Atrevete a Ser Santo - John White

April 7, 2017 | Author: moirix | Category: N/A
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Por John White

Dios nos declara santos en Cristo Osvaldo Carnival

Obligatorio para quienes anhelan conocer más de cerca ese tesoro llamado santidad.

Lucas Leys

Acepte el desafío de ser santo para que el mundo crea.

Gisela Sawin

Propone un cambio profundo que da a luz a una persona útil y llena de vida.

Jorge Atiencia

John White aborda estos temas con la intensidad y franqueza que lo caracteriza. Comparte su experiencia personal y la de otros cristianos. Si usted desea acercarse más a Dios y experimentar más santidad en su vida, encontrará fuerza y estímulo en estas páginas.

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ISBN 950-683-122-X

9 789506 831226

john white

¿Podemos nosotros, seres pecadores, llegar a ser santos? Siendo imperfectos y finitos, ¿cómo podemos imitar a un Dios perfecto e infinito? ¿Es esta una meta imposible o un llamado de Dios que puede ser cumplido? Vencemos al pecado en la medida en que alimentamos la vida de Dios en nosotros.

atrévete a ser santo

A través de la lectura de este libro su corazón comenzará a sentir ese ardiente deseo de ser santo.

Del autor de HACIA LA SANIDAD SEXUAL Verdaderos adoradores. Esperar en Dios. Meditar en su Palabra. Vencer el pecado. El fruto del Espíritu. La unidad de la iglesia.

Una relación de intimidad con Dios

John White John White nació en Inglaterra, en 924. Se graduó como médico, y durante varios años trabajó como misionero en Latinoamérica. También se desempeñó como secretario general de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos entre 958 y 964. Desde 965 se radicó con su esposa Laurie y sus hijos en Canadá, donde ejerció la psiquiatría y fue profesor en la Universidad de Manitoba. Además de llevar a cabo un fructífero ministerio pastoral en la Comunidad Cristiana de La Viña, fue conferencista y autor de más de 25 libros.

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El llamado a la santidad es parte esencial

en la vida de todo hijo de Dios. El doctor John White menciona en su libro el pasaje de la Carta a los Hebreos que nos dice: ‘Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios.’ Para ver, para conocer en intimidad a Dios, debemos vivir en santidad. Entre los primeros pasos hacia esa santidad, el autor menciona el descender de toda posición de orgullo, reconocer nuestras debilidades, someternos a lo que la Biblia nos enseña. Por eso el doctor White nos invita a descender a la santidad para luego poder elevarnos hacia una profunda relación con Dios. A través de la lectura de este libro su corazón comenzará a sentir ese ardiente deseo de ser santo así como el que nos llamó es Santo. Osvaldo J. Carnival Conductor del programa televisivo Club 700 y pastor de la Catedral de la Fe, Buenos Aires, Argentina.

La santidad es la llave que permite

que el Señor haga maravillas en la vida del hijo de Dios. ‘Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros.’ Josué 3.5 Daniel González Pastor ejecutivo de la Iglesia del Centro, Buenos Aires, Argentina.

John White no escribe como quien repite

recetas evangélicas para después dejarnos con sabor a que no se dijo nada nuevo. White escribe con discernimiento, solidez bíblica y claridad. Este libro es obligatorio para quienes anhelan conocer más de cerca ese tesoro llamado santidad. Lucas Leys Doctor en teología, autor y director de Especialidades Juveniles, Miami, Estados Unidos.

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Un hombre de negocios cristiano tuvo

una discusión con su competidor. Este le preguntó: ‘¿A qué clase de iglesia pertenece usted?’ Su respuesta fue: ‘Esto no tiene nada que ver con la iglesia. Estos son negocios.’ La santidad debiera ser parte de la vida cotidiana. No podemos dejar el manto de santidad colgado en el perchero de la sala. El mundo no cree que los cristianos podamos practicar la santidad. Posa sus ojos sobre nuestra vida a la espera de que fallemos para de esa manera confirmar sus preconceptos y obtener la excusa que necesita para justificar su pecado. A través de este libro, el autor nos desafía a alcanzar una forma de vida en santidad y así proclamar que es posible vivir de ese modo y que, con el correr de los años, cuando ya no estemos en esta tierra, alguien diga de nosotros: ‘Sus palabras eran buenas, pero su vida era lo mejor de todo.’ No seremos santos por nuestra fuerza de resistencia contra el pecado sino por la sensibilidad que la gracia de Dios produce en nuestra vida. ‘El verdadero cristiano no es aquel que ha perdido su capacidad de pecar, sino su deseo y disposición para ello.’ Acepte el desafío de ser santo para que el mundo crea. Gisela Sawin Editora, directora de la revista Bendiciones today y líder de la Catedral de la Fe, Buenos Aires, Argentina.

Este libro nos desafía a vivir en santidad

por medio del Espíritu Santo que nos gobierna y vivifica. Así podemos triunfar sobre el pecado, equiparnos para servir y vencer las tinieblas. ¡Todos necesitamos vivir la dimensión de la unción y la santificación! Roger Vergara V. Pastor principal de la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera, Pueblo Libre, Lima, Perú.

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Este concepto de santidad es un aporte

a la transformación del mundo, pues modifica al ser humano en su esencia, propone iniciativas de cambio profundo, da a luz una persona útil y llena de vida. Bajo esta percepción de santidad Dios luce glorioso y soberano, la iglesia se muestra hermosamente humilde y el cristiano un ser apasionado y libre. Jorge Atiencia Autor y coordinador del ministerio Escuela para la Formación de Expositores Bíblicos, Bogotá, Colombia.

En este libro encontré una confrontación

franca, que desafía nuestra honestidad. Mientras debatimos por doctrinas y costumbres, el Señor quiere darnos algo que todos necesitamos, una prueba incontrastable de la verdadera santidad: nos hace caminar en libertad. Muy adentro nuestro como cristianos hay un orgullo tan arraigado como imperceptible, que nos impide alcanzar la vida plena que Dios quiere dar a sus hijos. El análisis sincero de la propia vida del autor, con una clara descripción del verdadero arrepentimiento, aportan la salida necesaria a este problema. John White nos muestra vívidamente el corazón de Dios: ‘La pasión reclama una respuesta apasionada y no se sentirá satisfecha a menos que la reciba. Un amante apasionado quiere ser amado con fervor.’ Animo de corazón a leer este libro con la firme disposición de escuchar a Dios, y con el deseo de que nuestra vida sea más y más diferente al acercarnos a aquel que verdaderamente puede y quiere cambiarnos. Pablo Massuh Licenciado en administración de empresa y miembro del consejo pastoral de la Iglesia Cristiana Evangélica, Tucumán, Argentina.

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Atrévete

aser

Santo

Una relación de intimidad con Dios

John White Certeza Argentina Buenos Aires 2005

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White, John Atrévete a ser santo : una relación de intimidad con Dios - 2a ed. Buenos Aires : Certeza Argentina, 2005. 272 p. ; 23x15 cm. Traducido por: Adriana Powell ISBN 950-683-122-X 1. Espiritualidad. 2. Vida Cristiana. I. Título CDD 248

Título en inglés: Pathway to holiness: A guide for sinners, © 996 John White. Traducido y publicado con permiso de InterVarsity Press, po Box 400, Downers Grove, il 6055, usa. 2ª edición en castellano © 2005 Certeza Argentina. Queda hecho el depósito que establece la Ley .723. No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo y escrito del editor. Las citas bíblicas corresponden a la versión Reina-Valera Revisada, 995. Edición: Adriana Powell Diseño: Miguel Collie Ediciones Certeza Argentina es la casa editorial de la Asociación Bíblica Universitaria Argentina (abua), un encuentro de estudiantes, profesionales y amigos de distintas iglesias evangélicas que confiesan a Jesucristo como Señor, y que se han comprometido a ejercer un testimonio vivo en las universidades del país. Informaciones en: Bernardo de Irigoyen 654, (c072aan) Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfono y fax (54 ) 433-5630, 4334-8278, 4345-593. [email protected] www.certezajoven.com Impreso en Argentina. Printed in Argentina.

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presentación Dios es Santo y por su gracia, él nos declara santos en Cristo. Pero, ¿podemos nosotros, seres pecadores, llegar a ser santos? Siendo imperfectos y finitos, ¿cómo podemos imitar a un Dios perfecto e infinito? ¿Es esta una meta imposible o un llamado de Dios que puede ser cumplido? John White aborda estos temas con la intensidad y franqueza que lo caracteriza. Comparte su experiencia personal y la de otros cristianos. Además, se nutre en el legado de los puritanos y en otras fuentes de la tradición cristiana, que tenían mucho para decir acerca de los desafíos y las satisfacciones de una vida de santidad personal. En este libro usted encontrará temas tales como: el deseo de Dios de que seamos verdaderos adoradores, cómo contemplar a Cristo, de qué manera esperar en Dios y meditar en su Palabra. También se abordarán asuntos vitales de la vida cristiana, como el arrepentimiento, el fruto del Espíritu Santo, la pureza, la humildad y la santidad de la iglesia. Vencemos al pecado en la medida en que alimentamos la vida de Dios en nosotros, afirma el autor. Si usted desea acercarse más a Dios y experimentar más santidad en su vida, encontrará fuerza y estímulo en estas páginas. John White es autor de muchos libros, entre ellos: Oración: un diálogo que cambia vidas, Hacia la sanidad sexual, Cuando el Espíritu Santo llega con poder y La lucha. Se graduó como médico y psiquiatra, y sirvió en la iglesia tanto en Bolivia y Argentina como en Canadá y los Estados Unidos. Los editores

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contenido

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i Descender hacia la santidad



 Seamos santos

7

2 La Biblia como guía

35

3 Liberación del orgullo

47

4 Arrepentirnos

63

5 Cambio verdadero

79

6 Adorar en espíritu y en verdad

93

7 Unción y santidad



8 Dios nos hace justos

3

ii El camino de la santidad

47

9 Esperar en Dios

5

0 Dios vive en nosotros

63

 Contemplar a Cristo

87

2 Una iglesia apasionada

205

3 Una iglesia unida

227

Apéndice: Discernir la verdad

243

Notas

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Descender hacia la santidad

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escender… ¿No es este un término equivocado en este caso? ¿Es posible descender hacia la santidad? La primera sección de este libro trata sobre ‘bajarnos de nuestros pedestales’. En el capítulo  enfocaremos qué es la santidad y los problemas que plantea el amor de un Dios que es santo. En el capítulo 2 analizaremos cómo la lectura de la Biblia puede llegar a ser la clave de la senda hacia la santidad. Nos bajamos del pedestal cuando reconocemos que la Biblia no nos fue dada para que nosotros la dominemos, sino porque el Dios de las Escrituras quiere gobernarnos a nosotros a través de su lectura. No se trata de que nosotros manejemos la Biblia, sino de que ella nos maneje a nosotros. Teniendo en cuenta que a muy pocos nos agrada admitir, ni siquiera a nosotros mismos, que somos totalmente impotentes para vencer pecados con los que hemos luchado durante años, dedico el capítulo 3 a los peligros de la soberbia. Es necesario que consideremos muy cuidadosamente nuestro orgullo, que es el primero de los pecados. Arrepentirnos de él es bajarnos del pedestal. Los capítulos 4 y 5 tienen relación con el arrepentimiento, tanto el falso como el auténtico. En otro de mis libros escribí sobre el arrepentimiento¹ y lo comparé con un terremoto, con un sacudimiento profundo que coincide con el momento en que despertamos a una realidad que habíamos olvidado. Dios va obrando en nosotros a lo largo de los años hasta alcanzar un momento culminante, y entonces —¡bang!— se produce el terremoto. A partir de ese momento, nos damos cuenta de que vivimos en una zona propensa a los temblores. El arrepentimiento abre la puerta a una vida de arrepentimiento. El capítulo 6 habla sobre la adoración. Quizás usted piensa que la adoración es un aspecto avanzado de la fe cristiana. En realidad, no es así. Quizás los cultos sofisticados sean para los ‘avanzados’. Pero en el fondo, el enfoque sofisticado es en sí mismo el problema. Fuimos creados para adorar. Fuimos salvados para que pudiésemos

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4 atrévete a ser santo adorar, y adorar a un solo Dios: no a Mamón, el dios del dinero; ni a Baal, uno de los dioses del sexo, ni a ningún otro dios sino sólo al Dios que se reveló en la Biblia y en Jesucristo. Él lo redimió a usted porque quería que lo adorara. La adoración a Dios se ubica al comienzo de la vida cristiana. Forma parte del descenso hacia la santidad. Usted se baja del pedestal cuando se da cuenta de que necesita postrarse ante Dios. El capítulo 7 se ocupa de un problema más contemporáneo. En este momento, en muchas congregaciones en distintos lugares del mundo están teniendo lugar cultos en los que la gente se comporta de manera extraña,² servicios religiosos que se prolongan hasta pasada la medianoche. Durante épocas de renovación y aires refrescantes, esta clase de cosas ocurren a veces; desde hace tiempo hay confusión en cuanto a si estas son experiencias La adoración a Dios de unción o de santificación. Algunos se ubica al comienzo cristianos sienten que esta es la manera de la vida cristiana. de llegar a ser santos. Lo que es obvio Forma parte es que estos cultos pueden ser una del descenso oportunidad para bajar del pedestal hacia la santidad. en tanto renunciamos a razonamientos muy atesorados y admitimos que quizás no sepamos tanto como creíamos. El capítulo 7 analiza los temas polémicos en torno a estos fenómenos. Finalmente, el capítulo 8 da comienzo al ascenso. Muchos nos hemos sentido desanimados por la lucha interminable con pecados ocultos. Nos sentimos avergonzados por nuestros hábitos pecaminosos, avergonzados de lo que somos, y frustrados vez tras vez. Nos sentimos completamente abatidos. Y no quiero engañarlo: la lucha en esta vida no se acaba. Sin embargo, Dios desea levantarnos de donde estamos. La lucha no es inútil, porque sí es posible hacer un progreso constante. Determinadas formas de pecado se pueden arrancar de raíz. Pero Dios es quien decide cuál se arrancará primero. El capítulo 8 habla acerca de lo que Dios ya hizo en usted: la justificación que ya posee. He comprobado con frecuencia que comprender esta realidad es la verdadera clave del progreso. Es imprescindible ponernos en marcha en la senda de la santidad. Por lo tanto, este libro no se ocupa principalmente de qué es la santidad sino de cómo alcanzarla. Como individuos y como iglesia

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descender hacia la santidad 5 necesitamos seguir hacia esa meta sin descanso. Creo que Dios nos dio una Palabra que todos pueden entender, al menos todo aquel que de corazón busca a Dios. Ese es el secreto para avanzar en este camino. Buscar a Dios es sencillamente algo que usted debe hacer. Creo que aun el menos entendido podrá comprender las Escrituras, si realmente se lo propone. Podemos crecer en la santidad de Dios.

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Seamos santos

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oy todo vale y todo parece ir cuesta abajo. Se dictan más y más leyes que intentan controlar el vértigo descendente, pero lo único que logran es acelerarlo. Cuando analizamos la filosofía que está detrás de las leyes, el relativismo moral parece ser la doctrina de la época. Antes se decía que podíamos hacer cualquier cosa siempre que no dañáramos al prójimo. Actualmente, en cambio, los abogados defienden a individuos que han cometido graves daños contra otros. Tenemos un sistema jurídico por el que los abogados, aprovechando tecnicismos legales, logran que no se encarcele a ladrones y criminales; hay abusadores de niños que salen de la cárcel por buena conducta, y por otro lado hay personas inocentes injustamente condenadas. La gente protesta por estos y muchos otros motivos. El mundo percibe que la iglesia no está mucho mejor, y está casi acertado. Los cristianos tenemos ambiciones de dinero, sexo y poder. Abundan los escándalos en la iglesia, y tenemos un índice increíblemente elevado de pecado. Los consejeros cristianos, a los que muchos creyentes recurren en busca de ayuda, tienden a desestimar la disciplina eclesiástica. Aun si están de acuerdo con la idea de que la iglesia debe disciplinar, se ven atrapados en un conflicto de lealtades, ya que deben mantener el carácter confidencial de la consulta. Los consejeros cristianos podrían estar contribuyendo, sin poder evitarlo, a perpetuar el comportamiento pecaminoso de la iglesia en lugar de cooperar en la solución del problema. ¿Qué hacer, entonces? Con demasiada frecuencia, es el mundo el que marca el rumbo para la iglesia, cuando debiera ser esta la que guíe al mundo. La iglesia puede hacerlo, una vez que comienza a ser invadida por la santidad de Dios. Dios es un Dios santo. Pronto llegará el día en que el mundo temblará ante la santidad de Dios que será visible a través de la iglesia.

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20 descender hacia la santidad

La necesidad de ser santos ¿Qué es la santidad? ¿Es la ausencia de pecado en nuestra vida? ¿Es la perfección cristiana? ¿Por qué debería interesarnos la santidad? Puedo pensar en varias razones por las que deberíamos anhelar la santidad. En primer lugar, si no somos santos, nadie en nuestro entorno querrá serlo. Hay un delicado equilibrio entre el individuo y la comunidad. En segundo lugar, mientras no seamos santos, no ‘veremos’ a Dios; es decir, percibiremos apenas su acercamiento hacia nosotros. ‘Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor’ (Hebreos 2.4). Viendo a Dios, seremos más santos; siendo más santos, podremos verlo mejor. Una tercera razón es que el mundo, si bien se opone a la iglesia, prácticamente no piensa en absoluto en los cristianos. Su actitud es más bien de impaciente indiferencia y no de abierta hostilidad. Es responsabilidad nuestra modificar esta indiferencia, no del pastor. Comenzará a haber santidad en nuestra congregación cuando nosotros empecemos a ser santos. La santidad es contagiosa. Tarde o temprano comienza a dispersarse a partir de la persona que la cultiva. En cuarto lugar, el mundo tomará conciencia del temor de Dios cuando vea una iglesia santa. La gente comenzará a estremecerse o a rechinar los dientes de ira y agresividad ante la presencia de Dios en la iglesia. La primera señal de Cada vez que el Espíritu un despertar espiritual se maninos convence de pecado, fiesta cuando mucha gente colo hace con el propósito mienza a recurrir a la iglesia para de nuestra liberación, saber acerca de Jesús, en tanto no nuestra condenación. otros muestran odio y miedo al Dios de la iglesia. En la mayoría de los avivamientos se ven oleadas de personas deseosas de saber de Dios y, a la vez, personas cuya burla es cada vez más hostil. Finalmente, deberíamos ser santos porque el Dios que nos ama quiere darnos santidad como un don. Él quiere tener comunión con nosotros, quiere acercarse a nosotros. Sin embargo, debe hacerlo con cuidado, porque el fuego de su presencia podría consumirnos. Dios y el pecado no pueden estar cerca, y todos nosotros tenemos pecado. Él siente por nosotros un anhelo tierno e insatisfecho. Quiere arran-

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seamos santos 2 car de raíz los pecados que tenemos —uno a uno, aunque llevase el resto de nuestra vida hacerlo— porque quiere tener intimidad con usted y conmigo. Cada vez que su Espíritu Santo nos convence de pecado, lo hace con el propósito de nuestra liberación, no nuestra condenación. La santidad surge en la persona de Dios. Es la esencia íntima de su naturaleza. Ser santo es ser y actuar como Dios. Cuando Dios actúa, lo hace en amor santo. J. I. Packer llega a decir que ‘Dios es amor santo’.¹ Después de todo, ‘Dios es amor’ ( Juan 4.8). Dios es también excelsamente santo. Dios nos ama y quiere intimar con nosotros. Nos anhela profundamente. Él se acerca a nosotros con ternura, porque conoce nuestras luchas y sufrimientos. Sus caminos son caminos deleitosos y todas sus sendas, paz. A primera vista, estas afirmaciones parecen resolver problemas, no generarlos. Dios es amor santo. La esencia de su ser se expresa en amor hacia todas las personas en todo lugar, y en particular hacia su pueblo, formado por aquellos que declaran seguirlo, sean judíos o gentiles.

El peligro Retrocedamos por un momento. Como cristiano, usted empezó a ser santo cuando se unió a las filas cristianas: ‘Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios’ ( Corintios 6.). Cuando eso ocurrió, todo lo demás —riqueza, dinero, poder, sexo— perdió importancia, al menos por unos pocos segundos. En ese instante murió la lujuria (el culto a cualquier deseo y la consiguiente esclavitud para con los poderes de las tinieblas), aunque pronto revivió. Un poco más arriba dije que procuramos la santidad porque sin ella no veremos a Dios. Ver a Dios, con toda su gloria, tiene su peligro. Durante un eclipse total de sol, todo lo que alcanzamos a divisar es una especie de luna negruzca con un círculo de luz alrededor, la corona. Se nos advierte que aun ese delgado halo podría producir ceguera parcial si lo mirásemos sin protegernos los ojos. Debemos mirarlo a través de gafas ahumadas o algún otro filtro.

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22 descender hacia la santidad En una historia para niños que leí, llamada El viaje del Aurora,² la tierra era plana. El Oriente ejercía una fascinación sobre los pasajeros que viajaban en la embarcación —un surtido conjunto de niños, adultos y animales parlantes. Cuanto más se acercaba el Aurora hacia el extremo oriental del mundo, más y más dulce se volvía el agua. Pronto los viajeros podían beber el agua de mar, y el agua dulce fortificaba sus ojos para que pudiesen mirar directamente el sol. Contemplar a Dios es algo parecido. Cuanto más avanzamos en la senda de la santidad, más sorbemos de esa sustancia vivificante. Nuestra vista se tonifica y nuestra visión se vuelve más clara. No deja de haber riesgos, especialmente en ocasiones en que el Espíritu de Dios se derrama de manera abundante. Dos personas me relataron que hace poco se encontraron en la presencia de Dios tal como le había ocurrido a D. L. Moody en una ocasión. Aterradas, exclamaron: ‘¡Basta, por favor!’ La proximidad de Dios era tal que ambas sintieron que su vida estaba en peligro. ¿Llegaron realmente hasta ese punto? Creo que no, pero conozco esa sensación. Es la sensación que experimentaron los líderes de Israel cuando fueron testigos de la presencia de Dios en el Monte Sinaí. Moisés le recordó al pueblo: Cuando oísteis la voz en medio de las tinieblas y visteis el monte que ardía en llamas, vinisteis a mí todos vosotros, príncipes de las tribus y ancianos, y dijisteis: ‘Jehová, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza, y hemos oído su voz, que sale de en medio del fuego. Hoy hemos visto que Jehová habla al hombre, y este aún vive. Ahora, pues, ¿por qué vamos a morir? —porque este gran fuego nos consumirá—; si seguimos oyendo la voz de Jehová, nuestro Dios, moriremos. Pues, ¿qué es el hombre para que oiga la voz del Dios viviente hablando de en medio del fuego, como nosotros la oímos, y aún viva? Deuteronomio 5.23–26 El temor que sintieron era real. De tiempo en tiempo, Dios tiene que volver a enseñarnos lo que les enseñó a ellos. Es una lección que debemos aprender una y otra vez. La presencia santa de Dios puede producirnos la muerte. Es preciso que percibamos a Dios en

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seamos santos 23 dosis pequeñas, mientras nos volvemos gradualmente más capaces de estar en su presencia. Sin embargo, una vez que usted haya sido alcanzado por este flechazo y se despierte en su interior ese anhelo por Dios, nunca podrá perderlo totalmente. No importa cuánto se aleje, este anhelo se reavivará, y lo perseguirá la nostalgia. El ‘encuentro casi demasiado cercano’ de D. L. Moody con el Señor ocurrió en Nueva York, en el verano o el otoño de 87. Había viajado allí para ‘mendigar’ (así lo expresó) entre los ricos en Nueva York, pero su corazón estaba ausente de la tarea. Él mismo describe su encuentro: Pues bien, en la ciudad de Nueva York, un día —¡oh, qué día!—, no tengo cómo describirlo y rara vez lo menciono; es una experiencia casi demasiado sagrada como para referirme a ella… Sólo puedo decir que Dios se me reveló y que tuve tal experiencia de su amor que debí rogarle que detuviera su mano. Volví después a predicar. Los sermones no eran diferentes; no presenté ninguna nueva verdad, y sin embargo, cientos de personas se convirtieron.³ Este encuentro fue una unción de poder, y me referiré con detalle a este tipo de encuentro con Dios en el capítulo 7.

El celo divino Hay un peligro en el hecho de ser amado por Dios, porque el amor de Dios es santo y es un amor celoso. Pablo dijo a la iglesia en Corinto: Os celo con celo de Dios, pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. 2 Corintios .2 Por lo tanto, es en la condición celosa de este amor donde reside el problema. El mismo amor que nos maravilla puede también consumirnos en sus llamas. Aunque la expresión de ser consumidos en las llamas de un amor santo puede parecer poética y hasta romántica, no estamos seguros de desear un tipo de amor tan peligroso. Sin embargo, así son las

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24 descender hacia la santidad cosas. Las llamas del amor divino pueden causar la muerte a nuestro cuerpo físico; lo hicieron en el pasado y lo harán en el futuro. Ese amor arrobador que colmará a algunos es fatalmente peligroso para otros, en especial durante los períodos en que el Espíritu de Dios se derrama en abundancia. El amor no es auténtico amor a menos que incluya el celo. ¿Cómo es eso? Nosotros consideramos los celos como algo vil y despreciable. Es obvio que Dios no puede ser vil ni mezquino. No lo es en absoluto. La belleza del carácter santo de Dios no queda opacada por su celo. Este consiste en su ardiente deseo de que, siendo sus hijos, lleguemos a ser como él. Pero tendremos que enfrentarlo. ¿Qué es el celo divino entonces? Cuando nosotros decimos que estamos celosos, a menudo lo que queremos expresar es que sentimos envidia de alguien. Esa persona quizás tiene algo que deseamos: inteligencia, belleza, riqueza, privilegios o cualquier otra cosa. Por cierto, Dios no siente celos en ese sentido. Él no carece de nada, tiene todo lo que podría desear. Un hombre o una mujer cuyo cónyuge es infiel pueden tener celos que incluyen muchas emociones fuertes: ira, amargura, amor, miedo, odio y envidia, entre otras. Pero Dios no tiene amargura, miedo ni envidia. Su actitud primordial hacia todo cristiano, y hacia los creyentes como cuerpo, es el amor. La ira y el odio de Dios son una parte integral de su amor; surgen de él. Dios expresa su amor aun hacia quien es infiel. Su ira se dirige hacia dos cosas: hacia el pecado de infidelidad y hacia el hecho de que estamos siendo engañados. Su enojo se enciende contra los poderes de las tinieblas; no porque Dios tenga miedo o sienta temor de que ellos tengan más poder que él Dios se enoja o resulten más ‘atractivos’. Más bien, porque sabe que se enoja porque sabe que hemos sido hemos sido engañados. engañados. Hemos vendido nuestros derechos como hijos, por ‘un plato de lentejas’. Por eso Dios se enciende en ira hacia nosotros, y hacia la crueldad y la perversión de los poderes de las tinieblas que nos han engañado. Pero como el amor de Dios comprende también la paciencia y la bondad, es lento para imponernos el castigo. Así fue como se reveló a Moisés:

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seamos santos 25 Jehová pasó por delante de él y exclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Éxodo 34.6–7 Dios es un Dios perdonador. Y como leemos en Éxodo 20, él siente celos si adoramos a cualquier otro dios, sea Mamón, Baal o cualquiera de los seres angelicales caídos que intentan hacerse pasar por dioses. La mayoría de nosotros adora a uno de estos dioses; algunos adoramos tanto a Mamón como a Baal, y a otros dioses además. Lo hacemos sin saber lo que estamos haciendo. Dios sabe el peligro que esto encierra y la crueldad a que nos veremos sometidos en consecuencia. Aunque los falsos dioses nos traten bien, mientras seamos útiles a sus propósitos, luego nos harán a un lado y nos rechazarán cuando se hayan dado por satisfechos. El amor de Dios invita a hombres y mujeres a formar parte de una relación que Dios compara con la del matrimonio. Quiere conocernos, en el sentido antiguo y sexual de esta palabra. El plan de Dios para el matrimonio es la relación excluyente entre un solo hombre y una sola mujer. Tiene el mismo plan para el matrimonio de su Hijo. El hombre o la mujer que no siente celo airado, y aun ira, cuando su cónyuge le ha sido infiel, muestra un amor que no merece en absoluto ser llamado amor. Un ‘amor’ así es lastimosamente inadecuado. El amor auténtico y celoso protege la vida del amado infiel, tal como Oseas protegió a su infiel esposa en su hogar y le brindó su cuidado y protección sin exigirle intimidad. Al comportarse de esta manera, Oseas estaba ofreciendo un modelo del amor compasivo y paciente de Dios hacia Israel. Dios protege nuestra vida aunque tenga que sacarnos de este mundo para lograr su cometido. Él nunca deja de amarnos. Y fue precisamente por amor que salió a buscarnos. A causa de nuestra infidelidad, la ira de Dios debía ser aplacada. Esa ira tuvo que atravesar como una espada el corazón del Mesías, el Hijo de Dios. La escena, humanamente hablando, se produjo por medio de la más horrenda equivocación de la historia. Al mismo

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26 descender hacia la santidad tiempo, fue la manifestación más extraordinaria del amor divino y, aunque parezca lo contrario, el momento cumbre y decisivo en la historia. Jehová levantó la vara: ¡Oh, Cristo, cayó sobre ti! Fuiste herido por tu Dios; ningún azote cayó sobre mí. Tus lágrimas y tu sangre fluyeron, tus llagas me dieron salud. Jehová convocó su espada; ¡Oh, Cristo, la blandió sobre ti! Tu sangre saciará la espada llameante, tu corazón será su vaina; todo por mí, por obtener mi paz, esa espada ahora está quieta por mí.⁴

El evangelio de la propiciación Entremos ahora de lleno al significado de la palabra propiciación en las Escrituras. Es una palabra que se ha dejado de lado, muy poco apreciada en la mayoría de las congregaciones en la actualidad. Pero, si no la comprendemos, nuestro mensaje del evangelio pierde mucho de su poder. En su libro Hacia el conocimiento de Dios, J. I. Packer dedica un capítulo a la importancia de la propiciación.⁵ Trae a colación el personaje de Agamenón, en La Ilíada, el clásico poema épico griego escrito por Homero. Agamenón se pone en camino para rescatar a la hermosa Helena, a quien el príncipe Paris había capturado y llevado a Troya. Cuando las cosas van muy mal para los griegos, Agamenón manda a traer a su propia hija y la sacrifica para aplacar la ira de los dioses, porque se da cuenta de que estos le han dado la espalda sin ninguna misericordia. Los dioses paganos son inconstantes, sometidos a cambios de ánimo. No son dioses en absoluto, como vengo reiterando, sino seres angelicales caídos cuya brutalidad y perversión dan cuenta del caos del mundo en el que vivimos.

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seamos santos 27 Algunos traductores de la Biblia, a causa de su posición teológica, se sienten incómodos con el término propiciación y prefieren evitarlo en pasajes tales como Romanos 3.25, Hebreos 2.7,  Juan 2.2 y 4.8–0. Puedo entenderlos fácilmente, porque en una ocasión formé parte de una comisión que supervisaba la traducción del Nuevo Testamento a un dialecto tribal. ¡Cuántos problemas nos encontramos en la tarea! Es sorprendente cuántas cuestiones teológicas se plantean cuando hay que elegir una palabra determinada y descartar otra. Dos versiones en inglés optan por el término expiación en los pasajes arriba mencionados (Revised Standard Version y New English Bible). En castellano, lo hace la versión Reina-Valera Actualizada. ¿Cuál es la diferencia entre expiación y propiciación? ¿No me estaré poniendo puntilloso? Bueno, si es así, yo no soy el único. Lo cierto es que hay una gran diferencia entre expiación y propiciación. Para comenzar, la segunda incluye a la primera; y hay más diferencias. La idea detrás de la palabra expiación es que Dios (que tiene hacia nosotros sentimientos amables y tiernos) está enojado por causa del pecado, no con nosotros. Un teólogo llamado C. H. Dodd dedicó medio libro a desarrollar ese concepto, en apoyo del término ‘expiación’. John Stott se plantea la pregunta: ‘Si Dios se enoja ¿pueden las ofrendas o los ritos calmar su ira? ¿Acepta coimas Dios? Esas ideas parecen más paganas que cristianas.’ Sin embargo, Stott es claro: Dios es un Dios de ira y también Hay un riesgo es un Dios tierno y amoroso. Él en pasar por alto está airado con el impío todos los descuidadamente días (Salmo 7.). Y tiene razón en el santo amor de Dios. estar enojado con nosotros. Stott continúa luego explicando que ‘lo que se nos revela en las Escrituras es una doctrina pura (de la que se han expurgado todas las vulgaridades del paganismo) sobre la santa ira de Dios y el sacrificio de sí mismo por amor, en la persona de Cristo, para mitigar su propia ira. Es obvio que ira y propiciación (calmar la ira) son conceptos que van juntos’.⁶ Dios hace bien en estar enojado con el mundo tal como se encuentra, y con nosotros en la condición en la que estamos. Sólo su paciencia y su misericordia detienen su ira temible y santa, y el juicio que pronto descargará sobre la tierra. Temas propios del evangelio —

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28 descender hacia la santidad tales como reconciliación, justificación, perdón de pecadores culpables— están todos enlazados con la propiciación, que hace referencia a mitigar a un Dios airado. Como dice Packer: ‘La manera básica en que la Biblia describe la muerte redentora de Cristo es como una propiciación, es decir, aquello que apagó la ira de Dios contra nosotros porque quitó de su vista nuestros pecados. La ira de Dios es su santidad que reacciona en contra de la maldad; se expresa en la justicia retributiva.’⁷ Propiciar significa aplacar el enojo de un Dios airado. Los celos producen ira, en este caso hacia una humanidad que ignora a su Creador y adora a otros dioses que no van a darle amor ni van a tratar a los seres humanos con compasión y bondad. Recuerde, en una relación matrimonial, el amor que carece por completo de celos es un amor defectuoso. Dios estaba enojado, y algo debía hacerse para aplacar su ira. Pero cuando los dioses paganos exigieron los sacrificios de sangre que el verdadero Dios debía emplear, aumentaron aun más su rebelión con un nuevo insulto. Entonces, la humanidad entera se enfrenta con la ira de Dios. Aun así, algunas personas sienten que la idea de aplacar la ira divina es un concepto demasiado pagano. Son los seres angelicales caídos los que exigen sacrificios. ¿Cómo habría de hacer Dios algo pagano? Lo que ocurre es que los ángeles caídos tomaron la idea de su Creador.

Gloria e ira La gloria de Dios reside en su santo amor. Creo que, en los tiempos que se avecinan, las manifestaciones de esa gloria serán frecuentes. Ocurrió antes y está a punto de suceder otra vez. Puede ser fatal creer que las cosas sagradas son asunto corriente. Según la ley ritual del Antiguo Testamento, el sumo sacerdote hebreo debía entrar una sola vez al año al Lugar Santísimo, y sólo en la medida en que estuviera protegido por sangre. ¿Era esta una mera protección simbólica, y nada más? ¿Sería real la protección dada por la sangre de un animal? ¿Podría el sacerdote haber omitido ese detalle de la sangre y aun así entrar sin riesgo? ¡No, en absoluto!

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seamos santos 29 La gente del pueblo de Bet-Semes aprendió por medio de la tragedia el significado de las cosas sagradas, cuando el arca del pacto regresaba después de haber sido secuestrada por los filisteos. El arca había estado siempre guardada en el lugar más sagrado del tabernáculo; sin embargo, Israel había comenzado a tratar a Dios como una especie de talismán que les daba la victoria en la guerra. Ese fue un tremendo error. Creo que los capítulos 4 al 6 de  Samuel contienen sucesos históricos veraces y precisos. Cada fase de lo que sucede en esos capítulos refleja el riesgo que implica pasar por alto descuidadamente el santo amor de Dios. Para los seres humanos pecadores, el amor de Dios es un amor muy peligroso. Entonces Dios hizo morir a los hombres de Bet-semes, porque habían mirado dentro del arca de Jehová. Hizo morir a cincuenta mil setenta hombres del pueblo. Y lloró el pueblo, porque Jehová lo había herido con una mortandad tan grande.  Samuel 6.9 La primera vez en mi vida que me sentí explotar de ira y angustia delante de Dios sucedió mientras leía el relato del primer intento que hicieron los israelitas por llevar el arca nuevamente a Jerusalén. En esa ocasión fue trasladada sobre una carreta de bueyes. Pero cuando llegaron a la era de Quidón, Uza extendió su mano hacia el arca para sostenerla, porque los bueyes tropezaban. Se encendió contra Uza el furor de Jehová, y lo hirió, porque había extendido su mano hacia el arca; y murió allí delante de Dios.  Crónicas 3.9–0 Al leer esta historia, me enojé y me asusté. Temblorosamente, le dije a Dios que no estaba seguro de querer que él fuese mi Dios. Un Dios que mata a un hombre, quizás un padre de familia, simplemente porque intentó evitar que el arca se cayera, no era la clase de Dios que me gustara. Yo tan sólo pensaba en que el rey David y los israelitas habían estado haciendo lo mejor que podían y estaban gozosos por el regreso del arca. No se me ocurrió que Uza pudiese haber pensado en el arca como una simple caja —una caja mágica muy poderosa, quizás, pero de un Dios que no podía cuidar de sí mismo.⁸

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¿Es Dios cruel? Ya está en acción el misterio de la iniquidad; solo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel impío, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. 2 Tesalonicenses 2.7–8 El mal es misterioso. Todos somos conscientes de él, pero nadie parece ser capaz de derrotarlo. Adaptamos nuestras definiciones del mal para mantenernos acordes con el ritmo de su evolución, pero nos damos cuenta de que sólo conseguimos engañarnos a nosotros mismos. El mal está aquí, horrible e indomable. La ley no puede legislarlo, la prisión no logra contenerlo, ni pueden curarlo los sociólogos y psicólogos. Hoy la iglesia parece impotente ante el mal. El mal es un ‘él’ o un ‘ellos’, no un ‘ello’; es un ser, no una cosa. Debe ser puesto en evidencia, desnudado y colocado bajo la luz. Pablo nos dice que hay un velo que debe ser arrancado para que Satanás quede a la vista. De la misma manera, Cristo habrá de revelarse y vencerá públicamente a Satanás y a todas sus obras. ¿Fue el calvario una crueldad innecesaria? Dios sabía exactamente lo que iba a suceder. En la cruz, Cristo llegó a ser el cordero sacrificial. Padre, Hijo y Espíritu Santo —tres personas en un solo Dios— se unieron en su intención de llevar a cabo ese sacrificio. El Hijo aceptó la cruz con gozo, sabiendo que la muerte no podía retenerlo, aun cuando el sufrimiento fuera aplastante. Vemos su grandeza en el comportamiento que demostró durante la crucifixión. Su clamor en agonía fue real. Era la realidad de ser atravesado por la espada de su propio Padre. El amor de Dios dirigido hacia mí, y su punzante espada, hacia mi Salvador. Lo que a veces no llegamos a advertir es que Dios no sólo nos amaba a nosotros, sino que amaba a su Hijo aun más. Sin embargo, el que murió como Cordero resucitó como Rey y Vencedor. Había derrotado a la muerte, a Satanás y al infierno, y se burló de todos ellos. Él conocía cosas que los poderes maléficos ignoraban por completo.

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seamos santos 3 En la iglesia primitiva había dos imágenes que llenaban la mente de los cristianos: el Cordero inmolado y el Vencedor poderoso. Estas figuras han formado parte siempre de la himnología cristiana, y a partir de ellas se elaboró la teología de la expiación. Es importante que, cuando contemplemos la cruz, mantengamos ambas imágenes presentes; de lo contrario, podríamos quedar atrapados en la morbosidad y el sentimentalismo.

¿Hay peligro hoy? Nuestro riesgo reside en dar por sentado que para los cristianos el peligro que encierra el amor de Dios ha sido superado por la muerte y la resurrección de Cristo. No es así. Todavía es muy peligroso tratar livianamente las cosas sagradas. Después de todo, ¿qué ocurrió con Ananías y Safira (Hechos 5.–)? Dios no pasó por alto su falta. Lo cierto es que Dios esperaba un patrón de conducta y de actitud más elevado en aquellos que habían sido iluminados por la verdad divina. Es muy cierto que el amor de Dios es el amor más generoso. Nos redimió y ya nos ha dado una santificación y una justificación que nunca hubiéramos podido obtener bajo la ley. Pero no podemos darlo siempre por sentado. Nuestra alma ha sido salvada, pero nuestra vida física está en peligro si nos tornamos descuidados respecto al carácter sagrado de las cosas divinas. Esta mañana recibí una llamada desde Hawai. Un miembro de una iglesia en crecimiento había intentado usar chi o ki (artes marciales de Hai-chi) para sanar enfermos. Chi es la forma china de esta particular disciplina de las artes marciales, y ki es la versión japonesa. Chi o ki es el poder interior que el practicante procura manifestar. Ese ‘poder espiritual’ puede ser demoníaco. Después de haber observado a un sanador ungido por el Espíritu Santo, este creyente había ambicionado tener el mismo poder. Cuando comprendió lo que estaba haciendo, se arrepintió. Pero cuando más tarde yacía enfermo en un hospital, su ambición de poder lo subyugó y aceptó el ‘toque ungido’ de una persona que estaba involucrada en prácticas ocultistas. Cuando un anciano de su iglesia lo supo, oró: ‘Oh, Señor, preserva a este hermano de su error, ¡y llévalo contigo si fuera necesario!’

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32 descender hacia la santidad El hombre falleció unos días más tarde allí en el hospital. ¿Coincidencia? Quizás. Pero en los períodos en los que el poder y la gloria de Dios se hacen manifiestos en la tierra, su celo por un amor exclusivo no tolera la adoración de dioses ajenos. Cuando la pretensión de recurrir a ‘poderes interiores’ se transforma en un intento de usar poder demoníaco, como en el caso de este hombre en Hawai, estamos en peligro. Los que pertenecen al pueblo de Dios son siempre los que corren mayor riesgo físico al producirse un contacto demasiado cercano con el amor santo y ardiente. Por eso Pablo escribe a la iglesia en Corinto, advirtiéndoles que no sean descuidados con respecto a los símbolos de la eucaristía o a la presencia de Dios en la Cena del Señor: Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos han muerto.  Corintios .30 Los medios por los cuales Dios nos manifiesta su santo amor pueden ser la causa de nuestra muerte física. Ocurrió en la época de la iglesia primitiva y sucederá otra vez. Los incrédulos, por cierto, corren el riesgo muchísimo mayor del infierno. Los que hemos creído al menos seremos salvos, ‘aunque así como por fuego’ ( Corintios 3.5). Pero debemos pensar en los que se pierden, hacia los cuales se nos ha encomendado una sagrada misión.

‘¡Escapen de la ira venidera!’ Juan Bunyan se describe a sí mismo cuando describe a Cristiano, el personaje de su libro El progreso del peregrino. Llorando y orando día y noche, lo único que ha conseguido Cristiano es irritar a sus familiares y vecinos. Finalmente, se siente desesperado, y ‘ya que no estaba leyendo en su libro … camina por los campos, gimiendo y llorando a viva voz.’ Cristiano se describe como un condenado a muerte que después de morir deberá enfrentar un juicio. ‘Me doy cuenta de que no quiero pasar lo primero ni soy capaz de lo segundo’, dice. Como Paul Robson lo hubiera expresado: ‘Está cansado de vivir pero temeroso de morir.’ Esa sensación de hastío de la vida está afectando a muchas personas actualmente. A la vez, el temor a la muerte está a punto de surcar

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seamos santos 33 el mundo entero. En la historia de Bunyan, fue en ese momento cuando Evangelista le aconsejó a Cristiano que ‘huyera de la ira venidera’.⁹ Cuando uno hace eso, huye en dirección a la senda de la santidad, atraído por un Dios amoroso. Juan Bunyan conocía el terror de la ira divina. Sin embargo fue precisamente ese temor el que hizo de Bunyan una antorcha luminosa. Experimentar tanto el terror como la ternura de Dios da como resultado un auténtico evangelista, capaz de presentar el evangelio colmado de terror y ternura a la vez. La iglesia actual ha perdido completamente la percepción de la ira de Dios. Necesitamos una nueva dosis, y una dosis generosa, del mismo terror que Bunyan sentía delante de Dios y de la bondad que Dios tiene hacia nosotros.¹⁰ Hay un impulso hacia Dios que él mismo puso en nosotros, el impulso generado por el amor y, a la vez, el impulso a escapar del terror. El amor de Dios es lo que cuenta.

Los dos lados del evangelio: el de Dios y el nuestro Hace unos días escuché a Moshen Demian, un cirujano egipcio, hacer una vehemente súplica. Demian quería que sus oyentes percibieran el evangelio desde la perspectiva de Dios. Un lado del evangelio concierne al Hijo de Dios, que en obediencia y amor al Padre vino al mundo a salvar a los pecadores. Para ello, nació como ser humano, anunció la naturaleza de su reino, fue perseguido y crucificado. Jesucristo debía venir a vencer al pecado, a la muerte y a Satanás a fin de obtener nuestra redención. La prueba de su golpe demoledor sobre el reino de Satanás fue que se levantó de entre los muertos y ascendió a la gloria, desde donde gobierna el universo mientras nosotros esperamos su regreso lleno de poder. Este es el lado del evangelio con el que estamos familiarizados, pero es sólo uno de los lados. El evangelio no trata acerca de nosotros sino acerca de él, de Dios. Es la situación de un Padre que busca una esposa para su Hijo, pero las vestimentas de la novia están sucias. En este momento, ella es una ramera inmunda y maloliente. Nos gusta hacer referencia a que la novia ya es ‘pura’, en el sentido de haber sido limpiada por la sangre del Hijo. Y es cierto. Pero no es

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34 descender hacia la santidad suficiente. La esposa de Jesucristo debe ser ‘una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha’ (Efesios 5.27). Por ahora es cualquier cosa menos eso. Este es el lado del evangelio que Moshen presentaba con tanta vehemencia. La perspectiva divina del evangelio tiene consecuencias infinitamente mayores que la nuestra. Cuando nos gloriamos en uno de los lados y olvidamos el otro, predicamos un evangelio desde la perspectiva humana. El evangelio trata, esencialmente, acerca de la naturaleza de Dios. Es sobre él. Aunque Dios pueda estar airado y celoso, está decidido a crear una esposa digna de su Hijo —el Hijo del Padre. Lo hará, quizás muy pronto. Veremos a Dios moverse a la vez en juicio y en poder amoroso, de la manera en que solamente él puede hacerlo. Hará lo que ha decidido hacer, no sólo por nuestro bien sino para la gloria y satisfacción del Hijo. Esta es la razón por la que escribo acerca de la senda de la santidad. Lo invito a caminar por esa senda, tanto en sentido personal como en la santidad corporativa de la iglesia, la esposa de Cristo.

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La Biblia como guía Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Juan 8.32 Compra la verdad y no la vendas; y la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia. Proverbios 23.23

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i preguntásemos a cristianos de una docena de denominaciones diferentes: ‘¿Cómo puedo llegar a ser santo?’, es posible que dieran doce respuestas distintas, algunas contradictorias entre sí. Los sacerdotes y los pastores se capacitan en seminarios diferentes y su teología por lo general refleja las instituciones en las que fueron formados. Siendo estudiantes, confiaron y respetaron a determinados maestros y aceptaron lo que estos les enseñaban. Dice Jack Deere: Lo cierto es que si usted toma un estudiante que no tiene posición alguna respecto al milenio y lo envía al Seminario de Westminster, probablemente resultará antimilenialista. Si toma el mismo estudiante y lo envía al Seminario de Dallas, es aun más probable que llegue a ser premilenialista. Son pocas las excepciones a esta regla. Nuestro ambiente, nuestras tradiciones teológicas y nuestros maestros tienen mucha más influencia sobre lo que creemos de lo que nos damos cuenta. En algunos casos, tienen más influencia sobre nuestra creencia que la propia Biblia.¹

‘Espere un momento’, dice usted. ‘Está mencionando doctrinas controvertidas. Aquí, estamos hablando de algo simple y primordial: la santidad. Nunca habría tanto desacuerdo sobre las verdades principales de la Biblia.’ Sin embargo, toda doctrina importante es o ha sido controvertida. John Piper, un estudioso de la Biblia, dice: ‘¿Pueden las enseñanzas controvertidas nutrir nuestra semejanza con Cristo? Antes de responder esta pregunta, hágase otra: ¿Hay alguna enseñanza bíblica significativa que no haya sido controvertida? No se me ocurre ninguna.’² Cedric B. Johnson, un psicólogo cristiano, sostiene el mismo concepto:

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38 descender hacia la santidad Un comentario bíblico me persuade a aceptar la teología del pacto con su práctica del bautismo de niños. Otro erudito procura convencerme de que el bautismo es sólo para creyentes. A lo largo de la historia, las iglesias se han dividido por cuestiones tales como el día dedicado al Señor, la ordenación de las mujeres, la integración racial y el uso de instrumentos musicales en el culto. En la actualidad, estamos buscando respuestas con fundamento bíblico para responder a cuestiones igualmente difíciles, como la guerra nuclear, la homosexualidad,³ la ingeniería genética y el divorcio.⁴

Cómo reconocer la verdad Entonces, ¿es posible estar seguro de la verdad acerca de la santidad a partir de mi propia investigación de las Escrituras? Si Piper y Johnson están en lo cierto —es decir, si toda doctrina importante es o ha sido controvertida, enredada y envuelta en el desacuerdo— ¿dónde puedo, por mí mismo, encontrar información confiable? ¿Podré llegar realmente a conocer la verdad, incluso a partir de las Escrituras? Y más terrible aun, ¿estará acertada mi iglesia en todo lo que enseña?⁵ ¿Cuál es la enseñanza de los apóstoles? Es precisamente en torno a este asunto que la batalla se vuelve feroz. Permítame decir de inmediato que las Escrituras han de ser consideradas siempre el fundamento primario. Tampoco debemos decir jamás que hemos recibido una unción tan poderosa de Dios que no necesitamos a los estudiosos. No, no. Necesitamos toda la ayuda que podamos obtener. El problema está en que cada uno de nosotros está luchando por vivir la clase de vida a la que Dios nos llama. Nuestro conflicto básico es: ¿Cómo puedo librarme de los pecados contra los que estoy luchando? Si bien creo que la lucha durará toda nuestra existencia terrenal, podemos tener un verdadero progreso. Cada pecado puede ser vencido, uno por uno. En este libro, voy a compartir mis propias experiencias; entre ellas, algunas visiones. No las escribo para convencer a nadie, porque las visiones pueden ser falsas. Sólo quiero que sepa de dónde surgen

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la biblia como guía 39 mis pensamientos. Las Escrituras ofrecen ejemplos de profetas y de apóstoles que se condujeron de esta forma. Por lo tanto, aunque se me acuse de escribir un libro que tiene que ver más conmigo que con las Escrituras, correré ese riesgo. Tal vez, su experiencia sea bastante diferente de la mía. Lo que tenemos en común es un Dios que se interesa por nosotros y por cada cosa que hacemos. Nuestras vidas son como hilos enredados. Sus enredos difieren de los míos. Sin embargo, Cristo llevó a cabo una obra que es suficiente para ambos. Si bien puede haber un enfoque básico y general sobre cómo desenredar hilos —esos principios esenciales que usted busca—, no hay ni siquiera dos hilos que se desenreden de la misma forma. Los detalles de nuestras historias no serán iguales. El orden en que Dios trate determinados pecados puede ser diferente en cada vida. De modo que aquí compartiré mis experiencias y mi persona, y hasta me tomaré a veces con humor. La prueba para saber si estamos ‘en camino’ a la verdad es que nos vayamos liberando progresivamente de las tendencias pecaminosas que antes nos vencían. La mayoría de nosotros no está libre —pero me gustaría decir lo mismo de una forma más positiva: la mayoría de nosotros, espero, estamos avanzando en la senda de la liberación. Nuestra santificación está en marcha. Estamos como decía la frase que leí en una calcomanía: ‘Sé paciente. Dios todavía no ha terminado conmigo.’

El carácter personal de la verdad La verdad es personal. Esto significa que se la encuentra en una persona e implica una relación dinámica y permanente con esa persona. ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida,’ dijo Jesús en una ocasión (Juan 4.6). Jesús es la verdad acerca de Dios. Conocer a Jesús es conocer a Dios. Ese conocimiento no se obtiene en un curso de instrucción (aunque estos pueden ayudar), sino en una relación personal de toda la vida. La verdad no se descubre en una serie de abstracciones, sino más bien por medio de la relación constante con Dios mismo. El Mesías Jesús es la verdad. La verdad ‘no es difícil de entender, aunque a menudo es muy difícil de aceptar’.⁶ La clave de la verdad es conocer a Cristo, caminar en su compañía. Tal relación puede ser

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40 descender hacia la santidad devastadora para nuestro amor propio. Como expresa J. I. Packer, en el tercer capítulo de su libro Hacia el conocimiento de Dios: Cuando usted escucha lo que Dios le dice, se siente muy humillado. Dios le habla sobre su pecado, su culpa, sus debilidades, su ceguera, su locura; lo lleva a admitir su desesperanza e impotencia, y a clamar por perdón.⁷ Sin embargo, si queremos crecer en santidad, es necesario experimentar un quebrantamiento personal de esta índole. La relación con Cristo tiene que ver con la totalidad de nuestro ser: con el cuerpo, la mente y el espíritu, con el intelecto, la voluntad y las emociones. En una palabra, con todo lo que nos hace humanos. En las Escrituras, ‘todo lo que nos hace humanos’ se describe como el corazón. El cristianismo no es una mera proposición intelectual, aunque tal vez se exprese en forma de proposiciones. Por lo tanto, es necesario tender un puente entre la cabeza y el ‘corazón’ (en el sentido bíblico). Richard Baxter expresa: ‘¡Cuánto beneficio habría en aprender mucho y tener grandes conocimientos si tan sólo las obstrucciones entre la mente y el corazón estuviesen bien abiertas y los afectos tuviesen coherencia con el entendimiento!’⁸ Gracias a Dios, la relación personal con Cristo no sólo nos quebranta. También nos brinda una seguridad profunda e indescriptible. Packer lo expresa con gran claridad: Al escuchar a Dios, usted llega a darse cuenta de que en realidad él le está abriendo su corazón, brindándole amistad y considerándolo como un compañero —según las palabras de Karl Barth, un socio en el pacto. Esto es algo impresionante, pero es cierto: la relación mediante la cual seres humanos pecadores llegan a conocer a Dios es un vínculo en el que Dios, por así decir, nos incorpora a su personal, para ser de ahí en más compañeros de trabajo (ver  Corintios 3.9) y sus amigos personales.⁹ La amistad con Cristo es un medio hacia la santidad. Los cursos sobre la Biblia siempre pueden ayudarnos, pero no hay nada que reemplace la relación personal con Cristo. A medida que él le brinde su enseñanza, usted obtendrá libertad. De modo que si la verdad no

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la biblia como guía 4 lo está liberando del pecado, es porque todavía no conoce la verdad. Usted está simplemente parloteando sobre ella. La verdad libera.

