría, de engañarlo, de manipular a sus hijas y hasta de vincularse con un personaje por demás polémico, al borde de la legalidad. Ella —un poco más sutil, aunque no tanto— insinuaría actitudes mafiosas por parte de su amorcito, que habría movido sus hilos de hombre poderoso para que ella se quedara sin trabajo. ¡Y todo esto, en televisión abierta y horarios centrales! Porque perdonarse y reconocer los excesos es casi sencillo cuando hay amor y cuando la lavandería de trapos sucios se hizo en casa. ¿Pero cómo se recompone una pareja que se sacó mutuamente al sol toda la mugre, con cámaras de por medio? La clave la tienen ellos y solo ellos. La leyenda de Pigmalión es originaria de Chipre, aunque fue el poeta romano Ovidio quien en su obra Las metamorfosis —un poema de proporciones monstruosas que narra la historia de la humanidad, tomándose la libertad para mezclar a gusto historia y mitología—, la implantó en Occidente y la resignificó. Según Ovidio, Pigmalión, rey de Chipre, frustrado tras haber pasado demasiado tiempo buscando a la mujer perfecta, acabó dedicándose a la escultura. Una de sus obras, Galatea, resultó una imagen tan maravillosa de la mujer de sus sueños que acabó enamorándose de la estatua.

El 1913, el británico George Bernard Shaw publicaría Pigmalión, la obra de teatro que luego reencarnaría en el musical My Fair Lady. En esta historia, el profesor Henry Higgins, un experto en fonética, se propone convertir a Eliza Doolitle, una florista muy bruta, con una pronunciación de su propio idioma deformada por la crianza en los barrios más marginales, en una dama digna de ser presentada ante la alta sociedad londinense. Por supuesto que Higgins acabará enamorándose de Eliza (de su propio obra, como en el mito), aunque los finales entre la versión original para teatro y el musical difieran bastante, y aunque más de un lector que no haya leído a Shaw esté lamentando este spoiler. “A mí me gustaría que piense que era la Niña Loly y se fue de mi lado siendo Mariana Antoniale: una mujer respetada, instalada en el medio”, diría Jorge Rial a Gente, durante el período que pasaron separados. La buena voluntad está siempre puesta en creerles que la historia de amor es real, que —a su manera— se quieren. Pero este tipo de declaraciones, que ponen al periodista tan cerca de aquel profesor Higgins (o del mismísimo rey Pigmalión), dan que pensar que posiblemente todo fuera solo una gran construcción de personajes. O que quizás el escultor pueda haberse enamorado, de verdad, de su propia obra.

Capítulo 19 Adiós, hermano cruel

Enemigos íntimos del cálculo y la norma usureros del peligro y el azar vamos a invitarlos a escaparnos de las sombras y si no lo conseguimos, nos da igual. JOAQUÍN SABINA & FITO PÁEZ La historia detrás de la salida de Luis Ventura de la pantalla de Intrusos es un poco más compleja y va un poco más allá del hecho de que, tras el descubrimiento de su hijo cordobés, haya desbarrancado. Un canal no “cajonea” a una de sus primeras figuras porque haya provocado eso de lo que justamente más se nutre el rubro en el que es un especialista: un buen escándalo. Es cierto que sus actitudes en pantalla causaron un terremoto interno. Pero su abrupta salida podría ser también, a su manera, un reflejo de una lucha intestina dentro de la emisora. En la programación de América, Intrusos es el producto más convocante, con un piso de diez puntos de rating. Nada mal para un canal que pelea entre el tercero y el cuarto puesto en un ranking de exactamente cinco competidores. El verdadero problema profundo era que, hasta hace apenas un par de años, Intrusos y Secretos Verdaderos eran los únicos programas que realmente traccionaban audiencia. Esto generaba dos consecuencias: por un lado, la polarización del contenido, la identificación casi irredimible de América como “el canal de los chimentos”; la otra, que la dupla Rial-Ventura ganaba un poder difícil de cuantificar, pero

ciertamente demasiado. Buscando expandir y variar, Daniel Vila —dueño del canal— y su gerenta de Programación, Liliana Parodi, orquestaron una estrategia que implicó la incorporación de dos figuras que sirvieran de contrapeso: Antonio Laje y Santiago del Moro. En los pasillos del canal circula la versión de que la incorporación de Laje a la señal fue una movida para rebalancear el poder, para llevar a América hacia contenidos más periodísticos y menos anclados en el chimento; una renovación en busca de prestigio. Del Moro es, en palabras del inefable radiopasillo americano, “el pollo de Parodi” y, por cierto, ha demostrado como conductor que puede ser fresco, inteligente y sumar un toque de glamour a una pantalla donde el encanto flaquea. De todos modos, una cosa es innegable: Rial y Ventura son tan importantes para América como Tinelli o Legrand pueden serlo para El Trece. A otra escala, por supuesto. Tal es el peso de la dupla que, el día en que estalló el escándalo del “Venturagate”, sus exabruptos mediáticos fueron motivo de reunión en la mesa chica del canal. Mientras Ventura y Casella se tiraban con munición gruesa, la máxima autoridad de América, Daniel Vila, en coincidencia con Rial, creía que lo mejor era que Intrusos no se involucrara en el asunto del recién descubierto hijo ilegítimo y todas sus consecuencias. Pero Liliana Parodi no estaba de acuerdo. Para ella, no hacerse cargo del escándalo, justamente en el programa más escandaloso de su pantalla, era un error, que iba contra el lema de pluralidad y de multiplicidad de voces que enarbolan. Así, se acordó darle al asunto un tratamiento más bien superficial. Además, se le pidieron dos cosas a Ventura: que se tomara unos días para descansar y pensar en lo que había pasado, y que no hablara con nadie de la prensa sobre el tema. Ventura cumplió. “Esa pulseada la ganó Parodi”, afirmó una fuente de América con llegada directa a los protagonistas. En su momento, el diagnóstico de los responsables de América fue que en las peleas entre Ventura, Lanata y Casella “no hay nada periodístico, que los tres lo único que están haciendo es pasarse facturas”. La decisión final la tomó Daniel Vila: Ventura haría su exposición durante la emisión de Intrusos. Sobre cómo llevarían adelante el tema Infama e Intratables, los otros dos programas fuertes del canal (a la sazón conducidos por Santiago del Moro, el “favorito” de Parodi), se dispuso que se tocara muy livianamente, apoyándose siempre en el descargo de Ventura. La edición del video que se usó fue clave: se suprimieron todas las partes en las que Ventura hablaba del supuesto hijo no reconocido y se dejó solo los enojos con Lanata y Casella. Así fue como se emitió en Infama esa misma tarde, y dos veces, aunque para la segunda se decidió agregar un fragmento de cierre: “Ventu” (como lo llama Rial en la intimidad) jurando en tono épico que “todo lo que camine sobre esta tierra y tenga mi sangre va a llevar mi apellido”. Un

