BALBI & ROSATO: RepresentacionesSocialesyProcesosPoliticos (1)

August 17, 2017 | Author: boimau | Category: Anthropology, Émile Durkheim, Ethnography, Politics, Voting
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Descripción: los textos que el lector encontrara en las próximas paginas nos parecen reveladores tanto de las ventajas c...

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Historia y estilos del trabajo de campo en Argentina de Sergio Visacovsky y Rosana Guber. Masculinidades. Futbol, tango y polo en Argentina de Eduardo Archetti.

Ana Rosato y Fernando Alberto Balbi

Antropología del control social de Manuel Moreira.

Al observar desde un punto de vista etnográfico la producción de representaciones sociales por parte de sujetos históricamente situados en el marco de procesos que, en principio, pertenecen al dominio político, los autores de los diez artículos aquí reunidos demuestran que las esferas de lo público y lo privado, de lo político y lo social se entrecruzan formando una trama ‘densa’ que representa el contexto dentro del cual los hechos que analizan pueden ser comprendidos. Al ser desplegada sobre dicha trama, la mirada etnográfica muestra, a fin de cuentas, no sólo la relatividad de las categorías con que generalmente pensamos nuestro propio mundo social –política, economía, religión, parentesco, etc.- sino la dinámica misma a través de la cual una de estas categorías, la de política, se torna en un fetiche, presentándose a nuestros ojos como si se tratara de una división existente de facto en nuestras sociedades. En su conjunto, los artículos que componen el volumen que el lector tiene en sus manos tienden a esbozar un panorama variopinto de la complejidad y diversidad de los procesos constitutivos de la especificidad de la política en las sociedades brasileña y argentina. Esperamos que la lectura de este puñado de análisis antropológicos de procesos políticos incentive al lector a profundizar su propia exploración de este fascinante terreno analítico.

Representaciones sociales y procesos políticos. Estudios desde la antropología social.

Otros títulos de esta colección:

Representaciones sociales y procesos políticos Estudios desde la antropología social

Rosato Ana Doctora en Antropología Social por la Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires. Actualmente es Profesora regular de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales - UBA y de la Facultad de Trabajo Social Universidad Nacional de Entre Ríos.

Balbi, Fernando Alberto Fernando Alberto Balbi Ana Rosato

© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

Licenciado en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Aires) y Mágister en Antropología Social (Universidad Nacional de Misiones); doctorando del Programa de Pós-graduaçâo em Antropologia Social, Museu Nacional Universidade Federal de Rio de Janeiro. Actualmente es docente regular del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires.

© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Ana Rosato y Fernando Alberto Balbi (Editores)

Representaciones sociales y procesos políticos Estudios desde la antropología social

© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

Ana Rosato y Fernando Balbi (Editores)

Representaciones sociales y procesos políticos Estudios desde la antropología social

ISBN: 987-20018-3-9 Editorial Antropofagia, Buenos Aires. Setiembre de 2003.

Todos Los derechos reservados. Hecho el depósito que marca la ley 11.723. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

A los compañeros de ruta de ayer de hoy y de siempre, por todo lo que “habría que...”

© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Índice Agradecimientos · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 9

Introducción · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 11 Fernando Alberto Balbi y Ana Rosato

Política, facciones y votos· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 31 Moacir Palmeira

Primera parte: Elecciones y campañas · · · · · · · · · · · · · · · · 29 Conflictos y desafíos: luchas en el interior de la facción política. · · · · 45 Beatriz M. Alasia de Heredia

Líderes y candidatos: las elecciones “internas”en un partido político. · · 61 Ana Rosato

Campaña Callejera: candidatos y biografías · · · · · · · · · · · · · · 81 Gabriela Scotto

¿Por qué se pierde una elección?· · · · · · · · · · · · · · · · · · · 95 Marcio Goldman y Ana Claudia Cruz da Silva.

Frasquito de anchoas, diez mil kilómetros de desierto,... y después conversamos: etnografía de una traición · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 121 Mauricio Boivin, Ana Rosato y Fernando Alberto Balbi

Segunda Parte: Representaciones Sociales · · · · · · · · · · · · · · 153

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Elecciones en Buritis: La persona política. · · · · · · · · · · · · · · 155 Christine de Alencar Chaves

La lealtad antes de la lealtad: honor militar y valores políticos en los orígenes del peronismo. · · · · · · · · · · · 187 Fernando Alberto Balbi

El 17 de Octubre en la Argentina. Espacio y producción social del carisma · · · · · · · · · · · · · · 215 Federico Neiburg

De la Plaza al Barrio. Los científicos sociales y la identidad de los Sectores Populares en la transición democrática (1982-1987) · · · · 247 Sabina Frederic

Sobre los autores · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 269

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Agradecimientos ción de una gran cantidad de Estepersolibronasnoa quieexisnestiríaquisinsiélaragemosneromensa ciocolanarboyraagra decer de manera pública. Los autores, desde ya, cedieron gentilmente sus trabajos, respondieron incansablemente a nuestras innumerables consultas durante el proceso de edición y, en el caso de quienes trabajan en Brasil, nos ayudaron de una manera invalorable a la hora de traducir sus artículos al español, llegando incluso a revisar las primeras versiones de las traducciones. Debemos a todos un caluroso reconocimiento. Nos hemos sentido honrados por su confianza y generosidad para con nosotros. Quisiéramos asimismo agradecer a Víctor Lavazza, quien se ofreció generosamente para traducir dos de los artículos, ahorrándonos con ello muchísimo trabajo. La selección de los textos que integran este volumen es producto de un proceso de investigación colectivo iniciado hace ya muchos años y cuya expresión más reciente ha sido el proyecto F036 de la programación UBACyT 2001-2002, titulado: “Representaciones sociales y procesos políticos: análisis antropológico de los límites de la política”. No sólo la orientación editorial del libro –que se explica en la Introducción– es resultado de este trabajo colectivo sino que los artículos escritos por nosotros y por Mauricio Boivin presentan resultados directos del mismo. Finalmente, esta publicación ha requerido literalmente del esfuerzo de algunos integrantes del equipo. Así, Julieta Quiroz se ocupó del tedioso trabajo de desgrabar las primeras versiones de varias de las traducciones, permitiéndonos con ello ganar un tiempo invalorable. Julieta Gaztañaga colaboró en una de las traducciones, participó de varias revisiones técnicas y de la revisión de estilo de todo el volumen, y nos prestó una ayuda invalorable organizando el millón de papeles y las decenas de archivos con que debimos lidiar; sin sus inagotables esfuerzos, todavía estaríamos tratando de encontrar nuestros propios originales. Por último, Mauricio Boivin, quien dirige nuestro equipo de investigación, concibió junto a nosotros esta modesta aventura, se ocupó de gestar el acuerdo editorial, contribuyó con múltiples sugerencias durante el proceso de edición, y –lo que no es menos importante– insistió una y otra vez para que nos ocupáramos del trabajo pendiente y termináramos de una buena vez. A todos ellos: gracias, de veras.

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Introducción Representaciones sociales y procesos políticos. Fernando Alberto Balbi Ana Rosato antropológicos de la política han pasado sucesivamente por Losel preestudodios minio de dos grandes perspectivas para luego dispersarse a lo largo de incontables enfoques divergentes. En un primer momento, durante las décadas de 1930 y 1940, la antropología política surge y se consolida como especialidad a partir del trabajo de los antropólogos británicos en tierras africanas. Enfrentados a la gran escala territorial y demográfica de estas sociedades, antropólogos como Edward Evan Evans-Pritchard y Meyer Fortes desarrollan una perspectiva ‘sistémica’ que intenta encontrar en ellas instituciones capaces de reemplazar al allí inexistente Estado en sus funciones específicas, concebidas a la manera weberiana como el mantenimiento del orden en un marco territorial determinado (Cf.: Evans-Pritchard, 1977; Fortes, 1945; Fortes y Evans-Pritchard, 1940). No es casual que haya sido en el contexto de esta visión de lo político que se desarrolló inicialmente la antropología política como especialidad dentro la disciplina: en efecto, la identificación de lo específicamente ‘político’ en función de una analogía con aquello que en las sociedades occidentales se tenía por tal fue la condición necesaria para la aparición de este tipo de mirada dentro de la antropología social. Tal identificación, sin embargo, habría de ser puesta en tela de juicio pocos años más tarde. Las limitaciones propias de esta perspectiva, en efecto, fueron puestas de manifiesto por obra del creciente interés de los antropólogos respecto de la situación colonial en que se encontraban las poblaciones entre las cuales trabajaban (Cf.: Gluckman, 1968, 1987; Fallers, 1956; Epstein, 1958; Balandier, 1962) y de los debates entablados con los profesionales de las ciencias políticas (notablemente con Easton, 1959) a partir del vuelco de la disciplina hacia el trabajo en sociedades occidentales. Es así que, a partir de mediados de la década de 1950, se desarrollan diversas perspectivas que han tendido a ser agrupadas bajo el calificativo de ‘procesualistas’ y que tienen en común la tendencia a centrar el análisis en las interacciones concretas más que en la identificación de © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

Fernando Alberto Balbi y Ana Rosato

instituciones en base a funciones (Cf.: Leach, 1976; Turner, 1968; Swartz, Turner y Tuden, 1966; Swartz, 1968a, Bailey, 1963; Barth, 1959). Estas perspectivas, sin embargo, presentan sus propios problemas, destacándose la banalización del concepto de ‘política’ que resulta de tratarla como una dimensión omnipresente en las relaciones sociales (Cf.: Swartz, 1968b; Cohen, 1969), y la tendencia a limitar los análisis a los aspectos ‘micro’ de la política, generalmente identificados como propios de espacios ‘intersticiales’ de la dimensión estatal (Cf.: Wolf, 1980; véase también la bibliografía sobre relaciones de patrón-cliente, faccionalismo, redes, etc., Cf.: Gellner, 1986; Schmidt et.al., 1977; Barnes, 1968; Mayer, 1980). A partir de la década del ’70 las perspectivas en el campo de la antropología política se diversifican enormemente –Vincent (1990) enumera al menos seis grandes corrientes-. Al mismo tiempo, el interés de los antropólogos por la política ya se extiende hacia todo tipo de contextos sociales, abandonando -si bien se tendía a operar recortando unidades de observación de pequeña escala- las restricciones que anteriormente ataran a los antropólogos sociales tanto al mundo no occidental como a los ámbitos aparentemente ‘atrasados’ de los países centrales. En este marco, presentan particular interés ciertos estudios –que confluyen con el trabajo de investigadores de disciplinas afinesreferidos a sociedades con Estado, en los cuales se produce un retorno hacia el análisis de las instituciones formales del campo político. Partiendo de algunas ideas fundamentales de Max Weber (1980, 1996) y de Emile Durkheim (1966) –a las que se suma la influencia de Antonio Gramsci (1984)-, en muchos de estos trabajos se tiende a tratar a la política como un ‘dominio’ específico claramente diferenciado. Entre los textos más significativos que comparten esta orientación general, podemos mencionar a los de Geertz (1987, 1994, 1999), Balandier (1994) y Abélès (1988; 1990), a los que podríamos sumar los trabajos producidos desde especialidades limítrofes por Bourdieu (1981, 1991, 1997a, 1997b, 2000), Champagne (1988) y Said (1990), entre otros. Esta tendencia encuentra un claro punto de referencia en los trabajos de Weber (1980, 1996), quien trató a la política como una de las “esferas de valor” en que se divide la sociedad moderna y al Estado como una estructura burocrática conformada por especialistas. El otro antecedente directo de esta orientación analítica lo representan las ideas de Durkheim (1966), quien consideraba que el Estado moderno -locus clave pero no excluyente de la actividad política- operaba fundamentalmente como productor de representaciones sociales para la sociedad. Así, por un lado, la tendencia inaugurada por ambos autores en cuanto a analizar la política en términos de las ‘representa12

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Introducción

ciones sociales’ que están en su base y/o resultan de ella1 fue retomada por los antropólogos que, a partir de la década de 1970, intentaban superar las limitaciones inherentes a aquellas perspectivas ya mencionadas que consideraban que nuestra disciplina solamente podía operar analíticamente en las estructuras ‘no institucionales’, ‘intersticiales’, ‘suplementarias’ o ‘paralelas’ al ‘sistema institucional’ de las sociedades complejas. Por otro lado, el énfasis weberiano en el análisis de la burocracia en cuanto categoría de actores especializados que son portadores de creencias y valores propios se reveló muy fértil para el acercamiento de los antropólogos hacia aquellas instituciones estatales de las que antes habían rehuido.2 Cabe mencionar, por ejemplo, los trabajos que Clifford Geertz dedicara al estado balinés del siglo XIX (Cf.: Geertz, 1987 y 1999), en los cuales trataba al Negara en términos durkheimnianos, presentándolo como permanentemente dedicado a la representación pública de las ideas dominantes de la cultura y analizando la forma que asumían las disputas por el poder como resultado de esa función ‘ejemplar’ del Estado. Asimismo, los trabajos de Marc Abélès (1988, 1990) sobre el ritual político y de Georges Balandier (1994) sobre la mediatización del ámbito político ponen en juego las ideas de Durkheim (1951) sobre el ritual como forma de presentación pública de las ‘representaciones colectivas’ -tema que en la antropología fuera recuperado anteriormente para el análisis del ritual en sociedades ‘primitivas’ por Sigfried Nadel (1978) y Victor Turner (1968, 1985)-. Fuera del campo de la antropología política propiamente dicha, destacan evidentemente los trabajos de Pierre Bourdieu sobre el ‘campo burocrático’ (1997a), la representación política (1981), y los efectos de objetivación y subjetivación propios de los actos de institución efectuados por el Estado (Cf.: 1997b para la definición oficial de ‘familia’ en Francia). Sin embargo, y a diferencia de lo hecho por Durkheim y por Weber, muchos de estos trabajos contemporáneos han tendido a naturalizar el carácter de ‘dominio especializado’ atribuido a la política. Así sucede, por ejemplo, con la teoría de los campos de Bourdieu, en la cual la separación en campos -económico, jurídico, político, burocrático, religioso, etc.- es vista como no problemática, como claramente definida en función de diferentes tipos de “capitales” en torno de los cuales giran conjuntos de “agentes”. Los campos bourdianos son equiparados a espacios “de relaciones objetivas entre posiciones definidas 1 Anteriormente, la antropología social había incorporado el tema de las representaciones sociales en los estu-

dios sobre religión, apropiándose de los trabajos de Durkheim, Marcel Mauss y Weber al respecto (Cf.: Durkheim, 1992; Durkheim y Mauss, 1996; Weber, 1985), pero no había hecho otro tanto con las sugerencias de los mismos autores respecto de la actividad política. 2 Un trabajo pionero en cuanto a la recuperación del análisis weberiano del Estado fue el desarrollado en

1950-52 entre los Basoga de Uganda por Lloyd Fallers (1956). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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por su rango en la distribución de los poderes o de las especies de capital” (Bourdieu y Wacquant, 1995:76) y guardan relaciones posicionales entre sí (Bourdieu y Wacquant, 1995:69 y 70). Asimismo, en el caso de Geertz (1987 y 1999) se ignora la observación de Durkheim en el sentido de que el Estado no es el único productor de “representaciones colectivas” –ya que toda actividad social es productora de representaciones (Cf.: Durkheim, 1951)- bien que el productor de aquéllas que presentan el “mayor grado de conciencia y reflexión” (Durkheim, 1966:51). La facilidad con que algunos autores han naturalizado al ‘dominio político’ desnuda, quizás, una tendencia inherente a las diversas disciplinas o especialidades dedicadas a su estudio que –como la antropología política- son oriundas de sociedades donde, precisamente, la política se presenta como inextricablemente asociada a un entramado de instituciones especializadas que casi parecen encarnarla materialmente, ser la política misma. De allí la imperiosa necesidad de relativizar al enfoque de lo político como un dominio especializado, no necesariamente para abandonarlo sino para combinarlo con otras perspectivas que enriquezcan la mirada antropológica sobre aquello que se puede considerar como ‘político’. Es en función de la intuición acerca de esta necesidad que han sido seleccionados los trabajos compilados en el presente libro. En efecto, los textos que el lector encontrará en las próximas páginas nos parecen reveladores tanto de las ventajas cuanto de las limitaciones que comporta el tratamiento de la política como dominio especializado puesto que -aunque desde puntos de vista diferentes- todos ellos se centran en una cuestión que a nuestro juicio constituye un punto de partida inmejorable para desarrollar la relativización propuesta. Nos referimos, precisamente, a aquello que hace directamente a la especificidad de la política desde el punto de vista inspirado por Weber y Durkheim: su condición de proceso social de definición y redefinición de sentidos en el cual se produce y despliega una serie de representaciones sociales -valores, reglas, repertorios simbólicos, etc.-. Al centrarse en este aspecto, el análisis de los procesos políticos pone de manifiesto las limitaciones inherentes al enfoque que nos ocupa porque normalmente revela que dichos procesos no pueden ser comprendidos -o, siquiera, distinguidos- si se los toma como literalmente contenidos en un ‘espacio’ diferenciado dentro de lo social (la ‘esfera política’, el ‘dominio político’ o el ‘campo político’), aunque más no sea por el hecho de que las representaciones sociales que en ellos se despliegan sólo pueden ser entendidas en función del análisis de procesos sociales y representaciones que, en principio, corresponderían a otros ‘espacios’. 14

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Introducción

Así, por ejemplo, Cristine de Alencar Chaves examina el significado de la categoría nativa de persona para la población de una ciudad del interior del estado brasileño de Minas Gerais, mostrando que si se trata de un valor clave de la actividad política –pues se considera que ser buena persona es un requisito del ser un buen político- ello sucede porque dicha noción remite a una cosmología cristiana y católica vigente entre los sectores populares de la población local. Investida de una carga de sentido que hunde sus raíces en aquel origen religioso, la centralidad de la categoría de persona como valor político a nivel local radica en ser vehículo de un sentido de igualdad moral concebida no como natural sino como dependiente de las relaciones sociales, hecho que Alencar Chaves considera como esencial para comprender el hecho de que la estructuración jerárquica de la sociedad brasileña parezca encontrarse ineluctablemente asociada a la preeminencia de la intimidad como norma de las relaciones sociales, tanto en la esfera privada como en la pública. A partir del análisis de algunos aspectos de la campaña callejera desarrollada de cara a las elecciones municipales de 1992 en la ciudad brasileña de Rio de Janeiro, Gabriela Scotto demuestra que una condición fundamental para que se vote a un candidato es el hecho de que el mismo sea reconocido personalmente: durante el período de campaña, la política y sus representaciones se ofrecen como un campo cruzado por relaciones personalizadas en el cual los candidatos no sólo deben ofrecer programas sino también ofrecerse a sí mismos como personas con un pasado reconocido y con una biografía que permita situarlos socialmente. La autora demuestra que uno de los principales objetivos de la campaña callejera es, precisamente, el de producir el reconocimiento a partir del contacto directo con los electores, mientras que los panfletos distribuidos durante la campaña son uno de los medios privilegiados de presentación del candidato y de hacer pública su historia. Por su parte, Fernando Alberto Balbi se ocupa de la lealtad peronista, valor moral característico de la más importante fuerza política argentina de los últimos sesenta años, mostrando que su origen histórico remite a las concepciones militares del honor, el mando y la obediencia. Tomando nota del hecho de que Juan Domingo Perón desarrolló una extensa carrera militar antes de volcarse a la política, el autor analiza sus concepciones acerca de la “lealtad” en tanto militar y político, las cuales se revelan como estrechamente análogas. Finalmente, Balbi sugiere que los escritos y discursos de Perón y Eva Perón –releídos por los actuales dirigentes y militantes peronistas y reproducidos por diversos medios orales, gráficos, sonoros y visuales- limitan los sentidos posibles del concepto de lealtad en la actualidad.

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Del mismo modo, el trabajo de Sabina Frederic contribuye a problematizar los aparentemente evidentes límites entre distintos ‘dominios’ sociales al ocuparse de las reflexiones que los científicos sociales argentinos dedicaron a las relaciones entre cultura y política en los sectores populares urbanos durante la transición democrática argentina de la década de 1980. Particularmente, la autora aborda el surgimiento de un tema por entonces novedoso -el de la política local o, alternativamente, del movimiento barrial o la sociedad barrial-, mostrando que supuso una redefinición académica de los sectores populares en la cual los ejes dejaron de ser el trabajo, la clase, el conflicto y la revolución para ser reemplazados por el énfasis en el barrio, la cultura popular, el conformismo y el reformismo. Frederic muestra que el vuelco de los análisis académicos hacia esta temática fue resultado del carácter eminentemente moral y político del razonamiento de una generación de científicos sociales ocupada en dilucidar sus propias responsabilidades en lo tocante a la producción de la violencia política de la década precedente. Hemos apuntado la necesidad de relativizar la concepción de la política como ‘dominio’ pero en modo alguno ello implica sostener que no existe una especificidad de lo político. Por el contrario, significa simplemente –como ha sido sugerido recientemente (Cf.: NuAP, 1998)- que tal especificidad tiene que ser demostrada a partir de un análisis que tenga en cuenta los múltiples modos en los cuales lo político, lo económico, lo religioso, etc. se entrecruzan e interpenetran con el efecto, en todo caso, de conformar lo especifico de la política. No se trata, pues, de abandonar la visión de la política como ‘dominio’, ‘esfera’ o ‘campo’ sino de evitar reducirla a una concepción topográfica de la vida social para terminar por contemplarla como se observa a un mapa donde, en abierta oposición con la realidad allí representada, el mundo parece hecho de espacios predefinidos y fijos. Los autores de los textos aquí compilados evitan incurrir en este tipo de visión topográfica porque se aproximan a la política con una mirada etnográfica. La etnografía puede ser definida como un tipo de análisis que da por supuesta la diversidad de lo real y trata de aprehenderla a través de un trabajo de campo centrado en las técnicas de observación participante y de entrevista abierta, las cuales garantizan la exposición directa del investigador tanto a aquella diversidad que aspira a aprehender como a las perspectivas de los propios actores al respecto, mismas que constituyen el centro de gravedad de todo análisis propiamente antropológico. Al colocar a las –por definición diversas- perspectivas de los actores en el centro de sus análisis de la política, los autores de los artículos aquí compilados evitan imponer una recorte arbitrario y estático al 16

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Introducción

‘dominio político’ sin por ello negar su especificidad, la cual queda sujeta a análisis en lugar de desvanecerse en las sombras que encubren a los supuestos analíticos toda vez que se los naturaliza. Así, por ejemplo, Moacir Palmeira muestra que la población rural de los estados brasileños de Pernambuco y Rio Grande do Sul concibe a la política como una actividad temporal identificada con el período electoral y que en modo alguno se constituye en un campo de actividades delimitado. Partiendo del lugar que ocupan los procesos electorales en la vida política de numerosas localidades del interior brasileño -caracterizada por la alternancia cíclica de períodos de lucha faccional con otros de unidad y de predominio indiscutido de un jefe político local- el autor muestra que la política es identificada con las elecciones a tal punto que el período electoral es llamado ‘tiempo de la política’ o, simplemente ‘política’ (un punto desarrollado anteriormente por Palmeira y Heredia, 1995). Este tiempo de la política representa el momento en que las facciones políticas existen plenamente, entrando abiertamente en conflicto. En este contexto, afirma Palmeira, el voto no es concebido como la expresión de una elección operada individualmente por el ciudadano entre alternativas políticas sino, mas bien, como la manifestación de una adhesión fundada en compromisos personales –que exceden al tiempo de la política- entre el votante y miembros de una u otra facción. Paralelamente, Beatriz Alasia de Heredia revela que los políticos profesionales de las mismas zonas rurales conciben a la política como una actividad permanente pero temporalmente diferenciada. La autora demuestra que esta concepción se encuentra inextricablemente ligada a la contraposición entre las disputas que se producen al interior de las facciones políticas y los procesos electorales que enfrentan a las distintas facciones. Si, por un lado, las disputas entre facciones son discontinuas -centrándose en los períodos electorales- y públicas –encontrándose, en consecuencia, sujetas a ciertas reglas-, las que se producen al interior de cada facción son permanentes y no se producen en público –por lo que no se encuentran reguladas-. Así, lo que para la población en general es el tiempo de la política aparece para estos actores solamente como un momento particular de la actividad política pues ésta, fuera del período electoral, se hace fundamentalmente dentro de la propia facción. Además de relativizar el “dominio” de lo político y de la búsqueda de su especificidad, la mayor parte de los textos aquí incluidos tienen en común ser resultado de procesos de investigación propiamente etnográficos en el sentido que acabamos de definir. Tres de ellos, sin embargo –los de Sabina Frederic, Federico Neiburg y Fernando Alberto Balbi-, versan en todo o en parte sobre © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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hechos del pasado y, en consecuencia, no se basan en un trabajo de campo etnográfico. La mirada de cada uno de estos autores es, ello no obstante, claramente etnográfica en la medida en que las perspectivas de los actores constituyen el punto sobre el cual giran sus análisis. Se trata, en todos los casos, de la mirada entrenada de un etnógrafo volcada hacia fuentes documentales y bibliográficas. El artículo de Federico G. Neiburg ilustra claramente la forma en que la mirada etnográfica puede ser aplicada a hechos históricos. El objetivo de este artículo es observar los hechos del 17 de octubre de 1945 –la inédita movilización popular que ocupó la Plaza de Mayo de Buenos Aires reclamando la liberación del entonces coronel Juan Domingo Perón- a partir de una perspectiva que prioriza la dimensión cultural de los acontecimientos a efectos de destacar lo que ellos tornaron visible acerca de la sociedad argentina y lo que produjeron de nuevo y de duradero en los planos social, político y cultural. Neiburg muestra que la “invasión de la Plaza de Mayo” por la multitud estuvo lejos de ser un hecho aislado, siendo más bien parte de una verdadera batalla entre diversos sectores sociales que tuvo como escenario principal y objeto de lucha al espacio de la ciudad de Buenos Aires. El autor desarrolla entonces una morfología de las movilizaciones callejeras, mostrando que los contrastes entre unas y otras permiten comprender aspectos esenciales del proceso social que había conducido a esa disputa por el espacio urbano. Por último, el autor relaciona esos acontecimientos con un proceso pocas veces estudiado: el de la consagración de un nuevo liderazgo “carismático” -en este caso, el de Juan Domingo Perón-. Como ya se ha dicho, los artículos aquí presentados no sólo contribuyen a problematizar la concepción de la política como dominio especializado sino que también son reveladores de las formas en que lo específicamente ‘político’ es socialmente construido. Así, Mauricio Boivin, Ana Rosato y Fernando Alberto Balbi analizan ciertas acusaciones de traición ligadas a una derrota electoral del Partido Justicialista acontecida en una ciudad de la Mesopotamia argentina. El examen etnográfico de los sentidos del concepto de traición los conduce a analizar el concepto de la lealtad peronista, al que exponen como el “símbolo articulador” en función del cual son construidas las diversas formas de “confianza” que se encuentran en la base de las relaciones sociales que vinculan a los dirigentes y militantes justicialistas. Vemos aquí cómo, a despecho de su origen militar –analizado, como ya mencionáramos, por Balbi-, el concepto peronista de lealtad es a la vez el producto y el medio de procesos sociales que involucran a ciertos actores especializados en la actividad política. 18

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Introducción

El artículo de Ana Rosato constituye una contribución etnográfica al análisis de una de las nociones fundantes de los sistemas políticos occidentales modernos: la de la representación política (Cf.: Manin, 1992). La autora sugiere que la búsqueda de reconocimiento por parte de los políticos no se restringe al acto eleccionario –esto es, que el reconocimiento no se identifica con la obtención del voto- sino que lo excede: de hecho, se busca la legitimación del político en tanto representante a través de ciertos mecanismos de producción de consenso. Rosato analiza la noción de representación política en cuanto “creencia” que interviene en la producción de ese reconocimiento contribuyendo a la creación de un vínculo entre el político y el votante que se basa en la dinámica de la “persuasión”, es decir, en el inducir a creer. A partir del análisis de un caso específico -el de las elecciones internas del Partido Justicialista en una pequeña ciudad de provincia- la autora muestra que si bien los candidatos son elegidos por el voto directo de sus afiliados, ellos son preseleccionados a través de la deliberación, del consenso y de la discusión entre líderes, militantes y simpatizantes. De allí que aún cuando pudiera suponerse que las diferentes líneas internas del partido deberían encolumnarse detrás de los candidatos legitimados en las elecciones internas, esto no siempre ocurre sino que la oposición y la lucha internas se prolongan, muchas veces, en la preparación de las elecciones generales. Por último, Marcio Goldman y Ana Cláudia Cruz da Silva se internan en el terreno de las “retóricas sociales” considerándolas como actos, lingüísticos o no, que son constitutivos e indisociables de las relaciones sociales y las subjetividades. Este artículo es provocativo al invertir los términos de la cuestión de la eficacia, parcialmente tratada por los cientistas políticos en relación al desempeño de los candidatos. En este sentido, la preocupación por la explicación no se limita a los profesionales de la política sino que atrae tanto a los electores comunes como a los científicos sociales que se dedican al análisis de los procesos electorales. Los autores parten de un caso específico -la campaña electoral de un candidato a concejal en un pequeño municipio del estado brasileño de Rio de Janeiro- y a partir del seguimiento de esa campaña, intentan reconstituir un conjunto de discursos o retóricas que si antes de la votación garantizaban que la elección del candidato en cuestión sería inevitable, luego de conocidos los resultados electorales ‘explican’ su ‘inesperada’ derrota. En esta perspectiva se destaca la idea de que los procesos retóricos son actos constitutivos de e interrelacionados con las relaciones políticas. De aquí que las explicaciones nativas no constituyen meras opciones del sentido común a ser descartadas sino que también forman parte del trabajo de construcción o reconstrucción de determinadas candidaturas.

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En consonancia con su carácter etnográfico, los artículos que presentamos exponen resultados de investigaciones que remiten a ciertos contextos temporales y espaciales. Varios de ellos, de hecho, remiten a momentos y lugares sumamente específicos: una campaña electoral, octubre de 1945, los años de la transición democrática en Argentina, un local partidario, el centro de la ciudad de Buenos Aires, las calles de Rio de Janeiro, una ciudad del interior argentino o brasileño, el estado de Minas Gerais, etc. Ahora bien, en contraposición con la considerable extensión temporal por la que se despliegan, desde el punto de vista espacial todos los trabajos remiten en última instancia a dos países -Brasil y Argentina- donde viven y trabajan sus autores. La restricción del abanico de situaciones aquí abarcadas a ambos países, nos parece, hace de esta colección de artículos un material fértil para el desarrollo de comparaciones, cuanto menos porque desde un punto de vista formal sus sistemas políticos –sistema republicano y federal, democracia de partidos, etc.son semejantes. Sin embargo, en tanto antropólogos sociales, esa semejanza formal entre ambos sistemas políticos no nos interesa en sí misma sino tan sólo en cuanto facilita el establecimiento de otro tipo de análisis comparativos que son tributarios de la etnografía de los procesos políticos: se trata, ya no de comparar ‘sistemas políticos’ formales sino de hacerlo con procesos políticos, apuntando con ello a hacer un aporte a la comprensión de la especificidad de la ‘política’ y de los mecanismos de su construcción social en cada uno de los dos países. En este sentido, esperamos que el presente volumen constituya una modesta contribución en dirección hacia una colaboración más estrecha entre los antropólogos sociales dedicados al análisis de los procesos políticos en nuestros países. Por otra parte, los sistemas políticos brasileño y argentino también guardan marcadas diferencias entre sí. Creemos que algunas de las semejanzas y diferencias entre ambos surgen claramente de la lectura de cada uno de los artículos, pero es en la contrastación de la totalidad de los análisis que presentamos –ejercicio que proponemos hacer al lector- donde unas y otras se hacen más nítidas. Es, entonces, con la intención de invitar al lector a emprender por sí mismo un primer nivel de análisis comparativo que en la organización de esta compilación descartamos agrupar los artículos por su localización temporal o espacial. Proponemos, en cambio, una separación en función de problemas comunes, de cuestiones que. al reaparecer en los diversos textos habrán de ofrecer al lector un hilo conductor capaz de simplificar esa primera aproximación comparativa. Así, pues, hemos dividido el volumen en dos partes. El elemento común a los artículos incluidos en la primera parte es el hecho de que todos ellos giran 20

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Introducción

en torno de procesos electorales, siendo las elecciones el mecanismo básico a través del cual opera el principio de la representación política, esa representación social fundante tanto del sistema político brasileño como del argentino. Abre esta primera parte el artículo de Moacir Palmeira, quien examina las formas en que el período electoral, el voto y la política misma son concebidos por la población rural de dos estados del Brasil, mientras que Beatriz Alasia de Heredia –cuyo artículo presentamos a continuación del anterior- se ocupa de las concepciones a tal respecto de los políticos profesionales de esos mismos estados. En ambos trabajos, aunque de maneras diferentes, el período electoral aparece como un marcador temporal que es central en lo que respecta a las diversas formas en que la política es concebida por los actores. A continuación, Ana Rosato se centra en el proceso por el cual son seleccionados los candidatos del justicialismo en una ciudad del interior argentino, mostrando el complejo proceso de construcción de consensos en torno de las figuras que habrán de representar al partido al momento de competir electoralmente. Tanto su artículo como el de Alasia de Heredia se ocupan de cómo los políticos intentan obtener el reconocimiento de sus pares, un requisito imprescindible de su propia condición de profesionales de la política y de sus posibilidades de tornarse en representantes de los electores. En estrecha relación con estos análisis, el artículo de Gabriela Scotto agrega una nueva dimensión al problema del reconocimiento al mostrar que los candidatos a cargos municipales en Rio de Janeiro necesitan ser reconocidos por los electores, ante quienes deben mostrarse como personas dotadas de biografías. Puede decirse, de esta suerte, que los tres trabajos muestran que en los procesos electorales intervienen representaciones sociales que exceden ampliamente a la idea de representación política y que ponen en juego otros tipos de relaciones sociales y de valores no contemplados por ésta. Las derrotas electorales y las maneras en que sus protagonistas dan cuenta de ellas son los temas que vinculan a los siguientes dos artículos. Las aproximaciones de sus autores a la cuestión son relativamente diferentes y ofrecen un interesante contrapunto. En primer término, Marcio Goldman y Ana Cláudia Cruz da Silva adoptan una perspectiva “pragmática” para examinar la forma en que las retóricas sociales respecto de los candidatos y de los resultados electorales intervienen en la construcción de las candidaturas. A continuación, Mauricio Boivin, Ana Rosato y Fernando Alberto Balbi se valen del análisis etnográfico de un proceso electoral y de las explicaciones ofrecidas por algunos actores acerca de sus resultados a efectos de examinar la manera en que se articulan las relaciones sociales constitutivas de un partido político. Si bien los autores del primero de estos dos artículos optan por tratar a la vida social des© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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de una perspectiva que hace del carácter ‘productivo’ de la acción social su aspecto central mientras que los autores del segundo prefieren examinar las características de un entramado de relaciones sociales intentando determinar la lógica de su operación, ambos textos coinciden en el intento hacer una etnografía de ciertos procesos de producción de representaciones sociales que, sin lugar a dudas, hacen centralmente a la constitución del ‘dominio’ político: aquellos que tienen que ver con la producción social del significado de los procesos electorales. Los cuatro artículos que conforman la segunda parte de esta compilación giran en torno de la producción y reproducción de representaciones sociales que, si bien ocupan un lugar clave en procesos que en principio aparecen como ‘políticos’, ponen de manifiesto la labilidad de los ‘límites’ entre la política y otras esferas de la vida social. Los dos primeros artículos ilustran el modo en que las categorías y/o conceptos provenientes de otros ‘dominios’ impactan sobre el universo político en tanto portadores de una carga moral. Así, Cristine de Alencar Chaves muestra que la noción de persona adquiere centralidad política en una ciudad brasileña en la medida en que vehiculiza valores morales provenientes de la cosmología cristiana y católica. Entretanto, Fernando Alberto Balbi encuentra las raíces del valor moral que el concepto de lealtad reviste para ciertos actores de la política argentina en la concepción militar del honor, universo moral en el cual se había formado el individuo que tuvo el papel decisivo en cuanto a la transposición del concepto desde un ‘dominio’ hacia el otro. Un aspecto sumamente significativo de los procesos políticos es el hecho de que los mismos operan, en gran medida, en cuanto procesos de producción del sentido atribuido por los actores a hechos y objetos cuya existencia no puede ser entendida, en principio, en cuanto elementos constitutivos del ‘dominio político’. Tal el caso, por ejemplo, del espacio urbano, según puede apreciarse en el artículo de Federico G. Neiburg, quien muestra cómo las calles y plazas del centro de Buenos Aires fueron hechas objeto de apropiación simbólica por diversos actores, tornándose en elementos constitutivos de un proceso político clave de la historia argentina: el de la construcción del liderazgo –que el autor analiza en términos del concepto de “carisma”- de Juan Domingo Perón. Finalmente, Sabina Frederic retoma la preocupación por el aspecto moral de la política que encontráramos en los dos primeros textos de la segunda parte. En este caso, la autora se ocupa de actores que en principio podrían ser caracterizados como pertenecientes a otro ‘dominio’ -el de la academia- mostrando que las representaciones que ellos construyen respecto de ciertos procesos políticos sólo pueden ser entendidas en función de preocupaciones morales que devienen de su propia actuación política 22

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Introducción

previa. En este caso, un discurso moralizante que es aparentemente ajeno al campo político al punto de tomarlo como objeto, se revela –en última instancia– como inextricablemente unido al mismo, como su producto y uno de sus elementos constitutivos. Al observar desde un punto de vista etnográfico la producción de representaciones sociales por parte de sujetos históricamente situados en el marco de procesos que, en principio, pertenecen al dominio político, los autores de los diez artículos aquí reunidos demuestran que las esferas de lo público y lo privado, de lo político y lo social se entrecruzan formando una trama ‘densa’ que representa el contexto dentro del cual los hechos que analizan pueden ser comprendidos. Al ser desplegada sobre dicha trama, la mirada etnográfica muestra, a fin de cuentas, no sólo la relatividad de las categorías con que generalmente pensamos nuestro propio mundo social –política, economía, religión, parentesco, etc.- sino la dinámica misma a través de la cual una de estas categorías, la de política, se torna en un fetiche, presentándose a nuestros ojos como si se tratara de una división existente de facto en nuestras sociedades. En su conjunto, los artículos que componen el volumen que el lector tiene en sus manos tienden a esbozar un panorama variopinto de la complejidad y diversidad de los procesos constitutivos de la especificidad de la política en las sociedades brasileña y argentina. Esperamos que la lectura de este puñado de análisis antropológicos de procesos políticos incentive al lector a profundizar su propia exploración de este fascinante terreno analítico.

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Primera parte: Elecciones y campañas.

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Política, facciones y votos1 Moacir Palmeira política local en el Brasil Lassonimála delgenespodermásmofrenocuenpólitecomendeltejefeasopocialídasticoasinla com petidores o la de municipios divididos entre dos facciones o partidos que se enfrentan permanentemente, muchas veces de forma violenta, en torno del control del poder local y del acceso a quienes controlan al poder regional y nacional. A pesar de lo que ambas contienen de verdadero, y sin que los que las utilizan se den cuenta necesariamente, estas imágenes minimizan el peso y el significado social del proceso electoral. La primera reduce el proceso electoral a una farsa; la segunda señala la exaltación de ánimos y pasiones provocada por las elecciones, sin cuestionar, sin embargo, su extensión o su significado. Paradójicamente, las interpretaciones conflictivas de procesos políticos pasados o actuales no son imágenes ligadas. Son imágenes que coexisten en los mismos textos, en los mismos autores. En algunos casos, son explícitamente remitidas a una cierta evolución desde una situación de dominio absoluto de parte de potentados hacia otra situación de poder ya cuestionada (Vilaça e Albuquerque 1965: 17-21, 31-41). Algunos autores sugieren una cierta diferenciación geográfica o de estilos de ejercicio de un tipo de dominación que sería básicamente el mismo (Vilaça e Albuquerque 1965: 43-45; Sá 1974: 77-108; Leal 1975: 22). Ese tipo de delimitación, empero, no es capaz de dar cuenta de todas las situaciones –tal vez las de mayor frecuencia empírica en la literaturaen que, de forma aparentemente absurda, la dominación exclusiva y absoluta coexiste con luchas faccionales intensas2. 1 Este artículo es un intento de desarrollar algunos puntos de otro trabajo anteriormente publicado (Palmeira

1992). Las afirmaciones que aquí se hacen se basan fundamentalmente en resultados de una investigación que estoy realizando hace algunos años, junto a Beatriz Heredia, en Pernambuco y en Rio Grande do Sul, respecto de las concepciones de la política en poblaciones rurales. En el primer estado, trabajamos sobre todo en el área cañera y en el sertão de Pajeú. En Rio Grande do Sul, nos concentramos en la región de Santa Rosa. El lector podrá encontrar más informaciones a este respecto en Palmeira y Heredia (1995). 2 La visión relacional que Victor Nunes Leal tiene del ‘coronelismo’ –resultado de un compromiso entre jefes lo-

cales y el gobierno estadual o federal- y la marca ‘governista’ que identifica en él, ayudan a entender aquella coexistencia. La ‘carta blanca’ dada a los coronéis por los gobiernos estaduales a cambio de votos, deja espacio para una actuación más blanda o más agresiva en relación con sus adversarios. Pero su dependencia con relación al gobierno permite que éste, en caso de haber un cambio de gobernantes o simplemente un malentendido entre el gobierno estadual y el jefe local, haga surgir una oposición conocida pero sofocada o, por así decirlo, haga aparecer de la noche a la mañana una oposición inexistente. Una interpretación de este tipo no permite, sin embargo, percibir los puntos de fisura o, dicho de otra manera, quien y en qué circunstan© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

Moacir Palmeira

Daniel Gross (1973) resolvió parte de la cuestión, al mostrar que el monopolio del poder de un jefe político corresponde a un momento de un ciclo. Una vez creado un municipio, su ´fundador´ ejerce un poder sin límites hasta el momento en que el jefe político de un distrito comienza a hacerle oposición. La intensificación del conflicto acaba provocando la división del municipio y garantizando un período de paz a los dos municipios, hasta que, en cada uno de ellos, el proceso se reinicie3. Esta idea del ciclo de una facción no es extraña a los políticos, aún cuando la posibilidad de fragmentación del municipio, por una u otra razón, no se presenta. Un político del sertão de Pernambuco -candidato derrotado a intendente en las elecciones de 1992-, me decía a comienzos de 1995, animado por las divergencias que aparecían en la facción adversaria y pensando en las elecciones de 1996: “lo que yo veo hoy es que el grupo de los jóvenes está llegando a donde llegó el nuestro. Creció demasiado y allí nadie resiste. Todo el mundo quiere ser [candidato a intendente]. Una tendencia de división...” Esa idea de ciclo es capaz de ordenar, en un período más largo, momentos de unidad (de ejercicio de la dominación sin oposición pública) y de lucha abierta entre pretendientes a la jefatura política, pero no nos dice mucho sobre cómo es ejercida la dominación, qué representan las elecciones o cómo quienes son objeto de dominación se mueven dentro de ese esquema. Cuando observamos más de cerca –teniendo, obviamente, como referencia un tiempo más restringido- situaciones como aquellas analizadas por la literatura, constatamos que la polarización de la vida de las localidades del interior (en especial de las sedes de los municipios) entre ‘situación’ y ‘oposición’, parece ser un proceso corriente y generalizado y, también, que el ejercicio o la pretensión de ejercicio del poder absoluto y discrecional por parte del adversario es objeto no sólo de denuncias, sino del miedo de muchos de quienes están ‘del otro lado’. Pero eso se restringe a la política. Y la política para esas poblaciones no es una actividad permanente y no se constituye en un dominio delimitado de actividades. Política es identificada con elecciones y, sintomáticamente, el período electoral es llamado tiempo de la política, época de la política o simplemente política. No se trata de una mera sinonimia y mucho menos de expresiones de creación de este o aquel individuo. Está en juego un cierto calendario, un cierto recorte social del tiempo, que tiene implicaciones tan objetivas como aquellas que recias es capaz de oponerse a la jefatura local. [N. de los Editores: Optamos por conservar la palabra portuguesa ‘estadual’ para hacer referencia a los gobiernos de los ‘estados’, divisiones político-administrativas aproximadamente correspondientes a las provincias de la organización política argentina]. 3 Bastante antes que él, en un trabajo de 1957, Maria Isaura Pereira de Queiroz (1969) llamaba la atención ha-

cia este proceso de segmentación en relación con los municipios, pero también con las capitanías durante el período colonial, y sugería que, al menos en parte, también sería capaz de explicar a las bandeiras.

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sultan de la delimitación del tiempo de la plantación y de la zafra, o del tiempo de las fiestas y de la Cuaresma4. Pensar a la política como una actividad no permanente no es tan extraño, como pareciera, para las ciencias sociales. Max Weber, que, con su teoría de la dominación, terminó proporcionando el paradigma o prestando el nombre a lo que se transformó en una especie de horizonte de la ciencia política de nuestro tiempo, afirmó, en más de un lugar, que las comunidades políticas no son necesariamente permanentes (Weber 1964: 661 ss.). E. Radcliffe-Brown recordó, en uno de los textos canónicos de la antropología, que hay sociedades en las cuales la ‘sociedad política’ se manifiesta temporalmente, por ejemplo, en las asambleas religiosas (Radciffe-Brown 1961: xix). Lo que puede sonar extraño es pensar a la política como actividad no permanente en una sociedad en la cual ella está, por así decirlo, contenida dentro los límites del Estado, una asociación política caracterizada, entre otras cosas, por la permanencia. No es necesario adoptar una postura tan radical como la de este último autor, que entiende al Estado como una ficción creada por los filósofos (idem: xxiii) –olvidándose de, o no creyendo en, la realidad de las ficciones-, para pensar en la factibilidad de la existencia de estructuras políticas no permanentes en sociedades en las cuales el Estado desempeña funciones esenciales. Funciones éstas, nunca está demás recordarlo, ‘mayores’ que las del Estado. Es preferible recordar que las facciones –una forma de organización política identificada por antropólogos y cientistas políticos en los más diversos sistemas políticos-, incluso en muchos de los llamados Estados modernos, tienen como uno de sus rasgos más consensuados el no ser permanentes (Lasswell 1937; Firth 1957; Nicholas 1965; Mayer 1966; Gross 1973; Landé 1977)5. En las situaciones que estudiamos, el tiempo de la política representa el momento en que esas facciones son identificadas y en que, por así decirlo, existen plenamente en conflicto abierto. Es en ese período que aquellas municipalida4 Esta discontinuidad entre la política y la cotidianeidad –cuya percepción, en cierto sentido, transformó el rum-

bo de mi investigación, ya había sido señalada, en 1974, en el trabajo pionero, de Maria Auxiliadora Ferraz de Sá, que sólo recientemente leí. Trabajando con la categoría de ‘movimiento’ –el “‘movimiento’ singular de las elecciones”- Ferraz de Sá describe algo muy próximo a aquello a lo que me refiero como tiempo de la política, aún cuando ella enfatice más bien la dimensión de inversión de aquel ‘hecho social extraordinario’ en que ser constituyen las elecciones municipales (Sá 1974: 77-108). 5 Hay múltiples definiciones de facciones, pero entre los antropólogos existe un cierto consenso en el sentido

de que se trata de unidades de conflicto, cuyos miembros son agrupados por un líder en base a principios variados. En general, se encuentran en juego conflictos considerados políticos (involucrando el uso del poder público). Las facciones no son grupos corporativos (generalmente los autores las piensan como cuasi-grupos, grupos diádicos no corporativos, etc.). Al contrario de los partidos políticos, asociaciones o clubes (para limitarnos a ejemplos muy próximos) “las facciones son unidades de conflicto activadas en ocasiones específicas, más que mantenidas por una organización formal” (Mayer 1977: 52), pero, como recuerda Nicholas, “que las facciones no sean corporativas, que sean básicamente no permanentes, no significa que no puedan persistir por un largo período de tiempo” (Nicholas 1977: 58). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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des se dividen de una manera poco habitual en los grandes centros, con la distribución del propio espacio físico de la ciudad entre las facciones y el desarrollo de interdicciones con relación a la visita a bares, farmacias, peluquerías; en suma, de los locales públicos controlados por la facción adversaria, que tanto impresionaron a quienes estudiaron la política local en Brasil. Todavía, si la polarización es delimitada en el tiempo, entre los límites de ese tiempo, ella es aún más radical de lo que se pueda imaginar. Los estudios sobre el poder local en Brasil –especialmente aquellos realizados por investigadores brasileños, que asocian muy fuertemente las facciones políticas a las ‘familias de tipo patriarcal’ de los grandes señores de la tierra, y también las descripciones hechas por muchos estudiosos extranjeros, que se dejan llevar por esa ‘representación nativa’ – tienden a enfatizar la relativa fijeza de las facciones durante períodos de tiempo más largos y a acentuar una cierta rigidez en sus relaciones mutuas, independientemente de calendarios de cualquier orden. Pero si sus exposiciones resaltan los episodios o las consideraciones sobre los episodios que caracterizan aquella especie de ‘guerra permanente’ entre familias, parentelas o partidos, que habría marcado la historia política brasileña hasta el final de la primera república y, en muchas regiones, hasta el día de hoy, ellas no pueden dejar de registrar las divisiones de grandes familias o alianzas (vía casamiento, por ejemplo) entre familias enemigas o –mucho tiempo antes de cualquier ‘crisis de representación’- los numerosos ejemplos de infidelidad partidaria y de movilidad interpatidaria6. De manera análoga, cuando adoptan un enfoque más morfológico, eligen describir todo lo que señale las fronteras rígidas y el conflicto abierto entre facciones y la homogeneidad interna de cada una, para luego verse obligados a ‘suavizar’ sus afirmaciones mediante una discreta contextualización (“Eso era particularmente intenso durante el período electoral” o “Pasadas las elecciones, las personas de ambos grupos tenían una relación normal”, para referirse a las “hostilidades permanentes” entre facciones) o a introducir un ‘discurso de excepción’ (“A veces ocurría que parientes se desentendieron y hasta se candidatearon por partidos opuestos”). Lejos del ya-se-sabe-quien-va-a-ganar, insinuado por la imagen del poder casi absoluto de una facción o de la alternancia inevitable entre facciones fijas y 6 Eso no escapó a la ironía de Machado de Assis. En una crónica de 1878, comenta la noticia de que los dos

partidos “de una de las parroquias del Norte, la parroquia de S. Vicente (...) se dividieron e intercambiaron sus mitades”. Después de afirmar que ignora “el modo por el cual las dos mitades de ambos programas fueron unidas a las mitades ajenas” y de hacer algunas consideraciones más, remata: “El punto más oscuro de este asunto es la actitud moral de los dos nuevos partidos, el lenguaje recíproco, las recriminaciones mutuas. Cada uno de ellos ve en el adversario la mitad de sí mismo (...) en vano intento adivinar de qué modo esos dos partidos singulares cruzaron armas en el gran pleito; no encuentro explicaciones satisfactorias. Ninguno de ellos podría acusar al otro de haberse unido a los adversarios, porque ese mal o esa virtud estaba en ambos; no podía uno, de buena fe, dudar de la lealtad, de la honradez del otro, porque el otro era él mismo, sus hombres, sus medios, sus fines (...)” (Machado de Assis 1994: 16-17).

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articuladas por un único tipo de vínculo, las elecciones representan un momento crucial en la vida de esas comunidades, cuyo desenlace está lejos de ser algo preestablecido. No es casual que el proceso electoral involucre tanta emoción y que, incluso los analistas más críticos –contrariando a veces sus propios esquemas explicativos- hayan evidenciado la importancia de las elecciones para la vida social local y para el fundamento de un cierto sistema de dominación, incluso en las condiciones más viciadas o en la vigencia de sistemas electorales de participación restringida7. Como la facción fuera del tiempo de la política se limita a los jefes políticos y a unos pocos seguidores –aún cuando sea una referencia fundamental-, la disputa electoral es exactamente una disputa para incorporar el mayor número posible de personas, el mayor número de apoyos a cada facción. Es su lado de la sociedad aquello que tiene que ser aumentado. Está en juego, por tanto, una disputa que es más amplia que la disputa electoral en stricto sensu. Está en cuestión tanto la tentativa de acceso a ciertos cargos de mando, como el peso relativo de las diferentes partes de la sociedad, lo que es decisivo para el ordenamiento de las relaciones sociales durante un cierto período de tiempo. En esas circunstancias, más que de una elección individual, acertada o no, el voto tiene el significado de una adhesión. En una elección, lo que está en juego, para el elector –y la palabra sirve para designar tanto a aquel que está legalmente habilitado a votar como a cualquier miembro de la comunidad a quien el proceso electoral puede interesar- no es escoger representantes, sino situarse de un lado de la sociedad que, como recordamos antes, no es un lado fijo. Y tratándose de adhesión, tanto como en el voto, pesa la declaración pública anticipada del voto. A diferencia de lo que acostumbramos a ver en las grandes ciudades, el hecho de que alguien tenga un cartel, una fotografía del candidato o el nombre del candidato en la puerta de su casa, equivale a una declaración de voto. Y más aún, es una señalización de que el dueño de casa pertenece a una determinada facción. Las manipulaciones de esa asociación entre la propaganda en la fachada y el voto – como la de candidatos que, en los meses que anteceden a las elecciones, distribuyen canastas de alimentos entre familias de la ‘periferia’ y que se valen de aquel expediente de identificación de los beneficiarios para crear una imagen de un apoyo amplio a su candidatura- sólo sirven para confirmar su eficacia8. Eficacia que es aún mayor en la medida en que, al 7 Recordaría la importancia de las Cámaras municipales y de la elección de los concejales –una de las únicas

ocasiones en que los colonos se presentaban en las villas- realzada por Maria Isaura Pereira de Queiroz (1969), y la afirmación de Victor Nunes Leal de que “el ‘coronelismo’ ha sido, en el Brasil, inseparable del régimen representativo de base amplia” (Leal 1975: 248). 8 Más que en cualquier otro momento, en ese período las personas están atentas a determinadas señales. Re-

sulta reveladora la declaración espontánea, en tono de advertencia a un candidato ausente con quien me © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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‘prestar’ su nombre o su rostro, con intención manipulatoria o no, el candidato se beneficia por la coerción moral de la adhesión pública reconocida en el ‘retrato en la puerta’. Si el voto-elección es una decisión, una decisión individual, tomada en base a ciertos criterios y en un determinado momento, la adhesión es un proceso que va comprometiendo al individuo o a su familia, o a alguna otra unidad social significativa, a lo largo del tiempo, más allá del tiempo de la política. Pero este es un proceso diferenciado, que asume formas diversas para diferentes posiciones o categorías sociales, y que puede asegurar mayor o menor margen de elección y de individualización. Hay una adhesión (y el término aquí no sería muy adecuado) vinculada a ciertas ‘lealtades primordiales’, a la solidaridad familiar, a los lazos de parentesco, amistad, vecindad. En ese tipo de sociedad, la vinculación familiar es particularmente importante. Aún cuando no está en juego la militancia permanente en una facción, las obligaciones sociales que alguien tiene para con los miembros de su familia se extienden a la esfera política. Hay una expectativa general de que un candidato cuente con los votos de sus parientes y, en relación al elector individual, de que él, teniendo un pariente candidato, lo vote. Dependiendo del grado de parentesco y de la intensidad de la militancia de alguien en la facción liderada por un pariente suyo, se considera que abordarlo para pedir que vote a otro candidato es una falta de delicadeza. Disponer de una gran familia o contar con una extensa parentela, hoy, como en el pasado, es un capital político no despreciable para quien disputa un cargo electivo. Eso no significa – ¡que quede claro!- postular la existencia de una correspondencia entre ciertas relaciones instituidas, como las relaciones de familia, y la pertenencia a un determinado partido o facción política; ni significa, tampoco, la utilización de determinados instrumentos políticos del tipo ‘voto de favor’. Yo diría, por el contrario, que parece haber una cierta autonomía entre la ‘lealtad del voto’ y las ‘lealtades fundamentales’ a familiares o parentelas. Esas diferentes lealtades pueden converger, pero esto no siempre es verdad; puede o no suceder. No me parece que las divisiones familiares en la política sean hechos excepcionales o efectos recientes de una cierta descomposición del ‘orden tradicional’. La lealtad política, lealtad del voto, es adquirida vía identificaba, del dueño de un hotel en una ciudad del sertão de Pernambuco, pocas horas después de cerradas las urnas en 1988: “La gente aquí en el interior se acostumbra a estas cosas de la elección. Uno percibe cuando la cosa está cambiando. Le avisé a Catonho que es mi amigo. Uno va todo el día a la ciudad. Yo mismo voy tres veces por día. Y uno va viendo que hay carteles que están desapareciendo, comicios que se achican, entusiasmo que disminuye, el pueblo va hablando menos del candidato”. [Nota de los Editores: El Diccionario Portugués-Español Cuyás (1978, Barcelona, Himsa, 3era edición) traduce el término ‘comicio’ como: “comicio, reunión de ciudadanos para discutir asuntos de interés general”. En política, el término “comicio” se emplea para hacer referencia a los actos proselitistas.]

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compromiso: ella no implica, necesariamente, conexiones familiares o vinculación a un partido; la lealtad política tiene que ver con el compromiso personal, con favores debidos a una determinada persona en determinadas circunstancias. Ella articula, en realidad, otra esfera de sociabilidad y, eventualmente, las diferentes esferas pueden entrar en conflicto. Parientes o no, las personas se relacionan en la cotidianeidad a través de múltiples flujos de intercambios, que las van vinculando unas a otras, confirmando o no relaciones preexistentes, cuya interrupción es capaz de generar conflictos o redefinir clivajes dentro de una comunidad. Por lo general, están en juego ayudas o pequeños favores, que van siendo saldados a lo largo del tiempo y que permiten frecuentemente la inversión de las posiciones de quien da o quien recibe. Pero hay también grandes favores o ayudas mayores que son buscados fuera, mediante el recurso a quien está en condiciones de prestarlos, por disponer de dinero, prestigio o de un capital de relaciones personales suficiente para movilizar recursos de diferentes especies de manera de atender las solicitaciones recibidas. Esos favores –como empleo público para un miembro de la familia, atención gratuita en un hospital privado o atención especial en un hospital publico, un gran préstamo en dinero, servicios legales gratuitos- no pueden ser repuestos en la vida cotidiana. La elección puede ser o no un momento de saldar, o por lo menos de amortizar, parte de la deuda, siendo la ayuda retribuida con el voto. En cuanto a este punto, no hay grandes diferencias en relación con lo que ha sido relatado por la literatura sociológica internacional sobre patronazgo y clientelismo. Sin embargo, en los casos que estudiamos, las cosas parecen ser un poco más complejas. Los favores o ayudas, grandes o pequeños –sin que ello suprima lo que ya fue dicho-, suponen, por un lado, un pedido y, por el otro, una promesa. Quiere decir que, a diferencia de otras formas de reciprocidad, estos favores o ayudas suponen el empeño de la palabra de ambas partes; suponen, por tanto, promesas recíprocas: la promesa de retribución y la promesa de atención. La reiteración de esos intercambios dentro de un mismo circuito, incluso en aquellos casos en los que no hay un empeño explícito y público de la palabra, es reconocida como algo que crea un compromiso, un vínculo que involucra al honor de las dos partes. Al momento de votar, las personas lo hacen por (‘acompañan a’, como se dice) la facción en la que están o a la que votan las personas con quienes tienen compromiso (con quienes están comprometidas y/o con quienes se sienten comprometidas). Por otro lado, como las propias acciones políticas (acciones propias del tiempo de la política) suponen promesas recíprocas –la promesa del candidato y la promesa del elector de votar por candidato–, ellas se encuadran en el modelo del favor/ayuda. Así, aún cuando no hay compromisos preexistentes, las acciones © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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políticas son capaces de generar compromisos. Y buena parte del arte del político consistirá en conseguir adhesiones a través de compromisos creados por su propia acción en la época de la política, esto es, creados en la propia campaña. En estos términos es posible pensar la vasta distribución de diferentes tipos de bienes -desde el dinero hasta el colchón- que marca las disputas electorales en el interior. La recepción de un bien material, durante el tiempo de la política, así como la de un servicio pensado como favor o ayuda fuera del tiempo de la política, hace que el elector se sienta comprometido con el candidato. Además, la mejor prueba de la eficacia de ese compromiso la proporcionan los resultados desastrosos obtenidos por algunos partidos o candidatos merced a su sugerencia de “tomar el dinero y votar al candidato de su conciencia”. A menos que el autor de la consigna tenga un carisma verdaderamente extraordinario –que haga que su recomendación sea percibida como una orden tan legítima, como para poder sobreponerse a los criterios corrientes de legitimidad y de honor personal imbuidos en la palabra empeñada- la recepción de un bien lleva al elector a votar ‘naturalmente’ a su dador. Esa distribución de bienes es inherente al proceso electoral tal como es concebido en las áreas estudiadas. Será preciso determinar, con rigor, la especificidad de cada tipo de bien que entra en la transacción del voto. Eso es fundamental porque no sólo los que ven los procesos desde afuera, sino también las personas y grupos involucrados directamente en el proceso político local, se refieren con gran frecuencia a la ‘compra de votos’ o al ‘voto por dinero’, cuando no a su mercantilización y a la fuerza creciente del ‘poder económico’ en las elecciones. Lo que es más, hay una tendencia nítida de parte de esas personas en el sentido de señalar cualquier tipo de transacción material como implicando, en última instancia, determinados valores monetarios y, por tanto, como tratándose de un proceso de compraventa9. Se engaña, sin embargo, quien crea que los observadores de afuera y los participantes del proceso están diciendo lo mismo. En el caso de los primeros, está en juego la denuncia de procedimientos tenidos como espurios. En el caso de los últimos, está en juego el uso de una retórica capaz de atraer apoyos externos en contra las posibilidades de uso indebido de instrumentos que siem9 La tesis de la sustitución del ‘voto de cabresto’ por el ‘voto-mercadoria’, traduciendo en el plano político la mo-

netarización de la economía fue desarrollada por Roberto Cavalcanti de Albuquerque en su introducción a Coronel, Coronéis (Vilaça y Albuquerque 1965). Ver, en el mismo sentido, Sá (1973). [Nota de los editores: la palabra cabresto equivalente a la española ‘cabestro’, designa al buey manso que guía al rebaño. La expresión ‘voto de cabresto’ hace referencia a una práctica electoral típica de la República Velha (1889), cuando siendo el Brasil una sociedad eminentemente agraria, el elector-rural se encontraba en completa dependencia respecto del propietario de las tierras, siendo su voto definido por el patrón a través de diversos medios que iban desde la persuasión hasta la violencia. De ese contexto de voto no libre deriva también otra expresión correlativa a aquella: la de ‘curral electoral’ (corral electoral)].

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pre fueron accionados en procesos electorales, pero que, usados desmedidamente, son capaces de provocar desequilibrios que amenazarían no sólo a las eventuales jefaturas políticas, sino al propio significado social de las elecciones para esas poblaciones. Se engaña, por tanto, una segunda vez, quien crea que la ‘compra del voto’ es privilegio de una u otra facción política; y se engaña por tercera vez, quien crea que la denuncia de compra de votos es exclusividad de alguna de ellas. Con la excepción de unos pocos y pequeños partidos o grupos políticos programáticos, lo que es condenado es el uso del dinero o de otros bienes sin la mediación del compromiso para deshacer compromisos preestablecidos como modalidad exclusiva o principal de los esfuerzos realizados para obtener votos; o la utilización de cantidades de dinero en el proceso electoral que no sean proporcionales a la capacidad financiera de los demás candidatos; o, también, la mercantilización de ciertos hilos de las redes sociales que se establecen en el tiempo de la política, hasta entonces preservados. Es considerado absolutamente natural que un candidato dé una cierta cantidad de dinero a sus cabos eleitorais (incluso estimando que ya hay un precio medio por elector) para gastos de campaña en su área de actuación, así como la distribución de alimentos o la donación de pequeñas sumas a posibles electores. Entre tanto, es condenable que un candidato dé una cantidad mayor de dinero al cabo eleitoral de un adversario para que él, cambiando de lado, abierta o disfrazadamente, pase a hacer esas mismas cosas a su favor. Como también es condenada la distribución directa de sumas consideradas elevadas, condicionadas al voto; o se condenan los gastos en propaganda que son considerados excesivos; o aún la distribución ilimitada de ciertos bienes, como las remeras con los nombres de los candidatos. Es curioso que al ‘voto comprado’ se contraponga el ‘voto consciente’, expresión del vocabulario ideológico de las formaciones políticas de izquierda para designar el voto ideológico, que, empero, pasa aquí a significar el voto por una facción que de momento se encuentra empeñada en estigmatizar las ganancias electorales del adversario. Como lo que está en juego no es una elección sino una adhesión, el voto no suscita la elaboración de criterios previos, como en el voto-elección, donde se espera del elector (bajo pena de ser considerado como un indeciso) la capacidad de enunciar los atributos del candidato, o del partido de su preferencia, o sus propias motivaciones personales para elegir A y no B. En las situaciones estudiadas, o bien se tiene una especie de declaración previa de adhesión a una facción –en función de compromisos públicamente conocidos, de la manipulación de emblemas tales como los carteles fijados en los frentes de las casas o el uso de colores de un determinado partido o candidato, o, también, de la visi© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ta frecuente a los locales identificados durante el tiempo de la política con una determinada facción- o, en cambio, lo que se tiene es la justificación, casi siempre a posteriori, no del voto, sino del voto que no fue dado. Esta última expresa, al mismo tiempo, la imprescindibilidad de que todo y cualquier elector se sitúe en una de las partes en que la sociedad se ve escindida, y el conflicto entre los compromisos o entre ‘lealtades primordiales’ y compromisos políticos. Frases como “soy su amigo, le debo favores, pero tuve que votar por Fulano porque me hizo un favor muy grande”; “siempre acompañé a nuestro partido, pero este año, voté por otro partido porque mi hermano se candidateó...”; o “ni aunque me mandara mi padre, votaría yo a un candidato de ese partido”, dichas por electores, no sólo a los candidatos –lo que es enteramente comprensible en una sociedad donde prácticamente todos se conocen-, sino también a cualquier interlocutor con quien conversen sobre las elecciones, son moneda corriente en los días previos y, sobre todo, en los días posteriores a las elecciones. Cómo son resueltos esos conflictos, esto es, cómo se llega a los arreglos mencionados en estas justificaciones, es otro capítulo. Al contrario de una simple confirmación del mando de un determinado jefe político o facción sobre una misma clientela, las elecciones son la ocasión, por excelencia, para las migraciones entre facciones. El tiempo de la política es el tiempo en que son posibles los rearreglos o en que son formalizados aquellos rearreglos de compromisos que se fueron dando entre dos elecciones y que, de otra forma, continuarían siendo leídos como ingratitudes o traiciones. Incluso cuando el resultado es la confirmación del mando de una misma facción, esos movimientos son fundamentales. Entre dos elecciones pasan muchas cosas: conflictos interpersonales hacen inviable la permanencia de dos personas en la misma facción; favores de diferentes fuentes crean para un mismo individuo, o para una misma familia, problemas de lealtad; etc. Es el tiempo de la política el que permitirá los cambios de fronteras capaces de readecuar la sociedad a la imagen que se hace de sí misma. La búsqueda de adhesiones no pasa, entonces, por la caza del elector indeciso. Ésta, además, es una figura política inexistente en este tipo de comunidad. La indecisión –el ‘no sé a quién voy a votar’- es automáticamente asociada al voto no declarado por la otra facción. El elector disputado por los candidatos y por sus partidarios es el elector de voto múltiple (esto es, aquel que, por su inserción social, define su propio voto y el de personas a él vinculadas por algún tipo de lealtad), involucrado en o administrando conflictos capaces de justificar cambios de lado: se trata del padre de familia, enredado en compromisos con diferentes personas y que podría, quien sabe, dividir organizadamente los votos de sus dependientes; o del sindicalista que, por alguna razón, ha roto re40

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laciones con el político a quien votó en la elección anterior; o del cabo eleitoral ‘profesional’ dejado de lado por su jefe a causa de algún enfrentamiento; o del líder de un nuevo grupo religioso ávido por establecer compromisos que lo legitimen. Pero hoy en día, la lucha más intensa por adhesiones, o simplemente por votos, se da más allá de esos límites y en términos que invierten la búsqueda tradicional de adhesiones. En las últimas décadas, contingentes crecientes de trabajadores rurales se trasladaron desde las haciendas, parajes y poblados para las llamadas ‘periferias’, ‘bairros’ o ‘favelas’ de las ciudades del interior. Si, en ciertas áreas, aún careciendo de tierra, esos trabajadores permanecieron en la actividad agrícola y mantuvieron sus puestos de trabajo, otras veces, ocurrió una diversificación de actividades y una gran movilidad en busca de empleo o tierra para arrendar. En este último caso, la referencia ofrecida por las facciones dejó de operar en los términos en que lo hacía antes. Por un lado, situaciones de desempleo y sus secuelas, o aún crisis de otra naturaleza, generaron una creciente demanda individualizada de asistencia a las intendencias o a los políticos de los municipios; por otro, ese mismo hecho sumado a la movilidad de esas poblaciones hicieron más difíciles estas posibilidades de compromisos. Los compromisos se tornaron, entonces, más estrictamente electorales. Una vez más, sin embargo, no estará en juego el elector indeciso, sino el elector potencial ‘en disponibilidad’. Disponibilidad que es relativa –recordémoslo al pasar- pues, aunque se trata de alguien social y, muchas veces, espacialmente desplazado, los códigos culturales manipulados siguen siendo los mismos. No será por casualidad que los candidatos continuarán abordándolo en los mismos términos en que abordan a cualquier otro elector, valiéndose de ayudas, favores y promesas, capaces de hacerlo sentirse comprometido con ellos. Si el ‘voto por dinero’ o la ‘compra de voto’ encuentra mejores condiciones formales para hacerse realidad, este no es, al menos por el momento, el cambio fundamental. La gran inversión operada por la caza de votos en las ‘periferias’ será exactamente la búsqueda del voto de quien no tiene vínculos. Ésta no se desarrolla a través de una apelación categorial al voto de los ‘trabajadores rurales expulsados’ o algo similar, sino a través del intento de comprometer individualmente a electores encuadrados socialmente por nuevos recortes sociales. Este es el caso de las ‘mujeres abandonadas’, que eran efectivamente numerosas en la ciudad, cuyo proceso electoral acompañé personalmente, en el sertão de Pernambuco. Como, habitualmente, la negociación del voto pasa por el hombre jefe de familia, la mujer no existe como electora individual. La condición de ‘abandonada’, esto es, dejadas por maridos-padres y no reabsorbidas por las © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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familias de origen, hace a las esposas e hijas existentes para el proceso electoral. Desprovistas de la experiencia masculina en la negociación del voto, ellas se tornan uno de los públicos seleccionados para la actividad de candidatos que quieren inclinar a su favor la balanza que los hechos acaecidos entre las elecciones y una campaña desarrollada sobre los moldes habituales inclinarían hacia el otro lado. La subversión representada por el voto conservador de la ‘mujer abandonada, de los ‘desempleados’ (generalmente, los desempleados de la firma tal), los ‘viejos’, los ‘que no son de aquí’ se evidencia de dos maneras: a través de la denuncia de ‘compra del voto’ (que encontraría en las periferias su realización más completa), hecha tanto por los jefes políticos más ‘tradicionales’ como por los sindicalistas y militantes de izquierda, y a través de su elogio común a la ‘sinceridad del voto del campo’. La asociación entre voto y ciudadanía se tornó automática para nuestro sentido (común) intelectual. Tal vez, ello haya ocurrido debido al papel histórico que representó en muchos países. En verdad, cada vez que esa vinculación ha sido asumida socialmente, presenta consecuencias importantes para el desarrollo de la democracia. No se trata, sin embargo, de algo fácil. La adopción del voto universal no introduce automáticamente valores ligados a la idea de democracia representativa. Y el que esto no suceda no es debido a alguna ausencia de conocimientos de parte de los electores, sino al hecho de que el voto, como cualquier otro utensilio institucional, no existe en un vacío cultural o social. Lo que intenté mostrar fue cómo, en los marcos de la política faccional, el voto, más que ser una elección, tiene el significado de una adhesión. Se lo concibe, antes que como designación de representantes o mandatarios, como un gesto de identificación con una facción. Más que ser una decisión individual, es un proceso que involucra unidades sociales más amplias que los simples individuos o redes de relaciones personales. Sin embargo, lejos de transformar las elecciones en algo secundario, ello evidencia su importancia central para la continuidad de las relaciones sociales en determinado tipo de sociedad y para su articulación con la propia temporalidad de dicha sociedad. Me parece que esa importancia social del proceso electoral (identificado como la propia política en comunidades como las que estudiamos) y el significado objetivo (esto es, socialmente compartido) del voto pueden ayudarnos a entender dos cosas: primero, por qué las innovaciones institucionales (aún radicales) afectan al sistema electoral y los cambios sociales importantes (como aquellos asociados a la monetarización de la economía) son reapropiadas y reinterpretadas con relativa facilidad por quienes hacen operar este sistema, que, a pesar de su edad, no carece de plasticidad; y segundo, por qué aún hoy, a un siglo de la adopción del sistema republicano y de los principios de la demo42

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cracia representativa, alineamos democracia, representación, partidos, voto y ciudadanía como utopías.

Este artículo salió publicado en PALMEIRA, M. 1996 “Política, Facçoes e Voto”. En: Palmeira M. y M. Goldman M. Antropología, voto e representaçao Política. Contra Capa, Río de Janeiro. Traducción: F. A. Balbi.

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Conflictos y desafíos: luchas en el interior de la facción política. Beatriz M. Alasia de Heredia anteriores que llevamos a cabo en el interior de Brasil sobre el sigEstunifidios cado de la política en sectores de trabajadores rurales han revelado que, desde su punto de vista, ella no forma parte de su cotidianeidad. Estos sectores de la población rural perciben a la política como externa y, en tanto tal, la asocian siempre a las elecciones1, delimitando este carácter temporal de la misma como el “tiempo de la política”. Durante ese período específico los políticos y la política se hacen presentes en esas comunidades interfiriendo en su cotidianeidad, intromisión que se ve agravada por el hecho de que la política agrupa a las personas según criterios diferentes de aquellos existentes en las comunidades -en otras palabras, las agrupa según voten a un u otro candidato político-; por esto no es raro que estas presencias generen situaciones de tensión en su interior. De ahí la existencia de una cierta ambigüedad en la visión que la población tiene de la política, puesto que si por un lado, el “tiempo de la política” es vivido como teniendo un carácter festivo –señalado por las formas festivas de que se reviste la política, con sus símbolos visuales (banderas, fajas y carteles con exuberancia de colores), música, demostraciones públicas (como actos proselitistas, caminatas y caravanas) y reuniones de masas que contribuyen para dar un carácter de fiesta-, por otro lado, se trata también de un período conflictivo y, por tanto, tenso ya que la política divide a personas que en otros momentos se encuentran juntas merced a las relaciones de parentesco, amistad y/o vecindad, etc. que las unen2. A partir de una perspectiva complementaria, que permite enriquecer el conjunto del análisis que hasta aquí venimos realizando, nos proponemos reflexionar sobre el modo en que la política es percibida por quienes hacen política, esto es, por los políticos. A efectos del presente trabajo, haremos referencia a los políticos en términos generales, es decir, no sólo los candidatos sino también quienes actúan en torno suyo, tales como sus asesores en diferentes nive1

Ver Palmeira y Heredia (1993, 1997) y Heredia (1996)

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Esa ambigüedad de la política fue objeto de reflexión en algunos de los trabajos antes mencionados, particularmente en Palmeira y Heredia (1996) y Heredia (1996), donde fueron analizados los conflictos generados por la presencia de la política, a la luz de situaciones específicas. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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les. Examinaremos ciertos aspectos de determinadas relaciones entre políticos y de la manera en que ellas se presentan tanto durante el período electoral como en otros momentos, basándonos en material recolectado durante la última campaña electoral que acompañamos en Rio Grande do Sul y, en menor medida, en materiales obtenidos anteriormente en el mismo estado y en Pernambuco3. Sin duda, el “tiempo de la política” es muy importante para los políticos y es considerado por ellos como muy especial. Sin embargo, el significado que le atribuyen y el recorte que de él hacen no se corresponden exactamente con los reconocidos por las poblaciones estudiadas. No obstante, si esas diferencias pueden parecer e incluso ser obvias, lo que no es obvio es el modo en que el “tiempo de la política” es vivido por los políticos. Al analizar la división que la política produce en la sociedad y la manera en que ella se contrapone con las formas en que esta se agrupa en su cotidianeidad, pudimos observar los conflictos que emergen y las tensiones a que se ven sometidas las personas al experimentar conflictos de fidelidad.4 Cuando, en cambio, se observa esta situación desde el lado de los políticos, se constata que ella es vivida de manera diferente: si bien el período de las elecciones es un momento de ajuste de cuentas en cuanto a conflictos en curso o incluso preexistentes, ellos lo caracterizan como un período de fiesta. Este tipo de percepción reproduce de alguna manera aquello que ya decíamos en otras oportunidades5 con respecto a la legitimidad de la presencia de los políticos en cuanto tales durante ese período en las comunidades rurales, presencia ésta reconocida por la población mediante la expresión: “es cuando los políticos aparecen”. La caracterización del período electoral como fiesta y los diferentes significados que tal carácter festivo asume en la visión de los políticos, aparecen resumidos en el análisis de un candidato: “fue una elección disputada, cerrada, festiva”. La palabra “festiva” no sólo es empleada con el significado que le es usualmente conferido por el sentido común sino como sinónimo de “dispu3 Los datos relativos a las elecciones anteriores a 1998 y que provienen de los dos estados brasileños mencio-

nados, fueron recolectados en trabajos de campo de la investigación realizada en conjunto con Moacir Palmeira. Si bien elecciones de 1998 fueron para diputados y concejales, a efectos comparativos recurrimos a material relativo a las elecciones de intendentes y gobernadores de años anteriores. 4 [Nota de los Editores: Véanse Heredia (1996) y Palmeira (en este mismo volúmen)]. 5 [Nota de los Editores: La autora se refiere a Heredia, 1996. Según afirma en dicho trabajo: “Se es-

pera que los políticos sólo aparezcan durante el tiempo de la política. Cuando aparecen en otros momentos, su presencia puede provocar incomodidad. Un político fuera del período electoral es visto como el agrónomo en su trabajo, el abogado resolviendo un problema relativo a la propiedad de la tierra, el médico cuidando de sus clientes; nunca como un político. El político sólo es visto como tal en el tiempo de la política, único momento en que se reconoce su legitimidad para estar presente en la comunidad en tanto político haciendo política” (Heredia, 1996: 70)].

