Bien, Mejor, !Excelente! - Esther Joos Esteban

August 12, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: Emotional Intelligence, Adolescence, Self-Improvement, Motivation, Emotions
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Descripción: Bien, Mejor, !Excelente! - Esther Joos Esteban...

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BIEN, MEJOR, ¡EXCELENTE! Cómo lograr que los niños adquieran hábitos de trabajo

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Esther Joos Esteban

BIEN, MEJOR, ¡EXCELENTE1 Cómo lograr que los niños adquieran hábitos de trabajo EDICIONES RIALP, S.A. MADRID

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© 2015 de la presente edición, by EDICIONES RIALP, S. A., Alcalá, 290. 28027 Madrid (www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-321-4537-7

ePub producido por Anzos, S. L.

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AGRADECIMIENTOS

Gracias de corazón a todos los que respondieron a mi llamada a participar en la preparación de este libro, por su apoyo y sus percepciones. Yo deseaba analizar el proceso del trabajo, e investigar la práctica de las virtudes relacionadas con el trabajo que capacitan a los niños para alcanzar la excelencia. Mi investigación dependía de la colaboración de muchos: familia, amigos, compañeros, alumnos, padres, cuidadores, educadores y participantes en grupos de trabajo. Mi agradecimiento muy especial para: Mi esposo Enrique; mis hijas Christine y Cynthia y sus esposos, Ajay Munshi y Andreas Coppi; mis hijos Enrique y José Antonio; mis nietos Nikhil, Mayuri, Carlo y Marco; mi hermana Loretta Saunderson, que compartió conmigo sus recuerdos, reafirmando nuestras experiencias infantiles; y mi sobrina Pamela Voelksen. Entrevistados: Trixie Abadilla, Diane van Ausdall, Sara Brescher, Ángela Camacho, Socorro Claudio, Anna Gómez de Liano, Judy Henderson, Gail Lewis, Linda Mabanta, Inge Mills, Tessie Moran, Carol Morris, Dr. Gerard O’Malley, Carol Pilone, Patricia Posner, Gail Russakov, Leticia Sala, Nancy Sieffert, Carol Tan, Lianne Tiu, Rita Tuason, Tootsie Vicente, Carla Villacorta, Raffaela Yurecko. Educadores profesionales: Compañeros de la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Asia y el Pacífico en Manila: el decano D. Celerino Tiongo, el Dr. Ángel Antonio, la Dra. Riza Bondal, Concha de la Cruz, la Dra. Joyce Dy, Lexie Estacio, la Dra. Gladys Golo, Dr. Ernesto Grio, Carl Moog, Dr. Ferdinand Pingul y Gizelle Tan. Otros educadores: Stella Alcántara y la Fundación María Montessori en Manila; Carlo Carino y los maestros de la Escuela Infantil María Montessori en Manila; Dr. Thomas Lickona; Dr. James Stenson; y mis alumnos de la Universidad de Asia y el Pacífico, en las asignaturas de Psicología evolutiva, Liderazgo y supervisión educativos, Formación a lo largo de la vida y Formación mediática para educadores. Encuestados: Lita Alegre, Eden Binaday, Lysette Caruz, Marguerite Franceski, Marilou Gatchalan, Victoria Huang, Virginia Jadro, Nina Lagdameo, Marietta De Lucia, Jill Kierulf, Antonella Lazar, Huo Qian Ru, Amanda del Rosario, Edna y Peter Tanchuling, y todos aquellos que respondieron de manera anónima. Amigos, muchos de los cuales son educadores: Cynthia Ballat, Jimeno Damaso, Nanette Diyco, Rhoda Lubetkin, Lydia Olano, Soledad Navarro y Lourdes Romero. 5

En Scepter Publishers: John Powers y Nathan Davis, editores; Russell Shaw; y Arlene Borg, correctora. Y a san Josemaría Escrivá, por su práctica ejemplar de las virtudes relacionadas con el trabajo.

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PRÓLOGO

Mi madre adquirió en 1946 su primera máquina de coser Singer. El monótono runrún nos indicaba que estaba ocupada cosiéndonos vestidos nuevos, o remendando ropa vieja. Cada año, el Domingo de Resurrección, acudían las vecinas a nuestra puerta para ver qué nos poníamos. Se maravillaban de nuestros conjuntos, incluidos abrigos y sombreros de primavera, salidos de las manos de nuestra madre. Las amas de casa de mi barrio no disponían de secadoras, sino que tendían la colada al sol. Mi madre se percató de que hacía falta un invento práctico para llevar cómodamente las pinzas de madera, y por eso diseñó y confeccionó unas bolsas-delantal, eligiendo siempre dos telas que hicieran contraste y una trenza decorativa. Su práctico diseño, con bolsillo interior para guardar las pinzas, hacía más fácil la tarea. Las amigas, vecinas y maestras se sentían honradas y agradecidas de recibir la bolsa-delantal, que se convirtió en el regalo estrella de mi madre en los cumpleaños y las fiestas. Lo que empezó como solución para una tarea doméstica se convirtió en ocasión para la creatividad y la generosidad. Así como la caja metálica que usaba mi padre para transportar el almuerzo se convirtió para nosotras en símbolo de su ética laboral, la máquina de coser de mi madre representaba su dedicación absoluta al hogar. Al cabo de los años volvió al mundo laboral, y decidió que ya era hora de cambiar la vieja máquina por un modelo eléctrico más eficiente. Lo hizo sin mucho convencimiento; le pareció que abandonaba a un viejo amigo fiel. *** Los padres son los primeros directores de recursos humanos. Sea cual sea la época, sean cuales sean las circunstancias, todos se enfrentan al mismo desafío: la transmisión de un legado de actitudes positivas hacia el trabajo, y de hábitos relacionados con el trabajo. Mis padres formaban un buen equipo. Fueron un ejemplo que aún hoy intentamos imitar sus hijas, sus nietos y hasta sus bisnietos. Hace poco me di cuenta de que, en nuestra familia, mi padre era el que articulaba el significado, el objetivo y el valor del trabajo; mediante su sabiduría y sus reglas humildes, 7

hacía del trabajo una actividad natural, ordinaria y extraordinaria que gobernaba nuestras vidas. Pero era mi madre la que traducía las teorías a la práctica. Realizó su tarea crucial, de formación y desarrollo, ejerciendo para nosotras de modelo de las virtudes relacionadas con el trabajo. Sus contribuciones discretas y humildes se describen en las introducciones de los capítulos que siguen. Bien, mejor, ¡excelente! explora el trabajo en la niñez. El trabajo es necesario entenderlo, pero luego hay que aplicarse. La niña de nueve años sabe que tiene que hacer los deberes, pero ¿se esmera en hacerlos bien? A los cinco años, el niño entiende que debe ordenar su habitación, pero ¿con qué actitud emprende la tarea? El adolescente que juega en el equipo de fútbol del instituto se aprende las jugadas, pero ¿acude al entrenamiento sin faltar nunca? El joven es consciente de que pertenece a un grupo, pero ¿sabe trabajar en equipo? La niña preadolescente hace la tarea siempre, pero ¿muestra hacia los estudios una actitud de tristeza y miedo? Para cumplir con su deber, los niños necesitan desarrollar virtudes relacionadas con el trabajo. En este libro se estudian cinco virtudes específicas relacionadas con el trabajo: la diligencia, el orden, la responsabilidad, la cooperación y la alegría. Son los componentes del trabajo bien hecho. Son actitudes conscientes y constantes cuyo desarrollo necesita tiempo y mucha práctica. El trabajo es un proceso dinámico universal. Es toda actividad humana decente y provechosa; un cauce para el desarrollo de las capacidades y los talentos individuales; un medio para la perfección y la santidad; un medio para la transformación; una oportunidad para ayudar y servir. Se traduce en una tarea, actividad, proceso, deber, reto u oportunidad que encuentra su cauce en el juego, el estudio, las tareas domésticas, las aficiones, los deportes y otras actividades. Como educadores principales, los padres explican, ponen ejemplos, muestran, cuentan cuentos y son modelo a seguir del trabajo bien hecho. Ponen en práctica toda una serie de estrategias para ayudar a los hijos a encontrar el significado, el propósito y el valor del trabajo. Lo difícil es conseguir que los niños realicen voluntariamente el trabajo, que lo realicen de manera continuada y completa. Este es el reto al que se enfrenta Bien, mejor, ¡excelente! Cada capítulo de este libro comienza con un recuerdo personal que presenta el tema, una de las cinco virtudes. Avance rápido relaciona los retos y temas con realidades actuales. Momentos oportunos presenta técnicas que facilitan la adquisición de buenos hábitos en las etapas sucesivas del desarrollo del niño. Luego hay Un problema en el proceso, que examina un posible obstáculo. Y al final de cada capítulo, las Citas presentan sabias percepciones en cuanto al trabajo. El libro pretende ser una guía, referencia o manual para padres, cuidadores y educadores. En las anécdotas, los nombres que aparecen son ficticios, excepto en los casos en que se ha permitido utilizar el nombre auténtico. Esther Joos Esteban Nueva York, 2013

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1. BIEN, MEJOR, ¡EXCELENTE!: LA DILIGENCIA EN EL TRABAJO

El día de las notas Algunos reíamos nerviosos, y otros temblaban. Era el día del juicio final en la escuela primaria de la Avenida de Mount Vernon; los de tercero nos lo tomábamos muy en serio. Nuestros padres sabían exactamente qué día nos daban las notas. Mi hermana Loretta y yo éramos buenas estudiantes, y normalmente llevábamos notables y sobresalientes. La escena siempre se repetía cuando llegábamos a casa con los boletines. Nuestros padres miraban las calificaciones, intercambiaban una mirada cómplice y luego nos miraban recitando: Bien, mejor, excelente: que lo mío esté bien, mejor que sea mejor, mejor que sea excelente.

Ya estábamos acostumbradas. Hubo un trimestre en que yo fui la primera sorprendida al conseguir sobresaliente en todo. «¿Qué dirán ahora? Mejor aún, ¿qué me regalarán? ¿Bombones? ¿Una muñeca? ¿Se olvidarán del dichoso poemita?». Les entregué las notas ilusionadísima, sin perder detalle de sus caras, a ver qué pasaba. Pasó lo de siempre. Sonriendo orgullosísima, mi madre miró a mi padre, radiante también, y lo volvieron a recitar: Bien, mejor, excelente: que lo mío esté bien, mejor que sea mejor, mejor que sea excelente.

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Qué desilusión. Pero en el fondo sabía que, a su manera, me estaban enviando un mensaje importante: ¡Buen trabajo! ¡Sigue así! Siempre se puede mejorar. Mis padres jamás mostraban enfado ni desengaño, ni ridiculizaban nuestros esfuerzos. Siempre aplaudieron nuestros triunfos y nos animaron ante los contratiempos. Lo que más valoraban era nuestra diligencia por terminar las tareas, y nuestros esfuerzos por rendir al máximo. Fueron nuestros primeros mentores en una peregrinación que duraría toda la vida, y cuyo objetivo es la excelencia en el trabajo. *** Al recitar bien, mejor, excelente, no pretendían presionarnos con expectativas poco razonables, sino servirnos de motivación, de inspiración para seguir superándonos. Sin duda que nos ponían el listón alto, pero no nos imponían las exigencias poco realistas de unos adictos al trabajo obsesivo-compulsivos. Cierto que mi madre escribía a diario la lista de tareas pendientes, como recordatorio. Si quedaba algo por hacer, lo pasaba a la lista del día siguiente. Y en cuanto a mi padre, realizaba sus tareas con alegría, precisión y puntualidad. Si se ponía a inventar alguna herramienta especial, o a hacerle una cuna a mi muñeca, se fijaba un plazo razonable y lo cumplía. Existen personas perfeccionistas cuyo trabajo jamás les satisface; no era el caso de mis padres. Nos ayudaron a comprender que, a veces, lo perfecto es enemigo de lo bueno. Es más importante ser prudente y realista en cuanto a lo posible, sin adherirse a un horario rígido ni angustiarse por la perfección del resultado. Mis padres nos enseñaron a trabajar, y su ejemplo nos inició en la búsqueda de la excelencia.

Definición de diligencia La diligencia es el esfuerzo perseverante. Se caracteriza por la aplicación constante, seria y persistente. Sin diligencia, la tarea se ejecutará de manera desganada, sin convicción; el producto será mediocre o quedará incompleto. Los niños que se habitúan a la diligencia desarrollan su capacidad de atender a las exigencias de la tarea en mano, producir trabajo de calidad, y afrontar las dificultades y los obstáculos con calma y sin quejarse. La diligencia no se practica aisladamente. Otros hábitos clave relacionados con el ejercicio de la diligencia son: —La paciencia, virtud de soportar sin queja las contrariedades. —La alegría de espíritu y el optimismo. —La templanza, o autocontrol y autorregulación. —La fortaleza, o perseverancia valiente. —La prudencia, o juicio y conciencia sanos. —La responsabilidad de los propios pensamientos, acciones y palabras. 11

Estos hábitos volverán a surgir a lo largo de la presente obra.

Repasemos las virtudes En una época que consideraba el desarrollo de las virtudes como una misión pintoresca y anticuada, se publicaron varios libros cuyo objetivo era el de renovarlas: The Seven Habits of Highly Effective People [Los siete hábitos de las personas altamente efectivas] (Covey, 1989), The Book of Virtues [El libro de las virtudes] (Bennett, 1993), Twenty Teachable Virtues [Veinte virtudes enseñables] (Unell y Wyckoff, 1995), Seven Habits of Highly Effective Teens [Los siete hábitos de los adolescentes altamente efectivos] (Covey, 1998), Compass [Brújula] (Stenson, 2003) o Character Matters [El carácter importa] (Lickona, 2004). Thomas Lickona, autor de libros sobre la formación del carácter, considera que las virtudes relacionadas con el trabajo son cruciales. Identifica la diligencia y el orden como virtudes necesarias para el trabajo óptimo, mientras que la cooperación, la responsabilidad y la alegría favorecen las buenas amistades. Ya desde pequeños, los niños son capaces de decidir y actuar. Esta capacidad les permite tomar decisiones con libertad e independencia, actuar de acuerdo con sus decisiones, ejercer la autodisciplina, actuar con constancia, perseverar, realizar elecciones morales y practicar las virtudes. Las virtudes son hábitos buenos que persiguen la verdad y el bien. Se adquieren mediante el aprendizaje continuo e intenso, el esfuerzo consciente y la repetición, hasta convertirse en algo fácil, rápido, constante y natural. Al trabajar por la adquisición de buenos hábitos, padres y cuidadores participan en uno de los objetivos más nobles de la educación: la instrucción de los niños en la vida virtuosa. Lo contrario de las virtudes son los vicios. Los vicios también son hábitos, pero se desvían de la verdad y del bien, y pueden convertirse en adicciones negativas e incontroladas. Mis padres sabían lo difícil que resulta desarrollar la diligencia, pero también sabían mucho de la educación de los hijos. Allá por los años cincuenta, se preocupaban por las cosas que pudieran obstaculizar sus esfuerzos por desarrollar en nosotras la diligencia. Sobre todo, les inquietaba la disponibilidad de tantos juguetes en el mercado, o la posible adicción a la televisión. ¡Qué tiempos! Pero no dudaban en imponer su autoridad. Articulaban y defendían claros valores morales, ponían límites a nuestro comportamiento, y aplicaban sanciones sin dudarlo cuando nos portábamos mal. Si había deberes, los terminábamos antes de cenar; si teníamos que hacer un trabajo, nos exigían que acabásemos lo que habíamos empezado. Si se nos encomendaba alguna tarea doméstica, la hacíamos antes de jugar. Cuando estudiábamos violín y piano, solamente dejábamos el ensayo después del tiempo estipulado. Si queríamos un juguete, esperábamos hasta el cumpleaños. Así nos hacían desarrollar las virtudes; a nosotras, estas prácticas nos parecían naturales y buenas. 12

Nuestros padres eran exigentes, y nos ponían límites. Pero también nos animaban y, sobre todo, nos mostraban afecto. Hace sesenta años, la educación de los hijos se centraba en las necesidades básicas y funcionaba con estrategias sencillas. En aquellos años de posguerra, y en las familias de ingresos medios, nuestros padres favorecían la recuperación económica, trabajaban mucho y defendían la solidaridad familiar.

Avance rápido En el nuevo milenio, padres e hijos se enfrentan a temas más complejos: el desmoronamiento de la familia y la autoridad paterna, los antivalores, el materialismo excesivo, la importancia que se concede a las comodidades, el impacto de los medios de comunicación. Estamos rodeados de centros comerciales que proyectan el consumismo más descarado y anegado en un ambiente multimedia; los padres, cuidadores y educadores se enfrentan a dificultades y dilemas que requieren energía y decisión. Una psicóloga infantil de Nueva York cuenta que un preadolescente le preguntó, al llegar a su primera consulta: «¿Puedo jugar a un videojuego mientras hablamos?». El firme «no» de la terapeuta impresionó al niño. Por lo visto, no estaba acostumbrado a que le negaran nada. Hay que decir que acató respetuosamente la autoridad de la doctora. Abrumados por las exigencias del nuevo milenio y bombardeados por los consejos de multitud de expertos, para los padres la educación de los hijos se convierte necesariamente en una gestión por objetivos: ¿Qué clase de hijo deseamos criar? ¿Cómo lo vamos a hacer? Sea cual sea la estructura familiar, los padres necesitan hacer evaluaciones periódicas para cumplir con su importante y extraordinaria vocación. Para el padre o la madre que educa en solitario a su hijo y para las familias mixtas, las preguntas son las mismas aunque las soluciones sean más complicadas. Puede que necesiten periódicamente reciclar o adaptar sus habilidades para trabajar de manera óptima la virtud de la diligencia.

El entorno doméstico Rae y Bill, padres jóvenes con las ideas claras, estaban de acuerdo en lo concerniente a la educación de sus tres hijos. Aplicaron técnicas para ayudar a los niños a interiorizar la autodisciplina y a ser constantes en sus esfuerzos. Desde que los niños fueron muy pequeños, y durante toda su infancia, sus padres cortaban de raíz las rabietas. Los distraían con alguna actividad, o simplemente les hacían un gesto con la cabeza: los niños captaron poco a poco el mensaje de que ciertos comportamientos son inaceptables. Les leían cuentos como La pequeña locomotora que sí pudo, para enseñarles que casi todo es posible con autocontrol y perseverancia. El proceso fue lento 13

y exigía mucha paciencia, repetición y afecto, pero los niños respondieron positivamente. Cuando fueron madurando, sus padres utilizaron el diálogo y las explicaciones para favorecer la diligencia. No gritaban, ni ridiculizaban ni utilizaban la psicología inversa, sino que respetaban la dignidad de cada hijo. Con los adolescentes eran especialmente efectivas las preguntas y peticiones directas. Rae y Bill eran sensibles a la evolución de sus hijos, y estos se mostraron dignos de su confianza, esforzándose por cumplir las expectativas de sus padres, más que razonables. Inge, madre soltera trabajadora, es conocida por su energía sin fin y por ser ejemplo de aguante y perseverancia. Su entusiasmo es contagioso, y las explicaciones que ofrece a sus tres hijos han arraigado. «Una vez que empieces algo, te comprometes y tienes que completar la tarea. No abandones, aunque te encuentres con dificultades. Aprovecha lo que tienes, y ya sabes que aquí estoy yo». Su apoyo constante les ha inspirado para terminar siempre aquello que emprenden. Nikhil tiene nueve años. Su padre, Ajay, me contó cómo logró que su hijo fuese un niño diligente y se interesara por el deporte. Comenzó en los primeros años del niño, jugando con él a rodar una pelota. Cuando vio que Nikhil ya era capaz de atraparla, fue subiendo el listón. Se divertían juntos, jugando en los parques de su ciudad. Con el tiempo, Ajay fue introduciendo al niño en una amplia gama de deportes: fútbol, baloncesto, natación. El niño iba mostrando sus preferencias y aptitudes, sobre todo para el flag football[1], y Ajay procuraba fomentar en él la comprensión y la confianza. En su primera temporada no consiguió coger ni un solo banderín, pero siguió esforzándose hasta convertirse en jugador defensivo y ayudante de los entrenadores. En principio no le gustó jugar en defensa, porque quería atrapar pases y marcar touchdowns, pero poco a poco se fue aficionando, y ahora incluso se ha comprado unos banderines, para que Ajay se los ponga y pueda practicar. Padre e hijo se aficionaron al fútbol, y empezaron a animar a su equipo preferido; ahora comparten la emoción de las eliminatorias. Ajay le compra al niño libros sobre deportes por su cumpleaños, y los dos juegan con la Wii para mejorar la comprensión de los deportes y del juego en equipo. Nik ha aprendido lo importante que son la perseverancia, la superación y el trabajo en equipo. Nik jamás falta al entrenamiento si no es por enfermedad. Su creciente habilidad y su contribución al equipo le aportan satisfacción y alegría. Desarrolla la virtud de la diligencia mediante la atención constante y seria y la aplicación enérgica. Padre e hijo han formado un vínculo afectivo a partir de una afición compartida. Por su parte, las familias de militares, con sus frecuentes mudanzas y cambios, necesitan estrategias nítidas. Judy y Russ les explicaron a sus tres hijos que no importaba dónde estuvieran destinados, que cada miembro de la familia seguía desempeñando un papel importante para una vida familiar coherente e integrada. «El trabajo de papá está en el ejército, el mío en la casa y el vuestro en la escuela. Cada uno tiene su tarea, la hacemos lo mejor que podemos, y terminamos lo que empezamos, estemos donde estemos».

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Rae, Bill, Inge, Ajay, Judy y Russ se plantearon la formación en la virtud de la diligencia utilizando técnicas que exigen reflexión, acción y persistencia, mezcladas con las cantidades justas de ánimo y elogios. Pero más importante que sus esfuerzos conscientes es su notable y efectivo ejemplo.

El ambiente escolar Mi hermana Loretta es profesora de alemán en la escuela pública. En cierta ocasión recibió a un nuevo grupo; el curso duraría seis semanas. Ya le habían avisado de que algunos alumnos eran problemáticos. Como era de prever, el primer día de clase se sentaron al fondo y empezaron a dar la nota. Loretta procedió a explicar los contenidos y objetivos del curso, y unas normas sorprendentes. «Estamos a punto de emprender un emocionante viaje a otra tierra y a otra lengua. En mi clase, los alumnos se sientan donde quieren. Dentro de dos días, se sentarán ustedes donde mejor vayan a trabajar. Y otra cosa: este curso no lo suspende nadie». Todos estaban atentos. Pensando que el curso iba a ser pan comido, los alumnos murmuraban entre ellos. Loretta se lo aclaró. «No tiene que suspender nadie, si cada uno da lo mejor de sí. Juzgaré vuestro trabajo en mi clase sobre la base de vuestro esfuerzo. Tenéis la ocasión de empezar de cero. En las próximas seis semanas os voy a dar diez oportunidades para demostrar lo que valéis, entre tareas, proyectos y pruebas». Había otra norma: cada alumno debía elegir un típico nombre alemán, que adoptaría durante el curso. Esta práctica siempre entusiasmaba a los alumnos. No solamente se familiarizaban con los nombres alemanes, sino que era una manera sutil e ingeniosa de darles tabula rasa a todos, incluidos los difíciles. El tercer día, ya todos habían elegido su sitio. Los alumnos supuestamente conflictivos se sentaron en primera fila, y su trabajo fue óptimo. Loretta, con su firmeza y su simpatía, era una profesora sincera, comprometida y respetuosa de la dignidad de los alumnos. Marcaba expectativas ambiciosas, fomentaba el desarrollo de las habilidades individuales y ayudaba a los alumnos a mejorar su autoestima. Era coherente al implementar las normas en el aula, y los alumnos sabían que iba en serio; se ganó su respeto y su confianza. Los animaba a ser perseverantes y diligentes. Loretta trabajaba en un entorno multicultural que incluía al menos quince nacionalidades distintas en cada clase; a ella la llamaban cariñosamente la Frau. Los alumnos sabían que les estaba dando todas las oportunidades para que desarrollasen la excelencia en su trabajo del momento, que era el estudio. Siguiendo la tradición familiar, mi sobrina Pamela es profesora de ciencias. Concienzuda, organizada, simpática, ingeniosa y muy profesional, consigue buenos resultados. Tenía un alumno, Reggie, al que llamaban con frecuencia al despacho del orientador por su mal comportamiento en las demás clases. El orientador le preguntó cómo es que le iba tan bien en la clase de ciencias. 15

«La asignatura es interesante. La profesora trabaja mucho. Hace que nosotros también queramos esforzarnos». Dos generaciones más tarde, el bien, mejor, excelente de mis padres había arraigado en la nieta, que practicaba sus actitudes y hábitos positivos. Pero hay veces en que es contraproducente el esfuerzo por la diligencia y la excelencia en el ambiente escolar. Los programas para alumnos de altas capacidades pueden fomentar, sin quererlo, una falsa sensación de superioridad, minando las relaciones entre compañeros. Y cuando estos alumnos, acostumbrados a que se les señale como los mejores, se encuentren competidores o contratiempos, tal vez no sepan gestionar la realidad del fracaso. En ocasiones, el logro de lo mejor se convierte en obstáculo para alcanzar el bien. Cuando los entrenadores, padres o compañeros se obsesionan con la victoria, ejerciendo una presión excesiva sobre los miembros del equipo, es posible que los jugadores se pierdan las lecciones más importantes del deporte: el espíritu de equipo, la dignidad bajo presión y cómo afrontar la derrota. Cuando los padres viven por los logros de los hijos, transfiriéndoles sus propias ambiciones de prestigio personal, les envían mensajes erróneos en cuanto a los objetivos del esfuerzo. «Hay padres obsesionados con “una visión estrecha y miope del éxito”, que esperan de los hijos “que aporten posición social y significado a sus vidas”. Es una combinación dañina, que pone mucho peso sobre los hombros de los hijos: estrés, agotamiento, depresión, ansiedad; no aprenden a gestionar los problemas, sino que dependen de los demás para que los apoyen y dirijan; todo ello desemboca en una baja autoestima»[2].

