Atlántida (Año Cero) PDF

September 19, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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HISTORIA IGNORADA

DESCUBRIMIENTOS RECIENTES APOYAN LA TEORÍA DEL CATACLISMO QUE SUMERGIÓ EL LEGENDARIO CONTINENTE Y LA DEL ÉXODO POR MAR DE SUS SUPERVIVIENTES

  NUEVAS EVIDENCIAS SOBRE LA

ATLÁNTIDA

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HISTORIA IGNORADA

HACE ENTRE 21.000 Y 11.000 AÑOS, ALGUIEN GRABÓ LA SILUETA DE UNA EMBARCACIÓN A VELA EN UNA CUEVA DE CRETA. EL GRAN MISTERIO ES QUE, SUPUESTAMENTE, ESTA CLASE DE BARCOS SE INVENTARON MUCHO DESPUÉS. ASÍ, LA PREGUNTA OBLIGADA ES: ¿QUIÉNES TRIPULARON AQUELLA NAVE? LLAMATIVAMENTE, EL RANGO TEMPORAL ASIGNADO A LOS PETROGLIFOS DE ESA CAVERNA GRIEGA, COINCIDE CON LOS HUNDIMIENTOS PARCIAL Y DEFINITIVO DE LA ATLÁNTIDA. Y NO SOLO ESO: EVIDENCIAS DE TODA ÍNDOLE APOYAN LA EXISTENCIA DE UN «ÉXODO ATLANTE» DESDE EL OESTE EN DIRECCIÓN AL MEDITERRÁNEO, PERCEPTIBLE EN LUGARES COMO LAS ISLAS AZORES, CANARIAS, MARRUECOS, MALTA, CRETA Y EGIPTO. VEAMOS ESAS PRUEBAS. TEXTO FRANCISCO GONZÁLEZ

E

n abril de 2018, algunos medios de comunicación se hicieron eco de un informe publicado en el boletín científico Journal of Archaeological Science. En general, la mayoría se limitaron a reflejar en unas pocas líneas la principal conclusión del estudio: el descubrimiento en Creta del arte figurativo más antiguo de Grecia. Visto así, se trataba de uno de esos titulares que solo atraen a los amantes de la arqueología o de la historia del arte ortodoxas, pero el informe era mucho menos árido de lo que aparentaba ser. Para empezar, el mismo reflejaba

que la mayoría de los petroglifos petroglifos objeto de la investigación, plasmados en una cueva de Creta, fueron realizados a finales del Pleistoceno o en el Paleolítico Superior, o sea, tenían una antigüedad de al menos 11.000 años, lo que no está nada mal tratándose de Creta, una isla relativamente alejada del territorio continental. Pero todavía más interesante era que las conclusiones del estudio se fundamentaban en una comparativa un tanto insólita. Según el informe, informe, varios de los grabados representaban a un animal extinto, concretamente a un Candiacervus, un ciervo enano endémico de Creta, con una enorme cornamenta de forma espatulada,

EL HALLAZGO   DE EXTRAÑOS

PETROGLIFOS HA PETROGLIFOS REACTIVADO REACTIV ADO SU BÚSQUEDA

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SALTADORES DE ISLAS La historia de la navegación sitúa el origen de la misma a la par que la eclosión de la agricultura, hace apro xima  xi mada dame ment nte e 10 10.0 .000 00 añ años os.. Pe Pero ro en la última década se han venido produciendo ciertos hallazgos científicos que no solo contradicen esa versión oficial, sino que retrasan la conquista humana de los mares a épocas «no humanas», como se deduce de un artículo publicado en la revista Science (abril de 2018) donde se sugiere que navegantes neandertales se desplazaron por el Mediterráneo, saltando de isla en isla, a bordo de rudimentarios pero funcionales barcos. Titulado Searching for a Stone Age Odysseus (Buscando al Odiseo/Ulises de la Edad de Piedra) y firmado por el periodista y escritor Andrew Lawler, el texto revela que en excavaciones arqueológicas recientes en islas del Mediterráneo como Naxos (bajo estas líneas) y Creta, se han hallado artefactos atribuidos a individuos neandertales y datados en 130.000 años de antigüedad. La cuestión es que incluso en periodos de glaciaciones, cuando el nivel de las aguas era más bajo, hubiera resultado imposible alcanzar estos lugares nadando. Así, la conclusión lógica es que los neandertales debieron utilizar embarcaciones para llegar a dichas islas, lo que retrasaría en 120.000 años la fecha de los «viajes intencionados» por aguas profundas.  Y ot otro ro da dato to pa para ra la re refle flexi xión ón:: el ba barc rco o grabado en Asfendou era un velero, pero la primera evidencia de navegación a vela aparece en el Antiguo Egipto en torno a 2.500 a. C., lo que contradice nuevamente la versión oficial de la historia de la humanidad.

