Bhabha Nacion y Narracion

March 21, 2017 | Author: danieladanu | Category: N/A
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Traducción de María Gabriela Ubaldini Revisión de Valeria Añón

NACIÓN Y NARRACIÓN entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales

homi k. bhabha compilador

Bhabha, Homi K. Nación y narración - 1a ed. - Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010. 448 p. ; 23x16 cm. - (Sociología y política) Traducido por: María Gabriela Ubaldini ISBN 978-987-629-141-5 1. Teoría Literaria. 2. Estudios Literarios. I. Ubaldini, María Gabriela, trad. II. Título CDD 801 Título original: Nation and Narration © 1990, Routledge, miembro de Taylor & Francis Group © 2010, Siglo Veintiuno Editores S.A. Diseño de cubierta: Peter Tjebbes isbn 978-987-629-141-5 Impreso en Grafinor// Lamadrid 1576, Villa Ballester, en el mes de octubre de 2010 Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina // Made in Argentina

Índice

Agradecimientos

9

Introducción: Narrar la nación Homi K. Bhabha

11

1. ¿Qué es una nación? Ernest Renan

21

2. Tribus dentro de naciones: los antiguos germanos y la historia de la Francia moderna Martin Thom 3. La nostalgia nacional de la forma Timothy Brennan

39

65

4. Un romance irresistible: las ficciones fundacionales de América Latina Doris Sommer

99

5. La desnaturalización cultural de los nacionalismos: lecturas multiculturales de “Australia” Sneja Gunew

135

6. La política postal y la institución de la nación Geoffrey Bennington 7. La literatura: ¿el otro del nacionalismo? Argumentos para una revisión Simon During 8. Sir Joshua Reynolds y la esencia inglesa del arte inglés John Barrell

165

187

209

8 nación y narración 9. Cuando el destino se hace manifiesto: los estilos de la poesía de Walt Whitman David Simpson 10. Desayuno en América. Historias culturales del Tío Tom Rachel Bowlby

237

263

11. Filantropía telescópica: profesionalismo y responsabilidad en Casa desolada de Charles Dickens Bruce Robbins

283

12. Linajes europeos, contagios africanos: nacionalidad, narrativa y comunitarismo en Tutuola, Achebe y Reed James Snead

307

13. La lectura del inglés Francis Mulhern

331

14. La isla y el avión: el caso de Virginia Woolf Gillian Beer

351

15. DisemiNación. Tiempo, narrativa y los márgenes de la nación moderna Homi K. Bhabha

385

Índice analítico

425

Acerca de los autores

443

Agradecimientos

En primer lugar, quiero agradecer a los autores que han participado en la escritura de este libro, quienes respondieron a una idea inusual con creatividad y predisposición. Otras personas, menos visibles, también hicieron posible que este volumen saliera a la luz. La participación efusiva de los estudiantes de la Universidad de Sussex en mi seminario “Novela y nación” acabó por convencerme de la necesidad de publicar un texto de esta naturaleza. Mis colegas de Sussex me brindaron estímulo y apoyo inusuales. Sin el entusiasmo y los consejos de Janice Price, de Routledge, este proyecto nunca habría levantado vuelo. En su trabajo, Janice combina el instinto alerta del editor hacia lo que puede ser verdadero pero aún no ha sido probado, con una determinación rigurosa de hacer las cosas bien. Mi editora Jane Armstrong fue consciente de las múltiples posibilidades de este libro y su opinión ha sido invalorable. Sarah Pearsall y Giuliana Baracco, que se ocuparon del proceso de producción, tuvieron una actitud paciente y comprensiva. Quiero agradecer especialmente a James Donald, Stephen Feuchtwang y Robert Young, pues pusieron tanta dedicación en su escucha, sus comentarios y su lectura, que convirtieron mi trabajo en una tarea conjunta. James y Robert son editores de editores y contribuyeron generosamente a “limpiar” el manuscrito. El trabajo de Jacqueline Bhabha sobre la ley de inmigración y refugiados puso de relieve la perspectiva histórica de la diáspora y las personas sin hogar en la narración de la nación. Uno de los autores de este libro, Jamie Snead, tiene un lugar especial que ahora ha quedado vacío. Aceptó escribir su ensayo sin haber contado con mucho tiempo y en circunstancias adversas. Me lo envió poco tiempo antes de morir a causa de una prolongada enfermedad que había mantenido en silencio. Fue en ese momento cuando aprecié su verdadera generosidad. Si bien cumplió con los plazos que yo le había pedido, Jamie corrió desesperadamente su propia carrera trágica contra el tiempo. homi k. bhabha