La primera infancia: pequeños comienzos En los primeros seis años de vida se ponen las bases de la diligencia. Para el niño, las experiencias pueden ser de euforia gozosa o de frustración prematura. Maya tiene seis años. Cuando ve la ocasión de ayudar, corre a traer su banqueta para alcanzar la encimera donde su madre prepara pasteles. «¿Qué quieres que haga, mamá? ¿Cómo te puedo ayudar?». Su buena disposición refleja la necesidad interior, la avidez de los niños por aprender haciendo. Christine ya tiene planeado de antemano lo que quiere enseñarle ese día a su hija: alguna habilidad acorde a las capacidades de la niña. Maya ya sabe poner la masa en los moldes, untar cobertura en los pasteles una vez que se enfrían, decorarlos con bolitas de colores. Hoy aprenderá a empaquetarlos para regalo. Maya comprende que, si se pone a cocinar con su madre, tiene que terminar la tarea. Los veinticuatro pastelitos tienen que estar listos para la fiesta familiar. Pero, más allá del desafío de la tarea, la niña quiere agradar a sus familiares con sus deliciosos pasteles recién hechos. Y sobre todo, desea colaborar con su madre.

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A sus cuatro años, Carlo tiene un talento especial para el dibujo. Últimamente dibuja sus superhéroes preferidos, y le salen muy bien los antifaces y las capas. Cuando el resultado no es perfecto, Carlo se siente frustrado y se impacienta. Sus padres, Cindy y Andreas, le explican: «A veces nos equivocamos, y nuestro trabajo no siempre sale perfecto. Es importante intentarlo de nuevo». Cindy lo acompaña un rato mientras busca una nueva técnica y repite los dibujos. Esta vez queda satisfecho. Pamela y John han enseñado pacientemente a su hijo Connor, de cinco años, a recoger sus juguetes antes de acostarse. Cuando su abuela le ayuda, él le explica que hay un contenedor o repisa para cada cosa. Si la abuela no lo entiende perfectamente, Connor no duda en mostrarle cómo se hace. Él sabe que no hay que recoger de cualquier manera: está preparando la habitación para jugar mañana. En esta fase de su desarrollo, los niños se muestran deseosos de ayudar y de agradar a sus padres, cuidadores y maestros.

Momentos oportunos El desarrollo de las virtudes es un proceso dinámico que comienza en la más tierna infancia y continúa durante toda la vida, pero este libro se centra en la primera infancia, la infancia media y la adolescencia. La sección Momentos oportunos ofrece planteamientos prácticos en el arte de formar a los niños en virtudes. Esencialmente, estos momentos harán que el niño reflexione sobre el trabajo y comprenda los objetivos de cada tarea, piense en las estrategias oportunas, persevere y evalúe sus propios esfuerzos. Y entre todas las sugerencias, el ejemplo de los padres y educadores es la variable constante. La puesta en práctica de los buenos hábitos es un proceso acumulativo. Las bases se ponen en la primera infancia; esto lo atestiguan las numerosas respuestas a nuestra encuesta. Si en la primera etapa la formación es inexistente o ina​decuada, entonces los hábitos deben desarrollarse y fortalecerse en la siguiente etapa, hasta convertirse en virtudes o cualidades estables de la personalidad. Si se descuida la formación en virtudes, en la adolescencia la lucha será formidable, y se incrementarán las posibilidades de desarrollar los malos hábitos contrarios, o vicios. Pero hay que perseverar. En la sección Momentos oportunos, las historias y recomendaciones prácticas ofrecidas por los padres ilustran la dinámica del proceso.

Momentos oportunos para fomentar la diligencia en la primera infancia (3-6 años) —Comencemos por las cosas pequeñas, pasando gradualmente, paso a paso, a tareas más complejas. —Si es posible, preparemos una muestra de lo que se espera del niño; si no, enseñémosle cómo se hace. 17

—Cuando el niño acomete una tarea por primera vez, procuremos facilitarle pequeños «éxitos» en la superación de dificultades. Así le animamos a perseverar. —Mostremos alegría ante el empeño que pone el niño en hacer bien su tarea. —Elogiemos al niño cada vez que vuelva a intentarlo. —Utilicemos motivaciones visibles, que pueden ser unas simples pegatinas, para animar al niño en la adquisición de un hábito. —Cuando la tarea se haya convertido en hábito, disminuyamos las recompensas, para que el niño no dependa demasiado de las motivaciones tangibles. —Cuando el niño termine de jugar con algún juguete, animémosle a elegir otro un poco más complicado. —Animemos al niño a explorar, a probar nuevos juguetes, actividades o tareas; así va desarrollando la confianza en sí mismo. —Pongamos a la vista los dibujos, pinturas, construcciones y esculturas del niño, mostrándole así que apreciamos su creatividad y su trabajo. —No olvidemos el sentido del humor. Procuremos quitar hierro a las situaciones desagradables. —Si la tarea o actividad está realmente más allá de las capacidades del niño, reconsideremos las expectativas y probemos otro planteamiento o tarea que sí sea capaz de hacer. —Repitamos las instrucciones las veces que haga falta, hasta que el niño sea capaz de acometer solo la actividad o tarea. Así se desarrolla su independencia y su afán de superación. —Animemos al niño a corregir su trabajo. Después, lo ideal es que se lo muestre y explique a otro adulto. —De manera relajada y natural, sin rigideces ni castigos, recordémosle pacientemente al niño las tareas que tiene que hacer. Echémosle una mano si es necesario, pero no hagamos su trabajo por él. —Seamos coherentes en la implementación de tareas. El desorden confunde al niño y le quita las ganas de trabajar. —Si el niño hace la tarea de manera descuidada o incompleta, exijámosle que la repita; ayudémosle si es necesario. —Agradezcámosle su ayuda. Así desarrolla la confianza en sí mismo y se le enseña a ser educado. —Expliquémosle poco a poco los frutos de la perseverancia y el esfuerzo. Los niños pequeños hallan alegría y satisfacción en las cosas bien hechas. —Comencemos pronto a educar al niño en la diligencia. Así, el niño aprende a fijarse objetivos que le llevarán a la excelencia en el trabajo. —Seamos ejemplo de diligencia.

Un problema en el proceso: la falta de autorregulación

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En sus primeros años, los niños están inmersos en el proceso de desarrollar el control de sus emociones y la autorregulación. Padres, cuidadores y educadores saben que va a haber pataletas y llantos. Los niños tienen que aprender a comprender lo que hacen, y por qué puede estar mal o ser peligroso, pero además necesitan desarrollar poco a poco la autorregulación o «el control de su comportamiento, ajustándolo a las exigencias de la persona responsable, incluso aunque esa persona no esté presente»[3]. Las bases de la diligencia se establecen en los primeros seis años, así que es necesario detectar los problemas pronto y ponerles remedio. Los niños necesitan formarse sistemáticamente para acostumbrarse al hábito del control emocional. La siguiente situación podría minar la primera etapa de la formación en autorregulación y diligencia. Paul y Susanne trabajan en su negocio muchas horas al día. Terrie tiene tres años; su niñera, Sue, la mima y la sobreprotege. Sue no deja que Terrie se vista ni coma sola, ni que ayude a recoger sus juguetes. La niña come chucherías y ve la televisión a su antojo. Nadie la regaña cuando recurre a las pataletas. Paul y Susanne, para compensar su ausencia, malcrían a su hija regalándole juguetes continuamente. Terrie es una niña caprichosa, y nadie le enseña a comportarse de manera socialmente aceptable. Va camino del desastre, porque no aprende a controlar sus emociones ni a autorregularse. —Nadie le fija expectativas ni límites. —Nadie le explica lo que tiene que hacer. —Nadie le enseña a controlar sus emociones. —Nadie la controla de manera coherente. —Nadie le da a elegir, para aprender así a tomar decisiones. —Nadie la anima a perseverar. —No conoce la experiencia ni la satisfacción de completar una tarea. Así las cosas, ¿cómo va a desarrollar la virtud de la diligencia? Paul y Susanne son modelos de comportamiento perseverante y diligente; por desgracia, Terrie jamás los ve en acción. No tiene ocasión de observar su buen ejemplo. Los niños son grandes imitadores; necesitan ver cómo sus padres y cuidadores se autorregulan y ejercitan la diligencia. La inteligencia emocional es la habilidad de percibir, juzgar y manejar las propias emociones. Capacita a la persona para enfrentarse mejor a los desafíos de la vida y las exigencias del trabajo. La lucha por la autorregulación dura toda la vida, y es componente clave de la práctica de la diligencia. Daniel Goleman ha popularizado la teoría de la inteligencia emocional con su modelo de competencias emocionales que inciden en la conciencia y el control de uno mismo[4]. Goleman señala que para lograr el éxito han de desarrollarse las competencias emocionales, o capacidades adquiridas: el control de los impulsos, la comprensión, la persistencia, el entusiasmo y la automotivación. Todos ellos son necesarios para la práctica de la diligencia y han de aprenderse desde temprana edad. 19

La inteligencia emocional es un componente crucial en el desarrollo de la diligencia, porque contrarresta el impulso de abandonar.

La infancia media: espacio para mejorar Entre los siete y los doce años, el niño ya entiende que la perseverancia merece la pena pero tiene un coste. Significa que normalmente se tarda más y hace falta más paciencia para terminar los deberes, dominar una jugada deportiva, perfeccionar un paso de baile o dejar la habitación en estado de revista. En la infancia media, hay que alcanzar la competencia y la confianza; ambas fortalecen el hábito de la diligencia. Nuestro hijo Ricci tenía a los siete años mucha energía, y su hábitat natural era la cancha, la pista o el campo de juego. Su talento deportivo le daba satisfacción y favorecía su autoestima. Para cualquier otro niño tal vez significase un esfuerzo, pero a Ricci le resultaba fácil y natural perseverar durante horas seguidas para perfeccionar el golpe de revés. Por eso fue una sorpresa para toda la familia el repentino interés de Ricci por la filatelia y la numismática, aficiones más bien sedentarias que requieren una diligencia considerable. Llegaban cartas de países lejanos, con sellos exóticos; nuestros amigos extranjeros venían de visita y regalaban a los niños monedas y billetes jamás vistos. Todo ello despertó su interés y su curiosidad. Se pasaba horas organizando sus álbumes y leyendo libros especializados. Pasaron los años y siguió perseverando en su afición, con una motivación añadida cuando supo que podía ganar dinero en la compraventa de sellos y monedas. Además, el tiempo de relajación que pasaba con sus colecciones daba equilibrio a su vida. Raoul, Peggy, Sanjay, Phil y Laura, de quinto curso, se reunieron después de clase para hablar del trabajo de ciencias que tenían que hacer en grupo. Discutían animadamente, porque cada uno tenía su propia idea. Por fin se pusieron de acuerdo en el planteamiento. A su maestro le llamó la atención que hubiera distintos grados de diligencia entre los chicos. Observó que tres de ellos presentaban una aplicación constante, seria y enérgica, mientras que los otros dos llevaban a cabo sus tareas de manera desganada, y se conformaban con lo mediocre. He aquí las diferencias entre las dos expresiones distintas de la diligencia. Características del alumno diligente

Características del alumno que no es diligente

Se muestra conforme con las normas del proyecto

Se resiste a tolerar el menor obstáculo

Es independiente en la realización de sus tareas

Se resiste a los cambios que se le sugieren

Agradece la supervisión y las ideas del profesor Muestra una actitud desafiante cuando hay que repetir alguna tarea Hace un seguimiento de la tarea

Se queja por el esfuerzo que supone la compleción de la tarea

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Presta atención al detalle y a la calidad del trabajo

Se conforma con un resultado mediocre

Muestra empeño por terminar Responde positivamente a los ánimos

Momentos oportunos para fomentar la diligencia en la infancia media (7-12 años) —Fomentemos una sensación permanente de asombro ante el descubrimiento y el aprendizaje, ya sea en temas académicos, aficiones o deportes; así motivamos la diligencia en una amplia gama de actividades e intereses. —Enseñemos al niño a comprender que el aprendizaje y los estudios exigen diligencia y un esfuerzo continuo. La repetición de ejercicios requiere fortaleza. —Fijemos expectativas altas pero razonables y realistas para cada niño. —Si es posible, proporcionemos al niño un lugar de trabajo (una mesa, un rincón tranquilo) donde pueda hacer los deberes sin distracciones. Así se favorece la concentración y se establece un tiempo de tranquilidad. —Recordémosle al niño que la paciencia es una virtud y un factor decisivo que facilita el logro de los objetivos. La determinación es necesaria. —Animemos al niño a cuidar la precisión en el trabajo, es decir, a la caligrafía, la exactitud de los contenidos y los detalles. —Supervisemos los deberes; así se disuade del comportamiento dependiente y la pereza intelectual. —Enfaticemos la importancia de leer atentamente las instrucciones. —Establezcamos con firmeza la prioridad del trabajo sobre el juego. —Ejercitemos la autoridad parental para equilibrar el trabajo con los juegos. Fijemos y expliquemos normas y criterios familiares. —Enseñemos al niño a controlar sus impulsos y a resistirse a la tentación de la gratificación inmediata. —A medida que crece el niño, encomendémosle tareas domésticas cada vez más complejas. Enseñémosle a realizarlas. Agradezcámosle su participación en el funcionamiento de la casa. La colaboración une. —Animemos al niño a idear maneras más creativas y eficientes de realizar las tareas. —Sugiramos a los hermanos que canten, que hagan rimas o juegos de palabras mientras hacen tareas domésticas. —Minimicemos la competitividad entre los hermanos, no sea que se fomenten los favoritismos, los resentimientos y la desmoralización. —Seamos modelo de diligencia.

Un problema en el proceso: la adicción a los videojuegos 21

«A las generaciones futuras que jamás hayan visto un mundo sin internet, jamás hayan tenido un hogar sin televisor, jamás hayan vivido sin teléfono móvil, jamás hayan tenido que realizar un trabajo de investigación sin Google, ¿quién les enseñará a orientarse entre esta explosión de opciones sin precedentes?»[5]. ¿Quién, en efecto, guía a nuestros jóvenes? ¿Quién les enseña el hábito de la diligencia, es decir, el hábito de hacer o continuar lo que hay que hacer, ya se trate del estudio, el juego, las tareas, las aficiones o los deportes? ¿Quién les enseña a vencer las adicciones que puedan surgir al dedicarse a los videojuegos? El comportamiento adictivo «casi siempre es una reacción al estrés emocional; es necesario comprender cómo funciona psicológi​camente»[6]. Los indicadores de comportamiento incluyen las compulsiones enfermizas que se manifiestan en la dependencia compulsiva o las necesidades intensas. Joey tiene once años. En la escuela es un niño solitario y se aburre. Cada vez muestra menos interés por las tareas escolares, y le resultan más difíciles, debido probablemente a su obsesión por los videojuegos. En ellos encuentra alivio a su soledad, al estrés y a la presión de los estudios, pero es incapaz de imponerse una disciplina. Últimamente, sus padres han caído en la cuenta de que Joey inventa excusas para faltar a clase y ha abandonado su afición preferida, el monopatín. Los videojuegos y «los hábitos de juego en la red han pasado de ser una afición a ser una adicción. La ludopatía suele afectar seis ámbitos: (1) el psicológico y emocional, con un alto riesgo de experimentar problemas de autoestima, momentos depresivos, ansiedad social e inestabilidad emocional. Los adictos pueden sentirse culpables y avergonzados porque no son capaces de controlar sus hábitos; (2) el de la salud; (3) el familiar; (4) el de la economía; (5) el de los estudios; y (6) el social»[7]. Los estudios indican que el 8,5% de los jóvenes estadounidenses entre los ocho y los dieciocho años de edad llegan a ser «jugadores patológicos». Tienen peores resultados en la escuela y les cuesta concentrarse en clase, y son dos veces más propensos a manifestar un trastorno de déficit de atención con hiperactividad. Los chicos tienen cuatro veces más probabilidades que las chicas de convertirse en adictos; la etapa vulnerable para la aparición de la adicción parece estar entre los ocho y los nueve años de edad[8]. Existen síntomas que pueden alertar a padres, cuidadores y educadores de una posible adicción: —El joven pasa cada vez más tiempo y gasta más dinero en videojuegos; necesita mantener el nivel de emoción. —Manifiesta irritabilidad o inquietud cuando se le limita el tiempo de juego. —Se evade de sus problemas por los videojuegos. —Deja de hacer los deberes para jugar. —Miente en cuanto al tiempo que se pasa jugando. —Roba juegos, o dinero para jugar[9].

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Los videojuegos pueden ser una estupenda fuente de diversión, aprendizaje y relaciones sociales entre los niños, pero también pueden convertirse en un obstáculo temido que mina gravemente el desarrollo de la diligencia. Los adictos prefieren jugar compulsivamente a dedicarse a actividades provechosas como los estudios, las aficiones o los deportes. Se aconseja que los padres ejerciten su autoridad y limiten el tiempo de juego, coloquen el ordenador en una zona común de la casa, controlen los contenidos y valores que proyectan los juegos, participen en juegos interactivos y fijen restricciones. Si se presenta alguna adicción es aconsejable recurrir al orientador del centro escolar o a un psicólogo.

La adolescencia: los mejores esfuerzos En la adolescencia se producen cambios en el desarrollo fisiológico, emocional, cognitivo, social y moral o espiritual. En lo físico, el adolescente experimenta picos hormonales y de crecimiento, y maduran sus órganos reproductivos. Emocionalmente, aparecen los cambios de humor, dudas e inseguridades. En lo cognitivo, el adolescente ya es capaz de desarrollar un pensamiento más abstracto y analítico. Comienza la búsqueda de la identidad. El adolescente afirma su independencia y libertad. En lo social, tiene que enfrentarse al temor a que no lo acepten, a la presión entre iguales. Necesita respuestas a los dilemas morales y a las preguntas acerca del porqué de la vida. En resumen, las tareas básicas de desarrollo exigen que el adolescente aprenda a ser él mismo, probarse, decidir por sí mismo, ser responsable de sí mismo, tener éxito y amar y ser amado. Son desafíos formidables en el camino de la madurez. Algunos adolescentes realizan la transición con facilidad, y otros no, dependiendo de muchos factores. Entre los más recientemente identificados están los «cambios drásticos en la estructura cerebral que controla las emociones, el juicio, la organización del comportamiento y el control de uno mismo, que se producen entre la pubertad y la adolescencia»[10]. Estos cambios pueden explicar en parte las dificultades con las que se encuentra el adolescente en cuanto al control de sus impulsos, las reacciones instintivas, el comportamiento temerario y el rendimiento académico. Los padres, cuidadores y educadores, con sus recomendaciones, pueden fomentar la diligencia en los adolescentes.

Momentos oportunos para fomentar la diligencia en la adolescencia (13-19 años) —Respetemos la dignidad del adolescente, tratándolo con cortesía. —Animemos al adolescente a desarrollar sus talentos particulares. Así respetamos su sentido de la individualidad. —Elogiemos sus logros. Así ayudamos al adolescente a creer y confiar en sí mismo.

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—Animemos al muchacho a inventar un dicho ingenioso, alusivo a la obligación de terminar lo que se empieza. —Guiemos al adolescente hacia lo ético en los estudios, los deportes, las aficiones y los proyectos. —La búsqueda de la excelencia debe ser pauta de trabajo. —Enseñemos al adolescente a controlar sus impulsos y a autorregularse. —Fomentemos la inteligencia emocional, es decir, la determinación y la persistencia, en toda tarea. —Animémosle a pensar en el futuro. —Enseñémosle a pensar en el logro de sus objetivos. Aconsejémosle sin imponer. Es importante que se motive solo. —Seamos modelo de diligencia.

Un problema en el proceso: la falta de motivación La pereza, la baja autoestima, las inseguridades y la falta de motivación son problemas que pueden dificultar la diligencia en el adolescente. La motivación es un proceso tanto externo como interno que activa, dirige y sostiene el comportamiento a lo largo del tiempo. Es la razón por la que nos comportamos de determinada manera, y se refleja en la actividad enérgica, dirigida y sostenida. La falta de motivación es el eje de la siguiente experiencia de un educador con un joven adolescente. El doctor en filosofía Gerard O’Malley, inspector jubilado de educación, relata cómo consiguió motivar, hace muchos años, a un alumno de trece años. «Peter se aburría en la escuela, y apenas se esforzaba por hacer los deberes. No le merecía la pena ninguna tarea que requiriese alguna reflexión, pensamiento o concentración. »Cierto día encomendé a los alumnos que escribieran tres párrafos sobre cualquier cosa que les interesara. Les puse varios ejemplos de temas adecuados, y les concedí tiempo para hacerlo. Pasado un rato vi que Peter no había escrito nada, así que le pregunté si le podía ayudar. Me dijo que no. No escribía nada porque no había nada en su vida que mereciera la pena relatar. »Me arrodillé junto a su mesa, y me puse a contarle que yo tampoco sabía a veces qué escribir, pero él me dijo que no quería saber nada más del asunto. Me empeñé y le pregunté qué hacía después de clase. Me dijo que no hacía nada, pero luego, poco a poco, me contó con detalle sus tardes. »Mencionó que asistía a clase de boxeo. Le dije que eso era interesante; que yo no sabía nada de boxeo, y que me gustaría aprender. Le comenté que un amigo mío utilizaba el término “gancho” cuando me relataba un combate, pero que yo no sabía a qué se refería. Le sorprendió mi ignorancia, y que a mí me pudiera interesar aprender 24

algo de él. Despacio y con paciencia, procedió a ilustrarme, y acabó explicándome otros términos que se usan en el boxeo. »Cuando terminó, le sugerí que escribiera lo que acababa de contarme. Le sorprendió que sus conocimientos del tema pudieran servir para la tarea, y se puso a escribir. El resultado fue un relato claro y coherente de su experiencia pugilística. »Cuando le devolví la redacción y le felicité por lo bien escrita que estaba, le pregunté qué había aprendido de la experiencia. Dijo que le había sorprendido lo mucho que sabía de boxeo, y que a los demás pudiera interesarles. Hablamos de lo necesarias que son en el ring la determinación y la perseverancia, y de las estrategias que tiene que plantearse el boxeador. Luego hablamos de cómo se aplicaban estas cosas a sus estudios y a otras experiencias suyas. Era evidente que se sentía orgulloso de lo que había conseguido. »Aquel alumno adquirió confianza en sí mismo para explorar ideas nuevas y compartirlas con los demás. Esto se evidenció en la calidad de sus redacciones siguientes, y en su rendimiento en las demás asignaturas. Cambió de actitud, y empezó a relacionarse más con sus compañeros». El doctor O’Malley analiza, con hondura y sabiduría, los seis pasos del cambio de actitud de Peter, y sus primeras experiencias en el desarrollo de la virtud de la diligencia: 1. Un adulto lo reconoció como individuo y mostró interés por sus ideas, intereses y actividades. 2. Se le animó a tomar conciencia de que sus ideas eran valoradas, y de que tenía conocimientos y habilidades que otros no tenían. 3. Comprendió que sus contribuciones tenían valor para sus profesores y compañeros. 4. Aprendió a respetar sus propias ideas, y adquirió la seguridad y determinación necesarias para utilizarlas para completar sus tareas. 5. Su aprendizaje se vio reforzado por la oportunidad de evaluarlo y articular lo que había aprendido. 6. Fue capaz de extrapolar a su propio desarrollo personal algunos de los atributos personales propios del boxeador de éxito. Aquel joven profesor logró que un adolescente interiorizase los factores intrínsecos de la motivación a corto y a largo plazo: el interés, la alegría, el entusiasmo, la disposición, el autodominio, y la voluntad de utilizar sagazmente la libertad para elegir el propio destino. Hay factores extrínsecos que motivan también a los niños en el desarrollo de la diligencia: las calificaciones; las recompensas; los temas interesantes de estudio; las estrategias pedagógicas desafiantes; los proyectos y tareas; y la personalidad, el interés, el ejemplo y el ánimo del padre o maestro. Está claro que el profesor desempeñó un papel central en la historia de Peter, pues le ayudó a experimentar el éxito, fortaleciendo así su autoestima y su confianza.

