Break Me Daddy

February 24, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Skyler Snow

Mafia Daddies #1

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Mafia Daddies #1

Esta traducción está hecha sin fines de lucro. Es un trabajo realizado de lectoras a lectorxs a quienes les apasiona de igual manera la lectura MM. Con esto no queremos desprestigiar a los autores que invierten su tiempo creando estas obras que tanto amamos. Nuestro único fin es que la lectura llegue a más personas. Recuerden siempre apoyar a los autores comprando su material legal y dejando reseñas en las plataformas como incentivo y demostrar lo mucho que los amamos.

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Mafia Daddies #1

Sinopsis

Capítulo 18

Prólogo

Capítulo 19

Capítulo 1

Capítulo 20

Capítulo 2

Capítulo 21

Capítulo 3

Capítulo 22

Capítulo 4

Capítulo 23

Capítulo 5

Capítulo 24

Capítulo 6

Capítulo 25

Capítulo 7

Capítulo 26

Capítulo 8

Capítulo 27

Capítulo 9

Capítulo 28

Capítulo 10

Capítulo 29

Capítulo 11

Capítulo 30

Capítulo 12

Capítulo 31

Capítulo 13

Capítulo 32

Capítulo 14

Epílogo

Capítulo 15

Nota del autor

Capítulo 16

Sobre el autor

Capítulo 17

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Mafia Daddies #1

Break Me Daddy es un romance MM mafia que incluye pero no se limita a: violencia, muerte, escenas explícitas y consentimiento dudoso.

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Hice algo estúpido. Algo innecesariamente, irremediablemente, estúpido y ahora mi pasado me está alcanzando. Sabía que cuando vi ese dinero debería haberlo dejado, pero lo necesitaba. ¿Y no me debe el mundo un poco de suerte? ¿Un pequeño respiro de la constante mierda? Lo siento. Pero no puedo evitar despotricar sobre mi situación porque la verdad es que estoy jodido. Verás, le robé dinero a la mafia. Una decisión estúpida tomada en el calor del momento y ahora estoy corriendo por mi vida. Un amigo me dio suficiente dinero para esconderme... Pero él viene por mí. Amadeo quiere poseer todo lo que soy y castigarme por lo que he hecho. Tal vez podría aceptarlo si no estuviera tan empeñado en que lo llame «papi». Y tal vez no me importaría ese término, si no me produjera un cosquilleo en todo el cuerpo. Pero lo desprecio y siempre lo haré. No importa lo que mi estúpido cuerpo... y mi corazón... tengan que decir.

Break me Daddy es un romance MM con personajes moralmente grises, un papi posesivo y exigente, un chico obstinado y malcriado, un montón de violencia sangrienta y un HEA bien merecido.

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Me estremecí y me apreté más la chaqueta alrededor de los hombros. Florida fue mi hogar en algún momento y, aunque me encantaba el calor, odiaba el frío inusual que se había instalado. Arrastré el calefactor por el suelo marcado y golpeé el talón de mi mano contra él. La máquina gruñó y chirrió antes de que saliera disparada una pizca de calor. Apreté las palmas de las manos contra él, sin importarme ya si me quemaba cuando el aparato decidiera inevitablemente que era hora de volver a funcionar bien. Por ahora, necesitaba estar caliente porque si no podía satisfacer el gruñido de mi estómago. Tenía que elegir otra cosa. Necesito encontrar trabajo lo antes posible. Ty, un viejo amigo del instituto, me había dado algo de dinero. Se lo agradecí y pude salir de Georgia, pero seguía estando demasiado cerca de los Bianchi. Pensar en ellos hizo que un escalofrío me recorriera la espalda. Fue una estupidez robar ese dinero, pero había estado allí. ¿Todo ese dinero en ese enorme y reluciente casino y a mí me persiguen como a un animal por unos pocos miles de dólares? De acuerdo, tal vez no unos pocos, pero eran muy ricos. Ni siquiera deberían haber notado que faltaba. Uno pensaría que ya se habrían dado por vencidos, pero yo sabía cómo eran los Bianchi por los rumores. Sólo había visto a Amadeo una o dos veces, pero no era el tipo de hombre con el que se juega. Y yo lo había doblado y le había metido un palo por el culo. Estoy muerto. No había forma de que pudiera seguir huyendo para siempre. Mi plan original había sido huir a la otra punta del país, pero no había contado con tener que pagar las cuotas de los moteles cada noche, lo que costaba comer cuando no tenías cocina, y lo poco que dormías y lo agotado que te quedabas cuando no podías cerrar los ojos sin escuchar cada pequeño ruido a tu alrededor esperando que alguien te metiera una bala en la cabeza. 8

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No puedo pensar así o podría saltar desde el tejado de este edificio ahora mismo. Puedo escapar. Un trabajo, algo de dinero en el bolsillo, y podré conseguir un billete de avión al menos. Con suerte. Mi estómago gruñó y supe que no podía aplazar la comida de nuevo. Había pasado un día y medio y mi estómago intentaba comerse a sí mismo. Al echar un vistazo al pequeño apartamento que había alquilado, con sus suelos desgastados y sus paredes descoloridas, la depresión se apoderó de mí. Había caído tan bajo. —A la mierda—. Me levanté y di una patada al calefactor. Empezó a emitir más calor y suspiré. —Sí, será mejor que funciones. Y más vale que sigas funcionando cuando vuelva. Agarré la cartera y la llave y me las metí en el bolsillo. Había una tienda de conveniencia a unas pocas cuadras y estaba seguro de que tendrían algo que pudiera comer. Estaba cansado de la sopa enlatada que seguía fría cuando intentaba calentarla en la pequeña olla de la estufa imposiblemente pequeña. Ahora necesitaba algo pesado, pero no estaba seguro de lo que iba a estar disponible a la una de la mañana. Me subí la capucha por encima de la cabeza, salí de mi apartamento y el miedo me golpeó en el pecho. Miré rápidamente a mí alrededor en busca de alguna señal de los hombres que me habían perseguido en Atlanta. El corazón me golpeaba la caja torácica y temblaba tratando de no pensar en los peores escenarios. No era que no supiera luchar, demonios, había aprendido por mí mismo después de que me patearan el culo demasiadas veces en la escuela antes de que un amigo me ayudara a aprender a golpear hace un tiempo. Pero estos hombres no venían con puños, venían con armas. Y eso era algo que yo no tenía. Cuando me aseguré de que no había nadie en el lúgubre pasillo con su luz parpadeante, suspiré y bajé los hombros. De acuerdo, estoy bien. Iré a por algo de comida, volveré a casa y... me quedaré mirando la pared el resto de la noche. Gimiendo, empecé a caminar para evitar lo miserable que iba a ser esto. No podía tener un teléfono porque me preocupaba que pudieran encontrarme de alguna manera. Lo que sí tenía era un descartable que había comprado después de deshacerme del mío, pero era sólo para emergencias. No había televisión, ni ordenador, ni nada más que hacer que pensar en todos los momentos de mi vida en los que había metido la pata hasta el fondo. 9

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Metí las manos en los bolsillos mientras caminaba por la calle. Si me dedicaba a pensar en todos mis errores, me pasaría la noche en vela. En lugar de hacer eso, me iba a tomar una o dos cervezas y a dormir. Mañana dejaría que la realidad volviera y lidiaría con toda la mierda que tenía que enfrentar. La tienda de conveniencia se vislumbró a la vista y fui directamente. No era una comida de lujo, pero podía buscar un perrito caliente con todos los ingredientes, unas papas fritas y unas cervezas sin que me quemara el bolsillo. No era un filete, pero comida era comida y quería que mi barriga estuviera llena. Entré en la tienda y miré a mí alrededor, asintiendo al cajero antes de desaparecer por los pasillos. Tome primero mis bocadillos, dejándolos en el mostrador antes de dejar las cervezas al lado. —Voy a querer un perrito caliente. —Lo que sea, hombre—, dijo el tipo detrás del mostrador mientras se desplazaba en su teléfono. Me encogí de hombros y volví a buscar mi comida. Elegí dos perritos calientes y los llené de chile, queso, jalapeños, cebolla frita y chucrut. Cuando volví al mostrador, ya tenía los paquetes de kétchup y mostaza en el bolsillo. —¿Esto es todo?—, preguntó el tipo, rascándose las mejillas cubiertas de acné. —Sí, eso es todo—, dije mientras abría mi cartera y sacaba unos cuantos billetes pequeños. —Gracias. Tomé la bolsa y el cambio y me marché con el tintineo del timbre de la puerta. Mi estómago volvió a gruñir y salivé ante mi inminente comida. —¡Oye!. Me giré sobre mis talones, con el corazón palpitando en mi pecho. Un tipo se apoyó en la pared de ladrillo de la tienda. Me miró de arriba abajo mientras se pasaba la mano por la barba desaliñada. Todo en él gritaba problemas. —¿Adónde vas?— Preguntó. Me eché atrás. —A casa. El hombre sonrió. —¿Por qué? Ven aquí un segundo, quiero hablar contigo.

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Mientras hablaba, otros dos hombres se unieron a su lado. Mierda. No parecía uno de los hombres de Bianchi, pero podía ser igual de peligroso. Di otro paso atrás mientras me preparaba para correr. —Sí, no gracias. La sonrisa se desvaneció en los labios del hombre. —¡Ven aquí! —A la mierda—, murmuré mientras me daba la vuelta y corría. El viento frío me golpeo en la cara mientras corría hacia mi casa. Tuve la suerte de encontrarme con algún lunático mientras me escondía. Doblé la esquina y me topé con algo firme. Mis ojos parpadearon mientras retrocedía a trompicones. Oh, mierda. El corazón se me aceleró en el pecho mientras miraba fijamente al hombre vestido con un traje oscuro. Sus ojos se estrecharon hacia mí. Parece un Bianchi. Giré sobre mis talones, dispuesto a correr hacia las colinas, cuando una mano me agarró por el hombro y me tiró hacia atrás. —Muévete—, dijo. —Quédate detrás de mí. Tropecé cuando me empujó a su espalda y otro hombre me agarró. Me mantuvo en el sitio o habría seguido corriendo. Cuando intenté alejarme, se burló de mí. —Si sigues retorciéndote, te voy a romper la pierna—, dijo rotundamente. —Órdenes del jefe. Órdenes del jefe. Sí, estaba jodido. Vi cómo salían las armas. El corazón me dio un vuelco. Podrían usar eso fácilmente contra mí y no quería que me dispararan. ¿Quién lo hizo? Miré a mí alrededor, tratando de ver si había una salida, pero no tenía a dónde ir. —Les sugiero que se vayan—, dijo el hombre que estaba frente a mí. —Ahora. Los tres hombres que me habían perseguido me miraron a mí y decidieron que yo no valía la pena mientras se daban la vuelta y se iban. El alivio me inundó y suspiré. Por fin. Ahora sólo necesito alejarme de... —Six, ni lo pienses—, gruñó el hombre que me sujetaba. —No te pases con él, Luka. Sabes que nuestras órdenes son que no salga herido. 11

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El llamado Luka asintió. —Lo recuerdo. Me quedé mirando entre los dos. ¿De qué demonios estaban hablando? Quienquiera que fuera, definitivamente trabajaba para Amadeo Bianchi. Mis instintos me gritaban que corriera, pero no podía obligar a mis pies a moverse. —Entra en el coche—, dijo Luka mientras señalaba con la cabeza el coche que se había detenido. Eso fue suficiente para que me moviera. Me di la vuelta y corrí. Me arriesgaría a que me dispararan por la espalda antes de subir a ese coche. El sonido de las pesadas pisadas detrás de mí me hizo acelerar, pero por mucho que corriera los oía cada vez más cerca y... Gruñí mientras me agarraban. —¡Suéltame!— grité. —¡Vete a la mierda! —Shhhh,— una voz susurró contra mi oído. —Hora de dormir. Un agudo pinchazo de dolor floreció en mi cuello. Me di una palmada en el lugar por instinto, pero no había nada. Di dos pasos antes de que mi cabeza empezara a nadar y no pudiera concentrarme más. Mierda. Mi cuerpo empezó a relajarse mientras mis párpados caían. Me di cuenta de que me habían pinchado con una aguja y que no iba a estar de pie mucho tiempo más. Cuando vacilé, unos brazos me rodearon y sentí que flotaba mientras me levantaban. —Vamos a llevarlo a Amadeo—, dijo una voz. —Está esperando. Abrí la boca para hablar, pero sentí la lengua como si pesara cinco kilos. Quise gritar para que no me llevaran allí, pero mi cabeza se apagó y mis ojos se cerraron. Cuando los abrí de nuevo, estaba en el coche, mirando al techo antes de que mis ojos se cerraran de nuevo. Voy a morir.

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Mi cuerpo protestó cuando intenté moverme y gemí. ¿Por qué tenía la garganta tan seca? Me sentía como si hubiera pasado la noche comiendo arena. Intenté empujar mi mano contra la cama para levantarme, pero mis brazos no se movían. ¿Estaba durmiendo sobre ellos? Me di la vuelta y me propuse abrir los párpados. Cuando lo hice, sentí como si hubiera pesas de cinco kilos en cada párpado. Volví a gemir y miré al techo. Este no es el apartamento. La constatación me golpeó en el pecho como una tonelada de ladrillos. Salí disparado y me arrepentí al instante, ya que la cabeza me palpitaba y tuve que esperar a que el mareo desapareciera para poder moverme. Parpadeé un par de veces y observé mi entorno. —Mierda. Me encontraba en una pequeña habitación en la que apenas se podía caminar. En un lado había un catre en el que me senté, y qué triste era que el catre fuera más cómodo que el saco de dormir de mi departamento. Mis ojos recorrieron todo lo demás en la habitación, que estaba vacía. El suelo estaba frío, mis pies estaban descalzos y frente a mí, había una gran puerta de acero sucia y desgastada. —Okey, definitivamente me han pillado—, murmuré. —Mierda. Mi corazón empezó a acelerarse y tiré de mis brazos. Estaban atados con fuerza, la cuerda se clavaba en mis muñecas y me quemaba la piel. Me froté las muñecas de un lado a otro. El ardor aumentó y apreté los dientes mientras intentaba ignorar el dolor y concentrarme en el objetivo. Tengo que salir de aquí. Me obligué a calmarme. No quería desmayarme antes de poder escapar. Una cosa que estos tipos no sabían que yo era muy bueno 13

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huyendo. Y si lograba salir de esta habitación, me iría. No me importaba si tenía que cruzar el país haciendo autostop, iba a salir de Dodge. —No está mal—, murmuré mientras inspeccionaba la puerta. Me puse en cuclillas y la miré con atención. —La cerradura es muy vieja. Sólo necesito algo...— murmuré para mis adentros. Había una ventana en la parte superior con barrotes. Claramente, eso era para que pudieran mirar dentro. En la parte inferior de la puerta, había una más pequeña que probablemente era lo suficientemente grande como para deslizar la comida. No quise pensar en dónde debía bajar esa comida porque no había baño. Me estremecí. Tengo que salir de aquí. Mis muñecas protestaron mientras seguía moviéndolas de un lado a otro e intentaba taparme la nariz al mismo tiempo. La habitación tenía el olor húmedo y almizclado de un sótano y había tanto polvo que me tapaba las fosas nasales. Tenía que mantener la cabeza despejada, pero lo que fuera que esos malditos me habían inyectado en el cuello seguía bombeando en mis venas y era difícil concentrarse. ¡Contrólate, perra! Podía salir de cualquier cosa y de todo. Esa era mi especialidad. Si me daban un problema, encontraba la manera de librarme y seguir adelante con mi vida. Diablos, lo había hecho toda mi vida y podía hacerlo ahora mismo. Me levanté y miré alrededor del catre. Me di la vuelta, aparté el delgado colchón y lo arrojé a un lado, ya que los músculos me chirriaban de tanto moverme mientras seguía sujeto. Mi pecho subía y bajaba y luchaba contra una ola de náuseas mientras me tambaleaba sobre mis pies. Tengo muchas ganas de hacer pagar a ese maldito. Tendría que darles un puñetazo a los matones que me habían agarrado por hacerme sentir como una mierda. No tenía tiempo para ceder y vomitar o desmayarme. Ambas cosas eran demasiado vergonzosas para contemplarlas. No iba a acabar tirado en un río en algún lugar cuando decidieran degollarme. Vi un trozo de metal que sobresalía del catre y se me iluminaron los ojos. Bingo. Me acerqué al catre y me puse en cuclillas hasta que pude notar cómo la pieza dentada rozaba las cuerdas. Lentamente, moví las muñecas hacia arriba y hacia abajo. Si me movía demasiado rápido iba a abrirme una vena y desangrarme en esta pequeña celda del infierno. —Vamos. Vamos.

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Los pasos resonaron y dejé de respirar. Los pulmones me ardían y el corazón me latía tan fuerte que apenas podía oír. Respiré lenta y profundamente y, cuando pude volver a concentrarme en los ruidos del exterior de la puerta, los pasos se estaban retirando. Mis ojos permanecían fijos en la ventana de la parte superior de la puerta a la espera de que alguien mirara y descubriera lo que estaba haciendo. Pasaron segundos. Minutos. Me parecieron putas horas, pero sabía que no había pasado tanto tiempo. Una vez que me aseguré de que nadie regresaría, comencé de nuevo con las cuerdas. Podía sentir que cedían, que las fibras se rompían y me liberaban poco a poco. Juro que si salgo vivo de esto no volveré a hacer ninguna estupidez. Sí, dejaré de luchar, conseguiré un buen trabajo, trabajaré duro. Tendré una puta casa y dos malditos hijos y un buen marido si consigo salir de esta. Por favor, por favor, por favor. No era de los que rezan, pero esperaba que alguien o algo me escuchara porque si no estaba jodido. Una vez que saliera de esta habitación aún tenía que averiguar dónde estaba, dónde estaban los guardias y cómo escabullirme sin ser detectado. Puedo hacerlo. No tengo otra opción. Claro, si no quería acabar en las noticias como persona desaparecida escapar era mi única opción. Si es que alguien me echaba de menos. Tenía que mantener la calma. No había tiempo para pensar demasiado porque si lo hacía me quedaría congelado, incapaz de salir de esta trampa. —¡Sí!— Siseé. Las cuerdas se rompieron y tiré de los brazos hacia delante. Mis dos muñecas estaban inflamadas, todas cubiertas de marcas de cuerda de color rojo brillante y de formas que se habían clavado en mi piel a causa de ellas. Me tomé un momento para frotar cada una de ellas y poner en marcha la circulación. Las yemas de mis dedos estaban ligeramente azules. ¿Cuánto tiempo había estado atado? Sobre todo para alguien que odiaba estar atado. Me giré y examiné el trozo de metal que había utilizado para asegurar mi libertad. Lo agarré, tiré y cedió un poco. Por fin mi suerte está cambiando. Me quité la capucha y la camiseta que llevaba debajo. Enrollando la camiseta en mi mano, agarré la barra, puse el pie en el catre y tiré. Casi grité cuando se soltó con un fuerte ruido y retrocedí a trompicones, justo antes de que mi espalda se estrellara contra la puerta. 15

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Una vez más, me detuve y esperé a oír algún ruido de pasos que se acercaban, pero no había nada. Al menos ahora tenía un arma y no dudaría en golpear a uno de esos bastardos con ella si venían. No era lo más grande del mundo, pero rezaba para que el elemento sorpresa fuera a mi favor y pudiera utilizarlo. Dejando la varilla en el suelo, me volví a poner la capucha antes de agarrar mi arma y ponerme a trabajar en la cerradura. Cerré los ojos y escuchaba contra la puerta mientras empujaba la cerradura. No había muchas cosas que no pudiera forzar. Y esto no era diferente. Sólo tenía que ser paciente, tomarme mi tiempo y... Clic. El fuerte sonido de la puerta al abrirse hizo que un escalofrío de placer me recorriera la espalda. Sí, ese era el sonido de la dulce, dulce libertad. Todavía no tenía zapatos, pero tendría que lidiar con el frío suelo de enero y superarlo. Una vez que estuviera fuera del infierno en el que me encontraba, podría resolver los detalles de lo que debía hacer a continuación. Tomé mi camisa y me la metí en el bolsillo. Lo que llevaba puesto podría ser la única ropa que podría permitirme durante un tiempo, porque de ninguna manera iba a volver a ese apartamento a buscar algo. Ir allí sería una sentencia de muerte. Mirando fijamente la puerta, respiré profundamente y me preparé. Lo que fuera que estuviera al otro lado era la línea entre la vida y la muerte y yo no estaba preparado para morir. Tal vez sólo estaba vivo por despecho, para lanzar un gran dedo corazón al mundo, pero esa era una razón tan buena como cualquier otra para salir de la cama cada mañana, así que iba a seguir usando eso como motivación. Me giré, volví a colocar el colchón en el catre y asentí con la cabeza. Ya está, nadie tenía que saber que me había ido antes de que yo estuviera de acuerdo con que lo supieran. Girando sobre mis talones, miré hacia la puerta y aspiré una bocanada de aire antes de dar un paso hacia ella. Empujé la puerta y ésta se abrió con un fuerte chirrido. Me estremecí y miré a mí alrededor, pero no había nadie a la vista. Al salir, apreté los dientes y volví a cerrar la puerta. Tenía que ganar todo el tiempo posible. Mi cabeza giraba de un lado a otro. ¿Adónde voy? El olor del sótano parecía intensificarse ahora que estaba fuera de la celda y me llevé una mano a la nariz. Mientras caminaba, me di cuenta de que había una fila de

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celdas. Cuando pasé por delante de algunas de ellas, oí ruidos o susurros. Mi corazón se aceleró de nuevo y caminé más rápido. Tenía que salir de aquí. No había tiempo para detenerme a ayudar a nadie, aunque no lo haría. Rompería mi racha de buena suerte y acabaría muerto por intentar ser un buen samaritano. Con suerte, la suerte de estos tipos cambiaría como la mía. Avancé de puntillas por el pasillo y miré por la puerta del fondo. Había otro pasillo, pero al final había una puerta que parecía llevar al exterior. Lo único que puedo hacer es intentarlo. Haciendo acopio de todo mi valor, abrí la puerta hasta el final. No había escondite allí, ningún lugar donde agacharse y esconderse si alguien entraba y me veía parado como un ciervo. Cuando salí por la puerta, una mano me agarró por el hombro y me tiró hacia atrás. Perdí el equilibrio y un gruñido salió de mis labios al golpear el suelo sucio. Me golpeó la espalda y se me enciende la ira. La suerte se acabó. A la mierda mi vida. No iba a tumbarme de espaldas y morir. Gruñendo, miré hacia arriba dispuesto a ponerme en pie de un salto y luchar hasta no poder más. Si me iban a derribar, entonces iba a luchar en cada paso del camino. Mis ojos se centraron en la persona que me había agarrado y se me heló la sangre. De pie sobre mí, con su abrigo cubriendo sus anchos hombros, los tres primeros botones de su camisa negra desabrochados y el pelo peinado hacia atrás, estaba el monstruo del que había intentado escapar. Sus profundos ojos verdes brillaban y tenía el ceño fruncido. Estoy jodido.

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—¿Y a dónde crees que vas? Six. Llevaba unas semanas buscándolo y tenía que admitir que era satisfactorio estar junto a él mientras prácticamente se meaba encima. Se lo merecía por hacerme perder tiempo de mi día para venir aquí y sacarle algo de verdad. Pero además, tuvo el descaro de casi escaparse. Menos mal que había bajado a interrogarlo personalmente en vez de hacer que lo hiciera uno de mis hombres. No es que hubiera dejado que uno de ellos lo tocara de todos modos. Es mío. Desde que puse mis ojos en Six, hubo una chispa, una atracción como un barco en una tormenta al canto de una sirena. El primer día que lo vi era toda arrogancia y sonrisas encantadoras. Había visto cómo se abría camino personalmente a través de la mitad de mi personal en el casino en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué demonios lo hace tan especial? No podía poner el dedo en la llaga, pero estaba igual de mal porque este chico pedía a gritos mi atención sin decir nunca una palabra. Necesitaba saber más de Six que lo que podía leer en Internet. Six retrocedió tratando de alejarse de mí y yo me adelanté siguiéndolo mientras sus ojos daban vueltas. Parecía un conejo asustado. Incliné la cabeza. —Si corres y tengo que perseguirte, sólo conseguirás que esto sea más difícil para ti. Ponte de pie. Ahora. Tragó con fuerza y observé la forma en que su manzana de Adán bailaba arriba y abajo. En lugar de hacer lo que le decían, se apoyó en las palmas de las manos y me miró fijamente. —¿Y si no lo hago? Mis labios se movieron y levanté una ceja. —¿Crees que es prudente? ¿Ponerme a prueba? 18

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—Creo que probablemente no dispararás a un hombre si está en el suelo. —Te equivocas. Dispararía a un hombre por la espalda si me robara tanto dinero como el que tú me quitaste—. Saqué mi Sig Sauer de la funda y quité el seguro. —Entonces, ¿qué prefieres? ¿De pie? ¿O en el suelo? Un sonido angustioso salió de los labios de Six y se alejó aún más de mí. —Ninguna de las dos cosas—, dijo, con la voz vacilante. —Prefiero vivir. —Entonces haz lo que te digo y levántate—, gruñí, mi paciencia se agotaba por momentos. —No pido las cosas dos veces. —Pero acabas de hacerlo—, señaló. Parpadeé. ¿Este chico tiene ganas de morir? Había investigado sobre él y tenía que decir que parecía que todos los informes que tenía eran ciertos. Pero era aún más temerario y loco de lo que pensaba. —¿Sabes quién soy? Six asintió. —Amadeo Bianchi. Jefe de la familia Bianchi. —Sí. ¿Y sabes lo que hago? —Matar gente—, dijo, con la respiración entrecortada. —Un montón de gente. —Así es—. Me acerqué a él y me agaché hasta que mi cara estuvo cerca de la suya. —Así que, cuando te enfrentes a mí y me hables, tal vez deberías recordar eso, ¿eh?— Extendí la mano y agarré un puñado de su pelo. Estaba grasiento. Necesitaba desesperadamente una ducha caliente, pero todavía no. No hasta que consiguiera lo que quería. —¿Me entiendes? La lengua de Six salió disparada sobre sus labios, mojándolos. Asintió rápidamente, su cabeza rebotando hacia arriba y hacia abajo mientras me miraba con esos profundos ojos de chocolate. Pero no sólo estaban llenos de miedo. Había un fuego que ardía detrás de ellos, como si quisiera golpearme. Oh, te desafío. Como si pudiera leerme la mente, Six tomo una respiración temblorosa y apartó la mirada antes de que sus ojos se posaran en la pistola. Pude ver la piel de gallina en sus antebrazos expuestos y rápidamente se bajó las mangas de su desgastada y sucia sudadera. Cuando su mirada volvió a encontrarse con la mía, había una determinación de acero que quería romper. 19

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—Levántate. De pie. Esta vez, no tuve que decirle otra palabra. Una vez que estuve de pie, Six me siguió. Era sólo unos centímetros más bajo que yo, pero mantenía la cabeza alta. No estaba seguro de si era valiente o simplemente estúpido. Supongo que ya veremos. —Sígueme. Mis hombres -señalé con la cabeza a los dos que me flanqueaban a cada lado- te seguirán. Un movimiento en falso y no dudarán en meterte una bala—. Volví a meter la pistola en su funda. — Vamos a hablar. —¿Sobre qué?— Murmuró mientras me seguía. —De cualquier cosa y de todo—. Entramos en una habitación trasera e inmediatamente se quedó mudo. —¿Pasa algo?— Pregunté, mirando por encima de mi hombro. —Aquí huele a muerte. —Aquí hay muerte—. Eché un vistazo a la habitación. —Mucha. Siéntate en esa silla. La habitación en la que nos encontrábamos olía a muerte, pero quizás me había acostumbrado a ello. Era un espacio pequeño con un desagüe en el suelo y baldosas blancas. Así era más fácil limpiar la sangre. Encima de la silla había un gancho que servía para suspender a la gente si era necesario y una enorme manguera sobresalía de la pared más lejana. Si querías obtener respuestas, ésta era la habitación para hacerlo. Me giré y me di cuenta de que Six aún no se había sentado. Cuando no se movió, uno de los guardias lo empujó hacia adelante. Apreté la mandíbula. ¿Por qué eso me hacía sentir tan mal? Six se sentó y mientras me miraba con odio. —¿Y? ¿De qué quieres hablar?—, preguntó. —¿El tiempo? —No te hagas el listo—. Me quité el abrigo y se lo pasé a un guardia. —Déjanos. —¿Está seguro?—, preguntó uno de mis hombres. —Este es complicado. Nos ha dado problemas. —Entiendo que todos ustedes son incompetentes—, gruñí. —Por qué quieran recordarme ese hecho tan pertinente está más allá de mí. Lárgate. —Sí, señor—, dijo rápidamente. 20

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Los dos se escabulleron como ratas y yo me quedé mirando tras la puerta cerrada durante un minuto imaginando exactamente cómo iba a romperles los huesos más tarde. ¿Cómo es que estaba rodeado de idiotas? Me volví hacia Six, que miraba a su alrededor con desesperación. Chasqueé los dedos. —Ni siquiera lo pienses. Si te mueves, te rompo los tobillos. Six se empujó hacia atrás en la silla. —¡Mierda, relájate! Levanté una ceja y di un paso hacia él. —Pon los brazos detrás de ti, alrededor del respaldo de la silla. —Pervertido. ¿Tengo al menos una palabra de seguridad?— Cuando lo miré fijamente, su sonrisa cayó y se aclaró la garganta. —Lo siento, estoy muy nervioso. —Deberías estarlo. Six vaciló y yo estaba al otro lado del espacio entre nosotros y en su cara en segundos. Le agarré un puñado de pelo y jadeó, el sonido de la respiración fue directo a mis pelotas mientras se tensaban. Ese sonido debería ser ilegal. —Vas a seguir poniéndome a prueba hasta que pierda la paciencia. ¿No es así? —N-no, no lo haré—, respiró y empujó sus manos alrededor del respaldo de la silla. —Sólo tengo una boca muy tonta. Eso es lo que solía decir mi madre. Cotorrear cuando no quiero y créeme que no intento seguir hablando, simplemente no puedo parar cuando empiezo y entonces siempre digo alguna locura y acabo dándome una patada. Como ahora. Ahora mismo, en este momento realmente quiero callar pero no puedo. Es una maldición o una enfermedad o algo así. Mierda. Lo siento. Me callaré, lo juro. Mi boca volvió a crisparse y por segunda vez en un espacio de veinte minutos, Six casi me había hecho sonreír. Casi. Era muy molesto y realmente quería hacerle entrar en razón, pero había algo en él que no podía evitar. —Deja de hablar. —Sí, buena idea. Deja de hablar. Puedo hacerlo. —¿Puedes?— Gruñí. Dejó escapar un chillido mientras apretaba los labios. —¡Lo estoy intentando, mierda! Sacudí la cabeza mientras le soltaba el pelo y me dirigía a una mesa situada en la pared más alejada. Recogí un par de pesadas esposas de 21

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metal y volví a acercarme a la silla y me puse detrás de ella. Mientras miraba a Six, su pecho subía y bajaba. Sabía que su corazón latía descontroladamente y quería contemplar ese miedo un poco más. En lugar de eso, le junte las muñecas y aseguré las esposas. En cuanto di un paso atrás, las sacudió y gimió. —Realmente odio estar atado—, murmuró. —Podría sentarme aquí y hablar sin esto, sabes. —No, no podrías—. Tome otra silla y la arrastré por el suelo antes de sentarme. —Habrías intentado huir, mis instintos entrarían en acción y acabaría disparándote. No podemos permitir eso. Entonces, ¿cómo me robaste el dinero? Six palideció bajo las luces bajas del techo. —Oh, quieres hablar de eso—, dijo nervioso. —¿Qué más?— Pregunté brevemente. —De cualquier otra cosa—. Los ojos de Six se desviaron a un lado evitando mi mirada. Me senté mirándolo fijamente, sin querer repetir mi pregunta. Retándolo a que siguiera desafiándome. Soltó un fuerte suspiro y frunció el ceño. —¿De verdad quieres saberlo? —Sí. Six se mordió brevemente el labio inferior. —No fue tan difícil, si te soy sincero. Todo tiene un horario y los guardias pueden distraerse fácilmente. Fue fácil colarse, entrar en la habitación y tomar el dinero. Cuando salí, me fui caminando. Nadie se dio cuenta. Debió de haber otra estúpida cámara en algún lugar que pasé por alto—. Había muchas cámaras que había pasado por alto. Mi casino recibía constantemente nuevas y mejores tecnologías de seguridad. Era mi máxima prioridad hacer de Bianchi una fortaleza en todas y cada una de las habitaciones. Así que, cuando se llevó el dinero, fui alertado casi inmediatamente. Pero él había sido más rápido, escabulléndose y saliendo del casino. —¿Por qué lo tomaste?— Le pregunté. —Tenías que saber que te iban a pillar. Six me miró y se encogió de hombros. —Mi cerebro no funciona así. Me dice que haga algo y simplemente... lo hago—. Su hombro subió y bajó

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de nuevo. —No pienso exactamente en las consecuencias. Necesitaba el dinero. Se me desencajó la mandíbula. —¿Por qué? —Le debía dinero a un tipo. No querrías deberle al tipo cinco dólares y él me había dado una buena patada en el culo unas semanas antes de hacerlo. Escucha, no tenía otra opción. Todos los intereses que puso encima de ese préstamo me mataron. —¿Así que pensaste en tomar mi dinero? —Ni que lo echaras de menos—, resopló. Me adelanté y me agarré al borde de la silla de metal antes de arrastrarlo más cerca. Sus ojos se abrieron de par en par y se estremeció cuando apoyé mi pie en su entrepierna y presioné un poco. Apenas hubo presión, pero fue suficiente para que se enderezara. —Lo siento—, murmuró. —¡No volverá a ocurrir, lo juro! Y puedo devolvértelo. Hasta el último centavo. Busqué en su rostro y todo lo que pude ver fue a un hombre perdido y desorientado que necesitaba unos azotes firmes y un ajuste de actitud. Six sólo tenía veintiún años, pero ya tenía un montón de problemas encima. Y me robó. —Debería matarte—, dije mientras metía la mano en el bolsillo de mis pantalones y sacaba un paquete de cigarrillos. Encendí uno antes de apartar el paquete de nuevo. —Pero tengo una propuesta para ti. Como has dicho, no necesito el dinero. Pero es el principio del asunto, ¿sabes? —Sí, sí, lo entiendo—, dijo Six con un movimiento de cabeza. — Entonces, puedo devolverte el dinero, ¿verdad? —¿Los cuatrocientos mil dólares? Six hizo una mueca. —¿Era tanto? —Probablemente un poco más, pero estoy redondeando hacia abajo—. Expulsé el humo y me incliné hacia delante, ejerciendo un poco más de presión sobre su entrepierna. Gimió y pude imaginar esa cara gimiendo por mí. —Pero basta de hablar. Quiero algo de ti. —¿Qué?— Preguntó en voz baja. —Te perdonaré tu deuda si te conviertes en mi compañero.

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—¿Compañero?— Se burló. —¿No quieres decir puta? Porque siento que quieres decir puta. Lo fulminé con la mirada. —En cierto sentido, sí. Si te quedas conmigo, haces lo que te digo, te abres de piernas para mí, entonces te perdonaré. Pero necesito algo más. Necesito que me llames papi. Six parpadeó antes de soltar una carcajada. —Me estás jodiendo, ¿verdad? Mi cara se volvió de piedra. ¿Parecía que estaba bromeando? Desde el momento en que había puesto los ojos en Six, supe que necesitaba a alguien que tomara las riendas de su vida y yo quería a alguien que me llamara papi, me obedeciera y me diera lo que necesitaba. Mi estilo de vida no me permitía cometer errores y las putas de alto precio que había contratado en el pasado para que hicieran el papel de chico habían estado muy lejos de la realidad. No, yo quería un chico propio. Ese chico iba a ser Six.

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Miré fijamente a Amadeo. —¿De qué carajo estás hablando? ¿Estás loco? No, porque estaba bromeando. ¿No es cierto? Era imposible que todo lo que quería era que yo fuera su puta particular y lo llamara papi. ¿Se daba cuenta de que había gente por ahí que haría eso por un poco de dinero? Entonces, ¿por qué yo? —Estoy tratando de decidir si eres estúpido o simplemente estás loco—, dijo Amadeo inclinándose hacia adelante, su pie presionando más fuerte. —¿Cuál es? Rechinando los dientes, traté de contener el grito que se me quedó en la lengua. Mierda. El bastardo me estaba molestando de verdad. Normalmente, le habría dado una patada en el culo. Pero como estaba atado a una silla y él estaba jugando conmigo, no había forma de escapar. Tuve que aceptarlo. —No lo sé—, escupí finalmente. Amadeo inclinó la cabeza. —Ahora mismo creo que un estúpido—, dijo mientras su pie presionaba más y yo gritaba. —Entonces, ¿por qué no cuidas tu boca? ¿Hmm? —¡Te escucho!— Gemí cuando soltó parte de la presión y traté de no fulminarlo con la mirada. —Pero no entiendo qué quieres de mí. —Exactamente lo que acabo de decir. Que te quedes conmigo, que pagues tu deuda, que calientes mi cama—. Alargó la mano y me levantó la barbilla. —Y llámame papi. Tragué con fuerza. Buscando en su rostro algún rastro de mentira o broma, fruncí el ceño cuando continuó con la cara de piedra. De todos los escenarios posibles que tenía en mente, éste nunca había sido uno de ellos. El nerviosismo se apoderó de mi pecho y tuve que morderme el labio para no reírme. Estúpidos nervios. Estuve a punto de vomitar 25

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porque el corazón me latía demasiado fuerte, tenía la cara caliente y quería esconderme. Y lo peor es que Amadeo me miraba fijamente, con esos ojos verdes profundos que no se apartaban ni un segundo. La sensación de su mano en mi barbilla era abrumadora. Intenté apartarme, pero él me detuvo, apretando su mano. ¿Qué me pasa? —¿Y bien?— preguntó Amadeo. Parpadeé. —¿Y bien, qué? —¿Tenemos un trato? De ninguna manera. Amadeo Bianchi estaba tan loco como la gente decía. Siempre había habido rumores, cosas susurradas a puerta cerrada sobre él. Había oído que era un asesino, un secuestrador, que disfrutaba con la tortura, que era frío y despiadado. Pero nunca lo había conocido personalmente y desestimé los rumores. A todo el mundo le gusta hacer que la gente sea más de lo que es, sobre todo un tipo rico que fulmina con la mirada más que con la sonrisa. Pero resulta que Amadeo es tan malo como había oído. Sus ojos me recorrieron y me retorcí en la silla. Maldita sea. Debería haber corrido mucho más. —Six. —Estoy pensando. Amadeo gruñó y ese sonido se disparó directamente a mi polla haciendo que se pusiera rígida. No te empalmes. No te empalmes. No te empalmes. Siempre me había gustado el miedo; la forma en que hacía que mi corazón se acelerara, mi cabeza diera vueltas y mi sangre bullía... Me excitaba. Y si Amadeo no fuera quien era, probablemente me habría ofrecido a chupársela en la primera oportunidad que tuviera. El hombre estaba loco, pero estaba caliente. —¿Qué hay que pensar?— preguntó Amadeo, interrumpiendo mis ridículos pensamientos. —Puedes aceptar el trato o atenerte a las consecuencias. —Teniendo en cuenta que quieres ser mi papi, ¿qué tan malas podrían ser las consecuencias?— murmuré. —¿Qué? ¿Tengo un tiempo fuera? El agarre de Amadeo en mi barbilla se tensó, sus uñas se clavaron en mi piel y forzaron un vergonzoso gemido de mis labios antes de que le 26

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gruñera de vuelta. Ok, está caliente pero me está cabreando. Quítame tus malditas manos de encima. —No vuelvas a gruñirme—, me ordenó. La parte estúpida de mí estuvo tentada de preguntarle, ¿o qué? ¿Qué más podía hacerme que no me hubiera hecho ya? Mi vida era un gigantesco espectáculo de mierda y continuaba fuera de control incluso ahora. Entonces, ¿qué podría hacerme que fuera peor? ¿Matarme? Eso serían unas vacaciones a estas alturas. —Y tienes razón, la consecuencia será un tiempo fuera—. Se inclinó hacia adelante y traté de alejarme, pero no había dónde ir. —Puedes pasarlo de nuevo en la celda en la que te has despertado. Excepto que esta vez puedes quedarte allí hasta que me apetezca ser amable y abrir la puerta. Me estremecí. Había tenido mi buena ración de lugares de mala muerte, pero esa pequeña habitación era la peor. Sólo podía pensar en estar atrapado en ese espacio, con el olor a humedad llenando mis fosas nasales y haciéndome sentir húmedo y asqueroso. No, no quería hacer eso. Pero llamarlo papi... Mi cerebro no podía asimilarlo. No es que tuviera nada en contra de la gente que hacía lo de papi, mis amigos estaban por todas partes en cuanto a quiénes eran y qué les gustaba. Pero a mí no me gustaba y no quería hacerlo. —Podemos pensar en otra cosa—, dije. —Como he dicho puedo devolverte el dinero. Tienes razón, es tu dinero y no debería haberlo tomado. Así que, déjame reemplazarlo. Puedo conseguir un trabajo o puedes hacer que trabaje gratis para ti. Amadeo enarcó una ceja oscura. —¿Por qué iba a permitir que volvieras a pisar mi establecimiento? Ya me robaste una vez. —Y nunca lo haría dos veces—, le informé, asintiendo con fuerza. — Créeme, he aprendido de mis errores y estoy dispuesto a enmendarlos. ¿Qué dices? Retiró su mano de mi cara y se pasó los dedos por el pelo negro azabache. —Creo que en este momento te inclinas más hacia el delirio que hacia la locura o la estupidez. —¿Eso es mejor o peor?— Murmuré. —¿Importa? 27

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—Espero que sí. Amadeo me sacudió la cabeza. —Tienes un trato y eso es todo. Entonces, ¿qué vas a elegir? ¿Ir conmigo y pagar tu deuda o quedarte aquí abajo y sufrir? —Escucha, esta es la cuestión. No me gusta la situación de papi. No te voy a joder, no soy un imbécil, pero no me apetece llamar papi a un hombre. Diablos, nunca me he referido a mi propio padre de esa manera. Así que, hagamos otra cosa. Puedo cocinar. Soy un gran limpiador. ¿Qué hay de un conductor? ¿Necesita un chófer? El hombre me miró fijamente y parpadeó. Observé cómo retiraba su pie de mi entrepierna antes de levantarse y ajustarse las mangas. Se las subió antes de acercarse a mí y casi me meo en los pantalones. —¡Está bien, está bien!— Grité. —Mierda, cálmate hombre. Ya te he dicho que no sé callarme. —Aprende—, me espetó. —¡Bien! Pero lo digo en serio. Puedo hacer un montón de otras cosas, ¿de acuerdo? Averigüemos qué... ¿Qué estás haciendo? Amadeo había caminado detrás de mí y no poder verlo hizo que mi miedo se disparara. Intenté devolverle la mirada, pero me empujó la cabeza hacia atrás. Mi corazón se aceleró hasta el punto de que apenas podía respirar y apreté los ojos esperando el golpe final. ¿Sentiría siquiera cuando me metiera una bala en el cerebro? Las esposas hicieron clic y mis muñecas se liberaron. Las acerqué y las froté una tras otra antes de que una mano me rodeara la parte superior del brazo. Amadeo me puso en pie y comenzó a caminar. —¿A dónde vamos?— pregunté, con el pánico subiendo por mi garganta mientras salíamos de la habitación y volvíamos a caminar por el pasillo. —Creo que ya lo sabes. No, no quería volver a esa habitación. ¿Pero la oferta de Amadeo? Tampoco quería eso. Si él estaba buscando unas cuantas buenas jodidas y luego me liberaría, bien. Pero tenía la sensación de que quería algo más que eso y yo no hago compromisos. Amadeo abrió la puerta de mi celda y me soltó el brazo. —Entra. Me quedé mirando los confines de la habitación y fruncí el ceño. — ¿Podemos...?

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—Tú y yo no tenemos nada más que discutir. Cuando hayas recuperado el sentido común, podremos conversar. Me empujó hacia delante y mis manos salieron disparadas, agarrándose a cada lado de la puerta mientras clavaba los pies en el cemento. Mierda, realmente va a encerrarme, ¿no? Miré por encima de mi hombro y sus labios estaban en línea recta. Amadeo hablaba en serio. El miedo me recorrió la espina dorsal y la bilis se me subió a la garganta. No había ni una pizca de remordimiento en sus ojos y eso alimentó de nuevo mi ira. ¿Quién era él para encerrarme? Sí, le había robado, pero se lo devolvería o encontraría otra forma de devolvérselo. ¿Por qué tenía que ser bajo sus condiciones? —Ve—, dijo Amadeo con un movimiento de cabeza. —Ahora. Me costó todo lo que pude quitar las manos del marco de la puerta y dar un paso hacia la habitación. La puerta se cerró de golpe tras de mí, el sonido resonó en mis huesos mientras cerraba los ojos y me obligaba a respirar profundamente. Esto está bien. Pude salir una vez y puedo hacerlo de nuevo. —Tú, quédate en esta puerta. Si se escapa de nuevo, serás tú el que esté en esa habitación. —¡Sí, Jefe! Amadeo golpeo a la puerta y yo giré sobre mis talones. Me miró a través de la ventana y ladeó la cabeza. —Avísale a Ángelo cuando estés listo para hablar. —¡Vete a la mierda! Le enseñe el dedo corazón y él sólo se apartó y desapareció. Se me revolvió el estómago. Mierda. Me acerqué al catre y me senté, cada centímetro de mí temblando al enfrentarme a lo jodido que estaba realmente. ¿Estar confinado? Eso era peor que la muerte. Subí las piernas al catre y rodé sobre mi espalda. El techo estaba en sombras, esa estúpida luz superior me daba en los ojos. Me tapé la cara con el brazo para protegerme de ella y traté de calmar mi mente acelerada. Amadeo Bianchi era el mayor imbécil de la Tierra. No importaba lo bueno que estuviera cuando era un maldito. En cuanto encontrara una forma de salir de mi celda, me alejaría de él y no miraría atrás.

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Me quedé mirando el monitor, con los ojos siguiendo cada movimiento de Six. Ahora mismo, rebotaba de una pared a otra, murmurando para sí mismo. No hablaba en voz alta porque yo habría oído cada palabra, sino que sólo se movían sus labios rosados y regordetes. —¿Cuánto tiempo vas a resistirte a mí? Sólo habían pasado tres días, pero Six parecía que se estaba volviendo loco estando allí solo. Cuando lo dejaron salir para usar el baño y regresó, sólo se enojó más. Hasta ahora me había llamado de toda clase de hijo de puta, pero todavía no se rompería. Sigue luchando contra mí. Será aún mejor cuando te rindas. Six no me soportaba, pero él me enamoraba. Era fuerte, valiente, atrevido y un absoluto dolor de cabeza. Una vez que había salido de nuestra pequeña charla, había despedido a todos en la planta y en las salas traseras del casino y los había reemplazado a todos. Fue una hazaña fácil. La gente quería trabajar en mi casino y, como Six me había demostrado que era la gente la que fallaba, no la tecnología, todos tenían que irse. La cajita junto a mi escritorio se encendió y una mujer rubia me sonrió. —Sr. Bianchi, su familia ha llegado. Pulsé el botón. —Gracias, Darla. Puedes dejarlos entrar. Cambié a las cámaras de seguridad y seguí a mis hermanos y primos mientras entraban en el casino. Nadie podía no notar que éramos parientes. Todos teníamos las características mandíbulas de Bianchi, el mismo pelo oscuro y la misma sensación de poder y control. Eran hombres que no se inclinaban ante nadie. Excepto a mí. Volví a la otra pantalla y tracé el contorno de Six. ¿Por qué estoy obsesionada con él? Tal vez fue su imprudente estupidez lo que me atrajo. 30

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Si yo fuera cualquier otra persona y Six me hubiera robado, ya estaría muerto. Mis métodos pueden ser duros, pero en realidad, estaba salvando su vida. Y él me debía eso. —¡Oye!— Gabriele fue el primero en pasar por mi puerta tan ruidoso como siempre. Cuando me levanté, me arrastró en un áspero abrazo, su palma golpeando contra mi espalda antes de retirarse y sonreírme. —¿Cómo va la mierda? —Bien—, dije, señalando con una mano una silla. —Siéntate. ¿Dónde están los demás? Señaló con un pulgar por encima de su hombro. —Justo detrás de mí—. Se inclinó sobre mi ordenador y levantó una ceja. —¿Quién es ese? Pulsé una tecla y la pantalla se oscureció. Gabriele se enderezó y juré que sus cejas iban a salirse de su frente si se disparaban más. Me miró fijamente a los ojos, pero yo no me eché atrás. Six no era asunto de nadie más que mío. No lo iba a compartir, ni siquiera con mis hermanos. Mientras los demás entraban, Gabriele seguía mirándome fijamente como si pudiera sonsacarme la verdad. Ambos sabíamos que yo no hablaba si no quería. Gabriele podía ser muy hábil para sacar la verdad con esa mirada fulminante, pero no iba a funcionar conmigo. —¿Interrumpimos algo?— preguntó Riccardo, cuya forma se movía en mi periferia. —¿Qué pasa con ustedes dos? —Están en un concurso de meadas—, susurró Niccolo. —Si fueran perros, habría patas levantadas y todo. —Asqueroso—, reprendió Darío a su hermano. —¿Puedes al menos fingir que eres civilizado? —No—, se rio Niccolo. —Esa mierda es aburrida. —¿Quieres decirme qué está pasando?— preguntó Gabriele. —No. Siéntate. Se quedó de pie y cruzó los brazos sobre el pecho. —Has estado muy raro las últimas semanas y no me gusta. ¿Quién era? —He dicho que nadie. Ahora siéntate de una puta vez antes de que te haga sentar—, gruñí. —Déjalo, G—, dijo Darío. —Está ocultando algo y yo... 31

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—Déjalo—, repitió. —Vamos, siéntate. Todos tenemos cosas que hacer y no voy a limpiar la sangre cuando se le suba la térmica y te dé un golpe en la cara. Gabriele finalmente rompió el contacto visual y desvió la mirada, con un juramento en los labios mientras descruzaba los brazos y se sentaba. Siempre era el que más problemas me daba, pero, de nuevo, qué esperaba. Después tomé asiento y miré a cada uno de ellos. Eran las personas de mayor confianza de mi organización. Gabriele era mi segundo al mando por una buena razón. Era un listillo y podía llegar a ser mandón, pero era muy leal. Riccardo tenía una determinación de acero, pero la necesitaba cuando era él quien cuidaba de nuestras trabajadoras sexuales. Niccolo, mi primo, estaba loco, pero era bueno con la pistola y los dirigía sin que los derribaran. Lo cual no era fácil de hacer. ¿Y Darío? Era cinco años mayor que yo, pero no tenía ganas de dirigir nada. Su experiencia consistía en armar los libros y blanquear dinero. Cada uno de ellos desempeñaba un papel y yo no podría llevar las cosas tan bien como lo hacía sin ellos. —¿Qué pasa, Ama?— Riccardo preguntó. —Dos más de nuestros almacenes fueron atacados anoche. —Mierda—, frunció el ceño Gabriele, olvidando nuestro impasse. — ¿Qué se llevaron? —Armas, drogas, contrabando—. Me encogí de hombros. —La lista es interminable, pero mis hombres están recopilando los daños lo mejor que pueden. Darío frunció el ceño. —¿No llevan un mejor registro de lo que entra y sale? —Claro que lo hacen—, dije, pellizcándome el puente de la nariz. — Sabes que somos más organizados que eso. Pero cuando atacaron el almacén, les prendieron fuego a ambos al salir. No se sabe lo que hay, lo que no hay y lo que había cuando se quemaron también todos los registros. —Te dije que necesitábamos copias de seguridad de todo el inventario en algo que no fuera papel—, dijo Darío sacudiendo la cabeza. —Y te dije que nada electrónico es completamente seguro. Ambos métodos tienen sus riesgos, pero yo elijo hacer las cosas como las hacía mi padre. Todo por escrito, codificado y a salvo. Esto es un suceso

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desafortunado, pero no creas que puedes salirte con la tuya criticando cómo dirijo mi mierda. Darío levantó las manos. —Caramba, hoy estás hecho un lío. Sólo te estaba señalando algo. —Necesita echar un polvo—, dijo Niccolo con un movimiento de cabeza. —Tiene esa mirada malhumorada y cachonda. Lo fulminé con la mirada. —¡Eso!— Nic sonrió mientras me señalaba. —Esa es la mirada justo ahí. —Si no fueras mi primo te juro que te dispararía. La sonrisa de Nic no hizo más que crecer. —¿Significa eso que me quieres? —¿Es el irlandés?— interrumpió Gabriele, ignorando a Niccolo. Me encogí de hombros. —Ojalá tuviera respuestas, pero hasta ahora no las tengo. Por supuesto, creo que son esos bastardos. Conor Kelley lleva demasiado tiempo fastidiándome. —Quizá debamos tener una pequeña reunión—, dijo Riccardo. — Siempre nos hemos jodido mutuamente, pero esto es llevarlo un poco lejos ¿no crees? Incluso con nuestros concursos de meadas, intentamos respetar los oficios del otro. —Exactamente—, dije con un movimiento de cabeza. Gabriele asintió. —Conseguiré que se organice una reunión pronto. Si estos eran sus chicos, tiene que ponerles una correa a esos chuchos. En los ojos oscuros de Gabriele había una mirada como si fuera a asesinar a alguien. Si yo fuera un espectador medio y viera eso, probablemente me desmayaría. —Sí, pero hazlo con calma—, le dije. —No estamos tratando de iniciar una guerra, estamos tratando de negociar y poner a todos en la misma página de nuevo. Eso es todo. Gabriele gimió pero asintió. —Bien. Asentí con la cabeza. —Bien. Ahora, pónganme al día de lo que pasa con ustedes. Fueron uno a uno dándome información sobre cómo iba todo. Algunos tenían problemas y yo los ayudaba a resolverlos o a mover los detalles de las operaciones a mi tablet. No me fiaba de ciertos aspectos de 33

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mi negocio online, pero esto era simplemente organizar a mis empleados y eso era todo lo que parecería si alguien llegaba a acceder a nuestros archivos. —¿Eso es todo?— pregunté una vez que terminaron de hablar. —Sí—, asintió Darío. —No. Nonna Emilia quiere saber si vamos a ir a cenar a casa este fin de semana. —¿Qué va a preparar?— preguntó Riccardo. —Lo de siempre, pero hay Caponata1 de por medio, así que io sono lì2—, dijo Darío. —Cuenta conmigo también—, dijo Gabriele. Quería unirme a ellos, pero para este fin de semana pensaba estar con Six. Todos me miraron expectantes. —Ya veré. —Mamá va a perder la cabeza si no vienes—, señaló Riccardo. —He dicho que ya veré. Gabriele gimió. —Se nos va a echar encima. Será mejor que llegues. Mi ojo estaba a punto de crisparse. —Eh, ya lo sé. ¿Por qué no se van todos a la mierda de mi despacho antes de que pierda los malditos nervios? —¿Ves? Necesita una polla—, susurró Niccolo. —¡Fuera! Niccolo se rio, pero salió corriendo de mi despacho como si le ardieran los talones. Qué imbécil. Un día iba a acabar dándole un puñetazo en la cara. De todos ellos, él y Gabriele eran los que más me molestaban. Nos despedimos y negué con la cabeza a la puerta mientras la cerraba. Quería a mi familia, pero me volvían loco. Sentado de nuevo en mi escritorio, volví a encender el ordenador y me quedé mirando el vídeo. Agarré el teléfono y llamé a Ángelo, que estaba de guardia en su puerta. Contestó al primer timbre.

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La caponata es un guiso clásico de la cocina siciliana que se elabora principalmente con berenjenas, apio, tomates, olivas, etc., finamente cortados, cocinados en aceite de oliva y acompañado de alcaparras. 2 Estoy ahí/iré. 34

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—¿Sí, jefe? —¿Cómo está el prisionero? —Cabreado, hambriento y débil—. Observé cómo se asomaba a la habitación antes de volver a marcharse. —Ahora debería estar más dispuesto a hablar. —Estaré allí en breve. Colgué y me metí el teléfono en el bolsillo. El trabajo podía esperar, quería ver al chico que me aceleraba el pulso. Tomé mi chaqueta y me la puse antes de salir de mi despacho. —Sr. Bianchi, tiene una reunión en... —Muévela—, dije mientras pasaba junto a Darla. —Estoy ocupado. —Sí, Sr. Bianchi, pero es la última vez que se puede mover. Me giré sobre mis talones y la miré con irritación. —No empieces hoy conmigo. Su mandíbula se tensó. —No, no empieces conmigo. Si no hago mi trabajo, eres tú el que me grita, así que como he dicho puedo mover la reunión, pero es la última vez que se mueve. —Me estás rompiendo las pelotas. Darla sonrió. —Feliz de hacerlo, señor, si eso significa que este lugar funciona como una máquina bien engrasada—. Se volvió hacia su ordenador. —Hágame saber dónde quiere que le envíen el almuerzo. Disfrute del resto del día, Sr. Bianchi. La miré fijamente, pero no me hizo caso. Darla era la única empleada a la que no había despedido cuando hice limpieza y nunca lo haría. Era un grano en el culo, pero hacía su trabajo y no hacía preguntas. Girando sobre mis talones, la dejé en paz. Darla no tenía miedo ni siquiera ante una familia llena de mafiosos. No había nada que yo pudiera decir que hiciera tambalear su confianza o que la hiciera cambiar su forma de hablar con cualquiera de nosotros. Había crecido rodeada de mujeres fuertes y todas ellas te apuñalarían antes de dejar que les faltes al respeto. Tal vez ya me había acostumbrado. Subí a mi coche, con la mente puesta de nuevo en Six. En cuanto se cerró la puerta, abrí la cámara de vigilancia de mi teléfono y lo miré. Parecía agotado mientras estaba tumbado en el catre. No te preocupes, voy a arreglar todo, Six. Y tú vas a ser mío.

