Boecio - La Consolación de la filosofía (Alianza).pdf

October 18, 2017 | Author: Alfonso Castell | Category: Felony, Socrates, Truth, Science, Philosophical Science
Share Embed Donate


Short Description

Download Boecio - La Consolación de la filosofía (Alianza).pdf...

Description

� CONSOLACIÓN !DE LA

1

FILOSOFÍA BC)ECIO

. ¡

'

1 1 : i 1

:! �

i '

'1 � .�

Clásicos de Grecia y Roma

Alianza Editorial

� ��.

LIBROI E l autor exp one los motivos de su afl icción y la F ilosofía le hace ver que su ·mal consiste en haber olv idado cuál es el ve rdade ro fin del hombre.

l.

Yo, que, en otro tiempo, con juvenil ardor compuse inspirados versos, me veo ahora, ¡ay de mí!, obligádo a entonar tristes canciones. Aquí están para dictarme lo que he de escr ibir mis musas desgarradas, m ientras el llanto baña mi rostro, al son de sus tonos elegíacos, p ues ni siquiera el miedo pudo desanimarlas p ara dejar de acompañarme en mi camino. Ellas, que fueron antaño la gloria de mi feliz y verde juventud, se acercan ahora a endulzar los tristes destinos de este abatido anciano. P recipitadamente y cargada de males, se echó encima la no esperada ancianidad

y el dolor se apoderó de mis días. Canas prematuras cubren mi cabeza y el cuerpo herido se estremece con la piel rugosa. .i.i

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

34

D ichos a muerte la de los hombres cuando se adentra sin perturbar los años buenos

y acude en favor de los corazones afligidos. Pero, ¡ ay ! , qué s orda se hace a la desgracia y con qué s aña se niega a cerrar los ojo s cubiertos de lágrimas. Cuando la fortuna me halagab a -y yo sabía que era t ornadiza y mudable-, habría b astado una hora de t r isteza para llevarme a la tumba; ahora que una nube ha ocultado su engañoso rostro, una larga espera hace mi vida insoportable. ¿ P9,r qué, amigos locos, llamasteis tantas veces feliz a aquel que no estaba tan seguro, pues cayó de repente? """�

1.

Mientras en s ilenc i o daba vueltas en mi interi o r a

estos pensamiento s y lanzaba al viento mi llanto con la · ayu da de mi pluma , p u de advertir sobre mi cabeza a u na mujer. Su presencia n1e inspirab a a sombro y reve­ rencia. Tenía oj o s de fuego, más penetrantes que los del común de los mortales . Era de un color roj o v ivo, llena de vigor, si bien s u s muchos años no p er m i tían c reer q u e fuera de nuestra generación. Su estatura era difícil de preci s ar, pues unas ve ces se reducía h asta adquirir el tamaüo medio de los mor tales y, otras, p arecía encum­ b r a rse hasta t o c a r l o m ás alto del cielo c o n su fre nte. E s e era el efecto cuando levantaba su c ab eza y se perdía e n el mismo c ielo h a s t a desaparecer de l a vista de los hombres.

LIBRO I, 1

35

Sus vestidos eran de materia inalterable, tejidos con hi­ lo s finísimos, por manos delicadas. Los h abía tej ido ella misma, como pude saber más tarde a confesión propia. El a spe cto que ofrecía a la v�sta era la de esas imágenes ab andonadas envueltas en la penumbra y cubiertas de p olvo. En el lado inferior del vestido, se leía bordada la le­

tra griega Il, y en la s uper ior la 01• Uniendo las dos letras había a modo de peldaños de escalera por donde se po día ascender desde la letra in ferior a la s uperior. Con todo, manos violentas hab ían rasgado dicho vestido, llevándo­

se los trozos que p udieron arrancar. En la mano derecha llevaba sus libros y el cetro en la izquierda. Cuando la dama vio a mi cabecera a las Musas de la poe­ sía, dictando las p alabras propias de mi llanto, se irritó un tanto e, indignada, exclamó con fulminante mirada: -¿Quién - dijo- ha permitido que estas rameras histé­ ricas lleguen hasta la cama de este enfermo ? ¿Traen acaso remedios para calmar sus dolores y no más b ien dulces venenos para fomentarlo s? Son las mismas muj eres que matan la rica y fructífera cosecha de la razón; las que ha­ bitúan a los ho1nbres a sus enfermedades mentales, pero no los liberan. Las que aoormecen la inteligencia, pero n o la despiertan. Podría pensar q u e s ería men os grave s i vuestras caricias. arrastraran a u n hombre cualquiera, porque mi trabaj o no se vería enton ces frustrado. Pero este hombre se ha alimentado con la filosofía eleática y l. Las letras griegas son TI (pi) y 8 (theta). Alusión a las dos ramas del saber práctico y teórico. La filosofía es una escala de saberes que va de abaj o arriba, es decir, del saber práctico al saber S':_lperi or o teórico o e speculativo; En el sabe r práctico entran la Etica y l a Moral. E n el teórico, l a Metafísica, l a Teología, l a Física, etc. La filosofía es, pues, una ciencia de lo universal que comprende todos

los grados del saber.

LA CONSOLACIÓN

36

DE

LA FILOSOFfA

académica. Alejaos, pues, sirenas, con vuestros hechiz os

de muerte. Apartaos, y deja d que mis musas lo cuiden y l o

c uren.

Con estas imprecaciones, el coro de las Musas b ajó los

oj o s. Y confesando su vergüenza en el r ub or de la c ar a, ·

traspusieron el umbral de m i casa. Nublada mi vist a por las lágrin1 as, y sin poder distin­ guir quién era aquella muj er de tan imperiosa autoridad,

b aj é estupefacto 10s ojo s y esperé en silencio lo que p udie­ ra h acer. Entonces, ella, acercándose más, se sentó al bor­

de de mi lecho y clavó sus oj os en mi ro stro, atravesad o por e l dolor y sumido en la tristeza. Por fin, deshecha en llanto, recitó estos versos s obre la confusión que agitaba ' mi alma.

¡j6R0 ·.1' . ,.

I, 2

37

y a1not inan los mares. ¿Qué espíritu inmutable hace rodar al mundo? ¿Por qué el sol s e hunde e n l as aguas de l as Hespérides2 para despertar en brazo s de la p urpúrea aurora? ¿Qué ley templa las plácidas horas de la primavera para cubrir así la tierra de rosadas flores?

¿Y quién enriquece con ubérrimas uvas el otoño en la plenitud del año?

Pero ved cómo ahora quien solía descub rir los secretos recónditos de la naturaleza yace tendido, prisionero de la noche. Pesadas cadenas le cuelgan del cuello

II.

- ¡Ay!, cómo se agita el alma hundida en el fondo del abismo.

que le obligan a doblegar la frente y a no ver otra cosa que el p o lvo inerte.

Y cómo se apaga su propia luz al correr hacia las tinieblas exteriores. Cuántas veces, acuciada por los halagos terrenales, crece hasta lo infinito su angustia mortal. Aquí está el ho1nbre que en otro tiempo, gozando de plena libertad, solía escalar los senderos del firmamento, observaba la luz dorada del sol y s eguía atento las fases de la gélida luna. Era vencedor de las estrellas, reduciendo a número sus errantes revoluciones dentro de órbita s cerradas. ¿Qué más?

2. » Pero es hora de la medicina - dij o- más que de la­ mentos. -Y mirándome fij a e intensamente, añadió-: ¿No eres tú, acaso, el que en otro tiempo te alimentaste a mis pechos y, criado baj o mis solícitos cuidados, llegaste a al­ canzar la madurez del varón? Te dimos tales arm as que, de no haberlas tú arrojado, te habrían mantenido i nvicto. ¿No me conoces? ¿Por qué callas? ¿Es el estupor o la ver ­ güenza l o q u e t e hace callar? ¡Oj alá fuera la vergüenza, pero te veo presa del estupor! -Y al verme no sólo calla­ do, sino sin lengua y mudo, extendió suavemente su mano sobre mi pecho-: »No tenias -1ne dij o-, no hay peligro. Sufres un letar­ go, enfermedad común a todos los desengañados. Te has

Este hombre buscaba la razón por la que los vientos paren tempestades

2. El Occidente.

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

38

olvidado por un momento de ti m ismo. Pero te acordarás

fácilmente, si antes puedes reconocerme. Para que te sea

nlás fácil, correré un p o c o de tus ojos la nube cegadora de las cosas mundanas que l o s empañan.

D icho esto, enjugó mis ojos b añados en lágrimas co n

un pliegue de su vestido.

III.

Disipada la n o che, huyeron las tini eblas

y mis ojo s recobraron su prin1er vigor.

