Arrio - El Reflejo en El Espejo

November 29, 2020 | Author: Anonymous | Category: N/A
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EL REFLEJO EN EL ESPEJO Seis Relatos Fantástico-Románticos Sutilmente Lésbicos

El Reflejo en el Espejo

El Reflejo en el Espejo

El Reflejo en el Espejo Seis Relatos Fantástico-Románticos Sutilmente Lésbicos Primera Revisión Aumentada

Arrio

San Salvador, Diciembre de 2012 Portada: Fragmento de imagen aparecida en el semanario Excélsior N° 19 de 1928 San Salvador, El Salvador. Obra registrada bajo licencia Creative Commons, Se permite su copia y distribución. No se puede hacer uso comercial.

A la razón, de la sinrazón del amor, que gobierna en el corazón

¿Por qué, si pintan ciego al amor, sabe elegir tan extrañas sendas a su albedrío? Romeo

El corazón tiene razones que la razón no entiende. Blaise Pascal

ÍNDICE

El Hechizo de una Estrella Fugaz

11

La Leyenda del Eclipse de Luna

53

El Regalo, un Cuento Mágico de Noche Buena

83

El Reflejo en el Espejo

139

La Hacienda

201

La Celebración del Yule

251

Referencias Bibliográficas

289

El Hechizo de una Estrella Fugaz. La observación, de la bóveda celeste, que había hecho Marina aquella noche en busca de estrellas fugaces, fue excelente, logró ver varias de ellas con su telescopio, y otras, además, las había atrapado en la memoria de su cámara digital. Sin embargo, la diversión había terminado. Así que había comenzado a guardar los bártulos que utilizaba siempre en sus observaciones astronómicas: el telescopio, la cámara, una brújula y otras menudencias; y las introdujo en el maletero del coche, y se dispuso a hacer el viaje de regreso a su casa en la ciudad. Era de madrugada, el reloj en el salpicadero del coche marcaba poco más de las dos y media. Extrañamente, nadie más había ido a observar aquel interesante fenómeno en aquella explanada, tal como había ocurrido en otras ocasiones. Y manejar por una carretera un tanto solitaria no era uno de los pasatiempos favoritos de ella. Sin embargo, a la lluvia de estrellas que se había producido aquella noche podría calificársele de exuberante, no podía habérsela perdido. Es decir, que el fenómeno compensaba el riesgo de un regreso solitario a casa. Era luna nueva y había un cielo carente de nubes, factores que habían favorecido la observación de aquel 11

interesante fenómeno, pero no así el retorno a la ciudad. La calle se presentaba oscura, no era una carretera principal, por lo cual no había iluminación lateral, así que tuvo que accionar el interruptor de las luces altas del coche, y emprender el viaje confiando en que nada malo pasaría. Una vez en la calzada, desde su puesto de conductora, lo único que lograba ver era los rayos de los faroles del coche convergiendo, metros más adelante, sobre el asfalto de la carretera. Tenía que recorrer aproximadamente unos treinta kilómetros antes de llegar a las afueras de la ciudad, de manera que trató de convencerse a sí misma de que no había ningún motivo por el cual preocuparse, y continuó la marcha. Había recorrido, quizás, unos diez kilómetros, y su mente había logrado enfocarse en otras cosas ajenas a aquel solitario viaje, el cual había comenzado a tomar un cariz monótono. Pero, de pronto, el cielo pareció iluminarse con cierto resplandor argentino, como cuando la luna está en fase de llena y se encuentra en el zenit del lugar. Aquella ignota luminiscencia pareció, por un momento, aumentar todavía más su intensidad y quedarse así. Las siluetas de los pinos que flanqueaban la carretera tomaron una mejor definición, y la luz que 12

proyectaban los faros del coche sobre la carretera, pareció mermar ante aquella suave y a la vez siniestra luminosidad. A diferencia de lo que ocurre en las películas de alienígenas, el motor del coche continuó funcionando perfectamente, pero en la mente de Marina cabía la posibilidad de que aquello fuese un fenómeno de tal naturaleza. Interrumpió la marcha e, imprudentemente, salió del auto. Afuera todo estaba silente, las siluetas de los árboles se movían perezosamente siguiendo la dirección de una brisa ligera. Dirigió su vista hacia arriba, al firmamento, tratando de localizar la causa de la extraña luminosidad, pero parecía no tener un origen visible; además, su campo de visión se encontraba bastante limitado por los bosques de pinos y las montañas. Súbitamente, la bóveda celeste pareció iluminarse todavía más, antecediendo el paso de lo que pareció ser, en un principio, un meteorito desplazándose un tanto lentamente por el firmamento. Aquel objeto pasó apenas a unos cuantos metros por encima de la cabeza de Marina, su apariencia era enorme pero insustancial, parecía algo etéreo. Sin embargo, concluyó que si aquella cosa impactaba contra la tierra, lo cual parecía iba a ocurrir irremediablemente, se iba a producir una gran explosión y un 13

terremoto

de

magnitud

descomunal

al

menos

en

las

proximidades. Corrió a protegerse detrás del coche, aunque eso, pensó, no serviría prácticamente de nada. Se acurrucó junto al auto, cubrió los oídos con las palmas de sus manos y cerró fuertemente los ojos, a la espera del terrible estruendo que iba a producir aquella inminente colisión. Sin embargo, parecía que el tiempo se dilataba demasiado, y que no se producía ningún impacto. Abrió nuevamente los ojos, despacio, como temiendo que de pronto ocurriese la detonación que había estado aguardando. Poco a poco fue sintiendo más confianza, se puso de pie y dirigió la mirada hacia donde sospechaba que el objeto volante había tomado contacto con la tierra. La luminosidad argentina había desaparecido, lo cual hacía pensar que había sido generada por el extraño cuerpo celeste que, unos momentos antes, había pasado volando casi a ras de los árboles que allí se encontraban.

Ahora todo

parecía silente, no se escuchaba el más leve sonido de la naturaleza. Dejó el coche donde lo había estacionado con las luces encendidas y, atravesando la carretera, se encaminó unos cuantos pasos en dirección hacia el lugar en

donde

suponía que debía de haber impactado el meteorito, o lo que 14

sea que haya sido aquel extraño misil. Se quedó de pie observando, pero aparentemente no había nada, al menos nada que se pudiera apreciar desde donde ella se encontraba. Por otra parte, si hubiese habido una explosión, lo más probable

es

que

los

pinos

hubieran

ardido

casi

inmediatamente, y se hubiera desatado un incendio forestal prácticamente incontrolable, pero nada de eso había ocurrido. Todo estaba envuelto por la oscuridad, tranquilo, en calma. Únicamente los faros de su coche proyectaban un par de rayos de luz divergentes, a unos cuantos metros a lo largo de la carretera que debería de seguir para llegar a la ciudad. Inesperadamente, mientras ella de pie observaba intrigada, aparentemente materializándose de la nada, una especie de esfera sutilmente luminiscente la circundó completamente. Unos días antes de la lluvia de estrellas Un grupo de personas,

vestidos de manera informal, se

encontraba reunido en la sala de estar de una casa en las afueras de la ciudad, aparentemente todos estaban hablando animadamente acerca de un tema común. De pronto, uno de ellos, el que parecía de más edad, de unos cuarenta y muchos 15

años, de barba y gruesos lentes, se incorporó de donde se encontraba sentado y dirigió la palabra a todos los demás: —Bien señores, creo que ya nos encontramos aquí los que estamos involucrados en el experimento M. Antes que nada, quiero darle las gracias a Julián por poner su casa a nuestra disposición siempre que lo hemos necesitado. De sobra saben ya todos que la universidad no era el lugar más adecuado para estas reuniones, aunque más de alguna vez tuvimos que hacerlas allí, con el temor de que alguien pudiera descubrir la naturaleza del experimento que planeamos desarrollar, lo más probable es que nos hubieran echado del departamento de física y de la universidad misma. Confío en que todos habremos de guardar un total silencio sobre este proyecto. No debemos olvidar la razón por la cual se va a llevar a cabo este experimento. Es nuestra amiga Nadine, a quien ya todos conocemos, que nos ha pedido ayuda para la realización de un ritual mágico. Ya les he explicado anteriormente que Nadine, como estudiante de posgrado en historia, se ha estado especializando, precisamente, en la realización de ritos esotéricos de los pueblos antiguos, y ha llegado a concluir que no eran simples supercherías, sino que tales ceremonias 16

podían tener una acción real

sobre objetos y personas.

Recordemos aquí las palabras de Albert Einstein: "Los antiguos humanos sabían algo que nosotros parecemos haber olvidado". El caso es que, con la realización de este experimento, tendremos la oportunidad de comprobar científicamente si en la magia había generación de campos electromagnéticos, y de qué magnitud era su intensidad. Aun cuando, prácticamente ya se ha mencionado, el objetivo de este experimento es enviar una carga energética positiva a una amiga de Nadine, la cual atraviesa por un periodo de gran inseguridad. Sin embargo, es ella la que ha de decidir cómo utilizará esta energía que le será enviada. —Nadine… —¿Sí? —¿Crees haber logrado convencer a tu amiga de que haga todo lo que necesitamos para el desarrollo del experimento? —Sí. Ya me ha confirmado también que va a asistir a la explanada a observar la lluvia de estrellas. Esto es importante, ya que para lograr un mejor resultado, debería estar cerca de donde vamos a efectuar el ritual en el cual se va a conjurar la 17

energía que le va a ser enviada. Y mejor, aún, si ella se encuentra gustando de los hermosos espectáculos de la naturaleza. —Habría que convencerla también de que se regrese por último de la explanada, de tal manera que haga sola el recorrido de regreso a su casa. —Ese no es problema. Además, he estado preguntando por allí a los alumnos de la escuela de astronomía si ellos van a ir a presenciar el fenómeno, pero al parecer no están muy entusiasmados, creen que no vale la pena el desvelo. Ninguno, de todos a los que les he preguntado, va a ir a presenciarlo, o al menos eso me han dicho. Parece que este evento no tendrá mucha trascendencia. —De ti dependemos para la parte crucial del experimento el día de la lluvia de estrellas, pues sólo tú conoces el ritual que debe hacerse. —De acuerdo; sin embargo, me gustaría que hiciéramos un ensayo el día anterior.

18

—Me parece conveniente, aunque estoy bastante seguro de que todos sabemos lo que tenemos que hacer el día del experimento. Si alguien se enferma o, por alguna otra razón ineludible no puede asistir, es necesario que avise para tomar las

medidas

necesarias.

Excepto



Nadine,



eres

insustituible. Si por alguna razón no pudieras presentarte, tendríamos necesariamente que postergar la fecha del experimento. —No creo que eso vaya a ocurrir. —Confío en que así será. Aquella extraña reunión se dio por terminada, cada quien se fue por su lado sin hacer mayores comentarios. Únicamente Nadine y el doctor Jiménez se quedaron todavía conversando un rato más. —Mañana, al terminar las clases, vamos a ir con mi amiga a un restaurante, y después, probablemente vaya con ella hasta su casa con el pretexto de estudiar. Voy a hablarle sobre las antiguas creencias, y de cómo en ellas las estrellas guardaban un lugar importante, creo que todo eso la va a terminar de

19

entusiasmar para que acabe de decidirse a ir a observar el fenómeno sideral de la lluvia de estrellas. —Pero ella, según tú me has contado, es estudiante de posgrado en astronomía, y tú de historia; no crees que tu amiga pueda llegar a preguntarse por qué le estás hablando tanto de esos temas histórico-esotéricos. —Despreocúpese, doctor, de hecho estamos pensando, ella y yo, en presentar una tesis conjunta de posgrado, no sé si nos la van a admitir pero vamos a intentarlo. Como puede ver, existe por mi parte un interés genuino en estudiar con ella los temas necesarios para nuestra tesis. —Vaya, eso suena interesante… —Claro —interrumpió Nadine— Usted sabe, doctor, la bóveda celeste y la magia, incluidos los cuerpos que se mueven en el espacio, siempre han estado unidas. Ensamblar en un trabajo, las creencias esotéricas ancestrales

y la astronomía, sería

realmente interesante. —Bueno, esperemos que todo salga bien y podamos observar los resultados del experimento. 20

—Sí, yo también espero lo mismo —Concluyó Nadine y se despidió de su interlocutor, el doctor Jiménez, jefe del Departamento de Física de la universidad. Enigmática, misteriosa y de exquisita venustez, Nadine era una chica bastante reservada, poco amiga de gastarse el tiempo en frivolidades. La Alumna más aventajada de posgrado en la carrera de historia. Día de la lluvia de estrellas por la noche En un pequeño calvero del bosque, cercano a la explanada en la que, cuando había fenómenos estelares interesantes, solían reunirse estudiantes y gente particular a observarlos; se encontraba un grupo de personas, unos instalando equipos electrónicos y otros colocando sobre una roca grande, plana, parecida a una mesa, algunos objetos antiguamente utilizados para llevar a cabo rituales de magia. Entre los que formaban ese grupo estaban: el doctor Jiménez, Nadine, y otras personas del grupo que había estado reunido en casa de Julián. Uno de los reunidos, utilizando unos prismáticos, se encontraba vigilando con alguna dificultad, y a intervalos regulares, la explanada-observatorio. Los equipos electrónicos, entre los 21

cuales habían varios medidores de intensidad de campo electromagnético, estaban ya instalados y listos para ser utilizados. Detrás de unos árboles, uno de los del grupo tenía montados sobre una mesa tres osciloscopios, un par de ordenadores y otra parafernalia electrónica. Entanto que Julián, el doctor Jiménez, Nadine y otro más del grupo, se encontraban vistiendo túnicas con capucha,

y estaban

sentados sobre sendas piedras y parecían estar ultimando detalles con relación al experimento que estaban por realizar. De pronto, el tipo de los prismáticos, dio la alerta de que alguien estaba llegando a la explanada, luego confirmó que era la persona que ellos esperaban. Los cuatro de las túnicas simplemente asintieron y continuaron ultimando detalles. Poco después cada uno buscó tranquilizar los nervios y se fue a buscar un sitio en el cual poder reflexionar sobre lo que iban a hacer. Cerca de la una y media de la mañana, tal como lo había anunciado un medio informativo, el espectáculo de las estrellas pareció haber terminado. Los reunidos en el calvero calcularon que tendrían una hora, poco más o menos, para realizar la primera parte del experimento M. La segunda sería la comprobación de los resultados. 22

Cada uno de los implicados en aquel insólito experimento ocupó la ubicación que le correspondía. El de los prismáticos continuó vigilando a la persona que se encontraba en la explanada, que no era otra más que la amiga de Nadine y, en este caso, conejillo de indias de un experimento del que no tenía ni idea de encontrarse participando. El encargado del equipo electrónico se fue a la mesa donde estaban instalados los equipos bajo su control, y los cuatro enfundados en sus túnicas se dirigieron hacia la roca plana que les serviría como mesa ritual. Iban a llevar a cabo un acto litúrgico mágico ancestral. Encendieron unas velas, quemaron incienso y se colocaron alrededor de la roca, la posición central la ocupaba Nadine, quien procedió a quitarse la túnica que llevaba puesta y quedarse desnuda, para estar más en contacto con las energías de la naturaleza, únicamente mantuvo en el cuello una cadenilla de oro con un dije de cuarzo color rosa. El ritual había sido previamente estudiado bajo la dirección de ella, que ahora desempeñaba el papel de la sacerdotisa, dirigiendo aquella extraña celebración según la usanza ancestral descrita en los antiguos libros. Era Nadine la que llevaba estudiando desde hace tiempo los rituales mágicos de los pueblos y 23

tiempos antiguos, que aseguraban que aquello que se pidiese a través de ellos, sería concedido siempre y cuando se realizasen teniendo en cuenta ciertos requisitos, que Nadine creía haber descifrado a través de varios años de estudio. El ritual fue llevado a cabo con gran precisión y, al final, los participantes se unieron en un círculo, y cerrando los ojos juntaron la energía generada como producto del ritual y la enviaron hacia la amiga de Nadine. Cuando esta última fase del ritual fue consumada, ella ya se encontraba en la carretera camino a casa después de la observación de la lluvia de estrellas. El encargado de los equipos electrónicos, en el sitio en donde se había llevado a cabo el ritual, puso una cara de sorpresa al ver en los monitores la enorme

intensidad del

campo que se había generado, acto seguido el cielo adquirió cierta luminiscencia, producto de una especie de esfera resplandeciente que parecía haberse generado de la nada sobre los celebrantes del ritual, y que luego se dirigió hacia la carretera que llevaba a la ciudad, por donde ahora se desplazaba la chica que había estado observando la lluvia de estrellas.

24

En casa de Marina, dos días después de la lluvia de estrellas —¿Cómo te pareció la lluvia de estrellas? —preguntó Nadine mientras ambas chicas se encontraban sentadas el sofá de la sala de estar, aparentando no tener conocimiento de lo que había ocurrido esa noche. —Muy bien —respondió Marina visiblemente animada—. De hecho logré fotografiar varias de ellas. —Me parece excelente, a lo mejor podemos utilizar esas fotografías en la tesis que pensamos hacer. —Me parece posible… —¿No regresaste muy tarde? —Preguntó Nadine intentando que Marina le relatara algo de lo que le había ocurrido en su viaje de regreso a la ciudad. —¿Por qué lo preguntas? —Simplemente quería saber si no habías tenido algún contratiempo… —Mmmm.. —¿Te molesta que te haga esa pregunta? 25

— No, pero… —¿Pero…? —¿Puedo confiar en ti?... es decir, si te cuento algo… deschavetado, ¿no vas a pensar que estoy mal de la cabeza? —No, definitivamente no… ¿Por qué?, ¿Qué es lo que ha ocurrido? —Bueno, sucedió que cuando venía de regreso para la ciudad, después de observar la lluvia de estrellas… Con un poco de dificultad, Marina le relató a Nadine todo lo que le había ocurrido durante el viaje de regreso a su casa. Y cómo, después de aquel suceso, se había sentido muy animada, casi eufórica, con muchos deseos de ser ella misma. Después del relato, Nadine permaneció callada, Marina no sabía si su amiga había interpretado aquello como una locura o si se lo había tomado en serio. —¿Por qué no me dices algo?... Créeme, lo que te he relatado parece una chifladura pero te aseguro que en realidad me ocurrió —insistió Marina un poco apenada. Sin embargo, Nadine todavía permaneció en silencio unos momentos. 26

—Dime, si quieres, a qué te refieres cuando mencionas que deseas ser tu misma —quiso saber Nadine rompiendo su mutismo. —Bueno…—respondió

Marina

con

la

duda

claramente

reflejada en su rostro—es algo que creo que no puedo decirte… es que… no, realmente no puedo decírtelo… Mostrando ternura en su rostro, Nadine tomo entonces la mano de Marina. —No, no te preocupes. No tienes que decirme nada. —Créeme, quisiera decírtelo pero… es que es algo que cualquiera calificaría de incorrecto… es… soy yo… —No te apures, mejor cambiemos de conversación, si te parece. Marina únicamente se encogió de hombres como restándole importancia a la propuesta de Nadine. Y esta continuó: —¿Están tu padres en casa? —dijo soltando la mano de Marina.

27

—No, están fuera del país. Ahora estoy sola… bueno, en realidad en este momento estoy contigo —contestó Marina esbozando una sonrisa. —Yo también quisiera confesarte algo… —dudó Nadine. —¿Confesarme…qué? En el rostro de Marina se manifestó cierta expectación, ansiaba saber qué era lo que quería confesarle su amiga. Pero esta se sumergió nuevamente en el silencio. —Vamos, no te apures, como tú acabas de decir, no tienes que contarme nada. Mira, creo que me he comportado un tanto maleducada…—dijo Marina tratando de cambiar el tema. —¿Por qué? —Porque no te he ofrecido nada, ¿Quisieras tomar un refresco o algo de comer? —Me parece que un refresco estaría bien…, gracias. —Voy a traer dos, porque yo también deseo uno… —Marina…

28

—¿Sí? —¿Me permites pasar al cuarto de aseo? —Claro que sí, está allí en el pasillo, enfrente. —Gracias. Marina fue hacia la cocina en busca de los refrescos de cola, los destapó, tomó también una caja de galletas y, junto con los refrescos, las llevó hasta la mesa de centro de la sala en que se encontraba charlando con su amiga. Mientras destapaba la caja, Nadine salió del cuarto de aseo y se colocó, un poco alejada, frente a Marina, esta levantó la mirada y se quedó atónita. Allí, de pie, mirándola con sus ojos de un café cristalino, estaba Nadine totalmente desnuda, mostrando aquel cuerpo casi perfecto, apenas trigueño, haciendo juego con su cabello castaño. —¡Qué haces! —Acertó a decir Marina visiblemente alterada—, ¿Por qué estás así? —Cálmate por favor… —¿Por qué haces eso? —Protestó nuevamente Marina. 29

—Por favor cálmate —Insistió Nadine—, Déjame preguntarte algo. Marina se calmó, y un poco confundida se acomodó en el sofá en el cual ya estaba sentada. —¿Qué cosa? —Por favor, contéstame con total sinceridad…pero trata de tranquilizarte, respira despacio, y contéstame lo que voy a preguntarte… Por favor, tampoco me respondas a la ligera… ¿De acuerdo? También, si quieres que me vaya, dímelo y me iré. —De acuerdo. —Mírame, mira mi cuerpo…¿Te sientes atraída por él? Marina se quedó callada, tenía las mejillas sonrosadas y no sabía que responder, y tampoco podía sostener la mirada en el cuerpo de su amiga, sentía mucha pena. —Vamos —dijo con dulzura Nadine—, no tengas pena, simplemente mírame y dime si te atraigo, si te atrae mi cuerpo… 30

Marina se movió hacia el borde del sofá y agachó la cabeza. No sabía qué hacer. Mientras tanto, Nadine continuaba de pie frente a ella esperando su respuesta. Entonces Marina tomó impulso, se incorporó, rodeó la mesa en donde se encontraban los refrescos y las galletas, y fue directamente hasta Nadine, la abrazó y la besó en la boca. Aquel gesto fue correspondido inmediatamente con creces por parte de Nadine. Algunas lágrimas salieron de los ojos de ambas. Luego Marina fue ayudada por su amiga a desnudarse, después la tomó de la mano y la llevó hasta el sofá en donde habían estado sentadas. —Ven, vamos al sofá. Nadine se sentó primero en un extremo, recogiendo las piernas por debajo de su cuerpo, —Ven recuéstate en mi regazo, voy a contarte un cuento que comienza así: Marina obedeció a Nadine, apoyó la cabeza en el regazo de su amiga, estiró las piernas sobre el cómodo y mullido sofá, y se dispuso a escuchar la narración mientras era acariciada por su compañera.

31

Del cuerpo de Nadine surgía una sutil fragancia que emanaba tranquilidad.

