Belaga [Comp], Laurent, Eric y Otros - La Urgencia Generalizada 2

November 8, 2017 | Author: AlexDGC1 | Category: Psychoanalysis, Psychological Trauma, Jacques Lacan, Neurosis, Sigmund Freud
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Descripción: Belaga [Comp], Laurent, Eric y Otros - La Urgencia Generalizada 2...

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T@íbhoteta jf reullíana

La urgencia generalizada 2 •

Ciencia, política y clínica del trauma

T@íbhoteta jf reullíana

La urgencia generalizada 2 •

Ciencia, política y clínica del trauma Guillermo Belaga (COMPILADOR)

Eric Laurent

Món ica Torres Mau ricio Ta rra b Mercedes d e Fra ncisco Osva ldo Delgado Ma ría I nés Negri Bern a rd i n o Horne Cél ia Sa l l es Graciela Sobra l Alejandra Glaze Ana Lyd ia Santiago Jésus Santiago Si lvia Ba u d i n i

Editores: ALEJANDRA GLAZE DANIEL FEIJOÓ © GRAMA ediciones, 2005. Cabrera 2942, 5° A (1426) Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tel.: 4962-4830



[email protected]

http:/ /www.gramaediciones.com.ar

© Grama ediciones

La urgencia generalizada : ciencia, politica y clínica del trauma - la ed. - Buenos Aires : Grama Ediciones, 2005. v. 1, 152 p. ; 21x14 cm. ISBN 987-1199-22-8 l. Psicoanalisis. l. Título CDD 150.195

Hecho el depósito que determina la ley 11.723 Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónicos o cualquier otro sin permiso del editor.

IMPRESO EN ARGENTINA 6

In d ice

Presentación GUILLERMO A. BELAGA

Ciencia, política y clínica del trauma

1 9

ERIC LAURENT

El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios

1 31

MóNICA TORRES

Todos contra la pared en la civilización del trauma

1 51

MAURICIO TARRAB

La insistencia del trauma

1 59

MERCEDES D E FRANCISCO

La época que niega lo imposible

1 63

ÜSVALDO DELGADO

Angustia y trauma

1 75

MARÍA INÉS NEGRI

Cuando la violencia no es virtual

1 93

BERNARDINO HORNE, CÉLIA SALLES

El nombre del trauma

1 99 7

GRACIELA SOBRAL

La madre como Otro contemporáneo: madres, anorexia y femineidad

1 1 07

ALEJANDRA GLAZE

Las declinaciones del síntoma en la infancia JÉSUS SANTIAGO, ANA LYDIA SANTIAGO

El trauma y las neo-inhibiciones SILVIA BAUDINI

Amor en fuga

8

1 1 45

1 1 35

1 119

Presentación

La urgencia generalizada Ciencia, política y clínica del trauma GUILLERMO BELAGA

1.

I ntrod ucción

Cuando se publicó La urgencia generalizada. La práctica en el hos­ pital, tuvimos como objetivo principal describir las respuestas del psicoanálisis aplicado en las instituciones, a partir de un fenóme­ no nuevo que llamamos la urgencia generalizada. Así, a partir de esta forma clínica, quedó concebida una prác­ tica que abarca las llamadas "urgencias subjetivas" (los episodios de crisis) y aspectos de la tradicional emergencia psiquiátrica, so­ bre todo aquellos que involucran a los terapeutas, a la "angus _ tia del practicante". De esta manera, lo novedoso está en una presen­ tación del sufrimiento subjetivo que se encuentra en correspon­ dencia con un nuevo régimen social, producto de un mundo transformado por la ciencia y la globalización económica. Al respecto, se constatan como producto de este orden domi­ nado por la tecnocultura o la tecnoestructura dos efectos: prime­ ro, que vivimos en un mundo de "incertidumbre fabricada" que penetra todos los ámbitos de la vida; y segundo, consecuencia del fin del orden tradicional patriarcal, verificamos el fenómeno de la caída de los guiones grupales (las clases sociales, la familia pequeGUILLERMO A. BELAGA es psicoanalista en Buenos Aires. Jefe del Servicio de Salud Mental del HospitalCentral de San Isidro. Coordinador de Salud Men­ tal de la Municipalidad de San Isidro. Miembro de la Escuela de la Orienta­ ción Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Mail: [email protected] 9

ña, el papel de las mujeres, el de los hombres) que antes orienta­ ban y situaban al sujeto en identificaciones sociales estables. En consecuencia, ahora el individuo tiene que hacerse cada vez más cargo de su propia definición, de reafirmarse en modos de satis­ facción "autónomos". En este sentido, ambos fenómenos pueden tener su traducción en la clínica: la "incertidumbre fabricada" en el relato de los pedi­ dos de atención ligados a lo contingente, al acontecimiento, a la ur­ gencia. Mientras que la exigencia creciente de la autonomía, se de­ duce de lo que llamaríamos los "delirios de identidad", expresados en el "yo soy toxicómano", "yo soy anoréxico", "yo soy normal", etc., en el empuje superyoico a "hacerse" de un estilo de vida. Sin embargo, si bien estos "estilos" de individualismo institucio­ nalizado -de individualismo de masa- pueden lograr tranquilizar y anestesiar, en muchos casos aparece su reverso dramático. Esto pasa cuando dichas prácticas autoeróticas e "imaginarios de se­ guridad", se ven amenazados y 1 o fracasan, momento en que sur­ ge lo traumático. Ahí, el sujeto se ve urgido a solucionar lo que irrumpe en su programación; es donde se enfrenta a la precarie­ dad de su condición, y demanda efectos terapéuticos rápidos que le den un sentido a ese agujero en el discurso singular y colectivo. Ante esto, lo que anima al psicoanálisis, es su posibilidad de ofrecer a la sociedad una respuesta diferente a la de otras psicote­ rapias; lejos de una adaptación al significante amo de la época, sin subsumirse a los mandatos del superyó actual. Esto resulta posible porque el psicoanalista, por definición, se posiciona en el seno de lo que es vivido por todos, para hacer sur­ gir la particularidad de cada cual1. Así, el deseo del analista se ca­ racteriza por un deseo de no-acción, opuesto al mundo de lo útil, que posibilita la maniobra para empujar al Otro a decidir por sí mismo. Entonces, hemos aprendido de la práctica, que en sus comien­ zos el paciente viene como sujeto expuesto en su singularidad pa­ deciendo de lo universal, y quien lo recepciona apuesta al senti­ do, a la construcción del Otro, tanto temporal como espacial. Pri­ mer paso que puede lograrse ni bien se hace hablar, dado que es­ to produce una inscripción en el mismo. Es la calma que encon-

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LAURENT, E,"El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios", en este libro.

tramos al poco tiempo de iniciado el tratamiento, incluso luego de la primera entrevista. De este modo, existe inicialmente en el recorrido analítico una vertiente terapéutica que otorga sentido, ubica algo del incons­ ciente y produce un efecto curativo. Asimismo, esta acción, tiene importancia porque permite reintegrar al sujeto a sus lazos gru­ pales, a esos lazos de los que ha sido apartado2. En consecuencia, en esta primera escansión el analista se pres­ ta para dar un sentido al sufrimiento, que no lo tiene, para conse­ guir una resolución al trauma lo mas rápido posible. Respuesta que también depende de que se encuentre en / una Institución a la altura de estas exigencias éticas. Pero consideramos que su eficacia no se limita a esto, a suplir en un primer momento el vacío pánico con el sentido, sino que la cura también conduce a lo más específico del psicoanálisis que es­ taría en contemplar no sólo el hecho contingente traumático que motivó la consulta, sino a la vez tener en el horizonte de la expe­ riencia, otra vertiente del trauma: la del trauma como real de la no relación sexual. Y en esta perspectiva lo que importa es reinven­ tar un Otro que ya no existe; como fue develado por el mismo ac­ cidente y / o catástrofe, por la pérdida, por el duelo. Con lo cual la experiencia del análisis, no sólo comprende el dar sentido o restituir el sentido reprimido, porque no vivimos en un mundo común donde termina por unirnos la referencia al len­ guaje, porque " ...vivimos en un mundo que nos tiene a todos con­ tra la pared del sin-sentido y lo que nos es común es la referencia al trauma de la lengua y a la no-existencia de la relación sexual"3. Entonces, el acto analítico también implica frente a ese agujero en el Otro, apostar a una invención. Ayudar a que el sujeto conciba otra narrativa "causando" al paciente para que reencuentre reglas de vida con un Otro que ha sido perdido, para que invente a par­ tir del traumatismo un camino nuevo.

2 3

LAURENT, E., "El revés del trauma" en Vírtualía N°6, Rev. Electrónica de la Escuela de la Orientación Lacaniana. TORRES, M., "Todos contra la pared en la civilización del trauma", en este libro. 11

2.

