Buenos Aires y el agua

August 26, 2018 | Author: EriCka Guzmán Banchón | Category: Buenos Aires, Water, City, Quality (Business), Nature
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Descripción: memoria, higiene urbana y vida cotidiana desde el año 1500...

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BUENOS AIRES Y EL AGUA Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

BUENOS AIRES Y EL AGUA Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

INDICE PRESENTACION INTRODUCCION

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CAPITULO I 1580 - 1880. DE LA CIUDAD HISPANA A LA GRAN ALDEA Buenos Aires y el Río de la Plata 8 Puerto, ciudad y territorio 8 Puerto y puerta de la ciudad colonial. Comercio, arribo y partida 11 Recreos y esparcimiento en la ribera del río 15 Las transformaciones de la “Gran Aldea” 16 Proyectos para aguas clarificadas 16 Ideas y proyectos para el puerto y el Riachuelo 18 Avanzar sobre el río 19 El borde del río y el ensanche urbano 20 El Puerto, la obra clave del siglo XIX 21 La Municipalidad de Buenos Aires. Obras de Infraestructura Higiene urbana 24 Higiene doméstica y vida cotidiana 24 RECUADROS De patios y jardines 26 Las experiencias del Padre Paucke

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CAPITULO II 1880-1930. La CIUDAD COSMOPOLITA Agua, Cloacas, Civilización y Progreso 29 Higiene pública versus enfermedades hídricas 29 El crecimiento poblacional y el lento avance de la red El nuevo concepto de higiene 34 Higiene social y baños populares 35 Buenos Aires, paraíso del aseo personal 37 Baños y paseos públicos: ornato, higiene y salud física El cuarto de baño. De lo nómade a lo estable 41 El “cuarto de baño” y el “water-closed” 41 Baño y water se unen: surge el “baño-habitación” 45 El funcionalismo y la aparición del baño moderno 51 RECUADROS El agua y los paseos públicos 54 Juan Martín Burgos y el Balneario “La Capital” El camino del agua 57 Balneario de la Costanera Sur 58 Piletas Públicas 60 Proyectos de balnearios en el río 62

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Balneario para el nuevo siglo 64 Parque Avellaneda 66 Baños para pobres y lavaderos 67 Fuentes para el ornato urbano 69 Fuentes monumentales 71 El ascensor hidráulico 73 La Oficina de Contraste 75 El inodoro 77 El cuarto artefacto 79 Heinlein & Cía. Todo lo que usted necesita para su cuarto de baño, y más De la higiene pública a la privada 82 Imaginarios navales remitidos desde Cataluña 84 Costanera Norte 85 El faro de los yates 86 Un monumento con los pies mojados 87

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CAPITULO III 1930-2001. LA METRÓPOLIS MODERNA Al rescate de los bordes: el Programa Buenos Aires y el Río Puertos de Buenos Aires: la Metrópoli reactiva sus bordes Refuncionalizar el Puerto Madero 90 Un borde postergado: el Riachuelo 93 El agua que Buenos Aires tiene bajo su superficie 96 Las rutas bajo tierra de los arroyos y sus emisarios 96 El agua llega a través de ríos subterráneos 98 El agua recuperada para deleite urbano 102 El Parque 3 de Febrero y sus espejos de agua 102 La Laguna de los Coipos 102 Las fuentes 106 Aguas Argentinas y la comunidad: un compromiso asumido COLABORACIONES 110 Control de calidad del agua Continuidad del espíritu que animó a O.S.N.

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AGUAS ARGENTINAS YLAPROTECCIÓN DELPATRIMONIO CULTURAL Una nueva mirada sobre el patrimonio: Los sistemas digitales de representación 117

BIBLIOGRAFIA GENERAL BIBLIOGRAFÍA 118 AGRADECIMIENTOS

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PRESENTACION Desde 1995, Aguas Argentinas viene desarrollando el Programa Patrimonio Histórico, un emprendimiento orientado a promover y acrecentar el conocimiento de la historia y del patrimonio cultural de los argentinos. Dentro de las múltiples actividades implementadas por este Programa -fruto de un convenio entre Aguas Argentinas y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)- se encuentra la Colección Patrimonio Histórico, una serie iniciada en 1996, con la edición de un libro sobre el origen y construcción del monumental Palacio de Aguas Corrientes, en Avenida Córdoba 1950. La segunda entrega, “Agua y Saneamiento en Buenos Aires 1580-1930”, realizada en 1999, abordó la historia de las obras de salubridad en esta gran ciudad, y el relevante patrimonio edilicio derivado de las mismas, cuyo cuidado hoy está a cargo de Aguas Argentinas. Con esta tercer publicación, realizada al igual que las anteriores por profesionales e investigadores del Convenio CONICET - Aguas Argentinas, nuestra empresa reafirma su convicción y compromiso constante en el cuidado y promoción del patrimonio histórico de Buenos Aires y, especialmente, de todos los testimonios vinculados al origen y evolución de las obras de salubridad de esta gran metrópoli. En esta oportunidad, el protagonista principal de la historia es el agua y la particular relación que tuvo, tanto con la ciudad como con su gente. Una historia que hunde sus raíces en la fundación misma de la ciudad, en aquel pequeño caserío a orillas del gran estuario del Plata, en 1580, el cual fue alternando encuentros y desencuentros a lo largo de más de cuatro siglos. Esta mirada retrospectiva nos permite comprender mejor la importancia que tuvo -y tiene- este vital elemento en la calidad de vida de los habitantes de la ciudad. Mientras que el recorrido urbano arroja claves útiles para comprender mejor la importancia que asume la presencia del río en la memoria e identidad de la ciudad; la historia desde lo cotidiano, desde el uso y disfrute del agua por la gente en el interior de sus viviendas, ofrece una dimensión hasta hoy poco conocida -y no por ello menos valorable- de los profundos cambios que acontecieron en poco más de cien años. Desde aquellos aljibes y recipientes -que hacían las veces de sanitarios móviles- hasta el sofisticado baño de hoy; y desde la plácida ribera con lavanderas frente al antiguo fuerte hasta el revitalizado Puerto Madero de hoy. 4

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El agua es el vínculo que permite construir un recorrido histórico común que Aguas Argentinas pretende rescatar y exaltar una tarea que se inscribe dentro de las acciones y estrategias que los 3800 empleados de la concesión y los 8000 empleados de sus proovedores y contratistas desempeñan con auténtica pasión los 365 días del año, orientados a asegurar el aprovechamiento racional de un recurso no renovable y optimizar la calidad del servicio para sus 2.800.000 clientes, que representan 8.000.000 habitantes de la Ciudad de Buenos Aires y su conurbano. Historia, calidad de vida y modernización tecnológica permanente son partes de la misma ecuación, que respeta el pasado heredado y a su vez, asume las demandas y desafíos del presente, a través de un importante plan de inversiones orientadas a garantizar la eficiencia y la calidad del servicio para el beneficio de todos los habitantes.

Ing. Michel Trousseau

Dr. Juan Carlos Cassagne

DIRECTOR GENERAL DE AGUAS ARGENTINAS

PRESIDENTE DE AGUAS ARGENTINAS

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INTRODUCCION Memoria del agua. El agua es parte esencial de la memoria de Buenos Aires. El agua que definió el lugar de su fundación, el puerto que aseguró la razón de su crecimiento económico, la falta del agua que originó las epidemias, las obras del agua que marcaron la modernización de la ciudad, las aguas encauzadas que de tanto en tanto se desbordan... El agua, desde siempre el agua. De la escala de la ciudad a la escala de los barrios y de las comunidades del agua es el signo de la calidad de vida, es la marca de las condiciones de salubridad, es la integración de ámbitos fundamentales para las nuevas formas de vivir. Aquellos porteños carentes de agua potable y de adecuados servicios sanitarios en la segunda mitad del XIX, fueron considerados décadas más tarde como exóticos por los visitantes europeos, debido a su irreductible hábito de bañarse todos los días. Difícil rastrear la procedencia de esta modalidad, que raramente hubiera venido del viejo continente y que la confluencia entre las costumbres indígenas y la pedagogía de las maestras norteamericanas de Sarmiento, parecen explicar parcialmente. Esa relación dual entre la ciudad y su ribera, huésped histórica de balnearios concurridos y playas contaminadas, deja su impronta en la historia urbana y nos muestra las variaciones de una presencia ambigua que hoy nuevamente tendemos a valorar, a través de programas específicos orientados a recuperar tanto la memoria ciudadana como las calidades ambientales. El Programa Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas, desde su inicio en 1995, procura justamente promover el rescate y valorización de este patrimonio no tangible, vigente en las diversas formas de vivir la presencia del agua que tienen los habitantes de Buenos Aires. Una presencia jalonada de aciertos y errores, de contradicciones que, sólo en los últimos años se han tratado de superar. Vislumbrar lo que el agua significó para los porteños en su vida doméstica, en la generación del confort, en la superación de los niveles de salud y en la apuesta por su incorporación como elemento lúdico para la vida urbana, permite comprender mejor la significación e importancia que adquiere este vital elemento en su presente y su futuro. El contenido del presente libro pues, el tercero editado por Aguas Argentinas dentro de la colección Patrimonio Histórico, forma parte de un patrimonio que se nutre en lo histórico pero que es esencialmente cultural, y que se manifiesta en la memoria del agua. Una memoria que nos habla de lo doméstico, del engalanamiento urbano, de las calidades de servicios y de los cambios tecnológicos para lograr una ciudad mejor. 6

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En los conceptos troncales de las antiguas culturas americanas el agua fue símbolo de vida. Convivir con el agua, asegurar su disfrute a todos, canalizar las respuestas a los desbordes y, sobre todo, valorar la memoria de su paso y presencia en la ciudad, es en definitiva el objetivo de este nuevo trabajo que ha preparado el equipo de investigación del Programa Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas. Es entonces, una forma de crear conciencia sobre la evolución de nuestra ciudad y las posibilidades que nos ofrece una acción permanente orientada a mejorar la calidad de vida de quienes la habitan. Arq. Ramón Gutiérrez

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CAPITULO I 1580-1880. DE LA CIUDAD HISPANA A LA GRAN ALDEA Arq. Ramón Gutiérrez

Buenos Aires y el Río de la Plata Pampa y río fueron las referencias axiales del sistema que dio vida a la ciudad. Estos elementos fueron la razón de la elección del sitio y del emplazamiento: las decisiones iniciáticas del ritual urbano. La ciudad quedó así indeleblemente marcada por la presencia del agua. El espacio geográfico de Buenos Aires ha respondido en la persistencia del declive natural de la llanura que se articula con el Río de la Plata, pero también ambos: tierra y agua han signado una psicología espacial de la amplitud, de la grandeza, de límites inconmensurables que han dejado honda huella en el habitante de la ciudad. El agua era el camino de la accesibilidad y la costa el fondeadero protegido. Las condiciones de elección del sitio exigían fácil defensa, movilidad controlada y abastecimiento de elementos básicos. El agua y la barranca daban la seguridad frente a la pampa inmensa, eligiendo en la costa una eminencia que sirviera de atalaya y aprovechando el Riachuelo próximo como otro sitio de resguardo. Buenos Aires fue la “puerta” de la tierra para la conquista del territorio, pero también fue el “puerto” que marcó la referencia económica y política en los primeros tres siglos de su vida.

Puerto, ciudad y territorio El puerto sería la clave del acceso a un territorio todavía no explorado, y conquistado por la expedición de Mendoza que fundara la primera Buenos Aires en 1536. Pero aun antes, el descubrimiento del Río de la Plata en 1516 alimentó la ilusión utópica de que este río con dimensiones de mar, abriría las puertas a la codiciada comarca de El Dorado. La ciudad nació con la expectativa de adquirir control espacial a partir del río, es decir con esa voluntad de “ciudad-territorio” que le ha dado energía y potencia desde su origen.

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Trazado de Buenos Aires, con el reparto de solares hecho por Juan de Garay, 1583.

Versión en alemán del plan de la Ville de Buenos Ayres publicado por Pierre Francois Xavier des Charlevoix en 1756. (E. Radovanovic. Planos de Buenos Aires, Op. cit.)

Cuando el 3 de febrero de 1536 se funda el “pueblo y puerto de Nuestra Señora de Santa María del Buen Ayre”, la estrategia de ocupación europea del sur del continente americano inicia un ciclo que continuaría con la fundación de Asunción del Paraguay en 1537. La destrucción de la primera Buenos Aires, convertirá a Asunción en la generadora de las expediciones que habrían de formar Santa Fe (1573) y Corrientes (1588). También Juan de Garay, que daría vida a la segunda Buenos Aires el 11 de junio de 1580 vertebraría la comunicación fluvial jerarquizando el antiguo sitio del primer asentamiento porteño. Buenos Aires fue el origen, pero a la vez volvería, en esta nueva etapa, a ser parte vital del sistema territorial. Los ríos serían los ejes de esta estrategia de ocupación, que marcaba su vocación de “antemural” frente al avance portugués y enclave decisivo del imperio español en la región. 9

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Vista de Buenos Aires, Vingboons, 1628. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

El puerto natural fue el Riachuelo utilizado por Pedro de Mendoza por su conveniencia de amparo. Sin embargo, Garay localizó en la idea de su traza, el puerto junto al fuerte en la costa próxima a la plaza de la ciudad un sitio que Ruiz Díaz de Guzmán consideraba en 1610 como “muy desabrigado”. En esos años el Gobernador Hernandarias proyectaba un muelle de madera para facilitar el cuestionado acceso. La defensa del sitio se planteó con un fuerte principal, rehecho a principios del XVIII, y dos fortines, uno en la boca del Riachuelo y otro en la costa al noroeste. Pero las condiciones de la ribera frente a la barranca configuraban un sistema defensivo natural, que se unía al hecho de que los barcos de mayor calado debían anclar en balizas exteriores a gran distancia de la costa. La presencia del agua no solamente se verificaba en el Río de la Plata y el Riachuelo de los Navíos sino que estaba implícita en su topografía. Un espacio configurado por una meseta surcada por pequeños ríos y arroyos cuyos límites al sur y al norte estaban definidos por el “Zanjón de Granados” (Primero) y el “Zanjón de Matorras” (Segundo), mientras que el “Tercero” prolongaba el ejido. El avance de la traza urbana sobre estos hechos naturales marcará una serie de conflictos que aun hoy la ciudad padece. Puede decirse que lo mismo ocurre con los sucesivos avances que se fueron realizando sobre la ribera del río. 10

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La importancia de las cuencas fluviales del Riachuelo de los Navíos en su contacto con el Río de la Plata, y unos 30 kilómetros más allá el Riachuelo de Las Conchas que desembocaba en el río Luján, deslindaron un territorio y marcaron la definición de los caminos de acceso terrestre a la ciudad. Hacia el noroeste, la presencia del delta del Paraná, localizada a 25 kilómetros, configuraba otro límite natural, mientras que al sureste entre la barranca y el río había una zona anegadiza que fue utilizada parcialmente como dehesa para el ganado. Complementaba este ordenamiento, a unos 50 kilómetros al sur del Riachuelo, el fondeadero natural de la Ensenada de Barragán que posibilitaba el anclaje de embarcaciones de mayor calado.

Puerto y puerta de la ciudad colonial. Comercio, arribo y partida Las dificultades políticas para el desarrollo de Buenos Aires partieron de su dependencia directa del Virreinato del Perú, cuya capital -Lima- monopolizaba el comercio marítimo con la metrópoli. Buenos Aires alcanzaría relevancia cuando los problemas geopolíticos y la necesidad del control naval abrieron la fachada del Atlántico al comercio. Ello sucedió en el siglo XVIII, cuando fue evidente que la vinculación entre el mayor centro productor de la minería: Potosí, era más fácil y accesible desde Buenos Aires que de Lima. En efecto, este trayecto tenía 1750 kilómetros de caminos llanos que podían recorrerse en dos meses, mientras que desde Lima los 2 500 kilómetros de abruptas sierras y montañas exigían cuatro meses de travesía. Mientras tanto la ciudad había vivido del contrabando, sobre todo a partir de la instalación por los portugueses de la Colonia del Sacramento (1680) en la Banda Oriental, hoy Uruguay. La creación del Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, vino en 1776 a replantear esta situación que se consolidaría con las Ordenanzas de Libre Comercio de 1778. A partir de este momento su influencia regional fue notoria. Sin embargo, la puerta de acceso a la ciudad no era cómoda ni eficaz. La escasa profundidad del río frente a la ribera, obligaba a trasladar las cargas y los pasajeros desde los buques con lanchones y carretones de grandes ruedas, por lo cual llegaban empapados luego de sucesivos transbordos. Esta circunstancia había servido también de defensa. El francés Acarette du Biscay narraba en 1658 que “cuando yo manifesté mi asombro al ver tan infinito número de animales, me refirieron una estratagema de que se valen, así que se teme el desembarco de enemigos, que también es asunto de maravillarse. En tal caso arrean un enjambre de toros, vacas, caballos y otros animales a la costa del río, en tanto número que es imposible a cualquier partida de hombres, aun cuando no tuvieran la furia de los toros salvajes, el hacerse camino por medio de una tropa tan inmensa de bestias”. El sistema de los carretones tirados por bueyes fue el mecanismo utilizado hasta mediados del siglo XIX, cuando se construyeron los muelles que aliviaron -tan solo parcialmente- las penurias de estos desembarcos. La formación del puerto de Montevideo, a partir de 1724, supliría estas dificultades para recibir barcos de gran calado que planteaba el fondeadero de Buenos Aires. 11

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Como las economías regionales del interior del Virreinato eran bastante autosuficientes, Buenos Aires vivía en esta época de la producción de su entorno inmediato y también del comercio de esclavos con destino a las minas de Potosí. Cuando las vaquerías de ganado cimarrón que poblaban los campos parecieron declinar, y agotado el ciclo de la “civilización del cuero”, la actividad del territorio se expandió a la otra banda del Río de la Plata y se consolidó la base comercial de Buenos Aires. Por ello, un funcionario decía en 1760 que allí “casi todos los ciudadanos son comerciantes”. A partir de 1778 se exportaron cerca de un millón de cueros anuales, a la vez que se expandirá la frontera interna bonaerense con la creación de una nueva línea de fuertes.

Acuarela de Florian Paucke, Buenos Aires, 1749. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

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En este contexto, el puerto retomó el carácter de elemento fundamental en la vida de la ciudad. En 1755 se construyó un muelle de piedras sobre la costa en el “Bajo de las Catalinas”, pero entre esa fecha y 1770 se hicieron varias decenas de proyectos de muelles y malecones para facilitar el arribo de lanchas y canoas, privilegiando este frente portuario respecto al del Riachuelo. La centralidad, definida por la localización de la Plaza Mayor y el Fuerte, tuvo siempre en Buenos Aires un atractivo irresistible. Allí, junto a ella, se proyectaba en 1771 realizar un muelle y la dársena, en la centuria siguiente se construiría el Puerto Madero y se levantará una de las grandes terminales ferroviarias de la ciudad. Ya en el siglo XX, se proyectarán sucesivas aeroislas ratificando que esta situación nunca perdió protagonismo a lo largo de 400 años de historia. Buenos Aires como capital del Virreinato creció rápidamente en base a una economía primaria exportadora, acompañada a la vez, por una próspera industria naval de astilleros y carenas en la zona del Riachuelo, marcando las líneas de una dinámica expansión. La decadencia del imperio español luego de la destrucción de su flota en Trafalgar (1805) llevaría a los ingleses a intentar instalarse en Buenos Aires con sendas invasiones emprendidas en 1806 y 1807. En ambas oportunidades la ciudad fue tomada por el “frente de tierra” mostrando la fragilidad de la estrategia defensiva portuaria. El notable crecimiento alcanzado hasta entonces no se compadecía, sin embargo, con la ineficiente infraestructura de la ciudad, sus deplorables servicios de limpieza y la precariedad de su equipamiento urbano. El viajero Concolorcorvo decía que sus calles de tierra “se hacen intransitables a pie en tiempos de aguas, porque las grandes carretas que conducen bastimentos y otros materiales, hacen unas excavaciones en medio de ellas en que se atascan hasta los caballos e impiden el tránsito a los de a pie”. En 1784 el Ingeniero Joaquín Mosquera comenzó a empedrar las calles de la zona céntrica y Francisco de Paula Sanz sancionó unas Ordenanzas Urbanas en las que dispuso no arrojar inmundicias por las cañerías que iban debajo de las calzadas, sino que se respetase su uso para el desagüe de las aguas de lluvia. El abasto de agua mejoró sensiblemente por la difusión del sistema de pozos de balde y aljibes que, desde 1770, se ensayó con éxito en la casa de Don Domingo Basavilbaso para almacenar las aguas de lluvia. Hasta entonces los aguateros vendían el agua del río, que era “dormida” en grandes tinajas para que decantaran las impurezas, y a veces filtrada en domésticos tinajeros de piedra colocados en las propias residencias. Desde 1791, el Cabildo de Buenos Aires comenzó a prestar servicios urbanos de barrido y limpieza tendientes a mejorar las condiciones de habitabilidad de los espacios públicos. En esta época se propició la construcción de cementerios públicos atentos a la prohibición del Rey de continuar enterrando en las iglesias y se dispuso el traslado de las curtiembres “extramuros” de la zona central. El gobierno local determinó además el relleno de los zanjones y las áreas pantanosas del casco urbano, aplicándose multas por el abandono de basura o de animales muertos. Estas disposiciones limitaron las consecuencias de las epidemias, pero no quitaron la notoria fragilidad sanitaria que padecía la ciudad.

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Pescadores en el Río de la Plata, Vidal, 1819. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

La ribera frente a la ciudad, con un precario muelle de madera, c. 1890. (AV)

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Recreos y esparcimientos en la ribera del Río A comienzos del siglo XIX, la nueva concepción “ilustrada” de la ciudad exigía generar áreas para el esparcimiento. Si la Plaza Mayor habría de determinar su carácter fuertemente comercial con la vieja Recova, una construcción específica dedicada al mercadeo; el paseo público se definiría en la “Alameda” junto al río que llevaría adelante el Gobernador Bucarelli, con el apoyo técnico del Ingeniero Bartolomé Howell, en la zona denominada “bajo del fuerte”. Esta idea de formar un camino en la ribera con el lugar de paseo para carruajes, significaba un cambio en la visión que se tenía del mismo. En efecto, ya no se trataba de un aspecto defensivo, o de la “puerta” de arribo y los habituales usos accesorios que hacían los pescadores, aguateros o lavanderas, sino de un sitio de paseo. Se decía entonces que era un espacio de disfrute y percepción visual para asegurar el “desahogo y diversión”. La apertura de la Alameda significó la demolición de diversas construcciones precarias que el Virrey Vértiz justificó diciendo : “los paseos públicos son unos adornos que contribuyen tanto a la diversión y salud de los ciudadanos como a la hermosura de la ciudad”. Aquella “alameda” que en realidad estaba poblada de ombúes y sauces señaló el espacio de paseo y exhibición social de Buenos Aires hasta avanzado el siglo XIX.

Aguatero, Isola, 1844.

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Las transformaciones de la “Gran Aldea” El período de la Independencia encontró a Buenos Aires liderando a las Provincias Unidas del Río de la Plata, en un largo y dificultoso desencuentro de conflictos externos e internos, que recién habrían de saldarse con la capitalización definitiva en 1880. No obstante, la ciudad continuaría su dinámica de expansión económica en base a las crecientes rentas de su aduana y a la consolidación de su área productiva, hasta que la inserción en el mercado mundial determinó la pujante radicación de capitales ingleses en la segunda mitad del siglo XIX. El volumen de las exportaciones que salieron de Buenos Aires se duplicó entre los años 1800 y 1850, pasando a representar el 15% del Producto nacional e insinuando la potenciación del modelo agro-exportador como eje del desarrollo. También en el mismo período la ciudad había duplicado su población, llegando a 90.000 habitantes en 1855 y a 178.000 en el primer censo de 1869.

Proyectos para aguas clarificadas La creación del Departamento de Ingenieros Hidraúlicos, colocado bajo la conducción del inglés James Bevans, determinaría el desarrollo de una serie de proyectos para mejorar las condiciones de equipamiento e infraestructura. Muchos de ellos quedaron solamente expresados en papeles por la incapacidad política de llevar a la práctica aquellas ideas. Sin embargo, se analizaron diversos proyectos de mejoras para el puerto, se planeó la realización de canales y se exploraron soluciones para el abasto de agua mediante pozos artesianos. En este tiempo, Carlos Enrique Pellegrini estudiaba los recorridos de los aguateros, los flujos cronométricos y la economía de tiempo que tendrían si evitaban los repechajes a su retorno del río, captando el agua desde un punto más céntrico y menos complejo. Anunciaba a la vez precios diferenciales, y una concentración de los servicios en fondas, lo que ahorraría “a los aguateros no sólo trayecto sino también el tiempo de andar errantes para conseguir comprador”. Pellegrini en 1845 buscó abastecer de agua a Buenos Aires formando una planta potabilizadora junto al Fuerte, idea que retoma en 1853 junto con la firma “Bleumstein y de la Roche”. Es curioso verificar que en la década inmediata a la caída de Rosas este tema tuvo particular interés. Por una parte Guillermo Bragge quiso comprar los derechos a Pellegrini sobre su proyecto, por otra aparecen nuevas propuestas de Eduardo Taylor y Juan Baratta, Guillermo Davies y también de Fortunato Pucel, representante del Conde de Hozier y del Ingeniero parisino Pedro León Bouillón. Una nueva presentación de Pellegrini en 1860 fue discutida por el ingeniero Juan Coghlan, que asesoraba entonces a la Provincia y que entendía que la solución propuesta “era ineficaz para una ciudad grande y rica como Buenos Aires”. Grande y rica sí, pero sin agua corriente... Habría que esperar hasta 1874 para concretar estos proyectos.