L[BRO 1, 3

39

-¿Y cómo es que tú -le dije-, maestra de todas las vir­

tudes, has caído del alto c ielo p ara venir a la s oledad de 111i destierro? ¿Acaso tú t ambién, como yo, quieres ser

acus ada de falsos crímenes? -¿Podría yo dej arte , hij o m ío ? -respondió ella-. ¿ Por

qué no podría compartir contigo la c arga que a causa del odio a mi nombre cayó s obre ti? No, la Fil o sofía no podía dej ar solo en su camino al inocente. ¿ Po día yo temer ser

acusada? ¿O sobrecogerme de espanto como si hubiera de suceder algo sin precedentes? ¿Crees que es la primera vez

alborotadas por Coro3,

que las malas costumbres hostigan a la sabiduría? ¿Es que entre los antiguos, en t iempos anteriores a m i amigo Pla­

cerrada tormenta.

necio s ? Y cuando vivía Platón, ¿no quedó triunfante su

parece c aer sobre la tierra,

Luego, la chusma de los epicúreos, primero, y el popula­

Fue como cuando las nubes se arre m olinan o cuando el cielo parece detenerse p o r una

tón, no sostuve duros combates contra l a sinrazón de los

EQJ9nces, el sol se oculta y la noch e o scura

maestro Sócrates, con ayuda m ía, de una muerte injusta?

aun antes de h ab er aparecido en el horizonte

cho de los estoicos y demás sectas, después, hicieron

las estrellas.

Pero si Bóreas, saliendo de los antros de Tracia, rompe la noche y libera al día encadenado, surge l a luz

y Febo hiere con sus dardos los oj o s

d e cuantos a sombrados lo contemplan.

cuanto pudieron por arrebatarme la herencia de la s abi­ duría que él había dej ado4•

»Y como trataran de arrebatarme p arte de la presa a

pesar de m is gritos y p ataleos, rasgaron l a túnica que yo

había tejido con mis manos y, llevándose j irones de ella,

se dieron a la fuga, creyendo que me ·había entregado

De la misma manera, ahuyentados ya los nubarrones

total m en te a ello s. Luego aparecieron vestidos con los despojos de mi vestimenta, y la ignorancia creyó que eran

mente a descubrir el rostro de mi médico. Volví mis oj os

ciados en la prueba. Y si no ha llegado h asta ti el exilio de

3.

de mis ojo s , me extasié con la luz del cielo y dirigí mi

familiares míos, llevando a error a algunos de los no ini­

h a c ia ella y la miré fij amente. Pude reconocerla como mi

antigua nodriza, la que desde mis años de adolescente me

h abía recibido en su casa, l a Filosofía.

3. Una de las Nereidas, div .inidades relacionadas con los fenómenos dd rnar y de la naturaleza, como el viento, la tempestad, etc.

4. Aparece aquí la serie de filósofos y escuelas de filosofía que Boecio considera sus maestros. Tales son Sócrates, Platón, A ristóteles, además de los estoicos, epicúreos y otras sectas «que hicieron cuanto pudieron por arrebatar [a la Filosofía] la herencia de la sabiduría». Sobre la formación de Boecio, véase Introducción, p. 8.

LA CONSOLACIÓN

40

DE

LA FILOSOFÍA

Anaxágoras, el envenenamiento de Sócrates, las torturas de Zenón (pues nada de esto tuvo lugar en tu pueblo), ha­ brás podido conocer a los Canios, Sénecas y Soranos, cuya memoria no es ni tan vieja ni tan falta de celebri­ dad5. Lo que a éstos llevó a la muerte no fue otra cosa que haber sido educados en mis costumbres, que les parecían totalmente contrarias a las de los malvados. »No ha de sorprenderte, por tanto, sentir en el mar de la vida los golpes de furiosas tempestades, ya q�e nuestro principal destino es no contenlar a los peor�s. Estos, a �e­ sar de ser legión, son dignos de todo desprec10, pues no tie­ nen una guía que les dirija, sino que, arrastrados por el error, van vagando sin orden y sin rumbo. Y si un día pre­ tendieren entablar combate contra nosotros, nuestra guía hará retroceder sus huestes hasta la retaguardia, donde se ocuparán en apresar un miserable botín. Nosot:os, en cambio, reiremos seguros desde lo alto, tras foso infran­ queable, al resguardo de los ataques de la chusma furiosa, viendo cómo lucha encarnizada por cosas despreciables. un

IV. »Quien con ánimo sereno sabe poner el destino implacable bajo sus pies y mira ünpasible la mudable fortuna permanecerá inmóvil ante la furia amenazadora del Océano s. Anaxágoras (de Clazomene): filósofo asentado en Atenas (500428 a. C.), que fue juzgado por impiedad y traición. (de �l��): filósofo y amigo de Parménides (s. v a.C.), que, �:gun una trad1c1on _ (cf. nota 29), se mordió la lengua y se la cscup10 al tirano Nearco.

�enón

Canio:

filósofo estoico condenado a muerte por Calígula. gobernador romano justo y enérgico a q uien, según Tácito 16-32), Nerón obligó a suicidarse.

Sorano: (Anales,

LJBRO

41

l. 4

que hace surgir desde su más profundo abismo sus agitadas olas. Ni el bramar del Vesubio caprichoso cambiará su ánimo, cuando rotos sus hornos encendidos, lanza las llamas envueltas en humo. Inmutable, sigue ante el estruendo del rayo ardiente que hiere las altas torres. ¿Por qué los pobres miran impotentes y con rabia a los tiranos crueles? Nada esperes, nada temas, y dejarás desarmado e impotente a tu enemigo. Pero quien tiembla o vacila, porque no está seguro ni es dueño de sí mismo, ha arrojado el escudo, ha perdido su trinchera y ha atado a su cuello una cadena que siempre arrastrará. 4. »¿Entiendes esto? -me dijo ella-. ¿Ha penetrado en tu espíritu? ¿O eres, como el asno, sordo a la lira6? ¿Por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tus abundantes lágri­ mas? Habla y no lo escondas dentro de ti7. Si buscas la ayuda del médico, será menester que descubras la herida. Yo, concentrando todas mis energías, le contesté: - ·Es que necesita alguna explicación? La dureza del átaque de la fortuna es evidente. ¿No te mueve a compa.;·_"'",.\'_

¿

.

6. Esopo, Fábulas. 7. Homero, Ilíada, I, 363.

42

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

sión la simple vista del lugar? ¿Es ésta la biblioteca de mi casa, aquella que tú misn1a elegiste como lugar de sosie­

go y en la que tú te sentabas a m enudo p ar a discutir de to­ d o s los proble1nas divinos y humanos? ¿ S on mis vestido s

LIBRO I, 4

43

que hacer frente a Conigasto9, que, inmisericorde, quería

ha cer s uya la fortuna de gente indefensa! O p a ré los pies a Triguilla, intendente de la casa real, que había maquina­ do alguna injustic i a o la h abía ya p erpetrado. Y cuántas

los mismos y mi cara la misma que cuando yo nie inicia­ b a contigo en los secretos de la n aturaleza y cuando solía s describ ir la ruta de los planetas con tu varita, tratando de

veces h e interpuesto mi autoridad p ara p roteger a gente indefens a, víctimas de infinitas calumnias urdidas por la

devotos tuyos? >:-Fuiste tú la que por tu propi a boca sancionaste la teo ­

nos de las provincias quedaban en la ruina ya por las de­ p redaciones de i os p articulares, ya por las exacciones pú­

confor mar nuestras costumbres y toda la vida humana al m odelo del orden celeste? ¿Así prenlias a los que somo s

ría de Platón : "Dichosas las repúblicas regida s p or filóso ­

fos o por aquellos gobernantes entregados a l estudio de la filo s ofia"8• T ú mis1na p or boca de este s abio varón nos enseñaste que

a

los filósofo s les asiste siempre un motivo

p ar a acceder al gobierno de l a república, no sea que las

riendas del gobierno de la ciudad caigan en manos de

·ciudadanos p erversos y sin principios, que traerán la rui­ n a y la destrucción de las personas de b ien.

av a ricia s iempre impune de los extranjero s . Nadie pudo ap art a rme de la justicia por nada . He gritado mi queja com o si yo mismo fuera víctim a , al ver cómo los ciudada­

blicas. »Cua n do l a terrible ha1nbru n a a soló al p aís y se an1e­

naz ó con ruinosas e inca lificables medidas, como la re­

quisa o venta obligada de los alimento s, que sumirían en

la miseria a la provincia de Campania, promoví una lucha contra el prefecto pretoriano en b en eficio del bien co­

mún. Y, s abedor el rey de mis pro pósitos, luché y conse- .

guí que se anulara la requisa. Al cónsul Paulina, a quien

�>Siguiendo tu consejo, me decidí a llevar a l a adn1inis­

los p erros palatinos devoraban su fortuna con intrigas y

mentos de o cio. Tú y Dios , que te sembró en l a s mentes de

Me opuse también al odio delator de Cipriano10, p ara sal­

tra ción p ública lo que aprendí de ti en mis gratos mo­

maquinaciones, le saqué de las fauces mismas de la j auría.

los filósofos, sois mis testigos de que el único m óvil que

var a Albino, otro consular, víctima de u n a acusación sin

los hombres buenos. Esta misma es la razón de mis serias

tades ? Debí haber encontrado m ej or a cogida en el pue­

me empujó a la m agistratura fue el bien común de todos

pruebas. ¿No crees que he concitado ya bastantes enemis­

y abiertas diferencias con los m alvados y" de p or qué en la

blo, p ues en m.i lucha por el derecho y l a justicia no me

al o dio que mi persona inspira b a a hombres m ás p odero­

»Y b ien, ¿quiénes son l o s delatores que me han derro­

lucha por la justicia he p ermanecido s iempre indiferente

s os que yo. Indiferencia inspirada en la creencia de haber

acogí al derecho de los cortesanos.