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Conflictos y desafíos: luchas en el interior de la facción política.

ta”, de blanco de disputa “cerrada”, lo que parece ser una cuestión relevante que precisa ser analizada. Es posible afirmar sin equívocos que en las formulaciones de los políticos siempre hay una relación inversamente proporcional: cuanto más cerrada la disputa, mayor la animación del período electoral y, por tanto, más festiva la elección. Y si las elecciones son vistas por ellos como fiesta, ésta siempre es vivida como mayor cuando se trata de elecciones municipales. En su visión –más específicamente, en la de los cabos eleitorais6- las elecciones municipales involucran una mayor disputa a nivel local. Lo que de hecho sucede, sin embargo, es que tales disputas son más visibles cuando se las observa en ese ámbito. Aunque las elecciones de 1998 no eran municipales, ya que involucraron cargos de diferentes niveles (diputados, senadores, gobernadores y presidente), al ser tan amplias, presentaron una mayor disputa que fue trasladada al interior de los municipios, produciendo una mayor cerrazón: de ahí que la elección haya sido considerada como más festiva. A fin de cuentas, lo que está en juego en la actividad política es la disputa y el desafío que ella genera. Los conflictos y desafíos parecen serle inherentes, contribuyendo a dar a las elecciones el carácter festivo del que hablan los informantes. Así, para un político, hacer política es una fiesta, no sólo porque es en ese momento cuando él demuestra su fuerza y su prestigio (Palmeira y Heredia, 1995) sino también porque el período electoral supone una disputa y, consecuentemente, un desafío con relación a los otros políticos. Y ese desafío asume un carácter público pues es hecho públicamente, esto es, hacia afuera del mundo de los políticos. Si la disputa es la norma, el desafío consiste, en verdad, en tratar de vencer al adversario. La disputa parece ser una condición inherente a la actividad política, de modo que el político, por tanto, produce a su adversario. Será interesante, entonces, detenernos un poco en el análisis de quiénes son esos adversarios. Desde el punto de vista de los políticos, el adversario no es cualquier político; la noción de adversario es más restrictiva y se la utiliza para hacer referencia básicamente a aquellos otros políticos con quienes se disputa por los mismos electores en un momento determinado, esto es, en una campaña específica. Por lo tanto, para llegar a los electores los políticos tienen que eliminar a sus 6 [Nota de los Editores: la expresión ‘cabo eleitoral’ (lit.: cabo electoral; pl.: ‘cabos eleitorais’) de-

signa a diversos tipos de intermediarios políticos. Se trata de una categoría nativa que ha sido reapropiada por las ciencias sociales para hacer referencia generalmente a personas que presuntamente “controlan” una cierta cantidad de votos, poniéndola a disposición de uno o varios candidatos. Sin embargo, en tanto término empleado por los actores su significado es variable, abarcando por ejemplo a personas que hacen propaganda a favor de un candidato desde los medios de comunicación. En este volumen optamos por conservar la expresión en portugués en lugar de traducirlo como ‘cabo eleitoral’, puesto que este término comporta en la Argentina la asociación con un determinado partido político, mientras que es común que los cabos eleitorais trabajen para candidatos de distintos partidos en elecciones sucesivas.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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competidores, o sea, a aquellos políticos que en tales circunstancias son considerados más próximos. Así, un candidato compite fundamentalmente con los otros candidatos que buscan los mismos cargos que él. 7 Aunque esa disputa entre candidatos sea cerrada en todos los niveles, ella es más visible, y por eso aparentemente más dura, entre los candidatos que se disputan un mismo tipo de elector y, sobre todo, entre aquellos que compiten entre sí en un mismo territorio. Esto porque a pesar de que la masa de población en general pueda ser electora de cualquier candidato -y a pesar de que así pueda ser considerada-, en los hechos se produce una cierta distribución territorial entre los candidatos, quienes tienen sus bases en áreas geográficas específicas. Es más, en la práctica hay también una determinada especialización de los candidatos según tengan sus bases en tales o cuales segmentos de la población (por ejemplo, entre electores que se incluyen en un determinado tipo de trabajador asalariado o en un cierto tipo de profesión). Por eso es que las disputas que involucran los cargos de diputado nacional y, más específicamente, estadual8 y, en el ámbito local, los de concejal e intendente, son ejemplares de lo que afirmamos. Esa es la razón por la cual los cabos eleitorais, que enfatizan el carácter festivo de las elecciones, señalan que las más animadas y más disputadas son aquellas que ocurren en el nivel municipal. La siguiente declaración de un cabo eleitoral de Rio Grande do Sul es un buen ejemplo de lo que acabamos de decir: La elección municipal es la elección más bonita, es la mejor elección, es más disputada. Es mucho más bonita porque es mucho más disputada, es voto a voto. Yo sé que un tipo vota a fulano, voy y digo: no votes a fulano, nosotros estamos haciendo esto y aquello. No voy sólo yo: voy yo y va otro [político]; entonces, es una elección súper disputada, es un voto jugada por jugada, lance por lance. Durante la campaña electoral, por tanto, los candidatos se evitan, y por eso sus programaciones son hechas de modo de no encontrarse en un mismo lugar. Cuando se trata de entrar en un área reconocida como reducto de otro candidato, se toman algunas medidas adicionales, tales como hacerlo en compañía de gente del lugar y que preferentemente tengan un prestigio bastante grande frente a la comunidad como para evitar los conflictos que pudieran pre7 Considerando con Bourdieu (1989) que los políticos tienen capitales diferenciados y que, por tanto, ocupan

posiciones también diferenciadas, a los efectos de este trabajo denominamos ‘próximos’ a aquellos candidatos que por poseer recursos semejantes deben competir entre si. 8 [N. de los Editores: Optamos por conservar la palabra portuguesa “estadual” para hacer referencia

a los diputados ante las legislaturas de los “estados”, divisiones político-administrativas aproximadamente correspondientes a las provincias de la organización política argentina].

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sentarse. Una observación más atenta revela que en el caso de los candidatos a diputado (y también de los candidatos a concejal) esa disputa es aún mayor cuando se trata de aspirantes que además de disputar los mismos cargos compiten por los mismos electores en un mismo territorio, lo que significa también -y fundamentalmente- disputar con otros candidatos del mismo partido, con “los compañeros”, esto es, aquellos candidatos que son los más próximos entre sus pares. Yendo aún más lejos, puede afirmarse que no sólo son considerados como sus iguales aquellos candidatos del mismo partido que disputen el mismo cargo sino más específicamente aquellos que poseen un perfil semejante y bases sociales similares situadas en áreas geográficas próximas. En suma, quienes son más próximos y, por tanto, más pares entre sus pares, son -como ellos afirman- los auténticos adversarios. O, en palabras de un candidato a concejal de un municipio del interior de Río Grande do Sul, “los peores adversarios son los propios compañeros”. Él explicaba: (...) porque yo quiero quitarte el voto, yo no quiero quitarle el voto a otro partido, yo quiero quitarte tu voto, y vos querés quitarme mi voto; entonces en la campaña se habla mucho de que el adversario no es la oposición: son los propios compañeros, los propios compañeros son adversarios políticos. Si hablas con todos los políticos, ellos van a decir que en la elección para concejal o para diputado el adversario político es el propio compañero, el que le saca el voto a otro. No es el otro de la oposición el que te lo va a sacar, él no te lo saca: quienes te lo sacan son los propios compañeros. Aunque la disputa entre candidatos de diferentes partidos que compiten por el mismo tipo de electorado no sólo existe sino que es fundamental -y es, por tanto, parte de lo que aquí nos ocupa-, a efectos de este trabajo restringiremos el análisis a lo que sucede en el interior de la facción.9 Durante el “tiempo de la política”, cuando ella invade la vida de la sociedad, ésta se presenta dividida en facciones, produciéndose inclusive una clara segregación espacial en las ciudades (situación que se repite en diferentes niveles y, por tanto, también en unidades administrativas menores). Así, barrios, o aún comercios y bares, lo mismo que espacios totalmente públicos como las plazas, son clasificados en la medida en que son reconocidos como ligados a una determinada facción. Esa segregación espacial entre facciones es instituida y casi 9 El término facción es frecuentemente utilizado por el sentido común como sinónimo de “tendencias ideológi-

cas “ o simplemente “tendencias”. Utilizamos aquí el concepto de facción tal como es analizado por la literatura antropológica que estudia las relaciones de clientelismo político (Landé, 1977). En otro trabajo analizamos el faccionalismo y sus consecuencias en el caso de las áreas estudiadas ( Palmeira e Heredia, 1995). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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siempre es respetada; por eso, cuando no se la respeta se produce el conflicto. Entre tanto, la segregación no es respetada al interior de una misma facción; al contrario, allí se produce una disputa cerrada –es decir, no pública, restringida a la facción- que se desarrolla a través de diferentes mecanismos. Dicho en otros términos: cuando la disputa que tiene lugar entre facciones es abierta -objeto de reconocimiento público- permite la existencia de reglas; en cambio, cuando la disputa no es pública -esto es: desde el punto de vista del mundo exterior a la facción- faltan las reglas explícitas que regulan las disputas entre los candidatos que, al interior de la facción, se enfrentan entre sí por los mismos cargos en un territorio dado. Esto hace que la disputa sea aun más intensa y sórdida aunque esos candidatos mantengan públicamente relaciones aparentemente cordiales, ya que, como dijimos, los conflictos abiertos son evitados. Entre los mecanismos utilizados en la disputa al interior de la facción, quisiéramos resaltar las tensiones existentes durante la realización de los actos proselitistas10 y, específicamente, aquellas relativas a la integración del palco. No todos los candidatos que forman parte de la facción consiguen subir al palco, pues que lo hagan o no, no es una decisión del candidato sino de la figura que controla el palco. En ocasión de una fiesta en homenaje a la santa patrona de una ciudad del interior de la zona de la Mata de Pernambuco, la cual se desarrolló durante el “tiempo de la política”, asistimos a la vana lucha de un candidato a diputado para subir al palco, donde se encontraba otro candidato del mismo partido que competía con él por el mismo cargo. El control del palco estaba en manos del intendente quien, siendo del mismo partido, era hermano del candidato a diputado que formaba parte del palco. El candidato que pretendía subir -un recién llegado a la política que aspiraba al cargo por primera vez- intentó argumentar a favor de su “derecho” de subir al palco. Sin usar el argumento partidista, resaltó el hecho de que la fiesta no era partidaria, a lo que sus interlocutores -los cabos eleitorais que se encontraban en la escalera del palco para evitar las violaciones de fronterarespondieron usando precisamente el argumento de que se trataba de una fiesta de tipo religioso, dedicada a la santa patrona, y diciendo que el candidato no podría subir para evitar “partidizar” la fiesta. Pero si bien la situación que acabamos de mencionar podría ser vista como un caso límite, sin embargo se constata permanentemente una lucha entre los diversos candidatos por definir quiénes suben al palco. Asimismo, una vez allí, los candidatos compiten por ocupar un lugar desde donde puedan ser vistos por el público, situarse lo más cerca posible de las figuras consideradas como importantes dentro del palco (preferentemente a su lado), pronunciar su dis10 [Nota de los Editores: en portugués ‘comicio’. El Diccionario Portugués-Español Cuyás (1978,

Barcelona, Himsa, 3era edición) traduce el término como: “comicio, reunión de ciudadanos para discutir asuntos de interés general”.]

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curso próximo a los suyos –puesto que es de todos conocida la existencia de jerarquías en el orden en que se suceden los discursos- y, en la medida de lo posible, ser vistos por el público interactuando con tales figuras.11 Los candidatos de la misma facción también se disputan las áreas geográficas, los “reductos electorales” y los diferentes segmentos sociales cuyos votos se intentará obtener. Cuando se programan las visitas por pueblos, barrios y ciudades, no es difícil escuchar a algún candidato que, advertido de que en tal o cual lugar su compañero tiene electores, asevera: “hay que acabar con el corporativismo dentro del partido, no es posible esto de que algunas áreas le pertenecen a él [su compañero]”. Para ganar una elección es necesario, entonces, eliminar al propio compañero; de allí que la disputa entre candidatos de facciones diferentes sea utilizada también, y al mismo tiempo, como un mecanismo que apunta a alcanzar el objetivo de debilitar al compañero del mismo partido. Esto es expresado por un candidato a concejal de un municipio de Rio Grande do Sul, en una formulación que, por sus términos, cabría considerar como un caso límite: Entonces, cuando había dos partidos, yo llegaba a un pueblo de esos y veía que no tenía votos y que los otros dos candidatos, uno de mi partido y uno del otro, tenían votos. Este estaba más cerca de mí [esto es, el candidato del otro partido, que tenía pocos votos]. Yo mandaba un poblador que ambos conocíamos bien y que le decía al cabo eleitoral de él: tu candidato allá está perdiendo, tu gente no está trabajando bien, allá alguien de tu partido no está trabajando bien, es tu reducto y vos podés perder. Esto era un juego, era hecho como un juego. Pero él va allá y comienza a trabajar y acaba sacándole votos al tercero [el que tenía más votos]. Allá yo mismo no tenía votos, yo no saco votos, pero él, a quien yo le avisé, pudo sacarle votos al otro que es mi competidor directo; ese es el sistema, todo está montado. No interesa que yo no tenga votos en un lugar, interesa que alguien le saque votos a mi compañero que es mi competidor directo. Todo es preparado por nosotros. Nosotros hacemos un mapa, programamos todo. Las críticas y acusaciones entre candidatos de facciones diferentes son prácticas comunes y, en tanto tales, forman parte del juego político. Tales críticas y acusaciones asumen diferentes formas: pueden ser hechas públicamente aunque en forma de rumores que corren de boca en boca, o bien revestir una forma totalmente pública. Esto último sucede cuando se ataca al candidato rival desde el palco, intentando dañarlo mediante críticas que hacen referencia a te11 Por un análisis del palco [Nota de los Editores: En portugués: ‘palanque’] y de las relaciones que el

condensa, ver: Palmeira y Heredia, 1995. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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mas que van desde su desempeño en la vida profesional -lo que apunta a poner en tela de juicio sus posibilidades de realizar una buena gestión pública- hasta los aspectos morales relativos a su vida privada -esto es, a su imagen como jefe de familia, su trayectoria como padre y/o marido etc.-. Si las críticas entre candidatos forman parte de la campaña electoral y son parte de la práctica común cuando se hace referencia a los candidatos de otras facciones, hay también críticas y acusaciones entre candidatos de la misma facción. Durante la campaña electoral, las críticas de un candidato se concentran fundamentalmente en los candidatos que disputan el mismo cargo, la misma área geográfica y hasta un tipo específico de electorado; dicho de otra manera, los candidatos concentran sus críticas en aquellos miembros de su propia facción a quienes, en ese momento, consideran como sus principales adversarios. A diferencia de las críticas a los candidatos de otras facciones (inclusive cuando se las hace en el palco), éstas no son hechas públicamente y, por tanto, no pueden ser respondidas públicamente, no habiendo forma de defenderse de ellas. Ellas corren en el interior de la facción, pero siempre “a boca pequena”12 y de forma anónima, lo que tiene consecuencias directas, pues afectan al honor -y ese es precisamente su objetivo-. Afectan aún más directamente al honor porque, al contrario de las acusaciones y críticas volcadas a los candidatos de facciones diferentes (las cuales forman parte de la retórica del palco y, como tales, son leídas y respondidas en el mismo lugar), aquellas hechas entre “compañeros” escapan a esas reglas, ya que no pueden ser contestadas. No es correcto hablar mal de los amigos y correligionarios, y esa es una razón más para que tales acusaciones y críticas no puedan ser respondidas públicamente, aún cuando quienes las sufren sepan de dónde provienen. Hacerlas públicas sería introducir el conflicto público en el interior de la facción. Y ya que la disputa es tan grande e involucra tantos aspectos, es motivo de orgullo y de honor vencer a quien es considerado su igual, esto es, a otro candidato del mismo partido, que dispute potencialmente el mismo elector13. La disputa en el interior de la facción es tan conocida y reconocida que una de las funciones (que no es explícita y que por eso mismo no asume un carácter formal) del coordinador de campaña es la de frenar y resolver los conflictos existentes a nivel local entre concejales, impidiendo que estas tomen carácter público. Como afirmaba un cabo eleitoral, esa acaba siendo, de hecho, una de las cuestiones que, cuando se presentan, requieren de la intervención de alguien de prestigio y reconocido dentro de la facción; intervención que, dependiendo de las circunstancias, cabe al coordinador de la campaña. De ahí que sea funda12 [Nota de los Editores: la expresión “a boca pequena” (en español, “a boca pequeña”) hace referen-

cia a rumores o chismes.] 13 Lo que aquí analizamos se inspira en las consideraciones de Bailey (1971) acerca de la “política de reputación”.

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mental elegir para ese cargo a alguien que tenga peso político y autoridad reconocida, puesto que sólo de ese modo él conseguirá -más que resolver los conflictos- evitar que esas disputas se tornen públicas, lo que afectaría la imagen del conjunto de la facción, acarreando consecuencias políticas que, según las circunstancias, podrían ser muy serias. Obsérvese cómo un cabo eleitoral de un municipio del interior de Rio Grande do Sul formulaba esta cuestión: La pelea es entre los concejales. Entonces por eso es que hay un coordinador para eliminar las peleas entre los candidatos; normalmente ellos crean aquella confusión. Nosotros tenemos que estar unidos. Si yo tiro para el mío y vos tirás para el tuyo, yo hago mi lado y vos hacés el tuyo. Cuando se tiene un mismo cabo eleitoral, es mejor decir: voy a conseguir otro cabo eleitoral pero no voy a pelearme con vos. Entonces el coordinador es generalmente una persona de edad, respetada por la edad, que llega e implanta el sistema; es un tipo respetado por la edad y por el cargo de coordinador. Entonces son dos cosas. Hay que elegir para coordinador a una persona antigua, una persona con pulso firme, una persona que lo llame a al tipo y lo mande, si fuera preciso, a que se calle la boca, y que el tipo no diga nada porque es una persona de edad. Normalmente es eso; eso es para eliminar las peleas, porque la pelea se da incluso entre los colegas del propio partido. Si para el político, la elección es una demostración de fuerza y de poder de cara a los electores, ganar también significa demostrar fuerza frente a sus iguales, frente a otros políticos -tanto de la otra facción como de la propia-. Esa fuerza demostrada también se refleja en la posibilidad de hacer dobradinhas. Dependiendo de con quién sean realizadas, ellas ponen en evidencia el peso relativo del candidato, su reconocimiento al interior de la facción. Se llama dobradinhas a las asociaciones hechas durante la campaña electoral, vinculando el nombre de un candidato a los de otros colegas pertenecientes a la misma facción que disputan cargos diferentes. Así, en la medida en que un candidato se presenta frente al electorado, simultáneamente está siendo visto como asociado a aquél con quien hace dobradinha. Esas asociaciones entre candidatos ocurren en todos los niveles dado que interesan a todos los candidatos que disputan diferentes cargos. Interesa, por ejemplo, a un candidato a diputado estadual o nacional que, no teniendo bases electorales –ni electores ni cabos eleitorais- distribuidas a lo largo y ancho de todo el país o estado asocia su nombre en los municipios y regiones donde es desconocido (o menos conocido) a diversos candidatos a concejal (y/o a diputado estadual en el caso de diputado nacional) que tengan peso y base elec© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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toral en esos lugares y que, actuando como verdaderos cabos eleitorais, garanticen su entrada a los mismos. Pero esto interesa también al candidato “local”. Así, por ejemplo, estar asociado a un determinado diputado o candidato a diputado que tenga peso dentro de la facción ya es en sí un hecho importante para un concejal, y lo será aún más si ese político tiene su base electoral en el mismo territorio en que el candidato local compite. Ese será un elemento importante, que lo diferenciará de los otros candidatos, tanto de la otra faccióncomo de la suya, que estuviesen compitiendo por el mismo cargo. Conseguir hacer dobradinhas con un político jerárquicamente superior y poseedor de mayor prestigio indica que el candidato en cuestión está siendo reconocido por éste, lo que contribuye a aumentar su propio prestigio y, simultáneamente, su reconocimiento por sus pares políticos dentro de la facción. Esa asociación por medio de dobradinhas y de otras formas de apoyo existentes en todos los niveles de candidatura se expresa también en los ‘santitos’14 y en toda la propaganda electoral. A pesar de que este tipo de apoyo no siempre es de carácter financiero y frecuentemente es tan solo simbólico, el hecho de que un candidato cuente con él da a entender al elector que el mismo no ha de limitarse a la campaña sino que se extenderá a lo largo del tiempo, abarcando acciones que podrán ser realizadas una vez que el candidato haya sido electo. Esto es fundamental en una elección, ya que el prestigio de un candidato generalmente es visto como proporcional al reconocimiento y al prestigio de aquellos políticos con los cuales está asociado, lo que explica el hecho de que esos apoyos sean objeto de disputas al interior de una facción política. Reconocer la existencia de esas cuestiones y trabajar con ellas, o sea, tener presente quién es el adversario fundamental para un político, ayuda a entender mejor los diversos significados de las dobradinhas –las que, más allá de estar dirigidas aumentar el número de votos, significan también y simultáneamente un incremento de poder dentro de la facción-. No es en vano que la competencia por establecer dobradinhas lleva a algunos candidatos a forzar situaciones que violan lo que sería la regla de actuación y a provocar conflictos. Esto puede ser observado en el caso de un candidato a diputado nacional por Rio Grande do Sul que hizo dobradinhas con dos candidatos a diputado estadual que tenían sus bases en dos regiones aledañas de dicho estado. Ello provocó no pocas situaciones de fricción, haciendo que, sin que mediaran de declaraciones explícitas o públicas, ambos candidatos a diputado estadual dejasen de mencionar su asociación con el candidato a diputado nacional, quien de ese modo acabó perdiendo espacio en sus áreas de actuación. 14 [Nota de los Editores: En portugués: ‘santinhos’. Se trata de pequeños panfletos que cuando inclu-

yen una foto del candidato son denominados santinhos porque su aspecto es considerado similar al de las estampas de santos].

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Otro aspecto que parece igualmente importante y que debe ser destacado es que el poder dentro de la facción tiene repercusiones sobre el prestigio fuera de la misma, aumentando la posibilidad que tiene el candidato de construir alianzas, incluso externas a la propia facción. En suma, el poder que tiene un político fuera de la facción pasa por el poder que tiene dentro de ella, y viceversa. De modo que el hecho de poder disputar, y de poder derrotar al adversario, es fundamental para que el candidato obtenga el reconocimiento de quienes pretende que sean sus pares -esto es, de los políticos, sean de su propia facción o no-. En el momento de la disputa electoral, las dobradinhas reflejan exactamente esas posibilidades, tanto como la pertenencia a una determinada red de relaciones que de ese modo es explicitada (Landé, 1977). La existencia de esas disputas es motivo de extrañamiento por parte de quienes por ser nuevos dentro de la facción no consiguen percibir el significado y la importancia de esos hechos. En ese sentido, un candidato a concejal y ex-dirigente sindical rural se mostraba sorprendido y perplejo, al constatar que durante la campaña electoral de su municipio, no sólo cada uno de los dos candidatos a concejal del mismo partido actuaba de forma aislada sino que había, incluso, competencia entre ellos. Al hablar de la situación de su partido, decía: Hay cuatro candidatos a concejal en el área rural, y mi punto de vista es que, si hubiera sensibilidad, hoy era un momento para que esos cuatro candidatos hablaran todos [en el acto proselitista], no sólo hoy sino toda vez que hubiera actos proselitistas en los ingenios. Ahora, si la gente se mantiene separada, uno para allá, otro para acá, se hace un trabajo individual, no tiene efecto. Nosotros [los candidatos] nos quedamos sueltos... y esto es una cosa que desgasta. Esta cita es reveladora de que en la medida en que un político compite con quienes son sus próximos, su trabajo -especialmente el desarrollado durante la campaña electoral- es un trabajo individual. El candidato, un trabajador rural que tiene experiencia como dirigente sindical, revelaba un extrañamiento respecto del trabajo político debido al hecho de que lo percibe como un trabajo individual y, por tanto, como carente de “efecto”. Esta percepción tal vez se explique por el hecho de que su punto de referencia era la experiencia sindical, en la cual las elecciones siempre son realizadas a partir de fórmulas que una vez constituidas ponen fin a las luchas previas a su composición. Una vez definida una fórmula, sus integrantes dejan de competir entre sí para pasar a actuar en tanto integrantes de la misma y, consecuentemente, desarrollar un trabajo con-

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junto y único que es vivido como necesario para que, una vez electos, el otro trabajo a ser realizado -el trabajo sindical- tenga efectos multiplicadores. Ese tipo de formulación pone en evidencia otros aspectos interesantes. Exceptuando la asociación que siempre se establece con los candidatos que, siendo del mismo partido, disputan las candidaturas “mayoritarias”15, todo el trabajo es hecho individualmente. La campaña es desarrollada de ese modo, y todo el material impreso es individual. Cuando un candidato se asocia a otro político, siempre lo hace por medio de dobradinhas. Durante la campaña electoral es muy frecuente ver, en las ciudades y pueblos del interior de los estados en que trabajamos, candidatos a concejal circulando solos –sin otros candidatospara hacer campaña. Si bien algunos comités pueden denominarse “partidarios”, en la práctica se observa que son individuales y que pertenecen a candidatos específicos. Aún en los casos de aquellos denominados “partidarios” (y a pesar de que pueda existir material de los candidatos de la facción que están disputando cargos “mayoritarios”, esto es, de los candidatos a intendente y vice-intendente y/o a gobernador y vice-gobernador), una simple visita a estos locales revela que, en lo que hace a las candidaturas a diputado, sólo se encuentra material del candidato local o de quienes, siendo de afuera, hagan dobradinha con él. En todos los casos que hemos observado a nivel local sólo existe material del candidato; de hecho, los comités que se autodenominan “partidarios”, son considerados como tales porque se encuentran en localidades donde hay un único candidato del partido al que se lo adscribe.16 Esta manera de considerar a los comités se corresponde con lo que expresan los militantes respecto de su trabajo: ellos siempre afirman que trabajan para alguien, esto es, para un candidato en particular y nunca para un partido en general o para varios candidatos que estén disputando los mismos cargos. La disputa con los candidatos de la otra facción tiene lugar durante la campaña electoral y generalmente se restringe a ella. Dentro de la facción, por el contrario, la disputa por el espacio es constante. Eso indica la existencia de una temporalidad específica para los políticos -esto es, para quienes hacen política todo el tiempo- que se diferencia de la temporalidad concebida por las poblaciones como “el tiempo de la política”. Lo que aparece como una disputa entre fac15 [Nota de los Editores: Como fuera mencionado en la introducción de este volumen, el sistema elec-

toral brasileño contempla dos modalidades de asignación de los cargos electivos: proporcional (empleado para la elección de diputados federales y estaduales) y por mayoría simple (utilizado en la elección de senadores federales, gobernadores e intendentes). Este sistema electoral mixto da lugar a que en el vocabulario político brasileño se hable de cargos y candidaturas ‘mayoritarias’ y ‘proporcionales’.] 16

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Si bien no podemos afirmar que se trata de una regla, en las regiones en que realizamos el trabajo de campo nunca observamos la existencia de comités de concejales. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ciones es aquello que sucede durante la campaña electoral, pues la política fuera del período electoral se hace fundamentalmente dentro de la propia facción. Si, como hemos dicho, dentro de la facción los políticos no disputan sólo electores sino también el acceso a diferentes recursos –entre los cuales es fundamental el prestigio-, para los políticos, más allá de las elecciones, hay otros momentos no menos importantes. Esa disputa también está presente en la convención17 y, tal vez de modo más marcado, inmediatamente después de las elecciones, vale decir, en el momento del escrutinio. Además de la campaña electoral, esos dos momentos son fundamentales para los políticos, y es entonces que aparece más claramente la disputa en el interior de la facción. Al hacer referencia a las convenciones, los políticos incluyen no sólo el momento de su realización sino también el período anterior, cuando se generan las negociaciones para la nominación de candidatos. Durante la convención se decide quién compite con quién en el mismo espacio político y, así, algunos pre-candidatos son omitidos. Si, en lo que se refiere específicamente a los cargos de diputado, se da el caso (nada raro) de que sean aceptadas varias candidaturas con perfiles semejantes –por ejemplo, de políticos que tienen bases entre trabajadores rurales y en áreas próximas-, la disputa durante la campaña será aún más cerrada. En este sentido, los candidatos a diputado ocupan, en términos de disputa, una posición análoga a la de los concejales: esto es, se ven obligados a disputar espacios entre sí. Si durante las convenciones el criterio de representar áreas geográficas es un elemento importante en la selección de los candidatos, también lo es el peso político de los pre-candidatos en esas áreas. Esto significa que, más allá de las bases electorales con que cuente cada uno de ellos, el peso de los políticos de la facción que, de hecho, apoyan cada pre-candidatura también influye sobre la selección de los candidatos. Durante la convención aparecen también otros elementos importantes para comprender el juego político que se da dentro de la facción. Algunos problemas relativos a las disputas por las candidaturas son especialmente resaltados por los candidatos nuevos, esto es, por quienes se candidatean por primera vez. Al no percibir las reglas, estos candidatos primerizos explicitan mejor su desencanto, sea porque no son escogidos como candidatos al no tener quién los apoye dentro de la facción, o porque, aún siendo escogidos, acaban siendo dejados de lado por no contar con ningún apoyo posterior para la realización de la campaña. El prestigio dentro de la facción se expresa también en el acceso a recursos monetarios: la falta de apoyo económico para hacer campaña es 17 [Nota de los Editores: En portugués: ‘convenção’. Las ‘convenciones’ son las reuniones desarrolla-

das por un partido o una coalición de partidos a fin de elegir y designar sus candidatos.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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también una demostración de la ausencia de reconocimiento, tanto como lo es la falta de apoyo “político” por parte de los políticos importantes de la facción. En suma, en esta disputa se hacen explícitos los apoyos con que cuenta y el “reconocimiento” de que dispone cada uno de los pre-candidatos entre los candidatos y/o políticos reconocidos como importantes dentro de la facción. Y, puesto que la pertenencia a una determinada red de relaciones es hecha explícita, quienes que no son escogidos se sienten excluidos y traicionados por haber sido dejados de lado en función de otros pre-candidatos. En este sentido, es interesante el caso de un candidato nuevo en la política que competía para diputado estadual en Rio Grande do Sul y que, disponiendo de recursos monetarios familiares y queriendo “entrar en la política de una manera diferente a la tradicional”, intentó -según afirmaba- hacer una campaña que lo diferenciara del resto de los candidatos del municipio y de la manera usual de hacer política a nivel local. Como candidato del partido del gobierno federal, que no tenía un gran número de electores en el municipio donde él tenía sus bases, y sin contar con apoyos políticos importantes dentro del partido, hizo una campaña marcada por la intención de desvincularse tanto como fuera posible de su partido y de los candidatos del mismo. Durante la campaña, este candidato enfatizaba ese hecho, poniendo en evidencia simultáneamente las reglas con las cuales se esperaba que un político actuase posteriormente a la elección; y luego, una vez derrotado, explicaba el fracaso de su actitud apelando precisamente a lo que él mismo había criticado anteriormente: esto es, al hecho de no pertenecer a una red que lo sustentara durante la campaña. La disputa entre quienes compiten por los mismos cargos puede llevar a rupturas, especialmente durante la convención. En esas circunstancias, la salida de la facción es vista como justificada pues es la resultante de una traición, y no pocas veces los candidatos traicionados son llamados por el jefe de otra facción, pasando entonces a “trabajar para él”. Cuando el candidato dejado de lado es una figura importante dentro de la facción, para evitar que se configure una situación de traición y que ocurra el abandono de facción, se utiliza el mecanismo de proponerle que se candidatee en un municipio que será desmembrado de aquel donde tiene lugar la disputa. Sin pretender concluir que esa es la única razón del desmembramiento de los municipios, no nos parece que haya duda que es una de ellas. Sin embargo hay aún otras posibilidades, como por ejemplo la de que un conflicto ocurrido dentro de la facción origine el surgimiento de una nueva facción, posibilidad que depende del poder relativo y del prestigio -dentro y fuera de la facción- de quien fue preterido. En la preparación de las convenciones las disputas son muy cerradas, tal como es posible apreciar en base a varias situaciones que observamos y que nos fue58

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ron relatadas. Un pre-candidato a diputado tuvo que renunciar a su candidatura pues, con el objetivo de difamarlo, se habían fraguado documentos que lo atacaban en términos morales y, según él mismo afirmaba, eso había sido “hecho por gente de la propia facción”. También puede ser mencionado el caso del vice-intendente de un municipio de Rio Grande do Sul que aspiraba a la intendencia. A pesar de un acuerdo previo (alcanzado en el momento de la composición de la fórmula para las elecciones anteriores) que le garantizaría apoyo para su candidatura, fue dejado de lado por la facción del entonces intendente. Argumentando una decisión del partido y falta de apoyos de afuera del municipio para el aspirante, el intendente propuso a otra persona como candidato y, al mismo tiempo, ofreció a su antiguo compañero de fórmula y vice-intendente un cargo en una de las instituciones del municipio a título de compensación. Debido a la situación de fragilidad en que se encontraba –vale decir, al hecho de que no estaba en condiciones de abandonar la facción-, el vice-intendente tuvo que aceptar el cargo ofrecido como un empleo, poniendo fin a sus pretensiones políticas. Sintomáticamente, durante el escrutinio –un momento de extrema tensiónlos candidatos de partidos diferentes, quienes se evitaron durante toda la campaña, se mantienen juntos, se reúnen y conversan (bien que con ciertos restos de tensión). Entretanto, los candidatos de un mismo partido, quienes estaban juntos públicamente durante la campaña, se mantienen separados. Esto ocurre porque son el número de votos y la colocación del “compañero”, y ya no el candidato de la otra facción, los que acaban impidiendo o permitiendo que un candidato sea electo. Y no se trata tan sólo de ser electo, pues, aún siéndolo, el número de votos obtenido por cada uno de los candidatos en disputa también es un elemento importante en la definición del prestigio que tendrá cada cual en el interior de la facción. Así, una vez más, y cerrando el ciclo, es en la facción donde tiene lugar la confrontación. Sería posible, por tanto, decir que para un político ganar una elección da poder y significa diferenciarse de sus iguales, esto es, de quienes son sus mayores adversarios -hecho que, dependiendo de las circunstancias, puede hasta llegar a ser vivido como cuestión de honor-. En suma, es necesario señalar que si, por un lado, todo político tiene que luchar para ser reconocido como un par por sus pares dentro de la comunidad política -pues en terminos de Bailey (1971) el reconocimiento de los pares es condición necesaria para formar parte de una comunidad-, por el otro, para mantener su lugar en ella debe conseguir diferenciarse de quienes son los más próximos, siendo esta una condición ineludible para ser reconocido como un par por quienes tienen mayor poder dentro de la facción, pero también, y si-

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multáneamente, para ser reconocido como par en la comunidad política, esto es, por las otras facciones.

Traducción: Fernando Balbi. Revisión: Julieta Gaztañaga.

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Líderes y candidatos: las elecciones “internas” en un partido político. Ana Rosato tina volvió a la democracia, a aquella forma de gobierno en la Encual1983,los laciuArgen dadanos –individuos que cumplen ciertos requisitos formaleseligen a sus representantes en una la elección libre. Desde entonces, el ciudadano ha vuelto a ejercer ese derecho a través del “sufragio universal”, mediado por los partidos políticos. Estos son los que organizan (y monopolizan) la participación y la representación de los ciudadanos, estableciendo quiénes serán aquellos que pueden representarlos en los cargos de gobierno. Así es que cuando un ciudadano emite su voto (en una elección general) está eligiendo entre candidatos presentados por distintos partidos políticos. El “voto” (o el sufragio) puede ser utilizado también como mecanismo para elegir las autoridades partidarias (aquellos que dirigirán el partido). En este caso, son los afiliados los que expresan su voluntad y eligen a aquellos que los representarán entre la lista que cada línea interna presenta. A este acto electivo se lo denomina elección interna. También puede ocurrir que ese mecanismo sea usado para elegir a quienes representarán al partido como candidatos a ocupar los cargos de gobierno en las elecciones generales. Además, “estos” usos del acto eleccionario pueden presentarse combinados. Por ejemplo, en el caso de que esté en vigencia la denominada “ley de Lemas”: cada partido político puede presentar varios candidatos para un mismo cargo –del poder ejecutivo- en la elección general, lo que hace innecesario realizar una elección interna u otro tipo de mecanismo para elegir los candidatos del partido. También pueden presentar diferentes modalidades. Por ejemplo, las elecciones internas para elegir candidatos –no autoridades partidarias- pueden ser “cerradas” o “abiertas”. En las del primer tipo sólo pueden participar los afiliados al partido; en las “abiertas” además de los afiliados pueden participar todo ciudadano que no esté afiliado a otro partido político, es decir, los independien tes. En definitiva, los usos de la “elección” son múltiples y presentan diferentes modalidades.

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En este trabajo nos interesa centrarnos en el análisis de un caso específico: la elección interna “abierta” que se realizó en el ámbito provincial y local para elegir los candidatos que representaron al Partido Justicialista en las elecciones generales de octubre de 1999, elecciones en las cuales se renovaron los cargos de gobierno en el ámbito nacional, provincial y municipal.1 En este caso en particular (y pensamos que, respetando los particularismos locales, es probable que se pueda generalizar parcialmente) la implementación de las elecciones internas hizo más visible –para el observador- los aspectos no formales de la organización partidaria y del comportamiento político de sus miembros. Esos aspectos no formales nos parece que pueden echar alguna luz, tanto sobre la dinámica interna del Partido Justicialista, como sobre dos de los rasgos fundamentales de la democracia representativa: la participación y la representación. La implementación de la elección interna para elegir los candidatos, fue una “decisión” tomada por las autoridades partidarias (las provinciales en el año 1987 y las nacionales, en el año 1988), quienes consideraron que era un modo eficaz para unir al Partido detrás de sus candidatos en las elecciones generales y hacer más transparente la representación. El Partido Justicialista había perdido la elección general de 1983 tanto en el ámbito nacional como el provincial y local y las nuevas autoridades elegidas en 1987, evaluaron que una de las causas de la derrota del ´83 había sido que, los candidatos presentados por el Partido no habían sido lo suficientemente representativos puesto que habían surgido de la negociación entre las autoridades partidarias de esa época y no de la voluntad de las bases expresada democráticamente.2 Este argumento se vio reforzado por los sucesivos triunfos que, luego de tomar la “decisión”, obtuvo el Partido en las elecciones generales desde 1987 hasta 1999. Sin embargo, la implementación de la elección interna como mecanismo para dirimir de entre los múltiples aspirantes quiénes serían los candidatos, no produjo el efecto de hacer “desaparecer” totalmente la “deliberación” ni la “negociación”. Lo que sí logró fue “ampliar” el ámbito en el cual se realizaban las deliberaciones y negociaciones, incluyendo la participación de los militantes y multiplicando la cantidad de “negociaciones” que debían darse para que un aspirante fuera elegido. Esto tampoco garantizó directamente que todo el Partido

1 La información que utilizamos fue obtenida en un trabajo de campo realizado durante las campañas electora-

les del Partido Justicialista local en un departamento de una de las provincias argentinas, en los años 1998 y 1999. 2 Esta “opinión” ha sido la predominante entre los dirigentes de la línea Renovación –la que dominaba en 1987

el aparato partidario- pero también está presente en los trabajos de algunos cientistas políticos, como por ejemplo Mora y Araujo (1995).

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se uniera detrás de las listas de candidatos -legitimados en la elección interna por el voto de la mayoría de los afiliados- en las elecciones generales. En nuestros términos, las autoridades partidarias que implementaron las elecciones internas como modo de superar las discrepancias entre las distintas líneas partidarias, pensaron que la lógica de la segmentación, en la cual dos linajes en disputa se unen para combatir a un adversario común (en este caso el otro partido), se impondría sobre la lógica de la facción, en la cual el enfrentamiento entre facciones3 perdura más allá del objetivo común (el del partido). Es decir, y como intentaremos mostrar, el enfrentamiento entre líneas puede continuarse en la elección general. Que esto ocurra, o no, dependerá básicamente del comportamiento de los líderes, los aspirantes a líderes y de los militantes.

La organización formal del Partido y las líneas internas: lidad, el partido se denomina oficialmente: Partido Justicialista. EnEsela esactuael nom bre con el cual figura en el registro de partidos políticos autorizados a participar de las elecciones, en las boletas con las cuales se presentan a esas elecciones, en sus locales partidarios y, sobre todo, en el “sentir” de sus afiliados y seguidores. Todo aquel que está afiliado al Partido es un justicialista y se identifica a sí mismo como tal.4 La forma en que está organizado el partido es análoga a la organización política-administrativa del territorio: nacional, provincial, departamental y barrial. Cada uno de los niveles está presidido por un Concejo (se lo denominará Superior o Nacional, Provincial, Departamental o de Unidad Básica5) con un presidente (al que se denominará Presidente del Partido Nacional, Provincial, Departamental o de la Unidad Básica), vicepresidentes y vocales. En el ámbito nacional y provincial hay un Congreso que toma las decisiones fundamentales del Partido. El funcionamiento del Partido está reglamentado en las Cartas Orgánicas. Hay una en el ámbito nacional y cada provincia tiene la suya. Pueden ser modificadas únicamente por los Congresos respectivos. En ellas se establecen –en3 El término “facción” es utilizado en algunos trabajo consultados para hacer referencia a los enfrentamientos

internos del Justicialismo. Por ejemplo en Borón, et.al. (1995) y en Martuccelli y Svampa (1997). 4 Cotidianamente se usa indistintamente tanto justicialista como peronista. El uso cotidiano de los térmi-

nos presenta un cierto matiz: se tiende a relacionar peronismo con sentimiento (directamente sostienen: el peronismo es un sentimiento, no pasa por la cabeza, se siente en el corazón) y justicialismo o justicialista con afiliación (estoy afiliado al Partido, soy afiliado justicialista). 5 La unidad básica constituye el organismo primario del partido tal como está establecido en la primera Carta

Orgánica del Partido de 1947 (Mackinnon, 1995:245). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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tre otras cosas- la duración de los mandatos de las autoridades partidarias y el modo en que esas autoridades serán elegidas. Aún cuando pueda parecer que existe cierta autonomía entre las autoridades del ámbito nacional y provincial, esta es relativa ya que existe cierto tipo de interdependencia. Por un lado, los afiliados provinciales votan en las elecciones internas para elegir las autoridades de los Concejos Nacionales y los que serán los Congresales Nacionales. Por otro, el Concejo Superior puede determinar la intervención de un partido en el ámbito provincial, destituir a sus autoridades y nombrar en su lugar a un interventor o normalizador. Lo mismo sucede entre el Partido en el ámbito provincial y departamental: el primero puede intervenir al segundo. Esta organización de tipo territorial, está atravesada por otra de tipo “sectorial”: las Ramas. Cada uno de los sectores que componen el Partido está nucleado en una rama: la Sindical, la Femenina y la Juventud. La organización en Ramas también está contemplada en las Cartas Orgánicas, aunque cada una fue incluida formalmente en momentos distintos. La primera, la Sindical, nuclea a los “trabajadores” y surgió con la Carta Orgánica de 1947 en la cual se reconoció a las agrupaciones gremiales como “entidades políticas esenciales del partido”.6 La segunda se constituyó en la década del ´50, cuando las mujeres votaron por primera vez en una elección general y por supuesto está compuesta por las “mujeres” del Partido. La última rama en instituirse como tal fue la de la Juventud (recién en 1983 fue incorporada a la Carta Orgánica Nacional) y pertenecen a ella todos los afiliados menores de 30 años7. Ambos tipos de organización surgieron y se fueron desarrollando a través de luchas y acuerdos entre la “heterogénea” base política que sustenta al Partido, de tal forma que la relación entre las autoridades territoriales (los Concejos) y las autoridades sectoriales (las Ramas) ha sido básicamente conflictiva y muchas veces hasta violenta. En los últimos años, uno de los momentos en los cuales esos conflictos se expresaron fue durante las elecciones internas, cuando se debían preparar las listas de candidatos. Ahí se puso en evidencia la existencia de líneas internas que “cortan” la organización formal entre territorio y sectores, uniendo en su interior a partidarios que pertenecen a ámbitos geográficos distintos y a sectores diferentes. Las líneas son de distintos tipos. Hay líneas que existen como agrupacio nes que tienen un nombre, autoridades y espacios físicos propios (locales). 6

Esto figura en Mackinnon (1995:246).

7 Si bien en algunos momentos hubo otras ramas o se constituyeron “subramas” (como por ejemplo la juven-

tud universitaria y la juventud trabajadora) las tres mencionadas son las que se han mantenido y las que hoy tienen un cierto grado de organización.

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Otras veces la línea se conforma sólo a efectos de conformar la lista de precandidatos y, más allá que triunfe o no en la elección, se diluye posteriormente. En este caso también tiene nombre pero al sólo efecto de ser usado cómo distintivo en la boleta y sus militantes se identifican con el nombre del líder para identificarse cómo línea. También puede tener un espacio físico o local, pero en general se desocupa luego de la elección. Las líneas pueden surgir de las bases -un conjunto de militantes puede decidir fundar una línea a partir de desavenencias con las autoridades del Partido- o pueden surgir de un aspirante a líder que quiere demostrar su poder convocando a militantes. Una línea local puede surgir desde la localidad, es decir, de un barrio o una ciudad, o puede ser fundada desde el ámbito nacional o provincial (por ejemplo una agrupación localizada en la capital de una provincia puede fundar una filial en otra ciu dad). Las líneas son sumamente heterogéneas y difíciles de caracterizar. No obstante hay algunos aspectos comunes. En primer lugar, se conforman por oposición a otra línea -en general a aquella que “maneja” el aparato partidario- pero pueden unirse para enfrentar una tercera. En segundo lugar, reúnen en su interior a personas pertenecientes a diferentes ramas o sectores territoriales del Partido. Y en tercer lugar, tienen un líder. Cuando la línea encara una elección, aquel que es su líder discute al interior de la línea quienes serán los precandidatos de la lista, negocia con otras líneas a fin de congregar detrás de la lista un número mayor de adherentes, y también negocia la vinculación de la lista de su línea –local- con las listas de otros niveles. Es decir, debe definir a qué lista de precandidatos a autoridades provinciales o nacionales se unirá la lista local que representa a su línea. Recíprocamente, un líder nacional o provincial debe trabajar para que su lista sea apoyada por la mayor cantidad de líneas internas en cada uno de los niveles “inferiores”: el líder provincial en el ámbito de los departamentos y el que pretende ser líder nacional en el ámbito de las provincias. De modo que la preparación de una elección interna implica un momento de expresión de las líneas internas y también de los liderazgos partidarios, y no sólo se ponen en evidencia las apetencias personales de aquellos que quieren ser candidatos, sino también de aquellos que aspiran a ser líderes dentro del Partido. Pero la confección de las listas de una línea no está únicamente en manos del líder ni éste puede imponer los nombres a su arbitrio. Debe consensuar y negociar esos nombres con los aspirantes y los militantes de su línea.

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El caso: lidad en la que realizamos la investigación, el Partido está orgaEnnienzadola lotalcacomo lo mencionamos más arriba: territorial y sectorialmente . 8

Respecto a las líneas, existe una sola línea como Agrupación, es decir que tiene un local propio y un líder –el Contrincante- que la conduce. Hubo otras líneas en estos años que se armaron sólo para competir en la elección interna y luego se disolvieron. Una de ellas, es la que “maneja” el Partido local desde 1987. No tiene nombre, sus militantes usan para identificarse el nombre de su líder: el Senador Provincial9. Esa línea usa el local del Partido para reunirse. En abril de 1998, el Presidente del Partido, convocó a una reunión en el local del partido con el objetivo de hablar sobre las candidaturas. Fue el primero en hablar y se limitó a explicar el motivo de la reunión: conversar sobre las elecciones del ´99, porque nuestra meta es la municipalidad, tenemos que ir en busca de un triunfo peronista como en otras ocasiones. Aclaró que el enemigo del peronismo era el radicalismo, pero que había que prepararse bien para la interna. Por eso había convocado a la gente que gasta las zapatillas, los que caminan, para que juntos salgamos a caminar (así se define a un militante). Luego de los aplausos presentó al Senador Provincial. Su discurso duró alrededor de una hora y en él dejó planteada su opinión sobre las candidaturas y el trabajo que había que comenzar a realizar. Respecto a los candidatos dijo que había muchos aspirantes10, entre ellos el Presidente del Partido, y él mismo: si hubiera consenso no tendría problemas para aceptar la precandidatura a intendente de la ciudad.11 También hizo referencia a las aspiraciones del líder de la línea Agrupación, y por eso propuso mantener un diálogo con él a fin de llegar a un acuerdo. Respecto a los pasos que se debían dar dijo: tenemos que conversar entre to8 Encontramos un Concejo Provincial (con un Presidente del Partido Provincial), un Congreso Provincial y per-

sonas elegidas como Congresales Nacionales que lo representan en el Congreso Nacional. En el nivel local hay un Concejo con un Presidente del Partido y personas elegidas como Congresales Provinciales que representan al Partido departamental en el Congreso Provincial. Y en la ciudad hay cinco Unidades Básicas con sus autoridades. Y en cada nivel encontramos representantes de las Ramas Sindical, Femenina y de la Juventud. 9 A efectos de destacar el papel protagónico de líderes, aspirantes y candidatos y de evitar los nombres pro-

pios, usaremos sus “títulos” para nombrarlos, escritos en letra cursiva y en negritas. 10 Usaremos esta palabra para referirnos a aquellas personas que aspiran a convertirse en precandidatos del

Partido. Una vez que las listas de cada línea son presentadas, esas personas se denominan precandidatos. Las personas que figuran en la lista que triunfa en la elección interna se denominan candidatos. 11

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Textualmente dijo: los compañeros empezaron a pensar en que yo podría ser candidato. (…)muchos amigos, compañeros y no compañeros, plantearon que sea intendente. Lo quiero consensuar con Uds. No lo descarté, me siento halagado, pero si realmente sale de…(nombre de la ciudad) no quiero ser candidato de una parte sino de todo el peronismo de…(nombre de la ciudad). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

Líderes y candidatos: las elecciones “internas” en un partido político.

dos: en esta reunión y después caminar los barrios y hablar con los compañeros de allí, (…)debemos trabajar en forma solidaria; peronista. Solamente así seremos la esperanza de la gente. El discurso fue interrumpido por algunos “vítores” y a partir de ahí se produjo un diálogo entre los militantes presentes y el Senador Provincial. En el diálogo se fueron planteando los distintos apoyos a los posibles aspirantes, pero sobre todo quedó en claro cuáles eran las posiciones respecto a la otra línea. El objetivo de todos los presentes era el mismo: que el Partido ganara las generales de 1999, y para ello debía llegar unido a la elección. En 1995 se había perdido la intendencia porque los militantes de la línea Agrupación no se habían encolumnado detrás de la línea ganadora en la elección interna. Pero disentían en cuanto a la estrategia para evitar que eso volviera a suceder. Para el Senador Provincial se debía dialogar y negociar –esto es: ofrecerle una candidatura – con la otra línea, y evitar la elección interna conformando una lista única. Esta posición era apoyada por el Diputado Provincial, por uno de los concejales presentes y por la mayoritaria de los militantes. Frente a esta postura se planteó otra que proponía ir directamente a la confrontación, es decir a la elección interna, y que la línea triunfante obligara bajo pena de expulsión del Partido, a la línea perdedora a encolumnarse. Detrás de esta postura, más combativa, se alinearon los otros cinco concejales justicialistas – quienes respondían al Presidente del Concejo Deliberante, ausente en la reunión – y una minoría de los militantes presentes. Fue el Presidente del Partido el que sintetizó las dos posturas: Creo que acá tenemos dos alternativas: o el consenso o la interna. De ahí tienen que salir los mejores candidatos para la general. Pero si hay internas vamos a exigir que, pasado el acto, se tenga la misma lealtad al peronismo para ir todos juntos como el 26 de octubre (de 1997)12. Para que saquemos la misma diferencia de 1800 votos. Tenemos que conseguir ir todos juntos. Y el Senador Provincial cerró la reunión poniendo como condición para aceptar su precandidatura a intendente la unidad del peronismo, y proponiendo que en los próximos días se realizaran reuniones más chicas a fin de discutir el tema de las candidaturas.13 Esta fue una reunión de una línea, la liderada por el Senador Provincial quien –según nos aclararon los militantes- era quien realmente había convocado a la reunión, el Presidente del Partido sólo la había armado. Una línea en la que trabajaban: el 12 Se re fe ría a las elec cio nes le gis la ti vas para re no var un ter cio de la cá ma ra de di pu ta dos en el ám bi to

na cio nal. 13 La reunión se cerró del mismo modo que los actos: entonando la marcha peronista. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Presidente del Partido, el Senador Provincial, el Diputado Provincial, el Presidente del Concejo Deliberante, los Concejales justicialistas y los militantes presentes en la reunión.14 Algunos militantes nos explicaron que la ausencia del Presidente del Concejo se debía a que aspiraba a ser candidato a intendente, y que si no lo lograba existía el riesgo de que intentara formar su propia línea. Aquellos que durante la reunión habían propuesto la estrategia del enfrentamiento eran sus seguidores, y lo habían hecho como parte de una táctica, para usarla como excusa en caso de tener que separarse.15 La diferencia en la estrategia a seguir con la otra línea –Agrupación- implicaba el peligro de una “fisión” dentro de la línea del Senador Provincial y que se terminaran presentando tres listas de candidatos en las elecciones internas.16 Para referirse a este peligro constante de fisión, los militantes hablan de la interna de la interna. Pero aún cuando en las próximas semanas, la estrategia del enfrentamiento triunfó sobre la del consenso, ya que no hubo forma de negociar con la línea Agrupación, el peligro de la “fisión” permaneció. Frente a la tarea de armar las listas, los aspirantes “amenazaban” con separarse y armar su propia línea si su precandidatura no era aceptada. Pero para poder separarse, llegado el caso, necesitaban la adhesión de una proporción significativa de los militantes.

La confección de las listas: dos líneas –la del Senador Provincial y la línea AgruLpaa lisción-ta desecantermididanatosrondedelasarmar en octubre de 1998, uno o dos días antes de que cerrara el plazo estipulado por la junta electoral. En esos meses (de abril a octubre), los aspirantes a candidatos y los militantes de cada línea realizaron, como ellos mismos lo llaman, un trabajo político. Las tareas o actividades que realizaron fueron básicamente las siguientes: se reunían en el local del Partido y en casas de familias, visitaban las casas de afiliados y de no afiliados, organizaron reuniones grandes, homenajes y efectuaron nuevas afiliaciones.17 14 Según los medios de comunicación en esa reunión había más de doscientas personas. 15 Esta interpretación de los militantes de la línea del Senador Provincial, fue compartida por los medios de co-

municación locales que habían cubierto esa reunión: al día siguiente en una de las radios, el locutor afirmó que el Presidente del Concejo Deliberante había inventado ese viaje porque pensaba darle pelea al Senador Provincial. 16 Esto ya había sucedido en el pasado. Para las internas de 1991 se presentaron cinco listas, dos pertenecían

a líneas que se habían desprendido de la línea del actual senador. 17 La localidad tiene 30.000 habitantes y 20.000 electores. El Partido Justicialista tenía (hasta agosto del 1998)

8.000 afiliados, el Partido radical 2600 afiliados y entre los partidos políticos se calcula que hay otros 1000 afiliados. Es decir que el 60% de los electores del departamento están afiliados a algún partido. En agosto de ese año el Justicialismo afilió a 2000 personas más.

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Dentro de la línea del Senador Provincial, los aspirantes eran cuatro: él mismo, que aspiraba a ser precandidato a intendente, el Presidente del Partido que aspiraba a ser precandidato a senador provincial, el Diputado Provincial que aspiraba a la precandidatura a senador provincial y el Presidente del Concejo Deliberante que aspiraba a ser precandidato a intendente. Es decir que cuatro aspirantes se disputaban las precandidaturas a tres cargos: intendente, senador y diputado. Los aspirantes plantearon estrategias distintas a fin de lograr su objetivo. Así: – el Presidente del Partido optó por demostrarle al líder que contaba con la adhesión de un número significativo de militantes; para ello: usó el método de juntar firmas (los militantes que lo respaldaban se dedicaron durante diez días a juntar firmas de afiliados y simpatizantes, visitando casa por casa), se acercó al Presidente del Concejo, quien, se suponía, se oponía a su precandidatura, y realizó una reunión de apoyo en el local del Partido. Esa reunión fue considerada grande porque asistieron a ella más de 150 personas, pero la mayoría de los asistentes eran militantes que adherían al Senador Provincial. Con esa demostración de fuerza y con su acercamiento al Presidente del Concejo Deliberante, el Presidente del Partido presionó al líder de un modo sutil, mostrándole que él también podía irse de la línea y llevarse parte de la gente, es decir, de los seguidores del Senador Provincial, y aún aliarse con el Presidente del Concejo y formar otra línea. – el Diputado Provincial, en cambio, no hizo un trabajo con la militancia; se limitó a mantenerse cerca del Senador Provincial pensando que su precandidatura era un hecho indiscutido y que la sola relación que los vinculaba serviría para obtenerla. – el Presidente del Concejo trabajaba por su cuenta junto con un grupo de diez militantes –hombres y mujeres. Hacían reuniones y además caminaban, es decir, realizaban visitas a la casa de los compañeros. El objetivo, según el Presidente del Concejo explicó, era el de ver que pasa conmigo, yo estoy muy alejado de la gente y quiero ver como soy visualizado. De modo paralelo mandó a realizar encuestas sobre intención de votos, y los resultados le confirmaron que el sector que lo respaldaba era el de la juventud, mientras que entre las mujeres18 y los hombres “adultos” su posición estaba muy por debajo de la del Senador Provincial. El trabajo que realizaba el Presi18 A las dos semanas de la reunión que comentamos más arriba, el Presidente del Concejo llegó al local del

Partido en el momento en que se estaba realizando la reunión de las mujeres y fue invitado por el Senador Provincial a pasar. Momentos antes las mujeres le habían preguntado ¿qué sucedía con el presidente del consejo? Así que este aprovechó la presencia y le hizo la pregunta a él: respondiendo que no había tomado ninguna decisión pero algunos compañeros creen que puedo ser el candidato a intendente… estoy che-

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dente del Concejo fue interpretado por los militantes del Senador Provincial como que encubría una doble intención: no sólo quería ser candidato a intendente sino que estaba intentando formar su propia línea. – el Senador Provincial había decidido que quería trabajar a partir de reuniones chicas –de 10 o 15 personas- en casas de familia. Para que organizaran esas reuniones convocó a las mujeres del Partido (pero que en realidad eran las de su línea) quienes se reunían una vez por semana en el local del Partido para preparar la agenda de reuniones chicas para la semana siguiente.19 Paralelamente el Senador, realizaba reuniones chicas en su casa, con los militantes considerados referentes, en las cuales se discutía principalmente el tema de las precandidaturas. Desde el punto de vista de la militancia: la mayoría de las mujeres de la rama femenina, respaldaban la aspiración del Senador Provincial. Tenían su día de reunión en el local del Partido y asistían a las reuniones en las casas de familia20, a las cuales asistía el Senador. En una palabra: trabajaban para él. La rama de la juventud, también tenía un día de reunión en el local del Partido pero asistían militantes que trabajaban para los distintos aspirantes, aunque esto no ocultaba que estuvieran divididos y que entre el Senador y el Presidente del Concejo compitieran por obtener la mayor cantidad de adhesiones entre los jóvenes. Como el segundo era el que parecía contar con mayor “popularidad” en esa franja de edad21, el Senador le solicitó a las mujeres que trabajaran con las jóvenes. Las mujeres incentivaron la participación de las jóvenes en las reuniones en las casas de familia y en la reunión semanal en el Partido de los días martes22. La participación del “resto” –es decir, de los hombres adultos- fue canalizada en reuniones chicas convocadas separadamente por cada aspirante, apelando queándolo con la gente. Las mujeres le respondieron que ellas lo querían mucho pero que no estaba maduro para el puesto y que lo único que iba a lograr era fracturar la línea. 19 Las reuniones en casas de familias se realizaban alrededor de la cinco de la tarde (hora en la cual se suponía

que la familia o la mujer estaba en la casa) y se elegía un cuartel o un barrio por día, de tal forma que el Senador pudiera asistir a todas ellas. 20 El trabajo que hacían las mujeres en las reuniones chicas en las casas de familia no se limitaba a agendar la

reunión o acompañar al Senador. Tenían además que preparar la reunión, eligiendo la casa adecuada, convocando al resto de los asistentes, etc. 21 Tanto el senador como el presidente del Concejo venían realizando encuestas sobre intención de voto e ima-

gen de los aspirantes. Los resultados de las primeras encuestas, indicaban que esa era la franja donde el presidente del Concejo tenía mayor porcentaje de imagen positiva. 22 Con la incorporación de las jóvenes a las reuniones en el Partido, estas se convirtieron en una “escuela de

peronismo”. Cada comentario se acompañaba con una aclaración doctrinaria (del tipo Perón decía..) o por una referencia a la historia del Partido, o sobre qué decía la Carta Orgánica. Tampoco dejaron afuera la práctica, así era común que le indicaran a alguna joven que le convenía ir a la reunión que hacía tal militante por cuanto con ella iba a aprender a militar.

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a la ocupación de los hombres. Así, por ejemplo, cada uno de los aspirantes mantenía reuniones con los del sindicato municipal,23 con los del centro comercial, con los de la sociedad rural, el círculo médico, etc. pero los asistentes, fueran o no peronistas, lo hacían a título personal, no institucional. 24 Además, los militantes realizaban reuniones chicas en la casa de alguno de ellos, sin la presencia de los aspirantes y a las cuales asistían militantes que trabajaban en el mismo barrio: hombres, mujeres y jóvenes. En esas reuniones, cambiaban opiniones e informaciones sobre: los apoyos que cada aspirante estaba obteniendo y las “sospechas” de deslealtades y traiciones por parte de otros militantes. De forma tal que los integrantes del Partido25 estuvieron estos meses, no sólo en un estado constante de “movilización”, sino también de “deliberación”. Y a medida que las posiciones de los aspirantes se hacían más rígidas, más se iban “atomizando” las reuniones. El número de reuniones que se hacían era cada vez mayor pero con menor cantidad de personas, hasta reducirse a los más íntimos.26 Los temas principalmente tratados en esas reuniones chicas pueden sintetizarse en tres preguntas: ¿qué sucedería si uno de los aspirantes era “descartado”? , ¿cuántos militantes se llevaría de la línea? ¿podría armar su propia línea?. Había cierto consenso en que el aspirante que tenía mayor probabilidad de formar su propia línea era el Presidente del Concejo 27. Esta “atomización” evidenciaba, además, que ninguno de los aspirantes podía juntar a toda la línea detrás de él, y ni siquiera lo podía hacer el líder. Incluso, se llegó a tomar esto como un signo de debilidad por parte del líder: no había podido convencer a los aspirantes de resignar sus aspiraciones. No nos parece casual que, frente a esta situación, el líder implementara la realización de reuniones grandes como modo de mostrar su poder de convocatoria e inclinar a su favor las negociaciones con los otros aspirantes. 23 En esta ciudad la rama sindical prácticamente no existe. Los dos sindicatos más fuertes de la ciudad son el

municipal y el docente. Ninguno de los dos tiene una presencia orgánica en el Partido. El presidente del sindicato de municipales no está afiliado al Partido pero estaba siendo tentado por el líder de la otra línea para que aceptara la candidatura a senador. 24 Esta división del trabajo político entre sexos y por edades se mantuvo hasta el momento en que se dirimieron

las candidaturas. Cuando la línea completó la lista de candidatos y comenzó la campaña, el trabajo político se realizó de manera distinta. 25 Recordemos además que la otra línea estaba siguiendo también el mismo proceso. 26

Por ejemplo a la reunión que realizaban las mujeres en el local del Partido cada vez iban menos mujeres y aumentaba la cantidad de reuniones de dos o tres mujeres en la casa de una de ellas, a la misma hora que la que se realizaba en el local del Partido. Cuando invitaban a una de esas reuniones usaban el término íntimo para caracterizar a la gente que asistiría: te venís… vamos a estar los más íntimos… o nos reunimos con [nombre de algún aspirante], vamos a ser pocos, quiere que vayan los más íntimos.

27 Una de las encuestas realizadas a pedido de este aspirante, a fines del mes de agosto o principios de sep-

tiembre, había arrojado la siguiente intención de voto para intendente: 39% para el Senador, 33% para el candidato de la otra línea y 20% para el Presidente del Concejo. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Hubo dos demostraciones de fuerza usando reuniones grandes. La primera fue una reunión de mujeres organizada por aquellas que asistían a las reuniones en el Partido. Se convocó a todas las mujeres de la ciudad a juntarse con el fin de discutir los problemas más importantes que aquejaban a la sociedad local. Esa reunión se hizo un día feriado: durante la mañana trabajaron divididas en comisiones, y al mediodía, antes del almuerzo, se leyeron las conclusiones a las que habían arribado. Cada una de las comisiones tenía una coordinadora, quien, entre otras tareas, debía de redactar las conclusiones respetando el orden de las tres preguntas que figuraban en la guía de trabajo. La última pregunta era: ¿qué persona consideran que puede solucionar los problemas de la ciudad? De tal forma que, cuando cada coordinadora leía las conclusiones finalizaba pronunciando el nombre del Senador Provincial. Cada vez que eso sucedía, las mujeres brindaban un aplauso cerrado. Cuando la última coordinadora terminó, la locutora invitó al Senador a pronunciar unas palabras. Estas consistieron básicamente en la aceptación de la precandidatura a intendente.28 La presencia de las mujeres fue considerada masiva. Como cada participante tenía que anotarse en una lista, no fue difícil calcular la cantidad de asistentes: 36029. Además se había convocado a todos los medios de comunicación: estuvieron las cuatro radios locales, los dos canales de televisión y uno de los semanarios. La reunión fue considerada un éxito en todo sentido. Para las mujeres que la habían organizado significó una demostración de su poder de convocatoria y de organización, no sólo frente al resto de la línea sino también frente a las mujeres de la otra línea. Además, habían obtenido lo que según ellas buscaban: el Senador había aceptado la precandidatura a intendente y estaba decidido a dar pelea hasta llegar a la intendencia. Por su parte, el Senador consideró que había demostrado que tenía el respaldo incondicional y afectivo de las mujeres del Partido. Luego de esta reunión grande, el Presidente del Concejo aceptó que había sido derrotado en sus pretensiones de ser precandidato a intendente pero puso como condiciones -para aceptar la precandidatura a diputado que le ofrecía el Senador- que sería él quien decidiría a qué precandidato a gobernador de la provincia apoyaría la línea y quiénes serían cuatro de los candidatos a concejales. Si no se aceptaban esas condiciones, declinaría el ofrecimiento e intentaría formar una línea aparte. Para el Senador las condiciones eran inadmisibles. En primer lugar, porque al nombrarle cuatro de los siete concejales le estaba 28 Luego se sirvió el almuerzo. Los hombres fueron los encargados de preparar y servir la comida. Como las

mujeres asistían siempre con sus hijos (cosa que ya se había previsto) otros hombres se encargaron de trasladarlos (y cuidarlos) a un parque cercano donde almorzarían y jugarían. De tal forma que las mujeres pudieron disponer de todo su tiempo en el evento. 29

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Para la lectura de las conclusiones y el almuerzo llegaron unas 50 mujeres más. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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condicionando su futura gestión de gobierno. En segundo lugar, el tema del apoyo al candidato a gobernador era un tema que, en el ámbito provincial, aún no se había decidido30. Fue una semana sumamente tensionada, tanto para los aspirantes como para los militantes. Todos pensaban que la línea se “fisionaría”. En ese momento, de mutuo acuerdo, ambos “contrincantes” decidieron formar una mesa de consenso. Ellos participarían pero no hablarían. Lo harían únicamente los representantes de las bases elegidos por cada uno de ellos entre los militantes. Hubo dos reuniones de la mesa del consenso. Entre una y otra se volvió a realizar otra reunión grande. Fue la reunión de la Juventud31, a la cual se calculó que asistieron 600 jóvenes. El comentario del Senador sobre qué sucedió en esa reunión fue el siguiente: ahí lo acosté (refiriéndose al Presidente del Concejo) porque lo hice entrar primero y yo me retrasé a propósito. Cuando él entró lo aplaudieron. Cuando entré yo: se vino abajo… no sabés la cara que tenía… Y en la segunda reunión de la mesa del consenso hubo un acuerdo: el Presidente del Concejo sería el precandidato a diputado y elegiría a quien se respaldaría como candidato a gobernador de la provincia, el Senador Provincial elegiría quien sería el precandidato a sucederle y armaría la lista de precandidatos a concejales. El Senador Provincial, por su parte, accedió a incorporar a esa lista dos nombres sugeridos por el Presidente del Concejo. Así es que le quedaba al Senador Provincial la tarea de dirimir entre los dos aspirantes restantes -el Presidente del Partido y el Diputado Provincial- quien sería el candidato a senador. Para ello convocó a una reunión con sus allegados y cada uno expuso las ventajas y desventajas de cada aspirante en función del respaldo y de la opinión que tenían entre los militantes. La conclusión fue que ninguno de los dos garantizaba un triunfo en la elección interna y/o en la general. Había que buscar otro. Y nuevamente reuniones con militantes en las cuales se discutían nombres y se especulaba con la reacción de los desplazados y de sus seguidores. Hasta que el Senador dio el nombre de un tercero, un afiliado que, si bien nunca había militado, fue aceptado por los militantes más allegados. Y él se encargaría de

30 Este era un tema que se estaba discutiendo en el ámbito provincial. En ese momento había tres aspirantes a

la candidatura a gobernador y se estaba en una situación de deliberación semejante a la que se estaba dando a nivel local. El gobernador actual y líder provincial todavía no había hecho pública su decisión, aun cuando se sabía que apoyaba a un aspirante en particular. Y este era el que quería apoyar el Presidente del Concejo Deliberante. Su argumento era el siguiente: si la línea local mostraba públicamente que apoyaba ese aspirante, a este le serviría para reforzar su posición frente a los otros aspirantes. El Senador por su parte quería prescindir de tomar la decisión hasta que el líder provincial lo hiciera. Su argumento era que más de una vez, había cambiado de opinión a ultimo momento y uno queda pagando. 31

A diferencia de la reunión de mujeres, esta fue una fiesta para festejar las elecciones que se habían llevado a cabo en el mes de agosto para elegir al presidente nacional de la rama de la juventud. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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informarles a los otros dos aspirantes que no habían sido elegidos. Sus reacciones fueron distintas: El Presidente del Partido continuó en la línea ya que el Senador le había dado su palabra de que, si ganaba la intendencia, lo nombraría secretario en el municipio. Y como dijeron los militantes que lo apoyaban y que continuaron en la línea: es un hombre que siempre puso el Partido antes que su persona. Algunos de los militantes que lo habían apoyado no estuvieron de acuerdo con el arreglo y se fueron a militar a la otra línea. El Diputado Provincial, en cambio, se mostró sorprendido: no pensé nunca que me hicieras esto, y acusó al Senador de haber esperado hasta último momento para decírmelo, y no darme tiempo a armar algo por mi cuenta. A los tres días, los medios difundieron que el Diputado Provincial iría como intendente suplente en la lista de la línea Agrupación. Con él se llevó a sus militantes. La lista de precandidatos -locales y provinciales- de la línea se había completado.32 Y lo mismo había sucedido con la otra línea, la que denominamos Agrupación. Inicialmente, esta línea tenía ya consensuada la precandidatura de su líder –el Contrincante- a la intendencia y había llegado a buen puerto con las “negociaciones” con el Presidente del Sindicato de Municipales para que fuera precandidato a senador. La precandidatura a diputado quedó en manos de un joven Doctor. No obstante, uno de los aspirantes a la candidatura a senador, no aceptó ser descartado y tuvo tiempo para presentarse solo, fundando su propia línea pero sin lograr conformar una lista para todos los cargos. De este modo, la línea Agrupación tuvo una escisión. En consecuencia, a nivel local y departamental se presentaron dos listas (la del Senador Provincial y la de la línea Agrupación) para todos los cargos y una tercera con un precandidato a senador. Ahora bien, las tres listas locales se completaron –respecto al nivel provincial- con la misma lista de candidatos a gobernador y vice-gobernador (aun cuando se habían presentado dos listas más). Es decir, las tres líneas locales “compitieron” entre sí en la elección interna para dirimir los candidatos a cargos locales, pero se “alinearon” de32 Confeccionar la lista de los concejales llevó menos deliberaciones ya que el Presidente del Concejo la había

dejado en manos del Senador. El criterio que se usó fue el siguiente: el primer puesto para una mujer (quien de ganar la mayoría sería la presidente del concejo), el segundo para otra mujer (una de las concejalas actuales -sugerida por el Presidente del Concejo- quien se convertiría en el presidente del bloque) el tercero para un representante del sindicalismo, el cuarto puesto para alguien que tiene formación y conocimiento, un profesional; el quinto puesto para otro concejal que ya ejercía el cargo (y que también había sido sugerido por el Presidente del Concejo), el sexto para un representante de la juventud y el séptimo para un representante de los cuarteles. Es decir que primó el criterio de las ramas. La lista de candidatos a puestos en el Partido fue decidida por “consenso” entre el Senador y el Presidente del Concejo y guardó relación con la división que habían pactado: el primero elegía los precandidatos a cargos partidarios departamentales y el segundo a los cargos partidarios provinciales.

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trás de la misma línea en el ámbito provincial: la liderada por el gobernador actual33. Aún cuando, los militantes de cada línea local habían participado de las “deliberaciones” para confeccionar las listas, no todos se sintieron representados por todos los candidatos. Algunos de los disconformes optaron por militar en la otra línea; otros se quedaron. Y si bien daba la apariencia de que todos aceptaban que los que se quedaron iban a trabajar por el conjunto de la lista inmediatamente comenzaron a circular comentarios sobre la posibilidad de que los disconformes implementarían mecanismos para expresar su disconformidad.

El trabajo de la militancia: tanto para una elección interna como para una Engelasneral,“camelpaobñasjetivoprodelselitistratas”, bajo de un militante es convencer a los votantes que la lista de candidatos de su línea/partido es la mejor de todas las listas presentadas. Y en función de ese objetivo, uno de los trabajos que se considera más importante es el de la visita casa por casa. En el caso que analizamos, los militantes consideran que, durante la campaña, todas las casa de la ciudad deben ser visitadas por lo menos dos veces. Una, en la cual se da a conocer la lista de candidatos y se entrega el folleto con la plataforma, al mismo tiempo que se verifica la cantidad de personas que votan y si están habilitados a votar. La segunda, se realiza la semana anterior a la votación y ahí se le entrega la boleta y se arregla la hora en que se lo irá a buscar para llevarlo a votar. En la práctica, la cantidad de veces que un militante visita una casa depende fundamentalmente34 de que vea que esa casa fue visitada por un militante de otra línea/partido. Pero no todo militante visita “cualquier” casa: va a aquellas en las cuales se lo “conoce”, en las que tiene una relación personal o política previa con algún integrante de la familia. Es decir, cada militante visita su gente. Y si las visitas se limi-

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Este logró además que las tres listas que se presentaron para competir por la candidatura a gobernador lo llevasen a él como primer candidato a diputado nacional. Nuestra interpretación es que, en tanto líder provincial, no pudo evitar la presentación de una sola lista para candidato a gobernadores (de hecho lo intentó e incluso el precandidato a gobernador que apoyó sacó más del 50% de los votos) pero sí logró unir a todo el peronismo de la provincia detrás de su propia candidatura. Y es muy probable que ese encolumnamiento se hubiera dado también a nivel nacional si hubiera habido elecciones internas para elegir los candidatos a presidente y vicepresidente. En ese ámbito, el Justicialismo recién tuvo oficializada su formula el 7 de junio de 1999 –la elección general fue en octubre-. Y se oficializó en ese momento porque era la única presentada, sino se tendría que haber realizado una elección interna en el mes de agosto.