acto de redención en medio del caos. Pero, mientras en América se mantenía el cónclave que definiría qué hacer y cómo hacerlo con los conflictos personales de Ventura, Mariana Fabbiani, desde la pantalla de El Trece, marcaba picos de once puntos de rating hablando de la triple pelea Ventura-Lanata-Casella. “Con todo este lío ganan más los programas que no son del canal que los propios”, afirmaría una fuente con acceso directo al alto mando de América. Pero, según personas cercanas a El Trece, aun cuando el canal venía dándole cobertura al caso —en El diario de Mariana, que conduce Fabbiani, se trató el tema dos días seguidos— de repente dejaron de hacerlo. En los pasillos del canal de Constitución circula la versión de que la mayoría de los programas prefirieron no tocar el tema por “respeto” a Rial y Ventura. “Podemos denunciar a Cristina Kirchner o Cristobal López, podemos criticar a Marcelo Tinelli o Mirtha Legrand... pero Rial y Ventura son intocables”, afirmaría un colega con acceso a las internas de la señal del Grupo Clarín. Algunas versiones sugieren que la ausencia de cobertura habría sido “una orden de arriba”. De qué tan arriba pueda venir la orden, es un verdadero misterio. Pero un misterio provocador. ¿Son acaso tan poderosos Rial y Ventura como para influir en una decisión tomada por la cúpula del canal de televisión de mayor audiencia del país? ¿Acaso hay gente tan arriba que también les tenga miedo por lo que puedan saber? Ya sea por temor o por respeto, lo lejos que llega su influencia es algo imposible de cuantificar. Sin embargo, todo el apoyo recibido para contener al desbordado Ventura en su momento de crisis, tardaría poco y nada —menos de un mes— en esfumarse. Al menos en forma parcial. Dentro de la dupla más temida de la prensa farandulera, la balanza del poder se inclina hacia el lado de Rial. Sí, igual que en el agua, el tiburón es más fuerte que la rémora. No por nada, cuando estalló el escándalo de la atribución de un hijo extramatrimonial, Luis Ventura dijo a través de su propia cuenta de Twitter: “Si Rial quiere, hoy hablo de las paternidades no asumidas en Radio Mitre y de los ADN en Clarín”. Y, sin embargo, la clave no está en el tono amenazante con el que buscaba arrinconar a Jorge Lanata (como si Lanata pudiera ser arrinconado tan fácil), sino en las tres primeras palabras: “Si Rial quiere”. Quién manda y quién es el mandado queda en la superficie. Y esa diferencia de jerarquía le costaría a Ventura la exclusión de la pantalla diaria de Intrusos. Conservaría Secretos Verdaderos, su emisión de los sábados, pero el cambio lo dejaría relegado a un espacio desde el cual puede hacer menos ruido

y, por ende, causar —y causarse a sí mismo— mucho menos daño. Un rumor afirma —aunque todos sabemos cómo son los rumores— que fue Vila el que tomó la decisión de que Ventura tenía que irse. Gente que frecuenta el canal sostiene que Rial decidió poner la cara y hacerse cargo él en persona del “despido” de su compañero. Aunque solo se trate de una presunción, de una interpretación quizás parcial de los hechos, tendría sentido: si Vila despide a Ventura, a los ojos de la audiencia (y de la audiencia “grande”, que incluye colegas, competidores y famosillos de distinta calaña, principales objetos de su ejercicio profesional) el dueño del canal tiene suficiente poder como para marcarle el paso ni más ni menos que al temido Jorge Rial. En cambio, si es Rial mismo el que le da salida, su impronta de “el tipo más poderoso de América TV” sigue inalterada. En el entorno de Ventura, sin embargo, contradicen la versión e insisten en reafirmar la gratitud del periodista para con Vila y Parodi, que “lo bancaron en todas”, mientras cargan las tintas sobre un Rial que “le soltó la mano en el peor momento”. Los chismosos parecieran nunca ponerse de acuerdo. El viernes 13 de junio de 2014, Jorge Rial abrió la emisión de Intrusos diciendo: “Hoy es un día difícil para Intrusos en general, para todos: mis compañeros de panel, la producción, los chicos que están detrás de cámara y particularmente para mí”. Durante unos doce minutos, un tiempo inauditamente largo para la televisión (y para cualquier ser humano que tenga que soportar un lamento sobre las causas de una ruptura), Rial explicó con lujo de detalles su visión sobre el alejamiento de su patiño. La revista Noticias reconstruye, a través de informantes dentro del círculo cercano (de esos que siempre prefieren mantener sus identidades en las sombras), la escena en el estudio de América: “El jueves 12 de junio a las 12.30, minutos antes de salir al aire, Jorge Rial reunió en privado a los panelistas y productores de Intrusos para darles una noticia conmocionante: les anunció que Luis Ventura, su histórico coequiper, quedaba fuera del programa. Rial se lo había comunicado la tarde anterior. Fue una escena tensa: para la mayoría, Ventura era un amigo de años, un compañero excelente. Varios le pidieron al conductor que lo reconsiderara; un productor hasta se fue de la reunión llorando. Pero Rial le dijo a su equipo que había madurado su decisión lo suficiente. Era una medida irrevocable. Rial no le dio a su equipo ninguna chance de discutirla. ‘Al que no le gusta, se va con él’, habría sido una frase dicha por él”. “El panel de periodistas de Intrusos no la está pasando bien”, diría Noticias esa semana, que adjudica a una fuente del canal un diagnóstico terminante: “Esta es una situación de mierda, de mucha incertidumbre”. Lo que es innegable es que la salida de Ventura pegó a nivel emotivo en otros panelistas del ciclo, como por ejemplo Daniel Ambrosino, amigo personal y colega desde los tiempos en que ambos estaban en la ya desaparecida revista Flash, hace un par de décadas.

