BOFF, Leonardo - La Tierra Está en Nuestras Manos

January 27, 2017 | Author: JoséCordera | Category: N/A
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Una reflexión valiosa para seguir ayudándonos a tomar conciencia sobre el cuidado de nuestro planeta, desd...

Description

Leonardo Boff

La Tierra está en

nuestras manos Una nueva visión del planeta y de la humanidad

La Tierra está en nuestras manos

L eonardo B off

LaTierra está en nuestras manos Una nueva visión del planeta y de la humanidad

Sa l T e r r a e

Título del original: A Terra na palma da mao Urna nova visao do planeta e da humanidade © 2015 by Leonardo Boff Petrópolis (Brasil) [email protected]

Traducción:

Jesús García-Abril,

sj

© Editorial Sal Terrae, 2016 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) - España Tino.: +34 942 369 198 / Fax: +34 942 369 201 [email protected] www.salterrae.es Imprimatur: * Manuel Sánchez Monge Obispo de Santander 15-03-2016 Diseño de cubierta: Magui Casanova Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com / 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-293-2563-8 Depósito Legal: SA-126-2016 Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. —Basauri (Vizcaya) www.grafo.es

I ndice

PREÁMBULO........................................................................

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Primera P arte

CÓMO AFRONTAR LA SEXTA EXTINCIÓN EN MASA 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Dos cosmologías en conflicto.......................................... La cosmología de la dominación, en crisis...................... El paradigma planetario ............................................ La era del ecozoico contra la era del antropoceno.......... Cómo afrontar la sexta extinción en m a sa ...................... La vida proviene del caos generativo.............................. ¿Podem os saber qué es la vida, en definitiva?................ ¿Qué es, a fin de cuentas, el ser humano? ...................... El espíritu está primero en el universo, y luego en nosotros .................................................... 10. El ser humano: la porción consciente de la T ierra.......... 11. ¿Qué es antes: la competición o la colaboración? .......... 12. El ilusorio gen egoísta .................................................... 13. El principio gana-gana versus el principio gana-pierde . . 14. Ciencia, religión y espiritualidad.................................... 15. Religión, teología y teorías del «Todo»..........................

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S egunda P arte

¿TIENE REMEDIO EL SER HUMANO? 1. Nuevo modelo ético: ¿el puño cerrado o la mano entrelazada?.................... 2. Una pregunta inquietante: ¿Tiene remedio el ser humano? 3. Somos sapientes y demasiado dementes .................... 4. Habla el exterminador de millones de judíos: RudolfHoss 5. La compasión: nuestra verdadera humanidad ................ 6. El bien común de la nación, de la Tierra y de la humanidad ...................................................... 7. No hay guerra justa ni santa, porque la guerra mata . . . . 8. ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión?.................. 9. El derecho a nacer y a morir con dignidad...................... 10. Francisco de Asís: en él tuvo sentido el ser humano . . . .

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T ercera P arte

La Tierra está en nuestras manos

LA ECOLOGÍA Y LAS NUEVAS FORMAS DE DEMOCRACIA

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1. La guerra contra Gaia que jamás ganaremos.................. 2. ¿Podemos detener el «Titanic ecológico»? .................... 3. ¿Final de una era, una nueva civilización o fin del mundo? ........................................................ 4. ¿Cuándo comenzó nuestro error?.................................... 5. La Tierra: sujeto de dignidad y de derechos.................... 6. La Carta de la Tierra: promesa de una Tierra f e liz ........ 7. ¿A quién pertenece la Tierra?.......................................... 8. Si conociéramos los sueños de los blancos....................... 9. El desafío actual: la injusticia social y la injusticia ecológica................

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10. ] 1. 12. 13. 14. 15. 16.

La ecología y las nuevas formas de democracia .......... Revisar los fundamentos de nuestro modo de v iv ir........ El precio de no escuchar a la naturaleza.......................... Otro paradigma: obedecer a la naturaleza ...................... Revisitar la ancestral sabiduría indígena ........................ En nosotros reside la memoria entera del universo ........ Papa Francisco: los derechos de la madre Tierra y el cuidado de la Casa C om ún..................................

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C uarta Parte

VER CON LOS OJOS DEL CORAZÓN 1. 2. 3. 4. 5. 6.

La pérdida del sentido de las cosas ................................ Motores de la «nave espacial Tierra».............................. ¿Nos maldecirán nuestros hijos y nuestros nietos? ........ ¿Ha llegado el día del juicio sobre nuestra cultura?........ ¿Qué relación guardan «mística» y «religión»?.............. Creer a pesar de los cataclismos y de las maldades humanas ........................................ 7. La fe como apuesta: una oportunidad para todos............ 8. Espiritualidad y cuidado en la educación........................ 9. Primero viene el Espíritu, antes que el misionero ..........

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Q uinta P arte

FIGURAS SEMINALES Y EJEMPLARES L Un líder seminal: José Mujica, ex presidente de Uruguay 2- Hubo un profeta enviado por Dios llamado «Gentileza» 2- Un evangelio sin poder: las comadronas de un pueblo indígena ...................... 4. Perderse para encontrarse: el monje, el gato y la luna . . .

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9

5. 6. 7. 8. 9.

Toda arrogancia será castigada, ayer, hoy y siempre . . . . ¿Por qué los grandes no cuidan de los pequeños?.......... Una parábola siempre actual: el payaso de Kierkegaard . Un desafío permanente: casar el Cielo con la Tierra . . . . El hombre que siempre esperaba la venida de D io s........

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CONCLUSIÓN El verdadero Génesis no se encuentra al comienzo, sino al final ...................... 229

Preámbulo

f situación mundial se caracteriza por una serie de crisis de todo tipo y por graves perturbaciones que ponen en peligro la continuidad de nuestra civilización e incluso la subsistencia de la vida en el planeta. Por eso, son muchos los que se preguntan angustiados: ¿adonde vamos?; ¿cuándo cesarán los niveles de erosión de la biodiversidad, dado que dependemos de ella para garantizar nuestro futuro? Nadie, ni siquiera sabio alguno perteneciente a los grandes centros que se ocupan sistemáticamente del estado de la Tierra, se atreve a pronunciarse con absoluta certeza. Nos hallamos en una especie de vuelo sin visibilidad, con la esperanza de no acabar estrellándonos contra alguna montaña. El 18 de junio de 2015, el papa Francisco publicó su encíclica Laudato si sobre el cuidado de la Casa Común. Allí encontramos palabras muy alentadoras. El papa conoce los riesgos que corren la Tierra y la Humanidad, pero confía siempre en los seres humanos, en su inteligencia y sa­ biduría y, evidentemente, en el Dios Creador, que se revela como «el soberano amante de la vida» (Sab 11,26) y no permitirá que su creación, nacida del amor, sucumba miserablemente. Aun así, creemos y esperamos que los dolores del tiempo pre­ sente no son los estertores de una persona agonizante, sino los dolores de parto de otro tipo de mundo que nos permita seguir viviendo en este pequeño y hermoso planeta Tierra. Intuimos que no puede desembocar en un súbito colapso, a semejanza de una persona que se encuentra conversando tranqui­ lamente y, de pronto, cae pesadamente, fulminada por un infarto. Es verdad que hemos agredido excesivamente a la Madre Tierra, Pero esta, aun encontrándose enferma, sigue dándonos con ge-

Preámbulo

ja

La Tierra está en nuestras manos

nerosidad cuanto necesitamos, Pero ¿hasta cuándo? Ya podemos avistar sus límites físicos, por lo que no podemos ir más allá, so pena de que ella ya no quiera que sigamos pisando su suelo. Su capacidad de aguante, la famosa «residencia», tiene un límite que no puede ser traspasado. Estas son las cuestiones que vamos a abordar en el presente libro (¿Hacia dónde van la Tierra y la Humanidad?), tratando de denunciar las amenazas, pero, sobre todo, intentando ofrecer unas vías de salida esperanzadoras. Si, por un lado, se constatan peligrosos acontecimientos ex­ tremos y situaciones caóticas en casi todos los niveles -el ecoló­ gico, el político, el cultural e incluso el religioso-, por otro lado se percibe la emergencia de alternativas que constituyen auténti­ cos brotes de esperanza. Tal es el caso de las zonas de producción industrial no contaminante y de alimentos orgánicos. E» percep­ tible una creciente preocupación por las aguas y su vegetación de ribera. Se busca la preservación de las semillas criollas y el aprovechamiento sistemático de materiales sólidos reciclables. Surgen actitudes de un mayor respeto hacia la naturaleza, desde la conciencia de nuestra responsabilidad por el «bien vivir» y el «bien convivir» de todos, en orden a superar el inmenso abismo entre ricos y pobres. Se verifica una innegable preocupación por la Tierra como un todo, aceptada cada vez más como Madre y como un superorganismo vivo, denominado «Gaia» por los mo­ dernos, y «Pachamama» por los pueblos originarios. Finalmente, la humanidad no está paralizada, aguardando im­ pasible y resignadamente el «Big One», la gran catástrofe que puede afectarnos profundamente. Queremos anticiparnos y trans­ formar una posible tragedia en una crisis de paso hacia un nivel superior de convivencia con la naturaleza y con los diferentes pueblos. Todo ello se encuentra dentro de las posibilidades no solo de la historia humana, sino de toda persona, susceptible de experi­ mentar los necesarios cambios, dado que es, por naturaleza, un ser versátil, flexible y adaptable a las más diversas circunstancias. Fue así como en el pasado atravesamos las numerosas crisis, tan-

Preámbulo

to en lo referente a los cambios climáticos como en lo tocante al paso de una civilización a otra. Dos poderosas eras ecológicas se confrontan, ambas produci­ das por el ser humano: la del antropoceno y la del ecozoico. El antropoceno sería, según diversos científicos, la nueva era geológica inaugurada en el siglo XIX, cuando los europeos occi­ dentales se lanzaron ferozmente a la conquista y dominación de la naturaleza y del planeta entero con los instrumentos suministra­ dos por la tecnociencia. En gran parte, este propósito tuvo éxito y se hizo global, pero cobrando unos elevadísimos costes tanto a la sociedad como a la naturaleza. La voluntad de dominio, en orden a acumular cada vez más y consumir de manera ilimitada, ha ocasionado el perverso abismo que se abre entre los pueblos ricos y los numerosos pobres: la injusticia social. Este proyectó expolió despiadadamente ecosistemas enteros, sin tener en cuenta los límites de los bienes y servicios no reno­ vables de la naturaleza, dejando tras de sí tierras calcinadas, ríos prácticamente secos, suelos envenenados y aires contaminados, dando lugar a una auténtica injusticia ecológica. Ambos tipos de justicia (social y ecológica) han puesto en peligro la calidad de la vida humana y han sometido a una pro­ fundísima tensión tanto al sistema-vida como al sistema-Tierra, hasta el punto de hacer que nos preguntemos, como hacíamos más arriba: ¿hacia dónde nos dirigimos con este tipo de estrate­ gia? Difícilmente va a conducimos al Monte de las Bienaventu­ ranzas. El peligro de asomarnos a un abismo sin posibilidad de vuelta atrás es enorme. La era del ecozoico ha sido formulada en los últimos años por quienes han caído en la cuenta de los riesgos que corren la vida y el planeta si prolongamos el camino ya recomido, ecozoico es una expresión acuñada por dos norteamericanos, el conocido cos­ mólogo Brian Swimme y el antropólogo cultural Thomas Berry, en el libro escrito en colaboración The Universe Story (1992), una de las mejores síntesis de todo el proceso evolutivo acaecido desde el Big Bang hasta nuestros días.

Según ellos, estamos entrando forzosamente en una era en la que la ecología ganará protagonismo y en la que todos los sa­ beres serán ecologizados, en el sentido de que todos ellos harán su aportación a la regeneración y salvaguarda de la vida y del planeta Tierra. En el ecozoico se elabora una alternativa real a nuestra civi­ lización de muerte, proponiendo una civilización de sustentación de toda la vida. El eje estructurado!' de las sociedades o de la geosociedad será la vida: la vida en su inmensa diversidad, la vida humana y la vida de la Madre Tierra. Habrá que producir, naturalmente, para atender a las necesida­ des humanas, pero siempre dentro de los límites que puede soportar cada ecosistema, respetando las leyes y los ritmos de la naturaleza y reconociendo el valor intrínseco de cada ser, más allá de su posi­ ble uso por parte del ser humano. Particularmente, se prodigará un especial cuidado para con la Madre Tierra, que será amada y res­ petada, tal como hace cada uno de nosotros con su propia madre. Se toma en serio la grave advertencia con que se abre la Carta de la Tierra: «Nos encontramos en un momento crítico de la his­ toria de la Tierra, en una época en que la humanidad debe escoger su futuro...; y la elección es esta: o formar una alianza global para cuidar de la Tierra y cuidar los unos de los otros, o bien arriesgar­ nos a nuestra propia destrucción y al exterminio de la diversidad de la vida» (Preámbulo). Como resulta fácil deducir, la situación es amenazadora y exi­ ge la colaboración de todos en la construcción de un Arca de Noé que pueda salvamos a todos. Como ya se ha dicho, si el peligro es grande, mayor aún habrá de ser la posibilidad de salvación, porque el sentido prevalece sobre el absurdo, y la vida tendrá siempre la última palabra. Es en este espíritu de urgencia en el que han sido elaboradas las presentes reflexiones, en la confianza inquebrantable de que aún tenemos futuro y que la Madre Tierra habrá de darnos cobijo generosamente. L eonardo B off

Petrópolis, Pascua de 2015

P rimera P arte

CÓMO AFRONTAR LA SEXTA EXTINCIÓN EN MASA

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N o son pocos los que se preguntan cuál será el legado de la crisis económico-financiera de 2008. Nadie sale ileso de una cri­ sis, y en especial de esta, que tiene unas dimensiones planetarias. Nadie sabe nada con certeza. Pero yo sospecho que habrá de pro­ ducirse un gran debate de ideas acerca del futuro de la Tierra, de la vida y de nuestra civilización. En otras palabras, se tratará, de hecho, del gran debate en torno a las dos cosmologías presentes y en conflicto en el escenario de la historia, donde cada una pro­ yecta su visión de futuro. Por «cosmología» entendemos la visión del mundo (cosmovisión) que subyace a las ideas, las prácticas, los hábitos y los sueños de una sociedad. Cada cultura posee su propia cosmología, con la cual intenta explicar el origen, la evolución y la finalidad del universo, así como definir el lugar del ser humano dentro de él. Nuestra cosmología actual es la cosmología de la conquista, el dominio y la explotación del mundo en función del progreso y de un crecimiento ilimitado. Se caracteriza por ser antropocéntrica, mecanicista, determinista, atomista y reduccionista. Como consecuencia de esta cosmovisión, nos encontramos con el hecho de que el 20% de la población mundial controla y consume el 80% de todos los recursos naturales, abriendo entre ricos y po­ bres un abismo absolutamente inédito a lo largo de la historia. La mitad de los grandes bosques han sido destruidos; el 65% de las tierras cultivables se ha perdido; entre 70.00 y 100.000 especies de seres vivos desaparecen cada año; y más de mil agentes quími­ cos sintéticos, tóxicos en su mayoría, son arrojados a los suelos, al aire y a las aguas.

1. Dos cosmologías en conflicto

Dos cosmologías en conflicto

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

Se han construido armas de destrucción masiva capaces de acabar con toda vida humana. Y la consecuencia última de todo ello es el desequilibrio del sistema-Tierra, que se manifiesta en el calentamiento global. Con los gases ya acumulados resulta fatal­ mente inevitable que para 2035 haya aumentado la temperatura media dos grados centígrados; y si no nos esforzamos lo suficien­ te para reducir los gases de efecto invernadero, antes de finales del siglo habrá aumentado entre cuatro y cinco grados centígra­ dos, lo cual hará que la vida, tal como la conocemos hoy, resulte prácticamente imposible, y la propia especie humana correría el riesgo de desaparecer. El predominio de unos intereses económicos especialmente especulativos (hacer dinero sin trabajar ni producir), capaces de reducir a países enteros a una miseria aún más brutal, unido al consumismo, han trivializado nuestra percepción del riesgo en que nos encontramos y conspiran contra cualquier cambio de rumbo. En contraposición, está haciendo su aparición, cada vez con mayor fuerza, una cosmología alternativa y potencialmente sal­ vadora: la cosmología de la transformación, que lleva más de un siglo elaborándose y que tuvo su mejor expresión en la Carta de la Tierra. Dicha cosmología, derivada de las ciencias del univer­ so, de la Tierra y de la vida, sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, ese inmenso proceso evolutivo iniciado a partir del big bang, hace cerca de 13.700 millones de años. El universo está constantemente transformándose, expandién­ dose, auto-organizándose y auto-creándose. Su estado natural es la evolución, no la estabilidad; la transformación y la adaptabili­ dad, no la inmutabilidad y la permanencia. En él, todo es relación en redes, y nada existe fuera de esta relación. Por eso todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para evolucionar conjuntamente y garantizar el equilibrio de todos los factores. El centro no lo constituye la acumulación de bienes materiales, sino la sustentación de toda la vida. La transformación pertenece a la lógica de la vida: una se­ milla se transforma en tallo, en tronco, en ramas, en hojas, en

1. Dos cosmologías en conflicto

flores y en frutos. Y lo mismo ocurre con cualquier organismo vivo y con cada uno de nosotros, que ya no somos los mismos que cuando éramos niños ni seremos los mismos cuando estemos a punto de decirle adiós a este mundo. Todo es transformación, especialmente en la muerte, en que se da el gran paso alquímico y se accede a otro nivel y a otro orden de vida. Los cristianos suelen decir: no vivimos para morir; morimos para resucitar, para transformarnos en hombres y mujeres nuevos. Detrás de todos los seres está actuando la Energía de Fondo, también llamada «Abismo Alimentador de Todo el Ser», que dio origen y anima al universo, haciendo que se produzcan emergen­ cias nuevas, la más espectacular de las cuales es la Tierra viva y, dentro de ella, nosotros, los humanos, como la parte inteligente y consciente de ella y con la misión de cuidarla. Vivimos tiempos de urgencia. El conjunto de las crisis actua­ les está creando una espiral de necesidades de cambios que, si no se implementan, nos conducirán fatalmente a un colapso, pero que, si los asumimos, podrán llevamos a un nivel más elevado de civilización. Es en este momento cuando la nueva cosmología se revela inspiradora. En lugar de dominar la naturaleza, nos introduce en su mismo seno, en profunda sintonía y sinergia. En lugar de una globalización unificadora de las diferencias, nos sugiere el biorregionalismo, que valora las diferencias de cada ecosistema. Este modelo busca construir sociedades autosostenibles den­ tro de las posibilidades de las biorregiones, basadas en la ecolo­ gía, en la cultura local y en la participación de las poblaciones, respetando la naturaleza y buscando el «bien vivir», que es la armonía entre todos y con la Madre Tierra. Lo que caracteriza a esta nueva cosmología es el cuidado, en lugar de la dominación; el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser, en lugar de su mera utilización humana; el respeto por toda la vida y por los derechos y la dignidad de la naturaleza, en lugar de su explotación. La fuerza de esta cosmología reside en el hecho de que es más acorde con las verdaderas necesidades humanas y con la lógica

del propio universo. Si optamos por ella, tendremos la oportu­ nidad de crear una civilización planetaria en la que la vida de la Tierra y del ser humano, el cuidado, la cooperación, el amor, el respeto, la alegría y la espiritualidad ganarán en centralidad. Será el gran cambio salvador que necesitamos urgentemente.

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?.

N o s referíamos en el apartado anterior al conflicto entre dos cosmologías: la de la conquista y la de la transformación. La con­ quista implica dominación, y esta, a su vez, produce un inmen­ so sufrimiento, especialmente el ocasionado por la actual crisis económico-financiera, en todos los estratos sociales, tanto ricos como pobres. Más que el asombro, es el sufrimiento el que nos hace pensar. Es el momento de ir más allá del aspecto económi­ co-financiero de la crisis y descender a los fundamentos que la han provocado. De lo contrario, las causas de la crisis seguirán produciendo crisis cada vez más dramáticas, hasta transformarse en tragedias de dimensiones planetarias. Lo que subyace a la actual crisis es la ruptura de la cosmolo­ gía clásica que perduró durante siglos, pero que ya no es capaz de explicar las transformaciones acaecidas en la humanidad y en el planeta Tierra. Dicha cosmología surgió hace, al menos, cinco milenios, cuando empezaron a constituirse los grandes imperios, adquirió fuerza con la Ilustración y culminó con el proyecto con­ temporáneo de la tecnociencia. Partía de una visión mecanicista y antropocéntrica del uni­ verso, según la cual las cosas están yuxtapuestas una al lado de la otra, sin conexión alguna entre sí y regidas por leyes mecá­ nicas. No poseen valor intrínseco alguno; únicamente valen en la medida en que se ordenan a su uso por el ser humano, el cual estaría fúera y por encima de la naturaleza como su dueño y señor («maitre et possesseur», en expresión de René Descartes), el cual puede disponer de ella a su antojo. Y partía, además, del falso supuesto de que podría producir y consumir de forma ilimitada

La cosmología de la dom inación , en crisis

La cosmología de la dominación, en crisis

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

dentro de un planeta limitado. Esa abstracción ficticia llamada «dinero» representa el valor mayor y pretende hacer creer que la competición y la búsqueda del interés individual darán como re­ sultado el bienestar general. Es la cosmología de la dominación. Fue esta cosmología la que condujo a la crisis en el ámbito de la ecología, de la política, de la ética y, actualmente, de la econo­ mía. Las ecofeministas llamaron nuestra atención respecto de la estrecha conexión existente entre antropocentrismo y patriarcalismo, que desde el neolítico violentó a la mujer y a la naturaleza. Afortunadamente, desde mediados del siglo pasado, y proce­ dente de diversas ciencias de la Tierra, en especial la teoría de la evolución ampliada, está imponiéndose una nueva cosmología, más prometedora y susceptible de contribuir a superar la crisis de manera creativa. En lugar de ver el universo como un cosmos fragmentado, compuesto por la suma de seres muertos y desco­ nectados entre sí, la nueva cosmología lo ve como un conjunto de sujetos relaciónales, todos ellos inter-retro-conectados. Espacio, tiempo, energía, información y materia son dimensiones de un gran y único Todo. Incluso los átomos, más que como partículas, son vistos como ondas y como cuerdas o fibras con miles de mi­ llones de vibraciones por segundo. Más que como una máquina, el cosmos, incluida la Tierra, aparece como un organismo vivo que se auto-regula, se adapta, evoluciona y a veces, en situacio­ nes de crisis, da saltos en busca de un nuevo equilibrio. La Tierra, según reconocidos cosmólogos y biólogos, es un planeta vivo -G aia- que articula lo físico, lo químico y lo bioló­ gico de tal forma que resulta siempre benéfica para la vida. Todos sus elementos están dosificados de un modo tan sutil como solo un organismo vivo podría hacerlo. Solo a partir de los últimos decenios, y ahora de manera inequívoca, da señales de estrés y de pérdida de sostenibilidad. Tanto el universo como la Tierra se muestran determinados por un propósito que se revela en la emer­ gencia de órdenes cada vez más complejos y conscientes. Noso­ tros mismos somos la parte consciente e inteligente del universo y de la Tierra. Por el hecho de ser portadores de estas capacida­ des, podemos hacer frente a las crisis, detectar el agotamiento de

2. L a cosmologia de la dom inación , en crisis

ciertos hábitos culturales (paradigmas) e inventar nuevas formas de ser humanos, de consumir y de convivir. Es la cosmología de la transformación, expresión de la nueva era: la era ecozoica. Hemos de abrimos a esta nueva cosmología y creer que aque­ llas energías (expresión de la Energía suprema) que están produ­ ciendo el universo desde hace más de trece mil millones de años están también actuando en la actual crisis económico-financiera. Dichas energías nos obligarán, ciertamente, a dar un salto cualita­ tivo, rumbo a otro modelo de producción y de consumo que, efec­ tivamente, nos salvaría, pero lo haría de un modo más conforme a la lógica de la vida, a los ciclos de Gaia y a las necesidades humanas cotidianas.

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El paradigma planetario

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

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globalización conlleva un fenómeno más profundo que el económico-financiero. Implica la inauguración de una nueva fase de la historia de la Tierra y de la Humanidad. Para entenderlo, el filósofo de las ciencias Thornas Kuhn y el físico cuántico Fritjof Capra introdujeron en el debate el problema del cambio de para­ digma. Y es que, evidentemente, estamos cambiando de paradig­ ma civilizacional. Con lo cual no queremos decir que esté naciendo otro tipo de percepción de la realidad, con nuevos valores, nuevos sueños, nuevas formas de organizar los conocimientos, nuevos tipos de relación social, nuevas formas de dialogar con la naturaleza, nue­ vos modos de experimentar la Realidad Última y nuevas maneras de entender al ser humano en el conjunto de los seres. Este paradigma naciente nos obliga a efectuar progresivas tra­ vesías: conviene pasar de la parte al todo, de lo sencillo a lo com­ plejo, de lo local a lo global, de lo nacional a lo planetario, de lo planetario a lo cósmico, de lo cósmico al misterio, y del misterio a Dios. La Tierra no es simplemente la suma de lo físico, lo vital, lo mental y lo espiritual. Por supuesto que contiene todas estas dimensiones articuladas entre sí, formando un sistema complejo, lo cual nos permite percibir que todos somos interdependientes. El destino común ha sido globalizado. Ahora, o cuidamos de la Humanidad y del Planeta Tierra, o no tendremos ya futuro alguno. Hasta hoy, podíamos consumir sin preocuparnos por el agotamiento de los bienes y servicios naturales; podíamos hacer el uso que quisiéramos del agua potable, sin conciencia alguna de su extrema escasez, tal como fue experimentada entre los meses de febrero y abril de 2015 en las grandes ciudades del Sur de ja

3. E l paradigm a planetario

Brasil; podíamos tener todos los hijos que quisiéramos, sin tejttor alguno al exceso de población; podíamos hacer la guerra sin miedo a que se produjera una absoluta catástrofe para la biosfera y para el futuro de la especie humana... Pero ya no nos está per­ mitido pensar y vivir como antes. Tenemos que cambiar, como condición para nuestra supervivencia en la biosfera. Para la consolidación de este nuevo paradigma es importante superar el fundamentalismo de la cultura occidental, actualmente mundializada, que pretende detentar la única visión de las co­ sas válida para todos. La realidad, sin embargo, desborda todas las representaciones, porque está llena de infinitas virtualidades que pueden hacerse realidad de otras maneras, no precisamente occidentales. Por otra parte, el peligro que corremos nos proporciona la oportunidad de reorganizar de una manera más justa y creativa la Humanidad y toda la cadena de la vida. Tal creatividad está inscrita en nuestro código genético y cultural, porque solo noso­ tros hemos sido creados como creadores y copilotos del proceso evolutivo. El efecto último será una Tierra multicivilizacional, caracteri­ zada por todo tipo de culturas, modos de producción, símbolos y caminos espirituales, todos ellos acogidos como expresión legíti­ ma de lo humano, con derecho de ciudadanía en la gran confede­ ración de las tribus y los pueblos de la Tierra. Por eso debemos mirar hacia delante, hacer acopio de todas las señales que nos orientan hacia un desenlace feliz de nuestra peligrosa travesía y gestar una atmósfera de bienquerencia y de fraternidad que nos permita vivir mínimamente felices en este pe­ queño Planeta, escondido en un rincón de una galaxia de tamaño medio, dentro de un sistema solar de quinta categoría, pero bajo el arco iris de la buena voluntad humana y de la benevolencia divina. Las inspiradas palabras del ex Presidente de la República che­ ca, Vaclav Havel, nos desafían: «La tarea política central en los Próximos años consistirá en la creación de un nuevo modelo de coexistencia entre las diversas culturas, pueblos, etnias y religiones, formando una única sociedad interconectada».

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La era del ecozoico contra la era del antropoceno

visión del mundo imperante, mecanicista, utilitarista, antropocéntrica y sin respeto alguno por la Madre Tierra y por los lími­ tes de sus ecosistemas solo puede llevar a un peligroso callejón sin salida: acabar con las condiciones ecológicas que nos permiten mantener nuestra civilización y la vida humana en este esplendo­ roso Planeta. Este fenómeno lo denominan los científicos como la era del antropoceno. Con ello se pretende denunciar que el gran peligro para la supervivencia de la especie humana y de la biosfera es el propio ser humano, ultra-agresivo e irresponsable. Ahora bien, como todo tiene dos vertientes, veamos la vertien­ te prometedora de la crisis actual: el alborear de una nueva era, la del ecozoico. Esta expresión fue sugerida por Brian Swimme, uno de los principales astrofísicos actuales, director del Centro para la Historia del Universo, del Instituto de Estudios Integrales de California. Vivíamos bajo el mito del progreso, pero lo entendíamos, de manera distorsionada, como control humano sobre el mundo no humano, al objeto de conseguir un PIB cada vez mayor. La for­ ma correcta consiste en entender el progreso en sintonía con la naturaleza y midiéndolo en términos del funcionamiento integral de la comunidad terrestre. El Producto Interior Bruto no puede hacerse a costa del Producto Terrestre Bruto. Ahí radica nuestro pecado original. Olvidamos a menudo que nos encontramos dentro de un pro­ ceso único y universal -la cosmogénesis- diverso, complejo y ascendente. De las energías primordiales llegamos a la materia.

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción

ja

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4. La era del ecozoico contra la era del antropoceno

de la materia a la vida, de la vida a la conciencia, y de la con­ ciencia a la mundialización. El ser humano es parte consciente e inteligente de este proceso. Es un acontecimiento ocurrido en el universo, en nuestra galaxia, en nuestro sistema solar, en nuestro planeta y en nuestros días. La premisa central del ecozoico consiste en entender el uni­ verso como el conjunto de las redes de relaciones de todos con todos; entender también que los humanos somos, esencialmen­ te, unos seres de intrincadísimas relaciones; y entender la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula y no deja de renovarse. Dado el ímpetu productivista y consumista de los hu­ manos, este organismo está enfermando y volviéndose incapaz de «digerir» todos los elementos tóxicos que venimos produciendo en los últimos siglos. Por el hecho de ser un organismo, no puede sobrevivir en fragmentos, sino en su integridad. Nuestro desafío actual consiste en mantener la integridad y la vitalidad de la Tie­ rra, cuyo bienestar es el nuestro. Pero el objetivo inmediato del ecozoico no consiste simple­ mente en reducir la devastación en curso, sino también en alterar el estado de conciencia responsable de tal devastación. Cuando surgió el Cenozoico (nuestra era hace 66 millones de años), el ser humano no tuvo en él influencia alguna. Además, nuestros ancestros apenas acababan de emerger en el proceso evolutivo. Actualmente, en el ecozoico, son muchas las cosas que tienen que ver con nuestras decisiones: por ejemplo, si preservamos una especie o un ecosistema o si, por el contrario, los condenamos a desaparecer. Los humanos co-pilotamos el proceso evolutivo. Positivamente, lo que la era ecozoica pretende, a fin de cuen­ tas, es alinear las actividades humanas con las demás fuerzas que actúan en todo el Planeta y en el Universo entero, para alcanzar un equilibrio creativo y, de ese modo, poder garantizar un futuro común. Lo cual implica un modo distinto de imaginar, de produ­ cir, de consumir y de dar significado a nuestro paso por este mun­ do. Un significado que no nos viene dado por la economía, sino por el sentimiento de lo sagrado frente al misterio del universo y de nuestra propia existencia. Es decir, de la espiritualidad.

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

Pero las personas están incorporándose a la era ecozoica, la cual, como es fácil deducir, está llena de promesas, abriéndonos una ventana hacia un futuro de vida y de alegría. Necesitamos hacer una convocatoria general para que se generalice en todos los ámbitos y plasme la nueva conciencia.

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Cómo afrontar la sexta extinción en masa

S egún afirman notables científicos, en los últimos tiempos el ser humano ha inaugurado una nueva era geológica: el antropoceno. Lo cual significa que él (el hombre (ánthrópos, en griego) resulta ser la gran amenaza para la biosfera y el más que probable exterminador de su propia civilización. Hace ya mucho que los biólogos y cosmólogos vienen advir­ tiendo a la humanidad acerca del nivel de nuestra agresiva inter­ vención en los procesos naturales, lo cual está acelerando enor­ memente la sexta extinción en masa de especies de seres vivos, que lleva ya varios años en curso. Tales extinciones pertenecen, misteriosamente, al proceso cosmogónico de la Tierra. En los últimos 540 millones de años, la Tierra ha conocido cinco grandes extinciones en masa (prácticamente, una cada cien millones de años) que han exterminado gran parte de la vida tanto en los mares como en tierra firme. La última de ellas tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando resultaron diezmados los dino­ saurios, entre otras especies. Pero ha habido otras más recientes y que también han supuesto grandes devastaciones de seres vivos. Hace unos doce mil años, tuvo lugar un calentamiento no excesi­ vo que trajo a la Tierra una especie de primavera. Por otro lado, y al mismo tiempo, se produjo de manera misteriosa la extinción de los grandes mamíferos, entre ellos los mamuts. Se estima que el 50% de los animales que pesaban más de 5 kg., y el 75% de los que pesaban más de una tonelada desaparecieron por comple­ to- Curiosamente, África se vio libre de este misterioso desastre, mientras que sí se vieron afectados los demás continentes.

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

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Hasta ahora, todas las extinciones habían sido originadas por las fuerzas del propio universo y de la Tierra, al igual que ocurría con los meteoros rasantes o las mutaciones climáticas. Pero la sexta extinción está siendo acelerada por el propio ser humano, sin cuya presencia tan solo desaparecía una especie cada cinco años, mientras que actualmente, y a causa de nuestra agresividad industrialista y consumista, hemos multiplicado por cien mil el número de tales extinciones, según afirma el cosmólogo Brian Swimme en una reciente entrevista publicada en el Enlighten Next Magazin, n. 19. Los datos son aterradores: Paul Ehrlich, profesor de Ecología en Stanford, calcula en 250.000 el número de especies extermina­ das cada año, mientras que para Edward O. Wilson, de la Univer­ sidad de Harvard, la cifra sería inferior: entre 27.000 y 100.000 especies por año (R. Barbault, Ecología geral - Estrutura e funcionamento da biosfera, Vozes, Petrópolis 2011, p. 318). El ecólogo E. Goldsmith, de la Universidad de Georgia, afir­ ma que el mundo, al empobrecerse y degradarse cada vez más y ser menos capaz de sustentar la vida, ha revertido en tres millones de años el proceso evolutivo. Lo peor es que no caemos en la cuenta de esta devastadora práctica ni estamos preparados para valorar lo que significa una extinción en masa, que consiste, sim­ plemente, en la destrucción de las bases ecológicas de la vida en la Tierra y la más que probable interrupción de nuestro «ensayo» civilizador e incluso, tal vez, de nuestra propia especie. Thomas Berry, el padre de la ecología norteamericana, es­ cribió: «Nuestras tradiciones éticas saben lidiar con el suicidio, el homicidio e incluso el genocidio, pero no con el biocidio y el geocidio» (Our Way into the Fufare, Bell Tower, Nueva York 1990, p. 104)1990, p. 104). ¿Podemos desacelerar la sexta extinción en masa, dado que somos sus principales causantes? ¡Podemos y debemos hacerlo! Una buena señal es que estamos despertando la conciencia de nuestros orígenes, hace 13.700 millones de años, y de nuestra responsabilidad por el futuro de la vida. Es el universo el que suscita todo eso en nosotros, porque está a nuestro favor y no en

contra nuestra. Pero exige nuestra colaboración, dado que somos

los principales causantes de tantos daños. Ha llegado la hora de despertar..., ahora que estamos a tiempo.

Lo primero que hay que hacer es renovar el pacto natural en­ tre la Tierra y la Humanidad. La Tierra nos da todo cuanto nece­ sitamos. Pero ¿cómo se lo retribuimos nosotros? De acuerdo con el pacto, nuestra retribución debería consistir en cuidar y respetar los límites que puede soportar la Tierra. Sin embargo, debido a nuestra ingratitud, le pagamos con tiros, cuchilladas, bombas y prácticas ecocidas y biocidas. Lo segundo es reforzar la reciprocidad o la mutualidad: bus­ car aquel tipo de relación que nos permita sintonizar con los dina­ mismos de los ecosistemas, usándolos de manera racional, devol­ viéndoles la vitalidad y garantizando su sostenibilidad. Para ello necesitamos reinventarnos como especie: una espe­ cie que se preocupe de las demás especies y aprenda a convivir con toda la comunidad de vida. Debemos ser más cooperativos que competitivos, tener más cuidado que voluntad de someter, y reconocer y respetar el valor intrínseco de cada ser. Lo tercero es vivir la compasión no solo entre los humanos, sino con todos los seres; una compasión como forma de amor y de cuidado. A partir de ahora, todos ellos dependen de nosotros para seguir viviendo, si no quieren verse condenados a desaparecer. Tenemos que olvidarnos del paradigma de dominación, que refuerza la extinción en masa, y vivir el paradigma del cuidado y el respeto, que preserva y prolonga la vida. En pleno antropoceno, urge inaugurar la era ecozoica, que pone lo ecológico en el centro de todo. Solo así habrá esperanza de salvar nuestra civili­ zación y permitir la continuidad de nuestro planeta vivo.

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción

La vida proviene del caos generativo

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E nnuestros días, se debate ampliamente acerca de cuestiones relacionadas con la vida: la clonación, la manipulación genéti­ ca, la concepción «in vitro», etcétera. Se trata de un debate que está en la calle. Por eso, dada la importancia del tema, vamos a presentar una serie de reflexiones extraídas de las ciencias de la Tierra que nos ayuden a profundizar nuestra comprensión de lo que es la vida. Para ello acudiremos a relevantes científicos. Los creadores de la física cuántica, como Niels Bohr (18851962) y Wemer Heisenberg (1901-1976), que diferían en nume­ rosos aspectos, estaban de acuerdo en que la física cuántica era apropiada para explicar fenómenos relacionados con las partícu­ las elementales y las redes energéticas, pero insuficiente para ex­ plicar la vida. «La vida muestra tal diversidad que excede la capacidad de comprensión del análisis científico», sentenciaba Bohr en su fa­ mosa conferencia de 1932 sobre «Luz y Vida». Por su parte, Werner Heisenberg, refiriéndose a un largo diá­ logo mantenido con Bohr, concluía diciendo: «Soñamos con el día en que la biología llegue a fundirse con la física y la química tan completamente como la física y la química se han fundido en la mecánica cuántica» (Diálogos sobre la relación entre Biolo­ gía, Física y Química, 1930-1932). Ese día llegó con Ilya Prigogine (1917-2003), Premio No­ bel en 1977 por su aplicación de la física cuántica a los fenóme­ nos alejados del equilibrio y, consiguientemente, en situación de caos. Todo funcionó correctamente al mostrar que la vida emerge

6. La vida proviene d el caos generativo

¿el caos (Order out o f chaos), por lo que la vida irrumpe de la m ateria cuando se halla alejada del equilibrio. La vida representa auto-organización de la materia (autopoiesis). Para comprender la relevancia de esta afirmación hemos de superar la comprensión «materialista» de la materia y rescatar su sentido originario de mater (madre, de donde proviene «materia») de todas las cosas. La materia es energía densificada, es altamente interactiva, es fuente de espiritualidad, como solía subrayar Pierre Tcilhard de Chardin. Tras haber alcanzado un determinado grado de complejidad de la materia, nos dice el Premio Nobel de medicina en 1974 Christian de Duve (1917-2013) en su famoso libro Polvo vital. El origen y evolución de la vida en la tierra (1999), la vida surge como imperativo cósmico en cualquier parte del universo. Uniendo esta visión, en la línea de Darwin, a la teoría de la Evolución Ampliada, se gestó una visión coherente de todo el universo. Ya no hay compartimentos estancos o paralelos: de un lado, seres orgánicos; del otro, seres inorgánicos. Lo que hay son distintos niveles de complejidad y de órdenes dentro de un continuum cósmico de energías en inter-retro-conexiones que arti­ culan el orden-desorden-nuevo orden, haciendo surgir, en un de­ terminado momento, la vida en toda su espléndida diversidad. Y dentro de la vida, como expresión de una complejidad aún mayor, la conciencia refleja de los seres humanos. Por más diversas que sean las formas de vida, todas ellas provienen de un único ser vivo primordial, aparecido hace 3.800 millones de años. Todos los seres vivos, desde los más ances­ trales, pasando por los dinosaurios, los colibríes y los caballos, hasta nosotros mismos, los seres humanos, estamos formados por veinte aminoácidos y cuatro ácidos nucleicos. Este es el alfabeto universal con el que se escriben todas las palabras vivas: la incon­ mensurable biodiversidad de la naturaleza. Fundamentalmente, somos todos hermanos y hermanas, como consecuencia de una constatación científica, algo que Francisco de Asís, por el camino de la mística cósmica, ya había intuido hace 800 años.

Si a partir de este dato objetivo del proceso cosmogónico y biogénico elaboráramos el proyecto de una voluntad política co­ lectiva y un propósito personal, seríamos capaces de transformar el mundo: surgiría una nueva democracia socio-cósmica, un pac­ to social que no incluirá únicamente a los seres humanos, sino a toda la comunidad de vida, finalmente reconciliada consigo misma y con su raíz común: la materia sagrada y misteriosa del universo.

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L a ONU, con sus numerosos organismos que se ocupan del estado de la Tierra, del calentamiento global, de los bosques, de las aguas, de la biodiversidad y de otros mil asuntos, ha quedado presa de un tema que le fue impuesto por el modo de producción dominante que pretende explotar todos los bienes y servicios de la naturaleza en orden al crecimiento material, al consumo y al bienestar de la humanidad. Este fue el tema central de la gran Convención sobre Desa­ rrollo y Medio Ambiente, celebrada en Río de Janeiro en 1992. Fue allí donde adquirió carácter oficial la expresión que aparece en todos los documentos oficiales y que ya había sido elaborada en Estocolmo, en 1987, por el Informe Brundtland, también de la ONU: nos referimos a la expresión «desarrollo sostenible». Sin embargo, apenas habían pasado diez años cuando se cons­ tató que el desarrollo producido se mostró absolutamente insoste­ nible, porque prácticamente todos los «ítems» ambientales habían empeorado. Se constató que pertenece a la lógica de este tipo de desarrollo/crecimiento la devastación ecológica (injusticia ecoló­ gica) y la creación de desigualdades sociales (injusticia social). Actualmente, la humanidad está cayendo en la cuenta, poco a poco, de que el tipo de desarrollo dominante puede poner en peli­ gro la vida de Gaia y el futuro de la humanidad. Por eso, el tema más urgente y fundamental es: ¿cómo garantizar y salvar la vida? En este contexto, conviene reflexionar, siquiera sea somera­ mente, acerca de lo que es la vida. Las respuestas «consagradas»

¿Podemos saber qu é es la vida, en definitivaÌ

¿Podemos saber qué es la vida, en definitiva?

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Primern parte. Cómo afrontar la sexta extinción

son que «la vida proviene de Dios» y que «la vida está habitada por algo misterioso o mágico». Pero nuestra visión cambió radicalmente cuando, en 1953i Crick y Watson descifraron la estructura de una molécula del áci­ do desoxirribonucleico (ADN), que contiene el «manual de ins­ trucciones» de la creación humana. La molécula ADN consiste en múltiples copias de una única unidad básica, el nucleotídeo, que se presenta en cuatro formas: adenina (A), timina (T), guani­ na (G) y citosina (C). Este alfabeto de cuatro letras se desdobla en otro alfabeto de veinte letras, que son las proteínas. Todo ello forma el código genético, que se presenta en una estructura de doble hélice o de dos cadenas moleculares y que es el mismo en todos los seres vivos. Watson y Crick concluían: «La vida no es más que una vasta gama de reacciones químicas coordinadas; el “secreto” de tal coordinación es un complejo y arrebatador conjunto de instrucciones inscritas químicamente en nuestro ADN» (cf. DNA, Companhia das Letras, Sao Paulo 2005, p. 424). De ese modo, la vida fue insertada en el proceso global de la evolución. Tras la gran explosión del big bang, hace 13.700 millones de años, la energía y la materia liberadas fueron expan­ diéndose, densificándose, haciéndose más complejas y creando nuevos órdenes a medida que avanzaba. Una vez alcanzado un elevado nivel de complejidad de la materia, irrumpió la vida como un imperativo cósmico. La vida representa, pues, una posibilidad presente en las energías origi­ narias y en la materia primordial, que es materia altamente condensada. La materia no es «material», sino un campo altamente interactivo de energías. Este maravilloso acontecimiento tuvo lugar en un minúsculo planeta del sistema solar, la Tierra, hace 3.800 millones de años. Pero, según el ya citado Premio Nobel de medicina Christian de Duve, la Tierra no posee la exclusividad de la vida. En su libro ya citado, Polvo vital, escribe: «El universo no es el cosmos inerte de los físicos con una pizca más de vida, por si acaso... El univer­ so es vida con la estructura necesaria a su alrededor, consistente

¿Podemos sober q ué es la vida , en definitiva?

en trillones de biosferas generadas y sustentadas por el resto del universo». No es necesario recurrir a un principio trascendente y externo ara explicar la aparición de la vida. Basta con que el principio V. la complejidad y la auto-organización de todo, el principio cosmogónico, estuviera presente en aquel superminúsculo punto primordial que primero se expandió y posteriormente explotó; un punto creado, eso sí, por una Inteligencia suprema, un Infinito Amor y una Eterna Pasión. La vida, esa gran floración del proceso evolutivo, se ve hoy amenazada; de ahí la urgencia de cuidarla. Debido a la agresivi­ dad del proceso industrialista y consumista, se está verificando una tremenda erosión de la biodiversidad. Cada año desaparecen millares de seres vivos en los que tal vez se encontrara oculta la fórmula secreta que podría curar el Parkinson, el Alzheimer, el sida, y el cáncer, entre otras enfermedades. Todo ser vivo es un libro abierto, lleno de mensajes para ser leídos. Pero el ser huma­ no, en su falta de inteligencia, apenas ha abierto el libro y ya lo ha exterminado. Por eso, la vida exige cuidado y respeto, porque representa algo sagrado: la esencia del mismo Dios, según las Escrituras judeocristianas. Todo en el universo converge en la vida. Y la vida demanda más vida y anhela irremediablemente la eternidad de la vida. No sabemos exactamente lo que es, pero sí podemos describir los procesos que le permiten irrumpir. A pesar de lo cual, sigue siendo un misterio. Y todo misterio apunta al misterio del mundo y al Misterio de Dios, de donde vino y adonde retoma, en último término, la vida.