— Il était une fois... Erase una vez… una princesa que quería

ser bruja... que vivía en un reino bastante lejano donde era muy feliz. Su padre, que era el rey, deseaba que su princesita se preparase, para llegar a ser un día la digna esposa de de algún príncipe de los que pronto se presentarían a cortejarla. Pero ella, cuando tuvo edad suficiente le dijo un día al rey: —Padre mío, deseo que me concedas algo. —¿Qué es lo que deseas, hija mía? —Quiero, padre, dedicar mi vida a estudiar, a aprender… —Claro hija, puedes ir por un tiempo a estudiar, a aprender aquellas cosas que puedan ayudarte a ser digna esposa… —Padre mío —le interrumpió la hija—, quiero dedicar mi vida al estudio de la naturaleza, no quiero ser la esposa de ningún príncipe. —Pero hija, la misión de la mujer está en dedicarse al hogar. 32

—Padre, te lo suplico, si de verdad quieres que sea feliz, como tú a menudo dices, concédeme este deseo. El rey, que no quería que su hija tuviera una vida desventurada, no tuvo más remedio que conceder a su hija lo que le pedía. —Dime, hija, qué es lo que quieres lograr con tu estudio. La chica, que había leído muchos libros en la biblioteca del castillo de su padre; libros sobre astrología, astronomía, historia, magia, matemáticas. Le respondió: —Quiero ser bruja, padre. —Pero por qué quieres ser bruja… —le preguntó el padre visiblemente alterado. —Porque he leído en los libros que las brujas son unas mujeres sabias, tienen conocimiento sobre muchas cosas. Y yo quiero ser una de ellas. —Pero las brujas son unas mujeres feas, no puedo imaginarte a ti, la más bella princesa de mi reino y de los reinos vecinos, convertida en una vieja narigona. 33

—Físicamente, padre, hay muchas brujas bonitas. Pero las gentes envidiosas las ven feas porque sienten celos de su conocimiento. Y así, al fin, sin que el padre estuviera convencido de la decisión que había tomado la princesa, la dejó partir. Y se fue hacia Bucland una tierra donde podría estudiar tanto y tantas cosas como quisiera. Al principio la princesa era feliz estudiando todo lo que los grandes sabios autorizados le señalaban. Pero pronto, como ella era curiosa y su sed de conocimiento no se apagaba, encontró un buen día que había otras

asuntos que aprender,

que

los grandes

sabios

tradicionales no admitían. Y la princesa, más temprano que tarde, comenzó a estudiar todas aquellas interesantes enseñanzas que recién había descubierto. —Marinita, Marinita… ¿Te has quedado dormida? —preguntó sonriente Nadine al mismo tiempo que se agachaba para besarle los labios a su compañera. —Perdona, Sí, Estaba comenzando a quedarme dormida… pero te he escuchado todo, hasta donde la princesa comienza

34

a estudiar las enseñanzas no admitidas por los sabios. ¿Qué hora es? —Casi las siete de la noche… —Vaya, si ya es tarde —comento Marina notablemente relajada. Entre dormida y despierta buscó acomodarse nuevamente en el regazo de Nadine. —Sí, ya es tarde, debería vestirme y marcharme. —¿Necesariamente tienes que irte? —No, nada hay en este momento que me obligue a irme. —Bien, entonces quédate, por favor. —De acuerdo, me iré más tarde… —No, quédate aquí conmigo, al menos esta noche —suplicó Marina. —Oye, no quiero causarte ningún problema… —Descuida, no lo haces. Además, quiero que termines de contarme el cuento. —Te lo terminaré de contar mañana… ¿De acuerdo? 35

—Sí…, entonces, creo que deberíamos preparar algo para cenar. —Me parece buena idea, voy a ayudarte. Las chicas se levantaron del sofá, fueron hasta la habitación de Marina y se calzaron unas pantuflas. Después, en la cocina, se colocaron unos mandiles y se prepararon una cena frugal. Antes

de

irse

a

la

cama

estuvieron

jugueteando

y

acariciándose desnudas, sentadas en un sofá de balancín ubicado en la terraza del jardín interior de la casa. Poco antes de las once de la noche se fueron a la cama aunque, a decir verdad, fue Nadine la que acostó a Marina y se quedó con ella haciéndole algunos cariños hasta que se quedó dormida. Entonces Nadine regresó al jardín, se colocó, así, desnuda, frente a la fuente que se encontraba en el centro, y llevó a cabo un ritual de agradecimiento a la Diosa. En el cielo la luna estaba en su fase de creciente.

Las prisas de la mañana siguiente terminaron con la magia del ensueño de la noche anterior, Nadine se levantó bastante 36

temprano, porque debía pasar a su apartamento a arreglarse un poco para asistir a la universidad. De manera que salió muy deprisa, apenas si tuvo tiempo de despedirse de Marina. —Marina… —¿Sí? —respondió la chica bastante adormilada y todavía disfrutando de la calidez de su cama. —Tengo que irme… —¿Porqué? —Inquirió Marina—. Tú dijiste que ibas a terminar de contarme el cuento. —Sí, y te lo voy contar, realmente tengo que contártelo. ¿Qué te parece si nos reunimos aquí en tu casa entre las cuatro y las cinco de la tarde? Marina hizo un mohín de protesta, pero aceptó la propuesta con una condición: —De acuerdo. Pero vas a quedarte aquí conmigo por la noche, ¿Sí? —Sí, si tú quieres. Nos encontramos, entonces, por la tarde.

37

Nadine se agachó, apoyó las manos en la cama y le dio a Marina un beso en la mejilla. Luego salió de la casa como una exhalación. Durante el día, en la universidad, cada una estuvo dedicada a sus cosas, y no pudieron compartir ningún momento. Continúa el relato del cuento Poco después de las cuatro de la tarde, Nadine y Marina estaban nuevamente juntas en la casa de esta última. Se habían quedado sentadas sobre la alfombra de la sala de estar, apoyando sus espaldas en el asiento del sofá, en el cual Nadine había relatado la primera parte del cuento. Después de una no muy prolongada sesión de mimos, Nadine continuó con el relato: —Dónde me había quedado… ah sí, estábamos en que la princesa había comenzado a estudiar ciertas cosas que los sabios ortodoxos no aprobaban, bien, el cuento sigue así:

La princesa estudiaba con ahínco aquellas ciencias tan interesantes, pero había un problema: llevar a la práctica lo que decían aquellos libros parecía fácil, pero no era así, había algo que los libros no decían y que quizás era lo más importante. A 38

eso hubo que agregar ciertos contratiempos que perturbaron la tranquilidad de la princesa: A Bucland también habían llegado otros príncipes. Algunos, incluso, de lejanos reinos. Muchos de los príncipes se fijaron en la belleza de la princesita y comenzaron

a

cortejarla,

algunos

le

mostraban

sus

engalanados corceles de caras razas, que sus padres, los reyes, les habían mandado domar para que los lucieran en Buclan, como si se tratase de caballeros medievales en espera de la justa anunciada por el soberano del lugar, para conmemorar alguna gesta o, simplemente, para celebrar algún acontecimiento en su reino. Pero a la princesita nada de eso la deslumbraba. Su mente estaba tratando de descifrar qué era aquello que los libros de las ciencias ocultas no revelaban. Un día la princesa leyó, en un libro de lectura bastante ligera, una frase que le llamó la atención, y se preguntó si realmente eso sería cierto. La frase que había leído era: Si verdaderamente deseas algo de corazón, el Universo se confabulará contigo para que se haga realidad. —Marina, Marinita, ¿te has dormido? En ese momento Marina apartó su cabeza del hombro de Nadine, donde la había tenido apoyada. 39

—No, estoy escuchando tu relato. Estoy comenzando a descifrar lo que tú me quieres decir con él. —¿De veras? —Sí, creo que sí. Pero, ¿qué te parecería si nos vamos a sentar a la terraza del jardín en el sofá de balancín? —Me parece buena idea. —Bien, pero antes pasemos a la cocina llevando unos refrescos y algo de comer.

Cuando estuvieron acomodadas en el sofá del jardín, el relato continuó su curso.

Un día, la princesita se enteró que también en Bucland había brujos, pues uno de ellos, de alguna forma, se dio cuenta que ella se interesaba por

la lectura de los libros que trataban

sobre la ciencia extraña. Y este brujo comenzó a ayudarle en su búsqueda. Le enseñó muchas cosas. Entre ellas, que esa ciencia a la que quería acceder se le conocía con el nombre de ciencias ocultas. Pues hacia ya algún tiempo que unos magos negros habían adquirido un gran poder, y trataban de dominar 40

a la gente a través del miedo. Esto seres malévolos condenaban esas enseñanzas, pues no les convenían; y, además, perseguían y destruían a quienes tenían algún conocimiento acerca de ellas. Desde entonces se les llama ciencias ocultas, pues aquellos que las conocían comenzaron a esconder y a destruir muchos documentos escritos acerca de ese conocimiento, para que los magos negros no se apoderaran de ellos. Por esa razón, el conocimiento completo de las ciencias ocultas no se encuentra totalmente en los libros, y para acceder a ellos es necesario un maestro, alguien que se haya mantenido en la tradición de tales ciencias. Sin embargo, le dijo un día el brujo que le servía de guía, la ciencia actual puede ser de gran ayuda en su comprensión.

—¿No te estoy aburriendo con mi relato? —No, en absoluto. Por favor continúa, pues realmente me tienes intrigada.

41

Después de dos años de estar recibiendo las enseñanzas del brujo, una tarde la princesa le preguntó: —¿Es cierto que si yo deseo algo vehementemente, el Universo me ayudará a conseguirlo? —Siempre hay que meditar bien para qué deseas algo. Las cosas materiales no siempre convienen —y adelantándose a los pensamientos de la princesa, el brujo agregó—: tampoco puedes aprisionar a una persona. Sin embargo, puedes desear, con todo tu corazón que alguien tenga buena salud, que tenga el coraje suficiente para ir por la vida…en fin, cosas como esas. No debes tratar de dominar sobre otras personas, por eso el mundo de los humanos camina actualmente por unas sendas tan tenebrosas y hay tanto miedo. Por otra parte, necesito decirte que existe una ley que debe de tomarse en cuenta cuando se solicita algo al universo: es la ley que algunos llaman de la atracción. Esta ley quiere decir que si en tu corazón hay odio, atraerás odio, si en tu corazón hay egoísmo, atraerás egoísmo. No basta con decir que uno no odia o no es egoísta; tiene que sentirlo en su corazón. Cuando pides algo material odiando, y el Universo te lo concede, el resultado puede ser negativo. Si tú deseas la compañía de una persona 42

durante tu vida, deberás presentarle tu petición al Universo, acaso también darle algunas características; y luego dejar que él resuelva. Si hay amor en tu corazón, el Universo pondrá frente a ti a una persona que también sienta amor por ti. Pero debes entender que esa persona no será tu prisionera, será alguien, de entre todas las personas del Universo, que desee lo mismo que tú has deseado, y será la mejor compañera que tú pudieras haber escogido. En estos años, te he enseñado a utilizar una herramienta poderosa para lograr muchas cosas: los rituales, con ellos puedes enviar energía a otras personas, tanto para hacerles un bien como para dañarlas. Espero que nunca la utilices para esta segunda opción. Pues lo que tú envíes retornará hacia ti. La gente no cree esto, pero no tienes que hacer nada más que ver el mundo para darte cuenta de que esa sentencia es una realidad ineludible. —Marina, creo que es mejor que continúe mañana con el cuento, pues ya es de noche. —Realmente quisiera que no te detuvieras, pero creo que tienes razón. 43

—Recuerda que mañana es sábado, y que contaremos con más tiempo. —Sí, pero me agradaría más que lo comenzases a la misma hora que lo has hecho estos días, no sé… pero me parece que a esas horas hay cierta magia en el ambiente. —De acuerdo, entonces por la mañana iré a la biblioteca de la universidad a buscar unos libros. —Yo tengo que ir al almacén a hacer unas compras, y después voy a visitar un momento a mis abuelos. Creo que tú regresarás primero a la casa, de manera que voy a darte una llave para que puedas entrar. Puedes ir a mi habitación si quieres recostarte o, si deseas comer algo, puedes tomarlo del refrigerador… bueno, has de cuenta que estás en tu casa— concluyó Marina. —No sé realmente si voy a venir antes que tú, pues quiero ir a mi apartamento a arreglar algunas cosas, y también a recoger alguna ropa. —Como quieras, pero igual, mejor llévate la llave por si vienes antes. 44

Las chicas dejaron el sofá de balancín y se fueron a la habitación de Marina. Después de los rituales de aseo necesarios antes de irse a la cama, se desembarazaron de sus ropas y se metieron desnudas bajo las sábanas. Luego, entre mimos, caricias y jugueteos sexuales, poco a poco se quedaron dormidas.

Sábado por la tarde, continuación del relato Cuando Marina llegó a la casa se encontró con que Nadine trajinaba en la cocina preparando algo de comer para ambas, con la idea de consumirlo cuando continuara con el relato del cuento. Cuando hubo terminado su tarea, no se fueron al comedor sino a una mesa en el jardín, y allí comenzaron a comer mientras Nadine continuaba su relato.

El brujo había adivinado que la princesa quería encontrar una pareja que fuera sensible y cariñosa como ella, con la cual pudiera compartir su vida. De manera que tomando en cuenta lo que le había enseñado su maestro, decidió hacer su petición al Universo y dejar que este actuara.

45

Ocurrió entonces un día, cuando la princesa iba hacia el depósito de libros de Bucland, que saliendo de este lugar vio a una chica, y algo le anunció en su interior que ese era el envío que le hacía el Universo; estaba segura, su corazón no albergaba duda alguna. La princesa volvió a encontrarse varias veces con aquella chica hasta que, por circunstancias ineludibles del destino, pudieron por fin conversar. Sin embargo, la princesa pudo observar, a medida que se fueron conociendo más, que aquella chica era un poco insegura, algo tímida, le gustaba encerrase en su mundo. Y su mundo estaba en las estrellas y en el resto de cuerpos celestes. La princesa, entonces,

se

dio

cuenta

de

que

entre

ellas

se

complementaban, para una las estrellas eran parte de la magia, y la otra vivía en ese mundo mágico que la hacía soñar. Cada una se interesó en los estudios de la otra, y así surgió una gran amistad entre ellas. A Marina se le iluminaron los ojos con esta parte del relato, y en sus labios se dibujó una ligera sonrisa que no pasó desapercibida para Nadine. Tal parecía que sí, que el objetivo del cuento se estaba realizando. Pero no sabía cuál iba a ser la reacción de Marina, cuando le contara que la princesita había 46

utilizado a la chica en un experimento sin que esta se diera cuenta. La tarde iba cayendo y el ambiente se estaba poniendo un tanto fresco, motivo por el cual Nadine quiso cambiar de sitio e irse adentro de la casa. —Marina, ¿te gustaría que nos fuésemos a la sala para continuar con el relato? —Vámonos, mejor, a la sala donde está el televisor, es más pequeña y acogedora. ¿Qué te parece si nos quedamos desnudas igual que el día en que me comenzaste a contar el cuento? —De acuerdo. Cuando ya estuvieron acomodadas las chicas en el sofá de la sala del televisor, Nadine reanudó su relato.

A pesar de que entre la princesa y su amiga existía un gran entendimiento y un gran aprecio, la amiga no se atrevía a aceptar, que lo que ella sentía por la princesa era un amor que estaba por encima de lo que podía ser considerado normal en 47

una simple amistad. Lo cual era un problema, pues la princesa tampoco podía declararle a ella abiertamente su amor. Fue entonces que la princesa decidió pedirle ayuda a un aprendiz de hechicero que había conocido, y que podía utilizar una serie de aparatos de la ciencia moderna. Le pidió que le ayudara a celebrar un ritual, con el objetivo de generar y enviar energía a una amiga de ella, que la necesitaba para poder adquirir confianza en sí misma. Era una buena causa, y el aprendiz de hechicero acepto casi al momento, un poco por ayudar a la princesa a hacer una buena obra, y otro porque de esa manera tendría la posibilidad, prácticamente única, de comprobar con sus equipos científicos si realmente existía esa energía. El aprendiz de hechicero se puso en contacto con los brujos menores de su coven, y juntos estuvieron de acuerdo en prestarle sus servicios a la princesa. Ella se había convertido ya en toda una brujita, y sería quien dirigiría toda aquella operación, partiendo desde su preparación. En este momento Nadine se quedó callada, nada más acariciando delicadamente el torso desnudo de Marina, que había recostado su cabeza sobre las piernas de su amiga.

48

—¿Por qué te detienes? —Preguntó Marina animando a su compañera para que continuara el relato. —Es que, me preguntaba si tú hubieras perdonado a la princesa. —Perdonarla, ¿de qué?, ¿Por qué? —Lo sabrás ahora que continúe.

La princesa y todos los brujos se reunieron para decidir qué día sería el mejor para enviarle la energía a su amiga. Entonces alguien propuso un día en especial. Y todos los reunidos estuvieron de acuerdo. —¿Qué día fue ese que escogieron? —Quiso saber Marina con visible ansiedad. —Ahora lo sabrás.

Realmente se escogió una noche, una noche mágica, una noche en la que habría una lluvia de estrellas. Marina se quedó un tanto pensativa, todo aquello tenía cierta semejanza con lo que ella había vivido. 49

Y se hizo así porque la princesa sabía de una creencia que existe desde la remota antigüedad, según la cual, si se pide un deseo cuando aparece una estrella fugaz en el firmamento, ese deseo se hará realidad. Y ella quiso creerlo así, de tal manera que, si era cierta la leyenda, la petición que estaba haciendo se vería reforzada. Ahora bien, la princesa no le dijo a su amiga que la estaba haciendo partícipe involuntaria de un suceso tan trascendental.

—Pero eso —dijo Marina un tanto seria—, puede interpretarse como un acto de egoísmo de la princesa, pues lo que quería era que la amiga se rindiera ante ella.

Como quiera que fuese, la amiga de la princesa se fue por la noche a una explanada en el bosque a observar la lluvia de estrellas, y cuando iba de regreso hacia su casa, después de la ocurrencia del fenómeno celeste, los brujos lanzaron el hechizo que la envolvió en una esfera luminosa de energía pura, que 50

luego le hizo tener confianza en sí misma y así poder, al fin, tener el coraje para aceptar ser como realmente ella era.

—¿Perdonarías a la princesa? —Preguntó, otra vez, Nadine. Marina no dijo nada, levantó su cabeza de las piernas de Nadine, se incorporó y se quedó sentada a la par de ella. —Ahora entiendo por qué me diste todas esas lecturas sobre temas esotéricos, tratando de convencerme de que nuestros deseos pueden hacerse realidad, sobre todo cuando se trata de cambiar algo en las personas, como las actitudes. Ya veo, el cuento que me has relatado trata de ti y de mí, eso ya lo había sospechado antes. Lo que no se me había pasado nunca por la mente era que tú te habías entrometido en mi vida sin mi permiso, siendo la causante de que en mí surgiera ese coraje de decirme a mí misma: así soy yo.

Nadine se quedó callada, sintiéndose culpable de haber hecho mal. Pero había sentido temor de que si le explicaba previamente a su amiga lo que planeaba hacer, ella no lo 51

hubiese aceptado, y luego, cómo explicarle a Marina que ella había detectado que ambas se atraían. En el fondo, Nadine sabía que no había procedido del todo bien ocultándole lo de la energía que le iba a ser enviada a través de un ritual pero, y eso era muy importante, la energía que recibió Marina, pudo haberla utilizado como ella quisiera, sin embargo optó por aprovecharla para aceptarse tal como ella era en realidad. «Creo —pensó entonces Nadine—, que nuestro paraíso ha terminado», y acto seguido trató de incorporarse de donde estaba sentada para marcharse.

—Hacia donde crees tú que vas —Le dijo Marina al mismo tiempo que la agarraba del brazo impidiéndole que se levantara—, el cuento todavía no ha terminado. —¿Cómo? —Te digo que el cuento todavía no ha terminado, y debes quedarte hasta que esté concluido. Me toca a mí contar la última parte—apuntó Marina, y comenzó a narrar:

52

Cuando la amiga de la princesa se encontraba en la explanada, en medio del bosque, recordó que alguien le había mencionado que si pedía un deseo cuando aparecía una estrella fugaz, seguramente se cumpliría; y entonces, cuando la primera estrella fugaz apareció dejando una breve estela luminosa detrás de ella, su petición fue: Deseo que la princesita y yo estemos siempre juntas a partir de este momento. Sin embargo, el deseo no se hizo realidad en ese mismo instante, sino hasta dos días después. Tal parece que aún el Universo se toma su tiempo para conceder lo que se le solicita.

Nadine sonrió con visible alegría, luego se besaron tiernamente en la boca y terminaron fusionándose en un cálido abrazo. —¿Sabes qué? —Continuó Marina. —¿Qué? —Tú me hechizaste desde la primera vez que te vi. —Sin embargo —dijo todavía Nadine, entre besos y mimos—, aún falta algo para terminar el cuento.

53

—¿Qué cosa?... ah sí, ya sé…et ils vécurent

heureux… y

vivieron felices para siempre…

Epilogo Unos días después Nadine se reunió con los físicos de la universidad, y les aseguró que el experimento M había tenido el resultado esperado. Sin embargo no pudo ser muy explícita al exponer la manera en que lo había comprobado. Pero les ofreció cooperar en otro proyecto que tuviera resultados más fácilmente demostrables.

54

55

La Leyenda del Eclipse de Luna Era la mañana de un maravilloso día de diciembre, el cielo coloreado de un azul intenso llamaba a vivir. Estaba de vacaciones por las fiestas de navidad, mi trabajo como profesora auxiliar de Física en la universidad se reanudaría hasta en el siguiente ciclo, en enero. En otras palabras, me sentía libre. Me había levantado hacía una media hora y me encontraba en la pequeña terraza de mi apartamento, vistiendo únicamente mi albornoz y disfrutando de la vista de los jardines del complejo habitacional. Sentía el inmenso deseo de quedarme holgazaneando desnuda, quizás leyendo algún libro dejando que el tiempo transcurriera sin preocuparme por ello. Sin embargo, algo bullía en mi mente, algo que no alcanzaba a definir. De pronto, como un destello, apareció un pensamiento recordándome algo: «En este mes hay un suceso importante». Con el vaso de jugo de naranja en mi mano, aun sin terminar, me dirigí hasta el cuarto de estudio donde tenía un calendario, busqué en él algo, alguna fecha en especial, pero no logré observar nada que para mí tuviese alguna trascendencia. Era Diciembre, estábamos a cuatro días de Noche Buena pero, ¡vaya!, para mí, desde hacía algunos años, eso no tenía la 57

menor importancia. Me quedé observando la hoja del calendario con un poco más de detenimiento y… sí, «¡allí estaba!» o, al menos eso pensé. Me senté frente al ordenador, lo encendí y, cuando estuvo listo teclee en el buscador la frase: eclipse lunar 2010. Obtuve una enorme lista de resultados, entre ellos escogí uno y… ¡claro!, eso era. Era el día que, desde hacía meses, esperaba para poder estrenar mi nuevo telescopio refractor. «¡Cómo se me había podido olvidar!» Era el día del último eclipse lunar del año. Y, por si fuera poco, el fenómeno coincidía con la fecha del solsticio de invierno, cuando ocurría la noche más larga del año. Interesante coincidencia que no volvería a presentarse sino hasta en diciembre de 2094, pero esta vez no será visible en América.

