Barone, Compilador-Dialogos Borges, Sabato
March 21, 2017 | Author: Flor Picon | Category: N/A
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DIÁLOGOS
BORGES SABATO compaginados por Orlando Barone
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d ' poemas, Fervor dr Buenos Aires, en 1923. Con Ficciones ( uentos) , publi :Ido en 1944, obtiene el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1955 se in orpora a la Academia Argentina de Letras y es nombrado director de la Biblioteca Nacional. Dentro de su vasta producción narrativa cabe citar
Ficciones -Premio Nacional de Literatura en 1956-, El Aleph y El
libro de arena; los ensayos, como Otras inquisiciones y doce libros de poemas. El Premio Formentor otorgado en
1961 por el Congreso Internacional de Editores (compartido con Samuel Beckett) le valió el reconocimiento internacional. A partir de entonces recibió importantes distinciones y numerosos premios, entre ellos el Cervantes en 1980. Borges falleció en Ginebra en 1986.
DIÁLOGOS
JORGE LUIS BORGES ERNESTO SABATO COMPAGINADOS POR ORLANDO BARONE
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Borges y Sabato en aquel verano
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Diseño de tapa: Eduardo Raiz Fotografía de tapa: cortesía de Editorial Atlántida © Emecé Editores S.A .• 1916, 1996 © María Kodama. 1996 Alsina 2062 - Buenos Aires. Argentina Cuarta edición Impreso en Verlap S.A.. Comandante Spurr 653. Avellaneda, abril de 1996 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del "Copyright", bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía yel tratamiento informático. IMPRESO EN LA ARGENTINA I PRI NTED IN ARGENTI NA
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 I.S.B.N.: 950-04-0052-9 41. 032
"Las vueltas que da el mundo, Borges: cuando yo era muchacho, en años que ya nos parecen pertenecer a una especie de sueño, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires: en viejas calles de barrio, en rejas y aljibes, hasta en la modesta magia que a la tardecita puede contemplarse en algún charco de las afueras. Luego, cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de esos temas porteños ya directamente, ya con el pretexto de Schopenhauer o Heráclito de Efeso. Años más tarde el rencor político nos alejó; y así como Aristóteles dice que las cosas se diferencian en lo que se parecen, quizá podríamos decir que los hombres se separan por lo mismo que quieren. Yahora, alejados como estamos (ftjese lo que son las cosas) yo quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Créamelo'~
Este prólogo de Ernesto Sabato en su libro sobre el tango, aparecido en 1962, recién ahora -doce años después- le había sido leído a Jorge Luis Borges por la traductora alemana Anneliese von der Lippen. Un casi remoto pasado los había unido sino con intimidad, al menos a través de una misma pasión literaria tocada por aquel halo mágico de la revista Sur y por las tertulias noc-
turnas en casa de Silvina Gcampo y Adolfo Bioy Casares. De modo que en el atardecer del 7 de octubre de 1974, cuando se encontraron por azar en uno de los pasillos de la librería La Ciudad de la galería del Este, acercados por la cordial intromisión del librero Luis Alfonso y del grupo de amigos, y en el cálido clima de la presentación de un libro, Sabato y Borges se sorprendieron conmovidos: habían pasado veinte años desde la última vez que se habían visto. Buenos Aires los había estado desencontrando. Allí entonces, un bello y extraño ejemplar de Don Quijote que el librero les mostrara orgulloso los incitó al comentario al pie de los estantes; y otra vez, como en el pasado se pusieron a admirar y a discutir cordialmente sobre las aventuras y desventuras del Quijote y de Sancho. Borges estaba cambiando de opinión respecto de Cervantes y ahora su visión le parecía a Sabato más justa que la de antes. También había recibido de Borges la gratitud por el prólogo que la amiga ya le había leído. Esa aparente trivialidad -la comprobación de que esos dos escritores a quienes admiro por distintas y hasta antagónicas razones, habían podido dialogar afectuosamente- me inspiró la idea de provocarlos convocándolos a una serie de diálogos más intensos y amplios que pudieran convertirse en libro. Cuando pocos días después le acerqué la propuesta a Jorge Luis Borges, sentados uno frente al otro en un rincón del entrepiso de la librería, me di cuenta enseguida qué clase de ceremonias lo importunaban: "No me llame señor': me observó amablemente para quitarle pompa a mi discurso. "Dígame Borges a secas': y sin vacilar aprobó la idea con buen ánimo. Cuando lo invité a que sugiriera algún intelectual de su confianza, para que compartiera mi rol en los encuentros, me II
"¡jo irónicamente: "No hace falta: creo ciegamente en usted", ~brayando con malicia la palabra "ciegamente" seguro de su ~focto.