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Primera parte . Cómo afrontar la sexta extinción en masa

¿Qué es, a fin de cuentas, el ser humano?

¿ í Quiénes somos nosotros? Toda cultura, todo saber y toda per­ sona tratan de de responder a esta pregunta. La mayoría de las comprensiones son insulares, rehenes de un determinado modo de visión. Sin embargo, las aportaciones de las ciencias de la Tierra, englobadas en la teoría de la evolución ampliada, nos han ofre­ cido visiones complejas y totalizadoras, insertándonos como un momento del proceso global, físico, biológico y cultural. Pero no han conseguido acallar la pregunta, sino que más bien la han radicalizado. ¿.Quienes somos nosotros, a fin de cuentas? El ser humano es una manifestación del estado de energía de fondo de donde todo proviene (vacío cuántico o Fuente originaria de todo ser); un ser cósmico, parte de un universo entre otros universos paralelos, arti­ culado en once dimensiones («Teoría de las Cuerdas»); formado por los mismos elementos físico-químicos y por las mismas ener­ gías que componen todos los seres; habitante de una de los dos­ cientos mil millones de galaxias; dependiente del Sol, una de los trescientos mil millones de estrellas de quinta categoría, situada a 27.000 años luz del centro de la Vía Láctea, cerca del brazo interior de la espiral de Orion. Un ser que habita en un minúsculo planeta, la Tierra, considerada como un súper Ente vivo llamado «Gaia». Somos un eslabón de la corriente única de la vida; un animal de la rama de los vertebrados, sexuado, de la clase de los mamífe­ ros, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especie sapiens/demens; dotado de un cuerpo formado por treinta mil millones de células, continuamente reno-

0r un sistema genético formado a lo largo de 3.800 milloVaCÍ de arios; portador de tres niveles de cerebro con entre diez y ,lC* mil millones de neuronas, el reptiliano, aparecido hace 300 cie"o'I1lcS de años, en tomo al cual se formó el cerebro límbico 1111 ° 220 millones de años y completado, finalmente, por el ceC neo-cortical, aparecido hace entre 5 y 7 millones de años, ■¿Am adam ente, con el que organizamos conceptualmente el apundo; portador de una psique con la misma ancestralidad que ”l cuerpo y que le permite ser sujeto, estructurada en torno al deseo, a arquetipos ancestrales y a todo tipo de emociones; un ser coronado por el espíritu, que es ese momento de la conciencia que le permite sentirse parte de un todo mayor, que le hace estar siempre abierto al otro y al infinito; un ser capaz de intervenir en la naturaleza, hacer cultura, crear y percibir significados y valores e indagar sobre el sentido último del Todo, hoy en su lase plane­ taria, rumbo a la noosfera, por la que mentes y corazones habrán de converger en una humanidad unificada. Nadie mejor que Pascal (1623-1662) para expresar el com­ plejo ser que somos: «¿Qué es el ser humano en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde procede ni el infinito hacia el que es atraído». En él se cruzan los tres infinitos: el infinitamente pequeño, el infinitamente grande y el infinitamente complejo (Teilhard de Chardin). Siendo eso todo, nos sentimos incompletos y todavía naciendo. Estamos siempre en la prehistoria de nosotros mismos. A pesar de lo cual, experi­ mentamos que somos un proyecto infinito que reclama su objeto adecuado, también infinito, y que llamamos «Dios». Y somos mortales. Nos cuesta aceptar la muerte dentro de la vida y el carácter dramático del destino humano. Gracias al amor, al arte y a la fe, presentimos que hay algo más allá de la muerte. Y sospechamos que, en el balance final de las cosas, un pequeño gesto de amor verdadero que hayamos hecho vale más que toda la materia y la energía del universo juntas. Por eso, solo tiene sentido hablar, creer y esperar en Dios si este es experimentado como prolongación del amor en la forma del infinito.

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

Compete a la singularidad del ser humano no solo aprehender una Presencia, Dios, que invade a todos los seres, sino mantener con ella un diálogo de amistad y de amor, pues intuye que res­ ponde al infinito deseo que siente dentro de sí, Infinito que se le adecúa perfectamente y en el que puede descansar. No se trata de un objeto más ni de una energía de tantas. Si así fuera, podría ser detectado por la ciencia. Se muestra como aquel soporte que todo lo sustenta, lo alimenta y lo mantiene en la existencia. Sin él, todo retomaría a la nada o al vacío cuántico de donde salió. Él es la fuerza que hace que el pensamiento piense, pero no pueda ser pensado. El ojo que todo lo ve, pero no puede ser visto. Él es el Misterio siempre conocido y siempre por co­ nocer indefinidamente. Él es el todo y la nada, pero que penetra hasta las entrañas mismas de todo ser humano.

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El espíritu está primero en el universo, y luego en nosotros

P ara entender lo que es el espíritu hemos de ir más allá de la forma clásica y la forma moderna de comprenderlo e incorporar

la comprensión contemporánea. Según la concepción clásica, el espíritu es un principio sus­ tancial, al lado del principio material, el cuerpo. El espíritu sería la parte inmortal, inteligente, capaz de trascendencia. Convive durante un tiempo determinado con la otra parte, la mortal, opaca y pesada. La muerte separa a una de otra, con destinos diferentes: el espíritu, para el más allá, la eternidad; el cuerpo, para el más acá, el polvo cósmico. Esta visión dualista no responde a la expe­ riencia de unidad que experimentamos. Somos un todo complejo, no la suma de unas partes. Según la concepción moderna, el espíritu no es una sustancia, sino el modo de ser propio del ser humano, cuya esencia es la libertad. Ciertamente, somos seres de libertad, porque plasma­ mos la vida y el mundo. Pero el espíritu no es exclusivo del ser humano ni puede desconectarse del proceso evolutivo, sino que pertenece al marco cosmogónico. Es la más alta expresión de la vida, la cual, a su vez, es sustentada por el resto del universo, por las innumerables energías y por la base físico-química. Según la concepción contemporánea, fruto de la nueva cosmología, el espíritu posee el mismo carácter ancestral que el uni­ verso. Antes de estar en nosotros, ya está en el cosmos. El espíritu es la capacidad de interrelación que todas las cosas tienen entre Sl- Son el tejido relacional, cada vez más complejo, que genera unidades cada vez más elevadas y cargadas de significado.

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

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Cuando los dos primeros topquarks primordiales empezaJ ron a relacionarse y a formar un campo relacional, allí estaba yJ irrumpiendo el espíritu. El universo está lleno de espíritu, porque I es reactivo, panrelacional y auto-organizativo. En cierta medida, todos los seres participan del espíritu. La diferencia entre el espíritu de la montaña y el espíritu del ser humano no es una diferencia de principio, sino de grado, 1 Es el mismo principio el que funciona en ambos, pero de forma diferente. La singularidad del espíritu humano consiste en que es un ser reflexivo y autoconsciente. Por el espíritu nos sentimos insertos en el Todo a partir de una parte de este, que es el cuerpo animado y, por lo tanto, portador de la mente. En un nivel reflejo, «espí­ ritu» significa subjetividad que se abre al otro, se comunica y, de ese modo, se autotrasciende, gestando una comunión abierta incluso con la suprema Alteridad. Resumiendo: vida consciente, abierta al Todo, libre, creativa, marcada por la amorosidad y el cuidado: he ahí lo que es concre­ tamente el espíritu humano. Si espíritu es relación y vida, su contrario no es materia y cuerpo, sino muerte y ausencia de relación. Pertenece también al espíritu la voluntad de enclaustramiento en sí mismo y la negativa a comunicarse con el otro. Pero eso es algo que nunca consigue del todo, porque vivir significa, forzosamente, con­ vivir. Ni siquiera negando puede dejar de estar conectado y de conectarse. Esta concepción hace consciente el eslabón que liga y religa todas las cosas. Todo está envuelto en el inmenso y complejísimo proceso de la evolución, atravesando todas las etapas en virtud del espíritu, que emerge cada vez en formas diferentes, incons­ ciente en unas ocasiones y consciente en otras. Según está acepción, espiritualidad es toda actitud y toda ac­ tividad que favorecen la relación consciente, la vida refleja, la comunión abierta, la subjetividad profunda y la trascendencia rumbo a horizontes cada vez más amplios, hasta incluir la Reali­ dad Suprema.

Finalmente, la espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a com o el Eslabón que enlaza a todos los seres, interconectán-

H los y constituyéndonos a nosotros mismos juntamente con el cosmos. Es percibido como entusiasmo (que en griego significa tener un dios dentro) que nos toma y nos otorga la voluntad de vjv ¡r y de crear constantemente sentido. Es el Espíritu vivificando nuestro espíritu.

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El ser humano: la porción consciente de la Tierra

ser humano consciente no debe ser considerado aparte del proceso de la evolución. Representa un momento especialísimo de la complejidad de las energías, las informaciones y la materia de la Madre Tierra. Los cosmólogos nos dicen que, al alcanzar un determinado nivel de conexiones hasta el punto de crear un con­ junto unísono de vibraciones, la Tierra hace que irrumpa la con­ ciencia y, junto con ella, la inteligencia, la sensibilidad y el amor. El ser humano es aquella porción de la Madre Tierra que, en un momento bien avanzado de su evolución, comenzó a sentir, a amar, a cuidar y a venerar. Nació entonces el ser más complejo que conocemos, el homo sapiens sapiens. Por eso, según el mito antiguo del cuidado, de humus (tierra fecunda) se derivó homo/ hombre, y de adamah (tierra fértil, en hebreo) se originó AdamAdán (el hijo y la hija de la Tierra). En otras palabras, no estamos fuera ni por encima de la Tierra viva, sino que somos parte de ella, junto con los demás seres que ella también generó. No podemos vivir sin la Tierra, aun cuando esta pueda continuar su trayectoria sin nosotros. Es este el lega­ do que nos dejaron los astronautas que tuvieron la oportunidad de ver la Tierra desde fuera de la misma. Ellos atestiguaron que desde aquella distancia la Tierra y la Humanidad formaban una misma y única entidad. Debido a la conciencia y a la inteligencia, somos seres con una característica especial: nos ha sido confiada la custodia y el cuidado de la Casa Común. Más aún: nos compete vivir y rehacer constantemente el contrato natural entre la Tierra y la Humanidad, pues de ello depende garantizar la sostenibilidad del todo.

Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

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seres humanos. Esta dimensión, también llamada «inteligencia emocional o cordial», fue reprimida en la modernidad en nombre de una pietendida objetividad del análisis racional. Pero hoy sabemos que todos los conceptos, ideas y cosmovisiones están impregnados de afecto y de sensibilidad (M. Maffesoli, Elogio da razáo sensivel, Vozes, Petrópolis 1998; L. Boff, Os direitos do coraqdo. O nesgó­ te da inteligencia emocional, Vozes, Petrópolis 2015). La inclusión consciente e indispensable de la inteligencia emocional con la razón intelectual nos mueve más fácilmente a cuidar y respetar a la Madre Tierra y a todos sus seres. Junto a esta inteligencia intelectual y emocional, existe tam­ bién en el ser humano la inteligencia espiritual, que no es tan solo un dato del ser humano, sino, según la opinión de reconocidos cosmólogos, una de las dimensiones del universo. El espíiitu y la conciencia tienen su lugar propio dentro del proceso cosmogóni­ co. Podemos decir que están primero en el universo, y después en la Tierra y en el ser humano. La distinción entre, por una parte, el espíritu de la Tierra y del universo y, por otra, nuestio espíritu no es de principio, sino de grado. Este espíritu, activo desde el primerísimo instante después de producirse el big bang, es aquella capacidad que el universo ma­ nifiesta de hacer de todas las relaciones e interdependencias una unidad sinfónica. Su obra consiste en realizar lo que algunos físi­ cos cuánticos (Zohar, Swimme y otros) denominan «holismo relacional»: articular todos los factores, hacer que converjan todas las energías, coordinar todas las informaciones y todos los impul­ sos hacia arriba y hacia delante, de manera que se forme un Todo,

10. El ser humano: la porción consciente de la Tierra

mutualidad Tierra-Humanidad resulta mejor asegurada reculamos |a razón intelectual, instrumental-analítica, con la S' arULscnsible y cordial. Constatamos cada vez más que somos ^^im p reg nados de afecto y de capacidad de sentir, de afectar y ^ s e n tir n o s afectados. Tal dimensión tiene tras de sí una historia I SCna duración difícilmente imaginable: concretamente, desde e surgió la vida, hace 3.800 millones de años. De ella nacen ¡A p asio n es, los sueños y las utopías que mueven a actuar a los

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y el cosmos aparezca, de hecho, como cosmos (algo ordenado) y no simplemente como la yuxtaposición de entidades, o caos. En este sentido, no son pocos los científicos (A. Goswami D. Bohm, B. Swimme y otros) que hablan del universo autoconsciente y de una finalidad que es perseguida por el conjunto de las energías en acción. No hay manera de negar este recorrido: de las energías primordiales pasamos a la materia; de la materia a la complejidad; de la complejidad a la vida; y de la vida a la con­ ciencia, que en los seres humanos se realiza como autoconciencia individual; y de la autoconciencia pasamos a la noosfera (Teilhard de Chardin), en virtud de la cual nos sentimos una mente colec­ tiva y universal. De alguna forma, todos los seres participan del espíritu, por más «inertes» que puedan parecemos, como una montaña o un peñasco. También ellos están envueltos en una innumerable red de relacio­ nes que son otras tantas manifestaciones del espíritu. Concretando, podríamos decir que el espíritu en nosotros es aquel momento de la conciencia en que esta sabe de sí misma, se siente parte de un todo mayor y percibe que un Eslabón misterioso liga y re-liga a todos los seres, haciendo que exista un cornos y no un caos. Esta concepción despierta en nosotros un sentimiento de pertenencia a ese Todo, de parentesco con los demás seres de la cieación, de aprecio de su valor intrínseco por el simple hecho de existir y revelar algo del misterio del universo. Al hablar de sostenibilidad en su sentido más global, necesi­ tamos incorporar este momento de espiritualidad cósmica, temenal y humana, para que sea completa e integral y para potenciar su capacidad de sustentación. Es gracias a la espiritualidad como peicibimos el hilo que todo lo enlaza y entrelaza, constituyendo el tejido de energías que sustentan el universo entero, nuestra Tie­ rra y a nosotros mismos.

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H ay un hecho que obliga a pensar: la creciente violencia en todos los ámbitos del mundo, de la sociedad y de la naturaleza. Pero hay algo especialmente perturbador: la exaltación abierta de la violencia, especialmente en las películas de acción, de la que ni siquiera se libra el universo del entretenimiento infantil. Hemos llegado a un punto culminante con la construcción del principio de la autodestrucción, como advertía el célebre astrofí­ sico Cari Sagan. Pero ¿por qué hemos llegado ahí? Seguramente, son múltiples las causas estructurales, y a este respecto no podemos ser simplistas. Pero hay una estructura, eri­ gida en auténtico principio, que explica en gran parte la atmós­ fera general de violencia: la competitividad o la concurrencia sin límites, marca registrada del modo de producción capitalista y de la cultura del capital. Dicha estructura rige, ante todo, en el campo de la econo­ mía de mercado, donde se ha producido lo que, ya en 1944, Kart Polanyi denominó «La Gran Transformación»', el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado, en la que todo, aun lo más sagrado, se transforma en mercancía. Todo se con­ vierte en objeto de lucro. En su obra La miseria de la filosofía, de 1847, Marx percibió esa tendencia del capital a pervertir lo que siempre se había considerado invendible, como la virtud, el amor, la opinión, la ciencia y la conciencia; ahora todo puede ser •levado al mercado y tener un precio. Marx denomina ese tiem­ po como «el tiempo de la corrupción general y de la venalidad universal». Pues bien, ese tiempo llegó y se ha hecho dominante.

/ 1. ¿Qué es antes: la competición o la colaboración?

¿Qué es antes: la competición o la colaboración?

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7 mera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

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La competición aparece como el motor secreto de todo el $¡s tema de producción y de consumo: el que vence es el más apjj (el más fuerte) en la concurrencia referida a los precios, a 1^ facilidades de pago, a la variedad y a la calidad. La competid I vidad origina un implacable darwinismo social, seleccionando a] los más fuertes, los cuales -se dice- merecen sobrevivir, porque! dinamizan la economía. Los más débiles son un peso muerto, p0r lo que, o bien se incorporan, o bien son eliminados. Esta es la I lógica feroz de la exclusión. La competitividad ha invadido prácticamente todos los es- i pacios: naciones, regiones, escuelas, deportes, iglesias y fami­ lias. Para ser eficaz, la competitividad debe ser agresiva. ¿Quién consigue atraer más y ofrecer más ventajas? Los espacios per­ sonales y sociales que tienen valor, pero que no tienen precio -la gratuidad, la cooperación, la amistad, el amor, la compasión y la devoción-, se ven cada vez más arrinconados. Pero son esos precisamente los lugares donde respiramos humanamente, 1 lejos del juego de los intereses. Su debilitamiento nos vuelve anémicos y nos deshumaniza, arrebatándonos la oportunidad de ser felices. En la medida en que prevalece sobre otros valores, la compe- ] titividad provoca cada vez más tensiones, conflictos y violencias. Nadie acepta perder ni ser engullido por el otro, sino que lucha defendiéndose y atacando. Por otra parte, tras el derrocamiento del socialismo real, y con la homogeneización del espacio eco­ nómico de cuño capitalista, acompañada por la cultura política neoliberal, privatista e individualista, los dinamismos de la con­ currencia han sido llevados al extremo. En consecuencia, los con­ flictos se han recrudecido, y no se ha refrenado la voluntad de hacer la guerra. La potencia hegemónica (los Estados Unidos de América) es la auténtica campeona en el terreno de la competitividad, em­ pleando todos los medios -la infiltración en los partidos conser­ vadores de otros países, el espionaje universal, la presión econó­ mica y hasta el uso de las armas- para acabar siempre triunfando sobre los demás.

•Cómo salir de esta lógica férrea? Rescatando y concediendo ¿ lidad a aquello que en su momento nos hizo dar el salto de

^T m alid ad a la humanidad. Y lo que nos hizo dejar atrás la aniíue el principio de cooperación y de cuidado. Nuestros ■ * 8 antropoides salían en busca de comida. Pero, en lugar ^córner a solas, como los animales, lo llevaban todo al grupo y lo repartían solidariamente entre sí. De ahí nacieron la coopera­ ción, la socialidad y el lenguaje. Con este gesto se inauguraba la especie humana en cuanto tal. De cara a los más débiles, en lugar de abandonarlos a la selección natural, inventamos el cuidado y la compasión para mantenerlos vivos entre nosotros. También ellos son hijos e hijas de la Madre Tierra y tienen un mensaje que comunicamos. Por eso han de ser respetados y escuchados. Hace setenta millones de años, nuestros ancestros eran pe­ queños mamíferos que vivían en lo alto de los árboles, temerosos de ser devorados por los dinosaurios. No eran mayores que un pequeño conejo. ¿Quién iba a decir que ellos eran los poitadores originarios de lo que hemos llegado a ser: humanos, hombres y mujeres portadores de conciencia y de espíritu? ¿Quién iba a imaginar que de ellos habrían de servirse las fuerzas que rigen el universo y la Tierra para hacer que irrumpiera un ser dotado de inteligencia, de amor y de solicitud para con lo creado? En conclusión: hemos de respetar a todo ser, por más pequeño que sea, pues no sabemos el misterio que porta en su interior y que tal vez se revele después de miles y miles de años de evolución. Hoy, como antaño, son los valores relacionados con la coo­ peración, el cuidado y la compasión los que habrán de limitar la voracidad de la concurrencia, desarmar los mecanismos del odio y poner rostro humano y civilizado a la fase planetaria de la hu­ manidad. Y hay que comenzar ya, para no llegar demasiado tarde.

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

El ilusorio gen egoísta

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-os tiempos de crisis sistèmica como los nuestros favorecen una revisión de conceptos y coraje para proyectar otros mun­ dos posibles que hagan realidad lo que Paulo Freire llamaba lo «inédito viable». Es bien sabido que el sistema capitalista imperante en el mun­ do es un sistema consumista, individualista, visceralmente egoís­ ta y depredador de la naturaleza. Un sistema que está llevando a un impasse a la humanidad entera, porque ha dado lugar a una doble injusticia: la ecológica, al haber devastado la naturaleza, y otra de carácter social, al haber generado una inmensa desigual­ dad social. Simplificando, pero no demasiado, podríamos decir que la humanidad se divide entre aquellas minorías que comen hasta hartarse, otros que comen adecuadamente (al menos tres comidas al día) y unas inmensas mayorías que se alimentan insuficiente­ mente, padeciendo hambre crónica y experimentando las enfer­ medades originadas por el hambre. Si ahora quisiéramos universalizar el tipo de consumo de los países ricos y extenderlo a toda la humanidad, necesitaríamos al menos tres planetas Tierra. Este sistema pretendió encontrar una base científica para su egoísmo en las investigaciones del zoólogo británico Richard Dawkins, que escribió su famoso El gen egoísta (Salvat, Barce­ lona 1988), hoy ya superado, aunque su tesis tuvo un gran éxito y es evocada a menudo en los debates ideológicos. La nueva biología genética ha mostrado, sin embargo, que ese gen egoísta es ilusorio, pues los genes no existen aislados, sino que

12. E l ilusorio gen egoista

I Ljjyyen un sistema de interdependencias, formando el genoCOrl|iumano, que obedece a tres principios básicos de la biología: wMnoperación, la comunicación y la creatividad. Lo contrario, 13 ^tanto. de lo que afirmaba la tesis del gen egoísta. P0f gst0 lo han demostrado notables representantes de la nueva biología como la Premio Nobel Barbara McClintock, J. Bauer, q Woese y otros. Bauer demostró que la Teoría del Gen Egoísta ,e p aWkins «no se basa en ningún dato empírico». Peor aún: «ha servido de correlato biopsicológico para legitimar el orden económico anglo-norteamericano», individualista e imperialista (Das kooperative Gen, Heyne, Munich 2008, p. 153). De lo cual se deriva que, si pretendemos conseguir un modo de vida sostenible y justo para todos los pueblos, los que consu­ men mucho deben reducir drásticamente sus niveles de consumo. Lo cual no se conseguirá sin una intensa cooperación, solidari­ dad, compasión y una clara autolimitación. Vamos a detenemos en esta última, la autolimitación, que es una de las más difíciles de conseguir, debido al predominio del consumismo y del desperdicio, difundidos en todas las clases sociales. La autolimitación implica una renuncia necesaria para ahorrar los bienes y servicios escasos de la Madre Tierra, tutelar los intereses colectivos y promover una cultura de sencillez vo­ luntaria y de la sobriedad compartida. No se trata de no consumir, sino de consumir de manera so­ bria y responsable, teniendo den cuenta a nuestros semejantes, a toda la comunidad de vida y a las generaciones futuras, que también deberán consumir. La limitación es, además un principio cosmológico y ecológi­ co. El universo se desarrolla a partir de dos fuerzas que siempre se autolimitan: las fuerzas de expansión y las fuerzas de contrac­ ción. Sin ese límite interno, cesaría la creatividad y nos veríamos aplastados por la contracción. Si predominase la expansión, nada se condensaría, y todo se diluiría en dirección al vacío infinito. En la naturaleza funcionan los mismos dos principios. Las bacterias, por ejemplo, si no se limitasen entre sí y si una de ellas Perdiese los límites, en muy poco tiempo ocuparía todo el pla-

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

neta, desequilibrando la biosfera. Los ecosistemas garantizan s j sostenibilidad gracias a la limitación que unos seres se ponen a otros, permitiendo que todos puedan coexistir. Ahora bien, para salir de la actual crisis necesitamos, m á j que cualquier otra cosa, reforzar la cooperación entre todas las culturas y la gran civilización, al objeto de delinear un nuevo paradigma de civilización. Es preciso que digamos adiós defi­ nitivamente al individualismo, que ha inflacionado el «ego» en detrimento del «nosotros». En este «nosotros» están incluidos no solo los seres humanos, sino tola comunidad de vida, la Tierra y el propio universo. Es gracias al «nosotros» como nos hacemos seres sociales y construimos las más diversas comunidades y sociedades, las culturas y todo cuanto va unido a la cooperación, a la sinergia, a la solidaridad a partir de abajo, de los últimos, y abierta a todos. '

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S i miramos el mundo como un todo, percibimos que casi nada funciona como es debido, La Tierra está enferma. Y dado que, en cuanto humanos, también somos Tierra («hombre» viene de humus), en cierto modo nos sentimos igualmente enfermos. Nos parece evidente que no podemos proseguir en este rum­ bo, que nos conduciría al abismo. En las últimas generaciones, hemos sido tan insensatos que hemos constando el principio de auto-destrucción, acrecentado por un calentamiento global irre­ versible. Y esto no es ninguna fantasía hollywoodiense. Entre aterrados y perplejos, nos preguntamos: ¿cómo hemos llegado a este punto?; ¿cómo vamos a salir de este «impasse» global?; ¿qué colaboración puede aportar cada uno? En primer lugar, hemos de entender cuál es el eje estructurador de la sociedad-mundo, principal responsable de este peligro­ so derrotero. Tal eje no es otro que el tipo de economía que hemos inventado, con la cultura que le acompaña, que es la cultura de la acumulación privada y del consumismo insolidario a costa del saqueo de la naturaleza. Todo se convierte en mercancía desti­ nada al intercambio competitivo. En esta dinámica, únicamente gana el más fuerte. Todos los demás pierden, o bien se agregan como socios subalternos, o bien desaparecen. El resultado de esta lógica de la competición de todos contra todos y de la falta de cooperación favorece la transferencia fantástica de riqueza para unos cuantos fuertes, los grandes conglomerados, a costa del em­ pobrecimiento general. El hecho de que 85 personas detenten conjuntamente una ren­ te superior a la renta total de 3.500 millones de pobres, como

13. E l principio gana-gana v ersus el principio gana-pierde

El principio gana-gana versu s el principio gana-pierde

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Primern parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

hizo público la ONG Oxfam-Intermón en 2014, representa, sj I pie y llanamente, un escándalo, además de basarse en una j ' justicia inhumana y en una falta absoluta de humanidad. 73I actores económicos, según investigaciones de fuentes dignas ¿J toda confianza, controlan el 80% del flujo de la riqueza mur^ dial. Estos datos demuestran que la ecuación económica es la de¡ gana-pierde-pierde. Pero hay que reconocer que, durante siglos, ese trueque com­ petitivo conseguía, mejor o peor, dar cobijo a todos bajo su para­ guas. Los controles sociales y estatales impedían la formación de oligopolios devoradores de los demás, con lo cual consiguió crear mil facilidades para la existencia humana. Hoy, sin embargo, las posibilidades de este tipo de economía están agotándose, como lo demuestra la crisis económico-finan­ ciera de 2008. La gran mayoría de los países y las personas se encuentran excluidos. El propio Brasil no pasa de ser un socio subalterno de los grandes, habiéndosele reservado la función de ser un exportador de materias primas y no un productor de in­ novaciones tecnológicas que le proporcionarían los medios para moldear su propio futuro. Nos encontramos en un proceso de re­ colonización de toda América Latina. O cambiamos las proporciones, o la vida en la Tierra está en peligro. ¿Dónde buscar el principio articulador de una forma dis­ tinta de vivir juntos, de un nuevo sueño para el futuro? En mo­ mentos de crisis total y estructural hemos de consultar la fuente originaria de todo: la naturaleza, que nos enseña lo que las cien­ cias de la Tierra y de la vida vienen diciéndonos hace ya mucho tiempo: la ley básica del universo no es la competición que divide y excluye, sino la cooperación que suma e incluye. Todas las energías, todos los elementos, lodos los seres vivos, desde las bacterias hasta los seres más complejos, son interdepen­ dientes. Una red de conexiones los envuelve por todas partes, ha­ ciendo de ellos seres cooperadores y solidarios, que es el conteni­ do permanente del proyecto político del socialismo humanitario. Gracias a esa red, hemos llegado hasta aquí y podremos tener un futuro ante nosotros.

13. E l principio gana-gana v ersus el principio gana-pierde

Aceptado este dato, estamos en condiciones de formular una P - n para nuestras sociedades: hay que hacer conscientemenS° de la cooperación y la solidaridad universal, un proyecto perte’ al y colectivo, cosa que no se percibe en las grandes reuniones SOflmovidas por la ONU para debatir los problemas de la humanidld' como el calentamiento global, la erosión de la biodiversidad l a ' escasez de agua potable. y Al revés de lo que ocurre con el intercambio competitivo, donde solamente gana uno y pierden todos los demás, debemos fortalecer el intercambio complementario y cooperativo, el gran ideal de los andinos del «bien vivir» {sumak kawsay), en el que todos ganan, porque todos participan y son incluidos en lo que ellos llaman «democracia comunitaria», donde no hay pobres y donde la economía no es la de la acumulación, sino la de la crea­ ción de lo suficiente para todos, incluidos los demás seres vivos de la naturaleza. Es importante asumir lo que la brillante mente del Nobel de M atem áticas John Nesh supo formular: el principio del ganagana, en virtud del cual, dialogando, mostrándose flexibles y abiertos a la negociación y sabiendo también ceder, todos salen beneficiados y no hay perdedores. Para convivir humanamente inventamos la economía, la polí­ tica, la cultura, la ética y la religión. Pero desnatural izamos estas realidades «sagradas» envenenándolas con la competición y el individualismo, desgarrando así el tejido social. La nueva centralidad social y la nueva racionalidad necesa­ ria y salvadora se fundan en la cooperación, en el pathos, en el profundo sentimiento de pertenencia, de familiaridad, de hospi­ talidad y de hermandad con todos los seres. Si no realizamos esta conversión, cuyo eje articulador lo constituyen el corazón, la sen­ sibilidad y la vida, hemos de prepararnos para lo peor. Pero, como la vida llama a la vida, esperamos y creemos que aquello que hay en nosotros de más verdadero y natural, la coo­ peración y la solidaridad, abrirán un camino nuevo, rumbo a un tipo distinto de civilización más solidaria, más cooperadora, más distributiva, más generosa y, en definitiva, más justa y feliz.

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Ciencia, religión y espiritualidad

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F ue Einstein quien dijo que «la ciencia sin religión está manca, y la religión sin la ciencia está ciega». Y en otra ocasión afirmó que «el hombre que no tiene ojos para el Misterio pasará por la vida sin ver absolutamente nada». Con lo cual quería decir que la ciencia llevada al extremo acaba en el misterio del mundo, que produce asombro y encantamiento. Esta experiencia es recurrente en todas las religiones, que constantemente se confrontan con el misterio del mundo, de la creación, del ser humano y de Dios. La religión que no se abre a ese misterio identificado por unas ciencias elaboradas con conciencia, y no meramente como téc­ nica del saber, deja de enriquecerse, tiende a encerrarse en sus dogmas y, por tanto, se vuelve ciega, corriendo el peligro del fundamentalismo. La ciencia se propone explicar cómo existen las cosas. La religión se deja extasiar por el hecho de que las cosas existen. Lo que es la matemática para el científico lo es la oración para el religioso. El físico busca la materia hasta su última división posible, los topquarks, llegando a los campos energéticos y al vacío cuántico. El religioso percibe una energía inefable, difusa en todas las cosas, incluso en su suprema pureza en Dios. Aquí cabe hacer una distinción entre religión y espiritualidad. Experimentar el misterio de todas las cosas, de que todas ellas son y están ahí en la pura gratuidad, es hacer una experiencia espiri­ tual. Esta dimensión pertenece a lo más profundamente humano, y las religiones se construyen sobre esta experiencia fontal. De acuerdo con las diferentes culturas, surgen diferentes religiones, que son creaciones culturales, aunque todas ellas beben de la mis-

dfflSLpiritualidad, a r uUlo olvidan la espiritualidad y la sustituyen por doctrinas, P s y disciplinas, las personas entran a formar parte del juego E-f^nder y, como ya supo ver C. G. Jung, donde hay poder no d¿ amor ni compasión. Tan solo hay jerarquías, sometimientos y M ías por el poder. Nada de eso conoce la espiritualidad, porque le e en torno al cual se orienta es el Misterio con mayúscula, 6 e se revela y se oculta en todas las cosas. qU Con esta espiritualidad se puede establecer un diálogo pro­ fundo con las diversas ciencias, especialmente con las que tocan los confines de la realidad y llegan al borde mismo del misterio. La ciencia con conciencia y la religión alimentada por la es­ piritualidad se preguntan: ¿Qué ocurrió antes del b ig b cm gl ¿Qué había antes del tiempo? ¿Podemos pasar al otro lado del muro de Planck, el último límite adonde llega la indagación científica sobre los orígenes del universo? Muchos científicos y muchos hombres y mujeres espirituales convergen en la siguiente expli­ cación: lo que había era el Misterio, la Realidad intemporal, en el equilibrio absoluto de su movimiento, la Totalidad de simetría perfecta y la Energía sin entropía. Hablando ahora en términos teológicos, en un «momento» de su plenitud decide Dios crear un espejo en el que poder verse a sí mismo. Crea entonces aquel superminúsculo punto primordial, miles de millones de veces menor que un átomo, y transfiere a su interior un flujo inconmensurable de energía. Allí se encierran todas las posibilidades. Potencialmente, allí estábamos ya todos juntos. De repente, todo se expandió, alcanzando el tamaño de una manzana, para estallar después en una explosión sorda, sin ruido alguno, pues no había aún espacio ni tiempo que pudieran reco­ ger el b ig ban g. Sin embargo, emitió una radiación que todavía hoy puede ser percibida, procedente de todas las partes del uni­ verso. Es el último eco de aquella inconmensurable explosión silenciosa.

14. Ciencia, religión y espiritualidad

te originaria: la experiencia del misterio. Por eso puede 1113 ÍU¿n diálogo permanente entre ellas, porque todas se remiten

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

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Surgió entonces el universo en expansión. El big bang, ITl^ | que un punto de partida, es un punto de inestabilidad. En el afán I de crear estabilidad, genera unidades y órdenes cada vez complejos, como la vida y nuestra propia conciencia. El Principio de auto-creación y auto-organización del univer I so está actuando en cada parte y en el todo. En este universo» todo tiene que ver con todo, formando una inconmensurable re d j de relaciones. «Dios» es la palabra que las religiones han encontrado para referirse a ese Principio, sacándolo del anonimato e insertándo­ lo en la conciencia. No hay palabras para definirlo. Por eso es mejor callar que hablar. Pero, si todo es relación, entonces no es contradictorio pensar que Dios es también una relación infinita y 1 una suprema comunión. Es lo que los cristianos piensan cuando hablan de la Santísima Trinidad: un juego infinito de relaciones entre tres Unicos (lo «único» no es número), tan profundo e ín- I timo que se hacen un solo Dios-comunión-relación-movimiento; un Dios personal que se muestra en tres Vivientes: el Padre, el ! Hijo y el Espíritu Santo. El ser humano siente en su corazón esta Realidad en forma 1 de entusiasmo (filológicamente, significa en griego tener un dios dentro). En la experiencia cristiana se dice que Él se acercó a nosotros, se hizo mendigo para estar cerca de cada uno de noso- I tros. Es el sentido espiritual de la encamación de Dios en nuestra miseria. El ansia humana fundamental no radica tan solo en saber de Dios por haber oído hablar de él, sino en querer experimentar a Dios. Es la experiencia atestiguada por Job, el gran «interroga- j dor» de Dios: «Antes te conocía de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). En nuestros días, probablemente sea la ecología profunda la que crea el mejor espacio para semejante experiencia de Dios, sumergiéndose en aquel Misterio que todo lo penetra y todo lo ' sustenta. Pero no hay un solo camino ni una sola puerta para acceder a Dios. Esa es la ilusión occidental, particularmente de las igle-

■«anas con su pretensión de poseer el monopolio de la siaS Cr'S',i divina y de los medios de salvación. Para quien un reVelaCl° mentado el Misterio que llamamos «Dios», todo es día *ia 6 v todo ser se hace sacramento y puerta para el encuentro camS ° Ta vida a pesar de sus numerosas travesías y las difíciles con E .'ones de la dimensión dia-bólica con la sim-bólica, puede C°!Ünces transformarse en fiesta y celebración. etl Y será leve como una pena que viene del infinito, por estar cargada de la más alta significación.

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Primera parte. Cómo afrontar la sexta extinción en masa

Religión, teología y teorías del «Todo»

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E xiste en el espíritu humano un ansia irreprimible de una visión total y de un orden que permanece dentro incluso de los desórde­ nes que constatamos en la vida personal y social y en el propio universo. Concretamente, vivimos en el fragmento. Pero lo que buscamos realmente es el Todo. Los grandes sistemas religiosos y filosóficos procuran construir visiones totalizadoras del ser, de su origen, de su devenir y de su plena manifestación. La ciencia moderna no está libre de esta insaciable búsqueda. Desde que Newton introdujo la matematización efectiva de la na­ turaleza, surgió el intento de una «Teoría del Todo» (TOE = Theory o f Everything), también conocida como «Teoría de la Gran Unifi­ cación» (TGU) o «Teoría-M» (Mater), un marco general que abar­ case todas las leyes de la naturaleza y nos brindase la explicación última del universo. Hay dos libros clásicos que resumen los caminos y los «des­ caminos» de tal intento: el de John D. Barrow, Teorías del Todo (Crítica, Barcelona 1994), y el de Abdus Salam, Werner Heisen­ berg y Paul A. M. Dirac, La unificación de las fuerzas fundamen­ tales (Gedisa, Barcelona 1991). Sabemos que los últimos años de Albert Einstein estuvieron consagrados, casi exclusivamente, a este problema, sin alcanzar ningún resultado satisfactorio. Recientemente, el problema fue retomado con especial vigor por Stephen W. Hawking en su Bre­ vísima historia del tiempo (Crítica, Barcelona 2005). Ya desde el principio cayó en la cuenta de la dificultad de semejante tarea, porque, de acuerdo con la mecánica cuántica, el principio de indeterminación parece constituir la marca funda­ mental del universo tal como lo conocemos. ¿Cómo encuadrar en una única fórmula realidades que, por principio, son indeter-

15. Religión, teología y teorías del « Todo »

■ ables, bifurcables y potenciales? Reconoce Hawking que, «si á m e n te descubrimos una teoría completa, sus principios genedeberán ser, a su debido tiempo, comprensibles para todos fa ^ solo para unos cuantos científicos. Entonces, todos nosotros ^filósofos, científicos y simples personas corrientes- seremos ca" s participar en el debate acerca de por qué existimos nosottos y el universo. Si damos con una respuesta a esta pregunta, será el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríam os la mente de Dios». Pero, después de bastante tiempo, reconoció la imposibilidad de recoger en una única fórmula la complejidad de lo Real, presen­ te en la mente de Dios, y ya no volvió a pensar sobre este insoluble problema, tal vez únicamente imaginable por una mente teológica. La ilusión de estas teorías consiste en pensar que todo puede reducirse a la física (clásica o cuántica) y traducirse al lenguaje de la matemática. Sin embargo, la realidad se apoya, evidente­ mente, en la física, pero va mucho más allá de esta. Por eso John Barrow reconoce modestamente que «no encontramos nada de matemático con relación a las emociones y a los juicios, a la mú­ sica y a la pintura». Toda la vida diaria, lo que mueve a los seres humanos en su búsqueda de felicidad y en su tragedia, no cabe en la concepción física del «Todo». De poco me sirve la dimensión de los espacios cósmicos llenos de polvo sideral, gravitones, electrones, neutro­ nes y átomos, si mi corazón se siente desgraciado por no poder dar amor a la persona que amo, por haber perdido el sentido de la vida y no hallar consuelo en Dios. Aquí es otro el discurso y son otros los especialistas a los que he­ mos de invocar. De estas cuestiones de vida y de muerte hablan los textos sagrados de todas las religiones y de las tradiciones espiritua­ les. Tal vez el místico William Blake (t 1827) nos inspire, pues en parte nos hace, sorprendentemente, percibir el Todo: «ver el mundo en un grano de arena / y el paraíso en una flor del campo / sostener el infinito en la palma de la mano / y la eternidad en una hora». Aquí se percibe el Todo en la parte, porque la parte es parte del Todo.

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S egunda P arte t ie n e r e m e d i o e l s e r h u m a n o ?

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L a situación general de la humanidad y los desajustes en el equilibrio de la Madre Tierra han suscitado no pocas angustias. Y es bueno que así sea, porque son las angustias, según Kierkegaard, las que nos libran de la inercia y nos hacen pensar, leer, conversar, discutir y buscar nuevos caminos. La tranquilidad, en unos tiempos tan sombríos como los nuestros, se nos antoja una irresponsabilidad. Todos y cada uno de nosotros debemos actuar de manera rápida y mancomunada, porque todo es urgente. Tenemos que movilizamos para darle un nuevo rumbo a nuestra vida en este planeta, si es que queremos seguir viviendo en él. Dentro de poco, los tiempos de abundancia y bienestar serán cosa del pasado. Lo que está produciéndose no es una crisis, sino algo totalmente irreversible. La Tierra ha cambiado de tal modo que ya no hay vuelta atrás, y nosotros tenemos que cambiar con ella. Ha llegado el momento de tomar conciencia de la finitud de 'odas las cosas, incluso de aquellas que nos parecían más perennes: la persistencia de la vitalidad de la Tierra, el equilibrio de la biosfera y la inmortalidad de la especie humana. Todas estas rea­ lidades están experimentando un proceso de caos que al principio Se mostró destructivo, acabando con todo lo que era accidental ^ meramente agregado, pero que enseguida se reveló creativo, oo nueva forma a lo que es perenne y esencial para la vida. Hasta ahora, vivíamos en la era del puño cerrado para dorni’ s°meter y destruir. Metafóricamente, ello representa el paraa de la Modernidad, que se formó en tomo a la voluntad de

/ . N uevo modelo ético: ¿elpuño cerrado o la mano entrelazada?

Nuevo modelo ético: ¿el puño cerrado o la mano entrelazada?

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Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser humano?

