Atilio A. Boron - Neoliberalismo vs. Movimientos Sociales en América Latina

September 2, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Neoliberalismo vs. movimientos sociales en América Latina por Atilio A. Boron Tuesday, Aug. 31, 2004 at 4:22 PM  Rebelión El objetivo de este trabajo es examinar algunos aspectos de la renovada presencia de la izquierda en la vida política latinoamericana. Presencia que se observa no tanto en los escenarios tradicionales –el sistema de partidos, la representación parlamentaria, etc.– como en el surgimiento s urgimiento de una serie de gobiernos que, vagamente, es cierto, se identifican como de “centro-izquierda” “ centro-izquierda” o “progresistas” y, de modo muy especial, en la tumultuosa aparición de nuevos movimientos sociales que, en algunos países, adquirieron una enorme gravitación. Ésta se expresó de formas variadas, desde la “conquista de calles y plazas” para resistir a las políticas del neoliberalismo hasta la irrupción de masivas insurgencias que ocasionaron, en los últimos años, el derrumbe de sucesivos gobiernos en el Perú, Ecuador, Argentina y Bolivia. La paradojal crisis del neoliberalismo El punto de partida de nuestra reflexión es el fracaso del neoliberalismo. En efecto, luego de una prolongada hegemonía, las ideas y las políticas neoliberales se encuentran hoy a la defensiva,  jaqueadas tanto por fuerzas internas crecientemente movilizadas como por una expansiva coalición de actores globales que pasaron de la tenaz resistencia a su proyecto a desplegar una ofensiva que se siente, si bien con desigual intensidad, en los cuatro rincones del planeta. Movimientos, protestas sociales y nuevas fuerzas políticas... Grandes movimientos sociales han florecido en la última década del siglo pasado a partir de las pioneras revueltas de los zapatistas en 1994, la aparición de los piqueteros argentinos, las grandes huelgas ciudadanas y de trabajadores en Francia y Corea del Sur poco después y, hacia finales de siglo, la maduración y consolidación internacional de estas protestas en Seattle y en Porto Alegre. Consecuentemente, nuevas fuerzas políticas han pasado a controlar los gobiernos (en países como Venezuela y Brasil, por ejemplo) o se aprestan a hacerlo, como en Uruguay; y distintos gobiernos se plantean la necesidad de abandonar las políticas que, en el pasado, causaran los estragos por todos conocidos, como lo demuestra, entre otros, el caso argentino. No obstante, es preciso aclarar que en la generalidad de los casos los cambios más importantes se produjeron en el terreno más blando del discurso y la retórica, y no en el más duro y áspero de las políticas económicas. Pero, aun con estas limitaciones, ese cambio es muy significativo y sería erróneo subestimar sus alcances. En un trabajo reciente pasábamos revista a algunas de las transformaciones más importantes ocurridas en los países latinoamericanos, todas las cuales incidieron fuertemente en la aparición de nuevas formas de protesta social y organización política antagónicas al proyecto pr oyecto neoliberal (Boron, 2003[b]: 716). En él se subraya la extraordinaria complejidad y la naturaleza contradictoria que ha adquirido el lento pero progresivo agotamiento del neoliberalismo en estas tierras. Es indudable que su declinante curso a partir de mediados de los noventa revirtió la arrolladora influencia que había adquirido desde la década de los setenta de la mano de las dos más sangrientas dictaduras que se recuerden en Chile y la Argentina. Argentina Si es incorrecto sostener que hoy el neoliberalismo se encuentra ya en retirada, no lo es menos afirmar  que su ascendiente sobre la sociedad, la cultura, la política y la economía latinoamericanas se ha mantenido incólume con el transcurso de los años. En este sentido, el espectacular derrumbe del experimento neoliberal en la Argentina, el “país modelo” por largos años del FMI y el BM, ha cumplido un papel pedagógico de extraordinarias proporciones. México Resultados no más alentadores produjo la aplicación de las políticas del Consenso de Washington en México: después de veintiún años ininterrumpidos de hegemonía absoluta de dicha d icha orientación, el ingreso per cápita de los mexicanos aumentó en todo ese período tan sólo el 0,3% y esto gracias a que en ese mismo lapso (1982-2003) abandonaron el país algo más de 10 millones de personas. A pesar de

 

sus promesas, el neoliberalismo –reforzado por el ingreso al Tratado de Libre Comercio en 1994– no generó crecimiento económico, al paso que empeoraba radicalmente ra dicalmente la distribución del ingreso, ahondando la injusticia social prevaleciente en México (Guadarrama H., 2004: 10). Chile Si a esto le sumamos las graves dudas que plantean la extrema vulnerabilidad externa del crecimiento económico de Chile y su crónica ineptitud para revertir la escandalosa regresividad de la distribución del ingreso, llegamos a la conclusión de que los tres países modelo otrora ensalzados por la literatura convencional se encuentran en serios problemas. pr oblemas. Debilitamiento del neoliberalismo en los ámbitos de la cultura, la conciencia pública y la política y su persistencia en el terreno de la economía y en las decisiones de ministros y políticos Las crisis enseñan, y vastos contingentes de nuestras sociedades han aprendido gracias a ellas qué es lo que se puede esperar de las políticas neoliberales. Lo que se comprueba en el momento actual es pues algo bastante peculiar: una llamativa disyunción entre el inocultable debilitamiento del impulso neoliberal en los ámbitos de la cultura, la conciencia pública y la política y, al mismo tiempo, su arraigada persistencia en el crucial terreno de la economía y el policy making ((es es decir, en las cabezas y en las decisiones de funcionarios, ministros de hacienda y economía, presidentes de bancos centrales, dirigencia política, etcétera). Las políticas económicas del neoliberalismo siguen su curso y a veces hasta lo profundizan, como lamentablemente lo demuestra el Brasil de Lula; pero a diferencia de lo ocurrido en los ochenta y comienzos de los noventa, ya no cuentan con el apoyo –manipulado, es cierto, pero apoyo al fin– que antaño le garantizaba sociedad civil que pugnaba dejar atrás horror de las dictaduras aceptaba, casi siempreuna a regañadientes, la receta que por impulsaban loselamos imperiales y sus y representantes locales. Las amenazas La amenaza del desborde hiperinflacionario y el chantaje de los organismos financieros internacionales  –agitando el espantapájaros del “riesgo país”, la fuga de capitales, la especulación contra las monedas locales, etc.– cumplieron un notable papel en el “disciplinamiento” de pueblos y gobiernos díscolos, y en la resignada aceptación de la amarga medicina neoliberal. En todo caso, este desfasaje entre los componentes económicos e ideológico-políticos de la hegemonía está lejos de ser inédito en la historia latinoamericana, como lo demuestra la prolongada crisis de la hegemonía oligárquica en nuestra región. Tal como lo demostrara Agustín Cueva en un texto ya clásico c lásico de la ciencia social latinoamericana, el irreversible deterioro de los fundamentos materiales de la hegemonía oligárquica no ocasionó su instantáneo derrumbe sino que transitó por una diversidad de caminos que mediatizaron y en de algunos casos postergaron décadas su. ocaso definitivo, exactamente hasta la irrupción los regímenes populistas por (Cueva, 1976) 1976). Si bien no se pueden extraer conclusiones lineales de la experiencia histórica, podría plantearse una hipótesis –desalentadoramente pesimista, por cierto– que pronosticara que la indudable bancarrota de las condiciones económicas, sociales y políticas que hicieron posible el auge del neoliberalismo no necesaria ni inmediatamente irá a producir su desaparición de la escena pública. Los componentes ideológicos y políticos amalgamados en su proyecto económico pueden garantizarle una inesperada sobrevida, aun en medio de condiciones sumamente desfavorables. Gramsci Para-fraseando a Gramsci podría decirse que la lenta agonía del neoliberalismo es una de esas situaciones en las cuales lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer; y como lo recordaba el gran teórico italiano, en tales coyunturas suelen aparecer toda clase de fenómenos aberrantes. Ejemplos de tales aberraciones sobran entre nosotros: el clamoroso incumplimiento del contrato electoral portraición gobiernos que llegan alpor poder para de inmediato con sus promesas de campaña;perpetrado la descarada a los principios parte de romper ciertos partidos y organizaciones de

