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January 6, 2019 | Author: Santi Rodríguez | Category: European Union, Armed Conflict, Foods
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Bola de sebo

Guy de Maupassant

GUY DE MAUPASSANT

BOLA DE SEBO

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Guy de Maupassant

Durante varios días los restos del ejército derrotado habían cruzado la ciudad. No era tropa: eran hordas desbandadas. Los hombres tenían la barba larg larga a y suci sucia, a, unif unifor orme mess en hara harapo pos, s, y avan avanza zaba ban n con con paso paso blan blando do,, sin sin bandera, sin regimiento. odos parecían abrumados, e!tenuados, incapaces de un pensamiento o de una resoluci"n. #aminaban $nicamente por costumbre y caían de fatiga en cuanto se detenían. %obre todo, los movilizados, gente pacífica, rentistas tran&uilos, se doblaban bajo el peso del fusil' pe&ue(os volunt voluntari arios os alerta alertas, s, f)ciles f)ciles para para el espan espanto to y r)pido r)pidoss para para el entusi entusiasm asmo, o, prontos al ata&ue como a la huida. Luego, en medio de ellos, algunos pantalo* nes rojos, despojos de una divisi"n diezmada en una gran batalla, artilleros sombríos alineados con esos infantes diversos' y a veces, el casco brillante de un drag"n de pie lerdo &ue seguía con dificultad la marcha m)s liviana de los infantes. Legiones de francotiradores con apodos heroicos: +los engadores de la Derrota+, +los #iudadanos de la umba+, +los #ompartidores de la muerte+, pasaban a su vez con aspecto de bandidos. %us jefes, antiguos comerciantes en telas o en granos, e! vendedores de sebo o de jab"n, guerreros de circunstancias, ascendidos a oficiales por su peso o por el tama(o de sus bigotes, cubiertos de armas, de franela y de galon galones, es, hablab hablaban an con voz retumb retumbant ante, e, discut discutían ían planes planes de campa campa(a, (a, y preten pretendía dían n sosten sostener, er, solos, solos, la -ranci -rancia a agoniz agonizant ante e sobre sobre sus hombro hombross de fanfarrones, pero temían a veces a sus propios soldados, gente de horca y cuchillo, temerarios hasta la e!ageraci"n, sa&ueadores y libertinos. Los prusianos iban a entrar en ouen, se decía. La guar guardi dia a nac naciona ional, l, &ue desde esde hacía acía dos mese eses efec efectu tuab aba a reconocimientos muy prudentes en los bos&ues vecinos, fusilando a veces a sus propios centinelas, y prepar)ndose al combate cuando un conejito se movía entre las malezas, ya había regresado a sus hogares. %us armas, sus uniformes, todo el e&uipo mortífero con el cual aterrorizaban otrora a tres leguas a la redonda los límites de las rutas nacionales, había desaparecido s$bitamente. Los $ltimos soldados franceses acababan, en fin, de cruzar el %ena para llegar a /ont*0udemer por %aint*%ever y 1ourg*0chard' y caminando a la zaga, el gene genera rall dese desesp sper erad ado, o, &ue &ue no podí podía a inte intent ntar ar nada nada con con esos esos ping pingaj ajos os informes, desesperado él también ante la gran cat)strofe de un pueblo acos* tumbrado a vencer y desastrosamente vencido a pesar de su valor legendario, se iba a pie entre dos oficiales de orden. Luego, una paz profunda, una espera aterrada y silenciosa había caído sobre la ciudad. 2uchos burgueses barrigones, embotados por el comercio, es* peraban ansiosamente a los vencedores, temblando de &ue sus asadores o sus grandes cuchillos de cocina fueran considerados como armas. La vida vida pare parecí cía a dete deteni nida da'' las las tiend tiendas as esta estaba ban n cerr cerrad adas as'' la call calle e silenciosa. 0 veces un habitante, intimidado por ese silencio, se deslizaba r)pidamente a lo largo de las paredes. La angustia de la espera hacía desear la llegada del enemigo. 3n la tarde del día &ue sigui" a la partida de las tropas francesas, algunos ulanos salidos no se sabe de d"nde atravesaron r)pidamente la ciudad. Luego, un poco m)s tarde, una masa negra baj" de la barranca %anta #atalina, mientras otros dos ríos invasores aparecían por las rutas de Darnetal

