Asesinato en El Expreso Oriente Guion

September 23, 2017 | Author: LauraCastaneda | Category: Hercule Poirot, Truth, Crimes
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ASESINATO EN EL EXPRESO ORIENTE Primera Parte (Se escucha un grito de horror en el escenario, baja Hércules Poirot por el escenario) Monsieur Bouc: ¡Ah, mi buen amigo! Tenemos necesidad de usted. Hércules Poirot: ¿De qué se trata? Monsieur Bouc: Cosas muy graves, amigo mío. Primero esta nieve…Y ahora... Hércules Poirot: ¿Y ahora qué? Monsieur Bouc: un caballero aparece muerto en su cama..., cosido a puñaladas. Hércules Poirot: ¡Bonita situación! ¡Y tan bonita! Para empezar, un asesinato, que ya de por sí es una calamidad de primera clase. Permítame encargarme personalmente de este crimen. ¿qué pasajeros se encuentran en el tren? Monsieur Bouc: Primero, la dama sueca dice haber visto por última vez a Ratchett, el hombre muerto. Luego, Mary Debenham dice no saber nada del asesinato ya que se fue a dormir. La princesa Dragomiroff no sabe nada absolutamente del muerto. Hay un hombre que fue contratado por Ratchett para cuidarlo, llamado Hardman. Solo quedan cinco pasajeros, puedo arreglar entrevistas personales con cada uno de ellos, pues conozco su trabajo y se dé su preferencia. Hércules Poirot: perfecto, iniciamos enseguida. (Salen de escena y se abre el telón por primera vez) Hécules Poirot: Antes de nada, me gustaría hablar unas palabras con el joven Mr. MacQueen. Puede darnos informes valiosísimos. Monsieur Bouc: (de pie) Mr. MacQueen. Monsieur Poirot se sentará frente a usted... ahí. ( MacQueen: ¿Qué pasa en el tren? ¿Ha ocurrido algo? Hércules Poirot: Exactamente. Ha ocurrido algo. Prepárese a recibir una gran emoción. Su jefe, Mr. Ratchett, ha muerto. MacQueen: ¡Al fin acabaron con él! Hércules Poirot: ¿Qué quiere usted decir exactamente con esa frase, mister MacQueen? ¿Supone usted que Mr. Ratchett fue asesinado? MacQueen: ¿No lo fue? ¿Es que murió de muerte natural? Hércules Poirot: No, no. Su suposición es acertada. Mr. Ratchett fue asesinado. Apuñalado. Pero me agradaría saber sinceramente por qué estaba usted tan seguro de que fue asesinado. MacQueen: Primero, hablemos claro. ¿Quién es usted? ¿Y qué pretende? Hércules Poirot: Soy detective. Me llamo Hércules Poirot. MacQueen: ¿Ah, sí? Hércules Poirot: Quizá conozca usted el nombre. MacQueen: Parece que me suena... Sólo que siempre creí que era el de un modisto.

Hércules Poirot: ¡Es increíble! MacQueen: ¿Qué es increíble? Hércules Poirot: Nada. Sigamos con nuestro asunto. Necesito que me diga usted todo lo que sepa del muerto. ¿Estaba usted emparentado con él? MacQueen: No. Soy... era... su secretario. Hércules Poirot: ¿Cuánto tiempo hace que ocupa usted ese puesto? MacQueen: Poco más de un año. Hércules Poirot: Tenga la bondad de darme todos los detalles que pueda. MacQueen: Conocí a mister Ratchett hará poco más de un año, estando en Persia. . Hércules Poirot:¿Qué hacía usted allí? MacQueen: Había venido de Nueva York. Mr. Ratchett paraba en el mismo hotel. Acababa de despedir a su secretario. Me ofreció su puesto y lo acepté. Hércules Poirot: ¿Y después? MacQueen: No hemos cesado de viajar. Mr. Ratchett quería ver mundo. Pero le molestaba no conocer idiomas. Yo actuaba más como intérprete que como secretario. Era una vida muy agradable. Hércules Poirot: ¿Cuál era su nombre completo? MacQueen: Samuel Edward Ratchett. Hércules Poirot: ¿Ciudadano norteamericano? MacQueen: Sí. Hércules Poirot: Dígame todo lo que sepa. MacQueen: La verdad es, Mr. Poirot, que no sé nada. Mr. Ratchett nunca me hablaba de sí mismo ni de su vida en los Estados Unidos. Hércules Poirot: Tuvo usted que extrañarse de tanta reserva, Mr. MacQueen. MacQueen. Me extrañó, en efecto. En primer lugar, no creo que Ratchett fuese su verdadero nombre. Tengo la impresión de que abandonó definitivamente su país para escapar de algo o de alguien. Y creo que lo logró... hasta hace pocas semanas. Hércules Poirot. ¿Por qué lo dice? MacQueen: Porque empezó a recibir anónimos... anónimos amenazadores. Hércules Poirot. ¿Los vio usted? MacQueen: Sí. Era mi misión atender su correspondencia. La primera carta llegó hace unos quince días. Hércules Poirot. ¿Fueron destruidas esas cartas? MacQueen. No, tengo todavía un par de ellas en mis carpetas. Otra la rompió Ratchett en un momento de rabia. ¿Quiere que se las traiga? Hércules Poirot: Si es usted tan amable...