“Marcela Tauro, con una década en el panel, no está feliz con el alejamiento de Ventura tampoco”, explica Noticias. “Distintos escándalos de este año […] incomodaron a los periodistas: la estrella del programa ya no era el chimento ajeno sino las propias vidas de Rial y Ventura. Con el tiempo, las tensiones internas se hicieron evidentes para todos. Tauro chocó con Ventura al aire por la frase del aborto, pero la que terminó dejando el programa por eso fue Marcela Baños. ‘Me sentí muy incómoda. Hacía una semana había nacido mi sobrino, el primero de mi familia’, explica.” Por su parte, la revista Paparazzi, house organ del dúo, reconstruiría íntegro en su siguiente edición el discurso de Rial —plagado de la teatralidad que le es característica— ante la cámara: Circularon algunos rumores hoy a la mañana, yo no quise hablar antes porque me parece que el lugar para hablar es este […] Quiero decir que lo que voy a contar fue... [NdA: al aire, Rial inserta una pausa dramática] es absoluta decisión mía, personal. Ayer tomé la decisión de pedirle a mi amigo, a Luis Ventura, que diera un paso al costado de Intrusos, con todo lo que esto significa, porque es mi amigo [NdA: hace especial énfasis en esa palabra.] Pero, en homenaje a esa amistad, es lo mejor para todos. Todo lo que pasó en los últimos meses desbordó a Luis, nos desbordó a todos y creo que no le estaba haciendo bien […] Lo que Luis necesita hoy es paz, tranquilidad, reflexión, es buscar las palabras, medir las palabras, rehacer una vida que le explotó de golpe en las manos. Y lo entiendo absolutamente porque le explotó de tal manera que, en algún momento, no supo cómo manejarlo, o por lo menos, lo manejó como pudo. Tal vez con algunos errores que personalmente no compartí en ese preciso momento y que obviamente nos golpearon a todos […] Para mí fue muy duro tener que, cara a cara, como hice, decirle a los ojos a mi amigo de casi treinta años: “Luis, por favor, creo que este es el momento donde necesito que des un paso al costado”. Es el momento también donde profesionalmente, nada más que profesionalmente, tendríamos que hacer un paréntesis, una separación, porque creo que nos estábamos afectando todos, absolutamente todos; mis compañeros, la producción, sufrimos mucho todo esto. Fueron unos meses muy duros para todos, me incluyo […] Entiendo que en Intrusos tenés que estar todo el tiempo en exposición, debiendo dar explicaciones. Y esto le estaba haciendo mal a Luis. Cualquiera hoy podría sacarlo de eje con su tema personal. Y yo lo vi fuera de eje. Y no quiero que sufra más. Necesita paz. Rearmar su vida. Y este no era el lugar para hacerlo, porque te lleva a veces a decir y hacer cosas que cuando después las ves, pensás: “¿Por qué dije esto?”. Y me incluyo, no estoy hablando solo de Luis, yo también he dicho cosas acá de las que me arrepiento, porque nos lleva a eso […] Yo lo resolví de otra manera, mucho más fácil, porque la verdad

que lo mío era una pavada absoluta frente a lo que a él le sucede. Pero Luis ante todo es un hombre de bien desbordado, que se encontró ante una situación muy difícil. Es un hombre de bien que quiere por sobre todas las cosas a su familia. Un hombre de bien que cometió un error. Tampoco lo vamos a sacrificar como hicieron durante este tiempo un montón de colegas y medios, creo que [de manera] cruel. Y yo sufrí. Cada cosa que se dice de Luis, a mí me hace mal. No lo quiero ver en otros canales siendo rostizado, como lo vi rostizado [sic]. Quiero verlo otra vez tranquilo, con su credibilidad como la tuvo siempre, no lo quiero ver más en otros programas, con archivos y gente regodeándose con la situación de vida que se le planteó, y de la que Luis es responsable, porque es grande y sabe lo que hace, y tal vez dijo cosas que no eran correctas […] Lo único que les pido a los colegas, aunque sé que es un pedido tonto, es que le demos un poquito de paz a Luis. Un poquito, nada más. “En terapia aprendí a decir ‘dejámelo pensar’”, dicen que dijo Rial en más de una ocasión. Eso hace suponer que la desvinculación de Ventura de Intrusos no fue “una calentura” —algo que hubiera sido, en una era pre-psicoanálisis, una reacción esperable por parte del “Gallego”— sino una decisión meditada, con todos sus riesgos calculados. Incluyendo el de tirar por la borda una amistad de larga data. El discurso es tan aburrido como esclarecedor. Rial tiene calculada cada frase, cada tono, cada gesto. Le recomienda a su “amigo” (usa el término tantas veces que comienza a vaciarlo de contenido) que mida sus palabras; lo exculpa diciendo que “se manejó como pudo” y, sin embargo, hace una doble jugada estratégica que habla a las claras de la complejidad de sus relaciones personales y laborales. Por un lado, se desmarca de la verborragia venturiana diciendo que su compañero cometió “errores que no compartí”. Pero, por otro, carga sobre sus espaldas todo el peso del “despido” de Ventura, desligando al canal de toda posible responsabilidad. Cita al respecto, nuevamente, Paparazzi: “La decisión fue personal mía, y fue tomada en absoluta soledad, en reflexión. No lo consulté con nadie, el canal se enteró después de que hablé con Luis. No era para discutir porque un líder tiene que tomar este tipo de decisiones. Y había que hacerlo, con todo el dolor del mundo […] Decirle eso a Luis fue un agujero en el pecho […] Yo no quiero que se resienta esa amistad”. ¡Jorge! ¡No aclares, que oscurece! Curiosidad comunicacional: en este punto del alegato televisado, Jorge Rial deja de hablarle al mundo, al cosmos, al universo, a quien sea que lo esté escuchando y, mirando a cámara, le habla directo a un Luis Ventura que ni siquiera está en el edificio. El verdugo mira a los ojos a

