Aubin Paul_ El Bautismo

December 26, 2017 | Author: Salvador | Category: Baptism, Christ (Title), Holy Spirit, Jesus, Divine Grace
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PAULAUBIN ·- ---------

ELBAUTISMO

¿JNICIATIVA DE DIOS O COMPROMISO del HOMBRE~

COLECCION

Alcance

41......

.__

El bautismo

Colección «ALCANCE» 41

Paul Aubin

El bautismo llniciativa de Dios o compromiso del hombre?

Editorial SAL TERRAE Santander

Título del original francés: La Baptéme © 1980 by Desclée/ Bellarmin París/ Montreal Traducción de Jesús Garda-Abri/ © 1987 by Editorial Sal Terrae Guevara, 20 39001 Santander

Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain

ISBN: 84-293-0769-9 Dep. Legal: BI-611-87 Fotocomposición: Mogar Linotype Albia de Castro, 3 26003 Logroño Impreso por Gráficas lbarsusi , S.A. c.• de lbarsusi, s/ n. 48004 Bilbao

In dice Págs

Nota preliminar ............... .. .... . .... . ..... . .... .

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l. «Hijos de la promesa» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

2. 3. 4. S. 6.

11 «He sido alcanzado por Cristo Jesús» . . . . . . . . . . . . . . . . 33 «U na sola fe, un solo bautismo» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 «Dios, que inició en vosotros la buena obra» . . . . . . . . . . 81 «Dejad que se me acerquen los niños» . . . . . . . . . . . . . . . 103 «Llamados a heredar la bendición» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

Para mejor aprovechar este libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pautas para un trabajo personal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bib/iografla selecta . . . . . . . . . . ¿Qué cambio supone todo esto para nuestra vida hoy? . . . .

149 151 161 165

Nota preliminar «¿Por qué bautizar a los niños? ¿No es conveniente esperar a que tengan la edad suficiente para que puedan comprometerse ellos por sí mismos y con plena conciencia de lo que hacen? Etc.» Quienquiera que aborde hoy una reflexión sobre el bautismo no puede ignorar que a su alrededor se hacen hoy preguntas de este tipo, al menos en nuestro mundo occidental. Y sabe, además, que tales preguntas suelen provocar entre los cristianos ciertas discusiones un tanto apasionadas, en las que no siempre se distinguen suficientemente el punto de vista doctrinal y la perspectiva pastoral. Lo que es indiscutible es que, para responder correctamente a tales preguntas, es preciso previamente ser muy consciente de lo que es el bautismo y de lo que constituye su elemento esencial. Y para llegar a ello es necesario comenzar por depurar el espíritu de toda preferencia «a priori» -máxime si tal preferencia es apasionada- por el bautismo de los niños o por el bautismo de adultos, porque, sin caer en la cuenta, se corre el riesgo de introducir desde el principio un error de método.

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Efectivamente, intentar decir lo que constituye la realidad profunda del bautismo refiriéndose, más o menos conscientemente, a lo que acontece en el caso del bautismo de un adulto, y considerar de entrada dicho bautismo como el bautismo «normal», como una especie de bautismo en plenitud, es obvio que significa poner aulomálicamente en un segundo plano el bautismo de los niños, armarse de mil objeciones contra él y dar pábulo a la opinión que considera anormal el bautismo de los recién nacidos. Y al contrario: si se considera que el bautismo de los niños es el bautismo por esencia, se está prejuzgando el bautismo de un adulto como una excepción anormal y, por así decirlo, como una especie de repesca tardía ... Tal vez sea útil también recordar que los cristianos no hemos tenido que esperar al siglo XX para preguntarnos por el bautismo de los niños: ya fue un tema discutido en el siglo III y, evidentemente, en el siglo de la Reforma. iLa costumbre que hemos heredado de bautizar a los niños no nos ha sido transmitida exenta de reflexión y de debates! Tanto más cuanto que el Nuevo Testamento no nos proporciona todos los datos precisos y concretos que desearíamos conocer acerca de la Iglesia primitiva, de sus ministerios y de sus ritos. Ahora bien, en historia, el «argumento del silencio» no sirve de gran cosa; y un buen ejemplo de ello es la cuestión del bautismo en la Iglesia apostólica (del tiempo de los apóstoles). En efecto, si a alguien se le ocurriera apelar al argumento del silencio (muy relativo, por lo demás) del Nuevo Testamento con respecto al bautismo de los niños, para deducir de ahí que entonces no se

NOTA PRELIMINAR

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efectuaba dicha práctica, se le podría objetar con otro «silenciO)) no menos concluyente (?), puesto que es aún más nítido: en el Nuevo Testamento no aparece por ninguna parte el bautismo de adultos nacidos de padres cristianos. Los acontecimientos que abarca el Nuevo Testamento cubren un período lo bastante largo como para que haya sido posible tal tipo de bautismo. ¿Habrá que concluir de ese silencio que la Iglesia primitiva pensaba que el bautismo recibido por los padres era igualmente válido para su futura progenie? Como veremos, semejante idea no habría carecido de importantes argumentos a su favor ... Hay que recurrir, pues, al Nuevo Testamento; pero hay que hacerlo para preguntarle no tanto por su práctica cuanto por su doctrina acerca del bautismo. Sólo así podremos ver si el bautizar tanto a los recién nacidos como a los adultos (que es lo que hace hoy la Iglesia) es conforme o no con dicha doctrina. Ahí está el meollo del asunto pastoral y práctico, que no por ser secundario resulta accesono. Eso sí: quede claro que no puede reducirse a este debate toda la teología del bautismo.

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«Hijos de la promesa» (Gal 4,28)

Los primeros bautismos cristianos tuvieron lugar el día de Pentecostés, y todos los que han venido a continuación hay que referirlos a dicho acontecimiento fundante. Parece conveniente, pues, que iniciemos nuestra reflexión sobre el bautismo con una lectura del relato de Pentecostés que aparece en los Hechos de los Apóstoles.

El bautismo de Pentecostés

En su primer capítulo, los Hechos presentan el anuncio efectuado por Cristo del acontecimiento de Pentecostés, y en el segundo capítulo relatan dicho acontecimiento. Al comienzo del capítulo primero se dice, refiriéndose a Cristo resucitado:

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que de antemano conoció [Dio:-,}, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos» 14 . Es perfectamente evidente que no está en la mano de la criatura el acceder a semejante fraternidad: ninguna fuerza creada puede hacer de los hijos de Adán hijos de Dios. Eso es obra de la Fuerza de lo alto, que es el Espíritu Santo, el cual, en esta divinización del hombre, es llamado «Espíritu de adopción» 15 . «Al/legar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley y para que recibiéramos la .filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "iAbbá, Padre!" De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» 1 6. Gracias a ese Espíritu que nos incorpora a Cristo, vivimos en aquel a quien ama el Padre, nos hacemos «los amados de Dios», somos en aquel en quien Dios se complace 17 . Sin embargo, nuestra conformación con Cristo mediante la acción del Espíritu Santo se produce de una manera progresiva, a lo largo de toda nuestra vida, en la misma muerte y aún más allá, en vistas a «una resurrección semejante a la suya» 18 • Mientras esa confor-

14. 15. 16. 17. 18.

Rom 8,29. Rom 8.15. Gal4,4-7. Cf. Mt 3,17. Rom 6,5.

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mac10n no haya llegado a término, mientras sigamos aquí abajo, mientras «aún no se haya manifestado lo que seremos» 19 , no tendremos más que «las arras del Espíritu»2o. Nuestra solidaridad con Cristo tiene lugar por medio del Espíritu Santo; y si recibimos este Espíritu, es porque Cristo nos lo comunica a través del «bautismo en el Espíritu» que es la extensión de Pentecostés.