La idea de quedarme holgazaneando aquel día se fue por la borda. Aquello revestía para mí una mayor importancia. De manera que me deslicé rápidamente al baño, me di un veloz duchazo, y luego comencé a embalar el telescopio para meterlo en el coche. Saqué mi cámara digital, tomé varios pares de baterías y dejé todo junto al telescopio. Me vestí con una camisa tipo polo amarillo pastel y unos vaqueros azules 58

clásicos un poco gastados. En una maleta metí alguna ropa extra, algunos accesorios para mi aseo personal y... casi se me olvida; coloqué mi netbook en su mochila, la cargué a mi espalda

y

junto

con

las

otras

cosas

bajé

hasta

el

estacionamiento para colocar todo en el maletero del coche. Dejé todo allí;

regresé por el telescopio y lo coloqué en el

asiento trasero. Por fin todo estuvo listo, encendí el motor del Peugeot 207 y me largué hacia la montaña. Si quería hacer una observación que valiera la pena, y tomar buenas fotos del eclipse, tendría que salir de la ciudad a un lugar en donde la contaminación lumínica no afectase la tarea que me disponía realizar. Sé que no hay muchas chicas que gusten de la astronomía, pero para mí es el pasatiempo más apreciado. Algunas de mis amigas dicen que a mis 28 años debería más bien estar buscando algún chico y no constelaciones perdidas en el cielo, que eso puedo dejarlo para después. Pero qué le voy a hacer, creo que eso de la investigación lo traigo ya en la sangre, por algo me gradué como física.

Llegué a mi destino después de casi tres horas de camino, aproximadamente a las dos de la tarde; era una acogedora 59

posada en las montañas: “La Puerta de Arcadia”, un nombre que hacía alusión a ese lugar mítico asociado a la Grecia antigua donde reina la felicidad. Como era un día normal de trabajo en la ciudad, la posada se encontraba vacía, a pesar de la cercanía de las fiestas navideñas. Y los dueños, que eran conocidos de mis padres, me recibieron con bastante obsequio. Después de los saludos correspondientes y de una breve charla, les expliqué que el motivo principal de mi viaje era poder observar el eclipse lunar que ocurriría en la madrugada del día siguiente, de manera que realmente sólo estaría una noche, pues me regresaría a la ciudad después de haberme recuperado del desvelo por la observación astronómica. A eso de las tres y media de la tarde, tomé todos mis trastos y me dirigí en el coche a una pintoresca explanada, parte de los terrenos de la posada, limitada hacia el este por una pendiente cubierta de pinares, a cuyo pie había una fuente de agua natural que desembocaba en una especie de manantial de agua cristalina, el cual los dueños habían adornado con piedrecillas de colores en el fondo, y en el perímetro habían colocado un par de bancas de cemento con respaldo, sombreadas por unos sauces llorones que daban a aquel lugar 60

la sensación de placidez. A este sitio le habían bautizado con el nombre de: “La Fuente de las Ninfas”. Estaba disfrutando del ambiente de montaña mientras ubicaba el telescopio en una posición adecuada

para la observación nocturna. Coloqué

también la cámara digital en un trípode, orientada en la misma dirección que el telescopio. Por último instalé la mini tienda de campaña auto-plegable. Iba a ser una jornada larga hasta la madrugada.

Una vez terminada la rutina de colocación de los artefactos, saqué un libro de mi mochila, me senté en una de las bancas en el perímetro del manantial y me dispuse a leer, todavía había suficiente luz solar como para dedicarme a aquella tarea. Al poco de estar sumergida en el mundo de la lectura, alcancé a escuchar unos pasos que avanzaban hacia mí, estrujando los pedruscos de la vereda que llegaba de la explanada hasta la fuente, era una chica. No había que hacer un esfuerzo muy grande para darse cuenta que era una chica muy bonita. Vestía una ropa bastante ligera, una especie de quitón de la antigua Grecia, pero a mi parecer un poco más corto que lo usual, apenas le cubría hasta la rodilla, dejando además desnuda la 61

pierna derecha con cada paso que daba. De tez blanca, con los pómulos un tanto sonrosados y el cabello lacio castaño agitándose suavemente con la brisa, la chica parecía muy segura de sí misma. Semejaba una figura de la antigua Atenas. Sus pies de piel clara, calzaban únicamente unas ligeras sandalias de tiras doradas. Aquello era una escena totalmente anacrónica. Me llamó también la atención que, aun cuando el ambiente no era precisamente cálido, aquella chica anduviese por allí tan ligera de ropas. Curiosa la mire a la cara y no desvié la mirada hasta que estuvo frente a mí. Su saludo fue un moderno: hola; y sin esperar ninguna respuesta continuó en un tono muy agradable: —¿Llevas mucho tiempo aquí? —¿Perdón? —¿Llevas mucho tiempo aquí leyendo? —No… bueno… tal vez una hora… quizás un poco más —Dije titubeando un poco. No tenía la más remota idea de quién podría ser aquella chica. No parecía de por allí ni de los alrededores. En la posada tampoco me habían mencionado nada sobre algún otro huésped, realmente lo que me habían 62

dicho era que no había ninguno más por el momento, que había varias reservaciones hechas pero para después de Noche Buena, pues iba a ser un fin de semana largo. —¿Sólo te vas a quedar esta noche, verdad? —¿Cómo sabes que sólo me voy a quedar aquí esta noche? —Sé muchas cosas…—dijo la chica tranquilamente, sin ningún tipo de pretensión, y me sentí más intrigada. —Vamos, ¿Me quieres tomar el pelo? —dije sonriendo un poco. —No, realmente no estoy haciéndote ninguna broma. La chica continuaba de pie frente a mí sin parecer querer sentarse, simplemente estaba enfrascada en aquella irregular conversación conmigo. Por un momento pensé que quizás estaba un tanto desequilibrada. Pero la situación todavía habría de ponerse un poco más misteriosa. —¿Sabes? —continuó. —¿Qué? —Deberías darle un vistazo a tu carta astral… 63

—¿Cómo? —Eso,… que deberías darle un vistazo a tu carta astral, y analizar la progresión de tu luna para la madrugada del día de mañana. El eclipse de luna se llevará a cabo en el signo de Géminis, en tu octava casa. Dentro de mi cabeza aparecieron más interrogantes, cómo sabía aquella chica que yo tenía conocimientos de astrología. Aquello era extraño, muy extraño. Y, cómo sabía que mi carta natal iba a presentar la configuración que me estaba mencionando. —Realmente me tienes intrigada… —¿Por qué?... Ya te lo he dicho, sé muchas cosas, muchas cosas sobre ti también… —acentuó la chica. —No te entiendo, la verdad no entiendo nada. Apareces por aquí, jamás en mi vida te había visto, de una sola vez comienzas a decirme cosas que… bueno, no tendrías porqué saber sobre mí. Y además, siento que me agrada conversar contigo. A propósito, ni siquiera sé cómo te llamas pero, seguramente tú sí sabes mi nombre. 64

—Tienes razón —afirmó sonriendo la chica, y continuó—: pero no debes preocuparte. —¿Puedo saberlo? —¿Qué cosa? —Tu nombre. —Sí, no veo inconveniente. —¿Entonces?... La chica no dijo nada, aparentemente desinteresándose por mi pregunta se dio la vuelta despacio para quedar frente al manantial, como observando la tranquilidad de sus aguas y dándome la espalda. Entonces tomé consciencia de que el vestido —si así se le puede llamar— que llevaba, era de una especie de cendal, bastante transparente, de tal manera que su figura se traslucía a través de él. Ver aquel cuerpo tan delicado y perfecto me turbó bastante. Sentí una especie de impulso sensual de querer acariciarla, y me sentí confundida. Por alguna razón tuve también la sensación de que la chica sabía lo que estaba ocurriendo dentro de mí. De una forma delicada se giró nuevamente para colocarse frente a mí. 65

—Eritia —dijo así sin más. —¿Qué? —Eritia, ese es mi nombre. —Un poco extraño, no lo conocía. —Sí, Melisa, es poco conocido. ¿Te llama mucho la atención ver el eclipse? Mi desconcierto creció aún más, sospechaba que sabía mi nombre, pero el hecho de oírle pronunciarlo no dejó de sorprenderme bastante. —Sí, me gustaría verlo completo. Pues, como probablemente tú ya también lo sabes, me considero aficionada a la astronomía. —¿Puedo contarte una leyenda relacionada con la diosa Luna? —Claro —le respondí con cierto interés. Realmente quería escuchar aquella historia que se disponía a

contarme la

misteriosa chica. —Cuenta una leyenda —comenzó diciendo Eritia—, que en las noches de eclipse lunar total, como el que quieres observar, la 66

diosa Luna se encuentra llena de brío y busca la compañía de una ninfa para juguetear con ella sexualmente, para lo cual se la lleva al Jardín de las Hespérides, el jardín del árbol de las manzanas de oro. Se dice también que nadie que haya visto a la diosa podrá resistirse a sus deseos de placer, pero sus acciones son tiernas y delicadas, y conmueven las fibras más internas, más ocultas de la delectación como nadie más puede hacerlo. Pero ocurre que mientras la diosa se encuentra con la ninfa en el jardín, gozando ambas de los placeres del amor, no nos puede dar su luz. Y esa es la razón del eclipse, la fuga de la diosa con su amante. Entre más a gusto se siente Selene con la ninfa, más tiempo dura el eclipse. El eclipse de esta fecha, como tú ya lo sabes, además de ser de larga duración tiene una connotación muy especial, se produce el mismo día del Solsticio de Invierno. Cuando esta situación se presenta, lo cual ocurre con intervalos de muchos años, la diosa Luna, según cuenta la leyenda, al salir de nuevo a iluminar la noche, deja a su amante en el Jardín de las Hespérides, disfrutando de los placeres que le pueden prodigar las ninfas del jardín, mientras ella regresa a iluminar nuevamente la noche. Mientras

67

tanto, su amante permanece en compañía de las ninfas, hasta que el sol comienza a hacer su aparición sobre la tierra. —Es una bonita historia, pero cómo regresa la ninfa del jardín de las Hespérides. —Ah sí, la ninfa despierta en su lecho, o en el sitio en donde fue requerida por la diosa para llevarla consigo. Eran ya casi las cuatro y treinta minutos de la tarde, la temperatura ambiente se había tornado más fría, y

el sol

comenzaba a declinar cuando Eritia me anunció que debía de partir. Le ofrecí llevarla en el coche, pero de una manera amable se rehusó; simplemente me dijo que no era necesario. Me extrañó, sin embargo, que no regresó por el camino que iba hacia la explanada, sino que lo hizo buscando los pinares, es decir, en sentido contrario. Bella y misteriosa; así podría definir a aquella chica. Por un breve momento distraje mi atención de ella al alejarse y, cuando volví mi vista para seguirla ya no estaba, parecía haber desaparecido entre los pinares. Sin embargo, puse mi atención en lo que ella me había insistido nuevamente antes de despedirse: que viera en mi carta natal la progresión de la luna. De manera que caminé hasta el coche y 68

saqué mi netbook para trabajar con el programa de astrología que tenía instalado en ella. Ciertamente, la posición de la luna en el momento del eclipse coincidía con mi luna natal, una coincidencia

un

tanto

peculiar.

Pero,

además,

aquella

configuración ocurría en la casa octava de mi tema natal, tal como me lo había dicho Eritia. Después de estudiar por un largo rato la carta, saqué en limpio algunas cosas: algo relacionado con una cuestión sexual, que era tabú para mí, ocurriría esa noche. Además, la probabilidad de que eso sucediera se hacía mayor en el momento preciso de la conjunción entre mi luna natal y la luna del eclipse. Aparecía además algo que indicaba que tendría una experiencia emocional con alguien del sexo femenino. Traté de darle una interpretación diferente a las configuraciones que veía en la pantalla de mi ordenador, pero me fue imposible llegar a otra conclusión. Sin embargo, pensaba, era muy difícil que alguien más, hombre o mujer, fuera tan aficionado a la astronomía, que dejara su cálida habitación para pernoctar a una temperatura por debajo de los 14° Celsius, sólo para ver un eclipse de Luna. De manera que llegué a concluir que eso del encuentro con

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alguien del sexo femenino era simplemente una interpretación errónea de mi parte.

El sol se encontraba ya bastante bajo, casi palpando la línea del horizonte, se ocultaba lentamente entre celajes naranja y rosa. Pronto caería la noche y aparecería la Luna. Revisé nuevamente la alineación del telescopio y luego fui al coche a sacar unos binoculares para observarla a partir de su salida detrás de las montañas. Saqué de mi mochila una linterna de LED y la colgué afuera de la mini-tienda de campaña. Luego me fui a sentar a una de las bancas frente al manantial para tomar mi cena: un refresco de cola y dos sándwiches de atún. Cuando terminé, el sol se había ocultado y las primeras estrellas hacían ya su aparición. Me quedé observando la bóveda celeste por un momento; después decidí tomar un breve descanso, de manera que me encaminé hasta la tienda de campaña y me recosté. Eran aproximadamente las 08:30 de la noche cuando salí de la tienda y me puse nuevamente a observar el cielo, era un cielo límpido, no había ni una sola nube. La temperatura había descendido y tuve que abrigarme bien. La Luna se encontraba a unos 40° de altitud e 70

impregnaba los alrededores con su luminosidad argéntea, se encontraba casi en línea con Capela, Betelgeuse y Sirio. En aquel momento

la bóveda

celeste

era todo

un

gran

espectáculo. Los pinos, por su parte, dejaban escapar sus murmullos cuando la brisa se colaba entre sus ramas, y los sauces danzaban cadentes con el viento que les acariciaba, era un momento mágico, arrobador, extático. Habría que haber estado allí para poder comprender lo que ahora estoy diciendo, es una sensación exquisita que se cuela hasta el interior mismo del ser. Después de ese instante sublime decidí descansar durante un momento, pero esta vez me recosté sobre una de las bancas frente al manantial y me quedé viendo hacia arriba, un poco hacia el Este, observando las estrellas. Allí estaba el cinturón de Orión: Alnitak, Alnilam, y Mintaka. También se veía Rigel, Proción, Cástor y Pólux. Además podía construir en mi mente las figuras de las constelaciones: Orión, el Can mayor, el Can Menor, parte de Cáncer, la Liebre…

El eclipse estaba comenzando, la Luna, ubicada en la constelación de

Géminis, comenzaba a obscurecerse en la

parte superior. Con el buscador del telescopio comencé a 71

ubicarla para luego observarla por el ocular. ¡Allí estaba, inmensa, majestuosa!

Me quedé observándola, cautivada,

hechizada por el espectáculo, regulando la posición del objetivo de tanto en tanto para no perderla; era un espectáculo singular. Poco a poco, lentamente, se fue oscureciendo hasta que quedó totalmente cubierta de una especie de pátina de coloración rojiza opaca. En el preciso instante en que la luna pareció quedar totalmente cubierta, una extraña luminosidad argentina, semejando una esfera, comenzó a formarse como suspendida a escasos centímetros sobre la superficie del manantial. Aquel extraño fenómeno, lejos de causarme temor, me hacía sentir impelida a quedarme allí a observarlo.

Después de un

momento, aquella forma luminosa pareció abrirse para dar paso a una persona, la cual, al

igual que la luminosidad,

también estaba suspendida sobre la superficie del agua del manantial. Era una imagen femenina. Por un momento pensé que aquello se asemejaba a una experiencia mística pero no, no era ese el caso. Al principio la imagen se miraba resplandeciente pero, al salir de la esfera y acercarse a mí, su aspecto dejó esa apariencia poco más o menos fantasmal, para convertirse casi en una persona normal y corriente, digo 72

casi, y hago énfasis en esto, porque era una señora, una mujer de belleza indescriptible, de exquisita venustez. Creo que si Afrodita hubiera existido, su belleza hubiese quedado opacada por la de esta mujer que ahora venía hacia mí. Aun cuando vestía una túnica larga, similar a una gramalla de la Edad Media, la cual parecía llevar con recato, al acercarse pude darme cuenta de que no era tal la situación, pues la tela de la cual estaba hecha aquella vestimenta, era la misma del vestido que llevaba Eritia. Una tela casi transparente, que dejaba ver el contorno perfecto de su cuerpo contra la luminosidad de aquel extraño objeto del cual había salido. Esto me produjo una situación similar a la que tuve cuando pude ver a trasluz el cuerpo desnudo de Eritia; se apoderó de mí el deseo de sentir su cuerpo con el mío, de acariciarlo de poseerlo o ser poseída. Aquella sensación me turbó, pues no era para mí concebible sentir deseo sexual por otra mujer. Fue entonces cuando recordé lo que mi carta natal me anunciaba: una experiencia

emocional con alguien del sexo femenino. Si todo aquello que estaba ocurriendo era real, la verdadera experiencia no se había producido todavía, porque la conjunción entre la luna

73

eclipsada y mi luna natal todavía tendría que esperar algunas horas. «Cómo sería entonces esa experiencia» pensé. Cuando aquella mujer estuvo a escasos centímetros frente a mí, me dijo suavemente, aunque no vi que moviera sus labios: —Cierra tus ojos. Y entonces colocó delicadamente sobre mi frente los dedos de una de sus manos y, luego, apenas unos segundos después, me dijo que los abriera. Aquello fue una gran sorpresa, una sorpresa inefable. Ya no estaba donde estaba… quiero decir que ya no me encontraba en La Fuente de las Ninfas, estaba en un lugar distinto, completamente distinto, no sé dónde. Era un paraje de indecible belleza, un sitio creado para deleite de los sentidos. Había también en el ambiente algo indefinible, una especie de melodía que acariciaba el oído;

también el

olfato percibía lo que parecía ser un delicado y agradable aroma que acentuaba la sensación de bienestar. El panorama que apreciaban los ojos inducía casi al éxtasis. El aire, tal vez por efecto de la vegetación, parecía tener un sabor agradable aunque, igual que todo lo demás, indescriptible con palabras. No sentía el escozor del pasto en mis pies mientras 74

caminaba… Entonces tomé conciencia de algo en lo que no había reparado: estaba desnuda, pero… por alguna razón no sentía vergüenza, más bien me parecía que aquello era algo natural, habitual. Pasaba por aquel paraje de gran hermosura sin saber hacia dónde iba, pero sin inquietarme por ello. Y, además, sin tener sensación alguna de fatiga. Desemboqué en un claro de aquel hermoso y entre-soleado bosque, frente a mí, a menos de unos cien metros, se perfilaba una edificación similar a uno de esos templos griegos que aparecen en algunas postales. Continué caminando, tratando de llegar hasta allí, pero cuando estuve más cerca pude ver, entre unas arboledas a los lados de aquel edificio, a varias chicas: unas sentadas sobre el pasto apoyadas sus espaldas en algún árbol, mientras otra u otras, acostadas, apoyaban sus cabezas sobre las piernas de las primeras. Unas estaban semi-vestidas, otras estaban completamente desnudas. Me llamó mucho la atención que todas ellas lucían unos cuerpos magníficos. Unas de piel blanca, otras trigueñas. Algunas se prodigaban entre ellas caricias, besos y abrazos

de una ternura exquisita.

Las

demás besaban y acariciaban entre ellas sus partes íntimas; todas parecían estar enamoradas unas de otras. Aquello, a 75

todas luces, era un paraíso de sutil erotismo. La violencia, la prisa, la desesperación, no tenían cabida en aquel sitio; el placer sexual entre las chicas, al parecer, podía mantenerse tanto como ellas quisieran. El tiempo no era determinante. Casi podría afirmar que allí, eso que llamamos tiempo y que parece escurrirse como agua entre nuestras manos, simplemente no existía. Todo permanecía en un eterno presente, el amor, el placer. Mientras mi mente cavilaba sobre todo eso, dos chicas con unas túnicas brevísimas, de un lienzo muy ligero, salieron de aquel templo a mi encuentro. Una de ellas era Eritia, la chica que había estado conmigo unas horas antes en La Fuente de las Ninfas; me saludó al igual que su compañera, y me llevaron dentro de aquella edificación que yo creía era un templo. El interior del edificio era de mármol blanco o, al menos, así me pareció a mí. También sus columnas, el piso y las bóvedas eran del mismo material. Las chicas me condujeron por unos pasillos inimaginables desde fuera del edificio, Iluminados por una luz aparentemente natural que llegaba de no sé dónde. En ellos

había

unas

especies

de

camarines

abovedados

practicados en las paredes mismas, en los cuales se habían 76

colocado flores de colores blanco y violeta pálido. Todo dentro de aquel lugar producía una sensación agradable, placentera. No había nada en aquel sitio que produjese estímulos desagradables. Llegamos a un recinto en donde había algo así como una alberca grande, el agua tenía la típica coloración azul celeste pero, combinada con la ambientación del lugar, llamaba al descanso. Las chicas me dejaron unos instantes parada frente a la escalinata que descendía hacia dentro del agua, se desplazaron hacia un lado, se despojaron de sus túnicas y las dejaron caer sobre una banca de mármol, quedando ellas totalmente desnudas. Nuevamente los deseos sexuales me invadieron. Deseaba sentir los cuerpos de ellas, tocarlos, acariciarlos, saborearlos. Era un deseo que pedía el deleite de mis cinco sentidos. Eritia se colocó a mi lado derecho, mientras su compañera lo hacía a mi lado izquierdo. Ambas me tomaron de las manos y comenzamos a descender hacia adentro de aquella alberca. El agua nos cubría hasta unos cuantos centímetros por encima de nuestras cinturas. Mis acompañantes, con la ayuda de unos pequeños depósitos de no sé qué material, que flotaban en la 77

alberca, procedieron a derramar agua sobre mi cabeza humedeciendo, con la ayuda de sus manos, mi cabello. Después que todo mi cuerpo estuvo humedecido, me llevaron de regreso a la escalinata, al peldaño más alto, y me senté allí, dejando únicamente mis pies dentro del agua. Eritia y su compañera tomaron de un depósito una especie de crema que, creo yo, hacia las veces de jabón. Frotaron, con gran delicadeza, todo mi cuerpo; incluyendo mis partes más sensibles. Yo, simplemente, me dejaba hacer. Por momentos, mientras hacían su tarea, sus senos quedaban frente a mi cara y a veces su sexo. Sentía un deseo irrefrenable de acariciarlos, besarlos. Pero algo dentro de mí me decía que debía de abstenerme de hacerlo. Nunca antes había sentido deseo y placer tan grandes. Vertieron agua nuevamente sobre mí cuerpo al mismo tiempo que lo frotaban para quitar los residuos de aquella crema y, después, me llevaron fuera de la alberca, secaron mi cuerpo y me recostaron en un diván que se encontraba a un lado. Allí me dieron un breve y suave masaje, del cual no se libraron mis lugares íntimos.

