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September 1, 2017 | Author: ValeriadelosÁngeles | Category: Psychoanalysis, Memory, Anxiety, Homosexuality, Reality
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BIBLIOTECA: PSICOLOGIA DE HOY Serie Menor 1. M. Davis: U Mxuclidarf «n U idalcsecnciá. 2. K. R. Beutner, N. G. Hale: Qaía para la familia dei enfermo mental. 3. M. Choisy: Psicoanálisis de la prostitución. 4. J. A . M . Meerloo: Psicología de! pánico. 5. R. Lindner: Relatos psicoa na tí­ ficos de la vida real. 6. L. Eidelberg: Psicología de la violación. 7. R. Spitz: No y Sí. Sobre ia gé­ nesis de ia comunicación humana. 8. R. Street: Técnicas sexuales mo­ dernas. 9. H. F. Tashman: Psicopatologia sexual del matrimonio. JO. Asociación Norteamericana de Estudios sobre ia infancia: Guía para la educación sexual. 11. E. Bergler: infortunio matri­ monial y divorcio. 12. A. Freud y D. Buriingham: La guerra y los niños. 13. R. Loewenstein: Estudio psicoanalítico del antisemitismo. 14. A. Freud: Psicoanálisis del ni­ ño. 15. T. Reik: Treinta años con Freud. 16. Freud, Abraham, Ferenczi, Klein, Reik, Erikson, Lindner; Grandes casos del psicoanálisis. 17. T. Reik: Cómo se llega a ser psicólogo. 18. D. W . Baruch: Nuevos méto­ dos de educación sexual. 19. F. L. ilg y L. Bates Ames: Có­ mo preparar una fiesta infantil. 20. J. L. Moreno: Psicomúsica y soeiodrama. 21. S. Isaacs: Años de infancia. 22. T. Reik: Confesiones de un psicoanalista. 23. A. Storr: Las desviaciones se­ xuales. 24. T. Reik: Aventuras en la in­ vestigación psicoanalítica. 25. E. Stengel: Psicología del suid d o y los intentos suicidas. 26. T. Reik: Psicoanálisis aplicado. 27. T. Reik: Psicoanálisis del cri­ men.

28. J. Schavelzon, J. Bleger, L. Bleger, !. Luchina y M. Langer Psicología y cáncer. 29. T. M. French y F. Aiexander: Psicología y asma bronquial. 30. R. Sterba: Teoría psicoaciafítica de la libido. M. Langer: Apor­ te kleiniano. 31. R. E. Hall: Guía para la mujer embarazada. 32. H. R. Litchfield y L. H, Derri­ bo: Guía para «i cuidado de su hijo. 33. M . Freud: Sigmund Freud. Mi> padre. 34. T. Reik: El amor visto por un psicólogo. 35. J. R. Gallagher y H. I. Harris: Problemas emociónales de ios adolescentes. 36. M. Lsnger: Fantasías eternas a la lux del psicoanálisis. 37. J. L. Schulman, j. C. Kaspar y P. M . Barger: El aprendlsaje de la psicoterapia. 38. j. Mariano: El divorcio y la separación. 39. W. McCord y J. McCord: E| psicópata. 40. M. D. Pittman: Alcoholismo. 41. M. D. Ver n o n : Psicología de la percepción. 42. T. Reik: Diferencias emocio­ nales entre los sexos. 43. -A. Comfort: La sexualidad en la sociedad actual. 44. A. Stokes: La pintura y el mundo interior. 45. M. N. Robinson: La mujer frí­ gida. Estudio psicoanalítico. 46. Ecuación fantástica. 13 cuen­ tos de ciencia ficción por 9 psi­ coanalistas. 47. C. A. Mace: Guía psicológica para el estudio y aprendizaje. 48. R. H. Thouless: Parapsicolo­ gía. Método experimental. 49. A. Freud, N. Ackerman, $ Ferenczi, K- Abraham y D. W. Winnicott: Grandes casos del psi­ coanálisis de niños. 50. M. Klein: E! sentimiento de soledad y otros ensayos.

( Continúa en la página 226)

VOLUMEN

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W. R. BION

VOLVIENDO A PENSAR

G> EDICIONES HORME S.A.E. Distribución exclusiva

EDITORIAL PAIDOS BUENOS

A IR E S

Título del original inglés:

Second Thoughts Publicado por

W illiam H einem a nn M edical B ooks L im ited

London Traducido por

DANIEL R. WAGNER

2? edición, 1977

INDICE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

Copyright de todas las ediciones en castellano por EDICIONES HORME, S. A. E. Castillo 540 Buenos Aires Queda hecho el depósito que previene la ley 11723 IMPRESO EN LA ARGENTINA

Introducción El mellizo imaginario Notas sobre la teoría de laesquizofrenia Desarrollo del pensamientoesquizofrénico Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas Sobre la alucinación Sobre la arrogancia Ataques al vínculo Una teoría del pensamiento Comentario

9 12 38 55 64 92 119 128 159 165

1 INTRODUCCION

Es habitual hallar en un libro de psicoanálisis que consiste de una compilación de artículos, cierto núme­ ro de historias clínicas; ésta obra no es una excepción. Contiene, osténsiblemente, una reseña de la historia del, paciente^ algunos informes detallados respecto de se­ siones^ incluyendo las asociaciones del paciente y las interpretaciones ofrecidas por el analista. Siempre me ha parecido que tales informes se prestan a la objeción de que la narración y las interpretaciones dadas son meramente dos maneras diferentes de decir la misma cosa, o dos cosas diferentes predicadas acerca del mis­ mo hecho. Con el paso de los años, esa sospecha se ha convertido en certeza. He intentado formular esta convicción en tres libros, Aprendiendo de la experien­ cia, Elementos de Psicoanálisis * y Transformations. cada uno de los cuales profundiza algo más en el tema y hace un poco más precisas las formulaciones. Ahora que ha llegado la ocasión de reimprimir viejos trabajos, el cambio registrada en mis concepciones del psicoanálisis me hace sentir reacio a publicarlos sin mostrar en qué consiste ese cambio. Quienes deseen

* Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1966.

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leer los artículos tal como fueron publicados original­ mente, así los encontrarán, pero he añadido un co­ mentario que traduce el cambio progresivo de opinión. No creo que ningún relato que pretenda ser una expo­ sición de hechos, sea respecto de lo que el paciente dijo o de lo que yo dije, pueda ser considerado una “relación fáctica” de lo acontecido. En primer lugar, no atribuyo a la memoria la significación que general­ mente se le asigna. La existencia de deformaciones involuntarias está tan bieiTdémostrada por el mismo psicoanálisis, que es absurdo conducirse- como si nues­ tros Informes estuvieran de algún modo exentos de los rasgos á que aluden nuestras propias comprobaciones. La memoria nace de la experiencia sensorial, y sólo a ella se adapta. Dado que el psicoanálisis se ocupa de una experiencia que no es sensorial •— ¿piensa alguien qiíe la' ansiedad tiene forma, color u olor?-—, los re­ gistros basados en la percepción de lo que es sensorial sólo registran los hechos sin importancia psicoanalíticá. Por consiguiente, en cualquier relato de una se­ sión, aunque se lo efectúe inmediatamente después de la misma o aunque sea obra de un maestro, no debe­ mos considerar a la memoria como otra cosa qué uná comunicación gráfica de una experiencia emotiva. Aun­ que en el momento de escribir los relatos de casos que figuran en este libro yo los creí fácticamente correctos (excluyo las alteraciones efectuadas y reconocidas, en homenaje a la discreción), deben ser considerados aho­ ra formulaciones yerbales de imágenes sensoriales, ela­ boradas para comunicar de una manera lo que pro­ bablemente es comunicado de otraj por ejemplo, como teoría psicoanalítica, sea en el mismo artículo o en alguna otra parte de la literatura psicoanalítica. Si

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esta revaluación parece severa, agregaré que a menos que se la considere esencial dejará de haber progresos en la tarea psicoanalítica; hay que considerarla el pun10 de partida para una nueva actitud hacia el trabajo científico, tanto el de los demás como el nuestro. Los artículos están reimpresos en su forma original para quienes encuentren más fácil tomarlos como informes tácticos. El comentario añadido expresa el cambio de mi concepción. ,

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2 EL MELLIZO IMAGINARIO 1 T. El paciente de cuyo análisis tomo la mayoría de mi material había sido tratado con psicoterapia du­ rante varios años, hasta que finalmente el terapeuta aconsejó una leucotomía. Teniendo en cuenta la lamentable historia familiar y las tensiones a las que se vio sometido el paciente en su temprana niñez, el médico que lo remitió hizo un pronóstico pesimista. 2. El paciente tuvo una hermana, 18 meses mayor que él, que murió a causa de una enfermedad que ambos habían sufrido cuando aquél tenía un año; du­ rante el curso de la misma ambos padecieron una intensa diarrea. 3. La familia mantenía estrechas relaciones con sus vecinos, cuyas dos hijas, una de ellas dos años menor que mi paciente y la otra siete años menor que él, fueron sus únicos compañeros de juego hasta que tuvo diez años. La menor murió en un asilo antes de la guerra; la otra todavía está viva, pero en un estado de insania incurable, presuntamente esquizofrenia. 4. La desunión de los padres complicó su infancia. La pasó en un país extranjero en el que se estaban 1 Leído ante la British Psycho-Analytical Society el 1' de noviembre de 1950.

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ifundiendo el fútbol y otros deportes, de modo que mando se descubrió que era un buen deportista, y demás inteligente, pareció que haría una buena carre... gozaría de popularidad. Pero la situación económica de la familia empeoró, y se agriaron a la'vez las relaciones domésticas, hasta que a los trece años el niño tuvo un colapso nervioso del que no se recuperó decuadamenté, pese a que volvió a trabajar, cosa que . ontinuó haciendo. La madre murió después de varios iños de una enfermedad crónica y penosa, cuando él tenía 17 años; el padre falleció muchos años después. En la época de la muerte de su madre agravó las cir­ cunstancias el hecho de que se vio obligado a abande nar su país natal y comenzar de nuevo aquí (en Inglaterra, NT). 5. Cuando vino a verme, era un hombre de 43 años, ele cerca de 1,80 m de altura, delgado, de piel cetrina y rasgos inexpresivos, maestro de profesión. La discusión de sus dificultades fue superficial, y sus in­ tervenciones fueron indiferentes y monosilábicas. Acep­ tó sin entusiasmo la idea de hacer una prueba con el análisis. 6. La exposición relativa a los dos años siguientes será necesariamente sucinta. El tema central del aná­ lisis fue la contaminación: el paciente tenía que pro­ teger su cabeza de la almohada haciéndola descansar en una mano; no podía estrechar la mano de otras personas; sentía que contaminaba al baño en el que confiaba para obtener una sensación de limpieza, y que éste lo contaminaba a su vez. 7. Le parecía que bebía demasiado; se preguntaba si su pene no estaría erecto; no podía soportar que alguien se sentara detrás suyo en el ómnibus; también 'tabía contaminación si él se sentaba detrás de otra persona.

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Comenzó a sospechar que sentía impulsos sexuales hacia sus alumnos; al poco tiempo la sospecha se con­ virtió en certidumbre, y esto lo hizo sentirse impuro. En sus asociaciones desempeñaban un gran papel imaginarías inyecciones terapéuticas que él habría apli­ cado, sintiendo luego el temor de no haber esterilizado adecuadamente la aguja. 8. Durante los dos primeros años me resultó muy difícil estimar, a partir de sus reacciones, qué validez tenían mis interpretaciones. En dos ocasiones, muy separadas en el tiempo, supe por una fuente extra analítica que se decía que el paciente había mejorado mucho. Por mi parte no veia ninguna mejoría, y tam­ poco pude observar algo que ahora creo que sucedió realmente, a saber, que comenzó a producirse un cam­ bio en él hacia el final de este período. Hasta ese momento había hablado de un modo uniformemente desprovisto de emoción, y en consecuencia sus decla­ raciones fueron difíciles de interpretar, pues casi siem­ pre tenían un carácter ambiguo que permitía atribuir­ les distintos sentidos si se les asignaba un determinado contenido afectivo en una ocasión, y otro diferente en otra. 9 . Presentó abundante material edípico, en un nivel muy superficial, que yo interpreté debidamente, susci­ tando una respuesta insustancial, cuando hubo alguna. Tomé conciencia gradualmente, a lo largo de un período de unos tres meses, de que se estaba produ­ ciendo un cambio en el análisis. Al principio tuve la impresión de que mis interpretaciones tropezaban con una indiferencia más obstinada que la habitual, y lue­ go que yo era un padre haciendo exhortaciones y ad­ vertencias ineficaces a un niño refractario. A su de­ bido tiempo se lo señalé, y se produjo un cambio difí­ cil de formular. Las asociaciones seguían siendo can­

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sadoramente monótonas, pero con una nueva cualidad que derivaba de lo que no hallo mejor modo de deno­ minar que el ritmo de esas asociaciones. Parecía como si fuera posible introducir dos cesuras independientes pero coexistentes en su material. Una impartía una invencible sensación de hastío y depresión; la otra, pro­ ducto del hecho de que efectuaba pausas regularmente distribuidas en la corriente de las asociaciones, daba una impresión casi jocosa, como si estuviera diciendo: “Siga usted, es su turno ahora”. 10. Estudiando más profundamente el material, no­ té que todas las asociaciones eran convencionales, y que invitaban a dar respuestas convencionales. Si yo interrumpía el ritmo, mostraba signos de ansiedad o irritabilidad; si yo continuaba ofreciendo interpreta­ ciones, que era ahora obvio que él provocaba y espe­ raba a la vez, se terminaba con la sensación de haber llegado a un punto muerto. No me sorprendió que al comienzo de la siguiente sesión me dijera que le pare­ cía que el tratamiento no conducía a ninguna parte y no tenía ningún resultado; me preguntó muy razona­ blemente si yo pensaba que valía la pena continuar. 11. Le cohtesté que si bien es difícil hacer estima­ ciones del progreso realizado en un análisis, no habla razones para pensar que su evaluación no era correcta. Pero añadí que antes de considerar qué era lo que había que hacer necesitábamos saber qué entendíamos por tratamiento. Podíamos aludir al psicoanálisis, en cuyo caso parecería conveniente buscar algún otro mé­ todo para tratar sus problemas. Un sentido quizá más obvio sería el de el psicoanálisis tal como yo lo prac­ ticaba, en cuyo caso el remedio sería un cambio de analista más bien que un cambio de método. Pero había otra posibilidad. Ya habíamos tenido motivos para srtponcr que a veces se lograba un alivio de los

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síntoma^jgracias a factores incidentales respecto dei anáfisis; por ejemplo, la sensación de seguridad que dá el hecho de tener alguien a quien acudir. Tal vez él se refería inconscientemente a algún factor'de ese tipo? 12. Se produjo un silencio, y dado que hemos lle­ gado ahora al punto en que hay que presentar el tema a discutir, aprovecharé la oportunidad para exponer algunos detalles del análisis de los años anteriores, que son necesarios para entender lo que sigue. Esos detalles no fueron importantes en su momento, sino que pertenecían a la periferia de la corriente prin­ cipal de sus asociaciones. Partían del punto en que el paciente introducía algún nuevo episodio o anécdota en el relato. Por ejemplo, mencionó que cierta historia le había sido contada por su cuñado, un homosexual. O bien que fue a visitar a tal o cual amigo cuando experimentó síntomas particularmente molestos. Su círculo de conocidos era muy amplio, y dado que el tema del análisis lo daba el contenido de la historia, yo no tenía razones para prestar mucha atención a las diversas personas así mencionadas. Debo volver retros­ pectivamente sobre este aspecto de sus asociaciones, que ahora se convierte en central, y no periférico. 13. Pero primero les llamo la atención sobre esto: él solía decir, “ Estaba pensando en hablar con el señor X para decirle que. . . etcétera, etcétera” . Cierto día me llamó la atención alguna peculiaridad de la fraseo­ logía, o tal vez el carácter improbable de la observa­ ción, vJs^wéeunté'si realméñte había dicho lo que me había relatado. “ Oh n o — conf ésto1 — , sólo me lo estoy imaginando.” . Sé reveló luego que muchas de las con­ versaciones introducidas por la frase “ Estaba pensando en hablar con el señor X ” , o “ con la señora Y ” , aun­ que^ no todas ellas, eran conversaciones imaginarias.

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Yo había mencionado entonces que parecía que el paflehté~nó establecía distinciones claras entre lo real y lo imaginario, pero en esa época este rasgo no tenía ia importancia que asumiría luego. Entre las personas con las que él había hablado, sea en JáT imaginación o en la realidad, jugaba un gran papel un hombre de su misma profesión y edad simi­ lar, con los mismos síntomas que él, casado y con hijos. Residía aún en el Continente, trabajaba mucho y con tal éxito que nadie sospechó nunca que padeciera en­ fermedad alguna. Estaba en condiciones de viajar li­ bremente, cosa que mi paciente no podía hacer. Pa­ recía que mi paciente se comparaba desfavorablemente coñ~cTT" Estaba, como dije, el cuñado homosexual, un hom­ bre de la misma edad, quizá más fornido, pero clara­ mente homosexual y que sentía una atracción inces­ tuosa hacia la esposa de mi paciente, si es que no mantenía una relación con ella. Había otro hombre con quien mi paciente jugaba al tenis; eso es lo único que oí decir de él. Había cierto número de alumnos suyos, que él con­ sideraba casos psiquiátricos, que le habían enviado a otros estudiantes. Hasta había uno que le había en­ viado a un caso psiquiátrico, y se preguntaba si no sabría cuando hizo eso que él mismo era un caso psi­ quiátrico. (La ambigüedad en el uso del pronombre relativo no es un defecto gramatical, sino más bien una expresión de la habilidad de mi paciente para trasmitir mucha información, demasiada en realidad, concisa­ mente. ) También mencionaba un desagradable colega, a quien había conocido cuando era niño, y que había sido compañero suyo en la escuela, y que ahora enseñaba en un lugar cercano y ocasionalmente atendía a sus

18 W . R. BION alumnos, pero que era tan inescrupulosamente entro­ metido que mi paciente se proponía no volver a ape­ lar a él. 14. Volvamos ahora al paciente, a quien dejamos silencioso despüés 'de'rñi resumen de los problemas que debía considerar antes de tomar una decisión acerca del tratamiento: le pregunté en qué estaba pensando. Me contestó que estaba pensando en una mujer que sufría dolores reumáticos. “Siempre se está quejando de una cosa o de la otra, y yo pensé que es muy neu­ rótica. Me limité a aconsejarle que comprara un poco de amital, y la mandé a paseo.” Esto, le dije, es probablemente una sucinta descrip­ ción del tratamiento que yo le aplicaba, y de cuya eficacia él dudaba. Mis interpretaciones eran para él vagas quejas a las que prestaba escasa atención; muchasVfé sus asociaciones eran convencionales, y las em­ pleaba más por su efecto soporífero, similar al del amitnl, que por su valor informativo, y tenían por fin mantenerme ocupado sin fastidiarlo. Pero, agregué, también habría que considerar por qué esta situación le resultaba tolerable^y le señalé algunas peculiaridadés~'d& su conducta, especialmente el ritmo de “aso­ ciación - interpretación - asociación”, que indicaba que yo era ún mellizo suyo que lo apoyaba en una evasión burlona de mis quejas, y que aliviaba así su resenti­ miento. Él podía identificarse con cualquiera de estos tres papeles. Su respuesta fue notable. Su tono de voz cambió, y dijo^ con expresión deprimida, que se sentía cansado y sucio. Parecía que yo volvía a tener ante mí, eñ un instante, sin cambio alguno, al mismo paciente que vi en la primera entrevista. La transformación fue tan repentina que me desconcertó. ¿ Qué diablos había pasado, me pregunté, con el mellizo y el padre qúé-

19 ¡umbroso? Era como si se los hubiera tragado y estu­ viera sufriendo las consecuencias. .. Ese fue el final de la sesión. Cuando me recobré de la sorpresa, recordé que a menudo habíamos tenido motivos para suponer que él sentía que albergaba den­ tro suyo a una familia venenosa,jjero esta fue la primefiT ocasión en la que se me manifestó tan dramá­ ticamente en el acto de introyectar objetos. 15. En la .sesión siguiente el paciente dijo que ha­ bía tenido un sueño terrible. Fue este: estaba condu­ ciendo un automóvil, y a punto de alcanzar a otro. Se puso al lado de éste, pero en lugar de pasarlo se man­ tuvo a la par. El otro automóvil aminoró la velocidad y se detuvo, y él hizo otro tanto. De tal modo los dos autos quedaron detenidos lado a lado. El otro conductor, un hombre de contextura muy parecida a la suya, descendió, se dirigió hacia él y se inclinó apoyándose en la puerta del automóvil. El paciente no podía escapar, pues al estacionar su automóvil al lado del otro había obstruido la salida por la otra puerta, mientras que el otro conductor le impedía salir por la puerta más cercana. El otro hombre se inclinaba ame­ nazadoramente hacia él por la ventanilla. Se despertó aterrorizado, y durante todo el día estuvo embargado por ansiedad. 16. Interpreté el sueño de este modo: la. figura ame­ nazadora era yo mismo, que era a la vez el mellizo imaginario del que él había hablado por última vez en ía sesión anterior. El mellizo era imaginario porque él había impedido su nacimiento; no había en realidad ningún mellizo. Su uso del mellizo como medio para aliviar la ansiedad era por tanto ilegítimo, y el mellizo estába decidido a no dejar que ahora naciera el pa­ ciente, o sea, que lograse libertad o independencia. De mañera que éste se veía encerrado, tanto por el VOLVIENDO A PENSAR

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mellizo como por su propio acto de estacionar su auto­ móvil tan cerca del de éste. El_ análisis había sido el automóvil del que no se me haBía permitido surgir etí cuanto un ser real; el sueño manifestaba su temor de que en la sesión anterior yo hubiera cobrado vida sólo para impedir su huida del análisis,_al convertirme áTmí en una personificación de la parte mala de él mismo, de la que deseaba disociarse. 17. Siguió luego un período durante el cual los ras­ gos prominentes del análisis fueron las manifestaciones de introyección, proyección, escisión, y personificación de las porciones escindidas de su personalidad. En cierto sentido esto no tenía nada de nuevo, pero como al mismo tiempo el análisis se hizo mucho más inte­ grado y disminuyó su temor a sus propios mecanismos, estuvimos en mejores condiciones para observarlos con claridad. Pude darme cuenta, retrospectivamente, de que gran parte de la ansiedad producida por las in­ terprefaciones efectuadas antes de la aparición def'inellizó no era provocada sólo por el contenido de sus asociaciones, sino también por el mero hecho de qué vó' llamara la atención sobre sus procesos intrapsíqdicos. 18. Un resultado de la mayor integración ue su aná lisis fue que pude percatarme de que alguna” de sus asociaciones anunciaban el tema en torno del cual se haría el análisis, probablemente durante varias sesio­ nes. Aprovecharé esta circunstancia para limitar mi exposición a sólo dos asociaciones; el lector puede su­ poner que el material sobre el que basé mis interpreta­ ciones fue infinitamente más abundante de lo que sugiere esta reseña necesariamente resumida. 19. La primera asociación se presentó antes de un un fin de semana que iba a pasar con algunos amigos. Hasta unos seis meses antes no había pensado que

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fueran posibles los paseos de fin de semana, y ni si­ quiera las vacaciones anuales; en aquel momento habia tomado su primer descanso en muchos años, y ahora esos paseos se habían vuelto habituales. Dijo: “Dejo a un reemplazante a cargo de mis alumnos; no tiene mucha experiencia, y aunque es de mi misma edad no estoy seguro de que pueda manejarse bien. Hay una niña que podría sentirse mal, y a la que tal vez haya que internar en un hospital. Esto no sería muy difícil, pero hay que conocer un poco el asunto, pues si no la niña no será admitida. Habitualmente tengo un arreglo con un médico al que conozco bien, y que me ayuda cuando me ausento, pero un malentendido lo ha arruinado todo”. La elaboración posterior indicó que yo era la per­ sona que había interferido en el entendimiento de am­ bos médicos, por mi interpretación del mellizo y la consiguiente reintroyección de éste dentro del paciente. El reemplazante era una porción escindida de él mis­ mo, que carecía de calificaciones en algunos aspectos, y~en particular no era capaz de hacer internar a la niña en el hospital. Sugerí que la parte de sí mismo a la qué había confiado a la niña era genitalmente impotente. 20. Después del fin de semana me contó que el reemplazante había causado un desbarajuste y que había atemorizado a una de las madres. Mi paciente pensaba que había que tener mucho cuidado con lo que se les decía a los padres, y el reemplazante había suscitado ansiedad en una madre hablando demasiado abiertamente de la enfermedad de la hija. El resul­ tado era que en el futuro ella lo quería a él y no al otro hombre. Pensaba qúe no valía la pena usar reem­ plazantes, pues de todas maneras el trabajo tenía que hacerlo uno mismo. Contestando una pregunta mía

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admitió que ya antes del fin de semana le había ins­ pirado preocupación el reemplazante. De modo que, en cierto sentido, el empleo de éste no había aliviado su ansiedad ni su responsabilidad. Se quejó de que la madre le planteaba una cantidad de exigencias, y sugirió que ella se sentía sexualmente atraída por él. interpretación fue que yo era el progenitor que ! Mi se quejaba por haber quedado en manos del inexperto reemplazante. Como él me había dejado a cargo de su yo inexperto, a mi vez le había dicho cosas que lo , habían trastornado mucho. Su ansiedad provenía del hecho de qué si se me presentaba en cuanto hombre experimentado, esto es, potente, yo le plantearía exi­ gencias, particularmente sexuales, que él se sentía in­ capaz de satisfacer. 21. Se movió incómodamente en el diván y se puso tenso; después de un momento replicó: “Me siento como si estuviera enroscado, y temo que si me quedo así voy a tener un calambre. Si me estiro me pondré rígido, voy a tocar la almohada y la voy a contaminar, y voy a ser contaminado por ella. Me siento como si estuviera en el útero”. Le dije que en este caso el útero representaba las limitaciones que se imponía a sí mismo al sentirse obli­ gado a presentarse como el reemplazante. Durante el análisis habíamos visto que él temía que para él la violencia y la agresión ocupaban el lugar de la sexua­ lidad. El temor a su agresión, estrechamente asociado en su mente a los excrementos, le hacía retirarse a una posición en la que se sentía constreñido y confinado, y por tanto a salvo del odio que liberaría en una po­ sición más relajada. En realidad todo lo que sucedía es que le molestaba más que nunca una relación que le imponía estas limitaciones. Podríamos haber inter­ pretado que su asociación indicaba que se había cobi-

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jado en el útero y temía nacer; pero era'necesario con­ siderar qué significaba esto en la situación presente; yo sugerí que significaba que él no confiaba en el uso* que'daría a_.suscapacidades, si se permitiera un desa­ rrollo mediante la reunificación de las diversas partes escindidas de su personalidad, especialmente si dejara qúe su odio se reintegrara como parte de sí mismo en su'- relación conmigo. Tampoco se sentía seguro del modo en que yo respondería. Temía que si llegara a establecerse una relación entre nosotros, siendo ambos experimentados, ella desembocaría inevitablemente en una aversión mutua. 22. La sesión llegó a su fin, y esa noche tuvo un sueño con el que comenzó la sesión siguiente. Sólo lo relataré parcialmente. Dijo que un hombre se había presentado con una factura y que luego se fue. La cuenta era excesiva. Lo siguió para protestar, pero el hombre desapareció rápidamente, sin preocuparse pol­ los intentos que hizo mi paciente de llamar su atención tocándole el hombro. Mi paciente se sintió invadido por un furor tal como nunca antes había sentido, y se despertó aterrorizado. Le recordé la sesión anterior, y su temor de lo que podía suceder si abandonaba su posición constreñida; esto era el odio escindido hacia mí y la aversión que le despertaban las demandas, económicas y otras, que yo y el análisis le planteábamos. Clontinuó-refiriéndose a un psiquiatra a quien había cnctmtrado ese día. Durante la guerra había formado parte de una Junta Examinadora ante la que se pre­ sentó mi paciente para recibir nuevo destino por ra­ zones psiquiátricas, pero rio lo reconoció. Mi paciente lo interrogó y se enteró de que trataba a pacientes y consideraba que 50 sesiones eran suficientes. Mi pa­ ciente se formó una pobre opinión de él y pensó que no hubiera podido hacer nada en su caso si hubiera

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intentado curarle sus síntomas en 50 sesiones. Durante este interrogatorio exteriormente cordial, había sentido un intenso odio hacia él. Añadió que todavía se sen­ tía tenso. Le dije que me estaba comparando favora­ blemente cdrr-HSfe' psiquiatra, pero que el incidente entrañaba una advertencia de la interrogación a la que yo sería sometido si intercambiáramos papeles. 23. Hacia esta época la relación conmigo, era mucho más realista, y manifestaba todos los signos de coope­ rar para investigar su problema. Era posible, como antes no lo había sido, preguntarle detalles y pedirle explicaciones acerca de sus asociaciones cada vez que parecía necesario para comprender mejor el material que estaba presentando. Comenzó ahora una serie de asociaciones en las que enviaba a diversos alumnos a consultar a un especia­ lista. La siguiente asociación que mencionaré fue la se­ gunda de su tipo. Dijo: “Tengo una alumna con una afección en los ojoS. Un oculista dijo que era una infección. De todos modos, no podía hacerse nadáal respecto, pero el padre dijo que quería otra opinión. De manera que tuve que enviarla a otro oculista, y ahora me' encuentro con una cantidad de trabajo que no quisiera hacer; ella es una carga. Tengo que hacer una serie de entrevistas. El segundo oculista no difiere mucho eií el diagnóstico del primero, pero piensa que vale la pena intentar algo. El primero no creyó que valiera la pena molestarse,'y supongo que es por eso que el padre de mi alumna lo consideró un poco negli­ gente. De cualquier modo, tengo que encargarme de esto ahora. Hay que hacerle un análisis de sangre para ver si1tiene sífilis^ Tendría, que haberse hecho antes”.

24. Podemos considerar a esta asociación como el punto de partida de una investigación que esclareció dos problemas: primero, el material inconsciente que había expresado, y segundo, la manera en que el pa­ ciente pudo traer ese material a la conciencia. A medida que avanzó el análisis, pudimos demostrar que esta asociación, con sus variaciones siguientes, expresaba resumidamente los siguientes temas: 1. Yo era el primer oculista, quien en realidad dijo que la alumna que sufría la afección era un objeto interno, infectado por los objetos malos que él tenía dentro de sí, y por el cual nada podía hacerse. Yo era también el segundo oculista, quien dijo que la alumna había sido afectada por los excrementos, las espiroquetas y los bacilos del paciente, todas varieda­ des de malos penes, por la cual nada podía hacerse, pero él tendría que intentarlo igualmente; Tendría que cúrarla con su pene, pues yo no remediaría los daños causados por él, y en cualquier caso se trataba de un objeto; y él tendría que curarla sin ninguna recom­ pensa placentera. Yo era también el cirujano de los ojos que lo amenazaba con la castración. Él había dedicado algunas horas ansiosas a una correspondencia cuyo propósito era que ninguna cuestión de celos y ninguna fricción interfiriera en la relación entre los dos oculistas y entre ambos y él mismo. De modo que se .trataba de lograr la cooperación armoniosa de los mellizos. '2. El primer oculista, pasivo, representaba sus ex­ periencias psicoterapéuticas anteriores, que no lo ha­ bían molestado mucho ni a él ni a sus objetos. El segundo oculista era el psicoanálisis que le estaba ofre­ ciendo una creciente toma de conciencia, y atrayén­ dolo hacia la sexualidad genital y una situación ame­ nazadora concomitante.

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3. El primer oculista, pasivo, era la madre, y el se­ gundo, activo, el padre, a quienes había tratado de poner en armonía en su correspondencia con ambos. 25. Me referiré ahora al modo en que el análisis iluminó el segundo problema, la manera en que el paciente llevó el material a la conciencia. Lo primero que señalaré es que con su asociación estamos de vuelta en el tema de la contaminación. La muchacha tenía una infección, sea tuberculosis, sífilis u otra no aclarada. El mismo paciente notó espontá­ neamente que no había mencionado la posibilidad de diabetes, aunque en el caso real se la había conside­ rado. De modo que estábamos repitiendo un tópico que en los últimos dos años y medio de análisis había sido frecuentemente tratado, diríamos oralmente, pero que ahora tendría que ser investigado por otros me­ dios. f La consulta a los dos oculistas indicaba un método visual de investigación. Además, se manifestaba una modificación del tema de los mellizos, los dos ocu­ listas. < 26 . El resultado de esta nueva investigación había ' sido un mayor optimismo, pero también nuevas cargas ly responsabilidades; entre estas se contaban la posibi­ lidad de una sexualidad genital, un nuevo ensayo en la sexualidad oral que él había descuidado, el retiro de sangre del objeto, posiblemente contaminada, y la ,aplicación de inyecciones. Los oculistas, especialmente el segundo, representa­ ban también el refuerzo de los instrumentos de inves­ tigación por algo parecido al intelecto: se suponía que ellos sabían más que él. Durante este período fue evidente que el paciente sentía mi presencia y que hasta la consideraba necesa­ ria. Pero yo no debía interferir. Al paciente le mo-

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lestaba toda interpretación que tuviera el más ligero matiz que él pudiera tomar como una incursión en el dominio del diagnóstico y el tratamiento; pero yo po­ día ser yo mismo, y no meramente un mellizo á quien él pudiera darle la forma que quisiera. Si interpretara las manifestaciones dé mi paciente en términos de un juego terapéutico con un niño, consideraría a los dos oculistas como partes de su cuerpo, posiblemente sus dos ojos a los que habría que armonizar para lograr la" visión binocular. La enferma sería algún objeto recuperado de su interior, a! que se sometería al escru­ tinio de sus ojos y de un intelecto en desarrollo, inda­ gación que se efectúa así sobre un objeto externalizado. Los resultados de este escrutinio no fueron totalmen­ te ^tranquilizadores, pues, por un lado, no hubo com­ pleta armonía entre los dos oculistas, por otro lado, el diagnóstico fue oscuro, y finalmente, se pudo prever la imposición de nuevas y pesadas responsabilidades, a saber, una revisión de la sexualidad oral y una explo­ ración de la sexualidad genital. En este momento ob­ servé que el paciente había comenzado a llamar ciru­ jano de los ojos al oculista. Guando se lo hice notar, me dijo que el cirujano no había creído necesaria una operación. Ño me sorprendió enterarme en la sesión siguiente desque otro alumno había sido enviado a una consulta médica, esta vez con un cirujano de garganta, nariz y oído, y también ésta vez a solicitud del padre. Al narrar el episodio expresó sentimientos persecutorios respecto del cirujano en cuestión. Había tenido lugar un retroceso a los niveles auditivo, olfativo y orab Mi interpretación fue que había sentido que era impo­ sible mantener su progreso, y que se sentía perseguido no sólo por las razones ya aducidas sino también por­ que el psicoanálisis, un método que involucraba el

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examen de sus problemas con todos sus sentidos, inclu­ yendo la vista y el intelecto, era mucho más trabajoso que la psicoterapia; implicaba 1) una coordinación laboriosa, que él no había podido lograr; 2) la acep­ tación'de todas Tas partes escindidas de su personalidad que él había personificado y externalízado; 3) la im­ posición de responsabilidades que no era capaz de asumir, y 4) la amenaza de una castración punitiva, que él no podía tolerar. Le recordé el sueño del pintor que le había presentado una factura excesiva, y le dije que yo era objeto de su animadversión porque fe im­ ponía esas responsabilidades y castigos y lo obligaba a retirarse a niveles que él ya había encontrado intolera­ bles^ Le señalé que, dado que él había dicho que el cirujano de garganta, nariz y oído había estado de acuerdo con que su tratamiento era correcto, parecía como, si todos los niveles indicaran que él era respon­ sable^^ tenía el deber de restaurar el objeto lesionado. S 27. Le dije al paciente que debíamos tener en cuen­ ta que el único elemento que no sufría alteración en ninguna circunstancia era su conciencia, y que pare­ cía tan exigente que él se veía llevado por ella de una situación apremiante e intimidatoria a otra similar. Las oscilaciones del paciente le ayudaron a probar sus métodos de verificación de la realidad, permitién­ dole comparar sus descubrimientos de las fases oral y ocular. El objeto lesionado había sido concienzuda­ mente estudiado en el nivel oral antes de someterlo al escrutinio de los “ oculistas”'. No obstante, el paso a los oculistas suscitó gran ansiedad y tensión, pues en lugar de resolver el problema del objeto lesionado re­ veló la presencia de la situación edípica, que él no podía tolerar. La posterior sucesión de avances y re­ gresiones tuvo el fin de permitirle fortalecer el yo; pudo luego enfrentar la situación edípica, que ahora tenía

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una intensidad emocional que nunca tuvo antes de la aparición del mellizo imaginario. Ya he observado que el análisis no pareció ejercer ningún efecto sobre el material edípico de la primera fase. En este punto del análisis pareció demostrar una mayor confianza en sus métodos de verificación de la realidad, en la lealidad, y en su yo. 28. He completado ya la presentación del material clínico del análisis de este paciente que consideré ne­ cesaria. En la siguiente exposición tendré que referir­ me a asociaciones de otros dos pacientes, y en home­ naje a la claridad propongo que llamemos “ A ” al paciente del que he hablado hasta aquí, “ B” y “ C” respectivamente a los otros dos. El primer punto que examinaré es la maestría y la confianza manifestadas por el paciente “ A ” en el em­ pleo de los mecanismos de introyección, proyección, y disociación, y en la personificación de las partes escin­ didas de sí mismo. Sus reacciones contrastaban, du­ rante el período que he descripto, con las del paciente “ B” , mellizo real y una personalidad más perturbada, que apelaba a fantasías relativas a un mellizo idéntico que parecían cumplir las mismas funciones que el me­ llizo imaginario de “ A ” . JEste paciente parecía estar luchando siempre con^uñTmaterial imposible de ma­ nejar. Describía los objetos introyectados como cubos déTaeéro bruñido; durante las sesiones se quejaba de dolores en la boca, el estómago y el ano. Ingería los alimentos a través de un finísimo tubo; las asociaciones co’n las que Intentaba hallar alivio en el análisis eran tenues y espasmódicas. Su mellizo real parecía ser un material tan intratable para la fantasía como lo eran los alimentos. El paciente “ A ” personificaba tan bien sus disociaciones que en algunas sesiones, como diji­ mos, nos imaginábamos estar observando una sesión

30 W . R. BION de juego terapéutico con un niño. “B” parecía sentirse tan pobremente dotado para la exploración de las ten­ siones interiores como para el contacto con la realidad, mientras que “A”, especialmente en las sesiones con­ sagradas a las consultas, cuando parecía capaz de to­ lerar mi presencia en cuanto persona autónoma, me daba la impresión de estar demostrando, a través de 'sus personificaciones, su esfuerzo por salvar el abismo que lo separaba de la realidad, y al hacerlo introducía un factor que suscitaba esperanzas respecto del desen­ lace de su análisis. En su verificación de la realidad el paciente sometía también a prueba, con creciente confianza en los resultados, sus mecanismos para veri­ ficar la realidad. 29 A este respecto me parece diferir del paciente “C”, del que mencionaré una asociación que no indi­ caba tal confianza en la realidad ni en sus medios para verificarla. “C” me contó, al regresar al análisis des­ pués de haber estado en un hospital, donde se había considerado la posibilidad de tratarlo con rayos X y se la habla descartado, pensando que entrañaba el peligro de la destrucción de la función genital, que habla estado al lado de un paciente a quien se le hizo una transfusión de sangre, y que el donante de la misma era primo suyo. Dijo que las madres de estos primos eran mellizas, y añadió, meditabundo, que su hermana tenía mellizos. Continuó diciendo que su médico tenia el mismo nombre que el médico que lo había tratado un poco antes, cuando había sufrido una indigestión estando en el extranjero. Hizo una pausa y luego dijo que tenía un ojo débil, y que ade­ más veía doble si lo usaba solo. Ese defecto visual podía ser corregido con anteojos, pero le desagradaba usarlos; le corregía la visión, pero le hacían sentirse bizco. Hice la interpretación de que los dos primos .

31 eran los padres en coito, a quienes él deseaba destruir con su mirada penetrante, sádica, de rayos X, y que en consecuencia temía que su genitalidad fuera ame­ nazada por el escrutinio destructor de los padres. Res­ pondió con un equívoco de múltiple sentido, diciendo que no era digno de confianza. Tan pronto lo dijo comenzó a quejarse de indigestión, expresó su temor de tener que volver al hospital, y durante el resto de ¡a sesión manifestó temores respecto de los alimentos. Este paciente se quejaba con frecuencia de que lo perturbaba del mismo modo concluir que sus observa­ ciones eran correctas, en cuyo caso la realidad era terrible, o que eran incorrectas, en cuyo caso su estado mental era terrible. Su equívoco indicaba que, a dife­ rencia de “A”, no sentía confianza en su instrumento de investigación, el ojo y todo lo que este representaba, en los padres que el ojo le revelaba, ni en el yo que tenia que asimilar el resultado de la investigación. Como “A”, regresó a un nivel oral. 30 Pasaré ahora a una sesión con el ya mencionado paciente “B”. Dijo: “Creo que vi a su paciente ante­ rior. Vine temprano y estuve esperando. Anoche mi mellizo me tuvo despierto toda la noche con un inter­ minable galimatías, como hace esa gente. Todo el tiempo tenía ganas de irme a la cama. Gracias al psicoanálisis puedo penetrar en la mente del hombre que- trabaja en la mesa de al lado mío. Me puedo reír de él”. Interpreté que el mellizo era mi paciente anterior, que lo había hecho esperar con su galimatías. Pero podía reírse de él ahora, pues sabía cómo debía sen­ tirse al estar él excluido. “B” continuó: “Mi laboratorista acostumbra usar el microscopio ordinario, pero yo prefiero el binocular. No hay duda de que con éste se puede ver mucho VOLVIENDO A PENSAR

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mejor. En parte él está de acuerdo conmigo. He estado pensando cuanto mejor tratamiento se puede lograr si se tiene más dinero, y esto por supuesto lo mejora más” . Comenté que el psicoanálisis o yo mismo le dába­ mos una visión binocular. Como resultado tenía un mayor conocimiento, y sentía que esto le ofrecía la curación. Continuó: “ La vida es muy complicada. Usted me hace las cosas difíciles” . Repliqué: “ Usted siente ahora que la m ejor visión que le dan los dos ojos, uno de los cuales es el análisis, le muestra más cosas que la mala visión monocular; le hace darse cuenta de que la vida es muy complicada y difícil. Le ha hecho ver al otro paciente que viene aquí” . Continuó: “ No pude comer mi almuerzo. Tenía muy buen aspecto, pero me dio náuseas” . Le contesté: “ Cuando usted vio aquí al otro pacien­ te, sus ojos le hicieron pensar que el análisis era muy agradable. Ahora comprueba que lo está envenenan­ do, y no se siente capaz de aguantarlo. Tiene la im­ presión de que el galimatías del otro paciente, como usted lo llama, es algo que él ha dejado para enve­ nenarlo” . Continuó: “ Por supuesto, al principio es muy difí­ cil usar el microscopio binocular. Hay que aprender a usarlo, pero después es mucho mejor que el ordi­ nario” . Le contesté: “ Usted siente que si usa a su análisis para penetrar en la gente y reírse de ella no ha apren­ dido a usarlo adecuadamente, y además los otros a quienes usted mira le retribuyen su ataque” . 31. El análisis ulterior mostró que las dudas que tenía respecto de su capacidad de emplear directa­

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mente el microscopio binocular se fundaban en parte en el temor de que este hiciera parecer a un peque­ ñísimo mellizo un enorme padre. En el momento de esta asociación no estaba preparado para ver juntos a un padre y una madre, aunque su asociación indicaba la posibilidad de que fuera revelada una escena de ese tipo, en el caso de que se perfeccionaran sus instru­ mentos de investigación y su habilidad para usarlos. Esta insinuación también estaba implícita en la afir­ mación de que yo le hacía las cosas muy difíciles. Su pretensión de poseer una intuición psicoanalítica indi­ caba que yo desempeñaba e1 papel del mellizo idéntico, el mellizo imaginario de te paciente. La sesión que U , ,acrípto me indicó que “ B” había llegado a un punto en el que era posible interpretarme como al mellizo idéntico. Hasta ese momento el ma­ terial edípico, aunque manifiesto, se refería como en el caso de “ A” en su primera etapa a un nivel super­ ficial, y la interpretación surtía escaso efecto. Sus declaraciones acerca de la necesidad de adiestrarse en el uso del microscopio binocular indican una creciente sensación de realidad en relación con sus medios para establecer contacto, y una mayor confianza en su ca­ pacidad de explorar las tensiones intrapsíquicas, mien­ tras que en toda la parte anterior de su análisis yo aparecía reiteradamente com o su cerebro, encargado de hacer la investigación por él; y esto me lleva al siguiente tema. ¿Por qué fue tan importante en el caso de “A ” la aparición del mellizo imaginario? Y si fue tan importante, ¿por qué durante tanto tiempo los fenómenos asociados a ella ocuparon una posición pe­ riférica, y no central? La respuesta que sugiero es que el mellizo imagina- ■ rio data de su primera relación, y es una expresión de

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' su incapacidad de tolerar un objeto que no estaba to­ talmente bajo su control. La función del mellizo ima­ ginario era por lo tanto negar una realidad distinta de él mismo. Junto a esta negación de la realidad exterior estaba su incapacidad de tolerar las realidades psíquicas in­ ternas, y costó mucho trabajo hacer que esa tolerancia fuera mayor. Cuando disminuyeron los temores que le inspiraban sus mecanismos psíquicos, le fue posible permitirles manifestar su presencia trasladando su re­ presentación a una posición más central en la corriente de sus asociaciones. Recién cuando pude demostrar qué malo era yo en todos los niveles de su mente le fue posible, primero, advertir sus mecanismos de diso­ ciación y personificación, y luego emplearlos a la in­ versa, por decirlo así, para establecer el contacto que originalmente ellos Rabian servido para destruir. Una vez puesto de manifiesto el mellizo im aginario^' me concedió la existencia "en "cuanto persona real, y no una cosa creada por él mismo, hasta el momento ya mencionado en que se me permitió existir más o menos pasivamente, observando su juego, y finalmente en calidad de asesor. En la sesión con “B” que ya he descripto, pese a algunas apariencias en contrario, se­ guía siendo sólo un mellizo idéntico. 32. He dejado para el final dos hipótesis que plan­ tean cuestiones que no intentaré tratar de resolver. La primera se refiere a la personificación de las partes escindidas, punto sobre el que ya llamé la atención. f Es posible que la capacidad de personificar desdobla­ mientos de la personalidad sea de algún modo análoga a la capacidad de la formación de símbolos a la que se ha referido la señora Klein en su trabajo sobre “La importancia de la formación de símbolos en el desa-

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rrollo del yo” ;* ¿tuvo una significación similar en el desarrollo de “A” en el período que he intentado exponer? Mi segundo interrogante se relaciona con el papel,i que jugó la visión en las asociaciones de estos tres pa­ cientes. En todos estos casos parecía estar vinculada con el desarrollo del intelecto, como lo atestiguan el oculista consultado en el caso de “A”, yo mismo en el papel de cerebro en el de “B”, y también yo en un papel similar, del que no he tenido tiempo de hablar, en el caso de “C”, y vinculada además en todos ellos f con la emergencia de la sexualidad genital y la si­ tuación edípica. Además, cada uno de los pacientes, f según su modo individual, parecían tener problemas semejantes que los molestaban casi como si tuvieran relación con la visión misma. “A” destacó los esfuer­ zos que le costaba mantener una relación armónica con los dos oculistas; “B” comparó los méritos de los microscopios monocular y binocular; “G” habló de ,1a necesidad de usar anteojos para corregir su vista. To- dos parecían sentir que se les habían impuesto nuevas cargas; en el caso de “A” lo hizo el segundo oculista, en el de “B” yo mismo al hacerle las cosas difíciles, y en el de “C” él dijo que los anteojos lo hacían sentir bizco. En todos los casos mencionados la potencia visual representaba la aparición de una nueva capacidad para explorar el ambiente; ha sido posible demostrar que a este respecto los pacientes experimentaban el análisis como un incremento de su armamento para la inves­ tigación, y por tanto era probable que reactivara emo­ ciones asociadas a muy tempranos progresos del desa* Véase M. Klein, Contribuciones al psicoanálisis, Buenos Aires, Hormé, 1964.