Jeremías y el autoengaño La santidad surge de la verdad bíblica. Sin embargo, es posible torcer la verdad de las Escrituras para que digan lo que nosotros queremos. Entonces nos enorgullecemos de nuestro conocimiento, y la soberbia nos hace vulnerables a los poderes de las tinieblas. Por eso Jeremías tenía conflictos con los estudiosos de las Escrituras de aquella época. En realidad, Dios tenía problemas con ellos. ¿Cómo decís: ‘Nosotros somos sabios, y la ley de Jehová está con nosotros?’ Ciertamente la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribas. Jeremías 8.8 Estas palabras forman parte de un mensaje que Dios le está dando a Jeremías. Él quiere que el profeta denuncie ante los israelitas de su época los riesgos del academicismo (entre otros asuntos). Los escribas eran eruditos. Sabían leer y escribir, a diferencia de la mayor parte de la población. Su oficio era copiar los textos gastados de los cinco libros de Moisés, como así también otros libros y documentos. Las palabras de esta declaración son abrumadoras. Dios afirma que lo que ciertos hombres escriben en su nombre son mentiras. Los escribas están manipulando falsamente su Palabra. Han copiado las palabras de las Escrituras con suficiente precisión pero han añadido sus propios comentarios —escritos u orales— sobre el significado del texto. (Es probable que hayan existido versiones preliminares del Talmud; este es una colección de tradiciones y comentarios judíos que está fechada alrededor del 200 d.C., bastante posterior a la época de Jeremías.) Jeremías denuncia los comentarios de los escribas, escritos u orales, como mentiras. Dios había elegido a Israel como su pueblo y le había entregado su Palabra en el Monte Sinaí. Los israelitas tenían un destino único entre las naciones. Sin embargo, Dios niega que sean sabios y dice que sus argumentos ‘bíblicos’ son estúpidos. Evidentemente, recibir revelación en el Sinaí no es suficiente.

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42 descender hacia la santidad Ahora bien, si la verdad libera a una persona, quiere decir que sólo podemos declarar que tenemos la verdad cuando caminamos en libertad, cuando nos liberamos de los pecados que antes nos esclavizaban. La sabiduría no consiste en tener las Escrituras, sino en descubrir qué es lo que nos hace libres. ‘Somos sabios,’ proclamaba equivocadamente el pueblo de Dios, ‘porque tenemos la ley del Señor.’ Nosotros hacemos lo mismo hoy, pero tener la Palabra no nos hace sabios.

La tentación de los escribas ¿Estoy en contra del estudio y de la investigación? ¡En absoluto! El saber es necesario, pero debemos estar alerta de sus peligros. El estudio puede volvernos soberbios, porque ‘el conocimiento envanece, pero el amor edifica’ ( Corintios 8.). Ni el más soberbio de los escribas hubiera negado jamás que Moisés había recibido palabra de Dios. Los escribas creían en todo lo concerniente a poseer y copiar las Escrituras. De allí su obsesión por la precisión absoluta. Pero puede producirse una especie de acercamiento esquizofrénico a la Biblia, y esta es una enfermedad a la que son especialmente vulnerables los estudiosos del mismo estilo de aquellos escribas. Supongamos que cierto escriba (al que llamaremos Jeconías) está copiando Levítico 8 de un viejo pergamino a uno nuevo, por quinta vez. Llega a las palabras que encontramos en el versículo 6: ‘No te acostarás con tu cuñada, la mujer de tu hermano: eso es pecar contra tu hermano.’ La última vez que copió esas mismas palabras, acababa de iniciar un romance con su cuñada. Al llegar a ese pasaje, había puesto a un lado la pluma, preocupado. Finalmente, había decidido confesar su pecado y hacer la correspondiente ofrenda por él. Después de eso, las cosas habían marchado bien por un tiempo, hasta que por una u otra razón la aventura amorosa comenzó otra vez. Ahora se encuentra nuevamente con las mismas palabras. Tiene que copiarlas, una por una, con todo rigor. (Intente hacerlo usted mismo con uno de sus capítulos favoritos. ¡Se sorprenderá del impacto que le producen las frases!) ¿Qué le sucede a Jeconías en este momento? Se le plantean varias posibilidades. Lo que haga dependerá en parte de la clase de persona

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la biblia como guía 43 que es. Por ejemplo, podría repetir lo que hizo la última vez, pero a lo mejor ahora la relación con su cuñada se reanudaría más pronto. Quizás Jeconías comenzaría a desesperarse. Entonces endurecería su corazón y diría en los términos hebreos correspondientes: ‘¡Qué diablos importa!’ En este caso, comenzaría el proceso de cauterizar su conciencia ( Timoteo 4.2). Pero supongamos que Jeconías fuera un poco más allá. Tal vez decidiera que las palabras que estaba copiando no se aplicaban a él o que no significaban exactamente lo que decían. Diría entonces: ‘¡Nadie puede ser tan puro en la práctica! ¡Es sólo la meta a la que tenemos que aspirar! ¡La intención es lo que importa!’ Hasta podría desarrollar muy buenos argumentos para demostrar que las palabras que acaba de copiar significan exactamente lo contrario de lo que dicen. Y de esa manera, sin darse cuenta de lo que está haciendo, estaría cambiando profundamente su actitud hacia las Escrituras y, lo que es más importante, hacia el Señor de las Escrituras. La naturaleza humana no ha cambiado. Hoy nuestra actitud es la misma que la de nuestro imaginario Jeconías, siglos atrás. En todos los niveles, desde nuestros primeros pasos tentativos en la lectura de la Biblia hasta en la lucha La prueba para saber con los textos avanzados, si estamos en camino enfrentamos un mismo a la verdad es que peligro respecto al estunos vayamos liberando de dio bíblico. Enfocamos las tendencias pecaminosas la interpretación con un que antes nos vencían. bagaje psicológico del que, con frecuencia, no somos conscientes. Jeconías podría ser desviado hacia la falsedad por fuerzas espirituales, morales y psicológicas que estaban más allá de su comprensión. Lo triste es que quizás nunca se diera cuenta de ello. Por eso la única prueba real sobre nuestro conocimiento de la verdad es el hecho de que estemos cada vez más liberados de los pecados que antes nos vencían una y otra vez. Supongamos que Jeconías decide seguir reflexionando sobre la Torá (que era el nombre que se daba a los libros de Moisés). Sin duda, el significado es importante. El sentido del texto llega a ser la principal preocupación de Jeconías, se obsesiona con ello. Años más tarde,

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44 descender hacia la santidad cuando ya es un anciano, ampliamente respetado en su comunidad, alguien se le acerca y le plantea un problema. ‘¿No dice la Torá que …?’ ‘Me extraña su pregunta. En realidad, no dice exactamente eso. Lo que dice es …, y lo que realmente significa es …’ A esta altura, la conciencia de Jeconías está totalmente endurecida.

La vergüenza de los escribas No terminaba allí la prédica de Jeremías que cité anteriormente. El profeta continuó hablando acerca de una clase de soberbia que sigue perjudicándonos: Los sabios se avergonzaron, se espantaron y fueron consternados; aborrecieron la palabra de Jehová; ¿dónde, pues, está su sabiduría? Jeremías 8.9 Observe: aquí dice que los escribas aborrecían la Palabra de Dios. La santidad surge del conocimiento de Dios y de una relación sincera con él. Mi conocimiento de Dios proviene de estudiar, meditar y orar sobre la influencia de su Palabra en mi vida. Los traductores han hecho muy buen trabajo al brindarnos las Escrituras. Sin embargo, dominar la información no es suficiente. Aquellos escribas sostenían que estaban interpretando correctamente la Palabra de Dios; sin embargo, eso no llegaba a transformar sus vidas. Todos corremos ese peligro porque, en un sentido, todos somos estudiosos: leemos e interpretamos las Escrituras para nosotros mismos. Una y otra vez el orgullo asoma la cabeza, cualquiera sea el nivel o el tipo de estudio que hagamos. Lo vemos ya en los Evangelios, en aquellos que se opusieron al ministerio de Cristo. Esa misma oposición cargada de soberbia persiguió a Pablo a lo largo de su ministerio. Y reaparece en las diferentes traducciones de la Biblia. Dios pregunta con desdén sobre ciertos estudiosos: ¿Qué clase de sabiduría creen que tienen? Pablo la describe como una forma de conocimiento que no es la verdad. En otras palabras, el escriba de la antigüedad que describimos más arriba mostraba ‘celo por Dios’, pero su celo no estaba basado en ‘el verdadero conocimiento’ (Romanos 0.2). En los primeros siglos de la iglesia cristiana, los

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la biblia como guía 45 gnósticos exaltaban el conocimiento por encima de la fe. El gnosticismo sigue vivo en la iglesia contemporánea, al igual que el intelectualismo evangélico árido y monótono. Supongo que en esta vida no llegaremos a librarnos totalmente de algunos de los pecados que nos abruman. Pero deberíamos mostrar un progreso constante. Caminar en la verdad significa caminar cada vez más libres del pecado. Luchamos —o, desesperados, nos damos por vencidos— contra los hábitos pecaminosos que frenan nuestro andar como cristianos. De estas ataduras quiere Cristo liberarnos. Si estamos luchando en vano contra el pecado, clamemos a Dios. Es una evidencia cierta de que hay un área en la que aun caminamos en las tinieblas, y que Dios está queriendo ayudarnos a atravesar la oscuridad. Quizás tengamos que seguir clamando. Pero a su tiempo Dios nos mostrará en qué estamos mal.

Descubrir la verdad que libera Juan Bunyan era un hojalatero de dudosa moral y cargado de problemas. Sin embargo, llegó a ser uno de los más grandes escritores alegóricos ingleses y un poderoso ministro del evangelio. Gifford fue el pastor y maestro de Bunyan. Aparece en el El progreso del peregrino, escrito por Bunyan, en el personaje Evangelista. Gifford le explicaba a Bunyan que, hasta que el Espíritu Santo nos revele la verdad de las Escrituras, es posible ‘entender’ la verdad pero no lo suficiente para que nos libere de determinado pecado. Nuestra soberbia nos impide comprender la verdad y escuchar al Espíritu: ‘Porque, cuando la tentación presiona con fuerza, si usted no ha recibido estas cosas con la evidencia que provee el cielo, pronto descubre que no tiene la ayuda y la fortaleza para resistir como pensaba.’¹⁰ Observe las palabras: ‘Si usted no ha recibido estas cosas con la evidencia que provee el cielo…’ Gifford está hablando acerca de la manera en que el Espíritu Santo nos revela las Escrituras. Dios da vida a las palabras. Por eso en determinados momentos nos asombramos y admitimos: ‘Había leído eso muchas veces, pero por primera vez ahora veo lo que está diciendo.’ Según Gifford, la prueba de que la verdad había sido impartida por Dios era que fortalecía al cristiano para resistir la tentación. Bunyan se sintió muy impresionado por lo que Gifford le dijo. Sólo

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46 descender hacia la santidad la verdad revelada por el Espíritu en el alma de la persona puede lograr ese efecto. Bunyan dice: Esto era exactamente lo que necesitaba mi alma. Había comprobado por amarga experiencia la certeza de esas palabras. De modo que oré a Dios y le dije que no me quedaría sin confirmación del cielo, en todo aquello que tuviese relación con su gloria y con mi propia felicidad eterna. Percibí con total claridad la diferencia entre las nociones humanas y la revelación de Dios.¹¹ Piense en los antiguos estudiosos, los escribas de la época de Jeremías. Copiaban los libros sagrados con precisión. Cada palabra era preciosa. Cada palabra tenía importancia. Jesús se refiere a los ‘puntos’ y a las ‘tildes’. ‘Porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido’ (Mateo 5.8). La verdad tiene una extraordinaria importancia. Pero es preciso que cumpla su propósito. Sólo la verdad puede liberarlo del pecado. Sin embargo, quizás no le sea fácil encontrar la verdad. La Biblia es la esencia de la verdad sobre Dios y sobre cómo podemos relacionarnos con él. Pero debe haber alguna clase de conexión entre usted y la verdad que libera: debe encenderse la chispa que da vida. Dios quiere encender esa chispa. Pídaselo. Pídale que le muestre lo que él quiere mostrarle. Recuerde lo que dije acerca de la madeja de hilo enredado. Hay un orden según el cual Dios quiere tratar con sus pecados. Si siente que no está haciendo ningún progreso, no se dé por vencido. Clame a Dios una y otra vez. Pero escuche; espere que él le hable, especialmente a través de las Escrituras. Usted quiere ser santo; él quiere que usted lo sea. Él desea vincularse con usted aun más de lo que usted desea. Permítame insistir en el tema de la soberbia del conocimiento. El orgullo nos hace pensar que, en realidad, no somos totalmente incapaces. Pero lo cierto es que, en lo que se refiere a la santidad, somos impotentes. Usted es tan incapaz de liberarse por sí mismo de sus pecados como de volar a la luna. Reconocer la impotencia es el primer paso hacia la santidad, pero el orgullo nos bloquea el camino. Es un obstáculo tan grande que considero necesario dedicarle el próximo capítulo.

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Liberación del orgullo Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra … te pondré por espectáculo. Ezequiel 28.7 Cuando contemplo la maravillosa cruz en la que murió el Príncipe de gloria, la mayor ganancia la estimo pérdida y vierto desprecio sobre mi orgullo. Isaac Watts

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os seres humanos, en nuestro orgullo, consideramos que Dios está equivocado. Lo hacemos constantemente y nos justificamos aun estando frente a Dios y a su Palabra. En mi caso, la arrogancia y el orgullo comenzaron a corta edad; estaban presentes en los genes de mis padres. Puesto que compartimos características similares, permítame describirle algunas de mis tempranas fantasías. Quizás le resulten familiares. Solía tener compañeros imaginarios, un síntoma psicológico típico que generalmente se atribuye a la soledad. Pero mi pregunta es: ¿Por qué mis fantasías tomaban la particular forma que tenían? Uno de mis compañeros imaginarios era un niño esquimal de mi misma edad. Mi amigo se quejaba del calor. ‘¿A esto le llamas calor?,’ le preguntaba yo con un gesto de asombro nacido de mi sentimiento de indudable superioridad. ‘Esto no es calor en absoluto. Por mi parte, yo siento escalofríos.’ Luego tenía conversaciones similares, pero respecto al frío, con otro amigo imaginario proveniente del África tropical. Mi intención era impresionar a mis compañeros con mi superioridad. Frente a mi amigo nórdico me jactaba de mi resistencia al calor y frente al otro, de mi resistencia al frío. En ambos casos, me deleitaba con la adoración y la admiración que mi fantasía provocaba en estos niños imaginarios. Las ‘razones’ psicológicas (tales como la soledad) no implican que lo que yo estaba haciendo fuese menos peligroso o menos pecaminoso. El pecado es como el cáncer, y el cáncer mata más rápido a los niños que a los adultos. En nuestra soberbia, no sólo consideramos que Dios está equivocado; en realidad, deseamos ocupar su lugar y disfrutar del culto que por derecho le pertenece a él. Cualquiera sea la forma que tome esta tendencia, se detecta con facilidad en el nivel de las fantasías; basta con revisar la corriente de sus pen-

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50 descender hacia la santidad samientos o sus viejos diarios personales, especialmente sus viejos diarios de oración.

El orgullo y el orgullo Permítame comenzar por diferenciar algunas cosas que podrían confundirse con el orgullo, cosas que en realidad son buenas. Por ejemplo, querer que nos feliciten y disfrutar del hecho de recibir elogios no es necesariamente orgullo. ¿Cómo no habría de ser virtuosa, por ejemplo, nuestra ambición de recibir la aprobación de Cristo: ‘¡Bien hecho, siervo bueno y fiel!’? Pero cuando yo, siendo niño, procuraba recibir la admiración de mis compañeros imaginarios, no estaba buscando elogios sino adoración. ¡Quería despertar en ellos admiración, asombro, maravilla! Quería impresionar, dejar estupefacto a un admirador. Para mí, recibir admiración imaginaria era mejor que no recibir ninguna. Precisamente esta actitud provocó la caída de Satanás. Él quiso la adoración que pertenece sólo a Dios. El aplauso que reciben los solistas en la ópera o en el ballet puede despertar ese deseo de recibir adoración. Artistas y predicadores cristianos: ¡Cuidado! Pero volvamos al asunto de las cosas buenas que pueden ser confundidas con el orgullo. Amar a la patria es algo bueno. La lealtad al propio país (que es distinta del patriotismo) no es una forma de orgullo. Ame a su país, a su nación. Sea leal. Ame a la gente de su propia tierra. Por supuesto, los cristianos leales querrán que su nación conozca a Jesucristo. A El aplauso puede lo largo de la historia, esta clase de despertar ese deseo compromiso ha llevado a muchos de recibir adoración. cristianos a la cárcel y al martirio. Artistas y predicadores Si uno tiene lealtad hacia su país, cristianos: ¡Cuidado! anhela lo mejor para sus compatriotas. En cambio el patriotismo es una actitud muy distinta, que expresa: ‘¡Todo por mi patria, esté acertada o equivocada!’ El orgullo por nuestros hijos no es necesariamente orgullo en el mal sentido, aunque puede serlo. Podemos sentirnos agradecidos por nuestros hijos y orgullosos de ellos, siempre y cuando esa satisfacción no implique sentir superioridad frente a las personas cuyos

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liberación del orgullo 5 hijos tienen dificultades en la escuela o se han desviado en alguna forma. En otras palabras, Dios no nos ha dado los hijos para que demostremos que somos superiores a otros padres. Dios me enseñó esta lección durante la larga espera que tuvimos entre el nacimiento de nuestro primer hijo y el segundo. Mi esposa y yo éramos ya mayores, y teníamos apuro por aumentar la familia. Perturbado por esa espera, un día me arrodillé para orar en un parque en París, en una hora en que había muy poca gente. Pedí a Dios que me diera otro hijo, siempre y cuando ‘viviese para tu gloria’. Con claridad escuché que el Espíritu Santo me decía: ‘¿Para mi gloria o para la tuya?’ Me estremecí levemente. Luego escuché: ‘¿Qué ocurrió con Adán y conmigo?’ Al principio, quedé perplejo. Luego empecé a darme cuenta de que, en el momento de la creación, Dios ya sabía todo lo que iba a ocurrir: las guerras, la crueldad, las enfermedades y las terribles tragedias que vendrían como consecuencia de la entrada de la soberbia satánica en la historia humana. A pesar de ello, le dio vida a Adán. ¿Me estaba pidiendo que hiciera algo similar? ‘¿Qué quieres decir?,’ pregunté. De inmediato vinieron a mi mente las paredes de una cárcel que había cerca de mi casa cuando era niño. Me sentí descompuesto. ‘¿Quieres decir que mi hijo irá a la cárcel?’ La posibilidad de tener un hijo que fuese a la cárcel me asustó. Sentí que la humedad penetraba por el pantalón hasta mis rodillas, pero no me levanté. Sabía que se me estaba ofreciendo un niño que iría a la cárcel. También me daba cuenta de que podía rechazarlo. Quizás alguna otra persona lo aceptaría. No tengo la menor idea de cómo maneja estas cosas un Dios soberano. No recibí respuesta alguna a mi sensación de pánico, sólo silencio. Finalmente, conmovido, dije: ‘Está bien. ¡Dámelo!’ Dos meses más tarde concebimos nuestro segundo hijo. Para entonces había olvidado la ‘conversación’ que había mantenido en oración. Mi diálogo con Dios no condujo a esa especie de profecía que se cumple a sí misma. Poco a poco me olvidé del asunto y lo recordé sólo mucho más tarde, cuando las marcadas diferencias entre Kevin y nuestros otros hijos resultaron tan evidentes que ya no las pudimos pasar por alto.

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52 descender hacia la santidad Entonces comenzó una pesadilla. ¿Fue Dios quien condujo a mi hijo a que pecara? Obviamente, no. Pero él sabía lo que iba a suceder y me había dado la posibilidad de elegir. Luego vinieron otras dos profecías, ambas pronunciadas por hombres que tenían sobrado reconocimiento por la confirmación de sus anuncios. Una nube de oscuridad descansaba sobre ese hijo en particular. En algún momento, en el futuro, esa nube sería quitada y él cambiaría. Mientras tanto, Kevin nunca dejó de añorar las cosas de Dios. Cuando estuvo en la cárcel, organizaba estudios de la Biblia, imponía las manos sobre otros presos y, de vez en cuando, estos caían abrumados por el Espíritu de Dios. ¿Cómo se explica uno estas cosas? Kevin cambió, y lo hizo de manera bastante repentina. Pero antes yo había tenido que entender que los hijos no nos son dados para que hagan su contribución a nuestro sentido de superioridad. Dios nos da hijos para que podamos gloriarnos de él, no de ellos, y esa es una gran diferencia.

Los peligros del conocimiento La Palabra nos fue dada para hacernos santos, para ponernos en condiciones de estar en la presencia de Dios, para tener comunión con él y ser usados por él. Pero el estudio de las Escrituras (como cualquier otra forma de estudio) puede volvernos secretamente orgullosos de lo que sabemos. Por lo tanto, puede tener el efecto opuesto al que debería tener. Permítame ir un poco más allá. Aun la actividad ‘espiritual’, como meditar en las Escrituras, y la muy alabada disciplina del devocional diario, pueden tornarnos soberbios. Cualquier cosa puede terminar poniendo de manifiesto nuestra arrogancia. Años atrás, escribí lo siguiente en uno de mis diarios personales: Hace poco me di cuenta de que me resultaba más difícil poner mis pensamientos por escrito. Me sentía avergonzado por lo que descubría en mi interior. Lo que debía haber estado dirigido a mi diario estaba, en realidad, enfocado hacia un lector imaginario que pudiese estar leyendo por encima de mi hombro. Lucho contra esa

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liberación del orgullo 53 tendencia [la de impresionar a un lector imaginario] pero encuentro que este hábito es casi imposible de superar. A los cinco minutos estoy otra vez haciendo lo mismo: ‘actuando para los espectadores’, por así decir. Yo era culpable de una sutil autoadulación, algo a lo que Philip Dodderidge se refiere con autoridad. Al hablar de cómo evadimos la convicción, escribe: ‘Conozco el engaño y la autoadulación de un corazón pecaminoso y corrompido.’¹ Sin darme cuenta de lo que en realidad estaba buscando, yo quería ser adorado; pretender eso es cultivar la soberbia satánica. Dios me mostró que quedar absorbido en él me permitía escapar de la soberbia. El orgullo ambiciona gloria. Sólo una persona puede recibir gloria, adoración y culto universal, y esa persona es trinitaria: el Dios trino. Sólo a él puede confiársele esa adoración. Cuando se la damos, él comparte su gloria con nosotros; nos imparte gloria, por así decir. Esa gloria se nos comparte para que desplacemos la atención de nosotros mismos. Llegamos a estar demasiado interesados en su gloria como para preocuparnos por la nuestra. Cuando Dios comparte su gloria con su pueblo, crea la única auténticamente sana ‘sociedad de admiración mutua’. C. S. Lewis afirma que fue el orgullo lo que convirtió a Satanás en el diablo. Si es así, el orgullo es algo muy serio. Muchos estudiosos consideran que ciertos versículos en Ezequiel 28, más que una profecía dirigida contra el rey de Tiro, son una referencia a Satanás y a la causa por la que cayó del cielo: Hijo de hombre, entona lamentaciones sobre el rey de Tiro, y dile: ‘Así ha dicho Jehová, el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y de acabada hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste. De toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro. ¡Los primores de tus tamboriles y flautas fueron preparados para ti en el día de tu creación! Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego te paseabas … Se enalteció tu corazón a causa

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54 descender hacia la santidad de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Ezequiel 28.2–4, 7 Se deduce de aquí que el orgullo debe ser el centro mismo del mal, la esencia de la rebelión contra Dios. El orgullo da origen a todos los demás males. Es la fuente de ‘las obras de la carne’ y es incompatible con el fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5.9–23). En todos los terrenos, milita en contra de las bienaventuranzas (Mateo 5.3–0). ¿Dónde está la gente que se describe en el Sermón del Monte? Años atrás, Tozer escribió algo que sigue siendo cierto respecto a la iglesia: En lugar de pobreza en espíritu, encontramos la peor forma de orgullo; en lugar de personas en situación de dolor, encontramos gente en busca de placer; en lugar de mansedumbre, arrogancia; en lugar de hambre de justicia, escuchamos gente que afirma: ‘Soy rico y de nada tengo necesidad’; en lugar de misericordia, encontramos crueldad.² Comenzaremos a aprender de qué se trata la santidad personal una vez que tomemos conciencia de la omnipresencia del orgullo y de sus solapados efectos en nosotros. La soberbia, que es la raíz del pecado, tuvo su origen en nuestros primeros padres y está ahora presente en nosotros. Cuando Satanás tentó a Eva, la tentó al orgullo. ‘Serán como Dios’, le dijo. Era una perspectiva temeraria. En ese momento, Satanás implantó con éxito el orgullo en Eva, y el orgullo entró en la raza humana. ‘La soberbia conduce a todos los vicios: es un estado mental totalmente opuesto a Dios.’³ Isaías anuncia la indignación divina contra todo lo que conduce a la vanidad y al orgullo. La soberbia llegará como hedor a la presencia de Dios y reclamará juicio. En el tercer capítulo de su profecía, Isaías declara: Asimismo dice Jehová: Por cuanto las hijas de Sión se ensoberbecen y andan con el cuello erguido y los ojos desvergonzados; que caminan como si danzaran,

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liberación del orgullo 55 haciendo sonar los adornos de sus pies; … en lugar de los perfumes aromáticos vendrá hediondez … Tus varones caerán a espada y tu fuerza en la guerra. Isaías 3.6, 24–25. El salmista nos dice que Dios detecta desde lejos el orgullo en una persona: ‘Al altivo mira de lejos’ (Salmo 38.6). Isaías hablaba de hedor o hediondez. ¿Está diciendo el salmista que Dios huele el orgullo en nosotros y frunce la nariz? Si es así, ¿detecta también la fragancia de la humildad que llega desde los rincones de la sala del trono?

Más consecuencias del orgullo Hay una secuencia en Proverbios 6 que puede o no ser intencional. Sin embargo, me trae una y otra vez a la mente las horribles consecuencias de la soberbia. Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete le son abominables: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies que corren presurosos al mal, el testigo falso, que dice mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos. Proverbios 6.6–9 La mirada altiva hace alusión a la manera arrogante de mirar que tiene la persona orgullosa. En ocasiones, yo me reconozco culpable de esta actitud. En una discusión me es muy importante tener la razón. A veces me he descubierto a punto de mentir para ganar una discusión. Quizás usted no hubiese calificado como mentira lo que yo estuve a punto de decir. Todo depende de la definición de cada uno. Pero es posible enturbiar la verdad para ganar una discusión. La soberbia conduce a la mentira. En una ocasión, estaba con un grupo de cirujanos y un colega psiquiatra. Mi colega estaba animando a los cirujanos a contar chistes groseros. Lo hacía para incomodarme y luego ponerlos incómodos a ellos. Cuando estaban en eso, mi colega soltó una carcajada y dijo: ‘John es pastor ordenado. ¡Espero que se den cuenta de cómo se siente ante la forma en que están hablando!’

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56 descender hacia la santidad Uno de ellos se ruborizó. Luego, volviéndose hacia mí, mi colega preguntó: ‘Pero, John, no crees realmente en ese cuento del huerto de Edén en el Antiguo Testamento, ¿verdad?’ Me sentí avergonzado y dije: ‘Bueno, no textualmente.’ Más tarde, no pude quedarme tranquilo hasta que definí con claridad que sí creía en lo que decían las Escrituras. ¿Por qué me había avergonzado? Porque el orgullo asomó en mi interior. No quería pasar por tonto. Los ojos altivos y la lengua mentirosa van de la mano. La experiencia demostrará, además, que se combinan bien con las ‘manos que derraman sangre inocente’. Quizás no ocurra de inmediato, pero hay una evolución del mal que finalmente degenera en una actitud promiscua y una fría indiferencia hacia el crimen. Esta es la clase de crimen que se vuelve Los ojos altivos y cada vez más común en las calles de la lengua mentirosa las grandes ciudades. También se ve en van de la mano. la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando me tocó volar en un bombardero, yo no pensaba que las naves enemigas llevaban personas, y de hecho, personas que no eran más culpables que yo. Pensaba sólo en dos cosas: en mi propia supervivencia y en la precisión del disparo sobre la embarcación. Las consecuencias de la explosión de la bomba no eran asunto mío. Sencillamente, no pensaba en ello. De la soberbia nace también el corazón que maquina el mal. Podemos ver esto en funcionamiento en las congregaciones locales. El orgullo nos da ‘derecho’ a permitirnos sentimientos condenatorios hacia otros miembros de la iglesia. En consecuencia, usted ‘analiza’ el asunto con sus amigos y lo trae ‘como tema de oración’. Cuando menos se dé cuenta, estará diciendo: ‘Debe hacerse algo al respecto.’ Así crece la semilla que culmina en la destitución de un pastor o en alguna otra medida disciplinaria. Sé que el verdadero pecado no debe ser pasado por alto. Aun así, Jesús buscó rescatar a las personas del pecado. Él no vino a juzgar sino a salvar (Juan 2.47). Todo nuestro enfoque debe ser modificado si queremos ser como nuestro Amo y Señor. La progresiva degradación desde el orgullo hacia toda forma de pecado muestra que el orgullo es todo ‘un paquete’. Cuando lo abrimos, no sabemos con qué nos encontraremos. El pecado original pone en marcha a los demás pecados e inevitablemente aparecen ‘los

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liberación del orgullo 57 pies que corren presurosos al mal, y el falso testigo que vierte mentiras y el que provoca disensión entre hermanos’. Esto ocurre con la misma naturalidad con que se suceden el día y la noche.

Lo que Dios odia Hay cosas y aun personas que parecen merecer el odio de Dios mismo. ¿No cree usted que sea así? La Biblia nos dice: ‘Abominable es para Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune’ (Proverbios 6.5). Dios no sólo detesta el pecado de soberbia sino a las personas que lo cometen. Las personas altivas ‘son abominación’ a Dios. Estamos seguros de que Jesús nunca odia. Sin embargo, en Mateo 23 maldice a los fariseos reiteradamente. Sea como sea que definamos el odio, lo cierto es que lo asociamos con las maldiciones. Cuando damos lugar al orgullo, es como si entráramos, por así decir, en la región sobre la que recae el odio divino. Fue precisamente la soberbia de los fariseos lo que Jesús maldijo. Antes bien, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres, pues ensanchan sus filacterias y extienden los flecos de sus mantos; aman los primeros asientos en las cenas, las primeras sillas en las sinagogas, las salutaciones en las plazas y que los hombres los llamen ‘Rabí, Rabí’. Mateo 23.5–7 No somos distintos de los fariseos y los escribas. La vanidad moderna consiste en aferrarnos a cualquier título que tengamos o a cualquier conocido con título al que podamos invocar. Hablar de otros, por ejemplo, es una conducta que tiene su raíz en el orgullo. Si usted no puede ser reconocido por lo que es, se siente tentado a fanfarronear sobre las personas con las que está relacionado. Queremos despertar admiración, asombro. En todos nosotros reside el mismo pecado que llevaba a los fariseos a sentirse fascinados de que los llamaran ‘maestros’. Los que podemos acreditar un título de alguna clase nos sentimos gustosos cuando se dirigen a nosotros como ‘doctor’. Hasta llegamos a sentirnos un poco molestos cuando equivocadamente alguien se refiere a nuestra persona con un simple ‘señor’, ‘señora’ o ‘señorita’.

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58 descender hacia la santidad El orgullo es un problema muy frecuente en aquellas personas que no se han entregado abiertamente a prácticas pecaminosas, sino que han estado hasta cierto punto protegidas de él toda su vida. Su soberbia se pone de manifiesto cuando se encuentran con cristianos que han caído en ‘verdadero’ pecado. El orgullo tiene muchos frutos, entre los que podemos mencionar la vanidad y la arrogancia. Pareciera que este pecado básico, el pecado que encierra a todos los demás, despierta la ira de Dios de una manera que no llega a hacerlo otro pecado. Cuando nos sentimos orgullosos de nuestra iglesia, de nuestra nación, de nuestros éxitos, de nuestras posesiones, del vehículo que conducimos o de la casa en la que vivimos, corremos el riesgo de atraer la ira divina. Es en este preciso punto donde el cristianismo difiere más radicalmente del resto del mundo. Hay también algo siniestro en la amenaza de que los soberbios ‘no quedarán impunes’. Sea que la ira de Dios esté reservada para el día del juicio futuro o se ejecute aquí y ahora, el pensamiento que nos perturba es que Dios no olvida. En la Biblia, la mayoría de las referencias al orgullo se refieren al pecado en sí mismo y no a la persona que lo comete. Porque el día de Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo lo arrogante, y será abatido; sobre todos los cedros del Líbano altos y erguidos, y sobre todas las encinas de Basán … La altivez del hombre será abatida; la soberbia humana será humillada. Sólo Jehová será exaltado en aquel día. Isaías 2.2–3, 7. Me estremezco, conmovido por un temor momentáneo mientras leo esas palabras. Esto me ocurre a pesar de saber la obra que Cristo ya ha realizado. En todas aquellas conductas que juzgamos en forma despectiva (borrachera, inmoralidad sexual), todavía reside algo bueno. En la ebriedad aún hay buen humor y deseo de tratar con otros seres humanos. En el comportamiento sexual inmoral puede haber una intención de dar; hay algo que se comparte. En cambio, la soberbia no contiene absolutamente ningún bien. Aún la actitud competitiva, si bien puede enseñarnos ciertas virtudes, tiene sus peligros. Lewis señala:

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liberación del orgullo 59 El amor propio de cada individuo está en competencia con el de todos los demás individuos. Me siento molesto cuando alguien es el centro de una reunión porque yo deseaba ser el centro de atracción … Decimos que la gente se siente orgullosa de ser rica, inteligente, atractiva; en realidad no es así. Más bien se siente orgullosa de ser más rica, más inteligente o más atractiva que los demás.⁴ Tener una actitud competitiva es señal de que todavía no hemos sido ‘perfeccionados en el amor’. Sonrío mientras escribo estas palabras, porque confieso francamente que si bien el proceso de santificación sigue desarrollándose en mí, todavía estoy muy lejos de la perfección. Nos acosa una pregunta terrible que Lewis plantea respecto a los riesgos que enfrentamos cuando tratamos con las cosas sagradas. Puesto que el desempeño que alcanzamos en tales temas puede contribuir a la soberbia, de la que con frecuencia somos inconscientes, hay un serio riesgo en la eficiencia. Lewis ha puesto el dedo sobre él: ‘¿Cómo es posible que personas que están visiblemente consumidas por la soberbia digan que creen en Dios, y se consideren muy religiosas? Me temo que esto significa que están adorando a un Dios imaginario.’⁵

La humildad Consideramos a la humildad como lo opuesto al orgullo. Ser humilde no implica pensar que no somos buenos, sino más bien no pensar en absoluto en nosotros mismos. A medida que crecemos en humildad, vamos tomando conciencia de los demás, en amor. Nuestro yo comienza a disminuir en intensidad. Las personas humildes no son pagadas de sí mismas. No piensan en sí mismas porque saben que han sido perdonadas y aceptadas por Cristo. Casi llegan a perder conciencia de sí mismos, en parte porque son conscientes de Cristo, de su perdón y de su bondadosa aceptación. Las personas humildes son realmente libres para entusiasmarse y sentirse complacidas por los éxitos de otros. Las personas humildes son personas libres para amar. C. S. Lewis lo expresa muy bien:

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60 descender hacia la santidad Cuando se encuentre con una persona humilde, no espere chocarse con el tipo de individuo que la mayor parte de la gente llama ‘humilde’: no será esa persona melosa y pesada que siempre está diciendo que, por supuesto, ella no vale nada. Probablemente lo único que usted piense es que parecía ser una persona alegre, inteligente, que mostró verdadero interés en lo que usted le decía a ella … Esa persona no estará pensando en la humildad; no estará pensando en sí misma en absoluto.⁶ Las personas soberbias, por el contrario, están todo el tiempo pensando en sí mismas. Algunas están preocupadas por lo que otros piensan de ellas. Otras se sienten tan seguras de su superioridad, que se muestran indiferentes hacia lo que otros piensan y no les importan las personas simples e ignorantes. De cualquiera de las dos formas, sus pensamientos están ocupados con su propia persona, sea porque se consideran inferiores o porque se sienten superiores. El orgulloso se rinde culto a sí mismo. Ser humilde es haber sido liberado de esa autoveneración. Dios ama la humildad. Isaías nos habla de esa preferencia divina: Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: ‘Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados.’ Isaías 57.5 ‘Mi mano hizo todas estas cosas, así todas ellas llegaron a ser’, dice Jehová. ‘Pero yo miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a mi palabra.’ Isaías 66.2 Me referí antes a las Bienaventuranzas, y señalé que están en rivalidad con el orgullo. Observe quiénes son bienaventurados, según Jesús: ‘Bienaventurados los pobres en espíritu … los que lloran … los mansos … los que tienen hambre y sed de justicia … los misericordiosos’ (Mateo 5.3–7). Ser pobre en espíritu es reconocer la propia necesidad.

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liberación del orgullo 6 Usted siente dolor porque reconoce su estado y sabe que sólo Dios puede transformarlo. Ese es también el carácter de la persona mansa. Los mansos no son individuos débiles; pero no sienten necesidad de estar a la defensiva. Prestan atención a Dios, o aun a usted, cuando les señalan en qué están equivocados. Dios siempre tiene razón, por supuesto, mientras que quizás usted no la tenga. Pero una persona auténticamente mansa no reaccionará con indignación ni con hostilidad aun cuando usted la acuse equivocadamente. Proverbios 3.34 dice que Dios ‘escarnece a los escarnecedores y da gracia a los humildes.’ Este versículo atrapó la atención de los escritores del Nuevo Testamento. Fue citado tanto por Pedro ( Pedro 5.5) como por Santiago (Santiago 4.6).

Cómo vencer el orgullo ¿Se puede vencer el orgullo? Si hay alguna lógica en el evangelio cristiano, entonces debe ser posible vencer el orgullo, y la batalla no debería ser extremadamente difícil. Sin embargo, una vez que usted se decide a hacer un serio intento de vencer su soberbia, descubrirá cuán difícil parece lograrlo. El viejo dicho de que uno puede estar ‘orgulloso de su humildad’ es una horrible realidad. Uno puede imitar la humildad, pero la pose engaña a muy pocas personas. Parte de nuestro problema es que muchos somos adictos a la opinión que los demás tienen de nosotros. Anhelamos agradar a otros y ser aceptados. Lo que necesitamos es descubrir el ‘secreto’ de Cristo. Don Williams, pastor en Encontramos la libertad una de las congregaciones de La cuando estamos seguros Viña, afirma que la fuente de la del amor del Padre. libertad que tenía Cristo era su absoluta certeza del amor del Padre; describe los resultados: ‘Al ser libre de las personas, Jesús estaba libre para las personas. La gente común lo escuchaba con gusto. Podía relacionarse con pescadores, revolucionarios, soldados y esclavos. Cuando iba a la casa de un fariseo, no tenía problema de que lo vieran allí con una prostituta. Le encantaba comer con cobradores de impuestos y pecadores.’⁷ ¿Cómo podemos ser libres de la soberbia, entonces? No debo darle la idea de que esta libertad se alcance fácilmente. La soberbia

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62 descender hacia la santidad satánica es dura de morir. En esencia, encontramos la libertad de la misma forma que Jesús la encontró, es decir, cuando estamos seguros del amor del Padre. Por cierto, si él nos ama, no nos abandonará jamás; siempre estará alerta para cuidarnos, como un águila a sus pichones, y acudirá a nuestro rescate en el momento en que nos asechen peligros que ignoramos. Es la seguridad que tenemos del amor del Padre lo que nos hace libres. Usted dirá: ‘Yo sé todo esto. Este no es mi problema.’ Tiene razón. No necesito enseñarle las implicaciones lógicas del evangelio. Usted puede pensar por sí mismo. Pero una cosa es saber y otra conocer. En el próximo capítulo, mencionaré una visión que tuve hace muchos años, durante la cual se me hicieron patentes los distintos niveles del conocimiento. Dios había estado tratando de mostrármelo por años. Mucho tiempo antes de aquella visión, había leído en el Cantar de los Cantares: ¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores, y la fragancia de tus perfumes más que toda especia aromática! Cantares 4.0 La comparación me dejaba perplejo. ¿Cómo podía compararse el vino con el amor? Pues bien, por un lado, no es posible conocer a ninguno de los dos a menos que se lo experimente. Los expertos sobre el amor y el matrimonio que nunca han estado casados o enamorados han elegido una especialización equivocada. Lo mismo ocurre con las bebidas alcohólicas. En cada Navidad, en casa brindábamos con oporto. A mí me permitían beber un vaso pequeño. Al sorberlo me producía una sensación agradable, una especie de brillo interior. El amor es igual. Hay que beberlo para conocerlo. En lo que respecta al amor de Dios —ese amor que es la solución a nuestra soberbia y que nos libera de ella—, es preciso ‘beberlo’ para conocerlo. Con esto quiero decir que debe ser recibido para ser conocido en el sentido más profundo. Esta es la idea con la que comienza el próximo capítulo.

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Arrepentirnos No confunda arrepentimiento con repulsión: el primero viene del Señor y el segundo, del enemigo … Si usted le pide a Dios que lo acepte sin arrepentirse, en realidad le está pidiendo que le permita volver a él sin cambiar de rumbo. Es algo que no puede ocurrir. C. S. Lewis, Cristianismo… ¡y nada más!

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eguiremos en esta sección con el análisis de lo que entiendo es la verdadera naturaleza del arrepentimiento. Debo dedicar dos capítulos a este tema a causa de la importancia que tiene el arrepentimiento constante en la vida diaria, y por la relación que aquel guarda con la santidad.

Arrepentimiento a la antigua Recuerdo haber sollozado sin pudor en una ocasión. No había llorado por años. Cuando niño, me habían enseñado a no llorar y la instrucción había logrado su propósito. Había sido tan efectiva que yo había llegado a perder buena parte de las emociones. Cuando lloro, también me gotea la nariz, de modo que mi aspecto resulta bastante desagradable. Me gotea el moco por el mentón. Sin embargo, en esa ocasión sentía tanta angustia en el corazón que nada más importaba. En este capítulo hablaré sobre el arrepentimiento. En este y en el próximo capítulo, también hablaré sobre las emociones. Nada de lo que diré implica que nuestra fe sea, en esencia, una emoción fuerte, o que nuestra adoración debe ser estruendosa para ser auténtica. La adoración silenciosa puede ser tan profunda como la celebración entusiasta. Esto también es cierto respecto al arrepentimiento. Nada de lo que diré aquí sugiere que la esencia del arrepentimiento reside en la emoción. Pero, como las emociones son parte de la vida, tanto la adoración como el arrepentimiento incluirán el componente emocional. Esto ocurre especialmente cuando despertamos de pronto a una realidad que por mucho tiempo habíamos logrado reprimir. En ese caso, la toma de conciencia produce un impacto en nosotros. Este asunto plantea una pregunta importante: ¿Qué lugar ocupa la emoción en la vida cristiana? Fanny Crosby escribe:

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66 descender hacia la santidad En el fondo del corazón humano, aplastadas por el tentador, yacen enterradas emociones que la gracia puede restaurar. Tocadas por un corazón amoroso, despertadas por su bondad, las cuerdas que estaban rotas volverán a vibrar.¹ ¿Es acertado lo que ella dice? Creo que sí. Cada vez guardo menos respeto hacia las ciencias humanas de la psicología y la psiquiatría. Sin embargo no dejo de reconocer que sus investigaciones dejan muy en claro que existe en nosotros toda clase de emociones a las que no podemos acceder. Están enterradas en el corazón humano, ‘aplastadas por el tentador’. A menudo vuelven a aflorar, cuando Dios nos toca. Debemos distinguir la auténtica emoción de la sensiblería. Esta es la manifestación artificial y exagerada de las emociones. Cuando hace dos siglos y medio, la gente en Gran Bretaña reaccionaba frente al Espíritu Santo con genuina emoción, fueron acusados de ‘entusiasmo’. Era un término peyorativo usado para describir la conducta de las personas que participaban en las reuniones de renovación y avivamiento de aquella época. Los oponentes a la renovación inculcaban el temor al entusiasmo.

Mi propio despertar Las cosas no son diferentes hoy. Muchos de nosotros, en especial los que tenemos trasfondo alemán, británico o escandinavo, hemos reprimido las emociones. Las enterramos, y con el tiempo se vuelve demasiado doloroso enfrentarlas. Una vez enterradas, ni siquiera nos damos cuenta de que las tenemos. En esa ocasión en que me abrumó el llanto, no tenía la menor idea de qué era lo que estaba reprimido en mi interior. En lo que respecta a las visiones, nunca he procurado tenerlas. Sólo Dios sabe por qué me vienen. Aparecen sin previo aviso y en momentos muy poco apropiados.

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arrepentirnos 67 Tres personas estábamos orando un domingo por la noche, muchos años atrás; yo tenía cerca de cincuenta años (ahora estoy por los setenta). Mis dos compañeros de oración estaban de rodillas, al mejor estilo evangélico, junto a las sillas en la sala de nuestra casa. No había silla para mí, de modo que me arrodillé frente al hogar encendido, pero a cierta distancia. Como hago con frecuencia, estaba orando con los ojos abiertos. Cuando comenzamos a orar, ante mi vista aparecieron dos manos que se extendían hacia mí: manos y antebrazos cubiertos por mangas blancas. No se trataba de una simple imagen mental sino de algo sólido, tridimensional y a todo color, suspendido, por así decir, en el espacio delante de mí. Yo estaba consciente de varias cosas. Primero, estaba contemplando las manos de Cristo perforadas por los clavos de la cruz. Sus manos parecían estar suspendidas entre el hogar a leña y yo, un metro y medio hacia adelante y unos Cuando Dios se acerca, sesenta centímetros por encima uno descubre cosas del nivel de mis ojos. Como dije, de sí mismo que nunca yo tenía los ojos abiertos. Tuve había sabido. la sensación de que esos brazos extendidos habían estado allí durante toda mi vida, sólo que antes no los había percibido. Esto puede parecer extraño, lo sé, pero es la única forma en que puedo explicar lo que experimenté. De inmediato supe que no estaba mirando las manos reales de Cristo, sino que Dios estaba proyectando algo desde mi propio cerebro y ante mis ojos. La visión era increíblemente hermosa, aunque también resultaba aterradora y condenatoria. Sentí miedo. Los músculos se me derritieron como agua y quedé totalmente sin fuerzas. Yo era psiquiatra, y desde el punto de vista de la psiquiatría, las visiones se consideran alucinaciones. Pero sabía que era Dios quien me estaba despertando a una realidad. No me considero una persona emotiva; sin embargo, cuando Dios se acerca, uno descubre cosas de sí mismo que nunca había sabido. De alguna manera, todo el poder y la gracia de Dios residían en lo que vi. Era una invitación a tomarme de las manos de Cristo. Yo lo sabía y anhelaba tomarme de ellas, pero no podía moverme. Mis brazos colgaban paralizados a ambos lados del cuerpo; moverlos, me hubiera resultado tan imposible como volar. Si me hubieran pregun-

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68 descender hacia la santidad tado antes si deseaba experimentar el amor de Cristo, hubiese respondido: ‘¡Por supuesto que sí!’ Sin embargo, cuando me vi frente al ofrecimiento de ese amor, se me fue todo el alarde. Aunque no me daba cuenta, en ese tiempo yo era una persona controlada, demasiado capaz de mantener el control, como para poder responder al amor apasionado. Años antes de esta experiencia, cuando tenía poco más de veinte años, Dios me había mostrado que yo tenía miedo de experimentar su amor y que lo estaba rechazando a pesar de ser cristiano. Ahora ya en los cuarenta, Dios me estaba repitiendo lo mismo, pero esta vez con mucha más fuerza. Yo anhelaba con todo mi ser tomar sus manos, apretarlas contra mi rostro, mis lágrimas, mis mocos, todo. Pero no podía hacerlo. Clamé amargamente, rogándole que derribara las murallas psicológicas que me rodeaban, los muros detrás de los cuales me escondía. Uno de los hombres que estaba conmigo dijo algo en el sentido de que no se necesitaban medidas tan drásticas. Pero yo seguí lamentándome. Acababa de darme cuenta de lo que había estado rechazando y del dolor de Aquel a quien rechazaba, y no podía dejar de llorar. Sabía que mi actitud de rechazo era ofensiva a Cristo y que mi voluntad seguía atascada en una posición de resistencia al amor que me ofrecía. Me sentía completamente impotente para cambiar. Sólo podía sollozar en un estado de profunda frustración. Aun así, las manos de Cristo seguían extendidas hacia mí. Lloré amargamente, tal como había llorado San Agustín antes de llegar a ser cristiano, y me mostré tal como era, un cristiano quebrado y rebelde. Hasta ese momento no había sabido lo orgulloso y rebelde que había sido como cristiano. El arrepentimiento bíblico se asocia a menudo con un sentimiento de terror y con llanto. Esdras (en representación de los israelitas) y el pueblo hebreo lloraron con amargura cuando se dieron cuenta de que no habían sido capaces de guardar la ley de Moisés respecto al matrimonio: ‘Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se reunió en torno a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y el pueblo lloraba amargamente’ (Esdras 0.).

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arrepentirnos 69 En Nehemías 8, cuando el pueblo advirtió cuánto se había alejado del pacto divino, lloró. Uno llora cuando se le abren los ojos a la realidad de algo malo que ha hecho. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y el escriba Esdras y los levitas que hacían entender al pueblo dijeron a todo el pueblo: ‘Hoy es día consagrado a Jehová, nuestro Dios; no os entristezcáis ni lloréis’; pues todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la Ley. Nehemías 8.9 Los israelitas no lloraron porque fuesen sensibleros, como la mayoría de los pueblos del Mediterráneo. Hay formas naturales de expresar las emociones y es saludable hacerlo. Despertar a una realidad enterrada en nuestro ser es una experiencia devastadora.

El remordimiento y el arrepentimiento Cuando Pedro reconoció con tristeza que había negado tres veces al Señor, lloró también con profunda amargura: Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: ‘Antes que el gallo cante, me negarás tres veces’. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Lucas 22.6–62 La reacción de Pedro muestra con claridad la diferencia entre el remordimiento y el arrepentimiento. Pedro se arrepintió. Judas, en cambio, tuvo remordimiento pero no se arrepintió. El arrepentimiento es interpersonal; implica una vivencia del sufrimiento que yo le he causado a otro, y un profundo dolor por haberlo hecho. El pecado, que yo ya sabía que era malo, me parece ahora mucho peor. Había dado por sentado que mi vida era cosa mía y ahora descubro que, por el contrario, he estado robándole a Dios algo que le pertenece por derecho. ¡Le he robado a Dios! Le he dado la espalda, le he arrebatado la vida que él había creado y la he usado para mis propios propósitos. ¿Qué pecado mayor podría haber? El remordimiento, en cambio, concierne sólo al individuo. Refleja humillación personal, amargura y autodesprecio. A Judas le pareció preferible morir a soportar la figura de sí mismo cuando descubrió su terrible error.

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70 descender hacia la santidad Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: ‘Yo he pecado entregando sangre inocente.’ Pero ellos dijeron: ‘¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!’ Entonces, arrojando las piezas de plata en el Templo, salió, y fue y se ahorcó. Mateo 27.3–5 Aunque Reina-Valera y algunas otras versiones mantienen el término ‘arrepentido’, la mayoría de las versiones modernas traducen ‘tuvo remordimiento’ (vp). Debemos admitir que el término del griego que se utiliza allí (metanoia) debería traducirse como ‘arrepentimiento’ si correspondiera usar siempre la misma palabra para traducir determinada palabra del original. En el griego del Nuevo Testamento, no existe una palabra que corresponda a remordimiento. El lenguaje que se utilizó para escribir el Nuevo Testamento era el koiné, el griego difundido en el ámbito comercial, la lengua franca del mundo romano. Los matices sutiles no pueden expresarse fácilmente con ese vocabulario. Pero, ¿acaso es sutil la diferencia entre remorLas lágrimas solas dimiento y arrepentimiento? En realidad, no constituyen el no. Hay una enorme diferencia entre los arrepentimiento. dos, tanto desde el punto de vista moral Este es un cambio como de la conducta. En el Nuevo Tesinterior tamento es preciso determinar por el que produce contexto cuál de los términos utilizar. cambios externos, La mayoría de las versiones modernas sea que lloremos traducen correctamente la palabra ‘reo no. mordimiento’ en Mateo 27, ya que Judas no estaba pensando en otro que no fuese él mismo. Es cierto que mencionó a Jesús, pero estaba absorbido por su propia imagen. Se odiaba con un odio enfermizo, detestaba lo que acababa de descubrir que él era. Prefería la muerte antes que soportar su propia imagen. El arrepentimiento, en cambio, no tiene nada de autodesprecio. El torrente de lágrimas fluye al ver el amor del Salvador.

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arrepentirnos 7 La evangelización moderna no da suficiente espacio al arrepentimiento. ¿Cuándo vemos llorar amargamente durante las campañas evangelísticas, salvo algunas lágrimas aquí y allá? Sin embargo, las lágrimas solas no constituyen el arrepentimiento. He visto a personas sollozar amargamente sintiendo lástima de sí mismas pero sin arrepentirse. El arrepentimiento tiene lugar dentro de la persona y produce un cambio en el comportamiento. Es un cambio interior que produce cambios externos, sea que lloremos o no. Esaú sintió remordimiento, no arrepentimiento. Se dio cuenta de que había menospreciado su primogenitura, el don que Dios le había dado. Había ofendido a Dios. Que no haya ningún fornicario o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no tuvo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. Hebreos 2.6–7 El relato contemporáneo clásico de un acto de arrepentimiento que pone en marcha un proceso de regeneración se encuentra en el libro Nacido de nuevo, de Charles Colson. Voy a citar extensamente su experiencia.²

Verse uno mismo por primera vez La noche del 2 de agosto de 973, encontramos a Charles Colson sentado en su automóvil, a oscuras. Colson ha dejado la política y se dedica a la abogacía. Había estado en la Marina y luego había emprendido una agresiva carrera política en la que no admitía límites a sus metas. Poco imagina que hay una sentencia de cárcel en su futuro, por su supuesta asociación con el escándalo Watergate. Colson acaba de pasar unas horas con Tom Phillips, presidente de la compañía Raytheon, una empresa cliente de Colson y la mayor contratista de mano de obra en Nueva Inglaterra. Phillips le ha contado a Colson una revolución que ocurrió en su propia vida y le ha leído un capítulo del libro Cristianismo… ¡y nada más!, de C. S. Lewis. Colson sintió subir la temperatura en su cuerpo, y la convicción lo abrumó. Pasaron por su mente vívidas escenas de su

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72 descender hacia la santidad pasado que lo acusaban del pecado de soberbia. Así y todo, rechazó cortésmente la invitación de su anfitrión a quedarse un rato más. El orgullo nos envuelve en una caparazón. Colson relata: Tom terminó el capítulo sobre el orgullo y cerró el libro. Murmuré algo poco comprometedor, algo como ‘procuraré leerlo’. Pero el torpedo de Lewis me había dado de lleno en el centro del casco … Ese solo capítulo había desgarrado la armadura protectora en la que, sin darme cuenta, me había encapsulado durante cuarenta y dos años … En esos breves momentos mientras Tom leía, me vi a mí mismo como nunca antes me había visto. Y la figura que percibí era horrible.³ ¿Tendría miedo Colson de mostrarse débil a los ojos de Phillips? Es posible. Todos nos envolvemos sin darnos cuenta en una armadura protectora. Colson siempre se había ufanado de su firmeza. Esa firmeza lo había llevado a ignorar los sentimientos más nobles de otras personas y le había permitido trepar hasta la cumbre de la escalera política. Trató de justificarse. ‘Vi hombres que se convertían a Dios cuando estaban en la Marina; yo mismo lo hice en una ocasión. Luego uno olvida todo y las cosas vuelven a ser como antes. La religión que sirve como una trinchera es sólo una manera de usar a Dios.’⁴ De modo que Colson salió de la casa, sólo para darse cuenta un momento más tarde de que estaba cometiendo un grave error. Ahora está sentado en su automóvil, en la oscuridad. Mientras sacaba el automóvil del garaje de Tim, las lágrimas fluían de manera incontrolable. No había luces en la calle ni luz de luna. Las luces del vehículo proyectaban un haz delante de mis ojos, pero estaba llorando tan intensamente que era como intentar nadar debajo del agua con los ojos abiertos. Detuve el automóvil a menos de cien metros de la casa de Tom y sentí cómo se hundían las ruedas en un suave colchón de agujas de pino.⁵ El arrepentimiento incluye el alivio de soltar las riendas con las que inútilmente pretendemos conducir nuestra vida y dejar caer la pesada carga de pecado de la que quizás éramos totalmente incons-

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arrepentirnos 73 cientes. Lo mínimo que trae aparejada la experiencia del arrepentimiento es un profundo alivio. Cuando nuestra carga previa ha sido muy grande, al soltarla también soltamos el llanto. ‘No eran lágrimas de pena o de remordimiento, ni de gozo; de alguna forma, eran lágrimas de alivio.’ No obstante, esta liberación no siempre va inmediatamente seguida por la fe salvadora. Yo no había ‘aceptado’ a Cristo —todavía no sabía quién era él. Mi mente me decía que era importante averiguarlo, como primera medida, para estar seguro de que sabía qué era lo que estaba haciendo, que realmente tenía intención de hacerlo y que sería fiel a mi decisión. Esa noche, sin embargo, lo único que sabía era que algo en mi interior me estaba urgiendo a rendirme: a qué o a quién, no lo sabía.⁶ Sin embargo, tal como Pablo en el camino a Damasco, Colson sentía que de alguna forma Dios estaba presente. ‘Me quedé allí en el automóvil, con los ojos inundados de lágrimas, orando y pensando durante una media hora o quizás más, solo en la silenciosa oscuridad de la noche. Pero, por primera vez en mi vida, ya no estaba solo.’⁷ También hay súplica en el arrepentimiento —una oración auténtica, una plegaria que brota del corazón de una persona que clama a Dios pidiendo ayuda: ‘¡Dios, no sé cómo encontrarte, pero lo voy a intentar! No valgo gran cosa tal como soy, pero de alguna manera me quiero entregar a ti.’ No sabía qué más decir, de modo que repetía una y otra vez: ‘Tómame.’ Colson acababa de experimentar el verdadero arrepentimiento. Esto sucede a cristianos y a no cristianos por igual. Le ocurrió a Chuck Colson antes de ‘aceptar a Cristo’ y fue una especie de puerta por la que más tarde encontró la fe en Jesucristo. Ahora bien, la gran pregunta es: ¿Eligió Charles Colson arrepentirse? ¿Fue el arrepentimiento un acto de su voluntad?