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Incluso puede suceder que en la primera visita la familia le pida algo al militante: leche, chapas, o algún “favor”. En ese caso el militante vuelve antes de entregarle el voto para cumplir con el pedido. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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taran sólo a las casas de “conocidos” de cada militante, quedarían casas sin ser visitadas. Por ello, durante la campaña, los militantes se reúnen en los locales de cada unidad básica o en el local del Partido a efectos de realizar un seguimiento de las casas que han sido visitadas y las que no. En el caso de que una casa no haya sido visitada, se envía a un militante: este se presenta, pregunta si ya lo han visitado y si es así –y él que lo visitó es un militante de la línea/Partido aunque no sea de la misma unidad básica- se retira. Es decir, hay un acuerdo tácito (y no tan tácito) sobre que cada militante puede “garantizar” el voto para la línea/partido en la elección, por el conocimiento previo que los vincula y eso es relativamente respetado (a veces no) por el resto de los militantes. El conocimiento y la relación que el militante tiene de una “casa” y el reconocimiento de parte de los otros de esa relación podría pensarse en términos de “capital político” que un militante tiene y aporta a la línea o al Partido. Y es por ese reconocimiento que la opinión de los militantes es escuchada por los líderes en las deliberaciones durante la confección de las listas. Durante las campañas se “reconoce” que son los militantes los que tienen capacidad de “pulsear” el sentimiento de los votantes (de su gente) respecto a las intenciones de votos que cada precandidato o candidato está teniendo. Incluso se reconoce que lo pueden de modo más ajustado que una encuesta. Por parte del militante, este “capital” previo se pone en juego el día de la elección. Y por eso cada uno pasa a buscar personalmente a su gente para llevarla a votar, y es él quien revisa el padrón que tienen los fiscales de mesa para verificar quién “de su gente” aún no votó35. Los militantes consideran que la única garantía que tienen de que “su” gente vaya a votar y vote por “sus” candidatos, es si él, en persona, los lleva a votar. Si en cambio los lleva otro militante, aún cuando sea de la misma línea/partido, el militante no garantiza el voto por más relación personal que pueda tener con el votante.36 Un militante nos decía: uno nunca puede estar seguro por eso no podés confiar ni en tu madre. Tenés que estar vos. Esta desconfianza mutua entre militantes no surge el día de la elección, sino en el momento en que se oficializan las listas de candidatos, y, por conocer el “potencial” de un militante, los “otros” sospechan que puede usarlo para “desviar” la voluntad del votante de la “vía” marcada por la línea o el Partido. Como el votante no necesariamente tiene que votar la boleta entera -es decir, a toda la lista de precandidatos presentada por una línea/partido- sino que puede cortar la boleta en partes y armar una propia combinando partes de distintas listas; siempre está el peligro que el militante disconforme con algún candidato acon35 De esta tarea surge el término puntero: el que revisa el padrón. 36 Este es el segundo significado que se le otorga al término puntero: aquél que tiene un voto supuestamente

cautivo.

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seje al votante a cortar y sacar (no votar) la parte correspondiente a ese candidato. Y aún cuando en la práctica no se lleve a cabo, la posibilidad de cortar boleta actúa tanto como una “amenaza” y como una “sospecha” entre los militantes de la línea/partido. Esto fue lo que ocurrió en el caso que analizamos. Una vez que fueron presentadas las listas y comenzó la campaña, los militantes de la línea del Senador se agruparon según las siguientes sospechas: Los militantes que se consideraban incondicionales al Senador “sospechaban” que: – los militantes más allegados al Presidente del Consejo (ahora precandidato a diputado) iban a aconsejar a los votantes a cortar boleta, sacando la parte correspondiente: • al precandidato a intendente (el Senador Provincial). El motivo: que éste sacara menos votos que el Presidente del Consejo y afectara así su liderazgo. • a los concejales. El motivo: si el Senador Provincial (y candidato a intendente) triunfaba en las elecciones generales su gestión se vería afectada por no tener mayoría en el Consejo Deliberante. – los militantes más allegados al Presidente del Partido (el que había aspirado a la candidatura a senador y que se declaraba incondicional del líder) aconsejaran cortar boleta sacando al precandidato a senador. El motivo: que este precandidato perdiera y demostrar que Presidente del Partido hubiera sido mejor candidato. – Por su parte, los militantes incondicionales del Presidente del Consejo sospechaban que los militantes del Senador Provincial iban a aconsejar cortar boleta sacando: • la parte correspondiente al precandidato a diputado (el Presidente del Consejo). El motivo: que este candidato perdiera y sacarlo de la escena política, de tal forma que en el futuro no lograra conformar una base para discutirle el liderazgo al senador. • las parte correspondiente a gobernador. Motivo: que ese candidato perdiera en la ciudad, y demostrar que el Presidente del Consejo se equivocó al elegirlo: no supo interpretar a las bases. Si estas sospechas se hubieran “materializado” los militantes considerarían que aquel que las llevó a cabo no sólo estaba expresando su disconformidad con la lista de candidatos, sino que estaba desafíando (desconociendo) la autori© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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dad del líder. Y si esto se hubiera “probado”, no sólo el militante sería acusado de traidor, sino que el líder sería acusado de inepto porque fue incapaz de encolumnar a sus propios militantes. Por lo tanto, el promover el corte de boleta es un comportamiento que se hace a espaldas del líder y del resto de los militantes.

Conclusión: a implementación de la elección interna para elegir los candidatos del Partido, Lcon la intención de unirlo detrás de esos candidatos no siempre ha dado el resultado esperado. Existen mecanismos que permiten que, bajo la apariencia de la unidad, se exprese la diversidad de líneas internas, incluso en las elecciones generales. Esos mecanismos no son nuevos, es decir, no surgieron como respuesta a la implementación de la elección interna como modo de legitimar los candidatos o las autoridades; están presentes en el “trabajo tradicional” que realizan los militantes del Partido con los votantes. Por eso los aspirantes a los cargos de la lista deben contar con la adhesión de los militantes para convertirse en precandidatos. Y el líder antes de dar su última palabra tiene que tener en cuenta esa opinión, porque siempre está el peligro que, bajo el desacuerdo o la decepción, el militante pueda poner en marcha mecanismos de “boicot” en las elecciones, se vaya a militar a otra línea o apoye a un aspirante a líder y arme otra línea o aconseje a su gente cortar boleta. Esos “peligros” no terminan cuando concluye la elección interna y se legitima la lista triunfadora como lista del Partido. La división en líneas puede prolongarse en las elecciones generales a través de los mecanismos de “boicot”. Y la sola posibilidad tiñe la forma en que el Partido encara las campañas electorales. El objetivo de las mismas no será solo el de dar a conocer a los votantes sus candidatos y su plataforma, más que nada será el de lograr la “unidad” de los militantes detrás de sus candidatos. Para ello, los líderes no sólo tienen que trabajar para convencer a los votantes de que la lista presentada: es la mejor lista, además tiene que convencer a los militantes que es la mejor posible.

Bibliografía: BANTON, M. 1965 Political systems and the distribution of power. Tavistoch Publications, London. 78

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Campaña Callejera: candidatos y biografías1 Gabriela Scotto te el año de 1992 fueron realizadas en el municipio de Rio de Janeiro, Duasírancomo en el resto do país, las elecciones para elegir intendentes y concejales.2 A partir del mes de marzo comenzaron las disputas intra-partidarias para la definición de los candidatos a las elecciones del 3 de octubre, así como, las posibles alianzas con otros partidos. Los primeros días del mes de julio marcan el inicio de la Campaña Callejera; a partir de este momento, y durante los meses siguientes, los partidos, los candidatos y los militantes concentran sus esfuerzos para ‘calentar la campaña’, luchar contra la indiferencia de los electores y conquistar sus votos3. En este artículo pretendo, a partir del análisis de algunos aspectos de la campaña callejera en Rio de Janeiro y de los panfletos políticos distribuídos durante la misma, demostrar que una condición fundamental para que se vote a un candidato es el hecho de que el mismo sea reconocido personalmente. Durante el período de campaña, la política y sus representaciones se ofrecen como un campo cruzado por relaciones personalizadas, en el cual los candidatos deben, no tan sólo ofrecer programas, sino también, ofrecerse a sí mismos como personas con un pasado reconocido y con una biografía que permita situarlos social1 Este texto es parte de uno de los capítulos de la Tesis de Maestría Representación y presentación. Un análi-

sis de la campaña de Benedita da Silva a la Intendencia de Rio de Janeiro, presentada al Programa de Posgrado en Antropología Social, Museo Nacional, UFRJ, en agosto de 1994. 2 Las elecciones para elegir autoridades locales se realizan cada cuatro años. El gobierno municipal se organi-

za según el principio de separación de poderes y se compone de dos ramos: el Poder Legislativo, representado por la Cámara Municipal constituida por los concejales, y el Poder Ejecutivo, representado por el intendente. La Cámara Municipal es elegida por la población del municipio a partir del sistema de representación proporcional de los partidos políticos. El intendente se elige por mayoría simple, siendo que las elecciones municipales de 1992 fueron las primeras a ser realizadas en dos vueltas, para el caso de ciudades con más de 200 mil habitantes (Lordello de Mello e Reston, 1990). 3 Las campañas de 1992 en todo el país se situaron en una coyuntura política bastante peculiar, que influyó en

su desarrollo. Las denuncias de corrupción que involucraban al entonces presidente del país, Fernando Collor de Mello, – y que lo llevaron finalmente a la renuncia-, la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación), la crisis política que presidió las elecciones, etc., lejos de aumentar la credibilidad de la clase política, revigorizaron el descrédito en la población. Las críticas contra los políticos y los representantes que ‘sólo representan sus intereses’, que ‘sólo se acuerdan de las personas cerca de las elecciones’, encontraron un terreno adecuado sobre el cual expandirse. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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mente. Uno de los principales objetivos de la campaña callejera será, precisamente, el de producir el reconocimiento, a partir del contacto directo con los electores. Por otra parte, los panfletos distribuidos durante la campaña son uno de los medios privilegiados de presentación del candidato y de hacer pública su historia. La expresión ‘campaña callejera’ designa una serie de actividades, cuyo elemento común parece vincularse a una tentativa de los candidatos para establecer a una aproximación y un contacto más directo con los potenciales electores. De esta forma, una vez comenzada la campaña, los candidatos dedican una parte importante de sus ‘agendas’ para recorrer, con ese objetivo, los diversos puntos de la ciudad. El jueves Regina Gordilho pasó desapercibida en la Central do Brasil, donde repartió panfletos. Con esfuerzo, consiguió ser felicitada por tres desempleados que le pidieron trabajo y dinero para comprar comida. Técio llevó una banda de música para la calle Alfândega el viernes, pero no recibió más que tres felicitaciones espontáneas. Francisco Dornelles impone sus felicitaciones a las personas que están cerca de donde él pasa. El viernes llevó a Rio Comprido una banda caminando con zancos y militantes de paraguas con logotipo, pero no consiguió la simpatía del electorado. En la caminata de Amaral por el barrio Grajaú, hasta las sonrisas fueron escasas. (Jornal do Brasil, 9/8/1992) Durante la primera vuelta de las elecciones, cuando 11 candidatos disputaban la intendencia de la ciudad, el hecho de parar en una esquina y ser felicitado, ser reconocido como una persona notoria, es interpretado como una muestra inequívoca de popularidad política; es a partir de esta proposición que pueden ser comprendidas, por ejemplo, las insistentes afirmaciones de la candidata Regina Gordilho, que se esforzaba por aclarar (contradiciendo lo que describe el diario): “Los electores vienen a tomar los panfletos de mi mano”4. El término reconocimiento es empleado aquí para sintetizar dos sentidos diferentes de la palabra: por un lado, el reconocimiento como (re)conocimiento, esto es, como identificación concreta de una persona conocida; por otro, la idea asociada al reconocimiento de alguien o de alguna cosa como buena, verdadera o legítima (por ejemplo: “con el triunfo en las elecciones el pueblo reconoció su excelente desempeño como diputado”). El uso de la palabra en esos dos sentidos no es una elección arbitraria; al contrario, con ella me refiero a la relación entre el reconocimiento en el primer sentido, y la posibilidad de transformarlo en un reconocimiento en el segundo sentido. Esa relación aparece explicita4 Me refiero aquí específicamente a los candidatos a Intendente. Algunas de estas sugerencias podrían ser

aplicadas al análisis de las campañas para Concejal, pero éstas presentan características particulares, cuyo análisis excedería los límites de este trabajo.

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da con bastante claridad en la nota de la revista Veja sobre el inicio de la campaña de uno de los candidatos: Hace tres meses, cuando comenzó su campaña, Maia se sacó un cero en el test de popularidad. Se paró en un punto movido de la Avenida Rio Branco, cruzó los brazos y se quedó allí por veinte minutos, a la espera de reconocimiento. A excepción del ex ministro Reis Veloso, nadie le hizo siquiera una seña. Un escenario desolador para quien fue uno de los diputados federales más votados de Rio en 1986. (Revista Veja, set-out. 1992) La mayor parte de los candidatos a la intendencia, está formada por diputados, uno de ellos tuvo más éxito cuando se sometió, inicialmente, al ‘test de popularidad’: “Las mujeres me besan, me llevan en andas”, dijo ella (Cidinha Campos), después de una caminata por la calle Catete. Realmente, su electorado es básicamente femenino y la mayoría de las mujeres que paran para abrazarla aparentan mucha emoción con su candidatura (...). Una buena porción de su electorado está compuesta por fieles oyentes de su programa de radio. Cidinha, al contrario de los que sucede con otros políticos, consigue atraer la atención de personas comunes, como si fuese una artista de novela de televisión. (Jornal do Brasil, 9/8/1992). Sólo que, en este caso –en que la diputada es llevada en andas por la calle del Catete como ‘si fuese un artista de televisión’- la notoriedad parecía provenir, según el periodista, de ‘fuera de la política’ (Cidinha es reconocida por los ‘fieles oyentes’ que componen su electorado) y no del reconocimiento de su gestión como diputada. En los casos como el de Cidinha, en que este reconocimiento no se produce ‘espontáneamente’, la campaña callejera de los candidatos tiene, como una de sus finalidades principales –la cual no debe ni puede ser reducida a la medición de popularidad-, transformar a cada uno de los políticos en una persona (re)conocible públicamente. Este aspecto es fundamental cuando se piensa en elecciones donde no se vota por listas partidarias, sino por candidatos aislados, en las cuales los aspectos ‘personales’ parecen predominar sobre su filiación partidaria5. 5 Un trabajo interesante que permite introducir una perspectiva comparativa es el de Landé (1977). En su análi-

sis, este autor observa que una de las características del funcionamiento del sistema político filipino durante las elecciones es el voto en masa del electorado, por personalidades –más que por partidos-, lo que obliga a los candidatos a organizar campañas personales. En la Argentina, en estos últimos años, comenzó a ser cada vez más evidente una tendencia a promover candidaturas de personas cuya notoriedad no es política. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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La campaña avanza, la gran mayoría de los candidatos ya son rostros conocidos y reconocidos. Entretanto, la campaña callejera continúa. “Política es apretón de manos”, define uno de los candidatos, mientras muestra un pequeño aparato que sirve para computar los apretones de mano de campaña. Por su parte, César Maia (el candidato que pasó horas parado en la calle sin ser reconocido) parece haber aprendido la importancia de esta máxima, al recorrer las clases de una profesora considerada ‘la maga del gesto y de la voz, de nueve entre diez artistas y otros tantos políticos brasileños’. “Estoy comenzando a aprender que”, declara el político más adelante en la misma nota, “como candidato mayoritario tengo que besar al elector, como si ya lo conociese hace diez años”; finalmente, agrega: “un abrazo mal dado tiene el mismo efecto de un empujón” (Revista Veja Rio, septiembre-octubre 1992). Reforzando el ‘buen aprendizaje’ del candidato que consiguió pasar a la segunda vuelta con más votos que la ‘popular’ presentadora de radio, la revista Veja publica: La prueba de que César Maia adhirió al contacto físico con el elector, es su mano derecha: los dedos están callosos y él exhibe una herida cerca de la muñeca ‘de tanto apretar manos’. Pero no es sólo en el cuerpo a cuerpo, teóricamente el punto fuerte de la adversaria[Benedita da Silva], que el candidato del PMDB viene mostrando una desenvoltura impresionante para alguien que, al inicio de la campaña, besaba chiquilines con la misma falta de oficio con que manejaría una azada (Revista Veja; Rio, noviembre 1992). Ser (re)conocido, establecer una proximidad con el elector, ser saludado y saludar, dar la mano y besar niños, todo esto debe ser realizado por un candidato como parte fundamental de su campaña. Y no tan sólo realizado; debe ser ‘bien’ realizado. O sea, no debe ser un abrazo dado de cualquier forma, ni un niño besado sin ‘habilidad’6. Los candidatos disputan no tan sólo el reconocimiento, sino también la interpretación del significado de los contactos establecidos: No tengo dinero para hacer programas de TV y no estoy preocupado como los otros candidatos. Soy diferente y no quiero ser demagógico, apareciendo besando a niñitos y subiendo a los cerros de Rio. (Albano Reis, Jornal do Brasil, 18/8/1992) Deportistas, cantores populares y escritores son, cada vez más, buscados por los partidos políticos para ser sus candidatos principales. La distinción que Bourdieu (1989) hace entre las distintas especies de ‘capital político’ (la fuerza de movilización que un individuo posee – sea a título personal o por delegación- y que constituye su autoridad específica en el campo político), puede ser esclarecedora para pensar casos como este. 6 Para un análisis sobre los procesos de comunicación simbólica involucrados en este tipo de saludo, ver

Firth (1973).

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Otro ejemplo de este tipo de disputa ‘política’ entre candidatos en torno del significado de los contactos (propios y ajenos), ocurrió en los cruces verbales entre Cidinha y Benedita durante la primera vuelta de la campaña. Cidinha había comparado a Benedita con José Moura, el Besuqueiro por “sólo conseguir las primeras páginas besando personas”. Frente a esta comparación, la candidata del PT retrucó: “No voy a abrir mano de mis besos que son sinceros”; y, aludiendo a un beso que Cidinha diera al entonces Intendente de Río, agregó: “Yo no preciso actuar para besar ni para conseguir un beso, no preciso armar circo”. Un apretón de manos, un abrazo, un beso son expresiones de la vida cotidiana que, en el contexto de la campaña, pasan a ser resemantizadas políticamente en términos de proximidad, distancia, jerarquía, popularidad y disputa. Una etnografía del contacto político debería igualmente considerar lo que sucede del otro lado, esto es, del lado de los que son saludados. Algunos indicios –como el caso del Besuqueiro, que obtiene su fama por el hecho de besar personas notorias- permiten elevar la sospecha de que los besos y abrazos contagian, de alguna forma, a quien los recibe con alguna cosa de quien los da. Esta idea de contagio puede ser intuida también en las palabras de Cidinha, quien, frente a una enorme pérdida de votos indicada por las encuestas de opinión, declara: “Ni besando la boca del presidente Collor perdería tantos votos” (Jornal do Brasil, 20/9/1992). Roberto Da Matta, que dedica una gran parte de su obra a –como él mismo afirma (1981:14) – entender y explicar “qué hace a Brasil, Brasil”, arroja alguna luz sobre este problema al recurrir a Louis Dumont para caracterizar las dos formas (coexistentes y contradictorias entre sí) de concebir al universo social y de actuar en él, formas que definirían el sistema brasileño. Dumont (1992) identifica y distingue analíticamente dos principios ideológicos de la organización de lo social: el principio jerárquico y el principio igualitario. Sociedades como la hindú (holistas y jerarquizantes) exhiben en estado puro el principio jerárquico que estructura la organización en castas. En ellas el ideal se define por los objetivos de la organización social; cada hombre particular debe contribuir, a partir de su lugar, al orden global (jerarquía); en otras palabras, se acentúa la sociedad en su conjunto y al ‘hombre colectivo’. La sociedad moderna occidental (igualitaria), contrariamente, abriga como principio único y como representación valorizada la idea del ‘individuo’; en este tipo de sociedad ‘cada hombre particular encarna, en cierto sentido, a la humanidad entera’ (idem: 57); el ‘individuo’ se convierte en la medida de todas las cosas y, fruto de esta actitud, el ‘principio igualitario’ es establecido como criterio y valor (igualitarismo moral y político).

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En el caso brasilero, Da Matta señala como característica propia de este sistema “el mantenimiento de un esqueleto jerárquico y complementario que convive con los ideales igualitarios” (1981: 149). Esto es, mientras que el sistema iguala en un plano jerarquiza en otro. Así, por un lado, el principio igualitario define y estructura el universo de relaciones impersonales, de la universalidad legal, lo público, lo anónimo, la ‘ciudadanía’ y la ‘igualdad’; por otro, fuertemente arraigado en la sociedad brasileña, coexiste un universo de relaciones regido por el principio jerárquico y globalizante, en el cual, como escribe Da Matta, “las relaciones no son vistas como unión de individuos o camadas individualizadas, sino personas” (idem: 182). La noción de persona (opuesta dialécticamente a la de individuo) remite a esta vertiente colectiva de la individualidad, es decir, al hombre inmerso en la sociedad; de este modo, esta noción que define una forma de concebir al universo social y al actuar en él, aplicada a un análisis de la sociedad brasileña, remite al universo de las relaciones concretas, personales y biográficas. Citando una vez más a Da Matta: “en un sistema de personas, todos se conocen, todos son ‘gente’, todos se respetan y nunca traspasan sus límites” (idem: 180). De acuerdo a lo que ya hemos visto hasta este punto –así como en el análisis de los panfletos políticos que realizaré a continuación-, la dimensión señalada por Da Matta es fundamental para interpretar gran parte de los contenidos simbólicos de la campaña7. Considero que la campaña callejera (constituida por una serie de actividades políticas que privilegian el contacto directo del candidato con los electores) puede ser analizada como la tentativa de realizar el mismo movimiento contenido en la expresión ‘¿Usted sabe con quién está hablando?’, en la medida en que permite pasar del ‘anonimato (que indica la igualdad y el individualismo) a una posición bien definida y conocida (que indica la jerarquía y la personalización)’ (idem: 170). En la campaña un candidato debe encontrar la forma de dejar de ser individuo y constituirse en persona, con historia, biografía, relaciones personales. Si para un candidato el hecho de ser reconocido en medio de una masa de desconocidos (individuos) es un primer paso importante en esta dirección, un segundo paso será, entonces, transformar a cada uno de esos reconocimientos en una relación entre dos, en la cual el individuo-elector, al aproximarse al candidato-persona, al saludarlo, al comunicar sus problemas, deje de ser un ciudadano anónimo igual a tantos otros y se convierta, también él, en una persona con historia y relaciones: “En época de elección, el político llama al elector por el nombre”, sintetiza lúcidamente un candidato. Uno de los medios más usados durante esta campaña para hacer la propaganda de los candidatos y de sus propuestas fueron los panfletos. Éstos circu7 Los trabajos de Livia Barbosa (1992) y de Marcos Bezerra (1993) son buenos ejemplos de la aplicación de la

propuesta analítica de Da Matta al estudio de casos concretos.

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laron en una cantidad y una variedad asombrosas (principalmente cuando se tiene en cuenta la cantidad total de candidatos disputando cargos en la primera vuelta), con tamaños que iban desde una hoja de tipo oficio doblada al medio con las cuatro carillas impresas, hasta los menores en tamaño de bolsillo8. Se distinguen por la calidad de impresión, por la forma y presencia o no de texto9. Todos, salvo raras excepciones traen impresa una foto del candidato (son rarísimas las fotografías de cuerpo entero); en algunos casos hay más de una foto. Pêcheux y Wesselius, en un trabajo donde analizan los panfletos impresos durante los meses de mayo y junio de 1968 por tres organizaciones estudiantiles francesas, distinguen los panfletos de otros medios como los carteles, los diarios y los manifiestos. A diferencia de éstos, “la información y los análisis políticos contenidos en un panfleto tienen siempre un carácter bastante esquemático. Un panfleto tiene que ser leído rápidamente, de ahí su estilo generalmente resumido. De la ideología de los autores, él sólo conserva lo que es pertinente en relación al contexto político y a la coyuntura en que se sitúa” (1977: 266)10. ¿Qué es, esquemáticamente, lo que aparece como importante en los panfletos distribuidos durante la campaña en Río de Janeiro? ¿Qué es lo que se considera pertinente privilegiar en la campaña de cada candidato? A partir del análisis de aproximadamente 130 panfletos de varios candidatos a concejal y a intendente, es posible afirmar que la gran mayoría tiene en común ciertos elementos considerados ‘pertinentes’ para hacer públicos a los candidatos. De un modo muy general, todos, a partir de la combinación de elementos distintos

8 Estos panfletos menores, cuando traen una foto del candidato son llamados ‘santinhos’, en razón de su se-

mejanza con las estampas religiosas de santos. 9

Todos tienen el nombre (completo o no; o el apodo) y el número del candidato, con las siglas partidarias y algún slogan. Pueden tener, o no, un texto más extenso, o simplemente reproducir la boleta electoral, con el nombre y el número del candidato (indicando la manera correcta de votar). El mecanismo de listas definido por la legislación electoral brasileña permite, en primer lugar, que los partidos registren un número de candidatos a concejal bastante superior al de los cargos en disputa. Otra característica es las listas abiertas que permiten el libre ordenamiento de las preferencias de los electores; es decir, no existe ninguna ordenación por parte del partido político. Cada elector deberá votar en un concejal y no en una lista cerrada de nombres previamente definida. Una de las consecuencias más visibles de este sistema es la inmensa cantidad de candidatos (para ocupar cargos en la Cámara Municipal de Rio de Janeiro fueron 1631 candidatos) que compiten para obtener el mínimo indispensable de votos para ser electo.

10 En mayo de 1968, según Pêcheux y Wesselius, los panfletos, junto a los carteles y a las pintadas de paredes,

constituyeron uno de los modelos privilegiados de comunicación. A través de esos medios, se señalaban acontecimientos y los militantes respondían unos a otros. Como pretendo mostrar más adelante, esta función de vehiculizar el diálogo entre organizaciones que los panfletos habían desempeñado en Francia, no se corresponde en absoluto a la función de los panfletos que me propongo analizar. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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(fotos, slogans, texto, etc.), buscan: presentar ‘biográficamente’ al candidato; diferenciarlo de los ‘otros políticos’; exponer su propuesta11. Uno de los objetivos de los panfletos es hacer conocido el curriculum vitae del candidato, el cual, generalmente, es encabezado por la pregunta: “¿Quién es?”. Son diversos los datos escogidos para realizar esta presentación: entre los que aparecen con más frecuencia, se combinan aquellos de la vida ‘privada’ del candidato (una foto de su cara, la edad, el estado civil y el número de hijos, la ciudad de nacimiento o hace cuántos años vive en Rio de Janeiro); datos profesionales (años de ejercicio de la profesión, diplomas obtenidos y lugar en que estudió) y, finalmente, su trayectoria pública y/o política (sindical, partidaria). Bourdieu (1989: 190 ss) distingue dos tipos de capital político: el que se detenta a ‘título personal’ y el que se obtiene ‘por delegación’ (como mandatario de una organización). A su vez, el capital personal es de notoriedad en los casos en que remite a la ‘popularidad’, al hecho de ser conocido o reconocido (tener un nombre o una reputación), y también al número de cualificaciones específicas (frecuentemente producto de la reconvención de un capital de notoriedad acumulado en otros dominios). El capital personal heroico es aquel que proviene de la realización de una acción inaugural exigida en alguna situación de crisis. El capital político volcado en los panfletos para presentar al candidato es fundamentalmente el capital personal de notoriedad, en el cual se enfatiza el aspecto ‘ascendente’ de su trayectoria12. Cuando los candidatos no tienen una experiencia parlamentaria previa, se recurre a la notoriedad que puedan tener en otras esferas: profesionales, sindicales o políticas. Casi siempre se observa que el candidato ‘es conocido por’ y en seguida se enumera su desempeño en esta área. Otro elemento recurrente (cuando existe la posibilidad) es la mención a la participación y a la ‘notoriedad’ del candidato en los medios: Participa en la TV hace más de veinte años, abordando temas de prevención de enfermedades nerviosas. Conferencista. Conocido por contar pequeñas historias de razón de vivir...

11 En los panfletos más completos y elaborados, el primer y tercer componentes acostumbran aparecer en el

plano del texto, separados y con títulos diferentes. Al currículum del candidato le siguen las propuestas encabezadas con títulos tales como: ‘Principios para una acción política’, ‘Compromiso político básico’, ‘Lo que pretende realizar la Cámara Municipal como su representante’, ‘¿Por qué votarlo?’, ‘Como concejal va a luchar para’, ‘En la lucha, en busca de la’, ‘¿Cuál es la propuesta?’, etc. 12 En innumerables casos (principalmente en el de los panfletos) se cuenta que un candidato comenzó ‘de aba-

jo’ y que fue ‘subiendo’ en la vida por méritos propios.

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Creo que no es necesario en este momento identificarme ante ustedes mis queridos hermanos, porque en todas mis entrevistas por televisión, radio y en los diarios... Probablemente usted ya lo vio en films como (...). Ciertamente ya lo encontró en los personajes (...) de las novelas... Si en relación a los candidatos sin experiencia parlamentaria esto es resaltado como una ventaja a ser considerada, el caso contrario es igualmente válido; los candidatos que disputan la renovación del mandato, enfatizan su ‘experiencia’, enumerando lo que fue realizado durante su gestión. En este caso se recurre a la cita de artículos de periódicos o premios obtenidos, a través de los cuales se reconoce ‘la actuación’ política del candidato: Uno de los concejales más activos de la Cámara. Recibió nota 10 de las entidades de la sociedad civil por su actuación en la elaboración de la Ley Orgánica del Municipio de Rio de Janeiro. Como vimos hasta aquí, la presentación del candidato se basa en su capital político personal. Surge, con todo, otro elemento importante que parece conjugar aspectos de este capital con aquel que Bourdieu define como capital político por delegación. Este último es constituido por ‘referencias’ que otras personas reconocidas pueden dar del candidato en cuestión, referencias que aparecen sea como texto en el panfleto, sea de manera indirecta, en las fotos. La forma más comúnmente usada para presentar las referencias escritas es una carta firmada por quien las proporciona. La firma es siempre manuscrita; en algunos casos el texto también13. En estas cartas, alguna personalidad reconocida (artistas, políticos, profesionales, etc.) señala los atributos positivos del candidato y hace explícito el apoyo a su candidatura: Por todo eso, doy mi apoyo integral a nuestra candidata, en la seguridad de que mi lucha tendrá continuidad con la elección de ANA LIPKIE para la Cámara de Concejales de Rio de Janeiro. Firmado: Sergio Arouca. Este tipo de ‘referencia’, en que una persona importante y reconocida ‘indica’ a un candidato en particular, sea para continuar su obra, sea porque merece su confianza, puede ser leído en los términos de un capital ajeno al candidato 13 Otra forma que igualmente puede ser considerada una ‘referencia’, son las listas de ‘personalidades’ y de

nombres conocidos que aparecen bajo títulos tales como: ‘Quién apoya’. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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que lo recibe por una especie de transferencia14. Específicamente esas referencias remiten al usufructo de un capital simbólico que no fue directamente acumulado por el candidato (en este sentido, no se trata de un ‘capital personal’); sin embargo, no se puede desconocer que remiten al universo de las relaciones personales y políticas que el candidato posee (en este sentido, integrarían su ‘capital personal’). A diferencia del capital personal, que desaparece con aquel que lo porta, el capital delegado por la autoridad política es producto de la transferencia limitada y provisoria de un capital detentado y controlado por la institución partidaria y solamente por ella. Es el partido, según Bourdieu, quien acumuló un capital simbólico de ‘reconocimiento’ y ‘fidelidad’, delegándolo a una persona: La adquisición de un capital delegado obedece a una lógica muy particular: la investidura – acto propiamente mágico de institución, por el cual el partido consagra oficialmente al candidato oficial a una elección y que marca la transmisión de un capital político (Bourdieu, 1989: 192). Es particularmente en los panfletos del PDT que este mecanismo de ‘institución’ adquiere un carácter paradigmático. En ellos, el partido (o tal vez de forma más correcta, Leonel Brizola) otorga la investidura a su candidata, Cidinha Campos15. En uno de ellos, firmado por Brizola, es posible leer: “Cuando nuestro partido necesitó escoger un candidato a la Intendencia de Rio, buscó en sus cuadros lo mejor y más auténtico que teníamos para ofrecer a la población carioca”. En otro de los panfletos aparece directamente escrito: “Votar a Cidinha es votar a Brizola y Marcello”. Al contrario del anterior, este panfleto no es firmado con Brizola, pero concluye con la siguiente frase en letras mayúsculas: “¡Usted ya los conoce!”. En la foto el gobernador y el intendente sujetan y levantan los brazos de la candidata en señal de triunfo16. 14 Obsérvese que la mayoría de las presentaciones curriculares de los candidatos (principalmente para conce-

jal) aparecen escritas en la tercera persona del singular, creando la sensación de que alguien (que no es el propio candidato) lo presenta. Ya en el caso de los panfletos de los candidatos a intendente son más recurrentes las cartas escritas en primera persona del singular y firmadas por el propio candidato. Cabe señalar también que, a su vez, el empleo de la primera persona (bajo la forma de cartas personales) es más frecuente en el caso de las mujeres que en el de los hombres. 15 No puedo dejar de observar aquí un importante aspecto que merecería una profundización: tres casos más

en los cuales el capital de delegación surge desempeñando un papel fundamental, son también de mujeres. En uno de ellos, el padre pide que se vote a su hija; en el segundo, el marido pide el voto para su esposa; y en el tercero, es la hija quien apela a su padre: ‘Mi padre, diputado federal Roberto Campos hizo mucho por nuestro Brasil y yo quiero seguir su obra’. 16 Para entender el contenido de estos panfletos de la candidata de Brizola (Gobernador del Estado de Rio de

Janeiro) y Marcello Alencar (Intendente de la Ciudad de Rio de Janeiro), se debe remitirlos también a la disputa intrapartidaria y al enfrentamiento entre ambos. Este análisis escapa a los límites de este trabajo.

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Una vez ‘investida’, la candidata ‘instituye’ sus candidatos a Concejal. Varios de los panfletos que el partido elaboró reproducen esta relación: Cidinha Campos confía para concejal en ... (vea por qué) [adentro hay una carta firmada por Cidinha] Elector, nadie gobierna solo. Precisamos tan sólo elegir buenos concejales (...) Y yo me siento feliz de presentarle a usted a éste, nuestro compañero. Él está comprometido con todo nuestro programa de gobierno. La política se presenta, entonces, como un campo poblado por personas con diferentes grados y tipos de ‘potencia’, que –por contacto o por otro tipo de proximidad- puede ser transferida o delegada de arriba hacia abajo. En los panfletos del PDT, así como en la disputa de los candidatos en torno al significado de los contactos, esta potencia puede ser positiva, instituyendo candidatos o, al contrario, negativa, contaminándolos. Los panfletos son una forma de presentación del candidato, de su trayectoria de vida, su rostro, su capital cultural, social y político. Ellos presentan un candidato que nunca está solo; más allá de un referente partidario, el candidato tiene familia, amigos y ‘personas’ importantes que lo apoyan. Es con su pasado que el candidato-persona llega al presente para disfrutar la campaña. El presente de las elecciones municipales de 1992 fue el de una coyuntura marcada por el proceso de denuncias de corrupción que involucraban al entonces presidente de la República. Las críticas contrarias a la corrupción de los políticos y de la política en general constituyen el tema predilecto de casi todos los panfletos. Pero ¿cómo puede salir ilesa una persona que se está candidateando a un cargo público y que, al mismo tiempo, afirma que ‘todo político es un desvergonzado’? Esta aparente paradoja, constante en los más diversos panfletos, se resuelve de diversas maneras. Los candidatos con pasado político –aquellos que se candidatean a la reelección- recurren a fórmulas como: “En una época en que los políticos enfrentan el descrédito, su nombre permanece tan limpio como lo estaba antes de entrar en la política”. La política es concebida como un campo autónomo y corrompido, una esfera que contamina, algo ‘sucio’ y con capacidad de ensuciar a quien atraviesa sus límites (a quien en ella ‘entra’). En oposición a los ‘deshonestos y oportunistas’, ‘a los que tienen interés en la continuidad de los problemas para poder continuar robando’, quien consigue entrar y permanecer limpio es un ‘buen político’. Esos candidatos con experiencia parlamentaria son todos ellos, obviamente, ‘buenos políticos’, que merecen ser reelectos debido al ‘notorio empeño en moralizar el mandato parlamentario’. En estos casos, la imagen del ‘buen político’ se articula con va© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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lores como la honradez, moralidad, ética y trabajo, y se opone a la política caracterizada negativamente como espacio ‘natural’ de la corrupción, la deshonradez y los ‘malos políticos’. En contrapartida, cuando intentan ‘entrar’ en la política por primera vez, los candidatos se ponen en el lugar de no-políticos, apelando discursivamente a una identificación con el elector (otro no-político). Todos sentimos la dignidad herida. El gobierno perdió credibilidad. Vote aunque piense que nadie merece su voto! ¡Yo también estoy saturado de los políticos actuales! ¡Ayude a renovar, intente mejorar! ¡Crea! El Brasil hoy es tristeza El caos, la desesperanza Políticos levantando dinero Tendidos en un mar de barro [...] Por el bien de esta ciudad Ella va a tener que luchar Pelear por nuestros derechos Fiscalizando al intendente Para bien administrar. La paradoja de un no-político, pretendiendo entrar en un ‘mar de barro’, es resuelta mediante la incorporación de otra oposición: viejo X nuevo. En los panfletos la política no es representada como una esfera intrínsecamente negativa (lo que invalidaría cualquier pretensión de los que quieren ser políticos); existiría la mala política, la política de los ‘viejos políticos’, a la cual se contraponen (sin mucha precisión), y ‘los nuevos conceptos de la política’ que sólo serán puestos en práctica por los ‘nuevos políticos’17. Finalmente, los ‘compromisos de campaña’ para el futuro. Las propuestas sintetizadas en los panfletos son de carácter bastante general y se formulan a partir de la identificación de los problemas del área de acción del candidato (por ejemplo, salud, educación, cultura; o también, un barrio, una institución, un grupo en particular); tan sólo algunos pocos panfletos proponen proyectos concretos y puntuales. Al leer algunos de los panfletos con un mínimo de detalle, se encuentran, en primer lugar, el rostro del candidato, su nombre y alguna frase o slogan (que gene17 Del total de 42 concejales de la Cámara Municipal, 40 disputaron la reelección. De estos, solamente 18 fue-

ron reelectos.

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ralmente alude al presente); a continuación podemos saber ‘quién es’ el candidato, para, solamente al final, formularnos una idea de lo que pretende hacer en caso de ser electo. Otra constante es que, si hay panfletos (los ‘santinhos’) con la foto del candidato, el nombre, el número y algún slogan, no existen panfletos que traigan tan sólo el nombre y las propuestas de campaña. Dicho de otro modo, no hay propuestas sin candidato y no hay candidato sin un rostro y una biografía. Roland Barthes (1987), en un pequeño trabajo, Fotogenia electoral, llama la atención sobre ‘el poder de conversión’ que poseen las fotos de los candidatos estampadas en los panfletos. A través de la foto, el candidato intenta, según Barthes, establecer un eslabón con sus electores: el candidato no propone tan sólo un programa, sino también un clima físico, un conjunto de opciones cotidianas, expresadas en una morfología, un modo de vestir, una pose (...) Lo que es ex puesto a través de la fotografía del candidato no son sus proyectos, son sus motivaciones, todas las circunstancias familiares, mentales y hasta eróticas, todo un estilo de vida del cual él es, simultáneamente, el producto, el ejemplo y el señuelo. (Barthes, 1987: 103). Estas observaciones sobre el ‘poder’ de la foto, pueden muy bien ser extendidas a la ‘biografía’ del candidato; como la foto, ésta puede ser interpretada como una tentativa para reforzar el eslabón personal con el elector. Cuando éste finalmente llegue a las propuestas, estará impregnado por la marca personal del candidato. “Las expresiones políticas, programas, promesas y previsiones o pronósticos (‘Ganaremos las elecciones’)”, escribe Bourdieu (1989: 186), “nunca son verificables o falsificables lógicamente; ellas no son verdaderas sino en la medida en que aquel que las enuncia (por su propia cuenta o en nombre de un grupo) es capaz de tornarlas históricamente verdaderas”. En su especificidad, estos panfletos, a través de una combinación de recursos (foto, historia personal, descripción del presente en el cual el candidato se sitúa en el lugar del elector no-político), pretenden definir un enunciado capaz de hacer verdaderas las propuestas. Haciéndose eco de la sensación generalizada de escepticismo frente a la política y a los políticos (y reforzando esta representación negativa), se construye en el panfleto la credibilidad de la propuesta del candidato sobre su ‘persona’; su biografía (inclusive las ‘referencias’) es el verdadero ‘certificado de garantía’ de las propuestas. Así, y tal como lo sintetiza un slogan, impreso bajo la foto de uno de los candidatos: “Un pasado de honra es un crédito para el futuro”.

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Este artículo salió publicado en: Palmeira M. y M. Goldman M. Antropología, voto e representação Política. Contra Capa, Río de Janeiro.

Traducción: F.A.Balbi.

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¿Por qué se pierde una elección? Marcio Goldman Ana Claudia Cruz da Silva. la edición del 11 de septiembre de 1997, la conocida columna política En“Infor me JB” –del diario carioca Jornal do Brasil- revelaba que las dificultades encontradas por un senador de la República en su “costura política” con vista a la reforma electoral en curso, eran atribuidas por él al hecho de que varios de sus interlocutores habían basado sus sugerencias en demandas y diagnósticos referidos a sus propias derrotas electorales: “uno dice que fue derrotado por esto, otro dice que por aquello”. El columnista concluía, entonces, que “nadie admite que perdió porque el adversario fue mejor”.1 De hecho, la preocupación respecto de las causas o razones de una derrota (o victoria) electoral parece situarse en el propio centro de la actividad llamada política. Respondiendo a una entrevista realizada poco después de su derrota en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1989, Luiz Inácio da Silva afirma que “todavía estoy buscando respuestas, razones del por qué perdimos las elecciones – elecciones que en mi opinión, estaban ganadas por lo menos hasta el 10 u 11 de diciembre”. (Singer 1990: 96)2. Ese tipo de afirmación es mucho más que la expresión de una simple duda u opinión. Cualquiera que haya sido la respuesta encontrada, ella ciertamente sirvió para el establecimiento de las estrategias políticas y electorales del candidato y de su partido – lo que puede ser atestiguado por el rumbo seguido por el PT a partir de 1990. Esto se confirma en el libro escrito por Wladimir Pomar (1990), coordinador nacional de la campaña “Lula Presidente” en 1989. La “evaluación de la campaña electoral presidencial” (“producto de discusiones [... ] en la Comisión Ejecutiva Nacional y [...] en el Directorio Nacional”) enumera las “causas generales o estructurales” y las “causas particulares o coyunturales” de la derrota. Entre las primeras encontramos la planificación de la 1 Las comillas dobles serán siempre utilizadas en este texto como forma de marcar citas y categorías que no

son las nuestras – sean ‘nativas’ o de científicos sociales. Las comillas simples serán empleadas para señalar nuestras propias categorías o la relativización de algún término o expresión. Por último, las itálicas serán utilizadas como marcador de énfasis. 2 En la misma entrevista se atribuye la victoria de Fernando Collor de Mello “a un trabajo de marketing muy bien

hecho” (Singer, 1990:102). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

Marcio Goldman y Ana Claudia Cruz da Silva

candidatura de Collor, el apoyo que esta recibió de parte de la Red Globo y del empresariado en general, la desinformación de las clases bajas y el conservadurismo de la clase media (Pomar 1990: 119-120). Las segundas incluyen la falta de preparación de la campaña de Lula para la segunda vuelta de las elecciones, las vacilaciones en la propaganda de radio y televisión, la falta de un periódico nacional que apoyara la candidatura, la “incapacidad para responder a los varios ataques del ad versario”, la falta de nitidez en relación a los cambios en la Europa Oriental, distintas dificultades creadas por las alianzas del PT (Partido dos Trabalhadores) con el PDT (Partido Democráti co Trabalhista), PC do B (Partido Comunista do Brasil) y PSDB (Partido da Social Democracia Brasileira), y por peculiaridades de la política regional. No obstante, un punto que “merece evaluación aparte y en particular”, es la edición del último debate entre los candidatos realizada por el Jornal Nacional; si bien esta edición es considerada parcial, el documento afirma que habría sido posibilitada por el cansancio de Lula, sometido a una “agenda” sobrecargada “en las 48 horas que antecedieron al evento”. El documento concluye: “que las lecciones del ´89 sirvan para las victorias del ‘90” (ibidem: 121-125). La lista, como se ve, es heterogénea y algo confusa: aparte de no dejar muy claro qué es lo que caracteriza a algunas “causas” como “estructurales” y a otras como “coyunturales”, reserva curiosamente las primeras para ‘explicar’ la victoria de Collor y las segundas para dar cuenta de la derrota de Lula. Más allá de esto, el diagnóstico comporta un problema compartido por todas las evaluaciones de derrotas electorales. En las elecciones presidenciales de 1989 Lula obtuvo cerca de 31 millones de votos (un 38 % de los electores, o el 47% de los votos válidos), lo que significa una diferencia de menos del 6% para el vencedor de las elecciones. Ahora bien, todas las explicaciones de la derrota proceden a través de una especie de paralogismo: si, realmente, ellas sólo sirven para dar cuenta de los aproximadamente 5 millones de votos que separaron a los candidatos, son inmediatamente convertidas en explicaciones del resultado global. No se puede comprender, entonces, cómo 31 millones de personas (sin hablar de las que no votaron a ninguno de estos candidatos) permanecieron inmunes a las imposiciones que condujeron a los demás a votar como votaron. Si eso no llega a ser un problema para las mediciones puramente cuantitativas, plantea una pregunta de difícil solución para los análisis cualitativos. Evidentemente, esa tendencia a buscar explicaciones para los resultados de las elecciones no se limita a los profesionales de la política, sino que atrae tanto a los electores comunes como a los científicos sociales que se dedican al análisis de los procesos electorales (los autores de este texto incluidos, como veremos 96

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¿Por qué se pierde una elección?

más adelante). Uno de nuestros informantes, por ejemplo, atribuye la derrota de Lula en las elecciones presidenciales de 1994 al hecho de que él se haya manifestado contra el Plan Real, se haya candidateado dos veces para el mismo cargo, y a su postura excesivamente crítica. Del mismo modo, en julio de 1989, José Murilho de Carvalho preveía que apenas tres candidatos tendrían chance de vencer en las elecciones presidenciales: Lula, Collor y Brizola, en la medida en que solamente ellos serían capaces de “apelar al imaginario colectivo” (Carvalho 1989:12). Tres actitudes distintas son posibles frente a esa tendencia a buscar explicaciones para, o hacer previsiones sobre, los resultados electorales. La primera, y más obvia, es simplemente alinearse al lado de los agentes e instancias que actúan de ese modo y, después de recusar algunos y aceptar otros, construir sus propios modelos explicativos. Postura ‘objetivista’ propia de aquellos que, de una forma u otra, participan del juego electoral –políticos, periodistas, “marquetineros”, asesores... – o que aspiran a él, aceptando sus premisas o valores –electores y algunos científicos sociales. Una segunda posibilidad es inclinarse no sobre las razones de las victorias o las derrotas, sino sobre las posiciones – opiniones, programas o teorías- de aquellos que las construyen y divulgan. Postura ‘subjetivista’ que tendría mucho que decir sobre los supuestos procesos de formación de opinión o sobre variables inherentes al campo intelectual, pero muy poco sobre la dinámica inmanente de las llamadas democracias representativas. Más allá de eso, aquí se corre siempre el riesgo de caer en lo que Patrick Champagne (1988: 86) denominó, en otro contexto, “trampa para hermeneutas”: la tentación de producir elaborados análisis “internos” de discursos – o encontrar supuestas cosmologías muy elaboradas- que, en realidad, nos enseñan muy poca cosa sobre los procesos efectivamente en acción. Así como ocurre en el caso de los debates políticos estudiados por Champagne, los discursos políticos en general deben ser tomados más como “analizadores” del campo que como objetos en sí. Una tercer perspectiva consistiría, por lo tanto, en el análisis de las lógicas específicas presentes en los propios procesos de construcción de las explicaciones de los resultados electorales. No con la intención de demostrar sus posibles errores y aciertos, ni tampoco con el objeto de re-conducirlas a sus supuestos sustratos sociológicos o políticos, sino intentando mapear las formas a través de las cuales esas concepciones constituyen aquello mismo que pretenderían solamente ‘explicar’. Un abordaje de esta naturaleza podría tomar como objeto desde los grandes diagnósticos elaborados por científicos sociales especializados hasta las representaciones de los electores, pasando por los © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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análisis periodísticos, las ‘explicaciones’ de los institutos de investigación y marketing, y las opiniones de los políticos profesionales. Se trataría, entonces, de demostrar cómo esas ‘representaciones colectivas’ funcionan de forma inmanente a la acción, actuando, sea sobre la elaboración de estrategias político-electorales, sea sobre los cálculos más locales que conducen a votar de esta o aquella manera. Desde este punto de vista, es preciso, pues, admitir que las retóricas discursivas son, de hecho, capaces de producir efectos concretos específicos a través de su influencia sobre acciones particulares. Es interesante observar cómo el relato de Pomar sobre la campaña del PT en 1989 insiste sobre el hecho de que “los argumentos [...] de las elites penetran profundamente” en los “nuestros” y cómo los simpatizantes y militantes terminaron creyendo en esos argumentos y modificando el curso de sus propias acciones (Pomar 1990: 15-17). Por otro lado, a riesgo de caer en una posición paradójica, es preciso enfatizar que la lógica entre retórica y acción es lo suficientemente compleja como para impedir previsiones oscuras y explicaciones fáciles: algunos electores sostienen, por ejemplo, que prefieren votar a quien “ya ganó” a fin de no “perder el voto”; pero también sostienen, que si alguien “ya ganó”, se sienten en libertad de votar por otro. Esta es la perspectiva que adoptamos en este trabajo. Es preciso observar, con todo, que sus objetivos son bien limitados. Partimos de un caso específico bastante modesto: la campaña electoral de un candidato a concejal en un pequeño municipio del Estado de Río de Janeiro. A partir del seguimiento de esa campaña, intentamos reconstituir un conjunto de discursos, o retóricas, que tanto garantizan (antes de la votación) que la elección de ese candidato sería más que segura, como ‘explican’ (después de los resultados electorales) su ‘inesperada’ derrota. En ese sentido, no pretendemos que este análisis sea inmediatamente generalizable en la medida en que aquí sólo se trata de contribuir, a través de un estudio específico, a mejorar la inteligibilidad de un proceso absolutamente central en las sociedades contemporáneas. Esta es, creemos, la vía más adecuada para el estudio antropológico de ese tipo de sociedades (Goldman, 1995). Antes de iniciar el análisis, no obstante, debemos reconocer que, como adelantamos más arriba, los autores de este texto también podrían ser incluidos entre aquellos que, de una forma u otra, buscan ‘explicaciones’ para los resultados electorales. A decir verdad, el presente trabajo deriva de un proyecto de investigación más amplio, coordinado por uno de nosotros (Marcio Goldman), que, en parte, compartía algunas de las premisas que ahora buscamos discutir. Este proyecto tuvo origen justamente –a pesar de que el trabajo 98

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efectivo se iniciase cerca de tres años después– en el impacto sentido en ocasión de las elecciones presidenciales brasileñas de 1989. La perplejidad frente a los resultados finales hizo que la pregunta de ‘por qué se votó de esta forma’ fuese planteada.3 A partir de 1994 el proyecto fue puesto en marcha, con una investigación ‘transversal’ de las representaciones construidas por diferentes sectores sociales, en varios contextos, acerca del proceso electoral. A pesar que desde el inicio se había dejado explícitamente de lado una perspectiva causal,4 es verdad que en cierta medida, todavía se trataba de investigar “el voto en su densidad de elección individual y agenciamiento colectivo. En otros términos, [...] de mapear el conjunto de fuerzas y procesos globales que hacen que las elecciones políticas caminen en esta o en aquella dirección” (Goldman y Sant’ Anna 1996: 13) Las elecciones municipales de 1996 ofrecieron la oportunidad para que ese recorte ‘transversal’ fuese complementado con investigaciones realizadas en contextos empíricos específicos (en el estado de Río de Janeiro y en el de Bahía), permitiendo la sustitución de los grandes panoramas por las complejidades reales. Como ya demostró Moacir Palmeira (1991; 1992; 1996), las propias concepciones de política varían de acuerdo con contextos sociales y culturales específicos y, para comprenderlas, es preciso establecer la conexión, siempre particular, entre las varias dimensiones que componen ‘la política’. En última instancia, en términos mucho más simples y algo pretenciosos, se trata de arriesgar un análisis de nuestro sistema político tan ‘distanciado’ como aquél realizado, por ejemplo, por Evans-Pritchard entre los Nuer –análisis que no se deje enredar en el juego de las substancializaciones, agregando a las prácticas objetivantes la rúbrica del científico o del especialista. En el caso específico del voto, se trata de desarrollar un discurso que evite ser capturado en la red de intereses involucrados en cualquier elección, tarea que jamás tenemos la certeza de cumplir plenamente, pero que, no obstante, debe guiar nuestro trabajo en ese campo de estudios. Mientras que el trabajo de campo en Bahía se orientó al acompañamiento de un grupo de electores durante el periodo electoral de 1996, el realizado en el 3 Sin embargo, esto no debe ser tomado en un sentido puramente idiosincrático. En antropoología, las expe-

riencias personales pueden ser excelentes vías de acceso para determinadas investigaciones – siempre que, claro está, seamos capaces de hacerlas más generales y comunicables. 4

“Desde nuestro punto de vista […] no se trata de explicar el voto y las elecciones sino de intentar encontrar una cierta inteligibilidad de las tramas que envuelven estos fenómenos” (Goldman y Sant’ Anna 1996:22). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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estado de Río de Janeiro se concentró en intentar captar cómo el juego electoral y el voto aparecían desde el punto de vista de alguien que pretendía obtener un cargo electivo. Aprovechando una serie de facilidades – las dimensiones del municipio, su proximidad a la capital, la existencia previa de contactos y relaciones con los informantes...- uno de nosotros (Ana Cláudia Cruz da Silva) se dedicó a seguir la candidatura de Laudelino Correia do Santos a una banca de concejal en la Cámara Municipal de Santa Bárbara. Una observación preliminar: como de costumbre, los nombres propios aquí citados son, casi todos, ficticios. El anonimato de los informantes es, como se sabe, un problema tradicional de los estudios antropológicos y no puede ser resuelto de forma unívoca. Sustituir nombres como los de Lula y Collor –o, en el límite, del estado de Río de Janeiro y de Brasil- conduciría a una pérdida absoluta del contexto en que el análisis es efectuado y debe ser presentado al lector. Más allá de esto, ese procedimiento introduciría un artificio en el cual el estudio etnográfico no puede incurrir. Por otro lado, la utilización indiscriminada de los nombres verdaderos amenazaría con violar la intimidad de aquellos cuyo anonimato nos comprometemos a preservar. Decidimos así, mantener los nombres más ‘públicos’ –en un sentido más abarcador, ya que en buena medida nuestros personajes son casi todos figuras ‘públicas’- y alterar los de aquellos con quienes mantuvimos contacto directo y con quienes asumimos el compromiso de anonimato. En el caso particular que analizamos existe, sin embargo, un agravante. En la medida en que, por obligación profesional, tenemos que proporcionar algunos datos más o menos ‘cuantitativos’, no sería muy difícil para un lector especialmente interesado descubrir exactamente de dónde y de quién estamos hablando. Entre la omisión de la información técnicamente relevante y una transferencia parcial de responsabilidades éticas hacia el lector, optamos por esta última alternativa. Santa Bárbara es una pequeña ciudad del interior del estado de Río de Janeiro, situada cerca de 100 Km. de la capital. Posee, de acuerdo con el censo de 1996, cerca de 12.500 habitantes (49,2% de hombres y 50,8% de mujeres; 39,7% en la zona rural y el 60,3% en la zona urbana). El porcentaje de electores es aparentemente muy alto: 92,27 % de la población o 11.574 personas (contra una media de 75% en los municipios vecinos). Esos nú-

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meros son explicados por algunos como el resultado de un error del IBGE5, que había omitido contabilizar un barrio de la ciudad – error que sirvió para aumentar las bancas en la Cámara, de 11 en 1992, a 13 en 1996. Otros, no obstante, atribuyen esos números a la concesión de títulos de elector a los adolescentes de un reformatorio localizado en un distrito del municipio que, después de ser liberados, difícilmente permanecen en la ciudad. En fin, hay quienes especulan con alguna irregularidad en los procesos de transferencias de títulos, en la medida en que hay varios procesos abiertos por delitos electorales contra personas que no consiguieron probar que habitan en el municipio. En las elecciones de 1996, votaron el 80,9 % de los electores. Cuatro candidatos compitieron por el cargo de intendente y ochenta y siete lo hicieron por el de concejal. Trece candidatos fueron electos como concejales con los siguientes guarismos: 83,9% de votos nominales, 0,4% de votos para la legenda, 6,9% de votos en blanco y el 8,8% de votos nulos. La votación a favor de los candidatos electos, en números absolutos, osciló entre 140 y 315 votos. Las principales actividades económicas del municipio son la industria (hay una industria de pequeño porte, que emplea cerca de doscientos cincuenta trabajadores, y algunas otras microempresas) y la agricultura, más específicamente el cultivo de la banana. Si bien la cría de caballos es tradicional en el municipio, la pecuaria no llega a ser económicamente relevante. El turismo sería una actividad en vías de expansión, lo que se reflejó electoralmente en el hecho de que los representantes del sector estaban presentes en las fórmulas mayoritarias o proporcionales en tres de las cuatro legendas o coaliciones que disputaban las elecciones. En los actos proselististas, el turismo era mencionado como la actividad económica que aseguraría un buen futuro para el municipio, en la medida en que, señalaban los candidatos, los recursos que hoy terminan yéndose a los municipios vecinos sean atraídos a Santa Bárbara por medio de inversiones públicas en el área, lo que se convertía en una constante ‘promesa’ de campaña. Laudelino –el candidato cuya campaña acompañamos- trabaja en la mayor empresa de Santa Bárbara, una fábrica que emplea cerca de 250 personas y que posee una presencia tradicional en el mercado de su principal producto. Él relata que su ingreso en la fábrica ocurrió cuando aún era muy joven, como cadete. Resume su trayectoria diciendo que, con mucho trabajo y dedicación,

5 [Nota de los Editores: el Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE) es el órgano estatal

responsable por los censos realizados en Brasil.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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consiguió “subir” cursando tres facultades6, que había omitido contabilizar un barrio de la ciudad – error que sirvió para aumentar las bancas en la Cámara, de 11 en 1992, a 13 en 1996. Otros, no obstante, atribuyen esos números a la concesión de títulos de elector a los adolescentes de un reformatorio localizado en un distrito del municipio que, después de ser liberados, difícilmente permanecen en la ciudad. En fin, hay quienes especulan con alguna irregularidad en los procesos de transferencias de títulos, en la medida en que hay varios procesos abiertos por delitos electorales contra personas que no consiguieron probar que habitan en el municipio. Nuestro primer contacto con Laudelino fue establecido en ocasión de la campaña para las elecciones generales de 1994, cuando él afirmaba trabajar a favor de dos candidatos a diputado federal (del PPR, Partido Progresista Renovador, y del PDT) y de dos candidatos a diputado estadual7 (PMN, Partido da Movilização Nacional, y PDT) – información que se agregó al hecho de pertenecer a los cuadros del PFL (Partido da Frente Liberal). Laudelino se presentó como alguien que hasta dos años antes “era completamente apolítico”, pero que, sintiendo “la necesidad de participar un poco”, resolvió “hacer alguna cosa por el municipio” candidateándose a concejal en 1992, con el apoyo de la “fábrica” donde trabaja, y consiguiendo “ser el más votado del municipio” (en realidad, fue el segundo más votado, con 233 votos). Más allá de relatar su trabajo como concejal, Laudelino insistió mucho sobre el hecho de no ser “aquel político experimentado” y, por lo tanto, no poseer “sus vicios”. Es importante agregar aquí que una de las razones que nos condujeron a acompañar esta campaña fue una cierta facilidad de acceso, debida al hecho de que uno de nosotros mantenía relaciones de amistad con uno de los hijos de uno de los dueños de la fábrica – que no tiene, sin embargo, ninguna relación con ella. En las elecciones de 1992, él relató que uno de sus hermanos, principal accionista de la empresa, había decidido lanzar la candidatura de Laudelino a concejal, con la intención de contar con alguien que pudiese defender los intereses de la fábrica en el ámbito de la política. Fue eso lo que nos condujo hasta él en 1994 e hizo que, al enterarnos de su candidatura a la reelección en 1996, decidiésemos retomar el contacto. Así lo hicimos a mediados de 1996, preguntando si podríamos acompañar su campaña, pedido que fue aceptado aparentemente de buen grado. En parte, ciertamente, debido al hecho de que nuestra relación se establecía a través de 6 [Nota de los Editores: En español: “facultades”; el término remite a cursos de nivel terciario.] 7 [N. de los Editores: Optamos por conservar la palabra portuguesa ‘estadual’ para hacer referencia

a los diputados ante las legislaturas de los “estados”, divisiones político-administrativas aproximadamente correspondientes a las provincias de la organización política argentina].

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sus patrones. Pero también, como quedó demostrado a lo largo de la campaña, con la esperanza de que, como científicos sociales, pudiésemos ayudarlo en su reelección. Desde el reestablecimiento del contacto con Laudelino, percibimos que los casi dos años en que no lo habíamos visto habían afectado bastante su manera de presentarse. El contenido de su discurso y hasta su postura corporal –pasando por la forma en que lenta y cuidadosamente pronunciaba cada palabrase habían alterado bastante. El algo desaliñado y escéptico “nuevo político” de 1994 parecía haber dado lugar a un político profesional, en quien veíamos todos los trazos que acostumbramos a atribuir y esperamos encontrar en aquellos que se dedican a esa actividad. Una de las señales de esa mutación todavía en curso era la certeza con la que hablaba de su reelección y la seguridad con que preveía llegar a ser el concejal más votado de Santa Bárbara. Otra señal, más relevante, era el papel desempeñado por Laudelino en las articulaciones apuntando a la campaña de 1996. Su propuesta inicial era de una candidatura mayoritaria del PFL en coalición con el PDT. Sin embargo, apenas tres días antes del término del plazo legal para las coaliciones, el PFL formó una con el PSDB, que tendría la “cabeza de fórmula”, mientras que el primero se quedaría con la candidatura a vice-intendente. Además de esos partidos, formaban parte de la coalición “Por amor a Santa Bárbara”, el PDT y el PL (Partido Liberal), con el lanzamiento de 16 candidatos proporcionales. El Mayor Jutahy, candidato a intendente por el PMBD (Partido do Movimiento Democrático Brasileiro), también buscaba a Laudelino para intentar formar una coalición. Este, sin embargo, había impuesto como condición para aceptar su propuesta la afiliación del Mayor al PFL, y no hubo acuerdo en ese sentido.8 Así, el PMBD lanzó su chapa mayoritaria aisladamente, siendo apoyado por el PSB (Partido Socialista Brasileiro), PPS (Partido Popular Socialista), PV (Partido Verde) y PSC (Partido Social Cristão), que, juntos, lanzaron 42 candidatos proporcionales. Además de eso, había otros dos candidatos a la intendencia, uno por el PPB (Partido Progressista Brasileiro) y uno por el PTB (Partido Trabalhista Brasileiro), con 16 candidatos a concejal en el primer caso y trece en el segundo. Otro episodio es relevante para la comprensión del cuadro electoral en Santa Bárbara. Al final de la legislatura 1993-1996, el PTR (Partido Trabalhista Renovador), que había conseguido cuatro concejales, fue disuelto. Esos concejales se quedaron, entonces, sin partido, lo mismo que el intendente, también del PTR. El fin del partido se dio poco tiempo antes del término del plazo le8 Al enterarse de esta historia, una de nuestras informantes –electora cautiva del Mayor Jutahy, dos veces in-

tendente y tenido como un político de enorme popularidad- preguntó asombrada : “¿quién se cree que es Laudelino para que un hombre consagrado como el Mayor se someta a sus exigencias?”. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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gal para que los nuevos afiliados pudiesen concurrir a las elecciones de 1996, y los concejales y el intendente fueron invitados a ingresar en el PSDB, con la garantía de su presidente de que tendrían lugares para disputar la reelección. Mientras tanto, el PFL impuso como condición para su coalición con el PSBD la no candidatura de esos concejales y del intendente, acusados de deshonestidad y mala administración. A través de su presidente –Irineu, candidato a intendente- el PSBD les negó los lugares cuando ya no había tiempo legal para que pudiesen candidatearse por otro partido. De ese modo, los concejales salieron del PSDB y pasaron a apoyar la candidatura del jefe de gabinete del ejecutivo municipal por el PTB –también apoyada por el intendente que, sin embargo, permaneció en el PSDB. Los concejales del antiguo PTR pasaron, entonces, a ser conocidos como afiliados al “PCA –Partido da Calça Arriada” 9. Pocos días antes de las elecciones, consiguieron aprobar un proyecto que se proponía reducir sus daños políticos: el concejal más votado de la ciudad sería el presidente de la Cámara. Ese proyecto había sido propuesto debido a la expectativa de que uno de los concejales apoyado por ellos sería el más votado. Convirtiéndose en presidente de la Cámara, ciertamente los ubicaría en cargos de asesoría con salarios equivalentes al de los concejales. A pesar de afirmar vehementemente la inconstitucionalidad del proyecto, varios políticos insistían, en los actos proselitistas, sobre la importancia de llegar a ser el candidato más votado de la ciudad. Esto también ocurrió en el último acto proselitista10 de la coalición “Por amor a Santa Bárbara” en la principal plaza de la ciudad, cuando el presidente del PFL y candidato a vice-intendente- el Dr. Augusto, uno de los patrones de Laudelino en la fábrica – hizo un pedido a la población para que éste fuese el concejal más votado. Es más, toda la organización del acto parecía destinada a favorecer su candidatura. El acto comenzó con una banda paulista, muy famosa en la ciudad, y todos los miembros de la banda vestidos con camisetas de Laudelino. En el inicio del show, anunciaron que estaban siendo patrocinados por él y por el Dr. Augusto, de forma que el acto parecía más de Laudelino que de los candidatos a la intendencia y, al mismo tiempo, exhibía con claridad el poder económico de los que apoyaban su candidatura. Con el inicio de la investigación de campo propiamente dicha, uno de nosotros (Ana Cláudia Cruz da Silva) pasó a acompañar a Laudelino y pudo comenzar a percibir a qué se atribuía su futura victoria. El elemento más recurrente en 9 [Nota de los editores: Partido de los Pantalones Bajos.] 10 [Nota de los Editores: en portugués ‘comicio’. El Diccionario Portugués-Español Cuyás (1978,

Barcelona, Himsa, 3era edición) traduce el término como: “comicio, reunión de ciudadanos para discutir asuntos de interés general”.]

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la retórica del candidato y de sus asesores para justificar la certeza de la reelección tal vez sea el trabajo. Esa categoría surge en tres registros parcialmente distintos aunque, evidentemente, terminen por interpenetrarse. En primer lugar, se trata, en las palabras de Hélio, su cabo eleitoral11 más importante, del “trabajo de cuatro años desarrollado por Laudelino en la Cámara: comicio, autoadhesivo y volante no dan voto a nadie, lo que da voto es el trabajo.”12 Este ‘trabajo de concejal’ incluía fundamentalmente el “programa de la basura” y el “trabajo social” –ambos presentados como “prestaciones de servicio a la comunidad”. Los casi cuatro años del “programa de la basura” consistían en la distribución por toda la ciudad de tambores de lata de cerca de 200 litros destinados al depósito de la basura por la población. En uno de los lados de cada tambor aparecía pintado en tinta blanca el nombre de concejal-candidato: “concejal Laudelino”.13 Y, aunque los tambores fueron obtenidos sin ningún costo en la fábrica donde trabaja, Laudelino siempre insistió en presentar el “programa” como un “servicio” de gran importancia para la comunidad, que él desarrollaba con “recursos propios”. Con el rótulo de “trabajo social” se presentaba una gama más diversificada de actividades. Como decía Vera, esposa de Laudelino, “si una persona muere, él consigue el cajón; si alguien tiene con hambre, él consigue una canasta básica ... Eso es trabajo social”. Laudelino insistía siempre en que esos servicios prestados a la comunidad –que incluían también la donación de remedios, el transporte de enfermos, la instalación de agua corriente, etc.- “salen de mi bolsillo”. Forma de distinguir11 [Nota de los Editores: la expresión ‘cabo eleitoral’ (lit.: cabo electoral; pl.: ‘cabos eleitorais’) de-

signa a diversos tipos de intermediarios políticos. Se trata de una categoría nativa que ha sido reapropiada por las ciencias sociales para hacer referencia generalmente a personas que presuntamente ‘controlan’ una cierta cantidad de votos, poniéndola a disposición de uno o varios candidatos. Sin embargo, en tanto término empleado por los actores su significado es variable, abarcando por ejemplo a personas que hacen propaganda a favor de un candidato desde los medios de comunicación. En este volumen optamos por conservar la expresión en portugués en lugar de traducirlo como ‘puntero’, puesto que este término comporta en la Argentina la asociación con un determinado partido político, mientras que es común que los cabos eleitorais trabajen para candidatos de distintos partidos en elecciones sucesivas.] 12 Lo que confirma la observación de Palmeira y Heredia (1996:37-38) sobre el poco valor dado a los actos proseli-

tistas como mecanismos de obtención de votos. Como sostenía el propio Laudelino, los actos proselitistas no traen votos porque cada candidato lleva su propio grupo y “poquísimas personas van a los actos sin tener un candidato”. Es claro que el acto proselitista desde el punto de vista de los agentes desempeña otras funciones, especialmente la demostración de fuerza electoral que, a su vez, podría permitir la obtención de votos. 13 Pasando frente a uno de los tambores y notando que la cara pintada con su nombre estaba girada hacia

atrás, Laudelino observó que debería pintarlo más de una vez a fin de que ocupase todo el contorno de los tambores. Eso evitaría que las personas escondieran su nombre. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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se de lo que condenaba vehementemente como “la política del ´es dando como se recibe´”. Al mismo tiempo, sostenía que es difícil no actuar de esa manera, en tanto es “la mentalidad de ese pueblo lo que nos obliga a actuar así”. Se trata aquí de una postura que podríamos designar como ‘realista’, extremadamente común entre los políticos de varias instancias y matices: es inevitable actuar de acuerdo con los patrones usuales de la política, aunque no concordemos con ellos y los condenemos éticamente. Es preciso agregar que Laudelino admitía disponer de un “presupuesto especial”, proveniente de diputados estatales y federales, destinado a la distribución de las “bolsas de compra” en las áreas del municipio consideradas como “carenciadas”. Además del ‘trabajo de concejal’, el ‘trabajo de candidato’ también era señalado como una de las razones de la futura victoria. Trabajo que consistía, como siempre, en la obtención de la adhesión de los cabos eleitorais y “boqueiros” (de urnas) que actuasen durante la campaña y en el día de la elección, así como de personas que desempeñasen actividades electorales más esporádicas. Helio, principal cabo eleitoral de Laudelino, se enorgullecía de “trabajar” en la política desde hacía más de veinte años –”en todas las elecciones algún candidato me llama para trabajar” –y de “nunca haber perdido una elección”. Denise, su esposa, confirmaba la declaración, agregando que su marido sería candidato a concejal en el 2000 en el caso que Laudelino se candidatease como intendente. En la misma dirección, cerca de 80 personas habrían sido contratadas para el trabajo de “boca de urna” (recibiendo de R$20,00 a R$50,00 por día). En el día de la elección, respondiendo a una observación acerca de la poca cantidad de “boqueiros” vestidos con su camiseta, Laudelino sugirió que muchas de las personas contratadas por otros candidatos estarían, en realidad, trabajando para él. Aparte de esto, afirmaba contar con cinco combis y cuatro remises para el transporte de electores de los lugares más lejanos a las secciones electorales. Denise participaba de esa actividad con el fin de “conversar con las personas y garantizar el voto o modificarlo”. Otro ‘trabajo de candidato’ –según Laudelino, ideado por él en la campaña de 1992 y después “copiado” – era el “censo electoral”. Parejas de “chicas” (ex-alumnas de su esposa) eran contratadas para recorrer domicilios particulares, llenando una ficha con datos sobre los habitantes, sus demandas y preferencias electorales. Según las encargadas del censo, presentaban su actividad como una “investigación sobre los problemas del barrio” y sólo revelaban el verdadero carácter de su trabajo después de haber llenado las fichas, distribuyendo propaganda electoral de Laudelino e Irineu.14 El “censo” era explicado por el candidato bien como una forma de identificar los electores a fin de po14 Además de que es un poco inverosímil que en una ciudad de las dimensiones de Santa Bárbara pueda per-

manecer desconocido el hecho de que alguien esté trabajando para un candidato, es preciso observar que

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der dirigirse a ellos por el nombre –lo que era considerado importante, pues al elector “le gusta ser tratado de ese modo”- bien como una estrategia de mapeado de las preferencias electorales, apuntando a descubrir electores indecisos y a aquellos que, tenidos como “voto seguro”, declaraban su decisión de votar por otro candidato. De ese modo, hasta el final de la campaña, ellos podrían ser visitados por el propio Laudelino con el objetivo de obtener o modificar su voto.15 Finalmente, una tercera modalidad de “trabajo” era invocada como razón del éxito de Laudelino: el ‘trabajo en la fábrica’ de la cual él es, como vimos, empleado de confianza. Como también hemos observado, él atribuía en parte su suceso éxito en la política al hecho de trabajar en la fábrica16 y al apoyo de sus patrones. Es más, sostenía a veces que ese ingreso se debía directamente a una decisión de los “dueños de la fábrica”, interesados en contar con la presencia de un concejal en la Cámara Municipal. En las elecciones de 1996 se agregó el hecho de que el candidato del PSDB para la Intendencia invitara al presidente del PFL local –justamente uno de los dueños de la fábrica- para competir por el cargo de vice-intendente en su lista.17 De ese modo, Laudelino invocaba durante la campaña al nombre de Dr. Augusto al mismo tiempo como prueba de su vinculación con “la única empleadora del municipio” y como testimonio de fidelidad hacia aquellos que le habían ofrecido su propio empleo y que lo habían lanzadoa la vida política.18 Éstos, como vimos, respondían en el mismo tono; pidiendo, por ejemplo, que Laudelino fuese el concejal más votado de la ciudad. Los “compromisos” del candidato a vice-intendente –abrir una nueva fábrica en el municipio, aumentar el nivel de empleo...- se convertían, de ese modo, en “compromisos” del propio Laudelino. ¿Cómo alguien tan próximo a las “chicas” llenaban las fichas con biromes de propaganda de Laudelino. Esto no parecía afectar, sin embargo, la narrativa que hacían de su trabajo. 15 El encabezamiento de la ficha se puede leer: “Padrón 1996- Santa Barbara”. A continuación, aparecen espa-

cios a ser llenados con datos sobre: barrio, calle, número, nombre del habitante, nombre de la esposa y nombre de los hijos; un espacio destinado a “otros”; tres líneas para “el mayor problema de su barrio”; tres líneas para “¿qué haría Ud. para mejorar su barrio?”. Finalmente, después de la advertencia “Ud. responde tan sólo si lo desea”, una pregunta más: “¿el 03 de octubre Ud. votará?” seguida de un espacio para “intendente” y otro para “concejal”. A pesar del formato, la ficha era completada directamente por las “chicas” que trabajaban en el empadronamiento. Leyendo algunas fichas, Laudelino hacía comentarios sobre ellas, demostrando asombro al descubrir personas conocidas dispuestas a votar por otro candidato: “¡¿Conseguí un empleo en la fábrica para la hija de ese tipo y él va a votar a otro?!”. 16 “Mi candidatura viene de un trabajo antiguo en la comunidad por medio de la única empleadora del municipio”

–lo que revela que la separación entre los tres tipos de “trabajo” es meramente heurística. 17 Reconstituyendo así en el ámbito municipal, decía él, la alianza que gobernaba el país. 18 En las “estampitas” de Laudelino, el nombre del candidato a viceintendente aparecía antes del nombre del

candidato a intendente. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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los principales empresarios de la ciudad y al posible futuro vice-intendente podría perder una (re-)elección? El principal slogan de la campaña de Laudelino era justamente “¡Trabajo con Seriedad!”. Sin embargo, al ‘trabajo’ en las tres acepciones expuestas más arriba, simultáneamente imbricadas y distintas, se agregaban otras razones para la certeza de la victoria de Laudelino. Su “honestidad”: el hecho de que sólo asumiría “compromisos” (o “prometería” algo) con la seguridad de poder cumplir lo asumido -cualidad que derivaría, más allá del carácter de candidato, del hecho de no ser un “político tradicional”, sino alguien “nuevo” en la política-; su fidelidad: atestiguada por la lealtad a sus patrones y a los candidatos a cargos mayoritarios19 de la alianza electoral de la que formaba parte; y su esposa. De hecho, desde el inicio de nuestra investigación, diversos informantes sostenían que Vera, dueña de ciertas cualidades que parecían faltarle al propio Laudelino, era un personaje esencial en su carrera política. Extremadamente “activa” durante el mandato y la campaña, era responsable por la propaganda entre los alumnos y padres del colegio donde da clases; recibía en su casa a las personas que se acercaban a hacer pedidos cuando Laudelino se encontraba en la fábrica; coordinaba la distribución de los tambores para la basura, registrando en un cuadernito rojo los compromisos firmados por y con el candidato; orientaba todo el trabajo del censo, reclutando a las “investigadoras”, examinando las fichas, decidiendo donde debería trabajar cada par de censistas y, por último, pagándole a “las chicas”. A parte de todo esto, “muy comunicativa” y dotada de una “excelente memoria”, conversaba con todos, dirigiéndose a los electores por su nombre.20 Todos esos factores parecían, pues, indicar que los 233 votos obtenidos en 1992 se multiplicarían. Opinión que, es preciso señalar, no era exclusiva del candidato, sus parientes, aliados, cabos eleitorais, amigos y simpatizantes confesos. Prácticamente todas las personas con las que conversamos en Santa Bár19 [Nota de los Editores: Como fuera mencionado en la introducción de este volumen, el sistema elec-

toral brasileño contempla dos modalidades de asignación de los cargos electivos: proporcional (empleado para la elección de diputados federales y estaduales) y por mayoría simple (utilizado en la elección de senadores federales, gobernadores e intendentes). Este sistema electoral mixto da lugar a que en el vocabulario político brasileño se hable de cargos y candidaturas ‘mayoritarias’ y ‘proporcionales’.] 20 Durante la campaña, una señora aparentemente no muy íntima de Vera, la abordó en la calle, pidiendo que la

ayudase a resolver un problema familiar. Su hija se había separado del marido e ido a vivir con otro hombre, dejando al hijo con el padre. La señora pedía, entonces, que Vera convenciera a la hija para que fuera madrina del casamiento del hermano, promoviendo así su reconciliación con la familia. Un día después, Vera encontró a la hija y conversó en privado con ella. Poco después, encontró a la madre, a quien le relató la conversación que tuvo con su hija, sugiriendo que la visitara inmediatamente. Extremadamente agradecida, la madre se despidió afirmando que “después paso por su casa para conversar y ver qué puedo hacer por ustedes. Tengo mucho que agradecerle.”.