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poder entendida como voluntad de someter y conquistar tierras pueblos, la naturaleza y el planeta entero. El puño cerrado, quj configura adecuadamente esa actitud básica de nuestra cultura, hoy ha entrado en crisis, porque ya no consigue imponerse sin producir perversidades en las relaciones sociales y una auténtica devastación de la naturaleza. Ahora comienza la era de la mano extendida y abierta para entrelazarse con otras manos y, desde la colaboración y la solida­ ridad, construir el «bien-vivir comunitario» y el bien común de la Tierra y de la humanidad. Adiós al inveterado individualismo y bien venida sea la cooperación de todos con todos. Este es e nuevo modelo ético emergente, gracias al cual tendrán un valor enorme el amor, la solidaridad, la cooperación, la compasión y la solicitud por todo cuanto existe y vive. Es también gracias a esa ética como puede entreverse un futuro de esperanza. La mano extendida y abierta representa perfectamente esta nueva actituc humanizadora y salvadora. Como aseguran los astrofísicos y los cosmólogos, el universo se encuentra todavía en génesis, en proceso de expansión y de autocreación. Hay una Energía de Fondo que subyace a todos los eventos, sustenta a todos los seres y ordena todas las energías hacia formas cada vez más complejas y conscientes. Nosotros somos una emergencia creativa de ella. Esta poderosa y amorosa Energía está siempre en acción, pero se muestra especialmente activa en momentos de crisis sistèmica, cuando se acumulan las fuerzas para provocar rupturas y posibilitar saltos cualitativos. Es entonces cuando se producen las «emergen­ cias»: algo nuevo emerge; algo que hasta entonces no existía, pero que se hallaba contenido en las virtualidades del universo. Pienso que nos hallamos a las puertas de una de tales «emer­ gencias»: la noosfera (mentes y corazones unidos), en el lenguaje anticipador de Pierre Teilhard de Chardin; la fase planetaria de Ia conciencia y la unificación de la especie humana, reunida en la mis­ ma Casa Común, el planeta Tierra. Esta nueva óptica nos conduce a una nueva ética; una mieva mente genera una nueva visión; un nuevo corazón crea una nueva

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Consecuentemente, nos identificaremos como her­ manos y hermanas que se sientan juntos a l a mesa para convivir, comer, beber y disfrutar de los abundantes frutos de la Madre fierra, después de haber trabajado de manera cooperativa y res­ petando la naturaleza. De este modo, confirmaremos lo que dice el filósofo del Principio esperanza, Ernst Bloch: «La génesis no está en el comien­ zo, sino en el final». Vienen aquí a cuento las iluminadoras palabras del padre de la ecología norteamericana, el antropólogo de las culturas y teó­ logo Thomas Berry: s e n s ib ilid a d .

Es obligado invocar esa Energía de Fondo, que está siempre ahí, disponible. Basta con abrirse a ella dispuestos a acogerla y llevar a cabo las transformaciones que ella inspira. Por el hecho de ser una Energía benéfica y creadora, nos per­ mite proclamar con el poeta Thiago de Mello, en medio de los «impasses» y las amenazas que pesan sobre nuestro futuro: «Está oscuro, pero yo canto». Sí, cantaremos el advenimiento de esa nueva «emergencia» para la Tierra y para la humanidad. Porque amamos a las estrellas, no tememos la oscuridad de la noche. Ellas son inalcanzables, pero nos orientan. En ellas se encuentra nuestro origen, pues estamos hechos de «polvo de es­ trellas», las cuales nos guiarán y nos harán brillar nuevamente, Poique para eso hemos emergido en este planeta: para brillar. Tal es el propósito del universo y el designio del Creador.

I. N uevo modelo ético: ¿el puño cerrado o la m ano entrelazada?

«Nunca nos faltarán las energías necesarias para forjar el futuro. En realidad, vivimos inmersos en un océano de Energía mayor de lo que podemos imaginar. Esa Energía nos pertenece, no por la vía de la dominación, sino por la vía de la invocación».

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Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano?

Una pregunta inquietante: ¿Tiene remedio el ser humano?

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i jo s tsunamis que devastaron el sudeste asiático y parte del Japón suscitan en muchos los fantasmas del fin del mundo o, cuan­ do menos, del posible final de la especie humana. Y con razón, porque no se trata de fantasmas, sino de señales perturbadoras. El Premio Nobel de Biología de 1974, Christian de Duve, en su sugerente obra Polvo vital: el origen y evolución de la vida en la Tierra (Norma, Bogotá 1999), afirma que en nuestros días «la evolución biológica camina aceleradamente hacia una grave inestabilidad. En cierto modo, nuestro tiempo recuerda una de esas importantes rupturas en la evolución caracterizadas por ex­ tinciones masivas». La causa de tal inestabilidad es un terrible «asteroide», la especie humana, la cual se ha transformado en una letal fuerza geológica que, según algunos, ha originado una nueva era, el antropoceno (el ser humano como la gran amenaza para la vida). Desde la aparición del homo habilis hace más de dos millones de años, este nuestro ancestro viene desequilibrando su relación con la naturaleza. Hasta hace 40.000 años, los daños ecológicos eran insignificantes. Pero a partir de esta fecha comenzó un asalto sistemático a la biosfera, porque fueron desarrollándose instru­ mentos que propiciaron con éxito la dominación de la naturaleza. En pocos miles de años, los cazadores acabaron con los ma­ muts, los perezosos gigantes y otros mamíferos prehistóricos. En la actualidad, ese proceso se ha agravado hasta el punto de que cada año se extinguen millares de especies de seres vivos a causn de la intervención del hombre.

Existe una tasa de extinción de fondo que es normal: cerca ¿e tres mil especies por año. E. O. Wilson, el gran nombre de la bjodiversidad, estima que el número de especies existentes es de entre diez mil y cien mil millones, aunque solo se han catalogado I 400 millones. De todas ellas, cada 13 minutos desaparece una, jebido a la agresión sistemática de nuestro estilo de vida depre­ dador y consumista. El científico Norman Myers ha calculado que, solo en Brasil, de han extinguido cuatro especies diarias en los últimos 35 años. Hace ya dos millones de años que nos hallamos dentro de la Edad de Hielo. La actual fase interglacial cálida comenzó hace 18.000 años y aún no ha concluido. Conforme a lo ocurrido en el pasado, deberíamos entrar en un nuevo periodo de enfriamiento. Sin embargo, nuestra especie ha alterado la naturaleza de la at­ mósfera. Tres importantes gases producen desequilibrios: el ozo­ no, el metano y el dióxido de carbono. Este último, que realiza la fotosíntesis de las plantas y libera oxígeno para la atmósfera, ha aumentado excesivamente, debido a la incidencia de la industria y de las diversas formas de combustión, ocasionando el calenta­ miento global, el efecto-estufa, los deshielos y los tifones. Si tuviéramos la desgracia de que en los próximos decenios la temperatura media aumentara 10 grados centígrados, el nivel de los océanos subiría 73 metros, dando lugar a una catástrofe inaudita. Los agujeros producidos en la capa de ozono hacen que esta deje de bloquear la radiación ultravioleta, que produce cáncer de piel, afecta al código genético y extingue especies enteras. En cuanto al metano, es 23 veces más agresivo que el dióxldo de carbono y está aumentando exponencialmente, debido al deshielo de los casquetes polares y del parmafrost (la capa de hielo que cubre el suelo de grandes extensiones de Canadá y de Siberia). La suma de estos tres gases ocasiona los fenómenos extremos y el calentamiento global. A estos problemas se añade la falta de agua potable y la super­ población de la especie humana, que ha ocupado ya el 83% del aneta con su acción depredadora. ¿Podrán los seres humanos Vlvb juntos en una única Casa Común?

2. Una pregunta inquietante: ¿ Tiene remedio el ser humano'!

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No somos precisamente seres pacíficos, sino extremadamente agresivos, faltos de cooperación y de cuidado. En su obra Nuestra hora final (Crítica, Barcelona 2004), el astrónomo inglés Martín Rees estima que, de seguir así las cosas, podríamos acabar con nuestra especie en este mismo siglo. Catástrofes como la del sudeste asiático o las inundaciones de Río de Janeiro en 2011 nos hacen pensar y nos mueven a compor­ tarnos de distinta manera, tratando a la naturaleza con mucho más cuidado y asumiendo la responsabilidad colectiva. Si no halla­ mos una solución común y racional, la selección natural lo hará irracionalmente en contra nuestra. Esta es la dura lección que nos ofrece la historia de la vida. Pero esa misma historia también nos demuestra que en el ya dila­ tado proceso de evolución la vida ha experimentado multitud de devastaciones, pero nunca ha desaparecido del todo. Ha sufrido y se ha retraído, pero siempre se ha rehecho con renovado vigor.

Somos sapientes y demasiado dementes

yV raíz de la tragedia del 11 de septiembre de 2001, en que se produjo el atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York, seguramente muchos, entre indignados y perplejos, se pregunta­ ron: ¿Qué es, a fin de cuentas, el ser humano? ¿Cómo es posible tanta barbaridad por parte de unos terroristas, entre los cuales se hallaba incluso un doctor en ingeniería por una prestigiosa uni­ versidad alemana? ¿Serían simplemente unos locos? Para no desesperar hemos de conservar la lucidez. A duras pe­ nas, y aun cuando se escandalice la razón analítica, urge admitir que el ser humano, supercomplejo, además de sapiens sapiens, es a la vez demens demens, y posiblemente hoy sea triplemente demens. Es decir, somos descendientes del sapiens arcaico, en el que primeramente irrumpió, hace doscientos mil años, la inteli­ gencia refleja, y hace cien mil años el sapiens sapiens, ya capaz de hablar, societario y trabajador. Portadores de afecto, solicitud, inteligencia, creatividad, arte, poesía y éxtasis, ocupamos todo el planeta, comenzamos a ex­ pandimos por el sistema solar y, por medio de una nave espacial, ya hemos salido de dicho sistema y vamos rumbo al infinito. La cultura ilustrada le ha construido un arco del triunfo y ha exaltado hasta las estrellas la sapiencia humana. Sin embargo, la historia desmiente constantemente esta imagen magnificadora, revelando a cada instante el lado oscuro de demencia y crueldad, en forma de masacres y de exterminios masivos. El ser humano ha revelado ser el satán de la Tierra. Solo en el siglo XX, las gue­ rras se cobraron las vidas de 200 millones de víctimas.

Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano?

La violencia humana excede la de cualquier otra especie, ¡n cluida la de los tiranosaurios. Su demencia no es ocasional, sinó que configura una situación originaria, una marca de nuestra con dición humana. El homo sapiens convive a la vez con el homo dé­ meos, afirma insistentemente Edgar Morin, uno de los que mejor han sabido hacemos aceptar la contradicción humana. Pero nos cuesta mucho aceptar que somos la unidad de los contrarios, llenos de ternura e inteligencia (el momento sapiens) y, a la vez, hinchados de arrogancia y de odio (el momento demens). Más que las filosofías, fueron las religiones las que elabora­ ron esta contradicción humana. San Agustín, que acuñó la ex­ presión pecado original, repite a menudo que «todo hombre es Cristo y todo hombre es Adán»; o, según la expresión preferida de Lutero, «somos a la vez justos y pecadores». Tales expresiones no deben ser tomadas en sentido moral, sino ontològico; es decir, expresan la situación real y objetiva del ser humano como ser de contradicción. ¿Cómo entender la unidad en el hombre de esas contradiccio­ nes que provocan un shock existencial y una sensación de total absurdo, como es el caso de aquel 11 de septiembre? Prescindien­ do de las clásicas reflexiones filosóficas y religiosas, pensamos que la contribución de las ciencias de la Tierra puede arrojar so­ bre nosotros alguna luz. Eso sí, a condición de que comencemos a pensar cosmológica y biológicamente, cosa que la conciencia colectiva no ha incorporado aún suficientemente. En la vida, todo está hecho de desorden y de orden, de caos y de cosmos, de dia-bólico y de sim-bólico. En realidad, veni­ mos de un inconmensurable desorden inicial, de un estallido tan fantástico que su eco todavía puede ser identificado hoy, al cabo de 13.700 millones de años (la radiación de fondo de tres grados Kelvin). La evolución se realiza en el esfuerzo por crear orden en me­ dio y a partir del desorden. El proceso evolutivo ha mostrado que el caos originario no se revela únicamente como caótico, sino también como altamente generativo. Origina la complejidad, que

J. Somos sapientes y demasiado dementes

la forma en que el caos es domesticado y transformado en factor de dinamismo constructor de nuevos órdenes capaces de hacer del desorden (de la basura) fuente de vida (las estructuras jjsipativas de llya Prigogine). El hecho innegable es que la presencia del caos en nosotros n0S hace seres agresivos y dementes a los que ningún psicoanálisis consigue curar. Este hecho se impone frente a todos los intentos ¿e dilucidación, porque pertenece simplemente a nuestra realidad de sapientes. La vida es resultado de la auto-organización de la materia (que es energía altamente condensada), y la vida humana expresa el alto grado de complejidad alcanzado por la corriente de la vida, de la que no somos más que uno de tantos eslabones. Cada célula, por más epidérmica que sea, encierra en sí todas las informacio­ nes que construyen la vida, cuya estructura básica es común a todos los seres vivos. El 99% de los genes del chimpancé son comunes a la especie homo sapiens demens. Pero ese 1% marca toda la diferencia. Los chimpancés son seres societarios, pero se comen ellos mismos sus propias presas. El ser humano, por el contrario, lleva sus pre­ sas determinados lugares y las comparte comunitariamente con sus semejantes. Somos seres cooperativos, cargados de afecto y de voluntad de comunión. Y ahí reside la humanitas del ser hu­ mano. Somos enteros, pero no completos. Cuando nacemos, aún no nacemos del todo, sino que estamos en camino hacia nuestra verdadera diferencia e identidad. En la medida en que compartimos todo cuanto somos y tene­ mos, inauguramos el reino humano y dejamos que emerja el sa­ piens sapiens. El desorden que pueda haber en nosotros es herencia del proceso cosmogónico y biológico, la persistencia en nuestras personas de la «dimensión chimpancé». Pero estamos en condicio­ nes de poner límites a la demencia activando nuestra inteligencia cordial y espiritual, urdida de sapiencia, solicitud, amorización, so­ lidaridad desde abajo, compasión, racionalidad y perdón. Lo que sucedió el 11 de septiembre fue la irrupción de la de­ mencia originaria que nos aterra, pero que es inherente a nuestro

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ser. Aceptarla humildemente es condición previa para poder co trolarla a través del rescate de la inteligencia cordial y espiritual del proceso civilizador, de la razón intelectual y de todas las ener’ gías humanitarias del homo sapiens y cooperator. El caos que irrumpió en los Estados Unidos acabará mostranJ do, como lo ha hecho siempre a lo largo de la evolución, su capal cidad generativa: muy probablemente, hará surgir en la humaniJ dad un nuevo estado de conciencia que nos advierte: o cuidamos todos unos de otros, y de ese modo sobreviviremos en la misma! Casa Común, o podemos encaminamos todos al desastre. Es a l nosotros a quienes toca decidir qué futuro queremos. Quien conoce la historia de la vida saca de ella esta esperan-1 zadora lección: después de toda gran catástrofe, la vida siempre ha vuelto a florecer, y lo ha hecho como nunca hasta entonces. I Y esta vez -así lo esperamos- no será diferente: floreceremos en forma de más convivialidad, más sentido de la inclusión de todos, más respeto por los ciclos de la naturaleza, mayor acogida de las diferentes tribus de la Tierna y mayor apertura a la Fuente de Todo el Ser.

Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano?

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Habla el exterminador de millones de judíos: Rudolf Hoss

J J an pasado ya más de sesenta años desde el holocausto de judíos perpetrado por el nazismo de Hitler y de Himmler. Es realmente aterradora la inhumanidad mostrada en los campos de extermi­ nio, especialmente en Auschwitz, cerca de la ciudad polaca de La tragedia hizo que vacilara la fe de judíos y de cristianos, que se preguntaron (y aún seguimos preguntándonos): ¿Cómo pensar a Dios después de Auschwitz? Hasta hoy, las respues­ tas, tanto de Hans Joñas, del lado judío, como de J. B. Metz y J. Moltmann, del lado cristiano, resultan insuficientes. La pregun­ ta es aún más radical: ¿Cómo pensar al ser humano después de Auschwitz? Es cierto que lo inhumano pertenece a lo humano. Pero ¿cuán­ ta inhumanidad cabe dentro de la humanidad? En el caso que nos ocupa hubo un proyecto, cuidadosamente concebido y sin el menor escrúpulo, de «rediseñar» la humanidad: Aquí, la racio­ nalidad moderna mostró que puede ser terriblemente irracional. Según sus perversos planificadores, la preeminencia corres­ pondería a la raza ario-germánica; algunas razas serían conside­ radas de segunda o de tercera categoría; y otras serían esclaviza­ das o, simplemente, exterminadas. En palabras de Heinrich Himmler, que fue quien formuló el proyecto, pronunciadas el 4 de octubre de 1943: «Esta es una pá­ gina de gloria en nuestra historia como nunca se ha escrito ni se escribirá jamás». El nacional-socialismo de Hitler era claramente consciente de la inversión total de los valores. Lo que sería un cri-

'. H abla el exterminador de millones de judíos: Rudolf Hóss

Cracovia.

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men se convirtió para él en virtud y gloria. Aquí se revelan rasg0J del apocalipsis y del anticristo, el enemigo de la vida. El libro más perturbador que he leído en toda mi vida y gnJ no acabo nunca de digerir se titula: Comandante en Auschw¡t> Notas autobiográficas de Rudolf Hóss (1958). Durante los dio* meses en que estuvo preso y fue interrogado por las autoridades polacas en Cracovia, entre 1946 y 1947, y finalmente condenado a muerte, Hóss tuvo tiempo para escribir con extrema exactitud y detalle cómo envió a cerca de dos millones de judíos a las cá­ maras de gas. Se había montado allí una fábrica que producía diariamente miles de cadáveres, cosa que asustaba incluso a los propios ejecutores. Era la «banalidad de la muerte» de la que ha­ bla la filósofa judía Hannah Arendt. Pero lo que más nos aterra es su perfil humano. No pensemos su actividad extenninadora tenía que ver con el hecho de que úni­ camente albergaba sentimientos de perversidad, sadismo diabóli­ co y pura brutalidad. Al contrario: era sumamente cariñoso con su mujer y sus hijos, honrado, amigo de la naturaleza..., en fin, un pequeño-burgués normal y corriente. Llegó incluso a llorar amarga­ mente cuando se le murió un pajarillo por el que sentía debilidad. Al final, antes de morir, dejó escrito: «La opinión pública puede pensar que soy una bestia sedienta de sangre, un sádico perverso y un asesino despiadado. Pero nunca entenderá que este comandante tenía un corazón y que no era malo». Cuanto más inconsciente, tanto más perverso se presenta el mal. Eso es lo que resulta perturbador: ¿cómo puede tanta inhuma­ nidad convivir con la humanidad? No lo sé. Sospecho que aquí entra en juego la fuerza de la ideología, la sumisión absoluta al jefe y la servidumbre voluntaria. La persona Hóss se identificó con la función de comandante, y el comandante con la persona. La persona era nazi en cuerpo y alma, radicalmente fiel al jefe. Había recibido del «Führer» la orden de exterminar a los judíos, y él ni siquiera se lo pensó (der Führer befiehl, wir folgen). Confiesa que jamás se lo cuestionó, porque «el jefe siempre tiene razón» (der Führer hat immer recht)La más mínima duda la consideraba él como una traición a Hitler.

4. H abla el exterminador de millones de judíos: RudolfH ós

pero el mal también tiene límites, y Hóss los experimentó I sU pr0pia piel. Siempre queda algo de humanidad dentro de en ^humanidad. Él mismo refiere cómo dos niños se hallaban 1 ' ortos con un juguete mientras su madre era conducida a la abSliara de gas. Entonces los niños fueron obligados a acompa­ s a . «Jamás olvidaré la mirada suplicante de la madre pidiendo isericordia para aquellos inocentes», comenta Hóss. No obstan­ te hizo un brusco gesto, y los policías los arrojaron a la cámara de gas. Per0 a(Jue^a rnirada se le quedó grabada. Y confiesa que muchos de los ejecutores no soportaban tanta inhumanidad y se suicidaban. Él, sin embargo, conseguía permanecer frío y cruel. Nos hallamos ante un fundamentalismo extremo que se ex­ presa por medio de sistemas totalitarios y de obediencia ciega, ya sean políticos, religiosos o ideológicos. La consecuencia es la muerte de los demás. Este riesgo no nos es ajeno, pues hoy disponemos de los me­ dios para autodestruimos, desequilibrar el sistema-Tierra y liquidar en gran parte la vida. La creación del Estado Islámico en 2014, con los actos de exterminio y degüello de sus oponentes, muestra que la dimensión de demencia y de inhumanidad no puede aún ser contenida. Únicamente potenciando lo humano con lo que nos hace hu­ manos, como el amor, la solidaridad y la compasión, podemos li­ mitar nuestra inhumanidad y salvar a miles de víctimas inocentes.

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La compasión: nuestra verdadera humanidad

mejor lo que es la compasión, uno de los aspee tos más luminosos de nuestra existencia, si comprendemos su sentido budista. ¿Porqué «su sentido budista»? Porque la compa­ sión, en el sentido ordinario, posee una connotación despectiva: es sentir lástima, lo cual constituye un sentimiento que rebaja a otro, porque tan solo se ve en él el sufrimiento, el hambre de pan y no el hambre también de belleza y de reconocimiento. Veamos primero el sentido que tenía la compasión para el cristianismo originario: un sentido altamente positivo, que con­ siste en tener miseri-cor-dia, es decir, un corazón (cor) capaz de escuchar a los miseros y salir de uno mismo para socorrerlos. La misma palabra «com-pasión» sugiere esta misma actitud: sentir pasión con el otro y ponerse en su lugar, sufrir con él, ale­ grarse con él, recorrer el camino con él. Pero esta acepción no tuvo éxito, sino que predominó la acepción moralista y menor de quien mira desde arriba al que sufre y le da una limosna. Muy diferente es, sin embargo, la concepción budista de la com-pasión, que tiene que ver con la pregunta básica de la que nace el budismo: ¿Cuál es el camino que nos libera del sufri­ miento? Y la respuesta de Buda es: La compasión, la infinita compasión. La actualización que de esta respuesta hace el Dalai Lama es la siguiente: «Ayuda a los otros siempre que puedas; y si no puedes, jamás los perjudiques» (O Dalai-Lama jala de Jesús, Fisus, Río de Janeiro 1999, p. 214). Como se ve, en esto coincide Buda con Jesús.

Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser h um a n al

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entenderemos

5. La compasión: nuestra verdadera hum an ida d

pL a «gran com-pasión» (karuná) implica dos actitudes: desaI de todas las cosas y solicitud para con todas ellas. Mediante Pfdesapeg° renunciamos a poseer las cosas y aprendemos a res^ ]as en su valor intrínseco, con independencia del uso que íf amos de ellas, en su diferencia y en su identidad. Se trata de ’o invadir el espacio del otro y de respetarlo. II Mediante la solicitud superamos las barreras y nos acercamos las cosas y a las personas para entrar en comunión con ellas, responsabilizarnos de su bienestar y socorrerlas en el sufrimiento. Se trata de un comportamiento solidario que nada tiene que ver con la lástima y la mera asistencia. Para el budista, el nivel de desapego revela el grado de libertad y de madurez que posee­ mos; y el nivel de solicitud, a su vez, revela el grado de ternura, respeto, benevolencia y responsabilidad que tenemos para con todas las cosas, y en especial con las personas. La com-pasión engloba ambas dimensiones, por lo que exige respeto, altruismo y solidaridad amorosa. La compasión no conoce límites. El ideal budista es el bodhisattva, es decir, la persona que lleva a tal extremo el ideal de la com-pasión que está dispuesta a renunciar al nirvana e incluso acepta pasar por un número infinito de vidas, con tal de poder ayudar a otros en su sufrimiento. Este altruismo está perfectamente expresado en la oración del bodhisattva: «Mientras dure el tiempo, persista el espacio y haya personas que sufren, quiero también durar yo hasta liberarlas del sufrimiento». La cultura tibetana expresa este ideal por medio de la figura del Buda de los mil brazos y los mil ojos, que le permiten atender, com-pasivo, a un número ilimitado de personas. A partir de ahí podemos entender que sin com-pasión no se alivia el sufrimiento humano, no se combate eficazmente el ham­ bre. Hay que acoger al pobre tal como es: como alguien que sufie y es oprimido. Y, al mismo tiempo, hay que cuidar de él como de un «co-igual». La compasión en el sentido budista nos enseña también cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza: ante todo, hay que respetarla en sus leyes, sus ritmos y sus ciclos; además, hay que

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Segunda parte: ¿Tiene remedio el ser hum anoi

cuidar de ella. Y solo entonces usarla, en su justa medida y de u modo racional, para nuestro provecho. A la «guerra infinita» de la demencia actual debemos oponer la «com-pasión infinita» de la sapiencia budista. ¿Que es una utopía? Ciertamente. Pero una utopía necesaria y humanitaria, la mejor manera de mostramos en nuestra verdadera humanidad, hecha de com-pasión y de solicitud.

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£ n los actuales debates políticos que tienen lugar en todo el mundo en torno a los conflictos de Oriente Medio y, en el caso concreto de Brasil, sumido en una amenazadora crisis hídrica y energética que se instaló en 2015, cada vez se plantea menos la cuestión del bien común nacional, de la Tierra y de la humanidad. Es fácilmente verificable que existe un intento, articulado por los grupos dominantes -tras de los cuales se esconden grandes corporaciones nacionales y multinacionales, los media corpora­ tivos y, ciertamente, los servicios de seguridad del imperio nor­ teamericano-, de desestabilizar las nuevas democracias de base popular y con un proyecto nacional autónomo, ya sea en el Norte de Africa, ya sea en América Latina. En el caso de Brasil, no se trata tan solo de una feroz crítica de las medidas económicas oficiales y de los diversos escándalos de corrupción, sino que hay algo más profundo en marcha: la voluntad decidida de desmontar y, si es posible, liquidar el PT (Partido dos Trabalhadores), que por primera vez en nuestra his­ toria ha llevado a cabo una revolución pacífica y popular, creando una base social diferente y sosteniendo a un gobierno republi­ cano con intensas políticas sociales en favor de los millones de Marginados. A las elites conservadoras les cuesta mucho aceptar el hecho de que, mediante el voto, han sido apeadas del poder que cons*deraban les pertenecía a ellas por derecho. Lo que intentan es desmoralizar y, directamente, difamar al PT, porque se sienten

6. E l bien común de la nación, de Li Tierra y de la hu m a nid ad

El bien común de la nación, de la Tierra y de la humanidad

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Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano?

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amenazadas en sus privilegios. Como son notoriamente egoísta«I y jamás han pensado en el bien común, están empeñadas en hac3| desaparecer a esa fuerza social y política que podría cambiar irr» 1 versiblemente el destino de Brasil. No se puede olvidar que la esencia de la política es la búsqugl da común del bien común. Uno de los efectos más avasalladores del capitalismo globalizado y de su ideología, el neoliberalismo es la demolición de la noción de bien común o de bienestar social ya sea a nivel nacional, ya sea a nivel planetario. Sabemos que las sociedades civilizadas se construyen sobre tres pilares fundamentales: la participación (ciudadanía), la coo­ peración societaria y el respeto a los derechos humanos. Juntos los tres elementos, crean el bien común. Pero este ha sido enviado al limbo de la preocupación política, y su lugar ha sido ocupado por los conceptos de rentabilidad, flexibilización, adaptación y competitividad. La libertad del ciudadano ha sido sustituida por la libertad de las fuerzas del mercado; el bien común, por el bien particular; y la cooperación, por la competición. La participación, la cooperación y los derechos garantiza­ ban la existencia de la persona con un mínimo de dignidad. Si se niegan tales valores, entonces la existencia del ciudadano ya no está socialmente garantizada, ni sus derechos afianzados, por lo que cada cual se siente forzado a garantizar lo suyo: su empleo, su salario, su coche, su familia... Lo que reina entonces es la cultura del capital con su clásico individualismo, que hace añi­ cos la convivencia social. De este modo, nadie se ve inclinado a tratar de construir algo en común. Lo único en común que queda es la guerra de todos contra todos, en orden a la supervivencia individual. En este contexto, ¿quién va a implementar el bien común de la Tierra y de la humanidad? En un reciente artículo de la Revista Science (15.01.2015), 18 científicos hicieron una lista de los 9 límites planetarios (Planetary Boundaries), cuatro de los cuales ya han sido superados: el clima, la integridad de la biosfera, el uso del suelo y los flujos biogeoquímicos (fósforo y nitrógeno)Los cinco restantes se hallan en avanzado grado de erosión. Pero

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6. E l bien común de la nación , de la Tit

I ta con que se hayan superado los cuatro primeros para hacer ^ Tierra menos hospitalaria para millones de personas y para la .o(jjversidad. ¿Qué organismo mundial está afrontando esta sib‘ cj5n, que no hace más que destruir el bien común planetario? •Quién se ocupará del interés general de más de 7.000 mi­ llones de personas? El neoliberalismo se muestra sordo, ciego y mudo frente a esta cuestión fundamental, como ha repetido tantas veces el papa Francisco. Pero sería contradictorio que el neolibe­ ralismo planteara el tema del bien común, porque defiende con­ cepciones políticas y sociales directamente contrarias a este. Su |ema fundamental podría formularse así: el mercado tiene que ganar, y la sociedad debe perder. Y es que piensan que es el mer­ cado el que va a regularlo y resolverlo todo; y si es así, ¿por qué vamos a construir cosas en común? Se ha deslegitimado el bien­ estar social y los llamados commons, aquellos bienes y servicios naturales y comunes sin los que la vida está en serio peligro. Sucede, sin embargo, que el creciente empobrecimiento mun­ dial es resultado de las excluyentes y depredadoras lógicas de la actual globalización competitiva, liberalizadora, desreguladora y privatizadora. Cuanto más se privatiza, tanto más se refuerza el interés particular, en detrimento del interés general. Como ha mostrado Thomas Piketty en su libro El capitalismo en el siglo XXI (FCE, Madrid 2014), cuanto más se privatiza, tanto más crecen las desigualdades. Es el triunfo del killer ca­ pitalismo. ¿Qué grado de perversidad social y de barbarie pue­ de soportar el espíritu? Grecia ha venido a demostrar que ya no aguanta más y se niega a aceptar el diktat de los mercados y de los grandes bancos, en este caso hegemonizados por la Alemania de Merkel y la Francia de Hollande. En suma, ¿qué es el bien común? En el plano infraestructu­ ra!, es el acceso justo y suficiente de todos a la alimentación, a la salud, a la vivienda, a la energía, a la seguridad y a la cultura. En el plano humanístico, es el reconocimiento, el respeto y la convivencia pacífica. Por el hecho de que, bajo la globalización competitiva, haya sido desmantelado el bien común nacional y global exige que

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este deba ser ahora reconstruido. A tal fin, hay que conceder la I hegemonía a la cooperación, no a la competición. Y hay, además que reconocer y reforzar las interdependencias de todos con to' dos y asumir una responsabilidad colectiva por el futuro común de la Tierra y de la humanidad. Sin este cambio, difícilmente se mantendrá unida y con un horizonte de esperanza la comunidad humana. Ahora bien, tal reconstrucción constituye el núcleo del pro. yecto político de las principales democracias de carácter popular en América Latina y en otros raros lugares del mundo, especialmente en Africa. Todas ellas han entrado por la puerta apropiada Hambre Cero, posteriormente transformada en diversas políticas públicas de cuño popular. Se ha intentado establecer un fundamento seguro: la renego­ ciación social a partir de los valores de la cooperación y la buena voluntad de todos. Pero, debido al individualismo de la cultura del capital y del patrimonialismo, en virtud del cual se utiliza el aparato del Estado para el enriquecimiento personal o de deter­ minados grupos, con la consiguiente corrupción a gran escala, los resultados no han conseguido modificar sustancialmente las relaciones sociales. Conviene insistir hasta la saciedad en el convencimiento de carácter humanístico de que no hay futuro a largo plazo para una sociedad fundada en la falta de justicia, de igualdad, de fraterni­ dad, de respeto de los derechos básicos, de solicitud para con los bienes naturales y de cooperación. Dicha sociedad es contraria al anhelo más originario del ser humano desde que este hizo su aparición, hace millones de años, en el proceso evolutivo. Se quiera o no, y aun admitiendo la pre- j sencia de errores y desviaciones, las nuevas democracias están ] empeñadas en reinventar la política a base de ética, del bien vivir y convivir y de una importante participación de los movimientos sociales organizados. De este empeño podrá salir un nuevo ensayo democrático en el que todos están invitados a participar. Es notable el hecho de , que, en 2015, más de la mitad del parlamento boliviano está cons-

•Ho por mujeres. Es un signo de los tiempos. Ellas, que saben ritU‘ vlda y de sus meandros, están llamadas a asurmr posiciod¿ de decisión en relación con el futuro de la vida y de nuestra CÍV,r oaquenha ocurrido en Bolivia, un pequeño país con una poIL ción mayoritariamente indígena, puede ser un preanuncio de que puede suceder, en un futuro no muy lejano, en todos los

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No hay guerra justa ni santa, porque la guerra mata

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o d a guerra es perversa, porque viola el mandamiento de la ética natural que dice: «no matarás». Pero no deja de haber pro­ blemas: ¿qué hacer, por ejemplo, si un país es agredido por otro? ¿Tiene derecho a defenderse haciendo uso de la fuerza? ¿Cómo deben comportarse los gobernantes de los pueblos que asisten a la limpieza étnica de unas minorías por parte de unos dictadores sanguinarios que siguen violando sistemáticamente los derechos humanos y eliminando a sus oponentes? ¿Cómo no intervenir en un Estado inventado al amparo de la violencia, el Estado Islámi­ co, que rechaza todo diálogo, asesina y degüella, ante las televi­ siones de todo el mundo, a quien se le opone? ¿Qué hacer para no ser insensibles al trágico destino de esos otros e incluso cómplice de tales crímenes? ¿Es válido, como regla general, el principio de alegar la no in­ tervención en los asuntos internos de estados soberanos? ¿Cómo reaccionar frente al difundido fenómeno del terrorismo, que pue­ de utilizar armas de exterminio masivo y sacrificar a millones de inocentes? ¿Es legítima, contra todo ello, una guerra preventiva? Son cuestiones éticas que ocupan mentes y corazones en nues­ tros días. Para no desesperar tenemos que pensar. Dada la estra­ tegia de los Estados Unidos de emplear la fuerza para hacer valer sus intereses globales y garantizarse un imperio mundial, se ha generado en el mundo entero un debate sumamente serio. En dicho debate sobresalen diversas posturas. Un numeroso grupo sostiene la tesis de que, dada la capacidad devastadora de la guerra moderna, que puede llegar a comprometer el futuro de

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especie y de toda la biosfera, ya no hay guerra justa que valga fus ad bellum). Aceptar la guerra moderna, con el empleo de jcinas de destrucción masiva y con la posibilidad de destruir las bases que sustentan la vida y pueden poner fin a la civilización human3’ significa aceptar y aprobar la autodestrucción. Otro grupo afirma que puede haber guerra justa: la «interven­ ción humanitaria», pero limitada, para impedir el etnocidio y los crímenes de lesa humanidad, especialmente de inocentes, niños y ancianos. Otros, que representan al establishment global, se reafirma en que hay que rescatar la guerra justa como autodefensa, como castigo a los países del «eje del mal» y como prevención contia ataques con armas de destrucción masiva. Emitamos un juicio ético acerca de estas posturas: en las con­ diciones actuales, toda guerra representa un altísimo riesgo, por­ que disponemos de la máquina de muerte capaz de destruir a la humanidad y la biosfera. La guerra es un medio injusto. Dentro de una política realista, una «intervención humanitaria» limita­ da y directamente destinada a la preservación de los inocentes es teóricamente justificable, a condición de que no sea decidida por un determinado país, sino por la comunidad de las nacio­ nes (ONU) o por un número significativo de países, debiéndose respetar dos principios básicos (Jus in bello)', la inmunidad de la población civil y el empleo de los medios adecuados (que no puedan causar más daños que beneficios). El empleo de la fuerza como autodefensa y como defensa de los inocentes no la convierte en algo bueno, pero se justifica, dentro de la estricta adecuación de los medios, como lo menos maléfico posible. La guerra de castigo, como es la de Afganistán, se basa en la venganza y no es ética y moralmente defendible. Lo único que hace es alimentar el odio y la rabia, caldo de cultivo de futuros conflictos. La guerra preventiva contra Irak no se justifica ni se legitima. Porque se basa en algo que aún no ha acontecido y puede no acontecer. No hay derecho alguno, de la naturaleza que sea, que

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Segunda parte: ¿ Tiene remedio e l ser hum ano f

le otorgue legitimidad, porque obedece a criterios subjetivos v arbitrarios. 9 Todo lo anterior está dicho desde un punto de vista teórico porque conviene aclarar posturas. En la práctica, sin embargo, e¡ evidente ninguna guerra, ni siquiera las de «intervención huma­ nitaria», observa los dos criterios que hemos mencionado: el de la inmunidad de la población civil y el de la adecuación de l0s medios de los medios, que han de ser los menos letales que sea posible. No se distingue entre combatientes y no combatientes, y para debilitar al enemigo se destruye su infraestructura, causando la muerte de muchos inocentes (el 98%). Las consecuencias de la guerra perduran durante años, por no decir «siglos», como en el caso del uranio empobrecido emplea­ do en bombas cuyos fragmentos sigue irradiando una energía le­ tal que afecta al código genético de las personas, de los animales y de toda clase de seres vivos. La guerra no es solución para ningún problema. Debemos, pues -a la luz de Francisco de Asís, Gandhi, Luther King Jr. y Nelson Mándela-, buscar un nuevo paradigma, si no queremos destruimos unos a otros: la paz no solo como meta, sino también como método. Si quieres la paz, crea los medios para la paz.

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•Hasta dónde llega la libertad de expresión?

L o s atentados terroristas perpetrados por extremistas islámicos a comienzos de 2015 en París y en Copenhague, que causaron un buen número de víctimas y que fueron motivados por unas cari­ caturas consideradas como insultantes para la figura de Mahoma, han puesto sobre la mesa el tema de la libertad de expresión. En Francia existe una verdadera obsesión por afirmar el derecho ili­ mitado a la libertad de expresión, legado sagrado -afirman- de la Ilustración y la naturaleza laica del Estado. Es algo considerado como absoluto y, a priori, sin límites. Si alguien se siente víctima de injuria y difamación, debe recurrir a la justicia, pero preserva­ da siempre la libertad de expresión, sin restricción alguna. Por contra, y con razón, afirmó el profètico obispo Dom Pe­ dro Casaldáliga: «No hay nada absoluto en el mundo, a excep­ ción de Dios y del hambre; todo lo demás es relativo y limitado». Llevando el teorema de Godei más allá de las matemáticas, pue­ de afirmarse el carácter absolutamente incompleto y limitado de todo cuanto existe. ¿Por qué habría de ser de otro modo con la libertad de expresión? Esta no escapa a los límites que deben ser reconocidos; de lo contrario, estaríamos dando vía libre al «todo vale» y las vendettas. La idea francesa de la libertad de expresión supone una tolerancia ilimitada: todo debe tolerarse. Nosotros, Por el contrario, afirmamos que toda tolerancia tiene siempre un límite ético que impide el «todo vale» y la falta de respeto a los demás, que corroen las relaciones personales y sociales. Todo ejercicio de la libertad que implique ofender al otro, amenazar la vida de las personas (y hasta de todo un ecosistema)

i. ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión?

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y violar lo que otros consideran sagrado no debe tener cabida «J una sociedad que pretenda ser mínimamente humana. Sin embad go, hay franceses (no todos) que desean una libertad de expresé inmune a cualquier restricción. El resultado de tal arrogancia quedó tristemente constatadosi la libertad es total, entonces debe ser así para todos y en to* das las circunstancias. Es lo que pensaron ciertamente (no y0) aquellos terroristas que asesinaron en París a los dibujantes del Charlie Hebdo, así como a otra serie de personas en Copenhague en nombre de esa misma libertad ilimitada. De poco sirve alegar que existe el recurso a la Ley, porque el mal, una vez hecho, no siempre es reparable y deja unas marcas indelebles. La libertad sin límites es absurda y no hay manera de defen­ derla filosóficamente. Para contrarrestar los excesos de la libertad suele oírse una frase que es considerada casi como un principio: «Mi libertad acaba allí donde comienza la tuya». Nunca he visto a nadie poner en entredicho esta afirmación, pero necesitamos hacerlo. Pensando en los presupuestos subya­ centes a la misma, debemos someterla a una rigurosa crítica. Se trata de la típica libertad del liberalismo como filosofía política. Voy a intentar explicarme mejor: con el derrumbe del «socia­ lismo real» se perdieron algunas virtudes que este había susci­ tado, como en cierta ocasión reconoció el papa Juan Pablo II: el sentido del internacionalismo, la importancia de la solidaridad y la preeminencia de lo social sobre lo individual. Con la llegada de Thatcher y de Reagan al poder, volvieron con renovada furia los ideales liberales y de una cultura capi­ talista sin el contrapunto socialista: la exaltación del individuo, la supremacía de la propiedad privada, la democracia dclegativa (reducida, por tanto) y la libertad de los mercados. Las consecuencias son bien visibles: actualmente hay mucha menos solidaridad internacional y preocupación que antes por los cambios en favor de los pobres del mundo. Lo que ahora impera es una perversa competencia que elimina a los débiles. Es sobre este trasfondo como debe entenderse la frase «Mi libertad acaba allí donde comienza la tuya». Se trata de una com-

¿Hastil dónde llega la libertad de expresión?

rensión individualista, del «yo solo», separado de los otros y de fa sociedad. Es la voluntad de verse libre del otro y no de ejercer I la libertad con el otro. Para que su libertad comience, la mía tiene que acabar. O para e tú comiences a ser libre, yo debo dejar de serlo. Consiguien­ temente, si, por la razón que sea, la libertad del otro no comienza, significa que mi libertad no conoce límites y se expande a su antojo, porque no encuentra límites en la libertad del otro. Ocupa todos los espacios e inaugura el imperio del egoísmo. La libertad ¿leí otro se transforma en libertad contra el otro. Esta forma de entenderlo subyace al concepto vigente de so­ beranía territorial de los estados nacionales: hasta los límites del otro Estado, es absoluta; más allá de esos límites, desaparece. La consecuencia es que la solidaridad ya no tiene lugar. No se pro­ mueve el diálogo y la negociación en busca de convergencias y del bien común supranacional, como se comprueba con toda cla­ ridad en los distintos debates en la ONU sobre el calentamiento global. Nadie quiere renunciar a nada. Por eso no se llega a nin­ gún consenso, mientras el calentamiento global crece día a día. Cuando existe un conflicto entre dos países, normalmente se recurre al camino diplomático del diálogo. Una vez frustrado este, se piensa en el empleo de la fuerza como medio para resol­ ver el conflicto. La soberanía de uno aplasta la soberanía del otro. Últimamente, dado el carácter tremendamente destructivo de la guerra, ha surgido la teoría del gana-gana para superar el gana-pierde. Se establece el diálogo. Todos se muestran flexibles y dispuestos a concesiones y «ajustes». Todos salen ganando manteniéndose la libertad y la soberanía de cada país. Por eso la frase correcta sería: «Mi libertad solo comienza cuando comienza también la luya». Es el legado perenne de Pau­ lo Freire: solos, jamás seremos libres; solo seremos libres juntos. Mi libertad crecerá en la medida en que crezca también la tuya y conjuntamente gestemos una sociedad de ciudadanos libres. Detrás de esta concepción está la idea de que nadie es una isla. Somos seres de convivencia; todos somos puentes que nos vinculan a unos con otros. Por eso, nadie es sin los otros y libre

Segunda parte: ¿Tiene remedio el ser h u m ano i

de los otros. Todos estamos llamados a ser libres con los ot para los otros. El verdadero ejercicio de la libertad consisr*y robustecer la libertad del otro para, juntos, vivir en el reino d nJ libertad, el mayor logro civilizador de los seres humanos. C1 Como muy bien dejó escrito el Che Guevara en su D¡a • «Solo seré verdaderamente libre cuando el último homíT haya conquistado también su libertad».

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gl derecho a nacer y a morir con dignidad

L a aprobación de la eutanasia, hace ya años, por el parlamen­ to holandés provocó acaloradas discusiones en todo el mundo. La decisión personal de uno de los más renombrados teólogos católicos, el suizo Hans Kíing, de optar por la muerte asistida, motivada por las graves limitaciones de la enfermedad, alimentó aún más la polémica. La cuestión no es simple y permite múltiples posturas al res­ pecto. Vamos a presentar una de ellas, compartida por u significa­ tivo grupo de teólogos y teólogas cristianos y que, aun cuando no goce de una aceptación unánime, representa una aportación digna de ser tenida en cuenta. Hemos de partir del hecho de que la muerte pertenece a la vida, y la vida a la eternidad, que es la realización plena de las virtualida­ des de la existencia. Del mismo modo que somos responsables de nuestra vida, así también debemos serlo de nuestra muerte. Tenemos derecho a una vida digna... y derecho a una muerte no menos digna. Pero este último derecho nos es negado muchas veces por el hecho de que se nos obliga a permanecer dependien­ tes de todo tipo de aparatos y medicamentos que nos prolongan la vida en un sentido meramente vegetativo (lo que se llama «distanasia»), cosa que no cumple los requisitos para satisfacer las exigencias de una vida mínimamente humana. La vida como auto-organización de la materia constituye el fruto más noble de la evolución y, desde un punto de vista es­ piritual, representa el mayor don de Dios. Aun así, como seres éticos, somos responsables tanto del comienzo de la vida como de su final.

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Segunda parte: ¡Tiene remedio el ser hum ano?