«Alcanzados por Cristo»

La incorporación a Cristo por el «bautismo en el Espíritu» no es fruto de un contrato entre Cristo y el bautizado. La iniciativa divina es aquí tan soberana como en el caso de la Promesa. El camino que conduce a la adopción filial no ha sido previamente trazado del hombre hacia Dios, sino de Dios hacia el hombre: fue de un modo gratuito como Cristo fue enviado al mundo, y es de un modo gratuito como él envía el Espíritu Santo. No es el hombre quien «alcanza» a Cristo; es Cristo el que alcanza primero a aquel a quien él se incorpora a sí. «He sido alcanzado por Cristo Jesús». dice Pablo hablando de su conversión y su bautismo 21 . En nuestro bautismo, efectivamente, Cristo nos ha ·ücanzado en nuestra más profunda intimidad. Se ha hecho cargo definitivamente de nosotros, sin

19. 1 Jn 3,2. 20. 2 Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14. 21. Flp 3,12.

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mérito alguno por nuestra parte. En esta unión, nuestra mano puede, a lo largo de nuestra existencia, aflojar más o menos su presión; pero la suya, su mano, seguirá firme, suceda lo que suceda. No son nuestros méritos los que han impulsado a Cristo a alcanzamos; ni serán nuestros «deméritos» los que le hagan aminorar su «apoderamiento» de nosotros. Este «apoderamiento» divino e inquebrantablemente fiel puede ayudar a explicar lo que los teólogos han denominado el «carácter bautismal>>, esa marca indeleble que recibe el bautizado. Se trata, en nuestro ser más íntimo, de una huella imborrable de ese primer encuentro con el Señor y de ese su gesto de amor gratuito con que nos ha diferenciado a cada uno de nosotros y nos ha elegido cuando ha querido hacerlo. Se trata de una especie de «sello» o de «marca» espiritual, de una «unción del Espíritw> 22 • Un bautismo válidamente recibido no se reitera nunca, porque, suceda lo que suceda, el Padre seguirá siendo fiel a su hijo de adopción, «sin revocar en lo más mínimo sus dones ni su vocación» 23 ; ya nada podrá separar al bautizado del amor que Cristo le profesa 24 . Dios jamás se vuelve atrás. Jamás suelta a aquel a quien él ha amado primero, sin pedirle permiso para ese amor ni fundamentar éste en los méritos del amado. Jamás, por lo tanto, tiene que recomenzar su iniciativa bautismal: en cierto modo, ésta siempre tiene lugar «hoy».

22. Cf. 2 Cor 1,22; Ef 1, 13; 4,30. 23. Cf. Rom 11,29. 24. Cf. Rom 8,35.

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En este sentido, el volver a bautizar a alguien que ya hubiera sido válidamente bautizado sería hacerle una injuria a Dios, porque significaría dudar de la fidelidad de su amor.

Bautizados por Cristo

Extensión actual de Pentecostés, el bautismo no puede ser más que una acción propia de Cristo. Sólo él bautiza, y no únicamente en el agua, sino «en el Espíritu Santo». Los discípulos de Cristo no bautizan sino por mandato suyo, y jamás lo hacen en nombre de ellos, porque no son más que «ministros», servidores, que actúan en nombre de su Señor. El bautismo es un gesto de Cristo resucitado, no un gesto de la Iglesia en cuanto comunidad, aun cuando sea el bautismo el que introduce en dicha comunidad; el bautismo no es una «cooptación» por parte de la Iglesia; un cristiano no tiene que escoger a sus hermanos en Jesucristo. La Iglesia no es dueña de la acción del bautismo, aunque dicha acción le concierna vitalmente. Según una célebre fórmula, si Pedro bautiza, de hecho es Cristo quien bautiza; y si bautiza Judas, también es Cristo el que de hecho bautiza. Tal vez en ningún otro sacramento se muestra la Iglesia, llegado el caso, tan discreta en su intervención tangible como en este encuentro entre el Señor y aquel a quien escoge y llama: aunque el «ministro» habitual del bautismo solemne sea el obispo, el sacerdote o el diácono, en caso de necesidad urgente y si no hay ningún cristiano para desempeñar esta función, cualquier miembro de la humanidad



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puede administrar lo esencial del bautismo; sólo se exige de él que respete el rito y que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia cuando bautiza. Incluso fuera de este caso de necesidad, y en las mismas condiciones por lo que hace al rito y a la intención, la Iglesia reconoce la validez de un bautismo aunque haya sido conferido por un hereje; más aún: hasta por un pagano. Este simple aspecto jurídico muestra a las claras lo consciente que es la Iglesia de que, en cada bautismo, es por propia iniciativa totalmente gratuita como Dios, a través de Cristo resucitado, establece un vínculo definitivo entre él y el bautizado, a quien él mismo ha diferenciado, elegido y llamado «antes de la creación del mundo» 25 • En su condición de gesto actual del Resucitado, el bautismo es para la Iglesia un sacramento que la trasciende, no una ceremonia que pueda ella establecer a su antojo con plena libertad. Si la Iglesia bautiza, es porque su Señor le ha mandado hacerlo: «Bautizad a todas las gentes» 26 ; y en su elemento esencial, la elección de este rito no depende de ella: le es menester «bautizar». lPor qué el agua?

Pero puede preguntarse: ¿por qué es este gesto, en el que el agua tiene tanta importancia, el que fue establecido por Jesús para conferir la gracia que introduce en la vida según el Espíritu? ¿Qué

25. Efl,4. 26. Cf. Mt 28,19.

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tiene que ver el agua, ese trivial elemento natural, con la Vida divina conferida en el bautismo? La respuesta a esta pregunta no hay que buscarla ante todo en el rico simbolismo del agua, común a gran número de religiones de ayer y de hoy. Este simbolismo religioso natural pertenece al patrimonio global de la humanidad: en sí mismo, no es más que un modo espontáneo de expresión humana frente a lo «mistérico» en general, y no tiene nada de específicamente cristiano. Para hallar el sentido profundo del agua de nuestro bautismo será mejor buscar en otra dirección. Y a hemos subrayado la soberanía de la acción de Cristo en el bautismo; si este aspecto es tan capital, parece razonable pensar que el rito bautismal evoca esa acción e indica que se trata precisamente de la acción de Cristo. Dios se ha hecho hombre en Jesucristo; es decir: se ha hecho tal hombre, no «el hombre en general»; o sea: ha vivido una historia humana personal que le distingue de todos los demás hombres. Para expresar que es él quien actúa en el sacramento, conviene que éste, en su aspecto sensible, ponga ante nuestros ojos algo que recuerde tal o cual acción personal de Cristo durante su vida mortal. Así podremos reconocer que es realmente el mismo Jesús quien actúa hoy y quién actuó antaño en Palestina. En suma, el bautismo debe manifestar esta referencia histórica, muchísimo más importante que el simple simbolismo religioso natural e intemporal. Lo mismo ocurre, por otra parte, con los demás sacramentos. Por ejemplo -y por no hablar más que del sacramento de la reconciliación y del de la unción de los enfermos-, es evidente, a tenor de

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los evangelios, que el trato con los pecadores y los enfermos ocupa un importante lugar en la vida de Jesús. En el caso del bautismo, sin embargo, nos hallamos ante un caso singular: durante su vida mortal, Jesús no bautizó; el cuarto evangelio lo precisa explícitamente 27 • ¿cómo evoca, pues, el rito del bautismo un gesto histórico de Jesús?

