Bermejo Luque L 2013 Falacias y Argument

November 25, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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EL ESTADO ACTUAL SOBRE LA VIABILIDAD DE UNA T  EORêA DE LA FALACIA 

invalidez de un argumento, Woods (1995), en ÇFearful SymmetryÈ, plantear’a una refutaci—n de la asimetr’a cuyas consecuencias para la teor’a de la falacia y, en general, para la teor’a de la argumentaci—n, ser’an aœn m‡s inquietantes. En primer lugar, Woods llama la atenci—n sobre el hecho de que si una falacia es un argumento inv‡lido que parece v‡lido (tengan v‡lido  e inv‡lido el sentido que tengan), tal como desde Arist—teles venimos oyendo, entonces, cualquier teor’a de la falacia ha de dar cuenta de dos subteor’as: una teor’a ( T’) de la invalidez y una teor’a (T’’) del parecer v‡lido. v‡lido. Mediante esta consideración, Woods critica el hecho de que T’’ apenas ha despertado el

interŽs de los te—ricos de la argumentaci—n que tratan de desarrollar una teor’a de la falacia, a pesar de que, en principio, constituir’a una parte fundamental de esta. Adem‡s, al concebir la teor’a de la invalidez tan solo como una parte de una teor’a de la falacia, Woods evita, al menos en parte, cometer el error que Govier critica a Massey: confundir falacia con argumento inv‡lido.  Atendiendo al estudio de Arist—teles sobre la falacia, las  Refutaciones  Refutacio nes Sof’sticas  y al hecho notorio de que sus ejemplos son triviales y defectuosos, Woods explica por quŽ antes de la invenci—n de la silog’stica y el desarrollo de la l—gica formal, Arist—teles ten’a dificultad para dar buenos ejemplos de falacias: al fin y al cabo, aportar un ejemplo de falacia es dar un ejemplo de un argumento inv‡lido que parece v‡lido, de manera que, mediante el ejemplo, deber’amos ser capaces de reconocer, al mismo tiem po, que el argumento es inv‡lido y que el argumento  parece v‡lido. Pero esto parece mucho pedir a un ejemplo: si realmente parece un argumento v‡lido, no podemos considerarlo a la vez como un argumento inv‡lido. Para superar esta dificultad, segœn Woods, Çresulta maravillosamente oportuno que la l—gica madura de Arist—teles, la l—gica de los Primeros anal’ticos, sea una Çteor’a de las formas l—gicasÈ. Porque, por referencia a la posibilidad de una reconstrucci—n formal, podr’amos juzgar que una falacia es un argumento no reconstruido cuya invalidez se revela despuŽs  —  105  105 —  

 

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de la reconstrucción. De ese modo, T’’ encontraría su lugar en la

distancia entre la forma l—gica, en lenguaje formal, y la forma discursiva, en lenguaje natural, de los argumentos. Pero para disponer de esta opci—n debemos estar dispuestos a remitir a la l—gica formal la cuesti—n de la validez de los argumentos del lenguaje ordinario. Esto significa que tendr’amos que considerar que un argumento es v‡lido, o alternativamente inv‡lido, si posee una forma l—gica v‡lida o alternativamente inv‡lida. Como tenemos procedimientos para probar la validez y la invalidez formal de los argumentos y, adem‡s, para formalizar los argumentos del lenguaje natural, en principio, esta opci—n parecer’a  prometedora. Tal como Woods observa que los procedimientos de formalizaci—n no son Çreglas de traducci—nÈ entre dos lenguajes, uno natural y otro formal, sino que todo lo que se requiere de ellos es que preserven la forma l—gica; es decir, que para que nuestra estrategia de transferir a la l—gica formal la cuesti—n de la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural funcionase, necesitar’amos que los procedimientos de formalizaci—n tuvieran lo que Woods denomina la Çbackward reflection propertyÈ, esto es, que todo argumento v‡lido del lenguaje natural, o alternativamente inv‡lido, cuando se formalice mediante estos procedimientos, dŽ lugar a un argumento formalmente v‡lido o formalmente inv‡lido. Sin esta propiedad, la relaci—n entre validez o invalidez formal y validez, o invalidez de los argumentos en lenguaje natural, no estar’a lo suficientemente vinculada como para garantizar el uso de la l—gica formal en la evaluaci—n de estos œltimos. Pero, como ya apuntaba Massey, aqu’ es donde aparece el  problema. Woods considera argumentos los silogismos, cuya formalizaci—n en l—gica proposicional da lugar a argumentos formalmente inv‡lidos, pero cuya formalizaci—n en l—gica de predicados originan argumentos formalmente v‡lidos. Si no imponemos otra restricci—n, deber’amos considerar que estos argumentos  —  106  106 —  

 

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ser’an inv‡lidos en Lp y v‡lidos en Lq. Pero puesto que Lp est‡ incluido en Lq, tendr’amos que admitir que se trata de argumentos v‡lidos e inv‡lidos en Lq, lo cual es inaceptable. De ah’ que Woods considere que la tesis de Massey es correcta: para evitar ese resultado, hemos de admitir que, para probar la validez de un argumento en lenguaje natural, basta con encontrar una formalizaci—n suya en un sistema en el que resulte v‡lido; mientras que,  para probar la iinvalidez, nvalidez, deber’amos poder demostrar que en ningœn lenguaje formal, real o posible, existe una formalizaci—n v‡lida del argumento. En realidad, Massey solo habr’a mostrado que existe una asimetr’a entre establecer la validez y establecer la invalidez de un argumento, pero no que establecer la invalidez sea imposible, cosa que, como vamos a ver, s’ hace Woods al enunciar su tesis de la simetr’a; una simetr’a aœn m‡s perniciosa que sobrevuela no solo la teor’a de la falacia, sino todo el proyecto de la teor’a de la argumentaci—n, y que nos colocar’a en igual indigencia tanto por lo que respecta a la invalidez, como por lo que respecta a la validez de los argumentos del lenguaje natural. Segœn Woods, para que nuestros procedimientos de formalizaci—n tuviesen la backward reflection property,  esto es, para que preservasen la forma l—gica y, con ello, fuese posible transferir a ellos la decisi—n sobre la validez o invalidez de un argumento, deber’amos disponer de un criterio para determinar cu‡ndo una proposici—n es sem‡nticamente inerte. Solo mediante este criterio podr’amos desechar formalizaciones fallidas, como la de los silogismos en Lp, etcŽtera. Pero para obtener este criterio, deber’amos ser capaces de determinar para cada par de proposiciones,  p y q, del argumento que hayamos de formalizar, las condiciones de verdad de Ç p implica qÈ y de Ç p es inconsistente con qÈ. Pero,  puesto que se trata de un criterio previo a llaa formalizaci—n, formaliz aci—n, debemos determinar esto sin atender a la forma l—gica de  p y de q  y, en ese caso, ÀquŽ tipo de demostraci—n ser’a posible? Segœn el autor, ninguna. Por tanto, aqu’ tenemos la simetr’a: no hay ningu —  107  107 —  

 

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na teor’a de la validez o la invalidez para argumentos del lenguaje natural porque no hay ninguna teor’a que garantice nuestras formalizaciones. Para Woods, esto es suficiente para declarar que, mientras que la l—gica formal es un programa coherente y s—lido, no solo la teor’a de la falacia, sino la teor’a de la argumentaci—n en su conjunto, est‡n por completo fuera de lugar: no hay manera de ofrecer un mŽtodo seguro para establecer la validez o invalidez de los argumentos en lenguaje natural. Un corolario de la demostraci—n de la tesis de la simetr’a de Woods es que la estrategia inicial para explicar la plausibilidad plausibili dad del concepto de falacia, a saber, que se trata de argumentos formalmente inv‡lidos cuya invalidez se descubre solo tras la formalizaci—n, es una mala estrategia: no podemos apoyarnos en ella  para dar cuenta de T’’, porque ello supondría que podemos justificar formalmente la invalidez de los argumentos del lenguaje natural. Volveremos a este corolario m‡s adelante.

4.1.5. L—gica formal y teor’a de la argumentaci—n Como mencion‡bamos m‡s arriba, para Govier, una de las lecturas que cabr’a hacer al considerar la dificultad de trasladar las cuestiones sobre la evaluaci—n de los argumentos en lenguaje natural al ‡mbito de la l—gica formal es que los conceptos de validez  e invalide invalidezz formal no se corresponden con los conceptos de validez  e invalidez que usamos para calificar los argumentos cotidianos. Sin embargo, es consciente de que para Massey, y proba blemente para el Woods de ÇFearful SymmetryÈ, esto no significa romper una lanza a favor de la especificidad de la teor’a de la argumentaci—n, pues, para ellos, una teor’a es solo una teor’a formal, y decidir sobre la validez o invalidez sin una teor’a de este tipo es pr‡cticamente tan vacuo como no decidir en absoluto. Como, en realidad, Govier comparte con Massey la idea de que sin una teor’a nuestros juicios sobre la validez de los argu —  108  108 —  

 

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mentos del lenguaje natural son poco m‡s que ocurrencias, su conclusi—n es que necesariamente debemos disponer de alguna teor’a de la validez e invalidez informal, pues, de lo contrario, ÀquŽ explicar’a nuestra habilidad y relativo Žxito a la hora de evaluar los argumentos cotidianos? Para Govier, es un hecho que la gente es capaz de entender los argumentos del lenguaje ordinario y decidir sobre su validez en sentido no formal. Ello explica el relativo Žxito adaptativo de la pr‡ctica de argumentar. Pero Govier deber’a aportar razones adicionales para justificar la supuesta habilidad de la gente a la hora de evaluar los argumentos del lenguaje natural, porque Ày si realmente no tuviŽsemos ninguna teor’a global, sino un conjunto de actividades reguladas con mayor o menor fuerza normativa, segœn el tipo de discurso del que se trate?, Àpor quŽ estamos tan seguros de que nuestra pr‡ctica cotidiana de evaluar la argumentaci—n es coherente? En realidad, este asunto es menos trivial de lo que Govier supone: no es una estrecha mente formalista lo que lleva a Massey y a Woods a advertirnos de que, si carecemos de una teor’a formal, poco podemos esperar de la teor’a de la falacia y de la teor’a de la argumentaci—n. Para Govier, es un hecho que nosotros reconocemos la validez e invalidez de los argumentos no formales. Pero, si no se trata de la validez o invalidez formal, cuyo criterio de identidad est‡ perfectamente definido, ÀquŽ puede significar que un argumento sea v‡lido o inv‡lido?, Àque sus  premisas ÇestŽn o no estŽn adecuadamente conectadas con su conclusi—n y que aporten buenas razones para sostenerlaÈ?, Ày quŽ significa esto fuera de la l—gica formal?, Àson propiedades decidibles fuera de ella? El que nos guiemos con Žxito, nuestra supuesta pericia a la hora de discriminar entre argumentos v‡lidos e inv‡lidos en este sentido no-formal no es un hecho suficientemente contrastado. De hecho, m‡s a menudo de lo que quisiŽramos, el acuerdo sobre la validez de los argumentos del lenguaje ordinario es una quimera; por tanto, no puede deberse a esto e sto el re —  109  109 —  

 

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lativo Žxito adaptativo de nuestra conducta argumentativa. Y por otro lado, suponiendo que pudiŽsemos enunciar una teor’a global que sirviera para la evaluaci—n de todo tipo de argumentos naturales, no es tan f‡cil determinar d—nde encontrar’a esta la justificaci—n de su car‡cter normativo si la opci—n de apelar a la l—gica formal como teor’a de la inferencia v‡lida le est‡ vedada. Volveremos a este asunto m‡s adelante, cuando expongamos la teor’a de la falacia de la ARG; pero de momento, sirva esto para se–alar las dificultades adicionales que un enfoque em pirista para la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural tendr’a: demostrar la coherencia y generalidad de una supuesta Çteor’a naturalÈ. Por esa raz—n, es importante considerar que, a la hora de enunciar una teor’a de la evaluaci—n, no debemos simplemente dejarnos llevar por los resultados de una investigaci—n sobre c—mo evaluamos de hecho: este es el objetivo de la psicolog’a, en todo caso, no de una teor’a de la evaluaci—n, que por definici—n es normativa, no descriptiva. Esto es, a la teor’a de la evaluaci—n no le compete explicar c—mo razonamos de hecho, ni c—mo es posi ble que llaa gente evalœe los argumentos del de l lenguaje natural, sino ofrecer criterios para evaluar los argumentos de manera objetiva. En principio, la mayor’a de los autores entender’an que es en ese sentido que cabr’a hablar de falacias, porque sin una teor’a normativa, ÀquŽ puede significar que un argumento sea una falacia, entendida como cierto tipo de incorrecci—n? Sin duda, el estudio de las falacias, como razonamientos o tipos discursivos caracter’sticos, tambiŽn ha sido abordado desde la psicolog’a, desde la lingŸ’stica y desde la teor’a de la comunicaci—n, pero estas disciplinas no pretenden ofrecer criterios para determinar la validez. Esto es competencia de la teor’a de la argumentaci—n y, dentro de ella, de los modelos para la evaluaci—n. Lo que tratamos de averiguar aqu’ es si una teor’a de la falacia puede aportar un modelo  para la evaluaci—n. En definitiva, la conclusi—n que debemos extraer de estas  —  110  110 —  

 

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reflexiones es que la validez y la invalidez formal no son el tipo de validez e invalidez que adscribimos a los argumentos en lenguaje natural, tal como sugiere Govier y que, sin embargo, la teor’a de la argumentaci—n est‡ involucrada en el proyecto de dar cuenta de estos conceptos para los argumentos del lenguaje natural. Lo que nos ocupa en este trabajo es comprobar si existe alguna teor’a de la falacia que pueda efectuar esta labor y, por lo que hemos visto, queda claro que dicha teor’a no puede ser una teor’a de la invalidez formal: no solo porque, como argumenta Woods, sin una teor’a de la formalizaci—n no tiene sentido adscribir la cuesti—n sobre la validez de los argumentos del lenguaje natural al ‡mbito de la l—gica formal, sino porque, como explica Govier, la validez formal no es una condici—n ni necesaria ni suficiente de la validez informal. En cualquier caso, al establecer que la cuesti—n de la validez e invalidez de los argumentos del lenguaje ordinario no se puede remitir a la cuesti—n de la validez e invalidez formal, hemos tratado de hacer expl’cita la especificidad de la teor’a de la argumentaci—n respecto de la l a l—gica formal.

4.2. ÀES COHERENTE EL CONCEPTO DE FALACIA?  ÀEXISTEN AR GUMENTOS FALACES? Como anunci‡bamos m‡s arriba, en esta secci—n nos vamos a ocupar, entre otros temas, de las consecuencias de la tesis de Woods para el propio concepto de falacia. Analiz‡bamos m‡s arriba que, segœn Woods, si una falacia es, adem‡s de otras cosas, un argumento inv‡lido que parece v‡lido (por ejemplo, en el sentido de umbrella validity/invalidity  de Govier), entonces, cualquier teor’a de la falacia se compone de dos subteor’as: por un lado, T’, que es una teoría sobre la invalidez  y, por otro lado, T’’, que es una teor’a sobre la apariencia de validez.  Woods tambiŽn llamaba la atenci—n sobre la dificultad intr’nseca de ofrecer ejemplos de falacias genuinas y no meras  —  111  111 —  

 

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construcciones artificiosas que rara vez enga–ar’an a alguien con  buenos argumentos: un ejemplo de falacia ser’a, un argumento que, al mismo tiempo, parece v‡lido y que, en realidad, es inv‡lido; esto es, si quisiŽramos ofrecer un ejemplo de una autŽntica falacia, tendr’amos que presentar un argumento que fuese inv‡lido,  pero que pareciese v‡lido. Y la cuesti—n para Woods era: Àc—mo  podr’a un ejemplo justificar este lapso entre apariencia y realidad? Woods propon’a dos explicaciones tentativas: la primera era concebir la falacia como un argumento cuya invalidez solo nos resulte evidente una vez que lo hemos formalizado. Pero ve’amos que la tesis de la simetr’a daba al traste con las expectativas de reducir la validez o la invalidez de los argumentos del lenguaje natural a su forma l—gica, de manera que esta estrategia para dar cuenta de c—mo un argumento inv‡lido puede no parecer que lo es, no nos serv’a; en general, no podemos definir la invalidez  como Çinvalidez formalÈ. En ÇFearful SymmetryÈ, Woods propon’a tambiŽn otro ti po de explicaci—n: un argumento puede parecer v‡lido, pero ser, en realidad, inv‡lido si sus premisas son verdaderas y su conclusi—n es una falsa creencia que, en principio, no se reconoce como tal. Segœn esta causa de apariencia de validez, expresar lo falaz de un argumento consistir’a en explicar que realmente la conclusi—n es una falsa creencia. Esto supondr’a considerar un concepto de  falacia distinto del habitual. Coincidir’a con el concepto tradicional de falacia en no admitir como tal cualquier argumento cuyas premisas sean verdaderas y cuya conclusi—n sea falsa, pues se tratar’a de un argumento inv‡lido que parece v‡lido al ser un argumento cuya conclusi—n es una falsa creencia muy arraigada. Sin embargo, divergir’a del significado habitual al limitar el concepto de falacia a un fen—meno de falsedad en la conclusi—n; en concreto, a cierto tipo de falsedad, pues debe tratarse de una falsa creencia muy arraigada, no solo una falsa creencia. En cualquier caso, lo que Woods pondr’a de manifiesto es que los ejemplos de falacia, como los de cualquier otra cosa que  —  112  112 —  

 

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sea A y parezca B, siendo A y B incompatibles, no pueden ser  ac actuales, en sentido aristotŽlico; o nos parecen argumentos v‡lidos mientras no nos explican, por ejemplo, que la conclusi—n es falsa, o nos parecen argumentos inv‡lidos cuando el error que encierran nos resulta aparente. As’, las falacias no existir’an m‡s que en potencia, cuando interpretamos que cierto argumento inv‡lido puede  parecerle v‡lido a alguien. La cuesti—n, para Woods, era c—mo determinar la invalidez del argumento m‡s all‡ de su apariencia y sin recurrir tampoco a su forma l—gica. Pero, a prop—sito de esta dificultad para ofrecer ejemplos de falacias, nosotros vamos a ocuparnos de una cuesti—n m‡s radical: Àes posible encontrar ejemplos de falacias?, Àes coherente el propio concepto de falacia? Siguiendo la segunda propuesta de Woods, podemos pensar que, aunque no podamos dar ejemplos actuales de falacias, lo que s’ podemos hacer es describir tipos de argumentos inv‡lidos que potencialmente podr’an parecer v‡lidos. Para Woods, como hemos visto, podr’a ser la circunstancia de que su conclusi—n sea una falsa creencia muy arraigada. Pero tambiŽn cabe pensar en alguna otra caracter’stica que, adem‡s de ser la raz—n de que resulten enga–osas, de paso servir’a para clasificarlas; por ejemplo, apelar a la autoridad o desacreditar al oponente. De esta forma,  para se–alar un eje ejemplo mplo de argumento fa falaz, laz, podr’amos interpretarlo como una instancia de alguno de estos argumentos.