Antaño, las iglesias se resistían a aceptar la planificación fa miliar, porque pensaban, erróneamente, que significaba interferir en el designio de Dios de introducir vidas en el mundo. Hoy, es^ mismas iglesias aconsejan la planificación familiar responsable Y enseñan, igualmente, que todo ser humano tiene derecho a mo­ rir humanamente. Corresponde al propio ser humano mortalmen­ te enfermo decidir responsablemente sobre la prolongación o no de su situación irreversible. Y si al enfermo le resulta imposible han de hacerlo los familiares.y los médicos. Lo cual implica que el médico hará todo lo posible para curar al paciente y proporcionarle los medios necesarios para aliviar su dolor. De este modo, a la vez que lucha contra la muerte, refuerza también en el paciente la voluntad de vivir. Pero ello no significa que deba recurrir a tratamientos extraordinarios para prolongar la vida o postergar la muerte, sobre todo en situaciones límite. Una terapia solo tiene sentido cuando está dirigida a la rehabi­ litación y la restitución de las funciones esenciales y vitales, y no simplemente a garantizar una vida vegetativa. Es importante dejar morir, que no es lo mismo que hacer morir. Una cosa es respetar el curso natural de la vida, que termina con la muerte, y otra cosa muy distinta es anticipar la muerte valiéndose de medios artificiales. El cuidado del enfermo no debe ser cosa exclusivamente de los médicos y enfermeros, sino también de los familiares, los consejeros espirituales (sacerdotes, pastores, rabinos, santeros o santeras [pais ou maes de santo], etc.) y los amigos más cercanos. Deben respetarse las convicciones y las creencias religiosas del paciente, especialmente en relación con el sentido que tienen para él la vida y la muerte. De lo contrario, le estaremos violen­ tando; siempre, sin embargo, teniendo en cuenta que la vida es el bien supremo, en cuyo nombre no puede prevalecer ninguna visión, ideología o convicción religiosa contraria. Para el cristianismo -religión de la mayoría del pueblo brasi­ leño- la muerte no es un final, sino un peregrinar hacia la Fuente Originaria de Toda Vida. No es disolverse en el polvo cósmico, sino caer en los brazos al Padre/Madre eterno, que siente un an­ helo infinito de sus hijos e hijas peregrinantes.

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9. E l derecho a nacer y a m orir con dignidad

Estamos siempre naciendo, y con la muerte acabamos de naer De este modo, la muerte pierde su carácter de brutal interrup­ ción del ciclo de la vida para transfigurarse en un dichoso paso a la plenitud de la vida. En este sentido, morir sería atender a una llamada de Dios, que nos quiere en su casa, a la que pertenecé­ i s desde toda la eternidad. San Francisco de Asís, el primero después del Único, murió cantando, agradeciendo a la vida todo cuanto esta le había pro­ porcionado. Morir es, pues, cerrar los ojos para ver mejor, como dijo José Martí, el mejor de los cubanos. Ver el sentido del uni­ verso y nuestro lugar en el conjunto de todos los seres, grávidos del Misterio en el que habremos de sumirnos: he ahí la gran reve­ lación que nos será comunicada más allá de la muerte. Esta forma de verlo ayuda a humanizar la muerte y a desdra­ matizar los casos de enfermedad terminal, porque, como dicen los existencialismos, no vivimos para morir, sino para resucitar, para vivir más y mejor, como creen los cristianos. Un caso aparte lo constituye la opción de uno de los princi­ pales teólogos de nuestro tiempo, Hans Küng, con su gigantesca obra sobre distintas áreas del conocimiento: la teología, la filo­ sofía, las religiones, el ecumenismo, la ética y la política. Gra­ vemente afectado por el mal de Parkinson, que le impide utilizar sus manos y le ha reducido notablemente la vista, se lamentaba de que ya no podía hacer nada de lo que hacía como profesor, conferencista y escritor. Afirmaba no reconocerse ya a sí mismo y que, por eso, la vida había perdido para él su sentido, por lo que la muerte asistida sería una solución tranquila y feliz. Y en este sentido ha afirmado su deseo de recurrir a la muerte voluntaria y asistida en Suiza, su país natal, donde tal recurso está legalmente reconocido. Como teólogo y colega, me permito hacer algunas conside­ raciones. Y comienzo preguntando: ¿No se dará aquí una iden­ tificación entre la autoimagen de gran escritor y pensador y la realidad concreta de su persona? Toda persona es mucho más que la imagen que de ella tienen los demás y ella misma. En teología, constituye un grave equívoco identificar la imagen de Dios con

Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano i

el propio Dios. Y lo mismo ocurre con la persona humana, qUe más que todas sus posibles imágenes. Como persona humana, cada uno de nosotros es un proyect infinito que encierra dentro de sí innumerables posibilidades qUe ninguna realización personal puede agotar. Si ya no puede ser ni leer ni escribir como lo hacía antes, sí puede tranquilamente hacer otras cosas que entran dentro del ámbito de su proyecto infinito y que habrán de devolverle, sin duda alguna, un sentido para su vida. Tal vez una situación como esta pueda dar lugar a un viaje espiritual rumbo al propio corazón. Es posible vivir esta situación ante Dios como una forma de comunión y de entrega confiada a sus designios. Incluso es posible, con un cierto sacrificio, visitara enfermos, transmitirles palabras de ánimo y servir de ejemplo de cómo, a pesar de sus limitaciones, todavía pueden realizar obras humanitarias. Una persona vale infinitamente más que todos los libros que puedan escribirse. Si consigue devolver la esperanza a otra per­ sona desarraigada de su medio y provoca en ella sentimientos de resignación confiada, haciendo que se sienta «en la palma de la mano de Dios», de quien acepta serenamente su misterioso desti­ no, habrá hecho una de las mayores obras de misericordia. Y eso vale más que toda una biblioteca. Pero hay otro punto de gran densidad teológica que tal vez no haya tenido en cuenta el eminente teólogo: aprovechar esa situa­ ción límite para sentirse solidario con todos cuantos en el mundo sufren igual que él. Entre los que sufren se establece un lazo de comunión secreta que transmite energía y sentido de la vida. Y hay además un último punto, en esta ocasión de orden mís­ tico. Hans Küng -que escribió tanto y tan bellamente acerca de Jesús, de su saga, de su pasión y muerte violenta y acerca del modo de ser cristiano en el mundo de hoy en seguimiento de Jesús- ha­ bría abierto, con esa situación, una posibilidad única de sentirse unido al Cristo sufriente, como sugiere san Pablo en sus cartas. Se trata de sufrir con Cristo, que, según Pascal, sigue ago­ nizando en la historia. Se trata de completar lo que falta al su-

oimiento del Cristo cósmico, sufriendo con Él y ofreciendo tal

frimiento en favor de todos los que sufren en el mundo. *U Las grandes mayorías anónimas y pobres de la humanidad den de una cruz. Asociarse a ellas y sufrir su cruz personal tal ^0nio ellas la sufren, generalmente en silencio y con resignación, conferiría a Küng una gran dignidad y haría que su corazón se expandiera generosamente. Morir tranquilo, sin dolor, con la serenidad que proporcionan poderosos fármacos, parece hacer realidad el ideal mediocre y pequeño-burgués de quien ha perdido los lazos de conexión con el universo, que también sufre los dolores de parto (cf. Rm 8,22), con la Tierra crucificada, con la humanidad sufriente y con Cris­ to, que sigue sufriendo en sus hermanos y hermanas y cuya resu­ rrección no habrá quedado aún completa mientras ellos y ellas no hayan resucitado. Morir en esa comunión, incluso en medio de dolores y li­ mitaciones de todo tipo, es morir cristianamente. E morir como cristiano, seguidor del Crucificado, no como un estoico que so­ porta la muerte porque es algo propio de la vida, pero sin darle un sentido humanizador, porque no consigue escapar de ella. Escribo esto al amigo, al compañero de tribulaciones, por­ que juntos hemos sufrido las persecuciones de las autoridades eclesiásticas del Vaticano; juntos hemos sido difamados; nuestras intenciones han sido distorsionadas, nuestro trabajo impedido o perjudicado. Pero todo lo hemos soportado gracias a unas con­ vicciones más fuertes que la cómoda carrera académica de una universidad famosa. No morimos simplemente porque nos ha llegado la hora; morimos porque sentimos la llamada del Padre, que viene a buscamos y llevamos a la casa que siempre hemos ansiado y a la que pertenecemos desde toda la eternidad. Morir así es digno. La muerte es la hermana que viene a bus­ carnos para abrir la puerta del Reino de la Trinidad, que es amor, comunión y vida eterna.

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Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano?

Francisco de Asís: en él tuvo sentido el ser humano

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concluir esta parte convendría hacer alusión a una figura paradigmática que nos permite esperar que el ser humano pue­ de tener sentido: san Francisco de Asís. Uno de los legados más profundos de este hombre de Asís lo constituye hoy Francisco de Roma y su predicación de la paz, tan urgente en nuestros días. El primer saludo que san Francisco dirigía a aquellos con quienes se encontraba por la calle consistía en desearles Paz y Bien, que equivale al shalom bíblico. La paz que él ansiaba no se limitaba a las relaciones internacionales y sociales. Él buscaba una paz perenne con todos los elementos de la naturaleza, tratándolos con el dulce nombre de «hermanos» y «hermanas». Especialmente la «hermana Madre Tierra», como él decía, debería ser abrazada con el abrazo de la paz. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, resume maravillosamente el sentimiento fra­ terno del mundo que invadía a Francisco, cuando dice: «Llenábase de inefable gozo cuantas veces miraba el sol, o con­ templaba la luna o dirigía su vista a las estrellas y al firmamen­ to. Cuando daba con una multitud de flores, predicábales cual si estuvieran dotadas de inteligencia, y las invitaba a alabar al Señor. Asimismo convidaba con tiemísima y conmovedora sen­ cillez al amor divino y exhortaba a la gratitud a los trigos y viñe­ dos, a las piedras y a las selvas, a las llanuras del campo, a las corrientes de los ríos, a la ufanía de los huertos, a la tiena y al fuego, al aire y al viento». Esta actitud de reverencia y enternecimiento le llevaba a recoger las lombrices de los caminos para que no fueran pisoteadas.

10. Francisco de Asís: en él tuvo sentido el ser hum ano

■F ¡nvierno, les daba miel a las abejas para que muriesen de esW ez y de frío. Pedía a los hermanos que no cortasen los árboles B E z , en la esperanza de que pudieran regenerarse. Incluso las ■ ^ las hierbas deberían tener un lugar reservado en los huertos 1 E a poder sobrevivir, pues «también ellas anuncian al hermosí­ simo Padre de todos los seres». S Solo puede vivir tal intimidad con todos los seres quien ha scuchado su resonancia simbólica dentro del alma, uniendo la ecología ambiental con la ecología profunda. Jamás se puso Fran­ cisco por encima de las cosas, sino sus pies, como quien convive verdaderamente con ellas como hermano y hermana, descubrien­ do los lazos de parentesco que unen a todos. El universo franciscano y ecológico nunca es inerte, ni las cosas han sido arrojadas ahi, al alcance de la mano utilitarista del ser humano, o yuxtapuestas unas junto a otras, sin interconexión entre ellas. Todo compone una grandiosa sinfonía cuyo maestro es el mismísimo Creador. Todas son animadas y personalizadas. Intuitivamente, el santo de Asís descubrió lo que hoy sabemos gracias a la ciencia (concietamente, gracias a Crick y Dawson, los que descifra!on el ADN). que todos los vivientes somos parientes, primos, hermanos y hermanas, porque poseemos el mismo código genético de base. Francisco experimentó espiritualmente esta consanguineidad. De esta actitud nació una paz imperturbable, sin temores m amenazas de ningún tipo: la paz de quien se siente siempre en casa con sus padres, hermanos y hermanas. San Francisco hizo realidad plenamente la espléndida defini­ ción que la Carta de la Tierra encontró para la paz: «Es aquella plenitud creada por unas relaciones correctas consigo mismo, con las demás personas, con otras culturas y otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del que formamos parte» (nn. 16s). El papa Francisco parece haber reunido las condiciones para la paz que irradia su figura: una paz fundada en la compasión poi los que sufren, en la valiente denuncia del sistema que produce miseria y hambre y en la búsqueda permanente de la justicia so­ cial, que va más allá de la filantropía y del mero asistencialismo, puesto que exige cambios en las estructuras sociales.

Segunda parte: ¿ Tiene remedio el ser hum ano?

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La expresión suprema de la paz, hecha de convivencia ir. na y acogida calurosa de todas las personas y cosas, queda sirti. 1 bolizada en el conocido relato de la perfecta alegría. Valiénd U de la imaginación, Francisco presenta todo tipo de injurias ConJ ” dos de hermanos (uno de ellos, el propio Francisco) que, empa pados de lluvia y de barro, llegan exhaustos al convento, dond' son rechazados con cajas destempladas por el fraile portero. Aun cuando hayan sido reconocidos como cofrades, son vilipendiados moralmente y rechazados como gente poco de fiar. En el relato de la perfecta alegría, que tiene algunos paralelos en la tradición budista, Francisco va desmontando, paso a paso los mecanismos que generan la cultura de la violencia. La verdadera alegría no radica en la autoestima, ni en la ne­ cesidad de ser reconocido, ni en hacer milagros y hablar en len­ guas. En su lugar, Francisco pone los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón y la reconciliación, prescindiendo de cualquier recompen­ sa, retribución o exigencia previa. Vivida esta actitud, irrumpe la paz, que es una paz interior inalterable, capaz de convivir jovial­ mente con la más dura de las oposiciones; la paz como fruto de un completo despojo. ¿No son estas las primicias de ese reino de justicia, de paz y de amor que tanto deseamos. Esta visión de la paz de san Francisco representa otro modo de estar en el mundo, junto con y al lado de las cosas; una alternativa al modo de ser de la Modernidad y de la Posmodemidad, asenta­ do sobre el estar por encima de las cosas, dominándolas; sobre la posesión y el uso irrespetuoso de las cosas para el enriquecimien­ to y el disfrute humano, sin ninguna otra consideración. Aunque vivió hace más de ochocientos años, el nuevo es él, no nosotros. Nosotros somos viejos y envejecidos que, con nuestra voracidad, estamos destruyendo las bases que sustentan la vida en nuestro planeta y poniendo en peligro nuestro futuro como especie. El descubrimiento de la hermandad cósmica nos ayudará a salir de la crisis y nos devolverá la inocencia perdida, que es la claridad infantil de la edad adulta.

T ercera P arte

LA ECOLOGIA Y LAS NUEVAS FORMAS DE DEMOCRACIA

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La guerra contra Gaia que jamás ganaremos

J ^ l cataclismo de 2008, la mayor crisis del sistema globalizado

Wall Street y Londres. Lo que se esconde detrás de todo ello es un viacrucis de sufrimiento para millones de personas que perdieron sus ahorros, sus viviendas y sus puestos de trabajo. ¿Quién habla de toda esa gente? Los verdaderos culpables se reúnen más para salvaguardar o corregir el sistema que les garantice la hegemonía sobre los demás actores que para encontrar soluciones racionales, basadas en la cooperación y la compasión para con las víctimas y para con toda la humanidad. Esta crisis hace que salgan a la luz otras crisis que, como la espada de Damocles, gravitan sobre las cabezas de todos: la climática, la energética, la alimenticia, la del agua dulce y otras muchas. Todas ellas remiten a la crisis del paradigma dominante. La situación de caos generalizado suscita cuestiones metafísi­ cas sobre el sentido del ser humano en el conjunto de los seres en evolución. En este momento guardan silencio los posmodernos, con su everything goes. Pero, lo quieran ellos o no, hay cosas que tienen que valer, hay sentidos que deben ser preservados; de lo contrario, incurrimos de lleno en el más absurdo de los cinismos, expresión de un profundo desprecio por la vida, y acabamos ca­ yendo en la depresión, en la frustración y, llevadas las cosas al extremo, en el suicidio. Hace ya tiempo que pensadores como Teilhard de Chardin o René Girard observaron un cierto exceso de maldad en la andadu-

1. La guerra contra G aia que ja m á s ganarem os

de la economía y las finanzas, fue fruto de la avidez y las mentiras de las grandes corporaciones y de las bolsas, en especial las de

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ra de la evolución consciente. Cito unas palabras de Girard, e s t j dioso de la violencia, que pronunció cuando estuvo con nosotros« en Brasil, en 1990, dialogando con los teólogos de la liberación- I

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

«Todo parece indicar que las fuerzas generadoras de la violencia I en este mundo, por misteriosas razones que trato de comprender 1 son, en un detenninado nivel, más poderosas que la armonía y ig unidad. Este es el aspecto siempre presente del pecado original en cuanto que, más allá de cualquier concepción mítica, repre' senta un nombre para referirse a la violencia en la historia».

No hay por qué rechazar este sombrío veredicto. Únicamente el pensamiento de la esperanza contra toda esperanza, de la com­ pasión y de la utopía nos arroja un poco de luz. Aun así, hemos de convivir con la sombra de que todos, hasta’ el último hombre, somos seres con una inmensa capacidad de autodestrucción. Hace años, una investigación realizada en Ale­ mania sobre las guerras en la historia de la humanidad, citada por Michel Serres en su último libro, Guerre mondiale (2008), ofrecía los siguientes datos: desde tres mil años antes de nuestra era hasta el momento actual, 3.800 millones de seres humanos habrían sido asesinados, muchos de ellos en el transcurso de gue­ rras de exterminio total. Solo en el siglo XX, la suma llegó a los doscientos millones de personas. ¿Cómo no preguntarse, honra­ damente, por la naturaleza de ese complejo y contradictorio ser, ángel bueno y satanás terreno, que es el ser humano? Hoy vivimos una situación absolutamente inédita. Nos referi­ mos a la guerra colectiva contra Gaia. Hasta la introducción por Hitler de la guerra total (totaler Krieg), las guerras tenían su ri­ tual: eran guerras entre ejércitos. Luego pasaron a ser guerras en­ tre naciones y entre pueblos: era la guerra de todos contra todos. Hoy se ha radicalizado aún más: es la guerra de todos contra el mundo, contra el planeta Gaia (Bellum omnium contra Terram). Pues eso mismo es lo que está implicado en nuestro paradig- 1 ma civilizacional, que se propuso explotar y apropiarse, mediante la violencia tecnológica, de la totalidad de los bienes y servicios del planeta Tierra, que los andinos, con mucha razón, denomi-

1, La guerra contra G aia que ja m á s ganarem os

an «bondades de la naturaleza». En efecto, atacamos a la Tierra n todos sus frentes: en el suelo, en el subsuelo, en el aire, en •os bosques, en las aguas, en los océanos, en el espacio exterior. .Qué rincón de la Tierra no es objeto de la conquista y la domi­ nación por parte del ser humano? Hay sangre y heridas por todas partes, sangre y heridas de nuestra Madre Tierra, que gime y se retuerce de dolor a causa de los terremotos, los tsunamis, los ciclones, las devastadoras inun­ daciones de Santa Catalina, las ciudades serranas de Río de Ja­ neiro y las terroríficas sequías del Nordeste. Todas ellas son otras tantas señales que la Madre Tierra nos envía. Debemos, pues, interpretarlas y cambiar de conducta. Esta guerra jamás la ganaremos nosotros. Gaia es paciente y goza de una inmensa capacidad de aguante y de resiliencia. ¡Oja­ lá no decida, como hizo con otras muchas especies en el pasado, librarse de la nuestra en las próximas generaciones! No nos basta con el sueño del filósofo alemán Immanuel Kant de la paz perpetua entre todos los pueblos, o el del filósofo ita­ liano Norberto Bobbio de la generalización de la democracia y el respeto de los derechos humanos como los fundamentos de la perpetuidad de nuestra civilización. Hoy tenemos serias dudas sobre la sostenibilidad de tales fundamentos. Lo que sí necesitamos urgentemente es establecer un pacto de paz perenne de todos con la Tierra. Ya la hemos atormentado demasiado. Hoy hemos de sanar sus heridas y cuidar de su salud. Solo así la Tierra y la Humanidad tendremos un destino mínima­ mente garantizado. Necesitamos, además, articular el pacto natural con el pacto social y sentir que somos parte de la naturaleza, sus cuidadores y guardianes. Entonces se habrá hecho realidad uno de los funda­ mentos capaces de soportar un nuevo ensayo civilizador. De lo contrario, estaremos volando a ciegas, sin saber adonde nos dirigimos.

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Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dernocracL

¿Podemos detener el «Titanic ecológico»?

N o s hallamos en pleno centro de una crisis civilizacional sin precedentes en la historia. Todas las grandes crisis civilizacionales conocidas han sido regionales. En la secuencia de la crisis, surgía un nuevo sujeto histórico («los bárbaros») con una vitali­ dad y un proyecto alternativo que permitían que la historia prosi­ guiera con una nueva esperanza. Esta vez es diferente. La crisis parece ser global, estructural y terminal. Global, porque envuelve a todo el globo y no contem­ pla la posibilidad de ninguna reserva «barbárica» capaz de una alternativa global. Estructural, porque no se trata de una crisis coyuntural que, una vez superada, permita que siga funcionando la estructura de la civilización occidental, hoy globalizada. Y ter­ minal, porque esta vez el corazón se ha visto letalmente afectado. Con esta crisis no se acaba el mundo, sino un tipo de mundo so­ cial producto de los últimos siglos. Para resolver los problemas, tanto internos como heredados, este tipo de mundo tendría que negarse a sí mismo. Y eso es algo que no va a hacer. Por eso tiene sentido la severa advertencia de Eric Hobsbawm al concluir La Era de los extremos. El breve si­ glo XXI (Crítica, Buenos Aires 1998): «El mundo corre el peligro de la explosión o la implosión. Tiene que cambiar... a la alterna­ tiva entre el cambio y la oscuridad». Fatalmente, va camino de colisionar con el iceberg que él mismo ha creado. ¿Cuál es ese iceberg? El individualismo, el consumismo y la depredación de la naturaleza, pertenecientes todos ellos a la lógi­ ca del sistema histórico-social, que es por esencia individualista, consumista y depredador.

Es individualista, porque lo que cuenta no es la sociedad, no son los otros. Cada cual busca su propia felicidad: quiere teners» familia, su casa, su esposa, su cuenta corriente, su destino persoal Y no es que sea contradictorio el que cada cual posea tales bienes. Lo contradictorio es poseerlos excluyendo a los demás e incluso las adversas condiciones necesarias para que los demás no los obtengan y, de este modo, no pongan en peligro el lugar social que uno ocupa. Pero resulta que el individuo no existe: eso es una abstracción. Lo que existe es la persona humana, un nudo de relaciones orientadas en todas las direcciones. Es consumista\ la máquina fue proyectada para producir bie­ nes y servicios de forma lineal, creciente e ilimitada, destinados a ser consumidos, y cuantos más, mejor. Si no hay consumo, el ne­ gocio quiebra. Los seres humanos son inducidos a consumir cada vez más y a universalizar el consumo, a ser posible incluyendo a todos en la sociedad consumista. Lo cual resulta más fácil si se crea una cultura del consumo que propicie el que todo se haga de manera inconsciente. El consumo no es solidario, sino individualista. Por eso pro­ duce clamorosas desigualdades e injusticias que atenían contra el sentido de la creación, orientada más por la cooperación que la competición, actualmente hegemónica. Finalmente, es depredador, el consumo ilimitado conduce a la depredación de la naturaleza, con funestas consecuencias para su reproducción. Por término medio, en el proceso normal de la evolución desaparecen 300 especies de seres vivos al año. Pero actualmente, debido a la voracidad consumista, desaparecen cer­ ca de cien mil especies, según los datos del gran biólogo nortea­ mericano Edward O. Wilson. Lo cual equivale a una auténtica devastación ecológica. Casi todos los bienes y servicios no renovables resultan cada vez más escasos. Algunos de ellos representan límites insupera­ bles para el sistema, como es el caso del agua potable. Tan solo un 3% del agua es potable, y de ella únicamente el 7% es accesible al ser humano (en un 70% para la agricultura, en un 20% para la industria, y el resto para calmar la sed de hombres y de animales).

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En los distintos fomms internacionales organizados por ]a ONU se ha advertido sobre el hecho de que en los próximos años se librarán guerras devastadoras entre regiones para garantizar el acceso al agua potable, sin la que resulta imposible la vida. A lo cual hay que añadir la drástica reducción, en los próximos 30-40 años, de la energía fósil (petróleo), que es la sangre que fluye por las venas de la maquinaria industrialista mundial. Dependemos de fuentes energéticas renovables alternativas (solar, eóliea, ma­ rina y biocombustible), todavía insuficientemente desarrolladas, para atender a las necesidades globales. ¿Existen soluciones para una crisis de tales proporciones? Por supuesto que sí, a condición de que pongamos en marcha urgen­ temente un nuevo modelo de consumo responsable y solidario y de sobriedad compartida por todos, en el amplio marco de una relación de cooperación que respete la naturaleza. La distorsión filosófica que subyace a nuestra civilización consiste en que esta se ha construido sobre la parafernalia de los medios técnicos para producir poder y riqueza, y no sobre los fi­ nes que dan sentido a nuestra aventura planetaria. Tal distorsión, por una parte, ha desorbitado la razón instrumental analítica, base de la dominación sistemática de la naturaleza, del colonialismo y del imperialismo. Y, por otra, ha marginado la inteligencia cor­ dial, base de la ética, de la espiritualidad y de la felicidad, que plantean la cuestión de los valores y los fines últimos de los seres humanos. La primera representa la modernidad técnico-científi­ ca imperante. La segunda, la modernidad ético-espiritual, que ha sido relegada y marginada. La salvación radicaría en rescatar lo que hemos dejado atrás, refundando una civilización que ponga en el centro la comunidad de vida y, en razón de ella, reinvente la economía, la política y las formas de participación social. Pero ¿es eso lo que quieren los señores del poder y de los negocios? En realidad, estos, con su arrogancia, siguen consumiendo a destajo, depredando el patrimonio natural común, más preocu­ pados por obtener ventajosos beneficios que por garantizar las condiciones necesarias para que el Planeta siga siendo habitable.

¿Podemos detener este Titanic que se encamina hacia la fa­ tal colisión? Sí y no. Sí, si introducimos los cambios necesarios, sobre la base de una afortunada combinación de la inteligencia intelectual y la inteligencia cordial. No, si nos empeñamos en seguir el actual rumbo, totalmente irracional, que nos conduce a un escenario absolutamente dramático. Pero existen las fuerzas que han construido el universo y a nosotros mismos y que son más fuertes que la capacidad destruc­ tiva del ser humano. A ellas debemos abrimos, y en especial a esa Energía de fondo, insondable y misteriosa, carente de márgenes e infinita y que constituye la más apropiada metáfora de Dios o de la presencia del Espíritu Creador.

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¿Final de una era, una nueva civilización o fin del mundo?

personalidades de gran prestigio que han alzado su voz para advertimos de que nos encontramos ya en plena Tercera Guerra Mundial. La más autorizada de dichas voces tal vez sea la del papa Francisco, que el 13 de septiembre de 2014, visitando un cementerio de soldados italianos muertos en Eslovenia, dijo: «Puede que haya comenzado la Tercera Guerra Mundial, librada poco a poco a base de crímenes, masacres y destrucción». El 19 de diciembre del mismo año, a sus 93 años de edad, el antiguo canciller alemán Helmut Schmidt nos advirtió acerca de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial a causa de una Ucrania que se disputan Rusia y las potencias occidentales. Y culpaba de ello a la arrogancia y a los militares burócratas de la Unión Europea, sometidos a las políticas belicosas de los Estados Unidos. George W. Bush convocó a todos a librar una guerra contra el terror, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, contra las Torres Gemelas, una «World War III». Por su parte, Eliot Cohén, conocido director del Centro de Estudios Estratégicos de la John Hopkins University, corrobora lo dicho por Bush, al igual que Michael Leeden, historiador, filósofo neoconservador y antiguo consultor del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Uni­ dos, el cual prefiere hablar de la Cuarta Guerra Mundial, pues entiende que la Tercera Guerra Mundial ya ha tenido lugar con la «Guerra Fría» y sus guerras regionales.

Tercera p arte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracu

ay

Recientemente (22 de diciembre de 2014), el también cono­ cido sociólogo y analista de la situación mundial Boaventura de Souza Santos escribió un documentado artículo sobre la Tercera Guerra Mundial (Boletim Carta Maior de 22/12/2014). Y en la m isma línea, Noam Chomsky, el más contundente crítico nor­ team ericano de la política exterior imperialista, advirtió sobre el grave riesgo de desaparición de nuestra especie, bien sea a causa de una guerra nuclear, bien como consecuencia de la crisis eco­

1) El superimperio, formado por los Estados Unidos y sus aliados, cuya fuerza reside en su capacidad de destruir a la hu­ manidad entera y que ahora mismo se encuentra en decadencia, debido a la crisis sistèmica del orden capitalista. Se rige por la ideología del Pentágono de la full spectrum dominance (domina­ ción del espectro total) en todos los campos: militar, ideológico, político, económico y cultural. Pero últimamente ha sido supera­ do económicamente por China y experimenta dificultades para someter a todos a la lógica imperialista. 2) El superconflicto: con la progresiva decadencia del impe­ rio, se produce una balcanización del mundo, como se constata actualmente en los conflictos regionales del Norte de Africa, de Oriente Medio, de África y de Ucrania. Tales conflictos pueden experimentar un crescendo, con la utilización de armas de des­ trucción masiva (véase Siria o Irak) y, posteriormente, de pequeftas armas nucleares (de las que existen hoy millares, del tamaño de un maletín de ejecutivo), dotadas de un reducido poder de des­ trucción, pero que dejan inhabitables durante muchos años regio-

; F in a l de una era, una nueva civilización o fin d el m undo?

lógica global izada. Y otras voces no menos autorizadas se hacen oír aquí y allá. Resulta convincente el análisis -yo diría que «profètico», pues está haciéndose realidad tal como él previo- de Jacques Attali en su célebre libro Breve historia del futuro, Paidós Ibé­ rica, Barcelona 2007. Attali fue asesor de François Mitterrand y preside actualmente la Comisión de los «frenos al crecimiento», donde trabaja con un equipo multidisciplinar de reconocido pres­ tigio. Attali prevé tres escenarios:

nes enteras, debido a la radioactividad. Puede llegarse a un punto con la utilización generalizada de este tipo de armas nucleares' químicas y biológicas, en que la humanidad caiga en la cuenta de que es capaz de auto-destruirse.

3) La superdemocracia. Para no destruirse a sí misma y u gran parte de la biosfera, la humanidad elabora un contrato so­ cial de alcance mundial, con instancias plurales de gobernabiIidad planetaria. Con unos bienes y servicios naturales escasos debemos garantizar la supervivencia de la especie humana y de toda la comunidad de vida igualmente creada y mantenida por la Tierra-Gaia. Si tal fase no tiene lugar, podrá producirse el final de la es­ pecie humana y de una gran parte de la biosfera. Y todo ello por culpa de nuestro paradigma civilizador racionalista. Todo esto lo ha expresado perfectamente, hace bien poco, el economista y humanista Luiz Gonzaga Beluzzo:

Tercera parte: La ecología y las nuevas

«El sueño occidental de construir el hábitat humano exclusiva­ mente a base de la razón, repudiando la tradición y rechazando toda transparencia, ha llegado a un callejón sin salida. La razón occidental no consigue realizar concomitantemente los valores de los derechos humanos universales, las ambiciones del pro­ greso de la técnica y las promesas de bienestar para todos y cada uno» (Carta Capital, 21 de diciembre de 2014). En su irracionalidad, este tipo de razón construye los medios para ponerse fin a sí misma. El proceso evolutivo deberá esperar, posiblemente, miles o millones de años hasta que surja un ser lo bastante complejo capaz de soportar el espíritu, que primero está en el universo, y solo después en nosotros. Pero puede también irrumpir una nueva era que conjugue la razón sensible (del amor y del cuidado) con la razón instrumen­ tal-analítica (la tecnociencia). Emergerá entonces, finalmente, lo que Teilhard de Chardin, todavía en China en 1933, denominaba la noosfera: las mentes y los corazones unidos en la solidaridad, el amor y el cuidado de la Casa Común, la Tierra.

Escribía el ya citado Attali: «Deseo creer, finalmente, que el horror del futuro arriba predicho contribuirá a hacerlo imposible;

entonces se diseñará la promesa de una Tierra hospitalaria para c0n todos los viajantes de la vida» {Breve historia delfuturo, Pai­ ros Ibérica, Barcelona 2007). Y al final nos lanza a los brasileños este desafío: «Si hay un país que se asemeja a aquello en lo que podría convertirse el inundo, para bien y para mal, ese país es Brasil» (ibid..).

¿Cuándo comenzó nuestro error?

sentimos la urgencia de establecer una paz perenne con la Tierra, con la que llevamos siglos en guerra. Nos enfrentamos a ella de mil maneras, intentando dominar sus fuerzas y aprove­ char al máximo sus bienes y servicios. Hemos logrado algunas victorias, pero a un precio tan elevado que actualmente la Tierra parece volverse contra nosotros. Y no tenemos ninguna posibili­ dad de ganarla. Al contrario: los indicios nos dicen que debemos cambiar, porque, de lo contrario, ella podrá seguir recibiendo la benéfica luz del sol, pero sin nuestra presencia. Es hora de que hagamos un balance y nos preguntemos: ¿cuándo comenzó nuestro error? La mayoría de los analistas di­ cen que todo comenzó hace cerca de diez mil años, con la revolu­ ción del neolítico, cuando los seres humanos se volvieron seden­ tarios, proyectaron aldeas y ciudades, inventaron la agricultura y comenzaron a regar la tierra y a domesticar a los animales. Ello les permitió salir de la situación de auténtica penuria de tener que garantizar, día tras día, su necesaria alimentación por medio de la caza y la recolección de frutos. Con la nueva forma de producción se creó el almacenamiento de alimentos, que sir­ vió de base para formar ejércitos, librar guerras y crear imperios, pero se desarticuló la relación de equilibrio entre la naturaleza y el ser humano. Comenzó el proceso de conquista del planeta, que ha culminado en nuestros tiempos con la tecnificación y artificialización de prácticamente todas nuestras relaciones con el medio ambiente.

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

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y 0 pienso, sin embargo, que ese proceso comenzó mucho an. en el seno mismo de la antropogénesis. Desde sus albores, ficabe distinguir tres etapas en la relación del ser humano con la naturaleza. La primera etapa fue la de la interacción. El ser humano tnteractuaba con su medio sin interferir en él, aprovechando todo cuanto él le ofrecía generosamente. Prevalecía un gran equilibrio entre ambos. La segunda etapa fue la de la intervención. Corresponde a la época en que hizo su aparición, hace cerca de 2,4 millones de años, el homo habilis. Este nuestro ancestro comenzó a interve­ nir en la naturaleza al hacer uso de instrumentos rudimentarios, como un palo o una piedra, para mejor defenderse y apoderarse de las cosas de su entorno, iniciándose así la ruptura del equili­ brio original. El ser humano intenta sobreponerse a la naturaleza. La tercera etapa es la de la agresión y coincide con la revolu­ ción del neolítico a la que nos referíamos más arriba. Aquí se abre un camino de alta aceleración en la conquista de la naturaleza, de formación de pueblos, dando origen a grandes conglomerados humanos y a verdaderos imperios. Después de la revolución del neolítico se han ido sucediendo las diversas revoluciones: la industrial, la nuclear, la biotecnológica, la de la informática, la de la automatización y la de la nanotecnología. Se han ido sofisticando cada vez más los instru­ mentos de agresión, hasta penetrar en las partículas subatómicas (topquarks, hadrones) y en el código genético de los seres vivos (ADN). En todo este proceso ha tenido lugar un profundo desplaza­ miento en la relación. De estar inserto en la naturaleza como par­ te de ella, el ser humano se ha transformado en un ser fuera y por encima de la naturaleza, cuyo propósito es dominarla y -en expresión de Francis Bacon, que fue quien formuló el método científico- tratarla como el inquisidor trata a su inquirido: tortu­ rándolo hasta que entregue todos sus secretos. Este es el método ampliamente imperante en las universidades y en los laboratorios todavía en nuestros días.

,•C uándo com enzó nuestro error?

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Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

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Sin embargo, la Tierra es un planeta pequeño, viejo y CQ recursos limitados. Por sí sola, no consigue ya autorregularse pj estrés puede generalizarse y adoptar formas catastróficas. En el peor de los casos, puede producirse un colapso del sistema-vida y del sistema-Tierra, dado que su equilibrio es extremadamente sutil y frágil. Hemos de reconocer nuestro error, consistente en habernos apartado y exiliado de ella, olvidando que somos Tierra, que esta es el único hogar que poseemos y que nuestra misión es cuidar de ella. Y debemos hacerlo, ciertamente, con la tecnología que he­ mos desarrollado gracias a la inteligencia analítica y técnica, pero asimilada dentro de un paradigma de sinergia y de benevolencia fundada en la inteligencia cordial y sensible. Sin este feliz despo­ sorio entre ambos tipos de inteligencia, a los que yo añadiría tam­ bién la inteligencia espiritual, difícilmente estableceremos una ecuación de equilibrio que haga realidad la hermosa definición que la Carta de la Tierra hace de la paz: «la plenitud gestada por unas relaciones apropiadas con uno mismo, con otras personas, otras culturas y otras vidas, con la Tierra y con el Todo del que formamos parte» (n. 16 f).

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La Tierra: sujeto de dignidad y de derechos

tema central de la Cumbre de los Pueblos sobre el cambio climático, reunida en Cochabamba entre el 19 y el 23 de abril de 2010, convocada por el Presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, es el de la subjetividad de la Tierra, de su dignidad y sus derechos. El tema es relativamente nuevo, porque «dignidad» y «dere­ chos» eran algo reservado exclusivamente a los seres humanos, portadores de conciencia y de inteligencia. Y todavía predomina una visión antropocéntrica, como si fuéramos nosotros los úni­ cos portadores de dignidad, olvidando que formamos parte de un todo mayor. Como dicen algunos renombrados cosmólogos, si el espíritu está en nosotros, es señal de que antes estaba en el universo del que somos fruto y del que formamos parte. Existe una tradición sumamente ancestral que siempre ha vis­ to en la Tierra a la Gran Madre que nos genera y nos proporciona todo cuanto necesitamos para vivir. Las ciencias de la Tierra y de la vida han confirmado esta visión. La Tierra es un superorganismo vivo, Gaia, que se autorregula para ser siempre capaz de mantener la vida en ella. La propia biosfera es un producto biológico, pues tiene su origen en la sinergia de los organismos vivos con todos los de­ más elementos de la Tierra y del cosmos, los cuales han creado el hábitat apropiado para la vida, la biosfera. Por tanto, no solo hay vida sobre la Tierra, sino que la Tierra misma esta viva y, como tal, posee un valor intrínseco y debe ser respetada y cui­ dada como cualquier ser vivo. Este es uno de los atributos de su n

5. La Tierra: sujeto de d ig n id a d y de derechos

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dignidad y la base real de su derecho a existir y a ser respetada como los demás seres. Los astronautas nos dejaron este legado: vista la Tierra desde fuera, ella y la Humanidad forman una única entidad, por lo qUe no pueden ser separadas. La Tierra es un momento de la evolución del cosmos, la vida es un momento de la evolución de la Tierra y la vida humana es un momento de la evolución de la vida. Por eso podemos decir con toda razón que el ser humano es esa porción de la Tierra en la que esta comenzó a tener conciencia, a sentir, a pen­ sar y a amar. Somos la parte consciente e inteligente de la Tierra. Si los seres humanos poseen dignidad y derechos, como afir­ man unánimemente los pueblos, y si la Tierra y los seres huma­ nos constituyen una unidad indivisible, entonces podemos decir que la Tierra participa de la dignidad y los derechos de los seres humanos. Por eso no puede ser objeto de una sistemática agresión, ex­ plotación y depredación por parte de un proyecto de civilización que únicamente la ve como algo falto de inteligencia, por lo cual la trata sin ningún respeto, negándole todo valor autónomo e in­ trínseco en aras de la acumulación de bienes materiales. Es una ofensa a su dignidad y una violación de su derecho a poder permanecer íntegra, limpia y con capacidad de producción y de regeneración. Por eso está debatiéndose en la ONU el pro­ yecto de un Tribunal de la Tierra que castigue a quien viole su dignidad, extermine sus bosques, contamine sus océanos y des­ truya sus ecosistemas, vitales todos ellos para el mantenimiento de sus diversos climas y de la vida. Existe, finalmente, un último argumento derivado de una vi­ sión cuántica de la realidad, la cual -siguiendo a Einstein, Bohr y Ileisenberg- constata que todo, en el fondo, es energía en dis­ tintos grados de densidad. La propia materia es energía altamente interactiva. La materia, desde los hadrones y los topquarks, no posee únicamente masa y energía; todos los seres son portadores también de información. El juego de las relaciones de todos con todos hace que to­ dos se modifiquen y conserven las informaciones de tal relación.

'I'odo ser se relaciona a su manera con los demás seres, de tal forma que puede hablarse de distintos niveles de subjetividad y de historia. La Tierra, en su ya dilatada historia de 4.300 millo­ nes de años, conserva esta memoria ancestral de su trayectoria evolutiva. Posee subjetividad e historia, lógicamente distintas de la subjetividad y la historia humanas. Pero la diferencia no es de principio (todos los seres están conectados), sino de grado (cada uno lo está a su manera). He ahí una razón más para entender, con los datos de la cien­ cia cosmológica más avanzada, que la Tierra posee su dignidad y es, por tanto, portadora de derechos, a lo cual corresponde, por nuestra parte, el deber de cuidarla, amarla y mantenerla saluda­ ble, con el fin de que pueda seguir generando y ofreciéndonos los bienes y servicios que nos presta. Comienza ahora el tiempo de una biocivilización en la que la Tierra y la Humanidad, dignas y dotadas de derechos, reconocen su recíproca pertenencia, con un origen y un destino comunes.

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La C arta d e la T ierra : promesa de una Tierra feliz

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

E n 1992, con ocasión de la Cumbre de la Tierra celebrada

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Río de Janeiro, se propuso un texto, la Carta de la Tierra, q debía servir como base teórica de la Agenda 31. Por diversas razones, el texto no fue aceptado. Insatisfechos, los organizadores de la Cumbre -en especial Maurice Strong, de la ONU, y Mijaíl Gorbachov, director de la Cruz Verde Internacional- propusieron que se creara un movimiento mundial en orden a la formulación de una Carta de la Tierra nacida de la base, no de las burocracias de los diversos Ministerios del Medio Ambiente. La Carta debería recoger lo que la Humanidad desea para su Casa Común, la Tierra. Y, efectivamente, durante ocho años se celebraron reuniones que implicaron a 46 países y a más de cien mil personas, hasta que a comienzos de marzo del año 2000 fue aprobado en el ámbito de la Unesco, en París, el texto definitivo de la Carta de la Tierra. Se trata de uno de los textos que recogen lo mejor que el dis­ curso ecológico ha producido en el horizonte del nuevo paradigma, nacido de las ciencias de la vida y de la Tierra. Todo está estruc­ turado en tomo a cuatro principios fundamentales: -1) respetar y cuidar la comunidad de vida; 2) integridad ecológica; 3) justicia social y económica; 4) democracia, no violencia y paz- detallados en dieciséis propuestas de apoyo. El sueño colectivo que propone no es el del «desarrollo sostenible», fruto de la economía política dominante, sino el de «un modo de vida sostenible», fruto del cuidado de la vida y de la Tierra. Este sueño supone entender «la humanidad como parte de

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«El destino común nos convoca, como no lo ha hecho nun­ ca anteriormente a lo largo de la historia, a buscai un nuevo comienzo... Ello exige un cambio en la mente y en el corazón. Exige un nuevo sentido de interdependencia global y de respon­ sabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar con imagina­ ción la visión de un modo sostenible de vida en los niveles local, nacional, regional y global» (El camino a seguir). Conviene subrayar dos puntos: cambio en la mente y cambio en el corazón. El cambio en la mente supone un nuevo modo de mirar la Tierra, no ya como algo inerte y sin propósito, como un baúl lle­ no de recursos a ser utilizados por el ser humano, sino tal como la veían los antiguos y como han comprobado científicamen­ te los modernos: Gaia, Magna Mater y Pacha Mama, la Tierra es un super-Ente vivo y se comporta como un superorganismo que equilibra todos los elementos fundamentales para la vida, de forma que siempre produce y reproduce vida en su inmensa diversidad.