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Me dolía el cuerpo. Estar tumbado en un catre diminuto y duro día tras día hacía eso. La sensación de que era mejor que el suelo había desaparecido y la realidad era que odiaba esta habitación. De vez en cuando la luz parpadeaba, pero nunca se apagaba. Y no había ninguna ventana que diera al exterior, así que no tenía ni idea de la hora que era. Ese olor frío y húmedo estaba por todas partes y poco a poco me estaba volviendo loco. He estado en situaciones peores. No se me ocurre ninguna, pero seguro que sí. ¿Verdad? No, estoy seguro de que esta es la peor. ¿Ser prisionero de un jefe de la mafia psicótico? Sí, estoy seguro de que esto es lo peor en lo que me he metido. Todavía estaba enojado con Amadeo, pero poco a poco la culpa estaba girando hacia mí. Ese dinero debería haberse quedado donde estaba y fuera de mis codiciosas palmas. Si hubiera escuchado esa vocecita en el fondo de mi cabeza que gritaba «aléjate», no estaría donde estaba ahora. La autocompasión me invadió el pecho y gemí mientras me pasaba una mano por la cara. —Soy la persona más estúpida del mundo—, anuncié al techo. —En serio, dejaré de ser tan imbécil si puedo salir de esta habitación. El espacio confinado estaba empezando a molestarme. Quería salir de esta maldita caja cerrada y haría cualquier cosa para ser libre. Me cubrí la cara con el brazo, la sombra rasposa de las cinco de la tarde 3 me rozaba la piel y la irritaba. Cada pequeña cosa me ponía de los nervios. No había ningún ruido en la habitación, salvo el sonido de mi respiración y los latidos de mi corazón. Cuando me daban pequeñas comidas, lo único que oía era mi propia y molesta masticación. Incluso ahora era muy poco lo que podía oír incluso fuera de la habitación. Me di la vuelta y me puse de cara a la pared. Era mejor fingir que la puerta no existía que mirarla fijamente y rezar para que se abriera. Los 3

La frase “sombra de las cinco en punto” es un modismo en inglés que se refiere a la apariencia de una barba en el rostro de un hombre. 36

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pequeños momentos de libertad que recibía no eran suficientes. Hoy, cuando me hicieron volver a mi celda desde el baño, me encontré con que me arrastraban los pies y no quería entrar. Pero una mirada del matón de la puerta y supe que me haría daño si no lo hacía. Bueno, esta vez lo digo en serio. Si salgo de esta, me comportaré. En serio. Pensaré bien las cosas y dejaré de ser impulsivo. Conseguiré un trabajo de verdad y no volveré a robar. ¡Sólo sácame de aquí! El fuerte sonido de la cerradura me sacudió. Me levanté de golpe y me giré hacia la puerta, cayendo del catre en el proceso. El frío suelo me recibió y siseé al caer al suelo. Dos zapatos de cuero italiano aparecieron y miré lentamente a Amadeo. —Podría acostumbrarme a verte en el suelo por mí. El corazón me dio un vuelco. ¿Por qué ocurría eso cada vez que ponía los ojos en él? Me impulsé hasta quedar de rodillas, pero cuando intenté levantarme, me puso una mano en la cabeza y sacudió la suya. —No te muevas. Te he dicho que me gusta verte en el suelo. Mi polla saltó y quise gritarme a mí mismo. En serio, ¿tan jodido estaba de la cabeza como para encontrar eso caliente? Trajeron una silla y Amadeo se sentó antes de alargar la mano y agarrar mi barbilla. —¿Estás listo para hablar? Abrí la boca con las palabras «jódete» en la lengua y la cerré rápidamente. Mi estómago gruñó y me alegré de haberme detenido. Aunque quisiera aguantar y alejar a este hombre de mí, me moría de hambre. Sigue el juego. —Sí—, asentí. Amadeo sonrió y me dejó sin aliento. Estaba caliente, con el ceño fruncido y la mirada perdida, ¿pero esto? Era mucho mejor. Mi cuerpo se sonrojó y me incliné hacia su tacto sin quererlo. Era demasiado poderoso para su propio bien. —Eso es lo que me gusta oír—. Me soltó la barbilla y sus dedos bailaron a lo largo de mi mandíbula. —¿Y has considerado mi oferta? Un hormigueo recorrió mi cuero cabelludo y me olvidé de hablar mientras me tocaba. De todas formas, ¿cuánto tiempo hacía que nadie me tocaba? Demasiado tiempo. A esto se refiere la gente cuando dice que está hambrienta de caricias. Estoy dejando que un loco me acaricie. —Sí.

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Amadeo inclinó la cabeza. —Oh, ahora estás muy tranquilo. Tal vez esta habitación te hizo bien—. Acarició un cálido dedo por mi mejilla. — Entonces, ¿estás listo para ser un buen chico para papi? ¿Por qué tenía que decirlo así? La palabra —papi— se convirtió en miel cuando la dijo. Apreté los muslos y me di cuenta de que lo estaba haciendo. Rápidamente, me obligué a relajarme Él buscó en mi cara, y cuando no respondí inmediatamente me agarró la barbilla de nuevo y un estúpido gemido salió de mis labios. —¿Qué tendré que hacer?— pregunté rápidamente. —¿Qué significa eso? ¿Ser tu buen chico? Amadeo se sentó y me miró. Observé cómo sacaba un paquete de cigarrillos como había hecho antes y encendía uno. Expulsó el humo antes de que sus ojos me recorrieran y sentí que me inspeccionaban de pies a cabeza. Me dieron ganas de arrastrarme a un rincón y esconderme de esa mirada fulminante. —Significa que haces lo que te pido cuando te lo pido—. Exhaló más humo y se inclinó hacia delante. —¿Has oído hablar alguna vez de este tipo de relación? Sacudí la cabeza. —No. —¿Cómo lo describo?—, se preguntó, sus ojos adoptaron una mirada lejana antes de volver a mirarme. —Es básicamente una necesidad que tengo dentro de mí de control. Por supuesto, eso es simplificarla, y estoy seguro de que muchos otros papis tienen muchas otras formas de definirla, pero es lo que mejor se adapta a mí—. Agitó una mano. —Me estoy desviando del tema. Tengo una necesidad de control y también de cuidado. Me gusta estar al mando y guiar a un chico hacia donde debe estar en la vida. Me mordí el labio con tanta fuerza que me palpitó. —¿Puedo hacer una pregunta?— Finalmente solté. —Sí. —Si quieres algo así, ¿por qué no buscas a alguien que pueda cumplirlo? Tienes que tener acceso a la clase de tipos a los que les encantaría llamarte papi. ¿Por qué yo? —Ninguno de ellos me necesita como tú—, dijo simplemente. —Lo pude ver en tus ojos el primer día que te vi. Había algo roto en ti y quería arreglarlo. Además, sí, puedo pagar la fantasía, pero está lejos de ser real con ellos y me cansa la ilusión de la sumisión. Es como el porno malo en 38

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el que sólo quieres que el actor se calle porque es demasiado y nada bueno. —¿Y tú me quieres a mí? Pero, ¿no estaría yo también interpretando un papel? Amadeo frunció el ceño tan profundamente que me aparté aún más de él. ¿Qué era esa expresión? A veces no podía leerle. Era como si un muro de piedra sustituyera sus emociones y yo me quedaba sin palabras. —Tal vez—, respondió Amadeo. —Pero quiero intentarlo. Ese es el trato que te ofrezco. Quédate a mi lado, sé un buen chico, gánate tu libertad. —No sé hacer lo de la parte buena—, murmuré. —Tendrás que intentarlo. ¿Jodo lo que toco y él cree que es tan fácil como intentarlo? Sí, eso le irá bien. Se está preparando para la decepción. Pero ese era su problema, no el mío. Mientras siguiera lo que él decía, podría salir de esta habitación. Todo lo que tenía que hacer era fingir. Lo miré y busqué en su rostro. Algo en Amadeo me inquietaba. Si fuera cualquier otra persona, probablemente aceptaría cualquier cosa con tal de encontrar una forma de alejarme de él después. Pero cuando miré los ojos verdes de Amadeo, sentí como si las cadenas estuvieran encerradas alrededor de mis extremidades y cuando dijera que sí no habría escapatoria. —¿Cuánto tiempo?— pregunté. Amadeo aplastó su cigarrillo en el suelo. —¿Cuánto tiempo qué? —¿Cuánto tiempo tendré que hacer esto? ¿Cuándo se pagará mi deuda? Amadeo me miró. —Seis meses. Seis meses. Meses. Iba a ser un prisionero durante mucho tiempo. Si no pudiera escapar. Pero encontraré una salida. —¿Seis meses y seré libre? —Sí—, dijo Amadeo, con un fuerte suspiro en los labios. —¿Cuántas veces tengo que repetirlo? —Sólo quería asegurarme de que lo había entendido—. Exhalé un suspiro y asentí. —De acuerdo, bien. Lo haré. —Harás, ¿qué? 39

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Lo miré fijamente, completamente perdido. ¿De qué estaba hablando ahora? Me miraba expectante y yo buscaba en mi cerebro hasta que caí en la cuenta. Sí. Lo de papi. —Lo haré. Papi. La sonrisa que curvó sus labios me hizo algo, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Extendió la mano y me tome de la barbilla una vez más antes de inclinar mi cabeza hacia un lado y otro. Su pulgar pasó por encima de mi labio inferior y resistí el impulso de morderlo sólo por despecho. —Vamos a limpiarte. Hueles fatal. Mis ojos se abrieron de par en par. —¡Me has encerrado en este... este... puto calabozo! Por supuesto, ¡huelo fatal! Amadeo me agarró las mejillas con fuerza. —Baja la voz. Ahora. —Bueno, bien—, me eché atrás rápidamente. —Di que lo sientes. Ya me está poniendo de los nervios. Los ojos de Amadeo me desafiaban como si estuviera esperando que metiera la pata. En lugar de ceder y hacer lo que mejor se me da, que es meter la pata, me aguanté y asentí. —Lo siento. —¿Lo siento qué? Gruñí. —¡Lo siento, papi! Chasqueó la lengua. —En algún momento te quitaremos esa actitud, pero por ahora, es suficiente—. Amadeo me soltó y se puso de pie, imponiéndose sobre mí. —Ángelo, nos vamos a ir. Six, Ángelo será tu nuevo guardia personal. Sígueme. —Sí, jefe—, dijo Ángelo con un movimiento de cabeza. Mi corazón se aceleró mientras me levantaba y los seguía. Por fin. No quería volver a ver el interior de esa habitación. —Ah, ¿y Six?— Amadeo se detuvo y me miró por encima del hombro. —Sí... ¿Papi?

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—Si intentas escapar. Si me haces enojar. Si haces algo que se pase de la raya, te volveré a meter en esa celda hasta que estés preparado para volver a comportarte. ¿Entiendes? No pude formar palabras por más que lo intenté. Asentí con la cabeza y él giró sobre sus talones. Eché una última mirada a mi prisión y aceleré. De ninguna manera iba a volver allí de nuevo. Fuera lo que fuera que él quisiera, fuera lo que fuera que tuviera que hacer, me aseguraría de seguir siendo libre.

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El edificio en el que vivía Amadeo era enorme. Todas las luces emitían cálidos resplandores y el inmaculado vestíbulo estaba casi vacío. ¿Qué hora es? Había un reloj en la pared, pero estaba demasiado lejos para poder verlo. Me rendí y miré a Amadeo. Nadie lo miró directamente cuando entró y me quedé mirando con asombro. ¿Sabían lo que era? Me miré a mí mismo. Una camiseta sucia y rota, unos pantalones mal ajustados y sin zapatos. Si viera a un hombre adinerado con un tipo que se pareciera a mí, pensaría que algo siniestro estaba ocurriendo o que estaba siendo un buen tipo y ayudando a un indigente. Al pasar junto a un espejo y contemplar mi pelo y mi piel grasientos, hice una mueca. Sí, definitivamente parezco un indigente. —No te quedes atrás, Six—, dijo Amadeo mientras se deslizaba hacia el ascensor. Asentí y aceleré el paso. Entramos y contuve la respiración mientras el ascensor subía. Cada número que pasaba me parecía una eternidad. Sonaba una música suave de fondo y yo me movía de un pie a otro mirando la enorme espalda de Ángelo, que estaba de pie frente a nosotros. —Quédate quieto. Levanté la vista hacia Amadeo que me miraba fijamente. —Lo siento—, murmuré. —No puedo evitarlo. Los lugares elegantes hacen que me pique la piel—. Me pasé las uñas por el cuello y me estremecí. —Ya basta. Ahora me estás haciendo picar. —¿Ves? La mierda elegante te hace eso. —¿No te has criado con dinero? Me puse rígido y me volví hacia él. —¿Cómo sabes eso? —Lo sé todo sobre ti. —Espeluznante. 42

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—Inteligente—, replicó. —La persona que más sabe en una habitación es siempre la más peligrosa. Sus ojos verdes me atravesaron y me gire. Bien, es obsesivo y está loco. Tomo nota. El tintineo del ascensor me devolvió al presente. Todos salimos y fuimos encantados con la casa de Amadeo. Enseguida me quedé de pie en la entrada, asombrado por el tamaño de la misma. —¿Esta es tu casa? —No—, Amadeo se quitó el abrigo. —Este es mi loft. Es donde vengo cuando tengo reuniones y cosas de esa naturaleza. Podrás ir a mi casa mañana, pero no hasta que te hayas bañado y tenga las ideas bien puestas. Parpadeé. —¿Qué cosas? —Deja de hacer tantas preguntas—. Se subió las mangas y vi atisbos de tatuajes en cada uno de sus antebrazos. —Quítate esa ropa. —¿Aquí mismo? Los ojos de Amadeo se entrecerraron y di un paso atrás involuntariamente. Era realmente aterrador cuando ponía esa cara. Lo cual era extraño porque no me daba miedo todo el tiempo, ni siquiera después de encerrarme en el sótano de un almacén. Pero sus afilados ojos verdes me miraban así y podía ver al asesino que había debajo del hombre. —Baño—, solté. —Necesito un baño. Tuve cuidado de no convertirlo en una pregunta, seguro de que se molestaría si lo hacía. Amadeo asintió y señaló las escaleras. —El principal está al lado del dormitorio. Ángelo te llevará—, dijo mientras se sentaba en la barra. —Habrá ropa fresca preparada para cuando termines. Asentí con la cabeza y me dirigí al baño. ¿Desde cuándo me da vergüenza estar desnudo delante de la gente? Ya me había quitado toda la ropa delante de amigos y desconocidos y nunca me había molestado. Pero estar bajo la atenta mirada de Amadeo me parecía diferente, más intimidante. Mejor me acostumbro a ello. Tengo que acostarme con él. Claro, eso iba a surgir más pronto que tarde. Lo aparté, no quería pensar en ello. En cambio, entré en el baño y me quedé helado. 43

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—Me pica—, murmuré, rascándome la piel. —¡Es demasiado grande! Me había acostumbrado a las cosas más sencillas de la vida desde que mi familia perdió todo su dinero cuando aún estaba en el instituto. Las mansiones y los coches caros se habían cambiado por ropa de segunda mano y casas diminutas. Había sido humillante ir al mismo colegio que mis amigos con la ropa que probablemente habían donado después de usarla una vez. Es curioso cómo no te das cuenta de hasta qué punto influye el dinero en las cosas hasta que no tienes ninguno y de repente tampoco tienes amigos. Me quité la ropa y la tiré al suelo. Al alejarme de ellas, dejé atrás también esos recuerdos. Una vez que descubrí cómo funciona la ducha, la puse tan caliente que el baño se llenó de vapor en un momento. No pude meterme en ella lo suficientemente rápido. —Mierda, qué bien sienta. Apoyé las manos en la pared y dejé que los tres chorros diferentes me golpearan con agua caliente. La mugre y la suciedad se desprendieron de mí y me quedé mirando el agua turbia que se arremolinaba alrededor de mis pies y desaparecía por el desagüe. El agua goteaba en mi cara, pero no me importaba. Era lo mejor que había sentido en semanas. Mirando a mí alrededor, encontré jabón corporal, champú y acondicionador. Cuando abrí el gel de baño y lo olí, el calor recorrió mi cuerpo. Amadeo. Olía exactamente como él. Inhalé una vez más antes de verter un poco en la palma de mi mano y deslizarla por mi cuerpo. —La comida estará lista en treinta minutos—, dijo Amadeo, con una voz demasiado cercana para estar al otro lado de la puerta. —Date prisa. Asomé la cabeza y me sobresalté cuando parpadeó. —¡Santo cielo, cómo has entrado aquí sin que te oiga! ¿Intentas darme un ataque al corazón? Amadeo levantó una ceja. —Me muevo en silencio. Acostúmbrate. Qué raro. Volví a meter la cabeza en la ducha antes de decir eso en voz alta y causarme más problemas. Amadeo, el muy malo, había destrozado mi apacible estado de ánimo y no podía recuperarlo. En cambio, me centré en limpiarme y salir de la ducha. Se me retorció el estómago y me lo toqué, gimiendo. Tenía que meter algo de comida dentro de mí.

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La comida en mi infierno personal había sido, en su mayor parte, restos de comida. No había nada sustancial que meter en mi cuerpo y ahora sentía como si mi estómago se estuviera comiendo a sí mismo. Me enjuagué el champú y el acondicionador antes de salir y agarré una toalla que me habían dejado en la encimera. Al mirar a mí alrededor, me di cuenta de que mi ropa no estaba. —Oye, ¿dónde están mis cosas? llamé. —Las he tirado—, respondió Amadeo. La ira me recorrió y apreté la toalla con fuerza. Sí, mis cosas estaban raídas y eran horribles, pero eran mías. Me dirigí furioso a la puerta, la abrí de un tirón y allí estaba él, sentado en el borde de la cama, mirándome fijamente con una copa en la mano. —¿Perdón? —Creo que has oído exactamente lo que he dicho. —¡Era mi mierda! —Todo estaba asqueroso. Tendrás ropa nueva—, señaló con la cabeza el tocador. —Hay más allí y en el armario. Pero ya te he dejado algo en la encimera del baño—. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo y de repente fui muy consciente de que estaba desnudo y mojado. — Pero si quieres empezar tu contrato ahora, puede que no necesitemos la ropa. El escalofrío que me subió por la espalda me hizo cerrar la boca. Los ojos de Amadeo parecían los de un lobo que acechaba a su presa y yo estaba en su punto de mira. Di un paso atrás y él se levantó. Cada vez que me alejaba, él se acercaba más hasta que su brazo salió disparado y su mano rodeó mi cuello. —¿Vas a alguna parte? —A vestirme—, susurré. Amadeo se inclinó hacia delante y presionó su nariz contra mi hombro. Mis ojos se abrieron de golpe cuando inhaló larga y lentamente y un gemido estrangulado salió de sus labios. Suéltame. Suéltame. Suéltame. Si seguía mirándome así, tocándome y oliéndome, se me iba a poner dura. Pensaría que realmente lo deseaba cuando eso era lo más alejado de la realidad. No quería acostarme con Amadeo Bianchi, por mucho que mi estúpido cuerpo insistiera en que eso era exactamente lo que quería. 45

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Amadeo soltó mi garganta y su cuerpo se apretó contra el mío. Lentamente, sus labios recorrieron mi cuello hasta llegar a mi oreja. Dejé de respirar cuando sus dientes rozaron mi carne antes de que me susurrara al oído. —Te sugiero que te vistas si quieres comer porque si estás desnudo cinco segundos más te voy a tirar al suelo y te voy a follar hasta que tengas quemaduras en la alfombra—. Sus dedos recorrieron mi pecho antes de agarrar uno de mis pezones y pellizcarlo. Cuando gemí, se rio. —Muévete, chico. En cuanto se retiró, miré a cualquier parte menos a su cara. Mi piel ardía y si lo miraba a él, sólo iba a empeorar el fuego. Cerré la puerta del baño y eché el cerrojo como si eso fuera a servir de algo. No había duda de que él podría entrar si realmente lo deseaba. Con las manos temblorosas, extendí la mano y tomé la ropa que me había dejado. Dejé caer la camisa tres veces antes de maldecir en voz baja, agarrarla y meterme en ella. ¿Qué me pasa? Amadeo no era alguien a quien debiera desear. Era el monstruo que acechaba en la oscuridad, el hombre del saco que los hombres adultos temían. No iba a dejarme atrapar por su estela, sediento de un hombre que bien podría degollarme y tirarme cuando se cansara de mí. Y lo agotaría rápidamente. Me conocía a mí mismo. No era algo a largo plazo, sólo unas fugaces noches de placer antes de que me dejara caer o huyera. —Él no es mi dueño—. Me agarré al borde del fregadero y me miré fijamente a los ojos oscuros. —Recuérdalo. Me aparté del fregadero y dejé de mirarme antes de ver algo que no quería ver. Rápidamente, me puse el chándal negro que me había regalado. Me colgaban un poco de las caderas, pero no me importaba porque eran cálidos y suaves. Aunque sólo eran pantalones, probablemente costaban más que todo lo que había tenido en los últimos cinco años. Me puse los calcetines y eran tan suaves y agradables. Sentí que todo mi cuerpo estaba envuelto en un abrazo. Mi estómago volvió a rugir y no pude evitar salir del baño. Comida. Necesitaba algo o me iba a desmayar. Cuando salí del baño esta vez, fue Ángelo quien me saludó. Tenía una cara que podría haber sido atractiva años atrás, pero sus ojos tenían bolsas oscuras debajo y su nariz había sido claramente rota en más de un lugar. Era enorme, ancho como el infierno, pero cuando me miró sonrió un poco. —Tienes que sentirte mucho mejor estando aquí que en el calabozo, ¿verdad? 46

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Exhalé un suspiro. —No tienes ni idea. Se rio. —Ven por aquí. El jefe tuvo que salir para hacer una llamada telefónica, pero me dijo que te preparara algo de comida. —¿Qué hora es?— Pregunté mientras bajábamos las escaleras negras hacia el piso de abajo. —Un poco después de las siete. —¿Así?— Me rasqué la cabeza. —Realmente he perdido la noción del tiempo. —Sí, eso es lo que te hace el cerebro. Nunca nos damos cuenta de lo mucho que necesitamos saber la hora hasta que se nos hace interminable—. Hizo un gesto con la mano hacia la mesa. —Toma asiento. Voy por la comida. —Gracias. Mientras se alejaba, miré a mí alrededor. Todo el lugar tenía un aire moderno, pero parecía... vacío. No había fotos de familia, ni un zapato, ni un vaso, ni una corbata fuera de lugar. Era frío, como la celda en la que había estado antes, pero más lujoso con sus colores negro, blanco y plateado. Esto no parecía un hogar. No es que supiera cómo se siente uno de esos en primer lugar. Ángelo entró y mi estómago gruñó. Colocó un plato delante de mí con pasta y filete, y judías al lado. Cuando desapareció, volvió con una gran ensaladera, un bol de pan, mantequilla y me sirvió una copa de vino. —Mierda—, le miré fijamente. —¿Todo esto es para mí? —Sí, pero el jefe te acompañará—, dijo mientras servía una copa de líquido ámbar de una pesada jarra de cristal. Agarré un trozo de pan y me lo metí en la boca. Ni siquiera la noticia de que mi secuestrador iba a acompañarme en la cena fue suficiente para desanimarme. Miré a Ángelo cuando volvió con el plato de Amadeo y le preparó una ensalada. —No eres tan malo—, le dije. —Pensé que eras un imbécil en el calabozo, pero eres genial. —Todos tenemos trabajos que hacer—, dijo encogiéndose de hombros. —Yo tampoco soy camarero, pero si el jefe dice que sirvas la comida, tú sirves la comida. Si dice que vigiles al prisionero, también lo haces. Fruncí el ceño. —¿Y si te hubiera pedido que me mataras? 47

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Su mirada parpadeó hacia arriba. —Estarías muerto. ¿Necesitas algo más? Lo miré fijamente, demasiado aturdido para formar palabras. Así de simple. Si Amadeo le hubiera dicho que apretara el gatillo, yo habría muerto en esa habitación y nadie lo sabría ni le importaría. ¿Se preguntaba mi familia dónde estaba yo ahora? ¿Me habrían llorado si no hubiera vuelto a aparecer? —No te lo tomes como algo personal. Como he dicho, es un trabajo—, dijo Ángelo con un gesto de la mano. Asentí con la cabeza, pero no me quedaban más palabras. Cuando se alejó, me quedé mirando la comida que tenía delante, con el estómago revuelto por una razón completamente diferente. ¿Soy tan desechable? ¿Es eso lo poco que le importa a esta gente la vida de los demás? Apreté el puño, mis uñas rotas y sin filo se clavaron en mi carne y enviaron pinchazos de dolor sobre mi piel. —¿Pasa algo? Amadeo se colocó detrás de su silla en la mesa y frunció el ceño. Observe su rostro. ¿Me habría matado? ¿Así de fácil? No pude ni siquiera mirarlo por mucho tiempo. Volví a mirar mi plato, empujando la comida con el tenedor. —Six—, dijo con severidad. —¿Qué pasa? No le contesté. Que se joda. Me picaban los ojos y quería reírme de mí mismo. ¿Qué mierda era esto? ¿Iba a llorar como un maldito niño por el hecho de que este tipo me hubiera matado? Todavía podía hacerlo en cualquier momento. El consuelo que había sentido fugazmente durante cinco segundos había desaparecido. Había cambiado una prisión por otra. —Si no me hablas, me voy a cabrear—, gruñó. —Nada—, escupí y apuñalé un trozo de carne. —Déjalo. —No me digas que lo deje. Lo miré y quise apretar todos sus botones. Que se joda Amadeo. No podía tratarme como si fuera basura. Ya sabía lo que era. Si iba a matarme, podía hacerlo y acabar de una vez. —Vete a la mierda—, dije. —¡Ángelo! Cuando el hombre entró en la habitación, mi corazón empezó a acelerarse. Esto era todo. Haría que su matón hiciera el trabajo sucio y yo 48

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estaría muerto. Me agarré al borde de la mesa y miré entre los dos salvajemente mientras se me cerraba la garganta. —Cuando me fui no estaba de mal humor—. Amadeo se sentó. — ¿Qué pasó? —Hizo una pregunta y yo la respondí, jefe. —¿Qué pregunta?—, preguntó mientras recogía su vaso. Ángelo le contó exactamente nuestra conversación y yo tomé nota de no volver a contarle nada a Ángelo nunca más. Por supuesto, tenía que contarle a Amadeo cada palabra. Si no lo hacía, probablemente él mismo estaría muerto. Miré fijamente a Amadeo mientras asentía a Ángelo. —Pon la mano sobre la mesa, Ángelo. Las facciones del hombre se ensombrecieron, pero puso la mano sobre la mesa. —Sí, jefe. —No hace falta que vayamos contando nuestros asuntos a todo el mundo, ¿verdad? —No, jefe. —Y tampoco hace falta que lo asustes, carajo. ¿Verdad? —No, Jefe—, dijo el hombre sacudiendo la cabeza. —He dicho demasiado. No volverá a ocurrir. —Estoy seguro de que no lo hará. Me atraganté cuando Amadeo golpeó la jarra de cristal en la mano de Ángelo. Lo tomó y lo volvió a hacer, el sonido del cristal contra el hueso se grabó para siempre en mis oídos. La sangre manchó el fondo del vaso, pero Ángelo ni siquiera gimió mientras retiraba la mano y la sangre goteaba en el suelo. —Que alguien limpie eso—, dijo Amadeo mientras volvía a recoger su bebida. —La próxima vez, te sacaré la lengua. —Sí, jefe. —Estás excusado por esta noche—, dijo Amadeo con un gesto de la mano. —Hazte un parche en esa mano. —Por supuesto. Buenas noches, jefe. Me quedé mirando a Amadeo después de que Ángelo saliera de la habitación. El lugar estaba inquietantemente silencioso, excepto por el sonido del hielo que tintineaba en su vaso. Amadeo se sentó, sus ojos se encontraron con los míos y ladeó la cabeza. 49

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—¿Qué? —¿Qué?— Repetí. —¿Qué carajo? No tenías que hacerle eso. —Te ha molestado. —¡Y qué!— Me quejé. —¿Me molesta y por eso le aplastas la mano? Probablemente le rompiste algo. —Tal vez—, dijo encogiéndose de hombros antes de recoger sus utensilios y empezar a comer. Lo miré fijamente, con el corazón acelerado. No veía nada malo en ello, ¿verdad? El hombre me dijo unas palabras y yo había conseguido herirlo. Me lamí los labios y traté de pensar en algo que decir que no se convirtiera en que me volviera loca. —No era necesario que hiciera eso—, repetí. —Sólo porque dijo una estupidez. Amadeo me miró y bajó el tenedor. —Este es mi mundo, Six. Lo que es y lo que no es necesario depende totalmente de mí. Te ha hecho enfadar, lo he corregido, no volverá a hacerlo, mierda—, dijo mientras entrelazaba los dedos. —¿Dónde crees que estás? ¿Crees que este es un lugar de críticas constructivas y estrellas de oro por participar? No soy un buen hombre, Six. Te vendría bien recordarlo. Volvió a comer mientras mi estómago se retorcía y no podía apartar los ojos de él. Sí, tenía mi lado violento, pero nunca fue tan malo. ¿Lo era? Sacudí la cabeza. No, de ninguna manera. Amadeo era un psicópata. Voy a morir si me quedo con él. —¿Six? Lo miré fijamente. Amadeo tenía de nuevo esa mirada, como si pudiera abalanzarse en cualquier momento y yo estuviera acabado. En lugar de responderle, me limité a esperar. —Que sea la última vez que me mandas a la mierda o me faltas al respeto otra vez, ¿eh? La próxima vez te castigaré. —¿Por qué no ahora?— Le desafié. —No has dormido ni comido lo suficiente. Supongo que estás delirando. Mañana entrarás en razón. Bromas aparte, imbécil. Para empezar, nunca tuve sentido común.

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Six se llenó de comida como si fuera a desaparecer si no lo hacía. Lo dejé comer y me dirigí a la cocina mientras una mujer limpiaba la sangre. Hice lo mismo conmigo, limpiando las motas de carmesí que habían salpicado cuando aplasté la mano de Ángelo. Lo enjuague de mi piel y se arremolinó en el desagüe antes de que el agua rosada fuera arrastrada. Me tomé un segundo y me sequé las manos mientras miraba a lo lejos. Six había parecido realmente molesto cuando herí a Ángelo. Es mucho más delicado de lo que pensaba. Tuve que refrenar mi temperamento o iba a hacer que se aterrorizara de mí. ¿No es eso lo que quiero? La pregunta seguía en pie, pero la verdad era que no sabía lo que quería cuando se trataba de Six. Sabía que lo quería, pero pasaba de desear el miedo a la adoración y viceversa. Él era una complicación. Debería soltarlo y seguir con mi vida si no iba a castigarlo por robarme el dinero. Pero no me atreví a hacerlo. Tiré el paño de cocina y volví al comedor. En cuanto entré, Six se tensó y sus ojos parpadearon para encontrarse con los míos. Parecía un animal salvaje dispuesto a proteger su comida a toda costa. Pero no iba a quitarle la comida. Necesitaba comer. Entrecerró los ojos y algo en mí cambió. Estaba probando todo esto de la paciencia, pero el chico me estaba poniendo de los nervios. Realmente necesitaba que alguien lo vigilara y lo pusiera en su lugar o iba a terminar enojando a la persona equivocada. —Arregla tu cara. No me mires así. Los ojos de Six se estrecharon más. ¿Tiene ganas de morir? Conocía a hombres adultos que no me mirarían como él lo hacía y aquí estaba este punk de veintiún años mirándome fijamente como si quisiera que perdiera la cabeza. Tal vez lo quería. —Ven aquí, Six. 51

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Six se enderezó y me miró fijamente, buscando algo en mi cara. Agarró su vaso de vino y se lo bebió como si fuera el último trago que iba a tomar. Tal vez pensó que lo era, pero no tenía intención de matarlo. Six era interesante y no tenía ni idea de lo mucho que me tenía atrapado aunque no se lo demostrara. Estaba molesto por lo de Ángelo, pero el hombre se lo había merecido. No sé por qué dijo algo que pusiera nervioso a mi chico, pero no volvería a hacerlo. El dolor era un recordatorio constante de lo que no se debe hacer, y cuando Ángelo volviera no tendríamos que tener una maldita conversación porque ya sabíamos lo que había salido mal. —Six. El chico se levantó de su silla. —Ya voy. Resopló y giro alrededor de la mesa. Intenté no sonreír, divertido por su actuación de chico duro. ¿Los demás chicos se asustaban cuando Six se cruzaba en su camino? Parecía que podía causar algunos problemas, pero todo lo que podía ver era un chico que necesitaba que alguien lo cuidara y lo guiara. Para romperlo y remodelarlo. Se paró frente a mí. —¿Qué?—, preguntó. —No seas estúpido. —Sí—, gruñó. —¿Papi? —Buen chico—, le dije, acercándome y agarrando su mano antes de tirar de él hacia delante. —Bájate los pantalones. Six dudó. —¿Qué? Me levanté y agarré el dobladillo de los pantalones de Six. Se deslizaron por sus muslos y su cara se sonrojó mientras me miraba fijamente, con la mandíbula desencajada. Extendí la mano y le agarré el brazo, arrastrándolo hasta la sala de estar antes de sentarme. —Acuéstate sobre mi regazo. —Espera—, dijo Six, saltando de un pie a otro. —¡Espera! —No voy a esperar ni un minuto más. Acuéstate en mi regazo. Ahora. Six debió ver la seriedad en mis ojos antes de tragar con fuerza y maldecir en voz baja. Pero se acercó a mis piernas antes de golpearlas y bajó lentamente sobre mi regazo. Su pálido culo pedía a gritos un

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bronceado y un montón de marcas rojas. Podría darle al menos una de esas cosas ahora mismo. Mientras se mantenía colgado sobre mí, contemplé la curva de su culo que conducía a sus largas piernas. Mi mano se deslizó por la curva de su espalda antes de dejar que mis dedos bailaran por su piel. Era suave al tacto, pero sus manos eran ásperas y callosas. ¿Cómo había pasado de la realeza a esto? —¿Qué vas a hacer?—, murmuró. —Te voy a azotar. Six se burló y se volvió para mirarme. —¿No puedes hablar en serio? ¿Qué edad crees que tengo? No necesito un maldito az... ¡Mierda! Mi mano se estrelló contra su culo y el escozor vibró sobre mi palma. Inmediatamente, mi mano comenzó a calentarse, pero fue agradable. El pecho de Six subía y bajaba contra mis muslos, su respiración era esporádica antes de volver a mirarme. —Hablabas en serio. —Lo hacía—, dije mientras levantaba una ceja y pasaba mi mano por su culo. —Y lo haré cada vez que te portes mal. Puedo soportar un poco de resistencia, pero me vas a respetar. Si es demasiado y no puedes aguantar más, puedes decir rojo y pararé. —Esto es una mierda—, gruñó. Era obvio que el Six no estaba preparado para estar al mismo nivel. Volví a levantar la mano y el golpe resonó en la sala de estar. Su piel se volvió rosada antes de que empezaran a formarse ronchas que se expandieron a lo largo de su carne. Le pasé los dedos por encima antes de volver a golpear. Y otra vez. Y otra vez. Al principio estaba callado, conteniendo cualquier sonido que intentara escapar de su pecho. Podía sentirlo contra mis piernas, la forma en que reprimía los sonidos que emitía y evitaba que salieran de sus labios. Me agarró el muslo, sus dedos se clavaron en mis pantalones. ¿Sabía lo bien que se veía estirado sobre mis piernas, con el culo al aire y los pantalones bajados por los tobillos? Sacudió la cabeza, con el pelo oscuro moviéndose de un lado a otro mientras rebotaba sobre los dedos de los pies. Podía sentir que intentaba escabullirse, pero yo estaba lejos de terminar con Six. Le puse una mano en medio de la espalda para sujetarlo y le volví a dar una palmada en el culo. —¡Está bien!—, gritó, con la voz temblorosa. —¡Está bien, está bien! 53

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—Bien, ¿qué?— pregunté. Golpe. —¿Qué está bien?— Golpe. Golpe. Golpe. —Maldita sea—, gimió. —Mierda, voy a parar. Sonreí mientras intentaba clavar sus uñas en mi piel, pero sólo se sentía bien. Golpe. —¿Dejarás de hacer qué? —¡Todo! —¿Serás un buen chico para mí? —¡Sí... sí, papi!— Jadeó, su cuerpo se retorcía en mi regazo. —¡Seré un buen chico para ti! Eso era lo que quería oír. Six necesitaba a alguien que le diera cuerda, que suavizara esas asperezas que eran demasiado afiladas y duras para el mundo. Volví a golpear su trasero y esta vez gritó, su cuerpo tembló bajo mi palma. Bajé a Six al suelo y él jadeó mientras me miraba fijamente. Sus ojos oscuros estaban llenos de frustración, pero también había algo más. Un calor que no tenía nada que ver con el dolor o la ira. No, era pura y salvaje lujuria. Bajé la mirada y él cerró rápidamente las piernas después de llevarse la mano a la polla. Le agarré la barbilla y la incliné para que se viera obligado a mirarme a los ojos. —Puedes obedecer o ser castigado, Six. Así es como funciona este acuerdo—. Le pasé la palma de la mano dolorida por su mejilla sonrojada y frunció el ceño. —Así que, puedes hacer lo que dice papi o puedo arrastrarte sobre mi regazo otra vez y azotarte hasta que entiendas el punto. ¿Qué prefieres? —Ninguna de las dos cosas. Asentí con la cabeza e hice exactamente lo que dije que haría. Arrastrándolo sobre mi regazo, me aseguré de que estaba situado antes de volver a golpear mi mano contra su culo. Esta vez, no me contuve. Cada golpe era duro y Six gritaba, maldecía y se retorcía, pero su polla crecía contra mis muslos. Sentí cómo su pre-semen manchaba mis pantalones y mi cuerpo estalló en llamas. Cálmate. Todavía no. Por mucho que quisiera que se sentara a horcajadas en mi regazo y tomara mi polla, sabía que aún no era el momento. Six necesitaba ser domado un poco más antes de poder ceder y disfrutar de él como realmente quería. Mi mano se deslizó sobre su piel, calmando el ardor

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antes de que lo golpeara con fuerza y él gritara, con la respiración agitada ahora. —Rojo—, gritó, sacudiendo la cabeza. —No más. Seré bueno. Detuve mi mano en el aire antes de ponerla en su culo suavemente. Six seguía retorciéndose, pero no me contestaba ni soltaba tonterías, así que le froté la piel para calmar el ardor. Finalmente, su cuerpo se relajó y su respiración agitada comenzó a suavizarse. —Soy yo el que está siendo amable, Six—, dije mientras recorría su cuerpo con la mano. —Pero si se te va la mano, que sepas que la próxima vez me saltaré los azotes y te volveré a meter en esa celda. No tengo paciencia para que alguien me dé la espalda día y noche, Six. Necesito que cumplas tu parte del contrato. Six se quedó en silencio. Volví a ponerlo de rodillas y miró a todas partes menos a mí hasta que le levanté la cabeza. Los ojos de Six estaban bajos, su respiración era irregular. Me quedé mirando su labio inferior, tan suave y rosado y regordete, esperando ser besado. Le pasé el pulgar por encima y se quedó sentado, sin moverse ni hablar. —¿Lo entiendes?— Pregunté. —Necesito escuchar una respuesta, Six. —Sí—. Su voz era apenas un susurro áspero. —Sí, ¿qué?— Pregunté. Six tragó con fuerza. —Sí, papi. Le pasé los dedos por el pelo. —Buen chico. ¿Todavía tienes hambre? Me miró fijamente y se encogió de hombros. —No lo sé. —Sí, lo sabes. Esto es un ajuste. Lo sé, pero estarás bien. Si no quieres comer entonces descansa un poco. ¿Qué te gustaría? —Comida—, murmuró. Asentí con la cabeza. —Bien, vamos. Lo ayudé a levantarse y rápidamente se subió los pantalones, pero yo ya había visto la verdad. Six podría negarlo, pero estaba excitado por los azotes. Quería decirle que estaba bien, pero sabía que se rebelaría. Era el tipo de hombre que iba a la izquierda si le decías que fuera a la derecha. Tenía que tomarme mi tiempo lo mejor posible, pero sabía que Six debía pertenecerme.

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Mientras él se sentaba en la mesa y hacía una mueca de dolor, yo me senté frente a él. Mi corazón se negaba a dejar de latir y no podía apartar los ojos de él. Six estaba despertando algo en lo más profundo de mi ser que creía muerto desde hacía tiempo. Estaba despertando sentimientos que creía desaparecidos. Pero cuando miré al chico me enamoré aún más que antes. Te mantendré a salvo pase lo que pase.

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Amadeo no me había tocado. Durante tres días vino a casa, cenamos juntos, trató de hablar y cuando no respondí, me azotó. Después, nos íbamos a la cama, pero yo dormía en el extremo más alejado y Amadeo mantenía las distancias. Cada nervio de mi cuerpo estaba en tensión. ¿Qué estaba esperando? ¿Por qué no me había follado todavía? Me permitía ver su costosa televisión mientras él no estaba, pero en cuanto llegaba a casa, Amadeo siempre la apagaba. Eso me volvía loco. No importaba lo que estuviera viendo, agarraba el mando a distancia y lo apagaba antes de decirme que me sentara en la mesa. Como si yo fuera un maldito niño. Estoy perdiendo la cabeza en este lugar. Mirando a la pared miré la hora. Eran casi las siete. Amadeo iba a llegar pronto a casa y me arrastraría a la mesa para cenar juntos. Volví a mirar la televisión antes de que mis ojos parpadearan una vez más hacia el tic-tac del reloj antes de que se deslizaran de nuevo hacia abajo. ¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Esperando por él? ¡Amadeo me tenía la cabeza hecha un lío! Gemí y sacudí la cabeza cuando se abrió la puerta. Me senté más erguido, pero fue Ángelo quien entró en el desván. Tenía la mano vendada y no quería saber cómo estaba su mano por debajo de eso. —El Jefe quiere que vengas conmigo. —¿A dónde voy?— Pregunté. —A su otra casa. Tu habitación está lista. Exhalé un suspiro. —Por supuesto que lo está. Deja que me ponga los zapatos—. Los agarré y me puse las caras zapatillas que los hombres de Amadeo habían dejado al día siguiente de mi llegada. —¿Por qué no está aquí? —Tenía una reunión que podría alargarse un poco, así que me envió a mí. 57

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Miré a Ángelo y ladeé la cabeza. —Oye, siento mucho lo de tu mano. No sabía que te metería en problemas. Levantó una mano. —No fue tu culpa. Como he dicho, todo forma parte del trabajo. Además, no hay nada roto. No te preocupes. —¿Estás seguro?— pregunté, frunciendo el ceño. Ángelo asintió. —Seguro. Pero deberíamos ponernos en marcha. Amadeo no es un hombre paciente. —Dímelo a mí—, murmuré en voz baja. Agarré la sudadera con capucha que olía a Amadeo sin importar cuántas veces la lavaran y me la puse sobre la cabeza. Su olor me sofocaba, pero apreté los dientes y lo ignoré. Una vez que estuve listo para irme, Ángelo me hizo caminar a su lado y me llevó al aparcamiento. Nos subimos a un coche que nos esperaba y arrancamos. —¿Cómo es su otra casa?— pregunté, sin poder evitar hablar para llenar el incómodo silencio del coche. Ángelo miró por la ventana. —Es un revival de finales del siglo XIX. Bastante grande. Hay un jardín y una piscina, así que seguro que estarás cómodo. Asentí con la cabeza, pero quería gritar que no podía ponerme cómodo. No por el tamaño del loft, sino porque era un prisionero. ¿Cómo iba a relajarse alguien que sabía que estaba retenido contra su voluntad? Permanecí en silencio durante el resto del trayecto intentando no caer en la desesperación o en más autocompasión, pero ya me estaba afectando. El coche dejó atrás la ciudad y entramos en un suburbio de lujo. Pasamos por delante de un enorme conjunto de puertas de hierro y nos deslizamos por el camino de entrada antes de que el coche se detuviera. Me quedé mirando la casa. Era muy grande. Ángelo había dicho que el lugar era «bastante grande», pero eso era un eufemismo. La casa era enorme, con dos plantas que se extendían a lo largo y ancho. Incluso había escaleras que subían a la parte delantera de la casa y otro conjunto que llegaba hasta la puerta. Delante había una fuente rodeada de flores y arbustos. Parecía algo sacado de un libro de texto griego. —Maldita sea—, murmuré. —Deberíamos movernos un poco más rápido—, dijo Ángelo con suavidad. —Parece que Amadeo ya ha llegado.

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Asentí y lo seguí por las escaleras. Cuando llegué al segundo tramo, allí estaba Amadeo de pie en la puerta. Sus ojos me recorrieron y mi corazón se detuvo. Se pasó los dedos por el pelo y su mirada me siguió. Una vez más me sentí como una presa, pero mantuve la cabeza alta y me negué a que me viera así. —¿Por qué has tardado tanto?— preguntó Amadeo. —Tomamos la ruta más directa, jefe—, dijo Ángelo. —Aquí está. En el momento en que estaba cerca de él, Amadeo me agarró del brazo y me arrastró al interior de la casa. Miré por encima del hombro y Ángelo se encogió de hombros antes de seguirnos a una distancia prudencial. —¿A dónde vamos? Puedo caminar por mi cuenta, ya sabes—, dije con un resoplido mientras me guiaba por un tramo de escaleras hacia el segundo piso. —¡Amadeo! Se giró sobre sus talones. —¿Cómo me has llamado? Tragué grueso. —Papi. ¿A dónde vamos, papi? Amadeo inspeccionó mi cara antes de darse la vuelta de nuevo. Lo seguí porque no tenía otra opción. Caminamos por un pasillo y abrió una de las puertas y me dejó entrar. —Esta es tu habitación. Era enorme. La cama estaba hecha con lujosas mantas negras con almohadas grises y toda la habitación estaba hecha en esos tonos. Gris, negro, crema. Era sofisticado sin ser demasiado exagerado y tenía que admitir que me gustaba. Podía ser una celda, pero tenía un aspecto agradable. —Creo que esto es tuyo—, dijo, señalando una bolsa en un rincón. Me acerqué a ella y me arrodillé. —¡Mi bolsa!— Rebusqué y encontré lo último que me quedaba. Estaba seguro de que no volvería a ver nada de eso. Mirando a Amadeo, las palabras de agradecimiento estaban en la punta de mi lengua, pero no sabía cómo decirlas. En su lugar, rebusqué en mi bolsa. Había unas cuantas prendas que Amadeo no había tirado, de lo que me alegré. Debajo de ellas, había un pequeño libro de fotos que llevaba siempre conmigo. Eso era lo más importante de todo. Me habían confiscado el teléfono, pero no me sorprendió. Sin embargo, mi anillo favorito con una enorme letra S seguía en el fondo de la bolsa y me lo puse. 59

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—¿Qué es el anillo? Miré a Amadeo. —Fue un regalo de mi amigo. —¿Qué amigo?—, gruñó. Me aparté un poco y me puse de pie. —Del instituto. El ceño fruncido en los labios de Amadeo se intensificó. —¿Por qué te regala joyas? ¿Salieron juntos? ¿Siguen en contacto? Suspiré. —Te preocupas por nada. No he visto a Ty desde hace unos meses, dudo que lo vea pronto tampoco—, murmuré en voz baja. —Unos cuantos meses—. Dio un paso adelante, con los ojos entrecerrados. Volvía a tener esa mirada. Gritaba peligro y yo quería retirarme y pelear con él al mismo tiempo porque no le debía nada. Ni a quién conocía ni quién había comprado algo para mí. Esto era un acuerdo temporal de seis meses y luego tomaríamos caminos distintos. —Dejémoslo—. Me pasé la mano por mis mejillas peludas e hice una mueca. —¿Puedo tener una maquinilla de afeitar hoy? Necesito afeitarme. Amadeo me miró fijamente un rato más y pude ver las ruedas girando en su cabeza. —El baño está aquí—, dijo mientras se dirigía a otra puerta y me abría. Entré y miré a mí alrededor. El baño tenía los mismos colores sofisticados que el dormitorio, pero al menos no era demasiado grande. Podía disfrutar de éste. Me acerqué al mostrador donde Amadeo estaba agachado y salió con una maquinilla de afeitar, crema de afeitar y una toalla. —Siéntate en el mostrador. Lo miré fijamente, levantando la ceja. —¿Por qué? —Porque te lo he dicho—, espetó. —Encimera. Ahora—. Cuando puse mi mano sobre él, me detuvo. —Primero quítate la ropa. Tragué grueso y busqué en su rostro cualquier señal de que no hablaba en serio. Pero Amadeo siempre hablaba en serio. Agarré la capucha que llevaba y dudé. —¿Hay algún problema?—, preguntó. Sacudiendo la cabeza, me armé de valor y me quité la capucha. — No, papi. 60

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—Buen chico. Quítate todo. ¿Qué va a hacer? Me había acostumbrado a que me hiciera quitarme la ropa para los azotes, ¿era esto? No lo parecía. Mientras me quitaba la camiseta y empujaba el resto de la ropa hacia abajo, mis manos temblaban ligeramente e intentaba forzarlas para que estuvieran quietas. Sin embargo, Amadeo no me apuró, simplemente se quedó allí, observando. Finalmente, me enderezó y me dio una palmadita en el mostrador. Me subí a ella y aspiré profundamente. Amadeo se desabrochó las mangas y se las subió por los antebrazos. Vi uno de sus tatuajes, una calavera, una pistola y una rosa. Me quedé mirándolo antes de que mis ojos recorrieran la longitud de sus brazos musculosos, con las venas sobresaliendo de su piel aceitunada. Hipnotizado, me olvidé por completo de que estaba desnudo hasta que me puso una mano en el muslo. —Abre las piernas. Se me secó la boca. —¿Por qué? —Haces demasiadas malditas preguntas—, gruñó antes de apretarme la pierna. —Ábrelas. Bien abiertas. —Sí, papi. Intenté abrirlas a la fuerza, pero mi cuerpo se resistía a la orden que daba mi cerebro. Amadeo se quedó allí, observándome pacientemente. Esperaba que perdiera los nervios, pero no lo hizo. Cerrando los ojos, abrí las piernas y Amadeo se instaló inmediatamente entre ellas. —No te muevas. Abrí los ojos cuando empezó a untarme las mejillas con crema de afeitar. Agarró una navaja de afeitar y respiré con fuerza. ¿Amadeo con un arma peligrosa en la mano? Sí, no era exactamente donde quería estar, pero no parecía que tuviera otra opción. La cuchilla se deslizó contra mi piel y yo contuve la respiración intentando quedarme lo más quieto posible. Cada golpe de la cuchilla contra mi piel hacía que mi corazón se acelerara. No ayudaba el hecho de que lo único que tenía que mirar todo el tiempo era a Amadeo. Su rostro era plano mientras se concentraba en afeitarme. No es un tipo nada feo. El pelo de Amadeo era tan espeso y oscuro que me daba ganas de tocarlo. La fuerte línea de su mandíbula cubierta de pelo y sus suaves mejillas pedían ser trazadas. Mientras miraba, algo se agitó en mi vientre y sentí que el calor recorría mi cuerpo. Los ojos verdes de Amadeo parpadearon hacia mí y apartó la mirada rápidamente. 61

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¿De qué se trataba? —Túmbate—, dijo. Miré a nuestro alrededor. El mostrador era definitivamente lo suficientemente grande como para contenerme. Lo miré una vez más y, como no se movió, me rendí y me acosté. El frescor del mostrador me hizo temblar y vi cómo Amadeo Agarraba la crema de afeitar y me ponía más en el pubis antes de volver a sostener la navaja. —¡Oye, oye, oye! ¿Qué carajo, hombre?— jadeé, sacudiendo la cabeza. —¿A qué polla crees que te acercas con esa maldita cosa? —¿No confías en mí? Miré fijamente a Amadeo. —Mierda, no, no confío—, escupí. — ¿Estás loco? Usa una navaja normal. —No, quiero usar esta—. Me separó las piernas y sus ojos me recorrieron con avidez. —Quédate quieto y todo irá bien. Mi corazón dio un vuelco. Me iba a morir. Aspiré mientras él bajaba la navaja y la deslizaba sobre mi piel. Mantuvo sus dedos en mi piel, tirando de ella mientras me afeitaba lentamente. Amadeo se acercó más y su aliento pasó por encima de mi polla. El calor hizo que se moviera y me sonrojé mientras un ruido vergonzoso que sonaba como un gemido salía de mis labios. Amadeo me miró. —¿Ves? ¿Es tan malo?— Pasó el pulgar por una parte de la piel. —Pórtate bien con papi y yo me encargaré de ello. Lo miré fijamente, con el pecho subiendo y bajando rápidamente, pero finalmente asentí. Amadeo me dedicó una de esas raras sonrisas antes de volver a trabajar. Me quedé quieto, observándolo mientras se tomaba su tiempo para afeitarme. Amadeo seguía siendo un gran maldito, pero había momentos como éste en los que era tan suave y gentil que a veces me olvidaba del monstruo que era. ¿Por qué está siendo tan amable conmigo? —¡Ah!—, siseé cuando me lastimo y lo miré fijamente, con la ilusión rota. —Me has cortado—, gruñí. —Resbalón de la mano—, dijo mientras agarraba la toalla, la mojaba y limpiaba la zona. Lo inspeccionó y mis ojos se abrieron de par en par cuando se inclinó y besó el corte. La lengua de Amadeo salió disparada y la lamió de un tirón, con mi sangre en su lengua mientras gemía. Mierda. 62

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En ese momento olvidé lo mucho que lo odiaba. Nuestras miradas se conectaron y mi pulso se disparó. Amadeo se inclinó y sus labios se apretaron contra los míos con avidez. Mi boca se abrió aceptando su lengua mientras el sabor de la sangre bailaba en mi lengua. Intenté gemir, pero él se lo tragó con su beso, su mano agarrando la parte interior de mi muslo con rudeza. Quiero que este hombre me folle hasta que me olvide de cómo se ha sentido cualquier otra polla. El pensamiento fue tan involuntario pero violento que me sorprendió. Me aparté de Amadeo, jadeando, mientras empujaba una mano contra su pecho. Él gruñó y yo me aparté aún más de él. Amadeo parpadeó, sus ojos perdieron ese infierno ardiente y volvieron a la normalidad. —Ya casi hemos terminado. Quédate quieto. Asentí con la cabeza cuando no apartó sus ojos de los míos y finalmente volvió a trabajar. Todavía me hormigueaban los labios por la contundencia de su beso, y el sabor férreo de la sangre permanecía en mi lengua. Amadeo terminó de afeitarse y golpeó la cuchilla contra el fregadero antes de empezar a limpiarme. Me inspeccionó detenidamente, pero el corte había dejado de sangrar casi tan pronto como había empezado. —¿Estás bien?—, me preguntó. ¿Le... importaba cómo estaba? ¿Qué era esto? ¿Una locura? Pero cuando miré a Amadeo a los ojos no vi decepción, sólo curiosidad y una pizca de preocupación. Su mandíbula estaba tensa y quise alcanzarla y tocarla. —Sí. —¿Estás seguro?—, preguntó. —No quería hacerte daño. No de esa manera. —Está bien—, susurré, todavía sorprendido por la forma en que estaba actuando. —Estoy bien. Amadeo dejó escapar un fuerte suspiro. —Bien.— Me limpió por última vez y asintió. —Ya está—. Me tendió la mano. —Vamos, te ayudaré a levantarte. Me puso en posición sentada y antes de que pudiera recomponerme, sus labios estaban de nuevo sobre los míos. La mano de

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Amadeo me apretó la nuca, manteniéndome cerca, antes de agarrarme de las caderas y tirar de mí. Frotó su polla vestida contra la mía y gemí. ¿Qué me está haciendo? —Dúchate y prepárate—, susurró Amadeo contra mis labios antes de que sus ojos se encontraran con los míos. —Pienso cobrar nuestro contrato esta noche. Un escalofrío me recorrió, pero asentí. No había forma de evitarlo, más valía acabar con ello. —Sí, papi. —Buen chico—. Me levantó la mano. —Quítate este maldito anillo antes de volver a la habitación. —Sí, papi. Amadeo me regaló otra sonrisa antes de salir del baño. Una vez que se fue, finalmente liberé el aliento que había estado quemando mis pulmones. ¿En qué demonios me había metido?

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¿Qué estoy haciendo? Me pasé los dedos por el pelo mientras miraba la puerta del baño. Six estaba al otro lado, con el agua corriendo mientras se duchaba. Lo dejé en paz y atravesé las puertas dobles que daban a su balcón. Sentado en la mesa, saqué un paquete de cigarrillos y encendí uno antes de echar la cabeza hacia atrás. —Mierda. Estaba tan jodidamente caliente que casi lo había doblado y follado sobre el mostrador. La forma en que había jadeado cuando le lamí la sangre, la mirada de sus ojos oscuros que pedían más. Sacudí la cabeza. Era un acuerdo de seis meses, pero ya me estaba encariñando. ¿Cómo podría no hacerlo? Todo en Six parecía estar hecho para mí. Su actitud, su forma de gemir, el sabor de sus labios contra los míos. Estaba perdiendo el control. Lo único que quería era volver allí, ponerle un collar alrededor del cuello, atarle una correa y mantenerlo encerrado en una jaula. ¿Qué tenía Six que me hacía tan... blando? Podía saberlo a una milla de distancia, pero no podía parar. Mi teléfono sonó, arrastrándome lejos de mis pensamientos sobre Six. Dejé el cigarrillo en el cenicero y miré el número. Genial. Apreté la tecla de respuesta. —Más vale que esto sea jodidamente importante. —Siento interrumpirle, majestad—, respondió Gabriele. —Pero nadie de la familia ha tenido noticias tuyas desde el lunes. ¿Qué carajo, Ama? Me pasé una mano por la cara. —Ha surgido algo. —¿Algo o alguien?— preguntó Gabriele. —Porque he oído que has estado pasando el tiempo con alguien en tu loft. 65

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Había agarrado mi cigarrillo y se me partió en los dedos cuando dijo eso. —¿Quién mierda ha estado hablando de mí? —No te preocupes por eso. ¿Quién es? ¿Qué estás tramando? —Eres demasiado entrometido para tu propio bien—, gruñí. — Déjalo ya. —Ama... —Tengo todo bajo control, ¿ok? ¿Por qué te preocupa tanto lo que hago en mi propia casa? —Porque tienes tendencia a involucrarte demasiado—, subrayó. — Una mirada y te obsesionas y luego ¿qué pasa cuando te rompen el corazón? Se te va la olla y soy yo el que se queda recogiendo los pedazos mientras tú te dedicas a matar—. Suspiró y pude imaginarlo pellizcándose el puente de la nariz. —No tengo tiempo para limpiar un baño de sangre en toda la ciudad, así que por favor, ten cuidado. Questo è tutto ciò che chiedo4. ¿De acuerdo? Suspiré. —Eres un dolor de cabeza. —Sí, yo también te quiero, imbécil. Será mejor que me vaya—. Oí un alboroto en el fondo y a Gabriele hablando en italiano rápido a alguien en el fondo. —La pelea está empezando. Luego hablamos. —Mañana—, dije con severidad. —Tengo mierda que hacer esta noche. —¿Sigues el consejo de Nic y ya tienes un poco de culo? La puerta del baño se abrió cuando encendí otro cigarrillo y Six salió, con el agua rodando por su cuerpo. Seguí el rastro de las gotas de agua mientras se deslizaban por su piel y él se giró, nuestras miradas se cruzaron. Se había quitado el anillo y tenía una toalla en la mano, secándose antes de apartar la mirada de mí. —Algo así—, murmuré a Gabriele. —Tengo que irme. —¡Recuerda lo que he dicho, Ama! En serio, no... Colgué y volví a meter el teléfono en el bolsillo. Gabriele podía esperar hasta mañana. No tenía ningún problema. Lo más probable es que fuera feliz viendo un poco de sangre derramada. Y yo era feliz viendo a Six.

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Es lo único que te pido.

