Economía política de la dependencia y el subdesarrollo
Universidad Nacional de Quilmes Rector Gustavo Eduardo Lugones Vicerrector Mario E. Lozano
Economía política de la dependencia y el subdesarrollo Tipo de cambio y venta agraria en la Argentina Rolando Astarita
Bernal, 2010
Colección Textos y Lecturas en Ciencias Sociales Dirigida por Eduardo Gosende
De ISBN 978-987-5581. T CDD
© Rolando Astarita, 2010 © Universidad Nacional de Quilmes, 2010 Roque Sáenz Peña 352 (B1876BXD) Bernal Buenos Aires http://www.unq.edu.ar
[email protected]
ISBN: 978-987-558-............ Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Índice
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Presentación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Primera parte La corriente de la dependencia 1. Corriente de la dependencia, características generales . . . . . . . . . . . 17 2. Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini . . . . . . . . . . 43 3. Discusión sobre Marini desde la teoría del valor trabajo. . . . . . . . . . 55 4. Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la tradición hegeliana y marxista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 5. La realidad histórica que expresó la corriente de la dependencia y las razones de su crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 6. La dependencia reformulada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 Segunda parte Subdesarrollo y tipo de cambio 7. Tipo de cambio “de equilibrio” y desequilibrio en términos de valor en el intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 Apéndice 1. Intercambio entre el modo de producción capitalista y la producción simple de mercancías. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 8. Deterioro de los términos de intercambio y teoría del valor trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133 Apéndice 2. Explicación sencilla de precios de producción. . . . . 146 9. Tipo de cambio y crisis externa crónica en Shaikh . . . . . . . . . . . . . 149 10. Tipo de cambio y desarrollo dependiente, el caso argentino. Elementos estructurales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161 11. Tipo de cambio, dinámica del desarrollo desigual y de las crisis en el caso argentino. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Tercera parte Capitalismo agrario en un país subdesarrollado 12. Renta de la tierra y capital . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197 Interludio 1. Renta agraria, interés y tipo de cambio, discusiones teóricas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221 13. Globalización y desarrollo capitalista en el agro. . . . . . . . . . . . . . 235 Interludio 2. Especulación financiera y precios de los granos . . . 261 14. Renta agraria, ganancia del capital y retenciones. . . . . . . . . . . . . . 269 Conclusión 15. ¿Qué es hoy la dependencia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299
Agradecimientos
Agradezco a Carlos Astarita por la lectura de varios capítulos de este libro, sus críticas y observaciones, en especial las referidas a la articulación entre formaciones precapitalistas y la mundialización del capital. A Carlos Bianco, quien me ayudó a profundizar en la relación entre tipo de cambio y renta agraria. A Mauricio Turkieh, quien leyó todo el borrador, corrigió no pocos errores y contribuyó con sus consejos a darle forma de conjunto. También estoy en deuda con mis alumnos de las carreras de Sociología, de la Facultad de Ciencias Sociales; de Economía, de la Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires; y de la carrera de Comercio Internacional, de la Universidad Nacional de Quilmes, quienes a través de múltiples planteos y cuestionamientos contribuyeron a precisar problemas y me estimularon a profundizar en algunos temas. Mi agradecimiento asimismo a Paola Menna Zapatiel, de la Biblioteca de la Universidad Nacional de Quilmes, quien me ha prestado una gran ayuda al proporcionarme materiales para mis investigaciones.
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Presentación
Este libro constituye en muchos sentidos una continuación de Valor, mercado mundial y globalización (Buenos Aires, Kaicron, 2006); en el que analizamos críticamente la teoría clásica del imperialismo, a la luz de la teoría del valor trabajo de Marx, la dinámica del capital que se deriva de ella, y de la globalización de la relación capital/trabajo. En el presente trabajo abordamos la corriente de la dependencia; la temática del tipo de cambio y el desarrollo desigual; y cuestiones vinculadas con la renta de la tierra, su relación con la ganancia del capital y la tasa de interés, y con el desarrollo en un país dependiente como Argentina. En el primer capítulo brindamos un panorama de la corriente de la dependencia, sus avances en relación con la teoría dominante en los medios académicos, sus raíces teóricas y políticas, e introducimos a sus exponentes más destacados. En el capítulo 2, y a fin de profundizar en las concepciones de la dependencia, sintetizamos la obra de Ruy Mauro Marini, tal vez el teórico de la corriente que más sistemáticamente aplicó las categorías de El capital al estudio de la dependencia en América Latina. En el capítulo 3 analizamos la teoría de Marini desde la teoría marxiana del capital, su tesis sobre la acumulación dependiente, y su noción de subimperialismo. A través de este examen buscamos demostrar que no es necesaria una teoría de la acumulación específica para los países dependientes, sino estudiar cómo se particularizan las tendencias y leyes generales del capital. En el capítulo 4 abordamos las tesis de la dependencia desde el punto de vista del método y abogamos por un enfoque dialéctico de totalidad concreta, a fin de superar las polaridades rígidas hacia las que se deslizó la corriente de la dependencia. En el siguiente capítulo intentamos responder la pregunta de qué fenómeno histórico expresó la dependencia y cuáles fueron las razones de su crisis y desintegración. El capítulo 6 cierra esta primera parte del libro con una discusión sobre la “dependencia reformulada”, esto es, sobre las posiciones –predominantes en la izquierda y el progresismo latinoamericano– que actualmente defienden los autores dependentistas. 11
Los siguientes cinco capítulos, que componen la segunda parte del libro, están dedicados a la relación entre tipo de cambio, precios y desarrollo en países atrasados. El capítulo 7 generaliza el modelo de tipo de cambio, y la discusión sobre intercambio desigual que habíamos realizado en Valor, mercado mundial y globalización. Su conclusión central es que en los países atrasados tecnológicamente se genera menos valor por hora de trabajo que en los países adelantados tecnológicamente, aun cuando puedan existir tipos de cambio “de equilibrio”, en el sentido que los define la macroeconomía neoclásica. En el capítulo 8 sintetizamos la hipótesis de Prebisch-Singer del deterioro de los términos de intercambio, subrayamos su relevancia en el presente, y ofrecemos una explicación alternativa del porqué del fenómeno, basada en la teoría del valor trabajo. Una primera versión de este capítulo apareció en Monopolio, imperialismo e intercambio desigual (Madrid, Maia, 2001). En el siguiente capítulo encaramos una crítica al modelo de tipo de cambio de Shaikh, un referente marxista en la materia. Los capítulos 10 y 11 constituyen una unidad. En ellos procuramos mostrar que existió una lógica en la alternancia de períodos de tipo de cambio alto y bajo que hubo en Argentina desde mediados de la década de 1970 a la actualidad. Sostenemos también que esa lógica estuvo en la raíz de las recurrentes crisis cambiarias y financieras que atravesó el país. La tercera parte está conformada por tres capítulos en los que analizamos la cuestión de la renta agraria, el desarrollo del capitalismo agrario en la zona cerealera y sojera de Argentina, y sus consecuencias sobre los ingresos en la clase dominante. El estímulo inmediato para la elaboración de estos trabajos ha sido el conflicto entre el Gobierno y los productores y propietarios de la tierra en la zona cerealera y oleaginosa argentina, que se desarrolló desde marzo de 2008 y no se cerró completamente al momento de escribir estas líneas (inicios de 2010). Sin embargo, el objetivo de estos capítulos no es en sí mismo el conflicto, sino indagar en el desarrollo agrario de un país atrasado, pero con un sector de alta productividad, y estudiar la dinámica que se plantea entre renta, ganancia e ingresos del capital financiero. Para esto, en el capítulo 12 presentamos una explicación sencilla de la teoría de la renta de Marx, que en general es poco conocida incluso entre los propios marxistas. Asimismo, analizamos los cambios que se han producido en las rentas diferenciales I y II; cuestionamos la existencia hoy de la renta absoluta; y analizamos la relación entre la renta, la ganancia y el interés. La explicación de esas categorías se amplía en el interludio 1, a través de la crítica a una interpretación de la teoría de la renta de Marx distinta 12
de la que defendemos; en este interludio también abordamos la relación entre renta y tipo de cambio. En el capítulo 13 analizamos el desarrollo del capitalismo agrario argentino como parte de la globalización y la entrada del capital en el agro a nivel mundial. En este capítulo volvemos también sobre cuestiones planteadas por los teóricos de la dependencia sobre la articulación entre modos de producción no capitalista y el desarrollo capitalista. En el interludio 2 explicamos cómo funcionan los mercados de futuros, a fin de discutir la idea de que los precios de los alimentos, las materias primas agrícolas y los productos energéticos son determinados por la actividad financiera y especulativa. En el capítulo 14 aplicamos las categorías teóricas discutidas al análisis del conflicto entre el gobierno y el campo, con un pequeño “modelo” de país dependiente, basado en lo desarrollado en los capítulos 10 y 11. El análisis refuerza la idea, que defendemos a lo largo del libro, de que es necesario superar las visiones linealmente “estancacionistas” que han predominado en los estudios marxistas de los países subdesarrollados. Por último, en el capítulo 15 nos preguntamos cuál es el significado hoy de la dependencia, en el marco de nuestra tesis sobre que no existe explotación entre países, como había planteado la tesis de la dependencia. Esta cuestión se vincula estrechamente con los programas políticos, tradicionalmente tributarios de la corriente de la dependencia, de la “liberación nacional”, la “independencia económica” y la “autarquía económica”.
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PRIMERA PARTE LA CORRIENTE DE LA DEPENDENCIA
1. Corriente de la dependencia, características generales
La corriente de la dependencia (cd) fue un movimiento intelectual y político que buscó explicar las raíces del atraso y el subdesarrollo en América Latina, y analizar las relaciones desiguales entre los países de la periferia y los países adelantados. Nació a mediados de la década de 1960 en la central de Santiago de Chile de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal), y adquirió rápidamente influencia en la izquierda latinoamericana y en círculos académicos e intelectuales de Europa y Estados Unidos, hasta mediados de la década de 1980, cuando entró en un proceso de crisis y dispersión. No obstante, sus ideas siguen predominando en la izquierda y en el nacionalismo radical latinoamericano. Para comprender a la cd es conveniente entender cuáles fueron sus fuentes teóricas; el contexto intelectual, social y político que rodeó su nacimiento; y en oposición a qué pensamientos, por entonces prevalecientes, los autores de la dependencia desarrollaron sus principales tesis.
Influencia de la cepal
El surgimiento de la cd se vincula, en primer lugar y de manera directa, con las problemáticas que había instalado la cepal en la agenda de los estudios sociales, así como con las limitaciones de esta corriente frente a la realidad latinoamericana. En especial influyó en la cd la tesis de la cepal sobre que la causa del atraso de América Latina residía en la forma en que la región se insertaba en la economía mundial; una cuestión que a su vez había sido determinante en la creación de la cepal. Efectivamente, la cepal nació en un entorno de deterioro de las relaciones de los gobiernos latinoamericanos con Estados Unidos, en la inmediata segunda posguerra. Una serie de factores se conjugaron para llevar a esa situación. Por aquellos años, se había reforzado la dependencia de América Latina con respecto a las importaciones de manufacturas norteamericanas, habían caído sus reservas, y existía un temor genera17
lizado de que los precios de las materias primas se establecieran en un mercado controlado por un único comprador, Estados Unidos. La cepal fue creada, como agencia de las Naciones Unidas, a propuesta de latinoamericanos con el objetivo de estudiar las formas de relación económica de América Latina con los países del centro. Por eso desde su inicio estuvo integrada por economistas mayoritariamente reformistas y keynesianos, que alentaban el desarrollo de una burguesía nacional industrialista en Latinoamérica, la intervención del Estado en la economía y la colaboración de clases para hacer frente a las presiones externas. Este contexto explica la trascendencia que tuvo, a fines de la década de 1940, la hipótesis de Prebisch-Singer sobre el deterioro de los términos de intercambio. Según Prebisch y Singer, los países atrasados sufrían un deterioro creciente de los precios de sus exportaciones primarias, con relación al precio de los bienes industriales que importaban de los países adelantados; por lo tanto, seguía el argumento, el comercio internacional entre el centro y la periferia no llevaba automáticamente al desarrollo de la periferia, como postulaba la teoría ortodoxa.1 De esta manera, Prebisch y Singer cuestionaban la aplicabilidad de la teoría neoclásica a los países atrasados, y afirmaban la necesidad de diferenciar cualitativamente los países del centro capitalista de los países de la periferia. En base a este diagnóstico, la cepal rechazó el crecimiento basado en las exportaciones, adoptó un enfoque nacionalista y proteccionista, e impulsó a las corrientes desarrollistas de las burguesías latinoamericanas. Pero también abogó por una industrialización sustentada en la entrada del capital extranjero. Inicialmente, el proyecto cepaliano despertó muchas esperanzas en América Latina, pero hacia mediados de la década de 1960 su desarrollismo, caracterizaba la cd, entraba en un impasse. En América Latina continuaban la marginación y la pobreza de vastos sectores; la entrada del capital extranjero había generado una mayor dependencia de las importaciones de máquinas y equipos, y un continuo drenaje de divisas por la remesa de utilidades y pago de regalías; además, los países padecían crisis recurrentes en sus balanzas de pagos. Las economías latinoamericanas se estancaban.2 De aquí la radicalización de economistas y sociólogos cepa1
Con esto introducía la temática de los intercambios entre países adelantados y atrasados, que había estado ausente de las preocupaciones marxistas y de otros economistas heterodoxos, y sería retomada en la cd. En el campo del marxismo la cuestión del intercambio desigual había sido mencionada por Bauer a comienzos del siglo xx, en referencia a la cuestión nacional, pero no había atraído la atención de los marxistas. 2 En el capítulo 5 veremos que las cifras del crecimiento del producto en América Latina no avalaban del todo esta tesis de la cd.
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lianos y heterodoxos, y la formación del movimiento de la dependencia en convergencia con sectores marxistas. En 1968, Dos Santos escribía: Los hechos históricos han generado una crisis muy seria en las ciencias sociales latinoamericanas. La década optimista fue seguida de una década de pesimismo, caracterizada por el estancamiento económico y el fracaso de las políticas de desarrollo (Dos Santos, 1975, p. 163).
Citaba luego a Prebisch, quien admitía que […] en la evolución de la economía latinoamericana en 1966, se advierten nuevamente los dos rasgos que la vienen caracterizando desde hace años: la lentitud y la irregularidad del crecimiento económico (Dos Santos, 1975, p. 165).
Los dependentistas pensaban que el programa de la cepal había expresado las aspiraciones de la burguesía latinoamericana a un desarrollo nacional autónomo. Pero a partir de la década de 1960, cuando esa burguesía había establecido una relación de dependencia con los capitales extranjeros, ese programa había dejado de corresponder “a los intereses propios de la clase que buscaba orientar y pasaba a corresponder a un sueño utópico pequeñoburgués” (Bambirra, 1983, p. 31).3 La estrategia promovida por el desarrollismo generaba descapitalización, déficit externos, crecimiento de las deudas y más dependencia (ibid., p. 29). Los dependentistas también criticaban que la cepal hubiera subvalorado las medidas distributivas, en especial la reforma agraria.
Radicalización de las luchas
A las dificultades económicas que enfrentaba el continente latinoamericano se sumó el auge de las luchas populares y de liberación nacional, desde fines de la década de 1950. Se asistió por entonces al ascenso de movimientos de liberación, nacionales y antiimperialistas, en Argelia, Congo Belga y Vietnam, entre otros lugares. Más importante aún fue el triunfo de la Revolución Cubana, y el fortalecimiento del guevarismo, con sus críticas 3
En Dos Santos se caracteriza a la cepal como “una organización emanada de los gobiernos latinoamericanos y un órgano encargado de la propuesta de políticas y asesoría a gobiernos” (Dos Santos, 2003, p. 67).
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a las concepciones estalinistas y al reformismo burgués. Asimismo la Revolución Cultural china contribuyó a la radicalización latinoamericana de la década de 1960. Pero también hubo respuestas reaccionarias y de la derecha. Entre comienzos y mediados de la década de 1960 se producen el golpe militar en Brasil; la sangrienta represión al movimiento obrero y popular en Indonesia; la invasión de Estados Unidos a República Dominicana; y el golpe militar en Argentina, de 1966. Hubo, en consecuencia, una creciente convicción en muchos sectores de la izquierda de que el avance social por la vía keynesiana y democrática se cerraba para el Tercer Mundo. Además, tuvo importancia el giro a la izquierda de un sector de la Iglesia, que profundizó en la línea del Concilio Vaticano II y dio lugar al surgimiento de la Teología de la Liberación. Militantes latinoamericanos que se habían iniciado en el nacionalismo católico radicalizaron sus posturas en las décadas de 1960 y 1970, adoptando planteos del marxismo y de otras teorías críticas. También incidió la radicalización de la juventud de Estados Unidos y Europa, con sus críticas a la sociedad de consumo, a la guerra en Vietnam y su lucha por la paz. La cd estuvo integrada por muchos intelectuales de izquierda –principalmente sociólogos y economistas– que no pertenecían a partidos políticos. Pero también tuvieron posiciones dependentistas autores afines al maoísmo. Samir Amin fue el más influyente; aunque tal vez no pueda ser incluido formalmente dentro de la cd. Asimismo, los trotskistas desarrollaron análisis con muchos puntos de contacto con la cd, siendo Ernest Mandel el más destacado. La cd, siempre entendida en un sentido amplio, también incluyó estructuralistas que descubrieron “los límites de un proyecto nacional autónomo” (Dos Santos, 2003, p. 25). Entre estos últimos mencionamos a Osvaldo Sunkel, los trabajos maduros de Celso Furtado, “e inclusive la obra final de Raúl Prebisch reunida en su libro El capitalismo periférico” (ibid.).4 4
En este libro encontramos posiblemente las posiciones más radicalizadas de Prebisch. Plantea que el mercado no puede ser el regulador del desarrollo en la periferia, ya que no resuelve las grandes fallas en las relaciones centro-periferia, ni las tendencias excluyentes y conflictivas del desarrollo periférico. Constata que en los países periféricos existe sobreoferta de mano de obra, y por lo tanto bajos salarios. También altos ingresos concentrados en las clases propietarias, que siguen las pautas de consumo del centro, y una dinámica de acumulación que implica un gran desperdicio en la acumulación del capital. Todo esto está acompañado de la quiebra del liberalismo democrático (Prebisch escribe en tiempos de dictaduras en el Cono Sur de América Latina). Termina proponiendo un uso social del excedente a cargo del Estado y una acción reguladora de éste mediante la planeación democrática. Las resonancias keynesianas –del capítulo final de la Teoría general– son notables.
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Superación de la teoría ortodoxa del desarrollo
La situación que acabamos de describir se combinó con una profunda insatisfacción con la teoría burguesa del desarrollo dominante en la década de 1960. Esta había sido establecida, en lo esencial, por Rostow (1974). Rostow planteaba que existía una secuencia de etapas de crecimiento, que se repetían de forma más o menos uniforme en todos los países que avanzaban hacia “la modernización”. Esas etapas eran la sociedad tradicional; la del desarrollo de condiciones previas para el impulso inicial; la etapa del impulso inicial, cuando se superaban los obstáculos para el crecimiento y pasaban a dominar las fuerzas del progreso económico; la etapa de la marcha hacia la madurez; y la era del alto consumo de masas. Lo decisivo para que hubiera desarrollo, siempre según Rostow, era favorecer la libre empresa, la importación de capital y la inserción plena en la economía internacional. Rostow pensaba que desde el impulso inicial a la madurez se necesitaban aproximadamente 60 años porque, desde el punto de vista analítico, [...] un intervalo de esa naturaleza puede apoyarse en la poderosa aritmética del interés compuesto aplicado al monto de capital, en combinación con las consecuencias de mayor alcance, debidas al poder de una sociedad de absorber la tecnología moderna de tres generaciones (Rostow, 1974, p. 22).5
Y sostenía seriamente que lo suyo constituía “una alternativa a la teoría de la historia moderna de Karl Marx” (ibid., p. 14). Se trataba de una concepción lineal y mecánica, que fue adoptada por los poderes políticos en los países centrales y en muchos de los atrasados. La ideología y el programa de la Alianza para el Progreso, promovida por el presidente Kennedy, reflejaron esta influencia. La visión linealmente evolucionista del desarrollismo neoclásico se combinaba en la ortodoxia dominante con una concepción dualista de las sociedades atrasadas. Según el dualismo, las sociedades se dividían en un sector atrasado tradicional y otro moderno, el capitalista. Se pensaba que a partir de la interacción entre esos dos sectores se produciría el ensanchamiento progresivo del sector moderno y una reducción del tradicio5
En El capital, Marx se burlaba de aquellos economistas que pensaban que si se hubiera puesto una libra esterlina a interés compuesto hace 2.000 años, hoy la humanidad dispondría de una fortuna incalculable. Pero esta idea alocada es posible cuando se considera que el capital es “una cosa”, que crece mecánicamente, y no una relación social. Rostow aplica esa primitiva noción a su esquema de desarrollo.
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nal, hasta que todos los habitantes estuvieran incluidos en el desarrollo. Incluso modelos semi-heterodoxos, como el de Lewis, un referente en la teoría del desarrollo, participaban de esta visión. Lewis pensaba que en países atrasados con excedente de mano de obra en el sector “tradicional” (precapitalista) podía haber desarrollo por la transferencia paulatina de trabajadores hacia el sector “moderno” (capitalista). De esta forma, el segundo crecería a expensas del primero, que se iría achicando.6 En consecuencia, las teorías del desarrollo centraban sus análisis en los obstáculos y resistencias que oponían las estructuras tradicionales al avance del sector “moderno”, y al “despegue” de los países atrasados. En oposición a esta visión autoconformista del desarrollo, la cd planteó que los países no avanzaban mecánica ni linealmente desde el atraso a la madurez, y que había que tener una visión histórica y de totalidad de la periferia. La perspectiva histórica era importante para entender, contra lo que afirmaba Rostow, que todas las sociedades habían tenido historia, y que muchos países subdesarrollados –como India o China– habían sido en su momento “desarrollados”. Por otra parte, desde la perspectiva de totalidad se podía comprender el atraso de la periferia como producto del sistema mundial. Esto significaba que el subdesarrollo de la periferia constituía el reflejo especular del desarrollo de los países adelantados; el desarrollo de los países adelantados y el subdesarrollo de la periferia no eran fenómenos independientes, sino partes de un mismo proceso, donde uno se vinculaba orgánicamente al otro.7 Los países adelantados explotaban a los atrasados; estos últimos transferían sus recursos al centro, y potenciaban el desarrollo desigual de ambos polos.8 No había por lo tanto desarrollos en sucesión lineal, sino en paralelo, y el subdesarrollo de los países atrasados alimentaba el desarrollo de los adelantados. En palabras de Dos Santos: 6 Véase Lewis (1973); Lewis nunca revisó su postura esencial, a pesar de rectificaciones parciales; véase Lewis (1979). 7 Estas ideas van a ser profundizadas por los teóricos de la “economía mundo”, corriente de la que participaron André Gunder Frank y Samir Amin. 8 La cd puso el énfasis en el colonialismo –o neocolonialismo– “externo”, esto es, en las relaciones de explotación, mediante la transferencia de plusvalía, desde los países atrasados a los adelantados. Sin embargo, y como señala Chilcote (1974), hubo autores como González Casanova, Oscar Lewis y Frantz Fanon, que pusieron la atención en el colonialismo “interno”. Según esta perspectiva, las áreas rurales de los países periféricos son explotadas por las ciudades. La idea de transferencia de excedente desde las áreas rurales a las ciudades de los países subdesarrollados reaparece en Frank (véase más adelante). Discutimos algunas cuestiones de método relativas a la relación entre formaciones económicas precapitalistas –economía parcelaria campesina– y el modo de producción capitalista más adelante en este libro.
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El tiempo histórico no es unilineal, no hay posibilidad de que una sociedad se desplace hacia etapas anteriores de las sociedades existentes. Todas las sociedades se mueven paralelas y juntas hacia una nueva sociedad. Las sociedades capitalistas desarrolladas corresponden a una experiencia histórica completamente superada […] (Dos Santos, 1975, p. 153).
Al respecto, Shamsavari destaca que la escuela “introdujo una dimensión histórica e internacional” al problema del desarrollo (Shamsavari, 1991, p. 266), frente a las construcciones de los neoclásicos. Se conforma así lo que posiblemente sea la tesis central de la cd, que sostiene que las economías de los países subordinados, o dominados, están condicionadas y dependen de las economías del centro en un grado tal que les imposibilita tener un desarrollo capitalista dinámico, con fuerza propia. Por eso, el atraso no podía superarse, como pensaba la corriente mayoritaria de la cepal, mediante algunas medidas correctivas en el comercio internacional, ni incentivando la entrada de capital extranjero; o apostando a un desarrollo capitalista autónomo articulado por el Estado.
Crítica de las concepciones estalinistas
La cd también criticó los análisis y las políticas de los partidos comunistas latinoamericanos. A principios de la década de 1960, los partidos comunistas continuaban defendiendo la estrategia de la revolución por etapas, que había definido la Internacional Comunista a comienzos de la década de 1930 para los países atrasados. Planteaban que la falta de desarrollo en la periferia se debía a las estructuras semifeudales, mantenidas por las oligarquías terratenientes en alianza con los monopolios imperialistas, y contrarias al fortalecimiento de una clase capitalista industrial y nacional. Por eso las burguesías nacionales –eran “nacionales” porque estaban interesadas en desarrollar capitalismos independientes– tenían intereses “objetivamente enfrentados” al imperialismo y la oligarquía. De aquí que los partidos comunistas plantearan la necesidad de una revolución democrático-burguesa que abriera camino a la industrialización y, en consecuencia, al fortalecimiento social del proletariado. La estrategia revolucionaria era “por etapas”. La primera etapa comprendería la revolución democrática, popular y antiimperialista. En ella la clase obrera sería aliada de la burguesía nacional, y solo después del triunfo de esta revolución se podría avanzar hacia la segunda etapa, la revolución socialista. 23
La cd invirtió este razonamiento al sostener que el atraso y el subdesarrollo no eran el producto de las estructuras atrasadas –feudales o precapitalistas–, sino el resultado de la expansión del capitalismo mundial. Las burguesías nativas eran un derivado de ese desarrollo capitalista, y solo podían sobrevivir asociándose con el capital extranjero y abdicando “de sus propios proyectos de desarrollo nacional autónomo” (Bambirra, 1983, p. 65). No se trataba de una burguesía “nacional”, como sostenían los comunistas, ya que no podía defender los intereses de la nación independientemente de los intereses del capital extranjero, al que estaba asociada. Ellas [las burguesías criollas] no disponen de la propiedad privada de los medios de producción fundamentales sino que la comparten con el imperialismo desde una posición desventajosa, aunque eso no signifique que sus ganancias no sean sustanciales (Bambirra, 1983, p. 65).
En consecuencia, la cd planteaba que los industriales criollos no serían aliados de los trabajadores y de los sectores populares en una futura revolución democrática. La única salida para superar el atraso pasaba por el triunfo de la revolución socialista, dirigida por la clase obrera, enfrentada al imperialismo, las oligarquías y las burguesías nativas. La crítica de la cd a los partidos comunistas coincidía con el planteo de los trotskistas –pero no con los partidos maoístas– sobre la incapacidad de las burguesías de los países periféricos de encabezar o participar en luchas revolucionarias contra el imperialismo. Y sobre la necesidad de abandonar la estrategia de la revolución por etapas. Los autores de la dependencia también cuestionaron la visión lineal y mecánica del marxismo soviético, según la cual la humanidad debía atravesar, necesariamente, las etapas del comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, antes de llegar al socialismo. En este respecto, los aportes fundamentales provinieron de antropólogos marxistas, que dieron pie, además, a la tesis de la articulación de los modos de producción (véase más adelante). Destacamos los estudios de Maurice Godelier sobre el modo de producción asiático (véase, por ejemplo, Godelier, 1971); la categoría de regímenes tributarios de Amin (véase Amin, 1986); la noción de “modo de producción africano”, de Coquery-Vidrovitch (1998); y los trabajos sobre el rol de las formaciones no capitalistas africanas de Claude Meillassoux (1982). Señalemos, por último, que si bien en líneas generales los partidos comunistas latinoamericanos rechazaron a la cd, Vania Bambirra apunta 24
que en algunos de ellos hubo una receptividad favorable a la dependencia. Por ejemplo, en militantes del Partido Comunista chileno y en el Partido Comunista brasileño habría habido, siempre según Bambirra, “síntomas relevantes de reorientación”, en el sentido de plantear el carácter socialista de la futura revolución (Bambirra, 1983, p. 10). De todas maneras, los partidos comunistas de América Latina nunca modificaron sus concepciones fundamentales.
Tradiciones desde la izquierda
Las ideas de la cd entroncaron a su vez con estudios y debates de más larga data sobre el sistema mundial y el desarrollo. En primer lugar, con la extensa polémica entre el marxismo y el populismo ruso que tuvo lugar hacia fin del siglo xix y principios del siglo xx, sobre si Rusia seguiría la evolución de los países capitalistas adelantados, o podría encarar vías alternativas de desarrollo.9 Allí quedaron establecidas algunas problemáticas que luego recorrerían los trabajos sobre la dependencia. Entre ellas, la relación entre la acumulación y la ampliación de los mercados internos. Los populistas habían sostenido, en oposición al marxismo “ortodoxo”, que los bajos ingresos de las masas campesinas constituían un obstáculo insuperable para el desarrollo capitalista, ya que limitaban mortalmente a los mercados. Décadas más tarde, autores de la cd –como lo veremos en Marini– esgrimieron argumentos similares, y cuestionaron la aplicabilidad de las leyes marxianas de la acumulación a los países subdesarrollados. En segundo término, la cd adoptó y profundizó las tesis clásicas sobre el imperialismo que elaboraron marxistas y radicales de principios de siglo xx. De especial trascendencia fue el folleto de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo. Siguiendo a Hilferding (1974), Lenin sostenía que el sistema capitalista había pasado de una fase de libre competencia –típicamente las décadas de 1860 y 1870– a una en que prevalecían los monopolios. Según este enfoque, los precios eran administrados, y la economía podía ser manejada, a través de la colusión y las relaciones de fuerza, por las grandes empresas. Además, en los países más poderosos los mercados estaban saturados –las masas carecían de poder de compra debido a la concentración de la riqueza–, y los capitales debían salir al exterior por mercados y fuentes de aprovisionamiento para 9 Los textos del primer Lenin, con sus polémicas con los populistas, son característicos de esta literatura.
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evitar la depresión. La tendencia al estancamiento en el centro se reforzaba por la hegemonía que había adquirido el capital financiero, que ejercía un rol parasitario y retrógrado. Por lo tanto, la empresa colonial, según Lenin, era imprescindible para que el capitalismo del centro se reprodujera. El monopolio y la necesidad de explotar a la periferia explicaban también que en las relaciones económicas internacionales prevaleciera la violencia para la extracción del excedente desde la periferia. El sistema de explotación colonial imperialista, sustentado en el saqueo y el pillaje, se convertía en un rasgo característico de la época. Naturalmente, si había un estado de guerra permanente para mantener el dominio colonial y el saqueo, habría poco espacio para el desarrollo capitalista en los países atrasados. Pero los marxistas pensaban también que la exportación de capitales desde los países centrales a la periferia generaría el desarrollo de las fuerzas productivas en esta última. En su trabajo sobre el imperialismo, Lenin afirmaba que la exportación de capital repercutía en los países en que era invertido, acelerando “extraordinariamente” el desarrollo del capitalismo.10 Este pronóstico generaba una tensión –no reconocida teóricamente en los escritos leninistas– con la idea del predominio del pillaje y el robo. Para zanjar la cuestión, entre finales de la década de 1920 y principios de la década de 1930 a la Internacional Comunista sentenció que las inversiones de los capitales imperialistas solo generaban atraso. En su sexto congreso, en 1928, se aprobaron las “Tesis sobre el movimiento revolucionario en los países coloniales y semicoloniales”, en las que se afirmaba que la expansión del capitalismo en los países coloniales y semicoloniales –ubicados mayoritariamente en Asia y África– ya no era progresiva.11 En el siguiente congreso, de 1934, esta tesis se extendió a América Latina. Estas ideas fueron profundizadas y sistematizadas, en la década de 1950, en un conocido libro de Paul Baran sobre la economía política del 10 También Hilferding, quien escribe: “la exportación de capital […] ha acelerado enormemente la subversión de todas las viejas relaciones sociales y la difusión del capitalismo por el globo” (Hilferding, 1974, pp. 362-363). La idea de que la entrada del capital extranjero promovería el desarrollo en la periferia ya había sido adelantada por Marx. Por ejemplo, cuando se refirió a los efectos beneficiosos, a largo plazo, para el desarrollo del capitalismo, que tendrían los ferrocarriles británicos en la India; volvemos sobre esta posición de Marx en el capítulo 6. 11 Como ha señalado Gabriel Palma, este congreso debe ser considerado como “el punto de transición del enfoque marxista respecto a la progresividad del capitalismo en las regiones atrasadas” (Palma, 1987, p. 46).
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crecimiento (véase Baran, 1969). Aquí Baran anticipó mucho de lo que luego defenderían los autores de la cd;12 de hecho, en las décadas de 1960 y 1970 normalmente se incluía a Baran dentro de la corriente. Baran planteó que el atraso, la miseria y el subdesarrollo de los países de la periferia no se debían a causas internas, sino a la explotación de las potencias. El caso más representativo era India, cuya economía había sido devastada por el colonialismo inglés. Baran se apoyaba en datos de estadígrafos indios, que calculaban que Gran Bretaña se apropiaba anualmente de aproximadamente el 10% del producto bruto de la India. Planteaba así la idea del “drenaje” o “transfusión” de recursos de la periferia al centro. El excedente económico se obtenía “de las masas subalimentadas, semidesnudas, mal alojadas y agotadas por exceso de trabajo” (Baran, 1969, p. 172). Inevitablemente, India se subdesarrollaba en tanto Gran Bretaña se desarrollaba. La conexión de la periferia con el capitalismo frenaba el desarrollo: […] no puede haber duda de que si la cantidad de excedente económico que Gran Bretaña extrajo de la India hubiese sido invertido en esta última, el desarrollo económico de la India tendría en la actualidad poca similitud con este cuadro sombrío (Baran, 1969, p. 172).
La contracara de la India era Japón, el único país que no había sido una colonia o una dependencia del capitalismo avanzado; en consecuencia había gozado de un “desarrollo nacional independiente” (ibid., p. 183). Además del factor colonial, Baran aportó nuevos elementos a la tesis de que los países atrasados eran explotados. Es que ya en la década de 1950 el colonialismo estaba en retroceso, y era necesario modificar algunos planteos. Baran puso el énfasis en la inversión extranjera directa (ied) de los países centrales en los atrasados. Planteó que la entrada de capitales en la periferia era muy reducida, y al poco tiempo existía una salida neta de recursos debida a la remesa de utilidades, pagos de regalías, patentes, intereses, etc., por parte de los monopolios. En consecuencia, era mucho más lo que sacaban los imperialistas, que lo que aportaban a los países atrasados con sus inversiones; las balanzas de pagos sufrían crisis recurrentes.13 Así, la ied, lejos de generar desarrollo, provocaba 12 Cardoso (1977) relativiza la influencia de Baran, diciendo que no escribió nada que ya no estuviera presente en la perspectiva del pensamiento crítico en América Latina antes de 1960. Pero el trabajo de Baran fue publicado en la década de 1950. 13 “[L]os países subdesarrollados […] en conjunto, han enviado continuamente una gran parte de su excedente económico hacia los más adelantados, bajo la forma de intereses y dividendos” (Baran, 1969, p. 211).
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estancamiento y miseria. Existía explotación de los países atrasados y formalmente independientes por parte de los Estados imperialistas, aunque no por medio del dominio colonial. Los monopolios extranjeros actuaban en combinación con las oligarquías locales, conformando una alianza que impedía el progreso social y económico. Por eso las relaciones capitalistas no se podían extender plenamente en los países atrasados, y los regímenes periféricos eran “mercantil-feudales”. Estas posiciones se profundizaron luego con la explicación más general de Baran y Sweezy (1982) sobre el capital monopolista, que intentaba actualizar las viejas tesis del imperialismo. En particular porque Baran y Sweezy plantearon que si el monopolio había pasado a dominar la economía, las leyes económicas establecidas por Marx de alguna manera debían ser modificadas. Además, Baran y Sweezy adoptaron además un enfoque claramente subconsumista. Sostenían que la concentración del capital en manos del monopolio generaba un aumento de los beneficios en grado tal, que no podía ser gastado por los capitalistas. De ahí que hubiera un problema estructural de realización del producto, y la salida del sistema pasaba por promover el gasto improductivo (armas, propaganda, etcétera).14 De manera que la supervivencia del capitalismo dependía del despilfarro estructural, lo que explicaba la tendencia al estancamiento en el centro. Esta obra de Baran y Sweezy fue considerada por muchos autores de la dependencia como una actualización de las tesis leninistas del imperialismo y la preponderancia de los monopolios.15 La revista norteamericana Monthly Review, animada por Baran y Sweezy, gozó de gran predicamento en la cd. La influencia de Baran y Sweezy se combinó con la que ejercieron marxistas más “ortodoxos”, como Mandel, quien planteó que la tesis de la preeminencia del monopolio no obligaba a generar una teoría distinta de la marxiana. Además, y a pesar de conceder importancia al despilfarro, no tuvo una visión “estancacionista” del capitalismo central. Mandel destacó que el capitalismo en los países desarrollados había tenido la capacidad de ampliar los mercados después de la Segunda Guerra Mundial, por lo menos hasta comienzos de la década de 1970. 14
Lo esencial de este planteo ya estaba elaborado a fines de la década de 1950; véase Baran (1959). 15 Todavía en la década de 1990 Samir Amin reivindicaba todos estos análisis de Baran y Sweezy como punto de partida para la comprensión del capitalismo contemporáneo; véase el capítulo 6.
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La tesis del intercambio desigual
En la década de 1960, y en paralelo con la consolidación de la cd, apareció la tesis del intercambio desigual, de Arghiri Emmanuel. Emmanuel (1972) sostenía que los países atrasados transferían valor a los países adelantados por los mecanismos de mercado. A diferencia de Prebisch, planteaba que esto no se debía a que las exportaciones de la periferia fueran materias primas, ya que ocurría con todos los productos de exportación de los países atrasados. El origen último del intercambio desigual, según Emmanuel, eran los salarios extremadamente bajos que se pagaban en la periferia subdesarrollada. Esto posibilitaba altas tasas de plusvalía; dada la igualación de las tasas de ganancia, se generaba una transferencia de valor desde los países atrasados a los adelantados. Emmanuel afirmaba entonces que había explotación de los países atrasados por parte de los países adelantados, aunque ya no se tratara de explotación colonial. Concluía además en que no había posibilidad de establecer un programa socialista internacional, porque los trabajadores de los países adelantados participaban de la explotación de los trabajadores de los países atrasados. Esta conclusión despertó muchas críticas contra Emmanuel.16 A pesar de este cuestionamiento, la tesis del intercambio desigual fue adoptada y defendida por muchos autores de la cd.17
La cd, unidad y divergencias
Hasta el momento, nos hemos referido a la “corriente” de la dependencia dado el tronco de ideas claves compartidas por los dependentistas: la imposibilidad de un desarrollo capitalista con raíces propias de la periferia; la tesis de que los países atrasados eran explotados por los monopolios y los países centrales; el sesgo nacionalista radical de sus planteos; y la idea de que la transferencia de excedente generaba desarrollo en los países imperialistas. A partir de estos puntos en común hubo, sin embargo, importantes diferencias, razón por la cual es imposible hablar de una “escuela”. Ya en la década de 1960 Cardoso constataba que los 16
Este problema planteado por Emmanuel nunca fue respondido, a nuestro modo de ver, de forma acabada. De hecho, ya en Lenin encontramos esbozada esta idea, cuando afirma que en los países centrales hay una aristocracia obrera que vive a costa de la explotación de las colonias. 17 Pero fue rechazada por Frank.
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autores de la cd tenían interpretaciones “discordantes entre sí en puntos significativos” (citado por Bambirra, 1983). En 1981, Chilcote también apuntaba que “aquellos interesados en la dependencia han reconocido que no existe una teoría general y unificada” (Chilcote, 1981, p. 15). Y en su reseña y balance de la corriente, Palma (1987) decía que la dependencia nunca había logrado unificar una teoría, y era conveniente hablar de una escuela unificada. Por este motivo, la mejor forma de profundizar qué fue la cd es presentando las posiciones de sus principales exponentes, y sus diferencias. André Gunder Frank Frank, junto con Cardoso y Faletto, fue el iniciador de la cd con la publicación en Monthly Review, en 1966, de “The Development of Underdevelopment”, que fue la base de su libro Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, publicado al año siguiente. A pesar de que Frank nunca se reivindicó marxista, usó categorías del marxismo y siempre reconoció la influencia de Baran en su elaboración teórica. Su tesis, en principio, es muy sencilla. Dice que cuando los países se vinculan al mercado mundial se acrecientan las diferencias de sus economías porque se produce una transferencia de excedente de un país al otro (véase Frank, 1973). De manera que pequeñas diferencias iniciales van creciendo exponencialmente, dando lugar a que una minoría de países se desarrolle y una mayoría se subdesarrolle. Por eso, siempre según Frank, cuanto más se vinculan los países de la periferia al mercado mundial, más se subdesarrollan. Por ejemplo, el norte de Brasil había experimentado un cierto auge cuando se había vinculado tempranamente, y de manera intensa, al mercado mundial, pero luego había caído en la decadencia, producto de esa vinculación. Algo parecido había ocurrido con el Potosí. También había gozado de un período de esplendor cuando se había ligado al mercado mundial, en la época de la colonia; pero finalmente se había subdesarrollado. En cambio, cuando los países tomaban distancia del mercado mundial, crecían. Chile se había desarrollado entre 1940 y 1948 cuando había estado aislado del mercado mundial. En cuanto a los países adelantados, su desarrollo dependía de la transferencia de recursos desde los países subdesarrollados. Frank también planteaba que las sociedades campesinas eran explotadas por las burguesías locales urbanas, y que había una cadena de transferencias de excedente entre metrópolis, submetrópolis y regiones 30
atrasadas, que conectaba al último campesino de la periferia con los centros imperialistas más avanzados. Esta visión ha sido calificada de “circulacionista”, porque parece decir que la circulación de las mercancías genera el subdesarrollo y desarrollo. Como una consecuencia de este enfoque, las contradicciones fundamentales se ubicaban en el nivel de las relaciones entre las metrópolis y los países dominados; o de las metrópolis, submetrópolis y regiones explotadas. Las contradicciones de clase parecían pasar a un plano secundario. En crítica de la tesis de los partidos comunistas sobre las “estructuras semi-feudales y precapitalistas” de América Latina, Frank también planteó que la región había sido capitalista desde la colonización. Para esto, definía el capitalismo como un sistema que produce para el mercado, y no por la relación de trabajo asalariado, como sucede en Marx. Dado que la producción de América Latina desde el origen del dominio colonial fue organizada para la exportación, Frank concluía que no se podía hablar de feudalismo, y sí de capitalismo. Latinoamérica había sido un satélite de las metrópolis desde el siglo xvii, dentro de la economía mundial capitalista. Esta caracterización de América Latina como capitalista dio lugar a múltiples debates. Al margen de esta discusión, Frank sostenía una tesis que, de alguna manera, fue compartida por muchos de sus críticos, aunque con matices. Afirmaba que el capitalismo latinoamericano no podía desplegar una lógica de reproducción ampliada y de acumulación como se describe en El capital, y que el desarrollo era mero “lumpen-desarrollo”. De aquí también que no hubiera una clase capitalista con raíces propias, sino una “lumpen-burguesía”.18 Se trataba de un enfoque claramente estancacionista. Debe señalarse también que en su obra más madura Frank adoptó el enfoque de la “economía mundo” –que compartió con Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi–, según el cual toda economía nacional debía pensarse como parte de una totalidad de una forma aún más estrecha de lo que lo había hecho la cd.19 Según esta visión, los dependentistas analizaban a los países desarrollados y a los subdesarrollados de manera demasiado fragmentaria, lo que inducía a pensar en la posibilidad de desarrollos nacionales autónomos. El análisis desde la perspectiva de la “economía mundo” –concebida como sistema– demostraba que ningún país podía 18
Véase Frank (1979a). Baran ya había utilizado el término “lumpenburgués” para referirse a la clase mercantil de los países atrasados. 19 Véase, por ejemplo, Frank (1979b, 1988); también Wallerstein (1979).
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lograr un estado de independencia económica, o de “no dependencia”, desvinculándose del mercado mundial. En consecuencia, también era imposible construir un socialismo nacionalmente aislado; una tesis que Frank compartió con los trotskistas. Fernando Enrique Cardoso Cardoso publica en 1969, junto a Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica, que todavía hoy es estudiado en facultades de Ciencias Sociales de América Latina. Cardoso y Faletto plantean que los análisis de Frank son mecánicos y caen en un determinismo economicista, en el sentido que “lo externo” (el imperialismo) determina rígidamente el curso de los países periféricos, anulando “lo interno”, esto es, las estructuras sociales y las luchas de clases. En contraposición subrayan que debía tenerse en cuenta la especificidad de las situaciones de la dependencia. Lo externo no podía ser una entelequia, había que estudiar concretamente cómo reaparecía en el análisis de cada economía local, en los diversos períodos históricos. El imperialismo implicaba que lo externo se internalizaba y se traducía en formas de dominación a través de Estados y clases sociales –o fracciones de clases–, con sus alianzas y enfrentamientos. Por eso, lo decisivo para explicar el subdesarrollo eran las relaciones de fuerza y las alianzas de clases al interior de los países. Así, el análisis de Cardoso y Faletto procura centrarse en las luchas de las clases sociales, y en las relaciones de poder que se establecían en cada país. A partir de sostener que el imperialismo no determinaba de forma unívoca el estancamiento, y que el curso de los acontecimientos dependía en gran medida “de lo interno”, quedaba abierta la posibilidad de que hubiera desarrollo, aunque condicionado y dependiente, en la periferia. Esta última idea se fortalecería luego en otros escritos de Cardoso. Por ejemplo, en Cardoso (1977) aparece más claramente aún la crítica a la visión del estancamiento permanente de Frank; y a la tesis de la superexplotación y el subconsumismo de Marini. Crítico también de la idea de que en los países atrasados no había dinamismo a causa del imperialismo, Cardoso planteaba que la penetración del capital industrial y financiero aceleraba la producción de plusvalía relativa e intensificaba las fuerzas productivas. Sostenía que el imperialismo moderno difería del que había analizado Lenin, ya que ahora la inversión extranjera se volcaba a la industria, no solo a la producción de materias primas; 32
y además, los capitales de los países periféricos participaban en esas empresas. Por lo tanto, el desarrollo capitalista dependiente se había convertido en una nueva forma de expansión del capital monopólico en el Tercer Mundo. Aun siendo el autor menos estancacionista de la cd, de todas maneras Cardoso mantuvo la idea de que las burguesías nativas eran explotadas por las burguesías de los países imperialistas; y que los países atrasados eran explotados por los adelantados. El Estado en América Latina constituía un “instrumento de la dominación económica internacional” y las clases dominadas locales sufrían “una doble explotación” (Cardoso, 1977, p. 13).20 El desarrollo dependiente implicaba una suerte de explotación del país atrasado por los oligopolios multinacionales, a través de la apropiación desigual del excedente. Theotonio Dos Santos El marxista brasileño Dos Santos desarrolló la idea de la “nueva dependencia”.21 Con esto intentó explicar la forma que adoptaba la dependencia a partir de la entrada del capital extranjero en el sector manufacturero de los países atrasados. Dos Santos pensaba que Lenin se había equivocado al pronosticar que la inversión extranjera generaría desarrollo en la periferia, ya que el capital monopolista se aliaba con los factores que mantenían el atraso, el subdesarrollo y la dependencia. Esto implicaba que las economías de la periferia estaban condicionadas por el desarrollo y expansión de los países dominantes. En tanto estos últimos podían expandirse y autoimpulsarse, los países dependientes “solo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión, que puede actuar positiva o negativamente” (Dos Santos, 1975, p. 180). Los países dependientes estaban […] en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. Los países dominantes disponen así de un predominio tecnológico, comercial, de capital y sociopolítico sobre los países dependientes […] que les permite 20
Es sorprendente la similitud entre esta caracterización de Cardoso de las burguesías de los países atrasados, y la que había dado Trotsky en la década de 1930. Trotsky sostuvo que la burguesía de los países semicoloniales (también la de los coloniales) era una clase “semigobernante, semi-oprimida” (Trotsky, 1937). Agreguemos que consideraba que México, por ejemplo, era un país semicolonial; en este sentido difería de la manera en que Lenin empleaba el término (véase el capítulo 15). 21 Nos basamos en Dos Santos (1968, 1975).
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imponerles condiciones de explotación y extraerle parte de los excedentes producidos interiormente (Dos Santos, 1975, p. 180).
La dependencia suponía entonces explotación y extracción del excedente de los países atrasados. Esto posibilitaba el desarrollo industrial de algunos países, “y limita ese mismo desarrollo en otros, sometiéndolos a las condiciones de crecimiento inducido por los centros de dominación mundial” (ibid.). Dos Santos pronosticaba que la dependencia de América Latina continuaría en tanto no pudiera transformarse “en una economía autosostenible o independiente” (ibid., p. 181). Los países que habían roto con la dependencia eran los que –fines de la década de 1960– habían buscado consolidar una economía “independiente”, como sucedía en “los países socialistas del Tercer Mundo, como China, Corea, Vietnam y Cuba” (ibid., p. 182). Dos Santos no compartió la caracterización de Frank sobre América Latina como capitalista desde la colonización, y sostuvo que se trataba de una “economía colonial exportadora” (ibid., 1975, p. 178). También, y en contraposición a Frank, intentó dar más importancia a las estructuras económico-sociales de los países latinoamericanos. Ruy Mauro Marini Marini se reivindicaba marxista y aplicó las categorías del marxismo al estudio del subdesarrollo; dedicamos luego dos capítulos al análisis de su obra. Samir Amin Amin elabora en el marco de las tesis de Baran y Sweezy sobre el monopolio. También estuvo influenciado por los estudios africanos de antropólogos marxistas, como Coquery-Vidrovitch, Meillassoux y Rey; este último fue uno de los principales referentes de la tesis sobre la “articulación de los modos de producción”, junto con Amin. Amin sostuvo (véase Amin, 1986, para lo que sigue) que el modo de producción capitalista necesitaba contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de ganancia aumentando la explotación de la fuerza de trabajo. Pero en los países adelantados no podía aumentar la explotación sin poner en cuestión la “acumulación autocentrada”. Por “acumulación autocentrada” 34
Amin no entendía la autarquía económica, sino que los salarios progresaran a medida que se desarrollaban las fuerzas productivas. A fin de no entrar en contradicción con la acumulación autocentrada, el capitalismo monopolista mantenía, aunque modificadas, a las formaciones sociales precapitalistas de la periferia. La función de los modos de producción precapitalistas era suministrar mano de obra barata al centro, a través de la emigración; y principalmente a las plantaciones y empresas monopólicas exportadoras, establecidas en la periferia. Esta mano de obra barata era la clave para que hubiera intercambio desigual. Por eso, a pesar de que el colonialismo socavaba los modos de producción tradicionales, el capitalismo no se expandía en el continente. El sistema preservaba esos modos precapitalistas, aunque en una forma modificada. África subsahariana constituía el caso paradigmático de esta situación. Según Amin, también sufrían el intercambio desigual los campesinos que vendían su producción a través de los canales de comercialización dominados por los monopolios, y a los precios establecidos por estos. En definitiva, el intercambio desigual era el mecanismo más importante mediante el cual el capitalismo central explotaba a las formaciones precapitalistas, y posiblemente la cuestión teórica decisiva de la época.22 Es que la economía mundial no podía funcionar, sostenía Amin, sino como “articulación de modos de producción”. El modo de producción capitalista era dominante, pero sobrevivía solamente mediante la explotación de los modos de producción precapitalistas.23 Los bajos salarios y el control de los precios por parte de los monopolios también explicaban, según Amin, el deterioro de los términos de intercambio que había estudiado Prebisch. Como consecuencia de esta situación en las periferias la proletarización, entendida en el sentido de Marx, era incompleta.24 Pero la clase proletaria en el Tercer Mundo era muy amplia, ya que por “proletarios” Amin comprendía no solo a los trabajadores ocupados por el capital, sino también a las amplias capas de marginados y desocupados permanentes 22
“La controversia relativa a la cuestión del intercambio desigual aborda el gran problema de nuestra época” (Amin, 1986, p. 292). 23 La idea de que el capitalismo solamente podía reproducirse manteniendo y explotando modos de producción precapitalistas también la encontramos en Palloix (1971, 1975) y Laclau (1984). Por ejemplo, Laclau consideraba que las formaciones precapitalistas eran una “condición inherente al proceso de acumulación de los países centrales” (Laclau, 1984, p. 41). 24 Como una primera aproximación podemos decir que Marx entendía por clase proletaria a los trabajadores subsumidos a la relación capitalista –esto es, que venden su fuerza de trabajo al capital– y a los que forman el ejército industrial de reserva.
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en la periferia y, más importante, a las “masas campesinas integradas en los intercambios mundiales, y que pagan como tales, al igual que la clase obrera urbana, el precio del intercambio desigual”.25 Debido a los bajos salarios y la proletarización incompleta, los mercados internos de los países de la periferia eran restringidos, lo que acentuaba el estancamiento. No había posibilidad de que se desarrollara un consumo de bienes durables por parte de los trabajadores. La industrialización –por sustitución de importaciones– que habían experimentado algunos países del Tercer Mundo no anulaba las condiciones esenciales del atraso. Sus economías estaban desarticuladas porque orientaban la producción conforme a las necesidades del centro. Eran en esencia títeres del capitalismo central; “el centro modela a la periferia según sus necesidades” (Amin, 1986, p. 162; énfasis nuestro). La periferia no podía pasar a un crecimiento autocentrado y dinámico. Ernest Mandel Mandel, a igual que Amin, sostuvo que el mercado mundial solo podía concebirse como una articulación de modos de producción, entre formas precapitalistas (subordinadas) y el modo capitalista (dominante). Planteó también que el intercambio desigual se había convertido en la principal forma de explotación de los países atrasados, y compartió la tesis del bloqueo del desarrollo capitalista en la periferia. Por este motivo criticó la idea de Bujarin (1971) sobre que el modo de producción capitalista tendía a ser planetario (véase Mandel, 1979). De todas maneras, ofreció una explicación distinta del mecanismo del intercambio desigual que la brindada por Emmanuel y Amin. Sostuvo que los países atrasados, al emplear más mano de obra en promedio que los países adelantados –debido al atraso tecnológico– generaban más valor que los países adelantados. Y ese excedente se transfería al centro a través del intercambio (Mandel, 1979). Esta tesis luego la desarrollaron, en las décadas de 1980 y 1990, Carchedi y otros marxistas.
25 Amin pensaba que esas masas campesinas estaban proletarizadas o en vías de proletarización por su integración al mercado mundial. De ahí que, en sintonía con la estrategia maoísta, Amin considerara que los pueblos del Tercer Mundo, como conjunto oprimido, tenían potencialidades anticapitalistas.
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Críticas a la cd
Una revisión de las críticas que se dirigieron a la cd, en especial en las décadas de 1970 y 1980, nos ayudará a tener un panorama más completo de sus posiciones. Al estudiar las críticas a la cd es necesario distinguir, en primer lugar, las que se dirigieron desde fuera de la cd a algunos de sus autores; en segundo término, las que surgieron del seno mismo de la corriente y tuvieron como destinatario algún otro dependentista; y, en tercer lugar, las que se destinaron al conjunto de la cd. Naturalmente, solo el último grupo constituye una crítica a la cd de conjunto. No obstante, muchas veces se asumió que las otras dos especies formaban parte, de alguna manera, de un cuestionamiento global de la corriente. Esto ha suscitado quejas de los dependentistas, en especial por la situación que se generó en torno a Frank, el autor de la cd más cuestionado. A Frank se le criticó su caracterización del capitalismo como un sistema de producción mercantil y su afirmación de que desde la colonización América Latina había sido capitalista;26 su enfoque circulacionista; su visión demasiado rígida del estancamiento crónico de las periferias; y la (casi) desaparición del análisis en términos de clases sociales. Pero Bambirra, Dos Santos, Cardoso, entre otros, subrayaron repetidas veces que esas posturas no representaban sus propias posiciones, y que ellos mismos habían criticado a Frank. Hay mucho de válido en esta defensa. Es una realidad que no toda la cd fue rígidamente “estancacionista”, o sostuvo que la mera conexión con el mercado mundial determinara el subdesarrollo y la ausencia de una burguesía con raíces propias. El pensamiento de Marini, por ejemplo, es sutil y complejo. Por lo tanto, cuando se tiene en cuenta que muchas críticas se dirigieron a algún miembro en particular de la cd, y que además en buena medida esas críticas fueron compartidas por otros dependentistas, la cantidad de críticas a la corriente se reduce notablemente. Fueron pocos los autores que cuestionaron de conjunto a la cd a partir del examen de la obra de sus miembros más referenciados. En este respecto, tal vez la crítica más conocida a la cd sea la de Cueva (1974). Vania Bambirra la considera “el más serio esfuerzo de cuestionar las tesis de la teoría de la dependencia” 26 Véase Laclau (1984) y Brenner (1979), quienes señalaron que el modo de producción se define a partir de la forma en que se extrae el excedente. Una idea que ya antes había subrayado Maurice Dobb; véase Dobb (1976). Brenner también hace una extensa crítica al circulacionismo de Frank.
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(Bambirra, 1983, p. 41). Dada su relevancia, presentamos sus ideas centrales con alguna extensión. Cueva comienza diciendo que con la teoría de la dependencia se daba una situación paradójica, ya que criticaba la teoría burguesa del desarrollo tomando ideas del marxismo, pero a su vez criticaba al marxismo tomando ideas del desarrollismo y de las ciencias burguesas. Es que la cd reproducía el dualismo, aunque invertido, ya que en lugar de ser el sector tradicional el responsable del atraso –como sostenía la teoría burguesa del desarrollo–, en la visión dependentista era el sector moderno el responsable del atraso. De esta manera, además, la dependencia se deslizaba hacia un análisis en términos de regiones, que dificultaba el análisis de clases. Si bien Cueva admitía que existía una contradicción entre Estados imperialistas y dependientes, la misma había que derivarla de las clases sociales; aunque no explicaba de qué manera debería hacerse esa derivación. También Cueva cuestiona que la cd estuviera preocupada por el desarrollo y no por la explotación de clases. Afirma que esto impregnaba a la teoría de la dependencia de un tinte nacionalista, y que la contradicción central era entre clases sociales, y no en términos de naciones, como sostenía la cd. Critica por otra parte a Dos Santos, en torno al rol del imperialismo, ya que, según Cueva, la entrada de los capitales extranjeros desarrollaba el capitalismo en la periferia. En cuanto a Cardoso y Faletto, habrían trabajado con un doble código, porque por un lado adoptaban una perspectiva desarrollista, y por otra parte una marxista. Pero también habían dejado de lado la lucha de clases. Por eso, de conjunto los análisis de la cd se hacían en términos de “oligarquías”, “burguesías”, “clases medias”, “sectores populares”, estando ausente la relación capital/trabajo. Cueva también cuestiona a Marini por su división del mercado de productos, donde el consumo de los obreros estaría estancado; y sostiene que no hay que formular leyes particulares para el país dependiente, ya que las leyes generales del capitalismo se manifiestan en estos países simplemente con sus rasgos particulares. No había espacio teórico, por lo tanto, para asentar una teoría de la dependencia. Por último, Cueva objeta que la cd tratara de explicar siempre el desarrollo de una formación social por su articulación con otras formaciones, y no por su dinámica interna. La segunda crítica que destacamos es la de Dore y Weeks (1979) y Weeks (1981), que están en la línea de Brenner (1979). Básicamente, estos autores sostienen que el error de la cd fue explicar el desarrollo desigual a nivel mundial por las transferencias de plusvalía entre países, 38
y no poner el acento –como sucede en la teoría marxista– en la producción como causa de esa desigualdad. Es que la explotación se da en una relación de clases, subrayan Dore y Weeks, y no en una relación entre países; las transferencias internacionales de valor debían entenderse desde esta perspectiva. En coincidencia con Brenner, sostienen que la desigualdad entre los países es consecuencia de la explotación de clases en los países atrasados, y que el desarrollo de los países avanzados no se basa en la extracción de riqueza de las periferias. El capitalismo no acumula a partir de la explotación de países, sino de la clase obrera. La explotación es apropiación del trabajo excedente, pero esta idea desaparecía cuando se hablaba de explotación entre países, como hacía la dependencia. Con ello también se esfumaba la noción de modo de producción. En particular, Dore y Weeks cuestionan que los autores de la cd hablaran de que a los países subdesarrollados se les quitaba “su” excedente, como si éste perteneciera al país. Critican también la visión subconsumista de Marini, como parte de una visión estancacionista. En cuanto a Cardoso, su error era poner en un mismo plano de importancia lo externo y lo interno; no advertía que lo que impulsa a la sociedad es la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que da lugar a los conflictos de clases. Weeks (1981) repite algunos de estos argumentos, y destaca que dependencia y marxismo son teorías alternativas. Sostiene que la evidencia empírica estaba en contra de las tesis de la dependencia, desde el momento en que los flujos de capital no se daban principalmente desde los países desarrollados a los atrasados, como decía la cd que sucedía, sino entre los países adelantados. Esta falla en el diagnóstico derivaba de la visión equivocada de la dependencia sobre la dinámica de la acumulación. Otras críticas fueron más matizadas. Por ejemplo Edelstein (1981) reivindicaba que la cd hubiera planteado que la estructura de clases de los países periféricos se había formado por la relación con el imperialismo, y en interacción con el mercado mundial. De todas maneras admitía, como aspectos negativos, que la cd definía un modo de producción a partir de un análisis circulacionista, que subvaloraba los procesos de trabajo y tendía a concebir la historia como un conflicto entre las clases poseedoras. Por último, señalemos que a partir del texto de Warren (1973), hubo cada vez más escritos que cuestionaron la visión estancacionista de la cd, a la luz de la industrialización que estaba teniendo lugar en muchos países de Asia y América Latina (tratamos estas cuestiones en el capítulo 5).
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Respuestas a las críticas
Frank fue uno de los autores más cuestionados de la cd, y también uno de los que más respondió a las críticas. En general, su defensa consistió en una matización de sus primeras posiciones más abiertamente circulacionistas. En particular, Frank admitió que había que tomar en consideración los factores internos de los países, en especial la lucha de clases.27 Pero se trató, en nuestra opinión, de concesiones de formulación más que de contenido. Es que si bien reconoció que “sí, es más importante plantear y entender el subdesarrollo en términos de clases” (Frank, 1979a, p. 9), mantuvo la idea de que esa estructura de clases era el resultado “de lo externo”. Así, la conquista colonial habría “formado” en América Latina su estructura económica y de clases, que a su vez habría generado “políticas de subdesarrollo en lo económico, social, cultural y político” (ibid., p. 23). Por otra parte, el imperialismo transformaba “la estructura económica y de clases” de los países latinoamericanos; y el neoimperialismo “volvía a transformar la estructura económica y de clase en nuestros días” (ibid., p. 27). En definitiva, el factor decisivo continuaba siendo el “externo”. De hecho, Frank nunca terminó de plantear la centralidad de las contradicciones de clases. Tampoco modificó su idea sobre que el capitalismo debía definirse a partir de las relaciones de producción, como sostiene el marxismo. Por otra parte, y en un nivel más general, es de destacar la respuesta de Bambirra a Cueva (véase Bambirra, 1983).28 Bambirra señala que muchas de las críticas de Cueva no corresponden a posiciones de la corriente, sino a algunos de sus autores, y la mayor parte de las veces están referidas solo a algunas de sus obras. Afirma que Dos Santos, o ella misma, dan importancia a los factores internos y las luchas de clases; no sostienen una tesis estancacionista y reconocen que la entrada de capital acelera el desarrollo capitalista. Por otra parte, Bambirra reivindica que se ponga el foco en la problemática del desarrollo y el subdesarrollo, que había sido planteada por la realidad latinoamericana, y permanecía como tema a resolver por una futura revolución socialista. A partir de aquí Bambirra responde el cuestionamiento de Cueva acerca de la falta de centralidad de las contradicciones de clase en la cd, 27
Véase el “Mea Culpa” con que abre Frank (1979a). Bambirra también responde a Octavio Rodríguez y Enrique Semo. Sin embargo, Rodríguez no había criticado a la dependencia de manera explícita; y Semo solo lo había hecho de forma somera, como reconoce la misma Bambirra. Lo esencial del planteo de la cd está, por lo tanto, en la respuesta de Bambirra a Cueva. Dos Santos (2003) considera que aquí Bambirra refutó lo esencial de los cuestionamientos de Cueva. 28
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señalando que existían dos contradicciones claves en la sociedad contemporánea. En primer lugar, la contradicción entre el imperialismo y las naciones oprimidas (siguiendo a Lenin y la Internacional Comunista). Y en segundo término, la contradicción entre la burguesía y el proletariado. Ambas se fundían en la oposición entre el imperialismo, en alianza con las burguesías locales, y el proletariado, junto a las naciones oprimidas. De esta forma se podía tratar dialécticamente la tensión entre las contradicciones de clases y las contradicciones nacionales. Esta respuesta sería extensible a las críticas de Dore y Weeks.
Conclusión
A partir de la teoría sobre el imperialismo y el monopolio de los marxistas de principios de siglo xx, y nutrida de los enfoques nacional-desarrollistas de la cepal, la cd planteó ideas que terminaron conformando un verdadero paradigma dentro de la izquierda. Sostuvo que el sistema imperialista-monopólico explotaba a los países del Tercer Mundo; que a raíz de esta explotación estos países tenían bloqueada la vía del desarrollo capitalista en algún sentido fundamental; y que la ruptura de esta relación de explotación y una genuina industrialización solo podrían lograrse mediante el triunfo de la revolución socialista. Muchas críticas que se dirigieron a la cd en realidad aludían a los trabajos de algunos de sus autores, particularmente a Frank. Sin embargo, Cueva dirigió una crítica integral a la corriente. Más críticas se plantearon en las décadas de 1970 y 1980, a medida que avanzaba la industrialización en muchos países de Asia y América Latina.
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2. Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini
En este capítulo profundizamos en la corriente de la dependencia (cd) a través de la obra de Ruy Mauro Marini, teórico y militante brasileño, nacido en 1932 y fallecido en 1997. Marini fue uno de los autores dependentistas que aplicó de forma más sistemática la teoría de Marx. Además, abordó desde la perspectiva de la ley del valor trabajo el complejo problema que planteaba, ya claramente desde mediados de la década de 1960, la internacionalización del capital productivo. Esto significa que rechazó las explicaciones del subdesarrollo basadas en la presión militar o diplomática –es decir, en la coerción extraeconómica– e intentó una explicación integral, sustentada en la dialéctica del valor y en la teoría de la plusvalía de Marx. Asimismo, fue consciente de que no podía seguir analizándose la economía de Brasil como simple apéndice neocolonial del imperialismo, ni al Estado brasileño de la década de 1960 como una “marioneta de los yanquis”. Sus análisis abrían entonces la posibilidad de una renovación de las visiones que se anclaban en la teoría leninista del imperialismo, que él mismo reivindicaba.
Las raíces de la dependencia
Marini (1973) brinda una explicación abarcativa sobre las causas históricas y la dinámica de la dependencia. Sostiene que, en las primeras etapas del capitalismo, América Latina tenía como función proveer de alimentos baratos a los países desarrollados. Este comercio iba acompañado del deterioro de los términos de intercambio, que era necesario explicar por la acción de la ley del valor en el mercado mundial. Marini era consciente de que a medida que el mercado alcanzaba formas más desarrolladas, la violencia política y militar destinada a explotar a las naciones más débiles se volvía superflua, y que la explotación pasaba a depender de la reproducción de relaciones económicas. Por lo tanto, en la visión de Marini, al ampliarse el mercado mundial, se ampliaba la acción de la ley del valor. 43
Encontramos así una idea clave: la centralidad de la ley del valor para explicar el atraso. Por otra parte, Marini pensaba que el análisis debía centrarse en la producción, pero que esto era aplicable solo para los países centrales, ya que el capitalismo dependiente estaba condicionado por la circulación de mercancías. Esto sucedía porque existía un intercambio desigual entre las naciones adelantadas (que exportaban bienes manufacturados a las atrasadas) y las naciones atrasadas (que exportaban bienes primarios a las adelantadas). Los países que producían bienes manufacturados podían fijar precios de monopolio, por encima de sus valores, obteniendo ganancias superiores y configurando así el intercambio desigual. Se producía, por lo tanto, una transferencia de valor fundada en el poder del monopolio, lo que determinaba la explotación entre países. Esta era la segunda idea clave de Marini. El intercambio desigual explicaba entonces por qué en América Latina la clase dominante buscaba compensar la pérdida de plusvalía mediante la superexplotación del trabajo. Por superexplotación Marini entendía la intensificación de los ritmos de producción, la prolongación de los tiempos de trabajo y la expropiación de una parte del trabajo necesario para reponer el valor de la fuerza de trabajo. En una palabra, la fuerza de trabajo en la periferia no se pagaba por su valor. Esto era posible por la sobreabundancia de mano de obra, fenómeno que tenía su causa en una propiedad de la tierra altamente concentrada. Se configuraba así un modo de producción “fundado exclusivamente en la mayor explotación y no en el desarrollo de su capacidad productiva” (1973). La superexplotación juega, por lo tanto, el rol central en Marini y se vincula orgánicamente con las leyes de la acumulación mundial del capital. Es que las exportaciones desde la periferia favorecen la acumulación en los países centrales, debido al abaratamiento de los medios de subsistencia de los obreros de estos países y el consiguiente retraso en la caída de la tasa de ganancia.1 La superexplotación estaba en el centro de las leyes del capital operando a escala mundial. Marini sostiene que en la primera etapa de inserción de las economías periféricas en el mercado mundial no existían problemas de realización, a pesar de que la superexplotación deprimía el mercado interno, ya que la venta ocurría en el mercado mundial. El capital podía superexplotar sin preocuparse por la reproducción de la fuerza de trabajo –la oferta 1
Según la ley sobre la evolución de la tasa de ganancia, formulada por Marx, a medida que progresa la acumulación capitalista tiende a caer la rentabilidad del capital, lo que está en el origen de las crisis capitalistas.
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de trabajo era abundante– ni por la realización del producto. Paralelamente, las ganancias inducían a un consumo capitalista suntuario que se abastecía con importaciones, en base a la plusvalía que no se reinvertía productivamente. En consecuencia, se producía la estratificación del mercado interno, donde las esferas altas se vinculaban con la producción mundial a través de las importaciones.2 Esto configuraba una situación de dependencia, en donde las relaciones de producción de las naciones subordinadas eran modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia. Sobre esa relación de dependencia se había desarrollado la industrialización por sustitución de importaciones. Pero la industrialización en Argentina, Brasil, México y otros países no había llegado a conformar, por lo menos en su primera etapa, una verdadera economía industrial que implicara un salto cualitativo en el desarrollo. La industria había continuado siendo una actividad subordinada a la producción y exportación de productos primarios. Solo cuando se produjo la crisis de la década de 1930 se había obstaculizado la acumulación basada en el mercado externo, y el eje de la acumulación se había desplazado a la industria. A partir de entonces, la demanda de bienes que consumían los capitalistas se había recentrado hacia el interior, lo que parecía articular nacionalmente a las economías. Es sobre esta base, sigue Marini, que se había desplegado el desarrollismo latinoamericano en la década de 1950, encarnado por la cepal. Lo central, no obstante, es que permanecían los obstáculos para la industrialización, porque ésta se había producido sobre la base de la economía exportadora, sin que se efectuaran las reformas estructurales que generaran un marco adecuado para la industrialización. La superexplotación representaba una traba fundamental para avanzar hacia una estructura productiva integrada; no era solo un resultado de la estructura económica, sino que a su vez la reforzaba.
Superexplotación y marginación
Una de las cuestiones centrales del planteo de Marini fue que la superexplotación y las grandes masas de desocupados generaban una demanda 2 La preocupación por la estratificación del mercado interno, debida a la alta concentración del ingreso en los estratos superiores de las clases dominantes nativas, y las limitaciones que esto plantea para la demanda y el desarrollo, están presentes en muchos teóricos de la dependencia. Por ejemplo, el tema es central en Furtado (1971, 1973).
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débil y, por lo tanto, una industria también débil, que solo podía ensancharse cuando factores externos, tales como una crisis externa, o las limitaciones de los excedentes de las balanzas comerciales, cerraban parcialmente el acceso a la importación de las esferas de alto consumo. De manera que la industrialización en América Latina no generaba su propia demanda; nacía para atender una demanda preexistente y se estructuraba en función de los mercados de los países desarrollados. La demanda de los trabajadores no jugaba un rol significativo, como había sucedido en el desarrollo capitalista clásico en los países centrales, donde el consumo de bienes salariales había sido, y continuaba siendo, el motor de la acumulación del capital. En los países adelantados, la demanda de los trabajadores realizaba el producto, pero en los países subdesarrollados el rol de la clase obrera era solo de productora, ya que el producto de su trabajo era exportado. No había necesidad de que la clase obrera fuera consumidora para la venta del producto, porque éste se realizaba por la demanda salarial en los países adelantados. De esta forma, en Marini –como señalan Dore y Weeks (1979)– surgía una teoría de los salarios en los países desarrollados, ya que el salario sería establecido no según el valor de la fuerza de trabajo, sino en torno al nivel que permitiera la venta del output. Así, también en Marini la contradicción entre el capital y el trabajo en los países desarrollados sería superada en la esfera de la circulación, dado que ambos, el capital y el trabajo, tendrían interés en que hubiera salarios altos. La explicación de Marini tiene una clara vinculación con la idea de que los trabajadores de los países adelantados participan en la explotación de los países atrasados, que fue popular en las visiones “tercermundistas”. A partir de lo anterior, la industrialización en América Latina había dado como resultado un sector productor de bienes de consumo masivo que, siempre según Marini, era poco dinámico, atrasado. Y un sector productor de bienes de consumo de lujo o bienes durables –típicamente el automóvil– que era dinámico, y estaba dirigido a los sectores altos y medios burgueses, de fuerte poder adquisitivo. Dentro del sector productor de bienes de producción e insumos eran dinámicas las industrias que producían insumos para las industrias de bienes de lujo. Una rápida acumulación del capital solo era posible cuando existía un consumo masivo creciente; lo que implicaba mejoras de los salarios a medida que aumentaba la productividad, generándose así un círculo virtuoso. Pero en América Latina la superexplotación no solo se mantenía, sino también se acentuaba cuando entraba el capital extranjero en la industria, el comercio y los servicios básicos, aumentando los obstáculos para dar lugar a una acumulación dinámica. 46
Sin embargo, Marini tomó distancia de las tesis más claramente estancacionistas, que eran populares entre los autores heterodoxos. Admitió que con la entrada del capital extranjero en América Latina –en especial en Brasil, Argentina, México– avanzaban la industrialización y la productividad del trabajo. El desarrollo capitalista era deformado, porque la acumulación basada en la superexplotación obstaculizaba el tránsito hacia la producción de plusvalía relativa, o sea, basada en la tecnología y la productividad del trabajo. Esto ocurría porque el fundamento de la dependencia era la superexplotación del trabajo, que ahogaba la realización de la mercancía; el mercado estaba segmentado y la industria desarticulada.
Los esquemas de reproducción de Marx y la tesis de Marini
Para profundizar en el planteo hay que tener presente la postura de Marini ante los esquemas de reproducción de Marx. Con estos esquemas Marx demuestra que, en tanto se mantengan ciertas proporciones, en el capitalismo no existirían problemas con la realización del producto. Si se toma el modelo más sencillo, de acumulación simple –donde toda la plusvalía se consume– y denominando sector I al productor de bienes de producción, y sector II al productor de bienes de consumo, Marx prueba, teóricamente, que la realización del producto jamás puede depender exclusiva ni principalmente de los salarios. En términos numéricos, y siendo
c = capital constante; v = capital variable; s = plusvalía:
I) 4.000c + 1.000v + 1.000s = 6.000 II) 2.000c + 500v + 500s = 3.000
El producto se agota, ya que del valor total de 6.000 de medios de producción, 4.000 son consumidos para la renovación de medios de producción en el sector I; del valor de 3.000 en medios de consumo, 1.000 son consumidos por capitalistas y trabajadores del mismo sector; y 2.000 son consumidos por capitalistas y obreros del sector I, a la vez que los capitalistas del sector II disponen entonces de 2.000 para renovar los medios de producción que han consumido. En definitiva, la condición de equilibrio es que v + s de I sea igual a c de II. Como puede observarse, y de acuerdo a Marx, si los salarios bajan, la realización del producto no ofrece problemas en tanto los capitalistas gasten la plusvalía. El proble47
ma no se modifica si se trata de la acumulación ampliada, esto es, de la reinversión productiva de la plusvalía. En este caso, la magnitud de los medios de producción generada en el sector I debe superar a los medios de producción consumidos; pero siempre que la clase capitalista gaste la plusvalía, sea en consumo o acumulación –y descontando que la clase trabajadora gasta sus salarios en medios de consumo– no hay dificultades con la realización del producto. Una vez más hay que destacar que los salarios solo representan una fracción de esa realización. Nunca la venta del producto puede depender del salario; si así fuese el sistema capitalista no podría funcionar. Según Marx, entonces, la vitalidad de la acumulación no depende del salario obrero, sino del gasto de los capitalistas. Marini, en cambio, sostiene que en los países dependientes la traba fundamental para el desarrollo está en el estrangulamiento de la demanda, debido a los bajos salarios y la desocupación.3 ¿Cómo encaja entonces su tesis con los esquemas de Marx? Su respuesta es que los esquemas de reproducción son modelos abstractos, que no tienen aplicación práctica en la medida en que hay que incluir en los análisis los aumentos de la productividad, de la composición orgánica del capital, o la superexplotación. Más aún, tomados de manera abstracta, los esquemas de Marx corresponderían a la ley de Say; o sea, a la tesis que dice que toda oferta genera su propia demanda. Frente a esto, y siguiendo a Lenin, Marini sostiene que el destino último de la acumulación es la producción de bienes de consumo, y que el factor dinámico es el consumo de los sectores populares. De manera que la acumulación del capital solo sería posible si aumentara el consumo de los sectores populares, algo que sucedía en los países desarrollados, pero no podía ocurrir en los países dependientes.
