Barrow Los Romanos
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Caracteristicas de los Romanos...
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Barrow, R.H. Los Romanos México: FCE, 1995 Capítulos I y VI
Los Romanos a) ¿QUE CLASE DE HOMBRES ERAN LOS ROMANOS? ¿Qué clase de hombres fueron los romanos? Se suele decir que los hombres se conocen mejor por sus hechos; hechos; por tanto, tanto, para contestar a esta pregunta pregunta habrá habrá que recurrir, recurrir, en primer primer lugar, a la la historia romana para buscar los hechos y, en segundo lugar, a la literatura para encontrar el espíritu inspirador inspirador de estos hechos. A los romanos les hubiera complacido que se les juzgara por su historia; para ellos historia significaba hechos; en latín se dice res gestae, simplemente "cosas hechas". De su literatura se ha afirmado con acierto que "se debe estudiar principalmente con el propósito de comprender comprender su historia, historia, mientras mientras que la historia griega griega se debe estudiar principalmente principalmente con el el propósito propósito de comprender comprender la literatura literatura griega". griega". La respuesta parece parece entonces que sólo puede darse mediante un estudio de la historia romana, y por consiguiente, que no debería aparecer en el primer capítulo sino en el último. Pero este libro no es una historia de Roma; pretende suscitar la reflexión de si ese pueblo no merece un mayor estudio, y toma la forma de breves bosquejos de ciertos aspectos de la obra realizada por los romanos. A través de toda su historia, los romanos sintieron de un modo intenso que existe una "fuerza" ajena al hombre, considerado individual o colectivamente, que éste debe tener en cuenta. Necesita el hombre subordinarse subordinarse a algo. Si rehusa, provoca provoca el desastre; si se se somete contra contra su voluntad, se convierte en víctima de una fuerza superior; si lo hace voluntariamente, descubre que puede elevarse a la categoría de cooperador; por medio de la cooperación puede vislumbrar la dirección e incluso la finalidad de esa fuerza superior. La cooperación voluntaria da a su obra un sentido de dedicación; las finalidades se hacen más claras, y el hombre se siente como agente o instrumento en su logro; en un nivel más alto, se llega a tener conciencia de una vocación, de una misión para sí y para los hombres que, como él, componen el Estado. Cuando un general romano celebraba su "triunfo" después de una campaña victoriosa, cruzaba la ciudad desde las puertas hasta el templo de Júpiter (más tarde, durante el Imperio, hasta el templo de Marte Ultor) y allí ofrecía al dios "los triunfos que Júpiter había logrado por mediación del pueblo romano". Desde los primeros días, podemos descubrir en los romanos un sentido de dedicación, vago e inarticulado al principio e indudablemente mezclado con temor. Luego se va expresando con más claridad, y llega con frecuencia a ser móvil principal de la acción. En los últimos tiempos, se proclama claramente la misión de Roma con la mayor insistencia en el momento mismo en que su realización había cobrado expresión visible y con el mayor entusiasmo por gentes que no eran de cepa romana. A1 principio, principio, este sentido de dedicación se manifiesta en formas humildes, hu mildes, en el hogar y en la familia; se amplía a la ciudad-estado y culmina en la idea imperial. Emplea diferentes categorías de pensamiento y diversas formas de expresión según los tiempos, pero su
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esencia es siempre religiosa, ya que significa un salto más allá de la experiencia. Lograda la misión sus bases cambian. He aquí la clave para el estudio del carácter romano y de la historia de Roma. La mentalidad romana es la mentalidad del campesino y del soldado; no la del campesino ni la del soldado por separado, sino la del soldado-campesino, y, en general, esto es así hasta en las épocas posteriores, cuando podía no ser campesino ni soldado. E1 destino del campesino es el trabajo "inaplazable" porque las estaciones no esperan al hombre. Sin embargo, con sólo su trabajo no logrará nada. Puede hacer planes y preparativos, labrar y sembrar, pero tiene que esperar pacientemente la ayuda de fuerzas que no comprende y menos aún domina. Si puede hacer que le sean favorables, lo hará, pero con frecuencia sólo alcanza a cooperar; se entrega a ellas para que lo utilicen como instrumento, logrando así su propósito. Las contingencias del tiempo y las plagas pueden malograr sus esperanzas, pero tiene que aceptar el pacto y tener paciencia. La rutina es la ley de su vida; las épocas de siembra, germinación y recolección se suceden en un orden estableci do. Su vida es la vida misma de la Tierra. Si como ciudadano se siente atraído al fin por la actividad política, será en defensa de sus tierras o de sus mercados o del trabajo de sus hijos. Para el campesino el conocimiento nacido de la experiencia vale más que la teoría especulativa. Sus virtudes son la honradez y la frugalidad, la previsión y la paciencia, el esfuerzo, la tenacidad y el valor, la independencia, la sencillez y la humildad frente a todo lo que es más poderoso. Éstas son también las virtudes del soldado. También él ha de conocer el valor de la rutina, que forma parte de la disciplina, ya que tiene que responder casi instintivamente a cualquier llamada repentina. Debe bastarse a sí mismo. E1 vigor y la tenacidad del campesino son necesarios al soldado; su habilidad práctica contribuye a hacer de él lo que el soldado romano debe ser: albañil, zapador, abridor de caminos y constructor de balates. Ha de trazar un campamento o una fortificación, medir un terreno o tender un sistema de drenaje. Puede vivir en el campo porque eso es lo que ha hecho toda su vida. E1 soldado también sabe de ese elemento imprevisto capaz de trastornar el mejor de los planes; tiene conciencia de fuerzas invisibles y atribuye "suerte" a un general victorioso a quien algún poder -el destino o la fortuna- utiliza como instrumento. Es leal con las personas, los lugares y los amigos. Si asume una actitud política violenta será con el fin de conseguir, cuando las guerras terminen, tierra para labrar y una casa donde vivir, y con una lealtad aún mayor recompensa al general que defiende su causa. Ha visto muchos hombres y muchos lugares, y con la debida cautela imitara lo que le parezca útil; pero para él su hogar y sus campos nativos forman "el rincón más risueño de la Tierra", y no deseará verlos cambiar. E1 estudio de la historia romana es, en primer lugar, el estudio del proceso por el que Roma, siempre consciente de su misión, se convirtió penosamente, de la ciudad-estado sobre las Siete Colinas, en la dueña del mundo; en segundo lugar, el estudio de los medios por los cuales adquirió y mantuvo su dominio. Estos medios fueron su singular capacidad de convertir a los enemigos en amigos, y eventualmente en romanos, aunque siguieran siendo españoles, galos o africanos. De ella derivaron su romanitas, su "romanidad". Romanitas es una palabra apropiada que el cristiano Tertuliano empleó para dar a entender todo lo; que un romano da por supuesto, el punto de vista y la manera de pensar de los romanos. Este vocablo es análogo a "civilización romana" si se toma la palabra "civilización" en un sentido estricto. Civilización es 1o que los hombres piensan, sienten y hacen, así como los valores que asignan a lo que piensan, sienten y