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Citas sobre la diligencia El trabajo y las virtudes relacionadas con él han inspirado a muchas personas notables a compartir sus percepciones. He aquí algunas citas sobre la diligencia. 1. «Todo trabajo que favorece a la humanidad tiene dignidad e importancia, y debe acometerse con excelencia esforzada»[11] (Martin Luther King). 2. «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. Y trozos de hierro. Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente...? ¡A fuerza de cosas pequeñas!»[12] (San Josemaría Escrivá de Balaguer). 3. «Conozco el precio del éxito: dedicación, trabajo, y una devoción constante por lo que se desea»[13] (Frank Lloyd Wright).

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1 Flag football es una modalidad de fútbol americano que se juega sin placajes. En vez de tirar al suelo al jugador contrario para detener una jugada, el equipo defensor debe retirar uno de los dos banderines que cuelgan de un cinturón usado por quien lleva el balón. 2 Madeline Levine, PhD, Teach Your Children Well: Parenting for Authentic Success, Nueva York: Harper, 2012, cit. en L. Alphonse, «Are Parents Setting Kids Up for Failure by Pushing Too Hard for Success?» (www.yahoo.com.Yahoo Shine/TeamMom). 3 Diane Papalia y Ruth Feldman, Experience Human Development, 12.ª ed., Nueva York: McGraw-Hill, 2012, p. 197. 4 Daniel Goleman, Emotional Intelligence: Why It Can Matter More than IQ, Nueva York: Bantam Books, 1995. 5 Eugenio López III, Discurso inaugural, Pinoy Media Congress Year 6, Manila: Universidad de Santo Tomás, 22 de febrero de 2011. 6 «What is Addiction?», Psychology Today, www.psychologytoday.com/basics/addiction. 7 Brent Conrad, PhD, «Computer Game Addiction. Six Negative Effects to Avoid», http:EzineArticles.com? expert+Brent._Conrad_Ph.D. 8 Donna St. George, «8.5 Percent of U.S. Youths Addicted to Video Games, Study Finds», Washington Post, 20 de abril de 2009. 9 St. George, Washington Post, 20 de abril de 2009. 10 Papalia y Feldman, 360. 11 www.brainyquote.com/quotes/topics/topic_work.html. 12 Camino, 823. 13 www.thinkexist.com/quotes/Frank_Lloyd_Wright/.

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2. EL DÍA DE LA COLADA: EL ORDEN EN EL TRABAJO

Lunes: un buen comienzo Las amas de casa de nuestra calle reservaban los lunes para hacer la colada. Mi madre se planteaba la tarea con orden y precisión; yo, a los cuatro años de edad, me sentía privilegiada de ser su ayudante. El primer punto del orden del día era la recogida de la ropa sucia. Con dos grandes cestas de mimbre, separábamos la ropa según el color. Recuerdo que mi madre, con intención, puso en remojo unos calcetines rojos y esperó a que el agua se volviera de un intenso color rosa. Quería mostrarme cómo despintan las prendas. Luego me preguntó qué pasaría si lavábamos en esa agua mi blusa blanca predilecta. Interesante lección para una niña tan pequeña. Teníamos una lavadora con escurridor que no se parecía en nada a las de ahora; cumplía con su cometido y ahorraba mucho tiempo. Secadora no había, así que era preciso tender la colada en el jardín, pero primero ¡había que limpiar el cordel! El orden en que se tendía la ropa era toda una ciencia. Primero, las sábanas y las toallas, bien escurridas. Luego se tendían las prendas interiores, los calcetines y las camisas. Tal vez sin pretenderlo, mi madre le enseñaba a su pequeña un planteamiento sistemático para una tarea prosaica. En efecto, aprendí a pensar de manera lógica, secuencial y consecuente. Seguíamos la misma rutina cada semana, siempre que no hubiera lluvia ni nieve. En ese caso, tendíamos la ropa en el sótano y seguíamos un plan alternativo. Una vez seca la ropa, seguíamos el proceso inverso. Quitábamos las prendas ordenadamente, las doblábamos y las apilábamos en las cestas de mimbre para llevarlas a su cajón o armario. No voy a entrar en el tema de la plancha. ¡Eso daría para un capítulo entero! Para los demás niños, el lunes era un día como otro cualquiera. Para mí era especial. Significaba que me pasaba la mañana con mi madre, escuchando historias de su infancia en Alemania a principios de siglo. Pero más aún que sus anécdotas, los métodos 28

y las instrucciones de mi madre pusieron las bases de mi manera de hacer las cosas en mi propio hogar. *** Habría que aclarar algunas cosas. En los años 40 y 50 existían unas normas no escritas que gobernaban la vida de las amas de casa. La primera de ellas dictaminaba que la colada se hacía el lunes. ¡Qué mejor manera de comenzar la semana! La ropa blanca había que lavarla por separado. Las sábanas se tendían en el perímetro de los tendederos, ¡para ocultar la ropa interior! La utilización de pinzas aceleraba el secado. Las camisas siempre se tendían sujetando los faldones, jamás los hombros. El día de la colada requería procedimientos metódicos para que todo saliera bien. Y los lunes por la noche, las familias gozaban del incomparable olor de las sábanas recién lavadas y tendidas al sol.

Definición de orden El orden es un buen hábito o virtud, esencial para cualquier tarea o plan. Dirige la actividad, la tarea o el proceso, y define su objetivo. Requiere un plan múltiple de acción: el planteamiento lógico de la tarea, la preparación de la ejecución, la implementación puntual y un seguimiento continuo. Para completar un proyecto se practica el orden conjuntamente con otros hábitos: —La comprensión y la apreciación. —La prudencia. —La templanza, o autocontrol y autorregulación. —La responsabilidad de los propios pensamientos, palabras y acciones. —La justicia, o equidad y respeto por la ley. —La puntualidad. —La precisión y la exactitud. —La paciencia, virtud de soportar los contratiempos sin queja. El ejercicio de estas virtudes es inseparable de la práctica del orden. Si el hábito del orden no se desarrolla constantemente desde los primeros años, las repercusiones pueden ser duraderas. Los componentes necesarios para implementar el orden son el plan, la dirección, el sistema, la agenda, la rutina, las prioridades, la gestión y las limitaciones. ¿Qué ocurre cuando faltan?

Los componentes del orden

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Cuando no existe un esquema del diseño de la tarea o proyecto, entonces el niño no percibe ningún plan de acción. Cuando no hay dirección, falta el punto de referencia hacia el que apunta la actividad, tarea o trabajo. El niño no entiende el objetivo de su trabajo, y carece de rumbo; puede desanimarse y dejar la tarea inconclusa. Tal vez no llegue a entender la importancia del trabajo individual que contribuye a los esfuerzos coordinados y al proyecto global. Cuando no hay sistema, un modus operandi, no existe una secuencia ordenada de las tareas, unos pasos ordenados que ayuden al niño a desarrollar una manera de pensar lógica y consecuente. Cuando no hay agenda, el niño tal vez no comprenda la necesidad de ser puntuales y disciplinados para terminar el proyecto, y se distraiga. Cuando no hay rutina ni predictibilidad, el niño se desorienta, se pone nervioso y está inseguro. Cuando no hay prioridades, es decir, las tareas no se hacen por orden de importancia, el niño no sabe discernir cuál es más valiosa o urgente. Es posible que emprenda una cualquiera, sin ton ni son. Cuando no hay gestión, no hay control ni regulación de la actividad. Nadie está al mando ni vigila el desarrollo de la tarea. El niño no aprende a obedecer, ni a regular ni a continuar su trabajo. Cuando no hay limitaciones ni respeto por la autoridad, el niño no aprecia los límites o restricciones del comportamiento que puedan ayudar a finalizar el trabajo; no aprende a fortalecer el control sobre sus impulsos y las emociones. Sin respeto por la autoridad, pierde la oportunidad de aprender del ejemplo y del liderazgo. Resumiendo, cuando los componentes del orden se dejan al azar y no se regulan, pueden surgir la confusión, la inquietud, la inestabilidad o el caos. La preocupación, la desmoralización y la falta de control son las consecuencias naturales de la tarea incontrolada. La formación es imprescindible.

Avance rápido De la sencilla historia de las lecciones que aprendí haciendo la colada en los años 40, paso a una situación muy distinta. Estamos en 1992. Anton es mi hijo, y tiene quince años. Eso que se oía no era música. Yo crecí escuchando los musicales de Rogers y Hammerstein, y buscaba la melodía en cada canción. La música de mi hijo no encajaba. Por fin se lo dije: «Anton, me cuesta encontrar una melodía en tu música. A mí me parece que no es más que ruido». «Mamá, ¿no te das cuenta de que la música de mi generación expresa la rabia que sentimos por el caos y el desorden que vosotros habéis traído al mundo?».

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¡Caos y desorden! Me quedé sin palabras, atónita ante la percepción y la sensibilidad del más pequeño de mis hijos. Él había llevado el tema del orden hasta un nivel global, y había decidido quién era responsable del caos reinante. Ya estamos en 2012. El caos se ha visto aumentado por más revueltas internacionales en lo político, lo económico, lo social y lo moral, entre catástrofes naturales y preocupaciones medioambientales. Los niños que viven en países devastados por la guerra, en zonas catastróficas, en la pobreza más abyecta, en sociedades corruptas o en familias disfuncionales, ¿cómo pueden encontrarle sentido al desorden? Buscando algún ejemplo positivo, hemos de fijarnos en el mundo inmediato del niño: el entorno doméstico y escolar.

El entorno doméstico Incluso en un ambiente familiar ordenado y pacífico, los niños se ven expuestos al desorden al ver el caos y la incertidumbre en el telediario, en los videojuegos, en las películas y por internet. Ante semejante bombardeo de conceptos confusos e imágenes aterradoras, tal vez crezcan insensibles a la violencia, pensando que el desorden es el trasfondo normal de la vida cotidiana. La familia sigue siendo el ambiente más natural, la unidad social básica, la primera célula de la sociedad. Los niños, ya vivan en una ciudad que nunca duerme o en un entorno rural, necesitan encontrar en la familia una orientación clara y un refugio de serenidad. La familia, la primera escuela de la vida, contrarresta cualquier discordia que los niños se encuentren fuera, y les enseña estrategias para mantener el equilibrio. Cuando todo va bien, cuando la vida cotidiana sigue un plan predecible, unos horarios, los niños se sienten tranquilos y seguros. Pero cuando ocurren las crisis, los acontecimientos inesperados o los cambios, los niños reaccionan o sobre-reaccionan, confusos tal vez, desconfiados, dudando de las soluciones. Las familias que se trasladan al extranjero porque pertenecen a las fuerzas armadas, o a alguna institución gubernamental, o a una empresa multinacional, arrostran desafíos especiales. Una vez trasplantados a nuevos entornos y culturas, los padres tienen que seguir asegurando una vida familiar ordenada. Tienen que involucrar a los hijos en la mudanza, haciendo que ayuden a embalar y desembalar; organizar un nuevo hogar lo antes posible; seguir asignando las tareas de siempre; encontrar escuelas adecuadas; mantener el contacto con familia y amigos, fortaleciendo así los vínculos y la continuidad; y buscar actividades con enjundia, que ayuden a la familia a conocer su nuevo entorno. Es esencial que los padres sean modelos de organización, perseverancia, confianza y optimismo. En este tiempo en que la mecanización y las pequeñas empresas nos relevan de muchas tareas domésticas, es importante que las familias utilicen bien el tiempo libre que se genera.

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Cuando los padres de Timmy contrataron un servicio de jardinería, suspiraron aliviados todos los miembros de la familia. Iban a tener más tiempo libre los sábados, sin tener que cortar el césped, regar, podar ni replantar. Durante las primeras tres semanas, cada uno se fue por su lado. Entonces cayeron en la cuenta de que no estaban usando el tiempo libre para construir su unidad como familia, sino que por el contrario cada uno se divertía con sus videojuegos; echaban de menos los ratos divertidos de antes. Timmy, el más pequeño, sorprendió a todos sugiriendo que fuesen cada semana de excursión a los parques del entorno. Stuart, su hermano mayor, prefería el tenis en familia. La madre, cansada de la rutina doméstica, quería ir a los centros comerciales y comer fuera. El padre solamente deseaba abrir el motor del coche y enseñar a sus hijos mecánica y los fundamentos de la conducción. Tras intensas negociaciones se llegó a un acuerdo, con un plan de actividades que gustó a todos y que contribuiría a reforzar los vínculos familiares. Incluso en el ambiente familiar, más informal, los componentes del orden son esenciales para la unidad.

El ambiente escolar En el ambiente de la escuela, más estructurado, los niños seguirán interiorizando el significado y la aplicación del orden. En este entorno socialmente extenso, los buenos modales y la corrección son esenciales para que en la clase reine un ambiente propicio para el aprendizaje. Los padres pueden facilitar la tarea de los maestros si enseñan a los hijos desde pequeños a esperar su turno, escuchar y no interrumpir. Estos gestos sociales, aparentemente pequeños, fomentan el orden y multiplican el tiempo. Sara, maestra de infantil con treinta y cuatro años de antigüedad, incorporaba los componentes del orden en su día a día en el aula. Al comienzo de la jornada explicaba la agenda de actividades; así concretaba los objetivos y el horario, y fomentaba la autodisciplina necesaria para completar cada tarea. Luego dejaba tiempo para las preguntas de los niños, sus comentarios y la repetición de las instrucciones. Para que los niños entendieran el objetivo del trabajo, explicaba cada actividad y la razón por la que hacían la tarea, motivando así a los niños para que la completasen: «Colgaremos vuestras pinturas para que el aula esté más alegre»; «la habichuela que hemos plantado crecerá para convertirse en alimento». Para preparar y ejecutar la tarea con precisión y puntualidad, Sara ayudaba a los niños a reunir primero todos los materiales necesarios. A veces ponía en marcha un cronómetro que daba la señal de parar. Para cerrar la actividad, los niños explicaban al grupo lo que habían hecho, lo que más les había gustado, lo que les había resultado más fácil o más difícil, lo que habían aprendido; por último, cada niño mostraba el producto de su trabajo. Al fijar límites y marcar la gestión del aula, Sara ayudaba a favorecer la obediencia y la sensación de seguridad. La rutina diaria se enmarcaba en parámetros y estructuras, 32

un sistema ordenado. Y los niños aprendían que es prioritario terminar lo que se empieza. En suma, cuando existe una filosofía de la enseñanza, los componentes del orden encuentran su expresión en el ambiente escolar.

La primera infancia: pequeños comienzos Según la educadora italiana María Montessori (1870-1952), los niños son muy sensibles al orden. Esta extraordinaria sensibilidad aparece a partir del nacimiento y culmina hacia los dieciocho meses, pero puede durar hasta los cinco años. Se caracteriza por un «deseo de coherencia y repetición, y una pasión por las rutinas establecidas. Los conflictos tan propios de los dos años son en realidad reacciones exageradas ante las pequeñas disrupciones del orden, tan pequeñas que los adultos no las perciben. Así que es necesario que todo esté en orden, con un lugar para cada cosa y unas normas bien establecidas»[14]. Rita nos explicó que a su nieta Vicky le habían enseñado en casa a ordenar sus cosas. Por ejemplo, colocaba su calzado del colegio, el de vestir, las zapatillas de baile y las sandalias en una fila ordenada para encontrarlos con facilidad. De alguna manera, este orden externo la conducía a un sentido interno del orden. Cierto día que la familia entró en una zapatería, Vicky, que contaba casi dos años de edad, se sintió muy molesta por el desorden que reinaba allí: zapatos por el suelo, fuera de sus cajas, de cualquier manera. Muy metódicamente, Vicky procedió a poner orden en la exposición de calzado. Los vendedores, sonrientes, agradecieron su ayuda.

Momentos oportunos para fomentar el orden en la primera infancia (3-6 años) —Juguemos un rato con el niño, no solamente los fines de semana sino también los días laborales. Así se fortalece el vínculo entre el niño y sus padres. —Si el niño está trabajando, no lo interrumpamos. —Expliquémosle con paciencia cómo se hace la tarea que se trae entre manos, o cómo se juega con el juguete, si es complicado. —Démosle las instrucciones paso a paso, ya sea para construir un puente de juguete, componer un rompecabezas o realizar alguna tarea doméstica. —Repitamos las instrucciones las veces que haga falta, hasta que el niño sea capaz de comenzar y desarrollar la actividad o tarea por sí solo. —Enseñemos al pequeño a establecer una rutina diaria para poner orden en sus juguetes, libros, ropa y zapatos. —Enseñemos al niño a preparar cada noche su mochila con todo lo necesario para el día siguiente. —De manera relajada y natural, recordemos pacientemente al niño que haga sus tareas, sin recurrir al castigo. Si el niño no obedece, conviene privarlo de algún privilegio 33

y explicarle que la no realización de la tarea trae consigo el desorden. —Seamos coherentes con las correcciones. Así el niño sabe a qué atenerse. —Hagamos de las tareas domésticas una diversión para los pequeños. Aprovechemos su entusiasmo. —Agradezcamos al niño su ayuda. —Insistamos en la necesidad de cumplir un horario. Démosle importancia a la disciplina y al orden: así investimos de sentido las tareas. —Establezcamos un horario limitado para la televisión y los videojuegos. La lectura puede ser una alternativa atractiva. —Limitemos la adquisición y el uso de las nuevas tecnologías: iPads, iPods, libros electrónicos, etc. Son caros, nos roban el tiempo y distraen del trabajo. —Con el fin de conservar el orden entre los hermanos, elaboremos un horario para elegir lo que se ve en la televisión y para jugar con los demás aparatos tecnológicos, de manera que a cada uno le llegue el turno. Así evitamos las peleas y fomentamos la generosidad y la consideración. —Pese a las protestas o las ganas de dejar las cosas para luego, insistamos en que el niño respete su agenda diaria y practique la puntualidad. —Seamos ejemplo de orden.

Un problema en el proceso: el desacato A los niños más pequeños, cuya capacidad de autorregulación es mínima, les cuesta obedecer instrucciones y normas; necesitan limitaciones y ocasiones para interiorizar un sistema de control (véase el capítulo 1, «La falta de autorregulación»). Scott tenía tres años y lo estaba pasando mal. Quería ayudar, pero su madre tenía prisa y rechazaba su ayuda; quería participar en un juego de mesa, pero se sentía frustrado al perder, cuando no lo echaban sus hermanos mayores; la única manera de que le hicieran caso era enrabietándose. Confuso ante las incoherencias de sus padres, los desafiaba. A esa edad, el niño siente que no controla. Scott necesitaba una mano firme pero cariñosa que restableciera el orden en su comportamiento. Sean cuales sean los motivos del de​sacato, las estrategias efectivas suelen incluir: (1) alguna distracción; (2) una actividad alternativa; (3) un simple «no», dicho con firmeza; (4) en caso de enfermedad, cansancio o hambre, mucha paciencia. En la escuela, el niño tal vez se porte mal agrediendo físicamente: pegando, empujando, pellizcando o mordiendo; o tal vez grite, o no quiera compartir, o no reconozca de buena gana sus errores. Hay varios motivos que explican el mal comportamiento: la necesidad de más atención, integración o independencia; el deseo de venganza, justicia o poder. Hay que marcarle límites al niño. Si no, no sabrá desarrollar su buena disposición. ¿Cómo se puede guiar al niño con efectividad? —Marquemos límites y normas precisos. 34

—Hay que expresar de manera impersonal esos límites y normas. —Es mejor impartir las normas de una en una. —Siempre que sea posible, orientemos al niño en cuanto a cómo puede controlarse y no extralimitarse. —Miremos a los ojos al niño cuando le hablemos. —Cuando sea apropiado, démosle opciones. —Tiene que haber límites y normas en todos los ámbitos de la vida: la salud, la seguridad, la rutina y el orden en casa y en la escuela, el juego, las tareas escolares, las tareas domésticas, el cuidado de las pertenencias, los modales y la bondad. —Reiteremos los límites y las normas las veces que haga falta. —Animemos al niño y elogiemos sus esfuerzos[15]. El proceso dinámico por el que se enseña al niño un comportamiento correcto, bueno, aceptable y apropiado se llama disciplina. Los padres tienen el derecho natural de imponerle una disciplina a los hijos, y ejercer sobre ellos la autoridad, la influencia y el control. En ausencia de los padres, los maestros tienen derecho a actuar in loco parentis. El objetivo de la disciplina es el desarrollo de la autorregulación en el niño. El proceso se centra en: —Ayudar al niño a entender lo que hace. —Guiar al niño hacia lo correcto, lo bueno, lo aceptable y lo apropiado. —Desarrollar en el niño el hábito de la autodisciplina. —Favorecer el uso responsable de la li​bertad. Incluso los niños pequeños son capaces de razonar y responder a preguntas específicas relacionadas con su comportamiento. Por ejemplo, (1) dejemos que el niño describa su versión de lo que ha hecho; (2) ayudémosle a comprender cómo su mala conducta afecta o hiere a los demás, y animémosle a describir cómo se siente la víctima; (3) animemos al niño a reconocer que ha obrado mal y a pedir perdón; (4) preguntémosle por qué está mal lo que ha hecho; (5) insistamos en que tiene que mejorar. El aprendizaje es de suma importancia, y ha de comenzar en los primeros años, para facilitar así el autocontrol y poner orden en el comportamiento del niño.

La infancia media: espacio para mejorar En la infancia media, es esencial que la familia establezca rutinas cotidianas en torno a las comidas, los horarios laborales y escolares, los deberes, las actividades extraescolares, las tareas domésticas y las actividades de ocio. Cuando hay rutina, los niños saben a qué atenerse. En ausencia de un plan predecible, diario y semanal, se desorientan y no se toman el trabajo en serio. Les cuesta controlar sus impulsos y se pierden oportunidades para el desarrollo de la competencia y la confianza.

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En la infancia media, los niños son capaces de poner orden en sus ideas, sus estudios y sus pertenencias; les gusta coleccionar y clasificar. Cada generación ha tenido sus propios coleccionables: los sellos, las monedas, el papel de cartas decorado; los cromos, las figuritas, o las series de libros de Los cinco que se llevaban antes; ahora serían las pegatinas, los Pokémon, las series de Harry Potter o El diario de Greg; los vídeos de música o los videojuegos. A esta edad, los niños encuentran satisfacción en la colección y clasificación de objetos. Aparte del elemento psicológico, gran parte de la diversión social proviene del intercambio de los coleccionables.

Momentos oportunos para fomentar el orden en la infancia media (7-12 años) —Animemos al niño a elaborar su propio horario. —Hablemos con él del horario, y que nos explique el planteamiento. —Sugirámosle recordatorios divertidos para las tareas escolares y domésticas: gráficos, listas, post-its. —Fijemos normas en cuanto a cómo, dónde y cuándo se hacen los deberes. —Respetemos las normas y horarios establecidos. —Expliquémosle las ventajas de seguir una secuencia lógica, y no los impulsos: es mejor empezar por lo más sencillo, y seguir paso a paso hacia lo más difícil, aunque así haga falta más tiempo y paciencia para ver los resultados. —Animemos al niño a terminar lo que empieza. —Expliquemos las expectativas y los procedimientos; si es necesario, enseñémosle cómo se realiza lo que sea que se trae entre manos. —Es normal que haya quejas, resistencia y reincidencias. No perdamos el sentido del humor: recordémosle que el trabajo fortalece el carácter. —Si no cumple con su obligación, quitémosle algún privilegio. —Negociemos y seamos flexibles cuando se presente algún imprevisto que interfiera con el cumplimiento de la tarea. —Ejerzamos la autoridad parental para fomentar un uso provechoso de la televisión, los videojuegos, el teléfono móvil, internet y las redes sociales. —Exijamos al niño la práctica de buenos modales: a esperar su turno, a no empujar para ponerse delante, a no interrumpir las conversaciones. —Presentemos alternativas al mundo multimedia: juegos de mesa, visitas a un museo, zoológico, acuario o librería, eventos deportivos o recitales de música o danza. —Seamos ejemplo de orden.