 

“izquierda”; la dilatada supervivencia de personajes nefastos como Pinochet, Menem, Fujimori, el ahora difunto Banzer; o la escandalosa situación social de Argentina, Brasil y Uruguay son algunos de los ejemplos más notables al respecto. Raíces de la resistencia al neoliberalismo ¿Cuándo aparecen, y bajo qué formas lo hacen, estas nuevas fuerzas políticas y sociales contestatarias? Las razones de la irrupción de nuevos sujetos políticos son múltiples y complejas, pero existen algunas que se reiteran en todos los casos. En primer lugarpor el fracaso económico e conómico ya anotado que acentuó las contradicciones desencadenadas por la reestructuración económica y social precipitada por la crisis y agudizada después por las políticas de “ajuste y estabilización” implementadas como respuesta a la misma. Esto tuvo consecuencias c onsecuencias bien significativas en lo relativo a la constitución de nuevos sujetos políticos, por cuanto: a) generó nuevos actores sociales como, por ejemplo, los piqueteros en la Argentina; los pequeños agricultores endeudados de México, nucleados en “El campo no aguanta más”; los jóvenes y una variedad de movimientos de inspiración identitaria (de género, opción sexual, etnia, lengua, etc.) hastiados por la mercantilización de lo social y las políticas de supresión de las diferencias promovidas por el neoliberalismo; y los movimientos “alterglobalización”, sobre los cuales volveremos después, que modificaron el paisaje sociopolítico de sus países; b) potenció la gravitación de otras fuerzas sociales y políticas ya existentes pero que, hasta ese momento, carecían de una proyección nacional al no estar suficientemente movilizadas y organizadas. En una enumeración que no pretende ser exhaustiva señalaríamos a los campesinos en Brasil y México, o los indígenas en Ecuador, Bolivia y partes de México y Mesoamérica; c) atrajo a las filas de la contestación al neoliberalismo a grupos y sectores sociales intermedios, las llamadas “clases medias”, a causa de sus impactos pauperizadores y excluyentes o, como en el caso argentino, por la expropiación, practicada por los grandes bancos y avalada por el gobierno, de sus ahorros. Los “caceroleros” argentinos son s on un ejemplo muy concreto, como también lo son los médicos y trabajadores de la salud en El Salvador; o los grupos movilizados por la “Guerra del agua” en Cochabamba; o la resistencia a las políticas privatizadoras del gobierno peruano en Arequipa. En segundo término, es preciso decir que el surgimiento de estas nuevas expresiones de la política de izquierda se relaciona íntimamente con el fracaso de los capitalismos democráticos en la región. Baste con señalar que la frustración generada por el desempeño de los rregímenes egímenes llamados democráticos en esta parte del mundo ha sido intensa, profunda y prolongada (Boron, 2000: 149-184). Fue de la mano de estas peculiares “democracias”, que florecieron en la región a partir de los años ochenta, que las condiciones sociales empeoraron dramáticamente. "Capitalismo democrático" Mientras que en otras latitudes el capitalismo democrático aparecía como promotor del de l bienestar  material y cautelosamente tolerante ante las reivindicaciones igualitaristas que proponía el movimiento popular –e insistamos en eso de que aparecía porque, en realidad, tales resultados son consecuencia de las luchas sociales de las clases subalternas en contra de los capitalistas–, en América Latina la democracia trajo bajo el brazo políticas de ajuste y estabilización, precarización laboral, altas tasas de desocupación, aumento vertiginoso de la pobreza, vulnerabilidad externa, endeudamiento desenfrenado y extranjerización de nuestras economías. Democracias pues vacías de todo contenido, reducidas –como recordaba Fernando H. Cardoso antes de ser presidente del Brasil– a una mueca sin gusto ni rabia incapaz “de eliminar el olor de farsa de la política democrática”, causado por la inoperancia de ese régimen político para introducir reformas de fondo en el sistema productivo y “en las formas de distribución y apropiación de las riquezas” (Cardoso, 1982; 1985). Tal como lo planteáramos en Tras Tr as el Búho de Minerva, nuestra región apenas si ha conocido eldegrado más bajo la escala de desarrollo posible dentro de los estrechos márgenes maniobra que en permite la estructura de la democrático sociedad capitalista.