A Sabato lo convencí en una mesa del bar El Dandy, con tlrgumentos seguramente excesivos pero que él pasó po.r alto para no descalificar mi fervor: le dije que en ~ Ar~entma, no txistian libros de diálogos entre pares de la mIsma jerarquta o trascendencia, tan diferentes a los más difondidos de la entrevista o cuestionario de periodista o escritor novel a otro mayor o consagrado. Percibí que el encuentro con Borges lo había conmovido después de tantos años: " Está bien, dijo. Trate de que las reuniones se hagan los sábados. Supongo, obviamente, que seré yo quien deba viajar al centro desde Santos .Lugares". Recordé que Borges, en otros tiempos, y junto al pmtor Xul Solar, lo había visitado dos o tres veces en su departamento de la calle Tagle, pero que nunca lo había hecho en su casa de aquel barrio suburbano. Así, sin remilgos ni poses, los dos habían aceptado sin hablar de dinero. No eran amigos ni presumían de serio, -pero alguna misteriosa razón me dispensaba este modesto y peculiar destino de bisagra o Celestina literaria entre ambos. . Me pregunté por qué no había registradas en forma de ltbro conversaciones entre José Hernández y Sarmiento; Martínez Estrada y Eduardo Mallea; Alfonsina Storni y Victoria Gcampo; Roberto Arlt y Marechal; Cortázar y Bioy Casares; o incluso Lugones con un Borges joven. Pero las pampas del sur siempre foeron menos propensas al diálogo intel~ctual que al silencio que separa a adversarios que no se en tunden. Una sola cosa quedó en claro como regla de juego: no se tocarían las cuestiones "peronismo-antiperonismo " ni la actualidad polítiIII
de Borges, donde se volvieron a encontrar, sin saberlo, por última vez. Durante la desgrabación de las charlas visité periódicamente la casa de cada uno de ellos. Y con cada uno constataba o corregía sintaxis, cacofonías y aún nombres, sobre todo extran- . jeros, que por defectos de sonido del grabador resultaban inaudibles.
Já durante la compaginación de los textos percibí que Sabato y Borges obraban por separado. Compartí y respeté ese mutuo despegue tan distinto de la vívida y compartida cordialidad de los largos momentos del diálogo. Al aparecer el libro en setiembre de 1976ya el país era otro; la sociedad también. Los militares habían derribado al gobierno civil" había toque de queda; la literatura tenía que empezar a sobrevivir, postergada por el hiperrealismo de las armas, la veda política y la censura intelectual. Ese era el contexto. Aquellas primeras ediciones del libro se agotaron en unos pocos meses; cada uno de los dos protagonistas no volvió a preguntar por el otro; el tiempo tejió su incesante entramado de enigmas. Y tuvieron que pasar veinte años para que ahora, en 1996, volviera a reeditarse. En tanto ha pasado la vida. En 1981 el joven librero Luis Alfonso, que conservaba de recuerdo el casete con la primera sesión p'"abada de estos Diálogos se suicidaba arrojándose al vacío desde un edificio del barrio de Once. Unos años después moría en Uruguay la traductora Anneliese von der Lippen, quien dejó innumerables recuerdos epistolares de ambos escritores con emotivas anécdotas acerca de su tarea diplomática durante la elaboración de este libro que a ella tanto le debe. El 14 de junio de 1986 muere Borges en Ginebra. El año pasado, en un trágico accidente moría Jorge Sabato, el hijo VI
mayor de Ernesto y uno de los primeros lectores de este libro, dejando en su padre ese dolor del que nadie ya sale. Han muerto, claro, aquel vetusto grabador General Electric y el gato blanco Beppo, quien asistiera cachorro desde el regazo de Borges a las últimas correcciones de las partes correspondientes a su dueño; y ha cesado la vieja maquina de escribir Corona -que estampó los originales del texto. Yo ya no soy aquel: en mis notas introductorias al comienzo de los encuentros me leo literario y sentimental. Hoy, tal vez, optaría por una cronic..a periodística y fuerte, aunque lamentaría tener que enfriar aquella emoción espontánea. Sucesivas mudanzas maltrataron y silenciaron muchas de las grabaciones perfeccionadas en la consola de la antigua radio Antártida; la mayor parte de los negativos del único fotógrafo -Norberto Jáverovsky- que registró la intimidad de una de las sesiones parecen ya inencontrables. Sin embargo en el archivo de Editorial Atlántida se guardan las secuencias captadas durante la primer nota periodística