Betty FRIEDAN, La mística de la feminidad
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Betty FRIEDAN, La mística de la feminidad FRIEDAN, Betty, La mística de la feminidad, ed. Cátedra/Universitat de València/Instituto de la Mujer, Madrid 2009. Presentación de Amelia Valcárcel. Esta recensión está dividida en cuatro partes: en laprimera se hace un encuadre histórico del libro; en lasegunda ofrecemos un resumen de su contenido; en la tercera proponemos algunas observaciones críticas; y en la cuarta resaltamos los aspectos positivos de la obra. Finalmente añadimos un anexo con algunas citas textuales, a las que haremos referencia a lo largo de la reseña. I. Encuadre histórico El libro La mística de la feminidad está escrito en 1963 por la periodista norteamericana Betty Friedan (19212006). Tuvo enorme éxito e influencia; ganó el premio Pulitzer ese año. Friedan era una madre de familia normal, con tres hijos, aunque al final de su vida se divorció y convivió con otro hombre. Fue el punto de arranque de la llamada Segunda Ola del feminismo (o Tercera, según otras denominaciones), es decir, aquella que pasó de los movimientos sufragistas a la reivindicación de la igualdad de la mujer y, muy poco después (año 68), al movimiento de la liberación de la mujer, es decir, al feminismo radical. En otras palabras, Friedan es la mejor representante del feminismo de la igualdad, que hace de bisagra entre el sufragismo y el feminismo radical, superando el primero pero sin llegar al segundo. Betty Friedan llevó a la práctica sus tesis fundando y liderando el NOW (National Organization for Women), que influyó profundamente en Estados Unidos y en toda Europa. Junto a Friedan suele señalarse como precursora del feminismo radical a Simone de Beauvoir (1908-1986), filósofa existencialista, compañera de Sartre y autora de El segundo sexo (1949, traducido al inglés en 1953). Pero la influencia de Beauvoir sobre Friedan es escasa, al menos directamente. En La Mística apenas se menciona a Beauvoir, y da la impresión de que la autora no ha leído su libro. De hecho Friedan no es filósofa, ni se plantea cuestiones de fondo sobre la naturaleza humana, la esencia de lo femenino o la institución familiar, lo que le salva de negar la feminidad —como hizo Beauvoir—,o de propugnar la lucha de sexos, la supresión de la familia o el lesbianismo militante, como hicieron sus sucesoras radicales (Germaine Greer, Kate Millet, Shulamith Firestone, etc). Tampoco es marxista ni denuncia una explotación de la mujer por parte del varón en la línea de Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, 1884). Es cierto que critica con vehemencia el concepto de naturaleza femenina, según la cual la mujer debería conformarse a un determinado rol social, caracterizado por la pasividad, la sumisión al varón y el cuidado de los hijos. Pero esta crítica no implica una
reflexión filosófica sobre la verdadera naturaleza de lo femenino o la identidad femenina—expresiones que repite una y otra vez—, lo que resta consistencia a sus propuestas sociales, y las expone a manipulaciones posteriores, como de hecho ocurrió. Así se deduce del Epílogo (escrito después de 1976), donde declara su desacuerdo con el feminismo radical desatado por la Sexual Politics, de Kate Millet (1970) y su consiguiente lucha de sexos. No obstante, aunque el propósito del libro no sea defender una determinada tesis filosófica sino sacudir la conciencia social acerca de la situación de la mujer, es indudable que Friedan parte de unos planteamientos antropológicos muy concretos que condicionan su análisis y sus conclusiones. Los mencionamos a en la tercera parte de esta recensión. La Mística de la feminidad ha influido profundamente —quizá más que ningún otro libro— en la consideración negativa del trabajo doméstico en las sociedades democráticas. Ciertamente su objetivo no era tanto denigrar este trabajo como rechazar el estereotipo que recluía a la mujer en él. Este matiz sin embargo se perdió inmediatamente tras la publicación del libro, dando lugar a que el feminismo radical descargara sus invectivas directamente sobre las labores domésticas, acusándolas de instrumento del patriarcado para someter a la mujer. Ecos de La Mística de la feminidad se perciben hoy en los ataques contra cualquier iniciativa que se dirija a dignificar y promover este tipo de tareas entre gente joven . En España, además, postulados similares a los