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rrollo psicológico que tuvieron el efecto similar de aumentar las capacidades. Sentían que el aumento de poder les exigía un aumento de la comprensión inte­ lectual. i 33. En todos los casos los poderes recién adquiridos lueron empleados para resolver un problema ya exis­ tente, pero se comprobó que revelaban nuevos proble­ mas que requerían solución. Tenemos así que “A”, que parecía preocupado por el problema del objeto interno lesionado y lo enfrentó con sus nuevos poderes, se encontró amenazado por la relación entre padre e hijo. “B” mostró el mismo proceso, expresado en el des­ cubrimiento de un mellizo de ningún modo idéntico que tenía una relación con una madre. Lo mismo sucedió con “C”, pero se trató aquí de un primo que recibía una transfusión de sangre donada por otro, í' Los tres pacientes parecían sentir que el problema í había existido siempre pero que su revelación prove­ nía de una mayor capacidad para la toma de con­ ciencia. i Pudimos por tanto determinar que en todos los casos la regresión eludía 1) el aumento de la capacidad pro­ ducido por el desarrollo psicológico, 2) los fenómenos llevados a la conciencia por esa mayor capacidad, y 3) el desarrollo fisiológico, asociado al desarrollo psi­ cológico que revelaba la relación entre los padres i externos. | En todos los casos tuve la impresión de que el pa­ ciente sentía que la visión creaba problemas relativos al dominio de un nuevo órgano sensorial. Paralelo a esto estaba el sentimiento de que el desarrollo de la psiquis, como el de la capacidad visual, implicaba la emergencia de la situación edípica. En el caso de “A” fue muy notable el cambio de un tratamiento ligero y superficial de la situación edípica a los esfuerzos por

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enfrentar un complejo edípico afectivamente cargado. Por mi paite, no me ha sido posible interpretar el material que me presentaron estos pacientes como manifestación de un desarrollo puramente psicológico, divorciado de todo desarrollo físico concurrente. Me pregunté si el desarrollo psicológico no estaría vincu­ lado con él desarrollo del control ocular de la misma manera" en que problemas de desarrollo asociados a la agresión oral coinciden con la aparición de los dientes, esto es así, tendríamos que preguntarnos si estos procesos patológicos, que anuncian el complejo de Edipo, no se aproximan a los primeros cuatro meses de la vida del individuo. La importancia de esto para la estimación del carácter correcto o erróneo de la concepción de la señora Klein acerca de la temprana data de la fase edípica es obvia;* si la experiencia de otros observadores parece confirmar mis impresiones puede darnos razones incidentales para inclinarnos a ubicar la fase preedípica en una edad temprana.

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* Véase M. Klein, “El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas” en Contribuciones al psicoanálisis, Bs. Aires, Hormé, 1964.

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N O TA S SOBRE L A TEORIA DE L A ESQU IZOFRENIA 1

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34. En este capítulo trataré el uso del lenguaje por el paciente esquizofrénico y la importancia del mismo en la teoría y práctica del análisis. Más tarde discu­ tiré los puntos de vista de otros psicoanalistas, que han contribuido al crecimiento de mis propios cono­ cimientos. No haré eso ahora, pero debo aclarar para una mejor comprensión que aunque no hago recono­ cimientos específicos del hecho, la obra de Melanie Klein ocupa un lugar central en mi teoría psicoanalítica de la esquizofrenia. Doy por sentado que la explicación de términos, tales como “ identificación proyectiva” y “ posiciones paranoide y depresiva” son conocidos a través de su trabajo. Aproximándome al tema a través de la considera­ ción del pensamiento verbal corro el riesgo aparente de descuidar la naturaleza de las relaciones de objeto del esquizofrénico. 1 Publicado en el International Journal of Psycho-Analysis, t. X X X V , n’ 2, 1954. Este trabajo fue presentado en el Symposium “ La psicología de la esquizofrenia” en el 18’ Con­ greso Internacional de Psicoanálisis el 28 de julio de 1953.

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Debo destacar por lo tanto que a mi parecer Ja peculiaridad de las relaciones de objeto del esquizo­ frénico es la particularidad más relevante de la esqui­ zofrenia^ Su importancia desde mi punto de vista deriva d e _la capacidad del pensamiento verbal de aclarar la naturaleza de estas relaciones de objeto, en relación con las cuales son una función subordinada. 35. El material es extraído del análisis de seis pa­ cientes, dos eran toxicómanos, uno padecía un estado ansioso obsesivo con rasgos esquizoides y el resto esqui­ zofrénicos con alucinaciones bien evidentes en un pe­ ríodo entre cuatro y cinco años de análisis. De estos tres últimos dos presentaban marcados rasgos paranoides y uno rasgos depresivos. No me he apartado del procedimiento psicoanalítico que usualmente empleo en los neuróticos, teniendo siempre cuidado de tomar ambos aspectos positivo y negativo de la transferencia.

B) N A T U R A L E Z A DE LA OBSE R VA C IO N EN Q U E ESTAN BASADAS LAS IN TE R PR E TA C IO N ES La evidencia de las interpretaciones debe ser bus­ cada en la contratransferencia, en los actos y en las asociaciones del paciente. La contratransferencia juega un papel importante en el análisis de los esquizofrénicos, pero no tengo el propósito de referirme a esto ahora, por lo tanto pasaré a las asociaciones libres del paciente.

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C) LENGUAJE ESQUIZOFRENICO \ 36 El lenguaje es empleado por los esquizofrénicos de tres maneras: como un modo de actuar, como mé­ todo de comunicación y como modo de pensamiento. El esquizofrénico demuestra preferencia por la ac­ ción en las mismas oportunidades en que otros pa­ cientes se darían cuenta que es necesario pensar, por ejemplo: se acercaría a un piano para demostrar el movimiento, comprendiendo así cómo alguien puede locar el piano. Recíprocamente, si tiene un problema cuya solución depende de la acción, ejemplo: estando en un lugar y quisiera estar en otro, recurre al pen­ samiento, pensamiento omnipotente, como una forma de transporte. Quiero referirme por el momento al uso del pensa­ miento como modo de acción que sirve,“ á sea a Ta escisión del objeto o a la identificación proyectiva. Hago notar que esto es solamente un aspecto de las relaciones de objeto del esquizofrénico en la cual él disocia o bien sale y entra de sus objetos. El primero de esos modos está al servicio de la iden­ tificación proyectiva. El paciente’usa las palabras có­ mo cosas o como partes escindidas de él que trata de colocar dentro del analista. Una consecuencia típica de esta conducta fue el comportamiento de ún paciente que sentía que penetraba dentro de mí en el comienzo de cada sesión y tenía que ser sacado al final de la misma. El lenguaje es nuevamente empleado como modo de actuar para lá escisión de sus objetos. Esto se pone de relieve cuando el analista es identificado con sus perseguidores internos, pero también se emplea en otros momentos. Daré dos ejemplos del uso de este lenguaje: .

41 el paciente entra en la habitación, me da un cálido apretón de manos y mirándome fijamente en los ojos dice: “Pienso que las sesiones no duran mucho, pero deténgame cuando salga”. Sé por experiencias ante­ riores que este paciente se queja de que las sesiones son muy pocas y que interfieren con su tiempo libre. Intentó escindirme incitándome a dar dos inter­ pretaciones al mismo tiempo y esto fue visto en su siguiente asociación cuando dijo: “¿Cómo sabe el as­ censor qué hacer cuando aprieto dos botones al mismo tiempo?” Mi segundo ejemplo tiene muchas implicaciones, en las que no quiero entrar ahora por su importancia sobre el tema del insomnio. La técnica depende de la com­ binación de dos elementos incompatibles como ser: el paciente habla de un modo somnoliénto, calculado para dormir al analista; al mismo tiempo estimula la curiosidad del analista. La intención es entonces, dividir al analista a quién no le permite dormir ni mantenerse despierto. Mustiaré un tercer ejemplo de escisión, más ade­ lante, cuando describa la división, por parte de un paciente, del lenguaje del propio analista. Volviendo ahora a las dificultades del esquizofré­ nico con el lenguaje, como un modo de pensamiento; he aquí una secuencia de asociaciones durante una sola sesión pero separadas entre sí por intervalos de cuatro a cinco minutos. “Tengo un problema y estoy tratando de resolverlo.” “Cuando niño nunca tuve fantasías.” “Sabia que no eran hechos, por eso los detuve.” “Hoy en día no sueño.” Después de una pausa continuó con tono turbado: “Yo no sé qué hacer ahora”. Le dije: “Hace un año usted me dijo que no era un gran pensador, justaVOLVIENDO A PENSAR

W. R. BION 42 mente ahora dijo que estaba resolviendo un proble­ ma, obviamente usted está pensando algo”. Paciente. Sí. Analista. Pero usted continuó con el pensamiento de que no tenía fantasías en la niñez y después que no tenía sueños, luego dijo que no sabía qué hacer. Tiene que significar que sin fantasías ni sueños usted no posee los medios con los cuales podría pensar su problema. El paciente aceptó esta inferpretación y comenzó a hablar con marcada libertad y coherencia. La refe­ rencia a la inhibición de la fantasía como una severa incapacidad que obstaculiza el desarrollo, apoya las observaciones de Melanie Klein en su artículo “Una contribución a la teoría de la inhibición intelectual” *. \ 37. La marcada escisión en el esquizofrénico le di' ficulta para manejar el uso de los símbolos y por con­ siguiente el uso de sustantivos y verbos. Es necesario demostrarle estas dificultades tal como Aparecen y pronto daré un ejemplo. | La capacidad de formar símbolos depende: 1) De la habilidad de aprehender objetos totales. 2) Del abandono de la posición esquizoparanoide con su consiguiente escisión. 3) De la reunión de las partes escindidas y la en­ trada en la posición depresiva. Dado que los pensamientos verbales dependen de la habilidad de integrar, no es sorprendente encontrar que su emergencia esté íntimamente ligada con la po­ sición depresiva, la cual tal como fue señalada por Melanie Klein, es una fase de activa síntesis e inte­ gración.

* Véase mé, 1964.

Contribuciones al psicoanálisis.

Buenos Aires, Hor-

43 Los pensamientos verbales agudizan la conciencia de realidad psíquica y por lo tanto de la depresión que va unida a la destrucción y a la pérdida de objetos buenos. La presencia de perseguidores internos como otro aspecto de la realidad psíquica es similarmente más reconocida inconscientemente. El paciente siente que la asociación entre la posición depresiva y el pensa­ miento verbal es de causa a efecto, creencia basada en su capacidad de integrar, y esto agrega una causa más a su odio al análisis bien evidente, dado que es un tratamiento que emplea pensamientos verbales en la solución de los problemas mentales. El paciente en esta etapa se asusta del analista, aun cuando admite que se siente mejor, pero, y aquí está el núcleo de nuestro problema, muestra todos los sig­ nos de no querer tener nada que ver con su capacidad naciente de pensamiento verbal. Esto lo deja para el analista, o como pienso es más correcto decir, que el analista es sentido como más capaz de guardarle en sí dicha capacidad, sin que ocurran desastres. Pese a todo el trabajo hecho, el paciente parece haber rever­ tido al uso del lenguaje que he descripto como carac­ terístico del esquizofrénico antes del análisis. Tiene una capacidad verbal mayor, pero prefiere emplearla tal como lo hacía antes, cuando era de poca monta. VOLVIENDO A PENSAR

D) DESARROLLO DE LA CAPACIDAD DE PENSAMIENTO VERBAL 38. Para explicar porqué el paciente utiliza poco esta mayor capacidad tengo que remitirme a una ex­ periencia que parece tener un significado relevante para él.

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Un paciente me dijo: ‘'Soy un prisionero del psico­ análisis” ; más tarde agregó: “No puedo escapar”. Algunos meses después, dice: “No puedo salir de mi estado mental”. Una masa de material, del cual mencionar sólo las citas no le hace justicia, se ha acumulado en tres años para dar la impresión de que el paciente se sentía inca­ paz de escapar de una prisión que algunas veces pare­ cía ser yo, otras veces el psicoanálisis y algunas veces su estado mental, que era una constante lucha con sus propios objetos internos. Por lo tanto, muestra la misma actitud hacia el pensamiento verbal que res­ pecto a su potencia y su capacidad para el trabajo y el amor. El problema al cual me dirijo puede entenderse mejor si es visto como perteneciente al momento en que ,el paciente siente que ha efectuado su huida. La huida parece contribuir al sentimiento del paciente, que a veces deja vislumbrar que está mejor, pero le ha costado caro. Este mismo paciente dijo: “He perdido mis palabras” y significó con esto, como lo revelo él análisis posterior, que el instrumento con el cual realizó su huida había sido perdido en el proceso. La palabra, la capacidad de pensamiento verbal, im­ portantes para progresos futuros, habían desaparecido. Gomo extensión parece que siente que ha alcanzado este paso como un castigo por emplear el instrumento del pensamiento verbal gara escapar de su estado mental anterior: de aquí la reluctancia descripta por mí, para usar su mayor capacidad verbal excepto como un modo de acción. Aquí presento el ejemplo prometido cuando hablaba de las dificultades que causaba la escisión esquizofré­ nica en la formación de símbolos y en el desarrollo del pensamiento verbal. El paciente era un esquizo-

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Irónico analizado durante cinco años; describo lo esen­ cial de dos sesiones. Tengo que advertir que la sín­ tesis me ha obligado a dejar de lado muchas formu­ laciones repetidas que de hecho podrían mitigar la crudeza de las interpretaciones tales como las repro­ duzco. Pienso que la interpretación debe ser hecha en un lenguaje simple, exacto y maduro. Paciente. Recogí un pequeño pedazo de piel de mi cara y me siento bastante vacío. Analista. El trozo de piel es su pene que usted ha arrancado y todo su interior se ha ido con él. Paciente. No entiendo. . . pene. . . sólo sílabas. Analista. Usted ha disociado mi palabra “pene” en sílabas y ahora no significa nada. Paciente. No sé lo que significa pero quiero decir “si no puedo deletrear, no puedo pensar”. Analista. Ahora ha dividido las sílabas en letras, no puede deletrear, es decir no puede unir las letras para hacer palabras. Por eso no puede pensar. El paciente comenzó la siguiente sesión con asocia­ ciones sin nexo y se quejó de que no podía pensar. Le recordé su sesión anterior, y entonces pudo tener un lenguaje correcto. Paciente. No puedo encontrar ninguna comida in­ teresante. Analista. Usted siente que todo ha sido comido. Paciente. No me siento capaz de comprar ropas nuevas y mis medias están llenas de agujeros. Analista. Al arrancar el pequeño trozo de piel ayer, usted se lastimó tanto que no puede comprarse ropas: usted está vacío y no tiene nada con qué comprarlas. Paciente. Aun cuando tienen agujeros aprietan mi pie. Analista. No sólo arrancó su pene sino el mío. Así no hay comida interesante, sólo un agujero como en

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una inedia. Pero aun esta media está llena de agu­ jeros, todos hechos por usted, que se han reunido para apretar, maltratar y lastimar su pie. Esta y otras sesiones siguientes confirmaron que sen­ tía que había comido su pene y por lo tanto no que­ daba comida interesante, sólo un agujero, pero este agujero era ahora tan perseguidor que él tenía que escindirlo. Como resultado de la división el agujero se transformó en una masa de agujeros que se reunían de un modo perseguidor para apretar su pie. La costumbre de este paciente de pellizcarse había sido elaborada durante tres años. Al principio sólo se ocupaba de los puntos negros y citaré de la descrip­ ción de Freud tres casos; uno obsen-ado por él mismo, otro por el doctor Tausk y otro por R. Reitler que tienen semejanza con mi paciente. Están tomados de su trabajo El inconsciente (1915). De su paciente, Freud dijo que “él se aisló de los intereses de la vida a consecuencia de la condición poco saludable de la piel de su cara”. Declara que tiene “puntos negros” y que tiene huecos profundos en su cara visibles a todo el mundo. Freud dice que estaba elaborando su complejo de castración sobre la piel de su cara y comenzó a pensar que había un hueco profundo en todo lugar donde había sacado un “punto negro”. Él continuó diciendo: “La cavidad que entonces aparece como consecuencia de su acto culposo, es el genital femenino, es decir, representa el cumplimiento de la amenaza de castración (o la fantasía que lo representa) por causa del onanismo”. Freud compara estas formaciones sustitutivas con las del histérico diciendo: “Un pequeño agujero tal como el poro de la piel es poco probable que sea interpre­ tado por un histérico como símbolo de la vagina que

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en cambio él compara con todo objeto imaginable capaz de incluir un espacio. Además, debiéramos pen­ sar que la multiplicidad de estas pequeñas cavidades le impedirán usarlas como un sustituto del genital femenino”. Del caso de Tausk, él dice: “Tirándose de las me­ dias estaba afligido por la idea de que debía separar los puntos del tejido, es decir, los agujeros y cada agujero era para él un símbolo del orificio del genital femenino”. Citando el caso de Reitler, dice que el paciente “encontró la explicación de que su pie sim­ bolizada el pene; ponerse la media representaba un acto de onanismo”. Volveré ahora a mi paciente en una sesión diez días más tarde. Una lágrima surgió de sus ojos y dijo con una mezcla de desesperación y reproche: “Las lágri­ mas salen ahora de mis oídos”. Este tipo de asociación ahora me era conocida, de manera que me di cuenta que se me había planteado un problema de interpre­ tación. Pero para esta época el paciente que había estado analizándose durante seis años, fue capaz de un relativo grado de identificación con el analista y así obtuve su ayuda. No trataré de describir las etapas por medio de las cuales llegué a las conclusiones que ahora expongo. Los pasos fueron laboriosos y lentos a pesar de que teníamos el material de seis años de análisis al cual podíamos recurrir. Parecía que lamentaba haber cometido un error, que afirmaba la sospecha de que su capacidad de comu­ nicación verbal estaba perturbada. Parecía que su frase era sólo un ejemplo más de su incapacidad de unir palabras en una forma adecuada. Después que esto fue discutido se vio que las lágri­ mas eran cosas malas como también el sudor que

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emanaba de los huecos de su piel cuando se había quitado los “puntos negros” u otras cosas de la piel. Su sentimiento sobre las lágrimas de sus-oídos mostró ser similar a sus sentimientos sobre la orina que salía del agujero que quedaba en una. persona a quien se le había arrancado el pene: la mala orina todavía salía. Cuando me dijo que no podía oír muy bien, aproveché su comentario para recordarle que en todo caso debíamos saber porqué su mente estaba llena de tales pensamientos en el momento presente, y le sugerí que él sentía que su oído estaba defectuoso porque ; mis palabras eran ahogadas por las lágrimas que ema­ naban de sus oídos. Cuando notó que tampoco podía hablar muy bien, sugerí que era porque sentía que su lengua había sido arrancada y lo habían dejado sólo con el oído. Esto fue seguido por lo que pareció una serie com­ pletamente caótica de palabras y ruidos. Interpreté que sentía que tenía la lengua, pero que era tan mala como su oído, emitiendo un torrente de lenguaje des­ truido. En una palabra, parecía que a pesar de sus deseos y de los míos no podíamos comunicarnos o bien él sentía que no podíamos comunicarnos. Sugerí que sentía que tenía un objeto muy malo v hostil dentro suyo que estaba tratando nuestro intercambio verbal con el mismo tipo de ataque destructivo que sentía haber lanzado contra el coito de sus padres, va sea sexual o verbal. Al principio parecía sentir muy agudamente los de­ fectos en su capacidad de comunicarse o pensar v hubo mucho juego de palabras con la pronunciación de la palabra lágrimas (teers o tares en lugar de tears). Ponía el énfasis sobre todo en su incapacidad para unir los objetos, las palabras, o la pronunciación de

" 49 ías palabras si no lo hacía cruelmente. En un mo­ mento dado pareció darse cuenta que su asociación había sido el punto de partida de muchas discusiones. Después murmuró, “un montón de gente”. Al elabo­ rar esto pareció que se había apartado de la idea de que su capacidad verbal estaba siendo irremediable­ mente destruida por los ataques a los cuales estaba sujeta nuestra conversación, para llegar a la idea de que su comunicación verbal era extremadamente voraz. Esta voracidad era suministrada por su escindirse en muchas personas, pudiendo él estar en distintos lugares al mismo tiempo para oír las distintas inter­ pretaciones que yo, también disociado en “montones de gente”, era capaz de dar simultáneamente, en lugar de una a una. Su voracidad y los ataques sobre la comunicación verbal por los perseguidores internos es­ taban por lo tanto relacionados uno coh otro. 39. Es evidente que este paciente sentía que la diso­ ciación había destruido su capacidad para pensar. Esto ero lo más serio para él, porque ya no sentía que la acción le ofrecía una solución para el tipo de problema con el que ahora estaba luchando. Este estado es equi­ parado por el paciente con la locura. Cree que ha perdido su capacidad para el pensamiento verbal por­ que lo ha dejado dentro de su estado mental anterior, o' dentro del psicoanalista o del psicoanálisis. Cree también que su capacidad para el pensamiento verbal le ha sido quitada por el analista a quien ve ahora cómo una persona terrorífica. Ambas creencias dan origen a ansiedades características. La creencia que la ha dejado en su estado mental anterior, como he­ mos visto, contribuyó a hacerle pensar que estaba loco. Cree que nunca será capaz de progresar a menos que vuelva a su anterior estado mental para recuperarla VOLVIENDO A PENSAR

W . R. BION 50 y no se atreve a hacerlo porque le teme, y además teme verse aprisionado de nuevo por él. La creencia de que e! analista le ha quitado su capacidad para el pensamiento verbal le hace temer el uso de su recién encontrada capacidad para el pensamiento verbal, por­ que ésto podría despertar el odio del analista e indu­ cirlo a repetir el ataque. Para el paciente la conquista del pensamiento verbal ha sido un acontecimiento desgraciado. El pensamien­ to verbal está entremezclado con catástrofes y una dolorosa emoción de depresión, y el paciente recurre a la identificación proyectiva, lo disocia y lo mete den­ tro del analista. Los resultados son otra vez desgra­ ciados para el paciente, siente jihqra que la falta de esta capacidad, es lo mismo que estar Toco. Por otro lado al reasumir esta capacidad le parece i ser inseparable de la depresión y teme darse cuenta, ¡esta vez en un nivel de realidad, de que está loco, j Este hecho tiende a dar realidad a la fantasía del paciente sobre los resultados catastróficos que se acu­ mularían si corriera el riesgo de la reintroyección de ¡su capacidad para el pensamiento verbal. No se debe suponer que el paciente deja sin tocar sus problemas durante esta fase. De cuando en cuando dará al ana­ lista una información precisa y completa de ellos. El problema del analista es el temor del paciente, ahora bien manifiesto, al intentar comprender psicoanalíticamenfé lo que significa para él, en parte porque en­ tiende ahora que el psicoanálisis exige de él ese mismo pensamiento verbal que él teme. Hasta ahora he tratado el problema de la comuni­ cación entre el analista y el paciente esquizofrénico. Ahora consideraré la experiencia que adquiere el pa­ ciente, cuando atraviesa por el proceso de alcanzar suficiente dominio de la expresión verbal para salir

51 de la “prisión del psicoanálisis” o estado mental en el cual se sintió anteriormente encerrado, sin esperanza de salir. Aparentemente el paciente no se da cuenta de que algo existe fuera del consultorio, no hay ningún informe de actividad externa. Hay meramente una existencia alejada del psicoanalista de la que nada es conocido salvo que él está “bien” o “mejor” y una relación con el analista que el paciente dice que es mala. Los intervalos entre las sesiones son admitidos y temidos. Se queja que está loco, expresa su miedo a las alucinaciones y a las ilusiones y es extremada­ mente cuidadoso en su comportamiento por temor a volverse loco. Vivenciar las emociones que pertenecen a esta fase lleva hacia una evaluación más alta del ob­ jeto externo a costa del interno alucinado. Esto depen­ de del análisis de las alucinaciones del paciente y su insistencia en dar a los objetos reales un papel subordi­ nado. Si esto se logra el analista ve delante suyo el yo y relaciones objétales más normales en proceso del desa­ rrollo. Doy por sentado que se ha hecho una adecuada elaboración de los procesos de disociación y de la ansiedad persecutoria subyacente como también de la reintegración. H. Rosenfeld ha descripto algunos de los peligros de esta fase. Mis experiencias confirman sus hallazgos. He observado el progreso de múltiples divisiones a cuatro y de cuatro a dos y la gran ansiedad a medida que se desarrolla la integración con la ten­ dencia a volver a una desintegración violenta. Esto es debido a la intolerancia respecto de la posición depresiva, de los perseguidores internos y del pensa­ miento verbal. Si la escisión ha sido adecuadamente elaborada, la tendencia de dividir el objeto y el yo al mismo tiempo, es controlada. Cada sesión es un paso hacia el desarrollo del yo. VOLVIENDO A PENSAR

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E) REALIZACION DE LA LOCURA 40. Una de las dificultades al tratar de aclarar el fenómeno complejo de la relación del esquizofrénico con sus objetos es que si el intento es exitoso es trai­ cioneramente engañoso. Ahora haré el balance tra­ tando el fenómeno que ya he descripto desde otro pun­ to de vista. Deseo tomar el relato en el punto en que las partes separadas son reunidas, el paciente escapa de su estado mental y se introduce la posición depre­ siva. En particular, deseo llamar la atención a esta concatenación de los hechos cuando es aclarado por los datos obtenidos a través del desarrollo de una capa­ cidad del pensamiento verbal. He aclarado que éste es punto de cambio más importante de todo el aná­ lisis. De modo que se podría tener la impresión de que en este punto el análisis entra en aguas tranqui­ las. Es necesario entonces, no dejarles ninguna ilusión al respecto. Lo que sucede, si_el analista ha tenido cierto, éxito, es que ha llevado al paciente a tomar conciencia de la realidad psíquica. Él paciente se da cuenta que tiene alucionaciones e ilusiones, puede sen­ tirse incapaz de comer y sufrir de insomnio. El pa­ ciente tendrá intensos sentimientos de odio hacia el analista, dirá categóricamente que es loco y expresará coh intensa convicción y odio que el analista lo ha llevado a ésk,situación. El_ analista debe esperar que ¡a’preocupación por el bienestar del paciente por parte de Tá familia la llevará a intervenir y debe estar pre­ parado para dar una explicación satisfactoria de la alarmante situación. Debe forzarse por mantenerse en pugna con la cirugía y los tratamientos biológicos (electroshock) y no permitir al paciente retroceder de su admisión de que está loco o del odio hacia su analista,

53 quien ha logrado, después de tantos años llevarlo a la reálízación' emocional de hechos que el paciente ha tratado toda su vida de evitar. . Esto puede ser más difícil, porque cuando el primer ataque de pánico empieza a disminuir, el paciente mismo empezará a sugerir que se siente mejor. Se debe dar a esto su debido valor, pero hay que tratar de evitar que sea utilizado para demorar la investigación en de­ tállemele las ramificaciones en la situación analítica de los cambios causados en las relaciones de objeto del paciente por la realización de su locura. VOLVIENDO A PENSAR

F) RESULTADOS 41. No estoy todavía preparado para ofrecer una información precisa de las perspectivas del tratamiento, a excepción de decir que dos de los tres esquizofrénicos a quienes me refiero, están ahora ganándose la vida. Creo que siguiendo el camino que he indicado arriba, hay razón para anticipar que el esquizofrénico podrá alcanzar su propia forma de ajuste a la realidad, que podrá sin menoscabo llevar el título de una “cura” aunque no sea del mismo tipo que aquel logrado por pacientes menos perturbados. Repito que no creo que cualquier cura, por más limitada que sea, será alcan­ zada si llegado el punto que he tratado de aclarar, el analista trata de reasegurar al paciente y deshace de ese modo todo el buen trabajo que ha llevado a que éste pueda darse cuenta de la severidad de su con­ dición. En este punto se ha logrado una oportunidad que no se debe perder para explorar con el paciente qué es lo que quiere decir, hacer, trabajos analíticos o de cualquier otro tipo, cuando se es loco.

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Las experiencias que he descripto me obligan a con­ cluir que al comienzo de la posición depresiva infantil, los elementos del pensamiento verbal aumentan en in­ tensidad y en profundidad. En consecuencia los do­ lores de la realidad psíquica son exacerbados por ello y el paciente al regresar a la posición esquizoparanoide, se volverá destructivamente contra su capacidad em­ brionaria para el pensamiento verbal como uno de los elementos que lo han llevado a su dolor.

4 DESARROLLO DEL PENSAMIENTO ESQUIZOFRENICO 1 42. En este capítulo que debe ser considerado como una introducción preliminar planteo tres cosas: a) Dis­ cuto hasta qué punto la personalidad psicótica difiere de la no psicótica. b) Examino la naturaleza de esa divergencia, c) Desarrollo las consecuencias de la mis­ ma. La experiencia en el Congreso de Ginebra de­ mostró que una tentativa de dar ilustraciones clínicas, en un capítulo tan condensado como éste, confunde más que esclarece. La presente versión, por consi­ guiente, está restringida .a una descripción teórica. Las conclusiones a las cuales yo llego están basadas en contactos analíticos con enfermos esquizofrénicos y corroboradas en la práctica. El hecho de que yo haya logrado cierto grado de esclarecimiento, se debe prin­ cipalmente a tres obras de estudio. Como ellas ocupan un lugar muy importante en este capítulo, voy a re­ cordarlas. Primera: la descripción de Freud, a la cual me re­ ferí en el artículo para el Congreso de Londres de 1953, sobre el aparato psíquico activado por las pre1 Leído en el Congreso Psicoanalítico de Ginebra, 24-28 de julio de 1955.

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siones del principio, de la realidad y, en particular, por esa parte del mismo que trata del reconocimiento consciente de impresiones sensoriales. Segunda: las sugerencias de Freud en El malestar en la cultura sobre la importancia del conflicto entre los instintos de Vida y de Muerte. Aunque Freud pareció retroceder sobre este punto; el mismo fue tratado por Melanie Klein. Melanie Klein cree que este conflicto persiste durante toda la vida, y esta creencia es de gran importancia, me parece, para la comprensión de la esquizofrenia. Tercera: la descripción de Melanie Klein sobre fan­ tasías de ataques sádicos al pecho, hechas por el niño durante la fase esquizoparanoide, y su descubrimiento de la identificación proyectiva. La identificación proyectiva es una disociación de una parte de la perso­ nalidad del paciente y una proyección de la misma en el objeto en el cual se instala, a veces como persegui­ dor, dejando empobrecida a la psiquis de la cual se ha separado. Los disturbios esquizofrénicos provienen de una in­ teracción entre a) el ambiente y b) la personalidad. En este capítulo dejo a un lado el ambiente y dirijo la atención sobre cuatro rasgos fundamentales de la personalidad esquizofrénica. El primero, es un predo­ minio de impulsos destructivos tan fuerte, que hasta los impulsos de amor, son invadidos por ellos y conver­ tidos en sadismo. El segundo, es un odio a la realidad, el cual como Freud indicó, se extiende a todos los aspectos de la psiquis que ayudan a reconocerla. Yo agrego el odio de la realidad interna y todo lo que contribuya a sü reconocimiento. .El tercero, se deriva de estos dos y es un miedo continuo a una aniquilación inminente. El cuarto, es una formación precipitada y prematura

de relaciones de objeto, entre las cuales la transferencia es la principal, cuya fragilidad está en contraste mar:ado con la tenacidad con la cual se mantiene. La prematurez, la fragilidad y la tenacidad son patognómicas y se derivan del miedo a la aniquilación por ios instintos de muerte. El esquizofrénico está preocupádo^con este interminable conflicto, entre la destruc­ tividad por un lado y el sadismo por otro.

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TRANSFERENCIA Las, relaciones con el analista son prematuras, pre­ cipitadas y muy dependientes. Cuando el paciente las intensifica por la presión de sus instintos de vida y muerte, dos fuerzas concurrentes de fenómenos se ma­ nifiestan: Primera, la identificación proyectiva, con el analista como objeto, se transforma en hiperactiva; resultando estados dolorosos y confusos tales como Rosenfeld los ha descripto. Segunda, las actividades mentales y otras mediante las cuales el impulso do­ minante (sea instintos de vida o instintos de muerte) lucha para expresarse; están sometidas en seguida a una mutilación por el impulso dominado momentá-, neamerste. * Encontrándose el paciente impulsado por el deseo de escapar de los estados confusionales, y atormentado por las mutilaciones, se esfuerza en restaurar las res­ tringidas relaciones; la transferencia se vuelve otra vez informe, como es característica de ella. No importa sfel paciente pasa derecho a mi consultorio, como si apenas estuviese consciente de mi presencia, o si de­ muestra una afabilidad expansiva y sin humor; k res­ tricción de las relaciones es evidente. La restricción y la expansión se suceden alternativamente durante todo el análisis.

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LA D IV E R G E N C IA 43. En resumen: dejando a un lado el efecto del ambiente externo, la personalidad esquizofrénica de­ pende de la existencia en el paciente de cuatro carac­ terísticas: a) Un conflicto nunca resuelto entre los instintos de vida y muerte; b) un predominio de im­ pulsos destructivos; c) odio a la realidad interna y externa; d) una relación de objeto frágil pero tenaz. Estas características extrañas hacen que el paciente esquizofrénico progrese de la posición esquizoparanoide a la depresiva, de una manera muy distinta de la personalidad no psicótica. Esta diferencia surge del hecho de que este conjunto de características conduce al uso masivo de la identificación proyectiva. Por con­ siguiente, es a la identificación proyectiva que quiero referirme ahora, pero mi examen de ella, será limitado a su despliegue por el esquizofrénico contra todo aquel aparato de percepción que, según Freud, es activado por las exigencias del principio de la realidad.

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;epción consciente de la realidad interna y externa, el paciente logra un estado en que no se siente ni vivo ni muerto. Este aparato de percepción consciente está íntima­ mente relacionado con el pensamiento verbal y con :odo lo que provee, en la etapa primitiva a que me refiero, la base de su comienzo. La identificación proyectiva de la percepción cons­ ciente, y los com ienzos. del pensamiento verbal, aso­ ciados con ella, constituyen el factor central en la distinción entre la personalidad psicótica y la no psicócicá. A mi parecer,' esto ocurre al principio de la vida dél paciente. Estos ataques contra el yo y contra la base del pensamiento verbal naciente, y la identifica­ ción proyectiva de los fragmentos, aseguran que desde este punto en adelante habrá una divergencia cada vez más amplia entre las partes psicóticas y no psicóticas de la personalidad hasta que, al fin, se siente que no hay manera de atravesar el abismo.

D E STIN O DE LOS FR A G M EN TO S EXPU LSADOS D IV E R G E N C IA DE LA PERSON ALIDAD PSIC O TIC A DE LA N O P SIC O TIC A 44. Ya mencioné la concepción de Melanie Klein de la posición esquizoparanoide, y el pagel importante desempeñado en ella por las fantasías infantiles y ata­ ques sádicos al pecho materno. Ataques idénticos se dirigen contra el aparato de percepción, desde el prin­ cipio de la vida. Ésta parte de la personalidad es re­ cortada, dividida en fragmentos pequeños, y entonces usando la identificación proyectiva es expulsada de la personalidad. Habiéndose librado del aparato de per-

45. En la medida en que la destrucción sea exitosa, el paciente experimenta un fracaso en su capacidad de p e rcep ción .T od a s sus impresiones sensoriales pa­ recen haber sufrido una mutilación de una naturaleza que haría pensar que han sido atacadas, como el pecho es atacado en las fantasías sádicas del bebé. El pa­ ciente se ve encarcelado, en el estado mentál a que ha llegado e incapaz de escaparse de él, porque siente la falta del aparato de percepción de la realidad, el cüar hace posible la huida y la libertad misma, hacia lá cual él quisiera escapar. Este sentido de encarcela-

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miento es intensificado por la presencia amenazante de los fragmentos expulsados dentro de cuyos movi­ mientos planetarios, él se encuentra confinado. La naturaleza de este encarcelamiento se aclarará median­ te la discusión del destino de estos fragmentos expul­ sados a la cual me voy a referir ahora. Dentro de la fantasía del paciente las partículas expulsadas del yo tienen una existencia independiente ejncbñtrolada fuera de la personalidad. Pero, sea que contengan objetos externos o que sean contenidas por ellos, desempeñan allí sus funciones, como si la ordalía a que han sido sometidas sirviera sólo para incremen­ tar su número y provocar hostilidad contra la psiquis que las ha rechazado. Por consiguiente, el paciente se ve rodeado de objetos grotescos, cuya naturaleza pa­ saré a. describir. LAS PARTICULAS 46 Cada partícula es sentidá como si fuera un ob­ jeto reaTexterno que es encapsulado en un fragmento de la personalidad, que lo ha envuelto. El carácter de esta partícula completa, dependerá en parte, del objeto real; por ejemplo, un gramófono y, parcial­ mente, del carácter de la partícula de la personalidad que íos envuelve. Si el fragmento de la personalidad es relacionado con la vista, el gramófono al pasar el disco se ve como mirando al paciente; si es relacio­ nado con el oído, entonces el gramófono al pasar el disco se ve como escuchando al paciente. El objeto enojado, por verse envuelto, se distiende por decirlo así, cubre y controla el fragmento de la personalidad que lo envuelve; en ese sentido la partícula es vivida como convertida en una cosa. .

61 Dado que estas partículas son usadas por el paciente como si fuesen prototipos de ideas —que llegarán a convertirse en palabras más tarde— esta invasión del fragmento de la personalidad por el objeto contenido pero controlador, hace sentir al paciente que las pala­ bras son realmente las cosas reales que designan, y por eso conducen a las confusiones descriptas por Segal, que provienen del hecho que el paciente no sim­ boliza sino iguala. VOLVIENDO A PENSAR

CONSECUENCIAS PARA EL PACIENTE 47 El paciente se mueve ahora no en un mundo de sueños, sino en un mundo de objetos que ordina­ riamente son los accesorios de los sueños. Estos objetos primitivos pero complejos, tienen características que en personas no psicóticas pertenecen a la materia, a objetos anales, a los sentidos, a ideas, al superyó y a las demás cualidades de la personalidad. Uno de los resultados, es que el paciente trata de usar objetos reales como si fueran ideas, y se encuentra perplejo cuándo eílos obedecen a las leyes de la ciencia natural y ño a las del funcionamiento mental, í La identificación proyectiva se encuentra relacionada con la incapacidad de la personalidad psicótica de introyectar. Si desea asimilar una interpretación, o si quiere traer de vuelta aquellos objetos que acabo de describir, lo logra por la identificación proyectiva dada jvuelta, y por el mismo camino. Esta situación fue su­ cintamente expresada por el paciente que dije que usaba el intestino como un cerebro. Cuando le dije que él había tragado algo (es decir, que lo había en­ tendido) me contestó: “El intestino no traga”. La doctora Segal ha descripto en su artículo, que tuve la .

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suerte de leer antes del congreso, algunas de las vici­ situdes de pacientes en la posición depresiva. Yo qui­ siera agregar ahora, que gracias a ese empleo de la identificación proyectiva, el paciente, no puede integrar sus'objetos sólo puede aglomerar y comprimirlos. Sea' que sienta que algo ha sido puesto dentro de él, o que él mismo lo ha introyectado, experimenta la entrada del objeto como un asalto, una retaliación de parte del mismo por su propia intrusión violenta dentro de él. REPRESION 48. Es claro entonces, que mientras la personalidad no psicótica, o una parte de tal personalidad, emplea la represión, la psicótica ha empleado la identificación proyectiva. Por consiguiente, no hay represión, y lo que debería ser su “inconsciente” es reemplazado por el mundo de accesorios de los sueños en el cual, según mí descripción, se mueve.

PENSAMIENTO VERBAL 49. El comienzo del pensamiento verbal que he descripto como perteneciendo a la posición depresiva, se encuentra gravemente perturbado, porque es el que sintetiza y articula las impresiones, y es esencia para' la percepción de la realidad interna y externa: por esa razón es sometido a continuos ataques como los que he descripto. Además, una excesiva identificación proyectiva en =la posición esquizoparanoide, impidió la suave intro■yección y asimilación de impresiones sensoriales, y por consiguiente, el establecimiento de la base firme de buenos objetos del cual depende la iniciación del pen­ samiento verbal.

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El hacer una tentativa de pensar involucra un control y por consiguiente un retorno a la personalidad 1 de las partículas expulsadas y de sus derivados. La identificación proyectiva es entonces invertida, y la I aglomeración concomitante, y la compresión conducen a una verbalización muy compacta. Este tipo de cons­ trucción es más apropiado para la música que para ia articulación de palabras tal como se emplean en la comunicación no psicótica. Además, ya que estas partículas, como lo hemos i descripto, son cosificadas, el paciente puede sentirse | dividido, por su reentrada. Y también,, dado que es' tas partículas incluyen fragmentos de percepción cons­ ciente de impresiones sensoriales, se experimentan los ! sentidos como dolorosamente comprimidos y agudi­ zados, hasta un punto intolerable. Se puede ver que el paciente está dominado por alucinaciones táctiles, auditivas y visuales intensamente dolorosas. La depre­ sión y la ansiedad, dado que dependen del mismo mecanismo, son intensificadas similarmente hasta que el paciente se ve obligado a tratar con estas emociones de la manera descripta por Segal. f

CONCLUSION 50. Mi experiencia de estas teorías en la práctica me ha convencido de que el tratamiento de la persona­ lidad psicótica no tendrá éxito hasta que los ataques destructivos del paciente a su yo y la sustitución por la represión y la introyección de la identificación proi yectiva, hayan sido elaboradas. Es más, yo considero que hasta en el neurótico, hay una personalidad psi­ cótica que tiene que ser tratada de igual manera antes de lograr éxito.