Plusvalía extraordinaria y acumulación
La superexplotación y la desigualdad de la distribución del ingreso permiten entonces explicar, según Marini, por qué se reproduce una estructura económica desarticulada, donde la industrialización hereda la pauta de 3
Los esquemas de reproducción siempre han representado un problema para aquellos teóricos que han visto en los bajos salarios la dificultad fundamental de la acumulación capitalista. Es la llamada teoría del subconsumo (véase Bleaney, 1977). No es casual que Marx haya formulado la crítica más contundente a la teoría del subconsumo precisamente en la sección tercera del tomo ii de El capital, cuando presenta los esquemas de reproducción.
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consumo que se ha generado en la economía exportadora. Es que el desarrollo de la industria del país dependiente se hizo fundamentalmente para sustituir importaciones destinadas a las clases medias y altas, o sea, el 5% aproximadamente de la población total, más el 15% del estrato siguiente (Marini, 1974). Para asegurar el dinamismo de esta estrecha franja del mercado, se le traspasa poder de compra que correspondería a los grupos de bajos ingresos, o sea, a las masas trabajadoras sometidas a la superexplotación. Paralelamente, para aumentar la cuota de explotación por mayor productividad del trabajo, se importan capitales y tecnología extranjeras. Estas últimas se relacionan con patrones de consumo de sectores de altos ingresos, por lo cual se mantiene la tendencia a la compresión del consumo popular. Las tecnologías modernas, a su vez, aumentan el desempleo, el subempleo y la marginalidad, y ayudan a asegurar la superexplotación. Además la superexplotación agudiza la concentración del capital, ya que parte del fondo de salarios va a la acumulación. A todas luces es claro que se acentúa el divorcio entre la estructura productiva y las necesidades de consumo de las masas. Se generan entonces graves desequilibrios intersectoriales, debido a la tendencia al crecimiento desproporcionado de la producción de artículos suntuarios (sería un subsector IIb, en los esquemas de reproducción), con respecto a la producción de medios de producción (sector I) y bienes de consumo necesario (subsector IIa). Este desequilibrio se combina con el predominio en la producción suntuaria por parte del capital extranjero, lo que implica tecnología superior a la media, estructuras monopólicas y manipulación de precios. Pero Marini da más importancia, para explicar el crecimiento desproporcionado, a la mecánica de generación de plusvalía extraordinaria que a las manipulaciones monopólicas de precios (véase Marini, 1979a). Sostiene que si una o algunas empresas consiguen elevar la productividad por encima del promedio de su rama productiva, obtendrán plusvalías extraordinarias, debido a la diferencia entre el precio que rige en el mercado y el costo individual del innovador. La plusvalía extraordinaria que obtiene el capitalista innovador proviene de una transferencia de plusvalía de los otros capitalistas de la rama.4 A su vez, cuando la nueva tecnología se generaliza, la plusvalía extraordinaria 4
Marini (1979a) presenta el siguiente ejemplo teórico. Supongamos que dos empresas, A y B, fabrican zapatos, siendo A de capital extranjero con mayor tecnología; A logra entonces una plusvalía extraordinaria y “la mayor ganancia de A es, en consecuencia, un fenómeno normal, correspondiendo a la transferencia de valor al interior de la rama de zapatos” (énfasis añadido).
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desaparece y el producto se abarata. Si este producto forma parte de la canasta de bienes del trabajador (producida por el sector IIa) o constituye un insumo de su producción, el valor de la fuerza de trabajo se abarata y –todas las condiciones permaneciendo iguales– aumenta la plusvalía relativa. Pero si el aumento de la productividad se registra en el sector IIb, aunque se anule la plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual –cuando se generaliza la innovación tecnológica– ese aumento de la productividad “seguirá traduciéndose en un nivel de productividad superior al resto de la economía”. A continuación sostiene que dado que el valor de la fuerza de trabajo permanece inalterado, la mayor productividad del trabajo se traducirá en un grado de explotación superior y también en una mayor cuota de plusvalía en la rama en cuestión. Ahora la plusvalía extraordinaria no constituye una transferencia intrasectorial sino que “se sitúa a nivel de las transferencias de valor intersectoriales y de las relaciones de distribución en el conjunto de la economía” (Marini, 1979a). Además, los productos suntuarios gozan de una mayor elasticidad de demanda, debido a los aumentos de plusvalía en la economía y a que parte de esa plusvalía no se acumula productivamente. Lo cual permite a los capitalistas de IIb trasladar en menor medida los efectos del aumento de la productividad a los precios. De manera que existiría una transferencia intersectorial de plusvalía de I y IIa a IIb. Como dice Marini, se trataría “de una situación similar a la que alude la noción de intercambio desigual en la economía internacional”. Esto, a su vez, reduce la masa de ganancia en I y IIa y presiona hacia abajo la tasa de ganancia. Así, IIb obtiene, como sector, una plusvalía extraordinaria y presiona hacia abajo la tasa general de ganancia; situación que se amplifica donde existe superexplotación. En consecuencia, tiende a inflarse el sector IIb –que goza de una demanda dinámica, sostenida por el consumo de plusvalía– y el sector IIa tiene poco dinamismo. La economía está desestructurada, con diferentes grados de desarrollo; y los capitales extranjeros que han invertido en IIb reciben una plusvalía extra, similar a la que ocurre en el esquema del intercambio desigual a nivel del comercio internacional. De esta manera, se amplían constantemente las brechas: entre las industrias dinámicas (productoras de bienes suntuarios y de bienes intermedios y equipos destinados a éstas) y las industrias tradicionales; y entre las grandes empresas, en su mayoría extranjeras o ligadas al capital extranjero, y las empresas medianas y pequeñas (Marini, 1974). Las ramas que se benefician son las que se separan del consumo popular, y existe una desproporción creciente entre la producción y el 50
consumo. Esta contradicción es entonces la clave de la dinámica del desarrollo dependiente en Marini. Los graves problemas de realización que se presentan a su vez tratan de resolverse con: la intervención del Estado, la creación de mercados con obras de infraestructura, vivienda, circunstancialmente la compra de armamento y similares; la concentración del ingreso para incrementar el poder de compra de los sectores que demandan bienes de IIb; y la exportación de manufacturas. El tercer ítem (la exportación de manufacturas) apunta a la necesidad de establecer un dinamismo exportador, que es un resultado de las leyes propias de la acumulación dependiente, sustentada en la superexplotación. De esta manera, llegamos al concepto de subimperialismo. A igual que en las tesis clásicas de Lenin, uno de los motivos centrales de la expansión del capital hacia fuera es el agotamiento del mercado interno debido al bajo poder de consumo de las masas trabajadoras.
Subimperialismo
La tesis sobre el subimperialismo de Marini se deriva de lo que hemos visto y se articula con la idea de que en las décadas de 1960 y 1970 se había producido una diversificación y extensión de la industria manufacturera a escala mundial, lo que resultaba en el escalonamiento y jerarquización de los países capitalistas en forma piramidal, con el surgimiento de nuevos centros medianos de acumulación. Esto es, de potencias capitalistas medianas, lo que lleva a hablar de la emergencia de un subimperialismo. Se trataba de un proceso al mismo tiempo de diversificación e integración, con una superpotencia a la cabeza, Estados Unidos. De hecho, Marini estaba registrando la internacionalización del capital y el fortalecimiento de centros de acumulación en las periferias. En Argentina, Brasil y México en particular, se había registrado una fuerte entrada de inversión extranjera directa (ied) desde el fin de la Segunda Guerra. De esta manera, el capital extranjero había reconquistado los mercados internos, ya no a través del comercio, sino de la producción (Marini, 1977). Era la internacionalización del sistema productivo nacional y su integración a la economía capitalista mundial. Ya no se asistía a una mera integración productiva mediante enclaves, a una anexión de áreas de producción –extractivas o agrícolas– a los centros industrializados, sino a la vinculación del capital extranjero a un sector de la estructura productiva nacional. Una consecuencia de esta entrada de inversiones extranjeras había sido una alta concentración del capital –mayor aún que en los países 51
desarrollados– y la formación de un estrato de grandes empresas con una superioridad abrumadora sobre el resto. Pero dadas las limitaciones estructurales de los mercados internos para las industrias dinámicas, era imperioso impulsar las exportaciones manufactureras, y de ahí, la necesidad de desplegar una política imperialista. Brasil habría sido el país donde el fenómeno se había dado de manera más acentuada, generándose un subimperialismo. El subimperialismo era la forma que asumía la economía dependiente al llegar a la etapa de los monopolios y el capital financiero. Implicaba dos componentes básicos: una composición orgánica del capital media en la escala mundial de los aparatos productivos nacionales. Y una política expansionista relativamente autónoma, que se acompañaba de una mayor integración al sistema productivo imperialista y se mantenía bajo la hegemonía ejercida por el imperialismo a escala mundial. En América Latina, solo Brasil expresaba auténticamente este fenómeno; en Asia el rol subimperialista lo jugaban Irán del Sha, e Israel en Oriente Medio. Por otra parte, el subimperialismo brasileño no era solo la expresión de un fenómeno económico, sino también el resultado de la lucha de clases y del proyecto político definido por el equipo tecnocrático militar que había asumido el poder en 1964. Con respecto a la lucha de clases, constituía la respuesta al ascenso de las luchas obreras y populares, iniciado en América Latina a mediados de la década de 1950, y que había tenido su pico en el triunfo de la Revolución Cubana. Marini también subrayó la intencionalidad ideológica del Estado militar brasileño, que había adoptado de manera consciente el objetivo de transformarse en un centro desde el cual se radiaría la expansión imperialista en América Latina. Este análisis se oponía así al diagnóstico simplista de muchos que habían caracterizado al gobierno militar brasileño como una marioneta de Estados Unidos. Marini criticó la idea de que el Estado militar brasileño fuera un títere de Washington. En su opinión se trataba de un proyecto integrado con el imperialismo, pero relativamente autónomo, que respondía a las contradicciones internas que enfrentaba la acumulación dependiente, en un contexto internacional específico. En este marco, el Estado servía como mediación negociadora con las potencias. Esto sucedía porque la burguesía de los países dependientes era débil para negociar directamente con la burguesía imperialista. El gran capital se aglomeraba con el Estado nacional, y este se transformaba en lo que Bujarin había descrito como un “trust capitalista nacional” (véase Bujarin, 1971). Ese Estado conservaba cierta autonomía con respecto al imperialismo, como se había evidenciado repetidas veces en su política económica y en sus relaciones comer52
ciales y diplomáticas. Por ejemplo, Brasil mantenía relaciones estrechas y privilegiadas con los países africanos que se independizaban de Portugal, como Angola, a pesar de sus gobiernos izquierdistas enfrentados a Estados Unidos y Sudáfrica. Brasil también había exportado cereales a la urss cuando el gobierno de Reagan había impuesto un embargo; y el Estado brasileño había desarrollado una industria nuclear independiente. Aunque Marini marcaba también los límites de esta autonomía, porque el gobierno brasileño debía actuar en consonancia con los intereses generales del capitalismo y de Estados Unidos en las cuestiones decisivas. Su autonomía se desplegaba en áreas no vitales para el imperio. Asentado entonces en la superexplotación y el aumento de la productividad, impulsado por la entrada de inversiones extranjeras a la industria, y enfrentando dificultades de realización, el desarrollo brasileño demandaba una política agresiva de expansionismo comercial. La agudización de la lucha por los mercados, y por exportar manufacturas, constituía uno de los rasgos decisivos del imperialismo. Sin embargo, Marini se cuidó de identificar cualquier fenómeno de exportación manufacturera con el subimperialismo. En su opinión, no era suficiente exportar manufacturas para ser un país imperialista. Para que existiera subimperialismo era necesario que hubiera un proceso industrial más dinámico e independiente que el característico de una red de ensambladoras. Ese proceso dinámico se vinculaba al desarrollo industrial, y a la internacionalización del capital. Un rasgo típico de imperialismo de Brasil lo constituía el intento del capital nativo de asegurarse el control de las fuentes de materias primas: hierro y gas en Bolivia, petróleo en Ecuador y en las ex colonias portuguesas en África, el potencial hidroeléctrico en Paraguay. Brasil desplazaba a sus rivales, Argentina y Venezuela, y se aseguraba áreas de influencia. También exportaba capital, principalmente a través de empresas estatales; el caso representativo era Petrobrás. Como parte integrante del proceso de internacionalización del capital, Brasil recibía capitales, pero a su vez los reexportaba. Por último, Brasil podía caracterizarse como un caso de subimperialismo porque poseía el rasgo fundamental que –según las tesis leninistas clásicas– definía el imperialismo, una acelerada monopolización y crecimiento del capital financiero.
Conclusión
La obra de Marini constituyó uno de los intentos más acabados dentro de la dependencia de aplicar las categorías marxianas al análisis de la reali53
dad latinoamericana, manteniendo también lo esencial de las tesis sobre el imperialismo monopolista. No obstante, en cuestiones decisivas en lo que respecta a la acumulación y reproducción ampliada del capital, Marini considera que la teoría de El capital no tiene aplicación. Los esquemas de reproducción de Marx eran abstractos y conducían a la ley de Say; el bajo poder de compra de los trabajadores restringía el mercado y el desarrollo capitalista; la generación de plusvalía relativa estaba bloqueada en los países subdesarrollados; los salarios en el Tercer Mundo se determinaban no según el valor de la fuerza de trabajo, sino por la necesidad de sostener la venta del producto. Por último, y en línea con el pensamiento leninista, el subimperialismo brasileño era una consecuencia de la limitación de los mercados y la imposibilidad de realización interna del producto. Paralelamente Marini constata que la ley del valor trabajo tenía mayor vigencia, a medida que se extendía el mercado mundial, y que en el capitalismo se estaban internacionalizando las fuerzas productivas.
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3. Discusión sobre Marini desde la teoría del valor trabajo
Como ya hemos señalado en el capítulo anterior, uno de los rasgos que distinguió el análisis de Marini fue su intento de aplicar sistemáticamente la teoría del valor trabajo a los fenómenos que estudiaba. Si bien utilizaba el concepto de monopolio, no se advierte que lo hiciera para significar que las grandes corporaciones pudieran controlar y manipular los precios a voluntad. Su posición a veces es ambigua, pero en términos generales aplica un encuadre analítico de mercados competitivos; por ejemplo, cuando explica la generación de plusvalía relativa como resultado de la competencia tecnológica. Es a partir desde este marco que analizamos algunos de los problemas que plantean las explicaciones de Marini.
La dinámica de la acumulación y el subconsumismo
Una de las cuestiones centrales de Marini, que también está presente en otros teóricos de la dependencia y en la cepal, es su idea de que el estrangulamiento de los mercados internos presenta formidables obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas en la periferia. Marini pensaba que los esquemas de reproducción “a lo Marx” no tenían aplicación en los países dependientes, que su aceptación implicaba admitir la validez de la ley de Say, y que la industrialización estaba estructuralmente limitada por la falta de poder adquisitivo de los sectores populares. Empecemos entonces por la cuestión más abstracta, la relación entre los esquemas de reproducción de Marx y la ley de Say. Como se recordará, esta ley postula que a toda oferta le sigue inmediatamente una demanda; de lo que se deriva que no podrían existir crisis generales de sobreproducción. Según Marini, debido a que los esquemas de reproducción de Marx muestran cómo puede ocurrir la venta del producto –si se cumplen ciertas proporciones–, los esquemas avalan la ley de Say. No obstante, es claro que la posibilidad no implica necesariedad. Esto es, a partir de la afirmación –contenida en los esquemas de Marx– de que 55
si los capitalistas gastan la plusvalía, la realización del producto, considerado globalmente, es posible, no se puede sostener –como hace la ley de Say– que la sobreproducción generalizada es imposible. Esta segunda afirmación solo se podría defender si se pensara que los capitalistas siempre gastan su plusvalía, sea en inversiones o consumo. Pero precisamente la teoría de las crisis de Marx se basa en la idea de que en determinadas coyunturas los capitalistas dejan de invertir; esto es, no se cumple la ley de Say. Con lo cual se demuestra, contra lo que pensaba Marini, que la crítica marxiana de la ley de Say no pasa por los esquemas de reproducción, sino por su teoría de la crisis. Los esquemas de reproducción cumplen la función de demostrar por qué y cómo el capitalismo puede reproducirse en escala creciente, ampliando los mercados. De ninguna manera Marx trató de demostrar que inevitablemente, y siempre, a una compra le sigue una venta, sino que, en tanto los capitalistas gasten la plusvalía, no debería haber problemas para la realización de las ventas. La esencia del planteo se deriva directamente de la concepción del valor trabajo, ya que a un valor generado en la producción le debe corresponder, en promedio, un poder de compra equivalente por el lado de la demanda. El valor, según la teoría de Marx, se genera en la producción y se realiza en la venta. En la medida en que los capitalistas y los trabajadores decidan ejercer su poder de compra, no tiene por qué existir una crisis de realización. Esta circunstancia permite a Marx criticar las explicaciones subconsumistas de las crisis, pero el rechazo de la tesis subconsumista no es sinónimo de aceptación de la ley de Say. En segundo término, y vinculado a lo anterior, los salarios bajos, la superexplotación y el ejército industrial de reserva no constituyen en sí mismos obstáculos para la acumulación capitalista, como pensaron Marini y otros teóricos de la corriente de la dependencia (cd), sino más bien todo lo contrario. Es que en la medida en que los salarios son bajos, la plusvalía puede ser alta, y si los capitalistas reinvierten una parte importante de la misma en ampliar su capital, habrá crecimiento de las fuerzas productivas y, por lo tanto, de la oferta y de la demanda correspondientes. Este fenómeno se ha dado en el capitalismo central; véanse, por ejemplo, los niveles de explotación y miseria descritos por Marx y Engels durante la Revolución Industrial inglesa, a la par que se desplegaba una intensa acumulación de capital. Pero además, una vez iniciada la acumulación, la canasta de bienes de consumo salarial también se modifica como resultado del mismo crecimiento de las fuerzas productivas y de la clase obrera, incluso por el mayor poder de negociación de ésta frente al capital. Por lo cual no es cierto que las industrias de bienes durables estuvieran 56
condenadas en América Latina a una demanda limitada a un cinco o diez por ciento de la población. De hecho, grandes sectores de la clase obrera en Argentina, Brasil, Chile y otros países latinoamericanos accedieron al consumo de bienes durables como refrigeradores, televisores, lavarropas, teléfonos, equipos de música y similares. Y algunas capas –consideramos parte de la clase obrera a todos los asalariados que están subsumidos a la relación capitalista– alcanzaron el automóvil (aunque en la mayoría de los casos no sea un “cero kilómetro”). Todo esto no niega la existencia de la superexplotación, la marginación y los ejércitos industriales de reserva, pero pone las cosas en una perspectiva más ajustada a la realidad. El problema no es menor porque muchas veces los diagnósticos de la izquierda –en línea con la visión estancacionista– se vieron desmentidos por los desarrollos del capitalismo en la periferia, precisamente por no entender esta dinámica de la acumulación.1 De lo anterior se deriva entonces una crítica más general del estancacionismo, y una perspectiva distinta de la que defendió la cd sobre los efectos de la entrada del capital extranjero en los países atrasados. Marini y otros autores de la cd pensaron que el rol de las burguesías locales no podía ser más que de subordinación al capital extranjero que invertía en la periferia; si los mercados estaban estructuralmente restringidos, no había espacio para una acumulación “auto” impulsada. Pero la entrada del capital extranjero en los sectores dinámicos de las economías atrasadas, y la dependencia tecnológica y financiera con respecto a los centros imperialistas, no anularon la posibilidad de que se desarrollaran empresas industriales en manos de fracciones de las burguesías nativas. A veces, estas fracciones se asociaron al capital extranjero; en otras oportunidades, capitalizaron renta agraria; o acumularon en base a la intensa explotación del trabajo y crecieron desde empresas pequeñas y medianas hasta alcanzar el estatus de empresas importantes, imitando avances tecnológicos o pagando por tecnología de punta. No se trata de una burguesía que alcance el poder del capitalismo central; pero tampoco estamos ante una burguesía lumpen y meramente satélite. 1 Un ejemplo característico de esto fue la postura de la izquierda argentina cuando se produjo la privatización de los teléfonos en Argentina, a comienzos de la década de 1990. Diagnosticó que el plan de la burguesía y el gobierno consistía en que solo hubiera teléfonos para una minoría de privilegiados. La realidad es que en los años que siguieron a la privatización el uso de los teléfonos se extendió a amplias franjas de la población, incluida la clase obrera. Esto fue a la par de la superexplotación de amplias franjas, del aumento de la marginación social y el ejército de desocupados en Argentina. El capitalismo amplía los mercados a través de esta dialéctica contradictoria.
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La dinámica de este capital ha respondido a las leyes más generales de la acumulación capitalista. Una consecuencia de la visión que estamos presentando es la necesidad de volver a pensar críticamente sobre los efectos que tiene la inversión extranjera directa (ied) en los países atrasados. No solo porque la inversión extranjera directa fomenta el desarrollo capitalista, un fenómeno que ya habían admitido Cardoso, Dos Santos o Marini, sino porque la ied no impide que ese capitalismo dependiente adquiera dinámica propia. Lo cual significa que la dirección y los modos de desarrollo en la periferia no están “dictados” por las corporaciones internacionales. Se trata de formas de acumulación locales que se articulan, a través de las leyes de la competencia capitalista, con los capitales extranjeros, y en ese carácter entran en el mercado mundial. Y es por esta misma dialéctica que estos capitales surgidos de los países atrasados terminan participando en la mundialización de las inversiones; una cuestión sobre la que volvemos más adelante.
La tesis del intercambio desigual entre sectores
Marini sostiene que si algunas empresas consiguen elevar su productividad por encima del promedio de su rama productiva, obtendrán plusvalías extraordinarias, debido a la diferencia entre el precio que rige en el mercado y el costo individual de las empresas innovadoras. Esta es, en principio, la postura de Marx. Sin embargo, Marini plantea también que esta plusvalía extraordinaria representa una transferencia de plusvalía desde los otros capitalistas de la rama. Esta idea se ha mantenido hasta el día de hoy en muchos autores, y constituye la base para demostrar el intercambio desigual en Carchedi (1991), por ejemplo. La cuestión es importante porque pone en primer plano no solo la relevancia de la teoría del valor para explicar el desarrollo en los países atrasados, sino también porque demuestra la necesidad de realizar un análisis cuidadoso de las relaciones implicadas. Uno de los problemas que notamos en los análisis sobre intercambio desigual, y similares, es la relativa liviandad con que se postulan transferencias de plusvalía y valor entre sectores o países. Entrando ahora en la tesis de Marini, el problema es que no hay forma de explicar de qué manera las empresas de menor tecnología generan mayor plusvalía dentro de una rama, para que esa plusvalía pueda ser transferida (o reaparecer) como plusvalía extraordinaria en la empresa 58
innovadora. Las empresas que tienen una tecnología modal (o promedio) con respecto a la rama, y venden al precio de producción (costo + tasa media de ganancia), no pueden generar plusvalía extra que esté disponible para ser transferida a parte alguna. Con menor razón pueden generar plusvalía extra las empresas con menor tecnología que la modal, porque cada hora de trabajo en estas empresas genera menos valor que la hora de trabajo en las empresas con la tecnología modal. Puesto de manera más sencilla, si una empresa emplea en promedio diez horas de trabajo para fabricar el producto X, y las empresas modales emplean en promedio seis horas de trabajo, la empresa atrasada no ha generado cuatro horas extras de valor. Por el contrario, solo ha generado seis horas de valor (igual al tiempo de trabajo socialmente necesario) y cuatro horas de trabajo no han sido validadas en el mercado como generadoras de valor. ¿De dónde puede surgir la plusvalía extraordinaria? La respuesta la da Marx al explicar que el trabajo en la empresa que tiene una tecnología superior actúa como trabajo potenciado y genera más valor que el trabajo que emplea tecnologías inferiores.2 Por lo tanto, no existe transferencia de plusvalor desde las empresas de menor tecnología a las empresas de mayor tecnología. Marini también sostiene que cuando la nueva tecnología se generaliza, la plusvalía extraordinaria desaparece, el producto se abarata, y si este producto entra en la canasta de consumo, aparece la plusvalía relativa. Esto efectivamente corresponde a la dinámica del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Pero enseguida explica que si el aumento de la productividad se registra en el sector IIb (productor de bienes de consumo suntuarios), y aunque se anule la plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual –cuando se generaliza la innovación tecnológica–, el aumento de la productividad seguirá traduciéndose en un nivel de productividad superior al resto de la economía. De manera que ahora la plusvalía extraordinaria de la que se apropia la rama surge de la transferencia de plusvalía desde los sectores I y IIa al IIb. De nuevo aparece el empeño por demostrar las transferencias de plusvalía entre sectores. La redistribución de plusvalor entre ramas es un fenómeno natural en el sistema capitalista, que da lugar a la igualación de la tasa de ganancia, y a los precios de producción, que rigen los precios de mercado. Pero esto sucede no porque existan “diferentes productividades 2 Esta cuestión también es clave para comprender la teoría de la renta de Marx, que presentamos en el capítulo 12 y sobre la que profundizamos en el interludio 1.
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entre ramas”, sino porque hay diferentes composiciones orgánicas de capital, lo que es muy distinto de lo que afirma Marini. La diferencia es fundamental porque hablar de diferencias de productividad entre ramas no tiene sentido económico. No se puede decir que la empresa que produce el automóvil A sea más productiva que la empresa que produce el avión B, porque es imposible comparar productividades cuando se trata de valores de uso distintos. La productividad se relaciona con el tiempo de trabajo necesario para generar determinado valor de uso, y por lo tanto no es posible decidir qué trabajo es más productivo si los bienes físicos no se pueden igualar. Pero si esto es así, la explicación de Marini sobre la diferencia de productividad entre la rama IIb y el resto de la economía no tiene sentido. Por lo tanto, también se cae su explicación sobre la apropiación de una plusvalía extraordinaria, en lo que respecta a la rama, a partir de la transferencia desde otras ramas. Si en IIb se generaliza el cambio tecnológico, y no existen precios de monopolio, el precio del producto suntuario cae, y la plusvalía extraordinaria desaparece. No hay manera de que esta última subsista en la rama. Por supuesto, si la demanda supera la oferta, el precio de mercado puede ser superior durante todo un tiempo al precio de producción. Esto implicará una tasa de ganancia más alta para la rama; lo que en condiciones de movilidad de capitales inducirá a otros capitales a entrar en la rama; lo que provocará el aumento de la oferta, hasta que se iguale con la demanda, y el precio de mercado se acerque al precio de producción determinado por –en promedio– la tasa media de ganancia. No hay misterio en todo esto. A pesar de las trabas para la entrada de capitales en ramas de alta concentración de las empresas, esta es la mecánica que se repite, en sus líneas fundamentales, tanto en los países adelantados como en los atrasados. Esta discusión es importante porque Marini asimila las supuestas transferencias de plusvalías extraordinarias al intercambio desigual entre naciones. La matriz de su razonamiento coincide con las explicaciones sobre intercambio desigual, aplicadas al caso de competencia intra industrias. Mandel y Carchedi, entre otros, sostienen por eso que los países atrasados transfieren plusvalía a los países adelantados. De esta manera subsiste una idea de explotación, de alguna manera, de los capitales que operan con tecnologías de avanzada, sobre los capitales que tienen tecnología atrasada. Marini da lugar para que el mecanismo se aplique al interior del país dependiente. Pero lo que sucede es que los capitales que emplean tecnología de avanzada extraen más plusvalía de sus obreros, que los capitales que emplean tecnología atrasada. 60
Esquemas de reproducción y acumulación desigual
Uno de los planteos centrales de Marini es que el desarrollo en las economías dependientes es hasta cierto punto “deforme”, porque existe una gran desproporción entre las ramas IIb, y los sectores de I que le proveen de insumos, y el resto de la economía. Siendo importante la tesis sobre el sesgo de los países de la periferia hacia el desarrollo desigual, y deformado –véase más adelante una explicación de esta problemática vinculada a variaciones en el tipo de cambio– es necesario precisar los mecanismos por los cuales se produce. En Marini subyace la idea de que el sector IIa (productor de bienes de consumo masivo, salariales) está condenado al estancamiento, debido al estrangulamiento de la demanda, y que IIb (productor de bienes de lujo) es dinámico y goza de una mayor elasticidad de demanda, de manera permanente. La esencia del problema residiría así en la distribución extremadamente desigual del ingreso. Pero esta idea no explica el desarrollo capitalista real de los países dependientes. Es cierto que en la década de 1960 el sector automotriz –epítome de la industria de lujo en los escritos de la dependencia– fue uno de los más dinámicos en América Latina, y que estuvo dominado por el capital extranjero, principalmente el americano. Pero este fue un rasgo que en buena medida se repitió también en los capitalismos adelantados, y tiene que ver más con el desarrollo desigual que caracteriza históricamente al sistema capitalista. Cuando aparecen productos nuevos que ganan aceptación y gozan de alta demanda, se registran altas tasas de crecimiento en las ramas que los producen. Esto sucedió y sigue sucediendo, y es un fenómeno que han registrado de forma acabada los schumpeterianos. La rama innovadora experimenta un alto dinamismo, hasta que el producto alcanza madurez y se estabiliza. Es lo que sucede en Argentina, por ejemplo, con la rama informática, que crece –dato del año 2006– a tasas del 20 al 25% anual, o sea, mucho más de lo que lo hace la economía de conjunto. Además, sucede muchas veces que el producto nuevo en una primera instancia es consumido por los sectores de más altos ingresos, y luego, paulatinamente, a medida que aumenta la productividad, puede “derramarse” hacia los sectores de ingresos más bajos, incluidos los trabajadores. Para brindar algunos ejemplos sencillos y recientes, es lo que sucedió con la televisión, los teléfonos celulares o las computadoras personales; hoy estos productos los consumen capas importantes de la clase trabajadora, aunque en sus inicios fueran demandados solo por la burguesía y las capas altas. Ya hemos explicado que esto se corresponde con la dinámica “a lo Marx” del capitalismo. 61
Por otra parte, tampoco se ha verificado la idea de Marini de que los sectores I (que no producen insumos para IIb) o IIa estaban condenados al estancamiento y falta de dinamismo en los países dependientes. Por empezar, porque en tanto muchos productos de consumo duradero se incorporan a la canasta de bienes salariales, la distinción misma entre IIa y IIb se va modificando; debe recordarse que IIb está compuesto exclusivamente por los artículos de lujo que demandan los capitalistas. Pero además, empresas capitalistas productoras de alimentos, o de otros productos tradicionales, han tenido desarrollos dinámicos en América Latina, así como en otras regiones periféricas (véanse capítulos 12 y 13), y han dado lugar incluso a la formación de grupos económicos importantes, con capacidad de pelear mercados exteriores.
Subimperialismo y competencia capitalista
La cuestión del subimperialismo en Marini remite a un problema que recorre las elaboraciones marxistas del siglo xx, referido al significado preciso de la noción de imperialismo. Como hemos intentado mostrar en Valor, mercado mundial y globalización, el uso del término en el campo del marxismo siempre presentó ambigüedades, que tienen su origen en la dicotomía teórica que subyace en las tesis clásicas del imperialismo. El problema podemos sintetizarlo a partir de preguntarnos si el imperialismo obedece a leyes de acumulación y desarrollo distintas a las planteadas por Marx en El capital, y si por lo tanto el capitalismo del siglo xx se identifica con el imperialismo. O si, por el contrario, –y esta es una formulación de Lenin– el imperialismo es solo una “superestructura” económica, constituida por los monopolios, que no afecta en lo esencial al capitalismo “a lo siglo xix”, y coexiste con esta “base” económica. En el primer caso el capitalismo se habría transformado en imperialismo –esta también es una formulación de Lenin– y si esto es así, la dinámica del capitalismo actual es cualitativamente distinta, tanto para los países atrasados, como para los adelantados, que en la época de la “libre competencia”. En el segundo caso, en cambio, habría que trabajar teóricamente a partir de reconocer la existencia de dos dinámicas, una regida por las leyes del capitalismo “a lo Marx”, y la otra por las leyes del capitalismo monopólico; aunque este último fuera el que –pensaba Lenin– prevalecería a largo plazo. Esta cuestión nunca fue clarificada, y por eso subsistió la referida ambigüedad.3 3
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Esta ambigüedad fue admitida por marxistas que trabajaron el tema, como Arrighi,
Esa ambigüedad, o más bien esa dicotomía teórica, puede ser superada unificando el análisis sobre la base de la vigencia de la competencia y de la ley del valor trabajo en el capitalismo contemporáneo. El problema con la categoría de Marini es que de manera aún más acentuada que en las tesis leninistas, no alcanza a entenderse cuál es la especificidad que caracterizaría al subimperialismo. Después de todo, la lucha por los mercados, y por exportar manufacturas, es característica de todo capital. Además, todo Estado nacional defiende los intereses de “sus” capitales nacionales y trata de posicionarlos de la mejor manera en el plano internacional. Esto sucedía en la época que los teóricos del imperialismo definen de libre competencia, el siglo xix, y siguió sucediendo en el siglo xx, hasta la actualidad. En la medida en que esa lucha opere a través de la competencia en el mercado mundial, estamos ante un rasgo del capitalismo “en estado puro”. Todo capitalismo es agresivo, ya que la lucha por los mercados es propiamente una guerra económica entre los capitales. Y en muchos países dependientes se registra, a lo largo de las últimas décadas, un proceso industrial más dinámico e independiente que el de meras redes de ensambladoras. No se comprende por qué esto debería ser considerado un caso de “subimperialismo”. Algo similar puede decirse de la exportación de capitales. La exportación de capitales constituía uno de los elementos que definían el imperialismo en las tesis de Lenin; pero lo era en tanto se integraba a lo que se pensaba que constituía un sistema, o forma de funcionamiento, distinto del capitalismo de “libre competencia”. Distinto porque el imperialismo en sentido leninista se caracterizaba por la primacía de la extracción del excedente mediante métodos no económicos. En consecuencia, la categoría de subimperialismo, según las características definidas por Marini, se puede aplicar a todos los países capitalistas dependientes, que hayan desarrollado medianamente la exportación de manufacturas, o alguna exportación de capitales. Con la mundialización de la relación capitalista este fenómeno se registra en toda una serie de países atrasados. Esta circunstancia cobra especial relevancia cuando se intenta analizar algunos de los conflictos y tensiones que recorren América Latina a mediados de la primera década del siglo xxi. Es que las categorías de imperialismo, subimperialismo y países dependientes conllevan la idea de la explotación de países y regiones por otros países y regiones, “a lo Frank”. De manera que, según esta tesis, las contradicciones y conflictos Barrat-Brown, Sutcliffe y otros. Para referencias y una discusión más detallada, remitimos de nuevo a Astarita (2006).
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se darían a través de una amplia cadena de eslabones, desde el imperialismo “máximo”, hasta la región más pobre del planeta; cada uno de los eslabones intermedios sería al mismo tiempo explotado y explotador. Así, por ejemplo, Finlandia sería imperialista con respecto a Uruguay, por la instalación de la papelera Botnia en este país; pero Finlandia a su vez sería explotada por países europeos más poderosos; y estos últimos por Estados Unidos. A su vez, Uruguay sería explotado por los países europeos más poderosos y Estados Unidos y Finlandia por Estados Unidos. De la misma forma, Bolivia sería explotada por Brasil, pero Brasil a su vez explotado por Estados Unidos. Por lo tanto, las disputas que tuvo durante 2007 y 2008 el gobierno boliviano con Petrobrás por el precio a que se exportaba el gas se interpretarían como una lucha de liberación nacional. Pero desde la óptica que defendemos se trataba de una tensión “normal” entre burguesías nacionales por el reparto de la plusvalía. No hay necesidad de recurrir aquí a la idea de subimperialismo o imperialismo.
Conclusión
Si bien los escritos de Marini avanzan en el estudio de las economías dependientes a partir de las categorías del valor y la plusvalía, el análisis termina haciéndose en términos de conflictos nacionales. Además, cuestiones como la acumulación capitalista, la generación de plusvalía, la formación diferenciada de valor a partir de las diferentes productividades, y la dinámica del mercado en los países dependientes, no estuvieron del todo bien resueltas por Marini. En su marco teórico era muy difícil explicar las evoluciones en los países dependientes del último cuarto de siglo, la ampliación de sus mercados internos en base a la acumulación de capital y su inserción en la globalización. Por eso no es de extrañar que la obra de Marini quedara envuelta en la crisis que terminó afectando a toda la cd.
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4. Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la tradición hegeliana y marxista
En este capítulo discutimos cuestiones referidas al método y la dialéctica implicadas en los trabajos de la dependencia. Para esto tomaremos como punto de referencia los balances críticos de la corriente de la dependencia (cd) realizados por Blomström y Hettne (1990) y Palma (1987). Magnus Bomström y Björn Hettne, y Gabriel Palma, no solo sintetizan algunas de las críticas más frecuentes que se han dirigido a la cd, y los problemas que afrontó, sino también tienen el mérito de abrir la discusión a las cuestiones de método que subyacían en la escuela. Estos autores consideran que en la cd se desarrollaron polaridades analíticas que fueron difíciles de superar, principalmente debido al enfoque metodológico. Palma, además, plantea que la variante encabezada por Cardoso y Faletto, que él llama “el tercer enfoque de la escuela”, habría establecido una vía correcta para superar las dificultades, consistente en analizar las cuestiones desde el punto de vista de la interacción, y no de las oposiciones rígidas y formales. Por eso enfatiza la importancia de la “interacción dialéctica”. El punto de vista que defenderemos es que si bien la interacción representa un progreso con relación a las oposiciones rígidas, el método dialéctico exige ir más allá de la interacción, para alcanzar las totalidades concretas, que se conforman por la articulación entre lo universal –las leyes “generales” de las que hablan Palma y Cardoso–, los particulares y los singulares. Este enfoque dialéctico sería importante para las investigaciones sobre los países atrasados. Empezamos entonces presentando una síntesis de los balances de Bomström y Hettne, y Palma.
Los balances
Según Blomström y Hettne, la escuela habría entrado en crisis y decadencia porque: 65
• La cd sostuvo que el desarrollo capitalista no es viable en la periferia, y no se va hacia un sistema plenamente capitalista. Fue un error sostener que esto debía ser así, como si se tratara de la consecuencia de leyes naturales. • Planteó que el capitalismo dependiente se basaba en la plusvalía absoluta y la superexplotación de la mano de obra. Ignoró la posibilidad de que el capitalismo dependiente avanzara hacia la extracción de plusvalía relativa y el progreso tecnológico. • Sostuvo que la superexplotación de la mano de obra planteaba restricciones insalvables para el crecimiento del mercado interno y, por lo tanto, para el desarrollo del capitalismo. Esto se ha demostrado erróneo. • Como derivado de la tesis anterior, la cd pensó que la burguesía nacional de los países atrasados no tenía fuerza propia, era parasitaria, no podía lograr una acumulación del capital normal, ni era capaz de pensar en sus propios intereses verdaderos. La experiencia demostró que las burguesías de los países dependientes tenían mucha mayor autonomía e iniciativa que la supuesta por la escuela. • La cd sostuvo que las únicas alternativas de la periferia son el socialismo o el fascismo. Pero en muchos países dependientes se estabilizaron democracias capitalistas.1 Palma coincide con muchas de estas críticas, aunque sostiene que solo una parte de los teóricos de la dependencia habrían fracasado, y que esto sucedió porque aplicaron un método de análisis abstracto y formal. Son los que no llegaron a comprender, según Palma, la especificidad del proceso histórico de la penetración capitalista en los países de la periferia, se limitaron a elaborar una tesis sobre el inevitable estancamiento económico y una teoría formal del subdesarrollo. Estos análisis estaban errados no solo porque no se ajustaban a los hechos, sino también porque eran de naturaleza “mecánico-formal”, “estáticos y ahistóricos”. En consecuencia presentaron “esquemas incapaces de explicar la especificidad del proceso de desarrollo económico y dominación política en los países periféricos”; no pudieron detectar los procesos sociales más relevantes, ni explicar los mecanismos de reproducción social y las formas de transformación de estas sociedades; y se manejaron con conceptos vagos e imprecisos (Palma, 1987, p. 77). Sin 1
Hemos cambiado ligeramente la ordenación; además Blomström y Hettne agregan el fenómeno del subimperialismo, que no hemos incluido por tratarse de un planteo específico de Marini.
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embargo, Palma considera que lo que él llama el tercer enfoque dentro de la cd –básicamente los trabajos de Cardoso y Faletto– muestra una metodología correcta para el análisis de las situaciones concretas de la dependencia. Los puntos fuertes de este tercer enfoque serían: • A igual que los otros autores de la dependencia, los del tercer enfoque concibieron las economías periféricas como partes integrantes del sistema capitalista mundial, y entendieron que los determinantes generales para la comprensión de estas sociedades se encuentran en el sistema mundial. También fueron conscientes de que el capitalismo mundial en la década de 1960 era muy distinto del que había visto Lenin a comienzos de siglo; y que contribuciones como las de Gramsci y Kalecki no habían sido integradas a la teoría del imperialismo, lo que representaba una seria falencia. Además, el tercer enfoque incorporó de manera más satisfactoria las transformaciones que estaban ocurriendo en el capitalismo mundial, tales como la exportación de capital a la periferia y su industrialización; y se dio cuenta de que la dependencia y la industrialización no eran necesariamente contradictorias. De esta manera pudo postular que existía un desarrollo dependiente, por lo menos en muchos países de la periferia. • El tercer enfoque amplió el análisis de los determinantes internos del desarrollo de las economías periféricas, porque dio gran importancia a cuestiones como la diversidad de recursos naturales, ubicación geográfica y similares. • Por último, la característica más importante del tercer enfoque es que habría superado la discusión acerca de si los determinantes del subdesarrollo y el desarrollo son los factores externos –mercado mundial, imperialismo– o internos, al sostener que lo importante es la interacción de los determinantes generales y específicos en situaciones concretas. Esto se habría logrado por la síntesis de ambos planos del análisis –externo e interno–, o sea, a partir de “una unidad dialéctica de ambos determinantes” (Palma, 1987, p. 73). Así, se podría explicar cómo, por ejemplo, un mismo proceso de expansión comercial había producido en diversas sociedades latinoamericanas diferentes resultados (trabajo esclavo en algunos lugares, explotación de la población indígena en otros, o formas incipientes de trabajo asalariado). Lo importante es, desde el punto de vista del método que reivindica Palma, el estudio de las especificidades de cada caso: las formas en que se realizaron las alianzas de clases, en que se organizaron los Estados, se adoptaron ideologías. De aquí que el objetivo sea elaborar conceptos capaces de explicar cómo las tendencias 67
generales de la expansión capitalista se transforman en relaciones específicas entre los individuos, las clases y el Estado; y cómo estas relaciones a su vez reaccionan sobre las tendencias generales del sistema capitalista. En síntesis, lo central en Palma es la interacción entre lo general y lo particular para llegar a una explicación rica, que no caiga en el formalismo vacío. A esto le llama “unidad dialéctica” de ambos determinantes. El método correcto entonces sería el histórico-estructural, que postularon Cardoso y Faletto; una alternativa al análisis esquemático y mecánico en que habrían incurrido Frank y otros autores dependentistas. A partir de aquí se plantea también uno de los principales problemas que enfrentó la cd, la relación entre “estructura/acción humana”. Según Palma, la “integración dialéctica” entre ambas instancias, o sea, entre estructura y conflicto (lucha de clases) sería la vía para superar los esquemas rígidos. Blomström y Hettne parecen también inclinarse por esta salida; una cuestión que se vincula con la manera de superar las muchas polaridades en que, según Blomström y Hettne, habría incurrido la cd. Estas polaridades serían: • entre lo general y lo particular; • entre lo externo y lo interno; • entre holismo y particularismo, esto es, entre aquellos autores que producen modelos globales cuyas dinámicas están determinadas por el sistema en su totalidad; y otros “que construyen una perspectiva completa a partir de las partes constituyentes” (ibid., p. 97); • entre análisis económico y análisis sociopolítico; esto es, entre los autores que “trabajan exclusivamente con un análisis económico” y otros que “subrayan las condiciones sociales y políticas” (ibid., p. 99); • entre “contradicciones sectoriales-regionales” y “contradicciones de clase”, dicotomía que recorre los debates y críticas a la cd; • entre subdesarrollo y desarrollo; • entre voluntarismo y determinismo. Todas estas polaridades, que no se pudieron superar ni resolver adecuadamente, habrían contribuido entonces a la crisis de la cd. Siendo esto cierto, es necesario sin embargo indagar cuáles fueron los criterios metodológicos que llevaron a atascarse en esas dicotomías. Nuestra respuesta se basa, en lo esencial, en la perspectiva planteada por Hegel, en particular en sus “lógicas” (Hegel, 1968 y 1997). 68
Desarrollo histórico y dialéctica del desarrollo capitalista
Empecemos señalando que en los estudios y debates de la cd se han superpuesto dos tipos de objetos de estudio y de problemáticas que deberían distinguirse. En primer lugar, el desarrollo histórico de los modos de producción precapitalistas a partir del momento en que se vinculan al mercado mundial capitalista, ya sea en su génesis, o cuando éste ya había madurado. En segundo lugar, la dinámica del capitalismo en los países subdesarrollados, cuando el modo de producción capitalista ya había arraigado en esos países. Ambos tipos de problemas están íntimamente entrelazados, desde el momento en que en una formación social atrasada se combinan modos de producción precapitalistas con el modo capitalista que está surgiendo. Pero desde el punto de vista del método plantean cuestiones muy diferentes, porque la “teoría general” de la que hablan Cardoso y Faletto, que supuestamente debería aplicarse a la intelección de la evolución de las formas precapitalistas, no es propiamente una “teoría general” en el sentido que lo constituye El capital. A lo sumo, se trata de las categorías del materialismo histórico –conceptos como modo de producción, fuerzas productivas, relaciones sociales– a partir de las cuales no existe posibilidad alguna de establecer alguna lógica, o ley interna de evolución o transición al capitalismo. Es significativo que Marx jamás haya elaborado semejante cosa, y que sostuviera explícitamente que no había manera de establecerla. Sí planteó, en cambio, que el capital tiene un impulso de formar el mercado mundial, y que tiende a abolir “la producción de valores directos” (propia de formaciones precapitalistas) y a poner en su lugar “la producción basada sobre el capital” (Marx, 1989, t. 1, p. 360). Pero esto no significa que pudiera elaborarse alguna “ley” general de desarrollo –o subdesarrollo– para el conjunto de las regiones y modos de producción que se vincularon con el mercado mundial. Marx nunca pretendió establecer una ley suprahistórica universal de este tipo, ni hay manera de hacerlo. Con razón, refiriéndose a la concepción de Marx sobre esta cuestión, Zeitlin apunta: El surgimiento del capitalismo [según Marx] no podía deducirse de ninguna ley; no era históricamente inevitable; no hay ninguna necesidad histórica que pueda explicar su nacimiento. Por el contrario, el capitalismo moderno es el producto de la interacción y la convergencia de una variedad de procesos históricos particulares (Zeitlin, 2001, p. 134).
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Zeitlin recuerda a continuación la carta de Marx a Mijailovski, de fines de 1877, en la que el autor de El capital señalaba que el capítulo sobre la acumulación primitiva solo pretendía mostrar el camino por el cual había surgido el capitalismo en Europa occidental, pero que este esbozo histórico no debía transformarse “en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo” (Marx y Engels, 1973, p. 290). En esa carta Marx también planteaba que […] sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante la llave maestra universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica (Marx y Engels, 1973, p. 291).
Por este motivo la idea –típica de los manuales estalinistas– de que la humanidad debería atravesar necesariamente etapas –comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo– tiene poco que ver con la concepción marxiana, y de hecho no se verificó históricamente. También hemos visto esa concepción abstracta general en Rostow. En este sentido tenían razón los teóricos de la cd cuando criticaban este esquema. Pero también es un error pretender deducir, por oposición al planteo lineal evolucionista, otra ley general, esta vez estancacionista, como sucede con la “ley” de Frank de que inevitablemente la vinculación con el mercado mundial generaría atraso y subdesarrollo en la periferia. Es necesario el estudio de cada caso, poner el acento en las dotaciones de recursos naturales, en las estructuraciones de clases y sus luchas, en los factores políticos y otros, para explicar las evoluciones particulares y singulares. La explicación de por qué en Estados Unidos se da el reparto de tierra y una colonización intensiva de las llanuras, y por qué eso no sucede en Argentina, necesita de algo más que el planteo “vinculación o no al mercado mundial”. De la misma manera, para explicar por qué Argentina no evoluciona como Canadá, o como Australia, etcétera. No hay aquí tampoco un “modelo” de desarrollo agrario –alternativamente de bloqueo– que deban seguir –alternativamente, no seguir– necesariamente los países o modos de producción. Este es el aspecto del asunto que resaltan correctamente Palma y Blomström, y Hettne. Pero, por otro lado, a partir de los análisis singulares tampoco es posible establecer “leyes” de evolución, como parecen sugerir Cardoso y 70
Faletto, y Palma. Tal vez la única “ley” es que a largo plazo el mercado mundial tiende a imponerse y todos los países o regiones entran en la órbita del capital, y las relaciones precapitalistas se transforman en relaciones capitalistas. Esta tendencia se ha verificado, y el impulso hacia la mercantilización y el establecimiento de relaciones capitalistas es más y más fuerte a medida que el mercado mundial se despliega en tanto totalidad concreta, regida por el capital. Las transformaciones capitalistas de las últimas décadas de las sociedades burocráticas no capitalistas –URSS, China, Alemania Oriental y otras– se explican a partir de esta primacía del mercado mundial. Pero esto solo opera como tendencia, esto es, obedece al impulso de la ley general; o de lo que en la dialéctica se llama “el universal”. Y del universal de ninguna manera se pueden deducir los singulares, esto es, los ritmos y modos de las transformaciones, las vías concretas, singulares, históricas. No es posible hacerlo hoy, cuando el sistema mundial capitalista ha devenido una totalidad completamente desplegada. Mucho menos es posible establecer alguna ley general de evolución de las sociedades precapitalistas a partir de su vinculación a un mercado mundial todavía incipiente. De ahí la importancia de la crítica de Brenner (1979) a los teóricos de la “economía mundo”, al señalar –siguiendo a Maurice Dobb– que la vinculación al mercado mundial no siempre dio lugar a la disolución inmediata de las relaciones precapitalistas. El caso típico fueron las regiones de Europa Oriental que producían alimentos para el mercado mundial entre los siglos xvi y xviii. Allí los señores reforzaron la servidumbre y la presión sobre los campesinos para aumentar la extracción de excedente y comerciar más exitosamente. La razón por la cual en Polonia se responde de esta manera, y por qué en otro lugar se responde acelerando la descomposición de las relaciones precapitalistas, solo puede encontrarse en el estudio de la articulación interna de clases de cada sociedad, su desarrollo de las fuerzas productivas, sus riquezas en recursos naturales, la demanda del mercado, las luchas políticas, y muchos otros factores. Esto que se aplica a la periferia, también rige para la evolución de los países avanzados. El modo de producción capitalista necesita como presupuesto la propiedad privada de los medios de producción, por un lado; y la existencia de seres humanos “libres”, en el sentido que no poseen medios de producción, y pueden vender su fuerza de trabajo. A partir de este presupuesto se puede hablar de una lógica del capital, de una lógica de desarrollo. Pero las condiciones históricas por las cuales se arriba a esos presupuestos no están encerradas en ninguna lógica, y deben estudiarse en cada caso. Planteada así la cuestión se puede advertir entonces que la interacción dialéctica entre “ley general” y “casos singulares” que postularon 71
Cardoso y Faletto, y reivindica Palma como el camino de análisis, no tiene manera de rendir frutos si se quiere deducir alguna ley según la cual las formaciones sociales de la periferia habrían evolucionado al capitalismo. La “ley general” para esto no existe, salvo lo que ya hemos señalado, el impulso tendencial a la mercantilización. Tampoco hay manera de establecer una teoría general de evolución de las regiones precapitalistas a partir de casos singulares, una idea que también anima los trabajos de Cardoso y Faletto. Esto se debe a que es imposible deducir el universal por simple comparación y extracción de elementos comunes. Es cierto que esta es la manera en que comúnmente se piensa que se elaboran los conceptos, pero como explicó Hegel, por esta vía a lo sumo se tiene una representación del universal. Es lo que Hegel llama “el universal vacío”, que se consigue mediante abstracción (separación) de rasgos, para quedarse con lo que es común a muchos. Este universal es estéril porque no tiene en su seno la riqueza del contenido, la diferencia, la particularización y la negación. De aquí es imposible deducir ley alguna de evolución, establecer la dinámica interna, y por eso cuando lo obtenemos quedamos reducidos a una simple tipología, a la clasificación. Es lo que ha sucedido, en definitiva, con algunos intentos de establecer tipologías de desarrollo dependiente –economías de enclave, economías precapitalistas subordinadas, etcétera– a partir de la comparación de muchos casos singulares. La insistencia en lo “concreto”, obtenido por inducción, conduce al universal abstracto. Pareciera que la teoría, lo universal, fuera lo vacío, mientras que la riqueza del contenido marcha por otro carril, porque residiría solo en lo singular, y que “teorizar” es llenar el vacío con elementos tomados, sin método, de lo empírico. Se desemboca así en una tipología weberiana, o “modelos”, que constituirían el eslabón intermedio entre la teoría general (a lo Marx), y los casos singulares. A pesar de que se lleva décadas tratando de sacar algún rédito de esto, los estudios se estancan porque ese universal abstracto –el modelo, o sea, la formación social “tipo”– está vacío de contenido. Observemos también que el método de Frank para elaborar su ley general del subdesarrollo tiene similitudes de fondo, a pesar de sus diferencias formales, con el enfoque de generalización por inducción que estamos criticando. Es que Frank arranca de una definición genérica sobre qué es capitalismo –producción para el mercado– y se aboca luego al estudio de casos históricos singulares, a fin de demostrar que siempre que hubo vinculación al mercado mundial, hubo subdesarrollo en esos países, y viceversa. A partir de aquí generaliza. Así, el método es apriorístico, al inicio, pero luego se desliza a la inducción abstractiva. A Frank se le 72
dirigieron muchas críticas porque siempre dejaba de lado, y convenientemente, los datos que no entraban en su esquema. Pero este problema es inherente al método mismo de la construcción teórica por abstracción de los rasgos generales. Desde el punto de vista dialéctico, entonces, la pretensión de la cd de establecer alguna ley general de la evolución –alternativamente del “bloqueo”– de las formaciones precapitalistas a partir de su vinculación al mercado mundial lleva a un callejón sin salida, porque el objetivo mismo está mal planteado. Es la propia dialéctica la que nos debe indicar sus límites y “los puntos en los que debe introducirse el análisis histórico” (Marx, 1989, t. 1, p. 422). Uno de estos puntos es el de la formación del capitalismo en las periferias, y las formas que adquirió históricamente la transformación y/o disolución de los modos de producción precapitalistas, hasta llegar a la etapa actual en que el modo de producción capitalista ha adquirido clara preeminencia.
La situación en la década de 1960 y la “teoría general”
Según Cardoso y Palma, la teoría general estaba más o menos bien establecida al momento de desarrollarse la cd y la cuestión a resolver era entender cómo se la hacía interactuar con los casos particulares. Una idea que también está presente en otros autores de la cd. La mayoría adoptó como marco de referencia la revista Monthly Review, los escritos de Baran y Sweezy, parcialmente los trabajos de Mandel, y en general la idea de la primacía del monopolio. Parecía entonces que la teoría marxista estaba “lista” para ser aplicada al estudio de los casos concretos, si bien era posible hacer todavía algunas mejoras (incorporar los aportes de Kalecki, Gramsci, etcétera, como sugiere Palma). Pero el estado teórico del marxismo en las décadas de 1960 y 1970 en absoluto era como se lo describe. La raíz del problema ya la hemos mencionado, y se relaciona, en el terreno de la economía política, con el giro que introdujo en el pensamiento marxista la tesis del predominio del monopolio. De hecho, no había teoría que explicara la formación de precios de monopolio; pero entonces no podía haber teoría científica de la determinación de la ganancia, ni de la acumulación del capital. Este era el estado de la “teoría general” que se quería aplicar a los casos “concretos”. Con esta brújula los análisis “particulares” tenían graves problemas. Así, por ejemplo, la tesis subconsumista de las crisis, o de la tendencia al estancamiento, eran aceptadas como normales por muchos autores. La concep73
ción ricardiana del valor no se distinguía de la de Marx, o no había plena conciencia de los problemas que encerraban.2 Algunos de estos temas se pusieron en evidencia cuando Emmanuel planteó el intercambio desigual. La discusión que siguió a la publicación de la obra de Emmanuel fue muy rica, pero las elaboraciones coexistieron con el andamiaje teórico anterior. La formación de precios por voluntad del monopolio se combinaba eclécticamente con referencias a la teoría de los precios de producción de Marx. Cuestiones como los tipos de cambio, o los problemas monetarios que enfrentaban los países atrasados, casi no se abordaron, y no porque no hubiera voluntad de aplicar “la teoría general” a los casos concretos, sino porque simplemente esa “teoría general” tenía importantes huecos y problemas.
Teoría general y casos particulares
Lo anterior nos permite abordar críticamente la idea de la necesidad de una “interacción dialéctica” entre la teoría general y los casos particulares (o singulares), que postula Palma. Frecuentemente, se piensa que de alguna manera ambas esferas interactúan, a partir de que están constituidas como totalidades más o menos terminadas. Es la imagen de la herramienta (la teoría general) que se aplica a un objeto de estudio (el singular). Esta perspectiva es superior al enfoque mecánico y rígido de las oposiciones abstractas y, como dice Hegel, nos pone “en el umbral” del concepto dialéctico; pero no garantiza un tratamiento superador de las antinomias y, por eso mismo, en tanto se insista en permanecer en este plano, deviene estéril. En otras palabras, no brinda una salida porque nunca se puede precisar la manera en que actúa la mentada interacción. Por esta razón el “tercer enfoque” de la dependencia, a pesar de apuntar en la dirección correcta, no pudo avanzar mucho más allá de plantear la necesidad de tener en cuenta la interacción entre “el general” y “los particulares” (o los “singulares”). El problema con la perspectiva de la interacción es que –y de nuevo recurrimos a Hegel– lo general, o con más precisión, el universal, no existe si no es a través de los casos particulares y de los singulares. Así, 2 Por concepción ricardiana del valor entendemos una teoría del valor que no otorga importancia a los problemas del mercado, donde se realiza el valor generado en la producción, y por consiguiente descuida también las cuestiones monetarias y financieras; discutimos estas cuestiones en Astarita (2006).
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el capital no existe si no es a través de los muchos tipos particulares de capital –agrario, financiero, industrial, etcétera– y estos solo existen a través de los capitales singulares en competencia. De manera que no hay forma de estudiar el capital en cuanto universal si no es a través de estos capitales singulares y particulares; e inversamente, no se pueden entender estos si no es a partir del universal. Si no se capta esta relación, se corre el riesgo de que el universal discurra por un carril por completo distinto de los particulares y singulares, de manera que –y a pesar de las protestas de dialéctica e interacción– no tengan nada que ver el uno con el otro. Pongamos todo esto en términos de un ejemplo, la generación de plusvalías extraordinarias y de plusvalía relativa. La generación de plusvalía extraordinaria siempre se da en casos singulares; por ejemplo, en la rama X (un particular) la empresa A (un singular) es innovadora y logra plusvalías extraordinarias con tal o cual costo de producción. La teoría, en cuanto universal, explica la lógica (la ley interna) por medio de la cual se produce esa plusvalía extraordinaria, pero no permite deducir la manera concreta en que se produce en cada caso la plusvalía extraordinaria. Lo mismo sucede con la plusvalía relativa. La teoría solo explica cómo puede surgir; pero que esto ocurra, y en qué grado, dependerá de muchos factores, tales como el grado de organización sindical, la fase del ciclo capitalista, etc., que son singulares.3 De manera que esta relación entre el universal y los casos singulares está presente, y es inherente, a cualquier fenómeno que estudiemos. No existe un capitalismo “puro” en los países avanzados, en los cuales el universal actúe de manera también “pura”, porque siempre está particularizado y singularizado. Esto significa que el problema no tiene por qué modificarse cualitativamente cuando se estudian los países periféricos capitalistas, porque aquí también habrá que tener en cuenta las diferencias de productividad particulares, las posibilidades particulares de cambio tecnológico, o el grado de organización particular de los trabajadores. A partir de este enfoque, las desventajas en tecnología, por ejemplo, que afectan con frecuencia a las empresas de países dependientes, se pueden integrar de manera relativamente sencilla en los estudios, sin necesidad de postular otra lógica, distinta de la que rige en los países avanzados. Al respecto, la crítica de Cueva a la dependencia es completamente justa. 3 Singulares que actúan en el marco, y a través de particulares: en el ejemplo, en tal sindicato, en tal país capitalista, en tal rama, etcétera. Recuérdese que el particular es el mediador entre el general y el singular; aunque a su vez cada una de las instancias media a las otras; véase nuevamente Hegel.
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Lógica del capital o creación libre del sujeto
La perspectiva que estamos defendiendo podría también ser un camino para superar otras dicotomías que enfrentó la dependencia. En especial, la dicotomía entre estructuras sociales –leyes objetivas– y acciones de los sujetos, que recorre buena parte de las discusiones de las ciencias sociales, y ciertamente los debates sobre la cd. Planteada la cuestión de manera un poco esquemática, digamos que en la perspectiva estructuralista los sujetos desaparecen; y en la visión subjetivista las acciones de los sujetos pueden superar cualquier límite. De hecho, muchos críticos de Frank sostuvieron que éste había caído en un determinismo absoluto, y que no dejaba espacio para el accionar de los individuos. En particular, Cardoso sostuvo, contra Frank, que las potencialidades de las acciones humanas y de su imaginación podían reemplazar a las estructuras vigentes “por otras no predeterminadas” (Cardoso, 1977, p. 11). También la escuela de la regulación plantea que los regímenes de acumulación son producto de creaciones más o menos libres de las luchas de clases, y sus relaciones de fuerza, y que nada está determinado (véase, por ejemplo, Lipietz, 1992). Aquí no existiría lógica alguna del capital, ni tendencias objetivas del desarrollo capitalista. Por eso, en opinión de Lipietz hay posibilidades inéditas, totalmente abiertas, para explorar formas de desarrollo a través de concertaciones nacionales. Esta perspectiva se opone entonces por el vértice al llamado determinismo. Es como si la tensión encerrada en la cd entre ambos polos se desplegara, pero inclinándose hacia el voluntarismo y subjetivismo. Booth (1985) en crítica a la cd, también sostiene que no existen leyes inherentes al capitalismo, y que todo lo que sucede en las sociedades dependientes no tiene nada de “necesario”. Los planteos del llamado posmarxismo se ubican en esta vena: el mundo se caracterizaría por la heterogeneidad y la particularidad de los desarrollos, y no habría leyes tendenciales de movimiento. Pero si no hay leyes de ningún tipo, económicas o sociales, ¿cómo es posible construir ciencia? ¿Todo dependerá del despliegue libre de la imaginación de los seres humanos? Responder por la afirmativa supone afirmar que los seres humanos no enfrentan restricciones sociales de ningún tipo. ¿No se llega así al callejón del voluntarismo y el subjetivismo, de lo meramente contingente y arbitrario? La salida del problema pasa por aceptar que las llamadas leyes objetivas son un resultado de la cosificación de las relaciones sociales entre los seres humanos. Esto significa que los seres humanos generan los hechos económicos, pero no los dominan, porque las relaciones sociales se les imponen como relaciones objetivas, como sostenía Marx, que los obligan 76
a actuar según cierta lógica. Por ejemplo, puesto en la función de capitalista, cada empresario está obligado a ir al máximo posible en la extracción de plusvalía al trabajador, so pena de perder en la lucha competitiva. En la medida en que el capital se mundializa, esta constricción se hace sentir con más y más fuerza, en tanto subsistan las relaciones de producción. Las luchas sociales se inscriben en este cuadro –en tanto las luchas sociales no cambien de raíz las relaciones de producción– y, por lo tanto, y contra en lo que dicen Cardoso, Booth, los autores de la regulación y otros, esas luchas no pueden obtener ni plasmar creaciones sociales completamente “nuevas”. Por eso, y naturalmente, cuando Cardoso estuvo al frente del gobierno en Brasil, siguió las “generales de la ley”, aplicando una política económica que, dentro de ciertos márgenes, trataba de adecuarse a las necesidades del capital. Por supuesto, se puede hablar de “traición” a los ideales de las décadas de 1960 y 1970; pero su enfoque de “leyes generales” por un lado y “acción subjetiva”, por el otro, relacionadas solo al nivel de la “interacción”, dejaba un amplio margen para independizar las segundas de las primeras. A pesar de los discursos y de la imaginación puesta en ello, las primeras hicieron sentir su rigor –que no es otra cosa que la constricción objetiva que impone el mundo de la competencia despiadada y la explotación de clases– sobre los ensueños utópicos. Los límites de la “interacción dialéctica” se revelan aquí de manera dramática. Por esto también las tendencias a la centralización y concentración de los capitales, a la expansión del mercado mundial, a la proletarización, no son aleatorias, porque están contenidas en la estructura fundamental de la relación capitalista. Esto significa que, si bien la evolución histórica no estuvo determinada mecánicamente, una vez que el sistema capitalista se ha establecido sus impulsos tendenciales están estructuralmente determinados. Por eso mismo las luchas de clases se dan en contextos sociales y materiales que son dados, aunque sean, parcialmente, el resultado de luchas anteriores. Estos contextos determinan las posibilidades de cambio generados por las luchas de las masas. Así, por ejemplo, las posibilidades de aumentos salariales dentro del sistema capitalista tienen “techo”: cuando el alza de salarios amenaza seriamente la plusvalía, la acumulación del capital se hace más lenta, o se acelera el cambio tecnológico, de manera que se recrea el ejército industrial de reserva, y los salarios son presionados nuevamente hacia la baja (véase Marx, 1999, t. 1, cap. 23). Algunas de las tendencias que se registran en las políticas económicas de los Estados a nivel mundial pueden entenderse desde esta perspectiva.4 4
Remitimos a Astarita (2005).
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Solo el cuestionamiento y cambio de las relaciones de producción –o sea, de propiedad– puede eliminar esta constricción objetiva que encuentra el voluntarismo social.
El abordaje sociológico de Cardoso y Faletto
Discutimos ahora otras cuestiones de método planteadas en Dependencia y desarrollo en América Latina, de Cardoso y Faletto. Como sostienen sus autores en el “Prefacio”, y reivindica Palma, su objetivo es mostrar cómo se da la combinación entre economía, sociedad y política en momentos históricos y situaciones estructurales distintas. Cardoso y Faletto tratan de demostrar que los problemas económicos y políticos de América Latina no se pueden tomar como un todo sin especificar las diferencias de estructura e historia que distinguen situaciones, países y momentos (Cardoso y Faletto, 1973, pp. 1-2). Hasta aquí la cuestión en principio no presenta objeciones desde el punto de vista del método dialéctico, en el sentido que siempre es necesario estudiar en sus particularidades cómo evolucionaron la economía, las alianzas políticas, las estructuras de poder, las ideologías, etc., en momentos históricos y regiones o países específicos. Sostener que no se puede tomar a América Latina como un todo, y que hay que distinguir, es plenamente acertado. No obstante, el trabajo de Cardoso y Faletto no se queda en esto, porque de hecho despliega una explicación de la evolución de América Latina que gira casi por entero en las relaciones de poder y las alianzas de clase, que terminan quedando en el aire, ya que nunca conectan con lo económico, esto es, con la producción y el intercambio, con la generación excedente (o de valor y plusvalor), y con los problemas de la acumulación. Efectivamente, en aras de un análisis que se pretende “no economicista”, Cardoso y Faletto desembarcan en las playas del subjetivismo y la sobrepolitización de las instancias. Por ejemplo, mencionan las explicaciones sobre la desaceleración del desarrollo económico de Argentina, Brasil y otros países en la década de 1960, basadas en la tesis del deterioro de los términos de intercambio. No obstante, no analizan estas explicaciones desde alguna teoría económica, y saltan directamente a la cuestión de si algunos grupos habían perdido, o no, el control del sistema de poder. A pesar de que advierten que no hay que sustituir el análisis económico por el sociológico, y que se debe tener un enfoque integral, en los hechos reemplazan el análisis económico por el sociológico y político. Por ejemplo, sostienen que el desarrollo es el resultado 78
[…] de la interacción de grupos y clases sociales que tienen un modo de relación que les es propio y por lo tanto intereses y valores distintos, cuya oposición, conciliación o superación da vida al sistema socioeconómico. La estructura social y política se va modificando en la medida en que distintas clases sociales y grupos sociales logran imponer sus intereses, su fuerza y su dominación al conjunto de la sociedad (Cardoso y Faletto, 1973, p. 18; énfasis agregado).
El desarrollo está explicado en términos de “fuerza”, “dominación”, “imposición de intereses”. ¿Qué sucede con las fuerzas productivas? ¿Con la generación de valor? ¿Con las formas específicas en que un espacio de valor se articula con el mercado mundial? Sobre esto Cardoso y Faletto no tienen nada que decir. Todo discurre por los carriles de las alianzas de clases, de las relaciones de fuerza y de los “intereses y valores”. Analizando los “intereses y valores” que orientan las acciones, el cambio se perfila “como un proceso que en las tensiones entre grupos con intereses y orientaciones divergentes encuentra el filtro por el que han de pasar los flujos puramente económicos” (Cardoso y Faletto, 1973, pp. 18-19). A pesar de la oscuridad de la rebuscada metáfora (“filtro” por que pasan “flujos puramente económicos”), lo que transmiten Cardoso y Faletto es que son las “tensiones entre grupos” las que deciden la evolución económica de América Latina. ¿Qué sucede entonces con la dinámica de la acumulación del capital en los años de la industrialización por sustitución de importaciones, para poner un ejemplo? ¿Con la generación de plusvalía absoluta o relativa? ¿Con el desarrollo de los mercados internos? ¿Con la entrada de capital extranjero y su inserción en la estructura productiva existente? Ninguna de estas cuestiones es señalada como metodológicamente importante para el análisis, porque lo económico no es tenido en cuenta ni siquiera en cuanto “base” (para utilizar la tradicional metáfora de “base y superestructura”). Además, ¿por qué estos “filtros” sociales tienen tanto poder como para imponer una u otra dirección al desarrollo económico? No hay explicación, pero Cardoso y Faletto están convencidos de que “el problema teórico fundamental lo constituye la determinación de los modos de dominación porque por su intermedio se comprende la dinámica de las relaciones de clase” (ibid., p. 19; énfasis en el original). Obsérvese que la cuestión ni siquiera se plantea en los términos de Brenner, esto es, de la primacía de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas, sino en términos puramente político-sociales, ya que son los modos de dominación los que permiten comprender la dinámica de las relaciones de clase. Y ambas –formas de dominación 79
y estratificación social– “condicionan los mecanismos y los tipos de control y decisión del sistema económico en cada situación particular” (ibid., p. 21). Aquí se está proponiendo un abordaje casi opuesto al del materialismo histórico. La interpretación de Cardoso y Faletto no es “global”, sino unilateral, centrada en lo político, en las relaciones de fuerza y alianzas de clases, y en la sobrepolitización del desarrollo económico. Para entender mejor cómo opera este método propuesto por Cardoso y Faletto, analicemos todavía un caso al que aplican este razonamiento. Cardoso y Faletto sostienen que algunos países latinoamericanos, al proyectar la defensa de su principal producto de exportación, propusieron una política de devaluación. El tipo de cambio alto habría permitido, como consecuencia indirecta y hasta cierto punto no intencional, la creación de condiciones favorables al crecimiento, dando lugar a una mayor diferenciación económica. Pero esa política de devaluación no implicaba un proyecto de autonomía creciente y un cambio de relaciones de clase, y aquí es donde, en opinión de Cardoso y Faletto, parece faltar la esfera política. No se puede analizar, sostienen, la cuestión del desarrollo exclusivamente desde el punto de vista de los estímulos y reacciones del mercado: “si se parte de una interpretación global del desarrollo, los argumentos basados en puros estímulos y reacciones de mercado resultan insuficientes para explicar la industrialización y el progreso económico” (ibid., p. 26). De aquí se desprende que lo único que habría faltado para que la política de tipo de cambio alto tuviera éxito fue una “decisión política hacia la mayor autonomía”. Pero… ¿no habría que preguntarse por qué razón en los países atrasados tienden a establecerse monedas depreciadas en términos reales –que supuestamente crean condiciones favorables al crecimiento– y sin embargo no logran salir del atraso? ¿Por qué “espontáneamente” sucede esto? A partir de responder a esta cuestión, ¿qué hay que decir de la lógica económica de acumulación impulsada por el tipo de cambio alto? Se debería investigar, por lo menos, qué sucede con la generación de valor en un país atrasado; cómo se conecta con el mercado mundial a través del tipo de cambio alto; qué problemas se originan con los términos de intercambio; qué sucede con la acumulación interna; cómo afectan las variaciones del tipo de cambio el crecimiento de productividad de sectores y ramas; qué consecuencias acarrea el tipo de cambio alto para la moneda y los precios, y cuestiones semejantes. Temas que superan en mucho la problemática –neoclásica en el fondo– “de estímulos y reacciones de mercado”, ya que remiten a las leyes de generación de valor y de la acumulación. 80
Faltos de este estudio, y siempre con el pretexto de no caer en el “determinismo economicista”, Cardoso y Faletto hacen intervenir “desde arriba” lo político, que pudo estar, pero no estuvo: Son justamente los factores políticos internos –vinculados, como es natural, a la dinámica de los centros hegemónicos– los que pueden producir políticas que se aprovechan de las “nuevas condiciones” [tipo de cambio alto] o de las nuevas oportunidades de crecimiento económico. De igual modo, las fuerzas internas son las que definen el sentido y el alcance político-social de la diferenciación “espontánea” del sistema económico (Cardoso y Faletto, 1973, p. 27).
Sin haber estudiado la relación económica entre los centros del capitalismo y los países subdesarrollados, Cardoso y Faletto explican que son los factores internos, vinculados a la dinámica de los centros hegemónicos, los que pueden producir políticas que se aprovechen de las condiciones para el crecimiento. De manera que esos factores internos, y su relación con los centros hegemónicos, deberían ser explicados en base a consideraciones puramente idealistas, ya que el análisis no está asentado en la mecánica económica subyacente al tipo de cambio alto. Todo lo que dicen sobre el crecimiento basado en la moneda depreciada es que da lugar a una “diferenciación espontánea del sistema”, esto es, movido por su propio impulso. ¿En qué consiste ese impulso o espontaneidad? Además, ¿acaso no hubo políticas de tipo de cambio alto impulsadas por los gobiernos? ¿No eran expresión de ciertas necesidades de inserción en los mercados mundiales, a partir de diferenciales en la generación de valor? Habiendo pasado por alto estas cuestiones, insisten con el análisis “político-social”: […] es posible que los grupos tradicionales de dominación se opongan en un principio a entregar su poder de control a los nuevos grupos sociales que surgen con el proceso de industrialización; pero también pueden pactar con ellos, alterando así las consecuencias renovadoras del desarrollo en el plano político y social (Cardoso y Faletto, 1973, p. 27).
Los grupos pueden pactar o no, tal vez afectando “las consecuencias renovadoras del desarrollo”, sin que se explique en ningún momento qué relación tienen estos cambios políticos, y sus efectos, con leyes económicas que no se conocen ni indagan. Las alternativas políticas por lo tanto se desenvuelven en una esfera autónoma, sin conexión con la relación 81
económica. A lo sumo se hacen vagas referencias a que el “tipo e intensidad de los cambios” –esto es, de la moneda depreciada y la consiguiente industrialización– “dependen en parte” del modo de vinculación de las economías nacionales al mercado mundial (ibid., p. 27). Pero ¿cómo dependen? ¿Por qué, además, dependen “en parte”? Cardoso y Faletto no explican, aunque insisten con su admonición sobre los peligros del análisis “puramente económico”: Tal perspectiva [el método defendido por Cardoso y Faletto] implica que no se puede discutir con precisión el proceso de desarrollo desde el ángulo puramente económico cuando el objetivo propuesto es comprender la formación de las economías nacionales (Cardoso y Faletto, 1973, p. 27).