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Ciencia, pol ítica y clín ica del tra u m a

L a lectura de l a clínica cotidiana se correlaciona con una socie­ dad que dejó de vivir bajo el mito del padre edípico, bajo ese mo­ do en que se inscribía la prohibición al goce. Así se verifica cómo ya no hay nada que constituya una barrera, que esté en la posición de lo prohibido. Algo se desarrolla sin encontrar límites, por ejemplo el consumo, pero también la precariedad del sujeto, y con esto aparece como organizador de la vida cotidiana, el miedo. Es, como señala Eric Laurent, la época del "trauma generaliza­ do". Situación que ha llevado a variadas lecturas -la enorme pro­ fusión de textos sobre el tema lo ratifica-, pero, de esto nos inte­ resa resaltar, que de las mismas se deduce que cada una tiene co­ mo referencia una ciencia, una política y una clínica del trauma con diferentes consecuencias clínicas y éticas para la sociedad. Lo destacable, es que la actual inseguridad social no es sola­ mente un fenómeno sociológico, sino que de hecho ha sido eleva­ da, y esto es lo nuevo, al plano de la clínica, donde estamos ante un fenómeno que se encuentra en la interfaz entre: la descripción científica del mundo y un fenómeno cultural que la excede, como es la inmersión del sujeto en la sociedad. Esto ocurre porque frente al vacío subjetivo, donde ya no exis­ te un ideal común que iguale a los sujetos, la ciencia pasa a ser un discurso que da un abrochamiento, un sentido. El discurso de la ciencia aparece como un punto de capitón, como el Nombre del Padre, avanzando en la descripción programada de cada uno de nosotros: desde la programación genética hasta la programación del entorno, pasando por el cálculo cada vez más preciso de los riesgos posibles. Lo que hace existir una causalidad determinista universal, una nueva ley en el mundo que ya no es dada por el mito del Padre edípico, y es una nueva manera de formular la "neurosis de destino" freudiana. Bajo esta ficción, el mundo toma la forma de un "programa de computación". Y en la medida en que esta causalidad toma con­ sistencia, es que surge el escándalo del trauma: lo contingente co­ mo lo imposible de programar. Se podría resumir en que el trau­ ma es lo que escapa a toda programación, aún más, todo lo que no es programable deviene trauma. En consecuencia, por un lado, hay una política del miedo que organiza y disciplina socialmente, pero también se arriba a defini-

clones que propician la consideración de una nueva clínica pro­ ducto de la ampliación del fenómeno traumático. La "urgencia generalizada", habla de un traumatismo, tanto en el nivel de lo colectivo como en el de lo singular, donde encontramos una im­ potencia del discurso a la hora de leer el acontecimiento. Al respecto frente a esta impotencia común surgen dos lectu­ ras posibles: una el post-traumatic stress disorder -Trastorno de es­ trés postraumático- de los manuales estadísticos epidemiológi­ cos, el manual americano DSM IV y el manual europeo ICD-10, que intentan reducir el trauma a un fundamento biológico univer­ sal, transcultural; es una respuesta que apunta a la pura homoge­ neización de los sujetos. Otra, la del psicoanálisis, que sostiene que 1� reacción frente al traumatismo es muy particular, que se debe escuchar la singularidad de cada uno, y que por lo tanto no hay un tratamiento estándar de los efectos de un trauma. De esta manera no por ser un sobreviviente, por haber estado involucra­ do en una catástrofe, ya se es un traumatizado. Debe haber lugar para que cada sujeto apres-coup defina su trauma. Asimismo, al igual que encontramos diferencias en cada una de las reacciones de los sujetos frente al traumatismo, éstas taro­ bien se vuelven a encontrar en las reacciones colectivas a una ex­ periencia traumática masiva. Cuestión que la categoría del TEPT intenta borrar, al retomar la antigua referencia biológica de "es­ trés", buscando inscribir al que sufre en un cortocircuito con el Otro de la civilización. Intentando homogeneizar a los sujetos a partir de una suerte de estándar de la reacción del organismo afectado. En definitiva, esta alianza entre biología y ciencia tiende a un uso moralista y masificador partiendo de justificaciones y mitos biológicos, y va a terminar sosteniendo que hay que renunciar a lá perspectiva analítica, que afirma y conceptualiza que los lazos en general se sitúan entre lo sexual y lo social. Tentativa que nos debe situar a distancia y alertas de la "proli­ feración delirante" que dan cuenta los mass media de explicaciones orgánicas, neurocerebrales, para cuestiones del lazo social, como por ejemplo el descubrimiento del gen del divorcio. Cuestiones que pueden resultar aparentemente irrisorias, pero que muestran un proyecto demasiado aniquilador, muestran cómo la ciencia forcluye al sujeto del que se ocupa el psicoanálisis, y "reducen al hombre a un organismo vivo, despojado de su relación con la pa-

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labra, con la letra, con la memoria, con la historia, con el enigma, con lalengua"4 .

3.

Antecedentes d e l a patol ogía d e l tra u m a

Así, en este libro hemos buscado profundizar sobre este tema y a estos fines podemos ver cómo la patología del trauma tiene en sus antecedentes varios campos de estudio a lo largo de la histo­ ria. En principio la mi.sma fue investigada a partir de las neurosis de guerra, luego se agregó el fenómeno traumático de los campos de concentración nazis con el "síndrome de culpabilidad del so­ breviviente", y finalmente la "patología civil del trauma" origina­ da en el siglo XIX con el advenimiento de la técnica y llegando a su máxima expresión en las megalópolis del siglo XX. Corte que también se marca en los desarrollos teóricos psicoa­ nalíticos, particularmente cuando Freud tras la Primera Guerra Mundial consideró la necesidad de la pulsión de muerte, toman­ do como ejemplo de la misma, de aquello que resiste a la teoría del principio del placer, el síndrome traumático de guerra. Este síndrome, ya sea su definición psicoanalítica o no, como se sabe, está caracterizado por un núcleo constante: sueños repe­ titivos que reproducen la escena traumática y provocan desperta­ res angustiados, durante largos períodos y sin remedio. Y esos sueños contrastan con una actividad de vigilia que puede no es­ tar dañada. Hay plena coincidencia, que de cualquier forma que aparezca, y en todos los casos� más allá de cómo sea atendida, la urgencia comporta un carácter de exigencia de solución del conflicto, en sus diversas facetas, social, familiar e individual, y de solución in­ mediata. En este sentido, la guerra ensaya y enseña, y los psiquiatras militares fueron los primeros en desplazarse al lugar en el que se producía el conflicto psíquico. Por esto vale la pena detenerse en algunas de sus enseñanzas, pues nos muestran los fundamentos iniciales de las respuestas a la urgencia. Lo primero que constataron los médicos de los ejércitos, es que 14 4

DE FRANCISCO, M., "La época que niega lo imposible", en este libro.

los pacientes con perturbaciones psíquicas que eran evacuados durante el conflicto a hospitales generales de la retaguardia, difí­ cilmente volvían a prestar combate en el frente de batalla. Así, co­ mo el objetivo de cualquier mando militar era mantener la fuerza armada al máximo de sus posibilidades, no una mejor atención al .paciente, se concluyó que los hospitales locales que podían des­ plazarse con el regimiento cumplirían mejor esta función. Al respecto, una de las primeras descripciones clínicas fre­ cuentes, dada la alta tensión a que eran sometidos estos hombres, eran los llamados casos de nostalgia, que hoy diagnosticaríamos de depresión o ataque de pánico. En este sentido, era tan elevado su número que, por ejemplo, en el transcurso de la Guerra Civil norteamericana se les retiró a los médicos militares la autoridad para licenciar a los soldados por este motivo. Asimismo, en estas directivas se puede comprobar un antecedente de la construcción social de una categoría psiquiátrica; de enfermedad mental la nos­ talgia pasó a considerarse un problema moral, un rasgo de debi­ lidad del carácter que no debía ser tratado en los hospitales sino con medidas firmes y represivas. Este brusco cambio en la pers­ pectiva médica redujo tanto la incidencia de la nostalgia entre los soldados del frente que en dos años su número se redujo a cero. Sin embargo los casos de estreñimiento, neuralgias o cefaleas au­ mentaron en forma inversamente proporcional, lo que inevitable­ mente hizo pensar en estos nuevos trastornos como una sustitu­ ción de la clásica nostalgia. Asimismo, en 1871, Da Costa constata este desplazamiento sintomático de la Guerra de Secesión, describiendo un cuadro ca­ racterizado por dolor pectoral, palpitaciones y vértigos, en ex­ combatientes, al cual denominó "corazón irritable" o "corazón de soldado", y explicó como una astenia neurocirculatoria propia de ciertos sujetos expuestos al combate. Por lo tanto, ya el)tonces, una gran conclusión fue que la solu­ ción de reglamentar los conflictos psíquicos no parecía la adecua­ da: ni evacuar los soldados a los hospitales generales en la reta­ guardia, ni eliminar el conflicto por decreto se presentaban como salidas satisfactorias ante la exigencia de mantener la fuerza ar­ mada al máximo de sus posibilidades. Luego, el comienzo de la solución vino de la mano de los ru­ sos, que observaron la aparición de estados confusionales y exci­ taciones histéricas, que evolucionaban con síntomas de irritabili-

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dad, retraimiento e inestabilidad emocional en soldados que lu� charon en la guerra ruso-japonesa de 1904-1906. El tratamiento efectivo consistió en acercar la psiquiatría al frente; era el psiquia­ tra el que se aproximaba al enfermo nervioso. A partir de entonces se coincide en la importancia del trata­ miento precoz en la vanguardia. La llamada neurosis de combate, debía ser abordada lo más cerca posible del frente pues su efica­ cia pasó a ser indiscutible; con este sistema en la Primera Guerra Mundial los franceses devolvieron el 90% de los casos al frente. Asimismo, esta recomendación de que los psiquiatras se desti­ nen a las posiciones de vanguardia, tuvo importantes consecuen­ cias prácticas en general. En principio, conviene resaltar que sitúa una función psiquiátrica extrahospitalaria lejos de los asilos, que a su vez hará las veces de filtro. Será la encargada de devolver los hombres a sus unidades, enviarles a los hospitales por unos días o evacuarles a la retaguardia. Por su efectividad, este esquema de tres posibles salidas fue adoptado y no difiere en mucho del utilizado en nuestros días en la sociedad civil: el paciente que acude al servicio de urgencia puede ser devuelto a su mundo tras una prescripción médica, o quedarse en observación en el hospital por unos días o ingresado por un período de tiempo prolongado. Es el facultativo el que tiene que decidir sobre el caso y esta de­ cisión no es fácil, es una decisión que se toma en el límite -antes mencionado- y que depende tanto de su orientación clínica como ética. Esto nos hace entrar en el terreno del decisionismo, clave para cualquier práctica "psi", ya que no será lo mismo, por radicalizar el ejemplo, si el paciente se encuentra con un psiquiatra de orien­ tación biologicista, o un psiquiatra de orientación analítica. Así, la escucha en la urgencia, como señala J. Garmendia, puede orientar el caso hacia un posible tratamiento, introduciendo algún interro­ gante para el sujeto, que lo implique posteriormente en aquello que le ha sucedido. Por el contrario, posiblemente una atención estrictamente farmacológica liberará al sujeto de su responsabili­ dad, intentando solamente con esta intervención devolver al pa­ ciente a su estado anterior5. 5

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GARMENDIA, J., "Urgencia psiquiátrica. Una perspectiva psicoanalítica.", en La urgencia generalizada. La práctica en el hospital., Grama, Bs. As., 2004.