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y de 1oisguillaume. 4usto en el mismo momento las avanzadas de tres cuerpos se unieron en la plaza de la 2unicipalidad, y por todas las calles cercanas llegaba el ejército alem)n, desparramando sus batallones, &ue hacían sonar el empedrado bajo su paso rítmico y duro. 5rdenes gritadas por una voz desconocida y gutural subían a lo largo de las casas, &ue parecían muertas y desiertas, mientras, tras los postigos ce* rrados, los ojos espiaban a esos hombres victoriosos, due(os de la ciudad, de las fortunas y de las vidas por el +derecho de guerra+. Los habitantes, en sus cuartos ensombrecidos, sentían el enlo&uecimiento &ue dan los cataclismos, los grandes trastornos mortíferos de la tierra, contra los cuales resultan in$tiles toda fuerza y toda sabiduría. /ues la misma sensaci"n vuelve a aparecer cada vez &ue el orden establecido de las cosas es subvertido, &ue todo lo &ue protegían las leyes de los hombres o de la naturaleza se encuentra a la merced de una brutalidad inconsciente y feroz. 3l temblor de tierra &ue aplasta a un pueblo entero bajo las casas derrumbadas' el río desbordado &ue mezcla a los campesinos ahogados con los cad)veres de bueyes y las vigas arrancadas a los techos, o el ejército victorioso &ue asesina a los &ue se defienden, lleva prisioneros a los otros, sa&uea en nombre de la espada y da gracias a Dios al son del ca("n, son otras tantas plagas espantosas &ue desconciertan toda creencia en la justicia eterna, toda la confianza &ue nos ha sido ense(ada en la protecci"n del cielo y en la raz"n de los hombres. /ero a cada puerta golpeaban pe&ue(os destacamentos y luego desaparecían en las casas. 3ra la ocupaci"n después de la invasi"n. 3mpezaba para los vencidos el deber de mostrarse amables con los vencedores. Luego de alg$n tiempo, una vez desaparecido el primer terror, una nueva paz se estableci". 3n muchas familias el oficial prusiano comía a la mesa. 0 veces era bien educado y por cortesía compadecía a -rancia' decía su repugnancia en tomar parte en esa guerra. Le &uedaban agradecidos por ese sentimiento' adem)s, un día u otro podían necesitar su protecci"n. 6uiz)s halag)ndolo podrían alimentar a algunos hombres menos. '7 por &ué herir a alguien de &uien se depende completamente8 5brar así no sería coraje, sino temeridad. 7 la temeridad ya no es un defecto de los burgueses de ouen, como en los tiempos de las defensas heroicas, cuando se hizo ilustre la ciudad. %e decía, por fin, raz"n suprema, sacada de la urbanidad francesa, &ue era permitido ser cortés en el interior, con tal de no mostrar familiaridades en p$blico con el soldado e!tranjero. 0fuera ya no se conocían, pero en la casa se conversaba con gusto, y el alem)n permanecía mucho tiempo, cada noche, calent)ndose en el hogar com$n. La ciudad poco a poco recobraba su aspecto habitual. Los franceses todavía no salían, pero los soldados prusianos hormigueaban en las calles. /or otra parte, los oficiales de los h$sares azules, &ue arrastraban con arrogancia sus grandes instrumentos mortíferos sobre el empedrado, no parecían tener mucho m)s desprecio por los simples ciudadanos &ue los oficiales de cazadores &ue el a(o anterior bebían en los mismos cafés. No obstante, había algo en el aire, algo sutil y desconocido, una intolerable atm"sfera e!tra(a, como un olor desparramado, el olor de la invasi"n. Llenaba las viviendas y las plazas p$blicas, cambiaba el gusto de los alimentos, daba la impresi"n de estar de viaje, muy lejos, entre tribus b)rbaras y peligrosas.