Introducción Narrar la nación Homi K. Bhabha

Los orígenes de las naciones, como los de las narraciones, se pierden en los mitos del tiempo, y recién alcanzan su horizonte en el “ojo de la mente”. Esta imagen de la nación –o de la narración– podría parecer romántica en extremo y metafórica por demás, pero es precisamente de esas tradiciones del pensamiento político y el lenguaje literario de donde surge la idea de nación como una idea histórica poderosa en Occidente. Una representación cuya compulsión cultural reside en la unidad imposible de la nación como fuerza simbólica. Esto no significa negar el intento persistente de los discursos nacionalistas de producir la idea de nación como una narrativa continua del progreso nacional, el narcisismo de la autogeneración, el presente primitivo del Volk. Tampoco esas ideas políticas han sido sustituidas definitivamente por las nuevas realidades del internacionalismo, el multinacionalismo o incluso el capitalismo tardío, por cuanto es posible advertir que la retórica de esos términos globales con frecuencia es suscripta por esa prosa sombría del poder que cada nación puede desplegar en su propia esfera de influencia. Lo que quiero enfatizar con esa imagen portentosa y liminar de la nación con la que comencé es la particular ambivalencia que aqueja a la idea de nación, al lenguaje de aquellos que escriben acerca de ella y a las vidas de quienes viven en ella. Una ambivalencia que surge de la percepción creciente de que, pese a la seguridad con la que los historiadores hablan de los “orígenes” de la nación como un signo de la “modernidad” de la sociedad, la temporalidad cultural de la nación inscribe una realidad social mucho más transitoria. Benedict Anderson, cuya obra Comunidades imaginadas allanó significativamente el camino que se propone recorrer el presente libro, expresa con gran claridad el punto ambivalente de surgimiento de la nación: El siglo de la Ilustración, del secularismo racionalista, trajo consigo su propia oscuridad moderna. […] Pocas cosas han sido (son) más apropiadas para tal fin que una idea de nación. Si se concede generalmente que los estados nacionales son “nuevos” e “históricos”, las naciones a las que dan una expresión política presumen siempre de un pasado inmemorial y miran un futuro ilimitado, lo que es aún

12 nación y narración más importante. […] Lo que estoy proponiendo es que el nacionalismo debe entenderse alineándolo, no con ideologías políticas conscientes, sino con los grandes sistemas culturales que lo precedieron, de donde surgió por oposición (2000: 29-30).* El advenimiento de la nación como un sistema de significación cultural, como la representación de la vida social más que como la disciplina de la organización social, pone de relieve esta inestabilidad del conocimiento. Por ejemplo, las descripciones más interesantes de la idea de nación, ya sea que provengan de la derecha tory, de los liberales –con la posición aventajada de que gozan– o de la nueva izquierda, parecen coincidir en la tensión ambivalente que define la “sociedad” de la nación. Character of a Modern European State de Michael Oakeshott es tal vez la descripción conservadora más brillante de la naturaleza ambigua de la nación moderna. Desde la perspectiva de este autor, el espacio nacional está conformado por diversas disposiciones contrapuestas que intervienen en las asociaciones humanas, como la societas (el reconocimiento de la existencia de reglas morales y convenciones de comportamiento) y la universitas (el reconocimiento de la existencia de un objetivo común y un fin sustancial). Al no fundirse en una nueva identidad, tales disposiciones han sobrevivido como dogmas opuestos –societas cum universitate– “que imponen una ambivalencia particular a todas las instituciones de un Estado moderno y una ambigüedad específica al vocabulario de su discurso” (Oakeshott, 1975: 201). Según Hannah Arendt, la sociedad de la nación en el mundo moderno es “ese ámbito curiosamente híbrido en el que los intereses privados adquieren significación pública”, y los dos ámbitos se infiltran mutuamente en forma incesante y fluctuante, “como olas en el caudal interminable del proceso mismo de la vida” (Arendt, 1958: 33-35). No menos certero es Tom Nairn, quien define la nación como el “Jano moderno” y afirma que el “desarrollo desigual” del capitalismo inscribe tanto la progresión como la regresión, la racionalidad como la irracionalidad políticas, en el código genético mismo de la nación. Éste es un hecho estructural, que no admite excepciones, y “en este sentido, la afirmación de que el nacionalismo es ambivalente por naturaleza es exacta (no retórica)” (Nairn, 1985: 348). Este libro explora precisamente la representación cultural de esta ambivalencia de la sociedad moderna. Si la ambivalencia de la figura de la nación es producto de su historia transitoria, de su indeterminación conceptual, de su