>. La C a r ta d e la Tierra.- prom esa de una Tierra filis

vasto movimiento en evolución», y «la Tierra como nuestro ^ r y como algo vivo»; implica, además, «vivir el espíritu de ^rentesco con toda la vida», «el misterio de la existencia con re^rencia, el don de la vida con gratitud, y nuestro lugar en la natuV¡ileza con humildad»; propone una ética del cuidado que utilice ^cionalmente los bienes escasos, para no causar daño al capital natural ni a las generaciones futuras, que también tienen derecho a un Planeta sostenible y con calidad de vida. Si es aprobada por la ONU, la Carta de la Tierra será agrega­ da a la Declaración de Derechos Humanos. De este modo, tendre­ mos una visión holística de la Tierra y de la Humanidad como un todo orgánico, sujeto de dignidad y de derechos y con un mismo futuro común. La parte final, al referirse al modo en que deberíamos pro­ seguir nuestra trayectoria, hace una propuesta revolucionaria, capaz de modificar nuestra relación con la Tierra y con nuestro propio futuro. En este sentido, dice:

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Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s ele dem ocracia

Edward O. Wilson, el conocido biólogo, nos asegura que «e ■ un solo gramo de Tierra, es decir, menos de un puñado, viven cer ca de 10.000 millones de bacterias, pertenecientes a unas 6.000 especies diferentes» (La creación: salvemos ¡a vida en la tierra Katz Editores, Madrid 2007), lo cual viene a comprobar que la Tierra está realmente viva. Asumir esta nueva mentalidad nos lleva a respetar y amar a la Tierra, pues verdaderamente es nuestra Madre.

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El cambio en el corazón implica ir más allá de la inteligencia intelectual, científico-técnica, siempre necesaria para la supervi­ vencia de la vida. Necesitamos rescatar la inteligencia cordial y sensible y amalgamarla con la inteligencia intelectual. Sin esa inteligencia cordial, mucho más ancestral que la otra, no seremos capaces de ser sensibles a las dolencias y llagas que afectan a la Madre Tierra. Es en la inteligencia cordial donde tienen su lugar los grandes sueños, la capacidad de amar y de comprometerse con los demás y, en nuestro caso, con la salvaguarda de la vida y de Gaia. No basta con una nueva forma de mirar, que puede ser un tanto fría. Necesitamos al calor y el entusiasmo del corazón para buscar otras formas de producir, distribuir y consumir atendiendo a nosotros mismos y a toda la comunidad de vida. Con las nupcias de estas dos inteligencias, reforzadas por la inteligencia espiritual, igualmente perteneciente a nuestra natura­ leza, habremos definido la dirección acertada, no ya rumbo a un desarrollo/crecimiento sostenible, sino a un modo sostenible de vida en todos los niveles en que esta se realiza. La Carta de la Tierra es una brújula infalible que apunta hacia una Tierra que podrá ser el hogar de nuestra identidad, Casa Co­ mún en la que todos puedan caber, incluida la naturaleza entera.

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¿A quién pertenece la Tierra?

T anto en Brasil como en otros países es objeto de un encen­ dido debate el tema de la intemacionalización de la Amazonia; es decir, ¿a quién pertenece esta riquísima porción del planeta Tierra? Una pregunta que, en mi opinión, remite a otra aún más fundamental: ¿a quién pertenece la Tierra? Son muchas las respuestas posibles, unas verdaderas, otras insuficientes o incluso falsas. Con una cierta naturalidad, podría­ mos responder que la Tierra se pertenece a sí misma, porque, como un super-Ente vivo, posee un valor intrínseco y tiene un propósito y una historia de más de cuatro mil millones de años. Es como si preguntáramos: ¿a quién pertenecen las estre­ llas, el sol y los planetas? Pertenecen a sí mismos. Aquí no vale el argumento de la posesión, tan típico de la cultura capitalista, que pretende apropiarse de todo y poner precio a todas las cosas. ¿Cuánto cuesta una puesta de sol? ¿Cuánto vale un arco iris? Tales preguntas son absurdas. La pregunta correcta es: ¿quié­ nes son los encargados de cuidar de la Tierra? Es verdad que ella se cuida a sí misma, pues tiene sus propios dinamismos de repro­ ducción, regeneración y autosustentación. Pero no por ello deja de tener sentido preguntar: ¿a quién compete, por vocación, el cuidado y la protección de esta sagrada herencia que hemos reci­ bido del universo y de la generosidad del propio Dios? Las Escrituras judeocristianas son muy claras cuando dicen que Adán y Eva (nuestros ancestros simbólicos) fueron puestos en el jardín del Edén para cuidarlo y protegerlo (Gn 2,15). En otras palabras: cuidar implica impedir maldades contra la Tierra, sanar eventuales heridas e impedir otras futuras. En térmi-

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

nos modernos, proteger significa garantizar la sostenibilidad de todo cuanto existe en el Paraíso. Conferir sostenibilidad consiste en permitir que todos los seres permanezcan en la existencia y reúnan todas las condiciones físico-químicas y ecológicas para reproducirse. En cambio, si pensamos en el sentido del uso racional, come­ dido y respetuoso de los bienes y servicios de la Tierra en función de la manutención y la mejora de la vida, entonces podemos decir que la Tierra pertenece a los humanos, aunque no como propie­ dad exclusiva y particular, pues la Tierra no nos ha producido únicamente a nosotros, los seres humanos, sino que ha producido toda la comunidad de vida, todos los demás seres, los quintillones de quintillones de micro-organismos que se ocultan bajo el suelo y en los mares. La Tierra les pertenece también a ellos en asociación con no­ sotros. Pero conviene subrayar que no fueron ellos los que reci­ bieron el mandato de cuidar y guardar la Tierra, sino únicamente nosotros, los seres humanos, portadores de conciencia, de inteli­ gencia, de amor y de cuidado. Cabe repetir aquí las palabras del Génesis: «Os lo doy todo... propagaos por la Tierra y dominadla» (Gn 9,3.7). Observemos que en hebreo, la lengua en que fue escrito el Génesis, «domi­ nar» no tiene el sentido moderno de tener poder sobre el otro y someterlo. Bíblicamente, «dominar» es administrar con cuidado, racionalidad y responsabilidad una herencia recibida. Todo lo contrario, por tanto, de nuestro espíritu dominador actual. Curiosamente, la bioantropología nos informa de que los hu­ manos irrumpieron en la escena de la evolución cuando la Tierra estaba concluida en un 99,98%. Ellos no asistieron al nacimiento de la Tierra, ni esta tuvo necesidad de ellos para organizar su complejidad y biodiversidad. ¿Cómo, entonces, va a pertenecerles? Unicamente la ignorancia, unida a la arrogancia, les hace pretender que poseen la Tierra como lo pretende la cultura pose­ siva del capital. Si quisiéramos mantener la expresión «pertenecer», anterior­ mente criticada, podríamos afirmar que la Tierra pertenece a los

7. ¿A quién pertenece la Tierra?

^ e r e s que la habitan en mayor número, con lo cual pertenecería los micro-organismos -bacterias, hongos, virus...-, que consti| tuyen el 95% de todos los seres vivos. Como ya hemos indicajo. según el prestigioso biólogo Edward O. Wilson, un gramo de tierra contiene cerca de 10.000 millones de bacterias de 6.000 especies diferentes. Imaginemos los quintillones de quintillones Je micro-organismos que habitan la totalidad del suelo terrestre. Todos ellos tienen más derecho que nosotros a poseer la Tierra, ya sea por su ancestralidad, ya sea por su número, ya sea por su función de garantizar la vitalidad del planeta. O puede que la Tierra pertenezca a la totalidad de los ecosis­ temas que sirven a la comunidad de vida regulando los climas y la composición físico-química del planeta. Esta respuesta es bue­ na, pero insuficiente, porque olvida las relaciones que la Tierra mantiene con las energías y los elementos del universo. De este modo, la Tierra, además de pertenecerse a sí misma, pertenece al sistema solar, el cual, a su vez, pertenece a nuestra galaxia, la Vía Láctea, que, en definitiva, pertenece al cosmos. La Tierra es un momento de un proceso evolutivo de 13.700 millo­ nes de años. Pero esta respuesta no nos satisface, porque remite a una pre­ gunta ulterior: ¿a quién pertenece el cosmos? El cosmos se perte­ nece a sí mismo. Pero, en cuanto a su origen, pertenece a la Ener­ gía de Fondo, al Vacío Cuántico, al Abismo Alimentador de todos los seres, a la Fuente Originaria de Todo. Esta es la respuesta que suelen dar los astrofísicos y los cosmólogos. Y es correcta, pero no es todavía la última. Cabe una última pregunta: ¿a quién pertenece la Energía de Fondo del universo? Alguno podría simplemente responder que no pertenece a nadie, porque se pertenece a sí misma. Es de ella de donde emergen continuamente los seres. Esta respuesta, sin embargo, remite todavía a una pregunta definitiva que únicamente puede responder la teología: simple­ mente, pertenece a Dios, su creador, sustentador y gran atractor. Cambiando ahora de registro y yendo a nuestra cotidiana y brutal realidad de los negocios, ¿a quién pertenece la Tierra? En

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

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realidad, ha sido objeto de una apropiación indebida y ha acabado perteneciendo a quienes detentan el poder, a quienes controlan los mercados, a quienes venden y compran su suelo, sus bienes y servicios (agua, genes, semillas, órganos humanos, personas convertidas también en mercancía...). Todos ellos pretenden ser los dueños de la Tierra y disponen de ella a su antojo. Pero son unos dueños ridículos, pues olvidan que no son due­ ños de sí mismos ni de su vida ni de su muerte. ¿Pueden ellos acaso, en el lenguaje del cacique Seattle, comprar o vender la refrescante brisa? ¿Pueden disponer de la belleza de las montañas y del encanto de las flores? ¿Pueden pagar la sonrisa de un niño? Todas estas preguntas revelan cuán absurdo es el tema de la pertenencia y la posesión de la Tierra. Lo mejor y lo más gratuito que hay en ella es algo de lo que nadie puede apropiarse, porque todo es ofrecido generosamente y sin precio alguno. Todo tiene valor, pero no tiene precio. En definitiva, ¿a quién pertenece la Tierra? Me quedo con la respuesta más sensata y satisfactoria de las religiones, perfecta­ mente representadas por la judeocristiana, en la que Dios afirma: «Mía es la Tierra y cuanto contiene, y vosotros sois mis hués­ pedes e inquilinos» (Levítico 25,23). Solo Dios es Señor de la Tierra y a nadie cedió escritura alguna de propiedad. Nosotros somos huéspedes temporales y simples cuidadores, encargados de la misión de hacer de la Tierra lo que un día fue: el Jardín del Edén, no el matadero en que la convertimos con nuestra falta de cuidado y de responsabilidad.

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J ja crisis económico-financiera que ha venido afligiendo a una gran parte de las economías mundiales a partir de 2008 ha hecho posible que muchos ricos siguieran siendo tan ricos como nunca en la historia del capitalismo, lógicamente a costa de la desgracia de países enteros, como Grecia, España, Portugal y otros. Ladislao Dowbor (http://dowbor.org), renombrado profesor de Economía en la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo y con una amplia experiencia internacional, resumió un estudio del famoso Instituto Federal Suizo de Investigación Tecnológica (ETH) que goza de tanta credibilidad como las investigaciones del MIT de Harvard. En dicho estudio se muestra cómo funciona la red del poder corporativo mundial, constituida por 737 acto­ res principales que controlan básicamente los flujos financieros del mundo, en particular los relacionados con los grandes bancos y otras inmensas corporaciones multinacionales. Según ellos, la actual crisis constituye una incomparable oportunidad de hacer realidad el mayor sueño del capital: acumular cada vez más y de manera concentrada. El capitalismo ha hecho realidad ahora su sueño, posiblemen­ te el último de su ya dilatada historia. Ha tocado techo. Pero ¿qué hay al otro lado del techo? Nadie lo sabe. Sin embargo, podemos imaginar que la respuesta no nos vendrá dada por otros modelos de producción y consumo, sino por la propia Madre Tierra, por Gaia, la cual, agotada, ya no puede soportar un sueño infinito. La Tierra está dando claros indicios anticipatorios que, en opi­ nión del premio Nobel de Medicina Christian de Duve (Polvo vital.

8. S i conociéramos los sueños de los blancos...

Si conociéramos los sueños de los blancos...

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Bogotá 1999), se asemejan a los que antecedieron a las arana.!! catástrofes ya acaecidas en la larga historia de la Tierra (3.800 • llones de años). Hemos, pues, de estar atentos, porque los aconte! cimientos extremos a los que ya hemos asistido apuntan a posibles catástrofes ecológico-sociales todavía en nuestra generación. Lo peor de todo ello es que ni los políticos ni una gran parta de la comunidad científica y de la propia población son cons­ cientes de esta peligrosa realidad, que es tergiversada u ocultada porque resulta demasiado antisistémica y nos obligaría a cambiar' cosa que muy pocos desean. Pero ese cambio es impostergable, porque corremos el peli­ gro de llegar tarde, y es posible que nos aguarde un destino seme­ jante al padecido por los dinosaurios, los cuales, después de vivir durante más de cien millones de años en la Tierra, y debido al impacto de un gigantesco meteorito en el Caribe hace 65 millones de años, desparecieron por completo en muy poco tiempo. Necesitamos un sueño mayor que galvanice a la gente para salvar la vida en el Planeta y garantizar el futuro de la especie humana. Mueren las ideologías. Envejecen las filosofías. Pero los grandes sueños permanecen, y son ellos los que nos guían a tra­ vés de nuevas visiones y nos estimulan a gestar nuevas relaciones sociales, con la naturaleza y con la Madre Tierra. Ahora entendemos lo apropiado de las palabras del cacique piel roja Seattle al gobernador Stevens, del estado de Washing­ ton, cuando este, en 1856, obligó a los indígenas a vender sus tierras a los colonizadores europeos. El cacique no entendía por qué se pretendía comprar la tierra. ¿Se puede comprar o vender la brisa, el verdor de las plantas, la limpidez del agua cristalina y el esplendor de los paisajes? Para él, todo ello era tierra, y no solo como medio de producción. En este contexto se refleja que los pieles rojas comprenderían por qué en la civilización de los blancos «se conocieran los sueños del hombre blanco, se supiera cuáles eran las experiencias que este transmitía a sus hijos e hijas en las largas noches de invierno, y cua­ les eran las visiones de futuro que ofrecía para el día de mañana».

8. S i conociéramos los sueños de los blancos...

•Cuál es el sueño dominante de nuestro paradigma civilizai r que hizo del mercado y la mercancía el eje estructurador de oda la vida soc>al? Ese no es otro clue Poses‘ón de bienes ma­ teriales* la mayor acumulación financiera posible y el más intenso disfrute que podamos obtener de todo cuanto la naturaleza y la cultura pueden ofrecemos hasta la saciedad. Es el triunfo del ma­ terialismo refinado, que coopta incluso lo espiritual, convertido en mercancía gracias a la engañosa literatura de la auto-ayuda, con sus mil formas de ser felices, construida con retazos de psi­ cología, de nueva cosmología, de religión oriental, de mensajes cristianos y de esoterismo. Es puro engaño destinado a crear la ilusión de una fácil felicidad. Aun así, por todas partes surgen grupos portadores de nuevas formas de reverenciar la Tierra que inauguran comportamientos alternativos, elaboran nuevos sueños de un acuerdo amistoso con la naturaleza y creen que el actual caos no solo es caótico, sino que es además generador de un nuevo paradigma de civilización que yo denominaría «civilización de re-ligación», en sintonía con la ley más fundamental de la vida y del universo, que no es otra que la panrelacionalidad, la sinergia y la complementariedad. Llegados a este punto, habremos hecho que irrumpa un nuevo paradigma de civilización que muestra una nueva forma de habi­ tar la Tierra, una nueva relación con la naturaleza y la creación de otras formas más benevolentes de producción y de una más equitativa distribución de todo cuanto la Tierra nos da y el trabajo humano ha forjado. Queremos ahora presentar, muy sintéticamente, algunas ca­ racterísticas de lo que podría ser el nuevo paradigma que está haciendo ya su aparición en muchas partes del mundo. Dicho paradigma fue formulado hace ya casi un siglo, ofre­ ciendo una lectura unificada del universo, de la historia y de la vida. Nos atrevemos a presentar algunos aspectos del pensamien­ to que lo caracteriza:

1) Totalidad/diversidad-, el universo, el sistema-Tierra y el fenómeno humano están en plena evolución y son totalidades orgánicas y dinámicas construidas por las redes de interconexio129

nes de las múltiples diversidades de energía y de materia j Ur^ con el análisis que disocia, simplifica y generaliza, propio dei paradigma de la modernidad, es menester la síntesis que nos permita hacer justicia a dicha totalidad. Es el holismo, no como suma, sino como la totalidad de las diversidades orgánicament interrelacionadas. 2) Interdependencia / re-ligación / autonomía relativa: todos los seres están integrados, porque unos precisan de otros para existir y evolucionar conjuntamente. Debido a esta interconexión hay una solidaridad cósmica de base que impone límites a la se­ lección natural. Pero cada uno goza de una autonomía relativa y posee sentido y valor en sí mismo.

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

3) Relación/campos de fuerza', todos los seres se encuentran envueltos en una red de relaciones. Fuera de la relación no existe nada. Junto con los seres en sí, es importante percibir la relación entre ellos. Todo está dentro de campos en virtud de los cuales todo tiene que ver con todo. 4) Complejidad/interioridad: todo viene cargado de energías en diversos grados de intensidad y de interacción. No existe ma­ teria. Lo que hay es energía altamente condensada y estabiliza­ da (estabilizada, cuando menos, como campo energético). Dada la interrelacionalidad entre todos ellos, los seres vienen dotados de informaciones cumulativas, especialmente los seres vivos su­ periores, que son altamente complejos y portadores del código genético. Este fenómeno evolutivo viene a mostrar la intenciona­ lidad del universo apuntando a una interioridad, a una conciencia sumamente compleja. Tal dinamismo hace que el universo pue­ da ser visto como una totalidad inteligente y auto-organizadora. Cuánticamente, el proceso es indivisible, pero se da siempre den­ tro de la cosmogénesis como proceso global de emergencia de to­ dos los seres. Esta forma de verlo permite plantear la cuestión de un hilo conductor que atraviesa la totalidad del proceso cósmico que todo lo unifica, que hace que el caos destructivo sea genera­ tivo, y el orden siempre abierto a nuevas interacciones que gene­ ran fenómenos cada vez más complejos (estructuras disipativas

' prigogine). Heurísticamente, las categorías «Tao», «Yahvé» y «Dios» podrían cumplir este significado.

6) Flecha del tiempo/entropía: Todo cuanto existe pre-existe y co-existe. Por lo tanto, la flecha del tiempo confiere a las rela­ ciones un carácter de irreversibilidad. Nada puede ser compren­ dido sin una referencia a su historia relacional y a su recorrido temporal. Todo está abierto hacia delante y hacia arriba. Por eso, ningún ser está listo y acabado, sino cargado de potencialidades. La armonía total es promesa futura, no celebración en el presente. Como bien decía el filósofo Emst Bloch, «la verdadera génesis no se halla al comienzo, sino al final». La historia universal cae toda ella bajo la flecha termodinámica del tiempo; es decir, en los sistemas cerrados (como es el caso, por ejemplo, de los limitados bienes naturales de la Tierra) hay que tener en cuenta la entro­ pía junto a la evolución temporal. Las energías van disipándose irremediablemente, y nadie puede detener el proceso. Pero el ser humano puede prolongar las condiciones de su vida y del planeta mediante su intervención técnico-científica y un uso racional de todas las cosas. Como un todo, el universo es un sistema abierto que se auto-organiza y se trasciende continuamente hacia niveles más altos de vida y de orden, los cuales escapan a la entropía (estructuras disipativas de Prigogine) y lo abren a la dimensión de Misterio de una vida sin entropía y absolutamente dinámica. 7) Destino común/personal: por el hecho de tener un origen común y estar todos interrelacionados, todos también tenemos un destino común en un futuro siempre abierto, dentro del cual debe situarse el destino personal y el de todos y cada uno de los seres, ya que en cada ser culmina el proceso evolutivo. Cómo será ese

8. S i conociéramos los sueños de los blancos...

5) Complementariedad/reciprocidad/caos: toda la realidad se en forma de partícula y onda, de energía y materia, de orden v desorden, de caos y cosmos... y, a nivel humano, en forma de sapiens y de demens. Lo cual no es un defecto, sino la marca del proceso global, que siempre está sujeto a la no-plenitud. Todas |as dimensiones son complementarias y abiertas hacia un futuro desconocido.

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futuro y cuál será nuestro destino último, es algo que cae dentr del ámbito del Misterio y de lo imprevisible.

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

8) Bien común cósmico/bien común particular, el bien común no es algo únicamente humano, sino de toda la comunidad de vida, tanto planetaria como cósmica. Todo cuanto existe y yjVe merece existir, vivir y convivir. El bien común particular emerge a partir de la sintonía con la dinámica del bien común universal 9) Creatividad/destiiictividad: el ser humano, hombre o mujer dentro del conjunto de los seres relacionados y de las interaccio­ nes existentes, posee su propia singularidad: es un ser extrema­ damente complejo y co-creador, porque interviene en el ritmo de la naturaleza para su utilización sostenible o para su explotación irracional. Como observador, está siempre inter-actuando con todo cuanto hay a su alrededor, y esta interacción hace que colapse la función de onda que se solidifica en partícula material («principio de indeterminación» de Heisenberg. Él participa en la constitución del mundo tal como se presenta: como realización de probabili­ dades cuánticas (partícula/onda). Además, es un ser ético, porque puede sopesar los pros y los contras y actuar más allá de la lógica del propio interés y en favor del interés de los seres más débiles, del mismo modo que puede también agredir a la naturaleza y diezmar toda clase de especies (nueva era del antropoceno). 10) Actitud holístico-ecológica/antropocentrismo: La actitud de apertura y de inclusión irrestricta propicia una cosmovisión ra­ dicalmente ecológica (de panrelacionalidad y religación de todo), superando el histórico antropocentrismo y propiciando, además, que seamos cada vez más singulares y, al mismo tiempo, soli­ darios, complementarios y creativos. De este modo estamos en sinergia con todo el universo, cuyo final se oculta bajo el velo del Misterio situado en el campo de la imposibilidad humana. Lo posible se repite. Lo imposible acontece: Dios. Una vez que hayamos recorrido este espinoso camino de cambio paradigmático, habremos realizada la tan ansiada graD travesía hacia los realmente humano, amigo de la vida y abierto al Misterio de todas las cosas.

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E ntre los numerosos problemas que afligen a la humanidad, hay dos de especial gravedad: la injusticia social y la injusticia ecológica. Y ambos han de ser afrontados conjuntamente si que­ remos que sigan un rumbo seguro tanto la humanidad como el planeta Tierra. La injusticia social es una vieja realidad derivada del modelo económico que, además de depredar la naturaleza, genera más pobreza de la que puede controlar y superar. Implica una enorme acumulación de bienes y servicios para unos, a costa de una cla­ morosa pobreza y miseria para otros. Los datos hablan por sí mismos: hay mil millones de perso­ nas que subsisten al límite de la supervivencia, con tan solo un dólar al día. Y hay 2.600 millones el 40% de la humanidad) que sobrevive con menos de dos dólares diarios. Las consecuencias son perversas. Baste citar el hecho de que existen entre 350 y 500 millones de enfermos de malaria, con un millón de víctimas al año que podrían ser perfectamente evitables. Esta anti-realidad se ha mantenido invisible durante mucho tiempo, al objeto de ocultar el fracaso del modelo económico ca­ pitalista, ideado para crear riqueza para unos pocos y falta abso­ luta de bienestar para la inmensa mayoría de la humanidad. Esta desigualdad, otra forma de nombrar la injusticia social mundial, representa teológicamente un pecado social y estructural que afecta al propio Dios, que es un Dios de vida y que está de parte de quienes menos vida tienen.

9. E l desafio actual: la in ju sticia socialy la inju sticia ecológii

El desafío actual: la injusticia social y la injusticia ecológica

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

La segunda injusticia, la injusticia ecológica, guarda ] ción con la anterior. La devastación de la naturaleza y el an calentamiento global afectan a todos los países, sin respetar fronteras ni los niveles de riqueza o de pobreza, Lógicament^ los ricos están en mejores condiciones para adaptarse y miti» ’ los nocivos efectos del cambio climático. Frente a determinados hechos de carácter extremo, poseen abundantes dispositivos de refrigeración y de calefacción y pueden defenderse de las inun­ daciones que asolan regiones enteras. Pero los pobres no tienen modo de defenderse, sino que pade­ cen los efectos nocivos de un problema que ellos no han creado Fred Pearce, autor de «Peoplequake» («El terremoto poblacional»), escribió en la revista New Scientist de noviembre de 2009 lo siguiente: «Los 500 millones de personas más ricas (un 7% de la población mundial) emiten el 50% de los gases que provocan el calentamiento, mientras que el 50% de los más pobres (3.400 millones de la población) es responsable tan solo del 7% de la emisión de dichos gases». Esta injusticia ecológica difícilmente puede hacerse invisible, al contrario de lo que ocurre con la otra, porque sus indicios están por todas partes; ni puede tampoco ser resuelta únicamente por los ricos, porque es global y les afecta también a ellos. La solución debe nacer de la colaboración de todos, aunque de manera diterenciada: los ricos, por ser más responsables tanto en el pasado como en el presente, deben contribuir mucho más en términos de inversiones y transferencia de tecnologías, y los pobres tienen derecho a un desarrollo ecológicamente sostenible que los libre de la miseria. Ciertamente, no podemos minusvalorar las soluciones técni­ cas, aunque estas, por sí solas, resultan insuficientes, porque la solución global remite a una cuestión previa: al paradigma de so­ ciedad que se refleja en la dificultad para modificar estilos de vida y hábitos de consumo. Son imprescindibles la solidaridad univer­ sal, la responsabilidad colectiva y el cuidado de todo cuanto vive y existe (no somos nosotros los únicos que viven en este planeta y hacen uso de la biosfera).

Es fundamental la conciencia de la interdependencia entre todos y de la unidad existente entre la Tierra y la humanidad. •Puede pedirse a las generaciones actuales que se rijan por tales valores cuando anteriormente nunca han sido vividos de manera

f>bal? ¿Cómo efectuar ese cambio, que ha de realizarse urgente y rápidamente? Tal vez, solo después de una gran catástrofe que afectaría a m illones y millones de personas podría contarse con ese cambio radical, aunque no sea más que por instinto de supervivencia. La metáfora más apropiada para este situación sería la si­ guiente: nuestro país se ve invadido y amenazado con ser destrui­ do por una fuerza extema. Ante esta inminencia, todos se unirían, por encima de todas las posibles diferencias. Como si de una eco­ nomía de guerra se tratara, todos se mostrarían cooperadores y solidarios y aceptarían todo tipo de renuncias y sacrificios con el fin de salvar a la patria y la vida. Hoy la patria son la vida y la Tierra amenazadas. ¿Estamos dispuestos a hacer lo posible para salvarla? He ahí la pregunta que requiere una urgente respuesta.

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La ecología y las nuevas formas de democracia

I a democracia es, sin lugar a dudas, el ideal más alto que la convivencia social ha elaborado históricamente. El principio que subyace a la democracia y que tiene un carácter más ancestral es el siguiente: «Lo que a todos interesa debe poder ser pensado y decidido por todos». La democracia adopta muchas formas.

Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

Está, por una parte, la democracia directa, tal como es vivida en Suiza, en la que toda la población participa en las decisiones a través del plebiscito.

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Por otra parte, está la democracia representativa, en la que las sociedades más complejas eligen a unos delegados que, en nombre de todos, debaten y toman las decisiones. El gran proble­ ma, hoy, es que la democracia representativa se muestra incapaz de aunar las fuerzas vivas de una sociedad, con sus respectivos movimientos sociales. En sociedades de una gran desigualdad so­ cial, como es el caso de Brasil, la democracia representativa asu­ me unas características de irrealidad, cuando no de farsa. Cada cuatro o cinco años, los ciudadanos tienen la posibilidad de es­ coger a su «dictador», el cual, una vez elegido, hace una política más «palaciega» de lo que establece una relación con las fuerzas sociales. Está, además, la democracia participativa, que significa un avance respecto de la anterior. Las fuerzas organizadas de la so­ ciedad civil (grandes sindicatos; movimientos sociales de reivindicación de la tierra, la salud, la educación, los derechos huma-

c los derechos ambientalistas, etc.) han crecido de tal manera e se han constituido en base de la democracia participativa: el gstado se obliga a escuchar y debatir con dichas fuerzas las de­ cisiones que hay que adoptar. Esta forma de democracia está im­ poniéndose por todas partes, especialmente en América Latina.

Otros, entre los que me cuento, postulamos una democracia socio-cósmica, que parte del paradigma ecozoico y de las apor­ taciones de las ciencias del universo, de la Tierra y de la vida. De ahí brota la idea de que todos los seres —incluidos nosotios, los seres humanos, individuales y sociales—formamos parte de un inmenso proceso cosmogónico. Entre todos los seres rigen unas inter-retro-relaciones, de tal forma que todos son interdependien­ tes y se ayudan mutuamente para seguir existiendo y autorreprociéndose dentro del proceso evolutivo. Todo ser posee un valor intrínseco y, en virtud del juego de las relaciones entre todos, son portadores de informaciones (por ejemplo, el código genético, el ADN), por lo que tienen una historia y un grado propio de subjetividad. De este modo, son sujetos de derechos y dignos de respeto. Deben, pues, ser incluidos en la sociedad como «nue-

10. La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

Existe también la democracia comunitaria, propia de los pueblos originarios andinos y escasamente conocida y recono­ cida por los analistas. Esta fonna de democracia pretende hacer realidad el «bien vivir», que no equivale a nuestro «vivir mejor», el cual implica que muchos vivan peor. El «bien vivir» consiste en la búsqueda permanente del equilibrio mediante la participa­ ción de todos: equilibrio entre el hombre y la mujer, entre el ser humano y la naturaleza, entre la producción y el consumo, siem­ pre desde la perspectiva de una economía de lo suficiente y lo decente, no de la acumulación. El «bien vivir» implica una supe­ ración del antropocentrismo: no se trata tan solo de una armonía entre los humanos, sino también con las energías de la Tierra, del Sol, de las montañas, de las aguas, de los bosques... y con Dios. Se trata de una democracia sociocósmica, en la que todos los elementos son considerados portadores de vida y, por tanto, incluidos en la comunidad con absoluto respeto a sus derechos.

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Tercera p arte: La ecología y las nuevasfo rm a s de dem ocracia

vos ciudadanos» que hacen su aportación singular al todo so ' I ¿Qué sería de nuestras ciudades sin los espacios verdes, sjn i j zonas residenciales con el aire incontaminado, sin la preserv^ ción del paisaje y sin los bosques circundantes? Simplement^ no serían plenamente humanas. Esta democracia socio-cósnric’ pretende explicar esta realidad englobante y procurar qUe ^ continuamente insertada y preservada como un bien vital. He ahí un avance significativo en el concepto de democracia que va más allá del antropocentrismo y del sociocentrismo.

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Por último nos encaminamos hacia una superdemocraM planetaria. Algunos analistas, como Jacques Attali (Breve his­ toria del futuro, 2007), imaginan que esta será la alternativa sal­ vadora frente a un superconflicto que podría, dejado a su aire, destruir a la humanidad. Esta superdemocracia será el resultado de una conciencia planetaria colectiva que cae perfectamente en la cuenta de la unicidad de la familia humana y de que el planeta Tierra, pequeño, escasamente dotado de bienes y servicios, su­ perpoblado y amenazado por el cambio climático, obligará a los pueblos a establecer estrategias y políticas globales para garanti­ zar la vida de todos y las condiciones ecológicas de la Tierra. Esta superdemocracia planetaria, por lo demás, no anula las distintas tradiciones democráticas, sino que las hace mutuamente comple­ mentarias. Lo cual es algo que se obtiene mejor mediante el biorregionalismo, que no es sino un nuevo diseño ecológico, es de­ cir, una forma distinta de organizar la relación con la naturaleza a partir de los ecosistemas regionales. Al contrario de lo que ocurre con la globalización uniformadora, el biorregionalismo valora las diferencias y respeta las singularidades de las biorregiones, con sus respectivas culturas locales, haciendo más fácil el respetar los ciclos de la naturaleza y la armonía con la Madre Tierra. Hemos de rezar para que este tipo de democracia triunfe; de lo contrario, ignoraremos totalmente adonde vamos a ir a parar.

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L a conjugación de las distintas crisis, unas coyunturales y otras sistémicas, obliga a todos a trabajar en dos frentes: uno, intrasistémico, que busque soluciones inmediatas a los problemas que supone el salvar vidas, garantizar el trabajo y la producción y evi­ tar el colapso. Otra, transistémica, que efectúe una crítica riguro­ sa de los fundamentos teóricos que nos conducido al actual caos y nos permita trabajar sobre otro fundamentos que propicien una alternativa que permita, en otro nivel, la continuidad del proyecto planetario humano. Cada época histórica necesita un mito que aúne a las perso­ nas, galvanice las fuerzas y confiera un nuevo rumbo a la historia. El mito fundante de la modernidad radica en la razón, que es, ya desde los griegos, el eje estructurador de la sociedad. La razón crea la ciencia, la transforma en técnica de intervención en la naturaleza y se propone dominar todas sus fuerzas. Para lo cual, según Francis Bacon, fundador del método científico, debe tortu­ rarse a la naturaleza hasta que entregue todos sus secretos. Este tipo de razón cree en un progreso ilimitado y crea una sociedad, que pretende ser autónoma, de orden y progreso. La razón suscitaba la razón de preverlo todo, gestionarlo todo, con­ trolarlo todo, organizado todo y crearlo todo. De ese modo, ha ocupado todos los espacios y ha enviado al limbo a otras formas de conocimiento. Y así vemos cómo, después de más de trescientos años de exaltación de la razón, asistimos ahora a la locura de la razón.

11. Revisar tosfu n d a m en to s de nuestro modo de v iv ir

Revisar los fundamentos de nuestro modo de vivir

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Tercera p arte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

Porque solo una razón enloquecida organiza una sociedad en ]1 que el 20% de la población mundial detenta el 80% de toda W riqueza de la Tierra; las tres personas más ricas del mundo poseen unos activos superiores a toda la riqueza de 48 países más pobres donde viven 600 millones de personas; 58 individuos acumulan* por su cuenta, más riqueza que 3.200 millones de personas (ej equivalente al 45% de la humanidad); y en Brasil, concretamente cinco mil familias poseen el 46% de la riqueza nacional. La aberración que supone la razón productivista y consumista ha ocasionado el calentamiento global, que ocasionará desequi­ librios ya visibles en gran parte y diezmará miles de especies incluida la especie humana. La dictadura de la razón ha creado la sociedad de mercado, con su cultura típica y con un determinado modo de vivir, produ­ cir, consumir, hacer ciencia, educar, enseñar y moldear las sub­ jetividades colectivas, las cuales deben ajustarse a su dinámica y a sus valores, tratando siempre de maximizar los beneficios me­ diante la mercantilización de todo. Ahora bien, esta cultura -cali­ ficada de moderna, capitalista, burguesa, occidental y actualmen­ te globalizada- ha entrado en crisis. Una crisis que se expresa en las distintas crisis actuales, que son todas ellas expresión de una única crisis: la de los fundamentos. No se trata de abdicar de la razón, sino de combatir su arro­ gancia (hybris) y criticar la forma en que redice la capacidad de comprender. De lo que más necesidad tiene en este momento la razón es de ser urgentemente completada por la razón sensible (M. Maffesoli), por la inteligencia emocional (D. Goleman), por la razón cordial (A. Cortina), por la educación de los sentidos (J. F. Duarte Jr.), por la ciencia con conciencia (E. Morin), por la inteligencia espiritual (D. Zohar), por el concern (R. Winnicott) y por el cui­ dado y la solicitud, como yo mismo vengo proponiendo hace ya tiempo. Es el sentir profundo (pathos) el que nos hace escuchar el grito de la Tierra y el clamor canino de millones de seres huma­ nos famélicos. No es la razón fría, sino la razón sensible, la que

ueve a las personas a bajarlas de la cruz y permitirles vivir. Por 0 Qes urgente someter a crítica el modelo de ciencia dominante, Impugnar radicalmente las aplicaciones que se hacen de ella más n función del lucro que de la vida, y desenmascarar el actual Modelo de desarrollo, que es insostenible por ser enormemente depredador e injusto. La sensibilidad, la cordialidad y la solicitud a todos los nive­ as para con la naturaleza, tanto en las relaciones sociales como en la vida diaria, pueden fundamentar, junto con la razón, una utopía que podemos tocar con las manos, porque es inmediata­ mente practicable. Estos son algunos de los fundamentos del naciente paradigma civilizador, que nos devuelve la esperanza de que la vida habrá de continuar y de que nuestra civilización, transformada, no se verá condenada a desaparecer como han hecho tantas a lo largo de la historia, como es el caso de la civilización Maya en Centroamérica y la de la isla de Pascua en el Pacífico.

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Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

El precio de no escuchar a la naturaleza

i1 jos diversos cataclismos que frecuentemente se producen a lo largo y ancho del planeta, y en particular el que se abatió el 12 de noviembre de 2011 sobre las tres ciudades serranas del esta­ do de Río de Janeiro (Petrópolis, Teresópolis y Nova Friburgo), nos plantean directamente el problema de nuestra relación con la naturaleza. En una sola noche se produjeron 900 víctimas mortales, mien­ tras que miles de personas quedaron sin vivienda o tuvieron que ser desplazadas, debido a la destrucción de regiones enteras y al inconmensurable sufrimiento de quienes perdieron a sus familia­ res, sus viviendas y todo cuanto poseían. La causa más inmediata de todo ello fueron las lluvias torrenciales, propias del verano. Se estima que este desastre ecológico se cuenta entre los más graves del mundo en los últimos tiempos. La configuración geofísica de las montañas se ve coadyuvada por la delgada capa se suelo sobre la que crece una exuberante floresta tropical, asentada sobre inmensas rocas lisas que, debido a la infiltración de las aguas y al peso de la vegetación, provocan frecuentes y fatales deslizamientos. Se culpa a personas que han ocupado áreas de riesgo; se incri­ mina a políticos corruptos que han repartido terrenos peligrosos a los pobres; se critica a los poderes públicos que se han mostrado indolentes y no han tomado medidas preventivas, dado que estas no son demasiado visibles ni cosechan votos. En todo ello hay mucho de verdad, pero no reside ahí la causa principal de esta avasalladora tragedia.

t a causa

principal tiene que ver con e! modo en que solemos a la naturaleza, la cual se muestra generosa con nosotros, tratar * v gS n0s ofrece todo cuanto necesitamos para vivir. Pero noso­ tros en cambio, *a consideramos como un objeto cualquiera que demos manejar a nuestro antojo, sin sentido alguno de respon­ sabilidad por su preservación; por otra parte, no la retribuimos de ningún modo, o bien la dejamos descansar para que rehaga su equilibrio y sus nutrientes. Al contrario: la tratamos con vio­ lencia, la depredamos, le arrebatamos todo cuanto podemos en nuestro propio beneficio. Y, por si fuera poco, la transfonnamos en un inmenso vertedero de nuestros desechos. Peor aún: no conocemos su naturaleza ni su historia. Somos analfabetos e ignorantes de la historia acaecida en nuestros respec­ tivos lugares a lo largo de miles y miles de años. No nos preocu­ pamos por conocer la flora y la fauna, las montañas, los ríos, los paisajes y a las personas significativas que han vivido en ellos: artistas, escritores, poetas, gobernantes, sabios y emprendedores. En gran parte, todavía somos deudores del espíritu científico moderno, que identifica la realidad con sus aspectos meramente materiales y mecanicistas, sin incluir la vida, la conciencia y la comunión íntima con las cosas que los poetas, músicos y artistas nos evocan en sus magníficas obras. El universo y la naturaleza tienen una historia que nos está siendo contada por las estrellas, por la Tierra, por la aparición y el crecimiento de las montañas, por los animales, por los bosques y por los ríos. Nuestra tarea consiste en saber escuchar e interpretar los mensajes que nos envían. Los pueblos originarios sabían per­ cibir si los movimientos de las nubes y la dirección de los vientos anunciaban o no trombas de agua. Chico Mendes (conocido defensor de la naturaleza amazó­ nica: N. del Tr.), con quien participé en largas incursiones en el Bosque Amazónico del Acre, sabía interpretar todos los ruidos que escuchan en la selva, leer las huellas dejadas por los pumas y, Pegando el oído al suelo, sabía cuál era la dirección en la que se dirigían los peligrosos puercos salvajes. Nosotros no aprendemos nada de eso. Recurriendo a las ciencias, podemos leer la historia

12. E l precio de no escuchar a la naturaleza

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inscrita en las capas o estratos de cada ser, como hace uno a 1 nuestros mejores geógrafos, Assiz Ab’Saber, de la Universidaj de Sao Paulo. Pero este tipo de conocimiento no ha entrado & nuestros currículos escolares ni se ha transformado en cultur” general. Antes, por el contrario, se ha convertido en una técnic destinada a dominar mejor la naturaleza y acumular más y más^ En el caso de las ciudades serranas, es natural que haya lluvias torrenciales en verano, y siempre pueden producirse desmorona­ mientos de laderas. Sabemos que ya se ha instalado el calenta­ miento global, que hace más frecuentes y más densos los eventos extremos. Conocemos los valles profundos y los torrentes que los recorren. Pero no escuchamos el mensaje que nos envían: no construir casas en las laderas; no vivir cerca de un río y preservar celosamente la vegetación de ribera. El río tiene dos lechos: uno normal, menor, por el que fluyen normalmente las aguas; y otro mayor, da libre curso a las grandes masas de agua de las lluvias torrenciales. Hemos de respetar, pues, este segundo lecho más amplio, donde no se puede construir y vivir. Estamos pagando un alto precio por nuestra negligencia y por la destrucción del bosque atlántico, que equilibraba el régimen de las lluvias. Lo que se impone ahora es observar atentamente la naturaleza y realizar obras preventivas que respeten el modo de ser de cada ladera, de cada valle y de cada río. Solo controlaremos la naturaleza en la medida en que la obe­ dezcamos y sepamos escuchar sus mensajes y las señales que nos tiansmite. De lo contrario, tendremos que contar con fatales tra­ gedias que habrían podido evitarse.

13 Otro paradigma: obedecer a la naturaleza

Toda nuestra cultura occidental, marcada por el legado helé­ nico, se asienta sobre el ver. No es casual que la categoría central, «idea» (eídos en griego) signifique «visión». La tele-visión es su expresión principal. Con los telescopios de gran potencia pene­ tramos en las profundidades del universo para ver las galaxias más distantes. Descendemos a las últimas partículas elementales y al misterio íntimo de la vida. Mirar lo es todo para nosotros. Pero debemos ser conscientes de que este es el modo de ser del hombre occidental, no de todos los seres humanos. Otras culturas, como las más próximas a nosotros, las cultu­ ras andinas (quechuas, aimaras, etc.) se estructuran en tomo al escuchar. Lógicamente, también ellas ven, pero su singularidad consiste en escuchar los mensajes de lo que ven. El campesino del altiplano boliviano me dice: «Yo escucho a la naturaleza y sé lo que la montaña me dice». Y un chamán asevera: «Yo escucho a la Pachamama y sé lo que está comuni­ cándome». Todo habla: las estrellas, el sol, la luna, las soberbias montañas, los serenos lagos, los profundos valles, las huidizas nubes, los bosques, las aves, los animales... Las personas aprenden a escuchar esas voces. Para ellas los libros no tienen importancia, porque son mudos, mientras que ln naturaleza está llena de voces. Y se han especializado de tal manera en esta escucha que, al ver las nubes, escuchar el viento y

13. O tro paradigm a: obedecer a la naturaleza

C uando se acercan las grandes lluvias, las inundaciones, los temporales, los huracanes y los corrimientos de tierras, tenem os que aprender de nuevo a escuchar y obedecer a la naturaleza.