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Aguatero, Pellegrini, 1831. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

Desembarco en Buenos Aires, Rugendas, 1845. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

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Aduana, Casa Rosada y Estación Central, c. 1885. (Fotografía S. Rimathé, CEDODAL)

Ideas y proyectos para el puerto y el Riachuelo En 1842 el Gobierno daba a Manuel J. García una exclusiva concesión por 15 años para construir un malecón en el bajo de las Catalinas, obra que fue realizada en piedra. Pellegrini para ese entonces estaba proyectando un muelle en hierro y en 1852, a la caída de Rosas, se sumarían otras doce propuestas de muelles en la playa, estanques para estacionar buques (Pastor Frías), un muelle y rompeolas en la Boca (José Garay) y diques frente a balizas exteriores (Wicker&Jones), entre otras. Había también proyectos para muelles en el Riachuelo (Juan Botet) y una idea de dragar el viejo canal de entrada al Riachuelo, colocando muelles costeros al mismo y un camino bordeando la costa (Vicente Casares). Como puede verse, el inusitado entusiasmo de estas empresas señala la convicción de una íntima necesidad de capitalizar, eficientemente, la vitalidad portuaria y comercial de Buenos Aires. Pellegrini, fundador de la “Revista del Plata”, escribía con el entusiasmo de siempre que gracias a las obras en el Riachuelo: “florecerán nuestra navegación a vapor, nuestros astilleros, nuestro cabotaje de cabos adentro”. 18

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Para el área central Pellegrini soñaba un proyecto integral que tuviera una rompiente en el banco frente a la ciudad, con la finalidad de proteger la rada interior y convertirla en puerto abrigado. Agregaba a ella un muelle bajo de hierro y madera y la instalación de edificios para depósitos, aduana y administración. La idea de Pellegrini complementada con un ferrocarril de cintura, sería parcialmente concretada por Eduardo Taylor al ejecutar el edificio de la Aduana que contaba con varios pisos de almacenes; el más bajo de los cuales salía de la altura del agua y permitía ingresar a los botes con la mercadería en forma directa al edificio. De allí también saldría el muelle de cargas. La construcción de la Aduana junto al Fuerte, y luego el edificio de Rentas Nacionales como extensión de esta misma dependencia, vino a consagrar no solamente la ratificación de la centralidad urbana de Buenos Aires, sino también la concentración física del poder político y económico. Junto al Paseo de Julio (la antigua Alameda) se ubicaría también la estación central del ferrocarril, señalando un hito más en este proceso de localización de los elementos dinámicos de la vida urbana.

Avanzar sobre el río Las ideas utópicas sobre Buenos Aires comenzaron a esbozarse tempranamente. A veces ellas estaban motivadas por la búsqueda de grandezas intuidas, pero la naturaleza de otras respondía claramente a especulaciones inmobiliarias. Una de ellas, que tiene carácter recurrente en el devenir de la ciudad es la de construir sobre el río, obteniendo de esta manera una rápida ganancia a costa de la urbe. En 1824 el comerciante inglés Guillermo Micklejohn realizaba un proyecto que planteaba urbanizar el río construyendo una “New Town”. Esta ciudad ideal construida sobre 137 hectáreas de relleno del Río de la Plata comprendería 54 manzanas rectangulares ubicadas próximas al centro y por lo tanto susceptibles de configurar un buen negocio inmobiliario, el mismo que en 1929 propusiera Le Corbusier con su isla frente a Plaza de Mayo. Nuevamente en 1875, Miguel Berraondo proponía un ensanche de la ciudad sobre el río con 93 manzanas construidas y dos plazas. Puede parecernos sorprendente que en esta época en que la ciudad disponía de todo el territorio para crecer se apelara a este tipo de operaciones. Ello demuestra la fuerza de la centralidad y el papel protagónico que tenía la cercanía al puerto, al poder económico y al núcleo cívico. Podríamos recordar también, en el campo de las utopías, la propuesta de Domingo Faustino Sarmiento, quien desde Chile en 1850 sugería colocar la nueva capital de unos “Estados Unidos del Río de la Plata” -hechos a su escala y medida- en la isla Martín García. La nueva ciudad “Argirópolis” comandaría un país pequeño y eficiente, sustentado en la organización política de los Estados Unidos y en el modelo europeo con su imaginario urbano. Ciudad rodeada de agua, un refugio no contaminado para las grandes decisiones parecía la clave de esta proyección insular. Esta sucesión de ideas, planes y proyectos parece demostrar que avanzar sobre el río ha sido una constante histórica, desde estas iniciativas virtuales hasta la realización del Puerto Nuevo, o los más recientes rellenos que dieron lugar a la Reserva Ecológica. 19

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Muelle y ciudad sobre la rada, proyecto de G. Micklejohn, 1824. (Colección T. Vallée)

Rompeolas proyectado por C. E. Pellegrini frente a la ciudad, 1853. (Gutiérrez - De Paula, La encrucijada de la arquitectura argentina, Op. cit.)

El borde del río y el ensanche urbano Mientras tanto, la ribera del río seguía marcando la coexistencia de pescadores y aguateros en el bajo de la Recoleta y de Santa Catalina, con las lavanderas próximas a la Aduana y al molino de San Francisco, y conviviendo con el único “Paseo” de Buenos Aires, la antigua Alameda. Hacia 1844 el ingeniero Felipe Senillosa le introdujo mejoras de importancia con muretes, rejas y adornos, redefiniendo el sitio como el “Paseo de Julio”. Las rejas comenzaban a manifestar la necesidad de introducir un cierto orden cívico, pues ya en 1834 se había reglamentado la forma de circulación de peatones y carruajes, los que habitualmente subían sobre las veredas e inclusive invadían la Plaza y el atrio de la Catedral. Desde unos años antes se había prohibido el acceso de las carretas de más de dos bueyes al centro y era habitual que ellas se concentraran en la Plaza de Miserere (hoy de Once) donde se comercializaban los productos de la región. Hacia el sur, la calle ancha de Barracas (Avenida Montes de Oca), iba marcando el tránsito hacia el Riachuelo, con sus casas quintas y el enclave incipiente de la Boca del Riachuelo. En este lugar inmigrantes genoveses dieron impulso a las tareas de carena y calafateo de barcos y lanchones, así como a las actividades que generaban los saladeros a ambas márgenes del río. La ocupación de esta zona urbana no fue planificada, y se poblaron tierras que eran de continuo anegamiento en épocas de fuertes lluvias o sudestadas. En Palermo, Juan Manuel de Rosas había construido en 1836 su residencia formando un magnífico parque privado que incluía hasta un lago para paseos en barco. El trasplante de especies exóticas y la recreación de un entorno forestal, marca la nostalgia de un modo de vida semirural que muchos hacendados bonaerenses intentaron recrear en sus casas quintas hacia el norte de la ciudad en el Partido de las Conchas. En esta zona de San Fernando, los paseos y baños sobre el Río configuraron un atractivo adicional para el poblamiento iniciado en la época colonial. El crecimiento de los núcleos urbanos de Belgrano y Flores a mediados del siglo XIX configurará una nueva realidad de polos barriales que habrán de incorporarse plenamente a la jurisdicción de Buenos Aires en 1887. 20

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El Puerto, la obra clave del siglo XIX Aunque hasta 1889 la obra del Puerto Madero no daría respuesta a las demandas urbanas y comerciales de Buenos Aires, fue evidente que entre 1850 y 1880 el tema fue abordado con otro nivel de urgencia, dado el mayor calado de los buques que arribaban y el creciente volumen de carga que transportaban. La llegada a Buenos Aires seguía ofreciendo dificultades como venía sucediendo desde los siglos anteriores. Un viajero lo recuerda: “Nos tomó dos horas remar desde el barco a la playa; nuestras impresiones al echar pie en tierra estaban en lamentable desacuerdo con las nociones de grandeza que nos habíamos formado por los relatos de aquellos que habían visitado la ciudad, así como por la lectura de los libros de viajes sobre el país. El agua tiene tan poca profundidad junto a la ribera que nuestro pequeño bote no podía acercarse a la playa más de unas cincuenta yardas; allí una serie de carretas esperaban para recogernos, montamos en una de ellas; jamás habíamos visto un vehículo semejante su construcción era de lo más rudimentaria....” En este contexto, menudeaban los proyectos portuarios pero faltaban las decisiones políticas y los recursos económicos. Sin embargo ya en 1854 se había llamado a concurso para la construcción de la Aduana realizada recién un lustro más tarde por Eduardo Taylor. Esta obra significó la demolición del antiguo fuerte colonial y creó el perfil de la nueva modernidad, junto con el Teatro Colón que levantara Carlos Pellegrini en 1857 enfrente a la Plaza 25 de Mayo, donde hoy se encuentra el Banco de la Nación.

La Boca a fines del siglo XIX. (CEDODAL)

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El antiguo Hotel de Inmigrantes y los carros que trasladaban pasajeros y bultos desde los navíos a la costa, c. 1898. (CEDODAL)

Simultáneamente, se construía entre las calles Cangallo y Sarmiento un muelle de Pasajeros que se terminaría en 1855. Partía del Resguardo Aduanero con dos casillas de control en su arranque terrestre, y se introducía unos 200 metros en el río. La estructura de madera también era surcada por vagones sobre rieles. La proximidad de la nueva estación ferroviaria en el Paseo de Julio, prolongaría el paseo urbano por el muelle de pasajeros recuperando el disfrute del río en un contexto diferente del planteado con anterioridad.

La Municipalidad de Buenos Aires. Obras de Infraestructura Por decreto del 2 de septiembre de 1852 se habría de crear la Municipalidad de Buenos Aires, y el gobierno local reemplazaría de esta manera muchas de las funciones y competencias que le cabían a los antiguos Cabildos hispanos disueltos en 1824. Buena parte de las calles de la ciudad eran todavía de tierra y el Municipio instauró en 1857 el sistema de barrido y riego, a la vez que implementaba un plan paulatino de adoquinado de granito. Pellegrini sugería hacer veredas con baldosas o ladrillos duros e inclusive se probó el uso del asfalto aunque sin demasiado éxito, optándose parcialmente por el pavimento de madera que también presentaba problemas por la inconsistencia del suelo. El tema de las aguas también se fue convirtiendo en una necesidad acuciante, no solamente por la expansión de la población y la consiguiente demanda, sino también por la creciente contaminación de las napas. En efecto, los pozos semisurgentes ya mostraban síntomas de agotamiento o contaminación a comienzos del XIX y los aljibes y cisternas apenas atendían una demanda do22

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méstica en reducidas áreas. Campeaba aun el tradicional abastecimiento de los aguateros desde el río, y la ilusión de aprovechar vertientes naturales o manantiales se iba desvaneciendo luego de frustradas experimentaciones. Los estudios de John Coghlan primero y de John F. Bateman después, irán configurando la alternativa que se encararía con rapidez luego de la epidemia de fiebre amarilla de 1871. En 1873 se levantaba el tanque de agua en la plaza Lorea, y un año más tarde se inauguraban las obras de abastecimiento de agua desde el río con filtros de purificación. Hacia 1880 una cuarta parte de la población de la ciudad disponía de agua corriente desde la toma localizada en la Recoleta. La evacuación de líquidos cloacales y los residuos pluviales tenían similares problemas, utilizándose habitualmente los zanjones y arroyos como vías abiertas para el drenaje y la circulación. Los pozos negros fueron el sistema habitual en el esquema doméstico, planteándose paulatinamente la eliminación de las letrinas.

Construcción de Puerto Madero, c. 1887. (CEDODAL).

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Higiene urbana Las fuentes de agua constituían en las ciudades coloniales de América un punto de referencia importante. En general, la fuente municipal estaba ubicada en la Plaza Mayor, y a la vez los conventos colocaban otras en sus claustros o en el atrio. Ellas servían al abastecimiento barrial, ya que el convento era la estructura de aglutinamiento del vecindario pues prestaba no solamente los servicios religiosos, sino también los sanitarios (boticas) y los educacionales. En torno a la fuente se realizaban las actividades de encuentro social, sobre todo de la servidumbre, que trasmitía las novedades cotidianas en una sociedad que carecía aun de periódicos. Era por lo tanto el “mentidero” de la ciudad y el lugar de los chismes y comentarios que manifestaba la forma más primaria de socialización de informaciones y conocimientos. La fuente de agua fue considerada en los últimos años del siglo XVIII como un elemento de ornato urbano en la idea de la sistematización de las plazas mediante la construcción de arquitecturas homogéneas, que ya incluían la fuente como un elemento original del nuevo diseño. El caso de la plaza mayor de la nueva Guatemala es elocuente y, entre nosotros, las fuentes diseñadas para las plazas de Córdoba son indicativas de esta versión lúdica que confluía con el funcionalismo del abastecimiento. En 1827, por disposición de la Legislatura, James Bevans prepararía en nombre del Departamento de Ingenieros Hidraúlicos, un proyecto de fuente que reemplazaría a la Pirámide de Mayo, pero la oposición del ministro Agüero hizo fracasar el intento. Sus fundamentos fueron contundentes: “Si hoy señores, porque nos parece ese monumento (la pirámide) pequeño, tratamos de levantar otro en su lugar que sea más digno de nuestro modo de pensar, más magnífico y más a propósito para perpetuar la memoria del 25 de Mayo, mañana a los que nos sucedan les parecerá que la fuente es demasiado pequeño monumento para eso, y tratarán de quitarla para poner otro”.

Higiene doméstica y vida cotidiana La tradicional casa colonial de patios destinaba el segundo, y eventualmente el tercero de ellos, para las áreas de servicio. En ellos se colocaban los aljibes o cisternas y los “lugares comunes”, eufemismo que ponderaba los retretes que eran usados sin discriminación por todos los habitantes de la casa, aunque habitualmente el dueño y su familia apelaban a las bacinillas portátiles. En muchas viviendas, existía un aljibe con su brocal en el patio principal que permitía el abastecimiento para el consumo y el regadío. Casi todas las casas tenían un “tinajero”, estructura de madera con una piedra porosa que servía de filtro y un cántaro en el cual se iba acumulando el agua fresca y limpia de impurezas. El aljibe del segundo patio o la cisterna, almacenaban habitualmente las aguas de lluvia que eran recogidas con balde para las tareas domésticas y, eventualmente, para el consumo y el regadío de la huerta. El crecimiento de la población en el área central por las masivas inmigraciones, dio como consecuencia dos respuestas arquitectónicas diferentes para el tema de la vivienda. Por una parte, la subdivisión de la tradicional casa de patio convertida en casa de “medio patio” o “casa chorizo” (por el alineado de las habitaciones junto a este espacio) y por otra, los “conventillos” que, con una disposición similar, transformaba la casa unifamiliar en colectiva. 24

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En efecto, la tugurización y ocupación masiva de las antiguas casas coloniales llevaba a que cada familia habitara en una habitación y se implementara al fondo de los patios un lugar para aseos y piletas de lavar en común. Este esquema surgido del parcelamiento de la vivienda de patio, derivaría en la construcción expresa de conventillos con condiciones de vida degradantes y con lamentables hacinamientos. Las carencias de agua corriente y de los servicios de saneamiento adecuados, facilitaron en estos casos las mortandades originadas por la fiebre amarilla y el cólera. En 1879 había en Buenos Aires 1700 conventillos que albergaban a 52.000 personas, es decir una población similar a la que tenía Buenos Aires en el momento de la Independencia. Santiago de Estrada frente al negocio inmobiliario que encubría la construcción de conventillos, decía que ellos eran “el pudridero de la pobreza y la mina de oro de la avaricia”. Los nuevos conventillos se estructuraban sobre un patio-corredor estrecho, con escalera que daba acceso a una planta alta. Cada habitación alojaba a una familia y al fondo de este corredor se ubicaba el grifo de agua, los lavaderos y los baños comunes. Aun en el primer conjunto de viviendas económicas, construidas por la Municipalidad en 1886, las mismas carecían de baños propios y había unas baterías sanitarias, para uso comunitario, ubicadas en los ángulos del patio.

La ribera del Río de la Plata a fines del siglo XIX, en la zona de San Isidro. (CEDODAL)

Antes de construirse las redes de provisión de agua potable, el aljibe fue un elemento indispensable en el abastecimiento de la ciudad. (AGN.DDFA)

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DE PATIOS Y JARDINES

En el período colonial las casas de Buenos Aires se fueron organizando en torno a patios, siguiendo la usanza andaluza, aunque con otras proporciones. Esta tipología, en su planta y alzada, fue concebida como un noble producto de transplante, con influencias sevillanas y gaditanas. La distribución se hacía en una superficie cuadrilátera, dando las principales habitaciones a un zaguán, al frente un gran salón, cuidadosamente pintado de blanco. Era la vivienda de herencia romana, la clásica casa pompeyana, a la que se accedía por un patio central, donde se encontraban los principales recintos reservados a los amos. El segundo patio era usado por el personal de servicio y el tercero para huerta o corral, jardines y quintas. Lucio V. Mansilla recuerda de la casa paterna un primer patio rebosante de plantas que eran regadas por los sirvientes. En el segundo patio los parrales de uvas blancas y negras, protegían del calor, podía haber un pequeño cuarto, el pozo o letrina, luego la gran cocina con fogón. En el último patio se secaba la ropa. Aun a mediados del siglo XIX, la casa de patios sobrevivió en la ciudad derivada en múltiples variantes. Las nuevas formas constructivas admitieron la división en dos de la tradicional vivienda, surgió así la planta tipo “chorizo”, la que posteriormente creció en altura, transformándose en casa de vecindad. Ante el avance inmigratorio, se construyeron grandes conventillos, dos largas hileras de cuartos donde se hacinaban gran número de habitantes. El único gran patio comunitario, era el lugar donde compartían letrinas, una cocina general y piletas donde lavaban la ropa.

En el barrio norte aparecieron nuevas formas de habitar. Especialmente la Recoleta se fue poblando, desde fines del siglo XIX, de palacetes que ya poseían el servicio de las aguas corrientes y desagües. Disponían de una estructura compacta compuesta por grandes salones y espaciosas habitaciones, integrados el baño y la cocina dentro de la morada. Se destacan los palacios de figuras prestigiosas como el doctor Aristóbulo del Valle y el de Pastor Obligado. Este último que recuerda las formas de un castillo medieval, estaba rodeado por amplios jardines y se hallaba ubicado en la avenida Alvear entre las calles Libertad y la entonces denominada Pilar. El edificio de perímetro libre se ve totalmente rodeado por vastos sectores parquizados. Este tipo de construcción revela los cambios que se fueron realizando en las tipologías arquitectónicas del período. El riego se vio ahora asegurado por el servicio de agua, así se prodigaron profusas arboledas, jardines, fuentes y en algunos casos hasta contaron con canchas de tenis. Sin embargo, a pesar de las transformaciones edilicias que se fueron registrando en la ciudad, el patio persistió y persiste en muchos barrios como un valioso legado de la tradición meridional española. E. R.

Patio de una típica casa “chorizo”, con su zaguán al fondo. (AGN.DDFA)

Planos de plantas y, en la página siguiente, una vista del palacio estilo neogótico de Pastor Obligado, en Avenida Alvear, 1905. (AGN.DDFA; Plano Archivo Museo del Patrimonio)

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LAS EXPERIENCIAS DEL PADRE PAUCKE

Acuarela de Florian Paucke, con indígenas cruzando un río, 1752. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

Seguramente, aquel estupor que sentían los europeos del siglo XVI al ver cómo los indios se metían al agua, habrá seguido en las centurias posteriores. Un ejemplo de ello son los detallados comentarios del padre Florian Paucke, un jesuita alemán que llegara a estas tierras al promediar el siglo XVIII. Su asombro lo llevaría a dibujar algunas situaciones que encontrara raras y hasta jocosas. Es así que tanto los escritos cuanto las láminas de su libro “Hacia allá y para acá”, documentan la familiaridad que los aborígenes -y aun algunos los criollos- tenían con el agua. No bien llegado a Buenos Aires en 1747 le llama la atención la forma de pescar con dos caballos que se meten en el río crecido. Ambos jinetes se paran sobre el recado y cabalgan hasta que el agua les toque los pies, extienden entonces las redes y emprenden luego su retorno a la orilla, siempre de pie en la montura. “¡Quién no creería que el peso de la red bajaría a ambos del recado!”, nos dice, agregando que cuando pescan con anzuelo, suelen meterse hasta que del caballo sólo emerge la cabeza. Otro tema que documenta es el de los pases de los ríos y arroyos, cuando bueyes y carretas eran empujados a través de las aguas por media docena de aborígenes, mientras que a los misioneros los llevaban en barcos, hincados en las ancas de un caballo o simplemen-

te como fardos entre dos muchachos. El “barco” en realidad era un pedazo de cuero crudo atado en las cuatros puntas y que tenía una correa larga. Un chico de unos quince años tomaba entre sus dientes el otro extremo de la correa y nadando llevaba el bote hasta su destino. Mientras tanto, otros cruzaban nadando o cabalgando. Claro que también, cuando debía cruzar muchas cosas de una a otra orilla, usaban las tarabitas, un sistema de cestas colgadas de un cable que se desplazaban accionadas por las manos. Pero cuando se enfrentaban con cursos importantes como el Paraná, apelaban a las balsas y embarcaciones desde las que hacían gala de sus destrezas marineras. Sin embargo, las láminas del padre Paucke nos hacen ver que esta familiaridad con el agua se notaba también en los momentos de distensión. Testimonio de ello es una en que dibuja a unos veinte chicos, algunos de ellos sobre un árbol, otros usando las ramas como trampolín y zambulléndose. La leyenda explicativa, “Los niños saltan desde un árbol al agua y se buscan mutuamente debajo del agua”, nos da cuenta de lo que ya nos señala el gráfico: que los chicos estaban de lo más divertidos jugando en el río y que no tenían ninguna prevención a tirarse de cabeza. G. M. V. 28

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CAPITULO II 1880-1930. LA CIUDAD COSMOPOLITA Arq. Jorge Tartarini

Agua, Cloacas, Civilización y Progreso El agua, y con ella los sistemas de alimentación y evacuación, han sido, sin lugar a dudas, uno de los factores más relevantes en la reordenación urbana operada a fines del siglo XIX. Una reordenación física que, en el caso de Buenos Aires, también implicó una drástica transformación de su paisaje urbano, y de los usos y costumbres de su gente. El agua purificada era, dentro del ideario del momento, otro de los elementos imprescindibles al nuevo modelo de país impulsado por la Generación del 80, y en un rango de importancia similar a la pujante red de ferrocarriles, a la construcción de monumentales edificios públicos, a la importación de productos industriales, y por sobre todo, a la adopción de nuevos usos y costumbres a tono con el creciente proceso de europeización que vivía entonces la sociedad. Hablar de la historia del agua es, también, examinar la evolución del concepto de higiene urbana, desde la Gran Aldea hasta la gran metrópoli de los años ´20. Es, en suma, comprender hasta qué punto su utilización racional implicó la reestructuración total del mundo subterráneo, y también aéreo, de la ciudad. Un proceso que, según Georges Vigarello, cambió totalmente tanto la “respiración” como la alimentación de las aglomeraciones, y, además, “ha comprometido todo el lado imaginario de la ciudad, su tecnología, y también su resistencia contra la ‘capilarización’”. Pero para llegar a la ciudad recorrida por una vasta red de vasos capilares que la protegían del pánico epidémico, fue necesario transitar un largo camino. Un recorrido que entre nosotros se inició en la década de 1870 pero que recién adquirió efectividad en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX.

Higiene pública versus enfermedades hídricas Una década de epidemias había acelerado el inicio de las obras de salubridad. Sin embargo, hacia 1880, los trabajos estaban paralizados, y el centro de la Capital estaba plagado de zanjas abiertas, desmontes y terraplenes, que provocaron no pocas quejas de los porteños. Este paisaje, permaneció en esa condición durante casi veinte años -el lapso que aproximadamente duraron las obras- y fue escenario de la convulsionada vida política del país en aquellos años.

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En el inicio de un período de grandes transformaciones y de inusitada prosperidad, existía en las autoridades consenso respecto a que la creación de esta “ciudad sanitaria” subterránea, era clave para superar el flagelo de las epidemias. El problema del agua y de la propagación de las denominadas “enfermedades hídricas”, fue una de las preocupaciones principales en la acción de gobierno, sustentada en el peso de los discursos y la prédica de higienistas locales como Wilde, Rawson, Mallo y otros, quienes bajo la óptica de la ciencia médica, examinaron los posibles focos de infección que, tanto a nivel urbano como doméstico, demandaban aumentar las exigencias de higiene y salubridad. Pero estos males no eran patrimonio exclusivo de Buenos Aires. La fiebre tifoidea y el cólera fueron las epidemias más graves del siglo XIX, y escasas aglomeraciones urbanas de importancia escaparon de ella. París por ejemplo, sufrió en 1873, 869 muertes víctimas de la fiebre tifoidea, número que se elevó a 3.352 en 1882. Aún en 1892, el cólera se llevó casi 1.800 personas en el Departamento del Sena, 906 de ellas en París. La única forma de eliminar los riesgos de contagio, era erradicar tanto el consumo de agua de balde como el uso de pozos ciegos en las casas, construyendo una red de instalaciones a nivel urbano de abastecimiento de agua purificada y de eliminación de aguas domésticas. Gran Bretaña, marcaba en la década de 1880 -tanto por sus emprendimientos como por sus innovaciones en materia de artefactos- el rumbo de la ingeniería sanitaria y la mayoría de los países europeos seguían sus pasos. A comienzos de la década de 1870, para el proyecto y ejecución de este vasto plan sanitario, del estudio del ingeniero inglés John F. Bateman -como detallamos en anteriores publicaciones de esta Colección- constituye una prueba de estos anhelos que recurrían a la experiencia y el saber de los países más avanzados en el tema. No obstante, fue sólo al final del siglo XIX, cuando, salvados innumerables contratiempos e interrupciones, el plan trazado comenzó a dar sus primeros resultados. Precisamente en el inicio del proceso de metropolización a que se vio sometido Buenos Aires en aquellos años.