4.2.1. La cr’tica de Finocchiaro al concepto de  falacia. Clasificaciones de primer y segundo orden En ÇFallacies and the Evaluation of ReasoningÈ, Maurice A. Finocchiaro (1981) argumenta que as’ es como realmente operamos para intentar descubrir  falacias. Ello se debe, como ya hemos visto que destacaba Trudy Govier, a que el concepto de  falacia no es exactamente el de Çerror argumentalÈ, sino que a–ade la  —  113  113 —  

 

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caracter’stica de Çerror comœn, caracter’sticoÈ y, por consiguiente, implica la idea de subsunci—n a un tipo paradigm‡tico: todas las instancias de falacia son Çfalacia de...È. De este modo, encontramos el lugar de un elemento esencial de la teor’a de la argumentaci—n que ya hab’a sido mencionado en cap’tulos anteriores: la importancia fundamental que para el desarrollo de modelos normativos concretos posee la cuesti—n de la interpretaci—n de los argumentos del lenguaje ordinario. Mediante la observaci—n de que las falacias no son argumentos, sino tipos de argumentos caracter’sticos que, a su vez,  pueden clasificarse para formar distintos cat‡logos que articulen su estudio, Finocchiaro estar’a justificando la diferencia entre: e ntre: a) una clasificaci—n de los tipos de argumento, que dar’a lugar a las distintas falacias a travŽs de la identificaci—n de una propiedad que ser’a su criterio de conjunto (en el caso de las falacias tradicionales: falsa causa, ad populum, ad baculum, ad hominem, ad misericordiam,  petici—n de principio, etcŽtera) y  b) una clasificaci clasificaci—n —n de las falacias, que ser’a una clasific clasificaaci—n de segundo orden, en tanto que responde al intento de ordenar el cat‡logo de falacias, no de clasificar argumentos. As’, por ejemplo, distinguir’amos entre falacias formales y falacias informales, falacias de relevancia, falacias de inducci—n, falacias materiales, etcŽtera. La clasificaci—n de primer orden, la que da lugar a las falacias concretas, requiere de la interpretaci—n como instrumento para determinar a quŽ conjunto pertenece cada elemento (los elementos aqu’ son argumentos reales) y, por tanto, es lugar para la controversia y la discusi—n (como ve’amos en el cap’tulo 2, estas ser’an expresi—n de la naturaleza dialŽctica propia de la cr’tica de la argumentaci—n). En cambio, la clasificaci—n de segundo orden  procede mediante definiciones y estipulaciones y, por esa raz—n,  —  114  114 —  

 

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no admite tal grado de controversia respecto a quŽ conjunto pertenece cada elemento (los elementos son falacias, entendidas como tipos de argumentos). Lo que Finocchiaro se cuestiona en su art’culo es, por un lado, que el concepto tradicional de  falacia, entendida como Çcierto tipo de error comœnÈ sea coherente; y, por otro lado, pondr‡ en entredicho incluso que existan realmente instancias de falacias, tradicionales o no, m‡s all‡ de la interpretaci—n como falacias de ciertos argumentos. En realidad, Finocchiaro no tiende a identificar ambos aspectos de su reflexi—n.

4.2.2. Falacias y argumentos AD En ÇFallacies and the Evaluation of ReasoningÈ, Finocchiaro (1981) realizar un breve repaso a la bibliograf’a de su Žpoca y en ella encuentra que, adem‡s de la falta de sistematicidad que desde Hamblin se ven’a denunciando, no existen ejemplos adecuados de ningœn tipo de falacia de los que se mencionan. Los manuales que examinan, o bien prescinden de los ejemplos y se limitan a describir ciertos tipos de argumentos supuestamente inv‡lidos y comunes, o bien producen argumentos artificiosos obviamente inv‡i nv‡lidos (y, por tanto, como dir’a Woods, no falaces realmente), o  bien recogen argumentos reales que, para ser ejemplos de alguna de las falacias t’picas que pretenden ilustrar, deben descontextualizarse e interpretarse de manera forzada. Segœn Finocchiaro, todo esto es un indicio de un problema m‡s grave, a saber, la propia incoherencia del concepto de falacia que se est‡ e st‡ usando. Para dar un ejemplo de alguna de las falacias tradicionales, entendidas como cierto tipo de error comœn y caracter’stico, necesitamos interpretarlo como una instancia de cierto tipo de argumento, al que se caracteriza, o bien por su forma  — tal tal es el caso de la falacia de pendiente resbaladiza, la petici—n de principio, la afirmaci—n del consecuente, etcŽtera  — , o bien por su conteni —  115  115 —  

 

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do, por ejemplo, las falacias ad,  esto es, falacias en las que se apela a algœn tema recurrente y efectista, como la autoridad (ad verecundiam),  la opini—n comœn (ad populum), las caracter’sticas del oponente (ad hominem), etcŽtera. Pero debido a las determinaciones pragm‡ticas de los argumentos que de hecho utilizamos, el que podamos identificarlos de esta forma no es una garant’a suficiente de que estemos ante argumentos verdaderamente inv‡lidos dentro de cada uno de sus contextos particulares; ni siquiera en el sentido de umbrella invalidity. Mediante distintos ejemplos, Finocchiaro muestra que no es f‡cil encontrar argumentos reales que no puedan interpretarse, en algœn sentido, como argumentos correctos a poco que debilitemos suficientemente la conclusi—n que se supone intentan demostrar. Por ello, afirma que no es frecuente encontrar argumentos incorrectos, sino que, para encontrar alguno, el te—rico ha de exagerar la fuerza de la conexi—n l—gica entre las premisas y la conclusi—n que se supone que alegar’a el hablante al argumentar. En su opini—n, siempre es posible inter pretar el argumento de manera caritativa, es decir, maximizando su eficacia justificatoria, bien interpretando adecuadamente las  premisas o debilitando suficientemente la fuerza con la que se avanza la conclusi—n. Como observ‡bamos en el cap’tulo 2, ello se debe al hecho de que, para evaluar los argumentos del lenguaje natural, es necesario interpretarlos previamente. Y en esa tarea, expedientes tales como el recurso a un  principio de caridad, que maximice no solo la eficacia comunicativa, sino tambiŽn la eficacia justificatoria de las razones aducidas, pueden no ser una opci—n, sino el œnico medio de tratarlos tal como se dan en el mundo: incompletos y dentro de contextos. As’, Finocchiaro considera que el encontrar falacias en los argumentos reales se debe a una reconstrucci—n Çpoco caritativaÈ, y, por tanto incorrecta, de los argumentos que se est‡n evaluando. Pero por otro lado, parece que, sin esas caracterizaciones,  bien sea formales, bien sea tem‡ticas, el concepto de  falacia  como Çcierto tipo de error comœn y caracter’sticoÈ, que es el con —  116  116 —  

 

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cepto de  falacia que hemos estado usando desde Arist—teles, no tendr’a sentido. Ni tampoco su caracterizaci—n como Çargumento inv‡lido que parece v‡lidoÈ, porque nada contar’a como explicaci—n de su Çparecer v‡lidoÈ. Luego, si queremos dar cuenta del concepto tradicional de falacia tenemos que admitir unos criterios de identidad para cada una de ellas que nos conducen a la parado ja de que las l as falacias, as’ identificadas, la mayor’a de las veces no son falaces. Segœn Finocchiaro, esto ser’a raz—n suficiente para concluir, no solo que no existen instancias reales de falacias, sino que el propio concepto de falacia es incoherente. Como veremos m‡s adelante, si bien estas observaciones nos van a ayudar a precisar mejor el concepto de  falacia que queremos emplear y la funcionalidad de una teor’a de la falacia basada en Žl, las conclusiones que Finocchiaro extrae a partir de ellas son precipitadas, pues, entre otras cosas, se basan en una identificaci—n de las caracterizaciones tradicionales de las falacias concretas con el concepto de falacia sin m‡s. En la segunda parte del siguiente cap’tulo, vamos a estudiar c—mo, en art’culos posteriores, el propio autor reconoce el exceso que supon’a negar la existencia de falacias de ese modo,  principalmente a travŽs de la propuesta de una definici—n alternativa del concepto de  falacia. De momento, sirvan estas reflexiones para mostrar las dificultades de la concepci—n tradicional a las que habr‡n de responder aquellos autores que pretendan elaborar una teor’a de la falacia y, tambiŽn, para adelantar la distinci—n entre teor’as continuistas y teor’as revisionistas, a la luz de la cr’tica a la concepci—n tradicional y de esta distinci—n entre cat‡logos de  primer y de segundo orden.

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5. Las teor’as de la falacia actuales

A

continuaci—n, vamos a examinar las teor’as de la falacia m‡s representativas que existen hoy en d’a dentro de la teor’a de la argumentaci—n. Aunque la falacia, como razonamiento err—neo o como tipo de discurso idiosincr‡sico, se ha estudiado desde ‡mbitos como la lingŸ’stica, la psicolog’a del aprendizaje, los estudios sobre comunicaci—n o la ret—rica, en este trabajo, tratamos de analizar las posibilidades de una teor’a de la falacia como un modelo de evaluaci—n de la argumentaci—n; por ello, nos remitiremos a aquellas teor’as que se inscriben dentro de

la teor’a de la argumentaci—n, en cuanto disciplina normativa, por m‡s que, como veremos, algunas de estas propuestas se desarrollen al hilo de consideraciones ret—ricas (tal es el caso de la teor’a de Charles Arthur Willard) o pragm‡tico-lingŸ’sticas (como las teor’as de Eemeren, Grootendorst y el segundo Walton). Como anunci‡bamos en el cap’tulo anterior, vamos a agru par estas teor’as de la falacia de la siguiente manera: denominaremos teor’as continuis continuistas tas a aquellas teor’as que pretenden remitirse en primera instancia al cat‡logo tradicional de falacias como clasificaci—n de primer orden. Se trata de teor’as que, en princi 

 

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 pio, no parten de definiciones alternativas del concepto de  falacia, sino que pretenden obtener una definici—n de este a travŽs de una teor’a que articule el cat‡logo tradicional. A menudo, estos te—ricos centran su labor en dar definiciones de las falacias tradicionales que aunque recojan su sentido habitual, encajan en un sistema capaz de generarlas a todas ellas. Por su parte, denominaremos teor’as revisionistas a aquellas teor’as de la falacia que abogan por una definici—n tŽcnica del concepto que prescinde (o al menos no prima) del cat‡logo tradicional de falacias. El hecho de redefinir el concepto de  falacia,   para destacar su aspecto normativo de cara a la distinci—n entre  buenos y malos argumentos, conllevar‡ que estas teor’as partan de un cat‡logo de falacias de primer orden alternativo al tradicional. En todo caso, cabe se–alar que esta distinci—n entre teor’as continuistas y revisionistas ha de entenderse de manera program‡tica, pues como veremos, de uno y otro lado aparecen dificultades a la hora de ce–irse a estas definiciones de forma consistente.

5.1. TEORêAS CONTINUISTAS  Como mencion‡bamos en cap’tulos anteriores, a partir de la cr’tica de Hamblin al tratamiento est‡ndar de la falacia en los a–os setenta, el planteamiento monol—gico y deductivista del que part’an los manuales al uso se mostr— como un marco inadecuado para el estudio de las falacias reales: si quer’amos dar cuenta de aquellos discursos en los que se empleaba con eficacia algœn tipo de enga–o o estrategia argumentativa ileg’tima para persuadir a un interlocutor o auditorio, ten’amos que olvidarnos de las descripciones simplistas de las falacias cl‡sicas que este enfoque generaba. Por otro lado, las dificultades que Finocchiaro hab’a se–alado respecto a la existencia o no de estas falacias cl‡sicas en los  —  120  120 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

discursos reales incluso llegaban a cuestionar el proyecto de una teor’a que articulase el cat‡logo de las falacias tradicionales. A  pesar de ello, algunos te—ricos se mantuvieron fieles al intento de ofrecer una teor’a de la falacia capaz de documentar las falacias que, de hecho, han sido enunciadas hasta ahora como tipos caracter’sticos de error argumentativo. La primera parte de este cap’tulo analiza aquellas teor’as que hemos agrupado mediante la etiqueta enfoque continuista.  Como dec’amos m‡s arriba, la divisi—n entre las teor’as que parten de una definici—n tŽcnica del concepto de  falacia y las teor’as que tratan de recoger su uso y extensi—n habituales ha de entenderse de manera program‡tica: al igual que, como veremos del lado de alguno de los te—ricos revisionistas, el pretendido distanciamiento del enfoque tradicional no llega a desvincularse del todo de la noci—n cl‡sica de  falacia, por el hecho de insistir en la idea de que las falacias son Çcierto tipo de error, caracter’stico y comœnÈ, vamos a comprobar que no todos los representantes del enfoque continuista consiguen ser fieles al concepto tradicional,  bien, porque sus an‡lisis de falacias fal acias concretas, en realidad, se distancian de sus sentidos tradicionales (tal es el caso de la pragmadialŽctica), porque su teor’a de la falacia acaba dando pie a un concepto de falacia divergente (como en la teor’a de la falacia de Willard). En cualquier caso, lo que resulta comœn a todas las teor’as continuistas es su intento de dar cuenta del cat‡logo tradicional de falacias como una clasificaci—n de primer orden, si bien esto resultar‡ un desideratum m‡s presente en unas (las de WaltonWoods y Willard) que en otras (la pragmadialŽctica y el segundo Walton).