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hacen. Es cierto que sus ideas creadoras y sus criterios afectivos y valorados dan por resultado actos que afectan profundamente el empleo de las cosas materiales; pero la civilización "material" es el aspecto menos importante de la civilización, que en realidad reside en la mentalidad de los hombres. Como dijo Tácito (refiriéndose a los britanos), sólo el ignorante piensa que los edificios suntuosos y las comodidades y lujos constituyen la civilización. E1 término latino humanitas empleado en esta ocasión, era palabra favorita de Cicerón, y el concepto que encerraba peculiarmente romano, nacido de la experiencia romana. Significa, por una parte, el sentido de dignidad de la personalidad propia, peculiarísima y que se debe cultivar y desarrollar hasta el máximo. Por otra, significa el reconocimiento de la personalidad de los demás y de su derecho a cultivarla, y este reconocimiento implica transigencia, dominio de sí, simpatía y consideración. Pero la frase más concreta y común para definir la civilización es "la paz romana". Con esta idea comprendió el mundo más fácilmente el cumplimiento de la misión que el carácter, la experiencia y el poder romanos habían llevado gradualmente al más alto nivel de conciencia y que había cumplido deliberadamente. En los primeros tiempos, el caudillo del pueblo romano, para descubrir si el acto que el Estado se proponía realizar coincidía con la voluntad de los dioses que regían el mundo, tomaba los "auspicios" fijándose en los signos revelados ritualmente. Ciceron, al enumerar los principios fundamentales sobre los que descansa el Estado, concede el primer lugar "a la religión y a los auspicios", y por "auspicios" entiende esa ininterrumpida sucesión de hombres, desde Rómulo en adelante, a quienes se les asignó el deber de descubrir la voluntad de los dioses. Los "auspicios" y los colegios sagrados, las vestales y lo demás, aparecen en las cartas de Símaco, nacido el ano 340 d. c., uno de los más empecinados jefes de la oposición pagana al cristianismo, la religión "oficial" del Imperio. Es Cicerón quien dice que el origen del poder de Roma, su desarrollo y su conservación se debían a la religión romana; Horacio declara que la sumisión a los dioses dio al romano su imperio. Cuatro siglos más tarde, San Agustín dedica la primera parte del más vigoroso de sus libros a combatir la creencia de que la grandeza de Roma se debía a los dioses paganos, y que sólo en ellos se hallaría la salvación del desastre que la amenazaba. Puede muy bien decirse, con palabras del griego Polibio (20~123 a. c.), que por lo demás era escéptico: "Lo que distingue al Estado romano y lo que le coloca sobre todos los otros es su actitud hacia los dioses. Me parece que lo que constituye un reproche para otras comunidades es precisamente lo que mantiene consolidado al Estado romano-me refiero a su reverente temor a los dioses", y emplea las mismas palabras de San Pablo en la Colina de Marte en Atenas. Polibio no llegó a ver el día en que, cuando los bárbaros invadieron el Imperio Romano, la idea de la grandeza y la eternidad de Roma fue a su vez la que mantuvo la creencia en los dioses. b) LAS VIEJAS COSTUMBRES La religión romana fue primero la religión de la familia y, luego, de su extensión, el Estado. La familia estaba consagrada y, por tanto, también el Estado. Las sencillas creencias de las familias y los ritos practicados por ellas se modificaron y ampliaron, en parte por nuevas concepciones debidas a nuevas necesidades, y en parte por el contacto con otras razas y culturas, a1 unirse las familias para constituir aldeas y, por último, la ciudad de Roma.
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Los antropólogos han dado el nombre de "animismo" a la etapa de la religión primitiva en la que se supone que en todas las cosas reside una "fuerza", un "espíritu" o una "voluntad". Para el romano de los primeros tiempos, el numen, fuerza o voluntad, residía en todas partes o, mejor dicho, se manifestaba en todo lugar por medio de una acción. Lo único que se sabe de esta fuerza es que es capaz de obrar, pero su manera de actuar es indeterminada. En el reino del espíritu. cuya característica es 1a acción, el hombre es un intruso. ¿Cómo podrá mitigar el pavor que siente y cómo conseguirá que el numen realice el acto requerido, logrando para sí "la paz de los dioses"? Lo más urgente es "fijar" esta fuerza vaga de una manera aceptable pare ella, limitando o dirigiendo su acción a algún fin vital del hombre. Se pensaba que al dar un nombre a su manifestación en los fenómenos concretos, se definía lo que era vago, y, por decirlo así, se encauzaba su energía hacia el fin deseado. Y así como las actividades del campesino y de su familia, ocupados en labrar el campo, en tejer y cocinar y en criar a los hijos, eran muchas, así la acción de esta fuerza se dividía en innumerables poderes nominados, que comunicaban energía a los actos de la Vida familiar. Todas las operaciones diversas de la naturaleza y del hombre -la vida multiforme de los campos, las habituales tareas del labrador, el diario trajín de su mujer, la crianza y el cuidado de los hijos- se realizaban en presencia y por la energía de estas vagas potencias transformadas ahora en deidades carentes de forma. Acompañaban al acto de "denominar", es decir, de invocar, oraciones y ofrendas de alimentos, de leche y de vino y, en ocasiones, sacrificios de animales. E1 paterfamilias, que era el sacerdote, conocía las palabras y los ritos apropiados. Palabras y ritual que fueron pasando de padres a hijos hasta que se fijaron inmutablemente. La más mínima alteración en la invocación o en la ceremonia podía impedir que el numen interviniera en el acto que el individuo o la familia se proponía emprender, sobreviniendo entonces el fracaso. Los nombres de muchos de estos dioses domésticos han pasado a las lenguas europeas: Vesta, el espíritu del fuego del hogar; los Penates, preservadores de la despensa; los Lares, guardianes de la casa; pero había otros muchos. Las oraciones eran diarias; la comida de la familia una ceremonia religiosa en la que ofrendaban incienso y libaciones. Ciertos festivales se relacionaban con los difuntos, los cuales se consideraban a veces como espíritus hostiles y que había que expulsar, por lo tanto, de la casa por medio de ritos, otras como espíritus benévolos que se asociaban íntimamente a todas las fiestas y conmemoraciones de la familia. Cuando éstas se unieron para formar una comunidad, el culto y el ritual de la familia formaron la base del culto del Estado. A1 principio, el rey era el sacerdote y, cuando desapareció la monarquía, perduró el título de "rey de las cosas sagradas". Para ayudar al "rey" había "colegios" de sacerdotes, hombres cualesquiera, no de una casta especial, colegas para dirigir el culto y las fiestas. E1 principal colegio era el de los pontífices, que conservaba el saber acumulado, dictaba reglas, registraba las fiestas y los principales acontecimientos de significación religiosa para el Estado. Los pontífices produjeron un Derecho sagrado (ius divinum). Los colegios menores les ayudaban; así las vírgenes Vestales cuidaban del fuego del hogar del Estado, los augures interpretaban los presagios que veían en el vuelo de los pájaros o en las entrañas de un animal sacrificado; pues se suponía que los dioses imprimían en los órganos delicados de un animal consagrado signos de aprobación o desaprobación. Se concedía importancia nacional a los festivales agrícolas de los labradores: la recolección, la seguridad de los linderos, la persecución de los lobos para ahuyentarlos de los campos, se convirtieron en asuntos importantes de la ciudad. Fueron adoptándose nuevas festividades que se anotaban en un calendario del cual tenemos constancia. En un principio, Marte fue un dios de los campos;