 

Democracias meramente electorales, es decir, regímenes políticos sustantivamente oligárquicos, controlados por el gran capital con total independencia de los partidos gobernantes que asumen las tareas de gestión en nombre de aquél, pero en donde el pueblo es convocado cada cuatro o cinco años a elegir quién o quiénes serán los encargados de sojuzgarlo. Con democracias de este tipo no es casual que, al cabo de reiteradas frustraciones, se produzca el renacimiento de fuerzas sociales de izquierda. En tercer lugar, habría que decir que este proceso ha sido también alimentado por la crisis que se ha abatido sobre los formatos tradicionales de representación política. Pocas dudas caben de que la nueva morfología de la protesta social en nuestra región es un síntoma de la decadencia de los grandes partidos populistas y de izquierda, y de los modelos tradicionales de organización sindical. Decadencia que, sin duda, se explica por las transformaciones ocurridas en la “base social” s ocial” típica de esos formatos organizativos debido a: (a) la creciente heterogeneidad del “universo asalariado”, (b) la declinante gravitación cuantitativa del proletariado industrial en el conjunto de las clases subalternas, (c) la aparición de un voluminoso “subproletariado” –denominado “pobretariado” por Frei Betto– que incluye a un vasto conjunto de desocupados de socupados permanentes, trabajadores ocasionales, precarizados e informales, cuentapropistas de subsistencia (los futuros “empresarios schumpeterianos”, en la delirante visión de Hernando de Soto) y toda una vasta masa marginal a la que el capitalismo ha declarado como “redundante” e “inexplotable” y que por lo tanto, en una sociedad basada en la relación salarial, no tiene derecho a vivir. De ahí que el neoliberalismo practique una silenciosa pero efectiva eutanasia de los pobres. La decadencia de los formatos tradicionales de organización se relaciona, como si lo anterior fuera poco, con la explosión de múltiples identidades (étnicas, lingüísticas, de género, de opción sexual, etc.) que redefinen hacia la baja la relevancia r elevancia de las tradicionales variables clasistas. Si a esta enumeración le añadimos la inadecuación de los partidos políticos y los sindicatos para descifrar correctamente las claves de nuestro tiempo, la esclerosis de sus estructuras y prácticas organizativas, y el anacronismo de sus discursos y estrategias comunicacionales, se comprenderán muy fácilmente por un lado las razones por las cuales estos entraron en crisis y, por el otro, las que explican la emergencia de n nuevas uevas formas de lucha y movimientos de protesta social. Unas y otros son también síntomas elocuentes de la progresiva irrelevancia de las llamadas instituciones representativas para canalizar las aspiraciones ciudadanas, lo que a su vez explica, al menos en parte, el visceral –¡y suicida!– rechazo de las fuerzas sociales emergentes a enfrentar  seriamente la problemática de la organización que tantos debates originara or iginara a comienzos del siglo XX en el movimiento obrero, y el creciente atractivo que sobre s obre dichos sujetos ejerce la “acción directa”. Un cuarto y último factor, en una lista que no intenta ser exhaustiva, es la globalización de las luchas en contra del neoliberalismo. Estas luchas comenzaron y se difundieron rápidamente por todo el orbe a partir de iniciativas que no surgieron ni de partidos ni de sindicatos ni, menos todavía, se generaron en la “escena política oficial”. En el caso latinoamericano el papel estelar lo cumplió el zapatismo, al emerger de la Selva Lacandona el 1° de Enero de 1994 y declarar la guerra al neoliberalismo. La incansable labor del MST en Brasil, otra organización no tradicional, amplificó considerablemente el impacto de los zapatistas. Luego, en una verdadera avalancha, se sucedieron grandes movilizaciones de campesinos e indígenas en Bolivia, Ecuador, Perú y en algunas regiones de Colombia y Chile. Las luchas de los piqueteros argentinos, lanzadas como respuesta a las privatizaciones del menemismo, son de la misma época y se inscriben en la misma tendencia general. Los acontecimientos de Seattle y otros o tros similares escenificados en Washington, Nueva York, París, Génova, Gotemburgo y otras grandes ciudades del mundo desarrollado le dieron a la protesta pr otesta en contra del Consenso de Washington una impronta universal, ratificada año tras año por los impresionantes progresos experimentados por la convocatoria del Foro Social Mundial deteorización Porto Alegre. produjo así un a especie una de la “efecto dominó” que, lugar areveló dudaslay contrariando una muySedifundida en nuestro tiempo, de Hardt y Negri ensin Imperio,

 

comunicación existente entre las luchas sociales y procesos políticos puestos en juego en los más apartados rincones del planeta. Brasil y la maldición del posibilismo conservador  Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿hay espacio para ensayar políticas post-neoliberales? La respuesta tiene que ser matizada. En algunos casos es positiva; en otros también, pero con algunas reservas. Veamos el caso del Brasil. Los defensores del rumbo actual seguido por ese país dicen que Brasil necesita atraer la confianza de los inversionistas internacionales, y que esto se logra con una muy estricta disciplina fiscal y un total apego a la ortodoxia. Digamos sin rodeo alguno que esta argumentación es insostenible y que si hay un país que tiene todas las ccondiciones ondiciones para ensayar  exitosamente una política post-neoliberal en el mundo, ese país es Brasil. Bras il. Si Brasil no puede, ¿quién podría? ¿El Ecuador de Lucio Gutiérrez? ¿Un eventual gobierno del Frente Amplio en el Uruguay? ¿Un posible gobierno de Evo Morales en Bolivia? La Argentina, tal vez, pero sólo si hubiera condiciones internacionales muy favorables. Brasil, en cambio, por sus inmensos recursos de todo tipo, si quiere puede. El corolario del “posibilismo conservador”, hijo dilecto del pensamiento único, es que nada se puede cambiar, ni siquiera en un país de las excepcionales condiciones del Brasil. Ensayar lo que está fuera del horizonte de lo posible y abandonar el consenso económico dominante, aseguran algunos encumbrados funcionarios, expondría al Brasil a terribles penalizaciones que liquidarían al gobierno de Lula. Sin embargo, una atenta mirada a la historia económica reciente de la Argentina demostraría que lo que condujo a ese país a la peor crisis de su historia fue la subordinación de la voluntad política y la gestión del Estado a los caprichos y la codicia de los mercados. Tal como lo reconocíamos en un análisis efectuado antes de la asunción de Lula a la presidencia, la tentación posibilista está siempre al acecho de cualquier gobierno animado por intenciones reformistas (Boron, 2003[a]). Ante la imposibilidad objetiva y subjetiva de la revolución, rasgo que caracteriza al momento actual no sólo de Brasil sino de toda la región, una mal entendida cordura impulsa a contemporizar con los adversarios y a buscar en los entresijos de la realidad alguna pequeña ruta de escape que evite una capitulación tout court. El único problema con esa estrategia es que la historia nos enseña que después es imposible evitar el tránsito del falso realismo del posibilismo al inmovilismo y, luego, a una catastrófica derrota. Ésa fue claramente la experiencia argentina con el gobierno de “centroizquierda” de la Alianza y, más generalmente, de la socialdemocracia en España, Italia y Francia. En términos más generales, esa fue también la conclusión teórica de Max Weber al afirmar, a firmar, en el párrafo final de su célebre conferencia “La política como vocación”, que tal como “lo prueba la historia (...) en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez” (Weber, 1982). Las palabras de Weber son tanto más importantes en un continente como el nuestro, en donde las enseñanzas de laavances; historia demuestran de modo inapelablerevoluciones que hubo que intentar lo imposible para en lograr modestos que se necesitaron v erdaderas verdaderas para instituir algunas reformas las estructuras sociales de la región más injusta del planeta; y que sin una utopía política audaz y movilizadora los impulsos reformistas se extinguen, los gobernantes capitulan y sus gobiernos terminan asumiendo como su tarea fundamental la decepcionante administración de las rutinas cotidianas. Las reformas sociales no cambian la naturaleza de la sociedad Las esperanzas depositadas en un vigoroso reformismo, posible sin duda alguna, no significan hacer  oídos sordos a las sabias advertencias de Rosa Luxemburgo cuando decía que las reformas sociales, por genuinas y enérgicas que sean, no cambian la naturaleza de la sociedad preexistente. Lo que ocurre es que al no estar la revolución en la agenda inmediata de las gr grandes andes masas de América Latina, la reforma social se convierte en la coyuntura actual en la única alternativa disponible para hacer política. Pero la reforma, también recordaba nuestra autora, no es una revolución que avanza lentamente o por  etapas hasta que, con la imperceptibilidad del viajero que cruza la línea ecuatorial –para seguir con la famosa metáfora de Edouard Bernstein–, se llega al socialismo. Un siglo de reformismo socialdemócrata en Occidente demostró irrefutablemente que las reformas no