Por supuesto, ningún análisis de la formación de las economías nacionales puede quedarse en lo “puramente económico”. Pero el problema de la cd no es que sus análisis fueran “puramente” económicos, sino que “lo económico” no estaba cabalmente indagado; o lo estaba desde una perspectiva teórica equivocada (teoría del monopolio y similares). Para precisar aún más su argumento, Cardoso y Faletto agregan que no es suficiente con el análisis de variables como tasas de productividad, ahorro y renta, funciones de consumo, empleo, y similares. Por supuesto, no es suficiente con estas variables –que están tomadas abstractamente por Cardoso y Faletto de la literatura económica usual–, pero no porque este sea un error “economicista”, sino porque ninguna de estas variables explica las cuestiones del atraso y la dependencia excepto que se establezca su relación con alguna teoría de la acumulación. Sin haber precisado esta relación, sostienen que se pueden construir “modelos económicos”, que cobran significado siempre que estén referidos a situaciones “globales, sociales y económicas, que les sirvan de base y les presten sentido” (ibid., p. 28). De nuevo hay que preguntarse ¿en qué marco teórico se construyen estos “modelos económicos”?, ¿keynesiano, marxista, kaleckiano? Cardoso y Faletto no aclaran la cuestión, a pesar de su importancia. Además, ¿qué quiere decir que un modelo económico tiene que estar referido a una situación económica y social que le sirva de base?, ¿significa que tiene que tener relación con lo que sucede en la realidad? Pero… ¿existe algún “modelo económico” elaborado por la dependencia para explicar el subdesarrollo, que no haya pretendido estar conectado con la realidad? Todo esto termina siempre en la misma conclusión: que lo político, las relaciones de fuerzas entre las clases y las luchas por el dominio, pasan 82
a ser lo decisivo para explicar el desarrollo. A pesar de que en varios pasajes Cardoso y Faletto hacen referencia a la interacción entre las instancias económica, social, política, la actuación política de los grupos es lo que decide: “la actuación de las fuerzas, grupos e instituciones sociales pasa a ser decisiva para el análisis del desarrollo” (ibid., p. 28). Más explícitos aún, sostienen que la política “es el medio por el cual se posibilita la determinación económica” (ibid., p. 131). Por lo tanto, no estamos ante un análisis concreto, como sostiene Palma, sino abstracto, porque Cardoso y Faletto aislaron una variable –las estructuras de dominación y la política– a partir de la cual pretendieron derivar toda la problemática del desarrollo. Aquí se encuentra la raíz del análisis idealista en que termina esta perspectiva y se expresa en la trayectoria política posterior de Cardoso.
Lo interno y lo externo
También se puede plantear en términos distintos a los de la dependencia la relación entre “lo externo y lo interno”. El llamado “tercer enfoque” de la cd buscó hacer una síntesis entre el enfoque que ponía énfasis en “lo interno” y el que ponía el acento en “lo externo”, por la vía de la “interacción dialéctica” entre ambos abordajes. Pero el capital implica tanto la producción como la circulación; y la circulación no se limita al ámbito nacional, sino abarca necesariamente el mercado mundial. En palabras de Marx, el comercio exterior, o sea, el mercado mundial, es el que “desarrolla la verdadera naturaleza [la del sobreproducto] como valor, al desarrollar el trabajo encarnado en él como trabajo social”, y por eso […] solo el comercio exterior, el desarrollo del mercado hasta convertirse en mercado mundial, hace que el dinero se desarrolle hasta transformarse en dinero mundial, y el trabajo abstracto en trabajo social (Marx, 1975, t. 3, p. 209).
Esto implica concebir al capitalismo como una totalidad mundial. Pero se trata de una totalidad concreta, plena de determinaciones. Una totalidad en la que rigen las leyes del valor y la acumulación del capital, pero siempre a través de espacios nacionales de valor que están mediados por los tipos de cambio, y subsumidos en el espacio mundial del valor. Por lo tanto, no se trata de una conformada como “suma de partes”, donde las unidades interactúan a partir de estar constituidas nacionalmente, y 83
según leyes de funcionamiento propias y diferentes. Desde el punto de vista de la totalidad concreta hay que considerar que el trabajo abstracto, la riqueza, el valor, el dinero abstracto “se desarrollan en la medida en que el trabajo concreto se convierte en una totalidad de distintos modos de trabajo que abarcan el mercado mundial” (ibid., p. 209). Esto significa que los trabajos humanos, los valores, etc., no pueden considerarse en un plano meramente nacional, porque siempre son partes de una totalidad, que es el mercado mundial. Por eso no tiene sentido hablar de determinantes específicos (nacionales, “lo interno”) como si fueran de naturaleza distinta de los determinantes generales (mercado mundial, “lo externo”). Así, por ejemplo, los tipos de cambio –una cuestión que Marx no trató– median los espacios nacionales de valor con el mercado mundial; y entre sí. Pero esto no sucede porque estos espacios sean unidades en sí mismas, sometidas a leyes propias, sino porque son particularizaciones del universal, de la totalidad que es el capital desplegado. La pregunta de si son determinados por factores “internos” o “externos”, o cuál de ellos es el principal, en consecuencia, pierde sentido. Es desde esta perspectiva que se puede abordar la dialéctica del valor en el plano mundial, y en los espacios nacionales. Por ejemplo, por qué aumentan las diferencias de ingresos entre los países, por qué las diferencias en los valores generados por las unidades de trabajo desde los diferentes espacios nacionales, por qué los desarrollos desiguales. Cada una de estas cuestiones no puede resolverse solo teniendo en cuenta el aspecto nacional; ni tampoco solo el plano mundial. La forma y cuantía en que el valor generado dentro de un país se expresa en valor en el plano mundial, o sea, en dinero mundial, depende de la articulación compleja entre producción y circulación, incluyendo ambas el mercado mundial. En la medida en que la producción se internacionaliza, este fenómeno es cada vez más acentuado. Todo induce a poner el énfasis en los análisis concretos, como reclama Palma, pero entendidos no como estudios donde se interrumpe la primacía del universal, ni en los que éste funciona de manera externa, sino tomando en cuenta la riqueza de lo particular. Esta es, por otra parte, la verdadera naturaleza del concreto, entendido desde la dialéctica.
Conclusión
Hemos destacado la importancia de un enfoque dialéctico, de las totalidades concretas, para superar las polaridades rígidas en que cayó la cd. Lo 84
cual se articula con la necesidad de estudiar la dialéctica del valor a escala mundial. De esta manera se podría comenzar a superar, en el sentido hegeliano, los aportes de la cd. “Superar” aquí significa no solo la crítica, sino también el “conservar”. Conservar la perspectiva crítica de la cd sobre las corrientes del pensamiento económico burgués del desarrollo, al tiempo que avanzar en la comprensión de la dialéctica mundializada del capital, y sus particularidades.
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5. La realidad histórica que expresó la corriente de la dependencia y las razones de su crisis
En este capítulo analizamos qué reflejaron, desde el punto de vista de la historia del sistema capitalista mundial, los escritos de la corriente de la dependencia (cd), y cuáles fueron los problemas y dificultades que llevaron a su crisis en la década de 1980. La idea que defenderemos es que la teoría de la dependencia expresó fenómenos reales de la expansión del sistema capitalista en la periferia, y que por eso mismo no se puede sostener que estuvo completamente desacertada. El problema fue que su enfoque pecó por unilateral. No advirtió que la expansión del capitalismo a la periferia era un fenómeno contradictorio. Por eso mismo no pudo prever ni explicar la forma que adquiriría la industrialización en el Tercer Mundo, en especial durante los últimos 30 años.
¿Qué expresó la cd?
En lo que respecta a las tesis leninistas sobre el capitalismo monopólico, que sustentaron los análisis de la cd, reflejaron la acelerada centralización de capitales que ocurrió entre fines del siglo xix y principios del siglo xx, en el capitalismo avanzado. Esa centralización buscaba frenar una competencia devastadora, provocada por la caída de los costos de transporte, y la consiguiente baja de precios (véase Duménil y Lévy, 1996). Las tesis sobre el monopolio reflejaron este proceso de formación de grandes corporaciones modernas, que no impidieron que siguiera operando la competencia. También fueron fenómenos reales la expansión colonialista, el pillaje y el saqueo de las periferias. La expansión del capitalismo que se produjo a lo largo del siglo xix no se basó solo en los intercambios voluntarios y la libre circulación de gente, capitales e ideas entre Europa, América, Australia y Nueva Zelandia, como pretenden los economistas neoclásicos. La otra cara de esos intercambios fueron la esclavitud, el colonialismo, las intervenciones militares y la diplomacia de las cañone87
ras. Recordemos que la esclavitud recién fue prohibida en las colonias británicas en 1833, en Estados Unidos en 1865 y en Brasil en 1878. La guerra del opio contra China y la amenaza militar directa a Japón obligaron a estos países a abrirse al comercio mundial. El colonialismo se prolongó durante siglos y se generalizó a fines del siglo xix. De 1870 a 1914 las posesiones coloniales de Gran Bretaña pasaron de 23,7 millones de kilómetros cuadrados a 32,8 millones; las de Francia de 0,5 millones a 11,3 millones; las de Alemania de cero a 3,1 millones y las de Rusia también de cero a 2,6 millones. Además, en ese período Japón entró en Corea y Manchuria; Estados Unidos intervino en Centroamérica, con la toma de Filipinas y Puerto Rico; y Austria-Hungría ejercieron el mandato en los Balcanes. Por otra parte, las grandes migraciones a América y otras regiones no fueron totalmente libres, ya que estuvieron provocadas por la extrema miseria, violencia y despojo que sufrieron millones de campesinos europeos (irlandeses, españoles, polacos, italianos, entre otros).1 Los autores neoclásicos pasan por alto estos “detalles históricos”. La cd, en cambio, los puso en el primer plano de la atención, y este fue un gran acierto. Además, los autores de la dependencia, y en particular aquellos que suscribieron la tesis de la “articulación de los modos de producción”, señalaron con acierto que la mera vinculación al mercado mundial no generaba automáticamente la transición al modo de producción capitalista desde las formaciones precapitalistas. En muchos casos solo la violencia dio lugar a la implantación del capitalismo la periferia. También la idea del estancamiento y retroceso de las fuerzas productivas en el Tercer Mundo tiene su base real. Es que efectivamente hubo una generalizada desindustrialización en la periferia a partir de la entrada de las potencias y sus mercancías baratas, aupadas en las armas. Paul Bairoch sostiene que después de 1813 hay mucha evidencia de que el volumen total de la producción manufacturera del Tercer Mundo comenzó a caer debido al impacto de las importaciones provenientes de los centros metropolitanos: La industrialización del primero [el mundo desarrollado] llevó a la desindustrialización del último [el Tercer Mundo], y la contribución proporcional de cada región al total del producto manufacturero fue revertida casi exactamente. Si incluimos Japón entre los países del Tercer Mundo 1 Entre 1820 y 1913 salieron más de 50 millones de emigrantes desde Europa hacia América, Australasia y Sudáfrica.
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de aquel tiempo, este tenía todavía aproximadamente el 63% del potencial manufacturero total del mundo en 1830, contra el 37% de Europa y Norteamérica; para 1860 las proporciones habían devenido del 39% y 61% respectivamente” (Bairoch, 1982, p. 274).
Entre 1860 y 1913 el volumen total de la producción manufacturera mundial se multiplicó por cuatro (y por tres en términos por habitante), y la diferencia entre el centro y la periferia siguió aumentando. En 1913 los países desarrollados tenían el 92,5% de la producción manufacturera mundial, contra solo el 7,5% del Tercer Mundo. Esto no ocurrió solo por la expansión en los países desarrollados, sino también porque la desindustrialización detuvo al Tercer Mundo. La producción manufacturera del Tercer Mundo cayó hasta el comienzo del siglo xx, y la brecha con los países adelantados siguió ampliándose, aunque a tasas menores, hasta 1953, siempre según Bairoch. Por lo tanto, el error de la cd no estuvo en destacar estos aspectos, sino en que no tuvo en cuenta el carácter contradictorio que tenía la expansión imperialista y colonial sobre la periferia. Es que la entrada de los países avanzados en la periferia provocó devastación y estancamiento, pero paralelamente generó las condiciones para el desarrollo de capitalismo. Este último aspecto es el que la cd no pudo registrar. No advirtió que el proceso era contradictorio. Paulatinamente, sobre el terreno arrasado por la violencia colonial e imperialista, comenzó la acumulación del capital. En muchos países de América Latina y Asia surgieron capitalismos industriales autóctonos, y fuertes con relación al capital comercial o agrario. De ahí las vacilaciones y matices crecientes que introducen muchos dependentistas en las visiones más rígidamente estancacionistas, aunque sin revisar sus planteos básicos. En definitiva, se verificó el proceso que Marx preveía que ocurriría en India con los ferrocarriles británicos. Inglaterra entró en India por medio de la violencia, impuso su dominio colonial y con ello la apertura a la competencia de las telas inglesas. Para lo cual introdujo los ferrocarriles. Pero los ferrocarriles dieron paso, con el tiempo, a capitales hindúes, e India, como otros países de la periferia, entró en las vías del desarrollo capitalista. Naturalmente, se puede criticar a Marx porque –en sus artículos sobre la India de 1853– consideró que la acción revolucionaria del capital inglés sería más o menos rápida y directa. Como señala Rey (1976), años después en El capital Marx reconoció que la resistencia “del modo de producción asiático” a la penetración capitalista en India o China era en extremo tenaz 89
e importante. Pero de esto no debería deducirse, como hace Rey, que Marx hubiera escrito sus apreciaciones de 1853 solo “para molestar a los norteamericanos” (Rey, 1976, p. 15). El argumento de Marx es que una vez que el capitalismo arraiga –la entrada del capital extranjero, por medio de la violencia, es el punto de arranque– tiende a hacerse hegemónico y, a largo plazo, único. El proceso no es lineal, pero la tendencia parece clara. Por eso Marx destacaba el doble carácter de la inversión británica, que provocaba devastación;2 pero también ponía la simiente del desarrollo capitalista. Este diagnóstico de Marx fue cuestionado por los marxistas del dependentismo.3 Pero la realidad es que el capitalismo indio se desarrolló; la previsión de Marx en el largo plazo se demostró más acertada que los diagnósticos de la cd. Desde la perspectiva marxiana se puede comprender también el rol que cumplieron las intervenciones imperialistas –operaciones de desestabilización, promoción de golpes militares, etc.– en países que eran formalmente independientes, en los siglos xix y xx. Estas intervenciones impusieron gobiernos y dictaduras militares favorables a los capitales de los países adelantados. Con ello posibilitaron negociados y altísimas ganancias para sus corporaciones; se justificaba hablar de violencia neocolonial sobre muchos países, como hizo la cd. Pero las inversiones extranjeras que acompañaban esas intervenciones también contribuyeron –directa o indirectamente– al desarrollo de fuerzas capitalistas locales, que luego fueron el sustento de gobiernos con capacidad de resistencia y autonomía al dominio imperialista. Parafraseando a Marx, podemos decir que la violencia fue la partera del capitalismo de las periferias, desbrozando el camino para la reproducción del capital. Esto explica por qué desde el final de la Segunda Guerra –y en muchos países atrasados por lo menos desde el período de entreguerras– se registran casos de acumulación capitalista significativa en la periferia. Por eso mismo la violencia directa con el tiempo dejó de ser el medio fundamental de extracción del excedente.4 2
Decía que el progreso se realizaba “arrastrando a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación” (véase Marx y Engels, 1976, p. 109). 3 Amin explica la “equivocación” de Marx, esto es, el que hubiera pensado que “el ferrocarril dará lugar a las industrias autocentradas”, a que no había alcanzado a ver la fuerza de los monopolios (véase Amin, 1986, pp. 159-160). 4 Cuando afirmamos que la violencia directa no juega un rol en la extracción del excedente, no estamos sosteniendo que la violencia no desempeña un rol en el capitalismo. Lo que estamos señalando es que en los modos de producción precapitalistas (y en la explotación colonial) la extracción del excedente se produce por medio de la coerción extraeconómica.
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Desarrollo capitalista y saqueo colonial
Desde hace años también está cuestionada la tesis de la cd de que el desarrollo del capitalismo central dependió de la explotación colonial. Así, Lipietz (1990) criticó la idea de que el pillaje de la periferia haya sido cuantitativamente de gran importancia para el crecimiento del centro. Menos todavía se puede afirmar que después de la Segunda Guerra Mundial el crecimiento del centro se haya debido a las transferencias de valor desde la periferia. Lo cual, agrega Lipietz, no niega la gravedad que tuvo para la periferia la explotación colonial. Dore y Weeks (1979) también cuestionan la idea de que el desarrollo del capitalismo en el centro estuviera determinado por las transferencias de excedente desde las periferias no capitalistas. En el mismo sentido Duchesne (2001-2002) –en crítica a Frank–, sostiene que la Revolución Industrial inglesa se hubiera dado de todas maneras sin los beneficios coloniales: […] entre 1700 y 1801 solo entre el 8,4% y el 15,7% del cambio en el ingreso nacional [de Gran Bretaña] puede atribuirse al total del comercio exterior. […] el comercio colonial, aunque creciente en proporción, siguió representando un pequeño porcentaje del comercio exterior de Gran Bretaña durante ese siglo. Por lo tanto, si usamos los cálculos de Bairoch, encontramos que en el período entre 1720 y 1780-1790, el comercio exterior proveyó a Gran Bretaña con el 4% al 8% de su demanda total, pero que el comercio con los países no europeos representó entre el 33% y el 39% del total del comercio británico, de manera que la contribución de los futuros países menos desarrollados podría haber absorbido, a lo sumo, el 2% al 3% de la demanda total (Duchesne, 2001-2001, p. 441; énfasis en el original).
Con respecto a Europa, Duchesne cita a O’Brien, quien afirma que los beneficios derivados del tráfico colonial no representaban más del 2% del pnb de Europa de fines del siglo xviii. Anotemos también que ya Hobson (1902) señalaba que la contribución del comercio colonial a la economía británica era pequeña. En el modo de producción capitalista la extracción del excedente ocurre porque el trabajador “libre” está obligado a vender su fuerza de trabajo. Es en este respecto que Marx destaca que la forma de extracción del excedente es económica. Esta es la diferencia específica del modo de producción capitalista con otros modos de producción. Naturalmente, en una sociedad en que los productores directos están desposeídos de los medios de producción, la violencia juega un rol decisivo en defensa de la propiedad privada del capital.
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La industrialización y la crisis de la cd
Hacia mediados de la década de 1970 la cd llega a la cima de su evolución. En el período previo al triunfo de los golpes militares en Chile, Uruguay y Argentina el dependentismo tenía una fuerte presencia en las facultades de ciencias sociales latinoamericanas; sus artículos y libros circulaban profusamente; sus ideas eran populares en la vanguardia políticamente radicalizada, y repercutían en todo el mundo. Refiriéndose a aquel momento, Dos Santos escribe: En aquel período, que podríamos situar entre 1964 y 1974, el pensamiento de la región cobró una dimensión planetaria, pasando a influenciar la evolución de las ciencias sociales a un nivel universal (Dos Santos, 2003, p. 105).
Dos Santos incluye al pensamiento de Prebisch y la cepal en ese movimiento intelectual que dio origen a la dependencia y alcanza la cumbre en la década de 1970. En esa época también asomaron nubarrones en el horizonte de la cd. Por un lado, porque las cifras no avalaban la idea del estancamiento de la economía latinoamericana. Por caso, desde 1965 a 1973 el crecimiento económico de América Latina fue del 7,4% anual promedio, una tasa en absoluto desdeñable. El producto por trabajador creció a una tasa del 2,7% anual entre 1960 y 1980 (datos del Fondo Monetario Internacional). En la década de 1970, se publicaron trabajos que demostraban que en América Latina había posibilidades de algún grado de desarrollo tecnológico autónomo; y que sus empresas generaban tecnología.5 En Asia también avanzaba la industrialización. 5 Por ejemplo, en la década de 1970 Jorge Katz sostuvo que países como Argentina, Brasil, México, de industrialización relativa, eran tecnológicamente dependientes del mundo desarrollado, pero tenían una actividad inventiva que no carecía de importancia. Esa inventiva tecnológica tenía un carácter adaptativo y subsidiario, destinada a mejoras marginales y adaptaciones al medio local de los diseños importados, pero importante. Katz además registraba para Argentina un significativo aumento de la productividad entre 1960 y 1968 –período que según la cd era de crisis crónica y estancamiento– en la industria, y agregaba que existía una incidencia importante de flujos acumulados de gastos domésticos en tareas de investigación y desarrollo, además de la compra de tecnología en el exterior; véase Katz (1976). En Ablin et al. (1985), y en la misma línea de pensamiento que Katz, se destaca, además, la inversión de empresas argentinas en el exterior.
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Esta situación provoca, a comienzos de 1970, una de las críticas más amplias a la cd, la de Bill Warren. Warren sostuvo que, contra lo que afirmaba la cd, se había producido una importante industrialización en muchos países subdesarrollados y que el período posterior a la Segunda Guerra Mundial era de ascenso de las relaciones capitalistas y de las fuerzas productivas en el Tercer Mundo. Explicó también que los principales obstáculos a este desarrollo estaban en las contradicciones internas de los países de la periferia, y no en las relaciones del imperialismo con el Tercer Mundo. Incluso planteó que las políticas de los países imperialistas habían favorecido la industrialización, y que los lazos de dependencia que ataban a los países atrasados con los imperialistas habían sido aflojados considerablemente hacia la década de 1970. Como resultado la distribución del poder en el mundo se estaba haciendo menos desigual (véase Warren, 1973). Warren no negaba que siguiera existiendo el imperialismo como sistema de dominación y explotación, pero afirmaba que la dependencia había entrado en un proceso de declinación irreversible. En los países subdesarrollados subsistían el atraso de la agricultura y la desigualdad del desarrollo; pero no eran neocolonias, ni estaban bloqueados en su desarrollo. Además, los países subdesarrollados podrían alcanzar en el futuro los niveles de tecnología y de las fuerzas productivas de los países imperialistas. De manera que se avanzaba hacia la igualación de los niveles de desarrollo de los países.6 Por otra parte, hacia fines de la década de 1970 la evolución de los Nuevos Países Industrializados (npi), Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur, rompía todavía más con los viejos esquemas de la dependencia. A mediados de la década de 1980, Mandel planteó que capitales con origen en Hong Kong se invertían internacionalmente (véase Mandel, 1985). Pero no eran solo los npi. En 1981, Schiffer, en crítica a Amin, demostraba que la tasa promedio de inversión de los países subdesarrollados era mayor, en porcentaje de pbi, que la de los países adelantados; que la producción manufacturera de los primeros estaba destinada a satisfacer principalmente el mercado interno y el consumo masivo, y no la exportación y el consumo de la alta burguesía; que había habido desarrollo de 6 Esta tesis desembocó más tarde en lo que hemos llamado (en Astarita, 2006) “globalismo extremo”; véase Burbach y Robinson (1999) y Robinson y Harris (2000). Los autores que adhieren a este punto de vista sostienen que hoy el mundo está asistiendo a la formación de una clase capitalista transnacional unificada, con participación de las burguesías del otrora Tercer Mundo; y que cada vez tiene menos sentido hablar de una divisoria entre países desarrollados y subdesarrollados.
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la industria pesada en Asia y América Latina; que al compás de ese desarrollo habían subido los salarios industriales; y que cada vez más sectores de las economías de esos continentes se integraban al capitalismo. A su vez, Lipietz señalaba: La idea esencial del dependentismo […] es, en efecto, que los Estadosnaciones de la periferia no pueden desarrollarse en el marco del capitalismo porque los países desarrollados tienen siempre, y cada vez más, necesidad de su subdesarrollo; a lo sumo, pueden conceder una “acumulación dependiente”. Esta idea conoció su hora más gloriosa a raíz del fracaso de las tentativas explícitas de escapar a la dependencia, particularmente en América Latina, en la época del fordismo triunfante. Evidentemente, hoy día, esta tesis se critica severamente en la “nueva industrialización” […] (Lipietz, 1990, p. 68).
En América Latina y Asia existía un capitalismo cuya dinámica no era un mero reflejo especular de las economías centrales. En muchos países de Asia las tasas de inversión eran superiores al 30%, en términos del pnb, y estaban sustentadas en altos niveles de ahorro interno. ¿Cómo se podía afirmar que se trataba de una “burguesía lumpen”, o sin dinámica propia? Además, los mercados internos de los países que se industrializaron en América Latina y Asia evolucionaron según las leyes más generales de la acumulación. Como resultado, en Asia y América Latina surgieron empresas con capacidad de expandirse internacionalmente. La idea (de Cardoso y otros) de que la clase capitalista de los países dependientes era “semiexplotada” perdió sustento. Hoy, por ejemplo, el capital mexicano se ha convertido en el sexto inversor dentro de Estados Unidos; y los empresarios mexicanos toman la delantera para explicar a sus pares estadounidenses cómo hay que aumentar la explotación de los obreros. Capitales de Corea del Sur invierten y pagan bajos salarios en Inglaterra. Compañías del Tercer Mundo presentan batalla competitiva a empresas de países adelantados. Jaguar y Land Rover son compradas por Tata Motors, de India. Empresas chinas empleaban, en 2008, unos 750.000 obreros en África, en diferentes emprendimientos, desplazando en muchos casos a capitales estadounidenses. Si bien las empresas multinacionales (emn) de los países atrasados no alcanzan la fuerza de las grandes corporaciones de Estados Unidos, Europa o Japón, su crecimiento es innegable. México tiene gigantes como Cemex o Telmex; Corea del Sur empresas como Hyundai Motors o Samsung Electronics; 94
Malasia a Petronas o Sime Darby; Brasil a Petrobrás, Vale, Embraer o Bradesco. Según un estudio de Ernest & Joung, las emn de países no adelantados tenían, en 2007, el 19% del valor bursátil acumulativo de las 1.000 emn más importantes.7 Se trataba de 221 empresas, de las cuales el 47% pertenecía a países atrasados distintos de Rusia, Brasil, China e India. En términos globales, hacia 2006 la inversión extranjera directa (ied) –incluyendo fusiones y adquisiciones– desde los países atrasados había llegado a us$ 174.000 millones, el 14% del total mundial; la participación de estos países en el stock total de la ied –que es de us$ 1,3 billones– alcanzaba el 13%. En 1990 los países subdesarrollados tenían solo el 5% del flujo de ied, y el 8% del stock (véase The Economist, 12 de enero de 2008). Esto no encaja ni siquiera en los esquemas más ricos y complejos de la cd. Frente a estas evoluciones, la cd se vio obligada a explicar. Bambirra (1983) ofreció una tesis del tipo de “compensación”, diciendo que el desarrollo de los nuevos países industrializados se conseguía a costa de enormes padecimientos y la superexplotación de las masas. Frank (1979b) sostuvo que en los países asiáticos no había verdadero desarrollo a causa de las deudas externas y los déficit en sus balanzas de pagos, el desempleo y la superexplotación. Frank también explicó las “contadas” industrializaciones periféricas por la misma teoría de la dependencia, aunque con adecuaciones: el crecimiento de Corea se debía a la crisis del capitalismo central en la década de 1970 (véase Frank, 1988). Era la vieja idea de que cuando había crisis en el centro se producían huecos en el sistema mundial por donde emergía la periferia. No obstante, el capitalismo de Corea del Sur siguió creciendo en la década de 1980 cuando las economías del centro –en particular la de Estados Unidos– se recuperaban. Tampoco se verificó el pronóstico del estancamiento del capitalismo y del mercado mundial.8
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Contra el 5% en 2000. Frank (1988) pronosticaba, a fines de la década de 1980, que “la próxima recesión” agudizaría los problemas crónicos del intercambio internacional, llevando a una declinación del comercio mundial; los países atrasados se volcarían hacia la sustitución de importaciones, a una agricultura orientada a la producción/consumo con base nacional o regional, y florecerían los acuerdos internacionales tipo trueque; los países adelantados se volcarían progresivamente “hacia adentro”. Mandel (1986) previó una crisis del capitalismo aún más grande que la que había sacudido al capitalismo en la década de 1930, y una contracción de largo plazo del mercado mundial. 8
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Crisis de los regímenes “socialistas” y autárquicos
Los problemas para la cd se agravaron con las dificultades que afrontaban los regímenes del “socialismo real”. A fines de la década de 1970 la dirección del Partido Comunista chino iniciaba las reformas pro mercado, que desembocarían en la marcha del país al capitalismo. En la década de 1980, los campesinos comenzaron a cultivar sus parcelas y comerciar la producción, y se elevó la productividad en el agro, lo cual ponía bajo un serio signo de interrogación las ideas de Amin, Rey y otros autores acerca de la naturaleza anticapitalista de los campesinos chinos. A mediados de esa misma década el Partido Comunista de la URSS revelaba que la economía soviética estaba estancada, que sus niveles de productividad eran más bajos que en los capitalismos avanzados, y que no había manera de continuar con el crecimiento sustentado en el uso extensivo de recursos naturales y fuerza de trabajo. El problema también era admitido en otros países del bloque comunista.
La tesis de la articulación de modos de producción a prueba
En cuanto a la tesis de la articulación de los modos de producción, no se verificó su pronóstico de que el capitalismo intentaría preservar las formas sociales precapitalistas. Las políticas desplegadas por la mayoría de los gobiernos del Tercer Mundo y los organismos internacionales, en especial desde 1980, apuntaron a introducir las relaciones mercantiles, promover la propiedad privada de la tierra y las relaciones asalariadas. Por supuesto, se puede admitir que las economías campesinas tradicionales demostraron más capacidad de resistencia que la que preveían los marxistas clásicos, como Lenin. Por caso, en la actualidad más del 90% de los derechos sobre la tierra que tienen los campesinos en África subsahariana están generados por la tenencia consuetudinaria (Mafeje, 2003). Pero sobre esta estructura tradicional se ha expandido la producción pequeño-burguesa, con vistas al mercado; y los pequeños campesinos responden cada vez más a los estímulos y dictados del mercado. Además, y paradójicamente para la tesis de la “articulación”, hoy hasta el 80% de los ingresos rurales en África subsahariana provienen de áreas urbanas, en forma de remesas de trabajadores. Y, como señala Mafeje, a menudo de manera no intencional, las áreas rurales se convirtieron en enormes asentamientos rurales empobrecidos, que albergan a trabajadores urbanos desocupados. En cuanto a América Latina, y 96
amplias regiones de Asia, se han extendido los cultivos comerciales y la producción capitalista agraria.9 Estas evoluciones llevaron a la crisis a la escuela de la dependencia. Además, con el marco teórico de la dependencia cada vez se hacía más difícil contrarrestar la ofensiva ideológica y política de las políticas neoliberales. Por eso se asistió a una crisis ideológica y política que afectó a todas las corrientes que habían abogado por vías alternativas de desarrollo. En América Latina las expresiones más radicales del estructuralismo cepaliano quedaron marginadas, y muchos autores revisaron sus posturas, admitiendo la necesidad de “respetar a los mercados” y “mantener los equilibrios macroeconómicos fundamentales”.10 Dentro de los autores “fundadores” de la cd, el caso extremo fue Cardoso, quien terminó en la derecha y siendo presidente de Brasil. Pero más en general, la cd no se mantuvo como corriente, a pesar de que muchos dependentistas mantuvieron sus ideas. Al decir de Blomström y Hettne (1990), entró en un proceso de “crisis y desintegración”.
Conclusión
La cd reflejó el fenómeno real de que el capitalismo se expandió en la periferia extendiendo la violencia, el pillaje, el militarismo y las guerras coloniales. La violencia abrió paso al capital en el Tercer Mundo. Pero al mismo tiempo este proceso generaría las condiciones para el surgimiento de capitalismos nativos. Es este segundo aspecto el que la cd pasó por alto, en lo fundamental. De aquí que la industrialización y desarrollo capitalista en buena parte del Tercer Mundo, notablemente en Asia y América Latina, le hayan presentado problemas teóricos importantes. A ello se sumó la crisis de los llamados regímenes socialistas. Esto explicaría la dispersión de la corriente en la década de 1980. 9 Ampliamos en el capítulo 13 sobre estos desarrollos, que son cruciales para la validez de las tesis de la dependencia. 10 El estructuralismo clásico daría lugar, en la década de 1980, al neoestructuralismo. Una síntesis de esta evolución y de las posiciones del neoestructuralismo puede verse en Fontaine y Lanzarotti (2001) y Guillen Romo (2001). Algunos estructuralistas toman los aportes de los neoschumpeterianos, y los enlazan con las viejas tradiciones de la cepal, pero admitiendo la necesidad de superar el desarrollo basado en la industrialización “hacia adentro”; puede consultarse Cassiolato et al. (2005). Una alternativa al planteamiento del crecimiento hacia adentro es la de Sunkel con su tesis del “desarrollo desde dentro”; véase Sunkel (1991).
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6. La dependencia reformulada
A pesar de que la corriente de la dependencia (cd) se desintegró como corriente hacia la década de 1980, sus ideas esenciales siguieron vigentes hasta el presente en la izquierda y el nacionalismo radical. Sus enfoques se difunden actualmente desde revistas críticas y heterodoxas. Tal vez la de mayor renombre sea Monthly Review, de Estados Unidos. Importantes autores adhieren a las ideas de la cd, aunque con diversos grados de nacionalismo. El reputado sociólogo James Petras sostiene actualmente la visión dependentista, defendida en numerosos artículos y libros.1 Dos Santos mantiene prácticamente sin cambio las viejas posiciones y sus escritos son estudiados en círculos amplios.2 La Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico (sepla), que agrupa a la mayoría de los economistas de izquierda de América Latina, tiene un enfoque global afín a la dependencia. En Argentina, los Economistas de Izquierda (edi), adherido a sepla, comparten esa postura. Entre los autores argentinos más destacados que siguen esta línea podemos citar a Atilio Borón, sociólogo y doctor en Ciencias Políticas, y a Claudio Katz, el economista marxista más conocido en Argentina.3 También encontramos las posiciones de la dependencia en la prensa política de la izquierda, por lo menos, y hasta donde conocemos, en Argentina, México, Brasil, Uruguay, Venezuela, Bolivia y Chile. Sin embargo, el pensamiento dependentista adoptó nuevas formas, principalmente por la relevancia que adquirieron en las décadas de 1980 y 1990 las deudas externas y el capital financiero internacional en 1
Véase, por ejemplo, Petras (1995, 2000). A comienzos de la década de 2000, escribía: “Ellos no comprenden cómo el imperialismo bloquea el desarrollo de las fuerzas productivas de las naciones colonizadas, mutila su poder de crecimiento económico, de desarrollo educativo, de salud y otros. No consiguen entender el fenómeno de la sobreexplotación y la transferencia internacional de excedentes generados en el Tercer Mundo y enviado a los países centrales” (Dos Santos, 2003, p. 51). 3 Véase, por ejemplo, Boron (2008). Los trabajos de Katz pueden consultarse en su sitio web ; Katz posee una extensa producción teórica. 2
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muchos países atrasados. Se mantuvo la tesis de que los países subdesarrollados son explotados por los países atrasados, pero ahora no solo a través del intercambio desigual y las remesas de utilidades, sino también, y principalmente, por el pago de las deudas externas. Además, a la denuncia tradicional del “capital monopólico y financiero”, se sumó la del “neoliberalismo”. El “neoliberalismo” pasó a ser el responsable del ataque a los trabajadores y los sectores populares, de la ofensiva privatizadora y la apertura de los mercados. De esta manera continuó operándose, en el análisis y la política, el desplazamiento de la contradicción de clase esencial en el modo de producción capitalista del que hablaba Cueva. Los antagonismos centrales, según la dependencia reformulada, estarían plasmados en oposiciones como “neoliberalismo/pueblos”; “finanzas/ pueblos”; “capital financiero/países oprimidos”, y similares. La estrategia política siguió articulándose en torno a la “liberación nacional” de los pueblos oprimidos, enfrentados ahora al capital financiero imperialista y el neoliberalismo. Es en este marco teórico que muchos marxistas “dependentistas” tratan de encajar la contradicción entre el capital y el trabajo. En la primera parte de este capítulo examinamos críticamente la versión más popularizada de la dependencia reformulada. Para esto nos basamos en Toussaint (2004), que contiene los planteos centrales más difundidos. Nuestra crítica recoge e intenta profundizar muchos de los cuestionamientos que ya se hicieron a la cd, especialmente en la línea planteada por Cueva. En una segunda parte discutimos la reformulación que da Amin, en la década de 1990, a algunas de sus viejas tesis. Veremos que, siendo una obra más sutil y compleja que la de Toussaint, subsisten sin embargo los problemas que presentaba su teoría en las décadas de 1960 y 1970.
Dictadura financiera y tercer mundo
Una idea fundamental de Toussaint es que a comienzos de la década de 1980 se impuso en el mundo la hegemonía del capital financiero. Esta tesis está en relación directa, y es tributaria, de la llamada “teoría de la financiarización”, que afirma que hoy el capital financiero es el principal responsable del estancamiento y las crisis.4 4 Para un panorama de esta tesis, véase Chesnais ([comp.] 1996, 1997). Hemos hecho una crítica a esta tesis en Astarita (2009a).
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Este capital financiero se ha globalizado, y la globalización se debe principalmente, sostiene Toussaint, a decisiones políticas de los gobiernos. Esto significa que no responde a una tendencia inherente al capital, y en consecuencia podría ser revertida sin acabar con el modo de producción capitalista. Además, continúa la tesis dependentista de Toussaint, la mundialización no lleva al desarrollo de las fuerzas productivas en el Tercer Mundo y el ex bloque del Este, ya que las inversiones se dirigen principalmente hacia América del Norte, Europa Occidental y Japón. En los países del Tercer Mundo y en el ex bloque del Este solo hay marginación y pobreza. Puede haber algunos crecimientos puntuales, como sucede con los npi asiáticos, y en algunas regiones de China, pero en el resto del Tercer Mundo predomina el estancamiento. Las posibilidades de desarrollo autónomo de la “aplastante mayoría de los países del Sur y del viejo campo llamado socialista se encuentran aún más reducidas que en el período histórico precedente” (Toussaint, 2004, p. 255). La imposibilidad de “desarrollo autónomo” aquí se equipara con la imposibilidad de “acumulación de capital industrial” y con “bloqueo de desarrollo”. Como sucedía en la cd tradicional, la tesis combina el factor externo con el interno, ya que “el bloqueo del desarrollo no proviene solamente de las relaciones de subordinación de la Periferia en relación con el Centro”, sino también […] de la estructura de clase de los países de la periferia y de la incapacidad de las burguesías locales para lanzarse a un proceso acumulativo de crecimiento, lo que implicaría el desarrollo del mercado interno (Toussaint, 2004, p. 255).
En los países del Tercer Mundo que basan su crecimiento en los bajos salarios y las exportaciones, sostiene Toussaint, las importaciones crecen a una tasa más rápida que las exportaciones. En estos países no hay posibilidades de reproducción ampliada; la burguesía es incapaz de acumular; el desarrollo está bloqueado y los déficit de la balanza comercial son crónicos. El estancamiento, sin embargo, no se limita al Tercer Mundo, porque en los países del centro –también llamados “del Norte”, en oposición “al Sur”– una parte creciente de la plusvalía se desvía hacia el sector financiero, que se convierte así en un succionador de riquezas por sobre el capital industrial. Además, aumenta el poder de las multinacionales oligopólicas. Si bien Toussaint reconoce que existe una poderosa competencia entre ellas, controlan sin embargo el mercado 101
mundial e imponen altos precios relativos a los productos que exportan a los países del Tercer Mundo. A lo que se suman las decisiones políticas de los gobiernos de los países industrializados, que agravan la caída relativa de los precios de los productos que exporta el Sur. En consecuencia, los países atrasados son explotados debido a los precios establecidos por el poder oligopólico, y las decisiones de los Estados imperialistas. La idea de que los grupos concentrados pueden imponer los precios se extiende a los mercados financieros. Toussaint afirma que los grandes bancos tienen la facultad de establecer altas tasas de interés, o primas de riesgo, prácticamente a discreción. En esto colaboran los gobiernos imperialistas, sus bancos centrales y los organismos internacionales. Las tasas de interés están determinadas por relaciones de fuerza, tanto por control de mercado –oligopolios financieros–, como por poder político. La combinación del deterioro de los términos de intercambio, el crecimiento de las importaciones a una tasa más alta que las exportaciones, y las altas tasas de interés, lleva al endeudamiento creciente. La deuda externa se convierte así en un arma de dominio y sumisión. Junto a los planes de ajuste, sirve para domesticar a los países atrasados. Debido a las altas tasas de interés, las transferencias son crecientes. El Norte succiona la riqueza del Sur, aunque Toussaint aclara que la explotación de países se articula con las relaciones de clases. El reembolso de la deuda opera como una bomba de agua que extrae una parte del excedente generado por los trabajadores, los pequeños productores y las empresas familiares del Sur. Las clases dominantes del Tercer Mundo, “cobran sus comisiones” y se enriquecen, mientras las economías nacionales “se estancan o retroceden y las poblaciones del Sur se empobrecen”. A estos perjuicios se agregan las transferencias de riquezas debidas a las privatizaciones de empresas públicas; la repatriación de beneficios por las sociedades transnacionales; los pagos de royalties, derechos de propiedad y similares; y las colocaciones de los capitales pertenecientes a las clases propietarias del Sur en las plazas financieras del Norte o en paraísos fiscales. Eventualmente, también se destinan fondos a la compra de bienes inmobiliarios en el Norte. En consecuencia, los países del Sur, incluidos los más grandes como México, Brasil o India, retroceden hacia la “dependencia y subordinación” desde un desarrollo relativamente autónomo que habrían iniciado con anterioridad al advenimiento de la ofensiva neoliberal.
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Explotación financiera de países
En todo lo anterior, la tesis del dominio del monopolio juega un rol clave, pero esta vez aplicada a lo financiero. Toussaint habla de la competencia, pero esta no juega ningún papel efectivo en la determinación de las tasas de interés, ni en los mercados financieros. Por eso Toussaint ni siquiera discute la teoría de Marx, que sostiene que la tasa de interés se fija a partir de la oferta y demanda del capital dinero, y por lo tanto está vinculada a los ciclos económicos. Es que adoptar la teoría de Marx obligaría a desechar la explicación de la tasa de interés por “relaciones de fuerza”. Naturalmente, se puede sostener que la teoría de Marx está desactualizada, y que la de Toussaint es la correcta. Pero la realidad es que la tesis de Toussaint –y más en general, el punto de vista de la financiarización– es la que no puede explicar el funcionamiento ni las evoluciones de los mercados financieros. Por ejemplo, los autores de la financiarización (véase Chesnais, 1996, 1997) han insistido en que la hegemonía del capital financiero se expresó en las altas tasas de interés que se decidieron a partir de fines de la década de 1970 en Estados Unidos y Gran Bretaña. Esas tasas de interés habrían permitido al capital financiero obtener altas rentabilidades, succionando plusvalía al capital productivo. Toussaint adhiere a esta idea. Sin embargo, en la década de 1990 las tasas de interés bajaron, y en la década siguiente continuaron a niveles muy bajos. ¿Cómo se puede explicar esto si las ganancias del capital financiero dependían de las tasas de interés, y estas se fijaban a voluntad y conveniencia de los bancos? ¿No habría que intentar relacionar sus variaciones con los ciclos de la acumulación, con la velocidad de rotación de los capitales, con la oferta y demanda de fondos en los mercados de dinero y de capitales? Pero esta es la teoría de Marx, que se ha dejado de lado. Sin embargo, en la realidad las cosas funcionan más de acuerdo con lo que dice la teoría de Marx, que con lo que afirman Toussaint o Chesnais. Es que a los mercados financieros mundiales concurren capitales provenientes de múltiples países y sectores –fondos soberanos, excedentes líquidos de empresas industriales o comerciales, rentistas acaudalados, etcétera– y por eso estos movimientos, y sus efectos, no pueden ser controlados por monopolio alguno. Como explicaba Marx, el banco se le representa al economista vulgar como todopoderoso. Pero las posibilidades de controlar la economía están limitadas por fuerzas económicas que los propios capitalistas no dominan. La cuestión tiene gran relevancia para el debate sobre la dependencia y el tercermundismo. Para verlo, veamos un momento las tasas de interés que pagan los gobiernos de los países atrasados. A mediados de 2008, los 103
gobiernos de Chile o Uruguay se endeudaban a una tasa muy inferior que la que pagaba el gobierno argentino. Según la visión de Toussaint, esto se debería a una decisión, más o menos arbitraria, de los banqueros del Norte y los organismos internacionales. Pero el hecho es que la tasa que pagaba el gobierno argentino era la que demandaba cualquier inversor financiero, sin esperar órdenes de nadie. Esto se debe a que cuando se licitan los bonos en los mercados primarios, o se revenden en los mercados secundarios, se establecen los precios de los activos a partir de las ofertas y demandas de muchos inversores y agentes de fondos. De estos precios se derivan las sobretasas –el llamado “riesgo país”, o la prima de riesgo– que pagan los gobiernos. La cuestión se puede ver en los intereses que el gobierno de Venezuela cobró al de Argentina en 2008. Ese año Argentina se endeudó con Venezuela a una tasa que llegó casi al 15%.5 El gobierno “socialista” del presidente Hugo Chávez le cobraba a un país dependiente una tasa muy superior de la que un banquero suizo, por ejemplo, le hacía pagar a Chile o Uruguay. De acuerdo a la teoría de Marx, la tasa que cobraba el gobierno de Venezuela fue un producto de las leyes del mercado capitalista. Según el enfoque de Toussaint, no hay manera de explicar el asunto (a no ser que se recurra al argumento de la “traición” de Chávez, o similares). Toussaint también sostiene que los prestamistas extraen directamente el excedente de los trabajadores. Lo cual induce a pensar que la contradicción fundamental de la sociedad se da entre el propietario del capital dinerario, que succiona excedente como un parásito, y “el pueblo”, entendido como la masa de obreros asalariados y pequeños productores. Pero la realidad es que la plusvalía es extraída no a nivel de prestamista/prestatario, sino por el capital en la relación laboral. Por lo tanto, la tasa de interés no mide el grado de explotación del prestamista sobre el trabajador, como pretende Toussaint, y en general los partidarios de la tesis de la “explotación por la deuda”, sino de qué manera se divide la plusvalía entre los explotadores. Más en general, las ganancias que reciben los propietarios del capi5 Entre 2005 y agosto de 2008, Venezuela prestó a Argentina us$ 7.599 millones; debido a los intereses, esto representó un aumento de us$ 9.241 millones del monto de la deuda argentina. En 2005, los intereses fueron, en promedio, del 8,5%; en 2006 del 8,1%; en 2007 del 9,6%; en la primera mitad de 2008 el promedio fue de 13,9%, llegando al 14,8% en agosto. Muchos bancos venezolanos realizaron buenos negocios con la deuda argentina durante esos años. Es que el gobierno de Venezuela vendía una parte importante de los bonos argentinos a bancos locales cobrando en bolívares al tipo de cambio oficial. Luego, los bancos los vendían en el mercado al dólar paralelo, que es mucho mayor que el oficial, y se quedaban con la diferencia. Quienes compraban los bonos en el mercado, a su vez, lo hacían porque los utilizaban para sacar divisas de Venezuela.
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tal dinerario son las que les corresponden en tanto encarnan la propiedad privada de los medios de producción, una de las condiciones de existencia del capital (véase Marx, 1999, t. 3, sección 5). Los prestatarios, a su vez, representan al capital en funciones, la segunda condición de existencia del capital. La división de la plusvalía entre ambas fracciones no está determinada, en consecuencia, por la ubicación geográfica de los prestatarios o prestamistas. A pesar de lo que sostiene Toussaint, el “Norte” y el “Sur” en todo esto tienen poco que ver. Por este motivo, además, los prestamistas “del Sur” no reciben solo “comisiones” por sus préstamos, sino también la tasa de interés en las mismas condiciones que los “del Norte”.
El estancamiento eterno
La idea de que el capitalismo está estancado desde hace tres o cuatro décadas está muy difundida entre los autores de la dependencia reformulada. La postración crónica del Tercer Mundo sería la expresión más acabada de ese estancamiento generalizado. Como también lo sería la crisis de acumulación iniciada en 2007, en Estados Unidos. Se sostiene que las economías desarrolladas ya estaban estancadas desde hace 30 o más años. La idea del estancamiento es funcional para afirmar que los pronósticos de la cd se han cumplido en lo esencial. Pero no hay forma de congeniar esta tesis con lo sucedido en el último cuarto de siglo. Es cierto que se produjeron crisis importantes y que hubo períodos prolongados de estancamiento y retroceso en países e incluso continentes enteros. Por caso, la década de 1980 fue de retroceso para las economías de América Latina. África subsahariana no se ha industrializado, y está relativamente estancada. Japón, la segunda economía del mundo, no crece desde hace 15 años. Los países del centro y este de Europa, y los que conformaban la vieja URSS, experimentaron un fuerte retroceso después de 1989, que duró casi una década. Ha habido crisis como la asiática de 1987-1988, o la iniciada en 2007 en el capitalismo desarrollado. Sin embargo, todo esto no significa que las fuerzas productivas, a escala mundial, hayan dejado de crecer en las últimas décadas. De 1998 hasta 2008, la economía mundial creció a una tasa promedio del 3,8% anual.6 La economía de Estados Unidos no estuvo estancada. Entre 1982 6 Los datos que siguen están tomados del Bureau of Economic Analysis, de Estados Unidos; del Fondo Monetario Internacional (fmi); Banco Mundial y omc.
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y 2008 el pnb estadounidense aumentó, en términos reales, un 125%. La producción industrial creció el 90% entre 1980 y 2005; la de maquinaria industrial un 132% solo entre 1990 y 1999. La capacidad de toda la industria aumentó el 64% entre 1990 y 2006. Tampoco estuvo detenida la economía europea. Entre 1980 y 2008, el pnb por habitante en los 15 países de la Unión Europea creció a una tasa anual del 1,83%; Estados Unidos lo hizo al 1,95%. No estamos ante tasas propias de un “estancamiento”. Paralelamente, el mercado mundial se expandió. El volumen del comercio mundial creció a una tasa anual del 6,7% entre 1990 y 1999, y del 7% entre 2000 y 2007. No hay manera de congeniar la idea de una producción bloqueada durante décadas con este desarrollo del mercado. Pero más importante para lo que nos ocupa es que las economías del Tercer Mundo también han crecido. Los “países en desarrollo” crecieron a una tasa de 3,8% anual promedio entre 1989 y 1998; y al 6,5% anual entre 1999 y 2008. La acumulación de capital en los países asiáticos es asombrosamente alta. La inversión, medida en porcentaje del pnb, fue del 31,4% promedio entre 1986 y 1993, y del 32,4% entre 1994 y 2001. A mediados de la década de 2000 también estaba creciendo Rusia. En 2008, las economías de China, India, Rusia y Brasil gastaban us$ 1,2 billones en caminos, ferrocarriles, electricidad, telecomunicaciones y otros proyectos; una suma equivalente al 6% de sus pnb combinados; es el doble de la ratio de inversión promedio en infraestructura de los países adelantados. China invirtió, entre 2003 y 2008, en términos reales, más en infraestructura que en todo el siglo xx (The Economist, 7 de junio de 2008). Se calcula que más de la mitad de la inversión mundial en infraestructura se realizaba, en 2008, en los países subdesarrollados. Por supuesto, se trata de un desarrollo sustentado en altísimas tasas de explotación, y nivel tecnológico relativamente bajo. Pero estos datos dejan sin sustento a la tesis del estancamiento por décadas.
La crisis crónica de las balanzas de pagos
Tampoco se puede sostener con algún fundamento que los países atrasados estén sometidos de forma permanente a crisis en sus balanzas de pagos, debido a que sus importaciones superan sistemáticamente a las exportaciones. Por empezar, la afirmación carece de lógica. Es que si los países del Sur padecieran déficit permanentes en sus cuentas corrientes no habría manera de efectuar una transferencia en términos reales de riqueza a los países del Norte. Para que exista esa transferencia debe 106
haber excedentes genuinos. De lo contrario, las deudas se pagan tomando más deuda, como sucedió con Argentina en la década de 1990. En ese período, la balanza comercial y de cuenta corriente argentina eran deficitarias. ¿Cómo se podía entonces transferir divisas al exterior, para el pago de los intereses de la deuda? Solo podía hacerse tomando más deuda, o incentivando la entrada de capitales, como sucedió cuando se privatizaron empresas del Estado. Pero este remedio es de corto plazo y por eso mismo se terminó en una crisis de la balanza de pagos –generada por la salida precipitada de capitales– que condujo al estallido del régimen de convertibilidad de la década de 1990, y a una aguda crisis económica. A partir de la devaluación del peso, Argentina tuvo fuertes excedentes en su cuenta corriente durante varios años, lo que permitió que efectuara una transferencia en términos reales de recursos desde 2003 en adelante. Esto significa que se pagó deuda con reservas obtenidas por el excedente comercial, al que se sumó el excedente fiscal. También los países asiáticos del Pacífico acumularon superávit luego de la crisis de 1997-1998; y después de 2000 los países productores de petróleo. Como resultado, en 2008, las cuatro quintas partes de las reservas mundiales en dólares no eran tenidas por los bancos centrales de los países del G-7, sino por los bancos centrales de países atrasados, especialmente China y productores de petróleo como Arabia Saudita. ¿Cómo se explica esto con la tesis de Toussaint? La idea de que los países subdesarrollados están sometidos a una crisis crónica de sus balanzas de pagos tampoco puede explicar que muchos se hayan convertido en acreedores netos de gobiernos de países desarrollados. Ni puede dar cuenta del hecho de que fondos estatales y bancos de Asia y Medio Oriente tomen participaciones en firmas occidentales afectadas por las crisis financieras. Según Morgan Stanley, solo los fondos soberanos invirtieron us$ 33.400 millones en activos financieros en Europa y Estados Unidos desde enero de 2006 hasta fines de 2007.7
Burguesías nativas y deuda externa
Por otra parte, no es cierto que las burguesías de los países atrasados cobren meras “comisiones” por los pagos de las deudas externas, como afirma 7
Volvemos a examinar la tesis del déficit crónico de las balanzas comerciales de los países atrasados en el capítulo 9, donde presentamos más datos que desmienten la afirmación de Toussaint.
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Toussaint. Por ejemplo, muchos de los inversores en la deuda argentina son argentinos; a ellos les corresponde una parte de la plusvalía generada en el país, como a cualquier otro inversor. Además, la deuda externa no ha sido una “imposición” de los banqueros del Norte y sus Estados a los países del Sur, como parece desprenderse del dependentismo renovado. Cuando en la década de 1970 los gobiernos del Sur tomaron deuda, quedó especificado que las tasas serían variables. Si en ese momento las tasas eran bajas, los que tomaban los créditos eran conscientes de que podían subir. Por supuesto, todo esto dio lugar a magníficas estafas y defraudaciones, cometidas por los gobiernos, con la colaboración de banqueros y financistas nacionales y extranjeros. Por cada préstamo, los países tomadores de créditos pagaban jugosas comisiones; los contratos establecían condiciones leoninas y contenían cláusulas extremadamente perjudiciales –por ejemplo, se establecían tribunales en el exterior en caso de que surgieran conflictos entre las partes– para los deudores. Pero todo esto, insistimos en ello, obedecía a una razón de clase. Las burguesías de los países atrasados, o las fracciones que habían accedido al poder, se regocijaban en festivales de dinero y saqueo de los fondos públicos. Se ligaban de esta manera al capital financiero internacional, y mediante los préstamos conseguían los fondos que les permitían girar dinero al exterior. Pero además hubo países que se endeudaron fuertemente y que desde el punto de vista de las categorías empleadas por Amin, Mandel, Dos Santos y otros, eran “independientes”, como fueron los casos de Polonia y Yugoslavia. Polonia fue al default en 1981, antes que México. Yugoslavia estuvo agobiada por las deudas hasta su disolución como país. Se puede argumentar que en los países del Cono Sur de América Latina, en Filipinas, Corea del Sur y en otros lugares había dictaduras militares. Pero el endeudamiento fue saludado como positivo por los sectores más significativos de la clase dominante. Tomemos el caso de Argentina. No solo la dictadura militar se endeudó con aprobación de la clase dominante en su conjunto, sino también los gobiernos argentinos siguieron haciéndolo durante los 25 años posteriores a 1983, cuando se restableció la democracia. Una y otra vez las negociaciones de las deudas dieron lugar a renovadas estafas y al rápido enriquecimiento de los que actuaban como intermediarios. Nada de esto era objetado por la clase dominante. Por ejemplo, cuando el gobierno de De la Rúa refinanció la deuda, en 2001, a tasas exorbitantes y condiciones ruinosas, los políticos más representativos, los grandes diarios y las cámaras empresarias saludaron la operación como un gran “éxito”. Se trató de manifestaciones espontáneas; no fueron dictadas por el fmi o Washington. 108
La cuestión se ilumina todavía más si recordamos que el monto total de la deuda argentina coincide, aproximadamente, con el monto de los fondos que giraron al exterior capitales argentinos y amplios sectores de las clases medias acomodadas. Más precisamente, el monto de la deuda externa y el stock fugado crecieron en paralelo. En 1974, la deuda externa era de us$ 7.600 millones, y el capital fugado era prácticamente la mitad, us$ 3.800 millones. En 1982, las cifras eran us$ 44.000 y us$ 34.000 millones, respectivamente. En 1989, la deuda era de us$ 65.000 millones y los capitales fugados sumaban us$ 53.000 millones. A fines de 2001, la deuda era de us$ 140.000 millones y el stock fugado de us$ 138.000 millones (Gaggero, Casparrino y Libman, 2007). La deuda externa sirvió para financiar una gigantesca transferencia de riqueza de la clase dominante nativa hacia los mercados financieros internacionales. Este hecho demuestra que la burguesía argentina no está “sometida”, ni es “el país” el que es “explotado” por los “banqueros y financistas del Norte”, sino que estamos ante negocios que obedecen a la lógica de la valorización de los capitales, y la conservación de esos valores en los lugares que se consideran más seguros. Naturalmente, las circunstancias varían según países. Por ejemplo, con respecto a la deuda externa brasileña, Furtado (1985) sostiene que el endeudamiento entre 1974 y 1980 tuvo que ver con graves errores de la política económica del gobierno militar y con los desequilibrios que arrastraba la industrialización desde la época del “milagro brasileño”, en la década de 1960. Tampoco aquí hay algo que exija una teoría especial sobre el capital financiero. Por otra parte, la salida de capitales desde los países subdesarrollados –entre ellos Brasil, México, Tailandia, Indonesia, Chile, Argentina– para colocarse en los mercados es muy generalizada, e indudablemente las deudas externas han estado en el corazón de estos procesos.
Nacionalismo, inversión extranjera directa (ied) y privatizaciones
Más adelante en este libro examinamos con alguna atención los mecanismos del llamado intercambio desigual y el deterioro de los términos de intercambio. Adelantamos aquí que, desde la teoría del valor trabajo, una consecuencia que se deriva de esos análisis es que los trabajadores de los países adelantados no disponen de mejor nivel de vida porque participen de la “explotación” de los países atrasados, sino porque viven y trabajan 109
en espacios nacionales con mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Es equivocado afirmar, como hace la dependencia reformulada, que los países más industrializados toman cada vez más distancias en cuanto poder económico porque explotan a los países más atrasados. Haití, Etiopía, Sudán, Bangladesh, Ecuador, para citar algunos casos notables, generan poco valor agregado (y plusvalor) con relación a la economía mundial porque sus capitalistas emplean poca tecnología, y atrasada, y poco trabajo complejo. Es imposible que el crecimiento de Estados Unidos, Canadá o Alemania dependa del plusvalor generado en estos países. Además, en el caso de productos agrícolas puede haber apropiación, e importante, de renta agraria por parte de las clases terratenientes de los países atrasados. De acuerdo a la naturaleza de la renta (véase el capítulo 12; también el interludio 1) es imposible sostener que represente transferencia de valor desde los países atrasados a los adelantados. Sí existe superexplotación por parte de los capitales de países adelantados sobre los trabajadores de los países atrasados, cuando pagan bajos salarios. Pero los capitales de los países atrasados están en la misma situación con respecto a los trabajadores de sus países. Así como también con respecto a los trabajadores de otros países en los que invierten y pagan bajos salarios. Los capitales argentinos que emplean mano de obra en Bolivia, los capitales chinos que emplean mano de obra de África, los mexicanos que hacen lo propio en Estados Unidos, no son “imperialistas” con respecto a estos países, aunque superexploten a esos trabajadores. Obedecen a la misma racionalidad capitalista de cualquier otro capital. Lo anterior se vincula con la discusión sobre si los países del Tercer Mundo son explotados por vía de las ied. Lo cierto es que hoy las relaciones con los capitales de los países adelantados se establecen, al menos en los países del Tercer Mundo industrializados, en términos de negociaciones económicas propias de cualquier relación intercapitalista. Para ejemplificarlo con Argentina, las condiciones de participación del capital extranjero en la explotación de la clase obrera argentina están determinadas por el poder económico relativo, y no por algún poder político o militar particular. Cuando los capitales locales se asocian con capitales extranjeros para llevar adelante alguna inversión, obtienen su tajada en las ganancias según sus participaciones en el capital comprometido, como sucede en cualquier otro país capitalista. Los capitales argentinos salen al exterior y se colocan en inversiones de cartera, u realizan inversiones directas, compartiendo la suerte de otros capitales. Lo mismo sucede con otros capitales de países del Tercer Mundo. 110
También las privatizaciones ocurridas durante las décadas de 1980 y 1990 pueden explicarse desde la lógica más general del capital. En el caso de Argentina, si bien existió un interés directo del capital financiero, de los organismos de crédito internacionales y del gobierno de Estados Unidos en que se privatizaran las empresas estatales, la clase capitalista argentina estuvo de acuerdo y consideró que la operación era beneficiosa para sus intereses. Las privatizaciones significaron que todas las fracciones de la producción, y por lo tanto también los “servicios públicos”, debían someterse a las leyes del mercado. Incluso las empresas que siguieron bajo control estatal, se subordinaron a la racionalidad de la valorización. No es cierto que esto se haya debido al triunfo de un régimen de acumulación de “financiarización”. Es que está en la esencia de todo capital, no solo el financiero, el subordinarse a la exigencia implacable de valorizarse o morir. Este fue el contenido de las privatizaciones, en Argentina y en otras partes del mundo. Que esto lo llevaran a cabo capitales locales o extranjeros, o alguna combinación de ambos, no era lo más importante. Por otra parte, que muchas empresas públicas fueran vendidas a un precio vil a inversores extranjeros no significa que “el país” en particular fuera explotado; los saqueadores del erario público eran tanto locales como extranjeros. Las acciones de las empresas privatizadas fueron adquiridas por inversores de todos los colores nacionales. Y cuando algunas de esas empresas en Argentina pasaron de nuevo a manos del Estado, no hubo un cambio significativo para los trabajadores en lo que hace a las condiciones laborales o salariales; ni para los usuarios; ni se advirtió un desarrollo cualitativamente distinto de las fuerzas productivas.8 Por último, no parece correcto considerar que las transferencias de valor impliquen explotación entre regiones. Cuando un capitalista “del Sur” envía fondos “al Norte”, no está participando de la explotación “del Sur por el Norte”; de la misma manera que el Sur no explota al Norte cuando un capitalista del Norte envía fondos al Sur. La observación se extiende a cualquier otra transferencia de valor en el sistema mundial. El tema adquiere significado a la vista del volumen e importancia de algunos flu8
En agosto de 2008, la Defensoría del Pueblo de Argentina presentó un informe en el que señalaba que los servicios que volvieron al Estado desde 2002, como Aguas Argentinas, Correo Argentino y varias líneas de trenes, no mostraban mejoras y en muchos casos habían sufrido un mayor deterioro. Por ejemplo, en los trenes se comprobaba que el servicio era prestado de manera deficiente, con deplorable estado de la infraestructura ferroviaria, material rodante, vial y estaciones, lo cual lo tornaba altamente riesgoso para los pasajeros. Consideraciones del mismo tenor correspondían a los servicios de aguas y al correo.
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jos, como las remesas de divisas que realizan los trabajadores inmigrantes hacia sus pueblos de origen; en 2007 alcanzaban los us$ 300.000 millones anuales.
La reformulación de Amin en la década de 1990
La rica y extendida obra de Samir Amin –publicó desde fines de la década de 1950 hasta el presente– nos permite explorar algunas de las adaptaciones teóricas que obligaron los cambios ocurridos en el capitalismo, en el marco sin embargo de la permanencia del enfoque tercermundista y dependentista. En el primer capítulo nos habíamos basado en Amin (1986), publicado en 1973; ahora tomamos como referencia Amin (1999), publicado en 1996. En Amin (1999), el marco teórico general continúa siendo el de la teoría del monopolio de Baran y Sweezy;9 la tendencia al subconsumo como problema permanente del capitalismo; y el estancamiento de largo plazo del capitalismo.10 Se inscribe también dentro de la corriente de la “articulación de los modos de producción” (con particular influencia de Rey) y de la “economía mundo”. Amin considera que estos dos enfoques, lejos de oponerse, son complementarios. Pero precisemos que, habiendo adoptado la tesis de la economía mundo, Amin se diferencia de los “referentes” de la escuela (Wallerstein o Frank) en que sostiene que lo específico del capitalismo es la producción basada en la gran industria. De manera que la economía mundial capitalista habría existido solo después de la Revolución Industrial inglesa. Los teóricos de la economía mundo piensan que hay economía capitalista desde 1500, o aun antes, porque definen al capitalismo por la circulación de mercancías. A estas ideas, más o menos “tradicionales”, Amin suma un nuevo énfasis en el rol parasitario y perjudicial del capital financiero, en línea con la tesis de la financiarización. No obstante, y a diferencia de otros autores tercermundistas, Amin sostiene que en el presente las relaciones económicas predominan sobre las de extracción del excedente por medio de la violencia directa. Los centros capitalistas dominantes, plantea, no 9 “Baran, Sweezy y Magdoff demostraron que, en el capitalismo de los monopolios, las leyes del mercado […] son cualitativamente distintas de las que regían los mercados capitalistas del siglo xix” (Amin, 1996, p. 68). De aquí y hasta el final del capítulo, salvo indicación en contrario, las citas se refieren a Amin (1996). 10 “El sistema económico entró desde principios de la década de 1970 en una larga fase de estancamiento relativo” (ibid., p. 108).
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buscan la conquista imperial, porque pueden ejercer su dominación por medios económicos (Amin, 1996, p. 60). Por eso las relaciones entre el centro y la periferia son ante todo económicas. Se trata de comprenderlas y para ello Amin apela a la ley del valor. Sostiene entonces que la ley del valor gobierna la vida económica y todo el sistema social del mundo moderno. No obstante, el sistema moderno es mundial, y esta “economía mundo” se rige por lo que Amin llama la ley del valor mundializada. Esta se diferencia de la ley del valor a escala nacional porque a escala nacional circulan los productos, los capitales y la fuerza de trabajo, pero a nivel mundial solo circulan productos y capitales, no la fuerza de trabajo. Por esta razón, continúa Amin, el capitalismo realmente existente no puede reducirse al modo de producción capitalista. Es que éste implica la circulación de la fuerza de trabajo; pero a nivel mundial ésta se encuentra compartimentada. Este hecho basta, según Amin, para generar polarización a escala mundial, debido a las diferencias en los costos de la fuerza de trabajo. De manera que la ley del valor mundializada engendra la polarización y expresa la pauperización que supone la acumulación a escala mundial. Esta ley también subyace a los grandes conflictos y a “la rebelión de los pueblos de la periferia” (ibid., p. 59). Amin precisa que desde 1800 a 1945 la polarización “aparece en su forma moderna con la división del mundo entre países industrializados y países no industrializados” (ibid., p. 66). Pero la reciente industrialización de las periferias –“impuesta a los centros dominantes por los movimientos de liberación nacional” (ibid., p. 229)–, obliga a repensar la polarización. Hoy, argumenta Amin, ya no se pueden pensar los centros como las regiones industrializadas, por oposición a las periferias como regiones no industrializadas (ibid., p. 97). ¿Por qué entonces continúa la polarización? La respuesta es que se debe a la no integración del mercado de trabajo, pero hay que analizar cómo ocurre. La polarización se produce, en primer lugar, por el intercambio desigual, posibilitado por la más intensa explotación de los trabajadores de la periferia. En segundo término, por la fuga de capitales de las periferias a los centros; y también por la migración de trabajadores en el mismo sentido. De manera que el producto de la superexplotación se transfiere en parte a los centros por el intercambio, y se refuerza por las migraciones de capitales y trabajo. Esta transferencia de valor constituye una fuerza capaz, por sí sola, de reproducir y profundizar la polarización. Pero a ella se suman las posiciones de monopolio de los centros en las finanzas, la tecnología, los medios de comunicación, el acceso a los recursos naturales y las armas de destrucción masiva. Lo cual anula cualquier posibilidad de 113
éxito en la industrialización: “En este marco la industrialización periférica puede volverse una especie de sistema moderno de putting out (encargos), controlado por los centros financieros y tecnológicos” (ibid., p. 68). Más todavía: […] estos condicionamientos anulan el alcance de la industrialización de las periferias y devalúan el trabajo productivo incorporado en estas producciones, mientras que sobrevalúan, para beneficio de los centros, el supuesto valor agregado de las actividades mediante las cuales operan los monopolios (Amin, 1996, pp. 99-100).
Esto en cuanto al Tercer Mundo que se ha industrializado, que comprende Asia y América Latina, ya que África ha quedado sin industrializar y pasa a integrar, en el análisis de Amin, el Cuarto Mundo, integrado por los países que se hunden. La solución a la polarización, propone Amin, pasaría por el desarme global; por el acceso equitativo a los recursos del planeta; por la negociación de relaciones económicas flexibles y abiertas pero controladas, entre las regiones del mundo; por la gestión correcta del conflicto mundial/ nacional en la comunicación, la cultura y la política. Sin embargo, las tendencias actuales no apuntan en este sentido y la solución es acabar con la propiedad privada. En el presente predominan el caos, el estancamiento y las crisis, generadas por la falta de coherencia del sistema productivo mundial. Por este hecho […] la mundialización […] tal cual es ahora, sigue siendo frágil, vulnerable y su evolución no está controlada por el diseño de un marco social progresista, que pudiera ser capaz de operar con eficacia y coherencia en todos los niveles, del nacional al mundial (Amin, 1996, p. 151).
De todas maneras, Amin tiene una visión optimista. La universalización que inauguró el capitalismo tuvo un aspecto positivo, y es que los pueblos ya no aceptan su suerte. Los excluidos, los africanos, árabes y musulmanes, los latinoamericanos, van a conmover las estructuras que soportan. Además, los norteamericanos y europeos “que no están desprovistos del sentido de iniciativa ni de generosidad” (ibid., p. 156), tampoco aceptarán un esquema “neomedieval que podría dejar fuera del confort incluso a sus propias clases populares” (ibid.). En otro pasaje pronostica que los conflictos “entre los pueblos de Asia y el sistema dominante ocuparán un lugar de primer orden en la historia venidera” (ibid., p. 105). 114
La “revisión” de Amin
Amin registra algunos cambios importantes. Reconoce que la industrialización entre 1945 y 1990, si bien desigual, fue un factor esencial en Asia y América Latina. Ya no encontramos la idea de que en la periferia el capital industrial debe estar subordinado el capital agrario o comercial. Tampoco afirma que los salarios reales no pueden progresar con el desarrollo de las fuerzas productivas, como sostenía la tesis de la imposibilidad de la acumulación “autocentrada”. Hay más prudencia en este sentido. De todas maneras, estas admisiones son más de forma que de contenido. Es que la industrialización en el Tercer Mundo apuntaría, según Amin, a un sistema de producción “por encargo”, o sea, completa y directamente subordinado a los dictados del centro. Los condicionamientos que sufre esa industrialización, además, anulan sus alcances. Por eso el surgimiento desde los países subdesarrollados de capitales multinacionales, y de procesos de acumulación importantes, no es registrado ni explicado por Amin. En consonancia con esto, Amin tampoco puede explicar cómo encaja lo que ha sucedido en América Latina y Asia con lo que decían sus viejas tesis. De ahí que se deslice hacia la incoherencia. Es que en la década de 1970 Amin planteaba que la dinámica de la periferia estaba completamente subordinada a los centros, y que solo los países “liberados” (del Este de Europa, China, etc.) escapaban a ese dominio. Sin embargo, en la década de 1990 Amin explica la industrialización en Asia y América Latina como el producto de los movimientos de liberación nacional. ¿No es que estas economías evolucionaban como simple reflejo de lo que sucedía en las metrópolis? Pero además, la explicación se desentiende de lo sucedido. Es que muchos de los países del Tercer Mundo que se industrializaron lo hicieron recibiendo ied, y con gobiernos que poco tenían que ver con la “liberación nacional”. De manera que la secuencia que presenta Amin no solo es incoherente, sino también irreal. En las décadas de 1960 y 1970, según sus viejas tesis, solo estaban liberados los países del sistema socialista, y el resto no podía alcanzar ninguna dinámica propia industrializadora. Pero, cuatro décadas después, reconoce que muchos de esos países que “no podían” industrializarse, se industrializaron, pero como resultado de movimientos de liberación nacional que, en las décadas de 1960 o 1970, en casi ningún lado estaban al frente de países “independientes”.
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La ley mundial del valor según Amin
Varias de las cuestiones que trata Amin, como el estancamiento, la financiarización o las tesis del intercambio desigual, ya las hemos discutido, o las analizamos más adelante en este libro. Veamos pues la explicación de Amin acerca de la ley del valor trabajo, su centralidad para explicar la “economía mundo”, y la polarización. Existen dos niveles de crítica posibles en este punto. El primero es, diríamos, “de base”, y se refiere a la incoherencia lógica que existe entre la ley del valor trabajo y la tesis del predominio del monopolio. En diferentes pasajes de este libro hemos señalado lo esencial: la ley del valor trabajo –sea de Ricardo o Marx– no rige si no hay competencia y si los precios se determinan por acuerdos monopólicos. Amin dice basar su teoría “monopólica” del valor en Baran y Sweezy, pero estos no tienen tal teoría. Podríamos entonces detener nuestra crítica aquí, ya que el planteo de Amin está construido sobre pies de barro. Pero destacamos también que su diferenciación entre “ley del valor nacional” y “ley del valor mundial” es falsa. Veamos por qué. Amin sostiene que solo en el marco nacional existe circulación de la fuerza de trabajo, además de productos y capitales, y que su falta de movilidad transnacional constituye el rasgo característico de la ley del valor mundial, y la razón última de la polarización. Pero se trata de una división artificial. Por empezar porque en lo que respecta a los productos, en el mercado mundial tampoco existe la circulación plena de la que habla Amin. Muchos son bienes no transables –debido a los altos costos de transporte–, lo cual contribuye a la conformación de los espacios de valor nacional. Además, los tipos de cambio inciden en estas particularidades. Amin no menciona el tema, a pesar de su relevancia para analizar la relación entre los tiempos de trabajo “nacionales”. Algo similar se puede decir de las barreras al comercio, proteccionistas y de otro tipo. Pero más importante aún es que, en contra de lo que afirma Amin, sí existe una circulación mundial de fuerza de trabajo. Podemos admitir que la fuerza de trabajo no dispone del grado de movilidad transfronteras que tienen los capitales y productos; pero su movilidad es lo suficientemente alta como para permitir que en los países adelantados también operen las leyes del salario. Tomando como referencia la década de 1990, cuando escribe Amin, los emigrantes mundiales representaban el 2,3% de la población mundial, lo mismo que en 1965.11 Sin embargo, lo esencial es que el fondo 11
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Según datos que tomamos de Hatton y Williamson (2004); también para lo que sigue.
de emigrantes (los nacidos en el extranjero) en el mundo desarrollado había subido desde el 3,1% en 1965 al 4,5% en 1990. En América del Norte, Europa Occidental y Australasia había aumentado del 4,9 al 7,6% en el mismo lapso. Aunque menor que lo que habían subido las razones comercio/pnb y capital extranjero/pnb, de todas maneras se trataba de un aumento importante. También habían crecido las migraciones temporarias y de retorno; lo cual no se reflejaba en los flujos netos, pero sí en los flujos brutos. Además, en 1990 se calculaba que los inmigrantes ilegales ampliaban en un 10 a 15% el fondo de nacidos en el extranjero en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde). En Estados Unidos, los promedios anuales de inmigrantes en la década de 1950 eran 252.000, y en la década de 1990 eran 916.000. El fondo de emigrantes había bajado en los países atrasados, pero había aumentado notablemente en los países adelantados. Estos flujos de inmigrantes engrosaban los ejércitos de desocupados en los países centrales; por lo tanto, también en estos el salario tendía a determinarse según el valor de la fuerza de trabajo. La situación en lo esencial no ha cambiado en la década de 2000. Hoy continúan los flujos de emigraciones desde el Tercer Mundo a los centros desarrollados, a pesar de las trabas y limitaciones. En 2008, según la Organización Internacional para las Migraciones, había en el mundo unos 200 millones de emigrantes internacionales. Solo en Estados Unidos, en 2009, había casi 12 millones de inmigrantes indocumentados, que es el 4% de la población total. Situaciones similares se viven en Europa. La consecuencia es que en los mercados laborales de los países adelantados existe una continua sobreoferta de mano de obra, proveniente en buena medida del Tercer Mundo. Lo cual ayudó a la ofensiva del capital sobre el trabajo, en particular sobre los sectores sindicalizados (tradicionalmente conocidos como la “aristrocracia obrera” del Primer Mundo). Esto significa que opera, a nivel mundial, una tendencia a la homogenización de las condiciones de trabajo, a la par de los impulsos a la segmentación y la diferenciación. Lo cual sería imposible si se verificara la tesis de Amin sobre las “dos dimensiones” del mercado mundial (solo circularían productos y capitales). Es a partir de este encuadre teórico general que sus conclusiones se ubican en el terreno del tercermundismo nacionalista. El problema central, según Amin, es el “caos y el desorden”, provocados por la falta de coherencia y control democrático en el sistema mundial. La polarización ocurre por no circulación de la fuerza de trabajo, y no porque la genere la relación de explotación capitalista, independientemente de que la fuerza laboral cir117
cule con más o menos libertad. Es por eso que, según Amin, la solución del problema pasaría por la “desconexión”, que significa que un país somete sus relaciones exteriores a la lógica de su desarrollo interno. Esta “desconexión” sería necesaria porque los flujos migratorios están controlados. Un giro nacionalista acabaría entonces con la polarización. La tesis de Amin, en última instancia, intenta mantener, por una vía artificiosa, la vieja idea tercermundista del conflicto entre los “privilegiados del Norte” (que incluiría a la clase obrera “aristocrática”, por lo menos la sindicalizada) y los “pueblos del Sur”. No es de extrañar que ubique los enfrentamientos sociales en el terreno de la lucha de los “excluidos” –latinoamericanos, africanos, etc., sin olvidar a “los norteamericanos y europeos” molestos por la caída del nivel de vida de sus trabajadores– contra los “centros”. Alternativamente, el enfrentamiento sería entre los “pueblos de Asia” y “el sistema dominante”. La centralidad de la ley del valor trabajo “a lo Amin” ha servido para hacer desaparecer la centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo. La vieja crítica de Cueva se aplica enteramente al Amin de la década de 1990.