¿Quién produce el arrepentimiento? En realidad no parece ser esa la pregunta en el caso de Colson, ni de Pablo ni de San Agustín, por nombrar algunos. Más bien da la impresión de que algo que Colson no había elegido hubiese tomado control de su vida. Al salir de la casa de Tom Phillips, Colson iba

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74 descender hacia la santidad escapando del arrepentimiento. Sin embargo, al instante siguiente estuvo dispuesto a hacer todo lo que entendía que debía hacer. Su reiterada súplica ‘Tómame, tómame’ era una expresión de su respuesta a lo que el Espíritu Santo estaba haciendo en él. ¿Cómo explicamos, entonces, la discrepancia entre el mandato de Pedro a arrepentirse (Hechos 2.38) y lo que sucedió en las situaciones que he narrado? Mis maestros en la congregación en la que crecí, no tenían preparación teológica. Eran mayormente trabajadores, como los apóstoles. Sin embargo, alguien los había alertado contra el legalismo. En consecuencia, me recomendaron que evitara completamente el arrepentimiento. Me dijeron que acarreaba un enorme riesgo de caer en el legalismo. (En ese tiempo yo no sabía qué era el ‘legalismo’, pero a mis ocho años asentí prudentemente a lo que me decían.) Más tarde, otros maestros (graduados de no importa qué escuela) insistieron en que el arrepentimiento era un acto de la propia persona, no una experiencia que le sobrevenía. Después de todo, ¿no ordena la Biblia que debemos arrepentirnos? Obedecer un mandamiento significa hacer algo, ¿no es así? ‘El Espíritu Santo es el que produce el nuevo nacimiento, pero es preciso que usted se arrepienta’, me señaló en una ocasión un discipulador, con actitud condescendiente. Se había graduado recientemente del seminario y sentía que mi comprensión de la verdad era escasa. ‘El arrepentimiento,’ me dijo con toda sinceridad, ‘es una obra puramente humana. Es algo que usted hace.’ Arrepentirse significa responder a lo que Dios nos está mostrando. La voluntad humana se pone en marcha en respuesta a la iniciativa de Dios. Cuando el Espíritu Santo no sólo nos lleva a tener real conciencia de nuestro pecado sino también una actitud contrita, es hora de arrepentirnos (Isaías 66.2). Tome, por ejemplo, el caso del sermón de Pedro el día de Pentecostés. ‘¡Ustedes mataron al Mesías!’ dijo, concretamente, a sus oyentes (Hechos 2.23). Puesto que el Espíritu Santo había producido en ellos profunda convicción, clamaron: ‘Hermanos, ¿qué haremos?’ (versículo 37). Había comenzado el proceso de arrepentimiento. En ese momento, Pedro les dijo que se arrepintieran y se bautizaran. Usted sólo puede arrepentirse cuando el Espíritu Santo ha producido convicción en su interior. De qué manera obran en conjunto

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arrepentirnos 75 ambos (convicción y arrepentimiento, la iluminación del Espíritu y su propia reacción) es un misterio divino. Lo más lejos que podemos llegar por nuestros propios medios, sin ayuda del Señor, es a admitir nuestra culpa delante de Dios y pedirle que nos ayude a mirarla de la forma en que él la ve. Estoy seguro de que el aumento de temperatura que Colson sentía en su cuerpo era indicio de que el Espíritu Santo caía sobre él en ese momento, haciendo lo que los teólogos llaman la obra anticipadora de la gracia.⁸ Mientras Tom Phillips le leía párrafos del libro de Lewis, Colson había percibido con horror cómo veía Dios el pasado de su vida. También se daba cuenta de que los valores que había tenido eran absolutamente errados. Por primera vez se veía a sí mismo tal como Dios lo veía. Por un tiempo, mientras todavía estaba en la casa de Phillips, se había resistido a lo que Dios estaba tratando de hacer. Pero cuando comenzó a irse, le resultó extremadamente difícil seguir resistiéndose. Poco a poco, su resistencia se quebró ante el Espíritu Santo y sus lágrimas brotaron como un sincero reconocimiento de lo que había hecho, con una súplica de misericordia. Observe cómo lo describe: Me olvidé del machismo, de la simulación, del temor de parecer débil. Y cuando lo hice, empecé a sentir una maravillosa sensación de libertad. Luego vino la extraña sensación de que no sólo me corría agua por las mejillas sino que brotaba por todo mi cuerpo, limpiando y refrescando cada parte.⁹ La vida cristiana sería mucho más simple si captáramos que consiste en trabajar en armonía con cualquier cosa que el Espíritu Santo esté procurando hacer, en y con nosotros. Se nos llama a ser sensibles a cualquier cosa que Dios esté haciendo en nuestra vida y a colaborar en forma activa con él. El arrepentimiento estriba en dejar de resistir al Espíritu Santo, en ver las cosas de la manera en que Dios las ve, y en seguir adelante con el proceso. No arrepentirse es resistir a lo que Dios está haciendo y seguir en una actitud de rebeldía y autodeterminación. El Espíritu de Dios hace todo lo posible, con enorme paciencia, con aquellos que se resisten. Pero finalmente Dios tiene que dejar que esas personas sigan su camino. Su Espíritu no continuará insistiendo siempre.

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76 descender hacia la santidad Esaú pecó cuando vendió su primogenitura y siguió rebelándose al Espíritu Santo durante años. (Ver Hebreos 2.6–7) Finalmente no pudo arrepentirse, a pesar de que lo intentó con lágrimas. El arrepentimiento se parece a la conversión. Esta significa girar y tomar rumbo en otra dirección. Sin embargo, no son lo mismo. Más bien, se superponen. La conversión sin arrepentimiento es meramente una reforma. Una actitud reformada que no nazca del arrepentimiento es obra de la carne. No produce nada en el corazón de la persona reformada. Nicodemo era un hombre reformado. También lo era el joven rico. Sin embargo, ambos tenían la absoluta necesidad de un cambio de corazón. Vivimos en un mundo trastornado, maldecido por causa del pecado. Hace unos momentos estuve mirando un popular programa de televisión, en el que el conductor presentó a un joven parapléjico, en una silla de ruedas, junto a sus padres, y los enfrentó al ex amigo que lo había baleado en la nuca. Ni los padres ni el muchacho tenían la menor intención de perdonar al que había hecho el disparo y, por su parte, el joven agresor no mostraba angustia alguna por su acto. Lo único que hubo fueron acusaciones de un lado y del otro: el agresor acusaba a la víctima de aferrarse en forma fraudulenta a su enfermedad y declaraba haberlo visto dar tres pasos; la familia del agredido, por su parte, acusaba al agresor de tener una actitud criminal e insensible. Así es la oscuridad en la que está sumergido nuestro mundo, incluso la iglesia. Sólo cuando el Espíritu de Dios mismo abre nuestros ojos, podemos vernos a nosotros mismos y al mundo tal como Dios los ve. ¿Qué es, entonces, lo que nos hace cristianos? Es esa forma particular de conversión que se produce cuando un pecador entra en relación con el Salvador de los pecadores. Ocurre cuando el corazón arrepentido confía en Cristo para el perdón del pecado. Habiéndome visto a mí mismo de una forma que nunca antes me había visto, veo también a Dios de una manera totalmente nueva. Y cuando confío en él, nazco a una nueva vida.

Llanto, alarma y arrepentimiento Las lágrimas en sí no representan arrepentimiento. El auténtico arrepentimiento produce un cambio en el comportamiento. La conducta

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arrepentirnos 77 transformada surge de un corazón transformado. En las Escrituras, el término corazón se refiere no tanto a las emociones sino a la persona. Cuando usted cambia, su conducta cambia. Comencé diciendo que el arrepentimiento bíblico a menudo se acompaña de alarma y llanto. En algunas personas predomina el temor. Piense en la multitud a la que predicó Pedro en el día de Pentecostés. El apóstol los Nacemos como cristianos había acusado de crucificuando, con el corazón car al Mesías de Dios. De arrepentido, confiamos inmediato, reaccionaron en Cristo para el perdón con pánico. Curiosamende nuestros pecados. te, el apóstol no los urgió a creer. Después de todo, su sentimiento de alarma indicaba que al menos creían en los hechos que les habían sido presentados. Más bien, Pedro los convocó a arrepentirse de su actitud previa hacia Cristo y, por medio del bautismo, a aceptar la enseñanza de Cristo como una evidencia de que confiaban en su misión mesiánica y en su condición de Hijo de Dios. Actualmente veo con frecuencia manifestaciones de llanto y arrepentimiento a la vez. Recuerdo a un detective de policía que cumplía funciones en el departamento contra la inmoralidad, en cierta ciudad canadiense. Quizás como ilustración del principio de que ‘hace falta un ladrón para atrapar a otro ladrón’, este hombre tenía una conducta dudosa y era infiel a su esposa. Su segundo matrimonio parecía a punto de romperse, cuando Cristo lo encontró. Nos conocimos durante un congreso. Como su conversión al cristianismo era tan reciente y estaba tan fresca en su mente, no podía controlar las emociones que esta transformación le producía. La dura caparazón detrás de la cual había estado oculto su verdadero ser ahora estaba destruida. Antes se había mostrado ‘todo un hombre’. Ahora, en cambio, durante una reunión de oración lloró sin contenerse, no tanto con tristeza como con gozo y asombro. Nuevamente maravillado por el amor de Dios hacia él y por la gracia de Dios que recibía, cayó de rodillas y clamó: ‘¡Me salvaste y me sanaste!¹⁰ ¡No lo entiendo! ¿Cómo pudiste…?’ A esto llamo arrepentimiento ‘a la antigua’, porque en muchas congregaciones ya no se ve. Sin embargo, ha empezado a ocurrir con más frecuencia, no por efecto de la manipulación por parte de los

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78 descender hacia la santidad predicadores, que es algo aborrecible. Ninguna manipulación desde la plataforma puede producir el arrepentimiento que viene de Dios, ya que este es una obra de su Espíritu Santo. La manipulación es una obra de la carne. Ya es hora de que vuelva a darse una renovación a la antigua, y en el próximo capítulo hablaré acerca de su verdadero carácter.

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Cambio verdadero Un auténtico penitente es alguien que odia el pecado. Si alguien detesta aquello que le hace mal al estómago, mucho más odiará aquello que enferma su conciencia … Una cosa es ser un pecador asustado y otra un pecador arrepentido … Thomas Watson, The doctrine of repentance (La doctrina del arrepentimiento)

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homas Watson fue un teólogo puritano del siglo xvii. En su exposición sobre el arrepentimiento, dejó en claro que el terror, las lágrimas, las decisiones y el cambio de conducta no son prueba suficiente de que haya verdadero arrepentimiento. Este, dice Watson, es una medicina espiritual compuesta por seis ingredientes especiales: . 2. 3. 4. 5. 6.

Percepción del pecado Tristeza por el pecado Confesión del pecado Vergüenza por el pecado Odio hacia el pecado Abandono del pecado

Sostiene Watson que ‘si falta cualquiera de estos ingredientes, el arrepentimiento pierde su efecto’.¹ La tristeza profunda es necesaria ‘porque el ojo está diseñado tanto para ver como para llorar. El pecado debe ser visto antes de que se pueda llorar por él.’

Expresiones bíblicas En la Biblia se usan por lo general dos términos para hacer referencia al arrepentimiento, uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo: šûb y metanoia, respectivamente. Ambos connotan cambios, cambios en la forma de pensar y en la conducta. Sin embargo, estos términos no expresan tanto una definición del concepto sino una descripción de sus efectos. Otra palabra en el Antiguo Testamento que se traduce con frecuencia como ‘arrepentimiento’ es nāh.am, también traducida como ‘consuelo’. Viene de la misma raíz que la palabra usada por Isaías:

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82 descender hacia la santidad ‘¡Consolad, consolad a mi pueblo!’, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado está perdonado, que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados. Isaías 40.–2 El perdón de nuestros pecados, que es parte del proceso al que conduce el arrepentimiento, nos trae consuelo. Un tierno Salvador nos ofrece perdón. En consecuencia, defino el arrepentimiento como un proceso iniciado por el Espíritu Santo que nos trae un enorme consuelo. El arrepentimiento, escribió Charles G. Finney, ‘implica un cambio de opinión respecto a la naturaleza del pecado, y este cambio de opinión va seguido del consecuente cambio de sentimiento hacia el pecado.’² Un cambio seguido de otro: un cambio de opinión, seguido de un cambio en el sentimiento. Al arrepentirse, el pecador percibe su propia persona y el mundo de una manera distinta. ‘Percibe que la tendencia del pecado es tan degradante para él como para cualquier otra persona.’³ Al verlo de una manera diferente, también se siente diferente respecto al pecado. Cosas que antes añoraba, ahora las desprecia. Otras que no le interesaban ahora cobran un nuevo atractivo. Esto es lo que produce el verdadero arrepentimiento, en contraste con el arrepentimiento falso, que no es más que una mera modificación de la conducta. Puesto que ya hemos considerado detalladamente el proceso por el que Charles Colson comenzó su peregrinaje cristiano, también podemos ver qué es lo que dice sobre el arrepentimiento en sí: Pero el arrepentimiento que Dios anhela de nosotros no es sólo contrición por algunos pecados; es también una rutina diaria, una perspectiva o manera de ver la vida. El arrepentimiento es el proceso por el cual nos vemos, día a día, tal como somos: personas pecadoras, carentes, dependientes. Es el proceso por el cual percibimos a Dios

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cambio verdadero 83 como es: temible, majestuoso y santo… Esto altera de una manera tan radical nuestra perspectiva que comenzamos a percibir el mundo a través de los ojos de Dios, ya no de los nuestros. El arrepentimiento es la rendición final del ser.⁴

Las emociones y el cristianismo Nuestras emociones son básicamente algo físico. Cuando hablamos sobre las emociones, en realidad estamos describiendo algo que ocurre en nuestro cuerpo. Durante la Segunda Guerra Mundial, a menudo oía el silbido de las bombas lanzadas desde un avión rasante, seguido de fuertes explosiones. Las primeras veces que oí estos sonidos, mi corazón empezaba a latir con fuerza. Diversas hormonas habían empezado a circular por el cuerpo. El pulso y la presión sanguínea se modificaban. Quizás preguntaba: ‘¿Qué fue eso?’ (Nunca dije: ‘Me siento asustado’, porque yo era un jovencito haciendo todo lo posible por no sentirse asustado.) Poco a poco me acostumbré al chillido de las granadas y de las bombas, y al rugido, en ocasiones ensordecedor, de las explosiones cercanas. Con el tiempo, dejé de registrar toda reacción emocional. Sin embargo, ahora que la guerra es algo del pasado lejano, en cuanto suena una sirena de sonido similar a los de la Segunda Guerra, el corazón me late alocadamente. Dios diseñó nuestro cuerpo para que respondiera al peligro y a los sonidos del peligro. Nuestra mente interpreta los cambios corporales como emociones. Dios hizo nuestro cuerpo. Lo hizo con un mecanismo de reacción apropiado para evitar y enfrentar los peligros. Por eso, reaccionamos a los cambios en el ambiente. Nos referimos a esas reacciones físicas al cambio como ‘emociones’, ya que es así como las experimentamos. Las Escrituras están llenas de emociones. Jonathan Edwards, que se refería a las emociones como afectos, y al hecho de sentirlas como ser afectado, dijo: ‘Es evidente en los hechos que las cosas de la religión sólo captan el alma de una persona en la medida en que llegan a afectarla.’⁵

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84 descender hacia la santidad La emoción también surge cuando las cosas que han estado enterradas en el inconsciente, generalmente porque no queríamos enfrentarlas, de repente son sacadas a la luz. Sin duda, las decisiones de consagración que hacen muchas personas, movilizadas y colmadas de emoción en los servicios donde se derrama el Espíritu Santo, no resistirán el paso del tiempo. Esto tiene que ver con la reacción de la persona. La semilla del evangelio es buena, pero el suelo puede ser indiferente. La planta que brota rápidamente en un suelo pedregoso puede secarse con la misma rapidez, por falta de raíces; o puede haberse sembrado entre las malezas y espinas de los intereses mundanos y, en consecuencia, quedar ahogada y asfixiada (Mateo 3.–23). Edwards, uno de los pensadores cristianos más brillantes para expresarse por escrito, afirmó al comienzo de su tratado sobre las emociones cristianas: ‘En gran medida, la verdadera religión consiste en emociones santas.’⁶ Edwards dedica largos párrafos a emociones tales como el temor, la esperanza, el amor, el odio, el deseo, el gozo, la tristeza, la gratitud, la compasión y el celo, y cita muchos ejemplos bíblicos de cada una de ellas. Declara: ‘Nunca las cosas de la religión produjeron nada significativo en el corazón o en la mente de ningún ser vivo, a menos que su corazón hubiera sido profundamente afectado por ellas.’ En cuanto al temor que a menudo acompaña las primeras etapas del arrepentimiento, Edwards dice lo siguiente: [Los que se arrepienten] tiemblan ante la Palabra de Dios, sienten temor en su presencia, su carne tiembla de miedo ante Dios, sienten miedo de sus juicios, de su superioridad, y el terror viene sobre ellos. Con frecuencia se nombra a los santos en las Escrituras como los temerosos de Dios o los que temen al Señor.⁷ Queda poco temor de Dios en la iglesia moderna. En cuanto a la tristeza profunda, Edwards dedica aun más espacio a las citas bíblicas sobre este tema: Mateo 5.4. ‘Bienaventurados los que lloran …’ Salmos 34.8. ‘Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón y salva a los contritos de espíritu.’⁸

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cambio verdadero 85 El pensador continúa con el tema de las emociones cristianas a lo largo de más de un centenar de páginas a dos columnas con letra pequeña. Diferencia cuidadosamente las emociones auténticas de las falsas (siendo la auténtica la producida por el Espíritu Santo) y señala los cambios de conducta que se producen cuando las emociones son verdaderas. A lo largo de varias páginas responde a la correspondencia de sus críticos.

Un evangelio sin arrepentimiento Nuestra época es una época de cristianismo superficial. Para llegar a ser cristiano, se supone que usted debe estar de acuerdo con ciertas creencias correctas. Poco a poco aprende la jerga cristiana y adquiere confianza para vincularse socialmente en la comunidad cristiana. Este es un modelo de cristianismo fácil; tiende a producir pecadores reformados o cristianos débiles. Muchos años atrás, me pusieron en lista para hablar en el foro abierto del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Los cristianos que me habían invitado eran pesimistas respecto a las posibilidades evangelísticas en ese instituto. Les pregunté por qué. Me dijeron que, un año antes, una organización cristiana muy conocida había inundado el predio universitario con entusiastas ganadores de almas. Habían hecho un impacto significativo en el medio estudiantil. No recuerdo las cifras, pero tengo la impresión de que se habían registrado más de mil ‘decisiones’. ‘¿Cómo están esos creyentes?’ pregunté, suponiendo que, como había pasado apenas un año, todavía mostrarían mucho entusiasmo. ‘Sólo han perseverado dos de ellos, hasta donde tenemos conocimiento’, respondieron mis informantes. ‘Al cabo de una semana, los convertidos comenzaron a desilusionarse. Ahora, cada vez que hablamos de Cristo, dicen: ‘Sí, ya pasé por eso el año pasado. ¡Olvídalo, chico!’ Quizás algunos de los convertidos no recibieron el cuidado adecuado, pero estoy seguro de que esa no es la única explicación. Creo que no se había presentado en forma adecuada a Jesucristo. No había habido arrepentimiento ni nueva vida en la mayoría, quizás en ninguno de los estudiantes que habían profesado una decisión.

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86 descender hacia la santidad Hoy no evangelizamos. Lo que hacemos es vender un evangelio barato. Falta sensibilidad, falta discernimiento espiritual para saber en qué punto de su búsqueda está la persona que muestra interés. Casi no se predica el arrepentimiento, y la mayoría de los predicadores tiene muy poca conciencia de la temible majestuosidad de Dios. Este es un evangelio fácil. Quizás nunca lleguemos a saber cuántos de aquellos que ‘tomaron una decisión por Cristo’ en el siglo xx realmente entraron en el reino de Dios. Algunos parecen haberlo hecho, y su vida da testimonio de ello. Pero a menudo pasan la vida luchando, acongojados por las promesas bíblicas que no ven cumplirse y por las experiencias que otros narran y que parecen eludirlos a ellos. Si usted observa una mariposa cuando está luchando por salir de su crisálida, probablemente sienta la tentación de tomar un par de tijeras y darle una mano. Pegajosas hebras de ‘baba’ parecen retenerla. Cuando las alas comienzan a desenrollarse a la luz del sol, el mismo pegamento parece impedir que se desplieguen totalmente. Sin embargo, esa lucha de la metamorfosis es necesaria. Sin los obstáculos y sin el esfuerzo por superarlos, las alas no llegarían a desarrollarse en forma adecuada. Nuestra ‘ayuda’ produciría un ser inválido, incapaz de volar. Los cristianos que nunca pasaron por el arrepentimiento son como mariposas que nunca han volado. Como no han atravesado ese proceso que sólo el Espíritu de Dios pone en marcha, ni han tenido que resistir ni luchar como hizo Jacob contra su invencible adversario, el proceso de transición ha sido incompleto. Son mariposas incapaces de volar.

Lo que produce el arrepentimiento auténtico El dolor, auténtico dolor, forma parte del proceso de arrepentimiento. Mientras Chuck Colson estaba en el sillón escuchando a su amigo Tom Phillips, los recuerdos de su pasado le resultaban extremadamente dolorosos. ‘Sentado luego en el automóvil, casi en la penumbra, la historia de mi pasado egocéntrico me sobrevenía como grandes olas. Fue muy doloroso. Era una agonía.’⁹ Ese es el dolor de enfrentar la realidad. Se cuenta de un hombre

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cambio verdadero 87 primitivo que se vio en un espejo por primera vez y reaccionó con horror, disgusto y temor. Al parecer, no tenía idea de que estaba mirándose a sí mismo. No nos percibimos a nosotros mismos tal como somos; lo hacemos, más bien, en uno de dos espejos. Uno de estos espejos es Más importante que la emoción el que nosotros tees el rotundo cambio de actitud nemos, y Dios tiene y de perspectiva que produce el otro. O bien nos el arrepentimiento. contemplamos en el espejo de la vanidad personal o —con más acierto— en el espejo del amor divino. Mirarnos en este segundo espejo puede ser una experiencia devastadora. Pero nos transforma para siempre… si lo permitimos. Por eso las épocas de grandes avivamientos son tiempos de mucho llanto. En Nehemías 8, encontrará el relato del primer avivamiento que se registra. El pueblo de Jerusalén se había reunido en torno a una de las puertas de la ciudad para escuchar la lectura de la Ley. Ellos mismos habían solicitado que se leyera. Allí, al aire libre, pasaron varias horas escuchando la lectura. Ahora bien, piense por un instante. Imagínese usted mismo en una reunión al aire libre junto a varios miles de personas. Nada de música. Ningún micrófono. Los levitas leen, hora tras hora. En tales circunstancias, ¿lo movilizarían profundamente libros como Números y Levítico? Sin embargo, como el Espíritu Santo estaba activo, eso fue precisamente lo que sucedió. La multitud lloró. Católicos y protestantes concuerdan en una verdad importante. Jean LaFrance, un jesuita francés, dice: ‘Descubrir sus pecados es menos importante que descubrir a Cristo; cuando ocurre esto último, usted está más cerca de la bendición de las lágrimas.’¹⁰ Luego explica que ‘no se puede descubrir el rostro de Cristo sin descubrir al mismo tiempo qué es lo que usted está rechazando en su corazón. Este es su verdadero pecado.’¹¹ Llorar es sólo una de las emociones asociadas con el arrepentimiento. También se acompaña con alegría, un gozo tremendo por la maravilla de recibir el perdón del pecado, por haber sido aceptado por Dios. Cuando los judíos lloraron, horrorizados porque no habían sido capaces de guardar la ley, Nehemías y Esdras corrieron entre la multitud estimulándolos a regocijarse. ¡Ese era un día de celebración,

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88 descender hacia la santidad porque habían aceptado nuevamente la Palabra de Dios! En consecuencia, se alegraron y organizaron una fiesta (Nehemías 8.0–2). Las lágrimas y las risas están muy cerca unas a otras cuando nos arrepentimos.

Un rotundo cambio de actitud Más importante que la emoción es el rotundo cambio de actitud y de perspectiva que produce el arrepentimiento. Esto es lo que demuestra que el arrepentimiento es genuino. El llanto y la risa pueden tener muchas causas. El arrepentimiento falso, dice Charles Finney, ‘está basado en el egoísmo’.¹² Las consideraciones teológicas de Finney y las mías difieren marcadamente en muchos aspectos, pero su comprensión de la psicología del arrepentimiento me maravilla. Por ejemplo, cuando está testificando o predicando, la mayoría de los cristianos tiende a defenderse respecto al infierno y a la condenación. Aquellos que han experimentado un verdadero arrepentimiento no tienen esos escrúpulos. Observe cómo describe Finney a la persona que realmente se ha arrepentido: Siente que sería tan acertado, razonable y justo que Dios lo condenase a la muerte eterna que, lejos de considerar equivocada la sentencia de la ley que lo condena, piensa que es un milagro del cielo que Dios pueda perdonarlo … Se siente colmado de un rendido asombro por el hecho de no ser enviado al infierno.¹³ La mayoría de nosotros, cuando pensamos que nos hemos arrepentido, preferimos que la gente no sepa qué pecados nos perdonó Dios. Sin duda, algunos de nuestros pecados no son de la incumbencia de los demás. Pero a la persona genuinamente arrepentida no le importa quién lo sabe. ‘El individuo que ha experimentado verdadero arrepentimiento desea que sepan que está arrepentido, y está dispuesto a que se sepa que era un pecador.’¹⁴ Finney nos dice: El que sólo tiene un arrepentimiento ficticio, recurre a excusas y a mentiras para cubrir sus pecados, y se avergüenza de su arrepentimiento … En lugar de

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cambio verdadero 89 sinceridad y franqueza, lo que vemos es un discurso medido, de palabrería melosa y sin compromiso, que pretende responder al propósito de una confesión sin confesar realmente nada.¹⁵ Un hombre que conozco sedujo a un muchachito para entablar una relación homosexual. Cuando el asunto se descubrió, el hombre se llenó de amargura frente a la reacción de la iglesia. Sin embargo, algunos años más tarde, Dios El arrepentimiento produjo en él una experiencia genuino profunda de arrepentimiento. lleva a la persona Con ansias llamó por teléfono a odiar el pecado a los líderes de la congregación del cual se arrepiente. y les dijo que quería visitar la iglesia y hacer todo lo que estuviera a su alcance no sólo para pedir disculpas, sino para hacer las reparaciones que fueran posibles. Estaba dispuesto, dijo, a enfrentar la indignación que la gente pudiera sentir hacia él. Estaba ansioso por hacer alguna clase de restitución. Fue recibido cálidamente en la congregación y experimentó el profundo descubrimiento de que ya no sentía vergüenza. ¡Qué importaba que todo el mundo lo supiese! Dios lo amaba y había borrado sus pecados. ‘El verdadero arrepentimiento conduce a la confesión y a la restitución. El ladrón no está arrepentido mientras guarda para sí el dinero que ha robado.’¹⁶ Hay otra prueba importante del arrepentimiento genuino que lo distingue del falso arrepentimiento. Tiene relación con nuestra actitud hacia los pecados de los que estamos realmente arrepentidos. El verdadero arrepentimiento produce odio y desprecio hacia el pecado al que antes intentábamos resistir, pero a la vez encontrábamos atractivo. El arrepentimiento genuino lleva a la persona a odiar el pecado del cual se arrepiente. Recuerdo cuando me arrepentí de la práctica de masturbarme. Una vez que lo hice, la masturbación dejó de esclavizarme. No me odié a mí mismo (como solía ocurrir cuando terminaba de masturbarme). Odié el pecado.¹⁷ Odié hasta las paredes de la habitación donde había pecado por última vez.

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90 descender hacia la santidad Antes de eso, había hecho todo lo posible por no masturbarme. ¡Pero cuán atractivo me resultaba! Cuando no lo hacía, sentía más y más anhelo de aquello a lo que luego llegué a odiar con todo mi ser…

Cómo encontrar el verdadero arrepentimento A veces nos reunimos en grupo para orar con alguna persona que tiene un ‘pecado persistente’ y buscamos encontrar la raíz que lo causa. De vez en cuando, esto puede ser apropiado. Pero con frecuencia, no conduce a ninguna parte. Podríamos estar tratando con una de esas personas a las que describo como ‘un chapucero de la sanidad interior’ —alguien que tiene más interés en escuchar las oraciones poderosas de otros que de llegar a ser una persona santa. Lo que esa persona realmente necesita es una experiencia de arrepentimiento producida por el Espíritu Santo. Pero, ¿cómo nos arrepentimos? Si lo que describí es el arrepentimiento genuino, ¿cómo se logra? Primero, debe desear sinceramente arrepentirse. Luego debe pedirle a Dios que escudriñe su corazón para mostrarle sus pecados como él los ve. Debe llamar al pecado por su nombre, inclusive puede hacer una lista de ellos Presente sus ‘problemas’ a a medida que Dios discierne Dios y pregúntele si debería su corazón. Luego agregue sus rotularlos como pecados, ‘problemas’ a la lista y pregúnno como problemas. tele a Dios si debería rotularlos como pecados, no como problemas. Esté en quietud un tiempo, a fin de que Dios hable. Debe mantenerse enfocado todo el tiempo en su Salvador, no en sus pecados; medite en lo que sus pecados le costaron a él y con cuánto amor pagó ese precio por usted. Hasta donde le sea posible, debe negarse a continuar practicando esos pecados. El proceso de liberarnos de la práctica del pecado no nos proporciona un éxito absoluto. Los comportamientos propios del pecado y las actitudes a las que dio lugar en su corazón seguirán molestándolo. Aun si tuviera éxito, eso no significaría necesariamente que su arrepentimiento fue genuino. Por lo tanto, lo que

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cambio verdadero 9 debe hacer es pedirle a Dios que él ponga en usted un espíritu de verdadero arrepentimiento. Quizás no ocurra de inmediato; pero siempre que pedimos a Dios algo así, tarde o temprano nos contesta. No se canse de pedir, pero no porque Dios vaya a escucharlo a causa de ‘sus muchas palabras’ (Mateo 6.7). Lo que interesa es que usted mantenga el asunto del arrepentimiento en un canal activo de su propia mente. Llegará un día en que brotará el llanto. O bien, quizás el darse cuenta de que sus pecados fueron perdonados lo inundará el gozo de una manera que nunca antes había experimentado y se sentirá loco de alegría, con ‘un gozo indescriptible y lleno de gloria’. También podría ocurrir de una manera completamente distinta y serena, acompañada de una profunda seguridad y una nueva libertad. Cualquiera sea la emoción, tendrá la certeza de que Dios ha hecho una obra profunda en usted. Como Colson, descubrirá profunda paz. Movido por el Espíritu de Dios, usted habrá experimentado un genuino arrepentimiento. ‘¿Podemos hacerlo si Dios nos ayuda? Sí, ¿pero qué es lo que queremos expresar cuando hablamos de que Dios nos ayuda? Queremos decir que Dios pone un poquito de sí mismo en nosotros, por así decir.’¹⁸ Cuando eso suceda, usted comenzará a descubrir de qué se trata la verdadera religión.

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Adorar en espíritu y en verdad Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren. Juan 4.23–24

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ios no busca simplemente conversos. Busca adoradores. Personas que lo adoren en espíritu y en verdad. Dios no necesita adoradores, más bien nosotros necesitamos adorarlo a él. Puesto que él conoce nuestra necesidad, quiere enseñarnos a rendirle culto. Quienes sinceramente adoran a Dios no rinden culto a las deidades actuales del dinero (Mamón) y del sexo (Baal). Ellos adoran a un solo Dios; todo otro culto es idolatría. Fui criado con una correcta comprensión de lo que es la adoración, de lo cual estaré siempre agradecido. A temprana edad aprendí que la adoración abarca toda la vida, todo lo que hacemos y decimos. Nada me impulsa tanto hacia la adoración como el hecho de pensar en la santidad de Dios. Cuanto más consciente me vuelvo de su bondad, su ternura y su asombrosa grandeza (rasgos que forman parte de esa santidad), tanto más asombro y alabanza brotan en mí. Dada la comprensión que tenía del asunto, me sentí perplejo en una iglesia que me invitó a ser su pastor, muchos años atrás. Los creyentes allí entonaban himnos de adoración y lo hacían de manera hermosa, pero no adoraban. Amaban los himnos, y los amaban de manera sincera y profunda. Sin embargo, al observar sus miradas me daba cuenta de que reaccionaban al himno, más que al Dios a quien la canción procuraba alabar. Fue precisamente en su manera de cantar donde primero observé la ausencia de adoración. (Por supuesto, la adoración no se restringe de ningún modo a lo que cantamos; debiera llenar la totalidad de la vida y expresarse en todo lo que hacemos.) Después de un tiempo, la ausencia de adoración empezó a molestarme tanto que decidí invitar a los ancianos y diáconos a mi casa, con el propósito de hacer un sincero intento de explicarles en qué consiste la adoración. Les hablé especialmente acerca de la santidad de Dios. Les dije que, en la adoración, el corazón es mucho más

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96 descender hacia la santidad importante que la voz, y las motivaciones son más importantes que lo que se hace o dice. Creí que habían entendido mi explicación, pero pronto me di cuenta que estaba equivocado. Apenas terminé de hablar, les sugerí que pasáramos juntos un tiempo de adoración. Yo pensaba que si la música era lo que ponía en marcha una modalidad equivocada, quizás expresar adoración por medio de la oración podía facilitar las cosas. No recuerdo exactamente qué dije, pero fue algo así: ‘Digámosle a Dios cómo nos sentimos respecto a lo que él vale. La adoración es algo que él merece. ¿Por qué no le decimos cómo lo percibimos, y le expresamos cuán gloriosas y adorables son sus obras y su persona?’ Lo que ocurrió después me mostró cuán lastimosamente había fallado mi explicación. Cada uno de los presentes oró por turno, con la cabeza inclinada y la voz apagada. Uno tras otro, expresaron su pesar por no adorar de la manera correcta y pidieron a Dios que les mostrara cómo hacerlo. Pero nadie adoró. Sentí que mi corazón se hundía. ¿No podían darse cuenta? ¿O tal vez hacía falta algo más que entender? Quizás, si yo les permitía presenciar un ejemplo de lo que era adorar, podrían ver de qué se trataba. Me puse de rodillas y empecé a intentar expresarle a Dios todo su valor. No fue fácil. Estaba ‘desprovisto’ de sentimientos de adoración. Pero sabía que Dios merece ser adorado, y seguí intentándolo pese a mi impotencia. Y entonces, ocurrió. Una columna de fuego cada vez más elevada, cuyas llamas no eran terrenales, brotó a través del piso a poco más de medio metro por delante de mí. Las llamas estaban en la habitación, al menos parte de la columna lo estaba. Lo que estaba contemplando no era meramente una bonita figura en mi cabeza. No estaba imaginando lo que veía. Era demasiado vívido y concreto; mucho más real que los muebles, apenas perceptibles. Recuerdo el color exacto de las llamas que seguían ardiendo. Lo que estaba viendo era una manifestación de la santidad de Dios, que en las Escrituras se simboliza especialmente mediante el fuego. El fuego de Dios arde tanto para juicio como para bendición; es fuego que reaviva y renueva, y es fuego mortal que purga mediante la destrucción. De inmediato mi adoración al Señor cambió por completo. Dejé de esforzarme. Me sentía físicamente tan débil que apenas podía sos-

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adorar en espíritu y en verdad 97 tenerme de rodillas. Me estremecía, temblaba, lloraba. Me goteaba la nariz, pero no me importaba. ¡Cómo adoré! No sé por qué Dios hizo lo que hizo; sólo sé que la adoración que un momento antes me había resultado difícil, casi forzada, ahora fluía de mi interior a raudales, entorpecida sólo por mis sollozos y el goteo de mi nariz. Cuando ocurre algo que nos pone en contacto con un recuerdo atemorizante o con una verdad bíblica que antes nunca habíamos llegado a captar con todo el corazón, la reacción emocional es a la vez profunda y compleja. Nos sacude. ¿Qué acababa de aprender? ¿Cuál era el conocimiento intelectual nuevo? Supe, y naturalmente me sentía aterrado por ello, que hay un juicio ardiente de Dios, que consume toda escoria y toda vida humana que sea sólo escoria. Este fuego se presenta a la vez como juicio y como avivamiento. Percibí esa realidad y me estremecí; vi y temblé. No era la primera vez que experimentaba lo que algunos pentecostales describen como visión abierta. Siempre que he recibido una visión, se ha presentado sin que la busque, y de manera sorpresiva. Procurar esas experiencias sería exponernos al peligro y al engaño. Sin embargo, cuando la visión que recibo contiene un simbolismo, este me resulta inmediataDios no necesita adoradores, mente comprensible, como más bien nosotros si se tratase de un idioma necesitamos adorarlo a él. que mi espíritu entiende de manera automática. Así fue aquella noche. No necesitaba ninguna ‘interpretación’ del fuego que percibía. Sabía que estaba contemplando la santidad de Dios. Cuando me viene una visión de esta índole, me siento sobrecogido de terror; sin embargo, nunca siento tanto amor por Dios como en ese momento. En cada ocasión mi vida se transforma, de allí en más, de manera radical. Desearía recordar cómo concluyó aquella experiencia visionaria. ¿Simplemente desapareció? No lo recuerdo. Sí recuerdo haber visto a los demás, todavía con sus cabezas inclinadas. Intuitivamente supe que ellos no habían compartido mi experiencia. La próxima cosa que recuerdo es que les di la mano a cada uno de los diáconos y ancianos, a medida que uno tras otro iban saliendo de la casa. Todos dijeron más o menos lo mismo: ‘Gracias, John. Fue una linda experiencia.’

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98 descender hacia la santidad ¿Algo ‘lindo’? Yo había percibido la gloria de Dios. ¿Era sólo algo lindo?

Emoción y adoración En Desiring God (Anhelo de Dios), John Piper afirma que la adoración ‘no es un mero acto de la voluntad por el que llevamos a cabo ritos visibles. Si el corazón no se compromete, no estamos realmente adorando. La participación del corazón es la activación de sentimientos y emociones y afectos del corazón. Cuando los sentimientos hacia Dios están muertos, la adoración está muerta.’ ¿Está acertado el autor? ¿Debiera la adoración incluir ‘la activación de sentimientos y emociones y afectos del corazón’? ¿Es cierto que ‘cuando los sentimientos hacia Dios están muertos, la adoración está muerta’? Una vez más, surge la cuestión de nuestras emociones y del lugar que ocupan en la experiencia cristiana. No debo dar la impresión de que lo esencial en la adoración son los sollozos y una nariz que gotea. Tampoco me corresponde insinuar que la adoración excluye la reverencia silenciosa. Sin embargo, sospecho que en muchos casos la ‘reverencia silenciosa’ encubre una mente distraída, llena de pensamientos dispersos. Una cabeza inclinada puede ser una forma de disimular nuestra falta de concentración, no una actitud reverente. La conversión representa una vuelta a la vida, un despertar a la realidad. De manera similar, la santificación sólo se logra mediante un incremento progresivo de vida. Una persona inconsciente no tiene emociones. Recuperar la conciencia es recuperar toda una gama de emociones posibles. Nuestras emociones fluctúan. Con frecuencia somos más conscientes del entorno inmediato, y en otras ocasiones más abiertos a las realidades espirituales. Lo ideal sería que fuésemos conscientes de ambos ámbitos al mismo tiempo. Pocas personas lo logran. Dado que la santificación implica, para todos nosotros, una renovación de los sentimientos, estos incluirán tanto los que nos resultan agradables como los que no nos gustan. La vida incluye la punzada de un dolor de muelas, la tibieza del fuego, las contracturas del hambre, la satisfacción de un estómago lleno. Sólo cuando estamos muertos o inconscientes dejamos de tener sensaciones. En ese sentido, buena parte de la iglesia está muerta o inconsciente.

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adorar en espíritu y en verdad 99 La santificación incluye la renovación de los sentimientos que Satanás había aplastado. Piense una vez más en lo que dice Fanny Crosby. Creo que da en el clavo, cuando expresa: En el fondo del corazón humano, aplastadas por el tentador yacen enterradas emociones que la gracia puede restaurar. Tocadas por un corazón amoroso, despertadas por su bondad, las cuerdas que estaban rotas volverán a vibrar.¹ Las emociones forman parte de la vida: emociones de todo tipo, placenteras y desagradables. Dios es quien da la vida, y con ella una amplia gama de sensaciones emocionales. Reprimir las emociones es un gesto espartano: un ideal guerrero pagano. Esta represión puede generar graves problemas de salud. Las personas que tiene ancestros nórdicos (escandinavos, británicos y alemanes) tienen más problemas con la ‘represión emocional’ que los latinos. En Alemania, John Wimber observó a un joven alemán que se estremecía visiblemente, bajo el poder del Espíritu Santo. ‘¿Qué sientes?’, le preguntó Wimber. ‘¡Nada!’ respondió el joven, con fuerte acento. Sin embargo era obvio que su cuerpo temblaba. Satanás, que odia la imagen divina en los seres humanos, odia su componente emocional. Nuestras emociones tenían el propósito de reflejar las emociones divinas y funcionar como tales, ya que esta es una de las maneras en que reflejamos la imagen de Dios. El amor de Dios hacia nosotros nunca se agota; el deleite que siente por nosotros nunca empalidece. Tampoco debiera nuestro deleite y amor por él disminuir jamás. Más bien, nuestros sentimientos hacia él debieran ser cada vez más plenos, profundos y ricos. A Satanás le complace robarnos las emociones, la capacidad de sentir. En ambientes donde la cultura asigna mucho valor al estoicismo y a la capacidad de mantener las emociones controladas, por lo general las personas sienten cada vez menos. No sólo disminuye la expresión de las emociones (la risa, el llanto, los gritos de enojo) sino que la sensación misma disminuye, al punto de que las personas se desconectan cada vez más de sus sentimientos. Han reprimido

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00 descender hacia la santidad las emociones. Esta es una de las formas en que Satanás deteriora la imagen de Dios en nosotros, por medio de los rasgos culturales que cultivamos. Satanás parece deleitarse especialmente en arrebatarnos las emociones placenteras. Nos tienta a procurar esas emociones fuera de contexto. Cuando la gente busca disfrutar en exceso el sexo y el alcohol —el sexo por el sexo mismo y el alcohol por la sola sensación de beberlo²— descubre que cuanto mayor es la fuerza de la adicción tanto menor es el placer que les brinda. Dosis cada vez mayores no llegan a satisfacer. Los orgasmos se vuelven aburridos; la borrachera se torna molesta. Sólo después de un tiempo de abstinencia se recupera la capacidad de sentir placer. Estamos hablando de sensaciones que se gastan. Las emociones placenteras que se cultivan en la forma en que Dios las diseñó, nunca se marchitan. Los placeres físicos no nos fueron dados para ser disfrutados en sí mismos, sino como parte de algo más grande. El placer sexual tiene como finalidad enseñarnos el amor y ayudarnos a salir de nosotros mismos, como ocurre al amar a nuestro cónyuge, al contemplar la creación de una nueva vida y al reflejar la unidad divina. El gozo que sentimos en la adoLa adoración ración tiene como propósito enseñarnos es un estilo de vida; a buscar la fuente del gozo, que es Dios debemos expresarla mismo. Cuando se la entiende en forma en nuestros correcta, la adoración nunca empalidepensamientos ce. Por el contrario, se vuelve cada vez y en cada una de más profunda y más rica. nuestras acciones. Es lamentable que tengamos miedo a nuestras emociones, ya sea en el terreno de la religión o en cualquier otra área de la vida. En un sentido, no hay límite a las experiencias emocionales. Sin embargo, es evidente que se producen excesos emocionales. Siempre que la sensación se busca por la sensación misma, algo se ha distorsionado gravemente. En especial cuando adoramos a Dios, no debiéramos buscar la emoción por la emoción misma; a quien buscamos es a Dios. La mayoría de nosotros está harto del Papá Noel convencional y de la Navidad manejada en forma comercial. Cada año, cuando comienza la temporada, nos sentimos vacíos. Pero cuando volvemos a pensar en lo que Dios hizo en la encarnación y reflexionamos

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adorar en espíritu y en verdad 0 sobre la maravilla de lo que hizo por nosotros, el asombro comienza a arder en nuestro interior. ¡Las llamas de ese asombro pueden alcanzar alturas increíbles! Dios creó nuestro cuerpo y conoce cómo funciona; sabe cómo ‘trabaja’, por así decir. Él desea orientarnos para que compartamos más y más de su dolor y de su ‘gozo indescriptible y lleno de gloria.’ Piper está acertado en su perspectiva sobre la adoración. ‘Cuando los sentimientos hacia Dios están muertos, la adoración está muerta.’

La adoración y el poder del pecado La adoración es un estilo de vida. Debemos expresarla en nuestros pensamientos y en cada una de nuestras acciones. Así lo expresó Horacio Bonar en un himno: Llena ahora mi vida, oh Señor, Dios mío, cada parte de mi ser con alabanza; que todo mi ser proclame tu ser y tus obras. No pido sólo adorar de labios, ni siquiera con el corazón; pido una vida hecha de adoración en cada parte de mi ser.³ Esta clase de adoración comienza con la presentación de nuestro cuerpo a Dios. Esta presentación es un acto de adoración y culto. Pablo escribe: Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. Romanos 2. Entregar nuestro cuerpo a Dios como sacrificio vivo constituye un ‘acto de adoración espiritual’. Todo lo que usted es y hace, lo hace en y con el cuerpo. Piensa con su cuerpo, porque el cerebro es parte de su cuerpo. A cualquier sitio a donde va, lleva su cuerpo. No puede dejarlo atrás. Ofrecer su cuerpo a Dios, por lo tanto, es entregarle todo lo que hace o piensa o dice —desde el acto de higiene más elemental y necesario hasta las actividades más sublimes y gloriosas

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02 descender hacia la santidad en las que participa. Entregar su cuerpo a Dios es renunciar a todo lo que usted es y tiene. De todos modos, le pertenece a él. Pero hay implicancias profundas en el acto de entregárselo. Antes de ofrecer a Dios su cuerpo, piénselo bien. Hay sólo dos posibilidades: o bien entrega su cuerpo a Dios o lo entrega a otro. En sentido práctico, nadie se pertenece a sí mismo. Los poderes de las tinieblas retienen cierto grado de control sobre nuestra vida, aun cuando por derecho nuestro cuerpo le pertenece a Dios. Se ha dicho que no hay un microsegundo de tiempo ni un micrón cúbico de espacio que no esté bajo feroz disputa entre Cristo y los poderes del mal. Si adoramos el dinero, el sexo o cualquier otra cosa, cedemos el control a los poderes de la oscuridad. Por eso el apóstol Pablo se siente tan perplejo ante sus propios actos: Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Romanos 7.8–9 La ley del pecado de la que habla Pablo está activa en todos nosotros. Es una fuerza implacable que nos empuja a pecar, a menudo sin que nos demos cuenta. John Owen afirma que ‘invade secretamente el alma y de manera gradual la torna insensible al pecado’.⁴ Sólo cuando luchamos contra el mal nos volvemos dolorosamente conscientes de nuestro esfuerzo, como le ocurrió a Pablo. Pero hay un aspecto más siniestro en este problema. Sea que luchemos contra el pecado, conscientes de su poder, o nos entreguemos a él sin darnos cuenta, es preciso que tengamos conciencia de otra realidad, además de nosotros mismos y de nuestro pecado. Los seres espirituales ‘nos incitan a pecar’.⁵ Somos tentados, seducidos, empujados. Los poderes de maldad quieren tener poder sobre todo ser vivo que refleja la imagen de Dios. Cuando empezamos a esforzarnos por vivir una vida santa, nos damos cuenta de nuestra impotencia. En forma inconsciente hemos entregado a los falsos dioses el poder de controlar nuestra vida. Sólo Cristo puede quebrar ese control.

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Adorar a un solo Dios En el centro de toda religión encontramos adoración. El culto es esencial en la religión. Aun las sectas falsas enseñan a sus adeptos a adorar a los poderes de las tinieblas como si fueran ‘dioses’. Rinden culto, adoración y reverencia a esos dioses. Una de las características distintivas de la fe cristiana es que trata con el pecado. Al hacerlo, pone nuestros pies en la senda de la santidad. No debiera sorprendernos, entonces, que la adoración al verdadero Dios es una clave importante en la senda de la santidad. Dios reclama adoración exclusiva. Moisés dejó muy en claro al pueblo de Israel que hay un solo Señor. Él solo había librado a los israelitas de la cruel y opresiva esclavitud. A él solo debían adorar. Todos los demás dioses son falsos. En otras sociedades agrarias en el antiguo Cercano Oriente, el asunto era simple. En un acto sexual litúrgico llevado a cabo con una prostituta del templo, usted entregaba la simiente de su cuerpo a cambio de la promesa del falso dios de multiplicar sus cosechas y su ganado. Los israelitas habían aprendido que las buenas cosechas provienen de la gracia de Dios. Pero, razonaban muchos de ellos, si era posible obtener los favores de otros dioses que les permitían una excitante actividad sexual de carácter religioso, ¿por qué no hacerlo? Así fue como llegaron a olvidar los milagros del Sinaí, del Mar Rojo y del paso del Jordán. Los siguientes versículos son tan importantes hoy como lo fueron para Israel en tiempos antiguos. El Nuevo Pacto no ha modificado en absoluto las realidades esenciales a las que ambos Testamentos apuntan. No tendrás dioses ajenos delante de mí. Éxodo 20.3 Pero no vayáis en pos de dioses ajenos, sirviéndolos y adorándolos, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos, y no os haré mal. Jeremías 25.6

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04 descender hacia la santidad Podría citarle muchos otros versículos referidos al tema de ‘un solo Dios’ y su reacción podría ser: ‘¡Por supuesto! Sabemos que hay un solo Dios. No conozco a nadie que mencione a otros dioses. No nos postramos ante ídolos.’ Hubo un tiempo en que yo tampoco entendía por qué Dios me insistía reiteradamente sobre el tema de ‘un solo Dios’. Estaba en esa época escribiendo Hacia la sanidad sexual. Poco a poco, mientras examinaba de qué manera se enfocaba el tema del pecado sexual tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, empecé a percibir que, a causa del flagrante pecado sexual, en Si adoramos la iglesia actual hemos caído bajo el el dinero, el sexo poder de los antiguos dioses sexuales o cualquier otra cosa, (seres angelicales caídos que se hacen cedemos el control pasar por dioses). Hemos endiosado a los poderes las sensaciones sexuales y hemos elede la oscuridad. gido someternos a los poderes de las Sólo Cristo puede tinieblas de las que Dios ya nos había quebrar ese control. liberado. No estamos adorando a un solo Dios. Me di cuenta también de que parte de la dificultad yace en la presentación de un evangelio diluido, que no incluye una auténtica prédica del arrepentimiento. Hemos estado procesando conversos que entran al reino por medio de la evangelización masiva, y el resultado es una población pasiva de creyentes producidos en serie. Muchas conversiones son sólo psicólogicas. Hay ‘cizaña entre el trigo’ y personas a medio convertir que tienen vida pero carecen de poder: ‘mariposas sin alas’, incapaces de volar. Al igual que los antiguos israelitas, como iglesia hemos adorado a los antiguos dioses: Baal, Astarté, Moloc, por nombrar sólo algunos. Una y otra vez, mientras reflexionaba en esas cosas, Dios me hablaba acerca de mi devoción hacia él, insistiendo en que debía adorar a él solo. Su insistencia me entristecía. ¿Acaso no entendía el Señor? Poco a poco empezó a hacerse la luz. Observé que muchos compositores cristianos contemporáneos estaban haciéndose eco del mismo tema de ‘ningún otro dios’. Al reflexionar sobre el más poderoso de esos dioses en Occidente, Mamón o las riquezas, advertí que toda la sociedad, incluyendo a los cristianos, se había postrado ante este falso dios.