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bara se mostraban de acuerdo con el hecho de que Laudelino sería reelecto, posiblemente con la mayor votación del municipio. Incluso la antropóloga que acompañaba su campaña no abrigaba mayores dudas acerca de su reelección. Al final del día 3 de octubre de 1996, los resultados de las elecciones municipales de Santa Bárbara indicaban que Laudelino había obtenido 154 votos, alcanzando la 19ª colocación general y la 5ª suplencia de su coalición.21 Él se volvió, así, “ganso” como son llamados los candidatos derrotados en Santa Bárbara. Denominar a un candidato “ganso” era extremadamente común durante la campaña y, aún más, durante el escrutinio: “esa lluvia que está cayendo desde el final de la votación es para evitar el choque térmico de los gansos que van a zambullirse en la Laguna Dorada”22, “ los candidatos que ya entraron [al lugar del escrutinio] no deben volver a salir porque la corriente puede llevarlos para la Laguna Dorada”. El término “ganso” es aplicado también a los punteros y a quienes declaran su voto por un candidato derrotado. Antes de las elecciones, Denise contó que estaba dudando si iba a votar a Irineu porque no le gustaba “ser ganso”; Hélio garantizaba que “no iba a ser ganso”. Después de los resultados, Hélio se quejó, en tono de broma, que estaban divulgando que él ya estaba subiendo para la Laguna Dorada, agregando, más seriamente, que si fuese preciso iría dos veces –una por su candidato a concejal y otra por su candidato a intendente, ya que ambos habían perdido las elecciones– y saltaría a la Laguna tres veces o más, para evitar que Laudelino, su amigo, saltase. De acuerdo con nuestros informantes, la denominación “ganso” para candidatos derrotados tuvo origen en el gobierno de un antiguo intendente muy popular por realizar eventos “extraños”. Uno de ellos fue incluir una carrera de gansos en las actividades conmemorativas del aniversario de la ciudad, realizadas poco antes de las elecciones municipales de aquél año. Observando que los gansos no conseguían llevar a la línea de llegada porque no corrían hacia delante, el intendente comentaba que los candidatos que fueran derrotados habrían corrido como gansos. La asociación con la Laguna Dorada, punto turístico de la ciudad, fue inmediata. ¿Cómo es que Laudelino pudo volverse “ganso”? ¿Cómo puede ser derrotado de forma tan completa alguien que, aparentemente, tenía la reelección garantizada? Recordemos, una vez más, que nuestro objetivo aquí no es precisamente responder a esas preguntas. Se trata más bien analizar la lógica presente en los discursos nativos que buscaban ´explicar´, de una forma o de otra, la inesperada derrota. 21

Un intento fracasado de recuento de votos y noticias no confirmadas de irregularidades en los conteos de tres o cuatro concejales reelectos “animaron” en vano a Laudelino y sus simpatizantes.

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Nombre de una laguna en Santa Bárbara, situada en el barrio del mismo nombre. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Laudelino, decía Hélio después del resultado de las elecciones, realmente había dedicado muy poco tiempo de trabajo a su candidatura. Poco después de iniciada la campaña, cuando se le preguntó si pediría licencia en la fábrica, el candidato había respondido que iba a tratar de trabajar solamente medio turno durante tres días por semana. Hélio insistía que eso no había ocurrido ni aún en los últimos días antes de la elección, y decía que “él estaba pasando más tiempo de lo normal en la fábrica”. Esa “falta de tiempo” le habría impedido recorrer las calles y visitar a electores indecisos, como era su intención al inicio de la campaña, limitando el contacto con esos electores a las ocasiones en que iban a su casa, o cuando él iba a la casa de ellos a colocar “autoadhesivos de propaganda”, a los actos proselitistas y a sus paseos por las ciudades – siempre en automóvil, lo que no era bien visto por los electores. La falta de “trabajo de candidato” quedó evidenciada también el día de las elecciones. La creencia de Laudelino que buena parte de las personas vestidas con camisetas de otros candidatos estaban, en realidad, trabajando para él, pasó a ser interpretada contrariamente por Denise, que los calificó inmediatamente de “traíras”23. La traición, además, era su hipótesis más fuerte para explicar el resultado de la elección: “se podría hacer un guiso con tanta traíra”. En esta categoría estarían incluidos no sólo los que fueron pagados para hacer boca de urna –”ellos tenían la obligación de votar, por lo menos ellos”- sino también los empleados de la fábrica- “esos tipos son muy mal agradecidos”- y algunas personas que trabajaban para Laudelino en la campaña y que fueron vistas en actos de otros candidatos.24 Al ser advertido sobre el poco tiempo dedicado a la campaña, Laudelino insistiría en el hecho de que su esposa lo ayudaba mucho. Respecto de esto, Hélio y Denise pasaron a conjeturar que la presencia excesiva de Vera en la campaña tal vez fuese otro de los motivos que condujeron a la derrota. Como decía la segunda, “Vera trabaja mucho, pero la gente quiere ver al candidato, no a su mujer”. A lo que Hélio agregaba que lo correcto habría sido que Laudelino se quedara en casa, “cuidando del trabajo político” y que Vera saliera a trabajar. Es más, Hélio suponía que, en vez de ayudar, en realidad Vera “molestaba”, haciendo que Laudelino perdiese votos. Ella habría provocado diversas situaciones difíciles al “reclamarle a las personas”, insistiendo de forma excesiva23 [Nota de los editores: el término ‘traíra’, literalmente ‘tararira’ –de donde surge la posterior men-

ción a un guiso- tiene asimismo el significado coloquial de ‘traídor’, presumiblemente debido al parecido de la palabra con el verbo trair (traicionar).] 24 La propia Denise asistió al acto de un candidato a intendente por una leyenda distinta de la de Laudelino. Al

ser interrogada al respecto, respondió que lo hizo tan sólo para acompañar al antropólogo.

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mente obvia que esperaba algo a cambio de lo que estaban haciendo o habían hecho por ellas. Tan sólo un incidente específico resultó en la pérdida de votos en una familia de cinco miembros: como concejal, Laudelino había proporcionado el abastecimiento de agua para algunas casas (que, además, quedaban en el trayecto del tendido hacia su propia casa). Durante la campaña, Laudelino y Vera pidieron a los moradores de una de esas casas que colocasen un “pequeño autoadhesivo” de propaganda electoral en su pared. En éste constaba no sólo el nombre de Laudelino sino también el del intendente apoyado por él. Los habitantes de la casa no expresaron ningún problema en relación con Laudelino, pero no aceptaron que el nombre de candidato a intendente fuese exhibido en su casa. Pidieron, así, que el autoadhesivo fuese cortado. Por “fidelidad”, “compromiso” y “exceso de honestidad” (como dijo Hélio), Laudelino se negó a hacerlo. Ante esta situación, Vera habría dicho que “cuando colocamos el agua para ustedes no impusimos ninguna condición”. De acuerdo con Hélio, ella reveló así “que daba algo porque esperaba alguna cosa a cambio”, error político primario en su opinión. Si Laudelino era una “persona muy generosa”, Vera era “mezquina y tacaña” y, según la contabilidad de votos hecha por Hélio, incidentes semejantes habrían resultado en la pérdida de por lo menos 20 electores (casi el 13% de los votos obtenidos). El ‘trabajo en la fábrica’, entre tanto, no sería responsable por la derrota solamente debido al tiempo que habría sustraído al ‘trabajo de candidato’. “Ser patrón en la fábrica”, decía Hélio, también significaba problemas. Pocos meses antes de las elecciones, la dirección de la fábrica había reducido en un 10% los salarios, retirando el pago de un adicional por productividad. Siempre de acuerdo con Hélio, este corte apuntaba a la obtención de fondos para las campañas del Dr. Augusto y del propio Laudelino. Él agregó que en 1992, Laudelino habría conseguido cerca de 160 votos de obreros de la fábrica y en 1996 “apenas unos seis”. Aparte de eso, varios informantes concordaron en que la “mayor” o “única” empleadora del municipio es también la “mayor” o “única” des-empleadora, lo que haría que, dependiendo del contexto, ser identificado con la “fábrica” no fuera enteramente positivo. La fidelidad de Laudelino para con los dueños de la fábrica también fue mencionada como un factor que lo habría perjudicado directamente, debido a la impopularidad del Dr. Augusto, atribuida al hecho de que él “no anduviera por la ciudad, pasando apenas en auto” y por algunas acciones que habría realizado en el pasado. Del mismo modo, la fidelidad a Irineu lo habría perjudicado, toda vez que éste “no es querido por gran parte de la población”. En lugar de preocuparse, como tantos otros, sólo por su candidatura, Laudelino la habría perjudicado debido a la insistencia de mantenerla vinculada a una chapa © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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mayoritaria tan impopular. La convocatoria hecha por el Dr. Augusto para que él fuese el concejal más votado no sólo corroboró esa vinculación, sino que fue, evidentemente, mal recibida por los demás integrantes de la coalición. Otros informantes insistieron en señalar la coerción supuestamente ejercida sobre los obreros a fin de garantizar su voto, llegando a obligarlos a vestir la camiseta de Laudelino –que se habría convertido así en el “uniforme de la fábrica durante la campaña electoral”, como sugirió alguien que trabajaba allí. El número del título de elector y de la sección electoral de varios empleados también habrían sido anotados. Cuando observamos que era extraño que ese “terrorismo” hubiese sido bien recibido en 1992, nos respondieron que el “pueblo está cambiando y no acepta más ese tipo de presión”. El “cambio del pueblo” también era traído a colación en otros contextos, remitiendo la derrota de Laudelino a la “concientización del elector”, que no aceptaría más el tipo de política por él practicada: el pueblo está comenzando a tomar conciencia del valor de su voto y no lo vende más por una bolsa de cemento. El pueblo quiere más que eso, pues sabe cuánto el político precisa de su voto. Por eso, el político precisa demostrar trabajo, cosa que Laudelino no hizo. Él sólo entregó tambor y bolsita de compras, nada más. De este modo, la falta de “trabajo de concejal” también es señalada como razón para el fracaso de Laudelino. Hélio agregaba aún razones de índole estrictamente políticas. Perjudicados por la “zancadilla” que les aplicó Irineu, los concejales del “partido da Calça Arriada” habrían hecho todo lo posible para perjudicar a Laudelino debido a su adhesión a la candidatura de aquél. Además de eso, el Mayor Jutahy había lanzado un gran número de “candidatos con 30 o 40 votos”, que no tenían chances de ganar, pero que “sacaron muchos votos de familias enteras, que antes eran de Laudelino”. El hecho de que “el pueblo no sabe votar” fue también uno de los argumentos utilizados por los aliados de Laudelino para explicar su derrota. Su hijo decía que sólo así conseguía entender como “el mejor concejal de la Cámara no consiguió entrar”; un candidato del PFL, que acababa de enterarse de su elección como concejal, intentó consolar a Hélio y a Denise sosteniendo extrañamente “lo que pasa es que el pueblo no sabe votar, ¿no es cierto?” Finalmente, una de las grandes ‘virtudes’ pre-electorales de Laudelino fue empleada como simple ‘explicación’ para su derrota: “Él perdió la elección”, decía Hélio, 112

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porque todavía no es político, es demasiado honesto, no sabe decir que va a dar alguna cosa que no puede; tenía que prometer y después ver si podía cumplir. Otros candidatos vencieron porque prometieron que iban a dar y hasta daban de veras. El error de Laudelino fue querer ser muy honesto, no le gusta hacer política sucia. Con relación al pago adicional por productividad en la fábrica, Hélio afirmaba que Laudelino y la dirección de la fábrica deberían haber prometido un aumento para después de las elecciones, en lugar de efectuar un corte salarial. Trabajo como concejal, trabajo como candidato, actividad profesional, honestidad, fidelidad, capacidad de articulación política, el hecho de no ser político, conexiones económico-políticas poderosas, una esposa participante... Las mismas ‘razones’ que antes de las elecciones eran ofrecidas para justificar la seguridad en la victoria de Laudelino (y la fuerte posibilidad de llegar a ser el candidato más votado del municipio) pasaron a ser invocadas como las ‘causas’ de su derrota. Entre la previsión de la victoria y la certeza de la derrota, los agentes involucrados en el proceso que estudiamos parecen haber efectuado un verdadero ‘bricolage’, que recombina las explicaciones y modifica el valor atribuido a cada una de ellas. ¿Por qué se pierde una elección? Tomando la pregunta al pie de la letra, sólo podríamos decir parafraseando a Paul Veyne (1978: 213), que una derrota electoral, “como todas las cosas”, encuentra sus causas en el “resto de la historia”. Cualquier tentativa de reducir esa pluralidad causal redunda invariablemente en operaciones semejantes a los clásicos mecanismos de control del azar estudiados por los antropólogos –de los cuales el más famoso es, sin duda, la brujería Azande. Como mencionamos al comienzo de este texto, ese tipo de procedimiento, de ser radicalizado, es capaz de reducir al ‘cansancio’ una derrota electoral en una elección presidencial: Lula habría perdido las elecciones de 1989 porque el último debate electoral fue maliciosamente editado por medios de comunicación interesados en la victoria de otro candidato; esa edición sólo se hizo posible en la medida en que él, de hecho, no estuvo bien en el debate; performance explicable, a su vez, por el cansancio provocado por una agenda mal planeada por su equipo de asesores. Al contrario, cuando se la analiza en sus aspectos “émicos”, la pregunta puede funcionar como un poderoso analizador de un complejo campo de relaciones que, por simplificación, acostumbramos a designar como ‘políticas’. No se trata aquí, reiteremos, de ‘análisis del discurso’ o del estudio de las ‘representaciones’, sino de la investigación de “retóricas sociales”, en el sentido que Michael Herzfeld atribuye a la expresión: “cualquier sistema simbólico uti© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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lizado como instrumento de persuasión –o, como podríamos decir hoy, utilizado para efectos performativos [...]-” (Herzfeld 1996: 139). Los procesos retóricos están imbricados en la vida social y no son reducibles a falsos ropajes que vestirían contenidos supuestamente más sustantivos e intereses más verdaderos. La investigación de las retóricas sociales debe, pues, tomar el término en su sentido fuerte, o sea como actos, lingüísticos o no, constitutivos e indisociables de las relaciones socio-políticas más concretas y de las subjetividades más vivenciadas (Idem, ibidem: 139-142). En ese sentido, Herzfeld sugiere que el análisis antropológico de las retóricas sociales sea conducido a partir de key figures, categorías o valores tenidos como culturalmente legítimos, aptos, por lo tanto, para todo tipo de transformación y manipulación sociológica (Herzfeld 1992:73). Su objetivo evidente es escapar de las trampas de los análisis ‘culturalistas’ en sentido lato, que suponen que la determinación de algunos principios comunes que permearían el campo estudiado sería el objetivo último del trabajo. En lo que se refiere a los estudios antropológicos de procesos electorales, sería ocioso citar ejemplos de ese tipo de procedimiento: se investiga cuidadosamente una situación empírica en general extremadamente diversificada, se mapean las diferencias y conflictos que la atraviesan de punta a punta para, al final, encontrar alguna categoría abarcativa –”personalismo”, “honor”, “reciprocidad”, etc.25 –que supuestamente darían sentido a la heterogeneidad encontrada, en la medida en que sería compartida por todos los agentes que participan en el campo investigado. En el caso aquí analizado, no sería difícil proceder de esa forma, remitiendo ‘trabajo’, ‘honestidad’, ‘fidelidad’, ‘relaciones personales’... a uno de estos ‘ismos’ que supuestamente abren todas las puertas: “personalismo”, “individualismo”, “tradicionalismo”, etc. Lo que nuestro caso revela, con todo, es que cuando se los observa de cerca –y, al mismo tiempo, a partir de la postura ‘distanciada’ que es propia de la antropología- los procesos subyacentes a esas macro-categorías objetivadas son mucho más complejos, diversificados e inciertos de lo que se imagina. El juego político constituye un escenario extremadamente adecuado para esa percepción, puesto que todo parece suceder aquí en dos momentos lógicamente distintos. En primer lugar, se trata de intentar imponer los términos en torno a los cuales serán trabadas las luchas y los debates. Y es obvio que cate25

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La crítica detallada de esos análisis, así como la discusión de las categorías usualmente invocados en ellos, excede los objetivos de este texto y será reservada para un trabajo posterior. Adelantemos tan sólo que, desde nuestro punto de vista, su error fundamental es confundir la dimensión empírica del análisis – donde categorías cómo “intercambio” u “honor” pueden ocupar un lugar fundamenta – con el plano trascedental, haciendo de tales categorías una especie de a priori cultural de los procesos en estudio (para una crítica de este tipo de confusión en lo que se refiere a la noción “intercambio”, ver Clastres 1997: 199). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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gorías ‘culturales’ ya objetivadas constituyen la materia prima de ese primer embate: que una elección gire en torno de debates acerca de la modernidad o de la honestidad no es indiferente para su resultado final. Entre tanto, a las estrategias que intentan establecer los elementos de la discusión, siguen aquellas que apuntan a fijar el valor a serle atribuido: la modernidad puede ser una bendición o una ruptura indigna con un pasado de honra y gloria; la honestidad puede ser una cualidad indiscutible o un moralismo intolerante y detestable. Y aun cuando el éxito en el primer momento signifique sin duda un gran paso hacia la victoria, no la garantiza. Basta que los adversarios sean capaces, como suele decirse, de “apropiarse de nuestras banderas” o de volverlas en contra nuestra para que corramos un serio riesgo de derrota.26 Laudelino parece haber tenido éxito en la imposición de los temas en torno de los cuales había decidido hacer gravitar su candidatura. Sin embargo, él no tuvo tanto éxito en cuanto a la fijación de los valores a ser atribuido a esos temas. Su “trabajo” pasó a ser considerado insuficiente, inadecuado u opresor; sus relaciones personales pudieron ser leídas como comprometedoras y su “fidelidad” como sospechosa; su “generosidad” puede ser traducida como “interés”; sus simpatizantes pudieron ser considerados “traidores”, y su esposa una persona llena de defectos que lo entorpecía; en fin, el hecho de “no ser político”, e incluso su “honestidad”, pudieron ser interpretadas como obstáculos para su éxito. Si todo eso se corresponde o no a lo que los agentes ‘verdaderamente’ pensaron es una pregunta de difícil respuesta. Analizando rápidamente las elecciones municipales en la pequeña ciudad de Rethemnos, en Creta, Herzfeld (1991: 119-129) se enfrentó con un problema similar: ¿hasta qué punto, se pregunta, es posible tomar en serio las justificaciones dadas por los agentes para sus elecciones y comportamientos electorales? Pregunta que remite a un antiguo tema del pensamiento antropológico: el de cómo evaluar la adhesión efectiva de alguien a las creencias que explícitamente profesa. Invocando el famoso trabajo de Needham (1972) sobre el asunto, Herzfeld se desembaraza de la cuestión con una rapidez un tanto excesiva: ya que es imposible, para el antropólogo, penetrar en los “estados psicológicos interiores” (Herzfeld 1971: 85; 267, nota 6) de los agentes, debe contentarse con el análisis de los comportamientos empíricamente observables. Al contrario de Needham –y hasta cierto punto de Herzfeld-, no pensamos que la categoría creencia deba o pueda ser simplemente abandonada debido al 26

Así, el trabajo de Gabriela Scotto (1994) sobre las elecciones para intendente en Río de Janeiro en 1992, demuestra como César Maia fue capaz de transformar los sentidos e invertir los valores de la agenda política que Benedita da Silva había impuesto con éxito con el trabajo de “representación y presentación” de su candidatura. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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hecho de que, supuestamente, no remita a nada concreto. Como mostró Pouillon (1979: 43-45), el término es altamente polisémico, designando desde la duda (creer que) hasta la confianza o la certeza mas absoluta (creer en). Eso significa que todo depende de lo que queremos decir cuando hablamos de creencia. Si entendemos esa noción en el sentido de una fé inalterable o de una certeza total,27 Needham probablemente tendría razón. Por otro lado, si por creencia entendemos un conjunto de ideas [y no de percepciones (Veyne 1995: 499)] que conceptualizan el universo y orientan (lo que no significa determinar) la acción, el problema asume otro aspecto. Como recuerda también Veyne (idem, ibidem), las creencias (especialmente las políticas) no son “duras como el hierro” y todos tienden a creer “apenas en parte y de acuerdo con los momentos”. Se abre así la posibilidad de analizar positivamente, de acuerdo con los contextos y con su intensidad, diferentes manifestaciones de lo que acostumbramos confundir bajo la categoría de creencia. Entonces, si en relación a los hechos sociales en general, es siempre difícil determinar si las razones dadas por los agentes para explicar sus acciones son causas efectivas o racionalizaciones secundarias, esto se torna aún más grave cuando nos enfrentamos a un fenómeno como el voto. Puesto que aquí no se trata tan sólo de la dificultad de saber si el agente actuó como lo hizo en función de las razones que ofrece. Siendo ‘secreto’, el voto implica un problema particular para el análisis cualitativo: ¿cómo tener certeza de que la gente actuó como dice que actuó? O sea, no sólo si votó a determinado candidato por las razones que nos expone sino, simplemente, si de hecho votó a quien nos dice que votó. Lo máximo que nos arriesgaríamos a afirmar es que la posibilidad de participar más activamente de una campaña electoral parece condicionada por una cierta creencia en sus posibilidades de éxito, aun cuando éste pueda ser entendido de formas bastante distintas (ganar la elección, obtener un buen desempeño, lanzar las bases de una futura candidatura para el mismo cargo o para otro, concientizar o politizar al pueblo...).28 La convivencia cotidiana con ‘previsiones’ y ‘explicaciones’ de victoria (o derrota) hacen que, de discursos normativos, éstas se conviertan aparentemente en proposiciones positivas. Es en este sentido, tal vez, que las investigaciones electorales (y los medios), así como la actividad de los científicos sociales, pueden ser consideradas importantes o 27 Por otra parte, tomada en general, desde un punto de vista exterior, como falsa. Parafraseando a Paul Veyne

(1983:103-104), las creencias acostumbran ser las verdades de los otros. 28

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Como nos contó un cientista político que trabajó para una candidatura a la intendencia de Río de Janeiro en 1992, el hecho de que esa candidatura sea casi unánimemente considerada como inviable, no desanimaba mucho a los asesores del candidato que, hasta casi al final de la campaña, continuaron creyendo en un inesperado “vuelco”. Poco después de las elecciones, dijo “pasé a no entender cómo creí en eso”. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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eficaces: no simplemente como mecanismos de “imposición de nuevas creencias” (Champagne, 1988:97) sino también como mecanismo de conversión de ‘creencias’ en ‘certezas’ y de proposiciones normativas en positivas. Como se ve, el problema de la “creencia” asume otro aspecto cuando dejamos de lado los análisis semánticos o sintácticos de las representaciones y los discursos. En lugar de buscar sus posibles orígenes en una realidad social tenida como dada o de intentar analizar su supuesta lógica interna, se trata de adoptar una perspectiva pragmática, en el sentido de una “investigación global de las prácticas que involucran las representaciones y de los agentes que las sustentan” (Goldman, 1995: 142). Debemos sustituir las tradicionales preguntas sobre la raíz sociológica de las categorías o sobre su socio-lógica por la observación y el análisis detallado de los cálculos, las tácticas y las estrategias empleadas por los agentes sociales. Con la condición, no obstante, de que no retornemos a concepciones individualistas y manipulatorias de la realidad social. Como dice Herzfeld (1991: 122; 126-128) cualquier elección enfrenta una multiplicidad de intereses o valores, nunca hay certezas, cualquier acción puede ser leída como válida o no y los cálculos de los agentes deben tomar en cuenta esas posibilidades y esos riesgos. En segundo lugar, los valores involucrados en ese proceso no son sólo ‘materiales’, sino culturales (idem: 138; 168-170). Finalmente, las estrategias no se oponen a ni excluyen el compromiso y la sinceridad (idem: 193; 257-258); al contrario, ellas parecen exigir pesadas inversiones afectivas. La concomitancia entre afecto, obligación y cálculo (idem:130) indica que los análisis de retórica social no deben ser mal interpretados: los agentes del ‘caso’ que analizamos, y de cualquier otro, no están simplemente disfrazando sus verdaderas intenciones y deseos detrás de discursos más o menos elaborados; ellos están enteramente involucrados en el proceso del que participan. Denise quedó muy abatida con la derrota de Laudelino. Decía que, como ocurrió en ocasión de un accidente sufrido por su hijo, se encontraba nuevamente “muy decepcionada con el ser humano; no se puede confiar en el ser humano”. Hélio intentaba consolarla diciendo que ella no podía participar de la política porque no sabía perder: “la política es un juego; cuando se entra debemos estar preparados para ganar o perder, es así como funciona”. A esto, agregaba que, junto a tres victorias, ésta habría sido su tercer derrota electoral, en una declaración contradictoria con los que nos dijera anteriormente: que en veinte años nunca había perdido una elección. Los dueños de la fábrica, ciertamente, articulan nuevas estrategias para las próximas elecciones. En cuanto a Laudelino, no conseguimos obtener de él alguna explicación para su derrota. Poco después de los resultados, viajó por trabajo a Asia y sólo regresó dos me© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ses después. Supimos por Hélio y de Denise que Vera estaba extremadamente triste con la derrota, hasta el punto de enfermarse. Laudelino, al contrario, había censurado a su esposa por su tristeza: “vos sabés que tengo mi empleo y no preciso eso para sobrevivir”. Estado de ánimo poco verosímil,29 si admitimos que, como cualquier actividad humana, el poder involucra más que ganancias económicas o beneficios de orden estrictamente ‘políticos’. Una derrota electoral no significa sólo pérdida política o prueba de incapacidad o incompetencia; ella es igualmente el lado negativo del sentimiento de que ser electo es, de una forma o de otra, ser querido por un gran número de personas. Como dice Paul Veyne (1995: 380), el poder es poca cosa sin el prestigio, pues gobernar no es solamente obtener de los otros el resultado que se desea: pocos hombres son tan positivos como para contentarse con esa satisfacción sustancial; se desea también gobernar los sentimientos de los cuales la obediencia exterior es sólo la expresión, reinar sobre los corazones.

Este artículo salió publicado en BARREIRA, I. e M. PALMEIRA (org.) 1998 Candidatos e candidaturas. Enredos de campanha eleitoral no Brasil. São Paulo. NuAP– ANNABLUME. Traductor: Víctor Lavazza. Revisión: Ana Rosato, Julieta Gaztañaga, Fernando Balbi, María Eloisa Martin y Pablo Seman.

Bibliografía CARVALHO, J. MURILO DE. “Eleição em tempo de cólera”. Cadernos de Conjuntura n.° 20 (Eleições Presidenciais 89). Rio de Janeiro: IUPERJ, 1989. CHAMPAGNE, P. “Le cercle politique. Usages sociaux des sondages et nouvel espaces politique”. Actes de la Recherche en Sciences Sociales n.°71/72: 72-97,1988. CLASTRES, P. “Archéologie de la violence: la guerre dans les sociétés primitives”. In: Recherches d’anthropologie politique: 171-207. Paris: Plon, 1980. GOLDMAN, M. “Antropologia cotemporânea, sociedades complexas e outras questões”. Anuário Antropológico 93: 113-153. Rio de Janeiro: Tempo Brasileiro, 1995. 29 Los políticos en general “no pretenden solamente hacerse obedecer sino también hacerse respetar, tornarse

objeto de amor, de fascinación” (Guattari, 1986:16).

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¿Por qué se pierde una elección?

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Frasquito de anchoas, diez mil kilómetros de desierto,... y después conversamos: etnografía de una traición Mauricio Boivin Ana Rosato Fernando Alberto Balbi

Introducción Nuestra ira tiene una cualidad especial que nace del sentimiento de traición. Ward Goodenough jo habían culminado hacía rato cuando llegó Losla nopretipaciaradetivosla depararroelta.fesHatebían cerrado al tránsito la calle donde se encuentra la sede del Partido y montado un tablado donde se desarrollaría el “baile de la victoria”. Habían calculado generosamente la cerveza y el vino necesarios. La gente, unas trescientas personas, había llegado al lugar y desatado un clima festivo, con bombos y batucadas, dando buena cuenta de las bebidas. La victoria era segura, al punto que el Partido no había organizado un operativo informático para sistematizar la información que traían los fiscales: en palabras de un militante1, “estábamos tan seguros de que ganábamos que ni la computadora prendimos”. A las veinte horas, sin embargo, se conocen los resultados provisorios finales: el Partido había perdido la Intendencia por un puñado de votos. Rápidamente, la alegría se torna estupor y desolación. Hombres y mujeres lloran por igual, mientras unos pocos tratan de consolar al resto resaltando que el Partido 1 Se denomina militantes a los activistas de un partido político. Los militantes desarrollan todas las actividades

proselitistas de un partido político: reparten volantes, pintan y pegan carteles, atienden mesas de información para los ciudadanos, organizan los actos partidarios, etc.). Usamos letra itálica para los términos nativos, itálica y comillas para las frases textuales de nuestros informantes. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ha ganado a nivel nacional, provincial y departamental. Pero se ha perdido la Intendencia, se ha perdido el pueblo, y el sentimiento dominante no puede sino ser de derrota. Una hora más tarde, el derrotado candidato a intendente acude a saludar a su vencedor. A su regreso a la sede partidaria, se dirige brevemente a sus partidarios, dando paso al discurso del líder del Partido. El líder resalta las virtudes del candidato, promete un regreso triunfal a la Intendencia para cuatro años más adelante y explica la derrota con una simple frase: “Compañeros, todos sabemos quienes son los traidores”. En efecto, todos saben. Y no tardan demasiado en encontrarlos entre el gentío. Un hombre que se encuentra en el interior del local leyendo los resultados es encarado por varios militantes que, al grito de “traidor”, comienzan a forcejear con él. Uno de ellos le pega, al decir de un testigo, un “sopapón en pleno rostro”. El hombre trastabilla, se reincorpora, retrocede hacia el patio y, siempre encarado por la gente que le grita insultos, alcanza los fondos del terreno y logra escapar saltando a otra casa. Ajeno a lo que sucede, el líder continúa con su discurso mientras la gente comienza a entonar la marcha partidaria y grita: “¡Traición! ¡Traición!”. Dentro del local, otro hombre es agredido. Trata de salir por la puerta principal pero, a medida que avanza, hombres y mujeres le pegan piñas y patadas, siempre gritándole “traidor”. Finalmente, llega a la puerta. El presidente del Partido, advirtiendo lo que ocurre, se acerca y se interpone entre él y los furiosos, pidiendo calma a los gritos. Cubriéndole las espaldas, lo lleva por la vereda hasta la casa de la esquina. La gente los sigue gritando y alguno que otro consigue pegarle. Sin embargo, logran llegar y el Presidente lo refugia en la casa, frente a la cual se agolpa la multitud, siempre gritándole: “¡Traidor! ¡Traidor!”. Al rato, llega la policía y retira al hombre resguardado en una ambulancia. Luego de su fuga, los dirigentes logran tranquilizar a la gente y organizan una calmada desconcentración. ¿Quiénes son estos traidores y en qué ha consistido su traición?. Se trata del jefe de una de las líneas internas del Partido y de su secretario de prensa. La traición: según sus acusadores, han entregado “sus votos”, los votos de sus seguidores, al candidato del partido vencedor. Pero, ¿lo hicieron realmente?; y, si lo hicieron, ¿por qué razones?. Y, sobre todo, ¿por qué fueron acusados de traición?, esto es, ¿qué significa traición y por qué fue éste el calificativo que recibieron las acciones que se les imputaban?. Para responder a estas preguntas será preciso, ante todo, conocer los antecedentes inmediatos del incidente en cuestión.

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Los traidores Hijo. ¿Ha sido mi padre un traidor, madre? Señora Macduff. Sí, lo ha sido. Hijo. ¿Qué es traidor? Señora Macduff. Pues uno que jura y miente. Hijo. ¿Y son traidores todos los que hacen eso? Señora Macduff. Todo el que hace eso es traidor y debe ser ahorcado. Hijo. ¿Y deben ser ahorcados todos los que juran y mienten?. Señora Macduff. Todos Hijo. ¿Quién tiene que ahorcarlos? Señora Macduff. Pues los hombres honrados. Hijo. Entonces los que mienten y juran son tontos, porque hay bastantes que mienten y juran como para vencer a los hombres honrados y ahorcarlo. William Shakespeare (Macbeth, Acto cuarto, escena II)

os acontecimientos que hemos narrado ocurrieron en una pequeña ciudad . LDel orden de los 20.000 habitantes, es un centro comercial y de servicios 2

orientado a los establecimientos agrícolas y ganaderos de la zona. Tradicional bastión de la Unión Cívica Radical3, vio triunfante al Partido Justicialista4en las elecciones de 1987. El candidato entonces vencedor, Julio Cesar Solari, era miembro de un pequeño grupo que había conseguido desplazar en 1983 al antiguo caudillo que comandaba el Partido desde la década anterior. Julio había sido elegido como diputado en 1983, único éxito peronista de aquel año; en 1987, en cambio, y más tarde en 1991, el peronismo obtuvo un éxito total: intendente, diputado provincial, senador provincial, mayoría en el Consejo Deliberante. Durante este período, Julio se constituyó en líder del Partido a nivel local. Fue diputado, intendente, otra vez diputado y, por último, candidato a senador en la elección del 14 de mayo de 1995, en la cual resultó vencedor. A despecho de los diferentes cargos que ocupó, siempre mantuvo la capacidad de distribuir entre sus allegados cargos públicos departamentales, municipales y provincia2 Debido a la naturaleza de los acontecimientos que se examinan en el presente artículo, nos reservamos el nom-

bre de la ciudad en que se desarrollaron y las identidades de las personas involucradas en ellos. Todos los nombres que empleamos son imaginarios, con la única excepción de los de figuras políticas del orden nacional. 3 La Unión Cívica Radical (UCR) -habitualmente conocida como el “radicalismo”- era, hasta las elecciones de

1995, el principal partido de oposición a nivel nacional. También era y sigue siendo la mayor fuerza de oposición a nivel provincial. 4 El Partido Justicialista (PJ), comúnmente llamado “Peronista” -por su fundador y líder histórico, Juan Domingo

Perón- detenta el gobierno nacional desde 1989, cuando Carlos Saul Menem derrotó a Eduardo Angeloz, el candidato radical a la sucesión del presidente Alfonsín. En 1995, después de una controvertida reforma constitucional que lo habilitó a postularse para un nuevo período de gobierno -pactada, precisamente, con Alfonsín-, obtendría su reelección. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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les, así como cargos partidarios. Entre tanto, el grupo que había forjado la victoria inicial se desmembraba bajo las nuevas presiones que emanaban de la lucha por el poder entre sus integrantes, particularmente entre Julio y el diputado provincial electo en 1987. Mientras se producía esta división interna, Julio comenzaba a rodearse de nuevos seguidores, entre quienes se contaba Ramón “el Moncho” Córdoba, el primero de nuestros traidores. El Moncho llegó a la ciudad en abril de 1988 para hacerse cargo de la Dirección Municipal de Pesca. En las elecciones de 1987, Julio había arrastrado muchos votos en el barrio donde habita la mayor parte de los pescadores de la ciudad, en gran medida gracias a que había podido incorporar a su campaña a un prestigioso pescador comprometiéndose a crear una dirección de pesca a nivel municipal y ponerla en sus manos. La promesa de tener un organismo de control de la actividad en manos de un pescador respetado atrajo muchos votos. Sin embargo, unos meses más tarde, Julio nombró al Moncho, un desconocido para los pescadores de la localidad. La relación entre ambos hombres era personal tanto como política. El Moncho había sido el chofer de Julio cuando éste era diputado provincial, y Julio necesitaba en ese entonces rodearse de gente en quien pudiera confiar. Este no era, ciertamente, el caso del hombre a quien Julio había recurrido para obtener los votos de los pescadores, por lo que parecía lógico nombrar para la estratégica nueva Dirección -que constituía una instancia propicia para la organización social y política de esos trabajadores- al Moncho, especialmente teniendo en cuenta que él había sido pescador y asociado de una cooperativa de pescadores que había funcionado tiempo antes en otra ciudad. Pero el verdadero papel del Moncho iba mucho más allá del manejo del control municipal de la actividad pesquera. De hecho, él era, ante todo, un hombre de confianza de Julio, el hombre en cuyas manos él depositó la gallina de los huevos de oro: el corralón municipal. Esta es la dependencia municipal encargada del mantenimiento y la limpieza de la ciudad, para lo cual distribuye las horas extras y maneja un gran número de personal contratado (es decir, temporal). Es, pues, un ámbito estratégico para obtener y manejar los recursos cuyo reparto es una clave del trabajo de un puntero5: ladrillos, chapas, colchones, etc. Como encargado del corralón y director de pesca, el Moncho controlaba un potencial de recursos que era el sueño de cualquier puntero local. Puntero en ciernes, el Moncho desplegó una actividad febril que le permitió consolidar su posición rápidamente. Desde el corralón repartió favores (mate5 Un puntero es un militante que controla un cierto números de votos que se presume cautivos. A través del pro-

selitismo y rindiendo servicios a la gente de su área de influencia, establece su control sobre un conjunto de votantes, poniéndolos a disposición de su partido y, dentro de este, de su sector interno. El nombre puntero deriva de la capacidad que se les atribuye de contar (“puntear”) los votos de un determinado segmento de la población.

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riales de construcción y muebles para una familia que había perdido su casa, por ejemplo), y desde la Dirección desarrolló una serie de proyectos -nunca concretados- referidos a todas las actividades relacionadas con la zona del puerto (pesca, turismo, transporte fluvial de pasajeros, etc.). Además, los empleados contratados de la Dirección fueron pasados a la planta permanente de la Municipalidad. Al cabo de un año, de hecho, no había prácticamente actividad política alguna de la Municipalidad en la que el Moncho no estuviera involucrado. Durante los años que siguieron, y hasta las elecciones internas del Partido en 1994, el Moncho siguió desarrollando una intensa actividad política, siempre integrando el círculo de los colaboradores más estrechos de Julio. Nuestro segundo traidor, Esteban Carbonari, es un médico pediatra que comenzó a actuar en la política local hacia 1987. Nacido en la ciudad, había regresado a ella -tras una ausencia de cinco años- como responsable local de un plan provincial de atención primaria de la salud. Para nada casual, su acceso al cargo revelaba sus contactos con el que por entonces era ministro de gobierno, educación y justicia de la provincia y que luego sería, entre 1991 y 1995, vicegobernador. Apenas llegado a la ciudad comienza su trabajo político, el que desemboca en la fundación de una agrupación local ligada a la línea provincial del ministro, con la cual debuta en las internas previas a las elecciones de diputados provinciales de 1989. Siempre como precandidato a intendente, el Doctor compite en las elecciones internas del Partido en 1991 y 1995, siendo derrotado en ambas ocasiones por la línea de Julio. Durante todo ese tiempo, su condición de pediatra del único hospital público de la ciudad había de ser la base de su accionar político, su vínculo directo con el segmento más humilde de la población. Las internas partidarias previas a las elecciones generales de 1995 habrían de unirlo con el Moncho.

La traición Voy a tener que enseñarle algunas cosas, Lauri. Por ejemplo que los buenos revolucionarios podemos empezar vestidos en Cacharel, porque siempre terminamos chapoteando en el barro, mordidos por la carroña, conduciendo una columna de andrajosos que buscan justicia. Estoy harto de burócratas que hicieron el camino inverso. A eso, ve, yo le llamo traición. Osvaldo Soriano (A sus plantas rendido un león). Cómo llega el Moncho, un hombre de confianza de Julio, a alinearse con su rival?. Quizás la mejor manera de comprenderlo sea preguntarse por las as-

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piraciones del Moncho y por las posibilidades que tenía de satisfacerlas a través de su relación con Julio. El Moncho se había convertido en un activo puntero político de la línea interna de Julio, trabajando sin descanso allí donde él lo enviara. Luego de dejar el corralón para poder dedicarse tiempo completo a la Dirección de Pesca, había tenido que abandonarla como resultado de la interna entre su jefe y el diputado provincial que le disputaba el control del Partido a nivel local. La Dirección -merced, precisamente, al trabajo del Moncho- se había transformado en un espacio político importante que el diputado trató primero de captar y, más tarde, de destruir. Luego de una lluvia de acusaciones de corrupción promovida por él en contra de la gente de Julio, éste realizó una serie de cambios en su equipo de gobierno, uno de los cuales fue la salida del Moncho de la Dirección. Sin embargo, éste siguió junto a Julio hasta que la definitiva derrota del diputado en la lucha por el control del peronismo local le despejó el camino para regresar al cargo. La Dirección no era, sin embargo, el techo de las aspiraciones del Moncho. Pero ¿a qué más podía aspirar?. Carecía de formación profesional alguna, lo cual hacía poco probable que alguna vez pudiera acceder a un cargo de relevancia en el poder ejecutivo provincial. El Moncho era bien consciente de ello y, en consecuencia, se propuso acceder a un cargo electivo. El cargo que en principio le interesaba era el de senador provincial. Ya en 1992 había comenzado a manifestar sus aspiraciones y a operar en ese sentido. Pero, al desatarse la interna con vistas a las elecciones de mayo de 1995, se vio frustrado en su ambición, ya que Julio reservaba la senaduría para sí. Por otra parte, los cargos electivos a que puede aspirar un político de la ciudad no son muchos. Además del intendente, existen doce concejales (de los que es improbable que un partido tenga más de seis o siete), un senador provincial y, con suerte, un diputado provincial (los diputados son votados considerando a la provincia como un único distrito, y es muy difícil que un departamento coloque más de un candidato en una posición expectante en cada lista). En suma, un cálculo generoso arroja un total de diez cargos, lo que significa que el reparto de las candidaturas es un asunto delicado. Así, Julio disponía de muy pocas posiciones para conformar a adherentes y aliados. Después de algunas vacilaciones, Julio decidió ofrecer la precandidatura a intendente a Venancio Simoni, un joven dirigente que había sido su secretario de gobierno y que en ese entonces se desempeñaba como funcionario en una dirección del gobierno provincial. Entre tanto, apoyó para precandidato a diputado provincial a otro de sus allegados que era en ese momento el intendente. Las precandidaturas a concejales, por último, fueron a dar a manos de otros 126

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hombres del círculo de Julio y del de Simoni. Estas candidaturas, en general, se reservaron para punteros barriales destacados. La pregunta es ¿por qué el Moncho no recibió nada en este reparto?. Las razones para ello parecen haber sido tres. En primer lugar, Julio pensaba que el Moncho no estaba capacitado para acceder a posiciones más elevadas. Lo consideraba como un buen puntero -posición cuyas bases él le había concedido y en la que le había permitido crecer- y un cuadro útil para servicios puntuales, tales como el de hacer de fuerza de choque en la legislatura en ocasión de la votación de una ley conflictiva. Pero no lo creía capacitado para tareas de más responsabilidad, para cargos de mayor nivel. Huelga decir que el Moncho no pensaba lo mismo: él se consideraba capacitado para asumir la senaduría y se sentía utilizado por Julio en ocasiones como aquélla en que lo había enviado a hacer de factor de presión en la legislatura. En segundo término, si bien el Moncho era un puntero, carecía en verdad de una base barrial. Su área de acción era la zona del puerto, densa en actividades pero casi deshabitada. Esto imponía límites relativamente estrechos a la cantidad de personas sobre cuyos votos el Moncho podía tratar de incidir. Es más, su trabajo político estaba dirigido hacia personas que, dado que vivían mayoritariamente en otras partes de la ciudad, eran alcanzadas también por otros punteros. Su trabajo era, pues, redundante, o al menos podía ser acusado de ello. Finalmente, al Moncho le faltaba raigambre local. Desde el punto de vista del resto de la militancia era un parvenue, un recién llegado, si no a la política, al menos a la política local. Siete años de militancia en la ciudad no eran suficientes: el Moncho no se encontraba inserto en el entramado de relaciones de parentesco que informa la política a nivel barrial. Los punteros barriales, en su mayor parte, han nacido y se han criado, si no en el barrio donde operan, al menos en la ciudad, y se encuentran emparentados entre sí y, a veces, con sus jefes políticos. Así, cierto puntero que alguna vez fue concejal es padre de uno de los actuales concejales y suegro de Venancio Simoni. En otro barrio, el pescador a quien Julio había prometido la Dirección de Pesca y sus hermanos conforman un grupo de punteros que compite en tal papel con otra familia. Los ejemplos de esta clase se multiplican. Todo parece indicar que su candidatura no era digestible para los compañe 6 ros . En definitiva, el Moncho no sólo aspiraba al cargo electivo equivocado, sino que estaba equivocado al pretender aspirar a un cargo electivo. De allí su traición, lo que nos lleva de regreso al Doctor. 6 Compañero es el apelativo con que los peronistas se dirigen unos a otros. Los radicales, por su parte, utilizan

el término correligionario. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Las elecciones internas del Partido previas a las elecciones generales de 1995 se realizaron el día 5 de marzo. Aparte de la de Julio -cuya conformación final ya hemos visto- otras dos listas compitieron por el acceso a las candidaturas partidarias: la que encabezaba el Doctor y otra que presentaba como precandidato a intendente al “Tony” Nardone, un veterano político (ya en 1973 había sido concejal) que por ese entonces era senador provincial. El Moncho no figuraba en ninguna de las dos listas, pero trabajaba como vocero de prensa del Doctor y aseguraba que si su lista ganaba él sería secretario del Partido a nivel departamental. Sus pretensiones, evidentemente, se habían vuelto más modestas. De Julio al Doctor, de senador a secretario del Partido, el camino del Moncho había sido largo y complejo. Su ruptura con Julio puede ser rastreada hasta los primeros meses de 1994, cuando había impulsado el nombre del entonces presidente del Partido a nivel local como precandidato a intendente. Hombre de extrema confianza de Julio, el presidente del Partido había integrado junto con él aquel grupo que lograra los primeros éxitos para el justicialismo en 1983 y 1987, y había sido secretario de gobierno y de acción social durante su período al frente de la Intendencia. Era, para muchos, el candidato natural para la Intendencia. De cara a las internas de 1995, Julio pensó, en un principio, proponerlo para ese cargo. El Moncho -entre otros militantes- apoyó esa nominación con entusiasmo porque, según decía, Julio le había ordenado que la promoviera. Pero más tarde Julio cambió de idea y propuso la precandidatura de Simoni, dejando mal parado al Moncho. No nos es posible saber a ciencia cierta si es verdad que éste había actuado bajo órdenes de Julio -algo bastante probable- o si, simplemente, había operado por su cuenta; lo cierto es que Julio desactivó los intentos hechos por el Moncho y un grupo de militantes a él allegados, quienes trataron de promover la candidatura del presidente del Partido organizando a la juventud del Partido para respaldarlo y fundado una agrupación. Aunque se mostraba muy resentido porque pensaba que había sido utilizado para una maniobra política, y a pesar también de haber perdido la Dirección de Pesca (nuevas acusaciones de corrupción mediante), el Moncho permaneció junto a Julio hasta diciembre de 1994. La fecha de su alejamiento no fue casual: en ese mes se supo que Julio no sería -como se especulaba hasta entoncesprecandidato a vicegobernador por la línea que apoyaba a nivel provincial. Ello hubiera significado un incremento de las posibilidades para nuestro hombre. Para empezar, Julio hubiese dejado libre la candidatura a senador, y el Moncho hubiera podido dar batalla por ella. Además, de concretarse, la precandidatura de Julio a vicegobernador hubiera significado la posibilidad de que otros hombres de su entorno accedieran a cargos de importancia en la administración 128

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provincial, dejando vacantes en algunas posiciones (electivas o no) a nivel municipal, a las que el Moncho podría haber aspirado. El Moncho se dirigió entonces hacia el Tony Nardone, con quien trató de negociar una candidatura a concejal. En un principio, Nardone parecía dispuesto a otorgársela, pero las protestas de sus militantes lo impidieron: por más votos que pareciera capaz de atraer, el Moncho no dejaba de ser un recién llegado. Un intento posterior de colocar en la misma candidatura a una militante de su grupo falló por las mismas razones. Nuestro hombre pasó entonces a negociar con el Doctor, con quién -nueva rebaja de sus pretensiones mediantefinalmente tuvo éxito. De aspirante a senador por la línea mayoritaria había pasado a aspirante a secretario del Partido por una línea de la oposición. Sin embargo, podía considerarse afortunado: su relación con Julio, que antes había sido un punto a su favor, no era ahora sino un estigma, y su trabajo previo como militante nada significaba fuera de la línea de Julio. Las elecciones internas se realizaron a comienzos de marzo de 1995. El triunfo fue para la lista de Julio, bien que por un margen mucho más estrecho que los que había disfrutado en internas anteriores. Segunda fue la lista del Doctor y tercera, lejos, la de Nardone. Sobre un total apenas superior a los 5500 votos, las diferencias fueron de 287 para intendente, 405 para senador y 635 para diputado. La estrechez de estos márgenes permitió a la gente del Doctor autoproclamarse -en palabras de un militante- “ganadores morales” de la compulsa. Si las dos listas minoritarias se hubieran unido -razonaban tanto ellos como los medios de comunicación locales- hubiesen ganado cómodamente: para intendente, por ejemplo, la lista de Julio había obtenido un 42.8 % contra un 57.2 % sumado por la oposición. Otro ingenioso cálculo -de un militante de la lista de Julio- concluía que el Doctor y los suyos no habían perdido “por 200 votos sino por 100 personas” que no hubieran votado a la lista ganadora y lo hubiesen hecho por ellos. En esta sensación de victoria moral debemos, tal vez, buscar los gérmenes de la traición. De hecho, apenas pasada la interna comienzan, ominosos, los indicios de que algo fuera de lo común iba a suceder en las elecciones generales. Tony Nardone inicia contactos con el Doctor con vistas a sumar fuerzas para negociar con Julio su integración a la lista del Partido para las elecciones (la carta orgánica del justicialismo provincial no prevé mecanismo automático alguno de distribución de las candidaturas entre la mayoría y la primera minoría de acuerdo con los resultados de las internas). Al mismo tiempo, sin embargo, se perfila la posibilidad de que el Doctor abandone el justicialismo: corre el rumor de que -apenas cuatro días después de su victoria moral- el Doctor ha viajado a Buenos Aires a entrevistarse con José Octavio “Pilo” Bor© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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dón, el líder del partido PAIS, una de los dos socios mayoritarios de la segunda fuerza de oposición a nivel nacional, el FREPASO7. Al día siguiente, los principales dirigentes de la agrupación del Doctor se reúnen para evaluar la estrategia a seguir. Las opciones -según un diario local- son unirse al FREPASO a nivel provincial y nacional, aportando el grueso de las candidaturas a nivel local, o formar una agrupación independiente, “de corte vecinalista”. Esta febril actividad negociadora respondía a una razón concreta: las elecciones generales habrían de desarrollarse apenas sesenta días después de las internas -un plazo de por sí inquietante para la gente de Julio, entre quienes se escuchaban frecuentemente quejas porque el cronograma electoral dejaba “poco tiempo para sanar las heridas de la interna”-. Las negociaciones con Nardone se prologan, lo mismo que la actitud vacilante de nuestro hombre. Doce días han pasado desde las internas cuando, en una noche agitada, se reúnen primero los dirigentes y luego toda la militancia del sector. Aunque en esas reuniones se descarta la idea de formar una nueva agrupación vecinalista -porque no hay suficiente tiempo para hacerlo-, la idea de ir por fuera del Partido -alianza con el PAIS mediante- sigue predominando. Finalmente, Nardone se aleja del Doctor. Más adelante, éste afirmaría -en una entrevista concedida a un semanario local- que “seguramente entre Solari y Nardone debe haber habido un arreglo”, si bien ni éste ni ninguno de los allegados del segundo se sumaron a la lista del Partido para las elecciones y, como veremos, las sospechas de traición también habían de alcanzar al Tony y a su candidato a senador, Jorge “Tato” Ortega. Por su parte, dirigentes locales del FREPASO declaraban públicamente que no aceptarían la incorporación de la agrupación del Doctor, acusándolo de oportunismo político. Diecisiete días después de las internas una nueva asamblea, con la presencia de más de 400 personas, decidió que la agrupación se tomara tres días más para -en palabras de un diario local- “agotar las instancias con el actual oficialismo para evitar una división”, o -en otras palabras- negociar con Julio la conformación de la lista. Hacía varios días, sin embargo, que la prensa consignaba rumores de que el Doctor negociaba con Julio. Se decía que colocaría a uno de los suyos en una posición expectante en la lista de concejales, para lo cual Julio generaría una va7 El FREPASO es una alianza que en las elecciones nacionales de 1995 se ubicaría como primera fuerza de oposición, desplazando a la UCR. Se trata de una fuerza autocalificada como de centro-izquierda, e integrada

por diversas escisiones del peronismo y por varios partidos socialistas, entre otras fuerzas. El partido PAIS es una de las dos fuerzas principales del FREPASO. Lo encabeza José Octavio “Pilo” Bordón, ex gobernador de la provincia de Mendoza por el PJ. En las elecciones de 1995, Bordón sería candidato a presidente por el FREPASO, luego de derrotar sorpresivamente en elecciones internas abiertas -en las que se habilita para votar a todo ciudadano no afiliado a otro partido, a diferencia de las internas cerradas, donde sólo votan los afiliados del partido- al otro principal referente de la alianza, el también ex-justicialista Carlos “Chacho” Alvarez. La afinidad del protagonista de nuestra historia, el Doctor, con Bordón, se relaciona con el origen peronista de éste.

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cante desplazando a su puntero en el barrio de los pescadores, tradicional bastión que el Doctor les había arrebatado en la interna. Al día siguiente, en una estancia cercana a la ciudad, se produce un encuentro entre ambos dirigentes. Interviene -se dice que como mediador- el vicegobernador en ejercicio, mentor político del Doctor. Confirmando los rumores, el puntero de Julio en el barrio de los pescadores es reemplazado en la lista de candidatos a concejales por Nilda Avente, una militante del sector opositor. Una semana más tarde, en la entrevista ya mencionada, nuestro hombre daba sus explicaciones: “Cuando el vicegobernador vino ya estaba todo decidido, porque cuando planteamos esta salida por fuera del justicialismo... con un partido vecinal y ... [el candidato del justicialismo] como candidato a gobernador y fuimos a Buenos Aires, nos encontramos con que las estructuras legales condicionaban a que fuéramos juntos en una boleta sábana provincial y nacional con gente que no tiene nada que ver con el justicialismo. El vicegobernador viene a mediar en un encuentro con Solari, donde acercamos posiciones y luego surge una reunión donde se llega a un acuerdo por el séptimo lugar entre los concejales... En cuanto a mí no se plantea ningún cargo, pero sí, todavía estamos charlando de las posiciones en las tres estructuras: la Municipal, la provincial y la estructura central de gobierno”. Es en este momento cuando podemos decir que los indicios de que iba a ocurrir algo poco común se transforman en presagios de traición. Porque, a pesar del acuerdo alcanzado por los dos dirigentes, se suceden sin cesar los rumores de que los militantes del Doctor estaban “charlando a la gente” para que “cortaran boleta”, votando a Nardo Liporacce, el candidato a intendente por el radicalismo8. Así, a un mes de las elecciones, los radicales organizan un acto en un barrio de la ciudad, al que asisten -según un diario local- muchos justicialistas “de base, militantes activos”. Si bien el diario pertenece a una dirigente de la UCR y expresa los intereses de ese partido, podemos confiar en la veracidad de la noticia puesto que uno de los oradores del acto es Pablo Dieguez, puntero local de la agrupación del Doctor. También hace acto de presencia la presidente del Sindicato de Amas de Casa, dirigente justicialista del sector del Tony Nardone, liderando a un grupo de representantes de su asociación gremial. El mismo diario publica, a once días de las elecciones, una supuesta “carta de lectores anónima” -casi seguramente escrita por su editorialista- según la cual, luego de las elecciones generales serían expulsados del justicialismo “algunos afiliados que abiertamente han participado en otros grupos políticos, denostando públicamente por 8 Para las elecciones se emplean las llamadas boletas “sábana”: una única boleta por cada fuerza electoral

que contiene en diferentes secciones las candidaturas para todos los cargos en disputa en los niveles nacional, provincial y local. El elector puede cortar boleta, esto es, remover las secciones que desee, a fin de votar a otros candidatos o de abstenerse en una u otra categoría. No se permite, en cambio, tachar o enmendar las boletas. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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todos los medios radiales y/o televisivos a los candidatos surgidos de las internas... Igual suerte correrían algunos afiliados que en la propaganda callejera se han convertido en críticos despiadados de la conducción... [De ser cierto, sería] un hecho inédito en las filas oficialistas locales... La razón que se esgrimiría para tal (sic) drástica medida sería la de grave conducta (sic) partidaria”. A medida que se aproxima el día de los comicios, se multiplican las declaraciones públicas de militantes barriales del sector del Doctor que, como antes lo hiciera Dieguez, manifiestan que no van a votar a Venancio Simoni para intendente aduciendo, en general, críticas respecto de las capacidades personales del candidato. El andar del justicialismo, sin embargo, parece firme: la “caravana de la victoria”, realizada a nueve días de las elecciones, reúne alrededor de 120 vehículos que acompañan a los candidatos en su recorrida por los barrios de la ciudad; y, a despecho de la persistente llovizna, una multitud saluda su paso. Entre tanto, el Partido monta el habitual operativo para el día electoral. Se designa a algunos militantes como fiscales y se asigna a otros la tarea de “llevar la gente a votar”, es decir, de llevar hasta los lugares de votación a ancianos e inválidos, y a todos aquellos simpatizantes que vivieran lejos de ellos. Para ello se convoca a militantes, afiliados y simpatizantes para que presten sus autos y se alquila especialmente cierta cantidad de transportes públicos (taxis, remises y colectivos). Por último, se organiza la distribución de alimentos para los fiscales, y el ensobrado y distribución de las boletas. Este operativo, montado varios días antes, no podía prever la torrencial lluvia que se desató durante la noche anterior al comicio. Perfectamente natural, esta incidencia apareció ante los militantes cargada de significación. Para empezar, la tormenta -que venía precedida de una prolongada sequía- hizo necesario obtener a último momento vehículos capaces de “sacar” a la gente que vive en el campo o en las calles de tierra que hay en la ciudad (esto es, camionetas, tractores y carros). Aunque los organizadores pudieron subsanar el inconveniente a tiempo, algunos militantes -quizás transfiriendo a la naturaleza el temor originado por la incertidumbre política de los últimos meses- lo consideraron como un signo adelantado de derrota porque, decían con fatalismo, los radicales “tienen más camionetas”. Por si esto fuera poco, cuando el presidente del Partido visita una zona inundable de la ciudad para colaborar en la asistencia a las familias evacuadas por causa de las lluvias, un afiliado le comenta que ese mismo día el presidente de la comisión vecinal, un compañero, se había acercado a charlarle para que cortara boleta en perjuicio del candidato a intendente. Con tan funestos presagios, llega al fin el día de las elecciones. Mientras se desarrolla el operativo electoral y se organiza el por entonces llamado baile de la victoria, surge el último y más ominoso de todos los presagios: se corre la voz de 132

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que se han hallado boletas cortadas, sin la sección correspondiente al intendente, en los autos en que los militantes del sector del Doctor llevan a su gente a votar. Preocupados, algunos de los hombres de Julio se muestran sorprendidos por el fervor militante de los partidarios del Doctor, quienes participan muy activamente del operativo electoral. A medida que se aproximan las seis de la tarde, hora de cierre del comicio, la tensión aumenta. Los medios gráficos, radiales y televisivos locales se instalan en la sede del Partido, concentrando sus modestos recursos allí donde esperan encontrar a los triunfadores. Los resultados locales comienzan a llegar mesa por mesa, respetando la tendencia general para los cargos de nivel nacional -revelada por las encuestas a boca de urna realizadas por los canales de televisión de la Capital Federal, que segundos después de cerrado el comicio anunciaran el triunfo del justicialismo- y mostrando claros triunfos del Partido en las elecciones de gobernador, senador provincial, diputados provinciales y concejales. En cambio, los guarismos revelan una ventaja estrecha y decreciente del candidato a intendente, Simoni, sobre su adversario radical. Si bien el clima en la sede partidaria sigue siendo de cruda excitación, en los corrillos comienza a cobrar fuerza la versión de la traición: el Doctor y los suyos, se dice, no sólo han mandado a cortar boleta, sino que han hecho que su gente votara al candidato de la UCR. Los primeros sorprendidos por los resultados fueron los radicales -quienes no atinaron a salir a festejar frente a la Municipalidad, en la plaza principal de la ciudad, sino hasta las veintitrés horas-, y los medios de prensa -que debieron con urgencia destacar personal a la sede de la UCR-. Entre tanto, como sabemos, en la sede justicialista estallaba la violencia, transmitida en directo para toda la ciudad por los dos canales de televisión. Felizmente, los dos presuntos traidores lograron huir sin sufrir mayores daños: el Moncho, pasando a otra casa por los fondos del terreno; el Doctor, gracias a la intervención del presidente del Partido, en una ambulancia y escoltado por la policía. Casualmente, la casa cercana donde el presidente consiguió atrincherar al Doctor hasta que pudo ser rescatado era la de Nilda Avente, la militante que él había colocado en la lista de candidatos a concejales como parte del arreglo negociado con Julio. En algún sentido, puede decirse que la violencia así desatada se convirtió en la noticia más relevante para los medios locales, opacando al hecho mismo de la derrota peronista. A la mañana siguiente, el diario de los radicales escribía en el característico estilo de su editorialista: “De inmediato se dirigió a los presentes el diputado Solari en un improvisado discurso que aparentemente buceó las causas de la derrota en la intendencia y pareció, ya que todo esto era televisado por el canal 6 en forma directa, que © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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se estaba aludiendo a una traición dentro de las filas partidarias. De inmediato se formó un corrillo entre algunos de los presentes que intentaron arrebatarle el micrófono a Solari; y en el tumulto pudo verse que fue salvajemente golpeado el Dr. Esteban Carbonari, que quedó en el suelo”. La imaginación del autor de la nota (lo único que quedó en el suelo fueron los anteojos del Doctor), revela quizás su exaltación por el triunfo del partido que el diario representa. El semanario local publicaba una semana más tarde una nota que refleja más fielmente el clima de aquella noche y el estado de cosas inmediatamente posterior a la derrota: Apenas sonaron las campanas de los colegios y se oyó algún Viva la Patria al cierre del comicio, ya hubo militantes justicialistas que intuyendo la derrota, salieron a cobrar facturas entre sus compañeros, viviéndose momentos de muy alta tensión... Las elecciones del domingo tuvieron para los peronistas un final de mufa; aunque lo más correcto sería llamarle un final de “mufla” por la altísima temperatura que generó la reacción endotérmica de los que salieron a buscar culpables por la derrota dentro de sus propias filas. Eran apenas las seis de la tarde y lo único que había eran resultados de encuestas a boca de urna, ya un grupo de simpatizantes justicialistas expresaba su descontento y acusaba de traidores a cierto sector interno. Las acusaciones más severas recayeron sobre Esteban Carbonari, Ramón Córdoba y la futura concejala Nilda Avente. A los dos primeros intentaron agredirlos y salvaron la ropa gracias a la oportuna intervención del presidente del Partido.... En cambio Avente sufrió la rotura de los vidrios de su domicilio y el intento de ingresar a su casa para sacar a quienes allí se encontraban. Hubo tensión y desmayo de mujeres, y posterior custodia policial en el domicilio durante toda la noche. Los ánimos estaban caldeados, los intereses mezclados, y cada uno repartía según la canasta que le venía a mano. Hacia el fin de semana estaba claro que algunos trabajaban abiertamente para el [candidato a intendente] radical Liporacce. La señora... [presidente] del Sindicato de Amas de Casa, afiliada y dirigente justicialista había manifestado públicamente su adhesión a Liporacce y mandó a votar por el radicalismo. También el ex-senador Tato Ortega distribuyó sobres con boletas cortadas, y se asegura que incluyó a la UCR en las candidaturas locales. Esto habría llegado a oídos de Solari, quien los subestimó en cantidad y peso, y a la hora de la derrota algunos pares le recriminaron su falta de acción para detener la conspiración. El afiliado Pablo Rafael Dieguez, también hizo el lunes una denuncia por ame-

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nazas. Tampoco se salvó el senador Nardone, culpado de haber aconsejado el voto a favor de la oposición radical... Nadie cree, de todos modos, que entre los furiosos hubiera alguno capaz de desenvainar y degollar, pero asimismo nadie duda que querrán ver degüellos en los próximos meses, políticamente hablando, claro...

De los hechos a la traición Cuando el enemigo te abraza con entusiasmo y tus conciudadanos te rechazan con encono, es difícil que no te preguntes si no eres, en realidad, un traidor. Ursula Kroeber Le Guin (Los desposeídos)

te aspira a reconstruir los acontecimientos narraSidosbiencomel rebilananto doprevaceden rias fuentes de información para construir una versión que no puede sino ser la nuestra, la de los antropólogos, el lector habrá advertido que en la narración de los acontecimientos posteriores a la interna justicialista adoptamos el punto de vista de los militantes de la agrupación de Julio Solari. Deliberadamente, hablamos de “indicios” de que algo inusual habría de suceder, y de su transformación en “presagios” de traición. En efecto, en el período comentado reinaba entre estos militantes un sentimiento de inquietud, un creciente temor de que el Doctor y los suyos entregaran sus votos a los radicales. La versión de la traición, que había comenzado antes de las elecciones en la forma de una serie de eventos que fueron interpretados como presagios de la desgracia por venir, se impuso de manera inmediata al cabo del comicio: cuando Julio mencionó a los traidores en su discurso, la gente supo precisamente de quienes estaba hablando porque hacía mucho tiempo que se sospechaba de ellos. Días más tarde, la admisión pública de haber votado al candidato radical por parte de la presidente del Sindicato de Amas de Casa no hizo más que confirmar la especie. Tampoco el tiempo ha sido capaz de modificar la impresión prevaleciente de que la derrota del candidato a intendente fue producto de una traición. Mientras escribíamos una primera versión de estas líneas, a tres días de que se cumpliera el primer aniversario del hecho, escuchamos en la FM local al conductor del programa de mayor audiencia llamar “compañeros boinas blancas” a los peronistas que habían votado por el radicalismo en la elección de intendente. La broma -que combinaba el apelativo compañeros utilizado entre peronistas con la mención de las boinas blancas que tradicionalmente han identificado a los radicales- mereció por toda respuesta una carta en la que las personas a quienes el © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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periodista hacía referencia adoptaban el apodo de buen grado, uniéndose al tono alegre de su interlocutor. Significativamente, sin embargo, ni la carta ni el periodista mencionaron nombre alguno: aún hoy, quienes votaron a los radicales prefieren en general ocultar su identidad. Innegablemente, tienen buenas razones para ello. Meses más tarde, en junio de 1996, se realizaba una reunión en la sede partidaria con la presencia del ministro de gobierno de la provincia, el presidente del Partido a nivel provincial, sus autoridades locales y militantes en general. Durante esa reunión, alguien manifestó con desagrado que los traidores “están acá aden tro”, generando una situación de tensión que hubo de ser aplacada por Julio Solari, quien llamó a los presentes a “poner el hombro” para unir al justicialismo, exhortación que fue respondida por una salva de aplausos. Por esos días, en ocasión de una visita del gobernador a la ciudad, ocurrió otro incidente significativo. En la entrada del pueblo situada en dirección a la capital provincial, militantes del sector del Doctor hicieron dos pintadas agrupando su nombre con los del presidente de la Nación y el gobernador. Durante la noche de ese mismo día, al guien escribió con pintura roja la palabra traidor, con una flecha saliendo de ella en dirección al nombre del Doctor, el que, además, fue tachado. De corta vida, estas anónimas acusaciones fueron blanquedas esa misma tarde por los militantes del sector agredido. En esos días se vieron también pintadas acusando al Moncho Córdoba de ser un traidor. “Las acusaciones más severas”, decía la nota citada más arriba, “recayeron sobre Esteban Carbonari, Ramón Córdoba y la futura concejala Nilda Avente”. Esto pudo ser cierto en un primer momento, pero lo cierto es que, con el paso del tiempo, el resentimiento de los derrotados pasó a centrarse fundamentalmente en las figuras del Doctor y el Moncho. Cabe preguntarse, por otra parte, qué tan cierta es la versión de que hubo una traición. Porque, en verdad, existe una clara distancia entre los hechos que pueden ser comprobados y las implicaciones de la versión de la traición. La nota del semanario que hemos reproducido pone de manifiesto este punto cuando dice: “También el ex senador Tato Ortega distribuyó sobres con boletas cortadas, y se asegura que incluyó a la UCR en las candidaturas locales”. La diferencia entre lo que a ciencia cierta podemos afirmar que ocurrió y lo que supone la versión de la traición es la que hay entre el “distribuyó” referido a las boletas peronistas cortadas y el “se asegura que incluyó” referido a las boletas radicales para candidaturas locales. Nadie puede demostrar que el Moncho Córdoba, Nilda Avente, Pablo Dieguez y los demás militantes de la agrupación del Doctor distribuyeron los fragmentos de las boletas radicales correspondientes a la candidatura a intendente.

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Las razones por las que es imposible probar tal cosa son varias. Por un lado, la propia organización del comicio lo impide. La ciudad estaba dividida en dos circuitos electorales, con dos lugares de votación en cada uno donde la población era distribuida alfabéticamente en mesas masculinas y femeninas. Esta organización hace imposible evaluar sobre bases confiables el comportamiento del electorado de cada barrio de la ciudad. Esto significa que no se puede saber si, por ejemplo, los eventuales votos consistentes en boletas peronistas cortadas combinadas con el fragmento de la boleta radical dedicado a la Intendencia corresponden o no a los votantes llevados por Pablo Dieguez o por el Moncho, porque tales votos aparecen mezclados en las mismas urnas con los de personas que no tienen nada que ver con ellos, votantes de otros barrios manejados por otros punteros. Cualquiera puede haber cortado boleta de esa manera, incluyendo a los votantes llevados por los militantes de la agrupación del candidato derrotado, sin que sea posible determinarlo a posteriori. Por otra parte, si bien se encontraron boletas cortadas en los vehículos utilizados por la gente del Doctor, no se halló en ningún caso boletas radicales para intendente. Tampoco, por último, hubo antes de las elecciones declaraciones públicas -ni privadas de que se tenga noticia- del Doctor o de sus principales allegados instando a sus seguidores a votar a la UCR. Sólo militantes de poca monta -entre los cuales Pablo Dieguez, un simple puntero barrial, es el más destacado- lo hicieron, lo que no prueba en lo absoluto que el Doctor y los suyos optaran orgánicamente por favorecer al candidato radical. De hecho, la negociación que culminó con la inclusión de Nilda Avente en la lista de concejales y las pretensiones expresadas por el Doctor en el sentido de que en el futuro su gente participaría en “las tres estructuras” del gobierno, parecen indicar que el dirigente opositor no tenía intenciones de promover el voto por los radicales. En cuanto al Moncho Córdoba, ni siquiera hay pruebas que lo incriminen individualmente: votantes llevados por él nos comentaron que les había entregado boletas cortadas, pero en ningún momento mencionaron la inclusión del candidato radical a la Intendencia. En suma, es claro que no podemos saber si la entrega de votos existió o no, y en caso de haber existido, si fue una resolución orgánica de la agrupación o si las indecisiones de el Doctor en el período posterior a las internas hicieron que cada uno de sus militantes de tercera y cuarta líneas se sintiera libre para tomar sus propias decisiones de cara al comicio. No es esto, sin embargo, lo que nos interesa determinar. Lo que nos importa es que los dirigentes, militantes y votantes del sector de Julio Solari pensaron -y aún hoy piensan- que esa entrega de votos existió y que fue una decisión unificada de la agrupación opositora; y nos importa también que la consideraran una trai© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ción y que, de entre todos los presuntos traidores, destacaran como culpable -además de al conductor de la agrupación- al Moncho Córdoba, a pesar de que, a diferencia de otros punteros del sector, él no hizo pública en ningún momento su supuesta intención de promover el voto por el candidato radical. Así, pues, nos dedicaremos al examen de la interpretación que los actores dieron a los hechos más que al de éstos en sí mismos. El problema que nos ocupa se revela más complejo cuando se atiende a dos hechos fundamentales. En primer lugar, no se trata de una sino de dos traiciones: una colectiva, del Doctor y su gente al Partido, y otra individual, del Moncho a Julio. Segundo, ya hemos visto que, si bien se considera como traidores a todos los militantes del sector acusado de la entrega de votos, pasada la exaltación inicial la responsabilidad por esa entrega y por sus efectos pasó a ser atri buida principalmente al Doctor y al Moncho. Más adelante examinaremos extensamente la compleja relación entre ambas traiciones, la cual nos parece la clave para comprender el sentido mismo del uso del término traición en este contexto. Por el momento, nos ocuparemos de la progresiva concentración de la responsabilidad sobre las personas de nuestros dos protagonistas. La explicación de esta concentración es diferente en cada caso. Al Doctor le cabe una responsabilidad central porque es quien encabeza al sector y se supone que la entrega de votos respondió a una decisión que -en última instanciafue suya. Como hemos visto, nadie puede probar tal cosa, pero se trata de una creencia avalada por la forma en que habitualmente operan los sectores internos del Partido a nivel local (como veremos más adelante con relación al sector de Julio); y, por otra parte, aun cuando no se hubiera tratado de una resolución orgánica del sector -esto es, de una orden del Doctor- él debe controlar a sus punteros y militantes. En cuanto al Moncho, no sólo se lo acusa de dos traiciones, sino que se lo considera como el responsable de la derrota. Julio y los suyos consideran que él manejaba aproximadamente unos 70 votos y, puesto que la derrota del Partido fue por una diferencia de 91 votos, razonan que la transferencia de esos votantes de su sector al del Doctor fue una de las razones -sino la razónde la derrota. De esta manera, la primera traición, la del Moncho a Julio, aparece dando cuenta de los efectos de la segunda traición, la del Doctor y su gente al Partido. La responsabilidad individual del Moncho se expande hasta ocupar, junto con la del Doctor -y quizás por encima de ella-, el lugar de la responsabilidad colectiva de todos los compañeros acusados de entregar sus votos a los radicales.