Albert Slosman

descubrió muchas semejanzas entre vocablos bereberes y términos usados en el Libro de los Muertos y en Dendera (arriba).

cuya última aparición se produjo en torno al año ¡19.500 a. C.! Aquel marcador temporal terminó por intrigarme, de manera que me descargué el ejemplar en cuestión del Journal of Archaeolo-  gical Science para leer la investigación al completo, informe que, por cierto, venía acompañado de fotografías más que sugerentes… UN «OBJETO» FUERA DE LUGAR

No, no es que tuviera la esperanza de descubrir a un dinosaurio grabado en las paredes de Asfendou, que así se llama esa cueva y yacimiento ubicada al suroeste de Creta, la misma isla que vio florecer a la misteriosa y avanzad avanzada a civilización minoica. Pero lo que vi en una de las fotografías que presentaba el informe me dejó perplejo: muy cerca de las represen representaciones taciones del Candiacervus, en lo más profundo de la caverna, alguien había plasmado la inconfundible silueta de un barco con una gran vela. Lo primero que vino a mi mente es por qué ninguna de las reseñas que había consultado previamente, daba importancia a la presencia de aquel insólito petroglifo, relieve que en el propio Journal of Archaeological Science,

en su correspondiente pie de foto, había sido descrito como lo que cualguier observador hubiese dicho que era: un barco. Lo segundo, una pregunta que me parecía igualmente obvia: ¿Qué hacía la representación de un barco de vela junto a un ciervo que vivió hace 21.500 años? Como aficionado a la navegación, pensé que tenía claras algunas nociones sobre la historia de esta actividad. Por ejemplo, que los humanos se hicieron a la mar hace aproximadamente 10.000 años, o esa es la fecha histórica que se asume en relación con la construcción de embarcaciones y la navegación intencionada. De manera que si el barco y el ciervo enano de Asfendou se plasmaron al mismo tiempo, eso significaba que ya había embarcaciones en el Mediterráneo hace 21.500 años. No obstante, también cabía la posibidad de que ambos objetos no fuesen coetáneos, esto es, que el barco se hubiese grabado algún tiempo después, quizá hace «solo» 11.000 años. En cualquiera de los casos, que la embarcación estuviera en el lugar más sagrado e inaccesible de la cueva de Asfendou, en el fondo de la misma, añadía más misterio al asunto.

 

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Grabado  junt  ju nto o a un ciervo extinto, el barco de Asfendou es



un de las oopart cavernas ”

Sobre estas líneas, petroglifos del ciervo

enano y del insólito velero. Abajo, acceso a la cueva de Asfendou. Derecha, restos del extraño Candiacervus.

¿Qué clase de mensaje quisieron legarnos los artistas rupestres de Creta? ¿Estaban familiarizados con los barcos o, por el contrario, «dibujaron» la embarcación porque la visión de aquel artefacto les resultó extraordinaria, casi sobrenatural? ¿Acaso ambos dibujos pueden interpretarse como el testamento simbólico de quienes sabían que su mundo estaba al borde del colapso? Porque no debemos olvidar que, entre finales del Pleistoceno Medio y hasta la llegada de los humanos en el Holoceno, Creta estuvo habitada por diminutos elefantes y distintos tipos de ciervos, incluido el Can-  diacervus grabado en Asfendou… Hasta que, de repente, se produjo un dramático cambio faunístico, hace aproximadamente 11.000 años, que llevó a la definitiva extinción de los ciervos y elefantes endémicos no solo de Creta, sino también de Malta, Sicilia y de otras islas y regiones del Mediterráneo, animales que eran la base de la alimentación de los habitantes de estas regiones. Pero, ¿fueron exterminados por los humanos paleolíticos o sucumbieron debido a una alteración catastrófica en el ecosistema o a otra clase de evento altamente destructivo? Casualidad o no –más bien lo segundo–, exactamente en la misma franja temporal en la que ocurrieron estos sucesos –incluida la plasmación del barco de Asfendou–, tuvo lugar un evento igualmente catastrófico, descartado por la ciencia ortodoxa pero válido para quienes aspiramos a una revisión de la historia oficial de nuestra especie: el hundimiento definitivo de la Atlántida.