que Friedan criticaba a principios de los 60, y contemporáneos de ellos, son los de la Sección Femenina de la Falange (1934-77) que, como se sabe, pretendió reforzar el rol de ama de casa con argumentos religiosos y políticos, lo que complica y deforma aún más la imagen del este trabajo, llenándolo de connotaciones desafortunadas. II. Resumen de la obra El objeto de la obra es la situación de la mujer en la sociedad norteamericana de la década de los 50. Ahora bien, no cualquier mujer —y este detalle es importante— sino la madre de familia blanca, de clase media-alta, con estudios superiores y que vive en los barrios residenciales de las grandes ciudades, como la propia Betty Friedan (pensemos en los chalets lujosos de dos plantas, tan frecuentes en la películas americanas). Friedan plantea su obra como una investigación periodística, basada en el estudio de las revistas femeninas y en entrevistas a esas amas de casa, a estudiantes, y a todo tipo de profesionales relacionados con el mundo femenino: periodistas, editores, psicólogos, profesores, etc. Esta mujer objeto de estudio es, aparentemente, la más afortunada del mundo. Goza de todos los avances sociales, políticos y materiales del momento. Sus antecesoras sufragistas obtuvieron para ella el derecho al voto y el reconocimiento político de la igualdad con el varón; podía acceder a estudios superiores (aunque entonces no era ni frecuente ni bien visto); era libre de desempeñar —al menos teóricamente— cualquier profesión en la sociedad; la tecnología facilitaba al máximo su trabajo en el hogar con los electrodomésticos más sofisticados; ginecólogos, pediatras y psicólogos ponderaban los beneficios de la maternidad y proporcionaban todo tipo de apoyos y consejos. Y, sobre todo, la opinión pública manifestaba una admiración, sincera y unánime, hacia la
figura del ama de casa: se exaltan sus virtudes, sus destrezas, su sensibilidad estética, su influencia benéfica en la formación de los niños y en la sociedad, su abnegación en pro de la felicidad de los suyos, etc. Recordemos que es la época del baby boom (19461963), cuando millones de mujeres prefieren formar familias numerosas y consagrarse a ellas, más que dedicarse a otras tareas o profesiones. El cine, finalmente, junto con la literatura, añaden un envoltorio glamoroso y romántico a esta idealización del ama de casa. Pero fueron sobre todo las revistas femeninas las que, con sus artículos de fondo, sus consejos prácticos y su publicidad contribuyeron a profesionalizar intensamente las tareas del hogar, quizá como nunca antes en la historia: se pondera la diversidad y sofisticación de sus tareas, los conocimientos modernos que se requieren, su valor creativo, su prestigio social, etc. Se las compara con el arte, la ciencia o la tecnología, para subrayar que el ama de casa no tiene nada que envidiar a los profesionales de estos campos. Los psicólogos, sociólogos y médicos, por su parte, invocan lo que ellos llaman “esencia de lo femenino” o “naturaleza femenina”, para deducir de ella la conveniencia, incluso la necesidad, de que la mujer se ajuste a la función social de esposa-madre-ama de casa. Pues bien, esta figura idealizada de mujer, glorificada por la cultura y por la ciencia, es lo que Friedan llama, irónicamente, “mística de la feminidad”. Su crítica parte de los testimonios recabados entre cientos de mujeres, que declaran sentirse profundamente desgraciadas con su situación y padecer lo que Friedan llama “el malestar que no tiene nombre”: una insatisfacción vital, una sensación de vacío, frustración y angustia, que conduce con frecuencia a serias patologías de difícil diagnóstico. Este es el contenido del capítulo 1 (El malestar que no tiene nombre). A partir de ahí, su investigación le conduce a varias conclusiones: a) Esta exaltación de la figura del ama de casa es un mero cliché social, impuesto a la mujer, y por tanto encierra una trampa. Es obra en gran medida de las revistas femeninas, como hemos dicho antes, que amoldan a la mujer al rol que se espera de ellas, empequeñeciéndolas, infantilizándolas, y haciéndolas renunciar a su verdadera identidad. Es el tema del capítulo 2: La feliz ama de casa, heroína. Véase infra la cita 1, pero poniendo atención en la frase final, que subrayamos nosotros. b) Este cliché se inculca a la mujer desde niña, llevándola a desconfiar de los estudios superiores por juzgarlos poco acordes con su misión de