cado? Uno de ellos fue B a s ilio. Destituido con anteriori­

seguido libren1ente mi conciencia . ¡Cuántas veces tuve

dad del s ervicio real, se vio co mprometido a delatarme

8. Platón, República, 473d.

10. Secretario y min i st ro de finanzas de Teodorico.

9. Ministro godo de Alarico.

44

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

45

LJBRO I, 4

por sus deudas. Los otros dos fueron Opilión y Gauden­ creo que no puedo ocultar la verdad ni consentir la men­ cio11. Condenados por un decreto real al destierro a causa tira. Sea lo que fuere, dejo a tu juicio y al de los sabios el de sus incontables fraudes, esquivando el golpe, buscaron juzgar estos hechos, que pongo por escrito para que la acogerse al asilo del templo. Cuando la noticia llegó al rey, po steridad conozca su realidad y jamás se borren de la éste ordenó que si en el día fijado no dejaban la ciudad de memoria. Porque ¿para qué hablar de cartas apócrifas Ravena serían expulsados por la fuerza, con la frente traídas como prueba de que yo esperaba ver liberada a marcada por el hierro. Ante tal amenaza, ¿les quedaba al­ Roma? Habría quedado patente su patraña si se me hu­ gún recurso? Y, sin embargo, ese mismo día informaron biera permitido apelar al testimonio de los mismos acu­ contra mí y fue aceptada la denuncia. ¿Y cómo? ¿Merecía sadores, que es la prueba de más peso en estos casos. »En esta situación, ¿qué esperanza de libertad puede acaso mi conducta semejante condena? El hecho de que mi condena estuviera cantada ¿hizo justos a mis acusado­ quedarme? ¡Ojalá hubiera tenido alguna! Entonces ha­ res? ¿O es que la fortuna, que se avergonzó de ver acu­ .bría respondido con las mismas palabras de Canio. Éste, sado al inocente, tampoco se indignó de la vileza de los acusado por Gayo César, hijo de Germánico, de haber acusadores? tramado una conspiración contra él, dicen que contestó: » Pero querrás saber de qué se me acusó. Se me acusó "Si lo hubiera sabido yo, todavía lo seguirías ignorando de haber querido salvar al senado. ¿De qué 1nanera? Se tú"12. »En este asunto, el dolor no ha nublado t�to mi mente me imputó haber impedido que un informador presenta­ se ciertos documentos con los que pretendía den1ostrar que me lleve a lamentar que haya gente perversa maqui­ que el senado era reo de traición. ¿Qué piensas de todo na ndo actos criminales contra la virtud. Lo que me esto, maestra mía? ¿Negaré el crimen para que no te aver­ asombra es ver que los hayan llevado a la práctica. Porque güences de mí? Pero es el caso que yo siempre lo quise y querer el mal puede ser quizá parte de nuestra debilidad nunca dejaré de quererlo. ¿Me confesaré culpable? Cede­ de hombres, pero es monstruoso y fuera de lo natural que ría, entonces, en 1ni intento de detener los pasos del dela­ en presencia de Dios se consumen los planes de los mal­ tor. ¿Podría llamar crimen haber deseado la salvación del vados contra los inocentes. No es extraño que uno de tus senado? Ellos, en todo caso, por el comportamiento que seguidores, Epicuro, se preguntara no sin cierta razón: han tenido conmigo, han hecho ciertan1ente de ello un "Si Dios existe, ¿de dónde viene el mal? Pero ¿de dónde crimen. Pero la imprudencia, que siempre se desmiente proviene el bien, si Di_os no existe?" »Podrían1os pensar que los pei;versos, ávidos de la san­ sí misma, no puede alterar el verdadero valor de las cosas. gre de gente de bien y del senado también, buscaban mi Y yo, que siempre me he guiado por la norma socrática, no

13•

a

11. Opil.ión c ayó en desgracia ante Teodorico, quien le devolvió su puesto d.e cónsul tras acusar a Boecio. Sobre Gaudencio no h ay información.

12. Cf. nota 5. Gayo César es Calígula. Frase atribuida a Epicuro por Lactancia (De Ira Dei, 13, 21).

13.

46

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA.

propia muerte p o rque me veían como defensor de ésto s. Pero ¿podía esperar yo cosa semej ante de los padres cons­ criptos? Recuerdas, supongo, p ue s tú siempre dirigías mis palabras y m is acciones, recuerdas, repito, cómo en Verona fue acusado Albino de lesa .m aj estad y cón10, en su ansia de ver la total extinción del s enado� el rey intentó culpar a todos los senadores a pesar de su inocencia. Re­ cuerdas también cómo yo los defendí sin atender a nin­ gún peligro. Y tú sabes que digo la verdad y que nunca me

he j actado de ello, pues siempre que el hombre recibe el prec io de la fama por su j actancia, la conciencia que se complace en su p ropia alabanza, p i erde algo de su secreto mérito. »Y ya ves el resultado de mi inocencia. Como premio

a

la verdadera yirtud sufro el castigo de un crimen que no ·· con1etí. Y, n o - ob s tante, ¿ existió j amás un crimen que ,

confesado pal a dinamente por el reo, haya encontrado un

LJBRO I,4

47

50mbrecer añadieron otro cargo, alegando alevosamente que en mi ambición por escalar tan alto cargo había yo 111anchado m i conciencia con u n sacrilegio. Pero tú ha­ bías ya tomado posesión de mí y t ratabas de arrojar de mi

alma todo pensamiento de codicia de cosas materiales , ya que baj o t u mirada no había posibilidad de cometer sa­

crilegio. Todos los días susurrabas a mis oídos y a mi pen­ s amiento aquella niáxi ma de P itágoras: "Sigue a Dios"14• Tampoco parecía conveniente buscar la ayuda de espíritus vilísimos, cuando te veía dispuesta a crear una excelencia que me hacía semejante a D io s . Si a esto añades un hogar sin tacha como el mío, la compañía de an1igos irreprocha­ bles , un suegro santo y hombre cabal15 digno de todo res­ peto como tú, entenderás que todas estas circunstancias alejan de mí toda sospecha de crimen. Pero lo más mons­ truoso de todo es que se me acusa de tan horrendo crimen

precisamente por ti. Por el nuevo hecho de haberme im­

j urado tan abs olutamente unáni m e en la s evera aplica­ ción del castigo ? ¿ Hasta el punto de que ninguno de sus

buido de tu doctrina y de haber seguido tus costumbres les

niiernbros encontrara eximentes basados ya en la debili­

tica. El culto que yo te he tributado no sólo n o me si rve

dad humana, ya en la universal m u danza de la fortuna? Si

g

se me hubiera acusado de quemar las i lesias, de pasar por la espada a los sacerdotes, de masacrar a to da la gente

de bien, habría sido condenado en s entencia dictada en nli presencia, convicto o confeso del delito. Pero aquí es­ toy aho ra, desterrado a unos sei s c ientos kiló metros de distancia, casi mudo e indefenso, condenado a muerte y a

la confiscación de mis b ienes. Y to d o p o r haber demos­ trado el interés más sincero a favor del senado ¡Qué me­ recedores son de que a ninguno de ello s se les pueda im­ putar crimen semejante! » L os mismos que me acusaron p u dieron ver el honor que suponía para mí tal acusac ió n . Y p ara po derla en-

parece que pueden probar que estoy implicado en tal prác­

para nada sino que además tú misma te has convertido en víctima del o dio que me tienen a mí. Y, sobre to do, lo que colma mi desdicha es ver cómo el vulgo no atiende al m éri­ to de la acción, sino a su resultado, pues considera que sólo las cosas coronadas por el éxito son dignas de realizarse. Hemos de concluir, por tanto, que lo primero que falta a la gente presa de la desgracia es la estima de los demás.

14. La sentencia completa es: «Refrena ante todo tu lengua y sigue a

los dioses». Véase G. S. Kirk y J. E . Raven, Losfilósofos presocráticos. Historia crítica con selección de textos (versión española: Madrid,

1981). 15. Se refiere a Símaco (véase Introducción, pp. 8-9).

48

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

»No quiero hacer memoria ahora de tod o s los rumo­ res , ni de los j uicios dispares y contradictorios del vulgo.