El bautismo del Jordán

Sucede que, aunque Jesús no bautizara, él mismo fue bautizado en el agua por Juan Bautista. Y este bautismo debe de tener una gran importancia a los ojos de los evangelistas, porque todos ellos lo mencionan al comienzo de sus respectivos relatos. El bautismo de Jesús inaugura su vida pública. Ya resulta bastante sugerente constatar que tanto su bautismo como el que nosotros recibimos tienen lugar en un inicio: en ambos casos se trata de un rito de comienzo y de inauguración, de un rito de «iniciación>>. Pero el bautismo que recibe Jesús no tiene, evidentemente, el mismo sentido que el nuestro. ¿Qué significa, entonces? ¿Qué significa ese bautismo impartido por Juan en el Jordán y al que se somete Cristo? La misión de Juan -y él es plenamente consciente de ello- consiste en ser el precursor del Mesías y, consiguientemente, en «preparar al Señor un

27. Cf. Jn 4,2.

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pueblo bien dispuesto» 28 • El bautismo que él imparte es un elemento de dicha preparación: «proclamaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados» 29 . ¿Por qué asociaba él aquel rito de ablución a su predicación de conversión? En sí mismo, semejante rito no tiene nada de original; sin embargo, no se encuentra entre las múltiples prescripciones rituales del Antiguo Testamento. ¿Lo inventaría el propio Juan? ¿Lo tomaría, por el contrario, de alguna costumbre del judaísmo? Los especialistas en estos temas no se ponen de acuerdo al respecto. Pero deseamos hacer constar la opinión de algunos de ellos, porque, si fuera correcta, resultaría de lo más sugerente; según ellos, el bautismo de Juan se inspiraría en el bautismo de los prosélitos, es decir, de los paganos que se convertían al judaísmo. Efectivamente, cuando un pagano, hombre o mujer, se convertía al judaísmo, se le sometía a un baño de purificación ritual, porque para el judaísmo tardío todo pagano era ritualmente impuro. De este modo se podían bautizar familias enteras: el marido, la mujer y los hijos de cualquier edad. Esta ceremonia purificadora introducía a los convertidos en el Pueblo de Dios. Semejante costumbre, para la que resultaba difícil encontrar una justificación en el Antiguo Testamento, no debió de tener una existencia muy dilatada; pero, de todos modos, fue justamente al comienzo

28. Le 1,17. 29. Me 1,4.

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de nuestra era cuando se practicó, aunque fuera durante un período bastante breve. La dificultad radica en datar con exactitud este período y en saber si Juan Bautista queda incluido en él; en este punto, las opiniones se dividen. Pero si, efectivamente, en esos momentos se practicaba el citado bautismo, es perfectamente comprensible la intención de Juan: al bautizar no sólo a prosélitos, sino también a judíos auténticos, estaba preparando para el Mesías un pueblo enteramente renovado. Y además se comprende mejor su afirmación: es inútil jactarse de descender de Abraham, como si ello bastara para formar parte del Pueblo de Dios 30 . Y se comprende mejor, igualmente, el asombro de los fariseos, los miembros de la secta de los «puros», al verse invitados, en plano de igualdad con los pecadores, a semejante bautismo. Jesús se hace bautizar

Sea lo que fuere de todo este asunto del bautismo de los prosélitos, lo que es seguro es que Juan desea preparar un pueblo para el Mesías; por eso predica el arrepentimiento y bautiza a las masas de los que se presentan a él con tal fin. Y es entonces cuando Jesús entra públicamente en escena por primera vez. «Entonces aparece Jesús», escribe Mateo con cierta solemnidad 31 • «Entonces ve Juan a Jesús venir hacia él», escribe el Cuarto Evange-

30. Cf. Mt 3,7-10. 31. Mt. 3.13.

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lio32. Uno y otro ponen de relieve la iniciativa de Jesús: en este caso no es la muchedumbre la que acude a Jesús, como tan frecuentemente sucede en el Evangelio, sino que es él quien se dirige espontáneamente a ese lugar del Jordán en el que «todo el pueblo» 33 recibe el bautismo de penitencia. Conviene citar aquí el texto de san Mateo, que es el más elaborado: «Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán, adonde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: "Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" Le respondió Jesús: "Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia". Entonces Juan le dejó. Bautizado Jesús, salió del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que venía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco"»3 4 • Este denso texto hay que examinarlo muy de cerca. Se observará, ante todo, que en sus últimas líneas asocia el bautismo y la mención del Padre (la voz «que viene de los cielos»), el Hijo y el Espíritu, como queriendo evocar, sobre el trasfondo del bautismo de Jesús, el bautismo cristiano que se impartirá «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

32. Jn 1,29. 33. Lc3,21. 34. Mt 3,13-17.

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La entronización del Mesías La frase «Este es mi Hijo amado» recuerda diversos pasajes de la Escritura. Evoca la entronización por Dios del rey mesiánico tal como la presenta el Salmista: «[El que se sienta en los cielos] me ha dicho: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra>>35. Entendámoslo bien: aquí no se discute que Jesús sea el Hijo de Dios desde su concepción; de lo que se trata es de la misión de Jesús: a partir de hoy comienza lo esencial de su función mesiánica; el bautismo de Jesús es el inicio de una dilatada entronización que se prolongará, fundamentalmente a través de su pasión y resurrección, hasta que sea glorificado a la derecha del Padre. Recordemos el discurso de Pedro el día de Pentecostés: «Este Jesús a quien Dios ha resucitado, (.. .) exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado lo que vosotros veis y oís (. ..) Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» 36 . También puede observarse que el mismo salmo habla de las «naciones» dadas en herencia y de los «confines de la tierra». Pues bien, el Resucitado encargará a sus Apóstoles que bauticen a «todas las naciones» 37 , y les dice que serán sus testigos

35. Ps 2,7·8. 36. Hech 2,32-36. 37. Mt 28,19.

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«hasta los confines de la tierra» 38 . También de esto es preludio, pues, el bautismo de Jesús.

En marcha hacia la Pasión

Una observación más: la voz «que viene de los cielos» no dice únicamente «mi Hijo», sino «mi Hijo amado». Puede verse en ello una alusión al relato del sacrificio de Isaac, donde Dios dice a Abraham: «Toma a tu hijo amado (. ..) y ofrécelo en holocausto en un monte que yo te indicaré»3 9 • En las palabras que vienen del cielo habría, pues, un velado anuncio de la muerte que Cristo debe padecer. Esto queda aún más claro en las últimas palabras que pronuncia la mencionada voz: «en quien me complazco». Efectivamente: hay aquí una correspondencia con los textos de lsaías referidos al Siervo sufriente que da su vida por todo el Pueblo: «He aquí mi siervo. a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre él para que traiga el derecho a las naciones»40. Esta interpretación es confirmada por aquel texto del Cuarto Evangelio en el que, tras el bautismo de Jesús, declara Juan Bautista: «He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma (. ..) Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido

38. Hech 1,8. 39. Gn 22,2. 40. Is 42, l.



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de Dios»4 1 • Por otra parte, un poco antes había

dicho el propio Bautista: «He ahí al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» 42 , lo cual es otra alusión manifiesta al Siervo sufriente de Isaías y a su acción redentora: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba (. ..) El ha sido herido por nuestras rebeldías (. ..) Como un cordero al matadero era llevado (...) Por nuestros pecados fue entregado a la muerte» 43 . Así pues, el anuncio de su muerte redentora informa todo el bautismo de Jesús. Al hacerse bautizar no pretende ser purificado; no se trata para él de un bautismo de conversión, y la reticencia de Juan a someterle a tal rito lo pone de manifiesto. De hecho, mediante su bautismo en el Jordán, Jesús toma contacto oficialmente, por así decirlo, con los pecadores arrepentidos: en aquellas aguas se mezcla con la multitud que confiesa sus pecados y espera la remisión de los mismos. A esta multitud es a la que Jesús se ha acercado espontáneamente. Se trata del primer acto de la Redención. Jesús no se hace bautizar en orden a su propia justificación, sino, como perfectamente lo dice el evangelista Mateo, porque es así como conviene «cumplir toda justicia», es decir, llevar a todos los hombres a la justicia ante los ojos de Dios. Jesús viene a tomar consigo a todos los pecadores arrepentidos allá donde se encuentren; y en medio de ellos, y como si se solidarizara con ellos, se hace bautizar en un con-

41. Jn 1,32-34. 42. Jn 1,29. 43. ls 53,4-8.

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texto en el que ya se anuncia la muerte que habrá de padecer por la remisión de los pecados de toda la humanidad. La presencia del agua en el rito bautismal cristiano recuerda este encuentro en el Jordán entre los pecadores arrepentidos y su Redentor, que se acerca espontáneamente a ellos justamente en el lugar donde se encuentran. Nadie podrá dudar de que este recuerdo resulta aquí verdaderamente capital.

El bautismo de la muerte de Cristo

Pero aún hay más: tras haber tomado contacto de aquel modo con los pecadores en el Jordán, Cristo «sale» del agua, según la expresión evangélica, para encaminarse, paso a paso, hacia la cruz, donde culminará su encuentro con los pecadores. Por ellos será «colgado de un madero» 4 4, incurriendo así en la maldición prevista por la Ley 4 5; en efecto: «A quien no conoció pecado, [Dios] le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a serjusticia de Dios en él» 46 • De este modo, el bautismo de Jesús en el Jordán es el preludio de otro bautismo: el de su muerte. «Ser bautizado» significa «ser sumergido». Y Jesús, para llevar a cabo su obra redentora, será sumergido en los sufrimientos y en la muerte. Es él mismo quien, en varias ocasiones, anuncia su pasión como un «bau-

44. Cf. Hech 5,30; 10,39; 13,29; Ga1 3,13; 1 Pe 2,24. 45. Dt 21 ,23. 46. 2 Cor 5,21.



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tismo»: «el bautismo con que yo voy a ser bautizado»47. Y en otro momento dice: «Con un bautismo tengo que ser bautizado, y iqué angustiado estoy hasta que se cumplaf»4a_ El agua del bautismo cristiano, por tanto, no recuerda únicamente el agua del Jordán, sino también la Pasión de Cristo, en la que éste fue sumergido en el sufrimiento y la muerte y en su sepultura. Es en esta perspectiva en la que Pablo puede escribir: «iO es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte»49_ En el agua de su bautismo, el bautizado, por tanto, se encuentra además con el Cristo de la cruz, el del costado traspasado del que brota no sólo sangre, sino también «agua»5o_ No puede disociarse el bautismo de Jesús en el Jordán de su bautismo en la Pasión: ambos son los dos extremos de la única obra redentora. En el primero, Jesús entra en solidaridad con la humanidad pecadora; en el segundo, muere por ella. El primero está en función del segundo. El bautismo de la efusión del Espíritu

Pero la sepultura de Cristo no constituye un término. Contrariamente al bautismo del Jordán,

47. 48. 49. 50.

Me 10,38. Le 12,50.0 Rom 6,3-4. Jn 19,34.

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que le conduce a un abajamiento, el bautismo de la Pasión desemboca, para Jesús, en la resurrección gloriosa. El bautismo del Jordán no tenía para Cristo el sentido de una transformación; el de la Pasión, por el contrario, es una «travesía» que le introduce en la gloria: «[Cristo Jesús} se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre» 5 1 . Sólo después de haberse consumado el sacrificio y haber resucitado en la gloria, Cristo derrama el Espíritu Santo que le ha sido entregado. Todo ello permite comprender mejor el rito de nuestro bautismo cristiano. Extensión de Pentecostés, el bautismo confiere el Espíritu, aun siendo un bautismo en el agua: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios»52. ¿por qué esa presencia del agua? ¿Por qué esa vinculación entre el agua y el Espíritu? Según lo que acabamos de decir, es más fácil responder a estas preguntas de algún modo que no consista en invocar simplemente una decisión arbitraria por parte de Cristo: existe una profunda vinculación entre el bautismo del Jordán, el de la Pasión y el de Pentecostés; y esa vinculación obtiene su continuidad de la historia de Jesús, vivo, muerto y resucitado. Remisión de los pecados y don del Espíritu

Del mismo modo que el Resucitado se aparece a los Apóstoles con los estigmas de la Pasión, con

51. Flp2,8-9. 52. Jn 3,5.

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sus manos y su costado traspasados, así también el Cristo glorioso adviene al bautizando en el contexto de un rito que evoca toda su vida «por nosotros», porque 4ue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» 53 • Así pues, el bautismo cristiano, gesto del Cristo actual, une en una misma visión perspectiva la historia de ayer y la de hoy, lo terreno y lo celestial; lo cual es absolutamente propio de un sacramento. En el agua del bautismo cristiano se obtienen, a la vez, la remisión de los pecados y el don del Espíritu. Puede preguntarse cuál es la vinculación que con ello se supone entre dicha remisión y dicho don. En efecto, no puede afirmarse que «remisión de los pecados» y «efusión del Espíritu» sean, en sí mismas, cosas idénticas: ello significaría pretender que la naturaleza humana poseería el Espíritu de Dios por el simple hecho de ser inocente; significaría olvidar que no basta con ser una criatura perfectísima para participar de la vida divina. De hecho, el lazo que existe entre la remisión de los pecados y el don del Espíritu sólo se anuda en Cristo: es históricamente el mismo el que muere por los pecadores y el que, resucitado, derrama sobre ellos el Espíritu. Se trata, ante todo, de un lazo histórico: las cosas sucedieron así antaño y siguen sucediendo así hoy. Y todo ello revela el eterno designio de Dios, que jamás ha destinado al hombre a una vida inocente que no sea al mismo tiempo una participación en la vida divina a través de

53. Rom 4,25.

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Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre: «El nos ha elegido en Jesucristo, desde antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor»5 4 • Tal es la significación fundamental de la presencia del agua en el rito bautismal. Pero no es la única significación.