5.1.1. El enfoque ret—rico de Charles Arthur Willard El planteamiento de Willard puede considerarse el contrapunto al formalismo que caracteriza el trabajo de Hamblin. Como ve’amos  —  121  121 —  

 

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en el cap’tulo anterior al considerar la distancia entre los conceptos de validez  y validez formal  y los planteamientos de Woods sobre la posibilidad de trasladar a la l—gica formal la decisi—n so bre la validez o invalidez de los argumentos eenn lenguaje natural, el hecho de que carezcamos de una teor’a informal de la implicaci—n y la consistencia entre proposiciones convierte la decisi—n sobre quŽ formalizaciones son correctas en una cuesti—n de intuici—n, por completo ajena a la l—gica misma. Esa ser’a la raz—n por la que los l—gicos formales m‡s bien se desentendiesen de la tarea de tratar con argumentos reales y que sus aproximaciones al estudio de la falacia se quedasen en meros recuentos artificiosos e inconexos. Por el contrario, la teor’a de la falacia de Willard parte  precisamente de los argumentos reales, tal y como estos aparecen en los procesos comunicativos de todo tipo, en lugar de adoptar como objeto para sus modelos normativos las supuestas estructuras formales de dichos argumentos. En cambio, como vamos a comprobar, la propuesta de Willard plantea serias dificultades a la hora de ostentar el estatus normativo que pudiera hacer de ella una verdadera teor’a de la evaluaci—n. Willard considera que los te—ricos de la argumentaci—n han asumido acr’ticamente  una definici—n de argumento como Çcon junto de proposiciones de las cuales una de ellas se dice que es consecuencia de las restantesÈ. Segœn Willard, esta caracterizaci—n de los argumentos solo resultar’a apropiada en el ‡mbito de la l—gica formal, que considera los argumentos como objetos puramente abstractos. En cambio, segœn Žl, los argumentos del lenguaje natural poseen una dimensi—n estŽtica y social que resulta insoslayable si realmente queremos justificarlos en su especificidad. Por esa raz—n, sostiene que no es la l—gica sino la teor’a de la comunicaci—n el ‡mbito por excelencia para una teor’a de la argumentaci—n. Para Willard, los argumentos no son tanto productos como  procesos de comunicaci—n y, en concreto, procesos de comunicaci—n entre dos partes que mantienen posiciones encontradas. Se  —  122  122 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

trata de una actividad cooperativa y creativa en la que el hablante se adapta a su auditorio o interlocutor para conseguir persuadirlo de la conveniencia de una acci—n o de la verdad de una tesis. Esta concepci—n desplaza en buena medida la cuesti—n de la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural al ‡mbito de la ret—rica, ya que la bondad   de los argumentos pasa a depender de su eficacia a la hora de persuadir a aquellos para los cuales se esgrimen. Por esa raz—n, mantiene que un argumento no puede considerarse un buen argumento si solo consigue justificar su conclusi—n mediante premisas que resultan inaceptables para el auditorio o interlocutor al que se dirigen. Willard es consciente del regusto relativista que tiene su  planteamiento y, en su descargo, sostiene que la objetividad en la evaluaci—n surge en el espacio intersubjetivo de los discursos, en el que los individuos se disponen para dar y recibir razones de manera cooperativa y/o negociadora. Y para exponer su posici—n al respecto, analiza la llamada falacia ad populum.  Ya desde el Gorgias plat—nico, se hab’a condenado la estrategia sof’stica de adaptarse al auditorio para obtener su aprobaci—n, lo cual, segœn Willard, habr’a sido puesto en entredicho por Arist—teles al elevar la ret—rica a contraparte de la dialŽctica. Las distintas caracterizaciones de la falacia ad populum como Çintento de justificar una conclusi—n sobre la base de su supuesta popularidadÈ o Çutilizaci—n de los valores y sentimientos populares  para ensalzar o denigrar una posturaÈ resultar’an igualmente pro blem‡ticas: Àacaso no es razonable valorar un modelo de autom—vil porque es nœmero uno en ventas?, se pregunta Willard; Àson acaso falaces los discursos como ÇI Have a DreamÈ, de Martin Luther King o ÇIch bin ein BerlinerÈ, de J. F. Kennedy,  por ser emotivos y populares? En opini—n de Willard, el intento de desvincular la raz—n de las emociones choca con nuestras intuiciones sobre lo que es racional. Segœn Willard, las relaciones tradicionalmente dif’ciles entre la ret—rica y la filosof’a se deben a la falsa contraposici—n en —  123  123 —  

 

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tre  persuasi—n,  interpretada como Çmanipulaci—n de la opini—n  por medio de las emocionesÈ, y convicci—n, entendida como Çestado mental que se obtiene por medio de la racionalidad y la l—gicaÈ. La formulaci—n de la falacia ad populum asumir’a esa contraposici—n, pero Willard apela a la interdependencia entre razones y emociones para declarar que la racionalidad pura es una mera idealizaci—n y as’ borrar la distinci—n entre persuadir y convencer. Desde su punto de vista, la historia de la falacia ad populum ilustrar’a c—mo el dualismo persuasi—n/convicci—n se ha ido quedando caduco. En su opini—n, una vez que entendemos que la racionalidad es la racionalidad en uso dentro de contextos, nos resulta m‡s f‡cil entender que la evaluaci—n de los argumentos solo  puede proceder mediante la atenci—n al proceso comunicativo concreto en el que aparecen. El relativismo en su posici—n surge cuando afirma que, por esa raz—n, no tiene sentido preguntarnos  por el valor intr’nseco de los argumentos: la idea de bondad intr’nseca de un argumento carece de sentido se ntido para Willard. Por esta relaci—n entre el valor de un argumento y el contexto en el que este surge, Willard afirma que no es posible identificar ninguna forma de argumento intr’nsecamente incorrecto. Por eso, cuando describimos falacias, segœn Willard, lo que hacemos es describir tipos de argumentos que potencialmente resultar’an poco adecuados para persuadir a un interlocutor o una audiencia concretos. Pero no hay nada en ellos que sea motivo para sancionarlos de antemano: el que resulten inadecuados no es una cuesti—n l—gica sino pr‡ctica; significa que existe un desfase entre lo que se quiere afirmar y el modo de hacerlo, raz—n por la cual, m‡s que de argumentos incorrectos se trata de argumentos inadecuados para su auditorio. Esta es la caracter’stica principal de su teor’a de la falacia. De acuerdo con esta perspectiva, el tratamiento est‡ndar resultar’a bastante pobre pues, en lugar de recoger re coger toda la riqueza, complejidad y heterogeneidad de las distintas falacias, se limitar’a a caricaturizarlas mediante reglas generales y ejemplos grose —  124  124 —  

 

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ros que rara vez incluyen consideraciones sobre el contexto o las intenciones del discurso en el que surgen. En cierto modo, Willard coincide con Woods al mantener que las falacias no son un conjunto homogŽneo, pero su posici—n es m‡s radical: para Willard, no es posible explicar en quŽ consiste una falacia mediante referencia a reglas l—gicas y, adem‡s, segœn Žl, ni siquiera se trata de errores l—gicos, sino de desajustes pragm‡ticos entre lo que queremos establecer y el modo de hacerlo. En  A Theory of Argumentation, Willard (1989) afirma, entonces, el enunciado parad— jico de que Çlas falacias no siempre son falacesÈ. Para responder a esta  provocaci  provocaci—n, —n, Blair y Johnson (1993) se–alan que esta paradoja es el resultado de un uso ambiguo del tŽrmino alacia. Si consideramos el tŽrmino, bien en lo que ellos denominan su sentido normativo  exclusivamente, esto es, como sin—nimo de Çargumento inv‡lido, o bien lo consideramos exclusivamente en su sentido naturalista,   esto es como Çargumento que presenta cierta caracter’stica t’picaÈ, entonces, es simplemente una afirmaci—n autocontradictoria. La œnica forma de que pudiera no ser una contradicci—n ser’a considerar que, en su primera aparici—n, el tŽrmino posee un sentido naturalista y en la segunda, normativo, de manera que lo que dir’a ser’a algo as’ como: Ça veces, argumentos que presentan ciertas caracter’sticas que, bajo una determinada concepci—n, sirven para interpretarlos como instancias de falacias concretas, resultan ser buenos argumentos desde un punto de vista normativoÈ. Pero entonces el aire de paradoja desaparece, afirman Blair y Johnson, lo que da lugar a una afirmaci—n bastante sencilla y evidente: no todas las apelaciones a la autoridad, a la fuerza, a los valores populares, a la piedad, etcŽtera, son argumentos incorrectos. Sin embargo, esta no puede ser, sin m‡s, la tesis de Willard. Pues a pesar de que este apela a una racionalidad intersubjetiva que, en la pr‡ctica, dar’a la pauta de la correcci—n y la objetividad a la tarea de evaluar argumentos particulares, la idea de  patrones de correcci—n y objetividad generales resulta por com —  125  125 —  

 

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 pleto ajena a una perspectiva ret—rica como la que Žl propone. El  problema es que el hecho de que la pr‡ctica de dar y pedir razones, como pr‡ctica general, sirva para delimitar los m‡rgenes de la racionalidad no es una condici—n suficiente para garantizar la racionalidad de las pr‡cticas particulares, por m‡s que se reconozcan como pr‡cticas argumentativas. El problema es que la propuesta ret—rica de Willard en realidad no nos ofrece criterios para evaluar los argumentos al margen de su eficacia. Como ve’amos en el cap’tulo 2, distinguir entre convicci—n y persuasi—n para intentar recoger y criticar la distinci—n tradicional entre la evaluaci—n de eficacia y la evaluaci—n de la bondad intr’nseca de un argumento es una mala estrategia. La objetividad que proporcionan las reglas de la argumentaci—n no cabe entenderla como la sensaci—n de objetividad que  promueve la convicci—n, considerada como el estado cognitivo al que se llega mediante el uso de la raz—n, despojada de emociones, sino como la objetividad que se deriva de unas reglas que tratan de establecer las condiciones necesarias para que un discurso tenga ciertas propiedades, en concreto, la propiedad de que sus premisas de un argumento sean suficientes para establecer su conclusi—n. Por otra parte, desde el punto de vista de la pragm‡tica, tanto convencer como persuadir son actos perlocutivos, meros efectos causales del discurso que dependen de las caracter’sticas del auditorio. Es decir, no existe una relaci—n necesaria entre las  propiedades intr’nsecas intr’ nsecas de un di discurso scurso ((por por ejemplo, ser una me jor o peor argumentaci—n) y el efecto persuasivo o de generar convicci—n que este pueda producir en el oyente o auditorio al que se dirige. Tanto si hablamos de persuasi—n como si hablamos de convicci—n, determinar la eficacia del discurso remite igualmente a consideraciones ret—ricas. En ese sentido, cabe decir que, en realidad, la distinci—n entre la l—gica y la ret—rica no se basa en la distinci—n entre convicci—n y persuasi—n, sino en la distinci—n entre ciertas propiedades intr’nsecas y ciertas facultades mera —  126  126 —  

 

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mente causales de los argumentos. Una teor’a de la evaluaci—n de los argumentos que se fundamente en la persuasi—n o en la convicci—n no puede ser una teor’a que determine de manera necesaria las propiedades de los argumentos, porque no existen relaciones necesarias entre el valor intr’nseco de un argumento y los efectos que este pueda provocar en su auditorio. Ningœn criterio de correcci—n interno puede garantizar que los argumentos que lo cumplan vayan a producir el efecto persuasivo o de convicci—n que deber’an producir, ni que este efecto solo se produzca ante los argumentos que cumplen con tal criterio. Ni siquiera aunque se considere la persuasi—n de un auditorio universal, tal como lo contemplan Cha•m Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca en  La nueva ret—rica, puede la noci—n de  persuasi—n precisar de manera necesaria propiedades como la validez de un argumento. La raz—n es que o bien se trata de un auditorio emp’rico hipotŽtico, sobre cuya persuasi—n universal no ca be hacer m‡s que conjeturas, o bien, al l’mite, como un ideal normativo, deja de ser un auditorio real y, entonces, la œnica manera de comprobar si un argumento lograr’a persuadirlo ha de obrar al margen de las condiciones emp’ricas que determinan la realizaci—n del acto perlocutivo de la persuasi—n de auditorios  particulares y at atender ender a aspectos puramente l—gicos. En ese caso, ya no estar’amos hablando realmente de persuasi—n, porque apelar’amos a una relaci—n necesaria entre el argumento y la reacci—n del auditorio. Sin duda, el enfoque ret—rico que propone Willard para desarrollar una teor’a de la falacia puede servir para explicar por quŽ un argumento que no es v‡lido puede resultar eficaz (por ejemplo, porque apela a las emociones del auditorio (falacias ad misericordiam, ad populum), porque deslegitima al oponente (ad hominem), porque pone en juego la modestia de quien mantiene la posici—n contraria (ad verecundiam, ad ignorantiam), etcŽtera. E incluso por quŽ, siendo v‡lido un argumento, resulta objetable desde un punto de vista ret—rico y pragm‡tico (por ejemplo por —  127  127 —  

 

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que el acto de habla no es realmente argumentativo, sino una amenaza encubierta (ad baculum), porque en realidad no era esa la conclusi—n que se iba a probar (ignoratio elenchi) o la posici—n que se deseaba criticar (hombre de paja), porque aceptar las premisas requiere tanto o m‡s compromiso con la conclusi—n que aceptar la conclusi—n sin m‡s (petici—n de principio), etcŽtera. Pero, entonces, al contrario de lo que Willard piensa, es  posible distinguir entre el apoyo que las premisas prestan a la conclusi—n y las razones por las cuales debemos o no debemos dejarnos persuadir por un discurso. Esto significa que el aspecto  pragm‡tico-ret—rico no pueda bastarse a s’ mismo para determinar determinar cu‡ndo debemos dejarnos persuadir por una conclusi—n, al contrario: primero hemos de establecer cu‡l es el apoyo que las premisas prestan a la conclusi—n y, despuŽs, atender a las consideraciones contextuales para comprobar si los objetivos pragm‡ticos y ret—ricos del discurso se han cumplido segœn los prop—sitos y compromisos del hablante, las necesidades del oyente y las convenciones que rigen los distintos tipos de discursos (por ejemplo, a partir de cu‡ntas premisas el argumento deja de ser normal  o cu‡l es el grado de certeza que deben aportar las conclusiones, segœn se trate, por ejemplo, de una charla entre amigos, de una demostraci—n cient’fica o de un alegato jur’dico).

5.1.2. Los an‡lisis de Walton-Woods En 1989, John Woods y Douglas Walton publicaron Fallacies: Selected Papers 1972-1982, en donde desarrollaban una serie de an‡lisis de las falacias tradicionales que puede considerarse una versi—n sofisticada en la l’nea del tratamiento est‡ndar   criticada  por Hamblin. Como vimos en el cap’tulo 3, Hamblin hab’a repro bado el he hecho cho de que el estudio de la falacia, desde sus or’genes, adoleciese de un tratamiento sistem‡tico. Al contrario que a Massey o a Finocchiaro, este hecho no lo llev— a pensar que, en reali —  128  128 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

dad, no ten’a sentido intentar elaborar una teor’a de la falacia y menos aœn a recusar el propio concepto de  falacia. Hamblin trat— de recuperar el lugar en la filosof’a para el estudio de la falacia y desarrollar una teor’a que unificase el an‡lisis de las distintas falacias a travŽs de la dialŽctica formal. Para ello, como vimos, recondujo el concepto de  falacia al ‡mbito aristotŽlico del elenchus y plante— que la forma dial—gica es la forma esencial de los argumentos y, en particular, que el tipo de errores argumentales que son las falacias ha de ser analizado como fallos en el intercambio comunicativo. Este interŽs de Hamblin por dotar al estudio de las falacias de un marco te—rico unificado es, precisamente, lo que se va a cuestionar en la obra de Woods y Walton de 1989. Ya hemos visto las dificultades que Woods planteaba respecto a las posibilidades de una teor’a de la falacia. En consonancia con esta posici—n, cuando Žl y Walton emprenden la tarea de estudiar algunas de las falacias tradicionales, su objetivo no es proponer un marco general que sirva para articular los an‡lisis de las distintas falacias de forma sistem‡tica. En ese sentido, no consideran que exista ningœn problema en utilizar un repertorio variado de sistemas formales para cada una ellas. As’ por ejemplo, para su tratamiento de las falacias de secundum quid   y  post hoc, utilizaban la l—gica inductiva, mientras que para dar cuenta de la llamada ad verecundiam,  recurr’an a una l—gica para el razonamiento plausible. En otros casos, una teor’a dialŽctica de juegos les serv’a para analizar en quŽ consisten la falacia de pregunta compleja y la petici—n de  principio, mientras que una l—gica l —gica relevantista les serv’a para dar cuenta de la ignoratio elenchi.  Desde su planteamiento, el sistema formal concreto que se utiliza para analizar cada falacia resulta ser el modelo que explicar’a en quŽ casos el argumento correspondiente constituir’a una mala inferencia. Eso s’, asumiendo que, en todo caso, la idoneidad del sistema formal elegido para decidir sobre un argumento concreto es una cuesti—n extrasistŽmica, en la que solo cabe ape —  129  129 —  

 