Por último, me

vistieron con algo así como una bata, elaborada de una tela que resultaba deliciosa al tacto. Nuevamente me dijeron que 78

me recostara en el diván y que descansara, pues pronto me iban a llevar ante la presencia de Selene. Aquello me impactó y alteró mi tranquilidad; Eritia entonces me dijo que no me preocupara,

que

no

había

nada

por

lo

cual

debiera

sobresaltarme. Luego ambas chicas se dedicaron a acariciarme durante un rato hasta que me tranquilicé. Me quedé allí, en aquella paz, disfrutando el momento y recordando lo que había interpretado de mi carta natal, todo parecía indicar que tendría una experiencia sexual con una mujer. Lo extraño era que ahora esa perspectiva no

me incomodaba. Me sentía

emocionada, expectante ante aquella nueva experiencia. Lo que me anunciaban los astros se estaba cumpliendo al pie de la letra. —Vamos, Melisa, venimos para que nos acompañes a los aposentos de la diosa Selene. Tenía los ojos cerrados, disfrutaba de aquella paz en la que me encontraba inmersa. Cuando Eritia y su compañera llegaron por mí, me puse un poco tensa al escuchar lo que me dijo. —No te preocupes, aquiétate, estás a punto de vivir los momentos de mayor placer que hayas podido imaginar en tu 79

vida. La diosa está en estos momentos presta a recibirte. — trató de tranquilizarme Eritia. —Dime —empecé a tratar de entablar una conversación con Eritia, para tranquilizarme un poco mientras caminábamos por los pasillos hacia los aposentos de Selene —, cómo es que en un momento me encontraba en La fuente de las Ninfas y, de pronto, me encuentro aquí en… –El Jardín de las Hespérides —Completó Eritia. —¿De verdad estoy en ese lugar? —Sí, pero no me preguntes cómo llegaste hasta aquí, como mortal no lo entenderías. Tú fuiste ninfa una vez, Melisa, igual que

nosotras;

pero

decidiste

permanecer

en

la

tierra

encarnándote como un ser humano común para ayudar a los demás mortales, pero ellos no pueden entender eso, se han cerrado a recibir cualquier ayuda celeste. La vida en ese planeta es dura, difícil. Hay mucha perversidad y engaño. El significado del placer se ha corrompido; y los humanos han llegado al extremo de la perversión encontrando goce en la violencia, en la destrucción; cuando realmente son conceptos

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totalmente antagónicos, incompatibles. Pero los habitantes de la tierra tienen la malévola capacidad de retorcerlo todo. Me quedé un poco confundida con aquella afirmación de que había sido una ninfa. No hice ningún comentario, sólo continué conversando. —Y tú, ¿por qué estás aquí?, Si las ninfas son seres que están en la tierra. —Todas las ninfas que estamos aquí, somos encargadas de cuidar del jardín. Pero también, explicarte esto sería bastante complicado. Y así, casi sin darme cuenta, Eritia y yo llegamos hasta los aposentos de Selene. Eritia me guió a través de una habitación grande en donde había un jardín en medio del cual se encontraba una cascada, que al caer se deslizaba suavemente sobre unas rocas hasta llegar a un estanque de aguas cristalinas. Alrededor del cual había algunas plantas hermosas de apariencia tropical. Continuamos caminando, siguiendo el perímetro del manantial hasta que encontramos a la diosa. Apacible, contemplando aparentemente el agua que caía envolviendo la roca, se encontraba Selene. Cuando se volvió 81

hacia nosotras y pude ver su rostro, vi la belleza convertida en persona. De rostro sereno e inmensa dulzura, la diosa extendió sus brazos y con sus manos tomó las mías. Entonces me dijo algo más o menos así:

Ven pequeña ninfa, ven a mis aposentos, a mi oasis encantado, fuente de delectación.

Ven a tomar un descanso, ven a reponer las fuerzas, que tu tarea en la tierra, tan insolente ha mermado.

La voz de la diosa en sí era una verdadera caricia, quedé como extasiada escuchándola. De la mano me llevó consigo hacia el oasis encantado prometido. La tensión de mi interior había desaparecido, y entonces recliné mi cabeza sobre los senos de mi amante divina.

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—No quisiera regresar a la tierra —susurré al oído de Eritia mientras ella y su compañera me colmaban de besos y tiernos mimos. Me despertaron ambas con mucho cuidado y delicadeza. Me habían encontrado en un estado de gran relajación, me sentía feliz, realmente feliz, libre…, ahora estábamos las tres descansando y acariciándonos; nos encontrábamos desnudas en aquel hermoso jardín de las manzanas de los dioses. EL eclipse sin duda había terminado, pero el recuerdo de mi experiencia divina, permanecería en mí toda la vida. Ahora, mientras me encontraba con Eritia y su ninfa compañera, aun cuando la placidez que sentía con ellas junto a mí era inmensa, no podía quitar de mi mente el deleite que me había prodigado mi apasionada amante celeste. Lo que había leído en mi carta astral, y lo que me había dicho Eritia en La Fuente de las Ninfas, se había cumplido. Un tabú se había roto.

—Eritia… —Dime…

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—Cuando la diosa y tú me dicen que yo soy una ninfa, lo dicen de verdad o únicamente para que me sienta halagada. —La diosa no puede mentir. Aunque ahora eres mortal, sigues siendo una ninfa. Cuando dejes ese cuerpo que ahora tienes regresaras a tu realidad. La ninfa que realmente eres. —¿Quién soy realmente? —¿No te dice algo tu nombre? —¿Melisa? —Sí. —¿Qué es lo que debería decirme que yo no lo sé? —En realidad no lo recuerdas. Tú eres una Oréade, una ninfa protectora de las montañas. Tal vez ahora comprendas por qué en tu vida actual te agrada tanto visitar la montaña. —Pero mi nombre, ¿Qué significa mi nombre? —Melisa es miel, tú eres la ninfa que descubrió la miel en las montañas. Eres dulce como ella.

Nos continuamos acariciando y besando, sintiendo nuestros cuerpos, condescendiendo con nuestros deseos sensuales. Mas el arrullo de los pájaros en aquel sublime jardín produjo en

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mí un efecto calmante, y poco a poco comencé a quedarme dormida teniendo mi cabeza apoyada en el regazo de Eritia.

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Con el alegre canto de los pájaros, jugueteando entre los sauces y los pinos; un sol radiante comenzaba a aparecer entre las montañas, anunciando un nuevo y glorioso día. El clima era bastante fresco y el paisaje soberbio. Melisa, acostada todavía en una de las bancas de cemento de La Fuente de las Ninfas, comenzaba a salir de su sueño, todavía nombrando constelaciones en su mente: «…León, León Mayor…» y escuchando el jolgorio de los pajarillos.

De pronto se despertó, casi violentamente, y una mezcla de asombro y frustración se apoderó de ella. Trato de sentarse y luego ponerse en pié, pero la pesadez del profundo descanso la hizo tambalearse un poco. Las lágrimas casi afloraron a sus ojos. «Cómo —pensó—cómo es posible que cayera dormida y no haya podido ver el eclipse».

«Deseaba tanto hacerlo… y

he perdido la oportunidad, cuando esto vuelva a ocurrir ya no 85

voy a estar viva». Luego recordó a la chica con la que había estado conversando un rato por la tarde allí en la fuente, y el sueño, ese sueño que parecía tan real; la señora que había aparecido dentro de una especie de esfera brillante. Pero… todo había sido un sueño, simplemente un sueño. Y lo peor, ni siquiera había podido tomar una tan sola foto del eclipse. Apesadumbrada, frustrada, se dirigió entonces hasta donde estaban montados en sus trípodes el telescopio y la cámara digital, y en el telescopio encontró un fragmento de tela transparente como cendal, enlazado a manera de una bufanda, que en un extremo tenía delicadamente bordado el nombre: Selene. Luego examinó la cámara digital y, esto era extraño, las baterías nuevas se le habían agotado, y ella estaba plenamente segura, de no haberla encendido. Entonces desmontó la cámara, le extrajo la tarjetita SD de la memoria, y se fue en busca de la Netbook para ver si había alguna foto en el dispositivo. Y ¡Sorpresa! Había toda una secuencia de imágenes del eclipse; las cuales, estaba segura, no había tomado. Dentro de la mini tienda de campaña, viendo las fotos del eclipse en la pantalla de la minicomputadora, y con la pieza de tela en una de sus manos, comenzó a pensar que quizás no 86

había sido un sueño lo que había vivido. Entonces recordó las palabras de Eritia: «… la ninfa despierta en su lecho o en el sitio en donde fue requerida por la diosa para llevarla consigo».

Otro día, estando ya Melisa de regreso en su apartamento, comenzó a estudiar en el ordenador de pantalla grande de su estudio, despacio, las fotos que estaban en el dispositivo de memoria de la cámara, y en la última foto del eclipse completo, sobre la pátina rojiza opaca de la luna pudo ver, aunque de forma tenue, dos imágenes femeninas, una de ellas reclinando su cabeza sobre el pecho de la otra.

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88

El Regalo, un Cuento Mágico de Nochebuena Las vacaciones de fin de año habían llegado, pero Marcela tendría que quedarse, no podría, debido a que sus padres se encontraban de viaje, pasar la temporada de navidad y año nuevo con ellos. Prácticamente se había quedado sola, las pocas compañeras que venían de la misma ciudad que ella, ya se habían marchado. Trató de convencerse a sí misma de que aquello le vendría bien, pues tendría tiempo para estudiar y preparase para el regreso a las clases. Pero aquella idea no llegaba realmente a convencerla del todo. Iba muy bien en todas sus materias, de manera que no necesitaba esforzarse estudiando en aquel período de vacaciones. Para pasar el tiempo comenzó a salir por las tardes y visitar algunos centros comerciales, más que para efectuar compras, que bien hubiera querido hacerlo, caminaba por los pasillos admirando los arreglos navideños de los escaparates de los almacenes. Cuando ya el día comenzaba a declinar se iba a algún restaurante de comida rápida, pedía algo ligero y, mientras comía, leía alguna novela con tema histórico para no sentirse tan sola. Luego regresaba a su apartamento, encendía el televisor de plasma que le habían regalado sus padres y, 89

después de eso, generalmente se iba a la cama y rápidamente se quedaba dormida. El calendario señalaba quince de Diciembre. Los días eran fríos y de cielo despejado, esto le ayudaba mucho a Marcela en su ánimo, pues cuando se levantaba por las mañanas se sentía alegre, llena de vida. A tal grado que había decidido decorar un poco su apartamento con algunos motivos alusivos a la época, para lo cual había adquirido esferitas navideñas, flores de pino y otros ornamentos propios de las festividades. También había comprado un pequeño árbol de navidad de ramas blancas, al que había decorado con diminutas luces y pequeñas esferas doradas.

Aquel quince de diciembre por la tarde cambió su rutina, en lugar de ir a caminar por alguno de los centros comerciales de su predilección, decidió dar un paseo por el campus universitario. Se vistió con unos vaqueros negros, unos zapatos con cierre de cinta y, cubriendo una blusa tipo polo amarillo pastel, se colocó un cálido suéter blanco de angora, sobre el

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cual caía, como una cascada y haciendo contraste, su cabello lacio negro, Estuvo caminando un rato por los senderos que bordeaban los jardines del campus, ahora en vacaciones prácticamente desiertos. Muy de cuando en cuando se veía a alguien, tal vez algún estudiante con problemas en alguna materia, que había decidido ir a estudiar en la tranquilidad de aquel lugar. Después de deambular por aquellos caminillos de concreto, Marcela decidió ir a dar una vuelta por los soportales de los edificios de algunas facultades. Comenzó a caminar por el pórtico del edificio de historia, como disfrutando de la experiencia de encontrar aquel sitio, generalmente bastante concurrido, ahora silente. Mientras caminaba despacio por aquel lugar, una estudiante, en apariencia, salió por el costado del edificio y continuó caminando en dirección contraria a la de ella. La chica, que venía abrigada al igual que Marcela, caminaba lentamente, y cuando estuvo a la par suya le dirigió una sonrisa, la que fue prontamente correspondida. Ambas siguieron su camino. Marcela imaginó, por alguna razón infundada, que a lo mejor aquella chica tampoco había podido ir a pasar la navidad con sus padres o sus familiares. Aún peor, 91

pensó, quizás estaba viviendo en el edificio de la residencia estudiantil y allí, la sensación de soledad debía de ser peor, pues seguramente estaría ella sola entre aquella inmensidad de habitaciones vacías. Cuando el frío arreció, poco antes de las seis de la tarde, Marcela decidió volver a su apartamento, no sin antes pasar comprando algo de comer para llevárselo, y consumirlo mientras veía alguna película en la comodidad y calidez de su vivienda.

Al día siguiente al despertarse, recordó un sueño que había tenido por la noche que, aunque extraño, le pareció agradable. En ese sueño, ella se encontraba de noche en un lugar aparentemente nevado y al aire libre, El cielo se mostraba imponente, perlado de estrellas, era una imagen maravillosa, sosegada; dentro del sueño le pareció escuchar las notas de algo así como un villancico. De pronto tomó consciencia de sí misma, estaba desnuda y no parecía sentir frío, antes bien, se sentía confortable. Luego se veía a sí misma en una cabaña, la cual parecía estar iluminada por velas o, al menos, por un resplandor que de alguna manera simulaba la luz apacible de las velas. Dentro, había un hogar que caldeaba y hacía 92

agradable la estadía, había también sobre el piso, cerca del hogar, un segmento del tronco de un árbol con algunos ornamentos que parecían navideños, y también unas ramitas de muérdago en la parte superior del marco de una puerta que daba hacia el interior. Después de esto, nuevamente se encontró fuera de la cabaña, y veía en el cielo una especie de explosión insonora, produciendo una luminiscencia delimitada por un pequeño círculo que quedaba como estático durante largo rato; como si de pronto hubiese estallado una estrella, y su resplandor hubiese quedado limitado a una pequeñísima región del cielo visible. Después que despertó, Marcela se quedó todavía un rato en la cama, tratando de encontrarle una explicación rápida a aquel extraño sueño, y la encontró: Había dormido desnuda, utilizando la calefacción para mantener una temperatura adecuada, eso explicaba al menos un par de situaciones de su experiencia onírica; afuera, aunque no había estado nevando, estaba haciendo bastante frío, eso explicaba una situación más del sueño. Lo demás, pensó, aun cuando no parecía tener una explicación inmediata, ya pronto la encontraría. Luego de estas reflexiones se levantó, fue a la cocina a buscar algo que comer 93

en el refrigerador, pero sólo encontró unas botellitas de medio litro de té helado, luego abrió las puertecillas de la pequeña despensa y descubrió que todavía tenía unas galletas danesas dentro de una caja metálica, decorada en la cubierta con un bonito paisaje danés. Con este tesoro alimenticio entre sus manos, y el libro que había comenzado a leer unos días antes, se fue a sentar a su rústico sillón de lectura, pronto quedó sumergida en aquel océano de letras, levantando de cuando en cuando la vista para tomar una galleta y sorber un poco de té. Cuando llegó la tarde, recordó a la estudiante que había visto el día anterior en la universidad, sintió curiosidad de saber qué estudiaba y, sobre todo, por qué se había quedado sin ir a su casa para las fiestas navideñas, al menos eso era lo que creía Marcela, aunque no estaba segura de que aquella chica no fuera de por allí cerca. Pero igual, pensó, a lo mejor podrían hacerse un poco de compañía en aquellos días en que se encontraban solas, aunque sólo fuese para ir a algún restaurante y charlar un poco sobre cualquier cosa. Nuevamente, por la tarde, Marcela se abrigó y salió con rumbo a la universidad, estuvo caminando por allí, fue hasta el edificio donde se había encontrado el día anterior con la chica, pero 94

nada, no la pudo localizar. Cuando se disponía a salir de los terrenos de la institución, sentada en una banca, en el límite de un pequeño parterre, se encontraba la chica aparentemente leyendo un libro que tenía entre sus manos. Marcela se acercó hasta donde se encontraba, y trató de entablar conversación con ella. —Hola —dijo Marcela sonriente. —Hola —Le respondió la chica devolviéndole la sonrisa. —¿Estudias en la universidad? —No exactamente. Únicamente vengo de vez en cuando. En vano trató Marcela de ver qué libro leía aquella chica, pues parecía estar cubierto con un material opaco que no permitía ver el título. —¿Vives por aquí cerca? —Podría decirse que sí. —Vaya, pareces todo un enigma. Por un momento pensé que a lo mejor eras otra estudiante que no había podido ir a pasar las

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festividades navideñas con sus padres, y que, tal vez, pudiéramos habernos hecho compañía. —No, realmente no. No me he quedado aquí sin poder ir donde mis padres. Entiendo, sin embargo, por lo que me dices, que a ti sí te ha ocurrido eso. —Sí… —Y buscas algo de compañía para esta vacación. —Tengo que responderte sí, de nuevo. —A lo mejor conoces en estos días a alguien con quien puedas pasar una memorable festividad. —Realmente eso sería más que un milagro, algo realmente excepcional. —Bueno, estamos en el periodo navideño, y hay quienes aseguran que esta época es mágica, y a lo mejor tienen razón. —Vaya, si eso fuera cierto… —¿No crees que pudo haber existido una razón o un motivo por el cual tú no pudiste estar con tus padres este fin de año?

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—Pamplinas. Vale que tengo varios libros que leer. Creo que serán mi única compañía durante este periodo de festividades familiares. —No son una mala compañía, pero creo que vas a encontrar a otra persona con la que, a lo mejor, también puedas compartir la lectura de tus libros. —Vaya, realmente eres bastante optimista. Sin embargo, quién sabe, a lo mejor tienes razón. ¿Vas a estar por aquí mañana? —No, pero quiero proponerte algo, ¿Qué te parece si nos encontramos aquí mismo el 24 de diciembre a eso de las… cuatro de la tarde? —Bueno, al menos… —Al menos —le interrumpió la chica desconocida—, podremos charlar aunque sea un momento, y para despedirnos podemos desearnos una feliz navidad. ¿Te parece? —No lo sé… —Bien, como quieras, yo voy a estar aquí, como te dije, a eso de las cuatro de la tarde, vosotras decidiréis si venís o no. Aunque…os aseguro que os conviene venir. 97

—De acuerdo —concluyó Marcela sin prestarle atención a las referencias en plural que hacía la chica, pensando que podría tener algo de razón al decirle que seguramente le convendría llegar, pues al menos tendría alguien con quien tener un momento de conversación.

Después de aquella breve charla, la chica desconocida y Marcela se despidieron, esta última se fue al supermercado a comprar algunas cosas para rellenar su pequeña despensa, y luego pasó por una hamburguesería a comprar algo ligero para comer en la cena.

18 de Diciembre Después de un día de quedarse leyendo y holgazaneando en su apartamento, Marcela volvió a su rutina, por la tarde, al igual que otras veces se fue de paseo a curiosear los escaparates de un centro comercial. Caminando sin un rumbo específico llegó hasta la vitrina de una joyería, y cuando estaba abstraída

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viendo con curiosidad los artículos exhibidos, alguien atrajo su atención: —Oye… Marcela no sabía si aquello iba con ella, de manera que volvió dudosa la cara hasta ubicar quién era la persona que supuestamente le llamaba: era una bonita chica que se encontraba a la entrada de la joyería. —¿Me hablas a mí…? —Sí… —dijo la chica mientras le dedicaba una sonrisa que hacía ver más atractivo su rostro. Marcela se acercó un poco desconcertada hasta la puerta de la joyería. —¿Sí? —Te he visto varias veces en la universidad… creo que estudias… —Historia —se le adelantó Marcela. —Vaya, no estaba equivocada.

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—Y tú, ¿También estás en la universidad? —Sí, estudio diseño y decoración de interiores. Te he visto pasar por aquí y detenerte en el escaparate desde hace varios días. —Sí, vengo a distraerme un rato por las tardes, es que… bueno, no soy de aquí y resulta que no voy a poder ir a mi casa en estas vacaciones. —Vaya, vaya, qué casualidad. —¿A ti también te ha pasado lo mismo? —Sí… la única diferencia es que yo me vine a trabajar para no tener que desfallecer de aburrimiento en este periodo y, además, de paso gano algo de dinero. —Me parece que has hecho muy bien. —Perdona si no me he presentado, mi nombre es Evelyn. —El mío, Marcela. Las chicas se dieron la mano al mismo tiempo que se daban un beso en las mejíllas.

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—Marcela, qué te parece si me esperas un rato a que salga del trabajo, y luego nos vamos a tomar un refresco… o, qué sé yo, nos vamos a cenar. —Me parece muy bien, te espero. —Mira, voy a tardarme todavía casi una hora, si te parece que tienes que esperarme mucho tiempo, tal vez sea mejor que dejemos esto para mañana. —No, no te preocupes, voy a ir por allí a seguir viendo vitrinas y arreglos navideños, y dentro de una hora, voy a estar aquí de vuelta. Después de poco más del tiempo convenido, como dos viejas amigas, Marcela y Evelyn caminaban tomadas del brazo por la avenida a la salida del centro comercial,

el cielo estaba

despejado, el sol ya prácticamente se había ocultado, las luces de la ciudad iluminaban ya las calles, y el frío, acompañado de una brisa ligera, había aumentado un poco.

El Universo

parecía conspirar de forma sutil poniendo cierta nota romántica en el ambiente. Entre tanto las chicas, tomadas del brazo, apretujaban sus cuerpos, el uno contra el otro, con el pretexto de regalarse un poco de calor. 101

Decidieron ir a cenar, y mientras aguardaban sentadas a que les sirvieran, a pesar de acabar de conocerse, conversaron de diferentes temas: de sus carreras, de películas, de las peculiaridades de sus respectivas familias, de los libros que les gustaba leer; en fin, parecían dos grandes amigas que habían dejado de verse por un largo tiempo y ahora habían vuelto a encontrarse. Descubrieron, también, que ambas venían del mismo lugar, y que tenían gustos parecidos. Al final, cuando se dieron cuenta de que ya era un poco tarde, quedaron en que Marcela iba a ir a esperar nuevamente a Evelyn a la salida del trabajo. Y así hicieron los días siguientes: Marcela iba a esperar a Evelyn y luego iban a comer a algún restaurante. Mientras tanto, la familiaridad entre ellas iba creciendo a pasos acelerados.