En efecto, hace aproximadamente 11.000 años, los últimos habitantes de la Atlántida, isla-continente situada al oeste del Mediterráneo, emprendieron un éxodo por mar para escapar del cataclismo que acabaría sumergiendo el territorio que habitaban, o en eso coincidieron el filósofo griego Platón –principal fuente a la hora de revisitar el asunto de la Atlántida– e investigadores más cercanos en el tiempo como Ignatius Donnelly –padre de la «atlantología»– o el egiptólogo amateur Albert Slosman, quien llegó llegó a la misma conclusión tras estudiar el conocido como Zodíaco de Dendera y otras evidencias en el noroeste de África. GRAN CATACLISMO

Si asumimos como hipótesis que se produjera aquel gran cataclismo civilizatorio y que los supervivientes de la Atlántida alcanzaran el Mediterráneo, ¿acaso los artistas rupestres de Creta fueron testigos del éxodo atlante? ¿Y si el barco grabado en Asfendou era un mandjit, la legendaria embarcación de la Atlántida adaptada por los antiguos egipcios? Dada la cercanía entre Creta y las costas egipcias, no creo que se trate de una hipótesis descabellada. Como tampoco debería serlo especular con la existencia de una antiquísima civilización avanzada que alcanzó su apogeo mucho antes de la pretendida revolución neolítica que la ciencia ortodoxaa esgrime como origen de ortodox nuestra propia civilización. Debo reconocer que no me he referido a Albert Slosman por casualidad, aunque fuese uno de los investigadores más brillantes en el asunto que estoy tratando. De hecho, el autor francés vino a mi mente por una asociación de ideas o, para ser más exacto, de

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imágenes. Me explico. La visión de las pinturas rupestres de Asfendou, con los ciervos extintos y el barco de vela, me recordó una vasija de cerámica egipcia, de época predinástica, en la que también t ambién aparecen cérvidos y embarcaciones, embarcaciones, diseños que Slosman interpretó como la representación ón simbólica del «Gran Cataclismo» que sumergió para siempre el continente al que Platón se refirió como «Atlántida». ¿Una simple coincidencia? coincidencia? No lo creo. Aunque no gozó de la misma fama que investigadores como Donnelly o Schwaller de Lubicz, Albert Slosman (1925-1981) fue un erudito excepcional, filólogo, matemático, experto en computadoras y en jeroglíficos, cuya azarosa vida le condujo a realizar notables indagaciones en relación con la Atlántida y el Antiguo Egipto. Si bien la más relevante, como resumiré a continuación, fue que el origen de la civilización egipcia no habría que buscarlo a orillas del río Nilo, sino mucho más a poniente, en el noroeste de África, justo donde arribaron decenas de barcos atlantes, los misteriosos e insumergibles mandjit, tras escapar del hundimiento definitivo de la legendaria isla-continente.

La de Slosman fue una vida de película. Héroe de la Resistencia Francesa, al finalizar la II Guerra Mundial fue acusado de deserción –todo indica que injustamente– y deportado a Camerún, país donde comenzó a interesarse por el asunto de las civilizaciones desaparecidas. Lo hizo de manera fortuita, después de que los miembros de una tribu local con quienes trabó amistad, le

Vasija egipcia (arriba) que Albert Slosman interpretó como la descripción del «Gran Cataclismo» que sumergió la Atlántida.

describiesen un antiquísimo evento cuyo recuerdo había pervivido gracias a la tradición oral. No era de extrañar, porque los fako –la tribu en cuestión– le hablaron de un cataclismo que sumergió un continente situado en el océano Atlántico, frente a las costas de África occidental. BUSCANDO A OSIRIS… EN MARRUECOS

Los egiptólogos suelen atender al simbolismo de los barcos en el Antiguo Egipto, pasando por alto que los egipcios eran grandes navegantes.

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El relato fundacional de los fako causó un profundo impacto en Slosman, que comenzó a investigar tradiciones similares en otros puntos de África. Tras empaparse de conocimientos acerca de la mitología y religión egipcias, y descubrir sorprendentes sorprende ntes paralelismos entre vocablos de origen bereber –particularmentee topónimos– y algunos cularment términos que aparecían en el Libro de los Muertos egipcio, sus pesquisas le condujeron hasta Marruecos, Marruecos, donde halló numerosos indicios con los que cimentar una hipótesis tan controvertida como por entonces inédita: la mitología egipcia no era

 

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CRÁNEOS ALARGADOS… ¡ATLANTES!

