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PENSAMIENTO-CONOCIMIENTO-INTELIGENCIA: UNA PERSPECTIVA PSICOANALITICA Silvia Bleichmar
En primer lugar un agradecimiento por la posibilidad de participar de este Homenaje: ello me permitió la relectura de textos de Piaget sobre los cuales “no me inclinaba” - como dicen los franceses- hace muchos años, y volver a sentir el placer de retomar el contacto con una de las más grandes inteligencias del siglo. A su vez, a partir de esta convocatoria, repensar los límites del propio campo de conocimiento, revisar los postulados que se sostienen aún hoy desde el interior del psicoanálisis mismo, para poder escuchar la palabra de Piaget y de los piagetianos en su resonancia, desde un ángulo en el cual me posiciono, planteando que la intersección sólo es posible dejando de lado todo afán imperialista, de dominio y subordinación de un campo a otro, para determinar claramente hasta dónde llegan los alcances de nuestro conocimiento. Se trata de saber, tanto en lo que respecta a Piaget como a Freud, mediante una verdadera “asimilación”, qué podemos conservar del legado teórico a partir de una retransformación -ya que no hay conocimiento que se produzca sino sobre el trasfondo de lo que otros, quienes nos precedieron, produjeran. En el campo del conocimiento, como en la vida misma, es imposible la producción autónoma; y, aquellos casos en extremos perversos en los cuales algunos han pretendido devorar al padre científico sin reconocimiento del alimento recibido, ello se ha pagado con una indigestión de conceptos que siempre reaparece en las producciones que realizan. Por eso todo homenaje es un balance, y un reposicionamiento respecto a nuestros puntos de partida y nuestros encaminamientos posteriores. Quisiera comenzar por puntuar, al abordar el tema de la inteligencia, una cuestión que hace obstáculo y opera como prejuicio de modo bastante extendido. Sé que estoy ante un público ilustrado, y me disculpo de antemano por proponer algo obvio y que debe haber pasado muchas veces por su cabeza, pese a ello prefiero explicitarlo: me refiero a la necesidad de terminar con esa diferenciación superficial e ingenua que consiste en el intento de poner por un lado problemas cognitivos y, por otro, problemas afectivos; diferenciación ingenua que escinde al sujeto en uno que siente y otro que produce, o uno que siente y otro que piensa, como si fuera tan simple afirmar que es posible sentir donde no se piensa y pensar al margen de todo sentimiento. Las relaciones entre el sentir y el pensar, o, en términos psicoanalíticos, entre afecto y representación son complejas, y ello nos obliga a reubicar los conceptos en su punto de partida: ni el inconciente es la sede de los afectos, ni la conciencia el lugar de las representaciones. Se trata de fenómenos que presentan problemas de articulación en el interior mismo del freudismo, y que permanecen aún como problemáticas en la confrontación de paradigmas intra-teoría. Cuando escuchaba hace un momento la exposición de Juan Carlos Volnovich pensaba: qué suerte que Piaget salió del diván de Sabina siendo más Piaget que nunca, porque hubiera sido terrible que un análisis diera como resultado que alguien salga siendo Sabina del diván de Sabina; la única justificación que tiene el ejercicio de un análisis consiste en poder llevar adelante, del modo más profundo posible y tan eficazmente como sea posible, aquellos elementos que hacen obstáculo a que un ser humano encuentre su propia perspectiva, enredado en la neurosis como se encuentra, capturado por su propia historia. Y esto no se obtiene cayendo de los brazos de los padres a la captura del analista, que después de todo es un ajeno... Y bien, como de pensar desde la perspectiva propia se trata, y ello bajo los modos más libres que nuestro psiquismo permita, tenemos que empezar por reconocer la posibilidad de plantearnos claramente algunas coincidencias cuando las vemos, los puntos de intersección, como también aquellos problemas que desde nuestro propio campo epistémico no posibilitan el acuerdo, ni siquiera la confrontación; ya que no se trata de suponer paradigmas concurrentes o enfrentados, sino de repensar desde dónde se sostienen, en los procesos teóricos de los cuales pretendemos dar cuenta, el campo de objetos que cada uno intenta abarcar. Podemos establecer algunas distinciones de inicio que se nos imponen desde el psicoanálisis, respecto al tema a abordar: por un lado aquello que hace a la inteligencia, como fuera definido en términos generales, como modo de adaptación del individuo -entendido en los términos más amplios posibles- al medio. Esto nos obliga ya a diferenciar entre el ser biológico (en el cual las conductas están guiadas por cierta recepción de información pre-codificada genéticamente) y los modos específicos de la inteligencia humana, en la cual el