la víctima y dice: “Quiero que entiendas, Luis, que lo hago porque te quiero, y porque te quiero cuidar, porque me duele verte... [pausa dramática] golpeado por cualquiera. Cualquiera se atreve y pega cachetazos, y no quiero más eso. Y este programa tal vez también estaba haciéndote daño”. Ni “El corralero” de la zamba que cantaba el borrachín de Horacio Guaraní tuvo la frialdad para clavarle en el pecho un cuchillo “porque el patrón lo ordenó” a su pingo favorito. Pero, caminando en círculos sobre su propio discurso, como si quisiera morderse la cola, Rial insiste: Esta decisión la tomé personalmente, no hay ningún otro responsable, nadie me la pidió, fue una decisión meditada en absoluta soledad [NdA: se repite hasta el aburrimiento, refuerza el valor emotivo] y espero que sea acertada, espero no haberme equivocado... Yo soy el único responsable. Soy la cabeza de este programa y tomé esta decisión, durísima, porque no es fácil decirle a tu amigo “Por favor, da un paso al costado” […] Luis sigue siendo mi amigo y va a seguir siéndolo, lo voy a seguir bancando, pero creo que la exposición que tuvo fue demasiada y estaba desbordado […] Espero que Luis recupere la paz, recupere su familia, encamine todo, recupere la felicidad que yo le conozco, resuelva su tema como crea que es la mejor manera […] “Hay dos programas que te exponen a morir: el de Tinelli e Intrusos. Mi decisión fue alejarlo de todo este despelote. Que busque la paz y recupere su familia. Que haga lo que yo sé que va a hacer”, afirmaría el mismísimo Rial ante la mismísima revista Noticias, toda una rareza, dado que no es del todo afecto al diálogo abierto con el semanario de Editorial Perfil. El 3 de agosto de 2014, Jorge Rial haría su visita obligada a ese confesionario de América TV que suele ser la entrevista mano a mano en La Cornisa, el programa dominical conducido por Luis Majul. Allí, ya un poco más en frío, ampliaría su declaración, agregando un elemento quizás inesperado para el que no lo conoce en profundidad: que Ventura considerara públicamente la posibilidad de un aborto lo había afectado, y mucho. Según Rial, la situación nos exponía a todos, obviamente […] Sí debo reconocer que el día que habla del tema del aborto —y yo sé que lo que dijo no es lo que piensa porque conozco profundamente su forma de pensar y la clase de persona que es— me pega en la línea de flotación a mí, porque tengo dos hijas adoptadas. Y las pude adoptar porque dos mujeres decidieron no abortar. Entonces,

me pegó la línea de flotación y él lo sabe. No voy a hablar de la charla privada que tuvimos, como dijo él que tampoco iba a hablar de eso […] La decisión la tomé para preservarlo a él y también al programa. Porque se había creado un clima muy duro, muy tenso en el programa. De hecho, Marcela Baños se va. Un líder a veces tiene que tomar decisiones, incluso aunque sean dolorosas. Y fue muy dolorosa. A propósito de la que quizás haya sido la declaración más polémica de la carrera de Luis Ventura —el blanqueo de su propuesta de aborto a Fabiana Liuzzi—, la mamá del Venturita ilegítimo comentaría al respecto para la revista Pronto en octubre de 2014: “Obviamente que me dolió en el alma y sé que Luis lo dijo sin sentirlo. Se arrepintió de sus dichos, pidió perdón y hablará con su hijo para explicarle todo en un futuro […] Nada justifica sus dichos pero sé que lo desbordó la situación y dijo cosas sin pensar […] Lo lamento mucho, porque sé que él no es así”. En perspectiva, Liuzzi (sobre la que se rumoreó, en algún momento, el triste antecedente de haber abortado un hijo no deseado de una relación anterior) hizo menos escándalo al respecto que Rial. Aun cuando fue su cuerpo el que estaba en la línea de fuego. Por alguna razón antropológica —razonablemente fuera de nuestro alcance—, el número tres resuena en el cerebro del ser humano de una manera particular. Contamos hasta tres para tomar coraje para actividades que así lo requieren, como saltar desde un acantilado o arrancarnos una curita. En todas las versiones del Nuevo Testamento, Pedro niega a Jesús tres veces, en la noche que va a morir. En su Biblia de la comedia, Judy Carter explica, como una de las tantas técnicas del humor, la lista de tres elementos, donde los primeros dos encajan entre sí y el tercero no, causando la gracia. Repetir algo tres veces refuerza un concepto. Dos veces es insuficiente, cuatro aburre. Tres es el número exacto para convencer a la audiencia. En su extensísimo discurso ante cámara, Jorge Rial repite que Luis Ventura “es un hombre de bien” tres veces seguidas. Además, repite el adjetivo “desbordado” y el verbo “recuperar”. Su mecánica de la afirmación absoluta es impecable. Y, el que ponga en duda las capacidades de Rial para manipular el lenguaje, que arroje el primer manual de semiótica. Pero, tras invitar a su público a que perdone a Ventura por ser un hombre de bien, que está desbordado y necesita recuperarse, este mago mediático de las palabras toma distancia: “Tendríamos que hacer una separación”, dice el mismo tipo que honró a su colega con el