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Los vencedores e!igían dinero' bastante dinero y los habitantes pagaban siempre. /or lo dem)s eran ricos. /ero cuanto m)s opulento es un comerciante normando, m)s sufre por cual&uier sacrificio, por cual&uier partícula de su fortuna &ue ve pasar a manos de otros. %in embargo, a dos o tres leguas de la ciudad, siguiendo el curso del arroyo hacia #roisset, Dieppedalle o 1iessart, los marineros y los pescadores sacaban a menudo del fondo del agua el cad)ver de alg$n alem)n, hinchado en su uniforme, muerto de una pu(alada o de un golpe, la cabeza aplastada por una piedra o arrojado al agua de un empuj"n desde lo alto de un puente. 3l fango del río amortajaba estas oscuras venganzas, salvajes y legítimas, heroís* mos desconocidos, ata&ues mudos, m)s peligrosos &ue las batallas en pleno día y sin la resonancia de la gloria. /ues el odio por el e!tranjero arma siempre a algunos intrépidos dispuestos a morir por una idea. 3n fin, como los invasores, aun&ue avasallaban la ciudad con su infle!ible disciplina, no habían cometido ninguno de los horrores &ue la fama les hacía cometer a lo largo de su marcha triunfal, la gente empez" a animarse, y la necesidad del negocio trabaj" de nuevo el magín de los comerciantes del país. 0lgunos tenían importantes intereses comprometidos en 3l 9avre, entonces ocupado por el ejército francés, y resolvieron tratar de llegar a ese puerto yendo por tierra a Dieppe, en donde se embarcarían. 3mplearon la influencia de los oficiales alemanes con los cuales se habían relacionado y obtuvieron del general en jefe la autorizaci"n para partir. /or lo tanto, habiendo reservado una gran diligencia de cuatro caballos para el viaje, e inscrito en la cochería diez personas, se resolvi" partir un martes por la ma(ana antes del alba para evitar cual&uier aglomeraci"n.  0 las cuatro de la ma(ana los viajeros se reunieron en el patio del hotel de Normandía, donde tomarían el coche. 3staban a$n adormilados y tiritaban de frío bajo sus mantas. %e distinguían mal en la oscuridad' y las pesadas ropas de invierno hacían &ue todos esos cuerpos se pareciesen a curas obesos con largas sotanas. /ero dos hombres se reconocieron' un tercero se acerc"' conversaron: *Llevo a mi mujer. *7 yo también. 3l primero agreg": *No volveremos a ouen, y si los prusianos se acercan a 3l 9avre, pasaremos a nglaterra. odos tenían los mismos proyectos, pues compartían ideas semejantes. %in embargo, no enganchaban el coche. ;na pe&ue(a linterna, llevada por un mozo de establo, salía de tanto en tanto de una puerta oscura para desaparecer inmediatamente en otra. #ascos de caballos golpeaban la tierra, amortiguados por el estiércol de las pajazas, y se oía en el fondo del edificio una voz de hombre &ue hablaba a los animales y profería insultos. ;n ligero murmullo de cascabeles anunci" &ue movían los arneses' ese murmullo fue pronto un estremecimiento claro y continuo, ritmado por el movimiento del animal, deteniéndose a veces, volviendo a empezar en una brusca sacudida &ue acompa(aba el ruido sordo de una herradura &ue golpeaba el suelo. La puerta se cerr" s$bitamente. #es" todo ruido. Los burgueses, helados, habían callado' permanecían inm"viles y rígidos.