El crecimiento poblacional y el lento avance de la red Si en 1875 la población servida por la red de agua potable era del 15%, en 1880 ese porcentaje alcanzó el 25%, para bajar en 1885 al 22%, es decir, unos 84.900 habitantes, sobre un total de 384.500. En 1889 este porcentaje vuelve a elevarse al 28%, cuando la ciudad contaba con medio millón de habitantes y las cloacas aún no funcionaban. En 1894, cuando se inaugura el Gran Depósito Distribuidor del Palacio de Aguas Corrientes, el servicio ya alcanzaba el 65%, cubriendo las dos terceras partes de la población. Por su parte, el sistema cloacal que había sido habilitado parcialmente a principios de la década de 1890, contaba hacia 1896 con unos 22.000 edificios conectados a la red. El uso de pozos ciegos que una vez llenos se vaciaban con carros atmosféricos, seguía siendo la alternativa más difundida en las casas más pudientes, mientras que en las de menores recursos, la usanza era cavar un segundo pozo, inmediato al primero, destinado a recibir el sobrante de éste. Hubo casos en que llegaron a abrirse hasta once pozos negros debajo de una misma casa, a pesar de que estas “sangrías a las letrinas” habían quedado expresamente prohibidas por el municipio en 1871. Recién en 1895, la comuna prohibió la excavación de pozos negros. 30

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Construcción de las redes de distribución de agua potable en el centro de Buenos Aires, a fines del siglo XIX. (Archivo Museo del Patrimonio)

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Plano de Buenos Aires con el tendido de la red de distribución de agua en servicio, octubre de 1886. (Archivo Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires)

Esta especie de carrera, entre el radio servido por la provisión de agua potable y el aumento de la población, debido al espectacular crecimiento demográfico derivado del constante aporte migratorio externo, continuó hasta avanzado el siglo XX. El porcentaje abastecido en 1894, retrocedió en los años subsiguientes, y recién fue igualado en 1904, cuando el Censo Municipal -con eufemismo- consideraba a Buenos Aires una ciudad “higiénicamente invulnerable”: “Con las costosas obras de salubridad, que a la vez distribuyen filtradas y profusamente las aguas del gran río y recogen por medio de una extensa red cloacal, pública y domiciliaria, con que pocas ciudades europeas cuentan, las aguas servidas y residuos orgánicos; con la apertura de calles amplias -de pavimentos impermeables y arboledas frondosas- y plazas para la vida al aire libre (....); con los servicios municipales de limpieza y las obras del puerto y el saneamiento de los terrenos bajos contiguos, puede decirse que la ciudad de Buenos Aires se ha hecho higiénicamente invulnerable.” Afirmación demasiado generosa, si se tienen en cuenta los agudos contrastes que todavía existían entre el centro y la periferia urbana, que se extendía más día a día, multiplicándose en barrios vinculados por la acción del tren y los tranvías, pero todavía carentes de mínimas redes de infraestructura.

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Inmigrantes bajando de un barco, c. 1900. (AGN.DDFA)

Patio de un conventillo, c. 1900-05. (AGN.DDFA)

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En 1906, cuando la ciudad alcanzó su primer millón de habitantes, el porcentaje servido llegó al 66%, pero volvió a decaer el 57% en 1911. En 1910, la población servida era de 773.700 habitantes. En este mismo año, pese a los adelantos, el Censo de la ciudad registraba 140 aguateros. Los porcentajes de abastecimiento se irán elevando año tras año a partir de 1914 -un año después de inaugurado el Establecimiento Purificador de Palermo- llegando en 1925 a dotar de agua potable a toda la población de Buenos Aires. Estos avances permitieron reducir la mortalidad de un 30 por mil habitantes, a menos de la mitad en 1920, y a 11,3 en 1937.

El nuevo concepto de higiene El higienismo de fines de siglo XIX tuvo un papel primordial en el significado que asumieron las obras de salubridad en la mentalidad de la época, influenciada por los descubrimientos de Pasteur, que difundieron el temor a los microbios en la opinión pública. El agua y la percepción de la limpieza, recién adquirirán su significación actual, a partir de esta microbiología pasteuriana, que transfiguró el acto del lavado. Desde esta óptica, la acción del agua eliminaba el microbio y lo que representaba (enfermedades, suciedad, condena social), expulsando la presencia de elementos invisibles pero peligrosos, desconocidos para todos siglos atrás. Durante el siglo XVIII, la limpieza del cuerpo atacaba principalmente olores y fetideces, limitando ciertas fuentes de contagio pero sin mayor precisión. El descubrimiento y cuantificación microbiana de fines del XIX, estableció las causas y relaciones con enfermedades perfectamente referenciables. Este nuevo hecho, colocaba a la limpieza en un papel inédito hasta entonces. Ahora, además de alejar toda suciedad, era útil para eliminar los microbios. Es en este momento, cuando el mero lavado, adquiere categoría de asepsia. El baño frecuente pasa a ser de esta manera el mejor desinfectante. En Buenos Aires, se efectiviza en estos años un proceso de institucionalización de la nueva higiene dentro del aparato estatal, con la creación de organismos de higiene y salud pública, como la Asistencia Pública y la Oficina Química (1883) y la Oficina de Ingenieros Municipales (1890). Ya en el siglo XX, la creación de Obras Sanitarias de la Nación (1912) cumplió un importante papel en todo lo relacionado con las obras de salubridad de la Capital. En este contexto, es interesante observar de qué manera este conocimiento científico llegó a la gente común bajo la forma de comportamientos moralmente aceptados. Tratados de urbanidad y tratados de higiene entrelazaban sus contenidos con recomendaciones sobre la limpieza de las zonas corporales, no exentas de solemnidad, dramatismo y una fuerza emocional que procuraba enfatizar la finalidad pedagógica del discurso. Se limpiaba para destruir el microbio y reforzar la resistencia contra él, favorecer la salud y, en el mismo rango de importancia, cumplir con un código social. Código, que adquiría verdaderas connotaciones de virtud moral. La acción de los higienistas locales, que reviven los movimientos de reforma sanitaria de las principales capitales europeas, alcanzó su clímax entre 1880 y 1910. A diferencia de la antigua concepción de higiene pública, casi exclusivamente preocupada por los estragos epidémicos, la nueva higiene concebía la salud pública en un sentido abarcante que comprendía 34

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la “salud física, mental y social” de los sectores más humildes. Se trata de una higiene que vigila la salubridad de la ciudad en su conjunto, y que incluye los lugares de trabajo, de recreación, y la propia vivienda, con normas, reglamentos y recomendaciones de prevención de la salud pública para cada caso.

Higiene social y baños populares Las pobres condiciones sanitarias y de vivienda de los sectores populares en la urbe, también fueron en la visión de la ciencia médica de la época, focos de enfermedades y epidemias que debían ser erradicados, pues podían afectar al cuerpo social en su conjunto. Entre las recomendaciones tendientes a eliminar los microbios, bacterias, virus y demás calamidades, se encontraba la limpieza. Un remedio eficaz contra una de las causas principales de debilitamiento, enfermedades y hedores urbanos: la suciedad. Pero lejos estaban las viviendas de los sectores más humildes de contar con servicios de provisión de agua y desagües que permitieran el más decoroso aseo. De allí la necesidad de instrumentar limpiezas populares, baños baratos que permitiesen una permanencia prolongada en el agua, pues nadar era, en suma, una forma de lavarse. Y también una instancia de sociabilidad más que importante, en un momento donde iban adquiriendo perfil propio barrios y expresiones populares nacidas de la rica amalgama cultural entre criollos e inmigrantes. Hacia 1900, los baños públicos en Buenos Aires eran muy frecuentados, en especial porque la escasez de agua era común en las zonas más alejadas del centro y los convertía en eficaces reemplazantes del aseo en tina -con agua pagada al aguatero- que era moneda corriente entre los más humildes.

Casa de Baños Públicos, estilo mudéjar, en pleno centro de Buenos Aires. (CEDODAL)

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Artículo de la revista “Caras y Caretas”, diciembre de 1900. (AGN.DDFA)

En la revista “Caras y Caretas” de diciembre de 1900 exclamaba un hipotético esposo: “Qué gran invención las casas de baño...donde uno puede refocilarse pensando que mientras goza, la mujer se cuece a fuego lento! -Y entran a los cuartos las figuras más raras, desde la silueta de Don Quijote a la de Sancho Panza, con todas sus variantes de pelaje y hasta de conformación.” Aún en los años ‘20 la Municipalidad continuaba estimulando las prácticas del baño, por medio de carteles fijados en las calles de la Capital. La Comuna sólo contaba con tres establecimientos, frecuentados por numerosos trabajadores de ambos sexos y gran cantidad de niños, “que hallan todo lo indispensable para un baño excelente, sin el más pequeño desembolso, pues hasta las propinas están prohibidas.” Este servicio gratuito también comprendía jabón, toalla y -lo más requerido por el público femenino- agua caliente. Algo inexistente en los conventillos, donde un solo cuarto de baño con agua fría servía a una población por demás numerosa. Un cronista de “Mundo Argentino”, refiriéndose a los baños, sostenía en 1923 que estas “termas” deberían aumentarse en toda la Capital, y que eran mucho más higiénicas y eficaces que el Balneario sobre la ribera, pues, a pesar de ser un hermoso paseo, no podía invitarse a la gente a bañarse “en un agua saturada con todas las inmundicias del puerto!”; y concluía que: “Así como la gimnasia y el agua contribuyen a formar organismos sanos, nada como la sedante inmersión, la tonificante ducha, después del trabajo diario, con las comodidades que el Municipio puede ofrecer, no hay quien se resista a andar limpio.” 36

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Puente del Rosedal de Palermo, con góndola veneciana, a comienzos del siglo XX. (CEDODAL)

Buenos Aires, paraíso del aseo personal Pero, volviendo un poco hacia atrás, vale la pena aclarar que la limpieza de 1880 no era la del presente. Lejos estaba aún el hábito del baño cotidiano, y las frecuencias distaban de las nuestras. A pesar de todo, sostiene Vigarello, que la limpieza consagrada por el siglo XIX como un valor social de aceptación imprescindible, “es decisiva para comprender mejor la nuestra: se refiere muy claramente a un costado invisible del cuerpo, se apoya ampliamente en sensaciones íntimas, dispone de una racionalización científica ya desarrollada. En este sentido, es la última gran figura que precede a la limpieza de hoy.” La situación en Buenos Aires -corroborada por los viajeros que nos visitaron en 1910- parece haber sido bastante distinta respecto a la importancia del aseo personal. En el ámbito local, a diferencia de los países que capitaneaban su norte cultural y tecnológico -Francia e Inglaterra- , los principios y hábitos higiénicos alcanzaron un grado de arraigo y desarrollo poco comunes. Hecho que se encuentra reflejado tanto en la frecuencia del aseo como en la variedad de artefactos que comprendía el baño argentino, y que aparece sólo parcialmente en países de otras latitudes. Mientras que el baño inglés y el norteamericano no incluían el bidet y el francés sólo un inodoro y bañera -el lavatorio y bidet estaban generalmente en el dormitorio- el baño argentino comprendía todos estos elementos sanitarios. Aunque no sólo era una cuestión de número, sino de hábito: la propia Dirección de las Obras de Salubridad en el verano de 1900 con tono quejumbroso declaraba que las dificultades de abastecimiento de la ciudad derivaban de que: “Buenos Aires entero se baña.” 37

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Una prueba de la difusión de los principios higienistas hacia 1910, en el momento de euforia que rodeó a los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, fue la atención que mereció la higiene en la Gran Exposición de ese año, a la que se asignó un Pabellón propio -inaugurado el 3 de julio-, en el mismo nivel que los destinados al desarrollo agropecuario, a las Bellas Artes, a la industria y a la poderosa red de ferrocarriles. Cierto es que, a pesar de permanecer abierta seis meses, no fue demasiado el público que la visitó, pero, de todos modos, contribuyó a asociar la promoción de la salud con el ejercicio físico, y a fomentar el intercambio internacional a través del Congreso Científico Panamericano que en 1910 sesionó en sus instalaciones. Anexo al pabellón, se había instalado un campo de deportes, reivindicando la importancia que tenía para la higiene pública este tipo de dependencias en los espacios públicos de la ciudad.

Pabellón de la Exposición Internacional de Higiene, Buenos Aires, 1910. (CEDODAL).

Pabellón de los Lagos, Parque 3 de Febrero. (CEDODAL).

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Baños y paseos públicos: ornato, higiene y salud física. A comienzos de los años ‘20, la necesidad de estos espacios llevó a la Municipalidad a crear la “Dirección General de Plazas de Ejercicios Físicos”, para estimular el ejercicio físico en la población. Esta Dirección en 1925 tenía once patios de juegos infantiles, nueve canchas de tenis, tres de basquetbol y dos de voley, contando además con una casa de baños en el Parque Nicolás Avellaneda, con pileta de natación y duchas para hombres y mujeres. La asistencia anual a esta casa de baños llegaba en aquel momento a unas 50.000 personas, un número superior al de personas que asistían al Balneario Municipal, estimado en 46.000 bañistas de ambos sexos. En aquel año, el auge de los baños públicos gratuitos hizo que la comuna proyectara la construcción de nuevos establecimientos en Nueva Pompeya, La Boca, Parque Patricios y Mataderos, continuando a su vez con una campaña de difusión orientada a exaltar la importancia de la higiene corporal en la profilaxis de todas las enfermedades. La totalidad de hombres y mujeres que asistían a estos baños en 1926 superaba las 880.000 concurrentes. También existían lavaderos, manuales y a máquina, utilizados por lavanderas y personal dedicado al lavado y planchado de las ropas provenientes de institutos y hospitales municipales.

Proyecto de Pabellón para confitería, baños y mingitorios en Parque Lezama, Ing. Benito Carrasco, 1914. (Dirección General de Espacios Verdes, GCBA)

Otro de los cambios en la higiene urbana, fue el nuevo papel asignado a los espacios verdes. La moda europea exigía nuevos trazados y la indispensable incorporación de especies y equipamiento importado, a tono con los cambios. En general, el paisaje de los parques y paseos diseñados entre 1880 y 1930, daba rienda suelta a la imaginación y a un escapismo exotista que no permitía la ciudad con su orden urbano cuadricular. Sus trazados, inspirados mayoritariamente en el modelo geométrico francés, a menudo recurrían a un conjunto de elementos dispuestos pictóricamente en el paisaje, de tal manera que apareciesen como curiosos incidentes en escenas de controlado salvajismo. En estos diseños, los espejos de agua eran elementos primordiales, acompañados por puentes de troncos simulados, islas, grutas, confiterías con embarcadero, esculturas y demás elementos que enfatizaban su carácter romántico y pintoresquista. En estos espacios también se incorporaron fuentes ornamentales de hierro fundido o mármol, en su mayoría importadas, con cascadas y juegos de agua. En suma, eran lugares de esparcimiento que, además, debían fomentar en la población la valoración de la higiene, el ornato, la educación y el cultivo del arte. 39

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La nostalgia de Venecia trasladada a Buenos Aires. En Plaza de Mayo, proyecto de lago con góndolas, c. 1910. (CEDODAL).

Los paseos náuticos en la ciudad: botes en los lagos de Palermo, a principios de siglo. (CEDODAL)

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El cuarto de baño. De lo nómade a lo estable Desde 1872, estaba prohibido en Buenos Aires el sistema “agua va!”, nombre que deriva del alerta dado por cada vecino cuando abría su ventana y arrojaba a la calle el contenido de las vasijas de noche. Una controvertida ordenanza aplicaba multas de 500 pesos a cada infractor si el agua estaba sucia o en mal estado, y de 200 si era limpia. Este expeditivo “sistema”, en una ciudad que no contaba con redes de provisión y desagües, nos habla sobre la indeterminación espacial que rodeaba tanto a las actividades de aseo personal como a las de excreción en las residencias porteñas. En aquellos años, era habitual el uso de los denominados “servicios” o “vasos necesarios”, junto con bacinillas y “sillicos”, que permitían satisfacer las necesidades fisiológicas sin necesidad de trasladarse hasta la zona del fondo de la casa, donde habitualmente estaban las letrinas apareadas, una de la familia, y otra para el personal. Ambas desagüaban a un pozo negro, con los peligros de contaminación del pozo de balde que detallamos anteriormente. El servicio de cloacas que sustituirá estos pozos, recién comenzó a efectivizarse a partir de 1890, cubriendo sólo un 10% de las viviendas de Buenos Aires. De allí que una ciudad con más de medio millón de habitantes tuviera, aún hacia estos años, sus terrenos urbanos saturados de pozos negros. El lavado e higiene personal tampoco gozaban, en la primera mitad del siglo XIX, de una localización propia, pues era frecuente que se utilizara una enorme variedad de enseres transportables, para su uso en dormitorios y cocinas. La proliferación de objetos para estos menesteres era tan común como la de los utilizados para el acarreo del agua dentro de la casa. Mientras que en el aseo podían emplearse desde bañeras o tinas de latón, aguamaniles, jarros y palanganas; para el traslado se usaban garrafas, jarras, artesas, etc. Esta situación comenzó a variar en la segunda mitad del XIX, especialmente en las viviendas de las clases más acomodadas.

El “cuarto de baño” y el “water-closed” Los adelantos de la ingeniería sanitaria -que ya llevaba un dilatado proceso de experimentación en Europa y Estados Unidos- permitieron en el medio local un progresivo control de las condiciones de provisión, eliminación y aclimatación del agua dentro las viviendas. Este proceso recién se va a consolidar a fines del XIX, cuando la dispersión de las actividades de aseo y cuidado del cuerpo, se concentre en el “cuarto de baño”. Por su parte, las letrinas serán reemplazadas por el “water-closed”, ya no externo, sino interno a la vivienda, aunque su ubicación original se extenderá hasta avanzado el siglo XX. Las transformaciones a escala urbana, derivadas de los sistemas de provisión y evacuación, a nivel doméstico se correspondieron con los cambios derivados de la utilización de cañerías para el transporte del agua, de la nueva tecnología en materia de artefactos e instalaciones sanitarias, y de otros adelantos como los sifones hidráulicos, elementos indispensables en la separación de las aguas servidas y en la preservación de la atmósfera interna de los gases de la red.

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El refinamiento del baño inglés a fines de siglo XIX, y los artefactos ocultos tras delicada boiserie y receptáculos lujosamente moldurados. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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Catálogos de firmas de sanitarios ingleses que abastecían el mercado local. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

Mientras que las cañerías incidieron directamente en la aparición de locales fijos dentro del interior de la vivienda, donde el agua era provista y evacuada sin ninguna dificultad; el bagaje de nuevos materiales y revestimientos totalmente estancos, de modelos de artefactos sanitarios y de cocina, de dispositivos interceptores, y de infinidad de piezas y accesorios en general, fue ganando en complejidad y variedad. Una idea de este despliegue técnico y comercial es la tarea desarrollada por la Oficina de Contraste, creada por la Comisión de Obras de Salubridad en 1887 para el ensayo y aprobación de los materiales utilizados en las obras domiciliarias, entonces en su mayoría importados. El Reglamento de esta Oficina, redactado en 1888, establecía que la inspección y ensayo de los materiales, era requisito previo indispensable a la venta y utilización de cada elemento. Este avance se encuentra funcionalmente enlazado al desarrollo y auge de las nuevas formas de vivienda, y de la progresiva sustitución de las tipologías tradicionales por otras que reflejaban ese “querer vivir a la europea” que dominaba el ambiente porteño entre 1880 y 1930. El tipo residencial más difundidos de este período, en los sectores medios y altos, que sustituyó a la tradicional casa de patios, fue el petit hotel; mientras que en las viviendas en altura, predominó la casa de renta. Ambos tipos, planteaban nuevas alternativas de organización funcional de los servicios, ahora posibles por el grado de avance técnico logrado en materia sanitaria. El mismo desdén que tenían los estratos medios y altos por la atención de las necesidades corporales, se manifestaba en los arquitectos a la hora de atender los servicios de baño y cocina, poco proclives a ocuparse de “cosas como éstas”. Algo normal, en una época donde el pudor y la vergüenza regían -hasta extremos hoy poco comprensibles- los comportamientos humanos. Aproximadamente entre 1880 y 1910, puede observarse que se mantiene la diferenciación entre el “cuarto de baño” y el “water-closet”. El primero, concebido como una “sala de baños” para la hi43

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Desde artefactos para baños de asiento -parientes del bidet- hasta sofisticados sistemas de duchas, junto con una gran variedad de accesorios en hierro, y hasta calentadores a leña para bañeras de fabricación local, podían encontrarse en el mercado sanitario porteño hacia 1910. Un universo, donde el aseo ocupaba un lugar destacado. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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giene personal, se ubicaba cerca de los dormitorios principales y en ocasiones acompañado con una pequeña pieza o “tocador” de uso femenino. Para obtener agua caliente, el sistema más difundido era la instalación de una serpentina en la cocina que se vinculaba al cuarto de baño. También cumplían esta función calentadores a carbón, que se introducían en la bañera hasta que el agua alcanzara la temperatura deseada. El retrete “water-closet”, por su parte, era un emergente directo del inodoro accionado por caída de agua y perfeccionado con nuevos sifones hidráulicos. Incorporado al interior de la vivienda y vinculado a los dormitorios, sustituyó a las letrinas o “comunes”; mientras que en otros tipos residenciales más populares, como la casa chorizo, su ubicación cerca de la cocina y al fondo de la distribución longitudinal de ambientes, le hará conservar, un contacto más directo con el exterior. En las casas que no estaban incorporadas a la red, predominaban los enseres de la era pretecnológica, con letrinas exentas, confinadas al fondo del terreno. En estas unidades, los dormitorios continuaban usando bacinillas, dispuestas en sillones, y lavatorios con muebles con tapa de mármol, con su propia jarra de porcelana o esmaltada, para el lavado de caras y manos. A la incorporación del inodoro, arribado hacia 1885, se suman -en especial desde comienzos de siglo- diversidad de lavatorios, bañeras y bidets, fabricados en el exterior, y cuya distribución aquí se hacía a través de un buen número de casas importadoras. A partir de estos años, cuando el desarrollo tecnológico y comercial sanitario operado desde 1850 en Inglaterra se encontraba en pleno auge y expansión, en el medio local comenzaron a sucederse año tras año los catálogos de las principales firmas proveedoras. Muchas de ellas habían obtenido premios en exposiciones internacionales por sus adelantos e innovaciones en la materia (“George Jennings, Ltd.”, “Geo. Howson & Sons, Ltd.”, “Twyfords, Ltd.”, etcétera).

Baño y water se unen: surge el “baño-habitación” Hacia los años ‘20, se produce la unificación en un solo ambiente de las funciones de aseo e higiene personal y el “water-closet”, dejando de utilizarse la antigua separación entre ambos. Surge de este modo el “baño-habitación”, un ambiente que -tal como lo indica su nombre- era concebido como una habitación más de la casa, con su propio estilo y con la bañera generalmente ubicada sobre el lado más largo del ambiente. Este modelo, también conocido como “baño inglés”, se difunde ampliamente en la década de 1920 y constituye la antesala directa del “baño moderno” de los años ´30. La ubicación de los artefactos no obedecía a un patrón fijo, y se pueden encontrar múltiples variantes de acuerdo al tipo y nivel de vivienda que corresponda. Los arquitectos, invariablemente más preocupados en sus proyectos por los ambientes principales que por los reductos de servicio, en general trataban de ocultar el inodoro de la vista directa, confinándolo en compartimentos aislados, con ventilación independiente. A menudo también la ducha, el bidet o el lavatorio merecían receptáculos aislados o nichos. Lo cierto es que esta “habitación” superaba ampliamente las dimensiones y alturas del baño moderno tal como hoy lo conocemos, tenía iluminación natural, y un espacio central generoso para moverse con libertad. Los estilos históricos más utilizados recurrían tanto a las formas de la antigüedad clásica como a variantes orientales, muy del gusto victoriano en boga. 45

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El espacioso cuarto de baño inglés, o “baño-habitación”, con múltiples distribuciones de artefactos, estilos y decorados, encuentra su apogeo promediando los años ´20. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

La estrecha relación comercial con Inglaterra favoreció en un comienzo la difusión de los sanitarios ingleses, considerados los más adelantados de su época. Piezas de este origen se podían encontrar en los más apartados lugares del mundo, como San Petersburgo, Melbourne, Nueva Delhi, y mansiones de Estados Unidos. El cuarto de baño inglés, costoso por cierto, fue adoptado en las dos primeras décadas del siglo XX por las clases acomodadas europeas, y también en el medio local, donde alcanzó rápida aceptación. La enorme diversidad de modelos y estilos de artefactos importados que se vendían en Buenos Aires, podían adquirirse en distintas firmas comerciales del centro (casas importadoras, grandes tiendas y almacenes como “Harrod´s” y “Gath y Chaves”), entre las que se destacaba “Heinlein & Cía.”; la mayor importadora del momento. Los escaparates de esta casa ocupaban toda la planta baja de “La Inmobiliaria” sobre Avenida de Mayo del 1400 al 1500, en uno de los edificios em46

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blemáticos de este eje cívico. Los nombres de los artefactos que aparecen en su catálogo de productos -que incluía hasta automóviles- son una muestra de las asociaciones que despertaba en la cultura de la época este espacio íntimo y privado, habitado por artefactos con nombres de dioses mitológicos, de figuras femeninas de la antigüedad, plantas, flores exóticas, y una extensa lista según se tratara de baños de asiento, inodoros o complejos sistemas de duchas para bañeras. En un principio, la tendencia general fue tratar estéticamente a los artefactos de baño como muebles, como piezas que debían expresar el gusto del propietario y, además, en algunos casos ser “encapuchados”, es decir, ocultos, tras costosos revestimientos de madera u otros materiales, o bien simplemente pintados. Con frecuencia, un mismo modelo estándar recibía distintos adornos, inaugurando líneas de productos sólo en apariencia diversos. En realidad, esta “debilidad” por el adorno -en consonancia con el gusto imperante- invadió cada elemento y cada rincón del “baño habitación”. Aunque este tipo de baño alcanzó difusión a principios de siglo y los años ‘20, conviene destacar que su generalización no fue uniforme. En muchos casos, continuó la división entre retretes o “water-closet” y la parte de aseo, con entrada exterior, especialmente en la casa chorizo y en las viviendas rurales. Pero no se trataba de un simple cambio de moda o de medidas. En los años ‘20, los adelantos técnicos en la ingeniería sanitaria y el perfeccionamiento de los artefactos y accesorios para baño, estuvieron relacionados con los cambios en el modo de habitar y el nuevo concepto de higiene que trasladó su eje de interés desde la asepsia al bienestar físico y el confort.