* En todos los casos en que fue posible rastrear la edición castellana de un libro e identificar la cita correspondiente, hemos optado por incluir esa versión con el número de página respectivo. [N. de E.]

introducción. narrar la nación 13 vacilación en cuanto a sus vocabularios, entonces, ¿qué efecto tiene esto sobre las narrativas y los discursos que transmiten un sentido de “lo nacional”: los placeres heimlich del hogar a leña, el terror unheimlich* del espacio o la raza del Otro, la comodidad de la pertenencia social, las heridas ocultas de las clases, los hábitos del gusto, los poderes de la afiliación política, el sentido de un orden social, la sensibilidad de la sexualidad, la ceguera de la burocracia, la visión estrecha de las instituciones, la calidad de la justicia, el sentido común de la injusticia, la langue de la ley y la parole del pueblo? El surgimiento de la “racionalidad” política de la nación como forma de narrativa –estrategias textuales, desplazamientos metafóricos, subtextos y estratagemas figurativos– tiene su propia historia.1 Benedict Anderson lo sugiere al concebir que el espacio y el tiempo de la nación moderna están encarnados en la cultura narrativa de la novela realista, y Tom Nairn lo explora en su lectura del racismo postimperialista de Enoch Powell, basado en el “fetichismo del símbolo” que invade su febril poesía neorromántica. Encontrarse con la nación tal como está escrita implica poner de relieve una temporalidad de la cultura y de la conciencia social más acorde con el proceso parcial, sobredeterminado, por el cual el significado textual se produce mediante la articulación de la diferencia en el lenguaje, algo que se ajusta más al problema del “cierre”, que desempeña un papel enigmático en el discurso del signo. Este abordaje pone en tela de juicio la autoridad tradicional de aquellos objetos nacionales del conocimiento –la Tradición, el Pueblo, la Razón del Estado, la Cultura de la Elite, por ejemplo– cuyo valor pedagógico a menudo reside en el hecho de que son presentados como conceptos holísticos, situados dentro de una narrativa evolucionista de la continuidad histórica. Las historias tradicionales no toman la nación en sentido literal, sino que, por lo general, suponen que el problema consiste en la interpretación de “acontecimientos” que tienen cierta transparencia o visibilidad privilegiada. Estudiar la nación a través de su narrativa no implica centrar la atención meramente en su lenguaje y su retórica; también apunta a modificar el objeto conceptual mismo. Si el cierre de la textualidad es problemático por cuanto cuestiona la “totalización” de la cultura nacional, entonces su valor positivo reside en que pone de manifiesto la amplia diversidad a través de la cual construimos el campo de significados y

* Heimlich y Unheimlich remiten, respectivamente, a lo familiar o lo conocido, y a la conversión de lo familiar en extraño, lo que generaría el efecto de lo siniestro. Estas nociones han sido desarrolladas por Sigmund Freud (véase el texto “Lo ominoso”, en el volumen XVII de sus Obras completas [Buenos Aires, Amorrortu, 1989]). [N. de E.] 1 Wright (1985) y Gilroy (1987) son dos aportes recientes significativos a este abordaje.