Volviendo sobre la práctica en la guerra podemos preguntar: ¿en qué se apoyaban estos psiquiatras militares para hacer volver a alguien a una situación que le había provocado la crisis nervio­ sa? ¿Cómo hacerles retornar al espanto del que huían? Se sabe que no pueden modificarse ni evitarse las condiciones que provo­ caron la crisis: la situación bélica, el horror del enfrentamiento, el miedo a la muerte y la mutilación. ¿Y entonces?, entonces la úni­ ca posibilidad fue considerar que estos pacientes, para quienes la situación se ha tornado insoportable, y que en su momento afron­ taron estos riesgos, y eran capaces de combatir, que se trataría en­ tonces de restituir esta capacidad perdida, de volver a ese estado anterior mediante un breve alejamiento del campo de batalla y una serie de medidas paliativas, como el alivio del hambre y la fa­ tiga, que hagan resurgir las fuerzas capaces de controlar la con­ ducta. En consecuencia la enseñanza que más se extrajo, es que la exi­ gencia de solución del conflicto que se pone en juego en la urgen­ cia es buscar la restitución de la salud, de la capacidad para afron­ tar el contexto de vida en el que cada sujeto está sumergido. De esto surge la concepción de la urgencia psiquiátrica, y que se pone de manifiesto sobre todo en la primera fase del esquema clásico de intervención. De las cuatro fases: triage, evaluación, plan de tratamiento y plan disposicional, la primera corresponde a un término anglosajón que designa un principio por el cual se trata a las víctimas de una catástrofe de acuerdo con un criterio de selección. En este primer paso lo fundamental es determinar si existe el riesgo de un acto violento o un acto suicida. Luego, una vez que la seguridad del paciente, familiares y personal técnico está a salvo, se procede con las etapas restantes. Este punto es especialmente destacable, debido a que una gran parte de las urgencias psiquiátricas se producen por el temor o amenaza de agresión o el riesgo de suicidio, cuestiones que deben ser controladas, y que resultan en demandas perentorias al psi­ quiatra de urgencia que es quien para la sociedad debe realizar esta labor. Cuestión que sobre todo en los casos de violencia lo ex­ ceden, al menos en parte, por su formación y por la génesis psico­ social de los mismos. Por su lado, el psicoanálisis fue planteando otras teorizaciones y prácticas. Tras la Primera Guerra Mundial Freud tomó partido contra los métodos utilizados por la psiquiatría alemana de su

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época. Esta insistía sobre la autoridad, siguiendo su tradición: for­ zaban a los soldados a volver al frente con un encuadre muy rígi­ do, mediante un tratamiento que llegó a consistir en la aplicación de choques eléctricos completados con una sugestión autoritaria. En cambio, los métodos franceses e ingleses, si bien distintos entre sí, eran más flexibles. En Francia, los médicos, cuyo poder se había afirmado a lo lar­ go del siglo XIX, participaban en las decisiones del ejército. Pro­ ponían remedando lo que sostenía Aristoteles en relación a la Amistad como virtud, no poner a los soldados demasiado lejos del frente y de sus compañeros, constatando mejores tasas de ro­ tación que las obtenidas por los métodos autoritarios, al mantener los lazos de camaradería de combate y sin la condena ligada a la invalidez. En cuanto a los ingleses, desde su tradición protestante, apli­ caban métodos de discusión en común, en parte del tipo de los que más tarde acabarán derivando en Alcohólicos Anónimos. Pe­ ro, sobre todo de su experiencia es muy importante rescatar el elo­ gio que les hace Lacan en su conocida conferencia "La psiquiatría inglesa y la guerra". En la misma, refleja el viaje de estudios de cinco semanas efectuado en septiembre de 1945, para estudiar co­ mo psiquiatra francés las transformaciones de la psiquiatría ingle­ sa por la guerra. En el texto, como señala E. Laurent, se constatará y resaltará el impacto del psicoanálisis y de sus métodos sobre la psiquiatría in­ glesa, instalando en primer lugar el contexto de un "realismo de lucha" para confrontar con las técnicas de adaptación que Lacan vió a su alrededor -durante la ocupación nazi y el "petainismo"­ actuando en toda su efectividad6. Sin duda, lo que se subraya, es la gran enseñanza de las prác­ ticas de Bion y Rickman: que si el psicoanálisis puede estar pre­ sente en su dimensión de efectividad social es en tanto que instru­ mento de lucha contra la muerte que opera en la civilización. Con lo cual se ve despuntar una gran misión para el mismo: ser "una base de operaciones contra el malestar en la civilización". En este sentido, en la práctica, el énfasis será puesto sobre la ex­ periencia del "pequeño grupo" como puesta a punto de los princi6

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LAURENT, E., "Lo real y el grupo", en Ecos y matices en psicoanálisis aplica­ do, Andrea Cucagna (comp.), Grama ediciones, Bs. As., 2005.

pios de acción del psicoanálisis en el campo social en su conjunto. Para su argumentación, Lacan toma como referencia el libro de Reeves, quien fuera director de la Tavistock Clinic antes de la gue­ rra, The Shaping of Psychiatry by the War. Ahí señala cómo una "ciencia psicológica tan joven" puede servir para producir la crea­ ción sistemática de un ejército y sobre todo, cómo velar por su moral concebida en términos psicoanalíticos como una identifica­ ción. De esta manera, como ya lo constatara E. Mira y López duran­ te la Guerra Civil española, la teoría de la identificación freudia­ na es presentada como la primera aproximación científica del "en­ cantamiento destinado a reabsorber enteramente las angustias y los miedos en una solidaridad" . Asimismo, el uso de los tests psicológicos que requirió la "creación sintética" del ejército inglés, es descripta poniendo el acento sobre la significación del "proceso de identificación hori­ zontal" y su montaje. Se trata de un detalle novedoso, de una di­ mensión distinta del proceso de identificación con el ideal puesto al día por Freud. Según Laurent, toma nota de ese texto y señala que ya en la versión publicada en su exposición sobre el "estadio del espejo", pronunciada en el Congreso de Berlín de 1938, había subrayado el carácter angustiante de las multitudes nazis y de su igualitarismo furioso frente al jefe. A esta igualdad universal, sin excepción, de un "para todos" nivelador, le opone la búsqueda pragmática de una homogeneidad en los grupos con el objetivo de una tarea precisa. Esto es precisamente lo que le interesa en el "pequeño grupo", el hecho que no apunta a lo universal. La solidaridad nacida del montaje de un ideal común, según el mecanismo freudiano, no se dirige necesariamente al lugar del "para todos" del ejército o de la Iglesia. En la experiencia de estos psicoanalistas ingleses, se trata de constituir grupos homogéneos en su simple relación con una norma de eficacia para que, "agru­ pados entre ellos, esos sujetos se muestren más eficaces" . La can pondera el pragmatismo en la medida en que es instrumento de lucha contra el universal ciego. Así, Bion y Rickman se presentan como los que supieron arti.cular las consecuencias prácticas de esta nueva dimensión de la identificación horizontal. Lacan elogia la observación de Rickman según la cual los reproches de narcisismo dirigido al neurótico, su dificultad para trabajar con otros se debe, tal vez, a que raramen-