ama de casa y poco “femeninos”. Las chicas inteligentes e inquietas encuentran multitud de problemas para continuar sus estudios universitarios. Muchas se casan antes de acabarlos y otras, sencillamente renuncian a ellos. De ello trata el capítulo 3: La crisis de identidad de las mujeres. (Dicho sea de paso, este es exactamente el tema de fondo de la película “La sonrisa de Mona Lisa”, de Mike Newel, 2003, que plasma las ideas y el ambiente de la obra de Friedan). c) El fundamento teórico de este estereotipo, según Friedan, es el auge del psicoanálisis y su difusión a todos los niveles en la cultura norteamericana de aquella época. Es decir, el concepto de feminidad entonces vigente estaba definido en términos psicológicos — más concretamente psicoanalíticos—, y de ello se pretendía deducir el puesto que corresponde a la mujer en la sociedad. En otras palabras, según la ciencia, la mujer difícilmente podría alcanzar su felicidad y su plenitud sexual fuera de su función de ama de casa. Este prejuicio se desenmascara en el capítulo 4: El solipsismo sexual de
Freud. Véanse abajo las citas 2 y 3. d) En el Capítulo 6 (El letargo funcional, la protesta femenina y Margaret Mead) se critica enérgicamente la teoría sociológica de tipo darvinista conocida comofuncionalismo (Spencer, Durkheim), por enclaustrar a la mujer en un determinado papel social. Se rechazan asimismo las tesis de Margaret Mead —de gran predicamento por entonces—, que argumenta en la misma línea desde la antropología cultural. e) El capítulo 7 (Los educadores sexistas) es una diatriba contra el sistema universitario de Estados Unidos, abierto teóricamente a las mujeres, pero que en la práctica las disuade de completar sus carreras. Para quien está destinado de antemano a ser ama de casa a jornada completa, la educación universitaria sólo puede considerarse un complemento “decorativo”, un pasatiempo pasajero, que la mujer no debe tomar demasiado en serio, so pena de poner en peligro su matrimonio, su familia, e incluso su propia feminidad. f) En el capítulo 8 (La elección equivocada) se intenta demostrar que la mujer que renuncia a su carrera y en cambio vuelca todo su interés en los hijos, acaba deformándolos psicológicamente, impidiéndoles crecer y perpetuando en ellos su propio infantilismo. g) El capítulo 9 (El camelo sexual) es un largo comentario a cierto informe delInstitute for Motivational Reserch, al parecer un documento de referencia para todas las campañas publicitarias del país. (Recordemos que es la época del boom de los electrodomésticos y la tecnología del hogar). En el informe se describen las estrategias de marketing para captar a las amas de casa y, al mismo tiempo, para conformar sus gustos y convicciones. A juzgar por las citas textuales que aporta Friedan, el documento rezuma machismo, menosprecio de la mujer y naturalismo freudiano; lo llamativo es que la propia Friedan da por válidos sus análisis (!¡). Ver cita 5 (los entrecomillados son citas textuales del informe). De hecho la conciencia de “trabajo profesional” que tiene el ama de casa, Friedan la atribuye por completo a la publicidad. h) El contenido del capítulo 10 está muy claro en su título: Las tareas domésticas se expanden para rellenar el tiempo disponible. i) El capítulo 11 (Las ávidas de sexo) es atrevido y original, aunque mal planteado, como diremos más adelante. Explica que “el malestar sin nombre”, la angustia y vacío de la mística de la feminidad, empuja inconscientemente a la mujer a una sexualidad irreal y ansiosa, y a una cariño hacia su marido y sus hijos posesivo e inmaduro, que los arrastra también a ellos a la frustración. k) Como indica su título (La p ro g re s iv a d e s huma niza c ió n: un c o nfo rta b le c a mp o d e c o nc e ntra c ió n), el capítulo 12 establece una durísima comparación —a todas luces desorbitada—, entre el trabajo del hogar y los campos nazis, de reciente memoria entonces, donde las personas perdían paulatinamente la conciencia de su dignidad y se avenían sin resistencia a su propia degradación y muerte. Ver citas 6 y 7. Alienada así, la mujer acaba “absorbiendo” a sus hijos, viviendo a través de ellos en una especie de simbiosis, conservándolos en un “líquido amniótico psicológico”, que les impide madurar y nacer como personas (cfr p.350). Obviamente este “líquido amniótico” que, partiendo de la madre, entontece a toda la familia es lo que inspira las tareas del hogar.