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observar las llamas o los movimientos de las hormigas, saben 1M que va a ocurrir en la naturaleza. Todo ello nos recuerda una antigua tradición teológica el horada por san Agustín y sistematizada por san Buenaventura en la Edad Media: la primera revelación divina es la voz de la natu raleza, el verdadero libro parlante de Dios. Habiendo perdido la capacidad de oír, Dios, movido a compasión, nos dio un segundo libro, que es la Biblia, para que, leyendo su contenido, pudiéra­ mos oír nuevamente lo que la naturaleza nos dice. En 1532, en Cajamarca, Francisco Pizarro, valiéndose de una encerrona traicionera, hizo preso al jefe inca Atahualpa y ordenó al fraile dominico Vicente Valverde que, con la ayuda de su intér­ prete Felipillo, le leyera el requerimiento, un texto en latín por el que los indígenas debían dejarse bautizar y someterse a los sobe­ ranos españoles, pues el papa así lo había dispuesto. De lo con­ trario, podrían ser hechos esclavos, a causa de su desobediencia. El inca le preguntó de dónde procedía aquella autoridad, y Valverde le entregó el libro de la Biblia. Atahualpa lo tomó y se lo acercó al oído. Al no escuchar nada, arrojó la Biblia al suelo. Bastó aquello para que Pizarro masacrara a toda la guardia real e hiciera prisionero al soberano inca. Como se ve, la escucha lo era todo para Atahualpa. Y el libro de la Biblia no hablaba nada en absoluto. Para la cultura andina, todo se estructura dentro de una red de relaciones vivas, cargadas de sentido y de mensajes. Los in­ dígenas perciben el hilo que todo lo penetra, lo unifica y le da significado. Nosotros, los occidentales, vemos los árboles, pero no percibimos el bosque. Las cosas están aisladas unas de otras, son mudas. El hablar es cosa exclusivamente nuestra. Captamos las cosas fuera del conjunto de las relaciones entre ellas. Por eso nuestro lenguaje es frío y formal. Con él hemos elaborado nuestras filosofías, teologías, doctrinas y dogmas. Y ese es nuestro modo de sentir el mundo, pero no el de todos los pueblos. Los andinos nos ayudan a relativizar nuestro pretendido «uni­ versalismo», haciéndonos ver que podemos expresar los men-

[ es je otras maneras relaciónales e incluyentes, y no solo de saJaS maneras objetivistas y mudas a que estamos acostumbrados, ellos nos desafían a escuchar los mensajes que nos llegan de todas partes. En nuestros días debemos escuchar aquello de lo que nos adyjerten las nubes negras, los bosques de las laderas, los ríos que rompen barreras, las pendientes abruptas, las rocas sueltas... La ciencias de la naturaleza nos ayudan a practicar esa escucha, pero no es precisamente nuestro hábito cultural captar las advertencias que nos hace todo aquello que vemos. Por eso nuestra sordera nos hace ser víctimas de lastimosos desastres. Solo dominaremos la naturaleza obedeciéndola, es de­ cir, escuchando lo que ella nos enseña. La sordera no hará sino darnos amargas lecciones.

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Tercera parte: La ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

Revisitar la ancestral sabiduría indígena

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E l paradigma de la civilización globalizada, asentado en la guerra contra Gaia y contra la naturaleza, está conduciendo a un enorme impasse a todo el sistema de la vida. Existen seña­ les inequívocas de que la Tierra no soporta ya esta sistemática explotación de sus bienes naturales y la continua ofensa a que se encuentran sometidos millones de sus hijos e hijas, excluidos y condenados a ver reducido su número y a morir de hambre. Pero hemos de ser conscientes de que esta guerra no la ga­ naremos nosotros, sino Gaia. Como observaba Eric Hobsbawm en la última página de su conocido libro La era de los extremos (1964): «El futuro no puede ser la continuación del pasado; nues­ tro mundo corre el peligro de explosionar e implosionar; tiene, pues, que cambiar, y la alternativa a un cambio de la sociedad es la oscuridad». ¿Cómo evitar esa oscuridad, que puede significar el desmo­ ronamiento de nuestro tipo de civilización y, eventualmente, el «Armagedón de la especie humana»? Es absolutamente necesa­ rio que revisitemos otras civilizaciones que pueden inspiramos una sabiduría ecológica. Y hay muchas. Pero voy a tomar como paradigmática la civilización maya, por el simple hecho de que he tenido la oportunidad de conocerla más de cerca y de dialogar ampliamente con sus sabios, sacerdotes y chamanes. D e toda aquella riqueza inmensa quiero destacar tan solo dos puntos centrales que constituyen otras tantas carencias en nuestro modo de habitar el mundo: la cosmovisión armónica con todos los seres y su fascinante antropología, centrada en el corazón.

14. R evisitar la encestral sabiduría indígena

La sabiduría maya se remonta a unos tiempos verdaderamen­ te ancestrales y ha sido conservada por los abuelos y por los padres durante generaciones. Como no se sometieron a la circun­ cisión de la cultura moderna, conservan fielmente las antiguas ^adiciones y enseñanzas, consignadas también en escritos como el popol-Vuh y en los libros de Chilam Balam. La intuición básica de su cosmovisión se acerca mucho a la de la moderna cosmología y la física cuántica. El universo es construido y mantenido a base de energías cósmicas por el «Crea­ dor y Formador de todo», como dicen ellos. Lo que existe en la naturaleza ha nacido del encuentro de amor entre el Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra. La Madre Tierra es un ser vivo que vibra, siente, intuye, tra­ baja, engendra y alimenta a todos sus hijos e hijas. La dualidad de base entre formación y desintegración (nosotros diríamos: «entre caos y cosmos») confiere dinamismo a todo el proceso universal. El bienestar humano consiste en estar permanentemente sincroni­ zado con este proceso y cultivar un profundo respeto por todos y cada uno de los seres, que entonces se sienten parte consustancial de la Madre Tierra y disfrutan de toda su belleza y protección. La propia muerte no es un enemigo, sino que significa confundirse más radicalmente con el Universo. Los seres humanos son vistos como «los hijos e hijas enno­ blecidos, los averiguadores y buscadores de la existencia». Para alcanzar su plenitud, los seres humanos pasan por tres etapas, en un auténtico proceso de individuación. Podrán ser «gente de barro»', pueden hablar, pero no tienen consistencia frente a las aguas, pues se disuelven. Si se desarro­ llan más, pueden ser «gente de madera»', tienen entendimiento, pero no un alma capaz de sentir, porque son rígidos e inflexibles como la madera. Finalmente, llegan a ser «gente de maíz»', «co­ nocen lo que está cerca y lo que está lejos»; pero su característica es que tienen corazón. Por eso «sienten perfectamente, perciben el Universo, la Fuente de la vida», y laten al ritmo del Corazón del Cielo y del Corazón de la Tierra.

Tercera parte: L a ecología y las nuevas fo rm a s de dem ocracia

La esencia de lo humano radica en el corazón, en lo que he­ mos venido subrayando hasta ahora: en la razón cordial y en inteligencia sensible. Es concediendo la centralidad al corazón como gozaremos de una base creativa, sensible, cuidadosa y amorosa, capaz de sustentar, entre otros valores, una civilización con un rostro pro­ fundamente humano.

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E l ser humano fue el último de los seres de gran tamaño en entrar en el proceso de la evolución que nosotros conocemos. Como no existen únicamente la materia y la energía, sino tam­ bién la información, esta se almacena en forma de «memoria» en el código genético de los seres vivos y en el tejido de todos los demás seres surgidos a lo largo de todas las fases del proceso cosmogénico. En nuestra memoria resuenan las últimas reminiscencias del big bang que dio origen a nuestro cosmos hace 13.700 millones de años. En los archivos de nuestra memoria se guardan las vibra­ ciones energéticas causadas por las inimaginables explosiones de las grandes estrellas rojas que dieron origen a las supemovas y a los conglomerados de galaxias, cada una con sus miles de millo­ nes de estrellas, planetas y asteroides. En ella, además, se conservan todavía resonancias del calor generado por la destrucción de galaxias enteras, devorándose unas a otras, del fuego originario de las estrellas y sus planetas; de la incandescencia de la Tierra; del fragor de los líquidos que, durante cien millones de años, cayeron sobre nuestro planeta has­ ta llegar a enfriarlo (era hadeana); de la exuberancia de los bos­ ques ancestrales. Quedan también reminiscencias de la voracidad de los dinosaurios, que reinaron de forma inapelable durante 133 millones de años; de la agresividad de nuestros ancestros antropoides en su afán por sobrevivir; del entusiasmo producido por el fuego, que permitió cocinar los alimentos e iluminar las noches; de la fascinante irrupción de la conciencia y la inteligencia; de la

15. E n nosotros reside la m em oria entera d el universo

En nosotros reside la memoria entera del universo

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alegría por el primer símbolo pintado en las paredes de las cuev por las flores depositadas sobre las tumbas de los muertos c ^ polen ha perdurado durante millones de años, por las lágrimg^ derramadas a causa de la pérdida del ser amado. Reminiscencias de la suavidad de la ligera brisa, de las mañanas diáfanas, de los despeñaderos de las montañas cubiertas de nieve. Recuerdos fi nalmente, de la interdependencia entre todos los seres, que dio origen a la comunidad de los vivientes; del encuentro con el otro capaz de ternura, entrega y amor; del éxtasis, finalmente, pro­ ducido por el descubrimiento del misterio del mundo que todos llaman de mil maneras y que nosotros llamamos «Dios». Todo ello está sepultado en algún rincón de nuestra psique y en el código genético de cada célula de nuestro cuerpo, porque somos tan ancestrales como pueda serlo el universo. No vivimos en este universo ni en nuestra Tierra como seres erráticos. Provenimos del útero común del que surgieron todas las cosas, de la Energía de Fondo o del Abismo Alimentador de todos los seres, del hadrón primordial, del top-quark up, uno de los com­ ponentes más ancestrales del edificio cósmico hasta la llegada de los actuales ordenadores. Y somos hijos e hijas de la Madre Tierra. Más aún: somos esa porción de la Tierra que anda y danza, que se estremece de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y venera el Misterio de todas las cosas que atraviesa el universo entero y sustenta con amor a todo ser existente. Todas estas memorias están contenidas y esparcidas a lo largo y ancho del universo. Pero se condensaron en nuestro sistema solar y, solo más tarde, irrumpieron de modo concreto en nuestra Tierra y, posteriormente, en nuestra existencia colectiva y perso­ nal. Y porque todo ello estaba virtualmente allí, puede estar ahora aquí, en nuestras vidas. El principio cosmogónico, es decir, aquellas energías que, cargadas de finalidad, rigen todo el proceso evolutivo, obedece a la siguiente lógica, tan perfectamente expuesta por Edgar Morin, Ilya Prigogine y Brian Swimme: orden, desorden, interacción; nuevo orden, nuevo desorden, nueva interacción; nuevo orden— Y así sucesivamente, en un movimiento de ascensión imparable.

15■ En nosotros reside la m em oria entera del universo

Mediante esta lógica, se crean cada vez más complejidades y diferenciaciones; y en la misma proporción se van creando inte­ rioridad y subjetividad, hasta llegar a esa su expresión lúcida y consciente que es la m ente humana. Y al mismo tiempo y en la misma proporción, se va gestando la capacidad de reciprocidad de todos con todos, en todos los momentos y en todas las situa­ ciones. Diferenciación/interioridad/comunión: he ahí la trinidad cósmica que preside el organismo del universo. Todo va aconteciendo de un modo procesual y evolutivo, so­ metido al no-equilibrio dinámico (caos), que busca siempre un nuevo equilibrio a través de adaptaciones e interdependencias (cosmos). La existencia humana no es ajena a esta dinámica, sino que lleva dentro de sí estas constantes cósmicas de caos y de cosmos, de no-equilibrio en busca de un nuevo equilibrio, de vida y de transformación. Mientras vivamos, nos veremos siempre enredados en esta condición. Cuanto más cerca del equilibrio total, tanto más cerca de la muerte. La muerte es la fijación definitiva del equilibrio y del proceso cosmogónico. O su paso a un nivel que va más allá de este en el que nos movemos y que demanda otra forma de acceso y de conocimiento. La vida no fue proyectada para acabar en la muerte, sino para transformarse a través de esta. ¿Cómo se da en nosotros, concretamente, esta estructura? Ante todo, mediante lo cotidiano. Cada cual vive su día a día, que comienza con el aseo personal, el arreglo de la habitación, el de­ sayuno, el trabajo, las relaciones familiares, los amigos, el amor... Lo cotidiano es prosaico y no rara vez cargado de desencanto. La mayoría de la humanidad vive presa de lo cotidiano, con el anonimato que ello supone. Es el aspecto del orden universal que emerge en la vida de las personas. Pero los seres humanos están también habitados por la imagi­ nación, «la loca de la casa», que rompe las barreras de lo cotidia­ no y busca lo nuevo. La imaginación es esencialmente fecunda; es el reino de lo poético, de las probabilidades infinitas (de na­ turaleza cuántica). Imaginamos una nueva vida, una nueva casa,

Tercera parte: La ecología y las nuevas form as de dem ocracia

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un nuevo trabajo, unos nuevos placeres, unas nuevas relaci «J un nuevo amor... La imaginación produce la crisis existencia/168’ caos en la vida diaria. De la sabiduría de cada cual depende articular lo cotidian con lo imaginario, lo prosaico con lo poético, reelaborar el deso den y forjar un orden distinto. Si alguien se entrega únicamente a lo imaginario, puede estar haciendo un viaje, volando entre las nubes, olvidado de la Tierra y puede acabar en una clínica psiquiátrica. Puede también negar la capacidad seductora de lo imaginario sacralizar lo cotidiano y sepultarse vivo en su interior. Entonces se muestra pesado, falto de interés y frustrado. Rompe con la ló­ gica del movimiento universal. Sin embargo, cuando alguien asume su cotidianeidad y la vi­ vifica con inyecciones de creatividad, empieza a irradiar una ex­ traña energía interior que solo perciben quienes conviven con él. Entonces comenzarán a brotar las semillas de su plena huma­ nidad. En qué consiste esta, no lo sabemos con certeza. Pero sí intuimos que tiene que ver con la Realidad Última con la que se relaciona y que experimenta en el amor; una experiencia atesti­ guada por los místicos tanto de Oriente como de Occidente: «la amada en el Amado transformada», concediéndonos graciosa­ mente ser Dios por participación.

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Papa Francisco: los derechos de la Madre Tierra y el cuidado de la Casa Común

de cualquier comentario, conviene subrayar algunas sin gularidades de la Encíclica Laudato S i’, sobre el cuidado de la Casa Común, del papa Francisco. Singularidades de la nueva encíclica Es la primera vez que un papa aborda el tema de la ecología en el sentido de una ecología integral (que va más allá, por tanto, de la ambiental). Para general sorpresa, elabora el tema dentro del nuevo paradigma ecológico, algo que hasta hoy no ha hecho ningún docu­ mento oficial de la ONU. Es fundamental su discurso con los datos más seguros de las ciencias de la vida y de la Tierra. Lee los datos afectivamente (con la inteligencia sensible o cordial), pues discier­ ne que detrás de ellos se esconden dramas humanos y un gran sufri­ miento, también por parte de la Madre Fierra. La situación actual es grave, pero el papa Francisco siempre encuentra razones paia la esperanza y para la confianza en que el ser humano puede encontrar soluciones viables. Por otra parte, honra a sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, a los que cita con frecuencia. Y algo absolutamente nuevo: su texto se inscribe dentro de la colegialidad, pues valora las aportaciones de decenas de conlerencias epis­ copales del mundo entero, que van desde las de los Estados Unidos o Alemania, pasando por las de Brasil o la Patagonia-Comahue, hasta la de Paraguay. Recoge las aportaciones de otros pensadores, como los católicos Pierre Teilhard de Chardin, Romano Guaidini,

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ntes

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Dante Alighieri y su maestro argentino Juan Carlos Scannone e] protestante Paul Ricoeur y el musulmán sufí Ali Al-Kha\v\vas Finalmente, los destinatarios son todos los seres humanos, pUe¿, todos son habitantes de la misma Casa Común (expresión muy utilizada por el papa) y padecen las mismas amenazas. El papa Francisco no escribe en calidad de maestro y doctor de la fe, sino como un pastor que cuida celosamente de la Casa Co­ mún y de todos los seres, no solo los humanos, que habitan en ella E l p a p a escribe a p a r tir de la experien cia p a s to r a l

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la tin o a m erica n a

Un elemento merece ser resaltado, porque pone de relieve la forma mentís (la manera de organizar su pensamiento) del papa Francisco., tributario de la experiencia pastoral y teológica de las iglesias latinoamericanas, que, a la luz de los documentos del Episcopado Latinoamericano (Celam) de Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007), hicieron una opción por los pobres, contra la pobreza y en favor de la liberación. El texto y el tono de la encíclica so típicos del papa Francisco y de la cultura ecológica que ha sabido acumular. Pero he podi­ do constatar que también muchas expresiones y modos de hablar remiten a lo que viene pensándose y escribiéndose principalmen­ te en América Latina. Temas como los de la «Casa Común», el «Grito de la Tierra y grito de los pobres», el «Cuidado», la «Inter­ dependencia entre todos los seres», el «Valor intrínseco de cada ser», los «Pobres y vulnerables», el «Cambio de paradigma», el «Ser humano como Tierra» (n. 2; Gn 2,7) que siente, piensa, ama y venera; la «Ecología integral», entre otros, son recurrentes en nuestro continente. E l ritu a l m etodológico d e l ver-ju zg a r-a ctu a r-celeb ra r

La estructura de la encíclica obedece al ritual metodológico empleado por nuestras iglesias y por la reflexión teológica vin­ culada a la práctica de la liberación, asumida y consagrada ahora por el papa: ver-juzgar-actuar-celebrar.

En primer lugar, revela su principal fuente de inspiración: san francisco de Asís, a quien califica como «ejemplo por excelencia del cuidado y de una ecología integral, que prestó una atención especial a los pobres y abandonados» (nn. 10; 66). d e l ver: e l deterioro de la C asa C om ún

Comienza entonces con el ver «lo que está aconteciendo en nues­ tra casa» (nn. 17-61). Y afirma: «Basta con mirar la realidad de un modo sincero para comprobar que se da un deterioro de nues­ tra Casa Común» (n. 61). En esta parte incorpora los datos más consistentes referidos a los cambios climáticos (nn. 20-22), al problema del agua (nn. 27-31), a la erosión de la biodiversidad (nn. 32-42), al deterioro de la calidad de la vida humana y a la degradación de la vida social (nn. 43-47), denunciando además la alta tasa de iniquidad a escala planetaria, que afecta a todos los ámbitos de la vida (nn. 48-52) y cuyas principales víctimas son los pobres (n. 48). En esta parte de la encíclica hay una frase que nos remite a la reflexión realizada en América Latina: «Hoy no podemos desco­ nocer que un verdadero enfoque ecológico se convierte siempre en un enfoque social que debe integrar la justicia en los debates sobre el medio ambiente, a fin de escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (n. 49). Y a continuación añade: «Los gemidos de la Hermana Tierra se unen a los gemidos de los abandonados de este mundo» (n. 53). Lo cual es absolu­ tamente coherente, porque casi al comienzo dice que «nosotros somos Tierra» (n. 2; cf. Gn 2,7), muy en la línea del gran cantante y poeta argentino Atahualpa Yupanqui: «El ser humano es Tierra que camina, que siente, que piensa y que ama». Condena la propuesta de internacionalizar la Amazonia, que «serviría únicamente a los intereses de las multinacionales» (n. 38). Y hace una afirmación de un gran vigor ético: «Constituye una gravísima iniquidad el obtener importantes beneficios haciendo Pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental» (n. 36).

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£/ m om en to

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Reconoce con tristeza: «Nunca hemos ofendido a nu casa común como en los últimos dos siglos» (n. 53). A n te^^J ofensiva humana contra la Madre Tierra, muchos científicos h l denunciado la inauguración de una nueva era geológica: el antro poceno. Lamenta el papa la debilidad de los poderes de este mu° l do, que «piensan erróneamente que todo puede seguir como está' a modo de coartada para mantener sus hábitos autodestructivos)' (n. 59), con «un comportamiento que parece suicida» (n. 55) Reconoce y acepta prudentemente la diversidad de opiniones (nn. 60-61) y cómo «no hay una única vía de solución» (n. 60) Aun así, «es cierto que el sistema mundial es insostenible desde distintos puntos de vista, porque dejamos de pensar en los fines del obrar humano» (n. 61) y nos perdemos en la elaboración de medios destinados a la acumulación ilimitada, a costa de la in­ justicia ecológica (degradación de los ecosistemas) y la injusti­ cia social (empobrecimiento de las poblaciones). La humanidad, simplemente, «ha defraudado la esperanza divina» (n. 61). El desafío urgente consiste, pues, en «proteger nuestra Casa Común» (n. 13), para lo cual tenemos necesidad, citando al papa Juan Pablo II, de «una conversión ecológica global» (n. 5), de «una cultura del cuidado que impregne a toda la sociedad» (n. 231). E l m o m en to d el ju z g a r an alítico: todo está relacion ado

Una vez realizada la dimensión del ver, se impone ahora la dimen­ sión del juzgar, que se realiza en dos vertientes: una, científica; otra, teológica. Veamos la vertiente científica. La encíclica dedica todo el ter­ cer capítulo a analizar «la raíz humana de la crisis ecológica» (nn. 101-136). Aquí el papa se propone analizar la tecnociencia sin prejuicios, aceptando lo que ha supuesto en términos de «realida­ des inestimables para mejorar la calidad de vida del ser humano» (n. 103). Pero no ese el problema. La tecnociencia se ha indepen­ dizado y ha sometido a la economía, a la política y a la naturaleza, en orden a la acumulación de bienes materiales (cf. n. 109). Parte de un presupuesto erróneo, que es la «disponibilidad infinita de los bienes del planeta» (n. 106), cuando sabemos que ya estamos

eS y servicios no son renovables. La tecnociencia ha degenerado T tecnocracia, una auténtica dictadura, con su férrea lógica de dominio sobre todo y sobre todos (n. 108). La gran ilusión que hoy predomina consiste en creer que con la tecnociencia se pueden resolver todos los problemas ecológi­ cos. Lo cual es sumamente engañoso, porque «implica aislar las cosas que siempre han estado entrelazadas» (n. 111). En realidad, «todo está conectado» (n. 117), «todo está en relación» (n. 120): una afín-nación que atraviesa todo el texto de la encíclica como un estribillo, pues se trata de un concepto clave del nuevo paradigma contemporáneo. La gran limitación de la tecnocracia consiste en que «fragmenta los saberes y pierde el sentido de totalidad» (n. 110). Lo peor es «no reconocer el valor intrínseco de cada ser e incluso negar todo valor peculiar al ser humano» (n. 118). El valor intrínseco de cada ser, por minúsculo que sea, es constantemente subrayado por la encíclica (n. 69), al igual que hace la Carta de la Tierra. Si negamos ese valor intrínseco, esta­ mos impidiendo que «cada ser comunique su mensaje y dé gloria a Dios» (n. 33). La principal desviación producida por la tecnocracia es el antropocentrismo moderno, cuyo engañoso presupuesto es que las cosas únicamente poseen valor en la medida en que se ordenan al uso humano, olvidando que su existencia vale por sí misma (n. 33). Si es cierto que todo está en relación, entonces «todos los seres humanos estamos unidos como hermanos y hermanas [...] y nos unimos con tierno afecto al Hermano Sol, a la Hermana Luna, al Hermano Río y a la Madre Tierra» (n. 92). ¿Cómo podemos pretender dominarlos y verlos desde la estrecha perspectiva de la dominación por parte del ser humano? Todas estas «virtudes ecológicas» (n. 88) se pierden a causa de la voluntad de poder como dominio sobre los demás y sobre la naturaleza. Vivimos una angustiosa «pérdida del sentido de la vida Yde la voluntad de vivir juntos» (n. 110). Y cita el papa varias ve­ ces al teólogo -ítalo-alemán Romano Guardini (1885-1968), uno de los más leídos a mediados del siglo pasado y autor de un libro

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tocando los límites físicos de la Tierra y que gran parte de los bie-

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sumamente crítico para con las pretensiones de la Mode midad (nota 83: Das Ende der Neuzeit, 1959).

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E l m o m en to del ju z g a r teológico: e l Señor, so b era n o y a m a n te de la vida

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La otra vertiente del juzgar es de carácter teológico. La encíclic reserva un amplio espacio al «Evangelio de la Creación» (im 62-100). Comienza justificando la aportación de las religiones y del cristianismo, porque, al ser global la crisis, cada instancia debe contribuir con su capital religioso al cuidado de la Tierra (n. 62). No insiste en las doctrinas, sino en la sabiduría presen­ te en los distintos caminos espirituales. El cristianismo prefiere hablar de «creación», y no de «naturaleza», porque «“creación” tiene que ver con un proyecto del amor de Dios» (n. 76). Y cita más de una vez el hermoso texto del Libro de la Sabiduría (21,24) donde aparece claramente que «la creación es del orden del amor» (n. 77) y que Dios emerge como «el Señor soberano, amante de la vida» (Sab 11,26). El texto se abre a una visión evolucionista del universo, sin emplear la palabra, sino efectuando un circunloquio y refirién­ dose al universo «compuesto de sistemas abiertos que entran en conexión unos con otros» (n. 79). Y utiliza los principales textos que relacionan a Cristo encamado y resucitado con el mundo y con todo el universo, haciendo sagrada la materia y toda la Tierra (n. 83). Es en este contexto donde cita a Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955; n. 83, nota 53) como precursor de esta visión cósmica. El hecho de que el Dios-Trinidad sea relación de personas di­ vinas tiene como consecuencia el que todas las cosas en relación sean resonancia de la Trinidad Divina (n. 240). Citando al patriarca ecuménico Bartolomé, de la Iglesia Orto­ doxa, reconoce que «los pecados contra la creación son pecados contra Dios» (n. 8). La encíclica concluye esta parte diciendo acertadamente: «El análisis ha mostrado la necesidad de un cambio de rumbo [■••] debemos salir de la espiral de autodestrucción en que estamos

[hundiéndonos» (n. 163). No se trata de una reforma, sino, citando . Qarta de la Tierra, de buscar «un nuevo comienzo» (n. 207). La interdependencia de todos con todos nos lleva a pensar en «un solo mundo con un proyecto común» (n. 164). Ya que la realidad presenta múltiples aspectos, todos íntima­ mente relacionados, el papa Francisco propone una «ecología in­ tegral» que va más allá de la acostumbrada «ecología ambiental» (n. 137) Y 9ue abarca todos los campos: el ambiental, el económi­ co, el social, el cultural, el espiritual y también el campo de la vida cotidiana (nn. 147-148). No se olvida de los pobres, que testimo­ nian también su forma de ecología humana y social viviendo lazos de pertenencia y solidaridad de unos para con otros (n. 149). El m o m en to d e l actu ar: la con versión ecológica

El tercer paso metodológico es el actuar. En esta parte, la encíclica se atiene a los grandes temas de la política internacional, nacional y local (nn. 164-181). Subraya la interdependencia de lo social y lo educacional con lo ecológico y constata lamentablemente las res­ tricciones que acarrea el predominio de la tecnocracia, dificultando aquellos cambios que pongan freno a la voracidad de la acumula­ ción y del consumo y que podrían inaugurar el «novum» (n. 178). Retoma el tema de la economía y de la política, que deben servir al bien común y crear las condiciones para una plenitud humana posi­ ble (nn. 189-198). Vuelve a insistir en el diálogo entre la ciencia y la religión, como viene sugiriendo el gran biólogo Edward O. Wilson (cf. La creación: salvemos la vida en la Tierra, Katz Editores, Madrid 2007). Todas las religiones «deben procurar el cuidado de la naturaleza y la defensa de los pobres» (n. 201). E l m om en to d el celebrar: en la esp iritu a lid a d ecológica, m enos es m ás

Finalmente, el momento del celebrar. La celebración se realiza en un contexto de «conversión ecológica» (n. 216) que implica una «espiritualidad ecológica» (ibid.), la cual no se deriva tan-

16. Papa Francisco: los derechos de la m adre Tierra y el cuidado de la Casa C om ún

y n u evo estilo de vida

to de las doctrinas teológicas cuanto de las motivaciones qUe ■! fe suscita para cuidar de la Casa Común y «alimentar la pasi(W por el cuidado del mundo» (ibid.). Tal vivencia es, más bien mística que mueve a las personas a vivir el equilibrio ecológiCo «el interior con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios» (n. 210). aj« se muestra como verdadero que «menos es más» (n. 222) y qUe podemos ser felices con muy poco. En el sentido de celebración «el mundo es más que algo que hay que resolver; es un misterio grandioso para ser contemplado con jubilosa alabanza» (n. 12)

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Un

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gran final: cam in em os can tan do

El espíritu tierno y fraternal de Francisco de Asís atraviesa todo el texto de la encíclica Laudato S i’. La situación actual no sig­ nifica una tragedia anunciada, sino un desafío que se nos lanza para cuidar de la casa común y cuidar también unos de otros. Hay en el texto levedad, poesía y alegría en el Espíritu, así como una inquebrantable esperanza en que, si es grande la amenaza, es aún mayor la oportunidad de solucionar nuestros problemas ecológicos. Y termina prácticamente el texto con el epígrafe «Más allá del sol», diciendo: «Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos arrebaten el gozo de la esperanza». A mí me complace concluir con las palabras finales de la Carta de la Tierra que el propio papa cita en el n. 207: «Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida».

C uarta P arte

VER CON LOS OJOS DEL CORAZÓN

1 La pérdida del sentido de las cosas

V ienen organizándose diversos encuentros -esp ecialm en te

con

la presencia de profesores, psicoanalistas, científicos sociales y

1. La pérdida d el sentido de las cosas

religiosos- para debatir sobre la pérdida del sentido de las cosas.

Y se percibe que un cierto nihilismo invade amplias capas de la sociedad que piensan y dicen: «La vida ha perdido su gracia»; «Hay tantas desgracias en este mundo que ya no vale la pena vivir»... La idea de la muerte y del suicidio asalta a muchas men­ tes influenciadas por el pesimismo existencial. Es sobre este trasfondo como conviene abordar posibles fuentes de sentido, y entre ellas, de un modo específico, la espiritualidad. Ya se ha dicho, y con razón, que el ser humano se ve devorado por dos hambres: hambre de pan y hambre de espiritualidad. El hambre de pan puede saciarse. El hambre de espiritualidad, en cambio, es insaciable, porque está hecha de valores intangibles y no materiales, como la comunión, la solidaridad, el amor, la com­ pasión, la apertura a todo cuanto es digno y sagrado, el diálogo y la oración al Creador. Estos valores, secretamente ansiados, no conocen límites en su crecimiento. Hay una llamada infinita que late en nuestro inte­ rior, pues solo un infinito puede calmamos y hacemos reposar. El centrarse excesivamente en la acumulación y el disfrute de bienes materiales acaba produciendo saciedad, anemia de existencia, un enorme vacío y una gran decepción. Fue esta la conclusión a la que llegaron algunos analistas de la Universidad de Lausanne que habían estudiado la crisis de las personas en la sociedad francesa de los últimos años, contagiada del estilo americano del trabajo intensivo y la búsqueda incansable de eficiencia, dejando a mu­ chos estresados y sin voluntad de vivir.

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Conviene reconocer, sin embargo, que hay en nosotros i I que se resiste, protesta y clama por unas relaciones sociales • sólidas y menos expuestas al desamparo existencial y que exi'aij un nivel aceptable de humanización. Es en esta dimensión donde se plantea la cuestión del sentido de la vida. Encontrar un sentido coherente de las cosas es un necesidad humana. El debilitamiento de los valores y las convic­ ciones, la vida desprovista de pasión y de finalidad y el absurdo producen angustia y sensación de estar solo y desarraigado. Ahora bien, la sociedad industrialista y consumista, montada sobre la razón funcional, ha puesto en el centro al individuo y sus intereses particulares, orientados a la acumulación, al consumo y al disfrute. De ese modo, ha fragmentado la realidad, ha disuelto todo tipo de canon social, ha «carnavalizado» las cosas más sa­ gradas y se ha burlado de las convicciones ancestrales, llamadas «grandes relatos», considerándolas como metafísicas esencialistas, propias de sociedades de otros tiempos. Lo que ahora funciona es el anything goes, el «todo vale» de los distintos tipos de racionalidad, de posturas y de lecturas de la reali­ dad. Se ha creado así un relativismo corrosivo que afirma que nada importa definitivamente, por lo que no vale la pena comprometerse con unas causas que nos exigen sacrificios y una entrega generosa. Todo ello expresa el nihilismo a que ha llegado nuestra cultu­ ra y que, según Heidegger, está latente en la historia de Occidente desde el momento en que este se olvidó del Ser, en favor tan solo del ente. O, dicho de un modo más directo: al negar una rela­ ción con la Trascendencia, con Dios y atenerse exclusivamente al dominio de las cosas, analizadas únicamente por la razón cal­ culadora, como si esta pudiera explicar todos los problemas de la condición humana, relegando otras formas de ejercitar la razón. Esto es lo que ha sido denominado «Posmodernidad», que representa, en mi opinión, la fase más avanzada y decadente de la burguesía opulenta mundial. No contenta con destruir el presente, quiere destruir también el futuro. Y se caracteriza por su absoluta falta de compromiso en favor de la transformación y su declarada falta de interés por una humanidad mejor.

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Ta] postura se traduce en una declarada ausencia de solidaiidad ara con el trágico destino de millones de seres que luchan por disfrutar de una vida mínimamente digna, por poder vivir mejor Qjos animales, por tener acceso a los bienes culturales que en­ riquecen la visión del mundo. Ninguna cultura sobrevive sin un relato colectivo que confiera dignidad, cohesión, ánimo y sentido a ja andadura colectiva de un pueblo. La Posmodemidad niega irra­ cionalmente este dato originario. Sin embargo, en todas las partes del mundo las personas están elaborando significados para sus vidas y padecimientos, buscan­ do estrellas-guía que les indiquen un norte y les abran un futuro esperanzador. Podemos vivir sin fe, pero no sin esperanza, sin la cual el ser humano se encuentra a un paso de la violencia, de la banalización de la muerte y, en último término, del suicidio. Ahora bien, las instancias que históricamente representaban la construcción permanente del sentido han entrado en un pioceso de erosión. Nadie, ni el papa ni su santidad el Dalai Lama, puede decir con certeza lo que es bueno o malo para este periodo planetario de la historia humana. Las filosofías y otros caminos espirituales daban respuesta a esta demanda fundamental de lo humano. Pero en gran parte se han fosilizado y han perdido su impulso creador, sofisticándose cada vez más sobre lo ya conocido, siempre repensado y repetido de nuevo, pero faltas de coraje para proyectar nuevas visiones, sueños prometedores y utopías movilizadoras. Vivimos un «malestar en la cultura» (Freud) semejante al del ocaso del Imperio Romano, descrito por san Agustín en La Ciudad de Dios. Nuestros «dioses», como los de ellos, ya no son creíbles. Los nuevos «dioses» que están despuntando no son lo bastante vigorosos para ser reconocidos y venerados y ganar, poco a poco, los altares. Estas crisis solo serán superadas cuando se tenga una nueva experiencia del Ser esencial de donde se derive una espirituali­ dad viva. Veamos algunos lugares donde se anuncian los «nuevos dioses» y surge una nueva percepción del Ser.

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Por más críticas que debamos hacerle en sus aspectos econó mico y político, la globalización es, ante todo, un fenómeno an tropológico: la humanidad se descubre como especie que habita una Casa Común, la Tierra, y con un destino común. Tal fenóme no va a exigir una gobemanza global que gestiones los problemas colectivos. Es algo inédito. Los Foros Sociales Mundiales, que comenzaron a celebrarse a partir del año 2000 en Porto Alegre, revelan una particularísima irrupción de sentido. Por primera vez en la historia moderna, los pobres del mundo entero, haciendo de contrapunto a las reunio­ nes de los ricos en la ciudad suiza de Davos, han conseguido acumular tanta fuerza y tanta capacidad de articulación que han acabado encontrándose a millares, primero en Porto Alegre, y luego en otras ciudades del mundo, para presentar sus experien­ cias de resistencia y de liberación y para intercambiar experien­ cias de cómo crear microalternativas al sistema de dominación imperante y alimentar un sueño colectivo que les permita gritar que «otro mundo es posible», que otro mundo es necesario. Es algo igualmente inédito. En las distintas ediciones de los Foros Sociales Mundiales, tanto a nivel regional como internacional se constatan los brotes del nuevo paradigma de la humanidad, capaz de organizar de un modo diferente la producción, el consumo, la preservación de la naturaleza y la inclusión de toda la humanidad en un proyecto co­ lectivo que garantice un futuro de vida y de esperanza para todos. De ahí su importancia: de la profundidad del desamparo humano está emergiendo una humareda que remite a un fuego interior procedente de la basura a que han sido condenadas las grandes mayorías de la humanidad. Este fuego es inapagable y acabará transformándose en un brasa y un fogonazo capaz de iluminar en nuevo sentido para la humanidad. Es la esperanza que no quiere ni acepta verse defraudada.

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L a humanidad ha conocido muchas crisis e incontables encru­ cijadas. Es cierto que ninguna de ellas implicaba a todas las socie­ dades. como ocurre en nuestro caso, pero la humanidad las ha atravesado todas sin sucumbir. Al contrario, ha salido de ellas con nuevas posibilidades de realización personal y colectiva. Por eso, frente al dramatismo de los tiempos actuales, seguimos alimen­ tando la esperanza. Solo estamos sufriendo los dolores del parto, no los espasmos de un aborto. Vamos a reflorecer e irradiar, pues tal es el destino del ser humano en el tiempo y en la eternidad. Sin embargo, hoy nadie está en condiciones de diseñar el perfil de la sociedad-mundo naciente. Sería ilusorio presentar un proyecto o un programa. Lo importante es discernir aquellos principios que pueden funcionar como propulsores de la «nave espacial Tierra». Enumeraremos cuatro principios, hace siglos enviados al exi­ lio, que ahora retoman poco a poco: la Tierra, el cuidado, lo fe­ menino y la espiritualidad. En estos cuatro principios se funda la geosociedad. La Tierra ya no es vista como un baúl de recursos ilimitados, sino como Gaia, un superorganismo vivo que enlaza en redes de interdependencia a todos los seres. Los humanos somos aquella porción de la Tierra que siente y ama, que cuida y venera. Esta percepción nos lleva a tener sentimientos de pertenencia, de coo­ peración y de respeto, sin los cuales no irrumpe lo nuevo. Tierra y humanidad tienen un origen y un destino comunes. El cuidado pertenece a la esencia de todo tipo de vida y del ser humano. Constituye la condición previa que hace posible la

2. M o to ra de la «nave espacial Tierral

Motores de la «nave espacial Tierra»

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aparición de cualquier ser. Si no se articulan todos los eleme con muchísimo cuidado, el universo y la vida misma serían 1 °S posibles. El cuidado es también el orientador anticipado de toT~ nuestras acciones. Si no las realizamos con cuidado, pueden ^ dañinas; con cuidado, en cambio, salen bien y se muestran beÜ neficiosas. Durante milenios hemos vivido bajo la dictadura del trabajo. Por no tener el necesario cuidado, el trabajo ha devastado los bienes y servicios naturales y ha dañado al planeta Tierra El cuidado, que es una relación amorosa y no agresiva, suave y armoniosa para con las cosas, aún está a tiempo de salvar la vida y a la Tierra. Lofemenino, tanto en el hombre como en la mujer, es un prin­ cipio que origina en nosotros la percepción de la totalidad; nos permite ver que las cosas también son símbolos y remiten siem­ pre a algún mensaje que ha de ser descifrado; nos hace cultivar el espacio del misterio; nos mueve a enternecemos y a ser solícitos; nos hace más cooperadores que competitivos. Desde el neolítico, hace entre ocho y diez mil años, ha sido regida por la dimensión del animus, es decir, de lo masculino, de la razón, del uso de la fuerza y de la conquista del mundo; Los hombres expresan más densamente el animus, aunque no de forma exclusiva, pues tam­ bién está presente en las mujeres. Pero el animus ha marginado la dimensión del anima, cuyas representantes más visibles, aunque no exclusivas, son las mujeres. Hoy día, para el equilibrio de los géneros y para cuidar mejor de la vida y de la Tierra, es preciso rescatar el anima (femenino), que intuitivamente confiere centralidad a la vida y establece una relación no utilitaria, sino gratuita y afectuosa, con la realidad que nos envuelve. Finalmente, la espiritualidad, que no es monopolio de las re­ ligiones, sino una dimensión de lo humano. La espiritualidad es nuestra capacidad de dialogar con el Yo profundo y escuchar las llamadas del corazón. Es la conciencia que se siente inserta en un Todo mayor y que percibe el eslabón secreto que todo lo liga y re-liga a la Fuente primigenia de todo ser, que las religiones llaman «Dios», con el cual mantiene la conciencia un diálogo de intimidad y de amor. La espiritualidad no consiste en pensar a

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I Dios, sino en sentir a Dios a partir del corazón y de la inteligencia cordial y emocional. Ella forma ese aura que sustenta los valoI reS de la solidaridad, la compasión, el cuidado y el amor, funda­ mentales para una sociabilidad verdaderamente humana. Como la moderna neurociencia ha dejado bien claro, la espiritualidad posee una base biológica: el llamado «punto Dios» en el cerebro, una especie de órgano interno que se activa fuertemente siempre que se abordan temas que tienen que ver con un sentido profundo de las cosas, con lo sagrado y con Dios. De vuelta del exilio, estos principios impregnan los movi­ mientos sociales e inauguran un nuevo estado de conciencia más respetuoso para con la Tierra, más cuidadoso para con la vida, valorando la razón cordial y la inteligencia emocional, creando además espacio para la espiritualidad, fuente de contemplación, gratuidad y veneración. El embrión de la geosociedad puede vislumbrarse en las dis­ tintas sesiones del Forum Social Mundial, donde se manifiesta la nueva conciencia planetaria, con lo cual puede comenzar verda­ deramente el nuevo milenio, la geosociedad mundial, haciendo real el verso utópico de Fernando Pessoa: «quiero poder imaginar la vida tal como nunca fue».

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¿Nos maldecirán nuestros hijos y nuestros nietos?

da una contradicción que afecta a todos los países del mundo y que, de persistir, puede conducimos a un desastre generalizado de la civilización. La contradicción reside en el hecho de que todos los países necesitan crecer cada año. Un crecimiento que es fundamentalmente económico y que consiste en la producción de bienes materiales, expresada por el Producto Interior Bruto (PIB). Tal crecimiento requiere una elevada tasa de iniquidad social (desempleo y reducción salarial) y una perversa degrada­ ción ambiental (agotamiento de los ecosistemas). Hace bastante tiempo, el equilibrio entre crecimiento y pre­ servación de la naturaleza se vio roto en favor del primero. El consumo ya supera en un 40% la capacidad de reposición de los bienes y servicios del planeta. Según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), si quisiéramos extender a todo el mundo el bienestar de los países industrializados, necesitaríamos disponer de otros tres planetas como la Tierra, lo cual es un absurdo. Sabemos que la Tierra es un sistema vivo autorregulador, en el que lo físico, lo químico, lo biológico y lo humano se entrelazan (Teoría de Gaia). Pero la Tierra está fallando en su autorregulación. De ahí los cambios climáticos y el calentamiento global, que atestiguan que nos hallamos ya profundamente sumidos en la crisis. La Tierra podrá buscar un nuevo equilibrio incrementando su temperatura entre 1,4 y 5,8 grados centígrados. Comenzaría en-

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«Durante al menos cien años, debemos simular ante nosotros mismos y ante todos los demás que lo bello es sucio, y lo sucio es bello, porque lo sucio es útil, mientras que lo bello no lo es. La avaricia, la usura y la desconfianza deben ser nuestros “dioses”, porque son ellas las que podrán conducirnos fuera del túnel de la necesidad económica, rumbo a la claridad del día [...]. Después vendrá el retomo a algunos de los principios más seguros y ciertos de la religión y la virtud tradicionales: que la avaricia es un vicio, que la exacción de la usura es un delito y que el amor al dinero es detestable» (Economic Possibilities o f our Grand-Children).

¿Nos maldecirán nuestros hijos y nuestros nietos?

lotices ia era de las grandes devastaciones, con la subida del nivel jc los océanos, que afectaría a más de la mitad de la humanidad, ue vive en las costas; millares de organismo vivos no tendrían tiempo suficiente para adaptarse y morirían irremediablemente. Una gran parte de la propia humanidad -hasta un 80%, según algunos- ya no podría subsistir. Muy acertadamente afirmaba Washington Novaes, uno de los estudiosos brasileños que más de cerca siguen las cuestiones ecológicas: «Ahora ya no se trata de cuidar el medio ambiente, sino de superar los límites que podrán poner en peligro la vida». Numerosos científicos sostienen que estamos ya muy cerca del punto de no retomo. Podemos reducir la velocidad del proceso, pero no detenerlo. Este problema debería preocupar a los gobiernos, en especial a los de la periferia de las grandes naciones superdesarrolladas, que proponen el crecimiento material como meta principal. En sus discursos oficiales, los jefes de Estado casi nunca abordan el tema de las limitaciones del planeta y las restricciones que ello puede suponer para nuestra civilización. No queremos que nuestros hijos y nuestros nietos maldigan a nuestra generación, la cual, conoce­ dora de las amenazas, no hizo nada o casi nada para escapar de la tragedia anunciada. El error de todos ha consistido en seguir al pie de la letra el consejo de Lord Keynes para salir de la gran depresión de los años treinta del pasado siglo:

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Solo que ese retorno no se está produciendo; antes bien, se ha distanciado y, después de la crisis económica de 2008, que afectó especialmente al corazón de los países centrales, se ha agravado hasta alcanzar un nivel planetario. Por el hecho de haber optado por unos medios perversos para obtener unos fines buenos, hemos llegado al punto en que nos encontramos. O redefinimos unos fines más elevados que la mera producción, devastando la naturaleza y consumiendo de manera ilimitada, o deberemos aceptar un destino trágico que afectará a toda la biosfera y, de ese modo, a toda la diversidad de vida. Y no se librará de ello una inmensa parte de la población humana. Los remiendos no son remedios. En la práctica, sin embargo, nos limitamos a los remiendos, en la falsa creencia de que así resolvemos la urgencia de las cuestiones de vida o muerte que nos afectan.