14 nación y narración símbolos que se vinculan con la vida nacional. Este proyecto tiene cierta aceptación dentro de aquellas formas de la crítica asociadas con los estudios culturales. Pese al considerable avance que esto representa, existe una tendencia a leer la nación de modo bastante restrictivo: o bien como el aparato ideológico del poder del Estado, que la lectura apresurada y funcionalista de Foucault o Bajtín redefinen en cierta medida, o bien, en una inversión más utópica, como la expresión incipiente o emergente del sentimiento “nacional popular” conservado en una memoria radical. Estos abordajes son valiosos en la medida en que dirigen nuestra atención hacia aquellos resquicios de la cultura nacional que fácilmente quedan relegados a las sombras, pero que son altamente significativos, puesto que de ellos pueden emerger movimientos de personas y capacidades analíticas de oposición –la juventud, lo cotidiano, la nostalgia, las nuevas etnicidades, los nuevos movimientos sociales, la política de la diferencia–. Éstos adscriben nuevos significados y direcciones diferentes al proceso de cambio histórico. El desarrollo más progresista de estas posiciones adopta “una concepción discursiva de la ideología. La ideología (como el lenguaje) es conceptualizada en términos de la articulación de elementos. Como sostiene Volóshinov, el signo ideológico siempre tiene múltiples modulaciones y, como Jano, dos caras” (Hall, 1988: 9). Pero, en el fragor de la discusión política, la duplicidad del signo a menudo queda borrada. La doble cara de la ideología es tomada en su apariencia y su significado queda fijo, en última instancia, en uno de los lados de la división entre ideología y condiciones materiales. El proyecto de Nación y narración es explorar las dos caras del lenguaje mismo, y por lo tanto su ambivalencia, en la construcción del discurso sobre la nación, que es, también, un discurso de dos caras. Esto convierte al consabido dios Jano en una figura prodigiosa por su duplicidad, adecuada para investigar el espacio-nación en el proceso de articulación de elementos: donde los significados pueden ser parciales por estar in medias res, y la historia puede estar hecha a medias porque se encuentra en proceso de elaboración, y la imagen de la autoridad cultural puede ser ambivalente porque se la capta en estado titubeante en el acto de componer su imagen de poder. Sin esta concepción de la performatividad del lenguaje en las narrativas de la nación sería difícil comprender por qué Edward Said prescribe un tipo de “pluralismo analítico” como la forma de atención crítica apropiada para los efectos culturales de la nación. Pues la nación, como una forma de elaboración cultural (en el sentido que Gramsci le da a este término), es un medio de narración ambivalente que mantiene a la cultura en su posición más productiva, como una fuerza para “subordinar, fracturar, difundir o reproducir, en igual medida que [para] producir, crear, imponer o guiar” (Said, 2004: 232). Cuando les escribí a los autores que colaboraron con este libro, tenía en mente una concepción cada vez más fuerte, aunque algo extraña, según la cual