2 conocimiento ocupa un lugar central y permite una operatoria no preformada. El siguiente elemento que debo diferenciar es el de pensamiento, como algo del orden de la representación, vale decir una suerte de átomo de simbolización, que puede o no reencontrar el camino de la adaptación una vez puesto en marcha. Conocimiento - Inteligencia - Pensamiento. El orden no determina antecedencias ni prioridades. Se trata de tres modos de ordenamiento de la relación entre el sujeto y la simbolización. No son muchos los textos freudianos en los cuales se pueda rastrear la relación entre pensamiento -o representación- e inteligencia; podemos relevar entre ellos el Proyecto de psicología científica -tal vez el más interesante respecto a esta cuestión, algunos de los trabajos llamados metapsicológicos, y un escrito deplorable -a mi gusto- intitulado Los dos principios del suceder psíquico (texto, en el cual es propuesta una teoría ingenua del conocimiento a partir de una relación progresiva de adaptación del psiquismo a la realidad exterior, y que no constituye uno de mis favoritos). Posiblemente lo radicalmente novedoso que ha aportado el psicoanálisis a la cuestión que nos preocupa es la posibilidad de pensar un pensamiento, desde el origen, no sólo al margen del sujeto sino al margen del mundo, fuera de toda intencionalidad y de toda adaptación. Y si bien se trata de una producción de representaciones cuyo origen está ligado al momento en que se ejercen de parte de algún otro humano ciertas funciones necesarias para la preservación de la cría - en el marco de la indefensión y de la fetalización, de la precariedad de instintos que caracteriza al cachorro humano - es un pensamiento que, una vez instalado, se caracteriza por la tendencia a reproducirse a sí mismo, cerrado al objeto que le dio origen. Pensamiento que no busca, no tiende al reencuentro con el objeto exterior, sino a la reactivación de sí mismo, a la reproducción intrapsíquica, alucinatoria -siempre y cuando se comprenda que en este caso alucinación no es una proyección de una representación sobre la realidad exterior, dado que no hay ni realidad exterior ni interior, sino simplemente una, para usar la expresión de Kant, “quasi mente”. Es desde esta perspectiva que podemos decir que los orígenes de la representación se producen a contrapelo de la adaptación. No tienden las primeras representaciones al reencuentro con el objeto exterior sino a sostener un equilibrio interior al aparato mismo. Y lo alucinado no es el objeto del mundo, sino algo derivado de ese objeto del mundo: los restos de percepción de los objetos de placer en el momento en que fueron recibidos. Esta es la paradoja de un pensamiento que no se produce sino sobre la inscripción proveniente de un objeto del exterior, de los signos de percepción provenientes de la experiencia con ese objeto, y que a su vez al perder toda referencia al objeto opera como siendo del orden de lo “autoengendrado”, ya que se rige por las leyes del sistema que lo acoge y no por las reglas exteriores al incipiente aparato que está en vías de producirlo. Es así que estas primeras representaciones, primeras inscripciones, primeros pensamientos no pensados por nadie, porque esta es la otra cuestión central que el psicoanálisis propone y que si se toma en toda su densidad revoluciona la historia de la filosofía, es el hecho de que se trata de un pensamiento que antecede al sujeto, un pensamiento cuya paradoja es no haber sido pensado por nadie, producido a partir del contacto con un real al cual sólo va a reencontrar bajo formas muy complejas después de un largo recorrido, real tan ajeno que deberá ser explorado por otras vías para poder conocerlo, aprehenderlo, en su carácter de ajenidad radical. Vemos cómo pensamiento y conocimiento aparecen de entrada disociados, enfrentados, así como