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Traición y confianza I knew they felt I was being ungrateful. When I was in distress, so that I wanted a refuge to hide in, Francis had set to work to bring me to the college... and now, at the first major conflict, I betrayed him. I thought how much one expects from those to whom one does a good turn; it takes a long while to learn that, by the laws of human nature, one does not often get it. C.P. Snow (The masters) Construimos nuestras más trascendentales resoluciones sobre un complicado sistema de representaciones, la mayoría de las cuales suponen la confianza en que no somos engañados. Georg Simmel

dos situaciones diferentes -aunque interrelacionadasTecanelifimoscadasenportonces, los actores de la misma manera. El punto a analizar es, pues, el de las bases o los fundamentos de los lazos que fueron quebrantados en cada caso. Esto es, debemos analizar las formas de confianza implicadas, a fin de determinar exactamente el sentido que reviste el término “traición” cuando se lo aplica a cada evento en particular. Georg Simmel define a la confianza como “una hipótesis sobre la conducta futura de otro, hipótesis que ofrece seguridad suficiente para fundar en ella una actividad práctica”. (1939:340). Simmel añade que, siendo una hipótesis, constituye un grado intermedio entre el saber acerca de los otros y la ignorancia respecto a ellos. Esto lo conduce a preguntarse en qué grado han de combinarse saber e ignorancia para hacer posible la decisión práctica, fundada en la confianza. “Decídenlo”, responde, “la época, la esfera de intereses, los individuos” (1939:340). Vale decir que estamos ante un fenómeno socialmente situado, y que para explicar los límites y la forma de la confianza debemos analizar, para cada caso particular, cómo la conceptualizan y cómo la construyen los actores. En un conocido texto programático, Ward Goodenough afirmaba que: Presentarse a uno mismo como miembro de una comunidad o de cualquier otro grupo social es comprometerse a respetar sus reglas. No respetarlas es traicionar una confianza (1975:213). Sin embargo, la apelación al concepto de confianza para referirse a la constitución de grupos no está demasiado extendida en la literatura antropológica. Por lo general, se ha utilizado el término “confianza” para hacer referencia al conocimiento mutuo que se encuentra en la base de las relaciones diádicas en general (cf. Blau 1964) y, típicamente, del clientelismo (cf. Einstadt y Roniger 1984). Generalmente, este tipo de confianza se considera como el producto y, © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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al mismo tiempo, el fundamento de series de intercambios recíprocos. En cambio, al ir más allá de las relaciones diádicas para analizar los fundamentos de relaciones complejas de pertenencia a grupos, los antropólogos no han hablado de “confianza” en un sentido claro o, siquiera, unívoco. El propio Goodenough, quien la relaciona con sentimientos asociados a la moralidad, no ofrece un desarrollo exhaustivo del concepto. En términos generales, los antropólogos han tratado al cemento de las relaciones intragrupales en términos de “identidad”, “solidaridad”, “exclusividad moral”, “límites” que son “mantenidos”, y otros conceptos. En estos términos se ha analizado una extensa gama de hechos sociales, tales como rituales, ceremonias, juegos, chismes, estilos de vestimenta y múltiples etcéteras entre los que destaca, una vez más, la reciprocidad. En los términos de la perspectiva de Simmel, sin embargo, podemos decir que actividades y patrones simbólicos como los mencionados permiten la creación de formas específicas de confianza que caracterizan a cada tipo de agrupamiento social y, más particularmente, a cada agrupamiento concreto. En nuestro caso, nos encontramos ante (a) relaciones entre miembros de un partido político y (b) relaciones entre los militantes y el líder de un sector interno del mismo partido. Para analizar estos dos casos resultará útil una distinción realizada por Simmel (1939:340 y 341) entre dos tipos de confianza: aquella basada en el conocimiento personal del otro, el conocimiento de sus “cualidades personales”, y la que se basa en el conocimiento de ciertas exterioridades referentes al otro, un conocimiento general “que sólo se refiere a lo objetivo de la persona”, a los signos visibles de su condición social. Simmel tendía a considerar a estos tipos como momentos históricos diferentes: la paulatina “objetivación de la cultura” habría conducido a que la confianza fundada en exterioridades substituyera en gran medida a la basada en el conocimiento personal, predominante en “circunstancias más primitivas y menos diferenciadas”; hoy en día, las “tradiciones e instituciones, el poder de la opinión pública y el rigor de la situación de cada cual” determinan tan inexorablemente la conducta del individuo que basta conocer ciertas exterioridades para generar la confianza. Independientemente del valor de esta hipótesis evolutiva, el propio Simmel afirma que la confianza basada en el conocimiento personal sigue siendo importante en aquellos casos en que la asociación entre dos individuos “tiene una importancia esencial para la existencia total de los copartícipes”, como por ejemplo en las relaciones entre socios comerciales (1939:341). En verdad, independientemente de la opinión de Simmel -quien, a juzgar por el ejemplo que ofrece, parece haber concebido las situaciones que requieren de la combinación de ambos tipos de confianza de manera muy amplia- parece 140

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sensato suponer que, en muchos casos, la confianza que se encuentra en la base de una relación social ha de presentar una combinación de conocimiento de rasgos externos y de conocimiento personal. En lo que respecta a nuestro caso, en la medida en que tratamos con dos tipos de relaciones y, por ende, con dos formas de confianza, encontraremos que la incidencia relativa de las dos clases de conocimiento no es la misma. Ello no obstante, como veremos a continuación, ambas formas de confianza comparten ciertos rasgos que resultan críticos para comprender el sentido estricto de la acusación de “traición” levantada contra el Moncho y el Doctor.

Lealtad y traición Duncan. ¿Se ha ejecutado ya a Cawdor? ¿No han vuelto todavía los comisionados para juzgarle? Malcolm. Majestad, todavía no han vuelto. Pero he hablado con uno que le vio morir, y me ha contado que con toda franqueza confesó sus traiciones, imploró el perdón de Vuestra Majestad, y mostró un profundo arrepentimiento; nada en su vida le honró tanto como el modo de dejarla. Murió como quien hubiera estudiado, para su muerte, arrojar la cosa más preciosa que tuviera como si fuera una insignificancia vana. Duncan. No hay arte para hallar en el rostro el modo de ser de la mente. Era un caballero en quien yo había puesto absoluta confianza. William Shakespeare (Macbeth, Acto primero, escena IV)

sunta entrega de voEntoselalanáadliversissaderiolararupditucal,ra denosla enrelaconcióntraparmostidaria,conenla viola prelación de una forma de confianza fuertemente objetivada. Si bien es cierto que los miembros de un partido político se encuentran vinculados entre sí por una compleja red de relaciones personales, y es igualmente cierto que en un ámbito pequeño como el de la ciudad en cuestión todos esos militantes se conocen personalmente, la pertenencia al partido se encuentra sustentada genéricamente por una forma de confianza que remite a rasgos externos, visibles, más que a aquel conocimiento personal. La confianza básica existente entre los miembros de un partido político resulta, substancialmente, de la adhesión a símbolos comunes: en el caso

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del justicialismo, la confianza entre compañeros es construida en términos del concepto de lealtad. La historia del concepto peronista de lealtad se remonta hasta el 17 de octubre de 1945. No intentaremos reseñar los acontecimientos de ese día -la inmensa movilización popular en apoyo del entonces coronel Juan Domingo Perón, detenido por el gobierno militar que él mismo integraba-, que han sido objeto de múltiples estudios (cf. los compilados por Torre, 1995). Lo que nos interesa es señalar que los dos primeros gobiernos de Perón (1945-1955) presenciaron la construcción de un discurso donde el 17 de octubre aparece como el día de la lealtad. Según Federico Neiburg (1995), el discurso acerca del 17 de octubre constituye el mito de origen del peronismo. Su elaboración parece haber estado relacionada con las características de su base política -una alianza de partidos heterogéneos que comenzó a fracturarse inmediatamente después de las elecciones que llevaron a Perón al gobierno- (Plotkin 1995:174 y ss.) y social -la nueva clase obrera de la ciudad de Buenos Aires, de origen rural, un actor nuevo en la política argentina-. Este discurso habría sido un instrumento tendiente a la conformación del Movimiento peronista, centrado en el líder, heterogéneo y sólo parcialmente institucionalizado en forma de partido político. Esta función política se revela en la apreciable distancia existente entre su contenido y los hechos históricos (puesta de manifiesto diversos autores. cf.: Navarro 1995; Plotkin 1995; Neiburg 1995), así como en las reformulaciones de que fue objeto antes y después del golpe de estado que derrocó a Perón en 1955. El discurso se centra en las relaciones entre tres actores. Por un lado, la relación entre el líder y sus seguidores, los descamisados, quienes demostraron su lealtad a Perón, exigiendo su liberación. La movilización del pueblo en la jornada del 17 de octubre encarna las principales características asociadas con el concepto de lealtad: la fidelidad -epitomizada por la esposa del líder, Eva Perón, Evita, fiel a Perón en su momento más obscuro (Navarro 1995:155, 166)- y la militancia -los descamisados, movilizándose por él-. Por el otro lado, el discurso contrapone esta relación a la existente entre Perón y sus antiguos amigos del gobierno militar que lo habían encarcelado, los traidores, nunca claramente identificados (Plotkin 1995:197). Así, pues, leales y traidores se oponen, enfrentándose en virtud de sus actitudes opuestas para con el líder. Más allá de las transformaciones históricas de este discurso, lo cierto es que el par de conceptos opuestos se ha mantenido como un componente esencial del simbolismo peronista: se acepte o no considerarlo como un mito de origen, es un hecho que el discurso acerca del 17 de octubre ha hecho por el peronismo lo que, según Neiburg (1995:231), hacen esos mitos: proporcionar, hablando del pasado, categorías que permiten “comprender el presente y planear el 142

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futuro”. En efecto, hechos y figuras de la historia política de la Argentina de los últimos cincuenta años han seguido siendo presentados por discursos emanados del peronismo en términos de lealtad y traición. Y, en la medida en que estas categorías estructuran la percepción de la realidad, operan también como factores centrales de estructuración de las conductas: la del militante peronista y la del compañero, el adherente peronista en general, milite o no. Podría decirse, en este sentido, que el concepto de lealtad opera como una suerte de principio articulador (Cohen 1974:102) del movimiento peronista9: como una forma simbólica que -en virtud de determinados procesos históricos y del potencial simbólico que su flexibilidad le confiere- ha adquirido un carácter predominante en su organización. La confianza existe entre peronistas en la medida en que la lealtad puede ser dada por supuesta: se confía en un compañero porque se supone que él o ella es leal, vale decir, que es fiel (a Perón, al líder, al movimiento, al partido) y que milita en favor de la causa común. Ser confiable, es, pues, ser leal, y ello supone -ciertamente- demostrarlo cuando la ocasión así lo requiere. Pero, regularmente, supone expresar la lealtad más que demostrarla. Esta expresión se produce a través de la adhesión manifiesta y cotidiana a los símbolos de la lealtad: un lenguaje (compañeros, lealtad, día de la lealtad, Evita, etc.) consignas (Perón vuelve; la vida por Perón; para un peronista no hay nada mejor que otro peronista; etc.), la marcha peronista, etc. Este despliegue de recursos simbólicos es el responsable de producir y reproducir cotidianamente la confianza básica que cimienta las relaciones entre los militantes peronistas. Sin embargo, las formas simbólicas no bastan, por si solas, para mantener la confianza cuando se interrumpen las solidaridades que en ella se fundan. Al quebrantarse las solidaridades que la confianza sostiene y supone, ella se esfuma bruscamente. Ahora bien, es de esperar que esto sea conceptualizado por los actores en términos de los símbolos que objetivizan la confianza: en este caso, en términos del par de opuestos conformado por los conceptos de lealtad y traición. Tal es, de hecho, el caso en la situación que nos ocupa, pero en modo alguno se trata de un efecto automático de la presencia del concepto de lealtad como principio articulador del movimiento. En efecto -como cualquier re9 Abner Cohen emplea el concepto de “principio articulador” para analizar la organización de los grupos de in-

terés informales, tales como grupos étnicos, élites, grupos religiosos, etc. (1974: caps. 5 y 6 especialmente). Por nuestra parte, creemos que la presencia destacada de principios articuladores no es privativa de los grupos informales. Sin embargo, el peronismo es, en cierta medida, un agrupamiento informal. Por una parte, como queda dicho, el peronismo se ha caracterizado históricamente por el hecho de que el partido que lo expresa formalmente -el Justicialista- no representa cabalmente la compleja heterogeneidad del movimiento; y, por otro lado, el partido tiende a aparecer diluido tanto en el discurso de sus miembros -que se autoadscriben más bien al movimiento- como en sus prácticas políticas -habitualmente centradas en liderazgos fuertes más que en los organismos partidarios formales-. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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paso superficial de la historia del peronismo sería capaz de mostrar-, no todas las acciones que en abstracto constituirían traiciones en términos de estos símbolos son representadas de esa forma por los actores, ni estos asumen una actitud unificada ante cada una de ellas. Hablar de traición y de traidores es atribuir ex-post facto determinados significados a eventos y personas, y tal atribución nunca es una función automática del contenido de los conceptos definidos en abstracto, sino que es el producto de un proceso de interpretación concreto, situado socialmente. Es preciso, pues, atender a cada situación social en toda su complejidad. Para dar cuenta acabadamente de la aplicación del concepto de traición en nuestro caso es preciso, creemos, atender a los efectos de las acciones en cuestión y al carácter específico de las relaciones existentes entre los actores en el momento de los hechos, factores ambos que califican la situación más allá del hecho de que se haya registrado una ruptura de la solidaridad fundada en la confianza genérica existente entre compañeros. En primer lugar, el desastroso efecto atribuido a la supuesta entrega de votos -la pérdida de la Intendenciacontrastó fuertemente con el amplio triunfo logrado por el Partido en la votación para la integración del Consejo Deliberante: la notable diferencia existente entre la derrota por 91 votos en un caso y la victoria por 608 en el otro sólo podía conducir a la atribución de una responsabilidad excluyente por la derrota al sector díscolo. Al haberse encontrado boletas a las que les faltaba precisamente la sección del voto a intendente en los vehículos empleados por los hombres del Doctor, resultaba natural concluir que sin ese corte el Partido hubiera conservado la Intendencia. En segundo lugar, no sólo el Doctor y los suyos eran a priori confiables por ser compañeros, sino que hasta último momento habían negociado su incorporación al nuevo gobierno: Nilda Avente había sido incorporada a la lista de candidatos a concejales y el mismo Doctor había admitido ante la prensa que se estaba tratando la incorporación de su gente a “las tres estructuras de gobierno”. En estas condiciones, la entrega de votos al adversario no sólo aparecía como subrepticia sino como artera, porque la relación entre ambos sectores era, formalmente, una alianza -bien que tensa-. Hasta último momento el Doctor había manifestado su lealtad y -si bien algunos militantes de su agrupación habían llamado públicamente a votar al candidato radical- su voluntad negociadora parecía implicar que los acontecimientos no se desviarían del curso normal. En este sentido, en la medida en que el Doctor había negociado y establecido una alianza con su vencedor, puede decirse que la confianza quebrantada no se fundaba solamente en el conocimiento de exterioridades referentes a los vencidos -el de los “signos visibles” de su lealtad- sino también en un conocimiento personal -el del com144

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promiso asumido por el Doctor, implícito en el acuerdo-. De allí, creemos, el carácter extremo de la reacción de los afectados, de allí la acusación de traición. Como hemos dicho, la relación entre Julio Solari y el Moncho Córdoba era tanto política como personal: el Moncho era un hombre de confianza de Julio, no un simple militante, y esa confianza se fundaba en una relación personal duradera construida en el curso de la actividad política compartida. Estamos, pues, ante la ruptura de una relación política personal. De hecho, en el nivel político local, las relaciones entre líderes y seguidores generalmente pertenecen a esta clase: entre ellos existe confianza porque existe un conocimiento personal desarrollado a través de prolongadas series de intercambios recíprocos. Sin embargo, estas relaciones son también relaciones entre compañeros y, en consecuencia, quedan atrapadas en los parámetros del principio articulador que predomina en la organización del movimiento: ellas son construidas y expresadas en términos del concepto de lealtad. En efecto, los seguidores de Julio manifiestan su lealtad cotidianamente mediante una serie de expresiones que resaltan el carácter indisoluble de la relación. El Moncho solía decir que Julio era “como un padre” para él, una expresión que otros de sus seguidores suelen emplear. La disposición a arriesgar la vida y a matar por el líder aparece como manifestación de lealtad. En una ocasión, cuando la relación del Moncho con Julio pasaba por el mejor momento, aquél hacía gala de su exaltación cuando se trataba de enfrentar a los rivales de su jefe en la lucha por el control del peronismo local; refiriéndose a su reacción ante una manifestación sindical en contra de Julio (por entonces intendente) que suponía digitada por los adversarios internos, el Moncho nos decía: Anoche [después de la manifestación], cuando Julio se fue, me dijo que me calmara, que tratara de arreglar las cosas, porque yo, con un whisky de más, los quería agarrar a trompadas. Yo le dije a Julio: “mirá hermano, yo soy leal; si hay que darle de comer a los ‘cuervos’ [los adversarios internos], les doy. Por vos, hermano, porque vos me lo pedís. Pero ahora, si mato a un ‘cuervo’, no me digas nada”. En el discurso de estos hombres, la lealtad aparece como un parámetro inmodificable de sus vidas. Así, sus manifestaciones se hacen particularmente explícitas en los momentos en que sus relaciones se ven sometidas a grandes tensiones que amenazan con quebrantarlas. Cuando su relación ya se encontraba en franco deterioro, el Moncho afirmaba que le debía todo a Julio y que, por eso, se mantenía junto a él aunque sus acciones lo perjudicaran. En 1996, durante una cena con los antropólogos, un militante muy cercano a Julio nos © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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decía que en su opinión la Intendencia se había perdido por errores políticos del líder. Esa derrota le había significado la pérdida de su empleo, y se mostraba molesto, criticando agriamente la soberbia de su jefe que lo había llevado, decía, a embarcarse en un estrategia equivocada. Claramente resentido, se ocupaba, sin embargo, de manifestar su lealtad para con Julio, a quien decía querer como a un padre y prometía acompañar siempre a despecho de lo sucedido. A pesar de sus diferentes naturalezas, la confianza fundante de la solidaridad partidaria y la confianza base de la relación entre el líder y sus seguidores, son construidas y mantenidas mediante los mismos símbolos. Esto es función, como ya se ha dicho, del hecho que quienes se encuentran vinculados como líder y seguidor son, en un nivel más general o más básico de su relación, compañeros: la relación entre miembros del movimiento y del partido subsume a la relación jerárquica personalizada que se entabla entre algunos de ellos. Otro factor que contribuye a explicar esta identidad simbólica es la inexistencia práctica del Partido Justicialista como organización formal a nivel local: los organismos partidarios tienen una existencia meramente formal, y los sectores internos del partido generalmente no están constituidos formalmente como agrupaciones o líneas internas. Así, el sector que encabeza Julio es un grupo informal, centrado completamente en su persona y estructurado por su liderazgo. En estas condiciones, tal como lo señala Cohen (1974), cobran particular importancia los símbolos capaces de operar como principios articuladores, y dado el hecho de que se trata de una agrupación peronista, el concepto de lealtad aparece como el símbolo con más posibilidades de ocupar esa posición -no en vano, como ya se ha dicho, el peronismo es un movimiento antes que un partido-. Todo lo dicho hasta el momento contribuye a aclarar el sentido de la acusación de traición que recayó sobre el Moncho, pero no es suficiente para explicarla. Una vez más, es cierto, nos encontramos ante una atribución de sentido que no puede ser explicada en función de conceptos abstractos. Pero esto no es todo. Porque, de hecho, la ruptura del Moncho con Julio y su peregrinaje interno hacia las huestes del Doctor no fueron inmediatamente considerados como una traición: sólo al saberse el resultado de las elecciones, al conocerse la derrota, nuestro hombre fue calificado como traidor en relación con aquellos hechos. En efecto, durante los meses que mediaron entre el alejamiento de los dos hombres y las elecciones, ninguna voz se alzó para acusar al Moncho de haber hecho algo reprobable. De hecho, su migración hacia el sector del Doctor había sido pública, y se había producido como efecto de una serie de reveses políticos sufridos en pocos meses (la fallida promoción de la candidatura del 146

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presidente del Partido, la pérdida de la Dirección de Pesca, la frustración de sus aspiraciones a la candidatura para senador provincial). En esas condiciones, parecía lógico que el Moncho buscara nuevos aires, una actitud, por otra parte, muy común en política y considerada generalmente como perfectamente natural. No todo el que cambia de bando es un traidor: que lo sea o no depende de las circunstancias y los efectos de su acción. Para desgracia del Moncho, sin embargo, las circunstancias no son datos objetivos, y los efectos atribuidos a sus acciones modificaron completamente la forma en que sus compañeros las veían. Lo que es natural mientras se organiza el baile de la victoria pasa a ser aberrante cuando hay que ver por televisión el festejo de los adversarios. El punto es que, hablando estrictamente, la segunda traición fue la primera. Cuando los perdedores consideraron que el Moncho había entregado sus votos a los radicales -¡los votos causantes de la derrota!-, sintieron retrospectivamente que ya los había traicionado al pasarse al bando del Doctor. Si antes parecía que Julio virtualmente lo había empujado a buscar un nuevo jefe político, entonces pareció que el Moncho había sacado los pies del plato por propia voluntad: una pirueta política rutinaria pasó a ser entendida como el quebrantamiento de la confianza personal que el líder había depositado en su puntero. La creencia en que se había producido una traición el día de los comicios produjo una resignificación de las acciones previas del Moncho, convirtiéndolas, a los ojos de los perdedores, en una traición anterior y, en cierto sentido, más perversa. El proceso de atribución de sentidos -la creación de las traiciones- siguió un orden inverso al del desarrollo de los acontecimientos: el Moncho se separó de Julio y se unió al Doctor antes de las elecciones, pero la traición que se supone cometió en ellas fue, de hecho, anterior a aquella de la que hizo objeto a su antiguo líder.

El precio de la traición ¡Oh, Gloriosísimo Apóstol San Judas Tadeo! Siervo fiel y amigo de Jesús, el nombre del traidor que entregó a vuestro querido Maestro en manos de sus enemigos ha sido la causa de que muchos os hayan olvidado... Oración a San Judas Tadeo, Patrón de los Casos Difíciles y Desesperados

es, entonces, el significado de la acusación de traición que se hacía a ¿Cuál nuestros hombres?. La traición se entiende aquí como la actitud opuesta a la lealtad peronista. Ya hemos vista que la fidelidad y la militancia son sus características principales; por ende, cuando el Doctor y el Moncho son tildados de traidores se los está acusando de ser infieles y de haber fallado como militantes. Pero ¿qué significa esto?. Del peronista se espera que se movilice por la causa. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Cuando se trata de un compañero que no se dedica activamente a la política, se espera que asista a los actos partidarios, que utilice cierto lenguaje y pronuncie ciertas consignas, y, sobre todo, que vote a los candidatos del partido. Pero cuando se trata de un militante, se espera algo más: que trabaje para el partido en las tareas que se le asignen y, particularmente, que consiga votos. Los votos son el capital del partido, el de cada uno de sus sectores internos, y también el de un militante. Y es aquí, precisamente, donde se ubica la falta que se atribuye a nuestros hombres. Cuando el Doctor y su gente entregaron sus votos a los radicales, despojaron al Partido de sus bienes más preciados; y cuando el Moncho se unió al Doctor, no sólo despojó a Julio de una parte de tales bienes, sino que preparó el despojo que luego sufrió el Partido, proporcionándole su efectividad. De esta suerte, ellos faltaron, o eso creen sus compañeros, a su obligación fundamental como militantes peronistas: fueron infieles, y lo fueron, precisamente, con respecto a la obligación capital de un militante. Como no podía ser de otra manera, los protagonistas de nuestra historia debieron pagar el precio de su traición. Y, como es de esperar, la culpa se cotizó de manera diferente para cada uno de ellos. Por un lado, el Doctor no debió soportar más que la pérdida de la confianza del resto del Partido; ello supuso cierto retroceso político para él, pero siguió al frente de su sector, convertido en uno de los dos referentes más importantes del peronismo local. El Moncho, en cambio, se ha visto excluido de la política local: no ha vuelto a ocupar cargos públicos ni partidarios, y ya ni siquiera actúa como puntero. Considerando que siempre careció de una base firme a nivel local, parece improbable que pueda volver a tener un lugar en la política de la ciudad. Estas diferencias son, en gran medida, una imposición del pragmatismo político. El Doctor encabeza un sector interno de gran peso, y esto debió ser reconocido cuando una vez pasado el furor inicial, sus adversarios tuvieron la oportunidad de detenerse a pensar que -tal vez- lincharlo no era una idea tan buena. Nadie en el peronismo quiere, obviamente, que el Doctor se pase al FREPASO, favoreciendo no sólo a ese partido sino, indirectamente, al gran adversario local, el radicalismo. El Moncho, en cambio, al perder la confianza de los compañeros, se volvió impresentable dentro del Partido, de manera que el Doctor no puede negociar posición alguna para él. Tampoco puede ya ser puntero, porque ha perdido toda capacidad de obtener recursos de sus compañeros para mantener un grupo de votantes bajo control. Curiosamente, el único rasgo que tienen en común las reacciones partidarias contra nuestros hombres es el mejor indicador de las dramáticas diferencias que existen entre sus casos: el Doctor no recibió sanción formal alguna por parte del Partido porque ello podría haberlo impulsado a unirse al FREPASO, mientras que el Moncho no fue 148

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sancionado porque, sencillamente, su muerte política ya era un hecho consumado. Por otra parte, el destino del Moncho también es función de la particular gravedad de su falta. Mientras que el destino del resto de los punteros y militantes de la agrupación del Doctor está ligado firmemente al suyo porque el peso de su figura absorbe en cierto modo la responsabilidad de sus seguidores, la doble traición del Moncho lo arrebata de esa protección y lo condena al destierro político. Para él, sus antiguos amigos sólo tienen una frase cruel que habitualmente se aplica a quienes se considera políticamente acabados: ...Frasquito de anchoas, diez mil kilómetros de desierto,... y después conversamos.

A manera de conclusión: sentido común, sentidos “nativos” y categorías científicas Soy una canción desesperada que grita su dolor y tu traición. Enrique Santos Discépolo (Canción desesperada)

hecho en estas páginas ha sido ejercitar la sana costumbre anLotroquepolóhegimos ca de preguntarnos acerca de lo obvio: ¿por qué “traición”?, ¿por qué los militantes y dirigentes del sector de Julio Solari se sintieron “traiciona dos”?; o, más en general, ¿qué querían decir cuando clamaban “traición”?. Se trata de una pregunta pocas veces planteada por los antropólogos, quienes mencionan ocasionalmente “traiciones” y “traidores”, pero raramente analizan el sentido de esos términos. F.G. Bailey, por ejemplo, en un libro tan propicio para ello como Stratagems and spoils (1980), no se detiene a analizar el sentido del término “traidor” en la única ocasión en que lo emplea. Debemos atribuir esto, quizás, a una naturalización del concepto. En nuestra cultura, el concepto de traición hace referencia a la ruptura de lealtades o fidelidades, y especialmente a su ruptura subrepticia, que deja sin defensa a los afectados. Siendo obvio que esta clase de cosas ocurre en todas las culturas, los antropólogos parecen haber supuesto que todas ellas tienen un concepto análogo al nuestro para describirlas: en efecto, cuando encontramos las palabras ‘traición’ y ‘traidor’, su sentido nunca se explícita, dando por sentado que el lector lo comprende; y -lo más importante- no se explica si los eventos y personas descriptos son llamados así por iniciativa del antropólogo o porque los actores los califican con expresiones análogas a las que él emplea. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Consideremos, por ejemplo, el artículo de Maurice Godelier sobre las traiciones entre los Baruya de Nueva Guinea (1989), que constituyó la fuente de inspiración inicial para nuestro propio trabajo. Se trata de un brillante análisis de ciertos eventos que el autor agrupa en dos categorías claramente diferenciadas, pero a los que denomina globalmente como “traiciones”. En el texto queda claramente establecido -aunque sólo de manera implícita- que todos los eventos en cuestión son considerados como fenómenos de la misma clase por los propios actores, pero no se hace intento alguno de explicar el sentido del término que se les aplica en la lengua nativa ni de justificar su tratamiento en términos de nuestro concepto de traición. En suma, los antropólogos tratan al concepto de traición como a una categoría sociológica o, mejor dicho, como una categoría de nuestro sentido común elevada al nivel de categoría sociológica. Esto es, en principio, aceptable, pero el problema es que la calificación de un evento como “traición” es siempre una atribución de sentido ex-post facto: alguien se siente traicionado y así califica al hecho que lo ha afectado. Por ende, si bien podemos emplear un concepto sociológico de traición, es imprescindible analizar sus relaciones con el concepto usado en cada caso por los actores para describir cada evento específico abarcado por él. No hacerlo supone naturalizar nuestro concepto, dar por sentado que el concepto de nuestros actores significa lo mismo que el nuestro: y esto no puede ser sostenido ni siquiera cuando -como en nuestro caso- tratamos con actores de nuestra propia cultura que, al igual que nosotros, emplean los vocablos “traición” y “traidor”. No hay nada de obvio o natural en el sentido de estos términos. Por ejemplo, para nosotros, la traición es algo eminentemente negativo, como puede comprobárselo revisando cualquier diccionario. Sin embargo, Godelier nos muestra que entre los Baruya la ruptura subrepticia de solidaridades -que los nativos mentan con un término que él traduce como “traición”- no siempre es vista como algo reprobable: por el contrario, su valoración depende del tipo de solidaridades afectadas en cada caso. Es decir que puede haber traiciones aceptables y aún encomiables: sólo esto basta para afirmar que la noción baruya no encaja en nuestro concepto de “traición”. Y hay más: tampoco puede decirse que nosotros tratemos como “traiciones” a todos los actos que se corresponde en abstracto con nuestro concepto. Como ya hemos tenido oportunidad de decir, la atribución de significados a eventos, cosas y personas, nunca es una función automática del contenido de los conceptos definidos en abstracto, sino que es el producto de un proceso de interpretación concreto, situado socialmente. De manera que ni siquiera en nuestra propia cultura la aplicación del concepto de traición es natural u obvia. 150

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Por otra parte, si bien es cierto que los fenómenos evocados por nuestra definición abstracta de la traición ocurren por doquier, ello no justifica el supuesto de que toda cultura ha de tratarlo de manera unificada mediante un concepto análogo al nuestro. Así las cosas, podemos especular perfectamente con la existencia de culturas que no cuente con concepto alguno que abarque –así sea sólo en abstracto- todas las ruputuras subrepticias de lealtades o solidaridades. En estas condiciones cabría, quizás, crear un nuevo concepto para abarcar este tipo universal de fenómeno -en caso de que se reconozca alguna utilidad analítica a la opción de unificar a fenómenos diversos desde este punto de vista- sin extender a todos los casos las connotaciones negativas de nuestro propio concepto de sentido común. O bien, como lo hicieran Marcel Mauss con el hau melanesio y tantos autores con el concepto de honor, quizás se pueda generalizar a fines heurísticos el sentido de nuestro concepto de “traición”, para construir una categoría general transcultural. En todo caso, tales opciones han de resultar de un extenso y detallado trabajo de análisis comparativo transcultural cuyos materiales habrán de surgir de análisis de casos del tipo del que aquí hemos intentado.

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Segunda Parte: Representaciones Sociales

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Elecciones en Buritis: La persona política.1 Christine de Alencar Chaves Soy igual. Pero el mundo es desigual y como soy hombre del mundo, me hago desigual. Antonio das Mortes.

to antropológico es la admisión de que Unalas decatelasgoclaríasvesexisdeltencoennoconcimien texto, esto es, son temporal y espacialmente referidas. Aunque parezca trivial, la constatación de la relatividad de las categorías, esencial para la Antropología, requiere una permanente vigilancia para ser adecuadamente ejercida. Esa vigilancia necesaria se relaciona con la dificultad de tener siempre presente el carácter instrumental y perennemente provisorio de los conceptos. La dificultad no radica en el propio diseño del mundo simbólico, un ‘Jano’ de dos caras sino en el hecho de que, para operar, el esquema conceptual de aprehensión del mundo demanda un mínimo de estabilidad antepuesta al flujo de los acontecimientos y, aún así, está siempre propenso a la dinamización del significado, resultante de la interacción social propia de los eventos. El ‘pasado presente’ de las formas culturales sugerido por Sahlins no podría, evidentemente, dejar de valer para el conocimiento que ellas engendran. La estabilidad dinámica de las formas simbólicas también se aplica, por lo tanto, a la producción antropológica: ella impone un continuo ajuste fenomenológico de los conceptos. La relatividad de las categorías se ha tornado un lugar común antropológico, reconocimiento teórico del status múltiple de la alteridad. Pero la cuestión de la adecuación de los conceptos se muestra particularmente delicada cuando la tradición antropológica es confrontada con un objeto de investigación inserto en sociedades cuya identidad y formación cultural se remiten, precisamente, a la cultura europea. Tal es el caso de una antropología nativa producida en paí1 Agradezco a los profesores Marcio Goldman y Federico Neiburg, organizadores del seminario Antropología y

Elecciones, la invitación para participar de él; al profesor Otávio Velho la lectura sensible realizada como comentarista de la primera versión de este trabajo; a la profesora Mariza Peirano, la paciencia y su atención en sucesivas y cuidadosas lecturas de las diferentes versiones que la antecedieron, así como lo hizo durante la orientación de la tesis de maestría; a la profesora Alcida Ramos la lectura crítica y rigurosa, así como las sugestiones presentadas; y al colega Luis Eduardo Abreu la disposición para la lectura y su estímulo para la claridad de la escritura. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ses de origen colonial como Brasil. Aquí es mayor el peligro del deslizamiento de conceptos por el perfil inmediato de sus contenidos significativos, en tanto el universo simbólico de estos países es expresivamente compartido con la matriz, conduciendo fácilmente al olvido la polisemia del universo lingüístico y cultural en el desarrollo de procesos históricos oriundos de la situación colonial original. Asumir con Peirano (1991) la existencia de una ‘antropología en plural’, ideológicamente referida a procesos variados de ‘nation building’, hace estallar, como la autora sugiere, el referencial universalista eurocentrado. En este sentido, las ‘antropologías periféricas’ se sitúan en una posición que les impone, aún más, la exigencia de diálogo multifocado. En el caso brasileño, donde la construcción de la nación es considerada como un problema, el enfoque antropológico se distingue como aquél donde las tensiones entre múltiples referencias teóricas y la experiencia empírica se tornan particularmente problemáticas y esclarecedoras. Aquí como allá, el mejor medio para evitar el peligro de la reificación de los conceptos y lidiar con el perenne problema antropológico de la traducción cultural no es otro que la etnografía, al permitir el ejercicio continuado de la contrastación entre el patrimonio conceptual de la disciplina y la experiencia vivida-pensada de los sujetos investigados. La construcción de la democracia en el Brasil tiene como desafío reconocido la garantía efectiva de los derechos de ciudadanía. La centralidad de la persona, y no del individuo, en la constitución de las relaciones sociales y políticas es una de las formas en que se ha tematizado teóricamente ese dilema de la sociedad brasileña. Signo de la relación, la persona representa, en Brasil, el predominio de la solidaridad vertical, más allá de la dependencia, del paternalismo y del clientelismo en la política. El proceso histórico de constitución de las democracias occidentales plesbicitarias es la inevitable referencia al contraste. La reconfiguración de las relaciones de autoridad y de los vínculos sociales que caracterizó a la emergencia concomitante de la comunidad política y del individuo en las naciones-estado modernas, asume un carácter paradigmático. Sin embargo, una vez que se reconoce la singularidad de los procesos histórico-sociales que moldean cada sociedad, el estudio de los valores y relaciones políticas en aquellas sociedades, cuya identidad se formó en la ambivalencia de la situación colonial, impone un cuidado redoblado. Partiendo de ese principio, propongo que el sentido comúnmente atribuido a la categoría de persona en Brasil no ha hecho justicia de su complejidad significativa como categoría nativa. En su frecuente empleo en la literatura académica, la categoría de persona asume un papel esencialmente analítico. 156

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Elecciones en Buritis: la persona política

Colocándola en contraposición a la de individuo, se intenta construir un cuadro interpretativo que elucide las razones de los límites de la democracia en el país. La emergencia histórica del individuo en los países de democracia consolidada se vuelve así un parámetro para medir la distancia que nos separa de ellos. De ese modo la categoría persona funciona como índice, menos de una singularidad que de una deficiencia. Para cualificar esa separación con respecto al universo del individuo, se recurre al concepto de persona tal como fue desarrollado en la literatura antropológica. Se parte del presupuesto de que se conoce el significado de la categoría, contentándose con su cualificación analítica como un signo de la relación. Se equipara el concepto de individuo, con su complejo desarrollo en Occidente –el individuo como valor y sus concomitancias sociológicas-, a la persona como concepto descriptivo del hecho social de la relación. Es pertinente señalar, de paso, las profundas resonancias ideológicas incrustadas en los dos conceptos: uno remite al universo socio-cultural, positivamente valorado de las modernas democracias de los países centrales; el otro remite al hecho social, privilegiado por la antropología. En su formulación teórica, las categorías analíticas de persona y de individuo son opuestas. Individuo y persona son tenidos como contradictorios respecto del sentido de la acción social que implementan y de los valores que le sirven de marco de referencia. El individuo habitaría un mundo desencantado, marcado por la distinción entre hecho y valor (Dumont 1985). Desgarrado entre uno y otro, oscilaría entre una acción racional según fines- fundada en el cálculo, teniendo como corolario la instrumentalización de los otros individuos y el predominio de la relación con las cosas por sobre la relación con los hombres- y una acción orientada por valores. Justamente, tales condiciones le asegurarían orientarse idealmente por los principios de autonomía2, libertad, igualdad y –habitante de un mundo burguéspropiedad. El lugar de la persona, al contrario, sería la sociedad jerárquica, que demandaría su subordinación a la lógica relacional y a la totalidad por ella representada. Autonomía e independencia serían extraños al universo de la persona, cuya acción tendería a conformarse a patrones tradicionales. La consideración del significado de ‘persona’ para la población de un municipio del interior mineiro –Buritis3– desarticuló los elementos tan bien organizados de ese cuadro teórico. Reconocer la relevancia de la persona como valor 2 Remito al refinado tratamiento dado por Elías (1990) al proceso de constitución del homo clausus a través del

proceso del control de las emociones, resultando en la representación de la consciencia como algo separado. El auto-control emocional propició una distancia gnoseológica del mundo externo, cosas y hombre, creando la ilusión de un ego exclusivamente auto-referido. 3 Donde desarrollé mi trabajo de campo para la realización de la tésis de maestría (cf. Chaves 1993). Para dis-

tinguir la ‘persona’ como categoría nativa, emplearé las itálicas, esto es, persona. Esa convención, tal vez, incómoda, es necesaria para explicitar los diferentes niveles analíticos en cuestión. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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permitió introducir nuevos elementos a la ya ampliamente trabajada cuestión de la preeminencia de las relaciones sociales en Brasil, renovando su potencial explicativo al revelar el fundamento significativo en que ancla. Dar relevancia teórica a la importancia de la persona en la escena social y política de Buritis permitió identificar nexos insospechados que entrelazan valores sociales a la dinámica del sistema político, nexos cuyos significados sobrepasan el ámbito local. Enumerando de manera sumaria: a) persona no es sólo una categoría socialmente investida de valor, sino que posee, más allá de eso, un significado capital en la vida política. Es exactamente el contenido significativo de la persona lo que confiere eficacia política a su utilización durante las campañas electorales; b) la centralidad de la persona como valor político –ser buena persona como requisito del buen político- radica en ser vehículo de un sentido de igualdad. Igualdad cuya realización, sin embargo, es representada como dependiente de la relación, y no como dada en la naturaleza o como un principio, siquiera formal, de legitimidad del orden social; c)dependiente de las relaciones, el sentido igualitario de la persona se topa con una estructura social históricamente constituida por la desigualdad4; d)es exactamente la intersección compleja entre el contenido significativo de la persona y la estructura de las relaciones lo que torna comprensible el aparente contrasentido de una sociedad en que la estructuración jerárquica se funda en la intimidad5. Peculiaridad que confiere a la política la centralidad que posee en Brasil; e)considerar la dinámica paradójica entre valores y la estructura de las relaciones vigentes –paradoja que atraviesa a la persona como valor y como relación –es una forma de conferir inteligibilidad a una sociedad que, aunque estructuralmente jerárquica, no puede ser clasificada como tal: en ella la jerarquía no es un valor socialmente reconocido. El texto está dividido en tres partes. En la primera, focalizo las categorías de compromiso, favor y promesa. Ellas proporcionan el universo significativo en 4 El tratamiento ideológico dispensado por Dumont a la jerarquía le permite contraponerse a la comprensión de

las castas en términos de estratificación social; le hace posible también separarla de su principio originariamente religiosos y tomarla en términos más abstractos, por la referencia primera de las partes al todo social. A pesar de las objeciones de Dumont, considero el concepto de estratificación pertinente para destacar el hecho de la distinción ideológica de la sociedad brasileña, en la cual la jerarquía no es una dimensión consciente. 5 Usar el recurso de la comparación puede ser útil. En la India, donde la jerarquía es un valor social, la separa-

ción de la sociedad en castas es, según Dumont (1970) legitimada por la oposición puro-impuro, cuyo fundamento es religioso. En Occidente, la distancia social es, al contrario, fundamento de la igualdad. Pero mientras que la sociedad india organiza la separación en términos segmentarios, la distancia en las sociedades occidentales fue construida en torno del individuo, su elemento unitario autónomo. En el Brasil, la estructuración jerárquica de la sociedad se encuentra ineluctablemente asociada la preeminencia de la intimidad como norma de las relaciones –lo que es admirablemente descripto por Gilberto Freyre (1943), por ejemplo-, sea en la esfera privada o en la pública. Ese es la clave del dilema brasileño, también identificado por Sérgio Buarque (1986), que lo presenta bajo el concepto de ‘cordialidad’, al cual opone el de ‘cortesía’ –lo que lo hace en cierta forma uno de los pioneros de la oposición individuo-persona en la interpretación de la sociedad brasileña.

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el cual se insertan la categoría nativa de persona y las relaciones sociales situadas en el ámbito moral de la reciprocidad. En la segunda, examino la categoría buena persona en el espacio social privilegiado de su dramatización: las fiestas. En la última, enfoco los desarrollos de la persona en el contexto más amplio de la relación entre política municipal y estadual6. La persona, tomada en su dimensión política, es aquel eje ideológico y social que conforma el sistema como una totalidad coherente. El foco original de la investigación estaba dirigido a la elección presidencial de 1989. Por imposición etnográfica, fue sustituido por la constatación de la importancia política de los liderazgos locales y de las relaciones que ellos movilizan. En Buritis, constaté que el centro significativo de la política se encuentra en la vida política municipal. “Tanto más animadas son las elecciones, cuanto más próximas de la esfera local” insistían en decirme. De hecho, la elección de 1989, estando desvinculada de lo local –apuntaba exclusivamente la elección del presidente de la República- no movilizó los liderazgos locales en el proceso político electoral, lo que sumado a la atomización partidaria, resultó en una relativa apatía por parte de la población durante la primera vuelta7. En el medio rural, la visibilidad de la relevancia de la política se muestra por la importancia del título de elector8, que supera al de la credencial de trabajo, signo tradicional de ciudadanía en el medio urbano brasileño. En Buritis, esa relevancia es reconocida al atribuirse a la política una dimensión abarcadora que permea toda la vida social. Un conjunto diversificado de expresiones corroboran esa afirmativa: “todo aquí es en torno a la política”, “la política manda en todo, todo depende de la política”, “comparando mal, en el interior es Dios en el cielo y el intendente en la tierra”, “aún sin ser buena, la política es el mejor régimen que existe sobre la faz de la Tierra”, etc. Esa centralidad garantiza a la política una importancia singular, que sobrepasa los períodos de más intensa efervescencia –el ‘tiempo de la política’, como lo define Moacir Palmeira (1992)- y le confiere una relevancia especial, 6 [N. de los Editores: Optamos por conservar la palabra portuguesa “estadual” para hacer referencia

a los cargos correspondientes a los “estados”, divisiones político-administrativas aproximadamente correspondientes a las provincias de la organización política argentina]. 7

La segunda vuelta de la primera elección directa para presidente de la república después del régimen militar asumió un carácter plesbiscitario, repercutiendo en una inserción más apasionada del elector. Con todo, una vez constatada la importancia significativa del ámbito local en la percepción nativa de la política, y con la insistencia de que “aquí la política se hace con fiestas”, re-direccioné el eje de la investigación, retornando a Buritis al año siguiente, para las elecciones en las que se renovaban las bancadas estadual y federal y se eligieron los gobernadores de Estado.

8 [Nota de los Editores: el título de elector es un documento utilizado específicamente para certificar

la identidad de los ciudadanos en el momento de votar.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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aún en los momentos de mayor rutinización. La política representa una instancia totalizadora, ordenadora de la vida social. En ese sentido, se puede decir que, en la concepción nativa, la política, al abarcar relaciones sociales del más variado propósito, confundidos lo público y lo privado en la lógica del compromiso, asume una dimensión equivalente a la sociedad. La importancia del compromiso puede ser comprobada por la relevancia contemporánea de los liderazgos locales en el proceso político. Ella testimonia que el voto no sólo puede constituirse en un instrumento individual de ciudadanía, sino servir más bien como índice de una relación que vincula a elector y político. En ese contexto, el voto no es, primordialmente, la manifestación de la voluntad del individuo frente a un mercado de ofertas políticas, sino que remite a una relación moral entre personas, que se expresa en la noción de compromiso. Se trata de un vínculo de obligaciones mutuas, dotado de un imperioso sentido de lealtad. El elector que promete el voto se siente obligado a cumplir la palabra empeñada. A cambio, el político que promete el beneficio, queda comprometido a realizarlo. Para evaluar debidamente el significado del compromiso como obligación moral, es necesario tener en cuenta su enraizamiento histórico, que se remonta al código de relaciones desarrollado en el Brasil rural9 desde la colonia. Históricamente, su principal razón de ser fue la dependencia de los ‘hombres libres’ respecto de los grandes propietarios de tierras. La inmovilización de la mano de obra en los grandes latifundios implicaba una relación jerárquica del trabajador con el patrón y su subordinación social y política –y no exclusivamente económica. A diferencia de lo que se presume, ese no es un pasado muerto. En Buritis, él está vivo en la memoria de los trabajadores rurales que habitan la periferia de la ciudad, bajo la forma del recuerdo de un ‘tiempo de abundancia’, cuando vivían en las haciendas. Es la memoria de un pasado no muy distante, cuando, en condición de moradores, disfrutaban del derecho de habitar la tierra del patrón, de cultivar su ‘roça’10 y poseer algunos animales de cría. Esa visión de un pasado embellecido por la distancia representa más que un recuerdo nostálgico. Ella remite a la percepción del tiempo presente como pérdida, un tiempo que proporciona la experiencia de una situación de carencia. Se perdió el antiguo nexo de prestaciones mutuas entre el patrón y el morador. Relación totalizadora que 9 Una extensa y variada literatura trata la cuestión, con diferentes abordajes. Para mencionar algunos de estos

estudios: Leal (1978), Carvalho Franco (1974), Pereira de Queiroz (1976), Wolf (s/f), Forman (1979). 10 [Nota de los Editores: La roça era la pequeña parcela cuyo usufructo era concedido por los terrate-

nientes a los campesinos que trabajaban para ellos, a efectos de que la cultivaran para el consumo de su unidad doméstica. La itálica en ‘su’ es del texto original y tiende a enfatizar el hecho de que si bien la roça era propiedad del terrateniente, los trabajadores rurales se expresan como si hubiera sido propiedad del campesino.]

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si bien suponía una dependencia recíproca, imponía la completa subordinación del eslabón más débil. Subordinación que se expresaba, inclusive, en la obligación del voto al candidato del patrón11. Entre los trabajadores rurales de Buritis, se conservó un recuerdo idílico de la condición de morador como una situación de abundancia y bienestar, debilitándose la conciencia de privación de libertad. La percepción de pérdida asociada al cambio de condición desde la de morador a la de trabajador asalariado temporal12, no remite tan sólo a la pérdida del sustrato material, bien que precario, ofrecido por la condición pasada. La antigua relación de los moradores con los patrones estaba signada por un vínculo que los comprometía como seres totales, y no exclusivamente como fuerza de trabajo. Representaba un suelo moral de relaciones ancestrales de dependencia. La política parece haber asumido algunos trazos de esa relación totalizante y jerárquica. El compromiso que le servía de referencia es hoy el centro significativo de la relación entre el político y elector. El propietario perdió, en gran medida, el poder sobre el ‘voto de cabresto13. La mayor autonomía del elector proporcionó un aumento de competitividad en la disputa por el voto. Entre tanto, el mantenimiento del compromiso como un código político vigente señala, aún, a la dependencia como signo de la política. Sin embargo, la dinámica actual de la política, aumentando la competencia por el voto, refuerza el sentido igualitario de la relación, o su promesa de igualdad. La preeminencia de las relaciones personales en Buritis se sustenta en valores que se explicitan socialmente, configurando códigos como el de la ‘amis11

Una frase de Mario Pálmério, en su novela Vila dos Confins, es particularmente feliz para expresar el sentido abarcador de la relación involucrada: “el título de elector genera la estima del patrón, uno se vuelve persona.”

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La investigación fue realizada, por lo tanto, en un contexto de redefinición de las relaciones políticas verificadas por la proletarización y pauperización de los trabajadores rurales. A raíz de políticas de modernización agrícola, a través del estímulo a la capitalización, a la gran inversión en tecnología e insumos, se verificó un intenso éxodo rural en las últimas décadas. Además del desplazamiento poblacional hacia los grandes centros urbanos, dicho éxodo pobló la periferia de ciudades como Buritis con una masa de trabajadores rurales sin trabajo fijo. Además de la política agrícola, el tratamiento de la cuestión fundiaria es igualmente responsable por el nuevo cuadro social en el medio rural. A este respecto es importante señalar que existe en Buritis un consenso entre propietarios y trabajadores en cuanto a la responsabilidad de la Ley de Usucapião -creada para garantizar el acceso del trabajador rural a la tierra- por el proceso de expulsión de los moradores de las tierras. [Nota de los Editores: la Ley de Usucapião, dictada por el último régimen militar, garantizaba el derecho del posseiro –ocupante que no tiene título de propiedad- a reivindicar la propiedad de la tierra después de un determinado número de años de usufructo de la misma.]

13 [Nota de los Editores: la palabra cabresto equivalente a la española ‘cabestro’, designa al buey

manso que guía al rebaño. La expresión ‘voto de cabresto’ hace referencia a una práctica electoral típica de la República velha (1889), cuando siendo el Brasil una sociedad eminentemente agraria, el elector-rural se encontraba en completa dependencia respecto del propietario de las tierras, siendo su voto definido por el patrón a través de diversos medios que iban desde la persuasión hasta la violencia. De ese contexto de voto no libre deriva también otra expresión correlativa a aquella: la de curral elecitoral (corral electoral)]. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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tad’ y el del ‘favor’. Allí, la política se realiza a través del compromiso que se establece entre elector y candidato mediante el código de amistad. La amistad es una relación que pretende implicar seres totales, en su faceta pública y privada. Con ella, la relación política se inserta en un contexto significativo de prestación, la obligación de auxilio mutuo. Como intercambio14 entre personas concretas, el compromiso confiere a la política, según los parámetros de la moral pública usualmente empleado por los analistas, un carácter restrictivo. Sitúa la acción política en la relación entre particulares, sustentando privilegios. Según el código de amistad, sin embargo, la relación así establecida nada pierde en legitimidad. Por el voto, el político es investido en el cargo- garantía de acceso a recursos que debe distribuir bajo la forma de concesión de ‘beneficios’ o ‘favores’. Canal de distribución, él es percibido como donador o benefactor. El político se legitima en ese papel. No está excluida, en Buritis, una tensión latente expresada por el contrapunto entre el político como buena persona y aquél que es buen administrador. Esos dos modelos sirven como signos de dos estilos de hacer política: aquél que es ‘bueno para el municipio’, en oposición al que es ‘bueno para el pueblo’. Esa distinción marca la tensión entre dos ‘tipos ideales’ de político: el que es buen administrador y aquél que es considerado buena persona. En ocasión de la investigación, el prototipo histórico en Buritis del político como ‘buena persona’ ocupaba la intendencia del municipio. Circunstancia que terminó por influir en los resultados del trabajo, al favorecer la investigación de los valores y prácticas que fundamentan la construcción sociológica del político como buena persona en detrimento del buen administrador. Esa oposición fue descrita por la diferencia entre Elizeu y Adair -los dos intendentes que se sucedieron alternadamente en Buritis por cuatro mandatos: El gobierno de Elizeu, no es un buen gobierno sobre administración; él es un buen político, un hombre del pueblo, de la pobreza. Nuestro municipio es un municipio atrasado, un municipio de pobreza. Él es, entonces, el hombre de la pobreza... El otro ya no era de la pobreza. Adair no es una persona de mala administración pero es una persona a la cual el pueblo le tiene miedo. 14

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El referente necesario es el clásico trabajo de Mauss (1974). Refrendando la reflexión de Sahlins (1972) según quien el intercambio como hecho social debe ser aprehendido históricamente, señalo al pasar, el sentido completamente diferente del don en las sociedades estudiadas por Mauss, donde la riqueza sirve a la distribución y no a la acumulación como entre nosotros. En un sistema, el intercambio se establece para el mantenimiento de la paz, de una manera agonística; en otro para el mantenimiento de las desigualdades, en forma de redistribución pacífica. Conviene reconocer, empero, que el potlatch contribuye al mantenimiento del status quo del prestigio diferencial. En este caso, la redistribución sirve a la diferenciación del status; en el otro, al mantenimiento de las desigualdades. Del mismo modo, es innegable que la batalla por el voto presenta, también, un carácter agonístico. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Elizeu es muy buena persona, tiene en consideración a todo el mundo, te conoce de día y de noche, donde te encuentre, tiene sus defectos como todo ser humano. Es político: como todos tiene dos caras. Elizeu es muy débil en términos de administración. Adair a pesar de todo lo que hizo era mejor en ese punto. El ‘buen político’ y el ‘buen administrador’ son tipos extremos, que corresponden a dos formas de hacer política consideradas contrarias, aunque en el plano empírico nunca sean completamente excluyentes. Aún cuando la comprensión local de la política admita tal distinción -y en ella perciba una contradicción inherente- para ser electo en Buritis, el político precisa, necesariamente, poseer los atributos de una buena persona. Al legitimarse el político en el papel de distribuidor, la función pública no es tomada como una delegación, sino como una investidura. Según la percepción local, ella posibilita el acceso a los recursos públicos y a la autoridad respecto de su distribución, tornándolos, por concesión, favores. La posición que el político ocupa le garantiza un status especial. Él es percibido como una especie de ‘funcionario del gobierno’. Este no representa tan sólo una instancia decisoria, sino también una fuente de los más diversos bienes. Cabe al político agenciarlos en beneficio del elector. El gobierno, que posee una realidad omnipotente, aunque intangible, abstracta y distante, se torna accesible por la mediación de la persona del político. La relación política así valorada establece una jerarquía entre quien dona y quien recibe. Asentada en el código de la amistad, supuesta relación entre iguales, la política se realiza, sin embargo, por el favor que el político es capaz de prestar al elector, estableciendo con ello un desequilibrio en la relación. A despecho de la importancia de cada voto, el elector sabe que la relación particular que su voto establece con el candidato no garantiza su investidura en el cargo. Beneficio y voto no son, por lo tanto, bienes completamente equiparables. Si el intercambio supone la distinción de los géneros del intercambio, mantener la equivalencia de los socios requiere la equivalencia de los valores. Al subsumir la relación política en el ámbito del intercambio entre personas estructuralmente desiguales, el compromiso instaura la jerarquía entre político y elector -y también entre los electores- que se distinguen por el número diferente de votos que son capaces de agenciar- sea directamente, por medio de influencia, sea indirectamente, a través de los recursos que pueden proveer a la campaña del candidato. Para el elector, la política se presenta así, como un juego previamente desequilibrado, en el que la relación asume -inserta en el códi-

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go de la amistad, vínculo entre iguales- el papel de intentar promover una igualdad, aunque precaria. La posición jerárquicamente superior de los políticos confiere a la política un sentido esencialmente autoritario15. Dado que ‘la política manda en todo’ ella opera bajo el poder de quienes ‘mandan’ en ella, o de quienes tienen sobre éstos la influencia de la amistad, principal capital político. Es también a través del dominio de las relaciones que el político puede responder mejor al papel de distribuidor de los recursos públicos. Ese dominio es importante para definir el status de cada socio, sea del elector para con el candidato, sea del propio político que carece de amistad y ‘trânsito’ 16 en el ejercicio de sus funciones. Pues, aunque el compromiso se establezca por el principio del intercambio entre personas políticas, no significa que se limite a una relación diádica. La política es percibida como una red jerárquica de relaciones, en que los niveles superiores resultan de detentar el mayor número y calidad de relaciones. Ese universo significativo implica, por consiguiente, una inversión de la idea de representación y subvierte el sentido de ciudadanía según el ideario moderno17. En su lugar, se observa la operacionalización de la política en un universo jerárquico, siendo una de sus expresiones la posición necesariamente diversificada de los socios del juego, lo que le confiere un carácter desequilibrado; se trata de un desequilibrio al cual cada relación busca sobreponerse. Porque el favor se realiza necesariamente en el ámbito de la relación personal, es necesario aproximarse al político de alguna forma, estableciendo con él un vínculo, sino de manera directa, por medio de una red de relaciones. Del mismo modo, el político necesita aproximarse, escenificar intimidad, hacerse ‘amigo’. Siendo accesible, mostrándose amigo, el político ofrece, cuando fuera necesario, la posibilidad de que el ‘pedido’ sea hecho. 15 No pretendo negar la capacidad de negociación del elector, que efectivamente regatea los ‘beneficios’ que

desea recibir. Intento apenas resaltar el sentido de dependencia inscripto en la relación, lo que es localmente perfilado por el código de humildad que rodea el ‘pedido’. Del mismo modo, la fundamentación moral del compromiso no excluye, desde una mirada externa, el interés –éste representa tan sólo una perspectiva no reconocida ni legitimada por la convención local. 16 [Nota de los Editores: la expresión ‘trânsito’ (en español: tránsito) designa la capacidad de acceso a

beneficios en diferentes instituciones a través de relaciones personales.] 17

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En los cuadros de ese ideario se realizan la mayor parte de los análisis políticos. Un compromiso con esa visión externa puede ser esclarecedor. Tomando prestados los conceptos de Schwartzman (1975), se puede decir que la percepción de lo político como mediador y del Estado como proveedor señala un ‘sistema de cooptación’ donde la política es medio de incorporación tutelada. Al sistema de cooptación, Schwartzman opone el sistema de representación de intereses: mientras en éste la ‘política es una forma de mejorar los negocios’, en aquel ‘la política es el negocio’. Así, es posible afirmar que mientras en el sistema de participación lo económico modela lo político, conformando la esfera pública sobre el molde del mercado, en un sistema de cooptación, lo económico es modelado por lo político, transformando la política en instrumento de apropiación privada. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Así, mientras el modelo liberal implica idealmente una universalidad de una regla impersonal, el modelo nativo inscribe la particularidad de la relación como principio normativo de la política18. En lugar de individuos-ciudadanos sometidos a los mismos deberes y derechos, el modelo nativo implica la relación de ‘personas políticas’ concretas y particulares. La persona política sufre, por lo tanto, de la contingencia dada por el hecho de existir en relación: es alguien cuando es reconocida por otro. Resulta que la política termina por particularizar e individualizar, convirtiendo lo económico en el ámbito del favor, tal como sucede en Buritis. Establecida en un orden social excluyente -y constituyéndolo- la política es, bajo el signo de la dependencia, un medio de incorporación diferenciada. Como relación personal, establece un estatuto diversificado de ciudadanía entre, por ejemplo, aquél que pide ladrillos y el que recibe un contrato privilegiado con la intendencia. La política ejercida como vínculo personal es vehículo e instrumento de solidificación de privilegios; sustenta y mantiene la desigualdad. Como ya ha sido mencionado, la distancia del ‘gobierno’ es superada por el vínculo con el político. De esto deriva la importancia del compromiso y, al mismo tiempo, la confirmación de que ‘la política manda en todo en el país donde ella gobierna’. El compromiso puede ser explicitado cuando asume la forma de la promesa.19 Las promesas constituyen el eje de las campañas electorales, estableciendo el compromiso, sea bajo la forma directa político-elector, sea, más difusamente, en el palco. En la promesa, la palabra es la prenda del compromiso; en ella el honor es hipotecado. Aunque se reconozca en Buritis la ineluctable fragilidad de la promesa, su existencia explicita el sentido moral que envuelve el compromiso establecido entre las personas políticas. Desde el surgimiento del político profesional, agente de la política en el moderno sistema de representación, la promesa adquirió relevancia creciente. Ella indica el compromiso público del candidato en función del carácter de su desempeño en el futuro, una vez electo. En los países de tradición democrática, a ese compromiso se le agrega el poder coercitivo de los partidos políticos. Dejando de lado por un momento los problemas concernientes al sistema de representación, la confianza brindada al candidato en el voto es una exigencia al 18 Es importante subrayar que la distancia que separa el modelo nativo –tal cual puede ser deducido de los fun-

damentos de la legitimidad de la relación política en Buritis – y el liberal no se mide por la referencia entre ideal –modelo liberal- y real – la actualización de lo político. En Buritis, el modelo nativo es diferente del liberal no sólo en la práctica, sino también en la concepción. 19 La proximidad semántica entre promesa y compromiso se hace evidente en el origen latino de sus formas

verbales: prometer, deriva de promittere, arrojar lejos, y el verbo comprometer, en latín compromittere. Ambas palabras se refieren a la obligación de la acción futura por el voto de la palabra en el presente. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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político de coherencia en su conducta, uno de los fundamentos de legitimidad del sistema. En esos términos, la promesa representa un instrumento político presente en los más diferentes sistemas políticos. Según Hannah Arendt (1991), la promesa es un medio de control frente a la necesaria imprevisibilidad de los asuntos humanos; garantía, de parte de un cuerpo político formado por iguales, de soberanía sobre el futuro. La promesa sugiere un acuerdo mutuo en torno de un propósito común, que uniendo a todos genera poder y busca cercenar lo no- juzgado en los resultados de la acción. Ella es un elemento de negociación entre iguales, que permite la constitución del espacio público y el ejercicio de la libertad. Es necesario observar, sin embargo, que la inspiración política de Arendt es la democracia directa de las ciudades-estado. En el contexto de Buritis, sin embargo, la acción política privilegiada es percibida como prerrogativa de los políticos, configurando una ciudadanía cualitativamente diversificada. Si se tiene en cuenta el status jerárquico de la relación política así establecida, la promesa se torna en señal visible de una política fundada en la renuncia. La promesa asume, entonces, un contenido salvacionista, que reproduce en el plano del discurso el sentido de dependencia incrustado en la relación política personal, entre el político y el elector. Ella da lugar a una concepción mágica que sobrevaloriza el poder del cargo público y sustrae las nociones de lucha o confrontación de intereses, presumiblemente puestos en juego en la política: ‘sólo un gobierno fuerte puede realizar las promesas hechas en campaña’. La lucha y el conflicto deben ser excluidos, de ser necesario por la fuerza, para que un orden pacífico sea instaurado y, así, sea concretada la realización de las promesas. En Buritis, la paradoja inherente a la promesa es que ella supone una separación radical del político antes y después de la investidura en el cargo, marcando la diferencia del ‘tiempo de la política’.20 Separación correlativa de la existente entre gobierno y ‘pueblo’: ‘es difícil que quien vence no termine con cara de demonio’.21 La descripción del proceso político hecha por los habitantes de 20

Aunque reconociéndose la especificidad del ‘tiempo de la política’, época de las elecciones, tiempo de conseguirse las cosas – o su promesa-, la política define, todo el tiempo, determinados aspectos de la vida social, ella ‘manda en todo’. El tiempo de la política constituye un momento privilegiado de acceso a los políticos, cuando la política puede más fácilmente presentarse bajo la forma de políticas disponibles para el establecimiento de los vínculos de compromiso (Palmeira, 1992).

21 No parece incidental el uso del término. Se trata aquí con un circuito de imágenes asociadas: demonio, ‘bes-

ta-fera’, cautiverio, todas ellas bíblicas -como el contenido significativo de la categoría persona, que remite a una matriz católica-. De la misma forma que la ´besta-fera’ que trata Velho en un artículo inspirador (1987), el demonio de la política actúa por medio de la seducción y del engaño que envuelve a los incautos. Al mismo tiempo, el mal que él representa posee una lógica propia –en este caso estructural-. ¿Será casual que la polí-

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Buritis repite un mismo patrón. Comienza afirmando que “la política en el interior es hecha a base de promesas”. Prosigue narrando el procedimiento de los candidatos: “cuando alguien es candidato camina por las calles, conversa con el pueblo, paga la bebida, dice que es pobre y acusa al otro (candidato) de pasar sin siquiera mirar a la persona”. Y concluye con la narrativa de la conducta del político después de la elección: “pasa en auto por la calle y ni mira para atrás”. El juego de proximidad y distancia, como testimonia la seducción por la intimidad aparente, es considerado como una característica normal de la política. La puesta en escena obligatoria de la intimidad del candidato es seguida por el aislamiento distante en el gabinete, una vez investido en el cargo. El compromiso que la promesa sella, cuyo fundamento se encuentra en la proximidad del ‘conocer’, está fatalmente destinado al rompimiento. Durante el momento fuerte del ‘tiempo de la política’, entre tanto, en la promesa se destaca menos el significado de empeño de coherencia en la acción futura -por lo tanto del compromiso que responsabiliza al político-, que el contenido salvacionista generado por el espejismo de poder que el futuro político evoca. “Política en el interior es como te conté, se basa en la promesa. Promete todo: avión, barco, aunque no haya mar igual lo promete”. En esos términos, a través de la promesa, el poder generador de hechos, propios de la instancia política, es apropiado por el político, asumido por él. El proferir la promesa está reconocido como un acto necesario de la política, aunque se realice en detrimento de la veracidad y coherencia de la acción. La promesa, aunque falsa, se presenta en ese momento, sobre todo en su aspecto performativo, en la acepción de Austin (1990), como acto de habla capaz de generar hechos. Inserta en un contexto ritual, por ejemplo en el palanque, que le confiere validez tanto como lo hace la honra personal del político, la promesa es una convención del discurso político; ella crea un ámbito común. La promesa es un acto de habla eficaz pues crea hechos políticos al establecer un vínculo ritualizado entre el político y el elector durante el ‘tiempo de la política’. Pero la dinámica previsible de la política supone la ruptura de la contigüidad elector-político, de la continuidad ritual de los actos proselitistas y, por lo tanto, de la promesa, a menos que su otra fuente de credibilidad, la cualificación positiva de la persona del político, la garantice. En vista de la limitación del tiempo ritualizado de las elecciones y de la fragilidad de la promesa, la garantía del compromiso entre elector y político, personas morales, está en la cualidad moral del político: el político como buena persona. Si el político no es una buena persotica sea representada en Buritis según nociones morales tales como buena persona-buen político y sustente la idea de un ‘buen gobierno’ (Ribeiro 1992)?. [Nota de los Editores: Besta-fera (en español: bestia-fiera) es una desginación popular para el Anticristo, enunciado en el libro bíblico del Apocalipsis.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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na, la promesa sella la asociación entre política y mentira, transformando a aquella en el arte de la ilusión. La política realizada ‘sobre la base de la promesa’ y bajo la garantía de la persona posee una fragilidad constitutiva, lo que resulta en su descalificación una vez percibida como (hecha de) mentira y al malograrse las esperanzas que alimenta. De ahí el descrédito de los políticos que sólo saben hacer promesas: “desde el palco, todos los hombres dicen la misma cosa. Nosotros no queremos que hable, nosotros queremos que cumpla”. Tal como he procurado resaltar, en Buritis las prácticas del compromiso, del favor y de la promesa establecen una relación política cuyo fundamento moral se encuentra en el valor de la persona. La persona es garante de su propia palabra, toda vez que la promesa y el compromiso son frágiles, aunque necesarios. El juego de la apariencia, con sus elementos indiciarios, código de amistad como expresión del nexo entre personas, constituye el evento de la promesa y del compromiso. La performance, como una simulación de la intimidad, es necesaria como acto social significativo y eficaz. Ella crea el espacio para la seducción política. Pero el crédito de la promesa y de la validez del compromiso se asientan en los atributos de la persona, garantía que asegura la confianza, cemento de la relación. El carácter de performance de la promesa y la ritualización del compromiso en las campañas tienen como contrapeso a la cualidad moral del político como buena persona. Siendo buena persona se espera que se convierta en buen político, cumpliendo las promesas y rompiendo el circuito agonístico de la caza de votos. ‘El mejor político de Buritis’, intendente en 1990, era considerado, hasta por su más aguerrido opositor, como una buena persona. Los predicados de la persona, sus atributos morales positivos, independientemente de la filiación partidaria, son considerados como garantía de la realización del buen gobierno –a fin de cuentas, “el partido es el hombre”, como sintetizó un político de Buritis. El buen político conquista la eficacia en el ejercicio de la política, justamente porque actúa según el código social vigente respecto de aquello en que consiste el ser una buena persona. Él es capaz de vivificar la noción moral relacionada con la categoría en el contexto sociocultural determinado en el que se inserta. En Buritis, la calificación del político como buena persona se inscribe en su actitud servicial, en su disponibilidad para la ‘ayuda’, en aproximarse y en demostrar ‘no tener orgullo’. El ‘mejor político de Buritis’ sintetizaba el secreto de su prestigio, que, para él, es algo que ‘no se transfiere’: “[pasé] mi vida así, en una convivencia directa con el pueblo... ¡y las consecuencias!”. Tenido por un ‘intendente fiestero’ él, de hecho ejercitaba con todos una proximidad de ‘amigo que no sabe decir no’ – aún cuando no siempre cumpliera las promesas. Conocido también como el ‘intendente del pueblo’, entraba a las casas para tomar café en 168

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la cocina, y bebía del mismo vaso con el compañero de juego. La demostración de intimidad, o su puesta en escena, era tomada como etiqueta básica de la convivencia política en Buritis. Esa actitud de intimidad constituía el elemento primordial de las fiestas políticas realizadas en el municipio, las fiestas de los ‘ranchões, consideradas como responsables de la victoria electoral porque aseguraban el voto. Lo inusitado de las fiestas políticas22, no obstante, no debe ser razón para su folklorización. Ellas presentan, con su color y su movimiento, las contradicciones de un ejercicio político que se nutre de una aspiración de igualdad al mismo tiempo que genera jerarquía. En Buritis, la simplicidad del escenario ritual de la mayoría de esas fiestas compuesto por un galpón que servía de abrigo para la reunión de los invitados, casi siempre originarios del estrato de trabajadores rurales expropiados- daba lugar a la celebración de la proximidad entre político y elector. Organizadas y financiadas por partidos o candidatos, en ellas se verificaba el congraciamiento de políticos y electores en un mismo plano físico y simbólico -y no la diferenciación presente en la estructuración de los escenarios de los actos proselitistas-. En ellas, el poder político se implementaba como realización situada en el ámbito del ‘placer, de la alegría y la confianza’, en un espacio y tiempo ritual diferenciados. La falta de pretensiones de las fiestas, con su fluir de música, baile, conversaciones, risas y encuentros creaba una embriaguez contagiosa, una impresión de exceso. En ese contexto totalmente alejado del mundo de la política, se realizaba la política en Buritis. Su importancia y eficacia provenía justamente de eludir el sentido de cálculo e interés usualmente atribuido a la acción política. Pues, la demostración de amistad por el candidato no puede trasparentar interés político, lo que lo descalificaría como buena persona. En las fiestas, el espacio público se construye menos por la palabra que por la convivencia común. Como en ellas la palabra más elocuente es el gesto, su significado debe ser deducido de su forma ritual.23 Las fiestas son el lugar de la 22 Las fiestas, tomadas como instrumento político, son una importante tradición en el interior de Brasil. Su im-

portancia merece ser mejor documentada y explorada teóricamente. En el pasado ocurrían principalmente durante los periodos electorales, cuando los trabajadores de las haciendas eran reunidos en los distritos electorales para votar. Con el éxodo de los antiguos moradores hacia las sedes municipales, ellas asumieron un nuevo carácter, tornándose una especie de tradición re-inventada. En ocasión de la investigación, diferentes festividades se produjeron para segmentos diversos de la población del municipio. Las fiestas configuran un lenguaje político diversificado (Chaves 1993). Como foco privilegiado de dramatización del valor de la persona, fueron privilegiados aquí las llamadas fiestas de los ranchões, frecuentadas en Buritis por el segmento social de trabajadores rurales. 23 Tomándose la formulación de Buarque de Holanda (1986) como contrapunto comparativo, se verifica que los

nexos de la sociabilidad expresados en las fiestas políticas no se constituyen como realización solidaria constructora de un plano colectivo general y abstracto, conforme a la definición usual de dominio público. Allí, el orden moral prioritario se verifica en la relación inmediata de personas concretas -lo que impone la © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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seducción personal del político, con el artificio de la alegría y la promoción de la confianza. Espacios de celebración y de congraciamiento, lo que las torna políticas es la presencia del político profesional al ras del piso, en medio del pueblo. En ese espacio ritual, la proximidad, inclusive física, es una señal de reconocimiento por el político del otro como igual, como persona. Pues, en el baile, el político establece con los otros una relación de equivalencia e intimidad. Con su presencia en las fiestas de los ‘ranchoes’, él muestra que no tiene ‘orgullo’.24 La eficacia política de las fiestas deriva de su poder de vehicular esa imagen para el político, al constituirse como un espacio público capaz de promover su proximidad ritual con el elector25. Las fiestas políticas establecen un ámbito común concreto, creado por la presencia tangible y equivalente de políticos y electores; ellas construyen un espacio ritual de actualización del valor de la persona como un ser humano digno e igual. En la fiesta, el político es uno entre muchos, uno más en medio del pueblo, se mezcla con él sin confundirse con él. Las fiestas son, también, el lugar en que el político se erige como una persona prestigiosa, detentadora de poder, por el hecho mismo de expresar consideración por los demás. Si el político en su prestigiosa posición homenajea la fiesta del pueblo con su presencia, alcanza por eso mismo mayor influencia y valor personal. Como dice un trabajador rural: “las fiestas son pura manifestación de poder”. preeminencia de la relación particular y no de la universalidad de la regla. La prioridad de la persona atestiguada en las fiestas posee, en Buritis, un significado político que las extrapola, tal como se verifica en el hecho de que los vínculos societarios del partido político, afirmados en la fidelidad a un programa, no sean fundamentales. Los cambios de partido son no sólo comunes sino perfectamente indiferentes y fácilmente asimilables, en tanto y en cuanto el grupo político de los amigos de siempre permanezca unido. Es éste el que provee los vínculos societarios fundamentales para el ejercicio político y representa un elemento de legitimación suficiente para el cambio de partido. 24 En otros contextos, hay formas diferentes de transmisión del mismo ‘mensaje’. En un libro que relata la suce-

sión presidencial de 1994, Dimenstein y Souza se ocupan de las lecciones de política, o mejor, de contacto con el elector, suministradas por las eminencias del Partido da Frente Liberal (PFL) al candidato Fernando Henrique Cardoso. Antônio Carlos Magalhães, según los periodistas, le insistía a Fernando Henrique: “necesita comenzar a equivocarse en su portugués”. El entonces candidato a vicepresidente, Guilherme Palmeira, juzgándose “pos-graduado” en elecciones, enseñaba a su compañero de fórmula que “jamás debería rechazar el plato de comida ofrecido por el elector” y que “no se debe hacer una afrenta al elector”; le pedía, además, que “rellenase el discurso con promesas”. Prosiguen los autores: “Tanto hablaron, que Fernando se soltó. Se autoproclamó ‘mulatinho’ y dijo tener el ‘pié en la cocina’. Cruzó 500 metros de multitud en los hombros de un mulato, vistió chaleco de vaquero, bebió agua de coco con la boca pegada a la fruta y, suprema osadía, se ganó un fuerte dolor de cintura al montar a caballo, con sombrero de vaquero en la cabeza” (Dimenstein y Souza 1994: 163). 25 Mientras el rito de separación expresado por “usted sabe con quién está hablando” estudiado por Da Matta,

apunta hacia la dimensión jerárquica de la persona, la fiesta política, al celebrar la intimidad entre el político y el elector –estructuralmente desiguales- vehiculiza, al contrario, la promesa de igualdad asociada a la persona como valor.

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En ese sentido, se puede pensar la categoría buena persona como un locus de representación ideal del político, que correspondería, con la especificación de determinados atributos concretos, a la actualización local del carisma weberiano. Como el carisma, estaría sujeta a las contingencias y vicisitudes de su dramatización en la escena política a través de la actuación con los políticos. Así, el fracaso en la efectivización por parte de los políticos de la realización de ese ideal, puede repercutir en las oscilaciones del prestigio de sus figuras públicas, sin descalificar, todavía, el ideal del político como buena persona. Como la magia, este ideal no se ve malogrado por la acción.26 El contenido de creencia, así explicitado, refuerza la cualidad performativa de la actuación de los políticos y de la propia política en términos generales. Si ser buena persona es una supuesta garantía de que el candidato será buen político, un buen político puede ser aquel que consigue parecer una buena persona. Esa dimensión de la política es bien reconocida en Buritis, y así fue traducida por un elector: “aquí la política es hecha a base de promesa, pintura y fantasía”27. De manera nada respetuosa, un político -candidato derrotado a intendenteexpresó una idea semejante, al resumir la relación entre político y ‘pueblo’ la expresión ‘engáñeme que me gusta’. La paradoja que se verifica en las fiestas políticas, lugar de escenificación de la intimidad y de la igualdad, tanto como de renovación de la jerarquía en la relación político-elector, expresa la ambigüedad latente de la persona, para la cual la fiesta sirve de escenario dramático. Se observa en la categoría nativa una tensión en el ámbito de los valores vehiculizados por ella, y de éstos con el resultado práctico de la relación política. La relevancia política de la persona en Buritis representa un deseo de reconocimiento social, de ser percibido como ‘alguien’,28 como un ser humano integral. Representa una aspiración de igualdad 26 Agradezco a Alcida Ramos por llamarme la atención sobre esa aproximación. 27 Bajo este prisma, las fiestas se presentan como una manifestación dionisíaca en sentido estricto, trágico.