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te tiene la ocasión de ponerse "en el mismo lugar que los otros en las relaciones con el semejante". Asimismo, recuerda que antes de esta experiencia, los hospita­ les militares estaban sobre todo organizados sobre el desarrollo de facultades, el tratamiento moral, el recordar a cada uno sus debe­ res, el intento de generar vergüenza y las amenazas de castigos di­ versos. En lugar de esta acentuación de la desigualdad del enfer­ mo que sufre de problemas psíquicos respecto de sus deberes y de su desigualdad, Bion organiza pequeños grupos de personas que están todos al mismo nivel respecto de cierta tarea a cumplir. Así instalado ese medio homogéneo con su fuerza identificatoria, lo considera desde el punto de vista de sus tensiones internas, te­ niendo en cuenta su disparidad. Siguiendo lo que Freud subrayaba, que la unidad del ejército en tiempos de guerra está fundada sobre el lazo al jefe y a un ene­ migo común, Bion para los hombres que le eran confiados para su rehabilitación, ocupará el lugar de jefe severo pero justo, en don­ de el enemigo común es, para cada uno, un enemigo interior. Piensa que cada cual está enfermo del Ideal, enfermo de la disci­ plina común a la cual no puede someterse racionalmente. En la práctica, divide a los hombres en grupos centrados sobre una tarea a cumplir, siguiendo lo que se conocerá como los "gru­ pos sin jefe". La influencia posterior de su trabajo es indiscutible. Por ejemplo, estos principios, por su elegancia prescriptiva, serán la base de todo el trabajo fundacional de la Comunidad terapéutica. Finalmente, Bion como psicoanalista, considera que en las di­ ficultades para conformar grupos con estos sujetos no hay otro fundamento que su dificultad de identificación. Únicamente apunta a hacerles "tomar conciencia" de esto. Se trata de poner el acento sobre las dificultades de existencia del grupo y que pasen a cielo abierto. Así, sostiene que es necesario sistematizarlas como se hace con el síntoma en la cura individual; explicitar esas difi­ cultades al grupo, como el síntoma se le explicita al sujeto. Al respecto, Lacan se detiene especialmente en el término "le­ gibilidad", ubicando que se trata de "hacer al grupo cada vez más transparente para él mismo, a efectos de que cada uno de los miembros pueda juzgar de manera adecuada los progresos del conjunto. El ideal de una tal organización es para el médico su le. gibilidad perfecta, siempre que pueda apreciar en todo momento 20 hacia qué puerta de salida se encamina cada caso confiado a sus

cuidados: retorno a su unidad, reenvío a la vida civil, persevera­ ción de la neurosis". Nótese cómo cita los preceptos de la psiquia­ tría de guerra, pero poniendo el acento sobre el uno por uno. In­ cluso podríamos ubicar una distinción que interesa actualmente para la práctica del psicoanálisis, entre efectos terapéuticos, reso­ luciones sintomáticas y cura de la neurosis. Por último, establece que el método utilizado para esta legibi­ lidad no tiene otro fundamento que el de la interpretación. Se tra­ ta de designar en el comportamiento de cada uno lo mismo de lo que se queja en el caso del otro, los otros grupos, o el ejército en general. "Y repentinamente se opera en el grupo la cristalización de una autocrítica". Es en esta producción de un sujeto dividido, que ahora puede interrogarse, que Lacan concluye que allí está presente el principio de una cura de grupo. Pero, también se puede extender como un precepto de la clíni­ ca del trauma en general, donde la cura, siguiendo esta experien­ cia, iría de la dificultad de la unidad del grupo -en este caso el im­ plicado en la reacción colectiva traumática- a la producción de su­ jetos divididos, reenviados a su pregunta íntima, singular.

4.

la i nvención del trastorno d e estrés postra u mático

Finalmente, el episodio que cambió la concepción del trauma en la psiquiatría militar, fue la guerra de Vietnam. Las tropas ame­ ricanas, bien provistas de mandos psiquiatras, aprovechan las en­ señanzas de las dos primeras grandes guerras mundiales: se man­ tiene a los soldados en relación constante con su familia, sus cama­ radas y su modo habitual de diversión, y esto gracias a los pode­ res de los nuevos medios de comunicación: la radio, la televisión, el teatro; como lo escenificó maravillosamente Francis Ford Co­ ppola en Apocalypse Now. Pero no obstante, a partir de 1971 se constata que las tropas americanas estaban completamente abatidas, con politoxicoma­ nía y revueltas contra los oficiales. La vuelta a los EE.UU. de las mismas no fue fácil. Eran insultados por esa guerra, tildados de babykillers y psicópatas, por aquellos que habían observado por los mismos mass media las atrocidades cometidas contra campesinos indefensos.

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Esta recepción fue un factor primario en la bien pub licitada di­ ficultad de alguno de esos militares -tildada con frecuencia como "conducta antisocial"- para insertarse socialmente a los tiempos de paz. Así, en un principio aquellos vistos por psiquiatras fueron diagnosticados como padeciendo de trastornos de ansiedad, de­ presión, abuso de sustancia, trastornos de personalidad, o esqui­ zofrenia. Con el tiempo y una nueva formulación del problema, todos estos diagnósticos fueron suplantados por el trastorno de estrés postraumático (post-traumatic stress disorder). Al respecto, un dato muy interesante, es que los que primero propusieron este diagnóstico fueron los movimientos antibélicos enojados con los psiquiatras, a los que acusaban de servir más a los intereses del Ejército que a los soldados-pacientes. Estos militantes lucharon por que los veteranos recibieran un tratamiento especia­ lizado bajo este nuevo diagnóstico, que pasó a suceder de este mo­ do a los anteriores: la fatiga de guerra y la neurosis de guerra. Con lo cual en sus inicios, el objetivo del nuevo diagnóstico fue desplazar el foco de atención de la psique de los soldado_s y su con­ texto personal, para denunciar fundamentalmente lo traumático de la guerra. Lo que produjo una esencial y poderosa transforma­ ción: los veteranos de Vietnam ya no serían vistos como ofensivos y perpetradores sino como personas traumatizadas por los roles que le fueron asignados por las fuerzas armadas americanas. En consecuencia el síndrome postraumático legitimaba su condición de "víctimas", lográndose una potente combinación: les daba una exculpación moral, y les garantizaba una pensión por discapaci­ dad porque el diagnóstico podía ser testificado por un médico7. En conclusión, en 1979 se censa a los veteranos, se les evalúa, se les inserta en programas de rehabilitación, y es cuando la socie­ dad americana se reconcilia con esos soldados traumatizados y hace el difícil balance de su situación. Simultáneamente los psi­ quiatras americanos, movilizados alrededor de este problema, vuelven a poner en boga el concepto biológico de stress y la parti­ cularidad de la reacción que él engendra. Como consecuencia, el trauma gana en popularidad y sale del círculo estrecho de la psiquiatría militar para convertirse en una 7

22

SUMMERFIELD, D., "The invention of post-traumatic disorder and the so­ cial usefulness of a psychiatric category", BMJ, Volume 322 13 January 2001 bmj.com.

perspectiva general de acercamiento a fenómenos clínicos ligados a las catástrofes individuales o colectivas de la vida social. Este hecho se verifica en la presencia de este diagnóstico en muchos programas "humanitarios", con fines de captar y registrar el im­ pacto de eventos como las guerras, sin importar el entorno cultu­ ral, la situación cotidiana y el significado subjetivo de la experien­ cia por parte de los sobrevivientes. Asimismo, de la misma manera, en la sociedad actual se des­ cribe una creciente transferencia de atributos de lo que antes se consideraba "trauma" hacia el concepto más naturalista de dis­ tress, pasando a ser parte de la descripción de la vida cotidiana. En conclusión, el perfil del TEPT ha ascendido espectacular­ mente, y ha llegado a ser una manera por la cual las personas bus­ can tener el status de víctimas -con todo su peso moral- en pos de reconocimiento y compensación. Hasta tal punto, que un editorial reciente del American Journal of Psychiatry comentó que era raro en­ contrar en las personas que se quisiera tener un diagnóstico psi­ quiátrico, pero que el Trastorno de Estrés Postraumático era uno.

5.

Los otros ca m pos d e reflexión del tra u m a

Siguiendo con la puntuación, hay un segundo gran campo de reflexión sobre el trauma, que constituye uno de los nudos esen­ ciales de las ideas sobre el tema, o al menos de las versiones que el siglo XX mantiene con respecto al mismo: son los campos de con­ centración, en donde los psiquiatras descubrieron el "síndrome de culpabilidad del sobreviviente", con fenómenos comparables a los de la guerra, ansiedad y depresión, y trastornos somáticos varios, que escapan sin duda a la descripción clásica del trauma de gue­ rra, pero que son igualmente invalidantes. En este sentido el caso clínico que comenta E. Laurent en el presente libro, sobre una so­ breviviente del 11-M, es también un ejemplo tanto de este senti­ miento de culpa, como de la singularidad con que el trauma se manifiesta en la consulta y tratamiento8 . 8

LAURENT, E., "El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios", en este libro. El caso fue presentado por nuestra colega Araceli Fuentes y su presentación se puede encontrar en el libro: Efectos terapéuticos rápidos: conversaciones clínicas con facques-Alain Miller en 23 Barcelona, Paidós, Bs. As., 2005.

Por último, el tercer factor que propicia la extensión del síndro­ me está vinculado al advenimiento de la técnica, y a las patologías propias de las grandes ciudades del siglo XX. Estas producen un espacio social nuevo y engendran un efecto de irrealidad. Hace tiempo, admirablemente, Walter Benjamin ya señaló el "mundo de la alegoría" própio de la gran ciudad, donde el reino de la mer­ cancía, de lo escrito, de la publicidad, remite al sujeto de una alu­ sión a otra, le sumerge en una presencia artificial. Sentimiento de virtualidad, de irrealidad, que ahora acentúa el fenómeno de la publicidad en la televisión. Pero al mismo tiempo surge una paradoja: las grandes ciuda­ des que son el lugar del artefacto, son también el lugar de la agre­ sión en general, de la irrupción de la violencia, de la agresión se­ xual, del terrorismo, etc.