Los lavatorios de porcelana, generalmente embutidos en muebles de madera, recibieron profusión de decorados y exóticas denominaciones.

Inodoro común, del tipo “wash-down”, compuesto por dos piezas -una taza y un sifónera una variante más económica que el de pedestal.

Las bañeras de porcelana enlozada, con patas de hierro, precedieron a las embutidas, que determinaron con su largo el ancho del baño moderno. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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Todo el “glamour” y la calidad de los artefactos norteamericanos “Standard”, en los años ´20, compitiendo palmo a palmo con sus adversarios ingleses en el mercado local. (Revista Plus Ultra, CEDODAL)

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El funcionalismo y la aparición del baño moderno En la década del ‘30, precisamente en los años de auge de la arquitectura moderna en nuestro país, es cuando aparece y se desarrolla el concepto de “baño-célula”, o “baño moderno”, tal cual hoy lo conocemos. Si en el “baño-habitación” predominaba la amplitud de espacios y el tratamiento estilístico, ahora -como contraparte- la organización del “baño moderno” se apoyaba en principios funcionales de economía y eficiencia espacial, de normalización y estandarización, en donde sistemas de medidas regulaban la distancia mínima entre artefactos. En cuanto a los estilos, la transformación fue igual de drástica: este nuevo baño adquiere estética propia, con revestimientos y artefactos despojados de cualquier alusión decorativa y ornamental. Ya no es el cuarto concebido como una habitación amoblada, o mero anexo del dormitorio, ahora tiene sus propios materiales, revestimientos, y una estética fiel a los postulados del movimiento moderno. Según S. Giedion, los orígenes de este “baño-célula” pueden rastrearse en los hoteles norteamericanos de la década de 1910. Otras influencias, habrían sido los estudios sobre vivienda mínima realizados en Alemania durante los años ´20. Ya hacia 1908, en Estados Unidos había catálogos de fabricantes que presentaban planos de los cuartos de baño compactos que venían instalando en los nuevos hoteles, pero con los artefactos distribuidos en distintas paredes y la bañera de hierro enlozado, sobre sus pies, sin empotrar. Aproximadamente en 1915 aparece también en ese país la bañera en forma empotrada, pero -siguiendo la explicación de Giedion- es sólo hacia 1920 cuando se difunde el cuarto de baño compacto, al fabricarse la bañera de pared doble y esmaltada con un largo estándar de 1.50 m. Esta reducción espacial, condicionaba el lado menor de la planta rectangular al largo de la bañera -que gira 90° respecto al cuarto de baño inglés- y los artefactos alineados a lo largo de una misma pared. Se completaba de esta manera, un recorrido de más de medio siglo, desde 1880 hasta 1930 aproximadamente, en el cual la higiene y necesidades corporales comenzaron siendo nómades dentro de la casa, continuaron desarrollándose en espaciosos e hiperdecorados cuartos de baño, y culminaron en el modelo moderno, tal como hoy lo conocemos. En este derrotero, es curioso observar cómo, este espacio ajeno a la mirada, ha conocido cambiantes reflejos espaciales, y nos ha llegado al presente como un espacio doméstico más de la casa, “casi” digno de ser exhibido. Especialmente si consideramos el desarrollo estilístico y tecnológico que ostentan muchos baños de la actualidad, alejados de la asepsia decorativa funcional, y próximos en su espíritu al despliegue que mostraban los catálogos de aquel verdadero festival sanitario finisecular.

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El artefacto blanco, sin ornamentos, se difundirá progresivamente en la década de 1920, aunque sin abandonar totalmente las generosas dimensiones de sus predecesores. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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En décadas subsiguientes, también habrá propuestas cromáticas que se extenderán a todos y cada uno de los elementos sanitarios. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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EL AGUA Y LOS PASEOS PÚBLICOS

Paseo del Tigre, con el antiguo edificio del Tigre Hotel. (CEDODAL)

La higiene urbana de fines de siglo XIX otorgó a los espacios verdes un importante papel en la preservación de la salud pública. Las plazas, paseos y parques, fueron en la visión de los gobernantes de la época -además de instrumentos indispensables en el nuevo paisaje cosmopolita finisecular- “no sólo un solaz, sino una necesidad de higiene de las ciudades (...) los gastos que ello demande no se les puede aplicar el calificativo de lujo, sino de higiene pública”, según afirma el primer intendente de la Capital, Don Torcuato de Alvear. Durante la Intendencia de su sucesor, el Dr. Crespo, se inauguró el Jardín Zoológico dentro del Parque 3 de Febrero, un lugar con proliferación de pabellones en estilos exóticos, con grutas, puentes rústicos y un importante lago. No conforme con estos atractivos, su director Clemente Onelli, sorprendió en 1911 a Buenos Aires con una sensacional noticia: el descubrimiento de un manantial de agua mineral que surgía a flor de tierra, en pleno Zoológico. Periodistas, fotógrafos y una nutrida concurrencia invadieron el lugar para probar el líquido, que era ofrecido en vasos, gratuitamente. Hasta se construyó una fuente, y se vendieron más entradas, pues por sólo diez centavos la gente podía llevarse a su casa varias botellas de “agua mineral”. Este milagroso líquido, en verdad, era agua corriente que había escapado de caños subterráneos de la red. Lagos y grutas también se levantaron en numerosas plazas porteñas: en Plaza Constitución (18887/88), se realizó una gruta con la forma de un castillo en ruinas rodeado por un lago; en el Paseo de la Recoleta -uno de los más afrancesados- hubo también otra, acompañada por lago, mirador y rocallas, sobre la barranca, e inaugura-

Uno de los pabellones del Zoo porteño, en estilo hindú, a orillas del lago. (CEDODAL)

da por Alvear en 1883. En Plaza Garay la gruta (1886) contaba con arroyo y puentes y una cascada de más de siete metros de alto. Como se ve, la presencia del agua, era un condimento indispensable en los diseños afrancesados de los paisajistas de entonces, que a menudo combinaban trazados de caminos con cursos de agua y lagos. Agua y vegetación, eran aliados en la purificación del aire y, además en una función higiénica otorgada por la ciencia del momento. En su concepción, estos espacios respondían a una misma visión pintoresquista y romántica de lo natural, en la que no faltaban estatuas, estanques con juegos danzantes, templetes clásicos, plantas acuáticas, kioskos de música, y demás elementos evocativos. Espacios, donde se permitían licencias paisajísticas imposibles de plasmar en la urbe, y donde cada sector del trazado estaba pensado pictóricamente, para satisfacer la contemplación y el goce visual. El agua también ocupó otros espacios en la imaginación y el esparcimiento de los porteños. Además de lugares de gran concurrencia, como los lagos de Palermo, desde los últimos años del XIX, se difundió la costumbre de los paseos náuticos. Tal parece haber sido el caso de los paseos por el río Luján y por el Tigre con sus recreos. Los bailes de carnaval en el antiguo Tigre Hotel (anterior al actual e inaugurado en 1890) eran un verdadero acontecimiento. El diario “La Prensa” de 1891, describe a estas fiestas como “una reminiscencia de las noches encantadas de Venecia”, en la que las quintas “iluminadas con profusión por sus dueños mostrarán sus luces en las tranquilas aguas y cruzándose con los reflejos de las lámparas de las embarcaciones producirán un efecto fantástico que recorda54

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rá las lagunas del Adriático surcadas por góndolas.” Georges Clemenceau llamó al Tigre en 1910 “una Venecia de jardines”, con árboles de todas las procedencias inclinados sobre los canales, con “pequeños barcos cargados de una juventud dichosa en la cadencia de los remos entre las risas y los cantos (...) quintas y casitas suizas de estilo suizo fundadas sobre pilotes, hoteles, fondas ventorrillos y

establecimientos de todas suertes, para todas las clases de la sociedad, confundidas en los días de descanso en aquellas aguas encantadas, que ofrecen un asilo de paz animada para suceder a las fatigas de Buenos Aires.” J. T.

Gruta en Plaza Constitución. (CEDODAL)

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JUAN MARTÍN BURGOS Y EL BALNEARIO “LA CAPITAL”

El arquitecto Juan Martín Burgos fue uno de los personajes más interesantes de la arquitectura argentina en las dos últimas décadas del siglo XIX. Sus comentarios críticos sobre la arquitectura de Buenos Aires, publicados en 1880 en los Anales de la Sociedad Científica Argentina, muestran su identificación con una visión funcionalista. Sus conocimientos enciclopédicos se traslucen en su propuesta para la Nueva Capital de la Provincia de Buenos Aires, realizada en 1882 y cuyo plano tiene inmediata influencia en el trazado con diagonales de la ciudad de La Plata, fundada ese mismo año. Burgos puede, junto a Dardo Rocha, considerarse como el ideólogo de aquel trazado que causó admiración por su modernidad. En la misma época, Burgos realizaba un proyecto para Balneario “La Capital” con un muelle diseñado en madera. Se trataba de una

plataforma de unos 80 metros de largo y 28 de ancho, que se sostenía como un gran palafito sobre el río. Al fondo del muelle, unas oficinas administrativas con la bandera habilitaban a un paseo flanqueado de casillas de madera con sus correspondientes artefactos sanitarios. Había casillas “comunes” para varios bañistas y otras individuales un poco más pequeñas (1,20 x 1,80 m). Las casillas que daban hacia el río contaban con un pasaje y baranda de hierro, mientras que un sistema de cuatro escaleras habilitaba el acceso al agua. Esto demuestra la temprana preocupación por aprovechar orgánicamente desde un punto de vista empresarial las márgenes del río para una recreación natatoria. R. G.

Planta y vista lateral del balneario “La Capital”, Arq. Juan Martín Burgos (CEDODAL)

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EL CAMINO DEL AGUA

El hidroavión “Plus Ultra” frente a Buenos Aires, con el Yacht Club de fondo. (AGN.DDFA)

Desde que en 1516 Juan Díaz de Solís descubriera este Mar Dulce, el río sería el sitio de comunicación de la región con España y el resto del mundo. Así lo vería Mendoza al instalar el primer puerto y así sucedería con Garay, quien bajando desde Asunción y Santa Fe por el Paraná, terminaría fundando la definitiva Buenos Aires en las orillas del Plata. A lo largo del tiempo llegaron los extranjeros que veían en estas tierras la posibilidad de conquistas. Si franceses, portugueses y holandeses merodearon el sitio, los ingleses no andaban muy lejos. Claro que como España abandonaba un tanto la ruta directa y se manejaba con la del Pacífico, algunos se tentarían con el contrabando. El tratado de libre comercio en 1778 abriría otras líneas de tráfico que traerían novedades. Los ingleses se adelantaron y apareceron dos veces por el río, con una suerte que parecía sonreírles, pero que poco después los empujaría a subirse a sus naves y emprender el regreso. La poca profundidad del río impediría que su costa se usara directamente para atracar, lo que o bien se hacía en el Riachuelo “de los navíos”, como entonces se decía, o bien obligaba a canjes de transporte entre el buque y la tierra firme. Con el tiempo y la nueva organización portuaria de finales del siglo XIX y buena parte del XX, el Plata se consolida como receptor de vapores, paquebotes y transatlánticos. Muchos de nuestros abuelos arri-

baron a estas tierras por esa vía. La primera visión que tuvieron de la ciudad fue justamente la perspectiva desde el agua. No sólo eran inmigrantes ávidos de una tierra de pan y de trabajo los que llegaron. También venían personalidades de la cultura, el comercio y la política. La llegada de los vapores era todo un acontecimiento que se renovaba varias veces al día. La carga y los pasajeros coincidían en muchas ocasiones. Con la transformación portuaria y el desarrollo del tránsito aéreo este panorama tocaría a su fin. Pero ya bastante antes, el tránsito aéreo también tendría al río como ambiente natural. La llegada del “Plus Ultra”, inmortalizada por Gardel, tendría lugar allí: en el río. Luego vendrían la Aeroposta para unir Buenos Aires con el litoral fluvial y el marítimo. Los hidroaviones para ir a Montevideo estarían operando hasta principios de la década de 1960. Los cambios en los medios de transportes se acelerarían en el último medio siglo, y hoy las aguas también sirven para el traslado de contenedores y para la actividad deportiva, aunque en menor medida para los viajes intercontinentales de placer. No obstante, a pesar de que el tránsito de pasajeros hacia Paraguay, el Nordeste y Europa quedó en buena medida para el recuerdo, hoy la magia y el encanto de aquellos viajes parece renacer, con las nuevas perspectivas de turismo que ofrecen ultramodernos transatlánticos, equipados con los últimos adelantos de confort. Porque, a pesar de su pérdida de protagonismo frente a los veloces aviones, el barco, hoy continúa despertando en el imaginario de todos una cautivante y evocadora metáfora visual. G. M. V. 57

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BALNEARIO DE LA COSTANERA SUR

Revista Caras y Caretas, 1914. (AGN. DDFA)

Con la construcción y apertura del Puerto Madero la relación del porteño con el río se vio desplazada hacia otras zonas de la ribera. Hacia el sur, entre las casillas de los pescadores, concurrían los domingos a la tarde familias modestas que se trasladaban para tomar el mate al aire libre. En el lugar, los bañistas se internaban en carros para higienizarse con la idea de no ser vistos, mientras que una masa compacta de ciudadanos trajeados no perdía detalle desde la costa. La revista Caras y Caretas bautizó el sector como “Balneario de los pobres”, pues mucha gente del suburbio y de “modales poco urbanos” solía introducirse en las aguas libre de todo vestido.

La idea de transformar este tramo en un paseo público surgió durante la intendencia de Joaquín Llambías. Benito Carrasco en 1916 comenzó la transformación de estos sitios alejados. El nuevo Paseo y Balneario se ubicó entre las avenidas Belgrano y Brasil y fue prontamente inaugurado el 11 de diciembre de 1918. A la altura de Brasil, un murallón con escaleras que descendían sobre el río se extendía entre un espigón de hormigón armado y una pérgola semicircular que remataba en la avenida Belgrano. La rambla destinada a los peatones estaba bordeada por una faja de jardines con locales para diversiones, canchas de fútbol y tenis. Una avenida permitía la circulación de los vehículos, flanqueda por otra parquizada y con profusa arboleda. La costanera fue prolongada hacia el norte hasta la calle Viamonte conformando una alameda entre la avenida costera y la interior. El esplendor de este nuevo espacio de la ciudad puede ubicarse entre las décadas del 20 y del 30, calculándose una concurrencia diaria de 50 mil personas. Los porteños agobiados por el calor que no podía permitirse el lujo de viajar a los balnearios de moda, se daban cita frente al río, formando una verdadera muchedumbre. El equipamiento de los lugares de esparcimiento también comprendía quioscos y teatritos, en la extensión de la avenida Belgrano. En 1927 el arquitecto Andrés Kalnay (18931932) proyectó dos edificios gemelos y enfrentados, los restaurantes “Brisas del Plata” y “Juan de Garay”, actualmente demolidos, y los quioscos “La Alameda” y “Punch de Naranja”, también desaparecidos. El mismo profesional levantó un magnífico edificio la “Cervecería Munich”, actual Museo de Telecomunicaciones. En la esquina del Bulevar de los Italianos y la avenida Belgrano se levantó el Chalet de la Cruz Roja.

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Vistas de la Costanera Sur en sus años de esplendor. (CEDODAL)

La forestación de la Costanera fue obra del arquitecto paisajista Carlos Thays, se agregaron además, un jardín y teatro griego. El sector fue completado posteriormente con los edificios de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, el Observatorio Naval del Servicio Hidrográfico Nacional y el Lazareto Capital. A través de los años un conjunto de obras escultóricas fueron incorporadas en el paseo costero como la formidable “Fuente de las Nereidas” realizada por la escultora tucumana Lola Mora, que fue emplazada en 1918 en este espacio más alejado del centro de la ciudad y de las miradas curiosas; el monumento a Luis Viale de Odoar-

do Tabacchi, el mástil donado por la colectividad italiana en 1926; y en 1936 el “Monumento a España”de Arturo Dresco. En 1921 el balneario pasó a depender de la Municipalidad de Buenos Aires. Por la memoria de ese año sabemos que concurrían 46.000 bañistas. Por el costo de 2 pesos se vendían oficialmente trajes de baño, medida de profilaxis que aumentó los ingresos del municipio en cerca de 6 millones de pesos, monto más que considerable para las exiguas entradas de la comuna. E.R.

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PILETAS PÚBLICAS

Chapoteando. (AGN. DDFA)

blicas hicieron que el municipio tomara a su cargo el control del funcionamiento de estas casas, a fin de evitar que en piletas y receptáculos se bañaran quienes padecían enfermedades. Entre otros requisitos el agua de las piletas debía renovarse constantemente. En 1878 se instaló en la calle Florida “El Gimnasio”, establecimiento de baños y escuela de natación. Tenía un salón de hidroterapia y un departamento especial para señoras. Se distinguían los baños de inmersión, y diferentes tipos de lluvias y duchas, la ducha escocesa, la de “afrecho”, la de mar artificial y a vapor. En verano se ofrecían conciertos de piano que amenizaban las reuniones del lugar.

Piletas en Parque Saavedra, Revista “Caras y Caretas”, 1914 (AGN. DDFA).

En esta época, aunque el baño en el río todavía era una costumbre, fueron surgiendo clubes sociales donde se practicaban deportes, difundiéndose de este modo el ocio al aire libre. La práctica de la natación, en espacios cerrados fue considerada también muy aconsejable por los médicos, ya que permitía conservar la higiene, y daba una acción beneficiosa a la salud. En este sentido, la cercanía del Río de la Plata no impidió el surgimiento de una nueva modalidad de higiene comercial: las casas de baños, reglamentadas, dotadas con las comodidades para el aseo, y hasta con ciertas pretensiones de lujo. Elementales cuestiones de sanidad e higiene pú-

En el pueblo de Belgrano, que pronto se incorporaría al radio de la capital, se hallaba un natatorio muy concurrido, situado a escasos metros de la estación del Ferrocarril del Norte, en las calles Juramento y 11 de Septiembre. Las dos piletas con sus trampolines fueron inauguradas el 7 de enero de 1883 en el paseo de la Barranca, tenían 5 m de ancho por 10 a 12 de largo, con una profundidad considerable. Como era natural se encontraban separadas la de damas y caballeros. Fueron construidas por iniciativa de vecinos, entre los que se contaban Emilio Bunge, Ernesto Tornsquist, y Francisco Seeber, Al frente se diseñó un jardín, accediéndose a los distintos servicios por un kiosco octogonal de madera. Las piletas estaban cercadas por una empalizada y cubiertas por un techo corredizo. En este sitio rodeado de sauces llorones, se reunían los vecinos y amantes de la natación.

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Revista “El Mosquito”, 1883. Sátira de los políticos del momento, haciendo la plancha en la pileta de Belgrano. (AGN. DDFA).

Otras casas de baño fueron surgiendo en pleno centro de la ciudad, como “La Argentina”, ubicada en Bartolomé Mitre 96, propiedad de la sociedad Lacroze, Montaña y Domínguez. En su parte delantera había una sala de duchas, cuyo centro estaba revestido por bloques de mármol. En la parte lateral se disponían cuartos de baños de inmersión fríos y calientes. La gran pileta de natación tenía 25 metros de largo y 10 de ancho, con una profundidad máxima de tres metros. La cabecera estaba curiosamente ornamentada por una gruta - al estilo de la época- y por figuras femeninas, mientras que el agua emanaba de la extraña forma de un dragón. El boleto costaba 0,50 $ y por día concurrían unas 350 personas. Otras piletas de estas características fueron “L’ Universelle” y el establecimiento

regenteado por el señor Cabanettes en la calle Balcarce. En este lugar, donde se alentaba la práctica deportiva otorgándose premios a los nadadores, surgieron los primeros cultores de la natación local. Como se ha visto, muchas de las actividades deportivas surgidas en estos años estuvieron asociadas con factores higiénicos. El efecto benefactor del agua, sobre la salud y el bienestar físico iría despertando el interés por alcanzar una máxima utilizada por las asociaciones atléticas del momento, mens sana in corpore sano. E. R.

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PROYECTOS DE BALNEARIOS EN EL RÍO

Fachada de un establecimiento de baños sobre la calle Callao, hacia 1888. (Revista El Sudamericano, 1889, Buenos Aires)

Los proyectos transformadores de la década de 1880 alcanzaron a un vasto sector de la zona de Recoleta, comenzando la urbanización y rectificación de calles y avenidas. El barrio, se había convertido en un sitio ideal para el esparcimiento, con el Jardín Belvedere, el Prado Español y el atractivo de las montañas rusas, de allí que cobrara impulso la creación de un Parque con Baños Públicos, recostado sobre el Río de la Plata, el que fue proyectado por Eugène Courtois. Se hallaba lindante con el Establecimiento de los Filtros de las Aguas Corrientes, la calle Callao, y las vías del Ferrocarril del Norte. Fue planeado como un conjunto con bosques, árboles aislados, corbeilles de flores y arbustos rodeando el área de recreación. No faltaban los kioscos, el restaurant, el café, las salas de concierto, y un lugar para la orquesta y tocador. También había un espacio destinado a Baño General y Gimnastea. En otro plano, sobre el borde costero se observa una gran pileta cuadrada con sus ángulos ochavados, y con un pabellón semicircular al que se accedería por un camino arbolado. En la viabilidad del proyecto fue decisiva la cercanía del Establecimiento de Aguas Corrientes al cual se conectarían los desagües y la entrada del agua. El Paseo así planeado, presentaba un notable atractivo por su diseño paisajístico, su relación con el borde ribereño y la inclusión de un acuarium con plantas tropicales. Iniciadas las obras el trazado del gran paseo que bordeaba la ribera obligó a terraplenar la zona destinada a los Baños Públicos. Esta acción, emprendida por el municipio capitalino, permitía ganar un área de tierras destinadas a un objeto vital para el vecindario, como era el uso de estos baños tan reclamados en este período de transformaciones. En suma, un proyecto atractivo que brindaría un servicio social necesario y embellecería el lugar. Sin embargo, pronto estos trabajos se vieron malogrados por los proyectos de ampliación del puerto de Buenos Aires.

A estos emprendimientos generados por el municipio se agregó una propuesta de particulares para construir un monumental establecimiento de baños que se ubicaría entre las calles Callao, Junín, Ayacucho y el entonces denominado Paseo de Julio. A tal efecto el municipio cedió al concesionario una superficie de 51.000 metros cuadrados por ochenta años. La planta general del balneario es sorprendente, tanto por la magnitud de su escala como por los diversos servicios que en ella se proyectaron: departamentos medicinales, baños sulfurosos, lluvias de agua dulce, duchas medicinales, baños de inmersión de agua dulce y salada, gimnasia medicinal, pedicuría, peluquería. Un establecimiento dedicado a la hidroterapia que en poco difiere de los actuales servicios ligados al bienestar y la salud. La dirección estaría a cargo de un Consejo médico formado por los principales sanitaristas, entre quienes se contaban el doctor Antonio Crespo -ex intendente- y el célebre químico Pedro Arata. Completaban este comité directivo sumamente especializado los señores Gil, Tamini, Astigueta, Fernandes y Maglione. Como era habitual, no podían faltar en el lugar el diseño de grutas y cascadas. Lo sorprendente es que el agua se pensaba conducir por cañerías desde una distancia de 40 leguas. El ambicioso conjunto contaba además con trescientas casas de departamentos, conectadas a la red de agua corriente y de luz eléctrica. En los pisos bajos se planeaba instalar un mercado, y diversas casas de comercio, un teatro y jardines, que procurarían satisfacer las crecientes necesidades de recreación de la ciudad. La idea apuntaba a generar un nuevo estilo de vida destinado a la expansión de los pobladores del barrio de Recoleta, en continuo crecimiento. A pesar de sus grandiosas proporciones el proyecto no llegó a concretarse. E. R. 62

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Plantas de proyectos para baños públicos. (Beccar Varela, A. Torcuato de Alvear, Primer Intendente Municipal, 1926, Op. cit.)