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los campesinos-soldados, organizados para la guerra, lo convirtieron en el dios de las batallas. A medida que el horizonte de los romanos se ensanchaba, nuevos dioses atrajeron su atención, e incluyeron en el Calendario deidades de las ciudades etruscas y de las ciudades griegas de Italia. Júpiter, Juno y Minerva vinieron de Etruria; el griego Hefaistos fue equiparado a Vulcano, que los romanos habían adoptado de sus vecinos etruscos. También había muchas deidades "itálicas", porque si bien para simplificar hemos hablado de "romanos"-Roma misma estaba constituida por una fusión de tribus itálicas con cultos propios, que indudablemente tendrían cierto aire de familia. Los colegios se encargaban de establecer, registrar y trasmitir, sin alterarlas, las fórmulas de invocación y de oración. En siglos posteriores, podía darse el caso de que un sacerdote utilizase una liturgia expresada en un idioma pare él incomprensible, y que el pueblo tomara parte en ritos cuyo sentido apenas captaba y que, sin embargo, tenían un significado. Procesiones y días de fiesta, diversiones y sacrificios, imprimían en la mente popular el culto del Estado. Más tarde veremos cómo el alud de ideas religiosas griegas y orientales irrumpió sobre Roma y como se adoptaron los mitos y las leyendas pare proporcionar el carácter pintoresco del que carecía la religión nativa. Pues, especialmente en los siglos IV y III a c., se introdujeron nuevos cultos en la practica religiosa del Estado, aunque en lo que toca al mito y al ritual quedaron inconfundiblemente marcados con el sello romano. Pero la influencia de esas ideas nunca llegó hasta el corazón de la antigua religión romana, inmutable en su naturaleza esencial. Con el aumento de los testimonios de la literatura y de las inscripciones se ve claramente que, tanto en la ciudad como en el campo, persistió la antigua religión. Los hombres cultos del último siglo a. c., versados en la filosofía y la crítica griegas, quizás considerasen esta religión como una mera forma; pero estos mismos hombres desempeñaban cargos en los colegios sagrados y fomentaban su práctica en el Estado, y hasta en la familia. Augusto, el primer emperador, no edificaba en el vacío cuando se propuso salvar del colapso al Estado restaurando la antigua religión romana y la moralidad inherente a ella. Esta religión fría y un poco informe sostenía una rígida moral, y la mitología no impedía el desarrollo de esta moral. Homero había plasmado para los griegos leyendas sobre los dioses en versos inmortales -hasta que en una época posterior los críticos objetaron que estos dioses eran menos morales que los hombres-. Los romanos, aparte de las fórmulas de las oraciones, no tenían escrituras sagradas y, por tanto, no había ninguna moralidad mítica que destruir. Lo que le interesaba al individuo era establecer relaciones adecuadas con los dioses, no especular acerca de su naturaleza. Lo que a la ciudad le interesaba era lo mismo, y se le permitía al individuo entregarse a sus creencias particulares, si así lo deseaba. La actitud romana siempre es la misma; la tolerancia, con tal de que no se perjudicara la moral pública y que no se atacara al Estado como Estado. E1 romano, a medida que se desarrollaba, asignaba a los dioses su propia moralidad. E1 proceso puede ilustrarse de la manera siguiente: Una de las primeras fuerzas que se individualizó fue el poder del sol y del cielo; a este poder se le llamó Júpiter, a no ser que Júpiter fuese el espíritu único del cual se individualizaron otros numina. A1 principio se acostumbraba prestar juramento al aire libre, bajo el cielo, donde no podía ocultarse ningún secreto a un poder que lo veía todo. Bajo este aspecto de fuerza atestiguadora, Hércules recibió el epíteto de Fidius, "el que se ocupa de la buena fe". De nuevo aparece en escena la tendencia individualizadora: se personificó el abstracto del epíteto Fides, "buena fe". Y el proceso, continuó: se atribuyeron otros epítetos a Fides pare designar las diferentes esferas en que Fides actuaba.
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Esta habilidad pare abstraer una característica esencial es parte del proceso mental del jurista. Los romanos demostraron la capacidad de aislar lo importante y buscar sus aplicaciones; de aquí su jurisprudencia. En el tipo de especulación que exige una imaginación creadora, pero que casi parece hacer caso omiso de los datos de la experiencia, fracasaron. Pero lo mas importante es que el aislamiento de las ideas morales daba a éstas un nuevo realce. En el hogar y en el Estado las ideas morales ocuparon un lugar semejante al de las "fuerzas" mismas. Eran cosas reales en sí, y no creadas por la opinión; tenían validez objetiva. No es necesario indicar que las cualidades abstractas apenas pudieron haber inspirado un sentimiento religioso fervoroso, pues tampoco lo lograron las "fuerzas". Además, estas cualidades pronto fueron personificadas en una larga serie de "romanos nobles". La cuestión es que las ideas morales estaban envueltas en la santidad del culto religioso, y no podrá comprenderse la literatura posterior si las virtudes, a las que tan a menudo apelan el historiador y el orador, no se interpretan en este sentido. Estas ideas estaban ligadas al deber, impuesto a la casa y al Estado, de adorar a los dioses. Aquí es donde ha de encontrarse la raíz de ese sentido del deber que caracterizó al romano en su mejor aspecto. A menudo le hacía parecer poco interesante, pero podía llegar a ser un mártir por un ideal. No discutía acerca de lo que era honorable o justo; sus ideas eran tradicionales e instintivas y las sostenía con una tenacidad casi religiosa. Ningún. clamor de la plebe por el mal, ,ningún ceño tirano, cuyo fruncimiento puede matar; es capaz de debilitar el poder que hace fuerte, al hombre de firme y justa voluntad. Así de inflexible era el romano. Quizás el concepto que mejor demuestra el punto de vista romano es el de genius. La idea del "genio" empieza por el pater familias, que al engendrar hijos se convierte en cabeza de familia. Se aísla su carácter esencial y se le atribuye una existencia espiritual aparte; dirige la familia, que le debe su continuidad y busca su protección. Así, como un eslabón en ese misterioso encadenamiento de hijo-padre-hijo-padre, el individuo adquiere un nuevo significado; se sitúa contra un fondo que, en lugar de una superficie continua, está formado por fragmentos dotados de forma, teniendo uno de ellos la suya propia. Su "genio", por tanto, es lo que le coloca en una relación especial respecto a la familia que existió antes que el y que ha perecido, y respecto a la familia que ha de nacer de sus hijos. Una cadena de misterioso poder une la familia de generación en generación. A su "genio" se debe que él, un hombre de carne y hueso, pueda ser un eslabón en esa de cadena invisible. Recuérdese la costumbre, en realidad el derecho, según el cual las familias nobles instalaban en un nicho, en la sala principal de la casa, máscaras de cera al principio y, más tarde, bustos de los antepasados merecedores del agradecimiento de su familia o del Estado. Estos bustos se asociaban a los ritos domésticos más solemnes del hogar No se trataba de un culto de los an tepa sados ni de apaciguar a los desaparecidos; sino más bien de una prueba de que ellos y todo lo que representaban vivían aún y alimentaban la vida espiritual de la familia. Fue un paso insignificante en el desarrollo de la idea de "genio" el atribuir a cada hombre, que es un pater familias en potencia, un genio, y a cada mujer, una Juno; ya de esto existían precedentes entre los griegos. Pero el concepto primitivo de genius era susceptible de expansión. Así como el genio de una familia expresaba la unidad y la continuidad a través de generaciones suces ivas, más tarde se atribuyó el genio a un grupo de hombres unidos, no por lazos de consanguinidad, sino por una comunidad de propósitos e intereses durante etapas sucesivas. E1 grupo adquiere un ser propio; el todo significa más que sus partes, y ese plus misterioso que se