Un problema en el proceso: el niño presionado A veces los padres, en su ansia por dar a los hijos todas las cosas que ellos no tuvieron, se exceden. Sobre todo aquellos que tienen ingresos medios o altos, que pueden 36

pagar actividades enriquecedoras para sus hijos. Básicamente, los «hiperpadres» proyectan en sus hijos sus propias esperanzas, sueños, necesidades o expectativas; ven la educación como algo competitivo; sacrifican su tiempo, su energía y su dinero por el cumplimiento de sus ilusiones y apuntan al niño a demasiadas actividades. Convencidos de que los padres tienen el poder y la obligación de crear la infancia perfecta, los hiperpadres sostienen que, en este mundo electrónicamente competitivo, lo importante es ganar. Creen que (1) los padres deben aportar las posesiones y las actividades enriquecedoras necesarias para criar niños perfectos; (2) el objetivo de la paternidad es criar a los hijos para una vida de fama y fortuna; y (3) los padres que no lo hacen son unos fracasados, y sus hijos, unos perdedores[16]. Estas ideas, hijas de los valores materialistas, reflejan un concepto falso de la perfección, y unos objetivos de la paternidad erróneos y poco realistas. El trastorno de la hiperpaternidad se refleja en un exceso de actividades que distraen al niño de un horario que le permita hacer los deberes, disfrutar de tiempo libre para descansar y, en definitiva, disfrutar de su infancia. Al niño se le priva del necesario tiempo lúdico desestructurado, terapéutico e imaginativo. El típico niño presionado participa en varias actividades extraescolares en la propia escuela; tiene además otras actividades fuera de la escuela, por las tardes y los fines de semana; y tiene también clases particulares. El niño no tiene tiempo ni para respirar, y acaba agotado. Las investigaciones señalan que «el empeño por realizar demasiadas tareas al mismo tiempo incrementa las probabilidades de error, y hace aumentar el tiempo necesario para completar una tarea. Los estudios sobre el funcionamiento del cerebro indican que al saltar de una tarea a otra se crea un efecto cuello de botella, porque al cerebro le cuesta determinar qué tarea es la que tiene que realizar»[17]. Stella quería invitar a una excursión a su sobrino Howie, de ocho años, para que el niño pasara más tiempo con sus primos. Cuando le preguntó si quería ir a escalar el sábado, Howie le respondió que muchas gracias, pero que estaba muy cansado de tantas actividades. Algunos niños se agotan, se estresan, se desa​niman o se rebelan; otros aceptan bien la sobrecarga de actividades. Depende de su carácter y su motivación. Algunos se convierten en perfeccionistas y otros se resisten a hacer cosas; algunos no saben gestionar el tiempo libre y entretenerse solos. Al final se sienten sobrecargados, abrumados, presionados, estresados o controlados. Claro que las actividades pueden estimular el aprendizaje y centrar las aficiones: los niños adquieren nuevas habilidades, canalizan sus energías, se divierten, aprenden a relacionarse con los demás, y desarrollan el sentido de la responsabilidad. Pero los beneficios se suelen adquirir a cambio de algún coste. Los padres han de sopesar los pros y los contras, y equilibrar la agenda de la mejor manera para el niño. Las actividades se deben seleccionar cuidadosamente, atendiendo a sus intereses y motivación. Si se limita el número de actividades y se fomenta un 37

equilibrio razonable entre los deberes, las tareas domésticas, las actividades y el tiempo que se dedica a los videojuegos, los padres podrán observar mejor las reacciones del niño y saber si se acerca a la sobrecarga. Añadido todo esto a la presión de los resultados académicos, «las exigencias excesivas tienen como coste una generación de chicos traumatizados que se preocupan obsesivamente por cosas que ya han pasado, dándole vueltas a una respuesta equivocada o una oportunidad perdida. Sufren ansiedad y depresión, y muchos se refugian en las drogas o el alcohol. Les cuesta dormir, y van por ahí inmersos en una niebla de agotamiento. Otros simplemente tiran las cartas y se niegan a jugar»[18].

La adolescencia: los mejores esfuerzos Los adolescentes necesitan unos buenos fundamentos que les aporten recursos para enfrentarse a las turbulencias de la edad. Así estarán mejor preparados para centrarse en lo esencial y ceñirse a su rutina y sus horarios, pese a las distracciones que surjan de sus compañeros y del exterior. Con la ayuda de la familia, los amigos y los profesores, los adolescentes estarán mejor preparados para superar los obstáculos y los desengaños. Si han absorbido un sentido de la familia y de su historia personal, y han desarrollado una fuerte identidad positiva, les resultará más fácil superar las dudas sobre sí mismos. El programa Kids Say the Darndest Things[19] me dio la idea de ir apuntando las cosas graciosas que decían y hacían nuestros hijos. Deseaba que ellos conocieran cómo fueron de pequeñitos, y comprendieran el desarrollo de su personalidad, su individualidad. Siendo ya casi adultos, todavía me pedían de vez en cuando que se las leyera, cosa que yo hacía encantada. Se reían y bromeaban, y sobre todo agradecían esa ocasión de vislumbrar sus primeros años. Por ejemplo, los tres mayores, con siete, nueve y once años respectivamente, estaban viendo un programa en la tele en que la madre acababa de dar a luz. Anton tenía tres años, y escuchaba atento mientras los mayores hablaban del tema del parto. En seguida vino corriendo a buscarme: «Mami, ¿es verdad que cuando yo nací tenía una alargadera?». Lo normal era que reaccionaran con un «¿de verdad dije yo eso?» o «la verdad es que no has cambiado nada». Las fotos también traen recuerdos de la vida familiar, las ocasiones especiales, los hitos personales, o simplemente las payasadas que quedaron inmortalizadas. A los niños que van haciéndose mayores les gusta ver los álbumes de fotos o los últimos Instagram. La adolescencia es un buen momento para que acometan la tarea de organizar las fotos de la familia. Es otra manera de fomentar el sentido del orden. Mary Jane, madre de siete hijos, dice que lo primero que hay que salvar en caso de incendio son los álbumes o CD que contienen las fotos. Son las ventanas al pasado, testimonios irremplazables de la historia familiar. 38

Momentos oportunos para fomentar el orden en la adolescencia (13-19 años) —Los adolescentes mayores deben comprender que la educación y el aprendizaje no se acaban nunca; que el desarrollo de las virtudes dura toda la vida. —Explotemos los intereses y talentos del adolescente; así se fomentan la iniciativa, la imaginación, la creatividad y la autodisciplina para practicar y perfeccionar las destrezas, respetar un horario y desarrollar el ingenio. —El adolescente debe elaborar un plan diario y semanal, y así marcar unos objetivos. Animémosle a hacer listas: resultan muy útiles. —Cuando el adolescente se sienta abrumado por algún proyecto o trabajo, enseñémosle a dividir la tarea en porciones. Así se evita la frustración y la tentación de tirar la toalla. —Conviene preguntarle de vez en cuando por su progreso o sus dificultades a la hora de cumplir un plan u objetivo. Así se abre la puerta a discusiones fructíferas. —Al muchacho puede resultarle útil la elaboración de una línea temporal para observar la evolución de un proyecto o destreza. —Animémosle a planificar las actividades deportivas, el baile, la música, etc.; limitemos el número de actividades. —El móvil resulta útil como herramienta para recordar las tareas pendientes. —Debemos recordarle la importancia de la puntualidad en la entrega de trabajos y tareas; es señal de respeto por los demás y por nuestro propio trabajo. —Si hay algún imprevisto, ayudémosle a reorganizar sus tareas. —El adolescente ya debe responsabilizarse de rutinas domésticas importantes: apagar las luces, cerrar con llave, comprobar que el coche tiene combustible, guardar las llaves de la casa y del coche en lugar seguro, devolver las llaves del coche inmediatamente, etc. —Sugiramos que el adolescente rotule sus pertenencias: libros, ropa, equipamiento deportivo, etc. —Fijemos normas para la vida social, con el fin de poner orden y perspectiva: hay que fijar una hora límite para llegar a casa, dejar claro en qué ocasiones se puede dormir fuera, y poner coto a las salidas a centros comerciales y demás excursiones. Exijamos información de contacto, y dejemos clara la importancia de mantener abierta la comunicación. —Sigamos exigiéndole al adolescente que realice tareas domésticas. Ahora es posible cambiar las tornas: que cocine el chico y su madre sirva de pinche. —Animémosle a escribir un diario, que ayuda a poner orden y perspectiva en las experiencias y en la maduración personal. Respetemos la privacidad del diario. —Respetemos la individualidad del adolescente, que está en proceso de fortalecer su confianza en sí mismo. Procuremos que elija amigos que piensan igual, con valores parecidos y bien orientados. 39

—Seamos ejemplo de orden.

Un problema en el proceso: las distracciones Los adolescentes son vulnerables a muchas distracciones. Es fácil que los engañen, entretengan, desanimen u obstaculicen en su afán de hacer un buen trabajo. Les llegan mensajes tentadores: «La felicidad depende sobre todo de la adquisición de bienes», «tanto tienes, tanto vales», «no se puede ser feliz sin comprar». La posesión de cosas materiales no es mala. Son simples medios para un fin. El asunto se complica cuando el adolescente desea las cosas como fines en sí mismos. Cuando da demasiada importancia a sus cosas, o alardea de ellas para ganar popularidad o prestigio, o prioriza la frivolidad y el escapismo por encima de la prudencia y la autodisciplina, entonces manifiesta su superficialidad: cree que el progreso y el éxito yacen esencialmente en la adquisición de bienes materiales, el logro de la gratificación inmediata y el éxito sin merecimiento. Le llegan pocos mensajes que le digan la verdad: que su verdadero valor radica en quién es como persona, y se mide en virtudes. Las distracciones mediáticas pesan mucho en el trabajo y el ocio del adolescente. Es necesario protegerlo del exceso de medios tecnológicos que lo bombardean. Si los padres, abuelos y demás personas responsables no se implican directa y activamente en el fomento de actividades alternativas relacionadas con la música, la danza, el deporte, la lectura, las aficiones y las excursiones en familia, es posible que los medios tecnológicos dominen el ocio del muchacho. ¿Cómo, si no, puede competir el deber con la atracción de las imágenes instantáneas, la pornografía, la emoción del juego, o la interacción constante con sus amigos en las redes sociales? Cuando las nuevas tecnologías dominan la agenda del adolescente, ha de entrar en juego la autoridad paterna. Hay que asegurar una sana integración de actividades tecnológicas y no tecnológicas: lo prioritario es el trabajo. El trabajo del adolescente es la escuela, los deberes, las aficiones, los deportes y las obligaciones domésticas; el uso de los medios tecnológicos debe ser algo complementario.

Citas sobre el orden 1. «La virtud del orden consiste en saber dónde tienen que estar las cosas y cómo se relacionan entre ellas, y tenerlas organizadas. Cuando hay un lugar para cada cosa, y cada cosa está en su lugar, entonces podemos pensar y trabajar con eficacia»[20]. 2. «El orden es la cordura de la mente, la salud del cuerpo, la paz de la ciudad, la seguridad del estado. Como las vigas de la casa o los huesos del cuerpo, así es el orden para todas las cosas»[21] (Robert Southey). 3. «Estar ocupado no es lo mismo que trabajar. El objetivo de todo trabajo es la producción o el cumplimiento, y estos fines necesitan previsión, método, planificación, 40

inteligencia y una orientación auténtica, además de sudor. El trabajo aparente no es necesariamente trabajo»[22] (Thomas Alva Edison).

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14 María Montessori, «Sensitive Period for Order», www.dailymontessori.com/sensitive-periods/sensitiveperiod-for-order/. 15 Jane Brooks, The Process of Parenting, 3.ª ed., Mountain View, Calif.: Mayfield, 1991, pp. 92-94. 16 Alvin Rosenfeld y Nicole Wise, The Over-Scheduled Child: Avoid the Hyper-Parenting Trap, New York: St. Martin’s Griffin, 2001. 17 Paul Dux, Jason Ivanoff, Christopher Asplund y Rene Marois, 2006, citados en Papalia y Feldman, p. 383. 18 Madeline Levine, www.yahoo.com.YahooShine/Team Mom. 19 Qué cosas dicen los niños, serie que emitió la CBS entre 1998 y 2000. 20 www.wisdomcommons.org/virtue/94-orderliness/quotes. 21 www.wisdomcommons.org/virtue/94-orderliness/quotes. 22 www.brainyquote.com/quotes/quotes/t./thomased131294.html.

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3. MADRE TRABAJADORA: LA RESPONSABILIDAD EN EL TRABAJO

La delegación de responsabilidades Tras veinticinco años de leal servicio en una fábrica de herramientas, mi padre se vio sorprendido en 1952 por la quiebra de la empresa. Como persona responsable y seria que era, se puso inmediatamente a buscar trabajo. Mientras tanto, nuestra madre asumió la responsabilidad de sacarnos a flote, encantada de tener la oportunidad de trabajar fuera de casa. Solicitó un puesto de dependienta en unos grandes almacenes de Newark, y lo consiguió. ¡Qué orgullosas estábamos! Triunfó en la entrevista, descubrió talentos ignotos, hizo muchas amistades entre sus compañeros, y sobre todo, con su sueldo nos compraba ropa. Muchas veces cogíamos el autobús para ir a verla en acción. Siempre servicial y afable, además era convincente y persuasiva en su trato con los clientes. Más allá de su enorme bondad, ahora observábamos el instinto y la profesionalidad de nuestra madre. Siempre quiso estudiar Derecho, pero los tiempos eran difíciles en la Alemania de entreguerras y no fue posible. Mi madre fue una empleada modélica y nos dio las primeras lecciones en conciliación laboral y familiar. Integraba las dos facetas mediante la responsabilidad. No sé cómo se las apañaba, pero siguió cosiendo, aunque menos. La casa siempre estaba limpia, y las comidas jamás dejaron de ser sabrosas y nutritivas. Todo esto era posible porque nuestra madre veía la ocasión de enseñarnos la virtud de la responsabilidad. Desde el principio delegó en nosotras de manera prudente, de manera que yo, que llegaba la primera, planchaba y empezaba a preparar la cena. ¡Aprendí a cocinar patatas de siete maneras distintas! Esas experiencias nos vinieron muy bien a mi hermana y a mí; fueron un anticipo de lo que significa llevar una casa. *** 43

Nuestra situación familiar se parecía bastante a la de muchas casas en este nuevo milenio. Tuvimos que estar unidos y ser especialmente responsables durante el tiempo en que mi padre estuvo desempleado. Al mismo tiempo, nuestra madre disfrutaba de su profesión y de la oportunidad de adquirir nuevas destrezas. Siguió trabajando a tiempo completo hasta que le llegó la edad de la jubilación forzosa.

Definición de responsabilidad La responsabilidad es un buen hábito, gracias al que se hacen las cosas por un sentido del deber. Su práctica se refleja en el cumplimiento de las obligaciones y la integridad a la hora de realizar el propio trabajo y tratar con los demás. La formación en el hábito de la responsabilidad se vincula al ejercicio de la fiabilidad, basada en los principios y la integridad. La responsabilidad se combina con otros hábitos: —La comprensión y la apreciación. —La prudencia. —La fiabilidad. —La justicia o equidad y el respeto por la ley. —La paciencia, virtud de soportar los contratiempos sin queja. —La fortaleza o perseverancia valiente. —El autocontrol y la autodisciplina. Estos hábitos en su conjunto se integran con el de la responsabilidad para hacer fructificar el trabajo.

La fórmula de la responsabilidad Niño dispuesto + educación efectiva + ejemplaridad + un ambiente propicio + compromiso = fórmula del ejercicio de la responsabilidad. Observemos cada uno de estos elementos.

El niño dispuesto La disposición presupone que el niño entiende lo que es la responsabilidad y sabe juzgar. Cuando alimentamos su voluntad con buenas ideas, el niño ejercita su capacidad para elegir, ejecutar sus decisiones y defender sus acciones mediante la implementación y el seguimiento constantes. La determinación refleja la formación continua en los buenos hábitos que se van convirtiendo en virtudes; estas llegarán a practicarse de manera fácil, rápida, constante, 44

entusiasta y natural. La práctica de la responsabilidad descansa sobre un entramado sostenido por los padres, cuidadores y educadores. Durante la el proceso de formación es posible y aun probable el retroceso, si no guiamos y animamos al muchacho en su lucha por ejercer la responsabilidad. La lucha continúa hasta que el hábito, ya asentado, predispone a su dueño a ser responsable y fiable, y a utilizar su libertad de manera juiciosa. La libertad no significa hacer simplemente lo que a uno le apetece, sin restricciones. El adolescente puede caer en esta trampa, interpretando mal la idea. Por el contrario, la verdadera libertad consiste en que la voluntad sepa elegir un objetivo y un procedimiento que conduzcan a buenas opciones y acciones. Dentro del marco de los valores morales justos, el uso responsable de la libertad sostiene la dignidad del niño. Los padres, cuidadores y maestros tienen la misión de ayudar al niño a respetar las normas, las leyes y la autoridad, y evitar las decisiones basadas solamente en el capricho, las emociones, la coerción, la presión, el engaño y demás motivos superficiales.

La educación efectiva El ejercicio de la autoridad paterna puede ir de lo permisivo a lo autoritario pasando por lo democrático. Este último estilo es el más efectivo, porque establece parámetros, reglas y estructuras; se le dan explicaciones al niño, permitiéndose la participación y el diálogo; da lugar al intercambio de información e impone sanciones cuando el niño se porta mal. Últimamente han aparecido términos populares para referirse a los estilos parentales más extremos. La mamá helicóptero revolotea en torno al niño, micro-dirigiéndolo, controlando cada movimiento y explicándoselo todo con detalle, sin dejarle sitio para el descubrimiento del mundo y de sí mismo. Preocupada e involucrada, pero sobreprotectora, la mamá helicóptero tiende a sofocar e inhibir el impulso del niño de hacer las cosas por sí solo, fomentando así la dependencia, y no el uso responsable de la libertad. El otro extremo es mamá libertad, que deja al niño hacer, sin preparación ni supervisión. El hijo de mamá libertad aprenderá pronto a tomar decisiones, y a tener seguridad en sí mismo; pero si no le han enseñado a protegerse ante situaciones potencialmente peligrosas, puede arriesgar su seguridad y bienestar. A largo plazo, ninguno de los dos extremos es efectivo. La mamá helicóptero no deja que el niño descubra sus capacidades ni asuma la responsabilidad de sus elecciones y acciones; la mamá libertad, pasiva, puede empujar al niño más allá de las expectativas y los límites razonables. Extrapolando al aula, la maestra helicóptero es muy controladora y probablemente autoritaria. Subestima la capacidad del niño para pensar y decidir por sí mismo. La

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maestra libertad no establece parámetros ni controla la clase, y sobreestima tal vez la capacidad del niño para utilizar responsablemente la libertad. Los padres, cuidadores y maestros efectivos cuestionan, motivan y guían. Ponen las bases, enseñan estrategias, fortalecen destrezas. No son ni insistentes ni intrusivos, sino que inspiran el autocontrol, guían hacia opciones razonables y, lo más importante, no permiten que el niño eluda las consecuencias de sus acciones.

La ejemplaridad Todos los niños, pero sobre todo los más pequeños, tienden a emular y seguir las acciones y los estilos de sus mentores. Cuando los padres, cuidadores y maestros son un buen ejemplo, los niños observan lo justo, bueno, apropiado y razonable en cuanto a pensamiento y comportamiento. Si observan a personas que son un mal ejemplo, se confunden, se desorientan en su comportamiento, no tienen ni idea de cómo tienen que actuar. Si no tienen como referentes a personas que sirvan de ejemplo, no desarrollan el sentido de la responsabilidad.

Un ambiente propicio Cuando los niños viven en un ambiente familiar o escolar en que se definen claramente reglas, criterios, expectativas y consecuencias, es probable que hagan las cosas como es debido y asuman la responsabilidad de su comportamiento. Si tienen amigos y compañeros con la misma mentalidad, responsables y de fiar, la influencia es positiva y tienden a imitar el comportamiento de los demás. Pero si se encuentran en crisis y entre compañeros con valores dudosos, es posible que caigan en comportamientos de riesgo y en la irresponsabilidad (véase el capítulo 4: La presión entre iguales). Ante un entorno nuevo y desconocido, los niños necesitan tiempo para adaptarse, encontrar su espacio y descifrar los valores y costumbres del grupo. Esto les puede resultar confuso, y dar lugar a un lapso temporal en el buen juicio y el autocontrol. Es posible que retrocedan y adopten los comportamientos negativos del grupo. En este caso, los padres, cuidadores y maestros tienen que aconsejar y redirigir, para que vuelvan a comportarse responsablemente.

El compromiso El compromiso significa implicarse firmemente y hacer promesas fiables a largo plazo. Puede referirse a las relaciones familiares, a la escuela o a los amigos; puede ser la implicación con una causa, proyecto o tema; puede ser la decisión de defender unos 46

principios morales. Sea cual sea el compromiso, hay que esforzarse y ser fuerte y responsable para llevarlo a cabo hasta las últimas consecuencias.

Avance rápido La interiorización de la responsabilidad tropieza con nuevos retos, propios de los temas tan complejos que se encuentran actualmente las familias con hijos. Pero en medio de importantes condicionantes como la desintegración de la solidaridad familiar, las crisis económicas, el desempleo, el materialismo, el consumismo, una tecnología sin precedentes y el poder de los medios de comunicación, hogar y escuela siguen siendo las fuentes primordiales del aprendizaje.

El entorno doméstico La fórmula de la responsabilidad se pone a prueba continuamente en el ambiente doméstico. He aquí un ejemplo de lo que ocurre cuando se descuida algún componente. Naomi tenía doce años. Tras mucha insistencia, y apelando incluso a su seguridad personal, convenció por fin a sus padres para que le compraran un móvil. Estaba encantada con su nueva adquisición, pero no estaba dispuesta a ejercitar la prudencia. Se involucró en un grupo que difundía chismes y calumnias referidos a sus compañeros de clase. La negligencia de sus padres agravó el problema: se les olvidó fijar normas para la utilización del móvil: —No le limitaron el gasto. —No establecieron criterio alguno en cuanto a por qué o cuándo se podía utilizar para llamar o enviar mensajes. —No se preocuparon por la posible trasmisión de mensajes negativos, es decir, mensajes que constituyen acoso, o fotos obscenas. —No controlaron el uso que hacía Naomi del móvil. Sus padres no se dieron cuenta de que Naomi hacía mal uso del móvil, influida por sus compañeros, hasta que se disparó la factura y se desplomó el rendimiento académico de la niña. Los padres de Naomi le quitaron el móvil, hasta que se corrigieran todos los problemas mencionados y se convencieran de que su hija ya tenía la madurez y la responsabilidad suficientes para utilizarlo correctamente. Se coordinaron con otros padres, y con el colegio, para ofrecer un frente unido en defensa del uso positivo de la tecnología. En la adolescencia surge otro problema cuando los padres no ponen límite horario ni normas de comportamiento a las salidas a fiestas, centros comerciales, pernoctaciones, 47

acampadas y demás. Si el niño no está bien dispuesto a las prácticas razonables, sus padres son negligentes y el grupo lo presiona, peligra el uso responsable de la libertad.

El ambiente escolar En la escuela, el niño está solo. Hay presiones nuevas y tiene que adaptarse, rendir y ser responsable de sus resultados académicos y de su comportamiento. He aquí un ejemplo de la fórmula de la responsabilidad, aplicada a la escuela. Luke tenía catorce años, era listo y estaba motivado. Le iba bien en la clase de alemán de Loretta. Durante las primeras cuatro semanas del curso, su progreso fue excelente; pero entonces se rompió el brazo en una pelea. Preocupada por esta contingencia, Loretta formuló estrategias para ayudar a Luke a mantener su trayectoria y su sentido de la responsabilidad. Inesperadamente, Luke quiso poner la excusa del brazo escayolado para no hacer tareas ni exámenes escritos. Ella le aseguró que podían superar esa dificultad de manera que no se viese afectado su rendimiento. «Lo solucionaremos», le dijo ella. «Nos vemos después de clase para corregir tus ejercicios y hacer pruebas orales». «Pero voy a estar castigado...». «Sin problema. Lo arreglaré con el profesor de guardia». Luke se dio cuenta de que la profesora se preocupaba realmente por él, así que se comprometió a terminar el curso. El último día de clase, la Frau le dijo que, si ponía empeño en trabajar bien, sería un auténtico líder. Tenía mucho potencial. La historia es bonita porque muestra una superación académica; pero lo que subyace es aún más importante: Luke comprendió que alguien creía en él, que su profesora iba más allá de su obligación para guiarlo por el buen camino. Aprendió lecciones valiosas en cuanto a lo importante que es la perseverancia, pese a los obstáculos o complicaciones. En lugar de tirar la toalla, o escabullirse, o seguir metiéndose en peleas, cultivó el hábito de la responsabilidad.

La primera infancia: pequeños comienzos En un curso de pedagogía preguntaba una joven madre: «¿De verdad puedo exigirle a mi hija de cuatro años que sea responsable?». «Sí, y cuanto antes, mejor», le respondió rápidamente una abuela experimentada. Los niños pequeños, por naturaleza, suelen estar dispuestos a ayudar, a participar y a hacer lo que se les pide. Necesitan canalizar su energía de manera positiva, y con regularidad. 48

Así desarrollan destrezas, hábitos buenos y confianza en sí mismos. Josh tiene tres años, y está deseando enseñarle a su madre lo que ha dibujado, o que su padre vea que sabe montar en bicicleta. En efecto, está proclamando: «¿Ves?, sé hacerlo». Está expresando la autoría de su trabajo, responsabilizándose y, por supuesto, reclamando elogios y atención. Los padres y maestros son más efectivos cuando responden con una mezcla de ánimo y apreciación. Un error que se da mucho entre los padres es el de proteger a sus hijos de asumir responsabilidades. Esto puede llevar a un comportamiento dependiente, la inutilidad aprendida y, más adelante, a una mala ética del trabajo.