65 52. Debo mi esclarecimiento de los puntos oscuros que persisten en el análisis de psicóticos principalmente a tres trabajos. Como son cruciales para la compren­ sión de lo que sigue, voy a recordárselos: Primero: la descripción de Freud (2) que cité en mi trabajo al Congreso de Londres de 1953 (1), sobre el aparato mental que es puesto en actividad por las demandas del principio de realidad y en particular, aquella parte del mismo que está en relación con la conciencia de los órganos de los sentidos. Segundo: la descripción de M. Klein (5) sobre los ataques sádicos fantaseados por el niño contra el pecho durante la fase esquizoparanoide, y tercero: sii descubrimiento de la identifica­ ción proyectiva (7). Por este mecanismo, el paciente escinde una parte de su personalidad y la proyecta en el objeto donde se instala, a veces, como perseguidor, pero dejando la psiquis de la cual se escindió empo­ brecida. 53 Por temor de que se suponga que atribuyo el desarrollo de una esquizofrenia exclusivamente a cier­ tos mecanismos separados de la personalidad que los emplea, enumeraré cuáles son las precondiciones que yo supongo necesarias para que estos mecanismos ope­ ren y sobre los que quiero focalizar la atención de ustedes. Está el ambiente, que no discutiré por ahora, y la personalidad, que debe poseer cuatro rasgos esen­ ciales: Una preponderancia de impulsos destructivos tan grande, que aun el impulso a amar, es cubierto por él y convertido en sadismo; un odio de la realidad interna y externa que se extiende a todo lo que pueda despertar conciencia de la misma; pánico de aniqui­ lación inminente (7), y finalmente, la formación de relación de objetos prematura y precipitada, con cuya primera línea está la transferencia, y cuya fragilidad contrasta notoriamente con la tenacidad con la que VOLVIENDO A PENSAR

5 DIFERENCIACION DE LAS PERSONALIDADES PSICOTICAS Y NO PSICOTICAS 1 51. El tema de este trabajo, es el de que la diferen­ ciación entre las personalidades psicóticas y no psicó­ ticas, depende de diminutas esciciones de toda aquella parle de la personalidad que está referida a la concienci5g!3ff de la realidad interna y externa, y la ex­ pulsión de estos fragmentos de tal forma, que ellos entran dentro o engolfan sus objetos. Describiré este proceso en detalle y luego discutiré sus consecuencias y cómo afecta el tratamiento. Estas conclusiones derivaron del contacto analítico con esquizofrénicos y las he comprobado en mi prác­ tica. Les llamo la atención sobre ellas, porque me lle­ varon a consecuencias analíticamente significativas en mis pacientes y que no deben ser confundidas ni con las remisiones conocidas muy bien por los psiquiatras, o con Tesa clase de mejoría que es imposible referir a las interpretaciones que se han hecho o a cualquier cuerpo coherente de teoría psicoanalítica. Pienso que las mejorías que he visto, merecen una investigación psicoanalítica. 1 “Differentiation of the psychotic from the non-psychotic personalities”. Int. ]. Psa. 38, 3-4, 1957.

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es mantenida. Esa prematuridad, esa fragilidad, y la te­ nacidad, son patognomónicos y tienen una derivación importante sobre el conflicto, nunca decidido en el esquizofrénico, entre los instintos de vida y de muerte. 54. Antes de que consideremos los mecanismos que resultan de estas características, quiero exponer breve­ mente algunos puntos referentes a la transferencia. El vínculo con el analista es prematuro, precipitado y de una intensa dependencia; cuando bajo la presión de sus instintos de vida y muerte, el paciente ensancha el contacto, se ponen de manifiesto dos corrientes con­ currentes de fenómenos. Primero, la escisión de su personalidad y la proyección de los fragmentos dentro del analista (es decir, la identificación proyectiva) que se hace hiperactiva con los consecuentes estados confusionales que Rosenfeld (9) ha descripto. Segundo: Jas actividades mentales y toda otra a través de las cuales el impulso dominante, sea de vida o de muerte, trata de expresarse, "son de inmediato sujetas a mutilaciones p o r el im pulso tem porariam en te su bordin ad o. E l p a ­

ciente perseguido por esas mutilaciones, y tratando de escapar al estado confusional, retoma a una relación restringida. Oscilaciones entre tentativas de ensanchar el contacto y tentativas de restringirlo se suceden con­ tinuamente a lo largo del análisis. 55. Volviendo ahora a las características que enun­ cié como intrínsecas de la personalidad esquizofrénica, diré que constituyen un legado que asegura que su poseedor progresará a través de las posiciones esquizoparanoide y depresiva de una manera marcadamen­ te diferente de los que no tienen dichas características. La ^diferencia gira alrededor del hecho de que esta combinación de cualidades lleva a fragmentaciones mínimas de la personalidad, particularmente del apa­

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rato de tomar conciencia de la realidad que Freud des­ cribió como entrando en juego ante el requerimiento del principio de realidad; y además, a una excesiva proyección de estos fragmentos de la personalidad en objetos externos. He descripto algunos aspectos de estas teorías en mi trabajo para el Congreso Internacional de 1953 (1), cuando hablaba de la asociación de la posición depre­ siva, con el desarrollo del pensamiento verbal y la sig­ nificancia de esta asociación para la toma de concien­ cia de la realidad interna y externa. En este trabajo retomo el mismo tema, solamente que en un estadio más temprano, diríamos, el comienzo de la vida del paciente. M e refiero a fenómenos de la posición esquizoparanoide que posteriormente están asociados cdn el comienzo del pensamiento verbal. Espero que esto surja así de aquí. 56. Las teorías de Freud y Melanie Klein a las cua­ les me referí' anteriormente, deben ser consideradas ahora con más detalle. En su trabajo Neurosis y psi­ cosis de 1924, Freud definía uno de los hechos que mejor distinguía la neurosis de la psicosis: “ En la primera, el yo, en virtud de su lealtad a la realidad, suprime una parte del ello (la vida instintiva) mientras que en la psicosis, el mismo yo está al servicio del ello, y se retira de una parte de la realidad” (4). Presumo que cuando Freud habla de la lealtad del yo a la reali­ dad, habla del desarrollo que él describe que tiene lugar cuando el principio de realidad se instituye. D i­ ce: “ Las nuevas demandas hacen necesario una suce­ sión de adaptaciones en el aparato mental, que a causa de nuestros conocimientos insuficientes o inciertos, sólo podemos detallar en forma muy elemental” . Luego apunta la siguiente lista: La mayor importancia de los órganos de los sentidos dirigidos hacia el mundo

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exterior y de la conciencia ligada a ellos; la atención a la que considera una función especial que investiga el mundo exterior para que sus señales sean ya fami­ liares si una necesidad interna urgente emerge; un sistema de notación cuya tarea es la de depositar los resultados de esta actividad periódica de la conciencia, y que él describe como una parte de lo que llamamos memoria; el juicio, que debe decidir si una idea par­ ticular es verdadera o falsa; el empleo de la. descarga motora para una alteración apropiada de la realidad y no simplemente como una descarga del aparato men­ tal de un incremento de estímulo; y finalmente, el pensamiento que es el que según Freud, hace posible tolerar la frustración, que es un acompañante inevita­ ble de la acción, en virtud de sus cualidades de forma experimental de acción. Como veremos, yo extiendo mucho más la función e importancia del pensamiento, pero por lo demás, acepto esta clasificación de las fun­ ciones del yo, que Freud adelantó putativamente, ha­ ciendo concreta la parte de la personalidad que trato en este trabajo. Concuerda con la experiencia clínica y esclarece su­ cesos que habría encontrado infinitamente más oscuros sin ella. Haré dos modificaciones en la descripción de Freud para acercarla más a los hechos. No creo, al menos en cuanto a los pacientes que encontramos en nuestra práctica analítica, que el yo se retire nunca totalmente de la realidad. Diría que su contacto con la realidad, está encubierto, por la predominancia en la mente y la conducta del paciente, de una fantasía omnipotente encaminada a destruir, tanto la realidad como la con­ ciencia de la misma, y así entonces, alcanzar un estado que no es ni la vida ni la muerte. Desde que el con­ tacto con la realidad nunca se pierde completamente,

69 los fenómenos que estamos acostumbrados a asociar con la neurosis, nunca están ausentes y, sirven para complicar el análisis, cuando se ha hecho un progreso suficiente al estar presentes en medio de material psicótícó. Sobre el hecho de que el yo mantiene contacto con la-'realidad, depende justamente la existencia de una personalidad no psicótica paralela, pero oscure­ cida por la personalidad psicótica. 57. Mi segunda modificación, es la de que el retiro de la realidad, es una ilusión, no un hecho y emerge dél despliegue de identificación proyectiva en contra del aparato mental enumerado por Freud. Es tal la predominancia de esta fantasía, que parece evidente que no es fantasía, sino un hecho para el paciente, quien actúa como si su aparato perceptual pudiera ser escindido en diminutos fragmentos y proyectado en sus objetos. Como resultado de estas modificaciones llegamos a la conclusión que pacientes bastante enfermos, tanto como para ser clasificados como psicóticos, contienen en su psiquis, una parte no psicótica de la personali­ dad, víctima de los múltiples mecanismos neuróticos con los cuales el psicoanálisis nos ha familiarizado; y una parte psicótica de la personalidad, mucho más dominante que la parte no psicótica, que existe pero como una yuxtaposición negativa con la anterior, y por la cual se ve oscurecida. Una concomitancia al odio de la realidad que Freud remarcó, son las fantasías de ataques sádicos al pecho, que ocurren en el niño psicótico, y que Melanie Klein describió, como parte de la fase esquizoparanoide (8). Quiero destacar que en esta fase, el psicótico, escinde sus objetos, y simultáneamente toda la parte de su personalidad que le daría conciencia de la reali­ dad que él odia., en muy diminutos fragmentos, y es VOLVIENDO A PENSAR

W. R. BION 70 por eso, que el sentimiento del psicótico, es que no podrá nunca restaurar sus objetosPo su yo.' Como resultádo de estos ataques de escisión, todos'aquellos, aspectos de su personalidad que le proveerían de fun­ damentos para la comprensión intuitiva de sí mismo y dé otros, están perturbados desde el comienzo. Todas las' funciones que Freud describió, como una respuesta evolutiva al principio de la realidad en estadios poste­ riores, es decir, conciencia de las impresiones senso­ riales, la atención, lar'tnéfxioria, el juicio, el pensamientdfha atraído contra ellosj en una forma tan primaria como pueden poseerla al comienzo de la vida, los.ata­ ques sádicos de escisiones eviscerantes que las conducénlTésfar diminutamente fragmentadas y luego a ser expulsadas de la personalidad, para penetrar o enquistar los objetos. En la fantasía del paciente, las par­ tículas del yo expelidas, llevan una existencia inde­ pendiente e incontrolada, tanto sea contenidas en, o conteniendo los objetos externos; continúan ejerciendo sus funciones como si la expulsión S"ta cual han sido sujetas, hubiera servido solamente, para aumentar su número y provocar hostilidad contra la psiquis que las había expulsado. En consecuencia, el paciente se siente como rodeado por objetos bizarros cuya natu­ raleza-describiré a continuación. 58. fiada partícula es sentida como consistiendo de un objeto real que estaría encapsulado en una paTte dé la personalidad que lo ha engullido. La naturaleza de esta partícula, completa, dependerá parcialmente, del carácter del objeto real, digamos, un gramófono, y parcialmente del carácter de la partícula de la perso­ nalidad que le ha engolfado. Si la parte de la perso­ nalidad, está en la relación con la visión, cuando el gramófono suena, será sentido como observando al paciente; si lo está con la audición, el gramófono tiene

71 el sentido como que está escuchando al paciente. El objeto, enojado por la situación, se hincha, .diríamos., y cubre y controla la pieza de la personalidad que la engolfa; es en ese sentido que la partícula de la perso­ nalidad se jia vuelto una “cosa”._Dado que estas par­ tículas son de las cuales depende el paciente para usarlas como prototipo de ideas —posteriormente para formar la matriz de la cual emergerán las palabras— esté~dommio de una parte de la personalidad por el objeto .contenido pero controlador, lleva al paciente, a sentir^ que las palabras son en verdad las cosas que nombran, y esto, aumenta la confusión, descripta por Segal, porque el paciente equipara pero no simboliza. A causa ae que el paciente, usa estos objetos bizarros, para_obtener sus pensamientos, nos lleva ahora a un nuevo problema. Si consideramos que uno de losxobjetivos del paciente para usar la escisión y la identifica­ ción proyectiva, es la de desprenderse de la conciencia de la realidad, está claro que podría, adquirir el má­ ximo de separación de la realidad,' con la mayor eco­ nomía de esfuerzo, si pudiera lanzar estos ataques destructivos contra el vínculo, cualquiera que este sea, qú5“coiiecta las impresiones de sus sentidos con la conciehcÍa7~En mi trabajo para el Congreso Internacional de 1953’ ( 1), mostré que la conciencia de la realidad psíquica, depende del desarrollo de la capacidad del pensamiento verbal, cuyos fundamentos están ligados con~Ta "posición depresiva. Es imposible considerar esté ahora. Los referiré al trabajo de Melanie Klein de 1930, sobre “La importancia de la formación de los símbolos en el desarrollo del yo” (6), y al trabajo para la Sociedad Británica de Psicología en 1953 de Hanna Segal (10) . En este último Segal demuestra la importancia de. la formación de símbolos y explora su relación con el pensamiento verba! y las tendencias VOLVIENDO A PENSAR

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reparatorias normalmente asociadas con la posición depresiva. Y o hago referencia aquí a un estadio más temprano de la misma historia. Creo que el daño que se hace mucho más evidente en la posición depresiva, en realidad se inició en la fase esquizoparanoide, cuan­ do se echan las bases para el pensamiento primitivo, pero que no llega a establecerse a causa de la exage­ ración de la escisión y de la identificación proyectiva. 59. Freud atribuye al pensamiento, la función de proveer un medio para restringir la acción. Pero ade­ más dice: “ Es probable que el pensar sea originaria­ mente inconsciente, ya que emergió de la mera idea­ ción y viró a las relaciones entre las impresiones de objeto, y que luego se revistió con cualidades percepti­ bles para la conciencia solamente a través de su cone­ xión con las huellas mnémicas de las palabras” (2). Mis experiencias me han llevado a suponer que existe déíHe el comienzo, alguna clase de pensamiento, referide—a lo que llamaríamos ideografía y visión, más q'uO"á las palabras y al oído. Este pensamiento, de­ pende de una capacidad paramuna introyección y pro­ yección de objetos equilibrada y a fortiori de la toma de conciencia de los mismos. _ Esto, está dentro de la capacidad de la parte ño psicótica de la personalidad, en parte, a causa de la escisión y expulsión del aparato de la conciencia que he descripto, y en parte, por razones que voy a describir ahora. Gracias a las operaciones de la parte no psicótica de M.personalidad, el paciente es consciente de que la introyección conduce a la formación del pensamien­ to inconsciente del cual Freud habla como “ aplicado a las relaciones entre las impresiones de objetos” . Creo ahora que es este pensamiento inconsciente el que Freud define como aplicado a las relaciones entre las impresiones de objeto el que es responsable por “ la

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conciencia ligada a” las impresiones sensoriales. Me apoyo en su afirmación hecha doce años más tarde en su trabajo El Yo y el Ello. Allí dice que la pre­ gunta: “ ¿C óm o se hace una cosa consciente?” puede ser más ventajosamente planteada: “ ¿ Cómo una cosa se hace preconsciente?” Y la respuesta sería: “ C o­ nectándose con las imágenes verbales que le corres­ ponden” (3). En mi trabajo de 1953 (1) dije que el pensamiento verbal está ligado con la conciencia de la realidad psíquica; pienso que esto también es cierto, en cuanto al pensamiento preverbal del cual hablo ahora. En vista de lo que he dicho de los ataques dél psicótico sobre el aparato mental que le permite tomar conciencia de la realidad externa e interna, se podría esperar que el despliegue de identificación proyectiva sería particularmente severo, en contra del pensamien­ to, de cualquier clase que sea, que estuviese dirigido a relaciones entre las impresiones de objeto; porque si este vínculo pudiera ser roto, o mejor aún, no forjarse nunca, por lo menos la conciencia de la reali­ dad podría ser destruida, aunque la realidad misma nunca lo fuera. Pero, en verdad, el trabajo de destruc­ ción ya está hecho a medias, por lo menos dado que el material del cual se forma el pensamiento en el no psicótico mediante una introyección y 'proyección, equilibrada, no está disponible para la parte psicótica ■déla personalidad, a causa de que la proyección e introyección han sido desplazadas por la identificación proyectiva y solo quedan los objetos bizarros que he descripto! i 60. En realidad, no solamente el pensamiento pri­ mitivo es atacado a causa de que conecta las impresiones sensoriales de la realidad con la conciencia, sino ¡que dada la mayor destructividad del psicótico los procesos de escisión se extienden a los vínculos, dentro

W . !R. BION 74 del proceso mismo del pensamiento. Tal como lo im­ plica la frase de Freud de que el pensamiento redunda en las relaciones entre las impresiones de objeto, esta primitiva matriz de ideografías, de la cual surge el pensamiento, contiene en sí misma eslabones entre una ideografía y otra. Todos éstos son atacados, hasta que finalmente, dos objetos, no pueden ser puestos en con­ tacto de manera tal de dejar a cada uno sus cuali­ dades intrínsecas intactas y además con la capacidad de producir un nuevo objeto mental a través de él. Consecuentemente, la formación de símbolos cuya efec­ tividad-terapéutica depende de la posibilidad de juntar dos objetos, de manera tal que su semejanza sea manifiestaT y sin embargo, su diferencia quede inalterada, resulta muy dificultoso. En un estadio aun posterior, el' resultado de estos ataques de escisión se ven en la negación de la articulación como principio para la combinación de las palabras. Esto no significa que los objetos no pueden ser juntacfos; como mostraré más adelante cuando hable de la aglomeración, esto no es cierto de ninguná manera. Pop otra parte, desde que “lo que conecta” no solo ha sido minuciosamente frag­ mentado, sino también proyectado dentro de objetos y unido con otros objetos bizarros, el paciente se siente rodeado por minúsculos eslabones que estando impreg­ nados ahora con crueldad, unen objetos cruelmente. Para concluir la descripción de la fragmentación del yo y su expulsión en, y alrededor de sus objetos, diré que creo que estos procesos que he descripto son el factor central, en tanto que tal factor pueda ser aisla­ do sin distorsión, en la diferenciación de la parte psicótica de la no psicótica de la personalidad. Esto tiene lugar en el comienzo de la vida del paciente. Los ataques sádicos sobre el yo y sobre la matriz del pensamiento, y la identificación proyectiva de los frag­

75 mentos, hace que desde aquí en adelante haya una divergencia cada vez mayor entre las partes psicóticas y no' psicóticas de la personalidad, hasta que al fin el espacio entre ambas es sentido como imposible de ser cubierto. | 61. Para el paciente, las consecuencias son de que ahora se mueve, no en un mundo de sueños, sino en un mundo de objetos que ordinariamente constituyen los artefactos de los sueños. Las impresiones de sus sentidos parecen haber sufrido una mutilación, tal co­ mo si hubieran sido atacados, en la forma en que el pecho es sentido que fue atacado en las fantasías sá­ dicas del niño (5). El paciente se siente prisionero en ese estado mental al que ha llegado, e incapaz de es­ caparse, a causa de que siente que le falta el aparato de la conciencia de la realidad, que es simultáneamente la llave de escape y la libertad a la cual escaparía. La sensación de aprisionamiento se intensifica por la amenazadora presencia de los fragmentos expulsados, dentro de cuyo movimiento planetario se halla el pa­ ciente. Estos objetos, primitivos pero complejos, par­ ticipan de las cualidades que en la personalidad no psicótica, son peculiares a la materia, objetos anales, sensaciones, ideas y superyó. 62. La diversidad de tales objetos, al depender de la sensación en la cual están sumergidos, advierte más de lo que la rápida indicación que he dado del modo que se originan. La Reacción de estos objetos con el material del pensamiento ideográfico, lleva al paciente á confundir objetos reales con ideas primitivas; y luego aTá confusión, cuando obedecen las leyes de las cien­ cias naturales y no las del funcionamiento mental. Si el paciente desea recuperar uno de estos objetos, en una tentativa de restitución de su yo, y en análisis justamente, se siente impelido a hacer tal tentativa, VOLVIENDO A PENSAR

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tiene que recuperarlos por una identificación proyectiva revertida y por el mismo camino por el cual fue­ ron expelidas. Ya sea que sienta que uno de estos objetos ha sido puesto de vuelta por el analista, o que sienta que él los ha retomado, lo mismo sentirá el ingreso como una agresión. El grado extremo al cual ha llevado la escisión de los objetos y del yo, hace que cualquier tentativa de síntesis sea muy dificultosa. Además, como se ha librado de “lo que junta”, su capacidad para la articulación, sus métodos para la síntesis son sentidos como macilentos; puede compri­ mir pero no puede juntar; puede fundir pero no pue­ de articular. Como resultado de la eyección y al igual que toda otra partícula expelida, la capacidad para juntar es sentida mucho peor que lo que era cuando fue evacuada. Toda articulación que tiene lugar, es hecha vengativamente, es decir, de una manera ex­ presamente contraria a los deseos del paciente en ese momento. En el curso del análisis, este proceso de compresión o aglomeración pierde algo de su malig­ nidad y entonces emergen nuevos problemas. 63. Debo llamar la atención de ustedes a un punto que requiere un trabajo por sí mismo y por lo tanto no puedo más que mencionarlo aquí. Está implícito en mi descripción que la personalidad psicótica o parte de la personalidad, ha usado la escisión y la identificación proyectiva como sustituto de la repre­ sión. Cuando y donde la parte no psicótica de la per­ sonalidad, recurre a la represión como modo de eli­ minar ciertas tendencias de la mente, tanto sea de la conciencia como de otras formas de manifestación y actividad, la parte psicótica de la personalidad intenta librarse del aparato del cual la psiquis depende para llevar a cabo las represiones; el inconsciente parece­

ría estar reemplazado por un mundo de elementos de los sueños. 64. Trataré ahora de describir una sesión real; es una experiencia clínica basada en estas teorías más bien que una descripción de las experiencias sobre las cuales basé estas teorías, pero espero que podré señalar el material de sesiones previas que me llevaron a inter­ pretar las cosas tal como lo hice. El paciente, en el momento de esta sesión, de la que describo una pequeña parte, ha estado viniendo por espacio de seis años. A veces llegaba con 45 minutos de atraso, pero nunca perdió una sesión; las sesiones nunca sobrepasaron su límite de hora. Esta mañana llegó con 15 minutos de atraso y se tiró sobre el diván. Empleó cierto tiempo, en girar de un lado para otro, ostensiblemente tratando de acomodarse. Al final, dijo: “No creo que consiga hacer algo hoy; debí haber llamado a mi madre”. Hizo una pausa y luego prosi­ guió: “No; pensé que iba a ser así”, una pausa más prolongada y entonces: “Nada más que cosas inmun­ das y olores” ; y luego: “Creo que he perdido mi vista”. Habían pasado 25 minutos, y yo hice aquí una inter­ pretación; pero antes de repetirla, quisiera relatar al­ gún material previo, que espero hará más comprensible mi intervención. Cuando el paciente maniobraba en el diván, le esta­ ba observando algo que era familiar para mí. Cinco años antes me había explicado que su médico le acon­ sejó una operación para la hernia y que su incomo­ didad y sus movimientos eran a causa de la misma. Pero era evidente que se trataba más que de la hernia y la actividad racional. Le había preguntado a veces, cuál era la causa de estos movimientos y a estas pre­ guntas respondió: “Nada”. Otra vez dijo: “No sé”. Sentí que ese “nada” era una invitación velada a que

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me ocupara de mis propias cosas, tanto como la ne­ gación de algo muy malo. Proseguí a través de sema­ nas y años observando sus movimientos. Un pañuelo fue acomodado cerca de su bolsillo derecho; arqueó su espalda ¿seguramente un gesto sexual? Un encen­ dedor se escapó de su bolsillo. ¿Lo levantaría? Sí. No. Tal vez, no. Bueno, sí. Fue recogido del suelo y colo­ cado al lado del pañuelo. Inmediatamente una llu­ via de monedas, corrió sobre el diván hasta el suelo. El paciente quedó tieso y esperó. Sus gestos parecieron sugerir que tal vez fue imprudente recoger el encen­ dedor, pues había provocado la caída de las monedas. Esperó alerta, furtivamente. Y finalmente hizo la ob­ servación que transcribí. Me acordé de sus descrip­ ciones producidas a lo largo de muchos meses, acerca de las tortuosas maniobras que tenía que emprender antes de ir al toilette, o bajar para el desayuno o tele­ fonear a su madre. Yo estaba acostumbrado a recor­ dar muchas de sus asociaciones libres que podían ser fácilmente apropiadas, para la conducta que mostró en ésta como en muchas otras mañanas. Pero éstas fueron ahora mis asociaciones, y una vez que probé hacer uso del material en una interpretación, esa fue exactamente la respuesta que él había dado. Una interpretación que recordé, había tenido buen resul­ tado. Le señalé entonces que él había sentido más o me­ nos lo mismo acerca de estos movimientos que lo que había sentido acerca de un sueño que me había con­ tado -—no tenía idea acerca del sueño, ni idea acerca de los movimientos. “Sí”, dijo. “Eso es.” “Y sin em­ bargo, repliqué, usted una vez tuvo una idea acerca de esto; pensó que era la hernia.” “Eso no es nada” replicó, y se quedó callado, casi astutamente diría, para ver si yo había pescado el punto. “Así que nada

es realmente una hernia” dije. “No tengo idea, res­ pondió, sólo una hernia.” Quedé sintiendo que su “no tengo idea”, era igual al “Sin ideas”, acerca de los sueños y los movimientos, pero por lo menos en aquella sesión no pude ir más lejos. A este respecto los movimientos y los sueños eran francos ejemplos de tentativas mutiladas de cooperación, y acerca de esto también le había llamado la atención. 65. Se les ocurrirá, como a menudo se me ha ocu­ rrido a mí, que estaba observando una serie de presen­ taciones dramáticas minúsculas, preparaciones para el baño o la alimentación de un bebé,, o el ..cambio de pañales, o una seducción sexual. Más a menudo, sería correcto decir, que la presentación era un conglome­ rado, de.pedazos sacados de un número de tales escenas, y fue esta impresión que me llevó finalmente a su­ poner que estaba observando una actividad ideomótdía, es decir, un medio de expresar una idea sin nom­ brarla. De aquí hay un corto paso a pensar que esta clase de actividad motora, es la que Freud ha descripto como característica de la supremacía del principio del placer (1). Porque en cuanto que yo estaba obser­ vando fenómenos psicóticos, el_paciento ño podía estar actuando como respuesta a lá percepción de realidad externa; estaba mostrando la clase de descarga motora que Freud describió como bajo la supremacía del principio del placer “ha servido para descargar el apa­ rato mental del. incremento de estímulos, y para llevar a" cabo tal tarea ha enviado inervaciones hacia el interior del cuerpo (expresiones gesticulares de afec­ to)”. Esta impresión, fue la que tuve de nuevo cuando el paciente dijo: “No creo que pueda hacer algo hoy”. Era una observación que podía referirse a la probabi­ lidad de producir material para interpretaciones, o igualmente a la probabilidad de que yo produjera al-

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guna interpretación. “Debiera haber telefoneado a mi madre”, podía significar que su fracaso en hacerlo era el castigo por no ser capaz de hacer análisis. También significaba que su madre sabría cómo hacerlo —ella podría obtener asociaciones de su material, o inter­ pretaciones de mí; algo dependía de lo que su madre significara para él, pero en este punto yo estaba a oscuras. Ella apareció en el análisis como una simple mujer trabajadora que había tenido que salir a trabajar para mantener la familia; este punto de vista era sos­ tenido con el mismo grado de convicción con que sellaba sus afirmaciones de que la familia era extre­ madamente rica. Se dignó concederme algunos vis­ tazos de ella, como una mujer con tal cantidad de compromisos sociales que le restaba escasísimo tiempo para satisfacer las necesidades tanto del paciente, que era su hijo mayor, o de su hija, dos años mayor que el paciente, o del resto de la familia. La describió, si algo tan inarticulado puede ser llamado descripción, privada de sentido común o cultura, y sin embargo habituada a visitar galerías de arte de fama interna­ cional. Me dejó inferir que en la crianza de los niños fue ignorante y afanosa en extremo. Puedo decir que para esa época a la que me estoy refiriendo, conocía poco más de su madre real que lo que habría conocido una persona que se ha librado de su yo en la forma que he descripto como típica de la personalidad psicótica. Sin embargo, tenía estas impresiones y otras que omito, y sobre ellas basé mis interpretaciones. La res­ puesta del paciente a estas interpretaciones fueron de franco rechazo y absoluta inadmisibilidad a causa de ser equivocadas, o acertadas, pero inoportunamente dichas, por ser sentidas, como que yo había estado usando su mente (en verdad sería su capacidad de contacto con la realidad) sin su permiso. Se observará

81 que con esto, él expresaba una negación celosa de mi insight. 66. Cuando el paciente dijo, después de una pausa, que él sabía que esto sería así, presumí con seguridad que era yo el que tenía pocas probabilidades de hacer algo en esa sesión y que su madre era alguna persona o cosa que podría habilitarlo para manejarse más sa­ tisfactoriamente. Esta impresión se fortificó más por la próxima asociación. Si las teorías que describí son correctas, entonces, en cualquier situación dada, un paciente que está sufi­ cientemente enfermo como éste, que se hallaba inter­ nado, tiene dos problemas para resolver: uno, pertene­ ciente a la parte no psicótica de la personalidad, y otro de la parte psicótica. En este caso particular, y en este particular momento, la personalidad psicótica y sus problemas todavía oscurecían la personalidad no psicótica y sus problemas. Sin embargo, como espero mostrar, la última podía ser discernible en el material. La personalidad no psicótica estaba preocupada con un problema neurótico, es decir, un problema que se centraba en la resolución de un conflicto de ideas y emociones, al cual había dado lugar las operaciones del yo. Pero la personalidad psicótica estaba dedicada al problema de reparar el yo, y la clave de esto residía en el temor de haber perdido su vista. Desde que era el problema psicótico el que se imponía, me encaré con él tomando primero su última asociación. L e, dije que esas cosas y olores inmundos era lo que él sentía que me había obligado a hacer, y que sentía que mé había compelido a defecar esas cosas y olores in­ mundos, incluyendo la vista que él había puesto en mí. El paciente saltó convulsivamente y lo vi escudriñar cuidadosamente lo que parecía ser el aire que lo ro­ deaba. Entonces le dije que se sentía rodeado por VOLVIENDO A PENSAR

W . R. BION 82 pedazos de cosas malas y mal olientes de sí mismo, iricluyéndo sus ojos que él sentía haber expulsado por su año. Replicó: “No puedo ver”. Entonces le dije que _sentía que había perdido la vista y su habilidad para hablar a su madre o a mí, cuando se había libra­ do de esas habilidades, evacuándolas para evitar el dolor. 67 . En esta última interpretación, yo usaba una se­ sión de varios meses antes, en la cual, el paciente se quejaba de que el análisis era una tortura, una tortura de recuerdos. Le mostré entonces, como lo había evi­ denciado en esta sesión con sus saltos convulsivos, que él Había conseguido anestesiarse librándose de sus re­ cuerdos y de cualquier otra cosa que pudiera hacerle sentir dolor. Eí dijo: “Mi cabeza se está partiendo; pueden ser mis anteojos oscuros”. Unos cinco meses antes, yo había estado usando anteojos oscuros; el hecho no había producido reacción visible alguna desde ese día hasta ahora; pero es menos sorpresivo el asunto si con­ sideramos que al usar anteojos oscuros, yo fui sentido por él como uno de los objetos a los cuales me había referido cuando describí el destino de las partículas expelidas del yo. Ya expliqué que la personalidad psicótica parece que tuviera que esperar la ocurren­ cia de un suceso apto, antes de que se sienta en posesión de una ideografía apropiada para usarla en la comunicación consigo mismo o con los otros. Re­ cíprocamente, otros sucesos que podrían haber tenido significación inmediata para la personalidad no psicótica, son desaprovechados a causa de que son senti­ dos significantes, solamente como ideografías que no sirven para una necesidad inmediata. En el ejemplo presente el problema creado por mi uso de los anteojos oscuros, estaba oscurecido para la parte no psicótica

83 de la personalidad a causa de que la parte psicótica era la dominante, y en esta parte, el suceso era mera­ mente significante como una ideografía para la cual no había una necesidad inmediata. Cuando por fin el hecho irrumpió en el análisis, tuvo la apariencia superficialmente, de una especie de reacción diferida; pero tal punto de vista depende de la suposición que la asociación de los anteojos oscuros era una expresión del conflicto neurótico en la parte no psicótica. Y en verdad, no era una expresión diferida de un conflicto de la parte no psicótica, sino como mostraré, la movi­ lización de una ideografía necesaria para la parte psicótica para reparar de inmediato al yo dañado por el exceso de identificación proyectiva que he descripto. Tales obstrucciones de hechos que pasan originalmente en silencio, no son importantes por su aparición dife­ rida, sino porque evidencian la actividad de la parte psicótica de la personalidad. Suponiendo entonces que los anteojos oscuros son aquí la comunicación verbal de una ideografía, es ne­ cesario determinar la interpretación de la ideografía. Temo que deberé comprimir tal vez hasta hacer in­ comprensible, las evidencias que poseo. Los anteojos contenían un recuerdo de la mamadera. Había dos anteojos o mamaderas, o sea, que se parecían al pe­ cho. Eran oscuros a causa del desagrado y del enojo. Eran de vidrio para vengarse de sus intentos de ver a través de ellos cuando eran pechos. Eran oscuros a causa de que él esperaba a la oscuridad para espiar a sus padres en coito. Eran oscuros a causa de que había tomado la mamadera, no para sacar leche, sino para ver lo que sus padres hicieron. Eran oscuros porque él los había tragado y no solamente la leche que con­ tenían. Y eran oscuros a causa de que los buenos obje­ tos claros se habían hecho negros y malolientes dentro VOLVIENDO A PENSAR

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de ellos. Todos estos atributos fueron logrados a través de las operaciones de la parte no psicótica de la per­ sonalidad. Agregado a estas características, estaban aquellas que he descripto como perteneciéndoles como parte del yo expulsada por identificación proyectiva; por ejemplo, su odio por sí mismo, como parte de sí mismo, que él había rechazado. Usando este cúmulo de experiencias analíticas, y aun concentrado en el problema psicótico, es decir, fa necesidad de reparar el yo para poder encarar las demandas de la situación externa, le dije: Analista. Su vista ha vuelto a ponerse dentro suyo, pero le parte la cabeza; usted la siente como una vista muy mala a causa de lo que usted le ha hecho a ella antes. Paciente (moviéndose con dolor, como si protegiera su canal posterior). Nada. Analista. Parecería ser su canal posterior. Paciente. Censuras morales. Le dije que su vista, los anteojos oscuros, fueron sen­ tidos como una conciencia que le castigaba, en parte, porque había tratado de librarse de ellos para evitar dolor, y en parte, porque él los había usado para es­ piarme, así como había espiado a sus padres. No siento que haya hecho justicia a lo compacto de la asociación. Se observará que no he podido ofrecer una suges­ tión, en cuanto a que podía estar estimulando estas reacciones en el paciente. Esto no es extraño porque estoy tratando con un problema psicótico que al con­ trario del no psicótico, está relacionado precisamente con la destrucción de todo el aparato mental que trae conciencia de los estímulos de realidad, y por consi­ guiente, no puede discernirse la naturaleza y ni aun la existencia de tales estímulos. Sin embargo, la siguiente observación del paciente dio la clave.

Paciente. El fin de semana; no sé si aguantaré. Esto es un ejemplo de la forma en la cual el pa­ ciente sentía que había reparado su capacidad de con­ tacto y podía por lo tanto decirme que era lo cjue sucedía a su alrededor. Este era un fenómeno ya familiar para él y no se lo interpreté. En cambio le dije: Analista. Usted siente que debe poder seguir sin mí. Pero para conseguirlo, siente que necesita poder* ver qué sucede a su alrededor, aun para poder comu­ nicarse conmigo; para poder contactar conmigo a la distancia, tal como hace con su madre, cuando usted le telefonea; así que trató de reobtener su habilidad para mirar y hablar de mí. Paciente. Brillante interpretación. (Con brusca con­ vulsión.) ¡Dios mío! Analista. Siente que puede ver y comprender ahora, pero lo que ve es tan brillante, que le causa un in­ tenso dolor. Paciente (apretando sus puños y mostrando mucha tensión y ansiedad). Lo odio. Analista. Cuando usted ve, aquello que usted mira, —la pausa del fin de semana y las cosas que espía en la oscuridad— lo llenan de odio y de admiración ha­ cia mí. Creo que en este punto la restauración del yo im­ plicó que el paciente se había enfrentado con su pro­ blema no psicótico, la resolución de sus conflictos neuróticos. Pienso así por las reacciones de las siguien­ tes semanas en que mostró su incapacidad de tolerar los conflictos neuróticos estimulados por la realidad y sus tentativas de resolverlos por identificación proyec­ tiva. A esto seguía tentativas de usarme como su yo, ansiedades acerca de su insania, posteriores tentativas

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para reparar su yo y volver a la realidad y la neurosis; y así el ciclo se repetía. 68. He descripto esta parte de una sesión en detalle, porque puede ser usada para ilustrar varios puntos sin sobrecargar al lector con un número de ejemplos dife­ rentes de asociaciones e interpretaciones. Lamento tener que excluir material muy llamativo y dramático, porque incluirlo implicaría agregar una abrumadora cantidad de descripción del diario análisis con su carga de claras incomprensiones, errores y demás, lo que produciría un cuadro completamente confuso. Al mis­ mo tiempo, no quiero dejar dudas de que el approach que describo, es el que según mi opinión, produce sorprendentes resultados. El cambio que tuvo lugar en este paciente durante las semanas en las que pude demostrar el interjuego que acabo de describir, fue tal que creo cualquier analista lo aceptaría de veras como una mejoría psicoanalítica. La conducta del paciente se ablandó; su expresión se hizo mucho menos tensa. En los comienzos y finales de sesiones podía mirarme a los ojos y no me evadía, ni como era frecuente antes, fijaba la mirada lejos como si yo fuera la superficie de un espejo delante de la cual él ensayaba algún drama interior, peculiaridad que me ayudó a menudo, a darme cuenta de que yo no era una persona real para él. Infortunadamente estos fenómenos no son fáciles de describir, y no intento hacerlo, porque quiero llamar la atención sobre una mejoría que he encon­ trado, y aún encuentro en otros pacientes, sorpren­ dente y desconcertante. Como toca el tema principal de este trabajo, volveré sobre él retomando la discusión teórica que he interrumpido para introducir mi ejem­ plo clínico. 69. Si el pensamiento verbal es lo que sintetiza y articula las impresiones y es así esencial para la con­

87 ciencia de la realidad interna y externa, es de esperar que estará sujeto una y otra vez, a lo largo del aná­ lisis, a destructivas escisiones e identificaciones proyectivas. He descripto el comienzo del pensamiento verbal como perteneciendo a la posición depresiva, pero la depresión propia de esta fase, es en sí misma, algo por lo cual la personalidad psicótica protesta, y en consecuencia, el desarrollo del pensamiento verbal cae bajo ese ataque, siendo sus elementos expulsados de la personalidad a medida que se desarrollan por la identificación proyectiva cada vez que ocurre la depre­ sión. En su trabajo del Congreso Internacional de 1955, Hanna Segal (11) describió la manera por la cual la psiquis maneja la depresión; los remitiría a aquella descripción complementándola con esa parte de la posición depresiva que he incluido aquí, en la discusión sobre el desarrollo del pensamiento verbal. Pero dije que aun en la fase más temprana, la posición esquizoparanoide, los procesos del pensamiento que ya estarían en desarrollo son también destruidos. En este estadio no hay problema de pensamiento verbal sino solamente progreso de un pensamiento primitivo de tipo preverbal. Una identificación proyectiva excesiva en este estadio tan temprano impide una introyección adecuada y la asimilación de las impresiones senso­ riales, y por lo tanto niega a la personalidad una base firme sobre la cual la iniciación del pensamiento pre­ verbal pueda proseguir. Además, no solamente el pensamiento es atacado por ser en sí mismo un ele­ mento vincular, sino que los factores que llevan a la coherencia de los pensamientos en sí, son igualmente atacados en tal forma, que al final los elementos del pensamiento, las unidades diría, de las cuales se cons­ truye el pensamiento, ya no pueden ser articuladas. El desarrollo del pensamiento verbal, por consiguiente. VOL'VIENDO A PENSAR

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está comprometido tanto por los ataques continuos que he descripto como típicos en la posición depresiva, como por el'hecho de la larga historia de ataques so­ bre cualquier clase de pensamiento, de cualquier clase que preceda. El esfuerzo de pensar que es una parte del eje cen­ tral 'de todo el proceso de reparación del yo, incluye el jjso de modos preverbales primitivos que han’ sufri­ do la mutilación y la identificación proyectiva. Lo que significa que las partículas del yo expulsadas, y sus acúmulos, tienen que volver a estar bajo control y por lo tanto dentro de la personalidad. La identificación proyectiva es entonces revertida y los objetos vuel­ ven por el mismo camino por el que fueron expelidos. Esto fue expresado por un paciente que decía que tenía que usar un intestino y no un cerebro para pen­ sar" y reforzó la agudeza de su descripción corrigién­ dome en una ocasión posterior, cuando le hablé de haber tomado algo tragándolo; el intestino no traga, me dijo. Para volver, estos objetos deben ser compri­ midos. Debido a la hostilidad con que. fue rechazada la función de articulación, ahora un objeto, los objetos solamente pueden ser unidos inapropiadamente o aglo­ merados. Sugerí en mi ejemplo clínico, que los anteo­ jos oscuros eran un ejemplo de esta clase de aglome­ ración de objetos bizarros que eran el producto de la identificación proyectiva del yo. Además, debido a la incapacidad del paciente para distinguir entre tales objetos y los objetos reales, es que debe esperar por sucesos apropiados que lo provean con ideografías que sus'impulsos de comunicar requieren. Este caso fue lo recíproco de esto, es decir, un ejemplo de almacenaje de un suceso no a cuenta de su significación neurótica, sino por su valor como ideografía. Esto significa que este particular uso de los anteojos oscuros es franca­

mente avanzado. El almacenaje de tal suceso para ser usado como ideografía, se aproxima a la descripción de Freud de la búsqueda de datos de manera tal, que ya’seaíT familiares si surge una urgente necesidad in­ terna, como una función de atención, como uno de lolTásjaéctos del yo. Y también nos muestra, si bien rudimentariamente en este ejemplo, una ingeniosa aglomeración que sirve para transmitir significados. La* mejoría sorpresiva y desconcertante de que hablé, tendría que ver con esto de la aglomeración ingeniosa. Porque encontré, no solamente que los pacientes re­ curren más y más al pensamiento verbal ordinario, mostrando así un aumento de la capacidad del mismo y una consideración mayor por el analista como ser humano, sino que se hacen cada vez más hábiles en el manejo de este lenguaje más bien aglomerado cjue articulado. Lo importante del lenguaje civilizado es que simplifica grandemente las tareas del pensador o del que habla. Con tal instrumento los problemas pueden ser resueltos, a causa de que por lo menos pueden ser establecidos, sin el mismo ciertos interro­ gantes, cualquiera que sea su importancia, no podrían siquiera ser propuestos. Lo extraordinario es el tour de forcé por el cual primitivos modos de pensamiento son usados por el paciente para establecer temas de gran complejidad. Y esto mejora aun con nuevos y bien recibidos progresos. Y digo bien recibidos, por­ que aún no estoy satisfecho de que sea correcto ignorar el contenido de una asociación porque trabajar con ella tendría al analista hablando infinitamente más tiempo que al paciente. ¿ Cuál es por ejemplo la inter­ pretación correcta del contenido de “censuras mora­ les”? Y habiéndolo decidido, ¿cuál es el procedimiento correcto? ¿Hasta donde debe seguir uno la aclaración?