Inesperadamente, en la escenificación de alegría se puede percibir el sentido trágico de una población que comprende su aspiración de igualdad y de humanidad concreta como pura quimera, sueño evanescente realizado en la fiesta como evasión. 28 Amado (1993) observa la misma necesidad impulsando a la acción política armada de la “primera revuelta

contemporánea de campesinos en el Brasil”, la revuelta de Formoso o la revuelta de Trombas, promovida por inmigrantes a mediados de la década de 1950. Junto a la lucha por la propiedad de sus tierras, amenazadas por grileiros, los impulsaba la búsqueda de su reconocimiento social como personas. Así define la autora el significado de ser persona: “significa ser tratado con respeto, con cordialidad y consideración, relacionarse bien con los otros, tener familiares, amigos y vecinos presentes en las ocasiones importantes de la vida, ser reconocido por sus características propias. En suma, ser identificado, entre muchos como único” (1993: 36). [Nota de los Editores: grileiro es la designación popular para quienes se apropian de modo ilegal y generalmente violento de tierras públicas y/o de posseiros –ocupantes que no tienen título de propiedad-. Luego de expulsar a los posseiros, los grileiros consiguen fraguar documentos que legalizan la propiedad y regularizan su situación.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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que se pretende visible y concreta, y no simplemente como atributo de un individuo genérico y abstracto. El eje significativo de la categoría persona concentra el valor cristiano atribuido al ser humano concreto, a la ‘persona humana’. ‘Somos todos hijos de Dios’ me fue dicho y repetido en Buritis. La categoría persona afirma una humanidad que es patrimonio de todos y cada uno, tornando a todos los hombres equivalentes a despecho de la unicidad de cada cual. Sugiere una relación que supone una igualdad original entre personas morales, por el hecho mismo de requerir el reconocimiento de la dignidad inherente a cada ser humano. Es el aspecto explícito, el valor reconocido de la categoría. Parece indicar la reivindicación de un derecho básico, como la dignidad de ser humano, por parte de un segmento de la población a los que históricamente se le negó en el Brasil el derecho a la libertad y autonomía. En el plano de la realización social de la categoría persona, está presente, con todo, la asimetría verificada entre el político y el elector, así como un status diversificado de la ciudadanía. Por estar vigente en un medio social históricamente constituido por relaciones jerárquicas, el ser considerado persona requiere un reconocimiento particularizador -como lo atestigua la importancia de que el nombre de esa persona sea recordado por el político. Así, “el político, cuando es candidato anda por la calle, llama por el nombre, abraza a la persona; después de electo pasa en auto y ni siquiera mira atrás”. Reconocimiento que da substancia al vínculo personal, instaurador de privilegios. Como elemento de una relación social, se puede reconocer en la categoría de persona un sentido implícito de jerarquía, que, aún negada, dimensiona ideológicamente la dependencia y la asimetría dadas entre el político y el elector, y la calificación diversificada de la ciudadanía. En Buritis, el valor explícitamente enfatizado es el deseo de igualdad, como lo verifica la importancia política de las fiestas. Es preciso, sin embargo, aclarar que se trata de un deseo de igualdad cuyo sentido y expresión no se traducen en términos sociológicos. Tomando como referencia el desarrollo histórico de la categoría trazado por Mauss, se puede decir que el valor nativo asume el sentido cristiano de esta noción -que Mauss representa como “un pasaje de la noción de persona, hombre revestido de un estado, a la noción de hombre, simplemente, de persona humana” (Mauss 1974:237; las cursivas son del autor). En un plano de significación, por así decir, en la persona se privilegia el propio hecho de su existencia: alguien es porque es un ser viviente que carga con la dignidad ineluctable de lo humano y, por consiguiente, de su filiación divina.

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El énfasis en el uso nativo de la categoría de persona es colocado en el aspecto incondicionado de la existencia, la persona como portadora de una dignidad incuestionable. Bajo este prisma, la igualdad referida a la categoría se inscribe en el plano esencialmente metafísico, o sea, no determinado socialmente.29 Esa peculiaridad de la atribución del valor presente en la categoría permite la paradoja de representar una igualdad ideal sin chocarse con la desigualdad de hecho. Se trata de un deseo de igualdad que no se coloca prioritariamente como reivindicación consciente en el plano de las relaciones sociales; lo que puede ser leído en la dramatización de la persona política en un espacio ritual demarcado, como la fiesta, en el que la política se asocia a la evasión de las claras distinciones del mundo social cotidiano. Por un lado, la categoría de buena persona se remite a la noción de humanidad, como atributo universal que iguala a todos los hombres en un plano metafísico; por otro, remite a la totalidad concreta que define a cada individuo empírico. Por oposición, la idea abstracta de individuo (Dumont: 1985) y de su término político correspondiente, ciudadano, portador de una igualdad genérica, la persona es alguien, es conocida, tiene un nombre. Expresa un deseo manifiesto de igualdad que se coloca como derecho moral, al paso que explicita una necesidad de reconocimiento social que resulta necesariamente particularizador. Pero la persona se quiere tenida y valorada como igual, aún cuando tornada desigual. Se verifica en el centro significativo de la categoría una tensión de significados contradictorios. La paradoja en la categoría de persona radica en el hecho de que es vehículo de una exigencia de igualdad que se quiere presente en la totalidad concreta que define a cada individuo empírico, suponiendo por lo tanto sus relaciones. Lo que se expresa en el hecho de que la persona requiera, siempre, el nombre: “el político en campaña te palmea el hombro, sonríe, te llama por el nombre”. La ambigüedad de la categoría de persona en su dimensión política se encuentra en el hecho de que supone una igualdad, simultáneamente universal e intrínseca a cada hombre en particular. Una igualdad cuyo fundamento es primordialmente moral y metafísico. Una igualdad que se pretende substantiva, reconocida en la substancia de cada ser particular. Se trata de la tensión inherente al desarrollo cristiano de la categoría: igualdad entre todos los hombres como hijos de Dios, unidad de cada hombre en su filiación directa frente de Él. La paradoja de la categoría 29 En un contexto de significado específicamente religioso, pero sin necesariamente limitarse a él, escribe We-

ber, al tratar la importancia de la religiosidad de salvación para las ‘capas negativamente privilegiadas en términos políticos y económicos’: “Lo que no pueden pretender ‘ser’ ellos, lo completan mediante la dignidad de aquello que algún día serán, que tienen la ‘vocación’ de ser en una vida futura en este mundo o en el más allá, o (y muchas veces al mismo tiempo) por aquello que, desde el punto de vista de la providencia, ‘significan’ o ‘realizan’” (1991: 334). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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persona tal vez no se limite a la dinámica compleja entre la actualización del valor en la acción y la estructura históricamente constituida de las relaciones sociales. Ella parece encontrarse en el complejo de significados de la propia categoría cristiana de persona. La categoría nativa de buena persona implica una unidad afectivo-racional que contrasta tanto con el individuo como con la persona en tanto categorías analíticas. Es incompatible con el sentido de ciudadanía que supone la idea de individuo como categoría genérica (Dumont: 1985), portadora de una separación radical entre la dimensión pública –a la que se refiere exclusivamente- y la dimensión privada. Es contradictoria, también, con el uso analítico de la persona, toda vez que inscribe aspiraciones, como el deseo de igualdad y libertad. En tanto individuo autónomo, el ciudadano constituye un espacio público secularizado en el cual se relaciona con los demás bajo una orientación igualitaria. Al contrario, la buena persona, signo del buen político, introduce en lo que debería ser un espacio público autónomo y uniforme una imprescindible calificación moral. Esta categoría confiere a las acciones que expresan esa confusión el estatuto de legitimidad implicado en el contenido moral de persona. Finalmente, vehiculiza la noción moral de ‘buen gobierno’, sin definirse en cuanto a su caracterización final: el sueño comunitario de los primeros cristianos o el reino de los cielos conformado por la jerarquía de los santos. La persona, en tanto valor, incluye entre sus propósitos todo un espectro de calificativos, los dominios de la afectividad y del cuerpo, que se tornan instrumentos de seducción política, tal como lo atestiguan las fiestas.30 En las fiestas, la política se ejerce a través de la fascinación de la promesa de igualdad que el ‘político sin orgullo’ expresa en su propia persona. Pero la persona supone la inclusión de los elementos relacionales de otras instancias de agregación en el dominio político. En la medida en que es definida en una relación particular -el vínculo concreto y asimétrico entre el político y el elector, que se encuentra diferenciado según las distintas relaciones-, ella sanciona la jerarquía en la política. La categoría nativa de persona no puede ser comprendida unívocamente.31 La ambigüedad es el pilar de la arquitectura política que ayuda a construir. Ella conforma una expresión imaginaria de la humanidad como una condición me30 Entre otros índices, en Buritis esto era atestiguado por el enorme número de ‘mujeres del intendente’, las ‘mil

mujeres del intendente’. Otro ejemplo es el representado, en las propias fiestas, por la apelación a lo sensible, al contacto directo, corporal, entre político y electores. 31 Velho (1987) señala la ambivalencia entre el deseo de autonomía y el deseo de dependencia, embutidos am-

bos en el sistema de patronazgo y expresados en los sentidos contradictorios de ‘ser patrón de sí mismo’ y en la búsqueda del ‘buen patrón’. El deseo de dependencia encontraría sentido en un contexto significativo distinto de la noción burguesa de autonomía y del imperio de la ley. Estaría relacionado con un desplaza-

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ritoria común. En el deseo manifiesto de dignidad, representa una aspiración de igualdad continuamente negada, al mismo tiempo que permite la consolidación de un sistema social y político compuesto por desniveles tan pronunciados que llega a constituir otra paradoja: una sociedad de exclusión. Se trata de una disonancia que estimula la tensión significativa de la categoría, que atestigua la contradicción de valores no resueltos, representando una fisura que puede llegar a desafiar a la armadura política establecida. El significado político de la categoría de persona posee implicaciones más amplias que el señalamiento de la relación político-elector; ella repercute en la propia organización del sistema político en la medida que forma percepciones respecto de la lógica de su funcionamiento y, por lo tanto, de las preferencias electorales. A este respecto, resulta ilustrativa una publicidad difundida por altoparlante desde un auto que circulaba por las calles de Buritis durante la campaña de un candidato a la reelección para la Asamblea Legislativa en 1990: “alguien que no hizo mucho pero ha contribuido al desarrollo junto con el gobierno municipal. Es mejor confiar en quien es conocido que en quien nunca hizo nada por el municipio, por el Estado de Minas Gerais”. Esa publicidad de campaña revela de qué modo el patrón de relacionamiento personal no es, en tanto vínculo político primordial, exclusivo de la interfaz político-elector. Dicho patrón constituye un imaginario que informa prácticas políticas abarcativas porque configura una idea del funcionamiento de la política como sistema. La identidad como lenguaje político puede ser visto en Buritis tanto en el juego político local –en la historia política reciente del municipio y en estrategias particulares de legitimación política- como en las campañas electorales para cargos del Legislativo estadual y federal. La identificación con el lugar, municipio o región, se convierte en la credencial de un ‘compromiso natural’ con la población. Comúnmente, es en el lenguaje de la identidad local o regional que se sugiere la identificación con los intereses colectivos del municipio. El municipio o región representa, así, una verdadera ‘entidad política’(Peirano: 1986) en la medida en que torna en el núcleo de referencia para la articulación del discurso y acción políticos. La pertinencia de la identidad local y regional en las estrategias políticas y en campañas electorales, se verifica en su inscripción en la lógica de las relamiento y secularización del sentido original de relación con lo trascendente, expresado en la noción de lo ‘servo-arbitrio’, propia del universo religioso cristiano. En ese artículo, Velho sugiere el carácter vívido de una ‘cultura bíblica’ en los segmentos marginados de la población, resultando en una exégesis cultural permanente y dinámica, que reelaboraría los mismos temas ante la multiplicidad fecunda de la experiencia. Velho desarrolla un abordaje refinado de ese universo a través de la interpretación de las nociones de ‘cautiverio y de ‘bestia-fiera’, con sugestivas indicaciones. Si bien no puedo explorarlas aquí, subrayo con todo, la referencia a la riqueza insospechada –y viva- de esa ‘cultura bíblica’, que puede ser identificada, por ejemplo, tanto en el contenido significativo de la persona, como intento resaltar, como la noción de ‘buen gobierno’. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ciones políticas calcadas de la relación personal, o, al menos, en la forma como esa lógica es percibida por la población. Esa percepción toma los vínculos personales como constitutivos de toda la vida política, sirviendo como elemento de articulación de sus diferentes niveles y no sólo de la relación político-elector. Así, el diputado estadual es percibido como el eslabón que vincula al intendente con el gobernador. El diputado es el garante de los pedidos del intendente. El diputado estadual, por lo tanto, representa al municipio32, de donde deriva la importancia de los llamados ‘diputados mayoritarios’ –un aparente contrasentido33. Si el intendente depende del diputado estadual para obtener los beneficios es porque el gobernador depende del diputado en la Asamblea Legislativa: todo esto es un intercambio de favores, todo es ‘un arreglo muy grande’. En la relación entre los poderes y sus diferentes esferas se verifica la presencia del mismo código empleado en la relación entre político y elector. El nexo personal que compromete mutuamente al elector y al político, es percibido como el operador entre los poderes Ejecutivo y Legislativo –por medio de sus ocupantes-, así como de las diferentes instancias de la federación: municipal, estatal y federal. Como el lenguaje de las relaciones es el pedido, la obtención de la solicitud siempre se presenta como un favor, lo que vincula jerárquicamente a las partes de la transacción. El prestigio ante la población, alcanzado por la obtención del favor, representa también una deuda para con el político de la esfera jerárquicamente superior -un compromiso de apoyo mutuo es concertado en vista del dominio diferencial sobre los recursos y funciones públicas. El principio de representación política implicado en ese tipo de relaciones es aquél conferido por la identidad, lo que explica la acción y la importancia de los ‘diputados mayoritarios’. La declaración del intendente de Buritis es esclarecedora a este respecto: Yo he tenido mucha suerte porque estoy muy conectado con el gobierno del estado, con los diputados mayoritarios estadual y federal, y además de eso 32 El abandono del municipio por las autoridades estatales era motivo de descontento para la población de Buri-

tis. Descontento reforzado por el desempeño económico del municipio, tercero en producción de granos en el estado, en 1989 y 1990. La justificación encontrada para el alegato de abandono era su escaso peso electoral: el municipio brasileño es pesado por el número de votos que tiene. 33 [Nota de los Editores: la expresión ‘diputados mayoritarios’ es una designación popular para los di-

putados federales de quienes, por haber sido votados masivamente en una determinada región, se espera que representen a los intereses de la población local, expectativa compartida por la población y los políticos. El “aparente contrasentido” al que hace referencia la autora remite al hecho –ya mencionado en la introducción de este volumen- de que la elección de los diputados federales se realiza por el sistema proporcional, a diferencia de los senadores federales, gobernadores e intendentes que son electos por el sistema mayoritario, en virtud de lo cual las candidaturas para estos cargos son conocidas como ‘candidaturas mayoritarias’.]

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hemos conseguido recursos, aunque muy pequeños, para realmente mostrar alguna cosita. En muchos municipios como es el caso de Arinos, y muchos otros municipios de la región Noroeste, existe una situación caótica... porque son de una política adversa a la del gobierno y no tienen los diputados mayoritarios ... (los diputados) son muy importantes, es un poder ... Para el municipio tiene una importancia muy grande tener sus diputados mayoritarios. La lógica de ese itinerario reside en la economía de las relaciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, o sea, en la dependencia mutua que circunscribe las relaciones entre ambos en cada nivel de la esfera política. Al no tener base de sustentación parlamentaria anclada en partidos, el Ejecutivo –el ‘gobierno’- la articula por medio de la negociación individual de los recursos públicos, de la distribución permanente de fondos y cargos de la administración pública entre los miembros del Legislativo- lo que hace inviable la profesionalización del sector público-. El denominado fisiologismo no es, por lo tanto, disfuncional: constituye la fisiología del personalismo, confiriéndole el carácter de sistema. Si se tiene en cuenta ese patrón de ejercicio de la política, el voto al candidato con mayores posibilidades de triunfar -comúnmente asociado a la despolitización- no expresa sino la inteligencia del sistema político, manteniendo con él una coherencia intrínseca. Tomando como referencia la percepción de la lógica política, el voto no podría, en esas circunstancias, representar una manifestación individual de voluntad política construida en torno de principios ideológicos partidarios. Él es espejo del sistema en el cual se encuentra inscripto: síntesis de múltiples relaciones. La representación anclada en la identidad local o regional se vuelve, entonces, un recurso de poder, lo cual puede ser deducido de las palabras de un ex-secretario de la intendencia de Buritis: Porque si la región consigue tener una mayor representatividad, consecuentemente, las reivindicaciones de la región serán mejor apreciadas y hasta atendidas por el gobernador. Esto independientemente de que el elemento sea del PT34, del PSBD35, del PTB36, no importa. Importa que el elemento tenga vínculo, que tenga relación con nuestra región.

34 Partido dos Trablhadores. 35 Partido da Social Democracia Brasileira. 36 Partido Trabhaladores Brasileiro. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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La importancia de los ‘diputados mayoritarios’ se aclara, una vez inserta en la imagen común de que ellos representan a la región. Un diputado comprometido con la región, que tenga vínculos con ella, se torna más importante y representativo, independientemente de su eventual definición partidaria. El voto por un candidato con chance de una victoria clara en la región, bien colocado en las encuestas, revela de ese modo una lógica consonante con la inteligibilidad del sistema. Es pertinente atribuir al uso político de la identidad, teniendo en vista una cierta percepción del funcionamiento de la política, un elemento de estrategia o cálculo, sea por parte de los candidatos, sea por parte de la población. Pero es posible, también, considerarlo como una forma de referir la acción política a un contexto colectivo, correspondiente al carácter de red que resulta de la relación política personal aparentemente atomizada. La identidad representa la dimensión sociológica de un sistema político fragmentario, resultante del personalismo. En Buritis, la identidad local o regional es primordial en la percepción de la dinámica de la vida política y se imprime en las preferencias electorales. El recurso a la identidad local y regional representa el nexo que posibilita el tránsito entre los diferentes niveles de la relación política: del cuerpo a cuerpo posible en el nivel municipal a los vínculos menos tangibles en las esferas estatal y federal. El sentido político de la identidad puede ser comprendido como una perspectiva ampliada del vínculo personal. La identidad permite una operacionalización política, en la medida en que el funcionamiento de ésta es percibido como una red de relaciones y fidelidades personales pasibles de ser activadas por quien es conocido. El significado político del territorio no se restringe, por lo tanto, a la delimitación de una circunscripción político-administrativa. El municipio, por ejemplo, posee una personalidad política propia. Es percibido como un cuerpo colectivo, totalidad inclusiva a la cual se atribuye filiación. Ser ‘hijo de la tierra’ es tanto tener amor a su gente, su historia y tradiciones, como apreciar el paisaje natural -con sus accidentes geográficos- y las construcciones humanas -con sus idiosincracias locales. El mundo natural y el mundo físico de las construcciones son una ‘bolsa de huesos’, depósito de elementos indiciales que aseguran la memoria y, por lo tanto, la identidad. Ser ‘hijo de la tierra’ es percibido como una garantía de ‘dedicación’ a ella: “a veces entra un intendente que no es hijo de aquí, no tiene tanta dedicación”. En tanto totalidad que abarca un territorio empírico al que se atribuye autonomía política, el municipio sirve de soporte a un sentimiento de pertenencia como referencia visible y común de una comunidad de hombres. Es una persona moral. 178

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A través de la identidad local o regional, el vínculo con lo próximo, lo conocido, es revestido de los calificativos ideales de un orden moral al cual la pertenencia es tenida como natural, tratándose de una inclusión no voluntaria. Se está inserto en él por vínculos afectivos conferidos por la ‘naturalidad’, o sea, por el lugar de nacimiento o por adopción afectiva de la identidad del lugar de residencia. El vínculo identitario se encuentra estrechamente asociado a la idea de ‘pertenencia’, o sea, de inclusión en una totalidad sustantiva. Así, la política es percibida como una totalidad abarcadora que guarda -o debería guardar- las características de la vida comunitaria. Los compromisos políticos resultantes del vínculo identitario subvierten los principios teóricamente consagrados de la representación política. El sentido político de la identidad, a través de la base moral que la constituye, confiere legitimidad a prácticas políticas consideradas inadecuadas bajo aquel prisma -como la negociación de recursos para el reducto electoral. Ese sentido político de la identidad, aunque no lo sustituye, se sobrepone sociológica e ideológicamente al papel de los partidos, compitiendo a veces con ellos. En tanto forma de referir la acción política a un contexto colectivo, la identidad asume un papel que compite con el desempeñado por aquellos, sea como fundamento de la asociación, sea como instancia de legitimación. En el modelo liberal, investido de una noción de democracia plebiscitaria, el contrapunto del individualismo que le es subyacente, se encuentra en el presupuesto del agrupamiento partidario de la representación parlamentaria. En ese modelo, el voto es índice de la opción individual por un conjunto de intereses y proyectos colectivos demarcados diferencialmente por los partidos políticos. El resultado del voto tendría como apoyo legitimador al sentido de lo colectivo otorgado por los partidos políticos y sus respectivos idearios. Mientras que en el modelo de sociabilidad partidaria, el principio ideal de acción política es la lógica de los intereses individuales según una racionalidad instrumental strictu sensu, en la sociabilidad comunitaria hay una apelación inequívoca a la identidad y a la tradición que marca otra lógica de operación del sistema, el cual es percibido como una red de relaciones jerárquicas. El sentido de colectividad que la identidad local o regional confiere a las acciones políticas es el correlato ideológico ampliado del valor conferido a la categoría de persona, la cual transfiere un contenido moral a relaciones cuyo sello principal es la particularidad. El sentido político de la identidad, como el de la persona, se funda en la identificación, en una igualdad de origen. El sentimiento de ‘pertenencia’ que le subyace es el correlato sociológico de la adhesión personalista. En el uso político de la identidad se encuentra el mismo empleo de la identificación afectiva y del valor de la © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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‘proximidad’ que fundamentan la relación político-elector, relación entre personas -más allá de adecuarse a la forma de comprensión de la lógica operante en el sistema político. Como la persona, la identidad local o regional es un signo de fidelidad a los compromisos y promesas, dimensionados por el cuerpo moral del municipio o comunidad. Se puede decir que la noción de identidad local o regional proporciona el nexo más explícito del sistema político, entendido no sólo como estructura formalizada de instituciones, sino como un patrón establecido de comportamientos y valores. Ella es el ‘operador totémico’ de lo político, posibilitando en la actualización, la conversión en el plano de los valores, bajo una imagen colectiva y legitimadora, de lo que sería de otro modo descalificado como una acción individual y fragmentaria. Esta identidad representa el aspecto propiamente político o ideológicamente abarcador, de una dinámica política personalista que se tornó institucional. Estableciéndose como vínculos entre personas políticas, los vínculos entre los diferentes niveles de articulación del sistema político -municipal, estadual y federal- y la economía de las relaciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, son asentados y justificados como solidaridades regionales. Si, en cierto sentido, la identidad regional se remite a la idea de nación -que toma igualmente un territorio como elemento definidor de identidad política-, en otro le es contradictoria, en la medida en que ideológicamente la nación es la colectividad que se percibe como fundamentalmente constituida por individuos (Mauss 1953:54) y que resulta de procesos sociales que rompieron históricamente las solidaridades regionales (Weber 1976). En el contexto ideológico en cuestión, las identidades locales y regionales configuran sociológicamente, por su referencia empírica, la dimensión concreta que en otro plano delimita y califica la persona política. En cuanto la definición moderna de nación remite a la sociedad política de los ciudadanos (independientes), el uso político de la identidad se refiere a la noción de comunidad y a los lazos de sustancia (relación de personas políticas).

El ansia por una dignidad que no les fue atribuida por ser ellos y el mundo como son, crea esta concepción ... de una importancia frente a una instancia divina con un orden de dignidad diferente. Max Weber.

social y política del BraLasilcenadtraquiliriódadladefuerlaszareylalaciodenesbiliperdadsodelnalessenentidola vida común. Explicándolo todo, pasó a esclarecer muy poco. Sinónimo de la garantía de la sustentación de pri180

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vilegios o de la jerarquía -como lo demostraran ejemplarmente Buarque de Holanda y, posteriormente, DaMatta- el predominio de las relaciones personales, invadiendo la sociedad, posee una singular capacidad de permanencia, bajo las nuevas circunstancias. Se trata de un poder de duración que en ellas posee una función estructurante. A despecho de esa permanencia, ella no opera como un moto continuo independiente y externo. Ella posee la fuerza inercial de una dinámica social que se tornó institucional bajo el peso de la historia y de la reproducción de hábitos cotidianos. La incursión etnográfica en Buritis reveló, desde el nivel más local al más inclusivo, a la persona como eje significativo de la política, como valor. Siguiendo la huella de Mauss (1974) en su estudio del desarrollo occidental del concepto de persona, se puede decir que la persona como valor se inserta en una vertiente de la tradición moral occidental, la cristiano-católica. Este abordaje fue una manera de lidiar con la paradoja que supone tratar con una categoría profundamente enraizada en la tradición cultural de la cual es heredera la sociedad brasileña, sin ignorar el hecho incuestionable de su singularidad. Enraizada en una concepción cristiana, la persona vehicula una demanda de igualdad, usualmente considerada prerrogativa del individuo. Con todo, la igualdad representada por la persona expresa una aspiración. Su sentido no es el mismo que aquél representado en el universo del individuo, en el cual desde el iluminismo la igualdad asumió –por estar fundada en la ‘naturaleza humana’- el carácter de idea-fuerza al ser concebida como un derecho. La igualdad en la persona es pimordialmente un atributo moral, no secularizado. El sentido de derecho expresado por la igualdad en la órbita del individuo se encuentra inscripto en un orden político concebido como asociación, siendo que la legitimidad de ese orden se encuentra anclada en aquel sentido de derecho. En estos términos, el espacio social concebido en el universo significativo de la persona es una red de relaciones, de las cuales depende la igualdad para efectivizarse. En una sociedad histórica y estructuralmente estratificada, la ruptura de la distancia social por la intimidad es tomada como condición de la construcción de una igualdad siempre contingente -lo que introduce un importante elemento de seducción en la órbita de las relaciones políticas. Conferir relevancia a la persona como categoría nativa hizo posible reconocer la importancia del status ideológico del concepto de persona, lo que permitió emanciparlo de la cárcel funcional en la que ha sido usualmente confinado por la teoría. Tomando el estudio de Mauss como referencia, se puede decir que la noción de individuo representaría el desarrollo final de la categoría de persona como un ser dotado no sólo de auto-consciencia moral sino también de © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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autonomía de la voluntad y, por lo tanto, del poder de crear el mundo social, y destinado también a la libertad de alterar los propios valores y recrear el universo de las reglas morales. Mientras que la construcción teórica de individuo pasó a lidiar con esa dimensión de la voluntad, al incluir toda la compleja gama de problemas inherentes a la relación entre el mundo ideológico y el orden prevaleciente -contradicción entre el mundo ideal y el mundo real-, las especulaciones antropológicas en torno de la persona, con todo, depositaron en este concepto la expresión de la preeminencia de la sociedad: la persona es el individuo despojado de interioridad, voluntad, libertad. Ese tratamiento no es incidental37, teniendo en cuenta el hecho de que mientras que la construcción conceptual del individuo lo remite a las sociedades occidentales económicamente desarrolladas -en las cuales se encuentran los centros de producción de conocimiento antropológico-, el concepto de persona fue empleado para lidiar con sociedades no occidentales. Para un clásico de la antropología como Radcliffe-Brown (1973), por ejemplo, la persona representa la unidad mínima de la estructura social, que es un sistema de posiciones y funciones. La persona es un lugar estable en la estructura, dictado por la norma. En tanto posición, las personas no existen siquiera como organismos: son unidades definidas por reglas sociales, partes de un totalidad representada por la estructura, y garantía de su continuidad38. La solidaridad entre la persona como posición y la norma social no podría dar expresión si no a una sociedad estable, pues en ella los hombres son máscaras fundidas a imagen y semejanza del mundo social. En Brasil, el tratamiento dado a la persona no ha sido diferente. Si bien reconoce un universo moral en los dominios de la persona, el tratamiento dado por Da Matta al concepto conjuga a la persona con la posición, el papel social, y con el universo de las reglas y relaciones que la garantizan39. Así, para Da Matta (1983), individuo y persona expresan el 37

Aunque predominante no es, evidentemente, exclusivo; baste con recordar a Leenhardt (1974).

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Radcliffe-Brown (1979: 13, cursiva del autor) dice expresamente: “los componentes o unidades de la estructura social son personas, y una persona, es un ser humano considerado no como organismo, sino ocupando una posición en una estructura social”. Es interesante observar que inclusive en la interacción social las personas son controladas por normas, reglas, patrones, y es exactamente por esa determinación que él define las relaciones sociales.

39 Escribe Da Matta (1985: 170) respecto del rito de separación por él analizado, denotado por el uso de la ex-

presión ‘¿usted sabe con quién está hablando?’: “Uno de los dos denominadores comunes de todas las situaciones, sin embargo, es la separación o diferenciación social, cuando se establecen las posiciones de las personas en el sistema social... la expresión permite pasar de un estado a otro: del anonimato (que indica la igualdad y el individualismo) a una posición bien definida y conocida (que indica la jerarquía y la personalización)”. En otro pasaje agrega: “somos mucho más sustantivamente dominados por los papeles que estamos desempeñando que por una identidad general que nos envía a las leyes generales que tenemos que obedecer, característica dominante de la identidad del ciudadano” (Ídem: 153). Papeles o posiciones expresan la persona: “la noción de persona puede entonces ser sumariamente caracterizada como una vertiente colecti-

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‘código doble’ que rige a la sociedad brasileña: por un lado, un sistema de personas; por el otro un universo de individuos. La persona se remite al ‘esqueleto jerarquizante’ de la sociedad brasileña, por contraposición al individuo, sujeto al anonimato y a las leyes, y, por lo tanto, referido a la faceta moderna de aquella. Afirma: “es como si fuesen dos mundos diversos” (1983:192) aunque complementarios.40 Reconocer el significado de la categoría persona -precisamente en referencia a la dinámica contradictoria en que un sentido específico de igualdad conforma una estructura de relaciones jerárquicas- permite suplantar la perspectiva dualista y el recurso poco satisfactorio a la coexistencia de ‘un código doble’ expresado por la oposición teórica entre individuo y persona. El no ignorar las paradojas de la acción social en términos de la interacción compleja entre los valores y la estructura de las relaciones es un camino para enfrentarse al dualismo al cual se apela recurrentemente para comprender a la sociedad brasileña. Dualismos que evidencian una dificultad ideológica de parte de sus formuladores teóricos, en razón de un profunda identificación con los valores de la modernidad occidental. Esa dificultad no está desprovista de consecuencias; ella alimenta una ‘consciencia de atraso’, que es una especie de transfiguración de la situación de dependencia colonial. Esa consciencia de atraso, imprimiéndose en la imagen de la nación, dificulta una aprehensión más pertinente de los dilemas y posibilidades político-culturales del país. Tener en cuenta el carácter contradictorio de la vida social en términos de la lógica perversa que, sistemáticamente, convierte el deseo de igualdad en instrumento de mantenimiento de relaciones jerárquicas es confrontar la antinomia de la acción social, cuyos resultados muchas veces contradicen el significado antepuesto a ella. Tal vez allí se encuentre un camino posible para pensar las formas alternativas de construcción de la ciudadanía y de la democracia. La preeminencia de las relaciones personales tiene su fundamento en un universo de valores cargado de tensión y ambivalencia significativa. El examen de la categoría y del valor de la persona -cuya importancia se traduce en acción social y en actos de elección política- revela que su sentido no refiere exclusivamente a un universo jerárquico, como se ha enfatizado comúnmente en la ciencia social brasileña. Tomando lugar en él, remite a una cosmología -cristiana y católica- cuya vigencia en los segmentos populares ha sido espaciada y escasamente explorada en términos teóricos. El drama representado por el valor va de la individualidad, una máscara que es colocada sobre el individuo o entidad individualizada (linaje, clan, familia, mitad, club, asociación, etc.) que de ese modo se transforma en ser social” (Ídem:173). 40 Esa escisión es expresado por él (1985) a través de otro par de opuestos, la casa y la calle –el dominio de la

familia y del grupo local, y del ‘universo generalizador de las leyes’– al que posteriormente dio un mayor desarrollo. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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nativo de la persona propone y revela un sentido de igualdad como expresión de un deseo no realizado. La persona comporta, contrariamente al individuo, el sentido de igualdad y diferencia: igualdad moral y distinción social. Mas allá de eso, el sentido de igualdad referido a la persona difiere de aquél relacionado a la categoría de individuo, para quien la igualdad sufrió un proceso de naturalización. Para la persona, siendo un ideal moral, la igualdad se encuentra permanentemente dependiendo de la relación. La persona define un campo significativo marcado por los límites simbólicos y prácticos de la tela social que ayuda a construir, sin dejar de expresarse como deseo-evasión, sueño que ocasionalmente puede emerger en acción, como revuelta. La política se imagina como un espacio concreto de establecimiento de relaciones puntuales entre personas, estableciendo relaciones según el principio de reciprocidad, que supone la equivalencia de las partes. Mientras que la persona política establece en el plano de la efectividad de sus relaciones tanto la diferencia como la desigualdad. Pero la persona como valor guarda el sentido de una igualdad deseada, aunque no vivida. Si la jerarquía es un hecho, ella no es un valor reconocido. Aún así, el valor de la igualdad no se manifiesta como idea política, reivindicación consciente de la ciudadanía: aunque es el emblema principal de la persona, es subsumido por la relación entre hombres -con su materialidad social inscripta en el nombre y la posición. Relaciones verticalizadas, empiria históricamente construida, pesando sobre las espaldas del sueño de igualdad.

Este artículo salió publicado en : PALMEIRA M. y M. GOLDMAN M. Antropología, voto e representação Política. Contra Capa, Río de Janeiro. Traducción: Víctor Lavazza. Revisión: Fernando A. Balbi, Ana Rosato y Julieta Gaztañaga.

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La lealtad antes de la lealtad: honor militar y valores políticos en los orígenes del peronismo1. Fernando Alberto Balbi Camaradas: nuestra voz de orden: Fe y Lealtad. (Palabras finales del último boletín del G.O.U., el número 18, del 28 de febrero de 1944) La vida de un peronista debe ser continua demostración de lealtad hacia la Patria, hacia el Jefe del Movimiento, hacia el partido y hacia sus compañeros peronistas. (Eva Perón, Las Fuerzas Espirituales del Peronismo)

falta un espíritu aventurado para hacer generalizaciones respecto del Hace contenido de la casi infinita bibliografía académica dedicada al peronismo. Incluso si se toma un tema relativamente modesto –un determinado acontecimiento de la historia del peronismo, algún elemento de su doctrina, la biografía de alguna de sus figuras destacadas...- es imposible abarcar en su totalidad la miríada de menciones a la cuestión que han de aparecer en esa bibliografía2, pro1 El presente artículo expone resultados preliminares de la investigación que he estado desarrollando desde

1998 con vistas a la redacción de mi tesis de doctorado. Agradezco a Ana Rosato la cesión de materiales de campo esenciales para mi trabajo, así como sus comentarios sobre las sucesivas versiones del texto. Asimismo, Julieta Gaztañaga revisó y comentó las diversas versiones del artículo, por lo que le estoy muy agradecido. Este trabajo ha sido realizado parcialmente con el auspicio de la Beca Esther Hermitte, de la Fundación Antorchas. A lo largo del texto he utilizado las itálicas para denotar los términos nativos correspondientes al vocabulario peronista. Puesto que algunos de los mismos vocablos son utilizados por los militares argentinos y me interesa distinguir claramente entre ambos tipos de discursos, empleo las comillas dobles para diferenciar el vocabulario militar. Las comillas simples han sido empleadas para relativizar algunas expresiones. Las itálicas también han sido empleadas para los términos en idiomas extranjeros y para las citas textuales presentadas en párrafo aparte; asimismo, las comillas dobles son usadas para las citas textuales incorporadas al cuerpo de texto. 2 Más allá de la innegable centralidad del peronismo en la historia política argentina de los últimos sesenta

años, la inimaginable cantidad de trabajos dedicados a esta corriente política –y, especialmente, de trabajos dedicados a descubrir su naturaleza y su significado- se encuentra en estrecha relación con el hecho de que, por mucho tiempo, “«explicar el peronismo» fue sinónimo de «explicar la Argentina»” (Neiburg, 1998:14). Así, “interpretar el peronismo fue un tema central en los combates intelectuales argentinos, de tal forma que, para ser escuchado, cualquier individuo interesado en hablar sobre la realidad social y cultural del país debió participar en el debate sobre sus orígenes y su naturaleza” (Neiburg, 1998:15). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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blema que se agrava substancialmente si uno pretende extender su atención hacia la aun más exuberante literatura periodística o al casi esotérico universo de ensayos escritos al calor de los debates políticos de los últimos sesenta años y publicados por pequeñas editoriales, muchas veces a expensas de los propios autores. Sin embargo, no puedo sino hacerme cargo del riesgo de cometer un error para decir que no existe, que yo sepa, un estudio de largo aliento sobre la lealtad peronista, sobre el origen del concepto, su significado o significados y su lugar en la praxis de los peronistas. Este vacío en la extensa producción sobre el tema asombra cuando se tiene en cuenta que dicho concepto es uno de los tópicos centrales de la doctrina peronista, el eje de la concepción peronista de la conducción política, un elemento recurrente en los discursos, escritos y declaraciones públicas de Juan Domingo Perón y de Eva Perón y -en general- un término característico del vocabulario de los dirigentes, militantes y adherentes peronistas hasta el día de hoy. Existen, sí, casi infinitas apariciones de la expresión (y de sus correlatos: leal, fiel, traición, traidor, etc.), las cuales varían entre la absoluta ausencia de problematización que se encuentra especialmente, aunque no de manera exclusiva,3 en textos de autores peronistas que la emplean como un concepto propio y de sentido auto evidente4, y su tratamiento -normalmente no explícito- como expresión crasamente ‘ideológica’, en el sentido general de una expresión deformada e interesada de la realidad.5 Por otra parte, además de esas casi intrascendentes apariciones ocasionales, es posible encontrar una serie de trabajos dedicados a cuestiones, por decirlo de algún modo, limítrofes con el análisis del concepto de lealtad. Se trata, precisamente, de trabajos dedicados a hechos destacados y/o formalizados que coinciden con las ‘apariciones concretas’ más llamativas del concepto.6 Me apresuraré a apuntar que se trata en 3 Véase, por ejemplo, el imprescindible trabajo de Moira Mackinnon (2002) sobre los primeros años del Partido

Peronista. A lo largo de todo el libro, la autora se refiere a las “lealtades partidarias” y las “lealtades a personas” de diversos actores; en todos los casos, el término ‘lealtad’ aparece por su valor literal -denotando que la persona a quien se atribuye una u otra ‘lealtad’ actúa en beneficio del individuo o de la organización que es objeto de la misma- sin que el hecho de que la misma palabra fuera empleada por los actores sea traído a colación en ningún momento. Cf.: Mackinnon, 2002: particularmente el capítulo V. 4

Para un ejemplo reciente, véase: Cafiero, 2002.

5 En este último tipo de tratamiento, el concepto de lealtad aparece bien como un ‘mero’ término nativo carente

de otro sentido que no sea el litúrgico y obscurecedor de la realidad, bien como una expresión puramente ‘retórica’ propia del repertorio verbal empleado por los peronistas para atacarse entre sí (acepción, esta última, habitualmente adoptada en los medios de prensa y compartida por buena parte de la producción académica en ciencias políticas y sociología) o, por último, como ambas cosas a la vez. Un buen ejemplo de la reducción de la lealtad al status de mero instrumento es el representado por el análisis dedicado por Plotkin (1994) a la propaganda política de los dos primeros gobiernos de Perón. 6 En este plano encontramos trabajos dedicados, en primer lugar, a los acontecimientos del 17 de octubre de

1945 (Plotkin, 1995; James, 1995; De Ipola, 1995; también el trabajo de Neiburg incluido en este volumen),

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todos los casos de análisis absolutamente necesarios dedicados a cuestiones que debían ser analizadas; no se trata, en este sentido, de restarles importancia ni de criticarlos sino de apuntar el hecho de que un tipo de análisis que a mi juicio constituye un complemento fundamental para esos trabajos aun no ha sido emprendido: me refiero al análisis del lugar ocupado por la lealtad en la praxis de los actores que se definen como peronistas. Mi propio trabajo me ha convencido de que, lejos de representar un mero recurso retórico o vocablo ideológico, la lealtad constituye un factor eficiente en la praxis de estos sujetos. De acuerdo con lo que sugiere el análisis de mis materiales de campo y de diversas fuentes documentales puede decirse, de hecho, que la lealtad es un valor moral7 para esos actores, entrando como supuesto de sus acciones en la medida en que reviste una carga moral positiva (por la cual se presenta ante sus ojos como una actitud obligatoria y deseable a la vez) y se encuentra asociada con fuertes emociones. Este tipo de observación no puede ser realizada en el marco del análisis de la forma en que el gobierno de Perón organizó los “rituales” del Día de la Lealtad como parte de su política para legitimarse, ni de un análisis de los enfrentamientos simbólicos centrados en el contenido del “mito” del 17 de octubre o del contenido de los discursos de Perón, porque todos esos análisis –razonablemente- se centran en considerar al concepto de lealtad como un medio de las acciones de actores determinados en contextos determinados. Por el contrario, el contenido moral y emotivo del concepto resultan evidentes cuando se examina la vida cotidiana –excediendo incluso el marco de las actividades directamente relacionadas con la ‘política’- de diversos actores identificados como peronistas, ya sean dirigentes, militantes o simples adherentes. Es posible, por ejemplo, observar que el concepto de lealtad sirve como un parámetro en base al cual los militantes juzgan moralmente a sus compañeros. Anteriormente (Boivin, Rosato y Balbi, 1998)8 he tenido la oportunidad de analizar una situación producida en 1995, en la cual los integrantes de un sector interno del Partido Justicialista de una pequeña ciudad fueron acusados de haber traicionado a sus compañeros promoviendo el voto en favor de un candidato los relatos posteriores acerca de los mismos (Plotkin, 1994, 1995; Neiburg, 1995, 1998) y el papel de Eva Perón –por entonces prometida del coronel Perón- en ellos (Navarro, 1995). En segundo término, encontramos los análisis dedicados a la propaganda política desarrollada por el gobierno de Perón entre 1946 y 1955, que contempló la institución del feriado del 17 de octubre como Día de la Lealtad (Plotkin, 1994, 1995). 7 Encuentro muy adecuada a fines operativos la definición de “valor” elaborada por Julian Pitt-Rivers para su

propio trabajo etnográfico: “[the values] ...are not in my usage purely ethical but in the first place cognitive values, concepts whose ethical content is built into them and becomes apparent only according to context, a part of the ethnography...” (1971:XVIII). 8 [Nota de los Editores: Véase la versión en español de este trabajo en el presente volumen, titulada:

“‘Frasquito de anchoas, diez mil kilómetros de desierto... y después conversamos’: etnografía de una traición”.] © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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opositor. En años posteriores, los dirigentes del sector mayoritario intentaron rehacer las relaciones con la línea así acusada a fines de cerrar filas de cara a nuevos procesos electorales. Sin embargo, aunque los dirigentes de ambos sectores concretaron sucesivos acuerdos que les permitieron mantener la unidad formal para varias elecciones, los militantes del sector mayoritario siguieron desconfiando de sus compañeros y aguardando que se produjera de un momento a otro una nueva traición, actitud de sospecha que ha generado diversos roces y enfrentamientos, prolongándose hasta el presente. Asimismo, es menester destacar el hecho de que si bien es cierto que los conceptos de lealtad y traición son empleados por dirigentes y militantes como recursos retóricos en arenas públicas –esto es, para atacarse o ponderarse unos a otros, por lo general a través de los medios de comunicación masiva-, la observación de la cotidianidad de estos sujetos muestra claramente que también los emplean de la misma manera en el curso de aquella parte de sus actividades políticas que se desarrolla en situaciones que escapan al conocimiento de la población, lo que implica que resultan igualmente poderosos cuando el ‘público’ ante quien se los pronuncia está compuesto por pares del hablante, por otros políticos profesionales y militantes peronistas. 9 Es más, es posible observar a los mismos actores empleando aquellos conceptos como parámetros del establecimiento de juicios respecto de sus compañeros en el marco de su vida privada, aún cuando al mismo tiempo los empleen públicamente en un sentido diametralmente opuesto.10 De más está decir que este tipo de uso ‘privado’ de los conceptos en cuestión es común entre las personas que se identifican como peronistas sin ser militantes ni dirigentes.11 Si dejamos de lado las actividades partidarias, se observa también la existencia en las casas de dirigentes, militantes y adherentes peronistas de retratos –frecuentemente sumamente estilizados- de Perón y Eva Perón, y a veces de pequeños altares dedicados a ellos, los cuales suelen ser objeto de fuertes demostraciones emotivas. Pero jamás la carga emotiva asociada a la lealtad es tan clara como cuando observamos ya no los homenajes públicos a Juan Perón y Eva Perón organizados en los aniversarios de sus fallecimientos por dirigentes y 9 Hemos observado reiteradamente este tipo de situación en la provincia de Entre Ríos. Asimismo, la prensa

da cuenta de gran cantidad de situaciones similares en el ámbito de la política nacional. También se encuentran referencias similares en la bibliografía sobre el peronismo, tanto en textos ‘testimoniales’ como en textos académicos. Volveré sobre esto más adelante. 10 Además de la observación directa, este tipo de hechos se filtra ocasionalmente en la prensa, frecuentemen-

te en el marco de intentos de explicación de fuertes enconos personales entre dirigentes que, sin embargo, alternan enfrentamientos con períodos de alianza. Así ha sucedido reiteradamente en lo que hace a la relación entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde en el último lustro. 11 Así lo he observado al asistir a las actividades centradas en las tumbas de Perón y su esposa en los aniversa-

rios de sus fallecimientos. Volveré sobre este particular.

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organizaciones peronistas sino los cientos de pequeños homenajes privados que se suceden en los cementerios en esas fechas, mayoritariamente individuales, silenciosos y discretos, a veces espontáneamente colectivos y ruidosos, siempre emocionados y conmovedores. Las personas -algunas de ellas muy ancianas y/o con capacidades motrices reducidas- llegan, a veces desde muy lejos, para rendir su homenaje tal como –en muchos casos- lo han venido haciendo por décadas. Pacientemente, hacen fila para acercarse a los mausoleos con el objeto de tocarlos brevemente, rezar silenciosamente, a veces dejar una flor y alejarse. Algunas personas se quedan por minutos –y a veces por muchas horas- haciendo una suerte de vigilia junto a la tumba y tratando de no entorpecer a quienes llegan detrás. Todas las personas se muestran circunspectas, graves, claramente tristes, y es común que rompan a llorar. Algunos asistentes intentan involucrar a los presentes –por lo general desconocidos para ellos- en sus homenajes personales, generalmente de carácter religioso o patriótico y ocasionalmente artísticos, lo que da lugar cuando lo consiguen a escenas cargadas de emoción (rezos colectivos, declamaciones de poesía, toques de clarín, cantos grupales de la marcha peronista o del Himno Nacional, etc.). En los corrillos que se forman –y en las conversaciones casuales promovidas por el antropólogo- las personas suelen invocar a la lealtad como explicación de su presencia. Más significativo, empero, es el hecho de que muchas personas que no emplean la palabra ‘lealtad’ explican su presencia invocando un sentimiento de obligación para con los Perón, obligación que fundan en la idea de que tienen una deuda para con ellos porque todo lo que ellos hicieron, lo hicieron por el pueblo, por los pobres o por nosotros. En estas explicaciones, normalmente ofrecidas en tonos que revelan profundas emociones, encontramos implícito al componente básico del concepto de lealtad que analizaremos en un momento: su carácter recíproco, el hecho de que supone obligaciones de cada una de las dos partes para con la otra. La emoción y el sentimiento de obligación experimentado por estas personas revelan el hecho de que la lealtad es un supuesto de sus acciones. No dispongo aquí del espacio necesario para intentar responder a la obvia pregunta respecto del por qué de la pobre atención brindada hasta el momento a la lealtad peronista. Por otra parte, tampoco dispongo de una respuesta ni creo que exista una sola, vista la inmensa diversidad de perspectivas de los autores que se han ocupado de cuestiones relacionadas con el peronismo. Tan solo puedo atreverme a sugerir una serie de factores que posiblemente guardan relación con la ausencia de estudios sobre el concepto de lealtad en la bibliografía producida por autores que no se identifican como peronistas.

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En primer lugar (I), las ciencias sociales de nuestro país parecen estar dominadas por una desmedida atracción hacia lo ‘destacado’ y lo ‘extraordinario’ –o, más bien, por una notable falta de interés por todo lo que no lo es- que ha contribuido indudablemente a ocultar el hecho de que el concepto de lealtad ocupa un lugar eficiente en la praxis de los actores que se consideran a sí mismos como peronistas. A pesar de las ya añejas advertencias de Bronislaw Malinowski (1975) en cuanto a los peligros inherentes a la atracción por lo dramático y lo extraordinario, los científicos sociales argentinos en general -y aun los antropólogos sociales- tendemos con demasiada frecuencia a centrar nuestra mirada en aquellos acontecimientos que son, si no extraordinarios, al menos destacados al punto de tornarse llamativos, fácilmente ‘visibles’. En efecto, las organizaciones formales, los rituales, las ceremonias y -en general- toda interacción que presente un carácter formal más o menos evidente, así como los diversos tipos de ‘textos’ producidos por los actores (escritos, fílmicos, etc.), todos estos fenómenos brillan ante nuestros ojos como si estuvieran dotados de una luz interior. Existe en esto, creo, una suerte de ‘virtud de lo destacado’, de lo altamente formalizado –un ritual o una forma de interacción fuertemente estandarizada, un texto escrito, un discurso político, una organización– que en virtud de su propio aspecto que asemeja ser una entidad delimitada nos invita a observarlo (sobre todo en sus rasgos formales y en sus objetivos, tanto aparentes como implícitos). Una segunda razón (II) por la cual el análisis del concepto de lealtad no ha sido adecuadamente tenido en cuenta12 es, me parece, la generalizada tendencia a tratar todo lo referente al ‘vocabulario político’ en términos de un análisis del discurso frecuentemente devaluado, tratando todos los conceptos nativos como meros recursos retóricos; no ha de ser ajena a esto, quizás, una cierta visión –compartida con el sentido común- de la política como un mundo de actores crudamente ‘racionales’, individuos maximizadores totalmente exentos de condicionamientos normativos, morales, etc.13 En estos términos, la pre12 Cabría quizá agregar una razón adicional: las dificultades que presenta semejante análisis, tanto si se lo con-

cibe como el examen abstracto de un concepto comprensible al margen de cualquier contexto socio-temporal determinado como si –según yo lo veo- se lo encara como un hecho social con una historia compleja y múltiples sentidos que sólo pueden ser aprehendidos plenamente en función de procesos sociales concretos. Lamentablemente, no dispongo aquí del espacio necesario para discutir las dificultades que involucra semejante empresa, para las cuales no tengo sino soluciones provisorias. 13 No todos los autores, sin embargo, incurren en este tipo de reduccionismo. Federico Neiburg, por ejemplo, ha

señalado acertadamente que los discursos acerca del 17 de octubre de 1945 constituyen el “mito de origen” del peronismo, en la medida en que proporcionan, hablando del pasado, categorías que permiten “comprender el presente y planear el futuro” (1995:231). Marysa Navarro (1995), en cambio, emplea el concepto de ‘mito’ con mucho menos rigor conceptual para referirse a los relatos respecto de la participación de Eva Perón en los hechos de octubre de 1945. Tampoco Mariano Plotkin (1994, 1995) se encuentra libre del sesgo ‘racionalista’ en su análisis de la “propaganda” del “régimen peronista”, el cual incluye a los “rituales” elaborados en torno del Día de la Lealtad.

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gunta respecto de los conceptos y categorías que pudieran contarse entre los fundamentos de la praxis ni siquiera se plantea. A ello se suma, en las últimas décadas, el interés creciente -marcadamente reduccionista en sus medios y sus intenciones- por el carácter creativo o constructivo de la acción social, esto es, por la ‘agency’, las ‘prácticas’, etc., y por los conceptos asociados de ‘estrategia’, ‘retórica’, ‘performance’, ‘poética’, ‘hábitus’, ‘capital’, ‘campo’, etc. Especulaciones al margen, no deja de llamar la atención el hecho de que el concepto mismo de lealtad no haya sido problematizado por los investigadores que se han ocupado de esas cuestiones ‘limítrofes’ que he mencionado, donde ese concepto ocupa un lugar central. Particularmente llamativo es el caso de los trabajos de Mariano Plotkin (1994, 1995), un autor que se ha ocupado nada menos que de la manera en que el gobierno de Perón intentó entre 1946 y 1955 establecer un complejo “ritual” anual dedicado nominalmente a la celebración del Día de la Lealtad. En la próxima sección me detendré a examinar el trabajo de este autor a efectos de sugerir la importancia de explorar una cuestión que él omite por completo.

Espectacularidad y carisma: las razones de una omisión. un libro muy bien documentado a examinar los mecaPlotniskinmoshadesdetidinacadosdo por “el régimen peronista” (expresión con la que el autor hace referencia a los primeros dos gobiernos de Perón entre 1946 y 1955) a generar “consenso político y movilización masiva” (1994:7). A tal efecto, analiza –entre otras cosas- “el proceso de creación de mitos, símbolos y rituales que constituyen lo que puede caracterizarse como imaginario político peronista” (1994:7), lo que hace partiendo de la afirmación de que “el peronismo intentó ocupar con su sistema simbólico la totalidad del espacio simbólico público, tornando imposible la existencia de sistemas alternativos” (1994:7; el énfasis es del original). El análisis desarrollado por Plotkin representa un aporte significativo al conocimiento histórico sobre el peronismo, aunque desde el punto de vista de un antropólogo social su empleo de conceptos tales como los de ‘ritual’, ‘consenso’ y ‘carisma’ parece bastante objetable. Sin embargo, la principal limitación de su libro radica en el plano totalmente externo de su observación, en la manera en que retrata los hechos que analiza como si estuviera contemplando un gran espectáculo: el espectáculo de la creación estatal de consenso. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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En efecto, su análisis se limita al examen de los aspectos más destacados y ‘visibles’ del proceso que pretende comprender. Por un lado (a), se priva de analizar el detalle de la forma en que los “mecanismos” de generación de consenso fueron producidos, ofreciendo solamente una caracterización sumaria de los principales actores –los cargos que ocuparon, su trayectoria política previa- y una descripción del “marco institucional” en que operaron. Nada nos dice acerca de cómo concretamente fueron planificados los “rituales” y las otras medidas destinadas a lograr la expansión del “sistema simbólico peronista” hasta ocupar en su totalidad el “espacio simbólico público”: esto es, acerca de quién, cómo y con qué criterios tomó cuáles decisiones concretas. Por el otro (b), centra explícitamente su “atención en el Estado y sus políticas, y no tanto en el impacto real que esas políticas tuvieron, lo que hubiera implicado la utilización de fuentes y metodologías de diferentes características” (1994:10). Esta opción –sobre la cual el autor no tiene nada más para decirnoses sumamente engañosa, puesto que la lectura atenta de la totalidad del texto desmiente una y otra vez la nítida distinción conceptual que el autor establece entre las actividades del Estado y su “impacto real”.14 Al implicar permanentemente una eficacia nunca demostrada de las políticas del “régimen”, el autor termina privando de ‘agencia’ a la población que era objeto de las mismas (un problema que caracteriza a buena parte de la bibliografía académica dedicada al peronismo), como veremos en un momento al referirnos al liderazgo de Perón. Cabría, por otra parte, objetar la distinción misma, la cual conduce al investigador a tratar esquemáticamente las acciones del gobierno analizándolas en una especie de vacío, como si lo que la población -por lo demás, claramente heterogénea- hubiera podido pensar al respecto no hubiese incidido sobre su planificación y ejecución. Solamente algunos actores ‘destacados’ -otra vez el ojo se centra en lo más llamativo- aparecen interactuando con el gobierno e incidiendo en el proceso de generación del consenso y de la legitimidad del gobierno: los sindicatos, la prensa, el Partido Laborista, la Iglesia Católica, etc. Ambas limitaciones afectan decisivamente a su tratamiento del “ritual” del 17 de octubre y su progresiva “domesticación” por parte del gobierno (lo mismo puede decirse en cuanto a la celebración del 1 de mayo). Las sucesivas celebraciones son descriptas como si se tratase de un film documental un poco 14 Por limitaciones lógicas de la extensión de este texto, deberá bastar con un ejemplo para ilustrar este punto.

Al finalizar su análisis del progresivo establecimiento de un control gubernamental sobre las celebraciones del 17 de octubre y el 1 de mayo, Plotkin concluye: Al manipular los símbolos y establecer rituales, Perón [obsérvese, de paso, la simplificación en cuanto a los actores del proceso concreto de producción de la propaganda política; F.A.B.] fue capaz de reforzar su imagen como líder carismático (...) Perón también usaba los rituales para recrear periódicamente la base mítica de la legitimidad del régimen: el contacto directo con el pueblo. (1994: 130)

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anticuado, organizando la narración en torno del “programa oficial” de cada una y registrando solamente la pompa, los discursos y algunos hechos destacados fuera de programa que el gobierno se ocupó de eliminar progresivamente (agresiones a las editoriales de periódicos opositores, etc.). El hecho de que tales hechos llamativos hayan sido finalmente eliminados es interpretado apresuradamente como la extinción de la “espontaneidad” propia de las primeras celebraciones y del 17 de octubre original, sin que se nos diga nada respecto de las actitudes y representaciones de las personas comunes que asistían a los actos porque ello cae fuera de los alcances del estudio. Una vez que el ‘público’ deja de desarrollar acciones extraordinarias, destacadas, se transforma en mero espectador –a lo sumo, por momentos, en un actor secundario- del espectáculo diseñado en el programa oficial. Asimismo, el hecho de que los símbolos católicos y nacionales hayan sido progresivamente reemplazados por símbolos propiamente peronistas, centrados en el establecimiento de un culto a los Perón y tendientes a producir una confusión entre el partido y el Estado –algo sin duda significativo, y muy bien advertido por el autor-, es explicado simplificadamente como el producto de la ya mencionada voluntad gubernamental de “ocupar con su sistema simbólico la totalidad del espacio simbólico público”, una nunca explicada –ni mucho menos demostrada- tendencia del peronismo a transformarse en una “religión política” (1994:48). De esta forma –y a despecho de que el autor se preocupe por señalar algunas disputas internas del “régimen”- la propaganda política y los demás “mecanismos” dedicados a producir consenso terminan apareciendo como si fueran el producto de una voluntad unificada que el autor frecuentemente confunde con Perón mismo (obsérvese, por ejemplo, el pasaje de la página 130 citado anteriormente). En definitiva, las acciones del gobierno de Perón parecen surgir de una caja negra y estar dirigidas hacia un espejo. En este contexto, no sorprende que el concepto de lealtad no sea problematizado en lo más mínimo. De hecho, si al autor le parece significativo el hecho de que las celebraciones de los días 17 de octubre hayan sido denominadas como “Día de la Lealtad”, ello es sólo porque originalmente la propuesta de declarar ese día como feriado nacional había sido hecha bajo el nombre de “Día del Pueblo”. El autor explica acertadamente esta discrepancia, advirtiendo que la propuesta inicial había partido de diputados laboristas -miembros del sector de aquel partido que se había negado a disolverse para integrarse en el nuevo Partido Peronista- quienes intentaban apropiarse de la efeméride, mientras que el gobierno había intentado hacer otro tanto introduciendo en el nombre del festejo la relación del “pueblo” con Perón. En rigor de verdad, todo

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esto que acabo de explicar no le merece a Plotkin más que diez palabras entre paréntesis: La sección rebelde del Partido Laborista también organizó su propio acto bajo el nombre de Día del Pueblo (significativamente el acto oficial fue bautizado “Día de la Lealtad”). (1994:108) La pregunta que Plotkin no se hace –y que tampoco parecen hacerse otros autores que se han ocupado de temas afines- es: ¿por qué “lealtad”? o ¿por qué fue esa la palabra elegida para bautizar al feriado conmemorativo establecido para cada 17 de octubre?. Es bastante evidente que la respuesta a esta pregunta hubiera implicado dejar de reducir el gobierno de Perón a una indistinta voluntad tendiente a instaurarse como “religión política”, pero me resulta imposible creer que esta sea la razón fundamental del autor para no ver una pregunta tan obviamente relevante para el tema que analiza. Lo esencial, me parece, es que Plotkin percibe al concepto de lealtad como no problemático, en la medida en que parte del supuesto -en sí mismo cuestionable- de que la relación de Perón con los sectores de la población que lo apoyaron puede ser entendida en términos de la idea de “liderazgo carismático”. Plotkin se muestra algo confuso a este respecto, sosteniendo en general que Perón legitimaba su liderazgo a través de la creación para sí de una imagen carismática, al tiempo que una y otra vez implica que el liderazgo de Perón era efectivamente carismático. Obsérvense, por ejemplo, la sutil diferencia existente entre las dos expresiones que he resaltado en el siguiente pasaje: Lo segundo (la creación del imaginario político) fue logrado por medio de la puesta en marcha de una maquinaria cuyo propósito era el adoctrinamiento y la organización de las masas así como la creación y el refuerzo de la propia imagen de Perón como líder carismático. (...) Es que aunque Perón surgió como un líder carismático el 17 de octubre de 1945, se hizo necesario mantener este carisma con vida a través de un intenso esfuerzo de propaganda... (1994:55; las negritas son mías). En definitiva, Plotkin alcanza una solución de compromiso a través de una apelación a Clifford Geertz que le permite referirse a “regímenes políticos en los que el poder se legitima a través de un liderazgo de tipo carismático, como era el caso del peronismo” (1994:77). Es, así, la idea de que el liderazgo de Perón era de tipo carismático la que tiñe todo el texto, a pesar de ser mucho más 196

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dudosa que la alternativa inicial y de que, al reducir relaciones de representación política heterogéneas y complejas a una simple relación abstracta de “liderazgo carismático”, priva de ‘agencia’ a los integrantes del “pueblo” que apoyaran a Perón, tratándolos como meros objetos de la construcción simbólica operada por el “régimen”. En este marco, la aparición del término ‘lealtad’ no podría aparecer como más natural. En efecto, si bien el término ‘lealtad’ es característicamente polisémico, lleva implícita la referencia a algún tipo de relación personal (un sesgo fundamental sobre el que me detendré en breve). En este sentido, su aparición en el contexto de hechos interpretados como caracterizados por una relación de “liderazgo carismático” resulta tan funcional que no suscita mayor problematización. Por supuesto, la condición de posibilidad de esta presunción es haber dejado previamente afuera del análisis lo que las personas del “pueblo” pensaban, sentían y hacían. Y esto es, en efecto, lo que Plotkin ha hecho explícitamente desde el comienzo. Sin embargo, la pregunta ‘¿por qué “lealtad”?’ debería ser formulada aún en estas condiciones. Porque por más que se suponga que Perón era un líder carismático y se aprecie la obvia correspondencia funcional entre ese tipo de liderazgo y un concepto que impone un matiz personal sobre cualquier hecho que denote, existen otros términos y expresiones que podrían haber asumido el mismo papel. ¿Por qué no ‘fidelidad’ entre el “líder carismático” y el “pueblo”?, ¿por qué no ‘hermandad’, ‘amor’, o ‘comunión’ entre ambos?. Todos estos giros podrían haber sido utilizados por la propaganda peronista. Al no reconocerlo y omitir la pregunta acerca del por qué del uso del vocablo ‘lealtad’ estamos implícitamente atribuyendo al gobierno de Perón una racionalidad que ninguna organización tiene y a la palabra misma una suerte de poder intrínseco de denotar el –digamos- vínculo carismático, una especie de sospechosa virtud simbólica atemporal. Pienso que la respuesta a la pregunta que he planteado puede ser elaborada partiendo del análisis de aquello que el análisis de Plotkin omite: esto es, aquella parte del accionar de los integrantes de los dos primeros gobiernos peronistas que transcurría por detrás del escenario público. Ahora bien, no soy historiador ni pretendo desarrollar mi investigación en ese terreno; sin embargo, la lectura de diversas fuentes históricas (textos y discursos de Perón y Eva Perón, escritos de personas que los conocieron, documentos varios) y de numerosos indicios dispersos por las páginas de la amplia bibliografía académica sobre Perón, su ascenso al poder y sus primeros gobiernos, me han permitido reunir materiales que sugieren que la utilización del término ‘lealtad’ no remite a la feliz creatividad de algún burócrata o funcionario político sino a su uso cotidiano © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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por el mismo Perón, gestado en su formación y desempeño como militar. En las próximas páginas desarrollaré esta afirmación, que no es en rigor sino una hipótesis ya que el intento de sustentarla adecuadamente a través de un estudio histórico exhaustivo habrá de quedar para otra oportunidad.

“Honor militar” y “lealtad” doméstica de Perón es de difícil acceso ya que Lalasvidafuencotestidia(másna, odigamemos, nos) ‘testimoniales’ existentes la narran siempre en clave política, lo que resulta comprensible si se tiene en cuenta que su esposa estaba directamente involucrada en la actividad política, al punto de llegar a ser el personaje más poderoso del gobierno –a pesar de que no ocupaba cargo formal alguno- después del propio presidente. En torno de Eva Perón se tejían toda clase de historias, tanto de parte de los opositores como de parte de los peronistas (Cf. Taylor, 1981; Navarro, 1995), lo que ha conducido a que todas las fuentes pretendidamente ‘testimoniales’ -o bien basadas en afirmaciones de ‘testigos presenciales’- respecto de la relación entre los Perón sean, en gran

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medida, tomas de posición respecto de Eva Perón y del peronismo en general.15 Por esta razón, no me internaré en este terreno. Es más plausible, en cambio, acceder a información respecto de la parte de sus actividades políticas que transcurría fuera de la escena pública. En este contexto se verifica la ya mencionada utilización del concepto de lealtad -así como de los otros que se le asocian. Así, diversas fuentes coinciden en afirmar que Eva Perón, conocida por su costumbre de calificar y descalificar públicamente a los dirigentes peronistas en términos de lealtad-traición, se expresaba privadamente en los mismos términos (Cf.: Mercante, 1995:91; Cafiero 2002:53 y ss.). Tanto esto como las profesiones públicas de lealtad hacia Perón y Eva Perón que solían hacer funcionarios y dirigentes –así como la escrupulosa exigencia que muchos funcionarios hacían a sus subordinados en tal sentido- revelan, cuanto menos, que se trataba de un recurso efectivo para tratar con sus destinatarios, que eran básicamente el propio Perón y –cuando las demostraciones provenían de tercerostambién su esposa. La imagen que las numerosas referencias dispersas en este sentido sugieren es la de que los miembros del círculo más estrecho de Perón trataban entre sí lejos de los ojos de la población apelando regularmente al concepto de lealtad, tal como lo hacen hoy los actuales políticos y militantes peronistas. Esto no deja de ser lógico si se tiene en cuenta que el propio Perón parece haberlo hecho, apelando al apoyo de sus aliados en términos de ‘lealtad’ y refiriéndose a sus enemigos en términos de ‘traición’. Así, en los albores de su carrera política –y justo cuando esta parecía estar a punto de desbarrancarse-, escribía, desde su lugar de detención, a su amigo y colaborador Domingo Mercante el 13 de octubre de 1945: Mi querido Mercante:

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‘Retratos’ de Perón y Eva Perón y un ‘análisis’ de su relación pueden ser encontrados en: Luna, 1991: cap. IX. Para una biografía ‘negativa’ de Eva Perón –que retoma todos los tópicos de su retrato antiperonista-, véase: Main (1956). Comprensiblemente, Erminda Duarte (1972) construye un retrato romántico de la figura de su hermana, mientras que Pichel (1993) ofrece una visión idealizada de Eva Perón basada en su trato personal con ella, de quien declara haber sido “amiga”. Mercante (1995) ofrece una pintura ambigua de Eva Perón y de su relación con su marido, mezcla de admiración por el personaje y de la convicción de que ella fue responsable de la defenestración política del padre del autor, Domingo Mercante, amigo y principal colaborador de Perón en los años de su ascenso (Mercante fue dos veces electo como gobernador de la provincia de Buenos Aires, la segunda de ellas obteniendo porcentajes más favorables que los conseguidos por el propio Perón en su reelección como presidente; a partir de ese momento, Mercante fue excluido del círculo íntimo de los Perón y posteriormente se prohibió la mención de su nombre en la prensa). En cuanto a las biografías de origen académico, la de Marysa Navarro (1981) es generalmente considerada como la más seria; cabe mencionar, asimismo, el trabajo del historiador peronista Fermín Chávez (1996), quien intenta fundar su versión abiertamente positiva de la figura de Eva Perón apelando a fuentes debidamente documentadas. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Yo estoy instalado aquí, incomunicado a pesar de la palabra de honor que me dieron en su presencia. El Independencia me condujo y cuando llegué aquí supe lo que vale la palabra de honor de los hombres. Sin embargo yo tengo lo que ellos no tienen: un amigo fiel y una mujer que me quiere y que yo adoro. Mando más que ellos porque actúo en muchos corazones humildes. (...) La ingratitud es flor lozana de nuestros tiempos. Se la vence con los valores eternos y esos Dios no los reparte sino en una ínfima proporción de los vicios. La virtud crece con el sufrimiento y el dolor es su maestro, esperemos de Dios la recompensa, que los hombres son pérfidos y traidoramente injustos. (citado en Luna, 1992:335 y 336)16 La aparición del universo conceptual de la lealtad -en este caso denotada por el vocablo “fiel”- y la traición en un pasaje dominado por los temas del “honor”, los “valores eternos” y la “virtud” no debe sorprendernos puesto que tales son los temas en donde se inserta la concepción militar de la “lealtad”, que es a lo que Perón estaba haciendo referencia (recuérdese que en ese momento aun era un actor en la lucha por el poder dentro de un gobierno militar, y que la política ‘republicana’ sólo era un horizonte lejano para él, y uno que, en rigor, ya parecía haberse esfumado).17 En efecto, es de su formación militar de dónde deriva el uso permanente del vocabulario de la lealtad por parte de Perón. Es fácil apreciar la similitud entre sus concepciones de la lealtad en ambos planos: el militar y el político. Pero antes de examinar esta cuestión, veamos brevemente al Perón soldado actuando en términos de “lealtad” militar.

16 Cabe mencionar, asimismo, la famosa carta que Perón escribe a Eva Duarte el 14 de octubre de 1945 desde

su lugar de detención en la isla de Martín García, diciéndole que apenas saliera en libertad se casarían y marcharían lejos en busca de un lugar donde vivir tranquilos –apuntemos que mientras Luna (1992) supone que Perón creía que su carrera política estaba terminada, Chávez (1996:61) piensa que él sabía que su carta sería interceptada y que introdujo esas líneas para convencer a sus enemigos de que pensaba retirarse de la política-. En dicha misiva, Perón se refiere a los responsables de su detención en términos que evocan al concepto de lealtad aunque sin citarlo expresamente. Escribe Perón: “¿Qué me decís de Farrell y de Ávalos?. Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida.” (citado en Luna,1992: 337). La referencia es para Edelmiro J. Farrell, entonces presidente de facto y para el general Eduardo Ávalos, por entonces jefe del regimiento de Campo de Mayo –el mayor del país-. Ambos habían sido hasta entonces aliados de Perón pero días antes Ávalos había emplazado a Farrell a que lo depusiera y arrestara, amenazando con iniciar una guerra civil (Luna, 1992:222 y ss.). Aparentemente, Farrell no opuso resistencia alguna, limitándose a ofrecer su propia renuncia, la cual fue rechazada. Ávalos sucedió a Perón en el Ministerio de Guerra, transformándose en el nuevo hombre fuerte del gobierno, aunque su flamante status no habría de durar más que unos días. 17 Félix Luna relata que, una vez removido de sus cargos y antes de ser arrestado, Perón permanecía en su

apartamento en medio de un clima de derrota. Allí explicaba “su actitud de renunciar sin intentar resistencia y mencionaba a los [oficiales] jefes que le habían sido leales” (Luna 1992:230).

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El GOU y la “lealtad” como factor de “unificación” institucional xisten diversas versiones de la creación del (sigla de Grupo Obra de EUni ficación o Grupo de Oficiales Unidos), la logia militar secreta que fue cenGOU

tral en la organización del golpe de estado del 4 de junio de 1943 y en el desarrollo del gobierno de facto subsiguiente.18 De lo que no caben dudas es de que Perón fue su actor principal ni de la importancia que la logia tuvo como medio de su ascenso hasta convertirse en el hombre fuerte del gobierno. La documentación secreta del GOU que ha sido conservada se caracteriza por el énfasis en la defensa del “honor” y de los “valores” militares, y en ese contexto la idea de “lealtad” ocupa un lugar central, siendo objeto de innumerables menciones. Un documento titulado “G.O.U. Bases”, “muy probablemente” redactado por Perón y que data de febrero o marzo de 1943 (Potash, 1984:21) expone los objetivos de la logia:

La obra de unificación, como una colaboración al bien del servicio, persigue unir espiritual y materialmente a los Jefes y Oficiales combatientes del Ejército, por entender que en esa unión reside la verdadera cohesión de los cuadros y que de ella nace la unidad de acción, base de todo esfuerzo colectivo racional. (...) Por eso es también misión de esta obra vigilar y aconsejar al camarada dentro de la más firme intransigencia ideal, la más absoluta fidelidad a los principios, la distinción cada día más neta entre lo ético y lo profano y la vigilancia asidua contra todo aquello que pueda rozar, aún lejanamente, el bien o el prestigio moral del ejército. (en Potash, 1984: Documento 1.1; pp. 25 y 26; el énfasis es del original) Otro documento, titulado “Nuevas bases para la organización y el funcionamiento del «G.O.U.»” –una versión modificada de las “Bases” que fue puesta en circulación luego del golpe de estado, el día 10 de julio de 1943-, agrega que: 18 Según Perón, él se habría integrado tardíamente a la organización de la logia, cuyo liderazgo atribuía a Mer-

cante. Este, en cambio, aseguraba que Perón lo había sorprendido un día haciéndole leer un documento que, al cabo, constituyó el borrador de las “bases” del GOU (ambas versiones fueron vertidas en entrevistas realizadas por Luna; Cf.: 1992:57 y ss.). A juzgar por la documentación editada por Potash (1984), la versión de Mercante sería más fidedigna. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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El “G.O.U.” (...) tiene por delante una gran tarea que realizar: obtener la unificación de propósitos, la absoluta unidad de acción, una real y verdadera camaradería de los Oficiales del Ejército y la purificación moral de los cuadros. (en Potash, 1984: Documento 1.2.; pp. 45; el énfasis es del original) Luego de reseñar los “peligros” que enfrentaba el país, las “Bases” originales diseñaban un “plan de acción” que incluía un organigrama piramidal (cada uno de los integrantes de la cúpula reclutaría al menos a cuatro camaradas que a su turno harían otro tanto, en una cadena donde nadie sabría el nombre de otras personas que no fueran sus contactos inmediatos)19 y una serie de instrucciones para el “enrolamiento” de nuevos miembros. En ellas se indica que es preciso comenzar por informar al candidato acerca de “nuestra finalidad, nuestra doctrina y la forma en que pensamos llevarlas a cabo” (en Potash, 1984: Documento 1.1; pp. 34), especificando a continuación los siguientes puntos: – Será menester establecer que todo cuanto realizamos está confiado a cada uno y que sobre su honor pesa el compromiso que contrae; – Por otra parte, nadie contrae compromiso para proceder en forma determinada, en caso alguno. (...) pero sí a proceder en todas las ocasiones como el honor militar lo impone, como la defensa del Ejército y de sus Cuadros necesitan y como el bien común lo aconseja; (...) – (...) Por otra parte, no queremos sino que cada uno proceda como leal camarada y con la nobleza del soldado. (en Potash, 1984: Documento 1, pp. 34 y 35) Posteriormente, el documento establece las “obligaciones del enrolado en la Obra”, entre las cuales se encuentra la “defensa del mando”, que implica sostener “la autoridad militar como único medio de elevar moralmente a los cuadros” (en Potash, 1984: Documento 1.1; pp. 37). A esto agrega: Las actitudes leales, abiertas, enérgicas que evidencien carácter y pongan de manifiesto un proceder honrado, no perjudican jamás al militar ni al Ejército, que debe ser escuela de verdadero carácter. (en Potash, 1984: Documento 1, pp. 38) Inmediatamente, suma a las “obligaciones del enrolado” la de la “defensa de los cuadros”, indicando que: 19 En un sentido estricto, el Grupo Obra de Unificación era el vértice de la pirámide. Lo integraban inicialmente

diecinueve oficiales. El coronel Perón llevaba el número 19 y era uno de los dos coordinadores de este “organismo directivo”. Véase al respecto: Potash, 1984:20 y ss.; asimismo, Documento 1.3.