Sólo quiero recordar que la carga final que l a adversidad

LJBRO

49

1, V

Tú acortas los días del frío invierno, cuando las hoj as de los árb oles alfombran el suelo

cuelga a sus víctimas es que cuando se les acusa de algo se pie n s a que bien merecid o lo t ienen. Yo mismo he sido

y das a las noches raudas alas al llegar el

castigado por haber hecho el bien: me he visto privado de

Tu poder gobierna el año c ambiante.

mis bienes, alejado de tod o s mis cargos y h e visto enloda­

Las tiernas hojas que arrebató el soplo helado

da mi reputación. Paréccme estar viendo las cuevas ne­

caluroso verano.

de Bóreas

fandas del crin1en rebosantes de alegría y de j úbilo; a los

las vuelve a traer el dulce céfiro de primavera.

hombres más degenerados tramando nuevas intrigas,

Las sementeras que contempló Arturo 16

mientras la gente honrada se debate por el s uelo, víctima

serán ubérrimas cosechas maduradas por

de nuevas delaciones. Veo al criminal lanzarse impune a perpetrar nuevos críme�es, acuciado por el p remio que

Sirio17•

le aguarda, mientras el ino cente, falto de seguridad per­

To das las cosas obedecen t u ley antigua y todas realizan la tarea que les fij aste.

sonal, ni siquiera puede defenderse. Por eso gritaré:

Todo lo gobiernas dentro de sus estrictos

V.

»Creador del ciel o estrellado,

límites y s ólo te niegas a imponer tu vq�-�ntad s ob erana

Señor que, sentado en eterno trono,

a los actos humanos.

haces girar el cielo en rápidos movimientos

¿Cómo, s i no, entender los c ambios de la

y obligas a los a stros a seguir tus leyes. Tú haces que la luna, radiante en su plenilunio, esconda en la s ombra a las estrellas cuando refleja la ardiente llama de su hermano el sol o que, pálida en s u cuarto menguante, pierda su esplendor al acercarse a Febo.

escurridiza fortuna? El inocente se ve aplastado p o r el peso de un castigo debido al criminal. Los corruptos son encum brados a altos trono s , y mientras e l malvado pisa e l cuello del hombre honrado,

Tú haces que el lucero vespertino barra las estrellas de la noche fría y cambie después las riendas, surgiendo como lucero de la mañana y así haces palidecer sus luces al aparecer el sol.

16. Estrella muy brillante del hemisferio boreal, p erteneciente a la constelación del Boyero. Referencia al invierno. 17. Estrella del hemisferio sur perteneciente al Can Mayor. Es la más brillante del firmamento. Referencia a la estación estival.

,,. !

su

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFíA :

la injusticia sigue dominando. El brillo de la virtud se eclipsa baj o espesas nubes y el j usto es víctima de imputaciones que merecen los malva.dos. No hay castigo para los p e rj uros· ni se desenmascaran sus arteras mentiras.

Y cuando quieren probar hasta dónde llega su p oder,

doblegan hasta a los mismos reyes, a quienes pueblos e nteros reverencian. ¡Oh tú, que fij aste las leyes del universo, vuelve tus oj os

a

esta tierra miserable!

Somos los hombres una p arte no despreciable de!ll gran creación y nos vemos vapuleados

por el agitado mar de la fortuna.

Señor del mundo, detén las olas enfurecidas y da a la tierra estabilidad p erpetua con el mismo orden que riges el cielo.

[J6R0

1, 5

51

Rey"18• No se alegra con la frecuente expulsión de los ciu­

dadan o s . Y someterse a su fren o es la libertad auténtica, así como obedecer sus leyes es s er l ibre. ¿ Has olvidado acas o la más antigua ley de tu ciudad, que concede el sa­ grado derecho de no ser desterrado al ciudadano que h a

elegido levantar s u hogar e n s u suelo? Ningún hombre, por tanto , ha de temer el exilio si se pone al abrigo de sus mu­ ros y sus fosos. Por otro lado, quien no quiere vivir dentro de la ciudad es evidente que renuncia a sus derec:;hos. »No es, por t anto, la vista del lugar lo que me preocu­

p a ahora, síno t u persona. Ni me d etengo tamp o co en la co ntemplació n de las p aredes de tu biblioteca, decora­ das con cristalería y marfil. E stoy interesada e n el ana­ quel de tu alma en el que en o t ro t iempo depos ité no l i­ bro s, sino lo que les da valor : l a fi l o sofía o las ideas que contienen. » Por supuesto que los servicios prestados por ti al bien común son ciertos, pero demasiado escasos, si miramos los pingües b eneficios que te han reportado. Es t ambién conocida la verdad o falsedad de lo s cargos que se te im­

Mientras yo daba rienda suelta a mi continuado do­

putan, como t ambién recordaste. Hiciste bien al p ensar

lor, la Filosofía p ermaneció inmutable. Después con sem­ blante sereno se dirigió a mí, diciendo:

que deb en esclarecerse los crímenes y fraudes de tus de­

S.

-Al verte triste y deshecho en lágrimas comprendí en­ seguida qúe eras un exiliado. De no haber oído tus pala­

latores, tanto m ás que la voz del pu eblo, que to d o lo re­ cuerda, es la m ejor y la más elo cuente manera de difun­ dirlos . Te ensañaste particularme nte contra el pro ceder

bras, no habría sosp echado lo duro y la,rgo de tu destie­ rro. Por alejado que estés de tu patria, .recuerda que no

injusto del senado. Te quejaste igualmente de la acusa­ ción contra mí dirigida y lam entaste la quiebra de tu re­

has sido arrojado de ella. Tú misrno te alej aste, o, s i pre­ fieres pensar que fuiste desterrado, tú mismo te expul­

putación, inju stamente herida. » Luego, encendido en ira contra la fortuna, deploraste

s a s te. Ningún otro pudo hacer tal cosa. Pues si recuer­

que los premios se distribuyeran sin tener en c uenta los

das la patria de donde pro cede s , verás que no está regida por el gobierno d el pueb lo, como a ntiguamente el de los atenienses. "Ahora uno solo es Señor, uno s olo

18. Homero, Ilíada, II, 204.

52

LA CONSOLACIÓN DE LA Fil.OSOFfA

m é r i tos de c ada uno. Y, p o r último , en los vers os de tu musa irritad a formulaste el voto de que la paz que rige los cielos gobiern e también la tierra.

»En este estado de ánimo, embargado por afec to s y p a­

siones tan encontrados, tu espíritu zarandeado por el do­ lor, e l pesar y la ira, no está todavía para remedios más

fuertes. Emplearé, pues, medicinas más suaves, a fin de que el tumor exacerbado por tus agitada s pasiones te permit a

recibir un tratani iento más eficaz, despué s de ablandarl o . con nus canCias. .

VI.

.

» Quien confíe el grano a surcos esquivos cuand o la conste lación de Cánce r

se abrasa baj o los ardientes rayos de Feb o, verá rotas sus esperanzas puestas en Ceres y tendrá que buscar la s o mbra de las encinas. Nunca vayas a buscar violetas en el prado florido cuando el furioso Aquilón 19 sopla haciendo t iritar l o s campos, n i te atrevas a cortar con 1nano codiciosa los pámpanos en primavera, si es que quieres gustar los racimos.

Baco prefiere prodigar s us dones en otoño.

Es Dios quien asigna su función p ropia a c ada estación y no conviene que el orden establecido p o r Él se vea interferido.

L o que por métodos violentos rompe el orden establecido n o lleva a un feliz desenlace.

19. Viento del norte.

¡JBRO 6.

I, 6

53

» ¿Me permites -dij o ella- que te haga unas cuantas

preguntas p ara descubrir tu estado de ánimo y encontrar así un mejor tratamiento? -Pregúntame lo que quieras -le respondí yo.,-. E stoy disp uesto a contestar. -¿Piensas que nuestro mundo gira sometido a las fuer­ zas del azar, o crees que está regido por algún principio racional? -Nunca h abría po dido cree r que acontecimientos de tanta regularidad se debieran a la fuerza ciega del azar. Creo más b ien que es Dios s u creador, y no llegará el día que pueda apartarme de la verdad de esta creencia. -Cierto -me dijo ella- , y esto es lo que hace un mo­ mento cantabas en tus versos, en que deplorabas el hecho de que sólo el hombre escapa a la voluntad divina. Los de:.. más seres ( estás convencido de ello) están dirigidos por la razón. No acab o de entender, e ntonces, c_9mo teniendo ··:''.(.

tan sólidas ideas pueda tu espíritu s entirse enfermo. No obstante, ahondemos un p o c o más en tu interior. Sospe­ cho que te falta algo. Si no dudas de que es Dios quien go­ bierna el mundo, ¿puedes decirme de qué medios se sirve? -No puedo responder a tu p regunta, pues apenas

en­

tiendo lo que quieres saber-le respondí. -¿No estab a yo, entonces, en lo cierto al pensar que algo te faltaba? Por ahí se ha abierto como una brecha e n el fondo d e t u alma, p o r donde se h a colado la fiebre que te perturba. D ime, si no, ¿ n o has olvidado quizás cuál e s el fi n d e todas las cosas y la m e t a que persigue la n atura­ leza? -Sí, lo aprendí alguna vez -respondí-, p ero el dolor embota mi memoria. -Y bien, ¿sabes decirme c uál es el principio de donde vienen todas las cosas?

54

LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOFfA

S í , y ya te dij e que era Dios. -¿Y cómo es posible que conocien do el principio de las cosas ignores su fin? Porque las pasiones pueden alterar al hombre, pero no desarraigado y arrancarlo del t o do . Quiero que me respondas t ambién _a esta otra pregu nt a:

iJBRO 1, VII

i

ginan la oscuridad de las p asiones e i m p den su verdad� ­ ra contemplación. Intentaré disipar, p o co a p o co, las ti­

-

¿Te acuerdas de que eres ho mbre?