padrinazgo de su hija Rocío y al que, sin embargo, no le tiembla el pulso —o la voz— a la hora de abandonarlo. “Tan amigos no deben ser”, suelta al pasar una fuente cercana al conductor. “En tantos años que lo conozco, nunca jamás lo nombró, ni lo vi cenando en la mesa de su casa... ni siquiera me lo presentó.” ¿Será realmente así? Por lo pronto, la mecánica interna de esa amistad es un misterio solo comparable (y hemos abusado de esta comparación) a un comportamiento simbiótico. Donde cada uno cumple una función; donde uno se somete al otro a sabiendas de que es lo mejor para la relación, para el producto, para el resultado final. Sin embargo, hay una cosa que quizás sea inevitablemente cierta en el diagnóstico que Rial hace sobre Ventura: que, en ese momento tan complejo de su vida, necesitara paz. Quizás una prueba de eso sea que, según gente cercana, cuando Rial le anunció su alejamiento de Intrusos, no opuso la menor resistencia. “Aceptó la decisión sin discutir ni levantar teléfonos importantes”, afirma Noticias, “no lo llamó a Vila para quejarse, por ejemplo.” A riesgo de psicoanalizarlo a la distancia, no es improbable que Ventura necesitara un respiro y que, comprometido —casi obsesivo— con su trabajo, no se lo permitiera; y que su amigo y partenaire haya llegado en el momento justo para hacerle el “trabajo sucio”. Casi como en esas parejas donde uno de los dos anuncia el divorcio y el otro, en vez de sentirse herido, se siente aliviado. La tensión, de todos modos, se cobraría su factura. A menos de 48 horas de haber dejado de ser la rémora del tiburón más grande de América, Luis Ventura fue a dar con sus huesos en la clínica La Trinidad de Quilmes, afectado por un pico de estrés. Tras dos días bajo control médico, fue dado de alta en la mañana del sábado 14 de junio de 2014. “Luis está bien. Fue todo por el estrés. No le va a venir mal un poco de descanso”, dijo su vocero ad hoc, ni más ni menos que Estelita, su legítima esposa. Ah, qué tierno cuando el amor es más fuerte. Esa misma noche, el periodista estaba nuevamente en América para hacerse cargo de la conducción de su otro espacio, Secretos Verdaderos. Por supuesto que, en la línea y el estilo que los caracteriza, hizo un descargo en cámara. Demencial, casi autoparódico, Ventura vuelve a colocarse en el candelero. Aunque, claro, esta vez la luz es mucho más tenue: “Para mí este programa tiene un significado especial. Este programa me ha llevado a tener que internarme porque me parecía que iba a tener un contenido emotivo muy fuerte y pasional […] Después de los estudios que me hicieron, estoy fantástico. Secretos Verdaderos lleva más de diez años al aire y vamos a seguir aquí, juntándonos con vos, que estás al otro lado de la pantalla y que siempre nos diste la bendición”. Resistiré, erguido

frente a todo. El lunes 16 de junio, Intrusos inicia su primera semana sin Luis Ventura. En un tono ligeramente melodramático, la crónica de la revista Paparazzi correspondiente sentencia: “Para bien o para mal, ya no será lo mismo”. Cuando, en julio, Rial organiza el viaje familiar celebratorio de los quince de su hija Rocío, en la pantalla, al frente de Intrusos, lo reemplaza Marcelo Polino. No debe haber sido fácil para Ventura. Debe ser casi como ver al gran amor de tu vida llegar al altar del brazo de otro. Suponemos. La mayor cantidad de detalles —vaya uno a saber obtenidos a través de qué fuentes— sobre cómo quedó la relación entre los dos periodistas tras la salida de la rémora del elenco de Intrusos la daría, a fines de agosto de 2014, la revista Pronto, que a su manera le firmaba el certificado de defunción a una amistad de tres décadas. “Desde mayo de 2014, Jorge Rial y Luis Ventura no han vuelto a hablarse”, afirma la revista. “Ni una sola palabra entre quienes compartieron todo. Tan profundo es el cortocircuito que, días atrás, Luis Ventura se enteró por mensaje de texto de que finalmente sería invitado al cumpleaños de quince de Morena, la hija mayor de Jorge Rial […] Luis Ventura se había hecho a la idea de que [su invitación] nunca iba a llegar y así se lo hizo saber a sus más íntimos. Rial, sin embargo, lo tiene en el primer lugar de la lista de invitados, a pedido de Morena. Formalmente, Ventura es el padrino de Rocío, la menor de Rial y que también celebrará su cumpleaños esa noche [la del 18 de octubre de 2014]. No podía dejar de invitarlo.” Sin embargo, el compromiso por la paz forzado por la fiesta de quince no habría sido ni por asomo, según gente que tiene que lidiar a diario con ambos, un principio de reconciliación. Es que Ventura sigue dolido. Tras tantos años de ser la rémora que nada al lado del mayor tiburón de la prensa de espectáculos, comiéndose su mugre y haciéndole el trabajo sucio, el despido se sentiría como una verdadera traición. Como una falta grave a aquellos sacros códigos de Conurbania que ambos, desde siempre, han mostrado como paradigma de una ética aprendida en la Universidad de la Lleca. Pero uno de los puntos más interesantes —e inexplorados— de la relación Rial-Ventura, que habría tenido que ver con este distanciamiento, habría sido el dinero. O más bien el estatus. Al menos eso opina Pronto cuando afirma que la cuestión económica también fue minando la relación. En un momento, los estilos de vida de los dos simpáticos buscavidas [sic] surgidos del primer cordón del conurbano, Lanús y

Munro, habían seguido caminos bien diferentes. Mientras Ventura nunca dejó su casa de la zona sur del Gran Buenos Aires, y lleva una típica vida de clase media a la que le va un poco mejor que al resto, Rial se transformó en una estrella de los medios que diversificó sus negocios merced a sus contactos y su inteligencia […] A Ventura se le abrieron los ojos cuando Silvia D’Auro dejó la sociedad que tenía con Rial y el conductor de Intrusos pudo soltarse y disfrutar de su bien ganado patrimonio. Silvia era la encargada de llevar con férrea mano los negocios de su marido y también quien imponía una vida lo menos rumbosa posible. Con la separación, Jorge Rial comenzó a disponer de su dinero sin complejos. Claro que esto shockeó a Ventura, quien no podía entender las diferencias en la economía financiera [sic] de ambos. Cayó en la cuenta de que, por ejemplo, por su rol en la revista Paparazzi, de la que es director, por mes ganaba menos del diez por ciento de lo que ganaba Rial. Quizás, lo que no asume Luis, es que Jorge es lo suficientemente astuto para pasar de empleado a socio y así, generar ingresos pasivos, que es la verdadera base de la fortuna y no el trabajo duro, que también es la verdadera base, pero de la subsistencia. Tras casi tres meses de ostracismo, confinado a solo tener pantalla en Secretos Verdaderos, el canal le daría a Ventura una nueva oportunidad y, en agosto de 2014, se sumaría al staff de Animales Sueltos, el programa conducido por Alejandro Fantino y una de las cosas más parecidas a un late night show a la americana que tiene, por estos tiempos, la televisión argentina. Aun cuando se corriera el rumor de que la entrada de Luis Ventura a Animales Sueltos fuera producto de una orden directa e irrevocable de Daniel Vila, según la revista Pronto, una fuente conectada con la dirección de América TV lo desmiente: “A Fantino le dio cosa lo que le pasaba a Luis y lo sumó a su panel, pero también sabía que le aportaba para el programa porque quería seguir más la actualidad [la falta brutal de comas corresponde al texto original.] Y en el corto plazo le rindió porque en uno de esos programas, con la información de Luis, midió casi seis puntos”. Un rating humilde para las generales de la ley, pero importante para la señal, el programa y la franja horaria. Un murmullo persistente en los pasillos de América llegó a afirmar, por aquellos tiempos, que sumar a Ventura al programa de Fantino era una forma sutil y elegante de vendetta. Es que el blondo animal suelto tiene una cuenta pendiente ancestral con el intruso por rumores que el segundo echó a correr sobre el primero. “Ventura se ha adaptado y asentado muy bien con nosotros”, afirmaría Fantino, en una