(MacQueen va en busca de los anónimos, regresa con dos páginas de papel en la mano. Poirot las lee en voz alta) Hércules Poirot: Esta carta no fue escrita por una sola persona, Mr. MacQueen. La escribieron dos o más... y cada una puso una letra cada vez. Además, son caracteres de imprenta. Eso hace mucho más difícil la tarea de identificar la escritura. Ahora que lo recuerdo, debo comentarle algo, ¿sabía usted que Mr. Ratchett me había pedido ayuda ayer? MacQueen: ¿A usted? Hércules Poirot: Sí. Estaba alarmado. Dígame, ¿cómo reaccionó cuando recibió la primera carta? MacQueen: Es difícil decirlo. Se echó a reír con aquella risa tan suya. Pero me dio la impresión de que debajo de aquella tranquilidad se ocultaba un gran temor. Hércules Poirot: ¿Cuándo vio usted por última vez a Mr. Ratchett, señor MacQueen? MacQueen: La pasada noche a eso de... A eso de las diez. Hércules Poirot: Una pregunta más. ¿Estaba usted en buenas relaciones con su jefe? MacQueen: Ratchett y yo nos llevábamos perfectamente bien. Hércules Poirot: ¿Tiene usted la bondad de darme su nombre completo? MacQueen: Héctor Willard MacQueen. Hércules Poirot: Nada más por ahora, Mr. MacQueen. Le quedaría muy agradecido si reservase la noticia de la muerte de Mr. Ratchett por algún tiempo. MacQueen: Su criado, Masterman, tendrá que saberla. Hércules Poirot: Probablemente la sabe ya. Si es así, trate de que cierre la boca. MacQueen: Como usted diga Mr. Poirot. Hércules Poirot: Muchas gracias, Mr. MacQueen. (Salen MacQueen de escena. Entra Monsieur Bouc nuevamente) Monsieur Bouc: -¿Bien? ¿Cree usted lo que le ha dicho ese joven? Hércules Poirot: Parece sincero y honrado. No fingió el menor afecto por su patrón, como probablemente habría hecho de haber estado complicado en el asunto. Monsieur Bouc: Así, pues, descarta usted una persona, por lo menos, como inocente del crimen. Hércules Poirot: Yo sospecho de todo el mundo hasta el último minuto. No obstante, debo confesarle que no concibo a este sereno y reflexivo MacQueen perdiendo la cabeza y apuñalando a la víctima doce o catorce veces. No está de acuerdo con su psicología. Monsieur Bouc: Es cierto. Es el acto de un hombre casi enloquecido por un odio frenético. Sugiere más el temperamento latino. O, como dijo nuestro jefe de tren, la mano de una mujer. (Sale Monsieur Bouc de escena. Entra el doctor Constantine) Hércules Poirot: Doctor Constantine, cuénteme acerca de lo que pudo observar en el hombre muerto. Constantine: Conté doce heridas. Una o dos pueden calificarse de erosiones nada más. Y tres de ellas son mortales de necesidad. Hércules Poirot: ¿Encontró usted alguna pista?

Constantine: ¡Oh, sin duda! ¡Y qué oportunamente las dejó caer el criminal! Primero me encontré con este pañuelo, con una letra “H” bordada y luego con un limpiapipas. Además encontré este trozo de papel… Hércules Poirot: Hemos encontrado un pañuelo de mujer. ¿Lo dejó caer una mujer? ¿O acaso fue un hombre quien cometió el crimen y se dijo dejaré caer este pañuelo donde no tengan más remedio que encontrarlo ¿Lo mató una mujer y dejó caer deliberadamente un limpiapipas para que pareciese obra de un hombre? Esto en cambio era un trozo de papel muy pequeño. Sólo cabían en él cinco palabras y parte de otra...cuerda a la pequeña Daisy Armstrong. Debemos iniciar en seguida el interrogatorio.