Momentos oportunos para fomentar la responsabilidad en la primera infancia (3-6 años) —Enseñemos al niño a asumir las consecuencias de sus acciones y de su rendimiento, en casa y en la escuela. El comportamiento ina​decuado debe corregirse rápidamente, de manera que el niño entienda la causa y el efecto. —Enseñemos al niño la importancia de cuidar siempre sus pertenencias y a aceptar las consecuencias de su pérdida. —No corramos a reemplazar los objetos perdidos. Que sirva de lección, dolorosa pero realista, de la responsabilidad de la propiedad. —Vivimos en una sociedad de usar y tirar: expliquemos al niño que no hay que desperdiciar, y que las cosas hay que cuidarlas para que duren. —Utilicemos gráficos, calendarios y pegatinas para dejar constancia de los logros positivos. —Dejemos que el niño participe en los cuidados de los animales domésticos. —Animemos al niño a cuidar el medio ambiente en casa y en la escuela: por ejemplo, utilizando siempre el contenedor correcto, y ocupándose de plantas y flores. —Si el niño tira por el suelo sus juguetes o materiales escolares, que los recoja. Así aprende a ser responsable del orden y del cuidado de sus cosas. —Permitamos que los niños mayorcitos propongan normas para el aula, sujetas a nuestra aprobación. —En la escuela, asignemos tareas a los niños: responsable de la fila, responsable del calendario, responsable del reparto de los desayunos, etc. —Recordémosle al niño que está mal mentir para evitar un castigo, ya que resultan afectados injustamente los demás. Es importante reconocer los errores. —Seamos ejemplo de responsabilidad.

Un problema en el proceso: la inutilidad aprendida

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El problema de la inutilidad aprendida no suele estar previsto en el camino de la responsabilidad. Los padres excusan la incapacidad de sus hijos para acometer o terminar sus tareas sobre la base de su corta edad, el cansancio, la falta de entendimiento, el temperamento, la falta de disciplina o las discapacidades cognitivas; y es cierto que todo ello contribuye. He aquí dos ejemplos que ilustran los efectos a largo plazo sobre el sentido de la responsabilidad por uno mismo y por los demás. Leo tenía seis años y era un niño enfermizo, que padecía ataques de asma debido a alergias severas. Pese a que recibía atención personalizada, iba rezagado con respecto a sus compañeros en matemáticas y lectura. Por mucho que se esforzaba, no conseguía ponerse a nivel, y se desanimó. Luego dejó de esforzarse, y su ansiedad fue en aumento. Sus frecuentes ausencias y sus repetidos fracasos a lo largo del curso lo llevaron a la desmoralización y a la fobia al colegio. Leo estaba destinado a la inutilidad aprendida, actitud mental que refleja el convencimiento de no ser capaz de remediar el problema. A los cinco años, Rachel ya mostraba síntomas de un comportamiento dependiente extremo. Sus padres, acomodados y normalmente ausentes, y su niñera, no le permitían hacer nada por sí sola: ni vestirse, ni comer, ni llevar su mochila, ni cuidar de sus juguetes y demás cosas; sin pretenderlo, contribuyeron a su inutilidad aprendida, y no supieron prever los efectos a corto y largo plazo. Rachel nadaba en la abundancia, pero llegó a sentirse impotente, sola y tímida, porque no sabía enfrentarse a los retos más sencillos. No aprendía a pensar ni a solucionar sus propios problemas; iba directa al fracaso. Ya adulta, le resultaba difícil superar sus ansiedades y su desamparo. Se veía como un ser privilegiado, por encima de la responsabilidad. Manipulaba a los demás para que hicieran cosas por ella, provocando el resentimiento en sus relaciones. El niño cuyo desarrollo se ve coartado por la inutilidad aprendida necesita ayuda para: —Volver a lo básico, y aprender o volver a aprender conceptos y habilidades necesarios. —Tener la oportunidad de probarse. —Tener la oportunidad de experimentar el éxito, y así fortalecer y restaurar su confianza en sí mismo. —Poder asumir la responsabilidad de sí mismo y de los demás. Si no se remedia, puede que el niño recurra a diversiones o vicios que le permitan eludir la responsabilidad. Existe el peligro de la depresión.

La infancia media: espacio para mejorar En la infancia media, los niños necesitan ejercitar la responsabilidad en varios ámbitos: responsabilidad hacia Dios, hacia la sociedad, hacia los demás y hacia uno mismo. La siguiente tabla indica las edades propias de cada caso[23]: 50

Ámbito

Edad

Servicio: responsabilidad ante los demás

12 años

Disciplina: responsabilidad ante uno mismo

10 años

Moralidad: atención a las acciones y actitudes, en relación a Dios y a la sociedad 8 años Obediencia: responsabilidad ante los padres

6 años

Cuando se impide el desarrollo de la responsabilidad, la formación y la ejemplaridad brillan por su ausencia. A los niños mimados, malcriados y sobreprotegidos se les priva de la oportunidad de superar sus debilidades personales. Cuando sus padres, cuidadores y educadores no les dan ejemplo en cuanto a cómo pensar, hablar y comportarse responsablemente, les privan de héroes defensores de los ideales. Rae y Bill animaron a su hijo de once años a trabajar repartiendo periódicos en su barrio, un barrio tranquilo. Bill apañó un trineo cubierto con una lona para poder transportar los periódicos ya lloviera, nevara o granizara. Enseñaron al niño a anotar sus ganancias en un libro de contabilidad, y cuando hubo ahorrado 250 dólares se compró una bicicleta: no cabía en sí de orgullo. Ese niño sería luego analista financiero, y además se aficionó a viajar por todo el país, ¡ya lloviera, nevara o granizara!

Momentos oportunos para fomentar la responsabilidad en la infancia media (7-12 años) —Dejemos que el niño haga cosas por y para sí mismo, y aprenda así a ser dueño de sus actos, a confiar en sí mismo y a ser responsable. —Impliquemos al niño en la resolución de problemas y conflictos. Es una de las mejores maneras de desarrollar la responsabilidad. Animémosle a autoevaluarse. —Recordémosle al niño la importancia de hacer los deberes y cumplir con las obligaciones antes de ponerse a jugar. —Estemos atentos a cualquier indicio de fobia al colegio y a las excusas excesivas, sintomáticas del temor a no servir o de que el niño elude sus responsabilidades. —Cuando ayudemos al niño con los deberes, los trabajos, la música o los deportes, no manifestemos impaciencia ni frustración. Esto lo desanima, mina su confianza y lo disuade de la responsabilidad. —Expliquémosle la importancia de ser responsable de los propios actos y no echar la culpa a los demás. Esto último es un comportamiento deshonesto, y es la salida fácil. —Fomentemos el cuidado del medio ambiente, a nivel del planeta y al de nuestro espacio vital. —Dejemos que el niño cuide de los animales, para que aprenda a ser responsable: que saque al perro, eche de comer a los peces, etc.

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—Animemos al niño a contribuir a los cuidados de los hermanos pequeños y de los abuelos. —Si es posible y seguro, dejemos que el niño vaya a la tienda a hacer la compra. Enseñémosle a contar siempre la vuelta. —Animemos al niño a llamar al compañero que falta a clase por enfermedad. —Enseñémosle que es de mala educación interrumpir y molestar cuando los demás están concentrados en su trabajo, porque así los distraemos e impedimos que cumplan con sus obligaciones. —En la escuela, animemos a cada alumno a ser responsable del orden y la limpieza del aula. —Si el niño se equivoca, enseñémosle a reconocer que se ha equivocado, rectificar y pedir perdón. —Seamos ejemplo de responsabilidad.

Un problema en el proceso: el comportamiento dependiente María Montessori, cuyos métodos pedagógicos reflejan una sagaz comprensión de la naturaleza infantil, conmina al cuidador a no hacer por el niño lo que él pueda hacer por sí mismo. Afirma que los niños son capaces de realizar tareas concretas, y de asumir la responsabilidad de los resultados. Hacia la infancia media, el niño debe desarrollar constantemente el sentido de la responsabilidad de sus tareas. Un estudio actualizado en 2009 arroja luz sobre el comportamiento contrario, el dependiente. La investigación tenía como objetivo descubrir por qué los hijos de familias americanas de ingresos medios esperan que sus padres hagan cosas por ellos. La Dra. Elinor Ochs y otros investigadores del Centro de la Vida Cotidiana de las Familias de la UCLA estudiaron a las familias en sus hogares, «para observar cómo las familias en las que trabajan ambos padres organizan el cuidado de los hijos, la casa y las profesiones, y cómo afecta todo ello a su salud y bienestar»[24]. Se grabó en vídeo la vida de treinta y dos familias del sur de California, con casa en propiedad y dos o tres hijos, al menos uno de ellos entre los siete y los doce años. Analizadas las grabaciones, se halló lo siguiente: —Las vidas de las familias giran en torno a los hijos, lo cual explicaría el dilema de la dependencia. —La intención de los padres es la de desarrollar la independencia de los hijos, pero en realidad los educan para ser relativamente dependientes, incluso cuando los niños tienen capacidad para actuar por sí solos. —Los padres realizan casi todas las tareas domésticas, y miman a los niños[25]. Por lo visto, los padres no pedían a los hijos que realizaran tareas, sino que los niños se lo pedían a los padres. A los hijos no se les otorgaba la potestad de ejercer la

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responsabilidad. En efecto, los padres eran proveedores de servicios para los hijos; los hijos, consumidores de esos servicios. Resulta que «desde el punto de vista de los hijos, no era responsabilidad suya contribuir al funcionamiento del hogar; en el 75% de las familias, la madre llegaba la primera y, a toda carrera, se ocupaba de los hijos y de sus tareas, de la compra, de las comidas y de la ropa»[26]. Los padres que hacen por el niño lo que el niño podría hacer solo están cultivando un comportamiento dependiente, perezoso, pasivo, nada propenso a la iniciativa. Los padres renuncian a su autoridad y no exigen la participación del niño; se preparan así una vida de agotamiento. Necesitan dejar de ser tan acomodaticios e indulgentes, y recobrar su autoridad; no deberían dudar en exigir responsabilidad.

La adolescencia: los mejores esfuerzos Rae tenía un problema. Su hijo de dieciséis años se había puesto a trabajar porque quería reunir dinero para un viaje a la nieve con su clase. Sus padres le habían puesto determinadas condiciones, y él reunió el dinero necesario; sin embargo, poco antes del viaje, incumplió una de ellas. Cuando sus padres se enteraron, comprendieron que tenían que darle una lección en responsabilidad. No debía hacer el viaje. Cuando Rae informó a su hijo de la decisión, él se mostró decepcionado y triste. Ella no quiso volverse atrás; el muchacho tenía que aprender que hay que cumplir la propia palabra, y respetar la autoridad parental. Rae reconocería después que lloró a escondidas. Pero gracias al buen ejemplo de los padres, el hijo aprendió una valiosa lección de responsabilidad y de respeto por uno mismo y por los demás. Chris es un joven jugador de baloncesto profesional. Su madre, Lianne, describe el desarrollo de la responsabilidad en su hijo. Su historia habla de unas técnicas educativas sencillas, coherentes y efectivas, que fortalecieron los buenos hábitos del chico, convirtiéndolos en virtudes. Desde sus primeros años, a Chris se le impuso una rutina sensata: escuela, tarea y actividades. Sus calificaciones fueron excelentes, y siempre lo elegían delegado de clase. Tenía una paga limitada, y no tenía acceso a las últimas tecnologías. Se acostumbró a la austeridad, a lo sencillo. Chris aprendió piano y pintura, pero también varios deportes, entre ellos la natación, el bádminton y el golf. Su estatura era una ventaja en el baloncesto, deporte que practicó tanto en el instituto como en la universidad. Las largas horas de entrenamiento endurecieron su voluntad, desarrollaron su deportividad, y allanaron el camino de la responsabilidad.

Momentos oportunos para fomentar la responsabilidad en la adolescencia (13-19 años)

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—Ayudemos al adolescente a comprender el verdadero significado de la libertad. Establezcamos directrices y normas, fijemos expectativas razonables, y démosle oportunidades para probar sus alas. En el proceso, ofrezcamos consejos que desarrollen la responsabilidad. —Procuremos conocer a los amigos y compañeros del adolescente. Así podremos intuir si existen presiones entre iguales. —Expliquemos qué castigos tienen las conductas inadecuadas, y dejemos que el adolescente asuma las consecuencias de sus acciones. —Fomentemos los buenos hábitos que ya tiene el adolescente en sus estudios, tareas domésticas, aficiones, deportes, música, baile, o cuidado del medio ambiente. —Sigamos controlando y limitando el tiempo que dedica el adolescente al uso de los medios tecnológicos, y el tipo de programas que ve. —Enseñemos al adolescente a ejercer el control, el respeto y la responsabilidad en asuntos de sexualidad; impidamos que vea programas que hacen ostentación de la promiscuidad y de la pornografía y que no respetan la sexualidad. —Animemos al adolescente a participar en campamentos de verano bien supervisados; así se fomentan las destrezas, la independencia y las habilidades sociales. —Animémosle también a trabajar en vacaciones; así afinará las destrezas y la responsabilidad, y aprenderá a valorar el dinero y el ahorro. —Animemos al muchacho a cuidar del ordenador y ocuparse de su reparación, de cambiar los cartuchos de tinta, reponer el papel, etc. —Guiemos a nuestros hijos adolescentes en el cuidado de la higiene y la salud personales; recordémosles que se tomen las vitaminas y los medicamentos si es necesario. —Animemos al adolescente a cuidar de sus hermanos pequeños, vigilando que no descargue en ellos sus tareas domésticas. —Respetemos la dignidad del adolescente. El respeto y la valoración de uno mismo son la base de la práctica de la responsabilidad. —Seamos ejemplo de responsabilidad.

Un problema en el proceso: una mala ética del trabajo La construcción de una buena ética del trabajo lleva tiempo. El niño tiene que llegar gradualmente a comprender el significado, el objetivo y el valor del trabajo; tiene que participar en actividades fructíferas en el juego, las tareas escolares, las tareas domésticas, los deportes o la música; y necesita modelos de comportamiento dignos de imitar. Así empezará a construir fundamentos sólidos. Pero la interiorización de una ética del trabajo es más que la simple observación. La ética del trabajo es la aplicación concreta de valores que guían al niño a entender la dignidad y nobleza del trabajo humano y la importancia de trabajar bajo un código ético. Es este una vara de medir objetiva de pautas morales que inspiran integridad y 54

excelencia en el trabajo. Existen seis valores morales centrales que le dictan al adolescente lo que es justo y bueno: el amor a Dios, el respeto a la autoridad, el amor altruista hacia las personas, el respeto por la dignidad de la sexualidad humana, el respeto por la verdad, y el dominio responsable sobre las cosas materiales[27]. Estos valores se arraigan en la naturaleza humana, capaz de buscar la verdad y hacer el bien. El proceso de interiorización de la ética del trabajo puede ir en dos direcciones: en la del trabajo honorable, recto y noble, realizado de manera diligente, ordenada, responsable, cooperativa y alegre; o por el contrario, el trabajo inepto, descuidado e inmoral, emprendido de manera perezosa, caótica, poco fiable, poco cooperativa y negativa. Los seis valores morales centrales prescriben un código ético para el adolescente. Entre las posibles transgresiones se cuentan la pereza, la mentira, la impuntualidad, la falta de respeto y la desobediencia a la autoridad, el chismorreo y la calumnia, el ciberacoso, el robo, la extorsión, el uso de drogas y alcohol y la promiscuidad. Todos estos malos comportamientos distraen al adolescente de su labor. En la escuela, el adolescente se enfrenta a otras tentaciones específicas. Entre las más comunes están la de copiar en los exámenes, la de plagiar trabajos de investigación, las faltas de respeto hacia profesores y compañeros y el juego sucio en los deportes. El adolescente éticamente recto, que defiende un código ético del trabajo... ...Respeta la dignidad de los demás. ...Sostiene los seis valores morales centrales. ...Acepta las consecuencias de sus acciones. ...Practica las virtudes relacionadas con el trabajo. ...Respeta las normas escolares. ...Respeta el material escolar. ...Ejerce la justicia con los demás. Cuando las prácticas éticas se arraigan en un código moral, el adolescente se encamina hacia el ejercicio de la integridad o rectitud moral. Esto le servirá cuando le llegue la hora de emprender un trabajo en la vida adulta, sea cual sea.

Citas sobre la responsabilidad 1. «Si queremos que los niños tengan los pies en el suelo, pongamos responsabilidad sobre sus hombros»[28] (Abigail van Buren). 2. «Hay que asumir la responsabilidad personal. No podemos cambiar las circunstancias, el tiempo ni el viento, pero podemos cambiar nosotros. Cae dentro de nuestro dominio»[29] (John Rohn). 3. «Es fácil evadir las responsabilidades, pero es imposible evadir las consecuencias de haber evadido nuestras responsabilidades»[30] (Josiah Charles Stamp).

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23 Linda Eyre y Richard Eyre, Teaching Children Responsibility, New York: Ballantine, 1993. 24 Shirley Wang, «A Field Guide to the Middle-Class U.S. Family», Wall Street Journal, 13 de marzo de 2012. 25 Wang, Wall Street Journal, 13 de marzo de 2012. 26 Ibid. 27 Roque Carballo, «A Look into Man and His Values: The Six Core Moral Values», Manila: Self-EmpowermentFoundational Program on Work Values, Institute for Ethics and Excellence in Enterprise, University of Asia and the Pacific, 1992, pp. 6-7. 28 www.brainyquote.com/quotes/authors/a/abigail_van_buren.html. 29 www.brainyquote.com/quotes/authors/j/jim_rohn.html. 30 www.worldofquotes.com/author/Josiah+Charles+Stamp /1/index.html.

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4. UNA FIESTA DE VERANO EN EL BARRIO: LA COOPERACIÓN EN EL TRABAJO

Solidaridad entre vecinos En las décadas de los años 40 y 50, las epidemias de polio eran amenaza habitual. Nuestro barrio no fue ninguna excepción: nuestro vecino Jules cayó enfermo, y supimos lo que significa estar en cuarentena. Teníamos prohibido aventurarnos más allá de nuestra calle. Cuando se levantó la cuarentena, las madres del barrio aunaron sus fuerzas y organizaron una recogida de fondos para la hermana Kenny, enfermera australiana, pionera en terapias de rehabilitación para los enfermos de polio. «¡Bienvenidos! ¡Acudan a una divertida velada, protagonizada por los niños de Fern Avenue!». Así rezaba el folleto que circulaba por nuestro barrio. Durante dos agotadoras noches de verano, los días 20 y 21 de julio de 1950, pusimos en práctica la auténtica solidaridad. El espectáculo que montamos los niños consistió sobre todo en solos instrumentales, canciones en solitario y a coro y bailes hawaianos. También hubo juegos, y puestos donde se vendían sabrosas comidas y pasteles caseros. Mi madre fue una de las fuerzas vivas de la fiesta, asumiendo su papel acostumbrado en el tema de las comidas y bebidas. De nuevo nos enseñó a colaborar y trabajar con tesón a favor de un objetivo noble. Aquellas dos veladas fueron mágicas para los niños; las donaciones generaron una emoción tangible. Mediante la cooperación, unimos nuestras fuerzas para realizar una actividad en apoyo de una causa útil que contribuía al bien común. Y pasado el tiempo, tuvimos la alegría de saber que nuestro vecino Jules se había recuperado del todo.

Definición de cooperación

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Los seres sociales necesitan que los demás les ayuden a crecer, desarrollarse, mejorar y actualizarse. La cooperación es un componente vital del proceso. Cooperar significa trabajar juntos para el beneficio mutuo. Refleja la disposición a asociarse y a adaptarse a los demás, para lograr un fin. Refleja un espíritu de colegialidad y servicio que busca el bienestar de un individuo o grupo, o el bien común de la sociedad. Antes de cumplir los objetivos, es posible que el proceso cooperativo se vea envuelto en conflictos, rivalidades y disensiones, pero el trabajo en equipo consigue aunar esfuerzos mediante la negociación y las concesiones que sean necesarias. La cooperación puede ser la clave que diferencia los proyectos que triunfan de los que fracasan; las relaciones sanas de las tóxicas; las victorias deportivas de las derrotas; los descubrimientos médicos que funcionan de los que jamás llegan a hacerlo. Los seres humanos que se unen y colaboran necesitan practicar numerosas virtudes para fortalecer y favorecer la cooperación y un espíritu de servicio: —La humildad y el altruismo. —El respeto, o la estima por la dignidad del otro. —La justicia, la equidad y el respeto por la ley. —La prudencia, o el buen juicio. —La comprensión, o el descubrimiento del significado de las experiencias. —La templanza, el autocontrol y la autorregulación. —La paciencia, resistencia estoica. —La fortaleza, perseverancia valiente. —La diligencia, esfuerzo perseverante. —La responsabilidad de las propias ideas, palabras y acciones. —El optimismo, la facultad de ver el lado bueno de las cosas. —La alegría del espíritu. La práctica de estas virtudes contribuye, de una u otra manera, a los esfuerzos cooperativos.

La inteligencia social Más allá de la inteligencia emocional (el control de los impulsos, la automotivación, el autocontrol y la persistencia, cualidades todas ellas que favorecen la diligencia en el trabajo), Daniel Goleman explora la inteligencia social. Goleman afirma que los seres humanos tienden naturalmente hacia la empatía, la cooperación y el altruismo, siempre que hayan desarrollado la inteligencia social que nutre estas capacidades[31]. Los estudios de Goleman concluyen que «la neurociencia ha descubierto que el propio diseño de nuestro cerebro hace que sea sociable, que se sienta atraído inexorablemente hacia una relación íntima cerebro-con-cerebro cada vez que tenemos delante a otra persona...Cuanto más fuerte sea nuestra relación emocional con el otro, mayor será la fuerza mutua. Nuestros intercambios más potentes ocurren con las 58

personas con quienes pasamos más tiempo, día tras día y año tras año, especialmente aquellas que más nos importan»[32]. Los padres, cuidadores y educadores ayudan al niño a adquirir la virtud esencial de la cooperación en y a través de su trabajo.

Avance rápido Tanto en la sencilla fiesta de barrio de antaño como en las complejas relaciones sociales de los jóvenes en el nuevo milenio, está claro que la tecnología es un factor importante en el desarrollo de la virtud de la cooperación. Mi nieta Maya empezó a aprender a usar el móvil a los tres años y medio de edad, aunque solamente fuese un teléfono de trapo que le regalaron por su cumpleaños. Le gustaba imitar la forma de hablar de los adultos; incluso pedía que no la molestaran mientras atendía a una «llamada». Maya jugaba a mantener varias conversaciones con familiares y amigos, e incluso los ponía en «espera» mientras charlaba con cuatro personas distintas. (Suponemos que así fomentaba la cooperación entre sus contactos). Ya tiene siete años, y es una experta enviando mensajes cuando sus padres le dejan sus móviles de verdad. Para esta generación, las relaciones sociales se han visto aceleradas por unos medios tecnológicos sin precedentes, que pueden fomentar o entorpecer la cooperación. Los estudios han mostrado resultados positivos y negativos. Por un lado, «los estudios sobre la utilización de internet en los años 90 y comienzos del nuevo siglo muestran que los adolescentes que pasaban mucho tiempo en la red pasaban menos tiempo con amigos (Nie, 2001), tenían menos amigos (Mesch, 2001) y tenían menos relaciones y bienestar sociales (Kraut et al., 1998)[33]. Los estudios más recientes dan resultados más positivos para las redes sociales. «La comunicación online no reduce sino que aumenta la conexión social» (Kraus et al., 2001). Existe un estudio que concluye que el número de meses durante los que la persona está activa en Twitter y el número de horas que pasa tuiteando se relacionan positivamente con la camaradería y la conexión con la comunidad virtual» (Chen, 2010) [34]. Los estudios actualizados tienden a dar resultados positivos, pero aún no son concluyentes. El tiempo y las investigaciones confirmarán o negarán los beneficios de la participación en las redes sociales, y si estas favorecen el desarrollo de la cooperación en los niños.

El entorno doméstico Da igual que la familia sea numerosa o no: el hogar ofrece los ejemplos más inmediatos de trabajo, y los primeros pasos en el ejercicio de la cooperación. Las 59

entrevistas con varias familias aportan ejemplos positivos. En una familia nuclear con uno o dos hijos, las relaciones tienden a ser intensas, íntimas, concentradas. El efecto positivo es que el niño recibe mucha atención. Erwin y su único hijo, Mark, de tres años, reparaban la valla del jardín. El padre le dijo al niño: «Gracias por ayudarme hoy, Mark». Y este le respondió: «No te estoy ayudando. Estoy trabajando». Con tres años, ya comprendía las dimensiones personales y sociales del trabajo. Las entrevistas con dos familias numerosas mostraron prácticas comunes a ambas: organización, aprendizaje precoz y cooperación. Danny y Angie nos cuentan cómo se apañaban con ocho hijos. Danny, banquero veterano, decidió que, como padres, tenían que iniciar y aplicar procesos organizativos en casa, para poner orden en su vida familiar e introducir a sus hijos al trabajo cooperativo. Ahora esos hijos cuentan entre diecisiete y treinta y seis años; recuerdan sus experiencias y procuran imitar el ejemplo de sus padres. Cuando los hijos eran pequeños, Danny los organizó en equipos de trabajo; colocaba en la puerta del frigorífico las tareas que les tocaba hacer. Por ejemplo, cada equipo tenía que fregar los platos en días determinados. Danny y Angie acostumbraron a los niños a realizar tareas apropiadas para su edad, y controlaban su cumplimiento. Angie reconoce que no siempre era fácil cumplir con los turnos; los niños se resistían, sobre todo cuando iban llegando a la adolescencia y tenían menos tiempo para los quehaceres domésticos. Danny quería también enseñar a sus hijos el arte de manejar dinero, así que les fijó una paga semanal. Si había que hacer tareas extraordinarias, como limpiar las contraventanas, les ofrecía más dinero como incentivo. En cierta ocasión, estando Angie de viaje, Danny quiso invitar a cenar a unos amigos; los niños se hicieron cargo y se repartieron el trabajo. Emprendieron de manera coordinada todas las preparaciones, y sus padres comprobaron encantados que eran capaces de presentar una cena estupenda. Trixie, madre de ocho hijos, nos relata la ocasión en que los niños la sorprendieron con su diligencia e iniciativa. Ella y su esposo tuvieron que hacer un viaje de tres días. Los abuelos estaban cerca por si pasaba algo, pero se quedaron al mando las dos niñas mayores, Inna y Bessie, de dieciocho y dieciséis años respectivamente. Trixie les confió la responsabilidad de dirigir la casa en su ausencia. Preparó un tapiz con bolsillos para el dinero que necesitaría cada niño, les dejó preparadas algunas comidas, y les encomendó que desayunaran cosas sencillas. Se fue preocupada, pero confiada en que los niños sobrevivirían. Al volver del viaje, ¡sorpresa! Todo estaba perfecto. Los niños habían colocado más perchas en el cuarto de baño, para acomodar todas las toallas. Sugirieron algunos cambios organizativos para dinamizar el flujo de las rutinas diarias. Estaba claro que el aprendizaje desde pequeños daba sus frutos.