6. Evo l ución h istórica d e la " patología civi l d e l tra u m a "

Siguiendo una investigación del Dr. Juan Carlos Stagnaro so­ bre el tema9, Duchesne en 1857 en Francia y, particularmente J. E. Erichsen en 1866 en Inglaterra, se ocuparon de estudiar a las víc­ timas de los accidentes de ferrocarril. Por esos años, las secuelas de los mismos originaban gran cantidad de litigios en Inglaterra, producían fuertes gastos por indemnizaciones a las compañías de transporte y proporcionaban un formidable argumento a los que denunciaban la perversidad del desarrollo industrial cuya figura emblemática era el ferrocarril. El trabajo de Erichsen, "On railway and others injuries of the Ner­ vous System " describía un "nuevo síndrome" que se instalaba pro­ gresivamente en los accidentados: " ... en el momento en que ocu­ rre la injuria quien la sufre es, usualmente, inconsciente de que un accidente serio le há ocurrido; cuando vuelve a su hogar los efec­ tos de la injuria recibida comienzan a manifestarse por sí mismos. Una revulsión de las sensaciones se instala: no puede dormir y si lo hace se levanta súbitamente con una vaga sensación de alarma. 9

24

STAGNARO, J.C.,"De la neurosis traumática al trastorno por estrés postrau­ mático", en Rev. Desarrollos en Psiquiatría Año 2, n°5, Nov-Dic 1997.

Al día siguiente se queja de sentirse tembloroso, agitado, como muy golpeado y como si se hubiera agotado. Después de un lap­ so, muy variable según los casos, que va de días a dos o tres se­ manas o más, siente que es incapaz de realizar esfuerzos y de atender sus ocupaciones, comprende que algo le pasa y quizás busca por primera vez asistencia médica". Basándose en el estudio de los casos definió la causa del sín­ drome como una "concusión de la médula espinal" capaz de ge­ nerar una "inflamación crónica de la médula y de sus membra­ nas". Los síntomas cerebrales consecutivos, tales como irritabili­ dad y disturbios de los órganos de los sentidos (vista y oído), pér­ dida de memoria, confusión de ideas, etc., resultaban, según su explicación, una expresión indirecta del proceso medular. Significativamente, a pesar de que su autor no pudo demostrar la base anatomopatológica de su teoría de la enfermedad, ésta fue ampliamente utilizada en las estrategias legales para solicitar in­ demnizaciones suculentas -sin dudas, un antecedente del uso que se le suele dar actualmente al TEPT-, basadas en el supuesto ba­ samento biológico más la pobre terapéutica para mitigar las se­ cuelas invalidantes de la llamada "médula espinal de los ferroca­ rriles". Pero el enfoque cambió en 1883, cuando H.W. Page, un ciruja­ no que trabajaba para la London and North Western Railway Company, apoyándose en su propia casuística atacó la teoría de Erichsen argumentando que este había confundido un trastorno curable -involuntariamente expresado por los accidentados por causas psíquicas ("neuromímesis" lo llamaba) debidas al "shock nervioso" del accidente- con una lesión estructural incurable del SNC. Inmediatamente los diagnósticos de histeria y neurastenia, ambas ubicadas en la nosografía de la época en el capítulo de las neurosis -enfermedades nerviosas de aspecto neurológico sine materia- fueron relacionados con los pacientes descritos por Erich­ sen y Page. De este modo, como dichas entidades constituían trastornos reversibles y tratables por diversos métodos, el nuevo punto de vista dio argumentos para limitar las demandas judiciales y el monto de las indemnizaciones otorgadas. Así, en la jurispruden­ cia asentada en la época se aceptó que el epíteto "nervioso", utili­ zado como sinónimo de "mental", era el más adecuado para indi- . car "cuándo el terror operaba sobre partes del organismo físico 25

26

para producir enfermedades corporales". De esta manera la justi­ cia introducía en sus criterios la utilidad del concepto de trastor­ no nervioso traumático como una figura útil para resolver conflic­ tos que involucraran responsabilidad en accidentes, no sólo de trenes, sino industriales en general. Finalmente, en 1884, H. Oppenheim describió en Alemania un tipo de estado neurótico en personas que habían sufrido acciden­ tes de ferrocarril, designándolo por vez primera con el nombre de Traumatische neurosen. Las mismas estaban caracterizadas por una sintomatología ligada a la histeria y a la neurastenia, acompaña­ da con trastornos del sueño del tipo de pesadillas de reviviscen­ cia del accidente. Entonces, diferenciándola de los síndromes psico-orgánicos posconmocionales y postraumáticos, con sintomatología neuróti­ ca o sinistrósica, propuso individualizar a la Traumatische neurosen como una entidad aparte, basándose en la constancia de sus sín­ tomas y en la depresividad subyacente que la caracterizaba. Esto provocó una polémica; J.M. Charcot en sus célebres Lec­ ciones de los martes en la Salpetriere de París, al presentar casos de histeria masculina, rechazó la autonomía del cuadro descrito por Oppenheim, afirmando que se trataba de variedades clínicas de la histeria, la neurastenia o una forma mixta de histeroneurastenia. Por último, para completar la revisión del conjunto de concep­ tos que intervinieron en la polémica sobre la neurosis traumática, tenemos que el inglés G. Beard ya había propuesto la existencia de una neurastenia traumática (producida por "agotamiento ner­ vioso o sobresalto moral") como variedad de la neurastenia, tér­ mino que había introducido en 1879, para designar un estado de fatiga, física y psicológica permanente, acompañada de malesta­ res funcionales diversos y variables tales como: impotencia se­ xual, cefaleas en casco, dispepsias, vértigos, angustia, temores, emotividad, pérdida de memoria, imposibilidad de concentrarse, abulia, insomnio, etc. Esta variedad de neurosis que Beard consi­ deraba típicamente norteamericana y masculina, era para él una consecuencia del clima de los EE.UU., caracterizado por una at­ mósfera seca y cargada de electricidad con grandes variaciones de temperatura, asociado al ritmo de vida vertiginoso y extenuante de sus habitantes propio de la sociedad industrial. Luego, como ocurrió con otros temas científicos y culturales, la neurastenia de Beard, fue muy bien recepcionada en Europa de-

bido a su halo de modernidad, y operó un pasaje desde las hipó­ tesis etiológicas clásicas de la neurosis (herencia, pasiones contra­ riadas, tóxicos, educación inadecuada, etc.) hacia los factores so­ ciales. Para concluir, otro antecedente que precedió y seguramente conoció Freud, fue lo formulado por R. von Krafft-Ebing, en 1892, que en oposición a Charcot, aceptó en su Tratado a la neurosis traumática como una entidad distinta próxima a la neurastenia.

7.

La C i udad Pán ico. La sociedad del riesgo

En su estudio sobre las megalópolis, Paul Virilio las ha bauti­ zado como "Ciudad pánico", describiendo cómo la ciudad occi­ dental dejó de ser un lugar de lo político, de la civitas. En el traba­ jo, afirma que a partir de la desregulación y la desrealización que ha penetrado en la misma, se ha operado una inversión: la ciu­ dad, que alguna vez fue el corazón de la civilización, se ha vuel­ to el corazón de la desestructuración de la humanidad. Por su lado, Ulrich Beck, otro teórico de las ciudades, conside­ ra que en la organización del tiempo y el espacio urbanístico, ya no sólo subsiste la ecología de la pobreza, sino que se ha abierto paso una ecología del miedo, consecuencia de la globalización. Así, ésta ha provocado una época signada por la inseguridad y la amenaza, peligros de toda clase que se escapan a las normas ha­ bituales de previsión. Agregando, de acuerdo a una división estructural entre "segu­ ro" e "inseguro", la distinción entre una "ciudad del riesgo" y una "del peligro" . Donde en ambos casos se trata de inseguridad, de una patología propia de las megalópolis, donde se mezcla cual­ quier tipo de catástrofe técnica, de accidente individual o colecti­ vo, de violencia urbana, de terrorismo, etc. Pero en la que "ries­ go" remite a la inseguridad determinable, calculable, mientras que "peligro", a la inseguridad indeterminable e incalculable.

27

8.

Concl usión. La a n g ustia del practica nte

En esta presentación, hemos hecho un repaso de algunos ante­ cedentes y referencias que permiten reflexionar sobre la época del "trauma generalizado" y esa novedad clínica cotidiana represen­ tada por las "urgencias subjetivas" . Entendemos que esta descripción permite abordar el uso del término "nuevo", que adjetiva una categoría clínica, en el sentido que aparece denotando un efecto: el que proviene de la plastici­ dad actual de las representaciones sociales. Y que por lo tanto conviene conocer, y en las cuales nos detuvimos expresamente. Así a diferencia de la época freudiana que se referenciaba en un un Otro consistente, que decía "No", que catalogaba y civiliza­ ba, ahora hay una verdadera metonimia de significaciones desfi­ lando, porque resulta que ya el Otro no es el mismo, que hay un agujero en su lugar. De esta manera, en la ciudad actual donde impera el vacío, los sujetos se encuentran funcionando sin punto de capitón. Es un sistema donde impera el no-todo, en el cual la ciencia -como decía­ mos- al situarse como un discurso verdadero, es el único capitón, en cuanto hace una descripción programada de cada uno: desde la programación genética hasta el cálculo cada vez más preciso de los riesgos posibles. Hace existir una causalidad programada, y a partir de su. supuesta consistencia discursiva surge el concepto de trauma como todo lo ligado a la irrupción de una causa no pro­ gramable. Asimismo, no es suficiente decir que hay traumatismo porque hubo un hecho externo, el peligro en sí mismo no es traumatizan­ te, sino que "lo traumático es la consecuencia de una contradic­ ción entre un hecho y un dicho"10, se produce cuando un hecho entra en oposición con un dicho, con un dicho esencial de la vida del paciente. En definitiva, hay que conocer cuales son las coordenadas de cadª-.época para situar en la clínica al trauma subjetivo, que siem­ pre tendrá el carácter de lo umheimlich, de la "inquietante familia­ ridad", de una topología exterior 1 interior. Siempre será posible hallar en cada caso singular, una "incoherencia" entre un mundo lO ZI