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Se movía por la habitación con elegancia y pude ver el dinero del viejo mundo del que había salido. Había un aire noble en todo lo que hacía sin que se diera cuenta. Puede que haya perdido la riqueza y todo lo que tiene que ver con ella, pero aun así había nacido y se había criado con dinero y era fácil de ver. Apagué el cigarrillo y volví a entrar en su habitación, paralizado cuando dejó caer la toalla al suelo. Parecía nervioso, su habitual bravuconería silenciada ahora que se enfrentaba a la posibilidad real de acostarse conmigo. Pero yo quería a ese chico luchador y fogoso que me había cautivado por primera vez. —Recoge eso—, dije, señalando con la cabeza la toalla. —¿Realmente importa? —Hazlo, chico, o empezaré las actividades de esta noche con unos largos y duros azotes. Vi las palabras en la punta de su labio labios. Hazlo. Oh, tenía tantas ganas de decirlo, pero se estaba conteniendo, tratando de controlarse. Me encantaba ver cómo luchaba consigo mismo. Six lo agarro del suelo y lo hizo bola. —¿Contento? Le agarré un puñado de pelo y gimió cuando nuestros labios chocaron. Por mucha mierda que dijera, era masilla en mis manos. ¿Por qué creía que podía resistirse a mí? Era casi divertido si no fuera tan exasperante. Avanzando, seguí moviéndome hasta que se estrelló contra la cama y cayó en ella. Six retrocedió lentamente y yo lo seguí, arrastrándome sobre la colcha mientras me inclinaba y volvía a tomar sus labios. Arqueó la espalda, presionando contra mí mientras su lengua se enredaba con la mía. —Me odias tanto, pero me besas como si estuvieras hambriento—, señalé mientras trazaba su labio inferior con mi lengua. —¿Por qué es eso? —Vete a la mierda—, escupió. —Cuidado—. Incliné su cabeza hacia un lado y ataqué su cuello, besando y chupando su piel hasta que gritó. —No cabrees a papi. Los gemidos de Six eran embriagadores. Podría escucharlos todo el día y no me cansaría de ellos ni un segundo. Mordiendo su labio inferior, me senté sobre mis rodillas y lo miré. Finalmente me aparté de él y me senté en la cama. 67

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—Quítame la camiseta. Se tomó su tiempo para bajarse de la cama y ponerse delante de mí. Cuando levantó la vista hacia mí, sonreí. —Date prisa—, me burlé. Six resopló. —¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres un auténtico imbécil? —Sí, todo el mundo, incluido tú—. Ladeé la cabeza. —¿Por qué debería ser amable? —Si fueras un poco más amable, tal vez no querría darte un puñetazo en la cara todos los días—, murmuró mientras estiraba la mano y empezaba a desabrochar mi camisa negra. —¿Quieres pegarme?— pregunté. —Hazlo. Six parecía que lo estaba contemplando sinceramente y eso sólo hizo que lo deseara aún más. Sin embargo, en lugar de aceptar mi oferta, volvió a desabrocharme la camisa antes de abrirla y sus ojos buscaron en mi pecho. Sabía que estaba observando la variedad de tatuajes que tenía y se lo permití. Alargando la mano, le agarré la parte posterior del muslo y él parpadeó. No podía dejar de tocarlo. Todo lo relacionado con él se sentía mucho más real que cualquier otra cosa en mi vida. Siendo quien era, no era fácil dejar entrar a nadie y ni siquiera quería hacerlo. La gente siempre encontraba la manera de acercarse a ti antes de apuñalarte por la espalda. Eso lo había aprendido muy pronto. Pero cuando miraba a Six, añoraba todas las cosas que había perdido cuando me convertí en cabeza de la familia Bianchi. —¿Qué pasa?— Fruncí el ceño. —¿Qué? —Parecías...— Pasó una mano por mi pecho. —Triste. ¿Lo estaba? Levanté la mano y me toqué la cara intentando ver si se me había escapado alguna emoción mientras estaba sumido en mis pensamientos. Six lo había visto claramente. Me estaba acercando demasiado al chico, mostrando partes de mí que debían permanecer ocultas por mí, por él, por todos los que protegía. —Pantalones—, dije. —Quítatelos. —De acuerdo. —¿Cuándo vas a hacer esto bien?— Pregunté. 68

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—Sí, papi—, dijo Six con un giro de ojos apenas disimulado antes de estremecerse. —Es una locura. —Pero te gusta decirlo—, reflexioné. —Se nota. —¡Estás loco! Nunca he dicho que me guste decir esa mierda—. Me desabrochó los pantalones y con no demasiada delicadeza me los bajó por los muslos antes de quitármelos por completo junto con los bóxers. —Te estás inventando cosas. —Ya lo veo—, repliqué. —Cada vez que me llamas papi, te pones tan cachondo que te pones nervioso. —No me pongo nervioso—, refunfuñó. —¿No? Entonces, ¿qué es esto?—, pregunté mientras le agarraba la polla y le daba un apretón. —¿Entonces por qué la tienes tan dura para mí?— Antes de que pudiera responder, lo puse encima de mi cuerpo y nos giramos los dos hasta que su espalda se apoyó en la suave manta. — ¿Hmm? ¿Por qué tu polla está tan rígida en mi mano? —Porque... Incliné su cabeza y lo obligué a mirarme, mi mano soltó su polla para sujetar su barbilla. —No, no hay que apartar la mirada. Quiero que me mires todo el tiempo. Six tragó con fuerza. —Yo... no puedo—, murmuró. —Nunca lo hago. Sólo—, apretó los ojos cerrados. —Ponme de rodillas y fóllame—, susurró. Lo miré fijamente y sentí que la ira se apoderaba de mí, apretando mi corazón. —¿Qué mierda? ¿Qué imbécil se follaría a alguien tan guapo como tú por detrás?—. Pasé mi mano por su mejilla, mi pulgar arrastrándose sobre su labio inferior. —Eres demasiado embriagador como para no asimilar cada suspiro, gemido y jadeo que voy a arrancar de tus labios. Los ojos de Six se abrieron y vi algo más debajo de la ira y la lujuria que solía mostrar. ¿Era miedo? ¿Incertidumbre? Me gustaría poder leer su mente, pero no me quedó más remedio que agarrarme a un clavo ardiendo mientras lo miraba. Le estaba contando al chico demasiadas cosas y tenía que recordarme a mí mismo que todo esto era una fantasía. Seis meses. Era todo el tiempo que tenía antes de cumplir con mi palabra y liberarlo porque era un hombre de palabra. Mi corazón se haría añicos cuando se alejara, pero ya estábamos en este camino traicionero y no quería volver atrás. Llevaba mucho tiempo insensible. 69

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Sólo quería sentir algo. —Crees que soy hermoso—, reflexionó, sacudiendo la cabeza. — Creo que estás delirando. Sonreí. —Tal vez un poco. Para ti. Frunció el ceño. —¿Por qué yo? No hay absolutamente nada especial en mí. Six estaba tan equivocado en eso. En el casino, lo había observado durante meses. Vi la forma en que la gente acudía a él, su encanto y su risa despreocupada. Era inteligente, astuto, pero salvaje, y quizás también un poco peligroso. La oscuridad que había en él llamaba a gritos al monstruo que había en mí, y yo iba a protegerlo y mantenerlo a salvo, sin importar a quién tuviera que matar o qué tuviera que destruir. Incluso si lo que destruía era a mí mismo. —Sólo mantén tus ojos en mí—, le dije, incapaz de expresar lo que sentía. —¿De acuerdo? —Sí, papi. Las palabras hicieron que mi corazón se apretara y quise hundir mis dientes en su carne y desgarrar sus huesos. Sí, papi. Dos palabras tan sencillas, pero que cuando las decía como si fuera en serio, yo me sentía en la cima del mundo. Era un subidón del que no quería bajar nunca. —Buen chico—. Vi cómo se le iluminaban los ojos. ¿Se daba cuenta de que eso ocurría cada vez que lo elogiaba? —Acuéstate aquí. Ahora vuelvo. Asintió y por una vez se quedó callado. Me aparté de él y fui a la mesita de noche a recoger el lubricante y los condones. Después de aplastar la mano de Ángelo, temí que esa mirada de terror quedara grabada para siempre en sus rasgos cuando me mirara, pero no fue así. Más que nada vi el conflicto en sus ojos y supe que sentía algo. Tal vez no estaba tan lejos como yo, pero estaba creciendo. Me deseaba. Me volví hacia la cama y Six me estaba mirando. Sonriéndole, volví a la cama y rompí el condón con los dientes. Escupí el envoltorio y lo liberé antes de enrollarlo a lo largo de mi endurecida polla. Mientras me echaba lubricante en la palma de la mano, lo miré y él seguía mirándome fijamente. —¿Estás nervioso?— Le pregunté.

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Se mordió el labio. —Esta mierda es nueva para mí—, suspiró. —Así que... date prisa y hazlo ya. —No—, dije. —Voy a tomarme mi tiempo. Six gruñó. —¿Por qué carajo tienes que ser tan idiota todo el tiempo? Me encogí de hombros. —Está en mi ADN—. Pasé la mano por mi longitud antes de trabajar un poco sobre su agujero. Él aspiró un poco y yo sonreí. —Relájate. Estarás bien. —¿Acaso importa? Estás pagando por ello, así que lo que me guste no significa una mierda. Me puse rígido ante sus palabras. Six me miró antes de que sus ojos se desviaran y mi pecho se apretó dolorosamente. Tenía razón. Todo era una ilusión, una que se iba a romper. Pero quería aferrarme a ella un poco más. Me moví entre sus muslos, presioné mi polla contra su entrada y me impulsé hacia delante. Six jadeó, y su brazo me rodeó la nuca mientras yo giraba las caderas y empujaba más profundamente. —A-Ama... papi, por favor—, gritó. —Si te estoy pagando y te importa un carajo, ¿por qué debería ir despacio?—. Le gruñí. Me limpié la mano untada de lubricante en la manta antes de empujar hacia delante bruscamente. —Como eso es lo que crees que soy, no intentaré hacerte cambiar de opinión. Six gritó, sus uñas se clavaron en mi espalda. —¡Vete a la mierda!—, espetó, sus caderas se movieron solas al recibir mis firmes empujones y me miró fijamente. —¿Crees que esto es lo más duro que me han follado?—, escupió. —Esto no es nada. Le agarré las muñecas y las golpeé contra la cama. Y así volvió a enfurecerme. El chico tenía una forma de meterse bajo mi piel y lo detestaba. Me abalancé sobre él y su espalda se arqueó sobre la cama mientras su boca se abría, pero no salía ningún sonido. —Te demostraré lo malvado que soy, Six—, susurré contra su oído. —Voy a hacer que tu culo sólo pueda sentir placer con mi polla. Incluso cuando finalmente te alejes, todo lo que soñarás es con follar conmigo. —Nunca—, escupió. —Te odio, mierda. —Ódiame más—, le exigí mientras movía mis caderas hacia delante y arrancaba un gemido ahogado de sus labios. —Así es, bebé. Toma la gran polla de papi y sabrás que nunca te alejarás de mí. 71

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Sus ojos se humedecieron. —Imbécil—, gritó mientras su cabeza se inclinaba hacia atrás exponiendo su gloriosa garganta. —¡Te voy a matar! —Puedes intentarlo—, me reí. —Mucha gente lo ha hecho—. Me incliné hacia abajo y le mordí la garganta haciendo que un jadeo saliera de sus labios. —No, no, no dejes de mover tus caderas ahora. Muévete más fuerte. Más rápido. Vamos, quiero que me excites. —¡Que te jodan! —Lo estoy haciendo contigo—, gemí mientras se apretaba a mi alrededor, con su cuerpo rebotando por sí mismo. —Dile a papi que te encanta. —Ah—, jadeó Six, sacudiendo la cabeza. —Mierda, es que...— Sacó la mano y se agitó hacia abajo antes de envolverla alrededor de la polla. — Me encanta, papi. Fóllame más fuerte. Me reí cuando sus ojos se pusieron vidriosos y supe que hablaba en serio. No podía escapar de mí de esta manera, no de la forma en que podría hacerlo si lo hubiera puesto sobre su vientre. En este momento, no había ningún lugar al que mirar sino a mí, ningún lugar al que escapar cuando yo seguía atrayéndolo a la realidad. —Lo estás haciendo muy bien—, gemí mientras le mordía el labio inferior. —Creo que nunca me he sentido tan increíble. Cada centímetro de mi cuerpo se sentía como si hubiera sido incendiado. Six dio unos apretones; y gemí. Él giró sus caderas, yo apreté su muñeca más fuerte a la cama. Y cuando sus ojos se clavaron en los míos, casi me rompí en un millón de pedacitos. —De rodillas—, gimió, moviendo la cabeza. —Por favor, papi. —No—, gruñí. —No te alejarás de mí. Todo el fuego de Six se estaba apagando y en su lugar estaba el chico que yo sabía que estaba debajo de todo. Gritó y gimió, sacudió la cabeza y trató de acercarme mientras me alejaba. Pero yo no iba a ninguna parte. Cada parte de Six me pertenecía. Tal vez él no lo sabía todavía, pero pronto lo descubriría. Disminuí la velocidad y observé la forma en que se movía su cuerpo, la forma en que me miraba con los ojos entrecerrados. Me incliné hacia abajo, capturé sus labios y deslicé mi lengua en su boca. Nuestras lenguas se enredaron y el calor recorrió mi cuerpo en oleadas. —Papi, estoy tan lleno—, gimió. Parecía tan ido que no pude evitar sonreír. —Por favor, es suficiente. 72

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—Ya casi está, bebé—. Dejé un rastro de besos sobre su suave mandíbula. —¿Puedes tomar un poco más para papi? Si no, puedes decir Rojo y pararé. Entonces, ¿puedes tomar más por mí? Six asintió con fuerza. —¡Sí... sí, papi! —Qué buen chico. Lo estás haciendo muy bien—. Me incliné y tomé uno de sus pezones en mi boca. Cuando gritó, me introduje dentro de él con más fuerza y gimió. —Quieres correrte, ¿verdad? —Sí, papi—, jadeó. Me senté para poder mirarlo. —Pídelo bien. Apretó los dientes y lo vi batallar consigo mismo una vez más. Mi polla saltó. Había algo adictivo en hacerlo luchar contra sí mismo. Se lamió los labios, cerró los ojos y los volvió a abrir. Vi la determinación en sus ojos y supe que se había decidido. —¿Puedo correrme, papi? Por favor. Ahí estaba. Aceleré el ritmo una vez más y dejé un rastro de besos y mordiscos por su hombro izquierdo hasta igualar el derecho. —Sí—, gimió. —Cumple para mí, chico. Mierda, estás apretando mucho—. Apreté mi frente contra la suya. —Justo así ¡Dios! Six mordió su brazo mientras trataba de amortiguar sus gemidos. Le agarré el brazo y lo aparté. Luchó para intentar metérselo de nuevo en la boca, pero me negué a dejarle. —Dame todos tus gemidos—, gruñí. —No me ocultarás nada. ¿Entiendes? —¡Sí, papi! Me dirigí hacia mi orgasmo a una velocidad vertiginosa mientras agarraba las caderas de Six y empujaba dentro de él salvajemente. Dejó de retenerse y vi cómo se soltaba, retorciéndose sobre mi polla mientras yo la metía hasta el fondo. Eché la cabeza hacia atrás y gemí mientras el placer recorría mi cuerpo. La próxima vez me correré dentro de él y nada podrá detenerme. Quería sentir mi carga llenando sus entrañas, abrazar el calor de su culo y ver cómo mi semen salía de su agujero. Por ahora, tenía que conformarme con lo que tenía y no me quejaba, pero la próxima vez lo tendría todo. Apoyé mis manos a ambos lados de la cabeza de Six y jadeé mientras él me miraba. Podría quedarme así toda la noche. 73

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Six se lamió los labios. —¿Es eso?— Murmuró, cerrando los ojos. — ¿Hemos terminado por esta noche? Me puse rígido y lo miré fijamente. —¿Fue tan horrible? —Sí—, espetó, abriendo los ojos de golpe. —Así que si has terminado, suéltame. Lo fulminé con la mirada. —Si nunca me hubieras robado, no pagaría por estar dentro de ti. Retíralo antes de que pagues el resto de tu deuda en tu propia celda personal. Empujó sus manos contra mi pecho. —Suéltame—. Me golpeó de nuevo y mis ojos se abrieron de par en par. —¡He dicho que me sueltes! La ira subió a mi garganta y me ahogó. Pequeño bastardo desagradecido. Me libere de Six rápidamente y él gritó antes de caer de nuevo en la cama. Sin decir nada más, me deshice del condón y me puse los pantalones antes de salir de la habitación dando un portazo. Caminé por el pasillo hasta mi despacho y me serví una copa con una mano temblorosa. Pulsé una tecla de mi ordenador y tecleé la contraseña antes de que la pantalla mostrara un vídeo de Six. Estaba tumbado en su cama, con las manos apretadas contra la cara. Subí el volumen y oí... mocos. ¿Había hecho algo mal? Six había estado tan metido como yo, ¿verdad? De repente, me sentí mal. ¿Había cruzado la línea? Me llevé el vaso a los labios, pero el líquido ámbar me supo a óxido en la boca. Lo tiré. El vaso se estrelló contra la pared y se hizo añicos, lloviendo whisky sobre el suelo de madera. Cerré los ojos y los volví a abrir para mirarlo. Tienes que huir de un monstruo como yo, Six. Lárgate de aquí. Debería haberlo liberado, pero no podía dejarlo ir. Y menos ahora, no cuando habíamos compartido un momento. Me clavé las uñas en el cuero cabelludo y reprimí el grito que amenazaba con liberarse. ¿Por qué no podía ser normal?

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Amadeo Bianchi me había roto el cerebro. ¿Cómo pude caer en esa mierda? ¿Por qué me sentí tan bien? La noche anterior estaba grabada a fuego en mi cerebro. Cada beso y cada caricia estaban permanentemente grabados en mi alma y no podía sacarme ese monstruo de la cabeza. La forma en que me sonrió, el gruñido en su voz. Era como si todavía estuviera allí, todavía envuelto en sus brazos mientras me destrozaba. Había tratado de mantener mis muros, de mantenerlo a raya, pero él había cruzado la línea haciéndome mirarlo. Haciéndome sentir cosas que no quería sentir. La palabra «papi» se me había escapado de la boca con tanta facilidad y se había sentido bien. Me arrastré fuera de la cama mientras el sol me daba en la cara. Gimiendo, di un paso y sentí el dolor en mi trasero. Mi agujero palpitaba y volví a pasar un dedo por él. Inmediatamente, pensé en Amadeo. En cómo me había inmovilizado en la cama y me había follado febrilmente. Mi cara se calentó y aparté rápidamente la mano. —¿Qué demonios me pasa? Amadeo había dejado al descubierto algo en mí. Cada una de sus palabras dulces y «buen chico» y sus elogios susurrados había arrancado el yeso que cubría mi vacío y había tocado la emoción en bruto. Lo odié aún más por ello. Por primera vez en años había llorado y todo por su culpa. Me dirigí lentamente al baño y abrí la ducha. Mientras el vapor llenaba la habitación, miré la encimera de mármol y me imaginé tumbado allí de nuevo con sus labios apretados contra mi piel. Mi polla se agitó y juré en voz baja. Está en mi cabeza.

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Me clavé las uñas en las palmas de las manos y me obligué a respirar larga y profundamente antes de exhalar. Lo único que tenía que recordar era que Amadeo Bianchi era un hijo de puta que mataba y mutilaba sin pestañear. Eso es todo. Tenía una deuda que saldar y si tenía que seguir jodiendo con él, bien. Pero no iba a dejar que me afectara. Dios, espero que no esté aquí. Ahora mismo, necesitaba algo de distancia entre Amadeo y yo. Recé para que estuviera en el trabajo y pudiera tener algo de tiempo para mí. Me apoyé en la pared de la ducha y me pasé una mano por el cuerpo. De inmediato, mi piel se encendió y gemí. Fue sólo un destello, pero me imaginé a Amadeo empujándome contra la pared y tomándome bruscamente. «¿Qué carajo? ¿Qué imbécil se tiraría a alguien tan guapo como tú por detrás?» Sus palabras sonaron en un bucle interminable y gemí mientras me golpeaba la cabeza contra la pared. El hombre no estaba cerca de mí y yo seguía atormentado. ¿Por qué no podía simplemente follarme de rodillas y seguir con sus asuntos? ¿Por qué tenía que decirme cosas tan estúpidas? Golpeé la mano contra la pared y agarré un frasco de limpiador corporal. —Basta—, me sermoneé. —¿Te dejas atrapar por un tipo porque habla bonito? Vamos, despierta. Esto es claramente el Síndrome de Estocolmo. Cierto, todo esto era porque no había manera de que yo tuviera nada más que odio por Amadeo Bianchi. Me lavé y me quedé en el agua caliente hasta que sentí que mi piel iba a hervir. Finalmente, salí de la ducha y me sequé. Cuando volví a entrar en la habitación, me quedé helado. En medio de la cama, que había sido despojada de las sábanas y las mantas de la noche anterior, había una pila de ropa cuidadosamente doblada que me esperaba. Miré a mí alrededor y mi corazón dio un vuelco al esperar que Amadeo estuviera sentado en algún rincón oscuro, mirándome fijamente. No estaba a la vista, pero aun así sentí que sus ojos estaban sobre mí. Me acerqué a la pila de ropa, tomé un par de bóxers nuevos y me los puse. Estaban calientes como si acabaran de salir de la secadora, como toda mi ropa. Me puse el chándal y la camiseta antes de agarrar la sudadera con capucha. Al instante, me di cuenta de mi error. El olor de Amadeo estaba por todas partes mientras me ponía la prenda por encima de la cabeza. Era 76

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como si estuviera a mi lado, con ese fruncimiento en los labios que se transformaba en la sonrisa más ridículamente dulce. ¿Por qué esta maldita cosa siempre huele a él? ¿Y por qué no me lo arranco del cuerpo? En lugar de eso, levanté la parte delantera y aspiré una breve bocanada. Sí, definitivamente era su colonia; una combinación de madera y limpieza que podría inhalar todo el día. Dejé caer rápidamente la cosa y sacudí la cabeza antes de centrarme en la cama. Debajo de la ropa, había una nota y un frasco de pastillas para el dolor junto con una botella de agua. Abrí primero las pastillas y me tragué dos para poder mitigar el dolor de mi culo. Se había calmado después de la ducha, pero seguía ahí. Debería estar mucho más enfadado por eso. Sacudiendo la cabeza, recogí la nota.

Nos vemos para desayunar abajo. Es la primera puerta a la izquierda. A menos que prefieras quedarte en tu habitación para comer, en cuyo caso haré que alguien te lleve algo. Amadeo

Exhalando un suspiro, tiré la nota sobre la cama. —Imbécil. No hubo ni siquiera una disculpa por haberme jodido de la manera en que lo hizo. O por las cosas que había dicho. Sabía que era su puta durante los próximos seis meses, pero no tenía que hacerme sentir como si... ¿Como si eso fuera todo? Eso es exactamente lo que era este acuerdo cuando lo hicimos. Chúpate esa. Me pasé los dedos por el pelo aún húmedo y gruñí. A la mierda. No iba a esconderme en la celda que él llamaba mi habitación como si tuviera demasiado miedo de enfrentarme a él. Buscando en los cajones encontré un par de calcetines y me puse las zapatillas. Hoy tenía un objetivo: Encontrar cualquier punto débil en su seguridad para poder salir de allí. Cuando entré por la puerta, me encontré con un comedor y una mesa enorme. A la cabeza estaba Amadeo. Mi corazón se aceleró y tragué grueso. Llevaba uno de sus clásicos trajes a medida, pero este era de un carmesí intenso, su corbata dorada. Era llamativo. ¿Amadeo era llamativo? 77

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Sus ojos verdes parpadearon desde su teléfono e inclinó la cabeza hacia mí. Sentí que su mirada se deslizaba por mi cuerpo y me sentí expuesto de nuevo. Se pasó los dedos por el pelo y me indicó que me sentara. —Siéntate. Inmediatamente, volví a la realidad y gruñí. —No soy un perro. Amadeo me miró fijamente. —Siéntate o no desayunes. Depende de ti. —He cambiado de opinión—, dije mientras giraba sobre mis talones. —Comeré arriba. —¡Te sentarás! Ahora. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y me moví en piloto automático, girando y caminando hacia la mesa como un hombre poseído. Me detuve antes de sentarme. ¿Cómo diablos lo había hecho? Era como si estuviera controlando mi estúpido cerebro. —Esa silla no—, dijo, calmándose de nuevo antes de sacar la que estaba a su lado. —Esta. Suspiré y me acerqué a la silla. Este asiento tenía un cojín. Miré los otros y no había ninguno. Los ojos de Amadeo se mantuvieron fijos en mí y buscó en mi cara Dios sabe qué antes de que finalmente me sentara. Mi culo agradeció no tener que sentarse en nada demasiado duro ahora mismo y me acomodé. —¿Qué quieres desayunar? Le miré. —No lo sé. Levantó una ceja. —Bien, entonces yo elegiré por ti—. Tecleó en su teléfono y lo dejo en la mesa después de un minuto o dos. —Estará listo en breve. Parpadeé. —¿Qué has hecho, pedir? —No—, negó con la cabeza. —Mi chef está en la cocina y tiene una pantalla preparada para que pueda pedir sin tener que entrar en la cocina. A ella le gusta su espacio y a mí el mío—, dijo antes de agarrar su taza de café. —¿Quieres café? —Sí. Amadeo se levantó y alzó la cafetera que había quedado sobre la mesa. Quise discutir con él que podía servirlo yo mismo, pero estaba al

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límite y no quería ponerlo nervioso. Miré lo tensa que estaba su mandíbula, lo rígidos que estaban sus hombros. ¿Qué le pasa? Debería ser yo el irritado. Me sirvió una taza de café y rechacé el azúcar y la crema. Tomé un sorbo y la amarga taza de café negro me calentó. Tarareé con alegría. La única cosa sin la que no quería volver a vivir era el café. —¿Está bien? Abrí los ojos y lo miré. ¿Por qué está siendo tan amable? ¿Qué demonios quiere? —Sí—, dije. —Está bien—. Asintió y volvió a mirar su teléfono, pero lo pillé robando miradas cuando no creía que le estaba mirando. No pude soportarlo más. —¿Por qué mierda estás siendo tan amable conmigo después de lo de anoche? Amadeo suspiró y colgó el teléfono. —No fui malo contigo anoche. —Sí, lo fuiste—, gruñí. —¿Cómo? Busqué en su cara, buscando el enfado que creía que habría, pero no existía. La cara de Amadeo era completamente pasiva, pero... ¿Se lo está preguntando de verdad? Me relamí los labios. —No importa. —No, dime—, dijo con severidad. —¿Qué he hecho mal? Esto es lo que acordaste, ¿no? Entonces, ¿cómo he sido de malo? Me hiciste sentir como una puta barata y a una parte de mí le encantó. La otra parte de mí te odia por eso. No pude decirle eso. Se sentía demasiado real y crudo y lo nuestro era sólo algo pasajero, algo que olvidaría dentro de unos años. Agarrando mi taza de café, la levanté y bebí más del líquido caliente tratando de no derretirme bajo su mirada fulminante. —Six—. Cuando no contesté, gruñó. —Mírame y háblame, chico. Ahora. Lo fulminé con la mirada. —Vete a la mierda. Los ojos de Amadeo se oscurecieron. Tragué grueso mientras se levantaba y caminaba hacia mí. Con cada paso que daba, mi respiración se entrecortaba. Me iba a desmayar. —Bien—, dijo mientras se alzaba sobre mí. —Disfruta de tu desayuno. 79

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¿Ya está? Pasó a mi lado y pude volver a respirar mientras salía del comedor. Me quedé mirando la puerta un rato, con el pulso todavía acelerado, pero no volvió. Una mujer entró y sentó un plato frente a mí antes de que Ángelo se uniera a mí. —El jefe me dijo que te diera esto—, dijo mientras ponía un teléfono junto al plato. —Sólo marca dos números; el mío y el suyo. Dijo que si necesitabas algo se lo hicieras saber. Agarré el teléfono y lo miré con desprecio. —¿Por qué está siendo tan amable? Ángelo se encogió de hombros. —Ni idea. —¿Nunca lo habías visto así? El hombre miró a su alrededor antes de bajar la voz. —No, es raro. Pero no hablemos de él. Me gustaría seguir usando mi otra mano. Tragué grueso y asentí. —Bien. Lo siento—. Dejé el teléfono y tomé el tenedor. El desayuno que Amadeo me había preparado era algo que comería una persona mayor. Fruta, tortillas de claras de huevo, salchichas de pavo y tostadas de pan integral. ¿Es esto lo que come? Quiero decir que no me extraña que tenga ese aspecto tan bueno pero asqueroso. —¿Puedo desayunar algo más?— Le pregunté a Ángelo. —Lo que quieras. Hay una aplicación en el teléfono donde puedes pedir. —Gracias. Tomé el teléfono y estaba a punto de buscar la aplicación cuando vi un mensaje. Papi. Puse los ojos en blanco ante el teléfono. Tenía que haber programado el maldito aparato él mismo.

Papi: Tienes que desayunar. Si no te gusta ese entonces elige otra cosa. Pero también te tomarás las vitaminas que te habré traído y beberás mucha agua. Estás bajo de peso.

Me burlé. —¡No soy idiota!

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Papi: Por hoy puedes quedarte en la casa. Todavía no me fío de ti en el terreno, pero pronto. Para cuando vuelva quiero que te des cuenta de que HABLAREMOS y serás más respetuoso que esta mañana.

Agarré el teléfono con fuerza y lo levanté, a punto de estrellarlo contra la mesa, antes de detenerme y respirar tranquila y profundamente. Lentamente, coloqué el teléfono en la mesa justo cuando la mujer de antes volvía con una taza de pastillas y un poco más de agua. Sentí un tirón de orejas y lancé las pastillas al otro lado de la habitación.

Six: Vete a la mierda. Six: Que te deje follar no significa que tenga que escucharte. Papi: ¿No? Muy bien, lo recordaré cuando vuelva a casa. Six: Eres un imbécil. Papi: Soy un imbécil... ¿qué? Six: Eres un imbécil, papi. Papi: Buen chico.

Esta vez golpeé el teléfono contra la mesa antes de arrojarlo a un rincón de la habitación. Respirando lentamente, me levanté y agarré mi plato. Ángelo me miraba fijamente, así que le sonreí y reprimí la ira que hervía en mis venas. —Voy a comer en mi habitación. —Está bien. Te traeré otro teléfono. Mi sonrisa se amplió. —No, gracias. Amadeo puede meterse sus teléfonos por el culo y puede atragantarse cuando aparezca en su gran y estúpida boca—. Me llevé un dedo a la sien. —Me está volviendo loco. Eso es lo que está haciendo. No dejaré que me afecte—, murmuré mientras me alejaba sacudiendo la cabeza. —Simplemente voy a ignorar sus idioteces. Eso es lo que voy a hacer. Pero mientras llegaba a mi habitación, no podía dejarlo pasar. Amadeo iba a pagar. Puede que no sea tan fuerte o tan peligroso como él, pero haría de la vida de ambos un infierno.

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Me metí en su armario y rebusqué. Había una enorme caja fuerte en el fondo, pero era del tipo avanzado con cerradura electrónica. Ojalá pudiera hackear cosas. La puerta había sido fácil, pero la caja fuerte era imposible. Agarré las tijeras del tocador y corté las corbatas una a una. No mucho, sólo los primeros cinco centímetros de cada una. Sonreí mientras recorría el enorme vestidor y me aseguraba de que no se me escapara ni una sola corbata. —¿Qué estás haciendo? Di un salto y casi me meo encima. Sin embargo, cuando me di la vuelta, no era Amadeo el que estaba en la puerta. Si no alguien que se parecía a Amadeo. Tenía la misma altura, la misma sonrisa, pero sus ojos eran más ligeros y juguetones mientras que Amadeo era todo seriedad. —Mierda—. Tanteé con la corbata en la mano y se me cayó al suelo. —Mierda. Yo... estaba... No, no tenía explicación para esto. —¿Quién eres tú?— Pregunté en su lugar. —Gabriele. Bianchi—. Me tendió la mano. —Encantado de conocerte. —Sí—. La estreché. —Six. —Six. ¿Es un diminutivo de algo? —Nop—, respondí antes de recoger la corbata y devolverla a su lugar. —¿Puedo preguntar por qué estás cortando todas las corbatas de mi hermano? —Oh, eh, él me lo pidió—, mentí. Gabriele cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Te lo ha pedido? —Sí, quiere ir a comprar unas nuevas.

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Su sonrisa se amplió. —Estás mintiendo mucho—. Gabriele se acercó y sacó otro cajón. —Estas son las mejores corbatas. Sólo para ocasiones especiales. Me fijé en ellas. —¿En serio?— Me acerqué y cogí una dando un largo y bajo silbido antes de cortarla. —Qué pena—. Me reí en voz baja antes de mirar a Gabriele. —¿Por qué me ayudas a destruir las cosas de tu hermano? —Oh, voy a negar que lo haya hecho—, dijo mientras sacudía la cabeza y se apoyaba en la pared. —¿Qué eres para Amadeo? Pensé en mentir, pero luego decidí que no me importaba. Amadeo era el que me había encerrado aquí. Y él era el que podía atenerse a las consecuencias. —Tu hermano me secuestró y no puedo salir—, dije encogiéndome de hombros mientras volvía a cortar. —Así que, supongo que se puede decir que soy su prisionero—. Hice una pausa y lo miré. —No hay posibilidad de que me deje salir, ¿verdad? —Ni de broma—, dijo. —Sin embargo, buen intento—. Se apartó de la pared. —¿Qué le has hecho? Fruncí el ceño. —Puede que le haya robado un poco de dinero. Gabriele silbó. —Con eso basta—. Sacudió la cabeza. —Si de verdad quieres meterte con él, ve por los libros. Guardé la última corbata y me centré en la estantería de la habitación contigua. El lugar era demasiado grande. Una cama era todo lo que realmente se necesitaba, pero había una televisión, una mesa, un bar y, al otro lado, una puerta que daba a un despacho. Ya había pasado por él, pero el ordenador estaba protegido por una contraseña y sólo había un montón de papeles aburridos en su escritorio. Pero los libros, al parecer, eran importantes para él. Al cruzar el despacho, entré y miré a mí alrededor. La estantería estaba inmaculada, sin una pizca de polvo. Pasé los dedos por los lomos y me di cuenta de que estaban todos en orden alfabético. Sonriendo, empecé a moverlos. Sí, era una idiotez, pero no iba a ser el único que tuviera que aguantar las tonterías. Miré por encima del hombro y Gabriele me observó, divertido. Su teléfono sonó y rebuscó en su bolsillo. —Sí. Sí. Bueno, deberías haberme dicho qué demonios estaba pasando. No te preocupes por cómo he pasado tus guardias, tengo mis maneras. Espera—. Me tendió el teléfono. —Quiere hablar contigo. 83

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Asentí con la cabeza. —Puedes decirle que se vaya a la mierda. —Dice que puedes irte a la mierda. Palabra por palabra—. Gabriele me lo tendió de nuevo. —Dice que si no contestas ahora mismo, va a volver. Le arrebaté el teléfono. —¿Qué? —¿Dónde estás? —Por ahí. ¿Por qué? Amadeo gruñó. —Vuelve a tu habitación. Ahora. —¿O qué? Ni siquiera estás aquí y tu hermano es genial—. Empujé otro libro en su lugar y giré otro al revés para que se pudieran ver las páginas. Abriendo uno, le puse una oreja de perro en un lugar al azar y lo volví a poner en su sitio. —Six, tienes dos minutos para llegar a tu habitación desde donde estés. Si no lo haces, te pondré de nuevo en esa maldita celda. —Ooh, papi está enfadado. —Uno. Dos. Tres... —Mierda—. Mi corazón se aceleró y supe que no estaba bromeando. El tiempo de jugar había terminado. Salí corriendo de su habitación y volví, arrastrando a Gabriele conmigo mientras se reía. Una vez que salimos de la habitación de Amadeo y cerramos todo, me fui corriendo a mi dormitorio. En cuanto estuve dentro, jadeando, dejó de contar. — Espera, ¿puedes verme? —No. ¿Quieres que te vea? —Mierda, no—. Gabriele entró y me sentó en la mesa del balcón. —Toma tus vitaminas y bebe tu agua. Gabriele ya está allí, así que supongo que no pasa nada si te hace compañía, pero mantén las manos quietas. —¿Qué crees que voy a hacer? ¿Pegarle? —Algo así—, gruñó. —Haz lo que se te dice. —Sí, papi—, dije con dulzura. —No te hagas el listillo y no puedes avergonzarme. Así que llámame papi más fuerte.

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Mis mejillas ardían. El tiro me salió por la culata. Lo fulminé con la mirada -aunque no podía verme- y quise decirle que se fuera a la mierda, pero su risita en mi oído me hizo apretar los dientes y callarme. —Ten cuidado, chico. Déjame hablar con Gabriele. Le tendí el teléfono y Gabriele lo agarró. Hablaron durante un minuto, pero lo ignoré. Es un demonio. ¿Había realmente una forma de liberarse de Amadeo? —Vamos—, dijo Gabriele mientras me hacía un gesto con la mano. —Te dejará deambular mientras estés conmigo. ¿Por qué no tomamos algo en el patio trasero? —Siempre que sea algo fuerte—, murmuré, levantándome y haciendo una pequeña mueca de dolor que me recordaba las actividades de la noche anterior. —Muy, muy fuerte.

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—Esto es una mierda. ¿Por qué tengo que ir? Amadeo se acercó a mí y me acercó de un tirón. Me olvidé de cómo respirar cuando lo miré y tragué grueso. Me pasó una mano por la mejilla antes de agarrarme por la nuca y acercarme. —¡Porque no se puede confiar en que estés solo!—, espetó. Era desconcertante estar tan cerca de él cuando estaba enfadado, pero una parte de mí, -la parte loca-, tuvo que evitar reírse. Amadeo se había enfadado cuando descubrió las corbatas, pero le oí gritar desde el fondo del pasillo cuando descubrió los libros con orejas de perro. Todavía me escuece el culo de cuando me arrastró sobre sus rodillas y me azotó hasta que tuve que llamar a rojo. —Siempre podrías dejarme ir a buscar mi propio apartamento de mierda y podría venir a ti cuando quieras hacer cosas. —No.— Me soltó. —Ponte los zapatos y vámonos. Tengo una reunión. —Imbécil—, resoplé mientras me agachaba para agarrar los zapatos y me dio un fuerte golpe en el culo. —¡Oye! —Deja de quejarte—, gruñó. —Te lo has hecho tú mismo. Si no puedo dejarte solo en la casa, vas a estar a mi lado. Refunfuñé en voz baja y me puse los zapatos. Amadeo había decidido que mis habituales pantalones de chándal o vaqueros y camiseta no eran aceptables para el casino. En su lugar, me había comprado una serie de trajes que casi me hicieron desmayar y romper en urticaria cuando vi la etiqueta del precio. También había zapatos nuevos muy caros y una abundancia de corbatas que me negaba a ponerme. —Tienes que ponértela—, dijo Amadeo mientras la arrojaba sobre la cómoda.

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—Escucha—, le espeté. —¡Me voy contigo, pero no me voy a poner esa cosa! Me siento como si volviera a la escuela con esos uniformes estirados y corbatas apretadas. No lo voy a hacer. Amadeo se acercó a mí y yo retrocedí contra la cómoda. Se acercó más a mí y mantuve mis ojos en él, sin querer apartar la vista mientras me miraba fijamente. La tela me rodeó la garganta y Amadeo me apretó la corbata, un grito ahogado salió de mis labios mientras mi mano se disparaba y agarraba su brazo. —Te pondrás la puta corbata o te follaré hasta que tus piernas no funcionen—. Se inclinó hacia delante y sus labios rozaron mi oreja mientras apretaba el material. —Y entonces te obligaré a ponértela de todos modos. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho y todo el valor y la bravuconería desaparecieron. Me soltó el cuello y respiré con dificultad, jadeando mientras intentaba tomar aire. Amadeo me puso la corbata alrededor del cuello y procedió a arreglarla antes de besar mis labios. —Intenta ser un buen chico hoy, ¿eh? Lo seguí fuera de la casa y, aunque no quería ir al casino, me sentí bien al estar fuera de nuevo. Los últimos días había estado encerrado en mi habitación. Por supuesto, estaba el balcón, pero no era como estar en la ciudad. Las vistas, los olores, la gente... Me encantaba todo. Recostado en el coche, miré por la ventanilla mientras Amadeo tecleaba en su teléfono y Ángelo conducía. Me di la vuelta y su intensa mirada se fijó en mí. —¿Qué? —Nada—, dijo brevemente. Hice una mueca. —Raro. —Hoy no estoy de humor, Six. —Tú eres el que me estaba mirando—, murmuré, pero lo dejé solo. Realmente no estaba de humor para tratar conmigo parecía. —De todas formas, ¿qué se te ha metido en el culo? ¿Por qué estás tan nervioso? La cara de Amadeo se puso aún más seria. —No te preocupes por eso. Puedo ocuparme de mis propios asuntos. Puse los ojos en blanco. —Lo que tú digas. La tensión en el coche era tan densa que me ahogaba más que la corbata. Una vez que nos detuvimos, agradecí salir del coche y poner algo de distancia entre Amadeo y yo. Lo seguí hasta el casino, con las manos en 87

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los bolsillos, mientras miraba mis antiguos sitios. Pero todas las caras eran nuevas. Excepto una. —Buenos días, Six—. Darla me sonrió. —¿Café? —Estoy bien—, murmuré mientras entraba en el despacho de Amadeo. —Pero gracias. —Por supuesto, cariño. ¿Y para ti? —Sí—, asintió Amadeo. —Lo de siempre y desayunamos aquí. Hoy hemos llegado un poco tarde. Había acusación en sus ojos y me encogí de hombros como si no tuviera idea de qué me estaba culpando. Negó con la cabeza y un músculo de su mandíbula se tensó. Si sigue apretando tan fuerte, se va a romper un maldito diente. Sería una pena. Sus dientes son perfectos. —Siéntate—, dijo Amadeo mientras se dirigía a su escritorio y se sentaba. Miré alrededor de su oficina. El lugar era enorme. Las sillas estaban delante de su escritorio y había más a lo largo de una pared. Un gran sofá de cuero ocupaba otra pared y había dos puertas. No tenía ni idea de adónde llevaban. —¿Qué se supone que debo hacer?— pregunté mientras me dejaba caer en el sofá. —¿Mirar una pared todo el día? —Podrías haber estado en casa viendo la televisión, pero decidiste joder. ¿Recuerdas? Puse los ojos en blanco. —Esa no es mi casa, es la tuya. Es lo mismo que estar aquí. Todo es una celda de prisión. —Podría volver a presentarte una de verdad si esto es un problema—, dijo, con los ojos planos mientras me miraba fijamente. —¿Es eso lo que necesitas? Cerrando los labios, aparté la mirada de él. Bastardo. Siempre amenazaba con volver a meterme en ese agujero y yo estaba harto. Casi quería decirle que siguiera adelante y lo hiciera. Pero entonces recordé cómo olía, la humedad, el diminuto espacio y fue demasiado. Me quedé mirando la pared. De vez en cuando miraba a Amadeo, pero él estaba metido en su trabajo, fuera cual fuera su trabajo que no implicaba matar gente. Cuando me quedaba mirando demasiado tiempo, él me miraba y yo dejaba de mirarlo. ¿Qué me pasa? 88

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Amadeo terminó su café y yo me levanté del sofá. Recogiendo la taza, señalé con la cabeza hacia la puerta. —Puedo ir a buscar más. Recuerdo dónde está la cocina. Bueno, la principal si tienes otra... Levantó una ceja. —Sí tengo, pero ¿por qué estás tan ansioso por conseguirla para mí? —Me estoy volviendo loco sentado aquí. Al menos déjame pasear—. Cuando frunció el ceño, gemí. —Ángelo puede seguirme. —Bien—, suspiró. —Pero si te alejas de algún sitio, recuerda que tengo cámaras y lo veré. Mi reunión empieza pronto. Quiero que vuelvas antes de que estemos en esa sala de conferencias—, dijo mientras la señalaba. —¿Entendido? —Sí. —No—, dijo brevemente. —Contéstame correctamente. —Mierda, qué pesado eres. Amadeo miró con odio y comenzó a ponerse de pie. —Vamos a intentarlo de nuevo. —No, no, está bien. Sí, papi—. El corazón me dio un vuelco. Me miró y volvió a sentarse, alisando su corbata. —Buen chico. Sigue. Lo odio. Dios, se me metió bajo mi piel como nadie que hubiera conocido antes. Cada vez que lo llamaba papi seguía rascando algún terrible picor en mí y quería ceder una y otra vez. Lo detestaba todo. Cómo me hacía sentir, cómo me hacía pensar en él. Necesito alejarme. —Darla, ¿dónde está la cocina del jefe?— Pregunté. —Oh, ven. Te lo enseñaré—. Ella caminó por el pasillo y agitó una mano. —No puedo creer que hayas vuelto aquí. Amadeo se enfadó cuando robaste el dinero. Supongo que por eso estás trabajando para él ahora. —Algo así—, murmuré. —Bueno, sólo preocúpate de ti mismo. Ya tiene bastantes problemas con los malditos irlandeses entrando en las cosas y haciendo Dios sabe qué—, murmuró mientras ponía un código y empujaba una puerta para dejarme entrar en una lujosa cocina. —El café está ahí. Me acerqué a la cafetera y fruncí el ceño. —¿El irlandés?— le pregunté. 89

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—Estoy diciendo demasiado—. Darla suspiró. —Agacha la cabeza y haz tu trabajo. Dos de azúcar y crema. Mucha crema—, añadió. —El que más le gusta es el de avellana. —Gracias—, le sonreí. —Tal vez no se convierta en un dolor de culo. Se rio. —Lo dudo, cariño. Tengo que volver a mi puesto. Asentí con la cabeza. —Ángelo se queda conmigo. No te preocupes. —De acuerdo. Darla se excusó y yo fui a preparar el café de Amadeo. Estaba a punto de añadirle el azúcar cuando mi teléfono sonó en mi bolsillo. Lo saqué.

Papi: Apúrate. Papi: ¿Por qué tardas tanto? Six: No sabía que tenía un límite de tiempo. Papi: Tienes que apurarte. Six: Sabes que accedí a follar contigo, no a que me mandaras. Papi: Viendo que sólo te he follado una vez diría que estás fracasando estrepitosamente en tu trabajo.

Me quedé mirando la pantalla y apreté los dientes. ¿Qué demonios? Él era el que no había entrado en mi habitación por la noche, intentando subirse a mí durante los últimos tres días. ¿Cómo podía ser esto culpa mía? Me burlé y volví a meter el teléfono en el bolsillo antes de agarrar el azúcar y dejarlo en la mesa. En su lugar, agarré el dispensador de sal y agité y agité antes de revolverlo. Un día encontraré una forma de hacerle daño que no sea una broma infantil. Un maldito día. Hasta entonces, iba a seguir haciéndolo. Me hacía sentir mejor. Una vez que tuve su café, seguí a Ángelo de vuelta a la oficina y entré. Había unos cuantos hombres dentro y pasé por delante de ellos y senté su taza en el escritorio. —Aquí tienes—. Sonreí. —Al menos puedo hacer bien este trabajo. Amadeo tomó la taza y me miró fijamente. Pude ver el fuego en sus ojos y sí, iba a pagar por ello más tarde. Pero esto era ahora. Y me gustaba 90

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vivir el momento. Se llevó la taza a los labios y dio un sorbo antes de escupir el café por todas partes. Apreté los labios y contuve la risa que amenazaba con soltar. Los ojos verdes de Amadeo se dirigieron a los míos y tenían una mirada asesina. Mi polla se crispó Maldita sea. Se levantó y dio la vuelta al escritorio sin decir nada, mientras los ojos de la sala observaban cada uno de sus movimientos. La mano de Amadeo rodeó mi brazo y me arrastró a la sala de conferencias. —Un momento, señores. Necesito la sala de conferencias antes de acomodarnos para nuestra reunión—. Cerró la puerta y siguió tirando de mí hasta que llegamos a la mesa de conferencias de la sala vacía. Amadeo me empujó y caí con un gruñido antes de que su puño estuviera en mi pelo, arrastrándome entre sus piernas una vez que se sentó. —¿Qué estás...? Mis ojos se abrieron de par en par cuando me agarró el pelo con una mano, con puntitos de dolor bailando a lo largo de mi cuero cabelludo mientras liberaba su polla con la otra mano. Amadeo me arrastró hacia delante y empujó mi cara contra la polla mientras gruñía. Asimilé su aroma embriagador, lo duro que estaba mientras el presemen brillaba en la punta de su raja. —Abre la boca. Sacudí la cabeza. —No—. Le miré fijamente. —Papi— añadí rápidamente. —No, papi. El gruñido se volvió largo y profundo y la electricidad recorrió mi columna vertebral. —Si no lo haces, te obligaré a chuparla. Me lamí los labios, mi cuerpo estalló en llamas. —Oblígame—. Los ojos de Amadeo parpadearon y lo observe. La oscuridad teñida de un fuego espectacular. Por mucho que lo odiara, esos ojos eran hipnotizantes. Y diablos, tal vez quería su polla en mi boca, pero no quería admitirlo. Nunca le dejaría pensar que lo deseaba. Su ego ya era enorme, ¿cuánto crecería si supiera mi pequeño y sucio secreto? ¿Que él me ponía la polla dura y se me hacía agua la boca? Me miró fijamente y me sacudió la cabeza con brusquedad. —Abre la puta boca antes de que te haga daño. Lo reté sólo un segundo antes de abrir la boca y que me metiera la polla hasta la garganta. Amadeo apartó la pesada mesa de conferencias mientras se ponía de pie y me agarraba la nuca con ambas manos. Me

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folló la boca con fuerza, y una mordaza salió de mis labios mientras lo miraba fijamente y mis ojos se humedecían por la intrusión. Papi. Había más monstruo que hombre en su cara ahora mismo mientras me tomaba sin descanso. Puede que Amadeo me haya azotado las últimas noches, pero había pasado de puntillas a mi alrededor, intentando hablarme como si quisiera vislumbrar las emociones. No necesitaba sentir, sólo quería al menos disfrutar de la forma en que me follaba. Duro y rápido, sin remordimientos, sin hacer el amor. Amadeo podría tener mi cuerpo. Pero nunca sería dueño de mi corazón. Sus caderas se movieron hacia delante y presioné mis palmas contra sus muslos. Pero no lo aparté. En lugar de eso, le agarré de los muslos y tiré de él hacia delante, con los ojos en blanco mientras me llenaba completamente la garganta. Respira por la nariz, me recordé a mí mismo mientras él aumentaba la velocidad. Cuando abrí los ojos, me miraba fijamente, jadeando y gimiendo como un poseso. Se liberó y yo tosí, la saliva rodó por mi barbilla mientras jadeaba. —Te van a oír—. Le sonreí. —Que lo oigan, carajo—. Me agarró del pelo y me levantó la cabeza. —Entonces sabrán a quién perteneces. Me estremecí. —No te pertenezco, papi—. Lo aparté de un empujón y me limpié la boca con la muñeca antes de retroceder. —No me toques. Sabía que mi burla sólo lo irritaría más. Me echó una mirada antes de que sus ojos se dirigieran a la tienda de campaña de mis pantalones. Me pasé la mano por la polla y él volvió a cerrar el espacio entre nosotros antes de que su polla volviera a estar en mi boca, empujando en mi ya dolorida garganta. Sí, tómame. No aceptes un no por respuesta. Cerrando los ojos gemí, la vibración subió por su polla y lo hizo gemir. Las grandes manos de Amadeo me sujetaron la cabeza con firmeza, sus uñas se clavaron en mi cuero cabelludo mientras me follaba la cara con rudeza. Mi polla palpitaba y la apretaba. —No toques lo que es mío—, gruñó. —Quita tus putas manos de mi polla, chico.

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Mis ojos se abrieron de golpe, y mientras el deseo goteaba de cada palabra que decía, apreté sus muslos con fuerza. Su boca se abrió, y un escalofrío sacudió su musculosa estructura mientras siseaba mi nombre. —Six. Sólo esa palabra y yo quería desesperadamente liberar mi polla y acariciarme hasta tener algún tipo de alivio. ¿Me he perdido esto? No, es imposible. Esto era inevitable, la necesidad de correrse y sentir algún tipo de alivio del estrés. No tenía nada que ver con Amadeo y absolutamente todo que ver con mi necesidad de calmarme. Toc. Toc. —¿Jefe? Todos están aquí. Estamos listos. —¡Mierda!— Amadeo gruñó y casi sonreí por lo animal que parecía. Hasta que sacó su polla de mis labios. Suspirando, empecé a levantarme, pero él me empujó de nuevo a las rodillas. —¿Papi dijo que podías levantarte? Vas a chuparme la polla durante toda la reunión. Mis ojos se abrieron de par en par. —Pero... ¿todos me verán? —¿Y qué, carajo?—, preguntó mientras tiraba de mi cabeza hacia atrás y me gruñía. —Aunque todo el mundo te viera sigues siendo mío. Mi propiedad. Tragué grueso. —Yo no soy tú...— Sus ojos desafiaron los míos y retrocedí. Mierda, no está jugando. —Sí, papi. —Quiero más de eso cuando lleguemos a casa—, dijo antes de apretar un beso áspero y exigente en mi boca. Se apartó y susurró. —Me gusta cuando me dices «no, papi». Es jodidamente caliente. Se me puso la piel de gallina. Sin embargo, sabía exactamente a qué se refería. Era caliente. La forma en que me tomó incluso cuando intenté apartarlo. Amadeo se arregló el pelo, volvió a colocar la mesa en su sitio y se sentó. Se acercó y me agarró la nuca antes de empujarme contra su entrepierna. Lo único que pude hacer fue aspirar su aroma y acariciar la base de su polla y sus pelotas hasta que me soltó. —Ponte a trabajar, chico. —Sí, papi—, jadeé mientras me reajustaba y me llevaba su polla a la boca. —Adelante—, llamó Amadeo. —Vamos a empezar esta reunión. La puerta se abrió y mis ojos se deslizaron hacia el suelo mientras los pares de zapatos se movían en su lugar alrededor de la mesa. Contuve 93

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la respiración, mi pulso se disparó cuando tomaron asiento. Amadeo me agarró un puñado de pelo, me obligó a bajar por su longitud y me atraganté antes de que mi cara se sonrojara. ¡Maldito! ¡Lo está haciendo a propósito! —¿Sr. Bianchi? ¿Pasa algo?—, preguntó un hombre. —Nada importante—, dijo antes de retirar la mano. —Empecemos con los números y podemos seguir a partir de ahí. Darío debería estar aquí en breve y puedo dárselos. —De acuerdo, me parece bien. Se lanzaron a una aburrida charla sobre números, dinero y almacenes. Dudé un momento antes de cerrar los ojos y perderme en la adoración de la polla de Amadeo. Realmente era una obra de arte. Era más gruesa que larga y recordé cómo me ardía el agujero cuando me la metía dentro. Llevé la mano a mi espalda y metí los dedos en mis pantalones. Presionando un dedo contra mi agujero, éste se apretó y exigió que me metiera algo, cualquier cosa. Moví el dedo e intenté liberarme de la polla de Amadeo, pero él no lo permitió. Me empujó de nuevo hacia su longitud y quise gemir de frustración, pero estaba demasiado preocupado por si alguien miraba por debajo de la mesa y me veía. En su lugar, abrí la boca y dejé que la saliva goteara sobre mis dedos. En cuanto estuvieron lo suficientemente mojados, volví a meter el dedo dentro de mí sin dudarlo. Una vez que presioné contra mi próstata, chupé a Amadeo con más fuerza, lamiendo y lamiendo su longitud cada vez que necesitaba liberarme para respirar. Mientras no me detuviera, me dejaba cambiar y descansar, pero maldita sea, parecía que el encuentro se eternizaba. Mi polla estaba tan dura que necesitaba correrme, pero no podía. Me puse a tientas con los pantalones y me saqué la polla de un tirón. Era una mierda tener una mano ocupada porque ya no había nada dentro de mí y ese espacio vacío palpitaba de necesidad. Pero, a pesar de todo, me rodeé el pene con la mano, apreté y me acaricié lo más rápido que pude sin hacer mucho ruido. El peligro de que alguien mirara hacia abajo y viera lo que estaba haciendo me estimulaba. Jadeé suavemente contra la polla de Amadeo y él empujó hacia delante, reclamando mi garganta de nuevo. Pero era como si ni siquiera estuviera sobre la polla del hombre. Hablaba impecablemente, su voz ni siquiera vacilaba. Eso me cabreó muchísimo.

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Redoblé mis esfuerzos, deslizando mi boca por su longitud mientras hundía mis mejillas. Mi mano se movió más rápido, acariciándome hasta el frenesí. —¿Qué pasa con nuestro local… -mierda- ese? —¿Está usted bien, Sr. Bianchi? —Muy bien—, gruñó Amadeo. —Estaba preguntando sobre nuestra ubicación en el este y las operaciones allí. Quería reírme a carcajadas, pero eso detendría el increíble trabajo que estaba haciendo. ¿Amadeo pensaba que era el único que podía imprimirse en el cerebro de alguien y volverlo loco? Le haría igual de difícil olvidarme. Me corrí con fuerza, mi cuerpo se sacudió y tembló mientras derramaba mi semen en el suelo. La cabeza me daba vueltas y quería gemir. Mierda, ¿por qué era tan bueno? Amadeo me apartó un momento después y se subió los pantalones. Charló y estrechó la mano y yo me quedé quieto, demasiado jodido para moverme aunque quisiera. —Darío, hablaré contigo un poco más tarde. —Bien—. El hombre se detuvo. —¿Es su... invitado debajo de la mesa? —Sí. —Gesù Cristo—, gimió. —Puedes irte. Haz que mis hombres vuelvan a entrar. —Lo que usted diga, jefe. La puerta se cerró y Amadeo me sacó de debajo de la mesa. Bajó la mano y volvió a subir con mi semen pegajoso en la punta de los dedos. —¿Papi dijo que podías correrte? Sacudí la cabeza. —No, papi. —Vas a pagar por eso y por hacerme tropezar con mis palabras—. Me dio la vuelta y me golpeó contra la mesa antes de bajarme la ropa de un tirón por las caderas y jadear. Me tocó el agujero. —¿Por qué está mojado? ¿Estabas tocando lo que es mío? Dejé escapar el gemido más vergonzoso, pero no pude responder. Después de correrme, me sentía más dócil que antes y el hombre era malditamente intimidante. Una mano se posó en mi culo desnudo y luego golpeo. 95

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—¡Sí, papi!— Respondí rápidamente. —¿Estabas excitado por mí?—, preguntó. —¿Pensaste en mi polla metida dentro de ti mientras te follabas? Maldita sea, ¿por qué estaba en mi cabeza? Mi lengua salió disparada, recorriendo mis labios. Cuando no respondí inmediatamente, me gané otra fuerte bofetada y me estremecí. —S-sí, papi—, admití, odiándome un poco. —¡No pude evitarlo! —Buen chico—, gruñó contra mi oreja, tirando del lóbulo entre sus dientes. —Por decir la verdad, te daré un regalo. Dejaré que te corras de nuevo mientras mi polla está metida dentro de ti. Gemí. —Papi, por favor. No pobre aguantar más tan pronto. —Acéptalo—, susurró, sus labios dejaron un beso en mi hombro. — Abre las piernas. Lo hice sólo por instinto y él me abrió. Todo mi cuerpo se calentó al saber que estaba examinando mi agujero. Presionó su pulgar contra él antes de escupirlo y casi me desmayé de lo excitado que estaba. Y entonces mi mundo se estrelló y ardió. La puerta se abrió y allí estaba Ángelo con unos cuantos hombres más de Amadeo. Todos se detuvieron en la puerta y me miraron a mí y luego a Amadeo. —No le hagan caso—, dijo Amadeo antes de señalar la puerta con la cabeza. —Ángelo, hay una botella blanca en el cajón derecho de mi escritorio. Tráemela. —Sí, jefe. Quería gritarle al hombre que no lo hiciera, pero no había manera de que me escuchara por encima de Amadeo. El resto de los hombres entraron y la mayoría evitó mi mirada. Pero de vez en cuando uno de ellos me miraba y mi cara ardía más que un fuego de cinco alarmas. Ángelo volvió y le pasó el lubricante a Amadeo mientras yo negaba con la cabeza. Al hombre le importaba un bledo. Me puso un poco en el agujero y gemí cuando hundió su polla dentro de mí, con sus dedos clavados en mis caderas. —Necesito que refuerces la seguridad en nuestro local del este—, le dijo a Ángelo. —Necesitamos más hombres en turnos rotativos. Si se jode un almacén más, voy a enloquecer. —Sí, jefe. 96

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¿Cómo puede mantener una conversación cuando siento que mis rodillas están a punto de ceder? Me aferré a la mesa lo mejor que pude, mi respiración convirtiéndose en desesperados mientras él conducía contra mi próstata con cada golpe. Era como si supiera exactamente cómo encontrar la maldita cosa. —Papi—, gemí. —Espera. —No—, dijo, agarrando mi nuca e inmovilizándome contra el escritorio. —Cállate. Estoy en una reunión. Mierda. ¿Sabe lo caliente que es eso? Me dejé llevar y me entregué al placer que envolvía mi cuerpo y se negaba a soltarlo. Mis ojos se cerraron a medias y me empujé contra él, necesitando más de la polla de papi. —Tú—, gruñó, y mis ojos se abrieron de golpe pensando que me estaba hablando a mí, antes de que me diera cuenta de que uno de los chicos más jóvenes de la mesa parecía un ciervo bajo los focos. —Si miras lo que es mío mucho más tiempo, te sacaré los ojos y los convertiré en gemelos. Desvía tu puta mirada de mi propiedad. Me corrí tan fuerte que vi las estrellas. —Retírense—, dijo Amadeo. —Enviaré más información cuando llegue. Todos salieron y en el momento en que se fueron, desapareció. Me arrojó sobre la mesa como si no pesara nada y volvió a meterme la polla. Mis piernas fueron empujadas contra uno de sus hombros y me folló con fuerza, su cara era una máscara de placer. —Chico malo—, gimió. —¿Otra vez? ¿Qué, te gusta oír que eres de mi propiedad? Sacudí la cabeza. —No, no me gusta. —Sí te gusta—, dijo mientras empujaba con brusquedad y yo gritaba. —Puedes mentirte a ti mismo, pero no puedes mentir a papi. Lo veo en tus ojos. Cede, Six. Lo odiaba. Dios, lo odiaba tanto, pero no podía evitar lo bien que me hacía sentir. Mi espalda se arqueó sobre la mesa y él gruñó mientras empujaba bruscamente hacia delante. Me di cuenta un minuto después de que no llevaba condón y me inundó con su carga. Me mordí la muñeca para no gritar mientras él jadeaba y me miraba. Nos maniobró hasta que pudo tomar mi boca en un beso que hizo temblar la tierra. —Buen chico. Lo has hecho muy bien, tomando la polla de papi. 97

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Lo miré fijamente, sin palabras, mientras mi estómago se agitaba. Un estúpido cumplido y me sentí como si estuviera vivo. Acarició mi mejilla y me estremecí. ¿En qué me estoy convirtiendo?