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E s obligado que de vez en cuando hagamos balance de nues­ tra situación humana en este planeta. La pregunta que se susci­ ta siempre es la siguiente: ¿Qué podemos esperar y qué rumbo tomará la historia? Se trata de una pregunta preocupante, porque el escenario global se presenta sombrío. En 2008 estalló en el corazón mismo del sistema económi­ co-social dominante (Europa y los Estados Unidos) una crisis de magnitud estructural que repercutió en el resto del mundo. Hay en la Biblia una categoría recurrente a lo largo de la tradición profètica: se acerca el día del juicio. Es el día de la revelación: la verdad sale a la luz, y nuestros pecados son denunciados como enemigos de la vida. Grandes historiadores como Toynbee, Von Ranke y Eric Hobsbawn también hablan del juicio sobre culturas enteras. Pienso que, de hecho, nos hallamos ante un juicio global sobre nuestro modo de vivir en la Tierra y sobre el tipo de relación que mante­ nemos con ella. Considerando la situación a un nivel más profundo -que va más allá de los análisis económicos predominantes en los gobier­ nos, en las empresas, en los foros mundiales y en los medios de comunicación-, observamos con creciente claridad la contradic­ ción existente entre la lógica de nuestra cultura moderna -con su economía política, su individualismo y su consumismo- y la lógica de los procesos naturales de nuestro planeta vivo, la Tierra. Ambas lógicas son incompatibles entre sí. La primera conce­ de centralidad a la economía de los bienes materiales; la segunda,

¿Ha llegado el día del ju icio sobre nuestra cultura?

¿Ha llegado el día del juicio sobre nuestra cultura?

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a la economía de los bienes comunes de la Tierra y de la hum nidad. La primera es competitiva; la segunda, cooperativa l ' primera es excluyente; la segunda, incluyente. Para la primera e] valor principal reside en el individuo; para la segunda, en el bien común. La primera pone el foco en las mercancías; la segunda e la vida en todas sus formas. La consecuencia más perversa de este desequilibrio es lo qUe Karl Polanyi denominó «La gran transformación» (1944). De una economía de mercado pasamos a una sociedad de mercado. Esta transformación muestra inequívocamente la incompatibilidad en­ tre, por una parte, este tipo de sociedad y de economía y, por otra la vida y su lógica interdependiente, cooperativa e inclusiva. Lo que hace aún más grave tal incompatibilidad son las pre­ misas que subyacen a nuestro proceso social: que podemos cre­ cer ilimitadamente; que los bienes naturales son inagotables; y que la prosperidad material e individual habrán de traemos la tan ansiada felicidad. Tales premisas son ilusorias: los recursos son limitados, y una Tierra finita no soporta un proyecto infinito. La prosperidad y el individualismo no están trayendo felicidad, sino elevados niveles de soledad, depresión, violencia y suicidio. La cultura del capital nos ocupa de tal forma que no nos deja tiempo de vida para, simplemente, vivir, convivir, insertamos en la naturaleza y alimentar un sentimiento de unidad de nuestra especie. Hay dos problemas que se entrelazan y que pueden entur­ biar nuestro futuro: el calentamiento global y la superpoblación humana. El calentamiento global es un código que engloba los impac­ tos que nuestra civilización produce en la naturaleza, amenazan­ do la sostenibilidad de la vida y de la Tierra. La consecuencia es la emisión, cada año, de miles de millones de toneladas de dió­ xido de carbono y de metano, este último 23 veces más agresivo que aquel. En la medida en que se acelera el deshielo del suelo congelado de la tundra siberiana (permafrost), existe el riesgo, en los próximos decenios, de un abrupto calentamiento de entre 4 y 5 grados centígrados que devastaría una gran parte de la vida sobre la Tierra.

El problema del crecimiento de la población humana hace que se exploten más bienes y servicios naturales, se gaste más energía y se lancen a la atmósfera más gases productores del ca­ lentamiento global. Las estrategias para controlar esta amenazadora situación son prácticamente ignoradas por los gobiernos y por quienes toman las decisiones. Nuestro arraigado individualismo ha impedido que, en los encuentros de la ONU sobre el calentamiento global, se haya llegado a un mínimo consenso. Cada país ve únicamente su propio interés, mostrándose ciego al interés colectivo y al planeta como un todo. Y de este modo vamos acercándonos al abismo. Pero la madre de todas las distorsiones que hemos referido es nuestro antropocentrismo, nuestro convencimiento de que los seres humanos somos el centro de todo y que las cosas han sido hechas únicamente para nosotros, olvidando nuestra total depen­ dencia de cuanto nos rodea. Ahí radica nuestra destructividad, que nos lleva a devastar la naturaleza para satisfacer nuestros de­ seos, que son de unas proporciones infinitas e insaciables. Necesitamos con urgencia un poco de humildad y vernos con la debida perspectiva. El universo tiene 13.700 millones de años; la Tierra, 4.450 millones; la vida, 3.800 millones; la vida huma­ na, entre 5 y 7 millones; y el homo sapiens, cerca de 130-140 mil años. Hemos nacido, por tanto, hace tan solo unos minutos, fruto de toda la historia anterior a nosotros. Y de sapiens estamos convirtiéndonos en demens, constituyendo una amenaza para nuestros compañeros en la comunidad de vida e inaugurando, como afirman muchos científicos, una nueva era geológica, la del antropoceno, por la que el ser humano se transforma en el gran meteorito rasante que pone en peligro la vida sobre la Tierra. Lo que podemos afirmar es que hemos llegado al ápice del proceso de evolución, no para destruir, sino para guardar y cuidar ese legado sagrado que es la Madre Tierra. Así pues, solo en el día del juicio se revelará nuestra verdad y nuestra misión en la Tierra y cómo la hemos cumplido.

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¿Qué relación guardan «mística» y «religión»

las cosas tienen su otra cara. Percibir la otra cara de las cosas es caer en la cuenta de que lo visible forma parte de invisi­ ble: he ahí lo que hace la mística. Pero ¿qué es la «mística»? La palabra se deriva de «miste­ rio», que no es el límite, sino lo ilimitado del conocimiento. Cono­ cer cada vez más, entrar en comunión cada vez más profunda con la realidad que nos rodea, ir más allá de todo horizonte... es hacer la experiencia del misterio. Todo es misterio: las cosas, cada per­ sona, su corazón, todo el Universo. El misterio no se presenta como algo aterrador, como un abis­ mo sin fondo, sino que irrumpe como un sonido que nos invi­ ta a escuchar una y otra vez el mensaje que proviene de todas partes, como llamada seductora que nos mueve cada vez más en dirección al corazón de cada cosa. El misterio causa admiración, sorpresa, encantamiento, fascinación y exaltación. Pocos lo han elogiado como Albert Einstein, que solía repetir: «El hombre que no tiene los ojos abiertos al misterio pasará por la vida sin ver absolutamente nada». ¿Qué hay más misterioso que la persona amada? ¿Qué hay más profundo que la mirada inocente de un recién nacido? ¿Que hay más majestuoso que el cielo estrellado en las noches oscuras de invierno o en el Cerrado del Brasil Central? «Mística» significa, pues, la capacidad de conmoverse ante el misterio de la existencia de todas las cosas. No hay razón alguna para que existan las cosas; sin embargo, están ahí en toda su

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». ¿Qué relación guardan »mística» y «religó)

gratuidad. Extasiarse con esta realidad es sentirse parte de ella y tener la vivencia de una experiencia mística. Como se ve, la mística no tiene nada de extraordinario, sino qUe traduce la cotidianeidad de la mente despierta. Pero la mística revela la profundidad de su significado cuan­ do percibimos el misterioso eslabón que une y re-une, que liga y re-liga todas las cosas, haciendo que sean un Todo ordenado y dinámico. Es la Fuente Originaria de la que todo proviene y que los cosmólogos designan con el desafortunado nombre de «vacío cuántico». De «vacío» no tiene nada, porque representa la pleni­ tud de todas las posibilidades y virtualidades de ser. Las religiones se han atrevido a llamar «Dios» a esa reali­ dad fontal. Lo de menos son los mil nombres: Yahvé, Pai, Tao, Olorum... Lo que importa es sentir su actuación y celebrar su presencia. «Mística» no es, por tanto, pensar sobre Dios, sino sentir a Dios en todo el ser. «Mística» no es hablar sobre Dios, sino hablar a Dios y entrar en comunión con El. Cuando rezamos, hablamos con Dios. Cuando meditamos, Dios habla con nosotros. Vivir esta dimensión en el día a día es cultivar la mística. A la hora de traducir esta experiencia nada excepcional, ela­ boramos doctrinas, inventamos ritos, prescribimos actitudes éti­ cas. Es entonces cuando nacen las muchas religiones, detrás de las cuales y en sus mismos fundamentos siempre está la misma experiencia mística, el punto común de todas las religiones. To­ das ellas se refieren a ese misterio inefable que no puede ser ex­ presado adecuadamente por ninguna de las palabras que figuran en los diccionarios humanos. Cada religión posee su propia identidad y su propia manera de decir y celebrar la experiencia mística. Pero, como Dios no cabe en cabeza alguna, pues las desborda a todas ellas, siempre podemos añadir algo, a fin de percibirlo mejor y traducirlo para la comunicación humana. Por eso las religiones no pueden ser dogmáticas ni sistemas cerrados. Cuando tal cosa ocurre, surge el fundamentalismo, enfermedad frecuente de las religiones, ya sea en el cristianismo, ya sea en el islamismo.

La mística nos permite ver lo que escribió el poeta inglés t y j lliam Blake (t 1827): «Ver un mundo en un grano de arena cielo estrellado en una flor silvestre, tener el infinito en la p a l ^ de la mano y la eternidad en una hora». He ahí la gloria: sumirse en esa Energía benéfica que nos llena de sentido y de alegría de existir.

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L as absurdas matanzas de inocentes en guerras y atentados terroristas que de vez en cuando conocemos a través de los medios de comunicación suscitan la pregunta por el sentido de la vida y de la historia. Una pregunta a la que no puede sustraerse nuestra conciencia, por más perplejidad que nos produzca la crueldad y por más que tratemos de borrarla de nuestra memoria. La cuestión pertenece a la metafísica de lo cotidiano, como reconoce Kant en sus Prolegómenos a toda metafísica futura: «Que el espíritu humano abandone definitivamente las cuestiones metafísicas (del sentido último de las cosas [aclaración mía]) es tan inverosímil como esperar que, para no inspirar aire contami­ nado, dejásemos de una vez por todas de respirar». No son pocos los pensadores que, frente a los absurdos de la realidad, afirman el sinsentido de la historia. Jacques Monod, en su célebre obra El azar y la necesidad, dice taxativamente: «Es superfluo buscar un sentido objetivo de la existencia. Simple­ mente, no existe tal sentido. El hombre es producto del más ciego y absoluto azar que pueda imaginarse. Los dioses han muerto, y el hombre está solo en el mundo». Claude Lévi-Strauss, tan vinculado al Brasil, escribió en su ad­ mirable Tristes tópicos estas desalentadoras palabras: «El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin él. Las instituciones y las costumbres que me he pasado la vida entera tratando de inventa­ riar y comprender son una eflorescencia pasajera, en relación a la cual tal vez no tengan más sentido que el de permitir a la huma­ nidad desempeñar su papel».

6. Creer a pesar de b s cataclismos y de las maldades hum anas

Creer a pesar de los cataclismos y de las maldades humanas

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Cuarta parte: Ver con los ojos del corazón

Hay mucho de verdad en estas afirmaciones, porque los ab surdos son innegables. Pero ¿es toda la verdad? ¿No se anuncian también señales intrigantes que nos hablan de un sentido latente en las cosas? Por más que procedamos del caos originario del big-bang, no podemos negar que en la evolución se ha puesto de manifiesto una línea ascendente que nos ha conducido de |a cosmogénesis a la biogénesis, a la antropogénesis y, actualmente a la noogénesis. Difícilmente puede negarse que hay en este caso un sentido manifiesto que ha de ser entendido e interpretado. Vayamos a lo cotidiano. Cada mañana nos levantamos, va­ mos a trabajar, luchamos por nuestra familia y anhelamos un mundo en el que sea menos difícil amar. Incluso hay situaciones en las que llegamos a dar la vida para salvar otras vidas, como hizo la religiosa Dorothea Stang defendiendo a los campesinos de la selva amazónica, o la Madre Teresa de Calcuta tratando de que los que agonizaban en la calle pudieran morir dentro de una casa humana. ¿Qué es lo que se esconde tras aquellos gestos cotidianos y estos otros llenos de compasión? Simplemente, la confianza fun­ damental en la bondad de la vida. La vida merece la pena de ser vivida. La vida es sagrada y merece morir con dignidad. El conocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter L. Berger, en su libro Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el des­ cubrimiento de lo sobrenatural (Herder, Barcelona 1975), escri­ bió que el ser humano tiende de manera innata al orden. Solo vive y sobrevive si consigue organizar su existencia de un modo que le dé sentido. Esta tendencia al orden se manifiesta en escenas sumamente familiares, como es el caso de la madre que acaricia y tranquiliza a su hijito. Este, en medio de la noche, se despierta sobresaltado, llamando a gritos a su madre porque el estruendo de las bombas le provoca terribles pesadillas. La madre se levanta, lo aprieta contra su pecho y, con el gesto primordial de la magna mater, le susurra dulcemente: «No tengas miedo, mi niño. Esto se va a acabar enseguida, y todo irá bien». El niño solloza, recobra la confianza y, al cabo de un rato, se duerme. No todo está bien y en orden, pero sentimos que la

madre no está engañando a su hijo. En el fondo, está dando fe de que, incluso en el desorden o en el orden visible, hay un orden subyacente que todo lo preside, como bien supo ver el discípulo preferido de Albert Einstein, el físico David Bohm. Tener confianza en la bondad fundamental de la vida y poder decirle S í y Amén es el sentido primordial de la fe, que no nos permite desesperar ante el horror y los absurdos existenciales.

1 La fe como apuesta: una oportunidad para todos

Pascal (1623-1662) fue uno de los grandes genios de Occidente como matemático, físico y filósofo. En pleno debate con la naciente razón moderna, y después de una profunda expe­ riencia espiritual, escribió su Apología de la religión cristiana, que pretendía responder de forma cabal e irrefutable a las obje­ ciones de la época. No consiguió lo que pretendía, porque, gra­ vemente enfermo, falleció en París con tan solo 39 años de edad. Lo único que dejó fue una serie de anotaciones y pensamientos dispersos reunidos bajo el título Pensées (Pensamientos), suma­ mente apreciados hasta nuestros días. Después de intentar todo tipo de argumentos en favor de la fe, tuvo la honradez de darse cuenta de que ninguno de ellos era realmente convincente. Fue entonces cuando elaboró el famoso argumento de la «apuesta», que sigue siendo valido actualmente. En el § 233 de sus Pensées, Pascal hace la siguiente pregunta: «Dieu est, ou il n ’estpas» («Dios existe o no existe»), Y sostiene que la razón puede aducir tantos argumentos a favor como en contra de la existencia de Dios. De este modo, no consigue ela­ borar una respuesta convincente. ¿Cómo salir de este impasse? Y entonces afirma Pascal: «//fautparier» («Es necesario apostar»). Y le dice al lector que no tiene escapatoria, porque, una vez susci­ tada la cuestión, se encuentra «embarcado en ella». Pero la razón no resulta humillada por el hecho de tener que apostar. La apuesta tiene la siguiente ventaja: «O tienes todo que ganar o no tienes nada que perder». La puesta, por lo tanto, es racional. Si afirmas que «Dios existe», y resulta que existe en realidad, tienes todo que ganar: la vida y la eternidad. Si afirmas que «Dios

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7. La f e como apuesta: una oportunidad para todos

no existe», y de hecho no existe, no tienes nada que perder: el sentido de la vida y la eternidad eran meras fantasías. Así pues, lo racional, aconsejable y justo es que afirmes que «Dios existe», con lo cual tienes todo que ganar. ¿Qué actualidad tiene en nuestros días la «apuesta pascaliana»? Culturalmente, la cuestión ya no se plantea en términos de «si Dios existe o no», sino en estos otros términos: ¿Qué futuro tienen el planeta Tierra y la vida si nos tomamos en serio las alarmas que recientemente han hecho sonar renombrados cientí­ ficos? Hay galaxias que engullen a otras galaxias. ¿Qué sentido tiene el universo, que, debido a la ley de la entropía, camina irre­ mediablemente hacia una muerte térmica? ¿Tiene sentido la vida humana después de la experiencia de la Shoah (los campos de exterminio nazis) y del tsunami del sureste asiático? ¿Tiene sen­ tido el destino de las grandes mayorías sometidas al hambre y a todo tipo de explotación, con niños violados y mujeres sometidas a la esclavitud sexual? También aquí se nos desafía a hacer una apuesta. Y aposta­ mos que, a pesar de todas las contradicciones, existe un sentido secreto en el universo. Un sentido que algún día habrá de mani­ festarse y constituirá la suprema felicidad de la creación; y de este modo lo ganamos todo. La luz tiene más derecho que las tinieblas. De lo contrario, todo es absurdo, y la felicidad es ilu­ soria; todos acabaremos convertidos en polvo cósmico y, de ese modo, no perdemos nada si dejamos de creer. Merece la pena, pues, apostar, en actitud de confianza y de en­ trega radical (ese es el sentido bíblico de «fe»), en el sentido de que el mundo es redimible, y el ser humano es salvable. Mientras la Tierra produzca todo cuanto produce, nos ofrezca la belleza gra­ tuita de las flores, el encanto del cielo estrellado y la alegría del nacimiento de un niño, y consigamos tener la experiencia de la fraternidad universal incluso con las hormigas del camino, mere­ ce la pena apostar a que la fe tiene más razón de ser que la no fe. Apostando por todo ello, tendremos todo que ganar, tanto aquí como en la eternidad.

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Cuarta parte: Ver con los ojos del corazón

Espiritualidad y cuidado en la educación

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P dr lo general, el proceso educativo de la sociedad, con insti­ tuciones como la red de escuelas y de universidades, va siempre retrasado en relación con los cambios que se producen. No anti­ cipa eventuales procesos, y le cuesta efectuar las modificaciones necesarias para estar a la altura de dichos cambios. Dos son, entre otros, los grandes cambios que están teniendo lugar en la Tierra: por una parte, la introducción de la comunica­ ción global a través de Internet y de las redes sociales y, por otra, la gran crisis ecológica que pone en peligro el sistema-vida y el sistema-Tierra. Para impedir este apocalipsis, la educación debe otra, distinta de la que predominado hasta ahora. No basta con el conocimiento; necesitamos conciencia: una nueva mente y un nuevo corazón. Necesitamos también una nue­ va práctica: es urgente que nos reinventemos como humanos, en el sentido de inaugurar una nueva forma de habitar el planeta con otro tipo de civilización. Como solía decir Hannah Arendt: «Podemos informarnos durante toda la vida sin llegar nunca a educamos». Hoy tenemos que reeducamos. Todo proceso educativo desempeña las siguientes tareas im­ prescindibles: aprender a conocer; aprender a pensar; aprender a hacer; aprender a ser; aprender a convivir. Dada la nueva si­ tuación de la Tierra y de la humanidad, conviene añadir aún dos dimensiones imprescindibles: aprender a cuidar y aprender a espiritualizarse. Para cumplir eficazmente esta nueva misión es preciso, pre­ viamente, rescatar la inteligencia cordial, sensible o emocional. Sin ella, hablar de «cuidado» y de «espiritualidad» apenas tiene sentido.

8. Espiritualidad y cuidado en la educación

La causa radica en el hecho de que todo sistema moderno de enseñanza se funda en una razón intelectual, instrumental y ana­ lítica que constituye una forma de conocer y dominar la realidad, c0nvirtiéndola en mero objeto. Y se insistió en ella, so pretexto de que la razón sensible impediría la objetividad del conocimiento, con lo cual surgió una visión fría del mundo; se produjo una es­ pecie de lobotomía que nos impide sentir parte de la naturaleza y percibir el dolor de los otros. Sabemos que la razón intelectual es reciente: tiene cera de 100.000 años, cuando surgió el homo sapiens con su cerebro neocortical. Pero con anterioridad, hace cerca de 200 millones de años, había surgido el cerebro límbico, con la aparición de los mamíferos. Con ellos entró en el mundo el amor, el cuidado y el sentimiento que se prodigan a las crías. Los humanos olvidamos que somos mamíferos intelectuales. Solo después somos portado­ res de emociones, pasiones y afectos. En el cerebro límbico reside el nicho de la ética y de los sen­ timientos oceánicos, como son los sentimientos religiosos. Antes aún, hace 300 millones de años, había hecho su aparición el ce­ rebro reptiliano, responsable de nuestras reacciones instintivas; pero no viene a cuento abordarlo aquí. Lo que importa es que hoy hemos de enriquecer nuestra razón intelectual con la razón cordial, mucho más ancestral, si quere­ mos hacer valer el cuidado y la espiritualidad. Sin estas dos dimensiones no llegaremos a movilizamos para cuidar de la Tierra, del agua, del clima y de las relaciones inclu­ sivas. Hemos de cuidar de todo, porque, de lo contrario, las cosas se deterioran y perecen, con lo que estaríamos abocados a un es­ cenario verdaderamente dramático. Otra tarea cosiste en rescatar la dimensión de la espirituali­ dad, que no debe ser identificada con la religión, como ya hemos mostrado anteriormente. La espiritualidad subyace a la religión, porque es anterior a esta. La espiritualidad es una dimensión inherente al ser humano, al igual que la razón, la voluntad y la sexualidad. Es el lado de lo profundo, de donde emergen las cuestiones acerca del sentido

terminal de la vida y del mundo. Desdichadamente, tales cues tiones han sido consideradas como algo privado y sin demasiad valor; pero sin su incorporación la vida pierde irradiación y a]e gría. Ahora bien, hay un dato nuevo: los neurólogos han llegado a la conclusión de que, siempre que el ser humano aborda las cuestiones del sentido, de lo sagrado y de Dios, se produce una sensible aceleración en las neuronas del lóbulo frontal. Y a eso lo han llamado «punto Dios» en el cerebro, que es una especie de órgano interno por el que percibimos la Presencia de una podero­ sa y amorosa Energía que liga y re-liga todas las cosas. Alimentar ese «punto Dios» nos hace más solidarios, amoro­ sos y cuidadosos, porque se opone al consumismo y al materialis­ mo de nuestra cultura. Todos, especialmente los que aún acuden a la escuela, deben ser iniciados en esta espiritualidad, pues nos hace más sensibles a los demás y nos liga más a la Madre Tierra, a la naturaleza y al cuidado, valores sin los cuales no podremos garantizar un futuro bueno para nosotros. Inteligencia cordial y espiritualidad son las exigencias más urgentes que la amenazadora situación actual nos presenta.

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U no de los efectos del proceso de mundialización -que va mucho más allá de su expresión económico-financiera- es el encuentro con todo tipo de tradiciones espirituales y religiosas. Se ha instaurado un auténtico mercado de bienes simbólicos en el que se ofrecen los distintos caminos, doctrinas, ceremoniales, ritos y esoterismos para atender a la demanda de un número cada vez mayor de personas, generalmente fatigadas por el exceso de mate­ rialismo, racionalismo, consumismo y superficialismo de nuestra cultura convencional. Detrás de este fenómeno hay una búsqueda humana que ha ser entendida y también atendida. Lo espiritual y lo místico, contradiciendo las predicciones de los maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche), están volviendo con renovado vigor, revelando así una dimensión olvidada del ser humano que para los modernos es más expresión de patología que de salud. Entre los estudiosos de las ciencias de la religión está reco­ brando hoy su ciudadanía la espiritualidad, que tiene su asiento en la razón sensible y cordial, que no sustituye a la razón cientí­ fico-calculadora, sino que la completa. En esta razón cordial se elaboran los grandes sueños y surgen las estrellas-guía que pro­ porcionan un rumbo a nuestra vida. La religión desvela al ser humano como proyecto infinito y le brinda el objeto adecuado que le permite descansar: el Infinito de Dios. Para los cristianos ofrece una especial dificultad el diálogo con las religiones. Sostienen la creencia de que son portadores exclusivos de una revelación única y de un salvador universal,

9. Primero viene el Espíritu, antes que el misionero

Primero viene el Espíritu, antes que el misionero

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Cuarta parte: Ver con los ojos d el corazón

Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, fuera del cual no hahr' salvación. En algunos casos, esta creencia se tiñe de fundamentalismo al afirmar sin rodeos que fuera de la Iglesia no hay salvación” reeditando una versión de cariz medieval. Otros, por el contrario, a partir de la Biblia y de una reflexión teológica más profunda, sostienen que todos los seres humanos, y también el cosmos, se hallan permanentemente bajo el arcoíris de la gracia de Dios. Para los once primeros capítulos del Génesis en los que no se habla aún de Israel como «pueblo elegido», todos los pueblos de la Tierra son pueblos de Dios. Y ello sigue siendo válido en nuestros días. Además, dicen las Escrituras que el Espíritu llena la faz de la Tierra, impregna la historia y anima a las personas a practicar el bien, a vivir en la verdad y a hacer realidad la justicia y el amor. El Espíritu fue el primero en llegar a una sencilla mujer del pue­ blo, María, a la que pidió que fuera la madre del Hijo eterno del Padre. Solo después de que ella aceptara, pudo llegar, en segundo lugar, el Hijo, que empezó a crecer en su seno. Por tanto, la exclusividad no es tal, pues Dios y el Espíritu no excluyen a nadie y hacen de todos los pueblos su propio pueblo. Algo semejante ocurre con el Espíritu en relación con las cul­ turas y las religiones. El es el primero en llegar, mucho antes que el misionero. Este, antes de anunciar su mensaje, necesita reco­ nocer las obras que dicho Espíritu realiza en el mundo: el amor, la bondad, la compasión y el perdón entre las muchas personas en sus respectivas culturas y religiones. Al misionero compete reconocerlas, apreciarlas y prolongarlas, no negarlas en nombre de su verdad exclusiva. Cristo no puede ser reducido ámbito palestino. Al asumir al hombre Jesús de Nazaret, el Hijo se insertó en el proceso de la evolución, tocó la realidad humana y adquirió una dimensión cósmica. Tanto el teólogo franciscano Duns Scoto, en la Edad Media, como Pierre Teilhard de Chardin, en los tiempos moder­ nos, apuntaron que el Hijo está presente en la materia y en las energías originarias y que fue densificando su presencia en la me-

9. Primero viene el Espíritu, antes que el misionero

dida en que se realizaba la complejidad y crecía la conciencia, hasta irrumpir en la forma de Jesús de Nazaret. Esta individua­ ción no disminuyó su carácter divino y cósmico, de forma que puede irrumpir bajo otros nombres y en otras figuras que revelan en sus vidas y obras la cercanía del misterio de Dios. Para evi­ tar una cierta «cristianización» del tema podemos emplear otros nombres, como Sabiduría/Sofia, que está presente en la creación, en la vida de los pueblos y, especialmente, en las lecciones que nos ofrecen los maestros y los sabios. O se emplea también la categoría Logos o Verbo, que revela el momento de inteligibilidad y ordenación del universo y que no se reduce a una Energía impersonal, sino que revela una suma subjetividad y una suprema conciencia. Prácticamente, todas las tradiciones espirituales y religiosas se refieren a la Última Realidad como Spiritus Creator, aquella Energía suprema que del caos originario sacó y ordenó todas las cosas. Este Espíritu impregna todos los movimientos del univer­ so, anima los procesos de ascensión y vivifica el espíritu humano para que se abra cada vez más a las manifestaciones de dicho Espíritu en la naturaleza, en las culturas, en las religiones y en la vida de las personas. Nunca ha abandonado su creación y no nos falta jamás. Por eso vivimos a merced de su actuación, de su amor y de la vida que diariamente nos concede.

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Q uinta P arte

FIGURAS SEMINALES Y EJEMPLARES

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H ay una clamorosa escasez de líderes mundiales que, en medio de una grave crisis de civilización, en la que puede estar amena­ zada la vida en la Tierra, tengan palabras capaces de orientar y dar esperanza. En su mayoría, los presidentes provienen de las escuelas de administración, donde se les ha enseñado más a ges­ tionar la economía de la acumulación que a ocuparse del bienes­ tar del pueblo y de la naturaleza. Pero existen excepciones nota­ bles, como son el papa Francisco, Su Santidad el Dalai Lama y, en América Latina, el ex presidente de Uruguay, José Mujica, que presidió la nación durante cinco años: de 2010 a 2015. Encontrándome en Montevideo, tuve la afortunada oportunidad de encontrarme con él, el 17 de marzo de 2015, en su sencilla casa rural, situada a unos 3 kilómetros de la capital. Lo que tuvimos fue una especie de encuentro existencial capaz de enriquecer la propia andadura personal y confirmar los mismos sueños e ideales. Me encontré con un campesino, una persona cuyo aspecto y cuyas palabras me recordaron inmediatamente a figuras clásicas del pasado, como León Tolstoy, Mahatma Gandhi, Chico Mendes, Don Pedro Casaldáliga, obispo de Sao Félix do Araguaia e incluso el mismísimo Francisco de Asís. Allí estaba él, con su camisa sudada y raída por el trabajo, con un pantalón de deporte bastante desgastado y unas rudas san­ dalias que dejaban ver unos pies con la suciedad propia de quien viene de trabajar del campo. Vive en una casa humilde, junto a la que puede verse el viejo Volkswagen incapaz de rodar a más de 70 km. por hora. Ya ha habido quien le ha ofrecido un millón de dólares por el cacharro, pero él rechazó la oferta, tanto por res-

1. Un líder seminal: José M ujica, ex presidente de Uruguay

Un líder seminal: José Mujica, ex presidente de Uruguay

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Q uinta parte: Figuras seminales y ejemplar

peto al viejo coche que le llevaba a diario al palacio presidencial como por consideración hacia el amigo que se lo había regalado Se niega a que lo consideren pobre. «No soy pobre -dice él porque tengo todo lo que necesito para vivir; ser pobre no es n ' tener, sino estar fuera de la comunidad, y yo no lo estoy». Perteneció a la resistencia frente a la dictadura militar. Pasó trece años en una prisión, y gran parte del tiempo dentro de un pozo, lo cual le dejó secuelas que todavía hoy perduran. Después tuvo que vivir en oscuras cuevas subterráneas. Pero nunca habla de ello ni muestra el menor resentimiento. Dice que la vida le ha hecho pasar por muchas situaciones difíciles, pero todas ellas buenas para darle sabias lecciones y permitirle crecer. Estuvimos charlando durante más de hora y media. Comen­ zamos hablando de la situación de Brasil y, en general, de Amé­ rica Latina. Se mostró solidario con Dilma, especialmente en lo referente a su determinación de exigir una investigación rigurosa y un castigo adecuado para los corruptos y corruptores del peno­ so caso de Petrobrás. Y no dejó de señalar que hay una política orquestada desde los Estados Unidos con objeto de desestabilizar a los gobiernos que tratan de realizar un proyecto autónomo de país, como sucede en el Norte de Africa y puede también estar su­ cediendo en América Latina y en Brasil, siempre en connivencia con los sectores más acomodados y poderosos de dentro del país en cuestión, que temen los cambios sociales que puedan poner en peligro sus privilegios históricos. Pero el centro de la conversación lo ocupó la situación del sistema-vida y del sistema-Tierra. En este punto me di cuenta del amplísimo horizonte de su visión del mundo. Subrayó claramente que el problema central no residía para él en su preocupación por Uruguay, su país, ni por nuestro continente latinoamericano, sino en el destino de nuestro planeta y el futuro de nuestra civiliza­ ción. Entre meditativo y preocupado, decía que tal vez tengamos que asistir a grandes catástrofes hasta que los jefes de Estado se den cuenta de la gravedad de nuestra situación como especie y adopten medidas al respecto. De lo contrario, nos encaminaremos hacia una tragedia ecológico-social inimaginable.

Un líder seminal: José M ujica, ex presidente de Uruguay

Lo triste -comentaba Mujica- es constatar cómo entre los jefes de Estado, especialmente de las grandes potencias econó­ micas, no se observa ninguna preocupación por crear una ges­ tión plural y global del planeta Tierra, ya que los problemas son de alcance planetario. Cada país prefiere defender sus derechos particulares, sin caer en la cuenta de las amenazas generales que penden sobre la totalidad de nuestro destino. Ahora bien, el punto álgido de nuestra conversación, sobre el que pretendo volver más adelante, se refería a la urgencia de crear una cultura alternativa a la cultura dominante, a la cul­ tura del capital. De poco vale -subrayaba- cambiar los modos de producción, de distribución y de consumo, si seguimos con­ servando los hábitos y «valores» vividos y proclamados por la cultura del capital, que ha hecho creer a toda la humanidad que necesitamos crecer de manera ilimitada y buscar un bienestar material sin fin. Esta cultura opone a ricos y pobres, induciendo a estos a tratar de ser como aquellos. A este fin, no repara en me­ dios para conseguir que todos se hagan consumidores. Cuanto más se inserten en el consumo, tanto mayores serán sus exigen­ cias, porque el deseo inducido es ilimitado y no acaba nunca de saciar al ser humano. La supuesta felicidad prometida se desva­ nece, convirtiéndose en una gran insatisfacción y en un enorme vacío existencial. La cultura del capital, subrayaba Mujica, no puede propor­ cionarnos la felicidad, porque nos mantiene totalmente presos del ansia de acumular y de crecer, sin darnos tiempo siquiera para, simplemente, vivir, celebrar la convivencia con los demás e in­ sertarnos en la naturaleza. Esa cultura es anti-vida y anti-naturaleza, devastada por la voracidad productivista y consumista. Es importante vivir tal como pensamos; de lo contrario, pen­ saremos tal como vivimos: en la infernal espiral del consumo incesante. Se impone la sencillez voluntaria, la sobriedad com­ partida y la comunión con las personas y con toda la realidad. Es difícil, constataba Mujica, construir las bases para esta cultura humanitaria y amiga de la vida. Pero tenemos que empezar por nosotros mismos.

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Q uinta parte: Figuras seminales y ejemplares

Yo le comenté: «Usted nos ofrece un vivo ejemplo de que todo eso es posible y entra en el ámbito de las posibilidades humanas» Al final, mientras nos dábamos un fuerte abrazo, le comenté«Le diré con toda sinceridad y humildad que creo que hay dos personas en el mundo que me inspiran y me infunden esperanzael papa Francisco y Pepe Mujica». El no dijo nada. Me miró fija­ mente y pude ver cómo sus ojos se humedecían por la emoción Salí del encuentro como quien vive un choque existencial profundamente benéfico: había conocido a un líder seminal que, como una semilla, encierra en su interior toda la esperanza de un pueblo y del mundo entero. Me confirmó en lo que, junto con tantos otros, pensamos y tratamos de vivir. Y le agradecí a Dios que nos hubiera dado un líder con tanto carisma, tanta sencillez, tanta entereza y tanta irradiación de vida y de amor.

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Hubo un profeta enviado por Dios llamado «Gentileza»

muchos en la ciudad de Río de Janeiro se acuer­ dan de aquella singular figura de largos cabellos y barba canosa, vestido con una blanquísima túnica sembrada de pegatinas lle­ nas de mensajes, con un estandarte en la mano cuajado de frases en color rojo, el cual, desde los primeros años setenta hasta que murió a comienzos de 1996, recorría toda la ciudad, viajaba en las lanchas que hacían el trayecto desde Río hasta Niterói y se subía a los trenes y autobuses para pronunciar su predicación: «La gentileza genera gentileza». A partir de 1980 llenó las 55 pilastras del «Viaduto do Cajú», que daba acceso a la estación de autobuses, con inscripciones en verde-amarillo en las que proponía su crítica del mundo y su alternativa al malestar de nuestra civilización. No era un loco, como podría parecer, sino un profeta del temple de profetas bíbli­ cos como Amos u Oseas. Como todo profeta, también él sintió una llamada divina a raíz de un trágico acontecimiento: el incendio del circo norteame­ ricano en Niterói, acaecido el 17 de diciembre de 1961 y en el que quedaron calcinadas cerca de 400 personas. Él era un pequeño empresario del sector del transporte en Guadalupe, un barrio de la periferia de Río, y se sintió llamado a consolar a las familias de las víctimas. Lo dejó todo, salvo uno de sus camiones, en el que cargó dos barricas de vino, y allí, en el embarcadero de Niterói, lo dis­ tribuía en pequeños vasos de plástico diciendo: «Quien quiera e g u r a m e n t e

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?. Hubo un profeta enviado por Dios llamado « Gentileza »

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tomar vino no tiene que pagar nada; es solo pedir por gentilezaes solo decir “agradecido”». José da Trino, que tal era su nombre, empezó a ser llama­ do José Agradecido o Profeta Gentileza. Había interpretado el incendio del circo como una metáfora del incendio del mundo tal como está organizado: como un circo dirigido por el «demo­ nio-capital, que todo lo vende, todo lo destruye, incluida la propia humanidad». Según él, debemos construir otro mundo a partir de la Gentileza, cosa que hizo él, como miniatura anticipatoria en su propio local, transformado en un bellísimo jardín llamado «Paraíso Gentileza». La cuarta pegatina de su túnica decía: «Gentileza es el reme­ dio de todos los males, amor y libertad». Y lo fundamentaba del siguiente modo: «Dios Padre es Gentileza que engendra al Hijo por Gentileza... Por tanto, Gentileza engendra Gentileza». Insistía en enseñar que, en lugar de muito abrigado («muy reconocido), debemos decir «agradecido»; y en lugar de «por fa­ vor», debemos decir «por gentileza», porque nadie está obligado a nada, y todos debemos ser gentiles unos con otros y relacionar­ nos por amor, no por favor. ¿No es precisamente eso lo que Río de Janeiro está necesitando para contrarrestar la creciente violencia? Tratemos de captar el secreto mensaje de este profeta secular enviado por Cristo Redentor, desde lo alto del Corcovado, a la ciudad y a todo el mundo, marcados por tanta truculencia y tanta falta de gentileza. Para ir directamente al asunto, yo diría que existen dos prin­ cipios, detectados ya por el gran filósofo y matemático Blaise Pascal; el espíritu de Geometría y el espíritu de Gentileza. Yo prefiero llamarlos «principios», porque, como todos los princi­ pios, son generadores de actitudes, comportamientos, valores e instituciones. Estos principios son verdaderos y forman parte sustancial de cualquier civilización y de toda comunidad humana. La gentileza se manifiesta en el cuidado o solicitud de unos para con otros, en el respeto, la solidaridad, la compasión y la incansable búsqueda de la paz.

La geometría, en cambio, responde en función del cálculo, de la voluntad de abrir caminos, de domesticar la naturaleza y de construir artefactos técnicos que alivien el peso de la existencia humana. Una y otra conviven, pero no sin tensiones. Unas veces pre­ domina el principio de Gentileza, y entonces las sociedades go­ zan de relativa paz, y los conflictos de la convivencia pueden sol­ ventarse fácilmente. Otras veces, lo que impera es el principio de Geometría, y entonces funcionan en todos los órdenes las leyes, las burocracias y el cálculo, estableciendo el imperio del orden, no raras veces impuesto mediante la coerción. Lo que ha predominado en la cultura moderna, actualmente globalizada, ha sido el principio de Geometría, reprimiendo fuer­ temente el principio de Gentileza. Así es como hemos conocido sociedades basadas en la conquista, en letales inventos tecnoló­ gicos y en la artificialización de casi todas las dimensiones de la existencia, así como en la violencia en las relaciones sociales e internacionales y en guerras enormemente devastadoras. En este tipo de cultura ha surgido también su antídoto: las per­ sonas que siempre han tratado de rescatar el principio de Gentileza, proporcionando un rostro más humano a las sociedades y tratando con compasión a las víctimas del principio de Geometría. Espe­ cialmente a partir del romanticismo filosófico del siglo XIX y de la tradición crítica de posguerra (1945), se elaboró un severo juicio sobre la llamada «modernidad» del principio de Geometría. Pero la crítica de la modernidad no es monopolio de los maes­ tros del pensamiento académico, como Freud con su Malestar en la cultura, o la Escuela de Frankfurt con Horkheimer y su obra El eclipse de la razón o Flabermas y su Conocimiento e interés, o incluso toda la producción filosófica del Heidegger tardío. El Profeta Gentileza, representante del pensamiento popular y cordial, llegó a la misma conclusión que tales maestros, pero fue más certero que ellos al proponer la alternativa: la gentileza como irradiación de la solicitud y de la ternura esencial. Este paradigma tiene más posibilidades de humanizarnos que el que ardió en el circo de Niterói: el espíritu de Geometría, el

Q uin ta parte: Figuras seminales y ejemplares

saber como poder, y el poder como dominación sobre los otros y sobre la naturaleza. El espíritu de Gentileza resulta hoy particularmente urgente debido a la crisis ecológica y a las amenazas que pesan sobre el sistema-vida y el sistema-Tierra. O alimentamos una relación de amor y amistad para con la vida y de respeto y gentileza para con la Tierra, entendida como nuestra Gran Madre que nos da cuanto necesitamos, o corremos el riesgo de acercamos a un abismo del que no hay vuelta atrás posible. Sería la derrota de la humanidad, que no ha sabido humani­ zarse a base de la gentileza, la solicitud, la solidaridad y el amor.