 

son suficientes para “superar” el capitalismo. Produjo cambios importantes, sin duda alguna, “dentro del sistema”, pero fracasó en su declarada intención de “cambiar el sistema”. El reformismo En la actual coyuntura nacional e internacional, el reformismo aparece como la única oportunidad de avanzar mientras las fuerzas populares trabajan para modificar las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para ensayar alternativas más prometedoras. El error err or de muchos reformistas, no obstante, ha sido el de confundir necesidad con virtud. Aun cuando en el momento actual –signado por la agresividad sin precedentes del imperialismo, la lenta recomposición de las fuerzas populares luego de los retrocesos experimentados a finales del siglo pasado, el acrecentado predominio de los monopolios en la economía y los medios de comunicación, etc.– las reformas sean lo único que pueda hacerse, eso no las convierte en instrumentos adecuados para la construcción del socialismo, si bien podrían, si se dan bajo una cierta forma, constituir un aporte para avanzar en esa dirección. En la presente coyuntura son lo posible, si bien no lo suficiente, a la hor hora a de actuar en un mundo barbarizado que requiere transformaciones de fondo y no tan sólo ajustes marginales. Si como dicen d icen los zapatistas “de lo que se trata es de crear un mundo nuevo”, tal empresa excede con mucho los límites cautelosos del reformismo. Pero no se puede permanecer cruzados de brazos hasta que llegue el “día decisivo” de la revolución. Y debemos recordar, además, que en nuestros países los desafíos que las reformas plantean a los “señores del dinero” dieron lugar a feroces contrarrevoluciones que ahogaron en un baño de sangre a las tentativas reformistas. De modo que nadie crea que al hablar de reformas se piensa en un debate cortesano y caballeresco acerca de los bienes públicos. Quien invoca a la reforma en América Latina conjura en su contra a todos los monstruos del establishment: los militares y los paramilitares; la policía secreta y la CIA; la embajada norteamericana y la “prensa libre”; los “combatientes por la libertad” y los terroristas organizados y financiados por las clases c lases dominantes. En América Latina el camino de las reformas está lejos de ser un paseo por un prado rebosante de flores. Sucesivos presidentes latinoamericanos optaron por desestimar el camino de las reformas profundas y gobernar según las reglas del posibilismo, “tranquilizando” a los mercados y satisfaciendo puntualmente cada uno de sus reclamos. r eclamos. Los resultados están a la vista en Argentina y Brasil. Es cierto que no hay parangón alguno entre figuras tan distintas como Lula y De la Rúa. Tampoco hay paralelismo alguno entre el partido justicialista o la Alianza (esa insípida mezcla del diletantismo radical y el oportunismo frepasista) y el PT, una de las construcciones políticas más importantes a nivel mundial. Pero, como dolorosamente lo comprueba la experiencia brasileña durante duran te el primer año y medio del gobierno de Lula, ni un liderazgo respetable ni un gran partido de masas garantizan el rumbo correcto de una experiencia de gobierno. El gobierno de Lula está avanzando por el camino equivocado, al final del cual no se encuentra una un a nueva sociedad más justa y democrática –cuya búsqueda fue lo que dio nacimiento alque PT la hace poco más de veinte años– sino una estructura injusta menos democrática anterior. Un país en donde la dictadura del capital,capitalista revestida más con un leve yropaje pseudo-democrático, será más férrea que antes, demostrando dolorosamente que George Soros tenía razón cuando le aconsejaba al pueblo p ueblo brasileño no molestarse en elegir a Lula porque de todos modos gobernarían los mercados. Sería bueno que Brasil se ahorrase los horrores que el “posibilismo” y la política de “apaciguamiento de los mercados” produjo en la Argentina contemporánea. El difícil tránsito hacia el post-neoliberalismo: algunas claves interpretativas Un breve repaso a la historia reciente de América Latina sirve para ilustrar los graves obstáculos con que parecen tropezar los gobiernos animados –al menos en principio y por su retórica– por su afán de poner fin a la triste historia del neoliberalismo en la región. Lo cierto es que, a veces de una manera grotesca y otras trágica, se perpetúa p erpetúa la continuada supremacía del neoliberalismo en la esfera económica a pesar de que en las urnas la ciudadanía le haya dado la espalda de manera rotunda. No obstante, los gobiernos que llegan al poder sobre los hombros de una impresionante marejada de votos populares y con un mandato expreso expr eso de poner término al primado del neoliberalismo claudican a la hora de instituir una agenda post-neoliberal. ¿Por qué?