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Las partículas que deben ser empleadas participan de las cualidades de las cosas. El paciente parece sen­ tir ésto como un obstáculo adicional en sus reentradas. Como esos objetos expelidos por identificación proyectiva se vuelven infinitamente peores después de la expulsión que lo que eran cuando fueron originaria­ mente expelidos, el paciente se siente forzado, asaltado, y torturado por este reingreso, aun deseado por él. Esto se ve en el ejemplo que di por el movimiento convulsivo del paciente y por su sorprendente reacción a la “brillante” interpretación. Pero esto último, tam­ bién. muestra que los sentidos, como parte del yo' ex­ pelido, también son "dolorosamente comprimidos al reingresar.'.Esta'es a menudo la explicación de las ex­ tremadamente dolorosas alucinaciones táctiles, auditi­ vas"}- visuales presas de las cuales parece estar labo­ rando. La depresión y la ansiedad, estando sujetas a lós mismos mecanismos, son igualmente intensificadas hasta que el paciente se ve obligado a encararlas con la identificación proyectiva, como ha descripto Segal.

su yo y la substitución de la identificación proyectiva por la represión e introyección deben ser elaboradas. Considero que esto es también verdad eryri neurótico severo, en quien creo hay una personalidad psicótica oculta por la neurosis tanto como la personalidad neu­ rótica está oculta por la psicosis en el psicótico, y que tiene que ser descubierta.y tratada.

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CONCLUSION

70. La experiencia de estas teorías en la práctica me ha convencido que ellas tienen real valor y con­ ducen a mejorías que todo psicoanalista debe sentir como merecedoras de prueba y escrutinio. Recípro­ camente, no creo que pueda lograrse un progreso real con psicóticos hasta que no se dé todo el valor a la divergencia entre la personalidad psicótica y no psicótica, y en particular al rol de la identificación pro­ yectiva en la parte psicótica de la personalidad como reemplazante de la regresión en la parte neurótica de la personalidad. El ataque destructivo del paciente a

BIBLIOGRAFIA 1) Bion, W. R. (1953). “Notas sobre la teoría de la es­ quizofrenia” . Int. J. Psycho-Anal., vol. 35, 1954. Cap. •IV de este libro. 2) Freud, S. (1911). “Los dos principios del suceder psí­ quico”. Bibl. Nueva, tomo 2, pág. 495. 3) — (1923). El yo y el ello. Bibl. Nueva, tomo 2, pág. 9. 4) — (1924). Neurosis y psicosis. Bibl. Nueva, tomo 2, pág. 449. 5) Klein, M. (1928). “Estadios tempranos del complejo edípico”, en Contribuciones en psicoanálisis, Buenos Ai­ res, Hormé, 1964. 6) — (1930). “La importancia de la formación de los sím­ bolos en el desarrollo del yo”, en Contribuciones al psi­ coanálisis, Buenos Aires, Hormé, 1964. 7) — 1946). “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides” , en Desarrollos en psicoanálisis, Buenos Aires. Hormé, 1967. 8) — Desarrollos en psicoanálisis, Buenos Aires, Hormé, 1967. 9) Rosenfeld, H. (1952). “Tranference-phenomena and Tranference-analysis in an Acute Catatonic Schizoprenic Patient”. Int. J. Psycho-Anal., vol. 33. 10) Segal, H. (1955). “Paper on Symbol-formation read to the Medical Section of the British Psychological Society” . 11) — (1956). “Depression in the Schizophrenic” . Int. J. Psycho-Anal., vol. 37.

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SOBRE LA ALUCINACION1

71. Las descripciones de alucinaciones de las que tengo conocimiento carecen de la precisión necesaria para ofrecer material para la interpretación psicoanalítica. En este trabajo expongo algunas observaciones detalladas de alucinaciones y los resultados posteriores. Espero demostrarles que esta observación de los pro­ cesos alucinatorios es esencial y fecunda. El contenido del trabajo es muy circunscripto, y se ha excluido gran cantidad de material que hubiera con­ tribuido a una mayor claridad. Debo indicar dos im­ portantes clases de hechos que sufren esta limitación. En primer lugar, todo el material de este trabajo de­ riva de la aplicación práctica de las teorías que expuse en el trabajo presentado a la British Psycho-Analytical Society el 6 de octubre de 1955 sobre la “ Diferencia­ ción de las personalidades psicóticas y no psicóticas” . Me veo obligado a dar por supuesto que el lector conoce esas teorías y el reconocimiento que entonces expresé de mi deuda con la obra de Melanie Klein y sus colaboradores en este campo. En segundo lugar, debo destacar que las descripciones clínicas, aunque 1 International Journal of Psycho-Analysis, vol. 39, parte 5, 1958.

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disfrazadas, provienen del análisis de un paciente al que se había diagnosticado como esquizofrénico, pero que actualmente ya no lo es. Arrojaron luz sobre el caso las experiencias con otros dos pacientes sometidos al análisis y que recibieron el mismo diagnóstico. Es­ pero ofrecer el mínimo de hechos necesarios para la comprensión, y pasaré de inmediato a las descripciones clínicas. 72. El paciente ha llegado puntualmente y yo lo he hecho pasar. Com o lo he estado analizando durante algunos años y ya hemos trabajado bastante no me sorprende que se presente sin mayor ceremonia, aun­ que no siempre lo ha hecho así. Al entrar en la habi­ tación me dirige una rápida mirada; ese franco escru­ tinio es un fenómeno que ha aparecido en los últimos seis meses, y sigue siendo una novedad. Mientras yo cierro la puerta va hasta el pie del diván, de cara a la almohada y a mi sillón, y permanece inmóvil, con los hombros caídos, las rodillas dobladas y la cabeza inclinada hacia el sillón, hasta qüe paso al lado suyo y me dispongo a sentarme. Tan ligados a los míos parecen sus movimientos que cuando comienzo a sen­ tarme parece soltarse un resorte en él. Cuando des­ ciendo para sentarme se vuelve hacia la izquierda, lenta y suavemente, com o si algo fuera a derramarse o a romperse si hiciera un movimiento precipitado. Cuan­ do he terminado de sentarme se interrumpen sus m o­ vimientos, com o si ambos fuéramos parte de un mismo juguete mecánico. El paciente, que ahora me da la espalda, se detiene en un momento en que su mirada se dirige hacia el suelo, cerca del ángulo del cuarto que estaría a su derecha y frente suyo si estuviera reclinado en el diván. Esta pausa dura apenas un se­ gundo y termina con un estremecimiento de la cabeza v los hombros tan leve y rápido que podría suponer

W . R. BION 94 que me he equivocado. Sin embargo, marca el fin de una fase y el comienzo de la siguiente; el paciente se sienta en el diván preparándose para acostarse en el mismo. Se reclina lentamente, con la vista fija en el mismo ángulo del suelo, la cabeza moviéndose hacia adelante de tanto en tanto mientras se acuesta, como si temiera perder la visión de ese rincón. Su examen es circuns­ pecto, parece tratar de evitar las consecuencias de ser sorprendido durante el'mismo. Finalmente está acostado; después de unas pocas miradas subrepticias más se queda quieto. Luego ha­ bla : “Me siento muy vacío. No he comido casi nada, pero no puede ser por eso. No, es inútil; hoy no podré hacer nada más”. Queda nuevamente en silencio. Hasta el momento esta sesión no difiere demasiado de muchas otras. No sé bien cuándo comienzo a per­ catarme, entre las diversas formas de apertura, de los rasgos sobre los que he llamado la atención. La pauta seguramente ha sido la misma a menudo, aunque en­ cubierta por otros rasgos que requerían más urgente interpretación. Era una experiencia común con este paciente el darme cuenta gradualmente de una pauta de conducta que, al reconocerla, me parecía ya fami­ liar. Por el momento deseo referirme solamente a un aspecto que tiene que ver con la alucinación. Guando, el .paciente me miraba, estaba llevándose una parte mía dentro de él. La tomaba con sus ojos, como luego se lo interpreté, como si con los ojos pu­ diera succionar algo de mí. Esto me era retirado antes de sentarme y luego expulsado también por los ojos, de modo que quedaba depositado en el ángulo dere­ cho de la habitación, donde él podía observarlo mien­ tras descansaba en el diván. La expulsión se comple­ taba en pocos minutos. El estremecimiento al que me

95 he referido era la señal de que ya se la había comple­ tado. Entonces, y sólo entonces, comenzaba la aluci­ nación. No quiero decir que esto me fuera revelado por la conducta del paciente en esta serie de sesiones. Se fue manifestando gradualmente a lo largo de años hasta que finalmente noté, cosa que a su debido tiempo él me confirmó, que sentía que sus órganos sensoriales expulsaban así como recibían. Propongo esto como el primer paso para comprender los fenómenos alucinatorios : si el paciente dice que ve un objeto ello puede significar que ha percibido un objeto externo o que está expeliendo un objeto a través de sus ojos si dice que oye algo ello puede significar que está expulsando unjom dojdjque no es^ lo mismo que hacer un ruido; si dice que siente algo eso puede significar que está expulsando una sensación táctil a través de la piel. La conciencia del doble significado que pueden tener dos" verbos relativos a los sentidos para el psicótico puede permitirnos a veces percibir un proceso alucinatorio antes de que se manifieste por signos más familiares. Pasemos ahora al contenido de la alucinación: ¿ qué es? Primero restringiré mi atención al objeto supues­ tamente depositado en el ángulo de la habitación: hago esto porque, a juzgar por las miradas del pacien­ te, se trata de lo que más le preocupa. Evidentemente es un objeto hostil: su expulsión ha dejado vacío al paciente; su presencia lo amenaza y le hace temer que ya no podrá hacer otro uso de la sesión. Esto me lo hacen saber el carácter de su inspección del objeto y el significado fácilmente accesible de sus frases inco­ nexas, en su nivel superficial. Pero tengo presente además el final de la sesión del día anterior. El paciente se había mostrado hostil, y manifestó temores de asesinarme. Pude demostrarle que estaba escindiendo sentimientos penosos, princiVOLVIENDO A PENSAR

W . R. BION 96 pálmente envidia y deseos de venganza, de los que esperaba desembarazarse introduciéndolos en mí. Allí terminó la sesión. Melanie Klein ha indicado que este mecanismo le ocasiona problemas al paciente sus­ citando temor al analista, que ahora contiene a una parte mala de aquél. El análisis de este paciente me había familiarizado con esta secuencia, de modo que estaba en condiciones de prever que una sesión con este final se prolongaría en la siguiente. Y eso es lo que sucedió; lo ocurrido en la sesión que estoy descri­ biendo demostró que tenía razón en interpretar su conducta como un intento de retirarme esos malos aspectos de él, antes de afrontar el tema principal de la sesión, la ingestión de la cura. 73. Las alucinaciones y la fantasía de que los sen­ tidos emiten tanto como reciben indican la gravedad del trastorno del paciente, pero hay que señalar un aspecto benigno del síntoma que antes no se mani­ festaba. El desdoblamiento, el uso evacuatorio de los sentidos y las alucinaciones eran empleados al servicio del deseo de curación, y podemos considerarlos por consiguiente actividades creadoras. La comparación de esta experiencia con otras anteriores puede arrojar luz sobre todas ellas. En primer lugar, la última expe­ riencia tiene una coherencia y un grado de integración ausentes en las sesiones anteriores. Hasta las frases inconexas trasmitían una impresión sin gran dificultad, y la curiosa síntesis de movimientos en la que se ar­ monizan paciente y analista a modo de autómatas reúne a dos objetos, aunque la relación entre ambos esté desprovista de vida. Finalmente, el desdobla­ miento es similar al que ha descripto Melanie Klein como separación del pecho bueno y el pecho malo, del amor y el odio. Este paciente había intentado por lo menos tres años y medio antes reunir objetos. Los

97 reunía con tal violencia que aparecían la fisión y la fusión en términos de explosiones atómicas. El des­ doblamiento que yo había observado a lo largo de todo el análisis fue cambiando de carácter hasta que en el ejemplo que he dado se lo efectúa con una sua­ vidad y una consideración hacia la estructura y la función psíquicas, que cabe dudar de que la natu­ raleza intrínseca de la actividad siga justificando una apelación que está basada en la evolución histórica del análisis del paciente. Freud usó indiferentemente los términos desdoblamiento y disociación (“Algunos as­ pectos de un estudio comparativo de las parálisis his­ térica y orgánica” ), pero me parece que los fenómenos que he observado en este y en otros pacientes con trastornos graves responden mejor al término “desdo­ blamiento” * tal como lo usa Melanie Klein, dejando al término “disociación” libre para su empleo en los casos de actividades más benignas. Los procesos de desdoblamiento originales manifestados por este pa­ ciente 'erañ violentos y se proponían producir minúscu­ las fragmentaciones y ocasionar separaciones totalmen­ te opuestas a las líneas divisorias naturales entre una parte o una función de la psiquis y otra. La disocia­ ción, en cambio, parece ser menos violenta y respetar los límites naturales entre objetos totales, y en realidad sigue esas líneas demarcatorias al efectuar la separa­ ción; el paciente que disocia es capaz de sufrir una depresión. Me parece también que la disociación re­ vela la dependencia de un pensamiento verbal ele­ mental preexistente, como lo indicaría la afirmación de Freud en el sentido de que “en las parálisis histé­ ricas interviene la idea popular de los órganos y del VOLVIENDO A PENSAR

* Splitting: Ha sido traducido indistintamente como des­ doblamiento o escisión. (N. del T .)

W . R. BION 98 \ cuerpo en general”. Cuando desee destacar el aspecto evolutivo de la actividad en la historia del análisis del paciente seguiré usando el término desdoblamiento; cuando desee hablar de un proceso benigno vinculado con la parte no psicótica de la personalidad hablaré de disociación. Espero que esté claro ahora que estoy hablando de un paciente psicótico que ha llegado a una etapa en la que podemos observar impulsos creadores, y pode­ mos inclusive considerarlos como motivos de mecanis­ mos mentales que al comienzo de su análisis parecían estar totalmente subordinados a impulsos destructivos. En esta ocasión no le di al paciente las explicaciones que he ofrecido aquí pues, como he dicho, él estaba ya familiarizado con el hecho de que no estaba seguro de si una sensación dada era el signo de que había introducido algo dentro suyo o el signo de que había expulsado o estaba expulsando algo. Puedo dar una idea de algunas de las dificultades de interpretación mencionando un episodio de una de las primeras se­ siones en las que comenzó a hacerse evidente la natu­ raleza de la experiencia alucinatoria. Había llamado la atención del paciente hacia el hecho de que cuando él decía, con todas las muestras de una ansiedad per­ secutoria, “Se me llenan los ojos de lágrimas”, quería decir que esas lágrimas llegaban a sus ojos desde afue­ ra y que iban a dejarlo ciego. Luego de eso se sentó y se quedó mirando fijamen'e la pared opuesta, con una postura muy similar a la que exhibía al expulsar un objeto depositándolo en el ángulo derecho de la habitación, y que ya he descripto. Cuando, según me parecía, la evacuación se había completado, dijo: “Un hombre me dijo que estaba bien sentirse deprimido”. Yo estaba seguro de ser el hombre en cuestión y de que eso era lo que me había oído decir, pero carecía

99 de otros datos para apoyar la interpretación, de ma­ nera que respondí: “Supongo que ahora está viendo a ese hombre enfrente suyo”. Contestó: “Se ha puesto todo oscuro. No puedo ver. Estoy encerrado”. Esta respuesta puede parecer enigmática, como me lo pa­ reció a mí, hasta que me di cuenta de que cuando mecanismos psicóticos ocupaban el primer plano de su actividad mental el paciente pensaba que yo em­ pleaba los mismos mecanismos y modos de pensamien­ to. Teniendo en cuenta este hecho pude darme cuenta de que el paciente pensaba que seguramente yo había visto al hombre que era visible para él. Como expliqué en otro lugar, los objetos extraños de los que se siente rodeada la parte psicótica de la personalidad en los momentos de hiperactividad de la identificación proyectiva se componen siempre de una variedad de ele­ mentos, uno de los cuales es una parte de la misma personalidad del paciente. Por consiguiente, si yo ha­ bía visto a ese hombre, había succionado a través de mis ojos una parte de la personalidad del paciente, mezclada con ese objeto. Se observará que describo con algún detalle las manifestaciones clínicas de los estados de confusión mental que han sido descriptos por Melanie Klein y confirmados por Herbert Rosenfeld. Por lo tanto le dije que él sentía que una parte de sí mismo había sido devorada por mis ojos, que no habían ingerido solamente al hombre que vio sino también a un trozo de él mismo. Para volver a la sesión que constituye la fuente prin­ cipal de mi material clínico para este trabajo, haré una descripción resumida a partir del momento de mi interpretación de la actividad alucinatoria como in­ tento del paciente de manipular las partes peligrosas de su personalidad. He dicho que después de sus frases inconexas el paciente volvió a caer en silencio. VOLVIENDO A PENSAR

W . R. BION i 00 Mientras yo exponía mi interpretación hizo movimien­ tos convulsivos, limitados casi enteramente a la parte superior de su cuerpo. Parecía experimentar cada sí­ laba proferida por mí como una puñalada. Se lo se­ ñalé y me dijo que sentía que una cosa muy mala le estaba siendo introducida violentamente, en parte por mí, que según él pensaba estaba tratando de desem­ barazarme del objeto que él había dejado dentro mío, y en parte por él mismo, pese a que había tomado la precaución de no comer casi nada. Su apetito persistía, aunque él no quería ser voraz porque sentía que ya no ejercía ningún control sobre esa voracidad. No expliqué mi referencia a la voracidad porque supuse que por el trabajo analítico anterior el paciente ya estaba familiarizado con el hecho de que a menudo empleaba sus ojos como órganos de ingestión, para satisfacer su apetito, aunque el objeto se esforzara por preservarse negándole el contacto físico. En este caso mi suposición fue correcta, pero en realidad he com­ probado a menudo que esas hipótesis, que si son acer­ tadas me permiten desembarazar la interpretación de un exceso de detalles, no están al alcance de la com­ prensión del paciente hasta el momento en que se de­ sarrolla su capacidad de integración. Los movimientos convulsivos cesaron y él dijo: “He pintado un cuadro”. Su silencio posterior significaba que ya estaba en mi poder el material para la inter­ pretación siguiente. 74. Hay que buscar los contornos del cuadro pin­ tado por el paciente en la totalidad del material del que mi interpretación ha esclarecido hasta el momento sólo un aspecto, a saber, aquél que yo consideré cen­ trado en el objeto malo que él había retirado de mí y depositado de inmediato en el ángulo derecho de la habitación. Por consiguiente yo debía considerar

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todo lo sucedido en la sesión hasta ese momento, como si se tratara de un palimpsesto en el que era necesario buscar otra configuración por debajo de lo ya revelado en mi interpretación. Antes de entrar a tratar esta configuración le interpreté al paciente un aspecto de la situación hacia el que llamo la atención de ustedes. Me refiero al hecho de que el paciente juega un papel dominante, y expresa, con desusada intensidad, la con­ fianza en su capacidad de comunicar cosas que le pa­ recen de interés a una persona a quien considera apta para comprenderlas. Pero, le dije, yo era además una parte del cuadro que él había pintado, por cuanto había hecho de él mismo y de mí dos autómatas en una relación recíproca, pero carente de vida. Con­ testó : “La radio de al lado me tuvo despierto anoche”. Yo sabía que él asociaba fuertes sentimientos per­ secutorios a todo aparato eléctrico, y le dije que se sentía atacado por la electricidad que para él era si­ milar a la vida y el sexo que él les había quitado a los dos objetos que había expulsado de sí mismo al pin­ tar su cuadro. “Eso es”, contestó, y agregó que no sabía qué iba a suceder después de la sesión, que ter­ minó precisamente en este momento. De esta sesión, como de algunas otras en las que se logró un grado similar de integración, el paciente dijo que había sido una “buena” sesión, y en cierta medida se puede considerar a esto una gratificante confirma­ ción de mis propias estimaciones. Pero yo había no­ tado que tales sesiones eran sucedidas con gran regu­ laridad por “malas” sesiones, por sesiones en las que el paciente parecía regresar a un estado de ánimo rea­ cio a la cooperación, y presentaba un material que con frecuencia me resultaba casi imposible interpretar. Su preocupación por lo que podría suceder después de la sesión mencionada se debía parcialmente a que él

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mismo se daba cuenta de ese hecho. No le agradabala perspectiva de perder lo que ahora consideraba un estado de ánimo agradable, o sea, aquél que acompa­ ñaba a su conciencia de cooperación. El análisis de esto había revelado cierto número de otras causas, tales como: el odio o la envidia del analista o del paciente, o de la colaboración de ambos, en pro de una buena tarea creadora; un método para expiar los sentimientos de culpa asociados al hecho de estarse beneficiando; o la expiación de los sentimientos de culpa por haber incurrido en algo que, siendo una cooperación cordial, era para el paciente un acto sexual. Esto último pro­ bablemente se aplica en particular a la sesión que he descripto, dado que en mi interpretación se implicaba que existía un vínculo sexual, aunque se lo negara. En efecto, la sesión siguiente tuvo muchos de los rasgos de una de las llamadas malas sesiones, aunque si la expongo no es porque no arrojara luz sobre nues­ tros problemas, sino precisamente porque lo hizo. Me resulta muy difícil describirla porque no es posible tomar notas, aunque se lo intente inmediatamente des­ pués de terminar la sesión, de largas verbalizaciones cuyo significado, en caso de tener alguno, es elusivo. Puedo asegurar que la descripción de la conducta que pude interpretar es razonablemente exacta. El paciente entró, me dirigió una rápida mirada, esperó que yo llegara a mi silla, y luego se acostó sin más rodeos. Con voz monótona dijo: “No sé qué es lo que podré hacer hoy. En realidad estuve bastante bien ayer”. En este punto noté que su atención comen­ zaba a errar, y que vacilaba al hablar. Esta introduc­ ción era muy común como preludio a una mala sesión. Prosiguió: “Me siento realmente ansioso. Un poco. Pero supongo que eso no importa”. Continuó, vol­ viéndose más incoherente: “Pedí un café. Ella pareció

estar molesta. Tal vez fue por mi voz. Pero el café era realmente bueno. No sé por qué no tendría que gustarme. Cuando pasé por los establos me pare::: que las paredes estaban combadas hacia afuera. Volví más tarde, pero todo estaba bien”. No puedo recons­ truir lo que siguió. Continuó hablando, vacilante, c: n pequeñas pausas, durante cinco minutos o más. En conjunto, la muestra que he dado representa bastante bien al material, excepto en cuanto a las referencia; al café y a los establos, que en esta etapa del análisis tenían ya muchas asociaciones para el paciente y para mí, pero el material posterior no tenía ningún valor asociativo que yo pudiera percibir, cualquiera que fuese su sentido para él. 75. Como he dicho, yo estaba familiarizado con este tipo de conducta. Había sido lo común en las primeras fases del análisis y era habitual después de “buenas” sesiones, pero debo agregar algo para aclarar el ca­ rácter del problema que hube de enfrentar en esta sesión. Aunque no lo muestra el relato que he hecho, este paciente era capaz de una expresión verbal cohe­ rente. Durante el último año, en cierta ocasión n:e había demostrado que era capaz de hacer un examen psicoanalítico de una experiencia afectiva que habla tenido, con una buena comprensión de su estado de ánimo y del trabajo analítico realizado en los años anteriores. Había sido en respuesta a una interpreta­ ción que le pareció que menoscababa su inteligencia, aunque en realidad había mostrado lo mucho que ha­ bía aprendido y el uso que era capaz de darle. Nada podía contrastar tanto con el estado de ánimo c ae manifestó en ese arranque que el estado de ánimo cae mostraba habitualmente, y que era el que exhibía er. la sesión de la que hablo ahora. Parecía como si fuera necesario repetir todas las interpretaciones que yo ya

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W. R. BION 104 había ofrecido, pero era igualmente obvio que esas interpretaciones no le dirían nada nuevo. Y en efecto, su respuesta a la interpretación que yo hice demostró que mi suposición era correcta. Le señalé que él me estaba mostrando “cuánto” podía hacer, pero sin pre­ ocuparse por la calidad. Contestó que había colocado su gramófono en el asiento, lo que era su manera de indicar que mi interpretación combinaba las caracte­ rísticas de un disco que él ya conocía y de una defe­ cación. Muy poco después conjeturé acertadamente que esta respuesta era mucho más que una simple crítica. Yo no deseaba repetir interpretaciones que casi se­ guramente él podía hacer por sí mismo, pero hubo casos dudosos en los que me pareció que la repetición era necesaria. Los efectos de estas interpretaciones no me alentaron a intentos ulteriores del mismo tipo. Sentí que había agotado mis explicaciones, y me es­ forcé más por indagar las posibles causas del retorno del paciente a una pauta de conducta que parecía des­ mentir la eficacia de todo enfoque analítico de sus problemas. Algo había sucedido, ¿pero qué? Le llamé la atención sobre el hecho de que estaba teniendo lo que él llamaba a menudo una “mala” sesión, y que seguramente había una razón para eso. Pareció acep­ tar el hecho, pero no dio ninguna explicación, ni pude yo descubrir ninguna en el material presentado. La única razón que no se me ocurrió, pero que según lo indicaron sucesos posteriores podría haberme dado al­ guna comprensión del material, fue la posibilidad de que hubiera tenido un sueño. Este paciente había comenzado a relatarme ocasio­ nalmente sus sueños. Este era un hecho relativamente reciente, databa de sólo tres o cuatro meses atrás, pero ante la ausencia de asociaciones no me había sentido

105 en condiciones de ir más allá de unas pocas sugestiones, bastante obvias, como la de que a él le parecía que eso era algo importante que debía contarme, o la de que él pensaba que yo era una persona que podría enten­ derlo. 76. No puedo decir qué fue lo que en esta sesión rne hizo darme cuenta por primera vez de que el pa­ ciente tenía una alucinación. Tal vez fue el hecho de que manipulaba al análisis y a mí mismo de tal modo que yo sentía que no era ya un objeto independiente, sino que él me trataba como a una alucinación. Tuve la sospecha de que cuando dijo que había puesto su gramófono en el asiento me estaba negando vida y existencia independiente en la silla analítica, y estaba considerando a mis interpretaciones alucinaciones audi­ tivas. No hice de inmediato esta interpretación, sino que dije que según parecía él estaba reactivando un estado de ánimo que podíamos suponer que ahora era para él importante conservar, en cuanto objeto bueno. Su respuesta fue mover la cabeza y los ojos como si mis palabras fueran objetos visibles que pasaran sobre su cabeza para ir a chocar contra la pared opuesta. Ya había manifestado esta conducta en una fase ante­ rior, y yo la había presenciado también en otros pa­ cientes. Rodrigué presenció un comportamiento simi­ lar en un niño psicótico. En ocasiones anteriores in­ terpreté esa conducta diciéndole que significaba que él veía mis palabras como si fueran cosas, y las seguía con la vista. Se mostró aliviado, y casi divertido, y pareció estar de acuerdo con que veía mis palabras como si fueran objetos evacuados, al modo de trozos de excrementos. Pensé entonces que la alucinación tenía un efecto tranquilizador, pues veía que mis in­ terpretaciones, que él consideraba objetos persecuto­ rios, pasaban por encima de él sin hacerle daño. Le VOLVIENDO A PENSAR

106 W . R. BION dije que nuevamente estaba viendo cosas que pasaban sobre su cabeza, y le recordé las ocasiones anteriores. Esta vez se mostró ansioso y dijo: “Me siento vacío. Es mejor que cierre los ojos”. Permaneció en silencio y muy ansioso, y luego dijo, según me pareció un poco a modo de disculpa: “Tengo que usar mis oídos. Parece que estoy oyendo muy mal”. Esta asociación me hizo percatar de que él no veía una relación directa entre yo mismo y la pared opuesta, como supuse que había sucedido en ocasiones anteriores. Estaba reci­ biendo mi interpretación por los oídos, pero de una manera que le parecía “muy mal”, o sea, cruel y des­ tructiva. De ser así, las interpretaciones eran absor­ bidas y transformadas por sus oídos, y expulsadas por sus ojos. Esto me pareció tan extraordinario que sólo después de un momento se me ocurrió una explicación. La presenté en la siguiente interpretación: “Usted está sintiendo, le dije, que sus oídos mascan y destruyen todo lo que yo le digo. Se siente tan ansioso por des­ embarazarse de ello que de inmediato expele los trozos por los ojos”. Le recordé que cuando había deseado vorazmente ingerir algo, lo había ingerido por los ojos, pues con los ojos podía llegar a cosas lejanas que no podía tocar con la boca. Proseguí: “Ahora está usan­ do los ojos con el fin opuesto, es decir, para arrojar esos fragmentos desmenuzados de interpretación tan lejos como sea posible”. El paciente pareció sentirse muy atemorizado, pero había un tono de alivio en su voz cuando dijo estar de acuerdo. Le llamé la aten­ ción sobre su temor. Respondió que se sentía dema­ siado débil para continuar; “Me estoy desvaneciendo”. Le sugerí que me tenía miedo porque sentía que me estaba destruyendo a mí mismo junto con mis interpre­ taciones, y también porque él no podía obtener sufi­ cientes interpretaciones para curarse. Esta interpreta­

107 ción le permitió seguir con sus asociaciones. Fueron similares a las del comienzo de la sesión, pero .con una diferencia. Dijo que había visto un cuadro en D. . . Incluía un pene. Se lamentó de haber arruinado un cuadro haciéndolo hermoso en lugar de feo. Luego dijo: “Todos los sonidos se convierten en cosas que veo en tomo mío”. Le interpreté que nuevamente estaba transformando a mis interpretaciones en soni­ dos, que evacuaba luego a través de los ojos, de modo que las veía como objetos que lo rodeaban. Contestó: “Entonces todo lo que me rodea está hecho por mí. Esto es megalomanía”. Después de una pausa dijo: “Me gusta mucho su interpretación”. Entre parénte­ sis, debo agregar que a partir de este momento pude darme cuenta de que era muy común que este pacien­ te, al recibir una interpretación que por alguna razón le disgustaba, diera muestras de estar alucinado. Se movía hacia adelante en el diván, como si mirara algo en uno de los ángulos más apartados del cuarto. Se hizo evidente que estas eran repeticiones frecuentes del mecanismo que he estado describiendo. Más ade­ lante me referiré a algunas de las implicaciones de este sustituto de la negación. 77. A partir de aquí sus asociaciones se volvieron menos coherentes. Lamentablemente no puedo refe­ rirme a este material con precisión, por razones que espero se harán evidentes. Las asociaciones parecían consistir de fragmentos de frases, referencias inconexas a lo que yo supuse eran hechos reales, y cierta cantidad de material que tenía sentido para mí porque había aparecido en otras sesiones. Durante bastante tiempo concentré mi atención en este desfile de asociaciones, dejando de lado el peculiar acompañamiento consti­ tuido por un continuo comentario sobre el modo en que se sentía. Cuando este comentario se hizo notorio, VOLVIENDO A PENSAR

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me percaté de la siguiente pauta: asociación, asocia­ ción, asociación, “realmente un poco ansioso”, asocia­ ción, asociación, “sí, ligeramente deprimido”, asocia­ ciones, “un poco ansioso ahora”, y así siguiendo. Su comportamiento era singular, pero la sesión terminó sin que yo pudiera hacerme ninguna idea clara acerca de lo que sucedía. Le dije que no sabíamos por qué se habían desvanecido toda su intuición y su conoci­ miento analíticos. “Sí”, dijo compasivamente, y si era posible expresar con una palabra “y creo que también su intuición ha desaparecido”, eso quiso decir este “sí”. En la sesión siguiente comenzó a expresarse con la naturalidad que manifestaba en las raras ocasiones en las que hablaba de modo racional y coherente. “Hace uno o dos días, dijo, tuve un sueño peculiar.” Du­ rante esta breve comunicación su voz fue adquiriendo un tono deprimido, y al final del mismo toda natu­ ralidad había desaparecido. “Usted figuraba en él”, agregó, y se hizo evidente que no iba a enterarme de nada más respecto al sueño, por lo menos por el mo­ mento, y que no ofrecería asociaciones sobre el par­ ticular. Eso no me preocupó demasiado pues ya había llegado a ciertas conclusiones acerca del carácter de los sueños psicóticos. Había observado que sólo des­ pués de un considerable trabajo analítico el paciente psicótico llega a mencionar un sueño, y que cuando lo hace parece pensar que ha dicho todo lo necesario una vez que ha comunicado el hecho de que ha tenido un sueño. Me pareció que esperaba que yo dijera algo. No me resultaba claro por qué el paciente lla­ maba sueño a su experiencia, ni de qué manera la distinguía de otras experiencias que, aunque él las había descripto de diversos modos, a mí me parecieron ser alucinaciones. Llegué a la conclusión de que el paciente se refería a algo que le había sucedido de

noche, mientras estaba en la cama, y probablemente mientras dormía. Pensé que los “sueños” tenían tan­ tas características comunes con las alucinaciones que era posible que verdaderas experiencias alucinatorias en el consultorio arrojaran luz sobre el sueño psicótico. A partir de lo que he dicho acerca de las alucinaciones se llega fácilmente a la suposición de que cuando un paciente psicótico dice que ha tenido un sueño, piensa que su aparato perceptivo expulsa algo y que el sueño es una evacuación mental estrictamente análoga a una evacuación intestinal. El paciente no puede hablar de un sueño sin mucho trabajo analítico previo, y no pue­ de dejar de sentir, habiendo participado en "eseTrirbajo analítico, que si excreta un sueño tiene que ha­ berlo ingerido antes en alguna oportunidad. Dicho brevemente, para el pñcotico el sueno es la evacuación de un material que ha sido ingerido durante las horas de vigilia. Es necesario mucho tiempo para que el sueño psicótico se haga lo bastante coherente como para ser comunicable. Dudo de que antes de esto se lo ponga en relación con objetos percibidos. Después, creo que siempre se lo hace. Teniendo esto en cuenta, la comprensión del sueño del paciente se hace más fácil. Subsiste empero un problema: ¿por qué dice el paciente que ha tenido un sueño peculiar? Yo espe­ raba que la sesión esclarecería este punto. Entretanto dije que este sueño y la “buena” sesión habían sido la causa, que no habíamos encontrado, de la reactivación del estado de ánimo que se presentó en la “mala” sesión. “Yo estaba loco”, contestó. Ya antes había aplicado los calificativos de “loco” o “insano” al refe­ rirse a los estados de ánimo en que las alucinaciones, la escisión, la identificación proyectiva y la confusión eran elementos dominantes. Yo no hacía comentarios al respecto, pero empleaba el término “loco” cuando

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servía como método rápido para referirse a este com­ plejo estádo de ánimo. También lo usé ahora. Le dije: “Usted parece sentirse loco cuando niega mis interpretaciones absorbiéndolas y expulsándolas de in­ mediato. Seguramente ha sentido que ellas tienen algo que ver con el sueño peculiar. ¿Por qué se está mo­ viendo así?” Mi pregunta fue suscitada por una serie de contor­ siones convulsivas del tórax. Dijo que no sabía. “Mis pensamientos van demasiado rápido.” 78. Cada vez que el paciente se había conducido de este modo, por lo menos en las últimas etapas de su análisis, me había hecho recordar la descripción que hace Freud de la actividad motriz antes del estable­ cimiento del principio de realidad, señalando que ella no está dirigida a la alteración del ambiente sino a desembarazar al “aparato psíquico de la acumu­ lación de estímulos”. Le dije que ese era su modo de manifestar sus sentimientos. “Como sonreír”, re­ plicó. Entonces cesaron sus movimientos, y comenzó una serie de asociaciones que tenían las mismas carac­ terísticas que las presentadas en la última parte de la sesión anterior. Preguntándome aun por qué el pa­ ciente consideraría peculiar al sueño, escuché sus aso­ ciaciones inconexas, acompañadas por los comentarios de “ansioso”, “ligeramente ansioso”, y “deprimido”. Después de algún tiempo me pareció percibir una pau­ ta. Era como si su serie de asociaciones fuera una prolongada evacuación; algunas frases eran inconexas, otras más articuladas. Aunque no podía estar seguro de eso, pensé que su mención de la ansiedad estaba asociada al material más fragmentario, mientras que decía estar deprimido cuando los segmentos tendían a formar conjuntos más articulados. Por lo tanto, le dije:

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“Su sueño lo ha asustado y perturbado porque cuando yo aparecí en él usted pensó que era una persona real que su mente había engullido y estaba perdiendo du­ rante el sueño. Le hizo pensar que durante el análisis estuvo destruyendo vorazmente una persona real y no meramente una cosa”. De inmediato comenzó a hablar muy racionalmente de una visita que proyectaba ha­ cerle a su hermano. Le señalé el cambio de su con­ ducta a partir del momento en que le hice la inter­ pretación de su sueño. “¿Qué sueño?”, contestó. Y luego, como para disimular su confusión, agregó: “Oh, sí, creo qué lo había olvidado”, pero no tuve la im­ presión de que lo hubiera recordado. Un poco después dijo que creía que había hecho algún progreso, pero que se sentía muy deprimido, no sabía por qué. El trabajo analítico realizado en las dos semanas siguien­ tes me convenció de que mis sospechas respecto de su sueño y las interpretaciones basadas en ellas eran sus­ tancialmente correctas. Vi confirmada mi impresión de que la aparición de objetos completos en los sueños, y también'BfTotros contextos, es a la vez un signo de progreso y ¿1 anuncio de una depresión que puede alcanzar una peligrosa intensidad si no se investiga su fuente. La “peculiaridad” del sueño, para el psicótieo, no reside en su irracionalidad, su incoherencia y su fragmentación, sino en la revelación de objetos que el paciente ve como objetos totales, aptos por lo tantopara suscitar los intensos sentimientos de culpa y de­ presión que Melanie Klein ha vinculado con el co­ mienzo de la posición depresiva. Se ve en su presencia una prueba de que objetos reales y ^valiosos han sido destruidos. Sin embargo, el pasaje inmediato a la fragmentación no ofrece ningún alivio real, como lo hé señalado al exponer la corriente asociativa acompa­ ñada por los comentarios del paciente sobre sus sentí-

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mientas, pues se limita a reemplazar la depresión por la ansiedacTpersecutoria. » La situación que estoy describiendo presenta dos rasgos peligrosos. H. Rosenfeld ha observado que el paciente que compagina fragmentos para formar un objeto completo puede sentirse tan perturbado por la cohesión de los fragmentos que se produce una frag­ mentación inmediata y explosiva. En mi trabajo titu­ lado “Algunas notas sobre la teoría de la esquizofre­ nia” confirmé ese hecho, y me parece conveniente comparar los datos allí presentados con esta oscilación menos explosiva pero peligrosa que estoy exponiendo ahora. El peligro reside en la posibilidad del suicidio, o bien en la del regreso a la posición esquizoparanoide que se caracteriza por una fragmentación secundaria impuesta sobre la ya grave fragmentación primaria que Melanie Klein ha señalado como característica de la posición esquizoparanoide. Parecería como si el paciente, regresando de la posición depresiva, se vol­ viera con odio y ansiedad aun mayores contra los frag­ mentos que han demostrado su capacidad de unirse, y los escindiera meticulosamente; el resultado es el peli­ gro de una fragmentación tan minuciosa que la repa­ ración del yo se hace imposible y la situación del pa­ ciente es irremediable. Considero que esta fase de progreso hacia, y retirada de, la posición depresiva es crítica, y una de las razones es que el peligro de suicidio puede oscurecer la impor­ tancia del regreso a la posición esquizoparanoide, y en particular el hecho de que la fragmentación secun­ daria es un elemento inherente de esa retirada, y si no se lo percibe y se lo interpreta, puede no sólo com­ prometer los posibles progresos del análisis sino tam­ bién invertir la dirección del proceso anunciando un deterioro del que el paciente no podrá recuperarse.

79. La comprensión del material requiere una refe­ rencia a ciertos fenómenos colaterales. Durante el pe­ ríodo que estoy describiendo, el paciente se quejaba de que no podía distinguir lo real de lo irreal, de que no sabía si algo era una alucinación o no. En mi tra­ bajo sobre la “Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas” he señalado una de las con­ secuencias del uso excesivo de la identificación proyectiva, a saber, un estado en el cual el paciente se siente rodeado de objetos extraños, compuestos en parte de objetos reales y en parte de fragmentos de la persona­ lidad, especialmente aquellos aspectos de la personali­ dad que Freud consideró que se presentan en el curso del desarrollo normal bajo el signo del principio de realidad. Entre ellos estaba la capacidad de juicio del paciente. Su queja de que no podía distinguir lo real de lo irreal era una de las consecuencias de la expul­ sión de su psiquis, mediante el mecanismo de identi­ ficación proyectiva, de la capacidad de juzgar. Par­ tiendo de la teoría que propuse en esa ocasión sería natural suponer que entre esos objetos extraños sería posible hallar algo análogo a la capacidad de juzgar. Mi experiencia me ha persuadido de que hay que buscar estos objetos extraños particulares en las co­ munmente llamadas “ideas delirantes” del paciente. En su trabajo sobre “Construcciones en análisis” (1937) Freud sugiere que las ideas delirantes pueden ser los “equivalentes de las construcciones que elaboramos en el curso del tratamiento analítico, intentos de explica­ ción y curación”, pero señala que en las condiciones de la psicosis serán necesariamente ineficaces. Durante este período del análisis noté que las ideas delirantes del paciente tenían ese carácter, y que algunas de ellas eran intentos de emplear los objetos extraños al servicio de una intuición terapéutica. De ser así, el hecho pue-

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de permitir una definición de la relación entre idea delirante y alucinación. 80. Terminaré esta exposición con dos comentarios que me parecen de interés. El primero se refiere a la naturaleza de las experiencias alucinatorias que he descripto. Parecen estar más próximas a las que Freud llamó alucinaciones histéricas que a las psicóticas. que sólo aparecieron en las fases anteriores del análisis. Me inclino a pensar que este hecho está en relación directa con un aumento de la capacidad del paciente para tolerar la depresión. La diferenciación de los dos tipos de alucinación, histérica y psicótica, puede referirse a una diferencia en el contenido. La aluci­ nación histérica contiene objetos totales y esta'aSociada a la depresión; la alucinación psicótica contiene ele=meñtos análogos á objetos parciales. En el paciente psicótico encontramos ambos tipos de alucinación. Concluiré este trabajo llamando la atención sobre cier­ tos aspectos acerca de los cuales no puedo extenderme en esta ocasión. En primer lugar, granjparte de la intensidad del temoT del paciente a cometer un asesi­ nato proviene de su creencia de que ya ha cometido uno. Las razones de esta creencia aparecen en asocia­ ciones de las que he dado un ejemplo en el episodio a modo de charada en el que ambos estábamos aco­ plados actuando como autómatas sin vida. Se recor­ dará que en ese caso él se hace culpable de eliminar una vida que luego se convierte en objeto persecutorio, la radio que equivale a la electricidad, el sexo y la vida misma. El episodio muestra cómo escapa a la culpa apelando a una persecución por parte de la vida que se ha destruido. En segundo lugar, la conciencia que tiene el paciente de la medida en que está domi­ nado por un estado de ánimo apropiado a esa fase del desarrollo, intensifica el temor a efectuar un ataque

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homicida que Freud describió como bajo la influencia del principio de placer. Freud sugirió que en esa etapa las acciones del paciente no tienen por fin producir un cambio en el medio circundante sino descargar los estímulos acumulados en el aparato psíquico, y corres­ ponden por consiguiente a los movimientos musculares del tipo involucrado en los cambios del semblante y la expresión. Supongamos que en tal estado de ánimo el paciente siente el impulso de expresar sentimientos amorosos hacia una joven a quien ve como posible consorte; y además, que siente contrariado ese propó­ sito por la presencia de sensaciones de impotencia y de sentimientos de odio y envidia hacia los padres que él cree que poseen, negándole a él su uso, el pecho o el pene que otorgan a su poseedor potencia en la expre­ sión del amor. En esta situación lo dominan senti­ mientos de impotencia, envidia y odio que son acre­ centados por una sensación de frustración y de inca­ pacidad de tolerar la frustración. Por encima de todo está la sensación de un amor obstruido. De inmediato siente la urgente necesidad de desembarazar a su psiquis del odio y la envidia destructores, en aras de la expresión de los sentimientos de amor hacia su objeto. La ausencia de impulsos a alterar el ambiente y elj ansia de rapidez asociada a la incapacidad de to-1 lerar la frustración, contribuyen a imponer una acción ■ muscular del tipo que es característico de la fase de predominio del principio de placer; pues la experien­ cia le ha demostrado al paciente que una acción de esa clase logra su propósito mucho más rápidamente que una acción dirigida a alterar el medio. La des­ carga de la psiquis por medio de la alucinación, o sea el uso del aparato sensorial en sentido inverso, es re­ forzada por una acción muscular que debe ser consi­ derada como un complejo equivalente del ceño; la

116 W . R. BION musculatura no se limita a asumir una expresión de odio asesino, sino que lleva a cabo un ataque homi­ cida real. Por consiguiente, hay que considerar al acto resultante una actividad ideo-motriz, y el paciente lo experimenta como perteneciente a esa clase de fenó­ menos que yo he descripto como la creación de objetos extraños. No siente que ha alterado su ambiente, pero sí que ahora está en libertad de amar a su objeto sin la presencia de sentimientos opuestos de impotencia, odio o envidia. Pero ese alivio es efímero. Esta des­ cripción es una aproximación al estado de ánimo del que tiene una penosa conciencia la parte no psicótica de la personalidad del paciente. Ese estado de ánimo contribuye a su temor a cualquier progreso que pueda conducirlo a establecer vinculaciones amorosas, que da­ rían origen al deseo de expresar su amor, y luego a la intolerancia de la frustración ocasionada por la exis­ tencia de sus impulsos destructivos, y a verse abrumado por la parte psicótica de su personalidad, pues sólo en ella podrá encontrar mecanismos que prometan la so­ lución instantánea de los problemas causados por la presencia de emociones indeseables. Por lo tanto, el paciente tiene buenas razones para temer. En términos analíticos su situación puede ser descripta’aE: el pa­ ciente desea amar. Sintiéndose incapaz de tolerar la frustración recurre a un ataque asesino, o a un ataque simbólico, como medio de desembarazar a su psiquis de las emociones no deseadas. El ataque no es sino la expresión exterior de una explosiva identificación proyectiva en virtud de la Cual su odio, junto con fragmentos de su personalidad, es esparcido sobre los , objetos reales, incluyendo otras personas, que lo ro­ dean. Ahora se siente libre para amar, pero está ro­ deado de objetos extraños, cada uno de los cuales es una combinación de personas y cosas reales, odio des­

117 tructivo, y conciencia homicida. Complica aun más j la situación el hecho de que, si bien es cierto que el paciente se siente libre para amar, al menos en su in­ tención, la violencia de la explosión lo despoja hasta de sus sentimientos de amor. 81. Por todo lo dicho puede verse que en el caso de que el paciente cometa un ataque real se suscita unaj compleja situación, que en homenaje a la simplicidad' podríamos reducir a los siguientes elementos. Primero: apelación por parte del paciente a una fantasía de omnipotencia como modo de amar a su objeto. Se­ gundo: una manifestación externa, que de hecho, aunque no por intención del paciente, afecta al medio circundante y de paso le ofrece al analista material para basar sus interpretaciones. Tercero: en casos extremos, una reacción de la sociedad ante esa mani­ festación externa, que a su vez es compleja y está compuesta, entre otros elementos, por reacciones psicóticas típicas de una colusión inconsciente al recibir las identificaciones proyectivas de uno de sus miembros. Cuarto: la apelación a la identificación proyectiva como sustituto de la represión, a la que me he refe­ rido el 6 de octubre de 1955, implica una débil capa­ cidad de negación, lo que es demostrado por la ape­ lación a ataques destructores contra el aparato percep­ tivo y por el uso del aparato perceptivo, del que no es capaz de desembarazarse, para la expulsión de los estímulos indeseables que va recibiendo. El intento del paciente de desembarazarse de su aparato percep­ tivo conduce a una hipertrofia compensatoria de las impresiones sensoriales, por ejemplo, la percepción a la distancia de lord Adrián. Quinto: el peligro de que en el curso del análisis el paciente se vuelva incu­ rable debido a una retirada no analizada desde la po­ sición depresiva a la esquizoparanoide, durante la cual VOLVIENDO A PENSAR

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una escisión secundaria puede superponerse a la esci­ sión primaria intrínseca a su experiencia original de ia posición esquizoparanoide; el peligro reside en la extrema fragmentación que resulta de esta renovada escisión y en la consiguiente imposibilidad de efectuar reparación alguna. Sexto: la relación de la depresión con la aparición en el material expulsado de su perso­ nalidad de elementos que el paciente siente como ob­ jetos totales. Séptimo: la necesidad de que el analista se percate de que las alucinaciones son mucho más frecuentes de lo que se piensa, y de que su aparición depende del hecho de que, siendo reversibles los sen­ tidos un objeto puede ser para el paciente, no algo que existe independientemente, sino una excreción, o, como nosotros diríamos, una alucinación. Un notable ejemplo de esto es el caso en que el paciente ve doble con un solo ojo. Octavo: la relación de la hiperacción de la expulsión con la megalomanía. 82. Esta lista resumida puede servir para indicar las posibilidades que abre para la investigación ulterior el intento de observar atenta y minuciosamente las alucinaciones, cuya conveniencia espero haber demos­ trado.