introducción. narrar la nación 15 la nación es, dentro de las representaciones culturales de la modernidad, una de las principales estructuras marcadas por la ambivalencia ideológica. Mi intención era que desarrolláramos, en una tensión amable de colaboración, una serie de lecturas que recurriesen a los postulados de las teorías postestructuralistas de la narración –la textualidad, el discurso, la enunciación, la écriture, el “inconsciente como un lenguaje”, por nombrar sólo algunas estrategias– para evocar ese margen ambivalente del espacio-nación. Revelar ese margen es, en primer lugar, refutar el supuesto derecho a la supremacía cultural, ya sea que éste sea reivindicado por las “viejas” naciones metropolitanas postimperialistas o por las “nuevas” naciones independientes de la periferia. Lo marginal o la “minoría” no es el espacio de una automarginación jubilosa o utópica. Es una intervención mucho más sustancial en aquellas justificaciones de la modernidad –el progreso, la homogeneidad, el organicismo cultural, la nación profunda, el pasado lejano– que, en nombre del interés nacional o la prerrogativa étnica, racionalizan las tendencias autoritarias, “normalizadoras”, que existen dentro de las culturas. En este sentido, entonces, la perspectiva ambivalente, antagonista, de la nación como narración establecerá las fronteras culturales de la nación para que éstas puedan ser reconocidas como umbrales de contención del significado que, en el proceso de producción cultural, deben ser atravesados, borrados y traducidos. La “localidad” de la cultura nacional no está unificada ni constituye una unidad en relación consigo misma, y tampoco debe ser considerada simplemente “otra” en relación con lo que está fuera o más allá de ella. La frontera tiene dos caras, y el problema del adentro y el afuera siempre debe ser en sí mismo un proceso de hibridación que incorpore a “gente” nueva en relación con el cuerpo político, genere otros espacios de significación e, inevitablemente, en el proceso político, produzca lugares acéfalos de antagonismo político y fuerzas impredecibles para la representación política. El recurso a la nación como narración enfatiza la insistencia del poder político y la autoridad cultural en lo que Derrida describe como “el exceso irreductible de lo sintáctico sobre lo semántico” (Derrida, 1975: 332). Como efecto de esa “significación incompleta”, las fronteras y los límites se convierten en espacios intermedios a través de los cuales se negocian los significados de la autoridad cultural y política. A partir de esas posiciones narrativas entre culturas y naciones, teorías y textos, lo político, lo poético y lo pictórico, el pasado y el presente, Nación y narración busca afirmar y ampliar el credo revolucionario de Frantz Fanon: “La conciencia nacional, que no es el nacionalismo, es lo único que nos dará una dimensión internacional” (Fanon, 1963: 199). Es esta dimensión internacional, presente tanto dentro de los márgenes del espacio-nación como en las fronteras intermedias entre las naciones y los pueblos, lo que los autores han procurado presentar en estos ensayos. El emblema representativo de este libro podría ser una “figura” quias-

16 nación y narración mática de la diferencia cultural por la cual el espacio-nación antinacionalista y ambivalente se convierte en la encrucijada que conduce a una nueva cultura transnacional. El “otro” nunca está fuera o más allá de nosotros; surge con fuerza dentro del discurso cultural cuando pensamos que hablamos, de la manera más íntima y natural, “entre nosotros”. Sin intentar hacer un resumen de cada uno de los ensayos, quisiera referirme a este movimiento, dentro de Nación y narración, que va de la unidad problemática de la nación a la formulación de la diferencia cultural en la construcción de una perspectiva internacional. La historia podría comenzar en muchos lugares: con la lectura que hace David Simpson del “cuerpo” multiforme del populismo estadounidense de Whitman y su evitación de la metáfora, que es también una forma de evitar los problemas de integración y diferencia cultural; o con la exploración que lleva a cabo Doris Sommer del lenguaje del amor y la sexualidad productiva, que alegoriza y organiza las antiguas narrativas históricas de América Latina, de las que reniegan los novelistas del “boom” latinoamericano; o con el análisis de John Barrell de las tensiones que existen entre la teoría humanista cívica de la pintura y el “discurso de la costumbre” cuando se reúnen en la ideología de lo ornamental en el arte, y su compleja meditación de lo inglés; o con el retrato que presenta Sneja Gunew de una literatura australiana dividida entre la esfera pública anglocéltica y una esfera multiculturalista contrapública. Gunew presenta las voces excluidas de los migrantes y los marginados, y las vuelve a llevar al punto en que perturban e interrumpen la escritura del canon australiano. En cada una de estas “ficciones fundacionales”, los orígenes de las tradiciones nacionales resultan ser tanto actos de adhesión y establecimiento como momentos de repudio, desplazamiento, exclusión e impugnación cultural. En esta función de la historia nacional como Entstellung, no es posible trascender o superar dialécticamente las fuerzas del antagonismo o la contradicción social. Se sugiere que las contradicciones constitutivas del texto nacional son discontinuas e “interruptivas” (Spivak, 1987: 251). Tal es el punto de partida de Geoff Bennington, que hace un juego de palabras (con cierta presciencia posmoderna) con la “política postal” de las fronteras nacionales, para sugerir que “las fronteras son articulaciones; los límites, por naturaleza, se cruzan y transgreden”. A través de esos límites, tanto históricos como pedagógicos, Martin Thom sitúa el célebre ensayo de Renan ¿Qué es una nación? Proporciona una detallada genealogía de la idea de nación tal como emerge míticamente de las tribus germánicas y, más recientemente, de las interrelaciones que existen entre la lucha por consolidar la Tercera República y el surgimiento de la sociología durkheimiana. ¿Qué clase de espacio cultural es la nación, con sus fronteras transgresivas y su interioridad “interruptiva”? Cada ensayo responde esta pregunta de manera