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Lo vigilé mientras dormía acurrucado en su cama. Sentado en el borde de la misma, me incliné y le aparté el pelo de la cara. Cuando volvimos a casa, había sido insaciable. Six me había tomado la polla muchas veces hasta que fue un desastre de un chico manchado de semen, demasiado agotado para seguir. Sonreí ante el recuerdo antes de que la sonrisa se desvaneciera. ¿Qué significa esto? Últimamente se había comportado de forma tan petulante, pero ahora estaba tranquilo, dócil y dormido. La forma en que me había llamado papi mientras me lo follaba en cada centímetro cuadrado de su cama todavía me hacía gemir interiormente de placer. Sólo quería despertarlo y hacerlo todo de nuevo. Me incliné y le di un beso en la sien. Se revolvió y me retiré lentamente para no despertarlo. Se había desmayado debajo de mí, con mi polla todavía firmemente metida en su culo hasta que tuve que sacarla lentamente y vi cómo mi semen se deslizaba fuera de él. Ahora, estaba firmemente arropado bajo un pesado edredón con una botella de agua, analgésicos y ropa limpia para cuando se despertara. En lugar de dormir, había pasado toda la noche a su lado. Observándolo. Finalmente me levanté y recogí su sudadera de la silla en la que estaba colocada. Me la llevé a mi habitación y la rocié ligeramente con mi colonia. Me la llevé a la nariz y me aseguré de que era lo justo; ni demasiado fuerte ni demasiado débil. Volví a bajar a su habitación y lo coloqué con el resto de su ropa antes de dejar un beso más en su frente y alejarme. El chico me hacía débil, lo sabía. Cuando debería estar centrado en mis problemas, estaba enamorado de él y no sabía por qué. Seguía esperando que las cosas se desmoronaran en cualquier momento y volver a la casilla de salida, perdido y solo. Pero cada día, ahí estaba Six desafiándome, luchando contra mí, cediendo ante mí. 99

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Se me apretó el corazón y me agarré el pecho mientras salía de su habitación. Por favor, no dejes que esto acabe en desastre. No podría soportarlo. No con él. Nunca había rezado, pero quería hacerlo para mantenerlo. No importaba quién me escuchara, con tal de que se diera cuenta de que haría cualquier cosa, quemar el cielo o el infierno por lo que era mío. Volviendo a mi habitación, me duché aunque no quería quitarme el olor de mi chico. Me apresuré a salir, me sequé y me vestí con mi ropa informal; unos vaqueros oscuros y una camiseta abotonada. Me arreglé el pelo, con el teléfono en la cómoda a mi lado para poder vigilar a Six. ¡Crash! Me sobresalté e inmediatamente gruñí. —¿Qué carajo ha sido eso?— Me quedé mirando el teléfono y Six se revolvió, gimiendo antes de volver a dormirse. —Mierda. Agarrando el teléfono, bajé corriendo las escaleras. Doblé la esquina y encontré a uno de mis hombres recogiendo trozos de porcelana. Se detuvo y me miró. —Lo siento, jefe. Estaba trayendo algunas cosas para el chef y golpeé este jarrón. Hay que limpiarlo en... Mi puño chocó con su cara. Se tambaleó hacia atrás, con los ojos muy abiertos antes de que lo golpeara de nuevo. La sangre goteaba de su nariz, pero cuando levantó las manos para defenderse, lo reté a que las mantuviera levantadas con una sola mirada. Otros guardias observaron cómo mi puño se estrellaba contra su mandíbula y él caía al suelo con un grito. Me dolía el puño, pero me importaba un bledo. —Eres un descuidado.—, dije mientras me acercaba a él y trataba de alejarse. Mi mano se enredó en su pelo rubio y le levanté la cabeza de un tirón. —Lárgate de mi casa antes de que te corte el cuello y haga que tus amigos te limpien. Ahora—. Ladré. El hombre se puso en pie y no miró atrás mientras huía de la casa. Lo observé hasta que estuvo en el camino de entrada antes de dirigirme al resto de los hombres. —No hagan ruido. Nadie debe molestar a Six. ¿Me han entendido? —¡Sí, jefe! Miré a cada uno de ellos asegurándome de que entendían la seriedad de lo que estaba diciendo. Saqué mi teléfono y comprobé que mi chico seguía desmayado, tumbado en la cama y roncando. Las comisuras

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de mi boca se levantaron antes de que recuperara la calma que siempre exhibía y guardara el teléfono. —Limpien esto—, dije. —Y no hagan ruido. —¡Sí, jefe! Me di la vuelta y me alejé de ellos. —Idiotas—, dije entre dientes. Cuando estaba a medio camino de las escaleras me di cuenta de que mis pies sangraban. El dolor surgió de la nada y siseé al sentarme en las escaleras y ver la porcelana de mis pies. Agarré un trozo y tiré, obligándome a callar mientras se desprendía de mi carne. —Mierda—, murmuré. —¿Qué estás haciendo? Me giré y miré a Six envuelto en una bata. Su pelo negro estaba por toda la cabeza, esos ojos oscuros todavía sombríos por el sueño. —¿Qué haces levantado?— Pregunté. —Se supone que deberías estar durmiendo. —Tenía que orinar—. Bostezó y se movió a mí alrededor. Intenté esconder mi pie pero él se movió más rápido y me agarró el tobillo. — Mierda, ¿qué has estado haciendo? —Nada—. Le hice un gesto para que se fuera. —Vuelve a la cama—. Agarré otro trozo y lo liberé de un tirón mientras juraba en voz baja. —Eres tan jodidamente estúpido—, resopló. Six se bajó a mi lado y me agarró el pie. Hizo una mueca de dolor. —Esto tiene mala pinta—. Hizo una pausa y agarró mi mano ensangrentada. —Esto también. ¿Qué demonios? —No es nada. —No me digas que no es nada—, espetó. —¿Qué? ¿Crees que soy un idiota?— Levantó una mano. —No respondas a eso. ¿Hay un botiquín de primeros auxilios en tu habitación? Asentí con la cabeza. —Bajo mi lavabo. —Vamos.— Se levantó y me ofreció su mano. Cuando le miré fijamente, chasqueó los dedos. —Vamos ya. —Chico...— Le advertí. —Sí, sí, luego me castigarás. Ya lo he oído todo. Deja que te ayude.

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Me ayudó a ponerme de pie y caminé por los lados de ellos tratando de evitar forzar la porcelana más profundamente. Nos dirigimos a mi habitación y abrí la puerta antes de que me ayudara a subir a la cama. Six me sentó antes de desaparecer en el cuarto de baño y volver con lo que parecía una bolsa de herramientas negra, pero que en realidad era material médico. Lo dejó en la cama antes de agarrar peróxido y verterlo en mi pie. Siseé. —¡Hijo de puta! ¿Qué carajo estás haciendo? —No me grites—, dijo. —Estoy tratando de ayudar a tu estúpido trasero—. Me agarró el tobillo y lo forzó en su lugar antes de verter más peróxido en mi carne y tuve que cerrar los dientes. —Ya casi está. Dame el otro. Saqué el pie y le dio el mismo tratamiento. Cuando terminó y se me pasaron las ganas de maldecirlo, sacó unas pinzas y empezó a sacar trozos de porcelana. Me agarré a la cama con fuerza, mis venas se agolpaban bajo mi piel mientras intentaba mantener un temperamento uniforme. —Pensé que la sangre te molestaba. Six me miró antes de volver a concentrarse en su trabajo. —No me molesta la sangre, nunca me ha molestado. Diablos, he estado en mi parte justa de rasguños—. Se encogió de hombros. —Fue más bien ver cómo dañabas la mano de un hombre inocente lo que me enfureció. —¿Y ahora?— Le insistí. —Viendo mi mano así, ¿qué te parece? La miró. —Oh sí, dame tu mano también—. Echó más agua oxigenada y comprobó mi mano antes de volver a sacar porcelana. —Creo que eres un maldito, pero... es tu problema. No el mío. Lo miré fijamente mientras trabajaba. Six no estaba enloqueciendo por ello. Estaba... aceptándolo casi. Eso tenía que ser una buena señal, ¿no? Tal vez no era el monstruo que creía que era a sus ojos. —¿Cómo sabes hacer todo esto?— Pregunté. Se encogió de hombros. —Tengo un amigo que es boxeador así que he tenido que hacerlo por él antes y...— Se interrumpió antes de aclararse la garganta. —Mi madre siempre estaba con la botella, especialmente al final cuando estábamos perdiendo todo. No sabes cuántas veces se le caía la botella y pisaba los trozos de cristal. Yo era el más joven, pero también el único al que le importaba una mierda. Mientras todos estaban fuera fingiendo que nuestro mundo no se acababa, yo cuidaba de ella lo mejor que podía. Fruncí el ceño. —Lo siento. 102

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Levantó la cabeza. —No he pedido tu compasión—, escupió. —¡No la necesito! —Oye.— Levanté la mano y negué con la cabeza. —Nunca dije que lo hicieras, Six. Cálmate. Se desinfló un poco y volvió a tratar mi pie. —De todos modos, todo es una noticia vieja. Puede que no sean ricos, pero ahora son de clase media y tan presumidos como siempre. —¿Hablas con ellos?— pregunté. Cuando me lanzó una mirada exasperada, me corregí. —Me refiero a antes de que estuvieras conmigo. Torció una mano de un lado a otro. —A veces. Normalmente, si necesitan algo. O puede que llamen para saber como estoy, pero sinceramente... No les importa. Quiero decir, ¿me ves en todas las noticias como una persona desaparecida? Créeme, a nadie le importa una mierda, excepto quizás a Ty. Gruñí. —¿Quién mierda es ese Ty? Es la segunda vez que lo mencionas. —Pues sí, lo echo de menos, imbécil. Es un amigo. ¿No tienes amigos? —Claro que tengo. Mis hermanos y mi hermana pequeña—. Six puso los ojos en blanco. —Esos son hermanos, no amigos. Ty es como mi hermano, así de unidos estamos. Ahora, tiene su propio papi y está viviendo la gran vida—. Hizo una pausa. —Quiero verlo—. Six me miró. —¿Puedo? Tragué grueso. ¿Permitir que salga al mundo exterior? Mis nervios se pusieron de punta al instante. ¿Y si le decía a alguien lo que estaba pasando? ¿Y si se lo llevaban lejos de mí? —No importa—, murmuró. —Puedo ver la respuesta en tu cara—. Sacó un trozo de porcelana de forma agresiva y yo siseé. —Lo siento—, espetó. —Ya he terminado. —Six... —Está bien—. Buscó en la bolsa y sacó una gasa. En silencio, me envolvió los dos pies y luego la mano. Cuando se apartó, le agarré del brazo y lo acerqué. —¿Qué?—, preguntó, con el rostro pasivo, ocultando las emociones que yo sabía que existían bajo esa máscara. —Lo organizaremos, ¿de acuerdo?— Me encontré diciendo, casi desesperado por no perder este lado de él, el dulce que nunca llegué a ver. —Si quieres ver a este amigo tuyo, entonces está bien. Puedes hacerlo. 103

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Six parpadeó, con los ojos muy abiertos antes de fruncir el ceño. — ¿Me estás mintiendo? —No—, dije, negando con la cabeza. —Una visita amistosa no puede perjudicar nada. Siempre que mantengas la boca cerrada sobre nuestro pequeño acuerdo. El chico me echó los brazos al cuello y se inclinó lo suficiente para besarme. Mis ojos se abrieron de par en par antes de envolverlo en mis brazos y devolverle el beso. Six se quedó entre mis brazos durante lo que me pareció una eternidad y aún no era suficiente para cuando se separó. —Gracias—, dijo, con una sonrisa en los labios. —Papi. Mi corazón se agitó en mi pecho y lo arrastré para darle otro largo y profundo beso. Había tantas cosas que había que discutir con mi chico, pero ahora no era el momento. Estaba siendo complaciente, abierto, y quería recompensarlo por ello. Nos di la vuelta y me coloqué a horcajadas sobre él en la cama. —Abre las piernas. Six gimió. —¿De verdad? ¿Otra vez? Hay algo malo en ti. —Mucho—. Sonreí. —Ahora haz lo que te digo. —Sí, papi—, ronroneó. —Lo que tú digas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y le robé otro beso. Six se estaba acercando y no iba a permitir que se alejara de nuevo. Cuanto más se acercaba a mí, más sabía que soltarlo era imposible. Este chico era mío.

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—¿Estás seguro de que esto es lo que querías pedir para desayunar?— preguntó Amadeo mientras se unía a mí en la mesa del comedor. Incliné la cabeza. —¿Qué? ¿No te gusta? —Es... pizza. Sabes que esto es pizza, ¿verdad? Y ni siquiera es una buena pizza italiana, es una mierda americanizada Lo ignore. —¡Que te jodan! No hay nada malo en la buena pizza de los Estados Unidos—. Agarré un trozo y lo mordí. Pepperoni, champiñones, bacon y piña era mi combinación favorita. Devoré un trozo entero antes de coger otro y sólo me detuve cuando me di cuenta de que Amadeo me miraba fijamente, haciendo una mueca. —¿Qué? —Asqueroso—, dijo. Fingí un jadeo. —¿Cómo te atreves? ¿Sabes qué? Ahora tienes que comerlo—. Le empujé la rebanada contra los labios. —Cómetelo. —No, gracias. Me levanté y me acerqué. —¡Cómetelo! —Six—, gruñó. Ignoré al hombre grande y gruñón y le metí a la fuerza la rebanada en la boca, con la salsa y la grasa untadas por toda su inmaculada cara. Se levantó de golpe y yo me eché a reír, lamiéndome el pulgar mientras me alejaba de él. —Espero que disfrutes desayunando con el culo dolorido—, dijo mientras agarraba la servilleta y se limpiaba la boca antes de volver a tirarla a la mesa. Me negué a decirle que todavía tenía salsa en la nariz. — Ven aquí. —¡No!— grité mientras él me perseguía y yo corría por mi vida. Amadeo me agarró y me llevó al sofá de la sala de entretenimiento. En cuanto se cerró la puerta, me bajó los calzoncillos y su mano chocó con 105

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mi culo. Apoyé las palmas de las manos en el suelo y gemí mientras me daba unos fuertes azotes, con su dura polla presionando mi cuerpo. —Realmente te estás descontrolando, Six—, dijo mientras me daba una palmada en el culo, y el dolor irradiaba sobre mi piel. —¿Me entiendes? Asentí con la cabeza. —¡Si! Sí, papi—, jadeé, golpeando mi dura polla contra sus muslos mientras me aferraba a él. —Lo siento, papi. Seré bueno para ti. Gruñó y supe que era un sonido de aprobación más que su gruñido de desaprobación. A Amadeo le encantaba que lo llamara papi y cediera ante él. Normalmente, sólo podía sacarme eso cuando me follaba, pero me encantaba jugar con él a veces, diciéndolo sólo para fastidiarlo. Y me gustaba. Me gusta llamarlo papi. Dejé de lado ese pensamiento. Era toda una lata de gusanos esperando a ser abierta que no tenía tiempo de afrontar ahora. En cambio, cerré los ojos y me apreté contra sus manos firmes y callosas. Cada golpe liberaba una parte de mi mente reprimida hasta que me sentí libre. Amadeo me atrajo hacia un beso. —Cálmate cuando estemos comiendo—, dijo con severidad. —Sí, papi—. Agite las pestañas. —¿Me das un regalo si lo hago? —¿Qué?— Suspiró. —Un teléfono que pueda marcar más que a ti y Ángelo—. Se apartó y yo entré en pánico, agarrando sus manos y sosteniéndolas en las mías. —Por favor, por favor déjame tener esto. Los dos sabemos que no voy a ir a ninguna parte hasta que este contrato termine. Amadeo frunció el ceño y buscó en mi cara. —Mierda—, maldijo y se levantó. —¿Es por esto que has estado actuando tan bien últimamente? Sacudí la cabeza. —¿He estado actuando bien? Pensando en ello, podía ver lo que quería decir, pero no lo había planeado. En serio, era agotador pelear con alguien todo el día, todos los días, y esos pequeños momentos de paz calmaban mi mente. Sobre todo porque empezaba a ver que en Amadeo había algo más que el monstruo, aunque fuera difícil de ver. —Ama—, dije. Me fulminó con la mirada. 106

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—Papi, por favor—, le supliqué. —¡He estado encerrado aquí durante lo que parece una eternidad! Sólo quiero hablar y ver a mis amigos mientras te devuelvo el dinero. Eso es todo. Los dos sabemos que si corriera me encontrarías sin siquiera intentarlo. ¿Verdad? Asintió lentamente. —Sí. —Entonces eso es todo lo que pido, ver a mis amigos. —Ya veremos. Amadeo se alejó furioso de mí y yo suspiré. Seguía sin creerme, pero en serio, ¿a dónde carajo podía ir? Ya había intentado trazar mi huida mil veces y me quedé corto. Sinceramente, era mejor ceder y pagar mi tiempo, y entonces sería libre. Pero quería al menos la apariencia de mi vida pasada. —¡Six, ven a comer! Me levanté y me arreglé la ropa. Mirando la puerta, me giré y miré por la ventana. Estaba justo ahí; probablemente podría desaparecer sin que nadie me viera. Pero se me revolvió el estómago y me volví hacia la puerta, atravesándola para poder terminar mi desayuno con el culo dolorido y la mente llena de preguntas sin respuesta.

—El Sr. Bianchi me ha pedido que te lleve a cenar. Levanté la vista de la cama en la que estaba tumbado y lancé una ceja a Ángelo. —¿No es la cena justo abajo? El hombre se rio. —Esta noche no. Al parecer, hay reservas y se supone que debo llevarte a ella—. Sacó su teléfono. —El jefe quiere que te vistas bien. —¿Te metería en problemas si me presentara en sudaderas y un jersey? Ángelo hizo una mueca. —Probablemente. —Mierda—, gemí. —Bien, me pondré algo bonito. —Gracias. 107

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Miré su mano y asentí. —¿Cómo se siente? Ángelo la flexionó un poco. —No fue tan malo. Está bien, sólo un poco dolorida. Todavía puedo conducir y disparar, así que no hay problema. Asentí con la cabeza. —Todavía me siento mal por esa mierda. —No lo hagas—, dijo. —Sólo vístete. Le saludé. —¡Sí, señor! Ángelo se estremeció. —Mierda chico, que no te oiga bromear así. Pensará que nos pasa algo. Prepárate. —Lo siento—, dije rápidamente y salí de la cama. —Bajaré en treinta minutos. ¿Está bien? —Sí, pero no mucho más que eso. —De acuerdo. Lo miré marcharse antes de pegar el talón de mi mano contra mi cabeza. Tengo que tener cuidado. A veces Amadeo me parecía tan normal que olvidaba que era un psicópata, pero Ángelo tenía razón, el hombre seguro que le daría una patada en el culo o lo mataría si pensara por un segundo que éramos cercanos. Relajándome, me concentré en la tarea que tenía por delante. Me duché rápidamente, agarré una cuchilla y empecé a afeitarme. Mientras me miraba en el espejo, con la mano en la encimera, recordé vívidamente la forma en que me afeitó con una navaja de afeitar y me lamía la sangre. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y rápidamente volví a concentrarme y me afeité la cara antes de entrar en mi habitación. No es el momento de pensar en ese tipo de cosas. Mantén la calma. Me dirigí al armario y rebusqué entre la ropa hasta que me decidí por algo que, con suerte, no fuera demasiado formal. Pantalones negros, una camisa gris abotonada, una corbata gris y un chaleco negro encima. Lo completé con los mocasines caros que me había traído y me miré en el espejo. Demonios, casi no me reconocí. Giré la cabeza hacia un lado y otro comprobando mi aspecto. Me metí en el cuarto de baño, agarre un poco de producto para el pelo y me peiné hasta que se me ordenaron los mechones negros y me sentí como un hombre nuevo. Al comprobar mi aspecto, sonreí hasta que se me borró la sonrisa. ¿Qué demonios me está haciendo?

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Estaba más seguro de mí mismo que nunca, ¡pero mírame! Nada de rebeldía, nada de lucha. Me había vestido pensando en él para asegurarme de que era un conjunto que apreciaría y me preocupaba que no le gustara incluso ahora. Amadeo me estaba cambiando y era aterrador. —¿Six?— Ángelo llamó a la puerta. —¿Estás listo? —Sí, ¡mierda, lo siento!— Dije echando un último vistazo al espejo de pie y sacudiendo la cabeza. Crucé el espacio hasta la puerta y la abrí de un tirón. —Lo siento, estoy listo. Ángelo me miró de arriba abajo. —Tienes buen aspecto. Lo aprobará. Esa afirmación me quitó un peso de encima. Asintiendo con la cabeza, lo seguí hasta el coche y me metí dentro. Mientras nos alejábamos de los árboles, de los suburbios, de la tranquila falta de vida, ahora estaba demasiado emocionado por estar en la ciudad y no encerrado en mi habitación. Llegamos a un pequeño restaurante y me sorprendió que no fuera algo más llamativo. Ángelo me abrió la puerta y salí antes de que me acompañaran al interior. Sonaba una suave música de piano y miré a mi alrededor, quedándome helado cuando mis ojos se posaron en Amadeo. Levantó la vista del menú y sus ojos se fijaron en mí. En ese momento, olvidé cómo respirar. A pesar de todo lo que era, el hombre era impresionante. Lo miré fijamente y la comisura de sus labios se torció en una sonrisa antes de que asintiera y me acercara a él como un poseso 5, ignorando por completo a la anfitriona hasta que se puso de pie y me atrajo hacia sus brazos. —Vaya—, dijo mientras me miraba. —Estás increíble. El nudo que tenía en el estómago desde que salimos de casa se aligeró. —Sí, ¿tú crees, papi?— le pregunté. Se rio. —Lo creo—. Extendió la mano y me acarició la mejilla. — Muy bien. El halago se disparó directamente a mi polla y mi corazón dio un vuelco. Amadeo me acercó una silla. Normalmente, habría discutido con él que era perfectamente capaz de hacerlo yo mismo, pero reprimí el impulso y me hundí en la silla.

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Que está poseído por un espíritu, especialmente por un espíritu maligno o demoníaco.

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Mientras él volvía a la suya, miré alrededor de la sala. El restaurante estaba casi vacío y nosotros estábamos solos en un rincón. Mientras que el exterior había sido un hermoso ladrillo rojo, el interior era blanco, con una bonita lámpara de araña en el centro de la sala y una iluminación suave. Una vela parpadeaba en el centro de nuestra mesa y me sentí como si me hubieran llevado a la mejor cita de mi vida. —¿Qué es este lugar?— pregunté. —Uno de mis restaurantes favoritos—, dijo Amadeo mientras me miraba. —Es un pequeño lugar italiano familiar. Lo sé, probablemente te estés hartando de la comida italiana cuando es lo único que pido a la hora de cenar... Sacudí la cabeza. —No, me gusta este lugar. Creo que es bonito. Amadeo se iluminó de una manera que nunca había visto antes. — ¿Sí? —Sí—, sonreí. —¿Quién iba a saber que te importaban las tiendas familiares? Se detuvo con el vaso a medio camino de los labios. —Me importan un montón de cosas—. Frunció el ceño. —¿Qué? ¿Sólo porque hago lo que hago no me pueden importar las cosas? Al instante, me sentí como una mierda. —No me refería a eso—, dije antes de tragarme mi orgullo. —Lo siento. Amadeo agitó una mano. —No pasa nada. No es tu culpa—, suspiró. —Es que estoy de los nervios. —¿Los irlandeses?— pregunté. —Bienvenidos a L'ultima Cena—. Una mujer se acercó y nos sonrió. —¿Qué puedo ofrecerles para empezar esta noche? Agarre mi menú y me quedé mirando. Al principio, estaba seguro de que me estaba dando un ataque antes de darme cuenta de que estaba completamente en italiano. Volví a dejar el menú en el suelo y miré fijamente a Amadeo en busca de ayuda. —Inizieremo con l'antipasto misto del leccio seguito dalle tagliatelle ai funghi porcini6. Para el segundo vitella al forno y tiramisù7 de postre—. La mujer asintió. —Suena muy bien. Marcha enseguida ¿Algún pedido de bebida?

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Comenzaremos con el antipasto mixto del leccio seguido de tagliatelle con hongos porcini. ternera asada y tiramisú 110

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—Vino—, dijo Amadeo. —Para los dos y que siga viniendo. —Sí, Sr. Bianchi. Me quedé boquiabierto y Amadeo me miró: —Eso ha sido sexy—, solté. —Sabía que eras italiano, pero eso ha sido muy excitante. ¿Qué has pedido? ¿Está bueno? Quiero volver a oírte hablar en italiano. Amadeo se echó a reír. —Cálmate, ragazzo8. Lo intenté, pero no podía dejar de pensar en lo calientes que sonaban las palabras de sus labios. —¿Qué has pedido? Se rio. —El aperitivo es un surtido de embutidos, pan y quesos. Seguido de tagliatelle con salsa de hongos porcini, ternera asada y de postre tiramisú. ¿Te parece bien? Mi boca salivaba por razones completamente diferentes, pero asentí. —Suena muy bien. Amadeo me sonrió y me olvidé de cómo respirar. Volvió toda su atención hacia mí e inclinó la cabeza. Observé la forma en que se movían sus ojos, su mandíbula se tensaba y sus dedos se entrelazaban. —¿Cómo sabes lo de los irlandeses? Abrí la boca para decir la verdad, pero la cerré de nuevo. Darla podría meterse en problemas si decía algo. En su lugar, me encogí de hombros. —Sólo lo he oído por ahí. —Hmm—, dijo mirándome antes de echar un vistazo a su alrededor e inclinarse hacia delante. —Sí, eso es parte de mi estrés ahora mismo. Las cosas siguen apareciendo... desordenadas o desaparecidas. Últimamente estoy haciendo mucha limpieza y es agotador. Fruncí el ceño. —¿Qué se puede hacer? —Tendré una charla con Conor. —¿Conor? —Sí—. Amadeo recogió su copa después de que le sirvieran el vino y la camarera desapareciera de nuevo. —Es el jefe de los Kelleys. Solíamos tener algo de relación. Lo miré fijamente. —¿Relación? 8

Chico.

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—Sí—, dijo. —¿Qué tipo de relación?— Insistí. —¿Importa? Algo en mí se agitó y agarré mi copa. El vino no solía ser lo mío, pero me bebí un poco de tinto e ignoré la acidez que me hacía temblar la mandíbula. —No. Amadeo sonrió. —¿Estás celoso? —¡No!— solté un chasquido y lo retuve antes de resoplar. — Realmente sabes cómo irritarme. —A estas alturas, lo considero un talento—, dijo con una sonrisa mientras bebía más vino y rellenaba nuestras copas. —Pero Conor y yo nunca fuimos así. Rivales, amigos del colegio, cómplices. Hemos ostentado todos esos títulos, pero nunca hemos tenido una relación romántica. El alivio me llenó y suspiré. —Ah, bueno. —¿Estabas celoso?—, preguntó, pinchándome. —Te dije que no—, gruñí. —Cálmate—. Tomé el pan y el queso una vez que me lo entregaron y comí un poco, disfrutando de la dulzura del pan y la acidez del queso. —Si son amigos, ¿por qué se ataca? Amadeo frunció el ceño. —Es complicado. —Entonces explícamelo. Me miró antes de suspirar. —Antes éramos amigos, pero ya no. Nuestras vidas no lo permiten—, dijo encogiéndose de hombros. —Y siempre hemos jugado a estos juegos entre nosotros. Él me roba las armas, yo le robo las chicas 9. Él mejora sus drogas, yo acaparo el mercado de la seguridad. De un lado a otro. Es como un baile. —No es uno bueno si estás estresado por ello ahora. El ceño de Amadeo se frunció. —Últimamente va más allá del buen baile. Estoy perdiendo beneficios, perdiendo hombres y perdiendo el control de la maldita realidad—, murmuró, pasándose la mano por la cara antes de mirarme. —Mierda. ¿Cómo consigues que diga tantas cosas?

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Se refiere a prostitutas.

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Recogí mi vaso. —No soy una amenaza, por eso. Todo esto me supera, pero... puedo escucharte mientras hablas de ello. Eso es todo. Apenas aprobé la secundaria por lo poco que fui. Créeme, no me voy a meter en tus asuntos. —La escuela significa una mierda cuando se trata de inteligencia—, señaló Amadeo. —Y ya tengo el presentimiento de que alguien está alimentando información al exterior. Me burlé. —¿Me estás acusando? —No—, dijo antes de volverse severo. —No, Six. Has estado conmigo y vigilado de cerca. Además, esto empezó a suceder antes de que desaparecieras. No te estoy acusando de esto. Mis hombros se relajaron un poco. —Ok, bien—. Suspiré. —Debe ser estresante. Esta vida. —Lo es—, dijo en voz baja antes de reírse amargamente. — Estresante y solitaria. Fruncí el ceño. —Lo siento. Amadeo negó con la cabeza pero sonrió. —Me dices esas palabras muy pocas veces. «Lo siento». ¿De verdad? Bueno, normalmente pensaba que Amadeo era un maldito, pero mientras estábamos sentados hablando, empezaba a ver que no era tan malo. Sí, seguía siendo un secuestrador, un monstruo, pero estaba bajo una gran tensión. —¿Qué pasa con tu familia?— Solté. —¿No pueden ayudar? Amadeo se sentó un poco más erguido, con la cabeza levantada y los ojos verdes encendidos. —Soy el mayor de mi familia. Es mi responsabilidad mantenerlos a salvo. No al revés. No sé qué me poseyó, pero extendí la mano y la puse sobre la suya. Dando un apretón, levanté la vista hacia él y Amadeo me sostuvo la mirada. Mi corazón se apretó y pude ver al hombre que había debajo del monstruo. Todo el dolor, la incertidumbre y el estrés estaban a flor de piel. No me extraña que sea tan imbécil. —Háblame de tu familia—, dije, dejando de lado el resto de la conversación por ahora. —Quiero que me hables de ellos. Amadeo sonrió. —Son todos unos idiotas. —Parece que es cosa de familia—, murmuré. 113

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—¿Estás preparado para comerte esas palabras cuando lleguemos a casa?—, preguntó. Me lamí los labios. —Por supuesto, papi.

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—Sí, estoy bien—. Sonreí mientras hablaba con Ty y Amadeo rondaba cerca. —No, no hace falta que envíes al FBI por mí—. Me reí nerviosamente. —¿Estás seguro? ¿Por qué dejaste de responder a mis llamadas durante tanto tiempo?— preguntó Ty. —Quiero decir, ¿qué carajo? Creía que tu culo se había muerto. —Lenguaje, Ty—, gruñó Clay en el fondo. —Lo siento, papi—. Suspiró y volvió a hablarme. —Me alegro de que estés bien. ¿Cuándo podemos reunirnos? Gemí. —Espera, déjame ver qué tengo que hacer—. Puse el teléfono en silencio y lo sostuve contra mi pecho. —Ty quiere salir. ¿Cuándo podemos reunirnos? Los ojos de Amadeo buscaron mi cara antes de decir: —Este fin de semana. Quizá el sábado. Asintiendo, quité el silencio al teléfono. —¿El sábado? —Sí, podría el sábado. ¿Quieres venir? No me pareció una buena idea. A Amadeo ya le costaba bastante dejar que me reuniera con él; si le decía que iba a casa de un tipo, probablemente se pondría furioso. —¿Qué tal si comemos en la ciudad? Ya debes estar cansado de la vida en el campo. Ty se rio. —Se diría que sí, pero no lo estoy. Sin embargo, almorzar en la ciudad suena bien. Seguro que Clay querrá venir. —Espera—. Volví a pulsar el botón de silencio. —Su novio también quiere venir. —En absoluto—, espetó Amadeo. —¿Sólo necesitas rodearte de hombres? 115

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Gruñí. —No lo hagas sonar como si fuera una puta. Amadeo frunció el ceño, pero hizo un gesto con la mano. —No digo eso, pero la respuesta sigue siendo no. —Ama.... —No me llames así. Gemí. —¿Papi, por favor?— Sabía que le gustaba que me ablandara por él. —¿Sólo esta vez? —La respuesta es no. Si sigues pidiéndolo, agarré el teléfono y no irás a ninguna parte—, gruñó. —Bien—, resoplé. Estaba sentado en el suelo frente a él mientras él estaba en el sofá. Se inclinó, me agarró del hombro y apretó con fuerza. —Pierde esa actitud—. —Sí, papi—, murmuré. Cuando me soltó, incliné la cabeza hacia atrás y lo miré. —Voy a ver si podemos estar los dos solos. —Bien. Apreté el botón de silencio. —Lo siento. —¿Por qué sigues desapareciendo? ¿Qué pasa? —Nada, nada—, dije rápidamente. —¿Podemos estar los dos solos este sábado? Quiero ponerme al día contigo a solas. —De acuerdo, estoy seguro de que a Clay no le importará. Mándame una dirección cuando elijas un sitio y nos vamos. —Suena genial. Adiós, Ty. —Hasta luego. Colgué y puse el teléfono junto a mi pierna. Amadeo me tocó el hombro y el movimiento se hizo más persistente mientras yo lo ignoraba. Agarré el teléfono y lo empujé hacia él. —Maldita sea, preso de mierda—, murmuré. —Sigue así—, dijo Amadeo. —No tengo ningún problema en pasar de mi mano a una paleta en tu culo. Tragué con fuerza. —Lo siento, papi. —Buen chico—. Jugó con mi pelo. —¿Por qué no subes y te preparas? 116

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—De acuerdo. Me puse en pie de un salto y subí corriendo las escaleras. Íbamos a ir a un combate clandestino y estaba emocionado. Tal vez Calix esté allí. Puede que no sea su combate, pero a veces acechaba y observaba a los otros luchadores, estudiándolos. Era un buen amigo y hacía tiempo que no lo veía. Pero no le había dicho a Amadeo que podía conocer a alguien. ¿De qué servía que me encerrara en la casa si Calix ni siquiera estaba allí? Podía estar locamente celoso por alguna razón y yo quería poder salir. Si veía a Calix, podría lidiar con él más tarde. Amadeo no me había exigido que me pusiera una corbata, así que me puse una camisa azul abotonada, unos vaqueros y unas zapatillas. Tomé una chaqueta por si acaso tenía frío y me congelaba. Lentamente, me la llevé a la nariz y respiré. Una vez más, olía a Amadeo. Toda mi ropa lo hacía. ¿Qué hacía él? ¿Revolcarse en ellas todas las noches mientras duermo? Iba a tener que preguntárselo la próxima vez que me acordara. Amadeo me llamó y me arreglé el pelo antes de salir de mi habitación. Estaba en el vestíbulo, con una camiseta negra abotonada pegada al pecho, con las mangas remangadas como a mí me gustaba, y con unos vaqueros negros y unos mocasines. Lo contemplé de pies a cabeza y aspiré una bocanada de aire. —Maldita sea. Amadeo sonrió. —¿Te gusta lo que ves? Tragué con fuerza. —No. Me tiró hacia delante por la camisa y me besó tan fuerte que mis piernas se doblaron. Amadeo se aferró a mí, me empujó contra la pared y sujetó mi cuerpo allí mientras su lengua se deslizaba en mi boca. Su mano se introdujo bajo mi camisa y raspó sus uñas sobre mi carne sensible. Gemí, mi polla se endureció mientras jadeaba contra mi boca y me miraba. —Entra en el puto coche antes de que no vayamos a ninguna parte. —Sí, papi. Me moví con rapidez antes de que él fuera fiel a su palabra y me obligara a quedarme en la cama de nuevo. Lo haría en un santiamén y yo necesitaba salir de casa y hacer algo divertido. Cualquier cosa. Los pasos 117

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de Amadeo cayeron justo detrás de mí y bajé las escaleras más rápido hasta llegar a la puerta principal. Me corrió a un lado y me abrió. Lo miré fijamente. —No tienes que... —Mueve el culo. Me reí y seguí caminando. Si Amadeo quería abrirme la puerta, ¿quién era yo para impedírselo? Hizo lo mismo cuando llegamos al coche. Ángelo ya estaba esperando y junto a él estaba el hombre al que Amadeo había dado un claro puñetazo. —¿Qué tan lejos está?— le pregunté a Amadeo. —No está lejos en absoluto—, dijo mientras me daba unas palmaditas en la pierna. —Cálmate. —Eso es imposible—, murmuré. —Estoy muy dispuesto a hacer algo divertido. —¿Estás diciendo que no soy divertido?— preguntó Amadeo, levantando la ceja. Puse los ojos en blanco. —Lo único que hacemos es pelear y follar—, solté. —Que sí puede ser divertido, pero no tanto como salir a veces. Amadeo asintió. —Lo recordaré—, dijo mientras miraba por la ventana. Me incliné hacia él y observe su rostro. —¿Estás molesto? Se volvió hacia mí, con el rostro confuso. —No, en absoluto. ¿Te preocupa que esté molesto? No tenía respuesta para eso. Encogiéndome de hombros, me volví rápidamente hacia la ventana y sentí que todo mi cuerpo se calentaba. Cuando miré hacia atrás, Amadeo estaba sonriendo para sí mismo y mi corazón dio un vuelco. Me vuelve loco.

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No tuvimos que abrirnos paso entre la multitud de gente, como hicieron otros. En cambio, nos recibieron en la puerta y nos llevaron personalmente a los asientos de primera fila junto al ring. El hombre que nos condujo hasta allí estrechó la mano de Amadeo y habló rápidamente antes de alejarse. —¿Crees que podría lamerte los pies si estuviera más nervioso?—. Pregunté. Amadeo se echó a reír. —¿Tienes algún problema con eso?. Sacudí la cabeza. —No. Es una locura verlos reaccionar así. —Tú también lo harías si tuvieras algo de sentido común, muchacho. Pero no lo tienes. Me encogí de hombros. —Mi madre solía decir que me habían dejado caer de cabeza cuando era un bebé. Repetidamente. —Probablemente sea cierto. Le di un golpe en el brazo. —Cuidado o no te chuparé la polla esta noche. —¿Como si tuvieras opción?— Se inclinó y me susurró al oído. — Ambos sabemos que si no lo haces, te obligaré a arrodillarte y a chuparla. Santo cielo. Me callé al instante, limitándome a asentir mientras él se enderezaba con una sonrisa de satisfacción en los labios. No pude ni siquiera decir nada ni defenderme de él, porque tenía razón. Si realmente me quería esta noche, me llevaría y yo disfrutaría cada minuto. Mirando hacia el ring, me obligué a prestar atención a cualquier cosa que no fuera Amadeo. Me puso una mano en la pierna y me puse rígido bajo su agarre. Cuando miré hacia él, tenía la mirada fija. No caigas en la trampa. Este hombre podría matarme cuando quisiera. Podría, pero no podía ignorar la vocecita en mi cabeza que me decía que estaba a salvo con él. Si Amadeo quisiera matarme ahora, lo habría hecho. —¿Six? Six—. Aparté mi mirada de Amadeo y me encontré con la cara sonriente de Calix mirándome desde el otro lado del ring. Se levantó y empezó a dirigirse hacia mí. El agarre de Amadeo se hizo más fuerte. —¿Quién carajo es ese? —Es mi amigo, Calix. Es un luchador... ¡Ay!

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—¿Sabías que estaría aquí?— Los ojos verdes de Amadeo parecían tan fríos cuando los dirigió hacia mí. —¿Qué? ¿Esperabas que estuviera aquí? ¿Es por eso que estabas tan emocionado de venir? Me retorcí en mi asiento, sintiendo que había hecho algo malo. Normalmente, le habría dicho a Amadeo que se fuera a la mierda, pero la mirada de sus ojos me hizo cerrar la boca. Cuando apretó más fuerte, solté un gruñido y me estremecí antes de que Calix se pusiera delante de nosotros. —¡Eh, Six! Hace meses que no te veo. ¿Dónde has estado? —Por ahí—, dije, dándole una sonrisa tensa. —¿Vas a luchar esta noche? Asintió con la cabeza. —Sí. Acabo de llegar. Todavía tengo que prepararme, pero estaré en el centro del escenario en un rato—. Su largo cabello aún estaba suelto, rozando un hombro. Pero mientras hablaba, se quitó una coleta de la muñeca y se arregló el pelo en un moño. —¿Quién es este tipo? Amadeo me agarró con tanta fuerza que supe que tendría moretones que formarían la punta de sus dedos. Lo miré y su cara estaba inexpresiva, con la boca en una línea recta mientras miraba fijamente a Calix. —Este es mi...— No sabía qué decir. ¿Qué era Amadeo para mí? —Soy su novio—, dijo Amadeo. —Amadeo Bianchi. Los ojos de Calix se abrieron de par en par y miró de Amadeo a mí. —No, ¿mierda? Eso es nuevo—. La preocupación frunció sus cejas. —Eh, será mejor que me prepare para la pelea. Todavía tienes el mismo número. —No, ya no. Dame tu número y te enviaré un mensaje. —Sí—. Calix rebuscó en su bolsillo y sacó un bolígrafo. Me agarró la muñeca y estaba a punto de escribir su número cuando Amadeo le agarró la mano y apretó. —¿Qué mierda? —Atrás—, gruñó Amadeo. —Si tienes algo que decirle puede pasar por mí. Pero por ahora, está ocupado. Ve a luchar antes de que te rompa la mano y te asegure que no podrás. —¡Amadeo! —He dicho lo que he dicho—, me gruñó antes de apartar a Calix de un empujón. —Vete de aquí.

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—Lo siento—, le murmuré a Calix. Calix se burló y giró sobre sus talones. —Imbécil—, murmuró en voz baja antes de estrellarse contra el pecho de Gabriele. —¿Quieres correrte? —No quiero—, dijo Gabriele levantando una ceja, con las manos en los brazos de Calix para estabilizarlo. —Quizá deberías prestar atención a dónde vas. Mi amigo se burló y pasó por delante de Gabriele. Me hundí en la silla y me pasé una mano por la cara. Aquello era muy vergonzoso. —No tenías que hacer todo eso—, murmuré. —Calix es mi amigo. —Me importa un carajo. Nadie tiene permiso para tocarte. Nunca—. Me agarró del brazo y tiró de mí hacia él. —¿Me entiendes? Lo fulminé con la mirada. —Te comportas como un idiota. —¿Y? ¿Y qué si lo hago? ¿Olvidaste que aún me debes?— Me agarró el interior del muslo y presionó un nervio que hizo que la electricidad subiera por mi polla y mis pelotas. —Tu cuerpo es mío. Todo lo que eres es mío. Y no te compartiré con una sola alma. —Ni siquiera he hecho nada—, dije, con la voz más suave de lo que quería. —Le sonreíste—. Me levantó la barbilla. —Eso también me pertenece. Me zafé de su agarre. —Suéltame—. Me levanté de mi asiento. — Necesito un poco de aire. —No vas a ninguna parte sin mí. —¿Es ilegal orinar ahora?— siseé. Amadeo se levantó y chasqueó los dedos. —Ángelo, Luka, ustedes dos vayan con él. —Sí, jefe. Lo miré fijamente y me burlé. Girando sobre mis talones, me alejé antes de decir algo que me devolviera a mi celda personal. Encontré el baño y cerré la puerta con fuerza. Agarrando el lavabo, miré mi reflejo y contemplé qué demonios estaba haciendo. Amadeo me demostró una y otra vez que era el monstruo que yo creía que era y que yo no era más que su puta personal. Esa sensación volvió a aparecer, la desesperación de saber que no significaba nada para él me cerró la garganta. No importa. Él tampoco 121

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significa nada para mí. Me eché agua en la cara y miré a mi alrededor. Había una ventana a la que podía llegar si me paraba sobre el cubo de basura metálico. Sería fácil escapar. Me perseguiría. Mi corazón se aceleró al pensarlo. No, no podía hacer eso. Pero podría deshacerme de mis guardias y pasar unos minutos a solas. Tal vez incluso podría encontrar a Calix y explicarle lo que estaba pasando. Abrí el agua y empujé la lata antes de subirme encima. Empujando la ventanilla hacia fuera, había espacio suficiente para colarme. Me levanté y me deslicé, cayendo al suelo antes de gemir. —Maldita sea—. Me quité el polvo y miré a mí alrededor. Al no ver a nadie, rodeé el edificio y volví a entrar, mostrando el sello que se había estampado en mi piel al entrar. —¿Dónde están los luchadores? Conozco a Calix. —Gira a la izquierda y baja por un pasillo. Hay unas cuantas habitaciones a la derecha. Aunque no sé si podrá entrar. Si su entrenador dice que no, es un no. —Entendido. Gracias. Entré en el edificio y giré por el pasillo. Amadeo se iba a cabrear cuando no volviera enseguida, pero no pensaba pasar toda la noche. La pelea iba a empezar pronto y yo volvería a mi sitio. —Amadeo no sabe qué carajo está pasando. Se está persiguiendo la cola y llevamos semanas dándole pistas sin salida. Estamos así de cerca de enterrar a ese estúpido. Fruncí el ceño. Aquello sonaba a Luka, el tipo al que Amadeo había trincado hace unos días. Me apreté contra la pared y me acerqué a la voz. Cuando me asomé, vi a Luka al teléfono. Se movía de un lado a otro. —No podemos hacer ninguna tontería, pero está distraído. Si nos movemos pronto, no sabrá qué lo ha golpeado. Está demasiado metido en ese coño de chico que tiene escondido en su casa—. Se pellizcó el puente de la nariz. —Veré lo que puedo hacer sobre el próximo lugar de golpeo. No somos suficientes para ir de frente, así que tenemos que hacerlo en silencio. Mierda, será mejor que vuelva. Se supone que debo vigilar a la pequeña perra de la casa. Giré sobre mis talones y regresé por donde había venido, tratando de no correr y llamar la atención. El baño estaba a la vista y fui a toda máquina hasta que choqué con alguien. Cuando levanté la vista, Ángelo me estaba mirando fijamente, con sus manos en mis brazos. 122

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Sus ojos se abrieron de par en par. —Se supone que estás en el baño. —Yo... —¿Sabes qué?— Levantó una mano. —No quiero saberlo. Estás aquí, estás en una pieza, estoy llamando a eso una victoria. Muévete. Vuelve con Amadeo antes de que te delate y te patee el culo. Exhalé un suspiro. —Gracias—, murmuré. Ángelo asintió una vez y miró a su alrededor. Cuando me devolvió la mirada, inclinó la cabeza en dirección a los asientos y le seguí hasta Amadeo. En cuanto me senté, el hombre se me echó encima. —¿Por qué has tardado tanto? —Tuve que tomarme un minuto—. Lo miré, frunciendo el ceño. —¿Qué pasa?— La mirada inexpresiva de su rostro desapareció y alargó la mano, tocando mi barbilla. —Cuéntame. Me mordí el labio. —No sé si debo hacerlo. —Six... Cerré los ojos y aspiré una bocanada de aire. Cuando se lo dijera, le patearía el culo a ese tipo, sabía que lo haría. Y esa sangre estaría sobre mí. Su agarre se estrechó en mi barbilla y volví a abrir los ojos, captando la preocupación en su rostro. —¿Qué pasa, cariño? ¿Cariño? ¿Cuándo me había llamado así? No tengo tiempo para analizar eso ahora mismo. La pelea comenzó y miré hacia el ring. Calix ya estaba en movimiento. Esquivó un puñetazo, agarró al otro y fue inmediatamente golpeado contra el suelo del ring. Vi esa mirada decidida en su rostro y se puso de pie en un instante. —Six—, soltó Amadeo. —Mierda—, gemí. No quería responder. Quería ver el combate de MMA y olvidar que cualquiera de mis problemas existía. —Escuché a Luka decir que te estaban dando pistas falsas y haciéndote perseguir la cola. Que querían... derribarte o algo así, no lo sé. Pero dijeron que yo era tu distracción y que se moverían pronto. Amadeo me parpadeó. —¿Estás seguro de que fue Luka? Asentí con la cabeza. —Lo vi en su teléfono. 123

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Amadeo me soltó y se volvió hacia Gabriele. No pude escuchar lo que decían y me concentré en la pelea. Calix era más rápido de lo que recordaba. Tenía al tipo en el suelo, su puño chocaba con su cara y luego con la nuca mientras el tipo se acurrucaba. —Six, nos vamos. Miré a Amadeo. —¿Adónde? —No hagas preguntas ahora mismo. Levántate. No estaba jugando. Me levanté y mantuve la boca cerrada mientras lo seguía fuera del edificio. Había miles de preguntas en mi cabeza, pero por la forma en que su mandíbula estaba apretada, un músculo crispado, era un mal momento para empezar a entrometerse. Nos alejamos del edificio y miré a mí alrededor mientras viajábamos en silencio. No había demasiado viaje. Veinte minutos más tarde estábamos llegando a un almacén. Ángelo seguía en el asiento delantero, pero Luka no. Mientras estábamos sentados, otro coche se detuvo, abrieron el maletero y sacaron a Luka. —Ángelo, tú vienes conmigo. Una vez que las cosas estén seguras, vuelve a salir y vigila a Six. Nadie sabe que estamos aquí, pero no podemos ser demasiado escurridizos—. Se volvió hacia mí. —Te vienes conmigo. Te enviaría a casa, pero lo que acabas de descubrir me hace reacio a confiar en nadie contigo, excepto en mí. Lo miré fijamente a los ojos y asentí. —De acuerdo. Me acarició la mejilla. —Sígueme. Salimos del coche y cuando miré a Amadeo a continuación, era una persona completamente diferente. Una máscara de frialdad se había instalado en sus rasgos y me hizo temblar. Independientemente de lo que pensara sobre Amadeo y su crueldad, nunca lo había visto así. Era algo totalmente nuevo para mí. Lo seguí de cerca hasta el interior del almacén y me condujo por unas desvencijadas escaleras metálicas hasta una oficina del segundo piso. Abrió la puerta y me dejó entrar antes de señalar una silla. —Siéntate aquí y espérame. —Sí, papi—, dije con el piloto automático. —Esperaré. —Buen chico—. Me atrajo hacia un beso antes de retroceder. — Vuelvo en un rato.

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Asentí con la cabeza y lo vi marcharse. Echando un vistazo al despacho, me senté y lo examiné, pero estaba bastante vacío. Había un ordenador que parecía no haber sido utilizado desde 2002, un montón de archivadores y un escritorio, pero aparte de eso la habitación estaba vacía. Me moví de un lado a otro en la silla, mirando el techo, el suelo, mis manos, hasta que me aburrí demasiado y me puse de pie. ¿Qué está pasando ahí abajo? La ansiedad se me sentó en el estómago como una pelota lastrada. Se quedó allí en una bola, apretándose mientras pensaba en lo que estaba pasando. Lentamente, me acerqué a la puerta y la abrí. Esperaba que Ángelo me dijera que volviera a meter el culo en la habitación, pero me dejaron sin vigilancia. Lo cual tenía sentido. Habían cerrado bien el lugar. No podía soportar no saber qué estaba pasando. Bajé lo más silenciosamente posible, con el corazón palpitando en el pecho. Sólo mantente fuera de la vista, eso es todo. Una mirada y volvería a mi habitación a esperar a Amadeo.

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Las babas resbalaban por la comisura de la boca de Luka y caían al suelo. Me dolía el puño, un dolor punzante que se hundía en mi carne y recorría todo mi brazo. Su sangre me manchó los nudillos y me los sacudí como si eso fuera a deshacerse de sus asquerosos fluidos en mi piel. Con sorna, le agarré un puñado de pelo y le tiré de la cabeza hacia atrás. —¿Qué has estado haciendo, Luka? —N-nada—, se atragantó e intentó sacudir la cabeza, pero apreté el agarre. —¡No he hecho nada, jefe! Le tiré de la cabeza hacia abajo y le clavé la rodilla en la nariz. El crujido del cartílago resonó en mis oídos mientras él dejaba escapar un sollozo. Todo hombre era grande y malo hasta que se le rompían algunos huesos. Las lágrimas llovieron junto con la sangre. Mi mandíbula hizo tictac. Rata. Un hombre así no era nada. Había puesto a mi familia, a mi organización y a Six en peligro. Esto era lo menos que se merecía. Tirando de su pelo hacia atrás, observé cómo la sangre goteaba por su cara. Un amasijo de mocos y lágrimas nublaba su rostro mientras balbuceaba y suplicaba. Cada palabra caía en saco roto. —¿Luka? Luka, préstame atención—. Chasqueé los dedos delante de su cara hasta que me miró. —¿Con quién estás trabajando? Estabas hablando por teléfono con alguien y quiero saber con quién. Negó con la cabeza. —Con nadie. —¿Qué te parezco? ¿Parezco un imbécil? —No, eso no es... Le di un puñetazo en la garganta y se atragantó con sus palabras, jadeando mientras le quitaba el aliento. Me retiré y dejé que se recompusiera. Six no me mentiría. Si decía que Luka estaba al teléfono

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con alguien, lo estaba. ¿Pero saber que había disensiones 10 en mi propio grupo? Eso era una bofetada en la cara. —Te voy a dar una oportunidad más, Luka. O me dices lo que está pasando o te mataré, localizaré a tu familia y la mataré, y seguirá así hasta que esté satisfecho. Y soy un hombre difícil de complacer, ya lo sabes. Tosió y la sangre brotó de sus labios, salpicando mi traje. Limpié las gotas, pero sólo mancharon más. Suspirando, torcí los dedos hacia Ángelo. —Ve a buscar mis herramientas al coche. —¡No!— gritó Luka, levantando la cabeza mientras la sacudía con fuerza. —No. —Agárralas—, le dije a Ángelo cuando dudó. —Te... te lo diré—, dijo Luka mientras sus ojos desorbitados iban de mí a Ángelo y de vuelta. —No quiero morir. Demasiado tarde. ¿Creía que iba a vivir más allá de esta noche? No. Si una serpiente de cascabel se deslizara en una casa y amenazara con atacar a las personas que la habitan, perdería la cabeza. Luka iba a correr esa misma suerte después de obtener la información que buscaba. Ángelo se giró para ir a buscar las herramientas y yo levanté una mano. —Espera—. Me volví hacia Luka. —Habla. Luka tosió y negó con la cabeza. —No sé quién lo dirige—, dijo, con un leve resoplido tras sus palabras mientras me miraba. —Recibo órdenes. Conozco a algunas personas que trabajan juntas, pero eso es todo. —No es suficiente—. Me levanté y me crují los nudillos. —Vamos a intentarlo de nuevo. —E-Espera. Sólo conozco otros dos nombres, pero así es como está montado esto. El líder no quiere que sepamos demasiado, así que sólo estamos en contacto con la gente cuando es necesario. Nunca he conocido al hombre o mujer principal o quien sea.

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Falta de acuerdo entre dos o más personas o falta de aceptación de una situación, una decisión o una opinión.

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—Vas a necesitar más que eso—, dije mientras me subía más las mangas. —¿No me has dado nada y esperas vivir?— Chasqueé la lengua. —No es un trato justo. —Por favor, jefe—, jadeó. —Estoy diciendo la verdad. Crucé los brazos sobre el pecho. —¿Y? El hombre gimió como un perro enfermo. —Por favor... yo... yo sólo... la he jodido, pero puedo arreglarlo. Déjeme arreglarlo, jefe. Su desesperada súplica cayó en saco roto. Lo ignoré mientras sacaba mi pistola y mi cuchillo, poniéndolos en la mesa a mi lado. Sus ojos se posaron en ellos y se ensancharon. Una vez más, empezó a sacudirse y a intentar liberarse de las esposas metálicas que le ataban las manos detrás de la silla. La silla crujió y casi se cayó, pero Luka no se alejaba de mí. —Creo que este es un buen lugar para empezar a tallar—, dije mientras clavaba la punta del cuchillo en su muslo. —¿Qué te parece? Las palabras de Luka pasaron de desesperadas a incoherentes a medida que el pánico se apoderaba de él. Lo miré fijamente, pero no sentí nada. Ya casi nunca lo hacía. La única persona que me hacía sentir era Six. Me cabreaba, me volvía loco, me llenaba de tanta calidez que era como si la oscuridad de mi mundo nunca hubiera manchado mi corazón. Y a veces incluso me hacía sonreír. Todo lo demás no era más que una molestia, algo que había que solucionar antes de poder refugiarme en Six y encontrar consuelo en él. Y este imbécil está interrumpiendo mi cita. La cosa no había ido demasiado bien de antemano, pero fue fácil hacer que Six se calmara y se controlara. Podríamos haber estado de vuelta en la pelea viendo el entretenimiento y envueltos el uno en el otro. En cambio, él estaba arriba y yo trabajando. Este tipo me está cabreando de verdad. La ira me recorrió y quise arrancarle la cabeza a Luka con mis propias manos. Se había interpuesto en mi camino y en el de Six. Eso era una ofensa por sí sola, pero si le añadimos que estaba conspirando contra mí, merecía morir aún más. —Jefe, no creo que vayamos a sacarle nada más—, dijo Ángelo mientras se ponía a mi lado. —A estas alturas sólo está balbuceando.