Segunda Parte Declaración del encargado del coche cama PORITOT, BOUC, PIERRE Hércules Poirot: Podemos abrir nuestro tribunal de investigaciones sin más ceremonias. En primer lugar tomaremos declaración al encargado del coche cama. (Entra Pierre a escena y toma asiento junto a los señores) Hércules Poirot: ¿Cuándo se retiró Mister Ratchett a descansar? Pierre: Casi inmediatamente después de cenar, señor. Hércules Poirot: ¿Entró alguien después en su compartimiento? – Pierre: su criado, señor, y el joven norteamericano que le sirve de secretario, nadie más que yo sepa. Hércules Poirot: ¿Dónde estaba usted a la una y cuarto? Pierre: ¿Yo, señor? Estaba en mi pequeño asiento al final del pasillo. -¿Está usted seguro? -Sí..., sólo que... Entré en el coche inmediato, en el de Atenas, a charlar con mi compañero. Hablamos de la nieve. Eso fue poco después de la una. No lo puedo decir exactamente. Hércules Poirot: ¿Qué ocurrió después? Pierre: Después me senté en mi asiento hasta por la mañana. La inmovilidad del tren me impidió dormitar un poco, como tengo por costumbre. Hércules Poirot: ¿Vio usted a algún viajero circular por el pasillo? Pierre: una señora, llevaba un quimono de color escarlata con dibujos de dragones. Hércules Poirot: ¿Y después, ¿qué? Pierre: Nada, señor, hasta por la mañana… ¡Oh, perdón! Ahora recuerdo que usted abrió su puerta y se asomó un momento. Hércules Poirot:. Me extrañaba que no recordara ese detalle. Por cierto que me despertó un ruido como de algo que hubiese golpeado contra mi puerta. ¿Tiene usted formada alguna idea de lo que pudo ser? Pierre: No fue nada, señor. Estoy seguro, debió de ser una pesadilla. Hércules Poirot: Supongamos que anoche subió al tren un asesino. ¿Es completamente seguro que no pudiera esconderse en alguna parte? Monsieur Bouc-. Abandone esa idea, amigo mío, yo personalmente revise todo el tren anoche.

Pierre: nadie pudo entrar en el coche cama sin que yo le viese. Hércules Poirot: ¡Ah! Otro punto que recuerdo ahora. Dijo usted que sonó otro timbre cuando estaba usted llamando a la puerta de Mister Ratchett… ¿De quién era? Pierre: era la princesa Dragomiroff. Deseaba que llamase a su doncella. Hércules Poirot: Gracias, señor. (Le da la mano a Pierre y este se retira junto a Monsieur Bouc) Declaración de la dama norteamericana Hubbard: Contésteme, por favor. ¿Quién tiene autoridad aquí? Tengo que declarar cosas importantes, muy importantes, y no encuentro nadie que ostente alguna autoridad. Hércules Poirot: Señora Hubbard… Dígamelo a mí, señora. Pero antes tenga la bondad de sentarse. (Hubbard se dejó caer pesadamente en el asiento frente al de Poirot.) Hubbard: anoche hubo un asesinato en el tren, y el asesino estuvo en mí mismo compartimiento. Hércules Poirot: ¿Está usted segura de eso, señora? Hubbard: ¡Claro que estoy segura! ¡Qué pregunta! Me había metido en la cama y empezaba a quedarme dormida, cuando me desperté de pronto, y me di cuenta de que había un hombre en mi cabina. Fue tal mi espanto que ni siquiera pude gritar. Hércules Poirot: ¿Y qué sucedió después, señora? Hubbard: Conté al encargado lo sucedido y él no pareció creerme. Por lo visto se imaginaba que lo había soñado. No quiero jactarme de clarividente, pero siempre me pareció sospechoso el individuo de la puerta de al lado... el infeliz a quien acaban de matar. Hércules Poirot: ¿Cuál es su opinión sobre el crimen? Hubbard: Lo que he dicho no puede estar más claro. El asesino es el hombre que estuvo en mi cabina. Monsieur... ¿cómo se llama...? Hércules Poirot: Monsieur Poirot. Hubbard: El hombre estaba allí, en el mismo compartimiento que yo. Y, lo que es más, tengo pruebas de ello. (Busca en su bolso) ¿Ven ustedes ese botón? Bien, pues no me pertenece. No formaba parte de ninguna de mis prendas. Lo encontré esta mañana al levantarme. Monsieur Bouc: ¡Pero si éste es un botón de la chaqueta de un empleado de los coches cama! Hercules Poirot: Este botón, señora, puede haberse desprendido del uniforme del encargado cuando registró su cabina o cuando le hizo la cama. -Nos ha proporcionado usted detalles valiosos e interesantísimos, pero… ¿Cómo es que desconfiando tanto de Mister Ratchett no cerró usted la puerta que pone en comunicación? Hubbard: La cerré. Bueno, en realidad pregunté a esa señora sueca si estaba cerrada y me contestó que sí. Hércules Poirot: ¿Recuerda usted el caso Armstrong? Un famoso secuestro... El culpable no escapó. Está muerto. Murió anoche. Hubbard: ¡Qué espanto! Tengo que escribírselo a mi hija. Ella dice siempre: «Cuando a mamá se le mete en la cabeza una cosa, ya se puede apostar hasta el último dólar a que acierta».