l) En el capítulo 13 (La identidad sacrificada) Friedan sostiene que sin un trabajo fuera de casa que le haga desarrollar plenamente sus capacidades, una mujer inteligente perderá inexorablemente su identidad. Según la autora, esta es la situación lamentable en que se encuentra la inmensa mayoría de las mujeres estadounidenses con estudios superiores. Intenta demostrarlo con argumentos tomados del psicoanálisis (¡que tanto había denostado en el capítulo 4!). Y citando abundantemente el informe Kinsey, con un aberrante cuadro comparativo entre nivel de estudios de la mujer y frecuencia de sus orgasmos. (Sobre la inconsistencia de este famoso informe, tan influyente en la revolución sexual, y sobre la perversión sexual de su autor cfr. J. Trillo-Figueroa, Una revolución silenciosa, Madrid 2007, p. 74 ss.). Ver cita 8. m) El libro concluye (capítulo 14. Un nuevo plan de vida para las mujeres) con diversas propuestas de carácter social, pedagógico y político para llevar a la práctica lo expuesto en el libro. III. Observaciones críticas Betty Friedan demuestra estar profundamente imbuida de los principios de la modernidad: contractualismo, dualismo antropológico, intelectualismo, naturalismo, psicologismo, etc, que acepta acríticamente y lastran sus conclusiones. 1.— De entre ellos, el principal quizá sea la confusión, por no decir identificación, entrelo social y lo público, ignorando a la familia como raíz y célula de la sociedad (“constitutivo y constituyente esencial de toda sociedad humana”, dice Alvira). En consecuencia el trabajo del hogar, realizado por y para la familia, carecerá de todo valor social y, al realizarse fuera del ámbito público, tampoco podrá considerarse verdaderaprofesión sino mera ocupación privada. Desde el punto de vista social, el ama de casa no sería más que un “anexo” o prolongación de la identidad social del marido. Friedan se rebela con fuerza contra esta situación, pero no advierte que es debida a los prejuicios que ella misma acepta y alimenta. De ahí que las soluciones aportadas no sólo no resuelven el problema sino que lo perpetúan. 2.— Friedan carece de una auténtica noción de persona como individuo provisto deintimidad y abierto a la comunión con los demás. Y así, cuando emplea la palabraidentidad (sobre todo en el capítulo 3, La crisis de identidad de las mujeres) se refiere principalmente a la identidad social, al personaje que la mujer podría y debería desempeñar en la escena pública gracias a sus estudios universitarios, y con el que se sentiría psicológicamente satisfecha (cita 9). Sin embargo esta identidad psicosocial es del todo insuficiente, más aún, engañosa, si no se apoya en la identidad personal, la que resulta del encuentro de uno consigo mismo en su intimidad espiritual. Este encuentro viene dado por tres procesos simultáneos, que revelan e intensifican tanto la feminidad de la mujer como la masculinidad del varón: poseerse por las virtudes, conocerse por el diálogo, darse por el amor. Ahora bien, el lugar por antonomasia de este diálogo y entrega mutuos es el hogar. Luego el hogar, mediante su idioma propio, que son las tareas domésticas, es el principal escenario donde varón y mujer descubren y cultivan su identidad personal, raíz y condición de la identidad psicológica y social. El caso es que Betty Friedan, debido a sus prejuicios ilustrados, desconfía de la familia e ignora por completo su virtualidad formativa (¿tendrá que ver su propio divorcio con todo ello?). Y por consiguiente sus consejos y propuestas para hallar la identidad perdida no solo no convencen a la mujer real —como se ha demostrado en estos ocho
lustros—, sino que la inclinan al mimetismo con el varón. 3.— Aunque se rechace enérgicamente la interpretación freudiana de la feminidad (capítulo 5), sin embargo se recurre constantemente a conceptos tomados del psicoanálisis (traumas, represiones, racionalizaciones, complejos, sublimaciones, neurosis, etc), asumiendo de lleno el naturalismo de fondo de esta doctrina. El mismo concepto de mística de la feminidad no sería otra cosa que un superego al que tiende elinconsciente reprimido de la mujer. Rechaza, pues, algunas tesis de Freud pero en el fondo admite acríticamente sus presupuestos antropológicos. Prueba de ello es la referencia al disparatado informe Kinsey como fuente autorizada, que identifica feminidad con plenitud sexual, y ésta con frecuencia de orgasmos (capítulo 13). Friedan ignora que «la sexualidad no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal» (Familiaris Consortio 11), y de ahí su incapacidad para relacionar adecuadamente trabajo doméstico y vida conyugal, cuestión que plantea pero no consigue resolver. 4.