21 de Diciembre a la salida del trabajo de Evelyn —Evelyn, te propongo algo diferente para esta noche. —¿Sí? ¿Qué cosa?

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—Compremos comida para llevar, nos vamos a mi apartamento y vemos allí una película en la pantalla de plasma. Sin pensarlo dos veces, las chicas se fueron a un restaurante de comida china, compraron lo que consideraron necesario y se fueron al apartamento de Marcela. —Oye, qué bonito el apartamento en que vives —dijo Evelyn al nomás pasar por el umbral de la puerta del apartamento de Marcela—, tal pareciera que eres tú la que estudia diseño y decoración de interiores y no yo. Vaya, ¡Qué lindo, lo has decorado con motivos navideños! —Sí, me he tomado mi tiempo colocando los adornos, pero lo que ocurre es que, a diferencia tuya, yo me quedo todos los día holgazaneando aquí dentro. En cambio tú tienes que ir a trabajar. —Como pretexto a mí me queda muy bien. Se acomodaron las dos en un pequeño sofá que tenía Marcela en la salita de estar, colocaron los alimentos en una mesa plegable portátil, y comenzaron a comer mientras veían una película. Habían decidido ver un clásico: Lo que el Viento se 103

Llevó. A media película, dos horas después de haber comenzado a verla, pusieron pausa y se prepararon unas palomitas de maíz. Cuando el filme terminó ya pasaban las once de la noche. —Creo —dijo Marcela —, que sería conveniente que te quedaras a dormir aquí, ya es muy noche y puede no ser prudente andar por la calle a estas horas. —Sí, tienes razón. ¿No te molesta que me quede aquí contigo? —No, definitivamente que no. —Creo que me puedo acomodar de alguna manera en el sofá en el que vimos la película. —No, no cabes en él. Vamos a dormir las dos en mi cama, hay espacio suficiente. Además, ahora está muy limpia, pues recién este día

he colocado la ropa de cama que trajeron de la

lavandería. También tengo frazadas extra para que te arropes bien y no sientas frío. Apagaron la luz, y aprovechando la oscuridad se quitaron la ropa. Sin ponerse de acuerdo, ambas se quedaron únicamente en bragas. Se coló cada una dentro de sus frazadas, 104

comenzaron a charlar un poco estando acostadas, pero el sueño las venció y pronto se quedaron dormidas. A la mañana siguiente, Evelyn se despertó antes que Marcela, y lo primero que vio, cuando abrió los ojos, fue el rostro de su amiga. Se quedó observándolo por un momento, luego sacó su mano de entre las frazadas y, con cuidado, le retiró un mechón de pelo que le cubría uno de los ojos, con el dorso de los dedos de su mano izquierda le acarició delicadamente la mejía derecha, e intentó después darle un beso, pero mejor se contuvo, no sabía cuál podría ser la reacción de Marcela. Y no deseaba que aquella amistad tan bonita que había surgido entre ellas se fuera a terminar.

Cuando Evelyn le dio la

espalda a su amiga, para llegar hasta el borde de la cama y levantarse, en el rostro de Marcela se dibujó una leve sonrisa. Entre tanto, de espaldas a Marcela, Evelyn se colocaba el sostén para luego continuar vistiéndose, cuando estuvo ya lista para irse, se acercó a la cama donde estaba aparentemente dormida su amiga, y le susurró al oído su nombre. —Marcela. —¿Sí? 105

—Ya me tengo que retirar. —¿Tan temprano? —Ya son las ocho, y tengo que ir a mi apartamento a bañarme y cambiarme de ropa. ¿Te veo a las seis de la tarde, a la salida de mi trabajo? —De acuerdo, chao.

Cuando Evelyn ya se había marchado, la mente de Marcela comenzó a fantasear, a soñar despierta: imaginaba que ella y su amiga vivían juntas, que se amaban y disfrutaban sexualmente una de la otra. Que por las noches, al acostarse, se deleitaban acariciando y retozando con sus cuerpos desnudos. Y así continuó, construyendo mil fantasías más, que sólo una chica enamorada podía imaginar. Momentos después se quedaba dormida nuevamente, soñando que hacía el amor con su amiga en el paradisíaco oasis que acababa de crear con su imaginación.

22 de Diciembre a la salida del trabajo de Evelyn 106

Para Marcela su amistad con Evelyn iba viento en popa, todo marchaban muy bien. Sin embargo, esta vez cuando se encontraron, Evelyn pareció u poco distante, a pesar de que en la mañana todo parecía ir muy bien. Aun cuando siguieron la misma rutina de todos los días, ella parecía no ser la misma, no se tomaron de la mano al salir por la avenida, no apretujaron sus cuerpos con el pretexto de sentir menos frío, y tampoco hubo un mínimo comentario sobre la noche anterior. Cuando se despidieron, Evelyn lo hizo de una manera bastante fría. —Marcela —dijo Evelyn sin ninguna inflexión en la voz—, Mañana mejor no vayas a esperarme a la salida del trabajo. —Por qué… —Mañana, la empresa va a darnos la cena de navidad y fin de año, y no sé a qué horas va a terminar. —Mmmm… Entiendo lo de la cena, es casi una tradición en todas las empresas. Lo que no entiendo es tu comportamiento tan frío de esta noche, no sé si es que he hecho algo que te ha disgustado o… no sé. ¿Por qué, mejor, no me dices lo que te ocurre?

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—Nada, no me ocurre nada, no me pasa nada. —Vaya. Entonces debes estar molesta porque nada te ocurre. Dime, ¿y el 24 de diciembre?, ¿vas a permitir, al menos, que nos deseemos una feliz noche buena? —No sé… —Vaya —la interrumpió Marcela un poco a disgusto —No lo entiendo, no entiendo porqué estás molesta conmigo. —No estoy molesta contigo ni con nadie… es que… —Es que, ¿qué? —Es que no creo que lo comprendas… —Tienes razón, hay muchas cosas que no comprendo de ti… pero bueno, el 24 de diciembre por la tarde quedé de reunirme a charlar un momento con una chica que conocí en la universidad, quiero pedirte que me acompañes, claro, si no te causo ningún inconveniente —dijo Marcela con alguna dificultad y cierta ironía. —¿Para qué deseas que te acompañe?

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— Pues… simplemente pienso que no nos haría nada mal charlar un momento con alguien más en un día como ese, y luego, quizás después de comer algo en algún restaurante, podamos por lo menos desearnos feliz noche buena y ya, cada quien para su casa. Para mí sería como una pequeña celebración informal. Ahora bien, si tú ya tienes alguien con quien celebrar esta fecha pues…, me alegra que así sea, me agrada por ti, porque te vas sentir bien estando acompañada, pero por favor, no me hagas sentir mal. No sé por qué te estás comportando así conmigo.

Evelyn bajó un poco la cabeza y luego continuó:

—Voy a acompañarte el 24 por la tarde para reunirnos con la chica que conociste y…, discúlpame por haberte hecho sentir mal. Sin embargo mañana a la salida del trabajo… —Sí, ya sé, ya me lo has dicho, tienes la celebración de la empresa donde estás trabajando. Descuida, no puedo ir a esperarte aunque quisiera, pues no sé en qué lugar va a ser la cena.

109

Aun cuando las chicas continuaron juntas caminando hasta llegar al apartamento de Marcela, en donde se despidieron de una forma más bien incómoda, no hubo entre ellas la más leve demostración de cariño. Esa noche Marcela se fue a la cama un poco desconcertada. Llevando en su interior una sensación profunda de desazón. Al final cayó en un profundo pero inquieto sueño. Cuando se despertó se sintió abrumada, El día había despuntado un poco nublado, y eso no le ayudó mucho a sus ánimos, Lo que había ocurrido con Evelyn estaba aun fresco en su mente. Recordó lo de la cita con la chica de la universidad y comenzó a maquinar en su mente la posibilidad de no asistir a ella. Pero pensó que a lo mejor el cambio de impresiones con aquella extraña pudiera cambiar el panorama de su día; de manera que al final concluyó que se reuniría con la chica misteriosa, aun cuando Evelyn no fuera con ella, y pensó que quizás sería mejor, incluso, que ella no fuera. Pero no podría evitarlo si después de todo ella deseaba acompañarla. Marcela no podía explicarse el comportamiento de su amiga, un día por la mañana se muestra cariñosa con ella, y por la tarde parece no querer ni verla, como si le desagradara su compañía. Por la 110

mañana Marcela construye bellos castillos en su mente, y por la tarde se derrumban totalmente con una rapidez increíble. No lo entendía, por más que le daba vueltas a su mente no lograba comprender qué pasaba con Evelyn. Aproximadamente a eso de las tres y media de la tarde, Evelyn llamó a Marcela por el móvil avisándole que pasaría por ella en unos minutos. —De acuerdo, voy a esperarte, pero, te lo repito nuevamente, no quiero que te sientas forzada a ir conmigo. —No, descuida, voy porque deseo acompañarte. Sin embargo, la voz de Evelyn sonaba apagada, decaída. —Bien, voy a esperarte aquí en mi apartamento.

Una media hora después de haberse comunicado por el móvil, las dos chicas iban camino a la cita, originalmente concertada por Marcela. Evelyn se mostraba un poco taciturna, de manera que el trayecto hasta la universidad lo hicieron en silencio.

111

Llegaron al lugar de la cita unos pocos minutos después de las cuatro de la tarde, la chica misteriosa ya se encontraba sentada en el mismo lugar en que la había encontrado Marcela la última vez. Pero ahora se detuvo a examinar un poco más detenidamente a la arcana chica. El cabello era de color oro limpio, inmaculado, su tez clara, tersa, de rasgos delicados y bien definidos. Sus ojos, de un azul cristalino, emanaban una sensación amorosa, de comprensión. Como si estuviera dispuesta a escuchar lo que quisiéramos contarle, o quizás pronta a darnos un consejo. Su cuerpo, aunque abrigado debido al clima ambiente, dejaba ver perfección.

Evelyn

pareció

notar

cierto grado de también

aquellas

características de la anfitriona, y los celos surgieron dentro de ella como una corriente, que partiendo desde el estomago ascendía hasta su garganta; pero disimuló aquel sentimiento. De pronto, Marcela cayó en la cuenta de que hasta ese momento no sabía el nombre de la chica de los ojos azules. —Perdón por mi descuido, no nos hemos presentado —dijo Marcela alargando la mano.

112

—Mi nombre es Freya —, se adelantó la chica extendiendo la suya hacia Marcela. —El mío, Marcela. Y esta es una compañera de la universidad —dijo dirigiendo la vista hacia Evelyn, quien también procedió al ritual de presentación. —El mío, Evelyn. —Es un gusto para mí que hayáis venido. Por favor acompañadme… vamos, tomad asiento. Marcela y su compañera se sentaron, una a cada lado de la chica misteriosa. —Vaya —dijo Freya un poco extrañada— hubiese creído que os sentaríais juntas. —Estamos bien así —contestó Marcela. —Acaso tú, Evelyn, tampoco has podido marchar hacia tu casa en este periodo de vacaciones. —Así es… —¿Crees posible que exista una razón por la cual el destino te haya impedido hacerlo? 113

—No lo sé. —Tal vez lo averigües dentro de poco…, Bien, ¿Os gustaría que charláramos de algún tema en especial? —No

—respondieron

al

unísono

Marcela

y

Evelyn

encogiéndose de hombros. —Bien, que os parece si hablamos de por qué celebramos el 25 de diciembre. —Sí —dijo Marcela—, me parece bien. —De acuerdo —apoyó Evelyn. —Es la Navidad —Agregó Marcela. —Bueno —comenzó diciendo Freya—, la celebración del 25 de diciembre es bastante más antigua, se remonta a épocas inmemoriales. Sin embargo, al principio se celebraba no el 25 de diciembre sino el 21 o 22 de dicho mes. Fecha en que cae el solsticio de invierno, es decir, la fecha del día más corto o la noche más larga, según como vosotras lo queráis ver. Esa noche, se decía que el sol moría, pero al mismo tiempo que regresaba nuevamente o resucitaba. Era este resurgir del sol la causa de la celebración; y a partir de ese momento los días 114

comenzaban a ser cada vez más largos hasta llegar al 21 o 22 de junio, que es cuando el día tiene más horas de luz solar en el año. Para los pueblos antiguos esto era muy importante, pues significaba que habría un nuevo año, y que todo seguiría su ciclo. Hay otra historia, continuó diciendo Freya con su voz de experta narradora, que enlaza también con esta que os acabo de contar, es la historia de la diosa Strenia. En la Roma ancestral, esta era la diosa del año nuevo, de la purificación y el bienestar. Su santuario se encontraba en la parte más alta de un bosque. Y existía la costumbre de que el primer día del año se llevaban, en una especie de procesión, pequeñas ramas del bosque del santuario hasta la ciudad; las ramitas, al parecer, eran entregadas a algunas personas como un regalo de la diosa, desando buenos auspicios a todos aquellos que las recibían. Al parecer, desde allí se origina la costumbre de dar regalos en las festividades de fin de año. La costumbre se cambió con el tiempo, y la fecha del intercambio de obsequios pasó a ser entre el 24 y 25 de diciembre de cada año. En otros países, dicho intercambio se realiza el seis de enero. Quiero agregar que la palabra estreno proviene, precisamente, de Strenia, la diosa del nuevo año. 115

—Vaya —dijo Marcela —qué interesante lo que nos acabas de contar. —Y apropiado para la época —agregó Evelyn. Las chicas pensaban que en aquella reunión las tres iban a participar animadamente en la conversación, pero no era así, prácticamente la que llevaba la batuta era Freya. Daba la impresión de que ella fuera la maestra y las otras chicas sus alumnas, a pesar de que las tres parecían tener edades similares. Así que continuaron escuchando amenas historias similares, hasta que de pronto Marcela le dio un vistazo a su reloj de pulsera. —Vaya, cómo pasa de rápido el tiempo —comentó, para continuar diciendo—: Qué les parece si vamos a comer algo a algún restaurante y al despedirnos nos deseamos Feliz Navidad, y nos vamos después cada quien para su casa. —Lo siento —se disculpó Freya—, yo no puedo acompañaros en este momento, pero voy a

haceros una propuesta:

siguiendo la tradición iniciada en las festividades de la diosa Strenia, quiero entregaros mi regalo de año nuevo, pero no lo tengo aquí conmigo, pues es un regalo muy especial. 116

—Vamos, no te preocupes, lo que nos has contado ha sido un magnífico presente para nosotras. ¿Verdad, Evelyn? — Completó Marcela con un poco de sarcasmo hacia su compañera. —Sí, claro que sí. —Sabéis una cosa… —Qué —se apresuró a decir Evelyn. —El regalo que quiero haceros es algo que debería de duraros toda la vida… y quizás más. —Vaya, qué clase de obsequio será ese —comentó Marcela. —Es un regalo muy especial, pero para dároslo tenéis que llegar a mi celebración. —¿Tu celebración? —Sí, la celebración que os he preparado. —¿Celebración para nosotras?, pero…a qué hora —dudó Evelyn.

117

—¿Os viene bien a las ocho y treinta minutos esta misma noche? No deberíais negaros a asistir. Marcela y Evelyn se pusieron un poco quisquillosas, a ciencia cierta no sabían quién era Freya. Tenían un fundado temor de que pudiera pasarles algo malo, de que aquello fuera una trampa. —Vamos —dijo entonces Freya captando el sentir de las chicas—, nada malo os va a pasar. La chica de los ojos de aguamarina hablaba de tal manera que, como por encanto, logró transmitir a las dos chicas la confianza y tranquilidad necesarias para que aceptaran asistir al evento que, supuestamente, les había preparado. —Pero hay un problema —observó Marcela. —Cuál —preguntó Freya. —Apenas pasan unos minutos de las seis de la tarde, es decir que faltan más de dos horas para la celebración, y no sabemos tampoco en qué lugar se va a llevar a cabo… —Aah sí, casi se me olvida —dijo la enigmática chica del cabello color de oro—, poned atención. Para que podáis pasar 118

el rato mientras llega la hora de la celebración; hay un bonito restaurante en la calle… ahora bien, al salir del restaurante bajad por la calle hacia la derecha, tomad el Camino de los

Álamos y después… vais a encontrar una casa que…. ¿Habéis entendido lo que os he dicho? —Sí, me parece bastante claro —, confirmó Marcela. —Cuando lleguéis al restaurante, decidle al señor que está en el mostrador de servicio, que Freya os envía. —¿Tú no puedes venir con nosotras? —No, definitivamente no puedo, tengo todavía que hacer algunos arreglos.

Marcela y Evelyn comenzaron a hacer el camino de acuerdo a las indicaciones que les había dado la misteriosa rubia de la universidad. Mientras caminaban, súbitamente, la bóveda celeste pasó de su tonalidad crepuscular al oscuro total de la noche, con un cielo adornado de miles de estrellas que parecían titilar alegremente. Después de doblar en una esquina, tal como les había sido indicado, de pronto vieron un 119

restaurante con un rótulo colgando en el frente, que decía: TML

Tavern, tal como se los había anticipado Freya. Los alrededores del establecimiento se miraban solitarios, no había un alma transitándolos, la iluminación de la calle era pobre, facilitada únicamente por unos pintorescos farolillos anacrónicos, como sacados de una estampa navideña de la época victoriana. —Tienes idea de dónde estamos —preguntó Evelyn. —No, ni siquiera sabía que un lugar así existía en esta ciudad. —Vaya, me siento como si estuviese en una de las villas mágicas de Harry Potter. —Sí, me parece que es una buena comparación—asintió Marcela. Con algo de cautela, las chicas se acercaron a la entrada de la taberna,

dentro del establecimiento se podía escuchar una

suave tonadilla que semejaba un villancico navideño, el interior se encontraba a media luz, la cual no parecía provista por un sistema moderno de alumbrado, sino por antiguos quinqués colocados en cada una de las mesas. En una de las paredes 120

laterales había también un hogar que caldeaba el ambiente interior, del cual surgía un acogedor y vivaz resplandor de tonalidad amarilla. Frente al hogar, e iluminados suavemente por el mismo, estaban colocados unos antiguos y mullidos muebles con una mesita baja rodeada por ellos. Lo que veían era la viva imagen de una acogedora intimidad. En la pared, frente a la entrada, se encontraba la barra, un mueble de madera agradablemente rústico. Detrás del mueble, y sin haberse percatado todavía de la presencia de las chicas en la entrada, se encontraba un señor de barba blanca abundante y con ciertos signos de calvicie, su edad no parecía fácilmente definible pero, seguramente, ya sobrepasaba los sesenta y tantos. Recordaba en sobremanera a San Nicolás, el genio de los regalos navideños para los niños que se portaban bien durante el año. Súbitamente, como por instinto, el señor levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia la entrada, en donde se encontraban de pie Marcela y Evelyn. —Vamos, a qué esperáis, dejad de estar soportando el frío y venid a calentaros aquí adentro —dijo alzando la voz el señor de la blanca barba.

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Las chicas penetraron al interior del local, no con temor, pero sí muy extrañadas de haber llegado a un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas, parecía como si hubiesen entrado a otra dimensión. —Vamos, entrad y acomodaos donde queráis, aunque yo os recomendaría la pequeña sala frente al fogón. Allí se está muy bien. La voz y los ademanes de aquel hombre eran de gran afabilidad, por un momento las chicas pensaron que realmente estaban en otra dimensión, y que seguramente estaban hablando con el mismísimo Santa Claus. —Buenas noches —saludaron las chicas con cierta timidez—, estamos aquí porque Freya nos ha recomendado este lugar... —Lo intuía, pero vamos, entrad, entrad antes de que os vayáis a congelar allí afuera. Un tanto inseguras, las chicas atendieron lo que se les decía, entraron al local y se fueron directamente hasta la sala frente al hogar.

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—Vamos —urgió la voz del supuesto Santa Claus —, sentaos y poneos cómodas. Las chicas obedecieron y se sentaron, cada una, en uno de los sillones individuales. —No, así no, vamos, sentaos en el sofá donde cabéis las dos perfectamente, así yo puedo sentarme en uno de los sillones en caso de que queráis conversar conmigo o preguntarme algo, seguramente tendréis muchas preguntas que queréis hacer. Marcela y Evelyn se sentían un poco confundidas, no sabían qué hacer ni qué decir. —¿Queréis tomar, o comer algo? Os recomiendo una porción de pastel navideño con frutas glaseadas, acompañado de una taza de chocolate caliente. ¿Qué decís? Las chicas asintieron, y después de un momento, el hombre de la barba blanca les servía lo que les había ofrecido. —¿Tenéis alguna pregunta? —Sólo una —Contestó Marcela. 123

—Decidme… —¿Qué quiere decir TML? —Casi siempre los que vienen aquí hacen la misma pregunta. Son las iniciales, en idioma inglés, de: The Mistletoe Legend. Que, como ya habréis traducido, quiere decir: La Leyenda del

Muérdago, o bien, Taberna de la Leyenda del Muérdago. —Pero, por qué es que no hay más gente aquí dentro. —Esa es otra de las preguntas de siempre. A esta taberna sólo viene gente que alguien ha referido, es decir, alguien les dice, por alguna razón, que esta taberna existe y entonces vienen. —Pero no hay mucha gente a la que le hablen sobre esta taberna, pues veo que sólo nosotras hemos llegado hasta aquí esta noche —comentó Evelyn. —Sí, hija, tienes razón. Hubo un tiempo en que venían varias gentes en un día, pero ahora son muy pocos a los que vale la pena decirles que existe este lugar. Y también son menos los que escogen este sitio en donde vosotras estáis sentadas en este momento. Muchos, incluso, buscan las sillas más alejadas del hogar. 124

—Y eso, ¿tiene alguna importancia? —preguntó Marcela. —Siii, muchísima importancia. Las personas que se sientan en las sillas cercanas al fogón, son aquellas parejas cuyas almas, un poco frías, sienten en algún momento avivarse dentro de ellos la llama del amor, pero tienen dudas; algunas de ellas deciden arriesgarse y siguen adelante. Pero, las que deciden sentarse en las mesas más lejanas, rara vez, casi nunca, toman el riesgo de seguir adelante, prácticamente han perdido la capacidad de amarse. —Pero nosotras—dijo Marcela—, únicamente estamos aquí de paso, vamos a una celebración que Freya, nuestra amiga, nos va a hacer, porque creo que se ha compadecido de que tengamos que pasar aquí solas las fiestas de fin de año. —Ya veo, voy a dejaros solas un momento porque tengo que ir a hacer algunas cosas adentro. —De acuerdo, le vamos a esperar aquí. Pero tenemos que irnos un poco antes de las ocho de la noche. —No os preocupéis, regreso en unos cuantos minutos.