El desierto entre

una simple colección de leyendas, sino que estaba basada en hechos y personajes reales. Como hiciera en Camerún, Slosman se interesó en Marruecos por las leyendas locales. Fue así como descubrió que los antepasados de los bereberes no eran originarios de África, sino que llegaron a las costas de Marruecos desde un ignoto lugar ubicado en el Atlántico, un continente que se hundió tras una terrible catástrofe natural. Ancianos bereberes también le hablaron sobre las tumbas megalíticas presentes en lugares como Taouz, enterramientos que ellos relacionaban con la existencia de gigantes en la Antigüedad (AÑO/CERO, 301), describiéndole la mítica disputa entre dos titanes hermanos de sangre, uno de los cuales había traicionado traicionado al padre de ambos, figura esta última que identificaban con una especie de dios supremo. Obviamente, Slosman no pasó por alto el parecido de este relato bereber con el mito de Osiris, el dios egipcio asesinado por su hermano

Seth. Pero el investigador francés no se conformó con recopilar indicios basados en leyendas, sino que trató de discernir si tras aquellos relatos había un poso de verdad. Por ejemplo, supo a través de unos geólogos que Marruecos sufrió las consecuencias de una posible alteración en el eje terrestre, y descubrió en los alrededores de Taouz, localidad localid ad fronteriza con Argelia, la existencia de antiquísimos túmulos, pozos e instalaciones mineras cuyo origen y explotación nadie supo explicarle con certeza. Como ya he mencionado, también se fijó en la toponimia local. A propósito de Taouz, no le pasó inadvertido el parecido de ese nombre con el término egipcio Ta Ta Uz (Lugar de Osiris). Y lo mismo pensó al visitar Tamanar, Tamanar, población situada en la provincia de Essaouira, pues se dio cuenta de que dicho topónimo coincidía con Ta Mana, término que designaba el Lugar de Poniente en el Libro Egipcio de los Muertos.

Marruecos y Argelia está lleno de evidencias de una ocupación humana de origen desconocido.

El célebre egiptólogo Walter Bryan Emery (1903-1971), durante sus excavaciones en Saqqara en la década de 1930, advirtió sobre el hallazgo en dicho enclave de cráneos anormalmente alargados, restos que, en su opinión, no pertenecían a pobladores nativos del País del Nilo, sino probablemente a una casta sacerdotal que identificó con los misteriosos Seguidores de Horus o Shemsu Hor. Llamativamente, en un artículo sobre la isla de Malta publicado en la década de 1920 en la revista National Geographic, el investigador William Arthur Griffiths relataba el descubrimiento de decenas de individuos con el cráneo alargado en el hipogeo de Hal Saflieni (imagen de arriba), templo ubicado en dicho archipiélago, y subrayaba la coincidencia de que hallazgos similares se produjeran en ciertos enterramientos del Antiguo Egipto. ¿Llegaron los Seguidores de Horus a Malta? ¿O acaso los Shemsu Hor no fueron sino la élite atlante que «esparció» la civilización desde el océano Atlántico hasta Egipto?

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Con estos y otros indicios, Slosman trazó el recorrido de los supervivientes de la Atlántida, desde su arribada a Tamanar hasta su llegada a Egipto. Los detalles de dicho éxodo, en opinión del investigador francés, podían extraerse de dos fuentes capitales de la mitología egipcia: el Libro de los Muertos y el Zodíaco de Dendera. En esencia, Slosman planteaba que hace decenas de miles de años existió un continente atlántico que en los textos egipcios es llamado Ahâ-Men-Ptah, literalmente «Primogénito-Durmiente-de Dios». Según su hipótesis, se trataba de una civilización muy próspera, tanto material como intelectualmente, cuya tranquilidad se vio alterada tras sufrir el continente un hund hundi-imiento parcial en 21.312 a. C. Aquel desastre previno previno a los sabios y astrónomos de Ahâ-Men-Ptah que, miles de años después, en torno a 10.000 a. C., pronosticaron que el fin de su civilización estaba próximo. De hecho, en un ejercicio no exento de audacia y tras estudiar el Zodíaco de Dendera, Slosman propuso una fecha llamativamente exacta: el 27 de julio de 9.792 a. C. Sin embargo, la catástrofe fue tan devastadora y repentina, que las previsiones de los sabios atlantes sirvieron de poco, salvándose un escaso número de habitantes que se lanzaron al océano a bordo de grandes embarcaciones conocidas como mandjits (o mandyets), el mismo nombre que designaba a las barcas solares o sagradas en el Antiguo Egipto y, también, a las embarcaciones convencionales que surcaron el Nilo –y los océanos– en tiempos del Egipto predinástico.