están disociados de inicio pensamiento y adaptación. Y ello pese a que el pensamiento no pueda surgir sin un agente humano que satisfaga la necesidad. Pero no será la cualidad del agente respecto a la adaptación, su capacidad de satisfacer la necesidad biológica lo que funcionará como prerrequisito del origen de la representación, sino un plus que arrastra: algo del orden del placer que no se subsume en la adaptación, ni es tramitable a nivel biológico. Contrariamente a lo que ha constituido una corriente dominante en psicoanálisis, sostendré que no es la ausencia del objeto lo que genera su representación, sino el plus irreductible de placer que acompaña la experiencia. La ausencia activa la representación, la torna presente, la inviste, como decimos en psicoanálisis, pero su existencia es efecto de este plus, no tramitable ni descargable, remanente de la experiencia, que no logra nunca la descarga a cero en razón de que las acciones eficaces ejercidas por el adulto con el niño para dar satisfacción a sus necesidades biológicas están cargadas de sentidos múltiples, de excitabilidad, de maniobras que son de un orden no reductible a la cantidad de leche otorgada o a la limpieza ejercida. Este pensamiento, como átomo de simbolización, está en los orígenes de la inteligencia humana entendida como inteligencia creadora, no sólo capaz de reproducir los objetos del mundo y maniobrar con ella, sino también capaz de crear objetos inexistentes en el mundo. Ustedes se dan cuenta que este pensamiento este tipo de pensamiento es el que permanecerá por siempre en el inconciente, que no es ni una segunda conciencia, ni puede ser considerada como habitado por un otro cuya “intención” es opuesta a la del sujeto de
3 conciencia. Este tipo de funcionamiento representacional da origen al inconciente en tanto “res extensa”, cosa del mundo, para-subjetividad difícil de comprender incluso para los psicoanalistas, que han operado no sólo en su teoría sino en su práctica con un aplanamiento de esta cuestión central, haciendo devenir al inconciente una subjetividad intencional de consecuencias no sólo empobrecedoras para la teoría sino también de consecuencias insospechadas en la práctica -generando paradojas difíciles de sostener al transformar al inconciente en una conciencia segunda. Quisiera ahora detenerme en otro punto, relacionado con el anterior, ya que es habitual que se haya supuesto, a partir del pensamiento de Freud, que este modo del pensamiento primitivo es abandonado en virtud de su imposibilidad de satisfacer la necesidad y porque dejaría al organismo inerte para resolver sus tensiones, librado por tanto a la muerte. Es insostenible que la llamada alucinación primitiva sea abandonada por su inoperancia, en virtud de una operatoria realizada por ensayo y error: como Freud mismo sabe, y dice en algún momento, un organismo que tuviera que aprender a vivir quedaría librado a la muerte. La biología no admite el ensayo y error a nivel de los elementos de la supervivencia; el ensayo y error sólo es posible a nivel del pensamiento. Un organismo que tuviera que aprender a vivir moriría en el primer intento, y esta es la razón de que haya información registrable desde el punto de vista genético. La biología debe transmitir información porque no es posible el conocimiento desde la naturaleza misma - más aún, a nivel de la teoría de la evolución, sabemos hoy que no es posible la mutación adaptativa para la supervivencia, sino que sobreviven las especies que logran adaptarse porque ya llevan inscriptos aquellos rasgos - aún cuando fueran secundarios o inactivos, o no aptos para la adaptación en las condiciones previas - que ante el cambio de las circunstancias devienen dominantes por medio de la reproducción, y sobreviven a causa de ello. Como ven Uds. este aparato psíquico incipiente no está destinado a la supervivencia biológica, sino a la producción de pensamientos y a la supervivencia del pensamiento mismo. Y podríamos perfectamente suponer - y ciertas situaciones terribles, en los límites, dan cuenta de ello - que si no hubiera una intromisión del lado del agente humano, del otro que tiene a su cargo la autoconservación de la cría, sino pura y simplemente acciones de preservación de la vida sin consecuencias de alteración de la naturaleza biológica original, los mecanismos de adaptación