Hércules Poirot: nos ha ayudado usted mucho..., muchísimo. ¿Quiere usted darme su nombre completo? ¿tiene usted una bata de seda escarlata? Hubbard: ¡Dios mío, qué extraña pregunta! No, no la tengo. Traigo dos batas en la maleta, una de franela rosa, muy apropiada para la travesía por mar, y otra que me regaló mi hija..., una especie de quimono de seda púrpura. Hércules Poirot: ¿Es que oyó usted la voz de una mujer en el compartimiento inmediato? Hubbard: No sé cómo lo ha adivinado usted, No es que pueda jurarlo..., pero la oí en realidad. Hércules Poirot: eso ha sido todo por hoy, muchas gracias por su ayuda. (Hubbard se levanta, comienza a caminar cuando…) Hércules Poirot: Ha dejado usted caer su pañuelo, señora... (mostrándole el pañuelo encontrado en la escena del crimen) Hubbard: No es mío, Monsieur Poirot. El mío lo tengo aquí. Hércules Poirot: Creí haber visto en él la inicial H... Hubbard: Sí que es curioso, pero ciertamente no es mío. Los míos están marcados C.M.H. y son muy sencillos..., no tan costosos como esas monadas de París. (Sale de escena Madame Hubbard) Declaración del coronel Arbuthnot Monsieur Bouc: amigo mío, creo que debemos entrevistar a los pasajeros de primera clase antes que los de segunda. (Dándole una palmada a Poirot en la espalda) Hércules Poirot: que pase e siguiente. (Dice en voz alta ignorando a Monsieur Bouc) (Entra el coronel Arbuthnot) Hércules Poirot: Señor, voy a suplicarle una cosa. Usted y miss Debenham son los únicos ingleses que hay en todo el tren. Me interesaría saber la opinión que cada uno de ustedes tienen del otro. Arbuthnot: Miss Debenham es una dama. Hércules Poirot: ¿Así que usted no cree que esté complicada en el crimen? Arbuthnot: La idea es absurda. El individuo era un perfecto desconocido..., ella no le había visto jamás. Hércules Poirot: (entre risas) habla usted del tema con mucho interés. Tenemos razones para creer que el crimen se perpetró a la una y cuarto de la pasada noche. Forma parte de la necesaria rutina preguntar a todos los viajeros qué estaban haciendo a aquella hora. Arbuthnot: A la una y cuarto, si mal no recuerdo, yo estaba hablando con el joven norteamericano... el secretario del hombre muerto. Hércules Poirot: Muy bien, coronel Arbuthnot; le ruego ahora que trate de recordar con el mayor cuidado. Durante el tiempo que estuvo usted hablando con Mister MacQueen, ¿pasó alguien por el pasillo? Arbuthnot: Supongo que mucha gente, pero no me fijé. Nos pusimos a fumar yo, una pipa. MacQueen, cigarrillos. No recuerdo que nadie pasase por el pasillo, excepto el encargado. Espere un momento..., me parece que también hubo una mujer. No la vi. Sólo recuerdo un roce y una especie de olor a perfume.