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agrega es el "genio". Así, en los primeros tiempos del Imperio tenemos noticia del genio de una legión; un oficial de hoy día convendrá gustoso en que la "tradición del regimiento" expresa débilmente lo que él siente; el genio es algo más personal. Así también encontramos el genio de una ciudad, de un club, de una sociedad mercantil. Se habla del genio de las distintas ramas de la administración pública -por ejemplo, de la casa de la moneda y de las aduanas- y es natural que pensemos en nuestros "altos ideales y tradiciones del servicio público". Los romanos tenían una asombrosa facultad de darse cuenta de la personalidad de una "corporación". Diríamos que eran extraordinariamente sensibles al espíritu que la animaba y es to es lo que dec ían li teralmente cuando hablaban de un "genio".~ Y no es sorprendente que en el Derecho romano, el derecho de "corporaciones" alcanzara un alto grado de desarrollo. La fuerza que ha guiado en el presente guiará en el futuro, y así el genius de Roma tiene mucho, a la vez, de una "Providencia" que la protege, y de una misión que aquélla está cumpliendo. Ya sabemos que en el hogar del campesino la esposa ocupa un lugar de autoridad y responsabilidad. Entre los romanos la mujer estaba, teóricamente, bajo la tutela del marido, y según la ley no disfrutaba de derechos. Pero no se la mantenía en reclusión como en el hogar griego. Compartía la vida de su marido y, como esposa y madre, creó un modelo de virtudes envidiado en edades posteriores. La autoridad paterna era estricta, por no decir severa, y los padres recibían el respeto de sus hijos, que participaban en las diversas ocupaciones en el campo, en la aldea y en la casa. Los padres se encargaban de 1a educación de los hijos, siendo ésta de tipo "práctico"; incluso las viejas leyendas apuntaban hacia una moraleja, y la ley de las Doce Tablas se aprendía de memoria. En tiempos posteriores, se añoró la primitiva sencillez de los primeros tiempos, que sin duda fue idealizada. Pero no se trata de un mito; lo atestigua la literatura de los siglos III y II a. c., pues en esa época escribieron gentes que habían conocido a hombres educados en esta forma. Las "viej as costumbres" sobrevivían como realidades y, todavía más, como ideales. A1 enumerar las virtudes que a través de su historia los romanos consideraron como típicamente romanas, debemos relacionarlas con las cualidades autóctonas, con las ocupaciones y modo de vida, con la lucha de los primeros tiempos por sobrevivir y con la religión de los primeros siglos de la República. Se verá que componen una sola pieza. En todo catálogo de virtudes figura en primer lugar alguna constancia de que el hombre debe reconocer su subordinación a un algo externo que ejerce una "fuerza vinculatoria" sobre él, a la que se llamó religio, término que tiene una amplia aplicación. De un "hombre religioso" se decía que era un hombre de la más alta pietas, y pietas es parte de esa subordinación de la que hemos hablado. Se es pius respecto a los dioses si se reconocen sus derechos; se es pius respecto a los padres, los mayores, los hijos y los amigos, respecto a la patria y a los bienhechores y respecto a todo lo que puede provocar el respeto y quizás el afecto, si se reconocen sus derechos sobre uno y se cumple con el deber en conformidad con ellos. Los derechos existen porque las relaciones son sagradas. Las exigencias de pietas y de off icium ( deber y servicios ) constituyen por si solas un voluminoso código, no escrito, de sentimiento y conducta que estaba más allá de la ley, y era lo bastante poderoso para modificar en la práctica las rigurosas disposiciones del derecho privado a las que se acudía sólo como un último recurso. Gravitas significa "un sentido de la importancia de los asuntos entre manos", un sentimiento de responsabilidad y empeño. Es un termino aplicable a todas las clases sociales: al estadista o al general cuando demuestra comprender sus responsabilidades, a un ciudadano cuando da su voto
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consciente de la importancia de éste, a un amigo que da un consejo basándose en la experiencia y considerando el bien de uno; Propercio lo emplea cuando asegura a su amante la "seriedad (gravitas) de sus intenciones". Es lo opuesto a levitas, cualidad despreciada por los romanos, que significa frivolidad cuando se debe ser serio, ligereza, inestabilidad. Gravitas suele ir unido a constantia, firmeza de propósito, o a firmitas, tenacidad. Puede estar moderada por la comitas, que significa la atenuación de la excesiva seriedad por la desenvoltura, el buen humor y el humor. Disciplina es la formación que da la firmeza de carácter; industria es el trabajo arduo; virtus, la virilidad y la energía; clementia, la disposición a ceder en los derechos propios; frugalitas, los gustos sencillos. Éstas son algunas de las cualidades que más admiraban los romanos. Todas ellas son cualidades morales; cualidades que probablemente resultarán insípidas y poco interesantes. No hay nada entre ellas que sugiera que la capacidad intelectual, la imaginación, el sentido de la belleza, el ingenio, el atractivo personal, fuesen considerados por ellos como un alto ideal. Las cualidades que ayudaron al romano en sus primeras luchas con la naturaleza y con sus vecinos, continuaron siendo para él las virtudes supremas. A ellas les debía que su ciudad-estado se hubiera elevado a un nivel superior al de la vieja civilización que la rodeaba -una civilización que juzgaba endeble y sin nervio cuando no estaba fortalecida por las mismas virtudes que él había cultivado con tanto esfuerzo-. Quizás puedan sintetizarse estas virtudes en una sola: severitas, que significa severidad con uno mismo. El modo de vida y las cualidades de carácter aquí descritos resumen las mores maiorum, las costumbres de los antepasados, que son una de las fuerzas más poderosas en la historia romana. En el sentido más amplio, la frase puede abarcar la constitución política y el armazón jurídico del Estado, aunque generalmente se añadan palabras tales como instituta, instituciones, y leges, leyes. En el sentido más limitado, la frase significa el concepto de la vida, las cualidades morales, junto con las normas y los precedentes no escritos inspiradores del deber y la conducta, componiendo todo ello una sólida tradición de principios y costumbres. A esta tradición se apelaba cuando algún revolucionario atentaba violentamente contra la práctica política, contra las costumbres religiosas, o contra las normas de moral o del gusto. La insistencia de esta apelación, repetida por el orador y el poeta, el soldado y el estadista, demostró que la tradición no perdió su fuerza ni en los tiempos más turbulentos ni en las últimas épocas. Los reformadores podían pasar por alto la tradición, pero no podían burlarse de ella, y ningún romano soñaba con destruir lo que era antiguo simplemente porque fuese antiguo. Desde fines de la segunda Guerra Púnica, junto con la reverencia por los nobles romanos que personificaban esta noble tradición, empezó a oírse una nueva nota: la nota de las lamentaciones por la desaparición de algo valioso que estaba demasiado remoto para poderlo restaurar en aquella corrompida época. Surge esta nueva nota con Ennio, 239-169 a. c., a quien se ha considerado como el Chaucer de la poesía romana: "Roma esta edificada sobre sus costumbres antiguas y sobre sus hombres." Cicerón, cuyos llamamientos a las mores maiorum son incesantes y sinceros, recibe de Bruto el elogio de que por "sus virtudes podía ser comparado con cualquiera de los antiguos". No puede hacerse mayor alabanza a una mujer que describirla como apegada a las "viejas costumbres", antiqui moris. Horacio, cuyo cariñoso tributo a su padre es sincero, dice de su propia educación: "Hombres sabios", solía añadir, "las razones explicarán por qué debes seguir esto y apartarte de aquello. Por mi parte, si puedo educarte en los caminos hollados por las gentes de valer de los primeros tiempos y, mientras necesites dirección, mantengo tu nombre y tu vida inmaculados, habré alcanzado mi objeto.