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BALNEARIO PARA EL NUEVO SIGLO

Plano de ubicación del Balneario del Nuevo Siglo, 1900. (CEDODAL)

La euforia del cambio de siglo, unida a la recuperación económica luego de la crisis de 1890, se manifestaba en las transformaciones urbanas de Buenos Aires como símbolo de la modernidad del país. Entre los múltiples proyectos que se analizaban, luego de la apertura del Puerto Madero y la culminación de los servicios de agua potable y saneamiento en el área céntrica (Radio Antiguo), estaba el del aprovechamiento lúdico del río. La idea del Balneario Público, que se había manifestado embrionariamente en esas dos últimas décadas del siglo XIX, apareció plasmada en un magno proyecto que retomaba, más allá de los diques de Puerto Madero, entre las prolongaciones de las calles Cangallo (hoy Tte. Gral. Perón) y Corrientes. El diseño del arquitecto Augusto Terracini, realizado para el empresario Lorenzo Fiorini en junio de 1900, abarcaba un complejo deportivo con áreas verdes donde se programaban canchas de fútbol, cricket y lawn-tennis, así como una pista de atletismo. En su extenso desarrollo, el Balneario presentaba grandes unidades edilicias para stand de tiro, escuela de natación y zonas de baños en el río para señoras, obviamente separadas de las destinadas a los

caballeros. Simétricamente dispuesto a la zona de stand de tiro, se ubicaban unos baños, de carácter público y gratuito, con una reducida escala frente a la magnitud de la gran construcción central de dos plantas. El núcleo central tenía un gran Salón de Fiestas, y avanzando sobre el muelle unos grandes depósitos de canoas. Una arquitectura de hierro con claraboyas de vidrios y “verandas” o balcones que permitían la contemplación del agua, configuraban la caracterización de este conjunto, que si bien se situaba en los lineamientos de composición y al empaque del academicismo arquitectónico, mostraba, más allá del rigor de sus fachadas, su espíritu lúdico y recreativo. En definitiva, la consolidación de aquel imaginario europeo que podría impactar emotivamente a los inmigrantes y viajeros que llegarían al ya consolidado puerto de la ciudad de Buenos Aires. El agua como objeto de contemplación o para el baño, se integraba así a la dinámica preocupación de empresarios y funcionarios porteños. R. G.

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Planta general del proyecto. (CEDODAL)

Planta alta y corte. (CEDODAL)

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PARQUE AVELLANEDA

Natatorio del Parque Avellaneda (P.M.)

En 1912 el municipio adquirió una fracción de 50 ha destinadas a paseo público en el oeste de la ciudad, la que fue entregada al entonces Director General de Parques y Paseos, Carlos Thays. Las tierras habían sido colonizadas a comienzos del siglo XIX. Originalmente formaron un tambo que proveía de leche a Buenos Aires, además de contar con moliendas de trigo y panadería que surtía al pueblo de San José de Flores. El sitio ocupado por la chacra Los Remedios alcanzó una nueva dimensión al diseñar el ingeniero Carlos Olivera la residencia de Villa Ambato, ocupándose además de la reforma de la estancia. La mansión ocupaba una vasta superficie, rodeada de árboles frutales y jardines. Las crónicas recuerdan que un equipo a vapor, instalado en las inmediaciones aseguraba la provisión de agua, para consumo y para cultivo de la huerta, parque y jardines.

que fue impulsada por el concejal socialista Antonio Zaccagnini. El edificio fue adaptado y restaurado para su nueva misión.

A comienzos del siglo XX la zona fue urbanizándose, se fraccionaron terrenos entre los que contó la antigua chacra transformada en paseo, destinándose espacios a canchas de tenis y fútbol, sector de juegos y teatro infantil. Las obras fueron inauguradas en 1914 por el intendente Joaquín de Anchorena, el parque recordó en primera instancia a Domingo Olivera fundador del lugar, cambiándose al poco tiempo por la actual denominación. En 1919 se instaló en la antigua casona una Colonia de Vacaciones para Niños Débiles, obra

Con el correr del tiempo estas instalaciones fueron abandonadas y se fueron deteriorando. En la actualidad, motivados por la comunidad se han ido recuperando la antigua Villa Ambato y el Natatorio, que tuvo durante tantos años destacada acción al propulsar la competencia deportiva entre los jóvenes de la ciudad.

En 1923, atendiendo a una población en continuo crecimiento se encaró la construcción de un natatorio, un centro de educación física y deportes, una escuela y colonia de vacaciones. La construcción de la pileta de natación recuerda el estilo de las termas romanas, con elementos clasicistas y art decó con ornamentación de corte americanista, muy al gusto de la época. En 1925 la Dirección General de Plazas da cuenta de la casa de baños con pileta de natación y sector de duchas divididas en sector para mujeres y para varones. Durante el tiempo en que funcionaba la colonia de vacaciones unos 4.500 niños disfrutaban de estos servicios dos veces por semana. La totalidad de usuarios alcanzó a unas 50.000 personas.

E. R.

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BAÑOS PARA POBRES Y LAVADEROS

Vista de un secadero de ropa. (AGN.DDFA)

El frágil sistema sanitario de Buenos Aires, a mediados del siglo XIX se vio quebrado por repetidas epidemias que asolaron a la población. Para proteger la salud de los habitantes surgió interés por crear baños y lavaderos públicos destinados a los sectores populares. En 1855 se proyectó construir dos edificios, ubicados al sur y al norte del sector central de la ciudad, a fin de servir de amparo a las lavanderas y solucionar el problema que provocaba emplear el agua del río para la limpieza de la ropa. Se contempló también la creación de casas de baños fríos o calientes destinadas a familias y enfermos, propuestas que fueron desestimadas por las autoridades. Posteriormente, volvió a alentarse la creación de lavaderos y establecimientos de baños. En verano la cercanía del río permitía a los porteños bañarse en sus aguas, pero al intensificarse el crecimiento de la población esto fue solo posible para aquellos que vivían en sus adyacencias. Alejados de esta posibilidad los trabajadores no contaban ni con tiempo ni medios para concurrir a la ribera del Plata. En la década de 1880 volvió a renovarse el interés por instalar baños populares que podían ser costeados por la municipalidad, y por tanto carecer de impuestos fiscales. Este tipo de prestaciones, común en los países europeos, estimulaba su realización en nuestro medio aun cuando los servicios de aguas corrientes no eran todavía regulares.

El tema de los lavaderos públicos se renovó hacia 1870, en ese tiempo la costumbre del lavado de la ropa en los pozos excavados en el río fue conceptuado altamente antihigiénico y comenzó a preocupar a las autoridades. Se consideraba que las corrientes de agua eran verdaderos criaderos de bacterias, por la creciente acción de las lavanderas que ocupaban toda la ribera, desde la bajada de la calle Humberto I, en el barrio de San Telmo, hasta Palermo. Su labor no era considerada un oficio propio de la servidumbre doméstica. En las familias más pobres hasta las más acomodadas, el trabajo se hacía en los fondos de las casas, en el río, en arroyos y lagunas. Los servicios de las aguas corrientes alentaron, sin duda a la municipalidad para encarar la ejecución de lavaderos modelos siguiendo el ejemplo de los de París. En este sentido, en 1887 se autorizó a Juan Plá a construir un lavadero higiénico en el centro de cada una de las secciones del municipio. En su distribución estos lavaderos contaban con un jardín al frente y techumbres acristaladas, mientras que las aguas servidas serían llevadas por caños de hierro al Río de la Plata, instalándose además estufas desinfectantes. Una sala especial era destinada al cuidado de las hijas de las lavanderas. Los reglamentos internos de estos lavaderos y baños públicos serían sometidos al conocimiento y a la observancia del municipio. Sin embargo, los edificios construidos presentaban un estado deplorable, y la salida de los pozos del río no mejoró la situación. Ahora las ropas también sufrían un gran desgaste, que a manos de las lavanderas se transformaban en nuevos agentes de infección. Mezcladas y con grandes dosis de jabón y de lejía para el blanqueo, agudizaban su deterioro. En los establecimientos modelos se alternaba el agua fría y caliente, los espacios eran ventilados e iluminados, provistos de aparatos de lavado mecánico, y secadores con cloacas para las aguas servidas. La lavandera alquilaba una o dos piletas, las llenaba con agua, colocaba la ropa sucia, la jabonaba rápidamente y la maceraba con cristales de sosa. Las prendas eran sacudidas con un mazo de 1 kilo de peso y golpeada firmemente sobre una tabla, en un ambiente invadido por un olor nauseabundo y mientras sonaban los cantos de los aires de la tierra que ellas entonaban. A pesar de la existencia de estos lavaderos y del numeroso registro de lavanderas -que llegó a contabilizarse en 3000- éstas seguían haciendo su tarea en el río, en los arroyuelos, lagunas, casas y conventillos. E. R. 67

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Vistas del trabajo en los lavaderos públicos. (AGN.DDFA)

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FUENTES PARA EL ORNATO URBANO

Hacia 1870 se habían colocado en la Plaza de la Victoria dos fuentes de hierro fundido adquiridas en Francia a la firma “Val D’Osne”. Ellas fueron localizadas junto a la Recova Vieja y el Cabildo. Similares modelos fueron remitidos a Córdoba, Paraná y Mendoza. Suponemos que el transporte de agua para las fuentes fue muy dificultoso en esta primera fase y como recuerda Vicente Quesada en 1882, “están secas el año entero”. Con la remodelación propuesta por el Intendente Torcuato de Alvear y el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, se planteó colocarlas en los extremos de las plazas ahora unidas, pero antes de culminar el siglo una de ellas fue llevada a Palermo, y finalmente ambas recalaron en Parque de los Patricios y en el Parque de los Andes, en el barrio de la Chacarita.

Fuente en la Plaza de Mayo, inaugurada en 1903. (CEDODAL)

Si el abastecimiento de agua mediante fuentes y pilones fue la respuesta habitual en las ciudades coloniales de América, Buenos Aires utilizaría preferentemente el sistema de los aguateros, complementado por el de aljibes y cisternas como se ha dicho. La idea de la fuente aparece como un elemento ornamental en los espacios públicos, dentro de las ideas ilustradas para generar escenarios urbanos embellecidos. Los tipos de fuentes que desarrolla Sobremonte, cuando era Gobernador en Córdoba, aparecerían posteriormente en Buenos Aires, cuando fueron propiciadas por Bernardino Rivadavia, empeñado en transformar a la ciudad en una urbe europea y progresista. No debe sorprendernos que en 1826 se piense en demoler la Pirámide de Mayo para reemplazarla por una fuente de bronce en homenaje a la emancipación nacional, cuya finalidad era representar a la posteridad “el manantial de prosperidad y de glorias” que testimoniaban a la Nación. La concepción vinculaba este espíritu simbólico con otras apreciaciones más prácticas como las de dotar de abastecimiento de agua al sector urbano, por lo que el proyecto le fue encomendado a Santiago Bevans a cargo del Departamento Hidraúlico. La oposición popular a la demolición de la Pirámide de Mayo hizo claudicar el proyecto.

En 1903 se colocarían nuevas fuentes en Plaza de Mayo, momento que queda documentado en la postal que remite el Ingeniero Villanueva a Luis Cañás. Pero la imagen de la fuente como gran expresión del ornato urbano, de la riqueza y disponibilidad del agua que corría a raudales se mantiene durante todo el siglo XIX y comienzos del XX. La propuesta del academicismo francés de buscar una “estética edilicia” que articulara a las propuestas de los higienistas con los “pulmones verdes” de la ciudad (plazas, parques y bosques) y del “ornato urbano” de los edificios y equipamientos, fueron aspectos claves en la preocupación de funcionarios, urbanistas y paisajistas. Las “Fuentes decorativas” eran temas habituales en la enseñanza de la arquitectura desde comienzos del siglo XX y hasta avanzado el mismo. Los ejemplos que mostramos en la oportunidad son sendos proyectos de fuentes realizados por los arquitectos Prebisch y Vautier en la Escuela de Arquitectura de Buenos Aires en el año 1915 dentro de su aprendizaje profesional. El carácter monumental y exento de las fuentes habla, no solamente de su carácter decorativo, sino también de la integración del mundo artístico y escultórico en el equipamiento urbano. Estas ideas de la integración entre arte y naturaleza formaban parte emblemática de la visión romántica de la ciudad decimonónica, donde la dinámica del progreso debía compatibilizarse con el paseo bucólico ya amenazado por el trajín de lo cotidiano. R. G. 69

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Proyectos de fuentes decorativas de los Arqs. Prebisch y Vautier, 1915. (AV)

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FUENTES MONUMENTALES

Fuente de Las Nereidas, Lola Mora. (P.M.)

A comienzos del siglo XX, se instalaron en Buenos Aires tres fuentes y conjuntos escultóricos de características monumentales: “Las Nereidas”, el monumento de los “Dos Congresos” y el conocido popularmente como “de los Españoles”, en las avenidas Sarmiento y del Libertador. Tres obras que reflejan un período de singular esplendor artístico de la capital porteña.

da que surge de una valva menor, que remata el monumento. La autora empleó piedra y mármol de Carrara, para la ejecución de una obra, que por la osadía en el tratamiento de los desnudos atrajo las miradas críticas de los entendidos. Esta situación obligó a trasladarla en 1918 a la plazoleta de acceso al espigón del balneario de la Costanera Sur.

“Las Nereidas”, también denominada “El tocador de Venus”, fue realizada por la artista tucumana Lola Mora, precursora de nuestra escultura. En 1903 la fuente fue ubicada en el Paseo de Julio. En su composición se conjugaron criaturas mitológicas evocadoras del mar. Tres figuras masculinas simbolizan a tritones soportados por una colosal valva de molusco, las imágenes son sostenidas por tres caballos que se hallan casi sumergidos en el espejo de agua. Las figuras femeninas que emergen a modo de sirenas, caracterizadas por su cola de pez, se ven coronadas por una Venus desnu-

Frente al Palacio del Congreso, fue inaugurada el 9 de julio de 1914 una de las fuentes más monumentales de la ciudad. La obra rememora dos hechos fundamentales de nuestra historia: la Asamblea del año 1813 y la Declaración de la Independencia de 1816. Trabajaron en el monumento “A los Dos Congresos” el escultor belga Jules Lagae y el arquitecto D’ Huicque. El conjunto al que se accede por majestuosas escalinatas se ve coronado por la figura de “La República” caracterizada con un ramo de laurel en la mano derecha. Otra imagen símbolo de “El Trabajo” se apoya en la guía de un arado, a cu71

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Monumento de los españoles, Agustín Querol. (J.T.)

Monumento de los Dos Congresos, Jules Lagae. (P.M.)

yos pies yace una serpiente, mientras que la figura de “La Abundancia” vierte su simbólico cuerno, rodeadas por figuras alegóricas que recuerdan la Asamblea de 1813 y el Congreso de 1816. Una amplia pileta, con juegos de agua rememora la presencia del Río de la Plata, grupo escultórico de animales -caballos, cóndores- guiado por la figura del Genio. A sus costados dos alegorías vierten el agua de sus cántaros representando al río Paraná y al Uruguay. Graciosos cupidos danzantes adornan los contornos del gran estanque. Debajo de la plataforma del monumento un subsuelo con bombas hidráulicas facilitó inicialmente el movimiento de los juegos de agua. Con motivo del Centenario patrio la comunidad española ofreció a la Nación Argentina una grandiosa fuente que fue emplazada en

Palermo. La obra titulada “La Carta Magna y las cuatro regiones argentinas” fue proyectada por el escultor español Agustín Querol y continuada a su muerte por su taller, recién arribó a nuestra patria en 1927. En su basamento principal ocupado por las piscinas emergen cuatro alegorías de bronce que simbolizan los Andes, el Río de la Plata, La Pampa y el Chaco, figuras de las que surgen los efectos de agua. El cuerpo central se compone de un bloque monumental, donde se enfatiza la unión de argentinos y españoles en figuras de suaves transparencias y contornos. Las imágenes de La Paz, la Justicia, la Agricultura, la Industria y el Comercio se ven presididas por la figura de la República que culmina el monumento. E. R.

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EL ASCENSOR HIDRÁULICO

Gran Tienda “A la Ciudad de Londres”, partitura musical. (Col. E. R.)

La provisión de agua corriente a Buenos Aires derivó, entre otros importantes usos, en la aparición de los primeros ascensores hidráulicos. Se tiene noticia de la instalación en 1875 de un elevador para transporte de pasajeros y mercaderías en el Hotel de la Paix, ubicado frente a la Iglesia de la Merced. Su construcción se atribuye a la firma Silvestre Zamboni e hijos. Estos aparatos se emplearon en Europa y en América antes que los eléctricos. Veinte años después, en 1895 Carlos Ortiz Basualdo, propietario de la finca situada en la calle Piedad 628, hoy Bartolomé Mitre, requirió a la Comisión de las Obras de Salubridad, un servicio especial de agua corriente para alimentar el mecanismo de un ascensor de estas características. Las partes principales la constituían un motor, un aparejo o mecanismo auxiliar para lograr la elevación, una plataforma para soporte de las cargas y un dispositivo de seguridad. El movi-

miento de ascenso y descenso quedaba asegurado por el trabajo de poleas, cables y correas. Este sistema poseía la ventaja de realizar un gasto siempre igual de agua para cada ascensión, cualquiera que fuera la carga que transportase. Además la sencillez del motor y la uniformidad del movimiento, lo hacía seguro en su manejo, posibilitando alcanzar mayores velocidades. Estos vehículos de transporte vertical eran recomendables para el traslado de personas. Nuestro aparato -que se elevaría dos pisos- se movía por el peso de un depósito de agua doble. Cuando una de las plataformas llegaba al punto más alto, se llenaba de agua un depósito unido a ella con lo que su peso aumentado arrastraba la plataforma inferior. Al descender ésta, el depósito se vaciaba, llenándose al mismo tiempo el que había llegado arriba, y estableciéndo73

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se un juego de pesos y contrapesos que permitían su funcionamiento. El agua debía tomarse directamente de las canalizaciones ordinarias, en las que la presión llegara normalmente hasta 4 ó 6 kilogramos por cm2. El sencillo diseño, fechado el 1º de noviembre de 1894, contaba con un tanque superior con capacidad para unos 3500 litros. El elevador consumía 250 litros en cada ascensión, y fue contemplado para subir 14 veces en un día, pudiendo solamente trasladar a dos personas en cada trayecto. En aquellos tiempos, otro edificio que contó con un ascensor hidráulico fue “A la Ciudad de Londres”. En noviembre de 1896 el propietario de esta reconocida gran tienda, el francés Juan Brun, presentó a la Comisión de las Obras de Salubridad, una solicitud especial para una conexión de agua corriente en la calle Victoria 581/99 (hoy Hipólito Yrigoyen), Perú 72 al 100 y Avenida de Mayo 580 al 600. El ascensor fue colocado en Perú 76. El elevador se dirigía desde el sótano del local hacia el sector del negocio ocupado por los departamentos de sedería, bonetería, calzado y modas. Estos ascensores hidráulicos, fueron pronto desplazados por los de energía eléctrica, de costo más reducido, fueron precursores y, a la vez testimonios del avance técnico de fines del siglo XIX, en el que las redes de provisión de agua jugaron un papel clave y significativo. E. R.

Corte con esquema de un ascensor hidráulico, 1894. (Aguas Argentinas)

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LA OFICINA DE CONTRASTE

Algunas de las marcas de artefactos registradas en la Oficina de Contraste. (Museo del Patrimonio)

A fines del siglo XIX, los materiales empleados en las obras de provisión de agua potable y desagües cloacales, demandaron reglamentos y controles, orientados a ordenar y normalizar las condiciones de uso, las características de funcionamiento, y los requisitos de calidad y fabricación. Fue entonces la Comisión de las Obras de Salubridad, la que dio el paso necesario, al redactar en 1887 el primer “Reglamento de cloacas domiciliarias”, creando además la “Oficina de Contraste”, que tenía a su cargo el ensayo y aprobación de los materiales y artefactos empleados en las obras. El fabricante o importador del artículo, antes de venderlo al público, debía someterlo a su aprobación y, sólo obtenida ésta, podía utilizarlo en las obras domiciliarias. Desde su creación en 1887, la Oficina destinó un lugar para que los objetos aprobados o bien rechazados pudieran ser vistos por el público. Con el tiempo, este espacio adquirió carácter de verdadero “Muestrario de Materiales”, comenzando a funcionar. Los ensayos sobre artefactos, de los cuales el solicitante debía presentar como mínimo dos modelos, originariamente se efectuaban en los talleres de la antigua Planta de Recoleta, donde también a partir de 1911 funcionaba un laboratorio (reemplazado a partir de 1929 por el actual, de la Planta General San Martín en Palermo). En 1950, el Muestrario de Materiales de la Oficina, se trasladó del subsuelo al primer piso del Palacio de Avenida Córdoba, y en 1958 se impulsó la creación de un “Museo de Obras Sanitarias de la Nación”, cuyas colecciones constituyen la base del actual “Museo del Patrimonio”, inaugurado por Aguas Argentinas en 1996 y ampliado en 2001. Entre 1887 y 1920 Inglaterra fue el principal proveedor de materiales sanitarios. Junto al material sanitario inglés aparecen en los últimos años del siglo XIX piezas fabricadas por incipientes fundiciones locales. Los caños de material vítreo y depósitos de hierro fundido para inodoros y orinales, generalmente provenían de las firmas de “George Jenning´s”, “H. Doulton”, y “Brown Valley Pottery Sharp Jones & Cía.” Los depósitos de fabricación local, hechos a semejanza de modelos británicos provenían de “E.G. Gibelli”,(1891);

“A. Lavazza”, (1892); “L. Vlyminex y Cía”, (1893); las llaves y conexiones de bronce de fundiciones porteñas como “Chientelassa Hnos.”, (1890); los interceptores de grasa de hierro fundido marca “Bonaerense” fabricados en La Plata, (1892); y marca “H&C”, de la casa “Heinlein”, con fábrica en Salguero N°26, (1893). Dentro de una enorme variedad de accesorios importados, durante la década de 1910 se presentan numerosos inodoros de pedestal de loza blanca, entre los que se encuentran las marcas: “Crescent”, (Inglaterra,1911); “B.O.T.” de “John Maddock & Sons”, denominado “silencioso” por la suave descarga del depósito bajo, ubicado sobre el pedestal (U.S.A., 1913); y “Pescadas” (Inglaterra, 1917). Una curiosidad, es la aprobación en 1914 de un “inodoro bidet”, que reunía en un solo pedestal los dos artefactos, proveniente de Alemania y con accesorios de fabricación nacional. Este “Inodbidet Argentino”, recibía agua de descarga a través de una válvula que se accionaba levantando y bajando la tapa de madera que cubría el artefacto y podía utilizarse para agua fría y caliente. A inicios de los años ‘20 comienzan a disputar el predominio inglés los artefactos norteamericanos, que habían desarrollado eficientes modelos de acción sifónica, superadores de los sistemas de arrastre. En estos años, a la vez que se aprueban inodoros comunes o de palangana, de material vítreo, con sifón independiente; también aparecen innovaciones como las primeras válvulas de descarga de agua para “inodoros silenciosos” destinadas a reemplazar el depósito bajo que tenían estos últimos. Tanto los bidets como las bañeras y los lavatorios no requerían este tipo de aprobación previa. La supremacía del material importado era notoria, aún en 1939. Recién en la década siguiente comenzará a cobrar impulso la industria sanitaria local, registrándose la primera aprobación de un inodoro nacional de hierro fundido enlozado, “a la turca”, en 1940. C. N.

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Arriba: Inodoros de válvula y “slop-sink” o vaciaderos. Abajo: Certificado de calidad de origen, de la firma norteamericana Standard (Museo del Patrimonio)

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EL INODORO

En 1871, aparece el inodoro de codo y tolva, o “washout”, el primer tipo realizado en loza de barro, originariamente fabricado en dos piezas -tazón y sifón- y más tarde unificado en una sola, con el sifón oculto. Este artefacto, patentado por la firma “George Jennings Ltd.”, constituyó un importante avance respecto a los que le precedieron, tanto por el perfeccionamiento del material cerámico menos poroso y absorbente- como en el funcionamiento por descarga y acción sifónica. No obstante, su diseño ofrecía problemas, tanto por los escapes de gas de la cloaca al ambiente del baño como por la acumulación de suciedades, a pesar de la descarga de agua que corría en el tazón.

(Biblioteca de Aguas Argentinas)

Para abordar el origen de uno de los artefactos sanitarios que ha merecido más estudios, experimentaciones y desarrollos tecnológicos de la historia, forzosamente debemos remitirnos a Inglaterra. Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando nace la edad de oro de la fontanería y Europa en su conjunto aprende de la escuela inglesa. Hacia 1850, cuando en virtud del Acta de Salud Pública, los vecinos de Londres deben conectar sus casas a la red cloacal, surgen los primeros “water-closet” propiamente dichos. Estos precarios modelos fueron conocidos como inodoros “de bacinilla”, y no reunían adecuadas condiciones sanitarias. En 1865 fueron reemplazados por el “inodoro de válvula” que, aunque mejoró a su antecesor, siguió presentando defectos.