Hércules Poirot: Conoció usted en alguna ocasión al coronel Armstrong? Arbuthnot: Armstrong... Armstrong... He conocido dos o tres Armstrong. Hércules Poirot: Me refiero al coronel Armstrong, que se casó con una norteamericana y cuya hija única fue secuestrada y asesinada. Arbuthnot: ¡Ah, sí! Recuerdo haber leído eso. Feo asunto. Al coronel no llegué a conocerle, pero he oído hablar de él. Hércules Poirot: El hombre asesinado anoche era el responsable del asesinato de la hijita del coronel Armstrong. Arbuthnot: Entonces, en mi opinión, el miserable merecía lo que le sucedió. Aunque yo hubiera preferido verle ahorcado, o electrocutado como se estila allí. Hercules Poirot:. Bien, coronel Arbuthnot, me parece que no tengo nada más que preguntarle. ¿ (Se paran para despedirse) Hércules Poirot: Gracias, coronel Arbuthnot; nada más por ahora. Arbuthnot: En cuanto a miss Debenham, pueden ustedes creerme que es toda una dama. (Sale Arbuthnot y Poirot monologa) Hércules Poirot: Que es imposible... completamente imposible que un inglés, honorable y ligeramente necio, apuñale a un enemigo doce veces con un cuchillo. (Los pasajeros del tren comienzan a entrar en el comedor, la condesa Andreyi entran en escena. Poirot decide darle su pañuelo a la condesa) Hércules Poirot: Pardon, madame, ha dejado usted caer su pañuelo. Condesa: (tomando el pañuelo) Se equivoca usted, señor, ese pañuelo no es mío. Hércules Poirot: ¿No es suyo? ¿Está usted segura? Condesa: Completamente segura, señor. Hércules Poirot: Y, sin embargo, madame, tiene su inicial..., la inicial «H». Condesa: No comprendo, señor. Mis iniciales son E.A. Hércules Poirot: Me parece que no. Su nombre es Helena..., no Elena. Helena Goldenberg, la hija más joven de Linda Arden. Helena Goldenberg, hermana de mistress Armstrong. Es inútil negarlo. Ésa es la verdad, ¿no es cierto? Condesa:. Es inútil negar lo que dice este caballero. Mejor sería que nos sentásemos y aclarásemos el asunto. Su afirmación, señor, es completamente cierta. Soy Helena Goldenberg, la hermana más joven de mistress Armstrong. Hércules Poirot: Esta mañana no quiso usted ponerme al corriente de ese hecho, señora condesa. Condesa: No..., en efecto. Hércules Poirot: Todo lo que usted me dijo fue una sarta de mentiras. ¿Quiere usted decirme ahora las razones que tuvo para hacerlo así, y también para alterar su nombre de pila en el pasaporte?

Condesa: Seguramente, Monsieur Poirot, que sospechará usted mis razones... El hombre muerto es el individuo que asesinó a mi sobrinita, el que mató a mi hermana, el que destrozó el corazón de mi cuñado. ¡Tres personas a quienes yo adoraba y que constituían mi hogar..., mi mundo! De todas las personas que ocupan el tren, yo sola tenía probablemente los mejores motivos para matarle. Hércules Poirot: ¿Y no lo mató usted, madame? Condesa: Le juro a usted, Monsieur Poirot..., y mi esposo que lo sabe lo jurará también..., que aunque muchas veces me sentí tentada de hacerlo, jamás levanté una mano contra semejante canalla. Además, ese pañuelo no es mío, señor. Hércules Poirot: ¿A pesar de la inicial «H»? Condesa: A pesar de ella. Tengo pañuelos no muy diferentes de ése, pero ninguno de una hechura exactamente igual. Sé, naturalmente, que no puedo esperar que usted me crea, pero le aseguro que es así. Ese pañuelo no es mío. Hércules Poirot: Entonces, ¿por qué, si el pañuelo no es suyo, alteró usted el nombre en el pasaporte? Condesa: ¡Oh, no, monsieur Poirot! Ya le ha explicado lo sucedido. Yo estaba aterrada, muerta de espanto, puede usted creerme. ¡Después de lo que llevo sufrido, verme objeto de sospechas y quizá también encarcelada! ¡Y por causa del miserable asesino que hundió a mi familia en la desesperación! ¿Acaso no lo comprende usted, Monsieur Poirot? Hércules Poirot: Si quiere que la crea, madame, tiene usted que ayudarme. Condesa: ¿Ayudarle? Hércules Poirot: Sí. Necesito que piense cuidadosamente antes de contestar a mi pregunta. ¿Ha visto usted, desde que se encuentra en el tren, a alguna persona que le sea conocida? Condesa: ¿Yo? No, a nadie. Hércules Poirot: ¿Qué me dice de la princesa Dragomiroff? Condesa: ¡Oh!, ¿ella? La conozco, por supuesto. Creí que se refería usted a otra persona..., a alguien de... de mi niñez. Hércules Poirot: Precisamente, madame. Ahora piense cuidadosamente. Recuerde que han pasado algunos años. La persona puede haber alterado su aspecto. Condesa: No..., estoy segura de que no he visto a nadie. Hércules Poirot: ¿Está usted segura, completamente segura, madame, de que no ha reconocido a nadie en el tren? Condesa: A nadie, señor. A nadie en absoluto. (Salen el conde y la condesa de escena) Hércules Poirot: Como ven, hacemos progresos. Monsieur Bouc: ¡Excelente trabajo! Por mi parte, nunca se me hubiese ocurrido sospechar del conde y la condesa Andrenyi. (Son interrumpidos por la princesa Dragomiroff que entra en escena) Princesa Dragomiroff: Creo, señor que tiene usted un pañuelo mío. Hércules Poirot: ¿Es éste, madame? (alzando el pañuelo) Princesa Dragomiroff: Éste es. Tiene mi inicial en una punta.