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El control de Mamón sobre la iglesia Usted adora a cualquiera en quien deposita confianza. La mayoría de nosotros confía más en el dinero que en Dios. En una ocasión me impresionó que Dios me dijera: ‘Cuando te pida que le des dinero a alguien y te indique cuánto darle, no pienses en cuánto dinero te queda. ¡Yo cuidaré de ti! ¡Debes confiar en mí, no en el saldo de tu cuenta!’ Eso me conmovió. Tenía experiencia de lo que significaba confiar sólo en Dios. Cuando salí al campo de misión lo hice sin sostén económico, en la época en que el mundo se dividía en las regiones del dólar y de la libra. Me había propuesto no usar las cartas de oración como un medio para insinuar mis necesidades económicas. Dios respondió siempre. Sólo cuando empecé a trabajar para la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos empecé a recibir un sueldo regular. Recibir ese sueldo significaba entrar a un ámbito donde el reino de Dios se superponía al mundo de la economía. No creo que el reino de Dios dependa de la economía del mundo. La economía mundial se basa en la insaciable ambición humana. Es una economía de adoradores de Mamón, y nosotros, como el antiguo Israel, hemos mezclado nuestro cristianismo con el culto al dinero. Adivino su protesta. Me dirá: ‘Usted está sugiriendo un estándar muy elevado, al que Dios llama a muy pocas personas.’ No estoy de acuerdo. Con o sin salario fijo, el estándar es el mismo para todos nosotros. Él espera que demos cada vez que nos pida que lo hagamos, a quienquiera que nos indique y cualquier cosa que nos diga que debemos dar. El nivel al que me esfuerzo por llegar es la norma para todos. Es lo que todos debiéramos practicar. Los pobres y los oprimidos están en todas partes. Tengo un antiguo video que se titula Viva Cristo Rey, que relata la asombrosa obra de Dios en un vaciadero de residuos entre El Paso, en los Estados Unidos, y Ciudad Juárez, en Méjico. Había mejicanos y norteamericanos de habla hispana que llevaban en ese basural una existencia miserable, ganándose la vida como podían. A fines de la década del setenta, dos sacerdotes decidieron organizar una especie de fiesta para ambos contingentes. El día señalado,

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06 descender hacia la santidad los voluntarios cargaron vehículos llenos de comida y se dirigieron al sitio. Sin embargo, cuando llegaron descubrieron que tenían alimentos para 25 personas y se habían presentado 360. Bendijeron la comida y empezaron a servirla a pesar de la escasez. Para su sorpresa, todos los que concurrieron recibieron su porción y sobró comida; si mal no recuerdo se llenaron cinco camionetas con lo que quedó. ¿Un milagro? Me inclino a pensar que sí. Dios no ha cambiado. Él multiplica los recursos cuando lo adoramos sólo a él. Aquellos que confían en Dios hacen lo mejor posible con lo poco que tienen, y le ofrecen todo a él. En Ciudad Juárez y en otros sitios, muchos cristianos han aprendido sobre la importancia de acercarse a los pobres. Una vez más, la iglesia está enfrentando su responsabilidad de alcanzar a los pobres con la misericordia de Dios y con la nuestra, enseñándoles el evangelio, llevándoles esperanza, enseñándoles a trabajar. La iglesia es quien debe resolver el problema del bienestar social, y debe hacerlo en el nivel local. Volvamos ahora al tema del dinero y a mí mismo. Me estremeció darme cuenta que, de alguna manera, me había inclinado a confiar en la administración de ‘mis’ fondos, y a confiar en el dinero más que en Dios. Esto bloqueaba mi capacidad de escuchar a Dios respecto al tema de las finanzas. Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, había estado intentando adorar a dos ‘dioses’, a Dios y a Mamón. Jesús nos enseñó que eso es imposible: Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Mateo 6.24 ¿Es Mamón realmente un ‘dios’? Creo que sí. También lo creía Jacques Ellul. Este pensador llega a sugerir que debemos desacralizar el altar de Mamón, tratando con desprecio al dinero.⁶ ¡Yo no he llegado tan lejos aún! Pero estoy convencido de que el dinero no nos es dado para acumular. El ahorro puede ser bueno para la economía. Pero esa es la economía de Mamón. Nosotros debemos ser canales, no ahorristas de los recursos divinos. Mamón, sea quien o qué sea (y bien podríamos adoptar el nombre que le dio Jesús), es el segundo ‘dios’ en grado de poder que rige en nuestro medio. ¿No han pronunciado sabias palabras los eruditos

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adorar en espíritu y en verdad 07 acerca de la Muerte y las Riquezas? Satanás (el amo de la muerte) y Mamón parecen trabajar en estrecha asociación. Ambos ambicionan adoración. Esa es la moneda que aprecian.

Corazones agradecidos Un verdadero adorador tiene un corazón agradecido, un corazón que canta. Si bien, como ya dijimos, la santidad es mucho más que un sentimiento, es más fácil de sentir que de explicar. P. T. Forsyth dijo que ‘la santidad se reconoce en la experiencia; prosigue en la experiencia pero no procede de la experiencia … Nuestra fe no reside en lo que experimentamos sino en nuestro Salvador.’⁷ No importa qué otra cosa sea, la santidad es algo que se experimenta, algo que se siente. Es una vivencia por la que nos sentimos profundamente agradecidos, no tanto por la santidad misma como por el amor y la gracia del Dios que nos la da. Al recibir la justificación y la santidad, estas vuelven a ser parte de una misma realidad. Usted siente una misma gratitud por ambas, lo mismo que por toda la bondad de Dios. Gratitud y adoración fluyen ahora de manera casi ininterrumpida de su corazón. Eso no significa que de ahora en adelante no tendrá más sufrimiento o tristeza. El dolor es parte de nuestra porción en la tierra. De hecho, la capacidad para el sufrimiento crece en proporción a la capacidad de experimentar gozosa adoración. Pero cuando adoramos a un solo Dios, triunUn verdadero adorador fan el gozo y la gratitud. tiene un corazón agradecido, De la misma forma en un corazón que canta. que en la buena música se funden las tonalidades menores con las mayores, así se fusionan el gozo y el dolor, dos componentes de la experiencia cristiana. Pero, insisto en ello, el gozo y la gratitud triunfan. La tonalidad menor nunca puede opacar a la mayor. No pensemos que, cuando los mártires cantaban, camino a su ejecución, eran simplemente hombres y mujeres valientes y heroicos. Sin duda, muchos de ellos cantaban. Muchos de ellos se mostraban gozosos y victoriosos. Pero lo que vemos en ellos es auténtico gozo, no un esfuerzo heroico por mostrarse gozosos. Lo que vemos

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08 descender hacia la santidad en los mártires es el reflejo de lo maravilloso, de la gloria que están viviendo en medio del sufrimiento. Han tenido un atisbo del cielo, como lo tuvo Esteban durante su enjuiciamiento: Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: ‘Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios.’ Hechos 7.55–56 Yo sé, aun por medio de las visiones de la gloria que me han sido dadas, que uno puede ser cautivado en un algo, un dónde, en el que es posible atisbar la gloria que tenemos por delante y el Salvador que nos premia con ella. En tales circunstancias, no sólo resulta fácil alabar sino que es imposible no hacerlo. Eso es lo que ocurre cuando crecemos en santidad. Seguir una senda de santidad progresiva no es cuestión de aprobar exámenes por medio de enormes esfuerzos, sino de descubrir la bondad del Dios que comparte libremente su santa naturaleza con nosotros. Él quiere que seamos como él, porque quiere deleitarse en nosotros. Él declara: ‘Habéis, pues, de serme santos, porque yo, Jehová, soy santo, y os he apartado de entre los pueblos para que seáis míos’ (Levítico 20.26). El Padre anhela a sus hijos. El Hijo anhela a su esposa, la iglesia. El Espíritu anhela agradar al Padre y al Hijo, y presentarnos ante ambos. Tendremos sufrimiento por ahora, pero ese sufrimiento será vencido por un gozo y una gloria indescriptibles. Por mi parte, yo lloro con más frecuencia de gozo que de tristeza.

Una vida transformada Dije más arriba que ofrecer adoración es ‘entregar a Dios todo lo que hace, piensa o dice: desde el acto de higiene más elemental e insoslayable hasta las actividades más sublimes y gloriosas en las que participa.’ La adoración hace de lo vulgar una fuente de maravillas, cubre lo que es agradable de gloria divina, y hace aun del dolor una puerta a la adoración. Nuestra vida está compuesta por cosas ordinarias. ¿Adora usted mientras se lava los dientes? No es una obligación hacerlo, ¡Dios no lo permita! ¡Sentir que tiene la obligación de adorar cuando se

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adorar en espíritu y en verdad 09 lava los dientes sería caer en el legalismo! Pero algún día se sentirá maravillado por la bendición que significa tener dientes. Muchas personas mayores en los países más pobres tienen pocos o ningún diente. Las dentaduras postizas están fuera de su alcance. Esas personas se las arreglan lo mejor que pueden. Tener dientes, y estar en condiciones de limpiarlos, es un maravilloso regalo. Me referí antes lo que los buenos modales impiden mencionar: los actos higiénicos que llevamos a cabo en el baño. La crianza de los niños nos obliga a ser más tolerantes en este terreno; pero una vez que los hijos crecen, Lentamente comienzo a percibir volvemos a nuestro la maravilla en mi cuerpo, hábito de privacidad y a adorar al Dios que creó y pudor. Satanás nos cada parte de mi ser. ha convencido de que ciertas funciones fisiológicas son vergonzosas. Descubrimos cuán vergonzosas nos resultan cuando nos vemos obligados a llevarlas a cabo en presencia de otros seres humanos. ¡Detesto las chatas de hospital! ¡Odio los baños compartidos! Cuando tengo que ir al baño, siento que las paredes protegen mi dignidad. El ocultamiento y la vergüenza van juntos. He caído en el anzuelo de Satanás, y he llegado a pensar que defecar y orinar son actos vergonzosos. Hago lo posible por reducir el ruido. Cuando a algún cristiano lleno de gases se le escapa uno, todos simulamos que nada ha sucedido. ¿‘Llena ahora mi vida, oh Señor, Dios mío, cada parte de mi ser con alabanza’? ¿Todas las partes? ¿También los actos fisiológicos? ¿Durante la higiene? ¿Al defecar y orinar? Sí, lo creo. Muchos hombres mayores tienen dificultad para orinar. Por su parte, muchas mujeres que han tenido hijos encuentran difícil controlar los esfínteres. Cuando veo hombres, mujeres y niños en Ruanda, afectados de disentería, acostados sobre sus heces porque están demasiado débiles para moverse, me siento profundamente agradecido de tener un baño limpio y servicios médicos que pueden auxiliarme. Me siento agradecido por la salud razonable que tengo y por los maravillosos mecanismos que Dios ha creado en mi organismo para gobernar su fisiología. Lentamente comienzo a percibir la maravilla en mi cuerpo, y a adorar al Dios que creó aun esas partes de mi ser.

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Unción y santidad El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu. Juan 3.8

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ubo un tiempo en que creía que ya me había puesto en el bolsillo todas las doctrinas del Espíritu Santo. Las tenía ‘pasadas en limpio’. Ya no siento lo mismo. Cuanto más conozco los caminos de Dios, tanto más me doy cuenta de que, en realidad, ‘no sé nada’. El misterio de lo divino es enorme. El mismo Espíritu que me hizo tomar conciencia de los peligros del pecado es también el que me justifica y el mismo que me santifica. Ese Espíritu es, además, el que me unge con poder. Es en esta área donde resulta muy fácil confundirse.¹

El escándalo El poder es dado por gracia. Dios es soberano y da poder a quien él quiere. Sé que su sabiduría es mucho mayor que la humana y que él sabe lo que está haciendo. Todo el poder pertenece a Dios. Como Creador y Sustentador del universo, Dios es la fuente única de poder. Satanás escapó, por así decir, con el poder que Dios le había dado. Los llamamientos y los dones de Dios son ‘irrevocables’ (Romanos .29). Pero la gente que recibe poder de Dios puede usar esa unción para gratificar su propia persona; en otras palabras, puede usar el poder al servicio de Satanás. Confieso que me molesta ver que Dios otorga poder a personas que aparentemente no saben manejarlo. Sin embargo, veo que así ocurre, tanto en las Escrituras como en la iglesia actual.² Sansón tenía mucho poder. Su fuerza natural estaba acrecentada enormemente por el Espíritu Santo; sin embargo, usó el poder del Espíritu en forma inadecuada, como cuando lo aprovechó para ganar el favor de una prostituta. Dios tenía el propósito de actuar entre los filisteos y mostrarles quién era. Sus propósitos eran más amplios y abarcadores que la vida del propio Sansón. ¿Cómo nos damos cuenta cuándo el poder viene de Dios y cuándo del diablo? ¿Cómo llegamos a saberlo? Hay dos maneras.

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4 descender hacia la santidad Primero, lo reconocemos a medida que entendemos mejor los propósitos de Dios en la tierra. Él desea que su nombre, su carácter y su naturaleza sean ampliamente conocidos en la tierra. Él desea que la gente sepa que su santidad incluye su bondad y su gracia soberana para salvar y sanar a hombres y mujeres. En 906, cuando comenzó a desarrollarse el movimiento pentecostal en Norteamérica, hubo quienes atribuyeron ese poder al diablo. Sin embargo, podemos constatar que el poder milagroso que acompañó a esos primeros días de renovación provenía realmente de Dios. ¿Cómo lo sabemos? Por la amplia difusión del evangelio que produjo, y por las muchas iglesias que se constituyeron para responder a las necesidades de tantos convertidos, particularmente entre los pobres. En segundo lugar, podemos confirmar que el poder es de Dios por el resultado inmediato en la persona que manifiesta poder. El contacto cercano con Dios produce efectos. Cuando el encuentro es genuino, estos efectos incluyen un amor mucho mayor hacia Dios y, como es de esperar, más amor hacia otros (tanto pecadores como creyentes), más amor hacia las Escrituras y la oración, más capacidad para escuchar la voz del Espíritu Santo, y más impulso evangelístico. Sin embargo, estos efectos son temporarios. Esa ‘santificación’ no perdura.

Las dos operaciones del Espíritu En Canadá, en los Estados Unidos de Norteamérica, en Gran Bretaña y en Europa, los periódicos, las revistas y la televisión han dado considerable publicidad a la obra del Espíritu Santo que tuvo lugar en Airport Vineyard, Toronto, a mediados de la década del noventa. Varios miles de iglesias en Inglaterra, muchas de ellas anglicanas, y otras en Europa, Australasia, África y Singapur fueron tocadas por una ola de renovación vinculada a la iniciada en Canadá. Guy Chevreau, al escribir sobre los hechos sucedidos en Airport Vineyard, describe un flujo constante de ‘más de cuatro mil pastores y líderes de Gran Bretaña, Chile, Argentina, Suiza, Francia, Alemania, Escandinavia, Sudáfrica, Nigeria, Kenya, Japón, Nueva Zelandia y Australia que han venido a recibir la unción.’³ La publicidad que rodeó a la renovación plantea interrogantes en cuanto a la manera de obrar del

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unción y santidad 5 Espíritu Santo. ¿Qué debemos pensar acerca de los extraños fenómenos que a veces acompañan a los avivamientos? Básicamente, el Espíritu obra de dos formas. Dios despierta, convierte, salva y santifica: esa es una operación. Y Dios unge con poder: esa es una operación diferente. El tema de este libro es el proceso de la santificación. Pero, puesto que algunas personas, en especial las que han sido formadas en la tradición del movimiento de la santidad, creen que los bautismos o unciones del Espíritu son el camino directo hacia la santificación, quiero presentar aquí un punto de vista diferente. Dado que las dos operaciones del Espíritu son distintas y que el poder del Espíritu es más necesario hoy de lo que nunca antes lo fue, dedico este capítulo a analizar las diferencias y similitudes entre ambos procesos. En la perspectiva tradicional sobre la santidad (que se entendía como la ‘completa santificación’), esta se consideraba fruto de una segunda obra de la gracia. El creyente recibía una experiencia instantánea por medio de la cual el Espíritu Santo le impartía santidad. Los que sostenían este punto de vista Dios es soberano afirmaban estar respaldados por las y da poder enseñanzas de John Wesley, expuestas a quien él quiere. en su pequeño libro titulado A plain account of christian perfection (Una presentación sencilla sobre la perfección cristiana). La doctrina, en realidad, había tenido su verdadero comienzo con George Fox (624– 69), quien había fundado el ala más extrema del movimiento puritano, a mediados del siglo xvii. Este grupo se denominó ‘La sociedad de los amigos’ y llegó a conocerse como ‘los quákeros’ (del inglés quake, que significa ‘temblor, estremecimiento’), por el hecho de que las personas se estremecían con fuerza cuando el Espíritu Santo caía sobre ellas. Fox fue encarcelado reiteradamente, pero su fuerza de carácter y su oratoria ganaron a muchas personas para Cristo. Aunque muchos cristianos conservadores siguen reaccionando con sospecha hacia Fox, no cabe duda de que la experiencia del Espíritu que tuvo fue auténtica. Sin embargo no estaba relacionada con la santificación. Martyn Lloyd-Jones reavivó el tema durante su propia generación, como consecuencia de la vida que llevaba. Este pastor britá-

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6 descender hacia la santidad nico era un evangélico conservador; sin embargo, nadie cuestiona el poder espiritual que manifestó durante su ministerio. Él mismo supo de qué se trataba, porque estaba bien informado sobre la larga historia de derramaEs imposible tener una experiencia mientos del Espíritu del poder del Espíritu Santo de Dios. ¿De dónde sin que a la vez nos sea trasmitido provino el poder de algo del carácter de Dios. Lloyd-Jones? Leigh Powell lo sabía, e hizo la siguiente observación: ‘En ocasiones, a menudo hacia el final del sermón, parecía como si estuviera en suspenso, esperando algo … A veces el viento del Espíritu pasaba y nos elevaba a nosotros y a él, y nos hacía montar como en alas de águila hasta la temible y contundente presencia de Dios.’⁴ Me gustaría decir que las dos operaciones del Espíritu que hemos mencionado están totalmente separadas entre sí, pero en realidad no es así. Parece que hay ‘efectos colaterales’ santificadores en la unción de poder del Espíritu, y ‘efectos colaterales’ de poder, en su obra de santificación. No es posible tener una experiencia del poder del Espíritu Santo sin que a la vez nos sea trasmitido algo del carácter de Dios. Cuando comienza una renovación, usted seguramente siente más deseos de orar, de leer las Escrituras, de compartir su testimonio con otros; hace esto y mucho más. Lamentablemente, esos sentimientos no duran. Tarde o temprano, se acaban. Sin embargo, esos sentimientos no fueron resultado de un falso entusiasmo, sino del Espíritu de Dios. Fe significa confiar en que Dios, quien en un primer momento me reveló la verdad, no me abandonará. Por lo tanto, si bien las emociones pueden jugar un papel para despertar nuestro espíritu adormecido, es preciso desarrollar la fe y la constancia. La fe es la que persevera hasta el fin; no la emoción. El carácter pasajero de estos estados emocionales se torna evidente cuando las personas están ‘embriagadas en el Espíritu’. Pienso en Steve, un pastor al que conozco bien. Después de su segunda visita a Airport Vineyard (en la primera se había mostrado escéptico), estuvo durante cuatro días embriagado del Espíritu de Dios. Es decir, no podía mantener el equilibrio estando de pie, hablaba torpemente, se caía con frecuencia, y en ocasiones quedaba como

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unción y santidad 7 inconsciente. También estaba emocionalmente inestable. Lloraba en forma desconsolada (como un borracho sentimental) o reía ruidosamente. Intentábamos conversar en forma coherente, pero se olvidaba de lo que estaba diciendo y se confundía por completo. Por momentos, divagaba sin rumbo y se iba por las ramas. Esto lo ponía molesto, porque tenía conciencia, medianamente, de lo que estaba haciendo. ¿De qué servía su extraño estado? ¿Qué propósito tenía? Estuve constantemente en contacto con Steve por teléfono durante ese tiempo, y me trasladé a verlo la tarde del cuarto día. Esa noche, recuerdo, Steve intentó conducir un culto en su congregación. Fue una lucha terrible. Procuró explicar a la iglesia lo que le estaba sucediendo, pero se enredó en el intento. Fruncía las cejas concentradamente, y los miembros en la congregación sonreían y se hacían señas unos a otros. Apreciaban a su pastor, y comprendían su situación. Al día siguiente, la embriaguez de Steve había concluido. Desde ese momento en adelante quedó lleno de un poder del Espíritu mucho mayor del que nunca antes había tenido.

Unción y santificación Algunos cristianos no ven utilidad alguna en las visitaciones del Espíritu Santo y hasta sugieren que provienen del infierno. Esto es muy triste. Algunos de los efectos santificadores de un ‘encuentro cercano’ con el Espíritu Santo pueden ser pasajeros. Aun así, necesitamos ese poder.⁵ Y no podemos esperar mucho poder a menos que el Espíritu Santo ‘descienda’ reiteradamente sobre nosotros. Lloyd-Jones dice: ‘Si su doctrina del Espíritu Santo no incluye el concepto de derramamiento del Espíritu Santo sobre las personas, es una doctrina seria y lamentablemente incompleta.’⁶ No se refería allí de manera específica a la ebriedad espiritual, pero la serie de sermones que dieron origen a su libro Joy unspeakable (Gozo indescriptible) dejan en claro que Lloyd-Jones tenía una actitud firme y favorable hacia lo que él denominó ‘bautismo del Espíritu’. Él mismo había experimentado nítidamente tal bautismo, y recomendaba con vigor que otros lo buscaran.⁷ Según Lloyd-Jones, ‘es posible que seamos creyentes en el Señor Jesucristo sin haber recibido el bautismo del Espíritu Santo.’

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8 descender hacia la santidad A menudo se asocian extraños fenómenos con tales bautismos o unciones. Algunas personas se sienten fascinadas por la ebriedad o por los otros fenómenos que se vinculan con el derramamiento del Espíritu; Lloyd-Jones recomendaba a esas personas —y lo mismo vale para nosotros— ‘a no pensar siquiera en esas manifestaciones’.⁸ Cuando el Espíritu Santo desciende, cae, reposa sobre usted o lo llena, usted recibe, en mayor o menor grado, renovación y poder. Esta unción puede o no acompañarse de aquello que describí como ‘efectos secundarios de santificación’. Ese fue el caso de Steve, mi amigo pastor. Al quinto día ya no estaba ebrio. Me dijo: ‘¡Desde que comenzó esto, la presencia del Señor fue tremendamente real! Me dormía adorándolo, y mi primer pensamiento al despertar era alabarlo y expresarle mi amor.’ Su amor hacia las personas que lo rodeaban, hacia las Escrituras y la oración se incrementaron al comienzo mismo de su experiencia con el Espíritu. Steve fue ungido con el poder de Dios. Sus sermones producían llanto en los oyentes. Una vez lo observé cuando oraba por un amigo pastor pentecostal que estaba de visita en su congregación. Apenas Steve lo tocó suavemente, el pastor pentecostal cayó al suelo como una bolsa de papas. Quedó postrado en estado inconsciente por un rato, y fue necesario ayudarlo a la hora de marcharse. He escuchado acerca de personas que empujan a otras para que caigan, durante los cultos de renovación. Estoy seguro de que los comentarios son veraces. Es sorprendente lo que llegan a hacer algunos predicadores para mantener su reputación. Pero no era el caso de Steve. Su amigo pentecostal parecía ebrio al dejar el templo, tal como Steve mismo había estado antes. Había poder en Steve, un nivel de poder que no tenía antes de esa experiencia en que el Espíritu Santo descendió sobre él. Juzgue lo que le sucedió a Steve a partir de los resultados en su vida, que fueron enteramente buenos. Sin embargo, esos efectos no son en sí la santidad. Es en esto donde creo que se equivocó el movimiento de la santidad iniciado en el siglo xix. Concuerdo con Lloyd-Jones en que no debemos centrar nuestra atención en los fenómenos que acompañan a la manifestación del Espíritu Santo. Algunos cristianos, en especial los pentecostales, han enfocado casi exclusivamente el fenómeno de las len-

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unción y santidad 9 guas. Actualmente, muchas personas están cautivadas por otras manifestaciones. Viajo mucho. Desde que se difundió en el ámbito internacional⁹ el proceso que tuvo lugar en Airport Vineyard, en Toronto, he observado la falta de gracia santificadora en algunos (aunque se trata de una minoría) de los que vinieron a Toronto para ser ungidos y cayeron al suelo, sintiendo que esta era ‘la máxima experiencia’. Esas personas retornaron a sus hogares llenos de soberbia, despreciando a los seres mortales Las unciones inferiores a ellos que no habían ido del Espíritu Santo a Toronto. Tales individuos tienden pueden tener efectos a pensar que ‘caer al suelo’ o evidensantificadores ciar algún otro signo del Espíritu lo temporarios, es todo. No lo es. Como expresó pero la unción Eleanor Mumford: ‘¡No es cómo cae no santifica. lo que vale, sino como se levanta!’¹⁰ La mayor parte de las personas se levantan llenas de un renovado amor y un nuevo impulso. Pero, más allá de algún pequeño efecto secundario, ‘la caída’ o cualquier otra manifestación que acompañe la unción del Espíritu, no santifica. Permítame volver al caso de mi pastor amigo, Steve. Volví a encontrarme con él unos seis meses más tarde, nuevamente en Toronto. Esta vez fue durante el encuentro ‘Reciba el fuego’, que había organizado la congregación de Airport Vineyard. Durante la última mañana del encuentro me acerqué a Steve, que estaba en la primera fila. ¿Cómo se encontraba? Mal. Durante los tres últimos meses había caído en depresión y se sentía bastante malhumorado. Había fuertes razones para explicar su malhumor, pero cualquiera sabe que la depresión y el malhumor no son credenciales de santificación. Steve estaba lejos, muy lejos, de la maravilla y la gloria que había experimentado seis meses antes. Insisto: Las unciones del Espíritu Santo pueden tener efectos santificadores temporarios. Pero la unción no santifica. Durante el ‘tiempo de ministración’ (cuando los presentes oraban unos por otros), le dije a Steve: ‘Voy a acompañarte a tu casa y me quedaré allí esta noche. Necesitas ayuda.’ Se tomó de mi brazo y se aferró a mí, sollozando. Ya en su casa, el Señor me usó para ayu-

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20 descender hacia la santidad darlo. El gozo y todo lo que lo acompaña (el anhelo de la Palabra y la oración, y el celo evangelístico) fueron plenamente restaurados.

Lo que nos enseñan las Escrituras A lo largo del Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios reposaba o era derramado sobre ciertas personas, a las que capacitaba para hacer cosas que no hubieran podido hacer por sí mismas. El Espíritu Santo no sólo viene a morar en nosotros y a vivificarnos, sino que nos equipa para trabajar en su reino y para triunfar sobre los poderes de las tinieblas, en nuestra condición de soldados de Cristo. En general, la Biblia usa la preposición sobre para describir la operación por la cual nos imparte este poder. Las referencias a esta operación exceden en número aun a aquellas que se refieren al hecho de que el Espíritu Santo mora en nosotros. El Espíritu reposa sobre alguien (Isaías .2); es vertido, viene, se derrama sobre o en alguien ( Samuel 0.0; 9.20; Isaías 32.5; Ezequiel 39.29; Joel 2.28–29; Zacarías 2.0). También encontramos ejemplos en el Nuevo Testamento (Hechos 2.33; 0.44). Varias figuras del lenguaje se usan para hacer alusión a este hecho. Por ejemplo, 2 Reyes 3 dice que ‘la mano del Señor’ (el poder de Dios) reposaba sobre Eliseo, capacitándolo para predecir el futuro. Pero Eliseo dijo al rey de Israel: ‘¿Qué tengo yo que ver contigo? ¡Vete a los profetas de tu padre y a los profetas de tu madre!’ El rey de Israel le respondió: ‘No, porque Jehová ha reunido a estos tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas.’ Eliseo dijo: ‘¡Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy!, que si no sintiera respeto por Josafat, rey de Judá, no te miraría a ti ni te vería. Pero ahora traedme un músico.’ Mientras el músico tocaba, la mano de Jehová se posó sobre Eliseo … 2 Reyes 3.3–5 La mano del Señor reposó sobre Eliseo cuando un arpista estaba interpretando un salmo musical de la época. Vino sobre él para capacitarlo para hacer algo que ningún profeta puede hacer sin ayuda del Espíritu Santo. Cuando la mano de Dios estuvo sobre él, y sólo entonces, pudo Eliseo predecir el futuro.

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unción y santidad 2 El Nuevo Testamento habla sobre los mismos fenómenos de unción de poder, pero cambia un poco el vocabulario. Las expresiones, en este caso, tienen relación con el bautismo del Espíritu y con la plenitud del Espíritu. Fue como resultado de ser llenos del Espíritu que algunos apóstoles parecían ebrios durante Pentecostés (Hechos 2.–3). Una persona que comienza a hablar de manera fluida en un idioma extranjero no sería, por esa razón, acusada de ebriedad; aparentemente, además de hablar en lenguas estaba ocurriendo algo más. Estoy convencido de que este es el fenómeno que condujo a Pablo a escribir: ‘No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu’ (Efesios 5.8). He visto mucha de esta ‘embriaguez’ recientemente. El fenómeno debe ser juzgado por sus resultados, que son: () unción con poder y renovación de la obra del reino y (2) sentimientos puros, aunque de carácter temporal.

¿Santificación completa? Sé que algunos creyentes hablan acerca de la santificación completa refiriéndose a la operación del Espíritu Santo por la cual este erradica totalmente el pecado de nuestro ser. Yo no la entiendo de la misma manera. John Wesley escribió acerca de un amor que nos perfecciona; pero no estaba refiriéndose a una perfección total. Es posible ser engañados por experiencias que no tienen el fundamento bíblica correspondiente. Mientras escribo esto, una poderosa renovación está ocurriendo en todo el planeta, en iglesias muy diferentes entre sí. La gente cae al piso, aun estrepitosamente. Algunos ríen, otros lloran y sollozan. Puede haber estremecimientos y gritos angustiosos. Ya mencioné que escribí sobre estas manifestaciones en mi libro Cuando el Espíritu Santo llega con poder. Algunos líderes cristianos consideran el derramamiento del Espíritu como la llave maestra: lo conciben, de hecho, como la clave para iniciar el cambio de carácter hacia la santidad. Sin duda, la unción tiene aspectos santificadores. Por ejemplo, algunas personas se tornan profundamente conscientes de la presencia de Cristo en su vida. Martyn Lloyd-Jones reconoce la conexión entre tales experiencias y la santificación, pero advierte: ‘Debemos ser cuidadosos

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22 descender hacia la santidad en este terreno. Aunque uno lo siente así en el momento, no significa que el pecado haya sido erradicado por completo. Eso es lo que uno siente, pero no ocurre así.’¹¹ Lloyd-Jones continúa: ‘Siempre hay una conexión entre los bautismos del Espíritu Santo y la santificación … [Pero] cuando no encontramos evidencia de santificación en aquellos que declaran tener grandes experiencias o grandes dones, es nuestra responsabilidad advertírselo solemnemente en el nombre de Dios, y mostrarles el peligro.’¹² El mismo autor advierte de un peligro mucho más grave: ‘¿Qué sabemos acerca de las grandes manifestaciones del Espíritu Santo? Debemos ser muy cuidadosos, no sea que estemos luchando contra Dios, y seamos culpables de sofocar al Espíritu de Dios.’¹³ Una y otra vez en el mismo libro, escrito a mediados del siglo xx, Lloyd-Jones advierte: Si su doctrina del Espíritu Santo no incluye el concepto de derramamiento del Espíritu Santo sobre las personas, es una doctrina seria y lamentablemente incompleta. Este, me parece, ha sido el problema especialmente en el siglo actual, y quizás durante casi cien años. La noción misma de que el Espíritu Santo desciende sobre las personas ha sido desvalorizada y resistida; encontrará que en muchos libros sobre el Espíritu Santo no se menciona en absoluto, hecho que sin duda es una de las principales explicaciones del estado actual de la iglesia cristiana.¹⁴

La renovación de la creación En la última parte de 2 Corintios 3, el apóstol Pablo deja en claro que la obra de Dios al impartir gloria al creyente no es un proceso meramente pasivo y progresivo sino permanente. Al menos eso es lo que Dios se propone que sea. Es algo que continúa para siempre. Es esta gloria la que será luego revelada a toda la creación. En Romanos 8.8–25, Pablo escribe acerca del día en que esa gloria se manifestará claramente en todos nosotros. No hay en las Escrituras un pasaje más importante que este, si queremos entender el futuro que está preparado para nosotros.

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unción y santidad 23 Pablo dice que el planeta gime. Algunos de nosotros gemimos con ella, y por la misma razón. De hecho, la creación entera ‘gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora’ (versículo 22), añorando la libertad que alguna vez tuvo. Mientras paseo por los bosques cercanos a mi casa (y los bosques de la Columbia Británica son realmente hermosos), observo la interminable lucha entre la vida y la muerte, y gimo al verla. Puedo contemplar la belleza de la vida que se renueva, y por El Espíritu Santo no sólo otro lado, los troncos en viene a morar en nosotros, putrefacción hablan del sino que nos equipa para horror de la muerte y la trabajar en su reino y degradación. La muerte para triunfar sobre los nunca gana una victoria poderes de las tinieblas. absoluta, y la vida siempre ha triunfado; aun así, el universo gime por causa de su esclavitud, debido a la maldición que Dios le impuso al comienzo de la historia, cuando Satanás inició su terrible reinado. ¿Cuál es la esperanza de la creación? Ser liberada de esa maldición. La maldición comenzó, y con ella el reinado de la muerte, cuando la humanidad escuchó e hizo caso a la voz de las tinieblas. La creación será liberada de ‘la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios’ (versículo 2) cuando se haga visible la gloria de aquellos que son portadores de la imagen de Dios. Lea el pasaje completo en Romanos 8. No tengo palabras para expresar el gozo que este pasaje me produce. Siento en mí todo el peso de la esclavitud de la creación, y por eso mismo puedo anticipar cuán maravilloso será lo que vendrá. Toda la creación espera ese día maravilloso en el futuro, cuando ciertos seres llamados ‘hijos de Dios’ se manifestarán cabalmente. Juan .0–3 declara que estas personas no ‘nacieron de sangre, ni por voluntad de varón, sino de Dios.’ Nosotros también formamos parte de esa descendencia. A lo largo de la historia siempre hubo hijos e hijas del Dios vivo, y la creación gime y anhela su manifestación. Será una revelación gloriosa. La creación gime con dolores de parto mientras escribo. Será puesta en libertad cuando la descendencia de Dios se manifieste en

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24 descender hacia la santidad toda su verdadera naturaleza. En ese día será absolutamente visible el resultado de esta transformación pasiva, progresiva y permanente.

La lección que aprendí en La Paz El aeropuerto de La Paz, en Bolivia, está a una altura de por lo menos 4000 metros sobre el nivel del mar. Está ubicado en el altiplano, una elevada meseta cercana al famoso lago Titicaca, donde aún hoy se usan embarcaciones hechas con fibra de bálsamo; la meseta está custodiada por las nieves eternas y ‘sagradas’ del monte Illimani. Años atrás, cuando mi esposa Lorrie y yo éramos misioneros novicios, un amable matrimonio cuáquero nos recibió al llegar a La Paz. Pocas veces habíamos tenido contacto con gente tan buena y amable. Sus rostros irradiaban gozo y paz. En el sector de equipajes levanté nuestras pesadas maletas y empecé a cargarlas. De pronto me sentí mareado y empecé a tambalearme. El amable cuáquero tomó rápidamente las valijas y me dijo: ‘¡Deje, permítame que las lleve o se pondrá serroche!’ Hizo que me sentara por unos minutos. Serroche es la expresión boliviana que hace referencia a la descompostura que produce la altura. Nuestro repentino ascenso a un nivel al que no estábamos acostumbrados, asociado con el esfuerzo que había hecho para levantar dos bolsos pesados, me había dejado sin oxígeno. Los cuáqueros nos invitaron a su casa, y descendimos a lo largo de un camino sinuoso hacia La Paz. Nos sentamos en la sala de su casa mientras nos servían té, y empezaron a describirnos una reciente ‘experiencia de santificación’ que los había llenado de ‘gozo indescriptible’. Ambos habían sido alcanzados por la experiencia, y no tengo duda del carácter genuino de la misma. Sin duda venía de Dios. Si este matrimonio hubiera estado viviendo entre cuáqueros como ellos, quizás nunca hubieran descubierto que el amor y el gozo que habían experimentado (además del renovado ánimo con que testificaban a creyentes e inconversos) era una experiencia de renovación y unción, cuyos ‘efectos colaterales de santificación’ podían ser temporarios. Pero no estaban entre cuáqueros que compartieran sus perspectivas. Estaban en medio de las fortalezas paganas de uno de los ‘lugares elevados’ de la tierra. Los poderes

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unción y santidad 25 de las tinieblas tenían dominio muy cerca de donde ellos estaban. Si en ese entonces yo hubiese sabido lo que ahora sé, se los hubiera advertido. Pero yo era aun más novicio que ellos, y me limité a escuchar con un corazón anhelante las experiencias que compartieron. Seis meses más tarde, supe que el cariñoso y tierno cuáquero se había marchado a Lima a vivir con una mujer peruana por la que había sentido una atracción adúltera. ¿Me había equivocado totalmente respecto a él? No, en absoluto. Más bien, era ignorante respecto a los peligros de los que estoy hablando aquí: confundir dos operaciones distintas del Espíritu de Dios. Además, yo tenía entonces una percepción muy superficial del trágico poder que el infierno ejerce en ‘los lugares elevados’ de la tierra. Muchos de los que forman parte de la tradición reformada saben mucho acerca de las doctrinas de la santificación pero poco acerca de la renovación y la unción del Espíritu Santo. Por su parte, muchos de los que provienen del movimiento de la santidad saben mucho sobre la unción de poder del Espíritu pero no saben suficiente sobre la santificación. A medida que nos acercamos a los últimos tiempos, se hace cada vez más importante que sepamos y nos beneficiemos de ambas operaciones del Espíritu.

La ley del pecado Nuestro problema esencial es la pecaminosidad que heredamos. Somos vulnerables, proclives a cometer pecado, y esto nos frustra tanto como frustraba al apóstol Pablo. ‘Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago’, escribe en Romanos 7.5. Algunos de nosotros luchamos con el mal carácter. Nos mordemos los labios y hacemos todo lo que podemos para controlarnos. Pero tarde o temprano caemos y ¡boom!, explotamos. Después nos maldecimos. ¡Basta perder un par de noches de descanso, y vea adónde irá a parar su humor! ¡Espere a tener arterioesclerosis cerebral y vea qué queda de su autocontrol! La templanza, que es un fruto del Espíritu Santo, no significa que yo tengo el control de mí mismo sino que el Espíritu Santo me controla a mí. Él, y no yo, es quien debe estar al mando.

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26 descender hacia la santidad Algunos no tenemos problema con el temperamento irritable, pero luchamos con alguna otra cosa. El misionero cuáquero en La Paz era vulnerable al pecado sexual. Entre pensar que estaba completamente santificado y sucumbir al sexo adúltero había una distancia mucho más corta de la que él suponía. Tener sentimientos santos no es ser santo. Podemos tener auténticas experiencias en las que percibimos la presencia y la cercanía de Dios, pero estas vivencias no son la santificación ni son experiencias santificadoras. Es peligroso no ser conscientes de las dos operaciones del Espíritu Santo. Muchas personas bien instruidas en la doctrina reformada necesitan aprender esto: tener una comprensión de las doctrinas de la santificación no santifica. Por su parte, los creyentes que tienen un trasfondo del movimiento de la santidad necesitan entender que el derramamiento del Espíritu sobre una persona no producirá santidad en ella. Los reformados deberían retornar a la doctrina de los primeros reformadores, especialmente a la de los últimos puritanos galeses, que sí entendían sobre los derramamientos del Espíritu Santo. John Owen, un teólogo galés posterior a los reformadores, afirma que el evangelio ‘conserva siempre al corazón en profunda humildad, aborreciendo al pecado y negándose a sí mismo … Mantiene al corazón humilde, humillado, sensible al pecado, y quebrantado cuando reconoce que ha pecado.’¹⁵ Cualquiera sea su trasfondo, si usted entiende las doctrinas de la gracia pero no ‘aborrece [su propio] pecado’ ni se siente ‘quebrantado’ cuando lo reconoce, significa que no está en contacto con el Espíritu de gracia. Por otro lado, si está disfrutando del primer impulso gozoso de una experiencia renovadora del Espíritu Santo — ¡cuidado! No se trata de una experiencia santificadora. Debe aprender acerca de la ley del pecado que hay en sus miembros. Lo mejor que puedo hacer es citar nuevamente a Owen, cuando comenta Romanos 7.2: Observe que Pablo dice cuatro cosas en este versículo. En primer lugar, dice que el pecado es una ‘ley’. Luego describe un hallazgo: ‘Encuentro una ley.’ Tercero, indica el contexto de este descubrimiento: ‘Cuando quiero hacer el bien.’ Cuarto, especifica el estado y la actividad de esta ley del pecado: ‘el mal está en mí.’¹⁶

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unción y santidad 27 Owen procede luego a explicar qué entiende por cada uno de estos aspectos. Definir al pecado como una ‘ley’ implica que el pecado ‘dirige y ordena, regula la mente y la voluntad de muchas maneras’. El pecado está al mando. Por eso nuestra lucha, de allí nuestras derrotas y frustraciones. Esto ‘denota la realidad y el carácter de los pecados … indica el poder y la fuerza de los pecados’. Sin embargo, es preciso que usted descubra esta ‘ley’ por sí mismo. Podría ocurrir que usted ignore sus pecados o no se preocupe por ellos. Owen nos recuerda que, en el versículo 2, Pablo encuentra la ley en su interior. Quizás usted sepa de esta ley en forma teórica, y aun está de acuerdo en que existe tal ley. ‘Pero experimentar y descubrir por sí mismo esta ley es otra cosa.’¹⁷ ¿Cómo y cuándo la descubre? ‘Cuando quiere hacer el bien’, sostiene Pablo. Vale la pena citar la traducción que Eugene Peterson hace de este versículo: Ocurre con tanta regularidad que resulta predecible. En el momento en que decido hacer el bien, el pecado está allí para hacerme caer. Sinceramente me deleito en los mandamientos de Dios, pero es evidente que no todo mi ser se suma a ese deleite. Ciertas partes de mí se rebelan secretamente, y cuando menos lo espero, están al mando.¹⁸ El mal humor de mi amigo Steve ilustra esta ley. Cuando me encontré con él, seis meses después de su experiencia de ‘embriaguez espiritual’, no pedí al Espíritu Santo que descendiera otra vez sobre él con poder. Me di cuenta cuál era la dificultad, y traté con las causas subyacentes.

Lo que le sucedió a Steve Volvamos al congreso en Toronto en el que Steve estaba sentado en primera fila, entre Lorrie y yo. ¿Exactamente qué sucedió allí? Durante el ‘tiempo de ministración’, Lorrie y yo nos habíamos unido a Joy Best (esposa de Gary Best, que pastorea una congregación en Langley) para orar por el malhumorado Steve. Mientras pedíamos al Señor que nos guiara en la oración, por alguna razón pensé en Brasil y en los horribles cultos de brujería que allí se practican. No había en mí ni una pizca de expectativa de que el Señor se

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28 descender hacia la santidad manifestara de manera poderosa; sin embargo, sin pensarlo levanté la mano y exclamé: ‘Me declaro en contra de la Macumba,¹⁹ en el nombre de Jesús!’ Yo no esperaba que ocurriese nada. Sin embargo, de inmediato la silla de Steve fue propulsada hacia atrás, golpeó a una silla vacía que estaba detrás y la empujó hasta dar contra las rodillas de un hombre que estaba en la tercera fila. El hombre sonrió como si le hubiera parecido gracioso. El rostro de Steve se torció de una manera diabólica y Steve empezó a tener arcadas. De inmediato le alcanzamos un puñado de pañuelos de papel. Más tarde acompañé a Steve hasta su casa, con la certeza de que había algo más que tratar. Cuando volvimos a orar, me pronuncié contra Jehová Negro (otra secta brasileña). Steve volvió a tener manifestaciones diabólicas, pero los demonios que lo oprimían lo dejaron rápidamente. De inmediato se restauró su gozo, porque su voluntad ya se había encaminado para hacer el bien. El pecado habita en nuestra carne, y sirve de acceso al mal externo. Morará allí hasta que muramos y nuestro cuerpo se pudra. Si bien resucitaremos en incorrupción ( Corintios 5.42), tenemos que esperar hasta ese momento para ser completamente liberados del mal que hay en nosotros. El pecado reside en nuestra carne corrompida (por eso nuestro cuerpo se pudre), esa misma carne que Dios creó libre de maldición. Todo esto comenzó cuando prestamos oídos a las tinieblas. La putrefacción y la putrefactibilidad se instalaron en nosotros. Pablo dice en Gálatas: ‘Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais’ (Gálatas 5.7).

Un lugar de ensueño Me gustaría poder decirle que hay un estado en esta vida cuando seremos libres del pecado para siempre. Pero no puedo decirlo, porque no es verdad. En la alegoría El progreso del peregrino, Juan Bunyan describe un estado al que llama ‘la tierra encantada’ o ‘el país de Beulah’. Tengo la impresión de que está hablando de una experiencia en la que el cielo le resulta al cristiano mucho más real que nunca antes. Algunos creyentes tienen tales experiencias. Pero aun allí la

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unción y santidad 29 naturaleza pecaminosa sigue presente en la carne; lo que sí ocurre es que la paz interior y la visión de lo que vendrá parecen otorgar a la persona una mayor libertad de las garras del pecado. Bunyan escribe: Aquí los peregrinos alcanzaban a divisar la ciudad celestial a la que se dirigían: algunos de sus habitantes venían a encontrarse con ellos; es que los seres esplendorosos caminaban a menudo en esta región, porque estaba en las fronteras del cielo. En este sitio se renovaba el pacto entre el novio y su prometida; sí, aquí el novio se regocijaba por su novia, y Dios se regocijaba por ellos.²⁰ Puede que todavía pase algún tiempo antes de que usted y yo entremos a ese lugar de ensueño. Sé que existe, porque tengo atisbos de esa región de vez en cuando. Mientras tanto, lucho contra el mal que hay en mi carne. Junto con el querido John Owen, quiero decirle: Nuestro enemigo no sólo está sobre nosotros, como le ocurría a Sansón; también está en nosotros. Si no queremos deshonrar a Dios y a su evangelio, si no queremos escandalizar a los santos de Dios, si no queremos anular nuestra conciencia y poner en riesgo a nuestra alma, si no queremos entristecer al Espíritu Santo, entonces debemos ser conscientes de este peligro.²¹

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Dios nos hace justos Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios.  Corintios 6.

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ios nos declara justos en el momento en que nos hacemos cristianos. Él nos justifica. También nos santifica, en el sentido de hacernos adecuados a sus propósitos.¹ En la Biblia la palabra santificación se usa en dos sentidos. En  Corintios 6. dice: ‘… ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios.’ Lo que Pablo está diciendo es que nuestra santificación es algo que ya tuvo lugar en el pasado, y que ahora estamos santificados. Este sentido del término (haber sido ya puestos en condiciones para ser usados por Dios) es el que se usa con más frecuencia en las Escrituras. ¿Entonces, por qué tomo otro enfoque? Lo hago porque la mayoría de los cristianos, cuando habla de santificación, piensa en progreso. Este también es uno de los sentidos con que se usa el término en las Escrituras. Pablo, por ejemplo, escribe en su segunda carta a Timoteo: ‘Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra’ (2 Timoteo 2.2). Aquí tenemos, sin duda, un sentido distinto del término. Comenzamos a darnos cuenta de que la santificación, el proceso por el que llegamos a ser santos, no se completa cuando Dios nos salva. Es preciso purificarnos de ciertos vínculos, y esto implica esfuerzo. Si hacemos lo que Pablo indica, entonces seremos santificados, es decir, ‘útiles para el Señor y dispuestos para toda buena obra.’ La experiencia cotidiana nos enseña lo mismo: sabemos perfectamente bien que hay ocasiones en que nuestros pensamientos, palabras y acciones son cualquier cosa menos santas. Pablo nos advierte acerca de esto cuando describe su propia experiencia en Romanos 7 y allí analiza lo que llamamos carnalidad: esa extraña inclinación que tenemos hacia el comportamiento pecaminoso. Ya he citado la paráfrasis que Eugene Peterson hace del versículo 8:

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34 descender hacia la santidad Ocurre con tanta regularidad que resulta predecible. En el momento en que decido hacer el bien, el pecado está allí para hacerme caer. Sinceramente me deleito en los mandamientos de Dios, pero es evidente que no todo mi ser se suma a ese deleite. Ciertas partes de mí se rebelan en secreto, y cuando menos lo espero, están al mando.

Justificación He comprobado que muchos cristianos que luchan por ser santos están, sin darse cuenta, tratando de ajustar cuentas con su conciencia. Somos declarados justos cuando, por fe, confiamos en Jesús como Señor y Salvador. Usted es justo porque Dios lo dice. Él no está simulando que usted es algo que en realidad no es. Él lo ve en Cristo. Lo ve como realmente es en la perspectiva eterna. Cristo cumplió la ley por nosotros (Romanos 0.4; Gálatas 2.2), y ahora estamos en él, unidos a él. Por amor y por misericordia, Cristo ya hizo todo lo que era necesario. Usted progresará en santidad sólo cuando esté completamente seguro, desde la coronilla hasta la planta de los pies, de que Dios ya lo hizo justo. Mientras deje que el Acusador lo siga hostigando, usted seguirá intentando hacer lo que Cristo ya hizo. El domingo pasado procuré explicar este concepto a un hombre joven, y le dije que la muerte de Cristo ya lo había hecho justo. Su respuesta fue: ‘Sí, sí; eso lo sé. Ese no es el problema.’ Sin embargo, había un problema. Usted progresará en santidad sólo El problema era que cuando esté completamente seguro lo entendía a nivel inde que Dios ya lo hizo justo. telectual y teológico; la verdad, al menos hasta ese momento, no había penetrado en la totalidad de su ser. La justificación es algo que se nos da. Usted ha sido vestido con vestiduras limpias que lo demuestran (Apocalipsis 9.8). Dios lo ve así, aun cuando usted no lo perciba. Dios lo ha declarado justo, y lo que Dios dice, es. La justificación, entonces, es la puerta hacia la santidad.

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Redescubriendo su justificación Años atrás, tomé parte en reuniones de comité en la Editorial Tyndale, en Cambridge. Mientras estuve allí, asistí a un estudio bíblico nocturno conducido por el reverendo Alan Stibbs. Al escuchar su erudita exposición sobre Apocalipsis 2.–2, me sentí cautivado al intuir que lo que estaba escuchando era una de las grandes claves de la vida cristiana. Sin embargo, la esencia de su exposición se me escapaba. No lograba captar plenamente lo que Stibbs estaba diciendo. Cuando regresé a Buenos Aires, donde me encontraba trabajando entonces, me persiguió un sueño reiterativo. Una y otra vez, soñaba que transcurría la noche previa a mi último examen en medicina. En el sueño, no había leído ni siquiera uno de los textos. Estaba rodeado de pilas de libros sin abrir. Hacía lo imposible por recuperar mi retraso. El reloj registraba implacablemente el rápido paso de las horas nocturnas. Yo miraba las páginas brillantes y vírgenes del libro de fisiología, y me esforzaba por absorber su contenido. Mi terror se acrecentaba porque tenía que volver una y otra vez sobre lo que ya había leído, porque mi mente divagaba. Cada vez que despertaba de este sueño estaba temblando, empapado en sudor. En cada ocasión, la situación era tan vívida que el terror del examen inminente me seguía acosando cuando me despertaba y recuperaba la conciencia. Pasaban varios minutos antes de que pudiera darme cuenta de que yo había rendido mis exámenes finales mucho tiempo atrás. Ya era un cirujano con bastante práctica. ¿Por qué esos sueños? ¿Qué significaban? ¿Estaba Dios tratando de comunicarme algo? Le escribí a Alan Stibbs, describiéndole mis sueños. Respondió en una detallada carta, escrita a mano, cuyo contenido devoré. Me explicó que el sueño reflejaba una conciencia acosada: Stibbs me explicó el significado de la sangre en las Escrituras. Mientras leía su carta, mis ojos fueron abiertos. Lo que se me escapaba en Cambridge, se hizo claro ahora. De pronto lo supe, supe lo que ni siquiera unos instantes antes había sabido: ¡Que Dios me había hecho libre para caminar por la senda de la santidad! En ese momento tomé conciencia de que no había ninguna otra cosa que yo deseara tanto como alcanzar la santidad. No tenía el menor deseo de

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36 descender hacia la santidad beneficiarme de una gracia barata. Dios me había dado la libertad, y me había hecho libre para ser lo que yo anhelaba ser: santo. ¡Oh, qué gozo viví esos días! Sin embargo, el hábito del legalismo estaba tan arraigado en mí que de vez en cuando me descubría resbalando otra vez hacia atrás, sucumbiendo repetidas veces bajo las acusaciones de Satanás y deslizándome hacia la oscuridad. Pero la misma lección me fue repetida en niveles cada vez más profundos. La verdad bíblica nos llega por revelación e ilumina nuestra oscuridad. Si usted es como yo, necesitará aprender la misma lección repetidas veces. Recuerdo una mañana, muy temprano, muchos años más tarde. Preocupado por mi pecaminosidad, esperaba en silencio en la presencia de Dios. Por su Espíritu Santo, Cristo puso en mi espíritu las siguientes palabras: ‘¡Yo ya te he dado mi justicia!’ Antes de que pudiese frenar mis palabras, exclamé: ‘¡No quiero tu justicia! ¡Quiero la mía!’ Repentinamente me di cuenta de lo que había dicho. Me sentí impresionado por la expresión que había brotado de mi boca sin freno alguno. Me reí de mí mismo y al instante comencé a adorar. Estaba conmovido por la maravilla de un amor tan impresionante que no se cansa de enseñarme acerca de la bondad de Dios: la bondad de un Padre, y la bondad de un Hijo en quien el Padre se deleita.

La seguridad de la salvación A lo largo de la historia, muchos creyentes han sufrido, preguntándose si Dios realmente los ha aceptado. A veces se enseña que es presuntuoso declarar la seguridad de la salvación personal. Me ha tocado, como médico, presenciar la expresión de terror en el rostro de personas que están a punto de morir y tienen miedo. Recuerdo un hombre que clamaba lleno de angustia mientras moría. Necesitamos seguridad, una seguridad que no esté fundada en nuestros méritos sino en los de Cristo. Con acierto, J. I. Packer fundamenta nuestra seguridad en la doctrina bíblica de la adopción.² Al darse cuenta de que ni siquiera los puritanos prestan adecuada atención a esta doctrina, Packer declara que todo cristiano tiene el derecho, comprado por Cristo con su sangre, de estar interiormente seguro de que no necesita tener

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dios nos hace justos 37 miedo a la muerte. La seguridad se afianza en nosotros a medida que comprendemos las Escrituras y la capacidad del Padre amoroso para comunicarse por medio de su Espíritu. Sin embargo, sostiene Packer, ‘los cristianos que entristecen al Espíritu con su pecado, y que no buscan a Dios con todo el corazón, deben saber que se pierden la felicidad completa de recibir la Nuestra seguridad corona del premio al fiel testigo, no está fundada de la misma forma en que los hijos en nuestros méritos desatentos y malos desalientan sino en los de Cristo. las sonrisas de sus padres, y en cambio les hacen fruncir el ceño.’³ Como psiquiatra (porque no soy teólogo), estoy de acuerdo con Packer. He visto a muchos cristianos que, al caer en estado de depresión profunda y aun psicótica, pierden el sentido de seguridad. Nuestro cerebro, del que tanto dependemos, no funciona correctamente en esa condición. La capacidad de razonar está afectada por la Caída, igual que el resto de nuestro ser. Es una locura confiar ciegamente en nuestra capacidad para analizar asuntos, siendo que para ello dependemos de los neurotrasmisores de un cerebro dañado por el mal. Nuestras funciones racionales estarán siempre bajo ataque. El Acusador nos ataca ‘día y noche’ (Apocalipsis 2.0) con su acusación. Es el principal tentador, y como tal moviliza la ley del pecado que está en nuestros miembros. Satanás produce confusión en nosotros y nos impide percibir la diferencia entre nuestros pecados y nuestra pecaminosidad.