Conclusión
En la dependencia reformulada se mantienen las ideas de la vieja dependencia, enriquecidas por la tesis de la financiarización. El enfoque estancacionista y la idea de que la economía mundial, y en particular las finanzas, son manejadas a voluntad por los grandes poderes, y que los países atrasados, incluidas sus clases capitalistas y gobiernos, son explotados, no pueden explicar la evolución real del modo de producción capitalista mundializado. En el análisis más sofisticado y complejo de Samir Amin se mantienen los elementos esenciales de la dependencia, a pesar de que admite que han ocurrido algunos cambios, como la industrialización.
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SEGUNDA PARTE SUBDESARROLLO Y TIPO DE CAMBIO
7. Tipo de cambio “de equilibrio” y desequilibrio en términos de valor en el intercambio
Nuestro objetivo en este capítulo es volver sobre algunas cuestiones que hemos discutido en el capítulo 11 de Valor, mercado mundial y globalización (Astarita, 2006), referidas al tipo de cambio, creación de valor e intercambio desigual. La idea que planteamos entonces es que las empresas atrasadas tecnológicamente –generalmente ubicadas en países atrasados o subdesarrollados– no generan más valor que las empresas adelantadas tecnológicamente –generalmente ubicadas en los países adelantados–, a pesar de que emplean más horas de trabajo en la producción de los bienes que venden en el mercado mundial (o en los mercados de los países adelantados). Desde este punto de vista, hemos afirmado que en este caso no existe intercambio desigual, en el sentido que lo han entendido los marxistas desde que Emmanuel publicara su clásico libro, esto es, no hay transferencia de valor desde los países atrasados a los países adelantados, por medio del mercado. Sostenemos que las empresas de los países subdesarrollados –atrasadas tecnológicamente– emplean más tiempo de trabajo, pero generan menos valor; y lo inverso sucede con las empresas –adelantadas tecnológicamente– de los países adelantados. Antes de continuar precisemos que empleamos la expresión “país subdesarrollado” no para significar que un país esté bloqueado en su desarrollo capitalista, o que su estructura capitalista no se rija según las leyes del valor y la valorización, sino para designar países que están en una situación de inferioridad tecnológica e industrial (aunque no necesariamente en todas las ramas productivas) con respecto a los países adelantados. Por eso también lo empleamos como sinónimo de “país atrasado”. Por otra parte, en ese capítulo 11 de Valor… presentamos una explicación de por qué los países atrasados tienden a tener una moneda devaluada, en términos reales, con respecto a las monedas de los países adelantados. Este es un fenómeno que en su momento habían tratado Balassa y Samuelson en sendos trabajos de 1964, con un enfoque neoclásico. Desde entonces la depreciación sistemática de las monedas de los países de menores ingresos parece comprobada. Así, por ejemplo, Summers y Heston (1991) afirman: 121
Lo que es mejor conocido de los resultados empíricos del Programa de Comparación Internacional [icp, siglas en inglés], es la documentación de las diferencias entre el tipo de cambio de un país y su paridad de poder de compra. La versión fuerte de la doctrina de la paridad de poder de compra casseliana sostiene que la tasa de cambio de equilibrio a la cual las monedas de dos países se comerciarán estará determinada por los niveles de precios relativos de los países. La evidencia es inequívoca para cada uno de los estudios que son puntos de referencia del icp, acerca de que esto no se cumple. No solo las tasas de cambio difieren de manera significativa de sus correspondientes paridades de poder de compra, sino que lo hacen de manera sistemática: el nivel nacional de precios de un país, definido como la ratio de su paridad de poder de compra con sus tasas de cambio es una función creciente de su nivel de ingreso o estadio de desarrollo (Summers y Heston, 1991, p. 331).
Balassa y Samuelson explicaron este hecho por los diferenciales de productividad entre los sectores productores de bienes transables (en adelante, bt) y bienes no transables (bnt), utilizando la función de producción neoclásica y una ley de formación de precios por mark up. La idea es que si los diferenciales de productividad entre los sectores de bienes transables y bienes no transables en ambos países fueran iguales, los tipos de cambio tenderían a establecerse en torno a la paridad de poder de compra. Precisamos que no se toman en cuenta imperfecciones de mercados, costos de transportes y otros factores, ya que se procura explicar un fenómeno que es sistemático. En Valor… procuramos mostrar el porqué de este fenómeno desde la ley del valor trabajo, esto es, no apelando a la función de producción neoclásica. Pero en ese desarrollo teórico no explicamos con la suficiente claridad que el resultado obtenido, a saber, la depreciación sistemática, en términos reales, del tipo de cambio, opera en la medida en que se registren diferenciales de productividad entre la producción de bt y bnt, entre el país adelantado y subdesarrollado, tal como lo planteó Balassa. Esto es, si los diferenciales de productividad fueran iguales, también desde la tesis del valor trabajo el tipo de cambio competitivo (el tipo de cambio que permite exportar bt desde el país tecnológicamente atrasado) coincidiría, teóricamente, con el tipo de cambio a paridad de poder de compra, Eppc. Este resultado, que se presenta más abajo, aparentemente coincide con las conclusiones de Balassa, y con los modelos neoclásicos del “tipo de cambio real de equilibrio”, o “natural” (en adelante, tcre). Este se define como el tipo de cambio real que es consistente en todos los períodos 122
con el equilibrio en el mercado de bienes y con el balance de la cuenta corriente (a veces se utiliza como referencia el balance de la balanza de pagos). En la literatura moderna neoclásica se sostiene que la evolución del tcre depende de los términos de intercambio, del crecimiento de la productividad en los sectores productores de bt y bnt, de los cambios en las preferencias de los consumidores, la composición del gasto público, la estructura de los impuestos aduaneros y de las entradas de capitales externos, como las variables más importantes. En otras palabras, pareciera que si se llegara a un tipo de cambio alrededor de Eppc, que a su vez garantizara la consistencia de la cuenta corriente, se habría llegado a un equilibrio fundamental. Desde el punto de vista teórico esto puede suceder si los diferenciales de productividad entre los sectores de bt y bnt en los países adelantados y subdesarrollados son iguales. Se podría tener en este caso equilibrio (oferta = demanda) en el mercado interno, equilibrio en la cuenta corriente (las exportaciones son competitivas) y tipo de cambio a paridad de poder de compra. A pesar de que este es solo un supuesto teórico, es interesante examinarlo desde la óptica de la ley del valor trabajo para demostrar que aun en el caso en que se diera, no existiría equilibrio en el sentido profundo del término. Por el contrario, seguiría existiendo lo que vamos a denominar desequilibrio en términos de valor en el intercambio entre los espacios productivos del país adelantado y el país atrasado. A fin de explicar las cuestiones que acabamos de adelantar, en primer lugar resumimos la argumentación de Balassa. En segundo término abordamos la cuestión desde la teoría del valor trabajo, bajo el supuesto de iguales diferenciales de productividad entre sectores bt y bnt, con precios directamente proporcionales a los valores, para poner en evidencia el “desequilibrio” fundamental en términos de tiempos de trabajo, al que hicimos referencia. En tercer lugar planteamos las razones para mantener, sin embargo, la hipótesis de que en la práctica se registran distintos diferenciales de productividad entre los sectores, y que esto explica por qué ocurre la depreciación en términos reales de las monedas de los países subdesarrollados.
El modelo de Balassa
El argumento de Balassa sostiene que el desarrollo tecnológico es más alto en el sector de producción de los bt que en el sector que produce los bnt, y que esta diferencia es más pronunciada en los países de altos 123
ingresos. La mayor productividad en bt implica que los salarios (= a la productividad marginal) aumentan. El aumento de los salarios a su vez se generaliza al conjunto de la economía, lo que provoca un aumento de los precios de los bnt. Esto genera la suba general de precios (sube el índice general de precios, ipc); pero dado que el tipo de cambio efectivo es igual a la razón entre los precios de los bt producidos en el país, y los producidos en el exterior, el tipo de cambio real deberá apreciarse. Para verlo en términos de ecuaciones, dado que E = Pt / Pt* (1) Siendo E = tipo de cambio nominal; Pt = precios de bt, del país que aumenta su productividad; y Pt*= precios de bt del país que se atrasa tecnológicamente.1 A su vez, siendo q = tipo de cambio real, q = E P*/P Un aumento del nivel general de precios P con relación a P*, no compensado por un aumento proporcional de E, provoca una baja de q, esto es, una apreciación en términos reales de la moneda. Lo cual sucede siempre que el crecimiento de la productividad en el sector de bt del país que tomamos como referencia sea relativamente mayor que el crecimiento de la productividad en bnt. Para verlo más claro, hacemos una pequeña formalización. Sea ‘a’ la proporción de bnt que integran la canasta con la que se calcula el nivel de precios, P y P*. A efectos de simplificación, suponemos que la participación de bnt y bt es igual en ambos países. Tenemos entonces: P = a Pnt + (1– a) Pt y P* = a Pnt*+ (1– a) Pt*; (2) Utilizamos minúscula e itálica para señalar variación logarítmica; tenemos: q = e + p* – p (3) Introduciendo en (3), (1) y (2), siempre en tasas de cambio, obtenemos: 1 El tipo de cambio está expresado en términos de la moneda del país adelantado con respecto al país atrasado.
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q = a(pt – pnt) – a(pt* – pnt*) Se observa que si los precios de los bnt domésticos crecen en una mayor proporción que los precios de los bnt en el exterior, se obtiene una caída de q; la moneda se aprecia.
La cuestión desde la teoría del valor trabajo
Analicemos ahora el problema desde la teoría del valor trabajo. Consideremos que los precios son proporcionales a los tiempos de trabajo empleados. Suponemos que A es el país adelantado, y B el país atrasado. Suponemos que en cada uno de ellos se producen dos bienes; un bien de consumo, Qc, transable; y un bien de servicio, Qs, no transable. Suponemos también que en A se produce un bien de producción de alta tecnología, Qp, necesario para que funcione la economía de B.2 Suponemos también que los diferenciales de productividad en la producción de ambos bienes en los dos países son iguales. Así, en A los capitales son 4 veces más productivos en la producción de ambos bienes que en B; en el modelo una hora de tiempo de trabajo en A se expresa en $a 5, y que una hora de tiempo de trabajo en B se expresa en $b 10. Suponemos que: Producción en A: Tiempo de trabajo empleado en Qc = 2 horas; precio de Qc = $a 10 Tiempo de trabajo empleado en Qs = 1 hora; precio de Qs = $a 5 Tiempo de trabajo empleado en Qp = 5 horas; precio de Qp = $a 25 Producción en B: Tiempo de trabajo empleado en Qc = 8 horas; precio de Qc = $b 80 Tiempo de trabajo empleado en Qs = 4 horas; precio de Qs = $a 40 Si calculamos ahora la Eppc obtenemos:3 2
En Valor… supusimos también la producción de un bien Qr, medio de producción, que se produce en ambos países, pero en B es de menor tecnología; esto justifica que la productividad general en B sea menor que en A. En aras de la simplificación, ahora suponemos directamente que el espacio de valor de B es menos productivo que A. 3 Ahora el tipo de cambio se expresa, como se hace habitualmente, en cantidad de moneda del país atrasado por unidad monetaria del país adelantado; o sea, si se trata de Argentina y Estados Unidos, será $/us$.
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Eppc = precio de la canasta en B / precio de la canasta en A Eppc = $b 120 / $a 15; por lo tanto = $b 8/$a A este nivel de tipo de cambio Qc producido en B puede ser vendido en A (dejamos de lado los costos de transporte). Esto es, el tipo de cambio “competitivo” coincide con el tipo de cambio a paridad de poder de compra, Eppc. El resultado es lógico porque hemos supuesto que los diferenciales de tiempos de trabajo entre ambos sectores son iguales. Eppc es proporcional a la razón de la suma de los tiempos de trabajo empleados en Qc y Qs en B y en A (recuérdese que los precios son proporcionales a los tiempos de trabajo). Si en cambio la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la producción de Qc en B y el tiempo de trabajo empleado en su producción en A es mayor que la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la producción de Qs en B y el empleado en A, el tipo de cambio competitivo es mayor que el tipo de cambio a paridad de poder de compra, Eppc. Este último es el resultado que habíamos presentado en nuestro libro, y es el que más se acerca a la realidad. Pero lo interesante es discutir que aun en el caso en que el tipo de cambio competitivo sea igual al tipo de cambio de paridad de poder de compra, no existe equilibrio en un sentido profundo, desde la perspectiva del valor trabajo. Es que la hora de trabajo de B genera un valor equivalente a solo media hora de trabajo de A. Por lo tanto si B debe importar el medio de producción Qp de A, y para eso necesita exportar Qc a A, deberá emplear más tiempo de trabajo contra menos tiempo de trabajo. Para verlo, supongamos que el total de tiempo disponible en A y B sea de 1.200 horas de trabajo. Supongamos que la distribución del tiempo de trabajo en B sea: 800 horas para producir 100 unidades de Qc con un valor total de $b 8.000; 400 horas para producir 100 unidades de Qs con un valor total de $b 4.000.
En A la distribución social de los tiempos de trabajo es: 600 horas para producir 300 unidades de Qc con un valor total de $a 3.000; 300 horas para producir 300 unidades de Qs con un valor total de $a 1.500; 300 horas para producir 60 unidades de Qp con un valor total de $a 1.500.
Supongamos que B necesita importar 10 unidades Qp de A; al tipo de cambio $b8/$a (= Eppc), B debe destinar $b 2.000, o sea, exportar 25 unidades de Qc, equivalentes a 200 horas de trabajo, para comprar las 10 126
unidades Qp que encierran solo 50 horas de trabajo de A. En otras palabras, de su trabajo total de 1.200 horas, B destina 200 horas a conseguir un producto cuyo valor es 50 horas de A. Podemos tener entonces un tipo de cambio a paridad de poder de compra, y un equilibrio en la balanza comercial, pero sin embargo no existe equilibrio en términos de valor. Por otra parte, tampoco existe transferencia de valor de B hacia A, porque el trabajo empleado en B representa trabajo “despotenciado” en A, esto es, trabajo generador de menos valor. Existe un “desequilibrio en términos de valor” en el intercambio entre el país desarrollado y el país atrasado; aunque no se produzca una transferencia de valor del segundo al primero, como postula el enfoque tradicional del intercambio desigual.
Más sobre el desequilibrio en términos de valor
Lo anterior demuestra que plantear que existe un equilibrio entre los países porque el tipo de cambio se ubique a ppc, y porque la balanza comercial esté equilibrada, es un grave error. El país subdesarrollado B necesariamente tendrá un valor de su fuerza de trabajo menor que el país adelantado A, en términos reales, debido al atraso de las fuerzas productivas. Si supusiéramos una tasa de plusvalía en ambos países del 100%, esto es, que el tiempo de trabajo se divide por igual entre trabajo necesario para reproducir el valor de la fuerza de trabajo, y plustrabajo, y suponiendo que la mitad del salario se gaste en cada uno de los bienes Qc y Qs, cada trabajador de B obtendrá por jornada de trabajo ¼ de unidad de Qc y ½ de unidad de Qs. En cambio cada trabajador de A obtendrá, lógicamente, cuatro veces más Qc y Qs, esto es, dos y cuatro unidades respectivamente. Estos diferenciales de productividad explican las plusvalías extraordinarias que surgen de la aplicación de tecnologías superiores a las modales en la competencia en el mercado mundial. La cuestión también se puede ver desde el punto de vista de la teoría del equivalente de Marx. Como se explica en El capital (t. 1, cap. 3) el dinero no tiene precio, pero su valor se expresa en la serie de todas las mercancías a las cuales sirve para la expresión del valor general. Recordemos también que “el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo” (Marx, 1999, t. 1, p. 115). Ahora bien, cuando consideramos el tipo de cambio, se puede decir que el dinero tiene un precio, expresado en el equivalente del país con 127
el que se compara, o en el equivalente que funciona a nivel de dinero mundial. Pero la paridad formal que se puede establecer en este precio, esto es, la existencia de un tipo de cambio a ppc, no deja de esconder la desigualdad de contenido de los tiempos de trabajo que expresan cada uno de los equivalentes. Efectivamente, en tanto $a 5 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de A = ½ Qc o 1 Qs, sucede que $b 10 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de B = 1/8 Qc o 1/4 Qs. Rigiendo Eppc, $a 5 equivalen a 4 horas de tiempo de trabajo de B. La magnitud de valor del dinero de A, medida en horas de trabajo nacionales, por lo tanto es muy superior a la magnitud de valor del dinero de B, a pesar de que el precio del dinero de B se ubique a ppc. Esta cuestión no se puede advertir en la explicación neoclásica tradicional sobre las “desviaciones” con respecto al tipo de cambio que se consideraría de equilibrio. Tampoco surge en las presentaciones habituales del tipo de cambio real. Es que si q = 1, significa que la canasta de bienes producidos en B se intercambia por la misma canasta de bienes producidos en A. Aparentemente estaríamos en equilibrio. No obstante, medidas en tiempos de trabajo las canastas no son equivalentes. No hay equilibrio, insistimos, aunque haya equilibrio en la balanza comercial. La cuestión tiene entonces implicancias para el desarrollo a largo plazo de los países. En la medida en que las producciones de valor son diferenciadas, los países desarrollados tendrán más y más oportunidades de incrementar de manera acumulativa sus diferencias, ya que sus trabajos actúan como trabajos potenciados. La cuestión aún se hace más aguda si hacemos entrar en el esquema el trabajo complejo. Al aumentar el trabajo dedicado a investigación y desarrollo, aumenta el diferencial de generación de valor entre los países que basan su producción en el trabajo simple, con respecto a los que ponen el acento en el trabajo complejo. Los espacios de valor adelantados tecnológicamente generan por lo tanto plusvalías extraordinarias, y además agregan más valor por la intervención del trabajo complejo. Esto permitiría entender por qué países con empresas de alta tecnología pueden sostener sus exportaciones aun cuando sus monedas experimenten importantes apreciaciones. Un ejemplo lo encontramos en las exportaciones europeas. Como señala The Economist (5 de abril de 2008) las exportaciones europeas se mostraron relativamente insensibles a la apreciación del euro de comienzos de la década de 2000. Esto se debe a que aproximadamente la mitad de las exportaciones a países fuera de Europa son medios de producción o bienes de consumo durables de alta tecnología, y los compradores no encuentran fácilmente 128
alternativas de la misma calidad. Por eso, a pesar de la suba del euro hasta 2010, la demanda de productos de exportación se mantuvo alta, especialmente de Alemania, donde los productos de alta tecnología constituyen una parte importante de las ventas externas. Todas estas cuestiones surgen entonces con claridad en cuanto se abordan los tipos de cambio desde la perspectiva de la ley del valor trabajo, y la teoría del dinero de Marx.
Diferencias con Balassa-Samuelson
El desarrollo que hemos presentado busca llamar la atención sobre el desequilibrio en términos de valor en el intercambio entre países desarrollados y subdesarrollados, desequilibrio que se produce aun cuando los tipos de cambio se determinen según ppc. Sin embargo, hemos visto que la mayoría de los países subdesarrollados tienen una moneda depreciada con respecto a la ppc. Esto sucede porque en el ipc entra el rubro “servicios” (educación, transporte, salud, recreación) cuya productividad puede ser más baja que en un país adelantado, pero no tanto como la diferencia que existe en la productividad de bienes manufacturados. En la medida en que se den estos diferenciales, el Eppc será más bajo que el E que permite la venta competitiva de productos del país subdesarrollado en el mercado mundial. La concurrencia de los capitales atrasados en el mercado mundial también fuerza a las devaluaciones en términos reales de las monedas. Esta determinación estructural del tipo de cambio se explica entonces a partir de uno de los elementos contenidos en el modelo Balassa-Samuelson. Pero no supone, por supuesto, la función de producción neoclásica; no supone tampoco que las tecnologías sean “recetas transferibles”, ni que los “factores” capital y trabajo puedan combinarse en cualquier proporción. Tampoco supone, como lo hace el marco neoclásico, que la rentabilidad de los capitales se iguale a la tasa de interés vigente en el mercado mundial; ni que los precios se formen según una regla de mark up, que jamás se explica teóricamente. Obsérvese que incluso desde la teoría neoclásica se han señalado las limitaciones del modelo de Balassa, a pesar de que se trata del más referenciado a la hora de explicar las diferencias sistemáticas de los tipos de cambio con respecto a las ppc. Como admiten Froot y Rogoff (1996), el modelo no puede explicar la persistencia a largo plazo la depreciación en términos reales de las monedas de los países atrasados. Es que aunque la tecnología pueda diferir entre países, el libre movimiento de ideas, junto al flujo de capital físico y humano, debería generar una tendencia de largo 129
plazo hacia la convergencia de los ingresos. Pero así no hay razón para la persistencia del fenómeno observado.
Conclusión
Desde la teoría del valor trabajo puede darse una explicación consistente del fenómeno Balassa-Samuelson. En este enfoque se da lugar a plusvalías (y ganancias) extraordinarias; la competencia es intraindustria y opera en el caso de los bienes estandarizados a través de guerras de precios (y mejoras tecnológicas del producto); y los precios se rigen según la ley del valor trabajo, mediada por el hecho de que las mercancías son un producto del capital, esto es, las tasas de ganancia entre ramas tienden a igualarse. En este marco teórico se ha demostrado que, aun con tipos de cambio a ppc, existe un “desequilibrio” en términos de valor sustancial. Por otra parte, se evidencia también que no existe “explotación” del país subdesarrollado por el país adelantado, ya que no hay transferencias de valor. En cuanto se incorpora al modelo el capital y la plusvalía, se hace evidente que la explotación es sobre el trabajo, sea del país adelantado o atrasado.
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Apéndice 1 Intercambio entre el modo de producción capitalista y la producción simple de mercancías
La discusión sobre generación y transferencias de valor al interior del modo de producción capitalista puede ser extendida a los intercambios entre modos de producción de diferente naturaleza. Uno de los casos más comunes son los intercambios entre el modo capitalista y el modo de producción simple de mercancías, conformado típicamente por artesanos o campesinos parcelarios. Estos producen para el mercado en diferentes grados –por ejemplo, una parte de la producción campesina puede destinarse al autoconsumo–; pueden ser propietarios de sus parcelas, pero también alquilar la tierra, y utilizar ocasionalmente trabajo asalariado. En la literatura de la dependencia es frecuente que se considere que existe transferencia de valor desde el productor simple de mercancías al capitalista, a través del mercado. Operaría entonces el mecanismo del intercambio desigual. Esta tesis parece tener un fundamento sólido en que los campesinos o artesanos con frecuencia ni siquiera reciben el equivalente al valor de su fuerza de trabajo. Pero es necesario evitar la confusión entre generación diferenciada de valor (que ocurre a causa de las diferencias tecnológicas) y transferencia de valor. Si, por ejemplo, el campesino o artesano emplea 20 horas de trabajo para producir un bien que en el mercado vale 10 horas de trabajo, ello no significa que ese campesino o artesano haya generado 20 horas de valor. En condiciones de competencia y diferencias tecnológicas acentuadas, los productores con menor tecnología generarán menos valor que los productores con mayor tecnología. Por eso los artesanos o campesinos parcelarios pueden estar intercambiando más horas de trabajo por menos horas de trabajo, sin que por ello estén transfiriendo valor. Por supuesto, si el campesino o artesano utiliza una tecnología modal, o promedio, pero se ve obligado –debido a falta de poder de mercado– a vender su producto por debajo del valor, tendremos intercambio desigual, generado por algún mecanismo de monopolio. Algo similar puede ocurrir si el artesano o campesino está obligado a comprar insumos a precios 131
de monopolio. Se trata entonces de estudiar de forma particularizada los diferentes escenarios. Destaquemos por otra parte que la existencia de mercados en los que intervienen empresas capitalistas y productores privados no implica que necesariamente exista un control monopólico de los precios por parte de los capitalistas. En mercados abastecidos por esos productores puede existir una competencia despiadada. Para verlo, tomemos el caso del mercado La Salada, en Buenos Aires, que –según la Unión Europea– se ha convertido en el mayor mercado ilegal de América Latina. La Salada moviliza us$ 9 millones por semana y tiene unos 1.500 puestos de venta. En el rubro de la ropa, constituye el mercado mayorista más grande de Argentina, abasteciendo a unas 300 ferias minoristas. Miles de productores pequeños, que emplean su trabajo y el de sus familias, compiten con empresas capitalistas de diferente importancia. Aquí no existe mecanismo alguno de determinación monopólica del precio de la ropa (aunque sí hay apropiación de renta por el alquiler de los puestos de venta, y otras formas de comercio ilegal). En definitiva, en cada caso hay que estudiar si existen diferencias tecnológicas, y cuáles son las condiciones de realización del producto, así como de compra de insumos. No se puede dictaminar, sin más, que siempre que los productores no capitalistas reciben solo el valor de su fuerza de trabajo (o menos), hay transferencia de valor hacia los capitalistas.
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8. Deterioro de los términos de intercambio y teoría del valor trabajo
La hipótesis de Raúl Prebisch y Hans Singer sobre el deterioro de los términos de intercambio ha estado en el centro de muchos debates sobre el subdesarrollo. El objetivo de este capítulo es examinarla desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, y presentar una explicación alternativa, basada en la teoría de Marx. Comenzamos presentando el argumento de Prebisch y Singer.
La hipótesis de Prebisch-Singer
La hipótesis original de Prebisch procura explicar por qué a partir de los años 1876-1880 se produjo un deterioro progresivo de la relación entre los precios de los productos primarios y los artículos finales de la industria. Según las estadísticas de las Naciones Unidas (véase Prebisch, 1986), esa relación había pasado de un índice 100 en 1876-1880, a 68,7 en 19461947, y el problema era explicar por qué sucedía esto cuando el aumento de la productividad había sido, durante ese período, más pronunciado en la industria de los países adelantados que en la producción primaria de los países de la periferia. En teoría, los precios de los productos industriales deberían haber descendido con relación a los productos primarios, pero había sucedido lo contrario. La primera explicación del fenómeno por parte de Prebisch giró en torno a los distintos mecanismos de formación de precios en los países adelantados y atrasados. Básicamente la tesis dice que en los países industriales las ganancias y salarios crecen más de lo que crece la productividad, mientras que en la periferia sucede lo inverso. Un ejemplo numérico ilustra el argumento. Supongamos que en el país industrial la productividad aumenta de un índice 100 a 160. Por lo tanto el costo baja: 100 ÷ 1,6 = 62,5 133
Pero si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de un índice 100 a 180, el precio final es: 62,5 × 1,8 = 112,5 Si en el país que produce productos primarios la productividad aumenta de 100 a 120, el costo baja: 100 ÷ 1,2 = 83,3 Pero si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de 100 a 120, el precio final es: 83,3 × 1,2 = 99,9 Por lo tanto, la relación de precios productos industriales/precios productos primarios ha pasado de 1:1 a 1,125:1 (véase Prebisch, 1986). Prebisch explicaba esta diferencia por los diferentes poderes de negociación salarial en el centro y la periferia a través de los movimientos cíclicos de las economías. Durante las fases ascendentes del ciclo en los países centrales aumentaban los beneficios, pero a medida que seguía creciendo la economía una parte de los beneficios se transformaba en aumentos de salarios, a causa de la competencia entre los empresarios y el poder de los sindicatos. Luego, en la fase descendente del ciclo económico, el beneficio se reducía, pero no los salarios, debido a la resistencia sindical. En cambio, en la periferia las masas obreras estaban desorganizadas, de manera que no podían conseguir salarios comparables con los salarios de los países centrales, ni mantenerlos. Por lo tanto, en la periferia durante las fases descendentes del ciclo económico los salarios y beneficios caían de manera más fácil. Por este motivo Prebisch pensaba que la industrialización en la periferia, al aumentar la productividad e incrementar el poder de negociación sindical haría subir los salarios y elevaría relativamente el precio de los productos primarios. En cuanto a Singer, también señalaba que el deterioro de los términos de intercambio no se debía a los costos reales de los productos manufacturados, ya que la productividad había crecido menos rápidamente en los sectores productores de alimentos y materias primas. Pero el progreso técnico de la industria en los países desarrollados se traducía en una mejora de los ingresos en esos países, mientras que el progreso técnico en la producción de alimentos y materias primas generaba la caída de los 134
precios de estos productos. La razón radicaba en la inelasticidad ingreso de los alimentos; a medida que aumentaba el ingreso, caía la tasa a la que aumentaba la demanda de estos productos. Y con respecto a las materias primas, la caída de los precios se debía a que el progreso técnico en la manufactura en buena medida consistía en una reducción del monto de materia prima por unidad de producto. Como resultado de estos factores la caída de los precios de las materias primas y los alimentos no solo era cíclica, sino también estructural (véase Singer, 1950). En definitiva, la hipótesis de Prebisch-Singer refutaba la tesis de Ricardo y otros economistas clásicos que pensaban que en el largo plazo los términos de intercambio debían mejorar para los países exportadores de productos primarios, debido a los rendimientos decrecientes de las tierras y las minas. El segundo argumento de Prebisch, presentado años más tarde, retomó la cuestión de las elasticidades, que había planteado Singer. En 1949, Prebisch había cuestionado la idea de la competencia perfecta, pero en su informe a la Conferencia Inaugural de la United Nations Conference on Trade and Development (unctad), en 1964, prácticamente desaparece la referencia al poder del mercado y el razonamiento se refiere a la disparidad con que tienden a crecer las exportaciones primarias en comparación con las importaciones de bienes industriales en los países en desarrollo. Explica que “[m]ientras las primeras se desenvuelven por lo general con relativa lentitud, salvo excepciones, la demanda de importaciones industriales tiende a crecer con celeridad […]” (Prebisch, 1979, p. 21). Prebisch atribuía esto al progreso técnico, ya que se reemplazaban cada vez más productos naturales por sintéticos, por lo cual disminuía el contenido de los productos primarios en los bienes finales. Y también a la menor elasticidad ingreso de los bienes primarios. A estos problemas se sumaba el aumento de la producción agrícola en los países avanzados. Los países atrasados ya no eran los únicos que exportaban bienes agrícolas, y los excedentes presionaban a la baja los precios. A pesar de que el proteccionismo y las subvenciones de las naciones desarrolladas profundizaban el deterioro de los términos de intercambio, Prebisch pensaba que la tendencia no se revertiría aunque se eliminaran las barreras aduaneras, ya que obedecía a factores más profundos. Es que al crecer lentamente la demanda de productos primarios, la creación de empleo solo podía absorber una proporción decreciente del incremento de la población de los países en desarrollo para la producción de estos bienes; esta absorción además disminuía por el progreso técnico. Por lo tanto, había una amplia población excedente –no absorbida con rapidez 135
por la industria y los servicios– que presionaba a la baja los salarios en los países de la periferia; los salarios no aumentaban en relación directa al avance del progreso técnico. En cambio, en los países desarrollados había escasez relativa de mano de obra y fuerte organización sindical, por lo cual los salarios aumentaban conforme a los aumentos de la productividad. Es importante señalar, para lo que vamos a discutir luego, que el argumento hoy lo extienden los autores de la cepal a la relación entre las ramas innovadoras y dinámicas, y las que producen bienes manufacturados maduros. Los países desarrollados, sostienen, concentran las ramas de producción más dinámicas, ya que el cambio técnico se origina en el centro. Los bienes que producen estas ramas gozan de una elasticidad ingreso superior a las ramas manufactureras en su etapa madura; lo cual se refleja en una divergencia en los ritmos de crecimiento y/o la aparición de problemas en las balanzas de pago de los países en desarrollo. Esto es, en una brecha creciente de ingresos y estrangulamientos externos (véase Ocampo, 2001).
La evidencia empírica
Si bien desde el punto de vista teórico la hipótesis no fue cuestionada, sí lo fue desde la evidencia empírica (véase Hadass y Williamson, 2001, para lo que sigue). En primer lugar, se observó que Prebisch se había basado en las estadísticas comerciales de Gran Bretaña, que no representaba al conjunto de los países desarrollados. En segundo término se objetó que había productos primarios exportados por países desarrollados. En tercer lugar, se sostuvo que las estadísticas británicas valuaban los productos exportados a precios fob (Free on Board, libre a bordo en el puerto de carga), y los productos importados a precios cif (Cost, Insurance and Freight, costo, seguro y flete en el puerto de destino), de manera que la mejora de los términos de intercambio para Gran Bretaña podía deberse total o parcialmente a una caída de los costos del transporte, y no a una caída de los precios recibidos por los productores primarios. Y, por último, se planteó que en la lista de productos industriales entran permanentemente nuevos productos y además los productos existentes tienden a mejorar su calidad, lo que no es registrado adecuadamente por los índices de precios de las manufacturas. De estas objeciones, tal vez la que ha tenido más importancia es la tercera. Es que Hadass y Williamson demuestran que cuando se tienen en cuenta los precios de los productos de importación y exportación en los mercados locales, se comprueba que hubo una mejora de los térmi136
nos de intercambio para los países exportadores durante buena parte del período en que Prebisch y Singer dicen que hubo deterioro. En especial para los países del Tercer Mundo abundantes en tierras, como Argentina y Uruguay, habría habido una fuerte mejora de los términos de intercambio hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. Además, y a la vista del aumento de los precios de las materias primas que se ha registrado desde los inicios de la década de 2000 hasta mediados de 2008, autores neoclásicos han planteado que la hipótesis del deterioro de los términos de intercambio no se cumple en absoluto.1 Según estos economistas, esto demostraría también lo errado del programa de la cepal para América Latina; y, por supuesto, lo acertado de los programas neoliberales recomendados por ellos mismos, los organismos internacionales y los centros del establishment académico. La hipótesis del deterioro de los términos de intercambio habría sido un gran cuento, sin sustento en la realidad de la economía mundial. Pero es una realidad que el deterioro de los términos de intercambio se verifica a lo largo del siglo xx. Ocampo y Parra (2003) resumen la evidencia empírica, y los datos parecen contundentes. Los autores toman 24 series de precios de productos, que comprenden seis metales (aluminio, cobre, estaño, plomo, plata y zinc); siete materias primas no alimentarias (aceite de palma, algodón, caucho, cuero, lana, madera y yute); siete alimentos (arroz, azúcar, banano, carne de cordero, carne de res, maíz y trigo); tres bebidas (cacao, café y té) y tabaco. Además incluyen siete índices que fueron elaborados originariamente para el período 1900-1986, y luego actualizados hasta 2000. También utilizan el índice de precios de productos básicos de The Economist entre 1880 y 1999. Ocampo y Parra demuestran entonces que en el siglo xx hubo un marcado deterioro de los términos de intercambio, con una caída de largo plazo de los índices agregados de precios relativos cercana al 1% anual, promedio. En su conjunto, al año 2000, las materias primas habían perdido entre el 50 y 60% del valor relativo que tenían frente a las manufacturas hasta la década de 1920; los únicos productos que habían mejorado sus precios relativos eran carne de res, madera y tabaco. Otros autores, citados por Ocampo y Parra, encontraron una disminución acumulada de un 75% durante unos 140 años. Y el índice acumulado de The Economist para productos básicos entre 1900-1904 y 1996-2000 presenta una baja del 60,1%. 1
De acuerdo a cepal (2007-2008), los términos de intercambio, en 2008, para América Latina, eran 45% superiores a los promedios de la década de 1990; para América del Sur la mejora era del 69%.
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Ocampo y Parra también se preguntan si el movimiento fue continuo o escalonado, esto es, con escalones que alteraron el nivel de precios de manera permanente. Los autores se inclinan, a la vista de los datos, por esta última tesis. Aunque no lo pueden establecer con total rigor econométrico, los resultados y la propia historia económica les permiten concluir que los mayores cambios se concretaron en torno a 1920 y 1980. Esto sugiere, según los autores, que fueron un efecto rezagado de las grandes desaceleraciones experimentadas por la economía mundial a partir de la Primera Guerra y de la crisis económica de inicios de la década de 1970. El índice de The Economist, de todas maneras, muestra una tendencia más continua, ya que se registra una fuerte caída, del 20%, en la década de 1920, y luego una tendencia negativa más o menos permanente entre 1922 y 1979 de aproximadamente el 1% anual. En cualquiera de los casos, y para lo que nos interesa aquí, parece no haber dudas de que existió una tendencia secular de deterioro de los términos de intercambio. Ocampo y Parra ponen el énfasis en el movimiento escalonado, otros estudios afirman que el movimiento fue más suave, pero la tendencia de largo plazo parece innegable. Y la cuestión sigue siendo relevante para el desarrollo de la periferia; según la unctad, 80 de los 147 países que se consideran “en desarrollo” dependen en más de un 50% de las materias primas en sus exportaciones. No hay, por lo tanto, razones para desechar tan rápida y alegremente el deterioro de los términos de intercambio, como hace la ortodoxia neoclásica. En primer lugar, porque todavía es pronto para saber si estamos, a comienzos de 2010, ante un cambio de tendencia de largo plazo en los precios relativos. Pero en segundo término, y más importante, porque aun si estuviéramos ante un cambio de tendencia secular, hay que preguntarse por qué hubo un deterioro de los términos de intercambio a lo largo de, por lo menos, un siglo. ¿Qué teoría explica este movimiento de largo plazo? También hay que explicar por qué muchos productos manufacturados están experimentando en la actualidad un deterioro de sus términos de intercambio. Es lo que sucede con textiles y confecciones, juguetes, industria electrónica, acero y otros productos “maduros”.
Problemas de la hipótesis desde la teoría del valor trabajo
Debemos por lo tanto fundamentar teóricamente el deterioro de los términos de intercambio. Pero en este respecto la explicación tradicional de la cepal presenta algunos problemas. 138
En primer lugar, y tal vez el más serio, es que en su primer argumento Prebisch termina recurriendo a una explicación basada en las relaciones de fuerza entre los sindicatos y el capital; y en las relaciones de fuerza de mercado entre los capitales de los países adelantados y los capitales de los países subdesarrollados. Es que Prebisch sostiene que los mark-up, o recargos, sobre los costos, son diferentes en los países adelantados y atrasados. Pero, ¿cuál es el nivel de ese recargo? ¿Cómo se establece? No hay teoría para esto, salvo decir que el nivel del mark-up depende del nivel de fuerza para establecer el mark-up. Lo que equivale a una petición de principio, ya que viene a decir que el nivel de fuerza de monopolio para establecer el recargo es tal porque ese es el nivel de fuerza del monopolio. Por eso este tipo de justificaciones, carentes de una perspectiva general, desembocan en el estudio de casos particulares. Además, la tesis de que los precios se fijan de manera de garantizar determinados niveles de salarios supone que no se desatan guerras de precios en las ramas en cuestión; lo cual lleva a la conocida idea de que la competencia opera a través de la diferenciación de productos y marcas. Sin embargo, en las ramas que producen bienes manufactureros, y máxime a nivel del mercado mundial, ocurren luchas competitivas a través de presiones bajistas sobre los precios; y esto abarca a los bienes de alta tecnología. Por otra parte, también es difícil explicar por qué los bajos salarios de los productores de bienes primarios deben traducirse necesariamente en una baja de relativa tendencial de los precios. Si se supone la fijación de precios por mark-up, la baja tendencial de los precios relativos de las materias primas implica que, o bien los salarios que se pagan en los países atrasados bajan año tras año; o que los salarios que se pagan en los países adelantados suben tendencialmente, año tras año. Pero la idea de que los salarios de los países subdesarrollados bajan secularmente no se compatibiliza con que en estos países hubo procesos de industrialización, que tienden, por lo menos, a estabilizar los salarios. Otra posibilidad sería postular que los salarios en los países adelantados suben tendencialmente. Pero entonces habría que demostrar que, también tendencialmente, los trabajadores de los países adelantados tienen cada vez más poder de negociación, de manera que imponen salarios cada vez más altos. Pero los sindicatos en los países de la ocde perdieron fuerza a partir de fines de la década de 1970 y a lo largo de las décadas siguientes –aumento de la desocupación, desafiliación sindical, derrotas de luchas reivindicativas– y los términos de intercambio se siguieron deteriorando para los países productores de materias primas hasta, por lo menos, mediados de la década de 1990. En Estados Unidos, el salario 139
del trabajador manufacturero promedio bajó, en términos reales, un 15% entre fines de la década de 1970 y fines de la de 1990. En cuanto a los países subdesarrollados, si bien también hubo ataques generalizados del capital al trabajo, es difícil suponer que la fuerza de resistencia sindical era menor a fines que a comienzos del siglo xx. Si los precios de los productos primarios, o de los bienes que producen los países atrasados, bajan porque bajan los salarios, los salarios de los países atrasados deberían haber bajado más, relativamente, con respecto a sus ya bajísimos niveles de las décadas de 1950 y 1960. No existen pruebas empíricas de que esto haya sucedido. ¿Por qué se produjo entonces el deterioro tendencial de los términos de intercambio? En lo que respecta a las diferencias en las elasticidades ingreso de los bienes primarios con respecto a los manufacturados, tampoco pueden explicar la tendencia. Las elasticidades ingreso explican las oscilaciones de la demanda; pero esas oscilaciones no pueden dar cuenta de las tendencias de los precios en el largo plazo. Es que si la demanda de un bien crece a una determinada tasa –inferior a lo que lo hace el resto de la economía– el crecimiento de la oferta también tenderá a adaptarse a ese ritmo de la demanda, de manera que, en promedio, los precios se adecuarán a los costos de producción, más un tasa media de ganancia. Algo de esto registraba el informe de Prebisch a la unctad, de 1964. Desde la Gran Depresión a la década de 1960, la tasa de crecimiento anual y acumulativa del comercio de los bienes manufacturados fue del 3,1%, y la producción manufacturera del mundo creció a una tasa anual del 3,4% anual; a su vez la tasa de crecimiento anual y acumulativa del comercio de los bienes primarios fue del 1,1% y la tasa de crecimiento de la producción primaria fue del 1,4% (las diferencias se supone que fueron absorbidas por los mercados internos). Como puede verse, las ofertas se adecuaron, tendencialmente, al crecimiento de las demandas; de manera que si bien puede haber habido excedentes de oferta en ramas y durante períodos de tiempo, no puede haberse tratado de un fenómeno constante a través de las décadas. En tanto en el mercado domine la racionalidad del capital –y se trata de grandes empresas exportadoras, ya sean ellas mismas productoras, o comercializadoras de bienes que compran a pequeños productores– no pueden operar con el supuesto de una sobreproducción permanente y sistemática. En el largo plazo debe tender a imponerse la ley económica, esto es, los precios se ajustan a sus “precios naturales” –para utilizar la expresión de Ricardo–, o sea, a los precios de producción “a lo Marx”.
140
Una explicación desde la teoría del valor trabajo
La hipótesis que proponemos como alternativa a la explicación de PrebischSinger es muy sencilla, y en gran medida es similar a la que se desprende de los planteos de los neoschumpeterianos, que subrayan la importancia de la innovación y el progreso tecnológico. Pero la diferencia con estos planteos es que nos basamos en la teoría del valor trabajo. Desde esta perspectiva el deterioro de los términos de intercambio se puede explicar por las diferencias crecientes entre el trabajo complejo y el trabajo simple, a medida que avanza la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías en los capitalismos avanzados. La idea de trabajo simple y complejo se vincula con las diferencias en la preparación de la fuerza de trabajo, y las consiguientes diferencias en la generación de valor de los trabajos. El trabajo medio simple es el que resulta del gasto de una fuerza de trabajo que, “término medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo especial, posee en su organismo corporal” (Marx, 1999, t. 1, p. 54). Se puede considerar trabajo simple el trabajo de un operador de máquina o un ensamblador de línea de montaje; son tareas que demandan poco tiempo de entrenamiento para que alcanzar los estándares de productividad medios. Por ejemplo, en empresas de montaje o líneas de máquinas herramienta los operarios recién incorporados pueden demorar dos semanas, a lo sumo, para llegar al nivel de productividad media de sus compañeros. Difiriendo según los países y los entornos o épocas culturales, el carácter de este trabajo medio simple, como señala Marx, está dado para una sociedad determinada. A su vez, el trabajo complejo es el que exige una mayor preparación de la fuerza de trabajo, y por lo tanto opera como trabajo simple potenciado “o más bien multiplicado, de suerte que una pequeña cantidad de trabajo complejo equivale a una cantidad mayor de trabajo simple” (Marx, 1999, t. 1, pp. 54-55). Pues bien, cuando en una rama o empresa se emplean, en promedio, más unidades de fuerza de trabajo calificado, se genera más valor por unidad de tiempo que en las ramas o empresas que emplean, en promedio, más fuerza de trabajo simple. Es similar al caso en que en una empresa se intensifica el trabajo con respecto al promedio reinante en el resto de la industria. Si la intensificación del trabajo ocurre solo en determinadas esferas, “entonces equivale a más trabajo complejo, a trabajo simple elevado a una potencia mayor” (Marx, 1975, t. 3, p. 252). En este respecto las diferencias salariales, en tanto reflejan las diferencias en los gastos de preparación de la fuerza de trabajo, pueden brindar una aproximación a 141
las diferentes potencialidades de los trabajos como generadores de valor. Una cuestión que Marx rescata de Ricardo: Ricardo mostró que este hecho no impide la medición de las mercancías por el tiempo de trabajo, si está dada la relación entre trabajo no especializado y el especializado. Ello corresponde a las definiciones de los salarios. Y en último análisis puede reducirse a los distintos valores de la propia fuerza de trabajo, es decir, a sus costos de producción variables (determinados por el tiempo de trabajo) (Marx, 1975, t. 3, p. 137).
Por lo tanto, las empresas o ramas que emplean en alta proporción trabajo calificado, o sea, dedicado a la elaboración de productos que requieren una intensa formación en habilidades –diseñadores, matriceros, ingenieros, técnicos– y bienes de producción que a su vez son el resultado de una alta acumulación de capital y del empleo a través de generaciones de estas formas de trabajo complejo, pueden generar más valor, con relación a las empresas o ramas que emplean predominantemente trabajo simple. Y esta diferencia puede ser creciente. Si las naciones desarrolladas concentran cada vez más el tipo de producción que demanda trabajo complejo, y si los países subdesarrollados concentran las actividades –sea en la producción de bienes primarios o industriales– vinculadas a los trabajos simples, las diferencias de precios pueden ser también crecientes. Esto sucede como consecuencia de la ley económica, no por relaciones de fuerza a nivel de los sindicatos. La hipótesis que presentamos se basa en la formación de precios de producción, a partir del impulso a la igualación de las tasas de ganancia. Para ver el tema, vamos a suponer una economía mundial formada por solo dos ramas, la A ubicada en el país adelantado, que emplea crecientes unidades de trabajo complejo, para hacer un producto X. La rama B está ubicada en el país subdesarrollado, y emplea trabajo simple para hacer un producto Y estandarizado. No incluimos innovación de procesos que puedan hacer variar los tiempos de trabajo empleados en la producción de X o Y; incorporar este supuesto no alteraría las conclusiones del planteo. Suponemos entonces que existe una tasa media de ganancia; las empresas que producen Y en B son capitales transnacionales, que pueden invertir libremente en A para producir X. Empezamos suponiendo que en el primer ciclo cada unidad de trabajo complejo en A se paga us$ 10, y cada unidad genera us$ 10 dólares de plusvalía; se emplean dos unidades de trabajo por cada producto X. En B por cada unidad de trabajo simple se paga us$ 5 y genera us$ 5 de plus142
valía; se emplean también dos unidades de trabajo por cada producto Y. Nótese que las tasas de plusvalía son iguales en ambas ramas; y que la diferencia salarial entre los trabajadores de A y B se debe solo a las diferencias entre trabajo complejo y simple; cada unidad de trabajo en A equivale a 2 unidades de trabajo en B. A partir de aquí suponemos que la diferencia inicial se amplía; en el siguiente ciclo cada unidad de trabajo complejo que produce X equivale a 3 unidades de trabajo simple que produce Y; y en el siguiente ciclo a cuatro unidades. Remarcamos que la tasa de plusvalía no se modifica, y tampoco los outputs respectivos, desde el punto de vista cuantitativo. En A se producen en los sucesivos ciclos 6 unidades de X, y en B 100 unidades de Y. Por lo tanto, obtenemos:2 Primer ciclo Rama
Generación de valor
Precio producción individual
A
90c + 20v + 20s = 130 Output = 6
20,95
B
90c + 10v + 10s = 110 Output = 100
1,143
La relación de intercambio indica que B debe entregar 18,33 productos Y a cambio de cada bien X, generado en A. Segundo ciclo Rama
Generación de valor
Precio producción individual
A
90c + 30v + 30s = 150 Output = 6
23,64
B
90c + 10v + 10s = 110 Output = 100
1,182
Al aumentar el trabajo complejo en A la relación de intercambio se deteriora para B; ahora debe entregar 20 productos Y a cambio de cada bien X.
2 En el apéndice 2, de este capítulo, se presenta una explicación sencilla del precio de producción.
143
Tercer ciclo Rama
Generación de valor
Precio de producción individual
A
90c + 40v + 40s = 170 Output = 6
26,38
B
90c + 10v + 10s = 110 Output = 100
1,217
En el tercer ciclo la relación de intercambio ha pasado a 21,67 bienes Y por cada bien X, contra 18,33 bienes en el primer ciclo. A medida que aumenta la diferencia entre trabajo complejo y simple, se produce el deterioro de los términos de intercambio. Naturalmente, a partir de este esquema se pueden introducir otros supuestos, que hacen el esquema más cercano a lo que sucede en el mundo capitalista. Por ejemplo, suponer que los salarios que se pagan en el país B son menores que los que se pagan en A. Asimismo, que empresas de capitales nacionales que producen en B deben competir también con empresas que producen Y en A con mejor tecnología, y esto obliga a B a devaluar. Además, se pueden introducir los cambios en los procesos productivos, de manera que se generen más unidades de productos por unidad de tiempo. Cualquiera de estas variantes no altera la conclusión básica. Vale aclarar también que lo anterior puede explicar los movimientos tendenciales de precios de los bienes primarios, o de bienes manufacturados “maduros” (estandarizados), hacia la baja, pero éstos no niegan que durante períodos haya reversiones parciales del deterioro de los términos de intercambio. Por ejemplo, si durante un período la demanda supera de manera consistente la oferta de determinados bienes primarios o manufacturados “maduros”, este hecho estará indicando la necesidad de que se destinen más capitales –más trabajo social– a su producción. En tanto los capitales se desplacen a estas ramas, y aumente la oferta, los precios de mercado se establecerán alrededor de los precios de producción. De la misma manera, si se trata de productos primarios extraídos de fuentes naturales no renovables, puede producirse un aumento tendencial de los tiempos de trabajo empleados en su obtención debido a la productividad decreciente de las fuentes naturales. En este caso, no se registraría un deterioro de los términos de intercambio; esto puede suceder porque se necesitan crecientes cantidades de trabajo simple para obtener una unidad de producto; o porque es necesario emplear cada vez más dosis de trabajo complejo –por ejemplo en investigaciones geológicas para localizar yacimientos petrolíferos–; o por una combinación de ambos tipos de trabajo. 144
Conclusión
La teoría del valor trabajo ofrece una explicación alternativa a la basada en el poder de monopolio, del deterioro de los términos de intercambio. Por ejemplo, la caída de los precios de los textiles en el siglo xix –deterioro de los términos de intercambio para Inglaterra– obedecería a una caída de los precios de los productos “maduros”, debido a la reducción tendencial de los tiempos de trabajo, y también a la utilización de menor trabajo complejo (por ejemplo, porque se simplifican las operaciones). Luego, la suba relativa de los bienes manufacturados a partir de fines del siglo xix, comienzos del siglo xx, podría explicarse por la creciente incorporación de trabajo complejo por parte de las empresas de países centrales, en especial en investigación y desarrollo (I&D), construcción de laboratorios, subsunción del trabajo científico al capital –por caso, las universidades se incorporan de manera creciente a la producción y mercantilización del conocimiento– y procesos relacionados. Es lo que registran los teóricos de los Sistemas Nacionales de Innovación desde fines del siglo xix, con la “segunda revolución tecnológica”. De esta manera, se responde también a la cuarta objeción que se realiza a la hipótesis de Prebisch-Singer, a saber, que en los productos manufacturados entran nuevos productos, o tienden a mejorar su calidad. En la medida en que estas mejoras, o innovaciones, sean productos de la inversión de más trabajo complejo con respecto al trabajo simple, habrá deterioro de los términos de intercambio. Pero si se consideran los bienes industriales que se estandarizan, podremos encontrar que también sufren del deterioro de los términos de intercambio. Esta explicación solo busca ser una hipótesis de trabajo para futuras elaboraciones e investigaciones empíricas.
145
Apéndice 2 Explicación sencilla de precios de producción
Los precios de producción surgen de la necesidad de igualar las tasas de ganancia de las diferentes ramas de la economía, en las que existen, naturalmente, diferentes relaciones entre capital constante y capital variable.3 Las mercancías no se pueden vender a precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo, porque en ese caso las tasas de ganancia entre las ramas serían muy distintas. Para ver por qué, supongamos que tenemos una economía en la que existen tres ramas, con capitales por valor de $100 en cada una, pero con composiciones de valor –esto es, relación entre capital constante y capital variable– distintas. Supongamos que la tasa de plusvalía es del 100% en todas las ramas. Si las mercancías se venden a precios directamente proporcionales a los valores, tendríamos: Rama
Capital constante
Capital variable
Plusvalía
Precio valor
Tasa de ganancia (%)
A
90
10
10
110
10
B
80
20
20
120
20
C
70
30
30
130
30
Si las mercancías se vendieran a estos precios, los capitales fluirían hacia C, la rama de mayor tasa de ganancia. Esto generaría una sobreoferta de productos C, y una carencia de productos A y B. De manera que los precios de C bajarían y los precios de A subirían, hasta que en promedio las tasas de ganancia se igualaran. Desde el punto de vista analítico, esa tasa de ganancia común surge de dividir la suma de las plusvalías (en nuestro ejemplo = 60) por el conjunto del capital invertido (en nuestro ejemplo = 300). La tasa media de ganancia es del 20%, y los precios se establecen a partir de un recargo sobre los costos, que comprenden la suma del capital 3
146
Véase Marx (1999, t. 3, cap. 9) para lo que sigue.
constante más el variable. Los precios que resultan, que Marx llama de producción, garantizan una tasa de ganancia igual en todas las ramas. En el ejemplo anterior: Rama
Capital constante
Capital variable
Plusvalía
Precio Valor
A
90
10
10
110
B
80
20
20
120
C
70
30
30
130
Tasa media ganancia (%)
Precio de producción 120
20
120 120
Así, los capitales que tienen una menor proporción de capital variable que la media, venden a un precio de producción superior al precio directamente proporcional al valor. Lo inverso sucede con los capitales que tienen una mayor proporción de capital variable que la media. La ley del valor se cumple, dado que los valores globales producidos reaparecen en el producto final, y las ganancias apropiadas por los capitales equivalen a las sumas de plusvalías; o sea, de valores generados por los plustrabajos. Pero los precios individuales de las mercancías ya no se corresponden a los tiempos de trabajo invertidos, en forma estricta, en cada rama.
147
9. Tipo de cambio y crisis externa crónica en Shaikh
Los trabajos del economista marxista Anwar Shaikh sobre tipo de cambio y su crítica a la teoría de las ventajas comparativas constituyen un punto de referencia ineludible para todo aquel que desee abordar la cuestión desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo. Sin embargo, y con todo lo importante que ha sido el aporte de Shaikh para el avance de la economía política crítica, su explicación encierra importantes problemas. Centralmente, porque no permite explicar el hecho cierto de que los países atrasados tienen con frecuencia balanzas comerciales excedentes; no padecen crisis crónicas en sus balanzas de pagos; y sus monedas tienden a estar depreciadas en términos reales. Estas cuestiones no pueden ser explicadas con el enfoque de Shaikh. Para ver por qué, comenzamos resumiendo la crítica de Shaikh a las ventajas comparativas, para luego analizarla, y presentar por último una visión alternativa.
La crítica a las ventajas comparativas
Tal vez el trabajo de Shaikh sobre comercio internacional que más ha trascendido fue la crítica de la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo. Ese escrito de Shaikh constituye, indudablemente, un hito para la crítica marxista de la teoría burguesa del comercio internacional. Acertadamente, Shaikh muestra cómo la teoría de Ricardo depende de manera crucial de la teoría cuantitativa del dinero. Recordemos que en el ejemplo clásico de Ricardo, sobre el comercio entre Inglaterra y Portugal, Portugal tiene mayor productividad tanto en la fabricación de tela y vino que Inglaterra, pero mayor productividad relativa en el vino que en la tela, con respecto a Inglaterra. Dada la ventaja inicial en ambas ramas, Portugal comienza exportando ambos productos a Inglaterra. Lo cual genera superávit comercial creciente en Portugal, y déficit en Inglaterra. Pero la entrada de oro, según la teoría cuantitativa del dinero, eleva los precios en Portugal, y la salida de oro baja los precios en Inglaterra. 149
Esto continúa hasta que la tela inglesa puede venderse más barata que la tela portuguesa.1 Desde ese momento, Inglaterra se especializa en la producción de tela, en la que posee una ventaja relativa, y Portugal en la producción de vino. Puede comprobarse que para que el mecanismo funcione de la manera descrita, es clave que se cumpla la teoría cuantitativa del dinero. Y es en este punto, sostiene Shaikh, donde “la teoría del dinero de Marx se hace crítica” (Shaikh, 1991, p. 197). Es que, según la teoría de Marx, la entrada del oro en Portugal no genera suba de precios, sino la acumulación de reservas, la baja de la tasa de interés y la expansión de la producción. Por otro lado, la salida de oro de Inglaterra provoca la caída de las reservas, la suba de la tasa de interés, la caída de la inversión y de la producción de otras mercancías. De aquí concluye Shaikh que la desventaja absoluta de Inglaterra se manifestará en un déficit comercial crónico, compensado por la salida del oro; y la mayor eficiencia de Portugal en una acumulación continuada de oro. Sin embargo, llegado a este punto, Shaikh se enfrenta con una cuestión que es decisiva: ¿cómo es posible que pueda haber comercio internacional? Es obvio que “semejante situación no puede seguir indefinidamente” (ibid.), y que si se consideran únicamente los flujos de mercancías, el comercio entre Inglaterra y Portugal tiene que derrumbarse; el déficit comercial debe ser financiado. Interviene entonces la tasa de interés. Dado que aumenta la tasa en Inglaterra, los capitalistas de Portugal comienzan a prestarle dinero a ese país. Pero Shaikh reconoce que tampoco así la situación estará equilibrada, porque Inglaterra tendrá que pagar los intereses y devolver, eventualmente, el principal. ¿Cómo puede hacerlo si la producción se ha trasladado a Portugal, y si Inglaterra no puede exportar? ¿De dónde va a obtener Inglaterra el oro para pagar a los prestamistas portugueses? Aunque Shaikh no formula explícitamente todas estas preguntas, la conclusión es inevitable: “Con todas las circunstancias iguales, hay que pagar: al final, acosada por los déficit comerciales crónicos y deudas acrecentadas, Inglaterra debe sucumbir” (ibid., p. 198). Las únicas mercancías que Inglaterra –o cualquier país subdesarrollado– puede exportar son aquellas que produce a menor valor; o en las que tiene alguna ventaja natural y única. Debido a que el análisis 1 Esto sucede según la teoría cuantitativa, a la que adhería Ricardo. Esta teoría dice que cuando aumenta la cantidad de dinero, con relación a una masa de mercancías, suben los precios; y viceversa. En esencia, sigue constituyendo la base de la teoría monetaria neoclásica.
150
de Shaikh se realiza en términos de precios-valores, no importa que haya salarios más bajos en el país subdesarrollado, ya que su nivel “afecta las ganancias pero no tiene efectos sobre los precios” (ibid., p. 199). El resultado tampoco se modifica sustancialmente cuando se consideran los precios de producción, porque “el precio medio de producción es igual al precio directo promedio” (ibid.). La conclusión es que el país atrasado está condenado a padecer déficit comerciales crónicos y, en el largo plazo, el comercio sucumbe.
Tipo de cambio “estructural”
El planteo anterior fue profundizado y completado con una explicación “estructural” del tipo de cambio, sustentada en la idea de que lo fundamental son las ventajas absolutas. En Shaikh (1999), se supone que el capital fluye libremente entre países, y que los términos de intercambio –o sea, el tipo de cambio real– están determinados por la igualación de las tasas de ganancia entre los capitales que fijan precios para las mercancías que se comercian en el mercado mundial. Esto es, los tipos de cambio reales están determinados por los precios relativos; que están gobernados por los precios de producción y el mecanismo de igualación de las tasas de ganancia. Por caso, suponemos que el país A es adelantado, produce un medio de producción K, y su moneda es $a (podemos pensar que se trata de Estados Unidos, y la moneda es el us$). Suponemos, por otra parte, que el país subdesarrollado es B, que produce un bien de consumo C, y su moneda es $b. Según Shaikh, el tipo de cambio real q está determinado de la siguiente manera:2 q = E PkA/PcB Los precios relativos de los bienes internacionales –y, por lo tanto, los términos de intercambio entre naciones– se regulan de la misma manera que los precios relativos dentro de los países. Esto significa, siempre según Shaikh, que los tipos de cambio están regulados directamente por la ley del valor trabajo. Los precios que intervienen en la determinación 2 Modificamos la notación de Shaikh para adaptarla a la notación usual de los textos de macroeconomía que se utilizan en Argentina. El tipo de cambio nominal E es $b/$a; una suba de q, o de E, implica una depreciación de la moneda del país atrasado, $b. Esto es, un deterioro de los términos de intercambio.
151
del tipo de cambio son los precios de producción de los productos en los cuales los países son competitivos. Esta idea es esencial en su planteo, ya que ha partido de la idea de que el tipo de cambio está determinado por los costos laborales unitarios, que a su vez se equiparan con los tiempos de trabajo sociales. Debido a que los costos laborales unitarios varían muy lentamente, los tipos de cambio tienden, lógicamente, a ser estables. De esta manera, Shaikh refuerza su anterior crítica a la teoría neoclásica del comercio internacional. Esencialmente, porque plantea que es equivocado afirmar que los tipos de cambio real se modifican al variar el tipo de cambio nominal, de manera que los valores de las exportaciones y las importaciones eventualmente se igualen. Sostiene, por el contrario, que los productores con altos costos pierden en la competencia internacional y, en consecuencia, los países atrasados están condenados a padecer déficit crónico. Lo inverso sucede, lógicamente, con los productores tecnológicamente avanzados, ubicados en países adelantados. El déficit comercial se mantiene en el tiempo porque al haberlo bajan la producción y el empleo.3 O bien porque la salida de dinero, debida al déficit comercial continuo, provoca una disminución de la liquidez interna y suba de la tasa de interés; por lo cual entran capitales que compensan, en la balanza de pagos, este déficit. Para sostener este planteo Shaikh debe demostrar que las variaciones del tipo de cambio nominal no afectan al tipo de cambio real. Para lo cual presenta básicamente dos argumentos. En primer lugar, sostiene que cualquier deterioro de los términos de intercambio disminuye la tasa de ganancia de los capitales de los países que deprecian su moneda. En nuestro ejemplo, la tasa de ganancia de los capitales B disminuye con la suba de E y q. Es que si los capitales B determinan el precio a que se vende el bien de consumo C, el ingreso de los capitales B, medido en moneda internacional $a, será PcB/E. Dado que las tasas de ganancia negativas no pueden sostenerse en el tiempo, es muy poco lo que puede fluctuar el tipo de cambio real. Por eso, en caso de que se devaluara la moneda, y se cumplieran las condiciones de elasticidad usuales, el resultado final de la depreciación de la moneda seguiría siendo el colapso del comercio. En segundo lugar, y dado que la tasa de ganancia no admite muchas variaciones, la otra variable de ajuste que considera Shaikh son los salarios. Éstos deberían bajar considerablemente para que la depreciación de la moneda no afectara a la tasa de ganancia. Pero esto supondría una situación irreal, en la cual los trabajadores no defienden sus salarios reales. A 3
152
Se trata del enfoque keynesiano de la absorción, aunque Shaikh no lo menciona así.
lo sumo, podría existir un efecto positivo sobre la balanza comercial en un primer momento; pero en el mediano plazo los salarios suben, y se vuelve al déficit comercial. En definitiva, el tipo de cambio real no es flexible. Las devaluaciones son siempre ineficaces. Solo las políticas y las instituciones proteccionistas pueden tener una incidencia importante en la balanza comercial, como lo habrían demostrado los países que se industrializaron y desarrollaron, tales como Estados Unidos, Japón, Corea del Sur.
Problemas del planteo
Partimos de señalar que coincidimos con Shaikh en la necesidad de una teoría sobre el tipo de cambio que vincule a este con determinantes estructurales; específicamente, con la teoría del valor trabajo. También destacamos su crítica a la teoría de las ventajas comparativas, y su enfoque basado en las ventajas absolutas. Sin embargo, a partir de estos puntos de coincidencia, afirmamos que la tesis de Shaikh no logra explicar lo que sucede con el comercio de los países dependientes, sus tipos de cambio, y las situaciones de sus balanzas de pago. Puntualizamos cinco argumentos críticos sobre la tesis de Shaikh. Los cuatro primeros giran en torno a cuestiones empíricas que el modelo de Shaikh no explica; el quinto explora la que, en nuestra opinión, es la cuestión teórica subyacente a los problemas que enfrenta su modelo. Sobre el colapso permanente del comercio Una primera y principal cuestión es que no existe el colapso permanente del comercio, como se desprende de la crítica de Shaikh a las ventajas comparativas, y de sus textos posteriores. En su ejemplo de Inglaterra “subdesarrollada”, si el déficit comercial es crónico, sencillamente no puede haber comercio internacional, ni tampoco desarrollo capitalista alguno. Esto se debe a que el financiamiento del déficit comercial con entrada de capitales tiene un límite, determinado por la necesidad de los prestamistas de recuperar el principal y los intereses en moneda mundial. Si se trata de capitales que entran al país subdesarrollado atraídos por la tasa de interés, en el corto o mediano plazo el pago de intereses se hará sentir en la cuenta corriente; y en el mediano o largo plazo, el recupero del principal pesará en la cuenta de capitales. Si se trata de inversiones 153
directas, habrá remesas de utilidades. En cualquier caso, no es posible financiar indefinidamente el déficit comercial. Pero, por otra parte, es una realidad que los países atrasados han tenido superávit comercial durante muchos años. El caso de Argentina también es ejemplar. De los 30 años comprendidos entre 1945 y 1975, la balanza comercial argentina tuvo superávit en 20 años. Luego, en los finales de la década de 1970, la balanza comercial fue deficitaria, pero desde 1980 a 1991 hubo otros diez años de superávit; y volvió a tener fuertes superávit en la década de 2000. Si tomamos los países subdesarrollados de conjunto, y según datos de la omc, en los 57 años que van desde 1950 a 2006, de conjunto tuvieron 27 años con déficit en sus balanzas comerciales, y 30 años con superávit. Paradójicamente, los países desarrollados de conjunto tuvieron más años de déficit. Es un resultado opuesto a lo que predice la tesis de Shaikh. Sobre la estabilidad del tipo de cambio real y su incidencia en la balanza comercial La experiencia de Argentina tampoco verifica que exista un tipo de cambio real estable. Sobre un índice base 1 (= promedio de enero de 1980 a marzo de 2004) el tipo de cambio real era de aproximadamente 0,50 en 1981; se ubicaba a niveles superiores a 1 entre 1981 y 1991 (con picos que llegaban a casi 3); bajaba luego a menos de 1 en la década de 1990, y saltaba de nuevo desde menos de 0,5 en diciembre de 2001 a aproximadamente 1 en los años siguientes, según las estadísticas del Banco Central. Subas de más del 100% y caídas del 50% o más. ¿Qué tiene de estable? Por otra parte, es imposible negar que estas variaciones hayan incidido en la balanza comercial; hubo déficit cuando el tipo de cambio fue bajo, y superávit cuando fue alto. Muchos otros países subdesarrollados muestran fuertes variaciones del tipo de cambio real a lo largo de los años. La incidencia del tipo de cambio nominal en el tipo de cambio real Shaikh afirma que las variaciones del tipo de cambio nominal no inciden en el tipo de cambio real. Pero es un hecho que las variaciones del tipo de cambio nominal han incidido en el tipo de cambio real en Argentina, y en otros países subdesarrollados. Así, cuando se ha fijado el tipo de cambio nominal en Argentina –durante la dictadura militar y en la década de 1990 154
para anclar la inflación– el tipo de cambio real bajó, y la moneda permaneció apreciada, con respecto a sus niveles históricos y a la productividad general, durante años. Inversamente, con las devaluaciones de 1981 y 2001 subió el tipo de cambio, esto es, la moneda estuvo depreciada en términos reales varios años. Las tasas de ganancia y los tipos de cambio Shaikh sostiene que los tipos de cambio no pueden experimentar modificaciones fuertes porque las tasas de ganancia están estructuralmente limitadas en sus variaciones. No obstante, los tipos de cambio sí se modifican de manera importante en los países subdesarrollados; y, con ellos, las tasas de ganancia. Tomando de nuevo el ejemplo de Argentina, la suba en términos reales del tipo de cambio de 2001 aumentó los ingresos y la tasa de ganancia de los sectores exportadores y, en general, de los productores de bienes transables. Un resultado que es opuesto a lo que predice la tesis de Shaikh. Su modelo no registra la importancia que tienen las variaciones de los tipos de cambio en los países atrasados en las variaciones de las tasas de ganancia de sectores productores de bienes transables y no transables. La razón teórica: especificidad de los espacios nacionales y los tipos de cambio El problema central del planteo de Shaikh es que hace abstracción de la especificidad de los espacios nacionales de valor. No advierte diferencias entre cómo se determinan los términos de intercambio entre países, y cómo se determinan los precios relativos al interior de un país. Pero los espacios nacionales de valor tienen una entidad propia, y por eso no pueden ser obviados. Son espacios donde se realizan valores a partir de sus relaciones con equivalentes nacionales; y donde estos valores “nacionales” se vinculan entre sí a partir de las relaciones entre los equivalentes nacionales. Relaciones que no se reducen a las razones entre los precios de producción, que postula Shaikh. Más precisamente, los términos de intercambio no pueden ser determinados directamente a partir de las relaciones entre tiempos de trabajos sociales, como sostiene Shaikh, por la sencilla razón de que se trata de tiempos de trabajos que operan en condiciones de productividad media muy distinta. Esta cuestión es teóricamen155
te esencial; el no tenerla en cuenta es lo que induce a Shaikh a pensar que los países subdesarrollados solo pueden tener déficit crónico. Para verlo en más detalle, sigamos la secuencia de su razonamiento: • los tiempos de trabajo (o los precios de producción) determinan directamente los tipos de cambio reales; • las mercancías competitivas son las que intervienen en la determinación del tipo de cambio; • los capitales de los países subdesarrollados fijan los precios internacionales de los bienes que exportan; • se deduce que el país subdesarrollado solo puede exportar productos en los que posea ventajas absolutas, o que le sean específicos (considerando que la oferta y la demanda a nivel mundial están equilibradas). Ahora bien, si el tipo de cambio real está fijado según los precios de las mercancías en cuya producción los capitales del país atrasado son competitivos, el tipo de cambio real estará sobrevaluado. Para ver por qué, volvamos a nuestro país B, subdesarrollado. Suponemos que en promedio su economía tiene una productividad tres veces inferior a la del país A, adelantado. Pero B posee una industria en la que tiene nivel de competitividad internacional, que determina el precio en el mercado mundial, tal como se supone en el modelo de Shaikh. Sea el bien Qt. Esta producción representa una parte pequeña de su pbi, digamos, el 5%. Según Shaikh, el tipo de cambio real se establece a partir de la relación entre los precios de producción (o precios valores) de los productos competitivos. Por lo tanto, en nuestro ejemplo el tipo de cambio estará determinado por la razón entre el precio de Qt producido en B, y el precio de Qc y de Qp, producidos en A. Pero si esto es así, el tipo de cambio entre $b y $a se establecerá a un nivel tal que la moneda del país B estará apreciada con respecto a los niveles determinados por la paridad de poder de compra, tal como se calculan habitualmente (o sea, como relación entre los precios de canastas de bienes). Esto es, E’ (tipo de cambio a lo Shaikh) < Eppc. La moneda de B está superapreciada, en términos reales y nominales, con respecto a la paridad de poder de compra. Con este nivel de tipo de cambio, el resto de las industrias de B, productoras de medios de producción o de medios de consumo, no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero dado que la producción de Qt representa solo una pequeña fracción de la economía de B, el déficit en cuenta corriente debe crecer a ritmos altísimos. Esto reforzaría la visión de Shaikh de la imposibilidad de comercio por parte del país subdesarrollado, su tendencia al déficit permanente en la cuenta corriente, etcétera. 156
Pero en la realidad sucede que el tipo de cambio de los países atrasados tiende a estar por encima del tipo de cambio que teóricamente corresponde a la paridad del poder de compra. Esto es, no está apreciado, sino depreciado en términos reales. Lo cual se explica por el atraso general de las fuerzas productivas del país subdesarrollado. En el libro Valor, mercado mundial y globalización hemos planteado que de ese atraso deriva la tendencia a los tipos de cambio “competitivos”, E*, que están por encima de Eppc. Es lo que confirman las Penn Tables, lo que registra el modelo Balassa-Samuelson, y lo que típicamente comprobamos los ciudadanos de los países subdesarrollados cuando viajamos al exterior y nuestras monedas tienen menos poder de compra que las monedas de los países adelantados. Por otra parte, ¿qué sucedería si un país no posee ninguna industria que pueda intervenir como formadora de precios en el mercado mundial? ¿Cómo se establece en este caso el tipo de cambio, según el modelo de Shaikh? No hay respuesta a esta cuestión. Además, incluso si un país tiene algún producto de exportación en el que pueda ser formador de precios –en Argentina puede ser el caso de los tubos sin costura, exportados por una empresa de tecnología de punta a nivel mundial–, ¿qué razón teórica existe para decir que ese único precio es el decisivo para establecer el tipo de cambio real? Nuestra respuesta es que ninguna. Destaquemos que, extrañamente, el planteo de Shaikh sobre la estabilidad de los tipos de cambio real, y la no incidencia del tipo de cambio nominal en los términos de intercambio, tiene un punto de contacto con los planteos neoclásicos que sostienen que los precios y salarios son completamente flexibles y reaccionan instantáneamente a los tipos de cambio nominal, de manera que el tipo de cambio real permanece inalterado. Con esto apuntamos a una cuestión clave, que es que Shaikh se deslizó a un enfoque ricardiano de la cuestión. Es un planteo ricardiano y “ortodoxo” porque ha pasado por alto la dimensión monetaria del problema del tipo de cambio. Es que en los planteos clásicos “a lo Ricardo”, o de los ortodoxos neoclásicos, las variables monetarias no afectan, en el mediano o largo plazo, a las variables “reales”. Aplicado al tipo de cambio, esto significa que las variaciones del tipo de cambio nominal no afectan al tipo de cambio real. Por este motivo en la explicación de Shaikh el tipo de cambio no tiene “espesor monetario”. El tipo de cambio real se establece a partir de una relación entre precios de producción (o entre tiempos de trabajo social), donde el tipo de cambio nominal es una variable completamente neutra. Por este motivo, entre las instituciones que incidieron históricamente en las balanzas comerciales de los países, Shaikh no presta atención a las políticas cambiarias. Pero las políticas cambiarias efectiva157
mente incidieron en los cursos históricos de los países subdesarrollados. Es imposible entender la historia económica argentina, por ejemplo, sin tomar en cuenta este problema.