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Cuando años posteriores hayan madurado el cerebro y los miembros, dejarás los flotadores y nadarás como un tritón." La tradición, al menos como un ideal, perduró hasta los últimos días del Imperio. Mirando hacia el pasado no podemos decir que una religión como la antigua religión romana fuera a propósito para estimular el desarrollo religioso del hombre. La religión romana no tenía incentivo intelectual y, por tanto, era incapaz de producir una teología. Pero 1o cierto es que con las asociaciones y costumbres que se agrupaban en torno a ella, su contribución a la formación del carácter romano fue muy grande. Además, gracias a ella, se creó un molde en el que generaciones posteriores procuraron verter la nueva e inconforme mezcla de ideas que les había llegado de las viejas culturas mediterráneas mas antiguas. Los grandes hombres casi eran canonizados por sus cualidades morales o por sus obras. A las creencias y costumbres de aquellos días debemos atribuir ese sentido de subordinación u obediencia a un poder exterior, ya fuese un dios, una norma o un ideal, que en una forma u otra caracterizó al romano hasta el fin. Al mismo origen debe atribuirse el sentido de continuidad del romano que, al asimilar lo nuevo, conservaba el tipo y se negaba a romper con el pasado, porque sabía que se podía hacer frente al futuro con mayor seguridad si se mantenía el valor del pasado. Las primitivas prácticas rituales, acompañadas de invocaciones solemnes que cristalizaron en un "derecho sagrado", contribuyeron a desarrollar ese genio jurídico que es el gran legado de Roma, y en las leyes del Estado se reflejó la santidad de aquel derecho sagrado. La ley presuponía obediencia y no se la defraudaba. La posición del cabeza de familia, el respeto otorgado a la madre, la educación de los hijos, fueron confirmados y fortalecidos. La validez de las ideas morales quedó firmemente establecida, y los vínculos del afecto natural y de la ayuda a los amigos y a los servidores se afirmaron por medio de un código de conducta que estaba al margen de la coacción legal, pero que no por eso dejaba de tener gran fuerza. La naturaleza formal de las prácticas religiosas evitó en la religión romana las burdas manifestaciones del éxtasis oriental, si bien impidió el calor de los sentimientos personales. Y la actitud de tolerancia hacia la religión, que caracterizó a 1as épocas de 1a República el Imperio, se originó, paradójicamente, en un pueblo que concedía la máxima importancia a la religión estatal. E1 resultado de la tradición religiosa, moral y política de Roma fue una estabilidad de carácter que con el tiempo aseguró la estabilidad del mundo romano; y no debe pasar inadvertido el hecho de que un pueblo, de tendencias literalmente retrospectivas, fuera siempre adelante y pusiera el progreso al alcance de los demás. VI EL GENIO PRACTICO ROMANO Los mejores preferían los hechos a las palabras. SALUSTIO Sólo aquellos, si es que hay alguno, que se encuentren fuera de tu Imperio, merecen que se les compadezca por no gozar de los privilegios que les son negados. Has demostrado, mejor que ningún otro, el dicho universal de que la Tierra es la madre de todos y la patria de todos. Tanto el griego como et bárbaro, con su. hacienda o sin ella, pueden ir con toda tranquilidad donde quieran, lo mismo que Si fueran de una región a otra. Nada hay que temer de las Puertas de Cilicia, ni de los angostos y desiertos accesos de Arabia a Egipto, ni de las montañas inaccesibles, ni de los tramos de ríos nunca cruzados, ni de las tribus hostiles al extranjero. Para
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gozar de seguridad es suficiente ser romano, o mejor dicho, ser uno de tus súbditos. Con tus actos has convertido en realidad las palabras de Homero, que afirmaba que la Tierra pertenece a todos. Has medido toda la Tierra, has tendido sobre los ríos puentes de diversas clases, has dividido montañas y construido caminos llanos para el tráfico, has poblado con haciendas lugares desolados y has facilitado la vida atendiendo a sus necesidades bajo la ley y el orden. En todas partes hay gimnasios, fuentes, pórticos, templos, manufacturas, escuelas, y, con una frase técnica, puede decirse que el mundo, que hasta ahora había adolecido, va recobrando la salud... Las ciudades se alzan radiantes en su esplendor y en su gracia, y la Tierra se muestra tan acicalada como un jardín. ELIO ARÍSTIDES ( siglo II d. c. ) Se dijo algo en un capítulo anterior acerca de las diversiones de los romanos. Se sugirió que en ellas existía un cierto elemento burdo. Pero la fuente típicamente romana de goce se derivaba en realidad de la naturaleza de su propio genio, que era en todo fundamentalmente práctico. Los romanos demostraban su carácter específico y disfrutaban de manera especial con el gobierno de hombres y cosas. Respecto al modo de gobernar a los hombres, ya hemos visto algo al considerar el desarrollo y la organización del Imperio. Ahora conviene decir unas palabras respecto al modo de gobernar las cosas. E1 romano amaba a su país y le gustaba poseer tierras y aceptar el reto que éstas le hacían. La tierra le proporcionaba la alegría de la propiedad y la satisfacción de hacerla producir. El siguiente poema de Claudiano, aunque escrito cuando el Imperio se acercaba, a su fin, expresa el sentimiento que corre a través de la literatura latina. "Bendito el que, satisfecho con lo que el campo produce, vive en sus heredades; el que puede contemplar con satisfacción su vida pasada, cuyo techo paterno te vio joven y anciano; y que, mientras refiere una y otra vez sus aventuras, se apoya en un bastón allí donde antes había gateado; el que nunca sintió el deseo de huir de su terruño, ni de beber en nuevas fuentes bajo un cielo extranjero. No es mercader ansioso de ganancias. no teme las tormentas que azotan el borrascoso mar; tampoco soldado temeroso de ir a la guerra; ni le sobresalta el ronco clamor del ruidoso foro. Sin experiencia en los negocios, desconocido para el mundo, nunca contempló el pueblo vecino. Sin embargo, se presentan a su vista objetos más nobles; hermosos campos floridos y el bello cielo estrellado. No cuenta los cambios de cónsules, sino que computa la sucesión de los cónsules por la sucesión de los frutos. El sazonador otoño trae consigo cargas de manzanas, y las florecillas son el lujo de la primavera. Sus campos, que reciben el primer rayo de sol, ven desvanecerse el último resplandor de sus rayos. Erguidas columnas señalan las horas que pasan,