MILLER, J.-A., Efectos terapéuticos rápidos: conversaciones clfnicas con JacquesAlain Miller en Barcelona, Paidós, Bs.As., 2005.

que tiene una ley, organizada en el conjunto de los dichos que ar­ man la matriz de las tradiciones e ideales de la persona, y la emergencia de lo real sin ley. Por último, estas consideraciones iniciales sobre la clínica, la política y la ciencia del trauma también tienen como objetivo la formación de los clínicos, y un llamado para estar presentes en las instituciones donde los practicantes se enfrentan a sus propias "urgencias subjetivas". Como es el caso frecuente de la tradicional "urgencia psiquiá­ trica", en donde el terapeuta se encuentra inmerso en un verdade­ ro agujero en el discurso, enfrentado a lo indecidible, porque ve­ rifica que la clínica del DSM y de los papers no es una clínica "se­ gura". Donde los pacientes que concurren no responden a los psi­ cofármacos como éstos postulan, porque son más complejos, por­ que las patologías son más graves, porque distan mucho de aque­ llos que fueron seleccionados especialmente para que den "bue­ nos resultados" en los protocolos farmacológicos. Situación donde cada vez más aparece la carencia de una clíni­ ca psiquiátrica, y donde puede surgir frente a la angustia del prac­ ticante una nueva tentación: recurrir al discurso jurídico -ligado también al DSM- y / o a los algoritmos decisionales provistos por la llamada medicina basada en la evidencia. Momento de borde con lo real, de caída de los standard y los programas, momento de una decisión "que se toma en la orilla de lo que traumatiza al sujeto y que le concierne al sujeto" 11 , en el cual el psicoanálisis por sus principios, puede empujar a otra manera de decidir, transmitir otra teoría de la decisión, de un "saber hacer" para el terapeuta y el psiquiatra.

11

TARRAB, M., "La insistencia del trauma", en este libro.

29

El trata miento de la angustia postra um ática : sin estándares, pero n o s 1 n p nnc 1 p 1 os .

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.

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ERIC LAURENT

Voy a hablarles bajo el encabezamiento de "el tratamiento psi­ coanalítico del trauma", aunque no sea un especialista del trata­ miento psicoanalítico del trauma y del estrés que es su consecuen­ cia.1 ¿Debería decir que voy a hablar de ello precisamente porque no soy un especialista del trauma? Sólo puedo autorizarme ante ustedes para evocar este tratamiento como consecuencia de la no­ table iniciativa que, después del día 11 de marzo pasado, tomaron nuestros colegas de Madrid de salir al encuentro de quienes, por una razón u otra, fueron colocados en la categoría de los "trauma­ tizados" por el horrible acontecimiento. Les propusieron una escucha, hecha por psicoanalistas, de su demanda de ayuda y de sostén; demanda que puede formularse bajo las especies más variadas. La proposición de esos colegas ya encontró un eco, y acabamos de escuchar dos reseñas clínicas, muy diferentes la una de la otra, que para empezar ya dan testi­ monio de que no hay un tratamiento estándar de los efectos de un trauma. Precisamente, tal como lo dice el díptico de presentación Eruc LAURENT es psicoanalista en París. Analista Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (ECF) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Doctorat de 3e cycle du Champ freudien, enseignant a la Section clinique de Paris-Saint-Denis • mail: [email protected] 1 Conferencia de Eric Laurent en el Hospital San Carlos de Madrid, del día 8 de mayo de 2004. Un fallo en la grabación impidió recoger sus palabras. Agradecemos a Eric Laurent su buena disposición para reescribir él mismo el contenido de su conferencia. Traducción de A. Vicens 31

de la Red Asistencial de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, " ...aunque no hay un carácter específico del tratamiento psicoana­ lítico para las personas traumatizadas, el psicoanalista es quien mejor puede escuchar la singularidad de cada uno. El psicoanalis­ ta propone una escucha particular a las víctimas, una escucha orientada por los conocimientos del funcionamiento de la vida psíquica que el psicoanálisis de orientación lacaniana ha podido elaborar como resultado de décadas de experiencia de trabajo clí­ nico con múltiples personas, también con personas traumatizadas por diferentes causas: catástrofes naturales y químicas, atentados . terronstas, guerras... ,2 .

La s i n g u l a ridad de l os casos Sin embargo, como Lacan lo precisaba: " ... afirmar del psicoa­ nálisis como de la historia, que en cuanto ciencias son ciencias de lo particular, no quiere decir que los hechos con los que tienen que vérselas sean puramente accidentales, si es que no facticios, y que su valor último se reduzca al aspecto bruto del trauma"3. El psicoanalista se define por su deseo de, en el seno de lo que es vivido por todos, hacer surgir la particularidad de cada cual; y los casos presentados por nuestros dos colegas lo muestran bien. En el caso presentado por Araceli Fuentes, el apres-coup del trau­ matismo toma la forma del abatimiento de un sujeto por su cul­ pabilidad: "culpabilidad referida a lo que pudo hacer y no hizo [ ... ] no se detuvo a ayudar a los heridos". En lugar de eso "salió despavorido de la estación de Atocha". Mientras corría despavo­ rido, este sujeto "en su huida se cruzó con un hombre que tenía la cara ensangrentada, otro estaba tirado en el suelo", en una posi­ ción que recuerda al Cristo yacente. "Por la noche, una pesadilla se le repite [ ... ] : el momento de la explosión y la imagen del hom­ bre-cristo yacente"4. Se reprocha no haber podido estar a la altu2 3 4

32

Del díptico de presentación de la Red Asistencial de la Escuela Lacania­ na de Psicoanálisis. LACAN, J., "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanáli­ sis", en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, México, 1989, pág. 250. FUENTES, A., "La vergüenza del extranjero", en: Cuadernos de Psicoanálisis, Revista del Campo Freudiano en España, No 27, Bilbao, EOLIA.

ra del discurso religioso "que le había sido transmitido por su pa­ dre", un padre todo amor, un padre que le enseñó que había que poner la otra mejilla. Él no pudo estar a la altura de ese ideal. En el momento en que lo real irrumpe, su respuesta de huida mues­ tra que no se identifica con el Cristo yacente de su sueño, no se identifica con Aquél que sacrificó su vida por los hombres, no pu­ so la otra mejilla. Más bien el acontecimiento le lleva súbitamente a reconocer en él los poderes del odio. El analista deduce de esto la lógica de su posición, que es la contraria a una posición idealizante. La responsabilidad del suje­ to pasó en un primer tiempo por reconocer el odio que se había despertado en él a raíz del trauma, "un odio desconocido hasta entonces" . Frente a lo real del trauma, la llamada al padre que se­ ría todo amor no tiene respuesta. El sujeto sigue angustiado; y esa angustia es un intento de suplencia por la vía del sentido religio­ so que fracasa .... Escuchar decir ese odio y mantener abierta la vía para que un día pueda emerger el carácter propio de la vergüen­ za en la subjetivación de su ser, fue la orientación seguida por la analista. Rosa Liguori tuvo que tratar con un grupo. Se la designó para atender la demanda de un grupo de hermanos cuyos padres ha­ bían muerto en el atentado. "La demanda se recibió a través de un familiar cercano a los jóvenes, que los encontraban silenciosos, re­ traídos y consternados." El pequeño parecía presentar dificulta­ des con el sueño. En la conversación con el equipo que tuvo Rosa Liguori antes de la entrevista, "la primera pregunta que surgió fue cómo recibirlos: ¿todos juntos?, ¿uno por uno?".5 Ahí fue don­ de nuestra colega se apoyó en las indicaciones dadas por Guy Briole, asesor científico de la Red: "El sujeto no es soluble en lo co­ lectivo. Sean cuales sean los ideales del grupo -estructurales o cir­ cunstanciales-, el sujeto conserva su particularidad y es responsa­ ble de sus actos. Así, lo que puede justificar el debriefing, lo que puede guiar nuestra acción, lo que puede ser el objetivo aplicado al grupo es: liberar al grupo del aislamiento y extraer al sujeto del grupo. [ ... ] Cuando un grupo ha vivido momentos intensos, peli­ grosos, pero también muy conflictivos, puede estar hasta tal pun­ to encerrado en sí mismo que cuando llega el momento de des5

LIGUORI, R., "El uso del debriefing en psicoanálisis", en: Cuadernos de Psicoanálisis, op. cit.