entrevista telefónica para Radio de la Ciudad, en la mañana siguiente al debut, “se nota en el rating”. La intervención de Ventura en el programa, sin embargo, no sería constante. Sería más bien una especie de “invitado de lujo”, cuando pudiera ser útil. Lo que sí le habría quedado muy claro a Ventura en su momento sería que, aun cuando con Alejandro Fantino nunca fueran realmente amigos, la solidaridad estaría ahí, en un momento en que, si algo necesitaba, era apoyo. Dicen que, en el peor momento de la crisis sobre la adjudicada paternidad cordobesa, Fantino habría llegado a enviarle dinero en efectivo a Ventura para colaborar con la abultadísima y autoimpuesta cuota alimentaria. “Por supuesto que Luis devolvió hasta el último centavo”, afirma una fuente que fuera testigo de cómo este préstamo espontáneo de Fantino llevó la relación entre los dos periodistas a otro nivel. En el ambiente televisivo correrían los rumores de una posible salida de Ventura de América TV a tal punto que recibiría ofertas tanto de Canal 9 como de El Trece. Algún reconocido empresario de medios, incluso, llegaría a proponerle la reapertura de algún viejo producto gráfico que le permitiera despegarse de Paparazzi. Jorge Rial y Luis Ventura “son muy amigos, debe haber sido shockeante para ambos terminar su amistad profesional, pero cada uno tenía que seguir su camino”, afirmaría en julio de 2014, en una entrevista para Radio de la Ciudad la ex panelista de Intrusos Viviana Canosa. “Esto a Ventura le va a dar otras alas, otro aire.” Pero el hombre no se ha movido, ni de América ni de Paparazzi. Dicen que dice que sus lealtades son firmes. La fiesta de quince de Morena Rial fue un momento muy esperado, tanto por la familia como por los chismosos que venían siguiendo paso a paso la gran telenovela sobre el divorcio entre Rial y Ventura. A pesar de estar más distanciados que nunca, las hijas de Rial habían insistido en que el “Tío Luis” tenía que estar. Y estuvo. Con el morbo latente, muchos esperaban que Ventura protagonizara, durante la fiesta, alguna clase de exceso. Sin embargo, fue todo un caballero de traje de tres piezas a rayas y moñito colorido. En la edición del 24 de octubre de Paparazzi, justo después de la fiesta —su cobertura sería el tema de tapa—, Ventura le dedicaría además a Morena la nota editorial, no sin hacerse cargo de las tormentas propias y ajenas ni sin pasar alguna que otra factura: El mundo de los chicos y de los jóvenes nada tiene que ver con el complejo universo de los adultos. Porque los pibes y los muchachos son sanos, frescos, naturales, francos, simples, alegres y poderosos. En cambio, nosotros somos víctimas y verdugos de nuestras propias

historias. Retorcidas, densas, indigestas, tremendas e infumables. ¡Es así! Porque lo básico lo hacemos difícil, lo lindo lo afeamos, lo luminoso lo oscurecemos y los festejos los complicamos. Por esa razón, cuando los grandes comenzaron con los rumores y las operaciones que involucraban a una mujercita como Morena Rial, en la antesala de lo que debía ser su anhelada y soñada fiesta de 15 años, elegí callarme y dejar hablar a mi corazón […] Porque More es una persona que vi crecer y acompañé desde cerca o desde lejos, y quiero decir que me sentí feliz después de haber participado de su gran fiesta. Una manera presente y silenciosa de disfrutar de una chica a la que siempre sentí partícipe de mi familia, lo mismo que su hermana Rocío, que es mi ahijada del corazón por decisión de ella misma. ¿Quién pudo dudar o poner en tela de juicio que tanto yo como Stella y mis hijos no formaríamos parte de ese momento tan importante para Morena? Quiero decirles que ella es la misma muchacha que, cuando todavía niña, le propuse a su padre que empezara a venir a esta redacción de Paparazzi a aprender el oficio de producir y enriquecer el arte, la edición y la mecánica de componer una imagen gráfica. Porque la vi como una chica con mucha actitud. Quiero contar que también fui el periodista que invitó al papá a que Morena comenzara como productora de radio o de notas en lugares en los que trabajé. La vida no nos permitió estar juntos más de lo que pudimos, pero eso nunca fue un obstáculo ni un impedimento para que Morena me quisiera, y yo a ella. Es cierto que me invitó junto a toda mi familia, pero tampoco hubiera tomado a mal que no me hubiese puesto en su lista, porque la hubiera seguido amando de la misma manera, quizá con un dejo de tristeza por no haber estado en un momento tan trascendental para su vida. Pero ella decidió, nos invitó, y los Ventura nos pusimos lo mejor que teníamos para poder formar parte de la que resultó una noche inolvidable […] ¿Cómo te iba a fallar, More? […]