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La extraña magia del lugar comenzó a hacer su efecto, Las chicas se habían quedado solas, y dentro de la mente de cada una comenzaron a surgir algunas preguntas: «Por qué no tomo de la mano a Evelyn, probablemente eso cambie de nuevo la situación entre nosotras». Luego la mente de Evelyn revolvía este pensamiento: «No sé porqué me comporté de la forma en que lo hice con Marcela. Creo que cometí un error asumiendo que ella podría rechazarme. Pero si ahora la tomo de la mano podría irritarse, pues me doy cuenta que está un poco molesta conmigo».

Después de unos cuantos minutos el señor de la barba blanca regresó con ellas y se puso a contarles una historia: —¿Habéis oído alguna vez la leyenda del muérdago? —No —respondieron las chicas al mismo tiempo. —Entonces os la voy a contar… es un relato bastante breve, sólo lleva unos minutos. La leyenda dice que si una pareja enamorada se besa debajo de un ramo de muérdago, su unión va a ser feliz, y además, van tener mucha prosperidad. Pero, si 126

una pareja de enamorados pasa por debajo del muérdago y no hace, tendrán que esperar hasta el próximo año si quieren construir algo formal entre ellos, el problema es que durante un año pueden ocurrir tantas cosas, y de tal manera, que no les sea posible regresar ya nunca más a darse el beso bajo la rama de muérdago. —Pero eso no es más que un cuento —comentó Marcela. —A decir verdad siempre se cumple, únicamente falla cuando los que se besan no están realmente enamorados. Estos, aunque se besen mil veces bajo un rama de muérdago, nada van a obtener. De pronto Evelyn vio su reloj de pulsera y dijo: —Debemos irnos, ya falta poco para que sean las ocho y media de la noche. —Bueno —dijo el señor anfitrión—, puesto que ya os vais, debo recordaros el camino que debéis tomar para llegar al lugar de la celebración, poned atención: al salir de aquí, seguís la calle a vuestra derecha, cuando lleguéis a la esquina, dos cuadras más abajo, vais a encontrar el Camino de los Álamos, tomadlo hacia la derecha, por nada del mundo vayáis a tomar hacia la izquierda. ¿Habéis entendido?, no tomaréis la calle a 127

la izquierda sino la de la derecha, allí deberéis continuar hasta que encontréis… lo que ya sabéis vosotras, la casa con las señas que ya os ha dado Freya. Pero, cuando paséis por el

Camino de los Álamos poned atención, vais a encontrar, en uno de los árboles, dos hojas que estarán a vuestro alcance, tomad una cada una y guardadla. Más tarde comprenderéis porqué. Las chicas se extrañaron un poco de que aquel extraño supiera todos esos detalles, pero al final le restaron interés al asunto. —Señor, ¿qué pasaría si tomáramos el camino a la izquierda en vez del de la derecha? —preguntó Evelyn. —Estad atentas para que eso no ocurra, porque de lo contario podríais perderos, y no regresar ya más a vuestras casas. Aah, se me olvidaba deciros que debéis recordar daros el beso bajo la rama de muérdago, pues lo que os he dicho antes sólo tiene validez si se hace aquí en la Taberna de la Leyenda del

Muérdago. Dicho lo anterior, el curioso señor de la barba blanca se coló por una puerta detrás de la rústica barra de madera y desapareció. Los quinqués que estaban sobre las mesas 128

dejaron de alumbrar y todo quedó en penumbras. Solo la luz del fuego del hogar permaneció encendida. Marcela y Evelyn no sabían qué hacer, y por un momento sintieron temor. Se tomaron fuerte de la mano y caminaron hasta la entrada. Cuando estaban a punto de cruzar el umbral, una especie de verde fluorescencia apareció en la parte superior del marco de la puerta. Las chicas voltearon a ver hacia arriba, y se dieron cuenta de que allí estaba la ramita de muérdago que les había mencionado el señor de la taberna. Se volvieron a ver la una a la otra y continuaron caminando, cuando estuvieron debajo del muérdago, Marcela levantó su mano derecha y la colocó en el hombro de Evelyn, la atrajo suavemente hacia ella y la besó rápidamente en la boca. —Sólo por si acaso —dijo Marcela sonriendo, en tanto su compañera se quedaba sorprendida. Evelyn únicamente sonrió y se dejó hacer. En ese momento comprendió que no le era indiferente a su amiga. Después de aquel beso furtivo, las chicas atravesaron el umbral y salieron a la calle, una vez allí comenzaron a caminar hacia la derecha, tal como les había sido indicado. Cuando habían avanzado unos cuantos pasos volvieron a ver hacia la taberna, pero todo 129

estaba a oscuras, y la puerta por la cual acababan de salir estaba cerrada, como si nunca hubiesen estado ellas allí dentro. Únicamente el rótulo del establecimiento se balanceaba siguiendo la cadencia de la brisa nocturna. Continuaron calle abajo hasta llegar al Camino de los Álamos. A pesar de lo que les había dicho el hombre de la taberna, por un momento sintieron la curiosidad de adentrarse en la calle a la izquierda del Camino de los Álamos. —Vamos —dijo Marcela alentando a su compañera —, sólo unos pasos para ver qué es lo que hay allí. Pero cuando estaban comenzando a entrar en la bocacalle, vieron que ese camino, a diferencia del que se les había dicho que siguieran, no tenía árboles a los lados, parecía totalmente desolado y oscuro, allí no había faroles que iluminaran. Apenas, con gran dificultad, lograron ver un rótulo colocado sobre un palo de madera que decía: Sendero del silencio y la

amargura. Las chicas tuvieron miedo, regresaron sobre sus pasos y retomaron la calle que debían seguir. A poco de hacer el recorrido, Marcela vio que de uno de los árboles que estaban a la derecha, a poca altura sobre su cabeza e iluminadas por la 130

luz de un farol, pendían dos hojas que extrañamente arrancaba de un mismo pecíolo. Alargó el brazo, cortó las hojas, y le dio una a Evelyn y se guardó la otra. Continuaron caminando, siguiendo las indicaciones que les habían sido dadas, hasta que llegaron a una casa que, a todas luces, era el lugar que estaban buscando. La casa, rodeada por una alta verja metálica, tenía cierto aire prístino de estilo inglés victoriano, Iluminada en el exterior con antiquísimas farolas dobles colocadas sobre postes de metal altos. La puerta de la verja estaba entreabierta y de igual forma parecía estar la puerta de entrada de la casa, según se apreciaba desde afuera. —Marcela —dijo de pronto Evelyn. —¿Si? —Tengo miedo. Mejor regresémonos. Yo no veo que dentro de la casa haya ambiente de fiesta. —Yo también siento miedo, creo que tienes razón, mejor dejemos esto y regresemos. Pero cuando se dieron la vuelta para tomar el camino por el cual habían venido, se dieron cuenta que ya no había ninguna 131

iluminación, y que aquello estaba tan oscuro que no hubieran alcanzado a ver sus propios dedos a un centímetro de la nariz. Y todavía más: en un breve instante el frío se había vuelto casi insoportable. —Ven Evelyn, entremos en la casa para refugiarnos, no tenemos más remedio, no podemos regresar, y el frío esta aumentado. Las chicas se apresuraron a entrar en la casa. Traspasaron la verja metálica y luego subieron los pocos escalones que llevaban hasta la puerta de la vivienda. Empujaron, y la puerta comenzó a abrirse; luego, tomando valor la abrieron del todo, y entraron a un vestíbulo largo que recorrieron hasta el final, allí encontraron dos puertas, cada una con el nombre de una de ellas. El pánico comenzaba a hacer mella en las chicas. Decidieron, entonces salir de la casa, recorrieron de regreso el vestíbulo para llegar hasta la puerta y salir. Pero algo o alguien la había cerrado con llave. Regresaron otra vez hasta el final del vestíbulo y se sentaron sobre el piso y se abrazaron, algunas lágrimas de impotencia comenzaron a salir de sus ojos. Después de breves instantes las puertas con sus nombres se entreabrieron. Despacio se fueron incorporando, cuando 132

estuvieron de pie, las dos trataron de entrar por una misma puerta, pero esta, a pesar de estar ya entreabierta, no cedió. Trataron

en

la

otra

pero

tampoco

cedió.

Entonces

comprendieron que no había escapatoria, no podían regresar por donde entraron y tampoco podrían seguir adelante si no entraba cada una por la puerta que le correspondía. Se abrazaron largamente y juntaron sus labios en un prolongado beso. No sabían lo que iban a encontrar tras las puertas, pero tenían que entrar. —Sabes —dijo Marcela poniendo la mano sobre la puerta dispuesta a empujarla—. —¿Qué? —Creo que no debemos de tener temor. —¿Por qué? —Porque creo que si alguien nos quiere hacer daño ya nos lo hubiera hecho. Bien, voy a contar hasta tres y, entonces, empujamos las puertas y entramos:… uno…dos… —¡Espera! ¡espera!, un momento… —¿Por qué? 133

—Es que, antes de entrar quiero decirte que… bueno… que te amo. Durante un instante se vieron a la cara como diciéndose adiós. —Yo también te amo, Evelyn. Estoy segura que nos veremos más tarde. Ahora, de nuevo:…uno… dos… y…tres. Las puertas se abrieron al mismo tiempo, las chicas entraron, y después se escuchó cómo se cerraban nuevamente. Una vez más no había retorno. De pronto Marcela se encontró en una especie de túnel oscuro, con una visibilidad casi nula. Aguardó un momento hasta que los ojos se le acostumbraran a la oscuridad, y entonces, un poco más adelante, como saliendo del piso. se veía una luminosidad. Caminando despacio, tratando de no dar un paso en falso, Marcela se fue acercando a aquel sitio, cuando estuvo bastante cerca pudo apreciar que aquello era como un agujero grande, se acercó casi hasta el borde y dirigió la mirada hacia abajo. Era como ver una película.

Abajo se había una

habitación pequeña, en la cual se encontraba una cama y, a la par de ella, una mecedora hecha de madera con respaldo alto. De improviso, apareció en aquel escenario una anciana con 134

cara amargada y refunfuñando. La anciana se sentaba en la mecedora y decía algo que de alguna manera llegó hasta los oídos de Marcela: Que terrible e infeliz error cometí al haber

renunciado por orgullo al amor de mi vida. Ahora ya vieja vivo aquí, sintiendo arrepentida, el haber desperdiciado mi existencia. Entonces, a la mente de Marcela vino una pregunta: «¿Quién será esa pobre y desdichada anciana?» Y pronta una voz le respondió: «Esa anciana pobre y desdichada eres tú dentro de

unos años». Aquello la asustó bastante, y como estaba al borde de aquel extraño pozo perdió el equilibrio y se cayó dentro de él. Súbitamente apareció en otra estancia, una especie de vestíbulo parecido a aquel por el que habían entrado ella y Evelyn. Tan parecido, que enfrente habían otra vez dos puertas con un rótulo cada una de ellas, el de la puerta izquierda decía: No acepto el riesgo. Y el de la puerta derecha tenía inscrito: Me arriesgaré. Se quedó de pie pensando que ya había tomado bastantes riesgos y que, lo que realmente quería era salir de allí. Pero casi de inmediato vino a ella una duda grandísima: «Si Evelyn estaba pasando la misma situación,

¿Cuál sería la puerta que ella escogería?», entonces recordó lo 135

que les había dicho anteriormente el enigmático señor de la barba blanca en La taberna de la Leyenda del Muérdago, y dedujo rápidamente: Para mantener viva la llama del amor hay

que arriesgarse. Entonces, sin más dudas, empujó la puerta cuyo rótulo decía: Me Arriesgaré. Al otro lado de la puerta Marcela tropezó con su sueño, el sueño que había tenido unos días atrás, hecho realidad hasta en sus mínimos detalles. Precisamente, se encontraba en un lugar donde había nevado bastante, era de noche y el cielo se encontraba poblado de estrellas, de pronto un punto en la bóveda celeste se iluminó como si una estrella hubiese hecho explosión,

para

luego

formar

un

círculo

luminiscente.

Inmediatamente después se repitió el mismo fenómeno, al mismo tiempo que Evelyn aparecía junto a ella visiblemente confundida. —¡Qué bueno que estamos juntas nuevamente! Pero, dónde estamos. —Tranquilízate un poco. Este es un sueño mío hecho realidad, y tú estás en él aquí conmigo. Mira el cielo.

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Evelyn alzó la mirada y vio dos círculos luminiscentes entrelazados que brillaban en el espacio. —Somos tú y yo declarando nuestro amor al Universo— comentó Marcela. Entonces juntaron sus cuerpos y se pasaron los brazos por detrás, rodeando cada una la cintura de su compañera. —¡Qué bello! —Comentó Evelyn, y se quedaron absortas observando juntas aquel inusual fenómeno estelar. —Ahora ven conmigo, vamos a la cabaña para calentarnos, aquí afuera está muy helado. —¿Cómo sabes que en este lugar hay una cabaña? —Te repito, este es mi sueño, y sé lo que hay en él. —De acuerdo, me iré contigo a la cabaña. Las dos chicas entraron a la cabaña tomadas de la mano, buscaron el lugar más acogedor para descansar, y encontraron una tentadora y mullida cama dentro de una habitación con un pequeño hogar que la caldeaba. Se desnudaron y luego

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rápidamente se escurrieron bajo las colchas y las sábanas para entrar en calor. No se sabe con exactitud lo que ocurrió cuando estuvieron juntas y desnudas en la cama. Pero lo más seguro es que disfrutaron del placer que habían deseado experimentar desde algunos días antes.

24 de Diciembre Apartamento de Marcela 8:00 AM Marcela dormía plácidamente

en su cama, soñaba que se

encontraba en una idílica cabaña de troncos de madera en medio de un paisaje nevado y, de pronto, unas campanitas que pendían del marco de la ventana, comenzaban a sonar. Entonces se despertó y tomo consciencia de que lo que sonaba era el móvil, que había dejado en la mesita de noche cerca de una de las ventanas de su dormitorio. Pero, cuando al fin pudo tomarlo para responder, el aparato dejó de timbrar, no se detuvo a ver quién le había llamado, volvió a poner el chisme sobre la mesa de noche y se dio la vuelta para 138

continuar durmiendo, a ver si podía lograr soñar de nuevo ese sueño tan placentero que había tenido. Pero apenas había intentado comenzar a relajarse cuando el móvil sonó nuevamente anunciando una llamada. Se dio la vuelta perezosamente y tomó el móvil:

—Aló, ¿Marcela? —Ah, hola, eres tú…—dijo la chica todavía somnolienta. —Sabes qué fecha es hoy… —Bueno, qué ha de ser… 25 o 26… pues el 24 tuvimos esa rara aventura que nos llevó a… momento, aquí hay algo extraño… yo debería estar en una cabaña conti… —También yo debería estar contigo en una linda cabañita, o al menos allí es donde estaba hasta hace un momento, o tal vez sea mejor decir, hasta antes de despertarme, pero... por favor mira qué fecha es la de ahora.

Marcela terminó de despertarse, abrió bien los ojos y buscó en el móvil la fecha del día.

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—Oye, esto es una locura, no puede ser. Según la fecha que aparece en el móvil, hoy es 24 de diciembre, debo de tener dañado el reloj.. —No, no lo tienes descompuesto. He revisado la fecha en el iPod, en el ordenador y en mi móvil, y todo marca lo mismo: 24 de diciembre. —Esto parece de locos, da la impresión de que las dos tuvimos exactamente el mismo sueño. —Dime si recuerdas esta frase: …este es mi sueño, y sé lo que

hay en él. —Eso yo te lo dije antes de que nos fuéramos a la cabaña… —¿Te das cuenta? Esto es absurdo, pero tal parece que las dos hemos vivido un mismo sueño. Se me olvidaba, seguramente si buscas entre tus sábanas vas a encontrar una hoja de un árbol recién cortada. —Espera no cortes la comunicación, voy a buscar.

Menos de un minuto después.

—Aló, Evelyn, —¿Sí? 140

—Tienes razón, acabo de encontrar una hoja de álamo cerca de mi almohada. —Las dos no podemos estar locas —externó agitada Evelyn. —Escucha, si realmente hoy es 24 de diciembre, entonces todavía no nos hemos reunido con la chica de la universidad. Qué te parece si vamos a reunirnos con ella hoy a las cuatro de la tarde, tal como estaba planeado. —De acuerdo, llego a tu apartamento a eso de las tres. Para Evelyn y Marcela, las horas de aquel día corrieron muy lentamente, parecía que los relojes del mundo estaban padeciendo de una epidemia aguda de holgazanería. Pero por fin, después de una larga espera, las agujas de los relojes del mundo llegaron a las tres de la tarde. Marcela y Evelyn salieron entonces dispuestas a encontrar a Freya en la universidad. Querían saber qué era todo eso que les había pasado, y sospechaban que Freya estaba al corriente de ello. Llegaron al campus universitario y se dirigieron de una vez hasta el parterre donde se suponía que tenían que encontrarse con ella. El jardín ornamental se encontraba en un área fuera de la zona pública, de manera que tuvieron que atravesar la puerta de una verja alta de hierro para llegar hasta el lugar de la cita. Pero 141

Freya, esta vez, no se encontraba allí. Las chicas decidieron esperarla sentadas en la banca, pero cuando Marcela se acercó para tomar asiento se fijó que, disimulada entre las volutas metálicas del respaldo, se encontraba enrollada una hoja como de papel pergamino, la sacó, retiró la cinta que la mantenía de esa forma, la extendió y comenzó a leer:

Marcela y Evelyn: Ahora ya sabéis cuál era el regalo que os prometí, ya lo tenéis con vosotras. Era vuestra unión. Durante el viaje que hicisteis encontrasteis bastante simbología de la cual, probablemente, no estáis todavía conscientes: Encontrasteis el fuego que, al igual que el amor, si no se alimenta, sobre todo espiritualmente, muere. Más adelante encontrasteis El Sendero del Silencio y la Amargura, lo que significa que cuando no hay comunicación se genera amargura, de lo cual vosotras ya sois conscientes. La no comunicación puede llevarnos a malos entendidos, a no ver claras las cosas, a confundirnos y llevarnos por sendas de oscuridad. Luego, más adelante, tomasteis cada una, una hoja de álamo, guardadlas, el álamo es símbolo de la comunicación. Después, al final de vuestro recorrido, observasteis un 142

fenómeno estelar inusual que afectó a todo el Universo, así es vuestro amor, se transmite a todo el Universo y lo convierte en un lugar mejor, más hermoso. Este es mi regalo de año nuevo para vosotras, un regalo para toda la vida, y quizás más allá… al cual agrego mis mejores auspicios para vosotras. Freya Diosa del Amor. Festividad del Solsticio de Invierno

—Bueno, no explica nada más —dijo Marcela. —No, pero no podemos negar que el regalo que nos ofreció nos lo ha dado. Logrando hacernos ver aquellas cosas que estaban a punto de separarnos. —Sí, debo aceptarlo. Y también debo aceptar que había un propósito que yo desconocía, por el cual no tenía que ir en esta fiestas de año nuevo a la casa de mis padres; sino quedarme aquí y conocernos. —Hablando de lo importante que es comunicarnos debo confesarte algo… —¿Sí?, ¿Qué cosa? 143

—Ayer, o el día que haya sido, no fui a la fiesta de la empresa donde me encuentro trabajando. Me quedé en el apartamento sufriendo. Pues aunque yo te quería nunca te lo dije, ya que pensaba que me ibas a rechazar, y ahora veo que estaba equivocada. —Bien, yo tengo que decirte que a mí me ganó el orgullo, pues si hubiese hablado contigo sobre mis sentimientos hacia ti, todo se hubiese arreglado fácilmente.

Las chicas se tomaron de las manos y se dijeron te amo casi al mismo tiempo. Estando todavía así, Evelyn alzó un poco la voz, y dirigiendo la mirada hacia el firmamento dijo:

—Freya, donde quiera que estés, gracias por el regalo de año nuevo.

Se soltaron de las manos y comenzaron a caminar hacia la salida de la universidad. Cuando ya estaban por comenzar a circular sobre la calle, Evelyn volvió a ver hacia el parterre y se fijó que la puerta de la verja, por donde acababan de salir, estaba cerrada, asegurada con una cadena, que era como 144

debía de estar por ser periodo de vacaciones, y pensó: «El misterio continúa». Luego le comentó a Marcela:

—Nunca podremos decir que fue un sueño.

26 de diciembre Noticia aparecida en un periódico local:

"Inusual Fenómeno Estelar Científicos de diferentes observatorios del planeta, fueron testigos de la aparición de dos estrellas súper novas simultáneas, del tipo Ia, en la recién pasada Noche Buena. El fenómeno, de por sí inusual, se volvió más interesante debido a que los campos geométricos circulares de las novas parecieron entrelazarse…"

Epílogo

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Las chicas pasaron juntas la Noche Buena y la fiesta de año nuevo en el apartamento de Marcela. En los días siguientes Evelyn trasladó todas sus cosas al apartamento de su amiga, donde ahora son felices viviendo, estudiando, y disfrutando juntas de los placeres del amor. Un día salieron a tratar de identificar alguna de las calles que las condujeron a la taberna de La Leyenda del Muérdago, y a la supuesta casa de Freya. A decir verdad no encontraron nada en concreto. Únicamente averiguaron que hacía muchos, pero muchos años, había existido una calle a la que llamaban El

Paseo de los Álamos, y que al final de ese paseo vivía una chica, de la cual decían que era bruja, y que, de acuerdo a los cuentos populares, era muy bella, de cabellos de inmaculado oro y ojos de aguamarina azul.