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El ambiente escolar Al pasar del hogar a la escuela, el niño aprende a cooperar a gran escala. Escuela y maestros deben cultivar al unísono un ambiente en que se valoren el respeto, la colaboración, la cortesía, la gratitud y la amabilidad. He aquí algunas ideas: —Fomentemos una cultura escolar que valore la formación de equipos y la colaboración. —Promocionemos tangiblemente la virtud de la colaboración en la escuela: carteles, publicaciones escolares, recordatorios y concursos para un lema en torno a la colaboración; son útiles las encuestas que controlan el estado anímico general y el espíritu de colaboración. —Organicemos talleres, asambleas, programas y cursos para familias, fomentando la cooperación y el espíritu escolar. —Celebremos reuniones regulares entre profesores y padres, con su correspondiente seguimiento. —Fortalezcamos las relaciones interpersonales en la comunidad educativa, mediante talleres y programas para fomentar el respeto mutuo y compartir buenas prácticas entre el personal docente y el no docente, en los distintos departamentos y a todos los niveles. —Emparejemos a los niños dentro de su grupo, para ayudarles a construir relaciones positivas y útiles. —Organicemos un sistema de «hermanos mayores», de manera que los alumnos mayores ayuden a los pequeños. —Organicemos un comité de recepción de alumnos, para orientar a los nuevos. El respeto por la dignidad del otro es la base de la cooperación. El respeto nutre multitud de buenos hábitos: la comprensión, la empatía, la justicia y la buena ciudadanía, que honran tanto al individuo como a la comunidad.

La primera infancia: pequeños comienzos «¡A comer! Lávate las manos». Es lo que dicen todas las madres, todos los días. «¡Estoy jugando!». Es lo que responde Matt, todos los días. Esta escena tantas veces repetida refleja la satisfacción que hallan los niños en el juego. El juego para Matt no es ninguna actividad frívola ni inútil. Está explorando, interpretando el mundo que lo rodea, buscando significado y propósito en lo que ve o experimenta. El juego deja entrever las interpretaciones que hace el niño de las situaciones, y le ayuda a encontrar soluciones. Por ejemplo, en situaciones de guerra, los niños expresan jugando sus temores y reacciones. Cuando encuentran soluciones en el juego, sienten que controlan mejor sus experiencias. Y al intercambiar papeles, consiguen ver las situaciones desde distintas perspectivas. 61

El juego satisface una necesidad interior de aprender: de construir, imaginar y resolver problemas: ¡qué desafío para la imaginación del niño, al descubrir que seis bloques lego pueden combinarse de infinitas maneras[35]! Pero ahora hay un problema. «De todos los factores que afectan hoy al juego, pocos son tan preocupantes como los cambios recientes en los juguetes. Los juguetes multifunción, desestructurados, como la plastilina, los bloques de construcción, las figuras genéricas o los muñecos, fomentan juegos que los niños pueden controlar, transformar, según sus necesidades a lo largo del tiempo. Desgraciadamente, la mayoría de los juguetes que se venden hoy promocionan el juego estructurado. Suelen ser figuras de acción o videojuegos relacionados con programas de televisión o películas. Le “dictan” al niño cómo tiene que jugar, de manera que utiliza el juguete simplemente para imitar lo que ha visto en la pantalla»[36]. El juego es fuente de desarrollo físico, cognitivo, emocional, moral, cultural y social. Es especialmente fuerte su relevancia para el desarrollo social, porque nutre una amplia gama de habilidades sociales: la cooperación, la comunicación, el acuerdo, la negociación, la amistad, el respeto, la competitividad sana, la cortesía y la paciencia. Los niños necesitan, como seres sociales que son, aprender cuanto antes el arte de la cooperación. El fomento de la cooperación desde temprana edad prepara al niño para realizar un buen trabajo. Los niños juegan a fingir y a imaginar, en juegos teatrales, o a construir cosas, aprendiendo así a colaborar. La habilidad de cooperar prepara al niño para entender el trabajo como algo que promociona la excelencia y la solidaridad. Tan importante es el juego, que el artículo 31 de la Convención de las Naciones Unidas sobre los derechos del niño afirma que los niños y jóvenes menores de dieciocho años tienen derecho a jugar. Los padres, cuidadores y maestros deben integrar trabajo y juego de manera equilibrada.

Momentos oportunos para fomentar la cooperación en la primera infancia (3-6 años) —Tratemos al niño con respeto y educación, y exijámosle que responda «por favor», «gracias» o «lo siento». Así se fomenta el respeto por la dignidad del otro, y se facilita la interacción positiva. —En clase, hagamos juegos de rol que ilustren cuándo, por qué y cómo hay que dar las gracias, pedir permiso o pedir perdón. —Enseñemos al niño a escuchar. Juguemos al «silencio», de manera que el niño aprenda a oír y entender instrucciones y explicaciones. Esta destreza contribuye al funcionamiento de las actividades en grupo, tanto en casa como en la escuela. —Enseñemos al niño a esperar su turno en las actividades familiares o de grupo. Así se fomentan el respeto, la cortesía y la colaboración. —Asignemos tareas cotidianas: recoger los juguetes, poner la mesa, guardar la ropa limpia. Dejemos claro que cada miembro de la familia contribuye al funcionamiento del hogar.

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—Repasemos los objetivos de una actividad familiar, como por ejemplo un viaje. Así se motiva a los niños a realizar sus tareas respectivas, y se fomenta la unidad familiar. —Animemos al niño a compartir sus ideas para fomentar la colaboración en las actividades de grupo. Preguntémosle cómo podemos trabajar juntos de la mejor manera. —Enseñemos a los hermanos a compartir los juguetes. Fijemos un tiempo para que juegue cada uno, mientras el otro juega con otra cosa. Esta práctica se convertirá en rutinaria, y los niños aprenderán que no se puede monopolizar ni tener siempre lo que se quiere. —Animemos a los niños a compartir sus descubrimientos y experiencias. Así se genera un espíritu de asombro colectivo ante el aprendizaje. —Juguemos con los niños para enseñarles el toma y daca; procuremos no imponernos ni dominar la actividad. —Introduzcamos gradualmente a los niños a los juegos y deportes. —Expliquemos los conceptos de victoria y derrota en términos sencillos, con ejemplos y cuentos. A los niños pequeños les falta madurez cognitiva para comprender los conceptos, y reaccionan emocionalmente. Es mejor no centrarse en puntuar y ganar. —A estas edades, enfaticemos la importancia del juego limpio, minimizando la competitividad. Ayudemos al niño a comprender que no se puede ganar siempre. —El niño debe aprender que en los juegos y deportes hay que mostrar buenos modales, controlarse y jamás hacer daño. —En la escuela, organicemos actividades que ayuden a los niños a trabajar en equipo o con un compañero: compartiendo un libro y turnándose para pasar la página; pintando juntos un mural (cada uno puede ser responsable de una zona o color); cultivando un huerto entre todos. —Organicemos juegos acordes con su desarrollo que requieran trabajo en equipo; por ejemplo, que construyan con bloques de madera algo relacionado con la lección. —Organicemos una tarea conjunta a nivel de escuela, como por ejemplo recoger basura (siempre con guantes). —Si llega un alumno nuevo, dejemos que sea otro alumno el que le explique las normas y rutinas de la clase. —Por turnos, los alumnos deben ayudar al maestro en el reparto o recogida de materiales. —Animemos a un niño a ayudar al compañero a quien le cuesta más alguna tarea o actividad. —Animemos a los niños a compartir el desayuno con el que se lo ha olvidado en casa. —Leamos cuentos sobre la alegría de la colaboración. —Seamos ejemplo de cooperación.

Un problema en el proceso: una relación de apego deficiente 63

La relación de apego con un cuidador permanente es el fundamento de la capacidad de colaboración del niño. Este vínculo se forma entre los seis meses y los dos años de vida. Cuando el niño recibe cuidados sensibles y receptivos, se siente seguro y protegido, y (1) se crea una imagen positiva de sí mismo, y desarrolla un sano respeto por sí mismo al sentirse merecedor de amor y cuidados; (2) desarrolla confianza, empatía y cariño por los demás; y (3) aprende sus primeras lecciones en cooperación. Bajo las circunstancias más habituales, los padres son los educadores primarios y desempeñan papeles cruciales en el proceso de apego y en la construcción de relaciones futuras. Otros que pueden contribuir significativamente a la formación de un vínculo consistente y emocional son los abuelos, hermanos y demás familiares, niñeras, maestros y vecinos. Los padres fomentan el apego enviándole al niño mensajes y señales, verbales y no verbales, que le indican que es digno de amor. El niño responde naturalmente y se forma el vínculo amoroso. En momentos de enfermedad, dolor o estrés, el niño prefiere estar con la persona con quien ha formado ese vínculo. Este proceso dinámico de ida y vuelta refleja el desarrollo de un vínculo emocional recíproco y duradero. Allana el camino para la cooperación en actividades dirigidas al beneficio mutuo. Las investigaciones identifican varias pautas de apego: seguro, elusivo, ambivalente y desorganizado[37]. El apego seguro es precursor del desarrollo de la cooperación. Estos dos ejemplos ilustran el proceso: Pamela es maestra, y sabe lo que hace al enseñar a su hijo Connor habilidades sociales. Sus estudios de pedagogía y desarrollo infantil le han servido bien para reforzar el arte de la colaboración. Connor fue un bebé adorable y de temperamento fácil; el apego fue algo natural para él, sus padres y sus abuelos. Respondía bien al cariño de Pam: charlaban, leían, reían y reforzaban su vínculo paseando por la playa, visitado a los amigos y jugando. Pam y John se ocupaban de sus necesidades con constancia y cariño, y así se formó una base firme. Comprobaron que Connor no solía manifestar ansiedad alguna ante los desconocidos, e incluso iniciaba conversaciones con las visitas. No temía salirse de su base segura para explorar el mundo que lo rodeaba. Siendo el primogénito, Connor necesitaba una base más amplia para aprender a relacionarse, así que Pam invitaba a los niños de su calle a jugar. Quedaba con las amigas para reunir a sus hijos, iban de visita a casa de los abuelos y matriculó al niño en un jardín de infancia y otras actividades en su ciudad. Connor era un niño extrovertido, y crecía en confianza y simpatía. Es educado y está dispuesto siempre a jugar y colaborar con los demás niños. ¡Algún día será alcalde! Kathy es una atareada ejecutiva, pero ha desarrollado un apego seguro con su hija Lynette dedicándole las tardes y los fines de semana. Sebastian es un padre muy presente, y un marido que apoya plenamente a su esposa. Con todo, Kathy se siente culpable cada mañana al salir para el trabajo, y Lynette, que ya tiene tres años, sufre ansiedad ante la separación: llora abrazada a su madre. Por suerte, la niñera, Josephine, 64

ha formado un buen vínculo con la niña, consiguiendo así que esta se acostumbre a la despedida. Al entrar en el jardín de infancia, pronto se ampliará su mundo de juegos y amigos. Kathy y Sebastian han aprendido prudentemente a aliviar la ansiedad de la niña ante la separación: (1) los dos hablan de su trabajo con alegría, para que Lynette lo vea como una actividad positiva; (2) los dos han llevado a su hija a sus lugares de trabajo; (3) le han explicado de manera sencilla a qué se dedican y por qué trabajan; (4) Kathy ha ideado un ritual que anuncia su salida inminente: madre e hija cantan «So Long, Farewell, Auf Wiedersehn, Adieu», de Sonrisas y lágrimas, y ¡funciona!; (5) la madre y el padre llaman de vez en cuando a Lynette desde la oficina; (6) Kathy le da a la niña un «objeto transicional» (su pañuelo perfumado) para que lo lleve en el bolsillo y le sirva de recordatorio de que su madre va a volver; (7) los tres planean por adelantado qué cuento van a leer a la hora de dormir. Todas estas actividades han reconfortado a Lynette, y han respondido a su necesidad de seguridad. Sus reacciones a las despedidas son en realidad indicadores de que la niña está apegada a sus padres, con un apego seguro, y espera ilusionada su regreso. Estas técnicas, junto con los gestos de cariño, desarrollan en la niña su capacidad de amar y mostrar empatía.

La infancia media: espacio para mejorar La infancia media es la edad del juego. En esta etapa, los niños son capaces de implicarse en juegos formales que exigen comprensión de las normas y sanciones. Ya son más capaces de controlar sus emociones, relacionarse socialmente y enfrentarse a situaciones competitivas. Van madurando; pueden pasar del «yo» al «nosotros» y colaborar con los demás. Los niños cuyos padres son o bien permisivos o bien autoritarios no saben lo que es el ejercicio efectivo de la autoridad, y puede verse mermada su capacidad de cooperación. El niño malcriado, mimado y sobreprotegido puede convertirse en un ser egoísta, inseguro, indisciplinado, que se cree con derecho a todo, o propenso a verse excluido del grupo. En lugar de interiorizar la empatía, la buena disposición y un espíritu de servicio y colaboración, puede que manipule a los demás y se vea abocado a la soledad. Por otro lado, el niño que ha sido educado por padres autoritarios, ásperos o amenazadores se inclinará hacia el desafío, la rebeldía, la agresión y la venganza, o en el otro extremo, hacia la timidez, la inseguridad, la indecisión y la falta de confianza en sí mismo. El planteamiento autoritario de la disciplina tiende a conducir a dificultades en el aprendizaje social del niño, impidiéndole que desarrolle la virtud de la cooperación.

Momentos oportunos para fomentar la cooperación en la infancia media (7-12 años) 65

—Imaginemos la familia como un equipo cuyos miembros tienen asignados distintos papeles y obligaciones; puede confeccionarse una agenda semanal que se coloca en un tablón. —Si la familia celebra una fiesta, involucremos a los niños en las preparaciones. Pueden poner la mesa, servir la comida, colgar los abrigos y organizar juegos. —Dejemos que un niño entregue los regalos al homenajeado; así se fomenta la amabilidad, y el niño observa la alegría en el rostro del otro. —Involucremos al niño en el mantenimiento de la casa; así se fomenta la solidaridad familiar. —Involucremos al niño en la planificación de las comidas, la cocina y la repostería; así se prepara para su independencia en el futuro. —Enseñemos al niño buenos hábitos de estudio, y animémosle a ayudar a sus hermanos y compañeros a interiorizar la disciplina en sus deberes. —Animemos al niño a donar juguetes y libros a los más necesitados. —Animemos al niño a hacerse amigo de niños de familias con mentalidad parecida a la nuestra, con intereses y valores comunes. Invitemos a sus amigos a jugar a casa, y así los conocemos. —Animemos al niño a ser amigo del más débil; por ejemplo, en situaciones de acoso. —Animemos al niño a participar en actividades extraescolares, siempre cuidando de no sobrecargarle la agenda. —Si escuchamos al niño, nuestra comunicación con él será más efectiva. —Organicemos un consejo familiar para hablar de planes, establecer rutinas o resolver conflictos. —Animemos al niño a compartir sus alegrías con su familia, amigos, compañeros, cuidadores y maestros. —En los últimos años de la infancia media, animemos al niño a participar en proyectos alternativos orientados hacia el servicio (proyectos de vecindad, cuentacuentos, club de la tarea, etc.). —Motivemos al niño para que participe en algún deporte de equipo que le interese. —Animémosle a darle la mano al oponente antes y después del partido, gane o pierda. —En la escuela, organicemos un proyecto de investigación en grupo; los propios alumnos pueden elegir un tema que les interese, repartirse las responsabilidades y presentar el proyecto una vez terminado. —Para fomentar la creatividad, los alumnos pueden diseñar los materiales necesarios para un proyecto. Enseñemos a los niños a trabajar en colaboración. —Enseñemos a los niños a redactar normas y sanciones para gobernar el proyecto; dejemos que las implementen y asuman las consecuencias. —Dejemos claro ante los alumnos que la participación de cada miembro es vital para el proyecto. 66

—Si es posible, que los alumnos presenten otra versión de su proyecto en otra clase para compartir lo que han logrado; por ejemplo, una versión con guiñoles. —Seamos ejemplo de cooperación.

Un problema en el proceso: el ciberacoso El acoso ocurre cuando uno o más niños más fuertes hacen presa, repetidamente, de uno más débil que no puede defenderse, lo asustan o le hacen daño deliberadamente. El abuso puede ser físico, verbal o relacional. (Este último incluye la humillación, el ostracismo y la exclusión del niño). Está claro que la cooperación no forma parte de la relación entre el acosador y el acosado. El acoso siempre ha sido una preocupación para las familias en situaciones de rivalidad entre los hermanos, pero el acoso escolar puede convertirse en una situación angustiosa y permanente al extenderse por el ciberespacio. Vista la oleada de suicidios relacionados con el acoso en la pubertad, los padres y educadores tienen que prestar especial atención a los indicadores de comportamiento del acosador, además de los de la víctima. Hasta ahora se ha hecho caso omiso de un tercer elemento: el observador que conoce la situación de acoso y también se ve afectado. El observador tiene que elegir entre ayudar al acosado y enfrentarse al acosador, o permanecer al margen[38]. Haga lo que haga, tendrá que asumir las consecuencias. En años recientes, han surgido las redes sociales como herramientas poderosas para las relaciones sociales, la cooperación y el servicio. Las redes sociales permiten que los usuarios compartan ideas, actividades, acontecimientos, fotos e intereses; constituyen un medio para la interactuación a través del correo electrónico, los mensajes instantáneos y los chats. En la infancia media, hay varios problemas relacionados con las redes sociales que pueden interferir en el desarrollo de los hábitos de trabajo y de la virtud de la cooperación. Mediante un mal uso de las redes sociales, es posible que el niño (1) intente ganar popularidad y aceptación enviando fotos o mensajes inapropiados o (2) ataque a otros mediante el ciberacoso, que tiene poder para minar gravemente las relaciones sociales y distraer de su trabajo tanto al acosador como al acosado. En un reciente taller de padres, escuché la alarma y la decepción de varios de ellos cuyas hijas, de doce años, recibían mensajes agresivos y obscenos de un acosador, que les hacía preguntas íntimas y degradantes. Si la víctima no respondía, el acosador enviaba mensajes aún más desagradables, referidos a la víctima, a un número más amplio de suscriptores. Los padres estaban impresionados por la crueldad del acosador y su falta de respeto por la dignidad de los demás. Por otro lado, a veces los padres no son conscientes de las «prácticas educativas que fomentan el acoso: la falta de calidez e interés, las actitudes permisivas hacia el comportamiento acosador del hijo, y el recurso al castigo físico»[39]. Michele Borba ofrece estos consejos referidos a la seguridad en internet: 67

—Anunciemos claramente que la actividad del niño en internet será controlada por los padres; el niño debe informar de ello a todos sus amigos. —El ordenador debe estar en una zona común de la casa, para controlar en cualquier momento el uso que le está dando el niño. Fijemos normas para el uso de internet. —Advirtamos al niño que los mensajes, una vez enviados, no tienen vuelta atrás. Antes de enviar un mensaje, hay que meditar con seriedad y prudencia si puede hacer daño, y en ese caso, no debe enviarse. —Insistamos en que no se deben compartir datos personales (nombre auténtico, dirección, número de teléfono, claves) con personas que hemos conocido por internet. —Advirtamos al niño que jamás debe acudir solo a conocer a un «amigo» con el que ha contactado por internet. Tiene que ir acompañado de una persona adulta de confianza, y siempre con el consentimiento de sus padres. —El niño tiene que ser consciente de que debe hablar con sus padres ante cualquier situación en que se sienta incómodo, ansioso, amenazado o confundido, en una comunicación por internet[40]. Para los padres es reconfortante saber que tienen el derecho y el deber de ejercer su autoridad en el control de los medios. Además, al implementar mecanismos de control, fomentan la cooperación entre padres e hijos, y actúan por el bien del niño. Los controles parentales allanan el camino de la seguridad en internet.

La adolescencia: los mejores esfuerzos Cuando llega la adolescencia, las virtudes están en proceso de desarrollo, y se refleja el aprendizaje que ya se comenzó en la infancia y que se proyectará en la vida adulta. Rae comparte con nosotros un ejemplo que ilustra cómo ella y su marido Bill enseñaron a sus hijos el hábito de la cooperación y el espíritu de servicio: «Aquel invierno hubo mucha nieve. Me di cuenta de que muchos vecinos no iban a poder quitarla. Bill hizo que los chicos se levantaran pronto y acudieran a casa de los más mayores, cosa que hicieron de buena gana: quitaron la nieve de las aceras para prevenir accidentes. Hoy, mi nuera me cuenta que mi hijo Danny quita la nieve de la calle entera, mientras charla con todos los vecinos. Y nuestro hijo Michael hace el trayecto de media hora hasta mi casa solamente para quitar la nieve, sin que yo se lo pida. ¡Los hijos ponen en práctica lo que aprenden!».

Momentos oportunos para fomentar la cooperación en la adolescencia (13-19 años) —Alternemos las tareas entre los hermanos, a cada cual según su edad. Si es necesario, asegurémonos que han cumplido. Los adolescentes deben enseñar a los 68

pequeños cómo tienen que proceder. —Los hermanos pueden trabajar en colaboración formando equipos, con el mayor al mando. El adolescente puede acompañar al pequeño a la parada o ayudarle a hacer los deberes, o cuidar del hermano que tiene una discapacidad. —Animemos al adolescente a visitar a los abuelos y echarles una mano. —Animemos al adolescente a visitar alguna residencia de ancianos o de acogida, para leerles a los residentes, jugar o cantar con ellos. —Animemos al adolescente a hacer voluntariado en el club de la tarea, o en proyectos comunitarios de recogida de fondos para alguna causa benéfica, o en recogidas de material reciclable. —Animémosle a participar en actividades extraescolares que requieran un espíritu de servicio a los demás. —Recordemos al adolescente que (1) en los proyectos de grupo no debemos empeñarnos en nuestras propias ideas u opiniones, poniendo en peligro el logro de los objetivos; (2) debemos valorar las aportaciones de los demás; (3) debemos elogiar y animar a los demás cuando colaboramos con ellos. —El profesor debe supervisar los proyectos, asegurándose de que cada miembro del grupo tenga sus responsabilidades: que no acaben haciendo el trabajo unos pocos. —Los profesores pueden mandar proyectos que exijan que los propios alumnos practiquen la división del trabajo. —El profesor debe enseñar a los alumnos a evaluarse unos a otros, sobre todo cuando han trabajado en grupo. Así se fomenta la colaboración, la objetividad y el sentido de la justicia. —Las competiciones amistosas entre equipos dentro de la clase enseñan a los alumnos a colaborar por un objetivo común. Cada miembro del equipo tiene que interactuar con los demás, con el fin de lograr el mejor resultado para el equipo. —Evitemos la competitividad excesiva en casa y en la clase; así se minimiza la rivalidad intensa que mina la colaboración. —Seamos ejemplo de colaboración.