Evocación de la Historia Sagrada

Dado que el bautismo introduce al bautizado en la Historia Sagrada, es perfectamente normal que su rito evoque alguna importante etapa de dicha Historia. El rito utilizado por Juan Bautista, que es reproducido en parte por nuestro bautismo, tenía la finalidad de prepararle al Mesías «un pueblo bien dispuesto». Y aquel bautismo no dejaba de evocar determinados acontecimientos bíblicos relativos a la constitución del pueblo de Israel. El bautismo cristiano, por su parte, recupera y asume tal evocación. El rito del agua recuerda las aguas que Israel tuvo que atravesar milagrosamente en otro tiempo para llegar a la Tierra Prometida: tal vez el paso del Jordán bajo la guía de Josué 5 5, y con toda seguridad el paso del Mar Rojo bajo la guía de Moisés. Pablo ve en este último episodio la prefiguración del bautismo: «Nuestros padres estuvieron todos bajo la

54. Ef 1,4. 55. Jos3,14-17.

«HE SIDO ALCANZADO POR CRISTO JESUS»

55

nube. y todos atravesaron el mar; todos fueron bautizados en Moisés. por la nube y el mar» 56 •

En efecto, el paso del Mar Rojo significó la liberaciónde la servidumbre de Egipto, gracias al poderoso brazo de Dios, y la inauguración de la larga marcha hacia la Tierra Prometida; y el bautismo es, gracias al poder de Uios, liberación del reino del pecado e inauguración de la marcha hacia el Padre. Para la Iglesia Apostólica, el bautismo no es sólo prefigurado por este episodio del Mar Rojo, que únicamente concernía a los judíos; también lo es por el Diluvio, que concernía a Noé y su familia y, por consiguiente, a toda la humanidad. Por eso san Pedro, al evocar el bautismo, recuerda que Noé y los suyos fueron salvados «a través del agua» 5 7 •

El simbolismo natural del agua

Por último, además de este simbolismo histórico que recuerda los grandes acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento, el agua del bautismo comporta un simbolismo natural, común a la mayor parte de las religiones. En éstas, el agua interviene en numerosos modos de expresión normal de la conciencia religiosa humana en general. Este simbolismo natural no estaba ciertamente ausente en el bautismo de Juan; y no hay ninguna

56. 1 Cor 10,1-2. 57. 1 Pe 3.20.

56

EL BAUTISMO

razón para excluirlo del bautismo cristiano, con tal de que no se le conceda el primer lugar, porque, efectivamente, no es en virtud de este simbolismo natural por lo que la Iglesia posee un sacramento en el que interviene el agua. Después de todo, también el fuego es un elemento muy importante del simbolismo religioso y, sin embargo, ninguno de nuestros sacramentos lo utiliza como «materia» esencial; es cierto que desempeña un papel bastante importante en nuestra liturgia, pero no deja de ser un papel periférico y, en resumidas cuentas, accesono. También hay que tener mucho cuidado de no restringir el simbolismo de la ablución bautismal al de una simple «operación de limpieza»: en el simbolismo religioso del agua, las cosas son algo más complejas. El agua, efectivamente, no es un elemento propio únicamente para «lavar»; también es posible, por ejemplo, ahogarse en ella. Pues bien, «bautizar» significa también «sumergir... ». Es preciso, por tanto, considerar la significación del agua de un modo menos superficial, so pena de no ver el bautismo más que como una especie de gran «limpieza» espiritual... Los historiadores de las religiones nos dicen que, para la conciencia religiosa, las aguas simbolizan el conjunto de «posibilidades»: en ellas puede germinar todo tipo de cosas, tanto buenas como malas. Las aguas pueden ser vivificantes, pero también pueden ser mortales. Por una parte, efectivamente, toda vida tiene su origen en el agua, y sin agua todo muere. La inmersión, por lo tanto, puede significar una vuelta a los orígenes, al vigor primigenio; y en este sentido el agua resulta atrayente.

«HE SIDO ALCANZADO POR CRISTO JESUS»

51

Pero el agua tiene también un aspecto temible: en ella puede uno ahogarse y disolverse. Hay que decir, en suma, que las aguas son a la vez «Sepulcrales» y «maternales», tumba o madre.

La muerte

La Escritura no ignora el aspecto «sepulcral» de las aguas, y son numerosos los textos en los que las «aguas» simbolizan la muerte. Así, por ejemplo: « iSálvame, oh Dios, porque las aJ?uas me llegan hasta el cuello!(.. .) iQue escape yo ... a las honduras de las aguas! iQue el flujo de las aJ?uas no me aneJ?ue !» 58 . En el Nuevo Testamento, el caminar de Jesús sobre el «mar» 59 lo muestra hollando con sus pies el elemento en que habitan las potencias malignas, los grandes monstruos como Rajab y Leviatán; el gran abismo del que, en el Diluvio, surgieron las aguas que anegaron la tierra y a todos sus habitantes. Cristo, como ya hemos visto, habló de su muerte como de un bautismo. Y este mismo aspecto sepulcral de las aguas permite a Pablo decir: «Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado» 60 ; o también: «Fuimos con él sepultados por el bautismo en la muerte» 61 •

58. Ps 69,2.15-16; cf. Ps 42,8; 88,8; 144,7; Job 26,5; 38,16; Jonás 2,4; etc. 59. Jn 6,16-20. 60. Col 2,12. 61. Rom 6,4.

58

EL BAUTISMO

El renacer Pero las aguas también son «maternales»: simbolizan el nacimiento y la fuente de fuerzas absolutamente nuevas. Por ellas el mundo renace tras el Diluvio; por ellas reverdece el desierto, etc. Todos sabemos de la importancia bíblica del tema del «agua viva» y sus beneficios. Si las religiones tienen tantos ritos de ablución, no sólo para las personas, sino también para los objetos 62 , no se debe a una preocupación por la higiene. De hecho, pueden someterse a tales abluciones objetos que ya están perfectamente limpios; y si se tratara únicamente de «limpiar», los antiguos ya conocían «detergentes» mucho más eficaces que el agua clara ... En realidad, no es tanto la suciedad cuanto el desgaste lo que se intenta combatir mediante el contacto con el agua: buscando el primitivo esplendor, lo que fundamentalmente se busca es la primitiva fuerza. Se trata, en el sentido fuerte de la expresión, de «renovar» y, consiguientemente, de restaurar la «fuerza» original, que ha quedado deteriorada con el tiempo. Sepultura y seno materno, muerte y renacer: todos estos aspectos del agua se encuentran en el bautismo cristiano. Hablaremos de ello más adelante. Pero, considerando aquí únicamente el bautismo de Cristo, es fácil comprender que su verdadero

62. Cf. Me 7,4; Le 11 ,38.

>.

70

EL BAUTISMO

tal, pues el bautismo introduce en la Iglesia y, por su propio dinamismo, supone una continuidad de este primer impulso. Lo cual significa que en cada bautismo la Iglesia adquiere una enorme responsabilidad: ella juzga si, en conciencia, obedece debidamente al Señor al administrar el bautismo en tal o cual caso concreto. (Volveremos más tarde sobre este punto). Pero esta responsabilidad conlleva además otro aspecto. Ya hemos visto que, si se pretende a toda costa hablar de «promesa» o de «compromiso» a propósito del bautismo, hay que concebir dicha promesa y dicho compromiso, ante todo, como promesa y compromiso de Cristo con respecto al bautizado. Y ahora hemos de decir que, a imitación de su Señor, también la Iglesia contrae en el bautismo un compromiso. También ella promete algo. En efecto, se compromete tomando a su cargo al neófito tal como es; se compromete a ofrecerle activamente y de una manera adaptada los medios que le permitan desarrollar su vida de fe; se compromete a hallarse presente junto al bautizado, con una presencia que deberá acompañarle toda su vida, en los altibajos que, indudablemente, habrá de comportar dicha vida. Esta presencia puede tener lugar a través del medio de vida normal que es la familia, a través de los padrinos o a través de cualquier otra instancia válida. Lo esencial es que se garantice al neófito que la comunidad de los creyentes hará siempre todo lo posible por prestarle la ayuda de su medio espiritual e incluso, eventualmente, por ir a buscarlo allá donde esté, en caso de que se extravíe. iUn compromiso exigente, como se ve! Pero aún hay más: mediante su fe, la Iglesia interviene acti-

, y que dicho combate puede conllevar retrocesos y hasta verdaderos desastres que no constituyen, sin más, «apostasías». Lo menos que puede decirse es que los criterios de «fidelidad» al bautismo no son en absoluto simples ...