La ‘ley del pecado’ Para ser santificado, antes usted debió ser justificado. ¿Por qué muchos cristianos transitan la vida acosados por ambiguos sentimientos de culpa? Parte de la razón es que tienen un leve sentido intrínseco del mal. Pablo sabe que esta intuición del mal tiene su origen en la ley del pecado que está en nuestro interior (Romanos 7.2–25). ‘La ley del pecado’ es la frase que usa el apóstol para describir nuestra heredada vulnerabilidad al pecado. Aunque nuestros pecados sean perdonados, la inclinación al pecado (nuestra susceptibilidad a él) reside en cada célula de nuestro cuerpo. ‘Pero veo

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38 descender hacia la santidad otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros’ (Romanos 7.23). A lo largo de los siglos, los cristianos han asignado enorme importancia a la ley del pecado. John Owen, el gran teólogo puritano, dijo: La ley del pecado es un principio inherente. ‘Está en mí’, confiesa el apóstol en Romanos 7.20. ‘El mal está en mí’ (7.2). ‘Está en mis miembros’ (7.23). Es una ley que mora en mi carne, un hábito y un principio internos.⁴ ¿Se siente usted acosado por su conciencia? ¿Tiene que estar una y otra vez silenciando esas voces acusadoras que le recuerdan su pasado o su perversión moral? ¿Siente que en algún sentido cuestionan su posición actual delante de Dios? Habrá tal vez ocasiones en que no recuerda haber hecho nada pecaminoso, y sin embargo se siente lleno de culpa, y no sabe por qué. Hay una solución para esto. ¿En su libro Holiness (Santidad), el obispo anglicano J. C. Ryle da en el clavo de este problema. Cita los sermones de Robert Traill: ‘Con certeza, un santo en el cielo no es más justo que un creyente en la tierra: la única diferencia es que lo saben mejor.’⁵ ¡En el cielo nadie se siente acosado por el remordimiento de su conciencia! Todos allí tienen pleno bienestar. Nuestra experiencia no se parece mucho a la de ellos. Quizás nos falta una absoluta seguridad de que no tenemos de qué preocuparnos. Quizás pensamos que Dios tiene algo en contra de nosotros. Las dudas nos acechan. En el cielo ‘sabremos mejor’; pero, ¿qué pasa ahora? ¿Tenemos que esperar hasta entonces para saber que realmente hemos sido justificados? En absoluto. La mayoría de los cristianos que desea honestamente alcanzar la santidad cae de inmediato en la trampa de buscar otra cosa: en lugar de santidad buscan justificación. Hablan de la santidad pero piensan en la justificación, y las confunden entre sí. Para estar en condiciones de hacer algún progreso en la santidad, usted tiene que saber que es justo, tiene que saber que por la sangre de Cristo usted es limpio, puro y justo. Como ya hemos visto, hay dos aspectos en la santidad. Es posible que nuestro comportamiento diste mucho de ser santo. La santidad comienza con la justificación. Cada uno de nosotros debe elegir

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dios nos hace justos 39 entre justificación, flagrante pecaminosidad y legalismo. Usted no leería este libro si descaradamente deseara pecar. De modo que le quedan dos alternativas: el legalismo o la justificación que ya posee.

La maldición del legalismo ¿Qué es el legalismo? Los legalistas construyen su bienestar espiritual en el propio esfuerzo. ¿De dónde viene el legalismo? ¿Cómo nos enredamos en él? Al igual que la ley del pecado, el legalismo brota de las células de las que estamos constituidos. Nosotros y nuestros ancestros hemos sido sumergidos en la tintura del legalismo defensivo. Ser legalista es, por lo pronto, ser defensivo. Todos tenemos fuertes tendencias legalistas en el corazón. Tenemos una inclinación psicológica hacia el legalismo; constantemente estamos intentando justificarnos. La tendencia a justificarnos (a ser defensivos) es innata en todos, cristianos y no cristianos. Esta compulsión proviene de la vergüenza primaria ocasionada por la desnudez. Con su permiso, me tomaré la libertad de parafrasear el diálogo entre Dios y nuestros primeros padres, en el huerto del Edén. Imagínese a Adán y a Eva ocultándose entre los arbustos, con o sin delantales hechos con hojas. dios: ¿Quién te dijo que estabas desnudo? adán: Pues, este… verás, esa criatura que pusiste a mi lado, ella… dios (a Eva): ¿Qué tienes para decir al respecto? eva: Es que, ya ves, estaba la serpiente… ¡y vaya que me engañó! Ambos, Adán y Eva, se pusieron a la defensiva. Ambos ya se habían vuelto legalistas. Así son los legalistas: dan excusas; caen en la auto-justificación. De ahí en más el amor de Cristo ya no los deslumbra tanto como para vivir maravillados día tras día. James Denney nos recuerda el asombroso amor de Cristo: ‘Si es nuestra muerte la que Cristo padeció en la cruz, encontramos allí un amor infinito.’⁶ Pablo expresó lo mismo, mucho antes que Denney: ‘Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros’ (Romanos 5.8). Cuando venimos por primera vez al Salvador, la mayoría de nosotros nos sentimos maravillados por su amor y por su extraor-

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40 descender hacia la santidad dinaria misericordia al morir por nosotros. Cuando conocemos el amor de Cristo vencemos el legalismo. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, por algún motivo el amor de Dios en Cristo parece diluirse en nuestra mente. Nos tornamos más conscientes de otros hechos y doctrinas importantes: la expiación sustitutoria, la importancia de la justificación por fe. Lentamente, nuestra conciencia de la grandeza del amor de Cristo se diluye. Ya no nos conmueve, pero lo conservamos como un dato teológico en nuestros archivos mentales, en la sección ‘doctrina’. ¿Por qué lo olvidamos? Denney dice: ‘Él llevó nuestros pecados, él murió nuestra muerte. Es por eso que su amor nos constriñe.’⁷ ¿Nos constriñe? ¿Para hacer qué? Nos constriñe para que podamos acceder a toda nuestra herencia. Nos constriñe para rendir culto y para adorar. Ese amor de Cristo debe seguir constriñéndonos: debe continuar motivándonos. No es sólo la comprensión teológica de la expiación lo que cuenta, sino ese amor que llevó a Cristo a hacer tan grande obra por nosotros: a despojarse de su gloria, a nacer en un establo, a vivir la vida de un hombre común, a recibir burla y desprecio, a ser injustamente azotado como un criminal y luego crucificado entre dos verdaderos criminales. Eso fue amor. Jesucristo no tomó en cuenta lo que le tocó soportar: el dolor, la total e indescriptible vergüenza, el horror de la absoluta oscuridad. Los ojos de Cristo estaban puestos sobre nosotros. Él quería liberarnos. Estaba inspirado por lo que estaba decidido a obtener para nosotros. Dejemos posar nuestra mirada sobre él, sobre ‘Jesús … quien por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios’ (Hebreos 2.2).

Dos peligros Cuando descubrí la estrategia de Satanás como Acusador, lo que me sorprendió fue sentir libertad, mi libertad, libertad para ser santo. Para ser franco, ¡me dejó estupefacto! Yo, John White, era libre para caminar en santidad. De inmediato pensé en la expresión de Pablo:

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dios nos hace justos 4 ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?, porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Romanos 6.–3 Este capítulo viene después del largo y detallado análisis de Pablo sobre los fundamentos de la justificación. El apóstol se da cuenta de qué manera van a reaccionar sus lectores: algunos probablemente se burlarán y otros se alegrarán. La percepción de la misericordia divina puede tornarnos descuidados al pecado. Podríamos reaccionar diciendo: ‘¡La gracia me ha hecho libre! Mis pecados del pasado, del presente y del futuro me han sido perdonados.’ Esa actitud no favorece la santidad. Por otro lado, a veces las acusaciones de Satanás pueden transformarnos, como vimos, en legalistas frustrados. Hasta aquí hemos venido mostrando, en este capítulo, que no somos realmente conscientes de nuestra justificación y que la raíz del problema reside en los ataques de culpabilidad que provienen del Acusador. Este será también el tema del próximo capítulo. Pero antes de continuar, me gustaría recordarle que hemos sido salvados para formar parte de una familia. ¡Si antes la ley era nuestro problema, ahora lo es la familia! Podemos entristecer al Espíritu Santo con nuestro pecado, y es necesario que lo confesemos y nos arrepintamos de él. El acto durante el cual Jesús lavó los pies de los discípulos, relatado en el Evangelio de Juan, es profundamente simbólico. Jesús estaba haciendo mucho más que lavar los pies de esos hombres. Ese acto fue una oportunidad a la vez práctica y didáctica. Fue de su parte una expresión de amor hacia los apóstoles, incluyendo a Judas, y una enseñanza sobre el carácter de la autoridad, con profunda relación con la santificación. Curiosamente, en su relato sobre la última cena, Juan no dice nada sobre el rompimiento del pan y el compartir el vino, hechos a los cuales los Evangelios sinópticos dan un lugar destacado. En

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42 descender hacia la santidad cambio, en el sexto capítulo del Evangelio de Juan, Jesús ya había hablado de sí mismo como el pan de vida. El simbolismo que tuvo romper el pan y beber el vino durante la última cena fue introducido por Juan cuando relató esa ocasión en la que Jesús, ante las asombradas multitudes, habló sobre lo que significaba creer en él. Ejercer fe, dijo, es ‘comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre’ (ver Juan 6.25–59). Durante la noche de la última cena, es probable que los apóstoles se sintieran física y emocionalmente incómodos. Conocemos mucho sobre las costumbres de aquella época, pero no lo suficiente como para que sepamos con exactitud cómo se sentirían los discípulos. No todos los anfitriones se ocupaban de que los pies de sus huéspedes fueran lavados; la práctica fue ostensiblemente pasada por alto cuando Jesús visitó a cierto fariseo (Lucas 7.44–46). Aun así, es posible que los discípulos estuvieran acostumbrados a que alguien les lavara los pies. Además de la incomodidad de tener los pies llenos de polvo, probablemente cada uno de ellos estaba sintiendo otro tipo de incomodidad. Tal vez pensaban: ¡Yo no soy quien debe hacerlo! (lavar los pies era tarea de esclavos, y los esclavos eran considerados personas indignas). R. V. G. Tasker sugiere: Es muy posible que haya sido la discusión planteada entre los discípulos, sobre quién de ellos debía ser considerado como el mayor, lo que impulsó a Jesús a elegir este peculiar método para subrayar esta verdad: ‘Yo soy entre vosotros como el que sirve’ (Lucas 22.27).⁸ Hay dos aspectos importantes que debemos tener en cuenta para entender lo que está sucediendo en ese momento. En primer lugar, Jesús está enseñando. El lavamiento de los pies es una oportunidad didáctica. Pero es más que eso: es una suprema expresión de amor: ‘Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasara de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin’ (Juan 3.). Jesús está enseñando que recibimos autoridad cuando nuestra motivación principal es servir a otros. La segunda lección importante se refiere a la santificación. Acerquémonos a los discípulos mientras Jesús, vestido como un sirviente, cubierto sólo con un taparrabos y llevando en su mano una toalla de lienzo, se acerca a Pedro.

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dios nos hace justos 43 Cuando llegó a Simón Pedro, este le dijo: ‘Señor, ¿tú me lavarás los pies?’ Respondió Jesús y le dijo: ‘Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después.’ Pedro le dijo: ‘No me lavarás los pies jamás.’ Jesús le respondió: ‘Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.’ Juan 3.6–8 No olvide que esto está sucediendo durante la fiesta de Pascua. Jesús quizás había estado enseñando a los apóstoles (que todavía no alcanzaban a comprender plenamente) el significado de la Pascua y el uso ceremonial de la sangre. Cuando el ángel de la muerte y del juicio entró en Egipto, los israelitas habían sido protegidos con sangre, que es señal de muerte, colocada sobre los postes y dinteles de sus casas (Éxodo 2.7, 3). De la misma forma, Jesús habría de abolir, con su muerte, el imperio de la muerte, que mantenía esclavizada a la humanidad. Pero los apóstoles no estaban en condiciones de captar el significado de todo lo que estaba ocurriendo con ellos y alrededor de ellos. Imagínese a sí mismo en el grupo de los apóstoles. Puedo entender por qué el apóstol Juan permitió a Jesús que lavara sus pies, pero me siento perplejo ante la reacción de los demás. Mi propia reacción hubiera sido como la de Pedro. Si yo hubiese sido uno de los apóstoles, de ningún modo hubiera permitido que el Rey de gloria me lavase los pies. Lo hubiese considerado totalmente inapropiado. Pero Jesús dice algo misterioso: ‘Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después.’ ¿Qué quiere expresar? Seguramente se refiere a su victoria sobre la muerte, en la cruz. Su muerte haría posible nuestra salvación. Jesús también dice: ‘Si no te lavo, no tendrás parte conmigo’ (versículo 8). Estas palabras atemorizan. Permítame parafrasearlas. ‘Pedro, así es la cosa. Si no te lavo los pies, este es el fin de nuestra intimidad.’ ¿Exactamente qué es lo que está expresando? Por cierto no está diciendo que Pedro perdería su salvación. Lo que perdería sería el sentimiento de compañerismo íntimo con Cristo. Esta advertencia tiene relación con nuestra vida cotidiana. El hecho de vivir en un mundo pecaminoso inevitablemente me ensucia. No se trata de la contaminación producida por el mero contacto con gente pecadora,

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44 descender hacia la santidad sino por miles de pequeños pensamientos y actos con los que reacciono a las personas, a las conversaciones, a lo que escucho y miro en la televisión y en los periódicos. Necesito pasar tiempo con Cristo. Necesito quitarme los zapatos y dejar que él me lave los pies. Para hacerlo bien, Jesús necesita ver la suciedad. En otras palabras, tengo que permitir que él me mire, que vea la suciedad en mi corazón. Esa suciedad siempre incluye mi pecado. Él puede percibir ese pecado mejor que yo. No necesito indagar yo mismo; él puede hacerlo —si le doy tiempo. Y es algo que lleva tiempo. Las manos limpiadoras de Jesús son manos reales, amantes y tiernas. El amor se derrama entre sus dedos. Él se arrodilla generosamente para ser mi siervo, tal como se puso en cuclillas delante de Pedro. Le dijo Simón Pedro: ‘Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.’ Jesús le dijo: ‘El que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.’ Él sabía quién lo iba a entregar; por eso dijo: ‘No estáis limpios todos.’ Juan 3.9– Cuando Cristo nos ‘justificó’, ya fuimos lavados. No necesitamos un baño. Cuando Dios nos mira, lo que ve es el resultado de ese lavamiento. Aun así, al analizar este tema, Juan Calvino afirma: El término, pues, se aplica aquí de manera metafórica a todas las pasiones y preocupaciones que nos llevan a tener contacto con el mundo; si el Espíritu Santo ocupara cada rincón de nuestro ser, ya no tendríamos relación alguna con la contaminación del mundo; pero ahora, a causa de la parte carnal que hay en nosotros, nos arrastramos por el suelo … y hasta cierto punto estamos sucios. Para que la santificación continúe su obra en nosotros, es preciso que tengamos una comprensión más cabal de la relación entre justificación y santificación. Calvino continúa: ‘Por eso Jesucristo siempre encuentra en nosotros algo para limpiar. De lo que aquí se habla no es del perdón de los pecados sino de la renovación mediante la cual Cristo, en un proceso gradual e ininterrumpido, libera completamente a sus seguidores de los deseos pecaminosos de la carne.’⁹

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dios nos hace justos 45 Algunos cristianos se sienten hoy atraídos por enseñanzas que sobreenfatizan el hecho de que se nos perdonan los pecados ‘del pasado, del presente y del futuro’, y pasan por alto el hecho de que ahora somos miembros de la familia de Dios. Es absolutamente cierto que somos perdonados, y que Dios entiende que todavía pecamos; pero el pecado siempre interfiere nuestra relación con él. Por eso se nos invita a no entristecer al Espíritu Santo (Efesios 4.30). El pecado nunca podrá privarnos de nuestra pertenencia a la familia de Dios, pero sí afecta nuestro vínculo con el círculo familiar. Entristecemos al Espíritu Santo, y descubrimos que la comunión con él ya no es la misma. Siempre es posible acercarnos a Dios, sin miedo. Si dedico tiempo para estar en su presencia, y en especial si comienzo a reflexionar en el precio que él pagó por mi redención, pronto me mostrará qué cosas producen distanciamiento entre nosotros. Eliminar la suciedad del pecado puede producir dolor, a veces dolor intenso, pero con mayor frecuencia produce alivio y consuelo; nuestro Dios es maravillosamente suave. A veces Dios no sólo nos muestra el pecado sino que lo arranca de raíz. Otras veces permite que sigamos luchando con el pecado. Lo que no debemos dejar de hacer es seguir llevando nuestros pecados ante su presencia. El lavamiento de los pies debe continuar. De lo contrario, nuestra santificación se atasca. En su primera epístola, Juan está exhortando a creyentes, a los miembros de la familia cristiana: ‘Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros’ ( Juan .9–0). Cristo quiere ministrarle en amor. Si usted se lo permite, el amor de Cristo ablandará su corazón, le brindará calor y le dará la certeza de que el legalismo es una alternativa absurda. El gozo volverá a brotar en su interior. Lo más importante es que podrá correr confiadamente y sin miedo a la presencia del Padre, con la seguridad de que sus brazos se extienden amorosos hacia usted. Él sabe, aunque usted lo haya olvidado, que la muerte de Cristo es suficiente. Es suficiente para él. Y es suficiente para nosotros.

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El camino de la santidad

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or ‘camino de la santidad’ me refiero a la clase de senda por la que transitamos hacia la santidad. Buscar la santidad es buscar a Dios, es buscar su rostro. Él invita a todos los cristianos a hacerlo y ha provisto el medio para ello, ya que él mismo es quien anhela tener intimidad con nosotros. Si nos frustramos, es porque tenemos poca experiencia en esta senda. Esta parte del libro es un manual para principiantes. No está dirigida a aquellos que durante años han estado adentrándose más y más en este terreno. Puesto que los principiantes son a veces algo suspicaces, pondré énfasis en lo que dicen las Escrituras sobre el tema. Comenzamos, en el capítulo 9, analizando las condiciones que Dios nos pide cumplir para comunicarse con nosotros de manera efectiva. En el capítulo 0 me ocuparé de una obra clásica que, si bien fue escrita mucho antes del gran avivamiento del siglo xix, tuvo una profunda influencia sobre sus líderes. Me refiero al libro de Henry Scougall, The life of God in the soul of man (La vida de Dios en el alma del hombre). La idea de que exista vida divina en nosotros es decididamente importante. En el capítulo  pasaré a analizar una idea complementaria que encontramos en 2 Corintios 3.8. Las diversas traducciones interpretan la frase más importante de este versículo de distintas maneras. Por lo tanto, nos enfrentamos una vez más con la cuestión de la erudición. Si bien no podemos prescindir de los estudiosos, es obvio que también son la causa de muchas de nuestras dificultades. En todo caso, intentaré mostrar por qué opto por una particular traducción de este versículo tan importante. En los capítulos 2 y 3 procuro dar una mirada a la iglesia en conjunto. La santidad no es meramente un asunto que le incumbe a usted, a mí y a Dios. Tiene relación con la comunidad corporativa y unida de judíos y gentiles, católicos y protestantes, carismáticos y no carismáticos —para nombrar tan sólo algunos de los grupos actualmente separados. Alcanzamos la santidad juntos.

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Esperar en Dios La oración es la paz de nuestro espíritu, la quietud de nuestros pensamientos, la armonía de nuestros recuerdos, el mar de nuestra meditación, el descanso de nuestros afanes, la calma de nuestra tempestad. Jeremy Taylor

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l título de este capítulo, ‘Esperar en Dios’, me hace pensar en la impaciencia que siento cuando alguien me hace esperar. Miro una y otra vez el reloj, camino ansiosamente, ida y vuelta, embargado de preguntas: ¿Por qué no puede ser puntual? ¿Dónde podrá estar? ¿Qué lo (o la) está retrasando? Sin embargo, una vez que me encuentro con la persona a la que esperaba, mi impaciencia desaparece por el alivio y la alegría de verla. Dios nos espera. Cuando oramos, se supone que nosotros lo esperemos a él. Él es una persona, y si yo no puedo controlar las idas y venidas de otras personas, mucho menos puedo controlar a Dios. Por supuesto, en un sentido él está siempre cerca; pero lo que necesitamos es que esté cerca en sentido relacional. Sin embargo, a veces Dios me hace esperar. En medio de la ansiedad y la prisa de nuestras almas y de la época en la que vivimos, necesitamos calmarnos y estar quietos. Muchos cristianos no podrían recitar las palabras de Jeremy Taylor que encabezan este capítulo, con las que me encontré mientras leía un libro de citas religiosas. ¿Es la oración ‘la paz de nuestro espíritu’? Lo cierto es que no llegaremos a ninguna parte en la oración a menos que encontremos ‘la paz de nuestro espíritu, la quietud de nuestros pensamientos’, y todo lo que allí describe Taylor. La paz y la quietud no son sólo deseables. Son indispensables. De la misma forma en que Dios toma la iniciativa en cada aspecto de nuestra santificación, también él debe precedernos en este aspecto. Nuestra oración siempre debiera ser una respuesta a Dios. Sin duda, en ocasiones él hace algo para que nosotros clamemos a él; pero siempre es él quien da el primer paso. La oración que no es iniciada por Dios no es oración en absoluto. La oración es siempre una respuesta a su iniciativa. La mayoría de la gente, cuando se le pregunta cómo es una persona santa, dirá que es ‘una persona que ora mucho’. Probablemente

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54 el camino de la santidad sea correcto. Pero debemos entender que la motivación por la cual las personas santas oran no es adquirir ‘más’ santidad; oran porque encuentran paz y gozo durante su tiempo de oración. Para ellos, orar es un deleite. Se acercan a Dios porque saben que pueden confiar en él; lo conocen. Las personas que oran son como aquellos individuos que no soportan el encierro en una habitación y se acercan a la ventana y la abren de par en par.

La quietud en sentido bíblico La Biblia asocia quietud y silencio con oración. Una de las palabras del Antiguo Testamento que alude a quietud es dāmam, que literalmente significa ‘quieto como una piedra’. El Salmo 4.4 nos dice: ‘¡Temblad y no pequéis! Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad.’ ‘Callar’ es aquí la traducción de dāmam —quieto. ¿Por qué quieto? ¿Por qué meditar en nuestro corazón? Uno de mis himnos favoritos incluye la siguiente estrofa: Derrama tu sereno rocío de quietud, hasta que hayan cesado todos nuestros afanes; quita de nuestra alma el cansancio y la tensión, y permite que la quietud en nuestra vida refleje la belleza de tu paz.¹ Antes de abocarnos a analizar a otras personas es necesario escudriñarnos a nosotros mismos. Antes de que podamos hacer un uso adecuado del enojo es preciso que Dios nos diga cómo hacerlo. Él debe ‘filtrar el calor de nuestro impulso’ en su calma y su bálsamo. Y para que eso ocurra, tenemos que aprender cómo llegar a estar dāmam, estar quietos como una piedra, para que Dios pueda hablar. Jehová, no se ha envanecido mi corazón ni mis ojos se enaltecieron; no anduve con grandezas ni en cosas demasiado sublimes para mí. En verdad me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre. ¡Como un niño destetado está mi alma! Salmo 3.–2

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esperar en dios 55 Si se nos invita a aquietar el corazón, hay una razón: el corazón no está quieto. Nuestros pensamientos fácilmente desvarían, como un arrogante caballo desbocado. Cuando Dios nos aquieta, después de que hemos pasado un período de turbulencia interior, nuestro estado llega a ser semejante al de un niño recién amamantado. Sobreviene una quietud interior, la serenidad de estar reposando en sus brazos. Es el preludio de la paz. Si usted no logra sentir la presencia de Dios, recuerde que el motivo podría ser la ira. Escudriñe su corazón en busca de enojo. Si lo encuentra, dígale al Señor: ‘Me había olvidado que estaba enojado.’ O bien: ‘Señor, estoy enojado. He intentado superarlo, pero no puedo. ¡Por favor, ayúdame!’ Saber que él lo ama es una ayuda. Hay emociones de ira, lo sé, que están enterradas tan profundamente que ya no las sentimos. Pero a su tiempo y manera, Dios puede traerlas a la luz. Una palabra que el Nuevo Testamento usa para describir quietud es hēsychios: quieto, sereno, callado. Pedro la usa en  Pedro 3.4: ‘… adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.’ Otra palabra que usa el Nuevo Testamento es hēsychia, ausencia de bullicio y agitación. Pablo usa este término en 2 Tesalonicenses 3.2: ‘A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo que, trabajando sosegadamente, coman su propio pan.’ Al parecer, algunos miembros de la iglesia no tenían en qué ocupar su tiempo y energía. Estaban demasiado interesados en los asuntos de los demás, y no precisamente de una manera constructiva. La ira no es la única emoción que genera tormentas en nuestro interior. Dios tampoco puede hablarnos cuando los ecos de la crítica y el chisme saturan los rincones de nuestro corazón. Necesitamos hēsychia, tranquilidad interior. Una y otra vez, las Escrituras se refieren a esta necesidad de quietud. Por eso lo animo, una vez más, aunque puede ser un verdadero esfuerzo, a tomarse el tiempo necesario para abstenerse de esos pensamientos ‘inquietantes’. Observe Isaías 30.5, que nos muestra cómo la quietud, la fe, el arrepentimiento y la confianza obran en armonía:

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56 el camino de la santidad Porque así dijo Jehová, el Señor, el Santo de Israel: ‘En la conversión [šûb: volverse] y en el reposo [nah.at_: descansar, aliviarse] seréis salvos; en la quietud [šāqat. : reposo, quietud] y en confianza [bāt. ah.] estará vuestra fortaleza’. Pero no quisisteis. Dios requiere —pero no impone— que nos volvamos una y otra vez en actitud de arrepentimiento, reposo, quietud y confianza. Mis pasajes favoritos con la invitación a estar quietos están en los Salmos.

Estad quietos y conoced Estad quietos [rāp¯âh: soltar] y conoced que yo soy Dios. Salmo 46.0 ¿En qué circunstancias debo estar ‘quieto y conocer’? ¿Qué significan estas palabras? Seguramente debo estar quieto y conocer en toda circunstancia —esto es, si puedo. Pero, ¿cómo lo hago? Primero permítame referirme a las circunstancias que el salmista tiene en cuenta en el Salmo 46. Se imagina, en los versículos 2–4, la posibilidad de sucesos catastróficos y atemorizantes: que la tierra sea removida de su lugar; que las montañas se sacudan y hasta caigan en el mar; que bramen las aguas, turbulentas. Cuando nos sobreviene una catástrofe de esta magnitud —y en estos tiempos los noticieros parecen traer ese tipo de noticias constantemente— aun el más sereno de nosotros siente que el coraje se le desvanece. La pregunta que no nos atrevemos a pronunciar es: ‘¿Qué sucedería si…?’ Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. Salmo 46.2–3 Sucesos así producen temor. Mientras escribo, contemplo en la televisión las imágenes de las inundaciones en las cuencas del Misuri y del Misisipi. Observo catástrofes similares que acontecen en Bangladesh, y mientras reflexiono en el hecho de que expresan el juicio de Dios, me siento muy perturbado. Yo mismo había rogado a Dios

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esperar en dios 57 que trajese su justo juicio sobre la tierra. Sin embargo, después de ver el desarrollo de algunos de esos sucesos, Lorrie y yo hemos sollozado mientras orábamos y luchábamos en las metafóricas aguas del temor. Sin embargo, el salmista declara, desafiante: Por tanto, no temeremos —no importa qué suceda en el orden creado. Y no termina allí. Además de las catástrofes naturales, el versículo 6 considera los conflictos internacionales: ‘Bramaron las naciones, titubearon los reinos.’ Eso es lo que está ocurriendo mientras escribo estas líneas. En la ex Yugoslavia, en Israel y en el Líbano, la terrible violencia pone de manifiesto la absoluta impotencia de los gobiernos humanos. Ambos tipos de disturbios —el de la creación y el de los horrores de la guerra— son expresión del juicio divino. A pesar de ello, el salmo comienza con una expresión de firme confianza. Está escrito para enseñarnos los principios que nos permiten encontrar quietud, serenidad y paz en medio de un mundo en caos y encontrar consuelo aun cuando las guerras aumentan en torno a nosotros, aun cuando nuestros propios hijos pudiesen morir en ellas. En medio de la calamidad, no somos impotentes. Quizás lloremos, pero hay algo más que podemos hacer. Hay un sitio al que podemos escapar. Quizás seamos incapaces de controlar la creación o de resolver los conflictos internacionales, pero podemos volar a Dios y encontrar refugio en él. No importa cuán atemorizantes sean los acontecimientos terrestres, Dios siempre está cerca, tenemos un refugio al que sea que lo sintamos o no. podemos correr en medio del terror. Cuando el miedo paraliza nuestros músculos y la impotencia congela nuestro cerebro, podemos y debemos correr. No se trata de huir de la catástrofe sino de correr hacia Dios. ‘Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones’ (versículo ). Los que anhelamos ser santificados debemos aprender esto. Pero, ¿dónde encontramos a Dios cuando parece tan remoto, tan terriblemente distante? En la época en que se escribió el Salmo 46, Dios había elegido situarse en Sión. En contraste con las aguas que rugían y bramaban, el salmista podía hablar de un río cuyas ‘corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del

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58 el camino de la santidad Altísimo’ (versículo 4). Lo notable es que no hay río alguno junto a Jerusalén. ‘El río de Sión’ es una clase diferente de río, semejante al de Ezequiel (Ezequiel 47.–2). Este río fluye de la presencia, de la persona, del carácter de Dios, y de la obra definitiva de su Hijo. Es un río de vida, que nos llega por medio del Espíritu de Dios, y que puede fluir a raudales desde nosotros hacia otros. No debo ocultar el hecho de que este río no es siempre fácil de descubrir. Pero lo cierto es que está allí. El mensaje esencial del salmo se repite dos veces, en una especie de estribillo; es la gloriosa afirmación de una verdad, en el versículo 7 y nuevamente en el versículo : ‘¡Jehová de los ejércitos está con nosotros! ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!’ Dios está con nosotros. Él está cerca de nosotros, sea que lo sintamos o no. Él es un refugio.

Salir en busca de Dios Dios no está, y nunca estuvo, confinado a los templos construidos por seres humanos, como bien expresó Pablo en su alocución en el monte de Marte. De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres … para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarlo, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Hechos 7.26–27 El discurso de Pablo fue dado a un puñado de filósofos y aspirantes a filósofos. Posiblemente ellos no se sentían abrumados por catástrofes en su entorno. Cuando uno no está enfrentando grandes dificultades, la figura que se usa es completamente diferente. Bajo esas circunstancias tenemos que palpar para ver si lo hallamos. Dios siempre está cerca, sea que lo sintamos o no. Comience a palpar, entonces. ¿Está hundido en la oscuridad? No esconda los sensores, extiéndalos y palpe en busca de Dios. ¿Acaso no pertenece a Dios? ¿No es portador de su imagen? ¿No ha nacido por el Espíritu? ¡Entonces, movilícese! ¡Búsquelo! No le dé descanso, ni se lo dé usted mismo, hasta que lo encuentre! Dios, y sólo Dios, es nuestro refugio y fortaleza. Lejos de ser distante, es nuestro ayudador siempre presente.

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Soltar todo En cambio, cuando la tragedia nos abruma, como se describe en el Salmo 46, el asunto cambia. Por eso las instrucciones del salmista son diferentes a las del apóstol. El salmista contempla los mares rugientes y el odio desalmado y cruel de los ejércitos enemigos. A pesar de eso, dice: ¡‘Estad quietos y conoced’! La palabra hebrea que se traduce ‘estad quietos’ es rāp¯âh. Significa soltar, hacer que algo caiga, dejar caer. Otras connotaciones sugieren la idea de relajarse, aflojar los puños y dejar de aferrarse a algo. ¿A qué nos aferramos? Tenemos que renunciar a nuestra estúpida y puramente fantasiosa necesidad de mantener el control de las circunstancias o por lo menos de nuestra vida. Cuando usted se encuentra en medio de circunstancias complicadas, es fácil no pensar en otra cosa que en aquello que lo rodea. Sus pensamientos giran y giran en torno a cómo resolver el problema. Muchas veces las cosas parecen tan abrumadoras que usted se rinde, pero de una manera equivocada: sucumbe a la desesperación. Aun así, sus pensamientos siguen girando en el mismo fantasmal remolino, arrastrándolo a una desesperación cada vez más honda. ¡Rāp¯âh! ¡Suelte esos pensamientos! Sepárese intencionalmente de ellos. Desconéctese. Aprenda a desenchufarse de los miedos que lo obsesionan. Dios está cerca de usted, pero usted no percibirá su proximidad mientras permita que esos pensamientos lo empujen a un estado de pánico o desesperación. ¡Usted puede soltarlos! ¡Deje de aferrarlos! No se enrede más en sus pensamientos obsesivos. Mientras no se desconecte, está aferrándose a un escenario irreal que no incluye la presencia de su verdadero refugio.

El comienzo de la oración Muchos años atrás escribí un libro sobre las grandes oraciones en la Biblia.² Estaba convencido, por haber estudiado el tema en las Escrituras, de que la verdadera oración comienza cuando escuchamos a Dios. Él no ha cesado de hablar. La oración brota de lo que él despierta en nosotros por medio de su Palabra y su Espíritu. Ahora estoy más convencido que nunca de que es así. Es la voz de Dios

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60 el camino de la santidad mismo la que puede dar vida a nuestra plegaria y a las Escrituras, para que estas despierten nuestro pulso. Escuchar a Dios requiere persistencia. Durante las dos últimas mañanas he leído las porciones asignadas en un calendario de lecturas bíblicas. Se supone que la lectura debiera producir en mí gozo; sin embargo, me resultó notoriamente deprimente, porque eran pasajes referidos a los pecados y fracasos del pueblo de Dios. En cada oportunidad, pensé: ‘¡Qué poco provechoso!’ No me interesaba hacer lo que la Unión Bíblica enseña en sus guías: ‘Observe qué pecados han de evitarse, según este pasaje.’ ¡Yo quería sentir gozo! Insistí en recibir gozo. Y entonces fue como si Dios respondiese: ‘Lee el pasaje con más cuidado. Ten confianza de que te hablaré. Recuerda mi Nombre. Recuerda las promesas que te hice.’ Volví a la Biblia y leí nuevamente y, como se habrá imaginado, Dios empezó a hablar, y trajo paz y gozo a mi corazón. Tenemos tanto miedo de la posibilidad de prestar atención a nuestras propias emociones cuando leemos las Escrituras, que a menudo enterramos nuestros sentimientos o tratamos desesperadamente de mantenerlos bajo control, aun cuando los intentos que hagamos resulten completamente fallidos. Sin embargo, quizás por intuición, comencemos en ese momento a tantear nuestro camino en dirección hacia Dios. Él no está lejos. La oración es un arte que se aprende. Nadie puede colmarse a sí mismo de auténtico gozo o verdadera paz. Encontrar al Salvador es hallar paz y descanso. ¡Él es nuestra paz! La paz puede encontrarse. Quizás nos abandone por algunos días, de vez en cuando, pero puede ser buscada, porque él puede ser buscado. Quisiera decir, una vez más, que buscar la santidad es buscar a Dios.

La turbulencia interior ¿Se siente usted capaz de tener todo bajo control? ¡Entonces, tenga cuidado! Sé por experiencia que Dios sacude la tranquilidad de hombres y mujeres, y entonces se desatan en su interior tormentas emocionales. Presionan los labios con fuerza, mientras luchan contra la tormenta que golpea contra las rocas y las paredes de piedra que hay en su interior. Dios puede producir tormentas. Él puede aplastar murallas y rocas, y lo hará.

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esperar en dios 6 Las tormentas producen zozobra, sea que se trate de las tormentas que levantan las naciones que guerrean entre sí o las tormentas en el mar. ‘¡Señor, sálvanos, que perecemos!’ clamaron los discípulos durante una tormenta en el Mar de Galilea. La tormenta en el lago levantó una tormenta en el corazón de aquellos hombres; pero Dios puede calmar ambas, si lo buscamos. Tú, el que afirma los montes con su poder, ceñido de valentía; el que sosiega el estruendo de los mares, el estruendo de sus olas, y el alboroto de las naciones. Salmo 65.6–7 La palabra que se traduce ‘aquietar’, en el versículo 7, es en realidad un participio que significa sedar, sujetar. El Dios que puede calmar los mares puede, sin duda, calmar el vaso de tempestad en su corazón. Aun cuando Dios decida no poner fin a la guerra y el tumulto que nos rodean, debemos palpar a través de los túneles laberínticos de la duda, hacia donde él nos espera. Allí él sedará y sujetará el tumulto en nuestro corazón. Me referí más arriba al río torrentoso de los pensamientos llenos de ansiedad. A veces necesitamos un poco de práctica para ‘sentarnos entre los juncos’ y dejar que el río corra entre medio de ellos. Es una disciplina que requiere ejercitación. No intente luchar contra sus pensamientos. Simplemente deje que pasen de largo. Esquívelos y siéntese entre los juncos. Si se descubre aferrándose a cualquier pedacito de madera que pase flotando, suéltelo y deje que se lo lleve la corriente. ¡Nunca podrá detener la corriente de sus pensamientos, de modo que no lo intente! No necesita hacerlo. Puede aprender a estar quieto en medio de la calma de los juncos. Ejercítese en ello una o dos veces por semana. Todos nosotros necesitamos librarnos de la tendencia que tenemos a sumar más y más actividad a cada día. Cómo lo hará, es cosa suya. Dios lo llama a estar quieto y en silencio. Elija: la quietud de Dios o su propia agitación y prisa.

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Dios vive en nosotros Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mateo 6.25

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enry Scougall fue profesor de Divinidad en la Universidad de Aberdeen siendo muy joven. Vivió apenas entre 650 y 678. Cuando tenía veintisiete años de edad, poco antes de su muerte, escribió una obra titulada The life of God in the soul of man (La vida de Dios en el alma del hombre). En realidad, Scougall no escribió un libro, sino una carta amable y cortés a un amigo. Publicada más tarde como libro, influyó profundamente en muchos líderes cristianos en los años subsiguientes. Se reconoce este libro como una de las obras clásicas sobre la santidad. La vida de George Whitefield fue transformada por este libro. La tapa del ejemplar que yo tengo del libro de Scougall incluye una cita de Whitefield: ‘No supe nada sobre la verdadera religión hasta que Dios me envió esta excelente obra.’ El libro de Scougall desarrolla un principio importante: Vencemos al pecado cuando alimentamos la vida. Es inútil que usted luche contra el pecado con su propia fuerza. Combatirá mejor el pecado si alimenta la vida de Dios que hay en usted. Podemos pensar acerca de la vida de Dios de diversas formas: como vida biológica, por ejemplo, o como fuego. Piense ahora en el fuego. Cuando un fuego arde escasamente y sus brasas parecen a punto de apagarse, usted lo sopla. También lo alimenta, agregando material combustible. Lo mismo ocurre con la vida divina. Aun cuando el aporte de Dios a su santificación es más importante que el suyo, usted comparte con él la responsabilidad de mantener la llama ardiendo. Es imprescindible que usted estimule el más precioso de los dones, el don de la vida divina que le ha sido dado. Piense en la vida de una planta. Aunque soy un desastre como jardinero, sé que la manera de atacar las enfermedades de las plantas es prevenirlas, proveyendo a cada planta la cantidad de luz, agua y nutrientes que requiere. La vida ya está allí. Esa vida se defiende a sí misma mejor de lo que usted jamás podría hacerlo. La principal

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66 el camino de la santidad tarea que le toca a usted es brindar los componentes para el crecimiento. El pecado se vence de la misma manera. Los fuegos se consumen y las plantas se mueren, pero la vida de Dios que hay en su alma nunca morirá. Quizás nuestro amor arda escasamente, sofocado en parte por la culpa pecaminosa y el descuido, pero el fuego sigue vivo por debajo. Una vez que se le presta atención, las llamas arden nuevamente con fulgor. Lo más importante, entonces, si quiere vencer el pecado, es prestar atención a la vida divina que Dios le ha dado, y clamar a él con fuerza si fuera necesario. Como lo explica Scougall, en contraste con la vida natural la vida espiritual ‘se eleva … dominando nuestras inclinaciones naturales, para que estas nunca nos traicionen a hacer aquello que sabemos es condenable.’¹ Una vez más, es la prueba de la verdad: la auténtica verdad se comprueba porque nos libra del pecado. Jesús vino a la tierra para darnos vida: ‘Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia’ (Juan 0.0). A medida que crece la vida de Dios en nosotros, nuestro nivel de santidad crecerá en forma proporcional.

Lo que perdimos en la Caída Antes de pecar en Adán, teníamos dos tipos de vida: la natural (o biológica) y la divina. Éramos seres híbridos. La vida biológica incluye la vida del alma; el espíritu es distinto. En la Caída, sin embargo, perdimos la comunión con Dios. Perder la comunión con Dios es morir. Nuestro espíritu siguió presente en nosotros, pero perdimos la capacidad de conocer a Dios. En ese sentido, ‘morimos’, ya que la verdadera vida es conocer a Dios. La vida consiste en conocer a Dios, no meramente en tener inteligencia o en la capacidad de reproducir la especie. Nuestros primeros padres pecaron y, como nos recuerda Ezequiel, Dios nos declara que: He aquí que todas las almas son mías: como el alma del padre, así el alma del hijo es mía. El alma que peque esa morirá. Ezequiel 8.4

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dios vive en nosotros 67 Adán y Eva ya no caminarían más en el huerto con Dios, conversando, escuchando, compartiendo con él. Esa vida, y con ella nuestra capacidad para la comunión, se había perdido. La vida divina se había comenzado a extinguir en los seres humanos, aunque el potencial para ella seguía presente. Cuando presentamos el evangelio, hacemos buen uso de las palabras de Pablo: ‘Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios’ (Romanos 3.23). A causa del pecado, hemos quedado solamente con la vida natural, biológica. Y aun en esa vida biológica se instaló el proceso de la muerte. Los médicos nos dicen que empezamos a morir en el momento en que nacemos. Esta es la clase de vida que compartimos con las plantas y animales, la clase de vida que Dios sostiene en todos los organismos físicos. Él la sostiene por el breve lapso de nuestra existencia. El Creador mantiene latiendo aun el corazón de sus enemigos; él provee alimento y sabe cuándo nos amenaza algún peligro. Ni un pajarito cae sin que la mente de Dios tome nota del hecho con actitud compasiva. La vida biológica proviene sólo de Dios, y sólo él la preserva. Dios creó la vida biológica. Esa vida lleva el sello de su carácter, lo mismo que la vida espiritual. Por lo tanto, la vida biológica, en sí misma y aparte de la vida espiritual, todavía es portadora de la marca de la deidad. Responde a la gentileza y al amor. No sólo eso, sino que es capaz de responder con amor y ser leal al ser del que recibe afecto. Los gestos de fidelidad y sacrificio existen en el mundo animal. Los perros son fieles a sus amos y amas; los defienden, y hasta pueden sacrificar su vida para hacerlo. Hay, por así decirlo, ‘perros mártires’. Todas las criaturas de sangre caliente defienden a sus crías. ¡En algunas especies, los cónyuges son fieles el uno al otro!

La necesidad de escudriñar nuestro corazón La gente que tiene vida biológica, pero carece de vida divina, todavía puede ‘aprobar lo mejor’ (Romanos 2.8). En su intento por corromper el reino de Cristo desde adentro, Satanás coloca agentes allí. Son personas que muestran la mejor calidad de vida biológica. Aceptan las doctrinas del cristianismo pero carecen de vida divina. No saben lo que es arrepentirse. Tienen fe de alguna clase, pero no es una fe

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68 el camino de la santidad salvadora. Pueden ser miembros fieles en las iglesias evangélicas, ya que en cada iglesia (lo mismo que en el reino de Dios en general²) el trigo y la cizaña crecen juntos. Una iglesia o congregación ‘pura’, integrada en forma exclusiva por creyentes, no se mantiene así por mucho tiempo.³ Si aceptamos que la vida biológica que carece de vida divina puede expresar amor y fidelidad, no podemos tomar el hecho de que seamos personas amables y afectuosas como una prueba de nuestra relación con Dios. Debemos escudriñar nuestro corazón con diligencia para saber si hay verdadera vida en nosotros. Si la hay en alguna medida, debiéramos asegurarnos que reciba el cuidado adecuado. No seamos como aquella persona que cuidaba los jardines de los demás y descuidó el propio (Cantar de los Cantares .6). No es tarea nuestra sentarnos en el trono de Dios y seleccionar a las personas que serán admitidas en el cielo, y mucho menos es función nuestra obligar a los incrédulos a irse de nuestras iglesias. Eso es algo que harán los ángeles. Nosotros no debemos juzgarnos unos a otros: Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la Ley y juzga a la Ley; pero si tú juzgas a la Ley, no eres hacedor de la Ley, sino juez. Uno solo es el dador de la Ley, que puede salvar y condenar; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? Santiago 4.–2 Si nos corresponde alguna autoridad para expulsar a alguien de nuestro medio, es con respecto a aquellos auténticos cristianos que han caído en pecado y se niegan a aceptar nuestro ofrecimiento de ayuda y misericordia (ver  Corintios 5.–3). Sin duda, podemos tener cierta percepción de quién pertenece al Señor y quién no. Pero sospecho que tendremos algunas sorpresas cuando lleguemos al cielo. En cualquier caso, nuestra obligación es ocuparnos en primer término de nuestra propia alma, avivar las llamas, nutrir la planta. Al comienzo de cada vuelo, se les explica a los pasajeros que en caso de emergencia los padres deben ponerse primero sus propias máscaras de oxígeno. Piense por un momento. Normalmente, un padre comenzaría poniendo la máscara al niño. Atender al niño

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dios vive en nosotros 69 parece natural y aun más noble. Pero en realidad, la supervivencia del niño depende de la de sus padres. Los padres tienen que poder pensar con lucidez. En la lucha por colocarle una máscara a un niño asustado, un adulto cuyo cerebro está privado de oxígeno puede llegar a confundirse. En estas circunstancias el padre podría actuar de forma necia, aun comportarse como si estuviera ‘ebrio’ y ser la causa involuntaria de la muerte del niño. De la misma forma, nuestra primera preocupación debe ser alimentar la vida que hay en nosotros. En el ámbito del espíritu, como regla general, estamos en condiciones de alimentar a otros una vez que nuestras propias necesidades han sido atendidas.

Vida divina Cuando Dios restablece su contacto con nuestra persona caída, nuestro espíritu revive, y renacemos a la vida espiritual. ¿Cuáles son las características de la vida divina? ¿Cómo puedo saber si la poseo? ¿Cómo puedo saber si la vida en mi interior está descuidada? Si he de escudriñar mi corazón, es preciso que sepa qué es lo que estoy buscando. Scougall menciona cuatro medios por los cuales podemos saberlo: ‘La raíz de la vida divina es la fe; las ramas principales son el amor a Dios, la caridad hacia el prójimo, la pureza y la humildad.’⁴ Creo que está acertado, porque en líneas generales sigue las palabras que escribe Pablo, en Gálatas 5.6–25. La fe, el amor a Dios, el amor a otros, la pureza y la humildad; podríamos agregar algunos calificativos más, pero esta sola combinación de elementos distingue la singular vida divina de la vida biológica que, como vimos, también es capaz de amor y sacrificio. Estas son las características básicas que determinan que la vida de Dios existe y que la llama de esa vida está bien cuidada. A estas cinco agregaría una sexta, notable por su ausencia en la iglesia de nuestro tiempo: el temor a Dios. La vida divina tiene su fuente en la fe impartida por Dios. Scougall sin duda aprendió la doctrina del apóstol Pablo: ‘Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios’ (Efesios 2.8). ‘Fe … y esto no de nosotros.’ Sólo la fe otorgada e infundida por Dios mismo nos preserva de las llamas del infierno. La doctrina de la perseverentia sanctorum, la preservación de los santos,

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70 el camino de la santidad nos dice que la fe impartida por Dios es una fe que permanece hasta el fin. Es la fe que infunde vida en los auténticos cristianos. Permítame repasar estas ideas. Para tener vida, usted debe tener una fe otorgada por Dios. La fe que proviene de Dios produce en nosotros una vida de origen divino. Dios nos adopta como auténticos hijos suyos. Lo que es más maravilloso, lo hace plantando en nosotros su propia simiente: Pues habéis renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.  Pedro .23 Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.  Juan 3.9 Observe especialmente el segundo de estos pasajes: ‘… no puede seguir pecando.’ Es decir, aquel que es nacido de Dios no puede persistir en transgredir de manera deliberada la verdad de Dios. Cuando un verdadero cristiano lo hace —y la posibilidad de pecar deliberadamente es real— está otra vez en peligro de ir al infierno. Usted dirá: ‘¡Espere un momento! ¿Puede un verdadero cristiano estar en peligro de ir al infierno?’ Sí, por cierto, y lo digo como auténtico calvinista que soy. ¡Estar en peligro de ir al infierno no es lo mismo que ser arrojado allí! Usted corre ese riesgo mucho antes de que eso suceda. En el momento en que un cristiano desobedece, se pone en marcha hacia el infierno. Pero cuando un auténtico cristiano está en dirección hacia el infierno, no pasará mucho tiempo antes de que empiece a temblar por el temor. ‘No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno’ (Mateo 0.28). La doctrina de la perseverancia de los santos enseña que la llama de la fe salvadora será conservada en los elegidos de Dios ( Corintios .8–9; Filipenses .6;  Tesalonicenses 5.23–24). Como dice R. Kearsley, expresando el punto de vista del propio Calvino: ‘La confianza de esta fe será en ocasiones como la de una llama que parpadea y casi parece apagarse por completo. Pero con toda seguridad se avivará otra vez y arderá vivamente hasta el fin.’⁵

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Amor y temor Cuando desobedecemos a Dios, nos ponemos rumbo al infierno. Esa ruta debiera despertar en nosotros temor y temblor… no temor del infierno, sino de Aquel que tiene poder para arrojar allí al cuerpo y al alma. El temor de Dios casi ha desaparecido en el pensamiento cristiano. R. T. Jones advierte: ‘La idea de que Dios no está airado con los pecadores no pertenece ni al Antiguo Testamento ni al Nuevo; no es judía ni cristiana, sino una invasión foránea proveniente del pensamiento griego.’⁶ El amor y el temor van juntos. El disfrute del inestimable privilegio de la intimidad con Dios debe estar siempre acompañado por una actitud de temor ante su presencia. Los que le aman también le temen, y ambos, amor y temor, crecen en la misma proporción. Por lo menos esa ha sido mi experiencia. Quizás el amor haga en el futuro una obra perfecta en mí. El apóstol Pablo conocía ese temor. Era el temor de saber que algún día estaría en la presencia de Dios, donde se le pediría cuenta de su mayordomía (2 Corintios 5.0). Solía ser bien visto describir a hombres y mujeres como personas ‘temerosas de Dios’, pero la moda murió hace mucho tiempo. Pablo temía a Dios. Yo tengo muchos más motivos que Pablo para sentir temor. Más de una vez, cuando Dios se me acercó, sentí terror. Pero, porque amaba a Dios, el amor (y el gozo que lo acompaña) fue más grande que el miedo. En esos momentos hubiera deseado morir, a pesar del temor. Yo amaba a Aquel a quien temía. Recientemente estuve a punto de morir, después de un segundo ataque al corazón. En esos momentos me di cuenta de qué tenía miedo: temía presentarme ante mi Dios con la tarea inacabada. Sabía que le pertenecía a él, pero quería escuchar el ‘bien hecho’ y no ser meramente salvo ‘como por fuego’ ( Corintios 3.5).

La fuente del amor cristiano ¿Cómo aprendemos a amar a Dios? Los niños que reciben amor de sus padres encuentran fácil amar.

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72 el camino de la santidad La única manera de amar al progenitor es ser antes amado por él. Cuando un niño levanta sus brazos hacia la mamá para que lo abrace, no hay en el amor que ofrece el pequeño ningún noble acto de sacrificio. La criatura que se alimenta del pecho también quiere afecto. El amor del niño se llama ‘amor necesidad’. Es por allí donde podemos comenzar. Amor y necesidad están inseparablemente entrelazados. Bernardo de Clairvaux sabía bien que el amor surge de la experiencia de ser amados. Él se dirigió hacia Cristo por lo que quería recibir; algunos de nosotros consideraríamos poco noble acercarnos a Dios por lo que él pudiera darnos. Bernardo se acercó como un niño tras una golosina, pero la golosina que buscaba era amor. Sabía que su corazón estaba vacío de amor, y lo levantaba como una vasija vacía, una y otra vez. Jesús, gozo del corazón amante, Fuente de Vida, Luz de los hombres, del esplendor más grande que la tierra ofrece, vacíos volvemos a ti, una y otra vez.⁷ Conocer a Dios verdaderamente es estar inundado de una abrumadora percepción de su amor hacia nosotros. Si hay una lección que Dios me ha estado enseñando a lo largo de toda la vida, por medio de su Espíritu, es que él me ama. ¡A mí, nada menos! Yo no sabía cómo recibir su amor, ni podía hacerlo. Él tuvo que enseñármelo, y lo hizo con suma delicadeza, a medida que su Espíritu me seducía. Ser amado, ser inundado y abrumado por ese amor, es conocer el corazón de Dios. J. I. Packer comenta: Cuando Pablo dice: ‘… porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones’ (Romanos 5.5), no se refiere a nuestro amor hacia Dios sino a la comprensión de su amor hacia nosotros.⁸ Los niños desarrollan confianza cuando, por medio de sonrisas reiteradas, abrazos, disciplina amorosa y ternura, entienden que son amados. En esas condiciones los niños se saturan de amor. Como lo expresa Packer, en ese pasaje Pablo no está hablando de impresiones débiles o fluctuantes, sino de impresiones profundas y abrumadoras.⁹ Ser amado es la clave para amar a otros, lo mismo que para amar a Dios.

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dios vive en nosotros 73 Los niños ‘malcriados’ saben que recibir abundantes regalos y poder hacer lo que les viene en ganas no es lo mismo que ser amado. De manera intuitiva reconocen que la indulgencia de sus padres es un pobre sustituto del amor genuino. Saben que algo está faltando. Su manera de probar los límites y su mal comportamiento expresan, en realidad, sus intentos de encontrar verdadero amor. La criatura que recibe amor ama a su papá. No ama a un papá abstracto sino a uno real. El amor brota como algo nuevo cada vez que el papá está presente. Por eso el pequeño se acerca con ansias cada vez que oye la llave en la puerta. Por supuesto que ama las cosas que vienen junto con papá: regalos y cuentos, o la seguridad que da por sentado. Pero es la presencia de papá lo que anhela. Los regalos no sirven como reemplazo de la presencia y de la persona. Lo mismo ocurre con el amor de Dios. Scougall nos dice que el amor de Dios es ‘una percepción deleitable y apasionada de las perfecciones divinas.’ Pero una percepción de ese carácter pone anhelos más profundos en nuestra alma, y Scougall ofrece un panorama de esos deseos: hacen que ‘el alma se rinda y se entregue totalmente a él, que desee por sobre todas las cosas complacerlo, y que en nada se deleite tanto como en tener compañerismo y comunión con él.’¹⁰ Papá es grande y fuerte. Cuando grita enojado, el pequeño o la pequeña se llenan de terror. Si han sido siempre tratados con cariño, no huirán; más bien, se aferrarán a papá, hundirán la carita en la pierna de su pantalón o se La mayoría de los cristianos arrimarán temerosos hacia nunca buscó el amor del él, dispuestos a treparse más excelso de los Amantes. a su rodilla en la primera Somos demasiado serios oportunidad. De la misma y formales. forma, tanto el amor como el temor a Dios son señales de que la vida divina está en nosotros. El amor perfecto (el perfecto amor de Dios hacia nosotros) gradualmente ahuyentará el temor; pero sospecho que los cristianos que nunca sintieron ese temor son los más empobrecidos. Mencioné antes que a veces no podemos sentir el amor hacia Dios. La mayoría de los cristianos nunca buscó el amor del más excelso de los Amantes. Cantamos: ‘Jesús, amante de mi alma, déjame volar a tu regazo’, pero no lo buscamos, mucho menos dejamos que él nos

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74 el camino de la santidad ame. No llegamos a confiar en su enorme afecto. Somos demasiado serios y formales. Más bien arrojamos trapos mojados para sofocar las llamas de nuestro amor, o los empapamos con resentimiento, falta de perdón y soberbia, y aun con la pose de que somos valientes y nos podemos arreglar sin Dios. Sin embargo, Scougall dice que los genuinos cristianos no se deleitan en ninguna otra cosa tanto como en el compañerismo y la comunión con Dios. Debemos volver una y otra y otra vez a nuestro Padre para dejar que nos ame, como lo hacía Bernardo de Clairvaux, a fin de que la pasión por Dios empiece a elevarse, renovada, y arda en nuestro corazón. Yo era incapaz de decir: ‘Amo a Dios.’ Hoy, en cambio, su amor es en mi interior un fuego que ya no podría sofocar. Es como un verdor de vida nueva que brota en mí, una vertiente de agua que sobreabunda.