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Sacudí la cabeza. —Siempre hay algo más que puedo sacarle. Muévete—. Pasé el frío acero de mi cuchillo por la mejilla de Luka. —Deja de llorar y mírame. La punta del cuchillo se clavó en su barbilla. La sangre cayó al suelo, pero mantuve mis ojos fijos en los suyos. Luka tragó con fuerza, su manzana de Adán bailó en su garganta mientras temblaba ante mí. —Cuéntamelo todo o empezaré a rebanar trozos. Empezaré por tus pelotas y seguiré por ahí. El pánico inundó su cara y el sudor rodó por su piel. Incluso en la frescura del almacén, era un desastre. Le agarré las mejillas para mantenerlo quieto y deslicé el cuchillo un poco más cortando su barbilla. La hemorragia se intensificó y él jadeó, con los ojos redondos como platos mientras intentaba contener la respiración para no moverse. —Vamos. Sé que hay más. Tienes que hablar. —No sé nada más—, susurró. —Por favor, créeme. Si lo supiera te lo diría. ¿No crees que lo haría? Estás amenazando con cortarme las pelotas. Créeme que si tuviera respuestas las estarías obteniendo. No sé una mierda. Levantándome, asentí a Luka. Dijo que no sabía nada, pero sentí su mentira en lo más profundo de mis huesos. El hombre estaba lleno de mierda. Pero no iba a soltar nada más. O al menos no sin mucho más trabajo e incluso entonces era un bastardo de labios apretados. Luka había llegado al final de su utilidad para mí. —Supongo que no necesitas vivir más entonces. Sus ojos se abrieron de par en par. —¡Pero yo te di la información! —¿Y? Nunca dije que fueras a vivir—. Agarré el cuchillo con más fuerza, el mango se clavó en mi piel. —Una vez que me traicionas, estás acabado. Sus súplicas resonaron en el almacén, pero no fueron más que un ruido blanco mientras caminaba alrededor de la silla y presionaba el cuchillo contra su garganta. Luka sería un ejemplo para quienquiera que estuviera causando problemas a mí y a mi familia. Si veían su final, sería suficiente para disuadirles de seguir con sus gilipolleces. Un movimiento rápido me llamó la atención y levanté la vista. Los ojos de Six se encontraron con los míos. El miedo en su rostro me hizo sentir dolor hasta el fondo. Se dio la vuelta y echó a correr. Debo parecerle un monstruo. 129

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Estaba allí cubierto de sangre, con un cuchillo en la garganta de Luka. Me vio así a punto de matar. Algo extraño se retorció en mi estómago y tragué grueso. —Mierda. Acaba con esto—, le dije a Ángelo mientras le metía el cuchillo en la mano y corría tras él. —¡Espera! Lo alcancé, tirando de una puerta, y le agarré las muñecas. Six luchó contra mí, su respiración era tan rápida que estaba seguro de que se desmayaría en el acto. Lo arrastré contra mi cuerpo, pero me empujó. —¡No me toques!—, gritó. —No te acerques. Fruncí el ceño. —Six, esto tiene que hacerse. —¿Así?—, preguntó, deslizándose lejos de mí a lo largo de la pared. —Sí. Luka es como una infección. Si lo dejo vivir, lo infectará todo hasta supurar—. Suspiré y me pasé una mano por la cara, sintiendo las gotas de sangre medio secas que me manchaban la piel. —Deberías haberte quedado arriba. —Me quiero ir—, dijo temblando. —Ahora. Mirando a mí alrededor, asentí. Ángelo podría encargarse de la limpieza. Me acerqué a él y le puse una mano en la espalda. Six se estremeció, pero no volvió a huir. Eso era probablemente lo mejor que iba a pasar. Salí al aire de la noche y aspiré profundamente. El sabor cobrizo de la sangre todavía me llenaba la nariz y sabía que Six también podía olerlo. —Nos vamos a casa—, dije suavemente ayudándole a subir al asiento del copiloto. —¿De acuerdo? Asintió con la cabeza, pero sus labios se mantuvieron en una línea recta. Miró a través del parabrisas, pero sus ojos se negaron a encontrarse con los míos. Ese mismo extraño retorcimiento en mi estómago creció hasta que quise gritar. ¿Por qué no me mira? Cerré su puerta y me dirigí al lado del conductor antes de detenerme. Se reflejó en mí una imagen de mí mismo cubierta de sangre. La mirada de mi rostro era dura, retorcida. La cara de un monstruo.

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No podía quitarme esa imagen de la cabeza. Amadeo de pie detrás de Luka, el cuchillo cortando su garganta, la forma en que estaba a punto de matarlo sin dudarlo. Y luego estaba la mirada de Amadeo. Tan tranquilo y muerto como si no estuviera haciendo nada en absoluto. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? Me eché la manta a la cabeza y me hice aún más pequeño. Claro que había visto a gente recibir una paliza, pero nunca había visto a nadie casi muerto delante de mí. Debería haberme quedado arriba. Cerrar los ojos e intentar dormir no sirvió de nada. Vi a Amadeo cubierto de sangre con un cuchillo en la mano y recordé mi situación y dónde estaba. Esta era la casa de Amadeo y yo era su prisionero. Si realmente quería, podía matarme sin pensarlo dos veces. Y yo había estado jugando con él, durmiendo con él, incluso disfrutando de su compañía. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y agarré la almohada con más fuerza. Tengo que salir de aquí. Toc. Toc. Me senté y miré la puerta con recelo. —¿Sí? —¿Puedo entrar? La voz de Ángelo era reconfortante. No había visto a Amadeo desde la noche anterior, pero sabía que al final vendría a mi habitación. Siempre lo hacía. —Sí, entra. Entró y una mujer pasó junto a él, dejando una bandeja sobre mi cama. Me sonrió y se sentó junto a la bandeja. —Debes ser Six—, dijo mientras empujaba la comida hacia mí. — Ama dijo que ya debías tener hambre, así que te traigo la cena. 131

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—¿Quién eres tú?— Pregunté. —Oh, sí, siento haberme adelantado—. Extendió una mano decorada con joyas de oro. —Soy Rayna. La hermana de Ama. La miré fijamente. Cuando la miré más de cerca, pude ver el parecido familiar. Rayna tenía el mismo pelo oscuro y la misma piel aceitunada. Tenía un aspecto caro, como si todo lo que llevaba estuviera muy por encima de los demás. Su sonrisa era suave, pero había algo en sus ojos que gritaba que no había que subestimarla. —Six—, dije, tomando finalmente su mano y estrechándola ligeramente. —¿Te ha mandado Amadeo? Ella negó con la cabeza. —No, no nada de eso. Tiene una reunión en su despacho y me aburrí a los cinco minutos, así que he venido a ver al nuevo invitado del que me ha hablado Gabriele—. Me acercó la comida. — Pero come. No hace falta tener el estómago vacío porque estoy aquí. ¿Cómo iba a explicarle que ni siquiera tenía apetito? Eso había desaparecido cuando vi a Amadeo prepararse para matar sin inmutarse. Acerqué la bandeja y agarré un trozo de pizza. Amadeo siempre ponía caras cuando la pedía, pero estaba claro que la había mandado hacer para mí. Le di un mordisco y me supo a serrín en la boca. Cada vez que pensaba en Amadeo, se me formaba el mismo nudo en el estómago y se apretaba. Deje la pizza y alcance la botella de agua bebiendo a sorbos mientras intentaba averiguar por qué estaba aquí la hermana de Amadeo. —He oído que los dos tuvieron un mal rato la otra noche—, empezó lentamente. —Estas cosas pueden ser difíciles. Nuestras vidas. La miré fijamente. —Asesinar gente parece realmente difícil, sí—, dije burlándome antes de sentar la botella de agua con demasiada fuerza, el agua chapoteando en la bandeja. Volví a enroscar la tapa con rabia. — Entonces, ¿Luka está muerto? —Se cruzó con Amadeo. —¿Así que simplemente se muere? Rayna inclinó la cabeza. —¿Qué quieres que hiciera? ¿Darle a Luka un tirón de orejas y dejar que destruya nuestra familia? Apreté los labios y me senté porque no tenía ninguna solución. Tal vez Amadeo podría haberlo encerrado o haberle hecho daño o algo así. Pero sería mejor que matarlo.

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Pero no podía hacer eso a todas y cada una de las personas que se metían con él. ¿Dónde encontraría suficiente espacio? Y la gente pensaría que era débil. ¿Por qué estoy pensando en estas cosas? Apreté dos dedos contra mi sien y me masajeé el dolor de cabeza que empezaba a formarse. Mi vida era mucho más sencilla hace unos meses. Trabajar en mi empleo, volver a casa, salir de fiesta, ir a la cama. Volver a empezar al día siguiente. Ahora estaba tratando de ver las cosas desde la perspectiva de un jefe de la mafia. —Mira, esta mierda es dura, pero es lo que tenemos que afrontar—. Se levantó y se limpió una pelusa imaginaria de su vestido negro. —Fue un placer conocerte. Trata de no enloquecer demasiado por esto. La mierda pasa. La. Mierda. Pasa. Así era como veían esto. ¿Estaban todos tan adormecidos que no les importaba que estuvieran acabando con vidas? Probablemente. El teléfono de Rayna sonó y lo miró antes de que sus ojos se dirigieran a mí. Lo silenció y lo volvió a meter en su bolso. —Tengo que irme, cariño. Seguro que nos volveremos a ver pronto. Asentí con la cabeza, pero no tenía intención de quedarme. En cuanto pudiera alejarme de Amadeo y de la locura que era su familia, lo haría. Nada de quedarme a esperar. Tenía que irme antes de acabar atado a una silla con un cuchillo en la garganta. Una vez que Rayna se fue, recogí la bandeja y la llevé hasta la puerta. La deje en el suelo después de mirar hacia arriba y hacia abajo en el pasillo, pero Amadeo no estaba a la vista. Ángelo se había quedado justo delante de mi puerta y me miró y sólo asintió con la cabeza antes de volver a montar guardia. Tendré que encontrar una forma de pasar por delante de él cuando llegue la hora de irme. La noche anterior había hecho que Amadeo estuviera aún más paranoico con todo, pero especialmente conmigo. Mientras nos llevaba de vuelta a la casa, le oí hablar por teléfono para asegurarse de que las cosas estaban seguras y la casa era segura para mí. Ángelo ya no podía separarse de mí ni siquiera un minuto. No habían pasado ni veinticuatro horas y ya me sentía asfixiado.

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Volví a entrar en mi habitación y decidí darme una ducha. Tal vez el agua caliente me despejaría la cabeza. Abrí la ducha y me quité la ropa, tirándola al cesto, antes de apoyarme en la pared y esperar a que se calentara. Amadeo volvió a mi mente y fruncí el ceño. Me había dejado acercar a un psicópata sediento de sangre. ¿O era un sociópata? En cualquier caso, tenía que parar. Amadeo era mi captor, el guardián de mi prisión que me había encerrado y me impedía salir o hablar con nadie excepto con él. Me había dado la falsa sensación de que tenía libertad; sacándome a pasear, dejándome llamar a Ty. Pero seguía siendo un prisionero. Me metí en la ducha e intenté dejar de pensar en la noche anterior. Pero, por mucho que lo intentara, se me quedó grabado. Acorté la ducha y salí, envolviendo una toalla alrededor de mi cintura antes de congelarme en la puerta. Amadeo estaba sentado en mi cama, con su teléfono en la mano. Tenía el mismo aspecto de siempre: impecable e intimidante. Una pierna colgada sobre la otra, la chaqueta del traje fuera y la camisa oscura abierta por los dos primeros botones. Si fuera cualquier otra persona, diría que era mi tipo. Mi tipo no podía ser un asesino. Levantó la mirada hacia mí. —Por fin has terminado de ducharte—. Frunció el ceño y sus ojos me recorrieron. —He visto tu bandeja fuera. No has comido. —No tenía hambre—, dije brevemente mientras me acercaba al tocador. —Eso no puede ser cierto. No has comido desde ayer y sé cómo es tu apetito. Claro, porque Amadeo Bianchi lo sabía todo. Rebusqué entre la ropa del tocador y elegí algo para ponerme. Un par de pantalones cortos y una camisa eran más que suficientes para mí. Lo único que quería era volver a meterme en la cama y quedarme allí el resto de la noche. No tenía ganas de dormir con Amadeo. —Six. ¿Debo ir al baño? Tengo que vestirme, pero no quiero que me mire. Sopesé mis opciones mientras miraba la ropa en mis manos. —Six. —¿Qué?— Respondí, exasperado de que no captara ya la indirecta y se fuera. 134

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—Mírame. —Estoy tratando de vestirme. La cálida mano de Amadeo rodeó mi muñeca y me produjo escalofríos. Me dio la vuelta. —¡Mírame! Me estremecí de miedo y levanté las manos mientras intentaba alejarme de él. Mis ojos se cerraron esperando que me golpeara. Cuando el golpe no llegó, abrí lentamente los ojos. Amadeo me miraba fijamente, con los ojos llenos de preocupación y... ¿qué era eso? No pude descifrar sus emociones, ya que pasaron por su cara y desaparecieron tan rápido como llegaron. Me soltó y dio un paso atrás. Se me hizo un nudo en la garganta cuando giró sobre sus talones y salió de la habitación. Me quedé allí, congelado, esperando que volviera o dijera algo. No volvió. ¿Por qué quería que volviera? Me puse una mano en el estómago y se me hizo un nudo. La mirada de Amadeo era de dolor. ¿Le había hecho daño? ¿Cómo podría alguien herir al jefe de la familia Bianchi? Una parte estúpida de mí rogaba por ir tras él, por decirle que estaba bien. Que estaba bien. Era mentira, seguía siendo un desastre, pero sentí el impulso de consolarlo. Di un paso hacia la puerta y me detuve. Debería dejarlo solo. En lugar de ir detrás de Amadeo, me puse la ropa y me senté en la cama. Pero no podía apartar los ojos de la puerta mientras esperaba. Todo en mi vida había pasado de tener sentido a ser complicado. Y yo estaba atascado preocupándome por un hombre que podía matarme. Lo único que pasaba por mi cabeza era si él estaba bien. El dolor que había brillado en sus ojos verdes había sido por mi culpa. Esto es culpa mía.

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Miré fijamente mi teléfono. Había abierto mi bandeja de mensaje avisando de que volvería en breve. Eso fue hace unas semanas. No había dicho nada desde entonces, pero Six siguió enviándome mensajes.

Six: ¿Dónde estás? Six: ¿Por qué no contestas? Six: ¿Estás muerto o algo así? Si estás muerto, ¿me puedo ir a casa? Six: ¡Amadeo qué mierda es esto! Six: ......

No me había enviado ningún mensaje en los últimos días. Me alejé de los mensajes y en su lugar accedí a la cámara. Six estaba en el jardín trasero con Ángelo vigilándolo. El chico se paseaba de un lado a otro sin parar. Sacó su teléfono y mi estómago se apretó en anticipación. Al cabo de un minuto, se lo volvió a meter en el bolsillo y empezó a pasearse de nuevo. Toqué la pantalla como si pudiera alcanzarlo y sentirlo bajo las yemas de mis dedos. Se me apretó el corazón y salí rápidamente del programa para no seguir mirándolo. Gabriele tenía razón sobre mis obsesiones y lo rápido que me destrozaban. Mi teléfono sonó y contesté. —¿Sí? —Hola, jefe, haciendo un chequeo. Six subió a su habitación a dormir. —¿Cómo está? —Bien, supongo. O cabreado o tranquilo—. Ángelo se quedó en silencio un momento. —¿Puedo preguntarle algo? 136

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—Si tienes que hacerlo—, dije, agarrando mi tableta para desplazarme por mis pistas. Alguien tenía que saber algo sobre quién estaba detrás de mí. —¿Ha considerado que esto podría venir de alguien... cercano a ti? Me quedé helado. —¿Qué quieres decir? Ángelo suspiró. —Nada, no debería haber dicho nada. —Dime—, gruñí, mi paciencia se agotaba por momentos. Él exhaló un fuerte suspiro. —Es que... quienquiera que esté haciendo esta mierda tiene que estar cerca de ti. Están llegando a tus guardias, están en tu casa, están sentados en tus reuniones o al menos en la mayoría de ellas. ¿Y si es uno de tus hermanos? ¿O Rayna? Se me erizó el vello. —¿Estás loco? —No es la primera vez que ocurre—, señaló Ángelo. —Tu tío le hizo lo mismo a tu padre con la ayuda de tu tía. Intentaron acabar con él. Frotándome la sien intenté no gritar a Ángelo, porque tenía razón. Pero estaba sacando a relucir una época muy oscura y retorcida de mi infancia que no quería recordar. Había estado cerca del hermano y la hermana de mi padre en algún momento. Partidos de béisbol, viajes a Italia, cenas familiares. El día en que le metí una bala en la cabeza a mi tío quedó grabado permanentemente en mi cerebro. —¿Jefe? —Te escuché. Vigila a Six y asegúrate de que nadie tenga acceso a él excepto tú. ¿Entendido? —Sí. Estoy en ello. —¿Ángelo? —¿Sí? Fruncí el ceño. —¿Qué te hizo pensar que podría ser alguien cercano a mí en primer lugar? —Algo que Luka dijo la noche que corriste tras Six. Murmuraba algo sobre que el peligro está más cerca de lo que crees. Hice una pausa. —¿Por qué no me dijiste esto antes? —Ha sido difícil hablar contigo durante el último mes. Has estado ocupado siguiendo pistas y yo he estado al día con Six. Quería decírtelo antes, pero sinceramente pensé que era una mierda y que Luka estaba intentando salvarse el pellejo. 137

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—La próxima vez dímelo enseguida—, dije apretando los dientes. —Sí, jefe. Colgué y dejé el teléfono sobre la mesa. Alguien cercano a mí. Cerré los ojos, tratando de imaginar quién podía ser, pero no se me ocurrió nadie. Mis hermanos y mis primos me eran leales, siempre lo habían sido. Y Rayna podía ser salvaje, pero nunca me traicionaría. Eso es lo que también pensaba mi padre. Mierda. Me desabroché la camisa intentando disipar la sensación de asfixia que me invadía, pero no sirvió de nada. Me recosté en mi asiento y mis dedos ansiaban agarrar el teléfono y mirar a Six un poco más. Sólo quiero saber que está bien. Unos sonidos apagados llegaron a mis oídos y gemí. Bien, tenía que concentrarme en el trabajo ahora mismo. Aparté a Six de mi mente e inmediatamente el mundo se embotó de nuevo. Guardando todas mis emociones en el vacío del que procedían, me levanté y me acerqué al hombre que estaba tumbado en una lona azul. Estaba atado y tumbado boca abajo, pero se balanceaba para intentar ponerse en una posición más cómoda. Agachado, le arranqué la cinta adhesiva de los labios y lanzó un grito. Cuando levantó la vista hacia mí, sus ojos eran oscuros y había fuego detrás de ellos. Me gustaba alguien con un poco de lucha. Le agarré las mejillas, mis uñas se clavaron en su carne mientras su mandíbula se movía. —¿Quieres hablar ahora? Gruñó. —¡No he hecho una mierda! —Es curioso porque tengo un vídeo de vigilancia en el que apareces a escondidas en el último almacén en el que entraron. Así que, ¿quieres intentarlo de nuevo? —Vete a la mierda—, escupió. Sonreí. —Me recuerdas a alguien. Dejando caer su cara, me puse de pie y me arremangué. Necesitaba averiguar hasta dónde llegaba esta traición. ¿Quién estaba difamando mi nombre dentro de mi propia organización? ¿Y a dónde iba a parar la información que estaban recopilando? Luka no era en absoluto un cerebro y dudaba que este tipo lo fuera también. En algún lugar, alguien tomaba las decisiones. Las palabras de Ángelo volvieron a mí y fruncí el ceño. Pensar en que fuera alguien de mi familia hizo que mi estómago se apretara de 138

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nerviosismo. Yo era el más cercano a ellos y a Six. No quería creer que las pocas personas a las que había permitido acercarse a mí quisieran destruirme. Pero así era mi vida. Por mucho que creyera que podía confiar en alguien, era una realidad que cualquiera podía traicionarte en cualquier momento. Tenía que mirarlo desde todos los ángulos, considerar todos los motivos. Y una vez que encontrara el cáncer que se había metido en las venas de mi organización, iba a cortarlo con un cuchillo sin filo. Dejé mis herramientas sobre la mesa de café y eché un vistazo al desván. Un mes de vida por mi cuenta me había convertido en el hombre que se suponía que era. Six era una distracción. Si volvía con él, ablandaría partes de mí que debían seguir siendo duras para que yo y todos los que estaban a mi cargo sobreviviéramos. Pero no podía dejar de pensar en él. Incluso ahora podía verlo sentado en la mesa o descansando en el sofá. Todavía podía olerlo en mi cama cuando estaba envuelto en las mantas profundamente dormido. —¡Suéltame!—, gritó el hombre en el suelo, rompiendo mis felices recuerdos. El hielo se extendió por mis venas cuando me giré para mirarlo. La lucha en sus ojos parpadeó y lo que fuera que vio al mirarme le hizo jurar en voz baja antes de encogerse sobre sí mismo. Agarre una pequeña daga y me acerqué a él. —Querías mi atención. Ya estoy aquí—. Me agaché y pasé el cuchillo por la piel desnuda de su espalda. —No te preocupes, tendrás toda mi atención hasta que te saquen de aquí en múltiples bolsas de basura. Un escalofrío recorrió su cuerpo. —Yo… —Shhhh—, lo interrumpí y la hoja atravesó su espalda arrancando un grito de su garganta. —Hoy estoy de un humor horrible y este asunto, estas mentiras e idioteces sólo lo empeoran. Así que vamos a saltarnos toda la mierda e ir al grano. ¿Con quién trabajas? Jadeando, negó con la cabeza. —¡Ni hablar! Estaré muerto. —Muere por mi mano o muere por la suya, me importa un bledo—. Deslicé mis dedos enguantados por su sangre y me detuve. —De cualquier manera, voy a conseguir la información que necesito. Quitas mi tiempo para estar en un lugar más importante. Tenía que volver con Six. Por mucho que supiera que tenía que poner distancia entre nosotros, no podía. Cuatro semanas habían pasado como cuatro años y ya estaba deseando a mi chico. 139

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Cuando encuentre el problema, lo arreglaré y volveré a casa con él. Y le haré ver que esto no es todo lo que soy. No soy sólo un monstruo. —¡No sé una mierda! Clavé el cuchillo en el muslo del hombre. —Estaba pensando en algo. Cállate a menos que sea un nombre. Y deja de gritar. Intentó silenciarse, pero yo ya estaba pensando en Six otra vez. No era un santo. Esto era parte de lo que yo era también. ¿Cómo encontraría el equilibrio? Nunca quise asustar a Six, no así. No ahora que habíamos pasado tiempo juntos. Tenía que arreglar las cosas entre nosotros.

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Me dolía el cuerpo después de pasar horas con mi invitado la noche anterior y aún no tenía suficiente información. El nombre de Conor Kelley había salido a relucir y supe que ya era hora de hablar con él. Siempre habíamos mantenido una tímida paz entre nosotros, pero si eso se rompía, necesitaba saberlo. Empezaría una guerra, pero algunas cosas no podían evitarse. Agarré una taza de café y me dejé distraer el tiempo suficiente para mirar a Six a través de la pantalla. Estaba de mal humor y lo estaba desde ayer. Se negaba a salir, a comer o a hablar con alguien. Sabía que tenía que volver a casa en algún momento. Nadie sabía cómo lidiar con Six de la manera en que yo lo hacía. Y lo echaba de menos. Deje mi taza y me masajeé la sien. No, no debía pensar en él por mucho que lo deseara. Cuanto antes fuera capaz de averiguar lo que estaba pasando, antes podría proteger a Six. Quienquiera que fuera sabía de él y eso significaba que estaba en tanto peligro como yo. Al salir de la cámara, saqué el papelito con el número de teléfono de Conor. Darla lo había localizado por mí y necesitaba acabar con esto. Tecleé sus dígitos y apreté el teléfono contra mi oído. —¿Hola? —Conor. Una risa profunda resonó en mi oído. —Amadeo—. Reconocería esa molesta voz en cualquier lugar. Puse los ojos en blanco. —¿De verdad quieres empezar a joder en cuanto te llamo? —Por supuesto—. Hizo una pausa. —¿Qué pasa? No estás tan alegre como siempre. —¿Cuándo he estado alegre? 141

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—Había una vez—, dijo Conor. —En serio, he oído hablar de tus problemas últimamente. Espero que no creas que tienen algo que ver conmigo. Llevé mi café a la mesa del comedor y me senté. —¿Estás seguro de eso? El señor que estuvo aquí anoche parecía pensar que eran tus chicos los que entraban en mis almacenes, acosan a mis trabajadores y, en general, me joden las cosas. Suspiró. —Si quisiera joderte las cosas, Amadeo, haría mucho más que irrumpir en algunos de tus almacenes y quemar tus porquerías. Ya lo sabes. La última vez que lo comprobé, tú tienes tu territorio y yo el mío. No he cambiado de opinión sobre nuestra tregua. La forma en que luchábamos antes era peligrosa y estúpida. No tengo tiempo para lidiar con la policía o los malditos federales y tú tampoco. Nuestras vidas ya son lo suficientemente peligrosas sin tener que enfrentarnos el uno al otro. Fruncí el ceño y me pasé los dedos por la espinosa barba de la barbilla. Conor tenía razón en eso. Habíamos visto la destrucción y el peligro que aterrizaban en nuestras puertas cuando bailábamos sobre los dedos de los pies del otro. Ninguno de los dos quería eso. Pero si no era Conor, ¿quién era tan estúpido como para agitar las cosas? —Quizá tengas razón—, murmuré. —Pero quiero inculcarte el hecho de que si eres tú y me entero, no dudaré en cortarte el cuello. Conor se rio. —Sí, sé cómo eres—, dijo, con su rico acento irlandés. —Créeme, no tengo planes de enfrentarme a ti pronto. Y si lo hiciera nunca me verías venir, Amadeo. —¿Eso es lo que crees? —Eso es lo que sé—, dijo señalando, el humor desapareciendo de su voz. —Sólo es mi consejo, pero deberías centrar tu atención en otra cosa. Por lo que a ti y a mí respecta no hay ningún drama. —¿Y lo juras? ¿Por tu madre? —Por mi querida madre—, dijo solemnemente. —Te diré que si me entero de algo, te lo haré saber. —No hace falta que te salgas de tu camino—, dije mientras agarraba mi taza y daba un sorbo a mi café. —No, no. Considéralo un gesto de buena voluntad. Cuando te traiga la cabeza del tipo que está haciendo esto, puedes metértela por el culo por pensar que te estoy mintiendo. Tengo que irme. Sonreí. —Sí, ya veremos. Muy bien, gracias. 142

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—De nada. Una vez que colgamos, me quedé mirando el teléfono y sacudí la cabeza. Conor estaba tan precipitado y loco como siempre. No sabía si le creía o no, pero lo único que podía hacer era esperar. Al colgar el teléfono, busque un cigarrillo y lo encendí. El humo se enroscó en el aire mientras contemplaba qué hacer a continuación. De momento, seguía en un callejón sin salida. Sólo había un número determinado de pistas que podía seguir antes de volver a ser pisoteado. El calor subió por mi columna vertebral mientras la frustración de mi situación se apoderaba de mí. Lo único que quería era volver a casa y estar con mi chico. Aguanté el humo hasta que mis pulmones gritaron pidiendo alivio y finalmente lo expulsé. Ángelo estaba trabajando en sus propios ángulos para mí, pero no había mucho que pudiera hacer mientras vigilaba a Six. Pero no confiaba en nadie más para proteger al chico. Podía haber otros innumerables espías en mi casa y no iba a dejar que le pasara nada. Mi teléfono sonó sobre la mesa sacándome de mis pensamientos. No se acaba nunca. Lo agarré y vi que era Gabriele quien me llamaba. —Estoy en medio de algo—, dije en cuanto nos conectamos. —Six se ha ido. El hielo se disparó por mis venas. No pude hacer que mi boca formara palabras mientras miraba fijamente hacia adelante y me preguntaba si acababa de escuchar bien a mi hermano. No, no acababa de decir que se había ido. Se me apretó el estómago y gruñí por lo bajo en mi garganta. Me senté más erguido. —¿De qué carajo estás hablando? Gabriele sonaba sin aliento. —Quiero decir que se ha ido. Estuvo en el balcón toda la mañana y luego cerró la puerta de la habitación cuando me fui. Pensé que quería estar solo, pero cuando no quiso hablarme hace un rato, supe que tenía que ver cómo estaba. Ángelo consiguió que pudiera entrar y se fue. No sé a dónde demonios ha ido. Salí disparado de mi silla y se golpeó contra el suelo. —¿Qué aspecto tiene la habitación? ¿Podría haber entrado alguien ahí? —No, no parece que se lo hayan llevado. La ducha aún está húmeda, los cajones están medio abiertos y sus zapatos no están. En todo caso, estoy bastante seguro de que se fue por su cuenta.

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Agarré el teléfono con fuerza. ¿Six se había escapado? Eso era inaceptable. Tiré el cigarrillo en mi taza de café y corrí escaleras arriba para agarrar una camisa y unos zapatos. Iba a hacer algo más que azotar su apretado culo cuando le pusiera las manos encima. —¿Qué quieres que haga aquí?— preguntó Gabriele. —Necesito comprobar algo. Espera. Me desplacé por las aplicaciones y saqué el rastreador que tenía en el teléfono de Six. El pequeño punto rojo parpadeaba justo donde se suponía que estaba, mi casa. Dejó el maldito teléfono. Voy a matarlo. —Consigue algunos chicos y empieza a buscar. ¿Cuánto tiempo lleva desaparecido? —No puede haber estado fuera más de una hora. Asentí con la cabeza y tome las llaves de mi coche de la cómoda. — No tiene coche ni dinero, así que dudo que haya podido ir muy lejos. Ponte en marcha. Quiero que lo encuentren ya. —Sí, estoy en ello. —Cuando lo encuentren, vigílalo y dime la ubicación. No quiero que nadie lo toque. —Sí. Gabriele colgó y yo me detuve a respirar profundamente antes de estallar. Mierda. No debería haberle dejado solo. Salí furioso por la puerta y la cerré de golpe mientras esperaba impaciente el ascensor. ¿En qué mierda está pensando? Six no podía escapar de mí. Ya tenía que saberlo. No importaba a dónde huyera o lo lejos que llegara, siempre estaría allí para arrastrarlo de vuelta a mí. Era mi chico, mi propiedad, mi todo. No podía perder la única cosa en mi vida que tenía algún significado. —¡Carajo! Mi puño se estrelló contra las puertas de acero del ascensor y el dolor me subió por la muñeca. El ascensor sonó y las puertas se abrieron antes de que entrara y sacudiera la mano. Respira. Voy a recuperarlo aunque tenga que arrastrarlo a patadas y a gritos. Aunque tenga que encerrarlo y alejarlo del mundo por completo. No perderé a mi chico.

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Salí del ascensor concentrado. Six era el único hombre que quería y que me condenaran si dejaba que se me escapara. No podía. No cuando estaba muy seguro de que me estaba enamorando de él.

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Cada par de ojos que me miraban parecía que iban a informarle a Amadeo. La sensación de temor que me había perseguido durante meses cuando huía de él en primer lugar regresó y mi estómago se revolvió. Amadeo podía estar en cualquier lugar, a la vuelta de cualquier esquina. Él o sus matones me atraparían, me meterían en un coche y me despertaría en la misma celda sucia de antes. Una vez más su prisionero. Ya no podía hacerlo. No podía soportar vivir en una jaula. Pensaba que era miserable cuando él estaba allí exigiéndome que le pagara con mi cuerpo, pero la verdad era que cuando él se iba era más insoportable de alguna manera. No había nadie que me distrajera de la constante nada que eran mis días y mis noches, nadie a quien fastidiar y dirigir mi ira. Durante un mes entero, me había quedado solo con mis pensamientos, salvo las veces que Rayna o Gabriele me visitaban. Y ni siquiera eso había sido suficiente para evitar que perdiera la cabeza. No, tenía que ir y alejarme de esa casa. Me apreté más la chaqueta y percibí un ligero olor a Amadeo. Al apartarla de mi piel, me estremecí. Mirando a mi alrededor, no pude contenerme mientras me la ponía en la nariz y lo inhalaba. Mis ojos se cerraron y dejé de caminar. Era como si estuviera allí mismo, arrastrándome a sus brazos. Desde que se había ido, su olor había sido fugaz. Lo percibía aquí y allá, pero ya no se pegaba a toda mi ropa, a mis sábanas, a mi piel. Y lo odiaba. En serio, tengo que recomponerme. No es que estuviéramos saliendo. Cautivo. Prisionero. Eso es todo. Dejé caer la chaqueta de mis dedos y abrí los ojos. Bien, estaba en una misión. Necesitaba un lugar al que ir y la única persona a la que se me ocurría preguntar era Tyler. El chico con el que había hecho autostop en la ciudad me había dejado usar su teléfono y pude concertar una cita con Ty. 146

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Una vez que lo viera, le contaría todo y tal vez me dejaría pasar desapercibido en su casa en el campo. Amadeo no me encontraría allí. O al menos esperaba que no lo hiciera. No podía poner a Ty y a su papi en peligro por mis propias decisiones estúpidas. Encontré la cafetería y entré. El olor a café y a dulces me hizo rugir el estómago y me puse una mano sobre él. Apenas había comido en los últimos días. Cada vez que me sentaba en esa gran mesa, me recordaba que estaba completamente solo. E incluso comiendo en la sala, me rodeaba el hecho de que aquella no era mi casa, no era mi lugar. —¡Six! Miré a Ty, que estaba en la cola y me hizo un gesto para que me acercara, con una mirada de preocupación. Me acerqué a él y su ceño se frunció. —Tienes un aspecto horrible. —Gracias—, dije, pasándome los dedos por el pelo de forma cohibida. Me había crecido y estaba desesperado por un corte de pelo, pero me negaba a pedirle algo a Amadeo. —¿Puedo tomar una taza de café? ¿Y una magdalena? Lo pagaría pero...— Me encogí de hombros, incapaz de admitir que estaba sin efectivo y prácticamente mendigando. —No te preocupes, lo tengo—. Llegamos al mostrador y Ty pidió nuestras bebidas y comida. Los llevamos a un rincón de la tienda alejado de los escaparates y nos sentamos. —Ok, ¿ahora qué mierda está pasando? Me tienes preocupado, amigo. Levanté un dedo y bebí un café como si fuera a resolver todos mis problemas y hacerme sentir que no estaba medio muerto. Caliente como el infierno, ardía al bajar, pero una parte de mí disfrutaba de esa sensación. Era mejor que sentirme tan jodidamente entumecido que ya no tenía ni idea de quién era. —Six. Deje la taza de café y me aclaré la garganta mientras agarraba mi magdalena de fresa y queso. —¿El tipo al que le robé todo ese dinero? Me atrapó. —Mierda—. Las cejas de Ty se fruncieron. —¿Estás bien? ¿Cómo iba a responder a eso sin sonar absolutamente loco? No, no estaba bien porque él se había ido y me había dejado solo. Sí, nadie iba a entender que estaba en un juego de tira y afloja con mi propia mente. Odio a Amadeo. 147

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Quiero a Amadeo. Lo odio. Lo quiero. Mi cerebro estaba en una montaña rusa y no tenía ni idea de cuándo iba a ser capaz de bajarme de ella. Mirando a Ty, me di cuenta de que seguía mirándome fijamente esperando alguna respuesta. Así que le di la más fácil que pude. —Sí, estoy bien. Pero me está obligando a pagarlo. —¿Cómo? Me atraganté con mi magdalena y me aclaré la garganta. —Um bueno con uh... Los ojos de Ty se abrieron de par en par. —¿Te está jodiendo por el dinero? ¿Qué demonios? ¿Te parece bien? Me encogí de hombros de nuevo. —No es que pueda pagarle de otra manera y él me quiere. Seis meses. Eso es todo lo que tengo que hacer antes de que me deje ir. Hasta entonces se supone que me quedaré en su casa y trabajaré. Frunció el ceño. —¿Te ha dejado salir hoy? —No, he escapado. Ty gimió. —Six, maldito imbécil. —Lo sé. Lo sé. Pero ha estado fuera durante un mes y necesitaba salir de esa casa por un tiempo. —¿Vas a volver? Tragué más de mi café. —No lo sé—, dije cuando lo dejé. —Todavía no me he decidido. —Si te encontró una vez, puede volver a encontrarte, sabes—, dijo Ty mientras se inclinaba más hacia mí. —Esto es peligroso. —Créeme, lo sé—. Suspiré y me mordí el labio. —No pensé antes de hacerlo. Un minuto estaba de pie en la habitación y al siguiente estaba trepando por la barandilla del balcón y bajando por el maldito tubo de desagüe. Nunca dije que fuera el tipo más inteligente que ha existido. Ty se burló. —Dímelo a mí. Lo fulminé con la mirada. —¡Muchas gracias!

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—¡Pues es verdad! Pensaba que era impulsivo, pero tú estás en un nivel totalmente diferente—. Sacudió la cabeza. —¿Qué vas a hacer ahora? Jugué con el papel vacío de la magdalena, retorciéndolo de un lado a otro. Ahora que tenía algo de comida en el estómago me sentía un poco mejor, pero esa sensación de temor no había desaparecido. —¿Podría quedarme contigo y con Clay? Ty frunció el ceño. —Mierda. Tendría que preguntárselo a él. Quiero decir que tenemos alguna habitación extra y estoy seguro de que no le importaría, pero todo este asunto -dijo haciendo un gesto a nuestro alrededor- no quiero que perjudique a Clay. Estás involucrado con un maldito tipo peligroso, Six. —Lo sé—, murmuré, cerrando los ojos y frotándolos. —Créeme, lo sé. Me dio un golpecito en el brazo y le miré. —Le preguntaré ahora mismo. Sólo déjame hablar con él. —De acuerdo. Ty me sonrió. —Sabes que haría cualquier cosa por ti. —Sí, lo sé—, dije en voz baja. —Pero no quiero que lo hagas si eso va a causar un problema. —Cállate. Ahora mismo vuelvo. Sonreí hasta que Ty salió de la cafetería y me quedé solo. Soy un imbécil. Poner esta carga en Ty se sentía como una mierda. Él no había robado ese dinero, yo sí. Fruncí el ceño. No puedo volver con Amadeo. —Levántate y sígueme en silencio. El susurro contra mi oído disparó un escalofrío por mi columna vertebral. Me quedé mirando al frente, con el corazón acelerado al reconocer al instante su voz. Lentamente, me di la vuelta. Amadeo me miraba fijamente, con el rostro tranquilo, pero los ojos encendidos. Mierda. Estoy muerto. —Amadeo, estaba... —Arriba. Ahora. Tragué grueso y me levanté. Amadeo me agarró del brazo, sus dedos se clavaron en mi piel a través de la chaqueta mientras me arrastraba fuera de la cafetería. Algunos ojos siguieron nuestros

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movimientos, pero nadie interfirió y no importaría aunque lo hicieran. Amadeo tenía una misión. —Oye, ¿qué está pasando?— llamó Ty cuando pasamos junto a él. — ¿Six? Amadeo se detuvo y se volvió para mirarlo. —¿Y tú eres? —¿Quién carajo eres tú?— preguntó Ty, frunciendo el ceño. —Amadeo Bianchi. Los ojos de Ty se abrieron de par en par. —Mierda. Espera. —Está bien—, dije rápidamente mientras Ty empezaba a caminar hacia nosotros. No iba a dejar que se hiciera daño por mi culpa. —Te llamaré más tarde. —Six... —Me tengo que ir—. Le sacudí la cabeza una vez que Amadeo empezó a tirar de mí una vez más. —No vas a llamar a nadie pronto—, me informó Amadeo mientras abría la puerta de un coche y me empujaba al interior. Un guardia se sentó delante, pero ni siquiera miró en mi dirección. —Tienes suerte de que te hayan visto tan rápido. Tú—, le dijo al guardia. —Haz que recojan mi coche y lo devuelvan a la casa. —Sí, jefe. Amadeo entregó las llaves antes de cerrar la puerta del coche. Me alejé todo lo que pude, apretándome contra la puerta como si pudiera alejarme de él. Agarré la manilla y tiré, pero la puerta estaba cerrada. —Intenta esa mierda otra vez—, gruñó Amadeo. Tragué grueso. —Lo siento—, logré decir, con la garganta apretada. —Pero te habías ido. Supuse que si ya no necesitabas que estuviera cerca, podía irme. Amadeo me fulminó con la mirada. —¿Es eso lo que pensabas? Lo miré fijamente y la ira se apoderó de todas las emociones. ¿Cómo es que estaba sentado ahí enfadado conmigo? Era cierto, no había estado cerca y mi único propósito era follar con él durante seis meses. Si no era eso lo que estábamos haciendo entonces debería ser libre de irme. —Sí—, solté. —¡Si no me quieres, dilo de una puta vez y volveré a vivir mi vida! Una cosa es que me hagas trabajar en esta estúpida deuda, pero si sólo vas a... 150

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Mis ojos se abrieron de par en par cuando sus labios se estrellaron contra los míos. Su lengua se deslizó en mi boca, reclamando cada centímetro de ella mientras su mano rodeaba mi garganta. Sus dedos se enredaron en mi pelo y me arrastró más cerca, sujetándome mientras me besaba con tanta fuerza que mi pulso se triplicó y me olvidé de cómo respirar. —Eres mío—, gruñó contra mis labios cuando se alejó a tomar aire. —Hasta que yo diga que puedes irte, me perteneces. Sacudí la cabeza. —No, no soy de tu propiedad—, jadeé. —Sí, lo eres—. Me mordió el labio y grité. —Y nunca serás de nadie más. Las manos de Amadeo rasgaron mi ropa. Se me nubló la cabeza mientras me desabrochaba los vaqueros y me los quitaba por las caderas. Intenté apartarlo, pero me apartó las manos y siguió avanzando hasta liberar mi polla. Sus labios la rodearon y dejé escapar un gemido. No, no me gusta esto. No debería quererlo. No debería quererlo. —Estamos... en el coche—, jadeé. —Con...— Miré hacia el asiento delantero. —Me importa un carajo—, gruñó Amadeo. Mi cabeza se inclinó hacia atrás y empujé mis caderas hacia adelante. Mierda. Una vez más estaba en exhibición, pero a Amadeo no le importaba un carajo y a mí estaba cerca de no importarme tampoco. Amadeo gimió alrededor de mi polla y me olvidé de cómo respirar bien. Mis dedos se clavaron en sus mechones oscuros y los agarré con fuerza mientras su cabeza se balanceaba hacia arriba y hacia abajo. Nada se comparaba con el fuego que era Amadeo. Aunque fuera un desgraciado. Levantó la mano y me metió dos dedos en la boca. Sin pensarlo, los succioné. Trabajé con mi lengua alrededor de ellos, humedeciéndolos con saliva, chupándolos y lamiéndolos como si fuera su polla en mi boca. Cerré los ojos e imaginé que eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Mi boca rodeaba su polla, saboreándola y absorbiendo su embriagador aroma. Amadeo sacó sus dedos y dejé escapar un patético gemido. Mis ojos se abrieron y contemplé su rostro acalorado, sus mejillas sonrojadas. Amadeo se liberó de mi polla y se lamió los labios haciéndolos brillar. Quería volver a besarlo. —Me has echado de menos—, dijo con naturalidad mientras me quitaba la ropa por completo y presionaba un dedo contra mi agujero. 151

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—No—, dije, sacudiendo la cabeza, pero la palabra no tenía convicción. —Sí, lo hiciste—. Introdujo su dedo en el interior y yo aspiré una bocanada de aire mientras empujaba más profundamente y presionaba contra mi próstata. —No me mientas, chico. Mis caderas se agitaron y deseé más. Necesitaba que su boca envolviera mi polla de nuevo, necesitaba más estimulación. Mierda, ¡sólo quería que me tocara! —Eres un imbécil—, murmuré. —Papi. Amadeo sonrió y mi corazón se agitó. —Dilo otra vez. —Eres un imbécil, papi—, jadeé mientras trabajaba otro dedo dentro de mí, abriéndome. —Y me has echado de menos. Cerré la boca. Ahora que no estaba dispuesto a admitirlo. Todavía no. Amadeo se rio y el sonido fue como música para mis oídos. El mundo había estado demasiado tranquilo sin su voz, sus risas, sus gruñidos, sus gemidos. Estoy atrapado por este hombre loco. —Está bien—, dijo Amadeo, sus ojos arrastrando cada centímetro de mí y haciéndome estremecer. —Antes de que acabe el día te haré repetirlo una y otra vez—. Capturó mis labios, su cuerpo presionando contra el mío. —Y me rogarás que no vuelva a separarme de ti. Negué con la cabeza, pero la verdad es que me aterraba que hiciera precisamente eso. Me aferré a él y, por primera vez, me di cuenta de que no estaba vestido con sus habituales camisas y pantalones abotonados. Llevaba un chándal y una camiseta. La mirada de Amadeo siguió la mía y volvió a mirarme. —Cuando me enteré de que habías desaparecido salí corriendo por la puerta tan rápido como pude. Hice rodar mis caderas y él presionó contra mi próstata con más firmeza. —¿Estabas... preocupado por mí? ¿O enfadado?— —Las dos cosas—, gruñó. —No vuelvas a hacer esa mierda. ¿Me entiendes? —Entonces no desaparezcas durante un mes—, espeté. —Bien.

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Parpadeé. ¿Estaba aceptando así como así? Antes de que pudiera preguntarle algo, volvió a bajar y se llevó mi polla a su boca caliente una vez más. Todos mis pensamientos se borraron y me rendí. Amadeo tenía una misión. Cuanto más chupaba, lamía y besaba a lo largo de mi polla, más deseaba correrme. Pero cada vez que llegaba a la cima, se detenía. Gruñí de frustración antes de que subiera la cabeza. —Dime que me has echado de menos, cariño. Sacudí la cabeza. —No, no lo hice. Sonrió. —¿Estás seguro? Inspiré y apreté los labios. Los ojos de Amadeo se oscurecieron y volvió a jugar conmigo. Me retorcí en el asiento trasero, con la polla crispada y las pelotas hinchadas, desesperado por correrme. Mis ojos siguieron el movimiento de su mano libre mientras se bajaba el chándal y escupía en la palma. Se agarró la polla y se acarició, con los ojos fijos en mí. —Mierda—, gemí. —Eso... no es justo. —¿Qué? ¿Qué me toque yo?—, preguntó, con una voz tan profunda y rica que prácticamente se me doblaron los dedos de los pies. —¿Quieres ser tú quien me toque? —¡No! —Mentiroso—, dijo Amadeo. Gimió y deslizó mi polla dentro de su boca mientras tarareaba. Sacudí la cabeza. No era un mentiroso. Tocarlo, sentir lo duro que estaba en mi mano, lo caliente que estaba contra mi piel era lo último que tenía en mente. Uf, soy un mentiroso. La mano de Amadeo se aceleró sobre su longitud. Observé cada momento de sus movimientos, mi cuerpo se moría por tocarlo sólo un poco, por verlo gemir y retorcerse por mí. Jadeó, su estómago se tensó y vi cómo el semen decoraba su mano y su vientre. Soltando su polla, se levantó y me metió los dedos cubiertos de semen en la boca. Cerré los ojos y lamí sus dedos. Este sabor... ¿me había vuelto adicto a él? Lo limpié, gimiendo por su sabor mientras me llevaba al borde una vez más. Y se detuvo.

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—No, no—, jadeé, sacudiendo la cabeza mientras mis ojos se abrían de golpe y lo miraba. —Papi, por favor. Por favor, deja que me corra. Por favor. Nunca esperé que este fuera el resultado de huir de él. Sinceramente, estaba seguro de que me haría daño, me encerraría o, como mínimo, me pondría sobre sus rodillas y me azotaría hasta que no pudiera más, pero no, Amadeo me estaba prestando toda la atención que no había recibido en el último mes. ¿Por qué está siendo tan amable conmigo? Lo último que le había hecho, esa mirada de dolor en sus ojos. Todavía no había salido de mi mente. Entonces, ¿por qué estaba siendo tan bueno conmigo ahora? Amadeo me distrajo de todo, menos de él, mientras me acariciaba los huevos y me chupaba la polla como si no tuviera suficiente. Todos los pensamientos salieron de mi cerebro y me entregué a su boca y sus dedos. Cuando me acercaba al límite, esperaba que se detuviera, pero se aceleró y sus gemidos resonaron a mí alrededor hasta que grité. —¡Papi, sí! Me agarré a su pelo mientras me corría en su boca, mis caderas se sacudían y empujaban solas mientras montaba la ola de mi orgasmo. Jadeando, me eché hacia atrás, con el cuerpo débil y tembloroso mientras jadeaba. Amadeo se incorporó, me mostró mi semen en su boca y tragó. —Mierda—, murmuré. Eso fue demasiado caliente. Extendiendo la mano, me metió los dedos en el pelo. —No vuelvas a huir de mí. ¿Me entiendes, Six? Esta vez, lo perdonaré. La próxima vez, no seré tan amable. Me estremecí. —Sí, papi. Rozó sus labios con los míos. —Te he echado de menos. Mi corazón se aceleró de nuevo. ¿Me había echado de menos? Mientras nos besábamos, me aferré a él con fuerza y traté de contener el torrente de emociones que amenazaba con derramarse. Amadeo me estaba cambiando de una forma que no esperaba.

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El sol salió y me encontró ya despierto. Mi mente seguía con todo lo que estaba pasando, todo lo que tenía que hacer y resolver. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, mis pensamientos se agitaban y no podía tranquilizarme. Six se movió a mi lado y mis pensamientos se dirigieron a él. Estaba desnudo bajo la pesada manta que nos había cubierto la noche anterior. Pasé los dedos por su espalda, de arriba abajo, recorriendo su piel. Sabía que lo había agotado, pero estar con Six era lo único que calmaba mi mente. Podría haberlo castigado la noche anterior, pero no me atreví a hacerlo. Sólo quería tenerlo cerca. Hacía años que no permitía que nadie durmiera en mi cama, pero sentía que pertenecía aquí. Enterré mi nariz en los suaves y sedosos mechones de su pelo e inhalé su aroma. Cuando me rodeaba, me sentía más yo mismo. Más vivo, más despierto. Más todo. Six era mágico de una manera que no tenía sentido para mí, pero no quería estar lejos de él. Nunca. Lentamente, me removí fuera de la cama cuando mi vejiga se negó a esperar. Lo miré admirando los planos de su rostro y la forma en que sus labios se fruncían cuando exhalaba un suspiro. A pesar de todas sus peleas, travesuras y locuras, era suave en los bordes. En los lugares que nadie podía ver, era alguien que necesitaba un hombre como yo. Un papi que lo amara, lo protegiera y lo apreciara como la joya que era. Cuando no pude posponerlo más, me dirigí al baño y me alivié. Una vez que me lavé las manos, volví a mi dormitorio y recogí del suelo la sudadera con capucha que había llevado la noche anterior. Al recogerla, la olfateé y me di cuenta de lo poco que se sentía mi olor. Agarre mi frasco de colonia y lo rocié ligeramente, lo justo para que me oliera y supiera que estaba a su lado aunque estuviera en otro lugar. Coloqué la sudadera sobre el respaldo de una silla y volví a la cama, subiéndome a su lado antes de acurrucarme en su nuca. Six gimió, movió el culo contra mi polla y suspiró suavemente. 155

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—¿Tienes que estar empalmado tan temprano?—, murmuró. —Es casi mediodía y no es mi culpa. Esto es natural. —Natural para un pervertido tal vez—. Se dio la vuelta, con sus ojos sombríos mirándome. —Hola. —Hola. Por un momento, no supe qué decirle. En lugar de eso, lo miré fijamente, observando cada centímetro de su cara antes de estirar los dedos sobre su piel. Estaba caliente bajo las yemas de mis dedos y quería tocarlo así durante el resto del día. A la mierda la mudanza, a la mierda el trabajo, a la mierda el drama que estaba ocurriendo dentro de mi organización, sólo quería disfrutar de él por un rato. —Casi pensé....— Me quedé sin palabras, empujando pensamiento hacia abajo y tragando grueso. —No importa.

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—Dime—, dijo. —Casi pensé que me despertaría y que, de alguna manera, te habrías ido otra vez. Six frunció el ceño. —Te dije que no iría a ninguna parte anoche. Todavía hay una deuda que pagar y sé que simplemente me rastrearías si tratara de librarme—. Sacudió la cabeza. —Además, no es que pudiera haberme ido de todos modos. Me tuviste aplastado contra tu cuerpo toda la noche. Eso era cierto. Lo abracé contra mí con mucha fuerza, preocupado de que desapareciera de mis brazos mientras dormía. —Sí, bueno, te escapaste. —Y tú desapareciste durante un mes—, me espetó. —Entonces, ¿qué tal si ninguno de nosotros saca a relucir el pasado? Sabía que debería estar irritado, pero sonreí. —No pensé que mi marcha te afectara tanto. Siempre finges que me odias. —A veces lo hago—, susurró. —A veces—, miró hacia otro lado. —A veces, no. Se me apretó el corazón. Six solía ser tan cerrado que escucharlo decir que no me odiaba todo el tiempo se sentía como si estuviera diciendo que me amaba. Y tal vez lo hacía. Sus ojos brillantes me miraron y vi algo que no había visto antes.

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Pasé los dedos por sus mejillas, por su mandíbula, y puse la palma de la mano en su pecho. Six no se apartó. En lugar de eso, se acercó como si quisiera estar aún más cerca de mí. —¿Qué hacemos ahora?—, preguntó. —Sé que estás enojado porque me fui. —Sí—, dije lentamente, midiendo mis palabras. —Pero cuando se trata de ti puedo tener momentos de perdón. Una sonrisa se extendió en su cara. —¿Qué? ¿Tú? ¿Qué alienígena te ha abducido y sustituido? Le empujé una almohada a la cara y le gruñí. Dejando que Six me haga sentir cohibido por lo que estoy diciendo. Soné como un adolescente. Mierda. El chico realmente me estaba afectando de una manera que nunca había esperado. —¿Vas a decirme por qué te fuiste?— Preguntó cuando dejó de reírse y se acercó más a mí. Si lo hizo a propósito o por instinto, no tenía ni idea. Pero me gustó. —Fue una mezcla de cosas—, admití. —Actuaste como si fuera a hacerte daño. Me refiero a hacerte daño de verdad. Frunció el ceño. —Lo sé. Lo siento. Pero no lo hice a propósito; fue sólo por instinto. —Lo sé—, suspiré. —Pero... sigue siendo una sensación de mierda saber que tu primer instinto conmigo es acobardarte. Puede que te azote, pero nunca, jamás, abusaría de ti. Eso no es lo que soy como persona. Puede que sea un asesino, pero no soy un imbécil. Six levantó una ceja. —¿Estás seguro de eso? Volví a empujarle la almohada a la cara. —¡Estoy tratando de tener una conversación madura! Riendo, se apartó la almohada y se abalanzó sobre mí. Caí de espaldas a la cama y él apoyó su cabeza en mi pecho, con sus dedos recorriendo mi piel desnuda. La sensación era relajante, me arrullaba en un estado de confort y seguridad. Casi podía volver a dormirme. —Siento lo de aquella noche—, dijo lentamente. —El solo hecho de verte así me sacudió. Sabía a qué te dedicabas, pero verlo fue algo completamente diferente. Me dio un susto de muerte. Fruncí el ceño. —¿Así que ahora me tienes miedo?

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Levantó la cabeza y me miró. —¿No quieres que lo tenga? ¿Grande y malvado jefe de la mafia? Pensé que querrías asustar a la gente. Extendí la mano y acuné su mejilla. —El mundo me ve así, pero no quiero que eso sea todo lo que veas en mí. Quiero que veas... algo más. Inclinó la cabeza y vi cómo sus ojos buscaban en mi cara. ¿Qué estaba buscando? No me moví, no hablé. Dejé que se tomara su tiempo después de volcar mis emociones en el momento de tranquilidad que estábamos viviendo. —Sí veo algo más—, dijo finalmente, con una voz ligera como una pluma. —Pero sigue siendo difícil ver a alguien cubierto de sangre y a punto de matar a un tipo. Quiero decir que es el padre, el hermano o el amigo de alguien. ¿Qué derecho tiene alguien a decidir quién vive o muere? Mis dedos bailaron sobre su espalda mientras digería sus palabras. Tenía razón. ¿Quién ponía las reglas, quién decidía lo que estaba bien, mal o algo intermedio? Era el papel que tenía que asumir, pero eso no significaba que estuviera más cualificado para tomar esas decisiones que cualquier otro hombre. —Todo lo que puedo hacer es lo mejor para mi familia y los que quiero—, dije finalmente. —No, probablemente no tomo decisiones justas o correctas, pero si alguien está amenazando mi vida, la de mi familia, entonces tengo que actuar. Tal vez no sea lo correcto, pero es lo que puedo hacer. ¿Lo entiendes? Six asintió un poco. —Supongo que sí. —Estando cerca de mí puede que no seas siempre tan inocente—, señalé. —Puede que llegue un momento en que tengas que matar para seguir vivo. Él se estremeció. —Espero que no. —Yo también espero que no—, dije en voz baja. La posibilidad de que Six tuviera que convertirse en algo parecido a mí me revolvía el estómago. Era un desastre, pero no era un asesino. El mundo necesitaba más gente que pudiera sobrevivir y prosperar en una burbuja. Personas que estuvieran seguras y fueran dulces y no tuvieran que conocer la fealdad de todo lo que les rodeaba. Six había visto algo de lo malo del mundo, pero no lo peor. —¿Por qué otra cosa te fuiste?—, incitó, cambiando rápidamente de tema.

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Suspiré suavemente. —Ven a ducharte conmigo y te lo contaré todo. Me levanté, lo tome de la mano y lo llevé al cuarto de baño. Abrí el agua y me aseguré de que estuviera lo suficientemente caliente antes de llevar a Six al interior. Agarré una esponja y le eché jabón para el cuerpo antes de empezar a lavarlo. —Puedo limpiarme yo mismo, ya sabes—, señaló. —No, voy a hacerlo por ti y se acabó. Six no me desafió. En cambio, se dio la vuelta, apoyó las manos en la pared de azulejos de la ducha y sacó el culo. Me quedé mirando la curva de su cuerpo, queriendo llenarlo como la noche anterior, pero me obligué a concentrarme. —Papi, dime—, dijo mientras miraba por encima del hombro. — ¿Qué pasa? Suspiré. —Ya te has enterado de algunas cosas. Alguien está intentando desmontar mi organización desde dentro y tengo que averiguar quién es. He hecho algunas llamadas, he investigado, pero aún no tengo ninguna pista—. Sacudí la cabeza. —Ángelo cree que puede ser alguien de mi familia. —Mierda—, murmuró en voz baja. —¿Qué crees tú? Me encogí de hombros. —¿Ahora mismo? No lo sé. Por mucho que quiera creer que todo es una coincidencia y que no tiene nada que ver con mi familia, no puedo descartar nada. Que la familia se traicione en este trabajo no es nada nuevo. Tengo que tener cuidado y averiguar qué está pasando. Six se dio la vuelta y puso su mano en mi brazo. —Lo siento—, dijo suavemente. —Esto debe ser mucho para ti. Me quedé mirándolo, incapaz de asimilar su amabilidad. Eso no existía en mi mundo, pero él me lo estaba demostrando. En lugar de hablar, levanté su pierna y la apoyé en uno de los estantes de la ducha, lavándolo atentamente. Mi boca no sabía cómo formar las palabras adecuadas para expresar que le estaba agradecida. —Espero que lo descubras—, dijo en voz baja. —Así podrás tener algo de paz. Me dolió el corazón de nuevo. El malcriado y desafiante Six era el hombre más dulce que había conocido. Nunca me pedía nada, nunca me presionaba en los caminos equivocados. En cambio, parecía que quería aliviar la tensión que había en mí. 159

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—Vamos a vestirnos y a comer—, dije, cambiando de tema otra vez porque no quería pensar en la miríada11 de problemas que se acumulaban sobre mis hombros. —Podemos hablar más tarde. Six asintió. —De acuerdo, papi. Dos simples palabras y mi corazón intentó saltar de mi pecho. No tuve que pinchar o aguijonear a Six para que las dijera, lo dijo con naturalidad y le sonreí. Siempre quise que sintiera que no sólo era su papi, sino el papi perfecto. Las palabras te quiero bailaron en mi lengua, pero me las tragué con fuerza. Todavía no. No era el momento de decírselo. Pero algún día lo haría. Sólo rezaba para que él también me quisiera.