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Como en una familia, el honor de un militar está ligado al cuerpo. Quien delinque contra su honor arroja una mancha sobre los demás camaradas. (en Potash, 1984: Documento 1, pp. 38) Durante su corta existencia, el GOU repartió entre sus miembros una serie de “boletines” o “noticias” que, como indica Potash (1984; 101), a partir del mes de junio “reflejan en buena medida las luchas por el poder que se libraban dentro del régimen militar”. En uno de ellos –dedicado a responder a un panfleto anónimo que atacaba a la logia-, instruía a la joven oficialidad que se había incorporando al GOU: La disciplina no impide que el joven Teniente tenga sus inquietudes y es loable que las tenga, porque la virtud y los sentimientos morales no atentan jamás contra la disciplina y como factores de éxito, son a menudo muy superiores a toda otra consideración de forma. Se ha dicho que con esto se destruye la lealtad de los Oficiales, como si esa virtud fuera condición unilateralmente impuesta sólo al subalterno y no al superior. Esa falsa premisa que lleva a las guardias pretorianas, como un ente autónomo, a la defensa indistinta del bien como del mal, no es la mejor escuela para un ejército patriota como anhelamos. La lealtad es siempre mutua para que sea lealtad. Otra cosa bien distinta es la obediencia. Cuando en una Unidad todos piensan de una manera y uno quiere lo contrario y así procede, él es quien no ha sido leal con la unidad. (en Potash, 1984: Documento 2.14, pp. 161) Como veremos, en estos documentos del GOU se encuentran desplegados todos los elementos centrales de la doctrina del “honor militar”, entre los cuales se cuenta la “lealtad”. Lo que puede entreverse en estos textos –algo que aquí apenas puedo sugerir- es el desarrollo de una serie de disputas por el poder en términos de la defensa de ese “honor” y de los “valores morales” que el Ejército presume de encarnar. Los valores compartidos por los miembros de la institución son movilizados como medios en sus disputas por el control de la misma y –en tiempos del gobierno de facto- por el control del gobierno nacional. El mecanismo que permite este juego radica en la combinación de dos operaciones conceptuales: (a) la identificación del Ejército con la Nación –que permea todos los documentos y que parece constituir un tópico constante en el discurso de la institución a lo largo del siglo pasado-; con (b) el postulado -totalmente compatible con la doctrina del “mando” militar a que me © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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referiré a continuación- de que la cohesión espiritual y material de sus cuadros es la fuente de la unidad de acción del Ejército (enunciado en el primer pasaje citado de las “Bases” del GOU). El Papel de la “lealtad” en este marco es claro: ella es la garantía del comportamiento de los miembros de la logia. Los oficiales que integraban el GOU podían contar con que el “compromiso” de “honor” que cada uno adquiría para con los demás sería respetado en la medida en que cada cual procediera “como leal camarada y con la nobleza del soldado” (en Potash, 1984: Documento 1, pp. 35). Esto es así porque la “lealtad” es un componente esencial del “honor militar”.20

La “lealtad” como “excelsa virtud” 1932, Perón -que por entonces detentaba el grado de Mayor- edita sus En“Apun tes de Historia Militar” a manera de manual para las clases que dictó durante ese año en la Escuela Superior de Guerra; posteriormente, su gobierno reeditaría éste y otros textos, en un libro titulado Conducción Militar (Cf.: Perón, J.D., 1974). Allí, Perón introduce el tema de la “lealtad” en el marco del capítulo VII, dedicado a “La Conducción”. Al hacerlo, no se aparta de la norma de la doctrina militar, que trata a dicho tema en el contexto del análisis del “mando”.

20 A tal punto la “lealtad” aparecía como garantía en términos del “honor” comprometido por los oficiales que cuan-

do el 23 de febrero de 1944, horas antes del reemplazo de Ramírez por Farrell, la cúpula del GOU decidió su disolución (el último “boletín”, el número 18, finaliza con las siguientes palabras: “Camaradas: nuestra voz de orden: fe y lealtad”; en Potash, 1984: Documento 2.18; pp. 183; el énfasis es del original), Perón propuso reemplazar el juramento de la logia “por un nuevo compromiso que obligaría a los oficiales del Ejército a aceptar al general Farrell como jefe de la revolución y en consecuencia como presidente, y a obedecer sus propias órdenes como ministro de Guerra” (Potash, 1984:399). Potash considera muy probable que la razón para disolver el GOU fuera la intención de: ...tranquilizar la conciencia de aquellos miembros que habían tomado en serio el compromiso formulado en una enmienda a las Nuevas Bases realizada en julio [de 1943; F.A.B.] según la cual debían “seguir al general D. Pedro Ramírez, apoyar y proteger su obra hasta la completa consecución de sus objetivos” (...) Con la disolución del G.O.U., “los miembros del organismo director quedaban liberados de los juramentos y compromisos contraídos”. (1984:399) Siguiendo órdenes de Perón, el coronel Orlando Peluffo redactó un proyecto conteniendo el juramento y sus fundamentos, el cual fue aprobado por aquél y comunicado a los jefes de varias unidades. El objetivo declarado seguía siendo el de asegurar la unidad del Ejército a través de las personas de sus “mandos naturales”, que no eran –obviamente- sino Farrell y Perón. A tal efecto: La fiebre de las conspiraciones, la ética de la desconfianza y acaso de la traición, debe terminar definitivamente para reinar en cambio nuestras tradicionales lealtad y franqueza de soldados. (en Potash, 1984: Documento 6.4; pp. 406)

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El autor de un manual editado en 1999 por el Círculo Militar 21 sostiene que para fijar los términos convenientes para la vida de las fuerzas armadas es necesario un constante “examen de todo aquello que se relaciona a su modo de ser, al gobierno, régimen, subordinación y disciplina. Eje que gira indefectiblemente sobre dos polos: mando y obediencia” (Costa Paz y Roca, 1999: 17; el énfasis es del original). El autor detalla la relación entre ambos términos y sus características en términos que recuerdan a los de los textos del GOU: La disciplina militar –llamada con propiedad alma de los ejércitos- es obediencia a la ley, a los reglamentos, a las órdenes del mando, pero sobre todas las cosas es un sentimiento, un estado de conciencia que obliga a cumplir espontáneamente todos los deberes que la profesión impone, sin otro estímulo que el del propio honor. (...) Desde estos puntos de vista, la disciplina militar es absolutamente igual a la que rige y coordina toda conjunción de esfuerzos destinados a un fin común; con la diferencia fundamental y profunda que la primera lleva implícita la facultad de mando y la segunda la obligación de obedecer. (...) El mando y la obediencia son atributos de igual dignidad y términos correlativos en la cooperación que la disciplina exige para el cumplimiento del deber común. (Costa Paz y Roca, 1999:30 y 31; el énfasis es del original). En su esfuerzo por aclarar la esencia de la disciplina militar, el autor introduce una distinción entre el “honor” y la “honra”. El primero sería una cualidad que impulsa al hombre a seguir las normas morales, pudiendo estar regido por “costumbres mudables, leyes o ideas erróneas de moral, preocupaciones, escrúpulos, modas, etc.” (Costa Paz y Roca, 1999:111). Entretanto, “la honra implica calidad y condiciones internas invariables o, mejor dicho, constituye una propiedad peculiar e inalienable de la persona” (Ibíd.). En definitiva, se trata de una distinción22 entre lo “convencional” y lo “absoluto”, la cual conduce al autor a reflexionar que: “Bien puede perder el honor militar uno que sea honradísimo ciudadano” (Costa Paz y Roca, 1999:112). En suma, el “honor” 21 Cabe señalar que el autor de este libro, el coronel (R) Julio Costa Paz y Roca, inició su carrera como subteniente

en 1936. Entre 1931 y 1935 Perón fue profesor de historia militar en la Escuela Superior de Guerra (Page, 1984:45), donde asisten jóvenes oficiales a efectos de perfeccionar su formación; es difícil suponer que la concepción del “mando” que Perón transmitía en esa época a sus alumnos (reflejada en Perón, J.D. 1974) fuera distinta de que era enseñada contemporáneamente a los cadetes de la promoción de Costa Paz y Roca. 22 Esta distinción entre “honor” y “honra” militares recuerda bastante a la que hace Julian Pitt-Rivers (1971,

1979) para el caso de Andalucía entre “honor” y “vergüenza”, con la salvedad de que aquí está ausente la dimensión de género © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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del soldado radica por igual en “mandar” y en “obedecer”, según le corresponda; y es la “honra”, esa cualidad personal, la que los impulsará a hacer ambas cosas adecuadamente. Afirma, a continuación, Costa Paz y Roca que la profesión militar tiene al “honor” como “principio fundamental”, lo que le permite argumentar -de una manera que parece extraída de las “Bases” del GOU- que: De la comunidad del honor resulta ciertamente ese espíritu de cuerpo que hermana a cuantos vestimos uniforme. Este vínculo estrecho y del que no podemos separarnos se llama Honor Militar. La mala acción que uno cometa mancha a todos, si todos no cuidamos de preservarnos arrojando lejos al miembro corrompido. (1999:113; el énfasis es del original). En cuanto a la “lealtad”, ella forma con el “honor” un “consorcio indisoluble”. Por ella, un hombre debe aparecer ante los demás “sin ficción ni pretensiones, mostrarse tal cual es, y que le juzguen los demás” (1999:123). Vale decir, es leal quien “honradamente” se somete al juicio de sus pares, del que deriva su “honor”. Obsérvese, de paso, que la “lealtad” es una cualidad que hace a las relaciones interpersonales, básicamente entre pares, entre soldados. La “lealtad” es esencial como complemento de la “subordinación”, según muestra calurosamente Costa Paz y Roca apelando al aleccionador ejemplo de un centurión de Julio César (1999:123 y ss.). Mientras que este autor enfatiza el rol de la “lealtad” del subordinado hacia su superior, Perón postulaba enfáticamente su carácter recíproco, tal como lo hacían los documentos del GOU. 23 En un discurso pronunciado en 1947 ante oficiales recién graduados, el entonces General y Presidente de la Nación decía: Tiene el soldado un solo derrotero a seguir para colaborar en la grandeza del país; él está jalonado por el exacto y fiel cumplimiento de las obligaciones que 23 Para una versión de la relación entre “mando” y “obediencia” que, si bien no emplea el término “lealtad”, supo-

ne ese concepto en una línea similar a la seguida por Perón y los textos del GOU, véase: Lucero, 1959: “Orden General Nº 3. La virtud del mando”; pp. 230 y ss.). El autor fue Ministro Secretario de Ejército del gobierno de Perón y pasó algo más de un año en prisión luego del golpe de estado que derrocó a éste. Una vez iniciado el gobierno constitucional de Arturo Frondizi, Lucero publica su libro, dedicado a desmentir a varias publicaciones antiperonistas y a denunciar la persecución sufrida por los militares peronistas, bajo el título de: El Precio de la Lealtad. En sus primeras páginas se encuentra el siguiente texto a manera de epígrafe: ¡...TRAICIÓN...! DANTE ALIGHIERI en su obra universal la “DIVINA COMEDIA”, concibe al INFIERNO como un vasto anfiteatro, cuyos círculos se van estrechando hacia las mayores profundidades de la tierra. Su simbólica concepción ubica en ellos a los PECADORES, de acuerdo con la gravedad de la CULPA y el CASTIGO que deben sufrir. Y así, en el noveno cerco, el último y más profundo, padecen el eterno tormento los TRAIDORES. (Lucero, 1959:7; las mayúsculas y las itálicas son del original).

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impone el deber militar; por la subordinación y la obediencia al superior jerárquico; por la lealtad sincera y franca para con sus superiores, sus subalternos y para consigo mismo... (Perón, J.D., 1974:321) Por último, la “lealtad” es para Perón una cualidad moral, como lo es para Costa Paz y Roca. Veintiséis años después de pronunciar el discurso que acabo de citar y en similar ceremonia, el presidente Perón afirmaba: Esa obediencia [a las Leyes y Reglamentos Militares; F.A.B.], expresada en la más excelsa virtud del militar –la lealtad-, les impone, si es necesario, hasta dar la propia vida en defensa de Dios, de la Patria y de la Constitución. (Perón, J.D., 1974:340). Vemos, en definitiva, que la “unificación” -de carácter simultáneamente “espiritual” y “material”- diseñada en las “Bases” del GOU se fundaba en la recreación de ese “vínculo” o “espíritu de cuerpo” que supone el “honor militar” a través de un “compromiso” respaldado por la “lealtad”, el cual permitiría reconstituir la cadena de mandos, generando la “unidad de acción” que encolumnaría a todo el Ejército detrás de los objetivos de la “revolución” al reunirlo bajo la conducción de Ramírez (y luego, ya disuelto el GOU, bajo la de Farrell y Perón). En esta experiencia encontramos a un grupo de oficiales jefes intentando establecer su control sobre la institución y el gobierno nacional a través de una organización construida apelando a conceptos que interpelan eficazmente a las voluntades de sus destinatarios porque constituyen valores compartidos por ellos.

“Lealtad” militar y lealtad peronista versos autores han observado el notable paralelismo que existe entre las Dicon cepciones políticas y el pensamiento militar de Juan Domingo Perón. Así, Joseph Page afirma que Conducción Política (1998) -un libro basado en las clases que Perón dictó durante 1951 en la Escuela Superior Peronista, institución dedicada a la formación de cuadros para su partido- es, de todas las publicaciones de Perón, la “más demostrativa de hasta qué punto recurrió al uso de los conceptos militares para su enfoque del liderazgo civil” (Page, 1984:262).24 También León Rozitchner (1985) ha señalado la continuidad existente entre 24 De hecho, Page menciona pormenorizadamente aquellos elementos de la concepción que Perón tenía del

“liderazgo civil” que él habría tomado del pensamiento militar pero, curiosamente, no menciona en este contexto a su concepción de la lealtad. Los elementos transpuestos por Perón del ámbito militar al civil serían los © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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los “Apuntes de Historia Militar” (en: Perón, J.D., 1974) y Conducción Política.25 Y, en efecto, muchos planteos son casi idénticos, en especial en cuanto a la estructura de los sistemas de “conducción” propuestos por Perón para ambos campos.26 El “magnetismo personal” propio del auténtico “conductor”, afirma Perón en Conducción Política, resulta de “tener primero lealtad y sinceridad (...) recién entonces puede uno empezar a convencer a la gente, empezar a persuadirla.” (Perón, J.D., 1998: 326).27 Este habría sido el secreto del éxito obtenido por Perón en su desempeño como secretario de trabajo y previsión, cuando, en lugar de prometer y no cumplir, había dado todo sin prometer nada, lo que habría revelado a los trabajadores su “sinceridad” y su “lealtad” (Perón, J.D., 1998:74 y 75). Perón afirma también que los “compañeros de una misión común” deben ser “sinceros” y “leales” entre sí: “Entre nosotros no puede haber reservas mentales. La reserva mental es una forma de traición al compañero y al amigo” (1998:146 y 147). Además, en lo que hace a la “conducción”, es necesaria una “lealtad a dos puntas”: ...el conductor no sigue; es seguido, y para ser seguido hay que tener un procedimiento especial; no puede ser el procedimiento de todos los días. siguientes: la proposición de que el líder nace, no se hace; las ideas de que la política, como la guerra, significa conflicto, de que el objetivo es imponer los propios designios al enemigo y de que, en consecuencia, el fin justifica los medios; la idea de que debe existir un control centralizado en manos del conductor; y, por último, la noción de que en política, al igual que en el ejército, un componente esencial del liderazgo es la disponibilidad de un grupo de gente que esté dispuesta a ser conducida. Cf.: Page, 1984:262 y 263. 25 Curiosamente, aunque menciona esta observación de Rozitchner y asegura que Perón desarrolló la “estruc-

tura básica de ideas” que aplicaba en política durante su formación militar, Plotkin (1994:43 y 44) no relaciona esto con el uso del término ‘lealtad’ para denotar la relación carismática que existiría entre Perón y “el pueblo”. 26 La continuidad existente entre ambos textos también ha sido señalada por el filósofo y periodista José Pablo

Feinmann (1998:37 y ss.) quien, curiosamente, no menciona a Rozitchner ni a Page en relación con esta cuestión. Ocupado en elaborar una “gnoseología de la violencia”, Feinmann responsabiliza a Perón por haber introducido en el marco de lo que habría de ser la mayor fuerza política del país la idea de que la política puede ser considerada desde el punto de vista de la guerra: “su lenguaje militarista impregnó la fraseología del movimiento que el Mayor había de liderar y –en la década del setenta- fue leído por jóvenes que encontraban en las palabras táctica, estrategia, nación en armas, guerra prolongada, política y guerra aguilones para la práctica revolucionaria” (Feinmann, 1998:37; el énfasis es del original). Desde el punto de vista de la cuestión que aquí nos ocupa, cabe señalar que Feinmann no hace mención alguna del origen militar del concepto de lealtad, una cuestión totalmente marginal al tema de su ensayo. 27 Refiriéndose al “mando”, Lucero afirmaba que:

Mandar es orientar, dirigir y armonizar imponiendo por convencimiento una superioridad real y reconocida (...) mandar es ser justo, convencer y respetar. (...) El ejercicio del mando no se concibe sin la adecuada consideración del subalterno –especialmente el soldado-, en su condición primordial de hombre. Hombre en el sentido del ser que piensa, siente y quiere... (1959:232)

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En este orden de cosas creo yo que la base es la lealtad y la sinceridad. Nadie sigue al hombre al que no cree leal, porque la lealtad, para que sea tal, debe serlo a dos puntas: lealtad del que obedece y lealtad del que manda. (1998:213) En “Las fuerzas espirituales del Peronismo” -uno de los textos firmados por Eva Perón y redactados por un escritor fantasma- se presenta la misma concepción de la lealtad y se saca una conclusión que recuerda a la “unidad de acción” perseguida por el GOU: Hay dos clases distintas de lealtad: una hacia arriba y la otra hacia abajo. Debemos ser leales con nuestra masa tanto como con nuestros dirigentes. La lealtad para con la masa engendra lealtad para con el dirigente que la practica. La combinación de las dos clases de lealtad en el peronismo producirá un deseo colectivo para alcanzar el objetivo común. Si la lealtad no es mutua, degenerará en deslealtad o indiferencia. (Perón, E., 1996:LI y LIII). En todo el texto de Conducción Política, la lealtad es tratada como una cualidad que, sencillamente, está o no está presente en cada persona. En este sentido, Perón la incluye en su enumeración de los “valores espirituales” que el “conductor” debe tener (1998:209 y ss.). En este mismo sentido, otro de los textos atribuidos a Eva Perón es taxativo en su tratamiento de la lealtad como una cualidad casi palpable: ...basta verlo a Perón para creer en él, en su sinceridad, en su lealtad y en su franqueza. (Perón , E., 1997:36). No me es posible extenderme aquí sobre esta comparación. Digamos tan sólo, a modo síntesis, que la lealtad aparece en los textos de Perón -y de su esposa- como una virtud moral que se presenta como una cualidad inherente a la persona sobre la cual, en la medida en que es recíproca, se asientan las relaciones de “conducción política” y las existentes entre “compañeros”, generándose una suerte de unidad de propósitos esencial para el éxito de la empresa colectiva. Como la “lealtad” militar, la lealtad es un factor de las relaciones interpersonales, en este caso entre compañeros. Este sentido ‘inicial’ del término configura un sesgo personalizante que resulta apreciable cuando el mismo es empleado en relación con otros objetos, tales como la doctrina, el movimiento, el partido, la Patria, etc.; asimismo, estas formas de lealtad son predica-

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das al sujeto en términos que sugieren el mismo carácter de cualidad moral inherente que reviste la lealtad entre compañeros. Cabría agregar la siguiente observación: tanto en el “mando” militar como en la conducción política encontramos que la lealtad presenta un carácter asimétrico en la medida en que es la lealtad de quien “manda” o conduce la que engendra la de quienes “obedecen” o siguen –y no al contrario-. Aquí yace, tal vez, la clave para entender todo el simbolismo del Día de la Lealtad y aquello que Plotkin denomina –no muy felizmente- como el “culto a Perón y Eva” (1994:126). Todo esto, sin embargo, habrá de ser objeto de un trabajo posterior.

Palabras finales precedente se ha centrado en las concepciones de Juan Domingo ElPeanárónlisisy Eva Perón acerca de la lealtad y en su vinculación con la concepción militar de la “lealtad” en tanto elemento clave del “honor” y fundamento del “mando”. Quisiera, para finalizar, hacer tres breves consideraciones en relación con ello. Refiriéndose a la ausencia de estudios dedicados a los años formativos del Partido Peronista, Moira Mackinnon (2002:20) ha advertido acertadamente la existencia de una “clave interpretativa que otorga a la figura de Perón la capacidad de explicarlo todo”. No creo estar incurriendo en tal error al sugerir que los orígenes de la lealtad peronista se internan en la carrera militar de Perón. En efecto, la existencia de un paralelismo tan estrecho entre dos conceptos de ‘lealtad’ de uso común en medios sociales tan disímiles pero históricamente conectados de una manera claramente decisiva por un individuo que ha escrito respecto de ambos y los ha usado activamente como medios de su accionar en los dos terrenos se me antoja demasiado excepcional como para ser casual. Sin embargo, admito de buen grado que no estoy en condiciones de ofrecer pruebas al respecto –suponiendo, claro, que cuestiones como la presente puedan ser objeto de demostración-. Ofrezco, simplemente, una explicación de la aparición del concepto de lealtad que me parece más verosímil que la implícita en el análisis de Plotkin (Cf.:1994). En segundo lugar, he sugerido que, en la muy relativa medida en que ello puede ser ponderado, cabe considerar que el concepto de lealtad se encontraba entre los supuestos de las acciones de los Perón. Esto invita de inmediato a preguntar si ellos creían realmente en lo que decían cuando hablaban de lealtad –y, de manera similar, si los miembros del GOU creían en lo que decían acerca de la “lealtad” en tanto virtud militar-. Pero se trata de una pregunta que carece 210

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de respuesta, y ello por razones que exceden al hecho de que las personas a quienes se refiere están muertas, puesto que en verdad jamás nos es posible acceder –al menos en tanto antropólogos- al conocimiento de los ‘inner states’ de las personas (Cf. Needham, 1972). Por otro lado, al tiempo que debemos evitar que esa pregunta paralice nuestro análisis de los hechos que nos ocupan, también es cierto que no es posible dejar de hacer presunciones respecto de lo que piensan y sienten los sujetos cuyos asuntos nos ocupan.28 Se trata de una tensión -probablemente insuperable- entre nuestras necesidades y nuestras posibilidades, lo que me parece ser un rasgo inherente, sobre todo, al trabajo etnográfico en el campo,29 tal como lo admitiera con pragmatismo Raymond Firth (1985:42): “Unpalatable as such an admission may be, much of our direct interpretation in the field shows a projection of one’s own ideas as a social being on to the actions of one’s object of observation, also a social being”. Y esas operaciones analíticas preconcientes desarrolladas en el campo limitan tanto el material con que hemos de contar como nuestra perspectiva respecto del mismo. En mi opinión, lo que necesitamos es encontrar para el análisis de las relaciones entre valores y comportamiento un punto de vista que sea capaz de restar centralidad analítica al problema insoslayable de los inner states, hallar una perspectiva que nos habilite a tratar como secundaria a la cuestión del peso relativo de los valores y otros factores sobre el comportamiento sin por ello pretender que podemos ignorarla, lo que no sería realista. Si bien al examinar las acciones de individuos concretos no podemos dejar de ponderar esta cuestión, no es el comportamiento individual lo que constituye nuestros objetos de estudio sino las relaciones sociales y los procesos sociales. Por ende, lo que necesitamos es contar con instrumentos conceptuales que permitan que, llegados a ese nivel de abstracción, lo que ocurra dentro de las cabezas de nuestros informantes deje de ser relevante. En este sentido, puedo estar equivocado al pensar que la lealtad constituía un valor moral para Perón y Eva Perón pero ello realmente no reviste mayor importancia. Lo que realmente importa es que seamos capaces de determinar las condiciones en las cuales, en caso de que la lealtad fuera efectivamente un valor moral para ellos, hubiesen sido capaces de emplearla como un recurso, como un medio para sus acciones. Creo que el punto de partida necesario para semejante análisis sería explorar el carácter triple de los valores, que a sus ya mencionados carácter moral y carga emotiva suman el hecho de presentar 28 Por un interesante pero claramente fallido intento en este sentido, Cf.: Herzfeld, 1982 y 1988. 29 Como mínimo, el hecho de que nosotros mismos somos actores sociales -bien que unos dotados de caracte-

rísticas generalmente peculiares- y debemos movernos como tales en el campo nos fuerza a ponderar, tal como lo hacemos cotidianamente, las motivaciones e intenciones de las personas. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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un aspecto cognitivo en la medida en que se presentan como conceptos, lo que supone una pluralidad de sentidos posibles y siempre pasibles de redefinición. El análisis sumario del discurso moralizante del GOU y sus relaciones con las luchas políticas de los militares entre 1943 y 1944, apuntan en tal sentido (ver también nuestro análisis de los sentidos de una acusación de traición; Boivin, Rosato y Balbi, 1998). En tercer lugar, y para terminar, he de resaltar que las referencias de los Perón a la lealtad en lo absoluto agotan los sentidos posibles del concepto pero hacen una contribución decisiva a la configuración total del universo de sus sentidos socialmente aceptables. En efecto, los actuales dirigentes y militantes peronistas leen los textos que hemos comentado y muchos dichos de sus autores se transmiten oralmente y a través de textos de terceros; asimismo, en las disquerías de las mayores ciudades de la Argentina se venden cassettes (con títulos tales como Y que sepan los traidores, frase extraída de un famoso discurso de Eva Perón) que combinan discursos de los Perón con música de contenido peronista, en tanto que circulan -tanto en video como a través de circuitos no comerciales- numerosas películas de ficción y documentales que presentan diversas versiones del ‘mito de origen’ del peronismo. El resultado de todo esto es el hecho de que dirigentes y militantes peronistas citan cotidianamente innumerables frases atribuidas a los Perón -a veces mediando grandes transformaciones pero frecuentemente de manera literal-, no sólo empleándolos como recursos retóricos sino tomándolos como parámetros de su praxis. Así, los sentidos establecidos por Juan y Eva Perón para conceptos como los de lealtad, traición, movimiento, conducción, justicia social, etc., revisten un carácter canónico que limita el universo de sus sentidos posibles y que es respaldado por diversos mecanismos de control social que los resguardan y que –ellos mismossólo pueden ser entendidos en el cambiante contexto de las disputas políticas que se producen continuamente entre los peronistas.

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El 17 de Octubre en la Argentina. Espacio y producción social del carisma1 Federico Neiburg 4 de junio de 1943 un golpe de estado puso fin a la llamada “década infaElme” en la Argentina . El grupo de oficiales que promovió el golpe no in2

cluía entre sus banderas la restauración democrática. En contrapartida, anunció que sus objetivos eran “eliminar el sistema de fraude”, acabar con la “mala política” y promover un gobierno nacional de “engrandecimiento del país”. Entre los líderes del movimiento estaba un oficial hasta entonces desconocido y que, anteriormente, había pasado un largo período en la Italia de Mussolini: el coronel Juan Domingo Perón. Con el transcurso del tiempo, su figura pasó a ser vista como la del verdadero ideólogo del golpe, lo que fue confirmado por su trayectoria vertiginosa en el nuevo gobierno: en poco tiempo acumuló los cargos de Ministro de Guerra, Secretario de Trabajo y Previsión, y Vicepresidente de la Nación. Transformado en hombre fuerte del régimen, Perón se convirtió en el blanco principal de una oposición que lo enfrentaba en dos campos. El primero era el de su política social y laboral: desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón promovió una reestructuración de las relaciones del trabajo que provocó una férrea oposición por parte de las asociaciones patronales y, también, de las direcciones sindicales tradicionales, que no veían con buenos ojos la política de cooptación de adeptos puesta en práctica por el coronel entre los cuadros intermedios de las organizaciones obreras. El segundo campo de enfrentamiento era el de la política exterior: en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el nuevo 1 Este artículo fue elaborado en 1990 y apareció por primera vez en octubre de 1992, en la Revista Brasileira

de Ciências Sociais (No. 20, pp. 70-89). A pesar del tiempo transcurrido, he decidido publicarlo ahora en español sin hacer mayores modificaciones. La única que merece mención especial es la actualización de referencias bibliográficas, incluyendo algunos trabajos publicados con posterioridad de otros autores (en especial Plotkin 1994 y 1995), y también míos (Neiburg 1995 y 1998). 2 En 1930 un golpe militar derrocó el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, iniciando un período de proscrip-

ciones y fraudes que terminó trece años después con el golpe del 4 de junio de 1943. El nombre “década infame” fue promovido por los grupos de nacionalistas simpatizantes del golpe para referirse a una época, según ellos, de oscurantismo político y de entrega económica. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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gobierno mantenía una posición de neutralidad que no ocultaba sus simpatías por el Eje, apostando a una victoria alemana que permitiría transformar a la Argentina en una “potencia americana” (por encima de Brasil, que se había colocado del lado de los aliados). Esto permitió estructurar el discurso de la oposición: para sus contrarios, la Revolución del 4 de junio había consagrado un gobierno totalitario financiado por el “oro de Berlín”. Su “Duce” era el coronel Perón. La política social y laboral de ese gobierno no era más que una confirmación de sus pretensiones totalitarias. La oposición se esforzó, entonces, en reproducir en el territorio argentino y en la política local las coordenadas de la conflagración mundial. Al gobierno de facto buscó oponerse un gran frente antifascista que aglutinara a todas las fuerzas aliadas, incluyendo a la embajada Norteamericana, partidos tradicionales, como el Radical y los conservadores, los partidos Comunista y Socialista, y las organizaciones del movimiento estudiantil. Era la Unión Democrática. Pasados dos años, y frustradas las expectativas militares en cuanto al desarrollo de la guerra, el régimen se encontraba acorralado entre la presión creciente de la oposición y la necesidad de encontrar caminos para una salida política que no significase una derrota humillante. Con la oposición presente en las calles y presionando a un gobierno que se debilitaba día a día, no tardó en romperse la unidad de lo que parecía ser el único apoyo con que aún contaba el régimen: el ejército. En un golpe palaciego, un grupo de oficiales exigió la remoción del elemento más irritante a los ojos de la oposición. El 9 de octubre de 1945 Perón renunció a todos sus cargos y solicitó su pase a retiro como coronel del ejército. A partir de aquel martes, el proceso político argentino adquirió una enorme fluidez, cambiando en apenas una semana la fisonomía del país. En vez de superar el impasse, la renuncia de Perón lo hizo más agudo. Desconfiando de la maniobra militar, la oposición exigía la entrega del poder a la Corte Suprema de Justicia, lo que a los ojos del gobierno parecía una capitulación inadmisible. Mientras éste procuraba ganar tiempo, renovar sus alianzas políticas y demostrar sus “sinceras intenciones democráticas”, Perón fue detenido en la noche del 12 de octubre y confinado en la isla Martín García, en el Río de la Plata. En la tarde del día siguiente su sustituto en la Secretaría de Trabajo y Previsión puso en duda la continuidad de la política social y laboral implementada por Perón. Tres días más tarde, el 16 de octubre, mientras la Confederación General del Trabajo (CGT) decidía con una votación apretada la convocatoria a una huelga general para el día 18, y mientras el gobierno no conseguía formar un nuevo gabinete y la oposición parecía inmovilizada, millares de manifestantes comenzaron a recorrer las calles de las principales 218

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ciudades del país pidiendo la liberación del coronel. Durante la tarde de aquel día y el día siguiente se produjo un acontecimiento hasta entonces inédito en la política del país. Una multitud invadió el centro de la ciudad de Buenos Aires y, exigiendo la presencia de Perón, se estableció en la Plaza de Mayo. Algunas fuentes hablan de doscientas mil personas, otras calculan medio millón o llegan a afirmar que fueron más de un millón de hombres y mujeres. Venidos en su mayoría de las áreas periféricas de la capital, los manifestantes parecían haber asumido el control de la ciudad. Perón, que esa mañana había sido transferido de la Isla Martín García al Hospital Militar, en Buenos Aires, apareció casi a media noche en los balcones de la Casa Rosada –sede del gobierno nacional-. Desde allí se dirigió a los manifestantes que lo aclamaban en la Plaza de Mayo, y a los que habían esperado sus palabras durante todo el día en otras plazas del país. Agitando banderas, retratos del líder y centenares de antorchas, la multitud y el coronel se entregaron a un diálogo fantástico que sancionó la producción de un nuevo líder y el nacimiento de un movimiento político presente hasta hoy en la vida política de la Argentina. En febrero de 1946 Perón fue electo presidente, permaneciendo en el poder hasta septiembre de 1955, cuando fue derrocado por otro golpe militar. En esos diez años, cada 17 de octubre fue objeto de una liturgia particular. Recreando los acontecimientos que marcaron el origen del movimiento, el líder y la multitud se reunieron cada año en la Plaza de Mayo3. El objetivo general de este artículo es describir las jornadas de octubre de 1945 a partir de una perspectiva que dé prioridad a la dimensión cultural de los acontecimientos, destacando lo que ellos tornaron visible de la sociedad argentina y lo que produjeron de nuevo y de duradero en los planos social, político y cultural. Dos observaciones constituyen mi punto de partida. En primer lugar, un elemento que ha sido poco tenido en cuenta en las descripciones disponibles hasta ahora: la invasión de la Plaza de Mayo por la multitud estuvo lejos de ser un hecho aislado. Fue, más bien, la culminación de una serie de movilizaciones y de luchas callejeras que se prolongaron por varios meses y en las cuales se enfrentaron partidarios y opositores del coronel. Los acontecimientos del 17 de octubre de 1945 fueron, estrictamente hablando, parte de una verdadera batalla que tuvo como escenario principal y como objeto de lucha, al espacio de la ciudad de Buenos Aires. Desde esta perspectiva, la descrip3 Sobre la recreación del 17 de octubre entre 1946 y 1955 y sobre su lugar entre otros rituales del régimen pero-

nista (como el Primero de Mayo), ver Plotkin (1994 y 1995). Después del derrocamiento de Perón, en 1955, el peronismo proscripto hizo del 17 de octubre la fecha de la “resistencia peronista”. Fue solamente en 1973, con Perón de regreso al país después de 18 años en el exilio, que se pudo repetir el ritual del discurso del líder frente a la multitud en Plaza de Mayo. Perón murió en julio de 1974. Aún hoy sus simpatizantes no dejan de recordar el 17 de octubre como el día máximo del movimiento. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ción de los eventos conduce al tratamiento de una serie de problemas referentes a las relaciones entre espacio y sociedad, a la dimensión espacial de los conflictos sociales, y a la relación entre grupos sociales y fronteras espaciales, entre espacio y formas de poder. De ahí surge el primer objetivo de este artículo: realizar una morfología de las movilizaciones callejeras, buscando descubrir lo que cada una ellas –y sus contrastes- permite comprender del proceso y de las luchas sociales de entonces. En segundo lugar, los acontecimientos del día 17 de octubre permiten estudiar un proceso social pocas veces analizado: el de la consagración de un nuevo liderazgo carismático. Centrándome en el análisis de las relaciones entre formas de poder y organización espacial mostraré cómo, en este caso, la dimensión espacial de las luchas sociales es constitutiva del proceso de construcción social de una nueva autoridad carismática. Espero mostrar de qué manera el desenlace de la batalla –con la ocupación de la Plaza de Mayo y su transformación en escenario del diálogo primordial entre la multitud y el nuevo líderredefinió y consagró un nuevo centro en la vida política del país.4

Las calles de Buenos Aires como escenario y objeto de la lucha política das las crónicas coinciden en afirmar que durante la segunda mitad de To1945 las calles de Buenos Aires se transformaron en objeto de disputa. Ellas fueron recorridas diversas veces, primero por manifestantes antigubernamentales, ya identificados como “antiperonistas”, y poco a poco también por columnas “peronistas”, leales al coronel. Felix Luna relata que “Buenos Aires fue una vasta manifestación callejera” y cuenta que “parecía que la batalla se iba a ganar sobre el asfalto” (Luna, 1986:91 y 94). Por su parte, Hugo Gambini comienza su crónica diciendo que en 1945 la Argentina asistía “a la confrontación entre peronistas y antiperonistas, en bandos que disputaban 4 Como se sabe, el 17 de octubre de 1945 se transformó en objeto privilegiado de debates políticos y luchas

simbólicas. Aquellos acontecimientos fueron vistos como la dramatización de la “esencia” del movimiento político al que dieron origen. “Explicar” esa jornada pasó a ser la prueba mayor de toda “interpretación del peronismo” como puede comprobarse en las descripciones de esa jornada elaboradas por autores con pretensiones académicas, como, entre otros, Germani (1973: 479-80); Torre (1988: 136-37 y 1989); Murmis y Portantiero (1984: 106-26; etc.) y también en las de quienes estaban movidos por intenciones más claramente políticas como, entre otros, Martínez Estrada (1956: 31-32), Scalabrini Ortiz (1946), Jauretche, (1958: 35-9) y Puiggrós (1988: 79-80). En otro lugar (Neiburg 1995) hemos estudiado las diversas descripciones del 17 de octubre de 1945 como “transformaciones” ¾en el sentido propuesto por Lévi-Strauss (1991 [1958]: 237-65)¾ del mito de origen del peronismo y hemos mostrado las relaciones entre este mito y los relatos mayores sobre la nación argentina y su historia (Neiburg 1998: cap. 3).

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violentamente las calles de Buenos Aires” (Gambini, 1971:11). Sin embargo, son pocas las referencias a las formas concretas de la acción colectiva. Más dificil aún es encontrar un examen de las relaciones entre las formas asumidas por los acontecimientos del 17 de octubre y la sucesión de movilizaciones que tuvieron lugar en los meses anteriores.5 Como sucede con todo espacio construido socialmente, la ciudad de Buenos Aires es un espacio apropiado, diferenciado, en el cual cada lugar tiene un valor, posee marcas y atributos simbólicos que designan, entre otras cosas, la relación que los diferentes grupos sociales mantienen con él, y que muestra también las relaciones de los grupos sociales entre sí. El área central de la Capital Federal contenía –y, sin duda, contiene aún hoy- la concentración máxima de todos los símbolos de la autoridad política y el poder económico, social y cultural: la Casa Rosada y el Congreso Nacional, la Catedral, las sedes de los clubes sociales de la elite (junto a las casas y edificios por ella habitados), las sedes del Círculo Militar y de la Sociedad Rural, las universidades y las sedes de los medios de comunicación, además de plazas y monumentos. No se trataba, pues, de un espacio socialmente vacío.6 Al contrario, el centro de la ciudad era el lugar donde los grupos sociales dominantes exhibían su poder, marcaban su presencia y daban testimonio de su posición en la sociedad, mostrando todos sus emblemas. Es por eso que cada acto realizado en la ciudad, cada recorrido hecho por la multitud, cada estandarte cargado por cada una de sus calles, cada slogan gritado o pintado en los muros de edificios y monumentos, revelan profundos significados sociales. De parte de los grupos que estaban en la oposición y que exigían el alejamiento del incómodo coronel y el llamado a elecciones –entre los cuales se encontraban los sectores más tradicionales de la elite-, se trataba de reafirmar su soberanía sobre aquel espacio concentrador de todos los poderes, exhibiendo frente a un gobierno de lealtad y comportamiento dudosos su verdadero reinado sobre el centro de la vida social y política del país. Para ellos, las primeras incursiones de quienes se definían como peronistas sobre espacios que hasta entonces les eran vedados parecían presagios amenazadores. La presencia de las columnas provenientes de la periferia de la ciudad, que a mediados de 1945 5 Las excepciones se deben a las agudas observaciones de Halperín Donghi (1974: 774) y de James (1987)

sobre el 17 de octubre en las ciudades de Berisso y Ensenada –este último es el único que aborda la dimensión cultural de los acontecimientos-. Sobre el significado cultural y social de la violación de las fronteras espaciales, ver también James (1990: 49-50). 6 No es arriesgado afirmar que una de las operaciones fundadoras de la sociología fue la desnaturalización del

espacio, la demostración de que todo espacio físico es significativo desde el punto de vista de la ciencia social porque está poblado por individuos y por sentidos sociales y culturales. Ver, en especial, Simmel (1986 [1908]: 255-296) y Durkheim (1982 [1912]: 9-13). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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se atrevían por primera vez a llegar al centro de la capital, parecía anunciar algo nuevo en la vida social. Así quedaría dramáticamente demostrado en los eventos de octubre cuando esa presencia adquirió el carácter de una verdadera subversión de las jerarquías sociales y culturales. El centro de la ciudad de Buenos Aires se convirtió en escenario y objeto de una lucha política en la cual el enfrentamiento entre dos bandos aparecía bajo una forma teatralizada. Unos tenían el propósito de reafirmar su poder tradicional, otros el de reclamar un nuevo lugar en la sociedad7. Los momentos de ruptura poseen la propiedad de revelar los principios, generalmente naturalizados, sobre los cuales se organiza la vida social. De ahí que la consideración de esos eventos presenta ventajas analíticas notables8. Observar las formas concretas del conflicto que comenzaba a desarrollarse en las calles de Buenos Aires es un camino privilegiado para visualizar los contornos de la morfología de la sociedad argentina de entonces, el alcance de sus transformaciones y el carácter de sus conflictos más profundos9. Quien se empeñase en la tarea de determinar una fecha como punto de partida para los acontecimientos de aquel año, no tendría duda en situarlo en el día 15 de ju nio. Aquella mañana los diarios de Buenos Aires publicaron una declaración de guerra al gobierno de facto y a su hombre fuerte: el Manifiesto de la Industria y el Comercio. Era un documento que atacaba el conjunto de la política gubernamental, centrándose en la acción de la Secretaría de Trabajo y Previsión dirigida por Perón. Más tarde, rememorada como el Manifiesto de las Fuerzas Vivas, tal declaración fue subscripta por más de doscientas entidades, entre ellas la Unión Industrial, la Bolsa de Valores y la Sociedad Ru ral. Luego, después de un corto período de guerra de proclamas a favor y en contra, la lucha se transfirió definitivamente a las calles de la ciudad. Dado el carácter manifiestamente patronal del manifiesto –su blanco principal eran las reformas sociales-, la CGT respondió con el primer acto de apoyo explícito a la acción de la Secretaría de Trabajo y Previsión y a la gestión del coronel Perón. El día 12 de julio, columnas de trabajadores venidas de los barrios obreros de la periferia entraron en el centro de la ciudad y se concentraron en tres puntos: Plaza del Congreso, Plaza San Martín y Montserrat10. Desde esos 7 Sobre los aspectos específicamente simbólicos y teatralizadores de la dominación y de la lucha contra ella

puede verse Thompson (1976) y James (1987). 8 Así lo ha sugerido Darnton (1988) en un breve artículo dedicado a la revolución francesa. 9 Ver el número especial de Annales ESC dedicado a la cuestión del espacio, en el cual destaca el artículo de

Descimón (1990). Ver también Augé (1985) y Raison (1981) y Tilly (1978). 10 Plaza del Congreso: frente a la sede del Congreso Nacional, unido por la larga Avenida de Mayo a la Plaza

del mismo nombre. Plaza San Martín: una de las zonas más elegante de Buenos Aires, que exhibe lo mejor

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puntos, varias decenas de miles de personas avanzaron hasta la esquina de las calles Diagonal Norte y Florida (a unos cien metros de la Plaza de Mayo), donde se realizó el acto programado por la CGT. Terminado el acto, la multitud se dirigió hacia la sede de la Secretaría de Trabajo, donde los manifestantes exigieron que el coronel saliese a los balcones para dirigirles la palabra. El discurso de Perón fue breve y contundente. Se colocó como víctima de los ataques y prometió “luchar hasta el fin por la verdad, la razón y la justicia”11. La movilización del 12 de julio fue la mayor manifestación a favor de Perón anterior al 17 de octubre y tuvo un carácter marcadamente diferente en relación a esta última: su alto grado de organización y el cuidado con que los detalles estuvieron a cargo de la CGT. Sólo hubo una violación respecto de lo previsto por los “cuerpos orgánicos” de la central obrera. Algunos grupos comenzaban a proclamar una nueva identidad. Por primera vez en la historia del país se oyó gritar slogans como: “¡Un millón de votos!”, “¡Perón presidente!”, “¡Ni nazis ni fascistas: peronistas!”. Pero en vez de invadir la Plaza de Mayo, en esa ocasión la multitud optó por recorrer sus alrededores, pasando a pocos metros de ella y desviándose por las calles laterales: merodeó el centro de la ciudad sin atreverse aún a ocuparlo. A pesar de esta enorme muestra de apoyo popular, la ofensiva contra Perón y el régimen militar se agudizó aún más. La oposición respondería al acto de la CGT abandonando las simples declaraciones para demostrar también su real poder de movilización callejera. Mientras tanto, el espacio de Perón parecía reducirse. Desaparecían las muestras de apoyo multitudinario y el coronel apelaba a un único recurso: dirigirse al país a través de la Cadena Nacional de Radiodifusión. Entre agosto y septiembre, la ciudad de Buenos Aires fue de la oposición. El “frente democrático” salió a la calle por primera vez el día 9 de agosto. Manifestándose contra el “fascismo criollo” y pidiendo el retorno al Estado de Derecho, una muchedumbre se congregó en las calles Diagonal Norte y Florida, frente al monumento a Sáenz Peña, con el objetivo de homenajear al autor de la Ley de Sufragio Universal. Al día siguiente, se repitieron las movilizaciones con otro pretexto: la rendición de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Las manifestaciones recorrieron las calles en protesta contra la “represión a las libertades civiles”. En aquellos días apareció un nuevo fenómeno: la intervención de la belle epoque porteña. Monserrat: región de clase media y punto de paso desde los suburbios del oeste y noroeste hacia el centro. 11 Fayt (1967: 109-110) y Luna (1986: 147-150). Sobre el significado del apoyo de la CGT a Perón en aquel mo-

mento, en el cual la mayor parte de organizaciones que integraban a la central obrera eran de tendencia socialista o sindicalista y postulaban una cierta prescindencia política, ver Matsushita (1983: 286-290), del Campo (1983: 198- 203) y Torre (1988: 125- 127). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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policial y los enfrentamientos violentos -que se prolongaron hasta altas horas de la noche- entre “opositores” y “nacionalistas”, partidarios del régimen militar. Al atardecer del día 10 de agosto surgió el motivo de la manifestación del día siguiente: la muerte de dos opositores, un estudiante y un empleado de comercio. El día 11, a media mañana, una multitud compareció a la Plaza San Martín para homenajear al Libertador y a los dos nuevos “mártires de las luchas por la democracia”. Todo el frente opositor adhirió al acto, desde los signatarios del Manifiesto de las Fuerzas Vivas hasta el embajador americano, además de varios partidos –Radical, Demócrata Progresista, Comunista, Socialista-, las federaciones universitarias y algunos sindicatos controlados por los “partidos obreros”. Siguiendo la tónica de los últimos acontecimientos, la manifestación terminó de un modo violento. El gobierno reimplantó el estado de sitio y uno de los sectores más dinámicos de la oposición, la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), respondió el día 18 de agosto, decretando una huelga de una semana, lo que aumentó la conmoción en el área central de la ciudad. Los estudiantes, que habían ocupado las facultades, recorrían las calles, visitando las sedes de órganos de prensa que –con la única excepción del diario La Época- estaban alineados con el campo “democrático” y publicaban noticias del movimiento opositor y de la huelga. Inmediatamente, las facultades se convirtieron en blanco de los grupos que apoyaban al régimen, repitiendo el recorrido de sus adversarios: poco después de atacar las facultades, apedreaban las sedes de los grandes diarios “democráticos”12. La huelga terminó mediante la intervención de las fuerzas policiales que desalojaron a los estudiantes de las facultades y detuvieron a más de 1.500 personas. “Nunca se odió tanto en Buenos Aires”, recuerda un cronista ligado en esa época a la Federación Universitaria. A su vez, un alto dirigente sindical que apoyaba la gestión del coronel Perón relata cómo, debido a la huelga universitaria y a la ocupación de las facultades por parte de los estudiantes, quienes defendían al gobierno revolucionario transformaron en grito rebelde una correlación que, con contenido negativo, un diputado socialista había formulado algún tiempo antes: se propagaba la consigna “¡Alpargatas sí, libros no!”, destinada a perdurar en el tiempo y a teñir las movilizaciones de apoyo a Perón de un tono fuertemente antiintelectualista.13 12 Los tradicionales diarios La Prensa, La Nación y Crítica, y el diario socialista La Vanguardia. Ver, por ejemplo,

Luna (1986: 91 y ss) y Gambini (1971: 20 y ss). 13 “(...) esos estudiantes [“democráticos”] jamás se habían aproximado a un sindicato ni se habían parado nun-

ca a conversar con un obrero (...) Siempre estudiaron y vivieron sin darse cuenta de ningún dolor humano (...) [El grito ‘Alpargatas sí, libros no’] (...) contiene un verdadero sentido social y humano (...) Nadie [entre los tra-

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Las manifestaciones antigubernamentales, que cada día adquirían un tono más definidamente antiperonista, tuvieron su punto culminante a mediados del mes de septiembre. Las fuerzas opositoras programaron para el día 19 la Marcha de la Constitución y la Libertad. Una inmensa multitud se reunió en la Plaza del Congreso y recorrió dos kilómetros hasta finalizar en la Plaza Francia14. La manifestación era encabezada por representantes de toda la coalición opositora. A sus espaldas se desplegaba una multitud que los diarios calcularon en un millón de personas. Las crónicas coinciden en afirmar que se trató de una gran demostración de fuerza por parte de la oposición que tomó posesión de la ciudad de Buenos Aires de un modo particularmente organizado: de dos camiones con altoparlantes surgían consignas, discursos y, repetidas veces, La Marsellesa; “comisarios” estudiantiles, organizados por los experimentados militantes comunistas, controlaban cada detalle del trayecto. Durante su recorrido a través de las avenidas Callao y Santa Fe, los manifestantes se detuvieron varias veces para dar vivas a dirigentes de la oposición, gritando, silbando, pidiendo la entrega del poder a la Suprema Corte de Justicia y solicitando victoriosamente: “¡Voto sí, botas no!”, “¡A Farrel y Perón, le hicimos el cajón!”. La característica más notable de la Marcha fue la búsqueda de legitimidad en un vasto panteón de próceres nacionales. Detrás del grupo de notables que la encabezaba, entre el mar de gente, sobresalían los estandartes y carteles con las imágenes de los pretendidos patrones: San Martín, Belgrano, Moreno, Rivadavia, Echeverría, Urquiza, Sarmiento y Roque Sáenz Peña. Al día siguiente comenzó la disputa para medir el verdadero resultado de la Marcha. Los simpatizantes del gobierno minimizaron el número de personas y, sobre todo, intentaron demostrar que los participantes no tenían nada que ver con el verdadero pueblo15. Los organizadores, por su parte, proclamaron desafiantes su éxito, alegando que era imposible que en semejante multitud no hubiese también “pueblo”. El conjunto de la prensa “democrática” anunció la victoria: “Medio millón de personas en la Marcha” (Crítica); “Vibró ayer Buebajadores] ignoraba que la ‘cultura’ y el ‘libro’, transformados en señor de título y poder, lo sometían al engaño y la arbitrariedad de los mismos patrones...” (Reyes, 1984: 189-190). 14 La Plaza Francia está situada en el corazón de la Recoleta que era, ya en esa época, el más elegante de los

barrios porteños. Para llegar allí, la multitud tuvo que atravesar avenidas (Quintana, Alvear) cuyos nombres eran los de las familias más notables de la elite porteña. Esta misma elite –algunos de cuyos representantes encabezaban la Marcha- habitaba esas calles y avenidas, y enterraba a sus muertos en el cementerio situado en el propio barrio, al lado de la Plaza Francia. La lista de las figuras que encabezaban la Marcha puede verse en Luna (1986: 199 y ss) y en Gambini (1971: 20 y ss). 15 Con el propósito de dificultar la asistencia al acto, el sindicato de los trabajadores tranviarios - partidario del coro-

nel Perón- preparó una huelga de transportes. Buscando explicar la enorme presencia con la cual contó la Marcha a pesar de la huelga y denunciar la composición social de la misma, el diario La Época, que apoyaba al régimen, decía irónicamente: “¿qué los iba a afectar la huelga de transporte? ¡Si todos iban en automóvil!” y el Daily Mail de Londres afirmaba que sería dificil “reunir tantas mujeres bonitas” (citado en Luna, 1986:200). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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nos Aires en un solo clamor: ¡Libertad y Constitución!” (El Mundo); “Nunca hubo en Buenos Aires un acto cívico más numeroso y expresivo que la Marcha de la Constitución y la Libertad” (La Prensa), “Una imponente muchedumbre formó en la Marcha de la Constitución y la Libertad” (La Nación). El gobierno de facto tambaleaba y el odiado coronel parecía perder todos los espacios. Finalmente, el 9 de octubre, se produjo lo inevitable: Perón renunció a todos sus cargos. El 12 de octubre, la oposición realizó su última movilización antes del día 17. Desde la mañana de aquel viernes –feriado del Día de la Raza- una multitud se reunió en la Plaza San Martín, sin la organización mostrada en la Marcha de la Constitución y la Libertad. No obstante, la convocatoria tenía un objetivo bien definido. Perón había caído pero aún no estaba claro el rumbo que tomaría el gobierno; todo parecía estar en las manos de los jefes militares o, por lo menos, eso creía la oposición (equivocadamente, como los hechos mostrarían más tarde). La información de que la cúpula del ejército estaba reunida en el Círculo Militar, situado en la Plaza San Martín, llevó a la oposición a comparecer masivamente en el lugar para presionar a favor de una salida política, exigiendo la entrega del poder a la Suprema Corte de Justicia. La oposición vivió aquel día una verdadera fantasía de revolución democrática de contornos alucinantes: jóvenes estudiantes marchaban portando estandartes y entonando La Marsellesa, hombres y mujeres colocaban adornos en las banderas y cantaban el Himno Nacional. El propio diario La Prensa, de violenta orientación opositora a Perón, no dudó en relatar aquella jornada en estos términos: “Era un público selecto formado por señoras y niñas de nuestra sociedad y caballeros de figuración social, política y universitaria”. Todo aquello que los simpatizantes de Perón habían denunciado sobre la composición social de la Marcha de la Constitución y la Libertad parecía confirmarse al observar a quienes insultaban al coronel y gritaban consignas democráticas en la Plaza San Martín. Las jóvenes señoras de la “sociedad” iban y venían entre la concentración repartiendo sandwiches y refrescos entre los presentes, y se improvisaban cocinas en las casas de las “buenas familias” (numerosas en la zona), colaborando de esta forma con lo que vivían como una jornada histórica. En palabras de Luna, el público congregado en Plaza San Martín decidió déjeneur sur l’herbe, la concentración de aquel día “fue como si la cabecera de la Marcha del 19 de septiembre hubiera instalado alli su vivac” (1986:243 y 244, respectivamente).16 16 Esta escenificación en Plaza San Martín fue tal vez la mayor expresión de la falta de brújula de la oposición

en aquella semana decisiva: una vez caído Perón y teniendo la victoria en la mano, la oposición se empeñaba en exigir una rendición incondicional, lo que era inadmisible para las Fuerzas Armadas, que sostenían al gobierno. Sin presentar alternativas para negociar y, sobre todo, sin contar con interlocutores

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Sin obtener respuesta alguna de los militares –que se negaban a capitular, entregando el gobierno a la Suprema Corte- la multitud se dispersó al anochecer. Se produjeron algunas escaramuzas violentas entre grupos de opositores y la policía, apoyada por partidarios del gobierno de facto. Tan sólo al día siguiente se esparció la noticia de un acontecimiento de la mayor importancia: Perón había sido detenido. ¿Cuáles fueron los significados profundos de las movilizaciones opositoras de agosto, septiembre y octubre de 1945? Difícilmente se puede pensar en la misma respuesta para cada una de las manifestaciones. Lo que se inició como algunas escaramuzas a principios de agosto, se transformó algunas semanas después en una verdadera batalla en función de la huelga estudiantil, tuvo su momento de mayor organización y solemnidad el día 19 de septiembre en ocasión de la Marcha de la Constitución y la Libertad, y terminó en una reunión del tout Buenos Aires el 12 de octubre en Plaza San Martín. En los diferentes tipos de acción callejera y en los diversos sentidos adquiridos por las movilizaciones se revelaba la enorme heterogeneidad del frente democrático. Éste estaba integrado, entre otros, por comunistas y socialistas que, entrenados en protestas callejeras, proporcionaron una cuota de organización a las manifestaciones; también por los radicales, quienes pudieron reeditar tanto las luchas de comienzos de siglo –cuando, aún antes de la Ley de Sufragio Universal, fueran sinónimo de oposición– como su último acto multitudinario, realizado una década antes en ocasión de la muerte del caudillo Hipólito Yrigoyen; y por las organizaciones estudiantiles que aportaron, a su vez, juventud y combatividad, cuyos antecedentes remontaban a las luchas por la reforma universitaria. La oposición también tenía uno de sus núcleos más dinámicos en otro conjunto de organizaciones y representantes de sectores sociales: las “fuerzas vivas”, integradas por organizaciones patronales, clubes de élite, grupos de militares y partidos conservadores. Para éstos últimos la movilización callejera constituía una experiencia inédita. Es más: el propio status de oposición poseía para ellos un significado especial, dado que eran quienes tradicionalmente habían ejercido el poder económico, cultural y político del país. El recorrido de las movilizaciones de agosto tuvo un carácter convencional: transcurría por algunas calles para culminar con un acto en algún lugar marcado simbólicamente (un monumento, por ejemplo), donde los representantes de diversos sectores pronunciaban sus discursos. La huelga estudiantil marcó un período de verdadera lucha callejera, con corridas, barricadas, ocupación de edificios, bombas molotov y embestidas policiales. La Marcha de la Constitución y de la Libertad exhibió rasgos bien diferentes: legítimos que lo representasen, el heterogéneo movimiento “democrático” se alegraba festejando una victoria que no duraría más que cinco días. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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encabezada por un grupo de “notables”, fue innovadora en términos de trayectos y de estandartes. Las imágenes de los héroes nacionales desfilaron por los barrios y las calles más finos de Buenos Aires: Barrio Norte, Recoleta y Plaza Francia, las avenidas Callao, Alvear y Quintana –un auténtico petit París, como gustan decir algunos de sus orgullosos habitantes-. Así, pasearon frente a las casas, edificios y palacios donde vivían algunos de los que participaban en la Marcha. Por último, ésta no terminó en un acto con discursos sino en una simple dispersión —sugiriendo la existencia de conflictos internos entre sus organizadores pero, al mismo tiempo, destacando la importancia de la propia demostración callejera: semejante ocupación de los espacios de la ciudad poseía un significado mayor que las palabras de cualquier discurso. El punto culminante de la movilización opositora fue la reunión en Plaza San Martín, con las jóvenes “de la sociedad” repartiendo sandwiches y bebidas, mientras se suponía que los uniformados reunidos en el Círculo Militar decidirían el futuro del país. Entre esos militares había un buen número de parientes y de integrantes de esa misma sociedad, hasta poco tiempo atrás sus aliados más confiables. En modo alguno se pretende sugerir que las manifestaciones de la oposición estaban compuestas solamente por miembros de la elite porteña. Sería sumamente difícil arriesgar un análisis de la composición de las movilizaciones; pero, en verdad, la dimensión cuantitativa poco importa a los efectos de la argumentación de este artículo. Lo cierto es que en las formas concretas de protesta y de ocupación del espacio, en los lugares escogidos para las demostraciones de fuerza, en las consignas, se expresaba mucho más que las ambigüedades de un frente de oposición tan heterogéneo. Si fuera posible discriminar entre estilos diferentes de protesta social, esas movilizaciones mostrarían el progresivo predominio de grupos sociales que encarnaban un status opositor muy dudoso. Para tales grupos, para las “fuerzas vivas” o el tout Buenos Aires, la acción de ocupar las calles –“sus” calles- constituía, más que un acto estrictamente opositor, una verdadera exhibición. Oponiéndose al gobierno de facto y vociferando contra el coronel Perón, esas movilizaciones adquirieron progresivamente un auténtico carácter teatralizador, en el cual esos sectores sociales representaron, al mismo tiempo, su soberanía sobre el centro de la ciu dad de Buenos Aires y sobre la sociedad argentina. Sin embargo, a la luz de los acontecimientos posteriores, no puede menos que llamar la atención el hecho de que en ningún momento los grupos de oposición escogieran como escenario de protesta a la Plaza de Mayo. Esta observación permite resaltar aún más el significado que tuvo la conclusión de las batallas 228

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callejeras, con la ocupación de la Plaza por las manifestaciones peronistas el 17 de octubre, y el efecto de constitución del centro que esa acción reveló.

El 17 de octubre y el resultado de la batalla por la ciudad vo análisis de los aspectos simbólicos del poder, Clifford Geertz Enhaunblósudegeslatiexis tencia de “centros” que animan la vida social y que constituyen las arenas de eventos trascendentales en los procesos de constitución y recreación del carisma. Siguiendo a Edward Shils (1961), Geertz mostró que lo esencial de tales centros, no es su posición geográfica sino el hecho de estar “cerca del corazón” cultural de aquellas sociedades. Rodeados de toda la sacralidad que es inherente al poder y situados en los “puntos en donde las ideas dominantes de la sociedad se articulan con sus instituciones dominantes”, tales centros son, en primer lugar, construcciones sociales. En el centro político de cualquier sociedad, afirma Geertz, hay una elite gobernante y un conjunto de formas simbólicas que expresan el hecho de que ella verdaderamente gobierna. Ese conjunto de formas simbólicas, reproducidos en historias, mitos, ceremonias e insignias, “marca el centro como centro” (Geertz, 1977: 150- 153)17. Evocar los acontecimientos del 17 de octubre en la Argentina permite modificar el foco del estudio de Geertz, explotando analíticamente el raro privilegio de observar el momento culminante del proceso en el cual uno de esos centros es producido socialmente18. En estos eventos, puede verse cómo el poder carismático surge de un conflicto entre clases de una misma sociedad. Al contrario de los casos estudiados por Geertz (Elizabeth de Inglaterra, Hassan de Marruecos y Hayam Wurak de Java), en los cuales el poder carismático parece reposar sobre un consenso previo de sus respectivas sociedades, nuestro caso muestra el nacimiento de un nuevo líder sobre la base de una profunda división: un sector de la sociedad consagra al lider como su enemigo, otro sector se identifica positivamente con él. Al mismo tiempo, éste último se dife17 Ver las observaciones de Shils (1961) respecto de las relaciones entre centro y periferia, que sirven de punto

de partida para el trabajo de Geertz y también para su propia elaboración posterior, y más completa, sobre la teoría weberiana del carisma (Shils, 1981: 228-230). 18 Con estas observaciones no buscamos oponer producción y reproducción social. Es claro que todo ritual en-

cargado de recrear al mismo tiempo produce la autoridad carismática. Por otro lado, el propio Geertz sugiere que las formas sociales por él analizadas fueron en algún momento inventadas (Geertz, 1977: 152). Evidentemente, no pretendemos agotar en los límites de este artículo el análisis de las condiciones sociales que subyacen a la producción social de un nuevo liderazgo carismático sino, solamente, llamar la atención hacia la dimensión espacial de ese proceso. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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rencia como categoría social –el “pueblo”, los “trabajadores”–, constituyendo también rasgos de su nueva identidad19. Debido al resultado de la batalla desarrollada en aquella época en las calles de Buenos Aires, la Plaza de Mayo se convertirá en una de las arenas de que habla Geertz. Transformada en un auténtico “centro del centro”, servirá de escenario para la constitución de Perón como una nueva figura carismática, nacida del encuentro con la multitud que festejó allí su victoria en la disputa por la ciudad. La Plaza de Mayo, después de aquel día –y por muchos años- fue el espacio reservado para una evocación, el escenario de un ritual que reproducía el encuentro original en el diálogo entablado cada 17 de octubre. A esta altura del análisis, se impone el examen de dos problemas. En primer lugar, ¿qué fue lo que contribuyó para que la invasión de la Plaza de Mayo tuviese tales consecuencias, resultando en la producción de una nueva forma de poder, en la producción social de un liderazgo? Como ya sugerimos, no se trataba de un lugar social y culturalmente vacío. Por el contrario, allí estaban presentes algunos de los símbolos máximos del poder del Estado, de la autoridad divina, de la historia de la ciudad y de la constitución de la nacionalidad20. Es el carácter sagrado de ese espacio el que nos lleva al segundo problema: ¿qué fue lo que condujo hasta la Plaza de Mayo a la multitud que, aunque estaba envuelta en una prolongada lucha callejera, no se había atrevido hasta entonces a escogerla como objeto y escenario de la batalla? ¿Qué llevó a la multitud a invadir y ocupar la plaza? Todos los relatos y análisis sobre los acontecimientos de octubre comparten una misma suposición relativa a “la naturaleza” del nuevo movimiento político –reforzada por la posterior repetición anual del ritual- que los torna cómplices del mito de origen del peronismo. Todos entienden la ocupación de la Plaza de Mayo como un hecho natural, como la única consecuencia posible de la batalla. Todo es descrito bajo la suposición de que Perón debía triunfar y que debía hacerlo solamente de ese modo: después de que las masas pidieran su presencia en Plaza de Mayo. Pero, ¿fue natural que la multitud se dirigiera a 19 Esto ha sido destacado para el caso del peronismo por Juan Carlos Torre (1989). 20 Los palacios y monumentos se suman a los relatos históricos que transforman a la Plaza en escenario de la

independencia y tejen en torno de ella algunos de los mayores mitos del origen de la nacionalidad. Esos grandes relatos sobre la historia nacional –transmitidos por medio de los textos escolares y recreados en las conmemoraciones nacionales- concuerdan en describir al 25 de mayo de 1810 como el día en que “el pueblo de Buenos Aires” compareció masivamente a la Plaza para pedir la independencia. Aún cuando la historiografía moderna ha avanzado mucho en situar con más precisión el sentido de la presencia de los porteños en aquella jornada frente al Cabildo, sin duda el fuerte contenido simbólico de tales relatos estaba presente en la dimensión que se confirió a la ocupación de la histórica Plaza en 1945.

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la Plaza? ¿Qué provocó tal confluencia entre la convicción de algunos dirigentes sindicales y la movilización de cientos de miles de personas desde el amanecer de aquel caluroso día de octubre?21 Al colocar los eventos del 17 de octubre en el contexto de la guerra que en ese momento sacudía a la ciudad de Buenos Aires se revela la verdadera dimensión innovadora de la ocupación de Plaza de Mayo: al invadir aquel espacio y al realizar lo que nadie había osado realizar hasta entonces, la multitud proclamó una nueva soberanía sobre la ciudad. Su presencia allí anunciaba el resultado de la batalla, al mismo tiempo que producía un nuevo movimiento político que tendría entre sus rasgos peculiares el hecho de haber transformado a la Plaza de Mayo en un verdadero centro de la vida política del país. Perón renunció a todos sus cargos el 9 de octubre de 1945. Aquella noche algunos grupos de oposición gritaban victoriosos en las calles de Buenos Aires: “¡ya se fue!”, “¡libertad!”. Pero al día siguiente se produjo un acontecimiento que tendría enormes consecuencias: delante de 70 mil trabajadores el coronel Perón pronunció un discurso de “despedida” desde los balcones de la Secretaría de Trabajo, el cual fue transmitido a todo el país por la cadena de radiodifusión. Sin proclamarse francamente beligerantes, sus términos estaban lejos de ser los de una simple aceptación de derrota. Después de hacer una acalorada defensa de la actividad promovida por su Secretaría declaró: En esta obra, para mí sagrada, me pongo desde hoy al servicio del pueblo. Y así como estoy dispuesto a servirlo con todas mis energías, juro que jamás he de servirme de él para otra cosa que no sea su propio bien. (...) Y si algún día, para despertar esa fe ello es necesario ¡me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo!22 Inmediatamente, anunció que dejaba firmados dos decretos. Uno sobre asociaciones profesionales, “lo más avanzado que existe en esta materia”. El otro, estableciendo un aumento general de salarios y la implantación del Salario Mínimo, con participación en las ganancias. Como no podía ser de otra manera, al oír el anuncio de medidas que representaban antiguas banderas de lucha del movimiento sindical, la multitud ovacionó sin timidez al coronel, gri21 En la perspectiva de este artículo pierden relevancia las prolongadas discusiones sobre el “verdadero” papel

desempeñado por la dirección sindical en los acontecimientos, sobre el carácter espontáneo u organizado de la movilización del 17 de octubre (ver también Neiburg 1995). Yendo más allá de esa larga discusión –que en sí misma es una arena de disputas entre representaciones políticas- interesa resaltar aquí el hecho aparentemente más simple y obvio: cientos de miles de personas ocuparon las calles de Buenos Aires y terminaron estableciéndose en la Plaza de Mayo, contribuyendo de esa manera a la producción de algo nuevo en términos sociales. 22 Luna (1986: 232- 236), Fayt (1977: 102 y ss), y Gambini (1971: 23- 25). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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tando “¡Perón presidente!”, “¡Un millón de votos!”, “¡Ni nazis ni fascistas: peronistas¡”. Frente a las demostraciones de júbilo popular, el coronel agregó un pedido muy particular. Dijo: “Pido orden para que sigamos avanzando en nuestra marcha triunfal: pero si es necesario, ¡algún día pediré guerra!”. Y terminó: No voy a decirles adiós (...) Les digo “hasta siempre”, porque de ahora en adelante estaré entre ustedes más cerca que nunca. Y lleven, finalmente, esta recomendación de la Secretaría de Trabajo y Previsión: únanse y defiéndanla, porque es la obra de ustedes y es la obra nuestra. La muchedumbre se dispersó repitiendo las nuevas consignas. Este fue el último acto público que contó con la participación de Perón antes del día 17. La semana que separa ambos días estuvo marcada por tensión y permeada por los más diversos rumores sobre el paradero del coronel. La noticia de la prisión de Perón y de su traslado hacia la isla de Martín García explotó como una bomba en la mañana del día 13 de octubre. “La restauración comenzó”, sostenían algunos carteles pegados en los muros de la capital. Los ánimos se exaltaron aún más cuando organizaciones patronales declararon que no respetarían los últimos aumentos salariales decretados por el coronel. Hacia la noche del domingo 14 de octubre, en medio de un clima de creciente agitación, mientras algunos sindicatos buscaban nuevos interlocutores dentro del gobierno, otros decidían declarar una huelga general por la libertad de Perón. En la mañana del día 15 los trabajadores azucareros de la provincia de Tucumán y los obreros de los frigoríficos de Ensenada y de Berisso -cerca de Capital Federal- abandonaron sus actividades. Por la tarde se sumaron a la huelga otros sindicatos de Rosario y del Gran Buenos Aires. Respondiendo a las presiones de las organizaciones sindicales de base, la Comisión Administrativa de la CGT declaró la huelga ad referendum de la reunión del órgano máximo de la entidad, el Comité Central Confederal (CCC), programada para el día siguiente. El martes, día 16, amaneció con algunas manifestaciones callejeras, mientras que en la sede de la CGT se realizaba la esperada reunión del CCC. Después de horas de arduas discusiones que evidenciaron sus divisiones internas, el CCC decidió convocar una huelga general para el 18 de octubre23. En la tarde del mismo día se supo que, bajo el pretexto de un “súbito empeoramiento de su estado de salud”, Perón había sido trasladado de la isla de Martín García hacia el Hospital Militar, situado en la zona norte de la Capital Federal. Con la noche llegaron, provenientes de los diferentes suburbios de la 23 Cf. Torre (1988:142-143).

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ciudad, las primeras columnas de manifestantes, que escogieron cuatro puntos de concentración. El primer grupo se colocó frente a la sede de la Secretaría de Trabajo y el segundo frente a La Épóca, único diario con simpatías peronistas –ambos puntos ubicados en el centro de la ciudad-. Un tercer grupo, compuesto por unas cuatro mil personas, se desvió hacia el norte y, encontrándose con quienes llegaban desde los suburbios del oeste, se instaló frente al Hospital Militar con el aparente propósito de liberar a Perón. Al mismo tiempo, un cuarto grupo integrado por unas cinco mil personas comenzaba a ocupar la Plaza de Mayo24. Como se sabe, la ciudad de Buenos Aires es el centro político y administrativo de un país que se constituyó tomándola como núcleo. Eso se expresa, inclusive, en la estructura de la distribución demográfica que desde principios de siglo muestra la concentración de aproximadamente un tercio de la población total del país en su área metropolitana. Su carácter de ciudad-puerto consolidó la posición central de Buenos Aires en la formación de la nación argentina: por allí llegaron los millones de inmigrantes y hacia allí converge toda la red vial y ferroviaria por la cual llegan a la metrópoli mercancías y personas provenientes del interior del país. Un rápido vuelo sobre la Buenos Aires de 1945 ofrecería la siguiente imagen. La zona central, como ya fue dicho, concentra todos los atributos del poder. Su carácter central nada tiene que ver con la geografía: es central porque justamente allí están presentes todos esos emblemas, edificios y monumentos. También es en el centro de la ciudad, sobre la orilla del Río de la Plata y detrás de la Plaza de Mayo, donde se encuentran las principales instalaciones del puerto y de la aduana. La región que se extiende hacia el Norte, siguiendo la margen del río, fue escogida como lugar de residencia por los sectores medios y altos de la sociedad porteña. Hacia el oeste, el conurbano se disuelve en barrios habitados por grupos sociales medios y bajos, y por poblaciones obreras, mientras, poco a poco, se integra al mundo rural de la pampa. Por allí pasaban los caminos de entrada de ganado y se localizaban, también, los mataderos. La ciudad se extiende igualmente en dirección al sur, siguiendo el contorno del Río de la Plata. Una sucesión de barrios y poblados se esparce por los aproximadamente 50 kilómetros que separan la Capital Federal de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. La concentración de suburbios obreros es mayor en esa región. Sus habitantes son trabajadores portuarios y de frigoríficos. Entre esos barrios y la Capital hay un límite político profundamente marcado por la geografía: el Riachuelo, un afluente del Río de la Plata, 24 Fueron utilizadas especialmente informaciones de Luna (1986: 218- 221), Gambini (1971:42-104), Reyes

(1984:222-240), Perelman (1961:63-132), Torre (1988) y James (1987). Asimismo fueron consultados los diarios La Nación y La Prensa. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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cuyas márgenes abrigan sectores del puerto y algunas industrias. Sobre sus poluidas aguas, uniendo la Capital Federal a los suburbios, hay una red de puentes levadizos que permiten el pasaje de los barcos. Cruzar el Riachuelo y conseguir atravesar esos puentes –con todo lo que eso recuerda al asalto a fortalezas feudales-, fue tal vez la mayor aventura de la invasión de Buenos Aires en aquella jornada de octubre de 1945 y, también, el objeto de los más fantásticos relatos y crónicas. Los puentes sobre el Riachuelo (Avellaneda y Pueyrredón) parecen haber sido objeto de una verdadera batalla entre las columnas que buscaban atravesarlos en dirección al centro de la ciudad y quienes intentaban impedir su marcha. A veces “los puentes bajaron” y la multitud se apresuró a atravesarlos; a veces “los puentes subieron” y, deseosos de llegar cuanto antes a la Capital, algunos se lanzaron a las aguas y se arriesgaron a cruzarlas a nado. Otros utilizaron troncos y embarcaciones precarias. Los demás presionaban a quienes controlaban los puentes: la Prefectura y el Sindicato de Trabajadores Portuarios. La violación de una frontera espacial refuerza la percepción de la diferencia social que ella sanciona de forma objetivada. En la noche del 16 de octubre y en la madrugada del 17, al mismo tiempo que atravesaban los puentes, los manifestantes violaban toda la estructura de diferencias sociales y culturales montada sobre la oposición centro/periferia marcada por el Riachuelo25. Desde la zona sur, los visitantes venían de La Plata, Ensenada, Berisso, Temperley, Lanús, Quilmes, Dock Sud, Avellaneda. Al cruzar los puentes, se sumaban otros grupos venidos de los barrios de La Boca, Barracas, Parque Patricios. Provenientes de los suburbios del oeste de la ciudad avanzaban rumbo al centro y a través de las avenidas Rivadavia y de Mayo los contingentes de manifestantes que llegaban de Mataderos, Villa Lugano, Liniers, Villa Urquiza, La Paternal, Villa Luro, Floresta Norte. La escena se repetía en todos los alrededores de la Capital. Los manifestantes se reunían en sus lugares de trabajo y de allí, luego de recorrer sus barrios, se movilizaban en dirección al centro de la ciudad. La mayor parte iba a pie, algunos en bicicleta y otros a caballo. Marchaban cargando como estandartes banderas argentinas y fotografías de Perón. Avanzaban gritando consignas en favor de la liberación del coronel y cantando el Himno Nacional, junto a improvisadas canciones que tomaban prestadas melodías utilizadas en los campos de fútbol. Esas melodías, así como los bombos que les servían de acompañamiento, abandonaban los límites de los estadios para incorporarse a 25 Sobre las marcas que designan fronteras y sobre los pasajes materiales, ver Van Gennep (1973: cap. II). Sobre

la división de las ciudades en centro y periferia y sobre la ecuación de sentidos a ella asociada (centro, dentro, superioridad social versus periferia, fuera, inferioridad social), ver Shils (1961) y Da Matta (1985: 26- 28).