biológica, natural, madurarían - como en cualquier animal -, pero de allí no surgiría ninguna inteligencia humana en el sentido en que estamos habituados a considerarla como tal. Es del lado del yo, del lenguaje, de la lógica, que el psiquismo inhibe estas representaciones y las envía a un espacio que desde ahora será “el inconciente”, vale decir algo que permanecerá como un “en sí”, opuesto al sujeto, diverso en sus contenidos y en su legalidad, para-subjetivo, y conservando la paradoja de ser un reservorio de simbolizaciones que no son sin embargo del orden de la inteligencia hasta que no atraviesan la barrera y son tomadas a cargo por los sistemas contiguos. Quisiera ahora aproximarme a otro punto que creo que tiene ciertas concordancias con las ideas de Piaget. Este divorcio que señalo entre pensamiento y conocimiento, no implica el divorcio entre pensamiento y acción. Estos primeros pensamientos son ya acciones, procesos en movimiento, investimientos, pero acciones del orden puramente psíquico, aún cuando involucren al cuerpo bajo modos no voluntarios. Tal vez haya acá algo del orden de una posible articulación respecto al concepto piagetiano de inteligencia sensoriomotriz, pensada en este caso como una inteligencia representacional sensorio-motriz. Me permito esta ligereza sabiendo que un error posible no implica responsabilidades prácticas sino sólo tensiones narcisísticas hoy ante ustedes, dado que los sé gente inteligente que puede tolerar cierto momento de ligereza conceptual, simplemente para promover ideas. El pensamiento de los orígenes, tal como aparece planteado por Freud al menos en una vertiente de la obra, es un pensamiento que es el producto de una acción, de una acción muy particular: remite por un lado a la resolución de necesidades vitales y por otra es ejercida sobre un objeto otorgado por el otro humano que es ya un sujeto de cultura. Acción producida sobre la base de un desfallecimiento de la naturaleza (por lo tanto la naturaleza está pero desfallecida) pero a la vez por una suplencia a partir de que el otro humano, como dijimos, produce excitaciones paradojales en el momento en que satisface la necesidades de la vida. En ese sentido, se trata de un pensamiento que es el producto de una acción, y la cuestión que queda abierta es cuál de estas características: la resolución de tensión biológica o la reproducción de los restos excitatorios, tendera a reproducir prioritariamente a nivel de imagen-pensamiento. De ahí que estas imágenes-pensamiento se caracterizan no por reproducir la acción tal cual, ni tampoco al objeto, sino por reproducir una acción que aúna un objeto -que ya no es el del mundo, sino sus restos inscriptos, sus signos de percepción metonímicamente caídos como huella: calor, olor, tacto, imagen parcial- y un sujeto - que tampoco lo es: boca que mama,
4 sensación en la lengua que puede ser del objeto o del lactante de modo indiferenciado - ya que no hay en ese momento ni objeto ni sujeto. Este es el modelo al cual nos referimos al hablar de un pensamiento que se produce antes de que haya aparato psíquico; antes de que haya un sujeto pensante. Se trata de un pensamiento que no proviene de la naturaleza misma, y al cual tampoco puede cualificar aún un sujeto que no se ha producido. Sólo a posteriori este pensamiento podrá ser o no - si se dan ciertas condiciones - en ciertas legalidades que le permitan constituir sentido y producir conocimiento, devenir inteligencia humana en sentido estricto. Estas legalidades determinan principios que van a regir los modos de la vida psíquica, y sospecho que en este punto hay también algún tipo de coincidencia epistémica con Piaget respecto a la idea de legalidades que rigen, modos de procesamiento de lo real, génesis en la construcción de la inteligencia. Pero para el psicoanálisis estos modos primarios de procesamiento de lo real se van a caracterizar por no hallarse al servicio del encuentro con lo real sino al servicio de paliar las desfallecencias de lo real; cuando lo real es insuficiente para disminuir los dolores que producen las necesidades del organismo, la vida psíquica tenderá a producir, idealmente, digámoslo de modo brutal, bajo formas alucinatorias, bajo modos de recreación, no del objeto ni del sujeto, sino de la acción plasmada como representación del encuentro del sujeto y el objeto, un pensamiento que