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Cantidad muy grande, imposible de calcular o de limitar, de la cosa que se expresa. 160

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Me miré en el espejo y decidí deshacerme de lo que llevaba puesto. Mirando los montones de ropa que había sobre la cama y la silla, supe que había usado casi todo lo que tenía, pero nada me parecía bien. Quería algo informal, que no pareciera que me estaba esforzando demasiado. Pero algo que no fuera sencillo, aburrido o demasiado relajado. Frunciendo el ceño, miré la ropa y rebusqué entre los montones antes de agarrar una camiseta de manga larga de color azul bebé y arrastrarla de nuevo por los brazos. Nunca había revisado tantas opciones de ropa para una cena. Normalmente, me ponía lo primero que tenía y hacía lo que tenía que hacer. Pero ahora que Amadeo me estaba esperando, no podía decidir qué me quedaría mejor. Finalmente, me decidí por unos vaqueros y la camisa abotonada y decidí que eso tendría que ser suficiente. Me pasé los dedos por el pelo, alisando mis mechones salvajes. Mi cara empezaba a estar de nuevo llena de pelos, pero no me había afeitado. Una parte de mí esperaba que Amadeo me agarrara, me sentara y lo hiciera por mí para poder mirar hacia arriba y admirar la seria intensidad de su rostro mientras lo hacía. Un golpe en la puerta me devolvió a la realidad y me di cuenta de que llevaba un rato mirándome en el espejo. Me pasé los dedos por el pelo y respiré hondo mientras me preparaba para abrir la puerta y dejar entrar a Amadeo. En cuanto mi mano se enroscó en el pomo, mi corazón se aceleró, pero me obligué a respirar y a abrir la puerta de un tirón. Al otro lado estaba Ángelo. Exhalé un suspiro y la decepción se reflejó en mi rostro mientras retrocedía un poco. Se me revolvió el estómago. ¿Iba a decir que Amadeo se había ido otra vez? ¿Estaba yo solo? Tenía demasiado miedo de preguntar. —Amadeo te está esperando en el jardín. Dice que puedes encontrarte con él allí para cenar. 161

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Sonreí a Ángelo y asentí. —Gracias—. Hice una pausa. —¿Te molesta alguna vez? ¿Tener que cuidar de mí y ser el que hace todos sus recados así? Levantó una ceja. —¿Por qué me iba a molestar? Este es mi trabajo, me pagan por hacerlo. No sería diferente si estuviera en el mundo real haciendo tareas serviles para mi jefe. ¿Verdad? Bueno, en eso tenía razón. Todo el mundo sabía lo que era tener un trabajo y hacer caso a su jefe. Yo lo hice muchas veces en el casino, haciendo todo lo posible por sonreír y ser cordial con la gente que sabía que se encargaba de que mi sueldo fuera una realidad cada semana. —Bien—, dije finalmente, alisando la parte delantera de mi camisa. —Tienes razón. Puedo bajar yo mismo. Ángelo me sonrió. —Muy bien. Será mejor que te des prisa. No es tan paciente esta noche. Yo tampoco. Algo me tenía en vilo mientras asentía y daba cada paso como si el plomo estuviera en mis zapatos. ¿Por qué tenía el corazón en la garganta? Me apretaba y me agarraba a la carne, aferrándome al cuello como si eso fuera a hacer desaparecer el bulto pero, por supuesto, no lo hacía. Pasé por delante del comedor donde solíamos comer juntos y salí por la puerta trasera. Siguiendo a Ángelo, intenté que mi cerebro se ralentizara mientras innumerables pensamientos llenaban mi cerebro y hacían que mi estómago se agitara. ¿Por qué estoy tan ansioso? Es sólo Amadeo. Intenté recordármelo, pero lo único que veía era a Amadeo follando conmigo en su coche. Él besándome como si estuviera hambriento. La forma en que sus dedos empujaban mi pelo cuando se subía encima de mí en la cama. La delicadeza con la que me lavaba y se aseguraba de que no estuviera demasiado dolorido por la noche anterior. Había mucho más en él que el monstruo que llevaba en la superficie. Empezaba a darme cuenta de ello y ahora que lo había hecho, quería más. Quería consumir cada momento del tiempo de Amadeo y saber que yo era el centro de toda su atención. ¿Estar obsesionado por él? Era una droga peligrosa, pero yo ya era adicto. Todos mis pensamientos se detuvieron cuando vi a Amadeo. Estaba sentado en una pequeña mesa redonda con un mantel blanco. Había velas parpadeando en la mesa y flores, muchas flores. Se levantó y se ajustó la

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chaqueta antes de sonreírme y creí que me iba a desmayar cuando el calor me inundó. ¿Quién mierda es este hombre? ¿Quién sabía que Amadeo tenía un lado... así? —Yo— Sacudí la cabeza mientras las palabras me fallaban. —¿Qué es todo esto? Se aclaró la garganta y agitó una mano. —La cena. Siéntate. Hice lo que me dijo y me puso una servilleta sobre el regazo con suavidad. —Veo que es la cena, pero... ¿por qué es así...?— Pregunté, agitando una mano ante el despliegue romántico que nos rodeaba. —Porque yo lo he querido así—, dijo bruscamente. Vi el ligero tono rosado de sus mejillas. ¿Se siente avergonzado? —Gracias—, dije, en lugar de burlarme de él. —Es muy bonito. Nunca nadie había hecho algo así por mí. Amadeo se sentó y me miró con recelo. —No sé si decir que me alegro de ser el primero y el único o si debería cabrearme porque nadie haya sacado tiempo de su vida para hacer algo así por ti. —Las dos cosas—. Le sonreí. —Puedes ser ambas cosas. Estoy acostumbrado a que estés loco. La sonrisa volvió a los labios de Amadeo. —¿Sí? Eso es ligeramente reconfortante—, dijo mientras se reía y recogía su copa de vino una vez que la llenó un hombre que nos estaba esperando. —Salud. Yo recogí la mía. —Salud. Todo el nerviosismo empezó a disiparse. Estar en presencia de Amadeo cuando era tan fácil de llevar era una experiencia completamente diferente. Casi parecía que debía estar aquí con él, sentado tan cerca y disfrutando de la forma en que su colonia permanecía en el aire. Mis ojos se concentraron en sus labios y recorrí cada centímetro de ellos mientras bebía antes de que me mirara fijamente. Rápidamente, aparté la mirada y senté mi vaso. —Entonces, ¿nadie ha hecho esto por ti?— dijo Amadeo, mirándome fijamente mientras ladeaba la cabeza. —¿Nunca has tenido una cita? Sacudí la cabeza. —He salido, pero no así. Quiero decir que las citas para mí suelen ser un par de copas baratas, un club ruidoso, y 163

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normalmente algo de sexo muy mediocre para terminar la noche—. Gruñó en voz baja y yo me reí. —Así que no, no suelo hacer cenas elegantes ni vestirme bien, ni noches bonitas—. Me encogí de hombros. —Por otra parte, suelo salir con chicos de mi edad. —¿Es eso lo que les gusta a los hombres de tu edad? Patético. Asintiendo, jugué con mi servilleta. —Sí, a mí tampoco me ha gustado nunca tanto. Por eso dejé de hacerlo hace un tiempo. ¿De qué servía salir con alguien si sólo era un objeto para calentar la cama de algún idiota y luego me dejaban tirado cuando pasaba alguien más... arreglado y no tan jodido? Amadeo frunció el ceño. —Tú no estás jodido. Le sonreí, mis hombros se relajaron de su posición tensa en la que ni siquiera sabía que estaban. —Lo estoy, pero tú estás más jodido para no verlo—, señalé. Agitando una mano, aparté esa parte de la conversación. —Pero también estaba demasiado ocupado tratando de sobrevivir. Cuidando de mi familia cuando deciden llamar—. Suspiré y luego parpadeé hacia él. —¿Espera? ¿Es una cita? Amadeo ladeó la cabeza. —¿Qué te parece? No tenía ni idea de qué pensar, porque Amadeo era un gigantesco follador de mentes. Se suponía que sólo íbamos a tener sexo, a saldar una deuda, pero se volvía loco cuando yo no estaba cerca. Y yo también, me di cuenta. Entonces, ¿qué estamos haciendo? —Esta noche, tenemos... Suspiré cuando el camarero comenzó a hablar y dejó los platos frente a nosotros. Gracias por salvarme señor. No sabía qué éramos y tampoco quería dar una respuesta equivocada. La mirada de Amadeo se quedó clavada en mí mientras yo miraba al camarero fingiendo que me interesaban sus palabras cuando en realidad intentaba que el corazón no se me saliera del pecho. Una vez que el hombre desapareció, me apresuré a llevarme la comida a la boca para no tener que responder a más preguntas. Cuando finalmente miré a Amadeo, porque no podía evitar su mirada eternamente, estaba sonriendo. Sacudió la cabeza y comenzó a comer también, obviamente dejándome libre. Gracias. A veces era como si me conociera más que yo mismo. Y me alegré de ese pequeño momento, de saber que él sabía que no debía presionarme más, sino dejarme ser. 164

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—¿Quieres llamar pronto a tu familia? Deben estar preocupados—, dijo Amadeo. Me encogí de hombros, con el estómago un poco apretado. — Sinceramente, lo dudo. Mi madre probablemente esté metida en alguna botella y mis hermanos suelen estar ocupados. En cuanto a mi padre, ¿quién sabe? El hombre hace lo que le da la gana—. Fruncí el ceño. —Es menos una familia y más un grupo de personas que fueron empujadas a un lugar y que apenas pueden tolerarse entre sí. Pensar en mi familia siempre me inquietaba. Aunque ahora eran prácticamente extraños, siempre había deseado el tipo de familia que se veía en la televisión. Los que se apoyan unos a otros sin importar lo que suceda. Que se querían y se cuidaban y que, aunque se pelearan, volvían a estar juntos al final del episodio. Pero mi vida no era así. Era lamentable y vacía, y mucho más solitaria de lo que quería admitir en voz alta. Una mano se posó sobre la mía y miré a Amadeo. Tenía esa mirada seria, la que decía que estaba contemplando cosas peligrosas. Pero debajo de ella, había algo más. Preocupación. —Lo siento—, dijo en voz baja. —Que hayas estado sola durante tanto tiempo. Mi corazón se apretó y mis estúpidos ojos ardieron. Quería alejarme de Amadeo, gritarle que estaba bien y que no necesitaba a nadie ni a nada. Pero no podía ni siquiera forzar las mentiras de mi boca, no cuando su voz era tan condenadamente suave y compasiva. Una lágrima rodó por mi mejilla y aspiré una respiración temblorosa. —Mierda. ¿Qué me estás haciendo? Amadeo me apretó la mano. —Me hago esa pregunta todos los días cuando pienso en ti—. Llegó al otro lado de la mesa y sus dedos callosos limpiaron la lágrima antes de levantarse y acercarse a mi lado. Amadeo acunó mis mejillas con sus grandes palmas y me dio un beso en mis labios temblorosos. —Puede que mi familia esté loca, pero aquí tendrías una. Si lo quieres—, susurró contra mi boca. —Y nunca dejaría que te sintieras solo otra vez. ¿Qué estaba diciendo? ¿Que quería que me quedara incluso después de los seis meses? Mi corazón latía con tanta fuerza que mi cabeza nadaba. ¿Cómo puedo saber si está diciendo la verdad? ¿Si esto es algo que realmente puede durar?

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Mientras nos besábamos, dejé que las preocupaciones desaparecieran. Ahora mismo, quería fingir que esto podía ser algo más. Aunque sólo fuera un sueño.

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—¿Vas a ir a ver a Amadeo?— preguntó Ty. Me recosté en el coche mientras atravesaba la ciudad y asentí con una sonrisa en los labios. —Sí. Hoy está en el casino, así que pensé en pasarme por allí y ver qué está haciendo. Quizá le haga una o dos mamadas si está estresado. Tengo que pagar esta deuda, ya sabes. La risa de Ty a través del teléfono me hizo sonreír. —Ambos sabemos que ya no haces esto por la deuda. Te gusta demasiado. Agité una mano. —Estás loco. —¡Mírate! Han pasado tres meses y te ha dejado tener mi número en tu teléfono, puedes salir de casa, tienes tu propio conductor, ¡Mierda! Creo que es hora de dejar de mentirte a ti mismo hombre. Ese tipo está loco por ti y te gusta. Me sorprendí a mí mismo sonriendo en el espejo retrovisor e inmediatamente traté de borrarlo de mi cara, pero no pude. Ty no se equivocaba. Cuando Amadeo no era tan grande y malo, era agradable estar con él. Incluso gentil. Tal vez la fachada aterradora había sido sólo temporal y éste era el hombre que realmente era en el fondo. No estaba seguro, pero la vida se había vuelto definitivamente más cómoda y, si era sincero conmigo mismo, más fácil. —¿Me estás escuchando siquiera?— Ty suspiró. No, ni siquiera un poco. —Sí, estoy escuchando—, dije mientras me enderezaba en mi asiento. El casino había aparecido a la vista y cada centímetro de mí se sintió electrizado mientras golpeaba mi pie rápidamente. —Estoy en el trabajo de Amadeo, así que te llamaré más tarde. —No, no lo harás—, se rio. —Pero no pasa nada. Ve a pasar el rato con tu novio. —Él no es mí... 167

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—Lo que tú digas—, me cortó Ty, su risa crecía mientras mi cara se calentaba. —Hasta luego, amigo. Ty colgó y yo me quedé mirando el teléfono, sacudiendo la cabeza antes de volver a guardarlo en el bolsillo. Estaba loco, pero tenía razón. ¿Qué era yo para Amadeo? ¿Y qué íbamos a hacer dentro de tres meses? No podía pensar en esas preguntas sin que se me revolviera el estómago, así que las aparté por el momento. Pensar en el futuro y en la inevitable parte en la que volvería a estar solo me producía náuseas. No podía volver a vivir la vida como lo había hecho antes. En ese entonces me había convencido de que estaba bien. Pero todo era una mentira. Caminando por el casino, esperé a que Ángelo me hiciera pasar entre los guardias que bloqueaban el camino hacia Amadeo. Cada paso que me acercaba a él hacía que mi corazón se acelerara. Este hombre me tiene mal. Me detuve frente a la puerta de su despacho y volvió esa estúpida sonrisa que se negaba a desaparecer durante más de medio segundo. Después de respirar profundamente una vez más, llamé a la puerta y agarré el pomo. —¡Hola, papi!— llamé al entrar y me quedé helado de inmediato. Sentado en un sofá frente a Amadeo había otro hombre. Era pelirrojo, tenía barba y unos ojos azul-gris muy interesantes. Y parecía tener más o menos la edad de Amadeo, mucho mayor y más maduro que yo. De repente, se me apretó el estómago y fruncí el ceño mientras miraba a Amadeo. —¿Quién es?— pregunté. Amadeo negó con la cabeza. —Espérame fuera. Parpadeé al verlo. —¿Por qué? Suspiró. —Por una vez, sólo por una vez, ¿harás lo que te pido y esperarás fuera? Mi cara se calentó mientras la vergüenza subía por mi columna vertebral. ¿Por qué no quiere decirme quién es el tipo? Era raro. Sospechoso. ¿Estaban juntos? ¿Era alguien a quien Amadeo vio cuando llegó al trabajo y yo estaba sentado en su casa, esperando a que volviera para follar conmigo mientras tenía a un hombre con ese aspecto del brazo? Me gire de Amadeo al pelirrojo. —¿Quién eres tú?

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Sí, debería parar y salir de la oficina, pero no podía. Cada fibra de mi cuerpo me gritaba que siguiera adelante y averiguara quién demonios era este hombre. ¿Por qué parecía tan cómodo en el sofá de Amadeo? ¿Y por qué se veía tan bien? Me comparé con él de pies a cabeza y al final, decidí que me faltaba mucho. Eso sólo hizo que mi temperamento volviera a ser malo. ¿En qué problema me metería si me adelantaba y le diera un puñetazo en la cara al tipo? —Soy un amigo de Amadeo—, dijo el hombre, con un marcado acento irlandés que convertía cada palabra en sexo líquido. —¿Y tú eres? Ni siquiera sabe quién soy. Fue como una bofetada en la cara. ¿Cuántas veces se había acercado este desconocido a hablar con Amadeo, a sentarse en su despacho cerrado o con llave? ¿Se acostaban juntos? ¿Amadeo le estaba contando todas las cosas dulces que me había contado a mí? Mi corazón se aceleró y miré a Amadeo. —¿Un amigo? No he oído hablar de ningún amigo. —Six, ahora no—, gruñó. —Te lo advierto. Me burlé. —¿Advertirme de qué? ¿De que no quieres que vaya a visitarte cuando tu novio esté aquí? ¿O me adviertes de que no quieres que sepa que me follas? Amadeo se levantó rápidamente y yo retrocedí sólo por instinto. Pero ni siquiera el nerviosismo de su alta estatura y su oscura mirada fue suficiente para detenerme y calmar la tormenta de emociones que se desató en mi interior. —Fuera—, me espetó. —¡Ahora! Me volví hacia su amigo. —Encantado de conocer al tipo que le importa un carajo. Amadeo me agarró del brazo y me acompañó fuera antes de que pudiéramos intercambiar más palabras. Cerró la puerta de su despacho de un portazo y su secretaria se alejó corriendo tras echarle un vistazo a la cara. Cuando me dio la vuelta, me fulminó con la mirada. —¿Cuál es tu maldito problema?— gruñó Amadeo. —Tú eres mi problema—, espeté mientras me arrancaba el brazo de su agarre. —¿Quién mierda es ese? ¿Por qué lo escondes? —No estoy escondiendo nada, pero estoy ocupado. Vete a casa. 169

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Me burlé. —¿Cuál es tu maldito problema? ¿Es realmente tu novio o algo así? ¿O es el tipo que vas a hacer que te llame papi cuando finalmente me aleje de ti? Amadeo cerró el espacio entre nosotros y me tiró hacia delante por la camisa. —Six... —No consigues intimidarme—, dije mientras intentaba retorcerme para zafarme de su agarre, pero no me dejó ir. —¡Suéltame! La cara de Amadeo invadió mi espacio. —Este es mi negocio, mi vida con la que estás jodiendo. ¿Lo entiendes? Si te digo que esperes fuera lo único que debes hacer es asentir y salir por la puta puerta. ¿Me entiendes? Lo fulminé con la mirada. —No soy uno de tus pequeños trabajadores a los que puedes gritar y dar órdenes. —No. Tú eres el listillo que me ha robado. Eres el cuerpo caliente en mi cama y nada más. No sobrepases tus malditos límites. Toda la ira huyó de mi cuerpo de golpe. Me quedé con la boca abierta, pero ya no tenía palabras para hablar. Eres el cuerpo caliente en mi cama y nada más. La frase se repitió en mi cabeza mientras miraba su cara llena de ira. Su mandíbula se tensó y sus ojos ardieron. —¿Qué vas a hacer?— Pregunté, mi voz temblaba más de lo que quería. —¿Encerrarme de nuevo? ¿Volver a meterme en tu extraña mazmorra? Amadeo me empujó contra la pared, con su mano plantada al lado de mi cabeza mientras me miraba fijamente. —¿Es eso lo que necesitas que haga? ¿Quieres volver allí? Puedo arreglar eso ahora mismo. Miré fijamente a Amadeo, pero me quedé sin palabras. ¿Realmente me iba a devolver a esa sucia habitación? Lo miré a los ojos para ver si hablaba en serio, pero lo único que pude ver fue su determinación. Me encerraría y podría encerrarme de nuevo y no había nada que pudiera hacer al respecto. —Vete a la mierda—, escupí. Le clavé las manos en el pecho y salí furioso del casino mientras el aire se apretaba en mis pulmones. Tenía que salir de allí y alejarme de él o no sabía qué iba a hacer. Columpiarse con un jefe de la mafia era una jodida mala idea, pero si me quedaba delante de él un segundo más eso es lo que iba a hacer.

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No puedo creer que haya sido tan estúpido como para pensar que realmente quería algo conmigo. ¿Qué me pasa? Oí que Ángelo me hablaba, pero su voz sonaba como si viniera de debajo del agua. Incluso cuando lo miré, no pude verlo bien. —Llévame de vuelta a casa. —Sí, señor. Subí al coche y me quedé mirando al frente. A casa. ¿Cuándo empecé a pensar seriamente en la casa de Amadeo como un hogar? ¿Cuándo empecé a verlo como un hombre con el que realmente podía estar? ¿Cuándo empezó a resultarme familiar llamarlo papi? Un minuto detestaba al hombre y al siguiente… El dolor que me llenaba el pecho y me dificultaba la respiración me hacía saber que sentía algo más profundo por él. Algo que intentaba negar. Pero después de ver esa faceta suya ya no estaba seguro de lo que sentía por Amadeo Bianchi. Necesito alejarme de él. Esto era una prueba de realidad. Amadeo era un monstruo y, aunque intentara convencerme de lo contrario, podía ver quién era y de qué iba. No iba a quedarme tratando de ver lo bueno en él cuando todo lo que existía era malo. Tres meses. Es todo lo que le debo. Si huyo, me buscará. Podría cumplir mi sentencia y entonces él estaría fuera de mi vida. Al principio, pensé que seis meses con Amadeo sería mejor que seis meses en la cárcel, pero ahora estaba empezando a cuestionarlo seriamente. Estaba en mi cabeza, metiéndose en mi corazón de la peor manera y quería liberarme de él. Ahora.

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Me quedé mirando a Six, pero no me moví para ir tras él. La mirada en su rostro me detuvo. Sabía que acababa de lastimarlo y que correr tras él ahora mismo sólo acabaría con él a la defensiva y con nosotros metidos en una gran pelea. O una pelea mayor en este momento. Apoyado en la pared, me pellizqué el puente de la nariz y respiré profundamente. Algún día va a ser mi muerte. Cuando volví a abrir los ojos, Darla estaba sentada detrás del escritorio, con la mirada puesta en mí. —¿Qué?— pregunté, con el cansancio filtrándose en mi tono. Se encogió de hombros y tecleó su contraseña. —He escuchado un poco de eso... —¿Y?— pregunté, mi irritación se multiplicó por diez al tener que hablar de ello. —¿No crees que has sido un poco duro?—, preguntó ella, inclinando ligeramente la cabeza mientras me miraba. —Vino hasta aquí para visitarte. Y estaba muy contento cuando lo vi entrar. Quizá deberías hablar con él. Sacudí la cabeza. —Estoy en medio de una reunión importante ahora mismo. No puedo. Darla asintió y se giró en su silla. No dijo nada, pero por la postura de sus hombros y el modo en que suspiró me di cuenta de que no estaba de acuerdo conmigo. Me aparté de la pared. —¿Qué?— Pregunté. Se encogió de hombros. —No me ha pedido consejos, señor. —Pues ahora se lo pido yo—, gruñí. —Escúpelo.

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Darla se volvió hacia mí y negó con la cabeza. —Todo lo que puedo decir es que si alguien que me importa estuviera molesto, me preocuparía por él primero y por una reunión después. —Sí, pero no se trata de ti. La última vez que lo comprobé, no tienes toda una organización de personas, empleados y familiares que dependen de todos tus movimientos. No puedo salir corriendo cada vez que a Six le apetece ser dramático. —¿Estaba siendo dramático?—, desafió ella. —A mí no me pareció así—. Darla se dio la vuelta y continuó tecleando. —No interferiré en su reunión, señor. Pronto llevaré el café. Me quedé mirando a Darla durante otro minuto y quise mandarla a la mierda, pero no pude. Ella no entendía que yo tenía que velar por todos. Que tenía que mantener a todos a salvo y proteger mi nombre y sus vidas. Pero no se equivocaba. Me preocupo por él y no quiero perderlo. Me mordí el labio, inseguro de mí mismo por primera vez en mucho tiempo. Estaba acostumbrado a tomar las decisiones difíciles y a hacer lo mejor para todos, menos para mí. Pero si perdía a Six... La idea me hizo apretar los puños. Unas punzadas de dolor se dispararon por mis manos mientras mis uñas se clavaban en mi carne. No puedo pensar en perderlo. Incluso tratar de pensarlo me hace querer volverme salvaje y matar a todo el mundo en mi camino. Recordé las palabras de Gabriele, la forma en que me dijo que lo tendría mal si me enamoraba de Six. Tenía razón, por supuesto. Mi obsesión por el chico era profunda e incluso ahora sólo quería agarrarlo, estrecharlo contra mí y decirle que era un maldito, pero que era un maldito que no pensaba en él como un simple agujero para follar. Si quería eso, podía tenerlo a raudales. No faltaban hombres y mujeres que se lanzaran por mí, pero yo no quería a ninguno de ellos. Yo quería a Six. —Amadeo—. Girando sobre mis talones, aparté la expresión conflictiva que sabía que había en mi cara y me puse la máscara una vez más mientras me enfrentaba a Conor. —¿Continuamos con esta reunión? —Sí, por supuesto. Pero hagámoslo rápido, tengo cosas que necesito ver. Sonrió. —Ya lo veo. Cierto moreno celoso que acaba de salir corriendo de aquí.

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Gemí y pasé junto a él hacia mi oficina. —No hablemos de eso. ¿Por qué estás aquí, Conor? Podemos saltarnos todas las formalidades—. Cerré la puerta cuando entró y eché la cerradura esta vez ya que no lo había hecho antes. —Toma asiento. Conor se sentó de nuevo y asintió. —Al igual que tú he tenido un par de robos últimamente en mis locales. Han desaparecido cosas, se han provocado incendios, se está convirtiendo en un dolor de cabeza. Pensé que tal vez tenía algo que ver con tu problema. Fruncí el ceño. —¿Crees que es alguien que intenta jodernos a los dos? —Lo creo. Y creo que intentan hacerme creer que son tus chicos los que lo hacen. He visto los tatuajes de rosas y calaveras que tienen tus hombres en la cámara de seguridad. Si fuera mi padre, estaría aquí tratando de patearles el culo, pero no lo soy. Ya hemos hablado y estoy bastante seguro de que no me estarías mintiendo y comenzando una guerra sin razón. —Exactamente—. Me senté frente a él y junté mis dedos. —Lo último que cualquiera de nosotros quiere o necesita es una guerra. Ya estamos en el radar de la policía, tenemos negocios y familia que proteger. Créeme, no quiero perjudicar nada de eso. Conor buscó en mi cara, tratando de ver si estaba diciendo la verdad. Pero no tenía ninguna razón para mentir. Al igual que él sentía que estaba por encima de su padre, yo tampoco seguía todo lo que hacía el mío. La época de la violencia y el crimen desenfrenados y abiertos había pasado. La tecnología era más avanzada, la policía estaba más equipada. Teníamos que dirigir nuestros negocios con más inteligencia y menos fuerza bruta. Esa era la única forma en que nuestras organizaciones podían prosperar en estas condiciones. Finalmente, Conor asintió. —Te creo. Ambos tenemos objetivos comunes, por eso nos llevamos tan bien—. La puerta se abrió y Darla se guardó la llave mientras entraba con el café. Puso una taza delante de cada uno de nosotros antes de desaparecer tan rápido como había entrado. Una vez que se fue, Conor agarró su taza y frunció el ceño. —Pero eso deja el problema de que alguien provoque problemas entre nosotros a propósito. Tampoco podemos permitirlo. —No, no podemos—, estuve de acuerdo. —¿Tienes alguna idea de quién podría ser? Sacudí la cabeza. Ahora mismo, no estaba dispuesto a decirle que había algo más que disensiones en mi familia. 174

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Que podía ser la familia, que podía ser alguien cercano el que me hiciera esto. Decirle que no tenía control sobre mi propia familia no era algo que un tipo como yo pudiera hacer. Expresábamos el control, el ego y el aplomo o acabaríamos perdiendo la confianza y la fe de los que nos rodeaban. Era un equilibrio delicado que no podíamos permitirnos no mantener. El mundo siempre estaba dispuesto a destrozarnos. —Amadeo—, dijo Conor, atrayendo mi atención hacia él. —Tenemos que resolver esto lo antes posible. —Lo sé—, asentí. —Créeme, lo sé. Pero era más fácil decirlo que hacerlo. Estaba claro que alguien trabajaba cerca de nosotros dos o al menos conocía a nuestros hombres. Eso hizo que fuera más difícil escudriñar entre ellos y elegir quién estaba empezando la mierda. No tengo tiempo para esto. Mi mente volvió inmediatamente a Six. Necesitaba estar con mi chico ahora mismo, sacando el pie de mi boca y tratando de calmarlo. Six era siempre imprudente y podría hacer alguna locura desde que le había gritado. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Ángelo. Necesitaba que pusiera más guardias y se asegurara de que no intentara escaparse de la casa y hacer alguna locura. Ya se había escapado una vez. Se me revolvió el estómago al pensar que volviera a escaparse de mí. No se iría. Ambos sabemos que lo cazaría y lo encerraría en mi habitación. No puedo perder a mi chico. —Amadeo—, suspiró Conor. —En serio, ve a buscar a tu novio y habla con él—. Levantó la mano cuando empecé a objetar. —No me sirves de nada, ni a esta organización, ni a ti mismo cuando estás distraído. Ya me conoces. Quiero enfrentarme a los mejores y patearles el culo siempre. No puedo hacer eso cuando estás soñando despierto con él. —No estoy soñando despierto—, gruñí. —Haces que suene como una colegiala enamorada. —¿No lo estás?— Conor sonrió. —Mírate. Normalmente, eres todo trabajo todo el tiempo, pero puedo ver lo distraído que estás. Y el hecho de que sigas mirando tu teléfono sólo me hace pensar que estás suspirando por él aún más. Lo rechacé. —No estoy suspirando. 175

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Incluso mientras mi dedo seguía en el aire, me acordé de Six. ¡Mierda! ¡Six me está convirtiendo en él! ¿Cuándo fue la última vez que había rechazado trabajo? Sus payasadas infantiles se habían metido de alguna manera en mi cerebro y las encontraba encantadoras. Six era salvaje, loco y un desastre en un buen día, pero era mi chico y no quería hacerle daño, a menos que fuera mi palma contra su culo regordete. —Mierda—, murmuré. Conor se levantó y sonrió. —¿Por qué no me llamas cuando descubras algo y yo haré lo mismo por mi parte? Hasta entonces veré lo que puedo averiguar. Yo también me levanté y asentí. —Probablemente sea lo mejor. No es que vayamos a resolver nada ahora mismo. Todavía tenemos que investigar más. —Exactamente—. Extendió la mano. —Resolveremos este asunto. —¿Tenemos alguna opción? Le estreché la mano y Conor sonrió antes de girar sobre sus talones y marcharse. Cuando se fue, saqué mi teléfono y miré el nombre de Six. Apunté su nombre y apreté el teléfono contra mi oído. Cada timbre hacía que se me tensara la mandíbula y empecé a caminar. Cuando saltó el buzón de voz, volví a llamar y esperé de nuevo, pero seguía sin contestar. —Mierda—, juré en voz baja y volví a meter el teléfono en los pantalones. —Más vale que no estés haciendo ninguna locura. Agarré mi chaqueta y mis llaves y salí corriendo de mi despacho. Sólo me detuve cuando Darla me miró y luego sonrió suavemente. Como si supiera muy bien lo que estaba haciendo. —Sólo me voy porque ya he terminado mi reunión—, solté, sin saber por qué estaba discutiendo con ella. —Por supuesto, señor—, dijo ella, aumentando su sonrisa. —Fue una reunión muy corta. Entorné los ojos hacia ella. —Te despediré. —No—, dijo mientras volvía a su ordenador, —no lo harás. Darla volvió a teclear a la velocidad del rayo y yo la miré fijamente. Esa mujer es malvada. Me hizo un gesto con los dedos cuando empecé a caminar hacia la puerta y negué con la cabeza. Sabía cuál era su lugar y tenía toda la confianza en él, aparentemente. Y no podía culparla por ello. Darla tenía un valor incalculable.

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Me puse al volante de mi coche y lo agarré con fuerza. Con suerte Six solo me estaba ignorando y no corría ya hacia las colinas. No puedo creer que haya dicho que lo encerraría de nuevo. Me había presionado tanto que perdí los nervios, pero no podía seguir haciéndolo. No si quería mantenerlo en mi vida. Teníamos tres meses más juntos. Ese era todo el tiempo que me quedaba para convencer a Six de que estaba donde debía estar.

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El viaje de vuelta a casa me pareció eterno. Aceleré más de lo que sabía que debía, pero me importaba un bledo. Si me paraban y me llevaban a la cárcel, que lo hicieran, porque no iba a ralentizar la marcha hasta que llegara a Six. En cuanto crucé la puerta, subí corriendo las escaleras y me dirigí a la habitación de Six. Me detuve en seco y tragué grueso. Ninguno de los guardias había denunciado su desaparición y yo había mirado mi teléfono de camino y lo había visto paseando por la habitación. Estaba allí, así que no sabía por qué estaba tan nervioso. ¿Qué mierda es este sentimiento? Six me estaba volviendo loco. ¿Qué tenía él que me hacía querer saltarme toda mi dureza y ser más suave? Golpeé la puerta, con el corazón en la garganta mientras esperaba que me abriera. En cambio, me encontré con el silencio. Saqué mi teléfono del bolsillo y comprobé la cámara. Six estaba sentado en la cama, mirando a la puerta como un niño petulante, con los brazos cruzados sobre el pecho. Todos mis instintos querían arrastrarlo sobre mi regazo y darle una bofetada en el trasero hasta que dejara de intentar dejarme fuera, pero esa no era la mejor solución en este momento. Respira y no hagas ninguna locura. Volví a llamar a la puerta, pero cuando seguía sin moverse la irritación aumentó. Six levantó la mano y empujó la puerta. Se me desencajó la mandíbula. Bien, esa fue la gota que colmó el vaso. —Six, puedes abrir esta puerta o puedo abrirla yo. Negó con la cabeza y arrastró una silla hasta la puerta. No estaba acostumbrado a que Six no me hablara. Su silencio me pareció incorrecto

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y se me puso la piel de gallina cuando metió la silla bajo el pomo de la puerta. —Puede que te creas muy listo, pero voy a tirar esta puerta abajo. —¡Vete a la mierda! No, había terminado. Girando sobre mis talones, bajé las escaleras y salí al cobertizo trasero. El espacio oscuro y polvoriento estaba repleto de herramientas, pero lo que necesitaba estaba apoyado en la pared del fondo. Un hacha robusta. La agarré y me la colgué del hombro, y una inquietante calma se apoderó de mí al entrar en la casa. Volví a la puerta y probé el pomo, pero seguía cerrado. Saqué mi teléfono y me aseguré de que Six no corría peligro de resultar herido. Estaba tumbado en la cama, de espaldas a la puerta. Volví a meter el teléfono en el bolsillo, agarré el hacha y golpeé. ¡Crack! El hacha se clavó en la puerta y tuve que dar un fuerte tirón para desalojarla. Al apartarla, apareció un agujero. Miré a través de él y vi a Six mirando la puerta, con la boca abierta. —¿Qué estás haciendo?— Gritó. —Te dije que abrieras la puerta—, me encogí de hombros. —Me estás obligando a hacerlo. —¡No te estoy obligando a hacer una mierda! Encogiéndome de hombros, di un paso atrás y volví a golpear. Le había advertido que abriera la puerta. Por lo que a mí respecta, eso era más que justo. La hoja atravesó la puerta, astillando trozos de madera que volaron por el aire mientras la atravesaba. Podría haberme caído madera en el ojo, pero ni siquiera eso me importaba ahora. Quería a mi chico y lo iba a tener. Metí la mano por el agujero que había creado y aparté la silla de un golpe antes de desbloquear y abrir la puerta. Six retrocedió, con la cara roja y los puños cerrados. Había un pequeño atisbo de preocupación en su rostro, pero se mostraba valiente como siempre e intentaba no mostrar que estaba asustado. —Estás loco de remate—, espetó. Cerré la puerta detrás de mí y dejé el hacha en el suelo. —Escucha, vamos a... 179

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Me giré a tiempo para ver algo que volaba hacia mi cabeza. Al inclinarme hacia la izquierda, me aparté y el teléfono de Six se estrelló contra la pared. Mi calma se rompió. —¡Ya basta!— grité mientras cruzaba hacia él y lo arrojaba sobre su cama. Me subí encima de él mientras se agitaba. —¡Hai perso la testa, cazzo12! Podrías haberme matado con esa maldita cosa. —¡Vete a la mierda!— Six gruñó. —Pensé que tenías una reunión con tu noviecito. —Estás actuando como un niño celoso. ¿Necesitas que te recuerde quién tiene mi mente las veinticuatro horas del día? ¿Con quién sigo obsesionado? Six me clavó la rodilla en el estómago y yo gruñí, pero le agarré las muñecas y las estampé contra la cama. —¡Sí, claro! Y podrías haberme matado con esa hacha. —No, primero te vi en la cámara. Nunca te pondría en peligro. Sus ojos se abrieron de par en par. —¡Me dijiste que aquí no había cámaras! —Lo sé—. Mis labios se curvaron en una sonrisa mientras bajaba la cabeza y rozaba mis labios contra su oreja. —Mentí. Six, siempre te estoy observando. Se estremeció debajo de mí y sentí como si los cables vivos bailaran bajo mi piel ante su reacción. El calor de su cuerpo firme presionado contra el mío me hizo desear abrazarlo durante el resto del día y hasta mañana. Six se sentía como en casa. —Eres un imbécil—, gruñó tratando de alejarse de mí otra vez. Me senté y me puse a horcajadas sobre él, inmovilizándolo. Unas cuantas veces pudo ganar la ventaja y me sorprendió y trató desesperadamente de quitarme de encima. Como no quería perder más tiempo, me quité la corbata y le agarré las muñecas. Rápidamente, le até las muñecas y las apreté contra la cama antes de agarrarle las mejillas y mirarlo a los ojos. —Perdí los nervios contigo antes y eso fue una mierda por mi parte. Que dijeras todas esas tonterías hizo presionar los botones equivocados

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Has perdido la puta cabeza.

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cuando ya estaba estresado. Pero sabes que eres mi chico, ¿verdad? Nunca te dejaría ir. Six frunció el ceño. —Dijiste algunas cosas realmente malas. —Lo sé. Mi temperamento siempre ha sido una mierda, pero últimamente es peor. Eres la única persona que me ayuda a calmarme al final del día. Esa reunión era importante. Ya te conté lo de Conor, pero no quisiste creerme. Sólo querías gritarme por alguna razón—. Fruncí el ceño. —¿Por qué? Apartó la mirada de mí. —No lo sé. —¿No me crees cuando digo que te quiero? Six se encogió de hombros. Al igual que odiaba que la puerta estuviera cerrada, detestaba que no me mirara. Cualquier forma en que Six pudiera ignorarme era un no rotundo para mí. Necesitaba que se abriera conmigo para poder conocer cada pequeña cosa de él por dentro y por fuera. —Six, te quiero—, presioné. —¿Me entiendes? —No lo sé. Me incliné y busqué en su rostro antes de que intentara esconderse de nuevo. La ira que había estado allí antes había desaparecido y ahora estaba haciendo pucheros. Pasé una mano por su pecho, mis dedos se movieron entre sus muslos. Le di un fuerte apretón a uno de ellos y él giró las caderas antes de quedarse quieto de nuevo. —¿Quieres que papi te haga sentir mejor? Se estremeció. —Yo no... —Sí lo sabes—, dije con severidad mientras mi agarre se hacía más fuerte y él gemía. —Podemos hablar de la situación o puedo mostrarte cuánto lo siento. Finalmente me miró, con los ojos llorosos. —Muéstrame—, susurró. Me incliné hacia abajo y tomé sus labios en un áspero beso. Six se derritió contra mí, su pecho presionando contra mi cuerpo mientras gemía. Rápidamente aprendí que Six no quería las palabras. Antes había asumido que era porque quería no pensar en ellas, pero aunque ese seguía siendo ligeramente el caso, era más que eso. Las palabras podían ser cosas vacías, ¿pero las acciones? Bueno, ver para creer. Asintiendo, besé su cuello. Su respiración se entrecortó y aspiró con fuerza. Recorrí su cuello hasta la clavícula, respirando su aroma. 181

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—¿Sigues enfadado con papi? —Sí—, murmuró. —Sabes lo que hiciste. Sonreí un poco. No porque estuviera molesto, sino porque no dijo que yo no era su papi. Tampoco me estaba apartando. De hecho, sus piernas se ensancharon y pude sentir la necesidad que tenía de estar más cerca de mí. —¿Realmente crees que podría estar viendo a alguien? ¿Cuándo tendría tiempo, chico? Siempre me tienes pendiente de ti. Six me miró. —Tengo que estarlo, eres un imbécil. Le chasqueé la lengua. —Eso no fue muy agradable. —Tú no eres muy amable—, hizo un mohín. Me reí y besé su pecho antes de acomodarme entre sus piernas. — ¿No lo soy? Vamos a probarlo. —¿Qué estás...? Mierda—, juró mientras sus caderas se levantaban de la cama. Lamí a lo largo de su longitud tomando el sabor de él. Suspiró, su cabeza cayó hacia atrás contra la almohada mientras sus muñecas atadas descansaban sobre su estómago. Me tomé mi tiempo para explorarlo, disfrutando de cada trozo de carne caliente y dura que entraba y salía de mi boca. —Papi—, gimió, con sus dedos enroscados en mi pelo. —Todavía estoy enfadado contigo—, dijo, sus palabras apenas un susurro. —Puedes seguir enfadado—, dije mientras lo miraba fijamente. — Pero no puedes dejar de ser mío—. Mis dedos se clavaron en sus muslos y jadeó. —¿Me entiendes? Me miró, con las pupilas dilatadas antes de morderse el labio. —No te folles a nadie más. Parpadeé mirándole. —¿No quieres que lo haga? —No—, dijo, y su tono adquirió un tono peligroso. —Mientras estemos haciendo... lo que sea esto, no quiero que se lo hagas a nadie más que a mí. —Pídelo bien—, dije arrastrando mis uñas por su piel y forzando un gemido de sus suaves labios. —Vamos cariño, pídele a papi amablemente. Six gimió. —Por favor, papi. No te folles a nadie más que a tu chico.

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Mi polla palpitaba. Mierda. La mirada necesitada de Six, la desesperación detrás de su súplica, supe que lo decía en serio. Quería que no estuviera con nadie más que con él. Me aferré a mi chico con tanta fuerza que estaba seguro de que mañana habría moretones en forma de yemas de dedos, pero no quería dejarlo ir. —No lo haré—, dije. —Sólo a ti. Sólo te quiero a ti, Six. Subí rápidamente por su cuerpo y tomé sus labios en un duro beso. Su suave gemido contra mi boca fue música para mis oídos. Introduje mis dedos en su pelo, acariciándolo y saboreándolo. El chico del que me estaba enamorando. Cuando nos separamos, sus ojos estaban vidriosos. Volví a deslizarme por su cuerpo y me llevé su polla a la boca una vez más. Esta vez, sin embargo, no me contuve. Deslicé mi boca por su longitud y moví mi cabeza hacia arriba y hacia abajo, chupando y lamiendo su polla mientras él gemía debajo de mí. Six se retorcía salvajemente, su cuerpo se tensaba, se relajaba y se volvía a tensar mientras disfrutaba del placer que le daba. Sus piernas se abrieron más y pasé mis dedos por sus pelotas antes de juguetear con ellas, apretándolas suavemente y haciendo que sus gemidos aumentaran. Estaba empezando a conocer el cuerpo de mi chico y me encantaba explotar ese hecho y hacerle perder la cabeza. —Papi, estoy ahí—, suspiró mientras levantaba las caderas y metía más su polla en mi garganta. —Por favor. No iba a burlarme de él, no después del día que había tenido. Así que aumente la velocidad y los dedos de sus pies se curvaron. Sus manos se tensaron y flexionaron, mi corbata de zafiro todavía envuelta alrededor de sus muñecas. Quería quedarme mirándolo un rato, pero más que eso quería que mi chico se corriera. Gritó y derramó su semilla sobre mi lengua instantes después, su respiración no era más que un jadeo. Me arrime y me tragué cada gota negándome a desperdiciarlas. Cualquiera tendría la suerte de probar a mi chico y yo era el único que tendría ese privilegio a partir de ahora. Incluso cuando nuestro tiempo se acabara, me negaría a dejarlo ir. —¿Papi?— Six preguntó. —¿Sí?— Me subí a su lado y le quité la corbata de las muñecas, frotándolas ligeramente antes de besar el interior de una. —¿Realmente me encerrarías en esa habitación otra vez?

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Lo miré y vi la preocupación en sus ojos. Mierda, lo he asustado. Extendí la mano y le aparté trozos de pelo de la frente manchada de sudor antes de negar con la cabeza. —No, no volvería a hacerte eso. No puedo. Antes, habría sido fácil. Había habido muchas veces en las que había pensado en encerrar a Six y castigarlo, pero cuanto más estaba cerca de él, más sabía que eso era imposible. Me importaba demasiado y no iba a hacerle daño. —No puedo prometer que no te encerraré aquí—, murmuré. —Ya te escapaste una vez. Dejó escapar un suspiro y se rio. —Te vas a aferrar a eso para siempre, ¿no? —Sí—, dije tumbándome a su lado y besando su labio antes de tirar un poco del inferior y volver a soltarlo. —Porque lo único que no soporto perder eres tú Me miró fijamente, con los ojos muy abiertos, antes de asentir. Observé cómo su manzana de Adán subía y bajaba antes de que sacudiera la cabeza. Lo que fuera que tenía en la lengua, se lo tragó y, en cambio, metió la cabeza en mi pecho. —Abrázame—, murmuró. —Todo el tiempo que quieras—, dije, besando la parte superior de mi cabeza. —Espera—, dijo, apartándose para mirarme. —¿No quieres tener sexo? Siempre quería tener sexo con él. Mi polla estaba todavía dura como una roca y se moría por ser envuelta en las calientes y sedosas paredes del culo de Six. Pero él quería que lo abrazara y eso era más importante. —Ahora no—, dije, atrayéndolo contra mí con más fuerza. —Vamos a tumbarnos aquí un rato. ¿De acuerdo?

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—De acuerdo, papi—. Se acurrucó contra mi pecho y se quedó callado durante un minuto. —Por cierto, me debes una puerta nueva. Lo miré. —Y un teléfono nuevo. —Eso también—, se rio y su mano se apretó con fuerza alrededor de mi camisa. —O simplemente puedo mudarme a tu habitación. Sonreí tan amplio que me dolió la maldita cara. —Me gusta mucho más esa opción.

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—¿Dónde está tu nuevo juguete?— preguntó Gabriele mientras entraba en el despacho de mi casa y se sentaba. —Paseando con un amigo—. Dejé el teléfono y lo miré fijamente. — Y no es mi juguete. —¿Entonces qué es? Miré fijamente a Gabriele. —Lárgate. Mi hermano se rio y me sacudió la cabeza. —Cálmate. No estoy tratando de ser irrespetuoso, sólo trato de entender lo que ustedes dos son ahora. Él siempre está cerca, tú te cierras sobre él, ¿y ahora le das la libertad de salir con sus amigos? ¿No crees que se escapará de nuevo? —No. No hubo vacilación en mi voz al decir la palabra porque ya no tenía que preocuparme por eso. Six y yo habíamos llegado por fin a una especie de acuerdo de que él no quería estar sin mí y yo no quería estar sin él. Ya no había que encerrarlo en los sótanos ni seguirlo a todas partes. Claro que mantenía a los guardias vigilándolo debido a la situación con la que estaba lidiando, pero Six era prácticamente un hombre libre. Y volvía a casa conmigo todas las noches. —Vaya—, silbó Gabriele. —Confías en él. —Lo hago—, dije mientras me volvía a mi ordenador y empezaba a teclear. —¿Has venido a hablarme de mis asuntos personales o querías algo?— —Nonna quería saber dónde estabas y por qué no has venido a cenar. Todos los demás han sido acosados, así que ahora está encima de mí para saber dónde estás—. Gabriele se aclaró la garganta. —¿Y sabes? Yo tampoco te he visto por aquí. ¿Qué pasa? —He estado trabajando—, dije, negándome a levantar la vista hacia él. 186

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—¿Trabajando? —Sí, eso que pone dinero en todos nuestros bolsillos. —¿Y esa es la verdadera razón?— preguntó Gabriele. Finalmente levanté la vista hacia él. Gabriele parecía que ya podía ver a través de mí. Sabía que me estaba conteniendo y la verdad es que tenía razón. No sabía qué estaba pasando, en quién podía confiar. Quería creer que mis hermanos y primos eran un refugio seguro, pero este mundo era conocido por el engaño y la deslealtad. No podía arriesgar la vida de Six por estar ciego a lo que podría estar pasando a mí alrededor. —Todo está bien—, dije finalmente. —Quizá me pase este domingo a comer con la familia. He echado de menos las comidas de la Nonna. Los ojos de Gabriele buscaron los míos antes de asentir ligeramente. —De acuerdo, se lo haré saber—. Se levantó y se llevó una mano al bolsillo. —Mientras tanto, intenta contestar al teléfono de vez en cuando. No eres el único que ha tenido problemas. —Lo sé—. La culpa que sentía me subió por la espalda y suspiré. — Te llamaré. Asintió con la cabeza. —Gracias. Gabriele se fue y yo me quedé mirando el monitor un rato más. Mierda, esto se está complicando. Quienquiera que fuera la persona con la que estábamos tratando estaba echando por tierra todos mis planes. Cuando descubriera de quién se trataba iba a romper personalmente todos y cada uno de sus huesos. Respiré hondo y agarré el teléfono mientras sonaba. En cuanto vi que era Six, sonreí.

Six: Comprobando que papi está bien. Todavía estamos en el restaurante, pero puede que vayamos a pasear un rato por el parque ya que el papi de Ty dijo que podía. ¿Te parece bien?

Sentí que el corazón se me iba a salir del pecho. Six estaba pidiendo permiso. Six. Era el chico más terco que había conocido, pero empezaba a entenderlo. No le daría la paz a cualquiera, ¿pero conmigo? Estaba empezando a hacerlo. Se acabaron las bromas absurdas, las peleas y el ignorarme. Se estaba ablandando y me estaba convirtiendo en un gran blandengue también.

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Amadeo: Sí, pero quédate con tus guardias, ¿ok? Six: ¡Sí, papi!

Mi corazón dio un vuelco. Sí, papi. Dos pequeñas palabras y cada vez que venían de él me olvidaba de pensar con claridad. Tenía el potencial de ser un buen chico, educado, obediente y dulce, pero estaba bastante seguro de que nunca perdería ese toque de mocoso. Y yo no quería que lo hiciera. Cuando mi teléfono volvió a sonar, esperaba otro mensaje de Six. En su lugar, había un número que nunca había visto antes y un mensaje con foto descargándose. Lo abrí y mis ojos se abrieron de par en par. Six estaba de pie fuera del restaurante con su amigo, Ty. Los dos se reían, sin darse cuenta de que alguien los estaba observando. Debajo de la foto, apareció un texto.

Desconocido: Lo atraparé pronto y no podrás detenerme.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y me puse en movimiento antes de poder pensar. Agarré mi pistola y la metí en su funda antes de marcar el número de Ángelo. —Lleva a Six a casa, ahora. Que alguien más lleve a Ty también. —Sí, jefe. Colgué el teléfono y sonó unos minutos después cuando bajé las escaleras. Tan pronto como lo apreté contra mi oído, Six estaba maldiciendo. —¿Qué carajo? Dijiste que podía ir. —Cálmate. Ha surgido algo y te necesito en casa. Ahora. Se calmó. —¿Qué pasa? —Nada que quiera discutir por teléfono, pero te quiero aquí conmigo. —Estamos en camino ahora. —Tengan cuidado.

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—Tú también—, dijo. —Si te mueres me voy a molestar. Sonreí. —Lo tendré en cuenta, cariño. Una vez que colgamos el teléfono, marqué a Darío y le di el número para que lo rastreara. Sabía de la posibilidad de que hubiera sido enviado con una aplicación de texto o un burner 13 , pero tenía que intentarlo. Alguien se estaba burlando de mí, amenazando mi razón para salir de la cama cada mañana. Y no iba a tolerarlo.

—¡Estoy en casa!— Six gritó mientras corría a través de la puerta y directo a mis brazos. —¿Qué ha pasado? Parecías asustado. ¿Estás bien? ¿He sonado asustado? Ni siquiera me había dado cuenta. Pero cuando pensé en la forma en que se me retorcía el estómago y en el sudor frío que me salpicaba la frente, reconocí las señales. Me aterraba la idea de perder a mi chico. Le acaricié la mejilla. —Estoy bien, confía en mí—. Me aparté y le miré por encima. —Con todo lo que está pasando necesito asegurarme de que puedes defenderte. Vamos al gimnasio y puedo enseñarte algunos movimientos. Levantó una ceja. —Sé cómo luchar. —¿Lo sabes?— pregunté. Six se rio. —Oh, sí. Calix me enseñó cómo hacerlo hace como dos años. Me cansé de que me patearan el culo por tonterías. —Hmm. Bien, entonces enséñame. Tomé su mano y no protestó. Conduciéndolo a través de la casa, lo llevé al gimnasio y cerré la puerta tras nosotros. El solo hecho de tenerlo a la vista me hacía sentir mucho más relajado que antes.

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Burner es una aplicación móvil para iOS y Android hecha por Ad Hoc Labs, Inc. que permite a los usuarios crear números de teléfono desechables temporales en los EE. UU. Y Canadá.

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Solté su mano y señalé con la cabeza las colchonetas. —Ve a colocarlas. —Sí, papi—, dijo mientras iba por ellas. Me pregunto si sabe qué hace eso. Lo dice como si fuera algo automático. Arrastró las colchonetas y le ayudé a colocarlas antes de quitarme la chaqueta. Me remangué los antebrazos y pillé a Six mirando y prácticamente babeando. Sonriendo, chasqueé los dedos y llamé su atención. —Concéntrate, cariño. —Un poco duro—, murmuró, ajustándose la polla a través de los pantalones. Me reí. —Me ocuparé de eso más tarde. Por ahora, necesito ver lo que puedes hacer. —Bien, pero no te enfades si te hago daño. Esta vez un fuerte ladrido de risa salió de mis labios. —Creo que puedo manejarte. Se encogió de hombros. —Lo que tú digas. Six se tiró de la camisa por encima de la cabeza y la tiró a un lado. Levanté una ceja y él me devolvió la sonrisa, con un brillo travieso en sus ojos marrones. ¿A qué se debe esa mirada? Se puso sobre las colchonetas y levantó los puños. —Muy bien, voy a ver si puedes bloquearme—, dije mientras levantaba mis puños también. —¿Listo? —Estoy listo. Six me rodeó y yo hice lo mismo con él. Todavía estaba sonriendo, pero esto era algo serio. Necesitaba asegurarme de que iba a estar a salvo si me pasaba algo. Por mucho que quisiera atarlo a mi cadera y tenerlo cerca de mí las veinticuatro horas del día, sabía que eso no era posible. Podía pasar cualquier cosa y tenía que estar preparado para ello, al igual que Six. Se acercó a mí y mis instintos se pusieron en marcha. Le di un puñetazo en el brazo y me detuve inmediatamente cuando siseó. —Mierda, ¿estás...?

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Mi mundo cambió cuando fui arrojado al suelo y mi espalda golpeó la alfombra. Me quedé sin aliento y miré a Six conmocionado mientras se subía encima de mí. Me inmovilizó las muñecas en el suelo y sonrió. —Ese puñetazo fue bastante duro, pero los he recibido peores—, se rio mientras apretaba sus muslos a ambos lados de mí. —Entonces, ¿crees que puedo cuidarme ahora? —Pero creí que te había hecho daño—, logré soltar. Six se encogió de hombros. —Sí, eso es lo que quería que pensaras. Es más fácil recibir el golpe y entonces tú oponente baja la guardia más rápidamente. Así me resulta más fácil atacar—. Se inclinó y apretó sus labios contra los míos antes de sentarse. —Deberías haber visto la cara que pusiste cuando te derribé. Es decir, no tenías ni idea de lo que estaba pasando. Se rio y no pude apartar los ojos de él. Six era... hermoso. La forma en que su cabeza se inclinaba hacia atrás y la forma en que su cabello se movía mientras sus hombros rebotaban, todo era increíble. Me senté y lo atraje hacia mis brazos, abrazándolo con fuerza. Six fue la razón por la que podía sonreír. Él era el que me hacía sentir que era un ser humano. Podía estar obsesionado con él, pero era mucho más que sexo. Six me hacía sentir vivo de una manera que no había tenido en años. No podía perderlo. Quemaría el mundo si alguien tratara de quitarme al hombre que amaba. —Me estás sacando el aire—, resopló. —Lo siento—. Me aparté y me miró fijamente. —¿Qué?— preguntó. —¿Qué es esa mirada? Las palabras te amo estaban en mi lengua, pero aún no podía decirlas. Todavía no. No eran cosas que dijera a la ligera. De hecho, nunca las había dicho. A mi familia, sí. ¿Pero a alguien con quien me acosté? Nunca. Nadie había valido la pena. Hasta que conocí a Six. —¿Estás bien?—, preguntó, ladeando la cabeza y frunciendo el ceño mientras estiraba la mano y tocaba mi mejilla. —No te he hecho tanto daño, ¿verdad? Mi corazón se calentó ante su preocupación. —No, estoy bien, cariño. —Bien—. Sonrió y rozó su pulgar sobre mi piel. —Sé que eres muy viejo, pero no quiero que te rompas la cadera o algo así. 191

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Lo tiré sobre las colchonetas mientras él se reía. —Déjame mostrarte que eso no es una preocupación, chico. Rodeó mi cintura con sus piernas. —¿Vas a enseñarme algo nuevo, viejo? Adelante—. Me pellizcó la barbilla y se rio. —Pero no te quejes cuando te supere y te quedes sin aliento. —Ajam. Lo agarre y lo empujé sobre su vientre. El grito que soltó seguido de su risa hizo que el fuego recorriera cada centímetro de mi piel. Mi chico. Él valía el mundo. Y nadie me lo iba a quitar.

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El peso de la pistola que me había dado Amadeo se sentía pesado contra mi piel. Estaba metida dentro de mi chaqueta, pero sentía que todo el mundo podía verla. Había insistido en que, aunque sabía defenderme después de dos docenas de derribos, tenía que llevarla conmigo. —¿Seguro que no puedo dejar esto en el coche?— murmuré mientras me retorcía a su lado en la parte trasera del coche. —Estoy contigo. No necesito esto. —Nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo, así que no, no puedes dejarlo en el coche—. Puso una mano en mi pierna y apretó. —Te enseñé a usarla y si no eres el peor tirador del mundo. Estarás bien. —Es fácil para ti decirlo—, murmuré. —Estás acostumbrado a este tipo de cosas. Amadeo se rio. —Lo estoy, pero estás conmigo así que también tienes que acostumbrarte. —Genial—, resoplé. Su agarre se hizo más fuerte. —Deja de hacer pucheros. —Te gusta—, murmuré, mirando por la ventana. —¿A dónde vamos? —Ya te he dicho que a cenar. Volviéndome a girar lo miré fijamente. —¿Por eso he tenido que arreglarme? Amadeo había insistido en que me pusiera un pantalón de vestir azul oscuro y lo que él llamaba una chaqueta de peltre, sea lo que sea el peltre. Debajo de la chaqueta había una camisa blanca abotonada y me había dado un pañuelo para el bolsillo de la chaqueta y un reloj para la muñeca. Al principio pensé que me lo prestaba, pero cuando le di la vuelta me di cuenta de que mis iniciales estaban grabadas en la parte de atrás. M.W. 193

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Lo había traído para mí. Todavía no sabía cómo me sentía al respecto. —Ya casi llegamos—, dijo mientras tomaba mi mano entre las suyas. —Quiero que te comportes lo mejor posible. —¿Y si no lo hago?— Pregunté, con la ceja levantada. —Si no lo haces, te arrastraré a algún sitio y te daré unos azotes en el culo hasta que llores—, dijo, con un gruñido en la voz mientras me agarraba del cuello y me apretaba. —¿Me entiendes, chico? —No oigo nada de lo que dices. Toda la sangre se fue directamente a mi polla. Amadeo soltó una carcajada antes de soltar mi cuello y besarme. — Pórtate bien con papi. —Sí, papi. ¿Cuándo no soy bueno? —A menudo—, dijo mientras el coche se detenía. —Muy, muy a menudo. Le sonreí. —Pero sigues teniéndome cerca. —Por alguna razón insondable—, murmuró mientras se bajaba. Sonreí para mis adentros mientras caminaba alrededor del coche. Por un momento me limité a verlo hablar con Ángelo y mi corazón se aceleró tan rápido que me costaba respirar. Estar con Amadeo me estaba convirtiendo en alguien que no había sido en mucho tiempo. Él me hacía desear cosas que había dejado morir hace mucho tiempo. Todo lo que hacía era vivir para mi familia, cuidarlos, darles lo que necesitaban. Pero cuando se trataba de mí, me descuidaba constantemente, porque no importaba. Pero con Amadeo, sentí que yo era todo su mundo. Y eso me hizo querer más. Las noches solitarias de borrachera, las interminables fiestas ruidosas, los polvos rápidos al azar que no significaban nada; no podían compararse con el hombre que me había raptado y me había hecho ver que había algo más en la vida. —¿Vienes?— preguntó Amadeo al abrir mi puerta. Me aclaré la garganta. —S-sí, ya voy, papi. —Sólo Amadeo—, dijo, con la cara ligeramente coloreada. Parpadeé. —¿Me estás diciendo que no te llame papi?— pregunté con suspicacia. —¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos?