La fe del recién nacido En definitiva, el problema más serio que se plantea respecto del bautismo de los niños es el de su fe en el momento mismo de dicho bautismo. Si el bautismo tiene que ver con la salvación y si, por otra parte, la fe es necesaria para tal salvación, ¿cómo puede ser considerado «creyente» un niño, un recién nacido? Puede apelarse aquí a la fe de los padres o a la fe de la Iglesia; y es preciso reconocer que hay en este modo de enfocarlo algo muy profundamente verdadero. Sin embargo, no se ve muy bien cómo puede alguien tener la fe «por persona interpuesta». No puede negarse que, en los evangelios, Cristo realiza a veces curaciones y resurrecciones sin necesidad de pedir la fe al enfermo ni, por supuesto, al muerto, sino a alguien de su entorno; es el caso de la resurrección de Lázaro o de la hija de Jairo, o de la curación del

122

EL BAUTISMO

epiléptico o del criado del centurión 12 . Pero ¿cómo puede la fe de su entorno introducir en la comunidad de los creyentes al niño bautizado, siendo así que, por el momento, éste es incapaz de hacer un acto de fe, como también es incapaz de hacer un acto de esperanza o de caridad? Es verdad que la fe de Jairo interviene en la resurrección de su hija, pero el Evangelio no habla de la fe de ésta tras el milagro, como no ha hablado de ella antes del mismo ...

Para intentar resolver este problema, tal vez convenga distinguir entre la fe y los actos de fe. Evidentemente, el recién nacido es incapaz de profesar su fe; pero no hay que olvidar que el acto de fe es el término de un proceso que prepara al hombre para realizar dicho acto. Antes de expresarse en actos, la fe, la esperanza y la caridad son disposiciones interiores, «virtudes)); y éstas -contrariamente a sus actos, que son, necesariamente, más o menos transitorios- tienen una «permanencia)). Pongamos una comparación: un hombre inteligente no deja de serlo mientras duerme, aunque durante el sueño no realice acto alguno de inteligencia. El recién nacido tiene ya en sí el germen de la inteligencia y la voluntad que habrá de manifestar cuando crezca. Pues bien, mediante el bautismo, el recién nacido adquiere un germen o inicio de fe, de esperanza y de caridad. ¿cómo es esto?

12. Cf. Jn 11,40; Le 8,50; Me 9,24; Le 7,9.

«DEJAD QUE SE ME ACERQUEN LOS NIÑOS>>

123

El primer fundamento de la fe

Conviene recordar aquí que las mencionadas «virtudes» (etimológicamente=«fuerzas») son dones de Dios a los que el hombre no podría acceder por sí solo. La atracción por la creencia, el inicio de la fe y su crecimiento no son algo puramente natural, sino que forman parte de la nueva creación que Dios realiza en aquel a quien llama; son, pues, un don gratuito de Dios y de la inspiración del Espíritu, los cuales elevan a ese inusitado nivel las capacidades de nuestra inteligencia y la inclinación de nuestra voluntad, que serían incapaces de alcanzarlo por sus solas fuerzas. La gracia del bautismo supone para el recién nacido la gracia del inicio de la fe; Dios comienza a intervenir en él, para conducirlo más tarde a realizar actos de esperanza y de caridad y a profesar su fe. Dios interviene ya en las facultades, todavía como adormecidas, del pequeño bautizado, en orden a ir haciéndolas progresivamente capaces de realizar tales actos. Mediante esta acción divina queda ya inaugurada en su insondable profundidad la respuesta de la fe de ese niño a la llamada de Dios. Y una vez puesto este fundamento, la mencionada respuesta irá madurando al hilo de los años, a medida que vaya desarrollándose su cooperación a dicha gracia, que siempre tiene y tendrá la iniciativa y la prelación. Esta forma de verlo puede resultar desconcertante para quien no esté suficientemente alerta contra el continuo resurgir de la vieja herejía pelagiana, que reduce el papel de la gracia a la mera función de instruir al hombre acerca del objetivo

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EL BAUTISMO

que debe perseguir y de recompensar sus esfuerzos por alcanzarlo, olvidando que, en cada una de las etapas de la vida según el Espíritu, la acción divina precede siempre a nuestro propio obrar, sin destruir por ello la libertad de nuestra cooperación a la gracia. Dios no es una especie de «superhombre» con el que coopera nuestra libertad; cooperar con Dios es cooperar con el autor de nuestra libertad ... «Nadie puede decir: "¡"Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo» 13 . Habremos de reconocer, por tanto, que, en el bautismo, incluso el recién nacido recibe las «fuerzas» de la fe, la esperanza y la caridad, porque recibe en lo más íntimo de sí al Espíritu, esa «Fuerza de lo alto» que más tarde habrá de permitirle traducir esas «virtudes» en actos.

Dificultades pastorales Las anteriores consideraciones doctrinales no pretenden suprimir los problemas pastorales relativos al bautismo de los niños. Indudablemente, nada hay más normal, en sí, que bautizar a los hijos nacidos de un matrimonio cristiano, porque el dinamismo de éste empuja en tal dirección. Y no se ve por qué el hecho de nacer de padres bautizados no puede ser la señal de una elección y una llamada de Dios en orden al bautismo. Porque el ser llamado constituye un he-

13. 1 Cor 12,3.

«DEJAD QUE SE ME ACERQUEN LOS NIÑOS>>

125

cho tan independiente de nuestra voluntad como nuestro propio nacimiento: nadie escoge ser llamado ni la manera de serlo. La verdadera dificultad radica en que el bautismo no se reduce a la simple transmisión de una llamada, sino que además es ya una respuesta; y podría entonces objetarse que, en el caso del bautismo de un niño, éste no coopera a dicha respuesta haciendo intervenir su supuesta libertad para elegir. De ahí la posible impresión de que semejante bautismo se asemeja a una especie de abuso de autoridad que impone la pertenencia a la Iglesia, en lugar de ser una adhesión personalmente elegida. Y a fin de cuentas, ¿no tendería ello a reducir a la Iglesia a ser una sociedad parecida a aquellas de las que formamos parte por una especie de «determinismo», como pueden ser, por ejemplo, la sociedad familiar o la sociedad nacional? La Iglesia, ¿asociación de voluntarios?

Pero, si se reflexiona debidamente, el hecho de retrasar el bautismo hasta la edad adulta no resuelve del todo esta dificultad. En primer lugar, tengamos en cuenta que tal retraso no libraría a la Iglesia del peligro de que su rango quedara reducido al de esas asociaciones en las que uno se inscribe voluntariamente. Y esta reducción no deja de ser, en definitiva, tan lamentable como la anterior. Y sobre todo, es preciso ponderar lo siguiente: la llamada de Dios en Jesucristo no es una llamada entre otras muchas del mismo género, y la opción que dicha llamada propone al hombre