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sirviéndole de mojones a la par que de cuadrantes. Conoció aquel f rondoso roble cuando era un débil tallo, Y recordaba cómo había crecido toda la arboleda. Las murallas de Verona le parecen tan remotas como la India, Benaco es para él el Golfo Arábigo Sin embargo, contempla tres generaciones de tu estirpe, y sus nietos saludan al vigoroso anciano. Dejad que otros naveguen en vano de playa en playa... Sus alegrías son menos y sus trabajos más." EL GENIO PRÁCTICO Indudablemente, si todos los romanos hubieran obrado estrictamente de acuerdo con este ideal, no habría existido el Imperio Romano. Sin embargo, el amor a la tierra ejerció una gran influencia. El soldado licenciado clamaba por su pequeña propiedad. El cariño de Horacio por su modesta huerta era sincero. El rico no compraba sus casas de campo como inversión o como ostentación o por escapar del bullicio de la ciudad tan sólo. El poeta que expresó fielmente el amor del itálico por la sierra -un amor que reconoce gustoso tanto la ineludible esclavitud del trabajo que la misma sierra le impone, como sus recompenses y placeres- fue Virgilio, que escribió sus Geórgicas al principio del Imperio. En la segunda hay un célebre pasaje en elogio del campo: Cuán feliz es el agricultor -si supiera apreciar sus beneficios-. Para él no hay ceremonias ni formalidades sociales, ni el lujo de los grandiosos edificios y los muebles primorosos; sólo la paz y la honrada sencillez, la libertad que ofrece el campo abierto, los ruidos campestres, los animales de la granja y del monte, la simple religión rústica, la reverencia que se otorga al anciano y los últimos vestigios de virtud, antes de que ésta desapareciese de la Tierra. El deseo primordial de Virgilio es conocer las leyes de la Naturaleza y la forma en que se cumplen, el movimiento del Sol, las estrellas y las mareas y, si esto no es posible, lo que desea en segundo lugar es vivir con la Naturaleza, con los arroyos, los bosques y los dioses del campo, ajeno a la política, al Imperio y a los reinos que se elevan y caen, indiferente a las disputas, de los tribunales, a las luchas por ambición, al aplauso del populacho y al destierro que espera al fracasado. Es la tierra la que ofrece una vida digna, la que sustenta al hijo y al nieto, la que aumenta las cosechas, los animales y los viñedos; he aquí una verdadera vida de familia, tradiciones de bondad e inocente alegría. Éste fue el modo de vida en que fueron educados los viejos romanos, y por esto Roma llegó a ser lo más glorioso del mundo. En el mismo poema hay otro pasaje igualmente célebre en el que Virgilio elogia a Italia. No pueden rivalizar con Italia ni las riquezas de Persia, ni las de Arabia, ni las de ningún otro país oriental. Cierto que Italia carece de las glorias míticas de un pasado remoto; pero sus cosechas son abundantes, rebosan las viñas y los olivos, sus rebaños son numerosos; la primavera es allí perenne, se hace la recolección dos veces al año, y no se conocen plantas ni bestias dañinas. Y entonces surge el verdadero romano que había en Virgilio. Pues por muy grande que fuera el amor del romano por el campo -del que rara vez se olvidaba-, era en la ciudad donde veía la marca distintiva de la civilización y la obra específica de Roma en el mundo. "Pensad también continúa el pasaje- en todas esas nobles ciudades, obra de la mano del hombre, ciudades trabajosamente hincadas sobre empinadas rocas, con ríos que se deslizan al pie de sus inmemoriales muros. Pensad en los mares que bañan la tierra por ambos lados, y en los lagos: el gran Lago de Como, y el Lago de Garda, que se alborota con la rugiente marejada de un océano; los puertos y la ensenada Lucrina con su fuerte malecón contra el que se estrella el mar con es trépito... Fue esta tierra la que engendró una raza de hombres recios: los marsos, la juventud
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sabélica, los ligures avezados a las penalidades, los volscos armados con sus cortas lanzas; la tierra que engendró a hombres como los Decios, como Mario y el gran Camilo, y los Escipiones endurecidos en la guerra, y a ti, también, gran César [Augusto], que triunfante ahora en las remotas costas de Asia, rechazas a los apocados indios desde las aguerridas colinas de Roma." Luego viene la conclusión: Roma era grande por sus tierras y grande por sus hijos, y la tarea de Virgilio es cantar en las ciudades construidas por estos hijos una canción romana en la que se glorifique el trabajo en los campos itálicos -como Hesíodo en otro tiempo había cantado a los griegos-. "¡Salve a ti, excelsa madre de las cosechas, tierra de Saturno, excelsa madre de hombres! Quiero en tu honor enaltecer las cosas de ese arte de la agricultura que desde antiguos tiempos ha sido tu gloria. Me atrevo a abrir esos sagrados manantiales, y canto por las ciudades romanas la canción que canto Hesíodo a los griegos." El romano consideraba la vida orgánica de las ciudades como el instrumento principal de la civilización; pero no se olvidaba del campo-sus goces, su reto a la capacidad del trabajo y a las facultades administrativas, su papel esencial de madre de los hijos de una nación. En la multiplicación de las ciudades por todo el Imperio, Roma empleó los métodos más prácticos y directos. En la mayor parte de las provincias existía ya la vida urbana. Roma le dio nuevo impulso, y con frecuencia rehacía los planos de las ciudades y las reconstruía. En Britania, antes de que llegaran los romanos, no existían ciudades; los únicos grupos de viviendas estaban situados en lugares altos y se habían construido con el propósito de defenderse contra las tribus vecinas. Durante un siglo a dos se estableció en los valles la vida urbana con el fin deliberado de divulgar el modo de vida romano: los habitantes de Britania no se adaptaron, y las ciudades fueron decayendo. La gente las abandonaba porque prefería ganarse la vida en los bosques y en las llanuras a trabajar como comerciante o artesanos para el campo circunvecino. La civilización romana, que había penetrado poco, se reconcentró en las grandes "villas" o casas de campo que se sostenían independientemente. En Britania, al contrario que en el Continente, fracasó la política de crear ciudades. Siempre que los romanos fundaban una ciudad, la planeaban sobre trazos muy definidos. Por medio de un sencillo aparato con el cual el agrimensor determinaba un ángulo recto, se trazaban dos amplias calles que se cortaban perpendicularmente. Desde este cruce como punto de partida se marcaban parcelas rectangulares; a intervalos se trazaban calles de determinada anchura. Tenemos noticia de la "línea de edificación", de reglas referentes a la altura de los edificios y de disposiciones que prohibían el tránsito pesado durante ciertas horas. En el centro se situaban los edificios públicos, las oficinas, la basílica, que se utilizaba para las reuniones y como sala para los tribunales de justicia, a veces una biblioteca, siempre un templo, y el espacio abierto del foro con sus columnatas. Por regla general, las tiendas se instalaban en barrios determinados, las de cada gremio en un mismo lugar. Los arcos monumentales a la entrada de las ciudades tenían esculturas y estatuas; a veces se cubría la confluencia de dos caminos con arcos en cuatro direcciones. Baños, teatros y anfiteatros eran una necesidad incluso en las ciudades más pequeñas. Se suministraba a las ciudades una abundante provisión de agua que se transportaba por medio de canales subterráneos o de acueductos; desde los depósitos se llevaba el agua en tuberías de plomo hasta las casas. Catorce acueductos, con una longitud total de 426 k.m., cubrían las necesidades de la ciudad de Roma, suministrando quizá más de doscientos litros diarios por habitante. En muchas regiones de las provincias, el abastecimiento de ague era mejor en la época romana que hoy día, y algunos de los acueductos romanos todavía están en uso. El famoso Pont du Gard cerca de Nimes lleva a través del valle del Gard el agua que va hasta allí por canales subterráneos. Está formado por tres filas de arcos, uno sobre otro. Su altura máxima