A partir de sucesivas innovaciones, se generalizó la aplicación de cierres hidráulicos o a sifón, y los depósitos automáticos de agua destinados a la evacuación rápida de las palanganas de inodoros por descarga brusca de agua. El inodoro inglés de pedestal, en el que la palangana formaba una sola pieza con el sifón, fue perfeccionándose, y se idearon diversos sistemas de descarga y limpieza (“Dumnis”, “Jennings”, “Unitas”, etc.). Dentro de los inodoros de chorro sifónico, fueron apareciendo distintas variantes, como el de sifón anterior o “washdown”, el de chorro interno o “syphon jet”, y el de sifón invertido o “reverse trap type”. En estos tipos, se eliminó el problema que presentada el inodoro tipo “washout”, pues quedaba una cantidad de agua permanente en el tazón, que prevenía la suciedad y obturaba el paso de gases de la cloaca al interior. El avance de estos dispositivos, sumado al mejoramiento de la loza vidriada de fácil limpieza, y al conjunto de instalaciones domiciliarias correctamente dimensionadas, favoreció el rápido desarrollo del equipamiento sanitario. Cuando en la segunda mitad de la década de 1880 comienzan a llegar los primeros inodoros a nuestro país, detrás de ellos existía un desarrollo experimental de treinta años, con modelos de probado

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(Biblioteca de Aguas Argentinas)

uso en los países de origen, que los exportaban a los más apartados confines. Como sucedió con otros accesorios, comenzó a utilizarse en los cuartos de baño de las familias más acomodadas. Al igual que el bidet, el inodoro fue considerado por la cultura de la época un artefacto que debía disimularse con muebles o esconderse en receptáculos, ya que su presencia ofendía la vista. El ornamentado inodoro característico de los años ‘20, hacia los ‘30 fue cediendo paso al aséptico artefacto del funcionalismo moderno, con superficies blancas, depuradas y medidas ergonométricamente calculadas. La reducción de espacios del baño célula alineó este ar-

tefacto junto al lavabo y al bidé, pautados por estrictas separaciones entre sí, en un ambiente de planta rectangular, cuyo lado menor obedecía al largo de la bañera. Los cambios de forma corrieron paralelos al nuevo concepto de higiene y confort, y también al gusto imperante: ya no era necesario ocultar la presencia del inodoro tras compartimento o mueble alguno; por el contrario, en ocasiones será llevado a la categoría de objeto artístico, a través de creaciones no convencionales de artistas pertenecientes a diversas corrientes estéticas del movimiento moderno. J. T.

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EL CUARTO ARTEFACTO: FRANCÉS POR ORIGEN, ARGENTINO POR ADOPCIÓN

más enseres de higiene, como jarros de loza, pueblan estos lugares, aunque todavía como elementos móviles. Pero las características de esta “palangana con forma de guitarra”, cambiaron con el tendido de las primeras de redes de provisión de agua y desagües cloacales. Contar una red de cañerías que permitiese abastecer y evacuar el agua utilizada, favoreció el desarrollo técnico de los artefactos sanitarios, entre los que se contaba el bidet. Los primeros bidets de pedestal de loza, decorados y en ocasiones enmascarados tras lujosos mobiliarios, no tenían ducha central y eran utilizados como depósitos de agua, para baños de asiento. No obstante, hubo algunas tempranas excepciones. En 1900, una de las principales firmas inglesas de sanitarios, “George Jennings Ltd.”, presentó en la Exposición Internacional de París, un aparato con un brazo metálico movible, con ducha, que permitía incorporar las funciones del bidet al inodoro. Quienes hayan visitado otros países, habrán podido corroborar que los cuartos de baño argentinos cuentan con una variedad de artefactos no del todo comunes en otras latitudes. En especial porque, en pocos lugares del exterior se encuentra tan difundido como aquí el uso del “bidé” o bidet. Este aparato, nació en Francia, en la primera mitad del siglo XVIII. Se llamaba “caja de limpieza” o “bidé”, y era utilizado por integrantes de la nobleza para el aseo íntimo femenino. Sus características eran bastante distintas a las del que conocemos hoy. En primer lugar, se trataba de un utensilio independiente, que podía trasladarse a la habitación de aseo, y luego arrojar su contenido siguiendo el viejo método del “tout-a-la-rue” o “agua va!” como se conocía por aquí. Una costumbre bastante difundida, antes de que se construyeran las redes de provisión de agua y desagües cloacales. Estos primeros enseres, que eran un signo de distinción social, generalmente presentaban una elegante decoración, y contaban con una armazón de madera, respaldo y tapa que ocultaba una palangana de loza o de estaño. Cuando surgen los “cuartos de baño o de aseo” y el “cuarto excusado”, el uso de la silla agujereada se transforma pues surge un ambiente fijo para las funciones íntimas. Bidés, palanganas y de-

La difusión local de este artefacto -no ya como utensilio móvil- comenzó con su incorporación en las grandes residencias levantadas en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, a partir del conocimiento que tenían sus propietarios de los baños extranjeros en sus viajes a Europa y Estados Unidos. A pesar de ello, era un accesorio que estaba muy lejos de su unánime aceptación, aún promediando los años ´20. Su uso, con el tiempo, comenzó a generalizarse y fue considerado algo corriente e indispensable en los baños argentinos de las décadas siguientes. El arquitecto Alejandro Christophersen, rememoraba en 1933 que entre nosotros el uso de este “4. elemento de higiene” no estaba tan arraigado décadas atrás, y su empleo era considerado, por los más puritanos, hasta inmoral. Recordaba que en un remate, un martillero anunciaba su venta como un “instrumento en forma de guitarra, de uso desconocido”, y que un estanciero se quejaba a su arquitecto de que “el lavatorio con ducha le resultaba incómodo cuando se lavaba la cara!!!”. Christophersen aludía luego a una clienta a quien trataba de explicarle los planos de su casa y que, cuando él tímidamente nombró el bidet, la señora exclamó sulfurada que ella no era una “demondaine” francesa! J. T. 79

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Aunque el origen del bidet como artefacto, primero móvil y luego fijo, es claro, no existen precisiones sobre cuando incorporó su lluvia vertical o “ducha”. Ya en 1900, la firma George Jennings de Londres había presentado en la Exposición de París, un brazo metálico que sumaba esa función a los inodoros de pedestal, previendo incluso adaptaciones especiales de uso hospitalario. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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HEINLEIN & CÍA: TODO LO QUE UD. NECESITA PARA SU CUARTO DE BAÑO, Y MÁS

Publicidades de la casa Heinlein & Cía., cuando tenía su sede sobre Rivadavia 1399 (izq.) y luego, hacia 1914, cuando ya poseía su gran local sobre Avenida de Mayo (der.). (Museo de la Ciudad de Buenos Aires, GCBA)

Para encontrar la colección más completa de artefactos sanitarios en el Buenos Aires de 1910, era casi imposible no visitar la casa “Heinlein” en Avenida de Mayo 1402-1500, considerada entonces una de las principales firmas importadoras del país en el rubro. Hacia 1892, esta casa funcionaba en la calle Victoria 982 (hoy Hipólito Yrigoyen), con el nombre “Cerini y Heinlein”. En abril de este último año, presentó a la Oficina de Contraste -encargada de aprobar los materiales destinados a las obras domiciliarias-, un depósito automático para inodoro, de hierro fundido pintado, para una descarga de 10 litros, con su propia marca y fabricado en Buenos Aires. A partir de 1893, se autorizó la venta del artefacto bajo la marca “Heinlein & Cía.” Con los años, el comercio fue adquiriendo cada vez más importancia y, en la década de 1910, además de su imponente local céntrico, contaba con depósitos en Rosario, y su propia línea de artefactos, marca “Iris”, fabricados en Inglaterra por “Edward Johns & Co. Ltd.” En el centro de la ciudad, era la casa más importante en su tipo, a la que seguían las grandes tiendas “Harrod´s” y “Gath y Chaves”, donde también podían adquirirse accesorios y materiales para baños. Un catálogo de “Heinlein y Cía.”, ofrece, en los años que rodearon a los festejos del Centenario de 1910, un pormenorizado listado de sus distintos artefactos para “Cuartos de Baños”, precisando que son para la “higiene moderna” y pensados para durar “muchos años sin que sufran alteraciones”, debido a su excelente calidad, debido a que, “si se desearan artículos de baja calidad, no se encon-

trarán en esta casa, pues consideramos equivocado el sistema de vender malo para vender barato.” El catálogo estaba organizado por partes, con capítulos destinados a inodoros, bañeras y juegos de lluvia, bidets y lavatorios. Las bañeras, por ejemplo, reunían modelos de hierro fundido enlozado, en diversidad de modelos con nombres como: “Iris”, “Venus”, “Hermosa”, “Júpiter”, “Minerva”, “Atila”, “Emperatriz”, “Calipso”, “Walkyria”, “Diana”, “Lucrecia”, etcétera. Luego habían modelos de bañeras para niños: “Cupido”, “Mignon”; para baños de asiento: “Aída”, “Gheisa”, “Fedora”; y una variedad asombrosa de aparatos para juegos de lluvia. La parte destinada a los bidets, comprendía artefactos portátiles con mueble de madera y palanganas de loza, así como otros de pedestal, con asientos, tapas y marco de madera con esterillas. La línea de lavatorios abarcaba modelos de hierro fundido enlozado, con muebles de madera, y variedad de utensilios de loza como palanganas, lavamanos, etc. También había equipamiento de cocinas, con piletas para ante-comedor, cocina, lavaderos, “slop-sinks” (vaciaderos) y además calentadores para baños. Este valioso documento, refleja un momento de transición en el uso del equipamiento sanitario, en el cual los artefactos fijos del cuarto de baño conviven con versiones portátiles o móviles de los mismos. Eran años donde permanecían vigentes costumbres de la época pretecnológica y las redes de provisión y desagües no alcanzaban a cubrir vastos sectores de la Capital. J. T.

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DE LA HIGIENE PÚBLICA A LA PRIVADA: UN MANUAL DE ECONOMÍA E HIGIENE DOMÉSTICA

Tapa del Manual Happleton e ilustraciones interiores (en la página siguiente), que enseñan al “ama de casa moderna” cómo realizar ejercicios y los nocivos efectos de los pozos negros sobre las aguas de balde. (MM)

Este Manual de consejos prácticos se dividía en tres niveles de enseñanzas; el primero o Grado Elemental, guiaba a la mujer en el orden y limpieza del hogar, la limpieza y ventilación de las habitaciones, consejos higiénicos para el cuidado de los niños, recomendaciones sobre como servir la mesa, y hasta nociones de jardinería. El Grado Superior, dedicaba un importante espacio a la limpieza, abluciones, baños y ejercicios corporales, las condiciones de salubridad de las habitaciones, los métodos para purificar el agua, y ejercicios prácticos que -manual en mano- debían explicar las maestras a sus alumnas en las “escuelas de señoritas” (labores de aguja, adorno de la casa, buenas maneras, diversiones domésticas y deberes sociales, lavado y limpieza de utensilios y ropa, etc.), con un capítulo especial para las escuelas en el campo (cultivo de la huerta, cuidado de animales, elaboración del pan, etc.).

Medicina e higienismo difundieron a fines de siglo XIX un nuevo concepto de limpieza. En aquel momento, la higiene personal adquiere categoría de asepsia y también significación de virtud moral. Una dualidad que se ve reflejada tanto en los tratados de higiene urbana como en los manuales de higiene doméstica. El “Manual de Economía e Higiene Doméstica” editado por D. Appleton & Company (1ra. edición, 1888, Nueva York) destinado a instruir a las mujeres en deberes que se consideraban “sagrados e importantísimos”, tales como “las leyes generales de la higiene, el cuidado de los enfermos, el desarrollo físico y moral de los niños, el gobierno de las criadas, y la economía de la familia en general”, fue uno de los textos de consulta obligada en el mundo femenino de la época. El libro, que en 1905 alcanzaba su quinta edición en español, era casi imprescindible a toda mujer que se considerase un ama de casa moderna y actualizada.

En cuanto al aseo personal, recomendaba tomar un baño diario, pues “promueve y conserva la salud”. Lavar con frecuencia el cuerpo humano, sostenía, permite un perfecto cuidado de la piel, no sólo de su apariencia, sino, fundamentalmente, de la función que cumple con sus “tubos respiratorios o canales”, pues, de las ocho o nueve libras de bebidas y alimentos que recibe diariamente una persona, tres o cuatro eran expelidas diariamente a través de la piel, una libra por los pulmones y el resto por los intestinos y riñones. Se alertaba sobre los peligros de obturar esta capilaridad, y para que esto no ocurra, el baño con agua y jabón de buena calidad, era el antídoto más eficaz. “El agua es el más importante y universal de los agentes de purificación”, se afirma, advirtiendo que “pocas amas de casa conocen hasta qué punto el agua de amoníaco o álcali volátil facilita el trabajo”, ya que unas pocas gotas hacían que la grasa y la mugre desaparezcan, y no sólo por cuestiones de apariencia, sino para “la conservación de la salud”. J. T.

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IMAGINARIOS NAVALES REMITIDOS DESDE CATALUÑA

Josep Puig y Cadafalch (1867-1956) fue sin dudas uno de los más importantes arquitectos del “Modernismo” Catalán a comienzos del siglo XX. Aunque enrolado en una veta historicista, que reivindicaba la tradición de la arquitectura gótica, en 1916, cuando plantea este diseño para un templo en Buenos Aires, su preocupación estética parecía inclinarse hacia un cierto barroquismo popular. El templo votivo, dedicado al Sagrado Corazón de María, estaría ubicado en la Plaza Constitución y la calle Lima, desarrollando una imponente estructura de planta central con un anexo de Casa parroquial. La centralidad del diseño, concebida geométricamente como un cuadrado que encerraba un octógono, señala el dominio matemático de Puig y Cadafalch, que se había licenciado en Física y Matemáticas en 1886, antes de concluir sus estudios de Arquitectura en 1891. En 1914, nuestro arquitecto estaba reformando la Diputación de Barcelona para instalar allí la Biblioteca del Instituto de Estudios Catalanes. En sus obras se vislumbra esa preocupación por el manejo artesanal que lo vincula al movimiento de las “Arts and Crafts” de William Morris. Ese cuidado por el detalle no impide que su visión de Buenos Aires sea la de la ciudad portuaria y, aunque la Plaza Constitución esté lejos del río, Puig y Cadafalch vislumbra la imponencia de su templo como asomado a un océano grandioso surcado de veleros, cuyos paramentos triangulares semejan aletas de tiburón, en el dibujo modernista que acompaña su proyecto. Una Buenos Aires sin agua no era concebida por este arquitecto que, desde Cataluña, imaginó dejar su huella en nuestra ciudad. Un año después, Puig y Cadafalch asumía como Presidente de la Mancomunidad de Cataluña (1917-1923) y su proyecto quedó relegado por un edificio de similar lenguaje, pero carente del empaque y la grandiosidad que había planteado aquel utopista de la modernidad historicista.

Proyecto de templo, Arq. Puig y Cadafalch, 1916. (CEDODAL)

R. G.

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COSTANERA NORTE

La avenida Costanera Norte cuyo trazado se realizó desde las calles Salguero a La Pampa fue proyectada por la Comisión de Estética Edilicia que actuó durante la Intendencia de Martín Noel. En 1924 el arquitecto M. Forestier fue consultado sobre la construcción de una Costanera, motivo por el cual elevó un plan para ganar el borde del río con un parque que se emplazaría entre Puerto Nuevo y la avenida General Paz. El proyecto que apuntó a revitalizar la costa ribereña del Parque de Palermo comprendía además del paseo, la ejecución de nuevos barrios residenciales para las clases altas, equipamientos recreativos, educativos y religiosos, un canal, un lago y la existencia de un acuario. La obra se realizaría sobre material de relleno, y sería arbolada con una especie subtropical, la tipa proveniente del noroeste argentino lo que le otorgaría un rasgo propio. La realización de un gran malecón de 150 m con yachts, torre meteorológica, gran restaurante y casino, aunado a los palacios, hoteles y casas de renta que habrían de surgir en este sector de la ciudad, fue una propuesta que nunca alcanzó a concretarse. Posteriormente la Costanera Norte se fue configurando como un nuevo espacio recreativo. Con la intervención del Ministerio de Obras Públicas, hacia 1947 se emplazaron el Aeroparque y el Hidropuerto. Allí se había levantado en 1932 el Club de Pescadores obra del ingeniero Quartino y del constructor Zarattini que se inauguró en 1937. Aunque la vista de los pescadores con sus cañas le dieron por mucho tiempo al paseo un aspecto ribereño, el mismo ha ido perdiendo aquella original idea planteada en su origen. En la ribera del barrio de Nuñez se planeó además la ejecución de un nuevo balneario el que fue diseñado por las arquitectas pioneras René Nery y María Luisa Vouillos. Este complejo agrupaba tres piletas, grandes espigones con restaurantes y confiterías. La obra inaugurada en 1950 se proponía continuar con la fama adquirida en otros tiempos por la Costanera Sur. Su fin era la de atender las necesidades de las clases más humildes. Fueron los años 50 y 60 el período de apogeo del sector, cuando estas piletas y el paseo de la Costanera Norte, se transformaron en lugar de reunión de los porteños los fines de semana.

Imágenes de la Costanera Norte y Balneario de Núñez en la década de 1950. (AGN.DDFA)

E. R.

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EL FARO DE LOS YATES (UNA LUZ PARA LOS DEPORTISTAS)

Yacht Club Argentino, arq. Eduardo Le Monnier (1913). Acceso principal y vista general desde el río. (PM)

Después de mudar su sede entre casas particulares, instituciones amigas, un yate y hasta una casa flotante, los jóvenes que en 1882 habían fundado el primer club de yachting de Sudamérica, lograron tener un sitio para construir su sede definitiva en la Dársena Norte del Puerto Madero. Lógicamente, le encargaron los planos a un arquitecto amante del deporte náutico: el francés Eduardo Le Monnier. Éste se había consagrado en la región rioplatense con diversos proyectos en Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, lugar en el que residiría buena parte de su vida. Con gran pompa, copas de champagne y presencia de autoridades nacionales, el edificio se inauguró el 23 de diciembre de 1915. Los festejos se completarían al siguiente día con una fiesta de caridad. Quince años más tarde, el mismo Le Monnier le haría ampliaciones ya que las necesidades del club parecían ser mayores. A lo largo del tiempo, pequeñas adecuaciones y obras de mantenimiento permitirían a la obra mantenerse enhiesta frente al río.

El edificio combina de manera notable lineamientos art déco con rigores geométricos, grandes ventanales que abren al río con zonas en donde predomina el muro macizo. Si se lo estudia con detenimiento se ven algunos detalles interesantes: por un lado, la zona por la que se accede desde tierra es muy sencilla, mientras que el protagonismo se lo lleva la fachada que da al río. Otro asunto es que la composición parece una suma de cuerpos que van encastrándose, pero que no pierden su identidad. Casi podríamos pensar que puede desarmarse como si estuviera hecho con cubos de juguete. Es evidente la pasión y el gran manejo del oficio, del que hace gala Le Monnier en esta obra, de la que también habrá disfrutado como socio y navegante. Porque si desde fuera nos sorprenden sus líneas, desde el interior puede uno adueñarse visualmente del entorno fluvial a la vez que sentirse protegido. Ayer, casi en su puerta, acuatizaba el Plus Ultra en 1926. Después en 1943, en sus salones, se lo festejaba a Vito Dumas cuando completara su hazaña de navegante solitario. Hoy, su conjunto edilicio y parte de su entorno han sido declarados Monumento Histórico Nacional. Un justo reconocimiento a los valores simbólicos y arquitectónicos de este verdadero ícono de la náutica porteña. Mientras que durante el día, su silueta inconfundible forma parte de un paisaje ribereño poco conocido (la imagen del centro porteño desde el río); por las noches, su esbelta torre, coronada por una cúpula de vidrio iluminada, se transforma en un verdadero faro, de referencia ineludible para los navegantes. G. M. V. 86

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UN MONUMENTO CON LOS PIES MOJADOS

Cuando en 1905 una sudestada destruyó el primitivo muelle del Club de Pescadores, estos deportistas quedaron sin lugar propio para sus andanzas. Pero los años pasarían y sólo un cuarto de siglo después, conseguirían colocarse en el sitio actual, frente al Aeroparque. Pero en aquellas épocas de 1930, la zona era un borde del Parque 3 de Febrero, casi un descampado alejado del centro. Al muelle de madera que recién entonces comenzó a construirse, casi enseguida se sumó la sede del club: una casa de dos pisos y torre mirador de claras líneas pintoresquistas. Y, como en todo pintoresquismo, se confundirían allí elementos de diferentes procedencias que por aquel entonces se veían relacionados con el deporte y el esparcimiento, como pasaba en Mar del Plata y en otras villas veraniegas. En el año 1942 se instalaría un museo ictiológico que se complementaría con otro acervo: las viejas cañas de pescar, el acuario, la biblioteca. Aunque el Club también atesora el patrimonio intangible de quienes fueron sus socios, como los presidentes Alvear, Irigoyen, Justo y Ortiz, o como Razzano y Gardel. (Se sabe que el Zorzal Criollo debió reasociarse una vez que se atrasó con las cuotas más allá de lo permitido). Club de Pescadores. (CEDODAL) (J.T.)

A lo largo de los años, la casa ha tenido ampliaciones y restauraciones, ya que el ambiente húmedo y los vientos le han jugado más de una mala pasada. Pero las maderas de quebracho siguen allí ofreciendo el camino de entrada a los salones y más allá: la inserción en el Plata. Su presencia desde la Costanera Norte no ha pasado nunca desapercibida y para muchos, desde tierra o desde el río, ha sido un hito de identificación y de referencia. Hace unos meses, este conjunto ha sido considerado como bien patrimonial para ser protegido y ha recibido su declaratoria como tal. Ahora sí podemos decir que con sus pies mojados y todo, el Club de Pescadores es Monumento Nacional. G. M. V.

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CAPITULO III 1930-2001. LA METRÓPOLIS MODERNA Arq. Patricia Méndez

Al rescate de los bordes: el Programa Buenos Aires y el Río Desde las ideas de Le Corbusier a los “carritos” de la Costanera Norte, e incluso hasta el polémico proyecto de la aeroísla, las riberas del Río de la Plata fueron en la historia de Buenos Aires, más un espacio de oportunidades que de resultados. El interés por reconquistar la antigua relación del río con la ciudad ya aparecía en los objetivos que Martín Noel trazara desde la Comisión de Estética Edilicia en 1925 y, si bien parte de ellos se concretaron en la Costanera Sur, no sucedió lo mismo con su par del Norte. Las primeras mejoras que conoció esta última fueron meras acciones de relleno con material proveniente de las excavaciones para el subte B, y a ellas sólo sucedieron vagas ideas de urbanización. El carácter público con el cual hoy la conocemos, recién tomó cuerpo en los años ‘40 con la intervención del Ministerio de Obras Públicas; una gestión que afianzó su fisonomía al inaugurar complejos recreativos de piletas y espigones con lugares de comida. A esta expansión se sumaba otro importante acontecimiento para la ciudad: la apertura del Aeropuerto y del Hidropuerto en 1947. Junto con esta progresiva consolidación física y funcional de la zona, las estaciones aéreas fueron seguidas por los sucesivos avances de la Ciudad Universitaria, un ambicioso proyecto -aún no acabado- localizado en uno de sus extremos. Este ecléctico mosaico de programas edilicios, encontró un factor de crecimiento inesperado: el emplazamiento de más carritos, con el tiempo convertidos en elegantes restaurantes. En síntesis, todo este borde ribereño -que durante décadas careció de la más elemental planificación urbanística respecto de su crecimiento- con el correr del tiempo fue invadido por locales gastronómicos y de carácter lúdico, gracias a concesiones del Municipio que, además de favorecer la polución ambiental, perjudicaron sistemáticamente el acceso del público al espejo de agua. Fue recién en el último lustro que la ciudad parece haber encontrado su rumbo, a partir de la iniciativa del Gobierno Autónomo de la Ciudad con la implementación del Programa “Buenos Aires y el Río”, dentro de las estrategias y las directrices previamente definidas por un Programa Urbano Ambiental. Fundamentado en la recuperación de los paseos costaneros para la gente y en la preservación del medio ambiente ribereño y su zona de influencia, este emprendimiento estructuró sus actuaciones por etapas, abarcando las zonas comprendidas entre el litoral del Río de la Plata (900 ha) y 88

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Las propuestas de Le Corbusier para Buenos Aires y su integración de la ciudad con el Río, 1929.

la ribera del Riachuelo, y desde la Boca hasta el Puente de la Noria (1100 ha). Entre los objetivos trazados, tuvieron un lugar destacado: generar nuevos espacios verdes públicos ribereños en áreas de relleno; disponer de acceso gratuito para todas las zonas; preservar las características ambientales rescatables y a potenciar; fomentar la cultura del río (protección ecológica, mantenimiento, saneamiento, uso y goce de sus costas y del agua); y aspirar a un plan de recuperación de mayor envergadura que abarca desde el Tigre a La Plata. Los resultados en obras ya terminadas, o en proceso de finalización, se verifican en la Costanera Norte con la formación del Parque de los Niños (20 ha) ubicado en el Triángulo del Este -avenida Cantilo y General Paz-; en el rediseño del área de la Ciudad Universitaria; en la adecuación completa de las ramblas y con la construcción de los espigones Plus Ultra, Puerto Argentino y el Abanico de Pescadores, todos ellos en sustitución de sitios antes mal ocupados. Simultáneamente, se desarrollaron acciones en la zona Sur y a lo largo del Riachuelo, que incluyeron: un megaproyecto para la revitalización de la Costanera que incluía la activación de la Reserva Ecológica; la refuncionalización del área central de La Boca y del Mercado del Pescado; la rectificación del Riachuelo (incorporando amarraderos y puerto); la generación de puentes de conexión entre la Capital y la Provincia sobre las avenidas Patricios, Lacarra y Escalada; junto con una reorganización integral de los parques “Sur”, “Roca” y del espacio que rodea al Autódromo. La revitalización de las riberas de Buenos Aires, hoy es una realidad que está en marcha. A diferencia de lo que fue una constante en la caótica historia del sector, los logros hasta el presente obtenidos -aunque es mucho el camino que resta recorrer- parecen revertir lo que fue una constante en el uso y abuso del sector, priorizando el interés particular por sobre el bien común. Hoy, existen indicios que permiten refrendar aquello que el nombre del Programa anuncia: hacer de la costa un espacio de todos. 89

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Senderos de la Costanera Norte recuperados (GCBA)

Puertos de Buenos Aires: la Metrópoli reactiva sus bordes Refuncionalizar Puerto de Madero Desde el momento de su instalación, el puerto diseñado por Eduardo Madero fue un obstáculo urbano; un efecto que ni siquiera logró disminuir la habilitación del Puerto Nuevo allá por 1926. Nunca fue objeto de un plan integral y el desaprovechamiento de sus grandes instalaciones en pos de otra obra totalmente nueva y de idéntico fin, no hizo más que facilitar el abandono del lugar. La ciudad tuvo así no sólo edificios desocupados en su área central, sino que además vio esfumarse toda posibilidad de disfrute del río que a continuación de ellos se desplegaba. Desde entonces, los grandes docks gozaron de intentos frustrados de recuperación. Ideas que no prosperaron hubo por los años ‘30, y llegaron a funcionar como depósitos del Ejército a fines de los ‘60. Pero no fue sino hasta noviembre de 1989 con la Ley de Reforma del Estado, en el marco de un Plan Global surgido en el seno del Municipio, lo que permitió la creación de la Corporación Antiguo Puerto Madero, un ente autárquico encargado de impulsar la revitalización del área en cuestión. Una vez establecido el marco jurídico que posibilitaría las acciones, llegaron los primeros diseños urbanos del conjunto, de la mano de lo que se conoció como el “Proyecto Catalán”, resultado de un convenio inter-municipios (1990-91) entre las autoridades locales y las de Barcelona, pero que fue objetado por asociaciones profesionales que propusieron llevar adelante el plan pero utilizando otros mecanismos participativos. Surgió entonces, como contrapropuesta, un Concurso de Ideas que tuvo más de cien participantes; y del cual resultaron tres diseños ganadores, que son los que finalmente se materializaron.