— Abundan las expresiones del tipo “potencial humano”, “inteligencia”, “capacidad”, “talento”, “coeficiente intelectual”, etc, con las que Friedan alude siempre a una forma de conocimiento bastante limitada, que es la propia de la modernidad ilustrada, en la que ella está inmersa. Este saber es el de tipo científico-técnico, orientado al dominio y la producción, y que en el terreno laboral y político se traduce en actitudes como agresividad, competitividad y rivalidad. Tal estilo intelectual y laboral, forjado por y para los varones, resulta marcadamente masculinizante, y por lo mismo insensible hacia las relaciones personales, la familia y el arte. Este concepto de inteligencia ha sido desacreditado hoy día por estudios del tipo de Daniel Goleman, La inteligencia emocional, Madrid, Kairós 1995 (de especial interés en esta obra es el capítulo 3,Cuando el listo es tonto, con una crítica demoledora al “coeficiente intelectual”, tan apreciado por Friedan). Desde este punto de vista resulta evidente el nexo que uneanalfabetismo emocional y analfabetismo doméstico. Un aspecto positivo de la posmodernidad ha sido precisamente la superación de este modelo rígidamente masculino de progreso y cultura: cfr Jesús Ballesteros, “Postmodernidad y neofeminismo: el equilibrio entre ánima y ánimus”, en Postmodernidad. Decadencia y resistencia, Tecnos, Madrid 1997. El feminismo de la diferencia, por su parte, también ha recalcado la modalidad femenina de pensamiento y acción, cfr Helen Fisher, El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo, Taurus, Madrid 2000. 5.— El menosprecio por las tareas del hogar también impide a Friedan plantear adecuadamente la corresponsabilidad varón-mujer en ese ámbito, pues lo que es insignificante para la mujer, también lo es —incluso más— para el varón. Ahora bien, sin corresponsabilidad, el trabajo de la mujer fuera del hogar se torna dificilísimo. No en vano se ha señalado a Friedan como origen de la superwoman, del modelo de mujer estresada que intenta abarcar sus dos trabajos sin apoyo del marido (María de Salas, Mujeres en red: http://www.nodo50.org/mujeresred/feminismo-maria_salas.html). En otras palabras, su intelectualismo le condena a una utopía que no sólo le aleja de la mujer real, sino que cierra al varón la posibilidad de abrirse a los valores domésticos, de los que tiene tanta necesidad. 6.— Otra cuestión suscitada por el intelectualismo de Friedan, y que deja en mal lugar a la mayoría de las mujeres del mundo, es la siguiente: ¿Las mujeres no universitarias sonmenos inteligentes que las que lo son? Es decir, las mujeres que eligen, por las razones que sean, desempeñar oficios manuales —dentro o fuera del hogar— ¿son por
ello menos personas o se realizan menos como mujeres? Cfr cita 10. Todo hace pensar que la opción metodológica de Friedan, de ceñir su estudio a mujeres con estudios superiores, le conduce a conclusiones que son difícilmente aplicables al conjunto de la sociedad. Pero esta visión distorsionada procede, en realidad, de causas más profundas. El intelectualismo de Friedan es consecuencia del proverbial dualismo cartesiano, típico de la Modernidad, que separa drásticamente cuerpo y alma. De este modo el cuerpo (res extensa) se deshumaniza, deja de ser revelación y lenguaje del alma y se convierte en mera máquina al servicio de la razón desencarnada. Con semejante esquema antropológico, como es obvio, el trabajo manual solo puede verse como un incordio que hay que sobrellevar lo mejor posible, y que de ningún modo realiza a la persona ni la expresa. Las consecuencias de tal planteamiento en el mundo del trabajo son diversas: por un lado, una concepción elitista de la universidad, que desdeña presuntuosamente el trabajo manual; y por otro, el menosprecio machista de del enfoque femenino del trabajo, que suele ser más encarnado, más ligado a las necesidades corporales y a las relaciones interpersonales. Sobre la influencia del racionalismo cartesiano en el trabajo manual cfr María Pía Chirinos, Claves para una antropología del trabajo, Eunsa 2006, p. 71 7.— El intelectualismo de Friedan también perjudica la dimensión artística de todo trabajo —incluido el manual—, su intrínseca aptitud para expresar el alma humana. En diversos pasajes del libro se alaban las bellas artes como ámbito de realización de la mujer, es decir, las artes “puras”, exentas de toda aplicación práctica, en la línea del esteticismo decimonónico entonces aún en boga. Con ello se despoja de valor artístico a las artes aplicadas y decorativas, en las que pueden encuadrarse muchas de las tareas domésticas. Un reciente estudio del prestigioso sociólogo Richard Sennet ha descalificado este prejuicio obsoleto reivindicando la trascendencia profesional de la artesanía y su calado intelectual (“hacer es pensar”): Richard Sennet, El artesano, Anagrama, Madrid 2009. 