126

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no es la de que se decida por el cristianismo, de entre las numerosas doctrinas que solicitan su adhesión y que se hallarían al mismo nivel que el cristianismo. No. Cuando Dios llama al bautismo, está llamando al hombre a una Vida que le desborda por completo; y no le llamaría verdaderamente si al mismo tiempo no le otorgara la capacidad de discernir esa llamada transcendente y de responder a ella de modo afirmativo. El don de esta capacidad es tan gratuito como la propia llamada. Ahora bien, dicha capacidad ya constituye en sí misma una transformación interior, una innovación que orienta exclusivamente en el sentido de una respuesta afirmativa a la llamada de Dios, el cual no otorga ningún tipo de capacidad añadida para responderle negativamente y rechazar su llamada. En efecto, si el hombre responde «SÍ», se deberá a un don interior de Dios con el que el hombre colabora; si, por el contrario, responde «no», su negativa provendrá exclusivamente del propio hombre. De manera que el «SÍ» y el «no» no son en este caso de la misma especie; y aunque la libertad de elegir se da realmente en el adulto que se presenta voluntariamente al bautismo, no se trata de una libertad más de elegir, sino de una elección que, en sí misma y a lo largo de su proceso, es única en su género. Pero no es menos cierto que, tanto para el adulto como para el niño, la respuesta, precisamente por ser única en su género, no puede reducirse a una simple conformidad exterior con una tradición de tipo sociológico, ni puede consistir en una mera pertenencia a las estructuras externas de una sociedad de tantas, con su teoría, sus leyes y su adminis-

4 •

2. Cf. Gn 18,18; 22,18. 3. Gn 26,3-5. 4. Gn 28,13-14.

>; D. MOLLAT, «Symbolismes baptismaux e hez saint Pauh>; J. Gl JILLET, «Bapteme et Esprit>>; M.E. BOISMARD, «le renonce a Satan, a ses pompes et a ses oeuvres>>. En el n. 27 (mayo de 19 56), Le bapteme, sacrement de f'incorporation a l'ÉKliSe selon saint Paul»: Y.B. TREMEL, «Le bapteme, incorporation du Chrétien au Chrisb>; M.E. BOISMARD, «Bapteme et renouveau». -La Maison-Dieu, desde una perspectiva frecuentemente más litúrgica y pastoral, ha publicado muchos artículos sobre el bautismo. Y en esta misma perspectiva pastoral pueden consultarse, por ejemplo, Cahiers du Clergé Rural. nn. 252, 254, 255, 256, 258, 261, 266. Paro/e et Miss ion, nn. 18, 22, 25, 28. Paroisse et Liturgie, abril 1963, julio 1963, julio 1964.

-El libro Des éveques disent la foi de l'Église (Cerf, París 1978) contiene dos capítulos que interesan directamente a este respecto: el capítulo XIII (B. PANAFlEU, «le crois en un seul bapteme>>, pp. 407-434) y el capítulo XIX (R. COFFY, «Du bapteme a l'eucharistie», pp. 435-450).

Como estudio sobre el bautismo desde un talante espiritual y de vida interior, no puede dejar de citarse un libro que, a pesar de sus años, no ha perdido nada de su valor:

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-P. Th. CAMELOT, Spiritualité et bapteme, col. «Lex orandi», n. 30, Cerf, París 1960. Este libro, dotado de un importante fundamento escriturístico y patrístico, subraya abundante y acertadamente la profunda vinculación existente entre el nacimiento nuevo que supone el bautismo y la denominada «vida espiritual». Citemos, por último, dos obras de muy fácil lectura, a pesar de su seriedad: -A.-M. CARRÉ, P. HOFFMAN, F. AMIOT y A.-M. HENRY, Pourquoi le bapteme?, Cerf, París 1966. Pequeño libro de 116 páginas que ofrece un excelente resumen de los puntos esenciales de la teología del bautismo. -A. HAMMAN, le erais en un seul bapteme. Essai sur Bapteme et Conjlrmation, col. «Doctrine pour le Peuple de Dieu», Beauchesne, París 1970. Esta obra tiene tres partes: «Questions doctrinales>>, «Questions pastorales» y «Bapteme et Confirmation». Contrariamente a la obra del mismo autor citada al comienzo de esta bibliografía, este librito no tiene por finalidad el servir de manual ni se caracteriza por su erudición, sino que está destinado al creyente «de a pie» que desea profundizar en su fe a propósito del bautismo.

lQué cambio supone todo esto para nuestra vida hoy? En un país tradicionalmente cristiano, en el que, durante siglos, los registros parroquiales de bautismos han tenido validez como registros civiles de nacimientos, el haber sido bautizado de niño puede parecer algo banal; es algo así como si uno naciera siendo ya cristiano, pero con la curiosa paradoja de que, por lo general, sabemos mejor la fecha de nuestro nacimiento que la de nuestro bautismo. Y, sin embargo, aun cuando hayamos sido bautizados cuando aún éramos niños, ¿no deberíamos asombramos de nuestro bautismo?

El asombro de pertenecer a una minoría

Todavía puede entenderse el que en la época en que los cristianos imaginaban que la humanidad se hallaba, en su mayoría, congregada en tomo al Mediterráneo, no les sorprendiera demasiado el hecho de estar bautizados, porque quienes no lo estaban, o eran judíos o musulmanes; ahora bien, todos ellos ha bían oído hablar de Jesucristo y no lo habían aceptado; consiguientemente, su

166

EL BAUTISMO

rechazo -por no distinguir debidamente entre el error y la mentira-se atribuyó durante mucho tiempo a obstinación y mala fe por su parte. Pero a partir del Renacimiento, con sus descubrimientos geográficos y astronómicos, la humanidad mediterránea ya no puede pretender ser prácticamente la única humanidad del mundo ni tiene derecho a imaginar que habita «el centro» de la superficie de la tierra, la cual sería, a su vez, el centro del universo, que gravita armoniosamente alrededor de ella. Por tanto, esa humanidad mediterránea ya no podía dar por supuesto que por el simple hecho de ser hombre había que haber optado necesariamente a favor o en contra de Cristo. La cristiandad se descubrió a sí misma geográficamente muy relativizada: Roma y Jerusalén, sus centros espirituales, ya no aparecen como centros, a su vez, del universo físico. Ahora, al pensar en su propio acceso a la existencia, cada uno de nosotros puede ponderar hasta qué punto es ésta contingente. ¿por qué he venido al mundo yo, y no otro? Ya no se ve en ello ningún tipo de necesidad. Pero, además, esa gratuidad le resulta al bautizado todavía más evidente en lo tocante a su bautismo: ¿por qué le ha tocado a él en suerte ser bautizado, cuando el bautismo es algo que ni siquiera conoce la inmensa mayoría de la humanidad que le rodea? Ser bautizado significa pertenecer a una Iglesia que, aun sin saberlo, siempre ha sido minoritaria en este mundo.

La contemplación de la gratuidad

Que yo esté bautizado no es algo «necesarim), algo que se caiga de su peso. Para haber sido bautizado, tiene que haber habido alguien distinto de mí, porque uno no se bautiza a sí mismo (lo cual, por lo demás, distingue al bautismo cristiano de otras abluciones religiosas). Ya

¿QUE CAMBIO SUPONE TODO ESTO PARA NUESTRA VIDA HOY?

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el bautismo de Juan se distinguía por esta característica, y el propio Bautista afirma que es Dios quien le ha enviado a bautizar 1 . De manera que uno es bautizado por un enviado de Dios. Si el bautismo ha llegado a mí, es porque el Padre envió al mundo a su Hijo, el cual, a su vez, ha enviado a mí a un «bautizadom; ha llegado a mí, por lo tanto, un mensajero de Dios o, lo que es lo mismo, Oios me ha puesto en el camino por el que pasaba su mensajero. Este encuentro entre el «bautizadom y el futuro bautizado podrá atribuirse al azar, lo cual ya sería reconocerle un aspecto de «gratuidad)). Pero, como creyente, yo afirmo que esta «gratuidad)) no es fruto del azar, sino de la gracia de Dios para conmigo: «Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí» 2 • Por supuesto que puedo encontrar en mi bautismo una serie de causas sociológicas, del mismo modo que otra persona que haya solicitado el bautismo siendo ya adulto puede descubrir en su propio bautismo unas causas psicológicas; pero ¿acaso este hecho puede cambiar el carácter sobrenatural de la vocación al bautismo que nos es dada por Dios? Respecto de las realidades humanas, ninguna vocación procedente de Dios es, por así decirlo, «pasteurizada)). Y no por ser Dios, es Cristo -ese Cristo de quien me viene la llamada al bautismo- menos hombre. Yo estoy bautizado, mientras que otros muchos no lo están; porque los bautizados somos minoría en este mundo. Convendría que tuviéramos esto presente con mayor frecuencia, a fin de que se convirtiera para nosotros en una evidencia constante, como lo era para cualquier bautizado de la Iglesia apostólica.

l. Cf. Jn 1,33. 2. 1 Cor 15,10.