7 SOBRE LA ARROGANCIA 1 83. En este trabajo me propopgo ocuparme de la aparición, en el material que presta 'cierta clase de pa­ ciente, de referencias a la'curíosidad, la arrogancia y ^estupidez, tan dispersas y alejadas unas de otras que es" posible que no se advierta su relación. Sugeriré que 1¿'aparición de esas referencias debe ser considerada por el analista como una indicación de que está frente a un desastre psicológico. El sentido que le doy al tér­ mino “arrogancia” está ligado a la suposición de que en la personalidad donde predominan los instintos de vida el orgullo se convierte en respeto a sí mismo, mientras que cuando predominan los instintos de muerte, aquél se convierte en arrogancia. *La sgparación de estas referencias y la ausencia de indicios acerca de su relación prueban que se ha pro­ ducido un desastre. Para aclarar la vinculación entre esas referencias, repasaré el mito de Edipo desde un punto de vista según el cual el crimen sexual es un elemento periférico de una trama en la que el crimen fundamental es la arrogancia de Edipo al hacer voto de descubrir la verdad a cualquier precio. 1 Trabajo leído en el 209 Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, realizado en París, en julio y agosto de 1957.

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84. Este desplazamiento del énfasis lleva al centro de la historia a los siguientes elementos: la esfinge, que plantea un enigma y se destruye a sí misma cuan­ do aquél es resuelto, el ciego Tiresias, que posee cono­ cimiento y deplora la resolución del Rey de tratar de adquirirlo, el oráculo que provoca la indagación que el profeta deplora, y el Rey que, concluida la misma, queda ciego y se exilia. Esta es la trama cuyos ele­ mentos son discemibles entre las ruinas de la psiquis, y hacia los cuales nos llevan las referencias dispersas a la curiosidad, la arrogancia y la estupidez. Dije que esas referencias son significativas en cierta clase de paciente; la clase a que aludo es aquella en ¡a que están activos mecanismos psicóticos, que deben ser puestos al descubierto analíticamente para que se pueda lograr una estabilidad duradera. En la prác­ tica, el análisis de un paciente de esta clase sigue en apariencia la pauta a que nos tiene habituados el tra­ tamiento de las neurosis, pero con la importante dife­ rencia de que la mejoría en el estado del paciente no , guarda proporción con el trabajo analítico realizado. Para recapitular diremos que el analista que está tra­ tando a un paciente aparentemente neurótico debe considerar a una respuesta terapéutica negativa unida a la aparición de referencias dispersas e inconexas a la curiosidad, la arrogancia y la estupidez, como evi­ dencia de que está en presencia de una catástrofe psi­ cológica de la que tendrá que ocuparse. 85. Puede suponerse que la aparición de una de es­ tas referencias en el análisis ofrece un modo de enfocar el problema, y así es en realidad. El analista debe considerar referencias a cualquiera de esas tres cuali­ dades un hecho importante que requiere investigación y que provocará resistencias más fuertes que las habi­ tuales. Lamentablemente complica el problema el he

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cho, que ya debe ser evidente, de que el_procedimient< analítico mismo es una manifestación de la curiosidad, a la que se experimenta como un componente intrín­ seco del desastre. En consecuencia, el mismo hecho de analizar al paciente convierte al analista en partícipe déf desencadenamiento de la regresión, y el análisis se convierte así en aciirig aut. Esto es algo que hay que evitar si se quiere que el análisis tenga éxito. Pero no he podido determinar el modo de hacerlo. El otro curso posible es aceptar como inevitables a la regre­ sión y el acting out, y tratar de sacar provecho de ellos. Creo que esto puede hacerse, pero implica una interpretación detallada de los acontecimientos que tienen 'lugar en la sesión, y que son manifestaciones activas de los mecanismos dé escisión é identificación proyectiva y de sus fenómenos subsidiarios, los estados confusionales, la despersonalización y la alucinación, descriptos por Melanie Klein, Segal y Rosenfeld conm parte del análisis de los pacientes psicóticos. 86. En esta fase del análisis la transferencia presen­ ta la peculiaridad, aparte de los rasgos que he señalado en "trabajos anteriores, de dirigirse al analista en cuanto tal. Se revela esto en el hecho de que el analista, y el mismo paciente en cuanto se identifica con él, son vistos, sucesivamente, como ciegos, estúpidos, suicidas, curiosos y arrogantes. Luego agregaré algo más acerca dé la arrogancia. Hay que destacar que en esta fase el paciente no parece tener otro problema que la exis­ tencia del analista. Además, recogiendo una analogía de Freud podemos decir que el panorama que se pre­ senta es similar al del descubrimiento por un arqueó­ logo de las huellas, no ya de una civilización primitiva, sino de una catástrofe primitiva. En términos analí­ ticos se puede esperar que las investigaciones empren­ didas tengan por resultado la reconstrucción del yo.

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Pero en detrimento de esta finalidad obra el hecho de qúfTeTprócedimiento analítico se ha convertido en un acting oüt de ataques destructores lanzados contra el yo, cada vez que se lo percibe; ya sea que se ma­ nifieste en el paciente o en el analista. Estos ataques se asemejan mucho a la descripción que hiciera Melañíe“K.Iein de los ataques que en su fantasía realiza el bebé contra el pecho. 87. Si pasamos ahora a considerar cuál es el aspecto de la realidad que la hace tan odiosa para el paciente qué éste se ve inducido a destruir al yo que lo pone en contacto con ella, sería natural suponer que se traía de la situación edípica orientada sexualmente, y en verdad he encontrado muchos elementos que apo­ yan esa hipótesis. Cuando se ha avanzado lo bastante en la reconstitución déTycTcomo'para que sea perceptibfe"hr situación edípica, es muy común comprobar que esto desencadena nuevos ataques contra el yo. Pe­ ro hay indicios de que otro elemento está jugando un papel importante en la inducción de ataques destruc­ tores contra el yo y en su consiguiente desintegración. La clave está en las referencias a la arrogancia, que yo prometí examinar más profundamente. Dicho brevemente, se hace evidente que la asunción por el paciente o el analista de las cualidades requeri­ das para la indagación de la verdad, y en especial de la capacidad de tolerar las tensiones involucradas en la introyección de las identificaciones proyectivas de otra persona, está asociada con intensas emociones. En otras palabras, la meta implícita del psicoanálisis, la búsqueda de la verdad a cualquier costo, es experi­ mentada como sinónimo de la pretensión de poder dar cabida a los aspectos escindidos y descartados de otras personalidades manteniendo al mismo tiempo una pers­

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pectiva equilibrada. Esta parecería ser la señal que desencadena estallidos de envidia y odio. 88. Dedicaré lo que resta de este trabajo a la des­ cripción del aspecto clínico del material al que hasta ahora me he referido desde un punto de vista teórico. El paciente en cuestión no se condujo en ningún mo­ mento de una manera que justificara en mi opinión, un diagnóstico de psicosis; sin embargo, exhibió los ras­ gos que he mencionado, a saber, referencias dispersas a la curiosidad, la arrogancia y la estupidez, mostrando además una inadecuada respuesta terapéutica. En el período del que me ocupo se había hecho clara la sig­ nificación de estos rasgos, y yo había podido ofrecerle algunas indicaciones acerca de su interrelación y de la creciente frecuencia de su aparición en el primer plano de su material. El paciente describió como loca o in­ sana su conducta en las sesiones, y manifestó ansiedad por su incapacidad de comportarse de una manera que su experiencia en el análisis le había demostrado que era conducente a nuevos progresos terapéuticos. Por mi parte, me impresionó ei hecho de que durante va­ rias sesiones seguidas pareció estar desprovisto de la comprensión psicológica y el discernimiento que por anteriores experiencias yo sabía que él poseía. Ade­ más, el material presentado era enteramente similar al que yo había conocido én el análisis de pacientes psicóticos, o sea que la identificación proyectiva era muy común y que los estados de confusión y desperso­ nalización eran fáciles de percibir en el paciente, y se manifestaban con frecuencia. Durante algunos meses las sesiones fueron totalmente absorbidas por mecanis­ mos psicóticos, hasta el punto de que me asombró el hecho de que el paciente prosiguiera su vida extra­ analítica sin exhibir, por lo que yo sabía, ningún de­ terioro en su condición.

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89. No me extenderé acerca de esta etapa, pues se aplican a ella las exposiciones anteriores del análisis de pacientes psicóticos. Concentraré mi atención en ese aspecto del análisis vinculado con una forma par­ ticular de objeto interno. En su forma más simple este material se presentó en sesiones en las que las asociaciones del paciente care­ cían de coherencia y consistían en “frases” notable­ mente defectuosas en lo que atañe a uno u otro aspecto gramatical del inglés hablado. Por ejemplo, mencio­ naba un objeto importante sin emplear pronombre ni verbo, o bien aparecía una forma verbal significativa tal como ' ir a patinar” sin ninguna mención de quién era el sujeto de la acción ni dónde tenía lugar, y la situación se reproducía en una cantidad aparentemente inagotable de variaciones. Por lo tanto, pareció impo­ sible establecer una relación analíticamente eficaz por medio de la comunicación verbal. La frustración fue una característica común del analista y el paciente. Esto en sí mismo no era nuevo, y en cierta ocasión, durante una sesión en la que se mostró relativamente lúcido, el paciente observó que la comunicación estaba tan mutilada que era imposible realizar una tarea creadora, y consideró improbable cualquier tipo de curación. Ya estaba familiarizado con la ansiedad se­ xual inherente a esa conducta, de modo que pareció razonable suponer que se produciría luego algún pro­ greso, por lo que resultó aun más sorprendente que nc sucediera tal cosa; por el contrario, la ansiedad del paciente aumentó. Me vi obligado a suponer, por ra­ zones teóricas, que había tenido lugar algún progreso, y que se había producido un cambio en su conducta que yo no percibía. Teniendo presente esta hipótesis procuré hallar algún indicio respecto del carácter del cambio. Entretanto, las sesiones continuaron de un

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modo muy similar. Mi perplejidad persistió hasta que cierto día, en un momento lúcido, el paciente dijo que se preguntaba si yo podría soportar eso. Esto me dio una pista: sabia por lo menos que había algo que yo podía sobrellevar y él aparentemente no. El paciente se percató de que se sentía obstruido en su propósito de “establecer un contacto creador conmigo, y que la fuerza obstructora estaba a veces en él mismo, a veces eh mí, y otras veces en otra parte no conocida. Ade­ más, la obstrucción se efectuaba por medios distintos dé la mutilación de las comunicaciones verbales. Él paciente ya había expresado claramente que el objeto o la fuerza responsable de la obstrucción escapaba a su Control. 90. El próximo paso tuvo lugar cuando el paciente dijo que yo era la fuerza obstructora, y que mi carac­ terística sobresaliente era “que era incapaz de soportar eso”. Tomé entonces como base la hipótesis de que el objeto perseguidor que no permitía ninguna relación creadora era uno que “no podía soportar eso”, pero seguí en la ignorancia respecto de qué era “eso”. Fue tentador suponer que “eso” era cualquier relación crea­ dora, que le resultaba intolerable al objeto perseguidor porsu envidia y su odio hacia la pareja creadora. La­ mentablemente esto no me llevó más lejos, pues era un aspecto del material que ya había sido esclarecido sin que se produjera ningún progreso. Por consiguiente, el problema de qué era “eso” siguió sin solución. Antes de continuar la exposición de este punto, debo mencionar un rasgo del material que había conducido a esta situación, pues ayuda a comprender el paso si­ guiente. Durante todo el período al que me he estado refiriendo, la's referencias a la curiosidad, la arrogancia y la estupidez se hicieron más frecuentes, y su interre­ lación fue más obvia. La estupidez era deliberada, y

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la arrogancia^ no siempre mencionada con ese nombre, era a veces úna acusación, a veces una tentación, y otras veces un crimenL El efecto acumulativo de estas referencias fue persuadirme de que su relación mutua dependía de su asociación con el objeto obstructor. Curiosidad y estupidez seguían un mismo curso, o sea que si aumentaba la primera también lo hada la següfTda. Sentía que esto me daba un mayor conoci­ miento del carácter de la fuerza obstructora. Se hizo más claro qué era lo que el objeto no podía soportar en algunas sesiones en las que se puso de manifiesto que en la medida en que yo, el analista, insistía en la ^comunicación verbal como método para hacer ex­ plícitos los problemas del paciente, éste sentía que yo estaba atacando directamente sus propios métodos de comunicación. A partir de esto se pudo establecer que cuando se me’ldentificaba con la fuerza obstructora, lo que no podía tolerar eran los métodos de comuni­ cación del paciente. En esta etapa el paciente expe­ rimentó mi empleo de la comunicación verbal cómo un ataque mutilador contra sus métodos de comunica­ ción. A partir de este momento fue sólo cuestión de tiempo demostrar que el vinculo del paciente conmigo era su capacidad de emplear el mecanismo de la iden­ tificación proyectiva. Es decir que su relación conrnigp y su capacidad de beneficiarse con ella se basaban en la oportunidad de escindir partes de su psiquis y proyectarlas' sobre mí. De esto dependían una variedad de procedimientos que el paciente sentía que le proporcionaban experien­ cias afectivamente gratificantes tales como, para men­ cionar dos, la capacidad de introducir en mí malos sentimientos y dejarlos allí el tiempo suficiente para que se modificaran por su permanencia en mi psiquis, y la capacidad de introducir en mí partes buenas de

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sí mismo, y de sentir por consiguiente que corno resul­ tado se halla frente a un objeto ideal. A estas expe­ riencias se asociaba la sensación de estar en contacto conmigo, a la que rae inclino a considerar una forma primitiva de comunicación que proporciona los cimien­ tos en los que, en última instancia, se funda ■la comu­ nicación verbal. De sus sentimientos hacia mí cuando me identificaba con el objeto obstructor pude inferir que éste sentía curiosidad por él, pero no podía sopor­ tar que se lo hiciera receptáculo de partes de su per­ sonalidad, y por consiguiente efectuaba ataques des­ tructores y mutiladores, en gran parte por medio de variedades de la estupidez, contra su capacidad de identificación proyectiva. En consecuencia, llegué a la conclusión de que la catástrofe tenía su origen en los ataques mutiladores contra esta forma muy pri­ mitiva de vinculación del paciente con el analista. CONCLUSION 91. En algunos casos, negarle al paciente un empleo normal de la identificación proyectiva provoca un de­ sastre debido a la destrucción de un vínculo impor­ tante. Está involucrado en este desastre el estableci­ miento de un superyó primitivo que niega el uso de la identificación proyectiva. Ofrece un indicio del desas­ tre la aparición de referencias muy dispersas a la cu­ riosidad, la arrogancia y la estupidez.

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ATAQUES AL VINCULO 1 92. En trabajos anteriores (3) he tenido ocasión, al referirme a la parte psicótica de la personalidad, de hablar de los ataques-destructivos del paciente a cual­ quier cosa que siente como teniendo la función de vincular un objeto con otro. En el presente trabajo, Ime propongo mostrar el significado de este tipo de ataque destructivo en la formación de algunos de los síntomas observados en casos limítrofes con la psicosis. El prototipo de todos los vínculos que deseo consi­ derar'es el pecho o el pene primitivos. Doy por su­ puesto una familiaridad con las descripciones de Melanie Klein sobre las fantasías infantiles de ataques sádicos al pecho (6), la escisión de sus objetos por parte del lactante, la identificación proyectiva, que es el nombre que da al mecanismo por el cual partes de la personalidad son escindidas y proyectadas en objetos externos, y, finalmente, con su punto de vista sobre estadios tempranos del complejo de Edipo (5). Con­ sideraré los ataques fantaseados al pecho como el pro­ totipo de todos los ataques a objetos que sirven de vínculo y la identificación proyectiva como el meca1 Tnt. J. Psycho-Anal., vol. 40, partes V-VI, 1959.

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nismo utilizado por la mente para deshacerse de frag­ mentos del yo producidos por su propia destructividad. ^Describiré primero las manifestaciones clínicas, pero no en el orden dictado por la cronología de su apari­ ción en la consulta, sino en aquel que permita que ia exposición de mi tesis sea lo más clara posible. Luego presentaré material seleccionado para demostrar el orden que estos mecanismos asumen cuando su interre­ lación está determinada por la dinámica de la situación analítica. Concluiré formulando observaciones teóricas sobre el material presentado. Los ejemplos provienen del análisis de dos pacientes, en una etapa avanzada de sus análisis. Para conservar el anonimato, no haré distinción entre los pacientes, y distorsionaré los hechos de una manera que espero no perturbará la exactitud de la descripción analítica. La observación de la propensión del paciente a ata­ car el vínculo entre dos objetos, se ve simplificada porque el analista establece un vínculo con el paciente a través de la comunicación verbal y de la capacita­ ción que le presta su experiencia psicoanalítica. La relación creativa depende de esto y, por lo tanto, será fácil ver los ataques que se le hacen. No me ocupo aquí de las resistencias típicas a las interpretaciones, sino que amplío a las referencias que hice en mi trabajo “La diferenciación de las personali­ dades psicóticas y no psicóticas” (3), a los ataques destructivos al pensamiento verbal mismo. EJEMPLOS CLINICOS 93. Describiré ocasiones que me proporcionaron la oportunidad de formular una interpretación al pacien­ te, en un momento en que se la podía comprender.

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sobre una conducta destinada a destruir cualquier cosa que vincule a dos objetos. Estos son los ejemplos: I) Tuve oportunidad de dar al paciente una inter­ pretación que explicitaba los sentimientos afectuosos hacia su madre por la capacidad de ésta para tratar con un niño difícil. El paciente intentó expresar su conformidad y, aunque bastaba con decir unas pocas palabras, su manifestación se vio interrumpida por un tartamudeo muy pronunciado, de m odo que su comen­ tario se extendió sobre un período de un minuto y medio. Los sonidos emitidos se parecían a inspiracio­ nes forzadas por falta de aire; estos jadeos se mezcla­ ban con burbujeos, como si estuviera sumergido en el agua. Le llamé la atención sobre estos sonidos y él mismo reconoció que eran insólitos, y proporcionó la descripción que acabo de hacer. II) El paciente se quejaba de que no podía dor­ mir. Con muestras de miedo dijo: “ ¡N o puedo seguir así!” Mediante frases entrecortadas e inconexas, daba la impresión de que sentía superficialmente que alguna catástrofe iba a ocurrir, quizás algo parecido a la locu­ ra, si no lograba dormir. Refiriéndome al material de la sesión anterior, sugerí que temía soñar si se dormía. Él lo negó y dijo que no podía pensar porque estaba mojado. Le recordé su uso del término “ mojado” , como expresión de desprecio hacia alguien que consi­ deraba débil y sentimental. No estuvo de acuerdo e indicó que el estado al cual se refería era exactamente el opuesto. Por lo que sabía del paciente, sentí que su corrección era válida en ese momento y que de alguna manera el “ estar mojado” se refería a una ex­ presión de odio y envidia del tipo de las que asociaba a ataques urinarios sobre un objeto. Por lo tanto, dije

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que además de este miedo superficial, temía dormir porque para él representaba el escurrimiento de su propia mente. Asociaciones posteriores demostraron que sentía que mis buenas interpretaciones eran cons­ tante y permanentemente fragmentadas por él y se transformaban en orina mental que se escurría incon­ trolablemente. El sueño era entonces inseparable de la inconsciencia, a su vez idéntica a un estar sin mente, estado sentido como irreparable. D ijo: “ Ahora estoy seco” . Contesté que él sentía que estaba despierto y podía pensar, pero que este buen estado sólo podía mantenerse precariamente. III) En esta sesión el paciente trajo un material ocasionado por el intervalo del fin de semana. Su reconocimiento de tales estímulos externos se había hecho demostrable en una etapa comparativamente reciente del análisis. Hasta ese momento, su capacidad para aprehender la realidad era dudosa. Sabía que tenía contacto con la realidad porque había solicitado él mismo análisis, pero su comportamiento durante la sesión no permitía suponerlo. Cuando interpreté algunas asociaciones como prueba de que sentía que había visto y aún estaba viendo el acto sexual entre dos personas, reaccionó como si hubiera recibido un violento golpe. En ese momento no pude decir dónde había experimentado la agresión, y aun ahora, retros­ pectivamente, no tengo una impresión clara. Sería lógico suponer que el golpe había sido proporcionado por mi interpretación, y que, por lo tanto, vino de afuera, pero mi impresión es que lo sintió como pro­ viniendo de adentro; el paciente vivenciaba frecuente­ mente lo que describía como un ataque a puñaladas desde adentro. Se incorporó y quedó mirando fija­ mente al espacio. Le dije que parecía ver algo. R e­ plicó que no podía ver lo que veía. Gracias a expe-

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riendas previas pude interpretar que sentía que estaba “viendo” un objeto invisible; experiencias siguien­ tes me convencieron que en estos dos pacientes, de cuyos análisis extraje el material para este trabajo, hubo momentos en los que padecían alucinaciones vi­ suales-invisibles. Más adelante ofreceré mis razones para suponer que en éste y en el ejemplo previo ope­ raban mecanismos similares. IV) En los primeros veinte minutos de la sesión el paciente hizo tres observaciones aisladas que no tenían ningún sentido para mí. A continuación dijo que pa­ recía que una muchacha que había conocido, lo estaba comprendiendo. Esto fue seguido por un movimiento violento, convulsivo, que él pareció ignorar. Parecía idéntico al ataque a puñaladas que mencioné en el último ejemplo. Traté de llamar su atención sobre este movimiento, pero ignoró mi intervención de la misma manera que ignoró el ataque. Dijo entonces que el cuarto estaba lleno de una bruma azul. Más tarde dijo que la bruma había desaparecido, pero que estaba deprimido. Interpreté que se sentía compren­ dido por mí. Esto era una experiencia agradable, pero el sentimiento agradable de ser comprendido había sido inmediatamente destruido y expulsado. Le recordé que recientemente habíamos visto su uso de la palabra “azul” como descripción condensada de una conversa­ ción sexual censurable. Si mi interpretación era co­ rrecta y los acontecimientos posteriores así lo sugieren, significaba que la experiencia de ser comprendido ha­ bía sido fragmentada, convertida en partículas de abu­ so sexual, y proyectada. Hasta este momento sentía que la interpretación se aproximaba a su vivencia. Las interpretaciones siguientes referidas a que la des­ aparición de la bruma se debía a la reintroyección y conversión en sentimientos depresivos, parecían tener

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menos realidad para el paciente. Pero, acontecimientos posteriores demostraron que podían ser correctas. V) Esta sesión, como la de mi último ejemplo, em­ pezó con dos o tres observaciones como que hacía calor, que el tren había estado lleno y que era miér­ coles; esto ocupó treinta minutos. Surgió en mí la impresión de que estaba tratando de mantener el con­ tacto con la realidad, impresión que fue confirmada cuando dijo, a continuación, que temía una crisis. Un poco después dijo que yo no lo comprendería. Inter­ preté que él sentía que yo era malo y no aceptaría lo que él quería poner en mí. Lo hice en estos términos a propósito, porque había mostrado en la sesión pre­ via que sentía que mis interpretaciones eran un intento de expulsar sentimientos que él deseaba depositar en mí. Su respuesta fue que sentía que había dos nubes de probabilidades en el cuarto. Interpreté que él es­ taba tratando de deshacerse del sentimiento de que mi maldad era real. Dije que esto significaba que necesi­ taba saber si yo era realmente malo, o si vo era alguna cosa mala que había provenido de dentro de él. Aun­ que en el momento este punto no tenía una importan­ cia decisiva, me pareció que el paciente trataba de decidir si estaba alucinado o no. Esta ansiedad, recu­ rrente en su análisis, se asociaba al miedo de que la envidia y el odio a la capacidad de comprender, lo llevaba a introducir un objeto bueno y comprensivo, para destruirlo y expulsarlo; procedimiento que había conducido a menudo a la persecución por parte del objeto destruido y expulsado. Le era importante saber si mi negativa a comprender era una realidad o una alucinación, pero solamente porque esto determinaba qué experiencias dolorosas vendrían después. VI) La mitad de la sesión transcurrió en silencio: el paciente entonces anunció que un pedazo de hierro

134 W . R. B IO S había caído al suelo. Después hizo una serie de movi­ mientos convulsivos en siléncio, como si sintiera que lo atacaban físicamente desde adentro. Dije que no podía establecer contacto conmigo debido a su miedo a lo que ocurría dentro de él. Confirmó esto diciendo que sentía que lo asesinaban. No sabía qué haría sin el análisis, ya que éste lo mejoraba. Dije que se sentía tan envidioso de él mismo y de mí, porque podíamos trabajar juntos para mejorarlo, que nos incorporó a los dos como un pedazo de hierro muerto y un suelo muerto que se juntan, no para darle vida, sino para asesinarlo. Se puso muy ansioso y dijo que no podía seguir. Dije que no podía seguir porque estaba o muer­ to o vivo, y tan envidioso que tenía que determinar el buen análisis. Hubo una disminución marcada de la ansiedad, pero el resto de la sesión fue ocupada por observaciones aisladas sobre hechos reales que impre­ sionaban otra vez como un intento de mantener el contacto con la realidad externa como método de ne­ gar sus fantasías. ASPECTOS COMUNES DE ESTOS EJEMPLOS 94. Los episodios referidos fueron elegidos porque, en cada uno, el tema dominante era el ataque destruc­ tivo a un vínculo. En el primero, el ataque se expresó en un tartamudeo, destinado a impedir que el paciente utilizara el lenguaje como vínculo entre él y yo. En el segundo, el dormir era vivenciado por él como igual a una identificación proyectiva que'se desarrollaba sin que él la pudiese controlar. Dormir significaba para él que su mente, fragmentada, fluía como corriente de partículas agresoras.

135 Estos ejemplos aclaran el proceso del soñar esqui­ zofrénico. El paciente psicótico parece no tener sue­ ños, o por lo menos no referirlos hasta una etapa bastante avanzada del análisis. Mi impresión actual, es que este período aparentemente sin sueños es un fenómeno análogo a la alucinación visual-invisible. Es decir, que los sueños se componen de material tan in­ finitamente fragmentado, que carecen de componente visual. Cuando el paciente experimenta sueños que puede traer, porque han versado sobre objetos visuales, parece sentir' que estos objetos tienen una relación cirio s objetos invisibles de la etapa previa, análoga a. las'de las heces con la orina. Los objetos que apa­ recen en las experiencias que llamamos sueños, son vivénciados por el paciente como sólidos y, como tales, se diferencian de aquellos contenidos oníricos consis­ tentes en un continuo de fragmentos diminutos c in­ visibles. En el momento de la sesión el tema principal no era el ataque al vínculo sino las consecuencias del ata­ que, previamente realizado, que lo había despojado del estado de ánimo necesario para poder establecer una relación satisfactoria entre él y su cama. Aunque no apareció en la sesión que relato, la identificación proyectiva incontrolable (lo que el dormir significaba para él) era vivenciada como un ataque destructivo contra el estado de ánimo de los padres en el coito. Había por lo tanto una doble ansiedad; por un lado, miedo de ser despojado de su mente; por otro, miedo de no poder controlar sus ataques hostiles (con armas provenientes de la mente misma), contra el estado de ánimo que constituye el vínculo entre la pareja parentai. El dormir y el no dormir eran inaceptables por igual. VOLVIENDO A PENSAR

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En el tercer ejemplo, donde describo alucinaciones visuales de objetos invisibles, somos testigos de un mo­ do de ataque a la pareja sexual. Mi interpretación, por lo que pude entender, fue vivenciada por él como si fuera su propia sensación visual de un acto sexual entre los padres; esta impresión visual es diminuta­ mente fragmentada y expulsada en partículas tan pe­ queñas que constituyen los componentes invisibles de un continuum. El procedimiento total sirve al propó­ sito de impedir la vivencia de sentimientos de envidia hacia el estado de ánimo parental por medio de una expresión inmediata de la envidia en un acto destruc­ tivo. Más adelante haré otras aportaciones sobre este odio implícito de la. emoción y sobre la necesidad de evitar su reconocimiento. En el cuarto ejemplo, el relato de la muchacha que comprendía y la bruma, mi comprensión y su agrada­ ble estado de ánimo, habían sido vivenciados como un vínculo entre nosotros que podría dar lugar a un acto creativo. El vínculo había sido visto con odio y con­ vertido en sexualidad hostil y destructiva que volviera estéril a la pareja analista-paciente. En el quinto ejemplo, de las dos nubes de probabi­ lidades, la capacidad para comprender es el vínculo que se está atacando, pero lo que interesa es el hecho de que el objeto que efectúa el ataque destructivo es ajeno al paciente. Además, el destructor está ata­ cando la identificación proyectiva que el paciente vi­ vencia como método de comunicación. Mientras mi supuesto ataque a su método de comunicación es sen­ tido como posiblemente secundario a sus ataques envi­ diosos sobre mí, él no disocia sus sentimientos de culpa y su responsabilidad. Otro punto es la aparición del juicio, que Freud considera un aspecto esencial del predominio del principio de realidad, entre las partes

expulsadas de la personalidad del paciente. El hecho de que había dos nubes de probabilidades quedó sin aclarar en ese momento, pero en sesiones posteriores obtuve material que me llevó a suponer que lo que en un principio era un intento de separar lo bueno de lo malo sobrevivió en la existencia de dos objetos, pero que ahora eran parecidos en que cada uno era una mezcla de lo bueno y lo malo. Considerando el mate­ rial de las sesiones posteriores, puedo extraer ahora conclusiones que no eran visibles en ese momento. Su capacidad para juzgar que había sido fragmentada y destruida con el resto de su yo y luego expulsada, era sentida por él como similar a los otros objetos bizarros del tipo de los que he descripto en el trabajo sobre “Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas”. Estas partículas expulsadas eran temidas debido al trato que él les había dado. Sentía que el discernimiento enajenado —las nubes de probabilida­ des— indicaban que yo era probablemente malo. Su sospecha de que las nubes eran hostiles y perseguidoras, lo llevaba a dudar del valor de la ayuda que le ofre­ cían. Podrían darle un asesoramiento correcto, o uno intencionalmente falso, tal como que un hecho era una alucinación, o viceversa; o darían lugar a lo que del punto de vista psiquiátrico llamaríamos delirios. Las nubes tenían algunas de las cualidades del pecho primitivo y eran vivenciadas como enigmáticas y ame­ nazadoras. En el sexto ejemplo, el relato de que un pedazo de hierro había caído al suelo, no tuve ocasión de inter­ pretar un aspecto del material con el cual el paciente, a esta altura del análisis estaba familiarizado. (De­ bería aclarar que la experiencia me había demostrado que en ocasiones, yo daba por sentada la familiarización del paciente con algún aspecto de la situación que

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estábamos tratando, y descubría luego que, a pesar del trabajo ya hecho, se la había olvidado.) El aspecto conocido que no interpreté pero que tiene importancia en la comprensión del episodio, es que la envidia del paciente hacia la pareja de los padres habla sido evi­ tada, sustituyéndolos por la pareja yo-él. Esta evita­ ción había fracasado, porque la envidia y el odio esta­ ban ahora dirigidos contra mí y contra él mismo. La pareja desarrollando un acto creativo es sentido como compartiendo una experiencia emocional envidiable; él, identificado también con la parte excluida, tiene al mismo tiempo una experiencia emocional dolorosa. En muchas ocasiones el paciente, en parte a través de ex­ periencias de tipo de la que he descripto en este epi­ sodio, y en parte por razones que consideraré más tarde, sentía odio de la emoción positiva y, por lo tanto, de la vida misma. Este odio contribuye al ata­ que homicida contra lo que vincula a la pareja contra la pareja misma y contra el objeto engendrado por la pareja. En el episodio que describo, el paciente está sufriendo las consecuencias de sus ataques tempranos al estado de ánimo que forma el vínculo entre la pa­ reja creativa y de su identificación tanto con el estado de ánimo de odio como con el creativo. En esta y en las precedentes ilustraciones, se obser­ van elementos que sugieren la formación de un objeto perseguidor y hostil, o de una aglomeración de tales objetos que expresa su hostilidad de una manera muy importante para producir el predominio de mecanis­ mos psicóticos en el paciente; las características que he conferido a la aglomeración de objetos perseguido­ res tienen la cualidad de un superyó primitivo y ho­ micida.

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CURIOSIDAD, ARROGANCIA Y ESTUPIDEZ 95. En el trabajo que presenté en el Congreso Inter­ nacional de 1957 (4), sugerí que la analogía que es­ tablece Freud entre el psicoanálisis y una investigación arqueológica, era productiva si se la consideraba como el descubrimiento no de una civilización primitiva, si­ no de un desastre primitivo. El valor de esta analogía se ve disminuido porque en el análisis no nos enfren­ tamos con una situación estática que permita un estu­ dio detenido, sino con una catástrofe que permanece activamente vital y, sin embargo, incapaz de resolverse y llegar al reposo. Esta falta de progreso en cualquier dirección debe ser atribuida en parte a una destrucción dé la capacidad para la curiosidad, con la consiguiente incapacidad para aprender, pero antes de considerar esto, debo aclarar un .punto que apenas se esboza en los ejemplos que he presentado. Los ataques al vínculo se originan en lo que Melanie Klein llama la fase esquizoparanoide. Este período es­ tá dominado por relaciones con objetos parciales (8). Si se tiene en cuenta que el ^paciente establece una relación de objeto-parcial con él niTsmo, y también con objetos que no forman parte de él, se comprenden frases como “parecería” que son muy utilizadas por los pacientes muy perturbados, en aquellas ocasiones en que un paciente menos perturbado diría “yo pienso” o “yo creo”. Cuando el paciente dice “parecería”, se refiere muchas veces a un sentimiento —un sentimien­ to 'de “parece”— que forma parte de su mente y sin embargo no es sentido como parte de un objeto total. El concepto de objetos parciales como análogo a una estructura anatómica, que se ve favorecido porque el

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paciente utiliza imágenes concretas como unidades de pensamiento, es engañoso, porque la relación de obje­ to-parcial no se establece con las estructuras anatómi­ cas, sino con la función, no con la anatomía sino con la fisiología, no con el pecho sino con la alimentación, el envenenar, el amar, el odiar. Esto contribuye a la impresión de un desastre dinámico, no estático. El problema a solucionar en este nivel temprano y super­ ficial, debe ser encarado, en lenguaje adulto, mediante la pregunta: “¿qué es algo?”, y no mediante la pre­ gunta: “¿por qué es algo?”, porque el “¿por qué?” ha'sido disociado a través de la culpa. Aquellos pro­ blemas cuya solución dependen de un conocimiento de causa, no pueden ser planteados y mucho menos, re­ sueltos. Esto produce una situación en la cual el pa­ ciente parece no tener problemas, salvo aquellos plan­ teados por la existencia de analista y paciente. Su preocupación versa sobre qué es esta o aquella función, que reconoce como tal, aunque no puede aprehender la totalidad de la que la función forma parte. De aquí se desprende que nunca se plantea porqué el analista o el paciente están ahí, o porqué algo fue dicho, hecho o sentido, y que tampoco puede pensar en que se intente alterar las causas de algunos estados de ánimo. Y como “¿qué?” nunca puede ser contestado sin “¿cómo?” o “¿por qué?”, se producen más dificulta­ des. Dejaré esta cuestión de lado para considerar al­ gunos de los mecanismos utilizados por el lactante para resolver el problema del “¿qué?” cuando se plantea en una relación con un objeto parcial que tiene una función.

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NEGACION DE GRADOS NORMALES DE IDENTIFICACION PROYECTIVA 96 . Utilizo el término “vínculo” porque deseo con­ siderar Ta relación del paciente con una función más que con el objeto que desempeña esa función; me interesa no sólo el pecho o el pene o el pensamiento verbal, sino su función de proporcionar un vínculo entre dos objetos. En sus “Notas sobre algunos mecanismos esquizoi­ des” (7), Melanie Klein habla de la importancia del uso excesivo de la escisión y de la identificación proyectiva para producir una personalidad muy perturba­ da. También habla de la “introyección del objeto bueno, en primer término el pecho de la madre, como prerrequisito para un desarrollo normal”. Voy a su­ poner, sin definir los límites de la normalidad, que existe un grado normal de identificación proyectiva que, junto con la identificación introyectiva, constituye el fundamento para el desarrollo normal. Esta impresión deriva en parte de un aspecto del análisis de un paciente, difícil de interpretar, porque no se mostraba en ningún momento suficientemente obvio como para motivar una interpretación que se apoyara en hechos convincentes. El paciente recurría a lo largo de su análisis, a la identificación proyectiva con una persistencia que sugería que se trataba de un mecanismo del cual nunca había podido valerse sufi­ cientemente; el análisis le daba una oportunidad para utilizar un mecanismo del que había sido privado. Hubo sesiones que me llevaron a suponer que el pa­ ciente sentía que había algún objeto que le negaba el uso de la identificación proyectiva. En las ilustra­ ciones que ofrecí aquí, especialmente en la primera

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(el tartamudeo) y la cuarta (la muchacha compren­ siva y la bruma azul), hay elementos que indican que el paciente sentía que partes de su personalidad que quería depositarme, eran rehusadas por mí, pero hubo asociaciones previas a esto, que me llevaron a este enfoque. Cuando el paciente trataba de deshacerse del temor a la muerte, sentido como demasiado poderoso para contenerlo en su propia personalidad, disociaba sus te­ mores y los depositaba en mí, con la idea de que si podían permanecer allí durante un tiempo, serían mo­ dificados por mi mente y podrían entonces ser reintroyectados sin peligro. En la ocasión a que me refiero, el paciente había sentido que yo los evacuaba tan rá­ pidamente que los sentimientos no se modificaban, y que, al contrario, se volvían más dolorosos, probable­ mente por razones similares a aquellas que formulé en la quinta ilustración (las nubes de prohabilidades). Asociaciones de un período previo del análisis, mos­ traban una intensidad creciente de las emociones del paciente. Esto se originaba en lo que él sentía como mi negativa a aceptar partes de su personalidad. Co­ mo consecuencia, luchaba por metérmelas con violencia y desesperación crecientes. Su comportamiento aislado del contexto del análisis podría haber sido tomado co­ mo la expresión de una agresión primaria. Cuanto más violentas sus fantasías de identificación proyectiva, más miedo me tenía. Hubo también sesiones en que este comportamiento expresaba agresión inmoti­ vada, pero menciono estos ejemplos porque muestran al paciente en otro aspecto, es decir, su violencia como reacción a lo que él sentía como mi defensa hostil. Me sentía testigo, en la situación analítica, de una escena muy arcaica. Sentí que el paciente había vivenciado en la infancia una madre que respondía obe­

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dientemente a las manifestaciones emocionales del ni­ ño. Esta respuesta obediente, tenía un elemento de impaciencia, de “no sé lo que tiene esta criatura”. Mi deducción es que para comprender lo que necesitaba el niño, la madre tendría que haber actuado ante los llantos más que con un simple acto de presencia. Des­ de el punto de vista del niño, ella tendría que haber incorporado y experimentado el temor de que él se estaba muriendo. Este temor era el que el niño no podía contener dentro de sí. Trataba de disociarlo juntamente con la parte de la personalidad que lo contenía y proyectarlo dentro de la madre. Una madre comprensiva puede vivenciar este miedo, que el niño está tratando de resolver por medio de la identifica­ ción proyectiva, y mantener su equilibrio. El paciente tuvo una madre que no podía tolerar la vivencia de tales sentimientos, y reaccionaba negándoles la entrada o, alternativamente, siendo presa de la ansiedad resul­ tante de la introyección de los sentimientos del niño. Esta última reacción, me parece, era menos frecuente: dominaba la negación. Para algunos, esta reconstrucción será demasiado fantasiosa; a mí no me parece forzada, y responde a aquellos que pueden objetar que se da demasiado én­ fasis a la transferencia, sin aclarar debidamente los recuerdos tempranos. En el análisis se puede ver una situación compleja. El paciente siente que se le permite aprovechar una oportunidad de la que antes había sido privado. Lo doloroso de su privación se hace así más intenso, y también el resentimiento por haber sido privado. Co­ existen la gratitud hacia el analista por la oportunidad provista y la hostilidad contra él como persona que no va a comprender, y que le niega al paciente el uso del único modo de comunicación de que se dispone

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j para hacerse comprender.