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P or regla general, la propagación del cristianismo tuvo lugar en el marco de una alianza entre el poder político y el poder religio­ so. Esto adquirió carta de naturaleza a partir del siglo III, cuando el emperador cristiano Constantino incorporó el cristianismo al Imperio, convirtiéndolo en religión oficial, teniendo buen cuida­ do de conceder a la jerarquía de la Iglesia, obispos y sacerdotes, la condición de funcionarios del Estado, con derecho a los privi­ legios y títulos honoríficos inherentes al cargo, cosa que, desdi­ chadamente, perdura todavía hoy. En América Latina, el proceso de colonización y la evangelización constituyeron un único proyecto: se conquistaba el cuerpo mediante la espada, y el alma mediante la doctrina. Era el evan­ gelio del poder religioso asociado al poder político-militar. Pero nunca faltó en la historia otra tendencia -vivida anta­ ño por Francisco de Asís en Europa y por Bartolomé de las Ca­ sas en América Latina-: la de acercarse a los otros por medio de una convivencia pacífica, sin palabras, fraterna y amorosa. En el mundo contemporáneo, dicha tendencia fue nuevamente en­ camada por el Hermano Carlos de Foucauld, que a comienzos del siglo XX se fue a vivir con los musulmanes en el desierto de Argelia, pero no para anunciar el evangelio, sino para, en el espí­ ritu evangélico, convivir con ellos y acoger las diferencias de su cultura y de su religión. En nuestros días, viven esta misma experiencia de manera ejemplar las seguidoras del Hermano Carlos, las Hermanitas de Jesús, entre los indios Tapirapé al noroeste del Matto Grosso, cer-

3. Un evangelio sin poder: las comadronas de u n pueblo indígena

Un evangelio sin poder: las comadronas de un pueblo indígena

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ca del río Araguaia. Pero ya no es el evangelio del poder doctri sino el poder del evangelio como convivencia humana y fraterna' En 2002 tuve ocasión de asistir a la celebración del cincuente nario de la presencia de las Hermanitas junto a los Tapirapé Allí se encontraba todavía la pionera, la Hermanita Genoveva, qUe en octubre de 1952 había iniciado su convivencia con la citada tribu Con motivo del cincuentenario, y con la ayuda del obispo Pedro Casaldáliga, abogado y defensor de los indios, se publicó un libro de extraordinario valor: O renascer do povo Tapirapé: diario das Irmanzihas de Jesús de Charles de Foucauld (1952-1953) (Edi­ tora Salesiana, Sao Paulo 2003), bellísimamente ilustrado para estar a la altura de la refinada estética de los Tapirapé. ¿Cómo llegaron ellas allí? A través de los frailes dominicos franceses que misionaban en la zona del Araguaia, las Hermani­ tas se enteraron de que los Tapirapé estaban a punto de extinguir­ se. En poco tiempo habían pasado, de ser 1.500, a ser tan solo 47, debido a las incursiones de los Kayapó, sus enemigos tradi­ cionales, así como a causa de las enfermedades de los blancos y la escasez de mujeres. En el espíritu del Hermano Carlos -acudir para convivir, no para convertir-, decidieron unirse a la agonía de un pueblo. A su llegada, la Hermanita Genoveva oyó decir al cacique Marcos: «Los Tapirapé vamos a desaparecer. Los blancos van a acabar con nosotros. La tierra, la caza y la pesca tienen un valor. El único que no vale nada es el indio». Y ellos se habían conven­ cido de que no tenían ningún valor y de que estaban inexorable­ mente condenados a desaparecer. Las Hermanitas acudieron a ellos y, humildemente, les pidie­ ron hospedaje. Comenzaron entonces a vivir con ellos el evan­ gelio de la fraternidad en la quema de rastrojos, en la lucha por la mandioca de cada día, en el aprendizaje de la lengua y en el aprecio de todo cuanto era de ellos, incluida su religión, en un proceso solidario y sin retorno. Con el tiempo, fueron incorporadas como miembros de la tri­ bu, y los indios recobraron la autoestima, pues gracias a la me­ diación de ellas consiguieron que mujeres Karajá se casaran con

hombres Tapirapé, garantizando la pervivencia de la población. De 47 han pasado a ser hoy 520. En cincuenta años, las hermanitas no han convertido a un solo miembro de la tribu, pero han conseguido mucho más: se han convertido en comadronas de un pueblo, a la luz de Aquel que comprendió su misión de «traer vida, y vida en abundancia». Cuando vi el rostro de una india Tapirapé y el rostro envejecido de la Hermanita Genoveva, observé que, si esta se hubiera teñi­ do sus blancos cabellos del color del tucum (un tipo de palmera propia del Brasil; N. del Tr.), podría pasar perfectamente por una mujer Tapirapé. Lo cierto es que en ella se había hecho realidad la profecía de la Fundadora: «Las Hermanitas se harán Tapirapé para, en adelante, ir a los demás y amarlos, pero siempre serán Tapirapé». Darcy Ribeiro, el gran antropólogo de las culturas indígenas, consideró esta experiencia de las Hermanitas de Jesús como un hecho inédito en la historia de la antropología que debe ser con­ servado y referido como un ejemplo de inculturación perfecta­ mente conseguida. Queremos, finalmente, relatar la transfiguración gloriosa de la Hermanita Genoveva, comadrona del pueblo Tapirapé, el 24 de septiembre de 2013. Nos lo describe Canuto, agente de la pastoral indígena de la diócesis de Sao Félix do Araguaia. He aquí su testimonio: «En la mañana del martes 24, Genoveva estaba periectamente. Había amasado barro para el arreglo de la casa. Almorzó tran­ quilamente con la Hermanita Odile. Se hallaban descansando ambas cuando, de pronto, ella se quejó de dolores en el pecho. Odile corrió a buscar un coche para llevarla al hospital de Con­ fresa. Durante el trayecto, la respiración fue haciéndose más y más difícil, y falleció antes de llegar al hospital. De regreso a la aldea, la consternación era general. Genove­ va había visto nacer prácticamente al 100% de los Apyawa (que es como se autodenominaban los Tapirapé y como han vuel­ to a autodenominarse hoy día) en esos 61 años compartiendo con ellos su vida. Los Apyawa insistieron en darle sepultura de

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acuerdo con sus propias costumbres, como si hubiera fallecido una Apyáwa más. Los cantos fúnebres, ritmados con los pasos de todos ellos, se prolongaron durante toda la noche y el día siguiente, a la vez que se oían innumerables lamentaciones y llantos. Según el ritual Apyawa, Genoveva fue enterrada dentro de la casa donde había vivido. La fosa fue abierta con todo cuidado por los Apyawa, mientras entonaban cánticos rituales. A unos 40 centímetros del suelo se colocaron dos traviesas, una en cada extremo de la fosa, a las que se sujetó una red extendida sobre la cual se colocó el cadáver. Encima de las traviesas se clava­ ron unas tablas, y sobre ellas se depositó la tierra, que había sido toda ella cribada por las mujeres, como es tradición. Al día siguiente, la tierra fue humedecida hasta que quedó firme y espe­ sa. Todo ello fue acompañado de cánticos rituales. En la misma red sobre la que dormía a diario, Genoveva sigue durmiendo su sueño eterno entre aquellos a quienes esco­ gió para que fueran su pueblo. La noticia de su muerte se difundió por la región, por todo Brasil y por el mundo entero. Multitud de agentes de pastoral acudieron a rendirle su homenaje. Los coordinadores del CIM1 de Cuiabá llegaron después de un viaje de más de 1.100 kms., cuando el cadáver ya se encontraba en la fosa, aunque cubierto únicamente con las tablas, pero los Apyawa las retiraron para que los recién llegados pudieran verla por última vez tendida en su red. Los cánticos rituales de los Tapirapé se entremezclaban con los cánticos y expresiones propias de la andadura cristiana de la Hermanita Genoveva. Al final, el cacique dijo que los Apyawa estaban todos ellos muy tristes por la muerte de la hermanita. Hablando en una mezcla de portugués y tapirapé, puso de relie­ ve el respeto con que siempre habían sido tratados por las hermanitas durante aquellos sesenta años de convivencia. Recordó, además, que los Apyawa debían su supervivencia a las herma­ neas, porque, cuando estas llegaron, ellos eran muy pocos, y en ese momento su número ascendía ya a cerca de mil personas. Plantada en territorio Tapirapé está, pues, Genoveva, un verdadero monumento a la coherencia, al silencio y la humil-

dad, al respeto y el reconocimiento del diferente, demostrando cómo es posible, a base de pequeñas y sencillas acciones, salvar la vida de todo un pueblo».

3. Un evangelio sin poder: las comadronas de un pueblo indigena

¿No será este el camino que deberá seguir el cristianismo si quiere tener futuro en un mundo religiosamente plural y globalizado? Estamos hablando del evangelio sin poder: el evangelio desprovisto de los rasgos de la cultura occidental dominante y sencillamente vestido con el ropaje de las virtudes radicalmente humanas de la convivencia, la solidaridad y el amor.

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Q uinta parte: Figuras seminales y ejempia)

Perderse para encontrarse: el monje, el gato y la luna

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l hombre moderno ha perdido el sentido de la contemplación: apreciar la maravilla de las aguas cristalinas del arroyo, llenar­ se de asombro frente a un cielo estrellado y extasiarse ante los brillantes e inquisitivos ojos de un niño. Ya no sabe lo que es el frescor de una tarde de otoño y es incapaz de quedarse a solas, sin teléfono móvil, sin Internet, sin televisión y sin equipo de música. Tiene miedo a escuchar la voz que le viene de dentro, la que nun­ ca miente, la que nos aconseja, nos aplaude, nos juzga y siempre nos acompaña. La pequeña historia de mi hermano Waldemar, educador popular y campesino, nos devuelve a nuestra dimen­ sión perdida. Lo que es profundamente verdadero tan solo puede expresarse debidamente, como afirman los sabios antiguos, por medio de pequeñas historias, y rara vez por medio de concep­ tos. A veces, cuando imaginamos que nos perdemos, es entonces cuando nos encontramos. Eso es lo que esta historia quiere comu­ nicarnos: un desafío para todos. Escribe Waldemar Boff

«Erase una vez un ermitaño que vivía mucho más allá de las montañas de Iguazaim, muy al sur del desierto de Acaman. Hacía treinta años que se había retirado a aquel lugar. Unas pocas cabras le proporcionaban la leche diaria, y un palmo de tierra de aquel fértil valle le procuraba el pan. Junto a su cabaña crecían unas cuantas vides. Y durante todo el año, bajo las hojas de palma que le servían de techumbre, las abejas acudían a hacer sus colmenas. “¡Hace más de treinta años que vivo aquí...!”, suspiró el monje Porfirio; “¡Más de treinta años...!” Y sentado sobre una

4. Perderse para encontrarse: el monje, el gato y la luna

piedra, con la mirada perdida en las aguas del arroyo que brin­ caban entre los guijarros, se detuvo en este pensamiento durante largas horas. “¡Hace más de treinta años, y aún no me he encon­ trado...! Me he perdido para todo y para todos, con la esperanza de encontrarme..., ¡pero me he perdido irremediablemente!” A la mañana siguiente, antes de que saliera el sol, con un humilde zurrón colgado de un hombro y unas desgastadas san­ dalias en los pies, se puso en camino hacia las montañas de Igazaim, después de rezar por los peregrinos. Siempre subía a las montañas cuando, sometido a fuerzas extrañas, su mundo inte­ rior amenazaba con desmoronarse. Iba a visitar al Abba Tebaíno, un ermitaño más anciano y más sabio, padre de toda una gene­ ración de hombres del desierto, que vivía baja un gran peñasco, desde donde podían verse, allí abajo, los trigales de la aldea de Icanaum. “Abba, me perdí para encontrarme, pero me he perdido irre­ mediablemente. No sé quién soy ni para qué o para quién vivo. He perdido lo mejor de mí mismo, mi propio yo. He buscado la paz y la contemplación, pero lucho con una legión de fantasmas. He hecho todo lo posible por merecer la paz. ¡Mira mi cuerpo, retorcido como una raíz, despedazado por tantos ayunos, cilicios y vigilias...! Y aquí estoy, roto y debilitado, vencido por el can­ sancio de la búsqueda”. Y en plena noche, bajo una enorme luna que iluminaba el perfil de las montañas, el Abba Tebaino, sentado a la entrada de su cueva, escuchaba con infinita ternura las confidencias del hermano Porfirio. Luego, en uno de esos intervalos en que las palabras se esfu­ man y solo queda la presencia, un gatito que llevaba muchos años con el Abba se acercó arrastrándose mansamente hasta sus pies descalzos. Miou, que así se llamaba el gato, le lamió el bor­ de del sayal, se acomodó y, con sus ojos grandes como los de un niño, se puso a contemplar la luna, que, como el alma de un justo, subía silenciosa hacia los cielos. Y al cabo de un largo rato, el Abba Tebaíno empezó a hablar con gran dulzura: “Porfirio, hijo mío querido, debes ser como el gato, que no busca nada para sí mismo, sino que todo lo espera de mí. Pasa

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Q u inta parte: Figuras seminales y ejempla)

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toda la mañana a mi lado aguardando un pedazo de corteza y u poco de leche que le pongo en este cuenco. Luego se pasa el día junto a mí lamiendo mis doloridos pies. No quiere ni busca nadatodo lo espera. Es pura disponibilidad. Es entrega. Vive por vivir lisa y llanamente. Vive para el otro. Es don, es gracia, es gratuidad. Aquí, recostado junto a mí, contempla inocente e ingenuo arcaico como el ser, el milagro de la luna que sube, enorme y bendita. No se busca a sí mismo, ni siquiera en la vanidad íntima de la auto-purificación o en la complacencia de la auto-realiza­ ción. Se ha perdido irremediablemente, tanto para mí como para la luna. Su condición es ser lo que es y encontrarse. Y un profundo silencio descendió sobre la entrada del peñasco. A la mañana siguiente, antes de la salida del sol, los dos ermi­ taños entonaron los salmos de Maitines, cuyas alabanzas reso­ naron contra las montañas e hicieron estremecerse las fibras del universo. Después se dieron el ósculo de despedida. El hermano Porfirio, con su modesto zurrón a cuestas y sus desgastadas san­ dalias en los pies, regresó a su valle, al sur del desierto de Aca­ man. Había comprendido que para encontrarse debía perderse en la más pura y simple gratuidad. Cuentan los habitantes de la aldea próxima que muchos años después, en una profunda y tranquila noche de luna llena, vieron en el cielo un gran fulgor. Era el monje Porfirio, que subía, junto a la luna, hacia la inmensidad de aquel cielo delirantemente pla­ gado de estrellas. Ya no necesitaba perderse, porque se había encontrado definitivamente».

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Toda arrrogancia será castigada, ayer, hoy y siempre

cultura occidental se caracteriza por su excesiva arro­ gancia, exacerbada por la tecnociencia, con la que domina el mundo. En todo se muestra excesiva: en la explotación ilimitada de la naturaleza, en la imposición de sus creencias políticas y religiosas y, cuando lo considera oportuno, en llevar la guerra adonde le convenga, como han hecho durante siglos Europa y, posteriormente, los Estados Unidos. Esta cultura padece el «complejo-Dios», pues pretende saber­ lo todo y poderlo todo. En este contexto, viene a cuento recordar una fábula de Philipp Otto Runge, un pintor alemán del siglo XIX que solía reflexionar durante el tiempo que transcurría entre la pintura de un cuadro y la de otro. Él inventó esta pequeña historia de una pareja de pescadores muy pobres. He aquí la historia: uestra

«Érase una pareja que vivía en una miserable cabaña junto a un lago rico en peces. Todos los días, la mujer iba a pescar un pez para comer. En cierta ocasión, picó el anzuelo un pez muy extraño que ella no supo identificar. El pez le dijo: "No me mate, señora, pues no soy un pez cualquiera; soy un príncipe encanta­ do, condenado a vivir en este lago; déjeme vivir, se lo ruego". Y ella, compadecida, le dejó vivir. Al llegar a la cabaña, st lo contó a su marido, el cual, que era muy experto, le sugirió: ‘‘Si fuera en realidad un príncipe encantado, podría ayudarnos, y mucho. Vuelve allá enseguida y pídele que transforme nuestra cabaña en un castillo".

5. Toda arrogancia será castigada, ayer, hoy y siempre

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Q uinta parte: Figuras seminales y ejempia)

La mujer regresó al lugar a regañadientes y llamó al pez. Este la vio y le dijo: “Qué quieres de mí?” Ella le respondió: “Vos debéis de ser muy poderoso, pues sois un príncipe. ¿Podríais transformar mi cabaña en un castillo?”. “Sea. Voy a acceder a tu deseo”, replicó el pez. Al llegar la mujer al lugar donde antes se hallaba la cabaña, se encontró con un imponente castillo con torres y jardines, y a su marido vestido de príncipe. Al cabo de pocos meses, y acucia­ do por nuevos deseos, dijo el marido a la mujer señalando con el dedo los verdes campos y las montañas: “Todo eso puede ser nuestro. Será nuestro reino. Ve al lago y pide al pez que nos conceda un reino”. La mujer estaba un tanto harta de los deseos del marido, pero acabó yendo al lago. Llamó al pez, y este acudió al instante. “Qué quieres ahora de mí?”, le preguntó. A lo que la pescadora respondió: “Me gustaría tener un reino con tierras y montañas hasta donde alcance la vista”. “Sea. Que se cumpla tu deseo”, respondió el pez. Al regresar, se encontró con un castillo aún mayor, y en su interior vio a su marido vestido de rey, con una corona sobre su cabeza y rodeado de príncipes y princesas. Ambos quedaron felices y satisfechos durante bastante tiempo. Pero un buen día el marido, que nunca parecía quedar satis­ fecho, le dijo a su mujer: “Podrías pedir al príncipe encantado que me hiciera papa, con todo el esplendor propio de tal figura...” La mujer, irritada, le replicó: “Eso es absolutamente impo­ sible. No hay más que un papa en el mundo”. Pero él presionó de tal modo que, finalmente, la mujer, cabizbaja, fue a pedir al príncipe: “Quiero que hagas Papa a mi marido”. “Sea. Que se cumpla tu deseo”, respondió el príncipe. Al regresar, la mujer vio a su marido vestido de papa, todo de blan­ co, con una cruz de oro y brillantes sobre el pecho y una escla­ vina igualmente blanca sobre los hombros, símbolo del poder absoluto. Estaba rodeado de cardenales, obispos, diplomáticos y multitud de personas arrodilladas ante él. Ella quedó deslumbrada. Pero, transcurridos unos meses de pompa y esplendor, él, olvidado de sus humildes orígenes,

Lo mismo sucederá, conforme a las tragedias griegas, con quienes viven de hybris, es decir, de un exceso de pretensión: serán castigados inexorablemente. Pienso que este será el destino de nuestra civilización, im­ pregnada de arrogancia hasta el punto de haber matado a Dios (Nietzsche) y haberlo sustituido por ídolos: el engañoso progreso ilimitado en un planeta limitado, así como un consumo desen­ frenado sin conciencia alguna de que la mayor parte de los bie­ nes y servicios de la naturaleza no son renovables. Mientras tan­ to, una gran parte de la humanidad pasa hambre y todo tipo de padecimientos. Finalmente, conviene constatar que la arrogancia nunca ha supuesto ventaja alguna para nadie, sino que ha sido siempre cau­ sa de falta de respeto para con los más débiles, así como factor de tensiones sociales y guerras de conquista destinadas a imponer el propio modo de pensar, de organizar la sociedad y de celebrar a Dios y su estilo de vida.

5 . Toda arrogancia será castigada, ayer, hoy y siempre

pensó: “Solo me falta una cosa, y quiero que el príncipe me la conceda: quiero hacer nacer el sol y la luna, quiero ser Dios”. Llamó a su mujer y le comunicó este último deseo. Ella, boquiabierta, le dijo: “Seguramente, el príncipe encantado no podrá hacer tal cosa”. Pero, sometida a la agobiante presión de su marido, antaño pescador y ahora papa, la mujer, aturdida y temerosa, acudió al lago y llamó al pez. Este le preguntó: “¿Qué quieres ahora de mí?”. Ella, avergonzada, le dijo en voz muy baja: “Quiero que mi marido sea Dios”. Y el pez le dijo: “Regresa a tu casa y ten­ drás una sorpresa”. Al regresar, se encontró a su marido sentado delante de la cabaña, pobre y totalmente desfigurado. La arrogancia y el exce­ sivo deseo transformó su vida y su destino. Lo quiso todo y lo perdió todo. Se cuenta que ambos, el pescador y su mujer, siguen todavía hoy sentados, taciturnos, a la puerta de la cabaña».

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¿Por qué los grandes no cuidan de los pequeños?

hace días por mi calle, por la que no pasa casi nadie, conté, en apenas 50 metros, 58 escarabajos de diferentes especies muertos. Como no pensamos en nuestros hermanos más peque­ ños, los pisoteamos, y nuestros coches los masacran. San Francisco de Asís o Albert Schweitzer, el médico que sentía un respeto ilimitado por todo ser viviente, habrían llorado de compasión. Fue entonces cuando recordé un bellísimo mito de los indios Maué, del área cultural del Tapajós-Madeira, que tiene mucho que enseñarnos. Cada cual puede sacar de este mito las conclu­ siones que quiera. Puede aplicarse a la ecología, a la relación be­ néfica con todo tipo de vida e incluso a la política internacional, en la que los grandes se comen a los pequeños. Dice así el mito: Q uinta parte: Figuras seminales y ejempla\

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aseando

«Cuando fue creado el mundo, no existía la noche. Tan solo existía el día, y la luz lo invadía todo, a excepción de las aguas profundas del río. Los Maué, por más que lo intentaran, no con­ seguían dormir, Consiguientemente, vivían siempre cansados y con los ojos irritados por el exceso de luz. Un buen día, uno de ellos se armó de valor y fue a hablar con la Cobra Grande, la sucurijú, toda ella totalmente negra y considerada como la señora absoluta de la noche. Era ella la que mantenía presa a la noche en lo más profundo de las aguas. La Cobra Grande escuchó las lamentaciones del indio y, al ver su piel oscurecida por el sol abrasador y sus ojos enrojecidos por el exceso de luz, sintió lástima de él. Y un tanto a regaña-

6. ¿Por qué los grandes no cuidan de los pequeños?

dientes, debido a los posibles riesgos, le propuso un pacto: “Yo soy grande y tuerte y sé defenderme. No tengo necesidad de nadie. Pero muchos de mis parientes son pequeños e indefensos, y nadie cuida de ellos. Vosotros mismos vais por ahí sin mirar dónde pisáis y, de ese modo, los matáis sin piedad. ¿Cómo pue­ den ellos defenderse? Yo sé cómo, y voy a hacerte una propues­ ta”, dijo la Cobra Grande. Y prosiguió: “Te propongo el siguien­ te trato: tú, indiecito, me consigues veneno, y yo me encargaré de distribuirlo entre mis pequeños e indefensos parientes. Los grandes no lo necesitan, porque pueden defenderse solos. De modo que vosotros, los Maué, cuando caminéis por ahí, mirad bien dónde ponéis los pies, para no pisar a los pequeños bichitos, los cuales, con el veneno que yo les dé, tendrán el modo de defenderse de vuestro descuido. A cambio, te daré un coco lleno de noche”. El Maué aceptó la propuesta, se dirigió al lugar donde cre­ cían las plantas que él sabía que contenían veneno, reunió una buena cantidad del mismo y regresó adonde la Cobra Grande. Esta, a cambio, le entregó un coco lleno de noche. En el momento del intercambio, la Cobra Grande le hizo además esta recomendación: “Procura que nadie abra el coco fuera de la choza”. El indio prometió mantener el pacto. Pero los demás indios, locos de curiosidad, deseaban conocer en aquel mismo momento la tan ansiada noche. Sumamente excitados, decidieron juntos abrir el coco en medio de un claro del bos­ que. Y entonces sobrevino la desgracia: las tinieblas cubrieron el mundo. Ya no se veía nada, y una imprevista y terrible angustia invadió el ánimo de los Maué. Se produjo entonces una desbandada, en medio de la cual nadie pensó en los pequeños bichitos que ya habían recibido el veneno de la Cobra Grande. Los primeros en recibirlos fueron las arañas, las cobras pequeñas y los escorpiones, que se defen­ dieron de las pisadas de los indios mordiéndoles los pies y las piernas. Fue una auténtica calamidad. Muchos enfermaron, y otros murieron. Los pocos que sobrevivieron a los venenosos picotazos y mordiscos saben ahora cómo comportarse. Y a partir de enton­ ces, todos empezaron a tener mucho cuidado con los bichos

pequeños, para no pisarlos y ser mordidos. Habían aprendido a respetarlos y a convivir pacíficamente con ellos, dentro del mayor respeto mutuo». ¿Por qué será que los grandes del mundo de las finanzas, de la política y de las armas de destrucción masiva, que tanto poseen no cuidan de nuestros pequeños, que no poseen nada? Por no hacerlo, tenemos el mundo triste e injusto que conocemos. Y la tiniebla cubre nuestro cielo, infundiendo en todos nosotros el te­ mor, porque puede presagiar auténticas catástrofes que castigarán nuestra falta de sensibilidad y de corazón.

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I restemos atención a una serie de eventos catastróficos que deben hacernos pensar. En primer lugar, el devastador tsunami acaecido en Japón en 2011, con sus innumerables víctimas y con el riesgo letal de los materiales atómicos de las instalaciones nucleares destruidas. En aquel mismo año se produjo la enorme devastación de las ciudades serranas de Río de Janeiro, en la que en una sola noche murieron más de 900 personas y perdieron su casa más de 23.000. Léanse los alarmantes informes del Panel Intergubemamental sobre los Cambios Climáticos (IPCC), que en 2015 han generado desastres tan tremendos como la aterradora sequía y la falta de agua potable en las ciudades de Sao Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte, al tiempo que las impresionan­ tes nevadas en el este de los Estados Unidos. En este mismo año no pueden olvidarse las víctimas del fundamentalismo en diver­ sas partes del mundo, entre ellas los redactores de una revista humorística en París por parte de fundamentalistas islámicos. ¿Qué actitud alimentar? ¿La pura y simple indignación? ¿La respuesta igualmente violenta por parte de las potencias militares occidentales, ya sea por parte de Europa o de los Estados Unidos, bombardeando con saña las regiones de Oriente Medio donde se forman y se refugian los terroristas? Como es sabido, responder con violencia a la violencia nunca ha resuelto los problemas; an­ tes bien, da origen a la espiral de la violencia sin fin. Lo peor que puede sucedemos es dejar las cosas como están, porque nos enca­ minaríamos insensatamente al encuentro de nuestro propio final.

7. Una parábola siempre actual: el payaso de Kierkegaard

Una parábola siempre actual: el payaso de Kierkegaard

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La sensación general es que hemos «tocado techo»; que he mos llegado, evidentemente, a un punto en el que, si queremos permanecer en este planeta, tenemos que modificar nuestra rela­ ción con él, en la línea del respeto a los ritmos de la naturaleza y la garantía de las bases físico-químicas que sustentan la vida y la sinergia con la Madre-Tierra, respetando sus límites y dándole el tiempo sabático para que pueda reponer lo que nosotros le hemos arrebatado sin ninguna consideración. Esta vez no tenemos alternativa: o cambiamos o pereceremos. Tal actitud nos remite a la célebre historia o metáfora ideada por el filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard (1813-1855) sobre el clown, un payaso circense. El caso -refiere Kierkegaard- es que estaban incendiándose las cortinas del fondo del escenario. El director, entonces, envió al payaso, que ya estaba preparado para salir a escena, a que avisara del hecho a todos los asistentes, suplicándoles que acudieran a ayudar en la extinción de las llamas. Como se trataba de un paya­ so, todo el mundo pensó que se trataba de un truco para hacer reír a la gente antes de que comenzara la presentación. Y no dejaban de reír. Cuanto más se esforzaba el payaso en convencerles de lo que estaba ocurriendo, tanto más reían ellos. Entonces se puso serio y empezó a gritar: “ ¡El fuego está quemando las cortinas, va a extenderse a todo el circo, y todos ustedes van a abrasarse!” Aquello le hizo mucha gracia a todo el mundo, pues decían que él estaba representando espléndidamente su papel de payaso. Lo cierro es que el fuego consumió rápidamente las instalaciones, y todos los asistentes fueron pasto de las llamas. Y concluye Kierkegaard: «Así, creo yo, es como el mundo va a acabar, en medio de la hilaridad general de juerguistas despreo­ cupados que piensan que todo, al final, no pasa de ser una mera diversión». Dicen algunos que el fenómeno es, en gran parte, natural y que la Tierra reúne por sí misma las condiciones necesarias para hallar el equilibrio óptimo para la vida y viven como los ricos del Titanic, riendo, haciendo negocios, comprando joyas... mientras se van a pique fatalmente.

O como la gente en tiempos de Noé, el cual llamaba insisten­ temente a cambiar de vida, porque, de lo contrario, perecerían bajo un inimaginable diluvio. Pero no le prestaron atención. Ellos seguían festejando, casándose y divirtiéndose y atiborrándose de comida... hasta que llegó la catástrofe, en la que todos perecieron. Por contra, son muchos los que se toman las advertencias en serio: Estados y grandes instituciones, grupos concienciados de los dramas ecológicos, empresarios conscientes de las distintas amenazas que pesan sobre sus negocios... Y la propia sabiduría popular intuye que algo va a suceder, porque la insatisfacción y el mal están penetrando a fondo en todas las sociedades. Las informaciones nos dicen que, si comenzamos ahora, bas­ tará un 2% del PIB mundial para equilibrar el clima global y pro­ seguir la aventura planetaria con perspectivas de esperanza. Lo innegable es que nos hallamos frente a un problema global que no afecta tan solo a tal o cual ecosistema o a una determinada región, sino a todo el conjunto: la biosfera, el clima, la biodiversidad y el Planeta entero. Todos somos interdependientes, y las acciones de todos nos afectan a todos, para bien o para mal. Tardíamente -en concreto, solo a partir de los años setenta del siglo pasado- nos ha quedado muy claro que la Tierra es un superorganismo vivo, Gaia, que regula los elementos físicos, químicos, geológicos y biológicos de tal forma que se muestra benevolente con todas las formas de vida, en especial la vida humana. Pero ahora, dada la prolongada y persistente intervención del proceso productivo mundial, que consume la mayoría de los bie­ nes y servicios no renovables de la naturaleza, esta ha llegado a un punto en el que no consigue auto-regularse por sí sola, sino que requiere nuestra intervención, la cual consiste en mucho más que en limitarse a preservarla y cuidarla. Tenemos, efectivamente, que rescatarla y curarla, porque, en términos cósmicos, es un viejo planeta con una inmunidad limi­ tada y con dificultades de auto-regeneración. Dado que somos el principal agente desestabilizador, un au­ téntico meteorito rasante que ha inaugurado una nueva era geoló-

gica, el antropoceno, puede ocurrir que la Tierra deje de tratarnos con benevolencia y prefiera continuar sin nosotros. La dinámica del proceso de producción y consumo ilimita­ dos no consigue garantizar el equilibrio del planeta. Nos vemos obligados a cambiar en la línea de lo que sugiere la Carta de la Tierra-, asumiendo un modo sostenible de vida que implique vivir las tras famosas erres (r): reducir, reutilizar y reciclar todo cuan­ to consumimos. Y yo añadiría: reforestar las zonas devastadas y respetar a todos los seres. Solo podrá alcanzarse tal objetivo mediante la cooperación mundial y la percepción espiritual de que el planeta es Tierra ma­ terna, prolongación de nuestra propia existencia terrenal, a la vez que nosotros somos la parte inteligente y consciente de la Tierra, con la misión de conservar y cuidar esta herencia sagrada que hemos recibido del universo y de Dios.

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Un desafío permanente: casar el Cielo con la Tierra

8. Un desafio permanente: casar el Cielo con la Tierra

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Observando el proceso de mundialización, entendido como una nueva etapa de la humanidad y de la Tierra, en que las cultu­ ras, las tradiciones y los pueblos más diversos se encuentran por primera vez, tomamos conciencia de que podemos ser humanos de muchas maneras diferentes, y que es posible llegar a la Reali­ dad Última, la más íntima y profunda, siguiendo muchos y muy distintos caminos espirituales y religiosos. Pensar que hay una única ventana a través de la cual puede vislumbrarse el paisaje divino es la creencia ilusoria... y también el equívoco de los cristianos de Occidente. El cardenal Joseph Ratzinger, que posteriormente sería el papa Benedicto XVI, todavía en 2001, en su documento Dominus Iesus, quiso hacer valer la sentencia medieval, superada por el Vaticano II, de que «fuera de la Iglesia no hay salvación». Para él, el cristianismo es la única religión verdadera, y las demás tan solo son brazos tendidos hacia el cielo, pero sin certeza alguna de que Dios vaya a acoger sus súplicas. Pensar de este modo significa tener poca fe e imaginar que Dios tiene las dimensiones de nuestra mente. ¿Quién no ha cono­ cido a personas profundamente piadosas, que profesan otras re­ ligiones y en las que se percibe claramente la presencia de Dios? De hecho, el no reconocer tal realidad significa faltar al Espíritu Santo, que jamás deja de alimentar la dimensión espiritual a lo largo del tiempo Y que se anticipa siempre al misionero mediante las buenas obras de amor, de justicia y de bondad que produce.

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Q uinta parte: Figuras seminales y ejemplar

Bien distinta es la postura del papa Francisco, que con sus palabras y sus gestos ha mostrado un cristianismo abierto a las dimensiones del mundo. La Iglesia es una casa abierta en la que todos pueden tener cabida y sentirse acogidos. La Iglesia no dis­ crimina a nadie. Prefiere el encuentro vivo con Jesús antes que la proclamación solemne de verdades frías, incapaces de caldear el corazón y traer alegría a la vida. Su anuncio es la «Alegría del Evangelio», la primera Exhortación Apostólica del papa Francis­ co (2014). Hoy es fácil viajar a lo largo del mundo, conocer otras cul­ turas y costumbres, constatar la variedad de religiones, con sus inmensos templos y sus bellísimos ritos, y encontrar a personas profundamente religiosas. Todos tenemos la oportunidad y hasta la necesidad de apren­ der unos de otros y percibir cómo puede Dios ser venerado bajo los más diversos nombres y encontrado por los más inesperados caminos espirituales. Permítaseme una confidencia: hace algunos años tuve ocasión de mantener una serie de diálogos, en muchas ciudades de Sue­ cia, sobre ecología y espiritualidad. En una ocasión, llegué casi al Polo Norte, donde viven los samis (esquimales), que no sienten precisamente predilección por los extranjeros. Pero, al enterarse de que había llegado a su región un teólogo de la liberación, qui­ sieron conocer lo que para ellos constituía una auténtica «rareza». Acudieron a verme tres líderes indígenas, acompañados de representantes de sus respectivas comunidades. Y el más anciano de ellos no tardó en preguntarme: «¿Casan al Cielo con la Tierra los indios de Brasil o no?» Entendí lo que quería preguntar y respondí de inmediato: «Naturalmente que sí, porque de tal casa­ miento nacen todas las cosas». A lo que él, encantado, repuso: «Entonces siguen siendo in­ dios, no como nuestros hermanos de Estocolmo, que ya no creen en el Cielo» Lo que en realidad quería saber era si nuestros indígenas con­ servan su visión holística, integradora de todos los elementos, in­ cluidas las estrellas, de las que ellos se consideran hijos e hijas. Esa

8. Un desafio permanente: casar el Cielo con la Tierra

profunda comunión con la naturaleza, con las praderas y con los animales era la misma de la que daba testimonio el cacique Seattle en su carta de 1856 al gobernador del territorio de Washington: «Somos parte de la tierra, y ella es parte de nosotros; las perfu­ madas flores son nuestras hermanas; las escarpadas crestas y las verdes praderas, el calor de los poneys y del ser humano...: todos pertenecemos a la misma familia». Y a partir de ahí mantuvimos un profundo diálogo sobre el sentido de la unidad entre Dios, el mundo, el hombre, la mujer, los animales, la tierra, el sol y la vida. Una experiencia parecida tuve ocasión de vivir en 2008 en Guatemala, participando en una bellísima celebración con sa­ cerdotes y sacerdotisas mayas junto al lago Atitlán. Todo tenía lugar en torno al fuego sagrado. Comenzaron invocando a las energías de las montañas, las aguas, los bosques, el sol y la Ma­ dre Tierra. Durante la ceremonia, una sacerdotisa se acercó a mí y me dijo: «Usted está muy cansado, y todavía le queda bastante trabajo». En efecto: durante veinte días tenía que recorrer en coche varios países, participando en muchos actos y dando numerosas conferencias. Entonces ella, con su pulgar, presionó mi pecho a la altura del corazón, con tal fuerza que casi me rompe una costilla. Al cabo de un rato, volvió a dirigirse a mí y me dijo: «Tiene usted una rodilla magullada». Yo le pregunté: «¿Y usted cómo lo sabe?». Y me respondió: «Lo he sentido gracias al poder de la Madre Tierra». Lo cierto es que al desembarcar en la playa me había torcido la rodilla, que acabó hinchándose. Ella me condujo entonces jun­ to al fuego sagrado y pasó su mano del fuego a mi rodilla unas treinta o cuarenta veces, hasta que desapareció la hinchazón. Antes de concluir la celebración, que se prolongó durante cer­ ca de tres horas, volvió adonde yo me encontraba y me dijo: «To­ davía sigue usted cansado». Y de nuevo presionó fuertemente con su pulgar sobre mi pecho. Yo sentí un extraño ardor... y de pronto me encontré perfectamente relajado y tranquilo como nunca lo había estado.

Q uinta parte: Figuras seminales y ejemplai

Son sacerdotes chamanes que entran en contacto con las ener­ gías del universo y ayudan a las personas a gozar de bienestar. En cierta ocasión me atreví a preguntar al Dalai Lama: «¿¿Cuál es la mejor religión?» Y él, con una sonrisa entre sabia y maliciosa, me respondió: «Aquella que te hace mejor». Yo, per­ plejo, le interrumpí: «¿Y qué es hacerme mejor?» Y él prosiguió: «... aquella que te hace más compasivo, más humano y más abier­ to al Todo. Esa es la mejor religión». Sabia respuesta que sigo recordando hoy con reverencia. Él bien merece el título de «Santidad».

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El hombre que siempre esperaba la venida de Dios

hecho de todo en la vida: en su juventud, había sido ateo y marxista. Pero, de pronto, se convirtió y se ordenó sacer­ dote durante la guerra. Después entró en la Resistencia contra los nazis. En 1949 le nombraron consiliario de las juventudes de Acción Católica. Pero sus métodos libertarios no eran del agrado del status quo eclesiástico, y le enviaron a acompañar a emigrantes italianos que iban en barco para Argentina. Durante el viaje, cono­ ció a un Hennanito de Jesús, seguidor de Charles de Foucauld, cuyo carisma es vivir en el mundo entre los más pobres. Se inició en Argelia, junto al desierto, y se incorporó a la lucha de liberación contra la dominación francesa. Más tarde, fue enviado a Argentina, donde trabajó durante años con los madereros. De allí se fue al Chile de Pinochet, pero su nombre no tardó en figurar en la «lista negra», por lo que cualquiera podía eliminarlo. Marchó durante un tiempo a Venezuela y, finalmente, acabó instalándose en Brasil, concretamente en Foz do Iguafu, donde emprendió diversas acti­ vidades en favor de los pobres, cultivando hierbas medicinales y creando una granja didáctica para jóvenes desamparados y otras organizaciones populares que todavía perduran. Fue objeto de innumerables muestras de reconocimiento que el solía rechazar. La más importante de ellas tuvo lugar el 29 de noviembre de 1999 en Brasilia, cuando el embajador israelí le impuso la principal condecoración que Israel concede a los no judíos: la de «Justo entre las naciones», pues durante la guerra había creado, junto con otros, una red clandestina que salvó la vida de ochocientos judíos. abía

9. El hombre que siempre esperaba la venida de Dios

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Q uinta parte: Figuras seminales y ejemplat

Se hizo monje sin salir del mundo, pero siempre dentro del mundo de los marginados y humillados. Todo su tiempo libre lo dedicaba a la oración y a la meditación. Durante el día, constante­ mente recitaba mantras y jaculatorias. Fue una de las figuras más impresionantes que yo he conocido en mi vida, con una form a de hablar capaz de resucitar a un muerto. Éramos auténticamente amigos-hermanos. Extrañamente, tenía su propia manera de rezar. Fue él quien me lo contó. Pensaba que, si Dios se hizo gente en Jesús, enton­ ces fue como nosotros: de pequeño, se hacía pis y caca, llori­ queaba pidiendo a su madre que le diera el pecho, hacía «puche­ ros» cuando algo le incomodaba, como cuando sentía los pañales mojados... Al principio, pensaba él, Jesús preferiría a María, y después a José, cosas que Freud y Winnicott explican perfectamente. Y fue creciendo como nuestros niños, jugueteando con las hormigas, corriendo detrás de los cachorrillos y asaltando picaramente los frutales del vecino. Este extraño místico le rezaba a Nuestra Señora, imaginando cómo arrullaba a Jesús, lavaba sus pañales, le preparaba las pa­ pillas y cocinaba los guisos para su esposo, el bueno de José, el carpintero. Y se alegraba interiormente con tales cavilaciones, porque así debía ser pensada la encamación del Hijo de Dios, en la línea del papa Francisco: no como fría doctrina, sino como un hecho con­ creto. Sentía y vivía tales cosas sintiendo cómo se le conmovía el corazón. Y con frecuencia lloraba de alegría espiritual. Adonde quiera que fuera, creaba siempre a su alrededor una pequeña comunidad en la zona más deprimida de la ciudad, pero tan solo atrajo a tres discípulos... que acabaron desertando, por­ que aquella vida les resultaba demasiado dura, y además tenían que meditar durante el día: en el trabajo, en la calle, en sus visitas a las chabolas más miserables. Una vez solo, se unió a una parroquia en la que se realizaba un trabajo popular. Se dedicó a los «sin tierra» y a los «sin techo». Con enorme coraje, organizaba manifestaciones públicas frente

9. E l hombre que siempre esperaba la venida de Dios

al Ayuntamiento y animaba a la gente a ocupar los terrenos bal­ díos. Y cuando los «sin tierra» y los «sin techo» lograban estable­ cerse, presidía hermosas celebraciones «místicas» ecuménicas, como lo hace siempre el MST (Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra). Pero todos los días, a eso de las diez de la noche, se retiraba a la iglesia, totalmente a oscuras, salvo por una lamparilla que emitía titubeantes destellos de luz, los cuales transformaban las estatuas muertas en fantasmas vivos, y las erectas columnas en extrañas brujas. Y allí permanecía hasta las once. Todas las no­ ches. Impasible. Los ojos fijos en el sagrario. Un día fui a buscarlo a la iglesia y le pregunté a bocajarro: «Mi hermano Arturo, ¿tú oyes a Dios cuando, después de traba­ jar, te encierras a escucharlo en la iglesia? ¿Y te dice El algo?». Y él, como quien despierta de un profundo sueño, se limitó a de­ cirme con absoluta tranquilidad: «Yo no oigo nada. Hace mucho tiempo que no escucho la voz del Amigo [así era como se refería a Dios]. Ya la oí un día, y era fascinante. Llenaba mis días de música y de luz. Hoy ya no escucho nada. Tal vez el Amigo no quiera hablarme nunca más». «Entonces -repuse yo-, ¿por qué sigues acudiendo todas las noches a la oscuridad sagrada de la iglesia?» «Sigo acudiendo -m e respondió- porque quiero estar siempre disponible. Si El quiere manifestarse, salir de Su silencio y hablar, aquí estoy yo para escuchar. ¿Qué pasaría si El quisiera hablar y yo no estuviera aquí? Porque en cada ocasión viene una sola vez. Como antaño». Salí de la iglesia maravillado y meditabundo ante tanta dis­ ponibilidad. Es gracias a estas personas, místicas anónimas, por lo que, como dice el papa Francisco, no es destruida la Casa Co­ mún. Y si Dios aparece, habrá gente dispuesta a escucharlo, llo­ rando de alegría. Se llamaba Arturo Paoli, y a los 102 años de edad se fue a ver y escuchar a Dios el 13 de julio de 2015 desde el lugar donde vivía: San Martino in Vignale, en las colinas de Lucca, Italia.

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Conclusión

h./L proceso cosmogénico dentro del cual se sitúan la humani­ dad y todas sus instituciones va desarrollándose lentamente, con retrocesos y desviaciones, pero siempre ascendiendo hacia for­ mas cada vez más complejas, elevadas y cargadas de finalidad. El Génesis bíblico pone fin a las diversas etapas de la creación con la frase «Y vio Dios que era bueno». Al concluir la obra de la creación, especialmente del ser humano, exclama: «Y vio Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que era muy bueno» (Gn 1,31). Sabemos que tales textos son tardíos y están fuertemente in­ fluenciados por la literatura profética. Por eso representan, no ya la descripción de un pasado perdido, sino una profecía orientada hacia el futuro. Solo al final de la historia, cuando todo haya con­ cluido, Dios, mirando hacia atrás, dirá: «Todo es muy bueno». Esta constatación nos remite a la célebre frase de un filósofo de ascendencia judía, a la vez que un marxista sumamente respe­ tuoso de los fenómenos religiosos, Ernst Bloch, fonnulador del «principio esperanza», que decía: «la verdadera Génesis no se encuentra al principio, sino al final». Ese es el convencimiento que tratan de transmitir las pági­ nas de este libro. No habremos de vernos libres de crisis y pa­ decimientos que nos purifiquen y nos hagan crecer, con objeto de ponernos en el camino verdadero. Al final, todo culminará en una creación que nos llenará de orgullo y honrará al Creador. Penosamente, paso a paso, vamos subiendo los escalones del proceso de la cosmogénesis, la biogénesis y la antropogénesis,

Conclusión: E l verdadero Génesis no se encuentra a l comienzo , sino a lfin a l

El verdadero Génesis no se encuentra al comienzo, sino al final

La tierra está en nuestras manos

hasta caer en los brazos de Dios, Padre y Madre de infinito amor y ternura. Durante millones de años, que no son nada en compa­ ración con la eternidad, El nos ha esperado ansiosamente para abrazarnos, para hacemos reposar en el seno materno y, final­ mente, para convivir eternamente en su Reino de vida y de pleni­ tud de todas las cosas, finalmente rescatadas y elevadas al grado más alto de su perfección. Entonces dará comienzo otra historia, porque no acaba nunca, sino que tan solo cambiará de orden, pero sin entropía, sin pér­ didas dolorosas, con la alegría de quien está y se siente en casa para siempre. Esta es la utopía de los seguidores del Nazareno y de todos cuantos, con otras palabras y por otros caminos, han buscado esa misma plenitud. Esta será la buena utopía, porque será la verdadera.

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Ante las incontables crisis que afrontamos hoy, en especial la social y la ecológica, muchos se preguntan: ¿Hacia dónde se encaminan la Tierra y la humanidad? Las crisis siempre anticipan saltos cualitativos y presagian una situación capaz de incluir a todos. Nos hemos acostumbrado a hablar de la Tierra como la «Casa Común», expresión asumida por el Papa Francisco en su encíclica Laúdalo s i'. Hemos de cuidar de ella para que pueda incluir a todos -los seres humanos, la comunidad de vida en su integridad y a todos los demás seres-, pues a todos ellos ha dado origen. El desafío consiste en alimentar una esperanza debidamente fundada que pueda, de hecho, garantizamos un futuro para la vida y para nuestra civilización, porque el modelo vigente de devastación de los escasos bienes y servicios de la Tierra es absolutamente insostenible. La Tierra ya no aguanta más, y ello puede conducir a la mina a esta Casa Común. Frente a tan dramático panorama, Leonardo Boff reafirma que la vida es más fuerte que la muerte, y por eso acabará imponiéndose; que el pueblo debe ser el beneficiario de cualesquiera ajustes económicos, no su víctima; y, finalmente, que Dios, «el Señor soberano, amante de la vida» (Sabiduría 11,26), nos ayudará a inaugurar un nuevo estilo de vida, una nueva forma de producción y de consumo basada en la sobriedad compartida y en la solidaridad para con los que menos tienen, a fin de que podamos ser mucho más con menos. «La Tierra está en nuestras manos», porque Dios así lo ha querido, y hemos de cuidarla con amor y solidaridad para con las generaciones venideras.

ISBN 978-84-293-2563-8

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