 

En primer lugar, por el acrecentado acr ecentado poder de los mercados; en realidad, de los monopolios y grandes empresas que los controlan, frente a las deterioradas fuerzas gubernamentales luego de décadas de aplicación de las políticas neoliberales de “achicamiento” del estado, desmantelamiento de sus agencias y organismos, y privatización de las empresas públicas. pú blicas. Todo esto le confiere a los sec sectores tores dominantes una capacidad de chantaje –fuga de capitales, huelga de inversiones, presiones especulativas, soborno de funcionarios, etc.– sobre los gobiernos si no imposible por lo menos muy difícil de resistir. Este tema subraya de manera contundente los efectos políticos de largo plazo del programa neoliberal. Al desprestigiar ideológicamente al estado y al achicarlo y mutilarlo de mil maneras, logró sentar las bases de un predominio político fundado en una muy favorable correlación estructural de fuerzas entre el sector privado –eufemismo con que se designan a los monopolios y la ccoalición oalición dominante– y el gobierno, cada vez más privado de recursos, debido, por una parte, al peso creciente de la deuda externa y las acrecentadas exigencias de lograr superávit fiscales cada vez más abultados y extravagantes, todo lo cual atenta contra las capacidades financieras del estado y la posibilidad de formular políticas alternativas; y, por la otra, a las consecuencias de las políticas de desregulación, apertura comercial, liberalización y privatizaciones que despojaron a los estados de instrumentos estratégicos y de las agencias específicas idóneas para intervenir en los mercados y controlar a los monopolios, lo que los deja prácticamente inermes frente a estos. En segundo lugar, es preciso mencionar la visceral desconfianza que los gobiernos de la llamada “centro-izquierda” han manifestado en relación a los movimientos populares y fuerzas sociales contestatarias. Cautivados por las sirenas neoliberales han caído en la estúpida creencia de que los problemas de los estados son cuestiones que deben ser tratadas por expertos y con criterios supuestamente “técnicos”, y que la vocinglería de la calle impediría un adecuado tratamiento de las mismas. La consecuencia de esta actitud, cultivada con esmero por los representantes políticos e ideológicos, nacionales e internacionales, del capital financiero y los monopolios, es una especie de harakiri estatal en donde éste, desvinculado de una sólida base social movilizada y organizada, es fácil presa de los intereses imperiales. Esta tendencia ha potenciado la regresión antidemocrática que padecen los estados de América Latina que, como c omo hemos dicho más arriba, han ido vaciando de todo contenido al proyecto democrático y debilitado irreparablemente, en el marco de la actual organización institucional, sus capacidades de intervención en la vida social. Uno de los rasgos definitorios de esta crisis es el progresivo desplazamiento hacia ámbitos supuestamente más “técnicos” –y, por consiguiente, alejados de todo escrutinio popular y democrático– de un número creciente de temas que hacen al bienestar colectivo y que lejos de ser debatidos públicamente son tratados por “expertos” en las sombras, y al margen de cualquier tipo de control público. Pese a su enorme impacto social, estas cuestiones son resueltas por acuerdos sellados entre los capitalistas y sus representantes estatales. Toda esta operación fraudulenta se rodea de  justificaciones absurdas, tales como que “la economía es una cuestión c uestión técnica que debe manejarse con independencia de consideraciones políticas”. La economía, ciencia de la escasez y por eso mismo ciencia política por excelencia, pretende pasar por un mero saber técnico. La ideología de la “independencia delde Banco aceptada Su a pie porindependencia los gobiernos “progresistas”, esrelación un ejemplo elocuente este Central”, bárbaro disparate. tanjuntillas mentada lo es tan solo en a la soberanía popular pero no con relación al capital financiero y el imperialismo, a los cuales sirve incondicionalmente y sin pausa. Un tercer factor que juega decisivamente en impedir el tránsito al post-neoliberalismo es la persistencia del imperialismo que a través de sus múltiples lazos y mecanismos y organizado a escala planetaria por  el gobierno de Estados Unidos, disciplina a los gobernantes díscolos mediante una variedad de instrumentos que aseguran la continuada vigencia de las políticas neoliberales. Por un lado, las presiones derivadas de la necesidad que tienen gobiernos fuertemente endeudados de contar con la benevolencia de Washington para viabilizar sus programas gubernamentales sea por la vía de un “trato preferencial” que garantice el acceso al mercado norteamericano de sus productos, la eterna renegociación de su deuda externa, o su visto bueno para facilitar el ingreso de capitales e inversiones de diverso tipo. Todo esto se plasma en la larguísima lista de “condicionalidades” que los “perros guardianes” del imperialismo el BM, pero la OMC y el BID– les imponen a los gobiernos de –principalmente la región (Boron,el2004: 20FMI 04: y135-153). Portambién otra parte, la coerción ejercida por el imperialismo

 