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membrarse aparecen grandes dificultades para aquellos que lo constituyen. El exterior, para ellos, está lleno de hostilidad, de pe­ ligro; está indeterminado y las personas que lo componen no se diferencian, todos tienen el mismo valor. También, en ocasiones [ .. ] es difícil identificar lo que corresponde a la historia de cada uno. La impresión es, más bien, que cuando uno habla es como si lo hiciera en el lugar de otro, como si explicara su historia tanto como la del otro. Por esta fusión de las historias, cada uno de los miembros del grupo, sin saberlo, intenta sostener la idea de que nada les puede separar."6 Nuestra colega, pues, antes que nada, reunió al grupo de her­ manos para, en un segundo tiempo, obtener una palabra singular: "La dificultad en este grupo fraterno residía en que el mayor apa­ ciguaba los llantos, minimizaba lo que el más pequeño decía, ha­ cía chistes cuando las hermanas hablaban de su dolor. Intentaba tapar algo para que los otros no se desbordaran, ocupando un lu­ gar paterno de consuelo y diciendo que las cosas iban a ir bien. [ ... ] Al finalizar la entrevista de casi dos horas, se ofrece la posibi­ lidad a cada uno de ellos de tener otras entrevistas, todos juntos o con cada uno. Inesperadamente, el hermano mayor acepta, alivia­ do, la oferta de las entrevistas individuales y propone con quién tendrá las entrevistas cada uno."7 Después de esta primera y lar­ ga entrevista, se decide una palabra singular que compromete la culpabilidad y la falta de cada cual respecto del desaparecido. En la segunda entrevista, realizada con el mayor de los herma­ nos, éste pone de manifiesto "sus dificultades con la figura pater­ na, sus conflictos, sus contradicciones como hermano mayor, sus temores por las decisiones que habrá de tomar en el futuro, por la responsabilidad que debe asumir y no se siente autorizado" .8 Esta viñeta da un ejemplo muy preciso de lo que Guy Briole denomina, con una fórmula que da en el clavo, refiriéndose a un grupo definido por un acontecimiento traumático: "desanudar sin deshacer". Les remito a su conferencia dictada en Madrid al día siguiente del horrible atentado, en la que, a propósito de la manera de hacer con las víctimas que se presentan en grupo de .

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BRIOLE, G., "Después del horror, el traumatismo", citado por R. Liguori; en: Cuadernos de Psicoanálisis, op. cit. LIGUORI, R., idem 5. lbid.

hecho, observa: "Esas personas se encuentran a pesar de ellas constituidas en grupo de traumatizados, de rehenes, de víctimas de torturas, de violencias, de rechazo, de un atentado, etc. En un primer tiempo, el grupo funciona conteniendo: permite una cier­ ta limitación del sufrimiento padecido por una comunidad de identificaciones al mismo traumatismo, a las mismas adversida­ des. Por esta razón -pese a la repulsión que puede experimentar­ el propio sujeto queda pegado al grupo y eso es un obstáculo a su progresión individual: la cuestión del grupo está siempre por de­ lante en detrimento de la del sujeto. Así, por un tiempo es funda­ mental mantener lo que ha constituido -en la situación concreta­ al grupo para poderlo desanudar y no deshacerlo. El objetivo no es romper el grupo, sino desanudar las cuestiones que, imagina­ riamente, harían grupo para ellos."9 Podemos encontrar experiencias que pueden ordenarse según los mismos principios en los informes que nos proponen otros co­ legas. Véase, por ejemplo, el caso que sigue: "Esa clase de niños de 10 años, llegados desde el sur de Francia para visitar París du­ rante tres días con sus profesores se vio confrontado con el espec­ táculo del cadáver de un hombre que acaba de precipitarse desde una torre de veinte pisos. La experiencia de ese encuentro se efec­ túa cuando acaban de volver a su habitación en un albergue de jó­ venes cuyas ventanas dan a una plaza que hay al pie de unos grandes edificios del este de París. Unas horas después, alertados por los profesores que tenían las peores previsiones de que los ni­ ños pudieran dormir tranquilamente antes de su última jornada parisina, acudí con un colega al lugar. En una primera reunión con los treinta niños, apareció que una parte de esos sujetos se ha­ bían encontrado, a raíz de ese encuentro, con un mundo nuevo, transformado en en hostil, y hasta terrorífico, donde podía pasar cualquier cosa; por ejemplo que durante la noche alguien viniera a sacarlos de la cama para arrojarlos por la ventana. Su propia muerte se convertía en un componente con el que, en lo sucesivo, y muy en serio, deberían contar. A propósito del acontecimiento, se hacían preguntas: ¿Se trata de un suicidio? ¿O de un homici­ dio? La cuestión para nosotros era la de restaurar algo e integrar el horror que suscitó ese encuentro. Es evidente que ahí se mide 9

BRIOLE, G., "Después del horror, el traumatismo", en: Cuadernos de Psicoanálisis, op. cit.

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también esa efracción con lo real, en ese viaje donde acababa de ser percibido aquello que estaba prohibido ver. "En un segundo tiempo, después de una larga reunión donde las preguntas de los niños surgieron con una gran riqueza de ex­ presión, algunos seguían presa de una angustia lo suficientemen­ te marcada como para plantearse volverlos a ver, esa vez en gru­ pos más pequeños. En esa ocasión, entre unas niñas que se agru­ paron para responder a ese ofrecimiento, la demanda se refirió a la evocación de enfrentamientos con la muerte del Otro ocurridos en la historia de cada una (abuelos, tíos abuelos, etc.). Luego se efectuó la transición desde esa muerte del Otro a la suya propia; y ello a partir de la evocación del suicidio. A pesar de su corta edad y de su aparente serenidad, una de las niñas nos confió de qué manera, de manera recurrente, consideraba cada mes la posi­ bilidad de cometer un suicidio. Recientemente había llegado in­ cluso a disponer una silla ante la ventana, justo cuando su madre la llamó y detuvo esa tentación suicida. La posibilidad de evocar esos diferentes aspectos se efectuó con mucha espontaneidad y , resonaba como un recordatorio de los significantes que l a repre­ sentan." 1 0 Podemos también tomar lo que nuestra colega María Cristina Aguirre, que trabaja en Nueva York, nos refiere sobre su experien­ cia tras el 11 de setiembre de 2001. Participó .como voluntaria en la puesta en marcha de la ayuda psicológica a los traumatizados y se le asignó el Kid's Corner, el "rincón de los niños", en el que eran acogidos los niños que presentaban síntomas relacionados con los atentados terroristas. Evoca el caso de una niña de 3 o 4 años " ... cuyo nivel de angustia era tal que la impulsaba a correr por todo el lugar, volviendo locos a los policías y agentes del FBI, pues los padres no podían llenar los formularios de las denuncias respectivas. Sus padres, extranjeros, habían perdido habitación y lugar de trabajo, y se encontraban sumamente desorientados y muy agresivos; sobre todo el padre. La niña no permanecía quie­ ta en ningún lugar; era imposible mantenerla, ni en la guardería, ni en el Kid's Corner. Ese día me dediqué a trabajar con ella, a acompañarla en esa fuga insensata, ganar su confianza y poco a 1°

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CREMNITER, 0,, "Enjeux cliniques et éthiques du debriefing", texto presen­ tado en ocasión de un coloquio de la ACF-Aquitania, abril de 2004, en prensa,

poco lograr un poco de estabilización. La clave estuvo en el mo­ mento en que se pudo instalar una especie de Fort-da simbólico, en el cual ella chequeaba a padre y madre y regresaba donde yo estaba. Al final del día pudo dibujar y establecer contacto con los otros niños". También evoca otro caso, que no deja de recordar al grupo familiar del que daba cuenta Rosa Liguori: "Un niño que había perdido a su padre, bombero, en una de las torres, pregun­ taba: ¿Por qué no salió? Había otra familia, inmigrantes ilegales para los cuales se reavivaba el traumatismo del atravesamiento de la frontera."11

La d iferencia d e l os sujetos y l a homogeneización biológ ica del estrés Las diferencias que encontramos en cada una de las reacciones de esos sujetos frente al traumatismo se vuelven a encontrar en las reacciones colectivas a una experiencia traumática colectiva. Es lo que intenta borrar la referencia a un estrés biológico que vendría a inscribirse en un cortocircuito por el Otro de la civilización, pa­ ra definir una suerte de estándar de la reacción del organismo afectado. Los puntos comunes entre el 11 de setiembre de 2001 y ese 11 de marzo de 2004 son evidentes. No son atentados contra símbo­ los o significantes amo. Son crímenes en masa. La identidad de los muertos responde más a la de los esclavos de la sociedad contem­ poránea: trabajadores poco cualificados, migrantes de todas las nacionalidades en busca de nacionalización, magrebíes, africanos y europeos del Este, aún no "comunitarios", como se dice en Ita­ lia. Exactamente como en Nueva York, donde todas las nacionali­ dades de la tierra se encuentran. Para estos nuevos atentados só­ lo cuenta la pura cifra del horror. A lo que se apunta es al récord del crimen en su pura homogeneización: 200 muertos, 1.500 heri­ dos. Cifras que, para la población de Madrid, son comparables a las de Nueva York. La reacción frente al traumatismo es muy particular. Es a la vez 11

AGUIRRE, M.C., "Septiembre 11, 2001: una experiencia" en: Cuadernos de Psicoanálisis, op. cit.