Una solución alternativa desde el marxismo
La solución que hemos propuesto en nuestros trabajos intenta mantener el aspecto “fuerte” del planteo de Shaikh, a saber, que existe una determinación estructural, “en última instancia”, del tipo de cambio real establecida por la ley del valor trabajo (véase Astarita, 2006). Sin embargo, la ley del valor trabajo no debe entenderse en un sentido ricardiano, sino “a lo Marx”. Hay que tener en cuenta no solo la tecnología y la productividad –que brindan las ventajas en términos absolutos que destaca Shaikh– sino también los espacios en que se realizan los valores, y los diferentes niveles de esta realización, según las relaciones entre los equivalentes. Por eso pensamos que el modelo que hemos presentado permite dar cuenta de lo que sucede con los tipos de cambio en los países subdesarrollados. La idea básica es que en estos países opera un impulso a mantener la moneda depreciada en términos reales (o sea, el tipo de cambio real por encima del determinado a ppc); aunque esto a su vez genera presiones inflacionarias recurrentes, que muchas veces desembocan en situaciones de alta inflación. Esto ocurre porque los tipos de cambio nominales inciden en los tipos de cambio reales; y porque los salarios en los países atrasados difieren sustancialmente de los salarios en los países adelantados. Por otra parte, en nuestra explicación no hace falta suponer que inevitablemente capitales de los países atrasados determinan los precios mundiales de uno o más productos. Simplemente, suponemos que las empresas de los países atrasados son “precio-aceptantes” en la mayoría de los rubros en que compiten, en especial en las manufacturas, debido a su atraso tecnológico. Si el precio internacional, P*, está dado, lógicamente la empresa del país exportador aumentará sus ingresos si la moneda se deprecia, y a condición de que los salarios no aumenten en la misma proporción en que se devaluó la moneda. En el caso de la empresa del país B, exportadora de C, su ingreso por unidad de producto vendido será: PcB = E Pc* Esto es, el precio internacional (en dólares) de C, multiplicado por el tipo de cambio. Cuando E sube la tasa de ganancia de las empresas de 158
B, productoras de C, aumenta si los salarios no suben en la misma proporción que la devaluación de la moneda. Lo inverso sucede con la tasa de ganancia de sectores que producen para el mercado interno, y utilizan insumos de importación.
Conclusión
Si bien la crítica de Shaikh a la teoría de las ventajas comparativas ha representado un avance importante para la teoría marxista del comercio internacional, su enfoque en última instancia ricardiano sobre la determinación del tipo de cambio –este se determina directamente por las productividades relativas de las industrias competitivas– no permite entender la dimensión monetaria de la cuestión, y por ende a atribuir una estabilidad a los tipos de cambio reales que no encontramos en la realidad. Peor aún, si se verificase en la realidad el modelo de Shaikh, las monedas de los países atrasados deberían estar permanentemente sobrevaluadas, incluso por encima de lo que marca la paridad del poder de compra. Si ese fuera el caso, los déficit comerciales serían permanentes, y los países atrasados no podrían competir. Ninguno de estos hechos, sin embargo, se verifica en la realidad del capitalismo. Estos problemas pueden superarse si se adopta un enfoque que, sin descuidar la “base” estructural de determinación del tipo de cambio, a saber, los tiempos de trabajo socialmente necesarios, dé lugar sin embargo a la dimensión monetaria y a la incidencia de las variaciones del tipo de cambio nominal –junto las variaciones de los salarios y otros precios internos– en el tipo de cambio real y, por consiguiente, también sobre las tasas de ganancias de los diferentes sectores productivos. En este enfoque, las variables macroeconómicas, e incluso financieras, juegan un rol para explicar las variaciones de mediano plazo del tipo de cambio en los países atrasados, y sus repercusiones sobre el desarrollo económico. En un plano más general, en lugar de derivarse una tesis del colapso permanente del comercio –que equivale a la imposibilidad de desarrollarse como país capitalista, esto es, integrado al mercado mundial– de nuestro planteo se desprende una visión de un país dependiente y atrasado, con un desarrollo extremadamente desigual.
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10. Tipo de cambio y desarrollo dependiente, el caso argentino: Elementos estructurales
En los últimos 35 años en Argentina se ha asistido a una alternancia de períodos de tipo de cambio real alto y bajo. Tomando como punto de partida enero de 1974,1 se observa que entre esa fecha y marzo de 1976 se produce una depreciación en términos reales del peso; luego, entre marzo de 1976 y febrero de 1981 el peso se aprecia, en términos reales; entre febrero de 1981 y comienzos de 1991 (cuando se instala la Convertibilidad), el tipo de cambio real aumenta; entre 1991 y fines de 2001, baja; a partir de 2002, y hasta fines de 2009 vuelve a ser alto, aunque con tendencia declinante debido a la aceleración de la inflación. Las oscilaciones se inscriben a su vez dentro de una tendencia de largo plazo a la depreciación en términos reales del peso. Entre 1913 y 1988 la moneda argentina se habría depreciado un 80% con respecto al dólar y la libra; esto es, a una tasa de aproximadamente el 1% anual (Froot y Rogoff, 1986). En octubre de 2007, el peso estaba entre un 9 y 10% devaluado, en términos reales, con respecto al promedio de 1988.2 Los tipos de cambio promedio durante los períodos de apreciación real de la moneda –notoriamente, durante la Convertibilidad– no revirtieron la tendencia de largo plazo. Esta depreciación de la moneda en términos reales obedece, desde el punto de vista de la ley del valor trabajo, a problemas estructurales de la economía, que tienen que ver, principalmente, con su baja productividad global. La explicación más general la hemos presentado en Astarita (2006), y volvimos a tratarla en el capítulo 7 de este libro. Aquí queremos explorar el porqué de las oscilaciones periódicas del tipo de cambio. Nuestra hipótesis es que esos movimientos no se deben a simples cambios de humores de los elencos gobernantes, sino que obedecen 1 En los primeros meses de 1974 se inicia un fuerte aumento del tipo de cambio real, que va a desatar, desde abril de ese año, una creciente aceleración inflacionaria; véase Vitelli (1986). La crisis hacia la que se desliza Argentina a fines de ese año, y estalla en 1975, marca el fin de la industrialización por sustitución de importaciones. 2 Tomamos los datos del Banco Central de la República Argentina, pero corrigiendo según una inflación estimada del 20% durante 2007.
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a impulsos estructurales. El tipo de cambio alto mejora la competitividad internacional de la industria; pero los impulsos inflacionarios que derivan de ese régimen de cambio real alto generan las condiciones para reversiones hacia el tipo de cambio bajo. De aquí también que los ciclos se combinen con una tendencia a un desarrollo crecientemente desigual entre los sectores productores de bienes transables (bt) y no transables (bnt). Comenzamos presentando el enfoque general.
Marco general
El marco es el análisis a partir de la ley del valor trabajo y la teoría de la plusvalía. Establecer esta premisa no es en absoluta obvia para los países dependientes, ya que durante mucho tiempo se ha pensado que en estos países la teoría del valor de Marx no tenía vigencia, o solo regía de manera parcial, como hemos visto que sucedía en muchos autores de la dependencia. La justificación para esta negación era que no existía la libre competencia, dado el dominio de los monopolios, y las particularidades del atraso. De aquí se desprendía también que de alguna manera las leyes de la acumulación capitalista no regían. Ninguno de estos supuestos se sostiene en lo que sigue. Suponemos un país en el cual el modo de producción es capitalista; la relación de explotación es de clase; hay competencia; y la tasa de ganancia rige la acumulación. Además, y en oposición a planteos neoclásicos, la tasa de interés es una parte de la plusvalía; su aumento tiende a bajar la tasa de ganancia y puede agravar una crisis de rentabilidad, pero no es el factor decisivo para las inversiones. Rigen las leyes del valor y la acumulación capitalista, aunque adquieren sus formas particulares. Al respecto, introducimos dos especificaciones. En primer lugar, la economía dependiente tiene una menor productividad promedio que las economías de los países desarrollados. Este es un rasgo decisivo de la economía argentina. Se ha calculado, por ejemplo, que la productividad promedio de Argentina, a fines de la década de 1990, era apenas el 32% del nivel de Estados Unidos. Por este motivo la hora de trabajo empleada en la producción de determinada mercancía, en las empresas del país dependiente, genera, en promedio, menos valor en el mercado mundial que la hora de trabajo empleada en la empresa de un país tecnológicamente adelantado. Debido a que la economía no está a la vanguardia del desarrollo tecnológico, depende crucialmente de la importación de equipos avanzados y de tecnología. 162
En segundo lugar, la economía es dependiente en tanto es “precio aceptante” en lo que respecta a sus exportaciones. Esto significa que no puede desatar guerras de precios; sus empresas, como regla general, no obtienen plusvalías extraordinarias en el mercado mundial. En tercer término, incluimos un sector exportador importante, pero no dominante, que tiene una productividad similar a los estándares internacionales, y puede competir con un tipo de cambio a la paridad de poder de compra. En períodos en que el tipo de cambio es alto, este sector obtendrá plusvalías (que pueden traducirse en rentas) superiores al resto de la economía. De esta manera, registramos la existencia de un fuerte sector agroexportador en la economía argentina.3
Concepción monetaria basada en Marx
En lo que sigue también se considera que la teoría de Marx tiene relevancia para explicar los problemas monetarios de los países subdesarrollados. Pero la moneda del país dependiente no es un equivalente pleno, ya que su función como tal está condicionada a su relación con las divisas que actúan como dinero mundial, el dólar y el euro. Siguiendo la teoría de Marx, las funciones del dinero se ordenan jerárquicamente; esto es, antes de actuar como medio de cambio el dinero debe tener valor. El valor del dinero nacional está dado entonces por su relación con el dinero mundial, dólar o euro. Esto sucede al margen de que exista un régimen de convertibilidad legal. La relación clave se establece entre la base monetaria –que constituye el dinero propiamente dicho– y las reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina. Esto no implica afirmar que exista una relación mecánica entre ambas magnitudes, o sea, que a un aumento de la emisión monetaria, dada una cantidad de reservas, deba corresponder necesariamente una depreciación del signo monetario nacional. La moneda doméstica es signo de valor a partir de su relación con el dinero-divisa, pero se trata de una relación sometida a múltiples mediaciones, incluso políticas y legales. En tanto se mantenga la convicción de que el billete doméstico pueda convertirse, a determinada paridad, al dólar o euro, mantendrá su valor, al margen de que exista efectivamente la cantidad de reservas que pueda garantizar la conversión efectiva de toda la base monetaria a esa paridad. Esto habilita 3 El comportamiento de este sector, así como la categoría teórica de la renta, y su relación con la ganancia, se discuten en el capítulo 12.
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a que puedan darse discrepancias entre base y respaldo en divisas. Pero también determina la existencia de límites a la emisión basada en el crédito interno; y abre la posibilidad de que el equivalente doméstico sea sometido a cuestionamiento en cuanto se advierta que la conversión a la paridad establecida no es posible. Las consecuencias de que exista esta necesidad de validación son difíciles de exagerar. Es que en la medida en que se cuestione el valor del equivalente doméstico, habrá corridas hacia el dinero-divisa; de la misma manera que en el siglo xix en los países capitalistas se producía la corrida hacia el oro cuando el billete estaba cuestionado como signo de valor. De aquí también la posibilidad de que se desencadenen procesos inflacionarios debido a la pérdida de valor del equivalente doméstico por su relación con el billete-divisa.4 Remarcamos el problema: no se trata de que el dinero doméstico pierda valor porque circula en demasía con respecto a la masa de mercancías –como sostiene la teoría cuantitativa del dinero–, sino de que pierde valor porque se debilita en tanto signo de valor referido a la divisa. Esto explica también por qué las economías de los países dependientes pueden verse forzadas a acumular enormes reservas de dinero-divisa, muy por encima de lo que dictan sus necesidades comerciales, o de transacciones corrientes. Se trata de fortalecer un equivalente que solo es tal en tanto esté validado por el equivalente (la divisa) reconocido como dinero mundial. La realización del plusvalor está condicionada al retorno a la encarnación de valor, a la moneda mundial. Esto rige para las empresas extranjeras que invierten en el país, pero también para la clase capitalista nativa. El grado de valorización del capital se mide en términos del dinero-divisa, no del dinero local. De aquí surge también la necesidad para el capital que produce valor localmente, de que haya respaldo para la validación del dinero. Lo dicho también explica por qué, en la medida en que el dinero local entre en espirales de depreciación acelerada –procesos de alta inflación e 4
Contra lo que sostiene la tradición monetarista y neoclásica, históricamente en Argentina el principal impulsor de la inflación no fue la emisión monetaria, sino las devaluaciones de la moneda. Vitelli apunta que en todas las grandes rupturas de la estabilidad de precios, en junio de 1948, marzo de 1957, abril de 1962, junio de 1970 y abril de 1974 “el tipo de cambio inició la estampida. Esta fue una mecánica impulsora de la ruptura que tiene validez de carácter universal, ya que en todo quiebre, cualquiera haya sido su explicación […] el tipo de cambio fue el precio que siempre creció previa o simultáneamente a su inicio, anticipándose en su expansión a los restantes precios” (Vitelli, 1986, p. 90). Lo mismo se puede afirmar de la disparada de la inflación en Argentina a partir de fines de 2001.
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incluso hiperinflación– sus funciones pueden ser reemplazadas paulatinamente por el dinero-divisa. Primero, en cuanto medida de valor (por ejemplo, los precios de viviendas y demás bienes durables se fijan en dólares o euros); segundo, en cuanto reserva de valor (normalmente se atesora en dólares; durante una crisis la preferencia por la liquidez desata la corrida hacia el dólar, etc.); tercero, como medio de pago (los contratos se fijan en dólares); y por último, incluso, como medio de circulación interna (en casos extremos los consumidores compran con dólares los bienes cotidianos). Llegada esta instancia en que el dinero doméstico no sirve para la comparación de los tiempos de trabajo, es reemplazado enteramente por el dinero-divisa. Esta situación explica que existe una racionalidad en la estabilización de precios por medio del anclaje del tipo de cambio. Si esto se vincula con los problemas de inserción en el mercado mundial que tienen los capitales atrasados tecnológicamente, se comprende que surja una dialéctica de ciclos de fuerte apreciación y depreciación de la moneda de un país dependiente como Argentina. Estos ciclos a su vez se relacionan con cambios abruptos en los parámetros de desarrollo, y en la situación de las balanzas de pagos. Este capítulo gira en lo esencial en torno a estas cuestiones. De la concepción monetaria que hemos esbozado, además, se derivan otras consecuencias, que sintetizamos: • Es necesario distinguir entre la emisión exógena de dinero doméstico de su creación endógena –esto es, a partir del crédito que otorgan los bancos– con el desarrollo de la actividad capitalista. Como han demostrado marxistas y poskeynesianos, la generación endógena de dinero no puede tener consecuencias inflacionarias; lo cual derrumba la teoría cuantitativa.5 • Es necesario distinguir, a su vez, la emisión de dinero doméstico que efectúa el Banco Central por compra de divisas; de la emisión para monetizar los déficit fiscales. La primera –y contra lo que afirma la teoría cuantitativa– no es inflacionaria. La idea de que es necesario “esterilizar” masa monetaria, para evitar presiones inflacionarias, cuando aumentan las reservas, no se sostiene. Por un lado, porque no necesariamente los bancos utilizan las nuevas reservas para expandir la masa monetaria. Por otra parte, y más fundamental, porque el dinero que no es necesario para la circulación permanece como stock en moneda doméstica; o es vuelto a colocar por los inversores en activos externos (véase Lavoie, 2000). De esta 5
Estas cuestiones las tratamos en Astarita (2008).
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manera, se derrumba el mecanismo de “ajuste a lo Hume” y el famoso “trilema”.6 • Por otra parte, la emisión monetaria a partir de adelantos del Banco Central al gobierno –por ejemplo, debida a la financiación de déficit fiscales– tiene efectos inflacionarios. En este respecto, parece cumplirse un aspecto de lo que afirma la teoría cuantitativa, ya que este tipo de emisión genera aumento de los precios. Pero esto sucede porque aumenta la cantidad de signos monetarios locales con relación al dinero-divisa que es respaldo. No sucede, como postula la teoría cuantitativa, porque se esté comparando una mayor masa de dinero con una cierta masa de mercancías (véase Marx, 1980). Estos mecanismos son esenciales para entender cómo se relaciona lo monetario con los tipos de cambio y la balanza de pagos, y con los ciclos de acumulación y crisis.
Tipo de cambio como articulación de espacios de valor
En la literatura neoclásica el tipo de cambio se define como el precio de la moneda extranjera en términos de la moneda doméstica. Esta definición no es incorrecta si se toma como una primera aproximación a la cuestión. El problema es que el tipo de cambio queda así definido a nivel de la mera forma sin contenido. Esto significa que, como sucede con cualquier otro precio en el universo neoclásico, el tipo de cambio no tiene espesor teórico; es una mera relación cuantitativa determinada por la oferta y la demanda. Pero la oferta y la demanda por sí mismas no explican nada. La teoría neoclásica no puede brindar un fundamento teórico para el dinero y, por lo tanto, tampoco puede hacerlo para las relaciones de cambio entre las monedas. En la teoría de Marx, por el contrario, el equivalente, esto es el dinero, es encarnación del valor, o sea, de tiempo de trabajo social. En consecuencia, el tipo de cambio vincula dos equivalentes de tiempos de trabajos sociales, nacionalmente determinados. Los tiempos sociales de trabajo 6
Según el “trilema”, no se puede tener al mismo tiempo tipo de cambio fijo, ingreso de capitales y realizar política monetaria. El mantenimiento del tipo de cambio fijo obliga al Banco Central a adquirir o vender todos los dólares que se le solicitan. Esto provoca –siempre según la teoría monetaria ortodoxa– variaciones en la masa monetaria, que se traducen en cambios en los niveles de precios.
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nacionalmente determinados a su vez se asientan en diferentes niveles de productividad, según los países. En otras palabras, existen espacios nacionales de valor sustentados en desarrollos desiguales de las fuerzas productivas. Esto obedece a que no existe una única función de producción; las tecnologías no circulan libremente; no están disponibles gratis; y para implementarlas exigen inversiones en capital fijo, investigación y desarrollo, y capacitación de fuerza de trabajo. Por eso las diferencias de productividad entre espacios nacionales de valor pueden ser crecientes y acumulativas. Los espacios nacionales de valor diferenciados son parte, además, de un mercado mundial en el cual se hacen sociales múltiples trabajos nacionales y privados. Esto explica la existencia de una relación compleja y articulada entre espacios nacionales de distintas productividades, y el mercado mundial. Entonces, las variaciones de los tipos de cambio incidirán en qué tanto de los tiempos de trabajo empleados nacionalmente son generadores de valor en otros espacios nacionales, o en el espacio mundial. Esto significa que hay grandes diferencias en la generación y realización de valor en términos del valor mundial o de otro país; en las posibilidades de colocación de los productos (afectando de manera brusca a las balanzas comerciales); en la capacidad de importación (importante cuando se trata de importación de tecnologías o de insumos vitales para la industria); en la capacidad de transferencias de valor realizado en el seno del espacio nacional (crucial para los balances de la cuenta de capitales). No hay que representarse un mundo estático, ni una economía que crece a tasas más o menos constantes, como acostumbran los modelos mecánicamente lineales más o menos usuales, no solo ortodoxos, sino también muchos heterodoxos. En lo que sigue, la idea central es que pueden existir procesos acumulativos, que desembocan, pasados ciertos umbrales, en cambios cualitativos, reversiones bruscas, y da lugar a profundas torsiones en toda la estructura económica. Tratemos de explicar cuál es la mecánica que subyace a este comportamiento.
Desarrollo distorsionado, relaciones fundamentales
Inversión y crecimiento La inversión juega el rol clave en el desarrollo económico y en el ciclo. A diferencia de los modelos neoclásicos, que toman la tasa de ahorro como el factor decisivo del desarrollo a largo plazo, en esta concep167
ción –que responde a la idea de los clásicos y de Marx– lo decisivo es qué parte del ahorro se invierte productivamente. En este respecto, un aumento de la propensión a invertir, i, (i = I/Y, donde I es inversión e Y es ingreso y/o output) mejora el crecimiento de la economía a largo plazo. La inversión se divide en inversión en capital circulante, Ic, e inversión en capital fijo, If. Ic está determinada por la tasa de crecimiento del ingreso, gy (= ∆Y/Y); en símbolos: Ic = Ic(gy), siendo ∂Ic/∂gy > 0 (1) A su vez, If es función de la tasa de ganancia empresaria, πe; de la variación de esta tasa, πe’; y de las expectativas de los empresarios sobre el crecimiento de la economía, que resumimos en la variable Ω. πe es la tasa de ganancia promedio –toma varios períodos– luego de pagar intereses; o sea, πe = π - r (2) πe’ es la variación de πe, de período a período (por ejemplo, de trimestre a trimestre; quitando la estacionalidad, en caso que corresponda). Ω depende de la evolución del ingreso (y por lo tanto de la demanda) de largo plazo que se prevé, Y(e), que se vincula también a la existencia o no de sobrecapacidades; y del desarrollo tecnológico general, λ. En símbolos entonces, If = If (πe’; πe; Ω) (3) Ω = Ω (Y(e); λ; q(e)) (4) La justificación económica de (1), (3) y (4) es la siguiente.7 Con respecto a (1), supone que cuando aumenta la demanda, por ejemplo a la salida de una recesión, los empresarios tienen capacidad ociosa y ajustan su producción a la demanda creciente, aumentando la contratación de horas de trabajo y comprando materia prima. Recoge el principio de aceleración tradicional, aplicado al capital circulante; pero no se hace supuesto alguno sobre retardos que puedan estar en la base de los ciclos económicos. 7
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La correspondiente a (2) se trata más adelante.
En (3) se reflejan las variables que influyen sobre la inversión en capital fijo, sean equipos y maquinaria, y grandes instalaciones y plantas. A medida que el ciclo se afianza, y también según el principio de aceleración, los empresarios aumentan la inversión en equipos para ajustar la capacidad a la demanda.8 Para decidir esta inversión tienen en cuenta la evolución de la tasa de ganancia de trimestre a trimestre. Esta evolución decide entonces las inversiones en capital fijo –refacción de máquinas, reemplazo de algunos equipos– que implican períodos de amortización relativamente breves. Pero, por otra parte, la If destinada a ampliación de plantas, obras de largo plazo e infraestructura se decide tomando en cuenta no solo la evolución de la tasa de ganancia, sino también la tasa de ganancia promedio en el sector en el mediano plazo, las expectativas de largo plazo de la demanda – por ejemplo, cuánto puede evolucionar la demanda de determinado producto en el largo plazo teniendo en cuenta la experiencia en otros países–, la posibilidad de que haya sobrecapacidades, y cuál será la evolución de la inversión en tecnología en general, λ. En cierto sentido Ω recoge la idea de Keynes (1986) de los animal spirits, esto es, las olas de entusiasmo que animan las decisiones de inversión; pero ancla en las perspectivas de largo plazo del desarrollo ligadas a la evolución pasada de la economía. Con esta variable, deseamos enfatizar que las decisiones de invertir de los capitalistas no dependen exclusivamente de la evolución pasada (reciente y de mediano plazo) de la tasa de ganancia. Una consideración especial merece λ. En cierto sentido recoge la idea de Harrod de la tasa “natural” de crecimiento, que pone un techo al crecimiento explosivo en el largo plazo. Pero en tanto la tasa natural de crecimiento de Harrod es igual a la tasa de crecimiento de la población más la tasa de desarrollo tecnológico, en nuestra economía subdesarrollada suponemos que no hay restricciones por el lado de la oferta de mano de obra. Pero λ presenta una restricción al crecimiento que será mucho más fuerte que en los modelos harrodianos de economías desarrolladas. Es que las decisiones de invertir en la economía subdesarrollada, en especial en plantas y equipos de larga duración, están condicionadas de manera decisiva por las inversiones generales en 8
En nuestro trabajo no suponemos, como hacen los poskeynesianos, que las empresas trabajan sistemáticamente con capacidad ociosa; no hay, por lo tanto, un problema sistemático de demanda. Si se tratara de una economía desarrollada y articulada, supondríamos –como los clásicos– que la tasa de utilización real en el largo plazo coincide con la tasa normal, entendiendo por “normal” no la tasa de utilización que es factible desde el punto de vista técnico, sino aquella que implica un uso de los equipos que permite su mantenimiento y un cierto “colchón” de capacidad.
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infraestructura productiva. Para ilustrar este condicionamiento: en nuestra economía subdesarrollada, la decisión de realizar inversión en plantas petroquímicas, o metalúrgicas, por ejemplo, estará influenciada por las previsiones que hagan los capitalistas acerca de las disponibilidades de energía y/o materia prima a costos competitivos.9 λ refleja esta constricción sobre las perspectivas de inversión. Además, dado que se trata de una economía pequeña, siempre estará planteada la posibilidad de trasladar la decisión de invertir a otro país si no se satisface este requerimiento. Por otra parte, en la consideración de los empresarios jugará un rol el tipo de cambio real esperado a mediano plazo, q(e); en especial su estabilidad. Los cambios bruscos del tipo de cambio y la consiguiente modificación de los precios relativos y de las tasas de ganancia son un fenómeno vinculado estructuralmente a las necesidades de inserción de una economía atrasada tecnológicamente en los mercados mundiales. Se supone entonces que la If en plantas industriales y equipos de larga duración otorga a los ciclos económicos una tonalidad expansiva importante. Esto significa que, en un contexto de crecimiento de grandes inversiones, las recesiones serían suaves y las fases alcistas sostenidas; en una palabra, habría desarrollo “sustentable” en el largo plazo. En términos marxistas, quiere decir que los problemas para la acumulación provendrán de la propia acumulación, en particular de la caída tendencial de la tasa de ganancia por sobreacumulación de capital.10 If aumenta λ, lo que a su vez influye positivamente sobre las expectativas empresarias y realimenta la inversión, dándose así un círculo virtuoso. Lo opuesto ocurre cuando se debilita la tasa de ganancia o aparecen constricciones de largo plazo sobre λ. Tasa de ganancia y tipo de cambio Avanzamos en el estudio de la tasa de ganancia empresaria, πe. Dejamos de lado por ahora la influencia de la tasa de interés r, para examinar los factores que determinan la tasa de ganancia “bruta”. En términos genera9
Por ejemplo, grandes proyectos de inversión en plantas para la fabricación de productos como plásticos, agroquímicos, solventes, fertilizantes, lubricantes, pueden estar condicionados a la provisión suficiente de gas en los años que siguen a la puesta en funcionamiento de las nuevas plantas. 10 Este fenómeno “clásico” en términos marxistas de debilitamiento de la inversión solo opera en la medida en que exista una fuerte acumulación; algo que no suele suceder en los países subdesarrollados, sometidos a ciclos cortos y convulsiones fuertes.
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les, la tasa de ganancia depende positivamente de la participación de los beneficios en el producto, del producto por trabajador, y negativamente de la relación capital/trabajo. En símbolos, siendo B: beneficios, K: capital constante, Y: output y L: trabajo. π = B/K = (B/Y) (Y/L) (L/K) (5) A diferencia del tratamiento tradicional de la literatura neoclásica o keynesiana, que solo considera el capital utilizado en la producción, en nuestro caso K registra el conjunto del capital constante invertido por la empresa. También, a diferencia de la literatura usual, Y/L no mide el producto físico por obrero, sino el producto medido a moneda constante, por obrero. Esto significa que no siempre el aumento de la productividad genera un aumento de la tasa de ganancia; es que el aumento de la productividad se traduce en aumento del producto físico, pero da lugar a la baja de precios. Aunque en el modelo de economía subdesarrollada este factor puede no tener importancia, desde el punto de vista teórico es importante hacer esta distinción, que por otra parte es básica para comprender por qué, desde el punto de vista de Marx, aumentos de la productividad pueden ir acompañados de caída de la tasa de ganancia. Debido a que se trata de un país subdesarrollado, donde la productividad general por obrero es baja con relación a los niveles internacionales, este capitalismo sostiene la tasa de ganancia a través de la intensificación de los ritmos de producción, una alta relación B/Y y bajos salarios en términos de la moneda mundial.11 La extrema desigualdad en la distribución de los ingresos es entonces, hasta cierto punto, una necesidad “estructural” de la economía.12 En nuestra economía, la baja productividad afecta esencialmente a la industria, pero no a los productores de bt agrarios. La productividad, y por lo tanto la rentabilidad, puede aumentar rápidamente al comienzo de una fase expansiva, luego de la recesión, por la simple utilización de capacidad ociosa. Esta variación del ingreso 11
La adecuación bajista de los salarios a las exigencias de la tasa de rentabilidad puede ocurrir, bien vía procesos devaluatorios-inflacionarios, o bien vía deflacionaria-desocupación, según el régimen cambiario flotante o fijo (desarrollado más adelante). 12 Este aspecto de la cuestión lo expresaba Marini con su tesis de la sobreexplotación (véanse capítulos 2 y 3). Pero en nuestro desarrollo la desigualdad de los ingresos o los bajos salarios no implican afirmar que los trabajadores están impedidos de acceder a bienes de consumo durable, o que no actúa el mecanismo de la plusvalía relativa, esto es, de los aumentos de plusvalía derivados del abaratamiento de los bienes de consumo, generado por los avances en la productividad.
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orienta, como dijimos, la Ic. Para ver la incidencia de la capacidad ociosa en la tasa de ganancia, podemos expresar π de una forma alternativa a (5): π = B/K = (B/Y) (Q/K) (Y/Q) (5’) Donde Q es capacidad, de manera que K/Q es la ratio tecnológica de capital-capacidad e Y/Q es la ratio de utilización de la capacidad. Pero además, en nuestra economía subdesarrollada la tasa de ganancia de las diferentes ramas estará influenciada por los precios relativos entre los bienes transables (bt) y los bienes no transables (bnt); esto es, por el tipo de cambio real, q (q = EP*/P). La influencia del tipo de cambio real sobre la rentabilidad es de una naturaleza cualitativamente distinta a la que ejerce sobre la rentabilidad de los sectores en los países adelantados. Esto se debe a que el tipo de cambio conecta un espacio nacional de productividad relativamente más baja con el espacio mundial, o los espacios nacionales de valor de los países adelantados. Dado el atraso tecnológico relativo de los productores de bt del país subdesarrollado, se comprende la importancia de las evoluciones de q para la tasa de ganancia de estos sectores. El tipo de cambio influye el costo del capital y su composición tecnológica. Llamando θ a la proporción de capital fijo que se importa:13 K = θK + (1 - θ)K, siendo 0 < θ < 1 (6) ∂θ/∂q < 0 (7) Por lo explicado antes, θ influye en la tasa de desarrollo tecnológico: λ = λ(θ) (8) La incidencia del tipo de cambio real, q, sobre las tasas de ganancia de los sectores productores de bt y bnt será, por lo tanto, compleja. En principio, y dada la modificación de los precios del producto, una suba (baja) de q aumenta (baja) la tasa de ganancia de los sectores productores de bt, y baja (aumenta) la tasa de ganancia de los sectores productores de bnt. Si designamos con πeA la tasa de ganancia en bt, y con πeB la tasa de ganancia en bnt, y desde el punto de vista del output, tenemos: 13 A efectos de simplificar, suponemos que la economía no necesita importar bienes de capital circulante; incluir este factor no altera los resultados generales que obtenemos.
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∂πeA/∂q > 0; ∂πeB/∂q < 0 (9) Si se trata de bt del sector agrario, la suba del tipo de cambio real lleva a un aumento extraordinario de las plusvalías del sector; este ingreso extraordinario tenderá a traducirse en un aumento de la renta agraria (véase interludio 1). Por otra parte, debido a que la suba del tipo de cambio real aumenta el costo de la importación de equipos, su aumento incide negativamente en la tasa de ganancia de las empresas que dependen de la importación de tecnología. Esto implica la posibilidad de desfases temporales importantes y de efectos de retardo sobre la evolución de la tasa de ganancia, en la medida en que los equipos se desgastan y hace falta reponerlos, o es necesario avanzar tecnológicamente para mantener competitivas a las empresas. Lo cual da lugar a comportamientos también diferentes de las πe y πe’ en los sectores. Así, si se parte de una situación de alta productividad en el sector productor de bt –por caso, luego de un período de renovación de equipos favorecida por un tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra, Eppc– la suba de q implica una alta tasa de ganancia del sector, por vía de la suba del precio del output, por el bajo costo (en términos de la moneda mundial) del capital circulante y el bajo costo histórico (con relación al tipo de cambio tendencial y competitivo, E*) de K. Lógicamente, πeA’ es positivo y sube la inversión. Pero el costo de reposición de K es alto en caso de que θ sea alta y no pueda ser comprimida debido al atraso tecnológico del país. En este último caso, λ se frena y tenemos un efecto negativo sobre la πeA de largo plazo. Esto explica que el crecimiento sustentando sobre un tipo de cambio competitivo, E*, tenga constricciones de mediano y largo plazo en tanto no exista un fuerte proceso de inversión en tecnología, investigación y desarrollo y grandes inversiones en infraestructura. Por otra parte, períodos de apreciación cambiaria pueden favorecer la tecnificación del sector agrario, aumentando todavía más su competitividad. A medida que continúa la producción los equipos se desgastan, se sobreutiliza capacidad y la competitividad internacional depende más y más de mantener el tipo de cambio E*. En definitiva, la tasa de ganancia de cada uno de los sectores será función del nivel salarial, de la relación capital/trabajo, de la productividad y del tipo de cambio real (jugando un rol importante las expectativas empresarias acerca de la evolución de este último). Dado que la tasa de ganancia gobierna la inversión fija en los sectores, y la inversión el crecimiento, se entiende que el crecimiento sea extremadamente desarticulado. La participación de los sectores productores de bt y bnt puede variar bruscamente al compás de las variaciones del 173
tipo de cambio y de los precios relativos que acarrean.14 El crecimiento desarticulado repercute en el progreso tecnológico general, lo que a su vez debilitará la tasa de ganancia y las perspectivas de inversión. Sector agrario con alta productividad En nuestro modelo existe un sector de alta productividad relativa, capaz de exportar a un Eppc. Es el caso del sector agrario argentino que emplea tecnología de avanzada. También existe una fracción de industria productora de bienes agroindustriales (ejemplo, aceites), con capacidad de competir internacionalmente, aunque de poco valor agregado (bajo empleo de trabajo complejo). Es importante desprenderse de la idea, tradicional en la izquierda, de que subdesarrollo implica atraso uniforme de todos los sectores de la economía. Por lo menos en los países como Argentina, México, Chile y similares, no solo existen empresas competitivas, sino también sectores con alta capacidad competitiva. Se debe introducir entonces en el análisis la renta diferencial, que corresponde a los propietarios de la tierra, su relación con la tasa de ganancia y el tipo de cambio. Estas cuestiones se discuten más adelante en este libro, ya que demandan un debate específico sobre la renta. Lo importante aquí es que en los períodos en que el tipo de cambio se establece a niveles “competitivos”, tanto la renta como la tasa de ganancia del sector agrario, y del complejo agroindustrial competitivo, tienden a subir. Lo cual mejora aún más la competitividad internacional del sector, con la consiguiente mejora de la balanza comercial; y presiona para la apreciación de la moneda. Inversión extranjera y tasa de ganancia Las oscilaciones de la tasa de ganancia tendrán una influencia sobre las entradas de capitales, tanto en lo que respecta a las inversiones directas, como a inversiones de cartera ligadas a sectores productivos (acciones o bonos). A diferencia del planteo neoestructuralista, el superávit en la cuenta de capitales no depende única ni exclusivamente de la tasa de interés.15 La justificación económica de este planteo es que la inversión 14 Por ejemplo, como consecuencia de la depreciación del peso en 2002, los sectores productores de bt aumentaron su participación en el productor bruto interno del 25 al 45% (Coremberg, 2007). 15 Nos referimos a Frenkel (1981), Taylor (1992 y 1998) y Frenkel y González
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extranjera directa (ied) no está regida en lo fundamental por la tasa de interés, sino por las perspectivas de ganancia empresaria (en la cual la tasa de interés juega un rol subordinado). La tasa de interés influirá en la entrada de capitales destinados a colocaciones bancarias, con incidencia en el mercado monetario; a la compra de títulos públicos y, en menor medida, a la compra de bonos de empresas. La inversión en bonos empresarios está determinada por su tasa de rendimiento, ligada a la rentabilidad esperada de la empresa, y el riesgo asociado a su desempeño. Las perspectivas de ganancias en el sector accionario también puede inducir a la entrada de capitales, con relativa independencia del diferencial entre la tasa de interés interna y externa. Por lo explicado en el punto anterior, la tasa de rentabilidad de la ied estará afectada por las perspectivas de variación de q; la ied y la inversión de cartera en empresas están condicionadas a las expectativas de los empresarios e inversores en general sobre ganancias y estabilidad del tipo de cambio. Las valoraciones del capital invertido pueden sufrir bruscas modificaciones por las variaciones del tipo de cambio; con las variaciones del tipo de cambio también se pueden alterar bruscamente las posibilidades de transformar valor generado en el espacio nacional en valor mundial. Un tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra, Eppc, mejora las condiciones en que la plusvalía se transforma en valor mundial. La remesa de utilidades, a su vez, pone presión sobre la balanza de cuenta corriente, y sobre las reservas, si no está compensada por la entrada de capitales. Lo que agrava la restricción externa de la economía. Por otra parte, E* (esto es, un tipo de cambio “competitivo”) empeora las condiciones de transferencia de plusvalor, pero alivia la restricción externa, al permitir la obtención de divisas para efectuar esa transferencia. Esta contradicción es inherente a la inserción de una economía subdesarrollada en el mercado mundial. Rozada (2000). En estos trabajos se relaciona demasiado estrechamente la entrada y salida de capitales con las evoluciones de la tasa de interés internacional. En estos modelos los factores endógenos de la economía subdesarrollada tienen poca importancia. En Frenkel y González Rozada en particular se vincula nítidamente la evolución interna de la economía a la tasa de interés externa y los movimientos de capitales. Se sostiene que el nivel de ingreso depende positivamente de la base monetaria y de la tasa de interés; y la inversión positivamente del ingreso y negativamente de la tasa de interés. Además, dado un sistema de cambio fijo con convertibilidad, la variación de la base monetaria es igual a la variación de las reservas. En estas condiciones, la entrada de capitales –decidida por los diferenciales de tasas de interés y las expectativas sobre tipo de cambio futuro– genera el crecimiento y el auge; sin embargo, la acumulación de los déficit en el sector externo induce a una tendencia desacelerante del crecimiento, y eventualmente a la crisis. Sin negar algunas de estas vinculaciones, consideramos que la cuestión es un poco más compleja.
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La restricción externa Planteamos, por último, las habituales identidades macroeconómicas incorporando la hipótesis de que existe deuda externa y se remiten utilidades al exterior: (Sf + Sp) – (I + G) = PX – EP*M – (r* + prima) EDx – EB* = Kx – Km16 (14)
Siendo Sf: ahorro fiscal, Sp: ahorro privado, I: inversión, G: gasto público, r*: tasa de interés de referencia internacional, E: tipo de cambio, Dx: deuda externa, B*: utilidades que se remesan al exterior, Kx: salida de capitales y Km: entrada de capitales. La ecuación (14) no debería interpretarse de la forma estática –como meras identidades contables– con que habitualmente se la presenta en los manuales de macroeconomía. En esas presentaciones un aumento del ahorro genera mecánicamente –si no se modifica el superávit fiscal– una mejora en el superávit comercial; una suba de la inversión genera una caída del superávit comercial, etc. En una versión alternativa, en cambio, las interrelaciones son más complejas y dinámicas. En particular, y siguiendo la tesis keynesiana o marxista, debe considerarse que la inversión es el factor activo –no el ahorro, como sostiene en enfoque neoclásico–, de manera que un aumento de la inversión puede generar los ingresos que den lugar al ahorro que financia la inversión. Asimismo, si la inversión se vuelca al sector productor de transables, no necesariamente presionará en sentido negativo sobre el superávit comercial.
Conclusión
Hemos planteado las categorías centrales que nos permiten abordar la dinámica de esta economía dependiente, en la que las variaciones de la tasa de cambio ejercen una influencia notable sobre las tasas de ganancia de los sectores productores de bienes transables y no transables, y por lo tanto en el desarrollo del conjunto. Se trata ahora de esbozar las interrelaciones, en sus rasgos fundamentales, entre estos factores.
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Si no varían las reservas internacionales.
11. Tipo de cambio, dinámica del desarrollo desigual y de las crisis en el caso argentino
Tomando como marco de análisis lo explicado en el capítulo anterior, presentamos la dinámica del crecimiento, que estará pautado por crisis recurrentes en el sector externo, y variaciones bruscas del tipo de cambio. En efecto, en nuestra economía subdesarrollada el desarrollo es extremadamente desigual y se combinan e interactúan entre sí sectores con ritmos de crecimiento muy distintos. El crecimiento distorsionado obedece a la forma en que se inserta la economía dependiente en el mercado mundial y a las tasas de ganancia diferenciales que afectan a los sectores de bienes transables (bt) y no transables (bnt), según se resuelva esa inserción. Por eso, no tomamos en cuenta la diferencia de Marx entre sector productor de bienes de producción y sector productor de bienes de consumo, sino la diferencia entre producción de bt y bnt, y la incidencia de la tecnología y equipos importados en estos sectores. A esta diferenciación, agregamos la subdivisión dentro de los bt debida a la existencia de bienes agrícolas. La economía de nuestro país subdesarrollado tiene empresas en los dos sectores I y II planteados por Marx, pero lo importante es cómo se insertan las empresas de ambos sectores en el espacio mundial. Tasas de ganancia diferentes entre los sectores de producción de bt y bnt dan lugar a desarrollos desarticulados y desproporcionados de los sectores. Por eso, aun en períodos en que la economía está en auge, con crecimiento del ingreso y la inversión, ramas enteras de la economía –ligadas ora al sector de bt, ora a bnt– pueden estar languideciendo o incluso en crisis. Así, cuando se sale de una recesión, alguno de los sectores puede experimentar un fuerte aumento de la demanda, que satisface subiendo la ratio de utilización, en tanto el otro sector no se recupera; o lo hace más lentamente. A medida que avanza la recuperación y se llega a la plena utilización de la capacidad, se impone aumentarla, esto es, invertir en equipos durables y posiblemente en nuevas plantas. Pero dadas las incertidumbres acerca de la permanencia de los precios relativos, los costos de importar tecnología (si predomina E*) y las perspectivas generales de la economía (que incluyen λ); o por incer177
tidumbres derivadas de las restricciones crecientes que se advierten en la balanza de pagos (si predomina Eppc), las inversiones de largo aliento pueden postergarse o no realizarse. El nivel tecnológico general permanece –con relación a los países más adelantados– atrasado, aun durante los períodos en que aumenta la relación capital/trabajo.1 Por lo tanto, y al contrario de lo que plantea el enfoque poskeynesiano de crecimiento de Thirwall (1979), donde la tasa de crecimiento del país subdesarrollado depende exclusivamente de la elasticidad ingreso de las exportaciones y el tipo de cambio real es neutro en el largo plazo, en nuestro planteo el tipo de cambio ejerce una influencia dominante, ya que expresa las condiciones de inserción de la economía subdesarrollada en la economía mundial. En otras palabras, el problema no es solo ni principalmente de demanda, sino de tasas de inversión productiva –y desarrollo tecnológico– por parte del capital del país subdesarrollado; y de un desarrollo desigual y combinado, muy diferente del desarrollo “proporcionado” que se refleja en los esquemas de reproducción de Marx.2 Ese desarrollo distorsionado afecta a la productividad de conjunto de la economía. Debemos incorporar ahora otros elementos para llegar a un análisis dinámico.
Consumo y ahorro
La alta participación de los beneficios en el ingreso explica por qué el segundo factor dinámico en el ciclo económico es el consumo en bienes durables –incluida la construcción residencial– de la clase capitalista y de los sectores medios altos. Debido a que este tipo de consumo es postergable –no hay necesidad de cambiar el coche o de casa todos los años– y dado que el ingreso está altamente concentrado, la decisión de consumo 1
Con categorías de análisis neoclásicas, que no compartimos, Coremberg (2007) registra este hecho en Argentina. Comprueba que en la década de 1990 el crecimiento está sustentado en la acumulación de capital, pero es de tipo extensivo; después de la devaluación de 2002 el crecimiento está más basado en el crecimiento del empleo. Señalemos que desde el enfoque que adoptamos, la acumulación de capital implica necesariamente una mejora tecnológica. No existe aumento del stock de capital por obrero sin “desplazamiento” de la función de producción, como pretende la literatura neoclásica (como señalaba hace años Kaldor). De todas maneras, la acumulación de capital puede realizarse sin adoptar la tecnología de punta a nivel mundial; o esta puede representar una porción pequeña del total de la incorporación tecnológica. 2 Lo cual no niega la existencia de contradicciones y crisis.
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de estos sectores tiene una fuerte incidencia en el ciclo.3 A diferencia de una economía desarrollada “normal”, donde se puede considerar, de manera estilizada, al consumo una función del ingreso, y principalmente de los salarios, en nuestra economía subdesarrollada el consumo de los sectores pudientes tiene una gran incidencia en el mercado interno y será función de las rentas capitalista, W, consideradas en un sentido amplio;4 y de las variaciones del stock de ahorro, S. Si llamamos Cc al consumo de la clase capitalista, tenemos: Cc = Cc(R; S) siendo ∂Cc/∂W > 0; ∂Cc/∂S < 0 (10) En cuanto a su composición, Cc se divide en bienes de consumo no transables (NT) y bienes transables (T) nacionales y extranjeros. Si establecemos que θc indica la proporción de bienes de consumo transables extranjeros, con respecto al total de bienes de bienes transables consumidos, tenemos: Cc = NT + θcT + (1 - θc)T; siendo 0 < θc < 1 (11) A su vez θc es función inversa del tipo de cambio real, q: θc = θc(q); dθc/dq < 0 (12) El consumo de la clase capitalista tiene así una fuerte incidencia sobre el ciclo; y el consumo capitalista de bienes importados depende del tipo de cambio real. En períodos de tipo de cambio a nivel Eppc, o cercano, este consumo capitalista influye sobre la balanza comercial, y más en general sobre la cuenta corriente, por ejemplo, salidas por turismo. Con respecto al ahorro, es plusvalía y está en manos de los capitalistas. Además, el ahorro no es un mero “flujo” que invariablemente desemboca en la inversión –es la versión de los manuales de macroeconomía–, sino está compuesto también de atesoramiento, sea en la forma de moneda local, o de activos financieros extranjeros, AF* (incluyendo moneda extranjera). Si el ahorro va a la compra de activos financieros locales, aumenta la inversión. Si el ahorro se congela en forma de moneda local, o va a AF*, 3 Este aspecto recoge la tradición de Celso Furtado y otros autores de la cepal acerca de los problemas derivados de la estructura de la demanda de bienes de consumo en países atrasados. 4 Renta agraria y urbana, dividendos, rentas financieras.
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la inversión baja. Subrayamos que desde el punto de vista macroeconómico lo que importa es la existencia de liquidez en forma de stock que no es lanzada al circuito productivo. Esta es una visión distinta de la que presentan los textos convencionales de macroeconomía, donde el aumento de la demanda de dinero invariablemente se considera un aumento de los encajes monetarios en manos del público, que lleva al aumento de la tasa de interés (si no se modifica la oferta monetaria, que se considera exógena). En los sistemas monetarios modernos el aumento de las tenencias monetarias por parte del público representa aumento de los depósitos; por lo tanto, implica aumento de las reservas excedentes de los bancos y mayor capacidad prestable de éstos. En condiciones normales de ciclo económico, por lo tanto, un aumento de los encajes monetarios puede traducirse en un incremento del crédito bancario. En cambio, si el aumento de los encajes monetarios por parte del público es acompañado por un aumento de la preferencia por la liquidez de los bancos –ante la incertidumbre los bancos restringen el crédito y aumentan los coeficientes de liquidez–, o el aumento de liquidez de los bancos no es correspondido por un aumento de la demanda de créditos, tenemos un fenómeno de atesoramiento, con repercusiones negativas sobre la demanda agregada. Este corrimiento hacia la liquidez en los países subdesarrollados se plasma finalmente en el atesoramiento en AF* por parte de bancos, empresas, la clase alta e incluso las capas medias de la población. Dejamos apuntado que considerar al ahorro como stock plantea importantes problemas relacionados con la valoración del ahorro, ya que se trata de activos financieros. Aquí consideramos al ahorro medido a valores de mercado, no a costo histórico (o sea, al precio de compra del activo). La justificación económica es que el propietario del ahorro valora sus tenencias –y toma decisiones– teniendo en cuenta el valor actual de las mismas. Esto implica, como anota Pollin (2002), que el ahorro variará con las variaciones de los precios de los activos, y que no podrá considerarse como un residuo del ingreso una vez efectuado el consumo. Considerar al ahorro como stock también tiene la consecuencia de que las decisiones de desahorrar o ahorrar ejercen una influencia en el consumo mucho mayor que la que se desprende de considerar al ahorro solo como flujo. Además, las decisiones de aumentar el ahorro en AF* en contextos de incertidumbre ejercen una nueva constricción sobre la balanza de pagos; lo inverso sucede en situaciones de optimismo y desahorro. Dada, por otra parte, la incidencia de los cambios de q –y de las crisis– sobre los precios de los activos financieros, se comprenderá que las variaciones del ahorro pueden tener efectos amplificados sobre la economía en general. 180
Por último, señalemos que el consumo suntuario capitalista y el ahorro en activos financieros actúan en detrimento de la inversión productiva, debilitando λ, aumentando las distorsiones del crecimiento y las posibilidades de procesos acumulativos y reversiones bruscas de la coyuntura económica.
Tasa de interés y sector financiero
A diferencia de los modelos convencionales de macroeconomía, donde la tasa de interés se hace depender de las curvas de oferta y demanda monetaria, siendo la primera exógena, aquí se considera que la tasa de interés depende en lo esencial del ciclo capitalista, esto es, de la plasticidad con que se estén haciendo los negocios y la facilidad que tengan los bancos para renovar los créditos a las empresas. La política monetaria incide en esta situación, pero no puede alterarla de fondo. Inyecciones de liquidez y/o bajas de la tasa de descuento del Banco Central alivian la situación en la plaza monetaria, pero para las empresas lo decisivo son los spreads por sobre la tasa de referencia que deben pagar para hacerse de fondos. Si no hay confianza en la capacidad de repago de las empresas, los spreads suben.5 Esto sucede cuando los bancos, y los prestamistas en general, comienzan a advertir que el pago de deudas por las empresas se hace más lento. En la base del asunto, están las crecientes dificultades para que siga operando con facilidad la metamorfosis del capital mercancía en dinero, y con ello la renovación del ciclo del capital. Por lo tanto, consideramos que r es función de la velocidad de rotación del capital ϕ y de la tasa de referencia del Banco Central, rBC, que tomamos como expresión de la política monetaria. En símbolos: r = r (ϕ; rBC) siendo ∂r/∂ϕ < 0; ∂r/∂ rBC > 0 (13) La tasa de referencia a su vez se correlaciona positivamente con la demanda de reservas en poder del Banco Central. Una presión sobre las reservas lleva a un aumento de la tasa de referencia, y de r. El crédito bancario –y en general el mercado monetario– juega un rol importante en Ic así como en Cc (bienes durables como automóvil y cons5
Si los bancos endurecen las condiciones para otorgar el crédito –lo que en la literatura se llama un credit crunch– también suben los spreads sobre títulos de corto plazo y la tasa a la que las empresas descuentan documentos en el mercado monetario.
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trucción residencial); y un rol algo menor en la If, por la posibilidad de las empresas de financiarse en los mercados de bonos o con flujo propio. El crédito bancario cobra importancia creciente a medida que se avanza en un ciclo alcista; a la salida de una depresión las empresas se financian fácilmente con su flujo de caja; el consumo capitalista con desatesoramiento. Cuando progresa la fase alcista del ciclo, el crédito lo impulsa y amplifica; aumentan los agregados monetarios y los sectores que crecen renuevan y amplían su capital de trabajo apoyándose en el crédito. La rotación del capital es fluida, ϕ es alta, rBC es baja y r también es baja.6 Debido a la naturaleza del capital circulante, la deuda de las empresas con los bancos es esencialmente de corto plazo. Pero llegado un punto de la expansión, los stocks de mercancías sin vender empiezan a aumentar; crece la ratio deuda/capital propio, y en especial el peso de la deuda de corto plazo. Si el aumento de la desconfianza lleva a aumentar el ahorro en AF*, habrá alza de rBC elevando aún más r. Este aumento de r ejerce entonces una influencia negativa sobre la tasa de ganancia empresaria, ya de por sí debilitada. Caen π’e y πe –los balances que ingresan en la Bolsa lo evidencian– y se frena la inversión en equipos. El clima de negocios empeora, la tasa de interés sigue subiendo, el consumo en bienes durables se contrae rápidamente; baja la inversión de largo plazo. Al acercarse al punto más alto del ciclo la economía pasa progresivamente a una situación especulativa, y luego a una “situación Ponzi”, para utilizar la terminología de Minsky.7 Ante la incertidumbre aumenta la preferencia por la liquidez en el sentido que lo planteaba Keynes; se trata también del fenómeno de “atesoramiento” del que habla Marx, y a partir del cual desarrolla su crítica a la ley de Say. Sube la demanda de dinero con motivos precautorios y/o especulativos;8 en la economía subdesarrollada esta corrida hacia la liquidez se manifiesta en el aumento de la demanda 6
Con relación a los promedios históricos de la economía subdesarrollada. En lo que atañe a la influencia del tiempo de circulación del capital sobre el mercado financiero, véase Marx (1999, t. 2, cap. 15). 7 En la situación especulativa las empresas están obligadas a renovar su deuda en cada período porque los flujos que entran solo cubren los costos de los intereses que pagan. El siguiente estadio es la situación Ponzi, en la cual los flujos de ingresos de las empresas ni siquiera cubren los costos por interés, de manera que deben tomar nueva deuda para pagar los intereses. El término “situación Ponzi” alude a la estafa que cometió en los Estados Unidos el italiano Carlo Ponzi, en la década de 1920. Ponzi pagaba altos rendimientos a los inversores financieros con el capital de los inversores que ingresaban a su esquema. Naturalmente, Ponzi terminó en la bancarrota. 8 Obsérvese que en la ortodoxia neoclásica la preferencia por la liquidez prácticamente ha desaparecido.
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de divisas. La preferencia por la liquidez puede estar sobredeterminada por la incertidumbre que genera en los inversores la acumulación de déficit fiscales en cuenta corriente, y el crecimiento de la deuda nominada en moneda extranjera. Están dadas las condiciones para que se desarrolle una crisis cambiaria y financiera en el sentido Minsky. En un cuadro de endeudamiento creciente los prestamistas desconfían del apalancamiento de las empresas, los bancos se hacen adversos al riesgo y disminuyen drásticamente sus préstamos, afectando los ingresos y la demanda agregada; y las tasas suben. Las empresas venden activos y se hunden los precios de los títulos financieros, aumentando el peso de las deudas.9 Pero, a diferencia de las explicaciones Minsky, en nuestro desarrollo el sector financiero no es el origen de la crisis, sino el medio por el cual se amplifica. Si el Banco Central no responde a la creciente demanda de divisas aumentando la tasa de interés, o bien las reservas bajan aún más rápidamente, o bien el tipo de cambio sigue subiendo, conduciendo de todas maneras a la crisis. Por otra parte, lo financiero también amplifica y actúa como cadena de transmisión de las crisis en el plano internacional (véase más adelante).
Dinámicas de acumulación y crisis
A partir de lo anterior presentamos escenarios alternativos. Tipo de cambio competitivo, E* En lo que sigue, los subíndices A y B se refieren respectivamente al sector transable y no transable. Con tipo de cambio real alto, πeA y πeA’ son elevadas, dado el cambio relativo de los precios del producto, y suponiendo 9 Este tipo de crisis fue desarrollada teóricamente por Minsky. Sobre las crisis, nos basamos en Minsky (1982) y en la exposición de su teoría que presentan Papadimitriov y Wray (1999) y Schroeder (2002). La explicación de las crisis de Minsky puede ser fácilmente extendida a los países atrasados, donde un shock externo precipita el estallido de la crisis financiera y cambiaria; véase Schroeder (2002). El sistema financiero debilitado amplía el shock. También en los modelos de los nuevos keynesianos el sector financiero juega como amplificador o multiplicador de la crisis. Es lo que se llama el “acelerador financiero”, desarrollado en Bernanke et al. (1998). Un caso de aplicación del modelo del acelerador financiero a las crisis cambiarias y financieras es Gertler et al. (2003). Pero los nuevos keynesianos reconocen que sus modelos no dan cuenta de las razones del golpe inicial que afecta a la economía. El sector financiero solo acentúa sus efectos, pero no explica por qué comienza la crisis.
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que no existen necesidades inmediatas de importar K. Lógicamente, gYA también es elevada; IcA aumenta rápidamente en la primera fase del ciclo alcista por (1),10 y luego lo hace IfA por (3), en tanto se mantengan las perspectivas de ganancia y E*, aunque θfA se mantiene baja, repercutiendo negativamente en el desarrollo tecnológico λ. En el sector B, πeB y gYB son bajas y por lo tanto es débil la inversión en el sector de conjunto; θfB se mantiene incluso más baja que en el sector A. Dado que el sector de no transables comprende infraestructura en transporte, energía, comunicaciones y similares, la situación repercute negativamente en λ, y en las perspectivas a largo plazo de la inversión. Por otra parte, Cc no pone presión sobre la balanza comercial, por (11) y (12), y la tasa de financiamiento se mantiene baja para las empresas del sector A, y parcialmente para el sector B. Las diferencias entre gYA y gYB indican que el crecimiento es distorsionado. Veamos entonces dos escenarios de crecimiento con E*. El primero es de suba paulatina de los precios de los bnt, en la medida en que aumenta la absorción interna. Si el movimiento obrero tiene capacidad de resistencia –por ejemplo por baja tasa de desocupación– también suben los salarios. La suba de los precios de los bnt recompone πeB en tanto la suba de los salarios reduce la π general, por (5). En términos reales, la moneda se aprecia ejerciendo presión sobre las ganancias de los productores de bt, y la dinámica de las exportaciones. Si la situación se prolonga puede aparecer déficit en la balanza comercial. Una forma de aliviar la constricción externa es tomando deuda en los mercados internacionales. El crecimiento de la deuda externa es un producto de la debilidad relativa de la economía, no su causa. Aunque, a su vez, superados ciertos niveles, reactúa sobre la economía, debilitándola e imponiendo nuevas restricciones. La forma de recuperar la capacidad de captación de divisas genuinas es mejorando la balanza comercial. Debido al atraso tecnológico, la salida supone intentar nuevas devaluaciones que conducen a nuevas alzas de precios internos y salarios. Se desemboca así en una dinámica inflacionaria, que empeora las perspectivas generales de la economía. La inestabilidad de los precios relativos afecta las evoluciones de πeA y πeB, aumenta la incertidumbre del capital y se debilita la inversión de largo plazo (ecuaciones 3 y 4). La importación de tecnología es baja, y la competitividad de las exportaciones se logra con salarios permanentemente 10 A lo largo de este capítulo hacemos referencias a las ecuaciones presentadas en el capítulo anterior.
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devaluados en términos de la moneda mundial (ecuaciones 6 a 8). Cada salto en la depreciación de la moneda impulsa la inflación, y esta obliga a nuevas devaluaciones.11 Comienza entonces a crecer la demanda de divisas en tanto se prevén nuevas y cada vez más rápidas devaluaciones. Aumenta el ahorro en AF*, debilitando más la inversión. Si el Banco Central responde a la pérdida de reservas con la suba de rBC se incrementa la presión financiera de las empresas y aumenta el incentivo para colocar ahorros en AF. El ahorro deja de fluir a la inversión, ya que se divide en AF* y AF (estas últimas colocaciones a una tasa de interés en ascenso). Los activos de los bancos se componen de forma creciente de AF estatales, que rinden altos intereses, y no de préstamos al sector privado. Las devaluaciones elevan el peso de la deuda tomada en moneda extranjera, poniendo más presión en el sector externo. Por otra parte, si la lucha de clases obliga a conceder repetidos aumentos salariales que recuperan parte del terreno perdido en cada “ronda”, la espiral inflacionaria se agudiza. La misma se convierte en el reflejo monetario de la agudización de la lucha de clases por la resistencia de los obreros a la desvalorización de su fuerza de trabajo. El aumento de precios adquiere una velocidad inercial (los precios aumentan en el período t + 1 porque aumentaron en el período t) y la economía se indexa. A diferencia de los que plantean los modelos neoclásicos “de manual”, que la inflación favorece la inversión porque la tasa de interés real se hace negativa, en un mercado financiero indexado la inflación acelerada aumenta la tasa de interés real (véase Taylor, 1992, pp. 25-26). Esto genera nuevas presiones negativas sobre la tasa de ganancia empresaria. La moneda nacional progresivamente deja de actuar como medida y reserva de valor. La recaudación fiscal baja en términos nominales, y posiblemente en términos reales. El gobierno tiene dos opciones: o bien monetiza el déficit, lo que lleva a más presión inflacionaria y por ende a mayor presión sobre el mercado cambiario, acelerando las devaluaciones crónicas. O intenta colocar deuda a tasas crecientes, que son aprovechadas por capitales especulativos, de corto plazo. Para garantizar la entrada de estos capitales el gobierno puede intentar diversos mecanismos financieros que actúan como seguros de cambio; por ejemplo, el Banco Central 11 Esta cuestión es destacada por explicaciones tradicionales del estructuralismo; por ejemplo por Aldo Ferrer en la década de 1970. La raíz de la inflación no es, en lo esencial, una cuestión monetaria, como sostienen los monetaristas; aunque la monetización de los déficit fiscales reactúa sobre la tasa de inflación, dándole mayor impulso.
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garantiza operaciones swaps para capitales externos de corto plazo.12 En cualquier caso, la tasa de interés interna debe ser superior a la tasa internacional; es la única forma de que Tesorería puede colocar bonos. Esto refuerza la necesidad de indexar la tasa de interés. La tasa de interés cada vez más alta profundiza la caída de la inversión y del consumo. La contracción de la demanda y la recesión afectan al sistema bancario. Para no dejar caer a los bancos el Banco Central inyecta liquidez e interviene devolviendo depósitos a los ahorristas cuando los bancos caen en la insolvencia –no pueden recuperar los créditos debido a la crisis general– y deben ser liquidados. La base monetaria crece, sin que aumenten los agregados monetarios (M2 y M3 pueden estancarse o incluso decrecer) ni los créditos; la economía se desmonetiza porque se recurre al dólar, a la par que se inyectan enormes sumas de dinero. Llegado un punto, además, la aceleración de la inflación hace que el tipo de cambio real ya no mejora, a pesar de las devaluaciones nominales de la moneda. La liquidación de bancos facilita la concentración en el sector financiero. En una situación de pérdida constante y creciente del valor de la moneda, la ley del valor sencillamente no puede funcionar. No hay forma de comparar los tiempos de trabajo en el mercado. La coyuntura desemboca en la hiperinflación; la economía prácticamente se detiene. La crisis financiera se generaliza, en tanto la crisis cambiaria se ha hecho “crónica” porque la moneda se devalúa en forma casi constante. Un segundo escenario posible con tipo de cambio competitivo es de contención de las presiones inflacionarias –puede explicarse por la recesión y alta desocupación– luego de la devaluación, de manera que se mantiene alta la rentabilidad de los sectores transables y baja la de sectores no transables. La competitividad del sector transable es fuerte, pero a mediano plazo tenderá a deteriorarse en la medida en que no crezca la If. Lo mismo sucederá si E* afecta la importación de tecnología para el sector A. Vuelve a evidenciarse la importancia de un desarrollo de las fuerzas productivas para superar las restricciones de mediano y largo plazo. En la medida en que ese desarrollo no se produzca, la constricción 12 Una operación swap de entrada de divisas consiste en comprar en el mercado spot la moneda local y al mismo tiempo comprar futuro de dólar para asegurar la salida en una fecha determinada. De esta manera, el inversor puede evitar el riesgo cambiario por colocar dinero en el mercado local, y asegurarse una alta tasa de rentabilidad, en términos de dólar. Ya en el año 1975 el Banco Central de Argentina, bajo la conducción del gobierno peronista, aseguraba este mecanismo de swap a fondos especulativos del exterior, con el fin de obtener divisas en el corto plazo. Lógicamente, este tipo de operaciones agrava todavía más la situación económica general.
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a mediano plazo para el desarrollo aparece por el lado de λ. La inversión en la producción de insumos esenciales se hace más lenta, o cae, y se generan cuellos de botella que pesan más y más a medida que progresa el ciclo. Así, un cuello de botella en la producción energética puede adquirir un peso creciente. Por otra parte, si la falta de inversiones en sectores productores de bienes intermedios básicos no transables lleva finalmente al aumento de los precios, se producirá una mejora de la rentabilidad de estos sectores, a costa de una apreciación en términos reales de la moneda. El resto de los capitales pueden responder a esta situación aumentando la precarización del trabajo y los ritmos de producción, y modernizando parcialmente la tecnología. Las tensiones entre los sectores del capital por mantener la rentabilidad media intentan resolverse con el aumento de la tasa de plusvalía. El resultado es la consolidación de una alta tasa de explotación del trabajo. Es la base para una π alta. Se produce así, de hecho, el “ajuste basado en el crecimiento exportador” al que se han referido los neoestructuralistas (véase Frenkel y Rozenwurcel, 1989). En lo esencial se reduce a aumentar la tasa de ahorro interno, a fin de aumentar la razón exportaciones/ingreso. Lo cual solo es posible “a través del mecanismo de ahorro forzoso inducido por una sustancial redistribución regresiva del ingreso” (ibid., p. 20; énfasis añadido). El ahorro aumenta porque aumenta la extracción de plusvalía; esto exige que los salarios crezcan a un ritmo inferior al de la productividad.13 El crecimiento se sostiene entonces a costa de un deterioro permanente de los términos de intercambio y salarios bajos en términos de moneda internacional. Las inversiones son parciales y el crecimiento sigue caracterizándose por la falta de integración entre los sectores. Pero el estrangulamiento se hace sentir a través del creciente retraso tecnológico con respecto a los niveles internacionales. En un contexto internacional de competencia por medio del cambio tecnológico, la competitividad sostenida exclusivamente en tipo de cambio alto encuentra techos insalvables. Además, en estos períodos de tipo de cambio alto, el sector productor de bt con competitividad a nivel internacional obtiene altas rentabilidades 13
Frenkel y Rozenwurcel reconocen que si la resistencia salarial impide que actúe el mecanismo de ahorro forzoso –que está implicado en la devaluación, suba de precios y retraso de los salarios– el aumento del coeficiente de exportaciones y el correspondiente aumento de la tasa de ahorro interna exigirán la disminución de la participación de los sectores no asalariados en el ingreso. Pero éste es el sector encargado de invertir y exportar; por lo tanto, una baja de sus beneficios redundaría en una baja de la inversión, lo que atentaría contra la meta del crecimiento; véase Frenkel y Rozenwurcel (1989, pp. 23-24).
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–aumenta la renta de la tierra– y genera un flujo de entrada de divisas importante, que obliga al Banco Central a incrementar sus reservas, en aras de mantener el tipo de cambio alto. La política monetaria usual es la esterilización de la masa monetaria. Esto es, el Banco Central interviene en el mercado colocando títulos, con el objetivo de absorber la liquidez, o parte de ella, que generó su absorción de dólares; este es claramente un factor de endeudamiento. Puede verse en esto la incidencia de factores ideológicos; en este caso, de la teoría monetarista, con su “trilema” y el modelo Mundell-Fleming.14 En todas las variantes del escenario del tipo de cambio alto se crean las condiciones para que se pase a una etapa de apreciación de la moneda, aunque varían los mecanismos, y la velocidad del pasaje. Si el régimen de tipo de cambio alto desemboca en alta inflación, o aun en hiperinflación, llega el momento en que el anclaje de la moneda al dólar se convierte en un medio para estabilizar los precios. Si, por el contrario, el aumento de la inflación es lento, el tipo de cambio real alto se erosiona paulatinamente, y se va en los hechos a un régimen de tipo de cambio bajo. Esto se debe al temor de las autoridades monetarias a que nuevas devaluaciones produzcan renovados impulsos a la inflación, con el peligro de caer en alta inflación o incluso en hiperinflación. Tipo de cambio bajo, o cercano a Eppc Supongamos ahora el escenario de tipo de cambio fijo, con el que se busca anclar la inflación. Baja el tipo de cambio esperado, E(e). πeB aumenta y por lo tanto gyB también sube; lo inverso sucede en el sector de bt donde solo las empresas de mayor tecnología y el sector agrario, en nuestro modelo, pueden sobrevivir. Dada la estabilización, sectores que habían ahorrado en AF* los vuelcan al mercado interno; crece Cc con lo que se impulsa una fase alcista del ciclo. Aumenta la construcción residencial y la producción de bienes duraderos. Es un ciclo impulsado por el consumo, la Ic y la If principalmente en equipos de amortización a mediano plazo, y muy desigual entre los sectores. Por eso λ no se eleva significativamente. 14
Como ya hemos explicado en una nota anterior, según la visión convencional toda entrada de divisas con tipo de cambio fijo aumenta la oferta monetaria, que a su vez impulsa el aumento de los precios. El modelo Mundell-Fleming es la formalización tradicional de esta cuestión en la macroeconomía ortodoxa. Para una crítica de esta concepción remitimos de nuevo a Lavoie (2000).
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En la medida en que la fijación de E se realiza luego de un proceso inflacionario, se produce un aumento inercial de los precios internos que deja el tipo de cambio real apreciado; el tipo de cambio se ubica a niveles cercanos a Eppc. Esto aumenta la presión competitiva sobre el sector de bt. Los sectores que pueden sobrevivir renuevan la tecnología recurriendo principalmente a la importación, lo que explica que a pesar del crecimiento económico ramas enteras –por ejemplo productores de equipos y máquinas– trabajen con capacidad ociosa, o a pérdida y deban cerrar. La entrada de capitales con destino a los sectores favorecidos por el tipo de cambio puede reforzar durante todo un período la tendencia a la apreciación de la moneda. La contrapartida lógica del superávit en la cuenta de capitales es el creciente déficit en la cuenta corriente. Dada la debilidad de la inversión en los sectores productores de transables y las distorsiones en el crecimiento, la inversión en plantas e infraestructura productiva, o en investigación y desarrollo de largo plazo no es suficiente para cambiar la matriz productiva, ni para generar un avance cualitativo tecnológico. La productividad crece, pero a costa de crecientes desequilibrios en el sector externo, que termina actuando como una constricción fundamental. El desequilibrio externo se agudiza por el aumento del consumo en bienes importados, por (11) y (12). Las tasas de interés se mantienen más altas que las internacionales; es una consecuencia de la inestabilidad histórica del país subdesarrollado y de las debilidades estructurales de su economía. A igualdad de rendimientos ningún capital dinerario opta por el país subdesarrollado frente a la seguridad que brindan los países desarrollados. Dadas las perspectivas de tipo de cambio estable durante un período previsible, aumentan los flujos de capitales externos para colocarse a tasas superiores a las internacionales. La inestabilidad estructural de la economía también induce al sistema bancario a mantener mayor encaje que en los países adelantados, y a establecer mayores spreads entre las tasas activas y pasivas, para protegerse frente a posibles descalces. Todo esto puede ir acompañado de maniobras y colusiones de tipo monopólico de los diversos sectores, incluido el financiero, para asegurar una rentabilidad alta. Pero por encima de estas maniobras –que realiza todo capital, sea productivo o mercantil, cuando tiene oportunidad– lo que prima es una lógica financiera propia del país subdesarrollado. En cuanto a las empresas grandes, con acceso al crédito internacional, crece la tentación de endeudarse en dólares si prevén un horizonte de estabilidad cambiaria a mediano plazo y de mercado interno más o menos cautivo o protegido. En todo caso, tendrán que endeudarse si quieren 189
renovarse tecnológicamente. El acceso al crédito internacional les otorga una ventaja con relación a las empresas más pequeñas. A medida que continúa el crecimiento con Eppc, la balanza de cuenta corriente es cada vez más deficitaria. Es financiada por la entrada de capitales, sea por inversión directa –en especial en el período posterior al arranque del ciclo alcista–, por inversiones de cartera y préstamos bancarios. De todas maneras la debilidad estructural de la recuperación económica explica que continúe un “goteo” de fuga de capital nativo. Paulatinamente también cobra importancia la remesa de utilidades de las empresas que han invertido con vistas a la producción en el sector no transables. El tipo de cambio permite realizar esa transferencia en condiciones óptimas, ya que el equivalente valor del espacio nacional está sobrevaluado con respecto a las condiciones estructurales de la economía. La revalorización de la moneda implica también que los salarios suban en términos de la moneda internacional. En estas condiciones, la clase dominante intentará aumentar la tasa de ganancia intensificando los ritmos de producción, disminuyendo los beneficios sociales, precarizando las condiciones laborales y bajando el salario. La resultante final de esta política dependerá de la capacidad de resistencia del movimiento obrero. Progresivamente, aumenta el déficit acumulado de la cuenta corriente y la deuda externa se hace sentir sobre las cuentas fiscales y la balanza de pagos. El déficit de la cuenta corriente exige ser corregido; en última instancia es un reflejo de que la inserción de la economía en el mercado mundial no ha sido exitosa, a pesar de la renovación parcial de equipos e infraestructura que han posibilitado la mejora de los términos de intercambio y la entrada de capitales. Un camino para mejorar la competitividad sin tocar el tipo de cambio nominal es la deflación. Pero la deflación no solo es dificultosa por lo que implica con relación a la lucha de clases,15 sino también porque se corre el riesgo de caer en la espiral deflacionaria, que lleva a la preferencia por mantenerse líquido; esto es, induce a postergar las inversiones y el consumo de bienes durables, a la espera que la caída de precios toque fondo. Además la deflación aumenta el peso de las deudas.16 En estas condiciones, la economía es pasible de sufrir profundamente cualquier shock externo. Por ejemplo, la suba de las tasas de interés en 15 La baja en términos nominales de los salarios genera mayores resistencias sindicales que la baja en términos reales, usualmente operada a través de las devaluaciones y la inflación. 16 Véase el capítulo 19 de Keynes (1986) sobre los efectos de la deflación.
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los países centrales; o la devaluación de la moneda de un socio comercial importante puede desatar un terremoto interno. A diferencia de los modelos neoclásicos, este shock no actúa sobre una economía en estado de “equilibrios múltiples”, sino profundamente desequilibrada y atravesada por contradicciones sociales.17 En la medida en que la situación externa empeora se incrementa la desconfianza en la evolución de la economía. Llega un momento en que los inversores –en especial los managers de carteras– exigen tasas cada vez más altas para mantener sus colocaciones en activos de empresas locales, o en títulos públicos. La suba de las tasas se acompaña de la caída de la bolsa de valores. El flujo de entrada de capitales se detiene primero y se revierte luego. La alta y mediana burguesía posterga el consumo, lo que repercute negativamente en el ingreso. Aumenta el ahorro de estos sectores, y se vuelca a AF*. La caída de la demanda interna afecta al sector productor de bnt; gyB y πeB caen, bajando por lo tanto Ic e If en el sector. Dado que los bnt eran los principales impulsores de la fase alcista del ciclo económico, éste se revierte rápidamente. Los bancos restringen el crédito y suben las tasas. Ahora, las empresas contraen deudas para financiar los stocks de mercancías sin vender, y lo hacen a tasas más altas. La suba de la tasa de interés se generaliza; suben los spreads entre tasas activas y pasivas domésticas y los spreads entre las tasas de referencia internacionales y las que se cobran en el mercado de dinero y de bonos. Esto agrava el peso de la deuda pública y privada, y potencia la desconfianza. En la medida en que sube el déficit y aumenta el peso de las deudas se cierra el acceso al crédito internacional. El mercado accionario se hunde, contribuyendo al clima de pesimismo general. También los precios inmobiliarios retroceden, poniendo presión en el sector financiero que 17 Así, la crisis financiera internacional desatada a partir del default ruso de agosto de 1998 implicó una suba generalizada de los spreads de las tasas de interés en promedio para los siete países más importantes de América Latina de 450 puntos básicos, previos a la crisis, a 1.600 puntos básicos en agosto de 1998. La entrada de capitales luego de la crisis se redujo drásticamente. De us$ 100.000 millones en el año que terminaba en el segundo cuatrimestre de 1998, pasó a us$ 37.000 millones en el siguiente año; en términos de pnb bajó del 5,5% a 1,9%. La reversión súbita es explicada en lo esencial por la salida de inversiones de carteras. Luego siguió cayendo, al punto que en el año que terminaba en el cuarto trimestre de 2002 la entrada de capitales a los siete países más importantes de América Latina fue de solo us$ 10.000 millones; todos los datos fueron tomados de Calvo y Talvi (2005). Pero es de notar que la salida de capitales no afectó a los países desarrollados. Tampoco a todos los países atrasados; México estuvo a salvo de los retiros. Con lo cual se pone en cuestión la explicación de Calvo y Talvi, en el sentido que la crisis se habría debido a una salida generalizada de los capitales sin atender a “fundamentals” de ningún tipo.