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A la izquierda, detalle de una pirámide canaria. Arriba, la egipcia de Zoser. Dcha., el autor del presente artículo junto a una pirámide en las islas Azores.

Al igual que en las leyendas bereberes sobre gigantes, el origen de aquel cataclismo fue un castigo celestial debido a una guerra fratricida: Usit (Seth) se hizo con el poder de Ahâ-MenPtah tras asesinar a su hermano Usir (Osiris), quien había contraído matrimonio con su hermana Iset (Isis) y engendrado a Hor (Horus). Precisamente, Precisamen te, los partidarios de este último, aproximadamente dos mil años después de iniciado el éxodo, éxod o, se movilizaron hacia oriente para instalarse definitivame definitivamente nte en Egipto, una larga peregrinación marítima que Slosman definió como «Marcha «Marcha hacia la Luz» de los «Seguidores de Horus». En el relato de Slosman cabe destacar la similitud de la fecha que propuso para el hundimiento de la Atlántida con la sugerida por Platón, en torno a 9.600 a. C., y el hecho de

que se refiriese a los supervivientes de dicho continente como «Seguidores de Horus», en alusión a la misteriosa élite semidivina que gobernó Egipto 13.420 años antes de la llegada al poder del primer faraón histórico, Narmer. Que Slosman identifique a los atlantes con los Seguidores de Horus, arrojaría algo de luz sobre estos enigmáticos per per-sonajes. Pero, ¿se trataba de dioses o eran gente de carne y hueso? SEGUIDORES DE HORUS

El eminente egiptólogo Walter Bryan Emery creía que eran humanos (ver recuadro), aunque diferentes anatómicamente a la población común de Egipto: «Hacia finales del IV milenio a. C. –escribió Emery–, los individuos conocidos como Seguidores de Horus surgen como una casta aristocrática dominante que rige todo Egipto. La teoría que sostiene la existencia de esta estirpe, cuenta con el respaldo del descubrimiento en tumbas predinásticas, al norte del Alto Egipto, de restos anatómicos de individuos con cráneos más grandes y constitución

 

   Z    E    L     Á    Z    N    O    G      O    C    S    I    C    N    A    R    F

anatómica mayor que la población nativa, con tales diferencias que imposibilitan que ambas razas tuvieran un origen común». Hace algún tiempo traté el polémico asunto de los cráneos alargados (AÑO/CERO, 318), concretamente a propósito de Malta, archipiélago élago donde aparecieron numerosos restos de individuos que presentaban dicha anomalía, la gran mayoría de los cuales desaparecieron de forma misteriosa. Aunque no todos. Mi buen amigo Adriano Forgione, director de la revista Fenix, examinó varios de estos cráneos, y cree que hay un nexo entre la ignota civilización que erigió los templos de Malta y los Shemsu Hor: «Lo que sucedió en el Antiguo Egipto también quedó reflejado en el archipiélago de Malta. Por ejemplo, resulta llamativo que, en el Bajo Egipto, el símbolo del faraón fuese una abeja. Y tampoco parece una casualidad que el nombre antiguo de Malta fuese Melita,  vocablo que deriva de la palabra latina que significa miel y cuya raíz, Mel o Mer, designaba a las pirámides en el Antiguo Egipto.Y otra coincidencia interesante: en Egipto, los Shemsu Hor eran los guardianes de la religión que adoraba al dios sol, y aún en nuestros días, en Malta, el sol es llamado xemx o shems». Pero las evidencias de cráneos alargados no se circunscriben a Malta o a Egipto. De hecho, coinciden con el éxodo atlante, que se produjo «en todas direcciones», aunque en el ámbito mediterráneo son fácilmente detectables desde Canarias hasta el País del Nilo. Parece claro que los habitantes de la Atlántida ejercieron un extraordinario dominio de los mares, cualidad que heredaron los antiguos egipcios. n

En el siglo XVII, el jesuita y ocultista Athanasius Kircher (1601-1680), en su tratado Mundus  su  subt bter erra rane neus us (El mundo subterráneo), sugería que las Canarias y las Azores, debido a su peculiar y tortuosa orografía, fuesen restos de la Atlántida. En tiempos más recientes, se ha subrayado el hecho de que los aborígenes canarios (arriba, poblado guanche) practicaron la momificación y adoraban a un dios solar, dos detalles que esgrimen los partidarios de que una cultura desconocida llegada desde el Atlántico y conectada con la egipcia, sembró la civilización en ese archipiélago.

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