·

nieblas

,

VII.

-¿Puedes decirme, entonces, qué es el hombre?

Si s oplos borrascos o s del Austro20 agitan el m ar,

1

las olas, antes transparentes como d ía s claros, se enturbian con el fango e impiden su cont e 1nplación .

Por eso puedo decirte que he encontrad o l a razón de tu dole ncia y los"fuedios p ara devolverte la salud. Te cegó la pérdida de la memoria y te llevó a quejarte de tu destierro Y. del expolio de tus bienes. Y por eso mismo no aciertas a conocer la fin alidad de las cosas. Piensas que los corrup ­ tos s on po derosos y felices . Y p orque te _olvidaste d e los

Si los torrentes se despeñan

desde l o s altos mont es , cho can a veces contra l o s peñ ascos desprendidos de la cumbre. De la misma manera, si tú quieres penetrar en la verda d límpida y caminar por la senda recta,

medios que interviene n e n el gobierno del mundo, crees que los vaivenes de la fortuna fluctúan sin rumbo. Todas

»Pero no e s tod avía el momento de emplear remedios drásticos. S ab emos, además, que cuando el espíritu hu­

n1ano rechaza l a verdad se ve invadido de errores que ori-

» S i espesas nubes cubren las estrellas, éstas no pueden difundir su luz.

-Ahora veo la otra c ausa , o mej or, l a mayor causa de t u dolor -sentenció ella-. N o has llegado a s, aber lo que eres.

estas causas son graves y llevan no sólo a la enfermedad sino también a la muerte . Pero, gracias al dador d e la vida, la naturaleza no te abandonó del todo. La idea exac­ ta que tienes del mundo y de su gobierno es la fuente más importante p ara tu salvación, pues crees que está some ti­ do a un orden divino y no a las fuerzas ciegas del azar. No temas, pues, ya que de esta chispita s aldrá radiante el ca' lor de la vida.

de tu alma con sedantes s uaves y así po drás nue­

va mente llegar a ver la luz resplan deciente de la verdad.

-¿Podría no acordarme? -le dije.

-¿�fo preguntas , acaso, si sé que es un s er racional y mor tal? Lo sé y reconozco que yo lo s oy. - ¿Y estás seguro de que no eres algo má s ? -insistió ella. -Nada más.

55

aleja de ti el bullicio, ahuyenta el temor,

desecha la e speran z a y desaparecerá el dolor. D onde reinan todas estas cosas, la mente se nubla como atada con fue rtes cadenas21•

20.

Viento que sopla de la parte del sur. . 21. A lo largo de estos primeros versos se puede advertir y a una de las ideas fundamentales de Boecio: to do en el mundo obedece a un orden establecido p or Dios. La misma naturaleza lleva en su desenvolvimiento a descubrir las leyes que rigen el mundo.

.\

:\¡

ÍIBRO II ..

; ·•

La buena y la malafortuna: Bienes e ngañosos y bienes rea­ les de una fortuna adversa o prop icia.

l.

Después de esto, calló un momento. Y cuando con

un pausado silencio atrajo mi atención, prosiguió de esta manera: -Si no me equivoco, al diagnos ticar las c �.� sas de tu do­ " lo r y tu situación, lo que te duele e s el apego y el deseo d e

tu estado anterior. Su p érdida, tal c o m o te l o hace ver t u

imaginación, e s t á socavando tu e s p íritu. Conozco b i e n los múltiples disfraces d e l a fortuna, hasta e l punto d e prodigar fingidamente sus blandas c ar icias a los mismos a quienes intenta e ngañar, p ara luego abandonarlos re­ pentinamente, sumidos en una insoportable desolación. Si recuerdas su talante, sus costumbres y s u valor, adver­

tirás que en ella ni tuviste ni perdiste nada de valor. Pero te aseguro que no me costará mucho traerte todo esto a la memoria. Solías atacarla con p alabras viriles cuando se acercaba a ti para seducirte y extraías de mi santuario los argumentos n ecesarios. Reconozcamos, sin embargo, que todo cambio repentino de la situación acarrea cierta conmoción de los ánimos. Por e s o , sin duda, p erdiste momentáneamente tu habitual serenidad. 57

, . .. ..

58

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

J..IBRO II, I

59

» E s hora, pues, de que tomes y s ab o rees algo ligero y

a sus halagos . Y, lo más importante de todo: una vez s o ­

el c amino p ara una comida más s ólida. Venga, p u e s , la fuerza persuasiva de la dulce retórica, que sólo s igue el

fir me e inalterable todas las cosas que la fortuna te envíe.

c o n ella la müsica, doncella de m i casa, acompañándo la con s us canto s , ya graves, ya ligeros .

serías inj usto? Y con tu imp aciencia, ¿no exacerbarías

agradable, que, al ser asimilado p or el cuerpo, preparará

recto camino cuando no s e aparta. de mis princip i o s . Y

» ¿ Qué es, pues, oh h on1bre, l o que t e llevó a l a tristez a

y al llanto? Creo que has visto algo extraño e inesperado. Pero

re

equivocas si crees que la íor tuna ha cambiado res­

pecto a ti. El cambio es su conducta norrr;ial, su verdadera

natu raleza. En tu caso p articular se h a mos trado cons­

t ante en su propia inconstancia. Es exactamente lo mis­

mo que cuando te adulaba y te seducía con el señuelo de

una felicidad engañosa.

.

»Acabas d��·'a escubrir las caras cambiantes de esta dio­

s a caprichosa. L a que se o c ulta todavía p ara los demás, a tj s e te ha revelado tal c u al es. S i apruebas sus mo dos,

acéptalos y no te quej es. Pero s i ab orreces su perfidia,

desp recia y rechaza su juego p eligro so. Ha sido p ara ti

metido t u cuello a s u yugo, habrás de soportar con ánimo

Si después de h aber elegido libremente a la filosofía como

dueña y guía s egura de tu vida p retendieras retenerla, ¿no .

una suerte que ya no puedes can1biar? No llegarás a buen

puerto, según tu deseo, si dej a s tus velas a merced de los vientos. Al echar la se1nilla en el surco habrás de observar que los años estériles se alternan con los feraces. Si, pues,

te sometiste a l a dirección de la fortuna, tendrás que ade­ cuar tu conducta a esta sefi.ora. ¿Pretenderás, acaso, dete­

ner el rumbo tan cambiante de su rueda? ¿No ves, ¡ oh el más obtuso de los mortale s ! , que si la fortuna se detiene, deja de ser lo que es?12•

I.

» Con 1na no dominante,

la Fortuna cam.bia e l rumbo de los acontecimientos;

motivo de gran p esar lo que deb ería ser una fuente de

y, p recipitándo se c o .m o las agitadas olas del

estar seguro de que no le dej ará. ¿Estimas realmente dig­

aplasta a los reyes antes temidos

paz. Te aba n donó , cierto, aquella de quien nadie puede na una felicidad llamada a desaparecer? ¿Qué val or p ue­

de tener la fortuna p resente si sabes que no es segura su

Eur ipo23 ,

y levanta engañosa la frente humillada del vencido.

duración y que s u pérdida te sumirá en el p esar? Si no

puedes suj etarla a tu arb it rio y si su huida trae la r uina de l os hombres, ¿cómo no considerar su marcha presagio de calamidades futuras?

-

>}Ni basta con mirar lo que tenemos ante los oj o s : la

prudencia ha de saber prever el resultado de los aconteci­ mientos. no

Y la misma ambigüedad de la fortuna hace que

seamos víctimas de sus amenazas ni nos dobleguemos

22. El tema de la fortuna o suerte es tratado aquí y en otros capítu­

los de forma magistral. S i n embargo, el tema n o es nuevo, p ues apa­

rece ya en C icerón. La Edad Media y la literatura posterior retoman el tema de la Fortuna, convirtiéndolo en uno de sus tópicos tanto en la literatura como en el arte en general. Aparece en Dante, Chaucer y en nuestro Jorge Ma nrique , por no citar sino los más conocidos. Véa­ se, por ejemplo, Dante, Divina Comedia: Infierno, VII, 6 1 ss. 23. Estrecho de mar que separa Eubea de B eocia, en Grecia, agitado por violentas olas. ·