Amor hacia otros Podemos afirmar de manera categórica que el amor a Dios se acompaña por el amor al prójimo. Decir ‘amo a Dios’ pero no sentirme afectado en absoluto por la condición de mi prójimo, demuestra que mi amor a Dios es falso; en realidad, es amor a alguna otra cosa y no a Dios. Scougall afirma: ‘Un alma inundada por el amor divino tiene que derramarse hacia toda la humanidad, en afecto sincero y sin límites. Lo hace por la relación que esos otros seres tienen con Dios, porque son sus criaturas, y porque algo de la imagen de Dios está estampada en ellos.’¹¹ En respuesta a una pregunta, Jesús vinculó los dos primeros y más importantes mandamientos y dijo: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’ (Mateo 22.37–39). Confieso que he tenido un largo peregrinaje en este sentido. Es cierto que lloro, y aun sollozo, cuando veo la devastación de la guerra, y el perjuicio que causa a personas de Europa y de algunas regiones de África. Pero hay otras personas, cristianas y no cristianas, por quienes siento rechazo. El hecho de que tales personas tengan ‘algo de la imagen divina estampada en ellos’ no produce en mí diferencia alguna. He sido llamado a amarlas, pero no lo hago. Por lo tanto, la vida de Dios que hay en mí necesita desarrollarse aun más.

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dios vive en nosotros 75 Años atrás, cuando trabajaba como psiquiatra, de vez en cuando invitaba a algunos de mis pacientes a la iglesia a la que yo asistía. No todos mis hermanos en la congregación se sentían complacidos. Quizás se les cruzaban nociones preconcebidas sobre lo que son los ‘enfermos mentales’. Fue necio de mi parte no haberme anticipado a las dificultades. Amaba a mis pacientes, y nunca se me había ocurrido que otros cristianos pudieran no hacerlo. ¿Percibe alguien la imagen de Dios en sus prójimos, actualmente? La reacción que tenían mis hermanos en la fe me plantea importantes preguntas al respecto. En una ocasión, Jesús le dio a un abogado una definición de quién era su prójimo; posiblemente su interlocutor era un escriba graduado y, al parecer, era un obsesivo por las definiciones. Es importante leer con cuidado el relato de este encuentro. Jesús narró la historia del buen samaritano. Dos personas religiosas (un sacerdote y un levita) pasaron de largo junto a un hombre malherido en la ruta; un samaritano, en cambio, pagó para que fuese cuidado en una posada. Jesús le hizo luego una pregunta al escriba: ‘¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?’ Era una pregunta punzante. Dicho en palabras más cotidianas: ‘¿Quién actuó como un verdadero vecino?’ El experto en la ley respondió: ‘El que usó de misericordia con él’ (Lucas 0.25–37). Probablemente, como dije hace un momento, se trataba de un escriba que se había especializado en la Torá, la ley de Moisés. Este experto en leyes estaba poniendo a prueba la ortodoxia del Hijo de Dios; había salido a ‘cazar brujas’, por así decir. En primer término, Jesús afirmó que el amor a Dios se acompaña con el amor al prójimo y así aprobó, sin dificultad, la primera evaluación. El abogado debe haber anticipado esta situación. A mí me da la impresión de que tenía, al comienzo, una actitud paternalista hacia Jesús. Para poner en evidencia que el problema era mucho más complicado de lo que Jesús podía haber advertido, le preguntó: ‘¿Quién es mi prójimo?’ (‘Usted está en lo cierto al afirmar que debemos amar al prójimo. Pero ahora defina la palabra prójimo, por favor.’) La pregunta tenía una respuesta obvia, una que hubiera afianzado las convicciones del experto. El Hijo del hombre le respondió con una parábola. De ella extraemos la enseñanza de que debemos

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76 el camino de la santidad estar dispuestos a ayudar a cualquier persona en necesidad cuyo camino Dios cruce con el nuestro. Scougall dice que la vida de Dios en nosotros, ‘lejos de dañar o causar injurias a otra persona, más bien nos llevará a reaccionar contra cualquier mal que caiga sobre otros, como si nos ocurriese a nosotros mismos’ (énfasis mío). Una actitud de crítica es incompatible con el amor. Es también incompatible con el verdadero discernimiento espiritual.¹² Por medio de su Espíritu, Dios está siendo implacable conmigo, en los últimos años, respecto a mis actitudes críticas hacia otras personas, especialmente otros cristianos. Sé que Jesús maldijo a los fariseos, y sé que el fariseísmo está muy difundido entre los cristianos. Pero, a diferencia de Jesús, no he sido llamado a maldecir a mis hermanos y hermanas que muestran conducta farisaica. Hasta que sea destruido mi mal hábito de criticar, ni siquiera estaré en condiciones de hablar en la iglesia sobre el fariseísmo. Adoptar la posición de juez es ser un fariseo. Lentamente, estoy aprendiendo a no ser yo mismo un fariseo. Cuando digo: ‘Dios, por su Espíritu, está siendo implacable conmigo’, es porque en ocasiones Dios tiene que ser implacable para mostrar su misericordia. Permítame explicarlo de otra manera. Desde hace varios años, en Sabemos que el amor el momento en que empiezo se muestra en lo que hacemos, a elaborar en mi mente una no sólo en lo que predicamos. crítica hacia un hermano en la fe, hábito al que estuve inclinado durante mucho tiempo, de inmediato el Espíritu Santo comienza a perseguirme. Poco a poco comienzo a sentir gratitud, porque esta corrección me está enseñando a la vez qué es el amor, y por qué Cristo no tenía dificultad para mezclarse con ‘publicanos y pecadores’. Es cierto que, en la parábola narrada por Jesús al escriba, la necesidad más grande del hombre que había sido golpeado por ladrones era escuchar el evangelio. Compartir el evangelio debe ser una parte integral de cualquier acción que nos lleve a ‘limpiar heridas’ o a dar dinero. Pero el amor es amor. No es un recurso para mejorar nuestras estadísticas evangelísticas. Todos admitimos que el amor se muestra en lo que hacemos, no sólo en lo que predicamos. El amor es más que una campaña evangelística para coleccionar nombres, como si

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dios vive en nosotros 77 fueran trofeos de caza. El amor con el que entrego el evangelio es el mismo amor que me mueve a hacer todo lo que está a mi alcance para ayudar a otro. No hay dos amores distintos en mí, hay uno solo: Amor-por-Dios-y-por-el-prójimo. Digámoslo una vez más: el amor es amor, actúa de la forma que es propia del amor. Cuando Jesús leyó las Escrituras en la sinagoga de Nazaret, eligió las siguientes palabras de Isaías 6: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor. Lucas 4.8–9 Para comprender la Gran Comisión tenemos que comenzar aquí. Mateo 28.8–20 debe ser entendido en el contexto de lo que significa la unción del evangelio. Las buenas nuevas son especialmente para los pobres. En todas las renovaciones de amplio alcance que han ocurrido en la historia, el rasgo que más se destaca es el enorme número de conversiones entre los pobres y los analfabetos. Los pobres también son nuestros prójimos. ¿Cómo definimos a los ‘pobres’? A partir de las palabras de Isaías, me inclino a considerar como pobres a aquellos que están en desventaja y son explotados por el resto de la sociedad: las víctimas de la sociedad. Esto incluye a prostitutas, alcohólicos, drogadictos, enfermos mentales, los que no tienen esperanza —es decir, pecadores. Jesús fue criticado por comer con esa clase de personas. Aunque los pecados de esas personas eran inaceptables tanto desde el punto de vista social como eclesiástico, nuestros pecados socialmente excusables no son por ello menos pecaminosos. Por debajo de la piel, todos somos iguales. Dios no toma en cuenta las estrategias que diseñamos para alcanzar a ‘personas clave’ para Cristo. Él prefiere glorificar su propio nombre, y de tanto en tanto derrama su Espíritu y abre los ojos de hombres y mujeres de toda clase. Les abre los ojos tanto al horror de su pecado como a la misericordia de Cristo. Jesús amaba y pasaba tiempo con los pecadores. Pocas iglesias lo hacen. En este aspecto muchas congregaciones difieren enormemente de su Señor. ¿Por qué? Quizás porque no compartimos su

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78 el camino de la santidad corazón ni su vida. No entendemos su unción. Cualquiera sea la razón, Jesús atrajo la clase de las personas que las iglesias no logran atraer. Cuando pasa el invierno, la primera señal de que la vida está retornando en un árbol es la aparición de pimpollos y de hojas. Pronto le sigue un deslumbrante despliegue de flores. A medida que aumenta el calor del sol, los pétalos delicados caen y alfombran el piso de diversos colores. Luego llega la fruta. Dios puede hacer lo mismo con el florecimiento sobrenatural que con el natural. En términos del evangelio, ‘fruto’ no significa ‘ganar almas’, o al menos no se reduce a ello. Es el fruto del Espíritu, la evidencia de que la vida de Dios se está desarrollando en nosotros. La vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras. Números 7.8 Como ya hemos visto, el fruto más importante es el amor. Pero el fruto espiritual es aun más que amor hacia Dios y hacia el prójimo.

La pureza Hasta aquí hemos considerado el amor ferviente hacia Dios y el amor hacia el prójimo; ahora consideraremos la pureza. Scougall define pureza como ‘el dominio de los apetitos inferiores.’¹³ Sería bueno preguntarnos si los ‘apetitos inferiores’ son realmente inferiores. Desde el punto de vista de Scougall, la idea es que lo bueno es enemigo de lo mejor. Cuando se menciona la pureza, la mayor parte de la gente piensa en pureza sexual, y sus pensamientos luego se disparan hacia algún pecado sexual específico del que son culpables ahora o lo han sido en el pasado. Es obvio que la pureza abarca mucho más que la pureza sexual, pero podría ser acertado comenzar por ahí. En mi libro Hacia la sanidad sexual, presenté evidencia bíblica que muestra que el pecado sexual es el arma principal en la estrategia con la que Satanás controla a la raza humana. C. S. Lewis parece pensar igual, porque dice lo siguiente:

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dios vive en nosotros 79 Es posible reunir una gran concurrencia para un acto de strip-tease, es decir, para mirar cómo una mujer se desviste sobre un escenario. Ahora bien, imagine que hubiese un país donde se llenara un teatro con el simple acto de presentar una fuente cubierta y luego quitar lentamente la tapa para que toda la concurrencia pudiese ver, un instante antes del corte de luces, que en la fuente hay un trozo de cordero o una pieza de jamón. ¿No pensaríamos que en ese país pasa algo anómalo con el apetito por los alimentos?¹⁴ Nuestro impulso sexual es el punto inicial en la estrategia de Satanás para controlarnos. La pureza es una planta de crecimiento lento, y la pureza sexual, por el hecho de que incluye la pureza de los pensamientos, habitualmente crece con lentitud. Como descubriremos, alcanzamos mejor la pureza sexual si avivamos las llamas de la vida divina que hay en nosotros. Pero la pureza abarca mucho, mucho más que lo sexual. La podemos comprender mejor en términos de cierta simplicidad; es esa actitud que nos lleva a aplacar cualquier otro interés, para concentrarnos en el amor: amor a Dios y amor al prójimo. En la senda de la santidad, pronto comienzo a descubrir que mi amor por Dios y por el prójimo está en gran medida determinados por el interés en mí mismo. Sin darme cuenta, confundo el amor con la necesidad de agradar a otros. Mi meta es lograr que mi prójimo se parezca a mí, que me apruebe y admire. Me descubro pensando en Dios, neciamente, de la misma manera. Tratar de agradar no es lo mismo que amar. El intento de complacer a otros podría estar motivado por un interés puramente egoísta: deseo que me quieran. Pero el verdadero amor sólo viene de Dios, y este despierta amor hacia el prójimo. Gradualmente, Dios me purifica. Para eso, me pone a prueba. En las raras ocasiones en que mi esposa se enferma, comienzo a descubrir lo tremendamente egoísta y poco amable que puedo llegar a ser. Dios me muestra hasta qué punto eso que llamo amor es todavía bastante superficial. Si hemos de ganar a un mundo perdido, es preciso que aprendamos a través de las pruebas. Dije que la pureza consiste en ‘cierta simplicidad, esa actitud que nos lleva a aplacar cualquier otro interés, para concentrarnos en el

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80 el camino de la santidad amor: amor a Dios y amor al prójimo.’ Permítame volver al tema del sexo, y concentrarme en las relaciones sexuales dentro del matrimonio, a fin de ilustrar lo que quiero decir. ¿En qué difiere el amor de la lascivia? ¿Cuándo comienza la lascivia? La mayor parte de las personas que me ha confesado pecado de lujuria está, a mi entender, confundiendo sensaciones sexuales con lujuria sexual. Las sensaciones fueron creadas por Dios. En sí mismas no son malas, son santas. Sólo cuando ocupan el lugar que le corresponde a Dios, se tornan pecaminosas. Las palabras santo y sexo parecen pertenecer a mundos distintos, pero eso se debe a que, a lo largo de los siglos, la estrategia de Satanás ha sido crear un aura de seducción perversa en torno a la sexualidad. Algunos esquivamos la situación mostrándonos bromistas y usando lenguaje infantil para referirnos al tema. Hay quienes adoptan una actitud aséptica y distanciada del sexo, y otros se tornan torpes y groseros. Ambos enfoques pierden lo que el sexo tiene de glorioso y maravilloso. Para poner las cosas en su lugar es preciso entender que las sensaciones físicas de la sexualidad nos han sido dadas por Dios. Necesitamos descubrir que sexo y amor van juntos. Necesitamos amar sexualmente a nuestros cónyuges, es decir, no sólo físicamente sino con el corazón, con todo nuestro ser. ¿El amor? El amor es amable y paciente, dice Pablo. Toma en cuenta a la otra persona. No ‘usa’ al otro para gratificar un apetito propio. Lo que es físico (¿no lo somos todos?) se combina con lo que es espiritual. Lo cierto es que somos las dos cosas y siempre lo seremos. Las relaciones sexuales anticipan la intimidad con Dios, que apenas empezamos a experimentar en esta vida. Sólo cuando seamos asexuados experimentaremos aquello hacia lo cual apunta la intimidad sexual: conoceremos como somos conocidos. Mientras tanto, debemos comenzar a aprender a simplemente amar, en todo aquello que se relaciona con los apetitos físicos, sexuales u otros. Comer con glotonería o dormir con exageración es adorar a la comida o al sueño (o a los ‘dioses’ angelicales caídos que representan). También significa, en ocasiones, que nuestra idolatría nos torna insensibles a las necesidades de otros. Por la indulgencia que demostramos hacia nuestros apetitos, es muy posible que estemos adorando a los antiguos dioses. Todos nuestros apetitos son buenos y fueron creados por Dios. Pero el pecado nos ha seducido

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dios vive en nosotros 8 para que adoremos a esos deseos, en lugar de adorar a Dios. Nos daremos cuenta de que estamos empezando a pervertir la pureza cuando nuestros apetitos físicos nos vuelvan ciegos a las necesidades y deseos de los demás. Cuando eso ocurra, habremos dejado de adorar a Dios, al Dios que nos ama a todos por igual.

La humildad ¿Qué es la humildad? Bernardo de Clairvaux, tomándolo prestado de Benedicto, describe doce pasos para alcanzar la humildad. Bernardo señala a Jesús, y nos invita a aceptar la invitación que nos hace a tomar su yugo, tomando en cuenta que Jesús mismo es ‘manso y humilde de corazón’.¹⁵ Cristo enseña la humildad. Pero es preciso caminar a su lado largo tiempo para aprender de él. La humildad es lo opuesto de la soberbia, que es el primero y más grande de los pecados y el que a menudo se asocia con cierto grado de desconfianza frente a lo que Dios dice. Bernardo de Clairvaux define la humildad como ‘la capacidad de una persona para percibirse a sí misma como realmente es y, en consecuencia, comprobar que no vale nada.’¹⁶ Me gusta la Mi valor no reside primera mitad de esta definición. en la opinión La segunda parte es bastante veraz que otras personas pero no es la última palabra en este tienen de mí sino asunto. Sin duda, yo no valgo nada: en el hecho de que no merezco admiración, amabiliDios me ama. dad, gracia, amor, ni siquiera respeto… porque he estropeado la imagen de Dios de la que soy portador. Pero no es preciso que todo termine así. En realidad, esto es sólo el comienzo. Dios me ofrece todas aquellas cosas de las que no soy merecedor. Ser humilde es saber, al mismo tiempo, que carezco de mérito alguno y sin embargo recibo bondad, perdón y amor. Me gusta más la definición de humildad que da Scougall. Él la define como ‘morir completamente a la gloria del mundo y al aplauso de los hombres.’ ¡Buenísimo! ¡Eso es lo que yo quiero! Esta definición ‘golpea’ donde me duele. Mi valor no reside en la opinión que otras personas tienen de mí sino en el hecho de que Dios me ama.

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82 el camino de la santidad Dios es la clase de persona a la que uno puede amar. John Piper dice lo siguiente de él: ‘Dios nunca se irrita ni se pone áspero. Nunca está fatigado ni deprimido ni de mal humor ni agotado. No explota cuando está airado. Él no se perturba fácilmente.’¹⁷ Hasta me admira. Es decir, admira a ese ‘John’ que él mismo está creando en mí. Cuando contempla su obra, y la compara con el modelo que pensó para mí desde antes de que el mundo fuese, una sonrisa surca su rostro y hace un gesto de asentimiento que expresa su gozo paternal. Comienza a ver en mí la imagen de su Hijo. Cuando esa sonrisa divina, y sólo esa, es la base de mi autoestima, desaparecen la inclinación a competir, la preocupación por la propia reputación y la necesidad de ser aprobado por los demás. Entonces comienza a fluir la paz. Humildad no es lo mismo que autodesprecio. Una persona humilde es una persona tranquila y en paz; como diría Andrew Murray, es todo lo contrario de una persona ‘inquieta y sobre ascuas’. El que es realmente humilde no corre el riesgo de decepcionarse y puede sonreír ante la crítica. Ser humilde es estar siempre escondido en la presencia de Dios aunque estemos en medio del tumulto. Es la paz que da saber que ninguna crítica o resentimiento puede alcanzarme; estoy seguro, refugiado en mi elevada torre, amado y perdonado por Dios. No se trata de una actitud de obsecuencia interesada y tampoco es un sentimiento de inferioridad, mucho menos de desmerecimiento o autodesprecio. El autodesprecio es orgullo enmascarado. El ensayo de Lewis sobre la soberbia es muy conocido, e incluye comentarios sobre la humildad. Recordará que fue ese libro el que produjo en Charles Colson tal impresión que decidió abandonar una carrera como político prominente y hombre de éxito, para consagrarse por entero al reino de Cristo. He aquí otra vez las palabras de Lewis: Cuando usted se encuentre con una persona humilde, no espere encontrarse con el tipo de individuo que la mayor parte de la gente llama ‘humilde’ … Probablemente lo único que recuerde es que parecía ser una persona alegre, inteligente, que realmente mostró interés en lo que usted le decía a él … Esa persona no estará pensando en la humildad. No estará pensando en sí mismo en absoluto.¹⁸

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dios vive en nosotros 83 ‘No estará pensando en sí mismo en absoluto.’ ¡Seguramente algunos de nosotros todavía tenemos que permitir que esa clase de vida se desarrolle más en nuestro interior!

El fruto del Espíritu El fruto es producto de la vida. Digamos una vez más que, en las Escrituras, producir fruto no es principalmente ganar almas sino desarrollar un carácter piadoso. Cuando Scougall dice que la vida de Dios se caracteriza por ‘el amor a Dios, la caridad al prójimo, la pureza y la humildad,’ está enumerando algunas de las cualidades que Pablo describió como ‘fruto del Espíritu’. El árbol de la vida producirá fruto. ‘El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley’ (Gálatas 5.22–23). Observe que Pablo no está hablando de frutos del Espíritu (en plural) sino de fruto. El fruto del Espíritu es un carácter que muestra ciertas cualidades, varias de las cuales menciona allí el apóstol. Cuando usted comparte la vida de Dios, comienza a compartir su carácter. Jesús mismo enumera varios de estos rasgos en Mateo 5: pobreza de espíritu (versículo 3), capacidad para llorar (versículo 4), mansedumbre (versículo 5), hambre de justicia (versículo 6), misericordia (versículo 7), pureza (versículo 8), tendencia a promover la paz (versículo 9) y, a la vez, sufrir persecución (versículo 0). Podríamos seguir analizando interminablemente las cualidades que acompañan la santificación, pero sería una pérdida de tiempo. Ese análisis nos lleva a poner la mirada sobre nosotros mismos y nuestro rendimiento, en lugar de mirar a Cristo. Lo único que necesitamos saber es que podemos esperar que tales cualidades vayan asomando en nuestra propia vida y en la de aquellas personas en las que está obrando el Espíritu Santo. No está mal examinarnos a nosotros mismos de tanto en tanto, pero nuestro punto de atención no debe estar en las cualidades en sí mismas sino en la vida divina que las origina. Las cualidades brotan de la vida, en la medida en que esta va desarrollándose en nuestro interior. Somos incapaces de producirlas, e intentarlo por nosotros mismos es perder el tiempo.

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84 el camino de la santidad Concentrarse en su soberbia jamás lo volverá humilde. En lugar de preocuparse por su mal carácter, concentre su mente en lo bueno que es Dios por querer morar en usted. Su malhumor se derretirá en forma proporcional al tiempo que dedique a agradecer a Dios por el hecho de que él vive en usted, momento tras momento. El amor que él tiene por usted es infinitamente más importante que el amor que usted tiene hacia él. Espero haber dejado esto bien en claro. Nuestra actitud de amor brota del amor que él nos tiene, surge del hecho de que somos amados por él. Lea la última parte de Romanos 8. Allí Pablo parece estar diciendo que no hay nada, absolutamente nada, que pueda separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.

La invasión El Espíritu Santo habita en nuestro espíritu. Este es la entrada hacia nuestro cuerpo pecaminoso, que en realidad debiera ser, por derecho, templo del Espíritu. Por eso el Espíritu del Padre y del Hijo, en la persona del Espíritu Santo, invaden nuestro cuerpo y penetran hasta las mismas células. Me pregunto si captamos el significado de esta realidad. El pecado habita en nuestro cuerpo físico; nos llega a través de la simiente de nuestros padres. En esa simiente no sólo residen los pecados de nuestros padres sino todos los pecados de miles de generaciones que los precedieron. La manera en que esto influye en el hecho de que somos vulnerables hacia formas específicas de pecado, es particular de cada persona. La galería de nuestros antecesores seguramente incluye una pincelada de ladrones, asesinos, alcahuetes, prostitutas, homosexuales, traficantes de esclavos, hechiceras y piratas. Todos ellos han contribuido a los genes de los que estamos hechos. Una rima infantil inglesa dice que los varoncitos están hechos de ‘babosas, caracoles y rabitos de perro.’ La realidad es a la vez infinitamente mejor e infinitamente peor, más gloriosa y más escabrosa. Es peor porque llevamos en nosotros la simiente de los peores villanos que la humanidad haya producido. Les pasaremos esa misma simiente a los hijos que engendremos, con lo que nosotros mismos le hayamos añadido. Pero la realidad es también mejor que ‘rabitos de perro’. Es mejor porque inicialmente fuimos creados para ser porta-

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dios vive en nosotros 85 dores de la imagen de Dios. Esta imagen ha sido distorsionada, pero puede ser restaurada. En efecto, de eso se trata la invasión de nueva vida en nuestro cuerpo, de la que venimos hablando.

La búsqueda de la santidad En las décadas recientes, médicos y cirujanos se han tornado cada vez más conscientes de la importancia de estudiar la salud, además de la enfermedad. Muchos consideran ahora que la corrección de la patología comienza con la prevención de la enfermedad. La tendencia actual es estudiar y promover la salud, con el propósito de evitar parte de los enormes gastos y esfuerzos que se hacen para combatir la enfermedad. En este capítulo, me he esforzado por defender un énfasis similar en lo que respecta a la vida y salud espiritual. Combatimos mejor el pecado cuando avivamos las llamas de la vida. Quizás lo he alarmado, al citar y describir los criterios de Scougall para determinar la presencia de vida divina en nosotros. Si lo he asustado, no lo lamento. Vivimos en una época en que los cristianos tienen que sacudirse la somnolencia. Alguno quizás haya llegado a preguntarse a sí mismo: ¿Hay vida divina en mí? Si esa es la pregunta que hay en su mente, permítame restablecer su confianza. Si el interrogante lo intranquiliza, sepa lo siguiente: En primer lugar, no podría sentirse ansioso respecto a su alma a menos que Dios hubiese despertado esa inquietud en usted. En segundo lugar, Dios nunca produce en nosotros esa inquietud a menos que nos haya elegido para pertenecer a Fuimos creados él. Con frecuencia me cruzo con para ser portadores miembros de iglesias evangélicas de la imagen de Dios. que repentinamente despiertan al Esta imagen ha sido hecho de que nunca habían sido distorsionada, pero realmente cristianos y que la vida puede ser restaurada. de Dios no está presente en su ser. Habían, sí, pasado por algún tipo de proceso en el que se los estimuló a recibir a Jesús, pero lo hicieron sin entender bien qué implicaba recibirlo. En consecuencia, si bien tuvieron alguna clase de experiencia de conversión, no fue una experiencia regeneradora, esa clase de experiencia que hace que se implante en nosotros nada menos que la vida de Dios. El apóstol

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86 el camino de la santidad Juan usa la expresión recibir a Jesús, al comienzo de su Evangelio. El contexto de sus palabras es importante. Juan está hablando sobre la llegada del Hijo de Dios a este planeta, que, como el resto del universo, él mismo había creado. Este mundo le pertenecía. Había venido a reclamar para sí la tierra y sus habitantes. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no lo conoció. A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios. Juan .0–3 Aunque el mundo como un todo no reconoció a Jesús, hubo quienes sí lo hicieron. Reconocieron que él tenía derecho a ser su Señor. No hay ninguna otra manera de recibir a Cristo. El que es Salvador es también Señor. No se trata de dos personas sino de una sola. De la misma manera, los que somos hijos de Dios tenemos la vida y la persona de Dios en nuestro cuerpo. Allí es donde comenzamos. Si usted es cristiano, tiene esa vida en su cuerpo. La santificación consiste en estimular el desarrollo de esa vida, más que en combatir el pecado. ¿Están las brasas cubiertas de ceniza? ¡Avívelas hasta que se enciendan las llamas! La vida es lo que combate el pecado. Lo que usted debe hacer es avivar las llamas, y agregar el combustible de la verdad bíblica. O, para cambiar de metáfora, ¡riegue la planta! ¡Póngala al sol y asegúrese de que tenga la clase de tierra apropiada para crecer! Mientras haga estas cosas, el fervor de su amor se renovará y comenzará a arder en usted. Entonces comenzará a ‘ver’ al Señor.

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Contemplar a Cristo Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. 2 Corintios 3.8

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n el capítulo anterior dije que la manera más importante de reducir la ‘enfermedad’ del pecado en su vida es nutrir la vida divina que ya está en usted. Si lo hace, comienza en su interior una transformación progresiva de su ser, de su personalidad, de su carácter, tal como lo expresa el versículo que encabeza este capítulo.

Una transformación progresiva En 2 Corintios 3.8, la transformación se describe como un progreso hacia la gloria: de un grado de gloria a otro. Pablo dice que ‘somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.’ ¿Qué cosa es cada vez mayor? ¿La gloria? ¿Qué relación tiene la gloria con los cristianos comunes? Sin duda hemos de evitar la gloria personal. C. S. Lewis tenía escrúpulos similares. La gloria me sugiere dos ideas, una de las cuales parece perversa y la otra ridícula. Por un lado, pienso en la gloria como fama; por otro, en luminosidad. Ser famoso significa ser más conocido que otras personas; el deseo de fama me parece un impulso competitivo y, por lo tanto, más pertinente al infierno que al cielo. En cuanto a la segunda idea, ¿quién desea llegar a ser una especie de lamparilla eléctrica viviente?¹ Pero Lewis continúa luego explicando cómo, a medida que leía más, descubrió que cristianos tan diferentes como John Milton, Samuel Johnson y Tomás de Aquino parecían interpretar el concepto gloria en el primer sentido, el de desear fama y reputación. En Inglaterra solíamos cantar un himno que me parecía inapropiado. El coro comenzaba:

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90 el camino de la santidad Oh, eso será gloria para mí, gloria para mí, gloria para mí …² ¿Gloria para mí? ¡Qué despreciable! ¡Qué egocéntrico!, pensaba yo. ¡Cristo debe ser glorificado, no yo! Con la actitud propia de un fariseo, no sentía sino aborrecimiento y desprecio hacia la noción de ‘gloria para mí’. Sin embargo, había subestimado el amor y la autoentrega de Cristo. Jesús quiere ser glorificado en nosotros, en su pueblo (Juan 7.0). Él mismo es la revelación de la gloria de Dios. ‘Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder’ (Hebreos .3). En su asombrosa bondad, Cristo desea impartirnos su gloria, y quiere comenzar a hacerlo aquí y ahora. Él quiere glorificarlo a usted, quiere ser glorificado en y a través de usted. Él quiere que el mundo vea su gloria brillando en nosotros. Quizás la gente no vea brillar su rostro, como le ocurría a Moisés, pero debieran percibir, en su expresión y en su comportamiento, algo que les hable acerca de la gloria de Dios. El coro del himno que yo tanto despreciaba termina como sigue: Cuando por su gracia contemple su rostro, ¡eso será la gloria, gloria para mí! Las palabras del himno se refieren al cielo, a lo que ocurre después que morimos. Se refieren al futuro, cuando todos veremos a Cristo ya no ‘como en espejo, oscuramente’, sino cara a cara. Sin embargo, el versículo que inicia el capítulo no hace referencia sólo a una esperanza futura. Trata con el presente, parece aludir a algo mucho más asombroso que lo que expresa el himno. Declara que, en la medida en que contemplamos a Jesús, esa transformación comienza ahora, en esta vida. La gloria viene a nosotros en la medida en que nos consagramos a contemplar a Cristo. Cuanto más se desarrolla la vida de Dios en el alma de los pecadores salvados, tanto más brilla esa gloria. Cambiamos a medida que contemplamos. Los ángeles miran la luz que irradia en nosotros, y nuestros prójimos humanos captan atisbos de la transformación, en nuestras actitudes y conducta.

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Deslizarse hacia la gloria En mi mente, la gloria está estrechamente aliada a la belleza. Amo la belleza: los bosques frescos, con su verdor húmedo inundado del canto de pájaros, la exuberante gloria de los acantilados que custodian el refulgente mar azul, el rugido del viento, el tintinear de un arroyo en el valle, el chasquido de las olas contra la playa, y aun el embelesador rugido del trueno o de una catarata. También disfruto la forma en que los seres humanos pueden captar la belleza de la creación en una pintura, una escultura o en la música. Créase o no, aun hay belleza matemática. Un amigo mío estudiaba matemática ‘pura’ y me hablaba con entusiasmo de las ‘ecuaciones sencillamente bellas’… no encontraba otra forma de comunicarlo. La gloria y la belleza están relacionadas. La gloria de Dios se revela en todas las formas de belleza que he mencionado, y aún más. La más elevada belleza es la moral y ética: una belleza que alcanza su cúspide en la persona de Dios mismo. Entre otras cosas, la gloria de Dios —su belleza ética— se manifiesta en el ardor de su amor santo y absolutamente carente de egoísmo. Pero, ¿cuál es nuestra relación con la belleza del carácter de Dios? La respuesta a esta pregunta está entrelazada en un problema de traducción del pasaje de 2 Corintios 3.8. La versión Reina-Valera 960 traduce: ‘Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.’ La Reina-Valera 995, que aparece al comienzo de este capítulo, dice, de manera similar, que miramos la gloria, y luego agrega que la reflejamos. La Nueva Versión Internacional traduce reflejamos (aunque agrega la palabra contemplar como traducción alternativa, en una nota al pie de página). ¿Cuál es la traducción correcta: reflejar, mirar o contemplar? ¿Es tan importante la distinción? Sí lo es, y mucho. A diferencia de la Nueva Versión Internacional (que por lo general es mi versión preferida), opto en este caso por las opciones ‘mirar’ o ‘contemplar’. ¿Cómo podría alguien ser transformado a la imagen de una gloria que no ha contemplado?

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92 el camino de la santidad Si usted observa o piensa mucho en alguien que le agrada, tenderá a imitarlo sin proponérselo. En ese sentido, pero sólo en ese, usted lo ‘refleja’. No lo refleja de la manera en que lo hace un espejo, si bien Pablo usa esa figura en el pasaje: katoptrisomai. Ya hablaremos otra vez, más adelante, sobre cuestiones relativas a la traducción. Henry Scougall, el joven profesor que murió cuando tenía veintiocho años de edad, comenta el hecho de que imitamos a aquellos a quienes amamos: ‘Las imágenes de esas personas vienen una y otra vez a nuestra mente, y por alguna fuerza y energía secreta se insinúan en la constitución misma del alma, la modelan y diseñan a su semejanza.’³ Scougall llega a señalar que el proceso es automático e inconsciente. No lo logramos con esfuerzo y sudor. ‘Por lo tanto, podemos ver cuán fácilmente los enamorados y los amigos se inclinan a imitar a aquellos a quienes aprecian [o aman]; y cómo, aun antes de darse cuenta, comienzan a parecerse a ellos.’⁴ En otras palabras, las personas se ‘deslizan’ a la semejanza de Cristo, ‘aun antes de darse cuenta’ de que les ocurre. Usted tal vez diga: ‘Tengo entendido que usted había escrito un libro llamado La lucha. ¿Por qué ahora habla sobre la vida cristiana como si no requiriese esfuerzo alguno?’ El área en que la vida cristiana se torna una batalla, una amarga ‘lucha a muerte’ es el área de la fe. Es por fe que experimentamos la transformación: una fe que nos torna inconscientes de la gloria que va aumentando en nosotros. Sé que en el capítulo anterior dije que la fe es un don, que nos es impartida. Sin embargo, una vez que nos ha sido dada debe ser usada. No es elástica, y sin embargo debe ser ejercitada como un músculo, en ocasiones con esfuerzo. Tendremos que luchar hasta para encontrar tiempo para contemplar a Cristo.

Del otro lado del espejo Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Corintios 3.8, rvr 60 La protagonista de la segunda historia que escribí en Archivos de Antropos era María, una niña gordita y pecosa que ansiaba ser bella.

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contemplar a cristo 93 Una bruja le ofreció ciertos cristales, prometiéndole que, si los ingería, sería transformada: el primer día sería bella durante una hora; el segundo día, la belleza duraría toda la jornada; y a partir del tercero, su aspecto sería permanente. Los cambios en el cuerpo serían un poco incómodos al comienzo; María se daría cuenta de que la belleza de ese día estaba desapareciendo Percibimos a Cristo por la forma en que disminuirían cuando leemos acerca esas molestias. La bruja también de él en las Escrituras le dio un espejo mágico para que y cuando meditamos pudiera contemplarse en él. Pero en lo que hemos leído. le advirtió a la niña que el primer día no debía mirar al espejo más de una hora. Su propio cuerpo le indicaría cuándo se había cumplido el tiempo. María no hizo caso de la advertencia. Intrigada por su propia belleza y entretenida con la diversión de hacer gestos en el espejo, siguió mirándose después de que la belleza había comenzado a disiparse. Entonces descubrió que todo ese tiempo había habido otro ser del otro lado del espejo, que imitaba a la perfección cada gesto que ella hacía. Fue un descubrimiento terrible. ¿Quién o qué era ese ser del otro lado del espejo?⁵ Hacemos un descubrimiento similar, sólo que en nuestro caso no es terrorífico sino maravilloso, cuando aprendemos la verdad de 2 Corintios 3.8. Pablo usa un lenguaje similar en otro pasaje,  Corintios 3.3: ‘La obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada.’ Esoptron, la palabra que Pablo usa aquí para ‘espejo’, expresa la misma idea que katoptrizomai. Los espejos de la época de Pablo eran de bronce. Estos espejos se usan todavía, por ejemplo, en las puertas de los ascensores en algunos hoteles. La versión moderna devuelve una imagen bastante precisa, pero no llega a ser perfecta. Es a esa clase de espejo al que se nos invita mirar: a contemplar a alguien más allá del espejo. Por cierto, parte de la dificultad está en nuestra capacidad para ver. Percibimos a Cristo sólo borrosamente, cuando leemos acerca de él en las Escrituras y cuando meditamos en lo que hemos leído. ¡Cuánto anhelamos verlo más claramente! Habrá días en que no lo percibimos en absoluto. En un sentido, es como si Jesucristo se presentase a voluntad.

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94 el camino de la santidad No somos nosotros los que tenemos el control. Hay un acercarse de Cristo, una misteriosa operación del Espíritu que es sólo prerrogativa suya. Debemos reconocer nuestra impotencia y someternos a su soberana voluntad. A medida que pasa el tiempo, nos volvemos cada vez más hábiles para percibirlo por fe. Fiel a su promesa, él se acerca cuando nosotros nos acercamos a él. Sin embargo, no hay nada que nosotros podamos hacer para crear esa sensación de misteriosa intimidad. La reconocemos cuando ocurre, y cuando eso pasa, comenzamos a ser transformados. En un sentido, por supuesto, el Señor está siempre cerca de nosotros, nunca nos abandona. Pero hay ocasiones en que nos tornamos mucho más conscientes de su presencia. En otras oportunidades, nosotros mismos, sin saberlo, nos alejamos de él y luego pensamos, equivocadamente, que es él quien se ha alejado. Poco a poco, con lentitud, aprendemos acerca del misterio de su persona: Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Hebreos 0.22 A nosotros nos toca contemplar a Cristo, quien nos aguarda del otro lado del espejo. Al mirarlo de esta manera, seremos progresivamente transformados a su imagen. En lugar de que esa imagen nos refleje, gradualmente comenzaremos a ‘reflejar’ la imagen que hay detrás del espejo. Sin embargo, pongo la palabra reflejar entre comillas por una razón. No reflejamos a Cristo de la misma manera en que lo hace un espejo. Lo que ocurre es que estamos siendo realmente transformados. Paso a paso, la gloria de Cristo puede llegar a ser nuestra. No hay problema alguno con la traducción del pasaje, una vez que llegamos a comprender esto. ¿Cómo es la sensación de brillar con gloria? Creo que lo sé, pero no podría estar seguro. En Hacia la sanidad sexual describí la manera en que, temprano una mañana, me duché rápidamente y me envolví en una bata de baño para ir a pasar tiempo a solas con el Señor, en mi estudio. Mientras comenzaba a reflexionar en su presencia y en su ternura, muy en lo hondo de mi espíritu el Espíritu Santo me habló en los siguientes términos: ‘Quítate la bata de baño y ponte de pie en mi presencia, desnudo.’

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contemplar a cristo 95 Hice lo que se me decía, sintiéndome ridículo al hacerlo. Me torné consciente de la mirada del Señor, que me inspeccionaba de arriba a abajo. Nunca llegué a ver su persona ni sus ojos, pero sabía qué era lo que estaba ocurriendo. ¡Lo que me tomó totalmente por sorpresa fue que había dejado de estar desnudo! Estaba desvestido, pero ya no desnudo. Había en mí un brillo de gloria, la gloria de Cristo que emanaba aunque yo no llegara a percibirla. Pienso que en el cielo todos estaremos desvestidos. ‘¡Qué ridiculez!’, dirá el lector. ‘Mi Biblia dice que estaremos vestidos con túnicas de lino blanco.’ Sí, pero dice que el lino blanco es ‘la rectitud de los santos’: ‘Y a ella [la iglesia] se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (pues el lino fino significa las acciones justas de los santos)’, afirma Apocalipsis 9.8. La justicia que nos cubre no es nuestra. Aun cuando llevamos a cabo actos de justicia, no podemos darnos crédito por ellos, porque somos siervos del Altísimo (Lucas 7.0). ¡En eso consiste nuestra gloria! Usted fue elegido antes de que existiese la tierra, no para mostrarse a sí mismo sino para mostrar la gloria de Dios (Efesios .–2). Esa gloria invadió su ser cuando usted entró en una relación personal con Cristo. El evangelio es el anuncio de la gloria de Cristo, que es el eikōn o la imagen del Dios viviente (2 Corintios 4.4). Y cuanto más contemple usted a Cristo con admiración, tanto más llegará a parecerse a él y a ser portador de esa gloria.

Grados de gloria Ya hemos visto tres cosas acerca de esta transformación. En primer lugar, es algo que puede comenzar en esta existencia terrenal, es decir, aquí y ahora. Es una transformación actual. En segundo lugar, es una transformación gloriosa, una gloria impartida al creyente. Por último, es progresiva. Procede de ‘un grado a otro de gloria’ —como traduce una versión del pasaje—, o ‘de gloria en gloria’, en la versión que citamos aquí. Esta gloria es presente, progresiva y esplendorosa. Pero todavía hay más en el pasaje.

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96 el camino de la santidad . Es pasiva. 2. Concierne a la naturaleza permanente de nuestro servicio. 3. Es producida por el Espíritu Santo. ¿Pasiva? Todas las traducciones parecen concordar en este punto. Pueden estar en desacuerdo sobre la imagen del espejo, pero hay consenso respecto al carácter pasivo de nuestra transformación. Se nos hace algo. No somos nosotros los agentes. ‘Somos transformados’ y ‘cambiados’. Los verbos están conjugados en la voz pasiva. Hablan acerca de una transformación producida por acción del Espíritu de Dios, o, si lo prefiere, por la gloriosa vida de Cristo que se manifiesta en nosotros. Yo detesto la inacción, y siempre tiendo a resistir la pasividad que encuentro en mi propia persona. Pero el proceso que describe Pablo es pasivo sólo en un sentido: en el hecho de que Dios es quien lo inicia. Requiere, sí, una reacción de nuestra parte a lo que Dios hace, y es preciso que respondamos. Colaboramos con él al contemplarlo. Ya he señalado que lo que hacemos es avivar las llamas, arrojar más combustible al fuego y cosas así. De ese modo alimentamos la vida. Por lo tanto, es muy importante comprender en forma adecuada el pasaje de 2 Corintios 3.8. Si el Espíritu Santo ha de hacer su trabajo, nosotros debemos estar haciendo lo que nos corresponde hacer: contemplar a Cristo o reflejarlo. De lo que podemos estar seguros es de que, a medida de que lo contemplemos como se espera que lo hagamos, todo estará bien, y el proceso de transformación continuará en nosotros. En esencia, el cambio en nosotros tiene que ver con el arrepentimiento continuo. Usted recordará que en el capítulo sobre el arrepentimiento señalé que Dios lo inicia y que nosotros respondemos a lo que el Espíritu Santo nos muestra. A medida que pasamos tiempo en la presencia de Cristo, contemplando su belleza, es como si aumentara la luz que pone en evidencia la fealdad de nuestro pecado, y al mismo tiempo ilumina más la gracia y la sobreabundante bondad de Dios. Y es él quien cambia mi persona, día a día, por medio de este proceso. En una manera misteriosa, es como si comenzara a cavar las raíces del pecado que, como malezas, brotan una y otra vez en mi vida. ¡Cuando él las arranca de raíz, desaparecen totalmente!

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contemplar a cristo 97 El único problema es que siempre hay más pecados, de los que ni siquiera había tomado conciencia. El proceso no termina nunca, cosa que podría desanimarnos. Sin embargo, lo cierto es que estoy recorriendo un largo proceso de transformación. El cambio ocurre de un grado a otro de gloria. A lo largo de años, Cristo se ha ocupado de mi vida financiera, de mi vida sexual, de mi relación con los miembros de la familia, con mis hermanos en la fe y con los incrédulos. A medida que colaboro con Cristo en lo que él está haciendo, yo cambio. La operación parece no tener fin, pero sigue adelante sin pausa.

Contemplando a Cristo Cuando le sugiero a alguien que dedique tiempo a contemplar la gloria de Cristo, a menudo aparece en su rostro una expresión de angustia. ‘Sí, pero…’, me responde. Con frecuencia, ya no saben qué más decir. ¿Cómo se contempla a Cristo, cómo se percibe su gloria? ¿Qué significan las palabras, si es que significan algo? En su libro Hacia el conocimiento de Dios, Packer nos recuerda algo que la mayoría de nosotros olvidamos: el importante lugar de la meditación en la vida del cristiano. La meditación es la actividad por la que traemos a la mente, repensamos, reflexionamos y aplicamos a nosotros mismos lo que conocemos respecto a las obras y caminos y propósitos y promesas de Dios. Es una actividad que consiste en pensar de manera santa; algo que conscientemente llevamos a cabo en la presencia de Dios, bajo la mirada de Dios, con la ayuda de Dios, como un medio de comunión con Dios.⁶ Me gustaría definir con esos términos la contemplación de Cristo, el verdadero Mesías, Jesús, quien nos revela al verdadero Dios. ‘Contemplar’ significa aferrarnos a cada una de sus palabras, como hizo María cuando se sentó a los pies del Señor. Significa meditar en sus palabras y en lo que aprendemos sobre él en los Evangelios y en las Epístolas. Esto lo hacemos en la presencia vivificante del Espíritu. Cuando lo hacemos ‘en la presencia de Dios, bajo la mirada de Dios,

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98 el camino de la santidad por la ayuda de Dios, como un medio de comunión con Dios’, puede sucedernos algo muy importante. Se quita el velo que hay sobre nuestros ojos, y la meditación se transforma en contemplación. Percibimos algo que para muchos otros permanece invisible. La gloria de Cristo puede entonces desplegarse ante nuestros asombrados ojos. Ahora la tesis cobra sentido. Como señaló Scougall, cuando más admiramos a alguien tanto más tendemos a parecernos a esa persona. Recuerdo, siendo estudiante, el arrobamiento que yo tenía hacia Martin Lloyd-Jones. Me sentía maravillado por su enseñanza —al menos, lo que podía aprovechar de ella, ya que él no escribía libros en aquella época. ‘Soy un predicador’, solía responder cuando se le preguntaba por qué no escribía. Muchas personas, especialmente pastores y ministros, compartían la admiración que yo sentía hacia Lloyd-Jones. Algunos de ellos carecían de su carácter espiritual y de su absoluta genialidad; sin embargo, terminaban por ser una especie de caricatura imitativa del maestro. Eran pequeños Lloyd-Joneses, que exponían la Biblia hablando con una voz sonora, académica, nasal, con un dejo de acento galés. Les faltaba la actitud de Lloyd-Jones. Dios había hecho en aquel hombre algo que carecían aquellos que no habían llegado a captar su corazón. Aun así, el hecho innegable es que habían llegado a asemejarse en aquello que contemplaban en aquel gran hombre. Algunos hasta se podían parecer en capacidad intelectual, aunque seguramente eran pocos. Sin embargo, les faltaba el secreto del corazón. Lloyd-Jones había contemplado la gloria de Dios. Podemos decir lo mismo respecto a contemplar a Cristo y admirarlo. No queremos quedarnos sólo con las características superficiales. Su manto y su túnica no nos prestarían buen servicio. No se trata de llegar a ser caricaturas. Debemos anhelar la gloria que reside en su corazón. Lo que él quiere para nosotros es la transformación de nuestra persona. Lewis dice que lo que anhelamos es ‘agradar a Dios … ser realmente parte de la felicidad de Dios … ser amados por Dios; no solamente considerados con lástima, sino ser objeto de su deleite, como un artista se deleita en su obra o un padre en su hijo. Parece imposible, un peso de gloria que nuestros pensamientos no pueden sobrellevar. Pero esa es la realidad.’⁷

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La polémica sobre la traducción Piense una vez más en el versículo que encabeza el capítulo, sobre contemplar a Cristo. Como ya dije, una de las palabras claves en la traducción de la Nueva Versión Internacional es la palabra reflejar: ya sin velo, ‘reflejamos’ la gloria de Cristo. La versión Reina-Valera 995 traduce ‘miramos’. Versiones más antiguas también captan esta idea esencial. ¡De vez en cuando las traducciones más antiguas son las mejores! La Biblia de Jerusalén opta por ‘reflejar’, en tanto otras traducciones del mundo protestante se quedan con ‘contemplar’. John Piper, igual que yo, prefiere ‘contemplar’. En una nota explicativa que se refiere a este versículo, dice: La palabra griega que se traduce como ‘contemplar’ (katoptrizomenoi) puede significar ‘reflejar’ y algunos intérpretes consideran que es eso lo que denota aquí … Sin embargo, el contexto anterior y el siguiente me inclinan a pensar que lo correcto es traducir ‘contemplar’.⁸ No sólo reflejamos la gloria de Cristo; la compartimos. Brilla desde nuestro interior. Cuando tomamos el pasaje de 2 Corintios 3.8 como un todo, vemos que la idea clave es ‘transformación’. ¿No es eso, después de todo, de lo que trata el proceso de santificación? ¿No es un cambio de carácter en el que finalmente llega a percibirse la gloria de Cristo? ¡Un espejo no puede ser transformado por aquello que refleja! Una vez que la imagen reflejada se retira, el espejo sigue siendo un espejo, y refleja cualquier otra cosa que aparezca. Nosotros, por el contrario, hemos de ser transformados. El cambio debe ser un cambio real, porque sólo una auténtica transformación puede librarnos de lo meramente artificial. ‘¿Cómo estás?’, me pregunta alguien mientras me extiende la mano, sonriente, al entrar al templo. ‘Bien, gracias, ¿y tú?’ ‘¡Fantástico, muy bien!’ Hasta podemos tener éxito en convencernos a nosotros mismos (en forma temporal, por cierto) de que es cierto lo que decimos.

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200 el camino de la santidad También podemos ser lo suficientemente ciegos como para estar inmersos en un mundo de fantasía. Lo cierto es que nuestros saludos, cuando entramos y salimos del templo, son en gran medida mentiras galantes. Afectaría demasiado la sensación general de bienestar si hiciéramos otra cosa. Nadie quiere saludar a un quejoso. Tenemos demasiado miedo de recibir rechazo y por eso mantenemos nuestros problemas bajo la alfombra. Sin embargo, fuimos redimidos con propósitos más elevados. Hemos de ser transformados en la esencia misma de nuestro carácter. Menos que eso no sirve para nada.

Jugando con espejos No quiero esconder mi pecado. El lector recordará que en el capítulo anterior confesé que necesito crecer en humildad (una de las señales de la vida de Dios, de las que habla Scougall). La vida de Dios en mí tiene que seguir un proceso, antes de que yo pueda llegar a ser todo lo humilde que debo ser. A esta altura sólo puedo esforzarme por no dar curso al orgullo que hay en mí, evitar que la soberbia tome la delantera. Ocurre que ahora mismo estoy juntando presión. La ira me inunda, básicamente a causa de mi orgullo. Lucho contra él. Hace unos años, el Espíritu Santo me habló y me dijo que dejara de usar el título ‘doctor’. Mucho tiempo atrás, me había sentido extasiado la primera vez que caminé por las salas del hospital, durante mi período como residente, usando un delantal largo en lugar de uno corto, propio de los estudiantes. ¡Ahora era un doctor! Luego obtuve otros reconocimientos y llegué a formar parte del cuerpo académico de una facultad de medicina. ¡Ah, ese orgullo subconsciente, esa callada aceptación de una superioridad que, en realidad, pertenecía más a la función que desempeñaba que a mi verdadero ser! ¡El verdadero yo era un pecador que había sido alcanzado por la gracia! Con todo, a pesar de que sigo luchando, sé que estoy siendo auténticamente transformado. No tengo dudas de que soy más santo de lo que era. El hecho de que todavía tengo un largo camino por recorrer no es lo más importante. Lo esencial, según 2 Corintios 3.8, es que he comenzado a contemplar la imagen de Cristo.

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El contexto de la transformación Cuando interpretamos un versículo bíblico, es una buena regla observar el contexto en el que se encuentra. En los capítulos 3 y 4 de 2 Corintios, Pablo está analizando la gloria del ministerio que se le ha encomendado. Predicar el evangelio es proclamar el nuevo pacto que Dios ha hecho con todos nosotros. En 2 Corintios 3.7–8, el apóstol pregunta: ‘Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedra fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar su vista en el rostro de Moisés a causa del resplandor de su rostro, el cual desaparecería, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu?’ Luego pasa a relatar la historia de cómo, cuando Moisés descendió del Monte Sinaí la segunda vez, llevando las tablas de piedra con la ley de Dios, su rostro brillaba radiantemente. Los israelitas que lo vieron se sintieron atónitos y preguntaron: ¿Qué le ha pasado a Moisés? ¿Por qué brilla así su cara? Moisés le había pedido a Dios que le mostrara su gloria divina, y aunque no se le había permitido directamente ver el rostro de Dios, por así decir, había tenido un encuentro íntimo con algún aspecto de Dios. Ahora bien, es imposible acercarse así a Dios sin ser transformado por ese encuentro. Hay algo en la energía divina que nos transforma. Moisés fue transformado; brillaba con esa gloria divina. Lo que es más, Dios permitió que los israelitas percibieran esa gloria, algo que en circunstancias normales está fuera del alcance de los mortales. No me sorprende que los israelitas se asustaran cuando vieron a Moisés. ‘Después desEs imposible cendió Moisés del monte Sinaí acercarnos así a Dios con las dos tablas del testimosin ser transformados nio en sus manos. Al descender por ese encuentro. del monte, la piel de su rostro resplandecía por haber estado hablando con Dios, pero Moisés no lo sabía. Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y al ver que la piel de su rostro resplandecía, tuvieron miedo de acercarse a él.’ (Éxodo 34.29–30). La gloria en el rostro de Moisés era como la gloria de Cristo, en el Monte de la Transfiguración. La experiencia en el monte abrió los

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202 el camino de la santidad ojos de los apóstoles y les permitió ver algo que había estado siempre allí: la gloria mesiánica. El Hijo de Dios se había encarnado como Siervo sufriente. Era esencial que su gloria permaneciese escondida. Sin embargo allí, en el monte, se les dio a Pedro, Santiago y Juan la capacidad para ver más allá del velo del tiempo y del espacio, y para percibir otros seres espirituales y ver la gloria de Cristo que, en realidad, siempre había estado presente. De la misma forma, en tiempos de Moisés, Dios estaba permitiendo a los israelitas ver la transformación de un hombre que había experimentado un encuentro cercano con Dios. Esto todavía ocurre de vez en cuando. Durante un avivamiento en las Islas Hébrides, alrededor de 940, una mujer percibió algo de esa gloria radiante en el rostro de un niño. En el caso de Moisés, la gloria fue pasajera; no perduró. Gradualmente, a medida que los efectos de su encuentro con Dios se fueron disipando, el brillo disminuyó. Moisés se cubrió el rostro, y algunos comentaristas sugieren que lo hizo para ocultar el hecho de que el brillo iba desapareciendo. Sin embargo, el esplendor se renovaba cada vez que él entraba nuevamente en la presencia de Dios. Pablo alude a esta disminución de la gloria divina con el propósito de comparar el viejo y el nuevo pacto. El apóstol dice que, bajo el nuevo pacto, Cristo ha hecho algo que produce una gloria que no necesita desvanecerse. ‘Si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece’ (2 Corintios 3.).