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la cultura política del país: “¡Perón no es comunista/Perón no es dictador/Perón es hijo del pueblo/y el pueblo está con Perón!”. Con el pasar de las horas se paralizaban las actividades de la ciudad. El comercio cerraba sus puertas, algunas tiendas voluntariamente, otras en función de las piedras arrojadas por los manifestantes. Piquetes de huelguistas obligaban a los transportes colectivos a cambiar sus itinerarios, asumiendo un solo sentido: trenes, ómnibus y colectivos debían circular tan solo en dirección al centro. En los vehículos y en las paredes de las calles hacían sus primeras apariciones las consignas a favor de Perón, escritas con cal, pedazos de carbón y tiza blanca. La tiza y el carbón, como las banderas y los estandartes con las fotos del coronel, los bombos, las canciones y las consignas entonadas en aquella jornada, pasaban a constituir la naciente liturgia peronista. Las columnas mayores entraron a Buenos Aires después del mediodía. Los puntos de concentración se redujeron a dos: el mayor de ellos era la Plaza de Mayo, donde, según algunas fuentes, luego de las 15 horas había más de 100 mil personas; el otro punto era el Hospital Militar, donde se sabía que estaba el coronel. Pero, en realidad, toda la zona central de la ciudad estaba ocupada. Los manifestantes no llegaban a Plaza de Mayo o al Hospital Militar para permanecer allí. Al contrario, recorrían repetidamente los casi tres kilómetros que separan los dos lugares. Pasaban por los barrios y las calles de la zona norte, frente a las residencias de los grupos sociales más altos, quienes, aunque hubiesen experimentado las movilizaciones callejeras en ocasión de las protestas opositoras de los meses anteriores, nunca antes habían presenciado el espectáculo de sus calles invadidas por semejantes multitudes “suburbanas”. Ese espectáculo haría que muchos de los que lo observaban se definieran como visceralmente contrarios a todo lo que tuviese que ver con el coronel Perón. Quienes no tuvieron dudas en denominar lo que veían desde sus casas como un auténtico “aluvión zoológico”, nacían en aquel instante, también, como antiperonistas. De la multitud que se congregaba en la Plaza de Mayo y frente al Hospital Militar se desprendían grupos más reducidos que hacían recorridos por las diferentes calles reproduciendo todos los motivos de la nueva liturgia. Deambulando por toda la región central de la ciudad, espacialmente entre la Plaza y el Barrio Norte, los manifestantes conseguían mostrar que, de hecho, se habían apoderado de la Capital. En el contenido de algunas de las consignas, así como en la dirección de los recorridos por el espacio urbano, es posible descubrir a quiénes la multitud consideraba como sus adversarios. Se gritaba a favor de Perón y contra la oligarquía, los estudiantes, los medios de comunicación, las universidades y la © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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“democracia”, que era la bandera de todos esos segmentos de oposición. Los grupos de manifestantes visitaban las sedes de los centros sociales de la elite. Frente al Jockey Club cantaron: “Salite de la esquina oligarca loco/tu madre no te quiere, Perón tampoco”. Otros blancos preferidos eran los diarios que habían militado tan fervorosamente en las filas de la oposición. Otros eran las facultades, frente a las cuales los manifestantes cantaban a coro: “¡Alpargatas sí, libros no!”. Todos esos sitios terminaron con sus vidrios rotos por las piedras y sus muros cubiertos de slogans. Lo mismo ocurrió con algunos monumentos y edificios públicos, como el propio Congreso Nacional. A pesar de algunos actos de violencia, todas las crónicas tienden a concordar en que los eventos fueron fundamentalmente pacíficos26. Independientemente del estado de ánimo de los manifestantes -que no podía dejar de ser tenso- la simple ocupación de la ciudad parece haber sido el hecho realmente importante. Imperaba una extraña mezcla de confraternización popular y de sublevación de contornos carnavalescos. En medio del estruendo de los bombos y del griterío de la multitud que entonaba sus canciones, el calor sofocante de aquel día contribuyó al nacimiento de otra categoría social: muchos hombres se sacaban sus sacos o abrigos y se quedaban en mangas de camisa, transformándose en los primeros “descamisados”. Hubo un elemento determinante para que aquel día los acontecimientos no fueran violentos: la actitud de la policía que, en vez de impedir el movimiento de los manifestantes, acabó por estimularlos, llegando inclusive a integrarse con ellos. El sindicalista Angel Perelman recuerda: En todos los barrios, según las noticias que recibíamos de los manifestantes, la policía estaba intentando disolver y reprimir a la multitud; aunque sin ocuparse a fondo. Después de mediodía, la actitud de la policía comenzó a cambiar. (...) La situación se aclaró de repente, cuando, ahí por las 15 horas, vimos atravesar a toda velocidad, cruzando frente a nuestro taxi, un camión de los Correos cargados de vigilantes que gritaban para nuestra sorpresa: “¡Viva Perón!”. (Perelman, 1961:112- 113)27 26 Los actos de mayor violencia ocurrieron fuera de la Capital Federal, particularmente en La Plata, Ensenada y

Berisso (ver James: 1987). De cualquier manera, un aspecto importante de la movilización fue el número relativamente pequeño de heridos y de detenidos (algunos cientos). De la lista con más de 200 heridos y detenidos publicada por los diarios surge un hecho interesante: su media de edad era inferior a los 23 años. La lectura del artículo de James permite observar características comunes entre las manifestaciones de la Capital Federal y las de Ensenada y Berisso. 27 Independientemente de que fue desmentida por la historiografía posterior, la supuesta participación de “Evi-

ta” en los acontecimientos del 17 de octubre pasó a formar parte de algunas versiones del mito de origen del peronismo. Sobre la mitología relativa al papel de Eva Perón en esa jornada, ver Navarro (1980). En general, sobre los mitos de Eva Perón, ver Taylor (1980).

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Uno de los temas suscitado por los acontecimientos de aquel día tiene que ver con la participación de los dirigentes sindicales y de la CGT en la organización de las movilizaciones. Como ya vimos, mientras la central obrera preparaba una huelga general para el día 18, la gente había comenzado a salir a las calles desde la noche del día 16. En su trabajo sobre la CGT y el 17 de octubre, Juan Carlos Torre postula la existencia de una especie de central sindical paralela que habría tornado posible la unidad de objetivos –“todos a la Plaza” y “por la libertad de Perón”- y el carácter nacional que tuvieron las manifestaciones (Torre, 1988: 135 y ss). En efecto, simultáneamente a lo que acontecía en Buenos Aires y siguiendo en líneas generales las mismas características, se realizaron movilizaciones en los centros de muchas capitales y ciudades del interior del país, tales como Tucumán, Córdoba, Rosario, Salta, Mendoza, La Plata y otras. En la memoria de dos dirigentes sindicales que participaron en los eventos y que debían integrar la “CGT paralela” mencionada por Torre, el énfasis del relato es claramente contradictorio. Cipriano Reyes sobrestima su propia actuación, afirmando que la consigna “todos a la Plaza” había partido de su grupo (Reyes, 1984: 220). Perelman, al contrario, dice que en la mañana del 17 de octubre las noticias de las movilizaciones los “tomaron de sorpresa”. Cuenta que aparecieron “unos compañeros” en la sede del sindicato de los metalúrgicos, a quienes se les preguntó qué estaba sucediendo: Respondieron que en Avellaneda, en Lanús, el pueblo está viniendo para el centro. ‘¿cómo es eso?’, preguntamos. ‘Sí’, respondieron, ‘no sabemos quién dio la consigna, pero toda la gente está caminando hacia algunas horas rumbo a Buenos Aires’. (Perelman, 1961, p. 83) Sin duda, muchos factores intervinieron en las movilizaciones de aquellos días: la decisión de algunos dirigentes, la indecisión de otros y, también, algún impulso misterioso que lanzaba a la muchedumbre con rumbo al centro de la ciudad. Lo cierto es que, a medida que caía la noche, la multitud reunida en Plaza de Mayo ya llegaba a varios miles de personas y que, cuando algunos jefes militares se dieron cuenta de lo que sucedía y pensaron en reprimir, nada más se podía hacer sin provocar un baño de sangre. A esta altura de los acontecimientos, con la ciudad de Buenos Aires tomada por la multitud, si no se reprimía, no restaba más que aceptar sus exigencias. Después de las 19 horas se comunicó a los manifestantes que estaban frente al Hospital Militar que Perón hablaría a los manifestantes desde la Casa Rosada. En Plaza de Mayo, mientras

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tanto, se instalaba un equipo de sonido que repetía el comunicado de que Perón se dirigiría al país desde los balcones de la sede del gobierno nacional. Al mismo tiempo, en el centro de la Plaza se producían dos escenas que algunos relatos transformarían en símbolos máximos de la jornada. Como demostración de una victoria cuyo carácter aún nadie podía conocer, fue colocado junto a la bandera nacional, izada en lo alto del mástil ubicado en el centro de la Plaza, en el corazón de Buenos Aires, un retrato del coronel Perón. A los pies del mástil tenía lugar la otra escena destinada a transformarse en el colmo de la irreverencia a los ojos de muchos porteños: algunos manifestantes, exhaustos por el calor, habían decidido bañarse en las aguas de la fuente de Plaza de Mayo.

La consagración del centro y la producción del carisma tamente a las 23 horas se anunció que Perón ya estaba en la Casa RosaExac da. La multitud respondió agitando centenas o miles de antorchas, lo que completaría la imagen fantástica que encontró el coronel cuando finalmente salió al balcón. Su primer gesto fue imitar un saludo. Extendiendo sus brazos, parecía cubrir a la multitud. La respuesta fue una explosión de júbilo y la repetición de las consignas que habían sido entonadas durante toda la jornada. En las culturas hispánicas, las plazas públicas y centrales de las grandes ciudades concentran los poderes de Dios y del Estado, sirviendo de “marco privilegiado para el encuentro entre la multitud y el individuo” (DaMatta, 1985:3738). Lo que siguió aquella noche a la aparición de Perón en los balcones de la Casa Rosada para dirigirse a la muchedumbre congregada en Plaza de Mayo dramatiza el nacimiento del diálogo entre “la masa” y el nuevo “líder”. Si fuera posible situar en algún momento el nacimiento de Perón como figura carismática, su consagración como líder, tal momento sería, sin duda, el fantástico diálogo que entabló con la multitud aquella noche. Un diálogo donde es posible observar, también, el nacimiento de diversas identidades. Vistos como una sucesión de actos de una obra teatral, los eventos verificados cerca de media noche en Plaza de Mayo se desarrollaron de la siguiente manera. En medio del denso y confuso grupo de personas que estaba en los balcones de Casa Rosada en aquel momento, se encontraba el propio presidente del país, el general Farrell, encargado de recibir a Perón y de anunciar la presencia del “hombre que por su dedicación y su empeño, ha sabido ganarse el corazón de todos: el coronel Perón”. Luego de las ovaciones y de los gritos de “¡Farrell y Perón/un solo corazón!”, Perón se hizo esperar aún unos minutos, mientras 238

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se anunciaba la ejecución del Himno Nacional. A su término, una nueva explosión saludó a la figura del coronel que, tomando el micrófono, comenzó así su discurso28: ¡Trabajadores! Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Cuando se calmaron los gritos de “¡El pueblo con Perón!” y “¡Viva Perón!”, continuó: En la tarde de hoy, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello he renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspirar un soldado: lucir las palmas y los laureles de general de la Nación. Lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón y ponerme, con este nombre, al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Después de que la multitud acabó su estallido, Perón prosiguió: Dejo el honroso uniforme que me entregó la Patria, para vestir la casaca de civil y confundirme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria. Con esto doy un abrazo final a esa institución que es un puntal de la Patria: el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esa masa grandiosa que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. A continuación de una pausa, exclamó: “¡Esto es el pueblo!”, recibiendo en respuesta una catarata de aplausos y ovaciones. “¡Es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre que hemos de reivindicar!”29. Los manifestantes ya no respondían solamente con vivas y con consignas: pasaban ahora a 28 Ver los diarios La Nación y La Prensa, Luna (1986: 293- 299), Gambini (1971: 94- 98) y Sigal y Verón (1988:

25 y ss). 29 Son muchos los elementos de este discurso que merecerían ser resaltados, especialmente, el acto a través

del cual designa y –contando con la pretensión performativa de sus palabras- constituye a su auditorio como “el pueblo”, el “verdadero pueblo”, los “trabajadores”. Es claro que una consideración más profunda de la eficacia performativa de sus palabras debería incluir un examen de las condiciones sociales subyacentes a la producción y recepción de tal discurso (ver Bourdieu, 1982: 99-161). Eso es justamente lo que Sigal y Verón han dejado de lado en su sugerente análisis del “fenómeno peronista”. Los autores postulan allí que la clave del “peronismo como fenómeno discursivo” reside en lo que denominan como “el modelo de llegada”, a partir del cual el enunciador ocupa una posición de líder. Este discurso es visto por los autores como el marco del

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dialogar con Perón, querían saber dónde había estado el coronel durante aquellos días: ¿preso?, ¿enfermo?. De la Plaza surgían gritos insistentes: “¿Dónde estuvo?, ¿Dónde estuvo?”. Perón prosiguió: Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo al que yo sacrificaba mis horas, de día y de noche, habría de traicionarme... Surgió como respuesta: “¡Nunca!, ¡Nunca!”. El coronel continuó: Que sepan esos indignos farsantes, que este pueblo no engaña al que no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclado en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente contra mi corazón... como podría hacerlo con mi madre. Desde la Plaza volvió a oírse, con mayor insistencia: “¿Dónde estuvo?, ¿Dónde estuvo?”. Y el coronel ahora respondió: Preguntan ustedes dónde estuve... ¡Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes! (...) Señores... ante tanta insistencia les pido que no me recuerden lo que hoy ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar no merecen ser queridos ni respetados por sus semejantes y yo aspiro a ser querido por ustedes. (...) Y no quiero empañar este acto con un mal recuerdo... Más ovaciones y gritos de “¡El pueblo con Perón!”. El líder continuó: Sé que se habían anunciado movimientos obreros. Ya, desde este momento, no existe ninguna causa para esto. Por eso les pido como un hermano mayor, que retornen tranquilamente a su trabajo. Y por esta única vez... ya que nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión... les pido... que realicen el día de paro... festejando. Se oyó “¡Mañana es San Perón/que trabaje el patrón!”. El coronel prosiguió su discurso en medio de un gran griterío: (...) que hagan huelga, festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la Patria. pasaje del cuartel hacia el Estado y el mundo de la política, como una verdadera “transmutación” de la propia persona de Perón en la cual se constituye como “enunciador líder” (Sigal y Verón 1988: 27-47).

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Había nacido San Perón, como sería llamado de aquel día en adelante el feriado motivado por la recordación de cada 17 de octubre. Ejerciendo toda la fuerza y la magia que surgía de su nueva relación con la multitud, Perón pasó a dar consejos. Pidió que se dispersaran con tranquilidad y con cuidado y recordó que entre ellos había “muchas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los propios obreros”. Pero aún no había terminado. Faltaba, tal vez, la muestra máxima de su nuevo poder: el último acto. Perón concluyó pidiendo a los manifestantes que permanecieran por más tiempo en la Plaza de Mayo: Y ahora, para compensar los días de sufrimiento que he vivido, yo quiero pedirles que se queden en esta plaza quince minutos más, para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí. Ya había pasado la medianoche y la multitud respondió permaneciendo en la Plaza, agitando sus banderas y antorchas, gritando sus consignas y observando al líder que, extendiendo las manos, no dejaba de abrazarla desde lo alto. Finalmente, Perón dejó el balcón de la Casa Rosada pero la gente continuó en la Plaza. Había llegado la hora de cantar victoria y de ejercer el nuevo poder conquistado sobre la ciudad. Es claro que, poco a poco, un gran número de personas volvió para sus barrios. También es cierto que se debe considerar lo avanzado de la noche y que el día que comenzaba era el nuevo “San Perón”. Había una huelga general, no solamente convocada por la CGT, sino ahora también sancionada por esa reunión colectiva del “pueblo”, los “trabajadores” con su “líder”. Por consiguiente, el día 18 tampoco habría transportes. Sin embargo, los manifestantes reinaron soberanos en las calles de Buenos Aires, no solamente el jueves 18 sino también el viernes 19. Aún el sábado 20 los diarios relataban la presencia de grupos en las calles y en las plazas, vivando al coronel Perón y ejecutando todo el repertorio de protestas callejeras que había nacido en esas jornadas. Tal vez los acontecimientos de los días posteriores al 17 de octubre nunca hayan sido destacados suficientemente. La mayor parte de las crónicas simplemente registra el cumplimiento del paro general marcado para el día 18 sin observar que lo que ocurrió en la ciudad en aquellos días fue mucho más que una paralización de actividades. En realidad, se trató de una verdadera ocupación prolongada de Buenos Aires. Un hecho que nos remite nuevamente, por un lado, al examen de las relaciones entre espacio y sociedad, entre espacio, conflictos sociales y formas concretas de protesta callejera; y, por otro lado, al con-

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texto de las luchas que tuvieron a las calles de la ciudad como escenario y objeto de batalla durante los meses anteriores. Las crónicas presentan la imagen de manifestantes deambulando con “absoluta desinhibición” (La Nación, 20/10/1945), vagando por las calles y, literalmente, acampando en algunas áreas de la ciudad. Por ejemplo, La Prensa del día 19 de octubre presentaba la siguiente imagen: (...) se limitaban a caminar todo el día sin itinerario predeterminado (...) se fueron agrupando en las avenidas principales (...) y a mediodía continuaron avanzando rumbo al centro (...) muchos de los manifestantes sentían el efecto del cansancio y el rigor de la jornada, y fue así que se recostaban en los canteros y también en las escalinatas del Banco Nación, y en la explanada de la sede de gobierno y hasta en la Plaza Colón para reposar. Puertas, paredes y automóviles, por toda parte brillaban las leyendas hechas a tiza y carbón. No se salvaron ni las columnas de la catedral, ni la pirámide de Mayo, ni el pedestal del monumento a Belgrano, y en la estatua de Garay se había colocado un cartel alusivo... Nada había de ocasional en la elección de los lugares donde pasar la noche. Al contrario, se trataba de una verdadera actividad productora de significados sociales que, con una transparencia inusitada, permite ver el contenido del conflicto y su desenlace provisional. Los manifestantes dormían en Plaza de Mayo, en la plaza y en las escalinatas del Congreso Nacional, en Plaza San Martín y también en Plaza Francia –éstos últimos, recordemos, lugares preferidos de las movilizaciones de oposición anteriores al día 17-. Los “peronistas” repetían sus visitas a los mismos lugares –facultades, clubes, diarios de la “oligarquía”-, apedreándolos y orinando sus paredes. Esta verdadera contrateatralización daba a la ciudad una imagen muy diferente de la que había tenido durante las manifestaciones “democráticas”. La oposición –como bien nota un cronista– se sentía derrotada, “sin ánimo para disputar el dominio de las calles” (Luna, 1986: 304). Una prueba de ello es que en esos días no fueron registrados actos de violencia. Todo parecía indicar que había vencedores y vencidos. Los primeros prolongaron su campamento en las plazas y el vagabundeo por las calles de la ciudad. Los segundos, derrotados, parecían decididos a observar desde adentro de sus casas la invasión de que era objeto su propio espacio: las mismas calles que habían servido, hasta pocos días antes, como escenario y objeto de sus exhibiciones de poder, donde habían realizado su “revolución democrática” apoyada por el panteón de los héroes nacionales. 242

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En aquella época, Buenos Aires vivió una extraña experiencia de lucha callejera. Sin barricadas, con pocas corridas, casi sin represión y sin una cuota alta de violencia. Más que una lucha en la que dos grupos se enfrentan teniendo a la ciudad como un simple escenario de la batalla, aquí las calles, las plazas, los monumentos, los edificios y los barrios eran objeto de verdaderas exhibiciones, teatralizaciones y contrateatralizaciones. Éstas no se agotaban en la ocupación de los espacios físicos, se manifestaban también en lo que cada grupo hacía, en lo que los individuos gritaban, en los estandartes que portaban. En lo que unos y otros hicieron y dejaron de hacer en (y con) la ciudad se muestran las diferentes relaciones que los distintos grupos mantenían con ella. Esas diferentes relaciones con el espacio urbano hablan profundamente, también, de las propias relaciones entre los grupos sociales y de sus transformaciones.

Epílogo: rumbo a la rutinización del carisma te después del 20 de octubre los diarios publicaron noticias de una SoBuelamen nos Aires nuevamente en calma. En aquellos días fue inaugurada una forma de relación entre la sociedad y la ciudad, entre Buenos Aires y los conflictos sociales. El centro de la Capital Federal nunca más tendría aquella imagen de cierta placidez que en este siglo sólo había sido perturbada una y otra vez por las huestes del caudillo radical Hipólito Yrigoyen o por algún motín militar. Pasada la crisis de octubre, las fuerzas que se habían enfrentado en las calles se preparaban para hacerlo en las urnas. Los meses de campaña electoral –entre noviembre de 1945 y febrero de 1946- sirvieron para repetir mucho de lo que unos y otros habían aprendido e inventado en las jornadas anteriores. La disputa política continuó instalada en el espacio público de las grandes ciudades. Cientos de miles de manifestantes volvieron a las calles del centro de Buenos Aires, a los lugares que habían sido marcados entre julio y octubre, para anunciar allí sus adhesiones. Finalmente, el 24 de febrero de 1946 se realizaron los comicios. La fórmula encabezada por Juan Domingo Perón venció a la de la Unión Democrática por poco más de 300 mil votos. En el primer aniversario de la jornada del 17 de octubre se realizó en Plaza de Mayo una inmensa concentración popular que no se apoyaba solamente en el poder de organización de la CGT –ya en proceso de “homogeneización peronista”-. El acto también contaba con el respaldo del propio Congreso Nacional que, una vez constituido el nuevo gobierno de mayoría peronista, se apresuró a © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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transformar el 17 de octubre en feriado nacional30. A partir de aquel año –y en otras ocho ocasiones, hasta el golpe de estado que derrocó a Perón en septiembre de 1955-, el ritual se repitió cada 17 de octubre. Era San Perón, el “día de la lealtad peronista”. Cada año, también, junto con la recordación de las jornadas de 1945 se recreaba una liturgia sancionadora de todos los mitos legitimadores del nuevo poder. Como parte de esa liturgia, al tradicional discurso de Perón desde los balcones de Casa Rosada pronto se sumó el de Eva Perón, a quien cabría un papel importante en la producción y reproducción del mito. No es posible aquí analizar la liturgia construida posteriormente en torno a ese día, sus relatos y su lugar dentro de las formas de sacralización del poder del propio Perón y de su “círculo carismático”. Sólo es posible señalar que en la conmemoración anual del 17 de octubre –que posee un lugar fundamental en lo que Max Weber (1964:197-204) denomina rutinización del carisma-, siempre se reservó un lugar destacado a las relaciones de la sociedad argentina (y del peronismo) con el espacio nacional y, en especial, con el espacio de la ciudad de Buenos Aires31. En la conmemoración de los eventos de 1945 nunca dejó de evocarse la victoria con la cual culminó la batalla que tuvo a la ciudad como escenario y objeto de lucha. Cada 17 de octubre se bajaban los puentes sobre el Riachuelo, dando paso a las columnas de manifestantes. Cada 17 de octubre se recordaba la invasión del centro de la capital, con las columnas provenientes de los suburbios obreros encontrándose en la Plaza de Mayo para escuchar las palabras de Perón. Cada año se teatralizaba la ocupación simbólica de la ciudad de Buenos Aires, recreándose la situación extraordinaria en la que fue socialmente reconocida la nueva autoridad carismática. Anualmente se reproducía el escenario del diálogo original entre el “líder” y el “pueblo trabajador”, diálogo que estaba 30 Reproduciendo las actas del Congreso Nacional, Ciria (1983: 273- 282) informa sobre los fundamentos (y las

disputas) con que los legisladores buscaron sancionar el feriado del 17 de octubre. Leyendo la crónica de los debates legislativos es difícil evitar la sensación de que se asiste a enfrentamientos entre diferentes relatos del mito de origen que compiten por su propia legitimación, lo que constituye una fuente inestimable para realizar un estudio más amplio del proceso de construcción de los mitos en que se apoyó la nueva liturgia. Al respecto, ver Plotkin 1994. 31 Esta referencia espacial en la liturgia peronista pasó a ser tan fuerte que, en años posteriores, cada victoria

política fue siempre rememorada con una nueva concentración en Plaza de Mayo. El 30 de octubre de 1983, se realizaron elecciones después de años de dictadura militar. A pesar de la muerte de Perón en la década anterior, buena parte de la población no dudaba de la victoria de sus seguidores. En la noche de aquel día, algunos simpatizantes peronistas comenzaron a reunirse en Plaza de Mayo, aguardando confiados el resultado de la votación. Cuando se supo que el candidato radical había triunfado, no faltaron algunos peronistas que afirmaban apesadumbrados: “Hoy los puentes no bajaron”. Una vez muerto Perón, y después de esta primera ocasión en que el peronismo fue derrotado electoralmente, la Plaza de Mayo comenzó a separarse del movimiento que allí nació en 1945. Aun está por ser escrita la historia posterior de la política argentina a través de la Plaza de Mayo.

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indisolublemente ligado a la dramatización de las condiciones de producción del “centro como centro”. Extendiéndose mucho más allá de Plaza de Mayo, la recreación poseía una dimensión verdaderamente nacional. Cada 17 de octubre, evocando las jornadas de 1945, se realizaban concentraciones en las plazas centrales de las capitales de muchas provincias. Allí comparecía una multitud que reproducía la liturgia con ligeras variaciones: entonaba las canciones, batía los bombos, gritaba las consignas y escuchaba a los dirigentes locales mientras esperaba la palabra del líder. La voz de Perón era escuchada a través de los altoparlantes colocados en las plazas, que reproducían la transmisión de la Cadena Nacional de Radiodifusión. Perón no precisaba –como en el caso de otros líderes carismáticos de otras sociedades- hacer largas y demoradas procesiones para realizar todos los rituales consagratorios. En su caso la radio permitía nacionalizar el ritual, haciendo que el centro se constituyera simultáneamente como centro en todo el país. Al mismo tiempo en que la radio transportaba el centro hasta cada ciudad de provincia, llevando las palabras de Perón, el ritual recordaba que el “centro del centro” se situaba en Plaza de Mayo. Ésta era el verdadero corazón de la Argentina, el sitio al que, mientras vivió y estuvo en el país, Perón jamás dejó de comparecer para su encuentro marcado con quienes lo reconocían como líder.

Ese artículo fue publicado originalmente en la Revista Brasileira de Ciências Sociais (No. 20, pp. 70-89). Traducción: Fernando Balbi. Revisión: Federico Neiburg.

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De la Plaza al Barrio. Los científicos sociales y la identidad de los Sectores Populares en la transición democrática (1982-1987)1 Sabina Frederic sición democrática, entre los últimos años del autodenomiDunarandoteProla tran ceso de Reorganización Nacional (1976-1983) y los primeros años del gobierno del Presidente Alfonsín, algunos historiadores, sociólogos y politólogos argentinos confluyeron al tomar como objeto de reflexión, la relación entre cultura y política en sectores populares urbanos. Preocupados por la inauguración de una nueva etapa de la vida política Argentina, reflexionaron sobre la viabilidad de un nuevo orden nacional, que se opusiera categóricamente al modo de vida autoritario propio del Proceso de Reorganización Nacional. La democracia constituía, para ellos, el modo de vida que más radicalmente se diferenciaba de aquel. Así, tales científicos sociales sostuvieron una visión dualista de la nación, democracia versus autoritarismo (Guber, Visacovsky y Frederic 1999) que impregnó su apreciación del pasado, del presente, y del futuro de la Argentina. Llevados - sostendré aquí - por un ferviente deseo de evitar cualquier repetición posible del sufrimiento provocado por la violencia del terrorismo de Estado, procuraron ofrecer argumentos sobre aquellos aspectos de la sociedad argentina que tendrían el potencial de alcanzar la vida democrática. El énfasis en el carácter inédito del terror, era un elemento fundamental para afirmar que no era posible esperar, ni dudar sobre el camino a seguir; la transición era pues una etapa de redefinición democrática ineludible. En dicha etapa, nuevos temas, nuevos conceptos y nuevas identidades serían legitimadas por este grupo de científicos sociales. Me interesa considerar aquí el surgimiento de uno de estos temas, alternativamente denominado: “po1 Las ideas preliminares de este trabajo surgieron de los debates mantenidos con Sergio Visacovsky, Rosana

Guber y Carlos Massota, en el marco del Proyecto Ubacyt “Usos del Pasado e Identidad Social en la Argentina Contemporánea: Etnografías de las Memorias sobre el “Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983)”. Agradezco a Adrián Gorelik los comentarios, criticas y sugerencias a una versión anterior de este trabajo. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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lítica local”, “movimiento barrial” o “sociedad barrial”, en tanto su legitimación tuvo como consecuencia la alteración de la identidad de ciertos agentes sociales. El pueblo, los desposeídos, en fin los sectores populares, dejarían de estar definidos con relación al trabajo, la clase, el conflicto y la revolución, para pasar a estarlo sobre la base de un énfasis en el barrio, la cultura popular, el conformismo y el reformismo. Intentaré responder en este trabajo por qué dicha redefinición fue un componente básico del proceso de legitimación de la temática de la “cultura política local o barrial”. En primer lugar, trataré de mostrar que este fenómeno se relaciona con el carácter eminentemente moral y político del razonamiento de los científicos sociales durante este período, orientado a localizar la responsabilidad (Gluckman 1972) por el sufrimiento experimentado durante el pasado reciente. Si comparamos dicho razonamiento con el analizado por Neiburg (1998) para épocas anteriores, no parece radicalmente diferente. No obstante, sugiero que durante el periodo aquí considerado, la justificación de la posición de los intelectuales en un universo social –su sociodicea (Bourdieu 1999)– está organizada principalmente por una lógica moral, en la cual la localización de la responsabilidad por el sufrimiento colectivo, es el eje principal de su retórica2. De modo que la retórica de estos científicos sociales, no sólo adquirió su sentido de la necesidad de construir una visión del mundo en la que ellos tuvieran un lugar, emulando a los profetas (Bourdieu 1999; Neiburg 1998); fue propulsada por el deseo de contribuir a mitigar el sufrimiento experimentado por el conjunto de la sociedad. Este proceso se torna teóricamente significativo, en tanto es su concepción política la que produce la mitigación. En suma, intentaré mostrar cómo esta concepción está profundamente estructurada por una reflexión implícita sobre el papel de los mismos científicos sociales en la producción del sufrimiento, es decir, sobre su responsabilidad frente a la violencia.

El escenario académico durante la gestación del tema rante los tempranos ’80, el Proceso de Reorganización Nacional (en adelante DuPRN) parecía encontrar el límite a su propia continuidad y desarrollo. Crisis financieras y crisis políticas internas, motivaron la alternancia de los Presidentes y sus juntas militares (Smith 1991; Lewis 1993). Entre 1979 y 1982, 2 Entiendo el concepto de retórica en el sentido que lo hace Paine, “cuando decir es hacer” (1981:9) como un

recurso discursivo cuyos efectos persuasivos y performativos lo convierten en un fenómeno de la práctica.

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guerra de Malvinas mediante, la junta militar en ejercicio de la presidencia se renovó tres veces. Mientras tanto, los científicos sociales, perseguidos o temerosos por sus vidas, habían seguido diversos caminos, unos se exiliaron, otros permanecieron en el país. Entre estos últimos, hubo básicamente dos alternativas: quienes imposibilitados de ejercer su profesión en los ámbitos oficiales de docencia e investigación, abandonaron la actividad, y quienes buscaron otros ámbitos donde ejercer su profesión. En este trabajo me interesa considerar este último grupo. Ese conjunto de investigadores sociales que desarrollaron su oficio desde centros de investigación privados. En el campo de las Ciencias Sociales y la Historia hubo dos Centros que albergaron programas de investigación relacionados con la temática de “Sectores populares y lo barrial”, el Centro de Investigaciones sobre el Estado y la Administración (CISEA) y el Centro de Estudios del Estado y la Sociedad (CEDES). Ambos albergaron programas de investigación que se iniciaron entre fines de los ‘70 y principios de los ’80, y que se extendieron hasta casi finales de la década del ’80. Estos eran parte de un contexto un tanto mayor, que conformaba, para el mismo Luis Alberto Romero, el “ambiente” de sus investigaciones; junto con otros centros de investigación aquellos formaban la “Atenas del Once... una suerte de Universidad -con un poco de catacumbas-”3 (Romero 1995:27). En el CISEA4 se desarrollaron varios programas de investigación, entre ellos el Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA)5 establecido en 1978 bajo la coordinación del historiador Leandro Gutiérrez. Científicos sociales tales como Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, Ricardo González, Juan Carlos Korol, Juan Suriano y Beatriz Sarlo iniciaron en 1982 una investigación sobre “las formas de participación política de los sectores populares” (Gutiérrez y Romero 1996:18). En esta investigación, que se extendió hasta 1989, se formaron también muchos investigadores jóvenes dentro de un grupo de investigación sobre “sociedad barrial” con apoyo del CONICET, quienes produjeron tesis y artículos al respecto6; y se constituyó el “Grupo de Trabajo sobre Sectores Populares y Movimiento Obrero” con his-

3

La metáfora de Romero se debe a que coincidentemente, todos los centros de investigación en ciencias sociales se concentraron en el barrio de Once de la Ciudad de Buenos Aires, especialmente en edificios vecinos de la misma manzana.

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También eran miembros del CISEA Jorge Sábato, Dante Caputo, Jorge Schvarzer, Enrique Groisman entre otros.

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En 1992 el PEHESA pasó a depender de la Universidad de Buenos Aires.

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Los investigadores mencionados por Romero son: Luciano de Privitello, Mabel Scaltriti, Javier Winokur y Marcelo Ugo. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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toriadores de Rosario, Córdoba, Comahue y La Plata (Gutiérrez y Romero 1996:19). Finalmente, este conjunto de investigadores publicó una serie de artículos a lo largo de la década del ’80 y comienzos de los 90’ en revistas internacionales y nacionales. “¿Dónde Anida la Democracia?”, fue el título del primero de los artículos, publicado en el número 15 de la Revista Punto de Vista (1982) y firmado por el PEHESA. En él sentaron las bases programáticas de las investigaciones posteriores. En el volumen publicado en 1995, denominado “Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la Entreguerras”, se encuentra una actualización de estas bases programáticas, además de los artículos escritos por Gutiérrez y Romero. En la introducción del libro mencionado hay una “nota” en la que se detalla la amplia difusión previa de los artículos compilados7. El otro centro de investigación, el CEDES, fue fundado en 1975 y dirigido inicialmente por Oscar Oszlak, albergó innumerables investigadores sociales entre ellos: Elizabeth Jelín, María del Carmen Feijoo, Vicente Palermo, Daniel García Delgado, María Inés González Bombal. También aquí se desarrollaron actividades de perfeccionamiento y formación de jóvenes investigadores en el marco de un Programa de Investigación de gran envergadura sobre Movimientos Sociales en Argentina financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y CLACSO, dedicado al estudio de las formas de expresión y organización de los sectores populares en la década del 80’. Los trabajos publicados por estos investigadores circularon en Documentos de Investigación CEDES, y en compilaciones. Estas compilaciones eran el producto de Jornadas de Investigación o Congresos de los que participaban 7 La Nota describe el recorrido de los trabajos en la Argentina, América Latina y Europa. Textualmente: “Los

sectores populares como sujetos históricos” fue publicado originariamente en Sociológica, Universidad Autónoma Metropolitana, 4, 10, México, mayo-agosto de 1989; apareció luego en Chile como “Historia y bajo pueblo”, en Proposiciones, 19, Santiago de Chile, julio de 1990; en Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología 13, Buenos Aires 1991, y en Boletín de Historia Social Europea, 3, La Plata, (1991). “Una empresa cultural: los libros baratos” fue publicado con el título “Buenos Aires en la entreguerras: libros baratos y cultura de los sectores populares”, en Diego Armus (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de historia social, Buenos Aires: Sudamericana, 1990. “Sociedades barriales y bibliotecas populares” apareció como “Sociedades barriales, bibliotecas populares y cultura de los sectores populares: Buenos Aires, 1920-1945”, en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, 113, abril-junio de 1989; una versión fue incluida en Jeremy Adelman (ed.), Essays in Argentine Labour History 1870-1930; St. Antony’s/Macmillan Series: London, 1992. “Participación política y democracia, 1880-1984” apareció como “Sectores populares, participación y democracia; el caso de Buenos Aires”, en Pensamiento Iberoamericano, n° 7, Madrid, enero-junio de 1985; fue incluido en Alain Rouquie y Jorge Schvarzer, ¿Cómo renacen las democracias?, Buenos Aires, Emecé, 1985. “La construcción de la ciudadanía, 1912-1955” apareció como “Ciudadanía política y ciudadanía social: los sectores populares en Buenos Aires, 1912-1955”, en Indice, 5, Buenos Aires, marzo de 1992; fue reproducido como “Cittadinanza e settoripopolari nell Argentina del XX secolo”, Andes, 15, Roma, agosto de 1992. “Nueva Pompeya, libros y catecismo” apareció en EURE, Revista de Estudios Urbanos y Regionales, 62, Santiago de Chile, marzo de 1995. “Los sectores populares y el movimiento obrero: un balance historiográfico” apareció en el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas “Dr. Emilio Ravignani”, 3ra. Serie N° 3, 1 er. semestre de 1991.

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tanto investigadores del CEDES como miembros de otros centros de investigación. Tal es el caso del volumen “Los Nuevos Movimientos Sociales” (1985) y “Movimientos Sociales y Democracias Emergentes” (1987) que compilara Elizabeth Jelín, donde se encuentran apretadas síntesis de investigaciones que, en 1985, recién comenzaban. Así como para los miembros del PEHESA, el CEDES formaba parte del ambiente de sus investigaciones, para los investigadores del CEDES los trabajos elaborados por aquellos constituían una referencia ineludible de sus investigaciones. Además de citar sus trabajos (García Delgado y Silva 1985:88,89) los investigadores del CEDES mantuvieron con aquellos algunas actividades de intercambio. Si bien en estos centros de investigación también se debatían otros temas, durante la transición democrática ellos fueron el epicentro de la discusión sobre los “nuevos movimientos sociales” y la “cultura política” de los sectores populares. Como veremos, ellos trataron de identificar, en el pasado reciente y en el remoto, prácticas populares de resistencia al régimen autoritario para una reconstrucción de la sociedad argentina en términos democráticos. En ambos casos se orientaron a construir y proyectar una nueva tradición política popular, denominada movimiento social barrial para sociólogos y politólogos, y sociedad barrial para los historiadores. Historiadores y científicos sociales fueron agentes complementarios en la tarea de establecer el carácter democrático de las experiencias de vida barrial de los sectores populares. A pesar de las distancias disciplinarias confluyeron al entender y demostrar que era posible esperar su democratización, pues en ellos –los llamados nidos o refugios de la democracia–, había una suerte de esencia democrática más que autoritaria o revolucionaria. Así mismo, fueron definiendo su propio papel como investigadores sociales en el período de la transición democrática. Las preguntas que orientaban a estos investigadores y sus productos fueron en este contexto, principalmente prácticos. Una retórica eminentemente práctica, pues actuaría como una guía de la acción para poner en relación, de un modo plausible y verosímil, el pasado con el presente y el futuro. Como ha señalado Habermas “en los debates (historiográficos) concernientes al autoentendimiento, la interpretación del pasado y la orientación hacia el futuro se unen como dos vasos comunicantes” (1998:90) y esto – añade Habermas -hace a la diferencia entre autoentendimiento y ciencia, y a la semejanza entre procesos de autoentendimiento y política. “Pues esa mirada retrospectiva sobre el pasado, es decir, ese enfrentamiento con ese pasado, no puede sino recibir sus orientaciones de un horizonte contemporáneo de intereses y expectativas vertidos hacia el futuro. Por eso, el enfrentamiento con ese pasado, y la aclaración de él está continuamente en

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comunicación con las cuestiones políticas de la actualidad” (Habermas 1998:89) En el curso de estos procesos de “autoentendimiento” los historiadores y los científicos sociales, salen pues del espacio público de su propia especialidad para intervenir en un proceso formador de identidades.

El escenario. Crisis, fragmentación y asociación en la producción de la identidad barrial va identidad de los sectores populares, fue construida por los cientistas Lasonue ciales: historiadores, sociólogos y politólogos, sobre la base de un argumento que tuvo dos ejes fundamentales. El primero de estos era el papel de la crisis y fragmentación de lo popular producida por el autoritarismo, el segundo consistía en el descubrimiento de los procedimientos necesarios para alcanzar el modo de vida elegido, la democracia. Para los cientistas sociales era preciso distinguir los procedimientos que reflejaban prácticas democráticas de aquellos que, por clientelistas o corporativos, denotaban la perversión de la política. La identidad producida por las prácticas de asociación democráticas deberían oponerse a las formas peligrosas y ficticias, promovidas por el peronismo y el sindicalismo en las décadas pasadas, para converger en una cultura política auténticamente democrática (Romero 1985; Romero y Gutiérrez 1996). Durante la transición era un hecho evidente para los cientistas sociales, que el autoritarismo producido por el Proceso de Reroganización Nacional había deteriorado el tejido social hasta provocar la fragmentación de los sectores populares. La fragmentación llevaba a una individuación de los sectores populares que incluso traía problemas a los mismos científicos para acordar como llamarlos. Ya no podían denominarlos pueblo, masas o trabajadores, pues estas identidades eran viejas y conflictivas. En cambio la de desposeídos permitiría que ‘la sociedad se reconociera’ en ellos de un modo que la asociación democrática fuera posible (Gonzalez Bombal y Palermo 1987:76). Era bastante claro para ellos, que la crisis de individuación de los desposeídos era además el producto de la desesperanza y la desilusión provocada por la crisis del peronismo y la crisis socioeconómica. Si el autoritarismo había provocado la fragmentación, el peronismo ya no sería como en otras épocas el movimiento político capaz de darle unidad, ni tampoco lo sería la fuerza del progreso. Elizabeth Jelín señalaba:

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“...la coyuntura actual es de crisis. Habitualmente se habla de la crisis de la identidad colectiva popular ligada a la crisis que está atravesando el movimiento peronista. Pero para la cotidianeidad de los sectores populares se trata de una crisis doble: la de su identidad política colectiva, pero también la de su proyecto personal-familiar” (1987:25). De manera que “la coyuntura” era vista como una oportunidad de redefinición de la identidad de los sectores populares y emergencia de nuevas identidades colectivas por fuera del autoritarismo. Pensar en términos de sectores populares antes que en términos de clase obrera, pueblo o trabajadores era la manera que estos cientistas sociales tenían de reflexionar sobre el desarrollo de prácticas “revitalizadoras de la acción colectiva” (Jelín 1987). La vida barrial mostraba, a comienzos de los ’80, “ensayos de formas de participación de base” frente al “acallamiento de las movilizaciones de protesta callejera”, señalaba Elizabeth Jelín (1987:23). Estos eran de los pocos signos alentadores en medio de una “ciudad silenciosa y aterrorizada donde cualquier reunión era sospechosa y peligrosa”, afirmaba Luis A. Romero (1996:145). Aquellos acontecimientos demostraban la existencia de una fuerza propia de los desposeídos que, si no era “desviada” de sus “canales” naturales de expresión u obturada por los políticos, llevaría a la formación de una identidad fundada en el modo de vida democrático. Como señalaba Jelín: “Las potencialidades (de los sectores populares) en cuanto a la presencia, participación y práctica de gestión de los aspectos colectivos de la cotidianeidad son, sin duda, importantes” (1987:22). Si bien para los investigadores sociales, el tipo de acción colectiva de los sectores populares más democrática era el movimiento de derechos humanos (abreviado DDHH), estaba a la vista que el grueso de los desposeídos no formaban parte de este. Los investigadores no dejaban de celebrar los acercamientos entre el movimiento barrial y el de DDHH, como símbolo de democratización, pero esos eran por cierto muy escasos. En cambio, las formas de asociación y petición de los sectores populares en los barrios, eran signos mucho más alentadores y generalizados de democratización. Historiadores, sociólogos y politólogos coincidieron en determinar que la vida barrial era un espacio purificado frente a la política autoritaria y a la política peronista, un ámbito – señalaba Romero - donde la “experiencia de participación igualitaria era posible” (1985:120). La sociabilidad barrial había demostrado ser la base de la política democrática en tanto sitio de resistencia e incluso de oposición al PRN, con vecinazos, tomas de tierra; pero también de confrontación con la política peronista, pues ésta había subordinado lo barrial, © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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la vida cotidiana, a un único dominio: el trabajo. En este sentido Romero afirmaba: “El desarrollo de las potencialidades democráticas y a la vez transformadoras de los sectores populares, o su desvío hacia otro tipo de experiencias es, en definitiva, el interrogante que, desde esta perspectiva plantea hoy Buenos Aires” (1985:152). El grupo del PEHESA había desarrollado una hipótesis que los acompañaría a lo largo de la década del ’80, y que fue mucho menos explícita en el grupo del CEDES. Con ella fundamentaron la elección temática de las sociedades barriales de la entreguerras, de 1918 a 1939. Sostenían que “en épocas de clausura política, la experiencia de la democracia, y sobre todo la de la participación, “anida” en los sectores populares y en sus instituciones, para volver a desarrollarse en épocas más propicias” (18:1996). Esto justificaba la elección del tema y propiciaba una concepción del tiempo en la cual el presente no era distinto del pasado remoto, ni este del futuro. De manera que en la repetición, como en el mito, el tiempo parecía extinguirse. Durante la transición democrática, una vez desaparecido el régimen autoritario pero también el líder peronista (fallecido en 1974), los historiadores parecían preguntarse ¿cómo serían los sectores populares en circunstancias del pasado similares a las del presente?, ¿qué posibles movimientos políticos podrían desarrollarse de aquí en más?. Las respuestas que planteaba el presente las buscaron en el pasado, como si fueran una y la misma cosa, subrayando fundamentalmente las continuidades. La entreguerras era ese período de la historia política Argentina en que, de modo semejante a los 80’ Perón no era parte de la escena política. Así trazaron, lo que denominaré aquí, una tradición de la cultura política popular, delimitando los orígenes, ámbitos y potencialidades de estos “nidos de la democracia”. Como señalara Gorelik, para los historiadores del PEHESA pesaba en sus investigaciones una “apuesta política coyuntural”, pues albergaban la certeza de que aquella sociabilidad popular podía ser el modelo para la reconstitución de una cultura política democrática “desde abajo” en la Argentina de la transición (Gorelik 1995:172). Los ámbitos eran aquellos en los cuales la movilización callejera, la revolución, el conflicto y el trabajo, eran sustituidos por la participación directa, el progreso y el barrio; la auténtica cultura de los sectores populares. En esta perspectiva la fuente de la vitalidad democrática residía en estos lugares inexplorados capaces de reconstituir, durante la transición de los 80’, el “tejido social fragmentado” por la crisis. Fundamentalmente porque durante el PRN las protestas de vecinos, antes que las sindicales8, eran realmente contestatarias. La crisis de identidad de los desposeídos, potenció la reflexión sobre cómo promover la identidad democrática en8 La denuncia de un “pacto sindical-militar” durante el PRN, realizada por el candidato por el Partido Radical a la

presidencia de la Nación Dr. Raúl Alfonsín, había causado estupor en la opinión pública.

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tre ellos, en el curso de la cual emergió una jerarquía de valores sobre el comportamiento político. Así los procedimientos superadores de la crisis y los que llevarían a la repetición de la violencia y el sufrimiento, fueron rigurosamente clasificados por los cientistas sociales. De ese modo, la redefinición de la identidad de los sectores populares fue un trabajo complementario y progresivo: de un lado los historiadores enfatizando las continuidades, y del otro los sociólogos y politólogos, enfatizando lo inédito y lo discontinuo. Tradición de un lado y proyecto del otro, construirían también una jerarquía entre los científicos dentro del campo de las ciencias sociales.

Tradición y continuidad de las sociedades barriales “Construir tradiciones es parte de nuestro oficio” (Luis Alberto Romero 1995:20)

dores Romero y Gutiérrez hallaron en las sociedades barriales forLosmahisdastoenriaBue nos Aires durante la entreguerras, los nidos de constitución de la democracia. Estas verdaderas organizaciones celulares de la sociedad tenían su lugar en los barrios suburbanos, donde anidaban las prácticas democráticas en periodos en que las “fuerzas de fragmentación” eran poderosas, lo cual en Argentina, había sucedido en repetidas circunstancias. Si se las comprendía en sus orígenes podrían convertirse en la llave de la democracia durante la transición de la década el ‘80. En palabras de Luis Alberto Romero, dando cuenta de los fundamentos de su proyecto de investigación en el PEHESA, trataron de “constatar el arraigo de las prácticas democráticas” indagando lo que denominaron “la dimensión microsocial de la constitución de la ciudadanía” (1996:16). Así Gutiérrez y Romero señalaron que, en el período de entreguerras (1918-1939) se empiezan a formar en los barrios sociedades que constituyen lo más típico de la ciudad de la época, y el marco principal de una nueva cultura popular (1996:70). En este período se había puesto en marcha la suburbanización de Buenos Aires, la expansión de los barrios de la Ciudad Capital del centro hacia la periferia, lo que progresivamente constituiría el área metropolitana. Pero los autores se concentraron fundamentalmente en la suburbanización de la ciudad Capital. En la constitución de estas sociedades barriales tuvieron una gran importancia asociaciones tales como: las sociedades de fomento, los clubes, las asociaciones mutuales, los comités de partidos políticos y las bibliotecas populares. “En conjunto –señalan los autores– constituyeron una densa red en torno de la cual se organizó la sociedad local” (1995:71). © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Para Gutiérrez y Romero era significativo que ese proceso tuviera los rasgos de un “movimiento espontáneo” de la sociedad, donde el Estado o los partidos políticos a lo sumo lo acompañaban, pues esta autonomía evidenciaba su autenticidad cultural. El motor principal de esta forma de asociación había sido provisto por el deseo de progreso y la movilidad social efectiva que caracterizaba a Buenos Aires por ese tiempo. Es decir que estas sociedades barriales gozaban de una fuerza propia que durante esos veinte años había producido: formas regulares de interacción, redes, fines comunes acordados, normas y valores implícitos, formas de identidad barrial y liderazgos aceptados, prestigios establecidos, y solidaridades. El “descentramiento respecto del trabajo” caracterizaba estas sociedades barriales (Gutiérrez y Romero 1995:77) pues las instituciones sindicales no habrían tenido presencia más que en algún barrio como Barracas, el área portuaria de la ciudad. Para ellos, esto podría explicar la amortiguación general de los conflictos sociales y de la actividad sindical hasta alrededor de 1936. La causa última de esta orientación de la identidad era para ellos cultural: “el barrio es el ámbito de las experiencias asociadas con la familia, el tiempo libre, la vivienda; y el trabajo aún cuando podía estar materialmente presente, se hallaba psicológicamente distante” (1995:77). De modo que en ese tiempo se constituyó una identidad nueva de los sectores populares, la identidad barrial, más popular que trabajadora. Alejado el mundo del trabajo de la vida barrial, lo que caracteriza este proceso es la cooperación y la solidaridad entre gente de posiciones e intereses diversos con objetivos comunes. Este es un ejemplo del sentido democrático que estas sociedades barriales reflejaban. Los autores explican la impronta y persistencia de la solidaridad, la cooperación y la asociación de los sectores populares en los barrios, de la siguiente forma: “En una sociedad que había experimentado muy vivamente los conflictos sociales, en la que había tenido mucha fuerza una corriente de actitudes definidamente contestataria, que creyó que destruir y reconstruir la sociedad era una meta posible y legítima, este nuevo tipo de experiencias, encuadrado en los límites del espacio barrial, pero definido por una percepción más general de la estabilidad de la sociedad toda y de la posibilidad de aceptarla y mejorarla, parece haber marcado muy firmemente la conciencia colectiva. En relación con esto es significativa la enorme fuerza de la ‘identidad barrial’...” (Gutiérrez y Romero 1995:77).

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Pero una de las características principales de esta sociedad era la aceptación de los rasgos básicos del orden social y político, y el rechazo a la posibilidad de deshacer y rehacer la sociedad. Por eso, señalaban dichos autores, no es extraño que en este contexto los sectores populares encontraran atractiva la propuesta democrática del primer peronismo. Esta visión de la naturaleza de la identidad de los sectores populares, condenaba al mismo tiempo toda posibilidad de que una propuesta revolucionaria encarnara en ellos. Indefectiblemente, señalaban los historiadores, su identidad reclamaba conformismo y reformismo (Gutiérrez y Romero 1995:83; Romero 1995b:47). Dicha retórica ponía en evidencia que tanto el peronismo, como otras fuerzas políticas de izquierda, habían arrastrado a los sectores populares a lo que verdaderamente no eran, y este era entonces uno de los motivos de la catástrofe provocada por la última dictadura. Así como se habría desarrollado el “tejido asociativo” durante la entreguerras, era esperable que el tejido básico durante la transición democrática fuera la sociabilidad barrial. Las bibliotecas populares y la difusión de libros baratos fueron para los historiadores una parte fundamental de estas sociedades, porque aquí se recibieron y difundieron “mensajes” que conformaron la cultura popular y barrial de estos sectores durante el período de entreguerras. Esto había exigido la participación de ciertos agentes que actuaron como “mediadores”, traductores de la cultura erudita entre los sectores populares. Las personas que dictaban conferencias o cursos en estos ámbitos eran reconocidos intelectuales. En suma, estas sociedades barriales estaban integradas a la sociedad nacional como consecuencia de su incorporación “por vía de la cultura”. La educación para los jóvenes y el acceso a la cultura de la elite a través de dichas actividades, producían, al mismo tiempo, la “sociedad barrial”. Una etapa de este período de la entreguerras, entre la caída de Irigoyen y el ascenso del Perón (de 1930 a 1944), se convirtió en un período que ellos denominaron de “repliegue en los barrios”. El ascenso de los sectores dominantes y la pérdida de credibilidad de los partidos políticos, sumado a la desindustrialización y la desocupación, obligó a los sectores populares a “retroceder” y abandonar los lugares conquistados. “En este contexto – señala Romero - se acentuó la desmovilización política de los sectores populares característica de los años veinte (1995a:119)”. En la década del 30 se desarrolló una tendencia anterior, la “centralización” de la sociedad porteña en los barrios. “Fue precisamente entonces cuando se acuñó la imagen del barrio contrapuesta al “centro”, polos en los que, en esta peculiar cultura urbana, parecía organizarse la sociedad (Romero 1995a: 120)”.

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El peso que el barrio habría adquirido en este tiempo (1930-1939) era sinónimo para estos historiadores del: “...cierre de los caminos de participación en la gran escena política, los sectores populares se replegaron en los ámbitos celulares de la sociedad, especialmente en una serie de organizaciones que se desarrollaron en los barrios y en las cuales era posible mantener una cierta experiencia de participación igualitaria” (Romero 1995a:120). Experiencias de este tipo eran finalmente contrastadas con aquellas experiencias de participación política que habían caracterizado la política fraudulenta durante las primeras décadas del siglo XX, pero también las que en ese período caracterizaban el centro político del país. Cuando los sectores populares nuevamente salieron a la “gran escena política”, lo hicieron a mediados de la década del ’40 en la Plaza, el “centro de las decisiones políticas”. De modo que la Plaza se convirtió en la “fundación simbólica de la movilización callejera” como forma de expresión política, completamente diferenciada, para Gutiérrez y Romero, de la participación en la vida cotidiana de los barrios. El peronismo en la “jornada fundadora del 17 de octubre” no hizo más que poner un sello a una identidad que en realidad era mucho más amplia. Ese sello había sido el producto de la fuerza de los medios masivos, los cuales en cierto modo alteraron la identidad que había sido forjada durante las décadas anteriores, hacia una básicamente “obrera”. Pero a criterio de estos historiadores, esta no constituyó una “representación” fiel de la identidad de los sectores populares, como si lo era la propia “sociedad barrial”. Podríamos agregar que para ellos la expresión de esta identidad auténtica era la “participación directa” antes que la “movilización”, porque las movilizaciones a la Plaza fueron el lugar de la producción de esa otra identidad (Romero 1995ª:119-124). “Si desde el Estado hubo una permanente apelación a los sectores populares, a los “trabajadores”, al “pueblo” , que contribuyó decisivamente a conformar una identidad social que ya no perderían, el lugar privilegiado para esa apelación eran las grandes movilizaciones...La movilización era el momento en que estos sectores populares, puestos al rojo vivo, eran más fácilmente moldeables (con el martillo del líder) en el yunque armado por el Estado...En esta democracia de masas no sólo se sacrificaron ciertos procedimientos y valores de la tradición institucional liberal; también se sacrificó la participación directa” (Romero 1995a: 131). 260

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El barrio, dentro de esta concepción de la política, pasó a ser un símbolo de una identidad que se constituyó al calor de mejores formas de expresión política que las de la Plaza y el peronismo. Las movilizaciones a la Plaza, durante el peronismo habían eliminado muchos de los rasgos de esa identidad y acentuado aspectos negativos. Mientras se acentuaba la espontaneidad popular, la capacidad de convocatoria del líder y la manipulación, se opacaban la acción de la organización de los dirigentes menores. Es decir que se iba definiendo una cultura política que alentaba la manipulación, la pasividad y la recepción de discursos al calor de una gran efervescencia, sin poder crear consignas (Romero 1995a:129, 131, 132). Treinta años después, la “catástrofe” del régimen militar de 1976 daba para el historiador Romero muestras de aliento, por la aparente recuperación de esta “tradición” de la identidad de los sectores populares. Nuevamente, como en la década del 30’, los “canales de expresión aparecían cerrados”. No obstante las asociaciones barriales se enfrentaron al régimen “reemplazando en parte a las grandes organizaciones como los sindicatos y los partidos” (1995a:145). Concebido como “reaparición” de un fenómeno legitimado como tradición identitaria de los sectores populares por los mismos historiadores, lo barrial permitió imaginar una democracia real no autoritaria (Romero 1995a: 131). En la cultura política barrial los procedimientos de incorporación eran la base del sentido democrático; la participación y la educación, versus la movilización y la manipulación. La democracia, para estos historiadores, no debía ser pensada entonces como un sistema político formal, sino sustancial, en el cual los procedimientos mismos debían demostrar ser proveedores de un bienestar inmediato: la cooperación, la solidaridad, el igualitarismo y la generosidad eran sinónimos de ello. Mientras tanto, estas formas se definían en oposición a un régimen generador de sufrimiento: el autoritarismo; se encontrara éste en gobiernos civiles o en las dictaduras militares. Es cierto que la retórica de los historiadores orientada a “descubrir” una identidad barrial desconocida en los sectores populares, tiene un carácter nostálgico semejante al que los analistas del nacionalismo (Gellner 1983; Anderson 1991) encuentran en los intelectuales preocupados por crear identidades nacionales. Sin embargo, si la “nostalgia” juega una rol clave en la creación de identidades, tal como demuestra Oliven para el caso del gaúcho en el Brasil (2000:134) no debiéramos resignarnos a declararla un sentimiento antropológicamente irreductible. Por el contrario, la “nostalgia”, expresada en nuestro caso en un pasado urbano, es una consecuencia de los razonamientos morales mediante los cuales los intelectuales maniobran en una cierta estructura de la coyuntura, como fue la transición democrática. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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Innovación y discontinuidad: el movimiento barrial y el proyecto político democrático en la transición tíficos sociales, agrupados en la institución denoElmisenagundado grupo, dedesacien rrolló sus investigaciones casi al mismo tiempo que las CEDES

de los historiadores. Uno de los fenómenos estudiados con prioridad fue el de los movimientos sociales en el contexto de las llamadas “democracias emergentes” (Jelín 1985, 1987), el cual contaba con financiamiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de CLACSO. Las investigaciones sobre este concepto se desarrollaron en el marco de un Programa denominado “Sociología de los sectores populares” (Reseña CEDES 1988)9. Bajo este concepto, los investigadores sociales involucrados agruparon aquellos fenómenos en los que el pueblo demostraba un comportamiento contrario al proceso individualista que ellos mismos diagnosticaron como parte de la crisis. Uno de los tres proyectos que contenía este Programa fue el de “movimientos sociales de base local y las organizaciones populares a nivel barrial”. Pero en 1986 este proyecto pasó al área de “análisis político” del CEDES y se denominó “las organizaciones populares de vecinos: participación, demanda y gestión”. El objetivo de este proyecto según señala la Reseña de Actividades del CEDES 1986-1988 fue “contribuir a través de sugerencias de acción, a que estas asociaciones mejoren su capacidad para satisfacer las demandas de los sectores más carenciados en el marco de la recuperación de las instituciones de la democracia política” (1988:19). Ellos se abocaron a la explicitación de los procedimientos que permitirían que las identidades emergentes de la crisis fueran esencialmente coincidentes con el modo de vida que evitaría mayores sufrimientos: el democrático. Para ello se concentraron en discriminar cuáles procedimientos conducirían a promover la “autonomía” y liberación de la identidad auténtica de los sectores populares, es decir el desarrollo de identidades democráticas, y cuáles los someterían a una naturaleza adversa, autoritaria y descomponedora del tejido social. La política en la democracia emergente debía atender a la vida asociativa barrial como no lo había hecho en otras oportunidades, en que los desposeídos solo fueron apreciados por su lugar en la estructura ocupacional. González Bombal y Palermo señalan al respecto: 9

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Los trabajos de este grupo fueron publicados en documentos de trabajo por el CEDES. Su circulación se potenció cuando los investigadores ingresaron a la vida académica de la Universidad. Algunos de estos fueron material pedagógico de las cátedras introductorias de sociología de carreras de ciencias sociales. La publicación de dos compilaciones de Jelín (1985 y 1987) reunió los resultados obtenidos. © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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“Es casi ya paradigmática la imagen de acceso al centro simbólico de la capital y del poder que nos presenta el 17 de octubre. La visibilidad de este acontecimiento, la presencia de lo popular en la esfera pública de la política nacional, oscurece sin embargo otro proceso igualmente importante: la construcción de los barrios, esa historia en la que los sectores populares se urbanizaron urbanizando el Gran Buenos Aires...” (1987:36-37) Como en la retórica de los historiadores, analizado en la sección anterior, también entre estos científicos sociales, el 17 de Octubre representado en la Plaza, oscurecía el papel del barrio en la política. El barrio era un espacio, para apreciar las condiciones de vida cotidiana y la “política local” de los sectores populares. Esto significaba un desplazamiento de la mirada experta de “lo nacional” y “laboral” como ámbito principal de productividad política, hacia “lo local” y “cotidiano”. La vida barrial de los desposeídos, y no la vida laboral como lo había sido en las décadas pasadas de los 60’ y los 70’, denotaba un fuerte contenido asociativo que ahora debía ser el fundamento de la vida social sobre la cual la política habría de fundarse. Es decir que los desposeídos debían ser representados por la política según esta dimensión cotidiana, urbana y local, a riesgo de que su representación, fuera una sin fundamento o ligada al pasado autoritario. La política debía “reencontrarse” con la “cultura” de estos sectores para poder representarlos, sino correrían el riesgo de no representar nada (González Bombal y Palermo 1987). De ese modo, para el politólogo García Delgado y el sociólogo Juan Silva, autores del trabajo “El movimiento vecinal y la democracia: participación y control en el Gran Buenos Aires” (1985), las asociaciones vecinales adquirían una importancia creciente en la arena local, al constituir un espacio donde los vecinos se agrupaban en función de reivindicaciones que intentaban ir más allá de las diferencias entre los distintos partidos. El potencial democrático de este movimiento residía, para ellos, en que “en el marco de una cultura política tradicionalmente fragmentada, estas instituciones vecinales constituyen espacios de sutura de la comunidad que no reflejan las contradicciones que se producen entre los partidos (1985:88)”, cuyos intereses no son comunitarios sino sectoriales. Uno de los desafíos del movimiento social es la aceptación de que la representación de los ciudadanos es compartida con los partidos políticos. Entonces, el análisis de las “bases sociales” ya no debía dirigirse a determinar la inserción de clase o de la estructura ocupacional sino, como señala Jelín, a conocer la vida cotidiana como una dimensión en sí misma (1987:24). Desde esta óptica el desconocimiento previo de esta “cultura” de los sectores desposeídos, habría privado a los investigadores sociales de la posibilidad de conocerlos © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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en su autenticidad. ¿En qué medida este desconocimiento los habría arrastrado hacia un modo de vida con un destino trágico? ¿Cómo corregir esta suerte de deuda de la investigación social con los desposeídos? Para este grupo de investigadores el problema era entonces re-conocer esa identidad opacada por la política de la movilización a la Plaza, la cual durante la transición democrática comenzaba a verse acallada (Jelín 1987:23). Por otra parte, esta crisis doble repercutía, para los investigadores sociales, en las posibilidades de sobrevivencia del Peronismo; ésta era una oportunidad para que la “vida democrática” emergiera definitivamente. Los investigadores se veían a sí mismos como los encargados de traducir lo democrático a las condiciones de vida de los desposeídos, y viceversa. El lugar que se reservaban para sí mismos era el de una suerte de mediadores para la democratización. Este carácter asumió su retórica frente a la certeza que “el proyecto (peronista) es visto (por los sectores populares) como un deseo imposible de ser realizado" (Jelín 1987:25). En el mismo sentido los investigadores sociales del CEDES contaron entre sus proyectos de investigación uno que era sobre alfabetización y narración de cuentos en los “barrios menos privilegiados” (CEDES 1988). Entre 1981 y 1983, los últimos años de gobierno del PRN, dos movimientos sociales barriales irrumpieron en el espacio público del Gran Buenos Aires: los vecinazos y las tomas de tierra. Vecinazos se denominó públicamente a ese conjunto de protestas encabezadas por los dirigentes de las sociedades de fomento, que en los municipios de Lanús, Lomas de Zamora y Esteban Echeverría, demandaron a los intendentes de la dictadura la derogación de un impuesto. Las protestas fueron muy contundentes y sostenidas, y para estos científicos se constituyeron en unas de las escasas expresiones de oposición al régimen autoritario, conjuntamente con la de los Derechos Humanos. Las tomas de tierra, fueron ese conjunto de asentamientos de población que organizadamente habían ocupado tierras baldías, para responder al problema de la falta de vivienda que aquejaba a una gran parte de los sectores populares. El caso con mayor trascendencia, y que mayor estudio recibió fue el del denominado “Asentamiento 2 de Abril” en la localidad de Solano, municipio de Almirante Brown. Un conjunto de aproximadamente 20.000 personas tomaron pacífica y organizadamente (Fara 1985) un predio. Sin embargo, el desafío a la propiedad privada y al gobierno de facto que ello implicaba produjo la reacción represiva de las autoridades militares, quienes pretendieron obligarlos a marcharse, sitiando el ingreso y egreso del asentamiento. La falta de éxito de esta actitud del gobierno, era un indicador para los científicos sociales de la capacidad de “las antiguas identidades políticas de aflorar en los vecinos” (Fara

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1985:134) y de desafiar el lugar de los partidos políticos como la única alternativa válida para hacer política. En dicha concepción, el barrio se convirtió en el espacio en el cual la política podría descontaminarse de las influencias del peronismo y el autoritarismo. Una dimensión fundamental de la vida de los sectores populares era la problemática urbana, de manera que era preciso, para ellos, alentar el desarrollo de las formas de asociación autónomas y voluntarias evitando las fuentes de cooptación, el clientelismo y toda otra forma de control por parte de los partidos políticos, que distorsione la “naturaleza” de los sectores populares. “Lo local” era descubierto como “un ámbito más relevante de producción política para que las identidades propias de ese plano (vecinos, fomentista, activista de un comité o una unidad básica, dirigente de un club, miembro de una cooperativa de servicios, etc) adquieran nitidez relativa y productividad política” (González Bombal y Palermo 1987:37). Allí podría encontrarse la fuente de la reconstitución del tejido siempre y cuando los partidos también tiendan a la “agregación de demandas”. Los partidos políticos debían tratar de incorporar a los sectores populares a la vida política, pero no estaba claro para González Bombal y Palermo, si esto era posible. La “sociedad local” había estado vedada a la política, centrada hasta el PRN en “las adyacencias de la Plaza de Mayo (donde) se concentra la simbología del poder , los recuerdos claves de la historia reciente, los resortes del gobierno ...” (González Bombal 1988: 10). Las protestas denominadas vecinazos, y las tomas de tierras, daban, sin embargo, para ellos suficientes muestras de la intensa relación entre política, barrio y cultura popular. La explicación estaba basada en la conexión directa entre, vida cotidiana de los sectores populares y política local (González Bombal y Palermo 1987:39), una conexión que les permitía pensar en una más autentica representación política de estos sectores.

Los investigadores como traductores democráticos de los sectores populares medio de los análisis sobre cómo lograría el sistema político la represenPtaorción auténtica, fundada en las condiciones de vida de los sectores populares urbanos, la retórica de los investigadores, historiadores o sociólogos fue fortaleciendo su ubicación como intermediarios entre el Estado, los partidos políticos y los sectores populares. Esto es parte de una lógica de construcción del lugar de los científicos sociales e intelectuales estudiada con detalle por Neiburg (1998) pero en relación con la explicación del Peronismo entre la década © de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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del ‘30 y la del ’60. De acuerdo con Bourdieu, Neiburg denomina populismo a “toda posición que en el campo intelectual pretende hacer valer un tipo de representación y de relación con el pueblo” (1998:51). No obstante, en el curso de la transición democrática, este populismo fue bastante homogéneo, pues en comparación con la época analizada por Neiburg, el debate entre científicos sociales fue de insignificante a nulo. Todos parecieron asumir de hecho su capacidad para interpretar la auténtica identidad de los sectores populares como parte de su propia identidad como científicos sociales, sin caer en debate alguno sobre ello. Más bien conformaron una jerarquía entre constructores de tradición: los historiadores, y constructores de proyectos: los politólogos, sociólogos, etc.. Concretamente, ambos grupos confluyeron en la evaluación y traducción del sentido democrático de las acciones de los sectores populares. Los espacios de canalización de la expresión política popular fueron igualmente identificados por ambos grupos de científicos sociales, pues remitían a una identidad democrática que pugnaba por expresarse. Sugiero que la diferencia con la etapa analizada por Neiburg, resulta del peso de la reflexión sobre su responsabilidad como intelectuales en la “tragedia” provocada por la violencia política de los ’70. Su error había sido reducir la identidad política de los sectores populares a su posición en la estructura ocupacional, y la expresión de esa identidad, al conflicto y la revolución. Esta reducción era identificada como la fuente principal del sufrimiento y la catástrofe, pues era imposible arrastrar hacia prácticas políticas revolucionarias a quienes, estaba visto, eran sujetos democráticos. Por eso era necesario incorporar el mundo barrial para incorporarlos de un modo que realmente denotara su propia capacidad de asociación. Como señalaban Gonzáles Bombal y Palermo: “La densidad institucional de la sociedad local es un dato que el análisis de la política ya no puede seguir ignorando. Una cantidad y diversidad de asociaciones intermedias conforman un universo heterogéneo, muy signado por ejes locales, pero muy rico en su capacidad de asociación popular” (1987:42). En este esquema la discusión sobre los medios democráticos es crucial. Los medios son en sí mismos democráticos, sin importar la efectividad de los procedimientos respecto de la calidad de vida, el bienestar, la felicidad. El fin es la realización de procedimientos adecuados, los cuales, en este escenario, representan el mismo bienestar. En este punto discuten lo que llaman “modalidades de canalización de demandas” en los que la eficacia está en la misma realización de los procedimientos. La evaluación de dichas modalidades responde a 266

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un contenido relacionado intrínsecamente con la democracia - como lo opuesto al autoritarismo - más que al beneficio de sus resultados. En el caso de los sociólogos las modalidades más “democráticas” eran las de “canalización de lo local en lo nacional” (González Bombal y Palermo 1987:46), pues estas representaban un estilo muy productivo en la constitución de colectivos representables, al aproximarse a las características de su cultura política. Para los historiadores analizados, el problema era la expresión de la política en forma de “movilizaciones a la Plaza” cuando habían demostrado que la natural forma de expresión era la participación directa barrial, en donde lo nacional se integraba “culturalmente” a lo local.

Conclusión: Moralidad y Concepción Política de los científicos sociales mencionados nos permitió Elidenanátilifisiscardeunala recontóricepcación de la política en la cual lo barrial se constituyó en el eje de la identidad de los sectores populares. Producto de la experiencia de una crisis básicamente moral, aquellos revisaron sus creencias y acciones a la luz de aquello que había producido sufrimiento. Como resultado de esta revisión, su concepción de la política implicó un desplazamiento desde la Plaza y sus modos de expresión política. La conflictividad que suponía la tradición de estudios sobre clase obrera, así como el sentido peronista del populismo asociado a la disputa de la centralidad por los grupos de poder, expresado en las movilizaciones a la Plaza, fueron sustituidas en las imágenes creadas por estos intelectuales. El barrio, las reuniones y la participación directa, serían los instrumentos aceptables para una forma de hacer política compatible con la vida democrática. Todo sucedía como si para renovar la posición política de los científicos sociales fuese necesario concebir de otro modo la experiencia de los sectores populares. La identidad barrial cobró así una fuerza inusitada en los discursos de científicos sociales, como posteriormente entre los políticos que durante los años de la transición procuraron democratizar los modos de hacer política. Los intelectuales se convirtieron en una suerte de “mediadores” de la cultura popular frente a los partidos políticos. La democracia suponía la exclusión de un conjunto de actitudes e ideas incompatibles. Sus razonamientos eran moralmente responsables pues con ellos buscaban eludir la violencia y el sufrimiento. La cuestión es si de ese modo la concepción política de los intelectuales no termina orientada por el sentido moral de sus experiencias, antes que por la de los sectores populares. La explicitación de las bases morales de su razonamiento ayuda a descentrar su concepción política, pero es un primer paso al que debie© de los textos de los autores. © de la edición Editorial Antropofagia. Prohibida su reproducción.

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ra sucederle la comparación con la de los sectores populares. Quizás fuera necesario cambiar el sentido de las preguntas que motorizan estas investigaciones de: ¿Cómo alcanzar el modo de vida democrático? a ¿Cuáles eran – y son – los modos de vida elegidos por esa diversidad de agentes que conforman los sectores populares? pero fundamentalmente ¿Cuáles son las condiciones sociales y culturales que permiten tal o cual elección?

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Sobre los autores Alençar Chaves, Christine de Doctora en Antropología por el Programa de Postgrado en Antropología Social de la Universidad de Brasilia (PPGAS/UnB). Actualmente es profesora del Departamento de Antropología - Universidad Federal de Paraná, e investigadora del Núcleo de Antropología de la Política (NuAP). Balbi, Fernando Alberto Licenciado en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos Aires y Mágister en Antropología Social por la Universidad Nacional de Misiones; doctorando del Programa de Postgrado en Antropología Social del Museo Nacional - Universidad Federal de Río de Janeiro (PPGAS – MN/UFRJ). Actualmente es Jefe de Trabajos Prácticos regular del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires e Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Boivin Mauricio Máster en Antropología Social por la London School of Economics. Actualmente es Profesor regular del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires. Cruz da Silva, Ana Cláudia Máster en Antropología Social por el Programa de Postgrado en Antropología Social del Museo Nacional – Universidad Federal de Río de Janeiro (PPGAS – MN/UFRJ). Actualmente cursa estudios de doctorado en el PPGAS - MN/UFRJ y es investigadora del Núcleo de Antropología de la Política (NuAP). Frederic, Sabina Especialista en Planificación y Gestión de Políticas Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Buenos Aires y candidata a Doctora en Antropología Cultural por la Universidad de Utrecht, Holanda. Actualmente es Profesora del curso de Antropología de la Política, Área de Sociología - Universidad Nacional de Quilmes, y Auxiliar regular del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires.

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Historia y estilos del trabajo de campo en Argentina de Sergio Visacovsky y Rosana Guber. Masculinidades. Futbol, tango y polo en Argentina de Eduardo Archetti.

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Ana Rosato y Fernando Alberto Balbi

Antropología del control social de Manuel Moreira.

Al observar desde un punto de vista etnográfico la producción de representaciones sociales por parte de sujetos históricamente situados en el marco de procesos que, en principio, pertenecen al dominio político, los autores de los diez artículos aquí reunidos demuestran que las esferas de lo público y lo privado, de lo político y lo social se entrecruzan formando una trama ‘densa’ que representa el contexto dentro del cual los hechos que analizan pueden ser comprendidos. Al ser desplegada sobre dicha trama, la mirada etnográfica muestra, a fin de cuentas, no sólo la relatividad de las categorías con que generalmente pensamos nuestro propio mundo social –política, economía, religión, parentesco, etc.- sino la dinámica misma a través de la cual una de estas categorías, la de política, se torna en un fetiche, presentándose a nuestros ojos como si se tratara de una división existente de facto en nuestras sociedades. En su conjunto, los artículos que componen el volumen que el lector tiene en sus manos tienden a esbozar un panorama variopinto de la complejidad y diversidad de los procesos constitutivos de la especificidad de la política en las sociedades brasileña y argentina. Esperamos que la lectura de este puñado de análisis antropológicos de procesos políticos incentive al lector a profundizar su propia exploración de este fascinante terreno analítico.

Representaciones sociales y procesos políticos. Estudios desde la antropología social.

Otros títulos de esta colección:

Representaciones sociales y procesos políticos Estudios desde la antropología social

Rosato Ana Doctora en Antropología Social por la Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires. Actualmente es Profesora regular de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales - UBA y de la Facultad de Trabajo Social Universidad Nacional de Entre Ríos.

Balbi, Fernando Alberto Fernando Alberto Balbi Ana Rosato

Licenciado en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Aires) y Mágister en Antropología Social (Universidad Nacional de Misiones); doctorando del Programa de Pós-graduaçâo em Antropologia Social, Museu Nacional Universidade Federal de Rio de Janeiro. Actualmente es docente regular del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires.

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