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El Reflejo en el Espejo Los hechos de una vida previa alcanzan la vida presente. L. Tolstoi 1828 - 1910

Constance tenía un don, podía pintar con las acuarelas como muy pocos podían hacerlo, aunque lo realmente admirable era que nunca, antes de descubrir esa peculiaridad, había tomado clases de pintura. De rostro ovalado, cabello castaño lacio, ojos café de mirada anhelante y labios de suave trazo, Constance era una chica de conducta delicada y muy femenina, podía decirse que su belleza era apacible. Había decidido, por alguna inexplicable razón, dedicarse a la pintura desde que se encontraba estudiando el último año de su preparatoria. Y, aunque sus padres hubiesen querido que se matriculase en una profesión universitaria, le compraron

todo lo necesario

para que ella dedicara su tiempo a desarrollarse en lo que había decidido practicar. Lo que más le atraía, con relación a la pintura, eran las acuarelas de paisajes, y desde el primer momento que contó con todas las herramientas necesarias se 149

dedicó a ello. Pasaba horas practicando, buscando pintar la obra que realmente a ella le complaciera. Ensayaba mezclas, encontraba tonalidades: cálidas o frías, y hacía juegos de luz y sombra. Se enfrascaba en la armonización de los colores y estudiaba, también, el

efecto sicológico y el significado

esotérico de los mismos. Un día, después de un par de años de estar trabajando las acuarelas, su padre le consiguió un local para que pudiera hacer una exhibición de los trabajos que ella considerara los mejores. La exposición fue considerada un éxito, vendió casi todas las pinturas; además de que recibió muchos cumplidos de parte de los asistentes. Los cuadros, le dijeron varios de los visitantes, son realmente maravillosos; las tonalidades, los claroscuros, etc. son inmejorables. Sin embargo, hubieron unos cuadros que Constance no llevó a la exposición, quizás sus mejores pinturas, las pinturas de un tema recurrente que venía a su mente con cierta frecuencia, sin poder encontrar una explicación para ello. En dichas acuarelas, aparecía una especie de manantial, del cual el agua, después de un breve recorrido, formaba una pequeña cascada que terminaba temporalmente en un pintoresco estanque natural de no muy grandes dimensiones, donde el agua adquiría una bella 150

tonalidad turquesa. para después continuar su viaje como un arroyo que bordeaba la montaña. Esa imagen aparecía una y otra vez en la mente de la chica sin encontrar una causa razonable para ello. Una mañana, al despertarse, recordó un extraño sueño que había tenido por la noche, en el cual ella y otra chica estaban desnudas en la habitación de una casa que lucía un poco oscura, y en cuya ventana podía verse una cortina de color rojo, la cual sobresalía con respecto a las demás cosas que había en aquella habitación. Recordaba, de forma un tanto vaga, que ella y la chica desconocida estaban teniendo algún tipo de relación íntima. Algunas veces, pensó, los sueños no son más que una forma de recuerdo de experiencias pasadas, pero en su caso aquello sonaba bastante extraño, pues ella jamás había participado en una relación de ese tipo, no porque aquello le causara alguna forma de aborrecimiento, sino que era algo que nunca se había planteado en su vida. De hecho, ni siquiera pudo, en algún momento del sueño, ver la cara de su compañera de jugueteos sensuales en ese mundo onírico. Cuando se levantó, antes de tomar su desayuno, fue hasta la biblioteca que había en la casa, buscó un libro sobre 151

interpretación de los sueños, pero no encontró algo que se refiriese a esa extraña vivencia que había tenido mientras dormía. Las siguientes noches continuó teniendo sueños vagos, aparentemente de experiencias sexuales, que al día siguiente le hacían sentir somnolienta por no haber podido descansar adecuadamente. Una de esas mañanas en las que la falta de un buen descanso se hacía notoria en su rostro, decidió, para salir un poco de la rutina, salir a comprar

unos tubos de pintura, para lo cual

generalmente iba a Acuapinter, un almacén cuyo propietario era conocido de sus padres desde hacía muchos años. —Buenos días, chiquilla, cómo te va esta mañana… —No muy bien, don Balbino… —Pues oye, creo que tienes razón, se te ve en el rostro la necesidad de un buen descanso. —Es que no he podido dormir bien en estos últimos días. —¿Será que te desvelas mucho pintando? Vaya, tienes que tomarte un respiro.

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—No, don Balbino, no es eso, es que he estado teniendo un sueño muy inquieto. Realmente… es que me acosan unos sueños muy raros. —Vaya, pues sí que esos sueños no te están haciendo nada bien. — Don Balbino… —¿Sí? —¿Puedo confiarle algo? Yo sé que usted conoce a mi padre desde hace muchos años pero… no quisiera que comentase con él esto que le voy a decir. —Oye, no habrás cometido lo que muchas chicas de tu edad llaman error, y que nueve meses después… —No, don Balbino —le interrumpió Constance sonriendo un poco—, nada de eso. —Ah, vaya

—suspiró aliviado el propietario del almacén—.

Dime, entonces.

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—Creo que si hablo sobre los sueños que motivan mis desvelos a lo mejor desaparecen, y así puedo volver a dormir normalmente. —A lo mejor te funciona, y no te preocupes que nadie más sabrá lo que tú me cuentes. Constance le relató a aquel señor los sueños que había estado teniendo y, además, le contó lo del tema recurrente de algunas de sus pinturas, refiriéndose a sus cuadros del manantial de aguas de color turquesa. Agregando, también, que de acuerdo a su criterio eran sus mejores obras. Don Balbino, que gustaba bastante de los temas de tipo esotérico y que tenía una biblioteca con abundantes obras sobre dicha cuestión, se interesó grandemente por la narración que le estaba haciendo la chica. —Oye —dijo don Balbino cuando Constance terminó el relato— , verdaderamente que eso suena como un buen tema para una novela o una película de misterio. Ahora bien, creo que por no ser sicólogo no puedo serte de mucha ayuda pero… —Creo —intervino la chica—, que ya me ha sido de gran ayuda escuchándome. 154

—Me parece que todavía puedo hacer algo más por ti… Tengo una prima, un poco mayor que yo, que conoce mucho de temas esotéricos y otras hierbas de esa guisa, de hecho, a ayudado a mucha gente a resolver problemas de diferente índole. A lo mejor un día de estos puedas llegarte a su casa y le consultas tu situación. —Y… ¿no son muy caras las consultas? —Vaya, no. De hecho, ella no cobra un céntimo, pues no vive de eso. Sin embargo, únicamente les ayuda a personas conocidas o a gente que alguien le recomienda. Ahora bien, debido a sus ocupaciones, no siempre puede hacerlo. —Me gustaría consultarle mi caso, pero cómo podría… —Si ella pudiera atenderte este mismo día por la tarde, ¿estarías dispuesta a ir? —Claro que sí… pero cómo… —Déjame consultarle por teléfono, a ver si te puede atender.. Entre tanto, otros clientes habían llegado al almacén y estaban siendo atendidos por los dependientes. Constance, mientras 155

don Balbino regresaba, se dedicaba a curiosear los artículos exhibidos en los escaparates. —Constance —llamó don Balbino al regresar después de unos minutos de ausencia. —Mira, chiquilla, mi prima Engracia, que así se llama, puede atenderte a eso de las dos y media hoy mismo. ¿Te parece bien? —Sí, me parece bien. Don Balbino le extendió a Constance un papel con la dirección de la casa de su prima, y un pequeño plano para que la chica pudiera llegar a ella con mayor facilidad. Luego, cuando ya Constance estaba por despedirse, recordó que iba a comprar unas pinturas: un tubo de azul cerúleo, otro de bermellón y otro más de azul turquesa; también medio godet de rojo cadmio, un frasco de líquido para enmascarar y un pincel de abanico. La chica pagó lo que había comprado, tomó sus productos, se despidió de don Balbino, salió del almacén y se fue a su casa. Llevaba en su mente la curiosidad de cómo se iba a desarrollar la cita que ella tenía por la tarde. 156

A Constance no se le hizo difícil encontrar la casa en donde vivía la prima de don Balbino, de hecho residía en una de las mejores zonas de la ciudad. Cuando aún iba de camino, pensaba que se iba a encontrar con una señora un poco entrada en carnes, llevando sobre su cabeza una especie de turbante árabe con aplicaciones de soles, lunas y estrellas. Pero no fue así, doña Engracia era una señora de constitución más bien delgada, de unos sesenta y muchos años, de porte distinguido, delicadas vestiduras y

comportamiento amable.

Cuando llegó Constance, la llevó hasta una pequeña sala de estar, decorada con mucha delicadeza, en la cual podía apreciarse varios adornos de porcelana fina, tal vez de manufactura austriaca. Una vez se hubieron acomodado, doña Engracia comenzó a interrogar a la joven pintora. —De manera que tú te dedicas a la pintura con acuarelas, —Sí —contestó Constance con cierta timidez. 157

—Según sé, es una de las pinturas más difíciles. —Sí, esa es la opinión de varias personas que lo ha intentado. —Y tú, ¿Dónde recibiste clases de pintura? Porque, según dice mi primo, quien te ha recomendado, eres una pintora excelente. —Bueno… sí, me parece que hago unas pinturas bastante buenas. Pero realmente allí es donde reside, según creo, el principio de mi problema. —Cómo, por favor explícate. —Bien, en realidad, jamás antes de comenzar a pintar había tomado una tan sola clase de pintura. De pronto una mañana me despierto con deseos de pintar, busco unas viejas acuarelas escolares que tenía en alguna parte, y con ellas, un depósito de agua y unas cuantas hojas de papel comienzo a garabatear alguna cosas que se le ocurrían a mi imaginación. —¿Y actualmente? —¿Actualmente? —¿Has tomado alguna clase? 158

—Realmente no, algunas veces entro a algún sitio en internet para leer algo, tal vez sobre alguna técnica o algo parecido. Pero, en la generalidad de los casos, me encuentro con que es algo que ya sé, que ya puedo hacer. Simplemente lo que desconozco es la forma en que se le nombra. —Ya veo, ¿alguien en tu familia ha sido pintor? —No, hasta donde yo sé no tengo parientes pintores, tampoco mis padres ni mis abuelos han sabido algo de ese arte. —Vaya. ¿Qué cosas fueron las primeras que pintaste? —Una casa, una casa y un árbol, una flor… cosas de principiante. Lo extraño, realmente radicaba en que los trazos de mis pinturas no eran, definitivamente, los de un principiante. —Sí, me doy cuenta. Doña Engracia se quedo un momento en silencio, como meditando lo que le había dicho Constance. —¿Qué más puedes decirme? —¿Sobre cómo comencé a pintar? —Sobre todo aquello que tú creas que debo saber. 159

—Bueno, hay también un cuadro, una imagen recurrente que viene con frecuencia a mi mente. —¿Cómo es esa imagen? Constance le detalló con bastante precisión la imagen del manantial y sus alrededores, que ella visualizaba en su mente y que luego terminaba plasmando en un cuadro. —¿Dibujas siempre exactamente lo mismo? —No. Aunque las imágenes se refieren siempre al mismo lugar, es como si lo viera desde diferentes ángulos. Por último, la chica le relató a doña Engracia los sueños, le reveló que por más que trataba de ver el rostro de la persona que le acompañaba en ellos, no lo lograba, pero lo peor era que, debido a esos sueños, estaba teniendo problemas de desvelo, porque después de que se le presentaban se le dificultaba, más bien se le hacía imposible volverse a dormir. —Has visto alguna vez en tu mente, dentro del cuadro del manantial, a alguna persona? —No, y aquí hay otra cosa extraña. 160

—¿Qué? —No puedo dibujar la figura humana. —¿Cómo? —Sí, eso. Por más que he tratado de hacerlo, no puedo. Pero lo más difícil para mí es dibujar un rostro. —Esto es interesante… —Qué cosa. —En tus sueños no puedes ver el rostro de tu compañera; y en tus pinturas no puedes dibujar y, por consiguiente, pintar el rostro humano. Vaya, es posible que aquí haya algo. —¿No será algo malo? —No lo sé, lo que quiero decir es que es muy temprano para sacar conclusiones de todo lo que me has contado. ¿Sabes los datos de tu fecha de nacimiento? —Bueno, sé el día, el mes, el año y el lugar. —¿Sabes la hora a la cual naciste? —No… 161

—¿Puedes preguntársela a tu madre? —Sí, también puedo buscarla en mi acta de nacimiento. —De acuerdo, pero si no te causa ningún inconveniente corrobórala con tu madre. —¿Y eso es para hacer un horóscopo?, ¿Cómo los que aparecen en las revistas y los periódicos? —Sí, es para hacerte un horóscopo o carta natal. Ahora bien, quiero aclararte que lo que aparece en los periódicos y en las revistas no son más que puras engañifas. En estos asuntos hay que tener bastante cuidado, pues hay muchos que únicamente se dedican a engañar, sólo les dicen a las gentes cosas bonitas y les roban el dinero. Hazme llegar los datos de tu fecha de nacimiento lo más pronto posible. Ojalá este misterio pueda resolverse pronto, pues dentro de un par de semanas tengo que salir del país, y voy a permanecer fuera poco más de un mes. Por ahora quiero saber qué es lo que está escrito en el libro de tu vida. Al final de la consulta, doña Engracia le dio a Constance algunos consejos para que, aunque durmiera poco, su sueño 162

fuera de calidad, de tal manera que no se levantara tan agotada al día siguiente. El tiempo fue transcurriendo y las cosas no mejoraron mucho para Constance; sin embargo, con los consejos de Doña Engracia había logrado levantarse por las mañanas un poco mejor. Pero los sueños y la imagen del manantial continuaban regresando periódicamente a su mente. —Gris, dime que me amas, y que siempre vamos a estar

juntas. —Sabes que te amo. Y que quiero quedarme aquí contigo. Las chicas se encontraban desnudas en la cama de una habitación a media luz. Sus rostros se miraban a los ojos, apoyados sus cuerpos sobre los costados, derecho e izquierdo respectivamente. Entonces Gris llevó su mano izquierda hasta el rostro de su compañera y lo acarició con gran ternura, luego comenzó a besarle la frente, su mejilla derecha, el cuello, y así fue descendiendo hasta detenerse un momento en los senos. Los acarició, los besó con pasión, y continuó deslizándose suavemente hasta su vientre, posó su mejilla en él para sentir un momento su placentera tibieza. Su compañera, entre tanto, emitía anhelantes jadeos de incontenible deseo. 163

—Gris, Griiis, te amo… Después Gris dejó que su compañera se remontara hasta las alturas insondables del éxtasis, luego se tendió en la cama y la abrazó fuertemente. Poco después la habitación dejaba de estar a media luz, los rayos matutinos del sol parecían haber comenzado a filtrarse por la ventana de la habitación.

Constance percibió cierta molestia en los ojos, como si alguien los hubiese estado iluminando con una lámpara muy potente. Los abrió despacio pero, aún así, sintió como si algo le hubiese herido las pupilas. Cerró inmediatamente los párpados, y entonces recordó que la noche anterior había olvidado correr las cortinas de la ventana de su habitación. Casi al mismo tiempo cayó en la cuenta de que aquella noche había dormido bastante bien, de hecho se sentía descansada. Y además, esta vez su mente había guardado los detalles, y no solo una vaga idea, del sueño que había tenido la noche que acababa de terminar. Había sido un sueño por demás erótico, en el cual ella había tenido una parte activa. Lo recordaba todo o, al menos,

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casi todo, pues el rostro de su compañera de jugueteos oníricoeróticos continuaba sumergido en una espesa calina. Recordó que en el sueño sus rostros habían estado frente a frente pero, por más que fustigó su cerebro, no consiguió disolver la bruma que envolvía el rostro de su enigmática pareja de escarceos nocturnos.

Pero había algo más, Constance

comenzaba a preguntarse si Gris era ella misma, pues no entendía por qué su irreal compañera nocturna la llamaba de esa manera.

Unos días antes de salir del país la Prima de don Balbino, doña Engracia, llamó a Constance, con el fin de reunirse, para poder darle a conocer algunos resultados de la interpretación que había hecho de su carta natal. —He de decirte que he encontrado algunas cosas significativas en tu carta natal. Una de ellas es una configuración planetaria que muestra que, en un momento de tu vida, ibas a comenzar a dedicarte a alguna clase de arte. Pero era necesario para mí, saber cuándo es que eso iba a ocurrir. De manera que comencé a investigar los tránsitos planetarios cercanos a la fecha en la que tú mencionas que comenzaste a sentir el deseo 165

de pintar y, pues sí, hay un tránsito que desencadena esa situación en las cercanías de tal fecha. Sin embargo, y esto es lo que me sigue intrigando, cómo es que no tuviste que ir a tomar clases de pintura en acuarela, sino que de pronto, como por encanto, una mañana te despiertas, abres los ojos, saltas de la cama y ya, eres una experta pintora. —Sí, eso es algo que yo misma tampoco me explico. Pero hay algo más que quiero contarle: en los sueños que he tenido últimamente, la chica que se encuentra conmigo, con la que tengo algún intercambio erótico me llama Gris y, de alguna manera, como sólo puede ocurrir en el mundo de los sueños, sé que se refiere a mí. —¿Gris? —Sí, Gris. —Como si estuviera abreviando Griselda o Grisel. —Sí, eso creo. Pero la pregunta es: ¿Por qué? —Se me ocurre preguntarte si tienes alguna parienta que se llame así.

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—Hasta donde yo sé no tengo ningún pariente con ese nombre. —Vaya, esto enreda un poco más las cosas. Quizás deba modificar un poco el rumbo que llevaban mis investigaciones — comentó pensativa doña Engracia. —También hay algo más—agregó Constance—, desde que los sueños se han vuelto más vívidos, y yo no me resisto dentro de ellos a la relación sexual con la otra chica, ya no despierto cansada, de hecho los sueños se han espaciado y estoy durmiendo mejor. —Me alegra escucharte decir eso. Pero dime, tu imagen del manantial casi paradisíaco, sigue regresando a tu mente. —Sí, viene a mi mente con más frecuencia que antes, sin embargo no me perturba, más bien causa dentro de mí una sensación deleitable, una evocación interna de un momento grato ocurrido mucho tiempo atrás. Siento como si algo dentro de mí quisiera volver a vivirlo, pero una densa niebla me oculta la información referente a esa experiencia. Quizás fue un acontecimiento vivido con mis padres estando yo muy

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pequeña, y por eso no alcanzo a remover la bruma que lo esconde —dijo Constance con los ojos casi entornados. —¿Continúas pintado ese cuadro? —No, de hecho sé que por más que me esfuerce, no podría pintar lo que en realidad siente ahora mi alma en relación con eso.. —El más profundo anhelo de un artista, el querer plasmar en su obra lo que alberga su ser más íntimo—,comentó doña Engracia. —Es probable, pero creo que hay algo más. —Probablemente tengas razón, debo continuar investigando. Siento no haberte podido ayudar en estos días tanto como hubiese querido, pero voy a continuar con tu interesante caso al volver al país, es necesario descifrar el porqué de esos sueños recurrentes y el de esa extraña imagen mental. No se me ocurre más que decirte que continúes utilizando los consejos que ya te he dado. Por mi parte continuaré ayudándote de acuerdo a mis posibilidades mientras está fuera. 168

El tiempo siguió su curso, aunque las manifestaciones extrañas que tenía Constance no habían remitido del todo, al parecer había aprendido a sobrevivir con ellas, a tal grado que ya parecían no afectarle. Un mes después, doña Engracia aún no había retornado de dondequiera que hubiese ido. Constance, por su parte, estaba preparándose para ir con sus padres de vacaciones a la montaña, pensaba que aquel viaje le haría bastante bien a su salud. La noche antes de partir al paseo transcurrió para Constance muy tranquila, no hubo ningún sueño perturbador ni imágenes paradisíacas rondando por su mente. Los primeros días en la montaña fueron plácidamente serenos, disfrutando de un calmado existir sin preocupaciones ni prisas, disfrutando de la fresca brisa vespertina, y del murmullo que producía el viento al pasar entre las ramas de los pinos. Constance se pasó casi toda la temporada haciendo un poco de senderismo, tomando fotografías y leyendo. Tres días antes de dejar aquel paraíso le pidió prestado el todoterreno a su padre, para ir un momento a explorar carretera adelante de donde estaban pasando su temporada vacacional. Yendo por aquel camino solitario llegó a un sitio de vista admirable, con un 169

bello fondo de montañas en la lejanía. Hacia el lado izquierdo de la calle había bastantes pinos, a su izquierda la cantidad de estos árboles era menor, como si intencionalmente alguien los hubiese eliminado para dejar más espacio libre. Pero, como quiera que fuese, el paisaje era impresionante. Constance hizo a la izquierda el todoterreno, salió del coche y se encaminó unos metros hacia adelante. Se detuvo, cerró los ojos y levantó la cabeza aspirando con fuerza el aire de las alturas, se sentía eufórica, estaba invadida por una acendrada sensación de libertad. Después de unos minutos de sentirse en aquel estado de sublime espiritualidad, abrió los ojos, regresó al coche, recogió su cámara fotográfica digital, cerró la portezuela y echó a andar por aquellos campos, al poco de caminar sintió una extraña sensación en su mente, algo así como un dèjá vu, se detuvo, hizo un giro en redondo, como tratando de obtener una vista panorámica del lugar, y la sensación se hizo más fuerte, sintió por un breve instante que iba a perder el conocimiento. Se sentó sobre un pedazo de tronco seco de árbol que yacía en el suelo y se quedó quieta. Había paz, susurro del viento al pasar por las agujas de los pinos, cielo de azul profundo y un sutil aroma, portador de inexplicables evocaciones de felicidad 170

y tristeza entremezcladas en su esencia. Constance no sabía exactamente qué era lo que estaba sucediendo con ella, estaba segura que jamás antes había estado en aquel sitio; sin embargo, en su cabeza había remembranzas que tocaban sus sentimientos, tratando de emerger. Pero aún no lo había visto todo. Se levantó de donde estaba sin poder explicarse las sensaciones

que

estaba

viviendo,

continuó

caminando

siguiendo el suave declive de la montaña, de pronto se encontró un área donde las hierba era verde, señal inequívoca de humedad. Siguió andando hacia donde la hierba aumentaba su verdor y, súbitamente, ante sus ojos apareció el manantial con el estanque de aguas azul turquesa, que tantas veces había visto con los inmateriales ojos de su imaginación. ¡Estaba allí!, ¡Realmente existía! Frente a ella se encontraba el breve salto de agua, el estanque, los pinos alrededor, y el arroyo por el cual salía el agua bordeando la montaña. La impresión fue impactante, una sensación de júbilo emergió de su interior: ¡Lo había encontrado! Se acercó al borde del estanque, hacia un lado había dos piedras planas, se sentó sobre una de ellas y se quedó contemplando las aguas de aquel azul tan particular. Ahora el sonido del salto de agua 171

opacaba el murmullo de los pinos. Se quedó allí bastante rato viendo caer el agua, observando la pequeña laguna y tratando de absorber a través de su piel la placidez de aquel lugar. De nuevo tuvo la sensación de haber estado allí tiempo atrás. Y una vez más surgieron dentro de su ser sentimientos encontrados, de júbilo y pesadumbre.