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En forma paralela a estos proyectos se confeccionó una Normativa de Protección Patrimonial para los dieciséis edificios existentes, que el Concejo Deliberante aprobó en 1991. De esta manera, los docks tuvieron asegurada, al menos, la preservación de su lenguaje arquitectónico exterior. Con estas herramientas, en 1992 se iniciaron las obras de reurbanización que alternaban edificios con espejos de agua paralelos al río. Los trabajos fueron organizados en un plan por etapas, y contaron con recursos económicos derivados de las ventas, alquileres y locaciones de los propios galpones. Las 170 hectáreas con sus cuatro diques hoy refuncionalizados, constituyen el mayor emprendimiento de revitalización urbana en la historia de la ciudad, y con él se devolvió al área central un enclave urbano fundamental que presenta oficinas empresariales, galerías de arte, dos museos, sitios de esparcimiento, una marina y hasta un campus universitario. La envergadura de las actuaciones se evidencia -además del rango de inversiones- por entidad urbana que adquirió el sector -comprendido entre las avenidas Ingeniero Huergo y Eduardo Madero, las calles Elvira Rawson de Dellepiane, Cecilia Grierson y la actual Costanera Sur (con su Reserva Ecológica incluida)- que fue designado en 1998 por el Gobierno de la Ciudad como barrio número 47º dentro de la administración metropolitana. Es evidente que Puerto Madero en estos años ha tenido un crecimiento ininterrumpido y vertiginoso. En este proceso de efervescencia constructiva, los efectos de la especulación inmobiliaria han contribuido a desdibujar las premisas iniciales orientadas a la revitalización del área sobre la ribera, al punto que hoy la densificación edilicia desmesurada en algunos sectores produce un efecto contrapuesto con las intenciones originales. La instalación de nuevas torres de oficinas y viviendas, por ejemplo, obstruye el contacto visual con el Río de la Plata e introduce un paisaje que repite las patologías urbanas del centro de la ciudad, priorizan el interés individual por sobre el goce comunitario. A pesar de estas rupturas, el sector revitalizado, un “frente costero” de casi dos kilómetros, hoy permite formalizar una antigua aspiración de los urbanistas y ediles porteños: constituir un nexo entre la agobiada Buenos Aires y su zona ribereña.

El Espigón y Plaza “Puerto Argentino”: antes y después de su recuperación para el público (GCBA)

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Desde el Río, el “Puerto Madero” y sus docks y, a la derecha, los depósitos de este puerto en el Dique 2, c. 1900 (AV)

Vista aérea de Puerto Madero (GCBA y PM)

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Acceso a uno de los docks en la refuncionalización de Puerto Madero (GCBA y PM)

Un borde postergado, el Riachuelo Entre tanto, sobre las márgenes del otro río porteño, el Riachuelo, el desarrollo urbano fue muy dispar. Cercanos a su desembocadura se habían originado los barrios de Barracas y La Boca; que desde fines del siglo XIX, con la radicación industrial y la inmigración, fueron adquiriendo su particular sabor e identidad. Antes de este proceso, en el Riachuelo, vale la pena recordarlo, había funcionado el primer y natural puerto que tuvo la ciudad. El apogeo industrial de esta zona de fábricas y astilleros, se prolongó hasta la década de 1950, momento a partir del cual su centro productivo se desplazó hacia el cordón fluvial Zárate-Campana, más acorde a la escala que requerían las operaciones portuarias y que el recinto urbano le negaba. Sin embargo, el hecho de que el barrio funcionara como zona industrial durante siglos sumado a la ausencia de políticas ambientales- marcó para siempre su identidad, y la condición del propio río como vertedero natural de desechos, provocando un desenlace previsible: la inevitable contaminación del curso de agua. Así, la desactivación paulatina de sus funciones primordiales, la impureza del curso de agua, y las inundaciones que frecuentemente asolaban la zona, llevaron a La Boca a una decadencia que comenzaría paulatinamente a revertirse con la ejecución de un proyecto de alcance ambiental. Formando parte del programa gubernamental Buenos Aires y el Río, formulado por el Centro Argentino de Ingenieros, el proceso de recuperación de La Boca atendió el rediseño de seis kilómetros sobre la ribera del Riachuelo. Las obras comprendieron la elevación de los bordes de modo que superasen el nivel estimado de anegamientos, y la ubicación de un colector costero entre las avenidas Brasil y Vélez Sársfield para recoger los efluentes de la red pluvial y derivarlos en estaciones de bombeo que, a modo de compuertas, dificultan que el agua del río ingrese a la zona urbana. Además, y en una clara señal de preservación del entorno, estas estaciones fueron cons93

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El puerto del Riachuelo visto por Quinquela Martín (Galería Zurbarán)

truidas sobre las mismas márgenes del Riachuelo, ofreciendo la continuidad visual necesaria a la línea de muelles existentes. Este proceso de recuperación “técnica” del barrio, que además puso fin a las eternas inundaciones, también incluyó la revitalización del paisaje urbano de la zona, que comprendió el desarrollo de un paseo costanero central en la Vuelta de Rocha y un nuevo trazado para la avenida Pedro de Mendoza, elementos que reforzaron la necesaria “barrera hidráulica” que el barrio requería para su reanimación. La magnitud de esta operatoria, y el escaso impacto ambiental producido durante el desarrollo de las obras, tanto para control de inundaciones como de ordenamiento, merecieron en ocasión de la “I Bienal Iberoamericana de Ingeniería y Arquitectura”, en Madrid, 1998, el máximo galardón a la obra de ingeniería civil realizada. 94

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Vistas aéreas del Riachuelo; en detalle, la recuperación del paseo costero (GCBA)

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Las inundaciones en los barrios porteños a principios del siglo XX: Nueva Pompeya (arriba), un puente del Maldonado (abajo izq.) y en La Boca (abajo der.) (AGN. DDFA, ER y CEDODAL)

El agua que Buenos Aires tiene bajo su superficie Las rutas subterráneas de los arroyos y sus emisarios En el transcurso del desarrollo urbano de Buenos Aires, no pudieron evitarse los problemas generados por las inundaciones. Esta vulnerabilidad recurrente, radica en que casi un tercio de su superficie está formada por terrenos de relleno ganados al Río de la Plata, un hecho no menor si se considera su escasa altura respecto de este curso de agua, y que se acentúa si consideramos los recorridos que en ella trazan otros cuatro arroyos denominados, de norte a sur: Medrano, Vega, Maldonado, Cildáñez, y sus emisarios. En la historia hidrográfica de la ciudad, el sistema natural se agudizó proporcionalmente al crecimiento urbano en las zonas adyacentes a estos cursos de agua, siendo los desbordes más frecuentes los provocados por el arroyo Maldonado. En el ámbito de su cuenca -unas 8.300 ha desde su nacimiento en La Matanza- y ya fuese porque el desarrollo urbano trajo consigo una menor absorción natural del suelo, o porque los intentos de rectificar su curso lejos de solucionar inconvenientes los acrecentaban; hasta pasado el primer tercio del siglo XX no se conoció proyecto que apuntara a corregir sus desbordes recurrentes con eficacia. El planteo de su entubamiento total, en concordancia con la política decidida en 1929, preveía la limpieza de su lecho, la uniformidad de su ancho en dieciocho metros a lo largo de cinco kilómetros de recorrido, y también la construcción de una importante calle superior con un boulevard central de catorce metros de ancho 96

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(luego, avenida Juan B. Justo, finalizada en 1953). Esta solución fue sólo momentánea, pues enseguida el entubamiento presentó cuestiones de diseño no resueltas: su trama interior, y de sostén de la avenida, tenía cuatro filas de columnas interiores y, ante volúmenes de agua no previstos, generaba remolinos con la consecuente demora en el drenaje. Pero no fue el único obstáculo: el recorrido del Maldonado volvía a complicarse a la altura del cruce con la avenida Santa Fe en donde el grosor de los cimientos del Puente Pacífico angostaban el diámetro de su salida y entonces el arroyo, rebalsando el curso previsto, anegaba -como antes- los lugares de uso público. Para dar una firme solución a situaciones que como éstas ya se repetían en otros lugares de Buenos Aires, el Gobierno de la Ciudad decidió encarar el diseño de un programa integral. Así nació en 1998 el Plan Hidráulico de la Ciudad, complementario y de ejecución simultánea con el Programa de Reciclado de Basura y el de Saneamiento Integral en el que participa Aguas Argentinas SA. Su implementación consideró efectuar en los arroyos subterráneos un entabicamiento progresivo (realizando muros que unifican las columnas internas), el reemplazo total de la estructura del Puente Pacífico, la eliminación de los embancamientos que se generan en otros cursos de agua que reciben afluentes pluviales como el Medrano, el White, el Vega y el Ugarteche y la construcción de canales aliviadores para éstos. Sin embargo, el fenómeno climático del 24 de enero de 2001, puso en evidencia que aún quedaba mucho por hacer en temas de infraestructura pluvial. El desproporcionado caudal alcanzado por las precipitaciones de ese día provocó inundaciones en lugares hasta ese momento nunca afectados y, por esta inusual circunstancia, el Plan Hidráulico propuesto debió perfeccionarse. A partir de este hecho, los especialistas obtuvieron por primera vez para Buenos Aires un certero “Plano de Anegamiento” y, simultánea y radicalmente, decidieron modificar el criterio urbano de escurrimiento de las aguas: durante el pico de caída retenerla en grandes cisternas y luego reconducirla una vez aliviado el tráfico pluvial.

Los reservorios descomprimirán los caudales de agua directamente del arroyo, o del afluente Tanque de desagote y bombas

Afluente

Arr

oyo

Esquema de funcionamiento de los reservorios de agua de la ciudad (Marcelo Bukavec)

Una vez normalizado, las bombas vacían el tanque devolviendo el agua a sus cursos naturales

Tubos de desagote

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El líquido permanece en el reservorio hasta la normalización en los niveles de los cursos de agua

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La tecnología de este sistema -idéntica a la usada por Aguas Argentinas para la ejecución de los pozos de descenso de las tuneleras- no producirá trastornos a nivel urbano ni ambiental, ni tampoco a la hora del encuentro con otras redes de infraestructura subterránea. Así Buenos Aires tendrá una red oculta con veinticinco reservorios de entre dieciséis y cuarenta metros de diámetro, construidos con muros de hormigón colado cuyos espesores varían entre cincuenta y ciento cincuenta centímetros, y que llegarán a una profundidad promedio de hasta veinticinco metros. Para asegurar su correcto funcionamiento, el mecanismo prevé la conexión de estos tanques con los arroyos entubados -o sus aliviadores- y, ante una gran precipitación, el curso de agua que sea superado en su caudal desviará el sobrante a estas cisternas, para desagotarse mediante bombas una vez finalizada la lluvia. Mientras ya está en marcha la construcción de los tres primeros ubicados en la Facultad de Agronomía, en la Plaza Zapiola y en el tramo final del “Vega”, para fines del 2002 Buenos Aires contará con trece de ellos y, en una segunda etapa, con los doce restantes; entre todos sumarán una capacidad total de contención de 415.000 m3 de líquido y, además de la evidente mejora ambiental que se producirá en Buenos Aires, contribuirán a que las inundaciones porteñas pasen al recuerdo.

Dos etapas en la construcción de los túneles subterráneos: en la edición de la revista de OSN (1940) y la actual tunelera que, luego de supervisada por personal será guiada por láser (AA)

El agua llega a través de ríos subterráneos Hasta bien entrado el siglo XX, el cálculo para aprovisionamiento de agua potable de la ciudad de Buenos Aires, se estimaba en función de una proyección demográfica. La primera planificación de este tipo fue realizada en 1924 por Obras Sanitarias de la Nación y tuvo como meta distribuir el líquido a 6.000.000 de habitantes en el lapso de los 40 años siguientes; para dar cumplimiento a este programa los primeros pasos atendieron la ampliación de la Planta Potabilizadora en Palermo incluyendo las adecuaciones tecnológicas que por entonces se imponían. Pero el proyecto se vio interrumpido por la crisis político-económica de los años ‘30 y recién pudo retomarse seis años después en coincidencia con la aprobación del nuevo sistema de “ríos subterráneos” que, en lugar de las cañerías de impulsión tradicionales, vincularían los grandes tanques de la ciudad con la planta depuradora General San Martín para el suministro domiciliario. 98

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Esquema de la actual tunelera (AA)

Esquema de redes de distribución de los Ríos subterráneos y sus torres elevadoras en la ciudad y el conurbano (AA)

El nuevo método, puesto en marcha recién en 1941, modificaba la alimentación de los depósitos de entonces, reemplazando los conductos de impulsión por otros de gravitación con diámetros inusuales y que son la razón del nombre que recibió el mecanismo. Además, ampliaba el sistema de bombeo concentrado en el Establecimiento San Martín con la implementación de estaciones elevadoras instaladas al pie de los depósitos existentes y, fundamentalmente, independizaba las redes maestras de las de distribución, asignando a cada gran tanque un área de influencia que les permitía tener la capacidad -mediante válvulas convenientemente emplazadas- de interconexión zonal.

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Interior del río subterráneo Saavedra-Morón (AA)

Así, el primer río subterráneo instalado en Buenos Aires tuvo un recorrido de ocho kilómetros y fue inaugurado por el Presidente Juan D. Perón el 4 de noviembre de 1954 en la Estación de Bombas Elevadoras Caballito; el año siguiente fue el turno para la estación elevadora de Villa Devoto y, para asegurar el funcionamiento de la red, la empresa había previsto además de la conexión con el Depósito Córdoba, la construcción de otros más en Colegiales, Vélez Sársfield y Constitución (actual Ing. Paitoví). La eficacia fue rápidamente comprobada: los tramos de enlace trascendieron los límites de la Capital Federal y llegaron al Aglomerado Bonaerense; las obras entre Constitución -Paitoví- y la estación Lanús se iniciaron el 7 de febrero de 1965 y diariamente estimaban abastecer con 700.000 metros cúbicos de agua a una población cercana a los 800.000 habitantes. Desde entonces, el sistema de alimentación se fue perfeccionando y retomó nuevo impulso en la década del ‘80, cuando sucesivamente fueron habilitados los tramos que vinculan el depósito de Constitución con Floresta y La Matanza (provincia de Buenos Aires) y el de Planta San Martín con Saavedra y Villa Adelina. En 1993, a partir del momento en que la distribución de agua potable fue responsabilidad de Aguas Argentinas S.A., la meta que se propuso la empresa fue la expansión de las redes de provisión y sus resultados se lograron apenas seis años más tarde con la concreción del emprendimiento hídrico más importante del país: el Río Subterráneo Saavedra-Morón. Esta nueva conexión, que abastece a más de un millón y medio de habitantes del oeste del Gran Buenos Aires (partidos de Tres de Febrero, Ituzaingó, Hurlingham y Morón), recorre 15,3 km a más de 30 m de profundidad, con tuberías de 3,5 m de diámetro; lo hace desde la Planta Potabilizadora General San Martín conduciendo 36.000 metros cúbicos de agua potable por hora y, gracias a dos bombas elevadoras -en Tres de Febrero y Morón-, se distribuye en los domicilios. 100

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Diagrama de funcionamiento de la Estación Elevadora Morón (AA)

Una vista aérea del conjunto (AA)

Estación elevadora en Tres de Febrero, prov. de Buenos Aires (AA)

En la realización de este “río” se empleó una tecnología constructiva de punta: para hacer las excavaciones fueron usadas dos “tuneleras” -similares a las empleadas en el Eurotúnel- que, guiadas por láser, perforaban el suelo avanzando mensualmente entre 300 y 600 metros; a su vez, desde un brazo mecánico se colocaban las 78.000 piezas de hormigón armado y sus juntas necesarias para recubrir el corredor y garantizar así la seguridad y estanqueidad de la obra. El río subterráneo entró en funcionamiento en octubre de 2000 sumando una inversión superior a los 120 millones de dólares y, desde entonces, el sistema troncal de abastecimiento de agua potable en la región se vio incrementado en un 20%. 101

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El agua recuperada para deleite urbano El Parque 3 de Febrero y sus espejos de agua La creación del “Parque 3 de Febrero” en 1875 venía a consumar para la elite porteña, las tendencias que por entonces adelantaba el paisajismo europeo; su habilitación ofreció este espacio destinado al paseo y la recreación y, aunque su entorno ha variado desde entonces, es innegable que aún hoy constituye el espacio que mejor combina verde y agua en la ciudad de Buenos Aires. Los lagos que allí se encuentran sufrieron, por el paso del tiempo y el uso inadecuado, el crecimiento desmesurado de su vegetación acuífera (eutrotificación); una circunstancia que en un corto tiempo y de no haber mediado soluciones, hubiera llevado a la desecación total de los espejos de agua del Parque. Para revertir esta situación adversa, y a partir de una iniciativa de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Regional del Gobierno de la Ciudad, Aguas Argentinas decidió desarrollar un programa de recuperación ecológica de los lagos del “Planetario”, el “Rosedal” y el “Victoria Ocampo” en la Plaza Sicilia. Los trabajos llevados a cabo consistieron en rastrillar el fondo con extracción de barros y profundización del terreno, la construcción de un pozo de bombeo y también, refrendando los objetivos trazados por la empresa, el estricto seguimiento de la calidad ambiental con una embarcación que además de la periódica limpieza, capta muestras de agua para evaluación de sus parámetros físicos, químicos y bacteriológicos. Esta acción de Aguas Argentinas en el conjunto de los Lagos de Palermo le permitió obtener el premio Ceibo 2000, un galardón que el Gobierno de la Ciudad otorga durante el mes de septiembre a los organismos comprometidos con la preservación de los espacios verdes y el ecosistema.

La Laguna de los Coipos Una fase importante en la revitalización de la Costanera Sur, dentro del Programa Buenos Aires y el Río, fue la reestructuración de la Reserva Ecológica generada en uno de los bordes del paseo. La zona, que conoció su apogeo entre los ‘30 y los ‘50, entró en franco deterioro a partir de la clausura del Balneario. Y si bien existieron intentos para su recuperación, todos fueron infructuosos; baste recordar en 1965 la pretensión del Club Atlético Boca Juniors para la formación de su Ciudad Deportiva en un predio de 300 ha, o aquél otro que aspiró construir un “Centro Administrativo” a fines de los ‘70. Si bien estos proyectos quedaron truncos, ambos emprendimientos demostraron su interés a juzgar por las obras que dejaron: la elevación perimetral respecto de la cota de agua y el relleno de sus terrenos con sedimentos provenientes del dragado del Río de la Plata. Curiosamente, estas ideas inconclusas fueron el origen de la actual Laguna de los Coipos: el agua que buscaba su curso natural quedó allí encerrada y cuando, por 1984, aquellas tareas se habían suspendido definitivamente, el microclima generado allí y en su entorno favoreció el desarrollo de especies animales atípicas a tal punto que, al siguiente año, el Municipio la declaró “Reserva Ecológica”. La recuperación de la Laguna -eje natural y absoluto de la Reserva-, fue la responsabilidad que Aguas Argentinas contrajo en mayo del ‘98 y con ella acreditó nuevamente su Declaración de Política Ambiental. El mecanismo que aplicó, ya experimentado en los trabajos de los Lagos de Pa102

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El Lago del Rosedal, en el Parque 3 de Febrero, luego de su recuperación integral (PM)

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Dos etapas en el proceso de recuperación de la Laguna de los Coipos: la ejecución de las obras y la embarcación de rastrillaje del lecho (AA)

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La Laguna de los Coipos y un momento en la construcción del canal aliviador y sus senderos perimetrales (AA y GCBA)

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lermo, sirvieron para el desmalezamiento total y extracción de lodos en las ocho hectáreas que ocupa el espejo; por otra parte, y previniendo un mínimo impacto sobre la flora y fauna allí asentadas, se sirvió de embarcaciones impulsadas por paletas con un sistema mixto (manual y mecánico). Las tareas de limpieza fueron complementadas con la instalación de bombas niveladoras de la cota de agua y la construcción de un canal aliviador a lo largo de ochocientos sesenta metros que corre paralelo al muro costanero. A partir de esta gestión, la Costanera Sur no sólo vio la renovación de un medio natural para el habitante de Buenos Aires, sino que demostró una vez más la necesidad de conexión que tiene con sus costas.

Las fuentes Durante el año 2000 y por primera vez en la Argentina, fue realizado el XXII Congreso Mundial del Agua; en esta ocasión, la empresa Aguas Argentinas ofreció a la Ciudad, la recuperación del estanque y fuente ornamental de la Plaza Urquiza, situados justamente donde décadas atrás funcionara el primer edificio de Bombas de la Ciudad, en el predio lindero al actual Museo de Bellas Artes, en avenida del Libertador y Austria. Un auténtico oasis urbano que impacta por los juegos de agua y luces que ofrece a los transeúntes. Otro ámbito que refrenda el compromiso de Aguas Argentinas en cuanto al cuidado del espacio ciudadano y del medio ambiente es la dedicación puesta a la Plaza Rodríguez Peña. En esta manzana -entre las calles Paraguay, avenida Callao, Marcelo T. de Alvear y Rodríguez Peña-, la empresa asumió su padrinazgo, motivo por el cual además del mantenimiento periódico que allí lleva a cabo, decidió revalorizar el estanque de agua que posee. Los procedimientos de restauración de esta fuente, con la escultura “El Sediento” -una obra de 1914 de la artista Luisa Isabel Isella de Motteau-, contaron con obras hidráulicas e instalación de artefactos de iluminación apropiados y fue inaugurada para disfrute de la ciudad, el pasado 25 de septiembre.

La restauración de la fuente El Sediento y (en la página siguiente) los juegos de agua de la Plaza Urquiza (AA)

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Aguas Argentinas y la comunidad: ese otro compromiso asumido Desde el 1º de mayo de 1993 la concesión de los servicios de agua y saneamiento de la ciudad de Buenos Aires y 17 partidos del área metropolitana, son operados por el grupo Aguas Argentinas S.A. A partir de 2001, Suez, nueva denominación de Suez Lyonnaise des Eaux, el operador y principal accionista de Aguas Argentinas S.A. y líder mundial de energía, agua, gestión de residuos y comunicación, creó ONDEO, el primer proveedor de soluciones y servicios sustentables relacionados con el agua. Al momento de iniciar la concesión sólo el 67% de la población del área de concesión gozaba de agua potable mientras que nada más que un 53% estaba conectado a la red cloacal; y si bien, desde ese entonces al día de hoy, los incrementos son notorios (38% en capacidad de producción de agua potable, 34% para la población abastecida y un 25 para la servida con desagües cloacales), la empresa se ha caracterizado por atender todas aquellas cuestiones en donde el agua, de una u otra manera, está presente.

