At Rah as Is
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II El Mito. La respuesta de los poetas. El Mito de Atrahasis (un ejemplo para análisis) El mito de Atrahasis, escrito en akadio, data de los inicios del segundo milenio antes de Cristo. Comienza evocando la época anterior a la creación de los hombres, cuando los dioses tenían que excavar los canales, construir los diques y labrar la tierra. Cuando los dioses todavía eran como hombres tenían que trabajar fatigosamente y cargar con las espuertas. Las espuertas eran voluminosas, el trabajo era pesado, los apuros grandes. Los tres máximos dioses, Anu, Enlil y Ea, se habían dividido entre ellos el universo. Anu había recibido el cielo, a Enlil le había tocado la tierra, a Ea las aguas. Enlil era el capataz de los numerosos dioses menores que tenían que cultivar la tierra, trabajando duramente día tras día, año tras año, excavando el Tigris y el Eufrates y realizando los trabajos agrícolas. En un momento los dioses, cansados de tanto trabajar, quemaron sus picos y palas, se declararon en huelga y se rebelaron contra Enlil, al que llegaron a amenazar. Enlil, asustado, convocó a Anu y a Ea a consejo. El ingenioso Ea comprendía que los dioses estuvieran hartos de tanto trabajar y propuso una solución que no sólo resolviese el conflicto laboral divino, sino que librase a los dioses de una vez por todas del pesado trabajo de la tierra. La solución consistía en crear unos seres –los hombres- que trabajasen en vez de los dioses, que les ahorrasen las pesadas fatigas, entregándoles directamente los alimentos. Para ello bastaría con matar al dios incitador de la rebelión y, mezclando su sangre con la arcilla de la tierra, crear a los primeros hombres y mujeres. Ea abrió la boca y dijo a los grandes dioses: … Que se degüelle a un dios… Con la carne y la sangre de ese dios que Nintur mezcle la arcilla, a fin de que el dios y el hombre se encuentren mezclados en la arcilla… “¡Sí!”, respondieron en la asamblea los grandes Anunakis, que fijan los destinos… Aceptaron la propuesta de Ea. Allí mismo, en su asamblea general, los dioses degollaron al dios rebelde, y con su sangre y arcilla la diosa madre Nintur creó siete hombres y siete mujeres, declarando ante los otros dioses: Me habéis encomendado una tarea. Hela aquí realizada. Habéis degollado a un dios, provisto de inteligencia. Yo os he librado de vuestro penoso trabajo, y vuestro penoso trabajo se lo he impuesto al hombre. Habéis transferido vuestra fatiga a la humanidad. Os he liberado del yugo, os he conferido la libertad.
A partir de entonces los dioses ya no necesitaron trabajar más. Pero apenas habían pasado mil doscientos años cuando un nuevo problema aparecía: el del crecimiento demográfico de la humanidad, con su secuela de molestias y trastornos. Cada vez había más gente, y la gente armaba cada vez más ruido, molestando a los dioses en su descanso. Apenas habían pasado mil doscientos años cuando los pueblos de los hombres se multiplicaron. La tierra habitada mugía como un toro, y el ruido de los hombres molestaba a los dioses. Enlil oyó su clamor y dijo a los grandes dioses: “El clamor de los hombres me resulta molesto, a causa del ruido que meten no puedo dormir. Que una epidemia los haga callar”. Enlil envía una epidemia mortal a la tierra, para acabar con los hombres. Pero el astuto Ea, que fue el inventor de la humanidad, no quiere ver a ésta destruida, y aconseja a los hombres abandonar los otros cultos y concentrar todo su culto en el dios de la muerte, Namtar, que finalmente se apiada de ellos y acaba con la plaga. Los pocos supervivientes de la misma vuelven a multiplicarse explosivamente y al cabo de otros mil doscientos años vuelven a molestar a Enlil, que otra vez decide eliminarlos, esta vez a base de una sequía. Pero de nuevo concentran los hombres su culto, esta vez en Adad, dios de la tormenta, que, apiadado, envía sus aguas antes de que todos hayan perecido. Enlil decide entonces matar de hambre a la humanidad, cerrándole todas las fuentes de la fertilidad. Seis años tremendos se abatieron sobre los hombres, cada vez más famélicos. Cuando llegó el tercer año, la gente, de puro famélica, era irreconocible. Cuando llegó el cuarto año, sus largas piernas se habían acortado, sus anchos hombros se habían estrechado. Cuando llegó el quinto año, la hija trataba de entrar en casa de su madre, y su madre no le abría la puerta… Cuando llegó el sexto año, los padres comían la carne de su hija, se alimentaban de la carne de su hijo… Una casa atacaba a la otra. La gente tenía la cara como cubierta de malta muerta, y aunque apenas si podían respirar, aún se aferraban a la vida. De nuevo lograron salvarse unos cuantos hombres y mujeres, que volvieron a multiplicarse, provocando de nuevo la ira de los dioses. Esta vez acordaron acabar con ellos de una vez por todas, enviando el diluvio universal. Pero Ea advirtió a su protegido, Atrahasis, aconsejándole que construyera un barco e introdujera en él a su familia y parientes, así como a parejas de animales, tanto domésticos como salvajes. Así lo hizo éste, cerrando con brea la escotilla en cuanto se inició el tremendo diluvio.
Adad rugió en las nubes. Al oír la voz del dios, Atrahasis hizo cerrar la escotilla con brea. Adad seguía rugiendo en las nubes. Los vientos se enfurecían. (Atrahasis) cortó las amarras y dejó libre el barco… El diluvio se desencadenó. Su violencia, como un azote, cayó sobre los hombres. Uno ya no podía ver al otro, ya nadie se reconocía en medio de la destrucción . El diluvio rugía como un toro, El viento ululaba como un águila rugiente. Las tinieblas se espesaban y no se veía el sol. Gracias a este ardid de Ea, la humanidad sobrevivió de nuevo. Y los dioses, que durante el diluvio no habían recibido alimento (sacrificios), ante la perspectiva de tener que volver a trabajar ellos mismos, aceptaron la existencia de los hombres, aunque tomando algunas medidas tendentes a limitar su crecimiento demográfico. Así establecieron que en lo sucesivo algunas mujeres fueran estériles, crearon un demonio encargado de fomentar la mortalidad infantil durante los partos y prohibieron que varias clases de sacerdotisas tuvieran infantes. 4) El Mito y sus límites. La mítica conferencia de un sabio hindú Un sabio hindú llegó a Londres para dar una charla sobre la cosmología de su cultura. "El mundo -informó al auditorio- se sostiene sobre el lomo de un inmenso elefante y éste apoya sus patas sobre el caparazón de una gigantesca tortuga". Una señora de mediana edad pidió la palabra: "¿Y cómo se sostiene la tortuga?" "Gracias a la enorme araña que le sirve de pedestal", fue la amable respuesta. Insistió la dama: "¿Y la araña?". El sabio, imperturbable, repuso que se mantenía sobre una roca ciclópea. La oyente no se dio por satisfecha: "¿Y la roca?". Ya impaciente, el gurú la despachó diciendo: "Señora, le aseguro que hay rocas hasta abajo...".
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