8.— En el modo de entender la “autorrealización” femenina se perciben los ecos de la existencialista Simone de Beauvoir: La mujer debe hacerse a sí misma (trascenderse), y sólo lo logra en actividades como la política, la ciencia o el arte; si se queda en casa, en cambio, se verá reducida a la inmanencia. Se trata de una autorrealización que no es fruto del autoconocimiento y la superación de las virtudes, sino creación de la propia libertad, contrapuesta a la naturaleza. En Friedan este planteamiento no es tan radical como en Beauvoir, a la que se abstiene de citar en este contexto, pero es indudable que comparte con la francesa un enfoque común. Así dice Beauvoir en El segundo sexo(Introducción): «La perspectiva que adoptamos es la de la moral existencialista. Todo sujeto se plantea concretamente a través de proyectos, como una trascendencia; no alcanza su libertad sino por medio de su perpetuo avance hacia otras libertades; no hay otra justificación de la existencia presente que su expansión hacia un porvenir infinitamente abierto. Cada vez que la trascendencia recae en inmanencia, hay degradación de la existencia en «en sí», de la libertad en facticidad; esta caída es una falta moral si es consentida por el sujeto; si le es infligida, toma la figura de una frustración y de una opresión; en ambos casos es un mal absoluto. Todo individuo que tenga la preocupación de justificar su existencia, experimenta esta como una necesidad indefinida de trascenderse. Ahora bien, lo que define de una manera singular la situación de la mujer es que, siendo como todo ser humano una libertad autónoma, se descubre y se elige en un mundo donde los hombres le imponen que se asuma como lo Otro: se pretende fijarla en objeto y
consagrarla a la inmanencia, ya que su trascendencia será perpetuamente trascendida por otra conciencia esencial y soberana. » 9.— Por último cabe preguntarse hasta qué punto la investigación de Friedan refleja fielmente la realidad, y no hay en ella cierta tergiversación inconsciente, fruto de los prejuicios de la autora. Hay que tener en cuenta que el estudio se basa principalmente en entrevistas realizadas, no por una profesional de la sociología, la estadística o la psicología, sino por una periodista, y a mujeres que rondan casi todas los 40 años. Es sabido que en torno a esa edad la mayoría de las personas experimentan una crisis caracterizada por el desencanto profesional, la frustración por los logros no alcanzados y la añoranza de lo perdido irrevocablemente. ¿No es esta, justamente, la descripción del “malestar que no tiene nombre”? ¿Hasta qué punto no lo experimentan también los varones, o las mujeres con una profesión fuera de casa? Falta en el libro una respuesta rigurosa y probada a estas preguntas. IV Aspectos positivos 1.— Con independencia de cuál fuera la difusión real de la “mística de la feminidad” entre las norteamericanas de aquella época, es indudable que aquella imagen deformada del ama de casa existía —y existe—, y que es enormemente dañina para la mujer, la familia y la sociedad. Friedan demuestra gran valentía y lucidez al denunciar lo que tiene de ficticio este cliché, construido sobre el naturalismo psicolgista, la publicidad, la complicidad machista, el conformismo mujeril y la ignorancia. 2.— Friedan fundó, como dijimos, el NOW (National Organization for Women), que impulsó reformas sociales y políticas en todo el mundo a favor de la mujer (no todas acertadas, ciertamente), promovió su educación a todos los niveles, denunció con acierto innumerables prejuicios y discriminaciones machistas, y despertó saludablemente la conciencia social de millones de mujeres. En este sentido el libro de Friedan, en cuanto inspirador de este movimiento, merece un juicio positivo. 3.— Friedan señala la divulgación del psicoanálisis de Freud como una de las causas, acaso la principal, de la mística de la feminidad (capítulo 4). Se trata claramente de un diagnóstico profundo y certero. Evita asimismo la tentación fácil de acusar al cristianismo de estas pautas sociales, lo que demuestra en la autora una sensatez de que carecieron muchas de sus seguidoras. 4.— También acierta al desenmascarar las falsas excusas con que una mujer podría retraerse de los desafíos políticos, sociales y culturales, alegando sus obligaciones domésticas. Asimismo anima a las mujeres universitarias a tomarse en serio sus estudios, y a perder el miedo a desempeñar profesiones de envergadura intelectual, codo con codo con los varones. Aboga, en fin, por una formación seria y rigurosa de todas las mujeres, como condición para realizarse plenamente como tales (p. 402). 5.— Demuestra una fina observación psicológica al describir la estrecha relación que hay entre trabajo del hogar y sexualidad conyugal. En este punto Friedan se hace cargo de la experiencia de la mujer, que vive estas tareas, más aún que el varón, como lenguaje con que expresa y refuerza sus vínculos familiares. Lástima que los prejuicios que hemos apuntado le impidan llegar a conclusiones acertadas. 6.— Critica con vigor lo que podríamos llamar falacia naturalista del feminismo de la