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Suspiró. —Ya lo verás. Amadeo me tomo de la mano y no me opuse, pero no me gustó que no quisiera que le llamara papi. Lo había odiado al principio, pero ahora me resultaba familiar. Seguro. No me gusta que me quite eso. Cuando estemos a solas me va a oír hablar de esto. Nos acercamos a las puertas de una casa que era aún más grande que la de Amadeo. Un hombre nos dejó entrar, haciendo una ligera reverencia. Amadeo pasó junto a él y yo fruncí el ceño. —Creía que íbamos a cenar—, susurré. —Así es. Mi familia cena aquí todos los domingos. —¡Amadeo! Six!— Rayna sonrió mientras corría por el pasillo, con sus tacones chocando en el suelo de mármol. Abrazó a Amadeo y él le devolvió el abrazo. —No puedo creer que hayas aparecido—. Me miró. — ¿Por qué pone esa cara? Todavía no se me había cerrado la boca al decirme Amadeo que ésta era la casa de su familia. Su familia. Toda la saliva se secó en mi boca y de repente fue imposible tragar. Estaba a punto de conocer a la familia de Amadeo. Y no me lo había dicho, mierda. Lo voy a asesinar. —Él tampoco sabía que ibas a venir, ¿verdad?— Preguntó Rayna, cruzando los brazos sobre el pecho. —Ama... —Si le decía algo a alguien, no iba a pasar—, gruñó. —Era así o no iba a venir. Ella negó con la cabeza. —Estás loco de remate—. Se revolvió el pelo por encima del hombro. —Bueno vamos, todos están en el comedor. Estábamos en la cocina, pero Nic seguía metiendo el dedo en la salsa y Nonna estaba a punto de ahogarlo en ella. —Suena como Nic—, suspiró antes de mirarme. —¿Estás bien?— Apretó su dedo contra mi barbilla y cerró mi boca abierta. —Respira, Six. —Tu familia—, dije sin aliento. —¡Qué carajo! Amadeo se encogió de hombros. —Sólo es una cena. Lo dijo despreocupadamente, pero la mirada en su rostro estaba lejos de ser relajada. El hombre parecía tan inseguro como yo y esa no era una expresión a la que estuviera acostumbrado. Le apreté la mano y me condujo al comedor mientras yo consideraba correr hacia las colinas. 195

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—¡Eh!—, gritó un hombre con una sonrisa de oreja a oreja mientras saludaba como un loco. —¡Ama está aquí!— Corrió hacia nosotros y silbó mientras me miraba de arriba abajo. —¡Woah, cuando dije que necesitabas echar un polvo, no pensé que este sería el tipo! Está muy bueno. Amadeo me soltó y agarró al hombre, sus movimientos no fueron más que un borrón. Lo golpeó contra la mesa y el hombre que tenía agarrado gruñó, pero no se defendió. En cambio, se rio cuando Amadeo gruñó y puso las palmas de las manos sobre la mesa. —Cálmate, Cuzzo14. Sólo te estoy jodiendo. —Atrás, Nic—, dijo Amadeo mientras le daba un rodillazo en el culo. —O me aseguraré de que Nonna te ahogue de una vez por todas. —¿Podrían calmarse los dos? Nic, siéntate—, suspiró otro hombre y se levantó. Se parecía un poco a Amadeo, pero tenía canas en las sienes. Cuando me miró sonrió. —Lo siento, son unos bárbaros. Soy Darío y ese es mi hermano, Nic—. Hizo un gesto alrededor de la mesa. —Ya conociste a Rayna y a Gabriele y el grande y melancólico es Riccardo. Riccardo asintió con la cabeza, pero era el único callado. Le devolví el saludo con la cabeza y le di un golpe en el brazo a Amadeo. Todavía no había soltado al hombre que le llamaba primo. —Um, pa- Amadeo. ¿Podemos sentarnos?— murmuré sintiéndome inconsciente bajo sus curiosas miradas. Amadeo finalmente soltó al hombre y me acercó una silla. — Siéntate. Lo miré fijamente y enarqué una ceja. Ambos sabíamos que no me gustaba que me trataran como a un perro. Crucé los brazos sobre el pecho y oí los jadeos colectivos de su familia a nuestro alrededor cuando no hice inmediatamente lo que me decían. Los dos nos miramos fijamente hasta que Amadeo tomó mi mano y la besó. —Toma, siéntate a mi lado—, dijo un poco más suavemente. Inmediatamente dejé de resistirme y me senté. —Gracias. —Mírate—, susurró Rayna, dándome un ligero codazo. —Has domado al lobo feroz. —Rayna, no creas que no te voy a pegar—, suspiró Amadeo.

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Primo.

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Ella agito las pestañas —Nunca lo harías, hermano mayor. —Es cierto, no lo haría—, rio Gabriele. —Rayna lo ha abofeteado más veces de las que puedo contar y él se niega a tocarla. Amadeo se revolvió en su asiento. —Las mujeres son aterradoras—, murmuró. —Mamá y Nonna me habrían dado una patada en el culo y luego habrían hecho que papá siguiera con otra paliza si lo hubiera intentado. —Son las mejores—, suspiró Rayna. —Que descanse en paz. Todos como en piloto automático se cruzaron. Quise preguntar qué le había pasado, pero supe que debía callar esta vez. Todos parecían un poco tristes antes de que se reanudara la conversación. Amadeo me miró y me sostuvo la mano. —Lo mataron—, me dijo en voz baja. Parpadeé al verlo. —Lo siento mucho. —Fue hace unos años. No pasa nada. Le apreté la mano. —No está bien. Eso debió ser muy duro para ti. Mi padre es un idiota, pero no está muerto. No puedo imaginar pasar por eso. Amadeo buscó en mi cara antes de acunarla y besarme. Parpadeé antes de cerrar los ojos y le devolví el beso. Me dolía el corazón por él. Conocía a Amadeo lo suficiente como para saber que probablemente nunca se había enfrentado a ello y que, si lo había hecho, había sido por su cuenta. Se ocupaba de todo y de todos. ¿Pero quién se ocupaba de él? Yo lo haré. Yo lo mantendré a salvo. —¿Quién es este? Una mujer se rio mientras entraba en la habitación. Era la viva imagen de Rayna, pero rubia. Me sonrió y enseguida sentí su calor. —Esta es mi madre. Mamá, este es Six—, dijo Amadeo mientras se levantaba y yo salía disparado con él. Caminó alrededor de la mesa y me dio un abrazo. —¡Bienvenido, Six! Puedes llamarme Isabella—. Se apartó y me miró de arriba abajo. — Mi hijo nunca había traído a nadie a casa. Vaya, eres un joven muy guapo. —Lo es—, dijo una mujer mayor mientras nos sonreía desde la puerta.

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—Oh, esa es mi madre, Nonna Anna. Bueno, la madre de mi difunto marido, pero siento que también es la mía—, dijo Isabella mientras me guiaba hacia la mujer. —Este es Six. —¿Six?— La mujer levantó una fina ceja. —¿Cuál es tu verdadero nombre? —Yo... no me gusta mucho—, dije en voz baja. —Todo el mundo me llama Six desde que era un niño pequeño. Era el sexto nacido. Mi madre solía gritar ¡dónde está el número seis15! Y el nombre se me quedó. Estoy hablando mucho, mierda. Lo siento, no quería insultar. Mierda. Quiero decir. Dispárenme. La mujer se rio y me dio una palmadita en la mano. —No tienes que preocuparte, Six. No te morderemos—. Se acomodó un pelo plateado detrás de la oreja y se alisó el vestido negro. —La cena está casi lista. ¿Por qué no entras y me ayudas mientras charlamos? ¿Los dos solos? Isabella, sirve más vino. —Por supuesto, madre. Miré por encima del hombro buscando la ayuda de Amadeo, pero se encogió de hombros. ¿Quién iba a saber que mi papi es un pelele cuando se trata de las mujeres de su familia? Me quedé a un lado mientras Nonna Anna se movía por la cocina con la misma fluidez que si estuviera bailando. Para una mujer que debía tener al menos setenta u ochenta años, -aunque no parecía tener más de sesenta- y se movía como si tuviera treinta. Me quedé asombrado. —Bueno, no te quedes ahí—, dijo mientras señalaba el horno. — Saca el postre. Para cuando terminemos de cenar, se habrá enfriado—. Me miró mientras lo sacaba. —Buen trabajo. Entonces, Six—, dijo mientras volvía a la estufa revolviendo una enorme olla de salsa, —¿tú y mi nieto están juntos? Me atraganté con mi propia saliva. —Um... no lo sé. Señora—, añadí rápidamente, tratando de recordar mis modales. Ella miró por encima del hombro. —Deben estarlo si te ha traído aquí. Nadie ha atravesado estas puertas con Amadeo. Ni una sola vez. —¿Nunca?— Pregunté. —¿Ni siquiera en el instituto o en la universidad o algo así?

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obviamente no podemos dejarlo en inglés, pero ustedes entienden el juego de palabras: Six = Seis.

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La mujer negó con la cabeza. —Ni una sola vez. Siempre pensé que acabaría siendo soltero toda su vida. Quiero decir que tiene treinta y siete años. Pero ahora trae a casa a un buen chico como tú—. Me sonrió. —Me da la esperanza de que no estará solo. Mi cara se calentó. —No sé nada de eso—, dije en voz baja. —Pronto se cansará de mí. —Si eso fuera cierto, no te habría invitado. —¿Eso cree?— Pregunté, con la esperanza subiendo en mi pecho. — Siempre siento que le estorbo. —Pobrecito—. Se acercó y me acarició la mejilla. —Aquí nadie te hará sentir así—. Nonna Anna sonrió y agitó una mano. —Empieza a ayudarme a traer la comida. El domingo es el único día que no permito ayuda pagada en la cocina, pero me vendría bien una mano para llevarlo todo. —Sí, señora. La seguí, haciendo malabares con los cuencos en mis manos y apoyándolos cuidadosamente en la mesa. Cuando levanté la vista, Amadeo me miraba tan intensamente que el calor me recorría el cuerpo. Deseé poder entrar en su cabeza y saber exactamente lo que estaba pensando. ¿Cuánto te importo, Amadeo Bianchi?

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—Papi, ¿puedo ir? ¿Por favor? Amadeo gimió como si se estuviera muriendo y se revolvió en la cama. Estaba metido en un libro con demasiadas palabras grandes para que yo pudiera entenderlas. Por supuesto, había intentado explicármelo, pero yo seguía perdido. Aunque asentí con la cabeza y dije las cosas correctas en los momentos adecuados. Eso lo hacía feliz. Me encanta su sonrisa. Sacudiendo su brazo, le devolví el gruñido. —¿Por favor? ¿No quieres que tenga esto? —Cuando te pregunté qué querías hacer, no pensé que pelear fuera la respuesta—, gruñó. —¿No puedes encontrar un pasatiempo normal? Resoplé. Él era quien había dicho que se había dado cuenta de que no hacía nada por mí mismo. Claro, me gustaban las películas y los atracones de series de televisión tanto como a cual, pero lo que realmente quería hacer era luchar. Calix me había estado entrenando en MMA durante un tiempo y yo sólo lo había dejado para poder centrarme en el trabajo. Pero ahora que estaba pasando tiempo conmigo mismo me estaba dando cuenta de lo mucho que había reprimido para cuidar de mi familia. Estaba preparada para empezar a ser yo. —Bien—, dije mientras me tumbaba y me alejaba de él. —Olvídalo. Escondí mi sonrisa en la almohada cuando le oí moverse en la cama. El aroma de su lavado corporal me llenó la nariz cuando me rodeó con un brazo y me empujó contra él. Amadeo gruñó, ese sonido primario despertó mi polla. —No te alejes de mí con esa actitud—, espetó. —Date la vuelta. —No—, resoplé. —Vete a la mierda. Me preparé y, efectivamente, Amadeo me agarró y me inmovilizó en la cama. Se subió encima de mí, olvidando su libro mientras se sentaba a 200

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horcajadas sobre mi cuerpo y me miraba fijamente. Lo miré fijamente, fingiendo inocencia mientras me mordía el labio. Tenía un aspecto salvaje cuando estaba encima de mí, como si fuera a morderme y marcarme por completo. Y eso me encantaba. —Papi, por favor—, le rogué, haciendo mi voz más suave ya que siempre lo cansaba. —Quiero entrenar y luchar. Es lo único que se me da bien y disfruto. ¿No puedo ir? —Ese tipo va a estar allí—, espetó, apartando la mirada de mí. — ¿Cómo se llama? —Calix—, dije suavemente, retorciéndome cuando sus manos apretaron mis muñecas. —No es así y lo sabes. Es un amigo igual que Ty. Te gusta Ty—, señalé. Había conocido a Ty una vez y consideraba que no era una amenaza. Probablemente porque si bien Ty era salvaje y alocado, tenía un papi que lo mantenía con correa corta para que no se metiera en problemas. A Amadeo le gustaba eso de ellos y me permitía pasar el rato con él. ¿Pero Calix? Esa era otra historia. —¿Por qué no te gusta?— le pregunté. —Te ha tocado—, gruñó. —Nadie le dijo que te pusiera sus asquerosas manos encima. Suspiré. —La gente normal toca a otra gente—, dije con suavidad. — Es humano. —Supongo que no soy humano entonces porque no quiero que toques a nadie. Sí, ése era mi papi. Intenté soltarme, pero aparentemente no estaba de humor para dejarme ir esta noche. Me rendí y me recosté contra la almohada mientras lo miraba. —Yo tampoco quiero tocar a nadie—, le aseguré. —Pero tengo que tocar a la gente cuando peleo. —¡Eres mío!—, gruñó. Cierto, siempre me olvidaba de que estaba loco. A veces, Amadeo se mostraba tranquilo y racional y yo pensaba que era como los demás. Hasta que, en momentos como ahora, me daba cuenta de que estaba obsesionado conmigo y que mataría a alguien por mirarme mal.

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—Soy tuyo—, acepté. —Los dos lo sabemos. No digo que no sea cierto—. Su rostro se relajó un poco y pude rodearlo con mis piernas. — Pero quiero hacer algo por mí. No es que no vaya a seguir aquí contigo en la cama por la noche. Amadeo parecía que lo estaba contemplando. —Eso es cierto. Le sonreí. —¡Así que déjame ir a luchar! Vamos, Calix va a estar hoy en el gimnasio y puedo hablar con él para que me entrene de nuevo. —¿Cómo sabes que estará allí?— Preguntó Amadeo. —¿Has estado hablando con él a mis espaldas? —No, claro que no—, dije mientras ponía los ojos en blanco. —Pero tiene la misma rutina durante la semana, así que no es difícil saber dónde estará en unas horas. Podríamos ir a hablar con él. Tal vez si él me entrena. Estaría a salvo con él—, añadí cuando esa mirada dura volvió a aparecer en su rostro, con la mandíbula tan apretada que pensé que se le romperían los dientes. —Calix es como un hermano para mí. Amadeo suspiró. —Si no te dejo ir, ¿vas a poner mala cara y a hacer un berrinche? —Sí—, dije mientras le sonreía. —Y no dejaré que me folles durante una semana. Puso los ojos en blanco. —Los dos sabemos que eso no va a pasar—. Finalmente, se sentó y se pasó los dedos por su sedoso pelo. —De acuerdo, podemos ir a comprobarlo pero no te prometo nada. ¿Me entiendes? —Sí, papi—, dije mientras me incorporaba y lo derribaba antes de besarlo. —¡Gracias! La rica risa de Amadeo me hizo sentir calor en todo el cuerpo. Nos quedamos juntos en la cama un rato más antes de que finalmente saliéramos y empezáramos el día. Amadeo insistió en que nos sentáramos a almorzar, a tomar un café y luego pudiéramos finalmente irnos. —Vamos, no quiero perderlo—, dije mientras corría hacia el coche. —Ya voy, ya voy—, refunfuñó. —Tienes suerte de que me guste verte feliz. —¿Te gusta verme feliz?— pregunté mientras me subía al asiento del copiloto. Amadeo me fulminó con la mirada. —Cállate o nos quedaremos en casa. —Sí, papi. 202

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Era lindo cuando trataba de actuar como si estuviera malhumorado. ¿Realmente pensaba que era lindo? ¿Qué me ha hecho este hombre? Apenas podía quedarme quieto mientras conducíamos hacia el gimnasio. A cada calle que doblábamos la excitación en mí crecía. —Cariño, vas a reventar si no te calmas. Exhalé un suspiro. —Lo siento, pero no puedo evitarlo. Nunca me permitieron pelear cuando era más joven. Mis padres decían que era brutal y poco sofisticado—. Puse los ojos en blanco. —Pero hace tiempo que tengo ganas de hacerlo. No hay nada como el subidón de una buena pelea. Amadeo rozó con su pulgar el mío. —Si sabes pelear tan bien, ¿por qué no peleaste conmigo cuando te agarré? Podrías haberlo intentado. —Um, eras un psicópata aterrador y estaba bastante seguro de que me dispararías y acabarías mal—. Me mordí el labio. —Tal vez una parte de mí, una pequeña parte, pensó que eras algo sexy y no podía dejar de mirarte, pero aun así estabas loco —¿Era? Me reí. —Lo estás. Estás loco. Amadeo sonrió. —Eso está bien. Negué con la cabeza, pero me apoyé en su hombro. Por muy loco que estuviera, Amadeo empezaba a sentirse como un lugar seguro. Me veía como algo más que «Six», sino como una persona. Y yo quería eso de alguien, de cualquiera en mi vida. No, quiero eso de él. Sólo de él. Para cuando llegamos al gimnasio, estaba saliendo a toda prisa por la puerta. Amadeo me llamó, pero entré corriendo y me topé con Gabriele. Gruñó y se frotó el costado mientras se reía de mí. —¿Qué mierda estás haciendo, chico? —Lo siento—, murmuré. —He venido a ver a Calix. —Yo también—, dijo mientras señalaba con la cabeza el ring. —Está ahí mismo. —Six, se supone que debías esperar—, gruñó Amadeo mientras llegaba a mi lado y me ponía una mano en el hombro. —La próxima vez escucha.

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Voz severa. No está bromeando. —Lo sé, me he emocionado—, dije dándole una sonrisa para que no se quedara enfadado. Él suspiró. —Lo entiendo, pero aun así tienes que escuchar—. Al levantar la vista, Amadeo se fijó en Gabriele por lo que parecía ser la primera vez. —¿Qué haces aquí? —Trabajando—, dijo Gabriele mientras se metía las manos en los bolsillos. —Nic también está atrás haciendo lo suyo. He pensado que podría quedarme por aquí y asegurarme de que no se meta en líos. —Es una buena idea—, dijo Amadeo mientras me zafaba de su agarre y empezaba a caminar. —Six, ten cuidado. —Sí, papi—, dije, mis mejillas se calentaron al darme cuenta de lo fuerte que lo había dicho. Está claro que Amadeo me había lavado el cerebro porque las palabras me salían en piloto automático estos días. — Voy a saludar a Calix. Antes de que pudiera protestar corrí hacia el Ring. Calix me miró y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. —Six, ¿qué haces aquí?— Se apoyó en las cuerdas del ring e hizo un gesto con la cabeza hacia Amadeo. —¿No va a volver a perder la cabeza tu perro guardián si te ve hablando conmigo? Me reí y me subí al ring para hablar con él. —No, ya está tranquilo. Pero que no te oiga llamarlo así—. Miré al chico con el que Calix había estado haciendo de sparring y asintió con la cabeza antes de devolverle el gesto. —Entonces, quiero volver a entrenar. Calix levantó una ceja. —¿Ah, sí? La última vez que empezamos desapareciste. —Sí, lo sé—, murmuré mientras jugaba con el material bajo las yemas de mis dedos. —Pero esta vez voy en serio. Quiero que me entrenes. Parecía inseguro mientras sus ojos me buscaban de arriba abajo. — ¿Por diversión o de verdad? Me encogí de hombros. —Siempre he querido luchar, lo sabes. ¿Creo que puedo hacer lo que tú haces? En realidad no, pero quiero intentarlo. —Déjalo entrenar—, la profunda voz de Amadeo retumbó junto a mi oído y sentí que la piel se me ponía de gallina. —Toma.

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Amadeo puso un fajo de billetes en la mano de Calix. Lo miré fijamente antes de mirar a Amadeo. Él me miró por un momento antes de desafiar a mi amigo con la mirada para que rechazara el dinero. Pero yo sabía que no lo haría. Calix seguía trabajando con sus peleas y necesitaba el dinero. —No necesito tu dinero—, dijo Calix, tendiéndoselo a Amadeo. —Six es mi amigo. Voy a ayudarlo porque quiero. —Quédatelo—, dijo Amadeo, negándose a aceptarlo. —Es admirable, ayudarle gratis, pero este es tu trabajo también, ¿no? ¿Tú entrenas? Pues entrénalo a él. Debería ser suficiente para cubrir todas las lecciones que quiera tomar. —Escucha... —Vamos, Calix—, dije mientras juntaba las manos. —¡Enséñame! Parpadeó y se echó a reír. —¿Quién te ha dicho que hacerte el guapo te funciona? Por Dios, hombre—. Sacudió la cabeza. —Bien, puedes entrenar. Pero no me voy a contener en ponerte a prueba porque tu novio me haya pagado. —No espero eso—, dije con una sonrisa. —¿Cuándo puedo empezar? —Consigue ropa y equipo adecuados y puedes empezar cuando quieras. ¿Puedo darte mi número esta vez para que sepas cuándo estoy aquí? Calix me hablaba, pero miraba directamente a Amadeo. Después de un momento de tensión tan espesa que podría asfixiarme con ella, Amadeo asintió y yo saqué mi teléfono. Calix introdujo su número y me lo devolvió. —¿Crees que puedes estar aquí mañana? Asentí con la cabeza. —¡Cuando quiera, entrenador! Volvió a reírse, con su larga cabellera rebotando mientras sacudía la cabeza. —Eres un idiota. Mañana. Al mediodía. Y no llegues tarde o haré que te duela. Le sonreí. —Mediodía. Cuando nos dimos la vuelta, noté que Gabriele miraba fijamente a Calix. Desvió la mirada y nuestros ojos se encontraron. Levanté una ceja y me dedicó una sonrisa ladeada antes de volver a dejar la cara en blanco. Era espeluznante cómo todos podían hacer eso.

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—Hacerse el guapo sí te funciona—, susurró Amadeo contra mi oído mientras salíamos del gimnasio. —Al menos conmigo. Pero no vuelvas a ser tan lindo con otro hombre. Me costó mucho no arrancarle las manos. Gemí. —¿Puedes ser normal durante cinco segundos? —No—, dijo en pocas palabras. Suspiré. —Sí, papi. Sólo me pondré lindo para ti. Nos metimos en el coche y Amadeo me besó largo y tendido antes de ponernos en marcha. Se dirigió al centro de la ciudad y supe que no íbamos a volver a casa. Amadeo iba a comprar todo lo que necesitaba y no podía mentir. Me encantaba.

—¡Vamos, Six, presta atención! Si no pateas más fuerte te van a dar por el culo. El sudor me corría por la cara mientras Calix me gritaba desde la barrera. La única persona que había conocido con tan mal carácter como Calix era Amadeo. Juntos, los dos serían aterradores para una persona normal, pero por alguna razón, uno me endurecía y el otro me motivaba. Calix llevaba un mes entrenándome y yo seguía siendo una mierda comparado con los demás chicos del gimnasio. Todos eran más rápidos, más grandes o pegaban más fuerte. Sabía algunos movimientos básicos y podía conseguir un derribo o dos aquí y allá, pero estaba muy oxidado. —¡Toma un descanso!— dijo Calix mientras se acercaba a mí y me entregaba mi botella de agua. —Hidrátate. La agarré y aspiré un poco de agua antes de jadear. —Creía que estaba en buena forma. —Eso era antes de que te tomaras unas largas vacaciones para ser una puta y robar dinero—, dijo, con la boca dibujando una sonrisa. — Sigue trabajando en ello, hombre. No eres tan malo como crees. Esto es difícil al principio. —Puedes repetirlo—, murmuré. 206

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Me dolía el cuerpo cada vez que volvía a casa. Amadeo insistió en tener una masajista de guardia para que me dieran un buen masaje cuando volviera. Era exagerado, pero era mi papi. Iba a hacer lo que le diera la gana. Miré cuando la puerta se abrió esperando a Amadeo, pero Gabriele y Nic entraron. Ambos se saludaron antes de que Nic desapareciera en el fondo y Gabriele se apoyara en una pared lejana. Echó un vistazo al gimnasio antes de que sus ojos se dirigieran a Calix. —¿Qué hacen tanto aquí?— le pregunté a Calix. Negó con la cabeza. —No tengo ni idea, pero sé que no es bueno. Que la mafia ande por aquí nunca es bueno. Fruncí el ceño. —No son tan malos. Calix me miró de arriba abajo. —Lo dices porque estás saliendo con uno de ellos. Odio reventar tu burbuja pero todos son unos malditos, Six. Puede que el tuyo sea amable contigo ahora mismo, pero no tienen sentimientos como los humanos normales, amigo. Te matarán en cuanto te desvíes. Vigila tu espalda. Siempre. —Amadeo no es así—, protesté. —Es un tipo decente. —Lo que tú digas—, respondió encogiéndose de hombros. —No es mi vida. Sólo te digo que tengas cuidado. Asentí con la cabeza, pero no discutí con él. Volviendo a mirar a Gabriele, vi que los ojos del hombre se desviaban hacia Calix antes de volver a escudriñar el gimnasio. Un escalofrío me recorrió la espalda. Fuera lo que fuera lo que estaba haciendo, probablemente era ilegal y no era de mi incumbencia. —Vuelve al trabajo, Six—, llamó Calix. —¡Vamos! —¡Ya voy! Volví al ring y me preparé. Concentrarme en la pelea con la voz de Calix en mi oído era como el cielo. El resto del mundo se desvanecía y sólo estábamos yo, el ring y las ganas de ganar. Me agarré a mi oponente y fui a lanzarlo cuando noté movimiento por el rabillo del ojo. Amadeo entró por la puerta con el mismo aspecto de siempre y le sonreí. Antes de que me golpeara contra la alfombra. Todo el viento se me escapó y me estaba muriendo. Por mucho que intentara respirar, el pánico me llenaba el pecho.

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—Respira, Six—, dijo Calix al aparecer junto a mí. —Vamos, estás bien. Inspira profundamente y saca el estómago. Sé que te sientes como una mierda, pero cuanto más te asustes, peor será. El gemido que salió de mis labios sonó horrible, pero me obligué a respirar. Cuando el viento llenó mis pulmones, exhalé y me estremecí. Calix me sentó y respiré un poco más mientras oía el revuelo a mí alrededor. Cuando miré, Amadeo estaba siendo arrastrado fuera del gimnasio. La mirada de su rostro era una máscara retorcida de ira y peligro. Se me apretó el estómago. —¡Suéltame, Nic! ¡Suéltame, carajo! Tú, ven aquí hijo de puta. El tipo que me había golpeado, Sam, parecía que se iba a mear en los pantalones. Se quedó mirando a Amadeo hasta que lo arrastraron fuera. —¿Qué mierda?— murmuró Sam. Me levanté con la ayuda de Calix. —Voy a calmarlo. Lo siento, es que es muy sobreprotector. Sam se rascó la cabeza. —Lo siento, no quería tirarte al suelo de esa manera. Pensé que estabas prestando atención. Sacudí la cabeza. —Fue mi culpa, me distraje. Sin rencores. Sam me estrechó la mano cuando le tendí la suya. —Vete a casa y ponte hielo en la espalda. Va a ser un moretón malvado. Gimiendo, asentí con la cabeza. —Créeme, ya lo noto. Será mejor que me vaya. Calix me saludó y me dirigí a la puerta. Olvídate de ducharme, cambiarme o cualquier otra cosa. Primero tenía que ver cómo estaba Amadeo. Salí y el sol poniente me dio en los ojos, cegándome por un segundo antes de mirar a mí alrededor y ver a Gabriele. —¿Dónde está Amadeo? Suspiró. —Nic lo arrastró a alguna parte—. Gabriele negó con la cabeza. —Hacía tiempo que no veía a Amadeo ponerse así. Siempre es tan tranquilo y estaba dispuesto a disparar a ese tipo delante de todos. Mis ojos se abrieron de par en par. —¿Sacó su pistola? —Sí, pero se la quité—, dijo mientras se pasaba una mano por la cara. —Amadeo siempre ha sido el más comedido de nosotros. Incluso con el famoso temperamento de Bianchi, es el que más puede mantener la

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calma. ¿Pero ahora?— Sacudió la cabeza antes de mirarme intensamente. —Amadeo debe quererte de verdad. Lo miré fijamente. ¿Amadeo me quiere? —Estás loco—, solté mientras Gabriele me levantaba una ceja. — Amadeo no me quiere. Se burló. —¿De verdad? Porque sólo lo he visto ponerse así de salvaje cuando era por alguien de nuestra familia. Nadie fuera de ella. ¿Amadeo me quiere? La idea de que pudiera ser cierto me hizo gracia en el estómago. ¿Y si así fuera? ¿Un hombre tan peligroso, salvaje y loco amándome? Era tan aterrador como excitante. Ser amado como Amadeo, no tenía que haber nada igual. —¿Crees que uno de tus hermanos o primos es el que lo está traicionando?— le pregunté a Gabriele, cualquier cosa para quitarme el tema de encima antes de que me explotara el cerebro. Gabriele se quedó helado. —¿Es eso lo que piensa Amadeo? Me encogí de hombros. —No sabe qué pensar. Se enderezó un poco más. —Ninguno de nosotros es tan estúpido como para repetir los errores del pasado. Díselo tú—. Nos giramos cuando Amadeo me llamó por mi nombre y volvió a caminar hacia nosotros. — Llévalo a casa y asegúrate de que sabe dónde están nuestras lealtades. Nunca le haríamos daño a Amadeo. Ha asumido una carga bajo la que el resto de nosotros se desmoronaría—. Cuando empecé a alejarme, Gabriele me hizo retroceder. —Sírvele un buen vaso de whisky y dale un libro. Estará bien. En cuanto Amadeo estuvo cerca, Gabriele me libero. No pude decir ni una palabra antes de que Amadeo me envolviera en sus brazos y me abrazara con fuerza. Quise protestar y decirle que olía a sudor, pero sabía que no iba a soltarme hasta que le apeteciera, así que aguanté y dejé que consiguiera lo que necesitaba. A mí. —Lo mataré—, gruñó Amadeo. —Ese bastardo dio un puto golpe bajo. Cuando acabe con él... —No—, dije mientras me retiraba y le cogía la mano. —Vamos, papi. Vamos a casa. —Six. 209

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Sacudí la cabeza. —No lo decía en serio. Fui yo quien se distrajo. Además, si vas a dejarme hacer esto, tienes que darte cuenta de que a veces me voy a hacer daño. Así son las cosas, ¿ok? Ahora, vamos. Llévame a casa. Mi espalda me está matando—. Cuando dudó, le apreté la mano. — Por favor, papi. Me vendría bien una ducha caliente y una bolsa de hielo. Eso funcionó. Dejó de mirar hacia el gimnasio y tomó mi mano antes de girar sobre sus talones. Amadeo me colocó en el asiento del copiloto y pasó por encima de mí, abrochándome el cinturón de seguridad a pesar de mis protestas, antes de enderezarse y volverse hacia Gabriele. —Nic debería mantenerse alejado de mí durante unos días—, dijo con naturalidad. —O le romperé la nariz. —Entendido—, dijo Gabriele. —Se lo haré saber. ¿Dónde está ahora? —Probablemente todavía vomitando en el callejón. Le di un golpe en el diafragma—. Cerró mi puerta. —Muévete. Gabriele se apartó y Amadeo rodeó el coche. Miré a Gabriele y él asintió con la cabeza antes de que yo le devolviera el gesto. Por alguna razón, le creí cuando dijo que no eran ellos los que estaban jodiendo a Amadeo. Parecía que nadie quería la carga de ser el jefe cuando llegaba el momento. Entonces, ¿quién lo hace? Me quedé callado durante el viaje de vuelta a casa, con la mente acelerada. Amadeo tampoco dijo nada por una vez, pero sentí sus ojos clavados en mí de vez en cuando. Está preocupado. —Estoy bien—, le dije cuando llegamos a casa y me ayudó a salir del coche. —Probablemente magullado, pero eso es todo. Frunció el ceño. —No debería haberte dejado pelear. Le tome la mano. —Pero me gusta pelear. ¿Recuerdas? A veces duele, pero lo disfruto. Nunca me he sentido tan libre. Amadeo me apretó la mano y me llevó al interior. —Lo sé. Te prepararé una ducha. Asintiendo, dejé que me guiara hacia arriba. Mientras él ponía en marcha la ducha, le serví a Amadeo una copa y salió del baño para que se la entregara. Tomó un sorbo, con los ojos puestos en mí. —No creo que Gabriele o el resto de tu familia tengan nada que ver con lo que está pasando. —Hmm—, dijo en voz baja. —¿Por qué no? 210

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Me encogí de hombros. —Es una sensación que tengo. Gabriele no mentía—, dije mientras le ponía una mano en el pecho. —Creo que todos ellos saben que nunca podrían hacer el trabajo que tú haces. Es duro y agotador y ninguno de ellos está preparado para ello. El mismo Gabriele lo dijo. Amadeo me miró a la cara. —¿Intentas ayudarme? Me encogí de hombros una vez más. —¿Por qué no? Últimamente me has ayudado. Me impidió alejarme y los labios de Amadeo se apretaron contra los míos. El sabor del whisky aún permanecía en su boca y me hundí contra él. Me abrazó con fuerza, su mano me arrastró más cerca como si pudiéramos fundirnos en una sola persona. Cuando se alzó a tomar aire, no pude soportarlo más. Tenía que saberlo. —¿Me amas? Los ojos de Amadeo se abrieron de par en par y abrió la boca. Mi estómago se retorció y se apretó esperando la confesión. ¿Cómo sería tener el amor de Amadeo? Peligroso pero perfecto. Me aferré a su camisa, esperando su respuesta mientras mi corazón latía tan fuerte que podía oírlo en mis oídos. —No lo sé—, dijo Amadeo. Al mirarlo fijamente, sentí que mi esperanza se derrumbaba. ¿No lo sabe? ¿Qué mierda quería decir eso? ¿No sabía si me quería o no? —Oh—, dije mientras me alejaba de él. —Es complicado, Six—, dijo mientras se acercaba a mí. —No es tan complicado—, le respondí antes de negar con la cabeza. —Creo que me ducharé en mi propia habitación. —Six. Me tocó, pero aparté el brazo. Las lágrimas llenaron mis ojos y aparte una mientras rodaba por mi mejilla. Mierda. ¿Cuándo empecé a preocuparme tanto? Siempre había estado ahí, un susurro de mi amor por él y preguntándome si él sentía lo mismo. —No me toques—, dije, negándome a mirarle. —Necesito estar solo.

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Tomé el silencio que recibió mis palabras como un acuerdo y me fui. Amadeo podía quedarse solo. Si no podía descubrir lo que sentía por mí, entonces no me merecía. No iba a ser su juguete para siempre.

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Comprobé mi teléfono pero Six aún no me había enviado un mensaje. Normalmente, si le enviaba un mensaje por la mañana, al menos me decía que estaba de camino. Pero hasta ahora no había recibido nada. Cambié a la aplicación de la cámara y me encontré con una pantalla negra. —Mierda—, murmuré. Six había encontrado la cámara en su habitación. Intenté darle su espacio, lo hice. Pero tres días de ser ignorado me habían pasado factura. Agarré mi vaso y bebí un poco de agua antes de dejarlo de golpe sobre la mesa. El vaso se rompió, el agua salpicó la mesa y gruñí. —¡Mierda! Había llegado al límite de mis fuerzas. Gabriele, Rayna e incluso mi madre me decían que le diera tiempo, pero yo nunca había sido un hombre paciente. Mientras un hombre entraba corriendo a limpiar la mesa, salí y me dirigí al piso de arriba, con el corazón martilleándome en el pecho. Six no había estado en mi cama durante tres noches y me estaba volviendo loco. Debería haberle dicho que lo amaba. Pero no pude. Las palabras se me habían pegado a la lengua como un pegamento y no sé si estúpidamente se me escaparon. Pero cuando se trataba de él, estaba perdido. Él no era como nadie que hubiera conocido. Hace tres días casi maté a alguien por tratarlo mal y ni siquiera Nic se había librado de mi ira. Si ahora era así con él cuando ninguno de los dos había dicho esas dos peligrosas palabras, ¿cómo sería yo una vez que lo hubiéramos hecho? ¿Perdería todo el control? ¿Qué pasaría con mi familia, mi organización, mis negocios? ¿Se desmoronarían todos al alimentar mi obsesión por Six? 213

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Antes de darme cuenta, estaba en su puerta. Llamé y me quedé allí un momento antes de llamar con más fuerza. —¡Six, no me hagas buscar el hacha otra vez! La puerta se abrió y se quedó mirándome. —¿Qué? Fruncí el ceño. —¿Cuánto tiempo vas a estar aquí arriba? Pensé que hoy irías al gimnasio. Se encogió de hombros. —No importa. Calme mi irritación. —Han pasado días. No has salido conmigo a cenar, no me hablas. ¿Qué demonios está pasando? —Nada. —Six... Cerró los ojos e inspiro profundamente antes de abrir los ojos y mirarme fijamente. —Volvamos a las cosas como eran antes. Mi corazón se desplomó. —¿Qué mierda significa eso? —Vamos a volver al acuerdo original. Tú me follas, el dinero sale de mi deuda, y cuando se acabe el tiempo, tomamos caminos separados. El dolor floreció en mi pecho como si me hubieran apuñalado. Quise estirar la mano y frotar el punto en mi piel para que el dolor desapareciera, pero todo lo que pude hacer fue mirarlo fijamente. Una parte de mí esperaba que se le escapara esa sonrisa traviesa a la que me había acostumbrado o que se riera y dijera que sólo me estaba torturando. Pero nada de eso ocurrió. —Six, no puedes pensar que eso es lo que quiero. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos. —No me importa. Es lo que quiero. El tiempo está a punto de acabarse, así que tenemos que hacer lo que tenemos que hacer y resolver esto ya—. Agarró el dobladillo de su camisa y lo arrastró por su piel. —Será mejor que empecemos ahora. Gruñí y le bajé la camisa de un tirón. Nunca me había sentido tan jodidamente asqueado. ¿Pensaba él que yo era así? Sí, quería a Six y siempre lo había hecho. Pero no así. —¿Qué te pasa? —No me pasa nada—, dijo, frunciendo el ceño. —Quiero acabar con mi trabajo por hoy para volver a estar solo. El fuego subió a mi garganta y quise sacudirlo. Giró sobre sus talones y entró en su habitación, pero yo estaba justo detrás de él. Cerré la 214

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puerta y, antes de que pudiera alejarse demasiado, le agarré del brazo y le di la vuelta. —¡Para!— Le grité. —Dije algo estúpido el otro día y me estás castigando por ello, pero yo... ¡Mierda! ¿Por qué no puedo decir las palabras? Era simple. Te amo. ¿Por qué no puedo decirlo? El miedo se apoderó de mi corazón y lo estrujó. El hielo subió por mi espina dorsal y me quedé helado mientras miraba a Six. Tener miedo no era algo normal para mí. Podía enfrentarme a alguien con una pistola o hablar con la policía con un cadáver en el maletero sin sudar. Pero ahora, frente a él y la expresión de cansancio en sus ojos, sentí que el miedo me subía por la columna vertebral. Pero tampoco podía dejarlo ir. —Six, ven aquí. Se apartó de mí y se acercó a la cama. Se sentó con una mirada serena como si estuviera lejos de mí. —¿Podemos parar?— Suspiró. —Tengamos sexo y acabemos por hoy. Crucé el espacio entre nosotros y lo empujé de nuevo a la cama. Un grito ahogado salió de sus labios mientras caía hacia atrás y yo le inmovilizaba las muñecas en la cama. —¿Es esto lo que quieres?— Pregunté. —¿Quieres un monstruo que te folle y te deje en paz? Puedo hacerlo, Six. —De acuerdo—, dijo con firmeza. —Está bien. Estoy aquí para darte lo que quieras. La frustración se abrió paso por mi cuerpo hasta que quise gritar. Lo solté antes de acabar haciéndole daño y retrocedí. Si no ponía espacio entre nosotros, iba a estallar. Estaba actuando como si fuera una persona completamente diferente. Este hombre, esta cáscara de hombre, no era mi Six. Lo conocía bien y este era un impostor que se había dejado caer en su lugar. —He terminado con esta mierda—, dije. —¿Esta mierda?— Six gruñó mientras se levantaba de la cama, con los puños cerrados. —Sólo di que has terminado conmigo, Amadeo. ¿Por qué no me dejas devolverte el resto de tu dinero en efectivo en este momento y te dejo en paz?

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—¿Es eso lo que quieres?— pregunté. —Lo que yo quiera no importa y ya estoy harto de pelear. Puedes joderme o dejarme en paz. Me burlé. —Esa es tu respuesta a todo. Cuando quiero hablar contigo y saber qué te pasa, prefieres que me comunique con la polla. ¿No es así? Porque no quieres enfrentarte a la realidad ni a la fealdad de la misma. Y no quieres hablar de lo que te molesta. No, prefieres enterrar la cabeza en la puta arena y actuar como si todo estuviera bien mientras mi polla esté dentro de ti. Six me miró fijamente. —Quítate de mi vista antes de que te dé un puñetazo. —Hazlo—, dije mientras me acercaba a él. —Vamos, justo aquí—. Señalé mi barbilla. —¡Pégame y supérate! —Vete a la mierda—, escupió. —Vete. Fuera. De. Mi. Vista. —¡No hay problema! Salí furioso de su habitación, cerrando la puerta tras de mí con tanta fuerza que el sonido resonó por los pasillos. La puerta recién remendada emitió un sospechoso sonido de crujido, pero no me importó. Debía llamar para que la sustituyeran, pero nunca me había fijado en ella una vez que se mudó a mi habitación. Ahora, miraba fijamente las grietas donde había sido arreglada y todo lo que podía ver era a Six escurriéndose entre los dedos.

Volver a dormir solo en mi cama era la peor de las torturas. Me había obligado a entrar en mi habitación y a quedarme allí después de mi encuentro con Six, pero intentar obligarme a dormir en lugar de destruir todo lo que me rodeaba era difícil. ¿Cuántas copas me he tomado? En la mesita de noche había un vaso de cristal y estaba casi vacío. La cabeza me palpitaba y esa era mi respuesta. Comprobé mi teléfono. Maldita sea. 216

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De alguna manera, eran las diez. Había pasado horas con mi presencia, sintiendo el completo silencio. Pero mi cerebro estaba lleno de ruido. No podía dejar de pensar en Six, y cada vez que sacaba el teléfono para comprobar la cámara, me recordaba que él había hecho algo para que no lo viera. No tenía ojos para verlo, no sabía cómo estaba. Y me estaba poniendo nervioso. Necesito verlo. Levantándome de la cama caminé por el pasillo en pantalón de chándal y sin camiseta. Me importaba un bledo mi aspecto. Mientras lo viera, eso era lo único que importaba. Agarré el pomo de la puerta de su habitación y fruncí el ceño cuando se abrió. Esperaba que la cerrara después de nuestra pelea. —¿Six? Entré en su habitación y sentí que un escalofrío recorría mi columna vertebral. Probablemente esté en el baño o en el balcón. Entré en el baño pero estaba vacío. Cuando me dirigí al balcón había más urgencia en mi paso. Abrí las puertas, pero no estaba. Se había ido. En el fondo, lo había sabido desde que entré en la habitación. Six ya había escapado una vez, ¿por qué no iba a hacerlo de nuevo? El calor burbujeó desde mi núcleo y explotó. Agarré la silla del patio y la estrellé contra las puertas dobles. Los cristales se hicieron añicos y llovieron hasta el piso de abajo, pero no fue suficiente. Más. Necesito más. Poco a poco, mi mente se quedó en blanco y me observé a mí mismo como si estuviera viendo una película. Todo lo que destrozaba o rompía o tiraba sólo echaba leña al fuego, no lo quitaba. Al final, me quedé en medio de la habitación rodeado de desorden y caos mientras jadeaba. —¿Jefe? Miré por encima de mi hombro a Ángelo. Había preocupación en su rostro, pero no necesitaba su compasión ni la de nadie más. —Encuentra a Six—, dije mientras me limpiaba la sangre de la mano en el sudor. —Ahora. —Sí, jefe. Ángelo desapareció y yo volví a mi habitación. Mi teléfono yacía en el mismo lugar en la almohada que era de Six , lo tomé antes de marcar su 217

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número. Una parte de mí se esforzó por oírlo sonar a distancia, rezando para que estuviera en algún lugar del recinto. Pero sabía que se había ido. —Por favor, deje un mensaje... Colgué y volví a marcar. Y otra vez. Y otra vez. Cada vez que no obtenía respuesta la desesperación crecía hasta que grité y lancé el teléfono al otro lado de la habitación. Me agarré a la cama y me sujeté con fuerza intentando no destruir también mi habitación. Six va a necesitar un lugar donde dormir cuando llegue a casa y si estropeo mi habitación no lo tendrá. Mantén la calma. Me obligué a calmarme y envié un mensaje a todos los que trabajaban para mí.

Amadeo: Nadie duerme hasta que Six vuelva a casa. Pónganse a ello ahora.

Ignoré el ping del teléfono mientras respondían. Lo único que quería leer era un mensaje diciendo que alguien le había encontrado y que volvía a casa sano y salvo. —Loco imbécil—, murmuré. —¿No recuerdas que intentaba mantenerte a salvo? Todavía había alguien ahí fuera que quería llegar a mi chico y no podía permitirlo. Cambié el chándal por un traje y me pasé los dedos por el pelo. Nadie iba a ir a la cama esta noche. Ni yo, ni mis hombres, nadie. Six iba a volver a casa y cuando lo hiciera sacaría la cabeza del culo y le diría lo mucho que lo amaba. Porque la verdad era que no podía vivir sin mi chico. Necesitaba a Six.

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Introduje la llave en el pomo de la puerta y la giré. Una oleada de humo de cigarrillo rancio me llenó la nariz y tosí al entrar en la destartalada habitación del motel. Había manchas dudosas en la alfombra y en la manta, pero de todos modos no iba a dormir. Dejé la mochila que había agarrado en la mesita y me senté después de comprobar la silla. Al echar un vistazo a la pequeña y deprimente habitación, se me revolvió el estómago. De vuelta al punto de partida, ¿eh? No, no debería molestarme. Estaba acostumbrado a vivir en lugares en los que otras personas podían rechazar. Pero, por alguna razón, me picaba como si los bichos se arrastraran por mi piel. Me levanté y empecé a pasear de un lado a otro tratando de obligarme a pensar en otra cosa que no fuera el hogar que había dejado atrás. —Esto está bien—, murmuré para mí. —Estoy bien. Miré el reloj del otro lado de la habitación. Mi teléfono se había quedado atrás. Estaba seguro de que ya lo habían encontrado tirado en uno de los arbustos de la parte delantera de la casa. No podía hacer mucho más que esperar a que los autobuses empezaran a circular e intentar salir de Atlanta. Había uno más que podía tomar, el de la 1:15. No podía volver a Florida, pero podía sobrevivir en cualquier sitio. Antes de que pudiera pensarlo, me levanté de mi asiento y agarré el teléfono del motel. Mis dedos marcaron en piloto automático y contuve la respiración mientras sonaba el teléfono. Se oyó un estruendo antes de que escuchara el familiar sonido de mi madre aclarándose la garganta. —¿Hola? —Hola, mamá. Suspiró. —Oh, es Leónidas. Gemí. Dios, odiaba ese maldito nombre. Sé que Amadeo había descubierto mi nombre desde el principio, pero nunca me llamaba por él. 219

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Durante mucho tiempo había sido Six o Bebé y ahora volvía a ser Leónidas. Me estremecí. —Sólo Six, mamá—, le recordé por enésima vez. —Oh, por favor, Leo. No seas difícil—. Ella suspiró más profundamente. —¿Y dónde estás tú? Hace meses que nadie sabe nada de ti. —He estado... ocupado—, dije, apoyando la cadera en el tocador abandonado. —Trabajando y demás. —¿No te acuerdas de tu propia familia cuando trabajas?—, resopló. —Te estuve llamando como loca hace unas semanas y tu teléfono estaba apagado. Si trabajas tanto, ¿dónde está todo tu dinero? En tu bolsillo. Y en el de papá. Y en el de mis hermanos. Todos tienen una parte menos yo. —Lo siento—, murmuré en su lugar, limpiando mi mano por la cara. No tenía ganas de discutir con mi madre esta noche. —Sólo estaba comprobando cómo estaban todos. —Estamos bien, por supuesto que sí—, dijo y prácticamente pude ver su nariz levantada en el aire. —Por supuesto, nos vendría bien un poco de ayuda por aquí... Aquí vamos. No sabía por qué pensaba que algo sería diferente llamando a casa. Quería consuelo, escuchar voces que me extrañaran. Pero mi familia no era eso. No eran cálidos, acogedores o comprensivos. No, eran fríos y cerrados. —Veré qué puedo hacer cuando me instale—, dije mientras me dolía el pecho y me lo frotaba. —Escucha, tengo que irme pero te llamaré pronto. —Eso es lo que siempre dices, cariño—, suspiró mi madre. —Pues vete, escapa otra vez. Agarré el teléfono con tanta fuerza que me dolía la palma de la mano. El tono de su voz me hacía sentir que la estaba molestando cuando lo único que quería era que me consolara. Pero lo único en lo que podía pensar era en ella misma. Así eran todos. ¿Cuándo aprendería yo? —Adiós, mamá—, dije con fuerza. —Te quiero. —Yo también te quiero, cariño. Llama más a menudo.

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—Sí, claro—, murmuré cuando colgó. —Ahora mismo me pongo a ello. Sentí que el viejo muro volvía a subir a su sitio mientras colgaba el teléfono y me miraba en el espejo. Distanciarme era más fácil que lidiar con todo esto. Que lidiar con Amadeo y su incertidumbre o con mi soledad o con el hecho de que estaba huyendo de nuevo y esta iba a ser mi realidad para el resto de mi vida. Se me aguaron los ojos y me los enjugué con rabia. —Contrólate, Six. ¿Qué demonios? Me restregué las mejillas hasta que me ardieron y enrojecieron, pero al menos las lágrimas desaparecieron. No iba a llorar por Amadeo, mi familia o mi patética situación. Lo que teníamos siempre debía ser temporal y yo había perdido de vista eso. Este dolor es culpa mía. No debería haberle dejado entrar. —¿Qué esperaba?— Murmuré. —¿Un puto jefe de la mafia? ¿Por qué iba a ser capaz de enamorarse de algo? Cerré los ojos y cuando los abrí me obligué a ponerme en movimiento. La única razón por la que había alquilado la habitación del motel era para estar fuera de la vista. Quedarme fuera antes de lo necesario era una forma segura de que Amadeo o uno de sus guardias me viera. Si me llevaban de vuelta a ese lugar, sabía que no volvería a salir. La cara de Amadeo apareció en mi mente y me costó mucho no volver a correr hacia él. Ya echaba de menos al maldito. Era un hijo de puta, pero la forma en que me cuidaba, su cara de mal humor, su sonrisa, la forma en que me protegía; era difícil dejar de lado esas cosas. Con él, sentí como si alguien finalmente me quisiera por mí. Con problemas y todo. Me alegré de haberme deshecho de mi teléfono, porque si no lo hubiera hecho ya le estaría llamando para decirle que me recogiera. Estar solo siempre había sido mi vida, pero ahora se sentía más vacío. Más triste. Nunca me había dado cuenta de lo solo que estaba hasta que conocí a Amadeo. —Bastardo—, murmuré. —Me ha hecho polvo. Me dolía todo el cuerpo. Sólo quería que Amadeo me estrechara entre sus brazos y me dijera que me amaba. Y le daría un puñetazo en el pecho por hacerme esperar. Pero me volvería a besar y me rendiría porque lo único que quería era que Amadeo Bianchi me necesitara tanto como yo había empezado a necesitarle a él. 221

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Tiré la cartera que había robado en el tocador y me alejé del espejo para no tener que verme llorando de nuevo. ¿De qué servía sollozar por ello? Ya había pasado y estaba hecho. Pero aunque me dijera a mí mismo que la esperanza seguía siendo que en cualquier momento Amadeo irrumpiría en la puerta y me gritaría. Cada sonido de pasos que cruzaba la ventana o de voces acalladas que pasaban por delante de la puerta me hacía contener la respiración. Estoy actuando como si estuviera loco. Basta ya. Me golpeé la cabeza con el puño y fui al baño a echarme agua en la cara. El frescor no hizo nada cuando se trataba de pensamientos sobre el hombre al que había estado llamando papi durante meses, pero estaba bastante seguro de que nada ayudaría con eso. En su lugar, me dediqué a pasear hasta que el reloj indicó que era hora de llegar a la parada del autobús. Dejé la cartera en la habitación y me embolsé el resto del dinero en efectivo antes de tomar el bolso y asomarme a la ventana. Había coches aparcados, pero apenas había alguien. Unas cuantas prostitutas en la esquina más alejada, un par de tipos que sin duda vendían drogas, pero ningún Amadeo. Ningún Ángelo. Me estremecí al pensar en Ángelo. Amadeo podría matarlo. Sólo ese pensamiento me hizo quedarme paralizado y seguir mirando hacia la noche. Mierda. Me había olvidado completamente de Ángelo. Había estado pendiente de mí desde que llegué a la vida de Amadeo y ahora lo estaba jodiendo. Se me retorció el estómago y me puse una mano sobre él. Debería volver. No puedo vivir sabiendo que soy la razón por la que lo van a matar. Pero, ¿y si ya era demasiado tarde? Podría volver ahora mismo y podría ser todo para nada. No, no podía volver atrás. Además, nadie podía detener a Amadeo de hacer lo que quería hacer. Si quería matar a Ángelo, lo haría. Sólo esperaba que no lo hiciera. Ángelo no había hecho nada malo. Sí, Amadeo era un exaltado, pero no era tan cruel, ¿verdad? Probablemente. Me subí la capucha por la cabeza e inhalé una nube de la colonia de Amadeo. El aroma me envolvió como un abrazo y pasé la mano por la sudadera lentamente imaginando la palma de Amadeo deslizándose por mi pecho mientras me susurraba al oído, amenazándome. Mi cuerpo se calentó, antes de sacudir la cabeza y empezar a caminar. Tengo que dejarlo en el pasado. 222

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Salí por la puerta y miré a mí alrededor una vez más antes de seguir avanzando. Cuanto más rápido llegara a la parada del autobús, mejor. Habría algún lugar donde pudiera esconderme con suerte y esperar hasta que nos dejaran subir. Una vez que estuviera arriba, me sentiría mucho mejor. El corazón me palpitaba en la garganta y me resultaba imposible tragar. Cada vez que lo intentaba sentía que me estrangulaban. Mis pies pesaban cinco kilos cada uno y mi cabeza palpitaba cuanto más me alejaba de Amadeo y de todo lo que teníamos. Caminé en piloto automático, con la mente puesta en la casa y en el hombre que dejaba atrás. Estaría herido. Había visto esa mirada en su cara una vez y no quería ser la razón por la que la hiciera de nuevo. Pero ni siquiera sabe si me ama. Si significo tanto para él, ¿por qué no puede decirlo? Necesitaba acciones más que nada, pero también necesitaba las palabras. Dos pequeñas palabras me habrían mantenido a su lado molestándolo y apoyándolo hasta que se cansara de mí y estuviera listo para seguir adelante. Pero él no podía hacerlo y yo no podía esperar a alguien que no tenía las pelotas de ser real conmigo. Se encendieron unas luces y vi cómo un coche pasaba por delante de la parada de autobús. Sí, ahí es donde tenía que ir. Aceleré el paso. Tenía que comprar mi billete y luego podría viajar e ir a dormir. Los neumáticos chirriaron y vi cómo el coche que acababa de pasar por la parada del autobús daba la vuelta y se dirigía hacia mí. Mi cuerpo temblaba mientras el miedo se apoderaba de mi pecho. Di un paso atrás y el coche siguió acercándose. No es una coincidencia. Mierda. Me ha encontrado. Giré sobre mis talones y corrí. Todos los instintos me gritaban que no lo hiciera, pero no iba a volver. No podía. Al girar por un callejón, doblé la esquina y esperé, jadeando, mientras escuchaba los pasos. Mi cuerpo no dejaba de temblar mientras contenía la respiración intentando no hacer ni un solo ruido. Los minutos pasaban, pero me negaba a moverme. Finalmente, exhalé un suspiro y miré lentamente a la vuelta de la esquina. Un callejón vacío me recibió y suspiré aliviado. Tal vez estaba equivocado. Tal vez nadie me perseguía y yo estaba siendo paranoico. Me aferré un poco más a la mochila y volví con cuidado a la calle principal. No hay coches, no hay gente, no hay nada. Me estoy volviendo 223

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loco. Giré hacia la parada del autobús y gruñí al chocar con algo. Di un paso atrás y miré a una cara familiar. —¿Ángelo? Mierda—, maldije. —Puedes decirle a Amadeo que se vaya a la mierda y me deje en paz. No voy a volver a su casa. El hombre inclinó la cabeza hacia mí. —Tienes razón, no lo harás. Mi corazón se aceleró de nuevo. —¿Me está obligando a volver a esa habitación?— pregunté mientras daba un paso atrás. Ángelo me siguió. —No, tampoco lo hace. De hecho, ni siquiera sabe que estoy aquí—, dijo sonriendo antes de sacar una pistola. El coche que había acelerado hacia mí se detuvo y hizo un gesto. —Entra en el coche, Six. Tragué grueso. —¿Qué está pasando? La sonrisa del hombre desapareció. —Entra en el puto coche, mocoso, o te pego un tiro aquí mismo y listo. Me quedé mirando a Ángelo en estado de shock. ¿Qué había pasado con el Ángelo frío, tranquilo y agradable que había llegado a conocer? ¿El que parecía que de todos los que trabajaban con Amadeo era realmente un buen tipo? —¡Muévete!—, gritó. Salté y corrí hacia el coche. La pistola que Amadeo me había dado estaba metida en mi mochila y envuelta en un jersey. No quería que me registraran la mochila y acabar en la cárcel por tener un arma que no me pertenecía. Ahora deseaba haberla dejado fuera al menos hasta llegar a la estación. Ángelo se deslizó en el coche a mi lado y me quedé en medio entre él y otro hombre que no reconocí. Miré en el asiento delantero y vi a uno de los guardias de Amadeo, pero el conductor también era un desconocido. —Mantén la boca cerrada y las manos donde pueda verlas—, dijo Ángelo mientras extendía una mano. —La mochila. Se la entregué y la echó al frente diciéndole al tipo que la revisara. El hombre rebuscó entre mis cosas antes de levantar el arma. Ángelo levantó una ceja hacia mí. —Sabía que habías guardado esa maldita cosa—, se rio. —Lástima que ahora no te sirva de nada. —¿Qué es esto?— Solté. —No entiendo por qué... 224

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La mano de Ángelo se estrelló contra mi mejilla y mi oído sonó mientras mi mandíbula ardía. Me agarré la cara y gemí por el dolor. No te resistas. Cuatro contra uno es una sentencia de muerte. —He dicho que mantengas la puta boca cerrada—, amenazó Ángelo, empujando la pistola contra mi muslo. —Este viaje será mucho más tranquilo si haces lo que se te dice. Estás acostumbrado a ser una puta entrenada. Vuelve a eso. Se me apretó el estómago y conté lentamente en mi cabeza. No le pegues. No le pegues. Me resultaba imposible controlar mi temperamento cuando el miedo y la humillación me asaltaban por igual. Pero cerré los ojos y miré al frente. Amadeo va a matarte y esta vez lo veré con gusto.