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lar a intuiciones interpretativas. Aun as’, el planteamiento de Woods y Walton ser’a el de ofrecernos criterios para distinguir entre los buenos y los malos argumentos desde el punto de vista de su valor intr’nseco, no desde el de su eficacia respecto de un auditorio u otro. De ese modo, la concepci—n de la  falacia de Woods y Walton no debe confundirse con la concepci—n naturalista de la  falacia de Willard: segœn esta œltima, las falacias se definen mediante cierta caracter’stica (apelar a la fuerza, a una autoridad, utilizar premisas que presu ponen la conclusi—n o inferir una relaci—n causal de una relaci—n de contigŸidad temporal, etcŽtera) que, como ya tambiŽn ta mbiŽn se–alaba Finocchiaro, en s’ misma no garantiza que el argumento en cuesti—n, dadas sus peculiaridades contextuales, haya de ser incorrecto o inv‡lido. En ese sentido, a pesar de no ser sistem‡tica, la pro puesta de Woods y Walton cumplir’a al menos una de llas as condiciones necesarias para que resultase adecuada como modelo para una teor’a de la evaluaci—n para la argumentaci—n en lenguaje natural. Ahora bien, a pesar de que su concepto de  falacia es puramente normativo y no descriptivo, las etiquetas que sirven para denominar las distintas falacias segœn el cat‡logo tradicional, en la concepci—n de Walton-Woods no designan exactamente falacias, sino tipos de argumentos que, en caso de ser efectivamente malas inferencias, constituir’an un ejemplo de la correspondiente falacia. De ese modo, las etiquetas tradicionales, en realidad,  pueden designar distintos tipos de falacia, segœn los distintos ti pos de error l—gico que lleven detr‡s. Woods y Walt Walton on entienden que una falacia es siempre un argumento inv‡lido, y que las etiquetas que sirven para reunir cierto tipo de argumentos (ad baculum, ad verecundiam, petitio principii o post hoc, ergo propter hoc)  segœn una determinada caracter’stica no siempre designan argumentos inv‡lidos, ni desde un punto de vista formal, ni desde un punto de vista informal y, por tanto, no siempre designan falacias.  —  130  130 —  

 

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A partir de los a–os noventa, Walton comenz— a distanciarse de este proyecto, cada vez m‡s sensible al intento de unificar la teor’a de la falacia bajo un modelo de argumento del lenguaje natural que resultase apropiado para los fines de la teor’a de la argumentaci—n. Woods, por su parte, ha continuado desarrollando este tipo de an‡lisis y una buena muestra de su planteamiento la encontramos en un art’culo suyo recopilado por Hansen y Pinto (1995) en Fallacies: Classical and Contemporary Readings, en donde Woods analiza la falacia ad baculum. En este art’culo, de nuevo, su punto de partida consiste en catalogar distintas formas de apelaci—n a la fuerza (amenazas, consejos, negociaciones, etcŽtera) mediante una forma l—gica particular y analizar en cu‡les de ellas estamos ante malas inferencias, esto es, en cu‡les de ellas estamos realmente ante la falacia ad baculum.  En respuesta a los anhelos unificadores de los autores que adoptaron el proyecto de Hamblin de dotar al estudio de la falacia de un tratamiento sistem‡tico, recientemente en The Death of Argument: Fallacies and Other Seductions   Woods (en prensa) ha dado razones a favor de su planteamiento inicial a partir de dos ideas interrelacionadas que ponen en cuesti—n la l a pertinencia de un tratamiento homogŽneo de las distintas falacias. La primera observaci—n de Woods es que las falacias son tipos de discursos caracter’sticos que se dan con cierta frecuencia y no meros constructos que deben sus condiciones de identidad a tal o cual teor’a general de la falacia: son fen—menos variopintos que han sido aislados a lo largo de la pr‡ctica y el estudio de la argumentaci—n. Por tanto, sostiene Woods, una teor’a unificada dif’cilmente les har‡ justicia. En relaci—n con esto, la segunda idea es que el concepto de  falacia no es un concepto unitario, sino un concepto en uso que se rige por lo que Woods denomina una Çexemplar theoryÈ, esto es, un modelo en el que cada falacia aparece caracterizada mediante sus propias instancias paradigm‡ticas. En Žl, la tarea del te—rico de la argumentaci—n consiste, por un lado, en determinar  —  131  131 —  

 

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quŽ tienen en comœn las distintas instancias de cada falacia, pudiendo incluso dar lugar a subconjuntos de caracter’sticas similares o relacionadas mediante un aire de familia, y, por otro, en averiguar si supuestos nuevos casos son realmente instancias de tales falacias, dados los casos consolidados que nos proporcionan la pauta. De ese modo, para Woods, ni las distintas falacias forman un conjunto homogŽneo, ni es posible reducir el concepto de  falacia a una definici—n unitaria que sirva para justificar todos sus ejemplares, sino que cada una requiere su propio an‡lisis: desde aquellas cuya naturaleza es ineludiblemente dial—gica (como, por ejemplo, el cambio en la carga de la prueba), a aquellas que ni siquiera pueden considerarse propiamente argumentos (como, por ejemplo, los casos de pregunta compleja o de lenguaje cargado). En ese sentido cabe decir que las dificultades que Hamblin encontraba en el tratamiento est‡ndar se reproducen en el programa de Woods-Walton: el hecho de renunciar a hacer sistem‡tico el estudio de las distintas falacias implica que el cat‡logo de falacias al que est‡n dispuestos a atender no solo es potencialmente infinito, sino que, adem‡s, no articula la incorporaci—n de nuevas falacias mediante una estructura que las integre, con lo que se produce un efecto de amalgama. De cara a utilizar su cat‡logo de falacias como un mŽtodo de evaluaci—n, esta asistematicidad presenta un escollo insalvable  porque carecemos por completo de mecanismos para comprobar que determinado argumento no es instancia de alguna falacia: ser un argumento v‡lido, definido como Çargumento en el que no se comete ninguna falaciaÈ, resulta una propiedad indecidible segœn el planteamiento de Woods-Walton. En el cap’tulo anterior, constatamos que Woods encontraba serias dificultades respecto de la posibilidad de trasladar las cuestiones sobre la validez o invalidez de los argumentos del lenguaje natural al ‡mbito de los lenguajes formales, raz—n por la cual no consideraba viable una teor’a de la evaluaci—n para los primeros. Por este motivo, hemos de destacar que los an‡lisis de falacias  —  132  132 —  

 

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que Woods y Walton desarrollaron no pretenden ser un conjunto de teor’as de la invalidez para lenguajes naturales, sino descripciones plausibles de los tipos de error que caracterizamos como  petici—n de principio, ad verecundiam,  secundum quid,  etcŽtera. Los problemas que Woods hab’a encontrado a la hora de traducir los argumentos del lenguaje natural a argumentos formales seguir’an estando en pie, ya que en sus an‡lisis la decisi—n sobre si determinado argumento se corresponde realmente con tal o cual forma l—gica no se plantea: lo que se analiza son estructuras, no argumentos reales. De ese modo, estos an‡lisis no sirven para  probar la validez o invalidez de los argumentos en lenguaje natural porque la estimaci—n de que tal argumento se corresponde con tal estructura se basa tan solo en intuiciones plausibles, no en una teor’a de la traducci—n v‡lida. As’ pues, si bien el enfoque de Woods-Walton a la hora de analizar las falacias tradicionales encaja con el planteamiento normativo caracter’stico de la teor’a de la argumentaci—n, resulta incompatible con la idea de fundar en Žl la teor’a de la evaluaci—n  para lenguajes naturales: en primer lugar, porque de hecho no constituye una teor’a en s’ mismo, sino un programa para el an‡lisis de las falacias por medio de distintos sistemas formales; y, en segundo lugar, porque, en el fondo, Woods opina que sin una teor’a de la traducci—n, no es posible ninguna teor’a de la evaluaci—n  para lenguajes naturales. En cierta medida, cabe pensar que tanto el planteamiento de Woods-Walton como el planteamiento de Willard coinciden en la caracterizaci—n del concepto de  falacia como un concepto no-unitario gobernado por una examplar theory,  de manera que en el proyecto de Woods-Walton encontramos la misma dificultad que en el de Willard a la hora de estudiar si un argumento est‡ libre de falacias: el cat‡logo de falacias al que atiende es potencialmente infinito y no generable sistem‡ticamente. Al menos, la concepci—n de la  falacia de Willard a–ade el elemento ret—rico pragm‡tico que mejor se adapta a la teor’a natural que ri rige ge el uso  —  133  133 —  

 

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habitual del tŽrmino  falacia. Willard comparte el punto de vista de Woods al afirmar que el concepto de falacia es un concepto no-unitario gobernado por una examplar theory, pero su perspectiva ret—rica permite definir una de las caracter’sticas fundamentales del concepto: la idea de enga–o. Una falacia no es solo un error de razonamiento, es un error culpable, una artima–a que tiene que ver con el intento de persuadir, con los poderes causales del discurso, y no simplemente con sus propiedades sem‡nticas, tal como presupone Woods. Por esa raz—n, en sus an‡lisis de las falacias cl‡sicas Willard, al contrario que Woods y Walton, consigue recoger y explicar la naturaleza ret—rica y pragm‡tica de este tipo de error peculiar que es una falacia. Sin embargo, tal y como destacan Woods y Walton, tambiŽn es parte del concepto de falacia la idea de error, y para dar cuenta de ella, la teor’a de la falacia de Willard resulta insuficiente. 5.1.3. La pragmadialŽctica y el segundo s egundo Walton El enfoque de la teor’a pragmadialŽctica, tambiŽn llamado escuela de çmsterdam, es uno de los m‡s extendidos entre los te—ricos de la argumentaci—n. Sus or’genes son el trabajo Speech Acts in  Argumentative  Argumentat ive Discussion Discussionss, de Frans H. van Eemeren y Rob Grootendorst (1984), cuyos planteamientos han sido aplicados y desarrollados desde distintos ‡mbitos: lingŸistas, fil—sofos del lenguaje, l—gicos informales, juristas, etcŽtera, encuentran en este  proyecto un buen equilibrio entre el naturalismo, con sesgos relativistas, de los planteamientos m‡s cercanos a la ret—rica, y el normativismo, quiz‡ algo r’gido, de los planteamientos m‡s cercanos a la l—gica. La teor’a pragmadialŽctica de la argumentaci—n, as’ como el trabajo del Walton de Informal Logic: Logic: A Handbook for Critical  Argumentation  Argumentat ion, que puede considerarse una ampliaci—n de este  proyecto, parte de una concepci—n del argumento semejante a la  —  134  134 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

de Willard: para ellos, un argumento es, ante todo, un fen—meno de comunicaci—n verbal, un proceso m‡s que un producto. Pero, a diferencia de Willard, entienden que su estudio debe incorporar tanto su aspecto descriptivo como su aspecto normativo y consideran que el ‡mbito adecuado para ello es la lingŸ’stica pragm‡tica, en la que integran, por un lado, un modelo teorŽtico de la aceptabilidad del discurso argumentativo y, por otro, los elementos para su estudio emp’rico. Una caracter’stica fundamental de este enfoque es considerar que la argumentaci—n tiene una dimensi—n esencialmente dial—gica: consideran que el di‡logo es el marco adecuado para explicar todos los tipos de argumentos, incluso en aquellos casos, como la reflexi—n con uno mismo o la defensa de una tesis en un art’culo, en los que el argumento no tiene, en principio, forma de di‡logo aparente. La funci—n de la forma dial—gica en sus planteamientos es la de aportar elementos  para garantizar la racionalidad en el proceso de evaluaci—n: mediante lo que ellos denominan una Çdialectificaci—nÈ del discurso surgen las reglas que permiten evaluar los argumentos segœn se adapten y sean capaces de dar respuesta a las reacciones cr’ticas de una contraparte racional. En principio, la diferencia m‡s evidente entre van Eemeren-Grootendorst y el segundo Walton es que, para alcanzar el nivel normativo adecuado, los primeros parten del an‡lisis de la discusi—n cr’tica, en la que dos partes tratan de resolver una diferencia de opini—n por medio de la persuasi—n racional del contrario, mientras que Walton considera que es posible establecer pautas normativas para otro tipo de situaciones conversacionales, m‡s o menos argumentativas, que ir’an desde la investigaci—n hasta incluso la pelea, pasando por el debate, la negociaci—n o la  propia discusi—n cr’tic cr’tica, a, definidas cada una de ellas mediante los  par‡metros de Çsituaci—n inicialÈ, ÇmŽtodoÈ y ÇobjetivoÈ (por ejemplo, segœn Walton, la situaci—n inicial en una negociaci—n ser’a la diferencia de intereses, el mŽtodo, el regateo, el objetivo, la ganancia personal y el sacar partido). En cualquier caso, el  —  135  135 —  

 

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ideal normativo de ambos planteamientos lo aporta la noci—n de di‡logo racional. Es el recurso a la posibilidad de reconstruir el argumento como un di‡logo racional, en el que ninguna de las dos partes se ve forzada a aceptar las posiciones de la otra m‡s all‡ de su aceptaci—n racional, lo que impide en la argumentaci—n el todo vale. Como vamos a ver al enunciar las reglas de la discusi—n cr’tica, la validez se define entonces en tŽrminos de la aceptaci—n intersubjetiva del procedimiento. En una discusi—n cr’tica, Walton distingue los siguiente estadios: el estadio preliminar, en el que se establece el tipo de di‡logo (en este caso, discusi—n cr’tica) que van a mantener los participantes; el estadio de la confrontaci—n, en el que cada parte expone su agenda; el estadio de la argumentaci—n, en el que cada  parte se esfuerza por dar cuenta de su agenda (en este caso, persuadir al contrario de sus tesis); y el estadio de la clausura, en el que se hace una exposici—n de los acuerdos y desacuerdos finales entre ambas partes. Van Eemeren y Grootendorst, en  Argumentation, Comunication, and Fallacies  (1992), adoptan tambiŽn esta estructura. Cada uno de estos estadios posee unas reglas espec’ficas que, en definitiva, constituyen un ideal de intercambio racional. Para van Eemeren y Grootendorst son diez, aunque Walton las ampl’a a doce. Respecto a la posibilidad de utilizar su teor’a de la falacia como una teor’a de la evaluaci—n de la argumentaci—n en lenguaje natural, la principal ventaja de ambos enfoques es que mantienen el interŽs por exponer el cat‡logo tradicional de falacias; pero, al contrario que el tratamiento est‡ndar, Woods-Walton y Willard, tratan de sistematizar su estudio a travŽs de un protocolo que sirva, no solo para evaluarlas, sino tambiŽn para analizarlas y clasificarlas. As’, sus modelos resultan adecuados para hacer frente al estudio de nuevas falacias sin alterar la estructura del cat‡logo, como una especie de tabla peri—dica de los elementos, en la que los posibles errores argumentativos encontrar’an su lugar, a la es pera de comprobar si llegan a constituirse como genuinas fala —  136  136 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

cias, en el sentido de errores caracter’sticos. Este protocolo que  permitir’a analizar las falacias sistem‡ticamente no es ni m‡s ni menos que la serie de reglas propias de cada uno de los estadios del tipo de situaci—n conversacional de la que se trate (para la  pragmadialŽctica, solo la discusi—n cr’tica). Las distintas violaciones posibles de estas reglas, por s’ mismas y, en algunos casos, combinadas, dar’an lugar a todos los tipos posibles de falacia. Puesto que las reglas de la discusi—n ser’an las condiciones  para la resoluci—n racional de una diferencia de opini—n, van Eemeren-Grootendorst definen la  falacia como Çun acto de habla que perjudica o frustra los esfuerzos por resolver una diferencia de opini—nÈ. Para ilustrar esta concepci—n de la  falacia  falacia,, vamos a exponer su cat‡logo de reglas para la discusi—n cr’tica. Al fin y al cabo, se trata de un modelo con m‡s predicamento que el de Walton. De hecho, este œltimo apenas ha desarrollado el an‡lisis de las falacias de esta manera. En cambio, como vamos a ver, los  pragmadialŽcticos han ofrecido an‡lisis de algunos ejemplos de falacias como violaciones de estas reglas: 1) Ninguna de las partes puede imped impedir ir a la otra que que presente sus posiciones o que exprese dudas sobre otras  posiciones. 2) Cualquier pparte arte que presente una pos posici—n ici—n est‡ obligada a defenderla si la otra parte se lo pide. 3) El ataque de una de las partes a una determinada posici—n debe referirse a la posici—n que, de hecho, ha sido  presentada por la otra parte. 4) Las partes solo pued pueden en defender su po posici—n sici—n mediante argumentos que se relacionen con esa posici—n. 5) Ninguna puede ppresentar resentar falsamente algo como como una  premisa que ha sido dejada impl’cita por la otra parte o negar una premisa que Žl mismo ha dejado dej ado impl’cita. 6) Ninguna parte puede presentar falsamente una premisa como un punto de partida aceptado ni negar una  —  137  137 —  

 