está destinado a algo, y ahora vamos a ver a qué. Para decirlo de algún modo: se puede realizar una reacción circular primaria sin que ello implique que esta operancia se de con un objeto del mundo, se puede alucinar sobre el objeto del mundo mismo, vale decir reencontrar en él no a un objeto del mundo sino los índices de percepción de lo inscripto. Tal vez no sea vano a esta altura aclarar que hay en Freud posiciones diversas, no homogéneas, con respecto a la cuestión tanto del pensamiento como de su continuidad con la naturaleza. No quiero decir con esto que haya muchos Freud... al modo talmúdico, en el cual se cree que cada uno interpreta su propio Freud como si fuera la Biblia, no, no es así... Existen ciertas reglas de trabajo sobre la obra teórica de cualquier pensador, y se trata de hacer trabajar la obra en sus impasses y sus contradicciones. Hay un aspecto de la obra que me interesa mucho, que considero muy fecunda, que es esta en la cual el pensamiento aparece como residuo de una acción ejercida por el otro humano. Que esta acción sea ejercida por un otro provisto de lenguaje es por supuesto fundamental, pero no lo es menos el hecho de que estas acciones vehiculicen excitaciones del adulto que escapan incluso a él mismo, ya que su proveniencia es desconocida por quien la ejerce. Esto hace a la fundamental asimetría entre adulto-niño, pero pone también de relieve algo que quisiera subrayar: el hecho de que existe una anticipación estructural en el momento en que la cría humana se inserta en ella; la estructura anticipa de modo fenomenal, antecede de modo fenomenal, algo que podrá o no plasmarse en la cría, que no está a priori determinada a producir lo mismo sino que tiene condiciones estructurales de inserción para llegar a producirlo en caso que lo produzca. En ese sentido la antecedencia del lenguaje es una antecedencia estructural; pero yo quiero dejar de lado la idea de un otro trascendental ya que la estructura en la cual el cachorro se inserta, o es insertado, es histórica, concreta, determinando ciertos atributos en el interior de una génesis que da origen a la inteligencia bajo modos metabólicos eficaces y no trascendentales. Vuelvo acá desde otro ángulo al tema anterior: el de la génesis como efecto de un conjunto de avatares, al de la génesis como reconstrucción de un recorrido, como a posteriori. Stephen J. Gould, un biólogo de cuño darwiniano que ha producido ideas tan interesantes sobre la adaptación como discontinuidad, como efecto de dominancias, en oposición a todo resto lamarckiano, y que se caracteriza además por su profundo sentido del humor y por su ateísmo radical plantea que si en el vuelo perfecto de un pájaro se puede vislumbrar la creación divina, es en las imperfecciones de la naturaleza generadas a lo largo de la evolución donde vemos el paso torpe y terreno de su recorrido. ¿Para qué tenía sus ridículas patitas delanteras tiranosaurius, si es que le servían para algo? La idea de trabajar la cuestión de los remanentes funcionales en los momentos en que han desaparecido las condiciones, nos permite pensar que el psicoanálisis está más cerca de este darwinismo de Gould que del lamarckismo - más allá del uso que hizo Freud de éste para justificar en sus momentos de mayor endogenismo la preservación de un área de experiencia aún cuando más no fuera histórica y de la especie a través de la noción de “fantasía originaria”. Sin embargo, aún en el marco de este endogenismo desatado y de este lamarckismo insostenible ya para su tiempo, Freud propone algo absolutamente insólito: lo que se transmite por medio de la filogénesis - vale decir de la “experiencia transformada en carne” no es la adaptación, sino precisamente la desadaptación, se transmite la neurosis, se transmite la psicosis. Metáfora lamarckiana para plantear que no es lo adaptativo lo que se va a producir en el pasaje a través de la historia de