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simbólica y pánica. Las manifestaciones de la calle, de las multi­ tudes compactas que ocuparon las plazas y las avenidas de Ma­ drid y de España forman parte de la cultura española, la cultura de la calle, de las manifestaciones de los años treinta, de la cos­ tumbre de salir a pasear. El duelo español es masivo y exteriori­ zado. No se puede decir que Nueva York no haya conocido jamás manifestaciones de solidaridad en masa. Podemos referirno8 a las manifestaciones que, en 2002, siguieron al breakdown de electrici­ dad, al apagón que sumergió a la metrópoli en la oscuridad y le impuso la inmovilidad. No obstante, la reacción al estrés poste­ rior al 11 de setiembre se diferencia profundamente de esto. Fue muy sorprendente asistir al proceso de individuación que inme­ diatamente pasó a primer plano. A los muertos en masa venía a responder una desmasificación, unos nombres precisos, los testi­ monios de los parientes, las velas colgadas a lo largo de las vallas del ground zero o en la verja de la iglesia de San Pablo -la que fre­ cuentaba Washington-, tan cercana. El duelo en masa debe afir­ marse como individual e interior, aunque sea espectacular. La ca­ lle americana es la televisión. Más allá de esta dimensión simbó­ lica, hubo una manifestación pánica, y el surgimiento del número como objeto: número de neoyorkinos tomados de uno en uno, nú­ mero de españoles inmediatamente reunidos y convocados por el acontecimiento traumático. Manifestaciones de una emoción, de un afecto, de un objeto pulsional, podríamos decir sin temor a equivocarnos. Multitud más lacaniana que freudiana, en la medi­ da en que ni el trono ni el altar estaban en peligro, sino que se ha­ cía sentir la necesidad de una manifestación que respondiera en la misma dimensión masiva del objeto. Una manifestación de una­ nimidad. Es ahí donde esa manifestación, que posee su energía propia y su tan palpable emoción, viene a coincidir con otras grandes reacciones emocionales que atraviesan la vida política y social de nuestras civilizaciones. En efecto, se puede poner en es­ ta misma serie la manifestación del 21 de abril en Francia. 1 2 Una reacción difícil de descifrar, como el voto que siguió, y cuya inter­ pretación sigue ocupando a nuestros comentadores. Se pueden 12

lB

Cuando el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales dejó a los votantes frente a la alternativa de tener que votar, en la segun­ da vuelta, bien a un candidato de la derecha, bien a otro de la extrema derecha. (Nota del t.).

añadir a esta lista las manifestaciones que, en Bélgica, siguieron a la detención y las revelaciones del criminal Dutroux; o también las que, en Inglaterra, acompañaron el duelo de la princesa Dia­ na. Esta política de la emoción, denominada más justamente por Paul Virilio, siguiendo la tradición freudiana, como manifestación pánica, embaraza a los intérpretes y perturba las categorías polí­ ticas mediante las cuales se las intenta comprender. El aconteci­ miento y su alcance exceden los comentarios que intentan dar cuenta de él. Los comentadores políticos y las "clases parlantes" en general intentan reducir el sínsentído producido por este acon­ tecimiento; pero el hecho resiste, verdadero agujero en el discur­ so político europeo. ¿Estas manifestaciones son un testimonio de indiferencia a la política? ¿O bien son la prueba de la espera de algo nuevo que tar­ da en llegar? ¿Los ciudadanos son cada vez más indiferentes a to­ da política, a la cosa pública? ¿O bien es que, al contrario, están preocupados, tocados en su fibra política, aunque sin llegar a en­ contrar una traducción de esta angustia en una acción común? Aquí, en España, ¿de qué se trata? El resultado de las elecciones españolas da lugar a un conflicto de interpretaciones. ¿Es el resul­ tado de un movimiento de la verdad, una insurrección contra el mensaje de Estado? ¿Es el resultado del miedo de una parte de la población? La interpretación que prevalece es la de un sobresalto de la verdad. Sin embargo, por la dificultad de la interpretación, vemos de qué manera la reacción al trauma resiste a su reducción a un comentario unívoco. El horror es "traumatismo" en un sentido clínico en la medida en que se trata de muertos, de heridas que dejarán secuelas físicas y psíquicas, pero también en la medida en que crea un agujero en el discurso común. Tanto si es en el nivel de lo colectivo como en el de lo singular, nos encontramos con la impotencia del discurso a la hora de leer el acontecimiento. Es esta impotencia común que el post-traumatíc stress dísorder, apreciado por los manuales esta­ dísticos epidemiológicos de los dos últimos decenios del siglo XX, el manual americano DSM IV y el manual europeo ICD-10, inten­ ta reducir a un fundamento biológico universal, transcultural.

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La genera l ización del tra u m a

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La clínica clásica del trauma fue especialmente ampliada, en esos manuales, más allá de los límites generalmente admitidos hasta los años '80. La nueva extensión del término se justifica por un fenómeno que se sitúa en la interfaz entre la descripción cien­ tífica del mundo y un fenómeno cultural que la excede. A medida que la ciencia avanza en su descripción de cada una de nuestras determinaciones objetivas, desde la programación ge­ nética hasta la programación del medio ambiente global, pasando por el cálculo de los riesgos posibles, hace existir una causalidad determinista universal. El mundo, más que un reloj, aparece hoy como un programa de ordenador. Esa es nuestra manera de leer el libro de Dios. En la medida en que sólo se admite esta causali­ dad, surge el escándalo de lo contingente, de lo imposible de pro­ gramar del trauma. En la medida en que somos beneficiarios de una mejor descripción científica del mundo, toman consistencia tanto el síndrome de estrés postraumático, vinculado a la irrup­ ción de una causa no programable, como la tendencia a describir el mundo a partir del trauma. Todo lo que no es programable se convierte en trauma. Esto llega hasta el punto de que, por ejem­ plo, en conferencias de la OMS, escuchamos proposiciones que apuntan a considerar la sexualidad misma como un post-trauma­ tic stress disorder. Nuestro cuerpo no está hecho para ser sexuado, como lo muestra el hecho de que los hombres y las mujeres se comportan mucho menos adecuadamente que los animales. De ello se deduce un trauma incontestable vinculado al sexo. Se pue­ de entonces describir la sexuación entera como una reacción difí­ cil al trauma. Es un esfuerzo entre otros para reducir la descrip­ ción del funcionamiento del body o de la mind a un solo modelo, el que conjuga la causalidad programada con la irrupción de la contingencia que sorprende. Es paradójico, se podría decir, pedir a un psicoanalista que ha­ ble de las consecuencias del trauma puesto que el psicoanálisis freudiano está fundado precisamente sobre el abandono de la teo­ ría del trauma de la seducción. Efectivamente, durante dos años de su vida, entre 1895 y 1897, Freud pensó poder reducir la sexua­ lidad a un mal encuentro. Luego abandonó esta teoría y pensó que es en la sexualidad misma donde había que encontrar la causa necesaría del malestar en la sexualidad, y no en la contingencia.

Fue veinticinco años más tarde, después de la primera guerra mundial, cuando Freud dio un sentido nuevo a los accidentes traumáticos y a las patologías consecuencia de ellos. Hizo de ellos entonces un ejemplo del fracaso del principio de placer y uno de los fundamentos de la hipótesis de la pulsión de muerte. El sín­ drome traumático de guerra, tanto si su definición es psicoanalí­ tica como si no lo es, se caracteriza por poseer un núcleo constan­ te: durante largos períodos, y sin ningún remedio, unos sueños re­ petitivos, que reproducen la escena traumática, provocan desper­ tares angustiados. Estos sueños contrastan con una actividad de vigilia que, por su parte, puede no sufrir menoscabo. Freud hubo de conocer esos síndromes, puesto que fue consul­ tado como experto durante la guerra y justo después de ella. Jean­ Claude Maleval, en una ponencia reciente enmarcada en nuestra crítica de la emergencia de las terapias cognitivo-conductuales, recuerda de qué modo Freud tomó partido contra los métodos utilizados por la psiquiatría alemana de la época para tratar los traumatizados. El "tratamiento" consistía en la aplicación de cho­ ques eléctricos completados con una sugestión autoritaria, desti­ nada a obligar a los soldados a volver al frente en un encuadra­ miento muy cerrado. Los métodos fraceses e ingleses, distintos, eran más flexibles.13 Durante la segunda guerra mundial se prosiguió con esa ten­ dencia liberal en el tratamiento de las neurosis de guerra. Gracias a esa extensión del tratamiento, hemos podido saber que, contra­ riamente a lo que pensaba Freud en 1918, el hecho de haber recibi­ do una herida física no protege de una neurosis traumática. Un ochenta por ciento de los heridos graves en ocasión de los atenta­ dos presentan, y ello hasta varios años después del acontecimien­ to, síndromes de repetición, trastornos fóbicos o depresivos. Pudi­ mos concebir la segunda guerra mundial, toda ella, como una reacción postraumática a la masacre de 1914-1918. Finalmente, he­ mos sabido que fueron sobre todo las consecuencias de la guerra 13

FREUD, S., "Informe sobre la electroterapia de los neuróticos de guerra" (1955[1920]), en Obras completas, vol. XII, Amorrortu, Bs. As., 1976, págs. 211-212: "Este tratamiento doloroso, creado en el ejército alemán con pro­ pósitos terapéuticos, es muy posible que se practicara de una manera ma­ siva. Cuando se lo empleó en las clínicas de Viena, estoy personalmente convencido de que nunca se lo incrementó hasta la crueldad merced a la iniciativa del profesor Wagner-Jauregg." 41

de Vietnam lo que cambió la concepción del tratamiento del trau­ ma en psiquiatría.l4 No fue hasta 1979 cuando los veteranos fue­ ron censados, evaluados, insertados en programas de rehabilita­ ción¡ y fue también en esa época cuando la sociedad americana empezó a reconciliarse con los soldados traumatizados. Los psi­ quiatras americanos, muy ampliamente movilizados alrededor de este problema, volvieron a poner en vigencia el concepto de stress y la particularidad de la reacción que engendra. Esa importante movilización de los psiquiatras y de los psicólogos americanos so­ bre el te,ma social de la reinserción hizo salir al trauma del círculo estrecho de la psiquiatría militar para presentarse como un punto de vista general desde el cual abordar los fenómenos clínicos vin­ culados a las catástrofes individuales o colectivas de la vida social. El segundo factor que trae consigo la extensión del síndrome, es la patología propia de las megalópolis de la segunda mitad del siglo XX. Las...megalópolis actúan en un doble registro. De un la­ do, engendran un espacio social marcado por un efecto de irre
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