De esta manera, el vínculo entre paciente y analista, o niño y pecho, es el meca) nismo de la identificación proyectiva. Los ataques destructivos contra este vínculo se originan en una fuente externa al paciente o al niño; es decir, el ana­ lista o el pecho. El resultado es una identificación proyectiva excesiva por parte del paciente y un dete­ rioro de su proceso de desarrollo. No propongo esta experiencia como la causa de la perturbación del paciente: esa tiene su fuente principal en la tendencia innata del niño, como describí en mi trabajo sobre “Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas” (3). Lo considero un as­ pecto principal del factor ambiental en la génesis de la personalidad psicótica. Antes de discutir este factor ambiental en el desa­ rrollo del paciente, debo referirme a las características innatas y al rol que desempeñan en la producción de ataques por parte del niño contra todo lo que lo vincu­ la al pecho, es decir, a la agresión primaria y a la envidia. La gravedad de estos ataques se ve aumen­ tada si la madre manifiesta el tipo de incomprensión que he descripto, y se ve disminuida, pero no abolida, si la madre puede introyectar los sentimientos del lac­ tante y permanecer equilibrada (9), la gravedad per­ manece porque un niño psicótico está agobiado por el odio y la envidia de la capacidad de la madre para mantener un estado de ánimo apacible, aun experi­ mentando los sentimientos del niño. Esto fue demos­ trado claramente por un paciente que insistía en que yo tenía que convivir la experiencia con él, pero expe­ rimentaba odio cuando sentía que yo era capaz de hacerlo sin claudicar. Aquí tenemos otro aspecto del ataque destructivo al vínculo; siendo éste la capaci­ dad del analista para introyectar las identificaciones

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proyectivas del paciente. Ataques al vínculo, por lo tanto, son sinónimos de ataques al estado receptivo de la mente del analista, originariamente de la madre. La capacidad de introyectar es transformada por la envidia y el odio del paciente en avidez que devora la mente del paciente; de la misma manera, un estado apacible se transforma en indiferencia hostil. En este momento surgen problemas analíticos a través del acting out del paciente (para destruir el estado apa­ cible tan envidiado), actos delictivos y amenazas de suicidio. CONSECUENCIAS 97. Pasando revista a los aspectos principales des­ tacados hasta ahora, vemos que el origen de la pertur­ bación es doble. Por una parte, la tendencia innata del paciente a la destructividad excesiva, al odio y a la envidia; por la otra, el ambiente que, en su peor expresión, le niega el uso de mecanismos de escisión y de identificación proyectiva. En algunas instancias, los ataques destructivos al vínculo entre paciente y am­ biente o entre distintos aspectos de la personalidad del paciente, tienen su origen en él mismo; otras en la madre, aunque en este último caso, y en los pacientes psicóticos, no puede ser nunca solamente en la madre. Estas perturbaciones comienzan con la vida misma. El problema que enfrenta el paciente es: ¿cuáles son los objetos que él reconoce? Estos objetos, internos o externos, son de hecho objetos parciales y, predomi­ nante aunque no exclusivamente, lo que llamaríamos funciones, no estructuras morfológicas. Esto se ve en­ mascarado porque el pensamiento del paciente, es con­ ducido a través de objetos concretos y, por lo tanto,

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tiende a producir en la mente sofisticada del analista la impresión de que la preocupación del paciente versa sobre la naturaleza del objeto concreto. El paciente explora, por medio de la identificación proyectiva, la naturaleza de las funciones que despiertan su curiosi­ dad. Sus propios sentimientos, demasiado poderosos para ser contenidos dentro de su personalidad, se en­ cuentran entre estas funciones. La identificación pro­ yectiva lo habilita para investigar sus propios senti­ mientos en una personalidad lo suficientemente fuerte como para contenerlos. La negación del uso de este tipo de mecanismo, sea por la negativa de la madre para servir como depositario de los sentimientos del niño o por la envidia y el odio del paciente que no puede permitir que su madre ejerza esta función, lleva a la destrucción del vínculo entre niño y pecho y, por lo tanto, a una perturbación severa del impulso de curiosidad, del que depende toda la capacidad para aprender. Se prepara el camino para una detención grave del desarrollo. Además, debido a la negación del principal método de que dispone el lactante para tra­ tar con sus emociones demasiado intensas, la conduc­ ción de su vida emocional, problema grave de todas maneras, se hace intolerable. Los sentimientos de odio se dirigen contra todas las emociones incluso contra el odio mismo y contra la realidad externa que la estimu­ la. Del odio a las emociones a odiar la vida misma hay sólo un pasó. Como dije en mi trabajo “Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas” (3), este odio conduce a recurrir a la identificación pro­ yectiva de todo el aparato perceptivo, incluyendo el pensamiento embrionario que forma un vínculo entre las impresiones sensoriales y conciencia. La tendencia a la excesiva identificación proyectiva es reforzada cuando predominan los instintos de muerte.

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SUPERYO 98 El desarrollo temprano del superyó es efectuado por este tipo de funcionamiento, de la siguiente ma­ nera: como he dicho ya, el vínculo entre lactante y pecho depende de la identificación proyectiva y de la capacidad para introyectar las identificaciones proyectivas. Un fracaso en esta introyección hace que los objetos externos aparezcan como intrínsecamente hos­ tiles a la curiosidad y al método de la identificación proyectiva, por el cual el lactante trata de satisfacerla. Si el pecho es vivenciado como fundamentalmenteJ comprensivo, se transforma, mediante el odio y la en­ vidia del niño, en un objeto cuya voracidad tiene por meta introyectar las identificaciones proyectivas del niño para destruirlas. Esto se puede ver en la creencia del paciente de que el analista, trata al comprender al paciente, de enloquecerlo. El resultado es un objeto que, una vez instalado en el paciente, ejerce la función de un superyó severo y destructor del yo. Esta des- cripción no es correcta aplicada a cualquier objeto en la posición esquizoparanoide porque supone un objeto total. La amenaza que encierra este objeto total con­ tribuye a la incapacidad, bien descripta por Melanie Klein y otros (11), que tiene el paciente psicótico para enfrentar la posición depresiva y los desarrollos que dependen de ella. En la posición esquizoparanoi­ de, los objetos bizarros compuestos parcialmente de elementos de un superyó perseguidor, son predominan­ tes, tal como lo describí en mi trabajo “Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas”. .

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DETENCION DEL DESARROLLO La perturbación del impulso de curiosidad, del que depende todo aprendizaje, y la negación del mecanis­ mo por el cual trata de manifestarse, hacen imposible el desarrollo normal. Otros hechos interfieren si el curso del análisis es favorable; problemas que en len­ guaje sofisticado, se formulan con la palabra “¿por que?”, no se pueden plantear. El paciente parece no poder aprehender las causas y se queja de estados de ánimo dolorosos, mientras persiste en las actitudes que los engendran. Por esta razón, cuando se presenta ma­ terial apropiado, se debe mostrar al paciente que no tiene interés en saber porqué él siente así. La eluci­ dación del alcance limitado de su curiosidad, llevará al (ensanchamiento del campo y a una preocupación incipiente por las causas. Esto conduce a modifica­ ciones" de su conducta, que de otra manera sólo pro­ longa su sufrimiento. CONCLUSIONES 99. Las principales conclusiones de este trabajo es­ tán relacionadas con aquel estado de ánimo en el que la mente del paciente contiene un objeto interno que se opone a todo vínculo y lo destruye, desde el más primitivo (que, como he sugerido, es un grado normal de identificación proyectiva) hasta las formas más so­ fisticadas de comunicación verbal y artística. En este estado de ánimo la emoción es odiada; es sentida como demasiado intensa para ser contenida en la mente inmadura, es sentida como vínculo entre objetos, y le confiere realidad a objetos que no son el self, y por lo tanto hostiles al narcisismo primario.

149 El objeto interno que, en su origen, fue un pecho externo que rehusó introyectar, cobijar, y así modifi­ car la fuerza perniciosa de la emoción, es sentido, pa­ radójicamente, como intensificando, en relación con fuerza del yo, las emociones contra las cuales inicia los ataques. Estos ataques sobre la función vinculadora de la emoción llevan a un predominio en la parte psicótica de la personalidad, de vínculos que parecen lógicos, casi matemáticos, pero nunca emocionalmente razonables. Gomo consecuencia, los vínculos que per­ duran son perversos, crueles y estériles. El objeto externo internalizado, su naturaleza, los efectos que produce en los métodos de comunicación dentro de la mente y con el ambiente, serán elaborados posteriormente. VOLVIENDO A PENSAR

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9 U N A TEORIA DEL PENSAM IENTO 1

100. En este trabajo me preocupo fundamental­ mente en presentar un sistema teórico. Su semejanza con una teoría filosófica estriba en el hecho que los filósofos se han ocupado del mismo tema; se diferen­ cia de una teoría filosófica en que está destinado, co ­ mo todas las teorías psicoanalíticas, a ser utilizado. Esta teoría está concebida con la intención de que los psicoanalistas puedan reajustar las hipótesis que la componen, en términos de datos empíricos verificables. En este respecto, mantiene con proposiciones filosóficas la misma relación que existe entre proposiciones de matemática aplicada y la matemática pura. Las hipótesis derivadas que están destinadas a la comprobación empírica, y en grado menor, el sistema teórico mismo, guardan la misma relación con los he­ chos observados en un psicoanálisis, como proposicio­ nes de la matemática aplicada, por ejemplo respecto a un círculo matemático, guardan con una proposición referente a un círculo trazado en un papel. Este sistema teórico está destinado a ser aplicable en un número significativo de casos; los psicoanalistas 1 Aparecido en el Int. Journal of Psychoanalysis, vol. 43, 1962.

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deberán por lo tanto experienciar hechos que se apro­ ximen a la teoría. No asigno importancia diagnóstica a la teoría, aun­ que pienso que puede ser aplicable cuando se cree que existe un trastorno del pensamiento. Su impor­ tancia diagnóstica dependerá del patrón formado por la constante conjunción de una serie de teorías, de la cual esta teoría sería una. Puede ayudar a explicar la teoría si comento el trasfondo de experiencias emocionales de las cuales ha sido extraída. Haré esto en términos generales sin pretender rigorismo científico. 101. Es conveniente considerar el pensar como de­ pendiendo del resultado exitoso de dos desarrollos mentales fundamentales. El primero es el desarrollo de pensamientos. Estos requieren un aparato para manejarlos. El segundo desarrollo, por lo tanto, es el de este aparato que provisoriamente denominaré el pensar {thinking). Repito —el jaensar es llamado a existir para manejar pensamientos. Se advertirá que esto difiere de cualquier teoría que considere el pensamiento como un producto del pen­ sar, ya que considera que el pensar es un desarrollo impuesto en la psiquis por la presión de pensamientos, y no al revés. Los procesos psicopatológicos pueden estar asocia­ dos con una o con ambas fases, esto es, pueden estar relacionados con una falla en el desarrollo de pensa­ mientos, o con una falla en el desarrollo del aparato para “pensar”, o sea, tratar con pensamientos, o con ambos a la vez. Los “pensamientos” pueden ser clasificados, de acuerdo con la naturaleza de la historia de su desarro­ llo, como preconcepciones, concepciones o pensamien­ tos. y finalmente, conceptos; los conceptos tienen nom­

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bre y por lo tanto son concepciones fijas, o pensamien­ tos. La concepción es iniciada por la conjunción de una preconcepción con una realización *. La preconcepción puede ser considerada como algo similar en psicoanálisis, al concepto kantiano de “pen­ samientos vacíos”. Un modo psicoanalítico de esto podría ser la teoría de que el bebé tiene una disposición innata que corresponde a la expectación de un pecho. Cuando la preconcepción es puesta en contacto con una realización que se aproxima a ella, el resultado mental es una concepción. Dicho de otro modo, la preconcepción (la expectativa innata de un pecho, el conocimiento a priori de un pecho, el “pensamiento vacío” ), en el momento en que el niño es puesto en contacto con el pecho mismo, entra en conjunción con el darse cuenta de la realización del hecho y es sin­ crónica con el desarrollo de una concepción. Este modelo servirá para la teoría de que cada vez que una preconcepción se une a su realización se produce una concepción. Las_concepciones por consiguiente siem­ pre estarán unidas a una experiencia emocional de satisfacción. Limitaré el término “pensamiento” a la conjunción de uña preconcepción con una frustación, El modelo qué propongo es el de un bebé cuya expectación de un pecho entra en conjunción con la realización de la no existencia de un pecho para su satisfacción. Esta * En el Diccionario Appleton’s Revised-Cuyas encontra. mos los siguientes significados del término realization, em­ pleado en el texto inglés: realización, verificación, concep­ ción, comprensión. Hemos elegido realización en la presente traducción por creer que en su acepción española de: “acción y efecto de realizarse” y “realizarse: verificar, hacer real y efectiva una cosa” (Espasa-Calpc Abreviado) y “darse cuen­ ta”, “comprender”, efectuar”, “llevar a cabo” , expresa la intención de Bion. (IV. del T .)

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conjunción es experimentada como un no-pecho o un pecho “ausente” adentro. El próximo paso depende de la capacidad del niño para tolerar frustraciones: en particular depende de si la decisión es eludir la frus­ tración o modificarla. ¡ Si la capacidad para tolerar la frustración es sufi­ ciente el “no-pecho” adentro deviene un pensamiento, i y se desarrolla un aparato para “pensar”. Esto inicia el estado descripto por Freud en Los dos principios del suceder psíquico, en el que el predominio del prin­ cipio de realidad es sincrónico con el desarrollo de una capacidad para pensar, y de este modo para cerrar la brecha de la frustración que se produce entre el momento en que se siente un deseo y el momento en queda acción apropiada para satisfacer el deseo cul­ mina en su satisfacción. La capacidad para tolerar frustración permite a la psiquis desarrollar pensamien­ tos como un medio por el cual la frustración que es tolerada se hace más tolerable. Si la capacidad para tolerar la frustración es inadecuada, el “no-pecho” malo interno, que una personalidad capaz de madurez reconoce finalmente como un pensamiento, confronta a la psiquis con la necesidad de decidir entre evadir la : frustración o modificarla. La incapacidad de tolerar la frustración inclina la balanza en la dirección de eludir la frustración. El resultado es una significativa desviación de los hechos que Freud describe como característico del pensamien­ to en la fase de predominio del principio de realidad. Lo que debería ser un pensamiento, un producto de la'yuxtaposición de una preconcepción con una reali­ zación negativa, se transforma en un objeto malo, in­ distinguible de una cosa-en-sí-misma, adecuada solo para ser evacuada. Por consiguiente, el desarrollo de un aparato para pensar se ve perturbado, y__en cambio

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se^produce un desarrollo hipertrófico del aparato para la identificación proyectiva. El modelo que propongo para este desarrollo es una 'psiquis que opera basada erTel principio que la evacuación de un pecho malo es. sinónimo de la obtención de suministros de un pe­ cho bueno. t El resultado final es que todos los pensamientos son .tratados como si fueran indistinguibles de los objetos !malos internos; se siente que la máquina apropiada es, no un aparato para pensar los pensamientos, sino un aparato para librar a la psiquis de la acumulación de objetos malos internos. El punto crucial está en la decisión entre modificar o eludir la frustración. 102. Elementos matemáticos, tales como rectas, pun­ tos, círculos y algo que corresponde a lo que más tarde es conocido como números, derivan de realizaciones de dualidades como en pecho y niño, dos ojos, dos piés, etcétera. Si la intolerancia de la frustración no es demasiado intensa, la modificación se convierte en el fin domi­ nante. El desarrollo de elementos matemáticos, u ob­ jetos matemáticos como los denomina Aristóteles, es análogo al desarrollo de concepciones. Si la intolerancia a la frustración predomina, se to­ man medidas para evadir la percepción de la realiza> ción por medio de ataques destructivos. En la medida que la preconcepción y la realización entran en con­ junción se forman concepciones matemáticas, pero éstas son tratadas como si fueran indistinguibles de las cosas-en-sí y son evacuadas a alta velocidad como pro­ yectiles para aniquilar el espacio. En la medida en que el espacio y el tiempo son percibidos como idénticos a un objeto malo que es destruido, es decir, como un no-pecho, la realización que debiera entrar en conjun­ ción con la preconcepción no está disponible para

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I completar las condiciones necesarias para la formación de una concepción. El predominio de la identificación proyectiva confunde la distinción entre el self y el objeto externo. Esto contribuye a la ausencia de cual­ quier percepción de dualidad, desde que esta percep­ ción depende del reconocimiento de una diferencia entre sujeto y objeto. Me di cuenta gráficamente de la relación con el tiempo, gracias a un paciente que decía una y otra vez que estaba perdiendo el tiempo —y continuaba perdiéndolo. Las consecuencias de esto se pueden ver ilustradas en Alicia en el país de las maravillas, en el episodio del “Té del sombrerero loco”, donde siem­ pre son las cuatro de la tarde. La incapacidad para tolerar frustración puede obs­ truir el desarrollo de pensamientos y de una capacidad de pensar, aunque una capacidad de pensar disminui­ ría la sensación de frustración inherente a la aprecia­ ción de la distancia entre un deseo y su satisfacción. Las concepciones, esto es, el resultado entre una pre­ concepción y su realización, repite de un modo más complejo la historia de la preconcepción. Una concep­ ción no necesariamente encuentra una realización que aproxime lo suficiente como para satisfacer. Si la frus­ tración puede ser tolerada la conjunción de concepción y realización, ya sean positivas o negativas, inicia los procedimientos necesarios para aprender de la expe­ riencia. * Si la intolerancia de la frustración no es tan grande como para poner en actividad los mecanismos de eva­ sión, pero es lo suficientemente intensa como para pre­ dominar sobre el principio de realidad, la personalidad desarrolla omnipotencia como sustituto de la conjun­ ción de la preconcepción, o de la concepción, con la realización negativa de un hecho. Esto implica que

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se asume la omnisciencia como sustituto del aprendi­ zaje a través de la experiencia con la ayuda de pensa­ mientos y del pensar. No existe por lo tanto una acti­ vidad psíquica que discrimine entre lo verdadero y lo : falso. La omnisciencia substituye la discriminación en­ tre lo verdadero y lo falso, por la afirmación dictato­ rial de que una cosa es moralmente correcta y otra equivocada. La suposición de omnisciencia que niega realidad asegura que la moral así engendrada sea una función de la psicosis. La discriminación entre lo ver­ dadero y lo falso es una función de la parte no psicótica de la personalidad y de sus factores. Existe así en/ potencia un conflicto entre la afirmación de la verdad y la afirmación de un ascendiente moral. El extremis­ mo de una contagia a la otra. 103. Algunas preconcepciones se relacionan con ex­ pectativas del self. El aparato preconceptual está ade­ cuado para realizaciones que caen dentro de la redu­ cida variedad de circunstancias adecuadas a la super­ vivencia del niño. Una circunstancia que afecta la supervivencia es la personalidad del niño mismo. Por lo común, la personalidad del niño, así como otros elementos ambientales, esta manejada por la ma­ dre. Si la madre y el niño están adaptados el uno al otro, la identificación proyectiva desempeñará un papel principal en este manejo, a través del funcionamiento de un sentido de realidad rudimentario y frágil, la identificación proyectiva, habitualmente una fantasía omnipotente, opera en este caso realísticamente. Esta, pienso, es su condición normal. Cuando M. Klein habla de un “exceso” de identificación proyectiva, creo que el término “exceso” debe comprenderse no sólo como si se aplicara exclusivamente a la frecuencia con que se utiliza el mecanismo de identificación proyec­ tiva, sino a una excesiva creencia en la omnipotencia.

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Gomo actividad realista se evidencia como una con­ ducta razonablemente calculada para despertar en la madre sentimientos de los que el niño desea liberarse. Si el niño siente que está muriendo puede despertar en la madre el temor a su muerte. Una madre equi­ librada podrá aceptar estos temores y reaccionar tera­ péuticamente: es decir, haciendo que el niño sienta que se le devuelve su atemorizada personalidad pero en forma tal que puede tolerarla (los temores son manejables por la personalidad del niño). Si la madre no puede tolerar esas proyecciones, el niño se ve redu­ cido a continuar la identificación proyectiva llevada a cabo con mayor fuerza y frecuencia. El incremento de la intensidad parece despojar a la proyección de su penumbra de significado. La reintroyección se efectúa con fuerza y frecuencia similares. Deduciendo los sen­ timientos del paciente a través de su comportamiento en el consultorio, y utilizando tales deducciones, para construir un modelo, el niño de mi modelo no actúa en la forma que yo supondría habitualmente actuaría un paciente adulto que piensa. Actúa como si sintiese que ha aparecido un objeto interno dotado de las ca­ racterísticas de un “pecho” voraz en forma de vagina, que despoja de su bondad a todo cuanto el niño recibe o da, dejando sólo objetos degenerados. Este objeto interno quita al huésped que lo aloja, toda posible comprensión. En el análisis, estos pacientes son inca­ paces de recibir lo que el ambiente les ofrece, y por consiguiente, recibir de su analista. Las consecuencias para el desarrollo de una capacidad de pensar son gra­ ves; me referiré tan sólo a una, es decir, el desarrollo precoz de la conciencia. \ Con conciencia entiendo en este contexto, lo que Freud describió como un “órgano sensorial para la ¡ percepción de las cualidades psíquicas”.

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104. He descripto anteriormente (en un Congreso Científico de la Sociedad Psicoanalítica Británica) la utilización de un concepto de “función-alfa” como ins­ trumento de trabajo en el análisis de perturbaciones del pensamiento. Me pareció entonces conveniente postular una función-alfa que convierte los datos de los sentidos eri elementos-alfa, y qué de este modo proporciona a la psiquis el material necesario para los pensamientos de los sueños, y por lo tanto, la capacidad de despertarse o dormirse, de estar consciente o incons­ ciente. De acuerdo con esta teoría la conciencia de­ pende de la función alfa y es una lógica necesidad suponer que dicha función existe si vamos a suponer que el self puede tener conciencia de sí mismo en el sentido de que se conoce a sí mismo por haberse expe­ rimentado a sí mismo. Sin embargo, el fracaso en establecer una relación entre el niño y la ifíkdre en la que la identificación proyectiva normal sea posible, impide el desarrollo de una función alfa y por lo tanto de una diferenciáción de elementos en conscientes o inconscientes. La dificultad se salva restringiendo el término “con­ ciencia” al significado que le confiere la definición de; Freud. Utilizando el término “conciencia” en este sen­ tido restringido, es posible suponer que esta conciencia obtiene “datos sensoriales” del self, pero no existe una función alfa que los convierta en elementos alfa y que permita por lo tanto una capacidad de ser consciente o inconsciente del self. La personalidad del niño por sí misma es incapaz de utilizar los datos de los senti­ dos, y tiene que evacuar esos elementos en la madre, y confiar en ella para hacer todo cuanto sea necesario para convertirlos en una forma adecuada que le per­ mita al niño utilizarlos como elementos alfa.

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La limitada conciencia definida por Freud, que yo utilizo a mi vez para definir una conciencia infantil rudimentaria no se relaciona con un inconsciente. ToJ das las impresiones del self tienen igual valor; todas son conscientes. L a capacidad materna para el ensue­ ño ( reverte) es el órgano receptor de la cosecha de sensaciones de sí mismo que el niño obtiene por medio de su conciencia. Una conciencia rudimentaria no podría cumplir las tareas que por lo común atribuimos al dominio de la conciencia y sería equivocado intentar separar el tér­ mino “ conciencia” de la esfera del uso común donde se la aplica a funciones mentales de gran importancia en el pensamiento racional. Por el momento hago la distinción tan sólo para mostrar lo que ocurre si se produce una ruptura en el Ínterjuego a través de la identificación proyectiva entre la conciencia rudimen­ taria y el ensueño materno. Un desarrollo normal tendrá lugar si la relación entre el niño y el pecho permite a aquél proyectar un sentimiento, por ejemplo, que se está muriendo, en la madre y reintrovectarlo después que su estadía en el pecho lo ha tornado tolerable para la psiquis del niño. Si la proyección no es aceptada por la madre, el niño siente que a su sentimiento de que se está muriendo lé es arrancado su significado. Por lo tanto, lo que reintróyecta no es un miedo:_3e morirse que se ha tornado tolerable, sino un terror sin nombre. ¡J Las tareas que la ruptura en la capacidad del en­ sueño de la madre ha dejado inconclusas se imponen a la conciencia rudimentaria; todas están relacionadas en grados diferentes con la función de correlación. •i L a conciencia rudimentaria no puede llevar el peso de la tarea con que se la ha cargado. El estableci­ miento interno de un objeto que rechaza la identifica­

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ción proyectiva implica que en lugar de un objeto ; comprensivo el niño tiene un objeto voluntariamente incomprensivo, con el cual se identifica. Más aún, sus cualidades psíquicas son percibidas por una concien­ cia precoz y frágil. 105. El aparato de que dispone la psiquis puede r considerarse como constituido por cuatro partes: 1) El pensamiento, asociado con la modificación y la evasión. 2) L a identificación proyectiva, asociada con la evasión por la evacuación y que no debe ser confundida con la identificación proyectiva normal (o como dije en el parágrafo 103 “ realística” . 3) Omnisciencia (sobre le principio de tout savoir, iout condamner). 4) Comunicación. 1 El examen del aparato que acabo de describir en estos cuatro puntos, demuestra que está destinado a manejar pensamientos en el sentido amplio del térmi­ no, es decir, incluyendo todos los objetos que he descripto como concepciones, pensamientos, pensamientos del sueño, elementos alfa y elementos beta, como si se tratase de objetos que deben ser manejados: a) por­ que en una u otra forma contenían o expresaban un problema, y b) porque eran en sí sentidos como excre­ cencias indeseables de la psiquis y requerían atención y eliminación por uno u otro medio, por esa misma razón. 106. Como expresiones de un problema, es evidente ‘ que requieren un aparato destinado a desempeñar la misma función de cerrar la brecha entre el conocimien­ to y la apreciación de carencia y la acción destinada a modificar la carencia, tal como la que desempeña la función alfa al cerrar la brecha entre los datos de

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los sentidos y la apreciación de los datos de los sentidos. , (Én este contexto incluyo la percepción de las cuali­ dades psíquicas como requiriendo el mismo tratamiento que los datos de los sentidos.) En otras palabras, del mismo modo que los datos de los sentidos deben ser modificados y elaborados por la función alfa para tor­ narlos disponibles para pensamientos del sueño, etcé­ tera, del mismo modo los pensamientos tienen que ser elaborados para hacerlos disponibles para ser traduci­ dos en acción. La traducción en acción involucra publicación, co­ municación y sentido común. He evitado hasta el mo­ mento la discusión de estos aspectos del pensamiento aun cuando están implícitos en la discusión y uno al menos ha sido abiertamente bosquejado; me refiero a la correlación. , La publicación en su origen puede ser considerada I como poco más que una función de los pensamientos, es decir, hacer accesibles a la conciencia los datos sen­ soriales. Quiero reservar este término para las opera­ ciones necesarias para hacer público lo que es cono­ cimiento privado del individuo. Los problemas impli­ cados en esto pueden ser considerados como técnicos y emocionales. Los problemas emocionales se relacio­ nan con el hecho de que el individuo humano es un animal político y no puede realizarse plenamente fuera de un grupo, ni puede satisfacer sus impulsos emocio­ nales sin expresar su componente social. Sus impulsos, y me refiero a todos los impulsos, no tan sólo a los sexuales, son al mismo tiempo narcisísticos. El proble­ ma reside en la resolución del conflicto entre el nar­ cisismo y el social-ismo. El problema técnico es el que se relaciona con la expresión de pensamientos o con­ cepciones por medio del lenguaje, o su equivalente en signos.

Esto me lleva a la comunicación. En su origen la comunicación se efectúa por la identificación proyectiva realista. Este sistema primitivo del niño sufre distintas vicisitudes incluso, como hemos visto, la de­ gradación a través de la hipertrofia de la fantasía omnipotente. Si la relación con el pecho es buena, podrá convertirse' en una capacidad del self para to­ lerar sus propias cualidades psíquicas y preparar así el camino para la función alfa y el pensamiento normal. Pero también se desarrolla como parte de la capacidad social del individuo, Este proceso, de gran importancia en los dinamismos del grupo, virtualmente no ha reci­ bido atención; su ausencia haría imposible inclusive la comunicación científica. ...Sin embargo, su presencia puede provocar sentimientos de persecución entre los receptores de la comunicación. La necesidad de dis­ minuir los sentimientos persecutorios intensifica la ten­ dencia hacia la abstracción en la formulación de co­ municaciones científicas. La función de los elementos dé comunicación, palabras y signos, es la de transmitir ya'sea por medios de simples sustantivos o grupos ver­ bales, el hecho de que ciertos fenómenos se hallen en conjunción constante dentro del patrón de la relación que existe entre ellos. Una función importante de la comunicación es la de alcanzar correlación. En tanto que la comunicación sigue siendo una función privada, las concepciones, los pensamientos^ y sus verbalizaciones son necesarios para facilitar la conjunción de una serie de datos aportados por los sentidos con otra. Si la conjunción de datos es armónica, se experimenta una sensación de verdad y es de desear que este sentimiento se exprese en una afirmación análoga a una afirmación funcional de la verdad. El fracaso de esta conjunción de los datos de los sentidos, y por lo tanto de un punto de vista con

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164 W . R. BION sentido común, provoca un estado mental de debilidad e í el paciente como si la inanición de verdad fuese análoga a la inanición alimentaria. La veracidad de una afirmación no implica que exista una realización que se aproxime a esa afirmación de verdad. Podemos considerar ahora más a fondo la relación de la conciencia rudimentaria con las cualidades psí­ quicas. Las emociones cumplen una función similar para la psiquis a la que cumplen los sentidos en rela­ ción con objetos en el espacio y en el tiempo. Es decir, el’ equivalente del punto de vista con sentido común en el conocimiento privado es el punto de vista emo­ cional común; si la visión de un objeto odiado se pone en conjunción con la visión del mismo objeto amado, y la conjunción confirma que el objeto experimentado en las dos distintas emociones es el mismo objeto, se experimenta un sentimiento de verdad. Entonces se establece una correlación. "T07. TJna correlación similar, hecha posible al rela­ cionar consciente e inconsciente con respecto a los fenómenos que se observan én el consultorio, le da a los objetos psicoanalíticos una realidad que es incon­ fundible, aun cuando su misma existencia haya sido cuestionada.

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COMENTARIO 1 Las alteraciones del pasado del paciente en “El me­ llizo imaginario” fueron concebidas para impedir que él mismo y cualquier otra persona que lo haya cono­ cido piensen que la descripción se refiere a él. Ese propósito subestima el poder de los rumores y la sus­ picacia. Si se estima que las alteraciones son eficaces, hay que considerar a la narración como una ficción. Si el relato fuera una obra de-arte, sería tal vez razonable pensar que se acerca más a la verdad que cualquier transcripción literal; pero este autor no es un artista. Hay que desechar como vana a la expectativa de que el relato describa lo que realmente sucedió. El primer párrafo es evocativo; se invita al lector a considerar la gravedad de la enfermedad del pacien­ te, el estado de ánimo de alguien a quien se le ha acon­ sejado una seria operación del cerebro, el pesimismo y la desesperanza de quien ha pasado por muchos años de tratamiento ineficaz. Se prepara al lector para el triunfo del psicoanálisis, en contraste con las desafor­ tunadas experiencias anteriores del paciente en el curso de la psicoterapia. 1 Los números en bastardilla se refieren a los párrafos nu­ merados de las páginas precedentes.

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Los párrafos 2 y 3 son inexactos; las proposiciones de esos dos párrafos enuncian hechos bastante aproxi­ mados a la realidad. Pensé esto en aquella época, y lo mismo pienso ahora. ¿Qué importancia hay que atribuir a estas afirmaciones, una en el artículo, efec­ tuada algunos meses después de la experiencia, y la otra en este libro, hecha veinte años después? Se acostumbra pensar que un informe escrito alre­ dedor de una hora después de los hechos que se pro­ pone describir tiene una validez intrínseca especial, y es superior al reláto redactado muchos meses, y hasta años, después. Yo supondré simplemente que se trata de dos exposiciones distintas del mismo hecho, sin su­ gerir qué una sea superior a la otra. Se necesita alguna técnica para revelar el carácter de ambos relatos y de los elementos divergentes en ellos. Los historiadores están habituados a los usos de la historia “contempo­ ránea” y de la historia escrita lo bastante después de los acontecimientos como para que “se hayan enfriado las pasiones” y la perspectiva sea más madura. El psicoanalista necesitará una definición más precisa de los hechos que hay detrás de estas distinciones. La necesidad de discreción implica la sustitución de ciertos hechos por invenciones concebidas de modo que no alteren de modo importante la exposición de las tensiones emotivas que formaban parte del con­ torno del paciente. No me cabe duda actualmente de que esta noción es falaz, pues se hace la sustitución de acuerdo con ciertas concepciones previas derivadas de la experiencia del psicoanálisis del paciente. El marco emotivo del que deriva la exposición debe in­ cluir mis ideas acerca de lo que aquél me dijo, mis interpretaciones, y mis interpretaciones de los resulta­ dos de la entrevista. Cuando escribí eso pensé que es­ taba presentando una fiel exposición de mis interpre­

taciones —parcialmente fundadas en mis ideas acerca del significado de la teoría psicoanalítica— seguida por una fiel exposición de las consecuencias de las in­ terpretaciones. En la actualidad me parece más co­ rrecto considerar a este y a todos los demás artículos escritos por mí (son estos los trabajos que conozco más íntimamente) como conjuntos de proposiciones de ca­ lidad variable. Por ejemplo, en el párrafo 5 la pro­ posición inicial enuncia verbalmente una imagen vi­ sual. Leyéndolo ahora, después de diecisiete años, puedo recibir una impresión visual que en cierta me­ dida me recuerda algo que no es posible aprehender sensorialmente: la depresión. La afirmación de que sus intervenciones eran “indiferentes y monosilábicas”, en el contexto del resto del párrafo, me hace suponer ahora que el paciente estaba deprimido, pero esto no es lo mismo que decir que él estaba deprimido que describirlo como indiferente y monosilábico. Esta es la clave de la situación, pues cuanto más libre es la relación del psicoanalista con su paciente, más sutil es. Se trata de una experiencia inefable. La interpreta­ ción del psicoanalista debe referirse a un estado mental que es tanto más- difícil de describir en términos senso­ riales cuanto más se esfuerza aquél por ser preciso. En el psicoanálisis mismo no es tan difícil formular una interpretación como lo es aquí. Para comenzar, el paciente sabe, porque está presente, de qué está ha­ blando el psicoanalista. La interpretación del psico­ analista y la asociación tienen las mismas cualidades inherentes. Por lo tanto, la comunicación entre el psi­ coanalista y el paciente no presenta las mismas difi­ cultades que la comunicación escrita entre el psicoana­ lista y el lector. La experiencia de la comunicación del paciente y la interpretación del psicoanalista es inefable y esen-

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W. R. BION 168 cial. La comunicación de esta clase desempeña un papel fundamental en toda interpretación ofrecida al paciente psicótico. La reacción del paciente ante la interpretación a menudo depende más de esta cualidad de la interpretación que de su significado verbal. De­ bido al carácter de la transferencia psicótica, el des­ tiño del significado verbal depende de la reacción del paciente al tono de la interpretación. La imagen sensorial, categoría C de la tabla, pro­ porciona la sustancia de la descripción del párrafo 5 Si tratara de formularla en términos más precisos, como lo puede hacer el hombre de ciencia con sus fórmulas matemáticas, la comunicación degeneraría en un malabarismo verbal. Sin embargo, son necesarias fórmulas más precisas para que el lector tenga una idea correcta de la asociación que debía ser interpre­ tada. ¿Cómo podríamos lograr que la comunicación entre el psicoanalista que escribe y el psicoanalista que lo lee sea por lo menos tan eficaz como la comu­ nicación entre el analista y su paciente? Lo que hay que comunicar es indudablemente real; no obstante, todo psicoanalista conoce las frustraciones que depara el esfuerzo de aclarar, siquiera sea para otro psicoana­ lista, una experiencia que parece poco convincente en cuanto se la formula. Tal vez tengamos que resignar­ nos a la idea de que esa comunicación es imposible en la etapa actual del psicoanálisis. La transformación de la experiencia psicoanalítica en formulaciones que establezcan una comunicación entre el psicoanalista y el lector sigue siendo una actividad ineludible. Tal vez algunos deseen abordarla en términos de grupo, y otros en términos matemáticos, científicos o artísticos. Qui­ zá haya otros que se contenten con el perfecciona­ miento de las interpretaciones en el contexto de la .

169 sesión psicoanalítica. Pero ningún psicoanalista se con­ tentará con dejar las cosas tal como están. Un caso especial del problema de la comunicación entre el escritor y el lector psicoanalíticos, que volvió a solicitar mi atención durante la preparación de estos artículos para su publicación, se presenta cuando escritpr y lector son una misma persona. Podría supo­ nerse que en este caso se dan las condiciones perfectas para la comunicación. Sin embargo, en la época en que solía escribir largas notas sobre mis sesiones con pacientes, comprobé que mi éxito no era mayor cuando el intervalo entre la redacción y la lectura era relati­ vamente breve que ahora, cuando el intervalo se mide en años. Al principio pensé que podría comprender fácilmente anotaciones hechas rápidamente, un gara­ bato aquí, un signo de admiración allí, o alguna con­ jetura o comentario interpolados acerca de mis impre­ siones sobre lo que estaba sucediendo. No diré que cuando las leía me resultaban carentes de significado, pero no expresaban lo que yo había intentado decir. A lo que más se parecían era a las notas soñolientas que redactaba a veces para tratar de retener un sueño que me parecía importante para estudiarlo por la ma­ ñana. Los garabatos quedaban; el sueño ya se había desvanecido. Comprobé que no tenían más utilidad interpretativa que las notas que redactaba en estado de vigilia y en el momento. Lo mismo sucede con este trabajo. La exposición no me parece desdeñable; creo que si se tratara de un informe de otro psicoana­ lista me parecería bastante bueno. Pero no reconozco allí ni al paciente ni a mí mismo. Esta clase de experiencia me indujo a ensayar algu­ nos experimentos en materia de anotaciones, entre los cuales tal vez los más convincentes fueron las exposi­ ciones deliberadamente subjetivas de mis sentimientos VOLVIENDO A PENSAR

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respecto del trabajo del día. Un fichero me servía para ubicar las referencias a los pacientes, de modo que podía examinar rápidamente el material cuando de­ seaba recordar la historia psicoanalítica de alguno de ellos. Pensé que esto era algo útil, en una o dos oca­ siones. Tengo la misma impresión actualmente, por ejemplo, cuando leo los párrafos 8-11, pero no estoy seguro de en qué sentido esta fue una experiencia útil, o lo es ahora. Finalmente abandoné totalmente las anotaciones, pero esto sucedió recién algunos años des­ pués de haber escrito el primer artículo. No puedo enunciar de un modo completo ni sencillo las razones de esta decisión. Una de ellas, vinculada con lo que ahora nos interesa, fue que me di cuenta de que las notas más sugestivas' eran aquellas en las que más me aproximaba a una representación de una imagen sen­ sorial, por ejemplo, la rememoración visual de un hecho (un caso es el del párrafo 5). Pero lo que se evocaba no era el pasado sino las interpretaciones correctas posteriores al hecho. En suma, el valor de las notas no reside en la supuesta formulación de una crónica del pasado, sino en la formulación de una imagen sensorial que evoca el futuro. Lo que las notas permitían no era la preservación de la conciencia del pasado sino la evocación de expectativas del futuro. De acuerdo con la tabla que he tratado de elaborar con este fjn, las proposiciones contenidas en mis notas pertenecen más bien a la categoría C4 que a la C3. En la tabla estas dos categorías se presentan en estrecha proximidad. Es común en la vida cotidiana escuchar que por sus opiniones dos personas están en “polos opuestos” ; esta no es más que una expresión de la “distancia” mental. La imagen visual de la tabla sugiere que estas categorías son vecinas; ¿debemos su­ poner por tanto que es correspondientemente estrecha

171 la relación entre los objetos representados por la tabla? En el contexto de esta exposición sostengo que el valor real de la formulación designada como C3 está “lejos” del valor real representado por C4. ¿Sería la tabla más representativa de los hechos que intenta conceptualizar si las categorías aparecieran diferentemente ubicadas en el papel? Puede decirse que las notas a las que me refiero pertenecen a categorías similares o próximas por cuanto, si pretenden ser registros del pasado, su objeto es evocar recuerdos a los que se pre­ sume inconscientes, porque se los ha olvidado, supri­ mido o reprimido; para evocar ideas sobre el futuro tienen que sugerir profecías o conjeturas acerca de lo que todavía no ha sucedido. La distancia entre am­ bas, no en términos espaciales sino temporales, puede ser muy pequeña o muy grande. Además, si mi nota me dice “lo que sucedió” en la sesión de ayer y me hace pensar en lo que dentro de poco sucederá, en la sesión de hoy, ¿puede medirse la “distancia” entre estas dos ideas por el tiempo que ha transcurrido en­ tre las dos sesiones? Quizá sería mejor no concebirla como una distancia, espacial o temporal entre las ideas, sino pensar en términos de una diferencia rela­ tiva a alguna escala enteramente diferente desde el punto de vista genético de las del espacio y el tiempo físicos. Podemos preguntamos además en qué sentido útil puede decirse que la mente “viaja” con la “velo­ cidad del pensamiento” desde la tierra al “quasar” más próximo? Para los psicoanalistas estas no son ideas sino cues­ tiones prácticas; piénsese en la importancia que tiene para el psicoanálisis la capacidad del psicoanalista, o del paciente, para captar una idea muy “lentamente” o muy “rápido”. Suele suceder que un paciente com­ prende tan rápidamente el significado de una ÍnterVOLVIENDO A PENSAR

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pretación que el psicoanalista se sorprende cuando un momento después aquél parece no tener ninguna no­ ción de lo que se le ha dicho. La rapidez de su pen­ samiento lo lleva a dejar de lado la proposición que se está discutiendo antes de haber tenido tiempo para comprenderla. Estoy describiendo toda esto en térmi­ nos de experiencia sensorial. El modelo sirve para es­ clarecer muchos fenómenos del psicoanálisis, pero la luz que arrojan estos modelos (incluyendo el que usa­ mos ahora) es incierta, y su inadecuación es fácilmente perceptible. El psicoanalista necesita modelos de rápi­ da elaboración, ampliamente aplicables y sólidos. Los que utilizamos actualmente son de corto alcance. Son bastante útiles hasta cierto punto, pero se llega con rapidez a este límite, y a partir del mismo el psico­ analista no ve más que tinieblas. En mi opinión, esa es la deficiencia de los trabajos que estoy comentando. Los comento porque ese defecto no les es peculiar, sino que caracteriza al método que ellos representan. El problema está en transformar formulaciones tales co­ mo “tiempo”, “distancia”, “espacio”, de modo que la reformulación no sea tan abstracta como para conver­ tirse en malabarismo verbal, ni tan cargada de signifi­ cado como para obstruir el progreso. La nota de un psicoanalista sobre una sesión puede estar lejos de ser un registro de lo acontecido, y puede aproximarse a una previsión de hechos futuros. La formación científica parece involucrar la suposición de que la capacidad de prever es una cualidad deseable y digna de ser desarrollada. Para el psicoanalista sería importante poder predecir un intento de suicidio del paciente, o bien su probable mejoría. Examinemos más atentamente esta suposición. Si se piensa que el psicoanalista debe prever un intento suicida de su pa­ ciente, eso significa meramente que debe ser capaz de

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considerar una gama de pensamientos y sentimientos, agradables o desagradables, tan amplia como sea po­ sible. La idea de que su paciente podría suicidarse es sólo un caso particular de las ideas penosas que el psi­ coanalista debe ser capaz de afrontar; de otra manera no podría realizar la tarea que es su razón de ser, y que nadie más puede asumir, o sea, el análisis. Si el análisis del impulso suicida no puede alterarlo, tam­ poco lo lograrán medidas preventivas tales como la hospitalización. Otras personas tienen que desempeñar papeles distintos en esa contingencia; tal vez ellas crean que el psicoanalista debería encargarse de estas otras tareas. Tal creencia puede tener consecuencias des­ agradables para éste. Sólo el psicoanalista está en con­ diciones de saber que su función es psicoanalizar. Se halla sometido a presiones, está aislado y es vulnerable, sufre la tentación de abandonar su papel y asumir otro que, por impropio que sea para él, concuerda con las convenciones y prejuicios aceptados por el grupo. Si hace esto último compromete irremediablemente al psicoanálisis. El paciente pierde a su psicoanalista y gana un auxiliar de dudoso valor. Estos argumentos se aplican con la misma fuerza a la suposición de que el paciente podría convertirse en psicoanalista, posibilidad que el analista debería tener en cuenta 2. Si es capaz de considerar toda una gama de posibilidades, desde el suicidio de su paciente hasta la supervivencia de éste como una personalidad ro­ busta y estable, el psicoanalista debería ser capaz de psicoanalizar cada una de ellas según se presente en el contexto del análisis. El escollo que hace naufragar 2 En “The Relation of Anal Masturbation to Projective Identification”, de D. Meltzer, aparecido en el International Journal of Psycho-Analysis (1966), 47, 335, se hallarán im­ portantes comentarios relativos al análisis didáctico.