transita también por otros senderos que van desde las exigencias políticas directas planteadas en el contexto de los programas de ayuda militar, erradicación de cultivos de coca, asistencia técnica y cooperación internacional, hasta el apoyo incondicional a las actitudes y políticas de Estados Unidos en los diversos foros internacionales o en las distintas iniciativas, inclusive de tipo militar, adoptadas por la superpotencia en defensa de sus intereses. Los desafíos de la hora actual Las fuerzas de izquierda, en el e l gobierno como en la oposición, se enfrentan pues a formidables desafíos. Las que se hallan en la segunda condición, como opositoras a una vvariedad ariedad de gobiernos burgueses, porque deben honrar la propuesta gramsciana de construir partidos, movimientos y organizaciones genuinamente democráticos y participativos como una forma de prefigurar la naturaleza de la ciudad futura que quieren construir. Pero como si lo anterior no fuera una tarea enorme, la izquierda opositora debe también demostrar su capacidad para neutralizar el accionar de los aparatos ideológicos de la burguesía y hacer llegar su mensaje y su discurso al conjunto de la población, que por cierto no tiene sus oídos preparados para escuchar un mensaje socialista. Antes bien, los prejuicios cultivados e inculcados con habilidad por los publicistas de la derecha la tornan profundamente refractaria ante cualquier discurso que hable de socialismo o comunismo. Ante sus ojos eso equivale a violencia y muerte; y pese a que la izquierda ha sido víctima de ambas cosas en la historia reciente de nuestra región, se la acusa de ser la representante y portadora de esas desgracias. Hay en esta actitud promovida incesantemente por los ideólogos de la derecha un importante componente de resignación y pesimismo que no puede ser ignorado, y que plantea la futilidad de cualquier tentativa de superar al capitalismo. La osadía podría ser seguida por un baño de sangre, y nadie quiere esto. El desafío de la credibilidad de la izquierda es, por lo tanto, considerable. Se ha progresado bastante en este terreno pero aún queda mucho por hacer. En relación a la izquierda “gobernante” los retos son de o otro tro tipo. Tal como ya ha sido señalado, la victoria de Lula constituye un hito en la historia de la emancipación popular de nuestros pueblos. Era fundamental ganar las elecciones brasileñas y acceder al gobierno. Pero mucho más importante era construir el poder político suficiente como para “gobernar bien”, entendiéndose por esto honrar el mandato popular que exigía poner fin a la pesadilla neoliberal y avanzar en la construcción de una sociedad diferente. No obstante, hasta ahora los resultados han sido decepcionantes y la demora de Brasilia en poner en marcha un proyecto alternativo comienza a aparecer como una inexplicable capitulación. Retos semejantes se le plantean al presidente Hugo Chávez en Venezuela, debiendo transitar por el estrecho desfiladero delimitado, por un lado, por una profunda revolución en las conciencias y en el imaginario popular –tema que ha sido subestimado en los análisis tradicionales de la izquierda– y, por el otro, por esa verdadera espada de de abastecedor Damocles que significandel la riqueza Venezuela simultáneamente, su condición estratégico imperio.petrolera Luego dedeuna s erie de y, serie vacilaciones iniciales la “revolución bolivariana” está finalmente dando muestras de haber encontrado un rumbo de salida del neoliberalismo, rumbo que, digámoslo al pasar, está es tá erizado de acechanzas y amenazas de todo tipo como lo demuestra la historia venezolana de estos últimos años. En todo caso, conviene recordar aquí, para concluir, el caso cubano. Si pese a los formidables obstáculos que se le han presentado pr esentado durante casi medio siglo Cuba pudo avanzar significativamente en la construcción de una sociedad que garantiza un acceso universal a un amplio conjunto de bienes y servicios, ¿qué no podrían hacer países pa íses dotados de muchos más recursos de todo tipo (y alejados de la enfermiza obsesión norteamericana con la isla caribeña) como la Argentina, Brasil y Venezuela? Si pese a tan desfavorables condiciones –como el bloqueo de cuarenta y cinco años y la beligerancia permanente de Estados Unidos– ese país logró garantizar para su población estándares de salud, alimentación, educación y derechos generales (de la mujer, de los niños, de los discapacitados, etc.) que ni siquiera se obtienen en algunos países del capitalismo desarrollado, ¿cuáles serían los insalvables impiden, en países que disfrutan de circunstancias muchísimo más promisorias,obstáculos acceder a que logros semejantes?

 

La respuesta no se halla en determinismos económicos, un conveniente pretexto las más de las veces, sino en la debilidad de la voluntad política. Sin una decidida voluntad de cambiar el mundo éste seguirá siendo lo mismo. Pero quien pretenda acometer esa tarea deberá saber dos cosas cosas:: primero, que al hacerlo se enfrentará con la tenaz y absoluta oposición de las clases y grupos sociales dominantes que no dejarán recurso por utilizar, desde la seducción y persuasión hasta la violencia más atroz, para frustrar cualquier tentativa transformadora. De ahí nuestra grave preocupación por ciertas formulaciones de los zapatistas, como “la democracia de todos”, que trasuntan un alarmante romanticismo en relación a la reacción de las clases y grupos desplazados del poder (Boron, 2001). Segundo, que no hay tregua posible pos ible en ese combate: si el gobernante que presuntamente intenta cambiar al mundo es halagado por la “prensa libre”, los “gurúes” de Wall Street y sus papagayos locales y, en general, la opinión “bienpensante” de nuestros países (que en re realidad alidad piensa poco y mal), es porque su accionar ha caído en la irrelevancia o, hipótesis perversa, porque se ha pasado al bando de sus enemigos. Las clases dominantes del imperio y sus aliados jamás se resignarán a perder sus prerrogativas, sus privilegios y su poder. Si no atacan no es porque se han convencido de la superioridad ética, económica y política del socialismo sino porque se han dado cuenta de que su eventual oponente ha depuesto las armas y ya no les hace daño.

Neoliberalismo en América Latina(III)…Triunfos y reveses

Emir Sader (Alai/Visiones Alternativas) Las tres mayores economías de América Latina fueron el teatro de las crisis más espectaculares (generadas por elneo liberalismo): México en 1994, Brasil en 1999 y Argentina en 2002. Los estragos de la hiperinflación fueron controlados, pero ello se logró únicamente a cambio de un tremendo coste. Durante más de una década, el desarrollo económico se vio paralizado, la concentración de riqueza se incrementó más que nunca antes, los déficits públicos alcanzaron cotas estratosféricas y el grueso de la población fue testigo de la expropiación de sus derechos, fundamentalmente en el ámbito del empleo y de las relaciones laborales.

Para coronar todo esto, la deuda nacional se expandió exponencialmente y las economías regionales se hicieron altamente vulnerables, expuestas sin remisión al ataque de los especuladores, como descubrieron en carne propia cada uno u no de estos tres países.

El pobre comportamiento del neoliberalismo en el terreno económico en América Latina fue lo que acarreó en muchos de los casos la derrota de los gobiernos que lo habían defendido. Entre éstos se cuentan Alberto Fujimori en Perú, Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia; también salieron de escena el PRI en México, la alternancia de los dos partidos tradicionales en Uruguay y los políticos que intentaron perpetuar el neoliberalismo una vez que éste había colapsado, como Fernando de la Rúa en Argentina, Lucio Gutiérrez en Ecuador y Sánchez de Lozada en Bolivia.

También resulta importante señalar el aislamiento de d e aquellos líderes que luchan para mantenerlo vivo, como Felipe Calderón en México, Michelle Bachelet en Chile, Alan García en Perú o Alfonso Uribe en Colombia. (Uribe, dicho sea de paso, perdió las recientes elecciones locales en torno a problemas suscitados por su forma de gobierno; su prestigio deriva de un despliegue sin contemplaciones de «políticas de seguridad democrática» contra el «terrorismo», una postura que

 

le permite obtener un 80 por po r 100 de apoyo interno.) Un creciente n número úmero de presidentes han sido elegidos o, en algunos casos, reelegidos como respuesta al fracaso del modelo económico neoliberal.  