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empieza a advertir que no recuperará muchos créditos. Se acelera la salida de capitales, incluyendo el retiro de depósitos. El gobierno intenta frenar el proceso aumentando la tasa de interés; en tanto la provisión de liquidez al sistema bancario está limitada por la necesidad de mantener el tipo de cambio fijo. Pasamos a una situación Ponzi, donde los deudores toman deuda para pagar intereses. Los balances de los bancos se deterioran. La producción y el consumo siguen en espiral descendente. El ataque especulativo contra la moneda puede desatarse antes de que el Banco Central agote sus reservas. En este punto ocurre en parte la historia de Krugman (1979), pero no hay previsión perfecta ni mercados eficientes, sino incertidumbre y comportamientos “en manada” y salida de capitales, incluido el retiro precipitado de depósitos bancarios.18 La devaluación finalmente se hace inevitable, en medio de una profunda y violenta contracción económica y hundimiento financiero. Se pasa así a un período de tipo de cambio alto.
Conclusión
En este capítulo, hemos analizado los escenarios de crisis cambiarias, inspirados en la crisis argentina. Intentamos mostrar que existe una lógica en la alternancia de tipos de cambio alto y bajo de Argentina en los últimos años, y vinculamos esa alternancia con los ciclos de crecimiento extremadamente desigual entre sectores, y el estallido periódico de crisis cambiarias y financieras. Puede interpretarse que nuestra historia tiene algunos puntos de contacto con el enfoque neoestructuralista y el planteo de Minsky; pero, a diferencia de estos, se ubica en el cuadro teórico de la ley del valor trabajo, 18
Krugman (1979) constituyó la base para los llamados “modelos de primera generación” de explicaciones ortodoxas de las crisis “sudden stop”, esto es, de súbito freno de la entrada de capitales, y su salida apresurada. Este primer modelo de Krugman atribuye la crisis al excesivo gasto fiscal, financiado con emisión monetaria, y tipo de cambio fijo. Ante la previsión de una futura devaluación, y superado un punto crítico de pérdida de reservas por el Banco Central, los inversores desatan el ataque especulativo mucho antes de que las reservas se agoten, y obligan a la devaluación. Además de atribuir el origen de la crisis a un factor exógeno –los malos manejos de la política– los supuestos del modelo son extremadamente irrealistas. El país produce un único bien compuesto comerciable, no existen problemas de productividad ni de transformación de los valores nacionales en valor internacional; se cumple la paridad de poder de compra; los precios y salarios son completamente flexibles, el nivel de ingreso está al nivel del pleno empleo y los agentes actúan en un mundo de expectativas racionales. Además la crisis se explica por la simple agregación de comportamientos “micro”, de agentes enfrentados a una política incoherente. Estas características del modelo se mantienen en los modelos de “segunda generación” y los subsiguientes elaborados por la ortodoxia.
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la producción de plusvalía y la importancia de las variaciones de las tasas de ganancia entre sectores para el comportamiento del tipo de cambio. Destacamos que la dinámica repetida de estas crisis potencia el atraso tecnológico relativo. En primer lugar, porque los cambios bruscos de la rentabilidad de los sectores debilitan las inversiones a largo plazo, fundamentales para superar el atraso. Se profundizan los desequilibrios estructurales; los diferenciales de productividad se acentúan porque ora un sector, ora el otro, sufre períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad y por lo tanto de baja inversión y renovación tecnológica. En segundo término, porque los cambios en la situación competitiva de las exportaciones afectan a largo plazo la posibilidad de inserción en la economía mundial. En tercer lugar, porque las crisis financieras y bancarias periódicas –y los rescates a que se ve obligado el Estado– imponen elevados costos en términos del pnb, y elevan el endeudamiento público. Esta dinámica agudiza el desarrollo desigual que está implicado en la misma dialéctica de producción del valor en espacios nacionales diferenciados por sus niveles de productividad. De todas maneras la visión que presentamos aquí se diferencia de los cuadros linealmente estancacionistas que predominan en los autores de la dependencia, o sus continuadores. No hay estancamiento crónico, sino desarrollo desigual y deformado de las fuerzas productivas, con procesos convulsos, retroalimentación de desequilibrios, reversiones bruscas y agudas contradicciones. Por otra parte, una conclusión, que atañe al análisis político, es que los cambios en las tasas de rentabilidad de los sectores no se deben, en principio, a cambios en lo que comúnmente se conoce como “el bloque de poder dominante”. El tema es importante porque muchos analistas interpretan ex post los cambios ocurridos en las tasas de rentabilidad entre los sectores como el resultado de políticas articuladas ex profeso desde el Estado, con vistas a favorecer a tal o cual fracción de la clase dominante. Sin negar la influencia que puedan tener los grupos de presión en las políticas económicas, nuestra visión es mucho más “objetivista”, en el sentido que son las crisis las que plantean de hecho cambios en las tasas de rentabilidad y abren, o cierran, períodos durante los cuales algunas fracciones del capital pueden prevalecer sobre el resto. Si un determinado sector gozara durante mucho tiempo de alta rentabilidad, los capitales fluirían masivamente al mismo. Pero es la misma volatilidad de las tasas de rentabilidad y de la situación general la que pone obstáculos a este movimiento. Por otra parte, los programas gubernamentales reflejan muchas veces a posteriori los cambios en la situación económica; aunque a su vez pueden acentuar una línea de desarrollo. 193
TERCERA PARTE CAPITALISMO AGRARIO EN UN PAÍS SUBDESARROLLADO
12. Renta de la tierra y capital
La teoría de la renta de la tierra es uno de los aspectos menos estudiados de la teoría de Marx, pero de importancia para analizar la distribución del ingreso entre las clases sociales y el desarrollo. A raíz del conflicto que se desarrolló a partir de marzo de 2008 entre el gobierno argentino y el campo, se evidenció la necesidad de precisar, entre otras cuestiones, la categoría de renta agraria y su relación con la ganancia y el interés; el vínculo entre el capital agrario, la propiedad de la tierra y el capital financiero; y la relación de la acumulación en el agro argentino con el desarrollo de la globalización del capital. Empezamos abordando la cuestión de la renta en la teoría de Marx.
Generalidades y renta diferencial I
Marx define la renta como todo aquello que paga el arrendatario al terrateniente como canon por la autorización a explotar la tierra. Básicamente, se origina en dos circunstancias. En primer lugar, en el hecho de que las tierras tienen diferentes fertilidades y ubicaciones geográficas, y por lo tanto varían los costos de producción. En segundo término, en que la tierra es un bien que no puede reproducirse y, por ende, es monopolizable. La manera más sencilla de introducir su mecanismo de formación es a partir de la renta diferencial I, que es la renta que se origina por las diferencias de fertilidad natural de los suelos. Lo hacemos con un ejemplo numérico. Supongamos que existen tres tipos de tierra cerealeras, A, B y C, de diferentes niveles de productividad; la A es la de menor productividad, y la C es la de mayor productividad. La demanda de cereal es tal que se necesita la producción de los tres tipos de tierra. Supongamos que en las tierras de tipo A por cada $25 de capital invertido se obtiene un rendimiento de 1 unidad de cereal. Suponemos que la tasa de ganancia del capital invertido en el agro –igual a la tasa media de ganancia que prevalece 197
en el resto de la economía– es del 20%; la ganancia cada $25 de capital invertido es entonces $5. Esto significa que el precio de producción de 1 unidad de cereal es $30. A su vez en la tierra B se producen, cada $25 de capital invertido, 2 unidades de cereal; la ganancia es, lógicamente, $5. El “costo de producción” (entendido aquí como capital invertido más ganancia) de cada unidad de cereal es $15. Por último, si en la tierra C se producen, cada $25 unidades de capital invertido, 3 unidades de cereal, el “costo de producción” de cada unidad de cereal es de $10. En principio, si estas diferencias de productividad ocurrieran en cualquier rama de la economía en la que hubiera libre competencia, se establecería un precio de producción que, en condiciones de equilibrio entre la oferta y la demanda, coincidiría con el de las empresas modales. Pero esto no puede ocurrir en la agricultura, debido a que la tierra no es un bien que se pueda reproducir a voluntad. Los propietarios de las tierras de productividad superior, C y B, poseen entonces una ventaja que no puede ser igualada por los propietarios de las tierras A. Esta circunstancia hace que el precio de mercado esté determinado por la peor tierra, en nuestro ejemplo, A. La unidad de cereal se vende por lo tanto a $30; en las tierras B se obtiene un excedente de $30, y en las C de $60. Este excedente es la renta que va al terrateniente. Varias cuestiones son importantes de puntualizar. En primer lugar, hay que distinguir entre la tasa de ganancia y la renta. Constituye un error frecuente hablar de la rentabilidad del campo de conjunto, sin distinguir la renta de la ganancia del capital. La renta corresponde al dueño de la tierra en tanto es propietario de un bien no reproducible. La ganancia agraria, en cambio, corresponde al empleo del capital, y se rige por las mismas leyes que gobiernan las tasas de ganancia de cualquier otro sector de la economía. En particular, está sometida a la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia que afecta a todas las ramas del capital. Esto significa que cuando la tasa de ganancia en una rama se eleva por encima de los niveles medios, aumenta el flujo de capitales hacia esa rama, llevando la tasa de ganancia de ese sector nuevamente hacia el nivel medio. En el sistema capitalista, permanentemente hay ramas en expansión que gozan de tasas de ganancia más altas que los promedios, y atraen capitales; y ramas en retroceso en las que sucede lo opuesto. Además, dentro de cada rama hay empresas con tecnologías o economías de escala superiores a las modales, que gozan de plusvalías extraordinarias; empresas con escalas y tecnologías modales, que reciben la tasa media de ganancia; y empresas con escalas y tecnologías inferiores a las modales, que no alcanzan la tasa media de ganancia. Las plusvalías extraordinarias de los capitales avanzados tecnológicamente tienden a 198
desaparecer a medida que los cambios tecnológicos se generalizan en la rama. La renta, en cambio, constituye una “súper ganancia”, de la que se apropia de forma permanente el propietario de la tierra. Esta distinción entre ganancia y renta es clave para comprender la especificidad histórica del modo capitalista de producción. Como señala Marx, en tanto en las sociedades precapitalistas la renta es la forma normal que asume el plusproducto –o el plusvalor, si se paga en dinero–, la renta moderna es el excedente que va al terrateniente, por encima de la parte del plusvalor que se apropia el capitalista, bajo la forma de ganancia. Lo cual demanda las condiciones modernas de producción, entre ellas el establecimiento de una tasa media de ganancia y precios de producción; esto es, el dominio del capital. Por eso mismo también esta separación entre ganancia y renta es el supuesto del modo de producción capitalista. En segundo término, la renta no es el “ingreso que recibe el factor de producción tierra”, como se la presenta en la literatura burguesa habitual, sino la plusvalía remanente sobre la ganancia media del capital. La propiedad privada de la tierra no es su fuente, sino la que permite apropiarse de una parte de la plusvalía bajo la forma de renta. La mayor fertilidad relativa de las tierras B y C no genera más valor, sino posibilita que la misma cantidad de trabajo humano se exprese en más cantidad de valores de uso; y dado que el precio del producto está determinado por la tierra A, es lógico que surja la renta. Es como si el trabajo aplicado en B y C fuera trabajo potenciado, generador de más valor que el aplicado en A. El valor es una categoría social; su magnitud depende del tiempo de trabajo socialmente necesario, y este está determinado tanto por la productividad del trabajo que determina el precio de producción (en nuestro ejemplo, la productividad del trabajo en A), como por la necesidad social del producto (esto es, el tiempo de trabajo que se está dispuesto a entregar a cambio). En tercer lugar, es claro que si por cualquier causa baja el precio del cereal, salen de producción las tierras marginales, y las tierras que le siguen en la escala ascendente de la productividad pasan a ser ahora las reguladoras. Esto es importante a tener en cuenta cuando se estudia el efecto bajista sobre los precios que tienen las retenciones a las exportaciones sobre los precios de los granos, carne y otros productos del agro. En cuarto lugar, la apropiación de la renta diferencial por parte del Estado no modifica el precio del grano (si consideramos el precio mundial). Esto porque, como se ha visto, la renta no contribuye a la formación de los precios. En otras palabras, el cereal no es caro porque se paga una 199
renta, sino que se paga una renta porque el cereal es caro. Por lo cual es incorrecto afirmar que si baja la renta se abaratan los precios de los cereales u oleaginosas. Sí modifica el precio interno una variación de las retenciones, ya que lo desconecta, parcialmente, del precio en el mercado mundial. Pero, naturalmente, el precio en el mercado mundial no se modifica por esto; simplemente se trata de un procedimiento por el cual el Estado se puede apropiar de una parte de la renta, dada la diferencia entre el precio interno y el precio mundial. Por supuesto también, si se modifica el tipo de cambio variará la renta de la que puede apropiarse el terrateniente, ya que se modifica el precio interno del producto agrícola (véase el interludio 1 para una discusión del tema). Por último, subrayamos que la renta depende de las productividades relativas. Esto significa, en primer lugar, que no depende del tamaño de la tierra; una parcela pequeña puede dar una renta relativamente más grande que una parcela mayor. Por eso en la zona pampeana extensiones de tierra no muy grandes –dadas las escalas productivas– pueden sin embargo generar importantes rentas. Y zonas extensas en tierras peores dan poca renta relativa. En segundo término, se desprende que Ricardo se equivocaba cuando pensaba que la renta siempre aumentaba con la suba de los precios del grano, y viceversa. De hecho, la productividad total puede estar aumentando, de manera que bajen los precios de los granos, en tanto aumenta la renta.
Precio de la tierra y capital ficticio
Debido a que la tierra no es producto del trabajo, no puede tener valor. Pero es una mercancía –en la medida en que es apropiable– y por lo tanto tiene precio. Se plantea entonces la cuestión de cómo se determina el precio de la tierra. La respuesta de Marx es que se hace por el principio de la capitalización de la renta con una tasa de interés determinada.1 Se trata del mismo principio que se aplica actualmente en la “superficie” de la sociedad capitalista, solo que en Marx el “rendimiento” de la tierra se explica a partir de la explotación del trabajo. Supongamos, por ejemplo, que la tasa de interés de referencia de un país es el 6%; supongamos que una unidad de tierra da $200 de renta anual. Pues bien, se puede suponer que esa renta corresponde al “rendimiento” de un capital ficticio –en este caso la tierra– cuyo precio 1 “El precio de la tierra no es otra cosa que la renta capitalizada, y por ende anticipada” (Marx, 1999, t. 3, p. 1028).
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se calcula capitalizando la renta a una tasa de interés que, por lo general, es más baja que la tasa de referencia.2 En nuestro ejemplo esta tasa puede ser del 5%. Por lo tanto, el precio de esa unidad de tierra será $200 ÷ 0,05 = $4.000. Es claro que a medida que suba la renta, dada una tasa de interés, el precio de la tierra sube; y a medida que baje la tasa de interés de referencia, aumenta el precio de la tierra. El precio de la tierra se explica por la ley del valor trabajo, y está indisolublemente ligado a la relación capitalista. Entender que el precio de la tierra es renta capitalizada ayuda a resolver cuestiones que se han discutido acaloradamente durante el conflicto entre el campo y el Gobierno, y reaparecen comúnmente en los análisis sobre la tierra. Por ejemplo, es frecuente que al hacer los cálculos de rentabilidad de una explotación agrícola se considere el precio de la tierra como un componente del capital invertido –sería “capital constante fijo”, en términos marxianos– por el terrateniente-capitalista. Es lo que sucede en un cálculo realizado por la Secretaría de Agricultura de Argentina, para campos propios y arrendados y precios de fines de 2007, donde se habla de rentabilidades sobre “capital invertido” que resultan asombrosamente bajas. Al margen de la exactitud de las cifras sobre costos, impuestos, etcétera, lo que llama la atención es que este cálculo no discrimina entre lo que es el capital –máquinas, semillas, fertilizantes, pago de salarios– y lo invertido en la tierra que no constituye capital. Para ver por qué, pensemos en la explotación capitalista típica, esto es, donde existe un terrateniente que percibe renta y un arrendatario capitalista que contrata obreros asalariados. En este caso, el capital invertido por el terrateniente en la compra del suelo “es para él, por cierto, una inversión de capital que devenga interés, pero que nada tiene que ver en absoluto con el capital invertido en la propia agricultura” (Marx, 1999, t. 3, p. 1028). Es que la tierra no es capital fijo ni circulante; simplemente es un bien inmueble, una condición de producción. El título de propiedad que posee su comprador constituye un título que le da derecho a percibir una parte del plusvalor, bajo la forma de renta, pero nada tiene que ver con la producción de esa renta. Por eso es similar al dinero invertido en un título del Estado; el título da derecho a participar de los ingresos futuros del Estado, pero detrás del mismo no hay capital; se trata de un capital ficticio. En el caso de la tierra, cuando el comprador abonó el precio de la tierra, se desprendió de su capital, que ahora pasó a manos del vendedor. “Por consiguiente, el capital no existe ya como capital del comprador, 2 La razón de que sea más baja es que la tierra se considera una inversión más segura que la inversión financiera.
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pues este ha dejado de tenerlo; por lo tanto, no se cuenta entre el capital que de alguna manera puede invertir en el propio suelo” (ibid.). Entonces, esta suma desembolsada en la compra de la tierra no entra en el valor del producto, como sí sucede con el valor de la máquina o de la materia prima. De ahí que el comprador compare la inversión en tierra con la inversión en cualquier otro activo financiero. Para él es un “capital” que rinde interés, aunque como capital solo podrá realizarlo mediante su reventa; en este sentido es que Marx lo considera capital potencial. La lógica que rige esta inversión, como sucede con cualquier otro activo financiero, es la de ganar tanto con la renta como con la valorización de la tierra. Esta perspectiva, propia del capital dinerario, se ve reflejada en los balances de algunos grandes grupos del capitalismo agrario. Por ejemplo Cresud, de Argentina, vende tierras compradas a precios bajos cuando considera que han alcanzado una alta valorización.3 La distinción entre inversión en tierra y capital resurge a cada momento en el cálculo del inversor financiero y del propietario. Este último calcula normalmente cuánto le rinde la tierra si la arrienda, comparando con el beneficio que obtiene de cualquier otro activo financiero; y las posibilidades de valorización del suelo. Por otra parte, calcula cuánto capital debe invertir para hacer producir el campo, y qué ganancia obtiene. En base a esto puede decidir el curso a seguir; un cálculo que adquiere especial significación en la dinámica del capitalismo agrario pampeano, como veremos en seguida. Por último, criticando la propiedad privada de la tierra, Marx señala que el dinero volcado a la compra de tierras reduce el volumen de los medios de producción, y por lo tanto es un “obstáculo para la agricultura” y de hecho “contradice al modo de producción capitalista” (Marx, 1999, t. 3, pp. 1030-1031).
La crítica de la propiedad privada de la tierra y la renta
Cuando se discute acerca de los ingresos del campo generalmente se hace hincapié en la existencia, o no, de “ganancias extraordinarias” por parte de los propietarios de la tierra. Como hemos visto, estas “ganancias” –que son rentas– no se distinguen, la mayoría de las veces, de las ganan3
En su balance cerrado el 31 de marzo de 2008 la empresa informaba la venta de 2.470 hectáreas en Santa Fe a us$ 2.549 cada una. Cresud las había comprado en 1997 pagando us$ 309.
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cias del capital, y los debates se centran en cuál sería su nivel éticamente “justo”. Con lo cual, desaparece cualquier cuestionamiento a la propiedad privada misma de la tierra. La propiedad privada de la tierra aparece como algo natural. No obstante, cabe preguntarse en qué se fundamenta el derecho de propiedad privada de la tierra. En la respuesta a esta pregunta, como señala Marx, la ideología burguesa fracasa penosamente, incluso en sus exponentes más lúcidos. Es que la propiedad privada de la tierra supone que hay personas que han monopolizado porciones del planeta, “sobre las cuales pueden disponer como esferas exclusivas de su arbitrio privado, con exclusión de todos los demás” (Marx, 1999, t. 3, p. 793). En determinados momentos de la historia humana, algunas personas tomaron posesión de tierras, las declararon de su propiedad, y excluyeron a todos los demás. Que luego las tierras se comercien como cualquier otra mercancía no cambia la naturaleza del problema. La renta sigue constituyendo un tributo que el conjunto de la sociedad paga a quienes han monopolizado porciones del globo terráqueo. Desde este punto de vista, la defensa de la renta agraria, cualquiera sea la forma que adopte, es una bandera reaccionaria. Este es un punto del programa del marxismo que es incompatible con las reivindicaciones de los productores agrarios pampeanos, y con los partidos defensores del sistema capitalista. Sin embargo, el hecho de que se naturalice la propiedad privada del suelo, que se confunda el precio de la tierra con el capital, y que la renta se conciba, según la apariencia del fenómeno, como un rendimiento de ese “capital”, constituye la base material para la defensa del derecho del terrateniente a percibir ese ingreso. El cuestionamiento a la renta que percibe el propietario de la tierra por parte del marxismo es radical.
Renta absoluta
La renta diferencial I, que se origina en las diferencias de las productividades naturales del suelo es la que comúnmente se tiene en cuenta cuando se analiza la cuestión de la tierra en Argentina. Pero Marx también pensaba –a diferencia de Ricardo, que solo concebía la renta diferencial– que la tierra de peor calidad también generaba renta. Esta renta surgía, siempre según Marx, porque la composición media del capital en la agricultura era más baja que en el promedio de la economía capitalista. Recordemos que la composición del capital es la relación entre capital constante y capital variable; esto es, la relación entre trabajo 203
muerto y trabajo vivo, que es el que genera el valor y la plusvalía. En condiciones de libre competencia y movilidad de los capitales, las ramas en que existe una composición del capital menor a la media venden su producción por debajo del precio que correspondería directamente a sus valores; y en las ramas en las que la composición del capital es superior a la media sucede lo contrario. No obstante, seguía el razonamiento de Marx, en la agricultura no podía ocurrir esa nivelación, debido a la propiedad privada de la tierra. Lo cual daba lugar a otra ganancia “extra”, que constituía la renta absoluta, que recibe el propietario de la tierra de peor calidad. Esto significa que Marx explica la renta en la peor tierra no a partir de un precio de monopolio –esto es, por el poder de mercado o el capricho de la demanda– sino por la ley del valor trabajo. Su supuesto crucial es que en la agricultura la composición del capital es menor que en el resto de la economía. Por eso en este respecto no es correcta la afirmación de Gastiazoro (1999) cuando sostiene que la renta absoluta, en el sentido de Marx, “surge de la superexplotación de los asalariados rurales por el mayor atraso relativo del capitalismo en el campo”. En primer lugar porque, siempre según la teoría de Marx, la renta absoluta es independiente de si existe o no superexplotación; la existencia de superexplotación puede engrosar la renta, absoluta o diferencial, pero no es la razón de ser de la renta absoluta. Aun cuando no exista superexplotación, habrá renta absoluta si la composición orgánica en el campo es menor que la composición orgánica promedio del resto de la economía capitalista. Por lo tanto, y en segundo término, tampoco es correcto sostener, como también afirma Gastiazoro, que la renta absoluta surge porque hay un mayor atraso relativo del capitalismo en el campo. Lo que importa es la composición orgánica media del capital, y la composición orgánica promedio en el campo. Puede haber ramas de la economía con baja composición orgánica, que sin embargo estén a la vanguardia de los avances tecnológicos. Por ejemplo, sectores en biotecnología o genética poseen una alta relación de trabajo –que es complejo– sobre capital constante, y son de avanzada. Esta confusión conceptual acerca de qué es renta absoluta lleva a una parte de la izquierda –como el Partido Comunista Revolucionario, al que pertenece Gastiazoro– a sostener que en Argentina este tipo de renta juega un rol central. Señalemos, por último, que la renta absoluta sí influye en el precio del producto agrícola; si no existiera la renta absoluta el producto se vendería al precio de producción que, lógicamente, debe ser más bajo que el precio-valor; siempre bajo el supuesto de que la composición orgánica del capital en la agricultura es más baja que en el promedio social. 204
Desarrollo capitalista y renta diferencial II
Lo visto hasta aquí ha constituido los pilares teóricos habituales con los que se explicaron las cuestiones de la tierra en Argentina. Pero también está la renta diferencial II, que es la renta que surge por las sucesivas mejoras introducidas por la inversión de capital en la tierra. En la medida en que esas mejoras se incorporen de manera permanente a la tierra, son pasibles de ser usufructuadas por el terrateniente en futuros contratos. Para verlo, supongamos que en nuestro caso anterior un capitalista arrendatario introduce una mejora en el riego de la tierra C, de manera que aumenta su productividad a 4 unidades de cereal cada $25 de capital invertido, más $7 por inversión extra. En este caso el capitalista obtendrá un ingreso de $100, de los cuales $60 constituyen la renta, $25 reponen el capital “normal” invertido, $7 el capital “extra” invertido; $5 constituyen entonces la ganancia normal, y $3 una ganancia extraordinaria, producto de las mejoras. Pero cuando la tierra esté disponible para que el terrateniente la alquile nuevamente, esa mejora es una cualidad de la tierra que procurará la correspondiente renta. El arrendatario se quedará de nuevo con la ganancia media. El incremento de la renta deriva así de la inversión de capital, y es la renta que Marx llama diferencial II. El análisis a partir de aquí se hace entonces más complejo, porque las rentas diferenciales I y II dan lugar a muchas combinaciones, según que los rendimientos de las sucesivas inversiones de capital en la tierra sean crecientes, constantes o decrecientes; y según las inversiones se hagan en tierras de diferentes fertilidades naturales. De esta forma, aparecen muchos casos en que la renta sube, pero no porque se vaya siempre a tierras peores, o porque suban los precios de los productos agrícolas, como pensaba Ricardo. En nuestra opinión, esta renta diferencial cobra un significado especial en la actualidad, ya que depende y es inherente al desarrollo del capitalismo. Expresa la circunstancia de que el capital al alcanzar determinado nivel se convierte en el factor decisivo de la agricultura y la fertilidad natural deja de ser el elemento determinante de la renta. Una cuestión que ya destacaba Marx en Miseria de la filosofía, cuando afirmaba que la fertilidad no es una cualidad tan natural como podría pensarse, porque está estrechamente ligada a las relaciones sociales de su tiempo, y volvía a afirmarla en El capital: […] las propias leyes naturales del cultivo implican que, llegado a cierto nivel del cultivo y a su correspondiente agotamiento del suelo, el capital
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–considerado aquí, al mismo tiempo, en el sentido de medios de producción ya producidos– se convierta en el elemento decisivo del cultivo (Marx, 1999, t. 3, p. 868).
La existencia de la renta diferencial II está indicando que la tierra se transforma en un campo de inversión para los capitales, como cualquier otro. En relación con los países subdesarrollados, la incorporación al análisis de la renta diferencial II es importante. Ha sido tradicional en la izquierda minusvalorar la renta diferencial II –a la par que se resaltó históricamente la renta diferencial I y la absoluta– porque se parte de la premisa de que el desarrollo de las fuerzas productivas en el agro es extremadamente débil, o despreciable. Pero esto hoy no tiene apoyo en la realidad, por lo menos para extensas zonas de los países periféricos, como es el caso de la zona oleaginosa y cerealera de Argentina. Afirmar que la tierra se transforma en un campo de inversión para los capitales como cualquier otro implica que a largo plazo debe aumentar la composición orgánica del capital en la agricultura, y por lo tanto no hay razón para que su nivel medio deba ser diferente a la de cualquier otra rama de la industria. En consecuencia, desaparece la base para la existencia de la renta absoluta. El propio Marx admitía que la renta absoluta se basaba en “una diferencia histórica que puede desaparecer” (Marx, 1975, t. 2, p. 89) y creía que en su época ya no regía para la industria extractiva. Si la renta absoluta se basaba en el atraso relativo de la agricultura con relación a la industria, no hay motivo para que permanezca cuando la producción agrícola pasa a ser dominada por el capital como si fuera una industria más. El desarrollo capitalista en las últimas décadas parece indicar que esta es la situación hoy. Es una realidad que tendencialmente en la producción de cereales y oleaginosas, productos claves, disminuyó la utilización de mano de obra, y aumentó la relación capital/trabajo. Por ejemplo, se ha calculado que en 1830 un granjero de los Estados Unidos empleaba entre 200 y 300 horas de trabajo para producir 100 bushels de trigo; en 1890 entre 40 y 50 horas; en 1975 entre 3 y 4 horas.4 Y todo indica que desde entonces el tiempo de trabajo disminuyó. Lo mismo ha sucedido en las producciones de cereales y oleaginosas en Brasil, Argentina y otros grandes productores.
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Datos que tomamos del Economic Report of the President, Estados Unidos, 2007.
Renta en las peores tierras
Si no existe renta absoluta, cabe preguntarse entonces si existe renta en las tierras peores. Para responder a esta pregunta vuelve a cobrar importancia la renta diferencial II. Expliquemos el tema con cierto detalle, porque nos permitirá abordar luego algunas de las contradicciones que se están evidenciando en el agro en Argentina. La tesis de Marx es que puede surgir renta en la peor tierra a partir de las inversiones sucesivas de capital, en condiciones especiales que afectan a las tierras marginales. Para ver cómo puede suceder, supongamos, como antes, que la tierra peor, A, produce 1 unidad de cereal a un “costo de producción” (incluye la ganancia) de $30, y que la tierra B produce 3,5 unidades de cereal a un costo de producción de $60. Dado que el precio de mercado está determinado por la tierra A, los productores de B venden las 3,5 unidades de cereal a $30 cada una, obteniendo entonces $105. Descontado el “costo de producción” queda una renta de $45. Supongamos ahora que la demanda aumenta, y se necesita producir 1 unidad más de cereal. Se compara entonces cuánto cuesta producir esta unidad adicional si se invierte más capital en la tierra A, en una tierra aún peor, A-1, o en B. Supongamos que producir esta unidad adicional cuesta $35 en B, y $38 en A, o en A-1. Lógicamente, la unidad adicional se produce en B. Entonces tenemos que B produce ahora 4,5 unidades, de las cuales 3,5 unidades se producen a $60, mientras que 1 unidad se produce a $35. En total, en B las 4,5 unidades de cereal se producen a $95 (siempre incluyendo la ganancia). Si se calcula el costo medio de la producción en B, es claro que el mismo será $95 ÷ 4,5 = $21,11. En este caso, el precio regulador seguiría siendo el de A, o sea $30, y no habría renta en la peor tierra. No obstante, Marx aquí introduce una hipótesis crucial, ya que sostiene que el precio regulador bien puede ser el de la unidad adicional producida en B, o sea, $35. En este caso, B vende las 4,5 unidades de cereal a $157,5; descontando los $95 que corresponden al capital, queda una renta de $62,5. Puede verse que la renta aumentó, esto es, tenemos renta diferencial II. A su vez, en A aparece una renta de $5. Es evidente que Marx está dando aquí un rol relevante al cálculo comparativo marginal. Esto sucedería cuando no es posible disponer de nueva tierra de calidad A que tenga la misma situación favorable que la cultivada anteriormente, sino hay que recurrir a una segunda inversión de capital en A, que implica una inversión menos rentable que en B; o, alternativamente, descender a una tierra A-1, de peor calidad. Otra situación en que la renta diferencial II puede dar lugar a renta en la tierra de peor calidad es cuando la inversión adicional de capital 207
permite un fuerte aumento de la productividad en la tierra peor. Para verlo, partamos del caso que hemos venido estudiando: en la tierra A una inversión de $25 permite producir 1 unidad de cereal, con una ganancia de $5. Supongamos ahora que una segunda inversión de $25 permite producir 2 unidades adicionales de cereal (la ganancia es de $5, como siempre). De manera que se pueden producir 3 unidades de cereal a un costo de producción de $60. El costo medio de la unidad de cereal es de $20; si A sigue sin arrojar renta, el precio regulador pasa entonces a ser $20. En cambio –y de nuevo esta hipótesis es crucial en el razonamiento de Marx para explicar la aparición de renta en A– si se sigue considerando como precio regulador el precio de la unidad de cereal que resulta de la primera inversión de capital (o sea, $30), la producción total de A que se deriva de la primera y segunda inversión reportará un ingreso de $90; y se genera una renta de $30. Todo depende de que la primera inversión se mantenga como la decisiva. Por supuesto Marx admite que en condiciones normales el precio regulador debería disminuir, de forma que no habría renta en A. Sin embargo, sigue su explicación, si la mejora afectara solamente a una parte pequeña de A, esta parte mejor cultivada arrojará una ganancia excedente que el terrateniente terminará fijando como renta. A medida que la tierra A fuera incorporando el nuevo método, se iría formando renta. Marx considera también el caso en que hubiera productividad decreciente de los capitales adicionales invertidos en A, pero para nuestro estudio es suficiente con lo que hemos explicado. Lo central aquí es que a medida que aumenta la inversión de capital, y se desarrolla la producción capitalista, puede formarse renta incluso en las tierras marginales. Por otra parte, se puede ver que la distinción entre las rentas diferenciales I y II es, hasta cierto punto, relativa. Es que siempre la renta diferencial I supone que haya inversión de capital, ya que no hay suelo que dé producto sin inversión. Por eso Marx plantea –no casualmente, cuando trata la renta diferencial II– que incluso cuando se dice que 1 unidad del suelo peor, A, proporciona determinada cantidad de productos, siempre se supone “que se emplea un capital determinado, considerado normal bajo las condiciones de producción dadas” (Marx, 1999, t. 3, p. 903). Naturalmente, a la par que se desarrolla el capitalismo se eleva el nivel del capital medio necesario. Por ejemplo, supongamos que se realizan nuevas inversiones de capital en algunas tierras de A, y que otras no reciban este capital suplementario. De esta manera se genera renta en las tierras de A mejor cultivadas, y aumenta la renta de las tierras B, C, 208
D, que también reciben capitales adicionales. En tanto las parcelas de A que no recibieron ese capital adicional siguen determinando el precio de producción. Pero llega un punto en que el nuevo tipo de explotación se impone y se convierte en el tipo de explotación normal; en ese momento el precio de producción disminuye, la renta de las mejores tierras vuelve a disminuir y “la parte del suelo de A que no posea el capital medio de explotación deberá vender por debajo de su precio de producción individual, es decir, por debajo de la ganancia media” (ibid.). El nivel medio del capital necesario para explotar la tierra en Argentina se ha venido elevando sistemáticamente en los últimos años; asimismo la inversión de capital en tierras está poniendo en funcionamiento más y más tierras marginales. Esto saca de la competencia a los productores más débiles e impulsa la concentración del capital. Este tipo de inversión la estarían realizando algunos grandes grupos en tierras marginales de Argentina. Por ejemplo Cresud invertía, en 2008, en tierras en el sur de Salta, donde estaba transformando en praderas sembradas unas 62.000 hectáreas de suelos marginales. Directivos de Cresud también informaban, en 2008, que el grupo estaba comprando las tierras a us$ 10 la hectárea (esto significa que esa tierra, de hecho, no genera renta) e invirtiendo aproximadamente us$ 700 por hectárea. Si el precio de las oleaginosas o cereales es establecido por otras tierras marginales que no generan renta, y Cresud consigue, a partir de mejoras que puedan considerarse permanentes, una productividad por hectárea superior a la productividad de esas tierras marginales que siguen determinando el precio, entonces las tierras marginales que adquirió darán renta. De esta manera, la inversión de capital “genera” renta agraria. Además, a mediano o largo plazo, los propietarios-productores que no posean el capital suficiente para generar un nivel de productividad similar al que consigue el capital más fuerte, terminarán siendo eliminados. Esto se puede acelerar si baja el precio del grano o de la oleaginosa. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que la renta diferencial I siempre es la base sobre la que se asienta la renta diferencial II. Si hoy en la economía moderna no hay posibilidad de obtener renta sin realizar fuertes inversiones de capital, debe existir una base, dada por la fertilidad natural de la tierra, para que pueda formarse una renta diferencial II. Por caso, la inversión de capital en la pampa húmeda hoy es imprescindible para que exista renta. Pero ese capital a su vez está actuando en un terreno de fertilidad natural superior a otros suelos; por ejemplo, a los suelos de Tucumán o Salta que se dedican a la producción de trigo o soja. 209
La categoría de “campesino” y el productor pampeano
Durante el conflicto agrario que tuvo lugar en 2008, las organizaciones de izquierda que se alinearon con los productores rurales argumentaron que defendían a los pequeños y medianos campesinos contra el avance de los grandes capitales agrarios y financieros. Según esta visión, en la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas existiría una capa de productores que no serían capitalistas, dado que no utilizan mano de obra asalariada, o lo hacen en muy escaso volumen. Efectivamente, de acuerdo al censo de 2002, en la zona pampeana casi la mitad de los establecimientos solo emplea trabajo familiar. Y de los establecimientos que tienen asalariados permanentes, el 90% tiene menos de cuatro trabajadores (véase Neiman, 2008). Debido a que una relación capitalista se define por la utilización de mano de obra, y en una proporción tal que el dueño de los medios de producción pueda vivir sin involucrarse directamente en el trabajo,5 muchos de los propietarios-productores de la zona pampeana –típicamente, que poseen establecimientos de entre 50 y 300 hectáreas–, no serían capitalistas en el sentido estricto del término. Pero cuando se analiza la rentabilidad de estos sectores, y sus posibilidades, y se las compara con la situación típica de los campesinos parcelarios, la cuestión aparece bajo una luz muy distinta. Para avanzar en este estudio debemos precisar qué es la economía campesina, tal como históricamente se la entendió en la literatura marxista y en los estudios sobre las clases sociales en el campo. Díaz-Polanco (1988) precisa las características que, según Marx, son distintivas del régimen de propiedad parcelaria campesina en su forma “clásica”. Es la formación social en que el campesino es propietario de la tierra que trabaja, de las condiciones objetivas de producción, pero en la que “una parte preponderante del producto agrario debe ser consumido, en cuanto medio directo de subsistencia por los propios campesinos” (Marx, 1999, t. 3, p. 1023), y solo se comercia una parte residual. Cuando este tipo de propiedad del suelo está extendido, presupone “que la población rural posee gran preponderancia numérica sobre la urbana” (ibid.) 5
Véase el capítulo 9 del tomo 1 de El capital, donde Marx explica que para que una suma de dinero se convierta en capital es necesario un mínimo determinado. Si el dueño de los medios de producción debe intervenir directamente en el proceso de producción como un obrero más, no será más que un “pequeño maestro artesano”, un término medio entre el capitalista y el obrero. Al llegar a un cierto nivel del desarrollo, la producción capitalista exige que el propietario de los medios de producción invierta todo su tiempo en actuar como capitalista, esto es, como capital personificado.
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y que el capitalismo está poco desarrollado en el agro. Se la considera “clásica” porque sobre esta base se desarrollará el capitalismo: El sistema capitalista se desarrollará sobre la disolución y la ruina de esta forma clásica, destruyendo la industria campesina y separando al trabajador campesino de sus condiciones objetivas de producción, convirtiendo a este último en obrero asalariado cuya única propiedad es su fuerza de trabajo (Díaz-Polanco, 1988, p. 78).
Establecido este régimen en su forma “clásica”, a medida que se desarrollan las relaciones mercantiles y el modo capitalista de producción, tenderá a producirse una diferenciación en su seno. Los campesinos que posean la tierra más fértil, o alguna otra ventaja, podrán realizar una renta diferencial, y también una ganancia; en el sistema capitalista desarrollado este campesino adquiere luego la fisonomía del Granjero (farmer) americano, esto es, de alguien que recibe normalmente renta y ganancia. Los campesinos acomodados también pueden evolucionar hacia capitalistas arrendatarios, a través de formas de transición como la mediería o aparcería.6 Y la mayoría del campesinado va camino a la ruina, a medida que el capitalismo se desarrolla. Debe subrayarse que por lo general los campesinos parcelarios no reciben ingresos equivalentes a renta o ganancias, y tienden a conformarse con un ingreso que apenas representa un salario: Como límite de la explotación para el campesino parcelario no aparece, por una parte, la ganancia media del capital, en tanto es un pequeño capitalista; ni tampoco, por la otra, la necesidad de una renta, en tanto es terrateniente. En su condición de pequeño capitalista no aparece para él, como límite absoluto, otra cosa que el salario que se abona a sí mismo, previa deducción de los costos propiamente dichos. Mientras el precio del producto cubra su salario, cultivará su campo e inclusive y a menudo hasta llegar a un límite físico del salario (Marx, 1999, t. 3, pp. 1024-1025).
Puede darse entonces una transferencia de excedente, bajo la forma de valor, desde la pequeña producción campesina al modo de producción capitalista. Como hemos señalado en el apéndice 1, en el capítulo 7, esta 6
El arrendatario adelanta parte del capital, además de su trabajo; y el terrateniente otra parte del capital. Marx señala que esta forma está en transición hacia el arrendatario capitalista.
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circunstancia debe diferenciarse, de todas maneras, de los casos en que el campesino solo alcanza a generar un valor equivalente al valor de su fuerza de trabajo (o menor aún), debido a la escasa tecnología y baja productividad de su trabajo. El debilitamiento de la economía predial también puede obligar a la combinación del trabajo en la parcela con el trabajo asalariado por fuera de ella. Cuando ocurre esto estamos en presencia de un campesino en transición al proletario, o sea, es un “semi-campesino”, “semiproletario”. Al no recibir siquiera un equivalente al plustrabajo por encima del trabajo necesario para reproducir su fuerza de trabajo y su familia, el campesino no distingue la renta de la tierra como una categoría específica de su ingreso, ni como una ganancia, que correspondería a la inversión de “capital”. Por esta razón, en las economías campesinas no encontramos la racionalidad económica típica del empresario capitalista, que se guía por el criterio de la rentabilidad. Como sostienen Mayer y Grave, refiriéndose a campesinos del Perú: Los campesinos usan el dinero para importar productos que no pueden producir localmente, tales como gasolina, ropa, licor, comida e insumos agrícolas. Cuando los términos de intercambio son desfavorables […], en intentos desesperados por continuar exportando productos, devalúan los elementos de la economía que están bajo su control. A fin de continuar operando, los campesinos deben vender sus productos por debajo del costo de producción, absorbiendo las pérdidas en casa. A largo plazo esto lleva al empobrecimiento (Mayer y Grave, 1999, p. 346).
Son esta clase de economías las que históricamente han conformado el contenido de la llamada “cuestión campesina” en el marxismo.7 Se habla de una “cuestión campesina” por los debates acerca de qué programa debían levantar los socialistas y la clase obrera para ganar al campesinado para la lucha contra el capital. Dado que en el siglo xix la mayor parte de la población en Europa continental era campesina, resolver este problema era de mucha trascendencia política.8 Marx y Engels pensaban que este 7 La cuestión campesina está vinculada, clásicamente, a la falta de tierra y, por lo tanto, a las consignas de reparto de la tierra y reforma agraria. 8 Por ejemplo, en Francia, hacia mediados de siglo xix, las dos terceras partes de la población vivía en el campo; la mayoría eran campesinos parcelarios, agobiados por las deudas, y sobrevivían al borde del hambre. De ahí que Marx y Engels formularan, durante la Revolución de 1848, un programa de regularización de las hipotecas e indemnizaciones
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campesinado debía ser ganado como aliado del proletariado, mostrándole que su única salvación frente a la ruina era adherir a un programa anticapitalista. Pero a medida que se desarrolló el capitalismo en Europa, “la cuestión campesina” tendió a desaparecer. Actualmente en Francia la proporción de trabajadores empleados en el campo es de apenas el 5% del total de la fuerza laboral del país; los porcentajes en otros países europeos y en Japón son similares. En Estados Unidos, solo el 3% de la fuerza laboral está empleada en la agricultura. Pero además, los granjeros de Francia, Alemania o Estados Unidos de hoy tienen poca relación con aquellos campesinos en los que Marx y Engels ponían esperanzas revolucionarias. Se han convertido en parte de la clase capitalista, y actúan con la racionalidad propia de esta clase. Los granjeros, rancheros y administradores de establecimientos de Estados Unidos y de otros países adelantados perciben una renta, se apropian de plusvalía y realizan inversiones que deciden según criterios de rentabilidad. Este tipo de economía agraria no está subordinada a ninguna otra forma. Y este también es el caso de los productores de cereales y oleaginosas de Argentina. Su situación se parece más a la de Estados Unidos, que a la del campesino parcelario de China o de África subsahariana. El productor de soja propietario de 100 hectáreas en Buenos Aires o Santa Fe no puede ser incluido en la misma categoría social que el campesino parcelario. Su fuerza económica y perspectivas son cualitativamente distintas. Produce enteramente para el mercado; invierte capital calculando una tasa de ganancia; obtiene normalmente plusvalor; y la renta entra en sus cálculos. Tampoco el arrendatario pampeano, que realiza inversión de capital, aunque tenga pocos o ningún trabajador asalariado, puede asimilarse al campesino que arrienda una parcela de tierra y apenas sobrevive. El arrendatario productor pampeano recibirá como ingreso una parte de la plusvalía producida por el capital en general, que le corresponde en tanto propietario de medios de producción, a igual que sucede en cualquier rama de la economía en que haya una alta composición orgánica del capital. Al calcular, por ejemplo, cuánto cobra por cosechar, incluye no solo la amortización de la maquinaria empleada, sino también una ganancia –que él considera “interés”– por el capital invertido. En caso a estos campesinos; aclarando, de todas maneras, que su salvación estaba en un programa anticapitalista. Para el campesinado alemán el programa incluía la anulación de las cargas semifeudales. Hacia fines de siglo xix el problema campesino volvió a discutirse en la socialdemocracia francesa y alemana.
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que trabaje él mismo la maquinaria, su ingreso estará compuesto por un “salario” y una ganancia o plusvalía, en cuanto propietario de medios de producción. Si contrata a un asalariado para que maneje la cosechadora, su ingreso será pura ganancia capitalista. La diferencia cuantitativa en fertilidad del suelo, tamaño del terreno, inversión de capital, y excedente del que se apropia, da lugar a una diferencia social, con respecto a la economía parcelaria campesina. En consecuencia hay que distinguir la ruina de la pequeña unidad campesina familiar de la “ruina” del propietario pequeño y medio, o del arrendatario de la pampa húmeda, que realizan fuertes inversiones. La ruina de la pequeña unidad campesina tradicional significa, en el mejor de los casos, terminar como proletario; y muchas veces en el pauperismo y el hambre. El productor pampeano que no puede competir con el capital más concentrado, con mucha frecuencia se convierte en rentista, e incluso en rentista acomodado. En otros casos, podrá transformarse en un pequeño propietario rentista de ciudad.9 Su punto de partida siempre será sustancialmente distinto al del campesino, aun cuando no emplee mano de obra asalariada. Por este motivo, las categorías sociales apropiadas para el análisis en la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas son las del propietario de la tierra, arrendatario capitalista y trabajador asalariado; o alternativamente la de propietario-capitalista, que puede emplear mano de obra asalariada en escasa proporción, pero tiene abierta la opción de convertirse en rentista. Con respecto a la clase trabajadora, debe subrayarse que debido a que el desarrollo capitalista en la zona pampeana fue fuertemente ahorrador de mano de obra, no dio lugar a un proletariado numéricamente numeroso. Del total de los 307.572 establecimientos censados en 2002, el 44% empleaba solo trabajo familiar; el 18,3% utilizaba trabajo familiar con trabajadores transitorios; el 32,2% tenía asalariados permanentes, y quedaba un 5,3% sin discriminar. Además, de los que tenían asalariados permanentes, el 54,7% tenía un asalariado permanente; el 34,2% empleaba de dos a cuatro trabajadores permanentes; el 7,9% empleaba entre cinco y nueve trabajadores; y solo el 3,2% empleaba 10 o más asalariados permanentes (Neiman, 2008).10 9
Aunque no poseemos estadísticas, hay mucha evidencia anecdótica –recogida en la prensa– de que parte de la renta agraria obtenida por pequeños y medianos propietarios de la zona cerealera y oleaginosa argentina se reinvierte en propiedad inmobiliaria en las ciudades. 10 De todas formas, también hubo un aumento de los trabajadores empleados por capitalistas contratistas. No hemos encontrado cifras de los trabajadores empleados de esta manera.
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Esto permitiría entender también una característica del conflicto agrario argentino, que es la ausencia de participación de la clase trabajadora con un programa de reivindicaciones propias, independientes de las demandas levantadas por la patronal. El reducido número de asalariados por establecimiento, y el involucramiento de muchos dueños en las tareas de producción, probablemente ha dado lugar a una fuerte influencia de la patronal sobre los trabajadores. Esto a pesar de que existe una alta explotación del trabajo. La Secretaría de Trabajo calculaba, en 2009, que aproximadamente el 72% de los trabajadores del campo están en negro. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (indec), el salario promedio en el campo era, en 2008, de $1.100, el 57% del salario promedio que regía en el resto de la economía.11 Obsérvese que en la medida en que con estos niveles de salarios exista una ganancia media para el capitalista, habrá un aumento de la renta de la tierra. Esto es, una parte del salario en este caso está ingresando en la renta agraria (un caso que contempla Marx; véase 1999, t. 3, p. 808). La primera manera práctica y sencilla de bajar la renta agraria y comenzar a mejorar la distribución del ingreso es aumentando los salarios de los trabajadores rurales.
Capital financiero, pool de siembra y capital agrario
Una de las cuestiones que ha estado en el centro de muchos debates es el rol que juega el capital financiero en la producción agraria. Muchos sostienen, en línea con las tesis de la financiarización y de la dependencia reformulada, que existe una contradicción fundamental entre el capital financiero –singularizado en los pool de siembra– y el capital agrario; y que el avance de los pool de siembra representa el predominio de la especulación parasitaria sobre la producción. Los problemas actuales en el agro derivarían entonces de la naturaleza dañina de una forma particular de dominación, la del capital financiero, y del antagonismo entre ambas formas de capital. Nuestra interpretación de la cuestión es opuesta a esta idea. Entre el capital financiero y el capital productivo agrario no existe contradicción fundamental alguna. Si bien pueden existir tensiones, ambos son solo formas de existencia del capital en general; los dos se nutren de la plusvalía 11 En los cultivos industriales –50.000 trabajadores– los salarios eran, a comienzos de 2008, de apenas $868.
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–esto es, de la explotación del trabajo humano– y están estrechamente relacionados. Constantemente, montos de capital dinero que participan en el ciclo de rotación del capital productivo se invierten en los circuitos financieros, a la espera de volver a entrar en el circuito productivo. Inversamente, el capital dinerario no puede valorizarse si no es a través de su relación con el capital productivo. Existe un trasvase constante de capitales de una forma a la otra. Esta relación lleva incluso a la imbricación entre ambos tipos de capital. Un ejemplo lo constituye el fondo de cobertura Ospraie Management, de Estados Unidos. En 2008, Ospraie administraba una cartera de us$ 9.000 millones, y se lo considera el fondo más poderoso de los que actuaban en los mercados financieros de materias primas. Ese año comenzó a invertir en la cadena de valor de los alimentos “en un esfuerzo por conseguir una visión de primera mano de lo que está moviendo el mercado de bienes básicos” (The Wall Street Journal of Americas, 3 de julio de 2008), para lo cual compró por us$ 2.800 millones ConAgra Foods, una empresa que negocia alimentos. Ospraie se convirtió así en uno de los mayores operadores estadounidenses de granos. Su negocio es comprar el grano a los agricultores y venderlo a la cadena alimenticia, pero también opera barcazas y planea entrar en ferrocarriles, o sea, en sectores generadores de plusvalor. Asimismo está invirtiendo en campos; por ejemplo, en Uruguay, donde incrementó la producción utilizando más fertilizante y mejor tecnología. Otros capitales siguen el mismo camino: […] los grandes inversionistas están comprando cada vez más activos físicos –desde granjas a refinerías– a medida que instituciones inyectan capital en los commodities. Los propietarios tienen una clara ventaja sobre otros inversionistas porque pueden comprender mejor la cadena alimenticia (The Wall Street Journal of Americas, 3 de julio de 2008).
Por otro lado, también el capital productivo se reproduce en vinculación con el capital dinerario. Por ejemplo, Cresud opera campos cerealeros, sojeros, ganaderos, propios y arrendados; pero también posee una división financiera que busca realizar ganancias especulando en derivados de los commodities, y otros activos financieros. Con la misma perspectiva teórica analizamos los pool de siembra. Estos constituyen sociedades de inversores –pueden adoptar la forma de fondos de inversión o fideicomisos– que tienen como objetivo valorizarse aumentando la escala productiva. En Argentina había, en 2008, unos 2.700, que controlaban entre el 7 y el 10% de la tierra cultivada y contri216
buían con aproximadamente el 15% de la financiación total de las inversiones agrarias. Típicamente, los pool contratan ingenieros, veterinarios y otros asesores para el alquiler de campos y su explotación; toman seguros para cubrirse frente a contingencias climáticas; pagan los servicios de siembra y cosecha a contratistas; y terminan la operación comercializando el producto y retornando el capital invertido, más el rendimiento, a los inversores. Muchos se han formado con capitales en ciudades del interior del país y manejan entre 5.000 y 20.000 hectáreas. Un pool de siembra que trabaja 20.000 hectáreas facturaba, en 2008, unos us$ 15 millones, con un rendimiento promedio del 10% al 15% anual, en condiciones de cosechas normales. Algunos operan decenas de miles de hectáreas. El mayor es el grupo Grobo, que operaba (en 2008) 150.000 hectáreas, de las cuales el 90%, aproximadamente, eran arrendadas; Grobo financia rutinariamente casi toda su operatoria con fideicomisos. En este respecto, es una empresa capitalista típica, en el sentido de la división de clases en el campo “a lo Marx”, o sea, donde predomina el capitalista arrendatario, pero que en este caso se financia con fideicomisos. El dinero que se invierte en estos fideicomisos constituye una forma particular del capital dinerario que se valoriza cuando es prestado a un capitalista empresario, y rinde interés.12 No hay una diferencia conceptual entre esto y lo que sucede con cualquier otro capital dinerario que se presta a industriales a través de los mercados de capitales –bonos o acciones–; o que se deposita en una cuenta y se canaliza a la producción a través de los préstamos bancarios. Por eso cuesta entender con qué lógica se critica una forma de financiación en un rubro, y se acepta como algo normal en otra rama de la economía. El prestamista cede el dinero para que se lo emplee como capital agrario. Por lo tanto, es acreedor a una porción de la plusvalía. El empresario recibe su porción en tanto encarna el capital en funciones. Esta división entre capitalistas dinerarios y capitalistas en funciones genera la división de la plusvalía en ganancia empresaria e interés. Sin embargo, la plusvalía que recibe el capitalista emprendedor aparece bajo una forma fetichizada, esto es, no como resultado del trabajo impago, sino como “fruto de su trabajo”; por eso esta plusvalía es considerada un “salario” de director.13 Esta circunstancia hace que los capitalistas en funciones 12 “[…] cualquier capital prestado, sea cual fuere su forma, y comoquiera que se halle modificado el reintegro por la naturaleza de su valor de uso, siempre es solo una forma particular del capital dinerario” (Marx, 1999, t. 3, p. 440). 13 “[…] este propio proceso de explotación aparece como un mero proceso laboral., en el cual el capitalista actuante solo efectúa un trabajo diferente al del obrero. De modo que el trabajo de explotar y el trabajo explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo” (Marx,
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muchas veces se presenten como víctimas oprimidas –a la par de sus obreros asalariados– por el “capital financiero”.14 De ahí la idea –que registra religiosamente el pensamiento vulgar izquierdista– de que existe un antagonismo fundamental entre el capital productivo y el capital dinero. Por otra parte, y como sucede con cualquier otro capital de préstamo, la división de la plusvalía entre la ganancia empresaria y el interés –la renta del fideicomiso– está gobernada por la competencia. Si la renta financiera del inversor en el pool de siembra es muy alta, esto atrae capitales, y la ganancia financiera tiende a bajar. Por ejemplo, los fideicomisos en construcciones inmobiliarias urbanas en 2004 y 2005 en Argentina daban rendimientos de entre el 20% y 30%; a partir de la entrada de más capitales en el sector, y el endurecimiento de las condiciones en el mercado de viviendas, los rendimientos disminuyeron.
Estructura compleja de ingresos en la clase dominante
A partir de lo explicado hasta aquí puede advertirse que en el agro estamos frente a una estructura compleja, rica en determinaciones, porque entran en juego todas las formas en que se reparte el valor entre las clases, y la plusvalía entre las fracciones del capital y los propietarios de la tierra. A nivel de las clases sociales fundamentales, encontramos la división entre plusvalía y valor de la fuerza de trabajo, que determina la tasa de explotación del trabajo asalariado por el capital. A su vez, dada la masa de plusvalía, se debe analizar la manera en que se divide entre las fracciones propietarias y la clase capitalista en general. Por un lado, encontramos la divisoria entre ganancia agraria y renta de la tierra; por otro, la división de la ganancia agraria entre ganancia empresaria e interés. A esto se agregan las diferenciaciones en la generación de plusvalía, ya que hay capitales que reciben una tasa media de ganancia, otros capitales obtienen ganancias extraordinarias y otros ganancias por debajo de la media. Por otra parte, puede suceder que durante períodos más o menos prolongados, la tasa de ganancia media de una rama sea más alta que en el promedio de la economía. Ya hemos visto cómo las variaciones del tipo de cambio pueden incidir en las tasas 1999, t. 3, p. 489). 14 “Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero un trabajador como capitalista, es decir, como explotador del trabajo ajeno” (Marx, 1999, t. 3, p. 495).
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de ganancias entre sectores productores de bienes transables y no transables. En particular, después de la devaluación del peso de 2001, la tasa de ganancia en el sector agrícola argentino habría aumentado. Esto atrajo capitales, llevando a una mayor demanda de tierras, y aumento de la renta (véanse interludio 1 y capítulo 14). Por último, tenemos los impuestos, que constituyen otra fracción de la plusvalía, y afectan de manera muy desigual, y según las técnicas impositivas, a las divisorias de plusvalor entre las fracciones de la clase dominante. Desde el punto de vista impositivo, y del reparto de la plusvalía, o el desarrollo del capitalismo, por supuesto, no es lo mismo gravar la renta que la ganancia. De todas maneras, la imposición solo afecta el reparto de la plusvalía entre las fracciones burguesas (y los propietarios de la tierra y el capital) y entre estas y el Estado. No altera la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo. Destaquemos, por último, que a medida que se profundizan las relaciones capitalistas, la ley del valor rige más y más la evolución de la economía agraria. La existencia de la propiedad privada de la tierra no niega esta ley. La propiedad de la tierra permite al terrateniente apropiarse de una parte de la plusvalía, pero no determina el precio del producto. Además, no se puede sostener con algún fundamento que los precios de los granos y oleaginosas estén determinados por algún poder monopólico en la producción. La producción en el agro argentino está incluso menos concentrada que en otras ramas de la economía. Las 65 empresas agrícolas más grandes del país tenían bajo producción cerealera y sojera, en 2008, unos 2,5 millones de hectáreas, lo que representaba algo menos del 10% del total de la superficie cultivada.
Conclusión
Las categorías marxianas de la renta agraria son plenamente aplicables al estudio de la producción de cereales y oleaginosas en Argentina. Esto se debe a que estamos en presencia de relaciones capitalistas desplegadas, donde impera la lógica del mercado y la valorización de los capitales. Esto se aplica tanto al capital productivo, como al capital financiero. La economía de los productores de cereales y oleaginosas de la pampa húmeda argentina, por otra parte, debe distinguirse cualitativamente de las economías campesinas tradicionales. En la zona cerealera y oleaginosa no existe una cuestión campesina, tal como se ha entendido tradicionalmente en el pensamiento marxista o de izquierda. 219
Interludio 1 Renta agraria, interés y tipo de cambio, discusiones teóricas
Desde hace años circula en ámbitos de la izquierda y del progresismo argentino, en particular en la Universidad de Buenos Aires, la tesis de que la renta agraria se origina por fuera del capital agrario. La renta sería plusvalía generada por el obrero industrial, y apropiada por el terrateniente. Ya hace muchos años en la Facultad de Filosofía y Letras se explicaba a los alumnos de la carrera de Historia que la renta diferencial que recibían los terratenientes argentinos a fines del siglo xix y principios del siglo xx no era creada por el trabajo agrícola, sino que constituía transferencia de plusvalor originado en las industrias de los países centrales. Vinculada a esta tesis está la concepción de que la renta surge por un precio de monopolio; y que la magnitud de la renta es independiente de las variaciones del tipo de cambio. El profesor Juan Iñigo Carrera, de la Universidad de Buenos Aires, es uno de los mayores exponentes de la tesis de que la renta no se origina en el trabajo agrícola, sino en la industria. En un escrito crítico de nuestras posiciones, afirma que “la fuente de esta plusvalía [la renta] no se encuentra en la producción agraria misma” (Iñigo Carrera, 2009, p. 3). En el mismo sentido, sostiene que la sociedad paga a los terratenientes con plusvalía generada por el trabajo de los obreros no agrícolas (ibid, p. 4). Si esto fuera así, habría que concluir que la renta de la tierra de la que se apropiaban los terratenientes argentinos antes de que el país se industrializara, provenía del exterior. Y, en la actualidad, una parte importante de la renta también debería generarse en el exterior, dado el atraso tecnológico e industrial relativo de Argentina. En consecuencia, estaríamos ante un “intercambio desigual” a la inversa, ya que habría transferencia de plusvalía desde los países adelantados a los atrasados. En el fondo de esta conclusión encontramos una serie de errores teóricos que es necesario examinar. También es necesario clarificar la teoría de la renta diferencial II que, como vimos antes, está vinculada al desarrollo del capitalismo agrario. Y volver sobre la diferencia entre interés y renta, cuestión en la cual también se evidencian confusiones. Como 221
conclusión de este interludio ofrecemos una explicación de la relación entre renta y tipo de cambio.
El concepto de renta diferencial
El fondo del argumento de Juan Iñigo Carrera es que, según la teoría de Marx, cuando el trabajo se aplica en una tierra de productividad superior, ese trabajo no puede generar más valor que el trabajo menos productivo. Por lo tanto, sostiene que si el trabajo aplicado a la tierra de mayor fertilidad no genera más valor que el trabajo aplicado a la tierra de menor fertilidad, no hay posibilidad de que la renta sea plusvalía generada por el trabajo agrícola. Por eso también afirma que el trabajo que en cualquier rama de la industria utiliza una tecnología superior a la media no genera más valor que el trabajo social medio de esa rama. Este razonamiento evidencia la incomprensión de la teoría de Marx del valor y, específicamente, de la plusvalía extraordinaria. Ya hemos explicado que la plusvalía extraordinaria surge porque en las empresas con ventajas tecnológicas el trabajo actúa como trabajo potenciado, y genera más valor por unidad de tiempo que el trabajo promedio de la rama. La renta diferencial de la tierra se explica por este mecanismo. En varios pasajes de su obra, Marx insiste en que no hay diferencias conceptuales de fondo entre la renta diferencial y la plusvalía extraordinaria que obtiene una empresa que utiliza mejor tecnología; por caso: La existencia de diferentes ganancias excedentes o distintas rentas sobre tierras de fertilidad variable no distingue a la agricultura de la industria. Lo que la distingue es el hecho de que dichas ganancias excedentes en la agricultura se conviertan en características permanentes […] [en cambio] en la industria […] esas ganancias excedentes solo aparecen en forma fugaz […] (Marx, 1975, t. 2, pp. 80-81).
Con lo cual está diciendo que se trata de una plusganancia “normal”, o sea, no generada por “operaciones fortuitas de venta o por fluctuaciones en el precio de mercado” (ibid.). La renta es una ganancia extraordinaria que se hace permanente porque la tierra es monopolizable. Y por eso también es plusganancia generada en el trabajo agrícola. Es que si la plusganancia del capital industrial se origina en el trabajo potenciado, y si a renta no se diferencia, en cuanto a su fuente, de cualquier otra plus222
ganancia, hay que concluir que, en la teoría de Marx, la renta se origina en el trabajo agrícola. La renta, escribe Marx, es […] un excedente peculiar de esta esfera de la producción –la esfera agrícola– […] un excedente por encima de la parte del plustrabajo que el capitalista reclama como peteneciéndole de antemano y normalmente (Marx, 1999, t. 3, p. 1018; énfasis añadido).
En otro pasaje subraya que la renta no surge porque se eleve el precio de la mercancía por sobre su plusvalía intrínseca (Marx, 1975, t. 2, p. 31). La renta surge porque el producto agrario […] no tiene que trasladar a los otros la proporción de su plusvalía intrínseca que solo rinde la ganancia media, sino que es capaz de realizar una porción de su propia plusvalía que constituye un excedente por encima de la ganancia media (Marx, 1975, t. 2, p. 31; énfasis añadido).
Las citas abundan, todas en el mismo sentido. La tesis de Marx es bastante distinta de lo que presenta Juan Iñigo Carrera. Pero con esto no hemos demostrado que la tesis de Marx sea correcta. ¿No podría tener la renta otro origen, distinto de la producción agraria? El problema es que si la renta no es originada en el sector agrícola, habría que postular que surge por algún recargo monopólico sobre el precio del costo. Es la idea –de esencia mercantilista– de que la ganancia (en este caso la renta) se origina en el mercado. Pero con esta concepción, como señala Marx, salta por lo aires “toda la base de la economía política” (Marx, 1975, t. 2, p. 208). Es que la idea de la formación del precio del producto agrícola por “poder de mercado”, o “monopolio”, con la que se busca explicar la renta, no tiene sustento teórico, y por lo tanto no puede explicar un fenómeno que es sistemático. En ese marco, no hay posibilidad de entender científicamente la renta, ni en general la plusvalía; ambas pasan a estar indeterminadas. En todo esto subyace, además, una idea fundamental, que ya había enunciado Ricardo, y que Marx rescata: el producto agrícola no se encarece porque hay que pagar renta, sino debe pagarse renta porque el producto agrícola es caro (véase Ricardo, 1985, p. 56). Por eso en Ricardo y Marx la renta no es producto del monopolio, sino es el monopolio de la tierra el que permite la apropiación de la renta.
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Renta diferencial II
Juan Iñigo Carrera sostiene también que en la agricultura no es necesario un mínimo de capital, y explica que la renta diferencial II surge de la aplicación de porciones adicionales de capital cada vez menos productivo. A consecuencia de la introducción de la porción de capital que pone en movimiento trabajo menos productivo, el precio de producción se ubica ahora por encima del correspondiente a la aplicación intensiva del capital que anteriormente determinaba el precio, de manera que: Toda la producción se vende al mismo precio comercial, determinado por el mayor precio de producción correspondiente a la porción de productividad más baja, con independencia de la productividad correspondiente al trabajo que produjo cada porción (Iñigo Carrera, 2009, p. 5).
Por lo tanto, siempre según Juan Iñigo Carrera, el precio de venta es establecido por la última porción aplicada de capital que siempre es de menor productividad que las anteriores. Afirma luego que “se trata de una renta proveniente del monopolio sobre las condiciones naturales diferenciales” (ibid, p. 5; énfasis agregado). Y sostiene que la renta diferencial II no es renta, sino el interés sobre el capital equivalente por el período de vida útil normal del mismo (ibid, p. 8). Pues bien, por empezar, no es cierto que en la agricultura no haga falta un mínimo de capital. La renta diferencial II es posible porque hay inversiones de capital por encima de los mínimos montos de capital necesarios para que, incluso en el caso de la renta diferencial I, haya renta. Esto es, en la agricultura […] [e]xactamente de la misma manera que en la industria se requiere determinado mínimo de capital para cada ramo de la actividad, a fin de poder elaborar las mercancías a su precio de producción (Marx, 1999, t. 3, p. 903).
Es que no estamos hablando de la unidad campesina familiar, sino de empresas capitalistas que deben rendir una cierta tasa de ganancia, y por lo tanto deben poner en producción determinadas cantidades de tierra, que exigen mínimos de capital. Ya en El capital Marx señalaba que después de 1846 se exigía a los arrendatarios, por contrato, que desembolsasen 12 libras anuales por acre en inversiones. Esto es, había un mínimo de inversión necesaria. Hoy subsiste la necesidad de este piso. Si bien pueden 224
variar las calidades y cantidades de insumos (calidad de semilla, cantidad y calidad de fertilizantes, etc.), no es posible bajar de ciertos mínimos de inversión por hectárea. Tampoco, por supuesto, se puede dejar de cumplir con las fases principales de la producción. Si se siembra y luego no hay capital para levantar la cosecha, se está en un problema. Los que creen que la soja, por ejemplo, es un “yuyo” y que su producción admite cualquier monto de capital, en el fondo piensan que hoy la agricultura la lleva adelante una “oligarquía parasitaria”, que no invierte y no opera según la racionalidad capitalista. Por supuesto, el planteo de Marx se corresponde con su comprensión profunda del desarrollo capitalista de las fuerzas productivas en el agro. Vayamos ahora a la segunda cuestión. Hemos visto que, según Juan Iñigo Carrera, la renta diferencial se genera por sucesivas inversiones de capital, de productividad decreciente, que hacen que el producto agrícola se venda al precio comercial determinado por el precio de producción correspondiente a la última porción de capital, de productividad más baja. ¿Es esta la explicación de Marx? Categóricamente no. En la teoría de Marx, la renta diferencial II surge por las mejoras en la tierra que introduce el capitalista en procura de elevar sus ganancias. Si tiene éxito, en tanto dure el contrato de arrendamiento, el capitalista se embolsará esas plusganancias. Cuando venza el contrato, si las inversiones de capital mejoraron de manera duradera la fertilidad del suelo, el terrateniente estará en condiciones de apropiarse esa plusganancia bajo la forma de renta. Esta es la renta diferencial II. El precio de venta es determinado por la peor tierra (no por la última inversión de capital, como dice Juan Iñigo Carrera). La plusganancia que constituye la renta sigue determinada por la diferencia entre el precio de producción “individual” del producto de la tierra mejor (que ahora tiene fertilidad adquirida, además de la natural) y el precio de producción del producto de la peor tierra. Todo esto está explicado por Marx en El capital, en los capítulos dedicados a la renta diferencial II. Primero, la renta surge porque los capitalistas arrendatarios buscan plusganancias: […] la renta se fija al arrendar los terrenos, por lo cual las plusganancias que surgen de la inversión sucesiva de capital fluyen hacia los bolsillos del arrendatario mientras dure el contrato de arrendamiento (Marx, 1999, t. 3, p. 866).
Pero una vez terminado el contrato de arrendamiento esa fertilidad elevada por las inversiones del capitalista coincide con la fertilidad natural, y da lugar a que la plusganancia pase a manos del terrateniente: 225
En el caso de mejoras permanentes del suelo, al expirar el contrato de arrendamiento la fertilidad diferencial artificialmente elevada del suelo coincide con la fertilidad diferencial natural y por ello coincide la tasación de la renta con la fertilidad diferente entre tipos de suelo, en general (Marx, 1999, t. 3, p. 867; énfasis agregado).
Además, en la teoría de Marx la inversión adicional de capital no da como resultado necesario la suba del precio agrícola. Marx analiza los casos en que el precio del mercado es constante, creciente o decreciente; y también en los que la productividad de la segunda inversión de capital es constante, creciente o decreciente. Al “cruzar” estas posibilidades Marx obtiene nueve casos básicos (no uno, como sucede en Juan Iñigo Carrera). Y, como vimos, en Marx las inversiones de productividad decreciente solo provocan aumento del precio de mercado cuando se hacen en peor tierra.15 Preguntémonos ahora, ¿cuál de las teorías de la renta diferencial II es correcta, la de Juan Iñigo Carrera o la de Marx? Nuestra respuesta: la de Marx es correcta, no solo porque es teóricamente coherente, sino también porque explica lo que sucede en la realidad del capitalismo agrario. Es que no es cierto que las inversiones sucesivas de capital sean siempre de productividad decreciente. No hay nada que diga que esto es así. Los rendimientos muchas veces son constantes o crecientes. Las revoluciones científicas y técnicas en el agro lo atestiguan. Este fue un punto importante destacado por Marx, que se ha verificado. Pero, además, la idea de que el precio del producto agrícola no está determinado por la peor tierra, sino por la última porción de capital, es lógicamente incoherente. Para entender por qué, recordemos que Marx sostiene que la renta diferencial I y la renta diferencial II se imbrican de manera compleja, y en la práctica son indistinguibles (aunque analíticamente es importante diferenciarlas). Pero si esto es así, no hay forma de sostener que la renta I está determinada por el cereal producido con el capital aplicado a la tierra menos productiva, y la renta II por el cereal 15
Juan Iñigo Carrera dejó de lado la parte profunda de la teoría de la renta de Ricardo, a saber, que la renta es valor generado en la producción agrícola. Sin embargo, parece haber adoptado su parte más floja, ya que Ricardo explicaba la renta diferencial por “un descenso absoluto de la productividad en la agricultura”, que sería una especie de ley histórica del desarrollo (Marx, 1975, t. 2, p. 209). Aunque Juan Iñigo Carrera lo aplica solo a la renta diferencial II, a través del equivocado supuesto de que las porciones sucesivas de capital ponen en movimiento trabajo de menor productividad.
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producido con la porción de capital menos productiva. Más aún, si seguimos la teoría del profesor Juan Iñigo Carrera deberíamos concluir que hay dos precios del mismo producto agrícola, uno determinado por la última porción de capital invertido, y el otro determinado por la peor tierra. Es un absurdo. Por otra parte, vimos que, según Juan Iñigo Carrera, una vez incorporada la renta diferencial II, la renta proviene “del monopolio sobre las condiciones naturales diferenciales” (Iñigo Carrera, 2009, p. 5; énfasis añadido). Marx, en cambio, sostiene que la renta, una vez incorporada la renta diferencial II, proviene de la fertilidad diferencial, coincidiendo en esa fertilidad diferencial la natural y la artificial (esto es, la que se origina en las inversiones adicionales de capital). ¿Quién tiene razón, Juan Iñigo Carrera o Marx? De nuevo tenemos que decir que, en nuestra opinión, Marx está en lo correcto. Es que al considerar Juan Iñigo Carrera que la renta proviene del monopolio sobre “condiciones naturales diferenciales”, termina por no distinguir la renta diferencial II de la I, ya que la renta diferencial II no es un producto de diferencias naturales del suelo, aunque tenga por base la renta diferencial I. La renta diferencial II es el resultado de las mejoras que introduce el capital en el suelo, que termina usufructuando el terrateniente. En palabras de Marx: Las así denominadas mejoras permanentes –que modifican las propiedades físicas, y en parte las propiedades químicas del suelo, en virtud de operaciones que cuestan un desembolso de capital y que pueden considerarse como una incorporación del capital al suelo– desembocan casi todas en conferir al suelo de un lugar determinado y restringido, características que otros suelos […] poseen por naturaleza (Marx, 1999, t. 3, p. 948).
Por este motivo, cuando se refiere a la renta diferencial II Marx habla de las diferentes fertilidades de la tierra, no de las diferentes fertilidades naturales.
Renta y tasa de interés
Juan Iñigo Carrera también atribuye a Marx la idea de que la renta diferencial II es en realidad interés. Para sostener esta interpretación alude a pasajes en los que Marx parece asimilar todo ingreso generado por las inversiones de capital en la tierra, al interés. Por ejemplo, Marx dice que las mejoras incorporadas 227
al suelo “caen en manos del terrateniente en cuanto accidentes inseparables de la sustancia, del suelo”, y que al momento de celebrar el nuevo contrato de arrendamiento “el terrateniente añade a la renta propiamente dicha de la tierra el interés por el capital incorporado a la tierra” (Marx, 1999, t. 3, p. 798). También afirma que “el interés de las edificaciones, así como el del capital incorporado al suelo por el arrendamiento en la agricultura”, que va al capitalista industrial, al especulador inmobiliario o al arrendatario durante la vigencia del contrato, termina a la postre en manos del terrateniente y engrosa su renta (ibid., p. 800). Estos pasajes (que son previos al tratamiento específico de la renta diferencial II), parecen entonces apoyar la idea de Juan Iñigo Carrera de que la renta diferencial II es interés, y constituye una categoría distinta de la renta diferencial I. Pero cuando Marx trata la renta diferencial II, sostiene que es renta en el mismo sentido que la renta diferencial I: “[…] la renta diferencial II solo es una expresión diferente de la renta diferencial I, pero que intrínsecamente coincide con ella” (ibid., p. 870; énfasis añadido). Y precisa: El que esa desigualdad se produzca para capitales diferentes, sucesivamente invertidos en la misma porción de terreno, o en el caso de capitales empleados para varias porciones de diferentes tipos de suelo, no puede crear distingos en cuanto a la diferencia de fertilidad o de su producto, y por ende en cuanto a la formación de la renta diferencial para las partes del capital más productivamente invertidas. Sigue siendo el suelo el que, con igual inversión de capital, presenta una fertilidad diferente, solo que en este caso [el de la renta diferencial II] el mismo suelo cumple, para un capital sucesivamente invertido en diferentes porciones, la misma tarea que desempeñan en I diferentes tipos de suelo para diferentes partes del capital social, de igual magnitud, invertidas en ellos (Marx, 1999, t. 3, p. 870; énfasis añadido).
Si Marx hubiera considerado que la renta diferencial II es en realidad interés, lo hubiera planteado en estos capítulos que tratan de la renta diferencial II, y de los que extraemos estos pasajes. En ese caso, hubiera tenido que explicar de qué manera se combinan la renta diferencial I y ese “interés” en un único monto que en realidad sería –según la interpretación Juan Iñigo Carrera– la unión de dos categorías distintas. Pero en lugar de hacer esa distinción, Marx remarca que la renta II es solo una expresión diferente de la renta I, y que intrínsecamente coincide con ella. Más aún, se burla de quienes pretenden hablar de renta cuando estamos ante dife228
rencias de fertilidad natural, y de interés cuando se trata de diferencias de fertilidad producidas por las inversiones de capital: Resulta entonces una teoría verdaderamente regocijante la que sostiene que aquí, en el caso del suelo cuyas ventajas comparativas han sido adquiridas, la renta es interés, mientras que en el otro, que posee dichas ventajas por naturaleza, no lo es (Marx, 1999, t. 3, p. 948).