60

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA

No atiende a los desgraciados, ni le importan sus lamentos. Se ríe, más bien, de los gemidos que su mismo rigor hizo estallar. Éste es su juego> y así nlide sus fuerzas. Hace ostentación de su gran poder: en una misma hora ve pasar de la felicidad al abatimiento. »Me gustaría ahora tratar contigo algunas cosas con palabras de la misma fortuna. Juzga tú mismo si sus de� mandas son justas. »¿Por qué, hombre mortal, me haces culpable con tus quejas diarias? ¿Qué mal te he hecho? ¿Te he robado bie­ nes que eran tuyos? Elige el juez que quieras y discute conmigo sobre la propiedad de bienes y honores. y si me convences de que alguna de estas cosas pertenece por de­ recho a cualquiera de los mortales, concederé de grado que reclamas lo que es tuyo. »Cuando la naturaleza te tra_io al mundo desde el vien­ tre de tu madre, yo te recibí desnudo e indigente y te ali­ menté con mis propios recursos. Siempre dispuesta ayudarte, te eduqué y crié con largueza, rodeándote del esplendor y abundancia de mis propios bienes. Y esto es precisamente lo que te irrita contra mí. Ahora me place retirar mi mano. Pero recuerda que debes agradecerme el haber disfrutado de algo que no era tuyo. No tienes dere­ cho a quejarte como si hubieras perdido cosas que eran tuya s . ¿Por qué, pues, te lamentas? Para nada te he forza­ do. Riquezas, honores y todo lo que se les parece están baj o nli jurisdicción. Son mis siervos y conocen a su due­ ña. Cuando yo vengo vienen conmigo, y cuando me voy, desaparecen. Lo afirmaré sin miedo: si fuesen tuyas las 2.

a

'

¡jBRO

61

Il, 2

riquezas que lamentas haber perdido, jamás las habrías perdido. . : »¿Soyyo, acaso, la única a quien se niega el ejercicio de sus derechos? Puede el cielo inundar de luz a los días para arrojarlos después a la oscuridad de la noche. El año pue­ de cubrir de flores y frutos la faz de la tierra o desfigurarla hielos y nubes. Se permite al mar acariciar la arena sus olas o encresparse y rugir con el estruendo de la tempestad. ¿Y podría yo verme encadenada por la insacia­ ble codicia del horn.bre a una rutina inmutable impropia de mi naturaleza? La inconstancia es mi misma esencia. Éste es mi juego incesante, mientras hago girar veloz mi rue­ da, contenta de ver cómo sube lo que estaba abajo y baja lo que estaba arriba. Súbete a mi rueda, si quieres, pero no consideres una injusticia que te haga bajar, si así lo pi� den las leyes del juego. ¿Es que, acaso, desconocías mis costumbres? ¿Te acuerdas de Creso, rey de Li9.ia, terror de Ciro, reducido lastimosamente a la miseria y condenado luego a ser quemado vivo, y que se vio libre por una tor­ menta venida del cielo24? ¿Olvidas también que Paulo Emilio derramó lágrimas de compasión por todos los de­ sastres sufridos por el rey Perseo, su prisionero 25? ¿No es éste el coro de las tragedias que lamenta la destrucción de reinos felices por los golpes caprichosos de la fortuna? ¿No oíste contar, siendo joven, que en el templo de Júpi� ter había dos· toneles, uno lleno de bienes y otro repleto de males26? ¿Puedes decir algo cuando hasta el presente has: recibido más bienes que males, si no me aparté totalmencon

con

24. Heródoto, Historia, l, 75 s s . 25. Tito Livio, Historia Roma, XIV, 7 ss. 26. Homero, Ilíada, XXIV, 527 ss.

de

62

LA

3r:

te d e ti, si m i misma versatilidad es j usto motivo p ara ti de

p e r ar a vivir s iempre en un mundo privilegiado? No quieras, por tanto, vivir b aj o tus propias leyes, vivien do en un mundo que es común para to dos.

».Aunque l a Abundan cia no cerrara· su cuerno repleto y derramara tantos dones como las arenas que remueve el embravecido n1ar, o con10 las estrellas que b rillan en un cielo sereno, " e é nero humano seguiría lanzando al viento su s quejas y nüserias. Aunque Dios escuchara atento las súplicas de los mortales, prodigando sin límites el oro y la riqueza y colmando al an1bicioso de honores deslumbrantes, todo lo repartido se consideraría nada. La voraz codicia engulle su presa y abre sus fauces pidiendo m�s. ¿Qué riendas podría n contener en su j usto límite la desbocada c arrera de la avaricia, si co n la m is m a abundancia de generosos presentes se enciende a ú n más la s ed de poseer? Nunca es rico quien tiembla y gime creyéndose en la miseria.

» Puestas así las cosas, si l a fortuna misma hubiera

hablado contigo en su defensa no habrías tenido razones para abrir la boca. S i crees, no obstante, que puedes e n justicia m antener t u quej a, tendrás que hablar. Te doy la

esp erar tiemp o s mejores? ¿Dec aerá tu ánimo? ¿No que ­ rrías más bien entrar en un mundo abierto a todos, sin es­

Il.

63

IJ13R0 II, 3

CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF íA

palabra. -Pura p alabrería -dije yo entonces- que sabe a retóri­

c a endulzada con miel y música y qu_e sólo agrada mien­ tras se escucha. Los que sufren, en can1bio, dan un sentido niás hondo a su dolor. Por eso, cuando dejan de o írlas, la nielancolía interior vuelve a invadir su alma.

-Cierto -replicó ella- que no son estas palabr as el re­

medio de tu m al, sino un s i mple alivio que te ayudará a suavizar un dolor tan pertinaz. A su t iempo aplicaré algo que llegue hasta el fondo de tu alma. Y dej a de pe n sar que eres un

ig

desgraciado. ¿Te has olvidado, acaso, de los m u ­

chos y variados momentos de tu felicidad? Pasaré por alto que, al quedarte huérfano de padre, estuviste al cuidado de hombres de la más alta alcurnia. Luego tuviste el privi­ leg io de entrar a formar parte de las familias más distin­ guidas de la ciudad. conquis t aste

Y el don más preciado del p arentes co:

su afecto antes de ser m iembro de s u familia.

¿Quién no te consideraba el hombre más feliz de la tierra al ver el esplendor de tus suegros, el recato de tu bella es­ posa y la b endición de abrazar a tus dos hijos varones? No

quiero detenerme en otras cosas rnenores; por eso p aso de largo las diversas dignidades y cargos que recibiste de

·

;

joven y que fueron negadas a p ersonas mayores que tú. » Con gusto volveré

a

lo que es la culminación de tu

gloria. Si el disfrute de los bienes terrenos lleva consigo una sensación de felicidad, ¿ p o dría su memoria quedar destruida por grande que sea el m al que nos oprime? ¿No fue día m e morable aquel en que viste a tus dos hij o s s alir

de tu casa entre el cortej o de los senadores y las aclama-

64

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFf;\

dones de la muchedumbre? ¿No fue en verdad fecha memorable aquella en que ocuparon sus sillas curules en la curia y en que tú pronunciaste la laudatio regia27 mereciendo la gloria de tu ingenio y elocuencia, mien­ tras en el circo, rodeado de los cónsules tus hijos, arre­ batabas al pueblo expectante que te devolvía los honores del triunfo? »Coqueteaste con la fortuna y te rendiste agradecido cuando se prodigaba en caricias. Conseguiste el don n1ás preciado que jamás otorgó a un ciudadano. ¿ Quie­ res, acaso, pedirle cuentas ahora? Piensa que es la pri­ mera vez que no te ha mirado con buenos ojos. Si recuerdas el número y calidad de cosas tristes y alegres que te han sucedido no podrás negar que has sido feliz. Por otra parte, si no te consideras afortunado porque las cosas que entonces parecían felices han desaparecido, tampoco has de sentirte desgraciado, pues las mismas cosas que ahora parecen penas insoportables desaparecerán tan1bién. ¿Por qué te tienes por huésped extranjero recién venido al escenario de esta vida? ¿Piensas encontrar estabilidad en las cosas, si el hombre mismo v ;::: ;�,���:��g:i:��::, :���:�ªr�;:::;�;J;:����:!�� estabilidad de la fortuna, el último día de la vida se convierte también en una especie de muerte de aquélla, por segura que se crea. ¿Qué más da, en consecuencia, que al morir abandones a la fortuna que ella te deje, huyendo de ti? o

65

U, 4

»Cuando Febo en su carro de fuego cruza el cielo y comienza a lanzar su luz, las estrellas palidecen y se eclipsa el esplendor de su blanca frente ante los rayos ardientes. Cuando el bosque, animado por el soplo tibio del Céfiro, se viste del carmín de las primeras rosas, si sopla el Austro nebuloso arranca las rosas de las ramas. Muchas veces el mar en calma ¡ irradia grandeza en sus aguas tranquilas, 1 pero sopla el Aquilón y remueve con el fragor de la tempestad 1 la tranquilidad del mar. Si tan rara es la faz del mundo, \ y si tantos cambios experimenta, ¡cómo confiar en las fortunas caducas de los 1 hombres l. o en sus bienes fugaces! Consta, y así está decretado por ley eterna, que nada engendrado es duradero. 1 -Todo lo que dices es cierto -asentí yo-, oh madre j verdadera de todas las virtudes. Tampoco puedo negar la carrera velocísima de mi prosperidad. Pero es precisa­ [ mente esto lo que me quema de dolor al recordarlo. Pues, de todos los reveses de la fortuna, el más triste es el de ha­ ber sido feliz. -Que tú sufras -replicó la Filosofía- por un error de tu c manera de pensar no puedes achacarlo al destino. Porque literario de estilo am­ si te seduce el nombre vacío de una felicidad efímera, re-

27. Discurso encomiástico en honor del emperador o del rey,

en este cas o. Se convirtió d espués en género puloso y retórico.

[JBRO

1

omo

III .