diferencia, que pretende asignar un determinado rol social a la mujer fundándose en la ciencia empírica. Ciertamente la biología y, sobre todo, la psicología describen unatendencia femenina a pensar, sentir y actuar de una determinada manera, pero siempre queda la libertad soberana de la persona, que decide en conciencia sobre su propia vida. Y es en esa esfera de lo espiritual, y no en lo somático o lo psicológico, donde tiene su raíz la masculinidad y la feminidad (Friedan no hace esta afirmación, lógicamente, pero sus argumentos en este punto son coherentes con ella). Por eso no cabe interpretar rígidamente expresiones del tipo “labores propias de su sexo” o “lugar natural de la mujer en la sociedad”, etc. Este error proviene de reducir la naturaleza humana a su estructura psicosomática, que conduciría hacia un cierto funcionalismo o conductismo social. Friedan refuta estas ideas de modo tal vez poco convincente y profundo, pues carece de conceptos claros de naturaleza y de persona, pero lo hace con energía y convicción. Pese a ello, la interpretación naturalista de la diferencia ha perdurado hasta nuestros días, actualizándose con los sucesivos avances científicos, especialmente en el campo de la neurociencia. A este respecto cfr WALTER, Natasha, Muñecas vivientes. El regreso de sexismo, Turner, Madrid 2010, pp. 232-243. 7.— El libro, finalmente, es un sano revulsivo contra cierto planteamiento anodino y superficial de las tareas del hogar, que las convierte en subterfugio de la mediocridad y el conformismo. (Véase el capítulo 10, Las tareas domésticas se expanden para rellenar el tiempo disponible, repleto de agudas observaciones). Negamos que esta actitud sea tan generalizada como ella describe, y mucho menos en nuestra época, pero lo cierto es que se da, y es necesario afrontarla. ¿Cómo? Tal vez ofreciendo, no sólo a las amas de casa, sino a todos los miembros de la familia, una verdadera educación en este ámbito, junto con la motivación y el apoyo adecuado. Pablo Prieto ————————————————————-ALGUNAS CITASCita 1: «La mística de la feminidad afirma que el más alto valor y el único compromiso de las mujeres es la realización de su propia feminidad. Afirma que el gran error de la cultura occidental, a lo largo de la mayor parte de su historia, ha sido minusvalorar esa feminidad. Afirma que esa feminidad es tan misteriosa e intuitiva y está tan próxima a la creación y al origen de la vida que la ciencia artificial nunca será capaz de comprenderla. Pero por muy especial y diferente que sea, en ningún caso es inferior a la naturaleza del varón, incluso en algunos aspectos podría ser superior. El error, afirma la mística, la raíz de los males de las mujeres en el pasado, es que éstas envidiaban a los hombres y trataban de ser como ellos en lugar de aceptar su propia naturaleza, que sólo puede hallar la plenitud a través de la pasividad sexual, la dominación masculina y el nutricio amor maternal.» p.80 Cita 2: «El hecho es, que para Freud, todavía más que para el editor actual de Madison Avenue, las mujeres eran una especie extraña, inferior, que no llegaba a la categoría de humana. Las veía como muñecas infantiles que existían únicamente en función del amor de un hombre, para amar al hombre y satisfacer sus necesidades. Era el mismo tipo de solipsismo inconsciente que hizo que, durante muchos siglos, el hombre sólo viera el sol como un objeto brillante que giraba alrededor de la tierra. Freud creció con esa actitud integrada en él a través de su cultura —no sólo la cultura de la Europa victoriana, sino la cultura judía en la que los hombres repiten diariamente la plegaria: “Te doy las gracias, Señor, por no haberme hecho mujer”, y las mujeres rezan sumisas”: Te doy las