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EL BAUTISMO

Yo estoy bautizado, mientras que otros, con más méritos que yo, no lo están. Lo cual me recuerda que el bautismo no es cuestión de méritos, sino que es un don del amor gratuito de Dios. Antes incluso de hacerme pensar en mis deberes de bautizado, el recuerdo de mi bautismo debe orientar mi pensamiento hacia Dios; debe llenarme de auténtico asombro respecto de la actitud de Dios para conmigo. Conviene que nos detengamos en esta meditación, en lugar de pasar rápidamente al aspecto práctico-práctico y decir: «Sí, todo eso es muy hermoso, pero pasemos ya a las aplicaciones concretas y prácticas que hay que hacer. .. » Y es que, en efecto, resultará indudablemente difícil «vivir el bautismo» debidamente si se considera, ante todo, como algo en lo que uno se ha comprometido (iel hombre se compromete en tantas cosas ... !), en lugar de verlo como un compromiso de Dios, Padre, Hijo y Espíritu, para con uno mismo.

Nacido del Espíritu

Jesús le dice a Nicodemo: «El viento (el Espíritu) sopla donde quiere. y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» 3 . La vida del bautizado -esa vida «espiritual» que le es dada y que se llama así porque es regida por el soplo del Espíritu del Padre enviado por Cristo- es una vida cuyo punto de partida es tan misterioso como su punto de llegada. Y es que, en cuanto bautizado, yo no vengo de mí ni soy para mí. En el Evangelio de Juan, Jesús no deja de repetir que así es su existencia. Y el bautizado, incorporado a Jesús, está llamado a vivir una vida seme-

3. Jn 3,8.

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jante a la suya, y lo que puede parecerle una pérdida de sí es en realidad la realización de lo que le es más personal: el comienzo de su resurrección con Cristo. Todo cuanto se ha dicho del bautizado en los diferentes capítulos de este libro no es para su exclusivo provecho, para su propia salvación. El bautizado se ha hecho «hijn de la Pmme~m>. 7 • Además, para que la promulgación sea un hecho y, consiguientemente, una obligación para tal hombre, no basta con que éste oiga anunciar a otros la «necesidad del bautismo». Para él, únicamente habrá verdadera promulgación de una obligación si percibe que dicha promulgación proviene de una autoridad legítima y que la obligación es razonable. Una cosa es oír una predicación, y otra tomar conciencia de que es menester creer en ella. Para creer como es debido, es preciso «ver» que hay que creer. A principios del siglo XVI, el dominico Cayetano, cardenal y teólogo, escribía: «Sería una imprudencia creer algo, sobre todo tratándose de la salvación, si no es anunciado por un hombre digno de fe»a. Y el P. Vitoria, otro teólogo dominico de la misma época (la época, precisamente, de los grandes descubrimientos), hablando de

6. Año 1547, sesión VI (D 796). 7. Tratado sobre el bautismo. cap. 2. 8. In 2am 2ae, q, 1, a. 4.

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171

de los Indios de América, a quienes los conquistadores maltrataban, muchas veces en nombre de la fe cristiana (!), escribe: «No están obligados a creer si la fe no les ha sido propuesta con una demostración verdaderamente convincente. Ahora bien, no tenemos noticia de que estén produciéndose milagros, ni signos, ni ejemplos de vida edificante, sino que, por el contrario. se d::m numerosos escándalos, atroces crímenes e impiedades sin cuento» 9 • La Iglesia Oriental vincula constantemente con el bautismo la idea de «iluminación>>. Recuperando esta perspectiva, podriamos decir que los bautizados tienen que aportar al mundo la luz que han recibido: y ello no sólo a base de comunicarle la luz del Evangelio, sino también esa otra luz de la que habla Pablo cuando escribe: «Todos nosotros. que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor... » 1 o. Tal vez se pregunte cuál es la utilidad de semejante irradiación, dado que es posible salvarse sin ser bautizado. La respuesta sería demasiado prolija para darla aquí y ahora. Digamos tan sólo que el amor no se cuestiona las cosas en términos de «utilidad»: y meditemos la frase con la que Pablo explica su apostolado: «Pose.vendo aquel espíritu de fe del que está escrito: "Creí; por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos. (. .. ) Y todo ello para vuestro bien. a fin de que la gracia abundante haga crecer para la gloria de Dios la multitud de los que dan gracias» 11 .

9. Citado por G. THILS, Propos el problemes de la théoloKie des re/if?ions non chrétiennes. Casterman, Paris-Tournai 1966, p. 152. 10. 2 Cor 3,18. 11. 2 Cor 4,13-15.

Colección ALCANCE l.

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35.

KARL RAHNER Amar a Jesús. Amar al hermano HORACIO BOJORGE La figura de María a través de los evangelistas

Agotado

104 págs.

ANDRÉ FERMET El Espíritu Santo es nuestra vida 180 págs.

36.

37.

38.

FRANCESCO LAMBIASI El «Jesús de la historia». Vías de acceso

156 págs.

JOSEP VIVES Creer el Credo

224 págs.

LUIS GONZALEZ-CARVAJAL El Reino de Dios y nuestra historia 160 págs.

39.

GIANNI COLZANI La comunión de los santos. Unidad de cristología y eclesiología 112 págs.

40.

GONZALO HIGUERA Actitudes morales fundamentales y Evangelio

192 págs.

41.

PAUL AUBIN El Bautismo. ¿Iniciativa de Dios o compromiso del hombre?

Editorial SAL TERRAE Guevara, 20 39001 Santander

180 págs.

No son pocos los padres cristianos que actualmente dudan en hacer bautizar a sus hijos. Temen que éstos puedan acusarles más tarde de haber violado su libertad. Por eso se preguntan si no sería mejor esperar a que sus hijos puedan decidir por sf mismos si desean o no bautizarse. Por supuesto que estas dudas merecen ser tomadas en consideración. Pero también es verdad que muchas veces nacen de un error o de una falta de conocimiento de lo que es el Bautismo. En realidad, ¿de qué se trata exactamente? Después de ofrecernos un precioso estudio escriturístico e histórico, Paul Aubin nos explica el verdadero sentido de este sacramento fundamental, haciéndonos ver, concretamente, que se trata más de un compromiso por parte de Dios que por parte del hombre, y que ese compromiso de Dios pasa necesariamente por el contexto social e histórico en el que nos movemos.

PAUL AUBIN, S. J. ha sido profesor en la Facultad de Teología de la Universidad de Angers, en el Instituto Católico de Parfs, en la Universidad San José de Beirut y en la Facultad de Teologfa de Dalat (Vietnam). Actualmente ejerce su actividad docente en diversos seminarios africanos.

EDITORIAL

SAL TEBHAE SAN I~

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