Un problema en el proceso: la presión entre iguales Los adolescentes sienten la necesidad imperiosa de encajar en el grupo, y por eso son especialmente vulnerables a muchísimas influencias. Entre las más fuertes está la presión entre iguales. La presión entre iguales es una fuerza que ejerce sobre el adolescente un amigo, compañero, grupo de compañeros, clique o banda, y que le obliga a cumplir, aceptar o imitar sus ideas, actitudes y prácticas. Normalmente se refiere a la manera de vestir y de arreglarse, el lenguaje y la forma de expresarse, o las preferencias musicales. Puede incluir también la elección de amistades o la participación en actividades, como por ejemplo la asistencia a fiestas o bailes. A otro nivel más hondo, la presión entre iguales 69

puede obligar a aceptar o no un sistema de valores, ideología o código ético que apoye o desprecie unos valores relacionados con el trabajo y la práctica de la colaboración. La capacidad del adolescente para afrontar la presión de sus iguales está condicionada por factores internos y externos, tanto positivos como negativos. Los factores internos positivos incluyen la autoestima, la competencia, la confianza en uno mismo, unos objetivos bien marcados y los valores morales y espirituales; los negativos son las inseguridades, una baja autoestima y la falta de respeto por uno mismo, que minan la capacidad del adolescente de defender sus derechos, opiniones y valores. Entre los factores externos que ayudan al muchacho a soportar la presión negativa se encuentran las prácticas educativas efectivas, los valores y la solidaridad familiares, los buenos modelos de conducta y las prácticas culturales positivas; las fuerzas externas negativas incluyen los anti-valores, el materialismo y la atracción del consumismo. La presión entre iguales se suele asociar a los comportamientos de riesgo en la adolescencia (consumo de drogas o alcohol, delincuencia), pero los estudios indican que «el apego a los amigos en los primeros años de la adolescencia no tiene por qué ser precursor de problemas graves, a menos que el apego sea tan fuerte que el joven abandone las normas familiares, sus tareas escolares y el desarrollo de sus propios talentos, por ganarse la popularidad y el favor de sus iguales»[41]. La disciplina parental desempeña un papel fundamental para contrarrestar la presión negativa. «La educación firme se relaciona con la resistencia a la presión de los iguales. Los padres que apoyan y controlan de manera adecuada a su hijo adolescente son respetados por él, lo cual actúa de antídoto ante la presión negativa de sus iguales» (Maste, 2001; Sim, 2000). Por el contrario, los adolescentes sometidos a comportamientos parentales extremos (demasiado control, o demasiado poco) tienden a depender mucho de sus iguales (Mason et al., 1996; Pettit et al., 1999). Acuden a sus amigos en busca de consejo sobre asuntos personales y sobre su futuro, y son más propensos a incumplir las normas de sus padres, descuidar las tareas escolares, consumir drogas, delinquir y ocultar sus talentos para ganarse la buena opinión de sus iguales[42]. La presión entre iguales puede también tener un sentido positivo; puede inspirar al adolescente a imitar modelos de conducta admi​rables, motivar cambios sanos y generar colaboración. He aquí un ejemplo de presión positiva entre iguales que nos alegra y nos renueva la confianza en la juventud de hoy. Martin nos cuenta, orgulloso, un incidente protagonizado por su hijo Blake, de diecisiete años, miembro del equipo de fútbol del instituto. El equipo ganó un partido importante en campo contrario; tras la victoria, los compañeros de Blake querían celebrarlo viendo vídeos porno y bebiendo. Blake se resistió a la presión y los convenció para que viesen una película recién estrenada, candidata a los Óscar. Luego, en lugar de beber, salieron a comer sushi y hablaron de los mensajes de la película, de cooperación y coraje. Inspirados por la película, decidieron organizar una escuela deportiva para ayudar a niños desfavorecidos en un barrio humilde de su ciudad. La presión positiva ejercida por Blake sentó las bases de un esfuerzo común que llevó alegría y esperanza a unos niños desfavorecidos. Su influencia se arraigaba en su 70

integridad, autocontrol, responsabilidad y habilidad para motivar la cooperación.

Citas sobre la cooperación 1. «Unirse es comenzar, seguir unidos es progresar y trabajar unidos es triunfar»[43] (Henry Ford). 2. «Los grandes descubrimientos y logros siempre son producto de la cooperación de muchas mentes»[44] (Alexander Graham Bell). 3. «El honor es testigo del valor. La seguridad es madre de la confianza. El servicio produce satisfacción. La cooperación prueba la calidad del liderazgo»[45] (James Cash Penney).

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31 Daniel Goleman, Social Intelligence: The New Science of Human Relationships, New York: Bantam Books, 2006. 32 Goleman, Social Intelligence, p. 4. 33 Papalia y Feldman, 411. 34 Ibid. 35 En realidad no son infinitas, sino exactamente 915.103.765 las combinaciones posibles. «Over 915 million ways to com​bine just 6 LEGO bricks», www.mernin.com/blog/2011/08/combining-6-lego-bricks/. 36 «Rethinking Children’s Play», www.funfamilyeducation.com/outdoor-games/play/35262html. 37 Papalia y Feldman, 188-189. 38 Dolores Coloroso, The Bully, the Bullied, and the Bystander, New York: HarperCollins, 2004. 39 Michele Borba, PhD, «How Can Parents Prevent Bullying and Monitor Kids’ Tech Activity?», citado en Excellence & Ethics, Center for the 4th and 5th Rs, SUNY, Cortland, School of Education, Winter/Spring 2012, p. 7. 40 Borba, p. 7. 41 Fuligni, Eccles, Barber y Clements, 2001, citados en Papalia y Feldman, p. 410. 42 Laura Berk, Infants, Children, and Adolescents, 5.ª ed., Boston: Pearson, 2005, p. 613. 43 www.brainyquote.com/quotes/quotes/h/henryford121997.html. 44 www.inspirationalquotes4.u.com/alexanderbell/index.html. 45 www.brainyquote.com/quotes/authors/j/james_cash_penney.html.

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5. EL DÍA DE LAS CREPES: LA ALEGRÍA EN EL TRABAJO

Regalando felicidad La noticia corrió como la pólvora: la señora Joos invitaba a merendar a todos los niños del barrio. Unas deliciosas crepes, finas como el papel, rellenas de azúcar, mermelada, puré de manzana o compota de fruta. Con cuatro sartenes en el fogón, mi madre no daba abasto. Los niños sabían que la señora Joos les regalaba una golosina deliciosa, digna de un gourmet, y se lo agradecían. Era una vecina buena, amable y alegre.[46] Entre bocado y bocado, los niños conversaban animados: hablaban de deportes, juguetes, libros de cuentos o la última entrega de Howdy Doody1 en televisión. La vida era sencilla y deliciosa en nuestro barrio de New Jersey ese sábado de primavera. Al pasar los años, aquellos niños llegaron a la adolescencia y aquello se convirtió sin saber cómo en una competición. No se trataba de ver quién era capaz de comer más crepes: eso jamás lo habría permitido mi madre. Simplemente se trataba de comer mucho, y recordar el sabor hasta la siguiente invitación. El gesto de mi madre satisfacía el apetito de aquellos niños en pleno crecimiento. Mediante sus tesoros culinarios y su ejemplo en el trabajo, fomentaba en el barrio la solidaridad y la amistad duradera. Mi hermana y yo nos sentíamos orgullosas de la alegría que mamá les regalaba a nuestros amigos del barrio, a pesar de que nosotras fuésemos luego las encargadas de la limpieza. Por mucho que lo hemos intentado, ni a Loretta ni a mí nos salen las crepes como a nuestra madre. Ella nos explicó el secreto, pero está claro que nos falta su toque maestro. Yo creo que las crepes de mi madre eran reflejo de su alegría y su bondad. Aquellos niños ya son abuelos, pero todavía se acuerdan de la felicidad que regalaba mi madre con su trabajo y su alegría. Ella solía recordarnos que es más feliz el que da que el que recibe. La alegría se cultiva en el interior. Incluso durante las épocas difíciles, mi madre conseguía irradiar una honda alegría. «Dios tendrá sus motivos. Algo querrá 73

enseñarnos».

Definición de alegría La alegría, caracterizada por la buena disposición y el altruismo, es una virtud que emana ánimo y gozo. Es reflejo de la simplicidad y la bondad de las intenciones. El que es generoso y alegre anima a los demás, disipa la preocupación y busca lo positivo. La alegría es la habilidad de reconfortar y generar felicidad. Es virtud arraigada en la esperanza y la fe, y se basa en la confianza en Dios, en los demás y en uno mismo. Cuando brota de la abundancia de honda espiritualidad y de la lucha a largo plazo, la virtud de la alegría nos recompensa con una profunda comprensión del significado y el objetivo de la vida, el amor, las relaciones y el trabajo. La alegría sincera y permanente no llega automáticamente con la edad. Requiere el esfuerzo diario de confiar en la Bondad. La alegría trae consigo: —La fe, o confianza en Dios. —El optimismo, la facultad de ver el lado bueno de las cosas. —La paciencia, que soporta las contrariedades sin queja. —El valor, que se enfrenta a las dificultades y los peligros con firmeza y sin temor. —La comprensión, que descubre el significado de las experiencias. —La templanza, o control y regulación de uno mismo. La verdadera alegría integra de manera dinámica todas estas virtudes.

«Esfuerzo, simplicidad y confianza» Cierto día hablé de la alegría con una bisa​buela que nos ofrece sus profundas percepciones, producto de la reflexión y la sabiduría. Linda, una encantadora nonagenaria, mentalmente aguda y expresiva, nos habló de sus pensamientos. Intentamos centrar la conversación, pero tomó muchas direcciones antes de encauzarse por fin hacia los tres componentes principales de su alegría y optimismo: el esfuerzo, la simplicidad y la confianza. «Por el trabajo estamos vivos. Sin trabajo nos preocupamos, nos aburrimos, holgazaneamos, enfermamos. ¿Cómo estar alegres?». Linda está frágil, pero sigue trabajando en el jardín lo que puede, y además lee, escribe cartas para animar a los demás, y visita a quienes la necesitan. Preocupada por el ambiente materialista predominante, que nubla fácilmente los valores y el juicio, Linda defiende la simplicidad de las ideas, las expectativas y las necesidades. Su conclusión: «La simplicidad es un camino hacia la felicidad. Cuando el dinero, las aspiraciones sociales y la búsqueda del prestigio y las comodidades complican 74

las metas, ¡qué fácil es perderse! Así no pueden arraigar la alegría y la paz. Necesitamos mirar a nuestro alrededor y ver la simplicidad, la belleza y el orden de la naturaleza para darnos cuenta de que nos hemos complicado la vida. [...] Incluso cuando no se aprecian nuestras buenas intenciones y nuestro trabajo, tenemos que buscar el significado positivo de las experiencias, recordar lo afortunados que somos, gozar de las cosas pequeñas y confiar en Dios. Él tiene un plan». Ya hemos descubierto el secreto verdadero de la alegría de Linda: su confianza se arraiga en Dios. Su alegría se basa en roca sólida.

Avance rápido ¿Pueden encontrar eco en la juventud de hoy las reflexiones y los consejos de una bisabuela? ¿Aprecian los padres jóvenes y sus hijos el significado y la universalidad de la alegría destilada a partir de nueve décadas de experiencias vitales? Existen anécdotas actuales que afirman el poder de la alegría y los valores optimistas en el entorno del hogar y en el de la escuela.

El entorno doméstico «Es fácil practicar la alegría cuando todo va bien, pero ¿qué pasa con la familia que tiene un hijo con necesidades especiales, o algún miembro que sufre dolor crónico, una discapacidad mental o problemas emocionales?». Un padre preocupado, que buscaba consejo, hizo esta pregunta durante un taller de padres sobre «La alegría en la vida familiar». Al entrevistar a padres, me encontré con varias parejas que tenían algún hijo con necesidades especiales. Las circunstancias variaban, pero el optimismo era el factor común a todas las familias. Amy nos relató una emocionante experiencia familiar de alegría y esperanza. La protagonista es Mónica, una niña de nueve años: «Nuestro médico en Manila nos aconsejó que buscásemos ayuda en Estados Unidos para el tumor benigno que tenía Mónica en los tejidos blandos del pie. Tras meditarlo, decidimos mudarnos a California en busca de tratamiento. Pese a las dificultades de adaptarnos a una cultura diferente, vivimos durante siete años en un país extraño. »En un espacio de cinco años, Mónica se sometió a cinco intervenciones en el pie para extirpar el tumor, que se reproducía a pesar de todo. Pasó por varios tratamientos, la mayoría de ellos experimentales, porque este tipo de tumor no tiene curación conocida. Todos los tratamientos duraron poco tiempo, y ninguno nos dio esperanza alguna. »Justo cuando estábamos a punto de acceder a la amputación, otro médico aconsejó de nuevo la extirpación del tumor; ahora pareció funcionar. Por fin, a los trece años, Mónica pudo caminar sin cojear, cómodamente. Siguió con su vida y se apuntó al equipo 75

de animadoras del instituto; pronto fue una de las principales. Dio lo mejor de sí, aun sabiendo que el tumor podía reaparecer en cualquier momento, obligándola a abandonar el equipo. Recurrimos a la medicina natural bajo los consejos de un bioquinesiólogo, y hace tres años que el tumor está estable. »Ha habido altibajos durante estos cinco años. Mónica tuvo que faltar cinco meses al instituto durante el séptimo curso, debido a los efectos secundarios de los medicamentos. Sufrió fuertes dolores de cabeza y de estómago. Venía una profesora a casa para darle clases cuando remitían los dolores. Cuando por fin pudo volver al centro en el último trimestre, consiguió sacar buenas calificaciones. »Mónica salió adelante gracias al apoyo emocional que recibió. Teresa, su hermana mayor, siempre fue un consuelo para ella. Tenía con ella detalles sencillos pero que la ayudaban mucho, como el de dejarle su peluche preferido cuando sufría dolor. Nuestros cinco hijos se esforzaban por hacer de las vacaciones una ocasión de unidad, diversión y agradecimiento. Nos reuníamos para cocinar, hacer pasteles, jugar. Animábamos a las amigas de Mónica para que la visitaran y le escribieran tras cada intervención; siempre estuvieron presentes en sus momentos de soledad. Durante tres meses, hicimos un trayecto semanal de dos horas al centro médico donde le hacían los análisis. A Mónica incluso le hacía ilusión, porque luego la llevábamos a comer a un restaurante chino que le gustaba. Era una felicidad simplemente estar juntos comiendo en un sencillo restaurante. »Durante todos esos años, Mónica perseveró en el cumplimiento de las tareas domésticas, a pesar de que le costaba caminar. Esto le daba una sensación de responsabilidad y confianza, y la mantenía ocupada los fines de semana. Cuando le resultaba físicamente posible, asistía a campamentos de verano, disfrutando de las actividades y de las nuevas amistades. Se asoció a un club de chicas, e impartió charlas a las compañeras. »Nuestras experiencias fortalecieron la solidaridad familiar, y Mónica agradecía el ambiente de paz que procurábamos crear en casa. Creo que fue nuestra aceptación natural de su condición, sin quejarnos, lo que la hizo sentirse querida y apoyada. »Pero lo que nos unía era la espiritualidad. Lo que explica verdaderamente la alegría de Mónica es su fe y la gracia de Dios. Apoyada en las oraciones de su familia, sus amigos y compañeros, jamás perdió la esperanza. Durante cierto tiempo en que estuvo coja seis meses, solamente veía el lado positivo de las cosas, a pesar de que tenía que llevar zapatos grandes por culpa del crecimiento del tumor. »Ahora que ya está mejor y hemos vuelto a Manila, nos acordamos de la suerte que hemos tenido con los médicos que nos han atendido. La enfermedad de un familiar, y sobre todo de un hijo, es una situación difícil. Pudo haber sido una experiencia traumática, pero en nuestro caso fortaleció nuestra confianza en Dios. La alegría nace de una vida de oración fuerte y constante, que fortalece el optimismo, la esperanza, la fe y la unidad». Hoy hay mucho interés por el autismo, y se investiga mucho; la siguiente entrevista con una madre nos deja entrever la preocupación, la alegría y la esperanza que hay en la 76

educación de un hijo autista. Ann nos habla de la felicidad que supuso el nacimiento de su niña, después de cinco varones. «Poco después de su primer cumpleaños nos dimos cuenta de que Mara, una niña preciosa y adorable, de pronto ya no respondía ni miraba al oír su nombre; no miraba a los ojos, y no seguía aprendiendo a hablar. El pediatra opinaba que había que hacerle pruebas. «A los dieciocho meses, empezó la terapia. A los tres años recibimos el diagnóstico oficial de trastorno generalizado del desarrollo no especificado (TGD-NE): Mara no presentaba todos los síntomas del autismo. Hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano por comprender su enfermedad, asistimos a cursos y conferencias, leímos, probamos toda clase de dietas y suplementos, y participamos en cursos de integración auditiva para el autismo. Mara ya ha cumplido siete años, y continúa con terapias y atención escolar específica. »Sabemos que, en la mayoría de los casos, en realidad no hay remedio, y que Mara tendrá que enfrentarse a su trastorno. Como padres, tenemos la esperanza de que los síntomas se suavicen y se puedan controlar, de manera que Mara pueda llevar una vida bastante normal y feliz. Ya hemos visto signos de mejora: Mara nos mira a los ojos. ¡Qué bendición! »En realidad, para nosotros, el paso más importante fue el de la aceptación. Desde muy pronto, nuestros hijos aceptaron la situación de la manera más natural. Apoyaban a Mara, la ayudaban, y la quieren tal como es. Como familia, no podíamos permitirnos el lujo de enfadarnos ni agobiarnos. Mara es hija de Dios, y nos apoyamos en las terapias, la fe y la oración para cuidar de esta niña dulce, inocente y preciosa que tanta alegría nos ha traído, y a la que tanto queremos».

El ambiente escolar Los pedagogos explican las prácticas en el aula que inspiran alegría en la primera infancia, la infancia media y la adolescencia. Gizelle, directora de un jardín de infancia, aconseja comenzar el día con canciones según la edad. Las canciones con acción son especialmente gozosas para el niño pequeño. Se favorece así un ambiente feliz, sobre todo si se acompaña de ejercicio. Según Lexie, maestra, hay que crear un ambiente acogedor en que el niño no se sienta intimidado, y sepa que si se equivoca siempre hay remedio. Ginny genera entusiasmo y alegría al preguntar: «¿A que no sabéis qué vamos a hacer ahora?». Marietta tiene treinta y cinco años de experiencia como maestra de niños entre los 10 y los 14 años, y se ocupa de que su aula sea un lugar seguro y acogedor. Dispone de multitud de recursos pedagógicos, y procura que el aprendizaje sea positivo utilizando estrategias que incluyen los juegos y las carreras. Les dice a sus alumnos que «somos una familia, y tenemos que tratarnos con respeto», creando así un ambiente de cariño y felicidad.

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Carl es profesor de adolescentes, y marca actividades que suponen un desafío y son divertidas. Reconoce que, en estos tiempos tan tecnológicos, es más difícil motivar a los alumnos, y por eso los profesores necesitan conocer sus intereses. Los alumnos encuentran satisfacción en sus tareas cuando les interesan y tienen sensación de que están aprendiendo algo. Así hallan alegría en el aprendizaje, y pasan a tomar la iniciativa. Rae entra en clase cada día con una gran sonrisa y un alegre «buenos días». Su optimismo es contagioso. Concha aconseja ser consciente de la propia disposición al entrar en clase. Los niños, y sobre todo los adolescentes, actúan en consecuencia. Las observaciones y experiencias de los maestros y profesores nos indican una progresión conocida y natural: al niño pequeño le encanta gastar energía física y entusiasmo en medio de un ambiente positivo y tranquilizador. En la infancia media, cuando ya pasa más tiempo lejos de la familia, el niño es feliz en un ambiente seguro, justo, respetuoso y repleto de descubrimientos. El adolescente siente alegría y satisfacción cuando puede recurrir a sus propios intereses y su creatividad.

La primera infancia: pequeños comienzos Una de las mayores alegrías de la vida es la risa de un bebé. La vemos y la oímos; el bebé se ríe con todo el cuerpo. Su alegría a veces dura poco, y en seguida llegan las lágrimas, pero es una emoción universal indicadora del aprendizaje del gozo. Las percepciones ingeniosas de los niños pequeños son señal de su incipiente sentido del humor, bondad de intenciones y travesura. De nuestro tesoro familiar de salidas ingeniosas he rescatado los siguientes recuerdos: El gracioso de la familia, Ricci, tenía tres años cuando probó la Coca-Cola por primera vez en un cumpleaños. Le encantó. En casa, los niños solamente bebían leche, zumos naturales y agua. Sabiendo que yo no iba a dejarle beber Coca-Cola, ideó un plan para conseguirlo. «Mamá, ¿puedo tomarme una cerveza?», me preguntó él. «¿Cerveza? Tú no puedes tomar cerveza. La cerveza es para los mayores», respondí yo, divertida por su petición. «Pero yo quiero tomar cerveza, como papá», insistió. «No puede ser. La cerveza es para los mayores. Algún día, cuando seas grande». «Vale. Pues entonces, ¿una Coca-Cola?», preguntó, con una sonrisa traviesa. Cuando mi padre estuvo hospitalizado por quemaduras debidas a un accidente, le preguntamos en broma a Ricci: «Doctor Ricci, ¿qué recomienda usted para el paciente?». Respondió con el aplomo de un especialista: «¡Que me traigan el martillo y unas aspiletas!». No parecía que tuviera futuro como médico. Cuando Anton tenía dos años, jugaba a boxear conmigo; Ricci tenía seis y reaccionó con la sabiduría de un hermano mayor: «Anton, ¡no pegues a mamá! ¿No sabes que es una antigüedad?».

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Y a los seis años, Anton ya se había convertido en el filósofo de la familia: «Mamá, ¿sabes cómo puedes vivir hasta los cien años? Come bien. Trabaja duro. Y rézale a Dios». Asombrada, le pregunté: «Y tú, ¿cómo sabes esas cosas?». «Cada uno las tiene que averiguar por sí solo. O a veces me invento cosas, y ¡luego me entero de que son verdad! Mi cerebro me da las respuestas». Poco después, Anton llegó a otra conclusión con respecto a su propia etapa de desarrollo: «Mamá, me gusta ser un niño. ¡La infancia me hace crecer!». Así era. La infancia solamente pasa una vez en la vida. Debe ser una etapa en que abunden el ingenio, la inventiva y la alegría, y el niño se predisponga a una perspectiva optimista en cuanto a la vida, el amor y el trabajo.

Momentos oportunos para fomentar la alegría en la primera infancia (3-6 años) —Permitamos que el niño haga cosas por sí solo, y experimente el gozo y la satisfacción de hacer una tarea o terminar un trabajo. —Expliquémosle que la labor bien hecha produce felicidad y satisfacción. Son las auténticas recompensas del trabajo. —Mostremos entusiasmo por el trabajo del niño. Así le animamos a perseverar, y le damos confianza y esperanza. —Mostremos entusiasmo y optimismo por aprender cosas nuevas. Así animamos al niño a tomar la iniciativa y a hallar alegría en los descubrimientos. —Animemos al niño a crear felicitaciones y tarjetas de ánimo para familiares, amigos, compañeros de clase, pacientes hospitalizados, o personas mayores que viven en residencias. Así ayudamos al niño a convertirse en una persona alegremente generosa. —Los niños pequeños tienen mucha empatía. Animémosles a mostrar comprensión. —Enseñemos al niño a saludar y a dar las gracias a los mayores. Estos gestos de cortesía generan felicidad y respeto por los demás. —Cuanto antes enseñemos al niño a leer, antes descubrirá la alegría de los libros. —Organicemos reuniones y excursiones que promocionen la solidaridad familiar, el optimismo, una sensación de seguridad y la apreciación de la historia de la familia. —Los niños pequeños son especialmente sensibles a las expresiones faciales de los mayores. Mostrémosles grandes sonrisas. —El optimismo de los padres, cuidadores y maestros es contagioso. Los niños son grandes imitadores. —Evitemos los castigos físicos que no respetan la dignidad del niño. Optemos más bien por las explicaciones claras, sencillas y simples, y los castigos razonables y apropiados. Fijemos límites y establezcamos parámetros de comportamiento. —Los ánimos dan alegría, mientras que la disciplina áspera y las regañinas llevan al desá​nimo. 79

—En la escuela, si el niño parece triste o frustrado, distraigámosle con alguna actividad divertida. Intentemos enfocar el problema de manera positiva. Si existe una pauta de comportamiento depresivo, consultemos a un psicólogo. —Ocupémonos de que el niño tenga espacio para moverse con libertad en casa y en la clase. Así puede dar salida a su entusiasmo. —Organicemos actividades de juego de interior y exterior, para canalizar positivamente su energía. —Seamos siempre ejemplo de alegría.

Un problema en el proceso: el carácter difícil Lizette cumplía tres años, e invitó a su fiesta a Jermaine, Frankie, Lizette, Marlies, Animesh y Harry, compañeros de guardería. Se celebró en un local que ostentaba los últimos aparatos gimnásticos, columpios, cama elástica, piscina de bolas de colores y muchísimo sitio para correr. Los niños jugaban a su antojo, supervisados por monitores y padres. La escena era perfecta para observar los distintos temperamentos que ya afloraban. Al llegar, Jermaine y Frankie se adaptaron en seguida y saltaron a las bolas, alegres, relajados y extrovertidos. Marlies y Animesh, tímidos, sensibles y cautelosos, se detuvieron un momento en la entrada para orientarse. Aferrados a sus padres, observaron el tumulto, pero luego se unieron a la fiesta y lo pasaron en grande. Harry, impulsivo, nervioso y enérgico, se metió entre unos niños que esperaban pacientemente su turno para saltar en la cama elástica. Lizette, la homenajeada, estuvo tranquilamente disfrutando de su protagonismo en su día especial. Su maestra, Gail, comentó que los niños se comportaban igual que en el aula. Estábamos observando directamente la interacción de lo innato (el temperamento) y lo adquirido (la educación). El temperamento es un estilo de comportamiento en parte heredado, y ya observable en los primeros meses de vida. Es la predisposición fisiológica a reaccionar de manera determinada ante las personas, las situaciones nuevas y los cambios. Los primeros investigadores clasificaron los temperamentos según el humor característico, la energía y la reactividad: fácil (adaptable y positivo), lento en reaccionar (tímido y precavido) y difícil (negativo e irregular)[47]. Más adelante se definió otra clasificación: actitud positiva, extrovertida y desinhibida; afectividad negativa, con tendencia hacia la timidez y la inhibición; y autocontrol y autorregulación emocionales forzados[48]. Existen cinco tipos de niños especialmente difíciles que han recibido considerable atención: los muy sensibles, los ensimismados, los desafiantes, los distraídos y los activoagresivos[49]. Estos son los niños tímidos, insociables, hiperactivos y violentos que pueden encontrarse los padres, cuidadores o maestros en casa o en la escuela.