También en Teorías… advierte contra el error que comete Juan Iñigo Carrera. Refiriéndose a quienes piensan que la parte de la renta de la tierra no es más que interés sobre el capital fijo que se invirtió en ella, Marx dice “este razonamiento es erróneo”, y recuerda que, como lo había observado Ricardo, “la fertilidad así creada se fusionó en parte con la calidad natural del suelo”, por lo que pasa a integrar la renta, sin más (véase Marx, 1975, t. 2, p. 118). Cuando estudia el interés, en la sección V del tomo 3, Marx tampoco cree necesario aclarar que en realidad la renta diferencial II es interés. Y en Teorías… advierte que no hay que confundir la renta con el interés, ya que para el comprador de tierra […] la renta del suelo aparece así, nada más que como interés de su capital usado para comprarla; y de esta manera la renta de la tierra se ha vuelto desde todo punto de vista irreconocible y aparece como un interés sobre el capital (Marx, 1975, t. 1, p. 300).
¿Cómo se interpretan todos esos pasajes en los que Marx insiste en que la renta diferencial II es renta y no interés? ¿Y cómo se explica que Marx diga en otras partes de su texto que las inversiones incorporadas a la tierra generan interés? Nuestra respuesta es que para comprender estas diferencias hay que poner a los textos en sus contextos. Es que Marx está tratando dos tipos diferentes de inversiones. Por un lado, las inversiones de capital fijo que se concretan en edificios, canales, solares, instalaciones varias, y en las mejoras del suelo relacionadas con este tipo de construcciones. Por otra parte las inversiones que mejoran la fertilidad del suelo, y desde ese punto de vista generan una fertilidad artificial que confluye a conformar, con la fertilidad natural, una única fertilidad. El primer tipo de inversión no ha sido tratado sistemáticamente por Marx. Hasta donde alcanza nuestro conocimiento, solo existen anotaciones y referencias, en el capítulo 37 del tomo 3 de El capital, que sirven de introducción al análisis de la renta de la tierra, y todavía más superficial229
mente en algunos pasajes del tomo 2, cuando se refiere a construcción de las condiciones generales del trabajo. Marx explica que cuando existen construcciones, por ejemplo viviendas edificadas por arrendatarios que las alquilan, las mismas rinden un interés que en principio va a los constructores, y luego se lo quedan los terratenientes (en Inglaterra había contratos de alquiler de tierras por 99 años). Lo mismo sucede con inversiones en la agricultura como solares, edificaciones varias, etc., y con las mejoras del suelo que las acompañan: El interés de las edificaciones, así como el del capital incorporado al suelo por el arrendatario en la agricultura, recae en el capitalista industrial, el especulador en construcciones o el arrendatario durante la vigencia del contrato de alquiler, y en sí nada tiene que ver con la renta de la tierra, que debe abonarse anualmente en fechas determinadas, por la utilización del suelo (Marx, 1999, t. 3, p. 800).
El interés devengado por lo invertido en capital fijo que no modifica la productividad agrícola del suelo, engrosa la renta del terrateniente cuando vence el contrato de arrendamiento. Aquí sí estamos ante dos categorías, el interés y la renta. Anotemos, sin embargo, que el rendimiento de este tipo de inversiones, y el precio de estas construcciones, hubiera exigido un tratamiento más específico por parte de Marx. Por ejemplo, el precio de viejas construcciones que se alquilan puede no estar determinado por su costo de construcción más una ganancia media, sino por la capitalización, a la tasa de interés, de su rendimiento. En varios pasajes Marx parece insinuar que esto es lo que sucede a menudo. En cualquier caso, la clasificación de Marx es coherente con su teoría del interés y la renta. El interés es la parte de la plusvalía que le corresponde a todo capitalista en tanto encarna la propiedad privada del capital, no de la tierra. Cuando hay construcciones se trata de capital fijo que, como todo capital, da a su poseedor un interés. La renta, por el contrario, es la parte de la plusvalía que va al terrateniente en tanto éste es dueño de la tierra (que no es capital).16 En la medida en que las inversiones de capital 16
Por supuesto, el dinero invertido por el terrateniente en la compra del terreno es para él un capital que devenga interés, “pero no tiene que ver en absoluto con el capital invertido en la propia agricultura” (Marx, 1999, t. 3, p. 1028). Por este motivo, la suma desembolsada en la compra de la tierra no entra en el valor del producto, como sí sucede con el valor de la máquina o de la materia prima. El título de propiedad que posee el terrateniente le da derecho a percibir una parte de la plusvalía bajo la forma de renta, pero no tiene nada que ver con la producción de esa renta. Por eso es similar al dinero invertido en un título
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mejoran la fertilidad del suelo (y una vez incorporadas esas inversiones la fertilidad adquirida no se distingue de la natural), puede haber más renta para el terrateniente. Por eso, Marx se refiere, cuando habla de renta diferencial II, a las mejoras de la fertilidad del suelo, no a los edificios u otro tipo de construcciones que pudiera hacer el arrendatario. Por supuesto, puede haber casos ambiguos y mixtos, pero ambas categorías básicas deben distinguirse. Por este motivo, Marx jamás dice, cuando trata la renta diferencial II, que esta sea interés; por el contrario, insiste en que debe considerarse renta. Expliquemos todavía esto con un ejemplo. Supongamos que un arrendatario agricultor construye una casa para vivir, y al expirar su contrato la casa queda para el terrateniente, quien a su vez la alquila. Supongamos también que el arrendatario agricultor mejoró la fertilidad del suelo. Pues bien, aquí se producen para el terrateniente dos tipos distintos de ingresos: por el alquiler de la casa recibe interés (más la amortización por la casa); por la fertilidad diferencial del suelo recibe renta, en la cual coinciden la renta diferencial I y II. Por este motivo Marx distingue el interés y la amortización del capital invertido en el edificio, de la “renta del mero suelo”.
Aplicación de las categorías discutidas y tipo de cambio
Si se comprende que la renta agraria se origina en el trabajo agrícola, y además si se comprende que existe renta porque el precio del bien agrícola es alto (y no al revés), se comprenderá también la incidencia del tipo de cambio sobre las variaciones de la renta. Según la tesis de Juan Iñigo Carrera, cuando la moneda está sobrevaluada el capital agrario se queda con una parte de la renta.17 Pero siguiendo la teoría de la renta de Marx, según la cual la renta existe porque el precio del bien agrícola es alto (y no al revés), no hay manera de que exista algo similar a lo que postula Juan Iñigo Carrera. Para verlo, supongamos que la tierra peor A, en el país A, es la que fija el precio del bien agrícola T. El país A tiene el dólar como moneda del Estado, que da derecho a percibir los ingresos futuros del Estado, aunque detrás de ese título no haya capital. Desde el punto de vista teórico más general, si el capital es valor que se valoriza, debe concluirse también que la tierra no puede ser capital, desde el momento en que no tiene valor (aunque sí tiene precio). 17 Véase, por ejemplo, Iñigo Carrera (2008).
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(este supuesto puede quitarse con toda facilidad). En la tierra de A se obtiene una unidad de T con un capital invertido de us$ 25. La ganancia del capital agrario es del 20%, de manera que la ganancia es us$ 5. El precio de la unidad de T en el mercado mundial es us$ 30. En A no hay renta diferencial. Suponemos ahora el país B con tierras fértiles B; la moneda es $. La tierra B produce en promedio 2 unidades de T por cada $25 de capital invertido. La tasa de rentabilidad es también del 20%, la ganancia es $5. Suponemos en principio que el tipo de cambio, E, es $1/us$$. De manera que el capital de B vende en el mercado mundial 2 unidades de T, por las que recibe us$ 60 (= $60). La renta es lógicamente $30. Analizamos casos posibles. Caso 1 Se produce una devaluación en B y los salarios y el costo general del capital suben en la misma proporción. La devaluación es del 20%, de manera que E = $1,2/us$. Ahora el capital invertido es $30; la ganancia es $6. El ingreso recibido por la venta de 2 unidades de T sigue siendo de us$ 60, que se traducen en $72. La renta ha subido a $36. Conclusión: no ha habido alteración de la tasa de ganancia del capital; éste no ha transferido valor a nadie; la renta en términos nominales aumenta con la devaluación, a igual que los salarios y la ganancia; aunque en términos de la moneda mundial la renta, como el resto de las variables, sigue igual que antes. Caso 2 Se produce una devaluación del 20% en B, pero lo salarios no suben. De manera que aumentan los costos del capital, pero en menor medida que la devaluación; suponemos que aumentan un 10%. Como en el caso 1, la competencia mundial de los capitales lleva a la igualación de la tasa de ganancia. Ahora el capital invertido es $27,5. La ganancia es $5,5. La renta en consecuencia es $39 (=us$ 32,5). Conclusión: ahora sí la renta ha subido en términos reales, pero no porque haya habido transferencia de plusvalía desde el capital al propietario de la tierra, sino porque aumentó la tasa de explotación de los obreros, aumentando la plusvalía. 232
Caso 3 La moneda se revalúa un 20%, esto es, el tipo de cambio E = $0,8/us$. Supongamos que los salarios no bajan, y que el capital invertido se mantiene igual. Las 2 unidades de T vendidas en el mercado mundial a us$ 60 se traducen ahora en $48. Dado que la inversión del capital es $25, y la ganancia sigue siendo del 20%, la renta ha bajado a $18. ¿Qué sucedería si la moneda se sigue revaluando y hay capitales que no dan la tasa de ganancia media? Pues sencillamente en ese caso los capitales se retiran, y las tierras menos fértiles salen de producción hasta que aumente el promedio del rendimiento en la tierra del país B. Conclusión: si se revaluó la moneda bajó la renta, dado que suponemos que los salarios y el costo del capital constante suben en términos de dólares. El capital invertido obtiene la misma ganancia porque tiene una productividad media que le permite mantenerse competitivo. A partir de estos casos pueden estudiarse otros. Por ejemplo, puede analizarse la siguiente situación.18 Supongamos que el capital constante es $20 y el variable $5, y que el tipo de cambio es E $1/1 us$. Se produce una devaluación del 20% en B, pero los salarios no suben y los costos del capital constante aumentan solo el 5%. Relajamos el supuesto de la igualación de la tasa de ganancia a nivel mundial. Durante todo un período este capital goza una tasa de ganancia superior al promedio. El precio del producto es $36, y la ganancia del capital $10; aumentó de us$ 5 a us$ 8,33. La renta es $36 (us$ 30). La suba de la ganancia del capital proviene exclusivamente del aumento de la explotación. Es la situación descrita en los capítulos 10 y 11. Los capitales vinculados a los bt aumentaron sus ganancias; los capitales vinculados a bnt disminuyeron sus ganancias (lo que se evidencia en la suba de solo el 5% del costo del capital constante). Ahora entran capitales al agro, atraídos por la mayor ganancia, y aumenta la presión por las tierras. Se produce aquí un fenómeno similar al que analiza Marx cuando trata las plusvalías extraordinarias. Los capitales que reciben estas plusvalías tienen un margen como para ceder una parte de esa plusvalía al propietario de la tierra. Es lo que sucedió en Argentina en el período 2002-2008 (véase capítulo 14). Los capitales agrarios pujan por la tierra y elevan las rentas –los capitales más concentrados desplazan a los capitales medianos o pequeños–, cediendo de esta 18 A partir de un caso elaborado por Carlos Bianco, quien me lo transmitió en una comunicación personal.
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forma una parte (que puede ser importante) de la plusvalía extraordinaria que posibilitó la devaluación del peso. Así queda aún más claro que en los tres casos analizados antes no hubo transferencia de plusvalía desde el capitalista agrario al propietario rural, ya que ambos se benefician con la devaluación. La apropiación de un nivel de plusvalía adicional encuentra como fuente última la explotación de los trabajadores. La situación puede mantenerse en tanto se contengan los factores que llevan a la suba del tipo de cambio real, discutidos en los capítulos 10 y 11.
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13. Globalización y desarrollo capitalista en el agro
En este capítulo discutimos cuestiones referidas a la mundialización del capital y su penetración en el agro; la situación de la producción campesina familiar frente a la globalización, y los impulsos a la proletarización y polarización de las sociedades agrarias tradicionales. Analizamos la expansión de la producción capitalista de cereales y oleaginosas en Argentina como parte de este proceso de profundización de las relaciones capitalistas a nivel planetario.
La expansión capitalista y de la clase obrera asalariada
Algunos han explicado el conflicto entre el Gobierno y el campo como el producto de una ofensiva recolonizadora sobre los países atrasados, liderada por los gobiernos imperialistas, los organismos internacionales (fmi, Banco Mundial) y los monopolios transnacionales, especialmente financieros, con el propósito último de establecer un monopolio sobre la producción mundial de alimentos. Contarían para ello con la colaboración de los terratenientes y productores agrarios argentinos, continuadores de la tradicional política “entreguista y cipaya de la oligarquía”. Nuestra visión del problema es opuesta a este enfoque, ya que caracterizamos el tema agrario en el contexto de las leyes de la acumulación del capital y la naturaleza del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. El marco de análisis no es el fortalecimiento de la oligarquía, ni el restablecimiento de una dominación colonial, sino la expansión de las relaciones capitalistas a nivel mundial. Esta es una manifestación del impulso del capital, entendido como totalidad concreta, a formar el mercado mundial. La expresión más clara de este proceso lo constituye el aumento, en las últimas décadas, del flujo transnacional de los capitales. El stock acumulado de inversión extranjera directa (ied) casi se triplicó en la década de 1980, y en la década siguiente se multiplicó por más de tres. Los flujos de ied en 2007 alcanzaron us$ 1,5 billones, de los cuales 235
us$ 535.000 millones correspondieron a los países atrasados. Las corrientes de ied provenientes de los países atrasados pasaron de us$ 12.000 millones en 1991 a us$ 99.000 millones en 2000, y us$ 210.000 millones en 2007. Los flujos totales de capitales a los países subdesarrollados en 2007 llegaron a los us$ 1,03 billones, un monto equivalente al 7,5% de sus productos brutos internos (Economist Intelligence Unit). Paralelamente, la interdependencia comercial entre los países también creció exponencialmente, y se profundizó la industrialización y la acumulación del capital en Asia y América Latina. Fue esta expansión la que dio fuerza a un movimiento de largo plazo de urbanización y proletarización de la fuerza laboral, y disminución relativa de la población rural. En 1996, el 46% de los trabajadores a nivel mundial estaban empleados en tareas agrícolas, mientras que en 2007 la proporción había bajado al 32%. Se calcula que unos 100 millones de personas abandonan el campo y se incorporan anualmente a la fuerza laboral urbana en el mundo. China posiblemente sea el caso más avanzado de este proceso. Desde que comenzaron las reformas precapitalistas en ese país unos 100 millones de trabajadores provenientes del campo se incorporaron al sector urbano; y entre 10 y 15 millones se agregan anualmente a las ciudades. En 1980, los trabajadores agrícolas representaban el 74% de la fuerza laboral de China, y el 64% en 2000. La expansión mundial del capital, y de la clase obrera asalariada, va de la mano de la ampliación de los mercados y de la creciente mercantilización de la producción. Al proletarizarse, los campesinos y artesanos aldeanos se convierten en compradores de las mercancías necesarias para su subsistencia; las materias primas agrícolas también son mercantilizadas.1 1 “Con la parte liberada de la población rural se liberan también, pues, sus medios alimentarios anteriores. Estos ahora se transforman en elemento material del capital variable. El campesino arrojado a los caminos debe adquirir de su nuevo amo, el capitalista industrial, y bajo la forma del salario, el valor de esos medios alimentarios. Lo que sucede con los medios de subsistencia, sucede también con las materias primas agrícolas, destinadas a la industria. Se convierten en elemento del capital constante” (Marx, 1999, t. 1, p. 933). Una parte significativa de los desplazados del campo se radica en los suburbios empobrecidos de las grandes urbes, donde realiza trabajos mal pagos, o cae en la marginación y el pauperismo. Se ha calculado que unas mil millones de personas viven en las “villas miseria” de Argentina, en las “favelas” de Brasil, y similares en otros países. También en China la situación de los campesinos que dejan sus tierras para ir a las ciudades es difícil; comúnmente, son tratados como ciudadanos de segunda. En África, la escasa industrialización hace más dramática la llegada de campesinos arruinados a las ciudades; muchos permanecen desocupados en las villas rurales.
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Todo confluye para provocar el aumento de la demanda mundial de alimentos. En la medida en que se desarrolla la relación capital/trabajo en China, Indonesia, India y otras regiones, es necesario reproducir la nueva fuerza de trabajo urbana, a los menores costos posibles. Pero no solo aumenta el número de asalariados que compra alimentos, sino también ocurren cambios en su canasta alimentaria; y se modifican las pautas de consumo de los nuevos sectores medios. En China, y de acuerdo a datos de la fao, entre 1990 y 2002 el consumo de cereales disminuyó un 20%, en tanto se triplicaron los consumos de frutas y huevos, y más que se duplicaron los de carnes, lácteos y hortalizas. La ingesta de proteínas pasó de 66 g/persona/día en 1990-1992 a 82 g/persona/día en 2001-2003. Procesos similares se registran en India, otros países asiáticos y en Rusia. A nivel mundial se pasó de una media de 2.280 kcal/persona/día en 1960 a 2.800 kcal/persona/día en 2001-2003; la mayor parte del aumento se produjo en Asia. Este crecimiento de la demanda mundial de materias primas, alimentos y energéticos constituiría la base material para la creciente penetración del capital en vastas zonas agrarias del Tercer Mundo.
Los flujos de capital hacia el agro
Si bien en la segunda posguerra las corrientes de inversiones transnacionales a la agricultura no siguieron el ritmo de crecimiento de las inversiones en industria, comercio o finanzas, en los últimos años se ha producido un aumento importante de las mismas. Todavía entre 1989 y 1991 los flujos mundiales de ied en agricultura permanecían por debajo de los us$ 1.000 millones anuales; pero en 2005-2007 superaron los us$ 3.000 millones. Aunque todavía es menos del 1% del total mundial, puede estar marcando un cambio de tendencia.2 También se registra un aumento 2 Después de 1945, las actividades de las empresas multinacionales (emn) relacionadas con la agricultura se concentraron en las industrias proveedoras (insumos como semillas, maquinaria, fertilizantes, etc.) y en las industrias downstream (comercialización, transporte, procesamiento de alimentos). Siguiendo este patrón, las emn hoy participan en los segmentos más rentables de las cadenas de valor. Son propietarias de marcas, poseen conocimiento en logística, y se benefician de la propiedad intelectual, por ejemplo en semillas, fertilizantes y otros bienes. Son los casos de adm, Bunge, Cargill y Dreyfus en la comercialización de granos en Brasil; de Monsanto en la provisión de semillas de soja genéticamente modificadas; de grandes productoras de alimentos como Pepsico en India; o de diversas emn en la compra de granos de café a pequeños productores en Brasil, Colombia y Vietnam. Además, muchas emn ejercen su influencia sobre las economías campesinas a través de contratos, y otras formas de relación más o menos estables. En cuanto a la propiedad directa de explo-
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de las fusiones y adquisiciones transnacionales de empresas agrícolas; su monto alcanzó us$ 1.800 millones en 2007 y us$ 2.100 millones en 2008 (unctad, 2009a). Algunos casos significativos sirven para ilustrar el proceso. BlackRock, un fondo de inversión con sede en Nueva York y operaciones en 19 países, que maneja activos por us$ 1,35 billones, volcaba a mediados de la década de 2000 cientos de millones de dólares para la compra de tierras en África subsahariana y Europa. Morgan Stanley, de Estados Unidos, compró en 2008 40.000 hectáreas en Ucrania; Calix Agro, una división de Dreyfus, adquirió miles de hectáreas en Brasil; Emergent Asset Managent, con sede en Londres, reunía, en 2008, entre us$ 450 y us$ 750 millones para invertir en la compra de tierras y desarrollos agrícolas en África subsahariana. Hyundai Heavy Industries invirtió en el agro en Liberia. Alpcot Agro, de Suecia, compró unas 128.000 hectáreas en Rusia. Landkom, una empresa con sede en Londres, y Black Herat Farming, con sede en Estocolmo, han hecho fuertes inversiones en granjas en Ucrania. En marzo de 2009 Terra Firma, una firma de inversión privada con sede en Londres anunció que compraba el 90% de Consolidated Pastoral Company, que posee unas 5 millones de hectáreas en Australia dedicadas a la cría de ganado. Al Qudra, un fondo de los Emiratos Árabes Unidos, compró grandes extensiones en Marruecos y Argelia, y a comienzos de 2009 cerraba acuerdos de compra de tierras en Pakistán, Siria, Vietnam, Sudán e India. Otros fondos están aumentando la inversión en la cadena del agronegocio mundial. Un ejemplo es dws Global Equity Agribusiness Fund, con sede en Australia, manejado por el Deutsche Bank. dws posee acciones en Archer Daniels Midland, una compañía integrada verticalmente que controla los procesos de elaboración y comercialización de alimentos, comida para animales y derivados químicos; en Sygenta, empresa suiza especializada en semillas; en la alemana K&S, productora de fertilizantes; en Monsanto, Bunge y otras. En 2008, cofco, un conglomerado chino controlado por el Estado, compró el 5% de Smithfield, el mayor productor mundial de cerdos; también se asoció con Filmar, el mayor comerciante mundial de aceite de palma. En febrero de 2009, Nufarm, fabricante australiano de agroquímicos, logró la aprobación para comprar AH Marks, una de las empresas químicas más antiguas de Gran Bretaña, con una amplia cartera de herbicidas. taciones agrícolas, las emn se mantuvieron en algunos países como Costa Rica, Honduras, Guatemala y Panamá. Por ejemplo, la mitad de las bananas vendidas por Chiquita, Dole y Del Monte se originan en sus propias plantaciones (unctad, 2009a).
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Dice el presidente de la consultora de finanzas Cole Partners, de Chicago, que maneja un fideicomiso: “Hay un enorme interés en ‘poseer estructura’, tierras en Estados Unidos, en la Argentina o en Inglaterra, allí donde las perspectivas de ganancias son mejores” (La Nación, 7 de julio de 2008). La forma en que operan estos capitales puede verse a través de un memorando, de 2008, para inversores, de un fondo con sede en Estados Unidos. La propuesta consistía en invertir en Chile, Brasil, México y Uruguay, países que el fondo consideraba de bajo riesgo político. Proponía aportar capital para establecer joint ventures con capitalistas de esos países; buscar tierras degradadas con potencial de apreciación y empresarios agrícolas que estuvieran en problemas para devolver préstamos bancarios. Al considerar las perspectivas de la inversión, el fondo tomaba en cuenta las tendencias de largo plazo de los precios de los alimentos; y que la tierra en América Latina estuviera más barata que en Estados Unidos. Entre los diversos planes presentados, proponía comprar 15.000 hectáreas para cultivar soja y caña de azúcar en Brasil, a un precio de us$ 500 la hectárea. Se trataba de tierra marginal, que el fondo pensaba mejorar mediante una inversión promedio de otros us$ 400 por hectárea. La previsión era que el precio de la tierra aumentara a un promedio del 10% anual en los siguientes años, y que los precios de la producción subieran un 2,5% anualmente. De esta manera, aumentaría la renta diferencial; la intención era vender la tierra al cabo de algunos años, concretando ganancias. Propuestas de este tipo hoy son comunes en los mercados de inversión. Estamos ante una lógica de valorización mundializada del capital, fuertemente condicionado por lo financiero. También ha cobrado importancia la inversión de países que buscan asegurar su provisión alimentaria; particularmente los gobiernos del Golfo, China y Corea del Sur. Corea del Sur firmó acuerdos con Sudán para cultivar 690.000 hectáreas, y con los Emiratos Árabes Unidos por 400.000 hectáreas. La mayor parte de lo producido se destinará a la exportación hacia los países inversores. Según The Economist (23 de mayo de 2009) el gobierno de Sudán planea dejar una quinta parte de la tierra cultivable para gobiernos del Golfo. China se aseguró 2,8 millones de hectáreas en Congo para cultivar aceite de palma; sería la plantación de aceite de palma más grande del mundo. También negociaba, en 2009, con Zambia para cultivar en unas 2 millones de hectáreas; en este país las granjas chinas ya producen un cuarto de los huevos que se venden en Lusaka. De acuerdo a International Food Research Institute, de Washington, entre 15 y 20 millones de hectáreas de tierra de países pobres han estado sujetas a transacciones, o han entrado en conversaciones en las que 239
participan extranjeros, desde 2006 hasta 2009. Equivale al tamaño de toda la tierra agrícola de Francia. Calcula, conservadoramente, que el valor involucrado en estos montos oscilaría entre los us$ 20.000 y us$ 30.000 millones. Puesta en producción, esa tierra generaría entre 30 y 40 millones de toneladas de cereales anuales; una cifra significativa si se tiene en cuenta que el comercio mundial de cereales es de aproximadamente (en 2009) 220 millones de toneladas. Paralelamente muchos capitales agrarios con raíces en la periferia se internacionalizan. Por ejemplo, capitales agrarios argentinos han invertido fuertemente en Uruguay, Brasil, Bolivia y Paraguay. Otro tanto hacen capitales brasileños en otros países latinoamericanos. El grupo argentino Cresud poseía, en 2008, el 11% de las acciones de Brasil Agro, empresa brasileña con 144.000 hectáreas en ese país; y está buscando invertir en Uruguay, Paraguay y Bolivia; Grobo está en alianza con capitales brasileños, y también realiza inversiones en Venezuela. A su vez, en el agro argentino entran capitales internacionales; podemos citar los casos de Benetton (con 900.000 hectáreas); la australiana Liag; Adecoagro, de Soros (250.000 hectáreas); Calix Agro, de Dreyfus. En el grupo agrario El Tejar participan socios norteamericanos y británicos; en Cresud inversionistas como Sam Zell, uno de los cinco mayores propietarios de inmuebles de Estados Unidos, o Michael Steinhardt, dueño de un gran fondo de inversión norteamericano. Además, en términos relativos, la importancia de las emn agrícolas surgidas en los países atrasados es mayor que en otras actividades. En 2009, de las 25 emn más importantes del mundo que se basaban en la agricultura, 12 pertenecían a países atrasados (Malasia, Tailandia, Sri Lanka, Indonesia, Papua Nueva Guinea, India y Sudáfrica). Sime Darby Berhad, de Malasia, principal productor de aceite de palma del mundo, ocupaba el primer lugar, por encima de Dole y Del Monte, de Estados Unidos (unctad, 2009a). Esta mundialización del capital agrario no obedece a alguna ofensiva circunstancial del “neoliberalismo”, sino al impulso del capital, sin distinciones de nacionalidades, a someter a su imperio la producción agrícola.
Desarrollo de las fuerzas productivas y caída de precios
A medida que se amplía la reproducción global del capital, la producción de alimentos adopta cada vez más la forma social de la mercancía, y se hace más estandarizada. En la actualidad, el 90% de los alimentos del 240
mundo se deriva de solo 15 cultivos y 8 especies animales. De manera que no se verificó la tesis, bastante difundida en la década de 1990, sobre el pasaje de un régimen de producción masiva para un mercado masivo –fordismo, según la terminología de la escuela de la regulación–, a un régimen posfordista, que se caracterizaría por la producción especializada para sectores de alto poder de compra.3 La presión por abaratar los costos de reproducción de la fuerza de trabajo urbana –a lo que se suma la expansión de los biocombustibles–, explica que la producción en masa de alimentos siga siendo central en el capitalismo globalizado. La mundialización del capital ha estado acompañada del desarrollo de las fuerzas productivas en el agro. A partir de las décadas de 1950 y 1960 se produce la revolución verde, y con ella una progresiva expansión de la producción.4 Le siguió la revolución en la genética, la introducción de las máquinas computarizadas, y la utilización de satélites para mejorar el manejo de suelos, fertilizantes y control de los cultivos. Como resultado, entre 1961 y 2005 la producción de cereales en el mundo creció a una tasa anual del 2,2%, y en los países subdesarrollados al 2,8%. Para el mismo período la tasa anual de crecimiento de la producción de oleaginosas en el mundo fue del 4%, y en los países subdesarrollados del 4,4%. La de carne fue del 3% a nivel mundial y 4,8% para los países subdesarrollados; y la de leche del 1,4 y 3,2%, respectivamente. La productividad también se incrementó. Desde 1970 a 2000, el producto agrícola mundial –medido en dólares estadounidenses de 1990– se duplicó, subiendo de us$ 645.900 millones a us$ 1,3 billones, en tanto el trabajo agrícola creció el 40%, pasando de 898 millones a 1.300 millones de personas.5 Este incremento de la productividad explica que en el largo plazo se haya registrado una baja tendencial de los precios agrícolas. Hacia 2006 el costo real de la cesta de alimentos mundial había caído casi a la mitad 3
Según esta visión, la producción artesanal y campesina, focalizada en productos particulares, gozaría de un amplio campo para su desarrollo. Este pronóstico solo se ha cumplido para una pequeña franja de granjeros, en su mayoría ubicados en países adelantados. Por ejemplo, los que producen productos orgánicos. 4 La revolución verde consistió en la introducción de nuevas variedades de cultivos de alto rendimiento, sustentadas en la genética; en la utilización masiva de fertilizantes, herbicidas y pesticidas, y del riego. 5 Cabe decir que a largo plazo la tesis maltusiana no se ha verificado. En 1946 la producción agregada mundial de trigo, soja, maíz, arroz y cebada era de 375 millones de toneladas para una población mundial de 2.300 millones de personas; en la actualidad hay una producción de granos de 2.170 millones de toneladas, para una población mundial de 6.600 millones. A nivel mundial la producción de carne en los países subdesarrollados más que se quintuplicó entre 1970 y 2005.
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a lo largo de los 30 años previos; los precios de numerosos productos alimenticios habían bajado un 2-3% anual en términos reales (fao, 2009). El índice real de precios de los alimentos que elabora la fao (precios de los alimentos deflactado por el índice del valor unitario de las manufacturas del Banco Mundial) disminuyó, desde inicios de la década de 1960 hasta 1998-2000 más del 50% (ibid.). El uso de tecnologías avanzadas también permitió poner en producción tierras marginales. A nivel mundial, la tierra cultivada se incrementó en más del 25% entre 1960 y 2005, y el uso de tierra con riego se duplicó en los países subdesarrollados, alcanzando 197 millones de hectáreas en 2000.6 En Argentina, Paraguay y Brasil se expandió notablemente el área cultivada; en Brasil, por ejemplo, la tierra dedicada a la agricultura pasó de 52 millones de hectáreas en 1992 a 59 millones en 2005. China también aumentó, en el mismo lapso, las tierras cultivadas de 124 a 140 millones; pero en los últimos años se están reduciendo, a causa principalmente de la urbanización. En Rusia, Ucrania y Kazajstán disminuyeron como producto de la crisis y la desarticulación del antiguo sistema soviético, de 200 a 177 millones de hectáreas.
¿Reversión de la tendencia de precios?
A partir de 2000 comenzó una suba de los precios de los alimentos, que se aceleró entre 2005 y mediados de 2008. En este último período, los precios de las materias primas alimenticias se duplicaron; el aceite de palma subió 140%, el arroz 110%, el maíz 102%, el trigo 101% y la soja 86%. Con posterioridad a julio de 2008, los precios cayeron, pero aún así a comienzos de 2010 estaban más altos que antes del comienzo de la suba, a pesar de la recesión mundial, y de que la agricultura estaba utilizando a pleno su capacidad productiva. Se plantea entonces el interrogante sobre si estamos en presencia de un cambio de tendencia de los precios, esta vez hacia el alza. Para dar una respuesta hay que articular el análisis entre los movimientos tendenciales y la lógica de la ganancia que rige la inversión en el modo de producción capitalista. Empecemos señalando que la oferta de los alimentos no puede reaccionar rápidamente a cambios en la demanda. La puesta en producción de nuevas tierras exige fuertes inversiones, e inmovilizar capital por mucho 6 Sin embargo, el mal manejo de la irrigación produce la salinización de los suelos. Según la fao, el 10% de las tierras irrigadas sufren de salinización.
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tiempo. La decisión de invertir se rige por la rentabilidad, y los movimientos de precios indican hasta qué punto es necesario aplicar más o menos tiempo de trabajo social a una producción determinada. Cuando en una rama la oferta supera a la demanda, bajan los precios, las ganancias y la inversión; con el tiempo la oferta se adapta a la demanda. Lo inverso sucede cuando la demanda supera a la oferta. Esto se aplica a lo que sucedió en las últimas décadas. Debido a la baja de los precios, desde mediados de la década de 1980 bajó la inversión en la agricultura, y en investigaciones, en especial en los países subdesarrollados. La inversión de las economías campesinas parcelarias fue extremadamente baja en la mayor parte del Tercer Mundo. Los países subdesarrollados de conjunto invertían (en 2000) solo el 0,56% del valor agregado en agricultura en investigación y desarrollo, contra el 5,16% de los países adelantados (unctad, 2009a). También incidieron los programas neoliberales de reducción del gasto público y del involucramiento del Estado en los países atrasados, con sus consecuencias sobre obras de infraestructura. En 2004, según la fao, los países cuyas economías se basan en la agricultura invertían en promedio solo el 4% de su gasto público en la agricultura. La consecuencia es que si bien los rendimientos siguieron creciendo, lo hicieron a una tasa cada vez menor. En los países atrasados, los rendimientos de las tierras cerealeras que crecían a tasas del 3 al 6% anual entre 1960 y 1980, en los 2000 lo hacían al 1 o 2%, por debajo del crecimiento de la demanda (The Economist, 19 de abril de 2008). De manera que cuando a comienzos de la década de 2000 comenzó a aumentar la demanda de productos alimenticios, la oferta era insuficiente. A esto se sumó la producción de etanol, que genera mayor demanda de cereales, oleaginosas y azúcar. También influyeron algunos grandes desastres naturales, que muchos vinculan al cambio climático global; y la suba de los precios del petróleo, un insumo clave en el agro. Además incidió la caída del dólar, ya que los alimentos cotizan en esa moneda. La fao también señala la caída de las existencias, que se produjo en los últimos años, a medida que mejoraron las redes de comercialización, la gestión de los stocks y los países exportadores adoptaron medidas para reducir los costos por almacenamiento. A estos factores se sumaría una cierta influencia coyuntural, para formar la burbuja de precios, de la especulación financiera con las materias primas, energéticos y alimentos (véase interludio 2). El problema de fondo, de todas maneras, es la inversión. La fao estima que para satisfacer las necesidades de la demanda mundial de alimentos en los próximos años, la inversión neta en la agricultura debería 243
elevarse a us$ 83.000 millones anuales, lo que es aproximadamente un 50% más que el nivel actual. Si la baja inversión no se revierte, podríamos asistir a un período más o menos largo de suba tendencial de los precios de los alimentos y las materias primas. No obstante, es prematuro afirmar que se ha producido una “ruptura estructural” de la tendencia de largo plazo (véase fao, 2009). Si bien las economías campesinas parcelarias, en especial las que producen escasamente para el mercado, no responden con el aumento de la producción a la suba de los precios, las empresas capitalistas pueden reaccionar más elásticamente al aumento de los precios y los beneficios. Por eso la posibilidad de que retome la tendencia bajista de los precios es contemplada en fao (2009). Debe recordarse, por otra parte, que también a comienzos de la década de 1970 hubo un pico alcista de los precios, y otro de menor importancia a fines de esa década, pero ninguno modificó la tendencia que, como vimos, fue descendente.
Desarrollo capitalista y economías campesinas
A nivel mundial se calcula que hay unos 1.300 millones de pequeños campesinos y trabajadores rurales sin tierra. Más precisamente, en 2006 la fuerza laboral empleada en la agricultura comprendía 1.378 millones de personas (sobre una fuerza laboral mundial de 3.085 millones), de las cuales 1.338 millones correspondían a los países en desarrollo (datos de unctad, 2008). Cientos de millones de campesinos en el Tercer Mundo son propietarios de lotes de, a lo sumo, una o dos hectáreas; y otros muchos millones ni siquiera son propietarios de sus parcelas y deben pagar rentas a los terratenientes. ¿Cuál es la perspectiva para estos campesinos? En principio, desde el punto de vista teórico, podemos distinguir tres posiciones principales. Por un lado, la visión del marxismo tradicional –véase por ejemplo Lenin (1969)– sostiene que a medida que el capitalismo se desarrolla, y los mercados penetran en el agro, aumenta la diferenciación del campesino; algunos se enriquecen, y la inmensa mayoría se proletariza. Esta tendencia debería imponerse de manera más o menos rápida. Una segunda posición, cuyo origen podemos ubicarlo en los escritos de Alexandr Chayanov y la escuela de la economía campesina, afirma que al no guiarse por los criterios de la rentabilidad capitalista, las economías campesinas tienen una gran capacidad para resistir a la competencia de 244
las empresas capitalistas. Lo cual explicaría la supervivencia de las economías parcelarias.7 Una tercera postura está constituida por la tesis de la “articulación de los modos de producción”, que como hemos visto, afirma que los modos de producción no capitalistas son mantenidos por el propio capital. Esta tesis tiene algún punto de contacto con la segunda, porque afirma también que los modos de producción campesina tienen capacidad de resistencia al capital. Por lo tanto, la persistencia en la actualidad de los cientos de millones de economías campesinas en Asia, América Latina y África parece dar sustento a la segunda tesis, y parcialmente a la tercera (parcialmente porque no se ha verificado que el capitalismo tienda a conservar los modos precapitalistas). La pequeña propiedad campesina está muy extendida en Asia; aunque en muchos países se combina con la gran plantación; y con la propiedad terrateniente que alquila la tierra. También en América Latina perviven las economías campesinas, incluso en países en los que el capitalismo agrario ha tenido un desarrollo importante.8 Más significativo aún es que en África subsahariana las economías campesinas no han evolucionado siquiera hacia las formas de propiedad individual de la tierra, que es la base para el desarrollo de una economía agraria capitalista. La pertenencia a determinados linajes o clanes todavía hoy constituye el principal criterio para la asignación de la tierra en amplias regiones. La tierra se trata como una parte permanente de la existencia humana, y por lo general se la considera garantizada; es un activo social, en principio inalienable. La organización social se basa en el principio de linajes, y legalmente la propiedad es tenida y transmitida por ellos. Además, por 7
Chayanov sostiene que son las necesidades de la familia las que constituyen el motor de la actividad campesina; las categorías de renta, ganancia o salario no gobiernan sus criterios de producción. Esto explicaría, según Chayanov, que la economía campesina pudiera vencer la explotación capitalista en cultivos intensivos en períodos de bajas de precios. En esos períodos, en los que el mercado es desfavorable, el capitalista reduce la producción, pero el campesino intensifica el trabajo. Chayanov pensaba también que ningún poder político estaba en condiciones de modificar la naturaleza de la explotación campesina; véase Chayanov et al. (1981). 8 Barril García (2007) sostiene que en América Latina hay dos tipos de unidades, las empresas agropecuarias (agricultura empresaria en todas sus reglas) y los pequeños productores familiares (que podrían incluir los casos en que haya empleo de algún trabajo asalariado ocasional). Entre fines de la década de 1990 y principios de la siguiente se calculaba que en los cinco países del Cono Sur la agricultura campesina comprendía 4.975.000 explotaciones (lo que representaba el 84% del total de las explotaciones campesinas).
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fuera de la tierra arable que está en manos de unidades de producción individuales, hay tierras y elementos de uso común (tierras para pastoreo, árboles para leña y construcción, etcétera).9 De manera que las economías campesinas se han demostrado mucho más resistentes frente al capitalismo de lo que predecía la tesis marxistaleninista tradicional. Sin embargo, todo indica que el proceso de diferenciación y desintegración de las economías campesinas es el que hoy tiene mayor vigencia. Esto es lo que constata Tapella (2002) cuando estudia la situación de la pequeña producción yerbatera de Argentina, y lo mismo puede afirmarse sobre la tendencia mundial. Se trata de un proceso no lineal, mediado y lleno de contradicciones, pero la dirección parece no dejar lugar a dudas. En primer lugar, debe precisarse que si bien muchas unidades campesinas son de “subsistencia”, esto no significa que no produzcan para el mercado. Como ya señalaba Coquery-Vidrovitch, subsistencia no es sinónimo de autarquía. Si bien el objetivo del campesino es la subsistencia, ello no implica la ausencia de intercambios elementales en los mercados locales. Los mercados locales, a su vez, hoy están cada vez más vinculados, a través de múltiples canales, con el mercado mundial. Y desde hace tres décadas las economías campesinas sufren en forma incrementada la competencia de los mercados en expansión, del cambio tecnológico y el aumento tendencial de la productividad. Esta competencia demanda inversiones de capital imposibles de realizar para las economías campesinas parcelarias. La agricultura en pequeña escala, que debe enfrentar a las empresas agrarias capitalistas, por lo general realiza poca inversión; es de baja productividad; posee tecnologías rudimentarias; utiliza escasos insumos; tiene problemas de comercialización; sufre altas pérdidas de los cultivos; y tiene bajo acceso al crédito (fao, 2009). Paralelamente la presión del mercado se hace sentir en zonas cada vez más amplias: Los mercados neoliberales tienen ahora mayor y mayor penetración en los hinterlands rurales. Mientras esto puede brindar oportunidades a los productores rurales (como sucede en África Occidental), simultáneamente incrementa la competencia para captar una parte de la demanda local, con productores más distantes (como sucede con las importaciones de ropa de algodón en África Occidental) (Battebury, 2007, p. 11). 9 Véase Mafeje (2003); para una discusión sobre el modo de producción africano, véase Coquery-Vidrovitch (1998).
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La presión competitiva se incrementa por el proteccionismo y las subvenciones de los países adelantados a sus propios campesinos. Solo en 2003 el gobierno de Estados Unidos subvencionaba por us$ 4.000 millones a 25.000 productores de algodón, provocando la crisis de más de 11 millones de campesinos africanos. Ese año las subvenciones del orden de los us$ 10.000 millones a los productores de maíz permitían a Estados Unidos exportar el producto a México, perjudicando a los campesinos mexicanos. Las subvenciones al azúcar arruinaban a campesinos de Malawi, Mozambique y Zambia, y las de la carne a los productores de Sudáfrica. Las emn también atan a los campesinos a los mercados y a sus dictados. Las grandes corporaciones imponen estándares, especificaciones de calidad y tiempos de entrega. Asimismo, establecen relaciones de subordinación de los campesinos gracias al acceso a las redes mundiales de comercialización, a su capacidad logística y control de marcas. Algunas emn mantienen estas relaciones con cientos de miles de campesinos. Por ejemplo, en 2008 Nestlé (Suiza) tenía más de 600.000 contratos con granjeros, que actuaban como proveedores directos, en unos 80 países atrasados y economías de los ex países de regimenes soviéticos. Olam, una emn de Singapur, se proveía de 17 productos agrícolas con 200.000 proveedores de unos 60 países. Unilever (Gran Bretaña y Países Bajos) tenía unos 100.000 proveedores, pequeños y grandes campesinos, en países atrasados. En Mozambique, el 100% de la producción de algodón se compraba, en 2008, a los campesinos con contratos (unctad, 2009). También los llamados “ajustes estructurales”, operados por los gobiernos de países subdesarrollados, con el consejo de los organismos internacionales, aceleran la subordinación a la ley del valor. Por todos lados favorecen las economías de escala y las producciones destinadas a la exportación; reducen los créditos subsidiados a los campesinos; liberalizan los precios de los insumos; impulsan la utilización de insumos provistos por el gran capital transnacional, así como la comercialización a través de las cadenas del agronegocio. Durante las décadas pasadas las deudas externas sirvieron como argumento extra para las aperturas de las economías agrarias –vender en el mercado mundial para lograr superávit comercial con el cual pagar la deuda– y eliminar las producciones volcadas al mercado interno. Países dependientes de unas pocas exportaciones en materias primas se vieron sometidos de la manera más cruda a los vaivenes de los precios mundiales. Fue el caso de la sobreproducción de cacao a fines de la década de 1980, que repercutió en una fuerte crisis en Ghana. Asimismo, es ilustrativa la crisis de sobreproducción mundial y hundimiento de los precios del café en 2000-2001. En este caso, desde la década de 1990 el gobierno 247
de Vietnam impulsó nuevas variedades de cultivo –con perjuicios ecológicos– mediante subvenciones a pequeños productores y ayudando a las “economías de finca”, que implicaban la acumulación privada de tierras y el empleo de mano de obra asalariada. El resultado fue un exceso mundial de oferta, con serios perjuicios a otros países productores como Honduras, Guatemala, Nicaragua, Etiopía, Indonesia. Un caso trágicamente ejemplar es lo sucedido en Malawi a comienzos de la década de 2000.10 En este país, el Banco Mundial, el fmi y organismos de ayuda promovieron, junto al gobierno, medidas pro mercado desde 1980. Se quitaron subsidios para la compra de insumos a los campesinos, se privatizaron organismos públicos, se intentó orientar la producción hacia cultivos comerciales y la exportación.11 Como resultado, hubo un proceso de diferenciación acentuado en el agro. En la década de 1990 la producción agrícola creció a una tasa del 7% anual, pero la pequeña producción estaba estancada. Solo prosperó una minoría de pequeños productores y empresas agrícolas, dedicados a cultivos comerciales. Paralelamente se mantenían, o se extendían, la pobreza, el sida, la discriminación de las mujeres (que constituyen el 87% de la fuerza laboral agrícola). Además, al inicio de la década de 2000, habían disminuido las oportunidades de migración –fuente de ingresos para las familias campesinas–, aumentaba la presión demográfica, y las economías campesinas estaban extremadamente debilitadas. En esas condiciones, hubo inundaciones y se produjo una hambruna. Se calcula que unas 500.000 personas murieron de hambre durante la crisis de 2001-2002. A partir de este suceso el gobierno restituyó los subsidios de fertilizantes a los campesinos y la producción medianamente se restableció. Pero, y a pesar de estas experiencias trágicas, la receta usual permanece invariable. Las rebajas de aranceles, las subvenciones agrícolas y el proteccionismo ejercido por los países centrales, la liberalización del comercio, la entrada de capitales, siguen incrementando la coerción del mercado sobre los campesinos pobres, y empujando a estas economías a la crisis. En 2007, la fao debía admitir que en muchos sistemas agrícolas tradicionales de países subdesarrollados se registraba un considerable aumento de la pobreza. Por eso, cada vez más los campesinos tratan de sobrevivir, diversificando actividades. “Bricolage, o mezclar y combinar actividades, es una 10
El caso de Malawi dio lugar a muchas discusiones. Nos basamos en Owusu y Ng’ambi (2002), y Dorward y Kydd (2003). 11 Según la teoría neoclásica del comercio internacional de las “ventajas comparativas”.
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respuesta casi universal [de los campesinos] a las presiones por el modo de vida, a los azares y la caída general del ingreso” (Battebury, 2007, p. 7). En América Latina, Asia y África las poblaciones campesinas están obligadas a diversificar sus actividades con empleos por fuera de las granjas, realizar artesanías, o dedicarse al comercio; o dependen de la remesa de miembros de la familia que emigraron a países desarrollados (Roberts, 1990). La feminización del trabajo predial, que registran la oit y otros organismos internacionales, se debe a que en muchas regiones los campesinos salen a buscar empleo fuera de su economía, y las mujeres, con ayuda de los hijos, se dedican a la parcela. Numerosos organismos, tanto oficiales como no gubernamentales, señalan que el aumento de la pobreza está provocando el aumento de la explotación del trabajo infantil en el agro en India, China, África subsahariana y otras regiones del Tercer Mundo. Los campesinos pierden tierras y se proletarizan, o caen en la marginalidad. En India, cientos de miles de campesinos están siendo desplazados hacia tierras marginales; poseen lotes que no alcanzan para proveerles los alimentos básicos, no tienen la productividad mínima para competir con el capital agrario, o pierden completamente la posesión de los mismos. Según diferentes cálculos, habría entre 13 y 18 millones de hogares campesinos que carecen de tierras; lo que implica de 70 a 100 millones de personas, que en su mayoría sobreviven como trabajadores temporarios.12 También en China existen contradicciones crecientes en las economías campesinas, producto del avance del capitalismo.13 De acuerdo a denuncias de organismos de ayuda internacionales, unos 40 millones de campesinos pobres perdieron sus lotes por tomas compulsivas del gobierno para satisfacer demandas de desarrollo urbano. Las presiones capitalistas se intensifican y la desigualdad social se extiende.14 Los funcionarios locales 12
Sobre la entrada del capital en el agro en India véase Mehta (2004). En China hay unos 900 millones de campesinos. Según un estudio del Ministerio de Agricultura, de 1986, realizado en 29 provincias, cada hogar campesino poseía, en promedio, 0,466 hectáreas, fragmentada en 5,85 parcelas, en promedio (véase Fu Chen, 1999). Según Hu Jing (2008), actualmente el promedio de tierra cultivada por hogar es de 0,333 hectáreas. 14 “[…] medida por la distribución del ingreso China ha evolucionado desde ser una de las sociedades más igualitarias del mundo en vísperas de la reforma, a ser, hacia 1995, una de las más desiguales de Asia, y hacia comienzos del 2000, del mundo. Aquí también la tendencia de la distribución del ingreso imita la tendencia de Estados Unidos, Japón y muchos otros países. El coeficiente Gini para el país de conjunto ha empeorado a la asombrosa tasa de 0,31 en 1978, a 0,38 en 1988, a 0,43 en 1997 y 0,47 en 2004” (Kwan Lee y Selden, 2007). 13
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se transforman en propietarios medios; o venden tierras fiscales a empresas agrícolas privadas, que están creciendo.15 A medida que avanzan las relaciones mercantiles y capitalistas, aumentan las tensiones sociales. Las tendencias emergentes de polarización espacial, y particularmente de clases, fueron el resultado de la mercantilización del trabajo, la tierra y el capital, enraizada y permitida por una alianza emergente entre el capital doméstico e internacional, y la élite burocrática local (Kwan Lee y Selden, 2007).
Aunque oficialmente no hay campesinos sin tierras, habría unos 70 millones en esa condición, y la cifra está aumentando en unos 3 millones anuales. Hoy, existe una generalizada conflictividad; solo en 2005 se reportaron oficialmente unos 87.000 incidentes de diferentes grados de violencia.16 También en África se está desarrollando una creciente diferenciación. Refiriéndose a África subsahariana, Belélières et al. (2002) dicen que una minoría de productores tiene capital y tierra, se rige con criterios empresarios y produce enteramente para el mercado; mientras la mayoría de pequeños campesinos está cada vez más pobre de recursos. Agregan: El proceso de liberalización que comenzó en África subsahariana a fines de la década de 1980 ha dado por resultado un profundo cambio estructural
Según la Comisión para la Reforma y Desarrollo Nacional de China, en 2005 el 10% más rico de la población urbana del país poseía el 45% de los activos urbanos, en tanto el 10% más pobre solo tenía el 1,4%; citado por Hu Jing (2008). 15 The Wall Street Journal of Americas (29 de julio de 2008) publicó un artículo que tiene como título “Las megagranjas chinas cultivan la consolidación”. La nota describe el caso de Longda Foodstuff Group Co, una de las mayores empresas agrícolas de China, con 23.000 empleados. Longda posee 1.600 hectáreas, procesa 150.000 toneladas de alimentos y cuenta con alrededor de 30 subsidiarias. “Longda es un líder entre una nueva ola de gigantes agrícolas chinos que están revolucionando la agricultura en un país que es de los mayores consumidores y exportadores de alimentos. Compañías como Longda –‘cabezas de dragón’, como se conocen aquí– están, en cierto sentido, recolectivizando las fragmentadas tierras agrícolas de China. Sin embargo, en vez de unirlas en comunidades agrícolas ineficientes, las están industrializando con tecnología y economías de escala”. 16 Los problemas que atraviesan los campesinos chinos, y las tensiones sociales que se derivan, son registradas por periodistas y autores de derecha y de izquierda. Además del ya citado Kwan Lee y Selden (2007), véase también Loussouarn (2001); Thu-Trang Tran (2006); Hu Ping (2008) y Bajoria (2008).
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en la conformación de los sistemas agrícolas. Estos cambios están aumentando las desigualdades entre los diferentes tipos de granjeros, como entre los mismos granjeros (Belélières et al., 2002).
Los autores señalan también que hoy todos los campesinos están ligados al mercado, directa o indirectamente, y que existe una creciente fractura en la agricultura, como la que ocurrió en América Latina, entre las granjas modernas y orientadas al mercado, y la gran masa de pobladores rurales que están marginados económicamente. Esta tendencia es reforzada por las agencias de ayuda internacional y los nuevos principios de ayuda al desarrollo, que favorecen a las empresas privadas.17 El proceso es acompañado por la reducción de las parcelas. En Etiopía y Malawi, por ejemplo, el tamaño de la unidad de producción típica campesina cayó de 1,2 hectáreas en la década de 1960, a 0,8 hectáreas en la década de 1990 (The Economist, 19 de abril de 2008). Las políticas favorables al capital agrario y su concentración también suceden en países donde el latifundio tiene tradición. Por caso, en Brasil: La política agraria seguida por la dictadura militar en 1984-1985 favoreció la aceleración del desarrollo capitalista en el campo a través de la adopción de medidas para estimular el gran capital en la agricultura y concentrar la propiedad. […] la modernización capitalista de la agricultura fue acompañada por la inversión de capital en la tierra rural y la promoción de un vínculo entre los intereses financieros, industriales y agrarios con fuertes conexiones locales y regionales. Los complejos agroindustriales que se crearon con esto, vinculando industrias que producen insumos para la agricultura, la agricultura moderna, y las industrias que procesan productos agrícolas, fueron ayudados con generosos subsidios gubernamentales (De Almeida, Ruiz Sánchez y Hallewell, 2000, pp. 18-19).
Solo en la zona de Rio Grande do Sul se desplazaron unas 300.000 personas en los últimos años, y otras 2,5 millones en Paraná. El mst (Movimiento Sin Tierra) brasileño calcula que 20 millones de personas 17
Los programas de desarrollo promovidos por los economistas neoclásicos asumen las tesis de Adam Smith, a saber, que la vinculación con el mercado aumenta la especialización, y ésta genera el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso bastaría promover el mercado y los derechos de propiedad para que haya desarrollo. Una crítica marxista a esta tesis smithiana puede verse en Brenner (1979).
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no tienen tierra y 7 millones apenas sobreviven en tierras ocupadas precariamente, como medieros o trabajadores inmigrantes. La concentración de la propiedad de la tierra es una de las más altas del mundo; el 40% de los granjeros tienen el 1% de la tierra, el 20% de los propietarios poseen el 88%. Miles de campesinos también son despojados de sus tierras por medio de la violencia directa, o las pierden debido a los desplazamientos provocados por guerras y conflictos.18
Hambre y degradación ambiental
Como resultado de los procesos que hemos descrito, millones de personas sufren hambre crónico y desnutrición, a pesar de que el nivel de desarrollo de la tecnología permitiría alimentar con creces a la población mundial. Significativamente, tres de cada cuatro personas que pasan hambre en el mundo viven en el campo. La devastación que genera la entrada del capitalismo en la tierra, está en la raíz de este gigantesco drama humano. Es cierto, como argumentan la fao, el Banco Mundial y otros organismos internacionales, que la proporción de personas subalimentadas descendió en las últimas décadas. En 1969-1971 había 960 millones, lo que representaba el 37% de la población mundial, y en 2002-2004 había 830 millones, equivalente al 17% de la población. Pero con las posibilidades tecnológicas de la actualidad, la única razón de que persistan estas elevadas cifras de hambre se encuentra en las relaciones sociales capitalistas. El hambre no es “natural”, sino que tiene su explicación última en las relaciones sociales de producción. En países como Brasil, Argentina o Paraguay, que son grandes exportadores de alimentos, hay millones de personas que están sufriendo de la malnutrición crónica. Además, ya desde 1995, o sea, antes del aumento de los precios de la década de 2000, estaba aumentando la proporción y el número de personas desnutridas en el Cercano Oriente, en Asia Oriental (a excepción de China), zonas de América Latina y en África Central. Pero desde 2005 las cifras empeoraron rápidamente. A inicios de 2006, con el alza de precios, la fao debió 18 Refiriéndose a América Latina, Kay (2003) dice que unas 15.000 personas murieron a causa de la violencia agraria en Guatemala entre 1968 y 1996; más de 75.000 en El Salvador entre 1979 y 1995; 44.000 en Colombia entre 1963 y 1998; 30.000 en Nicaragua entre 1982 y 1988; y 30.000 en Perú, entre 1981 y 1995. Hay que agregar la violencia sistemática, incluidos asesinatos, ejercida por terratenientes y bandas de derecha contra líderes y activistas del movimiento campesino de Brasil.
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admitir que el número de personas con mala nutrición crecía a razón de 4 millones por año. En 2007 la situación se agravó, y se alcanzaron los 862 millones de hambrientos en el mundo. En octubre de 2008 había subido a 923 millones de personas. A esto hay que sumar más de 2.000 millones que sufren lo que se llama “hambre oculta”, o sea, carencias nutricionales severas por falta de minerales, vitaminas y otros nutrientes. La mortalidad infantil es grave: en 2007 murieron 9,2 millones de personas antes de cumplir 5 años. A comienzos de 2008 unos 37 países enfrentaban crisis alimentarias; entre ellos, Bangladesh, Zimbabwe, República Democrática del Congo, Irak, Afganistán, Haití. Hubo levantamientos de poblaciones y manifestaciones en ciudades de África, Asia y América Latina. Los límites y trabas a las exportaciones de alimentos que impusieron muchos países productores agravaron la situación, al disminuir aún más la oferta.19 Si bien desde mediados de 2008 los precios de los alimentos bajaron, esto fue producto de la crisis mundial. Un informe de la fao de junio de 2009 había elevado a 1.020 millones el número de personas subnutridas en el mundo, lo cual representaba el 15% de la población total. La otra cara de la expansión agrícola capitalista es el desprecio por el medio ambiente, y la destrucción de suelos. Solo la ampliación de las plantaciones capitalistas de soja produjo la destrucción de 21 millones de hectáreas de bosques en Brasil, 14 millones en Argentina y 2 millones en Paraguay. La sobreexplotación de la tierra lleva a la degradación, la pérdida de materia orgánica, la desertización y salinización de los suelos. Se calcula que anualmente en el mundo se pierden 6 millones de hectáreas de tierra productiva por erosión, salinización y desertificación. En Brasil, la erosión alcanza los 100 millones de hectáreas. Los suelos de Punjab y Haryana, donde se produce el 40% del trigo de la India, están sufriendo marcados descensos de fertilidad. En algunos países, la pérdida de producción potencial que se puede atribuir al agotamiento del suelo equivale, según la fao, al 1,5% del pnb. A nivel mundial el 40% de la tierra agrícola estaría seriamente degradada. En resumen, la expansión de las fuerzas productivas bajo su forma capitalista es profundamente contradictoria; por un lado aumenta la generación de riqueza material y se despliegan las posibilidades que ofrecen la tecnología y la ciencia. Por otra parte, aumentan las desigualdades sociales, cientos de millones caen en la más absoluta pobreza, y se produce un colosal despilfarro y destrucción de recursos naturales. 19 En marzo de 2008 Camboya, Indonesia, Kazajstán, Argentina, Rusia, Ucrania, Vietnam y Tailandia habían restringido las exportaciones de alimentos.
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Desarrollo agrario pampeano, parte de la mundialización
En la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas de Argentina hubo un importante desarrollo de las fuerzas productivas y del modo capitalista en las últimas décadas. Esto constituye una expresión particularizada del proceso de expansión mundial del modo de producción capitalista.20 El capital agrario de Argentina ha acumulado al calor del capitalismo mundial; y su fracción más poderosa está imbricada con el capital mundializado, en tanto las fracciones más débiles pelean por garantizar su participación en los mercados mundiales en crecimiento. La aceleración del desarrollo capitalista agrario en la zona pampeana comenzó a insinuarse hacia fines de la década de 1970, aunque se interrumpió a mediados de la década de 1980. A la incertidumbre generada por el contexto macroeconómico de esa década, se sumó una fuerte caída de los precios internacionales, y mayor presión tributaria, lo que generó una crisis de rentabilidad. Pero en la década siguiente la supresión de impuestos y las facilidades para importar tecnología y maquinaria con tipo de cambio bajo, generaron un aumento de rentabilidad en el agro pampeano que fue determinante para el crecimiento de la inversión, del área cultivada y la productividad.21 Se producen entonces algunas transformaciones trascendentes. La más importante “fue la incorporación de variedades transgénicas en soja y maíz, que permitieron un mejor control de las malezas y de menor costo” (Barsky, 2008 p. 283). Además, se difundió la siembra directa, que “abarató costos y favoreció la conservación del suelo al mantener la capa vegetal” (ibid.). Estas mejoras a su vez fueron posibles, y estuvieron acompañadas, de un avance en la mecanización: En materia de mecanización se observa que la potencia de la maquinaria se incrementa [durante la década de 1990] lo que se vincula con el trabajo en mayor escala de productores y contratistas de maquinaria, y se producen múltiples mejoras que incrementan la rapidez de los procesos y la calidad de las labores, con dispositivos de precisión, sensores y comandos electrónicos y sistemas de posicionamiento geográfico y satelital. Comienza a introducirse en forma significativa el riego complementario en la agricultura extensiva, sobre todo para el cultivo del 20 El carácter capitalista avanzado del desarrollo agrario argentino es subrayado en Bisang y Gutman (2005); Bisang y Kosacof (2006) y Bisang (2008). 21 Véase López (2007); Barsky (1993) para la crisis de rentabilidad de la década de 1980, también citado por López.
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maíz, lo que potencia notablemente sus rendimientos al maximizar el uso de los fertilizantes (Barsky, 2008, p. 283).
Se avanzó en el control de plagas, en la variación y mejoramiento de semillas, y en el uso de nutrientes y fertilizantes. La inversión de capital por hectárea se incrementó. A mediados de 2008, el cultivo del maíz exigía, en promedio, unos us$ 500 de inversión por hectárea en fertilizantes, semillas, plaguicidas, etcétera; el cultivo de la soja unos us$ 260. El desplazamiento de mano de obra a raíz de la mecanización en el agro, y el aumento de la inversión por obrero, da como resultado el aumento de la composición orgánica del capital. Lo cual implica que la renta absoluta tiende a desaparecer y la renta diferencial II adquiere importancia. Estos cambios constituyen expresiones del desarrollo capitalista. Esta idea se opone a la tesis –véase Gastiazoro (1999)– de que la renta absoluta tiene un gran peso en la actualidad en Argentina.22 Merced al empleo de las nuevas tecnologías, se produjo una expansión de la frontera agraria, que pasó de 20 a 31 millones de hectáreas desde 1996 a 2007. Extensas zonas de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Entre Ríos, entre otras provincias, se incorporaron a la producción de soja, principalmente. También aumentó la productividad. A mediados de la década de 1980, la hectárea de tierra rendía entre 15 a 20 quintales de soja como máximo; en 1995 estaba, en promedio, en 23 quintales, y en 2007 el rendimiento promedio fue de 30 quintales. En el caso del maíz, el rendimiento por hectárea pasó de 20 quintales en 1970 a 80 quintales en 2006. Dado el aumento de la productividad y la expansión de la frontera agrícola, es lógico que la producción haya crecido considerablemente. La producción sumada de cereales y oleaginosa a principios de la década de 1980 rondaba los 30 millones de toneladas. En 1996, era de 45 millones, de las cuales 15 correspondían a la soja y 30 a los cereales. En 2007, fue de 95 millones, correspondiendo a la soja 48 millones (o sea, triplicando la producción con respecto a 1996) y 47 millones de toneladas a los cereales (un aumento del 60% con respecto a 1996). A pesar de que mucha tierra ganadera pasó a ser tierra agrícola –las pasturas tradicionales de alfalfa, que se utilizaban para la invernada pasaron a tener agricultura– y a pesar también de que la ganadería pasó a tierras 22 Una renta absoluta que tendría por base, siempre según este enfoque, además de la superexplotación de la clase obrera rural “el latifundio de origen feudal” y “las relaciones precapitalistas”. Este análisis es funcional al Partido Comunista Revolucionario para plantear que el desarrollo del capitalismo estaría bloqueado por la propiedad latifundista.
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de peor calidad, el stock ganadero se mantuvo, e incluso aumentó en la primera parte de la presente década. Según técnicos de aacrea, la producción nacional ganadera habría aumentado un 27% de 2001 a 2005. Esto fue posible gracias a la incorporación de fertilizantes, variedades forrajeras, mejor uso del pasto y el empleo del grano de maíz como complemento. Aunque a partir de 2005 este crecimiento comenzó a revertirse. Este desarrollo trajo aparejado cambios en el tamaño de las propiedades, en especial en la zona pampeana. Según el Censo Agropecuario de 2002, el tamaño promedio de las empresas agropecuarias en todo el país pasó de 469 hectáreas en 1988 a 588 en 2002; una suba del 25%. El mayor crecimiento se dio en la zona pampeana, donde se pasó de 400 hectáreas a 533; esto es, hubo un aumento del 35%. El número de las explotaciones más pequeñas, de hasta 500 hectáreas, disminuyó un 18%; entre 1988 y 2002 desaparecieron cerca de 90.000 productores, lo cual está en la línea tendencial de la concentración que ocurre en otros países. El estrato de establecimientos de entre 500 a 2.500 hectáreas, en cambio, aumentó un 5%; y no aumentó el número de las explotaciones con más de 2.500 hectáreas. Esto último se explicaría por las necesidades de crecientes inversiones de capital por hectárea. En el largo plazo tendió a desaparecer la estancia que practicaba un cultivo extensivo y se beneficiaba de la renta absoluta y la renta diferencial I.23 Además, se redujo relativamente la población rural de la zona pampeana. En 2001 representaba el 6,9% del total de la población, contra el 16% en 1970. Señalemos también que la tendencia al desarrollo capitalista no ha eliminado completamente la pequeña producción, en particular en el noroeste y noreste argentino, donde entre el 22% y 25% de la población es rural. En la provincia de Misiones, el 85% de los 21.300 productores yerbateros poseen entre 1 y 10 hectáreas, representando el 51% de la superficie implantada; las unidades más pequeñas en particular están prácticamente al nivel de subsistencia.24 Según Obschatko (2007), y en base al Censo Agropecuario de 2002, había en Argentina 218.868 pequeños productores. Dentro de esta categoría Obschatko incluye desde el pequeño productor familiar que, a pesar de sus escasos recursos, puede evolucionar con una reproducción ampliada, hasta el estrato de 23
Comentando el desarrollo del capitalismo norteamericano, Lenin señala que la eliminación de la pequeña producción por la grande consiste en la eliminación de las explotaciones más grandes en superficie, pero menos intensivas en capital, por explotaciones de tamaño más pequeño, más intensivas en capital y más productivas; véase Lenin (1915). 24 Relevamiento yerbatero, de 2002, Gobierno de la provincia de Misiones.
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los pequeños productores cuya dotación de recursos no le permite vivir exclusivamente de su explotación. Estos campesinos deben realizar trabajos asalariados ocasionales, viven en condiciones de acentuada pobreza y el mantenimiento de su campo se explica, en la mayoría de los casos, por el aporte que reciben de programas públicos de asistencia social e ingresos eventuales. De todas maneras, la permanencia de la pequeña producción rural se combina con el desarrollo capitalista. La producción en la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas, en particular, obedece plenamente a la racionalidad del capital. Cada vez más se imponen los capitales más desarrollados, con mayor capacidad tecnológica y financiera, por sobre los más débiles. Algunos poseen varios cientos de miles de hectáreas, y arriendan también decenas de miles. Debido a su tamaño pueden beneficiarse con economías de escala, y obtener una rentabilidad mayor de la que tiene el productor mediano o pequeño. Según los datos preliminares (a mediados de 2009) del Censo 2008, en el lustro transcurrido desde 2002 se acentuó la concentración. En 2002 existían 333.533 establecimientos agropecuarios, y en 2008 había 273.590; esto es, se había producido una reducción del 18%. Además hay una creciente integración de cadenas de valor. Las economías de escala se extienden a las fases de la circulación del capital. Los grandes productores pueden comprar los insumos con descuentos o tienen la posibilidad de vender su producción directamente a los exportadores, evitando intermediarios. Este conjunto de factores explica el crecimiento que tuvieron algunos grupos capitalistas, como Grobo, Adecoagro, Cresud, El Tejar, msu, Cazenave, Olmedo Agropecuaria, United Agro. También entraron en el negocio agrario argentino transnacionales proveedoras de insumos. Entre ellas, Monsanto, que es dueña de la patente de soja RR; empresas proveedoras de semillas, como Nidera; las que proveen pesticidas, como Bayer o Sygenta; y las que se dedican al procesamiento y/o comercialización, como Cargill, Bunge, Dreyfus o adm. Cada vez más se borran los límites entre lo agrario, lo industrial, lo financiero y lo comercial, como enfatizan Bisang y Kosacoff (2006). Un caso ilustrativo lo constituye la participación de Cresud en el negocio de la carne. Además de poseer, en 2008, 130.000 hectáreas dedicadas a la ganadería y 99.000 cabezas de ganado, se asoció con Tyson Food, el principal productor de carne de Estados Unidos, para montar un corral de feed-lot y una planta frigorífica. Este tipo de vinculaciones en cadena es frecuente en la estrategia de los grandes capitales. Otro ejemplo significativo es el grupo Chemo, propiedad de la familia Sigman, que se inició 257
en Barcelona, pero opera en Argentina. Chemo tiene participación en Biogénesis Bagó (el primer laboratorio en tener autorización para hacer la vacuna antiaftosa en Argentina); en el laboratorio Elea; posee inversiones en ganadería, en plantaciones y explotación forestal; en la cría de yacarés; desarrolla un proyecto de aprovechamiento del guanaco en Santa Cruz; participa en una productora cinematográfica; en los medios, a través de Capital Intelectual (Tres Puntos, txt, y la edición del Cono Sur de Le Monde Diplomatique), y tiene una fuerte participación accionaria (casi el 20%) en Gas Natural Ban.25 También es importante destacar que ese desarrollo agrícola ocurre en un país cuya economía sigue teniendo una productividad global inferior a la productividad de los países desarrollados. La economía argentina sigue siendo una economía atrasada. El capitalismo agrario pampeano continúa dependiendo de los avances tecnológicos que ocurren en los países más desarrollados, y de la importación de maquinaria y tecnología. Una consecuencia es que mientras el agro pampeano puede competir con un tipo de cambio real bajo –y cuando los precios mundiales de los alimentos son altos, también pueden hacerlo las zonas marginales– las industrias que producen bienes transables “demandan” permanentemente un tipo de cambio real alto para salvar la brecha de productividad que existe en el mercado mundial.
Sojización y deterioro de los suelos
Como contrapartida del crecimiento de la productividad y la extensión de la frontera agrícola, y de la mano de la sojización, se ha producido un deterioro de los suelos. Sin embargo, y de acuerdo a los técnicos del inta y de organizaciones conservacionistas, no es la soja en sí la causante de los males, ni tampoco la siembra directa.26 Un correcto manejo de 25 La realidad de la diversificación de los capitales debería inducir a la reflexión a quienes acostumbran interpretar los conflictos siempre en términos de luchas entre “fracciones del capital” (agrario, industrial, comercial, etcétera), concibiéndolos como compartimentos estancos y fijos. Se trata de una tradición intelectual que en las décadas de 1960 y 1970 instaló Poulantzas, que hoy debería ser revisada. Si bien existen tensiones entre diferentes sectores, éstas se dan en el marco también de una unidad, que está dada por las diferentes formas que adopta el capital. Por otra parte, los conflictos y tensiones muchas veces se registran en el seno de un mismo tipo de capital; por ejemplo, entre productores de aceros y fabricantes de automóviles; entre criadores de ganado y productores dedicados al engorde, etcétera. 26 Además del inta, pueden consultarse aacrea.
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la siembra directa, con rotación de los cultivos, inclusión de cultivos de cobertura, manejo integrado de malezas, insectos y enfermedades, reposición de nutrientes y con el uso científico de insumos, no solo preservan el suelo, sino pueden mejorarlo a largo plazo. En muchas zonas, como señala Barsky, con la extensión de la siembra directa se comenzó a revertir un proceso histórico de degradación del suelo. No obstante, la presión por las ganancias, combinada con la inversión inadecuada, está generando crecientes problemas. Es que, como señala Roberto Casas, director del Centro de Investigaciones de Recursos Naturales del inta, “en los últimos años nuestra agricultura se encamina hacia una simplificación extrema de los sistemas productivos, lo cual nos hace potencialmente vulnerables” (suplemento Campo, La Nación, 5 de julio de 2008). En muchas zonas y establecimientos no hay suficiente rotación de cultivos, ni se aplican otros cuidados. No existe un adecuado manejo de la siembra directa y fertilización balanceada. Esto favorece la continuidad de plagas, agentes patógenos y malezas, y la acidificación de los suelos. Como resultado solo en la región pampeana habría, en 2008, unos 16 millones de hectáreas afectadas por la acidificación. Esto es un indicador del desequilibrio que genera el monocultivo por pérdida de nutrientes debido a los fertilizantes químicos de alto índice de acidez. En zonas marginales productoras de soja, donde las tierras han sido desmontadas recientemente, la desaparición de materia orgánica es aún más veloz. La continua siembra directa provoca que los suelos sean más densos, lo que afecta su permeabilidad y los hace menos capaces de resistir los procesos de degradación. La soja también consume altas cantidades de minerales que no se reponen con los fertilizantes. A esto se suma la eliminación de bosques. Según la Secretaría de Medio Ambiente, entre 1998 y 2002, con la introducción de la soja transgénica el área forestal se redujo en más de 900.000 hectáreas. En términos más generales, el inta estima que los procesos de erosión hídrica y eólica en Argentina afectan a unos 20 millones de hectáreas, lo que equivale al 20% del territorio nacional. Las regiones áridas y semiáridas presentan un 60% de desertificación de moderada a severa, y un 10% de desertificación grave. Por otra parte, nada parece confirmar la tesis –defendida por la Federación Agraria– de que un cierto tamaño medio de la explotación agraria garantiza una mejor conservación de los suelos. Cuando se trata de la propiedad arrendada, el tratamiento “racional y consciente” del suelo es obstaculizado porque el arrendatario restringe la inversión productiva de largo alcance que beneficiaría al terrateniente. En la pequeña propiedad, 259
muchas veces se evidencian falta de recursos y conocimientos científicos.27 El problema se agrava cuando a los gobiernos solo les interesa aumentar la recaudación del presente, con desatención de las consecuencias para las generaciones futuras.
Conclusión
Con la globalización del capital se profundiza la penetración del mercado y se extienden las relaciones salariales en el agro del Tercer Mundo. Cualquier análisis nacional del tema agrario en los países subdesarrollados debe partir de las tendencias a nivel mundial. Las tesis de la cd sobre el bloqueo de las formaciones precapitalistas en la periferia no se verifican. En la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas se ha desarrollado una clase capitalista que es parte de este proceso de mundialización del capital. Se observa que la propiedad de la tierra no impidió el desarrollo capitalista en el agro, como quiere creer la tesis que sostiene que la “renta absoluta” y la “gran propiedad terrateniente de origen feudal”, o la “oligarquía” impedirían el surgimiento de una clase de “granjeros”, al estilo americano. Además, ninguna fracción significativa de la clase dominante en Argentina, ni ningún gobierno en el último cuarto de siglo se ha opuesto, o ha cuestionado, el proceso de desarrollo capitalista agrario que acabamos de reseñar. Ni siquiera la sojización fue seriamente cuestionada. Tampoco hubo críticas a las condiciones salariales y laborales de los trabajadores rurales. La clase capitalista no puso reparos a esta evolución capitalista. Los intereses del complejo que industrializa productos agrarios están ligados a los intereses agrarios. En muchos casos se trata de los mismos capitales, que invierten en una u otra actividad. Aunque puedan existir tensiones, nada indica que alguna fracción significativa de la burguesía argentina esté apostando por una industrialización “a expensas” del agro. 27 “[…] el lugar del tratamiento consciente y racional del suelo en cuanto propiedad colectiva eterna, condición inalienable de existencia y reproducción de la serie de generaciones humanas que se relevan unas a otras es ocupado por la explotación y el despilfarro de las fuerzas del suelo […]. En el caso de la pequeña propiedad, ello ocurre por falta de medios y conocimientos científicos para la aplicación de la fuerza productiva social del trabajo. En el caso de la gran propiedad, sucede ello porque se explotan esos medios con el objetivo de que arrendatarios y propietarios se enriquezcan con la mayor rapidez posible. En uno y otro caso, por la dependencia con respecto al precio de mercado” (Marx, 1999, t. 3, p. 1033).