Monsieur Bouc: Pero, princesa, esa letra es una «H». Su nombre de pila... perdóneme... es Natalia. Princesa Dragomiroff: Es cierto, señor. Mis pañuelos están siempre marcados con caracteres rusos. Esto es una N en ruso. Hércules Poirot: En el interrogatorio de esta mañana no nos dijo usted que este pañuelo fuera suyo. Princesa Dragomiroff: Usted no me lo preguntó. Hércules Poirot: Tenga la bondad de sentarse, madame. Princesa Dragomiroff: No creo que debamos prolongar mucho este incidente, señores. Ustedes me van ahora a preguntar por qué se encontraba mi pañuelo junto al cadáver de un hombre asesinado. Mi contestación es que no tengo la menor idea. Hércules Poirot: ¿De verdad que no la tiene usted? Princesa Dragomiroff: En absoluto. ¿Desean preguntarme algo más? Si me disculpan debo retirarme. (Sale la princesa Dragomiroff de escena) Hércules Poirot: -Estoy pensando -dijo Poirot- en el incidente de esta mañana, cuando dije a la princesa que su fuerza residía más en su voluntad que en su brazo. Aquella observación fue una especie de trampa. Yo quería ver si posaba la mirada en su brazo izquierdo o en el derecho. No miró a ninguno de los dos. Pero me dio una extraña respuesta. «No tengo fuerza alguna en ellos -dijo-. No sé si alegrarme o lamentarlo.» Curiosa observación que confirma mi opinión sobre el crimen. Monsieur Bouc: Pero no nos aclaró si la dama es zurda. Hércules Poirot: No. Y a propósito, ¿se dio usted cuenta de que el conde Andrenyi guarda su pañuelo en el bolsillo del lado derecho del pecho? Monsieur Bouc: Mentiras y más mentira. Es asombrosa la cantidad de mentiras que hemos escuchado esta mañana. Hércules Poirot: Todavía faltan por descubrir algunas. Necesito que el coronel Arbuthnot venga, tendré otra charla con él. (Entra el coronel Arbuthnot en escena) Hércules Poirot: Admita usted mis disculpas por molestarle por segunda vez. Pero existen todavía ciertos detalles que creo podrá usted aclarar. Arbuthnot: ¿De veras? Me resisto a creerlo. Hércules Poirot: Empecemos. ¿Ve usted este limpiapipas? Arbuthnot: Sí. Hércules Poirot: ¿Le pertenece? Arbuthnot: No lo sé. Como usted comprenderá, no pongo una marca particular en cada uno de ellos. Hércules Poirot: ¿Está usted enterado, coronel Arbuthnot, de que es usted el único viajero del coche Estambul-Calais que fuma en pipa? Arbuthnot: En este caso, es probable que sea mío. Hércules Poirot: ¿Sabe usted dónde fue encontrado? Arbuthnot: No tengo la menor idea.

Hércules Poirot: Fue encontrado junto al cuerpo del hombre asesinado. ¿Puede usted decirnos, coronel Arbuthnot, cómo cree que llegó hasta allí? Arbuthnot: Lo único que puedo decir con certeza, es que yo no lo dejé caer. Hércules Poirot: ¿Entró usted en el compartimiento de mister Ratchett en alguna ocasión? Arbuthnot: Ni siquiera hablé con ese hombre. Hércules Poirot: ¿Ni le habló... ni le asesinó? Arbuthnot: Si lo hubiese hecho, no es probable que se lo confesase a usted. Pero puede usted estar tranquilo: no lo asesiné. Hércules Poirot: Muy bien. Carece de importancia. Comprenderá usted -continuó diciendo Poirot- que lo del limpiapipas carece de importancia. Puedo discurrir otras once excelentes explicaciones de su presencia en la cabina de mister Ratchett. Yo, realmente, deseaba verle a usted para otro asunto. Miss Debenham quizá le haya dicho que yo sorprendí algunas palabras que cambiaron ustedes en la estación de Konya. Ella decía: «Ahora no. Cuando todo termine. Cuando todo quede atrás». ¿Sabe usted a qué se referían aquellas palabras? Arbuthnot: Lo siento, Monsieur Poirot, pero debo negarme a contestar a esa pregunta. Hércules Poirot: Pour qué? Arbuthnot: Si no se lo dijo la misma Miss Debenham, entonces creo que debería estar perfectamente claro... aun para usted... que mis labios deben permanecer callados. Hércules Poirot: Sabe usted que miss Debenham es lo que podríamos llamar una persona altamente sospechosa. Arbuthnot: Tonterías... Usted no tiene ninguna prueba contra ella. Hércules Poirot: ¿No es suficiente el hecho de que miss Debenham fuese institutriz de la familia Armstrong en la época del secuestro de la pequeña Daisy? (Arbuthnot se asombra) Ya ve usted que sabemos más de lo que cree. Si miss Debenham es inocente, ¿por qué ocultó ese hecho? ¿Y por qué me dijo que no había estado nunca en Estados Unidos? Arbuthnot: ¿No cree posible que esté usted equivocado? Hércules Poirot: No estoy equivocado. ¿Por qué mintió, pues, miss Debenham? Arbuthnot: Yo sigo creyendo que se equivoca usted. (Poirot levanta la mano y uno de los meseros llega donde él se encuentra sentado) Hércules Poirot: Vaya y diga a la dama inglesa del número once que tenga la bondad de venir. Mesero: Bien, señor. (Sale el mesero de escena. Minutos después entra Mary Debenham al comedor) Hércules Poirot: Deseaba preguntarle, señorita, por qué nos mintió usted esta mañana. Mary: ¿Mentirle yo? No sé a lo que se refiere. Hércules Poirot: Ocultó usted el hecho de que en la época de la tragedia de Armstrong habitaba usted en aquella casa. Me dijo que no había estado nunca en Estados Unidos. Mary: Sí. Es cierto, le he mentido.

Hércules Poirot: ¡Ah! ¿Lo confiesa? Mary: Ciertamente, puesto que usted me ha descubierto. Hércules Poirot: Bueno, en ese caso, debo preguntarle: ¿Es posible, señorita, que no haya usted reconocido en la condesa Andrenyi a la hija de mistress Armstrong que estuvo a su cuidado en Nueva York? Mary: ¿La condesa Andrenyi? ¡No! Le parecerá extraño, pero no la reconocí. Cuando me separé de ella estaba todavía poco desarrollada. De eso hace más de trece años. Es cierto que la condesa me recordaba a alguien... y me tenía intrigada. Pero está tan cambiada que nunca la relacioné con mi pequeña discípula norteamericana. Bien es verdad que sólo la miré casualmente cuando entró en el comedor. Me fijé más en su traje que en su cara. ¡Somos así las mujeres! Y luego... yo tenía mis preocupaciones. Hércules Poirot: ¿No quiere usted revelarme su secreto, señorita? Mary: No puedo... no puedo. (Mary comienza a llorar, el coronel Arbuthnot corre a consolarla) Mary: No es nada. Me siento bien. ¿Me necesita usted para algo más, Monsieur Poirot? Si me necesita, vaya a verme. ¡Oh, qué tonterías..., qué tonterías estoy haciendo! (Sale Mary de escena) Arbuthnot: (Molesto) Miss Debenham no tiene nada que ver con este asunto..., ¡nada! ¿Lo oye usted? Si vuelve a molestarla, tendrá que entendérselas conmigo. (Sale Arbuthnot de escena. Entran Bouc y Constantine en escena) Hércules Poirot: Necesito que reunan a todos los involucrados en este caso en el comedor, creo tener ya la respuesta a este caso. Monsieur Bouc: ¿Tan rápido? En estos momentos voy a llamarlos personalmente. (Monsieur Bouc va en busca de todos los involucrados. Poirot y el doctor Constantine se dirigen al comedor. Cuando ya todos están reunidos, Poirot se para en medio de ellos) Hércules Poirot: Luego de tomar todas las declaraciones y analizar cada una de sus palabras, me ha llamado la atención la extraordinaria dificultad de probar algo contra cualquiera de los viajeros del tren y la curiosa coincidencia de que cada declaración proporcionaba la coartada a uno determinado... Así, mister MacQueen y el coronel Arbuthnot se proporcionaron coartadas uno a otro... ¡y se trataba de dos personas entre las que parecía muy improbable que hubiese existido anteriormente alguna amistad! Lo mismo ocurrió con el criado inglés y el viajero italiano, con la señora sueca y con la joven inglesa. Yo me dije:¡Esto es extraordinario..., no pueden estar todos de acuerdo! Y entonces, señores, vi todo claro. ¡Todos estaban de acuerdo, efectivamente! Una coincidencia de tantas personas relacionadas con el caso Armstrong viajando en el mismo tren era, no solamente improbable, era imposible. El detalle que siempre me preocupó, la extraordinaria afluencia de viajeros en el coche Estambul-Calais en una época tan intempestiva del año, quedaba explicado. Ratchett había escapado a la justicia en Estados Unidos. No había duda de su culpabilidad. Me imaginé un jurado de doce personas nombrado por ellas mismas, que le condenaron a muerte y se vieron obligadas por las exigencias del caso a ser sus propios ejecutores. E inmediatamente, basado en tal suposición, todo el asunto resultó de una claridad meridiana Todo el asunto era un rompecabezas tan hábilmente planeado, de tal modo dispuesto, que cualquier nueva pieza que saliese a la luz haría la solución del conjunto más difícil. Como mi amigo monsieur Bouc observó, el caso parecía prácticamente imposible. Ésa era exactamente la impresión que se intentó producir. ¿Lo explica todo esta solución? Sí, lo explica. La naturaleza de las heridas... infligidas cada una por una persona diferente. Las falsas cartas amenazadoras... mentira todo desde el principio hasta el fin. La idea de matar a puñaladas es, a primera vista, curiosa, pero si se reflexiona, nada se acomodaba a las circunstancias tan bien. Una daga era un arma que podía ser utilizada por cualquiera, débil o fuerte, y que no hacía ruido. Me imagino, aunque quizá me equivoque, que cada persona entró por turno en el compartimiento de mister Ratchett, que se hallaba a oscuras, a través del de mistress Hubbard, ¡y descargó su golpe! La carta final, que Ratchett encontró probablemente sobre su almohada, fue cuidadosamente quemada. Sin ningún indicio que insinuase el caso Armstrong, no había absolutamente razón alguna para sospechar de ninguno de los viajeros del tren.

Se atribuía el crimen a un extraño. Lo primero que truncó su plan fue la tormenta de nieve. Luego el trozo de la carta que contenía la palabra Armstrong que no fue carbonizado fue lo que metió en problemas a la condesa y la hizo principal sospechosa. Todos y cada uno se pusieron de acuerdo para negar toda relación con la familia Armstrong. Sabían que yo no tenía medios inmediatos para descubrir la verdad, y no creían que profundizara en el asunto. Admitiendo que mi hipótesis del crimen es la correcta, y yo entiendo que tiene que serlo... el mismo encargado del coche cama tenía que adherirse al complot. En lugar de la acostumbrada fórmula: de tantas personas una es culpable, me vi enfrentado con el problema de que, entre trece personas, una y sólo una era inocente. ¿Quién? Llegué a una extraña conclusión: La de que la persona que no había tomado parte en el crimen era la que con mayor probabilidad lo hubiera cometido. Me refiero a la condesa Andrenyi. Pero me llama mucho la atención mistress Hubbard. A mi parecer, mistress Hubbard desempeñó el papel más importante del drama. Como ocupante del compartimiento inmediato a Ratchett estaba más expuesta a las sospechas que ninguna otra persona. Las circunstancias no le permitían tampoco contar con una sólida coartada. Para desempeñar el papel que desempeñó, una perfectamente natural y ligeramente ridícula madre norteamericana, se necesitaba una artista. Pero había una artista relacionada con la familia Armstrong, la madre de mistress Armstrong, Linda Arden, la actriz... Hubbard: (mostrando su verdadero tono de voz) Lo sabe usted ya todo, monsieur Poirot. Es usted un hombre maravilloso. Pero ni aun así puede imaginarse lo que fue aquel espantoso día en Nueva York. Yo estaba loca de dolor... y lo mismo los criados, y hasta el coronel Arbuthnot, que se encontraba con nosotros. Era el mejor amigo de John Armstrong. ¿Qué va usted a hacer ahora? La sociedad le había condenado; nosotros no hicimos más que ejecutar la sentencia. Hércules Poirot: Usted es un director de la Compañía, Monsieur Bouc. ¿Qué dice usted? Monsieur Bouc: En mi opinión, Monsieur Poirot, lo que usted ha dicho es lo que se le dirá a la policía yugoslava cuando se presente. ¿De acuerdo doctor Constantine? Constantine: Totalmente de acuerdo. Y con respecto al testimonio médico... creo que el mío era algo fantástico. Lo estudiaré mejor. Hércules Poirot: Entonces, como ya he expuesto mi solución ante todos ustedes, tengo el honor de retirarme completamente del caso... (Sale Poirot de escena. Cierre de telón) FIN

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