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Tiré el jarrón al otro lado de la habitación y vi llover trozos de porcelana sobre el suelo de mi despacho. Nadie pudo encontrar a Six. ¿Cómo era posible? Un joven de veintiún años sin dinero, sin coche, sin recursos y sin nadie que viviera cerca no podía estar lejos. —Vuelve a llamar a Calix—, gruñí mientras agarraba el borde de mi escritorio. —No está con él—, dijo Gabriele. —Créeme, se lo he pedido más de una vez. Nadie es tan estúpido como para intentar mentirnos. ¿Lo sabes? —Tráelo aquí y se lo preguntaré yo mismo, carajo. —Six no está con Calix—, dijo Gabriele mientras miraba a Darío. — ¿Qué has averiguado a través de esa cosa? Darío se desplazó por su tableta, sus dedos eran un borrón mientras enviaba mensajes de texto y navegaba por un mapa. Habíamos encontrado su teléfono fácilmente con el rastreador, pero Six fue lo suficientemente inteligente como para deshacerse de el. Debería haber cosido un maldito rastreador bajo su piel. Que se joda la libertad. La idea de que Six estuviera solo, vagando por el mundo, desesperado y solo, me erizaba la piel. Había estado a salvo conmigo, bien cuidado. Y, por encima de todo, amaba mucho a ese mocoso y sabelotodo doloroso. Pensé que dándole todo sería suficiente para mantenerlo a mi lado. Pero me equivoqué. —Voy a entrar en las cámaras de seguridad de la ciudad—, dijo Darío. —Cuando salió de la casa pude captarlo en varias cámaras, pero luego desaparece. Supongo que es porque se fue a un sitio que no está muy vigilado—. Se subió las gafas a la nariz y dejó la tableta en la mesa antes de empezar a escribir en su teléfono. —Espera, puede que tenga algo pero necesito entrar en otro sistema.

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Todo aquello estaba llevando demasiado tiempo. Agarré el pesado escritorio y gruñí mientras lo volteaba. Mi ordenador se estrelló, los papeles salieron volando y mis libros cayeron al suelo. —¡Más vale que alguien lo encuentre antes de que empiece a cortar partes de sus cuerpos!— grité. —Hagan algo—. Agarré mi chaqueta y me la puse. —No puedo sentarme aquí a esperar que se les ocurra algo. Voy a ir por él. —Voy contigo—, dijo Nic tomando sus llaves. —De todas formas no soy tan bueno con la tecnología. Podemos buscar en la última zona en la que estuvo buscando Darío y ver qué podemos encontrar. Por una vez, mi primo no se reía ni bromeaba. Era fácil ver el otro lado de él, la bestia temible que vivía justo debajo de la superficie pero que estaba constantemente oculta por su naturaleza bromista. Había una razón por la que mantenía a mi familia lo más cerca de mí. Y ahora que estábamos todos en una habitación buscando desesperadamente a Six, sabía que ninguno de ellos podría haberme traicionado. —Riccardo, fíjate lo que te puede decir tu gente—, le dije. —Ya lo hice—, gruñó mientras se levantaba y me mostraba su teléfono. —Algunas de nuestras chicas lo vieron en el bulevar Cherry hace un rato. Dijeron que iba caminando en dirección a la estación de autobuses y que iba solo. Hay un motel en la zona. —Mándame un mensaje con la dirección—, dije mientras le hacía un gesto con la cabeza. —Que todo el mundo salga a la calle a buscarlo. Hay algún imbécil intentando llegar a él y decide irse, imbécil. —No se habría ido si te hubieras hecho hombre—, me espetó Rayna. La fulminé con la mirada. —¿Qué carajo se supone que significa eso? —Sabes lo que significa. Todo el mundo puede ver que te preocupas por él, pero apuesto a que dijiste algo estúpido. O le gritaste. O heriste sus malditos sentimientos y se fue. Jesús, Ama. Has sido un muro de ladrillos durante muchos años y sigo diciéndote que no te está protegiendo como crees. Si no vuelves a verlo, ¿habrá valido la pena todo lo que han peleado, mierda? Me acerqué a Rayna y la agarré por la camisa. —No sabes... —Lo sé todo—, escupió. —Te conozco aunque tú creas que no. Crees que ninguno de nosotros lo sabe y eso es un error. Sí, tú diriges las cosas, pero ninguno de nosotros te ha dicho que lleves la carga de todo esto sólo

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sobre tus hombros—. Se le aguaron los ojos. —Eres muy estúpido, Ama. O dejas entrar a la gente o la sigues perdiendo. —Vamos—, susurró Nic mientras ponía su mano sobre la mía. — Tiene razón y tenemos que ir a buscar a tu novio. Rayna me miró fijamente a los ojos y su mirada no vaciló ni un minuto. Sus palabras picaron una parte de mí que había cerrado hace mucho tiempo y supe que tenía razón. Me había cerrado al mundo para poder estar por encima de él y hacer todas las cosas jodidas, peligrosas e importantes que tenía que hacer. Pero me había cerrado a todos los demás y ahora... Me estaba costando el hombre que amaba. Solté a Rayna. —Sigue haciendo lo que puedas para encontrarlo—, dije antes de abrir la boca y volver a cerrarla. Ella me tocó la mano. —Lo sé, Ama. Y está bien, no tienes que pedirnos perdón. Nunca. Lo entendemos—, dijo mientras miraba al resto de mi familia. —Ahora, busquemos a Six. A todos nos gusta. Asintieron al unísono y me di cuenta de que era cierto. A todos ellos les gustaba el hombre que había arrastrado a casa y que ahora llamaba mío. Encajaba con ellos. El recuerdo de él riendo en la mesa con mi madre y mi Nonna hizo que mi corazón se estrujara dolorosamente. Era perfecto. —Dirección, Riccardo. —En ello—, dijo mientras volvía a teclear. —Enviado. —Vamos, Nic. Mi primo entró detrás de mí y subimos a su coche. Toda la casa era un caos. Guardias apostados alrededor de la propiedad, gente al teléfono siguiendo pistas, coches que iban y venían mientras registraban el terreno por si acaso Six volvía. Nadie era tan estúpido como para dejarlo escapar si lo encontraban. —Llaves. Nic me las lanzó sin rechistar y me puse al volante de su Venom F5. Lo puse en marcha y salí de la entrada antes de salir disparado por la carretera. Nic no se quejó mientras nuestra velocidad subía y subía. Una vez que llegué a una veintena, ni siquiera protestó. En cambio, sacó su pistola y empezó a revisarla. —¿Crees que sigue en Atlanta?—, preguntó. —No lo sé.

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—Lo encontraremos—, dijo con un movimiento de cabeza antes de volver a meter el cargador y mirarme. —Lo encontré la primera vez, ¿no? Asintiendo, cambié de carril. Nic había estado en el coche en el viaje de vuelta a Atlanta cuando había atrapado a Six la primera vez. Al principio no había confiado en que hiciera el trabajo con seguridad, pero sabía que era rápido y que era como un perro con un rastro si tenía un objetivo. Lo miré y vi esa expresión seria que se había apoderado de él y se había intensificado. No estaba concentrado en nada más que en la misión. Llegamos al motel y me dirigí directamente a la oficina. El hombre detrás del mostrador me miró y luego volvió a mirar su teléfono. —Identificación y son sesenta para la noche. —Lo estoy buscando—, dije mientras sacaba mi teléfono y lo levantaba. Six era mi fondo de pantalla, sonriéndome después de haber terminado de torturarme con más de sus horribles elecciones de comida. —¿Estaba aquí? Los ojos del tipo parpadearon hacia mí. —No puedo dar ese tipo de información. Mi mano salió disparada y tiré del hombre hacia delante por la camisa antes de tirarlo de golpe contra el mostrador. Saqué mi pistola y la empujé contra su sien antes de soltar el seguro y amartillarla. —Intentemos esto de nuevo. ¿Estaba aquí? —S-sí. —¿Sigue aquí? El hombre negó con la cabeza. —Lo vi salir hace un rato con una mochila. Se fue por ahí—, dijo mientras señalaba la calle. —Tenía una identificación diferente. Solté al hombre y asentí a Nic. —Averigua si hay una cámara de seguridad y deshazte de ella. Y vigílalo—. Miré al hombre calvo que ahora se acobardaba lejos de mí. —¿Habitación? —La cinco. Me entregó una llave y la arrebaté antes de salir del despacho y recorrer la fila de habitaciones. Por favor, sigue aquí. Vamos, vuelve. Sé porque lo hiciste. Tenías que hacerlo. Entré en la habitación y miré a mí alrededor antes de entrar del todo. El olor a humo rancio y a polvo me tapó la nariz, pero entré de todos modos y vi una cartera sobre la cómoda. 229

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La agarré y la hojeé. Había una foto de un tipo que obviamente no era él, pero nada más. No había dejado nada. Giré sobre mis talones dispuesto a salir cuando me di cuenta. En el piso, pateado debajo de la mesa estaba el reloj que le había regalado con sus iniciales grabadas. L.W —Six—, murmuré. Apreté el reloj en mi mano ignorando las punzadas de dolor que me clavaban en la palma. ¿Se lo había quitado? ¿O se le había caído del bolso o del bolsillo? ¿Tenía la intención de tirarme a la basura? Metiendo el reloj en el bolsillo, me tranquilicé por un momento y me dije que debía respirar. Si me volvía loco ahora mismo, no estaría usando la cabeza e iba a necesitarlo si quería encontrarlo. Debería haber dicho las malditas palabras. Soy un maldito estúpido. No dejes que pierda a la persona más importante de mi vida. No puedo vivir sin Six. Eché un vistazo más a la habitación y determiné que no había nada más que me ayudara a encontrarlo. No estaba seguro de si tenía suficiente dinero para la parada del autobús, pero con suerte, todavía estaría allí si realmente se había ido. Salí de la habitación y mi teléfono sonó. —¿Si?— Contesté. —Darío encontró algo—, dijo Gabriele. —Sabemos dónde está Six. O donde estaba. ¿Estaba? El estómago se me revolvió y me agarré a la pared del motel para estabilizarme. —¿Y dónde está? —Ángelo lo tiene. Fruncí el ceño. —¿Ángelo? No me ha llamado. —Y no lo hará. Secuestró a Six, Ama. El vídeo no tenía sonido, pero lo apuntó con una pistola y Six parecía asustado. Me quedé mirando el teléfono mientras sonaba y observé la imagen fija del vídeo que habían grabado. Los ojos de Six eran enormes y estaba pálido. Pasé el dedo por su cara en el teléfono y reprimí el grito que intentaba subir por mi garganta. Había confiado en Ángelo. Lo había dejado con Six muchas veces pensando que era la única persona en la que podía confiar. Era mi mano derecha, la persona en la que confiaba casi tanto como en mi familia. 230

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—Voy a arrancarle los ojos de la cabeza con mis propias manos—, gruñí mientras cualquier atisbo de calma volaba por la ventana. —¿Dónde está? —Estamos tratando de rastrear el coche en el que estaba ahora, pero va a tomar algún tiempo. Hay más sistemas que hackear. Estaba a punto de irme, pero apareció Conor y le conté lo que estaba pasando. Quiere reunirse contigo y ayudarte. —¡Mierda!— Grité antes de volver a empujar el teléfono contra mi oreja. —Dale esta dirección y luego envíame cada trozo de información a medida que Darío lo consiga. Lo digo en serio, todo. No me importa si está bien, mal, o si no está seguro. Quiero que lo encuentren. ¡Ahora! —Estoy en ello—, dijo Gabriele. —Conor llegará en breve. Colgó y me dirigí hacia el despacho con fuego renovado en cada paso. Cuando abrí la puerta de golpe, Nic me apuntó con su pistola antes de volver a bajarla. —¿Tenemos algo? —No, pero Kelley viene. —Mierda—, maldijo Nic. —¿Ese bastardo irlandés está ayudando?— Asentí con la cabeza. —¿Deberíamos marcharnos? —¿Te ocupaste de la cámara?— Pregunté. —Hecho, no hay problema. Y nuestro amigo aquí va a estar muy callado sobre este pequeño encuentro. ¿No es así, Roz? El hombre asintió con tanta fuerza que pensé que le daría un aneurisma. Nic claramente había hecho un poco de amenaza por su cuenta. Salimos juntos de la oficina del motel y subimos a su coche. —Lo encontraremos—, dijo Nic, apretando mi hombro. —Ya lo sabes. —No sé qué haré si él... —Ni siquiera pienses así—, gruñó Nic. —Lo encontraremos y estará bien. Six sabe cómo sobrevivir. —Ángelo lo tiene. Los ojos de Nic se abrieron de par en par. —¿Qué carajo? —Sí. Envía un mensaje a Darío y dile que investigue a Ángelo. Sé que todos fueron investigados, pero las cosas cambian. Quiero saber qué ha estado haciendo en los últimos años. 231

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—En ello. Observé cómo sacaba su teléfono antes de mirar a través del parabrisas hacia la noche oscura. Ángelo siempre había sido leal, así que ¿por qué iba a traicionarme de repente? La razón no importa. Lo que sí importa es que lo encuentre y le haga pagar muy, muy lentamente. Aguanta, Six. Papi está en camino.

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Un dolor sordo se abrió paso por mi columna vertebral. Doblé la espalda para alejarme de la silla intentando aliviar el dolor, pero eso sólo hizo que las cuerdas que se clavaban en mis muñecas me dolieran más. Intenté retorcerlas para que las cuerdas se aflojaran un poco, pero no iban a ninguna parte. Finalmente, me detuve cuando la piel empezó a arder. Miré a mi alrededor. ¿Dónde estamos? Ángelo me había hecho bajar la cabeza después de que condujéramos durante unos minutos y no tenía ni idea de dónde estaba. En la habitación en la que me encontraba no había más que la silla en la que estaba y una ventana tapiada. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí? Cada segundo que pasaba me parecía una eternidad. Estaba cansado de estar atado y cada vez era más difícil convencerme de que me calmara. Me retorcí tratando de empujar la tela de mi boca contra la cinta adhesiva, pero no pude sacarla de mi boca. Un sonido frustrado subió por mi garganta y vibró contra la mordaza. Estúpido. Soy tan jodidamente estúpido. Nunca debería haberme ido del lado de Amadeo. Era la única persona que había conocido que me hacía sentir completamente seguro y lo había dejado ¿por qué? ¿Porque no me dijo que me amaba cuando yo lo quería? Me di cuenta de lo increíblemente estúpido que era. Una vez más, había dejado que mi temperamento y mi falta de visión se apoderaran de mí y lo estaba pagando. Mi respiración se aceleró y la cabeza me dio vueltas mientras intentaba respirar. Cuanto más lo intentaba, más difícil era respirar. Mientras me balanceaba en la silla tratando de liberarme, la puerta se abrió y Ángelo entró. Se detuvo y me miró fijamente antes de acercarse y quedarse de pie, observé cómo se metía las manos en los bolsillos. —Te vas a desmayar si sigues así. ¡No me digas! 233

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—No me mires así. Esto no es personal, Six—. Extendió la mano y arrancó la cinta haciéndome chillar. —Necesito a Amadeo aquí, lejos de toda la seguridad, las armas y el apoyo que tiene. Escupí el trapo que me había metido en la boca y le miré con odio. —¿Qué carajo? ¿Te ha hecho algo? Ángelo me miró de arriba abajo. —Me hizo un montón de cosas. Y luego, el primer día que te mudas, me rompe la maldita mano. Bastardo— , escupió. —Voy a hacer que le duela. Lo miré fijamente. —Entonces, ¿qué? ¿Te vas a poner en plan supervillano porque Amadeo ha herido tus sentimientos o algo así? Eso es una puta tontería. El dorso de la mano de Ángelo conectó con mi cara y sentí que mi labio se partía. La sangre goteaba de él y me lamí la herida mientras me giraba para mirarle. —Amadeo te va a matar cuando vea esto. Se rio. —Amadeo no va a tener la oportunidad. Voy a matarte delante de él como mató al hombre que amaba delante de mí. Parpadeé mirándole. —Amadeo no haría eso. —Lo haría—, gruñó, con su cara justo en la mía mientras hablaba. — Lo vi agarrar esa maldita pistola y ponerla justo en la sien de Matty antes de volarle los putos sesos. No dudó, ni siquiera se inmutó. Y Matty estuvo aquí mucho más tiempo que yo. A Amadeo Bianchi no le importa nada ni nadie más que él mismo y su dinero—. Se enderezó. —Hasta que llegaste tú. Finalmente, el hombre tiene una debilidad que puede ser explotada. Sería un imbécil si no me ayudaras a acabar con él. Sacudí la cabeza. —¿Por qué lo mató? Ángelo se burló. —¿Estás escuchando, chico? El hombre es un maldito psicópata de grado A. ¿Crees que te quiere? Un día te pondrá una pistola en la cabeza y no lo verás venir. No, no me lo creí ni por un segundo. Tal vez antes hubiera dudado de la cordura de Amadeo cuando se trataba de mi vida, pero no después de todo lo que le había visto hacer por mí. Lo suave que era cuando estaba cerca de mí e incluso de su familia. Amadeo tenía un lado oscuro, pero no era un monstruo y sabía que no me mataría. —Tuvo que tener una buena razón—, dije. —Amadeo no iría por ahí matando gente por diversión. ¿Qué hizo Matty?

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El puño carnoso de Ángelo chocó con mi cara y la silla se inclinó hacia atrás. Me golpeé contra el suelo y mi cabeza dio vueltas. El sonido de los pies de Ángelo acercándose a mí me produjo un frío escalofrío, pero me negué a mostrarle que tenía miedo. En cualquier momento Amadeo entrará por esa puerta y le pateará el trasero. Tenía fe en mi papi. No era el hombre más sensible y podía estar loco, pero en el fondo sabía que me quería. Podía sentirlo en la forma en que me abrazaba, en la forma en que me tocaba, en la forma en que se preocupaba por mí para asegurarse de que estaba bien. Amadeo se sentía más como un hogar que cualquier otro lugar en el que hubiera estado antes. Ángelo enderezó la silla y se acercó a mi cara. Necesité toda la contención que tenía para no escupirle en el rostro mientras lo miraba fijamente. Lentamente, giré la muñeca y sentí que la cuerda cedía un poco. No podía mirar hacia atrás e intentar ver qué había pasado, pero tenía un poco de espacio libre. Iba a darle una patada en el culo yo mismo. Amadeo había confiado en él y le había pedido que me vigilara. Sabía que nunca habría hecho eso a menos que confiara profundamente en Ángelo. Había traicionado a mi papi. El fuego me llenó el pecho y pensé en todas las cosas horribles que se me ocurrieron que le pasarían a Ángelo. Se merecía todas las horribles fantasías de su muerte y otras peores. —¿Qué?—, preguntó, burlándose de mí. —¿Estás loco? Deberías dejar de lado ese temperamento tuyo y darte cuenta de que estás a punto de morir. Nada va a impedirlo—, dijo mientras giraba sobre sus talones. —Amadeo lo hará—, dije, con la voz temblorosa mientras apretaba los puños a mi espalda. —Él nunca dejaría que me pasara nada. —No es que tenga elección, chico—, se rio mientras entraba por la puerta. —Vuelve a cerrar la puta boca o te vuelvo a meter esa mordaza en la boca. Apreté los labios. Si me volvían a amordazar, no podría respirar. Tenía que hacer todo lo posible para asegurarme de poder salir. Tenía que avisar a Amadeo antes de que entrara y viera... Cerrando los ojos, respiré profundamente. No quería pensar en que Amadeo fuera herido de esa manera. Por supuesto, tampoco quería morir,

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pero yo me iría y él se sentiría miserable por el resto de su vida. Amadeo no se merecía eso. Me quedé mirando la puerta hasta que estuve seguro de que Ángelo no iba a volver. Retorciendo las muñecas, ignoré el dolor raspante y ardiente de las cuerdas que me mordían la carne. Volveré con Amadeo. No voy a renunciar a nosotros. La cuerda cedió un poco más y un poco más. Me detuve cuando pasaron unos pasos. Una cabeza asomó en la habitación, uno de los hombres que no conocía. Me miró fijamente y yo le devolví la mirada negándome a mirar como si me intimidara. En realidad, no quería que se acercara a mí. Estaba tan cerca de tener mi muñeca libre. —No intentes hacer nada estúpido. Me encogí de hombros. —No tengo que intentarlo. Sus ojos se oscurecieron. —Tienes suerte de que Ángelo haya dicho que no puedo pisotearte el culo antes de que llegue Amadeo, pero ya llegará tu hora—, dijo con una sonrisa. ¿Qué demonios le hice a ese tipo? Era un idiota, pero no es que lo hubiera visto alguna vez. Al parecer, sólo quería hacerme daño. Me estremecí y él se rio como si fuera lo más divertido que hubiera visto antes de desaparecer y cerrar la puerta tras de sí. —Imbécil—, murmuré. Me solté la muñeca y me miré la piel roja y en carne viva. Cuando miré a mí alrededor, supe que aún no podía hacer nada. No había forma de esconderse y las ventanas parecían estar bien tapiadas. Me oirían si intentaba salir. —Queda una opción. Volví a meter la muñeca en la cuerda y la apreté con la otra mano todo lo que pude. Por ahora, tenía que esperar y rezar para que hubiera algún tipo de distracción que me permitiera escapar. Escapar y huir era lo que mejor se me daba. Y lo iba a hacer una vez más para volver a Amadeo.

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Me mantuve despierto pensando en todas las cosas a las que quería volver. Amadeo, la MMA, la pizza, mis amigos, la familia de Ama, su cama. Incluso cuando mi cuerpo empezaba a estar agotado de estar sentado en un sitio sin mirar nada, me obligué a mantenerme despierto. Tenía que estar preparado para moverme cuando llegara el momento si quería seguir vivo. Y si quería salvar a mi papi también. Mis ojos se abrieron de par en par al oír el sonido de los disparos. Al principio sólo fueron unos pocos, pero luego sucedieron sin parar. Amadeo. Tenía que ser. Tiré de mi muñeca para liberarla y desgarré las cuerdas hasta que ambas manos quedaron libres. Corrí hacia la puerta y giré el pomo, pero se quedó en su sitio. —Mierda, mierda, maldita sea—, murmuré mientras miraba el pomo de la puerta. Cerrada. Miré frenéticamente a mí alrededor antes de ver un clavo debajo de la ventana que había sido tapiada. Corrí y lo agarré antes de volver corriendo y meter la cerradura en la puerta. Después de golpearla y sacudirla un poco, sentí que cedía y oí el claro clic de la cerradura al abrirse. Abrí la puerta de un tirón y salí al pasillo justo cuando un hombre corría hacia mí. No pensé, sino que di una patada. Calix estaría orgulloso de mí. Seguí la patada con un gancho de derecha antes de tirar al hombre al suelo. Lo mantuve asfixiado mientras se agitaba y me abofeteaba antes de que se frenara y luego se detuviera, desmayado. —¿Creíste que ibas a pisotearme, imbécil?— murmuré mientras me levantaba y pasaba por encima de él. —Supongo que no. Avancé por el pasillo hacia los disparos. Cuando miré a la vuelta de la esquina mi corazón se aceleró tanto que pensé que me desmayaría. Amadeo. Estaba de pie en medio de la habitación con su arma fuera y Conor a su lado. Un disparo de la pistola de Amadeo y alguien en el otro extremo del pasillo gritó antes de que se oyera un fuerte golpe. Se dio la vuelta y nuestras miradas se cruzaron. Corrí hacia él y Amadeo me arrastró a sus brazos. —Six—, dijo, su voz un suspiro. —Estás bien. Asentí con fuerza, con la voz repentinamente atrapada en mi garganta. —Estoy bien ahora que estás aquí—, dije, con la voz entrecortada mientras me aferraba a él. —Quiero ir a casa. 237

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—Lo sé, cariño—. Se apartó y acunó mi mejilla. —Nos vamos ahora mismo. —No, no se irán—, la voz de Ángelo llegó a mi oído y sentí el calor de la boca del cañón de su pistola recién disparada mientras me presionaba la espalda. Apreté los dientes a pesar de que ardía como el infierno. —Suelta el arma, Amadeo. Negué con la cabeza a Amadeo, pero él se agachó y dejó el arma en el suelo. Conor hizo lo mismo. Todavía podía oír disparos fuera, pero dentro de lo que podía ver era una casita, había un silencio inquietante. —¿Por qué, Ángelo?— Preguntó Amadeo. —Hemos tenido nuestros problemas, pero ¿por qué vas tan lejos? La mano de Ángelo rodeó la parte superior de mi brazo y me clavó la pistola en la columna con más fuerza. —Matty. Lo mataste sin ninguna maldita razón. La cara de Amadeo se arrugó pensando. —¿Matty? ¿Qué tiene él que ver contigo? —Era mi maldito hombre—, gruñó Ángelo. —Pero tú no lo sabrías porque estás demasiado ensimismado para ver todo lo que ocurre a tu alrededor si no tiene nada que ver con tu beneficio. Por eso fue tan condenadamente fácil permanecer cerca de ti durante dos malditos años mientras tramaba cómo destruirte. —¿Por Matty?— Amadeo se burló. —Era un maldito traidor y un ladrón. Ángelo amartilló la pistola y apuntó a Amadeo. —¡Eres un maldito mentiroso! Amadeo lo miró fijamente. —¿Cuándo he mentido yo? Soy muchas cosas, Ángelo, pero sabes que no miento. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. No tengo ninguna razón para mentir sobre las cosas que he hecho—. Sacudió la cabeza. —A Matty lo pillaron robando más de una vez. Le di una oportunidad para hacerlo bien y volvió a hacerlo antes de empezar a vender información a otras organizaciones. —No tienes ni idea de lo que estás hablando—. La voz de Ángelo se quebró mientras agitaba el arma. —Matty tenía un serio problema de drogas. Si estuviste con él lo sabes, ¿verdad? Razoné con Matty demasiadas veces antes de tener que acabar con él. Era él o todos los demás los que dependían de mí y no había espacio para negociar—. Su mirada parpadeó hacia mí. —Dame a Six y aléjate, Ángelo. 238

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—No—, se rio, su voz sonaba desquiciada. —Voy a meterle una bala en la cabeza mientras tú miras. Amadeo me miró. —¿Harías eso?—, preguntó, pasándose el dedo por la mejilla y el labio. Cuando asentí, su cabeza se movió de arriba abajo y miró a Ángelo con una mirada que sólo había visto una vez en el almacén. —Sabes que te voy a matar, ¿verdad? No me importa lo que me hagas, ¿pero a él?—. Negó con la cabeza. —Six es una historia diferente. Observé cómo la oscuridad llenaba sus ojos y supe que Amadeo estaba a punto de perder los papeles. Esa calma fría y serena que yo admiraba se estaba rompiendo. Por mi culpa. No voy a dejar que Amadeo salga herido. Ángelo ya no me clavaba la pistola en la espalda como antes, demasiado ocupado en concentrarse en Amadeo como para pensar en mí. Me desplacé rápidamente hacia atrás y agarré a Ángelo antes de tirarlo al suelo. Enredé mi mano alrededor de su muñeca y golpeé su mano contra el suelo. —Suéltala—, gruñí tratando de desprender el arma de sus manos. — ¡Suéltala! —¡Pequeña zorra! Su puño chocó con mi cara, pero le devolví el favor. La sangre resbaló de su labio mientras gruñía y se lanzaba de nuevo a por mí, pero no lo dejé avanzar. Ángelo trató de levantar la mano que sostenía el arma mientras me empujaba. Tropecé y escuché el sonido del arma al dispararse. Me sonaron los oídos y quise taparlos, pero en lugar de eso me abalancé sobre él. Ángelo me había cabreado más allá del punto de no retorno. —Muévete, Six. Me aparté del camino mientras Conor pisaba la muñeca de Ángelo y le retorcía el pie. Ángelo aulló, de dolor y dejó caer el arma, yo la agarré antes de retroceder de nuevo. Cuando levanté la vista se me cayó el estómago. La sangre corría por el brazo de Amadeo mientras caminaba hacia Ángelo. —No eres lo suficientemente inteligente como para hacer esto tú solo. ¿Quién dirige realmente las cosas? Ángelo le escupió. —Que te jodan.

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—Mira hacia otro lado, Six—, dijo Amadeo mientras levantaba su arma. —Tápate los oídos. No peleé con él. Aunque sabía que estaba haciendo lo que tenía que hacer, sabía que me estaba protegiendo al decirme que mirara hacia otro lado. Me tapé los oídos, cerré los ojos y esperé, con todos los músculos del cuerpo en tensión. Sonó un golpe y me estremecí. Cuando abrí los ojos, Ángelo estaba mirando al techo, con un agujero sangrante en la cabeza. —Vamos—, dijo Amadeo en voz baja. —Ven aquí. Me levanté de un salto y corrí a sus brazos. Me envolvió y me abrazó antes de que me acordara de la sangre. Cuando moví su camisa, vi el agujero de bala en su brazo. —Mierda—, susurré. —Está bien—, dijo suavemente. —Estoy bien. ¿Y tú? —Estás herido—, espeté, repentinamente enfadado con él. —¿Por qué te preocupas por mí cuando fuiste tú quien recibió el disparo? Nunca debí saltar sobre él. La culpa es mía. Debería haber... Amadeo capturó mis labios y me besó largo y tendido. Mis párpados se cerraron y me incliné hacia él hundiéndome aún más en su abrazo. No lo sabía antes, pero un beso de Amadeo era exactamente lo que necesitaba ahora mismo. —Te amo, Six—, susurró Amadeo contra mis labios. —Quédate conmigo, para siempre. Me aparté y lo miré fijamente. —¿Lo dices en serio?— Pregunté, mi voz apenas audible por el zumbido de mis propios oídos. —¿Estás seguro? Amadeo sonrió. —Claro que estoy seguro, listillo. Eres mío—, dijo mientras me agarraba la barbilla y me levantaba la cabeza. —Te amo. —Yo también te amo—, dije mientras me aferraba a él. —Te amo desde hace tiempo. —Lo sé—, dijo mientras acariciaba mi mejilla hinchada. —Ahora, salgamos de este puto agujero de mierda—. Tomó mi mano. —¿Nic? —Aquí mismo—, dijo mientras entraba en la habitación y me sonreía. —¡Ahí está! Realmente esperaba que no estuvieras muerto. Habría sido un dolor de cabeza. —Nic—, gruñó Amadeo.

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Levantó las manos. —Lo siento, lo siento. Bueno, todos los que están ahí fuera están atendidos. Había diez de ellos por lo que conté ahí fuera y cinco o más aquí. —¿Todos mis hombres?— preguntó Ama. Nic negó con la cabeza. —No. Algunos tenían tatuajes que no había visto antes. Ya le envié fotos a Darío. —Bien. Llama a la doctora y que se reúna con nosotros en la casa. Estoy perdiendo sangre y estoy bastante seguro de que me voy a desmayar si no me ocupo de esto. Me erizó el vello. —¿Por qué dices eso con tanta calma? ¿Qué carajo te pasa?— Me arranqué la camisa y la até alrededor de su brazo con fuerza para detener el flujo de sangre. —Eres de lo peor. Amadeo se rio. —Recuérdame que te castigue más tarde por mostrar tu cuerpo así tan libremente—. Miró a Conor mientras salíamos de la casa. —Te lo debo. Conor sonrió. —Oh, confía en mí, lo sé—. Me guiñó un ojo. —Buena suerte, Six. La vas a necesitar con él. Vi cómo se alejaba, pasando por encima de los cuerpos como si nada. ¿Era esta mi vida ahora? Sacudí la cabeza. Sí, y no la cambiaría por nada del mundo. Miré a mi alrededor cuando salimos y me di cuenta de que la casa en la que estábamos estaba en medio de la nada. Aunque hubiera logrado escapar, no había nada más que bosques que probablemente se extendían por kilómetros. Si Amadeo no hubiera venido por mí, habría muerto. —Gracias por venir por mí—, dije después de que Nic y yo ayudáramos a Amadeo a subir al asiento trasero. Me senté cerca negándome a estar lejos de él. —Sabía que lo harías. Amadeo tarareó suavemente. —No es que tuviera elección. ¿Qué haría sin ti? Mi corazón se aceleró y apoyé la cabeza en su hombro. —¿Me necesitas? —No tienes ni idea de lo mucho que te necesito. Mírame, Six—. Cuando levanté la cabeza, extendió la mano y acunó mi mejilla. —Eres la única persona que me ha hecho revivir desde que era joven. Mis estúpidos ojos empezaron a humedecerse y no pude averiguar cómo hacer funcionar mi boca. En lugar de intentar averiguarlo,

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simplemente lo besé. Mi boca en la suya pareció ser suficiente mientras él se relajaba y gemía contra mis labios. Le demostraría a Amadeo que mi lugar estaba a su lado. No importaba lo que tuviera que hacer para mantener esa posición. —Te amo—, susurré. —Ahora que por fin lo he dicho no puedo parar—, me reí. —No lo hagas—, gruñó Amadeo. —Dímelo cada día, cada hora, cada minuto. Quiero oírte decir que me amas hasta que te hartes de decirlo y entonces dilo un poco más. Le sonreí. —Sí, papi. Te amo. Te amo. Te amo—. Roce mis labios sobre los suyos. —No importa lo loco que estés. Los dos nos reímos y me aferré a su mano mientras volábamos por la ciudad. Me di cuenta de que estábamos en el coche en el que había venido y levanté una ceja. —¿Por qué estamos aquí? Ángelo me llevó en este. Nic gimió. —Dejé a mi bebé ahí atrás para poder transportar a Amadeo—. Se frotó el pecho. —Es la única chica que me importa y tuve que abandonarla. Será mejor que me pagues mucho, Amadeo, y Six, me debes lo que quiera. Alguien podría robarla antes de que vuelva. Amadeo puso los ojos en blanco. —Me alegro de tenerte de vuelta, Nic. Ahora conduce el puto coche y cállate. Mientras Nic refunfuñaba yo me reía. —¿Papi? —¿Sí?— preguntó, sus ojos parecían querer cerrarse, pero yo sabía que no podía permitirlo. —¿Era Matty realmente culpable de esas cosas? Amadeo suspiró. —Sí. Yo no voy por ahí matando a la gente sin motivo, y menos a la gente que trabaja para mí. ¿Hacerles daño para que aprendan? Sí. Matarlos, no—. Se frotó la sien. —Matty no dejaba las drogas en paz y yo no podía permitir que lo destruyera todo y lo hiciera desmoronarse. Sé que parece duro, pero los Bianchi son parte del esquema de las cosas en Atlanta. Si cayéramos, vendrían más problemas mientras alguien intenta ocupar nuestro lugar. Mantener todo en equilibrio es difícil, pero quiero hacerlo como mi padre y todos los anteriores. Apreté su mano. —Lo entiendo. Sólo quería saberlo.

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Asintió con la cabeza. —Me hubiera gustado que Ángelo hubiera sido tan tolerante como tú—. Observé cómo su rostro se llenaba de emociones. —No quería matarlo. —Lo sé—, susurré, apoyando la cabeza en su brazo mientras lo abrazaba con fuerza. —Sé que no querías. Amadeo se inclinó y gruñó antes de apretar sus labios contra mi oído. —Nunca he mostrado a nadie esta faceta mía. Pero confío en ti, cariño. Mantén este lado mío a salvo. Se me apretó el corazón y sentí que las lágrimas caían antes de que pudiera detenerlas. No pude hacer otra cosa que asentir, pero lo hice casi febrilmente. Protegería a Amadeo todos los días de mi vida.

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Nic me ayudó a meter a Amadeo dentro. Una mujer alta, de piel morena y con trenzas en la espalda, estaba de pie junto a la cama mientras abría su bolsa y echaba un vistazo al interior. —Parece que va a necesitar que le saquen esa bala, señor Bianchi. Y algunos puntos de sutura también—. Me miró. —Oh, eres nuevo. —Sí, soy Six. —Vanessa—. Me sonrió y me sentí reconfortado por su presencia. — ¿Podrías hacerme un favor? Esto será mucho más fácil si tengo un par de manos adicionales. Se me apretó el estómago. —No sé lo que hay que hacer. —Te ayudaré—, dijo ella mientras Amadeo gruñía. —Por ahora sólo necesito que sigas las instrucciones, ¿de acuerdo? No discutí. Si necesitaba ayuda, se la daría para asegurarse de que Amadeo estuviera bien. Mientras sacaba herramientas, me entregó un frasco de pastillas. —Dale dos de esas. —Y trae el whisky—, dijo Amadeo. Vanessa negó con la cabeza. —No, no puedes beber con eso. —Vanessa, eres una gran doctora, pero si no me dejas tomar esa bebida te voy a pegar un tiro yo mismo—, gruñó Amadeo. Ella puso los ojos en blanco. —Malhumorado como siempre. Bien, dale la bebida. Lo único que va a hacer es desmayarse más pronto que tarde. Me bajé de la cama y entré en su estudio. Me temblaron las manos cuando agarré la jarra de cristal y le serví un trago. Las gotas salpicaron la encimera y las limpié rápidamente antes de llevarme la jarra a los labios y dar un trago. Tosí con fuerza y volví al dormitorio. 244

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—¿Tomaste un poco?— preguntó Amadeo. Asentí con la cabeza. —Tenía que hacerlo. Se rio. —Está bien, cariño. Tráelo aquí. Le acerqué el vaso a los labios y Amadeo engulló el whisky como si fuera agua mientras mi pecho seguía ardiendo. Cuando lo aparté, me hizo un gesto para que se lo devolviera y le di más. Le mostré dos de las pastillas y se las metí en la boca antes de que las regara con la bebida. —Esta es la única vez que te dejo hacer esto—, le dije. —Te dispararon por mí y me siento mal por ello, así que te dejo beber con la medicina, pero nunca más. Amadeo me parpadeó. —¿Me estás diciendo lo que tengo que hacer? —Sí—, dije bruscamente. —Y vas a escucharme también. No quiero que te mueras por mezclar esta mierda. La mirada de asombro en su rostro se fundió en una expresión suave. —¿Te ayudará a no preocuparte? —Sí—, asentí. —No quiero tener que preocuparme por ti más de lo que ya lo hago cada día. Amadeo sonrió. —Entonces te escucharé. Sólo por esta vez. —Gracias—, dije mientras lo besaba. —Ahora, un sorbo más y luego no más. —¿Quién es el papi aquí?—, murmuró. —¿Ahora mismo? Yo. Amadeo me miró con desprecio y yo sonreí. Lo pagaría con gusto más tarde si se acordaba, pero valdría la pena. —Bien, esto va a doler—, dijo Vanesa mientras me señalaba con la cabeza. —Y voy a necesitar que te laves las manos y te ayudaré a ponerte estos guantes. Asentí y corrí al baño. Conseguir que Amadeo estuviera sano era el primer objetivo. Todo lo demás podía esperar. Cuando volví a salir, tenía una mirada malhumorada. —No me dejes solo tanto tiempo otra vez. Sonreí. —Sí, papi. Lo siento.

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Amadeo gruñó y vi cómo el dolor cruzaba su rostro. Después de que Vanessa me ayudara a ponerme los guantes, toqué su mano y le di un apretón. —Estoy aquí—, dije. —No me apartaré de tu lado. Te lo prometo. —Gracias—, susurró Amadeo antes de que sus ojos parpadearan hacia Vanessa. —Vamos a hacerlo.

—Mantenlo hidratado, alimentado y dale esos medicamentos para el dolor—, dijo Vanessa, señalando con la cabeza el frasco que tenía en la mano. —Se pondrá bien. —¿Estás segura?— Pregunté mientras estaba en la puerta principal, frunciendo el ceño. —¿Y si...? —No—, negó con la cabeza. —No empieces a pensar en los peores escenarios. El Sr. Bianchi tiene buen aspecto, está estable y está despierto y de mal humor. Créeme, son buenas señales—, se rio. —Si alguno de ustedes necesita algo, llámenme—. Me señaló con la cabeza. —Sigue masajeando esas muñecas para que la circulación funcione. —Lo haré. Gracias. La sonrisa de Vanessa se amplió. —De nada. Buenas noches. Cerré la puerta tras ella. Gabriele me saludó con la cabeza desde donde se apoyaba en la pared y yo le devolví el gesto. Habían despedido a todos los guardias hasta que pudieran indagar en sus actividades y fondos uno por uno. Pero la familia de Amadeo decidió quedarse todos en la casa con nosotros. Tenía que admitir que me sentía mucho mejor con ellos cerca. —¡Six! —¿Todavía está despierto?— Preguntó Nic mientras me seguía por las escaleras. —Mira si su culo malhumorado quiere algo de comer. Le prepararemos algo. —Preguntaré, pero lo dudo—. Me detuve y me volví hacia Nic cuando llegué al rellano. —Gracias por cuidarlo esta noche. 246

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Nic agitó una mano. —Es mi primo. Quemaría toda Atlanta por él. Sonreí. —Eso me gusta. Buenas noches, Nic. —No te metas en problemas—, dijo. —No te olvides de preguntarle por la comida. Haremos algo por si acaso. —Se lo haré saber. Vi cómo bajaba las escaleras e inmediatamente pasó el brazo por encima de los hombros de Gabriele. Gabriele se encogió de hombros, intentando zafarse de él, pero fue inútil. Me reí mientras discutían y negué con la cabeza. —¡Six! —Ya voy—, dije mientras caminaba por el pasillo y entraba en el dormitorio. —¿Por qué gritas? Se supone que estás descansando. —¿Por qué has tardado tanto?— Gruñó. Puse los ojos en blanco. —Eres muy dramático. Fueron cinco minutos, como mucho. Dejé salir al médico y hablé con Gabriele y Nic durante dos segundos. Oh, Nic quiere saber si tienes hambre—, dije mientras empezaba a masajearme las muñecas doloridas. Amadeo extendió la mano y me arrastró hacia él. —¿Qué pasa? —Nada—, dije, desconcertado antes de ver que me miraba las manos. —Me duelen un poco las muñecas. —Ven aquí—, dijo, arrastrando las palabras ligeramente mientras tomaba mi mano entre sus dedos ásperos pero suaves y me frotaba la muñeca. —¿Estás bien? Le sonreí. —Estoy muy bien—, dije, con los ojos llorosos mientras desviaba la mirada y trataba de ahogar mis emociones. —¿Qué demonios? Me has convertido en un llorón. —No—, dijo mientras negaba con la cabeza, —sólo eres tú. Lo único que he hecho es enamorarme de ti. Amadeo lo dijo con tanta naturalidad que lo único que pude hacer fue mirarlo fijamente. Oírle decir eso seguía siendo increíble, como si estuviera atrapado en un sueño. ¿Amadeo Bianchi me quería? No podía asimilarlo, pero al mismo tiempo sentí calor al escuchar esas palabras y supe que yo también lo amaba. —La otra muñeca.

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—Estás arrastrando los pies—, dije mientras le miraba fijamente. — Deberías estar dormido. —La otra muñeca, chico. Sacudiendo la cabeza, se la di y le dejé frotar esa también. —Eres muy mandón. ¿Has pensado alguna vez en ser un poco más amable? Amadeo me miró. —¿Es eso lo que quieres? ¿Que sea más amable? Me lo pensé. —Quiero que seas tú mismo a mi alrededor, eso es todo. Me gustan todas las facetas que he visto de ti, incluso las que me desquician. —¿Lo prometes?—, preguntó. —¿No saldrás corriendo por las colinas algún día? —De ninguna manera—, dije mientras me inclinaba y lo besaba. — Además, no es que vayas a dejarme llegar lejos. Amadeo sonrió. —Al menos lo entiendes—. Me tomo de la mano. — Nunca te dejaré ir, Six. Nunca. Ahora, métete en la cama y duérmete conmigo. —Sí, papi. Me despojé de mi ropa hasta los calzoncillos y me subí a su lado. La ducha tendría que esperar hasta mañana porque no iba a dejar a mi papi solo ni un minuto. Me necesitaba a su lado de la misma manera que yo necesitaba estar cerca de él ahora mismo. —Nunca me respondiste sobre la comida—, dije de repente mientras me sentaba. —No tengo hambre—, murmuró, bostezando largo y tendido antes de suspirar. —Por la mañana. Puedes traerme una de esas cosas asquerosas que llamas comida. Me reí y me acurruqué contra su costado. —Te amo. —Yo también te amo. El sonido de su respiración se estabilizó y supe que se había dormido. Me acurruqué más cerca de él y enterré mi cara contra su cálida piel. Mañana podría gritarle que se tomara los antibióticos, que comiera y que se hidratara. Pero por esta noche sólo quería abrazar al hombre que amaba.

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Tres meses después Me apoyé en la mesa del comedor. Mis hermanos, mi primo y yo la habíamos ocupado. Rayna estaba sentada en un rincón, escuchando también mientras escribía en su teléfono. Como siempre, no tenía ni idea de lo que estaba tramando, pero levantó la vista y me sonrió, haciéndome sacudir la cabeza. Tienes muchos secretos. Un día le preguntaría sobre ellos, pero dudaba que Rayna me contara algo. Después de todo, era una Bianchi. Se nos daba bien mantener la boca cerrada. Me froté el dolor en la parte superior del brazo. Más tarde, necesitaría un baño y algunos medicamentos para el dolor, pero Six me ayudaría con ambas cosas y me gritaría si intentaba hacer algo por mi cuenta. La sonrisa que se dibujó en mi rostro se ocultó rápidamente. Me gustaba que Six se ablandara y cuidara de mí. —¿Así que crees que esto fue más grande que Ángelo?— preguntó Gabriele. Me sacudí para volver a la realidad y dejé de pensar en él. Estaba pasando el rato con mi madre y mi Nonna en la cocina, donde lo habían arrastrado para enseñarle otra vieja receta familiar que insistían en que sería fácil de hacer. Había pedido ayuda, pero dejé que lo arrastraran mientras me miraba con odio. Más tarde se pondrá como un mocoso por eso. —Ama, presta atención—, gimió Gabriele. —Estoy intentando ponerme al día aquí y tú estás soñando despierto con tu novio. Me aclaré la garganta. —Cierto, sí creo que esto fue más grande que Ángelo. Conor pudo investigar un poco y parece que la misma gente 249

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estaba manipulando nuestros almacenes. Los hombres de la casa y uno que capturó hace unos días tenían todos estos tatuajes. Les mostré el papel que había mandado imprimir con una calavera y huesos cruzados. Una serpiente atravesaba la parte superior de la cabeza de la calavera, con la boca abierta y la lengua fuera como si estuviera siseando. —Me resulta familiar—, dijo Darío con el ceño fruncido. —Pero no puedo ubicarlo. Déjame ver si encuentro algo en Internet. Sus dedos volaron sobre la pantalla y yo asentí. Si alguien podía encontrar algo, era él. Al igual que Darío, tenía la impresión de haber visto ese tatuaje antes, pero me quedaba en blanco cada vez que intentaba ubicarlo. Pero confiaba en que Darío haría lo posible por averiguar con quién estábamos tratando. —Lo de siempre, además de comprobar esto—, dije mientras dejaba la foto en el suelo. —Riccardo se asegura de que nuestro comercio sexual esté bien cerrado y que todos las trabajadoras estén a salvo. Recibimos un porcentaje porque los protegemos. Si no lo hacemos, las perdemos. Asintió con la cabeza. —En ello. —Rayna, ¿qué vas a hacer? Ella sonrió. —Causando estragos, buscando oportunidades. Ya sabes, lo que siempre hago, hermano mayor—. Se levantó y me guiñó un ojo. —Te haré saber si encuentro algo para ti. —No te metas en líos. —No—, dijo mientras salía por la puerta. Sacudí la cabeza mientras mis hermanos se reían. Rayna siempre iba a ser Rayna. Salvaje y libre. Sin embargo, ella aportaba información interesante y nuevas fuentes de ingresos, así que la dejé enloquecer todo lo que quisiera. —¿No vas a ir a salvar a tu novio?— preguntó Nic con una sonrisa. —Puedo oír a la Nonna dándole órdenes desde aquí. Sacudí la cabeza. —De ninguna manera. Me arrastrarán a las conversaciones sobre la boda y alguien sacará el tema de los nietos. Creía que al volver a casa con un novio en lugar de una novia me libraría de esas charlas. —Buena suerte—, se rio Darío. —Tengo cuarenta y dos años y la Nonna todavía me pregunta cuándo voy a tener hijos. La respuesta es nunca, pero es persistente—. Guardó su tableta. —¿Comemos o qué? 250

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—Entra tú y pregunta—, le dijo Gabriele. —Porque yo no lo voy a hacer. —Son una panda de bebés. ¡Six!— Llamé. —Ven aquí. Nic se rio. —Tú tampoco entraste ahí. —Cállate. Six entró y me fulminó con la mirada. —¿Qué? Levanté una ceja. —Inténtalo de nuevo—, gruñí. Él movió los ojos. —¿Sí, papi? Las risitas colectivas de mi familia me hicieron estrechar los ojos hacia mi chico. Me sonrió, sin una pizca de miedo en su rostro. Le agarré del brazo. —Discúlpennos. —¿A dónde vamos?— Six se rio mientras lo arrastraba. —Ya lo verás. —¿A casa? Pero no antes de la cena, ¿verdad? Porque tu Nonna hace una comida estupenda y se me ha antojado toda la semana. Y si nos vamos ahora se va a poner súper cabreada y la apoyaré totalmente para que te dé una patada en el culo. —Deja de hablar. Se rio más fuerte. —Ambos sabemos que eso no va a pasar. Todavía no, pero tenía formas de hacer que se callara. Lo llevé por las escaleras hasta una habitación al final del pasillo. Una vez que entré, abrí la cerradura y lo empujé contra ella. Gruñó y abrió la boca para hablar antes de que estrellara mis labios contra los suyos, mi lengua explorando su boca mientras él se aferraba a mí. Mis dedos recorrieron su cuerpo mientras tiraba desesperadamente de su ropa. Six me había estado tomando el pelo todo el día y necesitaba a mi chico envuelto en mi polla y gimiendo mí nombre. Había estado cuidando de mí los últimos meses y, aunque me encantaba que me montara, que me chupara la polla y que me acariciara mientras se tumbaba en mi pecho por la noche, estaba listo para volver a estar encima. —Papi—, gimió cuando salí a tomar aire, con los ojos ya medio cerrados. —¿Qué estás haciendo?

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—Ya sabes lo que estoy haciendo—, respondí mientras me desabrochaba la camisa y me giraba hacia la cama. —Sube. —¿En la habitación de quién estamos?— Preguntó mientras hacía lo que le decían y se subía a la cama. —Esta es mi antigua habitación. Los ojos de Six se abrieron de par en par mientras miraba a su alrededor. —¿De cuando eras un niño? Asentí con la cabeza mientras me quitaba los zapatos y me bajaba los pantalones. —Sí. Me quedé aquí durante mucho tiempo antes de mudarme y conseguir mi propia casa. Pero no quiero hablar de eso ahora—, dije mientras me acercaba a él y rozaba mis labios con los suyos. —Quizá más tarde te enseñe mis viejas fotos del instituto. Sus ojos se iluminaron. —Mierda, eso es casi suficiente para decir que nos saltemos el sexo y hagamos eso en su lugar—. Alargó la mano y acarició mi polla. —Casi. Me reí mientras lo besaba. Cuando lo empujé sobre su espalda, bajó sin resistencia pero metió los brazos entre sus muslos y los apretó. —¿Qué estás haciendo?— le pregunté. —No, papi—, susurró. —No puedes obligarme. Un gruñido resonó en mi garganta. —Cariño, estás ladrando al árbol equivocado. Sonrió. —¿Lo estoy? Ya no das tanto miedo, ¿sabes? Mi chico me estaba poniendo a prueba. Era de esperar después de semanas de suavidad y comportamiento dulce. Estaba deseando meterse en problemas y yo era tan malo como él. Lo agarré del brazo y lo empujé sobre su estómago. Mi mano descendió sobre su firme trasero, mi palma se calentó mientras él gemía. Levantó el culo en el aire y lo volví a golpear. —¿Tanto has echado de menos los azotes de papi, cariño?— Pasé mi mano por su cálida piel y lo golpeé de nuevo. —No te preocupes. Compensaré todas las oportunidades perdidas. Six miró por encima del hombro, con los ojos vidriosos. —Sí, papi. Recibió los azotes con alegría, sus gemidos sólo fueron amortiguados por la cama mientras enterraba la cara para mantenerse callado. Pero no me importaba quién lo oyera. Six era mío y le haría saber al mundo entero que me pertenecía.

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Lo empujé sobre su espalda y él vio cómo sacaba un tubo de lubricante del bolsillo de mis pantalones. Por su culpa, estos días tenía que llevarlos escondidos en todas partes. Nunca había un aviso antes de que él se abalanzara sobre mí o viceversa. Me lubriqué y le abrí las piernas antes de colocarme entre ellas. —No le digas a papi que no—, le susurré al oído. —O tendré que seguir castigándote. Six gimió. —¿Y si sigo diciendo que no? Le mordí el cuello y se estremeció debajo de mí. Sus piernas se separaron y empujé mi polla dentro de él dejando escapar un gemido al ver cómo su agujero apretaba mi longitud. Un movimiento de mis caderas y Six me clavó las uñas en la espalda y jadeó. —Pensé que ibas a decir que no—, me burlé mientras me sentaba y lo miraba. —¿Dónde está tu lucha? Gimió. —Por favor, sólo fóllame. Por favor, papi. Sonreí. —Qué chico tan bien educado—, dije mientras me abalanzaba sobre él y su cabeza caía hacia atrás. —Papi te va a dar toda la atención que necesites, cariño. Agárrate fuerte. Six lo hizo. Sus largas piernas me rodearon la cintura y enterré mi cara en el pliegue de su cuello para inhalar su aroma. Observé su rostro para asimilar lo increíble que era; lamí y mordí cada centímetro de él que podía alcanzar. Era perfecto en todos los sentidos y no podía saciarme de él. Sus suaves gemidos encendieron mi cuerpo, pero no fueron suficientes. Aumenté la velocidad, levantando sus piernas y empujándolas hacia atrás para que se abriera completamente a mí. —Papi—, siseó. —¿Qué mierda? Me reí. —Estabas demasiado callado para mí. Vamos a ver cómo lo haces en esta posición. —Ambos sabemos que yo... ¡mierda! ¡Oh, Dios, maldita sea! —Eso está mejor, bebé—, gemí mientras me mecía dentro de él con brusquedad. —Acaricia tu polla para mí. No puedo esperar a probarte. —Mierda, no tienes que decirlo así—, gimió mientras sus piernas temblaban. —Los dos sabemos que sí.

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Nuestros cuerpos se movieron juntos mientras Six acariciaba su polla. Los gemidos silenciosos se convirtieron en sonidos fuertes y sonreí. Eso es mucho mejor. —Cumple para mí, bebé—, le dije. —Cumple para papi. Six no necesitó más estímulos. Gritó mientras el semen salía disparado de su polla y pintaba su vientre. Dejé que bajara las piernas y me introduje en él mientras deslizaba un dedo por su semilla y la lamía con avidez. Él gimió, con una mirada desesperada y necesitada. —Te amo, Amadeo—, susurró. —Mierda, te amo mucho. Mi corazón se aceleró y estrellé mis labios contra los suyos. —Yo también te amo—, susurré cuando me aparté un poco. —Siempre serás mío. Los brazos de Six me rodearon el cuello. —Sí, lo sé. Tuyo, sonrió. Siempre tuyo. Me corrí tan fuerte que vi las estrellas. ¿Alguien se había enamorado de mí por lo que era y no intentó cambiarme? Eso era una especie de magia que estaba seguro de que nunca experimentaría y aquí estaba Six dándome todo lo que podía necesitar. No había nadie en la Tierra como él. —¿Tenemos que volver abajo?— preguntó, su cara se volvió roja. — No creo que pueda mirar a nadie a la cara. Me reí. —Estaré allí contigo. —No—, gimió. —Salgamos a escondidas por la parte de atrás y vayamos a casa. Por favor—, recalcó. —Nos perderemos las orecchiette—, señalé. Six se quedó con la boca abierta. —No. Me permito sufrir la vergüenza durante un tiempo por eso. —Ahí está mi chico—, dije, inclinándome y tomando sus labios en un largo y lento beso. —Vamos a comer, cariño. Six me miró y pude ver el amor en sus ojos. —Sí, papi.

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Gracias por leer Break me Daddy. Amadeo y Six son una pareja hecha en el infierno. Me divertí mucho sacando mi lado más oscuro con esta historia. Amadeo es un papi que llevaba mucho tiempo queriendo escribir y Six es su pareja perfecta. Espero que hayan disfrutado de su historia tanto como a mí me ha gustado escribirla. Espero que estén deseando la historia de Fight me Daddy, Gabriel y Calix. Va a ser dura, salvaje y muy divertida.

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Skyler Snow es autora de libros MM pervertidos y llenos de calor. Ya sea contemporáneo o paranormal, siempre encontrarás angustia, perversión y un amor que lo conquista todo. Skyler empezó a escribir desde muy joven. Cuando tuvo que elegir entre ser chef o autora, el autor ganó sin lugar a dudas. Le gusta mucho los musicales, los programas de crímenes reales, la locura de los reality shows y los buenos libros, ya sean ligeros y esponjosos u oscuros y retorcidos. Cuando no escribe, se le puede encontrar jugando a videojuegos y pasando el rato con sus hijos.

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Odio la mafia. Montañas de deudas que nunca desaparecen, hombres extraños con trajes y armas, amenazas susurradas en la trastienda. Eso es lo que mi vida se ha convertido. Le dije a mi padre que nunca se enredara con los Bianchi, pero él haría cualquier cosa para salvar el gimnasio que su abuelo comenzó. Pensé que podría manejarlo. Hasta que mi padre se fue. Ahora estoy atascado con su deuda y Gabriele. El imbécil dice que ahora le pertenezco hasta que haya liquidado cada centavo. Si quiero mantener mi amado gimnasio familiar no tengo más remedio que obedecer. Pero a medida que las exigencias de Gabriele Bianchi aumentan me doy cuenta de que me estoy convirtiéndome en lo único que odio. Me niego a ceder ante este hombre y a convertirme en su obediente mascota. Pero esta es una lucha que no estoy seguro de poder ganar.

Fight me Daddy es un romance MM Daddy de larga duración con personajes moralmente grises, un papi diabólico y exigente, un chico peligroso y frío, una carga de violencia sangrienta y un HEA bien merecido.

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