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al análisis es la intromisión de los recuerdos y deseos del psicoanalista; tendré ocasión de referirme a esto más adelante 3. En 12 comienza una visión retrospectiva del análisis. No tengo intención de discutir la exactitud de la des­ cripción; voy a utilizarla para ilustrar mi punto de vista actual. Tal como es, la exposición podría ser una descripción de un recuerdo o de una evolución; es ne­ cesario distinguir entre uno y otra. En cuanto exposición de un recuerdo intenta des­ cribir mi “recuerdo” de lo que ahora denomino una “evolución”, a saber, la vinculación, gracias a una súbita intuición, de una cantidad de fenómenos apa­ rentemente inconexos, que adquieren así una coheren­ cia y un significado que antes no poseían. Distingo esto de la relación de la historia contada por el cuñado homosexual. A este elemento y a otros similares los considero “recuerdos”, así como también a las reme­ moraciones más bien deliberadas y laboriosas, como la del paciente que reconstruye un sueño que cree haber tenido. Contrasta con este el sueño recordado repen­ tinamente, como totalidad. O tal vez olvidado, también en su conjunto. Esta experiencia se asemeja al fenó­ meno de la transformación de la posición esquizoparanoide en posición depresiva. He llamado anterior­ mente la atención sobre una notable descripción de la experiencia en La ciencia y el método, de H. Poincaré. El hecho descripto en 13 serviría muy bien como ejem­ plo de una “evolución”. Del material que presenta el paciente surge, como la imagen de un caleidoscopio, una configuración que parece corresponder no sólo a la situación presente sino también a otras, que ante­ riormente no habían sido consideradas como interrela3 Véase págs. 194-8.

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donadas, y que aquella no se proponía vincular. En la actualidad no pienso que la pauta del “mellizo ima­ ginario” tenga importancia fundamental, aunque me ha permitido esclarecer algunos aspectos del psicoaná­ lisis de un hijo único. Muy a menudo es un elemento particular de la pauta más general de la escisión. El paciente acerca del cual escribí no era un hijo único, pero las circunstancias lo llevaron a sentirse como tal. En los comienzos de su carrera todo psicoanalista debe hallar su propio camino y llegar a teorías bien conoci­ das y verificadas a través de las experiencias de su propio modo de percibir situaciones. Es obvio que la visión personal que se aproxima a alguna teoría que ha aprendido es única, y por tanto puede parecerle tan diferente de la formulación teórica que no puede percatarse de la relación entre una y otra. Es posible en cambio que violente una teoría para adaptarla a una situación, pues al analista inexperto le resulta di­ fícil tolerar la duda y la incertidumbre que piensa que un analista más experimentado —probablemente su propio analista— no tendría. Errores de esta clase no son peligrosos: “descubrimientos originales” de cosas ya bien sabidas, y “confirmaciones” que no serían con­ sideradas tales si se tuviera una intuición clínica más madura. Es fatal para el buen análisis que la aplica­ ción prematura de una teoría se convierta en un hábi­ to, que le impide al psicoanalista el ejercicio de su intuición sobre el material nuevo y por tanto desco­ nocido. El sueño mencionado en 75 está expresado en las palabras del paciente tanto como es posible. Supuse que había sido correctamente relatado por el paciente, correctamente recordado por mí y correctamente tras­ cripto. No hay duda de que esta cómoda suposición es falsa. No obstante sigue siendo cómoda, y la mayo-

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ría de los psicoanalistas, yo mismo incluido, seguirán ateniéndose a ella en la mayoría de las ocasiones. Pero no siempre es oportuna, y según las modernas tenden­ cias del psicoanálisis suposiciones de ese tipo inducen a error si no se las usa con circunspección. Si no se percibe el momento en que una suposición a la que se sabe falsa pero que es cómoda deja de ser útil, se llega a desviaciones de la práctica psicoanalítica que culminan en un punto muerto donde impera el pesi­ mismo. No hago objeto de un comentario crítico a este sueño y a la exposición de 16-20 porque haya cambiado mi opinión acerca del valor de lo expuesto en ese lugar, sino porque eso me servirá de punto de apoyo para la exposición siguiente. Según yo lo “recuerdo”, el paciente relató el sueño con vivacidad. La narración ofrecida en 15 me hizo recordar el episodio de manera tan “completa”, cuan­ do la leí, que pienso que “evolucionó” en el curso de la lectura. Esto contrasta con mi experiencia al releer el párrafo 16. “Recordé” que en mi opinión mi inter­ pretación era buena, “correcta”, como hubiera dicho entonces, y también que la experiencia del sueño y la interpretación tenían en su época la misma y convin­ cente cualidad de realidad. La descripción de 16 no puede ahora hacer “evolucionar” nada, como lo puede la de 15. No atribuyo esto a la inferior calidad de la primera sino al diferente carácter de las dos formula­ ciones. La interpretación no me impresiona ni como falsa ni como verdadera. En el caso de 15 experi­ mento ahora una “evolución” de la experiencia emo­ tiva; en el caso de 16 sólo experimento la sensación de una manipulación de teorías. Habiendo participado en la experiencia relatada, sé que no hubo una falsificación deliberada o consciente. Sé también que la formulación de 16 fue tan buena

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como es posible. Aun teniendo en cuenta deficiencias personales en la aptitud para describir, el verdadero problema reside en la carencia de instrumentos para registrar la única parte de una sesión psicoanalítica que es digna de ello. Ocasionalmente, como en 15, es posible registrar algo de un modo lo suficientemente adecuado como para conducir a una evolución cuando el lector es el psicoanalista. La literatura psicoanalítica tiene sentido, cuando más, para uno o dos de los lec­ tores de un artículo particular; para los otros segurarente es la más pesada e insatisfactoria de las litera­ turas científicas. Si esta monotonía representara adecuadamente lo percibido por el analista no habría perjuicio: el psico­ análisis desaparecería, como otras pseudociencias. A quien haya experimentado la realidad del psicoanálisis le parecerá trágica la posibilidad de ese desenlace de una mala comunicación. Las formulaciones del párrafo 17 son de clase distinta de las de los párrafos 15 ó 16. Son descripciones de hechos en términos que son en sí mismos formulaciones teóricas de intuiciones psicoanalíticas. Por consiguiente, están muy alejadas del mundo de la experiencia emotiva, y en cambio no lo está la descripción de un sueño en el párrafo 15, aunque, como hemos visto, esta última es la descrip­ ción de una descripción de algo que según el paciente le sucedió mientras dormía. En cuanto practicante del psicoanálisis, tolero por el momento los recelos que suscitan fundamentos tan inseguros. Pienso que hay que percatarse de esta incertidumbre, pero dejándola de lado hasta el momento en que sea pertinente. La diferencia de naturaleza entre 15 y 16, y también en­ tre 17 y 19-20, ya no es tolerable, porque el carácter de nuestro trabajo actual no permite la indiscrimina­ ción respecto de realizaciones tan distintas una de

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otra. La formulación verbal del sueño en 15 es rela­ tivamente tolerable; se la puede asignar a la categoría C3. N o es posible considerar del mismo modo a las descripciones de los párrafos 16-20. Estas carecen de la inmediatez que da sustancia a la descripción de 15. De modo semejante, salvo para unos pocos psicoana­ listas, las formulaciones de 17 se convierten en enun­ ciaciones teóricas de intuiciones psicoanalíticas, que son vulnerables porque carecen de “ sustancia” , por un la­ do, y de rigor científico, por otro. Tolero las formulaciones de los párrafos 17-18 por­ que no podría presentar otras mejores, pero su valor es discutible pues lo que comunican tal vez nó valga la pena comunicarlo, y en cambio lo que en la expe­ riencia psicoanalítica era digno de comunicar posible­ mente no ha sido comunicado. Respecto de 18-20 el problema es más complejo. No puedo decir en este momento en qué medida la exposición presentada refleja adecuadamente lo suce­ dido. Sé que tuvo la intención de hacerlo, pero la experiencia psicoanalítica demuestra que esa impre­ sión puede ser muy falaz. Además, desde entonces he aprendido que por larga que sea su propia experien­ cia analítica el psicoanalista no puede evitar deformar el material del análisis, si bien es posible que sus de­ formaciones sean menos burdas después de haber sido analizado que antes. Por Consiguiente, lo relatado en 18-20 puede haber sufrido la clase de deformación inconsciente que se da en el psicoanálisis. Por otra parte esa exposición fue escrita con el propósito consciente de “ ilustrar” lo que yo pensaba haber aprendido en la experiencia analítica. La necesidad de “ ilustrar” el tema significa que se intenta representar la experiencia en términos de experiencia sensorial, o sea en términos de la cate­

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goría C. La descripción en esos términos evita el peligro que entraña el manejo de una jerga, pero sus­ cita otros peligros que, aunque diferentes, son igual­ mente grandes. En primer lugar, esos términos no pueden representar la experiencia analítica que se pro­ ponen describir, sino sólo una experiencia sensorial de hechos físicos, supuestamente análoga a la experiencia mental. 18-20 son una transformación (ver W . R. Bion, Transformations) de una experiencia emotiva en una formulación verbal de una experiencia senso­ rial (19). Esta es quizá la representación más directa en todo el pasaje 18-20. En la experiencia no psicoanalítica ordinaria, sería innecesario un examen riguroso; posiblemente lo sería también en la mayoría de las experiencias psicoanalí­ ticas. N o tiene importancia para el hombre al que se refiere este trabajo, pero es pertinente en el psicoaná­ lisis de pacientes cuya percepción de la realidad está perturbada. Es esencial comprender la naturaleza de las formulaciones que hace el psicoanalista de su expe­ riencia de la realidad para tener una visión de la na­ turaleza de las formulaciones que hace el paciente de su experiencia de la realidad, y poder luego compa­ rarlas. La descripción en el último párrafo de 19 y el con­ junto de 2Ó no aclara en qué medida el lector debe suponer que la exposición es una intuición directa de lo que estaba sucediendo, y en qué medida un registro de hechos seleccionados. En el psicoanálisis, el psico­ analista debe discernir la pauta subyacente mediante un proceso de discriminación y selección. Si la expo­ sición presentada es una selección hecha para demos­ trar que la selección original fue correcta, carece in­ dudablemente de valor. La discriminación y selección conscientes del autor sólo son legítimas com o método

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de representación si la experiencia original es una genuina evolución de una intuición psicoanalítica, esto es, la revelación de una coherencia por un “hecho seleccionado”. En los pasajes mencionados hay otra complicación, debida a que tuve que falsificar deliberadamente los hechos para hacer imposible la identificación del pa­ ciente. Logré mi propósito, pero al precio de presentar una exposición que ahora considero desprovista de valor. No representa la percepción que yo quería des­ cribir y no explica las interpretaciones ofrecidas. Esto nos lleva al dilema de la comunicación psico­ analítica tal como es en la actualidad. El registro de una sesión (o sea, la realización psicoanalítica) puede ser una jerigonza literal e incomprensible o bien una representación artística. No es necesario que nos de­ tengamos aquí para referirnos a la primera; la última, suponiendo que el psicoanalista tenga la capacidad artística requerida, involucra una transformación du­ rante la cual se efectúan una selección y un ordena­ miento del material. La interpretación que se le da al paciente es una formulación que se propone revelar una pauta subyacente. Por lo tanto, es similar a la fór­ mula matemática tal como la define Poincaré (Science and Method, edición Dover Books, pág. 30). Es se­ mejante también a algunos aspectos de la pintura, la escultura y la composición musical. En el mejor de los casos estas formulaciones nos hacen tomar concien­ cia de la coherencia y el orden allí donde, sin ellas, reinarían la incoherencia y el desorden. En la práctica, el psicoanalista no está en condicio­ nes, aunque tenga cualidades para ello, de llegar a una creación artística, a menos que pensemos que la aptitud para expresarse en la conversación puede ser sublimada hasta alcanzar la forma de un arte menor

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y efímero. Sin embargo, puede ofrecer una interpre­ tación, y el paciente experimenta la realización a la que aquélla trató de aproximarse. En lo que atañe a la comunicación psicoanalítica, el lector no disfruta de la misma ventaja del paciente. Depende de una transformación verbal de la experiencia psicoanalítica, que ha sido formulada por la misma persona que ha hecho la interpretación, en los términos que ella decide emplear. No hay nada nuevo en la crítica de falta de objeti­ vidad que se dirige al psicoanálisis, y no voy a perder tiempo refiriéndome a ella. Deseo considerar algunas de las deficiencias que se subsume bajo este rubro, y especialmente cuál se supone que es la diferencia entre los párrafos penúltimo y último en 20. En mi opinión, el presunto relato de lo que ocurrió es simplemente una no muy buena formulación de categoría G3. Es decir que para trasmitir al lector una impresión de la experiencia psicoanalítica (que en realidad no es algo que pueda ser visto, olido ni oído, pues uno no está escuchando lo que el paciente cree estar diciendo), se da una descripción ,en términos de lo que puede ser experimentado sensorialmente. No puede causar asom­ bro pues que las interpretaciones psicoanalíticas des­ pierten escepticismo. Aunque nadie duda de la realidad de la ansiedad, por ejemplo, no es posible aprehenderla sensorialmente. En la práctica psicoanalítica no nos interesan las ma­ nifestaciones más bastas, ni siquiera de la ansiedad; dos psicoanalistas podrían disentir respecto de un pa­ ciente que expresa intensa hostilidad hacia el analista. Uno de ellos podría súponer que lo impulsa la ansie­ dad, y el otro que está manifestando un temor perse­ cutorio. Cuanto más experto y sensitivo es el psico­ analista más capaz es de experimentar los fenómenos

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no sensoriables que tienen lugar ante él. Por consi­ guiente, el psicoanalista tendría que ser capaz de co­ municar algo que es en realidad inefable. Tendría que haber una significativa diferencia entre la formu­ lación de lo que se sostiene que ha sucedido y la for­ mulación que pretende ser una interpretación. ¿Cuál es esa importante diferencia? ¿Cuál es la diferencia significativa que existe entre lo que fue expresado en la sesión psicoanalítica y la interpretación que da de ello el psicoanalista? Los debates psicoanalíticos consisten a menudo de comparaciones de lo que el paciente ha dicho con las interpretaciones que han sido, o podrían haber sido, dadas. Aparte de la objeción de que la comunicación psicoanalítica contiene dos versiones de la misma ob­ servación, el examen demuestra la futilidad de com­ parar asociación con interpretación. Las asociaciones son innumerables, y también lo son las interpretacio­ nes; es ocioso, por tanto, tratar de cotejar unas con otras. Más aún dado que el relato de las asociaciones del paciente es una transformación, y la transforma­ ción introduce una deformación que no puede ser co­ rregida. La deformación debida a la personalidad del psicoanalista no se produce de manera constante en la asociación que refiere y la interpretación que ofrece de la misma. A veces el estudiante menciona una interpretación que no le dijo al paciente casi nada más que lo que ya había dicho la asociación. En tales casos los psicoanalistas consideran que la interpretación es deficiente. Hay ocasiones en que la interpretación es casi literalmente idéntica a la asociación, pero como el psicoanalista confirma con su autoridad lo expresado por el paciente esa interpretación produce un cambio importante. Está claro, por tanto, que no es posible

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p relación, pero es posible en cambio aprender algo comparando el carácter de la interpretación con el carácter de la asociación. En 22 se relata parte de un sueño. Hay dos pala­ bras, “furor” y “aterrorizado” que, si suponemos qije se las ha empleado correctamente, representan y co­ munican una realidad psíquica. El contexto en el cual se las utiliza es una transformación verbal de una ima­ gen visual. Ese contexto y los términos “furor” y “aterrorizado” suscitan en mí una intensa impresión, aún en la actualidad, cuando no puedo recordar con certeza la ocasión a la que se hace referencia. A este respecto se trata de algo diferente de la interpretación mencionada, que no causa efecto alguno; no me cabe duda de que ella representa lo que dije en esa oportu­ nidad. Su ineficacia no puede sorprender, pues se formula la interpretación en términos de la categoría F6. O sea que la formulación es compleja y se propone ser un equivalente mental de la acción. Se la concibe como una acción psicoanalítica. Como el conjunto de las categorías F, G y H, tiende a reducirse a una ma­ nipulación de términos técnicos carente de sentido. Este es precisamente el peligro que puede preverse en el caso de todas las formulaciones complejas. Lo ex­ presa el relato presentado en 31 ; las interpretaciones dejan la sensación de ser manipulaciones verbales ca­ rentes de significado. Carecen de permanencia, no son perdurables; a este respecto difieren de las expresiones estéticas. Este problema no se suscita en el momento de la interpretación, pues el psicoanalista y el paciente pue­ den compararla con los hechos que ella intenta inter­ pretar. El lector no puede hacer otro tanto, y ninguna descripción, por apta que sea, y ninguna interpreta­ ción, por oportuna que sea, pueden compensar la igno-

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rancia del lector respecto de los hechos con los que tienen relación. Si se intuye correctamente la situación psicoanalítica — prefiero el término “ intuir” a “ observar” , “ escu­ char” o “ ver” , pues no entraña una penumbra de aso­ ciación sensorial—• el psicoanalista puede comprobar que el idioma corriente hablado es sorprendentemente adecuado para la formulación de su interpretación. Por otro lado, la situación emotiva permite que la in­ terpretación le resulte comprensible al paciente, si bien la presencia de resistencias imponen modificar esta afirmación para que no parezca demasiado optimista. Como resultado, las interpretaciones que, al ser leí­ das, no dan la impresión de ser útiles, suelen ser en realidad eficaces. Dado que es importante comprender el proceso del desarrollo psicoanalítico, el hecho de que no se logre comunicar la experiencia no sensorial en la que se basa la interpretación es una deficiencia de la práctica psicoanalítica en su fase actual de desa­ rrollo. Sospecho que también contribuye a atizar la controversia, más bien fútil, acerca de las teorías psicoanalíticas; el debate debería aclarar qué teoría ha sido aplicada a qué realización psicoanalítica. Pero no lo hace, pues nadie ha descubierto un método que haga posible la comunicación de esta relación decisiva entre la interpretación y la realización. Ni siquiera en el caso de 15 pude presentar con claridad esa rela­ ción; mucho menos aún en 23-24. En 26 se habla de una considerable movilidad psico­ analítica. El paciente es capaz de pasar de un estado psíquico a otro con cierta libertad. No recuerdo ahora que él se haya sentido “ mejor” o haya empleado tér­ minos que sugirieran alguna noción de “ cura” o “ en­ fermedad” . Esto concordaba con su actitud pesimista y escéptica, pero no daba la impresión de que la de­

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presión jugara un papel fundamental. En ningún momento pareció preocuparse seriamente por sí mis­ mo en calidad de paciente que necesita curarse, ni siquiera cuando hablaba de los estudiantes que había enviado a ver especialistas. Fue el primer paciente que me hizo preguntarme si la idea de curación no introduce un criterio poco pertinente en el psicoaná­ lisis. Volveré sobre esto 4. Por el momento llamaré la atención hacia el contraste entre la movilidad psi­ coanalítica y la rigidez moral que se observa al co­ mienzo de 27. Más adelante agregaré algo sobre el punto. Al final de 29 y al comienzo de 30, me refiero al problema suscitado por una creciente intuición. No sabía entonces hasta qué punto es común esta expe­ riencia. En el trabajo sobre la diferenciación entre las personalidades psicóticas y no psicóticas (pág. 6 4 ), hay un ejemplo de la profundización de una intuición y del peligro que' representa para el desarrollo del indi­ viduo. El tema está tratado con mayor amplitud en “ Cambio catastrófico” B, donde explico que forma par­ te de una difundida configuración. Dejaré el tópico para referirme al uso de términos com o “ difundida” , “ superficial” , empleados en el segundo párrafo de 31, y otros tomados de las realizaciones del espacio físico. El modelo freudiano de la psiquis, ilustrado por un diagrama, está basado en una realización del espacio fisico; la representación lineal contribuye a reforzar una impresión que hasta ahora no parece haber creado difi­ cultades. Ha facilitado la comprensión y los descubri­ mientos; pero tales modelos son inadecuados para la investigación de pacientes cuya orientación en el es4 Véase págs. 205-6. 5 Scientific Bulletin of the British Psycho-Analytical Soriety, n° 5, 1966.

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pació y el tiempo es defectuosa. Para comprendei estas deficiencias, hay que emplear en su investigación un modelo más aproximado a la realización que el modelo usado por el paciente. Si un paciente se con­ duce como si no tuviera conciencia del paso del tiem­ po, y el analista considera a este paso del tiempo y a la no percepción del mismo como algo importante, necesita averiguar cómo se ha producido la diferencia de actitud. ¿De qué se ha percatado el analista y cómo llega a percatarse de ello? ¿“Pasa” el “tiempo”? Si no sucede esto, es absurdo esperar que el paciente se de cuenta de ese “pasaje”. La mayoría de la gente acepta la existencia de una realización que estaría ade­ cuadamente representada por la formulación “el tiem­ po pasa” pero el paciente psicótico suele no tener con­ ciencia de aquélla y no se conduce como si la formu­ lación mencionada representara una réalización impor­ tante. ¿ Aceptaría ese paciente el significado de la rea­ lización si se la representara mediante una formula­ ción que se le aproximara más? La proposición “el tiempo pasa” consiste de palabras derivadas de la ex­ periencia sensorial, y es una formulación verbal que pertenece a la categoría C. Dicho brevemente, para comprender en qué forma el paciente se aparta de lo “normal” es necesario tener una idea de lo “normal” que no sea ella misma una desviación de ese concepto. Los psicoanalistas hablan con frecuencia de las fases “inicial” y “última” de la vida mental. Calificar a episodios del análisis de reactivaciones, reminiscencias, o experiencias del pecho, implica la conciencia de una dimensión temporal y sugiere que algún elemento obs­ tructor tiene una historia. A veces se expresa esto hablando de un “lugar” en el tiempo o de un “lugar” en el espacio, de algo “superficial” o “profundo”.. He aceptado esta convención, pero se suscita unjrroblema

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cuando el psicoanalista tiene motivos para cuestionar la utilidad de una interpretación basada en la acep­ tación de esa convención, cosa que a mí me ha suce­ dido. El problema se hace aun más complejo cuando se_ nos revela, en el caso de ciertos pacientes, que las mediciones del tiempo y del espacio se fundan en la realidad psíquica y no en el tiempo o el espacio físicos; ambas mediciones sólo le resultan posibles al paciente capaz de tolerar la frustración, pues ambas provienen de estimaciones de la frustración. Si un paciente no puede tolerar la frustración, impide el desarrollo de cualquier aparato que sirva para medirla. Por consiguiente, si se halla a tantos años, o tantos minutos, de su objetivo, aniquila el espacio o el tiempo que mide esa frustración. Se ve así trabado el desarro­ llo jde usos más elaborados de esta capacidad, tales como la medición del tiempo o el espacio. Se origina una situación en la que el paciente se múestrajreacio a admitir una conciencia de la distancia o del tiempo. Por lo común esto no tiene importancia, pigro cuando comencé a considerar la naturaleza del recuerdo y del deseo caí en la cuenta de que eran el “pasado” y el “futuro” del mismo impulso. Esto me hizo percatar dé la necesidad de revisar las nociones imperantes en un área demasiado amplia para la comodidad mental del psicoanalista. A este respecto, tiene una experien­ cia paralela a la del paciente (véase 32). El progreso en psicoanálisis es inseparable de la ne­ cesidad de tolerar los concomitantes penosos del cre­ cimiento psíquico; entre ellos no es el más leve la inmediata revelación de nuevos problemas que requie­ ren solución. La importancia de esto se hará evidente con el paso del tiempo; ni siquiera los psicoanalistas parecen tener conciencia de que su universo es.por naturaleza expansivo, en parte porque es difícil per-

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cibir el movimiento cuando el participante está absor­ bido por los detalles, y en parte porque no es posible comprender las implicaciones del psicoanálisis en esta fase temprana de su desarrollo. Si la experiencia co­ rrobora mis hipótesis en este sentido, las dificultades del paciente, sugeridas en 32, son importantes tanto para el analizando como para el analista cuando se registra un crecimiento. Desde el punto de vista del psicoanalista, el problema requiere solución no sólo por parte del paciente sino también por parte de él mismo, como aspecto de su propio desarrollo. El ana­ lista puede desarrollarse junto con su paciente o inde­ pendientemente de él, o bien puede no desarrollarse en modo alguno. En este último caso el futuro de su práctica y su futuro personal no tienen relación con el psicoanálisis, aunque pueden tener interés para la sociología de la práctica psicoanalítica. Ilustran el problema psicoanalítico las dificultades que suscita la reedición del trabajo “Notas sobre la teoría de la esqui­ zofrenia”. Según pienso ahora, la descripción allí ofre­ cida es una buena representación de las realizaciones clínicas que pretende exponer. Representa correcta­ mente la experiencia de la que ellas provienen; señala adecuadamente recurrencias futuras. En términos de las categorías de la tabla 6 (que todavía no había ela­ borado en esa época), se trata de elementos G3 que tratan de representar realizaciones psicoanalíticas, de proposiciones C1 que definen experiencias del psico­ analista, y de formulaciones D4 que indican contin­ gencias futuras. Sin embargo, la ulterior experiencia psicoanalítica hace inevitable la insatisfacción con ese trabajo. Así debe suceder en toda experiencia que entraña un crecimiento; la experiencia valiosa llega a 6 Véase los artículos finales.

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ser obsoleta. El problema está en decidir si una expe­ riencia esclarecedora para el psicoanalista puede ser comunicada a otro psicoanalista, y en caso afirmativo, si esa comunicación vale la pena; a esta cuestión no es posible dar otra respuesta que la que se obtiene al hacer el intento. Lamentablemente, es tal el tiempo requerido para efectuar la comunicación, para acumu­ lar experiencias que parezcan dignas de comunicarse, y para recibir comunicaciones de otros, que surgen serias dudas acerca del valor de la empresa. Tampoco se puede confiar en las críticas adversas, pues el carác­ ter inefable del psicoanálisis hace improbable que la titulada crítica imparcial tenga valor alguno, aparte del de servir como índice del clima de opinión en el que se desempeña el psicoanalista. Podemos resumir esto diciendo que la tarea del psicoanalista es un tra­ bajo solitario, que el único compañero que tiene es su paciente, y que este, por definición, no es confiable. Sin embargo el paciente viene a analizarse, y eso es algo que nadie lo obliga a hacer. En consecuencia hay motivo para suponer la existencia de un impulso a cooperar hasta en el paciente más hostil. Por con­ siguiente es importante saber como valorar este im­ pulso. Se pone de manifiesto el carácter del problema cuando el paciente muestra tendencias suicidas, o cuando se siente impulsado a hacer todo el daño que sea posible al psicoanalista, a sí mismo o a quienes se preocupan por él. El tiempo, el dinero y el esfuerzo requeridos por el psicoanálisis lo convierten en un arma eficaz para el paciente que se propone hacer daño. Si el analizando abriga esas intenciones, es evi­ dente que el psicoanalista debe saber claramente cuá­ les son sus finalidades en cuanto tal. El deseo de ayudar al paciente es inadecuado; éste lo capta rápi­ damente y lo incluye en su sistema de ataque. Si el

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psicoanalista ha formulado cualquier otra meta, la si­ tuación no es mejor; el paciente puede advertirla y destruirla. En 35 utilicé términos comúnmente acep­ tados para formular un diagnóstico (F1 según las ca­ tegorías de la tabla). Tienen un valor retrospectivo y probablemente tienen un sentido para el lector. El problema del pensamiento y el lenguaje esquizofréni­ cos implica el problema del lenguaje que emplea el analista para hablar de ellos. Ninguno de los términos usados en 35 representa la condición psíquica del pa­ ciente destructivo que quiero describir. No obstante la descripción es una representación a la que se apro­ ximan algunas experiencias psicoanalíticas. ¿ Qué debo pensar entonces cuando encuentro esos términos em­ pleados por otros, o, como en este caso, por mí mismo? Volviendo a considerar el problema, podría ser que todos los pacientes toxicómanos, esquizofrénicos y ob­ sesivos sean sospechosos en cuanto sus impulsos des­ tructivos se aproximan en grados diversos al extremo que yo he descripto. Una sugestión más útil es la de que el psicoanalista considere los términos empleados en 35, y otros similares, como indicadores de conjun­ ciones constantes, tocándole al psicoanálisis determinar qué son los elementos constantemente asociados. En el caso postulado lo importante para el psicoanalista no es la naturaleza de esos elementos sino su intensi­ dad. Esto es cierto cuando se trata de la envidia, el odio, el sexo y el amor. En la práctica psicoanalítica los términos usados en 34 son casi inútiles, y yo los utilizaría actualmente con circunspección. Los pacien­ tes en quienes se presentan las dificultades descriptas tienen importancia por el grado de actividad de los deseos destructivos. Si el psicoanalista pudiera evaluar ese “grado”, eso sería tan importante como su capa­ cidad de estimar la cualidad. No obstante, las realiza­

191 ciones psicoanalíticas no son de tal naturaleza que sea posible emplear términos como los de cualidad y can­ tidad sin considerar su trasfondo sensorial. La medi­ ción de la frustración, a la que me referiré en un pró­ ximo libro, puede ofrecer un enfoque para la solución de este problema. Los modelos que se ve obligado a usar el psicoanalista en la fase actual del desarrollo del psicoanálisis aumentan la dificultad de estimar la can­ tidad. Un modelo no es del mismo' tamaño que la realización; su valor proviene en parte de ese mismo hecho. Desde el punto de vista de la comunicación es útil referirse a la avidez por el “pecho” que muestra un paciente. Pero es posible que el problema del pa­ ciente derive no de su avidez por el “pecho” sino por su anhelo de lo que él considera que el mundo puede ofrecerle. Esta alteración de la escala que va de “pe­ cho” a “mundo” puede ser un rasgo inadvertido pero importante de la comunicación tal como la recibe el paciente, aunque su importancia sea menor para el psicoanalista que la efectúa. La reducción de la escala puede hacer que el modelo sea esclarecedor en todo respecto, excepto en cuanto medida de la cantidad. No propongo ninguna alteración de mis formulacio­ nes en_3ó y 37 . Actualmente no se satisfacen, pero cualquier cambio que ahora introdujera carecería de base en una experiencia actual. Aquellas serán más útiles si el lector las considera como formulaciones verbales de elementos de la categoría C. Para mí no son informes sobre lo que sucedió. Son representa­ ciones verbales de imágenes visuales que describen un estado afectivo del autor en el momento de redactarlas. En cuando estímulos para el pensamiento del lector, pueden resultarles útiles a ciertos tipos de lectores; por tal la razón vuelvo a publicarlas. No deseo restar im­ portancia a formulaciones que, en su oportunidad, loVOLVIENDO A PENSAR

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graron representar experiencias que contribuyeron al desarrollo del paciente y al mío propio. Si tuvieron tal virtud en aquella época, tal vez la tengan todavía. El último párrafo de 38 es una formulación que representa una realización recurrente. Junto con 39 contienen elementos de una configuración que es co­ mún en la esfera mental de grupos e individuos. La recurrencia de la configuración, aunque asociada en cada caso co n , teorías psicoanalíticas conocidas, nos hace pensar que seguramente existe un grupo subya­ cente al que pertenecen todas las configuraciones y teorías asociadas con ellas. El caso citado es un ejem­ plo de una relación, que luego he tratado más am­ pliamente 7, entre recipiente y contenido, denotada por los signos 9 5 . El modelo sexual implicado dirige la atención del observador hacia una pauta constante­ mente recurrente; se indica la diversidad de los ele­ mentos que entran en su composición al señalar su presencia “ en un grupo” , “en una persona” , “en el análisis” , en el “ acting ouí” , “en una proposición, pa­ labra o expresión” etc. Se ha objetado que, por ejem­ plo, acting out es sólo una peculiaridad verbal de la traducción inglesa. Pero yo no me estoy refiriendo a expresiones verbales sino a una configuración que pue­ de presentarse en una formulación verbal o en una realización, en una imagen visual o en una experiencia emotiva, en un idiojna sí y en otro no; en la conciencia de un paciente, pero no en la de otro; que a veces es consciente y otras veces no; que a veces aparece en el pensamiento y otras en la acción; lo importante es que la configuración sea reconocida cada vez que se presenta. Cuando experiencias emotivas revelan esa pauta, la misma puede tener una significación pecu­ 7 Véase “ Cambio catastrófico” , pág. 185.

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liar, pero por el momento quiero destacar solamente la importancia de reconocer la configuración en cual­ quier forma en que aparezca. Se supone que estas pa­ labras que escribo “contienen” un significado. La ex­ presión verbal puede ser tan formalizada, tan rígida, puede estar tan cargada de ideas anteriores, que se pierda el sentido de la idea que quiero expresar. Por otro lado, el significado que deseo expresar puede te­ ner tal fuerza y tal vitalidad, en relación con la for­ mulación verbal en la que intento incluirlo, que des­ truye a este portador verbal. El resultado en este caso no es una comunicación compacta sino una incoheren­ cia. O bien, para tomar otro ejemplo, un grupo o una sociedad en disolución, o un dirigente fracasado. El mismo psicoanálisis ofrece un notable ejemplo de una fuerza semejante, de una idea o un individuo en ten­ sión con su continente, sea éste una formulación ver­ bal o una sociedad. El conjunto de 39, que como he sugerido conviene considerar como perteneciente a la categoría C, pre­ senta un problema de interés para el futuro del psico­ análisis. He considerado a los elementos de la categoría C como el material del que deriva el uso científico de los modelos. Una ventaja del modelo es que no cons­ triñe al psicoanalista con la rigidez formal de una teoría, sino que le ofrece un instrumento que puede dejar de lado una vez que ha servido a sus fines. Esto puede suceder en seguida, o bien después de un tiempo considerable, después de muchas demostraciones de la utilidad del modelo. Se comprende fácilmente el valor que tiene el uso de modelos en las ciencias físicas, pues el material que hay que elaborar es de carácter senso­ rial, o por lo menos no está muy alejado de lo senso­ rial. El componente sensorial, que por definición es un aspecto de los elementos de la categoría C, al que

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tales elementos le deben su valor expositivo, es preci­ samente el rasgo que expone a malas interpretaciones al modelo psicoanalítico. El modelo psicoanalítico re­ produce un aspecto de la experiencia original, cuya realización es objeto de la comunicación en un nuevo medio. Debe mostrar las invariantes del nuevo medio que se supone han sido captados por la realización. Pero la realización psicoanalítica no es discernida por ninguno de los sentidos físicos que conoce el biólogo. En el capítulo 7 de la Interpretación de los sueños Freud habla de la conciencia como órgano sensorial de la realidad psíquica. No se necesita ser psicoana­ lista para comprender la realización que se aproxima al término “ansiedad” . La ansiedad no tiene olor, for­ ma, color ni ningún otro atributo sensorial. Lo mismo se aplica a toda realización psicoanalítica. Las cosas de las que tratamos son indudablemente reales, pero hay que describirlas en términos que por su misma naturaleza ocasionan una deformación. Los temas tratados en 39 requieren un modelo. No existe un modelo psicoanalítico satisfactorio; la mejor aproximación a las funciones de un modelo la ofrece el paciente cuando habla del orificio, de la cavidad que queda en la piel cuando se elimina un punto negro. Este modelo no lo ayudó a resolver su proble­ ma, pues de haber sucedido eso no habría venido a psicoanalizarse. El problema del paciente no reside en las medidas terapéuticas impuestas por una afección cutánea, sino en su sensación de haber perdido una parte importante de su “frontera mental” debido a su ataque destructor contra ella. Ahora lo ataca el “agu­ jero” que es la parte de su epidermis mental que quedó luego de ser destruida por él. La proposición recién formulada, en cuanto modelo, es inferior en calidad de imagen visual expresada en términos sen­

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soriales, a lo dicho por el paciente. ¿Qué deficiencia tenía su modelo que le impidió llegar a una solución? ¿Cuál tenía el mío, que lo hizo poco plausible e im­ preciso? En la práctica es posible superar los defectos de mi modelo, pues el problema al que se hace refe­ rencia está siendo experimentado, en el momento de la discusión, tanto por el paciente como por el analista, y todo lo que se necesita es emplear palabras aptas para iluminar una experiencia a la que ambos tienen acceso, mientras ella es accesible. Pero cuando ocurre, como en el momento en que yo escribo y en el que el lector lee, que no se puede apelar a ninguna experien­ cia emotiva, y cuando el “esclarecimiento” que deseo hacer como escritor se refiere a un hecho que aún no ha tenido lugar, a una experiencia que según mi opi­ nión es probable que tenga el psicoanalista que lee lo presente, el fracaso de la comunicación es básico y no accidental. El problema que hace necesario el modelo psicoanalítico es similar al que resuelve el matemático cuando la matemática le permite tratar un problema en ausencia de los objetos. En el dominio de las cien­ cias físicas, cuando el problema original no permite la experimentación y la manipulación necesarias, se pue­ de construir un modelo que elimine los elementos obs­ tructivos y al mismo tiempo conserve sin alteración los rasgos esenciales del problema. En lo que atañe al problema vislumbrado en 39, se necesita un modelo porque las “realizaciones originales” están ausentes, una de ellas porque tuvo lugar en circunstancias ya inexistentes, y en la medida en que de algún modo está presente, lo está sólo en la memoria; la otra, por­ que todavía no ha tenido lugar, y en la medida en que está presente lo está sólo en la fantasía. Por consi­ guiente, ambos “originales” son inaccesibles para la investigación directa. ¿Existe alguna clase de modelo

W . R. BION 196 que le ofrezca al psicoanalista lo que los modelos le ofrecen al físico? Si dispusiéramos de algo así podría ocupar el lugar de la formulación de 39. Creo que eliminaría las malas interpretaciones que suscita esa formulación, que en su forma actual es un conglome­ rado de formulaciones de diversas clases, imágenes vi­ suales, teorías, y proposiciones que pretenden ser re­ presentaciones de hechos. Aun reconociendo que un escritor más capaz podría corregir algunos de estos errores, no creo que el problema resida en las aptitu­ des literarias. Se necesita una formulación en la que todo psicoanalista vea expuestas las constantes de un hecho que es inconsciente porque la memoria lo ha oscurecido, aunque ha sucedido, y de un hecho que es manifiesto porque lo revela el deseo, aunque no ha tenido lugar. La memoria y el deseo pueden ser con­ siderados como “sentidos” pasado y futuro (análogos al concepto matemático de “sentido”, y aplicables in­ diferentemente al tiempo y al espacio) de la misma “cosa”. Empleando el término sentido de esta manera una de recuerdo, refiriéndose la primera a un acon­ tecimiento que ha tenido lugar y la segunda a un suceso que no ha tenido lugar, y que por tanto no sería habitualmente descripto como algo “recordado”. Un paciente del que dijéramos, en inglés corriente, que “recuerda” algo que no ha sucedido se asemejaría a un paciente de quien dijéramos que está “alucinado”. A la inversa, consideraríamos que el paciente que no

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por su carácter concreto, y por tanto, por ser inade­ cuados para representar la realización. En términos religiosos, esta experiencia parecería estar representada por afirmaciones de que el individuo o el pueblo des­ carriado se dejó seducir por imágenes grabadas, ídolos, esculturas religiosas, o bien, en el psicoanálisis, por el analista idealizado. Habría que ofrecer interpretacio­ nes basadas en el reconocimiento del deseo, pero no habría que hacerlas derivar del reconocimiento del recuerdo. La necesidad de esa apreciación y esa in­ terpretación tiene consecuencias de largo alcance. Ex­ tendería la teoría psicoanalítica hasta abarcar las vi­ siones de los místicos, desde el Bhagavad Gita hasta el presente. El psicoanalista acepta la realidad de la reverencia y la veneración, la posibilidad de una per­ turbación en el individuo que hace imposible la expia­ ción, y, por tanto, la reverencia y la veneración. El postulado central es que la reconciliación con la reali­ dad última, u O, como la he llamado para evitar la complicación con una asociación existente, es esencial para el desarrollo mental armonioso. Por consiguiente, la interpretación involucra la elucidación de los datos relativos a esa expiación, y no sólo de los datos acerca de la persistente influencia de una relación inmadura con el padre. La introducción de “sentido” y “direc­ ción” implica ampliar la teoría psicoanalítica actual. Una perturbación de la capacidad de expiación está asociada con actitudes megalómanas. El paciente del que se habla en 39 tenía una actitud hacia los aguje­ ros persecutorios que en última instancia manifestaba rasgos que hallamos en la actitud religiosa hacia los ídolos. El psicoanalista debe comparar la actitud re­ velada en la experiencia psicoanalítica con la actitud hacia el padre, o hacia el psicoanalista, o hacia el Dios que el paciente está dispuesto a venerar. En suma, el

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individuo tiene, y conserva, lo que las personas reli­ giosas llaman una fe en Dios, por mucho que lo niegue y que pretenda haberse emancipado. La relación final es permanente, aunque su expresión esté sujeta a cons­ tantes reformulaciones. Cuando no se reconoce este hecho es imposible una visión equilibrada del indivi­ duo y el grupo, y esta deficiencia es la base de la supo­ sición de que existe una “reacción terapéutica nega­ tiva”. Me referiré a su influencia sobre la visión que tiene el paciente de la insania. En 40 el paciente manifiesta ansiedad y hostilidad respecto de lo que él llama esquizofrenia, y de su ca­ pacidad de percatarse de ella. El paciente psicótico es presa de intensas emociones, y puede suscitarlas en los demás; así parece, por lo menos, hasta que se examina más atentamente la situación. El psicoanálisis de un paciente de ese tipo revela pronto una “situación” compleja, más bien que un paciente complejo. Hay un campo de fuerza emotiva en el que los individuos parecen perder sus fronteras en cuanto tales y se con­ vierten en “áreas” en torno y a través de las cuales juegan las emociones libremente. El psicoanalista y el paciente no pueden evadirse del campo emotivo. El psicoanalista debe ser capaz de un mayor desapego que otras personas, porque siendo psicoanalista no puede disociarse del estado psíquico que se supone debe ana­ lizar. El paciente no puede disociarse del estado psí­ quico que necesita hacer analizar. Ese estado psíquico es más fácil de comprender si se lo considera como el estado psíquico de un grupo más bien que el de un individuo, pero trascendiendo los límites que habitual­ mente atribuimos a los grupos y los individuos. El psicoanalista que emprende el análisis de un es­ quizofrénico pasa por una experiencia para la que debe improvisar y adaptar el aparato mental necesario.