gracias, Señor, por haberme creado según su voluntad”“ p. 151 Cita 3: «A Freud re se le aceptó de una manera tan rápida y total a finales de la década de 1940 que durante más de diez años nadie siquiera cuestionó que las mujeres estadounidenses con estudios se apresuraran a volver al hogar. Cuando al final hubo que revisar la situación porque algo obviamente no estaba yendo bien, las preguntas se plantearon tan totalmente dentro del marco freudiano que sólo era posible dar una respuesta: la educación, la libertad y los derechos no son buenos para las mujeres.» p.167 Cita 4: «Cuando una cultura ha levantado una barrera tras otra contra la mujeres como seres individuales: cuando un cultura ha erigido barreras legales, políticas, sociales, económicas y educativas para que las propias mujeres acepten la madurez —incluso después de que la mayoría de esas barreras hayan sido derribadas—, sigue siendo más fácil para una mujer buscar refugio en el santuario del hogar. Es más fácil vivir a través de su marido y de sus hijos que abrirse su propio camino en el mundo. Porque es hija de esa misma madre que le hizo tan difícil crecer tanto a su hijo como a su hijo. Y la libertad es algo que asusta. Asusta crecer por fin y liberarse de esa dependencia pasiva. ¿Por qué habría de preocuparse una mujer por ser algo más que una esposa y una madre si todas las fuerzas de su cultura le dicen que no tiene que crecer, que es mejor que no crezca?” p. 259. Cita 5: «La dificultad [de una campaña publicitaria para el ama de casa] está en transmitirle esa “sensación de logro”, de “ensalzamiento del ego” de la que la han convencido que debe buscar en la “profesión” de ama de casa, cuando en realidad su “tarea, que requiere mucho tiempo, el cuidado de la casa, no sólo no tiene fin sino que es una tarea que es una tarea para la que la sociedad emplea a los individuos y grupos de menos nivel, menos cualificados, más explotados […]. Cualquiera que tenga una espalda lo suficientemente fuerte (y un cerebro lo suficientemente pequeño) puede realizar estas tareas de escasa categoría”.» p. 270. Cita 6: « Puesto que el organismo humano tiene una imperiosa necesidad intrínseca de crecer, una mujer que evade su propio crecimiento aferrándose a la protección infantil del rol de ama de casa sufrirá —en la medida en que ese rol no le permite su propio crecimiento— una patología cada vez más severa, tanto fisiológica como emocional. Su maternidad será cada vez más patológica, tanto para ella como para sus criaturas. A mayor infantilización de la madre, menor probabilidad de que la criatura sea capaz de alcanzar sus identidad humana en el mundo real. Las madres con una identidad infantil tendrán criaturas todavía más infantiles que se refugiarán a todavía más pronto en la fantasía ante las pruebas de la realidad.” p. 352 Cita 7: «Sólo cuando a las mujeres se les permita utilizar su fuerza plena, crecer al nivel de su capacidad plena, se podrá destruir la mística de la feminidad y detener la progresiva deshumanización de sus hijas e hijos. Y la mayoría de las mujeres ya no pueden utilizar su fuerza plena ni crecer al nivel de su capacidad plena si siguen siendo amas de casa. Es urgente que comprendamos que la condición misma de ser ama de casa puede crear una sensación de vacío, de no existencia, de nada, en las mujeres. Existen aspectos del rol de ama de casa que hacen casi imposible que una mujer con una inteligencia adulta conserve sus sentido de identidad humana, el sólido núcleo de la identidad humana o “yo” sin el cual un ser humano, sea hombre o mujer, no está
verdaderamente vivo. Para las mujeres competentes, en los Estados Unidos de hoy, estoy convencida de que hay algo en la propia condición de ama de casa que es peligroso. En cierto sentido que no es tan exagerado como suena, las mujeres que se “adaptan” como amas de casa, que crecen queriendo ser “una simple ama de casa”, corren el mismo peligro que los millones de personas que caminaron hacia su propia muerte en los campos de concentración, y los millones más que no quisieron creer que los campos de concentración existían.» p. 368 Cita 8: « Los datos de Kinsey ponían de manifiesto que, cuanto mayor es el nivel de estudios de la mujer, más probable es que disfrute de más orgasmos sexuales plenos con mayor frecuencia, y menor es la probabilidad de que sea frígida.” p. 393 Cita 9: «Pero incluso cuando una mujer no necesita trabajar para comer, sólo conseguirá encontrar su identidad si realiza un trabajo que tenga verdadero valor para la sociedad, trabajo por el que, generalmente, nuestra sociedad paga.» Cita 10: « Irónicamente, el único tipo de trabajo que le permite a una mujer competente desarrollar de manera plena sus capacidades y alcanzar su identidad en la sociedad en un plan de vida que pueda compaginar su trabajo con el matrimonio y la maternidad es el tipo de trabajo que precisamente prohibía la mística de la feminidad; el compromiso de toda una vida con un arte o con la ciencia, con la política o con una profesión. p. 415»
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