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es de 49 m. El acueducto, todavía en pie, que abastecía a Cartago, era de 153 km. de longitud; parte iba por túneles y parte era sostenido por arcos gigantescos. El de Tarragona era de 35.50 km., y el de Lyon, de 17.50 km. Se empleaban tuberías de baja presión: las presiones altas exigen tuberías de hierro colado que los romanos no sabían hacer. Se utilizaba la energía hidráulica para los molinos y los aserraderos, y las fuentes de las plazas públicas, de los jardines y de las esquinas de las calles reflejaban la luz del sol, dando una sensación de frescura a las polvorientas ciudades. El cuidado de los acueductos era un servicio público que estaba a cargo de empleados del Estado o del municipio. Esta sólida grandiosidad fue característica de todo lo que construían los romanos. Edificaban con miras a la utilidad y a la duración. Las calzadas romanas son el mejor ejemplo. En un principio su fin era principalmente militar y administrativo. Fueron aumentando de acuerdo con las necesidades y, con el tiempo, se utilizaron para todas las necesidades de la guerra, de la paz, del comercio y las comunicaciones. E1 topógrafo romano prefería las líneas rectas, trazadas de una cordillera a otra; pero tenía en cuenta la configuración del terreno, la pendiente y la defensa militar. A través de regiones montañosas, como los Apeninos y los Alpes, construía carreteras en zigzag, con extraordinaria pericia ingenieril; pero a través de una llanura tomaba la ruta más corta, sin utilizar los caminos que ya existían. Cerca de Cumas y Nápoles se abrieron largos túneles en las duras masas de roca volcánica. El revestimiento de las calzadas se construía cuidadosamente con capas de diferentes materiales, y los firmes han durado hasta hoy día. Igual de perfectos y duraderos fueron muchos de los sistemas de drenaje y alcantarillado. No podemos detenernos aquí a describir los métodos empleados por los romanos en la construcción de casas, templos públicos, baños, teatros, puentes, puertos, etc., pues para tratarlos en la forma que merecen haría falta un volumen aparte. Pero debe mencionarse que el gran triunfo de los arquitectos romanos fue quizás el de lograr cubrir una gran superficie por medio de bóvedas. Primero se construía un esqueleto de arcos de ladrillo. Se llenaban los vanos con cimbras y se vaciaba sobre ellas el hormigón que, al fraguar, dejaba aparentes en el interior las nervaduras de ladrillo. Como este techado no ejercía empujes laterales, no hacían falta contrafuertes pare sostener los muros. Este método fue un invento romano. Otras características de la arquitectura romana son de menos valor: las paredes y los pilares se revestían con losas delgadas de mármol, como si fuera chapa; el mal gusto en las ornamentaciones era frecuente y no se atendía a la función estructural. En escultura, ornamentación, talla y pintura, los romanos dependían de artistas y artífices griegos y sirios y tenían poco gusto original. Sin embargo, la forma de presentar los temas, en especial los referentes a la política o los de significación religiosa, muestra considerable influencia de los propios romanos. En realidad, aunque hace algunos años se suponía que los romanos no sentían interés por el arte y que nunca crearon un estilo o una técnica originales, la investigación moderna encuentra en las esculturas romanas y en la arquitectura una peculiaridad y un carácter de cierto valor. Los romanos se interesaron en especial por el teatro, y algunos de sus bustos y bajorrelieves son notables por su realismo y cuidadosa representación del carácter. Al romano le atraían la administración práctica y la construcción en gran escala. ¿Inventó alguna vez algo el romano? Muy poco, pero no por eso dejó de representar un papel muy importante, que debe explicarse con algún detenimiento. Mientras los romanos se ocupaban en fortalecer su posición en Italia y en crear su imperio mediterráneo, en diversas ciudades del Oriente, en especial en Alejandría y Pérgamo, se fundaban escuelas de ciencias. Allí florecía lo que se ha llamado la ciencia "griega posterior", pero hay que advertir que muchos de sus exponentes más famosos fueron asiáticos helenizados.
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Se realizaron trabajos notables en matemáticas, mecánica, astronomía, medicina y botánica. Sin embargo, estos estudios se llevaban a cabo aisladamente, y no se hizo ningún esfuerzo por crear una filosofía sistemática de la ciencia. Uno de los primeros matemáticos fue Euclides, cuya obra no se limitó a los Elementos de Geometría: Euclides se interesó por la óptica y la música e inicio la investigación de la idea de "límites", que fue el germen del cálculo. Aristarco (de Samos) intentó medir la distancia de la Tierra al Sol y a la Luna y computar sus tamaños relativos, y creía que la Tierra giraba alrededor del Sol. Arquímedes de Siracusa (287-212 a. c.), uno de los matemáticos más grandes de todos los siglos, nos es bien conocido. A él se debe el descubrimiento del "peso específico", el tornillo de Arquímedes, la teoría de la palanca, la determinación del valor numérico de *. Sus obras comprenden extensos tratados sobre mecánica, hidrostática y geometría. También inventó máquinas de guerra para defender a Siracusa contra los romanos. Herón de Alejandría (¿100 a. c.?) fue igualmente universal en sus investigaciones, aunque no se le puede comparar con Arquímedes en genio. Entre las material de que trata figuran la mecánica, la óptica, la hidráulica, las ruedas dentadas y poleas, la transmisión de energía por medio del tornillo sin fin, la refracción de la luz y un teodolito primitivo basado en ésta, aparatos para arquitectos y constructores. En geografía se hicieron grandes progresos. Eratóstenes de Chipre (hacia el ano 230 a. c.) estableció la base de la geografía matemática: midió la Tierra, trazó paralelos, y sugirió la circunnavegación del globo. Estrabón (de Amasia, en Ponto, nacido en el ano 63 a. c.) escribió una geografía general, y dibujó mapas que tenían en cuenta la importancia de la proyección. Pero fue Tolomeo de Alejandría (muerto hacia el ano 180 d. c.), quien escribió la geografía más complete que tenemos. Y aún pueden añadirse más nombres. Dioscórides (hacia el año 55 d. c.) escribió sobre las medicinas y la influencia de su tratado puede comprobarse hoy día en cualquier farmacopea. Análogamente las obras de Galeno de Pérgamo (131-201 d. c.), de las cuales se conservan veintiún tomos, contienen un magnífico estudio sobre la biología y la medicina. Traducidas del latín al sirio y al ,árabe, dominaron el pensamiento y la práctica en esos campos durante toda la Edad Media, y durante mil años, en realidad, no apareció ninguna nueva obra de este género.* Estos descubrimientos se hicieron dentro del mundo romano. Se ha indicado a veces que los romanos no supieron aprovechar los descubrimientos de los * Cf. Singer, Historia de la ciencia, Fondo de Cultura Económica. griegos por la falta de imaginación, de inteligencia o de interés Esta opinión es injusta, pues descuida ciertos factores. Los inventores mismos no llevan sus descubrimientos muy lejos y no se ocupan de buscar aplicaciones prácticas. El propio Arquímedes se resignó a crear máquinas de guerra sólo por la apremiante insistencia del rey de Siracusa, pues sabemos que consideraba sórdidos e indignos el trabajo mecánico y la habilidad práctica. Su pasión consistía en la pesquisa de bellas y sutiles teorías, no contaminadas por las necesidades ordinarias de la vida Euclides replicó a uno que le preguntó para qué servía la geometría, pidiendo a los circunstantes que le dieran un centavo si creían que debía ganar algo con el estudio de esa ciencia. Por otra parte, las aplicaciones practicas que se hacían eran por lo general triviales. Las investigaciones de Herón no son de despreciar, pero dedica una página tras otra a la descripción de inventos, ciertamente curiosos, pero que encierran ideas dignas de un desarrollo más útil y más serio. Por ejemplo, la expansión del aire caliente dentro de un altar hueco hace funcionar un mecan i smo para abrir l as puertas del temp lo sin in tervención humana; la propulsión del aire causada por el agua al caer de un tanque a otro hace que canten los pájaros de metal colocados en el borde de una fuente, al mismo tiempo que un buho da la vuelta en su percha para lanzarles una mirada de reproche; el vapor introducido en una esfera hueca con tubos de salida doblados en ángulo recto