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El temperamento tiene un papel evidente en el desarrollo de la disposición alegre. Jermaine, Frankie y Lizette son niños tranquilos, optimistas, dispuestos a participar y a ver el lado bueno de las situaciones. Animesh y Marlies son tímidos, escépticos en principio, y les cuestan más las relaciones sociales. Harry se frustra, tiende a las pataletas y es autoritario. Incide en la alegría de los demás. Los padres, cuidadores y maestros pueden sentir distintas tentaciones cuando se encuentran con un niño difícil. Por ejemplo, ponerle una etiqueta y dudar de su adaptabilidad; pensar que el niño está condenado al comportamiento inadaptado y a la infelicidad; o desconfiar de la capacidad del niño para superar y hacerse con el control de su temperamento desafiante. A todos les será de utilidad un buen conocimiento de la interacción dinámica de lo innato y lo adquirido. He aquí algunos consejos para padres, cuidadores y maestros con niños tímidos como Animesh y Marlies, o niños más difíciles como Harry. Las recomendaciones son válidas para ambas disposiciones temperamentales. Ayudemos al niño a conocerse, a ser consciente de su propio temperamento[50]: —Cuando surja un problema, guiemos al niño hacia su resolución. —Mostremos empatía por las dificultades que pueda tener el niño a la hora de aprender a controlarse. Animémosle a seguir perseverando. —Dividamos las dificultades en pasos más asumibles. —Establezcamos un ambiente de confianza y seguridad. —Si es necesario, negociemos los límites. Lo innato y lo adquirido influyen en la predisposición hacia la alegría. Los padres, cuidadores y maestros pueden allanar el camino mediante una orientación clara, firme, coherente y tranquilizadora, y su propia disposición alegre. Es necesario que guíen al niño, ayudándole a enfrentarse a las exigencias y los constreñimientos de las situaciones difíciles.

La infancia media: espacio para mejorar La infancia media, que muchos ven como la calma antes de la tormenta de la adolescencia, es una etapa vital en que el niño forma su actitud hacia sí mismo, sus emociones, sus estudios, sus relaciones sociales, su familia y el mundo que le rodea. Se afina el pensamiento lógico. A los niños de esta edad les encantan los chistes tontos, se ríen muchísimo, pero necesitan que se les recuerde la realidad, necesitan refuerzos positivos y desafíos que les demuestren que son capaces de hacer las cosas que se proponen.

Momentos oportunos para fomentar la alegría en la infancia media (7-12 años)

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—Enseñémosle al niño el arte de sonreír, sobre todo ante un problema, contratiempo o sufrimiento. No se niega así el problema, sino que se manifiesta una sensación de control bajo presión, la idea de que hay que ser optimista y de que existen soluciones posibles. —Cuando sea necesario resolver algún problema, enseñémosle a controlarse. Así se desarrolla su confianza en sí mismo, y la habilidad de buscar remedio mediante el esfuerzo y la paciencia. El niño aprenderá a ser responsable y optimista, y evitaremos el desánimo y el pesimismo. —Recordémosle al niño la inutilidad de quejarse, sobre todo tratándose de tareas domésticas y escolares. Las quejas refuerzan el negativismo y minan la alegría. —Enseñémosle que la persona feliz y positiva muestra entusiasmo y levanta la moral de los demás. El sentido del humor es valiosísimo. —Procuremos descubrir los talentos ocultos del niño. Así se favorece la confianza en uno mismo, la propia identidad y la alegría. —Las tareas domésticas pueden ser divertidas. Si los hermanos limpian juntos los churretes de las paredes, no solamente realizan el trabajo, sino que, sobre todo, se divierten juntos. Eso une. —Si el niño se equivoca, recordémosle que de los errores se aprende; preguntémosle qué ha aprendido. Debe entender que los contratiempos sirven para aprender algo positivo y útil de cara al futuro. —Los padres que acostumbran a participar en talleres o cursos transmiten el amor por el aprendizaje y dan ejemplo. —Dado el impacto de las nuevas tecnologías, el maestro tendrá que incluir técnicas creativas y novedosas para interesar al alumno en el aprendizaje. —Seamos ejemplo de alegría.

Un problema en el proceso: el pesimismo Algunos niños tienden por su temperamento a la tristeza, la preocupación, las quejas y el pesimismo. El niño melancólico es especialmente vulnerable a los contratiempos, la decepción, la frustración o la pérdida. Cuando el miedo al fracaso, al rechazo, al abandono o a los cambios le complica la vida, se ve comprometido el ejercicio de la alegría. Julianne y Mitchell veían que su hijo Jimmy, de nueve años, solía quejarse de los deberes. Si se le encomendaba alguna tarea en casa, buscaba excusas y se inventaba obstáculos. Si sus compañeros lo excluían de algún juego, se quejaba de lo injustos que eran. En resumen, siempre veía el lado oscuro. Según sus padres, Jimmy era su peor enemigo. Algunos padres, sin proponérselo, minan el optimismo que inmuniza al niño contra el pesimismo. He aquí una tabla que presenta tres errores básicos que minan el

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optimismo, los mensajes negativos que se le envían al niño, y recomendaciones positivas contra el pesimismo[51]. Error parental

Mensaje negativo que recibe el niño

Consejos positivos contra el pesimismo

Negar la realidad; decir cosas falsas; no decirle al niño la verdad de sus debilidades, incapacidades o errores.

Se refuerza la idea del niño de que es un perdedor, porque sabe que no es cierto lo que le dicen.

Hay que ayudar al niño a percibir con precisión sus habilidades e incapacidades; ayudarle a encontrar sus propias soluciones; darle ánimo para que persevere en el desarrollo de sus capacidades.

Hacer cosas por el niño; resolver sus problemas.

El niño se reafirma en su inu​tilidad y en la expectativa de que los demás tienen que hacer cosas por él.

Es necesario ayudar al niño a encontrar soluciones a los problemas, decidir y asumir las consecuencias.

No contrarrestar el pesimismo del niño.

El niño desarrollará una Hemos de reforzar la actitud optimista, para evitar el actitud pesimista en cuanto abandono. a las cosas y en cuanto a sí mismo.

Los padres, con la mejor de las intenciones, tal vez fomenten sin querer en el niño una percepción de sí mismo poco realista; el niño se desanima a la hora de esforzarse por mejorar y perseverar. Por el contrario, son efectivos los padres, cuidadores y maestros que: —Ayudan al niño a comprender qué es lo que ha fallado, por qué no ha funcionado. —Dirigen al niño para que elija mejor y tome mejores decisiones. —Exigen que el niño asuma la responsabilidad de sus acciones. —Ayudan al niño a entender que mediante la experiencia y el esfuerzo puede asumir el control, realizar los cambios necesarios y desarrollar la resiliencia. —Ayudan al niño a evitar el ensimismamiento, la gratificación inmediata y la depresión. —Fomentan el dominio de la virtud del optimismo.

La adolescencia: los mejores esfuerzos El adolescente tiende a confundir la felicidad y la alegría esencialmente con la diversión, la risa, las bromas y el ocio. Cierto que estas cosas generan un gozo inmediato, pero la alegría genuina tiene raíces más hondas. El adolescente es capaz de buscar esas raíces y verse con objetividad, si se le enseña. Cuando se le guía a encarar los desafíos y las dificultades con optimismo y esperanza, y no mediante mecanismos de evasión, encuentra alivio y satisfacción al ver que puede superar los obstáculos y lograr sus objetivos.

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Momentos oportunos para fomentar la alegría en la adolescencia (13-19 años) —Fomentemos un ambiente agradable, respetuoso y lleno de humor que genere amor y risas, siempre los mejores antídotos del pesimismo. —Ayudemos al adolescente a desarrollar su autoestima animándolo, nunca humillando, despreciando ni avergonzándolo. El adolescente es especialmente sensible a la injusticia del insulto, y también responde extraordinariamente al elogio. —Abramos las puertas de la comunicación entre padres y adolescente, permitiéndole explicar por qué le parecen injustas o poco realistas nuestras normas. —Durante estas discusiones hay que conservar siempre el respeto mutuo por la dignidad del otro. Pueden alcanzarse acuerdos beneficiosos, porque al adolescente se le ha dado la oportunidad de opinar. En estas discusiones se debe fomentar la claridad de ideas, la objetividad y el optimismo. —Animemos al adolescente a participar en programas de ayuda escolar para niños. Organicemos visitas a enfermos, ancianos, huérfanos y pobres. Estas actividades fortalecen la gratitud y dan alegría a los demás. —Enseñemos al adolescente la diferencia entre la conmiseración y la empatía. La conmiseración genera compasión y comparte el dolor, mientras que la empatía comunica comprensión y apoyo. Ambas cosas dan alegría al que da y al que recibe. —Procuremos que el adolescente participe en excursiones familiares, viajes, juegos y deportes, como alternativas sanas a la violencia y el pesimismo presentes en el cine y la televisión. —Agradezcámosle las cosas pequeñas, cuando comparte su tiempo y su trabajo con la familia, amigos y compañeros. El agradecimiento de los padres muestra cortesía, sentido de la justicia y confianza en las habilidades del adolescente. —El adolescente debe ver en nosotros una vida espiritual basada en la oración, por la que se agradecen las bendiciones y se pide ayuda en la adversidad. —Una sonrisa en medio de un mal día demuestra que siempre se puede sacar algo bueno del acontecer diario. La sonrisa es gratuita y contagiosa; disipa el ambiente gris y da esperanza al adolescente. —Hablémosle de nuestras experiencias positivas en el mundo laboral. Así le transmitimos buenas actitudes y virtudes relacionadas con el trabajo. —Estemos alertas ante la aparición de actitudes pesimistas en el adolescente. —Seamos guardianes de la salud y el bienestar del adolescente. Seamos sensibles a cualquier signo de depresión (sueño excesivo, falta de interés, etc.). No dudemos en buscar ayuda profesional. —Aconsejemos a los estudiantes que no exageren la dificultad de las tareas o proyectos, sino que trabajen con optimismo, paso a paso, hasta completar el trabajo. —Ejemplifiquemos la alegría del aprendizaje participando en seminarios, cursos, consultas y lecturas. Estas actividades afirman la importancia del estudio como actividad vital, a todas las edades. 84

—Ante el desempleo, los padres tienen que ser ejemplo de optimismo y confianza, disciplina y prudencia. —Seamos ejemplo de alegría.

Un problema en el proceso: la baja autoestima Varios «problemas en el proceso», de los que ya hemos visto en fases anteriores, minan la capacidad del niño para encarar los obstáculos con optimismo y alegría. Entre ellos, un vínculo deficiente entre padres e hijo, la inutilidad aprendida y el pesimismo. Si no se resuelven, estos problemas pueden converger e intensificarse en la adolescencia. La baja autoestima paraliza la capacidad del adolescente para resolver problemas. La autoestima, tantas veces analizada, debatida y malinterpretada, es producto de la autopercepción. Se define como «la parte auto-evaluadora del concepto de uno mismo, el juicio que hacen los niños de su valía global. La autoestima se basa en la creciente habilidad cognitiva del niño para describirse y definirse»[52]. Los estudios suelen indicar que los niños seguros de su entorno y con una buena autoestima son más competentes socialmente. El desarrollo de la autoestima comienza pronto, y continúa durante toda la vida. Puede verse afectado por los cambios en las circunstancias y en las relaciones. Influyen en el proceso muchos factores sociales: el ambiente (nivel socioeconómico, prácticas culturales, expectativas), y las relaciones con las personas clave de la vida del niño (padres, hermanos, abuelos, niñera, maestros, amigos y compañeros). Phil veía que su alumno Stanley, de dieciséis años, solía resistirse a acometer cualquier tarea, y a perseverar. Era un muchacho listo, pero había algo que lo frenaba. Buscaba excusas para dejar las cosas para luego, y parecía desconfiar de su capacidad para hacerlas bien. Phil lo habló con el orientador y con otros profesores, y todos coincidían: Stanley era un chico muy capaz, pero muy sensible a las críticas, y su rendimiento era bajo. A Stanley lo comparaban constantemente con su hermana, muy inteligente, y se sentía incapaz de cumplir las expectativas de sus padres. Tenía en pocos sus propios talentos, y se consideraba un perdedor, incapaz de lograr nada significativo. Desmoralizado, no aprovechaba su potencial, y se conformaba con la mediocridad. Sentía que, si sus logros no iban a ser como los de su hermana, era mejor ir a lo seguro y no esforzarse. La raíz de su actitud era una percepción de sí mismo como alguien incapaz, que no merecía nada. Stanley necesitaba ayuda para expresar sus sentimientos, evaluar sus reacciones, reevaluar sus talentos, comprender la dinámica de las relaciones familiares, aumentar su confianza en sí mismo y desarrollar una autoestima sana. En casos como este, la intervención profesional y la dirección espiritual pueden aportar importantes percepciones e inspiración para restaurar un sano respeto por uno mismo.

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Si los padres, profesores y cuidadores del adolescente son receptivos y le muestran cariño y ánimo, creerá en sí mismo y se sentirá capaz de confiar en sus propias habilidades. Renovada o restaurada su confianza, se convencerá de que el esfuerzo, ya sea en los estudios, los deportes o las aficiones, facilitará y ennoblecerá el éxito futuro. Si evalúa de manera realista y sana sus fortalezas y sus debilidades, estará mejor equipado para arriesgarse y terminar lo que emprende. Adoptará una disposición optimista y estará alegre, sabiendo que es buena la confianza en Dios, en los demás y en uno mismo.

Citas sobre la alegría 1. «Cuando se cierra una puerta, se abre otra. Pero a veces miramos con tanta pena la puerta cerrada, que no vemos la que se nos abre»[53] (Helen Keller). 2. «El secreto de la alegría en el trabajo está en la excelencia. Saber hacer algo bien es disfrutar haciéndolo»[54] (Pearl S. Buck). 3. «Trabaja con alegría, con paz, con presencia de Dios. De esta manera realizarás tu tarea, además, con sentido común: llegarás hasta el final aunque te rinda el cansancio, la acabarás bien..., y tus obras agradarán a Dios»[55] (San Josemaría Escrivá de Balaguer).

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46 Uno de los primeros programas infantiles de la televisión estadounidense. Se emitió entre 1947 y 1960. 47 Alexander Thomas y Stella Chess, 1977 en Berk, pp. 258-259. 48 Mary Rothbart y John Bates, 1998 en John Santrock, Life-Span Development (9.ª ed.), New York: McGrawHill, 2004, p. 211. 49 Stanley Greenspan, The Challenging Child: Understanding, Raising, and Enjoying the Five «Difficult» Types of Children, Rea​ding, Mass: Perseus Books, 1995. 50 Greenspan, The Challenging Child. 51 Martin Seligman, The Optimistic Child, New York: Houghton Mifflin, 1995, pp. 13-14. 52 Papalia y Feldman, 253. 53 www.quotationsbook.com/authors/3972/Helen_Keller. 54 www.thinkexist.com/quotations/the_secret_of_joy_in_work_is_contained__in_one/218039.html. 55 Forja, 744.

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EPÍLOGO

El presente libro ha tomado vida propia mientras lo escribía. Familiares, amigos, compañeros, alumnos, participantes en talleres de padres, y hasta desconocidos que me escribían correos electrónicos, han aportado hondura, coherencia y practicidad. Todos los que contribuyeron me ayudaron a eliminar flecos y a darle el último impulso. Bien, mejor, ¡excelente! nació como respuesta a la necesidad de especificar las virtudes relacionadas con el trabajo, y concretar la búsqueda por parte del niño del trabajo bien hecho. En un congreso reciente sobre la formación del carácter, el doctor Thomas Lickona conminó a padres y educadores a ver a los niños como «futuros adultos», es decir, a ver cómo son ahora y actualizar su potencial mediante las virtudes. Nos explicó que el desarrollo de las virtudes tiene tres componentes: (1) la mente: el niño necesita saber qué es lo que está haciendo; (2) el corazón: el niño necesita desear desarrollar la virtud; (3) la mano: el niño necesita mostrar el buen hábito en su comportamiento[56]. Leticia Sala, veterana maestra de preescolar y primaria, integra de manera ingeniosa la práctica de las cinco virtudes descritas en la presente obra. «Encuentro que los bloques de construcción constituyen una actividad ideal para el desarrollo de los hábitos de la diligencia, el orden, la responsabilidad, la cooperación y la alegría. Al construir una torre cada vez más alta, evitando que se derrumbe, se fomenta la diligencia. Al colocar los bloques de manera idónea se fomenta el orden. Al lograr lo que nos proponemos se fomenta la alegría. Y al guardar los bloques en su sitio fomentamos el orden, la buena disposición, la cooperación y la responsabilidad. Es importante que los niños tengan contenedores y organizadores, para aprender que cada cosa tiene su sitio. Además, los niños pueden convertir en juego la tarea de recoger todo lo que no debe estar en el suelo: juguetes, calcetines, libros, papeles. Las papeleras con el rótulo “Dame de comer” promocionan su uso de manera divertida. Y en el proceso, los niños aprenden a ser responsables del bien común del grupo». Los padres, cuidadores y educadores que respondieron a la encuesta aportaron Momentos oportunos, apropiados para cada edad, para guiar al niño durante varias etapas de su desarrollo. Un problema en el proceso identifica dificultades específicas en la lucha del niño por desarrollar una virtud. Por ejemplo, en la primera infancia el niño 88

necesita regular sus emociones, seguir instrucciones, hacer cosas por sí mismo, desarrollar el vínculo afectivo y controlar su temperamento. En la infancia media, en el ambiente escolar, el niño se enfrenta a posibles distracciones a la hora de ejercitar las virtudes relacionadas con el trabajo: por ejemplo, el acoso de los compañeros, o el exceso de actividades extraescolares, que dejan menos tiempo para los deberes o para jugar de manera imaginativa y creativa. Desde su interior, el niño puede sufrir pesimismo, inutilidad aprendida o adicciones tecnológicas. Estos problemas le quitan tiempo para lograr sus objetivos y fortalecer los buenos hábitos de trabajo. El adolescente tal vez tenga que deshacer, rehacer o corregir actitudes equivocadas como la falta de motivación, la mala ética del trabajo o la baja autoestima. Las distracciones externas, como el materialismo, el consumismo, los medios de comunicación y tecnológicos, o la presión entre iguales, pueden comprometer o minar la lucha del adolescente por ejercitar las virtudes. Al hilar bien, mejor, ¡excelente!, mediante estudios, entrevistas, debates, encuestas, cursos y seminarios, la educación en virtudes emergió como uno de los fines más nobles de la pedagogía. ¿Qué mejor legado que el desarrollo por el trabajo de la capacidad del niño para la verdad y la bondad? «Comprendamos que el privilegio del trabajo es un don, la posibilidad de trabajar es una bendición, y el amor al trabajo constituye el éxito»[57]. La formación en valores relacionados con el trabajo puede ser una tarea cansina, desagradecida y abrumadora, pero es una actividad enormemente gratificante al ser también fuente de desarrollo propio. Cuando fomentamos las virtudes en los niños, fortalecemos nuestras propias virtudes y somos felices. «La verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre»[58].

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56 Thomas Lickona, PhD, Character Education, conferencia, Manila: Woodrose Paref School, AIM Conference Center, 21-22 de septiembre de 2012. 57 David O. McKay, www.butifnot.com/authors/LSD/David_O_McKay.html. 58 San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, 657.

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Índice AGRADECIMIENTOS PRÓLOGO 1. BIEN, MEJOR, ¡EXCELENTE!: LA DILIGENCIA EN EL TRABAJO EL DÍA DE LAS NOTAS DEFINICIÓN DE DILIGENCIA REPASEMOS LAS VIRTUDES AVANCE RÁPIDO El entorno doméstico El ambiente escolar LA PRIMERA INFANCIA: PEQUEÑOS COMIENZOS Momentos oportunos Momentos oportunos para fomentar la diligencia en la primera infancia (3-6 años) Un problema en el proceso: la falta de autorregulación LA INFANCIA MEDIA: ESPACIO PARA MEJORAR Momentos oportunos para fomentar la diligencia en la infancia media (7-12 años) Un problema en el proceso: la adicción a los videojuegos LA ADOLESCENCIA: LOS MEJORES ESFUERZOS Momentos oportunos para fomentar la diligencia en la adolescencia (13-19 años) Un problema en el proceso: la falta de motivación CITAS SOBRE LA DILIGENCIA

2. EL DÍA DE LA COLADA: EL ORDEN EN EL TRABAJO LUNES: UN BUEN COMIENZO DEFINICIÓN DE ORDEN LOS COMPONENTES DEL ORDEN AVANCE RÁPIDO El entorno doméstico El ambiente escolar LA PRIMERA INFANCIA: PEQUEÑOS COMIENZOS Momentos oportunos para fomentar el orden en la primera infancia (3-6 91

5 7 10 10 11 12 13 13 15 16 17 17 18 20 21 22 23 23 24 26

28 28 29 29 30 31 32 33 33

años)

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Un problema en el proceso: el desacato LA INFANCIA MEDIA: ESPACIO PARA MEJORAR Momentos oportunos para fomentar el orden en la infancia media (7-12 años) Un problema en el proceso: el niño presionado LA ADOLESCENCIA: LOS MEJORES ESFUERZOS Momentos oportunos para fomentar el orden en la adolescencia (13-19 años) Un problema en el proceso: las distracciones CITAS SOBRE EL ORDEN

3. MADRE TRABAJADORA: LA RESPONSABILIDAD EN EL TRABAJO LA DELEGACIÓN DE RESPONSABILIDADES DEFINICIÓN DE RESPONSABILIDAD LA FÓRMULA DE LA RESPONSABILIDAD El niño dispuesto La educación efectiva La ejemplaridad Un ambiente propicio El compromiso AVANCE RÁPIDO El entorno doméstico El ambiente escolar LA PRIMERA INFANCIA: PEQUEÑOS COMIENZOS Momentos oportunos para fomentar la responsabilidad en la primera infancia (3-6 años) Un problema en el proceso: la inutilidad aprendida LA INFANCIA MEDIA: ESPACIO PARA MEJORAR Momentos oportunos para fomentar la responsabilidad en la infancia media (7-12 años) Un problema en el proceso: el comportamiento dependiente LA ADOLESCENCIA: LOS MEJORES ESFUERZOS Momentos oportunos para fomentar la responsabilidad en la adolescencia (13-19 años) Un problema en el proceso: una mala ética del trabajo 92

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43 43 44 44 44 45 46 46 46 47 47 48 48 49 49 50 51 52 53 53 54

4. UNA FIESTA DE VERANO EN EL BARRIO: LA COOPERACIÓN EN EL TRABAJO SOLIDARIDAD ENTRE VECINOS DEFINICIÓN DE COOPERACIÓN LA INTELIGENCIA SOCIAL AVANCE RÁPIDO El entorno doméstico El ambiente escolar LA PRIMERA INFANCIA: PEQUEÑOS COMIENZOS Momentos oportunos para fomentar la cooperación en la primera infancia (36 años) Un problema en el proceso: una relación de apego deficiente LA INFANCIA MEDIA: ESPACIO PARA MEJORAR Momentos oportunos para fomentar la cooperación en la infancia media (712 años) Un problema en el proceso: el ciberacoso LA ADOLESCENCIA: LOS MEJORES ESFUERZOS Momentos oportunos para fomentar la cooperación en la adolescencia (13-19 años) Un problema en el proceso: la presión entre iguales CITAS SOBRE LA COOPERACIÓN

5. EL DÍA DE LAS CREPES: LA ALEGRÍA EN EL TRABAJO REGALANDO FELICIDAD DEFINICIÓN DE ALEGRÍA «ESFUERZO, SIMPLICIDAD Y CONFIANZA» AVANCE RÁPIDO El entorno doméstico El ambiente escolar LA PRIMERA INFANCIA: PEQUEÑOS COMIENZOS Momentos oportunos para fomentar la alegría en la primera infancia (3-6 años) Un problema en el proceso: el carácter difícil LA INFANCIA MEDIA: ESPACIO PARA MEJORAR Momentos oportunos para fomentar la alegría en la infancia media (7-12 años)

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Un problema en el proceso: el pesimismo LA ADOLESCENCIA: LOS MEJORES ESFUERZOS Momentos oportunos para fomentar la alegría en la adolescencia (13-19 años) Un problema en el proceso: la baja autoestima CITAS SOBRE LA ALEGRÍA

EPÍLOGO

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