5 las generaciones sino precisamente aquello que no sirviendo para nada ocupó un lugar en la experiencia de la especie. Vemos al psicoanálisis, a partir de Freud, oscilar entre una perspectiva endogenista - el inconciente existe desde los orígenes, la representación es una delegación de lo somático en lo psíquico - y otra exogenista - inscripciones, huellas mnémicas, lo traumático-vivencial - en lo que respecto al inconciente, por supuesto, o al psiquismo, pero en razón de ello a la simbolización misma, al pensamiento, y estas contradicciones e sostienen a lo largo de toda su obra. La gran cuestión que resta remite a la pregunta acerca de qué ocurre con estas experiencias con el exterior, y con este exterior tan particular atravesado por el otro humano, que se constituye como vida representacional dando la espalda al real externo para luego reencontrarlo por vía del conocimiento a través del lenguaje - en el sentido más extenso del término: del código compartido. Y bien, el objeto del mundo, la adaptación, el conocimiento, sólo pueden reencontrarse entonces por vía del sistema Preconciente, de modo tal que la inteligencia como proceso de adaptación atravesado por la creatividad, por la imaginación, por la fantasía, es efecto de un largo recorrido, que partiendo de la desadaptación originaria que introduce el otro humano se funda en un organismo biológico - el de la cría - una instancia representacional que lo desarraiga de sus mecanismos naturales para lanzarlo a un mundo de símbolos vicariantes de la vida. Voy a tomarme en este caso la libertad de decir que la relación con el objeto originario es así una relación de ‘asimilación’, concepto básico de la teoría piagetiana, para afirmar que la representación fundada no es nunca un reflejo del mundo exterior sino un efecto metabólico del mismo. El sistema que recibe da cuerpo, incorpora bajo sus propias leyes los rasgos del objeto exterior que caen como inscripciones, en un proceso de producción de un nuevo objeto, esta vez correspondiente a la “realidad psíquica”. Sin embargo, por esta misma vía, podemos llegar a afirmar que si el inconciente no reencuentra al objeto que produjo de entrada las relaciones en las cuales el pensamiento tuvo su punto partida, sólo habrá “acomodación”, del lado del yo, vale decir del proceso de transformación que, en este caso sí, se ejerce a la medida del otro, proceso productor de identificación y regulador de los intercambios “adaptativos” con los objetos del mundo exterior. Quisiera ahora entrar en otra cuestión que considero central, acerca de una problemática que ha atravesado todo el siglo en diversos campos. Me refiero al trabajo modelo presentado por Piaget en el Coloquio sobre estructura y génesis, texto que tuve el placer de releer y que no sólo sigue teniendo una enorme vigencia sino que considero insuperable en una cantidad de aspectos. Tal vez hay aspectos que podrían revisarse, tal vez hoy podríamos reintroducir de un modo distinto las formas de articulación del equilibrio entre estructura y génesis a partir de los sistemas disipativos, pero esto es secundario, y quisiera retomar dos aspectos en lo que atañe al psicoanálisis: No abdicar del concepto de génesis es central en psicoanálisis, ya que en él está imbricada la cuestión de la historia. Y ello es perfectamente viable siempre que se deje de lado la idea de una génesis lineal, proponiendo que la génesis es cualquier proceso que partiendo de un lugar -como decía Piaget- pueda llegar a otro, lo cual no implica necesariamente ni progresión ni preformación. De ahí la necesidad de diferenciar también la génesis de los procesos psíquicos de toda concepción que propusiera un orden de predeterminación. Se trata más bien de un proceso que sigue más o menos ciertos pasos en ciertas circunstancias, dadas ciertas condiciones; proceso que reconstruimos a posteriori, y mediante cuya reconstrucción damos cuenta de las alternativas que se despliegan para llegar a uno u otro punto. Reubicar en esta génesis que las estructuras que están en juego para el psicoanálisis son aquellas del orden del sujeto psíquico, de lo que Freud llamara aparato psíquico, la cual no se confunde con un proceso madurativo, sino con una sucesión de procesamientos en los cuales las estructuras se suceden con la inclusión de elementos nuevos que obligan a recomposiciones. Este es el caso, por ejemplo, de lo que llamamos en psicoanálisis la represión originaria, correlativa a la constitución del yo y a la escisión de los espacios psíquicos como diferenciados y en conflicto; estructuras diferenciales que son efecto no de un salto producido a partir de una saturación interna, ni determinadas en su progresión por sus propias reglas, sino que son efecto de la presencia de elementos que proviniendo de otros órdenes de