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 premisa que representa un punto de partida aceptado. 7) Ninguna parte puede asumir una pos posici—n ici—n como defendida de manera concluyente si la defensa no ha tenido lugar por medio de un esquema de argumentaci—n apropiado que haya sido correctamente aplicado. 8) En su arg argumentaci—n, umentaci—n, las partes solo pued pueden en usar argumentos que sean l—gicamente v‡lidos o capaces de ser validados haciendo expl’cita alguna de las premisas que han quedado impl’citas. 9) Una defensa fallida de una pposici—n osici—n debe dar com comoo resultado que la parte que ha defendido esa posici—n se retracte de ella; y una defensa concluyente de una posici—n debe dar como resultado que la/s otra/s parte/s se retracte/n de sus dudas sobre dicha posici—n. 10) Ninguna parte puede usar formulaciones insuficientemente claras o confusamente ambiguas y debe inter pretar las formulaciones de la otra parte de forma tan cuidadosa y exacta como sea posible. En la medida en que estas reglas se presentan como las condiciones individualmente necesarias y conjuntamente suficientes de la validez de una discusi—n cr’tica y que, segœn van Eemeren y Grootendorst, cualquier argumento v‡lido ha de poder interpretarse en tŽrminos de una discusi—n cr’tica, este dec‡logo resultar’a un modelo adecuado para una teor’a de la evaluaci—n de la argumentaci—n en lenguaje natural. Pero lo cierto es que, a pesar de su gran difusi—n en otras disciplinas, la pragmadialŽctica ha recibido numerosas cr’ticas, sobre todo por parte de los partidarios de la l—gica informal y de los enfoques epistŽmicos dentro de la teor’a de la argumentaci—n. Por ejemplo, respecto a la teor’a de la falacia, Johnson y Blair (1993) pon’an en duda que esta propuesta realmente constituya un modelo apropiado para dar cuenta de las falacias tradicionales. En primer lugar porque, segœn la definici—n de Van  —  138  138 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

Eemeren y Grootendorst, las falacias como la falsa analog’a o la ad verecundiam surgen cuando el protagonista utiliza un esquema argumental que el antagonista no reconoce como leg’timo. En ese caso, el esquema no ser’a correctamente utilizado en la discusi—n cr’tica y estar’amos ante una violaci—n de la regla 7. Efectivamente, si entendemos que una  falacia es Çun impedimento para resolver una diferencia de opini—n de manera racionalÈ, esto es, mediante una discusi—n cr’tica, es cierto que utilizar un esquema que no convence a aquel a quien hemos de convencer es una falacia. Pero como apuntan Johnson y Blair, el hecho de que exista desacuerdo sobre cu‡ndo es apropiado usar un esquema de argumento no significa que sea realmente inapropiado. Luego la cuesti—n de si estamos ante un error de razonamiento es una cuesti—n distinta a la de si logramos resolver una discusi—n cr’tica con nuestro interlocutor. Segœn Johnson y Blair, el precio de adoptar la definici—n de falacia que propone la pragmadialŽctica ser’a desposeer al concepto de todo significado objetivo con relaci—n a la validez o a la racionalidad de los argumentos: el ser falaz pasar’a a ser una propiedad que no depende del argumento mismo, sino m‡s bien de la reacci—n del interlocutor ante Žl. En relaci—n con esto, Blair y Johnson consideran que estas definiciones de las falacias tradicionales, si bien pueden arrojar alguna luz sobre su an‡lisis (por ejemplo, sobre el estadio de la argumentaci—n en el que t’picamente se producen), no consiguen recoger de manera fiel su significado habitual y, en algunos casos, suponen una verdadera simplificaci—n respecto de su caracterizaci—n tradicional. Blair y Johnson ponen en cuesti—n que, por ejemplo, la descripci—n pragmadialŽctica de la falacia del hombre de paja como una violaci—n de la regla 3, suponga una ganancia respecto a su descripci—n cl‡sica. Pero existen casos m‡s problem‡ticos aœn: afirmar que la falacia ad baculum  consiste en una violaci—n de la regla 1, Çninguna de las partes puede impedir a la/s otra/s que presente/n sus posiciones o que exprese/n dudas sobre otras posicionesÈ, mediante un recurso al miedo del opo —  139  139 —  

 

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nente, deja fuera el sentido de Çun argumento que en realidad es una amenaza veladaÈ. Bajo esta descripci—n, ad baculum es tanto una amenaza velada como una amenaza evidente o, incluso, un tortazo, lo cual solo como una definici—n pragmadialŽctica de falacia resultar’a aceptable (en realidad, ni siquiera el propio Walton est‡ dispuesto a definir  falacia como Çcualquier tipo de impedimento para la resoluci—n racional de una diferencia de opini—nÈ, sino que distingue entre falacias y Çmeros erroresÈ para a–adir a las primeras el componente de Çerror sistem‡tico e intencionadoÈ). Por otra parte, tal como Woods ha se–alado, segœn la  pragmadialŽctica, las falacias son violaciones de las reglas de la discusi—n cr’tica, las falacias que se corresponder’an con la violaci—n de la regla 1 ser’an, adem‡s de la ad baculum, tambiŽn la ad i mpedimento para misericordiam, ya que se interpretar’a como un impedimento continuar la discusi—n a travŽs de la excitaci—n de la compasi—n del otro, e incluso la ad hominem, que ser’a un impedimento a travŽs de su deslegitimaci—n. Luego, desde el punto de vista de la  pragmadialŽctica, se tratar’a de la misma falacia, solo que cometida de distintas formas. El absurdo de este resultado sirve para demostrar que, para caracterizar una falacia tradicional, a las reglas de la pragmadialŽctica debemos de a–adir sus propias caracter’sticas tradicionales. Por tanto, la pragmadialŽctica, por s’ sola, en realidad no dar’a debida cuenta del cat‡logo tradicional de falacias.

Otro tipo de cr’tica que ha suscitado este enfoque tiene relaci—n con su idea de que todo argumento es esencialmente dial—gico y que todo argumento v‡lido ha de poder ser reconstruido en tŽrminos de una discusi—n cr’tica. Blair (1998) trataba de demostrar que el di‡logo no es un modelo adecuado para todo tipo de argumentos. Para ello, part’a de la recreaci—n de distintos tipos de argumentos organizados segœn su creciente nivel de complejidad. Al œltimo nivel de complejidad pertenecer’an argumentos tales como la defensa de una teor’a en un libro. Segœn Blair, este tipo  —  140  140 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

de argumentos son caracter’sticamente non-enganged   porque, aunque pudieran ser concebidos como turnos en un debate m‡s amplio, en realidad no hay una verdadera implicaci—n del que argumenta con los presupuestos, objeciones y tesis de un contrario: aunque ambos estudien el mismo tema y defiendan posiciones m‡s o menos incompatibles, no hay interacci—n en sus respectivos re spectivos argumentos. En este tipo de argumentos, normalmente la identidad y las verdaderas opiniones de los oponentes son desconocidas  para el que argumenta y, por tanto, este es libre para elegir su su puesto auditorio. Para estos argumentos, la mayor parte de las reglas de la pragmadialŽctica no resultan aplicables. Pero Àsignifica esto que se trata de argumentos no evaluables? Evidentemente, la respuesta es negativa y esto significa que las reglas de la pragmadialŽctica no son coextensivas con el concepto de validez para argumentos del lenguaje natural. Por otra parte, Blair tambiŽn insiste en que una cosa es que haya argumentos no-dial—gicos y otra que haya argumentos nodialŽcticos. Considera que todos los argumentos tienen una dimensi—n dialŽctica que, sin embargo, no queda convenientemente recogida por las reglas de la discusi—n cr’tica. Por esa raz—n, afirma que la pragmadialŽctica no termina de diferenciar lo dialŽctico de lo dial—gico.  El tercer tipo de cr’ticas que ha recibido la pragmadialŽctica conciernen al problema del relativismo. Consideremos el concepto de validez con el que opera esta teor’a: Çun argumento es v‡lido si es un medio eficaz para resolver racionalmente una diferencia de opini—nÈ. Por ejemplo, Tindale (1996) considera que el  problema de la pragmadialŽctica es su falta de un verdadero com promiso con la l a ret—rica porque, en lugar de apelar a la persuasi—n de un auditorio universal, los pragmadialŽcticos apelan a la persuasi—n de un interlocutor que puede ser m‡s o menos exigente.  Nada en las reglas determina el grado de competencia del interlocutor. Su estatus es tan solo el de aquel que ha de ser convencido y no forzado. Y, como dice Tindale, lo cierto es que si resulta po —  141  141 —  

 

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co exigente, sus est‡ndares de correcci—n pueden ser muy dudosos. En ese sentido, por ejemplo, la regla 2 resultar’a especialmente problem‡tica: puede que la otra parte no encuentre motivos  para pedir una mejor defensa de una posici—n debido a sus pro pias limitaciones limitaci ones y no a la correcci—n con la que esta se haya realizado. Por esa raz—n, Tindale afirma que una evaluaci—n basada en la eficacia a la hora de resolver racionalmente una diferencia de opini—n no es lo suficientemente restrictiva. Aunque lo cierto es que esta cr’tica solo funciona en la medida en que no seamos capaces de determinar la racionalidad en la resoluci—n del desacuerdo mediante criterios externos al proceso de la discusi—n cr’tica. El problema es que, entonces, el dec‡logo de Van Eemeren y Grootendorst no se bastar’a a s’ mismo  para determinar cu‡ndo un argumento es v‡lido, sino que necesitar’amos un patr—n normativo distinto del que proporciona la discusi—n cr’tica: necesitar’amos criterios para sancionar los argumentos independientemente del efecto que produzcan en el interlocutor, pues esos criterios son los que servir’an para determinar, a su vez, la racionalidad de este. Sin esos criterios, que no solo determinar’an la racionalidad, sino tambiŽn la  potencia  potenciall universalidad   de la eficacia de un argumento para convencer a un auditorio, tal como vimos anteriormente, no estar’amos en condiciones de determinar la bondad objetiva de los argumentos, sino tan solo su bondad subjetiva.  Por œltimo, respecto a las posibilidades de utilizar el modelo de la pragmadialŽctica como teor’a de la evaluaci—n, otro tipo de cr’tica ser’a que, a la vez que algunas reglas, por su contenido  puramente instrumental (en el sentido de Çreglas œtiles para producir la persuasi—n del oyenteÈ), dejan un ancho margen para el relativismo, como es el caso de la regla 2 que acabamos de ver, otras reglas, precisamente para evitarlo, presuponen un mŽtodo de evaluaci—n distinto de las propias reglas que, en ocasiones, resulta demasiado restrictivo. Veamos por quŽ: mientras que para determinar el cumplimiento de las reglas 1, 2, 3, 4, 5, 6 y 10 solo nece —  142  142 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

sitamos seguir el desarrollo de la discusi—n cr’tica, para determinar el cumplimiento de las reglas 7, 8 y 9 necesitamos hacer valoraciones sobre el apoyo que las premisas prestan a la conclusi—n que se pretende establecer. En concreto, co ncreto, hemos de decidir sobre si se ha aplicado correctamente un esquema argumental, sobre si se han utilizado argumentos l—gicamente v‡lidos o sobre si la defensa de una posici—n ha sido fallida o no. En definitiva, para determinar el cumplimiento de estas reglas necesitamos una teor’a  previa de la evaluaci—n para argumentos del lenguaje natural. En realidad, Walton es consciente de esta dificultad. Sus reglas tambiŽn remiten a una evaluaci—n previa: por ejemplo, una de ellas es ÇNo conseguir responder adecuadamente a una cuesti—n no deber’a permitirse, ello incluye respuestas que son indebidamente evasivasÈ, la cual requiere disponer de criterios para valorar cu‡ndo una rŽplica es o no adecuada o evasiva. Pero el  propio Walton subraya que sus reglas no sirven para la evaluaci—n de los argumentos, sino para su cr’tica, una vez que hemos determinado su validez o invalidez. A cambio de presuponer que disponemos de una teor’a de la evaluaci—n que sirve para determinar cu‡ndo una respuesta es apropiada o, en su caso, cuando hemos utilizado correctamente un esquema argumental, Žl consigue evitar el relativismo en la medida en que se limita a apelar siempre a patrones de correcci—n externos y no a la opini—n de los  propios participantes respecto de c—mo se ha desarrollado de sarrollado el procedimiento de discusi—n cr’tica. En definitiva, el enfoque de la pragmadialŽctica, a pesar de su intento de hacer sistem‡tico el estudio de las falacias tradicionales, no constituye una teor’a de la falacia adecuada a los requisitos normativos de una teor’a de la evaluaci—n para lenguajes naturales, cuando no directamente presupone una teor’a de la evaluaci—n, tal como hace Walton.

5.1.4. El tercer Walton y el modelo de los esquemas argumentati argumentati- —  143  143 —  

 

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vos  En reconocimiento de estas dificultades, a partir de 1995, fecha de publicaci—n de  A Pragmatic Theory of Fallacy, Walton da un nuevo giro a sus planteamientos y aboga ab oga por un tratamiento de las falacias un tanto al margen de las reglas para la discusi—n cr’tica. Su principal objetivo es distinguir lo que ser’an meros errores argumentativos de las verdaderas falacias, as’ como responder a lo que Žl considera que son las tres principales tareas de una teor’a de la falacia: la identificaci—n de las falacias, su an‡lisis y su evaluaci—n. Segœn Walton, mediante el cumplimiento de estas tres tareas, una teor’a de la falacia ser’a, sino un modelo para la evaluaci—n de los argumentos en s’ mismo, al menos s’ un medio para aprender a reconocer cierto tipo de error argumental y para guiar el an‡lisis y la cr’tica de la argumentaci—n defectuosa. Al igual que hiciera en  Informal Logic: A Handbook for Critical Argumentatio Argumentationn, Walton sostiene que el marco adecuado  para entender y evaluar la argumentaci—n es el de los contextos de di‡logo cuyas reglas impl’citas, m‡s o menos convencionales, se dirigen a la realizaci—n de un objetivo caracter’stico. Sin em bargo, en este nuevo proyecto, la definici—n de falacia queda ahora estrechamente vinculada a la idea de Çesquema argumentativoÈ. Un esquema argumentativo es, segœn Walton, un patr—n de argumentaci—n comœn cuya validez est‡ asociada al cumplimiento de una serie de condiciones, planteadas en forma de Çpreguntas cr’ticasÈ. Entre otros, Walton propone como esquema argumentativo del Çrazonamiento por casosÈ (case-based reasoning)  el siguiente patr—n: En este caso particular, el individuo a tiene la  propiedad F  y  y tambiŽn la propiedad G. Conclusi—n: Generalmente, si  x  tiene la propiedad F , entonces x tambiŽn tiene la propiedad G. Premisa:

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LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

Para ser v‡lido, este tipo de argumentos ha de responder satisfactoriamente a las siguientes preguntas: 1)  ÀEs la premisa verdadera? 2)  ÀApoya el ejemplo la generalizaci—n de la que, se supone, es una instancia? 3)  ÀEs el ejemplo t’pico de los tipos de casos que cubre la generalizaci—n? 4)  ÀC—mo de fuerte es la generalizaci—n? 5)  ÀConcurren circunstancias especiales en el ejemplo que limiten su generalizaci—n a otros casos? De ese modo, la propuesta de Walton constituye un modelo de an‡lisis y de evaluaci—n. Por un lado, los argumentos se analizan a partir de un cat‡logo de esquemas argumentativos informales. Por supuesto, dicho cat‡logo habr’a de ir complet‡ndose hasta asegurarnos de que cubre todos los tipos de argumentaci—n  posibles. En  A Systematic Theory of Fallacy, Walton ofrece solo un repertorio de los m‡s comunes que, en ningœn modo, pretende ser exhaustivo. De hecho, el propio Walton duda de que tal cosa sea posible, de manera que el proyecto de los esquemas argumentativos tiene m‡s de metodolog’a que de teor’a de la evaluaci—n  propiamente dicha. Por otro lado, cada esquema argumentativo lleva asociadas sus correspondientes preguntas cr’ticas, las cuales servir’an para detectar si el esquema est‡ siendo usado de manera ileg’tima. En este caso, s’ se pretende que el conjunto de preguntas cr’ticas asociadas a un esquema sea suficiente para asegurarnos de que cualquier argumento interpretable como instancia de dicho esquema que responda adecuadamente a las preguntas cr’ticas sea un argumento v‡lido. Mediante esta nueva estrategia te—rica por parte de Walton, el desarrollo de una teor’a de la falacia coincide con el desarrollo de un cat‡logo de esquemas argumentativos muy concretos. Pues  —  145  145 —  

 

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es importante sopesar que, para Walton, una falacia no es cualquier tipo de error argumentativo, sino un tipo de error muy concreto, a saber: o bien se trata de  paralogismos, es decir, un tipo recurrente de error de razonamiento que se basa en el uso de un esquema argumentativo de tal forma que sistem‡ticamente falla en responder adecuadamente a una pregunta cr’tica asociada; o  bien se trata de sofismas, esto es, un tipo de perversi—n m‡s am plia de un esquema argumentativo, o secuencia de esquemas conectados, que habr’a sido tergiversado o usado incorrectamente en un di‡logo y que constituir’a una t‡ctica enga–osa de intentar conseguir lo mejor de la otra parte de manera ileg’tima. Es decir, Walton asume la concepci—n tradicional de las falacias, que en buena parte atiende a agrupaciones tem‡ticas de los argumentos  — como como apelar a la fuerza (ad baculum), a una autoridad (ad verecundiam), a la piedad (ad misericordiam), a las caracter’sticas del contrincante (ad hominem),  a las consecuencias de adoptar una creencia (ad consequentiam), a los valores de un grupo (ad populum), al desconocimiento (ad ignorantiam), etcŽtera — , pero observa que estas clases de argumentos no siempre dan lugar a falacias: su objetivo ser‡ determinar bajo quŽ condiciones dichos patrones de argumento suponen no meros fallos argumentativos, sino fallos sistem‡ticos, ocurridos en contextos de argumentaci—n y asociados a cierta forma de enga–o o falsa apariencia de argumentaci—n. De ese modo, la principal dificultad de este nuevo planteamiento para desarrollar un modelo para la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural es la misma que la de las pro puestas de Woods-Walton, Willard y el tratamiento est‡ndar: como el cat‡logo de posibles falacias no se genera recursivamente, el no ser una falacia del cat‡logo no es condici—n suficiente de validez. Como se–al‡bamos m‡s arriba, el propio Walton entiende que su teor’a de la falacia es una propuesta para la cr’tica de la argumentaci—n, adem‡s de una gu’a para su evaluaci—n, pero no un modelo de evaluaci—n propiamente dicho.  —  146  146 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

5.2. TEORêAS REVISIONISTAS  Como vamos a ver, adem‡s de articular un concepto de   que se ajusta por completo al enfoque normativo propio de falacia la teor’a de la argumentaci—n, la principal ventaja que presentan este tipo de teor’as respecto al tratamiento est‡ndar y a las teor’as que, como las del tercer Walton, Woods-Walton y Willard, pretenden dar cuenta del concepto de  falacia que se deriva de nuestro uso natural del tŽrmino, es la de delimitar el cat‡logo de posibles falacias, de tal modo que consiguen hacer sistem‡tico su estudio as’ como ofrecer un criterio practicable de buen argumento como Çargumento en el que no se comete ninguna falaciaÈ. falaci aÈ.