Capítulo 20 El espectáculo del periodismo

No tenemos vacaciones ni feriados, el gremio del pirata es muy sacrificado. LOS AUTÉNTICOS DECADENTES En su libro El estilo del periodista, el español Álex Grijelmo —doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, con una vastísima carrera tanto en diarios como en agencias de noticias, autor del manual de estilo del diario El País— afirma: “Hoy más que nunca debemos apelar a los pilares que hacen de la profesión periodística un servicio público: la obtención de información en fuentes fiables, la verificación inmediata de los datos obtenidos, el contraste de versiones […] el respeto a la intimidad y al honor de las personas, la separación entre información y opinión […] En síntesis, la búsqueda imparcial de un relato veraz y, por lo tanto, completo y contextualizado”. Revisar la definición de Grijelmo sobre qué constituye hacer un periodismo realmente ético y contrastarla con las prácticas de Jorge Rial y Luis Ventura lleva a una conclusión casi demasiado obvia: eso que hacen no es periodismo, al menos no desde aquella perspectiva tradicional que enseñaba que la misión de la prensa es “informar, educar y entretener”. ¿Qué es, entonces? De seguro una forma de entretenimiento. ¿Es esto “lícito”? Desde cierto marco teórico —el que sostiene que la televisión es espectáculo per se, y que necesita de la teatralidad y de recursos histriónicos para ser atractiva— es el curso natural. Dice en su Historia

de la televisión III la ensayista Mirta Varela, refiriéndose a los primeros programas de noticias: “Es durante la década del sesenta que el género se renueva fuertemente a través de dos programas: Reporter Esso (que comienza a emitirse en 1963) y Telenoche (julio 1966). En Telenoche confluyen Tomás Eloy Martínez (director de Primera Plana), el conductor Andrés Percivale y Mónica Cahen D’Anvers (que había actuado en una telenovela de Canal 13 donde se emite el noticiero). En este sentido, Telenoche se estructura desde su inicio como un show periodístico, lo cual le va a dar su rasgo televisivo más característico: el híbrido entre información y entretenimiento”. Casi como un descargo —o quizás una declaración de principios—, Ventura admite en su propio libro la condición de “entretenimiento” de lo que él y Rial hacen: “Si hay algo que tengo claro en este mundo es que yo siempre trabajo por y para la gente. El día que pierda ese sentimiento dejaré de ser periodista. Porque esa gente se conmueve, se emociona, se ríe. Participa del juego todo el tiempo. Nos deja entrar en su casa a través de la pantalla, escucha la radio, se suma a los proyectos teatrales de cada verano, lee la revista”. Rial y Ventura son parte del show. La gente no mira Intrusos o lee Paparazzi porque vaya a recibir información trascendental para la vida. Trascendente es un alerta de terremoto o el anuncio de un paquete de medidas económicas —que, al fin y al cabo, son casi lo mismo—; pero la noticia sobre el divorcio de una pareja de la farándula o el rumor de que tal cantante de cumbia engaña a su mujer con aquella aspirante a modelo no le cambia la vida a nadie. La prensa de este género no informa. O, más bien, solo informa sobre cuestiones que no le cambian la vida a nadie, salvo a los propios protagonistas de la noticias, y a veces ni a ellos. El valor educativo de esta clase de contenidos ni siquiera debería ser sometido a discusión. Pero de los tres pilares de la prensa tradicional, hay algo en lo que Rial y Ventura no fallan: podrán no informar, podrán no educar, pero seguro son capaces —y mucho— de entretener. Por eso la gente los sigue. Porque lo que hacen no es periodismo en su sentido puro, pero sí es una forma de entretenimiento. Y una muy particular. Una que excede a la mera ficción; que dobla las reglas del periodismo como tal, incorporando recursos de la narración; que mete al noticiero y al culebrón en una coctelera para servir finalmente una mezcla colorida, asombrosa y llena de matices. ¿Qué los hace atractivos para el público? A riesgo de incursionar —una vez más— en cierta antropología de barrio, quizás el principal atractivo se lo dé el morbo inherente a la curiosidad. “Cuando una persona de estatus muy alto es destrozada, todos sienten placer, ya que experimentan la sensación de haber subido un peldaño”, afirma en su manual de teatro de improvisación, que es todo un estudio a su vez sobre la condición humana, el británico Keith

Johnstone: “Esta es la razón por la cual en las tragedias aparecen reyes y príncipes, y también a esto se debe que para representar una tragedia haya que usar un estilo especial de estatus alto […] Al animal de estatus alto le pueden suceder cosas terribles, […] pero nunca debe parecer como si pudiera aceptar una posición más baja en el orden jerárquico. Tiene que ser expulsado de su posición”. Quizás de eso se trate, a fin de cuentas: de que el televidente que ve a Rial y Ventura generar hordas de ángeles caídos, siente que la vida, el universo y todo lo demás, son un poco más justos. Que si Mirtha puede sentirse arrastrada en el fango o la más bella de las bellas puede convertirse en forma instantánea en una cornuda, entonces el cosmos sea un lugar más equilibrado. Una vez más: no es periodismo. Y, sin embargo, tampoco es ficción. Es más bien una especie de reality show donde los hechos espontáneos se superponen con eventos que, al menos vistos desde afuera, parecen planificados por un habilidoso guionista. Sus historias navegan aguas turbulentas, a mitad de camino entre la realidad y la ficción. Dice Jorge Fontevecchia en su manual de estilo que “una enfermedad moral [del periodismo] la constituye el narcisismo […] Algunos periodistas consideran que están por encima del resto de los seres humanos”. ¿Por encima como para saltar los muros de la intimidad ajena sin prejuicios y hasta con cierta impunidad? ¿Por encima como para acumular secretos ajenos y generar una especie de fobia colectiva al “carpetazo”? ¿Por encima como para considerarse a sí mismos lo suficientemente importantes como para ser a la vez comunicador y objeto noticioso? ¿Por encima como para no avergonzarse ni un poquito de haber “creado” de la nada e impuesto personajes como Silvia Süller, Wanda Nara o Nazarena Vélez? Todas las respuestas, por sí o por no, son solo una invitación a un debate interminable. Muchos se rasgan las vestiduras en nombre de la prensa, condenándolos. Otros los siguen a diario, muchos con verdadero fanatismo, algunos —más intelectuales— como una especie de placer culposo. Su forma de hacer periodismo es, como poco, discutible. Sin embargo, en América, nadie se queja. Los responsables del canal sostienen que jamás supieron sobre la existencia de aprietes o presiones. “Hacen lo que hace todo periodista”, afirma una fuente con acceso a las más altas esferas de la emisora. “Usan la información para conseguir una desmentida en exclusiva. La pauta es que nunca se bajó una nota por pedido de nadie.” En marzo de 2007, en una de las poquísimas entrevistas que Jorge Rial concediera a la revista Noticias, se le preguntó sobre la ética de su estilo. “¿No se cuestiona el hecho de revolver en la intimidad para sacar la basura y las miserias ajenas?”, preguntó inquisidora la cronista. Sin perder la calma, la respuesta de Rial fue tan sincera como contundente: “No. Hago lo mismo