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En su relación con el paciente goza de una gran ven­ taja. que está ausente de la relación con sus colegas y otras personas extrañas a la experiencia; el paciente podrá acceder a esta experiencia con su intuición si le permite al psicoanalista que dirija su atención hacia ella. Quienes no intervienen en el psicoanálisis no ob­ tendrán provecho de las formulaciones del psicoana­ lista, pues éstas dependen de la presencia de las expe­ riencias que son expresadas. Su situación es análoga a la de la persona que carece de los conocimientos matemáticos necesarios para manipular objetos ausen­ tes. Frente al problema se ve en la misma posición que aquél que tiene que experimentar con el objeto original sin la ayuda de un modelo manejable. No hay ningún hermano con quien elaborar los problemas de la relación con el padre. O bien, como diría el hombre religioso, no hay nadie que pueda interceder ante Dios por el individuo. La carencia de una contraparte del modelo, la directa manipulación del original, priva al psicoanalista de una de las herramientas necesarias para su tarea y contribuye a la situación de perpetuo acting-out. Esto último demuestra que el psicoanalista no trata con modelos (verbales u otros) de su proble* rna sino con el mismo original, y no puede conducirse como si manipulara modelos. Por tanto, el psicoaná­ lisis de la personalidad psicótica posee una cualidad que lo hace muy diferente del análisis de la persona­ lidad no psicótica. Correspondientemente, la relación con la realidad exterior sufre una transformación pa­ ralela a la relación con la realidad psíquica en ausen­ cia de un modelo que sirva de intermediario (o que “interceda”). No hay ninguna “personalidad” inter­ puesta entre el psicoanalista y el “inconsciente”. Para resumir: sin la ayuda de un modelo los “ori­ ginales” escapan a la investigación. El hecho de que

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no se disponga del original hace esencial que el modelo tenga de algún modo en cuenta esa situación como parte del problema a resolver, un problema del pro­ blema, por decirlo así, y como un elemento que debe hallarse reflejado en el modelo. Antes de cerrar la exposición sobre “sentido” y “di­ rección”, debo mencionar un rasgo matemático de las primeras fases de la solución del problema. El indivi­ duo siente que el problema es amplio, complicado, o de algún modo superior a sus fuerzas. El modelo es un intento para hacerlo accesible. Cuando el individuo se enfrenta con algo que, comparado con él mismo, es un número o cantidad infinito, designa el conjunto innumerable con el nombre “tres” tan pronto como tiene una noción de la “triplicidad”. El “número infi­ nito” es ahora finito. Se ha formado la noción de “triplicidad” y lo que era infinitud es ahora tres. Infi­ nitud (o “tres”) es el nombre de un estado psíquico y se extiende a lo que estimula ese estado. Lo mismo se aplica a “tres”. Se convierte en un nombre para designar aquello que estimula la sensación de “tripli­ cidad”. “Tres” e “infinitud” son por tanto casos de una forma peculiar de modelo. Se los puede consi­ derar como representaciones de un estado psíquico, como “padre” ; o bien, como “padre”, se los puede considerar asociados a un estado mental ineludible, peculiar del ser humano, o manifestaciones del mismo. Desde cierto punto de vista, “tres” es una conjunción constante “ganada a la oscuridad y al infinito sin for­ mas”. Es un signo de que la precisión ha reemplazado a la imprecisión. ¿En qué sentido es preciso “tres” e impreciso el término “infinitud”? No matemática­ mente, por cierto, pues el matemático se esfuerza por elaborar una notación que, por inexacta que sea su íundamentación genética, cumpla la función, trasla-

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dada a un nuevo campo, de expresar universalmente el mismo significado. En el psicoanálisis la precisión se ve limitada por el hecho de que la comunicación es de esa especie primitiva que requiere la presencia del objeto. Términos tales como “excesivo”, “cientos de veces”, “culpa” y “siempre” tienen sentido siempre que el objeto de que se habla esté presente. No está presente en un debate entre psicoanalistas; en este caso el intercambio entre los analistas tenderá a consistir en una jerga, o sea en una manipulación arbitraria de términos psicológicos. Aun cuando no suceda eso, las apariencias lo hacen pensar. La crítica que suele ha­ cerse al psicoanálisis de que no es matemático y no puede por tanto ser científico está basada en una erró­ nea concepción del carácter del problema y del tipo de matemática empleado. El tema del que trata el psi­ coanálisis no permite el empleo de ninguna forma de comunicación que pretenda satisfacer las exigencias del problema en ausencia del mismo. Ni siquiera es posible emplear modelos que ofrezcan un sustituto adecuado del original del problema. Esto ha inducido a error hasta a críticos benévolos, porque el lenguaje que usa el psicoanálisis a menudo se asemeja a la con­ versación ordinaria. Y proposiciones de la conversa­ ción corriente parecen decir exactamente lo mismo que los enunciados de los psicoanalistas, y a menudo mejor. En un debate sobre psicoanálisis trasmitido por la BBC le oí sugerir a un profano que Freud no había dicho nada que no sepamos ya. Si pensamos que Freud se limitó a llamar la atención hacia la existencia del sexo, esa crítica se nos presenta como una especie de verdad lunática. La realidad de la experiencia psicoanalítica pronto demuestra la falsedad de esa suposición. Una afirmación acerca de una experiencia sexual, en pre­ sencia de esta experiencia tal como se manifiesta en

203 la transferencia, tiene un sentido del que carecen las mismas palabras en un contexto diferente. Antes de pasar a considerar las diferencias entre las personalidades psicótica y no psicótica debo hacer una breve referencia a 41, donde se exponen los resultados. Me referiré al tema a menudo porque el progreso del psicoanálisis nos ha hecho alejar de la situación en la que tenían algún significado" las nociones de “trata­ miento”, “cura” y “resultados”. El psicoanálisis del psicótico ofrece una oportunidad de ver lo que significa trabajar estando insano. Hay que hacer una distinción en el uso de los términos “psicótico” e “insano” ; un paciente puede ser psicó­ tico e insano o psicótico y sano. Conviene considerar que hay una clase de progreso psicoanalítico que va de la psicosis insana a la cordura psicótica. Cuando escribí esta sección no me había percatado de la me­ dida en que no sólo el psicoanálisis sino todo el campo de la vida mental o espiritual está dominado por ideas de curación basadas en la experiencia sensorial y el principio de placer. El examen de los Evangelios si­ nópticos demostrará la medida en que el enfoque reli­ gioso de la vida mental excita las esperanzas de “cu­ ración” de emociones y experiencias “dolorosas” de una manera que sería apropiada al dolor físico, el alivio físico y las medidas terapéuticas físicas. No fue nece­ sario que San Lucas fuera médico —eso está claro en el Evangelio de San Marcos— ni que Freud se for­ mara en la medicina física, para que suscitaran expec­ tativas de curación asociadas al dolor físico. Podría­ mos resumirlo así: “Hay un dolor. Debe ser eliminado. Alguien tiene que eliminarlo de inmediato, preferible­ mente mediante la magia, la omnipotencia o la omnis­ ciencia; a falta de esto, mediante la ciencia”. Se po­ dría describir el conflicto entre las personalidades psiVOLVIENDO A PENSAR

W . R. BION 204 cótica y no psicótica como si tuviera lugar entre una parte religiosa de la personalidad y una parte cientí­ fica de ella. Los puntos de vista opuestos son igual­ mente fanáticos. También se asemejan en cuanto pa­ recen reproducir una lucha entre personas; el triunfo equivalente a una aniquilación de la experiencia pe­ nosa o de la conciencia de ella. Correspondientemente, una conciencia más aguda de las experiencias emotivas penosas sería una condenación del enfoque científico o religioso responsable. El mismo psicoanalista puede conducirse como si sostuviera esta concepción. Ella ofrece una sencilla explicación y una justificación del costo del psicoanálisis en términos de tiempo y dinero. En su defecto, el psicoanálisis se convierte en una actividad difícil de justificar. Además, tal concepción les proporciona al psicoanalista y al paciente un “re­ cuerdo” que les da la sensación de seguridad de saber que no han emprendido ninguna actividad que sea nueva para el género humano. En un trabajo presentado a la British Psycho-Analytical Society, del cual se publicó una versión abreviada en el Boletín Científico de esa Sociedad, llamé la aten­ ción hacia la recurrencia de una configuración a la que describí como una relación entre continente y contenido ( $ S ). Una manifestación de esta relación se da en la tensión existente entre los “dirigentes es­ tablecidos” de un grupo y el miembro “místico” de ese grupo. También hallamos esa tensión en la rela­ ción entre una idea y la expresión (verbal, pictórica o artística) que pretende contenerla. El psicoanálisis mismo es una idea de ese tipo. Se manifestará esa tensión en cualquier formulación del psicoanálisis, en cualquier persona que lo practique, en cualquier grupo (una sociedad psicoanalítica, por ejemplo) que lo adopte. El abandono de la corteza protectora de las

205 ideas familiares expondrá a la persona o al grupo a la fuerza desintegradora (aunque creadora) de la idea “contenida”. Por consiguiente, se mantiene como ba­ rrera defensiva a un “recuerdo” constantemente res­ taurado. Se destaca entre esa clase de “recuerdos”, en una Sociedad psicoanalítica, la idea de cura. Es una preconcepción en K, o sea, una preconcepción (cate­ goría D) que no hace juego con una concepción, como parte de la actividad K, sino con un “recuerdo”, para convertirse en un elemento saturado (similar a un ele­ mento (3) que impedirá el crecimiento o el cambio catastrófico. El psicoanalista no debe sorprenderse al darse cuenta de que él mismo está tan poco dispuesto como su paciente, o su grupo, a abandonar el deseo o la idea de curación. Y no se efectúa esa renuncia mediante un acto de voluntad.. Hay sólo un paso del abandono de la “curación” al descubrimiento de la realidad del psicoanálisis y al poco familiar mundo de la experiencia psicoanalítica. El “deseo” de cura­ ción es precisamente un ejemplo dé deseo que el psi­ coanalista no debe abrigar, y lo mismo vale para todos los deseos. En estos trabajos el lector comprobará que si bien yo había vislumbrado esto, no me había per­ catado de la importancia del asunto. La tentación de desear la cura es intensificada por el hecho de que toda persona que se somete al psico­ análisis y obtiene buenos resultados tiene una expe­ riencia que se asemeja a la idea popular de “cura” ; se supone que queda “curada” como resultado del “tratamiento” psicoanalítico. Debemos considerar con el mismo recelo a la idea de “resultados”, pues deriva de una actitud que es común en los científicos de la naturaleza, cuya experiencia está asociada con impre­ siones sensoriales (aunque a veces disimula este hecho la intervención de aparatos). Sería irónico que los VOLVIENDO A PENSAR

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psicoanalistas adoptaran una idea que el físico está tratando de descartar. Deberíamos estar entre los pri­ meros en darnos cuenta de lo inadecuado que son los modelos en los que ocupan un lugar prominente los resultados. En 11 digo que una buena tarea queda anulada si el psicoanalista conforta al paciente; hoy no creo sea necesario para eso que el psicoanalista con­ forte al paciente, pues éste hallará confortación en la aparente semejanza del psicoanálisis con el modelo del tratamiento y la curación físicos. Una experiencia de generaciones con las enfermedades físicas y su trata­ miento ha establecido un modelo, un “recuerdo”, que opera automáticamente como barrera contra la intru­ sión de hechos perturbadores. Podemos considerar a las quejas acerca de la ineficacia del psicoanálisis como el anverso de las creencias confortadoras asocia­ das con los modelos del tratamiento y la cura. El abandono de los recuerdos y modelos derivados de la medicina física implica la experiencia de proble­ mas que el psicoanalista puede considerar ajenos a su campo o fuera de su alcance; a menudo parecen co­ rresponder a disciplinas no incluidas en su formación. La experiencia que tiene el psicoanalista respecto a los problemas filosóficos es tan real que a menudo com­ prende más claramente la necesidad de un marco filo­ sófico que el mismo filósofo profesional. La filosofía académica, en cuanto marco, y la vivencia realista de la experiencia analítica tienden a aproximarse, pero el mutuo reconocimiento no es tan frecuente ni tan fecundo como cabría esperar. Al comienzo del trabajo sobre el “Desarrollo del pen­ samiento esquizofrénico” (julio de 1955), dije que habían sido vanos los intentos de ofrecer una ilustra­ ción clínica, y que me limitaba a una descripción teó­ rica. Considero que la idea de que con ello se simpli­

ficaría la comunicación era optimista. A las Castra­ ciones clínicas las considero elementos de la ca goría C. Se asemejan a los relatos de hechos pasad . las transformaciones de imágenes visuales, los ma: 'los, pero no se las puede describir como ninguna de sas cosas porque no satisfacen exigencias psicoanalí cas. No es solución aplicar criterios “científicos”, taifa co­ mo se los entiende, pero no puedo ofrecer una solu­ ción mejor. Los psicoanalistas que no se sientan satis­ fechos con la calidad científica de su tarea deben con­ fiar en si mismos para obtener mejores niveles. La “descripción teórica” a la que creí limitarme es sólo el reemplazo por una formulación que emplea térmi­ nos de origen sensorial de otra más elaborada. Una experiencia acerca de la cual yo no tenía dudas se presenta como algo poco convincente para cualquiera que no tenga una experiencia práctica del psicoanáli­ sis. Ni siquiera podrá trasmitirse esa convicción de un psicoanalista a otro a menos que trabajen con métodos muy parecidos. Hasta ahora esto ha significado que los dos psicoanalistas comparten los mismos instrumen­ tos teóricos, y eso entraña el peligro de que el psico­ analista vea lo que quiere ver. Si dos psicoanalistas logran reducir a un mínimo la influencia del recuerdo y el deseo, reducen al mínimo el peligro de colusión y aumentan las posibilidades de compartir la misma experiencia, de “ver” los mismos mecanismos en ac­ ción. Las formulaciones empleadas en este trabajo son transformaciones verbales de intuiciones psicoanalíticas. Las formulaciones de los fenómenos de transferencia son insatisfactorias, aunque relativamente correctas. En 41 usaría ahora una formulación geométrica (ca­ tegoría H) para transformar la experiencia psicoanalítica en términos de la categoría C, o sea en una

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imagen visual. Para comunicar la experiencia en el psicoanálisis, utilizo una categoría compleja (H) de una manera primitiva (C ). En el artículo hablo de la transferencia como si se tratara de un vínculo linear, de una línea sin espesor que une al analista y el pa­ ciente. Pero actualmente pienso que ese fenómeno cambia constantemente según las tensiones del psico­ análisis, de modo que el vínculo transferencial es una línea en un momento dado, pero en otro momento se transforma en un plano. El psicoanalista, ligado por esa línea tenue y persistente, se encuentra súbitamente en contacto con una superficie o plano “monomolecular” . El paciente tiene un contacto muy preciso con el analista, y éste comprueba que sus estados de ánimo más fugaces se reflejan en la transferencia. Por ejem­ plo, si se halla irritado por el zumbido de una mosca o por algún ruido callejero, o bajo el impacto de al­ guna mala noticia acerca de un paciente o un familiar, su humor se reflejará en la transferencia. Pero tan escasa es la profundidad (o el grosor de la transferen­ cia plana) que no hay discriminación cualitativa en estos humores. Tienen el mismo valor; el zumbido de una mosca y una noticia grave e inquietante producen el mismo reflejo; el paciente observa ambas cosas, y una no tiene mayor ni menor importancia que la otra. El cambio de la transferencia puede ser representado gráficamente como el paso dé una “ línea sin espesor” a un “plano sin profundidad” . Una de las dificultades que experimentan los ana­ listas aparece cuando el psicoanalista deja languidecer la intuición que ha obtenido, permitiendo que la sus­ tituya lo que ha aprendido de las teorías y de la expe­ riencia de su psicoanalista. Este impulso surge fácil­ mente, y una vez contraído el hábito es difícil contro­ larlo; el efecto sobre la intuición del psicoanalista es

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al principio malo y luego desastroso; si los psicoana­ listas actuaran en las condiciones adecuadas para “ ver” lo que sucede, las realizaciones del psicoanálisis se impondrían por sí mismas y las diferencias de parecer entre los psicoanalistas respecto de lo que observan asumirían proporciones más modestas. El problema del reconocimiento de la deuda con obras anteriores no crea dificultades si el analista lo expulsa de su mente cuando trabaja con el paciente. Hay que comparar la hostilidad del paciente psicótico hacia el aparato mental que lo pone en contacto con la realidad, sea el suyo o el de otra persona, con su actitud respecto de la realidad psíquica. Parece tener una conciencia peculiar de esta realidad, y sen­ tirse perseguido por ella. No destacaré ningún aspecto particular del fenómeno, como los estados de confusión, pese a que son ciertamente penosos, sino el placer o dolor psíquico en su conjunto. El problema está aso­ ciado con el predominio del principio de placer-dolor, como cabría esperarlo, pero su cualidad peculiar se debe a que el principio de placer dominante tiene que operar en el campo del placer y el dolor endopsíquicos. Por consiguiente, no se dispone de la solución propia de los problemas de placer y de dolor que tienen su origen en la realidad externa. Es como si el paciente sintiera que se le requiere que enfrente la clase de problema para la cual sabemos ahora que es necesario el psicoanálisis, en un momento en que, en el mejor de los casos, podría esperarse de él que afrontara, en colaboración con su madre, el hambre física. En otras palabras, desde el comienzo de la vida el paciente siente que su mundo mental requiere atención especial. Esto es distinto de tener una dotación física, por ejemplo, una mala salud corporal, que requiere una atención especial.

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En cuanto a las restantes secciones del trabajo, 4450, es improbable que las descripciones conduzcan a errores si se las considera como formulaciones perte­ necientes a la categoría C, y el lector las utiliza como “modelos reveladores” 8. Hay que leerlas, olvidarlas, y permitir que reaparezcan, como partes de la evolu­ ción peculiar de una situación afectiva psicoanalítica particular. Los comentarios de la conclusión (50) tie­ nen relación con un vértice en el cual “curación” o “mejoría” es algo que parece tener importancia; en esa época no me percataba del problema de lós vérti­ ces, y no tenía motivos para pensar que la idea de “cura” era inadecuada. Mi trabajo siguiente muestra claramente en qué medida consideraba a este vértice como el único. Dado que excluye muchas posibilida­ des que como psicoanalista debería tener presentes, señalaré, en relación con este trabajo, algunas de las desventajas. En 51, aunque hablo de sucesos “que son analíticamente importantes”, quería decir en reali­ dad que eran importantes desde el punto de vista tera­ péutico. Considero que el hecho de que un suceso es terapéuticamente importante es menos significativo que el hecho de que sea psicoanalíticamente importantante. Es posible considerar a un suceso importante tanto desde el punto de vista terapéutico como desde el punto de vista psicoanalítico, pero a esta última noción la incluyo en una categoría distinta y más im­ portante que la correspondiente a la primera. En el mismo párrafo me refiero a mejorías, pero la “mejo­ ría” se estima de acuerdo con la opinión de alguien y según cierta norma establecida (pero no mencionada). Esa estimación es útil en cuanto intenta medir un 8 Ia n T . Ramsey, M odels and M ystery, Oxford University Press, 1964.

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cambio, aunque sea vagamente; pero en sí misma no tiene significación (y con mayor razón, no es lo único significativo) para el psicoanálisis, en el sentido en que “cura” y “mejoría” tienen una significación en el campo de la medicina física. Las apreciaciones del valor moral o social están tomadas de la religión, la moral o la política, sin tener en cuenta si es posible aplicarlas al psicoanálisis. Esto es tanto más sorpren­ dente por cuanto los criterios del paciente son mate­ rial adecuado para la investigación. No cuestiono las “mejorías” ; objeto la aceptación acrítica de la mejoría como una meta o un deseo apropiados para el psico­ analista. Como he dicho, no hay lugar para el deseo en el psicoanálisis; no hay lugar tampoco para el re­ cuerdo en cuanto está basado en deseos vinculados con actividades pasadas distintas del psicoanálisis, y es in­ separable de ellos. El deseo de ser un buen psicoana­ lista es un impedimento para ser psicoanalista. En la actualidad no iría más allá de mi última fra­ se: “las mejorías que he presenciado requieren una investigación psicoanalítica”. Y requiere algo más que eso, una norma de progreso que incluye la observación de las diferentes normas de progreso, su origen y su papel en el psicoanálisis. Pueden sorprender las escasas referencias a obras anteriores. Este es un aspecto de la tarea psicoanalí­ tica en el que mi convicción es mayor, y no menor, que otrora. El psicoanalista debe ser capaz de percibir las implicaciones de lo que dicen sus pacientes y de lo que han dicho sus predecesores en el psicoanálisis, y no la cantidad de maneras en que lo dicen. Los psi­ coanalistas han reconocido ampliamente las implica­ ciones del trabajo de Freud sobre Dos principios del suceder psíquico. Esto no quiere decir que las haya reconocido algún psicoanalista determinado. Como es

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habitual, el recuerdo ofrece un rápido sustituto, por lo menos en apariencia, para permitir el comienzo de una evolución en la mente del lector. Considero que !o que he dicho acerca de las sesiones psicoanalíticas se aplica a la experiencia de la lectura de obras psico­ analíticas. Al trabajo de Freud habría que leerlo... y “ olvidarlo” . Sólo de este modo es posible crear las condiciones que, al leerlo nuevamente, estimularán una nueva evolución. Sólo hay tiempo para hacer esto con los mejores trabajos; pero sólo los mejores trabajos son capaces de estimular una lectura defensiva (respecto del tema del trabajo) com o sustituto de la experimen­ tación del trabajo mismo, algo que en otro lugar he denominado Transformación bajo K , en contraste con la Transformación bajo O 9. Los mismos comentarios se aplican a los trabajos de Melanie Klein que he mencionado. No todos los psicoanalistas suscribirán esta opinión de que hay que tratar a los trabajos psicoanalíticos como experiencias que afectan el desarrollo del lector. No pretendo que se trate de una cuestión librada a la elección consciente del lector, de acuerdo con sus deseos, sino que ciertos libros, como algunas obras de arte, suscitan emociones poderosas y estimulan el cre­ cimiento, quiéraselo o no. Gomo todo el mundo sabe, este fue el caso de Freud. No me extenderé más sobre el asunto en este lugar, pues he abordado el tema en mi comunicación sobre el “ Cambio catastrófico” . Las obras a las que me he referido aquí representan muchas horas de ardua lec­ tura, cosa que tal vez no sea evidente al principio. Las encontré esclarecedoras, pero no han sido adecuadas; aunque mi trabajo es inadecuado no estoy en condi­ 9 W. R. Bion, Transformations.

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ciones de sugerir algo mejor de lo que ya he dicho acerca de la transferencia psicótica, y por lo tanto lo dejo tal como lo escribí. Las opiniones expuestas en 58 están más ampliamente tratadas en mi trabajo pos­ terior sobre “ Ataques al vínculo” . En 63-68 he ofrecido una descripción que pretende representar la experiencia real de una sesión. Creo que la experiencia fue excepcional. El paciente se mostró cooperativo dentro de los límites impuestos por su estado mental, y se consideraba a sí mismo, de al­ guna manera, com o una persona que está “ enferma” y que necesita “ tratamiento” . También parecía con­ siderar al psicoanálisis como si fuera un tratamiento. Di esto por sentado considerándolo razonable, pero ahora pienso que es necesario cuestionar todas las concepciones que abriga el paciente. El instrumento del psicoanalista es una actitud de duda filosófica; es de primordial importancia mantener esa “ duda” sobre la que podrá elaborarse el psicoanálisis. U n paciente que efectúa ataques contra los vínculos manifestará su desagrado por la capacidad del analista de mante­ ner una actitud de duda, y hará constantes esfuerzos para estimular los recuerdos y los deseos del analista. Las pruebas de “ mejoría” que me impresionaron no eran parte de la tarea psicoanalítica. Se comienza a tratar este tema en el final de 68, y se lo expone en 69. Cuando el paciente está tan per­ turbado como para merecer un diagnóstico jfsiquiátrico no es sorprendente que los familiares, los amigos, el mismo paciente y el psicoanalista tiendan a concor­ dar respecto del “ tratamiento” y la “ cura” . Pero el paciente más perturbado puede tener súbitas intuicio­ nes que son signos de una vida mental a la que a menudo se pierde de vista. Y personas de gran pe­ netración suelen ser calificadas de locos. En el trabajo

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sobre “Cambio catastrófico” llamé la atención sobre un caso, bien conocido en la cultura cristiana, y señalé una configuración en la que se repite constantemente este elemento. Es necesario tener en cuenta que hay una “mejoría” que puede ser una negación de cuali­ dades místicas del individuo. El error opuesto ve en una profunda perturbación mental una evidencia del genio. Dejo el trabajo para una ulterior discusión, pero reitero las razones para desconfiar de la “cura” y la “mejoría”, no porque dude de la existencia de una realización que se aproxima a esos términos, sino porque la tendencia a equiparar el psicoanálisis con el “tratamiento” y la “cura” con mejorías, es una señal de que se está limitando el psicoanálisis; se limita el desarrollo del paciente con el fin de no perturbar al grupo. Respecto de la conclusión en 70 no tengo reparos en cuanto se la puede considerar un alegato en pro de más psicoanálisis; no obstante la considero re­ dundante pues el psicoanálisis no necesita del empleo de la propaganda y los procedimientos políticos en su favor. Correspondientemente, quienes necesitan las artes del político no desearán el psicoanálisis. Cuando escribí sobre la alucinación, pensé que era importante contar con un apoyo “independiente” del diagnóstico de esquizofrenia. Me parece más signifi­ cativo que estos pacientes sean capaces de suscitar reac­ ciones similares en los miembros de los grupos a los que pertenecen. Quienes conviven más íntimamente con ellos, principalmente sus familiares, y los pacientes mismos, pretendían que había algo que andaba mal, pero que los pacientes no podían ser realmente “así” ; naturalmente, la opinión de los médicos difería de la de los familiares respecto de lo que era “eso”. No reparé en ello en esa época, pero al usar un enfoque psicoanalítico estaba presuponiendo aun otro “eso”.

215 Quería lograr apoyo para la idea de que yo sabía lo que era el paciente; de que el paciente era lo que la profesión médica pretendía que era; y yo concordaba con la profesión médica. Quería evitar que pudiera decirse que todo el mundo sabía lo que era ¿1 paciente excepto yo, y posiblemente, aunque no con seguridad, el paciente mismo. No obstante, pronto me encontré precisamente en esa posición. Como psicoanalista tenía el deber de mantener un espíritu abierto, y al mismo tiempo me hallaba bajo una constante presión, que provenía también de mí mismo, para buscar refugio en una certidumbre. Los pacientes se mostraban ansio­ sos de concordar con una interpretación, para ganar una sensación de seguridad. Dado que me opongo a dar rienda suelta al recuerdo, y el deseo, conviene señalar que la exclusión de ambos expone al psicoana­ lista a la ansiedad de constituir una minoría de uno (o de dos, cuando el paciente se une al analista) al emprender el psicoanálisis de un paciente de este tipo. Mientras no se llega a una cooperación no puede hablarse de “observar alucinaciones”. No creo que eso sea posible si el psicoanalista busca la cooperación de otra persona que no sea el paciente mismo. No mejora la posición del psicoanalista respecto de fami­ liares, amigos, colegas y otras personas capaces y de­ seosas de cooperar lo que parece ser una actitud reti­ cente y posiblemente arrogante. Pese a ello, el psico­ análisis del esquizofrénico debe efectuarse solamente con el paciente, o bien no se lo hará de ningún modo. La descripción “clínica”, 72, es pasible de las obje­ ciones ya expresadas contra esta clase de afirmaciones. La descripción está hecha en términos apropiados a una experiencia sensorial. No podía discutirse la reali­ dad psíquica de la experiencia, pero su realidad senso­ rial no la representaba. No puedo ofrecer algo mejor VOLVIENDO A PENSAR

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que la descripción que hice en ese trabajo, pese a que no podía resultar convincente para nadie que no de­ seara ser convencido, y probablemente ponía a prueba la credulidad de quien se hallara en este último caso. ¿Q ué puede hacerse al respecto? He llegado a la con­ clusión de que además de los procedimientos habitua­ les, el análisis del analista y otros, el psicoanalista debe conducir su vida mental de modo de no caer en malos hábitos mentales. Un primer paso que ayuda­ ría a evitar errores sería que los psicoanalistas traten a los que habitualmente son considerados informes de experiencias psicoanalíticas como “modelos” similares a los que utilizan los físicos. El método científico debe emplearse con cautela, teniendo en cuenta la demos­ tración que hiciera Freud de la existencia de motivos inconscientes. Es posible que la observación psicoanalítica de nuestros propios defectos disimule las debili­ dades del método científico actual, aun cuando los hombres de ciencia las reconozcan. El método cientí­ fico del psicoanálisis debe aplicarse a sus defectos de comunicación. Esta es, o bien significativa, pero ina­ propiada a una experiencia no sensorial, o bien tan “abstracta” que simula una experiencia no sensorial, pero no la representa. L a opción parece ser una ine­ xactitud pintoresca o el uso de una jerga. Puede parecer pedante examinar las descripciones que hace­ mos de las experiencias psicoanalíticais, pero no es ese el caso cuando la exposición se refiere a alucinaciones, que en lo que concierne al paciente, son experiencias sensoriales. No lo son para el analista, pues éste no escucha ni ve lo que escucha o ve el paciente aluci­ nado, pero tiene que interpretar los hechos que pre­ sencia. En 76 menciono mi incapacidad de relatar los “hechos” que me llevaron a pensar que el paciente sufría alucinaciones. Me sigue resultando difícil ofre­

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cer sugestiones para determinar en qué momento se toma conciencia de esto. Por ejemplo, un paciente puede embarcarse en una serie de alegatos hostiles. Puede tratarse de una simple expresión de hostilidad, pero puede ser también parte de un ataque de escisión contra el analista. En cierta ocasión el paciente no temía a las alucinaciones, con las que ya estaba fami­ liarizado, según dijo más tarde, sino que las utilizaba como un arma en su lucha conmigo. No considero aquí las variedades de experiencia con las que el pa­ ciente alucinado confronta al analista, pero el modo como el psicoanalista experimenta la alucinación del paciente es un buen ejemplo de lo que quiero significar con el término evolución. En determinado momento los hechos parecen presentarnos una simple exteriorización de hostilidad; repentinamente se transforman: el paciente está experimentando una alucinación. Era como si el psicoanalista a quien el paciente atacaba tuviera una “piel” que se desprendiera de él y pasara a ocupar una posición entre el analista y el paciente. (Es característico que en esta descripción yo deba ape­ lar a términos especiales que tienen más “cuerpo” del que yo desearía darles, y que considero que son formu­ laciones inexactas.) Cuanto más experiencia de los fenómenos psicóticos tiene un psicoanalista, menos du­ das tiene de su realidad. Estos fenómenos “evolucio­ nan” ; están allí y son sustituidos por una nueva “evolución” . Afortunadamente para el psicoanálisis, es posible la demostración de estos hechos entre el analista y el paciente, pero lamentablemente para la ciencia, no es posible demostrarlos en ausencia de los fenómenos. Hay un curioso paralelo con la situación del individuo que no puede resolver matemáticamente un problema de enumeración, y que tiene que apelar a la manipulación de los objetos que debe enumerar.

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En este trabajo me he referido a la función evacua­ toria de la alucinación, como si fuera su única función. Actualmente considero que tanto las alucinaciones co­ mo el “uso” que se les da cambian constantemente. El psicoanalista debe estar en condiciones de “intuir” las alucinaciones, y finalmente las leyes que gobiernan a las mismas y a sus cambios. Un sistema rígido no puede representar a una realización cambiante. La aptitud de desterrar el deseo y el recuerdo es una de las condiciones necesarias para la observación de la alucinación. Cuando tiene lugar una evolución, y cuando recriminaciones dirigidas al analista son “des­ prendidas” hacia una “piel” intermediaria, éste tiene que ser capaz de “intuirla” e interpretarla. En 71 explico que las actuales descripciones de alu­ cinaciones no tienen mucha utilidad en la práctica psicoanalítica. La descripción que he intentado puede explicar por qué pienso que los psicoanalistas deben formular sus propias descripciones. Es posible seguir las diversas fases de la transformación, desde la recri­ minación hostil contra el psicoanalista, pasando por el temor de penetrar dentro suyo, por la violencia del ataque linear (y por tanto por una confusión con él), por el ataque plano (las asociaciones amplias, difusas y no penetrantes), hasta el “desprendimiento” de la “piel”. No soy optimista acerca de las posibilidades de trasmitir claramente al lector lo que pretendo decir mediante una descripción de esta clase, pero una vez que él se halle en condiciones de experimentar la in­ tuición no tendrá duda alguna respecto de su realidad. El psicoanalista no debe permitir que se lo aparte del vértice desde el cual son “intuibles” los hechos afectivos, una vez que han evolucionado. El estudio de la alucinación está en sus comienzos. El tiempo ha confirmado la conjetura expresada al final de 82.

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En 83, en el trabajo sobre la arrogancia, repaso el mito de Edipo poniendo de manifiesto una relación entre la curiosidad, la arrogancia y la estupidez; esta relación no es fácil de demostrar en la práctica psico­ analítica. Mis dificultades fueron mayores cuando con­ fiaba en el recuerdo para establecer los vínculos, que actualmente, cuando dejo evolucionar la situación ana­ lítica y luego interpreto la “evolución”. Tanto para el psicoanalista como para el paciente es esencial que se demuestre la operación de la curiosidad misma, y no su nombre. Se ha objetado, por ejemplo, que activg out es una traducción inglesa de una frase con la que Freud quiso decir algo diferente del sentido que se le atribuye en inglés al término citado. La confusión deriva de que se piensa que la discusión se centra en la representación de una realización y no en la realización, o bien que no se refiere al término acting out sino a los fenómenos representados por ese término. Del mismo modo, no me refiero a las ocasio­ nes en las cuales los pacientes emplean la palabra “curiosidad” sino a la curiosidad misma. Hay que tener en cuenta esta distinción, pero no siempre se la hace; si se la tuviera siempre presente no se les haría con tanta frecuencia a los psicoanalistas el reproche de usar una jerigonza, y éstos no darían pie al mismo. En 88 digo que la persona en cuyo psicoanálisis se basa el estudio no se condujo en ningún momento como un psicótico; este comentario es válido si se acepta el uso psiquiátrico corriente. Melanie Klein sostuvo que era posible detectar mecanismos psicóticos en todos los pacientes, y que era necesario ponerlos de manifiesto para que el psicoanálisis fuera satisfactorio. Estoy de acuerdo con ese punto de vista: no hay pos­ tulante al psicoanálisis que no tema a los elementos psicóticos dentro de sí mismo y que no crea que podrá

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lograr una adaptación satisfactoria sin hacer psicoanalizar dichos elementos. Una de las soluciones de este problema es particularmente peligrosa para quienes imparten la instrucción. El individuo trata de resolver su temor sometiéndose a la instrucción, de modo tal que su aceptación pueda ser interpretada como una autorizada declaración de inmunidad por parte de quienes están más calificados para darla. Con la ayuda de su psicoanalista evitará el examen de su temor y terminará por ser un calificado pseudo analista. Su calificación es la capacidad de considerarse libre, gra­ cias a la identificación proyectiva (en la que no cree), de la psicosis que trata de descubrir en sus pacientes y sus colegas. Cuanto más psicosis, y hasta alucinacio­ nes, estudiamos psicoanalíticamente, más inadecuadas nos parecen las ideas establecidas; no hablaré del tema en este momento pues lo he tratado con mayor detalle en “Cambio catastrófico”. En 91 la referencia a la destrucción de un vínculo importante está basada en una cantidad de observacio­ nes, cuyo efecto acumulativo me llevó a las formula­ ciones presentadas en el trabajo sobre “Ataques al vínculo”. Las ideas allí expuestas iluminan una serie de situaciones que no tuve presentes cuando escribí el artículo. A medida que fui capaz de observar la evo­ lución de una situación psicoanalítica me vi enfren­ tado con los aspectos frustrantes del recuerdo y el de­ seo. Los pacientes estimulan ambos elementos en el analista, como medio de destruir su vínculo con ellos. Es como si el paciente fuera él mismo un psicoanalista que descubriera estos elementos y se propusiera estimu­ larlos deliberadamente para destruir el vínculo entre el psicoanalista y él mismo. La experiencia me ha convencido de la conveniencia de excluir la actividad del deseo y el recuerdo. La dificultad de lograrlo hace

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difícil definirlos con rigor y estimar la naturaleza de la profundización de la intuición asociada con tal ex­ clusión. Considero que la idea de causación, implícita en todo el trabajo, es errónea; si el analista tolera la presencia de este elemento, eso limitará su perspicacia. El “vínculo causal” sólo tiene una evidente validez en lo que atañe a hechos estrechamente asociados en el tiempo y el espacio. Heisenberg, en Physics and Philosophy (Alien & Unwin, 1958, pág. 81), demuestra claramente la índole falaz del razonamiento basado en la idea de “causas”, en términos que deberían sus­ citar la aprobación de todo psicoanalista. Siempre que el psicoanalista no se deje seducir por la búsqueda y proposición de “causas”, excepto en los términos del lenguaje corriente, el trabajo estimulará sus propias investigaciones. El descubrimiento de una “causa” está más vinculado con la paz espiritual de quien la des­ cubre que con el objeto de su indagación. Esto me lleva al problema de cómo puede salvarse la distancia que hay entre la lectura de los trabajos incluidos en este libro y la experiencia psicoanalítica. Sugiero que se lea estos trabajos del mismo modo en que debería conducirse un psicoanálisis, o sea, sin re­ cuerdo ni deseo. Y que luego se los olvide. Se los puede volver a leer; pero no hay que recordarlos. Podríamos dar este consejo con mayor tranquilidad si hubiera más certidumbre en la naturaleza de las comunicaciones, en su carácter en cuanto formula­ ciones. He intentado llegar a eso proponiendo que se considere a los denominados informes clínicos (supues­ tamente F3) pertenecientes a la categoría G3: trans­ formaciones verbales de impresiones sensoriales. No contamos todavía con ninguna categorización adecua­ da que prometa ser más útil que la opinión popular.

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Se puede comparar la situación adecuada para ex­ perimentar las intuiciones psicoanalíticas, que he seña­ lado en este comentario, con los estados que se supone proporcionan las condiciones aptas para las alucinacio­ nes. El individuo alucinado parece tener experiencias sensoriales que no tienen su paralelo en la realidad sensorial. El psicoanalista debe ser capaz de intuir una realidad psíquica que carece de imagen sensorial co­ nocida. El individuo alucinado transforma e inter­ preta la realidad presente, de la que tiene conciencia, en términos diferentes de los que emplea el psicoana­ lista. No considero que el paciente alucinado describa una realización que tiene un fondo sensorial, e igual­ mente no pienso que una interpretación psicoanalítica derive de hechos accesibles al aparato sensorial. ¿C ó ­ mo explicar entonces la diferencia que hay entre una alucinación y la interpretación de una experiencia psi­ coanalítica intuida? A veces se dice, muy a la ligera, que los psicoanalistas que analizan a pacientes psicóticos son ellos mismos psicóticos. Y o buscaría una for­ mulación que represente la diferencia entre la intui­ ción (en el sentido que yo le doy al término) de una experiencia que no tiene componentes sensibles, y una alucinación de úna realización que carece igualmente de una realización sensible. El psicoanalista tiene por lo menos la oportunidad adecuada para elaborar una respuesta; muchas personas supuestamente sanas y responsables transforman pensamientos en acciones a las que sería caritativo calificar de insanas, y que a menudo son así llamadas, caritativamente. Para estimular una ulterior reflexión llamaré la atención sobre una peculiaridad que todos conocen pero que no ha sido suficientemente considerada. Por lo común los órganos sensoriales tienen sus propios objetos sensibles. Es verdad que el ojo, sometido a una

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presión, aparentemente “ verá” una luz ( “ estrellas” , según los pugilistas). En el dominio mental, el “ órga­ no sensorial de la realidad psíquica” , para usar una expresión de Freud, no está sujeto a tal limitación. Puede apreciar, indiferentemente, todas las contrapar­ tes de todos los sentidos. Aparentemente, todas las contrapartes mentales del olfato, la visión, etc., pueden ser intuidas por el mismo aparato. El tema tiene im­ portancia práctica para el psicoanalista cuyo paciente dice “ Veo lo que usted quiere decir” cuando tiene una alucinación, por ejemplo, de sufrir una agresión sexual; lo que él quiere decir es que el sentido de lo que dijo el psicoanalista se le aparece en una forma visual, y no que ha comprendido la interpretación. Este es el tipo de problema para el que constituye una introducción el último trabajo, “ Una teoría del pen­ samiento” . El hecho de que el pensamiento y el habla juegan un papel tan importante en el psicoanálisis es tan obvie que tal vez no sea advertido. Pero no le pasa inad­ vertido al paciente que concentra sus ataques en los vínculos, y especialmente en los vínculos entre él mis­ mo y el analista; ese paciente efectúa un ataque des­ tructor contra la capacidad de hablar y de pensar tanto de él como del analista. Para comprender adecuada­ mente estos ataques el psicoanalista necesita reconocer la naturaleza de los objetivos que son atacados. El tra­ bajo citado es un intento de elucidar esta cuestión. Con mi experiencia actual destacaría más, en 98, la importancia de dudar de que sea necesario un pensa­ dor para que haya pensamientos. Para comprender adecuadamente la situación cuando se efectúan ata-, ques contra los vínculos conviene postular la existencia de pensamientos sin pensador. No puedo exponer aquí los problemas del caso, pero es necesario formularlos

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para una ulterior investigación: Existen pensamientos sin una persona que los piense. La idea de infinito es anterior a toda idea de lo finito. Lo finito es “ganado al oscuro e informe infinito”. Para formular esto más concretamente, la persona humana tiene conciencia del infinito, el “sentimiento oceánico”. Toma concien­ cia de la limitación, presumiblemente a través de la experiencia física y mental de sí misma y de la sensa­ ción de frustración. Un número infinito, una sensa­ ción de infinitud, son reemplazados, digamos, por una sensación de “triplicidad”. La sensación de que existe un número infinito de objetos es sustituida por la sen­ sación de que sólo existen tres objetos; el espacio infi­ nito se convierte en espacio finito. Los pensamientos que carecen de pensador adquieren un pensador, o son adquiridos por él. | En la práctica, he comprobado que esta formula­ ción, o alguna parecida, es una aproximación útil a las realizaciones psicoanalíticas. El paciente que sufre las que solían ser denominadas perturbaciones del pen­ samiento nos proporcionará ejemplos que muestran que toda interpretación que ofrece el psicoanalista es en realidad un pensamiento suyo. Dejará traslucir su creencia de que artículos o libros escritos por otros, incluyendo naturalmente los escritos por su psicoana­ lista, le fueron en realidad hurtados a él. Esta creencia se extiende a lo que en pacientes más comunes se pre­ senta como la situación edípica. En la medida en que el paciente admite el hecho del coito entre los padres, o del comercio verbal entre él mismo y el psicoanalista, es simplemente un montón de excrementos, el pro­ ducto de una pareja. En cuanto se considera su propio creador, ha salido del infinito. Sus cualidades huma­ nas (limitaciones) se deben a que los padres, mediante el acto sexual, lo han robado a sí mismo (equiparado

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a Dios). Las ramificaciones de esta actitud, que se percibe más claramente si el psicoanalista postula la existencia de “pensamientos sin pensador”, son tan considerables que será necesario otro libro para inten­ tar su elucidación. Por inadecuada que sea esta for­ mulación, espero que le ayude al lector a descubrir la continuación de los desarrollos que he tratado de esbozar en estos trabajos. Haría una advertencia contra la frase “datos em­ píricamente verificables” que empleo en 100. No quiero significar que la experiencia “verifique” o “convalide” algo. Esta creencia, con la que he tropezado en la literatura de la filosofía de la ciencia, está asociada a una experiencia que le permite al hombre de ciencia adquirir una sensación de seguridad que compensa y neutraliza la sensación de inseguridad consecutiva a la comprobación de que un descubrimiento revela nue­ vas perspectivas de problemas sin resolver, “pensamien­ tos” en busca de un pensador.

BIBLIOTECA: PSICOLOGIA D€ HOY BIBLIOTECA: PSICOLOGIA DE HOY

(Continuación de la página anter~jy

(Continuación d e la página 4) 51.

Marmor, Dennistton, Perloff, Pare, Hooker, Opler, Szasz, Taylo r, Fisher: Biología y sociología d© la

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terapia intensiva en la esquizofre­ nia. 9 3 . B . Karpman : I I delito y los delincuentes sexuales. 9 4 . B . Karpman: El crimen se­ xual y sus motivaciones. 9 5 . B . Karpman : Homosexualidad y exhibicionismo. Psicología, tra­

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Psicoanálisis y pririta rupia

Frieda Fromm-fieidi

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Frieda Fromm-Res

La personalidad del

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Frieda Frc — -Reid1

Psicoterapia

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clarividencia

de psicoterapia en acción. 102. G . L'. Simons: Sexo y su-

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• perstidón.

103. Ira A . Greenberg: Moreno y el psicodrama. Biografía e his­ toria. 104. Ira A . Greenberg: Funda­ mentos y normas del psicodramfa. 105. ira A . Greenberg: Técnicas del tratamiento psicodramático.

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Edgard D. Michd Edgard D .

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Edgard D.

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minio de las fuerzas gicas.

118. Edgard D . Michel nos extraordinarios de Lt cofogía.

BIBLIOTECA: PSICOLOGIA DE HOY Serie Mayor 1. T . A . H unter: El matrimonio moderno y sexualidad.

2 . J . A ra y : A b o rto coanalítico.

Estudie

Serie Fundamental 1. A . M . Fishbein: Guía médica para la mujer

BIBLIOTECA: HUMOR DE HOY 1 . D . Greénburg: Cómo ser una

6 . A . Chulak:

“ idische mame*'.

disidente.

2.

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B.

W hite y J .

Thurber:

¿Es necesario el sexo? 3 . S. Potter: La “ viveza” in­ glesa. Cómo ganar siempre sin hacer trampa. 4 . E . Kishon: Dése vuelta, seño­ ra. Lot. 5 . G. Mijkes: ¿Profeta en Israel?

7 . S. Pecar: La fesiones de un nmagrarde en rael. 8 . D. Greenburg perfecto do.

9.

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10. D. G reerbu^g: una novela erótica.

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