5.2.1. Finocchiaro y sus Çseis tipos de falaciaÈ falaci aÈ Seis a–os despuŽs de ÇFallacies and the Evaluation of ReasoningÈ, Maurice A. Finocchiaro (1987) publica ÇSix Types of Fallaciousness: Toward a Realistic Theory of Logical CriticismÈ, en donde podemos observar una importante matizaci—n de las conclusiones del primer art’culo con respecto a la cuesti—n de la existencia genuina de las falacias. Como se–al‡bamos en la œltima parte del cap’tulo anterior, Finocchiaro tend’a a identificar las dos conclusiones a las que llegaba: por un lado, que el concepto de  falacia era incoherente y,  por otro, que las falacias no existen m‡s que como int interpretacioerpretaciones Çpoco caritativasÈ de los argumentos reales. Ahora vamos a comprobar que la identificaci—n de estas dos tesis se deb’a, a su vez, a la identificaci—n, sin m‡s salvedades, de las caracterizaciones tradicionales de las falacias con el concepto de falacia. Precisamente, en el art’culo que ahora nos ocupa, esta identidad es lo que ser‡ cuestionado; y ello mediante la exposici—n de un cat‡lo —  147  147 —  

 

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go de falacias alternativo que s’ har’a posible la existencia de falacias, a la vez que bloquear’a la posibilidad de aceptar la parad— jica tesis de que hay Çfalacias que no son siempre falacesÈ. De hecho, esto significa reemplazar el concepto tradicional de  fala por una definici—n tŽcnica del mismo adecuada a los fines de ciateor’a la que Žl desea elaborar. Como hemos visto, tanto la concepci—n tradicional de la  falacia como las teor’as continuistas, agrupaban los tipos de argumento falaz a travŽs de determinadas caracter’sticas que, por un lado, ser’an raz—n suficiente para recusarlos como argumentos v‡lidos y, por otro, servir’an para explicar por quŽ, a pesar de no ser v‡lidos, nos resultar’an tan sugestivos. Considerando la definici—n est‡ndar de falacia como un Çargumento inv‡lido que parece v‡lidoÈ, Woods afirmaba que cualquier teor’a de la falacia deb’a dar cuenta de T’, una subteoría sobre la invalidez, y  de T’’, una

subteor’a sobre la apariencia de validez. Y una forma de interpretar ambas se ser’a, r’a, entonces, partir de esas caracterizaciones cl‡sicas. Por su parte, Finocchiaro hab’a puesto en tela de juicio las  posibilidades del cat‡logo para justificar T’: a pesar de poseer cierta caracter’stica que ser’a suficiente para considerar que un argumento es instancia de alguna de las falacias tradicionales, una interpretaci—n suficientemente caritativa podr’a hacer de Žl un argumento v‡lido. Por consiguiente, aunque tuviŽsemos un cat‡logo completo de falacias, este no ser’a coextensivo con el concepto de invalidez no-formal  de los argumentos reales. De manera que la inviabilidad del catálogo para producir T’ es doble: por un

lado, porque el cat‡logo puede fallar a la hora de se–alar argumentos inv‡lidos (luego no es condici—n suficiente de invalidez el ser instancia de alguna de las falacias del cat‡logo) y, por otro lado, porque el cat‡logo solo recoge errores comunes (luego no es condici—n necesaria de invalidez el ser una instancia de alguna de las falacias del cat‡logo). Pero Ày si pudiŽsemos disponer de otro cat‡logo que diese  —  148  148 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

cuenta solo de falacias cuyas instancias fueran necesariamente argumentos inv‡lidos y, adem‡s, cualquier argumento inv‡lido fuese una instancia de alguna de ellas? ÀY si, adem‡s de esto, el cat‡logo estuviese generado por un criterio que hiciese sistem‡tica la clasificaci—n?, Àtendr’amos entonces, por fin, una teor’a de la invalidez T’, para los argumentos del lenguaje natural? Finocchiaro ya nos hab’a mostrado que cualquier argumento se puede interpretar como un argumento v‡lido a poco que de bilitemos suficientemente su conclusi—n y que la interpretaci—n forzada de ciertos argumentos como instancias de falacias se de b’a a un intento de hacer ver que la conclusi—n era m‡s fuerte de lo que realmente pod’a permitirse dadas las premisas. En este nuevo art’culo, si bien insiste en que las falacias solo existen dentro del marco de la concepci—n del argumento que el sujeto est‡ valorando, ahora est‡ dispuesto a admitir que, en determinados casos, una interpretaci—n no inv‡lida del argumento que estamos considerando s’ que ser’a realmente forzada. Luego el criterio que va a utilizar para elaborar dicho cat‡logo de falacias alternativo ser‡ la relaci—n que el propio argumento alega que existe entre sus premisas y su conclusi—n una vez interpretado. Finocchiaro parte de la idea de que la buena argumentaci—n es aquella que logra la Çjustificaci—n de la conclusi—nÈ. Segœn esta idea, un argumento puede no ser bueno, es decir, su conclusi—n  puede no estar justificada, cuando o bien no se sigue de las premisas, o bien el argumento contiene alguna premisa falsa. Finocchiaro rechaza que la teor’a de la falacia haya de ocuparse de esta œltima causa de no-justificaci—n, porque entiende que las falacias son un cierto tipo de error l—gico y, por consiguiente, estar’an al margen de consideraciones materiales sobre la verdad de proposiciones simples. Considerando, entonces, solo la primera causa posible de fallo argumentativo, Finocchiaro distingue seis tipos de falacias, entendidas como modos en los que la relaci—n de la conclusi—n con las premisas puede fallar:  —  149  149 —  

 

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En el primer tipo, la conclusi—n puede no seguirse necesariamente de las premisas, lo cual se demuestra mediante un contraejemplo. Si el argumento alega que la conclusi—n se sigue necesariamente de las premisas, pero podemos producir un contraejemplo, entonces estamos ante lo que Žl denomina Çfalacia deductivaÈ. En el segundo tipo de falacia, la conclusi—n puede seguirse de las premisas, pero tambiŽn puede seguirse con igual probabilidad otra conclusi—n. Segœn Finocchiaro, este es el caso t’pico de los argumentos cuya conclusi—n pretende ser el explanans  de unas premisas que constituyen el explanandum  cuando, sin em bargo, no tenemos razones para preferir este explanans a otro. A este tipo de fallo lo denomina Çfalacia explicativaÈ. El tercer tipo de falacia es la Çfalacia presuposicionalÈ y se  produce cuando podemos construir un argumento cuya conclusi—n es la negaci—n de un presupuesto sin el cual alguna de las  premisas del argumento original original no puede ser verdadera. Lo que denomina Çfalacia positivaÈ recoge aquellos argumentos de cuyas premisas no se sigue la conclusi—n, sino exactamente la negaci—n de esta. La Çfalacia sem‡nticaÈ ser’a aquella en la que los argumentos no prueban la conclusi—n porque hay un uso ambiguo de alguno de los tŽrminos que hace que, entendido en uno de sus sentidos, alguna de las premisas que lo contienen sea falsa, aunque implicar’an la conclusi—n; y, entendido en el otro sentido, esa  premisa no ser’a falsa, pero la conclusi—n entonces no se seguir’a. seguir’a. Por œltimo, Finocchiaro llama Çfalacia persuasivaÈ a aquellos casos en los que Çla conclusi—n no se sigue de las premisas  porque es una de las premisasÈ. Hemos de destacar que este cat‡logo es una clasificaci—n de primer orden: lo que se clasifica son argumentos y no tipos de argumentos. Adem‡s, Finocchiaro no pretende remitir a alguno de sus seis tipos de falacia cada una de las falacias tradicionales, antes bien, observamos que se trata de clasificaciones incompati —  150  150 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

 bles, pues falacias tradicionales como llaa apelaci—n a la autoridad o la petici—n de principio, cuando realmente son falaces, resultan ser aglutinaciones de distintos tipos de error, entendido este segœn s egœn el nuevo cat‡logo. Por otra parte, la controversia inherente a las clasificaciones de primer orden sigue presente: es cuesti—n de interpretaci—n determinar quŽ relaci—n alega el propio argumento que existe entre sus premisas y su conclusi—n. Pues bien, dado que el cat‡logo define un conjunto que, en  principio, es extensionalmente equivalente a Çargumento inv‡lido en sentido no-formalÈ, Àsirve este cat‡logo  para generar generar T’, la subteor’a de la invalidez de los argumentos del lenguaje ordinario? El propio Finocchiaro se cuida de se–alar que no es un mŽtodo para evaluar los argumentos, sino para guiar su cr’tica: disponemos de seis tipos de falacia, es decir, seis modos en los que la conclusi—n puede no seguirse de las premisas. Pero para determinar si una conclusi—n se sigue o no de unas premisas necesitamos evaluaciones l—gicas de las relaciones entre las proposiciones. Luego no estamos propiamente hablando ante un modelo para la evaluaci—n sino m‡s bien ante un modelo para la cr’tica de la argumentaci—n; es decir, un modelo que resulta operativo solo des puŽs de que hayamos determinado que el argumento en cuesti—n no es v‡lido, que no justifica su conclusi—n. A pesar de que, tal como est‡ dise–ado, este nuevo cat‡logo de falacias hace que cualquier argumento inv‡lido sea instancia de alguna de ellas y de que estos tipos de falacias garanticen que cualquier instancia suya sea un argumento inv‡lido, no nos sirve como modelo para la evaluaci—n de la argumentaci—n. La teor’a de la falacia de Finocchiaro, si bien resuelve los problemas que Žl mismo criticaba en la teor’a de la falacia tradicional, a sa ber, que la cclasificaci—n lasificaci—n de primer orden no garantizaba la iinvalinvalidez, tampoco sirve para producir una teor’a de la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje ordinario, sino que solo presuponiendo que tal teor’a existe resultar’a posible la clasificaci—n de las falacias que Žl propone.  —  151  151 —  

 

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5.2.2. Ralph H. Johnson y el enfoque de la l—gica informal Johnson (1978), desde la perspectiva de la l—gica informal, es otro de los autores que ha cuestionado la viabilidad del concepto tradicional de  falacia  como Çargumento que parece v‡lido pero no lo esÈ. En ÇThe Blaze of her Splendours: Suggestions About Revitalizing Fallacy TheoryÈ, argumenta que el principal obst‡culo para elaborar una teor’a de la falacia en esos tŽrminos es su car‡cter subjetivo:  en œltima instancia, que sea una falacia es una cuesti—n de apariencia.  Su opci—n ser‡, entonces, partir de un concepto distinto de  falacia que evite no solo los problemas de la tipolog’a tradicional, que hace posible la paradoja de Çfalacias que no son falacesÈ, sino tambiŽn la necesidad de dar cuenta de T’’. Este nuevo concepto habrá de reunir tres requisitos: (i)  mantener el nœcleo hist—rico de la idea de falacia como un argumento l—gicamente defectuoso; (ii)  al mismo tiempo, purgar el concepto de sus connotaciones subjetivas y psicol—gicas; en concreto, evitar la referencia a cuestiones de apariencia;  (iii)  introducir la noci—n de  frecuenc  frecuencia; ia; porque una falacia no es simplemente cualquier tipo de error en un argumento, sino uno que ocurre con cierta frecuencia. As’ pues, la definici—n de falacia que Johnson propone es la de un argumento que viola alguno de los criterios/est‡ndares de los buenos argumentos y que ocurre con suficiente frecuencia en el discurso como para garantizar el que sea bautizado. De ese modo, Johnson propone una desvinculaci—n del concepto respecto de la ra’z latina del tŽrmino  fallax, que se relaciona con enga–o y recuperar el sentido de falacia como  paralogismo, tŽrmino que, de hecho, es el que utiliz— el primer autor  —  152  152 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

que las estudi—: Arist—teles. Sin embargo, el significado literal de  paralogismo (Çal margen de la raz—nÈ) queda matizado por (iii) que, en principio, es una propiedad contrastable emp’ricamente. Mediante este recurso, Johnson pretender’a dejar para la psicolog’a la subteor’a T’’, entendida como una ex plicaci—n de por quŽ las falacias resultan enga–osas, mientras se limita a recoger esta caracter’stica como una cuesti—n de frecuencia: probablemente, lo que hace que las falacias se cometan con cierta frecuencia es que, a menudo, parecen argumentos correctos, pero por quŽ parecen correctos, en el enfoque de Johnson, es algo que no ata–e al l—gico informal sino al psic—logo. Por otra parte, mediante la enunciaci—n de los criterios/est‡ndares de los buenos argumentos y la definici—n de la falacia como violaci—n de alguno de ellos, Johnson trata de evitar lo que venimos denominando Çla paradoja de la concepci—n tradicionalÈ, ya que los tipos de falacias que Žl define se remiten a la violaci—n de estos criterios y de ese modo, permitir’an asegurar que no es posible que den lugar a buenos argumentos. Ya hemos visto c—mo Johnson y Blair deshacen esta paradoja al poner de manifiesto que en ella juega un papel fundamental el hecho de utilizar el tŽrmino  falacia en dos sentidos, uno normativo, como sin—nimo de Çargumento incorrectoÈ, y otro naturalista, como sin—nimo de Çargumento que presenta determinada caracter’sticaÈ (como una apelaci—n a la autoridad, a los valores populares, una reiteraci—n de las premisas en la conclusi—n, etcŽtera). Johnson rechaza el sentido no normativo del tŽrmino  falacia  y, como hemos observado al considerar la cr’tica de Finocchiaro al concepto, esto es una condici—n necesaria para que la teor’a de la falacia pueda servir como una teor’a de la evaluaci—n; segœn este enfoque, para saber si un argumento es adecuado desde el punto de vista normativo, habr’amos de preguntarnos si contiene o no alguna falacia, pero esto solo tiene sentido si el cat‡logo de falacias que articula dicha teor’a se genera a travŽs de una definici—n de falacia que evita que haya instancias de ellas que  —  153  153 —  

 