realidad, estructura de partida, obliga a una recomposición que da origen a un nuevo modelo del funcionamiento psíquico. Son conocidas a esta altura por todos los presentes los conceptos de identificación, o de instauración de los imperativos, procesos correlativos a la instauración del yo y del superyo, instancias que dan un ordenamiento distinto a las representaciones Es evidente que los psicoanalistas tenemos que realizar un largo proceso de depuración de enunciados y de recomposición de paradigmas para separar lo contingente histórico de aquello que hace a los modos de producción de ciertos universales. Separar, como decía Spinoza respecto a la Biblia, las verdades permanentes - relativas a este caso a la Etica, de aquellas circunstanciales; despojarnos de ciertos enunciados provenientes
6 de la cultura de origen en el cual la función normativizante que tiene que ver con el imperativo categórico quedó anudado al concepto de ley paterna y esta a la de cierta autoridad falocéntrica. Estamos acá de lleno en cómo hacer intervenir lo imaginario en la construcción de teorías, y su relación con la cientificidad del psicoanálisis. El hecho de que el niño construya una teoría de la castración no quiere decir que la castración sea una teoría general trasladable a toda la humanidad. Esa fantasía que el niño produce da cuenta de algo del orden de los enigmas que lo compulsan a la elaboración teórica, y puede verse en ella un modo general del funcionamiento teórico de la humanidad: elabora con lo que recibe como legado, acerca de la realidad acuciante que la pone en riesgo, extrayendo al mismo tiempo una dosis de placer por la solución encontrada y una obturación temporaria de los interrogantes acerca del objeto. Dije hace un momento que quisiera retomar alguna vez, y ello sería posible si nos volvemos a reencontrar, la cuestión que remite a la teoría del equilibrio, cómo hemos pensado en ella desde el psicoanálisis, y cómo la podemos encontrar en Piaget, incluyendo el cotejo con algunos desarrollos provenientes de teorías que remiten a los sistemas disipativos. Y ello no en función de un aggiornamiento respecto a otros campos, sino porque de ellos extraemos modelos, importamos metáforas, para pensar respuestas siempre y cuando las preguntas provengan de nuestra propia ciencia. Es necesario tener en cuenta el hecho de que un sistema provisto de ciertos mecanismos que le permiten un tipo de relación con el exterior, que posee ciertos modos de asimilación y acomodación con el mundo, se encuentra en riesgo cuando está obligado a incorporar elementos cuyas posibilidades de integración no están previstas. Digo esto del modo más amplio posible, apuntando, en el sujeto psíquico, a aquellos traumatismos que obligan a nuevos movimientos de recomposición, de reequilibramiento al conjunto del aparato, para poner de relieve nuevamente esta idea de una génesis no lineal, jugada en un a posteriori. El azar, la contingencia, son entonces no factores aleatorios sino parte pregnante del proceso, ocupando estos fenómenos una posición de perturbación del equilibrio logrado, y mediante ello deviniendo motor de desorganización y recomposición de nuevas estructuras. No puedo por último dejar de dar cuenta de algo que atraviesa toda mi exposición. Ello tiene que ver con la idea de que el pensamiento científico, el pensamiento creador, está permanentemente atravesado por algo del orden de la imaginación, es impensable sin una cierta distancia respecto a las necesidades inmediatas, prácticas de la vida, más allá de que la reencuentre en cierto punto. Muchas veces he pensado que sólo un ser humano puede generar una hipótesis tan loca como para realizar un orificio en un animal y alimentarlo conjuntamente al sonido de una campana para ver cómo segrega saliva cuando escucha la campana. Por supuesto, es posible que ese científico se haya olvidado muchas veces, él mismo, de comer, tan entretenido como estaba por dar curso a su experimento. En este caso, una vez más, es el deseo de conocer el que toma a la autoconservación como objeto, la atraviesa por los deseos de éxito y por el placer de descubrir - y por qué no, por la sublimación de la crueldad - aún cuando se pueda alegar que este científico “come de su trabajo”, lo cual es tan real como limitado cuando olvida hacerlo.
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