1

1

1

1

1

1

....:..:--.;_

4.

.':" .'. -

66

LA CONSOLACIÓ N DE LA FILOSOF{.-\

¡- - ÍiBRO II,

4

67

c o nocerás conmigo el gran número y diversidad d e b i e­

ainargura porque algo falta a tu dicha. ¿ Quién es tan feliz

davía intacto lo más preciado que p uede concederte l a for tuna. ¿ Có mo, entonces, puedes increpar a la desgra ci a,

que esté completamente de acuerdo con su situación? La natu raleza de los bienes humanos es tan p re caria, que hace que o no lleguen todos o no duren perpetuamente.

nes de que t odavía gozas . Por don del cielo mantienes to­

disfrutand o de tus mejores bienes? Te hablo. de tu suegro

Símaco, que todavía sigue vivo, hombre eh pleno vigor y

la gloria más ilustre del género humano, lleno de ciencia y de virtud. Y lo que es m ás, un h ombre por quien gusto s o darías la vida, que no mira sus sufrimientos y llora por l o s

tuyos. Vive tarnbién tu e sposa, mujer incomparabl e p or su modestia y nobleza de espíritu y que es, lo diré en una p alabra, digna hija de su padre. Vive, sí, hasta el punto de que, has t iada de esta vida, sólo vive para ti. Suspira y se consume en lágrimas, sufriendo por ti, algo que, c once­ dería gustos_!!, m engua tu felicidad. » ¿ Qué

más. diré de tus hij o s cónsules,

que ya reflej an

( e n cuanto lo p ermite la eda d ) la in1agen y el talento de .su padre y d e su abuelo? Si, p ues, la preocupación prin­ c i p al

de l o s mortales es conservar la vida, ¿por qué no has de reconocerte como el hombre afortunado que con­

s erva todavía ahora b ienes más preciosos que la misma vida? Seca ya tus lágri1nas. La fortuna no te ha abando­ nado del t o do ni la tormenta se abatió sobre t i con tanta fuerza. S e mantienen firmes las áncoras que no p ermiti­

rán que d esaparezcan el consuelo de hoy y la esp e ranza del mañana. -Y pido que no me abandonen - dije yo ent on ces-. M ientras las anclas estén echadas, cualquiera que s ea el rumb o de las cosas, nos libraremos del naufragio. Pero, ya ves cómo ha decaído mi dignidad. -Si no e stás descontento del to do de tu suerte, algo he c onseguido -repuso la Filosofía- . Pero no puedo aguan­ tar más esa cantinela constante con la que expresas tu

A éste le sobran las riquezas, pero se avergüenza de su hu­ milde cuna . En ca1nbio, este otro, famoso por su nobleza, preferiría no ser conocido, encerrado como está en la es­ trech ez de s u econo1nía doméstica. Hay qu ienes tienen nobl eza y d inero, pero lamentan no estar casados. Hay quien hizo un buen partido casándose, pero no t iene hi­ j os y se queja de que amontona dinero para un heredero extraño. Otro, en fin, que se alegró con una p role de hij os e hijas, llora desconsolado los extravíos de éstos. Nadie, por tanto, se contenta fácilmente con su suerte. En todos hay algo que apetece el que no lo conoce y que aborrece el que ya lo ha experimentado. No olvides que c uanto m ás feliz es el hombre, 1nás ávido de felicidad es. Y si no tiene a mano cuanto desea, se abate ante el menor revés . ¡ Tan poco acostumbrado está a la adversidad ! ¡ Tan insignifi­ cantes son las contrariedades que impiden a los privile­ giados de la fortuna llegar a la fel icidad m á s perfecta ! ¿Cuántos hombres piensas que creerían estar alcanzando el cielo si llegara hasta ellos una inínima p arte de las so­ bras de tu fortuna? Este mism o lugar, que tú llamas des­ tierro, es la patria para sus habitantes. Nada tan cierto como que las desgrqcias sólo existen en la imaginación. Y, al contrario, toda suerte es buena para el que to do lo reci­ be con ecuanimidad. ¿Quién es tan feliz que no quiera mudar de condición, después de haber fracasado en su intento? ¡ Cuántos pesares amargan la dulce felicidad hu­ mana! Al que disfruta de ella l e puede parecer dulce, pero nada puede impedir que s e vaya cuando ella quiera. Verás por ello cuán miserable es la felicidad de la vida humana:

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFiA

68

ni dura mucho tiempo en los que la disfrutan ni satis face del todo a los que la persiguen. »¿Por qué, pues, oh mortales, buscáis fuera una felici­ dad que está dentro de vosotros? El error y la ignorancia os confunden. Te haré ver brevemente la felicidad plena. ¿Hay algo más valioso para ti que tú mismo? »«Nada", me responderás. »Si, pues, eres dueño de ti mismo, serás poseedor de bien que querrías perder ni la fortuna podría qui­ tarte. Y para que reconozcas que la felicidad no puede consistir en estas cosas pasajeras, presta atención. Si la fe ­ licidad es el sumo bien de la criatura racional, que nadie puede arrebatar (y todo lo que puede ser arrebatado no es el sumo bien, ya que es superado por lo que no se puede quitar), entonces, la fortuna, por su misma inestabilidad, no puede aspirar a llevar al hombre a la felicidad. Atiende además a esto: "el hombre que es arrastrado por esta feli­ cidad, ¿sabe o no sabe que ésta es mudable? Si no lo sabe, ¿qué clase de felicidad puede hallar con la ceguera de su ignorancia? Si, por el contrario, lo sabe, no podrá evitar el miedo a perderla, pues no duda que la puede perder. Y así el temor constante le impide ser feliz. ¿O piensa quizás que, si la pierde, no pensará más en ella? De ser así, no deja de ser una prueba más de lo frágil que puede ser un bien cuya pérdida nos deja indiferentes. »Ütra razón. Me consta que eres hombre convencido por innumerables pruebas de que el alma humana no puede n1orir. Es claro, además, que la felicidad que de­ pende del azar acaba con la muerte del cuerpo. No cabe . dudar, por tanto, que si la muerte nos puede arrebatar la felicidad, todo el género humano se precipita en la mise­ ria de la muerte. Sabemos, por otra parte, que muchos hombres han buscado la felicidad no sólo en la mu,e rte, un

nm.h.:a

ciBRO Il, 5

69

sino también en los suplicios y los dolores. ¿Cómo, en­ tonces, ha de ser posible que la vida presente haga felices a los que la otra no hace desdichados? »Quien, prudente, quiere fundar su casa sobre cimiento sólido y no desea verse abatido por los vientos fuertes del Euro28, evite decidido el océano amenazador, aléjese de las altas cumbres, azotadas por el ímpetu del Austro y las movedizas arenas que se niegan a soportar el peso de la casa. Huya la peligrosa aventura de lugares que agradan a la vista,,: " y fije seguro su morada sobre la roca humilde. Aunque soplen furiosos los vientos sembrando de ruinas el mar, tú, alejado y en paz, confiado y feliz dentro de tus fuertes muros, llevarás una vida serena riéndote de las iras del viento. 5. »Como veo que ya la fuerza de mis razonamientos empieza a hacer su e.freto en ti, pienso que ha llegado la hora de en1plear otros m . ás enérgicos. Pues bien, conce­ damos que los bienes de la fortuna no fueran caducos y momentáneos. ¿Hay algo en ellos que puedas hacer alguIV

28.

Personificación del viento del este o del suroeste .

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

70

na vez tuyo? ¿O, si lo consideras con atención, habrá algo

en ellos que no resulte vil y despreciable? ¿Qué hace p re­

cio s as a las riquezas: el hecho de poseerlas o su propia

turaleza?

¿Y

na­

qué e s p referible: el oro o el p o der de una

riqueza acumulada? Pero el dinero brilla más cuando se

JJ.l3R0

71

U, 5

la m ism a manera nos alegram o s con l a contemplación

del m ar, del cielo, de las estrellas, de l a luna, del sol. ¿Aca­ so te pertenece algo de todas estas grandezas? ¿Te puedes

jactar del brillo de estos astros? ¿ Te puedes ufanar con las galas de las flores de primavera? ¿O es obra tuya la explo­

gasta que cuando se amontona en el arca. Por eso mismo

sión de vida que exh iben los frutos del otoño? ¿Por qué te

de permanecer con uno mismo, el dinero adquiere p reci ­

nunc a h ará tuyas las cosas que la naturaleza te negó. Cier­ to que los frutos de la tierra están destinados a alimentar

la avaricia hace odiosos a los avaros y fam osos a los que dan con largueza. Y puesto que lo que se da a otro no pue­

samente m á s valor cuando con largueza se hace p asar

a

otros, dej ando de p oseerlo. Así, si este misn10 dinero pu­

diera llegar a 1nano s de uno s olo, reunido de to d as las partes del mundo, haría p obres a todos los demás hom­

extasías con alegrías tan vanas y te dejas abrazar por bie­ nes que están fuera de ti y que no s o n tuyos? La fortuna

a Jos seres vivos, pero si lo que quieres es satisfacer_ sola­

mente tus necesidades (y esto es lo que la naturaleza exi­

a l o s o ído s entera y sin mengua, v uestras riquezas no

ge ) , no tiene sentido p edir l o superfluo a la fortuna. La n aturaleza se contenta con p o cas y sencillas cosas. S i a lo suficiente p or naturaleza se añade lo superfluo, se conver­

las repetidas veces. Lógica1nente, hacen más p obres a los

»Piensas, quizás, que lo elegante es destacar por la va­

bres. Contrariamente a lo que sucede con la voz, que llega pueden ir a p arar a manos de muchos so pena de dividir­

tirá en algo feo, cuando no dañoso.