concedida por el grupo estando ya en marcha los encuentros. ¿Quién soy yo, me pregunto, para ser este envidiable testigo? He tratado, con razón, de apocar mi presencia para no desalentar la expectativa del lector: la de poder encontrarse única y solamente con los dos protagonistas. Y creo haberlo logrado sin sentirme excluído. Hace muy poco fui a visitar a Reneé Noetinger. Volví a entrar al comedor donde nos reuníamos y todo está igual: la mesa, el mobiliario estilo inglés, la platería clásica, la ubicación ordenada de las sillas de alto respaldo, los cuadros, la penumbra natural en que solíamos mantener las charlas para mitigar el calor del verano. La dueña de casa recordó un hábito: "En una de esas copas de cristal, dijo, tomaba agua Borges y en VII
alguno de aquellos vasos tallados tomaba un whisky Sabato. y jam~s este hd.bito se alteraba': De pronto, en la sala, la presencIa de un Joven huésped me conmovió: el nieto de la dueña de casa que en aquel tiempo era un niño y ahora ya era un hombre. E~ departamento del sexto piso de la casa vecina, que pertenectera a los Borges, tiene nuevos propietarios. Según logré espiar co.n a~guna ~r~ucia ha sido transformado. No creo que quede nmgun vestIglO de aquel malvón cuya flor colorada estallaba en el plantero del balcón y que una vez Borges me permitió cortar como s.ouvenir; quizds en agradecimiento porque una tarde de llUVIa lo ayudé a reordenar la biblioteca. La tradicional confitería Saint James de la calle Córdoba, d~nde se ma.logró por un desencuentro de horarios la primera cIta estableczda tampoco estd. No recuerdo el nombre delblues que .Ulyses Petit de Murat, antes de morir, me recomendó le hi~iera escuchar a Borges porque él se lo había hecho oír por prImera vez. No queda nada sino el rescoldo, de tantos didlogos improvisados que llegamos a mantener en la vereda de la calle Maipú al novecientos donde la pasión prolongaba los encuentros. quedan la inmortalidad de Borges; Sabato a los ochenta y cmco años, ascendiendo en la leyenda y con la marca indeleble del Nunca más y mi testimonio. Y queda, para todos, este libro irrepetible.
14 de diciembre de 1974
Creo que se tocaron las manos. y un brazo o el hombro tal vez. Suelo imaginar mds que lo que veo. Se deben de haber dicho, no obstante, esas cosas comunes y triviales de todos: Hola, Borges; Qué dice, Sabato . .. Mi obligación de testigo es registrar las palabras exactas. Pero ese momento cualquiera puede haberlo soñado siempre (cualquier escritor, cualquier artista) y es mejor hacer compartir las sensaciones, no las palabras. Sé que venían por el pasillo de la casa, tomados del brazo, lentamente. El bastón era un péndulo en las manos de Borges. Entreví dos sombras y detrds a dos hombres y, dentro de las sombras y los hombres, entreví el amor y la muerte, la lucha y el arte, es decir: la vida. No me importó que apenas me saludaran (puedo soportar la idea de que por ese rato, de haberme ido, no se hubiesen dado cuenta). La cinta empezó a girar.
Orlando Barone Buenos Aires, Otoño de 1996
9 VIII
¿Cuándo nos conocimos? A ver ... Yo he perdido la cuenta de lqs años. Pero creo que fue en casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el Universo. BoRGFS:
No, Borges. Ese libro salió en 1945. Nos conocimos en lo de Bioy, pero unos años antes, creo que hacia 1940.
SABATO:
(Pensativo) Sí, aquellas reuniones ... Podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía ... Era un mundo diferente ... Ahora me dicen, sé, que se habla mucho de política. En mi opinión les interesan los políticos. La política abstracta, no. A nosotros nos preocupaban otras cosas. BORGFS:
Yo diría, más bien, que en aquellas reuniones hablábamos de lo que nos apasionaba en común a usted, a Bioy, a Silvina, a mí. Es decir, de la literatura, de la música. No porque no nos preocupara la política. A mí, al menos. SABATO:
Quiero decir, Sabato, que no se hacía nmguna referencia a las noticias cotidianas, fugaces.
BORGFS:
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Sí, eso es verdad. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día sigUiente.
Si me permiten . .. aquel tiempo en que se encontraban en lo de Bioy . ..
SABATO:
BARONE:
Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo qu~ está escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe p'
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