introducción. narrar la nación 17 diferente, pero Simon During, en cierto momento de su exposición acerca del “imaginario civil”, sugiere que “el hecho de que el mundo de la vida se encuentre bajo la dominación moderna del estilo y la civilidad […] forma parte del proceso de feminización de la sociedad”. Esta idea es explorada en dos contextos muy diferentes: en la lectura que hace Gillian Beer de Virginia Woolf y en el estudio de Rachel Bowlby sobre La cabaña del tío Tom. Gillian Beer adopta la perspectiva del aeroplano –la máquina de guerra, el símbolo onírico, el ícono de los poetas de la década del treinta– para enfatizar las reflexiones de Woolf sobre la raza y el espacio de la isla, cuyas significaciones múltiples y marginales –“los márgenes de la tierra y el agua, el hogar, el cuerpo, el individualismo”– proporcionan otra inflexión a las luchas de Woolf contra el patriarcado y el imperialismo. Rachel Bowlby escribe la historia cultural de las lecturas de La cabaña del tío Tom, que debaten la feminización de los valores culturales estadounidenses, y a la vez produce una interpretación propia más compleja. Sugiere que la narrativa de la libertad estadounidense pone de manifiesto la misma ambivalencia que en el texto construye la naturaleza contradictoria de la feminidad. América misma se convierte en el continente negro, y de ese modo evoca doblemente la “imagen” de África y la metáfora freudiana de la sexualidad femenina. George Harris, el otrora esclavo, parte hacia el nuevo Estado africano de Liberia. Recién cuando la nación occidental aparece ante nuestros ojos, según la famosa frase de Conrad, como uno de los rincones oscuros de la tierra, podemos comenzar a explorar nuevos lugares desde los cuales escribir historias de los pueblos y construir teorías de la narración. Cada vez que la pregunta acerca de la diferencia cultural surge como un cuestionamiento a las nociones relativistas de la diversidad de la cultura, revela los márgenes de la modernidad. Como resultado, la mayoría de estos ensayos culminan en otro lugar cultural que aquel del que partieron y a menudo adoptan una posición “minoritaria”. El estudio de Francis Mulhern de la “ética inglesa” del universalismo leavisiano conduce a la lectura de la última conferencia pública de Q. D. Leavis en Cheltenham, en la que deplora la situación de riesgo que atraviesa la Inglaterra que dio a luz a la clásica novela inglesa; una Inglaterra que hoy es la Inglaterra de habitantes de viviendas sociales, de minorías no asimiladas, de una emancipación sexual sin responsabilidad. De pronto se revela el sistema paranoide de la “lectura inglesa”. James Snead termina su interrogación de la ética y la estética del universalismo nacionalista occidental con una lectura de Ishmael Reed, quien “revisa una cooptación previa de la cultura negra, para lo cual usa un principio de narrativa que socavará los supuestos mismos que dieron lugar a la apropiación previa”. Timothy Brennan ofrece una visión panorámica de la historia occidental de la idea de nación y sus formas narrativas, para finalmente tomar posición a favor de aquellos escritores hibridizantes como Salman Rushdie, cuyo carácter glorioso y grotesco reside en su celebra-