que hacen los medios serios. En todo caso, si alguno se siente basura, bueno... Estamos en un país absolutamente frívolo. Todos muestran la intimidad. [Cuestionar] eso es una cosa de los críticos, que creen que son impolutos. Yo me cago en los críticos”. Como fenómeno de medios, la cruda realidad es que, al final del día, gusten o no, Jorge Rial y Luis Ventura están ahí. Son únicos y, ante todo, son inevitables. En cuanto a sus traspiés personales, son tan pecadores como el que más. Solo que, en su caso, y sobre todo en el último par de años, sus trapos sucios se lavan en la televisión abierta. Comparados con el hombre que cualquier madre argentina soñaría con tener por hijo, son una tragedia. Pero si se los mide con la misma vara que a tipos capaces de quemar viva a su pareja o de robarse la máquina de imprimir billetes, son apenas villanos de cabotaje dignos de una película de Disney; de esos que son derrotados por héroes improbables y a los que hasta se les permite, en el último segundo, la redención. Quizás la mejor forma de definirlos sea a través de esa misma ambigüedad que atraviesa sus vidas y sus carreras. Si son ángeles o demonios, si lo que hacen está bien o está mal, si — cuando lleguen al final de sus días— los espera una nube especial en el cielo de los periodistas o una suite en el infierno, como diría la filósofa contemporánea Karina Olga… “lo dejo a tu criterio”.

BIBLIOGRAFÍA

Libros BENNET, Peter D., Dictionary of Marketing Terms, Nueva York: McGraw-Hill, 1995. CARTER, Judy, The Comedy Bible, Nueva York: Simon & Schuster, 2001. FONTEVECCHIA, Jorge, Cómo leer el diario, Buenos Aires: Planeta, 2007. GRIJELMO, Álex, El estilo del periodista, Buenos Aires: Taurus, 2014. JOHNSTONE, Keith, Impro, Improvisation and Theatre, Londres: Faber & Faber, 1979. LÓPEZ-IBOR ALIÑO, Juan y VALDÉS MIYAR, Manuel, DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Texto revisado, Barcelona: Editorial Masson, 2002. McKEE, Robert, Story. Substance, Structure, Style and Principles of Screenwriting, Nueva York: Harper Collins Publishers, 1997. RIAL, Jorge, Polvo de estrellas, Buenos Aires: Planeta, 1996. —, El intruso, Buenos Aires: Planeta, 2001. —, Jorge, Yo, el peor de todos. Mi autobiografía, Buenos Aires: Margen Izquierdo, 2014. SERRA, Alfredo y RITACCO, Edgardo, Curso de periodismo escrito, Buenos Aires: Atlántida, 2004. TÁLICE, Roberto, 100.000 ejemplares por hora. Memorias de un redactor de “Crítica”, el diario de Botana, Buenos Aires: Corregidor, 1977. ULANOVSKY, Carlos, Paren las rotativas. Diarios, revistas y periodistas (1970-2000), Buenos Aires: Emecé, 2005. VARELA, Mirta, Historia de la televisión III, Buenos Aires: ReHiMe, 2011. VENTURA, Luis, Toda la verdad y nada más que la verdad. Los expedientes V, Buenos Aires:

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Diario Registrado (15/11/12) El Día (05/01/04) Exitoína (09/11/14) Ibope (Sitio oficial) Infobae (noticias publicadas los días 06/03/12, 31/07/12, 15/02/14, 22/05/14, 09/06/14, 24/06/14 y 17/07/14) La Nación (notas publicadas los días 27/04/12, 15/11/12, 05/08/14, 11/08/14 y 08/09/14) PrimiciasYa (09/02/12) Rating Cero (noticias publicadas los días 30/08/13 y 29/09/14) Revista Anfibia (10/10/13)

Cubierta Portada Capítulo 1. El tiburón y la rémora Capítulo 2. Apuntes para una biografía o dos Capítulo 3. Estamos en el aire Capítulo 4. Del amor y otros demonios Capítulo 5. La bella y la bestia Capítulo 6. Camino a la fama Capítulo 7. Extraña pareja Capítulo 8. Chimenteros S.A. Capítulo 9. Los secretos de la corte Capítulo 10. El imperio contraataca Capítulo 11. De bufones y trovadores Capítulo 12. Mamá muerde la banquina Capítulo 13. Jorge versus Jorge Capítulo 14. De tal palo Capítulo 15. La gran hermana Capítulo 16. Y aquí no ha pasado nada Capítulo 17. Es complicado Capítulo 18. Pero el amor es más fuerte Capítulo 19. Adiós, hermano cruel Capítulo 20. El espectáculo del periodismo Bibliografía Créditos Sobre el autor Otros títulos del autor

Gualda, Diego Buenos muchachos. - 1a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2015 (Obras diversas) EBook. ISBN 978-950-07-5151-3 1. Investigación periodística. I. Título CDD 070.4

Edición en formato digital: marzo de 2015 © 2015, Penguin Random House Grupo Editorial Humberto I 555, Buenos Aires. Diseño de tapa: César Pucciarello Foto del autor: © Ro Guaraz Foto de tapa: Gentileza Revista Noticias / Editorial Perfil Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de la editorial. ISBN 978-950-07-5151-3 Conversión a formato digital: Libresque www.megustaleer.com.ar

DIEGO GUALDA Nació en San Isidro en 1974. De chico quiso ser astronauta y estrella de rock, pero a falta de talento para las ciencias y de habilidad para la ejecución de instrumentos, acabó convertido en periodista. La Universidad Católica Argentina lo depositó en la vereda de las redacciones de revistas y diarios nacionales, donde aún se lo puede ver mendigando. Fue colaborador, cronista y redactor de innumerables medios, y hoy se desempeña como editor de la revista Noticias. Como casi todo el mundo, tuvo un blog, que habría de convertirse en Hablalo con mi abogado (Sudamericana), su primera novela. Actualmente está embarcado en la escritura y publicación de la saga vampírica Hijos de la oscuridad (Ediciones Puck).

Foto: © Ro Guaraz

Otros títulos del autor en megustaleer.com.ar

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