¿Cómo se siente la gloria? ¿Cuál es el anhelo más profundo de su corazón? ¿Lo sabe usted? La mayor parte de la gente no lo sabe. Yo sé cuál es mi mayor anhelo: la aprobación. La aprobación que más ansío es la que realmente cuenta, es decir, la aprobación divina. Los niños de tres años son distintos de los adultos. Ellos quieren aprobación, también, y se satisfacen con la nuestra. Felicite a una niña y verá cómo se ilumina su rostro. No es que brille en forma visible, por cierto, pero la manera en que se enciende su mirada nos comunica algo. Usted y yo, todos, necesitamos lo mismo. ¿Qué buscamos? Por años, yo solía buscar la compañía de mis pares, aun si me ponían incómodo. Vivía pendiente (y todavía tengo

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contemplar a cristo 203 la misma tentación) de recibir la felicitación de otros, tal como los israelitas añoraban los puerros y el ajo de Egipto. El único problema con las felicitaciones, los puerros y el ajo, es que ninguno de estos productos terrenales satisface realmente. Cada nueva congratulación pronto se pone rancia, lo mismo que las palabras de reconocimiento que la acompañan. Entonces anhelamos más, y nos ponemos como meta recibir un reconocimiento aun mayor. Imagine que usted tiene toda la fama del mundo, que recibe aprobación de las multitudes. Jesús la tuvo una vez, cuando cabalgaba sobre el lomo de un burro hacia Jerusalén. ¿Cuánto duró? La alabanza humana no sólo no satisface, tampoco perdura. ¿Qué es lo que más ansiamos, entonces? Anhelamos la aprobación divina, el eterno ‘¡Bien hecho!’ Ya comenté que Lewis se sorprendió cuando descubrió que Milton, Johnson y Aquino interpretaban la gloria en el sentido ‘equivocado’ de la palabra. Observe cómo clarifica Lewis lo que comenzó a descubrir en la forma en que aquellos hombres comprendían la fama: No se trata de la fama concedida por nuestros congéneres. Es la fama o la aprobación de Dios; podríamos decir que es el ‘reconocimiento’ de Dios. Entonces, cuando pensé en ello, me di cuenta de que este punto de vista era, efectivamente, bíblico; nada puede borrar de la parábola la palmada divina: ‘Bien hecho, buen y fiel siervo.’⁹ Lewis recomienda que adoptemos la actitud de un niño. Nos recuerda que ‘la perfecta humildad nace de la modestia.’¹⁰ En cada corazón humano hay un anhelo, un deseo que la falsa modestia nos impide reconocer. Es el mismo deseo que tuvo Satanás, y por eso lo rechazamos. Pero es un error hacerlo. Satanás quería alcanzarlo compitiendo con Dios, en rebelión contra él. Quería lo que ningún ser creado puede tener: deseaba más gloria que Dios mismo, aunque Dios se la había dado en abundancia. Dios también quiere dársela a sus hijos e hijas humanas, y esto es exactamente lo que anhelamos. Como lo dijo Lewis: ‘No sólo queremos ver la belleza, aunque sabe Dios que eso ya es mucho. Queremos algo más, algo que casi no podemos expresar en palabras: queremos

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204 el camino de la santidad estar unidos a la belleza que contemplamos, estar en ella, recibirla en nosotros, bañarnos en ella, ser parte de ella.’¹¹ A los ojos de Dios, usted quizás ya está brillando con la gloria que él le ha dado. Sin embargo, en lugar de estar agradecido por su bondad, está tan ocupado con sus propias faltas que ni siquiera se da cuenta de lo que Dios ya hizo. Es hora de darle gracias, porque él quiere aumentar ese brillo; quiere ponerlo en condiciones para el día en que esa gloria será manifestada.

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Una iglesia apasionada Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.  Pedro 2.9

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asta aquí me he estado expresando como si la santidad fuese una cuestión individual, un asunto personal. La mayor parte de los libros que tratan sobre la santidad están dirigidos al individuo, a los soldados aislados en el ejército. La Escritura, en cambio, enfoca los aspectos corporativos de la santidad. La Biblia muestra una profunda preocupación por el cuerpo de Cristo como un todo. Para los primeros reformadores, la iglesia era sólo eso: un cuerpo. Para ellos, la iglesia era la continuación de lo que Dios había comenzado a hacer en Israel. Las palabras de Dios a Israel, por medio de Moisés, habían sido: ‘Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa’ (Éxodo 9.6). Un reino es una entidad corporativa. Cuando, en la historia de la iglesia, Israel reconozca al Mesías, entonces la iglesia será una y será todo lo santa que nuestra humanidad le permite ser; será la novia por la que Cristo se deleitará en venir.

La novia Los novios y las novias tienen cuerpo. El aspecto corporal y físico puede predominar en las primeras etapas del matrimonio, pero si las cosas van bien, el fuego de la pasión se extenderá a otras áreas de la vida de la pareja. Los impulsos apasionados que unieron al matrimonio inundarán la totalidad de su ser. Puede observarse esto en la expresión que transforma y suaviza sus rostros cuando sus ojos se posan sobre el amado. La pasión comienza por el cuerpo. Puede extenderse al resto de la personalidad. Pero si no hay atracción física, si la mano no busca la del otro ni anhela acariciar un mechón del cabello, significa que la pasión está ausente. La pasión es un ingrediente esencial en un genuino matrimonio. El amor apasionado puede expresarse como

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208 el camino de la santidad celo abrasador, pero fluirá otra vez como amor hacia el amado infiel cuando este regrese, avergonzado y dolorido por lo que él o ella hayan hecho. El amor apasionado que en un momento parecía muerto brotará una vez más, renovado. En las Escrituras, Jehová es el amante apasionado. Tal como Cristo espera de nosotros un cónyuge enamorado ama con un amor apasionado; la misma pasión a los hijos de nada menos lo satisface. su matrimonio, Jesús expresa el corazón del trino Dios cuando exclama: ‘¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste!’ (Lucas 3.34). Aunque se llena de celos cuando su pueblo le es infiel, Dios nos ofrece su amor cuando nosotros, que somos amantes infieles, volvemos a él en actitud de sincero y profundo arrepentimiento. Él espera de nosotros un amor apasionado; nada menos lo satisface. Piense en un matrimonio en que uno de los cónyuges carece de pasión, ya sea en la cama o en la vida cotidiana. Digamos, en primer lugar, que el otro cónyuge, el apasionado, es muy consciente de la falta de pasión de su esposo o esposa. La pasión espera una reacción apasionada y se da cuenta perfectamente cuando esta no llega. Los cónyuges que carecen de pasión, en cambio, por lo general son totalmente inconscientes de ello, de la misma forma que los ciegos de nacimiento no tienen concepto del color. ¿Cómo reacciona el cónyuge apasionado a la falta de pasión? Se aferra a la esperanza: ¡Sin duda el ardor de su propio amor despertará la pasión en el amado! Pero con el tiempo, pasará una de dos cosas. O buscará en otro sitio la respuesta que añora, o caerá en una callada desesperación y dejará de esperar. Permanecerá fiel pero se protegerá a sí mismo del dolor que significa una pasión no correspondida. Dios no es como nosotros en este aspecto. En la carta de Cristo a la iglesia de Éfeso, tal como le fue revelada al apóstol Juan, leemos acerca de una pasión ardiente que exige respuesta. Me gusta la vibrante traducción de este pasaje que hace Eugene Peterson en The message (El mensaje): ‘He visto lo que has hecho, tu trabajo duro, esforzado, tu decisión de no cesar. Sé que no aceptarás el mal … Conozco tu perseverancia, tu coraje en defensa de mi causa, sé que

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una iglesia apasionada 209 nunca te cansas. Pero tengo esto contra ti …’ (Apocalipsis 2.2–4). Me impresiona. He aquí una iglesia que trabaja locamente, que nunca se rinde, que sabe discernir el mal y que toma acción en contra de él, que tiene un coraje invencible. Pero ¿qué más quiere Cristo? Usted jamás entenderá esta carta, a menos que usted mismo sea un amante apasionado. La pasión reclama una respuesta apasionada y no se sentirá satisfecha a menos que la reciba. Imagine a una mujer apasionada. Ella tiene espacio para una sola pasión en su vida: su propio esposo. Pero sus ojos se ven turbados. Al enterarse del problema, usted le dice: ‘¡Pero tienes un esposo maravilloso! Trabaja como un esclavo. No se cansa nunca. ¡Mira qué atento es contigo! Nunca pierde los estribos. Te es absolutamente fiel. ¿Qué más pretendes?’ Ella se encoge de hombros y se marcha con un suspiro. Arde, no con lascivia sino con verdadera pasión. Y sabe que, por más atento y fiel que su esposo pueda ser, no arde en él una pasión similar. No se puede simular el fervor; sólo sirve el auténtico ardor. Y un amante apasionado no puede dejar de anhelarlo. Dios no es un ser humano pecador. Por lo tanto, él no irá en busca de otro amante más satisfactorio. Tampoco caerá en desesperación. La iglesia de Éfeso es una entre siete iglesias. Cristo ama apasionadamente a la iglesia en su totalidad, y si bien hay una clara insinuación de que está muy dispuesto a renunciar a aquella iglesia, nunca renunciará a la iglesia como un todo, a la totalidad de su iglesia en Asia Menor. Se queja contra la iglesia de Éfeso porque: ‘Han abandonado su primer amor. ¿Por qué? … ¿Se dan cuenta desde dónde han caído? ¡Es una caída luciferiana!’ (Apocalipsis 2.4–5, paráfrasis de E. Peterson). Una vez más, me siento perplejo. Es evidente que Cristo aprecia el duro trabajo de los efesios, su coraje y su perseverancia indoblegable. Pero no se siente satisfecho. La pasión exige pasión. Cristo quiere una respuesta apasionada a su amor apasionado. No se conforma con menos. Él sabe que el ardor estuvo presente en los comienzos de la iglesia. Debiera haber sido un ardor cada vez mayor. En cambio, se ha enfriado. Ya no arde. En lenguaje de Peterson, Cristo siente esa disminución de la pasión semejante a ‘la caída de Lucifer’. Todas las demás versiones, si bien no nombran a Lucifer, indican que la caída ha sido muy grande.

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20 el camino de la santidad La iglesia ha caído de su primer amor y Cristo no se conformará con eso. Él quiere un pueblo ardiente. Cuando se dirige a la iglesia de Laodicea en la séptima carta, está tan apesadumbrado por la falta de pasión que le dice a estos creyentes que los quiere ‘vomitar de su boca’ (Apocalipsis 3.6). Dios detesta que las llamas de nuestra pasión por él se apaguen, cuando su propio amor ardiente no puede apagarse. Él no soportará eso.

Juicios y recompensas Quizás son nuestros mitos los que nos ciegan. Está, por ejemplo, el mito de la iglesia libre de juicio, una iglesia que no será juzgada. Por cierto, entendemos perfectamente que ‘el juicio comienza por la casa de Dios’ (ver  Pedro 4.7). Nos miramos unos a otros y hacemos gestos de asentimiento con la cabeza. Hay iglesias que necesitan ser juzgadas, sin duda. Recibirán lo que se merecen, tarde o temprano. Pero no la nuestra. Nuestra iglesia siempre ha estado bien, gracias. Nosotros tenemos la sana doctrina. Pero, ¿tienen pasión? De las siete iglesias en Asia Menor a las que se dirige el Apocalipsis, sólo dos escaparon al juicio. Dios visitó a la iglesia para juzgarla, y castigó a su pueblo en la medida en que lo necesitaba. Dios dictaminó juicio, por ejemplo, contra la iglesia de Tiatira, que toleraba a Jezabel (una secta herética que defendía la prostitución cúltica): ‘Yo le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. Por tanto, yo la arrojo en cama; y en gran tribulación a los que adulteran con ella, si no se arrepienten de las obras de ella. A sus hijos heriré de muerte y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón. Os daré a cada uno según vuestras obras’ (Apocalipsis 2.2–23). Pero, ¿qué ocurrió con las dos iglesias sobre las que no emitió juicio alguno? Como suele suceder, a esas dos les tocaría sufrir amarga persecución. Con todo, sus destinos difieren profundamente. A Filadelfia le esperaba, cuando sus miembros predicasen el evangelio, ‘una puerta abierta que nadie puede cerrar’ (Apocalipsis 3.8). Mejor aun, finalmente sus enemigos llegarían a postrarse ante sus pies, por así decir. ‘Yo haré que vengan y se postren a tus pies reconociendo que yo te he amado’ (Apocalipsis 3.9).

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una iglesia apasionada 2 Esmirna, en cambio, recibiría el más elevado de los privilegios: prolongada oposición, prisión y muerte. Los de Esmirna amaban a Cristo con una pasión ardiente, abrasadora. Para ellos estaba reservado el más excelso y glorioso de los premios, la recompensa de quienes son total y absolutamente fieles: compartir los sufrimientos personales de Cristo. ¿Amamos nosotros, en nuestras iglesias locales, con la suficiente pasión como para enfrentar la cárcel y la muerte? Si no lo hacemos, significa que hemos caído muy lejos y muy hondo. ‘No temas lo que has de padecer. El diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. ¡Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida!’ Apocalipsis 2.0 Hoy está recomenzando el martirio de los cristianos. Recuerdo haber orado por un hombre en una oportunidad, y en medio de la oración el Espíritu Santo me interrumpió para decirme: ‘Este hombre morirá por mí como mártir.’ Horrorizado, terminé la oración como pude, y no me atreví a decírselo. Al día siguiente, otro hombre que oró por él estalló en llanto en la mitad de la oración. ‘¿Qué te pasaba cuando orabas?’, le pregunté después. ‘¡Dios me reveló que este hombre será mártir!’ fue su respuesta. El martirio de la iglesia nunca cesó por completo. Vuelve a surgir como consecuencia de un amor apasionado por Cristo. Los amantes menos comprometidos podrán salir adelante haciendo algunas concesiones. Una y otra vez las iglesias se han dividido al tratar de definir cuál es su máxima lealtad, como ocurrió cuando algunas iglesias se opusieron al partido nazi en Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando hacemos ciertas concesiones, tal vez no esté en juego nuestra salvación, pero sí lo está nuestro fervor. Hay muchos lugares en el mundo contemporáneo donde los cristianos sufren persecución hasta el punto de ser condenados a muerte a causa de su fe. Llegan informes de crucifixiones en un área al norte del Sudán. En el mundo musulmán, como antes en los países soviéticos, la persecución puede ser terrible. Nuestro amor y nuestra fe, ¿son de una cualidad capaz de resistir la persecución? Quizás nunca tengamos que enfrentarla, pero aun así se nos exige pasión.

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Denominacionalismo y arrepentimiento Otro mito que quiero mencionar es similar al anterior, sólo que ahora tengo en mente una escala más grande: el nivel denominacional (ortodoxos griegos, católico romanos, anglicanos y otros). El mito es que nuestra iglesia (es decir, nuestra denominación) es la dueña de la verdad. Las iglesias son iniciadas por Dios y completadas por seres humanos. Son una mezcla de sustancia divina y humana. Pasan por lo que podríamos llamar fases evolutivas. Y si bien la parte divina no puede ser corrompida, la parte humana puede serlo y siempre lo será. ¿Cómo puede una denominación tibia recuperar la pasión? Sólo cuando una congregación en el seno de esa denominación se dispone a ayunar y a orar. ¿Bajo qué circunstancias ocurrirá algo así? Sucederá cuando un individuo en esa congregación se arrepienta de su falta de pasión; cuando el Cristo vivo entre en esa persona. Él despertará un anhelo tan apasionado que la intercesión de esa persona por la iglesia local se volverá insistente hasta el colmo. Apenas percibe nuestro arrepentimiento, Cristo entra en nuestro corazón y lo inflama. En ese momento, puede ocurrir cualquier cosa. Los avivamientos comienzan cuando Cristo enciende un solo corazón, aunque es mejor aun si esa persona es el líder en la iglesia.

El juicio de Dios sobre los líderes de su pueblo Ezequiel 34 deja en claro que cuando sobreviene el juicio, cae con más peso sobre los líderes. Aquellos a quienes mucho se da, mucho se exige. En tiempos de Ezequiel los gobernantes eran reyes, príncipes, profetas y sacerdotes: ellos lideraban a Israel y a Judá. Hoy Dios se fija especialmente en ministros ordenados, pastores, maestros de escuela dominical, diáconos, ancianos, párrocos, obispos, sacerdotes, secretarios generales de organizaciones interdenominacionales, líderes de jóvenes, líderes de mujeres, etc. En Ezequiel 34, el profeta acusa a los líderes del pueblo de Dios por no compartir el corazón de Dios. El deseo de Dios por su pueblo es

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una iglesia apasionada 23 bueno, y Dios acusa a los pastores de explotar sus privilegios en detrimento de las ovejas. Sin duda, las ovejas también tienen su culpa. Pisotean el césped en perjuicio de las otras ovejas y embarran el agua que las otras necesitan. Tal como el pastor, así son las ovejas. Aunque Dios es consciente de la responsabilidad de las ovejas, su ira está dirigida principalmente contra los líderes. Ezequiel 34 revela el corazón de Dios. Él anhela a su pueblo, en especial a su propio pueblo. No es que él nos necesite, sino que nosotros lo necesitamos a él. Cuando Dios observa la pobreza en la que vivimos, añora nuestra plenitud y nuestra salud con un ansia que ni siquiera podemos imaginar. Su ira se dirige especialmente hacia los líderes infieles. Por eso Cristo maldijo de manera tan frontal a los fariseos. Muchos líderes de iglesia, hasta donde yo puedo ver, pertenecen a una de dos categorías. En la primera están aquellos que esconden un enorme aburrimiento y quebranto interior tras una fachada llena de sonrisas. Están próximos a caer en la desilusión y aun en la desesperación. En la otra categoría están los que han desarrollado una misteriosa capacidad para alimentar a las ovejas; ejercen poder sobre congregaciones y organizaciones, y sacan provecho de la posición en la que están, a costa del empobrecimiento de sus seguidores. Si bien no se dan cuenta de lo que hacen, la suya es una ceguera elegida. Niegan de manera vergonzosa precisamente lo que ellos mismos han elegido. Son los pastores de los que escribió Ezequiel. Dios ha puesto sobre mi corazón la carga de saber lo que va a suceder a muchos líderes cristianos en Canadá. Ese juicio puede ser también parte del propósito de Dios en otros sitios. Los principios bíblicos así parecen indicarlo, pero sólo se me ha revelado respecto a Canadá, y en relación con el arrepentimiento: a quién le será concedido y a quién no. Una vez por semana, temprano en la mañana, yo solía tomar parte en una reunión de oración a la que asistían mayormente hombres, antes de ir a su trabajo. Nuestra oración se concentraba en la intercesión, y pedíamos un avivamiento para Canadá. Una mañana, durante esa reunión, alrededor de seis años antes de comenzar a escribir este libro, sucedió algo que me llenó de temor. Estaba en la mitad de la oración, por así decirlo, quizás en medio de una frase de fina elocuencia o de algo que a mí me parecía muy espiritual,

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24 el camino de la santidad cuando repentinamente una cortina se descorrió ante mí durante unos pocos segundos. Me sentí tan impresionado que interrumpí y olvidé por completo mi oración. Me esforcé por levantarme del sillón en el que estaba y ponerme de pie. No lo logré. Levanté la mano derecha como un policía de tránsito cuando ordena a alguien que se detenga, y exclamé algo así como: ‘¡No, Dios, no! ¡No hagas eso! ¡Detente!’ Luego me hundí en el asiento nuevamente, agobiado, aturdido y tembloroso. ¿Qué acababa de decir? ¿Me perdonaría Dios por lo que había dicho? Se supone que no debemos hablar así a Dios… ¿O habrá ocasiones en que sí debemos hacerlo? En esos escasos instantes había percibido dos cosas. Primero, había visto la oscuridad que desciende sobre hombres y mujeres cuando no dejan que Dios sea Dios en su vida (Romanos .2–23). Para mí, esta oscuridad era sólo un concepto bíblico; lo entendía, pero en realidad nunca había visto la oscuridad misma. Verla, en el espíritu, fue aterrador, aplastante. La oscuridad que puede sobrevenirnos es tan horrible que excede las palabras. Al mismo tiempo, Dios me dijo lo que iba a suceder a líderes cristianos en Canadá. A algunos de ellos les sería concedido arrepentirse. Verían su pecado tal como Dios lo ve, pero también percibirían el amor redentor de Cristo hacia ellos. Muchos llorarían. Otros irían a la tumba sin arrepentirse. Si son realmente personas regeneradas, irán al cielo pero salvándose apenas. Si no lo son, entonces estarán rumbo al infierno. Dios, en su misericordia, nunca me dijo quiénes eran. ¿Le asombra, ahora, que haya exclamado a viva voz? Cuando el Espíritu de Dios desciende para revelar tamañas cosas, uno no le desearía al peor de sus enemigos el destino que sabe que tendrán. Ya no siento el terror que sentí en ese momento, aunque cuando pienso en aquella visión todavía me siento perturbado. Pero no es esa mi carga. La carga que tengo es la de seguir anunciando lo que he visto. Algunos prestarán atención, otros se burlarán, otros me ignorarán. Recuerde, usted no puede hacerse a sí mismo apasionado. Sólo Cristo puede despertar pasión en usted. Para hacerlo, primero él debe entrar, y luego debe tener total posesión de su corazón. Cuando eso ocurra, usted lo amará con una pasión ardiente que no podrá reprimir.

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Los terribles efectos de la oscuridad espiritual El partido de los fariseos probablemente se originó durante la persecución terrible y malvada que caracterizó al reino de Antíoco iv, llamado Antíoco Epífanes porque declaraba ser una manifestación de los dioses. Antíoco iv gobernó perversamente a los judíos. Estaba decidido a eliminar la religión judía. Cualquier madre de un niño varón que llevase a su recién nacido al templo para ser circuncidado corría riesgo de que sus dos pechos fuesen amputados. Y esta barbaridad se cometió no pocas veces. Era peligroso aferrarse a la ley de Moisés en aquellos días. Hacerlo requería una pasión ardiente por Jehová. Con todo, algunos hombres y mujeres tenían esa clase de pasión. Más aun, los hombres se consagraron a estudiar y enseñar la ley, la historia y los libros sagrados. Su coraje es incuestionable, y sin duda sus motivos eran puros, porque para hacer lo que hicieron hacía falta sentir auténtico fervor. Ellos sabían que el único y verdadero Dios se les había revelado como un Dios de misericordia, paciencia y gracia, y que les había prometido un Mesías. Ellos sabían que Dios los amaba en forma personal. Tomaban en serio la Palabra de Dios, y preferían arriesgar su vida antes que negarlo. Esta es la forma en que comienzan todos los movimientos del Espíritu Santo. Es Dios mismo quien los inicia. Sin embargo, siempre parecen echarse a perder. ¿Por qué los avivamientos se distorsionan? ¿Quién lo sabe? El movimiento fariseo del primer siglo había perdido por completo el espíritu con el que había comenzado más de dos siglos antes. Los fariseos del tiempo de Jesús eran totalmente distintos a sus antecesores, pero no lo sabían. Su entendimiento se había oscurecido. Jesús —al igual que Juan el Bautista, que lo había precedido— consideraba a los fariseos como una ‘generación de víboras’ (Mateo 3.7). En Mateo 23.3–36 Jesús los maldice frontalmente, en forma dura y reiterada.¹ Ya no quedaba en ellos nada de la santidad corporativa. La pasión había muerto. Unos pocos, como Nicodemo, José de Arimatea (que pudo haber sido fariseo) y posiblemente Gamaliel, eran excepciones a la regla general. El partido mismo estaba en bancarrota espiritual, total-

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26 el camino de la santidad mente desprovisto de fervor. ¿Cómo pudo haber llegado a ser tan opuesto a Dios algo cuyos orígenes eran tan buenos, y cómo podían estar tan ciegos al hecho de que eso hubiera ocurrido? Cuando miramos las dos escenas de los fariseos, la del tiempo de Antíoco Epífanes y la del tiempo de Jesús, se hace evidente que para la época de Jesús los fariseos habían adquirido enorme prestigio, influencia en el pueblo y respetabilidad. Cuando alguien recibe prestigio y respeto de parte de la gente, cambia. El efecto final de ese envanecimiento en los fariseos fue que llegaron a merecer las acusaciones pronunciadas siglos antes por Ezequiel. Cuando yo ejercía la psiquiatría, algunas personas me miraban con admiración, pensando que yo podía leer su mente. ¡No podía! Pero su adulación tenía el efecto que tiene un trago para el alcohólico. No pasó mucho tiempo y empecé a sentir que merecía el respeto que estaba recibiendo. Perdí la perspectiva correcta de algunas realidades: primero, olvidé que el reconocimiento que me daban reflejaba los valores Olvidar quién es Dios, propios de la sociedad en esa y por lo tanto cuál ha de ser época; segundo, olvidé que yo nuestra posición ante él, no era, en esencia, ni una pizca trae consecuencias trágicas. diferente de lo que había sido cuando estudiaba medicina. En todo caso, había perdido la visión de Dios, y de la bondad por la que él me permitía aprobar los exámenes y estar en la privilegiada posición de quien tiene influencia sobre otros. Había llegado a pensar que tenía derecho a algo que yo había ganado. La oscuridad había descendido sobre mí. Me sentía orgulloso. Me había olvidado que Dios es Dios. Y casi había llegado a perder mi pasión por Jesús. La soberbia es fatal. Hace que perdamos la sensibilidad de cuál debe ser nuestra actitud delante de Dios por toda la eternidad. Olvidar quién es Dios, y por lo tanto cuál ha de ser nuestra posición ante él, trae consecuencias trágicas. Según Pablo: ‘Se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido’ (Romanos .2). Las personas que han conocido a Dios y aun así han caído en la soberbia, pueden sufrir consecuencias psicológicas. Cuando ya no glorifican a Dios ni le dan gracias a él, la oscuridad los envuelve. A medida que esta aumenta, pierden la capacidad para percibir la rea-

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una iglesia apasionada 27 lidad. Esa capacidad está basada en la relación que tenemos con Dios. El problema de estar en las tinieblas espirituales es que uno no se da cuenta de ello, al menos hasta que la luz alumbra nuevamente en nuestro interior. En ese momento, uno experimenta una especie de iluminación y exclama: ‘¡Dios mío! ¿Cómo pudo haberme sucedido esto?’ Es como despertar de una pesadilla. Tal vez todavía seguimos en estado de necesidad, pero al menos ya sabemos que estamos en esa condición, mientras que, cuando estábamos en tinieblas, no lo sabíamos. ¡Cuidado! ¡Preste atención! Pablo se dirige a la iglesia de Corintios de esta manera, según traduce Eugene Peterson: ‘Evalúense para estar seguros de que están firmes en la fe. No se dejen llevar, dando todo por sentado. Háganse exámenes en forma periódica. Necesitan evidencia concreta, no meros rumores de que Jesucristo vive en ustedes. Compruébenlo. Y si salen desaprobados, hagan algo al respecto’ (2 Corintios 3.5). La única prueba valedera es la evaluación personal de nuestra pasión por Jesucristo.

El movimiento evangélico conservador Yo nací en el movimiento evangélico conservador, y todavía lo amo y me siento parte de él. Resulta muy instructivo revisar la historia de este movimiento. Cuando los académicos liberales de Alemania adquirieron influencia en Gran Bretaña y Europa, la corriente evangélica se dividió entre los líderes que abrazaron la nueva tendencia y aquellos que la rechazaron. Las congregaciones también se dividieron. El flanco liberal obtuvo algunas ventajas. Si uno escribía documentos o libros que recibían la recomendación de los ‘mejores’ académicos liberales, accedía a los más codiciados puestos en la universidad. Los estudiosos conservadores obtenían cargos de menor jerarquía o no eran admitidos en absoluto. De manera similar, había mejores chances de ser designado para una buena ‘iglesia grande’, como pastor o ministro ordenado, si uno al menos podía usar un lenguaje ambiguo, como para estar bien con los dos lados. Por cierto, no hubo nada que se pareciera a la crueldad de los tiempos de Antíoco Epífanes. Todo el asunto transcurrió de forma

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28 el camino de la santidad razonablemente civilizada y educada. Pero los evangélicos conservadores sufrieron. Como los primeros fariseos, estaban dispuestos a sufrir por la Palabra de Dios y sus principios. Así, surgió un piadoso movimiento de hombres y mujeres dispuestos a ser fieles a las Escrituras y, si era necesario, a sufrir penurias por su decisión. Hace falta cierto grado de pasión para tomar una posición de esa índole. Muchos cristianos conservadores aceptaron puestos inferiores en la universidad, y se consagraron a investigar precisamente los temas polémicos planteados por los liberales. Comenzaron a ser reconocidos, y el valor académico de su trabajo ganó gradualmente mayor reconocimiento. Surgieron editoriales conservadoras, y se imprimieron libros. El impacto misionero de este movimiento fue considerable. Comenzaron a ganar respeto y sus miembros podían respirar libremente otra vez. A medida que los líderes iniciales de esta tendencia alcanzaron más edad, y muchos de ellos murieron, los jóvenes inspirados por su ejemplo comenzaron a ocupar el lugar que aquellos dejaban. Pero, para entonces, el clima intelectual había cambiado considerablemente. Había prestigio, y aun quizás mejores ingresos, designaciones en determinados seEl problema de estar en minarios y escuelas las tinieblas espirituales bíblicas. Las tinieblas es que uno no se da cuenta de ello, espirituales comenzaal menos hasta que la luz alumbra ron a descender. Los nuevamente en nuestro interior. líderes comenzaron a estar menos enamorados de Jesús y a parecerse menos a él, que es la manifestación de la santidad del Padre. Los estudiosos de la línea evangélica habían sido, en su mayor parte, calvinistas. Pero, cuando se inició el movimiento pentecostal en la calle Azuza, y las masas de menores ingresos y menor nivel educacional fueron alcanzadas por el evangelio, los estudiosos calvinistas se hicieron notablemente más calvinistas, y se apegaron con más tenacidad a sus raíces en la Reforma. Toda teología es reaccionaria cuando está frente a lo que considera un error. En ese momento, el movimiento de Dios entre los pobres fue tratado con desdén por los líderes evangélicos. Esos evangélicos habían comenzado a separarse de las filas de su Señor. Jesús, que era santo, prefería estar con los pobres y los

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una iglesia apasionada 29 necesitados, con sus discípulos y con su Padre. Observe que era su placer, su deleite. Aunque Jesús siempre cumplió con su deber, no tenía hacia el deber una actitud compulsiva ni culposa. Él amaba. Llevaba a cabo las obras de Dios por el gozo que tenía puesto delante de él. Porque amaba, aun la cruz era para él un gozo, porque era la puerta hacia la gloria. Nos referimos a la muerte de Jesús como su pasión. Su vida y su muerte estuvieron orientadas por el amor. Esa pasión lo impulsaba con una motivación poderosa, proyectándolo triunfalmente hacia la gloria. Durante su existencia terrenal, Jesús sabía que enfrentaba un problema. Los líderes fariseos habían impuesto cargas religiosas sobre las espaldas del pueblo judío, cargas demasiado pesadas. La opresión comienza cuando la santidad disminuye. En su introducción a los Gálatas, Eugene Peterson escribe: Cuando los hombres o las mujeres manejan la religión, una de las primeras cosas que hacen, con frecuencia, es convertirla en un instrumento para controlar a otros, ya sea poniéndolos o manteniéndolos ‘en su lugar’.² Los evangélicos conservadores y estudiosos, ¿somos personas movidas por la fuerza del amor, acosadas por ese amor? ¿Nos parecemos a Jesús? ¿O ha caído este movimiento en esa fase declinante de la evolución cíclica? ¿Habría razón para que los evangélicos fuesen diferentes de los movimientos que lo precedieron? Nosotros también somos seres humanos. El amor apasionado es parte de la santidad. La doctrina sola no puede mantener nuestro corazón en el lugar que Dios quiere que esté.

El movimiento pentecostal Cuando leo los relatos sobre el movimiento pentecostal en sus comienzos, no me queda duda alguna de que se trataba de un movimiento nacido en el corazón de Dios. Su historia es la de un feliz abandono a un sentimiento de pasión arrolladora. No quiero decir que los pentecostales (lo mismo que los miembros de cualquier otro movimiento) hayan sido inmunes al error doctrinal. Los errores abundaron, como también los hubo en todos los demás movimien-

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220 el camino de la santidad tos. Los avivamientos en el campo religioso son desordenados. Tal vez hubo un concepto errado sobre la importancia del don de lenguas. Pero lo que sobresale, pese a todo lo que se diga en su contra, es que durante los inicios del movimiento se podría haber dicho de ellos lo que leemos en Mateo .5: ‘Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio.’ ¿Muertos que fueron resucitados? ¿Ciegos que recibieron la vista? Yo lo creo, aunque admito que hay dos escuelas de pensamiento respecto a tales asuntos. La literatura pentecostal de la época es veraz o bien es mentirosa. Prefiero considerarla veraz, porque cuando la leo detecto el latido de la pasión. ¡Y con cuánto resultado se predicaba el evangelio! Los pobres —los despreciados, los que no tenían educación, los marginados por la sociedad— se volvían en masa a Dios. Nació allí un movimiento misionero de enorme celo. La fe y el heroísmo de algunos de estos primeros esfuerzos misioneros pentecostales me deja profundamente avergonzado. Pero, poco a poco, los pentecostales comenzaron a hacer exactamente lo que habían hechos los primeros fariseos, y lo que también hicieron los evangélicos conservadores. No me corresponde ser juez de ningún movimiento. Los pentecostales estudiaron las Escrituras. Comenzaron a desarrollar sus propios institutos educativos. Más tarde algunas de estas instituciones buscaron aval, y con ello vinieron las ventajas financieras y los riesgos espirituales. Los pentecostales saben ofrendar, ¡y vaya que lo hacen! Abrieron editoriales, y los autores pentecostales comenzaron a ser más refinados. Fue creciendo la respetabilidad y también la mayor aceptación en los ‘clanes’ y asociaciones interdenominacionales. Retrospectivamente, todo parece haber sucedido de la noche a la mañana. Una cosa es cierta: el movimiento pentecostal en Europa y en América del Norte ya no es lo que fue. Como muchas otras denominaciones, fue olvidando sus raíces, y sentirían vergüenza si sus fundadores de pronto se presentaran. En esta y en otras formas, el pentecostalismo tiene todas las marcas de un movimiento de mediana edad: prosperidad, riqueza y poder. ‘Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad. Pero no sabes

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una iglesia apasionada 22 que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo’ (Apocalipsis 3.7). Hay que reconocer que, en gran medida, el movimiento pentecostal se sumó al club. Igual que aquellas otras denominaciones que llegaron a mirar con actitud despectiva sus propios orígenes, la plana jerárquica de los grupos pentecostales actuales se muestra vacilante frente a la ‘nueva muchachada del movimiento carismático’. Los mayores, imbuidos de saber, se formulan mutuamente serias preguntas respecto a ‘los Las manifestaciones peligros del error’. Sus exno son importantes. presiones se parecen a las Lo que sí es importante, que los líderes de otros y lo único, es la renovación grupos solían pronunciar del amor apasionado hacia respecto al propio moviDios y hacia las personas. miento pentecostal en sus primeros tiempos. ¡Ah, la respetabilidad! ¿Acaso no la anhelamos todos? La santidad es algo cuyo crédito no perdura. La pasión nunca se considera respetable. En esto, la naturaleza humana no cambia; todos somos seres caídos. En los años sesenta irrumpió un segundo movimiento, al que se rotula ahora como ‘la segunda ola’ del Espíritu (el movimiento pentecostal es considerado como la primera ola).³ Aunque el movimiento carismático compartía la perspectiva del bautismo del Espíritu que sostenían los pentecostales, sus comienzos fueron diferentes porque, al menos en América del Norte, se mantuvo dentro de las iglesias y denominaciones establecidas, fueran anglicanas, episcopales, católicas u otras. Además, atrajo a grupos sociales más sofisticados. Dios había comenzado por mostrar misericordia a los pobres, aquellos más cercanos a su corazón. Pero no se había olvidado de la clase media, ni siquiera de algunos ricos. El avivamiento alcanzó a estudiantes universitarios y profesionales. Dios tiene misericordia de todas las personas. Todos podemos ocupar un sitio. Hoy, las señales del proceso evolutivo son más sutiles y menos medibles entre los que pertenecen a la ‘segunda ola’. Pero están presentes. Son los rasgos de un movimiento que sabe que ya ganó un lugar. Hay casas editoriales, literatura, instituciones y ‘ministerios’ que siempre comienzan bien, y luego comienzan a mostrar las evidencias de la mediana edad. No se trata solamente de que las perso-

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222 el camino de la santidad nas envejecen, porque la madurez trae consigo una necesaria experiencia. Pero los efectos negativos de la gratificación también están presentes. Y no hay manera de simular el gozo espontáneo e inefable en Cristo. Cada ola, la primera, la segunda y ahora la tercera, muestran la misma evolución. Cada uno de los movimientos comenzó entre los jóvenes. Cada uno de ellos fue indudablemente iniciado por el Espíritu Santo. Cada uno fue afectado por la naturaleza humana caída y corre el riesgo de terminar en la carne lo que Dios comenzó en el Espíritu. Cada movimiento trajo el mismo mensaje: que Dios quiere restaurar en su pueblo los dones del Espíritu.

La tercera ola En la tercera ola, de la que estoy agradecido de formar parte (entre sus miembros más ancianos), aparece la misma tendencia. Se la observa en la inclinación que tienen los pastores exitosos por separarse y hacer la suya, y en la actitud de algunos seguidores dentro del movimiento a sentirse superiores a otros grupos. ¿Por qué habría de ser distinto? Estamos tratando con la naturaleza humana caída, con seres pecadores. Lo que Dios comienza no puede ser completado por seres humanos. Sin embargo, Dios ha concedido a la tercera ola una gracia singular. Para cuando este libro esté publicado, se habrá reconocido plenamente el impacto mundial de los sucesos que tuvieron lugar en Airport Vineyard, Toronto. En esta oportunidad, el Espíritu Santo está renovando la pasión. Dios está despertando un fervor ardiente en aquellos que son tocados por el Espíritu Santo en forma genuina. (Tal vez algunas personas están tan obsesionadas consigo mismas que lo único que piensan es que ‘lo lograron’, no importa en qué consista eso. Por lo general, tales personas se han vuelto soberbias, tal como ocurrió con Satanás.) Las manifestaciones de las que tanto se habla no tienen importancia. En mi opinión, John Wesley cometió un error al asignar demasiada importancia a las manifestaciones externas del Espíritu. Él creía que había dos llamamientos de Dios en su vida. Uno era el llamado a ser ministro del evangelio, y el otro, un ‘llamado extraordinario’. En una oportunidad, escribió a su hermano Charles: ‘Mi

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una iglesia apasionada 223 llamado extraordinario está atestiguado por la obra que Dios hace por medio de mi ministerio; lo cual prueba que él realmente está conmigo en el ejercicio de mi oficio.’⁴ Wesley se estaba refiriendo a la manera en que la gente caía al suelo y lloraba cuando el Espíritu Santo venía sobre ellos durante su ministración. Él sentía que esas manifestaciones respaldaban su llamamiento. Pero Dios no estaba reivindicando a Wesley, sino a su propio nombre y reputación. El mismo error persiste hoy, cuando algunos líderes consideran manifestaciones similares como evidencia de su propio poder espiritual superior. El poder fue dado por gracia, no por mérito. Sin embargo, Dios continúa siendo misericordioso con tales líderes, a pesar de que están exponiéndose a los peligros de las tinieblas. El celo humano nunca puede lograr el tipo de cosas que están ocurriendo a partir de la renovación de Toronto. El diablo intenta hacerlo, pero produce falsificaciones muy pobres. El movimiento de Vineyard no tiene nada de qué enorgullecerse. En una oportunidad, cuando se le preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que el movimiento dejara de ser poderoso y efectivo, John Wimber dijo: ‘¡Unos quince años!’ Si algo ha de impedir que el movimiento siga las ‘inclinaciones propias de la carne’, será la gracia de Dios y no la virtud de sus líderes ni de sus seguidores. Es lamentable el lugar que los medios han dado a las manifestaciones en Toronto y en otros sitios, aunque su interés es comprensible. Las manifestaciones no son importantes. Lo que sí es importante, y lo único, es la renovación del amor apasionado hacia Dios y hacia las almas.

La santidad corporativa Pero, se preguntará usted, ¿qué tiene que ver toda esta cosa carismática con la santidad? Buena pregunta. La ‘cosa carismática’ no tiene nada que ver con la santidad. Ni con el fervor. Más bien, a lo largo de la historia, cada vez que el Espíritu desciende de manera renovada, sea que Dios imparta dones espirituales o no, surge una nueva devoción hacia Jesús, un nuevo sentido de su presencia, una nueva percepción de su poder y un nuevo gozo en la evangelización. Con cada avivamiento y renovación viene también el redescubrimiento de

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224 el camino de la santidad alguna doctrina olvidada, ya sea sobre la regeneración, el arrepentimiento, la justificación por fe, la fe en Cristo, o alguna otra. Dios ha hablado tres veces a la iglesia durante el siglo xx, cada una de ellas en las así llamadas olas de renovación. En las tres ocasiones nos ha dicho que necesitamos los dones del Espíritu Santo para completar la evangelización del mundo. Las tres olas han sido derramamientos del Espíritu de Dios. Todas están destinadas a equipar a la iglesia para la evangelización. Permítame poner las cosas en forma clara. He estado presente y he examinado personalmente los comienzos de la segunda y la tercera ola, en América del Norte y en varios lugares del mundo. Puedo dar testimonio de tres cosas. Los derramamientos Primero, las tres olas vinieron de del Espíritu de Dios Dios. Segundo, las tres, al igual que están destinados a otras en el pasado, han sido derraequipar a la iglesia mamientos de poder para evangelipara la evangelización. zar. Finalmente, las tres han traído el mismo mensaje: Dios quiere restaurar los dones del Espíritu a su pueblo; y lo más importante, un Amante apasionado quiere ser amado con fervor. Los derramamientos del Espíritu, tal como el que está expandiéndose desde Toronto, no son unciones de santidad. Pero, como lo señaló Lloyd-Jones, sin duda tienen ‘secuelas de santidad’. El gozo y la pasión renovadas son dos de estas secuelas. Se trata de ‘un gozo inefable y lleno de gloria’, el gozo que caracteriza a un amante apasionado. No hace mucho, Eleanor Mumford estaba predicando en la iglesia Holy Trinity, en Brompton, Londres. Relató la historia (repetida con frecuencia) de una mujer que estaba conduciendo de regreso a su casa, todavía ‘ebria en el Espíritu’, después de asistir a un encuentro en Airport Vineyard. Su auto estaba haciendo ‘eses’ en la autopista. No pasó mucho antes de que un policía la detuviera y le dijera: ‘Señora, creo que usted está muy ebria.’ Radiante, ella le respondió: ‘¡Usted está en lo cierto, estoy ebria! ¡Pero no de la manera en que usted lo piensa!’ ‘Creo que tendré que tomarle la prueba del aliento’, dijo el oficial, de todos modos.

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una iglesia apasionada 225 Mientras la mujer respiraba en el equipo de control, le vino un ataque de risa descontrolado y cayó al piso. Por un momento, el policía se quedó frunciendo el ceño. Luego, repentinamente, comenzó él mismo a reírse sin control. Instantes después ambos circulaban por la autopista sin poder dejar de reírse. Ambos estaban bajo el control del Espíritu Santo de Dios. El oficial dijo: ‘Señora, no sé qué es lo que tiene. Pero estoy seguro de que yo lo necesito.’ Poco después tuvo una auténtica conversión. ¿Extraño? Sí. Considerando la forma en que la mujer ‘evangelizó’ al policía, sin duda dejó fuera el ‘síndrome de conciencia perseguida’, típico en la evangelización personal tradicional. Algunos de nosotros nos estamos acostumbrando a los sucesos extraños. Lo que importa, y esto sí tiene relación con la santidad corporativa, es que dos cosas están naciendo (y en este orden): una pasión por Jesús y una pasión por los perdidos. ¡Este fervor no puede nacer de una sinceridad simulada, sino sólo de un gozo exuberante! Un gozo de tal magnitud es típico del entusiasmo desenfrenado de alguien que está apasionadamente enamorado. Para muchas personas, una experiencia del tipo de Toronto es un primer paso en la senda de la santidad. A menos que continuemos en la senda —a menos que mantengamos el fervor, a menos que pasemos tiempo haciendo examen de corazón y confesión de pecado— el gozo en la evangelización se desvanecerá pronto. La santidad implica compartir el corazón de Jesús, y su corazón ama a la totalidad de la iglesia.

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Una iglesia unida Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Juan 7.20–2

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uan 7 es un pasaje de singular significación. Titulamos a este pasaje ‘oración sacerdotal de Jesús’, para diferenciarlo de los demás capítulos en los cuatro Evangelios. En esta plegaria, Jesús declara que antes de su regreso hará algo que ningún líder jamás pudo hacer. Creará un grado de unidad en su pueblo que tornará irrelevantes las divisiones eclesiásticas y denominacionales. Jesús pondrá en todo su pueblo una actitud de unidad. Este no es un sueño idealista. Su cumplimiento es seguro. En la última parte de Juan 7, Jesús intercede por la iglesia futura, es decir, por nosotros. Expresa los deseos y anhelos que tiene por la iglesia contemporánea. Frente a la actual desunión de la iglesia, Jesús pide a Dios que haga una perfecta unidad. Seguramente el Señor llevará esto a cabo con los que están dispuestos a colaborar con él, es decir, con aquellos que obedecen la voz del Espíritu. Él lo hará. Pero lo hará con aquellos que confían en él.

El ‘río’ de las iglesias Cuando pienso en todos los grupos y organizaciones que invocan el nombre de Jesús, imagino un río. Es un río largo y profundo, que durante dos mil años ha estado circulando por medio de las montañas de naciones circundantes. Nada ha detenido jamás su flujo, y nuevos arroyos añaden a su caudal a lo largo de su recorrido. Las tormentas son amenazantes pero, finalmente, la mayor parte de la lluvia aumentará el caudal del río. También veo, en el lecho del río, la contaminación que se eleva hacia la superficie. La podredumbre emerge a lo largo de toda su extensión: burbujas, manchas, derrames de aceite, basura y todo tipo de suciedad. Allí, para que todo el mundo la vea, está la necedad de la que no queríamos que nadie se enterara. Este río no parece tener relación alguna con el río descripto por Ezequiel.

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230 el camino de la santidad Las fábricas que se alinean en la costa derraman sus residuos en el río: son los valores vacíos e inútiles del mundo. Las aguas del río están tan envenenadas por la polución del pecado y la falsa adoración, que ya no pueden producir vida. Los peces muertos flotan en la superficie, pudriéndose. Las hierbas grises y las malezas pretenden ser algo vivo en las orillas del río. Los árboles que lo bordean son esqueletos macabros y sin hojas. Es obvio que un enemigo ha estado muy, muy ocupado. Aunque cercano, el océano todavía está a cierta distancia. Deténgase un momento para observar algo, aproximadamente en el siglo segundo. Ya desde entonces el río comienza a formar un enorme delta en el ancho valle. Lentamente comienza a dividirse en innumerables brazos malolientes. Aunque confluyen al cauce principal de tanto en tanto, la cantidad total de divisiones aumenta a medida que seguimos el curso, río abajo. Nosotros, la iglesia, hemos adorado a falsos dioses: los dioses de la época. Como Satanás, estamos llenos de orgullo. Nuestros corazones se han endurecido. Dios suspira y dice: ‘Tal como los judíos de donde los tomé, este pueblo es altivo, hostil y rebelde. Creo que lo mejor es dejar que cosechen lo que insisten en sembrar.’ Sin embargo, se avecina un gran cambio. Hemos de ser limpiados, purificados y unidos: Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Juan 7.22–23 Cristo nos da su gloria. ¿Es eso realmente así? Nos dio su gloria para que seamos uno. Pero ¿dónde se fue esa gloria? Veo poca evidencia de ella, aunque sí resulta visible en los relatos sobre la iglesia primitiva. ¿Volverá a notarse, una vez que nos hayamos unido? El propósito de Dios al darnos su gloria fue hacernos uno. En su oración, Jesús intercede por la unidad total. El propósito de esa unión es, subrayémoslo una vez más, ‘que el mundo sepa’ del amor del Padre por el Hijo. ¿Qué razones podrían ser más significativas que esa?

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La unidad y el regreso de Cristo Afirmo que la unidad que se conformará en la iglesia antes del retorno de Cristo es la clase de unidad que existe en la deidad, aunque desconozco si precederá en un tiempo largo o breve al retorno de Cristo. La unidad llegará, porque Cristo la pidió. Ocurrirá antes de que regrese, porque el propósito de la unidad es que ‘el mundo crea que tú me enviaste’ (Juan 7.2). ¿Será respondida la oración de Cristo? ¿Hubo alguna vez una oración de Cristo que no haya sido respondida? El mundo debe ver una iglesia unida. Esto es imprescindible para que el mundo pueda entender que Jesucristo fue verdaderamente enviado por Dios Padre. No es posible exagerar la importancia de esto. El Papa Juan Pablo ii dijo que el aggiornamiento no se refiere sólo a la renovación de la iglesia; no se trata sólo de la unificación de los cristianos, ‘para que el mundo crea’: es también, y por sobre todo, la actividad salvadora de Dios en beneficio del mundo. Hoy no se piensa mucho en la unidad. Desilusionados por el absoluto fracaso del Concilio Mundial de Iglesias en ese proyecto, estamos convencidos (espero) de que sólo Dios puede producir auténtica unidad. Nosotros hemos de colaborar con su iniciativa y su ritmo; no es cuestión de intenNuestros corazones tar hacer cosas solamente porque se han endurecido. son buenas. Sólo Dios conoce el Sin embargo, se avecina tiempo de realización de sus proun gran cambio: yectos. La iniciativa siempre debe hemos de ser limpiados, ser de Dios. Nuestro papel es el purificados y unidos. de colaboradores. La unidad no puede ser nunca obtenida por la sola iniciativa cristiana. Durante siglos hemos visto aproximaciones a este tipo de unidad aplicada en los esfuerzos conjuntos de evangelización. Sin embargo, la meta parece estar más lejos que nunca. Con todo, aunque cualquier esperanza de unidad parezca insensata en este momento, creo que esta se alcanzará en el transcurso de mi propia vida. Estar unidos significa ser uno en la actitud. Esa unidad es la que reconcilia, y la reconciliación está en la esencia del mensaje del evan-

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232 el camino de la santidad gelio. La unidad es también una expresión de la santidad. No seremos uno hasta que haya una mayor santidad en la iglesia, y no estaremos ni cerca de ser una iglesia santa a menos que seamos un solo cuerpo. Nuestras divisiones están, en gran medida, fundadas en diferencias de opinión sobre lo que la Biblia enseña. Puesto que la verdad es importante, las diferencias doctrinales son importantes. Pero curiosamente, cuanto más se estudian las Escrituras, tanto más abundan las divisiones. Esto debiera advertirnos algo. Lo que más nos enorgullece es construir nuevos centros de estudio. Sin embargo, la mayor parte de las divisiones han surgido por la actitud soberbia de la gente involucrada en la discusión de cualquier cosa que se estuviese discutiendo. Se pelea por obtener el control, por hacer valer la propia opinión. La soberbia satánica debe ser eliminada entre nosotros. Muchas disputas se han producido cuando los líderes de las iglesias abusaron de su privilegio. Ya citamos las palabras de Peterson: ‘Cuando los hombres o las mujeres manejan la religión, una de las primeras cosas que hacen, con frecuencia, es convertirla en un instrumento para controlar a otros, ya sea poniéndolos o manteniéndolos en su lugar.’¹ Muchos líderes han hecho de la verdad un instrumento para controlar y someter a hombres y mujeres, a los que debían haber estado poniendo en libertad. Por eso están armándose las nubes del juicio. Debemos dar la bienvenida a esas nubes, aunque nos llenan de temor y temblor.

La unidad trinitaria Nunca hemos llegado a aproximarnos al grado de unidad que concibe la oración de Jesús: ‘Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste’ (versículo 2). Llamo a esto unidad trinitaria. Es una unidad colmada de intimidad, un amor ferviente característico del matrimonio. Es bastante obvio que los seres humanos no pueden lograr jamás esa clase de unión. Pero Dios puede hacerlo y lo hará, junto con aquellos que estén dispuestos y se muestren lo suficientemente humildes como para ser corregidos. El Padre prometió esa respuesta al Hijo, y él le dará lo que le debe.

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una iglesia unida 233 Jesús no pide una unidad invisible. El mundo nunca llegará a creer si no puede ver algo. Lo que Jesús pide es que llegue un tiempo en que el mundo sea forzado a reconocer que él vino de Dios para hacer algo que es humanamente imposible: un pueblo unido. Los seres humanos, insisto, no pueden organizar nada semejante. ¿Acaso no han intentado hacerlo desde que el mundo es mundo, o al menos desde que procuraron construir la torre de Babel? Ni la fuerza ni la negociación lo lograron jamás. Hemos estado sin cesar en procura de la unidad, pero esta (como también la libertad verdadera que ella contiene) es humanamente imposible. Dios promete darla. Y Dios es quien puede producirla. Lo hace por medio de su Espíritu. ¿En qué forma son uno el Padre, el Hijo y el Espíritu? Son uno en actitud, uno en propósito, uno en pensamiento y uno en corazón. Sus corazones, por así decir, laten al unísono. Sus mentes piensan en armonía, pero no porque tengan un solo cerebro, como los siameses. A la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo siguen siendo tres personas libres, tres personas diferentes en un solo Dios, libres en el amor que tienen el uno por el otro. El Padre ama y contempla con orgullo a su Hijo único. El Hijo, cuando estaba en esta tierra, se preocupaba por escuchar la voz del Padre, observar lo que hacía y estar alerta a los matices de cada susurro. El Espíritu, que también ha de ser adorado como Dios, lleva a cabo sus deseos aquí y ahora, cumpliendo sus planes actuales en la tierra: vela por nosotros con la ternura propia del Padre, unge con poder y renueva a su iglesia. Él mora en nosotros. En el Espíritu y por medio de él, tanto el Padre como el Hijo viven en nosotros, porque es también el Espíritu del Hijo y del Padre. No se alcanza a entender, ¿verdad? Yo tampoco lo entiendo. Pero pienso en ello a diario y me llena de asombro.

La actitud de crítica nos desune ¿Qué es lo que hay en el centro mismo de la desunión? En el centro reside algo que llamo ‘espíritu de crítica’. La unidad debe comenzar en la iglesia local. No se puede tener una iglesia unida si no hay congregaciones unidas. En la práctica, la unidad comienza donde está el individuo. Comienza en las unidades más pequeñas de la iglesia; comienza con la unidad en una

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234 el camino de la santidad familia. Dondequiera que yo esté, dondequiera que usted esté, este es el punto de partida. ¿Qué es, entonces, lo que crea desunión en usted y en mí? La unidad comienza a corroerse cada vez que tenemos pensamientos críticos hacia otra persona. En un extraordinario estudio de Mike Mason sobre el libro de Job, este autor señala algo que debería ser obvio: el extraño concepto legalista que tenían de Dios los tres amigos de Job. Tanto Job como sus tres amigos parecen haber sido monoteístas, es decir, adoraban a un solo Dios. Pero sólo Job comprendía la gracia perdonadora de Dios, a pesar de que vivió siglos antes de la venida del Mesías: Pero yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo, y que después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Lo veré por mí mismo; mis ojos lo verán, no los de otro. Pero ahora mi corazón se consume dentro de mí. Job 9.25–27 La actitud crítica y murmuradora que reina en muchas congregaciones sin duda impide la comprensión que Job tenía de Dios. La crítica hacia los demás es mortal. Observe las palabras que Jesús dijo a sus discípulos, y permítame traducir el verbo krinō como ‘criticar’, en vez de la traducción más frecuente, ‘juzgar’. (Hay un análisis acerca de estas cuestiones sobre traducción en el Apéndice, al final del libro.) No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Lucas 6.37 Las palabras se usan allí con claro sentido escatológico. En un día venidero, Dios empleará exactamente ese criterio para tratar con nuestras actitudes de crítica. Pero también son palabras existenciales, en el sentido psicológico. Las personas que critican viven en un mundo irreal, habitado por sus propios enemigos. Se tornan paranoicas: ‘¿Viste la forma en que me miró? Me pregunto por qué me habrá mirado de esta manera.’ ‘Sabes, no me gusta la forma en que lo dijo. Había una intención oculta en sus palabras.’ Así, nos convertimos en víctimas de nuestra propia actitud de crítica.