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sean buenos argumentos. As’ pues, si en la concepci—n de Johnson cada falacia concreta se define como violaci—n de uno de los criterios que son condiciones de los buenos argumentos, entonces deber’amos obtener un concepto de falacia en el que las falacias concretas cum plen esta propiedad: que no es posible que ningœn ni ngœn argumento que sea instancia de alguna de ellas el las sea un buen argumento. Por otra parte, para Johnson, un buen argumento es aquel que produce la persuasi—n racional del auditorio o interlocutor al que est‡ dirigido. De ese modo, la definici—n presupone la racionalidad como un ideal normativo y no como una condici—n emp’rica, tal como Žl se–ala. Sin embargo, esta definici—n no puede excluir elementos no-normativos, tales como determinadas cualidades ret—ricas (el Žnfasis, el orden, la claridad, el ritmo, etcŽtera) que tambiŽn ser’an caracter’sticas de los buenos argumentos, ya que favorecen la persuasi—n racional si el argumento adem‡s es  bueno. Por esa raz—n, bajo mi punto de vista, hay un sentido m‡s  b‡sico de normatividad que es el objeto de estos criterios, entendidos como caracter’sticas necesarias y, conjuntamente, suficientes de los buenos argumentos y que remitir’a m‡s bien a la noci—n de validez (umbrella validity) con la que suelen trabajar los partidarios del enfoque de la l—gica informal: Çun argumento es v‡lido si sus premisas est‡n conectadas adecuadamente a su conclusi—n y constituyen razones apropiadas para ellaÈ. La persuasi—n racional ser’a tan solo una consecuencia deseable de los buenos argumentos, en este sentido m‡s b‡sico, pero no el criterio para identificarlos, ni siquiera idealmente. De ese modo, vamos a ver que su cat‡logo de falacias de primer orden, definidas como violaciones de dichos criterios, no hace referencia a argumentos que no producen la persuasi—n racional, sino simplemente, como vimos en el apartado anterior, a las dos grandes causas de que la conclusi—n de un argumento no se siga de sus premisas: que se trate de argumentos inv‡lidos, en el sentido de umbrella validity o que sus  premisas no sean aceptables (ya que, al contrario que Finocchia —  154  154 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

ro, Johnson considera que a los modelos para la evaluaci—n de la argumentaci—n cotidiana s’ les compete establecer, si no la verdad, al menos la aceptabilidad de las premisas que se han utilizado para intentar establecer la conclusi—n). As’ pues, dicho cat‡logo recoge estos tres tipos de falacia: fal acia: en primer lugar, como hemos asegurado, Johnson afirma que las premisas del argumento deben ser aceptables para aquellos a los que se dirige porque la teor’a de la argumentaci—n no se ocupa tan solo de la relaci—n entre las  premisas y la conclusi—n de los argumentos, ssino ino que tambiŽn le concierne estudiar si la conclusi—n ha sido obtenida mediante un mŽtodo adecuado. Por esa raz—n, entiende que si un argumento tiene premisas que necesiten ellas mismas ser argumentadas, entonces, no cumple con una de las condiciones fundamentales para considerar que se trata de un buen argumento. En ese caso, estamos ante el tipo de falacia que Žl denomina Çpremisa problem‡ticaÈ. En segundo lugar, tenemos la cuesti—n de la pertinencia (relevance).  Las premisas de los argumentos deben ser pertinentes a la hora de establecer la conclusi—n, en caso contrario, estamos ante la falacia que Žl denomina Çraz—n no-pertinenteÈ (irrelevant reason).  Y en tercer lugar, las premisas en e n su conjunto deben constituir una base suficiente (sufficient ground or evidence) para afirmar la conclusi—n, en caso contrario, estar’amos ante la falacia de Çconclusi—n precipitadaÈ (hasty conclusion). conclusion).  Destacamos, como en el cat‡logo de Finocchiaro, que se trata de una tipolog’a de primer orden, ya que se aplica directamente a los argumentos y no a los tipos de falacias (que son clases de argumentos). Es por eso que Johnson sostiene que una falacia tradicional como la ad verecundiam  ser‡ un caso de conclusi—n precipitada si no se aporta evidencia de que la persona citada es una autoridad, mientras que ser‡ un caso de raz—n no  pertinente si el tema t ema sobre el cual trata eell argumento y para el que se apela a la autoridad en cuesti—n no permite, por su naturaleza,  —  155  155 —  

 

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una apelaci—n a la autoridad. De ese modo, Johnson no rehœsa utilizar el cat‡logo tradicional y sus caracterizaciones de las falacias t’picas, pero s’ niega que estas sean la primera instancia a la hora de determinar por quŽ ciertos argumentos son falaces. Bajo esta concepci—n, dicho cat‡logo se redefine en funci—n de esta ti polog’a m‡s b‡sica, de manera que las falacias tradicionales son simplemente etiquetas que aglutinan distintos tipos de error en virtud de alguna caracter’stica m‡s o menos arbitraria. Por ese motivo, para Johnson, el cat‡logo tradicional constituir’a un cat‡logo de segundo orden y cumplir’a tan solo una funci—n heur’stica. La incorporaci—n de nuevos tipos de falacias seguir’a, entonces, el criterio de su frecuencia en el discurso ordinario y, en cada caso, el tipo de falacia deber‡ presentarse mediante unas condiciones de identidad que, por un lado, aseguren que sus instancias son realmente argumentos falaces (por la concurrencia de al menos una de las tres falacias b‡sicas) y que, por otro lado, permitan distinguirlo de otros tipos de falacias. De ese modo, Johnson trata de reducir el tŽrmino  falacia  exclusivamente a su sentido normativo: no solo el cat‡logo de  primer orden asegura que todas sus instancias son malos argumentos, sino tambiŽn esta redefinici—n del cat‡logo tradicional,  pues la primera condici—n para considerar un nuevo ttipo ipo de falacia es que incorpore alguna de las falacias b‡sicas. As’ pues, Àsirve su teor’a de la falacia como una teor’a para la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje ordinario? Ciertamente, Johnson en ningœn momento trata de elaborar una teor’a de la falacia que sirva por s’ sola como teor’a de la evaluaci—n, aunque s’ como teor’a de la cr’tica. En primer lugar, si bien su definici—n de las falacias, tanto de primer como de segundo orden, excluye la posibilidad de que haya instancias suyas que sean buenos argumentos, respecto del cat‡logo de segundo orden, hemos de observar que no todos los malos argumentos son instancias de alguna de ellas, ya que la condici—n (iii) excluye aquellos errores que no son comunes. Luego, el hecho de que un argumento no  —  156  156 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

sea instancia de alguna de estas falacias no es raz—n suficiente para garantizar que se trata de un buen argumento. Lo que aqu’ se pone de manifiesto es que, en realidad, aunque aboga por un concepto de  falacia distinto, Johnson, al contrario que Finocchiaro, no termina de desvincularse del concepto tradicional, segœn el cual, las falacias no son simplemente errores de razonamiento (paralogismos), sino tipos de error caracter’sticos. El requisito de la frecuencia sirve, entonces, para garantizar que se incluyen los errores enga–osos, pues en definitiva, el que resulten enga–osos es la causa de que se produzcan a menudo: tanto porque son medios exitosos de llevarse el gato al agua, c  coomo porque pasan desapercibidos incluso al propio autor (lo enga–oso en la falacia no es siempre una cuesti—n de mala fe). La consecuencia de esto para su cat‡logo de segundo orden es, como en el caso del tratamiento est‡ndar, el tercer Walton, Woods-Walton y Willard, que existen argumentos inv‡lidos que no son instancia de ningœn tipo del cat‡logo. Esto por lo que respecta al cat‡logo de segundo orden. Sin embargo, y aunque Žl mismo no lo hace, deber’amos considerar las posibilidades del cat‡logo de primer orden. La raz—n es que, en principio, puesto que este cat‡logo se genera a partir de las condiciones necesarias y conjuntamente suficientes de los buenos argumentos, no solo no es posible que haya buenos argumentos que sean instancia de estas falacias, sino que tampoco es posible que haya malos argumentos que no lo sean de al menos una de ellas. Por tanto, Àdeber’amos concluir que este cat‡logo y el concepto de argumento inv‡lido,  en sentido Çno-formalÈ son coextensivos? Puesto que este cat‡logo remite directamente a los criterios de aceptabilidad, pertinencia  y base suficiente  vamos a examinarlos con m‡s detalle para comprobar si, efectivamente, son condiciones necesarias y conjuntamente suficientes de los buenos argumentos, pues en caso contrario, una teor’a de la falacia basada en ellos no servir’a como teor’a de la l a evaluaci—n.  —  157  157 —  

 

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Teniendo en cuenta estas consideraciones, deteng‡monos en la cuesti—n de la aceptabilidad de las premisas. Ya hemos visto las razones que da Johnson para considerarla un requisito de los  buenos argumentos: si las premisas de un argumento no son aceptables para el auditorio al que est‡ dirigido, entonces, no es posi ble que se produzca la persuasi—n racional de este. Pero una vez m‡s, cabe se–alar que situar la teor’a de la evaluaci—n de los argumentos en el ‡mbito de la ret—rica y de las condiciones para que se produzca cierto tipo de persuasi—n hace reaparecer el pro blema del relativismo: Johnson no puede poner como requisito la verdad de las premisas, la cual devolver’a la cuesti—n de la validez de los argumentos al ‡mbito puramente sem‡ntico, porque la considera una condici—n demasiado fuerte. El motivo es que su definici—n de buen argumento es relativa a auditorios e interlocutores, pues solo considerando la evaluaci—n del argumento como la evaluaci—n del acto de habla y asumiendo la perspectiva del oyente para determinar su eficacia, sus poderes causales para influir en otras mentes, cabe hablar de la aceptabilidad  de   de las premisas y no simplemente de su verdad.  De ese modo, la aceptabilidad pretende ser una condici—n m‡s dŽbil. Pero lo cierto es que son categor’as diferentes, no comparables: hay muchas proposiciones que son verdaderas y que, en cambio, no resultan aceptables; por ejemplo, y con permiso de los intuicionistas, alguno de los disyuntos de cada proposici—n de la forma Ç p  o no-  ppÈ para la que no sepamos cu‡l es el verdadero (desde la conjetura de Golbach a proposiciones sobre hechos futuros). En cualquier caso, si el criterio es la aceptabilidad de las premisas, y no simplemente su aceptaci—n por parte del oyente, entonces nos retrotraer’amos a cuestiones epistemol—gicas del tipo ÇÀcu‡ndo est‡ justificada determinada proposici—n  para un determinado auditorio?È y esto no solo es una cuesti—n de grado, sino que, sobre todo, es algo para lo cual carecemos de criterios claros y precisos. Intentar explicar este tipo de dificultades lo condujo, en  Manifest Rationalit Rationalityy (Johnson, 2000), a incluir  —  158  158 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

como cuarto requisito de los buenos argumentos la verdad de las  premisas. Respecto al criterio de  pertinenc  pertinencia, ia, Johnson reconoce que se trata de un criterio intuitivamente simple que, sin embargo,  plantea muchas dificultades a la hora de precisarlo. Prueba de ello es la cr’tica que Woods ha planteado a la definici—n habitual de  pertinencia en tŽrminos de probabilidad condicionada: Segœn esta definici—n, una premisa, P, de un argumento que contenga otras premisas, Q, es pertinente para la conclusi—n, C, si: a)

prob (C, P y Q) es distinta de prob (C, Q),

o bien,  b)

prob (C, no-P y Q Q)) es distinta de prob (C, Q).

Sin embargo, tal como explica Woods, esta definici—n es deficiente, pues no sirve para computar argumentos que contengan una sola premisa. Por otra parte, resulta dudoso que la pertinencia de cada  premisa sea realmente una condici—n necesaria de los buenos argumentos: el que a un buen argumento se le a–ada una premisa no pertinente lo puede volver  poco elegante, pero no incorrecto, en principio. Aunque no ofrece una definici—n de  pertinenc  pertinencia, ia,  en  Mani fest Rationality Rationality  considera la que ofrece Blair en Premise Relevance, segœn la cual, una premisa es pertinente si al aceptarla un auditorio est‡, o bien m‡s inclinado a aceptar la conclusi—n, o  bien menos iinclinado nclinado que si no la aceptara. De ese es e modo, la pertinencia tambiŽn ha pasado en sus œltimos trabajos a ser una cuesti—n de grado: a mayor pertinencia de la premisa, m‡s, o menos, inclinados estamos a aceptar la conclusi—n. Por otra parte, la pertinencia, al igual que la aceptabilidad, resultan ser propiedades re —  159  159 —  

 

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lativas: lo que es pertinente en un contexto, no tiene por quŽ serlo en otro. Blair, siguiendo la l’nea de Toulmin, incluso considera que los est‡ndares de pertinencia var’an de un campo o disciplina a otro, de manera que el concepto de pertinencia desaparecer’a a favor de los correspondientes conceptos disciplina-dependientes (pertinencia matem‡tica, pertinencia filos—fica, pertinencia en f’sica, etcŽtera). Por œltimo, la condici—n de que las premisas constituyan una base suficiente para apoyar la conclusi—n tambiŽn resulta  problem‡tica: Àc—mo se determina la suficiencia si no es por una evaluaci—n previa?, Ày hasta quŽ punto ha de ser ÇsuficienteÈ? En  Manifest Rationality, considera que, al igual que la pertinencia y la aceptabilidad, la suficiencia es tambiŽn una cuesti—n de grado y tambiŽn que lo que resulta ser suficiente para establecer una conclusi—n depende del contexto: no es lo mismo un juicio ante un tribunal o un congreso cient’fico que una charla con amigos. Johnson ha intentado dar cuenta de estos criterios dentro de una teor’a pragm‡tica de la evaluaci—n para la l—gica informal. Sin embargo, su estrategia adolece, entre otros, de los problemas que hemos visto. Lo que aqu’ nos interesaba era distinguir las posibilidades de este enfoque para generar una teor’a de la falacia que sirviese como teor’a de la evaluaci—n. Y respecto a eso, como dec’amos, Johnson nunca ha considerado que su teor’a de la falacia pudiera servir como teor’a de la evaluaci—n, ni siquiera por lo que se refiere al cat‡logo de primer orden. Si en ÇThe Blaze of her SplendoursÈ, ya anunciaba que una Çacusaci—n de falaciaÈ no era una refutaci—n definitiva para un argumento, en esta nueva versi—n de los criterios de los buenos argumentos, esto se hace aœn m‡s patente: ahora, al introducir grados, la tipolog’a de los fallos posibles de los argumentos se desdibuja y, como el cat‡logo de las falacias de primer orden depend’a de Žl, la cuesti—n de la evaluaci—n se vuelve tan difusa que el hecho de que un argumento sea instancia de alguna de ellas no es raz—n suficiente para afirmar que se trata de un mal argumento. a rgumento.  —  160  160 —  

 

LAS TEORêAS DE LA FALACIA ACTUALES 

La conclusi—n que cabe obtener a travŽs de este repaso de las principales teor’as revisionistas de la actualidad es que una definici—n tŽcnica del concepto de  falacia  que prime su sentido normativo, tal como requerir’a una teor’a de la evaluaci—n para la teor’a de la argumentaci—n, ha de partir o bien de tŽrminos valorativos que, en realidad, presuponen ya una evaluaci—n l—gica de los argumentos (tal es el caso de Finocchiaro, pues como hemos visto, su teor’a de la falacia depende de una teor’a de la evaluaci—n  previa), o bien de hacer corresponder las condiciones de validez no-formales con el cat‡logo de falacias, definiendo  falacia como Çviolaci—n de alguna de estas condicionesÈ. El problema consiste, entonces, en especificar dichas condiciones de tal modo que no  presupongan una evaluaci—n por otros medios (como sucede con la condici—n de que las premisas sean Çbase suficiente para esta blecer la conclusi—nÈ), que las condiciones de identidad de cada falacia sean precisas y que el cat‡logo sea finito pues, de lo contrario, tampoco tendr’amos un verdadero mŽtodo de evaluaci—n  para los argumentos del lenguaje natural. Como hemos visto en el caso de Johnson, su intento de hacer equivaler el cat‡logo de falacias con lo que Žl considera son las condiciones de invalidez no-formales de los argumentos termina por desdibujar los propios criterios de identidad de las falacias.