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Interludio 2 Especulación financiera y precios de los granos
Una idea muy extendida es que el alza de los precios de las materias primas desde 2005 hasta mediados de 2008 se debió a los capitales financieros especulativos que se volcaron a los mercados de futuros. No habría entonces determinación objetiva de los precios; sus variaciones estarían sometidas a los cambios de humores de los especuladores financieros. Esta tesis ha sido criticada no solo por economistas neoliberales que defienden la hipótesis de los “mercados eficientes” –según la cual los precios de los activos financieros siempre reflejan los fundamentos–, sino también por algunos “nuevos keynesianismos”. El caso más notable es Paul Krugman. En un artículo publicado en The New York Times, y refiriéndose al petróleo, Krugman sostuvo que la actividad especulativa solo hace subir los precios si hay aumento de inventarios. Sin embargo, continuaba Krugman, en 2007-2008 los inventarios de petróleo no habían aumentado, y por lo tanto no podía atribuirse la suba del crudo a la especulación en los mercados de futuros (véase Krugman, 2008). Algo semejante podría decirse entonces del alza de los granos. Sin coincidir con los fundamentos del razonamiento de Krugman,28 acordamos en que para que exista aumento de precios por la actividad especulativa debe ocurrir un aumento de los stocks. Es que la especulación en los mercados de futuros por sí misma solo puede tener un efecto de corto plazo sobre los precios de las mercancías subyacentes. La ley económica que determina el movimiento de los precios –esto es, la ley del valor trabajo– no se ve suplantada por la actividad especulativa, aunque esta pueda contribuir a las oscilaciones de los precios, y también a la formación de burbujas.29 28 A pesar de sus críticas a la ortodoxia neoliberal, Krugman defiende la teoría neoclásica, según la cual los precios se determinan por el simple juego de la oferta y la demanda. 29 A veces se piensa que la ley del valor trabajo de Marx no toma en cuenta a la oferta y la demanda. Se trata de un error. La ley del valor trabajo solo rige a través de las permanentes oscilaciones de la oferta y la demanda. Además, en la determinación de los precios no solo interviene el tiempo de trabajo socialmente –esto es, según la tecnología e intensidad de
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Para aclarar por qué esto es así, en lo que sigue explicamos brevemente cómo funcionan los mercados de futuros. Para ello nos basamos en el informe del Senado de Estados Unidos de 2009 sobre el mercado estadounidense de futuros de trigo y su relación con el alza de precios (us Senate, 2009). Empecemos introduciendo los instrumentos básicos. Por un lado, tenemos los contratos forward, que establecen la entrega en un tiempo futuro de una cantidad de cierta mercancía, cuya calidad y el lugar de entrega están especificados en el contrato, a un precio convenido. Los forward son instrumentos particulares, esto es, sus características están acordadas entre las partes. Por ejemplo, un granjero establece un forward con un acopiador, para entregar cierta cantidad de trigo, de x calidad, en determinado tiempo y lugar. Los contratos forward son difíciles de negociar. Los contratos de futuros, por su parte, son esencialmente contratos forward pero estandarizados. Esto significa que la cantidad y calidad son estándar, así como los lugares y momentos de entrega. Lo único que varía es el precio. Los mercados de futuros se organizan para comercializar estos contratos y son altamente líquidos. Dado que las transacciones están supervisadas por las autoridades del mercado, quienes operan en futuros están obligados a depositar garantías –que aumentan en la medida en que los precios se mueven en contra del inversor– y las casas que pueden entregar o recibir las mercancías están debidamente autorizadas. Las garantías depositadas se recuperan en el momento de expiración del contrato.30 Entre quienes actúan en los mercados de futuros debemos distinguir dos tipos de operadores. Los que tienen relación directa con los bienes físicos –productores, comerciantes, acopiadores, industriales que utilizan la materia prima, etc.– y los especuladores, quienes no tienen interés directo en el bien. En una primera aproximación se puede decir que los primeros operan en el mercado con el fin de protegerse frente a posibles cambios trabajo promedios en la rama– necesario para producirlos, sino también el tiempo de trabajo que la sociedad está dispuesta a entregar por el producto. Este último aspecto alude al lado de la demanda. La formación de stocks por motivos especulativos en consecuencia puede afectar a los precios durante todo un período. 30 También se opera con opciones, pero las operaciones con futuros son más importantes en los mercados financieros ligados a las materias primas agrícolas, a la energía o los metales. Las opciones dan derecho a la compra del activo subyacente en el momento del ejercicio; se pueden ejercer o no, según convenga al comprador de la opción. El contrato de futuro, en cambio, obliga a entregar (si se ha comprado futuro) o a recibir (si se ha vendido futuro) la mercancía subyacente.
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de los precios, mientras los segundos buscan hacer diferencias comprando y vendiendo los contratos. Destaquemos que, contra lo que generalmente se piensa, los contratos de futuros –de ahora en adelante nos referimos al mercado de granos, y específicamente al trigo– raramente se utilizan para proveer la mercancía al comprador. En Estados Unidos, solo entre el 1 y 2% del total de los contratos terminan en la entrega de la mercancía. Sin embargo, juegan un rol importante en la comercialización del producto. Para ver por qué, supongamos que un granjero en Estados Unidos firma un contrato forward con un acopiador, por el cual se compromete a entregarle en determinada fecha y a cierto precio, una determinada cantidad de trigo. El acopiador compra el grano al terminar la cosecha y lo almacena para venderlo más tarde. Pero si baja el precio del grano, sufrirá pérdidas. Para protegerse puede vender un contrato de futuro, para lo cual elige un contrato que establece la fecha de entrega lo más cerca de la fecha en que piensa que efectivamente va a vender el grano. En esta circunstancia se dice que el acopiador está “largo” en el mercado cash (o de contado) y tiene una posición “corta” en el mercado de futuro. Podemos suponer que el acopiador compra trigo a us$ 4 por unidad en julio, y vendió futuro a us$ 6 para diciembre (la diferencia cubre sus costos de almacenamiento, seguro y genera su ganancia). Pues bien, el contrato de futuro requiere que el acopiador entregue el grano a una determinada empresa autorizada por el mercado, y en un lugar especificado. Pero por lo general los acopiadores, y otros comerciantes, entregan en otros lugares y tiempos, y a otros compradores. Si este es el caso del acopiador de nuestro ejemplo, deberá deshacer (unwind) la protección al llegar diciembre. Para esto en diciembre compra un contrato de futuro, por el cual está obligado a recibir la misma cantidad de trigo que su anterior contrato de futuro le obligaba a entregar en diciembre. Supongamos que el precio del contrato de futuro para diciembre es ahora us$ 3; el acopiador compra futuro a us$ 3, con lo cual ganó us$ 3 en el mercado de futuro (había vendido a us$ 6). Al mismo tiempo venderá la unidad de trigo a us$ 3, suponiendo que el precio del futuro, al momento de su expiración, coincide con el precio spot del mercado. En esta operación pierde us$ 1 (había pagado us$ 4 al granjero), con lo cual la diferencia, según lo previsto al protegerse, es de us$ 2. Este ejemplo demuestra que para el éxito de la operación es fundamental la convergencia entre los precios de futuro y los precios spot. Si en diciembre el precio del futuro es mayor que el precio de contado, el acopiador tendrá pérdidas (y viceversa). En teoría los precios deben converger, y 263
las diferencias son pequeñas. Sin embargo, la entrada de capitales especulativos puede distorsionar este funcionamiento. Y esto es lo que sucedió, en especial a partir de 2005 en los mercados de materias primas. Los inversores especulativos en los mercados de futuros son de dos tipos, en lo esencial. Por un lado están los que compran y venden directamente futuros, apostando a hacer diferencias con la evolución de sus precios. Y por otra parte encontramos a los que compran instrumentos financieros cuyo valor depende de los índices de precios de las materias primas. El más común de estos instrumentos es el commodity index swap (cis); se trata de un instrumento que paga un retorno basado en el valor de un índice especificado. Por ejemplo, un cis puede tener un valor vinculado a un índice que consiste en un 50% de petróleo y un 50% de trigo. Quienes los emiten (swaps dealers) son grandes instituciones financieras; en Estados Unidos: Bank of America, Citibank, Goldman Sachs, hsbc Bank y J. P. Morgan Chase. Los inversores que compran los cis son fondos de pensión, de inversión, fondos de cobertura (hedge funds, altamente especulativos) o inversores ricos. Se trata de un mercado descentralizado, no regulado. ¿Cómo afectan estas inversiones los mercados de futuros? Pues sucede que los swaps dealers por lo general protegen su exposición comprando contratos de futuros por un monto equivalente a lo que han vendido en el mercado swap. Por ejemplo, si han vendido un swap basado en el índice del trigo, y el precio del trigo sube, el emisor del swap tendrá una pérdida. Para protegerse comprará entonces futuro de trigo por el monto equivalente. De esta manera está “corto” en el mercado swap de trigo, y “largo” en el mercado de futuro de trigo. Su posición neta es cero, y su ganancia se origina en las comisiones que recibe por la operación. Las ganancias (o pérdidas) del inversor en el swap provienen, en primer lugar, de los cambios de precios en el mercado de las mercancías incluidas en el índice. Por ejemplo, si el índice contiene trigo, el tenedor del swap ganará si sube el precio del trigo. En segundo término habrá una ganancia por la renovación de la operación, que está ligada a la renovación de los futuros. Al acercarse la fecha en que expira el contrato de futuro se venden estos contratos y simultáneamente se compran otros con fechas más lejanas de expiración. Cuando el precio del contrato de futuro que se vende es superior al precio del contrato que se compra, habrá ganancias, y viceversa. Este componente de las ganancias (hay un tercero, pero no lo tratamos aquí) es más importante que el derivado de las variaciones directas de precios. Por eso en los últimos años se comprobó que las ganancias de este tipo de instrumentos no fueron 264
particularmente altas; es que en un mercado alcista de futuros, habrá una pérdida importante por las renovaciones. Con lo explicado, tenemos los elementos para comprender lo sucedido en la década de 2000. Desde 2003 hubo una creciente ola de inversiones en estos instrumentos. Los expertos “vendieron” la idea de que estos activos cuyo valor se basa en índices de materias primas, petróleo o metales, constituían una protección efectiva contra la inflación; sostuvieron que permitían diversificar las carteras; y que estaban correlacionados negativamente con los movimientos de bonos y acciones. Dado que el mercado bursátil estaba “de capa caída” (después de la crisis del 20002001), y los precios de las materias primas subían, se consideró que las ganancias eran “seguras”. De esta forma el valor total de los instrumentos indexados pasó de un estimado de us$ 15.000 millones en 2003 a por lo menos us$ 200.000 millones a mediados de 2008. En este último año, los dealers en estos índices poseían entre el 40 y 45% de los contratos de compra en el mercado de futuros de trigo de Chicago; y proporciones también muy altas en otros mercados de futuros. Esto llevó a que hubiera una creciente demanda de compra de futuros que debían renovarse; dado, además, que los precios de los futuros subían (con las consiguientes pérdidas, por lo que se explicó antes), también hubo una tendencia a invertir en futuros a plazos cada vez más alejados. Lo importante es que los precios del trigo (y de otros bienes) del mercado al contado divergían fuertemente del precio de los futuros. Y además ambos precios no convergían al momento de la expiración de los contratos. Esto tuvo consecuencias en varios sentidos. En primer lugar, desapareció una referencia orientadora de los precios para productores, acopiadores, comerciantes y grandes compradores. En segundo término, en la medida en que subían los precios de los futuros, se les exigía reposición de garantías (margin call). Los que no podían cumplir, veían cerradas sus posiciones. Se calcula que el acopiador promedio en Estados Unidos enfrentaba, en 2008, un costo de protección un 300% superior al de 2006. Pero además, al no haber convergencia entre los precios de contado y del futuro en el momento de expiración, los acopiadores sufrían pérdidas; ante esto los bancos limitaron el crédito. Y los acopiadores encontraron beneficioso acumular stocks. Como sostiene el subcomité del Senado de Estados Unidos que estudió esta situación: Muchos traders y analistas explicaron que los altos precios de futuros hacían más rentable para los acopiadores (elevators) de grano comprar grano en el mercado cash, almacenarlo y entonces proteger estas compras
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de grano con la venta de contratos de futuro de altos precios relativos, que embarcarse en una operación de arbitraje (comprar trigo en el mercado cash, vender el contrato de futuro y luego entregar el trigo) al expirar el contrato. Cuando los spreads [diferencias entre los precios spot y de futuros; aclaración nuestra] […] el acopiador puede recupera más que el costo de almacenamiento del grano” (us Senate, 2009, p. 138).
Es en este sentido que la especulación afectó los precios, al aumentar el almacenamiento. Pero no está claro en qué medida aumentaron los almacenamientos. Según fao (2009), al cierre de las temporadas agrícolas que finalizaron en 2008 las existencias mundiales de cereales habían aumentado únicamente el 1,5% desde su ya reducido nivel al comienzo de las temporadas, y alcanzaban su nivel más bajo en 25 años. La unctad (2009b), que atribuye más importancia a la actividad especulativa, señala que de todas maneras los registros de las existencias no son fiables.31 En cualquier caso, parece verificarse que la incidencia sobre los precios no puede ser de largo plazo, porque el almacenamiento tiene costos crecientes a medida que progresa. Sí parece indudable que la especulación aumentó la volatilidad de los precios, e incidió en el alza, aunque no hay evidencia sólida de cuánto. Gilbert (2008) anota también que la especulación generó mayor correlación entre los mercados, debido a que se compraron indiscriminadamente índices, y afirma que ayudó a generar la burbuja. Pero no encuentra pruebas de que los inversores financieros generaran el alza de precios en lo fundamental; más bien los inversores siguieron una tendencia, y la profundizaron, en especial en el período de febrero a mayo de 2008. Mayer (2009) en cambio da mayor crédito a la idea de que los inversores financieros pueden haber dado lugar a una onda alcista. Sostiene que los dealers de índices afectaron en mayor medida los precios desde el 2006, porque a diferencia de los especuladores tradicionales, que toman posiciones cortas y largas en los mercados de futuros, quienes especulan con índices solo tienen posiciones largas, esto es, solo compran contratos. Sin embargo, Mayer constata que hay poca correlación entre posiciones financieras y cambios de precios para períodos extensos en oro, gas natural, crudo, cobre, soja, aceite de soja, 31
El informe de la unctad sostiene que la actividad especulativa en 2007-2008 no favorecía el arbitraje entre los precios spot y los futuros, y que esto impulsó el alza de los precios. Pero no explica cómo actuaba este mecanismo de arbitraje. Además, reconoce que no hay pruebas claras de que haya habido una relación causal entre incremento de la actividad financiera y el alza de precios.
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maíz y trigo. Mientras hay períodos y bienes primarios en los que posiciones financieras y precios se mueven juntos, especialmente en la caída de precios posterior a 2008, y ocasionalmente durante la subida, hay otros períodos y bienes en los que el incremento de las posiciones financieras en determinados bienes no aumenta, aunque estén subiendo los precios. En el mismo sentido, The Economist (31 de mayo de 2008) señala que en 2008, por ejemplo, subió fuertemente la inversión especulativa en los mercados de futuro de níquel, y el precio del metal cayó. Inversamente, el precio del cadmio, un metal raro, aumentó desde 2001 a 2008 más del doble de lo que lo hizo el petróleo, a pesar de que no se negocia en los mercados de futuros (ibid.). Además de la falta de correlación, tampoco se ha encontrado una relación causal significativa de un impacto sistemático de las posiciones financieras sobre los precios. En síntesis, los precios se pueden desvincular en el corto plazo de los “fundamentos” de la oferta y la demanda, debido a las operaciones financieras. En este respecto, la hipótesis neoclásica de los mercados eficientes no se verifica. Pero no hay elementos científicos para sostener que la ley del valor trabajo no rige los precios de los productos primarios debido a la inversión financiera especulativa. Los especuladores financieros se montan sobre tendencias que están gobernadas, en su sentido profundo, por la ley de formación de precios. La incidencia de los fondos financieros puede ser importante para la formación de la burbuja, pero no pueden gobernar las tendencias de base.
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14. Renta agraria, ganancia del capital y retenciones
En este capítulo aplicamos las categorías discutidas en el capítulo 12 al análisis de un caso concreto, la evolución de la renta agraria y los precios de la tierra en la zona cerealera y sojera argentina, su relación con la tasa de ganancia, y el conflicto entre el campo y el Gobierno, a raíz de la suba de las retenciones a las exportaciones. Utilizamos un pequeño modelo de economía dependiente, en la línea de investigación que presentamos en los capítulos 10 y 11. Nuestra intención es proponer una vía de análisis, y mostrar las relaciones que afectan a los ingresos de las clases sociales y sus fracciones, en sus trazos gruesos. Una de las conclusiones que surgirán es que las consecuencias de las retenciones sobre la economía de conjunto no son lineales sino complejas, y sujetas a múltiples determinaciones.
Rentabilidad agraria
Nuestro punto de partida es precisar la rentabilidad de una explotación representativa de los llamados “pequeños productores” de la zona pampeana, que han sido uno de los pilares del conflicto con el Gobierno. Nuestro establecimiento es un campo de soja, de 100 hectáreas, con un rendimiento de 3 toneladas por hectárea. Tomamos un precio de noviembre de 2007; un precio internacional de la soja de us$ 400. Con retenciones del 35%, y tipo de cambio a $3/us$, el precio que recibe el productor es de $800 por tonelada.1 Para calcular la rentabilidad de este campo nos hemos basado en variadas fuentes.2 Encontramos coincidencias entre ellas en lo que atañe 1 Dado que nos interesa averiguar el orden del nivel de ganancia y renta, hemos “redondeado” los números, a fin de facilitar el seguimiento de los cálculos. 2 Comparamos estudios de la Secretaría de Agricultura, Bolsa de Comercio de Rosario, revista Márgenes Agropecuarios, Movimiento crea y datos de fuente privada, de un campo sojero en la zona de Rosario, Santa Fe. En líneas generales estos datos no son desmentidos por las fuentes oficiales. Las mayores divergencias las encontramos en los impuestos; casi
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a costos directos e indirectos, pero no en los impuestos que se incluyen en los cálculos. Esto resulta en importantes diferencias en las rentabilidades. En términos estrictos, de la rentabilidad bruta habría que restar todos los impuestos –ganancias, inmobiliario, ingresos brutos, bienes personales– para obtener la rentabilidad neta. Esto se hace en alguna de las fuentes consultadas. Pero dado que nos interesa encontrar la rentabilidad real promedio, y dado además que existe una importante evasión, hemos calculado una deducción a la rentabilidad bruta por impuestos de solo el 22%. Con el rinde de 3 toneladas por hectárea, y el precio de noviembre de 2007, el valor de la producción de soja del campo que analizamos es de $240.000. La suma de costos directos (semilla, agroquímicos, fertilizantes, labranza, fumigaciones y cosecha) es $650 por hectárea. La suma de los costos indirectos (transporte de 200 kilómetros, acondicionamiento del grano y comercialización) es $350, también por hectárea. Esto da un costo total de $1.000 pesos por hectárea; o sea, para 100 hectáreas el costo es $100.000. El margen bruto para el propietario-capitalista entonces es $140.000.3 Deduciendo el 22% de impuestos, el margen neto es $110.000. Esto es, un capital de $100.000 obtiene un rendimiento de $110.000. Pero aquí está incluida la renta de la tierra. Para obtener la ganancia del capital, suponemos que la renta equivale a 10 quintales de soja por hectárea. Esto porque en promedios históricos de los últimos 20 años la renta equivalió a la tercera parte de la producción. De manera que si el propietario-productor alquila su campo de 100 hectáreas, obtiene una renta de $80.000 anuales. La tasa de ganancia “pura” es 30%, aproximadamente, para un capital que casi en su totalidad rota en un año (suponemos que el productor alquila los servicios de siembra y cosecha a otros capitalistas). Si hace doble siembra –soja de segunda y trigo– la rentabilidad sube entre un 20% y 25%. Aunque no todas las tierras admiten la doble siembra, ni tampoco se puede realizar todos los años. Sin embargo, la inversión en al agro está sujeta a mayores riesgos que en otras ramas de la economía. Por eso, un cálculo de la rentabilidad debe hacerse en base a promedios de entre 5 y 10 años. Desde el sector rural invariablemente las entidades vinculadas al agro incluyen en los costos todos los impuestos. El Gobierno sostiene que la evasión fiscal en el agro es superior al 50%. 3 Este margen bruto, $1.400 por hectárea, resultó coincidente con la rentabilidad declarada por un productor con 60 hectáreas, zona de Colón, Santa Fe, para un precio de la soja de $1.060 por tonelada (retenciones del 35%) y un rendimiento por hectárea de 2,8 toneladas, que tomamos de suplemento Campo, La Nación (28 de junio de 2008). En este caso, sin embargo, tanto el precio como los costos eran 20% superiores a los que hemos tomado de octubre de 2007.
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se asegura que 2 de cada 5 cosechas dan pérdidas, o no dan ganancias. Es muy posible que este dato esté “inflado”; pero no hemos encontrado registros estadísticos sobre la cuestión, que por otra parte debería hacerse según regiones. Si una de cada cuatro cosechas no diera ganancia (lo ingresado cubriera solo los costos) la ganancia media para nuestro campo de referencia sería del 22,5%. Por otra parte, las rentabilidades están muy condicionadas por las distancias y, lógicamente, por las diferencias de rindes de los campos. Por ejemplo, en Tucumán el rinde promedio es de 2,4 toneladas por hectárea, y el costo de transporte es, naturalmente, mucho más alto que el que hemos calculado en nuestro ejemplo hipotético. En el extremo opuesto, hay campos que tienen rindes normales de 3,5 y hasta 4 toneladas por hectárea, y están en zonas cercanas a los puertos. En la campaña 2006-2007 la producción promedio máxima fue de 3.290 kilogramos, en Santa Fe, y la mínima fue de 1.768 kilogramos, en Corrientes. El promedio nacional fue de 2.971 kilogramos, coincidente con el que hemos supuesto en nuestro caso representativo. Las rentas, por lo tanto, varían fuertemente según las regiones. Asimismo, hay que tener en cuenta los tiempos de rotación del capital. Por ejemplo, para algunos capitales que arriendan campos, la mayor parte de la inversión está compuesta de capital circulante: inversión en semillas, fertilizantes y otros insumos, gastos de comercialización y salarios. Pero si este capital contrata los servicios de siembra y cosecha a otros capitalistas, recupera casi enteramente el capital invertido al cabo de 10 o 12 meses. Otras fracciones del capital (por ejemplo, contratistas que poseen cosechadoras) invierten sumas muy importantes en capital fijo, que amortizan en el largo plazo; la tasa de ganancia anual debe ser más alta, suponiéndose que se cumpla la tendencia a la igualación de las tasas entre ramas.
Aumento de la renta agraria
A partir de la determinación de la ganancia y renta introducimos la dinámica de aumento de las rentas a partir de la competencia entre los capitales. Debido a que la tierra es un bien limitado, los capitales deben pujar por entrar en la tierra y arrendarla. En un marco de expansión de la demanda y aumento de los precios, se explica que la tendencia haya sido a que cada vez entraran en juego capitales más grandes, que ofrecieron, y ofrecen, pagar rentas más altas. Esto fue posible porque estos capitales pueden hacer grandes diferencias en productividad, por escalas; disminuir riesgos, ya que diversifican y/o contratan seguros; y abaratar costos en 271
la compra de insumos y en la comercialización del producto.4 En consecuencia, se incrementa la presión competitiva en la producción, a la par que aumenta la renta. Lo cual explica que los propietarios-productores pequeños y medios crecientemente dejen la producción y pasen a ser propietarios que viven del alquiler de sus tierras. En el ejemplo de la tierra de 100 hectáreas que hemos tomado como punto de referencia, si el arriendo sube de 10 a 12 quintales por hectárea, la renta pasa de $80.000 a $96.000; la ganancia pura baja en consecuencia de $30.000 a $14.000. Es lógico que crezca la tentación de arrendar el campo. Esto es precisamente lo que ha estado sucediendo en las tierras dedicadas al cultivo de oleaginosas y cereales. Los grandes grupos y los pool han estado en condiciones de ofrecer rentas cada vez más altas. Campos por los que en 2005 o 2006 se pagaban rentas de 10 quintales de soja la hectárea, en Santa Fe o Buenos Aires, en 2007 y 2008 se alquilaron a 14, 15 o hasta 18 quintales. Según un estudio de aacrea, para soja de primera, a precios de noviembre de 2007, en campos con rendimientos de 35 quintales por hectárea, los arrendamientos representaban entre el 45,7% y el 57% del valor del producto; la ganancia bruta sobre capital invertido del arrendatario, pagando un arrendamiento del 51% del valor del producto, era en ese caso del 19%. Suponiendo una tasa impositiva promedio del 30% (los grandes grupos tienen menos posibilidad de evadir que los pequeños productores) la tasa de ganancia neta sería del 13%. Tomando ahora un campo de trigo con un rendimiento de 22 quintales por hectárea, a precios de enero de 2008, el costo del arrendamiento oscilaba entre el 29% y el 43,7% del valor del producto; y la ganancia bruta era del 18% sobre capital invertido. Obsérvese que para pagar un arrendamiento que equivale a más del 50% del valor del producto, debe de haber una alta productividad relativa por parte del capital arrendador. Presentamos otros varios cálculos sobre esta cuestión, para diferentes zonas, tomados esta vez del suplemento rural de Clarín (22 de mayo de 2007), y reproducido en el sitio web de aacrea. Para el centro de la provincia de Buenos Aires, un campo de soja con un rendimiento de 28 quintales se alquilaba, para la campaña 2007-2008, en 13 quintales, equivalentes a us$ 240. Dado que el margen bruto de la explotación era de us$ 283, el rendimiento para el arrendatario daba us$ 43. Esto es, el propietario conseguía un ingreso casi 6 veces superior al del arrendatario. Otro caso, 4
Por ejemplo, comprar insumos a gran escala, con descuentos del 15% o 20%; o vender directamente en los puertos, en tanto el productor más pequeño está obligado a vender al acopiador.
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presentado por el especialista Eduardo Manciana, para la zona agrícola de Santa Fe, consistía en un campo que se alquilaba a 20 quintales de soja la hectárea; siendo el costo de producción de 8 quintales, y el de comercialización de 5 quintales, el arrendatario debía obtener un rendimiento superior a los 33 quintales para obtener ganancia. Según la consultora Agritend, un propietario de 100 hectáreas podía alquilarlas en 2007 a us$ 350, esto es, ganar us$ 35.000 anuales. La tendencia continúa en 2008. De acuerdo a un informe preparado por Guillermo Aiello, de la firma 3-EL Semillas, que reproduce parcialmente La Nación, suplemento Campo (26 de julio de 2008), por un campo sojero con un rinde de 35 quintales se pagaba, en 2008, un alquiler de us$ 626, equivalente a 18 quintales. Entre los factores que influyeron para el aumento de las rentas, hasta mediados de 2008, también pueden intervenir las ventajas que derivan de integrar una cadena de valores. El siguiente caso lo tomamos de un sitio de discusión en internet entre productores. El lugar es Henderson, provincia de Buenos Aires, y un productor dice que los alquileres de los campos se estaban pagando, en 2007, entre $1.200 y $1.400 la hectárea; pero la empresa Molinos Río irrumpió en la zona ofreciendo pagar, en 2008, de $1.500 a $2.000 la hectárea. El productor calculaba que pagando esa renta, dados los costos y las distancias de los puertos, la empresa debía obtener rendimientos superiores a las 3 toneladas por hectárea para obtener ganancias. Molinos podía hacerlo porque, además de las economías de escala, la harina de trigo paga menos retenciones.5 En la medida en que el capital puja por hacerse de tierras para explotar, suben entonces las rentas y muchos propietarios-capitalistas pequeños o medios se convierten en propietarios-rentistas. En la pampa húmeda, se calcula que en 2008 el 50% del área sembrada correspondía a tierras alquiladas, y el fenómeno seguiría creciendo: Lo que está ocurriendo en Argentina es sintomático: según diversas estimaciones que circulan en el sector, todos los años unos 1.500 productores pasan a ser rentistas con parte o toda su explotación alquilando a otros productores más grandes o pools (La Nación, suplemento Campo, 26 de julio de 2008).
Esto explicaría también el aumento sostenido de los precios de la tierra a través de los años. Desde 1977 a 2001, el precio promedio de la tierra en Argentina subió a una tasa anual del 2,4%; desde 2001 a 2007, lo hizo a 5 En 2008 el trigo paga 28% de retenciones, y su harina el 10%. Esto ha generado tensiones con los molinos de Brasil, que acusan a Argentina de fomentar comercio desleal.
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una tasa del 17% anual; y en el último año, 2009, hubo una nueva aceleración. De febrero de 2007 a febrero de 2008 el precio de la hectárea en la zona maicera subió el 23% (en febrero de 2008 valía us$ 10.700); en el mismo período el precio de la hectárea triguera subió el 45,5% (us$ 4.800 en febrero de 2008); y el de la invernada aumentó el 41% (us$ 5.500 en febrero de 2008).6 Aquí aparece entonces un conflicto, porque muchos propietarios-productores no pueden competir con las grandes empresas y pools. Pero la opción para la mayoría no es morirse de hambre, sino transformarse en rentistas. Lo que en 2008 se considera un “pequeño productor” –trabaja el campo con su familia y algún asalariado– con 100 hectáreas sojeras, puede retirarse de la producción y seguir recibiendo un ingreso equivalente, por lo menos, al doble de lo que recibe un obrero argentino especializado de primer nivel. Un propietario de 300 hectáreas que alquilara la tierra a 15 quintales de soja la hectárea, recibiría un ingreso anual bruto de aproximadamente us$ 130.000 (con un precio de $900 la tonelada en el puerto de Rosario). Por eso la capacidad de resistencia y movilización de los chacareros durante el conflicto con el Gobierno refleja a una burguesía que se ha fortalecido luego de un proceso de intensa acumulación, mejora de los precios de la tierra y de la renta. Por supuesto, los que tienen menor cantidad de tierras pueden adoptar formas sociales híbridas. Por ejemplo, un propietario de 50 hectáreas puede alquilarlas, asegurándose un piso de ingresos de us$ 18.000 o us$ 20.000 anuales, y tener otro empleo complementario. Los que ya están trabajando en tierras arrendadas, con equipos propios, pueden a su vez trabajar como subcontratistas para empresas más grandes. Las variantes son muchas, debido a las diferencias de rentabilidades, propiedades y capitales. Algunos sectores de propietarios-capitalistas resisten la tendencia, en tanto quieren mantenerse como productores. Globalmente parece asistirse a un proceso de concentración a nivel de la producción, más que de la propiedad. Esta fue entonces una de las vertientes del conflicto con el Gobierno. Por su naturaleza es, por supuesto, un conflicto estrictamente interno a fracciones capitalistas. La dirección de la Federación Agraria precisó correctamente la cuestión cuando sostuvo que su lucha se articulaba a partir de definir un “sujeto social” al que aspiraba, a saber, un propietario-capitalista medio (y próspero, hay que añadir), que pudiera resistir la presión 6
Son datos de la Bolsa de Cereales. Se han cuestionado estos valores, porque los agentes inmobiliarios dicen que se está comerciando poca tierra, y los precios son más bien teóricos. De todas maneras son indicativos del aumento de las rentas.
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competitiva de los capitales más poderosos. De ahí su exigencia de que bajaran las retenciones a los que producen hasta 3.000 toneladas. Nótese que esto implica proteger a propietarios-capitalistas de campos de unas 1.000 hectáreas, valuados en por lo menos us$ 5 millones, generadores de rentas potenciales de us$ 300.000 o us$ 400.000 anuales (con los precios de mediados de 2008). Precisemos también que desde el punto de vista histórico el proceso es inverso al que ocurría a principios del siglo xx, cuando la Federación Agraria Argentina surgió en lucha contra los altos precios de los arrendamientos. En ese entonces eran los terratenientes los que exigían un elevado alquiler a los arrendatarios. En la actualidad, el capital agrario es más fuerte y ofrece una alta renta al propietario, y desplaza al capital más débil. Hoy el capital ha pasado a ser el eje del proceso. En 1912, la demanda de rebaja en el pago de los arrendamientos expresaba el interés de un pequeño agricultor que no quería ver comido todo el excedente (o una gran parte) por la renta. Un siglo después el reclamo de poner un límite a los alquileres de la tierra expresa el interés económico de un sector capitalista que no puede competir contra otro sector del capital agrario.
Suba de las retenciones y sus efectos
Abordamos en lo que sigue una de las cuestiones que más se han debatido a lo largo del conflicto, el efecto de la suba de las retenciones. La discusión giró no solo sobre cuánto se afectaba a la rentabilidad de las explotaciones agrícolas, sino también sobre sus consecuencias en los salarios, y para el “modelo” de desarrollo del país (“modelo agro-exportador” versus “modelo industrialista”). Si bien un examen acabado de todas las cuestiones implicadas en estos debates excede los límites de este trabajo, intentaremos presentar algunos elementos que sirvan para avanzar en futuras investigaciones. Para eso vamos a partir de un pequeño y sencillo “modelo” de economía dependiente, que produce y exporta trigo y soja.
Un pequeño modelo de economía dependiente
Dado que nos interesa mostrar algunas relaciones básicas, trabajamos con una economía muy simple.7 Tenemos un producto agrícola, S, que se 7 En lo que sigue introducimos una serie de ecuaciones. Esto lo hacemos a fin de facilitar el seguimiento de los argumentos. Pero en sí mismas las ecuaciones no prueban nada.
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exporta en su totalidad. Otro producto agrícola T, que es materia prima para la fabricación del bien de consumo J; la producción de T se exporta en sus dos terceras partes, y el resto es consumido en el país para elaborar J, que integra la canasta de bienes de los asalariados. El nivel de productividad en S y T está entre los más altos del mundo. Se puede pasar fácilmente de la producción de S a la de T, y viceversa. A su vez, hay un sector industrial que produce X, que se utiliza como insumo productivo en la industria y el campo, y se exporta; el bien J, que puede importarse, y constituye, como dijimos, la canasta salarial; un bien F, que es no transable, que consumen productivamente el agro y la industria, y también integra la canasta salarial. La industria es atrasada con respecto a los estándares mundiales de productividad. Tanto el agro como la industria utilizan, además, el insumo F* que se importa; representa medios de producción de alta tecnología, una expresión de la dependencia y atraso tecnológico del país. La exportación de X es vital para el país, puesto que le permite tener un balance comercial con superávit. El bien J no se exporta, pero las empresas que lo producen pueden padecer la competencia externa si la moneda se aprecia por encima de determinado nivel. Designamos con Q el monto producido; por ejemplo, Qs es la cantidad producida de S; designamos con E el tipo de cambio nominal; q el tipo de cambio real; p el nivel de precios interno; p* el nivel ponderado de precios de los principales socios comerciales del país; ρ es la tasa de retenciones a las exportaciones (ρs las retenciones a las exportaciones de S, etcétera); Н es el flujo de impuestos que va al Gobierno. El precio ps que reciben los productores de S es entonces: ps = Eps* (1 – ρs) (1) De la misma manera, el precio interno de T es: pt = Ep*t (1 – ρt) (1’) Existen 3 tipos de tierra, A, B y C; A es la tierra de menor fertilidad, que no genera renta y C la de mayor fertilidad. Sea Ms el vector de insumos utilizados por el capital agrario productor de S (Mt el vector para la producción de T); π la tasa media de ganancia; w el nivel de salarios; Ls la cantidad de unidades de trabajo que se emplea por unidad de producto S (Lt el insumo El lector que lo desee, puede hacer el mismo razonamiento “en palabras”. Lo importante es establecer las relaciones entre las variables.
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de trabajo para T); sea П la renta de la tierra. El costo de producción Msp estará influenciado por el tipo de cambio, ya que en Ms están incluido el insumo F* (su precio en moneda nacional es Ep*F*). Suponemos que la misma cantidad de capital (Msp y Lsw por unidad de producto) se aplica en todas las tierras. Por lo tanto, el precio de S estará determinado por esa cantidad de capital (por unidad de producto) que se aplica a la peor tierra, A, más la ganancia determinada por la tasa media de ganancia: ps = (1 + π) (Msp + Lsw) (2) El precio de producción pt se calcula de la misma manera, con los cambios correspondientes. En general, la formación de precios de producción –o sea, de los precios tendenciales que tienden a imponerse, a través de las oscilaciones de los precios de mercado– será: p = (1 + π) (Mp + Lw) (3) Donde M ahora es una matriz de insumos, y L un vector trabajo. El salario cubre la canasta Jw de bien salarial; por lo tanto, es: w = pjJw (4) A su vez, la renta П que produce la tierra B productora de S, será: ПB = QBps – [(1 + π) (Msp + Lsw)] (5) De forma similar se obtiene la renta de C, ПC: ПC = QCps – [(1 + π) (Msp + Lsw)] (5’) Con sus correspondientes variaciones se definen las rentas de las tierras que producen T. El flujo de impuestos que recibe el Gobierno a causa de las retenciones es: Н = [Eps* Qs + (Ept* × 2/3Qt)] – [psQs + (pt × 2/3Qt)] (6) El tipo de cambio real es: q = Ep*/p (7) 277
Debido a que la industria es tecnológicamente atrasada, el tipo de cambio alto actúa de hecho como barrera proteccionista; permite a las empresas productoras de X competir en el mercado mundial; a las empresas productoras de J hacer frente a las importaciones. La contrapartida es un salario bajo en términos de la moneda mundial. El tipo de cambio real para los productores de S es: qs = Eps* (1 – ρs)/p (8); De la misma forma se calcula el tipo de cambio real para los productores de T. qt = Ept* (1 – ρt)/p (8’) Por último, agregamos una ecuación que expresa la manera en que en la teoría económica usual, no marxista, se explica la formación de precios. Estos se determinan por un recargo, o mark-up, sobre los costos salariales, divididos por la productividad, λ. Este recargo se distingue conceptualmente del “recargo” conformado por la tasa de ganancia, π, de la teoría marxista. La justificación del mark-up de la economía ortodoxa remite a “imperfecciones de mercado” que nunca se explicitan teóricamente. La tasa de ganancia marxista ancla en la teoría de la plusvalía, y por lo tanto en la teoría del valor trabajo. Entonces la ecuación de precios de la teoría ortodoxa es: p = (1 + μ) w/λ (9) Subrayamos que μ es conceptualmente distinto de π. Por eso la ecuación (2) admite variaciones de π que pueden deberse, por ejemplo, a la lucha de clases. En (8), por el contrario, μ aparece fijada, y se supone que no cambia, por lo menos en el corto y mediano plazo. La política del Gobierno Los argumentos inmediatos Es claro que por (1), el aumento de r baja los precios internos de S y T, y viceversa; de esta manera los precios internos pueden desconectarse, por lo menos parcialmente, de la suba de los precios internacionales. La 278
primera justificación del Gobierno para introducir las retenciones móviles es mantener estable el precio interno de T, a medida que sube pt*. Sostuvo que así defendía “la mesa de los argentinos” y una distribución progresista del ingreso, ya que en principio, por (4), el aumento de pt influye en el precio de la canasta de bienes salariales. Si w no aumenta, disminuye Jw, esto es, la cantidad de bien J que consume el obrero. Pero debido a que la producción puede pasar fácilmente a S, se corre el peligro de que el aumento relativo de los precios de S (y de las rentas y ganancias ligadas a S) haga desaparecer la producción de T. Por lo tanto, deben aumentarse las retenciones de S. Por eso el Gobierno planteó que con el aumento de ρs buscaba impedir la “sojización”. Por otra parte –por (1), (1’) y (6)–, a medida que aumentan los precios internacionales y las retenciones, y permaneciendo constante los volúmenes producidos, aumenta el flujo de impuestos que recibe el Estado. El Gobierno explicó que transfería ganancias extraordinarias del campo al Estado, que las utilizaría para construir hospitales, escuelas, etcétera. Razones de segundo nivel Otra razón, que estuvo detrás de la decisión de aumentar las retenciones, tiene que ver con mantener un tipo de cambio real alto, a fin de favorecer al sector industrial, productor de bienes transables internacionalmente. Por (7), si aumenta el nivel de precios interno, p, baja el tipo de cambio real; esto significa que la moneda se aprecia en términos reales. Según la tesis comúnmente aceptada en la economía ortodoxa, si aumentan los precios de los bienes salariales, aumentan los salarios nominales, y este aumento se traslada –por (9)– a todos los precios. En consecuencia, un aumento de pt habría provocado una baja de q. Lo que quitaría competitividad a la industria. También por este lado las retenciones habrían ayudado a los trabajadores. Al sostenerse la competitividad de la industria, se mantiene el nivel de ocupación; lo cual favorece el poder de negociación de la clase trabajadora. Otra razón, y poderosa El argumento anterior se combina con otra razón que estuvo en el fondo de la política del Gobierno, y que también atañe a la necesidad de mantener q alto. Como hemos explicado, para que la devaluación de la moneda aumente la competitividad de los sectores exportadores, es imprescindible que los salarios y los precios internos no aumenten en la misma 279
proporción en que lo hace el valor del dólar (o el euro). Si al producirse la devaluación hay alta desocupación y recesión los asalariados no piden aumentos, y los capitalistas productores de F y J no aumentan los precios. Pero a medida que se recupera la economía, los salarios y los precios de los bienes no transables, o que se comercian internamente, empiezan a subir; el valor de la moneda se incrementa en términos reales. Para mantener q alto, el Gobierno opta por poner precios máximos a J y F, y subvencionar a los capitalistas que los producen, como compensación. Las subvenciones frenan entonces la apreciación de la moneda. Sin embargo, si la tasa de ganancia en los sectores productores de J y F no llega a la tasa media de ganancia, la inversión no aumenta; en ese caso la productividad se estanca, en tanto los costos siguen presionando la rentabilidad, lo cual exige más subvenciones para mantener el tipo de cambio alto. De esta manera las subvenciones pasan a estar estructuralmente vinculadas al “modelo”. El argumento de los partidarios del Gobierno que decía que con las retenciones móviles se estaba defendiendo un “modelo de país” industrial contra el “modelo agro-exportador”, tenía esta base. El hecho de que las subvenciones sean endógenas, y se deban otorgar en escala creciente, condiciona fuertemente las posibilidades de que el Gobierno destine fondos a obras de salud, educación, etcétera.8 En nuestra pequeña economía esto quiere decir que la mayor parte del flujo de impuestos va a subvencionar la producción de J y F. Es claro que en el largo plazo el desarrollo industrial basado simplemente en el tipo de cambio alto para la industria, sin atender a la inversión en ramas vitales, erosiona la productividad. En particular, además, los precios de los insumos J y F afectan la rentabilidad del sector agrario.9 Por otra parte, si a pesar de las subvenciones, los precios y salarios aumentan –los capitalistas que producen J y F buscan una rentabilidad comparable con los que producen X; los trabajadores presionan a medida que baja la desocupación– el tipo de cambio real de todas maneras baja y la moneda se aprecia. La industria pierde competitividad; el intento de recuperarla por medio de nuevas devaluaciones impulsa más la inflación. 8
A lo cual habría que sumar el pago de intereses y devolución del principal de la deuda externa. Aunque no hemos incluido el factor deuda en nuestra economía, tiene indudable peso en la economía argentina. 9 La productividad “tranqueras adentro” del campo en Argentina se ve disminuida por la productividad “tranqueras afuera”. Por ejemplo, el transporte del grano se realiza en camiones –una flota de unas 150.000 unidades– y no por tren, que sería más económico. Además, la mayoría de los caminos está en malas condiciones. Los ejemplos pueden multiplicarse.
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Efecto de la suba sobre los ingresos en el agro Si la suba de las retenciones compensa exactamente el aumento de los precios internacionales de S y T, y no suben los costos en la producción agrícola, los precios internos se mantienen constantes. En este caso, los tipos de cambios reales, qs y qt, no se modifican; tampoco lo hacen los ingresos y las rentas. El efecto es neutro. Si, en cambio, las subas de ρt y ρs son superiores a los aumentos de pt* y ps*, salen de la producción tierras marginales. En nuestro pequeño modelo, el precio regulador pasa a ser el de la tierra B. La renta agraria de C se reduce. En suma, baja la renta agraria. Si en nuestro modelo hubiésemos introducido algunas tierras A en las que se hubieran efectuado inversiones de capital, en tanto otras tierras A siguieran sin recibir inversiones, y por lo tanto estuviera determinando el precio de producción, la suba de las retenciones podría haber sacado de producción a las tierras A “atrasadas”; y estaría por verse cuál de las tierras, la A con inversión, o la B, determinaría el precio de producción de S y T. En cualquier caso, la renta también disminuye, pero esta vez afectando directamente la formación de renta diferencial II. De esta manera, la suba de las retenciones disminuye la renta agraria global. Aunque, si el contrato de arrendamiento está firmado al momento de producirse la suba de ρ, se afectaría negativamente π durante el tiempo que dure el mismo. Pero si suponemos que π tiende a establecerse a su nivel promedio, en línea con el resto de la economía, los alquileres de las tierras bajarían en el mediano plazo. Es lo que habría empezado a suceder durante el conflicto agrario; la prensa especializada informaba que se estaban renegociando muchos contratos de alquileres de tierras, a la baja. De la misma manera, el capital puede presionar para renegociar hacia la baja los contratos si aumenta el costo de los insumos y si pt y ps permanecen constantes, a causa del aumento de ρt y ρs en la misma proporción que pt* y ps*; todas estas alternativas se examinan con (5) y (5’), “moviendo” las variables. También puede suceder que algunos capitalistas de las tierras A acepten seguir produciendo con una π inferior a la tasa media de ganancia. Por supuesto, ambos efectos –baja de las rentas y baja de la tasa de ganancia de capitales en tierras marginales– pueden darse de manera combinada. Esto explica la resistencia de propietarios-rentistas y de arrendatarios, en especial de tierras marginales, a la suba de las retenciones. La renta también puede bajar en el caso que el aumento de las ρ compense exactamente el aumento de pt* y ps*, pero aumenten los precios de los insumos (por ejemplo, por aumento del precio pf*). En esta circunstancia también saldrán de producción tierras marginales, a no ser que los 281
capitales acepten producir con una π inferior a la media. De hecho, este último puede haber sido el caso en el conflicto reciente, dado el aumento de insumos importados como fertilizantes (además del aumento del gasto en transportes, etcétera). En cualquier caso, aumenta la presión competitiva sobre los capitales más débiles. La suba de las retenciones pone presión sobre los arrendatarios medianos y pequeños; e impulsa la tendencia, que señalamos antes, de propietarios-capitalistas medianos y pequeños a convertirse en rentistas. El efecto sobre los grandes grupos tendería a ser neutro. Afecta a los grupos que poseen tierras, en tanto baja la renta. Pero en lo que hace a la ganancia como arrendatarios capitalistas en las tierras intra-marginales, la misma se mantiene; π debería tender a restablecerse en el agro, en detrimento de la renta. En síntesis, el aumento de ρ a una tasa por encima de la tasa de la que aumentan los precios internacionales de S y T, o el aumento de r a la misma tasa en que aumentan los precios internacionales de S y T, pero con el aumento de los costos de Ms y Mt, lleva a la baja de la renta. Otros efectos Debido a que con la suba de las retenciones y la baja de precios salen de producción tierras marginales, Qs y Qt disminuyen; lo cual tiene un efecto negativo –por (6)– sobre Н. El resultado final sobre el monto de Н dependerá entonces de qué pesa más, el aumento de ρ, o la baja de Q. Al bajar el gasto de la renta que se capitaliza en construcciones urbanas, compra de bienes de consumo duradero y gasto en consumo, hay un efecto depresivo sobre las economías urbanas (especialmente en el interior). En nuestra economía, disminuye la producción de J y F; la inversión agraria disminuye, porque baja la inversión en tierras marginales. En caso de que los arrendatarios acepten trabajar con una tasa de ganancia menor del promedio, disminuye su gasto de inversión en insumos. Pero en un esquema ideal esto podría ser compensado por los gastos estatales del Gobierno; por ejemplo, si derivara lo recaudado con las retenciones a gastos en infraestructura, etcétera. Incidencia en el costo salarial A corto plazo la suba de ρt, en paralelo a la suba de pt*, frena el aumento del costo de la fuerza de trabajo que ocurriría si pt aumentara a la par de pt*. Lo 282
hace en la proporción en que el precio de T participa en el precio final de J, el bien salarial.10 Subrayamos que el incremento de ρt afecta directamente al costo de la fuerza de trabajo y no al salario real. Esto es, no siempre que aumente el costo de la fuerza de trabajo deberá bajar el salario real. En la historia reciente del capitalismo se han dado períodos de intensa baja de los precios de los alimentos –como ocurrió en la década de 1980– con caída de los salarios reales, por lo menos en Argentina y en otros países latinoamericanos. Esto prueba que no existe una relación directa entre precios de los alimentos y niveles salariales reales. Máxime en los países que son productores mundiales de alimentos, donde un deterioro de los términos de intercambio tiene efectos profundamente depresivos sobre la economía; y lo inverso sucede cuando mejoran los términos de intercambio. Más en general, el problema más importante es tener en cuenta que el valor de la fuerza de trabajo se determina por el nivel del desarrollo de las fuerzas productivas, el ciclo económico y el desarrollo e intensidad de la lucha de clases. En este respecto, es ilustrativo el método con que Marx analiza una situación que podríamos calificar de similar a la que plantea el caso que analizamos. Cuando en Inglaterra se discutía la eliminación del impuesto a las importaciones de los cereales, los librecambistas sostenían que dado que se trataba de un impuesto sobre los salarios, su eliminación permitiría elevar los salarios reales. Frente a esto, Marx demuestra que la eliminación del impuesto no modificaba sustancialmente los salarios, ya que si se reducía el precio del pan por el cambio del impuesto, bajarían los salarios. Esto debido a que los salarios, en el mediano plazo, se establecen de acuerdo con el valor implicado en la reproducción de la fuerza de trabajo, determinada por las condiciones sociales más generales (véase Marx, 1848). Es necesario, por lo tanto, analizar concretamente cuál es el efecto de la variación del costo de la canasta de bienes (Jw, en nuestro caso) sobre la tasa de plusvalía, esto es, sobre la división entre el tiempo de trabajo necesario y el plustrabajo. De la misma manera que no siempre que se abarata el costo de la fuerza de trabajo aumentan los salarios reales –más bien la regla es la opuesta–, no siempre que se encarece la fuerza de trabajo bajan los salarios reales. Todo depende del estadio del ciclo econó10
Una suba de, por ejemplo, el 100% del precio del trigo no se refleja en un aumento del 100% en el precio del pan, como a veces se ha sostenido. El trigo representa solo un 15% del precio final del pan. El precio del pan está influenciado por los costos en una larga cadena de valor. Y luego hay que ponderar la participación del pan –y otros alimentos– en la canasta final de bienes.
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mico –nivel de desocupación, que condiciona el poder del trabajo frente al capital–, del nivel de organización sindical y política del movimiento obrero, y de la coyuntura internacional, en especial la evolución de los precios mundiales de los productos que exporta el país. Si ante el aumento de los precios de los bienes salariales (de J en nuestra pequeña economía) la clase trabajadora logra imponer al capital un aumento del salario en la misma proporción, la suba de pt se habrá traducido en una baja de π, no de w. Por supuesto, esto no puede ocurrir en (9), donde se supone que el mark-up μ es inmodificable, y que por lo tanto todo aumento de los costos salariales se debe traducir en un aumento de los precios. En términos más generales, y con la perspectiva que da la experiencia, tampoco se puede afirmar que la política de retenciones haya mejorado la distribución del ingreso a favor de las clases populares. Después de años de aplicación sistemática de retenciones, la distribución del ingreso a fines de 2008 era peor que a comienzos de la década de 1990. Las retenciones no impidieron que la inflación erosionara los salarios reales, entre 2005 y 2008, en un porcentaje superior a lo que subieron los precios internos del trigo, la carne o la leche. Efecto sobre los precios agrícolas en el largo plazo Las retenciones permiten “desconectar” por un tiempo las variaciones de los precios internacionales de los bienes transables, de las variaciones de los precios internos. En este sentido generan un tipo de cambio particular, como se ve en (8), (8’); esto es, median entre los espacios nacionales de valor y el espacio mundial. Sin embargo, la desconexión no puede ser absoluta, ni prolongarse indefinidamente. A largo plazo termina imponiéndose la ley del valor trabajo, que opera a escala mundial, en la medida en que el capital opera a nivel mundial. Es una ilusión pensar que los precios los puede fijar algún poder político a voluntad. Ni siquiera el aparato estalinista, en un régimen como el soviético en el que había una economía totalmente estatizada, y donde funcionaban poderosos organismos de planificación, fue capaz de “dominar” a la ley del valor. En tanto no existan las condiciones sociales para la desaparición del mercado, este no puede ser borrado a fuerza de decretos desde arriba. Si esto era válido para la URSS, tiene mucha más aplicación en una economía en la que domina la propiedad privada, en la que los capitales deciden cuándo y dónde invertir, a nivel del planeta, según las tasas de rentabilidad, y las seguridades para sus inversiones. Las subas de precios en ciertas ramas están indi284
cando que en esas ramas hace falta aumentar la oferta. Por eso las tasas de ganancia en ellas tienden a elevarse por encima de la tasa media de ganancia; los capitales emigran a esas ramas. Esto significa que se incrementa la asignación de tiempo de trabajo social y de medios de producción a las mismas, aumentando por lo tanto la oferta, hasta que los precios se estabilizan y comienzan a revertir a la baja. A través de esta regulación –que implica un gran despilfarro de recursos– se distribuyen los tiempos de trabajo social y se validan los trabajos privados a escala mundial. Veamos entonces qué sucede si pt* y ps* suben. Supongamos que aumentan porque la demanda mundial está superando a la oferta. Supongamos también que mientras sucede esto, pt y ps se mantienen estables, debido a que ρt y ρs aumentan en la misma proporción que lo hacen los precios internacionales. En este caso, los precios internos no están dando ninguna señal de que es necesario aumentar la oferta; por lo tanto, la oferta interna se mantiene. Recordemos que si al mismo tiempo está aumentando el precio de F*, o cualquier otro costo, la oferta interna baja, como hemos explicado antes. Pero supongamos que se mantiene la oferta interna. Los capitales agrarios se reproducen a la misma escala. Sin embargo, a nivel internacional, debido a que aumentan los precios y los beneficios en el agro, sube la inversión. Los capitales entran en el agro; hay capitales que salen de Argentina, ya que en este país se sigue produciendo a la misma escala. A nivel mundial aumenta la productividad agraria –aumenta la intensidad del capital– y se expande la frontera agrícola. Por ejemplo, en Brasil, en los territorios de la ex URSS. Aumenta la producción mundial y bajan los precios. Por otra parte, supongamos ahora que la suba de pt* y ps* se deba enteramente al aumento del precio de un insumo básico, F*; o sea, los pt* y ps* suben en la proporción exacta que compensa la suba del costo de F* (podemos suponer que F* es fertilizante derivado del petróleo, gasoil, etcétera). En este caso, si ρt y ρs aumentan, se produce una baja de π en el sector agrario, y una contracción de la producción. Baja la productividad; los costos ahora aumentan a causa de esta caída de la productividad. Disminuye el neto comercial y bajan los impuestos captados por las retenciones debido a que también disminuye la producción.
Intervención del Estado y ley del valor
La política de subsidios, que juega un rol central en el esquema económico que procura el desarrollo industrial con tipo de cambio alto, durante el 285
conflicto agrario se vistió con el discurso ideológico, de larga tradición, de “la lucha contra el mercado”. Efectivamente, desde muchos sectores se sostuvo que la suba de las retenciones, junto a los precios máximos y los cupos a las exportaciones de alimentos, conformaba una ofensiva del Estado para imponerse a los mercados. Los dirigentes de la izquierda nacionalista –en la senda de la corriente de la dependencia– precisaron aún más la cuestión, afirmando que estaba en juego quién decidía los precios, el Estado o el mercado. También muchos intelectuales establecieron las coordenadas del enfrentamiento en términos del Estado (el polo progresista) contra el agro y el mercado (el polo de la derecha). La idea económica que subyace aquí es que los precios se fijan a partir de relaciones de fuerzas, y que su determinación es una cuestión política. De ahí la creencia de que con una suficiente dosis de aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciados, precios máximos y similares, se puede desarrollar un vigoroso capitalismo nacional. “La” batalla contra la derecha pasaría entonces por imponer este control. Muchos marxistas comparten, en alguna medida, esta idea, o no la cuestionan. Nuestro enfoque es crítico de esta tesis. Sostenemos que en su estrategia no hay nada de progresivo. Al afirmar esto somos conscientes de que estamos tocando un tema sensible para la izquierda, donde está arraigada la idea de que “la crítica práctica” al neoliberalismo pasa por defender la intervención del Estado en el mercado, a fin de desarrollar un capitalismo “progresista, nacional y popular”. Pero lo que debe pesar en el discurso crítico es el análisis científico, y no las ganas de defender contra viento y marea algunos mitos establecidos y populares, pero mistificadores. Para exponer nuestro argumento, vamos a centrarnos en la política de subsidios que se implementaba a mediados de 2008. Los defensores más lúcidos de esta estrategia dicen que la misma es posible si existe un “manejo muy fino” del Ministerio de Economía. Por eso la cuestión pasaría, al menos en los papeles, por determinar un nivel de retenciones que no desaliente la producción agrícola; aunque lo suficientemente alto como para que el Estado recaude y pueda otorgar subsidios a industrias de energía, alimentos y otras, a fin de que no aumenten los precios, y se mantenga el tipo de cambio “competitivo”. Paralelamente, se deberían generar mecanismos para impulsar la inversión en los sectores subsidiados, para que a mediano o largo plazo aumenten la productividad y la producción. Aclaremos que en principio no se puede negar que un cierto nivel de intervención del Estado con retenciones y subsidios, puede contribuir a la formación de una clase capitalista. Históricamente, las medidas proteccionistas e intervensionistas han tenido este efecto. Es en este sentido 286
que Marx y Engels plantearon que el proteccionismo era útil en la fase de surgimiento de una burguesía industrial. Sin embargo, no puede ser una política permanente, porque termina impidiendo que actúe la regulación del valor, y obstaculizando el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso Marx criticó el proteccionismo, y Engels hizo lo propio cuando analizó las consecuencias de los subsidios y protecciones. Esta crítica de Engels, en particular, adquiere renovada relevancia cuando se discute la coyuntura económica de Argentina. Lo que sigue está fuertemente inspirado en ella (véase Engels, 1888). En primer lugar, hay que notar que el proteccionismo tiende a generar, inevitablemente, una espiral de subsidios y más protecciones. Es que si se protege a una industria, argumenta Engels, se perjudica a otra, y por lo tanto hay que protegerla. Pero al hacerlo, ahora se perjudica a la industria, a la que primero se quería proteger, y entonces hay que compensarla. Y esta compensación reacciona, como antes, sobre todas las demás industrias, y así de seguido. De esta manera, se va estableciendo una red cada vez más intrincada de subsidios cruzados. Esto es lo que sucedió en Argentina. Por ejemplo, cuando se aumentaron, en 2007, las retenciones de la soja al 27,5%, el Gobierno explicó que tomaba esa medida para compensar a los productores de trigo, ya que los precios del cereal estaban reprimidos, debido a las limitaciones que tenía la exportación; también dijo que con las retenciones se subsidiaría a los feedlots y a los criadores de pollos, que habían sido castigados por el aumento de los precios del maíz. Y ya entonces los molinos recibían subsidios por el trigo que pagaban por encima de determinado máximo, establecido para el mercado interno, con la condición de mantener la harina destinada al mercado interno a precios de noviembre de 2006. A su vez, debido a que los criadores de ganado, pequeños y medianos, se quejaban porque los feedlots les “pisaban” los precios –debido a los precios máximos–, el Gobierno también les dedicó subsidios especiales. De esta manera, un granjero que tenía soja en una parte de su explotación, trigo en otra, y ganado en otra, pagaba al Estado un impuesto con la parte sembrada con soja, para que el Estado le devolviese ese mismo dinero por las partes del campo que tenía sembradas con trigo y dedicadas al ganado; aunque también pagaba retenciones por el trigo. A su vez, debía recibir subsidios por el gasoil, con lo que se le devolvía otra parte de los impuestos que había pagado con la soja y el trigo. Y así podría seguirse con cada una de las industrias, explotaciones agrarias, medios de transporte, etc., cada uno con sus respectivos precios máximos, cuotas para vender, subsidios a cobrar. Si a esto se suma que se pretende diferenciar por tamaños de explotación, el resultado es que cada vez se 287
hace más difícil calcular cuáles son los costos, las rentabilidades reales, y decidir a qué sectores subsidiar, y en qué medida. Año tras año crece la red de subsidios, y con ella los montos comprometidos. Esto sin contar los múltiples vericuetos de la burocracia del Estado capitalista por las que se cuelan innumerables oportunidades para realizar estafas y enriquecerse con todo tipo de maniobras fraudulentas. Pero además existe otro problema, que es posiblemente más grave, y que también señala Engels. El tema es que en las economías capitalistas hay constantes cambios de la productividad, y en ramas enteras de la economía. Estos cambios son tan rápidos que lo que hasta ayer pudo haber sido una estructura de subsidios balanceada, hoy ya no lo es. Además, la mayoría de estas transformaciones suceden al interior de las empresas, y se manifiestan ex post en los mercados. Esto es inherente a una producción que se basa en la propiedad privada y la competencia despiadada. En consecuencia, no existe aparato estatal capitalista que pueda determinar si se han producido cambios en los tiempos de trabajo socialmente necesarios; qué incidencia tienen las transformaciones tecnológicas; cómo influyen las variaciones de la demanda y de las necesidades sociales sobre los precios; o en qué medida precisa las variaciones de los precios internacionales afectan los costos y rentabilidades relativas de sectores. Por este motivo, inevitablemente aparecen desequilibrios en los sistemas de subsidios y precios administrados desde el Estado; estos desequilibrios se reproducen a escala ampliada a medida que avanza la acumulación del capital. Así se llega a un punto en que surgen cuellos de botella. Esto ocurre porque los capitalistas que sobreviven con subsidios invierten poco y no amplían su base productiva. Los costos son crecientes; la baja rentabilidad acentúa la carencia de inversiones, y la estructura productiva atrasada demanda más y más subsidios. Por último, si ya es muy difícil tener un sistema de protecciones y subsidios equilibrado, más difícil aún es librarse de él una vez que se ha instalado y consolidado. En definitiva, fracasa lo que se buscaba, un desarrollo armónico de las fuerzas productivas, con distribución progresista de los ingresos. Es común, entonces, que finalmente los precios suban, las empresas atrasadas terminen yendo a la quiebra, los salarios caigan y de a poco el capital reanude la acumulación en los sectores en que estaba “trabado”. En la óptica de la izquierda esto se lee como “un giro a la derecha”. Tal vez lo más grave de todo esto es que desde el punto de vista ideológico el saldo es muy negativo para las ideas de izquierda, porque se identifica la política fracasada con alguna especie de socialismo. Es una ilusión pensar que la intervención del Estado puede acabar con la 288
anarquía de la producción capitalista, dejando intactas las relaciones sociales de producción que constituyen la base de esa anarquía capitalista. Por esta vía no hay manera de ganarle al neoliberalismo reaccionario la batalla ideológica. Es que la ley del valor trabajo determina qué parte del trabajo social total puede gastar la sociedad en la producción de cada tipo particular de mercancía. En este sentido, actúa como reguladora. Pero esta regulación actúa a través de los precios, solo a posteriori, cuando los productos han llegado al mercado y los tiempos de trabajo privados deben atravesar la prueba de su validación social (que consiste en la venta de la mercancía). Este “salto mortal” de la mercancía, como lo llamaba Marx, no puede eludirse con la intervención del Estado. De aquí que esa regulación actúe por medio de permanentes desequilibrios y movimientos anárquicos (véase Marx, 1999, t. 1, cap. 12). Señalemos también que, en un sentido más general, la intervención del Estado en los mercados no define de por sí a una política económica progresista. Ha habido regímenes extremadamente reaccionarios que fueron intervencionistas. Un ejemplo paradigmático lo constituye la dictadura de Francisco Franco, en España; en las décadas de 1940 y 1950 el Estado intervenía imponiendo precios máximos, y su política era claramente de derecha. Por último, la crítica a la pretensión de que el Estado capitalista pueda “dominar” la ley del valor trabajo no significa renegar de regulaciones estatales para la protección del medio ambiente, de la salud de la población; o que impidan el trabajo infantil, precarizado, etcétera. Demandas de este tipo deberían figurar en el primer plano de cualquier programa de izquierdas, o que simplemente se considere progresista.
Conclusiones
La expansión de la producción capitalista en el agro argentino, que acompaña a la expansión mundial del sector, lleva a un aumento de la renta agraria, más que de la tasa de ganancia agraria; e impulsa una creciente concentración de la producción. El aumento de las retenciones a las exportaciones afecta a la renta agraria, y también las producciones marginales. Los llamados pequeños y medianos campesinos pampeanos son, en su mayoría, propietarios-capitalistas que disponen de “pequeñas fortunas”. Si bien está en marcha un proceso de concentración de la producción, sus rentas han subido y se convierten crecientemente en terratenientes rentistas. Muchos se movilizaron porque no quieren perder su condi289
ción de productores, no porque estuvieran amenazados por la ruina. Por otra parte, los capitalistas-arrendatarios medios se movilizaron porque la suba de las retenciones aumentaba la presión que sobre ellos ejercen los grandes grupos. Y los propietarios-capitalistas de tierras marginales lo hicieron porque la medida del Gobierno podía sacarlos de la producción. Sigue tratándose de fracciones de capitalistas, o propietarios de la tierra, que defienden su porción de plusvalía, y la propiedad de la tierra. Todo indica que se trata de reivindicaciones en las que la clase trabajadora no tiene nada que ganar. Los efectos de las retenciones sobre los precios internos, y el crecimiento, son complejos y ambiguos. Los salarios reales no dependen del nivel de retenciones, sino de toda una serie de factores relacionados –principalmente los que se establecen al nivel de las relaciones entre el capital y el trabajo– que hay que analizar en cada caso en particular. A corto plazo las retenciones permiten desconectar, parcialmente, los precios internos de los internacionales. A largo plazo, sin embargo, no es posible evitar la ley del valor trabajo, que tiende a imponerse. Por esta razón es que las políticas de subsidios, precios administrados, y similares, tienen efectos limitados. Pueden ser funcionales, en determinado período inicial, a la acumulación de un capital nativo, pero no pueden sustituir, de manera permanente, las leyes del mercado y la ganancia que gobiernan la acumulación del capital. Sobre todo cuando este está crecientemente mundializado.
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conclusión
15. ¿Qué es hoy la dependencia?
A modo de conclusión, dedicamos este capítulo de cierre a intentar definir qué es hoy la dependencia, un concepto que está en el centro de las caracterizaciones sobre los países subdesarrollados. Dos Santos (1975) planteó que la dependencia implica una relación de explotación entre países, lo que explicaba, en su visión, por qué los países explotados no podían “autoimpulsarse”, y solo crecían como reflejo de la expansión de los países dominantes. Esto justificaba también que se pudiera caracterizar su situación como “neocolonial”, o “semicolonial”. Este significado del término es compartido por el dependentismo renovado, con los lógicos matices que pueda haber. Empecemos señalando que las expresiones “semicolonial” y “dependiente” fueron utilizadas por Lenin en sus escritos sobre la cuestión nacional, a mediados de la segunda década del siglo xx. El término semicolonial lo aplicaba a países que tenían independencia política limitada, debido a que existía jurisdicción extranjera sobre sus actos de gobierno, impuesta por la presencia militar de la potencia dominante (o de varias potencias). Los casos típicos eran China, Turquía y Persia.1 Los países “dependientes”, en cambio, eran aquellos que, siempre según Lenin, eran políticamente independientes, pero dependientes económicamente de los 1
En 1842, Gran Bretaña obligó a China a firmar el tratado de Nankin, por el cual debía liberar sus puertos, fijar un tope a los derechos aduaneros de importación y permitir que los extranjeros tuvieran áreas residenciales y comerciales fuera de la justicia local. Posteriormente, China fue obligada a conceder nuevos derechos de navegación fluvial, privilegios comerciales, y a permitir la fundación de más factorías extranjeras a Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Japón; las potencias tenían estacionadas tropas y barcos, y sus zonas estaban bajo administraciones propias. Persia y Turquía también estuvieron ocupadas parcialmente por tropas de las potencias. Persia había sido dividida en 1907 entre Gran Bretaña y Rusia en áreas de influencia, y más tarde, en 1919, Gran Bretaña le impuso oficiales británicos para organizar el ejército, ingenieros para la construcción de un ferrocarril respaldado por crédito británico y la obligación de aceptar sus “consejos”. En cuanto a Turquía, Gran Bretaña directamente dominaba su Estado; en 1920 las tropas inglesas llegaron a ocupar Constantinopla.
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países más ricos. Entraban en esta categoría naciones como Argentina, Serbia, Bulgaria, Rumania, Grecia, Portugal y hasta Rusia. “No solo los pequeños Estados, sino aun Rusia, por ejemplo, es enteramente dependiente, económicamente, del poder del capital financiero de los países burgueses ‘ricos’” (Lenin, 1914). Remontándose al siglo xix, Lenin también consideraba que Estados Unidos había sido, económicamente, una colonia de Europa. A pesar de lo escueto de las referencias, y de las situaciones tan diversas que abarcaba el término, pareciera que Lenin pensaba que los países dependientes eran explotados, de alguna manera, por los países más ricos. En algunos pasajes se refiere a las naciones dependientes como “colonias económicas” de los países imperialistas. Argentina era una “colonia comercial” de Inglaterra, y Portugal un “vasallo” de Inglaterra, aunque conservara su independencia (Lenin, 1916). Aunque Lenin no profundiza en la cuestión, los países dependientes no serían sin embargo explotados en el sentido que sí lo eran las colonias y semicolonias, donde la extracción del excedente estaba bien definida y se operaba mediante la coerción extraeconómica. El sistema colonial permitía la transferencia de recursos –como materias primas– desde las periferias al centro, así como la apertura de mercados para la sobreproducción crónica que, siempre según la tesis leninista, existía en los países adelantados. Por eso implicaba la imposición de una minoría extranjera sobre una población nativa, a partir de una relación de fuerza y violencia directa. Como señala Hobson (1902) la ocupación la hacía una minoría de funcionarios, comerciantes, organizadores industriales, asentada en el poder militar, que ejercía un poder económico y político sobre grandes masas de población, a la que se consideraba inferior e incapaz de autogobernarse política o económicamente. La explotación adoptaba diversas formas: producción y transporte con uso compulsivo de mano de obra –trabajadores de plantaciones, portadores de cargas en África, etcétera–; economía de trata, que consistía en el monopolio comercial del país dominante sobre monocultivos; impuestos de todo tipo sobre los campesinos y artesanos; y acaparamiento de la tierra por parte de los colonos. A las clases burguesas o pequeño burguesas nativas –comerciantes y artesanos– no se les permitía comerciar con otras potencias o países en mejores términos; ni podían tomar decisiones políticas, económicas, diplomáticas con un mínimo de autonomía. La sociedad nativa era dominada por un aparato militar, político y administrativo importado y mantenido con una violencia que podía llegar al etnocidio. Es a partir de esa relación de explotación colonial –o semicolonial– que Lenin planteaba la demanda de liberación nacional, que significaba la 294
conquista de la autodeterminación política y la constitución de un Estado soberano. En su visión, la autodeterminación nacional no podía interpretarse como otra cosa “que el derecho a la existencia de un Estado separado” (Lenin, 1914). La autodeterminación que había logrado Noruega al independizarse de Suecia a principios de siglo xx no afectaba a su dependencia económica, porque ésta derivaba del sistema financiero imperialista en su totalidad, y no podía desaparecer en tanto hubiera capitalismo (véase Lenin, 1916). En consecuencia la demanda de autodeterminación, o liberación nacional, desde el punto de vista económico, no tenía sentido. Aunque no por esto la liberación nacional dejaba de tener implicancias económicas, ya que permitía la formación de un Estado nacional con independencia estatal, y terminaba con el pillaje y el robo vía coerción extraeconómica. Por este motivo, la autodeterminación generaba mejores condiciones para el desarrollo del capitalismo (véase Lenin, 1916). Como hemos visto, los autores de la corriente de la dependencia (cd), en cambio, consideraron que la dependencia encerraba, decididamente, una relación de explotación entre países establecida en los mismos términos, en esencia, que la relación colonial. De ahí que también emplearan indistintamente los términos “semicolonial” y/o “neocolonial” para designar a los países dependientes. De esta manera, y como señalaba Warren (1973), se quería decir que con la independencia política no se habían modificado las condiciones para el desarrollo de los países periféricos. Así, la conquista de la independencia era rebajada en lo que hacía a su significación histórica. Las luchas de liberación nacional triunfantes, desde la independencia de América Latina, no habrían logrado ningún avance real. Por este motivo, se reivindicó una “segunda independencia” y la “liberación nacional”, ya no entendida, como sucedía en Lenin, como una conquista política, sino como una liberación económica de los países oprimidos. La liberación pasaba por conquistar la autonomía y el autodesarrollo. Por este motivo la liberación nacional, entendida en el sentido de acabar con la explotación imperialista, fue el común denominador de todos los matices dependentistas, hasta el día de hoy. La secuencia “dependencia = explotación y liberación nacional = independencia económica = fin de la explotación imperialista”, fue aceptada casi como de sentido común. El problema en esta concepción es que no está definido por qué y cómo se produce la explotación de un país adelantado sobre el país dependiente. Y la explotación colonial, tal como ocurría hasta bien entrado el siglo xx, hoy es un fenómeno residual. Por eso el término "dependencia" no debería ser utilizado en el sentido de denotar una relación de explotación entre 295
países. A lo largo de este libro nos hemos referido a esta cuestión en repetidas oportunidades. Una de las consecuencias que se derivan de todo esto es que es necesario superar la interpretación linealmente estancacionista sobre el subdesarrollo que predominó y aún está presente en los autores de la dependencia y la dependencia reformulada. Hemos procurado mostrar cómo los procesos han estado, y están, plenos de contradicciones. La inversión extranjera directa (ied) no provocó solo devastación en la periferia dominada, sino también generó las condiciones para el surgimiento de capitales locales. El colonialismo y el neocolonialismo no anularon la posibilidad de que se generara acumulación de capital local. Hoy, este carácter contradictorio del desarrollo se evidencia de manera más nítida aún. La dependencia no impide que los mercados se amplíen siguiendo las leyes de la acumulación del capital. El atraso tecnológico no implica que necesariamente la productividad en todas las ramas y sectores del país atrasado sea menor que en la de los países adelantados; o que los países atrasados estén condenados a tener déficit comerciales crónicos. La tendencia al tipo de cambio alto no significa mecánicamente que no pueda haber períodos en que la moneda se aprecie, y se generen dinámicas y crisis particulares por este motivo. De la devastación que provoca la entrada del capital en las zonas campesinas no debe deducirse que en esas zonas no se desarrollarán fuerzas productivas capitalistas. El hecho de que las burguesías de los países subdesarrollados sean más débiles que la de sus pares de los países altamente industrializados no significa que no haya capitales que sean capaces de invertir globalmente. Lo importante entonces es abordar los fenómenos de la dependencia y el subdesarrollo desde el punto de vista dialéctico. Estamos ante procesos altamente contradictorios, donde ocurren causaciones acumulativas, se generan desarrollos desiguales, y situaciones nuevas que brindan oportunidades a las clases dominantes de los países periféricos de insertarse en la globalización. Naturalmente, en la medida en que existan diferencias de poder económico entre los capitales, y entre los Estados que defienden a esos capitales, habrá presiones políticas, diplomáticas, y de todo tipo, para hacer prevalecer los intereses de determinado capital nacional. Pero esto no significa que se está ante una situación de neocolonialismo. Lo que prevalecen son diferentes grados de desarrollo capitalista, que se vinculan de maneras complejas, dando lugar a dinámicas también complejas, que exigen estudios particulares. El fenómeno del agro argentino (zona de cereales y oleaginosas), su inserción en la economía mundial, y su combinación con el desarrollo del capitalismo atrasado nativo, es un ejemplo de estas articulaciones complejas. 296
¿Significa lo anterior que la noción de dependencia perdió todo significado? No en nuestra opinión, ya que el término es apropiado para designar una situación de predominio tecnológico, comercial y financiero de los capitales de los países más desarrollados, y de sus Estados. Las líneas directrices del avance tecnológico, los cambios fundamentales de la economía mundial, la dinámica financiera, ocurren en los países centrales. Países como Argentina, Malasia o Colombia siguen estas corrientes. Las cuestiones que hemos discutido sobre el deterioro en términos de valor, el deterioro de los términos de intercambio, el desarrollo deformado con variaciones bruscas en el tipo de cambio, y similares, son expresiones de esa dependencia. Sin embargo, la dependencia no podrá ser superada mediante el aislamiento y la autarquía económica. La autarquía de Birmania y Corea del Norte, para mencionar las dos naciones en que este programa se aplicó de la manera más consecuente y a largo plazo, no las ha liberado de los condicionamientos objetivos que impone el sistema mundial capitalista. La miseria y el atraso de las fuerzas productivas no liberan a nadie. Solo conforman el clima social y político propicio para la imposición de dictaduras militares. Desde el punto de vista político, este fue posiblemente el “punto ciego” de la cd, que más influyó en su pérdida de credibilidad y en su crisis teórica y política. Por este motivo, la reconstitución de un programa de liberación y socialista deberá tomar como eje, en las condiciones actuales del desarrollo capitalista, la centralidad de la relación entre el capital y el trabajo.
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equipo Editorial | UNQ Edición: Anna Mónica Aguilar, Rafael Centeno, Victoria Villalba Diseño: Hernán Morfese, Mariana Nemitz Administración: Andrea Asaro, Leonardo Sagrista
Esta edición de XXXXX ejemplares se terminó de imprimir en el mes de XXXXX de 2010, en los talleres gráficos de XXXXX