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;na cortina ininterrumpida de copos blancos reverberaba sin cesar, descendiendo hasta la tierra' velaba las formas, empolvaba las cosas de una espuma de hielo' y s"lo se oía en el gran silencio de la gran ciudad apacible y amortajada bajo el invierno ese susurro vago, innombrable y flotante de la nieve &ue cae' m)s bien sensaci"n &ue ruido, enlazamiento de )tomos ligeros &ue parecían llenar el espacio, cubrir el mundo. 3l hombre reapareci" con su linterna, llevando en el e!tremo de una cuerda a un caballo triste &ue no parecía seguirlo con gusto. Lo coloc" contra la lanza, lo at" a los tiros, dio muchas veces vuelta a su alrededor para asegurar los arneses, pues $nicamente podía utilizar una mano, por llevar la luz en la otra. #uando iba en busca del segundo animal advirti" a todos esos pasajeros inm"viles, ya blancos de nieve: *s de todos los cafés democr)ticos. 9abíase comido con sus hermanos y amigos una fortuna bastante abultada &ue le venía de su padre, e! confitero, y esperaba impacientemente la ep$blica para obtener, por fin, el lugar merecido por tantas consumiciones revolucionarias. 3l cuatro de septiembre, a consecuencia de una broma, &uiz), se había creído nombrado prefecto, pero cuando &uiso entrar en funciones, los escribientes, $nicos due(os del lugar, rehusaron reconocerlo, lo &ue lo oblig" a retirarse. 2uy buen muchacho, por otra parte, inofensivo y servicial, se había ocupado con un fervor incomparable de organizar la defensa. 9abía hecho cavar agujeros en las praderas, voltear todos los )rboles j"venes de los bos&ues vecinos, sembrar trampas en todas las rutas, y al acercarse el enemigo, satisfecho de sus preparativos, se había replegado r)pidamente hacia la ciudad. 0hora pensaba ser m)s $til en 3l 9avre, donde iban a ser necesarios nuevos destacamentos. La mujer, una de esas llamadas galantes, era célebre por su precoz gordura, &ue le había valido el sobrenombre de 1ola de %ebo. 1aja, redonda por todas partes, gorda a reventar, con dedos hinchados, estrangulados en las falanges, semejantes a rosarios de pe&ue(as salchichas, de piel brillante y tensa, un pecho enorme &ue resaltaba bajo el vestido, era todavía apetitosa y buscada, pues su frescura era agradable a la vista. %u rostro era una manzana roja, un pimpollo de peonía pronto a brotar' y en todo eso se abrían, arriba, dos ojos negros. magníficos, sombreados por grandes pesta(as espesas &ue ponían una sombra dentro de ellos. 0bajo, una boca encantadora, angosta, h$meda para el beso, adornada por dientes brillantes y menudos. /oseía, adem)s, seg$n se decía, cualidades inapreciables. 3n cuanto fue reconocida, corrieron susurros entre las mujeres honradas, y las palabras +prostituta+, +verg?enza p$blica+, fueron susurradas tan alto &ue ella alz" la cabeza. 3ntonces pase" sobre sus vecinos una mirada tan provocativa y osada, &ue inmediatamente rein" un gran silencio y todo el mundo baj" los ojos, a e!cepci"n de Loiseau, &ue espiaba con aire socarr"n. /ero pronto se reanud" la conversaci"n entre las tres se(oras s$bitamente amigas, casi íntimas, por la presencia de esa mujer. enían &ue hacer, les parecía, como un haz con sus dignidades de esposas frente a esa vendida sin verg?enza, pues el amor legal siempre mira de arriba a su libre colega. ambién los tres hombres, &ue el aspecto de #ornudet acercaba a un instinto conservador, hablaban de dinero con un cierto t ono desde(oso para los pobres. 3l conde 9uberto decía los destrozos &ue le habían causado los prusianos, las pérdidas &ue resultarían del ganado robado y de las cosechas perdidas, con una seguridad de gran se(or diez veces millonario a &uien esos estragos molestarían apenas un a(o. 3l se(or #arre*Lamadon, muy golpeado en la industria algodonera, había tenido cuidado de mandar seiscientos mil francos a nglaterra, una pe&ue(a reserva para cual&uier ocasi"n. 3n cuanto a Loiseau, se había arreglado para vender a la intendencia francesa todos los vinos comunes &ue le &uedaban en la bodega, de manera &ue el 3stado le debía una suma formidable &ue pensaba cobrar en 3l 9avre.

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7 los tres se lanzaban miradas r)pidas y amistosas. 0un&ue de distinta condici"n, se sentían hermanos por el dinero' de la masonería de los &ue poseen, de los &ue hacen sonar el oro poniendo la mano en el bolsillo del pantal"n. 3l coche iba tan lentamente &ue a las diez de la ma(ana no habían andado cuatro leguas. Los hombres bajaron tres veces para subir las cuestas a pie. 3mpezaban a in&uietarse, pues pensaban almorzar en "tes y ya estaban perdiendo la esperanza de llegar antes de la noche. odos acechaban para descubrir un mes"n en el camino, cuando la diligencia se empantan" en un amontonamiento de nieve y hubo &ue perder dos horas para sacarla. 3l apetito crecía, turbaba los )nimos' y ning$n boliche, ninguna venta de vino aparecía. La cercanía de los prusianos y el paso de las tropas francesas hambrientas habían asustado a los comerciantes. Los se(ores corrieron a buscar provisiones a las chacras de la vera del camino, pero no encontraron ni si&uiera pan, pues el campesino, desconfiado, escondía sus reservas por temor a ser sa&ueado por los soldados, &ue al no tener nada &ue ponerse bajo el diente tomaban por la fuerza lo &ue descubrían. 9acia la una del día Loiseau anunci" &ue decididamente sentía un, fuerte vacío en el est"mago. Desde hacía tiempo todo el mundo sufría como él' y a medida &ue aumentaba el violento deseo de comer, morían las conversaciones. De cuando en cuando, alguno bostezaba' otro lo imitaba casi en seguida. 7 cada uno por turno, seg$n su car)cter, su educaci"n y su posici"n social, abría la boca con estruendo o modestamente, poniendo una mano ante la entrada abierta, de la cual salía como un vapor. 1ola de %ebo, en diversas ocasiones, se había inclinado como si buscara algo bajo sus faldas. itubeaba un minuto, miraba a sus vecinos' luego se enderezaba tran&uilamente. Los rostros estaban p)lidos y crispados. Loiseau afirm" &ue pagaría mil francos por un jam"n. %u mujer hizo un adem)n como para protestar' luego se calm". %iempre sufría cuando oía hablar de dinero despilfarrado y ni si&uiera comprendía las bromas a ese respecto. *La verdad es &ue no me siento bien *dijo el conde*.
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