Reveses políticos   Podemos trazar una serie de ciclos, de máximos y mínimos, de triunfos y de reveses en la política latinoamericana desde la victoria de la Revolución cubana en 1959. Su ascenso y caída se ha producido en rápida sucesión, si los comparamos con los lapsos temporales de la izquierda europea. El resultado ha sido una serie de reacomodaciones en el equilibrio de poder, que reflejan en sí mismas la prolongada crisis de hegemonía que conoció la región cuando el modelo de sustitución de importaciones que había predominado desde la crisis de 1929 finalmente agotó su potencial.   El primer ciclo, de 1959 a 1967, estuvo marcado por el triunfo de la Revolución cubana y la difusión de de guerrilla rural en Venezuela, Guatemala y Perú, en emulación de los existentes en movimientos Colombia y Nicaragua.   El período conoció movilizaciones de masas en diversos países, entre los que se contó Brasil durante el gobierno de Goulart entre 1961-1964, así como una amplia resistencia a la dictadura que siguió al golpe militar de 1964. Para la izquierda latinoamericana, éste fue un periodo de ascenso, directamente influenciado por el éxito de Cuba, cercenado sin embargo por  la muerte del Che en Bolivia en 1967.   El segundo ciclo se extiende a 1973. de Durante el guerrillas mismo seurbanas produjo el de Brasil los y movimientos de guerrilla rural de y el1967 surgimiento nuevas endeclive Uruguay, Argentina. Allende fue elegido presidente de Chile (1970-1973); en esos mismos años se produjo el gobierno de Juan José Torres (1971) en Bolivia y llegaron al poder gobiernos nacionalistas en Perú con Juan Velasco Alvarado (1967) y en Panamá con Omar Torrijos (1968). En resumen, se trató de un periodo de claroscuros que inauguraba i nauguraba una era de retrocesos marcada por golpes militares y dictaduras.   Durante los años que median entre 1973 y 1979 se produjo la consolidación de las dictaduras militares a lo largo del Cono Sur. Como en Brasil, las Juntas llegaron al poder en Bolivia en 1971, en Chile y Uruguay en 1973, y en Argentina en 1976. Velasco Alvarado fue derrocado en Perú. El modelo neoliberal fue impuesto en el Chile de Pinochet. Se trató de un periodo de retroceso sin matices.

 

  Por el contrario, la larga década que va de 1979 a 1990 trajo la victoria de los sandinistas en Nicaragua, la revolución en Grenada y un gobierno nacionalista en Surinam. Castro fue elegido presidente del Movimiento de Países no Alineados y las fuerzas de la guerrilla se expandieron en El Salvador y Guatemala. La década de 1980 fue un periodo de claro progreso.   En otra inflexión, los años que median entre 1990 y 1998 fueron testigos de la derrota sandinista, el comienzo del «periodo especial» en Cuba y el afianzamiento de la hegemonía neoliberal en todo el continente con la colaboración del PRI en México, Menem en Argentina, Pérez en Venezuela, Cardoso en Brasil, Fujimori en Perú y la continuación del neoliberalismo económico pinochetista en Chile bajo la coalición de Concertación de socialistas y democratacristianos. Éste fue definitivamente un periodo de neta regresión.

Sin embargo, a partir de 1998, los vientos cambiaron en dirección opuesta con la elección de Chávez en Venezuela, seguido por el lanzamiento de los Foros Sociales Mundiales en Porto Alegre en 2001, la victoria electoral de Lula en 2002, y otras conquistas para la izquierda y el centroizquierda en Argentina, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y finalmente Paraguay.

MERCOSUR se amplió para incorporar a Venezuela, Bolivia y Ecuador, mientras la Alternativa Bolivariana para las Américas –ALBA– propició una nueva agrupación de izquierdas del eje andinocaribeño.   Hasta la fecha, éste ha sido un periodo de apreciable progreso. Esta sucesión vertiginosa de máximos y mínimos demuestra la inestabilidad del continente y sus reducidos recursos para consolidar programas alternativos; y, sin embargo, es también un signo de la asombrosa capacidad de la izquierda para recuperarse de sus derrotas con independencia de la dureza de las mismas: el asesinato del Che, el golpe de Chile, la derrota de los sandinistas, la intensificación de la presión neoliberal. Como un topo, el movimiento popular en un país ha florecido en otra parte. Excavó de sur a norte el continente, del campo a la ciudad, del discurso de la vieja izquierda a nuevas formas de expresión, de estructuras de partido a movimientos sociales más laxos, y de éstos a nuevas fuerzas ideológicas y políticas.

En otras partes del mundo, derrotas de la escala experimentada aquí condujeron a largos periodos de inactividad, por ejemplo después del fracaso en Alemania e Italia tras la Primera Guerra Mundial, o el aplastamiento del republicanismo tras la Guerra Civil española.   La brevedad de los ciclos ciclo s es también sorprendente: tan sólo transcurrieron tres años entre la muerte Che ymilitares el reflujode de1973 la primera olayguerrillera y la elección de Allende en 1970. Entre losdelgolpes en Chile Uruguay yen el 1967 de Argentina en 1976 y la victoria de los

 

sandinistas en 1979 transcurrieron seis y tres años respectivamente. Y desde el colapso del mundo socialista, el comienzo del «periodo especial» en Cuba, el derrocamiento del gobierno de Grenada en 1989 y el fin del régimen sandinista en 1990, pasaron tan sólo ocho o nueve años hasta la elección de Chávez.

El modelo neoliberal estaba justo comenzando a echar sus raíces cuando se produjo la primera crisis en México en 1994, el año en que se firmó el ALCA y estalló la rebelión zapatista, mientras Cardoso accedía al poder en Brasil. Curiosamente, los tres ciclos suman 29 años, incluyendo la victoria de las revoluciones cubana y sandinista y los gobiernos de Allende, Chávez, Morales y Correa. Por el contrario, los periodos de d e retroceso computan un total de 14 años, incluyendo la muerte del Che, el golpe chileno y la derrota sandinista. 25/12/08

ANALISIS POLITICO Consecuencias políticas y económicas del fracaso del neoliberalismo en América Latina 31 Ago, 2006 - 12:54:00 En la actualidad, un gran número de países latinoamericanos se sienten defraudados y desencantados con la política económica neoliberal y anhelan el establecimiento establecimiento de un sistema social más justo. Así lo indicó un artículo artículo publicado en una edición reciente del semanario semanario chino "Outlook".

Por: Lic. David Rojas Desde principios de la década de los 90, bajo la presión de las deudas y las graves crisis económicas, la mayoría de los países latinoamericanos se vieron vieron obligados a aceptar la "receta" del Fondo Monetario Internacional (FMI) y que se traducía en la política económica del neoliberalismo. Las claves del neoliberalismo radican en la privatización, la apertura de mercados y la eliminación eliminación del control macroeconómico por parte de los los gobiernos. Como resultado, aunque el volumen económico total ha experimentado un aumento, la vida de la población no ha mejorado, sino más bien todo lo contrario: los conflictos sociales se agravan y la población que vive sum sumida ida en la pobreza sigue creciendo. Según estadísticas publicadas por el Banco Central de México ( Banxico), el PIB del país azteca llegó a 580.000 millones de dólares USA en 2000 y a 758.000 758.000 millones en 2005. Asimismo Asimismo el PIB per cápita también creció de los 5.955 dólares a los 7.183. Sin embargo, en este mismo periodo la población parada aumentó en un 30 por ciento y los pobres se cifraron en 18 millones.---

UNA SOCIEDAD CADA VEZ MAS BIPOLAR A principios de mayo, vecinos vecinos de la localidad de San Salvador Atenco, estado de México, se enfrentaron con lo policía antidisturbios debido a u un n plan del Gobierno que pretende pretende adquirir sus tierras por un valor 30 veces inferior a su valor en el mercado para la construcción de un un aeropuerto. Poco despúes, miles de personas se manifestaron manifestaron en señal de protest protesta a en una plaza del centro de Ciudad de México. De acuerdo con las estadísticas, únicamente entre mayo y agosto de 2005, en toda América Latina se registraron 3.202 manifestaciones de protesta, un 40 p por or ciento de las cuales sucedieron en los países andinos y un 30 por ciento en el sur del continente.

 

La Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) publicó un informe en el que se afirma que desde 1990 hasta el comienzo del Nuevo Nuevo Milenio, la la pobreza en América América Latina se ha venido agravando. De una población población de 4.500 millones de personas, más de 2.000 millones millones viven sumidas en la pobreza. De estos últimos, 95 millones de personas se encuentran dentro de los márgenes de la pobreza más absoluta. absoluta. En Argentina, la ttasa asa de pobreza pasó del 21,2 por ciento ciento de 1990 al 41,5 por ciento que se se registró en 2000. De esta ccifra ifra un 18,6 por ciento corresponde a la pobreza absoluta. Durante las décadas de los 60 y los 70 del pasado siglo, el 20 por ciento de los sudamericanos más acomodados recibía seis veces más ingresos que el 20 por ciento ciento de los sudamericanos más pobres. Después de la década de los 80 y de la entrada del liberalismo económico, las diferencias entre ricos y pobres no ha hecho más que crecer. En 1999, 1999, el 10 por por ciento que representaban representaban los más pobres reciben un 1,3 por ciento de los los ingresos mientras que el 10 por ciento que representaban los má máss poderosos retienen en sus manos un 39,3 por ciento, casi 40 veces más que los los anteriores. En 2002 los más ricos ganaban 46,6 veces más que los más pobres. Uno de los principales indicadores de la pobreza en América Latina son las altas tasas de paro. En los últimos 20 años, años, el paro en Latinoamérica Latinoamérica se ha increment incrementado ado en más de un 10 por ciento. Entre el 2000 y el 2003, la tasa de paro en Brasil pasó del 7,1 por ciento al 12,3 por ciento. La Administración mexicana de Vicente Fox Fox se compromete cada cada año a crear 1,3 millones de puestos de trabajo, sin embargo, la cifra real sólo asciende a 42. 000 y corresponde a los puestos que abandonan los miles de trabajadores manuales que emigran cada año a Estados Unidos.---

PERDIDA DE LA SOBERANIA ECONOMICA DEL ESTADO Según expone un catedrático de la la Facultad de Ciencias de la Universidad Uni versidad Autónomapara de México, el neoliberalsimo neoliberalsim o económico ha resultado efectivo efectivoEconómicas en determinados momentos moment os históricos atraer capital y conseguir cierto desarrollo económico, debido a que subraya una inmersión económica global y obliga a las compañías de un país determinado a introducir su tecnología, sus recursos financieros y sus sistemas de administración en un mercado globalizado. globalizado. Sin embargo, embargo, esta política económica no ha reflexionado acerca acerca del marco de subsistencia de las empresas provenient provenientes es de países no desarrollados. En 1994 se rubricó el Acuerdo de Libre Libre Comercio para América del Norte entre Estados Unidos, Unidos, Canadá y México. Entre las ventajas con las las que se encontró México destaca el empuje experimentado por las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos. Sin embargo, el sector primario en México carece de la financiación, la tecnología y los sistemas más más avanzados de administración, por lo que sus productos productos agrícolas no pueden competir con los los producidos en América del Norte. Así, México, que tradicionalmente fue un país p aís exportador de grano ha invertido esta tendencia y en la actualidad se ha convertido en importador. Asimismo, entre 2000 y 2005, 11.000 fábricas cerraron sus puertas en México y se perdieron 529. 529.000 000 puestos de trabajo.---

OPOSICIÓN AL NEOLIBERALISMO NEOLIBERALISMO ECONÓMICO El neoliberalismo de la década de los 90 se ha traducido en importantes problemas económ económicos icos y sociales en Latinoamérica. Como consecuencia, a finales de esta década un u n importante número de países de todo el continente continente comenzó a adoptar medidas opu opuestas estas tanto en aspectos sociales sociales como en aspectos económicos. Multitud de expertos y políticos exigen a sus gobiernos un alejamiento del neoliberalismo neoliberalismo con el fin de sanear la economía nacional, lograr la estabilidad, continuar continuar el desarrollo y mirar por los intereses de de la población. En 1999, la capital chilena auspició la Cumbre de la Organización de Estados Americános (OEA) en la queellos se aludió a los llamados sobre lade iniciativa de Santiago" y "Consenso de Washington". En se exhorta a reducir "Consenso los costes sociales los la revolución económica y a que dicha revolución

 

revierta en el beneficio de todos y cada uno de los ciudadanos. Asimismo se subrayó la necesidad de introducir importantes importantes mejoras en educación y sanidad, reforzar  el papel del estado, perfeccionar los sistemas jurídicos, lograr la estabilidad social, reafirmar reafirmar el papel de la mujer y de las minorías étnicas dentro de la sociedad y mejorar su estatus económico y dar un paso más por el perfeccionamiento y afianzamiento afianzamiento del sistema dem democrático. ocrático. Los gobiernos izquierdistas de Lagos y Lula da Silva en Chil Chile e y Brasil respectivamente, respectivamente, abrieron un camino político por el que ahora discurren Argentina, Uruguay, la República República Dominicana, Bolivia y Perú, entre otros países que también también han optado por gobiernos de izquierda. Este claro cambio no hace más más que subrayar el fracaso del neoliberalismo en América d del el Sur, que ahora aspira imponer un sistema social más más justo para todos.

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