m ismos que abandonan. ¡ Cuán pobres y m iserables, por

riedad de los vestidos. Pero si el vestido exterior es lo que

das juntas . Y si uno las hace suyas, trae la pobreza a los

tej ido o a la maestría del sastre. ¿O te hace feliz tener una

» ¿Ofusca tus ojos el fulgor de las piedras preciosas? Re­

entonces harán de tu casa una c arga p eligro s a y alta­

consiguiente, son las riquezas ! Nadie puede poseerlas to­

arrastr a a los oj os, nü admiración irá hacia la calidad del

demás.

larga fila de servidores? Pues atiende: o son viciosos, y

p ara, sin embargo, e n que si hay algo valioso en su brillo,

mente h o s ti l a su dueño, o s o n honrado s .

as ombro a nte l a arrebatada admiración de l o s hombres

dad aj enas?

Y,

entonces,

es de las p erlas, no de los hombres. No salgo, pues, de m i

¿cómo contarás entre tus r i quezas la honradez y prob i ­

. p or ellas. ¿ Cómo puede p arecer h ermoso por definición

»De todo esto se deduce clarainente que ninguna de las cosas que tú encuentras entre tus b ienes es tuya. Y si n in­

a los ojos de un ser dotado de vida y razón algo que no tie­

n e vida ni movimiento? Esas piedras,' por ser obras del

guna de e llas es digna de apetencia por su bondad intrín­

lleza, pero inferior a tu rango, de manera que n o p ueden

Si por n aturaleza son deseables , ¿en qué medida te afecta?

Creador y por su ulterior destino, pueden tener cierta be­

merecer tu admiración. » ¿Te deleita la b elleza del campo ? ¿Y por qué no, si es una parte hermosa de la obra b ellísima de la creación? De

seca, ¿ por qué llorar su pérdida o alegrarse por su p osesión? Serían igualmente apetecibles si no te p ertenecieran. No

son valiosas porque vinieron a constituir tu riqueza, sino

porque te p arecían preciosas -preferiste hacerlas tuyas.

72

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF{A

73

LJBRO ll, V

»¿Qué es lo que buscas con semejantes gritos contra la porque cuando un objeto queda realzado por sus ador­ fortuna? ¿No será, según creo, que quieres ahuyentar la nos postizos, lo que se alaba en realidad es lo que aparece indigencia con la abundancia? Si es así, has errado el ca­ la vista. Pero lo que ocultan las apariencias y los velos mino. Se necesitan muchos más medios para mante ner permanece en su misma fealdad. esa vida de tanto lujo y ostentación, haciendo cierto el »Me niego a afirmar que sea bueno lo que puede .:< ·



' eces se presenta en un país extranj ero. ¿Se hará respetaa los extranj eros por sus funciones? Si el honor fuera ún producto natural de los altos cargos, s e vería s iempre

'.ple

�n cualquier parte del mundo, del m ismo modo que el fuego no dej a de calentar en cualquier parte de la tierra.

pero, como los cargos no tienen de por s í más valor que el que les atribuye la erró nea opini ó n de los hombres, tan pronto como alguien accede a ellos, se desvanece su pres­ tig io ante quienes no ven su carácter honorífico. » Esto, por lo que respecta a los extr anj eros. Pero ¿ tales cargo s van a durar para s iempr e en s u lugar de origen? Hubo un tiempo en que la dignidad de pretor era un ofi­ cio de gran po der, pero ahora no es 1nás que un nombre vacío y una pesada carga para el o rden senatorial. D ígas e

lo misrno del que antiguamente ej ercía como delegado d e abastos, tenido por un gran hombre y ahora considerad o como el rr1ás baj o de los oficios. Pues, como acabamos de decir, s i algo carece de valor en sí, s u precio varía o desa ­ parece según l a opinión. »Los altos cargos , por tanto, no p ueden hacer a los que los ej ercen personas dignas de respeto. Si, además, se ven 'ro.anchados al contacto de homb res viles; si con el cambio del tiempo pierden todo su esplendor; y si, finalmente, s e deprecian según e l gusto de l a gente, ¿ qué belleza o b on ­ dad apetecible e n s í nüsma pueden e ncerrar y mucho me­ nos dar a otros?

d ignidades no pueden o torgar el verdadero honor. Supón que alguien que ha desempeñado la m agistratura varias

40. Catulo, Poemas, 52. 4 1 . Abogado y c u estor romano a quien -en contraste con las pala­ bras de Boecio- Casio doro y Emodio al ab a n por sus cualidades.

IV.

»Aunyue el tirano Nerón llevara

vestidos de púrpura de Tiro y diamantes resplandecientes, to dos veían con malos ojo s su luj o desenfrenado.

96

LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFfA

Y aun cuando el malvado sobornara con despreciables sillas curules a venerables padres de la patria, ¿quién podría seguir llamando felices a quienes hombres viles colman de honores? »¿Acaso el rey o un amigo del rey puede hacer po de­ roso a alguien? ¿Y por qué no, dirás, si su felicidad se pro­ longa a lo largo de los años? Sin embargo, tanto la e dad antigua como la presente están llenas de ejemplos de re­ yes que pasaron del esplendor a la ruina. ¿Y qué clas e de poder es ese que no se siente capaz de sostenerse a sí mis­ n10? »Porque, si el poder regio es origen de felicidad , ¿no . habrá que pensar que cuando falte aquél disminuirá tam­ bién ésta y sobrevendrá la desgracia? Por muchos que sean los súbditos de un rey, lógican1ente serán más los que escapan a su dominio. En consecuencia, allí donde no llegue ese poder que da la felicidad sobrevendrán el desorden y la ausencia de poder, que hace desgraciados. De donde se deduce que a los reyes les espera un mayor número de desdichas. Sin duda por eso, un tirano que nocía bien los peligros de su condición simbolizó el mie­ do del gobernante con una terrible espada que pendía so­ bre su cabeza42• »¿Qué poder es ese, entonces, que no puede alejar los embates de las preocupaciones ni el aguijón de las inquie5.

co­

42. Al usi ó n a Dionisio J, tirano de Siracusa (Sicil ia) ( 430-467 a.C.), q uien invitó a su consejero Damocles a un ban qu ete y lo mandó sen­ tar baj o una espada desnuda s uspendida sobre su cabeza por un simple cabello. Quiso así simbolizar la naturaleza precaria de la feli­ cidad.

�K .:�

lfhRO ·t¡f; �.' �T.�, ,·

Ill, 5

97

:�des? ¡Cómo quisieran los reyes vivir libres de preocupaciones y no pueden! ¡Como para jactarse de su poder! ¡�rees que un hombre es poderoso si ves que le falta algo que no puede alcanzar? ¿Poderoso quien camina con un guardaespaldas porque tiene más iniedo que aquellos quienes aterroriza y quien, por parecer poderoso, depen­ de de sus mismos cortesanos? Jn>¿Y qué puedo decir de los amigos del rey, habiendo ya dem ostrado tanta inconsistencia como hay en los inis­ reyes? Los aplasta el poder real, aunque muchas ve­ ces éste siga incólume, y otras, después de haber caído. Nerón obligó a Séneca, su amigo y preceptor, a elegir la �uerte que más le agradara. Y Antonino entregó a la es, pada de sus soldados a Papiniano, cortesano poderosísi­ rno43. Ambos estuvieron dispuestos a renunciar a su po"4er, y Séneca trató incluso de entregar su dinero a Nerón y así poder retirarse a la vida privada. Emp:i:ijados a la rui­ na por su propio peso, ninguno de los dos pudo lograr lo que pretendía. »¿Qué clase de poder es este que es temido por los que fo detentan, que no da seguridad cuando lo quieres man­ tener y que no puedes evitar cuando deseas dejarlo? ¿Hay alguna ayuda en los amigos que depara la fortuna y no la Virtud? El amigo que se acercó en el tiempo de la prospe­ ridad se tornará enemigo en la hora de la desgracia. ¿y qué peste hay más mortífera que un amigo convertido en enenligo? a

IllO S

iii·

• :' ,;

43 . Referencia

al emperador Caracalla (Aurelio Antonino) , quien ordenó la muerte de su he r man o Geta y posteriormente mandó de­ capitar a Papiniano p or negarse a ju stificar ante el Senado ese asesi­ nato.

LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOFfA.

98

'!it' '�RO ' ; ��ropio n ombre, habrá que juzgar vergonzoso no darlo 'i'conocer. Pero, como acabamo s de demostrar, habrá ne­ �es. ariamente p ueblos a los que no llegará nunca la fam a

99

III, VI

��·� .

·t
View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF