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March 8, 2017 | Author: artieda13 | Category: N/A
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conocieras

el don de Dios

Gémrd MUCHERY

caminos ra seguir esucristo

ALDABA

Si conocieras

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EL DON DE DIOS y quién es el que te dice DAME DE BEBER



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Diferentes formas de vida evangélica entre las diversas vocaciones que constituyen la Iglesia

DIFERENTES CAMINOS PARA SEGUIR A JESUCRISTO

SOCIEDAD DE EDUCACIÓN ATENAS MADRID, 1983

Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y se las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque así quisiste. Mt 11,25-26

«¡Si conocieras el Don de Dios!...» Esta frase, dicha por Jesús a la Samaritana, también se dirige a nosotros. El Don de Dios a los hombres es el mismo Jesús. Verbo hecho carne en quien todo ha sido creado. Don inagotable que sigue actualizándose de generación en generación... Don que apaga la sed de los hombres, el único Don que puede calmar nuestra sed. «¡Si conocieras el Don de Dios!...» Le conoceremos a medida de nuestra respuesta, una respuesta dada de múltiples maneras. Sí, hay muchas maneras de responder a la gracia con que el Padre nos colma en su Hijo Jesús. Diversa es la respuesta suscitada en nostoros por el Espíritu Santo. A la luz de la fe, quisiéramos llegar a comprender mejor...

© SOCIEDAD DE EDUCACIÓN ATENAS, 1983 Título original: Difjérents chemins pour suivre Jésus Christ Traductor: JOSÉ VALLADARES SANCHO

ISBN: 84-7020-175-1 Depósito legal: M. 37.045.—1983 Printed in Spain. Impreso en España A D T C C ÍZ-D ÁCTr-AC F*T7XT7AT

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Leed con atención estas dos páginas y sabréis cómo se elaboró este libro Ya hace veinticinco años que, en el Seminario Mayor de Arras, los jóvenes que se preparan para el sacerdocio se interesan por conocer la vida religiosa. Todos los años, durante las vacaciones de Pascua, organizan unas reuniones para descubrir diversas realidades humanas importante para la misión de la Iglesia. Ese año deciden cuestionarse sobre un aspecto importante de dicha misión: el signo evangélico ofrecido por la vida religiosa. Monjas de clausura, religiosas de vida apostólica, hermanas misioneras, acuden a dar su testimonio, a decir lo que son y para quién viven. Esos días, en compañía de los seminaristas, me sirven a mí para conocer más a fondo esa forma de vida consagrada. ¡Cuántos sacerdotes se habrían alegrado de haber hecho los mismos descubrimientos! Y eso que únicamente se trataba de la vida religiosa femenina. Tratándose de hombres, habríamos descubierto otros aspectos de esa forma de vida tras las huellas de Jesucristo y otras sensibilidades diferentes. No nos referimos a otras formas de vida evangélica. Diez años más tarde ejerzo mi ministerio, dentro de un equipo de sacerdotes, en las afueras de una gran ciudad. Trabaja con nosotros una religiosa, una «canonesa de San Agustín», muy comprometida en la tarea del catecumenado. Nuevo descubrimiento para mí. Creo conocer bastante bien la vida religiosa. Conozco también otras formas de vida consagrada. Trato de estar al tanto de todos los esfuerzos que se hacen en nuestros días para dar con la manera de decir al mundo el Evangelio de siempre. ¡Pero una «canonesa»! Adivino que la historia es más compleja y rica de lo que me imaginaba. Además es posible que tengamos la tendencia a considerar a nuestra «hermana» algo así como un coadjutor o como una militante. Pues bien, estoy convencido de que es algo muy distinto. Pero ¿qué exactamente? Con ella presiento una comunidad. Pero ¿en qué consiste todo eso? Deseo una mayor luz para mí y para los demás. Seis años más tarde formo parte del equipo nacional de la Pastoral de las Vocaciones, ministerio apasionante que amplía mis horizontes más de lo que podía soñar. Al mismo tiempo siento una inmensa necesidad de poner al alcance de todos unos conocimientos suficientes sobre la maravillosa diversidad de los caminos inventados en el correr de los siglos para seguir a Jesucristo y para anunciar al mundo su Buena Nueva. Inmensa necesidad, pero ¿cómo darle una respuesta? Se esboza un proyecto: un folleto de 24 a 36 páginas que presente muy sucintamente el panorama de las diversas formas de «vida consagrada».

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Lo comentamos en el equipo. Lanzamos una consulta a diversas personas diferentes por sus vocaciones y ministerios. No faltan palabras de aliento ni sugerencias, pero la gestación es lenta, muy lenta. Por otra parte, ¿es posible presentar en un solo libro todas las formas de vida evangélica, tan numerosas en la Iglesia? ¿Cómo hacerlo sin encuadrarlas en el conjunto de las vocaciones que constituyen la Iglesia? ¿Y cómo dar cuenta objetivamente de esas maneras de seguir a Jesucristo sin presentar su espíritu, con la diversidad de las familias espirituales que constituyen también una riqueza para la Iglesia? No sé cómo todo esto fue tomando forma, pero lo cierto es que la creatura está ahí y que habla. Si queréis saber todo lo que a ella le gustaría deciros, consultad inmediatamente el índice de materias y la nota que os sugiere las diferentes maneras de abordarla. Sabed una cosa: para conocer por dentro todas las realidades aquí descritas, para abordar con conocimiento de causa todas las cuestiones planteadas en las presentes páginas, fue preciso consultar, preguntar, comprobar... El texto sufrió varias redacciones. La penúltima se sometió al análisis y a la crítica de más de un centenar de personas diversamente situadas por su edad, su estado de vida, su ministerio o su competencia histórica, teológica y canónica. La obra que hoy sale a la luz se volvió a redactar íntegramente, recogiendo todas las observaciones y sugerencias. La experiencia excepcional que he tenido de la Iglesia al actuar así ha sido para mí un don. ¡Sí, un «don»! Esta experiencia ha de ser ampliamente compartida. Gracias a todos aquellos y aquellas que lo han hecho posible. Gérard MUCHERY 4 de mayo de 1982

Tres

observaciones:

• Esta obra ofrece la diversidad de las formas de vida evangélica. Se las considera en su relación con los ministerios y con los servicios, pero no hacemos ningún estudio de éstos en sí mismos. Hay que tener siempre presente la diversidad y la complementariedad de todas esas vocaciones que constituyen la Iglesia. • Esta obra está escrita en Francia, en Occidente. Escrita en otro continente, el enfoque habría sido muy diferente. Es inevitable. Alguien más allá

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de los mares me ha escrito: «Es evangélico, es eclesial, por tanto es universal.» Esperemos que tenga razón. • Esta obra no es un inventario de las congregaciones o institutos religiosos. Únicamente se cita, como es lógico, a los fundadores cuya influencia desbordó los límites de su propia fundación y cuya espiritualidad suscitó familias espirituales que se han ¡do ampliando a lo largo de la historia.

EN MEDIO DEL MUNDO, LA IGLESIA

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Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales: que nos eligió en El antes de la creación del mundo para que fuéramos santos e Inmaculados en su presencia; que nos predestinó, llevado de su amor, a la adopción de hijos suyos por Jesucristo

que nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según los designios que se propuso realizar en El al llegar la plenitud de los tiempos: recapitular todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, en Cristo Jesús.

y en El vosotros también —los que la palabra de verdad, el Evangelio y habéis creído en El— habéis sido del Espiritu Santo prometido, que es prenda de nuestra herencia en orden a la redención del pueblo que El adquirió para alabanza de su

habéis escuchado de nuestra salvación, sellados con el sello

gloria.

Pablo a los Efesios, 1, 3... 14

TODOS LLAMADOS A SER SANTOS

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... cada uno según su vocación A Aquel que es poderoso sobre todas las cosas para hacer mucho más de lo que nosotros podemos pedir o pensar, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo, en todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén. Pablo a los Efesios, 3,20

• Todos estamos llamados a ser santos/ Todos llamados a participar de la vida divina. ¡La Vida! Todos, hijos e hijas de Dios, vueltos hacia el Padre, en su Hijo, Jesucristo, por la fuerza de su Amor, el Espíritu Santo. '• Si somos escogidos, llamados, para un testimonio, un ministerio, una misión particular, es precisamente para que pueda realizarse ese proyecto de Dios, para que todos los hombres tengan la Vida. Esa es la gloria, la alegría de Dios. '• Siempre ha sido así. Moisés, Amos, Isaías, Judiht, Jeremías, Juan Bautista... y más tarde María, Madre de Jesús. Asimismo: Pedro, Pablo, los demás apóstoles, y tantísimos discípulos, hombres y mujeres de entre nosotros, incorporados a Cristo por el bautismo, entregados a él en su vida cotidiana, recibiendo de él luz y fuerza para vivir el Evangelio. Y todos los que, de una u otra manera, conocemos como «consagrados» al Señor: religiosos, religiosas, monjes, monjas de clausura, laicos consagrados; o bien obispos, sacerdotes y diáconos; o también misioneros más allá de nuestras fronteras. Riqueza del Don de Dios... ¡Diversidad de nuestras respuestas, suscitadas por su Espíritu! Pero tenemos el presentimiento de que no todo es lo mismo. ¿Cómo, pues, llegar a un conocimiento más profundo? ¿Cómo centrar con mayor exactitud cada vocación?

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... como Iglesia

Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo Unigénito, para que, quien crea en El, no perezca, sino que tenga vida eterna.

Juan 3,16 Por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: ... me has formado un cuerpo... Aquí estoy yo... vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.

Hebreos 10,5 Ahora me alegro de lo que he padecido por y suplo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia.

vosotros,

Todo procede del Padre. «Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo para que todo hombre tenga la Vida.» Tal amor exige una respuesta. Esta respuesta la da el mismo Jesús: «Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad.» Es realmente un hombre quien responde así, uno de nosotros: «Me has preparado un cuerpo...» Me has puesto en medio de las realidades humanas. Jesús es a la vez: — revelación, manifestación, comunicación del Amor del Padre y — don del Hombre a Dios en respuesta a ese Amor. Es la respuesta dada de una vez para siempre.

Pablo a los Colosenses, 1,24 La Iglesia es esa parte de la humanidad que se sabe amada del Padre. Sigue dando la respuesta ya dada por el Hijo. Nosotros somos hoy Cristo, su Cuerpo. La respuesta del Hijo la asumimos nosotros. Nosotros la acabamos, la prolongamos, la actualizamos, cada uno según la propia vocación. En una palabra, Jesús nos confía su propia Misión: ser, como El, a la vez... — revelación, manifestación, comunicación del Amor del Padre y — don del hombre a Dios en respuesta a ese Amor.

¿Cómo se realizará todo esto? Por la fuerza del Espíritu y conforme al papel de cada uno. Para llegar a comprender más a fondo este papel, esta misión, esta vocación que es la nuestra, es preciso estudiarla bajo un doble enfoque. Es lo que vamos a hacer en los dos capítulos siguientes. 16

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Dios es amor... es un amor siempre dispuesto a levantar y a perdonar. Esta revelación del amor y de la misericordia en la historia del hombre tiene un nombre y un rostro: se llama Jesucristo. El hombre que desee comprenderse a sí mismo debe entrar en Cristo con todo su ser. Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. El hombre, con toda la verdad de su existencia, de su ser personal y al mismo tiempo de su ser comunitario y social [...), es el primer camino que la Iglesia debe recorrer realizando su misión. Es el primer camino y el camino fundamental de la Iglesia, camino trazado por el mismo Cristo, camino que, de forma inmutable, pasa por el misterio de la Encamación y de la Redención.

Pero, sobre todo, ¡no los separemos! Ambos nos atañen a cada uno de nosotros. Hemos de poder situarnos de una y otra parte. Se trata de una sola e idéntica Iglesia... ... considerada, en primer lugar, en lo que constituye la razón de su existencia, de la conciencia de su propia naturaleza y de una eficacia misionera: Iglesia, comunidad recibida de Dios, dada al mundo. ... considerada, en segundo lugar, en la manifestación de su dinamismo misionero, en la renovación de su vitalidad día tras día: Iglesia, testigo de la alianza para el mundo. ... doble enfoque de una sola e idéntica realidad que nos permite llegar a comprender mejor los diferentes aspectos de la única llamada con que Dios se dirige a cada uno de nosotros.

Juan Pablo II, encíclica «Redemptor hominis»

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Esta es la morada de Dios entre los pondrá El su morada entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos.

hombres;

Apocalipsis 21,3

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LA IGLESIA, COMUNIDAD RECIBIDA DE DIOS ENTREGADA AL MUNDO

Pueblo de Dios

CARISMA Entre los religiosos se usa con frecuencia esta palabra. El «cansina del fundador». El «carisma de la congregación». También se emplea esta palabra en la «Renovación carismática». De hecho, no es una expresión de uso reservado... Su sentido profundo se relaciona con lo que constituye nuestro propósito: «¡Si conocieras el don de Dios!» La palabra «carisma», de un término griego que significa «gracia», designa un don recibido para el servicio de la comunidad. Toda la Iglesia, por tanto, recibida de Dios, es propiamente carismática. • En sentido amplio se habla de «carisma» para designar los «talentos» de unos y de otros: animación, sentido práctico, don de la palabra, don de discernir. • En un sentido más restringido, es carisma todo lo que da Dios a hombres y mujeres para contribuir a la edificación de la comunidad y de cuya autenticidad como tal testifica la comunidad en su conjunto. Esto se puede aplicar a todo servicio. Se puede afirmar de los múltiples dones que representan en la Iglesia las diversas formas de vida consagrada y especialmente las características partículares según las cuales cada familia espiritual, cada orden religiosa, cada congregación o instituto manifiesta a su manera el misterio de Cristo.

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El misterio de nuestra llamada, de nuestra vocación, en definitiva siempre se desarrolla en el secreto del corazón, en esa punta del espíritu en la que cada uno de nosotros se encuentra con Dios. Cualquiera que sea el modo, ese encuentro es único para cada uno. Pero el encuentro con Dios, si es auténtico, siempre va acompañado de la toma de conciencia de la pertenencia a un pueblo. Se trata de una Iglesia convocada por Dios; es un pueblo reunido por El; es una familia a la que invita a su mesa. Nos introducimos en ella por el bautismo. Compartimos su vida por la Eucaristía. Esta familia es una familia de rostro humano. Está enmarcada en un lugar. Cada uno de nosotros tiene unas raíces. Dios no desarraiga, no quiebra solidaridades. Incluso cuando nos invita a «dejarlo todo para seguirle», nunca nos exige renegar de nuestros orígenes, de nuestra sangre, medio ambiente, país o raza. Tal vez haya que descubrir una manera nueva de vivir esas relaciones humanas, pero la toma de conciencia de nuestra pertenencia al pueblo de Dios, que es la Iglesia, jamás implica el olvido de nuestra pertenencia al pueblo de carne y sangre en que nos ha tocado nacer. Procedentes de una ciudad o de un lugar determinado, nos hacemos miembros de un pueblo reunido por Dios para realizar una misión. Nuestra tarea está en responder al infinito deseo de Dios, que quiere reunir a todos los hombres a su mesa. ¡Imposible presentarse solo!

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LAICOS. MINISTROS LAICOS. MINISTROS ORDENADOS. C L E R O -

Ministros ordenados

LAICOS Se designa con esta palabra a «los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde» (Vaticano ||, Constitución sobre la Iglesia, n. 31). La palabra «laico» es de origen griego: «laos», que significa «pueblo». ¡Todos somos laicos de nacimiento, de ese nacimiento que es el bautismo!

MINISTROS, MINISTERIOS Estas palabras conllevan una ¡dea de «servicio». • En sentido amplio, se habla del ministerio de la Iglesia en el mundo, servicio de la Buena Nueva para el hombre. • En sentido estricto, se habla de ministerio en los siguientes casos: — Los ministerios conferidos por ordenación: diaconado, presbiterado, episcopado. Los diáconos, sacerdotes y obispos son elegidos, llamados, ordenados para una misión concreta, de carácter sacramental y de manera definitiva. Son clérigos, forman parte del clero, ya no son laicos. — Los ministerios instituidos: servicios confiados a laicos en el curso de una celebración litúrgica. — Los ministerios «reconocidos»: servicios que tienen una importancia vital para la Iglesia (catequesls, visita a los enfermos, etc.). Llevan consigo una auténtica responsabilidad durante un determinado tiempo. De una u otra forma, están reconocidos por la Iglesia local. Son como los puntos de apoyo de los múltiples servicios que prestan los cristianos en su conjunto. Todos estos ministerios y servicios son los que permiten a la Iglesia ejercer su ministerio en el mundo. Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo. Vaticano II, Vida y ministerio de los presbíteros, n. 13

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No existiría el pueblo de Dios, si no estuviera permanentemente convocado, reunido e incitado por la presencia y la palabra de los ministros que Jesús estableció para tal servicio. Son los «ministros ordenados». Los obispos y los presbíteros a ellos asociados —los «ancianos», según el significado de la palabra «presbítero»— reciben el poder de convocar al pueblo de Dios, en nombre de Cristo, anunciando su Palabra. Con su palabra o con su simple presencia recuerdan que la Iglesia es un don de Dios y que la recibimos de manos de Cristo. Quien tiene siempre la iniciativa es Dios. La presencia de ellos es el signo, el sacramento. Son también el sacramento de la apostolicidad de la Iglesia. Recuerdan sus orígenes. La palabra que tiene confiada para transmitirla al mundo viene de los apóstoles. Constituye una invitación apremiante a la misión. Obispos y sacerdotes son también sacramento de la universalidad: la Iglesia es católica, signo y fermento de la comunión a la que están invitadas todas las razas, culturas y comunidades humanas. Sin ser de todos los lugares hasta el punto de no ser de ninguno, la misión de los sacerdotes está en fomentar la atención a los demás, la acogida a lo que resulta diferente, el sentido de la historia y, sobre todo, recordar que todo es Don de Dios. Sin olvidar que son ministros de la comunión fraterna, que es la aspiración fundamental de toda persona. Fácilmente se comprende que obispos y sacerdotes pueden encontrar en el ejercicio de esta misión un alimento inapreciable para su propia vida de unión con Dios, sobre todo cuando presiden la Eucaristía, centro de la vida y de la misión de la Iglesia. Esta misión únicamente será misión de Jesucristo si la Iglesia es «servicio». Jesús vino a servir. También la Iglesia, su Cuerpo, ha de estar plenamente investida de esa «diaconía». Los diáconos están ordenados para ser como un signo permanen25

El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate de muchos.

te, pero no sólo cuando asisten al obispo o al sacerdote en la Eucaristía, sino en toda su vida.

Mateo 20,28 «Diaconía»: de una palabra griega que significa «servicio». «Toda la Iglesia es misionera; la obra de evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios» (cita del Vaticano II). • Evangelizar para nadie es un acto individual y aislado. Es un acto profundamente eclesial. • Toda la Iglesia, por tanto, está llamada a evangelizar y, sin embargo, en su seno cada cual tiene diferentes tareas evangelizadoras que realizar. • «El mandato de Cristo de predicar el Evangelio a toda creatura (Me 16,15) atañe sobre todo e inmediatamente a los obispos junto con Pedro y bajo la guía de Pedro» (cita del Vaticano II). • Están asociados a los obispos en el ministerio de la evangelización, como responsables por título especial, todos aquellos que por la ordenación sacerdotal «ocupan el lugar de Cristo». • ...Es una obra de evangelización que realizamos, Nos, como Pastor de la Iglesia Universal, nuestros hermanos obispos al frente de las Iglesias particulares, los sacerdotes y diáconos unidos a sus obispos, de quienes son colaboradores, por una comunión que tiene su origen en el sacramento del orden y en la caridad de la Iglesia. Pablo VI, exhortación apostólica «La evangelización en el mundo moderno»

Si cada cristiano, en nombre de Jesús y como miembro de su cuerpo, anuncia la palabra y santifica a sus hermanos; si todos los cristianos son servidores y agentes de unidad, sin embargo hay algunos que están llamados y ordenados para ser testigos cualificados, signos y «sacramentos» de lo que de esta suerte viene a ser una vocación para toda la Iglesia.

Ministerios, servicio y misión Vocación para toda la Iglesia ... No existe vida cristiana sin un compromiso efectivo al servicio de la Iglesia y de su misión. Cada uno debe cargar con su parte de responsabilidad y las tareas correspondientes. Es una exigencia del bautismo. Cualquiera que sea la forma elegida para vivir concretamente el Evangelio, cualquiera que sea el «estado de vida», nadie puede dispensarse de esa contribución a la vitalidad y a la misión de la Iglesia. Los laicos, por su parte, presentes en medio del mundo, llamados a cumplir con las más variadas tareas, encuentran ahí precisamente el campo de su misión específica; es el marco propio para su labor primera e inmediata. También sabrán aceptar responsabilidades dentro de los Movimientos que les permitan asumir mejor su misión y hacerlo en común. La Iglesia necesita este importante servicio. Si descendemos a campos más concretos, está la atención a los pobres, la visita a los enfermos y el apoyo a los menos favorecidos; asimismo, las tareas de estímulo, educación o enseñanza bajo las más diversas formas. Son otros tantos servicios que dimanan de la responsabilidad de todo discípulo de Jesucristo, cualquiera que sea su responsabilidad dentro de la Iglesia.

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Están estrechamente vinculados a la manifestación de la Buena Nueva. Se trata de auténticos ministerios, aunque no siempre estén reconocidos como tales. • ...Se adivina el papel que desempeñan en la evangelizaron los religiosos y religiosas consagrados a la oración, al silencio, a la penitencia, al sacrificio. Otros religiosos, muy numerosos, se dedican directamente a anunciar a Cristo. • Los laicos, a quienes su vocación específica coloca en medio del mundo y al frente de las tareas temporales más diversas, deben ejercer por ello mismo una forma especial de ministerio. Su tarea primordial e inmediata... es la puesta en marcha de todas las posibilidades cristianas y evangélicas ocultas pero ya presente y activas en las cosas del mundo. • De este modo adquiere toda su importancia la presencia activa de los laicos en las realidades temporales. No hay que descuidar u olvidar, por ello, otra dimensión: los laicos también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores al servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y vida de ésta ejerciendo ministerios muy diversos, según la gracia y los carismas que el Señor quiera depositar en ellos. • Es cierto que al lado de los ministerios ordenados... la Iglesia reconoce otros ministerios no ordenados, pero que son aptos para atender un servicio especial de la Iglesia. Pablo VI, exhortación apostólica «La evangelizaron en el mundo moderno»

La catequesis, el seguir de cerca a los catecúmenos, todo cuanto ayuda a los demás a nacer y crecer en la fe, la animación de la comunidad cristiana con toda clase de iniciativas al servicio de la comunión fraterna, así como las diferentes funciones de la liturgia, son otros tantos servicios a los que un cristiano no puede sustraerse. No descuidemos la gestión de los bienes materiales, dado que es algo que subyace a todos estos servicios. Cada uno debe mostrarse disponible, conforme el propio carisma, para todo lo que exige la vida y la misión de la Iglesia. Estos servicios serán, propiamente hablando, «ministerios» en la medida en que sean «instituidos» o «reconocidos», lo cual supone una respuesta al llamamiento hecho por la Iglesia. Conforme lo exijan los tiempos y lugares, siempre hay que ir creando tales «ministerios laicos». Es indispensable un mínimo de formación, y hay que asumirlos durante cierto tiempo antes de ser «reconocidos». ¡Y el ministerio de la oración! Tantos y tantos cristianos, silenciosos, invisibles, en comunión a veces más estrecha con la pasión de Cristo, aseguran el ministerio de la alabanza y de la intercesión, sin olvidar a cuantos han hecho de este ministerio indispensable la razón de su vida. ¡Sin ellos carecerían de aliento todas las actividades de la Iglesia!

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Con riesgo de ser

reiterativo...

Las páginas que anteceden y las que van a seguir describen una sola e idéntica realidad. A todos nos atañen las cosas por una y otra parte. El misterio de la Iglesia es demasiado rico. No podríamos captar sus protundidades bajo una sola consideración. • ¿Cómo anunciaría la Iglesia el misterio de la Alianza, objeto mismo de su ministerio de evangelización, si no proporcionara los medios de subsistencia y obreros para esa evangelización? Por la fuerza del Espíritu ella se proporciona ministros y suscita los servidores de su misión. Las páginas precedentes nos han presentado lo esencial. • Pero ¿qué significarían servicios y ministerios si servidores y ministros no estuvieran conducidos por el Espíritu de Dios? El es la fuente, el dinamismo, el alma de todas las actividades apostólicas. Es El quien permite a cada uno ser, por su parte, testigo de la Alianza en el ejercicio mismo del ministerio o en el servicio de la misión. ¿Cómo se manifiesta esto en la manera de vivir de los cristianos, sean clérigos o laicos? Las siguientes páginas nos llevan a hacer este descubrimiento.

LA IGLESIA, TESTIGO DE LA ALIANZA EN MEDIO DEL MUNDO

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Todos testigos ¿Cómo ser testigo del Evangelio sin vivirlo uno interiormente, sin dejarse apresar por Cristo? El ejercicio mismo de los ministerios y el compromiso efectivo en el servicio de la misión llegan a imprimir en los que a ellos se entregan un estilo de vida evangélico, que es simplemente el desarrollo visible de la gracia del bautismo. Existen muchas maneras de manifestar el misterio de la Alianza, misterio de un Dios que nos invita a compartir su vida. «¡Si conocieras el Don de Dios!...» Anteriormente a toda revelación especial de la Alianza, el Don de Dios es, ante todo, el don de nuestra existencia. ¿No estamos hechos a su imagen y semejanza? Si el mundo material es ya reflejo del Creador, mucho más serán las personas que nos introducen en el conocimiento de su misterio. Dios es Amor. Dios es «relaciones entre personas». Siempre que tiene lugar un encuentro entre personas, una mutua acogida o una conversación, si se vive según el Espíritu, se trata siempre de una manifestación de algo divino.

En esto conocemos que permanecemos y El en nosotros: en que El nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

en El,

Cuando la fe nos introduce en el conocimiento explícito de este misterio, cuando se vive la caridad como presencia activa de Dios en nosotros o cuando estamos dispuestos a dar razón en todo momento de nuestra esperanza, todo viene a ser entonces un testimonio explícito del Amor que procede de Dios. Clérigos o laicos, casados o célibes, hombres de todos los medios y razas, todos pueden vivir intensamente del Don de Dios y comunicarlo a los demás.

Primera carta da Juan 4,13-14

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ALIANZA

El matrimonio

— A través de Moisés el pueblo hebreo descubre que Dios le concede su amistad: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.» Es la Alianza. Dios se ha comprometido con su pueblo y el pueblo se ha comprometido con Dios. Y Dios pide a su pueblo el amor: «Amarás al Señor tu Dios.» Dios entrega los mandamientos de la Ley. Dicen cómo hay que amar para vivir felices. A lo largo de toda la historia de Israel, los profetas recordarán esta alianza. — Jesús viene a renovar la Alianza prometida a Abrahán y pactada con Moisés. Viene, sobre todo, a hacer una Alianza nueva entre Dios y los hombres. Esta vez ya no es con un solo pueblo, sino con todos los hombres y con cada uno de nosotros. — En la misa, el sacerdote repite las palabras de Jesús, la víspera de su muerte: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna.»

«Los creó hombre y mujer». El matrimonio es una manifestación privilegiada de la fidelidad de Dios y de la Alianza que nos propone. Para dar a entender lo que es el Amor que profesa a su pueblo, Dios lo compara al de los desposados, al de los esposos. Para abrir los ojos al mal que supone el pecado, habla de adulterio y de prostitución. Es tan significativo, que, para nosotros, los cristianos, el matrimonio es un Sacramento, signo auténtico de ese Amor y especialmente del Amor de Cristo hacia su Esposa, la Iglesia. Al propio tiempo, si existe tal relación entre el matrimonio humano y los desposorios que Dios ha querido contraer con su Pueblo, es evidente que la unión conyugal adquiere una dimensión nueva.

Dios es Amor. Primera carta de Juan 4,8 Dios dijo: No está bien que el hombre esté solo; le haré una ayuda semejante a él. Génesis 2,18 Se hacen los dos una sola carne. Gran misterio es éste, pero entendido de la unión de Cristo con la Iglesia. Pablo a los Efesios 5,31-32 Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella. Pablo a los Efesios 5,25 Los llevaba... con lazos de amor. Y fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas... Oseas 11,4

El matrimonio, vivido en el Espíritu del Dios que es Amor, es una manera de vivir un «estado de vida», que nos introduce en el conocimiento de ese Amor. No sólo es, por su parte, revelación de la Buena Nueva, de la Alianza de Dios con nosotros, sino que nos permite entrever algo del propio misterio de Dios: amor, relaciones, plenitud perfecta en el Don de las Personas entre sí. ¡Si conocieras el Don de Dios! Pueden decirlo los esposos que crecen cada día en la fidelidad, en la gracia del sacramento de su matrimonio. Pueden decirlo los padres que hacen con sus hijos la experiencia del «amor de Dios derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5).

¿Se olvida una mujer de su niño de pecho, hasta no tener piedad del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaría a ti, dice el Señor. Isaías 49,15

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Diversas formas de vida evangélica Uno solo es el cuerpo y uno el espíritu... como también una la esperanza a que habéis sido llamados A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

Pablo a los Efesios 4,4-7 Sean monjes o casados, todos los bautizados responden al mismo llamamiento del Evangelio. La vida monástica, como el matrimonio, es... un «sacramento de amor». Un archimandrita de la Iglesia oriental

Bien dentro del matrimonio, bien viviendo el celibato, se nos ofrecen numerosos caminos para el pleno desarrollo de la gracia del bautismo. Cualquiera que sea la elección que hagamos, siempre es respuesta a un llamamiento. «Si quieres», nos dice Jesús. Es un llamamiento que no admite explicación: es una cuestión de amor. Por amor adoptamos un cierto estilo de vida evangélico en respuesta a ese llamamiento y nos procuramos los medios adecuados. Nuestro deseo es conocer mejor todas esas maneras de vivir el Evangelio, para mejor conocer su sentido. Hablamos de un cierto «estilo de vida evangélico»: la expresión es voluntariamente imprecisa con objeto de estimularnos a realizar el descubrimiento expuesto en los siguientes capítulos. Sabemos que existen religiosos y religiosas y, entre ellos, monjes y monjas de clausura. Pero no siempre conocemos lo que realmente son. También sabemos que existen otras formas de «vida consagrada», pero no las conocemos de verdad. Hemos oído hablar de Ordenes y de Comunidades, de Congregaciones y de Institutos, de Sociedades y de Compañías, pero seríamos incapaces de decir lo que las distingue. No hay que olvidar tampoco a ermitaños, Terceras Ordenes, fraternidades, oblatos. Vale la pena que nos detengamos ante este riquísimo panorama de la vida de la Iglesia, que renueva y enriquece en el correr de los siglos su respuesta al Amor infinito de Dios. Y para llegar a comprender mejor esa riqueza debemos precisar el sentido de la palabra «consagración».

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Unges, finalmente,

la pila con su pie y la consagras.

«Consagración»

Éxodo 40,11 La navaja no ha pasado nunca por mi cabeza, porque soy nazareno de Dios desde el vientre de mi madre. Libro de los Jueces 16,17

Cuando se hace referencia a ciertas formas de vida consagrada, se habla corrientemente de «vida consagrada» o de consagración. Son palabras que pueden tener diversos sentidos. Designan realidades muy próximas, pero algunos de sus aspectos son diferentes. Nos conviene distinguirlos. Nuestro lenguaje tiene sus límites y sus trampas. Debemos aceptarlo y ser conscientes de ello.

RITO DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL ¿Queréis, día a día, uniros más al soberano sacerdote Jesucristo, que se ofreció por nosotros a su Padre, y junto con él consagraros a Dios para la salvación de los hombres? Diálogo Así comunicaste a setenta hombres, llenos de sabiduría, el Espíritu que habías dado a Moisés, e hiciste participar a los hijos de Aarón en la consagración que su padre había recibido. Prefacio Que el Señor Jesucristo, a quien el Padre consagró por el Espíritu Santo y llenó de fuerza, os fortalezca para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio eucarístico. Oración

RITO DE LA CONSAGRACIÓN DE LAS VÍRGENES — Recibid mi compromiso (de virginidad) y concededme, os lo suplico, la consagración. — Que el Espíritu Santo, que fue dado a la Virgen y que ha consagrado hoy vuestros corazones, os aliente con su fuerza para el servicio de Dios y de la Iglesia.

La definición que da el Petit Larousse ilustrado es la siguiente: « Rito litúrgico por el que se destina al servicio de Dios a una persona o cosa, que entra, por ello mismo, en la categoría de lo sagrado: la consagración de una iglesia.» Precisemos únicamente que lo sagrado cristiano no pertenece poi completo al mismo orden que lo sagrado pagano. Si se habla de «consagración bautismal» o del cristiano «consagrado» por el bautismo, se quiere decir que está incorporado a Jesucristo por el Espíritu. Se hace miembro de su cuerpo. El bautismo nos hace hijos en el Hijo. Tratándose de quienes eligen seguir a Cristo comprometiéndose en un «estado de vida consagrada», se habla de «consagración religiosa», de «consagración secular» o de «consagración virginal»: expresiones que no contienen exactamente las mismas realidades. Además, el lenguaje corriente evoca tanto el gesto de la persona, de la que decimos «se consagra», como el gesto de la Iglesia que «la consagra». En uno y otro caso se trata de una obra del Espíritu que es quien consagra (santifica), obra a la que se dispone la persona, y obra invocada por la Iglesia en su plegaria. Finalmente, si se tiene en cuenta el punto de vista de la Iglesia que consagra, la consagración de una persona que se compromete en un «estado de vida», no es lo mismo que la consagración incluida en la ordenación de los ministros, como son los obispos, sacerdotes y diáconos. 39

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En el rito del bautismo no se emplea la palabra «consagración». Se insiste en la incorporación a Jesucristo. Así, en el momento de la unción se dice: «A los que formáis ahora parte de su Pueblo (el pueblo de Dios), os marca con el óleo santo, para que permanezcáis eternamente como miembros de Jesucristo, sacerdote, profeta y rey.»

Fundamentalmente, dentro del marco cristiano, teniendo en cuenta esta diversidad y procurando hacer las debidas distinciones, se trata de una participación de la consagración de Jesús, el «cristo», el «consagrado». Elegidos para recordar su testimonio, o bien para recordar su poder de servicio, participamos progresivamente, según modos diferentes, en su propia consagración.

Sin embargo, en un ritual de profesión monástica, aparece esto: «Por el bautismo estáis ya muerta al pecado y consagrada a Dios; ¿queréis uniros a él más íntimamente por la profesión perpetua?» «Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en verdad» (Jn 17,17-19).

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Corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Pablo a los Fllipenses 3,14

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TODOS APASIONADOS POR JESUCRISTO

Todos... cualquiera que sea el camino Jesús, cansado del camino, se sentó sin más ¡unto a la fuente... Viene una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: 'Dame de beber..." Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber", tú se lo habrías pedido a El, y El te habría dado agua viva... El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; más aún: el agua que yo le daré será, en él, manantial que salta hasta la vida eterna.

Juan 4,6.7.10.14

«Si conocieras el Don de Dios y quién es el que te dice: Dame do beber...» Jesús se dirige a la Samaritana, como se habría dirigido a cualquier hombre o mujer del país que pasara por allí. No le propone, Mcyún parece, una vocación particular, sino la de acoger, la de recibir cite don con el fin de «conocer». Jesús se dirige a todos. Si .supieras quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pediilim llalla. Te harías su discípulo. Comprenderías cada vez mejor que III vldn únicamente tiene pleno sentido cuando caminamos tras sus IIIH'IIIIN, con él, animados del mismo Espíritu. ('omprenderías lo que dice san Pablo: «Son hijos de Dios los que i guiados por el Espíritu de Dios, por el Espíritu de Jesús.» I os primeros cristianos lo entendieron perfectamente, hasta el de llegar a morir para testimoniarle, hasta el punto de ser márM prestarle acogida supieron lo que era el Don de Dios. «Si 11-ras.»

partir de aquellos primeros tiempos, la Iglesia no deja de rela manera de dar a conocer este descubrimiento, tratando de de forma siempre nueva. üla época tiene sus mártires, sus testigos, pero también cada tiene sus pobrezas y miserias. El mundo necesita en todo tiem•stímulo del Evangelio. I'.ira la mayoría, sin elegir un género de vida especial, el camino I II santidad es el de la vida ordinaria, con toda su sencillez. Su Mllinulo será discreto, a manera de un fermento. Así ocurrió con Mni'lii, José y tantos hombres y mujeres, atentos a la llamada de Jesús en tu vida ordinaria. A otros, para avanzar por ese mismo camino, les gusta vivir en Ki'tipi), encontrar unos albergues. Inspirándose así en las tradiciones espirituales de la Iglesia, avanzan con mayor seguridad. Es una 11auinda del Espíritu. 44

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Hay, sí, diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de operaciones, pero el Dios es el mismo, el que obra todas las cosas en todos. A cada cual la manifestación común.

del Espíritu

se le da para el bien

Todo esto lo obra el único y mismo Espíritu, que reparte a cada uno los dones como El quiere. Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, por su parte.

miembros

cada uno

Algunos, finalmente, toman un camino particular. Para responder al mismo llamamiento de vida evangélica, eligen un «estado de vida» que se distingue, al menos en ciertos aspectos, del modo de vivir habitualmente. Pero todos, cualquiera que sea el camino, al responder lo mejor posible a nuestra vocación, queremos ser discípulos de Jesucristo, reconociéndole como nuestro único Camino. Existe diversidad de caminos para concretizar esa Ruta única. No perdamos de vista lo que constituye su unidad, en profundidad. Reconozcamos hacia dónde nos orienta la brújula, con su pequeña aguja, frágil y trémula, pero que siempre apunta en la misma dirección. ¿Cuál es, pues, esa dirección para los discípulos de Jesús?

Pablo, primera carta a los Corintios, 12,4-11 y 27

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Apresados por Cristo. Con él orientados hacia el Padre ... Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. ... que el mundo sepa que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado. Yo no estoy solo, el Padre está conmigo. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y así conozca el mundo que Tú me has enviado y que yo les he amado a ellos, como Tú me has amado a mí. Juan 14,10 y 31; 16,32; 17,22-23

Jesús introduce al discípulo en lo más íntimo de su Misterio, precisamente donde brota su amor al Padre. Resultan insuficientes las palabras para expresar semejante experiencia. Tanto más cuanto que es distinta en cada uno. No obstante, hay que intentar esbozarla en lo esencial, puesto que todo hunde sus raíces en ese nuevo nacimiento. Únicamente por esto se explica el carácter radical de ciertas opciones. El misterio de Jesús es el de su relación con el Padre. Es una relación de Amor: el Espíritu Santo en persona. En ese Amor, los Tres no son más que Uno. Cuando Pablo se confiesa «apresado por Cristo», podía decir también «apresado por el Padre en Jesucristo». Es lo que tiene lugar en todo cristiano verdaderamente deseoso de seguir a Jesús. Y siempre es obra del Espíritu Santo. El momento de tal encuentro puede ser una sorpresa. Pero en cualquier caso, de una u otra manera, cada cual tiene entonces la experiencia de una llamada personal, de una invitación a amar, a seguir a Jesucristo, de ir tras sus huellas. Crece en ese momento un deseo de pertenecer a Dios, de manera incondicional. Es muy distinto a un sentimiento de religiosidad llevado al extremo. Dios es «absoluto», ésa es la verdad. Nosotros queremos dar testimonio de ello. Pero Dios es Padre. Nos invita a ser sus hijos en su Hijo Jesús. Esta llamada es la llamada de un amigo que ama sin reservas, una llamada gratuita, imprevisible y maravillosa. La respuesta es totalmente acción de gracias, alabanza. Es el pleno desarrollo de la gracia bautismal que nos estimula a ser «alabanza de gloria». Este encuentro, a decir verdad, se vive de múltiples maneras, según la sensibilidad espiritual de cada uno. Dios mismo se presentó

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Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abha, Padre!» De suerte que ya no eres siervo, sino hijo; hijo, y por tanto heredero por la gracia de Dios.

Pablo a los Gálatas 4,6-7 Pero yo voy a seducirla, para llevarla blarle al corazón. Yo te haré mi esposa para siempre, mi esposa en justicia y en derecho, en gracia y en amor; te haré mi esposa en fidelidad y tú conocerás al Señor.

al desierto

y ha-

Oseas 2,16 y 21-22

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como el Esposo de su pueblo; Pablo habló de Cristo Esposo de la Iglesia. Ya sabemos todos lo fundamental que es el ¡tema de los desposorios en la Tradición de la Iglesia. En este momento bástenos remitir al capítulo que presenta brevemente las principales familias espirituales que se han ido formando en la Iglesia a lo largo de esa prolongada historia de amor entre Dios y su pueblo, entre Dios y cada uno de nosotros. La manera es lo de menos, la meta es siempre ser apresados por Cristo hasta en nuestras raíces más profundas. Queda asumido todo nuestro ser con su carácter filial, todo lo que somos, nuestra vida concreta con sus solidaridades, la densidad de nuestra experiencia humana, nuestras esperanzas y hasta nuestro pecado. ¡Sí! ¡Apresados por Cristo, consagrados por el Espíritu, para gloria del Padre!

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Dejarlo todo para seguirle Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sigúeme.

Mateo 19,21 Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. Así pues, el que de vosotros no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo.

Lucas 14,25... 33 Para que el hombre sea un hijo a su imagen Dios lo modeló con el aliento del Espíritu: Cuando aún no teníamos ni forma ni rostro, su amor nos veía libres como él. ¿Quién emprenderá el camino hacia esos grandes espacios? ¿Quién tomará a Jesús por Maestro y amigo? ¡El lugar más hermoso lo tiene el humilde servidor! Servir a Dios hace al hombre libre como él. Himno litúrgico Pues ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que os enriquecieseis vosotros con su pobreza.

Pablo, segunda carta a los Corintios 8,9

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«Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene para terminarla?» (Le 14,28-32). Para seguir a Jesús, para permanecer con él, debemos ser libres. El mismo Jesús nos invita a dejarlo todo para seguirle. Invitación dirigida no solamente a los que abandonan familia y bienes para vivir el «desierto», sino a todos sus discípulos. Con esta condición podemos «entablar la batalla». Para liberar a nuestros hermanos, y salvarlos, con Jesús, seamos libres nosotros mismos, aceptemos su salvación. No menospreciamos nada, pero nuestra disposición es no preferir cosa alguna al amor del Señor. Nuestra manera de vivir, sin importar las modalidades concretas —cada cual según su vocación— debe favorecer el progreso de una auténtica libertad, esa espontaneidad para el bien que ha de crecer en nosotros, eso que es una joya recibida de Dios. Ese es el camino de las bienaventuranzas que Jesús nos enseñó, premisas del Reino futuro (Mt 5). Este estilo de vida nos introduce en unas nuevas relaciones respecto a nosotros mismos, a las personas y a las cosas.

Para ser libres, hacerse pobres. ¿No nos recibe Dios plenamente, pequeños como somos ante El? Si lo tenemos en cuenta en el momento de elegir una forma de vida, estaremos mejor dispuesto a acoger las verdaderas riquezas. Una experiencia de Dios, continuamene renovada, nos lleva poco a poco a abandonar todo lo que no sea él, a ser cada vez más pobres. Pobres para oír mejor su Palabra y servirle mejor en nuestros hermanos. Pobres para asociarnos a sus preocupaciones, compartir con ellos nuestro tiempo, nuestras riquezas y debilidades, y hasta nuestra búsqueda de Dios. Suficientemente pobres para escuchar y para perdonar. Tal vez tengamos también la vocación de renunciar a cierto uso de los bienes, incluso a veces a su propiedad, dejando al menos su 53

gestión en manos de otras personas. Esto deberá ser siempre para nosotros el medio de conseguir una mayor libertad.

Si hay entre vosotros alguna consolación en Cristo, alguna muestra de amor, alguna comunicación del Espíritu, algunas entrañas de misericordia, haced cumplido mi gozo teniendo todos el mismo pensar, la misma caridad, el mismo ánimo, y los mismos sentimientos; dejad todo espíritu de rivalidad y vanagloria; y, llevados de la humildad, tened a los demás por superiores a vosotros mismos; atended no solamente a vuestros intereses, sino también a los de los demás. Revestios de los mismos sentimientos que tuvo Cristo. Pablo a los Filipenses 2,1-5 Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra. Juan 4,34 El, en el tiempo de su vida mortal, habiendo presentado sus oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a Aquel que podía salvarle de la muerte, tue escuchado en atención a su piedad, y, aun siendo Hijo, aprendió por sus sufrimientos lo que es la obediencia. Asi consumado, se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Hebreos 5,7-9 Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios le exaltó. Pablo a los Filipenses 2,7-9

Si el grano de trigo, caído en la tierra, no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. Juan 12,24

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Esta actitud de pobreza nos dispone para dar a nuestras relaciones con los demás un estilo particular: la castidad. Una castidad que es respeto, amor al otro, a todas las personas en un clima de profunda libertad: ni poseer, ni dejarse poseer, de cualquier modo que sea. «Bienaventurados los limpios de corazón..., bienaventurados los pacíficos...» Estemos casados o solteros, o que hayamos hecho voto de celibato por el Reino, la castidad es un don de Dios. Darle acogida es adentrarnos más por la comunión en el misterio de un Dios que tomó nuestra carne para comunicarnos su Espíritu.

Pobreza, castidad, pero también obediencia. Quizá sea aquí donde se realice más radicalmente la experiencia profunda del misterio de Jesús. Toda su vida es obediencia al Padre. Toda la vida de sus discípulos debe estar marcada profundamente por la misma actitud: «Heme aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.» La obediencia comienza por la aceptación de los acontecimientos, de las exigencias propias de las situaciones en que estamos comprometidos, por la aceptación de las personas con las que nos «ha tocado» vivir. Comulgar con Jesús en su obediencia al Padre es también compartir los imperativos de la misión. Permitir que nos molesten o interpelen aquellos o aquellas que quizá tienen una conciencia más viva de las verdaderas necesidades de los demás, o los responsables que están comisionados para ello, sobre todo si, por vocación, hemos hecho voto de obediencia. Es siempre un problema de libertad: ser libre frente a sí mismo. ¿Cuál es el secreto de semejante libertad? El Espíritu de Jesús, fuente de todo, ese Espíritu cuyo símbolo ha reconocido la Iglesia en el agua brotada del Corazón de Jesús obediente hasta la muerte.

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V ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Pablo a (os Gálatas 2,20 En la mañana del mundo, tu Espíritu sobre las aguas velaba por la vida... En el alba de la salvación, tu Espíritu en María formaba al Mesías... El día de Pentecostés, tu Espíritu hablaba por boca de los Apóstoles... En la madrugada de este día, tu Espíritu trabaja en nosotros... Alabanza litúrgica

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Una vida entregada así al Señor, entregada a su Amor, cualquiera que sea nuestra situación en la Iglesia y en el mundo, no se entiende sin humildad y sentido de la Cruz, sin penitencia, ascesis y sobriedad de vida. Son valores que nos engrandecen en la medida en que los vivimos de forma postiva bajo la moción del Espíritu. Son muchos los discípulos que desean seguir a Jesucristo, de múltiples maneras, por un camino de obediencia, de pobreza, de castidad. ¡Por supuesto, siempre hay que comenzar de nuevo! Debilidades y pecados podrían ser causa de desaliento, si la fidelidad de Dios no fuera el manantial de la nuestra. Pero esta fidelidad necesita también de otras fidelidades.

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Una vida de hermanos

Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

Juan, primera carta 4,7 No debáis nada a nadie, sino amaos los unos a los otros; porque el que ama al pró}imo ha cumplido la Ley. Pablo a los Romanos 13,8 Para que todos sean una sola cosa; como Tú, Padre, en mi y Yo en Ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Juan 17,21

Hombres y mujeres, en la Iglesia, eligen, por vocación, una forma de vida comunitaria. Su presencia es para nosotros un signo. Nos recuerda un rasgo característico de la vida evangélica: vida fraternal. Por esto se reconoce a los discípulos de Jesús, si tienen amor unos para con otros (Jn 13,35). El Espíritu de Jesús debe animarnos hasta el punto de que todas nuestras relaciones estén marcadas por ese amor. El encuentro personal con Dios nos abre necesariamente al amor de nuestros hermanos. Siempre debemos responder a nuestra vocación en Iglesia, en comuión con los demás, por muy personal que sea nuestra llamada. Todo está unido. Nuestra vida es tanto más fraternal cuanto más libres somos, gracias a la pobreza, a la castidad y a la obediencia vividas a imitación de Jesús. Nos volvemos más atentos hacia los demás, menos centrados en nosotros mismos. Y, viceversa, esos valores evangélicos los asume mejor cada uno de nosotros, si encontramos en los demás capacidad de escucha, comprensión, aliento en las dificultades y ánimos para seguir adelante.

Profundizando aún más, la relación personal y única de cada uno con Dios, en lo más íntimo del corazón, nos aproxima misteriosamente a nuestros hermanos y hermanas. A este nivel de profundidad precisamente se establece una fraternidad, se asienta una comunidad. Y a este nivel, sobre todo, se opera el crecimiento de la Iglesia. Toda manifestación concreta de unidad carece de sentido, si no es fruto de esa comunión profunda en Cristo. La Iglesia en su conjunto está llamada a vivir el misterio del Hijo vuelto hacia el Padre. Solamente a medida de su unidad podrá presentarse a Cristo como una Esposa «gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, Iglesia santa e intachable» (Ef 5,27).

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«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en las cosas de mi Padre?»

Lucas 2,49

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Vayamos más lejos aún. Si no existe vida evangélica que no sea vida fraternal, vida en relaciones inspiradas por el Amor, es que estamos llamados a participar de la misma vida de Dios. La contemplación del misterio de la Trinidad sería puramente nocional, si no estuviéramos apresados por el Espíritu que teje las relaciones entre nosotros, lo mismo que une entre sí a las personas del Padre y del Hijo. Seguir así a Jesucristo es volverse a encontrar con él «en casa de su Padre», ocupado como él en las cosas del Padre. ¿Cómo podríamos estar con él en la casa de nuestro Padre sin reencontrarnos con todos aquellos y aquellas que exclaman como nosotros «Padre Nuestro»?

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Como mi Padre me envió así os envío yo ¡Ay de mí, si no

evangelizara!

Ubre, de hecho, como estoy de todos, me he hecho siervo de todos para ganarlos a todos... Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles... Me he hecho todo para todos, para ganarlos a todos. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para tener alguna parte en él. Pablo, primera carta a los Corintios, 9,16 y 19; 22,23

Vosotros sois la sal de la tierra; si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Para nada vale ya. Vosotros sois la luz del mundo. Brille asi vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre celestial. Mateo 5,13-14... 16

La experiencia de tal plenitud de vida debe compartirse no solamente con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, sino con todos los hombres. «Id, pues, nos dice Jesús, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

¿Qué hacer? En primer lugar, vivir intensamente lo que nos ha tocado vivir, comprometiéndonos siempre más en la manera de vivir el Evangelio elegida por nosotros. Mantenerse firme en las decisiones tomadas para perseverar en una conciencia más viva de las exigencias y de las alegrías del Reino. Esta fidelidad es ya de por sí misionera, apostólica, evangelizadora. De esta manera, más o menos significativa según el estilo de vida adoptado, podemos ser signo de la Alianza, llamada del espíritu de las Bienaventuranzas. Sobre todo, para nuestros hermanos cristianos, pero también para el mundo, o mejor, ante todo en la Iglesia, con el fin de que sepamos, todos juntos, asegurar ese servicio para el mundo. La calidad de nuestra vida evangélica, pese a nuestra pobreza y nuestras debilidades, debe ser de este modo manifestación de la vida profunda de la Iglesia y, por lo mismo, cumplimiento de la misión a ella confiada.

Pero también tenemos que hablar, tomar iniciativas, comprometernos y a veces partir allende los mares. Hablar en nombre del Señor. Actuar en su nombre. Partir para darle a conocer. En un mundo en que la esclavitud bajo todas sus formas predomina con mucha frecuencia sobre el servicio de la libertad, el Evangelio siempre resulta provocador. En determinadas situaciones, si queremos ser auténticos testigos de la Buena Nueva, debemos contestar *

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No te dejes vencer por el mal, vence tú al mal con el bien.

Pablo a los Romanos 12,21 El desarrollo de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo, marcado por el dominio de la técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral... Este progreso... ¿hace la vida en la tierra «más humana» bajo todos los puntos de vista?... El hombre, como hombre, en el contexto de ese progreso, ¿se hace realmente mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, en particular a los más necesitados y a los más débiles, más dispuestos a dar y a aportar su ayuda a todos?

la manera de ejercer el poder y denunciar el imperialismo del dinero. ¿De qué contestación se trata? Bien estemos activamente presentes en los asuntos del mundo, bien nos encontremos retirados del mundo para dar testimonio de otro modo, no se trata de tener en cuenta una ideología o una causa, por noble que sea, sino de construir el mundo según el Espíritu de Dios. La lucha política y social, la lucha contra la miseria y toda clase de servidumbres durarán hasta el final de los tiempos. Pero existe una manera de comprometerse en todo eso respetando a las personas, a esas mismas a las que se les contesta, porque el Amor que anima nuestra acción es el del Salvador. No es nada fácil. No temas, dice el Señor, yo estaré contigo.

Juan Pablo 11, «Redemptof honúnis»

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He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra Una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María. Lucas 1,27 Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer. Pablo a los Gálatas 4,4 Desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso, cuyo nombre es santo. Lucas 1,48-49 Jesús, viendo a su madre y ¡unto a ella al discípulo que El amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Juan 19,26-27

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Si todos estamos llamados a ser santos, si todos deseamos ser unos apasionados de Cristo, miremos a María, la Madre de Jesús. Ella nos muestra el camino, un camino muy sencillo. Ningún rodeo. Una escucha silenciosa, una disponibilidad sin reservas. «He aquí a la sierva del Señor.» Este Señor se hace su hijo, su niño. Sigue sus pasos, guiada por la fe. No todo resulta fácil en el camino. Pero el Amor del que está poseída la lleva, la conduce... hasta el pie de la cruz. Es un Amor más fuerte que la muerte. Un Amor que resucita a su Hijo y a ella con El.

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CAMINOS TRAZADOS A TRAVÉS DE LOS SIGLOS

El Espíritu trabaja

En verdad, en verdad os digo que el que cree en mí, ése hará también las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas, porque yo voy al Padre. Juan 14,12

Os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuera, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré. Juan 16,7

Cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío: por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer. Juan 16,13-15 Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien yo doy el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro, va obrando mesuradamente su crecimiento en orden a su conformación en la caridad. Pablo a los Efesíos 4,15-16

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El Hijo de Dios, Hombre entre los hombres, vivió en un lugar determinado. Su presencia visible entre nosotros duró poco tiempo. Su manera de revelar, de manifestar y de comunicar al Amor del Padre y su modo de responder a él se encuadraba en el estilo de su época, de su país, de su raza. La Iglesia, su Cuerpo, en cada uno de sus miembros, prolonga, actualiza esa revelación y esa respuesta. La manera de hacerlo depende siempre de cada época, de cada país, de cada raza. Se trata de una invención continuada. Así lo ha querido el «Primogénito». Nos ha dejado su Espíritu para que prosigamos su obra, una obra marcada por el sello de Dios. El Espíritu trabaja en el mundo, desde su comienzo hasta el final de los tiempos. Su obra es de una incomparable riqueza. Los caminos para seguir a Jesús se han multiplicado, diversificado, en el correr de los siglos, como respuestas a las necesidades de cada época o frutos de la meditación prolongada sobre el misterio de la fe. La aparición de las diferentes formas de vida evangélica constituye toda una historia. Vamos a intentar hacernos una idea de esa historia fijándonos únicamente en los momentos más importantes para el tema que nos ocupa. Al propio tiempo destacaremos los rasgos más significativos de cada forma de vida. No se trata de dar definiciones, puesto que carecemos de competencia para ello. Menos aún de encerrar en un aro de rígidas limitaciones lo que debe permanecer dinámico. No tenemos derecho a ello. No obstante, algunos puntos de referencia nos han de permitir decir en qué cosas una vida religiosa apostólica no es una vida monástica, por qué la consagración secular es distinta de la consagración religiosa, como la «consagración de las vírgenes» manifiesta de manera original el misterio de la Alianza, significado, sin embargo, también todas las formas de consagración.

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En la Iglesia, todos... están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Tes 4,3). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos. Esta práctica de los consejos que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado tanto en privado como en una condición o estado aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe proporcionarle un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.

Vaticano II, «Lumen gentium», n. 39 El Concilio habla de la práctica de los 'Consejos evangélicos^, expresión que designa lo que a algunos se propone, sin imponerse por ello a todos a manera de «preceptos». Se cita la invitación de Jesús al ¡oven rico: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sigúeme» (Mt 19,21). Tradicionalmente se mantienen tres consejos: la castidad en el celibato, la pobreza voluntaria y la obediencia. Esta manera de presentar los valores evangélicos y las opciones a las que podemos estar invitados llevan a veces a pensar que dichas opciones, y sólo ellas, son las que nos introducen en la perfección... ¿No es preferible decir, con Santo Tomás, que «la perfección de la vida cristiana consiste en observar los preceptos», teniendo presente que aquel del que todos los demás se derivan es el de la Caridad, el del Amor, pudiendo llevarnos esto muy lejos?

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Al servicio de la misión Si el Espíritu trabaja en el mundo, si a él se debe la existencia de la Iglesia, es para que todo hombre llegue un día al conocimiento de la Buena Nueva. Cualquiera que sea el estado de vida o el ministerio al que está llamado a ejercer, todo cristiano coopera a esa misión. Evidentemente, lo hará cuanto más contribuya a la santidad de la Iglesia. Para realizarlo no se necesita más consagración que la del bautismo ni ningún otro don distinto al del Espíritu recibido el día de la Confirmación. A veces esta responsabilidad común a todos adquiere un relieve particular, cuando ciertos seglares «son llamados por el obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto» (Lumen gentium, número 41). Sin consagración especial, «los seglares cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos, sobre todo si, llamados por Dios, son incorporados por los obispos a esta obra» (Ad gentes, número 41). Ponerse así al servicio de la misión como respuesta al llamamiento del obispo supone un género de vida profundamente inspirado en el Evangelio. Si se elige el celibato al mismo tiempo que se compromete uno en tal servicio, esos servidores del Evangelio en nada se distinguen de aquellos otros cristianos que por vocación se dedican al mismo apostolado. Simplemente, el llamamiento del obispo convierte a esas personas en auxiliares del apostolado. Por otra parte, todo compromiso al servicio de la misión, sea por ejercicio de un ministerio ordenado o simplemente por la lógica de la gracia bautismal, lleva consigo el fortalecimiento de la vida cristiana en los consagrados a tal tarea. Pensemos en los sacerdotes, en los misioneros seglares y en tantos «cristianos comprometidos» que viven intensamente el Evangelio por el camino de la Misión. No lo olvidemos en el momento en que vamos a iniciar un reconocimiento para descubrir los caminos elegidos por algunos, que han adoptado una forma peculiar de vida evangélica.

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La corriente monástica Una de las tareas más delicadas en la vida de los monjes... consiste en compaginar armoniosamente la presencia en el mundo con el desprendimiento del mundo, siemdo ambas cosas necesarias para desempeñar el papel de signo del Reino que tanto la Iglesia como el propio mundo esperan de ellos. Pablo VI «Mirad esa ventana —dice Tchouang Tsen—, no es más que un hueco en el muro, pero gracias a ese hueco la habitación está llena de luz... El monje es precisamente ese hueco en el muro a través del cual pasa la luz increada del Señor. Vaciando totalmente su corazón y dejando únicamente en él la oración, se convierte en una ventana para la Iglesia y para el mundo. El monje es quien se mantiene en oración continuamente ante Dios, quien se identifica tan de lleno con el acto de oración, que se convierte personalmente en una llama viva de oración. Un archimandrita de la Iglesia oriental

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La vida monástica es una forma de vida evangélica bastante tipificada y, sin embargo, muy diversificada. Con frecuencia se la designa con la expresión de «vida religiosa contemplativa». Es exacta, pero sin que suponga reservar esa dimensión contemplativa de la vida cristiana exclusivamente a los monjes y religiosas de clausura. Por otra parte, la expresión de «vida contemplativa» no puede abarcar, por sí misma, la diversidad de sus formas. La contemplación en la vida benedictina no es la misma que en la vida carmelitana: son distintos los caminos de búsqueda y de acercamiento a Dios. Además, habría que matizar mucho en el empleo del vocabulario monástico. Cuando se habla de monaquismo no se incluyen todas las realidades de la vida monástica. Algunas comunidades fundadas posteriormente adoptaron el estilo de vida monástica, porque en aquella época no existía otra forma que conviniera a su vocación contemplativa. Se hallan dentro de la corriente monástica, pero, al aparecer en otro contexto, muestran una fisonomía muy diferente. Sin embargo, teniendo en cuenta esta complejidad, podemos esbozar un breve estudio histórico y destacar algunos rasgos característicos de esta forma de vida evangélica.

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El monaquisino Eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles munión, en la fracción del pan y en la oración.

en la co-

y todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común. Diariamente acudían unánimemente al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios...

Hechos 2,42-47 Y si repartiere

toda mi hacienda y entregare

mi cuerpo

al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovechaPablo a los Corintios, I, 13,3

MONJE, MONACAL, MONÁSTICO, MONAQUISMO... De la palabra griega «monos»: «solo» o también «uno», «unificado». El monje es aquel que consagra su vida a la búsqueda únicamente de Dios; para él, trabajo, oración, vida fraterna... todo queda unificado dentro de ese único objetivo.

Desde los primeros años del cristianismo hubo personas que se consagraron de modo especial a la oración y al servicio fraterno: vírgenes, ascetas, viudas. Vivían solas o en pequeños grupos. Permanecían muy ligadas a la vida de la comunidad cristiana cuyos rasgos principales evocan los Hechos de los Apóstoles. Para ellas era simplemente ejercer un carisma especial en el seno de aquella comunidad, teniendo siempre presente, por lo demás, que el único carisma que da valor a todos los demás era el de la caridad, el del servicio de la comunidad fraternal. Por otra parte, algunos discípulos optaban por «abandonar el mundo» para vivir en el desierto de modo muy austero. ¿Razón de tal decisión? LA BÚSQUEDA DE DIOS

Durante los tres primeros siglos, la Iglesia no tenía existencia legal. No era fácil hacerse cristiano. Convertirse a Cristo era poner todas las esperanzas de su vida en Dios, arriesgar su situación, renunciar a muchas ventajas y muchas veces exponerse a la persecución. No era cómodo vivir el Evangelio; esto no impedía que ya en la Iglesia de aquella época hubiera muchas tensiones. La fe se vivía con apasionamiento... El número de fieles era reducido. La Iglesia, por su parte, era muy exigente en la admisión de los catecúmenos. El compromiso de vida cristiana era muy igualable al que hoy toman los que se consagran totalmente al servicio de Dios.

CENOBITA

De la palabra griega «koinos»: «común». El cenobita es un monje que vive en comunidad; así, los benedictinos. Los cistercienses dan aún mayor importancia a esa vida comunitaria. ERMITAÑO

El año 313, el emperador Constantino, tras su conversión, reconoce legalmente a la Iglesia que goza de numerosas ventajas. Se multiplican las conversiones. Pero a expensas del fervor. En este nuevo contexto se va a acentuar la corriente monástica, como consecuencia de aquellos que se habían retirado al desierto con objeto de consagrarse de lleno a la búsqueda de Dios mediante un cumplimiento radical de los mandamientos del Señor.

De la palabra griega «eremos»: «desierto». El ermitaño es un monje que vive solo, apartado, bien d e modo definitivo, bien temporal.

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Muchos restos de abadías, algunas de una amplitud impresionante, nos permiten entrever el desarrollo del monaquismo en la Edad Media. Como toda realidad viva, pasó por diversas reformas, especialmente la del siglo XII, con Roberto de Molesmes y Bernardo de Claraval, que dio origen a la Orden del Císter, los cistercienses.

TRAPENSES Esta palabra designa a ciertos monjes cistercienses, a partir de una reforma hecha durante el siglo XVII en la Abadía de la Gran Trapa, en Normandía (Francia), por el abad Raneé. Expresión no demasiado usada en nuestros días.

¿Y LOS CARTUJOS? Los cartujos son ermitaños; pero, al vivir en un monasterio con determinados actos comunitarios, llevan a cabo de manera original lo que se ha llamado «una comunión de solitarios por Dios». Su fundador fue Bruno. Rehusó ser obispo de Reims, optando por la vida eremítica a la edad de cincuenta años. En 1084 el ¡oven obispo de Grenoble, el futuro San Hugo, le propuso el inhóspito valle de Chartreuse, en el que comenzó una vida de soledad y penitencia con cuatro clérigos y dos laicos. Algunos años más tarde, el Papa Urbano II aprobaba su forma de vida. Veinte años después de la muerte de Bruno, Guigues, su quinto sucesor, escribió las Costumbres, que fueron la base de la Regla de los Cartujos.

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Algunos fundadores del monaquismo ANTONIO (251-356) en Egipto. Lo abandona todo para llevar en el desierto una vida solitaria durante veinte años. Poco después se le adhieren discípulos y «el desierto se puebla de celdas». Cada ermitaño vive solo, pero el sábado y el domingo se reúnen para la celebración de la eucaristía. El monaquismo cristiano, en sus comienzos, no es más que eso: unos hombres que viven solos o con un compañero, con frecuencia un monje joven junto con un anciano, el abba (el «padre»), próximos unos a otros, en los desiertos de Egipto, Palestina o Siria. PACOMIO (290-346) inaugura una nueva forma de monaquismo: instaura una vida comunitaria, la vida cenobítica. Inaugura una regla. BASILIO EL GRANDE (329-379). Obispo en Grecia, marca profundamente el monaquismo de la Iglesia de Oriente. Se trata también de una vida comunitaria, pero con una regla diferente. Orfelinato, hospital y taller para pobres sin empleo son otras tantas obras de caridad que corren a cargo de las comunidades. MARTIN (316-397), junto con Hilario de Poitiers, funda en Francia, en Ligugé, el primer monasterio de Occidente. Cuando los habitantes de Tours le reclaman como obispo, acepta, pero sin abandonar realmente la vida monástica. Con BENITO (480-547), oriundo de Nursia, el monaquismo occidental adquiere su definitiva fisonomía. Fundador de la Abadía de Montecasino, en Italia, se impone sobre todo por el valor de una Regla que ha supuesto una riqueza para el patrimonio de la Iglesia. Personalmente, san Benito no es más que un padre del monaquismo entre varios otros. Por otra parte, su monasterio fue destruido poco después de su muerte y permaneció en ruinas durante ciento cincuenta años. Pero la REGLA DE SAN BENITO se afianza por sí misma y el monaquismo benedictino conoce una fuerte expansión, especialmente en Europa, favorecida por el espíritu misionero, muy vivo en las comunidades benedictinas ya desde sus orígenes. Así es como se extienden el cristianismo y la cultura, sobre todo desde el siglo vn al xn, «con la cruz, el libro y el arado». Se fundan al mismo tiempo, según esta misma regla, abadías femeninas, situadas con frecuencia a cierta distancia de las de los monjes. El mismo san Benito conoció a su hermana santa Escolástica vivir, como él, la vida monástica.

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Ser monje, ser monja de clausura

Que todo sea común para todos. Que se prevengan honradamente unos a otros. Que se soporten mutuamente, con extrema paciencia, sus enfermedades, tanto físicas como morales. Que se obedezcan a porfía unos a otros. Que nadie busque lo que cree serle útil a él, sino más bien lo que es útil para los demás. Que se den sin subterfugio el tributo de la caridad fraterna. Que no tengan celos, ni cedan a la envidia, ni a la contestación. Que respeten a los ancianos y amen a los jóvenes. Que amen a su Abad con caridad humilde y sincera. Que todos sean invitados a aconsejar, porque muchas veces la mejor decisión se la revela el Señor al más joven. Que los hermanos den su parecer con toda sumisión de humildad, sin defender con acritud su punto de vista. Que los hermanos se sirvan mutuamente. Regla de San Benito, cap. 72

La comunidad vive en un clima de silencio y de separación del mundo, que favorece y expresa su apertura a Dios mediante la contemplación, a ejemplo de María, que conservaba todas las cosas y las meditaba en su corazón. (Declaración sobre la vida cisterciense)

Ser monje no es exclusivo de los cristianos. El monaquismo se encuentra ya en civilizaciones anteriores al cristianismo. Es un hecho religioso universal. El budismo y el induismo conocen la vida monástica. Pero cuando un monje está poseído por el amor de Cristo, algo le marca profundamente su vida monástica. No todos los «contemplativos» provienen del monaquismo, aunque corrientemente se hable a este respecto de monjes y monjas de clausura. Además, entre los monjes y monjas de clausura que reclaman un origen monástico no todos son miembros de las familias benedictinas y cistercienses. Pensemos en la tradición oriental, sobre todo en la herencia de san Basilio. Aun dentro de la vida monástica, son numerosos los caminos... Dicho esto, vamos a destacar algunos rasgos comunes. Si llamáis a la puerta de una abadía benedictina o cisterciense, masculina o femenina, inmediatamente advertiréis como característica de su vocación la hospitalidad. Si formuláis algunas preguntas sobre su género de vida, os hablarán sobre todo de la oración, del trabajo y de la vida fraterna. — La oración. El oficio litúrgico celebrado en común y la lectura de la Palabra de Dios o de textos tradicionales de la Iglesia alimentan la vida de unión con Dios, que es lo que estos hombres y mujeres han venido a buscar en la clausura del monasterjo. La vida de los monjes es la oración. — El trabajo. Una comunidad monástica trabaja para vivir. Los trabajos manuales o intelectuales, muy variados por cierto, no suponen una distracción de la contemplación, que constituye el objetivo de la vida monástica. De este modo, toda la vida de los monjes, tanto a través del trabajo como de la oración, es una búsqueda de Dios. — La vida fraterna. La vida en comunidad es el marco de esa vida fraternal. El silencio la hace más profunda. También la estabilidad. No se pasa de monasterio en monasterio. Salvo excepción, por razones de salud o de mejor equilibrio, o por servicio de la Orden, 81

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uno se compromete en la vida monástica a vivir hasta el final en el monasterio escogido el primer día. Es importante para la calidad de la vida fraterna. ESTABILIDAD

Por otra parte, en la vida monástica es particularmente importante el lugar que ocupa el responsable de la comunidad. Juega un papel en la vida de cada uno de los monjes, el papel de un padre y de un representante de Cristo. Por mediación del abad, se dirige al Señor la obediencia del monje. Lo dicho sobre la importancia del abad, hay que afirmarlo —salvadas las diferencias oportunas— de la abadesa, de la priora o de la superiora, teniendo siempre en cuenta las diversas espiritualidades. La motivación profunda que anima, en definitiva, la vida de los monjes y de las monjas de clausura se resume en pocas palabras: «buscar a Dios», «dedicarse únicamente a Dios». Estas expresiones reflejan lo esencial de la vida monástica: una ocupación totalmente centrada en el Señor. Ese es el manantial de su dinamismo misionero.

Durar día tras día. Amar día tras día. Echar sus raíces en ese lugar adonde uno ha venido hace un año, diez años, treinta años, sesenta años. Dar fruto por la perseverancia. No cansarse de maravillarse. Dar testimonio del poder de la fidelidad. Y todo para tu Gloria. Que mi debilidad resista en tu servicio. Guillermo de Saint Thierry

La manera que tiene el monje de servir al mundo: no es, ante todo, por obras exteriores de caridad o por su erudición, ni por la hospitalidad o incluso por sus consejos espirituales, sino por el trabajo interior de la oración. El amor de un monje se expresa, más que nada, por su oración: su oración es su amor. Un archimandrita de la Iglesia oriental

Monjes y monjas de clausura son apóstoles. Es un rasgo esencial de la vida monástica. Lo son por su misma existencia, por su manera de vivir. Es un signo que sirve de interrogante y desafío, y que nos recuerda permanentemente dónde están las verdaderas fuentes de la Vida. Por su manera radical de entregar su vida á Dios, son testigos particularmente significativos de una profunda convicción: Dios es Todo. Y lo manifiestan apasionadamente. Atribuyendo esta intuición a san Bernardo, alguien decía: «los monjes y las religiosas de clausura son personas atraídas por un profundo deseo de oración y que saben hacer los sacrificios necesarios por lo que es la quintaesencia del Evangelio: la caridad». Estas convicciones las comparten prioritariamente con todas las personas que llegan a tener un trato con ellos, en una visita o en su hospedería. Si viven separados del mundo, en modo alguno se encuentran desvinculados. Lo que vienen a buscar en los monasterios sus moradores ya no es tanto el refugio y el asilo, como en otras épocas, sino a Dios. 83

Existen hoy en el mundo, como discípulos de San Benito, unos 12.000 benedictinos y 5.000 cistercienses, que viven en un millar de monasterios, grandes o pequeños. Las monjas de clausura y hermanas son más numerosas, unas 15.000 benedictinas y 6.000 cistercienses. Los monasterios, en su mayoría, están reagrupados en federaciones o congregaciones que aseguran apoyo, intercambio de servicios, control, y asumen ciertas actividades comunes al grupo. Existen así dieciocho congregaciones benedictinas, unas veinte de monjas de clausura y dos órdenes cistercienses, extendidas por todo el mundo. Confinada como estaba en Europa y en las regiones de civilización europea, la vida benedictina se ha extendido por el mundo entero desde hace cincuenta años, debido en gran parte a la influencia de los monasterios franceses que fundaron numerosas casas en África y en Asia. El proyecto de vida benedictina dio prueba de este modo de su flexibilidad y de su poder de adaptación; está naciendo en África y en Asia una vida benedictina. Esta importante corriente monástica no debe, sin embargo, hacernos olvidar todo el dinamismo del monaquismo oriental.

Sienten la necesidad de experimentar esa certeza de que «todos absolutamente somos objeto del inmenso amor de Dios...». «Reaccionan vivamente cuando advierten que ese Dios, que tanto necesitan, tiene también mucha más necesidad de ellos: cuenta con ellos para su alegría.» El monje que así habla no duda en afirmar: «A veces comprenden mejor que nosotros el valor apostólico de nuestra vida y a ello nos alientan. Ni se les ocurre siquiera cambiarnos para otras tareas: ¡sería matar la gallina de los huevos de oro!» El mundo tiene necesidad de la vida monástica.

El monaquismo benedictino se desarrolló a través de los siglos bajo muy variadas formas. Como quiera que no se opone a lo esencial de la vida monástica tal cual la describe la Regla de San Benito, esa diversidad manifiesta más bien la vitalidad de la Regla y la riqueza multiforme de su doctrina. (Congreso de Abades)

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Con toda la fuerza de tu fe, tienes en tus brazos de pobre el tesoro oculto en el campo del mundo y del corazón humano. Te considero como una auxiliar del mismo Dios, como el apoyo y el consuelo de los miembros abatidos de su cuerpo. Clara de Asís (Cartas)

La contemplación no depende de nuestra elección; es un don del Señor. Haced lo que esté en vuestras manos; disponeos para la contemplación, no dejará de concederos ese don si realmente tenéis desprendimiento y humildad. Teresa de Avila, «Camino de perfección»

Caminad en la presencia del Señor en el Espíritu de una santa y absoluta libertad. Juan de Chanta!

— Clara (1193-1253), de Asís, en Italia, fundadora de las Clarisas junto con Francisco de Asís. — La primera fundación de Domingo en Prouilhe, en Languedoc, fue la de una comunidad de hermanas. Se habla de ella a partir de 1206. En 1211 existe un monasterio. — Teresa (1515-1582), de Avila, en España, reformadora del Carmelo con Juan de la Cruz. — Juana de Chantal (1572-1641), fundadora, con Francisco de Sales, de la Orden de la Visitación en Annecy, en Saboya.

Clarisas, dominicas, carmelitas, salesas... En el siglo x m , la corriente monástica emprende un nuevo vuelo. Domingo y Francisco, de quienes luego hablaremos para conocer cómo y por qué crearon una nueva forma de vida evangélica, aparecen también en los orígenes de dos Ordenes femeninas: las clarisas, cuyo nombre viene de Clara, y las dominicas . Mientras sus hermanos se organizan en comunidades itinerantes para dar respuesta a las necesidades de la misión, las hermanas encuentran en el marco de la vida monástica la manera de responder a su vocación contemplativa. Pero optan por formas más flexibles que las poderosas estructuras del monaquismo medieval. Entre ellas, la vida fraterna adquiere otro cariz; las comunidades son menos numerosas. Una forma de pobreza, no sólo personal, sino también colectiva, les acerca al espíritu de sus hermanos «medicantes». En el siglo xvi, Teresa de Avila, apoyada por Juan de la Cruz, reforma el Carmelo y funda numerosos monasterios, instalados en la pobreza y en modestas dimensiones. Citando a Clara de Asis, dice Teresa: «Fuertes murallas son las de la pobreza.» Ella deseaba ver sus monasterios rodeados de esas murallas y de las de la humildad... Posteriormente, Juana de Chantal y Francisco de Sales fundan la Visitación, que adopta prácticamente una forma de vida monástica análoga.

Estas familias relgiosas y todas las comunidades que, como ellas, reclaman el carácter de su vida monástica, corresponden en lo esencial al perfil de los monjes y religiosas de clausura descrito anteriormente. 86

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Que el Señor esté siempre con vosotras y que podáis también vosotras estar siempre con él. Bendición de Clara

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Unas insistirán más en la búsqueda de una contemplación cada vez más despojada, siguiendo caminos más metódicos. Otras desarrollan esa unión con Dios haciendo hincapié en el trabajo y la pobreza. Para unas, la Palabra de Dios y su estudio será el camino de acceso preferido para la intimidad con Dios. Para otras, la dulzura y la humildad en la vida fraterna. Muchas insistirán en el lugar que ocupa María en la oración y en la vida. Pero para todos, monjes y religiosas de clausura, la oración, el trabajo y la vida fraterna son los tres pilares sobre los que se afirma su vida contemplativa de forma «unificada»

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Los institutos de vida contemplativa

A la luz de la Palabra de Dios recibida en silencio o compartida, ellas se ayudan a reconocer la acción del Espíritu de Jesús en la creación y en la historia, en su vida cotidiana y en la de sus hermanos. En su vida introducida entre los hombres, tratan de descubrir los caminos del silencio interior que abre a Dios y a los hombres. Una regla de vida Insertas en una comunidad humana, parroquial o diocesana, estamos atentas al medio social que nos rodea y deseamos compartir con todos la búsqueda de Dios. Nuestro deseo de compartir nos abre a una amplia acogida; sin embargo, somos comunidades de oración que acogen y no comunidades de acogida que oran. Una regla de vida Como José y María, cerca de Jesús: todas las avenidas estaban abiertas para llegar hasta él; ellos, por su parte, únicamente estaban allí para guardarle, amarle, servirle. Una fundadora La constante fundamental de vuestra oración es la escucha. Buscar de tal modo el rostro de Dios que el oído del corazón, la escucha, se apoye tanto en su palabra tal como nos la presenta la Biblia, la liturgia, como en esa palabra cuando arraiga en el corazón de las situaciones, de los acontecimientos y sobre todo de las personas. Un teólogo Los primeros institutos de vida contemplativa se fundaron en la segunda mitad del siglo XIX y en el curso del siglo XX.

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Acabamos de hablar de la contemplación. Antes de proseguir nuestro recorrido histórico conviene presentar los institutos y congregaciones cuyos miembros están dedicados a la contemplación, sin estar por ello separados del mundo de la manera en que lo están los monjes y religiosas de clausura. La prioridad dada a la vida contemplativa no implica necesariamente la clausura monástica. Los grandes ejes de esta forma de vida religiosa son vivir en comunidad fraterna, centrar esta vida en la oración contemplativa y compartir la oración con sus compañeros. Se escucha largamente la Palabra de Dios, se la medita en la Escritura; pero esta Palabra adquiere nuevos acentos cuando se la descifra en el corazón de los hombres. Lo que parece profano también es lugar de encuentro con el Señor. Para ser «hombres de oración permanente» y descubrir así el rostro oculto del Señor hay que educar su visión de fe, mostrarse atentos a las realidades humanas, sobrepasándolas siempre. Viviendo entre los hombres, hay que dedicar mucho tiempo a Dios, solo o en comunidad, saber vigilar mediante la oración, desear cierta ascesis y cierto retiro del mundo, de una manera distinta a la monástica. Es otra la gracia, otro el don recibido. Contemplar en el mundo lo que no es del mundo, para que ese mundo descubra la presencia del Señor. Es una contemplación profundamente apostólica, una participación en la misión de la Iglesia. Esta participación puede también hacerse más «activa» en el marco de un servicio pastoral. Pero lo más frecuente es que la presencia misionera se viva dentro de un trabajo profesional de tiempo limitado o según otras formas de presencia en la vida de los hombres.

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La corriente de los «canónigos» En el momento que tomaba forma el monaquismo con los primeros Padres del desierto en Oriente y Martín de Tours en Occidente, nos encontramos en África del Norte con la fuerte personalidad de Agustín (345-430), obispo de Hi pona. Su experiencia de vida comunitaria apostólica da lugar a la «REGLA DE SAN AGUSTÍN», cuya influencia será decisiva para la «corriente de los canónigos» y en la que se inspirarán más tarde muchas congregaciones de vida apostólica.

En los siglos xi y xn aparecen las principales manifestaciones de lo que la historia llama «corriente de los canónigos», con la aparición de una nueva forma de vida evangélica: las comunidades de los «canónigos regulares». ¿En qué consistía? Para entenderlo bien, hemos de recordar la distinción fundamental hecha anteriormente entre lo que depende del orden de los ministerios y servicios que estructuran la Iglesia y las múltiples maneras de vivir el Evangelio que inventaron los cristianos para intensificar el dinamismo espiritual que anima esa misma Iglesia. Distinción, pero no separación. La originalidad de la forma de vida evangélica de los canónigos está en ofrecer una «vida religiosa» a clérigos con cargo pastoral. Ya desde los primeros siglos aparecen en las Iglesias locales tales formas de vida evangélica, buscadas por los mismos clérigos. Muchas veces se trata del colegio presbiteral junto con el obispo. Las iniciativas se orientan hacia la vida en comunidad, el desprendimiento de bienes, la obediencia: todo esto se propone a los miembros del clero diocesano. San Agustín es el testigo más conocido de esta orientación. Esta corriente de vida evangélica de los canónigos se desarrolla paralelamente a la vida monástica, pero sin llegar a tener nunca la misma importancia. Llegó un momento en que los «cabildos» tuvieron que procurarse los medios de una renovación de vida evangélica, de una conversión al Evangelio del que eran ministros. Algunos canónigos optaron por una vida de comunidad con su obispo y por procurarse una regla de vida. Fueron los «canónigos regulares». La «corriente de los canónigos» tomaba forma. Pero la expresión poco a poco se fue aplicando a otras realidades distintas de esas comunidades de sacerdotes reunidas en torno a su obispo, «cabildos» propiamente dichos.

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CABILDO En una diócesis, el «Cabildo» está formado por algunos sacerdotes, llamados «canónigos», encargados de asumir en la Iglesia catedral una misión de alabanza y de intercesión mediante la oración litúrgica.

CANÓNIGO Etimológicamente viene de la palabra «canon», de un término griego que significa «regla» o también «registro». Los canónigos eran los sacerdotes inscritos en el registro... La «corriente de los canónigos» tuvo como punto de referencia, sobre todo, a los propios canónigos.

CANÓNIGO REGULAR Esta expresión parece ser una tautología. Designa a los canónigos que se han entregado a una regla de vida. En el mismo sentido se habla de clero regular respecto de los religiosos-sacerdotes, cosa distinta a los sacerdotes del clero secular.

En el transcurso del siglo xi algunos cabildos se reformaron adoptando elementos de la vida monástica. A finales del siglo xi y comienzos del xn llegaron a constituirse auténticas abadías de canónigos regulares, bastante parecidas a las de los monjes, pero cuya característica era ejercer un ministerio pastoral, especialmente el de la predicación. Tales fueron la abadía de san Víctor, en París, y la abadía de Arrouaise, en la diócesis de Arras. Se inspiraron en la regla de san Agustín y en algunos elementos de la del Císter (cistercienses). Al mismo tiempo tuvo lugar la constitución de verdaderas Ordenes, entre las cuales la más conocida es la de los premonstratenses, fundada por Norberto en 1120. Celebración del oficio en coro, de día y de noche, trabajo manual e intelectual, silencio, regla de vida, en suma, bastante rigurosa, estructuran una vida en comunidad según el espíritu de los primeros cristianos, y cuyos miembros ejercen un ministerio pastoral. Tales son los rasgos principales de este tipo de vida religiosa de los canónigos.

Cuando estaba entre vosotros, muchas veces, bien personalmente, bien por medios de nuestros hermanos, os hemos advertido que llevéis la vida común y regular según el privilegio que nuestros predecesores, San León y Víctor, concedieron a vuestra misma Iglesia a petición de sus canónigos. En consecuencia, en nombre de una sincera obediencia, os hago saber que llevéis la vida común, como la instituyó el papa León para vuestra Iglesia, y según la entiende la Iglesia romana, es decir, que se empleen todos los bienes para utilidad común y que comunes sean sus usos. Gregorio Vil a los canónigos de Lucques en 1078

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Las órdenes mendicantes: dominicos, franciscanos, carmelitas Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros y los encargó que no tomasen para el camino nada más que un bastón... Predicaron que se arrepintiesen. Marcos 6,7-8 y 12 Ve, Francisco, remedia los males de mi Iglesia que, como ves, está cayendo en ruinas. Llamamiento de Francisco en San Damián Ve con seguridad, porque el Señor estará contigo y pondrá en tus labios las

palabras que debes predicar. Envío a misión de los hermanos de Domingo A ningún hermano se le dará el título de Prior, sino a todos indistintamente el de hermano menor. Se lavarán los pies mutuamente. Primera Regla de Francisco Adquirir un pleno conocimiento de la Sagrada Escritura, penetrar en el meollo de las palabras divinas, aprender las audacias de ia santa predicación. Una manera de orar según Domingo

La familia de los «Hermanos menores» está dividida en tres ramas: los franciscanos, los capuchinos y los conventuales.

Ya hemos hablado de Domingo y de Francisco al referirnos a sus hermanas contemplativas; igualmente de la corriente carmelitana, al hacer mención de Teresa de Avila. Volvemos a hablar aquí de Domingo y de Francisco para ver cómo, gracias a su iniciativa, se instauró en la Iglesia una nueva forma de vida evangélica, que adoptaron, por su lado, los carmelitas. Testigos de la evolución de la sociedad de los siglos x n y x m y preocupados por la situación de la cristiandad, trazaron nuevos caminos para seguir a Jesucristo y anunciar la Buena Nueva a los hombres de su tiempo.

Los grandes pueblos y ciudades se desarrollan. En la base de su progreso está una fuerte expansión económica y comercial. Surgen universidades en diversos sitios, llegando a veces a ser importantes centros culturales e intelectuales. Al mismo tiempo, en ciertas regiones se bate en brecha a la ortodoxia cristiana. DOMINGO (1170-1221), oriundo de Castilla (España), sacerdote y «canónigo regular», reúne a un grupo de hermanos para proclamar apasionadamente la verdad del Evangelio a sus contemporáneos. En Languedoc, en el Mediodía de Francia, pone las bases de su Orden, que será reconocida oficialmente en 1215. La Iglesia veía en ellos a unos hombres capaces de asegurar la empresa apostólica de la predicación, expresión de una intensa contemplación y fruto de serias reflexiones teológicas. FRANCISCO (1182-1226), originario de Asís, en Italia, también se siente llamado a reconstruir la Iglesia. Junto con unos hermanos —se convertirán en la Orden de los Hermanos Menores—, desafía con el ejemplo y la palabra a un mundo mercantil dominado por el dinero. Para ellos, la regla de vida consiste simplemente (!) en observar el Evangelio de Jesucristo mediante la obediencia, sin poseer nada como propio y viviendo la castidad en el celibato. Para asegurar tales objetivos, no conviene la estabilidad. Por eso instauran una nueva forma de comunidad: las fraternidades itinerantes.

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En tierras de Egipto, Francisco se encuentra con el sultán. El pobrecito se adelanta, solo, en nombre de Jesucristo, hacia sus hermanos del Islam. En un mundo de cruzados, motivados en su mayoría por la aventura, la conquista de un territorio y las riquezas, y todo mediante las armas, Francisco se presenta al Sultán con las manos vacías, con la única riqueza del amor de Dios. El Sultán le pregunta por la razón de sus pasos y quién le envía. Responde especificando que es cristiano y no cruzado: «No es un hombre quien me envía, sino Dios que me delega ante ti.» Y Francisco no será más que el trovador del amor de Dios ante el sultán. Un cronista del tiempo de Francisco

En nuestra vida, comunión fraterna y misión están inseparablemente vinculadas. Dios, en efecto, nos envía a todas conjuntamente. Nuestras comunidades están llamadas a buscar apasionadamente a los signos de la presencia de Dios entre los hombres... En todos los sectores del mundo en que estamos presentes, tenemos la misión de dar testimonio de la esperanza, atentas a todo lo que supone una promesa de futuro. Portadoras de la misericordiosa ternura de nuestro Dios, muchas veces la recibimos de aquellos incluso a quienes íbamos a llevarla. Y nuestra alabanza sube hacia Dios por los innumerables reflejos de su bondad en el mundo de los hombres.

Se les llamada «mendicantes» porque tienen el «privilegio» de no poseer ni rentas fijas ni propiedades. Quieren dar a su vida en fraternidad el sentido de un anuncio directo del mensaje evangélico. Los hermanos son «enviados». Son apóstoles. Muy pronto se les ve surcar diversos países. Atentos a las corrientes que marcan la sociedad de su tiempo, desean estar presentes en ella para anunciar el Evangelio. La fratenidad y la movilidad para la misión imprimen una fisonomía propia a estas formas de vida religiosa. También es orden mendicante la de los CARMELITAS. Según la tradición, sus orígenes, como ocurre con sus hermanas, las carmelitas, se remontan al profeta Elias. Más directamente, son los herederos de los ermitaños de Palestina. Al quedar en una situación precaria su presencia en Oriente Próximo, por razón de las incursiones sarracenas, algunos hermanos, originarios de Occidente, vuelven a su país. Renuncian a su vida estrictamente eremítica y se procuran una regla inspirada en la de las Ordenes mendicantes, regla aprobada en 1247. Las intuiciones de Domingo y de Francisco fueron motivo de inspiración para cierto número de congregaciones femeninas de vida apostólica, de las que luego hablaremos. Estas no solamente mantuvieron la espiritualidad de dichos fundadores, sino también la concepción de la vida comunitaria para el servicio de la misión.

Una hermana dominica

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La Compañía de Jesús

Puesto que el Señor, pensábamos, se había dignado, en su clemencia y bondad paternal, unirnos en un grupo, siendo pobres hombres procedentes de diversos países de costumbres tan diferentes, no debíamos romper la unidad de tal grupo, obra de Dios, sino más bien seguir fortaleciéndola y estabilizándola formando un solo cuerpo. Deliberación de los primeros Padres

Ser enviado entre los fieles o infieles a cualquier lugar que el Vicario de Cristo juzgue útil para mayor gloria divina y mayor bien de las almas. Constituciones

Presentes en las encrucijadas de las ideologías y en el corazón de las aspiraciones más ardientes de los hombres y del mensaje permanente del Evangelio... Pablo VI a la 32 Congregación general, 1974

Hemos de «contemplar» nuestro mundo como San Ignacio contemplaba el de su tiempo, a fin de ser apresados de nuevo por el llamamiento de Cristo, que muere y resucita en medio de las miserias y las aspiraciones de los hombres. Congregación general de 1974

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Siglo xvi. Ignacio de Loyola (1491-1556), de la nobleza española, sufre una profunda transformación debida a la experiencia de un encuentro personal con su Creador y Señor. Desde ese momento, un solo interrogante se presenta a su vista: ¿Qué hacer por El? Se compromete a seguirle, jugándoselo todo, para «salvar las almas». Aprende progresivamente a discernir la voluntad de Dios, a través de los diversos movimientos interiores que le agitan. Es una auténtica experiencia espiritual, pero muy estrechamente ligada a los acontecimientos. De lo que está seguro es de estar llamado a «ayudar a las almas». Pero ¿cómo? ¿Qué hacer para lograr que los demás se aprovechen de la experiencia de que ha sido beneficiario y que ha dejado consignada por escrito? Haciéndose estas preguntas, frecuenta las universidades de Salamanca y París; esto le permite captar mejor el lenguaje y la cultura de la Iglesia y de la cultura de su tiempo. Algunos hombres, estudiantes como él, acuden a compartir su proyecto apostólico. Juntos se comprometen mediante voto a vivir la castidad en el celibato y la pobreza evangélica. ¿Y la obediencia? Deseosos de «ayudar a las almas», procurando siempre una mayor gloria a Dios, deciden ponerse a disposición del Papa: ¿no sabe él mejor que nadie dónde podrán ser más útiles? Pero ¿es suficiente esta obediencia al Papa? Una vez decididos a comprometerse juntos para la misión, ¿debían formar una Orden basada en la obediencia? Tras largas deliberaciones, se deciden por común acuerdo a hacer el voto de «obediencia a uno de ellos». La Compañía de Jesús es un cuerpo apostólico muy fuertemente soldado por esta doble obediencia, orientada por completo a la misión. Para los jesuítas, la comunidad no es, ante todo, vida en común, sino camaradería en la vida apostólica, solidaridad y fraternidad para una misión conjuntamente recibida y discernida. No existe oficio coral ni «capítulo». El «gobierno» se confía principalmente al que lleva el cargo de «Prepósito» y a los por él designados en función de la acción apostólica a realizar. En todas las cosas, lo esencial es estar libre para la misión. 101

La «vida religiosa apostólica»

•VIDA APOSTÓLICA» Si buscamos en la Escritura el fundamento evangélico de esta vida apostólica en comunidad religiosa, fijémonos en los Apóstoles. Antes de ser consagrados como ministros privilegiados de la fundación de la Iglesia eran discípulos de Jesús, estaban reunidos en torno a El, caminaban tras sus huellas: •Subió a un monte, y llamando a los que quiso, vinieron a El, y designó a doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar." Marcos 3,13-14

Para seguir la atracción de Dios, se propone erigir entre las jóvenes un colegio apostólico, a imitación del establecido por nuestro Señor. Su devoción es honrar esta primera comunidad de la Iglesia, la del Salvador y los Apóstoles, en su número y en sus ocupaciones. Toma la resolución, asistida por la gracia, de fundar una pequeña sociedad compuesta solamente por doce jóvenes, sin incluir a la superiora, para honrar el colegio de los Santos Apóstoles y para imitar su estilo de vida.

Relación de una fundación en sus anteproyectos (hacia 1640)

Ni los carmelitas, ni los dominicos, ni los franciscanos se han congregado para la evangelización. Los jesuitas son unos compañeros consagrados a la misión. Unos y otros son religiosos de «vida apostólica». Si, no obstante, abrimos un nuevo capítulo dentro de dicho título, lo hacemos para presentar a las innumerables congregaciones e institutos fundados, la mayoría durante los diez últimos siglos, para la tarea del apostolado. En su caso, se habla también de «vida religiosa activa». Sería interesante visualizar con trazos de diferentes colores la aparición, en el correr de los siglos, de las diversas formas de «vida consagrada» y los dinamismos espirituales que las suscitaron. Se parecería a un «arco iris» cuyos colores aparecerían progresivamente destacando la inagotable riqueza de la luz del sol que es el Evangelio. Ya las páginas precedentes suponen colores intensos. Pero no hemos llegado al fin de nuestros descubrimientos. A estas alturas en que nos encontramos, debemos volver la mirada atrás para enriquecer aún más el cuadro y comprender mejor cómo la Iglesia, al querer aproximarse a las realidades del mundo para el que Jesús la fundó, permite el desafío de las necesidades que en él se manifiestan y les da una respuesta siempre inspirada en el amor. La historia de la fundación de las innumerables comunidades de hombres o mujeres que han sabido responder a esos llamamientos revela cómo «trabaja» el Espíritu en el mundo y, particularmente, en la Iglesia.

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Una gran diversidad, un solo espíritu Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestísteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme, Cuántas veces hicisteis menores, a mí me lo hicisteis.

eso a uno de estos mis hermanos

Mateo 25,35-36 y 40 Quien se compromete en esta casa, lo hace para servir a los pobres enfermos. El primer deber de la priora es honrar a los enfermos como a su Señor y servirles como si fueran el mismo Dios, atendiendo a todas sus necesidades y a todos sus deseos en tiempo y lugar, por difíciles y costosas que sean de encontrar las cosas deseadas por los enfermos.

Volvamos a los comienzos de nuestro milenio. En Francia es la época de las grandes catedrales, el tiempo de la gran expansión de la vida monástica. En todos los tiempos y países hay hombres y mujeres que se encuentran en situaciones difíciles. En esta época, un poco por todas partes, en pueblos o ciudades, la atención de los enfermos y la acogida del pobre exigen iniciativas. Se trata de hospicios, de «centros de acogida» o de «centros de asistencia». Todo muy modesto. Pero las iniciativas se multiplican. Algunas congregaciones, que han sido siempre muy pequeñas, muy «locales», pueden hacer remontar sus orígenes a esta época.

Texto del siglo XIII

¿Qué ocurrió? Cuando un pobre enfermo llegue a casa, una hermana le recibirá con toda la alegría, toda la dulzura, toda la caridad posible, convencida de que es Nuestro Señor Jesucristo quien viene a ocupar un puesto entre los pobres.

Texto del siglo XVII

La atención de los enfermos o de los pobres era algo que estaba asegurado por unos cristianos, por unos seglares, que sencillamente tomaban el Evangelio en serio. Así respondían las comunidades de la Iglesia a su vocación de siempre; aseguraban la atención fraterna conforme al mandamiento del Señor; realizaban una «diaconía» en el mismo corazón de la vida local. Dentro de este contexto es como algunos, hombres o mujeres, llegaron a identificar de manera más estricta esa atención a sus hermanos con el encuentro mismo de Dios. Y quisieron hacer de esa consagración de sí mismos al servicio de los enfermos y de los pobres una consagración a Dios. El pobre, el enfermo, era para ellos el sacramento de Cristo. Querer asegurar estos servicios en ese mismo espíritu y decidir hacerlo entre varios, en comunidad, suponía instaurar una nueva forma de vida consagrada, la que llamamos vida religiosa apostólica.

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Al mismo tiempo, tal opción de vida se convertía en un signo: la existencia de dichas comunidades era una predicación viva, un llamamiento a vivir según el espíritu de Dios. Su presencia y su actividad eran manifestación de la Buena Nueva. Conservad la presencia de Dios en todas vuestras acciones. Para ello, habladle muchas veces y hablad de él también con frecuencia. Mostrad mucha ternura y vigilancia para con los niños que instruís: procurad haceros temer y amar al mismo tiempo. Sed suave sin cobardía, firme sin dureza, grave sin arrogancia. Corregid sin arrebato. No deis menos testimonio de amor ante los pobres que ante los ricos, y sobre todo tened gran inclinación a ayudar igualmente las almas de unos y otros, por vuestras palabras y vuestros ejemplos. Pensad con frecuencia, para vuestro estímulo, que Dios os pedirá cuenta muy rigurosa de todo ello. Texto del siglo XVII

Reunir una comunidad, fundar una congregación, un instituto... un ejemplo entre otros: •

¿Por qué?

«Este Instituto es de suma necesidad, porque de ordinario siendo los artesanos y los pobres poco instruidos y estando ocupados durante todo el día en ganar la vida para ellos y para sus hijos, no pueden darles personalmente las instrucciones necesarias ni una educación honesta y cristiana. Las Escuelas Cristianas se han fundado con el único objetivo de procurar este beneficio a los hijos de los artesanos y de los pobres.»



Aquellas comunidades se multiplicaron... «No es posible enumerar las comunidades de hermanos y hermanas que están al servicio de los enfermos y los pobres», afirma un cronista hacia el año 1240. Durante los siglos x m , xiv y xv, todas las comunidades que se crean son parecidas, pero siguen independientes. Para organizar su vida se valen de ordinario de la Regla de san Agustín. A partir del siglo xvi será la educación la que más iniciativas suscite, especialmente la educación de las jóvenes, sobre todo la de los orfelinatos.

El estilo de estas fundaciones va evolucionando. Poco a poco, al lado de esas comunidades independientes, algunas ya con larga historia, aparecen auténticas «congregaciones», masculinas y femeninas, muchas de las cuales perduran hasta nuestros días. En los siglos xvii y x v m se fundan esas congregaciones con el fin de asegurar la enseñanza y la educación de los niños o para atender a las lejanas misiones, mientras que siguen siempre vivas las iniciativas en pro del servicio de los enfermos y de los pobres.

¿Cómo?

«Dios, que gobierna las cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra a forzar la inclinación de los hombres, deseando comprometerme en llevar enteramente las riendas de las escuelas, lo hizo de manera imperceptible y dejando pasar mucho tiempo, de suerte que un compromiso me llevó a otro, sin tenerlo previsto desde un principio.» Juan Bautista de la Salle (1651-1719)

El movimiento sigue adelante tanto antes como después de la Revolución francesa. En el siglo xix se contabilizan cerca de mil fundaciones nuevas de congregaciones femeninas de vida apostólica, siendo cerca de la mitad francesas (más de veinte sólo en el año 1850). El objetivo de los fundadores y fundadoras era casi siempre el servicio de los enfermos y de los pobres o el de la juventud, sobre todo con la puesta en funcionamiento de escuelas cristianas. 107

También surge la preocupación por la formación de los adultos. Algunas congregaciones deben su origen a la iniciativa de los ejercicios espirituales o de los retiros. A decir verdad, se trataba de una nueva concepción de la vida religiosa. Por otra parte, ¿había que llamarla así? Para obtener la autorización de una fundación ante las autoridades civiles no era fácil explicar su sentido. Adivinamos la dificultad leyendo estos propósitos de una fundadora, en el momento de abrir una casa para acoger a niños abandonados. Era en tiempos de Vicente de Paúl: Su propósito no era crear un nuevo convento de religiosas, no pudiendo encontrar muchas en una ciudad que necesitaba ser sostenida más bien por las oraciones y la ayuda del cielo que por medios humanos, sino, por el contrario, era para vivir dentro de la sociedad civil y estar en disposición de prestar a la ciudad todos los servicios de que eran capaces las personas de su condición.

Texto de 1690 con ocasión de una fundación de 1645 Ofro fexfo: Esta comunidad no es una comunidad religiosa. Tampoco es una comunidad puramente secular; sino que tiene algo de una y de otra, como son las de las Congregaciones de Vicente de Paúl y de Juan Eudes. Se la ideó así para gloria de Dios y servicio del prójimo, y tal ha sido la voluntad de la fundadora, declarada en el acta de su fundación. Texto de 1703

Las dos instituciones a las que aquí se hace referencia llegaron a ser después 'comunidades religiosas".

Pero mientras se avanza, más se multiplican las congregaciones destinadas a responder ¡a todas las necesidades de las parroquias. Su fundación se debe de ordinario a la iniciativa de un párroco, de un coadjutor o de alguna osada mujer, así como a la disponibilidad de jóvenes consagradas por entero al Señor. Por este motivo nos encontramos con muchas comunidades «polivalentes», que tienen como misión atender a la vez a la formación cristiana de la juventud, el cuidado de los enfermos en el hospital o a domicilio, la visita a los pobres, la formación de los adultos, etc. A estos múltiples «ministerios», las congregaciones religiosas con frecuencia quisieron añadir el servicio de las lejanas misiones, tomando parte así en el impulso misionero característico de aquella época. De este modo dieron testimonio de una vitalidad que no dependía necesariamente de la importancia de sus efectivos. La caridad apostólica no tiene límites.

Habría mucho que decir sobre esta larga historia, una historia de varios siglos durante los cuales se dibujaron los rasgos de una nueva forma de vida evangélica. Pero se necesitó tiempo, mucho tiempo, para que esta forma de vida en comunidad fuera reconocida como una auténtica vida religiosa. La dificultad era grande, sobre todo para las comunidades femeninas: vivir entre la gente, recorrer las calles, entrar en las casas de los pobres para socorrerlos, ¿era compatible con la vida religiosa conocida en aquella época? ¿No debían las religiosas estar protegidas del mundo por unas rejas? Poco a poco ise impuso el reconocimiento de hecho, si no de derecho, un derecho que, por otra parte, posiblemente no respetó la originalidad de esas nuevas formas de vida religiosa. Sea lo que fuere, aunque no vivían en el marco de un convento, tras unas rejas, se las reconocía a esas mujeres, consagradas al Señor

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mediante el servicio a sus hermanos, como auténticas religiosas. Indudablemente se trataba de una vida evangélica al estilo de los primeros discípulos. A través de las comunidades entonces fundadas, masculinas y femeninas, presentes y activas en campos y poblados, llegaba precisamente la Buena Noticia del Amor del Padre a lo más central de la vida de los hombres, especialmente de los más abandonados.

Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. Mateo 11,4-5

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Lo característico de una vida religiosa apostólica Las hermanas son como los ancianos. Antiguamente, en la selva, las cabanas estaban construidas con madera y paja, y recubiertas de bálago. Cuando dejaban la cabana para ¡r a la plantación, había que apagar el fuego para evitar todo riesgo de incendio. No había cerillas en aquella época. A la vuelta se iba a casa de los ancianos a buscar el fuego, del que eran los guardianes. Algo así son las hermanas. En ellas siempre se puede encontrar fuego... Homilía de un sacerdote marfileño

Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda? Lucas, 12,49

Enamorados como están de Jesucristo, los religiosos y religiosas de vida apostólica son unos apasionados por su misión en el mundo. Antes de hablar de lo que constituye su característica hemos de referirnos a lo que es la base de esta forma de vida evangélica. La expresión «vida activa» podría, en efecto, inducir a error. No son, ante todo, las actividades, por muy auténticamente apostólicas que sean. Consiste en investirse de esa vida de una manera propiamente mística, contemplativa: en la base de todo compromiso religioso existe un encuentro con Dios, con Cristo, una experiencia del Espíritu. En este caso, la experiencia tiene lugar en las mismas tareas apostólicas. No solamente se reconoce a Cristo en toda persona que aparece durante la labor misionera, sino que su Espíritu está en la raíz de toda empresa apostólica. Se halla presente y operante en el corazón de toda persona que se entrega a la evangelización. Se deja reconocer en la fe. Apresados por esta experiencia espiritual, los religiosos se entregan de lleno a las tareas apostólicas. Saben que Dios actúa en el mundo, que va por delante en el corazón de cada uno. En este supuesto, la propia consagración a Dios y el servicio de las personas, para anunciarles la Buena Nueva del Reino, quedan íntimamente ligados. Bajo esta perspectiva hay que comprender la vida religiosa apostólica.

El compromiso en la labor misionera lo asume la comunidad. Es una característica de la vida religiosa apostólica. Vivir juntos en nombre de Cristo constituye ya un signo del misterio de comunión que ellos tienen la misión de revelar. La misión de cada uno en particular encuentra aquí su punto de apoyo. Es una fe compartida entre hermanos, entre hermanas. Cada miembro de la comunidad la anuncia con su presencia o con sus palabras, cualquiera que sea el lugar de destino. 113 8

Así pues, a fin de que sus miembros respondan ante todo a su vocación de seguir a Cristo y sirvan a Cristo mismo en sus miembros, es necesario que su acción apostólica proceda de la íntima unión con El. Dichos institutos deben, por tanto, ajustar convenientemente sus observancias y prácticas con los requisitos del apostolado a que se consagran. Ahora bien, como quiera que la vida religiosa dedicada a las obras apostólicas reviste múltiples formas, es menester que su adecuada renovación tenga en cuenta esta diversidad. Vaticano II, «Perfectae caritatis», n. 8

Todo esto da, evidentemente, a la vida comunitaria una fisonomía particular. En la vida religiosa todo se vive en función de la misión evangelizadora: cohabitación, puesta en común de los bienes, compartirlo todo, mutuo acuerdo, oración fraterna. De aquí se deduce que va a existir una gran variedad, según el tipo de misión y según el carisma de cada fundación. Cualesquiera que sean estos matices, la vida religiosa apostólica se caracteriza también por el modo de presencia en el mundo. El testimonio de la vida monástica es abrupto, manifiesta los valores evangélicos con un género de vida «cortado» respecto al modo de vida mundano. La acogida dispensada a las personas siempre resulta importante, pero es siempre en el cuadro de la hospitalidad. Los religiosos y religiosas de vida apostólica, en cambio, son ante todo solidarios del mundo al que son enviados. Las rupturas indispensables nunca son del orden de la «clausura». Sobre todo, cuando tienen la misión de servir a los pobres, se les insta a «vivir con» ellos, a «ser una misma cosa con» ellos, de la forma que sea, en conformidad con el carisma de la propia fundación. La acogida que se dispensa a las personas se mantiene en el orden de la presencia, de compartir la vida, con todo lo que esto implica de don recíproco y de evangelización mutua. El testimonio de las personas comprometidas en la vida religiosa apostólica supone, por consiguiente, una presencia en la vida de los hombres de múltiples maneras, pero con frecuencia, y cada vez más, a través de un trabajo en las instituciones de la sociedad civil. Si estas instituciones están «sostenidas» por la propia congregación, es con el fin de contribuir, en su lugar, de forma institucional, al servicio de dicha sociedad. Ordinariamente, la presencia en el mundo comienza por el lugar de la vivienda, quedando la comunidad muy próxima a las personas de su entorno. Cualquiera que sea la misión confiada a sus miembros, trabajo profesional o animación pastoral, vuelven a encontrarse nuevamente en comunidad a la manera de Jesús, que vino a «plantar su tienda» entre nosotros. Tales son algunos rasgos característicos de una vida religiosa apostólica. Dan un estilo propio a la «profesión religiosa», por la que religiosos y religiosas se comprometen, según las constituciones de la Orden o de la Congregación, con los tres votos: de pobreza, de castidad en el celibato y de obediencia.

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Una vez estudiados los rasgos principales, hay que reconocer también una gran diversidad en el modo de coneretizarlos. La dimensión comunitaria y la dimensión apostólica, por inseparables que sean en esta forma de vida, se ven muy diversamente armonizadas. Lo mismo hay que decir en cuanto al tiempo establecido para la contemplación, la celebración litúrgica o tarea apostólica; hay tiempo para todo, en buena armonía, pero las «dosificaciones» son diferentes. Es lo que constituye la originalidad de cada familia religiosa, cuyos rasgos característicos, heredados de la intuición de los fundadores, se van precisando a través de los tiempos, en función de una doble exigencia: la de la misión, la del servicio de la evangelización y la de la contemplación, de la unión con Dios, fuente de toda vida apostólica.

Las congregaciones femeninas de vida religiosa apostólica son innumerables y de muy diversa amplitud (algunas decenas de hermanas o varios millares). Mirando a la Iglesia en su conjunto, se pueden adelantar las cifras siguientes: Cerca de 2.000 congregaciones o institutos femeninos agrupan a un millón de religiosas aproximadamente. En cuanto a las congregaciones masculinas de vida religiosa apostólica, se pueden dar algunas cifras: Los institutos religiosos laicos esencialmente formados por hermanos: de 30.000 a 35.000. Las órdenes religiosas más numerosas: de 65.000 a 70.000; etc. Todas estas cifras indican simplemente una amplitud...

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Las sociedades de vida apostólica A las hermanas de las parroquias, Vicente de Paúl les propone unas reglas juiciosas, sabiendo que están más expuestas que las religiosas obligadas a una clausura. En efecto, únicamente tienen... «... por monasterio las casas de los enfermos y la casa donde vive la Superiora, por celda, una habitación de alquiler, por capilla la iglesia parroquial, por claustro las calles de la ciudad, por clausura la obediencia, debiendo ir solamente a casa de los enfermos o a los lugares necesarios para su servicio. por reja el temor de Dios, por velo la santa modestia.» «Tratarán de comportarse en esos lugares al menos con tanta discreción, recogimiento y edificación como lo hacen las auténticas religiosas en su convento.» Regla de las Hermanas de los Pobres, art. 2

Este texto permite comprender la originalidad de una sociedad de vida apostólica. No son («verdaderos religiosos») 'verdaderas religiosas» en el sentido de que los miembros de tal sociedad no hacen «otra profesión para asegurar su vocación" que el compromiso al servicio del Señor en la persona de los pobres o de las personas a las que les envía la misión particular de la sociedad. Sirve también para esclarecer el contexto dentro del cual, según hemos visto, se ha trazado con dificultad el camino de las Congregaciones e Institutos de vida religiosa apostólica.

Se trata siempre del servicio de la misión. Pero la forma de vida adoptada para comprometerse en la obra de la evangelización no es la misma que en los religiosos y religiosas. Las primeras sociedades masculinas de vida apostólica tienen su origen a finales del siglo xvi y comienzos del xvn. Dos hombres reclaman sobre todo nuestra atención: Felipe Neri en Italia (15151595) y Vicente de Paúl en Francia (1581-1660). Durante el siglo xvn, dentro de la dependencia que la espiritualidad tenía respecto de la escuela francesa, son muchos los sacerdotes que adoptan esta forma de vida apostólica. Más tarde, en el transcurso de los siglos xrx y xx, muchas nuevas sociedades de misioneras en el extranjero optan también por el mismo estatuto. Existen, por otra parte, sociedades de vida apostólica femeninas, entre las cuales la más importante debe su fundación, en 1655, a Vicente de Paúl. Reconoce en Luisa de Marillac el carisma del servicio de los pobres y la anima a formar, junto con otras mujeres, la Compañía de las Hijas de la Caridad.

¿Cuáles son, pues, las características de estas sociedades? ¿En qué se diferencian de las congregaciones e institutos religiosos de vida apostólica? Con el riesgo de simplificar demasiado, podemos decir lo siguiente: la iniciativa de tales fundaciones parte siempre de una respuesta a una necesidad concreta que se muestra como importante para la vida de la Iglesia y su misión. Por ejemplo, el servicio a los más desheredados, la formación del clero, las misiones en Extremo Oriente, las misiones en África... Hombres y mujeres enamorados de Jesucristo, decididos a entregarse sin reservas a la misión de la Iglesia, se reúnen para llevar a cabo el objetivo apostólico proyectado. Por esta razón optan por vivir en comunidad, aceptan una Regla de vida o unas Constituciones con

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todos los medios apropiados para la misión específica de su sociedad. Todo está concebido para favorecer esa misión. Nada debe servir de obstáculo. Se comprometen a seguir las huellas de Jesús, pero no se trata de una profesión religiosa propiamente dicha. Si se proponen vivir según el espíritu del Evangelio y si, en determinados casos, su compromiso es mediante unos votos, éstos no tienen el mismo significado que para los religiosos. El ejercicio de su apostolado es precisamente lo que expresa su entrega total al Señor. Cuando renuevan anualmente su compromiso (compromiso que puede ser indefinido para algunos institutos), éste se refiere esencieilmente a su pertenencia a la sociedad elegida y a las miras apostólicas que le son peculiares. Bajo esta perspectiva se imponen a sí mismos todas las exigencias de una vida evangélica, sin la cual carecería de sentido el trabajo apostólico.

A decir verdad, en la actualidad, la distinción entre los institutos religiosos y las sociedades de vida apostólica no siempre resulta evidente para el observador exterior. Lo importante es que éstas manifiesten por su misma existencia la rica diversidad de que goza la Iglesia, cuando busca los mejores medios de respuesta a su misión poniendo en marcha el dinamismo que la anima, el del Espíritu.

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Los institutos seculares • Debéis ser, ante todo, verdaderos discípulos de Cristo. Como miembros de un Instituto secular, queréis ser tales por el radicalismo de vuestro compromiso en seguir los consejos evangélicos de manera que no solamente no cambie vuestra condición —sois y seguís siendo laicos—, sino que la refuerce en el sentido de que vuestro estado secular sea consagrado, sea más exigente y el compromiso en el mundo y para el mundo, implicado por esa condición secular, sea permanente y fiel. © Sed realmente competentes en vuestro campo específico para ejercer, mediante vuestra presencia, el apostolado de testimonio y de compromiso para con los demás, que vuestra consagración y vuestra vida en la Iglesia os imponen. • Estáis insertos totalmente en el mundo y no sólo por vuestra condición sociológica; esta inserción viene a ser para vosotros como una actitud interior. Debéis, pues, consideraros como «parte» del mundo, como comprometidos en su santificación, aceptando por entero las exigencias que se desprenden de la legítima autonomía de las realidades del mundo, de sus valores y de sus leyes. Juan Pablo II a los Institutos seculares, 1980

Desde hace más de cincuenta años se va afianzando cada vez más una nueva forma de vida evangélica. Hombres y mujeres, permaneciendo en su medio de vida, en su familia, en su profesión, desean vivir intensamente el Evangelio, entregándose radicalmente al Señor. Para responder a esta vocación necesitan encontrarse con otras personas, comprometidas del mismo modo, según el mismo espíritu. Se reúnen periódicamente y se proporcionan unas estructuras muy ligeras para su formación, el estudio profundo de su fe, su mutuo apoyo y la verificación de su compromiso. Son los institutos seculares. Se habla también de «consagración secular».

Para entender bien lo que son los institutos seculares habría que olvidar todo lo dicho sobre la vida monástica y la vida religiosa apostólica y presentarlos sin referencia a otras formas de vida consagrada. Los cristianos viven como lo hacen todos los de su entorno, sin distinguirse por su estilo de vida, sino, como es de desear, por el deseo de ser testigos de la Buena Nueva. Están donde les ha tocado nacer y donde está su historia, solidarios del mundo que Dios quiere salvar. Sin embargo, entre esos hombres y mujeres, algunos escuchan la llamada de seguir a Jesús de modo particular, sin renunciar por ello a la presencia en su medio de vida. Ellos buscan la manera de hacerlo. ¿Qué es lo que descubren? Que, en la lógica del misterio de la Encarnación, el mundo tal como es, con sus estructuras económicas y organizaciones profesionales, con sus instituciones sociales y estructuras políticas, en todo lo que constituye la urdimbre de la vida humana, ese mundo es el lugar donde se vive la Alianza. El seguimiento de Jesús propuesto a todo cristiano encuentra ahí su realización. Partiendo de esta convicción de fe, inventarán una forma de vida evangélica que les compromete a vivir intensamente en medio de esas realidades humanas, realidades «seculares».

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No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío a ellos al mundo. Juan 17,15-18

Si se procuran medios de seguir a Cristo según modalidades particulares sólo es para acentuar esa presencia, para asumir de verdad la condición secular que es la suya. Las estructuras y organizaciones que conforman la sociedad humana no tienen a sus ojos mayor importancia.

¿Cuáles pueden ser las características de tal consagración? En primer lugar, el celibato, donación total de sí mismo para el servicio del Reino. Esto necesariamente causa un interrogante a los que viven en el entorno. No siempre es posible dar una información sobre él, puesto que esta forma de presencia evangélica exige ordinariamente la discreción respecto a la realidad de la misma consagración. No obstante, como un fermento, el celibato, con el sello que marca en una vida totalmente animada por el Espíritu, es signo de los valores evangélicos. En segundo lugar, la pobreza y una comunión lo más estrecha posible con la obediencia de Cristo: ambas son caminos de liberación. Las modalidades concretas de esta pobreza y obediencia son especiales, porque las personas en cuestión conservan la propiedad y la gestión de sus bienes y rentas y gozan de absoluta autonomía en lo que respecta a su vida familiar y profesional. Finalmente, la vida fraterna es un elemento importante para las personas que optan por esta forma de consagración. Una auténtica comunión espiritual, animada por encuentros periódicos, permite desarrollar un mismo espíritu según el carisma de los institutos. Las familias espirituales son muy variadas, pero lo común a todas es el carácter secular de su consagración.

Fidelidad al mundo y fidelidad a Dios no pueden estar en contradicción, excepto cuando el mundo se hace pecado. La presencia evangélica se vuelve entonces contestación, denuncia de un camino que conduce a un callejón sin salida; contestación tanto más ruda y exigente cuanto que se manifiesta en el mismo lugar, sin retirarse al «desierto». Este estado de vida demuestra que el llamamiento a seguir a Jesu124

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Los institutos seculares, aunque no sean institutos religiosos, llevan, sin embargo, consigo la profesión verdadera y completa, en el siglo, de los consejos evangélicos, reconocida por la Iglesia. Esta profesión confiere una consagración a los hombres y mujeres, laicos y clérigos, que viven en el mundo. Por tanto, tiendan ellos principalmente a la total dedicación de sí mismos a Dios por la caridad perfecta, y los institutos mismos mantengan su carácter propio y peculiar, es decir, secular, a fin de que puedan cumplir eficazmente y por doquier el apostolado en el mundo y como desde el mundo, para el que nacieron. Vaticano I!, «Perfectae caritatis», n. 11

cristo está dirigido a todos, incluso en las condiciones de vida ordinarias, comunes a la mayoría de las personas. Si la consagración secular exige que uno quede profundamente enraizado en el mundo, pide al mismo tiempo y con idéntico impulso que se esté también profundamente enraizado en Jesús.

¿ Sacerdotes en un instituto secular? Las características de la consagración secular parecen convenir únicamente a las condiciones de vida de los seglares. Hay, sin embargo, muchos sacerdotes en institutos seculares. Se trata de sacerdotes diocesanos, comprometidos en el ministerio pastoral. Se les llama también sacerdotes seculares, distinguiéndolos así de los sacerdotes religiosos (clero regular). Así como los seglares que viven como instituto secular siguen siendo seglares, así también los sacerdotes diocesanos siguen siendo diocesanos.

¿Qué representa, pues, para ellos la consagración secular?

El reconocimiento por parte de la Iglesia de esta forma de vida consagrada es reciente (1947), pero tiene una larga historia. Así, para un instituto de laicos, la intención fundadora se remonta al siglo XVI, mientras para otro instituto de sacerdotes diocesanos, a la Revolución francesa. Desde 1947, la Iglesia ha reconocido una decena de institutos seculares masculinos y unos treinta y cinco institutos seculares femeninos. Cerca de 50.000 personas viven según esta vocación.

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Primeramente saben que pueden encontrar en el ejercicio mismo de su ministerio la principal fuente de su vida espiritual, el principio de unidad de su vida. Al mismo tiempo que reconocen la importancia del ministerio de los sacramentos, están atentos a encontrar a Dios en todas las relaciones en las que les compromete la vida que llevan en medio del pueblo a cuyos cuidados pastorales están entregados. Si su ordenación les confiere una función particular en la Iglesia, no dejan de ser hombres entre los hombres y reconocen igualmente la dimensión espiritual de dichas relaciones. Por otra parte, su consagración secular les hace particularmente sensibles a la vida de los seglares con quienes se hallan comprometidos en la tarea evangelizadora. Sienten profundo respeto a la responsabilidad que les es propia en la misión. Finalmente, para dar un paso más en la experiencia de la complementariedad de las vocaciones en la Iglesia no dudan en tener 127

Cristo... permanece siempre principio y fuente de la unidad de vida de ellos. De donde se sigue que los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el don de sí mismos por el rebaño que les ha sido confiado. Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción. Vaticano II, «Presbyterorum ordinis», n. 14

Actualmente en el mundo se estima en 4.000 el número de sacerdotes diocesanos en instituciones seculares.

encuentros regulares con seglares en «fraternidades» con objeto de profundizar juntos en el sentido de su vida común cristiana. Recuerdan las palabras del obispo Agustín y lo expresan a su manera: «Sacerdotes para vosotros, cristianos con vosotros.»

Siempre ha habido sacerdotes comprometidos en el ministerio pastoral que han buscado del lado de la vida religiosa, e incluso monástica, un estilo de vida evangélica adaptable a su propia vocación. Siempre ha habido también sacerdotes diocesanos que han intentado vivir muy próximos a los miembros de su comunidad cristiana y estar atentos a las realidades humanas. Así como hemos hablado de una «corriente de los canónigos», ¿no podemos hablar de una «corriente secular? Los sacerdotes pertenecientes a institutos seculares se sitúan en esta tradición.

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La virginidad consagrada En respuesta a tu llamada ellas se entregan totalmente a t i ; han puesto en tu manos su decisión de guardar la castidad y de consagrarse a ti para siempre.

Es tu Espíritu Santo el que suscita en medio de tu pueblo a hombres y mujeres conscientes de la grandeza y de la santidad del matrimonio y capaces, sin embargo, de renunciar a ese estado, a fin de vincularse ya desde ahora a la realidad que prefigura: la unión de Cristo y de la Iglesia.

Concede, Señor, tu apoyo y protección a las que están en tu presencia; y que esperan de su consagración un aumento de esperanza y de fuerza. Rito de la Consagración de las vírgenes (Esta oración solemne, proclamada por el obispo, es de León Magno, papa del 440 al 461.)

En 1970 se puso al día el ritual de la «consagración de las vírgenes», dando a las mujeres que viven en el mundo la posibilidad de recibir dicha consagración. Se trata de una restauración. En efecto, ya desde los orígenes de la Iglesia había muchas personas, vírgenes, ascetas, viudas, que vivían especialmente dedicadas a la oración y al servicio fraterno, sin renunciar por ello a su residencia habitual. En cuanto a la condición de vírgenes, su consagración se consideraba como un matrimonio místico con Cristo, como una alianza espiritual que no es posible romper sin adulterio. Poco a poco esta consagración se fue reservando a las monjas que vivían en clausura. En adelante, los obispos pueden conferir dicha consagración a mujeres que viven en el mundo y que hacen profesión de virginidad perpetua. Tal consagración es signo del misterio de la Alianza.

La Esposa de Cristo es precisamente la Iglesia, y ella es el signo de la Alianza propuesta al mundo. Mediante nuestro bautismo hemos de significar los desposorios con el Señor. Pero, dentro de la Iglesia, esta consagración concede a las personas que tienen vocación para la misma el poder manifestarla de modo particular. Es lo específico de este estado de vida. Es una consagración pública. No implica la obligación de pertenecer a un grupo constituido de vida consagrada. El único «grupo», la única comunidad a la que pertenecen esas personas «consagradas» es la Iglesia diocesana. Su lugar en ella se define únicamente por una relación canónica con el obispo. Es, por tanto, un estado de vida diocesano basado en el bautismo, cuyas virtualidades invitan al radicalismo evangélico. Las «consagradas» siguen siendo seglares, aunque el carácter público de tal consagración dé a esa vida seglar una tonalidad especial. Todas tienen una misma vocación al servicio de la Alianza, la de ser el signo visible del amor de la Iglesia a Cristo; pero caben

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respuestas con modalidades diversas: de ordinario en pleno mundo, bien de una manera totalmente secular, bien según un estilo más monástico imitando a los ermitaños. Cada cual puede inspirarse en la familia espiritual que desee, consciente de tener siempre por misión particular la alabanza del Señor y la intercesión por la salvación del mundo.

— Es importante no confundir consagración de las vírgenes con reconocimiento de un ministerio. — Es difícil saber cuántas personas han sido consagradas en las diócesis del mundo entero. En Francia se cuentan más de cien, diez años después de la revisión del ritual (sin contar a las monjas de clausura, algunas de las cuales reciben esta consagración).

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Por una vida evangélica La fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo.

Al cumplir como es debido las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separan la unión con Cristo de su vida personal, sino que crecen intensamente en ella, realizando sus tareas según la voluntad de Dios.

Ni las preocupaciones familiares ni los demás negocios temporales deben ser ajenos a esta orientación espiritual de la vida...

Los seglares que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, esfuércense igualmente por asimilar con fidelidad las características peculiares de la espiritualidad propia de tales asociaciones o institutos. Vaticano II, Apostolado de los seglares, n. 4

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«Todos llamados a ser santos, cada uno según su vocación...» «Todos enamorados de Jesucristo...» Nadie escapa a esta vocación, nadie puede dispensarse de ese enamoramiento. En todas las épocas ha habido muchos cristianos que así lo entendieron y se comprometieron a vivir intensamente el Evangelio en el mismo lugar en que la vida los había colocado: casados, padres y madres de familia, solteros, jóvenes mirando al futuro, adultos vinculados a un trabajo profesional, personas mayores que reciben sabiamente los frutos de una larga experiencia... Hoy como ayer, por los caminos en que están comprometidos, son muchos los que desean procurarse los medios para esa vida evangélica a la que se sienten llamados, sin tener, por ello, vocación para una forma de vida especial. ¿Qué medios?

Grupos de vida evangélica Acabamos de recorrer a grandes rasgos los caminos trazados a través de los siglos bajo la moción del Espíritu, especialmente por los fundadores cuya influencia rebasó los límites de sus propias instituciones. Vamos a encontrarlos nuevamente al presentar a las familias espirituales por ellos suscitadas. Muy próximas a estas fundaciones y animadas por el mismo espíritu aparecieron las Ordenes Terceras, diversas formas de oblatos... ¿Ordenes Terceras? Equivale a decir: «tercera orden»: el que reúne a cristianos que desean vivir en la escuela de los grandes maestros, sin entrar por ello en la Orden de las hermanas o de los hermanos. ¿Oblatos? Es decir, grupos de cristianos deseosos de mostrarse disponibles para el Evangelio, de convertirse en «ofrenda» al Señor, desde el mismo lugar en que se encuentran, con el mismo espíritu que anima a los hermanos o hermanas comprometidos por una profesión religiosa y sin que ello les obligue a adoptar su modo de vida. 135

Las Ordenes Terceras y las diversas formas de oblatos se suceden a través de los siglos y toman un nuevo impulso cada vez que saben adaptarse al nuevo contexto sociocultural y expresar de un modo nuevo las tradiciones espirituales de las que se consideran herederas. Aunque viven en profunda comunión con sus hermanos y hermanas consagrados en la vida religiosa, son plenamente independientes, sintiéndose llamados a vivir el Evangelio en la vida ordinaria. Dentro de este mismo espíritu hay congregaciones religiosas de reciente fundación (siglos xrx-xx) que suscitan en torno suyo grupos semejantes. Lo de menos es el nombre que se les da: «fraternidad», «auxiliares»... Tales grupos manifiestan que la vida evangélica es contagiosa.

Es imposible hacer un inventario de todas las fraternidades, clases de oblatos y terceras órdenes que existen en la Iglesia, y menos aún precisar el número de miembros que componen los grupos de vida evangélica. Unos se agrupan a nivel de comunión fraterna. Aquellos se sitúan dentro del movimiento de Benito, de Domingo, de Francisco de Asís, de Ignacio de Loyola, de Teresa de Avila y Juan de la Cruz, de Carlos de Foucauld o de la espiritualidad mariana. Otros se muestran particularmente atentos a determinados objetivos apostólicos, por ejemplo los marginados, los expresidiarios...

Como las Ordenes, Congregaciones o Institutos a los que están vinculados, como las familias espirituales de las que se consideran herederas, dichos grupos muestran cada uno su originalidad. Cada cual reúne a hombres y mujeres que se sienten en afinidad espiritual con tal o cual santo. Este es para ellos como un icono de Cristo, revelador de su mensaje. Pero no se sigue al santo. Uno pertenece a su familia para seguir a Jesús y vivir su Evangelio. De este modo, cada grupo de vida evangélica invita a sus miembros al compromiso de seguir a Jesús, único Camino de vida. Este compromiso se expresa muchas veces mediante unas fórmulas que a veces reciben el nombre de «consagración». La razón de ser de una regla de vida es ayudar a vivir en la fidelidad al Evangelio. Esta fidelidad se alimenta con la plegaria común y la escucha de la Palabra de Dios. Resulta de gran valor la ayuda mutua, hecha posible gracias a los vínculos creados en un equipo fraternal que periódicamente tiene sus encuentros.

Se presentan en los siguientes términos: Fraternidad para vivir a imitación de Cristo, en el marco de la vida evangélica y la misión de la Iglesia, una vocación espiritual para los laicos enraizados en una familia espiritual concreta en comunión con las demás familias espirituales.

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La vocación «misionera» Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra. Hechos 1,8

Ciertos obispos autorizan a algunos de sus sacerdotes, aun a costa de determinados sacrificios, a marchar y ponerse a disposición de los Ordinarios de África, por un tiempo limitado... Animamos con agrado esas iniciativas generosas y oportunas... Pueden aportar una solución preciosa, en una época difícil, pero llena de esperanza, del catolicismo africano.

Todo bautizado es misionero, llamado a entrar en el dinamismo de la Misión de Jesús: «Como mi Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros.» No existe ninguna forma de vida evangélica de las aparecidas en el curso de la historia que no esté marcada por el compromiso en el apostolado. Algunas incluso han encontrado en él su principial razón de ser. Así la vida religiosa apostólica, las sociedades de vida apostólica, los institutos seculares... Y sabemos que también los monjes y las religiosas de clausura son apóstoles. Pero la «misión» a la que en este momento nos referimos se la considera desde un punto de vista específico. Se trata del envío a todas las naciones, más allá de las fronteras, «hasta el extremo de la tierra».

Pío XII, encíclica «Fídei Donum», 1957

Todo cristiano puede sentir esa vocación a «partir», a «cruzar el mar» para la tarea de la evangelización. Conocemos a seglares misioneros, casados o solteros, para quienes cooperación y misión están íntimamente unidas. A partir de la encíclica Fidei Donum de Pío XII (1957) se envían sacerdotes diocesanos por un tiempo determinado a prestar servicio en otras Iglesias. Algunos religiosos y religiosas se van a lugares lejanos, porque su congregación es internacional, tiene casas en varios continentes o porque su dinamismo la ha impulsado a fundar comunidades en países llamados «de misión». Este intercambio dentro de la Iglesia, entre pueblos, surge de la misión sin fronteras. Para comprometerse en ella, de una u otra manera, hay que ser sensible a lo que llamamos aquí vocación «misionera». Esta, sin embargo, es todavía más clara cuando religiosos, religiosas o sacerdotes eligen tal congregación o sociedad por la única razón de estar fundadas casi exclusivamente para la misión en lugares lejanos. Semejante elección revela un llamamiento específico. 138 139

¿Cuáles son sus características?

Para lograr el objetivo propuesto, de hacer participar a esa joven población en los beneficios de la libertad y de la educación, no basta con haberles enseñado a trabajar y a satisfacer sus necesidades puramente materiales, sino que es necesario que sepan vivir con la sociedad y consigo mismos, que sepan lo que deben a Dios y a sus hermanos. Ana María Javouhey, 1779-1851

Creo que el espíritu apostólico consiste más bien en ampliar las fronteras de la Iglesia que en perfeccionar a una pequeña porción.

Despojaos de Europa, de sus costumbres, de su espíritu; haceos negros con los negros para formarlos como ellos deben ser, no a la manera europea, sino dejadles con lo que les es propio; haceos a ellos como los criados deben hacerse a sus señores, a las costumbres, a la clase, a los hábitos de sus señores, y esto con el fin de perfeccionarlos, de santificarlos, de levantarlos y hacer de ellos, poco a poco, a la larga, un pueblo de Dios.

El misionero está llamado a seguir a Cristo, destacando en su vida y en su acción la dimensión universal del mensaje evangélico. Toda la vida de un misionero está marcada por una gracia especial, que hace de él un testigo del Evangelio en medio de un pueblo y de una cultura diferentes a las suyas. De esta suerte, hay hombres y mujeres que están llamados a hacer de su vida de bautizados, personal y comunitaria, un testimonio de la universalidad de la Iglesia. Manifiestan el deseo de Cristo de liberar, reunir y unir a todos los hombres. Los misioneros van al encuentro de «lo otro»; otra cultura, otra creencia, otra religión, otra iglesia, con todo lo que esto implica de despojo, de compartir, de diálogo y de reciprocidad. Siempre se encuentran en la situación de extraños. Ellos, que optaron por irse a otro lugar, ahí mismo son considerados siempre como venidos de otro lugar. En ese encuentro, unos y otros descubren recíprocamente las riquezas y las deficiencias de culturas anteriormente desconocidas por ellos. Una vez que han vuelto a casa, a su Iglesia de origen, momentánea o definitivamente, los misioneros son los testigos de ese «otro lugar», de esa otra cultura que han aprendido a conocer, de esa otra Iglesia que han aprendido a amar.

Libermann, 1802-1852

Las condiciones históricas pueden evolucionar profundamente —como la descolonización y los cambios económicos y políticos que conocen continentes enteros—, pero no por ello deja de ser muy actual la vocación misionera. Sin embargo, con un acento nuevo: una mayor insistencia en la reciprocidad, en el intercambio entre las Iglesias.

Hemos de añadir que esta vocación es actual por otras razones en las que no pensábamos hasta ahora. Las nuevas culturas que se desarrollan en nuestros países de vieja cristiandad, la existencia masiva 141

de la incredulidad, los ambientes que se han vuelto extraños a la Iglesia, grupos humanos itinerantes o marginados, el campo muy poco conocido de los medios de comunicación social: todo nos impulsa a un compromiso misionero del mismo orden que el de los misioneros «en el extranjero». Su experiencia de la lejana misión, siempre indispensable, aunque sus modalidades hayan cambiado, les permite ser testigos ante todos de una dimensión esencial a la misión de la Iglesia.

Durante más de catorce siglos se anunció el mensaje evangélico por el mundo sin haberse establecido una organización para coordinar las iniciativas, formar los «misioneros» y determinar las regiones a las que serían llamados a trabajar. Sucede una época en la que las iniciativas misioneras están muy condicionadas por las empresas coloniales o comerciales. Es normal que unas y otras hayan ido unidas, pero no sin peligro. En 1662 se creó en Roma la «Congregación para la Evangelízación de los Pueblos», organismo pontificio encargado de volver a llevar las actividades misioneras a su fundamento espiritual, desdibujado a veces por otras motivaciones. Desde el siglo XVI al XIX, con períodos de actividad particularmente intensos, la vida religiosa apostólica encuentra en los «países de misión» una nueva expansión: fundación de muchas congregaciones o sociedades misioneras y apertura a esas misiones lejanas de congregaciones ya fundadas para la misión «entre nosotros». Más recientemente, la vida monástica da lugar a muchas iniciativas más allá de los mares, nuevas fundaciones que provocan a cambio una renovación de la vitalidad por esa apertura a otras culturas.

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Hoy y ayer

No apaguéis al Espíritu...; Probadlo todo y quedaos con lo bueno. 1 Tes 5,19

El descubrimiento de los caminos trazados en el correr de los siglos para seguir a Jesucristo nos coloca en la Esperanza. Donde el Espíritu tiene una acogida, Dios hace maravillas. Esta Esperanza se afirma, si contemplamos la Iglesia de hoy y si presentimos la del mañana. Es cierto que las sacudidas no la perdonan. A primera vista, ha entrado en una fase de despojo, de purificación, de pobreza. Pero el Espíritu no cesa de actuar. Si de verdad le damos acogida, comprenderemos mejor lo que es la Promesa.

La vida monástica corresponde perfectamente a una necesidad expresada con frecuencia en nuestra época. Se renueva para responder a la misión de siempre. También la vida religiosa persigue su renovación, con el fin de ser en nuestro tiempo una auténtica expresión de la Buena Nueva. Desde hace poco, la consagración secular manifiesta una nueva sensibilidad profundamente evangélica frente al mundo en que nos ha tocado vivir. Mañana todos estos dones de Dios, dentro de su diversidad, seguirán iluminando al mundo. E indudablemente otros dones nos sorprenderán, respondiendo a las necesidades del momento. Ya hoy está patente una «Renovación», hay muchos grupos de oración que reúnen a personas de todas las edades y condiciones, se crean «comunidades nuevas».

Sin prejuzgar el futuro, si tratamos de delimitar las características del movimiento que cruza la Iglesia, podemos destacar algunos rasgos. Todo comienza por una conversión bajo la acción del Espíritu. Uno se pone a la escucha de Cristo, sin que se determinen de golpe las modalidades de compromiso al servicio de la misión ni la forma de vida a la que está llamado. El seguimiento de Cristo se vive en grupos de oración o en comunidades de muy variadas fisonomías. Todas las vocaciones del pueblo de Dios —personas casadas, solteras, consagradas o no, religiosos, 144

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Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la ni el presente, ni lo futuro (...), ni la altura, ni didad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro

vida (...), la profundel amor Señor.

Rom 8,38-39

religiosas, diáconos, sacerdotes— se juntan y viven en común su compromiso en una misión común. A veces se constituyen grupos en comunidad de vida y en plan de compartirlo todo a imagen de la primera comunidad de Jerusalén. Allí se redescubren los carismas y los ministerios en toda su diversidad. Lo mismo ocurrió en otras épocas de la historia de la Iglesia. El compromiso dentro de una forma particular de vida evangélica, que con frecuencia se reservaba a las personas consagradas por el celibato, se convierte aquí en algo que hace todo cristiano, incluso los esposos, padres y madres de familia. A decir verdad, en la práctica de esta vida evangélica, muchas veces se descubre que se trata de resurgimientos de corrientes que recorren toda la historia de la Iglesia. Se reconocen los antepasados bien en la forma de vida adoptadas, bien en la familia espiritual en la que se inspiran. Renovación y tradición, armoniosamente conjugadas, son promesas de futuro. Por muchos que sean los cambios de nuestro mundo, siempre se le anunciará la Buena Nueva. Primeramente lo hará el conjunto de los bautizados, llamados todos a esta misión. Pero también lo harán de forma especial todos los que sepan inventar los ministerios y servicios que la Iglesia necesita y las formas de vida evangélica propias para dar a conocer la Buena Nueva. Con una sola condición: la de hacernos disponibles al Espíritu que es la fuente de la vida de la Iglesia desde sus orígenes hasta el día de mañana...

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FAMILIAS ESPIRITUALES

Todos los que, en la Santa Iglesia Católica y apostólica, desean servir al Señor Dios; todas las órdenes de la Iglesia, sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos; todos los religiosos y religiosas; todos los niños y párvulos, pobres e indigentes, reyes y príncipes, trabajadores, labriegos, criados y señores; todas las jóvenes, viudas y casadas; todos los fieles, hombres y mujeres, niños y adolescentes, jóvenes y adultos; todos los pueblos, razas, tribus y lenguas; en fin, todas las naciones y todos los hombres, en cualquier sitio de la tierra, presentes o futuros... Amemos a todos, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro espíritu, con toda nuestra fuerza y ánimo, con toda nuestra inteligencia, con todas nuestras energías, con todo nuestro esfuerzo, con todo nuestro afecto, con todas nuestras entrañas, con todos nuestros deseos, con todas nuestras voluntades; al Señor Dios que nos ha dado y sigue dando a todos: todo nuestro cuerpo, toda nuestra alma, toda nuestra vida; que nos ha creado y redimido; que nos salvará por su misericordia únicamente. Primera Regla de Francisco de Asís, C. 23 Sí, a todo hombre se proponen llevan a Dios.

los caminos

que

Si conocieras el Don de Dios

El Don de Dios... Sabemos que supera todo lo que podemos imaginar. Entonces, ¿por qué sorprenderse de que sean precisas múltiples reflexiones para intentar descubrir su riqueza? Es lo que ha ocurrido a lo largo de los siglos. El desafío del Evai\ gelio frente a los acontecimientos, a los nuevos contextos económicos y sociales suscitaron la aparición de diferentes formas de vida consagrada, según hemos visto. Pero las diversas sensibilidades espirituales de algunos grandes «enamorados de Jesucristo», sensibles al contexto cultural de su época, dieron origen a otras tantas maneras originales de prestar acogida al Don de Dios y de vivir en el Espíritu la relación del Hijo a su Padre. A medida de la profundidad de su intuición espiritual, de su aproximación al misterio de la fe, fueron los iniciadores de corrientes espirituales que rebasaron los límites de su época. Numerosos discípulos se han identificado y siguen reconociéndose en ellos. Por esto se puede hablar de «escuelas de espiritualidad» o de «familias espirituales». Es el patrimonio de la Iglesia. Cada cual se aprovecha de él según la propia sensibilidad, según la manera propia de entender el misterio de su fe, sintiéndose feliz de poder encontrar en uno u otro de esos maestros espirituales, y a veces en varios a la vez, los caminos que le van a permitir avanzar con mayor seguridad hacia el Reino. Tal vez también los caminos de la unidad entre cristianos, sin la cual no habría Reino. Si lo que ha de permitir un día encontrarnos en la unidad es la actitud profunda que cada cual mantiene ante Dios, es posible que, en el camino, nos sintamos ya tolerantes con hermanos de otra confesión, por tener una sensibilidad espiritual semejante.

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Conocemos sólo en parte y profetizamos también parcialmente; pero, cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre, me despojé de las niñerías. Ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo parcialmente, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad: pero la más excelente de ellas es la caridad.

Por otra parte, la diversidad de esas «familias» ¿no debe disponernos a aceptar nuevos enfoques del Misterio cristiano que seguirían de la apertura a nuevas culturas? Pensemos en los tesoros de espiritualidad con que puede enriquecerse la Iglesia gracias a las culturas latinoamericanas, africanas o asiáticas. Las familias aquí presentadas suponen ya una gran riqueza para nosotros; pero no olvidemos que el Don de Dios rebasa todo cuanto podamos imaginar.

Pablo, 1 Cor 13,9-13

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Tu deseo es tu oración. S¡ quieres rezar de continuo, no dejes nunca de desear.

Con Agustín Del salmo 37

Tú amas, y en silencio; pues bien, el Amor es una voz que sube hasta Dios. Del salmo 95 Si oras con el corazón, tu silencio es un grito. De! salmo 118

Ante todo, vivid unánimes en casa teniendo una sola alma y un solo corazón orientado hacia Dios. ¿No es la razón de vuestra vida en común? Que el Señor os conceda la gracia de seguir todos estos preceptos con amor, como amantes de la belleza espiritual; no sólo como si estuviéramos todavía bajo la Ley, sino libremente, puesto que estamos en un régimen de Gracia. De la Regla de San Agustín

La Regla de San Agustín sintetiza con acierto las aspiraciones fundamentales de toda vida intensamente cristiana. AGUSTÍN (354-430), obispo de Hipona, en África del Norte.

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Un enamorado de Dios, un enamorado de los hombres. Tuvo personalmente la ruda experiencia de su pecado, de su fragilidad. Sabe lo que hay en el hombre. Su apasionamiento por Dios es más fuerte. Se siente salvado de forma totalmente gratuita. Desde entonces, en su vida, todo se convierte en alabanza, en acción de gracias, en «Confesión» de la misericordia del Padre. Se alimenta en la Escritura, sobre todo en los Salmos, y sabe que en toda la liturgia resuena solamente un camino, el de Jesucristo. La liturgia está en el corazón de la Iglesia, una Iglesia católica, universal. Como gran fraternidad que es, como Cuerpo de Cristo, reúne a todos los hombres de anhelo que reconocen en Jesús al único que puede colmarlos: «Nos has hecho para ti, Señor, e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en Ti.»

La fuente de ese anhelo es el Amor. De ahí brota toda la espiritualidad agustiniana. Un amor que hace de nosotros unos seres Vivos y que nos unifica: unificación interior y unidad entre personas. «Ama de verdad y haz lo que quieras.» ¿Fórmula audaz? Sí. Agustín nos dice: busca, actúa, avanza, crea e inquiere incansablemente. El amor será tu fuerza. Este deseo de Dios se vive en clima de amistad, de apoyo fraterno y de libertad espiritual. Con Agustín, nos sentimos impresionados por el espíritu de la primera comunidad (Hch 4,32). Con él nos trasladamos a la escuela de Pablo, otro converso, para aprender la humildad, la libertad según el Espíritu, la complementariedad y solidaridad de los miembros de Cristo. 155

No sé quién impone al Amor los límites de África. Extiende tu amor al mundo entero, si quieres amar a Cristo, porque los miembros de Cristo están extendidos por todo el mundo.

Nadie puede amar al Padre, si no ama al Hijo, y quien ama al Hijo ama también al Hijo de Dios. ¿Qué Hijo de Dios? Los miembros del Hijo de Dios. Y amando, también él se hace miembro; el amor le hace entrar en la unidad del Cuerpo de Cristo, y ya no habrá más que un Cristo que se ama a sí mismo.

Cualquiera que sea nuestro compromiso apostólico, cualquiera que sea la forma de vida evangélica elegida, en todas nuestras actividades, materiales o intelectuales, pedagógicas u hospitalarias, profanas o pastorales, tenemos siempre conciencia de ser miembros unos de los otros. Agustín nos ayuda a comprender mejor sus verdaderas dimensiones, cuando las vivimos en el espíritu de Cristo. Nos invita a no descansar hasta que el mundo entero llegue a ser de verdad Cuerpo de Cristo.

San Agustín, «Sermones»

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Escucha... Presta tu oído. ¡Nada más atractivo que la voz del Señor que nos invita! En su ternura, el Señor mismo nos muestra el camino de la Vida. ¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón.

Salmo 95

A medida que se avanza en la vida monástica y en la fe, el corazón se dilata. No prefiráis nada al amor de Cristo.

Con Benito En los orígenes del monaquisino, cuando alguien deseaba hacerse monje, acudía simplemente a recibir las enseñanzas de un anciano, de un abad. El discípulo pedía a su maestro una palabra de vida, una máxima capaz de iluminar su camino hacia Dios: «Padre, ¿qué debo hacer para salvarme?» Enriquecida con toda una tradición, la Regla de san Benito es una respuesta a dicha pregunta; a quien acepta su enseñanza, le muestra un camino evangélico en el que la conversión y la búsqueda de Dios ocupan siempre un lugar preferente.

Regla de San Benito Los monjes son: • © • © ©

una una una una una

Iglesia Iglesia Iglesia Iglesia Iglesia

adosada al desierto; a la escucha de Dios; que reúne a hermanos; de pecadores perdonados; que libera en el Espíritu Santo. Un abad

BENITO (480-547), de Nursla, en Italia.

Para «buscar a Dios» hay que desembarazarse, simplificarse, unificarse. Es una tarea que moviliza a toda la persona y, en definitiva, sólo puede ser obra de Dios. No es únicamente la oración litúrgica, cuya importancia es grande en la vida monástica inspirada en san Benito, sino que comprende toda la vida del monje, todo lo que constituye la vida del hombre y del cristiano. La vocación del monje se caracteriza por lo absoluto de su búsqueda. Para esto se deja enseñar, medita la Palabra de Dios sin límites de tiempo... Busca la soledad, el silencio, el retiro, la pobreza. Su único tesoro es Dios. ¿Cómo encontrarle sin una profunda conversión a El, sin un despojo radical?

San Benito es realista. Conoce los límites de la naturaleza humana. Pero sabe también que la gracia es capaz de hacerlos estallar para llevar a cabo la perfección según Dios. La Regla está precisamente para hacer posible ese trabajo del amor en nosotros. En ella encuentra la obediencia las indicaciones para el camino. La Regla está hecha para una Comunidad, y toda la vida de relación con Dios está marcada por una dimensión fraterna. Juntos abordan los monjes esos caminos del Evangelio, para «ser conducidos juntos a la vida eterna». 159

Mis visiones demasiado mezquinas y demasiado egoístas de las cosas y de los acontecimientos dan paso a una solidaridad más intensa con todos los hombres. Ya no puedo presentarme solo delante de Dios; es preciso que me vea acompañado de todo el universo. Todas las realidades de la vida: las alegrías, los sufrimientos, la búsqueda de Dios, el pecado o el temor de la muerte, las presento a Dios en nombre de la Iglesia y de toda la humanidad, puesto que es una de las dimensiones del oficio monástico. Esto relativiza mis necesidades y me hace entrar en una intercesión mayor y, según espero, más agradable a Dios. Un monje de Togo

Porque reza, el monje no está separado del mundo, por grande que sea su aislamiento exterior, porque la oración, aunque interior y personal, nunca es solitaria: quien ofrece una oración auténtica y viva reza siempre como miembro de un cuerpo, en unión con todos los que rezan, y en realidad con la humanidad entera, rece o no rece ella. Toda oración es comunitaria y cósmica.

La Regla de san Benito tiene como objetivo crear las condiciones favorables para una perfecta intimidad con Dios. La contemplación benedictina se guía mucho más por el estilo de vida, según la Regla, que por una pedagogía precisa para la oración. Es toda la vida del monje la que favorece la orientación hacia Dios. Sólo El importa, y bajo esta luz se contemplan todas las realidades del mundo. Ningún menosprecio ni desestimación, sino la convicción de que las cosas únicamente encuentran su valor y solidez en Dios. «Buscar a Dios». Todo cristiano, todo hombre puede un día u otro expresar así su deseo más profundo. En esta búsqueda es donde se unifica la vida de los discípulos de san Benito. Si su espiritualidad se desarrolla en el marco de una vida monástica organizada por una Regla, no por ello deja de suponer para todos un tesoro digno de ser conocido. Podemos aprovecharnos de él siempre que lo deseemos.

Un archimandrita de la Iglesia oriental

La espiritualidad CISTERCIENSE encuentra siempre en la Regla de San Benito lo esencial de sus características. Tiene, sin embargo, algunas peculiaridades: • Contemplación intensa de la humanidad de Cristo. • Devoción a la Virgen María... «¡Nuestra Señora!" • Sencillez manifestada a través de cierto despojo en la liturgia, el canto, la arquitectura. • Una mayor importancia concedida al trabajo manual. 9 Una vida común más rigurosa. © Una fuerte vinculación entre todas las abadías (vinculación expresada en una «Carta de Caridad», siglo XII).

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La utilidad y el goce divino que la soledad y el silencio del desierto aportan a quienes gustan de ellos, únicamente lo saben los que han hecho la experiencia.

Con Bruno

Carta de Bruno a Raúl ie Verd (hacia 1100)

Quien persevera sin desfallecer en la celda y se deja enseñar por ella, tiende a hacer de toda su existencia una continua oración. Pero no puede entrar en ese reposo sin pasar por la prueba de un rudo combate: son las austeridades a las que se aplica como un familiar de la Cruz, o las visitas del Señor, que viene a probarle como el oro en el fuego. De este modo, purificado por la paciencia, alimentado y fortalecido por la meditación asidua de la Escritura, introducido por la Gracia del Espíritu Santo en las profundidades de su corazón, podrá en lo sucesivo no solamente servir a Dios, sino adherirse a él.

¿Una espiritualidad excepcional, según parece, dada la forma de vida de los cartujos? Sin embargo... El verdadero apostolado de los monjes llamados a la vida cartujana se realiza al nivel más profundo. Están «anclados en el punto donde nace el mundo, en el seno del amor infinito del Padre». No hay necesidad alguna de particularizar las intenciones de la intercesión: hasta tal punto esta comunión con la mirada del Padre se hace misteriosamente presente en todos aquellos que están llamados a vivir de su amor.

Orden Cartujana. Estatutos renovados, 1971

La soledad con Dios ocupa en nuestra vida el lugar primordial, pero está equilibrada y completada por una justa proporción de vida común.

Estatutos renovados

BRUNO (1035-1101), nacido en Colonia, en Alemania, fundador de la Orden de los Cartujos cerca de Grenoble, en Francia

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Nos encontramos en plena vida teologal, en el corazón del Misterio de la Iglesia. Se trata de buscar a Dios en todo, para tender a la perfección de la caridad. San Bruno justificaba esta búsqueda en una frase lapidaria: «¿Existe otro bien fuera de solo Dios»? Al decir esto no rechazaba el mundo, sino que lo reducía a su único y verdadero centro. Si uno lo deja todo es para comprar la libertad de no pensar más que en Dios, la libertad de «ponerse en camino hacia el lugar de su corazón». La ascesis, la penitencia, la pobreza, la vida apartada, enterrada en el silencio y la soledad, la obediencia, todo lo que ata a la cruz de Cristo no tienen otro objetivo que desarrollar la libertad interior, convertir el alma en una pura capacidad de Dios. No se trata tanto de conocer algo sobre Dios cuanto de poseer a Dios en sí mismo. Los que Dios ocupa por completo no tienen nada que decir. Su mirada interior los introduce en un silencio que es plenitud. Se instalan en una especie de virginidad espiritual de la que la fe 163

Nuestra dedicación principal y nuestra vocación consisten en una consagración al silencio y a la soledad de la celda.

Estatutos renovados

Abrazar la vida escondida no nos hace desertar de la familia humana: consagrarse a Dios solo es una función que hemos de cumplir en la Iglesia, en la que lo visible está ordenado a lo invisible, la acción a la contemplación. La unión con Dios, si es auténtica, no nos cierra sobre nosotros mismos, sino que, por el contrario, abre nuestro espíritu y dilata el corazón hasta abrazar el mundo entero y el misterio de la Redención por Cristo... Con nuestro esfuerzo por asociarnos al aspecto más profundo de la Redención y no obstante nuestra abstención de actividad visible, ejercemos el apostolado de manera eminente.

Estatutos renovados

nos dice que es infinitamente fecunda, pues se trata de la misma fecundidad del amor que es Dios. Por lo que al servicio de la misión se refiere, se ha podido hablar a este respecto del misterio de la unión con Dios. No es cuestión de adormecer el corazón ni la sensibilidad, sino al contrario, de despertarlos a la única pasión digna de llenar un corazón con ansias de infinito. El amor de Dios lo invade todo. Aliviado de todo estorbo, ir derecho a la meta. Todo resulta sencillo. Es una de las características de la espiritualidad cartujana: la sencillez. Las raíces de la misma están en Dios; Dios contemplado en su bondad. Para Bruno, «la Divinidad es Bondad». Todos los atributos de Dios se les considera a través de su Bondad, de un Amor que se manifestó en Jesús. Sin esperar a las revelaciones hechas a Margarita-María, el Corazón de Jesús ya fue objeto de contemplación en la Cartuja.

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¿Qué va a ser de los pecadores?

Con Domingo Domingo

Hablaba con Dios o de Dios. Hermano Guillermo de Montferrat

Una de las peticiones frecuentes y singulares que hacía a Dios era la de que le concediera una caridad auténtica y eficaz, para cultivar y procurar la salvación de todos los hombres, porque pensaba que sólo sería auténticamente miembro de Cristo el día en que pudiera entregarse por entero y con todas sus fuerzas a ganar almas, como el Señor Jesús, Salvador de todos los hombres, se consagró totalmente a nuestra salvación. Jourdain de Saxe

Domingo es un apasionado. Ama a los hombres. Sufre por todo lo que los aleja del Evangelio, por el pecado que los destroza. Unido a Cristo Salvador, participa intensamente en el Misterio de su Misericordia. Todas sus actividades apostólicas desbordan de la plenitud de su contemplación. Para él se trata de una sola realidad. Asociarse a Dios en su mirada sobre los hombres. Asociarse a los hombres con todo lo que son para vivir con ellos bajo la mirada de Dios. Su oración es ardiente, suplicante. Es una oración de intercesión tanto más intensa cuanto que descubre la Verdad que hay en Dios, que es Dios. Al mismo tiempo es una contemplación cuyos descubrimientos desea compartir con todos.

Este es el motivo de reunir a hermanas y hermanos que habrán de participar con él puestas las miras en la misericordia y en la salvación. Si son diferentes sus vocaciones, están profundamente unidos en el carisma de Domingo: entrega total de sí mismo a Cristo para llegar a cabo el Misterio de la salvación. Los hermanos organizan su vida común, estando disponibles para esta misión. La alabanza a Dios, la oración, los estudios, la predicación, todo en su vida debe permitirles asegurar en la Iglesia el servicio de la Palabra de Dios. DOMINGO (1170-1221), de Caleruega, en Castilla (España).

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La vida fraterna es importante en la tradición dominicana. Es un lugar de libertad gozosa a ejemplo de Domingo, y está abierta a una 167

En todas partes se manifestaba como un hombre del Evangelio, en palabras y en obras. Durante el día, nadie como él se mezclaba en la sociedad de sus hermanos, nadie más alegre que él. Pero durante las horas de la noche, nadie era más ardoroso en velar, en orar y suplicar de todas las maneras. Jourdaln de Saxe

Acogía a todos los hombres en el amplio seno de su caridad y, como amaba a todo el mundo, todo el mundo le quería. Se había hecho una ley personal: alegrarse con la gente alegre y llorar con los que lloraban. Jourdain de Saxe

fraternidad más amplia que hermanos y hermanas quieran crear con todas las personas.

De este modo, la experiencia espiritual de Domingo, su encuentro íntimo con Dios, se basa totalmente en una participación intensa en el Amor de Cristo hacia los hombres en tanto que es Amor-Salvador. La participación en ese amor nos hace libres para vivir con nuestro tiempo y reconocer, por encima de las «miserias» debidas al pecado, al Espíritu en su actuación entre los hombres. Ponerse alegremente a su servicio, para que el mayor número de personas posible tenga conciencia de ello: tal es el llamamiento de Domingo. La oración de Domingo es la de un Apóstol.

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Después que el Señor me dio unos hermanos, nadie me indicó lo que debía hacer, sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según el Santo Evangelio.

Con Francisco y Clara de Asís

Testamento de Francisco

Exhorto a todas mis hermanas presentes y futuras a que se comprometan a seguir el camino de la santa sencillez, de la humildad y de la pobreza de nuestro Señor Jesucristo. Testamento de Clara

Que consideren que, por encima de todo, ellas deben desear la posesión del Espíritu del Señor y dejarle que actúe en ellas. Regla de Clara

No tengamos, por tanto, otro deseo, otra voluntad, otro placer y otra alegría que nuestro Creador, Redentor y Salvador, el único Dios verdadero.

Primera Regla de Francisco

En Asís, Umbría (Italia): • FRANCISCO (1182-1226). • CLARA (1193-1253).

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Apresado por Cristo, hasta llevarlo marcado en su carne, Francisco nos invita a hacer, personalmente, la experiencia que transformó su vida. Clara y él optaron por la «Señora Pobreza». Sencillamente porque siguieron a Jesús, el que los apresó. Como Jesús, Francisco es un don del Padre. ¿No está en eso la pobreza? Entonces todo se explica. Toma el Evangelio al pie de la letra. Rehusa todo lo que podría darle cierto poder sobre los demás. Si ejerce cierto imperio, no puede ser otro que el del amor.

Esa elección le hace libre, profundamente libre... ... pero vulnerable. Sufre. El mal del mundo, extraño a Dios. El mal de la Iglesia, que ya no sabe lo que es la pobreza y que por eso pierde, al mismo tiempo, el sentido de su misión. Todo esto le hace sufrir. Pero sabe también que cuando todo está perdido es cuando todo es posible para el Señor. Así es como pasa por esa vulnerabilidad; desea ser intensamente pobre. Por ese camino, que no es otro que el de Jesús crucificado, llega a restaurar la Iglesia. Francisco y Clara vivieron, cada uno a su manera, el misterio de comunión con la Iglesia.

Al propio tiempo, la pobreza les abre a los demás, les hace acogedores, accesibles a iodos. Hermanos y hermanas se unen a ellos en la experiencia de esa pobreza. Ahí está el secreto de su fraternidad, que se convierte en invitación a la fraternidad universal. Se sienten como 171

Los hermanos, en cualquier parte que estén, en sitio solitario o en cualquier otro lugar, no se preocuparán de apropiarse ningún emplazamiento y cuidarán de no entrar en contestación con nadie para reivindicarlo. Cualquiera que venga adonde están ellos, amigo o enemigo, ladrón o bandolero, ha de ser bien recibido. Primera Regla de Francisco

La santa obediencia confunde toda voluntad propia y todo apego carnal, y toda obstinación carnal. Mantiene al cuerpo mortificado, para que obedezca al espíritu, para que obedezca al hermano. Ella hace al hombre dócil y sumiso a cualquier hombre de ese mundo, y no solamente a los hombres, sino a las bestias y a las mismas fieras, dejándoles que dispongan de él como deseen, hasta donde lo permita desde lo alto el Señor. Himno de Francisco a las Virtudes

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dones recibidos de Dios, como todos los hombres, como toda la creación. Esta actitud conduce a la reconciliación. Es ya una reconciliación con Dios. Sitúa a uno en la paz, signo de reconciliación consigo mismo. Dispone para la reconciliación con los demás, con todos los demás y con todas las creaturas. El cántico de las creaturas es un auténtico cántico de reconciliación. A partir de ahí toda vida, toda la vida, se convierte en alabanza al Padre. El mundo entero con sus maravillas y sus pobrezas debe ser alabanza, una alabanza asociada a la de los angeles, la de los santos, la de María. La oración de Francisco y de Clara es magnífica y sencilla a la vez. Brota de la vida espontáneamente. Y cuando se formula, de ordinario se resume sencillamente en el «Padrenuestro». Escuchando a Francisco, mirándole, se comprende lo que es «la Sabiduría de un pobre».

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La educación espiritual auténtica es la que despierta al don de Dios, dispone a la acción divina en nosotros, enseña a corresponder a esa presencia eficaz del Espíritu Santo que ayuda a nuestro espíritu en su ascensión hacia la vida. Un practicante de los «Ejercicios»

Por la expresión «ejercicios espirituales» se entiende toda manera de examinar su conciencia, de meditar, de contemplar, de orar mental o vocalmente, y cualquier otra actividad espiritual... En efecto, lo mismo que el paseo, la marcha y la carrera son ejercicios físicos, así también se llaman ejercicios espirituales a toda manera de preparar y disponer el alma, para alejar de sí todos los afectos desordenados; después, una vez alejados, buscar y encontrar la voluntad divina, en la disposición de la propia vida, para la salvación de su alma.

Con Ignacio de Loyola La experiencia espiritual de Ignacio la vive en el mismo movimiento que le hace disponible a la voluntad de su Señor. Es el fruto de un proceso que nos hace descubrir cómo Jesucristo nos llama a estar con él para trabajar por la salvación y la liberación de todos los hombres. La respuesta a ese llamamiento nos hace hijos en el Hijo. El camino propuesto por Ignacio es, ante todo, la contemplación prolongada de Jesús. Nos invita a volver a ella sin cesar para conocerlo mejor, amarle y servirle. Este conocimiento nos hace desear todo don de Dios: por otra parte, solamente el amor y el don de libertad. Para encontrar la voluntad de Dios y seguir a Jesús pobre y humillado nos hace renunciar a nuestra propia voluntad. El amor nos da la fuerza y tenemos la experiencia de Dios en el mismo acto que nos libera.

«Ejercicios espirituales», primera anotación

Este libro no se dirige a lectores, sino a gente que «haciendo su retiro» busca ya a Dios en la oración. A propósito de los ejercicios espirituales

IGNACIO DE LOYOLA (1491-1556), España.

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¿Cómo acercarnos a semejante experiencia? ¿Cómo aprender a conseguir una mayor coincidencia de nuestra voluntad con la de nuestro Maestro y Señor? Por el discernimiento de lo que procede del Espíritu de Dios y de lo que tiene otra procedencia. La tradición ignaciana es rica en una pedagogía al servicio de ese deseo profundo de ser libre para Dios en todo. El diálogo con un hermano, con una hermana nos resulta precioso para encaminarlos por ese camino, el de los «Ejercicios espirituales». Por la oración y la ayuda fraterna podemos conseguir la gracia de una mayor unión de las voluntades. La alegría y la paz son el signo de la presencia efectiva del Resucitado. Permiten comprobar si uno se queda en lo puramente imaginario o si llega a las realidades concretas a las que Dios nos llama. Cierto, tal búsqueda sólo puede tener éxito en la medida en que 1

La humildad más perfecta consiste en lo siguiente: con el fin de imitar a Cristo nuestro Señor y tener efectivamente un mayor parecido con él, quiero y escojo la pobreza con Cristo pobre más que la riqueza, las humillaciones con Cristo humilde más que los honores, siendo ¡guales la alabanza y la gloria de la divina Majestad; y prefiero ser considerado como un tonto y un loco por Cristo, que fue el primero en pasar por tal, más que como sabio y prudente en este mundo. Ejercicios espirituales, n. 167

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis: a Vos, Señor lo torno. Todo es vuestro, disponed a vuestra entera voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta. Contemplación para alcanzar amor. Ejercicios espirituales, n. 234

deseamos de verdad someter todo lo que somos, ¡todo cuanto hacemos, a su voluntad a través de los medios que nos propone: Escritura, Iglesia, diversos testigos, comunidad... Esta pedagogía permite, para toda decisión importante, «hacer una elección» en el sentido de una auténtica libertad y encontrar a Dios en esa misma elección. Esta experiencia mística está muy vinculada a la acción, la acción de un apóstol. Es una «contemplación en la acción». La misma acción misionera nos introduce más de lleno en la contemplación. Sobre todo, si encaminamos a varios a dar esos pasos, en una comunidad religiosa, por ejemplo. La obediencia a Dios para toda decisión importante relativa al servicio de la misión adquiere entonces nuevas dimensiones. Supone una fuerza para la Iglesia y una gloria siempre mayor para Dios. Pero no esperemos el momento de las grandes decisiones personales o de las opciones apostólicas importantes para recurrir a los Ejercicios. En todo momento podemos inspirarnos en la actitud espiritual de Ignacio, que supo encontrar a Dios en toda su vida.

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La oración no consiste en la grandeza de los sentimientos, sino en la completa indigencia y en la paciencia en el sufrimiento por el Bien Amado. Juan de la Cruz

La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho. Es un trato de amistad por el que uno habla a menudo a solas con Dios, por quien se siente amado. Teresa de Jesús

Un alma está tanto más unida a Dios cuanto más elevada está en el amor y más conforme su voluntad con la de Dios. Juan de la Cruz

TERESA DE JESÚS (1515-1582), en España. JUAN DE LA CRUZ (1542-1591), en España.

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Con Teresa de Jesús y Juan de la Cruz Don de Dios, ofrecido a Dios, un amor que llega a toda la humanidad. Ante todo nos encontramos en la presencia de Dios. Es El quien nos concede poder orar. Orar es responder a la iniciativa de Otro que deposita en nosotros el suficiente amor como para responder a su espera. La espiritualidad carmelitana es profundamente contemplativa. Contemplar, mirar a Cristo, pero también, y más aún, unirnos a él; vivir de él, puesto que es el Camino hacia el Padre. «En él» debe explayarse nuestra contemplación.

Todo nos invita a esta experiencia directa e íntima: pasar de la meditación a la contemplación, de una cierta actividad de la imaginación y de la inteligencia al reposo de todo el ser en Dios. Para entrar en oración hemos de ponernos en la presencia de Dios, entregarnos a su acción, proclamar... en silencio lo que decía el profeta Elias: «Me encuentro delante del Dios vivo». Una oración sobria en el modo, muy sencilla. Desembarazarnos: «nada» para encontrar «todo». Sabemos que somos pobres. Venimos a regocijarnos de ello y a volver indefinidamente a lo más íntimo de nosotros mismos, por donde pasa como una corriente divina que brota de las profundidades del ser. Para ese proceso espiritual es muy importante todo lo que nos rodea, el lugar de la oración, el clima de silencio. El monasterio asegura naturalmente el marco. Es como un «desierto» que ahonda la sed... y nuevas capacidades de infinito. Esto renueva la disposición a recibirlo todo de Dios, puesto que todo es suyo... disposición a rebirle a él mismo. La oración carmelitana es intensamente teologal. 179

¿Quién perdería, por tanto, la confianza cuando el Señor me ha soportado tanto, únicamente porque yo buscaba y me procuraba un poco de soledad y de tiempo para que él estuviera conmigo? Servirían de poco todos nuestros esfuerzos, mientras no desterremos toda confianza en nosotros mismos, para descansar enteramente en Dios. No puedo ver que tantas almas se pierdan sin que mi corazón se quiebre de dolor. Os lo suplico por el amor de Dios, pedid a su Majestad que escuche las oraciones que le dirigimos por los hombres apostólicos. Se trata de su gloria y del bien de su Iglesia. Hacia eso tienden todos mis deseos. Teresa de Jesús

En lo sucesivo su única ocupación es amar.

La Virgen ocupa un lugar muy importante en el Carmelo, no tanto como modelo cuanto como lugar privilegiado del diálogo con Dios, lugar del encuentro: Dios se dio en María. Totalmente orientada a su Señor, estuvo penetrada de su Vida.

Una oración así, intensificada por el silencio y la soledad, nos lleva a hacer de toda nuestra vida una expresión del amor. El amor fraterno es el criterio de una oración auténtica. La vida en el Carmelo unifica dos aspectos aparentemente contradictorios: es una vida de ermitaños viviendo en comunidad. Este amor fraterno carece de fronteras. Llega hasta los extremos de la tierra. Es la dimensión misionera de la vida contemplativa: puesto que el amor tiene su fuente en Dios, cuando uno se deja penetrar de él, es para amar a todos los hombres con ese Amor. Teresa «habría dado mil vidas por uno solo de ellos».

Juan de la Cruz

La espiritualidad carmelitana no está reservada a las carmelitas y a los carmelitas. Si vivimos en medio del mundo, sepamos crear ese lugar de oración, de soledad, de silencio. Procurémonos tiempos de «desierto». Hay una cosa importante, la única: dejarnos invadir por Dios.

Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita en Usleux (Francia), proclamada patrona de las misiones.

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La caridad es longénime, es benigna... no es jactanciosa, no se hincha... no se irrita, no piensa mal... todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad no decae jamás. 1 Cor 13,4-8

Es un error, e incluso una herejía, querer desterrar la vida devota de la compañía de los soldados, de la tienda de los artesanos, de la corte de los príncipes, del hogar de los casados... Dondequiera que estemos, podemos y debemos aspirar a la vida perfecta. Francisco de Sales

Nunca existe exceso en el amor, cuando se ama en Dios. Francisco de Sales

FRANCISCO DE SALES (1567-1622), obispo de Ginebra, con residencia en Annecy. JUANA DE CHANTAL (1572-1641), la primera en identificarse con el espíritu de Francisco de Sales.

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Con Francisco de Sales En el centro del mensaje salesiano está el Amor o, más bien, cierta manera de vivirlo, de concretizar en todas las relaciones ese don recibido de Dios. Francisco de Sales es heredero de san Agustín, de quien deliberadamente se hace eco: «Para un cristiano, vivir es amar.» La santidad no consiste en acciones espectaculares ni en un género de vida especial, sino en la perfección de la caridad. El llamamiento a la misma se dirige a todo el mundo, cualquiera que sea la situación social u oficio, esté uno casado o soltero, viva en medio del mundo o en un monasterio. En la fuente de todo lo que constituye nuestra vida, la caridad, el Amor que viene de Dios, nos da paciencia y dulzura; nos permite admitir al otro tal cual es, en su misma diferencia; suscita un clima de amistad en el que cada uno se siente reconocido por lo que en realidad es.

Este amor es misionero, apostólico. El mundo espera la revelación de tal amor. Debemos proponérselo como una Buena Nueva. El mensaje evangélico no es ante todo una ley moral, sino una ley de amor, principio de toda vida moral. Proponer la serenidad a un mundo inquieto, la acción de la gracia a un mundo insatisfecho y la confianza a los atemorizados son algunos aspectos de la misión. Que toda palabra evangélica sea una promesa de libertad. Francisco de Sales es tanto más apasionado de esta misión cuanto que tiene fe en el hombre. Es profundamente humano. «Soy tan hombre, que no soy más que eso», decía en momentos de un profundo sufrimiento. Está abierto a todo lo que hay de bueno en el hombre; abierto también a lo que es menos bueno, incluso malo, para intentar mejorarlo. 183

María Magdalena... «Reina de los penitentes»..., «archivirgen», habiendo sido purificada en el horno del amor sagrado, fue favorecida con una excelente castidad y dotada de un amor tan perfecto, que después de la Madre de Dios fue quien más amó a nuestro Señor. Francisco de Sales ¡Hay que estar muy próximo a Dios para poder expresarse así!

Según él, la Iglesia debe estar atenta a todo lo que en el mundo es estimable, a todo lo que supone una manifestación de la Sabiduría de Dios. Es la manera de manifestar el Amor del que vive. Francisco de Sales es un gran humanista, muy atento a la cultura de su tiempo, preocupado por la justicia social, próximo a las realidades familiares, un adelantado de su tiempo dando paso a la mujer en la Iglesia y en la ciudad. Ningún aspecto de la vida humana escapa al amor de Dios. ¡Cada cual debe dar testimonio de él dejándose apresar por el Amor!

No hay nada que nos haga más parecidos a Dios que la sencillez: quien la posee es realmente perfecto. Para orar bien, hemos de reconocer que somos pobres y humillarnos profundamente. La esencia de la oración no está en estar siempre de rodillas, sino en mantener unida nuestra voluntad a la de Dios en todos los acontecimientos. El alma que se mantiene preparada y dispuesta a recibir toda clase de obediencias, y las recibe amorosamente, como de parte de Dios, puede cumplirlas incluso barriendo. Juana de Chantal

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Debemos continuar y llevar a cabo en nosotros los estados y el misterio de Jesús y pedir con frecuencia que los consume y realice en nosotros y en toda su Iglesia.

Con la Escuela Francesa

Juan Eudes

Estar animados del espíritu de Jesús, vivir su vida, caminar por sus caminos, estar revestidos de sus sentimientos e inclinaciones, hacer todas nuestras acciones con las disposiciones e intenciones con que él hacía las suyas; en una palabra, continuar y realizar la vida, la religión y devoción que él vivió en la tierra.

Juan Eudes

FELIPE NERI, en Italia (siglo XVI). En Francia, en el siglo XVII: BERULLE, OLIER, JUAN EUDES, LUIS MARÍA GR1GNON DE MONTFORT.

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La espiritualidad de la Escuela Francesa brota de la contemplación del Hijo de Dios, el «Verbo encarnado». Creados por Dios, todo lo recibimos de El y debemos devolvérselo todo. Imagen de Dios, reflejo de su rostro, llamados a ser una misma cosa con El, debemos ahondar en nosotros esa «capacidad de Dios» que constituye nuestra dignidad. Para responder a tal vocación sólo hay un camino: Jesús el Verbo Encarnado. En él se cumple plenamente el Misterio de retorno al Padre. Y en él debe realizarse el retorno de toda la humanidad. Para esto fue enviado, para esto se hizo uno de nosotros y su Corazón de hombre fue morada del Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo. Jesús es el único Misionero, el único Adorador.

Orar es contemplar a Jesús o, mejor, ver su «interior», es decir, las disposiciones y los sentimientos que le elevaban al Padre en su propia contemplación y a los hombres en su amor salvador. Adoptar la actitud que mantenía en cada uno de sus «misterios»; el de la infancia de Nazaret y el de la edad adulta; el de Cana y el de la multiplicación de los panes; el de la Ultima cena y el de la Cruz; contemplar a Jesús en su Misterio pascual, el de su muerte y resurrección. Jesús es el perfecto Adorador del Padre, el «religioso de Dios». Lo que hemos de hacer es sintonizar con su corazón y decir con Pablo: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Al renunciarnos a nosotros mismos dejamos que Cristo Jesús viva y reine en nosotros. Esta acogida en nosotros del Hijo de Dios nos compromete intensamente en la misión por la que se ha hecho hombre. Impulsados por el mismo Espíritu, prolongamos esa misión gradualmente. Sabido es 187

Dios mío, que todas estas alabanzas, todos los cánticos, todos los salmos e himnos que vamos a entonar en vuestro honor sean únicamente la expresión del interior de Jesucristo, y que mi boca no os diga otra cosa que lo que os dice el alma de mi Salvador en sí misma. Juan J. Olier

El cristianismo consiste en estas tres cosas: contemplar a Jesús, unirse a Jesús, obrar en Jesús... La primera se llama Adoración, la segunda Comunión, la tercera Cooperación. Juan J. Olier

cómo la espiritualidad de la Escuela Francesa fue una fuente de renovación de vida apostólica, en especial para los sacerdotes. Avanzar por tal camino nos obliga a encontrarnos con María, su Madre. ¿No vivió en intensa comunión con los «Misterios» de su hijo porque, ante todo, se dejó investir por el Espíritu?

La espiritualidad de la Escuela Francesa es profundamente dogmática. Aceptar nuestro «Credo», admitir de verdad el Misterio del Hijo vuelto hacia el Padre, identificarse con él mediante una contemplación basada siempre en sus «Misterios», en sus «estados» más «interiores» es disponernos también a nosotros para participar de la misma Vida, don del Espíritu al mundo.

O JESÚS viviente en María, venid y vivid en vuestros servidores, por vuestro Espíritu de santidad, por la plenitud de vuestra fuerza, por la perfección de vuestros caminos, por la verdad de vuestras virtudes, por la comunión de vuestros misterios; refrenad todo poder enemigo, con vuestro Espíritu, para gloria del Padre. Amén. Oración de Juan J. Olier según «La journée chrétienne», 1655

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Nada me complace, sino en Jesucristo.

Con Vicente de Paúl

Las acciones humanas se convierten en acción de Dios, puesto que se hacen en El y por El. Vicente de Paúl

No detengáis ya, por tanto, vuestra mirada en lo que sois, sino mirad a Nuestro Señor cerca de vosotros y en vosotros, presto a poner manos a la obra tan pronto como recurráis a El; y veréis que todo marcha bien. A Luis Rivet, sacerdote de ia misión

Cuando se trate de hacer alguna obra buena, decid al Hijo de Dios: «Señor, si estuvierais en mi lugar, ¿cómo actuaríais en esta ocasión? ¿Cómo instruiríais a este pueblo? ¿Cómo consolaríais a este enfermo de alma y cuerpo?

Si preguntáramos a Vicente de Paúl por su doctrina espiritual, tal vez no nos diría gran cosa. Más bien nos indicaría... A su Señor lo encuentra en el compromiso concreto con los pobres; en este sentido, su camino es, ante todo, el de la acción. No es creador de teorías sobre la manera de vivir en Dios. De todos modos, prefiere «consumirse». Sabe por experiencia que el servicio de los abandonados y de los desheredados es el lugar privilegiado para encontrarse con Dios. Pero sabe al mismo tiempo que para servir a los pobres con espíritu evangélico hay que entregarse totalmente al Señor. Jesucristo nos precede y nos espera en el corazón y en la vida de los pobres. Por eso la total donación a Dios y el servicio de los pobres se condicionan mutuamente y deben vivirse en profunda unidad. La experiencia nos enseña que ambas cosas se sostienen juntas o ambas se derrumban a la vez.

A Antonio Durand, superior del Seminario de Agde

Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a expensas de nuestros brazos, con el sudor de nuestras frentes. Porque con frecuencia muchos actos de amor, de complacencia, de benevolencia, de parecidos afectos y prácticas interiores de un corazón tierno, aunque muy buenos y deseables, son, sin embargo, muy sospechosos cuando no llegan a la práctica del amor efectivo. En esto, dice nuestro Señor, mi Padre es glorificado, en que reportéis muchos frutos. Conferencias VICENTE DE PAUL (1581-1660), en Francia.

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Si escuchamos a Vicente de Paúl en sus conversaciones familiares podemos deducir algunos rasgos de sus profundas convicciones. Se trata siempre de adherirse a Jesucristo, de sintonizar con sus «estados interiores». En esto se inspira en la espiritualidad de la Escuela Francesa. Nos invita a no perder de vista a Cristo, Adorador del Padre, enteramente vuelto hacia el Padre; tenerlo siempre ante nuestros ojos, pero sobre todo adoptar su misma actitud. En concreto, solamente adoptando la actitud de Jesús frente a los pobres logramos enrolarnos en ese movimiento de adoración y de misión. Para Vicente de Paúl no nos deben guiar tanto las sentencias evangélicas cuanto Nuestro Señor mismo: El es la Regla de la Misión. 191

Manteneos alegre en la disposición de querer lo que Dios quiere. Y puesto que le agrada que conservemos siempre la santa alegría de su amor, mantengámonos inseparablemente unidos a ella en este mundo, para ser un día una misma cosa con El. A Luisa de Marillac

Nuestro Señor sacará posiblemente más provecho de vuestra sumisión que de todo el bien que podáis hacer. Un hermoso diamante vale más que una montaña de piedras y un acto de virtud, de conformidad y de sumisión vale más que muchas buenas obras hechas en atención al prójimo. A Luisa de Marillac

Le envío las resoluciones tomadas por la señora N., que son buenas, pero me parecerían todavía mejores si descendieran más a lo concreto. Será bueno llevar a la práctica las que constituyan ejercicios de retiro en vuestra casa, lo demás es producto de la mente, que habiendo encontrado cierta facilidad e incluso cierto dulzor en la consideración de una virtud, se recrea en el pensamiento de ser uno muy virtuoso. Sin embargo, para llegar a serlo conviene tomar buenas resoluciones prácticas sobre acciones concretas y ser fiel después en cumplirlas. Sin esto, todo queda con frecuencia en pura imaginación.

Para unirnos con El, para aumentar su amor en nosotros, es indispensable un camino: el de la oración, una oración cuyos frutos concretos garantizan la autenticidad; nos permite unificar toda nuestra vida en una óptica de servicio, en torno al servicio. Vicente de Paúl es un activo, pero al mismo tiempo un místico. No cae en el activismo de este modo: «Hay que santificar las propias ocupaciones buscando en ellas a Dios y hacerlas para encontrarle en ellas más bien que para verlas hechas.» El amor que así se despliega en la acción y que se alimenta con la oración tiene aspecto de pobreza, de humildad. Nos lleva a desembarazarnos de todo para quedar libres para la tarea de servicio, a liberarnos de nosotros mismos para trabajar por Dios. Entonces es cuando podemos adherirnos a Jesucristo y ser su prolongación en su misión de Salvador. Vicente de Paúl es una persona activa que tiene conciencia de recibirlo todo de Otro. Es el secreto de su misión, de su vida. Tal vez sea el secreto de la nuestra. Somos muy libres para encontrar en él diversas influencias, la de Francisco de Sales y de otros muchos. En realidad no se preocupó de ello. El vivió. Fue un hombre de acción.

A Luisa de Marillac

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— Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir sólo para El. — Impregnarse del espíritu de Jesús leyendo y releyendo, meditando y remeditando de continuo sus palabras y sus gestos. — El parecido es la medida del Amor. — Pregúntate en todas las cosas lo que habría hecho nuestro Señor y hazlo. Es tu única regla, pero tu regla absoluta. — Mi Señor Jesús, muy pronto será pobre el que, amándoos con todo su corazón, no pueda soportar ser más rico que su Bien Amado. — Toda nuestra vida, por callada que sea, la vida del desierto lo mismo que la vida pública deben ser una predicación del Evangelio por el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe proclamar el Evangelio sobre los techados.

Carlos de Foucauld

Vivir el misterio eucarístico para difundir el cristianismo, para extender la Iglesia, es la inspiración de Carlos Foucauld; digamos, su gran invento espiritual. Padre Peyriguére

CARLOS DE FOUCAULD (1858-1916), nacido en Estrasburgo, muerto en Tamanrasset.

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Con Ch. de Foucauld Servidor de una palabra que no procede de él, el ermitaño de Tamanrasset es un auténtico Profeta, mucho más por su vida que por sus palabras. Apenas convertido, tomó el Evangelio al pie de la letra, sintiendo una «necesidad de conformidad, de parecido» con su «Querido Hermano y Señor Jesús». Desde el día en que Ch. de Foucauld conoció el Amor de Dios hizo de toda su vida una respuesta de amor. Un amor que abarca todo, pero se manifiesta de manera sencilla, a imitación de Jesús de Nazaret.

Nazaret. Encontrarse con Jesús en ese camino, es decir, que todo hombre, cualesquiera que sean sus condiciones de vida, puede conocer la amistad con Dios. Vida de familia, vida de trabajo, puesta en práctica de valores muy simple, sin más testigo que Dios, los más próximos y los vecinos. Presencia ante los demás con discreción y humildad. Jesús vivió así durante treinta años de una existencia ordinaria, muy parecida a la de las personas y familias de cualquier lugar. Ahí era donde se expandía su oración y se intensificaba su intimidad con el Padre. Ser discípulo de Jesús es asumir como él toda la vida humana, desde el nacimiento a la muerte, y desear ser salvadores con él.

Por esto estamos invitados a meditar por tiempo indefinido el Evangelio, a contemplar a Jesús a fin de imitarle. Pero podemos encontrarle aún más en la Eucaristía y en los pobres, doble presencia de Dios entre nosotros. La Eucaristía está en el centro de la plegaria de Ch. de Foucauld. Una Eucaristía Misionera, podríamos decir, porque es presencia irra195

Cuando el gobierno temporal comete una grave injusticia contra aquellos que, en cierta medida, están a nuestro cargo..., hay que decírselo... No tenemos derecho a ser centinelas dormidos, «perros mudos» y pastores indiferentes. Carlos de Foucauld

diante y operante, percibida en la fe y en la adoración silenciosa. ¡Cuan eficaz presencia! Los pobres, otra presencia de Dios. Ch. de Foucauld optó por vivir entre ellos, como ellos, puesto que también Dios manifestó su predilección por ellos. Comparte su vida con ellos, silenciosamente. Quiere ser entre ellos el hombre de la plegaria permanente, una plegaria de alabanza y de intercesión. Pero no rehuye, cuando es necesario, el dar cuenta explícitamente de su fe y, en ciertas circunstancias, intervenir para que se respete la justicia. Su palabra es entonces tanto más eficaz cuanto que se apoya en el testimonio de su vida.

Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confio mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.

Sin embargo, nada de exclusivismos. Ch. de Foucauld es el «Hermano universal». A todos desea proclamar la Buena Nueva con el testimonio de su vida y con ese objetivo desea reunir a hermanos. Para ellos, como también para nosotros, oración, fraternidad y misión suponen que nos dejemos apresar por el Amor loco de Cristo.

Oración de Carlos de Foucauld

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PARA SERVIR MEJOR

Santiago, Cetas y Juan, que pasan por ser las columnas, reconocieron la gracia a mí dada, y nos dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión, para que nosotros nos dirigiésemos a los gentiles... Pablo a los Gálatas 2,9

¿Qué he de hacer. Señor? Hechos 22,10

Servir... ¿Por qué este título? «No he venido a ser servido, sino a servir y a entregar mi vida...» En la Iglesia no hay nada que no sea para el servicio. Para eso vino Jesús. Asi glorificó al Padre. Nosotros debemos seguirle... Nuestra vocación está en servirnos unos a otros, en estar disponibles para la tarea de la misión, en comprometernos en el servicio de nuestros hermanos los hombres. ¿Qué camino escoger para ello?

Los caminos son muchos. Como Iglesia, constituye para nosotros un motivo de alegría la diversidad. No obstante, necesitamos saber adonde conducen y en qué campos nos comprometen. La Iglesia nos propone la garantía de su autenticidad evangélica. Nos indica los caminos en los que pueden desarrollarse el amor y la libertad espiritual.

Pero, ¿cuál conviene a nuestra vocación personal, al llamamiento de cada uno de nosotros? Se necesita un discernimiento. No lo puede hacer otro, o, mejor, la decisión que se tome ha de ser personal. Para ello existen criterios, una especie de bien común hecho de buen sentido y de experiencia evangélica. Con una ayuda fraterna al servicio de tal discernimiento, cada uno puede escoger su camino. 200

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Y El constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a éstos, evangelistas; a aquéllos, pastores y doctores, para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la talla (que corresponde) a la plenitud de Cristo. Pablo a los Efesios 4,11-13

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PARA EL SERVICIO DEL AMOR Y DE LA LIBERTAD ESPIRITUAL...

Múltiples caminos...

Yo ya no estoy en el mundo; pero ellos están en el mundo... No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Jn 17,11 y 15

Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo. Mt 28,20

La misma Jerarquía, siguiendo dócilmente el impulso del Espíritu Santo, admite las reglas propuestas por varones y mujeres ilustres, las aprueba auténticamente después de haberlas revisado y asiste con su autoridad vigilante y protectora a los Institutos erigidos por todas partes para edificación del Cuerpo de Cristo, con el fin de que en todo caso crezcan y florezcan según el espíritu de los fundadores.

Vaticano II, «Lumen gentium», n. 45

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Siglo tras siglo, el Espíritu prosigue la obra de la Encarnación misteriosa inaugurada en Jesús. Es una «Encarnación», con todas las connotaciones que la palabra tiene respecto a realidades concretas, situadas en el tiempo y en el espacio, sometidas al cambio y probadas por el tiempo; en una palabra: con todo lo que caracteriza a seres hechos de carne y hueso. No constituye ninguna sorpresa el que haya gran diversidad de caminos. El hecho de que la historia de los hombres sea siempre nueva en el tiempo e infinitamente variada en el espacio, tal vez se deba a la diversidad de razas, de temperamentos y de caracteres. Una fundación nueva siempre hunde sus raíces en un mantillo humano. Para dar una idea de los múltiples caminos trazados a lo largo de los tiempos hubo que simplificar la historia, aunque sin traicionarla. Para evocar el hervor, la profusión de búsquedas que han jalonado la historia de la Iglesia, serían necesarias más de mil páginas... Nos hemos detenido en lo que se ha impuesto de modo duradero y cuya autenticidad evangélica ha sido garantizada por la Iglesia.

... reconocidos por la Iglesia... La Iglesia, pueblo en marcha, premisa —ya— de esa «muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua» (Ap 7,9). Todos llamados a ser santos, a apasionarnos por Jesucristo, no existe, bajo este punto de vista, ninguna distinción entre sus miembros, ninguna superioridad de unos sobre otros, ninguna exclusiva. Todos hermanos y hermanas, avanzamos paso a paso por el camino real. Muchas veces el de la Cruz, siempre el del Amor. Este pueblo, mientras dure su marcha por la tierra, siente la necesidad de repetirse de vez en cuando lo que realmente es. Señala regularmente ciertas realidades que condicionan su vida y su misión. Así, el último Concilio Vaticano II, tras haber recordado la importancia de la comunidad eclesial en su conjunto, insiste sobre el llamamiento de todos a la santidad, antes incluso de hablar de los religiosos y del significado de las diversas formas de vida evangélica. Necesitábamos volverlo a oír de nuevo. 205

En la historia, muy pronto sínodos y concilios tuvieron que velar por la calidad evangélica o simplemente por el «buen sentido» de las iniciativas tomadas en orden a formas particulares de vida. A partir del siglo XI son tan numerosos los fundadores, que se diseña una reglamentación que hacía referencia bien a la autoridad del obispo, bien a la del Papa. En 1586 se erige, en Roma, la «Congregación para las consultas de los Regulares». En 1906 toma el nombre de «Congregación de Religiosos» y en 1967 el de «Congregación para Religiosos e Institutos seculares». En 1901 se hizo oficial la distinción entre los institutos de derecho diocesano —reconocidos por el obispo— y los institutos de derecho pontificio —reconocidos por la Santa Sede. Corresponde al Papa o a los obispos unidos al Papa la misión de reconocer la autenticidad evangélica de las iniciativas de las que ellos son los testigos. En cuanto a los institutos de derecho pontificio, son las «Congregaciones romanas», es decir, los organismos constituidos cerca del Papa con vistas a determinadas tareas, las encargadas de atender ese ministerio. Al mismo tiempo que se crean nuevos institutos, otros se unen entre sí o desaparecen. Es una dimensión de la vida de la Iglesia, muchas veces difícil de asumir, y a la que la Jerarquía debe mostrarse siempre atenta.

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Pero también hay que precisar lo que son las diferentes formas de vida evangélica, decirnos como miembros de la Iglesia en qué condiciones nos permiten esos caminos seguir de verdad a Jesucristo. Las páginas precedentes han dado a conocer las iniciativas de los fundadores cuya herencia ha permanecido particularmente viva tanto en el plano de las instituciones como en el de las familias espirituales. Si han adquirido tal importancia se debe a que muchas fundaciones han aparecido en su surco, o incluso porque tuvieron la genialidad de cristalizar, de organizar, de coger de nuevo lo que surgía en la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu Santo, de forma un tanto dispersa. Pero ¿quién puede garantizar, en la fe, que realmente se debe al impulso del Espíritu Santo? ¿Quién va a precisar los criterios de discernimiento respecto a realidades tan importantes para la vida y la misión de la Iglesia? Tal discernimiento está asegurado en la Iglesia, por los obispos unidos al Papa. El mismo Espíritu que suscitó las fundaciones, mediante el carisma de los fundadores, guía a los obispos a ser testigos de esas nuevas creaciones con la responsabilidad de garantizar su espíritu evangélico. Todo ello forma parte de su ministerio al servicio de la fuerza del Espíritu, que con frecuencia rebasa nuestra imaginación. Es verdad que no se reúnen todos los días en Concilio. Pero ese carisma lo ejercen igualmente los obispos y el Papa en su ministerio ordinario.

En términos precisos Este reconocimiento es indispensable para garantizar la fidelidad al espíritu del Evangelio y el respeto de las personas que se comprometen por tales caminos. La existencia de las sectas es prueba suficiente para hacernos comprender su necesidad. Bajo esta óptica se han examinado, por una parte, los documentos sometidos por los institutos a la espera de reconocimiento oficial, y por otra, las nuevas constituciones redactadas por los institutos ya reconocidos. La vida de los institutos está orientada y organizada por consti207

Los textos no pueden salvar. Ninguna ley escrita, aunque esté revelada por Dios, ha proporcionado la fuerza de amar. La única Ley que salva es la Ley del Amor, el Espíritu Santo en persona, Ley escrita en nuestros corazones. Pero los textos, las constituciones, las reglas de vida son indispensables para balizar el camino. Sin esta disciplina es imposible la vida; se extingue sin reportar fruto.

Unos monjes nos preguntaron qué significaba para nosotros la clausura. Les respondimos que no existía juego sin reglas de juego, que la libertad no era la servidumbre al capricho, que era necesario hacerse ciertas violencias para realizar determinados deseos, que, como casados, respetábamos también cierta clausura, al no estar persuadidos de que la licencia fuera el mejor medio de vivir intensamente, sino, por el contrario, de que la pasión que carecía de una estructura estaba condenada al agotamiento y a la muerte, en una palabra, que tanto ellos como nosotros éramos unos apasionados metódicos. Un escritor y su esposa

Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo... Pondré dentro de vosotros mi espíritu, y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra. Ezequiel 36,26-27

tuciones, Reglas u otros textos que no todos tienen la misma importancia. Todos los institutos tienen de común la referencia al Evangelio, al amor de Dios y del prójimo, y encuentran en la persona de Jesús la fuente de dicho amor. Son también comunes las exigencias fundamentales que se imponen al tipo de vida más general por ellos reivindicado. Las convicciones comunes reciben luego la precisión de las propias orientaciones. En tal sentido se habla del carisma de cada instituto, de su misión específica y de las opciones que ha de hacer para ser fiel a dicha misión. Finalmente, a los datos fundamentales vienen a sumarse indicaciones de orden práctico, indispensables para la vida del grupo, sobre todo cuando hay que vivir en comunidad. Cuando estas convicciones, orientaciones y modalidades de vida se precisan por escrito, la autoridad competente cuida de que favorezcan de verdad la libertad espiritual, el amor de Dios y el servicio del prójimo, y que aseguren la salvaguardia de los derechos personales. Así ocurre en lo reierente a la formación de los candidatos y su admisión. Las primeras etapas de la probación, cualquiera que sea el nombre que se les dé, son tiempos fuertes de los que dependen la calidad evangélica de toda una existencia. Además, con relación al instituto, este período representa un tiempo de iniciación y de integración progresiva. Los compromisos mutuos adquiridos por los candidatos y el instituto al término de dicho período deben estar definidos y garantizados por normas suficientemente precisas. Todo esto no es más que un ejemplo. Otro tanto puede decirse del «gobierno» de los institutos, de los compromisos apostólicos de sus miembros y de todos los campos que conciernen a su existencia y a sus actividades: son indispensables unos textos bien precisos. Va en ello el bien de las personas y la calidad del servicio prestado por cada uno y por los institutos en la misión de la Iglesia.

Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hilos de Dios. Pablo a los Romanos, 8,14

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Principales formas de vida evangélica reconocidas por la Iglesia

Tratándose de reconocimiento oficial —el llamado reconocimiento canónico—, la Iglesia no multiplica las categorías. No busca tanto legislar sobre la originalidad y la gran diversidad de los institutos o grupos cuanto extraer algunos rasgos característicos que son comunes y garantizan su aptitud para ser «caminos para seguir a Jesucristo».

Las categorías que hoy mantiene la Iglesia son tres: — las asociaciones de fieles; — las sociedades de vida apostólica, y Las principales formas de vida evangélica reconocidas por la Iglesia se designan con estas tres expresiones: asociaciones, sociedades, institutos. Se trata de una clasificación jurídica. En el lenguaje corriente los nombres dados a cada instituto, por razón de su origen o de su historia, no corresponden necesariamente a su naturaleza tal como la reconoce el derecho. Así, auténticos institutos de vida consagrada pueden llevar el nombre de «sociedad», mientras que auténticas sociedades de vida apostólica pueden llevar el de «instituto». Para conocer la naturaleza de un instituto es importante no atenerse a su denominación usual. Tengamos presente además que para hablar en general de todas estas realidades, empleamos habitualmente la palabra «instituto», designando a la vez los institutos de vida consagrada, las sociedades de vida apostólica y algunas asociaciones.

— los institutos de vida consagrada. Hemos de añadir, sin embargo, que la vida consagrada no siempre queda encuadrada dentro de los institutos propiamente dichos. Así, la Orden de las Vírgenes. Estas mujeres, que hacen voto de virginidad y se consagran a Dios mediante el obispo, no tienen más lugar de referencia que la Iglesia local. Lo mismo hay que decir de los ermitaños que se consagran a la alabanza divina y la salvación del mundo en la soledad y el silencio. Su consagración a Dios está reconocida por el obispo diocesano en la medida en que hacen ante él profesión pública de vivir en la pobreza, el celibato y la obediencia. Observan su género de vida bajo la dirección del obispo.

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• Las asociaciones de fieles

Los seglares que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, esfuércense igualmente por asimilar con fidelidad las características peculiares de la espiritualidad propia de tales asociaciones o institutos.

Vaticano II, Apostolado de los seglares, n. 4

Todo cristiano puede tomar la iniciativa de asociarse con otros. Los objetivos pueden ser muy diversos: de orden espiritual, apostólico o incluso cultural. Así ocurre con los grupos de vida evangélica o las Terceras Ordenes, algunas asociaciones sacerdotales creadas con idéntico espíritu, los diversos movimientos de apostolado de los seglares, cofradías, etc. Sería necesario otro volumen para describir de modo suficientemente exhaustivo y con un mínimo de objetividad la realidad de las asociaciones en la Iglesia.

Las asociaciones sacerdotales... fomenten la santidad de los sacerdotes en el ejercicio del ministerio por medio de una adecuada ordenación de la vida, convenientemente aprobada, y por la fraternal ayuda, y de este modo intenten prestar un servicio a todo el orden de los presbíteros.

Vaticano I!, Ministerio y vida de los presbíteros, n. 8

El apostolado organizado responde adecuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles. En las circunstancias actuales es de todo punto necesario que en la esfera de la acción seglar se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que la estrecha unión de las fuerzas es la única que vale para lograr plenamente todos los fines del apostolado moderno...

Vaticano II, Apostolado de los seglares, n. 18

Todas las iniciativas son posibles en la medida en que pueden contribuir a la vitalidad de la Iglesia y a la eficacia de su misión, objetivo que ha de quedar definido por unos estatutos. Una vez reconocidas por las autoridades competentes, las asociaciones quedan bajo la resresponsabilidad de la Iglesia, con una vinculación más o menos estrecha según que sean de derecho privado o de derecho público.

• Las sociedades de vida apostólica Los miembros de la mayoría de las sociedades de vida apostólica no se comprometen con votos como lo hacen los religiosos. El compromiso contraído al entrar en la Sociedad se refiere esencialmente a la finalidad apostólica por ella perseguida. Por ejemplo, el servicio de los pobres, la formación del clero, la misión en tal o cual continente. Para tal servicio apostólico eligen la vida de comunidad, según el modo previsto por las constituciones de la sociedad. Por esos medios simplemente intentan desarrollar la Caridad en sí mismos. Algunas de dichas sociedades necesitan algunas exigencias relativas a los consejos evangélicos.

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Sus miembros conservan la propiedad de sus bienes personales e incluso la capacidad de adquirirlos y de administrarlos.

Cuanto más fervientemente se unen con Cristo por esa donación de sí mismos, que abarca la vida entera, tanto más feraz se hace la vida de la Iglesia y más vigorosamente se fecunda su apostolado. Vaticano II, Renovación de la vida religiosa, n. 1

La elección de una forma de vida evangélica se hace de una vez para siempre o, como ocurre ordinariamente, se renueva anualmente, lo cual consiste esencialmente en confirmar la voluntad de seguir siendo miembro de la sociedad en cuestión. A decir verdad, la distinción entre las sociedades de vida apostólica y los institutos religiosos no resulta evidente a la mirada de observadores exteriores. Resulta tanto más importante conocer la naturaleza de todos ellos, tal como lo ha hecho la Iglesia.

• Los institutos de vida consagrada Son los institutos religiosos y los institutos seculares. Tienen rasgos comunes. O mejor, si difieren en el modo de vida y por el acento particular al que hace referencia su consagración, pertenece al mismo orden el compromiso profundo que tienen en seguir a Jesucristo. Los hombres y mujeres que se comprometen en esta forma de vida participan de manera especial en el misterio de la Iglesia. Mediante los votos de pobreza, de castidad en el celibato y de obediencia, se ponen en condiciones de revisar incesantemente la orientación de su vida. Para confirmar su intención de vivir según el evangelio, «se comprometen», «prometen-con-otros» a adoptar tal forma de vida. Hacen profesión de ello. Estas formas de vida son accesibles a todos, seglares y sacerdotes. Recordemos la precisión hecha anteriormente (p. 33). La consagración religiosa no introduce en el estado clerical, así como tampoco la ordenación hace del sacerdote un religioso. Los seglares que se consagran a Dios en un instituto secular siguen siendo plenamente seglares. Asimismo, los religiosos siguen siendo jurídicamente seglares, aunque su lugar en el pueblo de Dios, en especial en lo que se refiere a 214

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la evangelización, no es pura y simplemente asimilable a la de los seglares cuya vocación específica es administrar las cosas de este mundo. Desde el punto de vista jurídico se habla de «religiosos-seglares» para distinguirlos de los religiosos que son sacerdotes. La vida fraterna forma parte integrante de estas formas de vida consagrada, puesto que es esencial a toda vida cristiana. Pero la manera concreta de vivirla es diferente entre los religiosos y entre los seculares. Por lo demás, existe entre ellos una diferencia fundamental.

Los institutos religiosos A propósito de la vida monástica y de la vida religiosa apostólica, ya hemos indicado algunas características de estas formas de vida evangélica. Ahora vamos a precisar los rasgos esenciales por los que la Iglesia define estos institutos religiosos. — La vida comunitaria entre hermanos o hermanas reunidos por Cristo y por el Evangelio, bien se trate de una comunidad numerosa, bien de algunas personas solamente. — La puesta en común de los salarios u otros frutos del trabajo. Las decisiones relativas a los gastos más importantes se toman entre todos, sin olvidar la colaboración que hay que tener con la gran comunidad que es el instituto. Son «institutos religiosos» las Ordenes, Congregaciones o Institutos a que nos hemos referido en las páginas precedentes, bajo los siguientes títulos: La corriente monástica. Los institutos de vida contemplativa. La corriente de los «canónigos» (salvo algunas excepciones) Las órdenes mendicantes. La Compañía de Jesús. La vida religiosa apostólica, a la cual pertenecen también muchas congregaciones misioneras.

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La puesta en práctica de la pobreza se vive bajo diferentes modalidades en la vida monástica y en la vida religiosa apostólica, pero las orientaciones más fundamentales surgen del mismo espíritu. — La obediencia tiene también incidencias muy concretas. Ante todo es una dimensión de la vida en comunidad: es bueno ser interpelado por los demás o consultarles sobre decisiones de la vida corriente. En la vida monástica se aprecia la importancia de los responsables de la comunidad, así como la del capítulo. 217

En la vida religiosa apostólica, cuando se trata de cuestiones importantes relativas a la misión o de la pertenencia a tal o cual comunidad, corresponde a los responsables de la congregación tomar las últimas decisiones. Esto no implica pasividad alguna o renuncia por parte de las personas afectadas, pero no cabe duda que la autenticidad de la elección de la vida religiosa como forma de vida evangélica se prueba con ocasión de tales decisiones, aun siendo deseable que se tomen siempre en un clima de diálogo. Si la obediencia es esencial a la vida religiosa, la manera de asumirla está siempre marcada por el carisma del instituto y por la espiritualidad en que se inspira. — El compromiso apostólico se lo confía la Iglesia al instituto como tal. Esto no impide que un miembro de la comunidad se comprometa de forma personal en el lugar adonde haya sido enviado, pero la referencia a la comunidad es un rasgo característico de esta forma de vida consagrada.

En la vida religiosa, la palabra «capítulo» tiene diversas acepciones: En la vida monástica, se llama capítulo local a la asamblea formada por todos los miembros de la comunidad reunidos para discutir asuntos del monasterio. En todos los institutos religiosos (de vida monástica o apostólica) se llama capítulo general a la instancia suprema del instituto: es una asamblea de delegados elegidos por los religiosos y que funciona como una cámara de diputados. El capítulo general lo inventaron los cistercienses a principios del siglo XII. Este capítulo general de los cistercienses sirvió de modelo a los ingleses, cuando éstos, ya desde la Edad Media, pusieron en funcionamiento un sistema parlamentario y crearon la «Cámara de los Comunes». Sin saberlo, la vida religiosa estuvo presente de este modo en los orígenes de las democracias modernas. El sistema parlamentario funcionó en la vida religiosa mucho antes de hacer su aparición en los Estados. Estos copiaron de la vida religiosa y no a la inversa.

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— Finalmente, una última característica: a los religiosos y religiosas normalmente se les conoce como tales, al menos en la Iglesia local. Detrás de cada uno de ellos siempre ha de entreverse, de una forma o de otra, a la comunidad.

Los institutos seculares

Ya hemos destacado lo específico de los institutos seculares. Son institutos de vida totalmente consagrada y tienen de particular que sus miembros trabajan por la santificación del mundo como desde dentro, participando en la vida y en las actividades de su entorno, sin signos ni modales que los distingan, siempre en conformidad con el sentido evangélico en el que desean siempre inspirarse. El celibato, lo pobreza y la obediencia, en el caso de ellos, están profundamente marcados por su situación en medio del mundo. Tienen que inventar siempre la manera de vivirlos según el espíritu de su compromiso de seguir a Cristo, pero sin perder de vista la seculari219

dad que les es característica. A manera de fermento, trabajan en medio del mundo y en actividades seculares por el crecimiento del Cuerpo de Cristo, y precisamente la actividad apostólica es la expresión de la propia consagración. La vida fraterna debe ser objeto de especial cuidado entre los miembros de un instituto secular.

No hay que confundir estas dos palabras: secular y laico. — Laico se contrapone a clérigo. — Secular, en cambio, a regular, a religioso. Antiguamente se hablaba de «siglo» para designar al mundo: «vivir en el siglo», «vivir en el mundo». Es el origen de la palabra «secular». Cuando se habla de «secularidad» se designa lo característico de esa vida en el mundo. Esto concierne tanto a los sacerdotes seculares como a los laicos, pero sus vocaciones respecto al mundo son diferentes a todas luces.

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Profesión y votos La profesión La profesión compromete a la persona en un estado de vida consagrada, la profesión de los «consejos evangélicos». La profesión es un acto público por el que alguien se integra plenamente en un instituto, una congregación o una Orden. Este acto conlleva la decisión, claramente expresada por el que o la que hace la profesión, de vivir según las constituciones. También implica el hecho de ser «admitido», reconocido como miembro por el instituto, con los derechos y deberes que ello supone. La profesión siempre es recibida por el superior general, o su delegado, en representación de todo el instituto. La profesión lleva consigo la voluntad de seguir a Jesucristo en la pobreza, el celibato y la obediencia, con el deseo de empeñar en ello todo el ser y toda la vida. Tal decisión es respuesta al llamamiento de Dios. Es él quien tiene siempre la iniciativa.

PROFESIÓN Hay que distinguir entre profesión temporal y profesión perpetua o definitiva. La profesión temporal implica de hecho la intención del compromiso definitivo, pero la importancia del paso exige una madura reflexión. Hay que probarse a sí mismo y hacerse disponible a la gracia, que a través del tiempo puede confirmar la vocación. Lo contrario sería «tentar a Dios».

Elegido así el estado de vida, sitúa a la persona en una actitud permanente de acogida y de respuesta. Si dicha actitud hay que ratificarla día tras día, la forma de vida adoptada servirá a uno de un recuerdo constante. Este estilo de consagración de sí mismo a Dios y a los demás en la Iglesia se encuentra ya en los orígenes, cuando algunos cristianos desearon «seguir a Jesús» para escuchar de forma más precisa y concreta los consejos de vida dados por él.

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Los votos El camino a seguir expresado por la profesión quedó fijado muy pronto en torno a tres ejes: la castidad en el celibato, atestiguada desde el siglo i; la pobreza, recomendada ya en el siglo m, y la obediencia, aparecida desde los comienzos de la vida comunitaria, en el siglo iv. Poco a poco se convirtieron en objeto de compromiso explícito bajo la forma de tres votos distintos. Durante la Edad Media (siglos xi al xn) esta costumbre entró en la práctica oficial de la Iglesia. Más tarde, algunos institutos añadieron un cuarto voto para destacar un aspecto particular de los carismas de la fundación: así, el servicio de los pobres, la hospitalidad, el cuidado de los enfermos, la obediencia al Papa, etc. Los tres votos tienen por objeto los consejos evangélicos propuestos a todo cristiano. ¿Por qué, pues, comprometerse de ese modo?

VOTO El voto, en general, puede referirse a toda clase de bien que nos comprometemos a realizar en virtud de lo que nos une a Dios más profundamente. Al recibir los votos de la persona que se compromete por la profesión, la Iglesia confiere un valor jurídico a la relación que se establece de modo especial —un verdadero contrato— entre Dios y dicha persona. Esta mediación de la Iglesia se ejerce a través del legítimo superior. Se trata de un voto «público». En caso contrario sería «privado». En cuanto a los institutos de vida consagrada, los votos comprometen a vivir en el celibato, lo mismo que en la pobreza y la obediencia, cuyas modalidades se precisan en las constituciones y reglas de vida, según las características de cada forma de vida consagrada. La Iglesia distingue entre votos solemnes y votos simples. Tienen consecuencias jurídicas diferentes.

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Esta manera de proceder es importante para la Iglesia, porque aviva más su «memoria evangélica» no solamente en los comprometidos, sino también en todo su entorno. Reclaman la atención sobre tres elementos fundamentales de toda vida humana y evangelizan las actitudes de las personas respecto a esas realidades: trabajo y bienes materiales, afectividad y sexualidad, bien común y relaciones sociales. — El voto de pobreza orienta la actitud profunda del corazón, a la cual nos invita la primera bienaventuranza. El desprendimiento de los bienes favorece la libertad, la acogida de los demás y la apertura a Dios, de quien recibimos todo. Esto repercute en particular sobre la manera de comprometerse en las relaciones de trabajo y frente a las condiciones económicas: invitación a manifestar en todas las ocasiones la preocupación por lograr un mundo en el que lo primero sea la persona. — El voto de castidad en el celibato —se decía el celibato por el Reino— introduce en las relaciones humanas una nueva proposi225

ción. Es una apertura a un tipo de relación distinto del de la familia, apertura a otra concepción de la fecundidad. Es un signo que nos habla del Reino futuro. En este sentido se habla de la dimensión «escatológica» del celibato consagrado, dimensión que implica la perspectiva de una fraternidad universal en Jesucristo. — El voto de obediencia, finalmente, actualiza la obediencia del Hijo concretizándola de forma muy precisa respecto a personas bien definidas y a comunidades que tienen una historia, una misión, un estilo de vida, solidaridades muy concretas. Aceptar un compromiso en esas condiciones, vivir el encuentro con Dios mediante el encuentro con los demás no deja de tener su significación.

Hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia es entregarse a Dios totalmente, con el fin de que El tome posesión de nuestro haber para que su uso sea conforme a su voluntad en orden al servicio del Reino, con el fin de que El emplee nuestra capacidad de amar extendiéndola más allá de nuestras medidas humanas, con el fin de que conduzca toda nuestra vida, consumiéndola en el Amor que salva al mundo.

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Padre nuestro que estás en los cielos, santificado

sea tu nombre,

venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy...

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¿QUÉ CAMINO?

Vosotros no os hagáis llamar «rabbi», porque uno solo es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Ni llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos. No os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro Doctor, el Mesías. Mt 23,8

Tres dimensiones Si nos fijamos en los caminos trazados a través de los siglos para seguir a Jesucristo o si hacemos la historia de los institutos gracias a los cuales tantos cristianos tomaron dichos caminos, nos encontramos con tres dimensiones sin las que nada hubiera sido posible. — Una dimensión humana. Es una respuesta a las necesidades del tiempo, del país, del medio social. El desafío del Evangelio incide en realidades muy concretas, en un momento y en un lugar determinado. Y si esta respuesta brota realmente de lo más profundo, se prolonga y se renueva en otros tiempos, en otros lugares, pero siempre en relación con las realidades humanas de la época. — Una dimensión espiritual. La respuesta «brota de lo más profundo», pero hunde sus raíces no en una ideología, sino en la intensidad de la vida espiritual de los fundadores y de sus discípulos de todos los tiempos. Sólo Dios es Padre, Creador, Maestro, Fundador. Y a la medida de nuestra unión con él, en su Hijo, por el Espíritu, toda iniciativa humana, toda fundación, toda creación nueva puede contribuir a la vitalidad de la Iglesia, a su misión. — Una dimensión eclesial. La Iglesia garantiza la autenticidad de una fundación nueva. Pero incluso antes de este reconocimiento sabemos que una iniciativa únicamente tiene probabilidades de reportar fruto, si se la asume «como Iglesia». Los dones del Espíritu son para la Iglesia. Cada cual tiene la tarea de situarse dentro de la gran Comunidad, atento a los carismas de los demás y alegrándose de la diversidad que muestra la belleza de la Esposa de Cristo. No nos extrañemos de encontrarnos de nuevo con estas tres dimensiones, cuando se trata de escoger uno su propio camino.

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y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Dimensión humana Jn 1,14

El camino para seguir a Jesucristo no hay que buscarlo en las nubes. Tenemos que tomar en consideración, como lo hacía Jesús, todo lo que constituye nuestra vida. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Le 2,3-5

Se volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret. Le 2,39

Dios llama a personas libres para hacerlas más libres aún. No es una libertad abstracta. Se hace más profunda, se afirma a través de las situaciones, de los acontecimientos, de las relaciones que tejen la trama de nuestra vida. Ahí es donde se comprueba la rectitud de nuestro juicio, el respeto al de los demás, la atención a sus proyectos, el realismo de los nuestros, el dominio de nuestra afectividad, nuestra pasión por un futuro que construir en colaboración con los demás. Todo esto se manifiesta si mantenemos «los pies sobre el suelo», si estamos presentes en nuestra época, cercanos a la familia y al pueblo de los que el nacimiento nos ha hecho solidarios. Es mucho más exigente enfrentarse con lo que hace de nosotros personas de carne y hueso que soñar con las más generosas superaciones que no serían fieles al realismo de la Encarnación. El realismo se refiere también al del tiempo de la maduración. El crecimiento de una persona es tarea de toda la vida. Y se precisa para ello mucha humildad junto con una gran esperanza.

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¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! ¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria? Le 24,25-26

Dimensión espiritual La vocación se inscribe siempre en un proyecto personal de dimensiones humanas muy concretas; pero sigue siendo siempre «llamamiento de Dios». Encontrar el camino para responder a ese llamamiento es, ante todo, adoptar la actitud de Jesús: «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Pero esto no tendrá lugar sin «combate espiritual». No podemos evitar la batalla. Los violentos son los que encuentran el Reino. Lejos de destruir, dicha violencia construye la persona. Es fuerza del Espíritu y su fruto es la paz. Entonces avanzamos hacia la libertad. Comprendemos el sentido del Misterio pascual que marca toda nuestra vida. Caemos en la cuenta de cómo la luz es fruto de la verdad interior y de cuánto se intensifica la verdad interior cuando nos abrimos a la luz. Entonces estamos dispuestos a «vender» todo lo que tenemos y a entregarlo... ¡y adquirimos un «tesoro»! Este descubrimiento, que puede causar admiración, no nos convierte en seres excepcionales. Al contrario, va acompañado de una conciencia cada vez más viva de nuestra pobreza. Pero no se trata de un límite, sino de una puerta de entrada, la única que nos introduce en el seguimiento de Jesucristo, cualquiera que fuere el camino.

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Apolo..., Pablo..., ministros según lo que a cada uno ha dado el Señor, por cuyo ministerio habéis creído. Yo planté, Apolo regó, pero quien dio el crecimiento fue Dios. Porque nosotros sólo somos cooperadores de Dios, y vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios. Cada uno mire cómo edifica, que cuanto al fundamento, nadie puede poner otro, sino el que está puesto, que es Jesucristo. Pablo, 1 Cor 3,5-6; 11

Dimensión eclesial Nuestra vocación únicamente encuentra sentido en relación con la de todos los demás. Juntos formamos el Cuerpo de Cristo, que consta de diversos miembros complementarios, y ahí radica todo nuestro gozo. Además, necesitamos de la ayuda de los demás para discernir nuestra vocación. No basta con hacer una presentación lo más completa posible de todos los caminos propuestos en la Iglesia para seguir a Jesucristo. Es indispensable la ayuda de un «hermano». Sea sacerdote o seglar, religioso o religiosa, «consagrado» o no, necesitamos ese testigo. La vida evangélica nunca es solitaria, ni siquiera en el caso de los ermitaños. Con la ayuda de ese hermano tomamos mejor conciencia de nuestra historia personal. Nos ayuda a descubrir las «vías espirituales» y a elegir un camino. Con su ayuda y con la de otros, indudablemente, llegamos a descubrir nuestro «estado de simpatía» con una familia espiritual. Presentimos que un fundador ha traducido en su propia existencia lo que confusamente estamos nosotros buscando. Poco a poco se va perfilando el llamamiento. Nuestro lugar en la Iglesia adquiere contornos más concretos. Sentimos una sinfonía... y deseamos realizarla con unas personas, con comunidades ya comprometidas por el camino que se esboza ante nosotros. Finalmente, cualquiera que fuere el camino proyectado, sabemos que tal es nuestra vocación cuando la Iglesia nos lo confirma a través de las personas a quienes se les ha confiado esa responsabilidad. De este modo nos invita Dios a vivir el misterio de su Alianza con nosotros, con su Iglesia.

236

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¡Si conocieras!

Los caminos imprevistos... De nuestro estudio podemos estar tentados a concluir que es posible definir, clasificar, encuadrar en categorías bien precisas todos los caminos ofrecidos para seguir a Jesucristo. Un peregrino, un vagabundo, mendigo, arrastrándose por los caminos con sucios harapos, nos habrá hecho desistir rápidamente de ello. Sí, camino inesperado, el de Benito-José LABRE (17481783), nacido en la diócesis de Arras. En pleno siglo XVIII, este voluntario de la pobreza quiso seguir a Jesucristo hasta en sus humillaciones. Tras su silueta desconcertante, se oculta un gran contemplativo, un enamorado del Señor. Este santo se ha hecho uno de los más populares en el norte de Francia. Su santidad irrumpió plenamente en el mismo momento de su muerte en Roma, término de sus numerosas peregrinaciones. El nos invita a recordar que los caminos de Dios no siempre son los nuestros... Dejémonos seducir por la «locura» de Dios.

Jesús siempre está ahí, sentado sobre el brocal del pozo. Espera. Acoge. Llama. Tú estás ahí, al borde del camino. Si abres los ojos, si tiendes la mano, si te decides a hablar, si escuchas, comienzas a ver, a tocar, a oír. Los caminos son múltiples, no solamente los que se te han descrito. Tantos caminos cuantos hermanos y hermanas tienes en torno tuyo, cuantos has tenido ante ti. Ellos encontraron su camino. Algunos lo están buscando aún, tal vez como tú. ¡Si CONOCIERAS EL DON DE D I O S Y QUIEN ES EL QUE TE DICE: DAME DE BEBER!

¡Adelante! No te quedes al borde... Lo comprenderás: «YO SOY EL CAMINO», te dice Jesús. 239

Un libro, diversas puertas de acceso • Lo podemos leer, evidentemente, desde el principio hasta el fin. ¡Una historia de amor es siempre apasionante! • Antes de introducirnos en la primera parte —que exige mayor atención— podemos, si así lo deseamos, comenzar por los CAMINOS TRAZADOS A TRAVÉS DE LOS SIGLOS. Es una historia fácil de seguir. Pero resulta indispensable después volver a las primeras páginas, para situar bien todas las formas de vida evangélica existentes en la IGLESIA EN MEDIO DEL MUNDO. • Tal vez estamos impacientes por encontrar respuestas a determinadas cuestiones concretas. Podemos recurrir en tal caso a las listas del índice. Sin embargo, esas respuestas únicamente tendrán validez si se las sitúa en su debido contexto. • Otra puerta de acceso: la tercera parte. Nos presenta las diversas maneras de cómo han vivido el único misterio de la Alianza unos y otros: las diversas FAMILIAS ESPIRITUALES. Tras el reconocimiento del terreno, podemos encontrar en él alimento para nuestra oración. • Quizá deseemos encontrar en este libro un guía para la elección del camino. Conviene entonces dedicar tiempo, orar, aprovechando los múltiples textos que pueden servirnos de ayuda, y detenernos también en la triple dimensión humana, espiritual y eclesial evocada en la última parte. Si nos sentimos en sintonía con una forma de vida o una familia espiritual, tomemos el tiempo necesario para comprobar ese atractivo, para buscar ayuda, recordando siempre que todo es DON DE DIOS, un DON confiado a su Iglesia.

RELACIÓN DE ORDENES Y CONGREGACIONES RELIGIOSAS MASCULINAS EN ESPAÑA Agustinos Agustinos Recoletos Asuncionistas Barnabitas Benedictinos Blancos (Padres) Camilos Canónigos Regulares de Letrán Capuchinos Caridad (Hijos de la) Carmelitas de la Antigua Observancia Carmelitas Descalzos Cartujos Cistercienses Cistercienses de Estricta Observancia Claretianos (Corazón de María) Combonianos Cooperadores Parroquiales Dominicos Esclavos de María y los Pobres Escolapios Escuelas Cristianas Eudistas Evangelio (Hermanos del) Fossores de la Misericordia Franciscanos Franciscanos Conventuales Franciscanos de la TOR Hospitalarios de San Juan de Dios Inmaculada Concepción (Hermanos de la) Instrucción Cristiana (Hermanos de la)

Javerianos (Misioneros) Jerónimos Jesuítas Jesús (Hermanos de) Josefinos Legionarios de Cristo Lourdes (Hermanos de Nuestra Señora de) María Inmaculada (Hijos de) Marianistas Maristas (Hermanos) Maristas (Padres) Mercedarios Mercedarios Descalzos Mínimos Misericordia (Hermanos de Nuestra Señora de la) Misioneros de la Consolata Misioneros de Enfermos Pobres Misioneros del Espíritu Santo (franc.) Misioneros del Espíritu Santo Misioneros de la Inmaculada Concepción de Lourdes Misioneros de Marianhill Misioneros de la Preciosa Sangre Misioneros de la Sagrada Familia Misioneros del Sagrado Corazón Misioneros de los Sagrados Corazones Misiones Africanas (Sociedad de) Montfortanos Oblatos de María Inmaculada

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Operarios Diocesanos Oratorianos Palotinos Pasionistas Paúles Paulinos Pequeña Obra de la Divina Providencia = Orionistas Redentoristas Reparadores Resurrección (Hermanos de la) Rogacionistas Sacramentinos Sagrada Familia (Hermanos de la) Sagrada Familia (Hijos de la) Sagrado Corazón de Bétharram

Sagrado Corazón (Hermanos del) Sagrados Corazones (Padres de los) Salesianos Saletinos Salvatorianos San Gabriel (Hermanos de) San Pedro ad Vincula (Congregación de) San Viator (Clérigos de) Servitas Somascos Teatinos Terciarios Capuchinos Timón-David Trinitarios Verbo Divino

NOTA.—Para más información: CONFER, Núñez de Balboa, 115. Teléfono 41112 67. Madrid-6.

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RELACIÓN DE INSTITUCIONES RELIGIOSAS FEMENINAS EN ESPAÑA Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento Adoratrices de la Sangre de Cristo Agustinas Hermanas del Amparo Agustinas Misioneras Amor de Dios Angélicas de San Pablo Anunciación Apostolado de Jesús. Damas de la Paz Apostolado del Sagrado Corazón de Jesús Apostólicas de Cristo Crucificado Asistentes Sociales Misioneras Asociadas de la Obra de la Visitación de Nuestra Señora Asunción Auxiliadoras del Purgatorio Auxiliares Diocesanas del Buen Pastor Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote Benedictinas Misioneras de Nueva Nursia Bienaventurada Virgen María Bienaventurada Virgen María (Irlandesas) Buen Salvador de Caen Capuchinas de la Madre del Divino Pastor Caridad del Buen Pastor (Nuestra Señora) Caridad del Cardenal Sancha Caridad del Sagrado Corazón de Jesús

Caridad de Santa Ana Carmelitas de la Caridad Carmelitas Misioneras Carmelitas Misioneras Teresianas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús Carmelitas de San José Carmelitas Teresas de San José Celadoras del Culto Eucarístico Celadoras del Reinado del Corazón de Jesús Clarisas Franciscanas del Santísimo Sacramento Compañía de Cristo Rey Compañía de la Cruz de Sevilla Compañía de María Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús Compañía del Salvador Compañía de Santa Teresa de Jesús Compasión de Nuestra Señora Comunidad de Betania Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza Congregación Romana de Santo Domingo Consolación de Nuestra Señora Cooperadoras de Betania Cooperatrices Parroquiales de Cristo Rey Damas Apostólicas Damas de la Asunción Desamparados y San José de la Montaña Discípulas de Jesús

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Doctrina Cristiana Dominicas de la Anunciata Dominicas de la Enseñanza de la Inmaculada Concepción Dominicas de la Inmaculada Concepción Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia Dominicas Oblatas de Jesús Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen Dominicas del Santísimo Sacramento Dominicas Siervas del Cenáculo Esclavas del Amor Misericordioso Esclavas del Corazón de Jesús (Argentinas) Esclavas del Corazón Inmaculado de María (Pía Unión) Esclavas de Cristo Rey Esclavas del Divino Corazón Esclavas de la Inmaculada Niña Esclavas de María Inmaculada Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús Esclavas de la Santísima Eucaristía Esclavas de la Virgen Dolorosa Escolapias (Hijas de María de las Escuelas Pías) Estigmatinas Felipe Nerias de la Purísima Concepción Filipenses Hijas de María Dolorosa Filipenses Misioneras de la Enseñanza Franciscanas de Dillingen (Alemania) Franciscanas Hijas de la Misericordia Franciscanas Hospitalarias de la Inmaculada Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor Franciscanas Misioneras de María Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora (Darderas) Franciscanas de Montpellier

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Franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo Franciscanas de la Purísima Concepción Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús Franciscanas de Seillon Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl Hermanas Guadalupanas de la Salle Hermanas del Huerto Hermanas del Niño Jesús Pobre Hermanas de los Pobres de San Pedro Claver Hermanas de la Providencia de Gap Hermanas de la Virgen María del Monte Carmelo Hermanitas de los Ancianos Desamparados Hermanitas de la Asunción Hermanitas Dominicas Hermanitas de Jesús (P. Foucauld) Hermanitas de los Pobres Hermanitas de los Pobres de Maiquetia (venezolanas) Hermanitas de San José de Montgay (Lyon) Hijas del Calvario Hijas de la Caridad (Canossianas) Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl Hijas del Corazón de María Hijas del Corazón de María (BaugéFrancia) Hijas de Cristo Rey Hijas de la Cruz Hijas de la Iglesia Hijas de Jesús Hijas de María Auxiliadora Hijas de María Inmaculada (Marianistas) Hijas de María Madre de la Iglesia Hijas de la Parroquia Hijas del Patrocinio de María Hijas de los Pobres de Jesús Hijas de la Sabiduría Hijas de San José

Hijas de Santa María de la Providencia de Saintes Hijas de la Virgen de los Dolores Hijas de la Virgen para la Formación Cristiana Hospitalarias de Jesús Nazareno Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús Hospitalarias de la Santa Cruz Inmaculada Concepción de Castres Institución de Cristo Abandonado Institución Javeriana Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora Instituto Catequista Dolores Sopeña Instituto Hijas de San Camilo Instituto María Teresa (Siervas de Jesucristo) Instituto de la Santísima Trinidad Instrucción Caritativa del Niño Jesús Instrucción Cristiana de Nevers Jerónimas de la Adoración Jesús María Josefinas de la Santísima Trinidad María Inmaculada. Misioneras Claretianas María Inmaculada (para el Servicio Doméstico) María Janua Coeli María Reparadora Mercedarias de la Caridad Mercedarias Misioneras Mercedarias Misioneras de Bérriz Mercedarias del Santísimo Sacramento Misericordia de Burdeos Misericordia de Sees Misioneras de Acción Parroquial Misioneras Agustinas Recoletas Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento Misioneras Combonianas Misioneras de la Consolata Misioneras «Corazón de María» Misioneras de Cristo Jesús Misioneras Cruzadas de la Iglesia Misioneras de Cristo Sacerdote Misioneras del Divino Maestro

Misioneras de la Doctrina Cristiana Misioneras Dominicas del Rosario Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María Misioneras Eucarísticas de Nazaret Misioneras Franciscanas del Subuibio Misioneras Hermanas de Betania Misioneras Hijas del Corazón de Jesús Misioneras Hijas del Corazón de María Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret Misioneras de la Inmaculada Concepción Misioneras de Jesús, María y José Misioneras de María Inmaculada (Siervas de las Obreras) Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina (Madre Laura) Misioneras de María Mediadora Misioneras de Nuestra Señora de África Misioneras de Nuestra Señora del Pilar Misioneras de la Preciosa Sangre (Marianhill) Misioneras de la Providencia Misioneras del Sagrado Corazón (Madre Cabrini) Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y María Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús (de Hiltrup) Misioneras de los Sagrados Corazones Misioneras de San Pedro Claver Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada Misioneras de Santo Domingo Misioneras Siervas del Espíritu Santo Misioneras Siervas de San José Nazaret Niño Jesús de Neufchatel Nuestra Señora del Sagrado Corazón Nuestra Señora de Sión Oblatas del Santísimo Redentor Obra Misionera de Jesús y María Obreras del Corazón de Jesús

247

Obreras de Jesús Operarías del Divino Maestro (Avemarianas) Operarías Doctrineras Nuestra Señora de los Dolores Operarías Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús Pasionistas de San Pablo de la Cruz Patrocinio de San José Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad Pía Sociedad Hijas de San Pablo Pías Discípulas del Divino Maestro Presentación de María Presentación de la Virgen María de Granada Presentacionistas Parroquiales Adoradoras Pureza de María Santísima Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús (Lima) Sagrada Familia de Burdeos Sagrada Familia de Urgel Sagrada Familia de Villefranche Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Angeles Sagrados Corazones Salesianas del Sagrado Corazón San José de Cluny San José de Gerona Santa Dorotea de Frassinetti Santa Mariana de Jesús (Marianitas) Santa Marta Santísimo Sacramento Santo Ángel de la Guarda Santo Ángel Custodio (Puigcerdá-Gerona) Santo Domingo de Granada Santos Angeles Custodios (Bilbao) Servidoras de Jesús del Cottolengo (P. Alegre)

Servitas de María Siervas de Betania Siervas del Corazón de Jesús Siervas del Evangelio Siervas de la Iglesia Siervas de Jesús de la Caridad Siervas de Jesús Sacramentado Siervas de María. Ministras de los Enfermos Siervas de María de Anglet Siervas de la Pasión Siervas de los Pobres Siervas del Sagrado Corazón Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús Teatinas de la Inmaculada Concepción Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia Terciarias Franciscanas del «Rebaño de María» Terciarias Franciscanas de los Sagrados Corazones Terciarias Franciscanas de la Inmaculada Terciarias Franciscanas del Tránsito y Asunción de Nuestra Señora Terciarias Trinitarias Trinitarias (Santísima Trinidad) Trinitarias Terciarias de la Santísima Trinidad (Beaterío) Trinitarias de Valence Unión Cristiana de San Chaumond Unión Latina de la Orden de Nuestra Señora de la Caridad Unión Romana de la Orden de Santa Úrsula Ursulinas de Jesús Ursulinas del Sacro Monte di Varallo Verbum Dei (Instituto Apostólico) Verbo Encarnado Virgen Niña

NOTA.—Para más información: CONFER, Núfiez de Balboa, 115. Teléfono 41112 67. Madrid-6.

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RELACIÓN DE ORDENES RELIGIOSAS FEMENINAS DE CLAUSURA EN ESPAÑA Adoratrices Agustinas Anunciada Benedictinas Brígidas Capuchinas Carmelitas A. O. Carmelitas Descalzas Cartujas Cistercienses Clarisas Concepcionistas

Dominicas Jerónimas Justinianas Mercedarias Mínimas Oblatas de Cristo Sacerdote Pasionistas Premonstratenses Redentoristas Salesas Servitas Trinitarias

NOTA.—Para más información: CLAUNE, General Martínez Campos, 18. Tel. 446 71 68. Madrid-10.

249

ÍNDICE DE NOMBRES Anne-Marie Javouhey: 140 Agustín, San: 92, 93, 129, 155-158, 183 Antonio, San: 79 Basilio el Grande, San: 79 Benito, San: 79, 136, 159-161 Benito José Labre, San: 238 Bernardo, San: 78 Berulle: 186 Bruno, San: 78, /63-Í65 Carlos de Foucauld: 136, 195-197 Clara de Asís, Santa: 86, 87, 88, 171-173 Domingo, Santo: 86, 87, 88, 171-173 Escolástica, Santa: 79 Felipe Neri, San: 119, 186 Francisco de Asís, San: 86, 87, 136, 150, 171-173 Francisco de Sales, San: 86, 183-185, 193

Ignacio de Loyola, San: 101, 136, 175-177 Juan Bautista de la Salle, San: 106 Juan de la Cruz, San: 86, 136, 179181 Juan Eudes, San: 108, 186-188 J. S. Olier: 186, 188 Juana de Chantal, Santa: 86, 87, 182 León Magno, San: 130 Libermann: 140 Luis María Griñón de Monfort: 186 Luisa de Marillac, Santa: 119, 192 Martín de Tours, San: 79 Norberto, San: 95 Pacomio, San: 79 Roberto de Molesmes: 78 Teresa de Jesús, Santa: 86, 87, 136, 179-181 Teresa del Niño Jesús: 180 Vicente de Paúl, San: 108, 118, 119, 191-193

251

ÍNDICE GENERAL «¡Si conocieras el Don de Dios!...»

Pág.

Cómo se elaboró este libro

1 8

EN MEDIO DEL MUNDO, LA IGLESIA TODOS LLAMADOS A SER SANTOS

...cada uno según su vocación ...como Iglesia

13

15 17

La Iglesia, comunidad recibida de Dios, entregada al mundo Pueblo de Dios Ministros ordenados Ministerios, servicio y misión

21 23 25 27

La Iglesia, testigo de la Alianza, en medio del mundo Todos testigos El matrimonio Diversas formas de vida evangélica Nota sobre la «consagración»

31 33 35 37 39

TODOS APASIONADOS POR JESUCRISTO

Todos..., cualquiera que sea el camino Apresados por Cristo. Con él orientados hacia el Padre Dejarlo todo para seguirle Una vida de hermanos Como mi Padre me envió, así os envío yo He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra ...

43

45 49 53 59 63 67

CAMINOS TRAZADOS A TRAVÉS DE LOS SIGLOS El Espíritu trabaja Al servicio de la misión

71 73

253

LA CORRIENTE MONÁSTICA

75

El monaquismo

77

Ser monje, ser monja de clausura

81

PARA SERVIR MEJOR Servir PARA EL SERVICIO DEL AMOR Y DE LA LIBERTAD ESPIRITUAL

LOS INSTITUTOS DE VIDA CONTEMPLATIVA

91

LA CORRIENTE DE LOS «CANÓNIGOS»

93

LAS ÓRDENES MENDICANTES

Dominicos, franciscanos, carmelitas LA COMPAÑÍA DE JESÚS

103

Una gran diversidad, un solo espíritu

105

Lo característico de una vida religiosa apostólica

113

LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

119

Los

123

INSTITUTOS SECULARES

¿Sacerdotes en un instituto secular? LA VIRGINIDAD

CONSAGRADA

POR UNA VIDA EVANGÉLICA

Grupos de vida evangélica

127 131 135

135

LA VOCACIÓN «MISIONERA»

139

HOY Y AYER

145

FAMILIAS ESPIRITUALES Si conocieras el Don de Dios CON CON CON CON CON CON CON CON CON CON CON

254

AGUSTÍN BENITO BRUNO DOMINGO FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS IGNACIO DE LOYOLA TERESA DE JESÚS Y JUAN DE LA CRUZ FRANCISCO DE SALES LA ESCUELA FRANCESA VICENTE DE PAÚL C H . DE FOUCAULD

203

205 205 207

97

97 101

LA «VIDA RELIGIOSA APOSTÓLICA»

Múltiples caminos ...reconocidos por la Iglesia ...en términos precisos

201

151 155 159 163 167 171 175 179 183 187 191 195

Principales formas de vida evangélica reconocidas por la Iglesia Las asociaciones de fieles Las sociedades de vida apostólica Los institutos de vida consagrada Los institutos religiosos Los institutos seculares

211 213 213 215 217 219

Profesión y votos La profesión Los votos

223 223 225

¿QUÉ CAMINO?

Tres dimensiones Dimensión humana Dimensión espiritual Dimensión eclesial

229

231 233 235 237

¡ Si conocieras!

239

Un libro, diversas puertas de acceso

241

Relación de órdenes y congregaciones religiosas masculinas en España ...

243

Relación de instituciones religiosas femeninas en España

245

Relación de órdenes religiosas femeninas de clausura en España

249

índice de nombres

251

255

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