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una iglesia unida 235 ‘En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos’, dijo Jesús en Mateo 23.2. Nosotros también ocupamos ‘la cátedra de Moisés’ cuando criticamos a otras personas y a otras iglesias. Nos consideramos con derechos que no nos pertenecen. Somos como aquellos a quienes Jesús maldijo. Los amigos de Job adoptaron esa misma actitud. Imagínelos sentados junto a él, durante una semana, abrumados por la gravedad de los sufrimientos de Job. Pero mientras están allí, se sienten perplejos. Debe haber algo tremendamente malo en él, piensan. Dios nunca haría esto sin motivo. Es un hecho desagradable, pero no por eso menos cierto, que precisamente los amigos que vinieron a consolarlo (2.) estaban triturándolo en pedacitos. Lo analizaron de arriba a abajo para encontrar sus faltas, excusas y pecados escondidos; lo investigaron para encontrar las razones por las que esas cosas tan terribles habían llegado a sucederle. Y aunque se nos dice que estos discretos caballeros no dijeron nada a Job durante toda una semana, no sería raro que hubiesen estado murmurando confidencialmente entre ellos.² Sin embargo, no era por castigo que Job estaba sufriendo, sino por su integridad (Job .8, 2.3). Es cierto que aún no comprendía en forma cabal al Dios al que adoraba, y que más tarde se vería forzado a admitir su ignorancia (42.–6). Sin embargo, lo que queda claro es que sus padecimientos se debían a su integridad y a su justicia. Sus amigos eran incapaces de captar este hecho. Sintiéndose abrumados, y luchando por ordenar de alguna forma el problema, hacen lo único que les resulta seguro hacer: dar un paso atrás y adoptar la posición del analista externo. Naturalmente, lo harán con una actitud cálida y piadosa y con la mejor de las intenciones … pero sin darse cuenta de que, con su teorización clínica, están en realidad haciendo a un lado las emociones humanas, precisamente en el momento en que más se necesitarían … Como todos los que son amigos sólo en las buenas, y como toda teología imperfecta, los amigos de Job no se ponen en el lugar de la cruz.³

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236 el camino de la santidad

El precio del perdón El camino de la cruz es un camino muy doloroso. Nos exige todo lo que tenemos para dar. Al fin de cuentas, ¿es tan valioso ‘todo lo que tenemos’? La amargura no pesa nada, pero corroe como un ácido nuestras entrañas. Pronto no dejará de nosotros más que el hedor. Librémonos de ‘todo lo que tenemos’, incluyendo la amargura. ¿Eso pretende que haga, después de lo que me hicieron? ¡Sí, sí, sí! ¡Libérese de la amargura! Por sobre todas las cosas, libérese de esa actitud que condena a otros. Aferrarse a ella es encogerse, es volverse más y más pequeño. Podría llegar a reducirse a un simple punto unidimensional, balando su nueva forma de culto: ‘¡Yo, yo, yo!’, a pesar de que Dios está constantemente esperando darle su gloria. ‘Pero si nunca criticamos, ¿cómo se van a corregir las cosas?’ Si cerramos los ojos para ‘no ver el mal’ y nos tapamos los oídos para evitar oírlo, ¿cómo se van a enmendar las cosas? Permítame volver al versículo sobre juzgar a otros, el pasaje sobre criticar. Recuerde cómo lo percibe Dios a usted. Él le ofreció perdón gratuito. Su ofrecimiento no venía con etiquetas adicionales, excepto la condición de que usted recibiese lo que él le ofrecía. Si no aceptó lo que se le ofrecía, entonces no lo recibió. Pero si lo aceptó, si recibió el amor que perdona, entonces se lo debe también a otros. Sí, pero, ¿acaso no hay algunas personas que deben ser disciplinadas y excomulgadas? Si no quieren recibir el perdón, sí. La actitud de no querer recibir perdón es no sólo el único delito sino el mayor. ¿Cuál es la verdadera esencia de la disciplina eclesiástica? Disciplinamos al hermano o a la hermana que no quieren recibir ayuda. Aun así, ¿cómo podemos ofrecer perdón sin ser críticos?

La auténtica naturaleza del discernimiento Jesús enseñó que no podemos ver claramente cuando criticamos. Cuando lo hacemos, ‘tenemos una viga en el ojo’.

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una iglesia unida 237 ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? … ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. Mateo 7.3, 5 Entonces verás bien … Una actitud crítica destruye la claridad de la visión. Sin duda es preciso que veamos, pero hemos de mirar con los ojos de Cristo. Nuestra visión está distorsionada. Tenemos vigas que distorsionan la manera en que percibimos a las otras personas. Primero tenemos que desprendernos de nuestros sentimientos críticos y llenarnos de perdón —del perdón de Cristo hacia nosotros, y de nosotros hacia el resto de la humanidad. Sólo entonces podremos ver claramente. ¿Podemos perdonar antes de que ‘ellos’ se arrepientan? Lo que importa es nuestra actitud. Así es como Dios nos ve. Él no esperó a que nos arrepintiéramos para enviar a su Hijo a morir. ¡Fue precisamente nuestra falta de arrepentimiento lo que mató a su Hijo! ¡Jesús, el sacrificio de Dios! Sólo cuando estemos equipados con la actitud de Dios, él nos dará palabras de liberación para otros y estos sentirán tanta libertad que no se pondrán defensivos ni en actitud de guardia. Nos abrazarán y llorarán con gratitud y alegría. Una y otra vez descubro que, cuando me acerco a mis hermanos en la congregación sintiendo sólo amor en mi corazón (lo cual ocurre raramente, pero cada vez con mayor frecuencia), ellos comienzan a compartir sus problemas conmigo. Entonces, en algún momento, parece sobrevenirme lo que algunos llamarían un haz de iluminación y otros calificarían como la voz del Espíritu. En ese momento, digo: ‘Creo que te comportas así porque …’ De pronto estamos unidos en un fuerte abrazo, y mi amigo solloza, maravillado por el descubrimiento que acaba de hacer. No percibe mis palabras como crítica sino como un medio de liberación. Contemplemos la gloria de Cristo. Al hacerlo, comenzaremos a compartirla. Y al contemplar su gloria, dejaremos de criticar a nuestros hermanos y hermanas. Necesitamos la calidad de amor que Dios reveló en Cristo. Eugene Peterson capta bien la idea cuando traduce Efesios 5.–2:

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238 el camino de la santidad Observa lo que Dios hace, y luego hazlo, tal como los niños pequeños aprenden el buen comportamiento imitando a sus padres. Lo que Dios hace, principalmente, es amarte. Mantente cerca de él y aprende a vivir con amor. Observa cómo nos amó Cristo. El suyo no fue un amor precavido sino generoso. No nos amó para obtener algo de nosotros sino para darnos todo lo que él es. Así es el amor. El amor de Dios hacia nosotros nos hace libres. Nos pone en libertad para que podamos amar. Cuando amamos, podemos ver claramente, sin sentimientos críticos. Entonces ‘juzgamos con juicio verdadero’.

Nuestra esperanza para el futuro La unidad llegará, sea que decidamos salir o no a buscarla. Si elegimos hacerlo, estaremos colaborando con Cristo. Pero esta unidad es escatológica, en el sentido de que tendrá lugar al fin de los tiempos o ‘en el comienzo del fin’. Sospecho que ‘el comienzo del fin’ está bastante cerca. Sin embargo, nada ha engañado más a la gente, ni con más frecuencia, que las predicciones sobre el fin. Aun así, ¡alguna vez tiene que ocurrir! Tarde o temprano, Dios cumplirá su propósito y seremos uno. Él realizará sus planes con o sin su colaboración o la mía —pero tendrá colaboración de algunos. Sin duda, un grado mucho mayor de unidad ocurrirá después del arrepentimiento de Israel, y de su duelo por el Mesías que no reconocieron. Por ahora, esto no ha ocurrido a gran escala. Lo que sí está ocurriendo en todo el mundo es un nuevo derramamiento del Espíritu Santo de Dios, en diversas maneras y en un momento singular de la historia humana. Como ya dije, tiene que producirse un mayor grado de unidad antes del regreso de Cristo en persona, puesto que el propósito de esa unidad es convencer al mundo sobre la identidad de Jesús. Cuando la iglesia (e Israel) estén unidos, el mundo creerá. Pero mientras la iglesia no sea una, el mundo no creerá. No podemos nosotros tomar la iniciativa en esto, pero tengo la sensación de que Dios ya ha comenzado a llevarlo a cabo.

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La singularidad de este período histórico ¿Es nuestro período de la historia único en algún sentido? Si lo es, ¿qué es lo nuevo? Estamos ahora en condiciones de destruir la mayor parte de la población mundial en escasos segundos. Nunca antes hubiese sido posible. Además, nunca antes habíamos estado en condiciones de saber qué es lo que está ocurriendo en cualquier sitio del mundo, y a veces en cuestión de minutos. Los lazos de comunicación nos asombran y nos asfixian. Nunca antes fue igual. Podemos viajar a casi cualquier lugar del mundo en menos de veinticuatro horas, y con frecuencia en condiciones de lujo. La tasa de acumulación de conocimiento nunca ha sido tan acelerada. A lo largo de la historia se fueron haciendo nuevos descubrimientos; pero nunca antes la vida y el destino de las personas estuvieron tan ligados como lo están ahora, por medio de las computadoras. Nunca fue tan vasto el conocimiento, y nunca tan complejas las soluciones requeridas para los problemas. Tomando en cuenta estas realidades, y si damos crédito a los puritanos, nuestra esperanza debería aumentar. Los puritanos enseñaban que estas señales precederían el regreso de Cristo. En la primera parte de su Historia de la Redención, después de comentar que el versículo: ‘Y entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre del Señor’ era señal de la actividad del Espíritu de Dios, Jonathan Edwards continúa diciendo: Podría observarse en este punto que, desde la Caída hasta la época presente, la obra de redención ha sido, en efecto, llevada principalmente a cabo por revelaciones asombrosas del Espíritu de Dios … La forma en que se hicieron los más grandiosos actos … fue mediante maravillosas efusiones [del Espíritu] en épocas especiales de misericordia.⁴ Edwards se había embarcado en la tarea de escribir la historia de la iglesia. Pero, al igual que los reformadores, considera la historia de la redención como una línea continua, y ubica el nacimiento de la iglesia en el comienzo mismo de esa historia. Inicia la introducción a su libro con estas palabras: ‘El propósito de este capítulo es conso-

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240 el camino de la santidad lar a la iglesia en sus padecimientos, perseguida por sus enemigos; y el argumento de la consolación … es la constancia y perpetuidad de la misericordia de Dios … que protege a su iglesia contra los ataques de sus adversarios.’⁵ En todo el mundo, la iglesia necesita ser consolada. Cuando enfrentamos el abrumador incremento del crimen y cuando sentimos que las naciones vacilan, a un paso de otra guerra mundial, nos viene bien recibir verdadero consuelo. En muchos lugares del mundo la persecución contra el pueblo de Dios es descarada y perversa. Aun en Occidente aumenta la hostilidad, y los cristianos —a veces con razón, a veces no— sienten cómo, poco a poco, se erosionan sus libertades. La iglesia ya no es popular en el mundo occidental y ‘cristiano’. El martirio es parte del destino tradicional de la iglesia. Pero hay salvación en medio de la muerte, y la presencia salvadora de nuestro Dios es real aun si tenemos que enfrentar la muerte por martirio. Nuestra esperanza no tiene relación con la muerte física, excepto en el sentido de que se nos asegura que hay victoria sobre la muerte. Al fin de cuentas, el martirio no es gran costo, cuando consideramos el futuro que nos espera. Ya hice referencia a las condiciones que caracterizan al mundo hoy, pero dejé sin mencionar la más maravillosa de estas condiciones singulares. Nunca antes en la historia del mundo ni en la historia de la iglesia habían comenzado al mismo tiempo los avivamientos en distintos puntos del mundo. Y esto es algo que todos los reformadores anticiparon. O bien nos estamos aproximando al tiempo de nuestra condenación o bien estamos en el amanecer de algo mucho más maravilloso. La clave de lo que ocurrirá se encuentra en la manera en que Dios trata con su propio pueblo: con Israel y con la iglesia. La unidad en el pueblo de Dios será el presagio de una extendida bendición y del triunfo del evangelio en toda la tierra. Pero yo pregunto: ¿Será que los israelitas, al tropezar, cayeron definitivamente? ¡De ninguna manera! Al contrario, debido a su transgresión vino la salvación a los gentiles, a fin de provocarlos a celos. Y si su transgresión ha servido para enriquecer al mundo, y su caída, a los gentiles, ¿cuánto más lo será su plena restauración? Romanos .–2

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una iglesia unida 24 Puesto que la situación del mundo es única, puesto que el avivamiento parece estar en sus etapas iniciales en todo el mundo, y puesto que la presión política sobre la nación de Israel está alcanzando un nuevo clímax, creo que el comienzo del fin está cercano. ¿Será esto lo que está sucediendo? ¿Podría ser precisamente eso, el comienzo de lo que los puritanos esperaban y predecían a partir de las Escrituras? Observe algunos de los párrafos citados por Iain Murray, en su libro The Puritan hope (La esperanza puritana). Son palabras que me estremecen profundamente: Tenemos muchas y muy claras afirmaciones en las Escrituras, que no pueden ser pasadas por alto … de la expansión y reinado universal del cristianismo, promesas que aún no se han cumplido. Nada ha tenido aún lugar en la historia de la gracia divina, que tenga la suficiente amplitud ni la necesaria continuidad, ni el poder suficiente, ni la bendición de gozo, ni la magnificencia en gloria, para hacer justicia a esas predicciones y promesas. William Jay, 769–853 Aunque nosotros cayéramos, nuestra causa resultará tan genuina, indudable e infaliblemente victoriosa como que Cristo está sentado a la diestra de Dios. El evangelio saldrá triunfante. Esto me consuela y renueva enormemente. John Owen, 66–683 Vendrá un tiempo en que la mayor parte de la humanidad, tanto judíos como gentiles, se rendirá ante Jesucristo. Hubo hasta aquí conquistas pequeñas sobre el mundo, pero las victorias serán mayores antes del fin. Thomas Goodwin, 600–679⁶ Los puritanos por lo general no incluían en esta visión de ‘judíos y gentiles’ la noción de que las iglesias romanas de Oriente y Occidente se unirán en un solo y glorioso cuerpo. Para ellos, y por cierto es posible comprenderlos, la iglesia católico romana era la Babilonia y la Gran Ramera del Apocalipsis. Pero, de la misma forma en que Dios preservó para sí cien profetas en Israel ( Reyes 8.4), también ha preservado doctrinas esenciales por medio de las iglesias católico romanas y ortodoxas; y ha tenido siempre auténticos creyentes en

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242 el camino de la santidad ambas. Su número (especialmente en la iglesia católico romana) es ahora mayor que nunca. A medida que se multiplican en toda la tierra las señales del comienzo de este avivamiento, mis esperanzas se renuevan como nunca antes. El evangelio, creo, está a punto de prevalecer a lo ancho y a lo largo de la tierra. La iglesia está por llegar a ser como nunca antes ha sido.

Antes de la unidad Pero antes habrá división: en cada iglesia y en cada denominación. Están, por un lado, los que creen que ya lo saben todo y no necesitan ser enseñados en nada. Y están los otros, en cada congregación y denominación, que han despertado a la percepción de que no lo saben todo y están muy necesitados ( Juan 2.27). La división que precederá a la unidad final se dará en estas dos amplias categorías. Algunos rechazarán el derramamiento del Espíritu de Dios. Otros lo buscarán para recibirlo. Mi sugerencia es: ¡Que acabemos con esto, de una vez! ¡Que se produzcan las grandes divisiones y desciendan los terribles juicios! No me hago ilusiones acerca de su perturbadora naturaleza; pero, ya que tienen que venir, que vengan de una vez. Luego vendrá la gloria, una gloria excelsa, la gloria de Cristo y la victoria del evangelio por el cual él murió. El evangelio triunfará en una medida que nunca antes había triunfado. El triunfo será (cito nuevamente las palabras de William Jay) ‘lo suficientemente amplio en su extensión, durable en su continuidad, poderoso en su potencia, bendito en su alegría y regocijo, y lo suficientemente magnífico en su gloria’ como para cumplir cada una de las profecías que pudiéramos desear. La paz en la tierra será auténtica paz. Y, ya sea que Cristo reine físicamente presente (como algunos creen) o por un tiempo lo haga por medio de su pueblo, yo quiero que suceda, cualquiera sea la forma. De modo que, con todo mi corazón, exclamo: ‘Como tú quieras, ¡ven Señor Jesús, ven pronto!’

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ay quienes dicen que el Espíritu Santo nunca causaría división. Esta suposición es falsa. Ahora mismo estamos en medio de una controversia que nos divide, y esta es sólo una de las muchas controversias de esta índole que ha habido a lo largo de la historia de la iglesia. El debate se agita especialmente cuando el Espíritu Santo se manifiesta. ¿Por qué ocurre así? Jesús mismo lo explicó mientras estuvo en la tierra: No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada, porque he venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Así que los enemigos del hombre serán los de su casa. Mateo 0.34–36

El derramamiento más grande del Espíritu de Dios, hasta la fecha, ocurrió cuando Dios Hijo vino a la tierra como el Hijo del hombre. Terribles divisiones religiosas desgarraron al pueblo de Dios. Esa herida todavía espera ser sanada. La división y sus secuelas dieron como resultado la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, y la persecución de la iglesia durante los dos milenios siguientes. Las divisiones surgen aun entre cristianos. Cuando ocurren violentas disputas en el pueblo de Dios, podemos encontrar la verdad aplicando pasajes escriturales que enseñan a discernir. La distinción entre la verdad y la falsedad es un asunto que se enfoca repetidas veces en el Nuevo Testamento. Los predicadores y maestros son vistos como profetas (falsos o verdaderos) en varios pasajes (tales como  Juan 4.). Toda predicación debiera ser profética, en el sentido de entregar al pueblo de Dios un mensaje de parte de Dios: un mensaje apropiado a la hora o a la época en la que el mensajero predica. La predicación profética en medio de la controversia, entonces, es aquella que intenta responder a las importantes preguntas del momento. Necesitamos discernimiento para distinguir la predicación falsa de aquella que es veraz.

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Juicio y crítica La clave para entender cómo hemos de distinguir la verdad de la falsedad está en el uso del verbo krinō en las Escrituras. De esta palabra se derivan los términos criticar y crítica. En el Nuevo Testamento la palabra se traduce generalmente como ‘juzgar’. Un juez utiliza su capacidad crítica para interpretar la ley en relación con la persona a la que está juzgando. Evalúa dos cosas: la propia persona del detenido y las ideas acerca de él —ideas presentadas y expresadas en forma de ley. Es decir, evalúa tanto a las personas como a los conceptos sobre las personas; al detenido y a la manera en que la ley se aplica a él. Las Escrituras dejan en claro que cuando vemos errores en la iglesia o en el mundo, debemos distinguir entre personas e ideas. Debemos criticar a las ideas pero amar a las personas. Debemos juzgar el asesinato pero amar al asesino. Debemos condenar el robo pero amar al ladrón, condenar al adulterio pero amar al adúltero. La mayoría de nosotros hace exactamente lo contrario. Somos flojos para revisar ideas pero nos sentimos muy autorizados para juzgar a las personas. En realidad no lo somos. Confundimos crítica con discernimiento. Criticamos a las personas, pero no sabemos pensar con rigor. Recuerde que la palabra krinō puede significar tanto ‘juzgar’ como ‘criticar’. Hemos de evitar el espíritu crítico. Esta actitud destruye la capacidad de discernimiento. La actitud crítica se dirige a las personas, en lugar de aplicarse a las enseñanzas que ciertos maestros podrían ejemplificar. Jesús mismo explica de qué manera la crítica distorsiona el discernimiento. ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo’, no mirando tú la viga que está en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano. Lucas 6.4–42

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discernir la verdad 247 Jesús también deja en claro que sólo él tiene derecho a pronunciar juicio. Todo juicio le ha sido confiado a él. Por eso nos dice que ‘el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo’ (Juan 5.22). Por lo tanto, cuando nos atribuimos la facultad de evaluar y condenar a otros, estamos tomando para nosotros la función que pertenece a Dios. Hay un sólo contexto en el que podemos juzgar a otros. Se trata del gobierno de la iglesia local. Cuando surgen peleas en una congregación local, la disputa debe ser arreglada ‘en casa’. Y aun en esa situación debemos ser muy cuidadosos, a fin de no adoptar una actitud condenatoria. Debemos amar a los pleiteadores. En  Corintios 6, Pablo ridiculiza la idea de someternos al juicio de la ley humana en una corte. La mayor parte de las personas que lo hace está interesada en defender sus propios derechos, y a veces lo que quiere es vengarse. Pero algún día habremos de juzgar a los ángeles… ¿Se atreve alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, llevar el asunto ante los injustos y no delante de los santos? ¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar asuntos tan pequeños?  Corintios 6.–2 Jesús nos llama a abandonar la actitud crítica. Tal actitud es incompatible tanto con el amor como con el discernimiento veraz. Puesto que el verbo krinō puede traducirse como ‘criticar’ y también como ‘juzgar’, podríamos expresar Mateo 7.–2 de la siguiente forma: ‘No critiquéis, para que no seáis criticados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá.’ ¿En qué sentido seremos criticados, si nosotros criticamos? En dos sentidos. Primero, en un día venidero, frente al trono de Cristo, encontraremos que nuestro comportamiento es sometido a una revisión crítica. Pero en otro sentido, ahora mismo, descubriremos que el hábito de criticar a otros cosecha una ‘retribución’ inmediata. Empezamos a ajustar nuestro comportamiento para evitar que otros nos critiquen. También nos volvemos más susceptibles a las reacciones de las personas que nos rodean. Hacemos suposiciones

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248 atrévete a ser santo equivocadas a partir de palabras o gestos inocentes. En una palabra, una actitud crítica tiende a volvernos paranoicos. Una ‘personalidad paranoica’ es por lo general una persona muy crítica.

¡Peligro! ¡Cuidado! Observe que la Biblia advierte repetidamente sobre la actividad de Satanás en contra de los derramamientos del Espíritu. Se nos advierte especialmente en contra de los falsos maestros, a los que a veces se refiere como falsos profetas. Reflexione en las palabras de Cristo: ‘Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?’ (Mateo 7.5–6). ¡Cuidado! ¡Preste atención! Usamos este tipo de expresiones en casos de emergencia; a veces las gritamos como una advertencia. Tal vez Cristo pronunció estas palabras en voz suave, pero percibimos el tono de seriedad en sus palabras. La preocupación que plantea es de máxima gravedad. Todos somos llamados a tomar una decisión; nuestro destino eterno podría estar en juego. Pero, ¿exactamente cuál es el peligro? El peligro reside en uno de los dos lados que involucra la controversia. El lado de la verdad es el lado seguro, el de la falsedad es el lado peligroso. De modo que resulta decisivo para cada uno de nosotros elegir el lado correcto. Los falsos profetas son descriptos como lobos disfrazados de ovejas. Parecen personas muy seguras. Nos sentimos muy confiados cuando hablan. Nos tranquilizan, nos dan seguridad y alivio. Sin embargo, es allí precisamente donde reside el peligro. ¡Por dentro son lobos rapaces! El comportamiento de tales líderes está montado para hacernos caer en la trampa de una falsa seguridad. Es un engaño de Satanás que pone nuestros pies en una senda peligrosa. Los lobos rapaces devoran a las ovejas. Estas son criaturas necias, engañadizas. Jesús, como Buen Pastor, está haciendo sonar la alarma. Sólo él es la puerta para las ovejas. Sus palabras son las únicas que traen seguridad en tiempos de grave peligro.

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discernir la verdad 249 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que por sus frutos los conoceréis. Mateo 7.7–20 Jesús dice claramente que conoceremos a los falsos profetas como se conoce a los árboles: por sus frutos. El falso profeta da un mensaje falso. El auténtico profeta brinda un mensaje veraz. El falso profeta conduce a las ovejas al peligro. El verdadero profeta las lleva a donde hay comida y refugio, descanso y seguridad. La pregunta vital, entonces, concierne a los frutos del ministerio de cada profeta. Tomemos el ejemplo de la creciente controversia sobre lo que uno de los lados llama ‘manifestaciones del Espíritu Santo’ y el otro lado considera ‘manifestaciones de un espíritu inmundo’. Es importante estar seguros de que estamos siguiendo la verdad. ¿Cómo sabemos cuál lado es la verdad? Ciertamente, no por las manifestaciones en sí mismas, que podrían no significar nada. Sí podemos saberlo por los frutos del mensaje. Repitiendo las palabras de Eleanor Mumford en Londres: ‘Lo que importa no es cómo cae alguien [al suelo], sino cómo se levanta de allí.’ Pienso en Steve, el pastor que me hablaba con la lengua trabada después de un día o dos de estar ‘ebrio en el Espíritu’. Steve trataba de explicarme por teléfono lo que le pasaba, pero se hizo un largo silencio. Su esposa tuvo que tomar el tubo y decirme: ‘¡Perdón, John! Tal vez convendría que lo llames mañana…’ Steve había caído y estaba inconsciente en el piso. Lo que al fin pudo decirme Steve, fue: ‘John, nunca antes había adorado al Señor de esta manera. ¡Desde el comienzo, la sensación de la presencia del Señor ha sido tremendamente real! Me iba a dormir adorándolo y mi primer pensamiento, al despertarme, era adorarlo y expresarle mi amor.’ El amor de Steve por las Escrituras y la oración habían aumentado considerablemente. Su sentido de urgencia por alcanzar a los perdidos se había multiplicado, tanto si los ‘perdidos’ eran creyentes que se encontraban desviados y abatidos, o personas inconversas, hombres, mujeres o niños. También había sido ungido con poder, de tal forma que los esfuerzos evangelísticos que emprendió en Canadá, Rusia y Brasil fueron exitosos, en tanto

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250 atrévete a ser santo antes habían sido difíciles y laboriosos. Steve es sólo uno de una cantidad cada vez mayor de personas que han recibido esta unción. Quizás la virulencia misma del ataque sobre esta experiencia de ‘ebriedad’ refleja el temor del propio Satanás, que sabe que su tiempo se acorta. ‘Por sus frutos los conoceréis…’ No se recogen uvas de los espinos. Los arbustos con espinas nos lastiman cuando quedamos atrapados en ellos. Reconocemos un espino (o un lobo) por lo que nos hace. De manera similar, hemos de juzgar cuál es la auténtica obra del Espíritu Santo tanto por los frutos inmediatos como por los frutos a largo plazo. Son los falsos profetas quienes fomentan la división y la crítica en el cuerpo de Cristo. Hacen ataques personales. Los saduceos y los fariseos no se dieron descanso hasta que llevaron a Jesús a la cruz. Aun allí lo injuriaron. Y cuando supieron con certeza, por el testimonio de los soldados, que Jesús había resucitado de entre los muertos, sobornaron a esos mismos soldados para que dieran un testimonio falso de lo que había sucedido. Todo esto debiera servirnos de lección. Debemos juzgar a las ideas, no a las personas. Los verdaderos profetas no atacan a las personas. Debemos nombrar las enseñanzas y señalar en ellas lo que tienen de bueno y de malo, contrastar ideas veraces con falsas, doctrinas sanas con doctrinas erradas. MenReconocemos la obra cionar a las personas no hace nindel Espíritu Santo gún bien. Más bien, debiéramos tanto por los frutos enseñar a nuestras congregaciones inmediatos como por a evaluar ideas. Hemos de equilos frutos a largo plazo. par a los santos, no destruirlos. Los falsos profetas serán finalmente puestos en evidencia. La fuente común del escándalo que rodea a los falsos profetas es el abuso del dinero, del sexo y del poder. Su caída llega pronto. Pero la puesta en evidencia de las falsas enseñanzas llegará cuando ya sea demasiado tarde para muchos de sus seguidores. Necesitamos decidir ahora. La neutralidad acarrea los mismos peligros que permanecer en el error. El escenario del mundo está muy confuso. Las nuevas iniciativas no siempre enfocan la verdadera esencia que subyace a los hechos. Para mí, la realidad esencial es la respuesta a la siguiente pregunta:

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discernir la verdad 25 ‘¿Qué está haciendo el Dios soberano en este momento?’ De lo que no tengo duda alguna es de que él mantiene el control, ¿verdad? Lo que algunas personas llaman renovación, ¿es el juicio de Dios sobre la iglesia, o su bendición sobre ella? Debemos admitir, como señala John Wimber, que no todo lo que acompaña a un movimiento de renovación es obra del Espíritu Santo. Parte se debe a las reacciones propias de seres perturbados. Las manifestaciones del Espíritu Santo y las seudomanifestaciones pueden estar mezcladas y presentar un cuadro muy confuso. Pero podemos conocer lo auténtico por sus frutos. Lo que importa es la salud de la iglesia un año más tarde, o diez años más tarde.

La importancia de este asunto Cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del hombre, será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. Mateo 2.32 Estas son palabras de Jesús —y son palabras aterradoras. Aparentemente, hay un pecado que nunca será perdonado… nunca, nunca, nunca. Durante siglos, los comentaristas han intentado a tientas encontrar una explicación para este pasaje. Los comentarios que he leído no parecen haber captado el significado de la ocasión en que las palabras fueron pronunciadas. Jesús acababa de expulsar un demonio. Se había manifestado el poder del reino, acababa de haber una liberación de poder sobrenatural del reino divino contra el limitado poder del diablo. El poder del Espíritu Santo había demostrado ser superior al del diablo. Los fariseos habían atribuido el exorcismo a un espíritu impuro. De hecho, habían dado a Dios el nombre de demonio. Hacer esto es una afrenta grave. El pasaje despierta en mí un temor enorme. Debo aplacar toda actitud de crítica que haya en mí, a fin de evitar caer en tan tremendo error. Espero que Jesús esté queriendo decir allí que el ‘pecado imperdonable’ es la actitud persistente y reiterada de tomar a Dios por el

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252 atrévete a ser santo diablo. Pero no lo puedo saber. La realidad del peligro me produce escalofríos en la columna vertebral. Para empezar, ¿son o no cristianos aquellos de quienes está hablando Cristo? ¿Son tal vez cizaña, y no trigo? ¿Quién lo sabe? En todo caso, no nos toca a nosotros juzgar, criticar ni condenar a otros. Hemos de pensar en términos de ideas, o caeremos en el terrible riesgo de hacer algo que no puede ni será jamás perdonado.

La distorsión de la verdad También el apóstol Pedro se ocupa, en su segunda epístola, sobre cómo hemos de discernir. En los dos primeros versículos del capítulo 2 nos dice que, de la misma forma en que se levantaron antes falsos profetas, se volverán a levantar; y ya lo han hecho. Sus palabras, como aquellas de Cristo, nos desconciertan y estremecen: Llevados por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya hace tiempo la condenación los amenaza y la perdición los espera … Esos hombres, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición. 2 Pedro 2.3, 2 La blasfemia de estos falsos profetas parece consistir en hablar en contra de los seres angelicales. Es algo solemne llamar demonio a Dios. ¿Qué son ‘esas historias’ que han inventado? Son distorsiones de la verdad, que ponen de manifiesto la habilidad satánica para seleccionar sólo porciones de la verdad y organizarlas con la intención de engañar. Es el arte de usar citas y hechos fuera de contexto. La advertencia de Pedro no despierta en mí el deseo de levantar un dedo acusador, sino de clamar a Dios pidiendo misericordia hacia cualquier predicador que esté en peligro de caer en esto. El infierno no es un invento imaginario, sino la terrible realidad de estar rodeado de tinieblas y sentir dolor y frustración; es el lamento eterno que nunca podrá ser resuelto. Como señala Pedro, un impulso pecaminoso frecuente entre los falsos predicadores y maestros es la avaricia. Esta siempre tenderá al engaño. El dinero nos hace sentir seguros. Esa confianza nos hace

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discernir la verdad 253 creer que estamos del lado correcto. Pero finalmente seremos obligados a reconocer lo que ya hemos visto: que el dinero, el sexo y el poder son las principales razones de la caída de un predicador (o de un profeta).

Aprendiendo a discernir Cuando leo las Escrituras, me convenzo de que nuestra tarea no es criticar a otros y señalarlos con el dedo, sino enseñar a los creyentes, en el cuerpo de Cristo, cómo pueden distinguir por sí mismos lo falso de lo auténtico. No se trata de defender frenéticamente nuestra propia veracidad. Esto es exactamente lo que hacen los falsos profetas y maestros. En cambio, debemos enseñar los principios. Debemos impartir discernimiento. Esto es lo que hicieron Jesús, Pedro y Juan. Juan parece consagrar a esta tarea la mayor parte del capítulo 4 de su primera epístola. Igual que Jesús, se refiere a los falsos maestros como falsos (o seudo) profetas: ‘Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo’ ( Juan 4.). Cuando Juan dice que debemos ‘discernir los espíritus’ no está, en realidad, diciéndonos cómo detectar demonios. Más bien se está refiriendo a los espíritus que inspiran a los falsos profetas. En algún caso el espíritu podría ser un poderoso demonio. En otros podría ser el propio espíritu del profeta. No se nos pide que enfrentemos al falso profeta, con la intención de expulsar al supuesto demonio, aun si estuviéramos seguros de que tal demonio existiera. Hacer tal cosa sería inapropiado, por varias razones. Lo que debemos hacer es discernir. Debemos poner a prueba a los espíritus, dice Juan, e inmediatamente nos da la prueba preliminar, la más básica, una prueba que muchos falsos profetas parecerían pasar fácilmente: ¿Enseña este profeta que Jesús vino en carne? En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido

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254 atrévete a ser santo en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del Anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.  Juan 4.2–3 Charles Chauncey, que se opuso tenazmente tanto a Jonathan Edwards como a George Whitefield durante el Gran Avivamiento, al principio proclamaba la deidad de Cristo. Sus libros se vendieron con profusión, en tanto los escritos de Edwards, ahora reverenciados por los estudiosos, fueron mayormente ignorados. Pero Chauncey, al oponerse a Edwards y a Whitefield, había entrado en las tinieblas. Terminó siendo unitarianista, es decir, negando que Jesucristo hubiera venido en la carne, como Dios hombre. La palabra de Dios permanece verdadera.¹ Los críticos contemporáneos hacen exactamente lo mismo que hizo Chauncey, y podrían terminar igual que él. Por cierto, su comportamiento sugiere más bien creencias deístas que teístas² y las creencias deístas son el primer paso hacia la negación de la naturaleza física de la venida del divino Mesías. Esta prueba que Juan describe es sólo la primera. Es posible profesar creencias convencionales, pero tener el corazón muy apartado de Dios. Juan ya había advertido al respecto, en el segundo capítulo de su primera carta: El que dice: ‘Yo lo conozco’, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él … El que dice que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en tinieblas.  Juan 2.4, 9 En el capítulo 4, Juan pasa a enfocar no ya los falsos profetas sino la verdad. ¿Cuáles son los frutos en la vida de un verdadero profeta? El testimonio de Steve y las palabras de Eleanor Mumford nos han dado una idea. Juan el apóstol se explaya al respecto, pero antes nos ofrece una palabra tranquilizadora: Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu del error.  Juan 4.6 La división, dice, se da entre la verdad y la falsedad. Aquellos a quienes Dios ya ha elegido escucharán su voz. Cuando veamos la luz que

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discernir la verdad 255 resplandece en sus rostros, seremos confirmados en cuanto a que, efectivamente, estamos en la senda correcta. Pero, ¿es esto todo lo que tiene para decirnos el apóstol Juan? No. Hay mucho más, porque hay una prueba por la cual podemos determinar si aquellos que profesan creer que Jesús es el Hijo de Dios realmente creen lo que dicen. La creencia es algo del corazón (es decir, de la persona toda), y no sólo de la cabeza. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él … Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero.  Juan 4.5–6, 9 Sólo el verdadero reconocimiento de Jesús produce como resultado el amor. Como vimos en  Juan 2.9, esto significa amor y no odio, hacia los hermanos y las hermanas. Sólo esa clase de actitud nace en el Padre. Lo que creemos con el corazón traerá, con el tiempo, una seguridad cada vez más honda de que somos amados por Dios. La genuina conciencia de ese amor, a su vez, nos llevará a amar a otros. Esa fe auténtica en Cristo (como diferente de la aceptación intelectual de una propuesta teológica) finalmente se mostrará en amor hacia toda la humanidad. Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: ‘El que ama a Dios, ame también a su hermano.’  Juan 4.20–2 Mientras escuchaba una grabación del testimonio de Eleanor Mumford en Londres, advertí la veracidad de estas palabras de Juan. Eleanor dijo que sentía tal amor por Jesús y por aquellos que la rodeaban que ‘ansiaba locamente imponer sus manos sobre las personas’. El amor que Dios quiere darnos es un amor apasionado, loco, un enamoramiento desmedido que nos llevará a los extremos de la tierra por amor a Jesús. No nos importará nada de nosotros mismos, de nuestra reputación, nuestra riqueza, nuestro poder. Nuestro único deseo será parecernos a él y hacer lo que él hizo. Igual que

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256 atrévete a ser santo Pablo, nuestro anhelo será conocer a Cristo en la única manera en que puede ser conocido: Quiero conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte. Filipenses 3.0

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notas Parte I . John White: Changing on the inside, Servant Publications, Ann Arbor, Michigan, 99. 2. La risa, el llanto, las caídas, los rugidos, los temblores y otras manifestaciones similares han llegado a ser algo corriente.

Capítulo 1 . J. I. Packer: ‘Dios’, en: New Dictionary of Theology, S. F. Ferguson, D. F. Wright y J. I. Packer (eds.), InterVarsity Press, Leicester, Gran Bretaña, 988, p. 277. 2. C. S. Lewis: El viaje del Aurora, Caribe, Miami, 978. 3. William R. Moody: The life of D. L. Moody by his son, Fleming H. Revell, N. York, 900, p. 49. 4. Anne R. Cousin: O Christ, What Burdens (Oh, Cristo, qué cargas). 5. J. I. Packer: Hacia el conocimiento de Dios, Unilit–Logoi, Miami 997. La historia completa puede leerse en La Ilíada, de Homero. 6. John R. E. Stott: La cruz de Cristo, Certeza Unida, 996, p. 89. 7. J. I. Packer: Op. cit., p. 89. 8. Luego de ese suceso, si bien estaba terriblemente airado por lo que Dios había hecho, parece que David se dio cuenta de que la carreta no era el medio de transporte apropiado para Dios. Llevar el arca sobre los hombros de los levitas, como Dios había ordenado a Moisés, simbolizaba el hecho de que el Espíritu Santo de Dios guiaba a Israel. 9. John Bunyan: The pilgrim’s progress, Lutterworth, London, 947, p. 20. 0. He adaptado para este capítulo, a partir del subtítulo ‘El evangelio de la propiciación’ y hasta este punto, el contenido de mi artículo ‘Good News about an angry God’ (Buenas noticias sobre un Dios airado), en: Equipping the saints, publicación de Vineyard, segundo trimestre de 995, p. 6–7.

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Capítulo 2 . Jack Deere: Sorprendido por el poder del Espíritu, Carisma, Miami, 996, p. 53. 2. John Piper: The pleasures of God, Multnomah Press, Portland, Oregon, 99, p. 23. 3. La Biblia se expresa claramente respecto a la pecaminosidad de la homosexualidad. Es ‘una abominación’ (Levítico 8.22; 20.3). En cada caso la afirmación se hace en un contexto que no tiene relación alguna con la prostitución religiosa. En Romanos  Pablo se refiere a la homosexualidad como parte del juicio de Dios sobre la humanidad, al ‘entregarla’ a sus apetitos, por no haber honrado a Dios como Dios. Así, Pablo implica que nuestros cuerpos no estaban destinados a ese uso. Un completo análisis sobre el tema de la homosexualidad aparece en mi libro Hacia la sanidad sexual, Certeza Argentina, Buenos Aires, 2000, capítulo 0 y . 4. Cedric B. Johnson: The psychology of biblical interpretation, Zondervan, Grand Rapids, Michigan, 983, p. 4–42. 5. Usted podrá decir: ‘¡Eh, deténgase un momento! ¡No puede empezar a decirle a la gente que cambie de iglesia!’ No lo hago, ni intentaré hacerlo. Descarto la idea de deambular de una a otra iglesia. Mi política al respecto es no moverme de mi congregación hasta que ellos me expulsen por ‘hereje’. Hasta entonces, me quedo. 6. Citado por Dan Hamilton: The beggar king, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, 993, p. 07. 7. J. I. Packer: Op. cit. 8. Richard Baxter: The saints everlasting rest, Baker Book House, Grand Rapids, Michigan, 978, p. 59. 9. J. I. Packer: Op. cit. 0. John Bunyan: Grace abounding, Moody Press, Chicago, 959, p. 45–46. . Ibid.

Capítulo 3 . Philip Dodderidge (702–75): The rise and progress of religion in the soul, Baker Books House, Grand Rapids, Michigan, p. 46. 2. A. W. Tozer: The pursuit of God, Christian Publications, Camp Hill, Pensilvania, 982, p. 09–0. 3. C. S. Lewis: Cristianismo… ¡y nada más!, Caribe, Miami, 977, p. 23. 4. Ibid., p. 23.

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notas 259 5. Ibid., p. 25. 6. Ibid., p. 28. 7. Don Williams: ‘Living with the free Jesus’ (Vivir con el Jesús libre), en: Equipping the saints, cuarto trimestre, 994, p. 7.

Capítulo 4 . Fanny J. Crosby: Rescue the perishing (Rescatando a los perdidos). 2. De aquí en adelante no sólo citaré el libro de Colson sino, de vez en cuando, un artículo que yo mismo escribí hace unos años: ‘Renewal’ (Renovación), en: Equipping the saints 4, n. , invierno de 990:8. Usado con permiso del editor. 3. Charles Colson: Nací de nuevo, Caribe, Miami. El énfasis es mío. 4. Ibid. 5. Ibid. 6. Ibid. 7. Ibid. Dado que Colson es una persona pública muy conocida y respetada, ya he usado antes esta anécdota, en Changing on the inside y en Eros redeemed, ya citados. Quiero destacar el hecho de que las renovaciones ‘a la antigua’ aún ocurren. 8. ‘La obra previniente’ del Espíritu Santo no significa otra cosa que la obra que el Espíritu Santo hace antes de la conversión, corriendo el velo de nuestros ojos para que podamos ver la verdad y, en consecuencia, estar en condiciones de arrepentirnos. 9. Charles Colson: Op. cit. 0. Quiso comunicar que había sanado espiritualmente, no físicamente.

Capítulo 5 . Thomas Watson: The doctrine of repentance, ed. original, 668; reeditado por Banner of Truth Trust, Edimburgo, 987, p. 8. 2. Charles G. Finney: True and false repentance, reedición de Kregel, Grand Rapids, Michigan, 966, p. 2. 3. Ibid., p. 3–4. 4. Charles Colson: Against the night, Servant Publications, Ann Arbor, Michigan, 989, p. 40. 5. The works of Jonathan Edwards, reimpresión de Banner of Truth Trust, Carlisle, Pennsilvania, 984, 7:238. 6. Ibid., 7:236.

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260 atrévete a ser santo 7. Ibid., 7:238, énfasis de Edwards. 8. Ibid., 7:239. 9. Charles Colson: Nací de nuevo, Caribe, Miami. 0. Jean LaFrance: Pray to your Father in secret, Paulinas, Sherbrook, Quebec, 987, p. 49. . Ibid. 2. Finney: Op. cit., p. 8 3. Ibid., p. 5. 4. Ibid., p. 9. 5. Ibid. 6. Ibid., p. 7. 7. Soy plenamente consciente de que pocos cristianos en nuestra época consideran que la masturbación sea un pecado. Si consideramos que algunos pecados son más graves que otros, como entiendo que enseña la Biblia, entonces el pecado sexual en general, y el de la masturbación en particular, serían relativamente poco graves. Antes no se hablaba sobre la masturbación. Los pastores rara vez la mencionan. Pero durante los últimos cuarenta años, aproximadamente, la psicología, la psiquiatría y diversas tendencias de consejería cristiana se han dedicado a brindar opiniones ‘expertas’ sobre el tema, y la masturbación ha llegado a ser una actividad entendible y hasta cierto punto respetable, especialmente para los jóvenes. Mi opinión contraria es en este momento una opinión minoritaria. Sin embargo, las mayorías generalmente se equivocan, y me resisto a seguirlas en este asunto. La masturbación no es meramente un hábito de los jóvenes sino una actividad que continúa durante toda la vida sexual activa. Algunas personas la practican aún siendo octogenarias. Resulta significativo que muchas personas, a pesar de que se les ha asegurado que se trata de una actividad inocente, se sienten profundamente avergonzadas por masturbarse, aun más que de confesar una relación sexual ilícita. Algunos hombres, que se casaron vírgenes, inician la práctica masturbatoria después de casarse. Creo que este hábito es un pecado porque nuestros órganos sexuales no fueron diseñados para la masturbación, sino para el coito en el marco del matrimonio. Cuando nos masturbamos estamos usando nuestro cuerpo equivocadamente, para una finalidad para la cual no fue creado. Si bien lamento la carga de culpabilidad que le impuso la actitud condenatoria de la religión en tiempos pasados, lamento de igual manera la permisividad actual. La continencia requeriría que padres e hijos fueran sinceros al respecto. Dios perdona en forma total. El problema que enfrentamos es el hecho de tener que ir una y otra vez a él. Abordo este tema más ampliamente en mi libro Hacia la sanidad sexual, ya citado. 8. C. S. Lewis: Cristianismo… ¡y nada más!, op. cit, p. 66.

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notas 26

Capítulo 6 . Fanny Crosby: Rescue the perishing (Rescatando a los perdidos). 2. Las Escrituras estimulan a beber vino y bebidas fuertes para celebrar las bondades de Dios (Deuteronomio 4.22–27), en su presencia, siempre y cuando los que invitan a la fiesta sean generosos en su invitación. La Biblia no condena el alcohol, pero deplora la ebriedad; estimula el matrimonio y declara que el lecho conyugal es puro, pero deplora el mal uso del sexo. Cuando rendimos culto al sexo y al alcohol, en realidad estamos adorando a las deidades demoníacas que se esconden detrás de los altares del sexo y del alcohol. 3. Horatius Bonar: Fill now my life (Llena mi alma ahora). 4. John Owen: Sin and temptation, ed. condensada, Multnomah Press, Portalnd, Oregon, 983, p. 40. 5. En el siglo viii, san Andrés de Creta escribió un himno que luego fue traducido por John Dykes. Mi frase es una alusión a este himno, Christian, can you see them? (Cristiano, ¿puedes verlos?): ¿Sientes, cristiano, cómo obran en tu interior, combatiendo, tentando, seduciendo, induciendo a pecar? 6. Jacques Ellul: Money and power, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, 984, p. 09–0. 7. P. T. Forsyth: God the Holy Father, New Creation, Blackwood, Australia, 987, p. 08.

Capítulo 7 . Hice un intento de brindar un análisis más amplio sobre el propósito de la unción, en mi libro Cuando el Espíritu Santo llega con poder, Certeza Argentina, Buenos Aires, 995. 2. Trato este tema con más detalle en la obra citada arriba. En el Apéndice volveremos sobre este punto, y sobre la actual controversia en torno al mismo. 3. Guy Chevreau: Catch the fire, Marshall Pickering–Collins, Londres, 994, p. 7–8. 4. Leigh Powell: Chosen by God, citado en Tony Sargent: The sacred anointing, Crossway, Wheaton, Illinois, 994, p. 59. 5. La confusión surge en parte por la terminología, pero también por la actividad de Satanás, que monta avivamientos falsos. La renovación parece connotar hoy

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262 atrévete a ser santo un poderoso mover del Espíritu Santo entre los cristianos. Las señales y las manifestaciones de tales avivamientos son fácilmente imitadas por personas inseguras, que quieren una ‘dosis’ del Espíritu Santo. 6. D. Martin Lloyd-Jones: Joy unspeakable: power and renewal in the Holy Spirit, reedición de Harold Shaw, Wheaton, Illinois, 984, p. 5–6. 7. He desarrollado más extensamente el tema del Espíritu Santo en mi libro Cuando el Espíritu Santo llega con poder, ya citado. 8. Martin Lloyd-Jones, op. cit., p. 2. 9. En Catch the fire Chevreau relata lo siguiente: ‘La primera información se dio en el Sunday Telegraph, de Londres, y en la bbc. Poco después, dos nuevos canales de televisión en Toronto, cfto y cbc, emitieron algunas imágenes en el informativo de las 6.00. Luego siguieron artículos en periódicos de Toronto, The Globe and Mail y The Hamilton Spectator, y en la revista internacional, Time’. Desde entonces, los periódicos de Nueva York y de Londres, como Daily Telegraph, Times y Manchester Guardian han publicado informes notablemente favorables. Mi sensación es que estamos presenciando las etapas iniciales de un avivamiento. 0. De un sermón predicado en 994 en la iglesia Holy Trinity, Brompton, Londres. Eleanor Mumford es la esposa de John Mumford, pastor de Vineyard en Wimbledon y líder del movimiento Vineyard en Gran Bretaña. . Martin Lloyd-Jones: Op. cit., p. 4. 2. Ibid., p. 45. 3. Ibid., p. 6. 4. Ibid., p. 5–6. 5. John Owen: Op.cit., p. 4. 6. Ibid., p. 4. 7. Ibid., p. 5. 8. Eugene Peterson: The message, NavPress, Colorado Springs, Colorado, 993, p. 37. 9. Macumba es el nombre de una poderosa secta en Brasil, una de las muchas que actualmente mezclan las tradiciones de la brujería africana con ideas católico romanas. Otro culto poderoso es el de Jehová Negro. 20. John Bunyan: The pilgrim’s progress, Lutterworth, London, 947, p. 56. 2. John Owen: Op. cit., p. 7.

Capítulo 8 . La santidad es una operación en dos fases. En la primera, Dios nos separa para su uso exclusivo. Esa es la fase a la que se refiere Pablo en  Corintios 6..

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notas 263 La segunda fase, que continúa a lo largo de toda la vida, concierne a nuestro ser interior y a nuestro comportamiento. Una vez que hemos sido hechos justos y separados para Dios, el Espíritu Santo empieza a trabajar con la ley del pecado (nuestra vulnerabilidad al pecado). Pablo se refiere en detalle a esto en Romanos 7.4–25. 2. Ver el capítulo 9 de J. I. Packer: Hacia el conocimiento de Dios, ya citado. 3. Ibid. 4. John Owen: Op. cit., p. 8. 5. Citado en J. C. Ryle: Holiness, James Clarke, Londres, 956, p. 330. El énfasis es mío. 6. James Denney: The death of Christ, Keats, New Canaan, Connecticut, 98, p. 43. 7. Ibid., p. 78. 8. R. V. G. Tasker: The Gospel according to Saint John, Eerdmans, Grand Rapids, Michigan, 972, p.54. 9. Calvin’s commentaries: Baker Book House, Grand Rapids, 993, 8:59.

Capítulo 9 . John Greenleaf Whittier: ‘Dear Lord and Father of mankind’ (Amado Señor y Padre de la humanidad). 2. John White: Oración, un diálogo que cambia vidas, Certeza Argentina, Buenos Aires, 994.

Capítulo 10 . Henry Scougall: The life of God in the soul of man, reimpresión de Sprinkle, Harrisonburg, 986, p. 46. 2. Observará que hice una distinción entre iglesia y reino. Defino reino como ‘el gobierno del Rey’. Querría poder decir que él gobierna en la iglesia, pero eso no sería totalmente veraz. 3. La parábola del trigo y la cizaña se encuentra en Mateo 3.24–30, y la interpretación que el propio Cristo hizo de ella, en los versículos 36–43 del mismo capítulo. La parábola se aplica al reino, más que a las iglesias en forma particular; pero, de hecho, el reino está presente en la iglesia. En sus enseñanzas, Jesús nos advierte que habrá falsos cristianos en la membresía de las iglesias cristianas. No es nuestra función expulsar a los impostores, para crear una ‘iglesia de creyentes’ —algo que probablemente nunca llegue a existir. Esa búsqueda de falsos cristianos podría perjudicar a los auténticos creyentes (3.29).

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264 atrévete a ser santo Embarcarnos en una caza de brujas es tratar de hacer lo que sólo los ángeles deben hacer (3.40–43). 4. Scougall: Op. cit., p. 46. 5. R. Kearsley: ‘Perseverancia’, en: New Dictionary of Theology, op. cit., p. 506–507. Digamos de paso que no podemos en absoluto suponer inerrancia en la obra de Calvino, Instituciones de la religión cristiana. En asuntos de importancia secundaria contiene afirmaciones con las que no puedo estar de acuerdo (admito ser un peso mosca en cuestiones de Biblia y teología). Pero su obra demuestra un magnífico intento de construir todo su sistema sólo a partir de la Biblia. 6. R. T. Jones: ‘La ira de Dios’, en New Dictionary of Theology, op. cit., p. 732. 7. Bernardo de Clairvaux, nacido alrededor de 50: Jesus, thou joy (Jesús, tu gozo). 8. J. I. Packer: Op. cit. 9. Ibid. 0. Henry Scougall: Op. cit., p. 46–47. . Ibid., p. 47. El énfasis es mío. 2. Analizaré más detalladamente estos dos temas en el Apéndice. 3. Henry Scougall: Op. cit., p. 47. 4. C. S. Lewis: Op. cit., p. 00. 5. Bernardo de Clairvaux: The twelve steps of humility and pride, reimpresión de Hodder & Stoughton, Londres, 985, p. 9. 6. Ibid., p. 20 7. John Piper: Op. cit., p. 92. 8. C. S. Lewis: Op. cit., p. 28.

Capítulo 11 . C. S. Lewis: The weight of glory, Collier–Macmillan, New York, 980, p. . 2. Charles H. Gabriel: Glory for me (Gloria para mí). 3. Henry Scougall: Op. cit., p. 63. 4. Ibid. 5. John White: The iron sceptre, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, 98. 6. J. I. Packer: Op. cit. 7. C. S. Lewis: The weight of glory and other essays, Macmillan, N. York, 980, p. 3. 8. John Piper: Op. cit., p. 20–2. 9. C. S. Lewis: Op. cit., p. –2. 0. Ibid., p. 3 . Ibid., p. 6.

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Capítulo 12 . A nosotros nos corresponde bendecir a nuestros enemigos, y a la vez, cuando la ocasión lo requiere, decir claramente la verdad. ‘Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen’(Mateo 5.44). 2. Eugene Peterson: Op. cit., p. 389. 3. Peter Wagner ha escrito acerca de la primera, segunda y tercera ‘olas’, cada una de las cuales designa prominentes movimientos ocurridos en el siglo xx, por medio de los cuales Dios ha expresado la continuidad de sus propósitos, en cuanto a la manifestación del poder y la presencia del Espíritu y de sus dones. 4. John Wesley: The works of John Wesley, Hendrickson, Peabody, Massachussets, 972, 2:06; ver también :88.

Capítulo 13 . Eugene Peterson: Op. cit., p. 389. 2. Mike Mason: The gospel according to Job, Crossway, Wheaton, Illinois, 994, p. 50. 3. Ibid. 4. The works of Jonathan Edwards, op. cit., :539. 5. Ibid., :535. 6. Las citas están tomadas de Iain Murray: The puritan hope, Banner of Truth Trust, Edimburgo, 975, p. xii–xiv.

Apéndice . Se puede encontrar una exposición sobre este conflicto en Guy Chevreau: Catch the fire, ya citado. 2. El ‘deísmo’ es la creencia de que Dios puso en marcha el universo como si fuese un reloj, y luego nos dejó librados a nuestra suerte; según ese concepto, Dios no está presente ahora en el universo ni influye en nuestra vida. El ‘teísmo’, por el contrario, es la creencia en un Dios omnipresente que habla y actúa hoy. Aquellos que no creen que actualmente se produzcan milagros, pueden profesar que son teístas pero, por su manera de vivir, en realidad se declaran deístas. Esta edición se terminó de imprimir en Gráfica Grancharoff S. R. L., Carolina Muzilli 5891, (C1440BVI) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el mes de septiembre de 2005.

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