Planta Depuradora Norte (AA)

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Entre estas acciones, la puesta en funcionamiento en San Fernando de la primera planta depuradora de líquidos cloacales, aseguró una vez más el compromiso que la empresa tiene con los sistemas ecológicos, además de conformar con esta instalación un hito importante en el Plan de Saneamiento Integral propuesto. Esta instalación, que lleva el nombre de Planta Depuradora Norte, ve potenciada su acción gracias al convenio que la empresa mantiene con la Facultad de Agronomía de la UBA; a través del cual realiza ensayos para valorización agrícola a partir de los biosólidos provenientes de la Planta y financia los estudios para el uso y control de estos subproductos. Consciente de que el agua es un recurso escaso, también lanzó una campaña comunitaria sobre el uso racional y la preservación del medio ambiente con un original programa que se dio inicio en los hoteles de la ciudad de Buenos Aires; asimismo, dicta Talleres Alternativos para más de 500 mil alumnos sobre concientización ambiental y continuó con el desarrollo del Plan de Prevención y Emergencias, lo que le permite anticipar aquellas contingencias que puedan afectar la cantidad y calidad de los servicios prestados. Pero el vínculo con la comunidad se expresa también en la participación que la empresa tiene en la puesta en marcha de museos de distinta conformación. Por una parte, y desde el 20 de abril de 1999, está presente en el Museo de los Niños del Abasto, con el espacio “Los Ciclos del Agua”. Allí los niños realizan “personalmente” el recorrido que el agua hace a través de cañerías y sanitarios gigantes, además de tomar conocimientos de los temas básicos como son el ciclo natural del agua y el proceso de potabilización.

En el Museo de los Niños, materialización del sistema de filtros de agua antes de su distribución domiciliaria y juegos con cañerías a partir de un inodoro gigante (AA)

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COLABORACIONES

CONTROL DE CALIDAD DEL AGUA: DEL ANÁLISIS SENSORIAL A LA ESPECTROMETRÍA DE MASA Y AL CONTROL CENTRALIZADO

El agua: líquido incoloro, inodoro e insípido A falta de herramientas adecuadas para su análisis, las distintas civilizaciones o culturas desarrollaron muy diversos calificativos para caracterizar las aguas o diferenciarlas. En efecto, desde la Antigüedad se sabe que el agua puede disolver y por lo tanto contener otras sustancias como por ejemplo las sales y se ha denominado agua “dulce” a toda agua que no era “salada”. Durante siglos se ha utilizado una terminología característica de los cinco sentidos: el oído -hablamos del murmullo del agua de un manantial, del rugido de un torrente-, el tacto -decimos del agua que está fría o caliente, que quema o que es agresiva-, la vista -el agua puede ser incolora, cristalina, transparente e incluso puede tomar todos los matices desde el marrón hasta el azul- y por último lo que parece lógico al tratarse de algo que se bebe, el sabor y el olor. Pero lo sorprendente es que, generalmente, no se habla del gusto del agua, salvo cuando éste es desagradable. Por definición “el agua pura debe ser incolora, inodora e insípida”; esto es lo que se puede leer en todo buen diccionario y lo que ha sido la esencia misma de las primeras normas del agua potable. Asimismo, se intentó describir al agua en relación con problemas de salud. Resulta interesante citar algunos extractos del libro Le Pourtraict de la Santé, escrito in 1606 por el Dr. Jean Duchesne: “toda buena agua debe ser ligera y muy clara, transparente y agradable a la vista; (...) no representar ni al gusto ni al olfato, ninguna particularidad; que se la encuentre sin embargo agradable y placentera (...), que calme bien la sed (...) que no quede retenida en el vientre, que se caliente y se enfríe súbitamente, que esté caliente en invierno y fría en verano; en resumen, que cocine en poco tiempo todo tipo de verduras, carnes y demás. Esta también cuece la carne en el estómago”. El mismo autor percibe las aguas de distinta naturaleza cuando habla del agua de nieve o hielo fundido que “no limpia, no sirve en absoluto para la digestión ni para humectar partes del cuerpo y, en cambio, sí dificulta la facultad de evacuar y las excreciones “.

Habrá que esperar hasta fines del siglo XIX para empezar a salir del empirismo, sobre todo con el desarrollo de la microbiología posterior a los trabajos de Pasteur y no será sino durante el transcurso del siglo XX que la química analítica entrará en auge y se tendrá una primera idea de la composición química del agua. Así, se descubrió que la definición “inodora, incolora e insípida” no corresponde a una condición necesaria ni suficiente. El agua puede, en efecto, responder a este criterio y sin embargo contener gérmenes patógenos como en el caso de algunos arroyos de montaña; o por el contrario, tener cierto sabor y ser perfectamente sana, es el caso de algunas aguas minerales o del agua desinfectada por el cloro. Laboratorio Central de Aguas Argentinas: cerca de un siglo de historia Hasta principios del siglo XX, la institución sanitaria nacional -Comisión de Obras de Salubridad- no contaba con laboratorios propios y trabajaba con laboratorios privados. Es así, que el primer análisis del agua del Río de la Plata lo realizó el Dr. Miguel Puiggari en 1869. El primer estudio de aguas superficiales y profundas lo hizo en 1872 Juan J. Kyle, profesor inglés miembro de la Sociedad Científica Argentina y profesor de la Faculdad de Ciencias Matemáticas, de la Universidad de Buenos Aires, para ubicar la zona de toma de

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agua más adecuada. Posteriormente, se demostró la influencia de las descargas de los arroyos de la ciudad sobre el aumento en materia orgánica entre Los Olivos y la toma de Recoleta.

pacitación y la remodelación completa del edificio, el Laboratorio entró en una etapa de especialización y mejora de sus competencias. Un siglo al servicio de la calidad

En 1903, se originó la Dirección General de Obras de Salubridad que, el 19 de mayo de 1904 fundó el Laboratorio de Ensayo de Materiales con el propósito de controlar el cemento Portland, del cual las obras de saneamiento en curso consumían grandes cantidades. En 1907, se inauguraron los Laboratorios de Química y Bacteriología que funcionaron durante un tiempo en forma independiente y que fueron instalados en 1908 en el Establecimiento Recoleta. En 1911, se fusionaron el Laboratorio de Química y el de Ensayo de Materiales pero hubo que esperar hasta 1915 para que Obras Sanitarias de la Nación, creada en 1912, decidiera una unificación de los tres laboratorios para formar el Laboratorio de Análisis de Aguas y Ensayos de Materiales. El mismo estaba a cargo de los análisis y estudios en todo el territorio nacional. En 1928, el Laboratorio, que contaba con 11 salas, se mudó a la actual ubicación en el Establecimiento San Martin, ampliándose en 1941, en tanto el Laboratorio de Cloacales fue transferido a la calle Vieytes. En 1945, pasó a ser Dirección de Laboratorios, con 2 Divisiones, una llamada Laboratorio Central y la otra Laboratorios Regionales. De esta época es la creación del sector de protistología. Paralelamente surgieron laboratorios regionales en las principales ciudades del país. En 1980, se decidió la transferencia de los servicios a las Provincias y en el ámbito de Obras Sanitarias de la Nación quedó la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Es así que, hasta 1993, la estructura del Laboratorio Central contó con 3 Divisiones: Aguas, Desagües y Ensayo de Materiales. En 1993 su dotación declinó lentamente hasta 150, luego de haber alcanzado a 220 personas en 1976. En 1983, la actividad de control de proceso de las plantas fue transferida a los laboratorios de planta. Cuando en 1993, se creó la Concesión de Aguas Argentinas, el Laboratorio Central dejó de trabajar en tecnología de los materiales reduciendo el número de personas en aproximadamente 75. Con la incorporación de nuevos equipamientos, programas intensivos de ca-

De 1914 a 1916, los laboratorios investigaron la recuperación del sulfato de aluminio de los barros de decantación y desarrollaron la técnica de fabricación de sulfato alúmino-férrico a partir del Loess pampeano lo que permitió reemplazar el coagulante importado. Se puede destacar que, en 1914 se realizaron 5176 análisis bacteriológicos. Entre 1916 y 1919, se comprobó que los casos de enfermedad descritos por el Dr. Abel Ayerza en Bell Ville (queratosis palmares) venían de excesos de arsénico y vanadio en el agua. Se hicieron ensayos de eliminación de esos metales por el proceso de clarificación. En la misma época se realizaron los primeros estudios de cloración que se prolongaron, con interrupciones, hasta el año 1950. De 1921 a 1923, se hicieron varios estudios sobre: I.- la corrosión de las cañerías de fundición con la propuesta de corregir el pH por agregado de agua de cal, II.- la eficiencia de los filtros rápidos de Palermo y III.- la contaminación del Río de La Plata, en la zona de Berazateguy y en la franja costera de San Isidro a Río Santiago, que fue atribuida a los arroyos que descargan en el río. Desde 1927 hasta 1945, se estudió en todo el país la relación entre el contenido de yodo y la formación de bocios, así como la presencia de plomo. La creación de mapas de flúor, arsénico y yodo fue una preocupación permanente hasta la década del 80. En paralelo con la evolución de su estructura, el Laboratorio pasó de un número de muestras anuales de aguas de 5000 en 1914, a 20372 en 1923, 47949 en 1929 y 123000 en 1977. Control de calidad del agua en Aguas Argentinas: diferentes niveles de acción Las dos principales plantas, San Martín y Bernal, producen agua potable a partir del Río de La Plata, cuya calidad es muy variable por la influencia de varios factores esencialmente climáticos: lluvias en la alta cuenca del río Bermejo, vientos como la sudestada, mareas, etc. 111

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Centro de Comando y Telecontrol de Servicio, en Planta San Martín, Buenos Aires (AA)

Asegurar la calidad del agua distribuida necesita, en prioridad, disponer de instalaciones de tratamiento fiables y capaces de asimilar esas variaciones de calidad del agua cruda. Desde principios de la Concesión, se implementó un importante programa de inversión para renovar las instalaciones y automatizarlas por medio de sensores de medición continua de caudales y de parámetros de calidad, como la turbiedad y la conductividad, en las diferentes etapas del tratamiento. Además los Laboratorios de plantas determinan, 24 horas por día, las condiciones de funcionamiento adecuadas asegurando así un segundo nivel de control en la fase de producción. El control de calidad en la distribución se hace por una parte, con la implementación de sensores de medición continua en salida de planta así como en salida de las estaciones elevadoras en diferentes puntos de la ciudad; toda la información está, en tiempo real, en un Control Centralizado ubicado en la planta San Martín. Por otra parte, el Laboratorio Central testea diariamente diferentes puntos de la red, cubriendo periódicamente la totalidad de la misma con distribución y frecuencia de muestreo proporcional a la población servida. A su vez, a nivel región y distrito, se cuenta con equipos para la atención de reclamos y desarrollo de acciones preventivas. Para ser completo, el Organismo de Control (ETOSS) realiza, mediante auditorias operativas, muestreos propios y consultas de resultados de controles internos.

Planta Potabilizadora General San Martín (Alejandro Hazaña)

Como todos los laboratorios de nivel internacional, el Central desarrolló técnicas analíticas basadas en la utilización de materiales sofisticados que permiten el análisis cuantitativo y la identificación de sustancias orgánicas en concentraciones de algunos nanogramos/litro, de metales pesados a niveles del microgramo/litro y de algunas unidades virales por metro cúbico de agua. Hoy en día, un análisis tipo de agua incluye la medición de más de 100 diferentes parámetros y en el Laboratorio Central se analizan más de 500000 parámetros por año (agua y aguas servidas). Esta evolución fue posible gracias a: I.- la implementación de equipamientos como la espectrometría de masa o el plasma inducido, II.- el desarrollo de técnicas bioquímicas, III.- un programa de capacitación específico, IV.una organización sin falla que permitió la obtención de la acreditación ISO 25 en 2000, y finalmente V.- la motivación de todo el personal. Pero, no es un fin en si. Regularmente la comunidad científica internacional hace nuevos descubrimientos sobre el agua y su contenido. La misión del Laboratorio Central es integrar esos nuevos datos para desarrollar nuevas técnicas analíticas y asegurar así el abastecimiento de una agua de calidad perfecta.

Ing. Joël Mallevialle Director de Agua y Saneamiento de Aguas Argentinas

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COLABORACIONES

CONTINUIDAD DEL ESPÍRITU QUE ANIMÓ A O.S.N. El período transcurrido entre los años 1993 y 2001, en el cual Aguas Argentinas actúa como concesionaria de los sistemas de provisión de agua y desagües cloacales prestados anteriormente por O.S.N., ha permitido visualizar una suerte de continuidad en aquellos factores que conforman la esencia de un organismo prestador de servicios públicos. Lograr la mayor eficiencia en el funcionamiento de las instalaciones existentes, reducir la brecha entre las demandas de ampliaciones de redes y la factibilidad de atenderlas, satisfacer los reclamos y pedidos de los clientes en el más breve plazo, son, en lo material, resultados factibles de conseguir en la medida que las inversiones faculten en tiempo y forma la ejecución de las obras previstas en los planes de mantenimiento, mejoras y ampliación de los sistemas. En tal sentido, en el período mencionado y a partir de un sustantivo nivel de inversiones se consolidó la confiabilidad, continuidad y seguridad operativa de los servicios prestados, se ejecutaron con excelente calidad y representativa magnitud una gran cantidad de obras y se alcanzó, en la opinión pública y muy particularmente de nuestros clientes, un alto nivel de satisfacción. Por el éxito en estos parámetros, todos ellos mensurables y de fácil determinación, tuvieron en Aguas Argentinas, como trasfondo de difícil apreciación, el soporte ineludible de la labor diaria, sostenida y permanente de un personal cuya potenciación y eficiencia en todos los niveles mantuvo una “vocación de servicio”, herencia del espíritu que animó a O.S.N. en sus momentos de mayor apogeo.

Ing. Osvaldo Rey Asesor de la dirección General

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El Museo en los suplementos de arquitectura de periódicos locales: Página 12, 14 de julio de 2001, y La Nación, 29 de agosto de 2001.

AGUAS ARGENTINAS Y LA PROTECCIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL El Programa Patrimonio Histórico Una presencia que no decrece Desde 1995, Aguas Argentinas viene desarrollando, a través de un Convenio con el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) el Programa Patrimonio Histórico, un emprendimiento que tiene por finalidad principal promover el conocimiento, difusión y protección del patrimonio histórico cultural que hoy se encuentra a su cuidado, y que perteneciera a su antecesora, Obras Sanitarias de la Nación. La continuidad de este Programa, que ya lleva seis años de ininterrumpida labor, es reflejo del compromiso asumido por la empresa con la comunidad y su historia, procurando conciliar pasado y modernidad, tradición y cambio. De allí que el Programa comprende múltiples actividades de extensión y de investigación, destinadas a los públicos más diversos, y desarrolladas por un equipo de investigadores y profesionales, especialmente capacitados en la preservación y conservación de los bienes culturales.

En su faz inicial, el Programa ha realizado un Relevamiento e Inventario de los Edificios y Sitios de valor histórico patrimonial que la empresa posee en Buenos Aires y Gran Buenos Aires, cubriendo un conjunto de más de 200 ejemplos construidos entre 1880 y 1940, entre los que se cuentan los magníficos establecimientos de provisión de agua potable en Palermo y de tratamiento de líquidos cloacales en Wilde, y valiosos testimonios de patrimonio industrial como son el gran depósito urbano de Avenida Córdoba. La metodología empleada en estos trabajos ha sido utilizada por organismos gubernamentales encargados del planeamiento urbano de la ciudad y de establecer normas legales para su protección, y tomados como modelos en su tipo por instituciones como el Fondo Nacional de las Artes, la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos y diversos centros de formación profesional de grado y postgrado. En forma paralela a estos estudios, las tareas de gabinete comprendieron el ordenamiento y sistematización de los archivos de planos históricos del Palacio de Aguas Corrientes -uno de los más importantes del país-, elaborándose un Catálogo de Planos del propio edificio y de los conjuntos de la Planta General San Martín, para la consulta de investigadores y especialistas. Esta labor de relevamiento fue de

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Dentro del Programa, un lugar importante ocupa el Museo del Patrimonio en el Palacio de Aguas Corrientes de Avenida Córdoba, que procura continuar la valiosa tarea de su antecesor, el Museo Técnico de Artefactos de Obras Sanitarias de la Nación. Las actividades que viene desarrollando el Museo desde 1996, han cobrado renovado impulso con la ampliación de sus espacios y colecciones, que fue habilitada al público en julio de 2001. El Museo, que posee acceso libre y gratuito, propone al visitante conocer la historia del magnífico edificio que lo alberga, el Palacio de Aguas Corrientes (1887-1894), uno de los monumentos más importantes de Buenos Aires. También es posible contemplar valiosas colecciones de artefactos sanitarios que ofrecen un panorama histórico de la higiene doméstica y la acción desplegada por Obras Sanitarias de la Nación en el control y aprobación de los materiales sanitarios utilizados en todo el país. En el recorrido, el visitante puede apreciar algunas de las 300.000 piezas originales de cerámica inglesa que recubren el Palacio, los antiguos planos de su construcción exterior e interior, artefactos importados de variadas marcas y procedencias, culminando su itinerario en el pulmón mismo del edificio, donde se encuentran los magníficos tanques de hierro que abastecieron de agua la ciudad, durante más de medio siglo desde 1894. Hoy, ya fuera de uso, varios de ellos han sido reciclados por Aguas Argentinas para contener el valioso material documental existente en sus archivos de planos históricos. suma utilidad para organizaciones tanto públicas como privadas que, a partir de la catalogación, disponen de documentación para consulta, que permanecía inaccesible antes del inicio del proyecto. Dentro de las actividades de extensión, se organizaron Seminarios Internacionales sobre Patrimonio Industrial, se dictaron conferencias, se redactaron artículos en publicaciones especializadas y medios de difusión general. Asimismo, se editaron libros, inaugurando la Colección Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas, de la cual este trabajo es su tercer entrega. Sus antecesoras fueron: en 1996, El Palacio de las Aguas Corrientes, 86 págs.; y, en 1999,: Las Obras de Salubridad en Buenos Aires 1580-1930, 98 págs. Debido a la amplia difusión de las publicaciones -algunas de ellas ya agotadas- distribuidas gratuitamente a bibliotecas y centros de enseñanza, la empresa encaró su reedición en forma digitalizada.

Actualmente, el Programa Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas, es un ejemplo reconocido y valorado por los organismos de preservación del patrimonio cultural, como uno de los emprendimientos pioneros llevados a cabo por el sector privado en la Argentina. Su efecto modélico, puede constatarse en la incidencia que ha tenido en otros programas similares en el interior del país -como por ejemplo Aguas Provinciales de Santa Fe- y en la significativa repercusión lograda recientemente por la ampliación de su Museo, que ha permitido hacer conocer al público obras de valores excepcionales, hasta ese momento casi desconocidas. Programa Patrimonio Histórico CONICET-Aguas Argentinas

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Distintas vistas de las instalaciones del Museo: aparatos de medición y artefactos (JT)

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UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL PATRIMONIO: LOS SISTEMAS DIGITALES DE REPRESENTACIÓN

(percepción de la tercera dimensión que define el usuario, permitiendo su uso en Redes de Internet).

En la actualidad, dentro de las múltiples posibilidades que ofrece la utilización de los sistemas digitales de representación en la arquitectura, se encuentra su aplicación como un nuevo medio de interpretar, valorizar y comunicar el patrimonio histórico.

Para poder llegar a la reconstrucción análogo digital de la obra, su análisis y difusión, previamente se realizaron una serie de estudios operativo perceptivos. Así como la aplicación de una serie de pautas y patrones de modelización, basados en investigaciones del bien y propuestas sobre sistemas. Se utilizó como documentación de base los archivos del Museo del Patrimonio, las publicaciones editadas por Aguas Argentinas dentro de la colección Patrimonio Histórico, complementadas a su vez con visitas al lugar y relevamientos fotográficos.

De esta manera, a los sistemas de representación tradicionales, se suman modernas y enriquecedoras experiencias que permiten, a partir de reconstrucciones virtuales, renovadas lecturas que ayudan a conocer mejor no sólo un edificio de valor histórico, sino el pensamiento arquitectónico del autor y de su época, las relaciones morfológicas entre sus distintos elementos y espacios, y variedad de visualizaciones desde ángulos no convencionales. Dentro del Programa Patrimonio Histórico desarrollado por Aguas Argentinas a través de un convenio con el CONICET, se han llevado a cabo experiencias de reconstrucciones virtuales de distintos edificios pertenecientes a la Planta Potabilizadora General San Martín en Palermo, un conjunto industrial de alto valor patrimonial y singular calidad ambiental. Para poder representar tridimensionalmente la organización espacial de estas obras, los avances tecnológicos están incorporando nuevas técnicas “análogo-digitales”, interrelacionadas e integradas de comunicación que parte de la modelización 3D. Para materializar estas representaciones, se tuvieron en cuenta una serie de niveles operativos perceptivos de algunas técnicas actuales, que parten del modelo 3D: a) Simulación 3d; b) Simulación rendering (imágenes pseudorealistas, que utilizan cámaras, luces, materialidades, sombras, set de filmación), c) narrativa espacial,(guión script televisivo, permite videos); d) realidad virtual no inmersiva

El dibujo analítico de malla de alambre (wireframe), que se va obteniendo intenta documentar/representar más que una propuesta arquitectónica, un proceso de operación que pone de manifiesto las complejidades e interrelaciones, su dependencia o independencia (formales y espaciales) inherentes al proceso de diseño de cada ejemplo analizado. Así cada obra permitió: a) una nueva lectura, en su morfología subyacente, que da fuerza al partido, b) la definición de un catálogo de tipologías diferenciales de elementos arquitectónicos, c) nuevas visiones y recorridos del espacio parciales y totales. Los tres ejemplos sobre los que se emplearon estas técnicas, y que hoy cuentan con maquetas digitalizadas, que permiten recorridos virtuales, fotografías digitales y videos, fueron: la antigua Casa de Bombas Impelentes y Sala de Calderas, construida entre 1910 y 1913; el edificio destinado originariamente a Casa de Administración (1912-1919); una obra de alto valor testimonial, como es la réplica de la primera Casa de Bombas que tuvo Buenos Aires, ubicada en el antiguo Establecimiento Recoleta, reconstruida hacia 1933-35 en su actual emplazamiento; y por último, el monumental Pórtico de Entrada a la Planta (1928). D. C. 117

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ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADOS Archivo General de la Nación Archivo. Museo del Patrimonio. Aguas Argentinas Archivo Planos, Dirección General de Espacios Verdes, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia Biblioteca de Aguas Argentinas Biblioteca del Museo de la Ciudad de Buenos Aires Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos Biblioteca de la Sociedad Científica Argentina Biblioteca del Centro Argentino de Ingenieros Biblioteca del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires Centro de Documentación de Arte y Arquitectura Latinoamericanos

ABREVIATURAS USUALES AGN. DDFA. Archivo General de la Nación. Departamento Documentos Fotográficos. Argentina.

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AGUAS ARGENTINAS S.A. CONSEJO NACIONAL DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y TÉCNICAS (CONICET) Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI) Proyecto Patrimonio Histórico Convenio CONICET - Aguas Argentinas

Arq. Ramón Gutiérrez Director Equipo de trabajo Arq. Jorge D. Tartarini Arq. Patricia Méndez Arq. Celina B. Noya Arq. Graciela M. Viñuales Redacción e investigación documental Arq. Ramón Gutiérrez (Capítulo I) Arq. Jorge D. Tartarini (Capítulo II) Arq. Patricia Méndez (Capítulo III) Colaboraciones especiales Ing. Jöel Mallevialle Ing. Osvaldo Rey Recuadros D.C. (Arq. Dora Castañé) R.G. (Arq. Ramón Gutiérrez) C.B.N. (Arq. Celina B. Noya) E.R. (Lic. Elisa Radovanovic) J.D.T. (Arq. Jorge D. Tartarini) G.M.V. (Arq. Graciela M.Viñuales) Diseño y diagramación DG Marcelo Bukavec Fotografías y reproducciones AG.N. (Archivo General de la Nación) Archivo de la Dirección General de Espacios Verdes G.C.B.A. Biblioteca de Aguas Argentinas CEDODAL (Centro de Documentación de Arte y Arquitectura Latinoamericanos) Dirección de Comunicaciones Externas y Marketing de Aguas Argentinas (AA) Museo de la Ciudad de Buenos Aires Museo del Patrimonio Aguas Argentinas Programa de Descentralización G.C.B.A. (GCBA) Summa Iconographica. Ed. EMECE. Archivo Familia Vautier (AV) Col. Lic. Elisa Radovanovic (ER) Col. Arq. Marta Magliano (MM) Arq. Ramón Gutiérrez (RG) Arq. Patricia Méndez (PM) Arq. Jorge Tartarini (JT)

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AGRADECIMIENTOS

Los autores desean expresar su agradecimiento a todas aquellas personas que contribuyeron a concretar el presente trabajo, especialmente al personal de Aguas Argentinas. También merecen nuestro agradecimiento Roberto y Celina Vautier Nelly Di Salvo Marta Magliano Diana Rosenberg Dora Castañé EMECE Ediciones Lucio Aquilanti Galería Zurbarán Elisa Radovanovic Elisa Stork Myriam Casals

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