18 nación y narración ción de que el inglés ya no sea un idioma inglés. Como señala Brennan, esto permite percibir de modo más elocuente que las condiciones poscoloniales y neocoloniales son posiciones categóricas, a partir de las cuales es posible hablarle tanto a Oriente como a Occidente. Pero estas posiciones, más allá de las fronteras de la historia, la cultura y el lenguaje que hemos estado explorando, son proyectos políticos peligrosos, aunque esenciales. La lectura de Dickens que hace Bruce Robbins equilibra los riesgos de apartarse de las “verdades éticas locales” de la experiencia humanística mediante las ventajas de desarrollar un saber para actuar en un sistema global disperso. Robbins sugiere que nuestra atención a la aporía debería ponerse en contrapunto con una intencionalidad que se inscribe en poros: el conocimiento práctico, técnico, que abjura del racionalismo de los universales y a la vez mantiene el sentido práctico, y la estrategia política de lidiar profesionalmente con situaciones locales que en sí mismas se definen como liminares y fronterizas. América nos conduce a África; las naciones de Europa y Asia se reúnen en Australia; los márgenes de la nación desplazan el centro; los pueblos de la periferia regresan para reescribir la historia y la ficción de la metrópoli. La historia de la isla es relatada desde el ojo del aeroplano, que se convierte en el ornamento que mantiene en suspenso lo público y lo privado. El bastión de lo inglés se desmorona ante la aparición de los inmigrantes y los obreros de las fábricas. El gran aparato sensorial de América “a lo Whitman” es sustituido por una fotografía ampliada de Warhol, una instalación de Kruger o los cuerpos desnudos de Mapplethorpe. El realismo mágico producto del boom latinoamericano se convierte en el lenguaje literario del mundo poscolonial emergente. En medio de estas imágenes exorbitantes del espacio-nación en su dimensión transnacional, están aquellos que aún no han encontrado su nación: entre ellos, los palestinos y los sudafricanos negros. Lamentamos no haber podido sumar sus voces a las nuestras en este libro. Sus preguntas persistentes están allí para recordarnos, en cierta forma o medida, lo que debe ser válido también para el resto de nosotros: “¿Cuándo fue que nos convertimos en ‘un pueblo’? ¿Cuándo dejamos de ser ‘un pueblo’? O ¿estamos en vías de serlo? ¿Cuál es el vínculo entre estas grandes preguntas y las relaciones que mantenemos entre nosotros y con los demás?” (Said, 1986: 34).

introducción. narrar la nación 19 referencias bibliográficas Anderson, B. (2000), Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, Buenos Aires-México, D.F., Fondo de Cultura Económica. [Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1983.] Arendt, H. (1958), The Human Condition, Chicago, Chicago University Press. [La condición humana, Barcelona, Paidós, 1996.] Derrida, J. (1975), La diseminación, Madrid, Fundamentos, 1975. [Dissemination, Chicago, Chicago University Press, 1981.] Fanon, F. (1963), Los condenados de la tierra, México, Fondo de Cultura Económica. [The Wretched of the Earth, Harmondsworth, Penguin, 1967.] Gilroy, P. (1987), There Ain’t No Black in the UnionJack, Londres, Hutchinson. Hall, S. (1988), The Hard Road to Renewal, Londres, Verso. Nairn, T. ([1977], 1985), The Break-up of Britain, Londres, Verso. [La desintegración de Gran Bretaña, Barcelona, Península, 1979.] Oakeshott, M. (1975), On Human Conduct, Oxford, Oxford University Press. Said, E. (2004), El mundo, el texto y el crítico, Buenos Aires, Debate. [The World, The Text and The Critic, Cambridge, Harvard University Press, 1983.] — (1986), After the Last Sky, Londres, Faber. Spivak, G. (1987), In Other Worlds, Londres, Methuen. Wright, P. (1985), On Living in an Old Country, Londres, Verso.

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