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6. Conclusiones

6.1. CONDICIONES DE UNA TEORêA DE LA FALACIA COMO MODELO PARA LA EVALUACIîN DE LA ARGUMENTACIîN   omo hemos analizado, una teor’a de la evaluaci—n debe explicar el significado de validez  e invalidez aplicados a los argumentos del lenguaje natural. En el cap’tulo 4, hemos visto que no puede tratarse de la validez e invalidez formal y tambiŽn all’ hemos considerado las dificultades de apelar a una teor’a natural de la evaluaci—n. La teor’a de la falacia parec’a una  buena candidata a teor’a de llaa evaluaci—n para los argumentos del lenguaje natural, al menos en lo que a decidir sobre la invalidez se refiere. Pero en el cap’tulo 5, hemos mostrado las dificultades de las teor’as actuales a este respecto. A partir de las observacio-

C

nes que hemos desarrollado hasta ahora, podemos se–alar las siguientes condiciones necesarias para que una teor’a de la falacia  pueda servir como un modelo para la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural: 1. Debe delimitar el concepto concepto de  falacia de tal modo que no permita que haya instancias suyas que sean argumentos v‡lidos, pues, de lo contrario, ser una falacia as’ definida no ser’a una condici—n suficiente de invalidez no-formal. Segœn la cr’tica de Finocchiaro que vimos en  

 

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la segunda secci—n del cap’tulo 4, esta condici—n excluye el tratamiento est‡ndar. 2. Debe delimitar el concepto concepto de  falacia de tal modo que asegure que todos los tipos de argumentos inv‡lidos sean instancias suyas, pues, de lo contrario, ser una falacia as’ definida no ser’a condici—n necesaria de invalidez no-formal. Con esta condici—n, de nuevo, queda excluido el tratamiento est‡ndar, as’ como los proyectos del tercer Walton, Woods-Walton y Willard. Las condiciones 1 y 2 supondr’an la coextensividad del concepto de falacia con el concepto de invalidez no-formal.  3. Los criterios de identidad de cada falacia han de ser suficientes para determinar si un argumento es o no instancia suya. 4. Los criterios de identidad de cada falacia no deb deben en incorporar en s’ mismos condiciones normativas, ni expl’citas, ni veladas (del tipo movimiento ileg’timo, apelaci—n no-pertinente, etcŽtera) porque, de lo contrario,  presuponen ya una teor’a de la evaluaci—n, de manera expl’cita, como en el caso de Finocchiaro, o de manera velada, como es el caso de alguna de las reglas de la  pragmadialŽctica, del segundo Walton y del modelo de Johnson. 5. Si las condiciones condiciones de invalidez propuestas por un modelo coinciden con un cat‡logo de falacias de primer orden, este debe ser finito, o al menos ser generable sistem‡ticamente (al contrario de lo que ocurrir’a, por ejemplo, con las propuestas del tercer Walton, WoodsWalton, Willard o el tratamiento est‡ndar, ya que admiten nuevas incorporaciones no subsumidas en un modelo que las genere), pues, de lo contrario, las condiciones de validez no estar’an determinadas de antemano por Žl.  —  164  164 —  

 

CONCLUSIONES 

6. La teor’a que articule el an‡lisis de las distintas falacias ha de incorporar, o ser compatible con, un mŽtodo de interpretaci—n de los argumentos del lenguaje natural  pues, de lo contrario, no tendr’amos un sistema para  probar la invalidez de los argumentos del lenguaje natunat ural, tal como sucede en el caso de Woods-Walton. Veamos, entonces, con m‡s detalle cu‡les son las conclusiones que cabe obtener respecto a las dos clases de teor’as de la falacia que hemos estado considerando hasta ahora.

6.2. TEORêAS CONTINUISTAS  Segœn la pragmadialŽctica y el segundo Walton, algo parecido al elenchus aristotŽlico es el marco adecuado para generar la tipolog’a cl‡sica de las falacias. Pero como vimos en la segunda parte del cap’tulo 3, el elenchus  es una categor’a ret—rica, no l—gica. Las normas del elenchus son ret—rico-pragm‡ticas, tienen que ver con un protocolo que ha sido establecido a lo largo de la pr‡ctica del debate. Ese protocolo se ha creado con vistas a la persuasi—n, y aunque idealmente la validez y la persuasi—n deber’an ir unidas, esto no es as’ necesariamente: la ret—rica no puede ser la base de una teor’a de la evaluaci—n para la argumentaci—n en lenguaje natural que intente evitar el relativismo que supone carecer de criterios para decidir si un argumento es bueno en s’ mismo, independientemente de los efectos que pueda producir en su auditorio o interlocutor. La concepci—n tradicional de la  falacia  y las definiciones tradicionales de  falacias remiten o bien a figuras tem‡ticas (tales como los sentimientos populares, la piedad, las supuestas consecuencias indeseables de una posici—n, la autoridad o las caracter’sticas del adversario, entre otras; y que en caso de ser falaces dar’an lugar a las falacias que denominamos ad populum, ad mi —  165  165 —  

 

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sericordiam, ad consecuentiam, ad verecundiam o ad hominem,  respectivamente), o bien a movimientos discursivos dentro del elenchus (tales como preguntar en lugar de responder, desviarse del tema, cambiar la argumentaci—n por la amenaza, argumentar mediante un encadenamiento de causas hipotŽticas o utilizar un vocabulario no-neutral, entre otros; y que en caso de ser falaces dar’an lugar a lo que denominamos Çcambio en la carga de la  pruebaÈ, Çhombre de pajaÈ, Çad baculumÈ, Çpendiente resbaladizaÈ o Çlenguaje cargadoÈ, respectivamente). Esto quiere decir que las pautas que sirven para identificar las falacias concretas en los argumentos no son normativas sino meramente descriptivas, y que en esa concepci—n naturalista de lo que es una falacia, estas no sirven para determinar los casos de error argumental. De ese modo, bajo esta perspectiva, si alguien es acusado de argumentar

ad hominem, entonces tendr‡ que demostrar que su maniobra es leg’tima solo porque existe una falacia que, en principio, pone en entredicho sus palabras. Si queremos identificar una falacia tradicional debemos atender a descripciones que por s’ mismas no nos sirven para determinar que se trata de argumentos ar gumentos inv‡lidos. Desde este punto de vista, el estatus de la acusaci—n de falacia ser’a entonces al revŽs de lo que suponen Johnson, Blair o Govier: no es que se trate de errores que se cometen con suficiente frecuencia como para merecer bautizarse, sino que el hecho de que un tipo de argumento se haya incorporado al cat‡logo de falacias porque a menudo sirve para colar conclusiones de manera ileg’tima (esto es, conclusiones que no se siguen de las premisas, se valore esto como se valore), es algo a lo que debe atender todo aquel que quiera convencer a su interlocutor o auditorio. Esto su pone apoyar la concepci—n naturalista de la falacia de Willard,  basada en una perspectiva ret—rica, como œnica manera de recoger adecuadamente el significado del tŽrmino, pero tambiŽn asumir la carga cr’tica que la imputaci—n de falacia tiene en el contexto de la argumentaci—n. De ese modo, la idea de  falacia es la de Çenga–o culpableÈ y las consideraciones ret—ricas de la teor’a  —  166  166 —  

 

CONCLUSIONES 

de la falacia de Willard ser’an las œnicas capaces de hacer m‡s hincapiŽ en ello que en la idea de error. Sin embargo, esto tam biŽn significa reconocer que semejante teor’a de la falacia, aunque pudiera llegar a ser sistem‡tica a la hora de generar o dar cuenta del cat‡logo completo de falacias, no nos sirve como una teor’a de la evaluaci—n, porque los conceptos que ella genera no son suficientes para determinar la validez de los argumentos, solo su eficacia ret—rica. Como consecuencia de ello, se hace evidente que necesitamos un mŽtodo adecuado de evaluaci—n antes de decidir que determinado argumento es falaz. En definitiva, cabe  pensar que el lugar de la teor’a de la falacia es el de la tteor’a eor’a de la cr’tica como segundo momento en la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural. Prueba de ello es que, de hecho, una cosa es identificar quŽ tipo de falacia, en sentido naturalista, tendr’amos delante (lo cual es ya bastante controvertido) y otra, evaluar si el argumento es correcto y si responde a los compromisos ret—ricos y pragm‡ticos en los que incurre, es decir, si se trata de un movimiento verdaderamente falaz, en sentido normativo, o es un movimiento leg’timo. Para cumplir con esta funci—n, creo que cualquiera de los cat‡logos de primer orden de los que dan cuenta las distintas teor’as de la falacia resulta adecuado como teor’a de la cr’tica: una vez que sabemos que el argumento no es bueno, podemos explicar por quŽ no lo era (segœn Johnson, por ejemplo, porque sus  premisas no eran pertinentes o no ten’an base suficiente como para inferir la conclusi—n, etcŽtera; segœn Finocchiaro, porque la relaci—n entre las premisas y la conclusi—n era m‡s dŽbil de lo que el argumento requer’a, etcŽtera) e, incluso, para las teor’as continuistas, por quŽ nos ha parecido que era un buen argumento (por la eficacia psicol—gica del miedo (ad baculum), los valores populares (ad populum),  la deslegitimaci—n del adversario (ad hominem), por la similitud con un patr—n correcto de introducci—n de  premisas (ad verecundiam) verecundiam) u obtenci—n de conclusiones (falacias del condicional), etcŽtera.  —  167  167 —  

 

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Una opci—n que parec’a prometedora para justificar el as pecto normativo de la teor’a de la evaluaci—n era la de definir caca da falacia como un tipo de error l—gico-enga–oso-espec’fico, al estilo de Woods-Walton. El problema consist’a, entonces, en articular ese cat‡logo: como se–alaba el propio Woods, cada falacia espec’fica posee distintas formas l—gicas, lo cual vuelve al cat‡logo tradicional impracticable como mŽtodo de evaluaci—n. Sin embargo, como hemos comprobado, esto no ser’a el principal inconveniente: aunque el proyecto de Walton-Woods permitiera un estudio sistem‡tico de las falacias, no nos servir’a como teor’a de la evaluaci—n para lenguajes naturales porque el problema de la garant’a para las formalizaciones de los argumentos del lenguaje natural seguir’a estando en pie. Por su parte, la pragmadialŽctica intentaba razonar el cat‡logo a la vez que lo utilizaba como medio de evaluaci—n. Sin em bargo, ya hemos visto que el cat‡logo no se corresponde con c on las falacias tradicionales, tal como las hemos identificado hasta ahora. Para que se correspondiese tendr’an que exponer las reglas simplemente por referencia a las propias falacias en su uso ileg’timo. Por ejemplo, definir la falacia ad hominem como Çuna acusaci—n no-pertinente contra el adversarioÈ, pero Àtiene algœn significado descriptivo no-pertinente? Necesitamos determinar por otros medios el apoyo que las premisas prestan a la conclusi—n  para decidir que se trata de una acusaci—n no-pertinente. Incluso suponiendo que fuese posible determinar descriptivamente estos usos ileg’timos, lo que obtendr’amos no ser’a m‡s que una relaci—n de ’tems desestructurada. Para responder a esta dificultad, la  pragmadialŽctica podr’a renunciar a dar cuenta del cat‡logo tradicional de falacias y considerar un sentido tŽcnico de falacia, al estilo de Finocchiaro o Johnson, cuyas instancias ser’an las corres pondientes negaciones de las reglas de la discusi—n cr’tica. Pero, incluso entonces, el problema de la presuposici—n de elementos normativos en los criterios de identidad de cada falacia, as’ como el relativismo que se desprende de algunas de sus reglas, se  —  168  168 —  

 

CONCLUSIONES 

transmitir’a tambiŽn a su teor’a de la falacia, con lo cual, no dar’a lugar a una teor’a de la evaluaci—n satisfactoria. En definitiva, las teor’as de la falacia que intentan justificar el cat‡logo tradicional no sirven como teor’as para la evaluaci—n de los argumentos pues, mientras que el modo de argumentaci—n,  por tema o por forma, puede catalogarse ret—ricamente, son las consideraciones sobre la validez intr’nseca de los argumentos las que nos dicen en quŽ casos la persuasi—n ha procedido por medios leg’timos y en cu‡les no. Y no es solo por intentar dar cuenta del cat‡logo tradicional que estas teor’as de la falacia est‡n vinculadas a la ret—rica, sino porque el concepto mismo de  falacia que ellas utilizan se contrapone a los de mero Çerror l—gicoÈ, Çmal argumentoÈ o Çcontradicci—nÈ en lo que tiene de Çenga–o o aparienciaÈ y, en ese sentido, es ret—rico: tiene que ver con las condiciones para el logro de la persuasi—n, si bien de manera ileg’tima. 6.3. TEORêAS REVISIONISTAS  Hemos advertido que una alternativa a las dificultades del enfoque continuista consist’a en olvidarse del concepto y del cat‡logo tradicionales y, o bien definir la falacia como un argumento que no reœne alguna de las condiciones necesarias de los buenos argumentos, tal como propone Johnson, o bien identificar cada una de las falacias con un tipo de error argumental, definido de tal modo que abarque todos los casos posibles, tal como hace Finocchiaro. En el primer caso, el problema consist’a en establecer estos requisitos de manera satisfactoria (y de ser posible, ellos mismos ser’an realmente la teor’a de la evaluaci—n que buscamos). En el segundo caso, esta estrategia hac’a necesario partir ya de una teor’a de la evaluaci—n que determinase previamente que se trata de un argumento incorrecto y, por tanto, falaz segœn la definici—n. En cualquier caso, el concepto de  falacia que utilizan estas  —  169  169 —  

 

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teor’as difiere enormemente de su sentido habitual, de modo que, ante la pregunta de si la teor’a de la falacia puede servir como una teor’a de la evaluaci—n para lenguajes naturales, tenemos la siguiente disyuntiva: los proyectos m‡s prometedores en ese sentido son aquellos que renuncian a dar cuenta del uso cotidiano del tŽrmino y de sus instancias cl‡sicas.

6.4. E N CONCLUSIîN  La teor’a de la falacia parec’a el marco apropiado para ofrecer modelos para la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural, porque el concepto tradicional de  falacia, as’ como sus tipos  paradigm‡ticos, parec’a reunir tanto los elementos l—gicos necesarios para determinar la invalidez de las inferencias, como los elementos pragm‡ticos y contextuales caracter’sticos del lenguaje natural que tambiŽn sancionan quŽ se considera aceptable o no desde un punto de vista argumentativo. Las dificultades de las teor’as que trataban de dar cuenta del cat‡logo tradicional hicieron volver la vista hacia un concepto tŽcnico de falacia capaz de evitarlas, pero esta opci—n tampoco ha dado frutos de cara a ela borar una teor’a de la evaluaci—n satisfactoria. Como hemos visto, el problema es que una teor’a de la evaluaci—n debe proporcionar criterios de identidad para los conceptos de validez  e invalidez que no presupongan que ya somos capaces de discriminar entre buenos y malos argumentos, pues de lo contrario, resultar’a circular. Pero si queremos recoger el car‡cter normativo del concepto de  falacia, entonces tenemos que asegurarnos de que la definici—n de cada falacia selecciona solo argumentos inv‡lidos, y esto solo es posible si hacemos referencia a caracter’sticas normativas del tipo Çapelaci—n irrelevanteÈ, Çbase insuficienteÈ, Çmovimiento ileg’timoÈ, etcŽtera, porque como explicaba Maurice Finocchiaro, las determinaciones contextuales de los argumentos del lenguaje natural impiden que  —  170  170 —  

 

CONCLUSIONES 

cualquier otra caracterizaci—n se limite a recoger solo argumentos inv‡lidos. Como consecuencia de esto, nos vemos obligados a optar o bien por un cat‡logo de falacias que presupone ya una teor’a de la evaluaci—n, o bien por un cat‡logo de falacias que no es coextensivo con el concepto de invalidez no-formal (condiciones 1 y 2 del apartado anterior), o porque incluye instancias de argumentos v‡lidos, o porque excluye instancias de argumentos inv‡lidos. En definitiva, la conclusi—n que podemos obtener a travŽs de este examen de las teor’as de la falacia m‡s relevantes es que, actualmente, ningœn cat‡logo de falacias de primer orden, ni tradicional ni alternativo, puede realmente cumplir con los objetivos de la teor’a de la evaluaci—n. Bien porque no consigue ser extensionalmente equivalente a Çargumento inv‡lido en sentido noformalÈ (tal como la cr’tica de Finocchiaro pon’a de relieve res pecto a la teor’a tradicional y como aqu’ hemos puesto de rrelieve elieve respecto a las teor’as de Willard, Woods-Walton o el tercer Walton), bien porque genera planteamientos relativistas respecto a quŽ es la validez de los argumentos del lenguaje natural (como la teor’a de Willard, e incluso la pragmadialŽctica), bien porque presupone ya una teor’a de la evaluaci—n (de manera expl’cita, como Finocchiaro, o de manera impl’cita, como Johnson, la pragmadialŽctica y el segundo Walton). Sin embargo, como dec’amos m‡s arriba, la funci—n cr’tica que es posible adscribir a las teor’as de la falacia que sirven para articular estos cat‡logos, como segundo momento de la evaluaci—n de los argumentos del lenguaje natural, merece por s’ misma continuar la tarea de descubrir, analizar y explicar ese tipo de error argumental que denominamos falacia.  Y para esa labor, quiz‡ las teor’as continuistas sean las m‡s adecuadas, porque al estar en mejores condiciones de dar cuenta de la connotaci—n tradicional de enga–o que acompa–a al concepto de  falacia sirven, adem‡s, para ponernos sobre la pista de en quŽ consiste finalmente su poder de seducci—n. Dicha connotaci—n de enga–o no remite a las propiedades sem‡nticas del discur —  171  171 —  

 

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so, sino a sus propiedades pragm‡ticas y ret—ricas, a sus poderes causales, a su estatus de objeto del mundo  que produce ciertos efectos. Sin duda, tales poderes causales pueden valorarse desde el punto de vista de su eficacia (como corresponder’a a la ret—rica) o desde el punto de vista de su legitimidad (tal ser’a el objetivo de la teor’a de la argumentaci—n).

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BIBLIOGRAFêA 

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