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hace girar la esfera ( el principio de la propulsión a chorro en su forma más simple). Pero los principios apenas se desarrollaban y la mayoría de las demostraciones se quedaban en la mesa del laboratorio: no llegaban a ser aplicados en la industria. En segundo lugar, una buena parte del trabajo de aquellos hombres de ciencia se realizaba gracias a las circunstancias que los romanos habían creado. Por ejemplo, Estrabón, el geógrafo, pudo viajar gracias a que la paz romana le dio ocasión para ello y porque las autoridades le prestaron su ayuda. Como trabajaba en Roma, estuvo en relación con administradores de las provincias y comerciantes, y pudo reunir gran cantidad de datos auténticos. Dioscórides, que escribió obras sobre medicamentos, era cirujano del ejército. Galeno trabajo en Roma, donde tovo una clientela numerosa, una reputación enorme y tres emperadores como pacientes. Tolomeo utilizó los itinerarios que le proporcionaron funcionarios, comerciantes y soldados romanos. Los romanos se interesaron en parte de los resultados de esta actividad y llevaron a cabo las aplicaciones prácticas más obvias. Los griegos se dedicaban a la medicina, la arquitectura, la cirugía y demás; pero eran los romanos los que construían hospitales y organizaban un servicio médico militar, o empleaban la geometría para construir carreteras o para la conducción de agua. En tercer lugar, se considera con justicia a los romanos un pueblo práctico. Aunque utilizaban técnicos extranjeros, eran ellos los que sentaban las normas directrices, reservándose los trabajos de administración. Lo que proporcionaba mayor goce al romano era el cultivo de la tierra, o la subyugación de la naturaleza rebelde. Aplicaron todos los medios prácticos para transformar los desiertos en sierras habitadas y cultivadas, para organizar recursos y elevar el nivel de la vida. Todo esto requería una imaginación creadora, no menos que los descubrimientos teóricos. En cuarto lugar, hay que recordar que los romanos se encontraron frente a la tarea de diseminar los conocimientos existentes, más bien que a la de ampliarlos. Habían emprendido la obra de civilizar el Occidente, y, para los pueblos que estaban educando, esos conocimientos eran suficientes, y más que suficientes, a medida que estos pueblos se mezclaban más y más con los bárbaros que penetraban en las provincias occidentales. Por otra parte, las condiciones económicas no exigían nuevas técnicas ni nuevos inventos. Aunque en el siglo II del Imperio el trabajo de los esclavos era mucho menos productivo que antes, no existía escasez de mano de obra, y faltaba estímulo para idear métodos para economizar tiempo y trabajo. Además, las tendencias económicas del Imperio estaban todas contra el desarrollo de procedimientos nuevos. Se exportaban artículos manufacturados de una provincia a otra, o de Italia a las provincias, pero no en proporciones que puedan compararse a las actuales. Por otra parte, a medida que las provincias establecían sus industrias propias, tendían a satisfacer sus propias necesidades, sin preocuparse de buscar otros mercados. En el siglo III, por razones que veremos en un capitulo posterior, hubo un movimiento de población de las ciudades al campo; y a medida que las propiedades rústicas se hacían más grandes y se generalizaba un sistema de administración casi feudal, los antiguos métodos de fabricación se iban estereotipando y eran suficientes para proveer las necesidades de una región limitada. Las diferentes comarcas vivían con su economía propia, independientemente de los recursos o las manufacturas de los distritos circunvecinos. Cuando prevalece una independencia económica de este género, no hay estimulo para inventar nuevas técnicas. Finalmente hay que tener en cuenta que al romano siempre le disgustaron la rutina y el trabajo manual de la industria. El punto de vista del romano acomodado esta claramente expresado en una carta de Séneca, y debe observarse que, en esencia, hay poca diferencia en la actitud de
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Platón. Séneca deriva de Posidonio, el último de los filósofos griegos en la tradición directa de Platón y Aristóteles, la siguiente clasificación de las artes: I) las vulgares y envilecedoras, II) las que distraen los sentidos de la vista y el oído por ardides ilusionistas, III) las apropiadas para la primera educación de los niños, IV) las liberales o artes compatibles con la libertad (libertae ). Las primeras son "artes manuales" que se ocupan solamente de proveer para las necesidades de la vida; las segundas son de bastante destreza, pero se refieren sólo a pasa tiempos más bien vulga res; las terceras son las habilidades adquiridas durante la educación, análogas a las artes liberales, por ser preliminares a éstas. Las artes liberales son las únicas que ponen al hombre en el camino de la virtud, aunque no puedan hacerlo virtuoso: "Sólo son liberales aquellas artes que conciernen a la virtud", es decir, al carácter humano y al espíritu humano, tal como se manifiestan en la conducta moral. Y, en último término, es únicamente la filosofía la que trata de lo bueno y de lo malo. Dos o tres generaciones antes, Cicerón había dicho algo muy semejante en una larga discusión que aparece en el primer libro de su tratado Sobre los Deberes. Considera que en un taller no puede haber nada digno de un hombre libre; las ocupaciones "que el público detesta", como las de los empleados de aduanas y los prestamistas, son "sórdidas"; el comercio al por menor, puesto que se compra para vender inmediatamente, no es honorable; la importación de artículos en gran escala para satisfacer las necesidades de una región extensa es más respetable. Las artes que alcahuetean con los placeres son despreciables. La medicina, la arquitectura y demás, ocupan un lugar más elevado en la escala. ya que implican amplias perspectivas y es indudable su utilidad. En todo lo que aporta ganancias hay algo sórdido; sólo para la agricultura se reservan los encomios: "nada mejor, más atractivo, nada más apropiado para un hombre libre". La ocupación más elevada es, desde luego, el servicio público, desempeñado con las virtudes de integridad y devoción, benevolencia y lealtad para el bien de todos los conciudadanos. A pesar de estas opiniones, hombres como Cicerón y Séneca tenían intereses en empresas comerciales, pero sólo, por decirlo así, a larga distancia y en gran escala. Durante el Imperio, estos prejuicios anticuados se modificaron mucho: se tendía a estar de acuerdo con la afirmación de Vespasiano de que el dinero no huele. Pero era demasiado tarde y demasiado difícil cambiar la tradición. Además, las otras influencias que se han señalado estaban todas contra el desarrollo de nuevas técnicas, y las influencias de este género suelen llegar más allá de la diagnosis, e incluso de la comprensión de los hombres de la época, que son impotentes para contrarrestarlas.
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