No volvió a regresar a aquel lugar en esa temporada de vacaciones. Unos días después de haber llegado a la ciudad fue al almacén de don Balbino para averiguar si su prima ya había regresado al país, realmente Constance se moría de deseos por contarle lo que había encontrado en la montaña durante las vacaciones que se había tomado junto con sus padres. Pero don Balbino le dijo que no había regresado, y que tampoco se había comunicado con él desde hacía varias semanas, aunque eso, al parecer, no era algo inusual en ella cuando se iba de viaje. Las semanas continuaron pasando, el viaje de doña Engracia, que originalmente iba a durar poco más de un mes, según sus palabras, pasaba ya de tres meses. Por otra parte, la vida de Constance parecía haberse normalizado, todo, aparentemente, iba sobre ruedas. Aun 172

cuando los sueños eróticos regresaban de cuando en cuando, la imagen del manantial y el estanque había remitido desde que lo había visto en la realidad. De los sueños continuaba extrañándole que, en ninguno de ellos, lograba todavía ver la cara de su compañera. Un día, al regresar del trabajo, su padre le dijo a Constance que pensaba que fueran, una vez más, al mismo lugar de la montaña en donde habían estado unos meses antes, el señor decía que aquel periodo de vacaciones le había sentado muy bien y que, como acababa de terminar una negociación en la cual había salido beneficiado en gran manera, podía darse otra vez el lujo de ausentarse algunos días de la ciudad yéndose con su familia de paseo. Nuevamente se hicieron los preparativos y, unas semanas después iban todos de camino a la montaña. Esta vez Constance llevaba sus útiles de pintura y su cámara fotográfica. Antes de irse con sus padres, se enteró que doña Engracia aún no había regresado, y que no se sabía si volvería pronto. Cuando Constance ya iba llegando con sus padres a la casa en la que iban a pasar su temporada vacacional, un email apareció en su servidor de correos. Pero de esto no se 173

enteraría sino hasta su regreso, varios días después. Constance, a diferencia de otras chicas de su edad, no era muy amiga de mantenerse conectada a la internet cuando salía de vacaciones, la única parafernalia moderna que solía llevar con ella era un sencillo móvil, únicamente para lo necesario: recibir llamadas y muy rara vez llamar. A la llegada a la montaña pasadas ya las tres de la tarde, el cielo estaba coloreado de un azul intenso, y un frío viento hacía moverse las ramas de los árboles. Descargaron las cosas que traían en el coche, las acomodaron y cada quien se fue a descansar. Más tarde, Constance salió de la casa y se fue a sentar en una mecedora que se encontraba en el portal del frente de la casa, simplemente a ver pasar el tiempo. En su mente, como era de esperar, estaba planeando la próxima visita al estanque; esta vez pensaba llevar, además de su cámara digital, su equipo de pintura para trabajar al aire libre. Entre pensamiento y pensamiento la tarde fue cayendo, el ambiente se fue tornando más frío, y el sol comenzó una vez más su lento descenso hacia el ocaso. Por la noche la casa quedó en silencio bastante temprano,

todos se

rápidamente

se

sentían

quedaron

cansados por

dormidos.

Afuera

el viaje el

y

viento 174

continuaba sacudiendo las ramas de los árboles, logrando de cuando en cuando, que alguna bellota de las ramas de los pinos aledaños a la casa se desprendiera y cayese sobre el techo de la misma, produciendo un golpe seco. A medida la noche iba avanzando el viento arreciaba, originando un intermitente ulular al colarse por las rendijas de las ventanas. Sin embargo, nada de eso fue óbice para que los habitantes temporales de aquella vivienda continuaran durmiendo. De pronto, en medio del silencio interior de la casa, y estando aún dormida, Constance creyó escuchar algo, le pareció que alguien decía su nombre. —¿Qué? —preguntó estando todavía un poco adormilada. Se despabiló y aguzó el oído tratando de averiguar si realmente alguien le había llamado. Pero, lo único que logró escuchar, fue el fuerte susurro producido por el viento al pasar por entre las agujas de los pinos, y el ulular producido por el mismo al filtrarse por los resquicios de la ventana de su habitación. Sentada sobre la cama, se inclinó un poco hacia un costado, alargó uno de sus brazos hasta alcanzar el móvil que había dejado en la mesilla de noche, presionó la tecla de fin de 175

llamada e inmediatamente apareció la hora, era poco más de las doce y media de la noche. El sueño se le había escapado, estaba totalmente despierta. Decidió, entonces, levantarse a leer un libro que había llevado consigo y, acto seguido se levantó. Cuando estuvo ya de pie sintió curiosidad por echar un vistazo al paisaje nocturno fuera de la casa. Caminó hasta la ventana, descorrió la cortina y pudo admirar un panorama bañado por la luz fantasmal entregada por la luna, la cual parecía estar llena. El camino de tierra principal de acceso a la zona se miraba blancuzco. Las estrellas, debido al esplendor de Selene, parecían haber sido barridas del cielo.

Por un

momento le pareció ver algo que se desplazaba entre un grupo de pinos que se encontraba un tanto alejados, al otro lado del camino de tierra, parecía una persona, realmente parecía una mujer a la cual el viento de la media noche le agitaba el cabello. Sin embargo, pensó Constance, debe de existir una explicación más sensata, y se decidió por creer que aquel fenómeno se debía a alguna rama de pino baja, cuyas agujas eran sacudidas por la fuerte brisa nocturna, pero algo en su interior se negaba a aceptar aquel práctico razonamiento. Corrió de nuevo la cortina, encendió la luz de la habitación, 176

buscó el libro y se sentó en un sillón orejero a leerlo. El resto de la noche, mientras estuvo despierta, no se produjo ningún nuevo incidente. Se volvió a acostar cuando ya los rayos del sol advertían sobre el nuevo día. Se despertó ya bastante entrada la mañana, y después bajó a la primera planta a buscar algo para comer. Sus padres, al parecer, ya habían tomado su desayuno y habían salido a practicar senderismo por los caminos vecinales. Después de su frugal desayuno, Constance se abrigó con un suéter de lana, se puso un overol de mezclilla bastante raído que alguna vez había sido azul, sacó sus aperos para pintar y su fue al porche de la casa a buscar, desde allí, un motivo para capturarlo con sus pinceles, y dejarlo plasmado en una acuarela. Pasada ya la media tarde logró un cuadro que ella consideró aceptable. Limpió sus pinceles y los colocó sobre una mesita portátil plegable. Se alejó un poco del cuadro, lo observó y concluyó que así se quedaría. Luego dejó el porche y anduvo hasta la calle de tierra, tomó esta última y se encaminó hasta el grupo de pinos en el que creía haber visto, la noche anterior, a una persona desplazándose entre ellos. Cuando llegó trató de encontrar alguno de los árboles que 177

tuviera una rama baja, para confirmar la teoría que había razonado por la noche, pero no encontró lo que buscaba, no había uno tan sólo de aquellos pinos que tuviera aquella peculiaridad. La tarde estaba agradable, de manera que buscó entre las coníferas un sitio donde sentarse y se quedó allí meditando un rato, admirando la naturaleza. De cuando en cuando pasaba por allí algún pajarillo vespertino, entonando su canto particular y posándose momentáneamente sobre la rama de algún árbol, para luego precipitarse en la búsqueda de un lugar donde guarecerse durante la noche. Cuando los rayos del sol poniente comenzaban a extinguirse detrás de las montañas enmarcadas en aquel límpido cielo, Constance se encamino hacia la casa. Recogió los útiles que había dejado en el porche y los llevó hasta su habitación en la segunda planta, se sentía bien, plena, agradablemente tranquila. Después de la cena se quedó charlando unos momentos con sus padres, luego se retiró a su habitación con la idea de leer un poco. Por la noche, nuevamente cuando estaba dormida, escuchó que alguien le llamaba, pero esta vez logró captar que fuera quien fuese quien lo había hecho, no había dicho Constance, sino Gris, Como ya le había ocurrido en los sueños, se 178

incorporó en la cama y se quedó atenta, a ver si escuchaba nuevamente aquel llamado. Le restó importancia a la situación y volvió a acostarse pero, cuando nuevamente comenzaba a quedarse dormida escuchó una vez más la voz, era como una especie de delicado susurro cerca de su oído. —Gris, has vuelto, ¿quieres jugar conmigo a las escondidas? Nuevamente Constance se incorporó en su cama, se quedó atenta y esperó a escuchar la voz una vez más. Aguardó un buen rato pero nada, al parecer no se repetiría aquella invitación. «¡La chica del bosque!», pensó súbitamente Constance. De alguna manera inexplicable cayó en la cuenta de que la imagen de la visión en el bosque era la de una chica. También, de forma impulsiva pensó en salir de la casa y dirigirse hacia el conjunto de pinos en donde la había visto, como queriendo ocultarse entre los árboles, pero se contuvo, oteó desde la ventana y esta vez no vio algo anormal. Había un despropósito en aquella voz, reflexionó mientras se colaba de nuevo entre las colchas y el edredón, en lugar de infundirle temor la incitaba a encontrar el lugar de donde provenía. Como si realmente estuviera jugando a las escondidas. Pero no sólo eso, sentía que aquella voz le causaba una sensación 179

agradable, es más, parecía recordarle algo como una experiencia agradable. Volvió a dormirse, pero esta vez comenzó a soñar.

—Ven, levántate — le dijo su compañera a Gris halándola de la mano para que se levantara del sofá—, vamos a jugar a las escondidas. La escena se desarrollaba en la sala de estar de una casa un poco antigua. Gris estaba sentada, mientras su amiga la animaba para que juguetearan un rato. —Ven, Gris, sorteemos a ver a quién de las dos le toca buscar. Ven, no te quedes allí sentada. —De acuerdo, vamos a jugar, no te apures, yo busco primero. Voy a contar hasta treinta y tú te escondes, no vale ocultarse fuera de la casa, ¿De acuerdo? —De acuerdo, pero no mires mientras yo me escondo. —Comienzo a contar… uno…dos…tres… —No mires… 180

—diez… once… doce… —¡Voy a salir ahora!… veinte… veinte y uno… veinte y dos… —Estoy lista… pero tienes que llegar hasta treinta antes de venir a buscarme. —…veinte y ocho… veinte y nueve… treinta, voy a buscarte — gritó la chica llamada Gris y comenzó la tarea de encontrar a su compañera. Comenzó el recorrido en la misma sala de estar, luego pasó al vestíbulo, continuó por el comedor, y se fue hasta la cocina, en donde les preguntó por medio de señas, a las cocineras, si no estaba escondida allí su compañera; de allí se fue hasta la bodega en donde guardaban los víveres. A cada lugar que llegaba miraba detrás de las puertas. Subió a la segunda planta y comenzó a ir de habitación en habitación, primero la de los padres de su amiga, luego la habitación de ella, entró a las habitaciones vacías que al parecer servían para cuando llegaban invitados. Luego llegó a la recámara que utilizaba cuando llegaba de visita, abrió despacio la puerta con la mano en el picaporte, introdujo un poco más la cabeza hasta ver detrás de la puerta y… allí estaba escondida su compañera. En 181

el momento en que iba a gritar su victoria, su amiga le indicó, poniéndose el dedo índice en los labios, que permaneciera callada. Tomó de la mano a Gris, la atrajo hacia sí y la abrazó. La otra le correspondió también de la misma manera aquel gesto de cariño, y luego comenzaron a besarse en la boca. Habían comenzado a excitarse, ambas se estaban deseando. Gris se puso de espaldas a su amiga y esta le desató las cintas de atrás del vestido, luego le ayudó a sacarse las mangas para que pudiera fácilmente

liberarse de él completamente.

Después se quitó las medias de hilo blanco para terminar liberándose de toda la ropa íntima. Cuando gris estuvo totalmente desnuda hizo lo propio con su compañera, le ayudo a quitarse toda la ropa hasta que quedó igual que ella, totalmente desnuda. Se volvieron a abrazar sintiendo la tibieza de la piel de sus respectivos cuerpos, y juntaron sus labios con ansiedad. Separaron sus bocas y apoyaron sus frentes una contra la otra, se vieron a los ojos con gran ternura y luego, la compañera de Gris, se puso de rodillas ante ella y le dio un beso en su intimidad. Una corriente de excitación recorrió la espalda de Gris, ésta se agachó un poco, tomó de los brazos a su amiga y le pidió que se levantara y que se fueran a la cama. 182

Se agarraron de la mano y juntas se acostaron entre caricias besos y varios te quiero y te amo. Estando en la cama exploraron sus respectivos cuerpos con sus manos y sus labios, sin dejar olvidada ni una sola parte de su piel, después que ambas hubieron alcanzado el éxtasis más de una vez, quedaron bastante exhaustas. Permanecieron en la cama tomadas de la mano y viendo hacia arriba. Se habían expresado el amor que sentía una por la otra tanto con palabras como físicamente, pero luego aparecieron unas lágrimas en los ojos de la compañera de Gris. —Quédate conmigo Gris, no te vayas…—dijo apoyándose en uno de sus costados para quedar frente a ella y acariciarle suavemente una de sus mejillas. Luego, con lágrimas en los ojos, se apretujó contra el cuerpo de Gris como queriendo fundirse con su amiga, como queriendo memorizar con su cuerpo cada recodo del cuerpo de ella. Luego apoyó su rostro contra una de las mejillas de Gris y le susurró entre sollozos: —Dime que volverás… —Tú sabes que volveré, sabes que te quiero… —¿Entonces? 183

—Quiero que te sientas orgullosa de mí… —Sabes que no necesito de nada más para amarte. —Créeme que lo sé, pero no tienes de qué preocuparte, estaré de regreso en unos meses, antes de que cumplas los 19 años, sabes que no podría estar lejos de ti en esa fecha.

—Voy a volver, créeme, que voy a volver… En aquel instante Constance se despertó, se dio cuenta de que estaba hablando dormida. Pero, inmediatamente recordó el sueño que estaba teniendo. Lo recordó todo, y comenzó, ya despierta, a preguntarse si ella y Gris eran realmente la misma persona. Luego se llevó una sorpresa mayor, cuando movió su cuerpo debajo de las colchas se dio cuenta de que estaba desnuda, y luego vio que su ropa de dormir estaba en el piso, a un lado de su cama. Pero presintió algo más,

introdujo su

mano por debajo de la ropa de cama que la cubría, palpó su intimidad y comprobó que estaba húmeda. ¿Qué había pasado en la noche?, no lo tenía claro, en realidad no tenía la menor idea. Sin embargó, concluyó que ella misma 184

se había procurado un poco de placer en algún momento del sueño. Aunque no recordaba haberlo hecho,

era la única

explicación razonable. Por fin decidió no continuar dándole vueltas en la cabeza a aquella situación, se cambió de posición, y trató de dormir un poco más, la sensación de sentirse desnuda y calentita

dentro de la ropa de cama le

causó una sensación deliciosa. Cuando volvió a abrir los ojos eran ya las nueve y media de la mañana. Una hora más tarde iba en el todoterreno de su padre en busca del estanque de aguas azul turquesa. Esta vez llevaba consigo todos sus aperos para practicar la pintura. Estacionó el coche en el mismo lugar en donde lo había dejado la vez anterior, cargo con todos sus utensilios para pintar y se dirigió al estanque. Pero, ahora no estaba solo, había una chica bañándose en él. Constance se acercó despacio hasta la orilla, la chica del estanque la vio, levantó la mano y la saludó, Constance le devolvió el saludo, y luego hubo un breve momento de silencio, el cual aprovechó para desdoblar el caballete portátil y sacar las demás cosas que utilizaba para pintar. —¿Vienes seguido por aquí? —Preguntó Constance.

185

—Ahora

no,

antes,

hace

bastante

tiempo,

venía

frecuentemente con una amiga. Mientras tanto, Constance continuaba disponiendo sobre una mesita portátil sus enseres para pintar. —Por lo que puedo ver te dedicas a la pintura, ¿verdad? —dijo la chica desde el estanque. —Sí —respondió Constance un tanto tímida. —¿Y qué es lo que te gusta pintar? —Paisajes, la naturaleza… —respondió Constance con la vista baja tratando de evitar la mirada de la otra chica. —¿No dibujas ni pintas personas? —No… —¿Por qué? —No sé, es que realmente no me salen bien. Y tú… —Yo vivo aquí —le interrumpió

la chica del estanque,

desviando el rumbo de la charla. —¿De verdad? 186

—Sí, todas estas tierras, incluido este manantial son de mis familiares. —Perdón, no sabía que esto era propiedad privada, quizás sea mejor que me retire… —No, no tiene porqué irte, puedes pintar lo que quieras. Pero dime, ¿no te gustaría dibujar y pintar a una persona? —Me gustaría pero, como ya te he dicho, no sé hacerlo. —Vamos, por qué no lo intentas… —Es que… —Sí, ya me lo has dicho, no sabes cómo hacerlo. Pero inténtalo, voy a posar para ti. Dibuja primero sólo mi rostro y luego dibuja todo mi cuerpo. Vamos, inténtalo… —Pero… —Sólo inténtalo… Perdona si no me he presentado, mi nombre es Carina. —El mío Constance. —Bien, Constance, me gustaría que me hicieras una pintura. 187

«Vaya—pensó Constance—es la primera vez que alguien casi que me exige que le haga una pintura, pero, por alguna razón que no comprendo no me incomoda». —De acuerdo, Carina, voy a intentarlo. Trataré de dibujar tu rostro y luego tu cuerpo. Pero tendrías que salirte del agua. —De acuerdo, pero no vayas a asustarte. —Por qué… Constance tuvo que interrumpir la frase cuando vio que la chica del estanque se estaba bañando desnuda; sin embargo, salió sin inmutarse. Caminó hasta una de las rocas planas en las que se había sentado Constance la primera vez que había llegado al manantial, y se sentó erguida, dirigiendo la mirada hacia ella. Constance aparentó restarle importancia

a la

situación, se imaginó que aquella era una de esas chicas modernas que hacían gala de su desinhibición. La pintora sacó de entre sus útiles una libreta de hojas para acuarela formato A3 de 300g/m2 , levantó la cubierta y la dobló hasta llevarla hacia atrás, de manera que la primera hoja quedara lista para comenzar a trabajar, tomó un carboncillo y 188

con trazos casi invisible comenzó a esbozar el rostro de Carina. Desde el primer momento comenzó a extrañarse, parecía como si alguien la estuviera llevando de la mano para hacer aquellos trazos casi perfectos. —Qué extraño —susurró Constance. —Qué cosa —preguntó Carina. —Por favor no hables, mantente quieta. Lo que me extraña es que nunca me habían salido unos trazos tan bien definidos y, mucho menos en las condiciones en las que me encuentro trabajando ahora. Me parece totalmente increíble. Constance continuó trabajando, concentrada totalmente en lo que estaba haciendo. Después de un largo rato dio por finalizado el dibujo. Luego le preguntó a Carina: —¿Puedo tomarte una foto? Sería únicamente de tu rostro, para aplicarle más tarde los colores. —Puedes fotografiar mi rostro y mi cuerpo si te es necesario, pero debes hacer las pinturas si quieres tener un registro de lo que has hecho.

189

La acuarelista no entendió lo que quería decirle la chica que le servía en ese momento como modelo, y procedió a tomar la fotografía en alta resolución, luego se dedicó a comenzar el dibujo de cuerpo entero de Carina. —Bien —le dijo—, voy a comenzar el dibujo de tu cuerpo. ¿Quieres que te lo haga así, sentada? —No, quiero que me dibujes de frente —le respondió la modelo acercándose a la rama de un árbol, la tomó con la mano izquierda y dejó, mientras, el brazo derecho junto a su cuerpo, en posición normal. —De acuerdo… —Quisiera que me dibujaras con gran detalle. —Bien —le respondió Constance—, pero por favor procura no moverte. «Después de todo —pensó Constance en aquel momento— nunca creí que pudiera tener una modelo para mí sola» Este dibujo le llevó más tiempo, detalló lo más que pudo cada recodo de su cuerpo, sus senos y su intimidad fueron dibujados con gran detalle. Cuando terminó el dibujo tomó nuevamente 190

su cámara y le hizo una fotografía de su cuerpo, tal como había posado para el dibujo. Pasaban las tres y media de la tarde cuando Constance dio por concluida la tarea. Entonces comenzó a recoger todos su enseres de dibujo y comenzó a guardarlos. —Constance, perdóname si crees que estoy abusando de ti, pero todavía quiero pedirte algo más… —Dime… —¿Puedes llevar el cuadro de mi rostro a la casa de mis parientes cuando esté listo? —Pero no sé a qué casa te refieres… —La casa queda detrás de ese montículo —dijo Carina al mismo tiempo que señalaba, con el índice de su mano derecha, hacia una colina que quedaba a la vista, muy cerca— , es la única situada allí. —De acuerdo, creo que estará lista el día siguiente después de mañana. —Gracias… ahora tengo que irme… 191

—Pero no puedes irte así desnuda —dijo Constance dándole la espalda a Carina para agacharse y recoger un pincel que se le había caído—, es más, puedo llevarte en mi coche para que no tengas que caminar hasta el lugar donde vives… Constance no obtuvo ninguna respuesta. —¿Carina? Nadie respondió. «Vaya, vaya, esa chica realmente tenía prisa, cómo habrá hecho para irse tan rápido» —pensó Constance. Ya eran casi las cuatro de la tarde, el ambiente estaba tornándose frío, el cielo mostraba un azul sin nubes y los pinos comenzaban con su usual susurro vespertino. Dentro de Constance había quedado una vaga sensación de dulzura, y una rara satisfacción de haber cumplido con algo.

Por la noche, después de cenar, Constance le pidió prestado a su padre el ordenador, para poder ver las fotos de la chica del manantial y terminar el trabajo que, en alguna forma, se había comprometido a hacer. Cuando estuvo en su habitación, 192

extrajo la tarjeta SD de su cámara fotográfica y la insertó en el ordenador. Lo encendió, buscó el archivo de las fotos, lo abrió y encontró las fotografías que había tomado por la tarde. Primero abrió la imagen del rostro de Carina, lo contempló un momento, y después lo aumentó al cien por ciento; con la ayuda

del

ratón

barrió

toda

la

imagen

observando

detenidamente cada centímetro cuadrado del rostro de la chica. Se dio cuenta que en el cuello tenía un pequeña mancha, un pequeño lunar en el cual no había reparado antes. Quería hacer realmente una magnífica pintura, no en balde era el primer rostro que dibujaba. Sacó el caballete de mesa y lo colocó sobre la cómoda de su habitación, luego situó sobre él la libreta con los tenues trazos del rostro de la chica del manantial. Cuando tuvo todo listo comenzó a trazar las primeras pinceladas. De cuando en cuando echaba un vistazo a la imagen del ordenador para tomar alguna referencia, y continuaba con su labor. Pero poco a poco se dio cuenta de que estaba pintando prácticamente sin la necesidad de una guía, parecía que todo lo tenía ella en su mente: los colores, las mezclas, los claroscuros. Cuando terminó, cerca de las dos de la mañana del siguiente día, se 193

sintió complacida con su obra, no podía haber sido mejor. Allí estaba el rostro de Carina tal como lo había visto, tal como ella era. No quiso acostarse, se sentía emocionada con su inexplicable logro, había podido, al fin, dibujar y pintar un rostro. No se dio ningún descanso, tomó la hoja donde había dibujado el cuerpo desnudo de la chica, lo colocó en el caballete que había llevado al estanque, y comenzó a trabajar sobre él. A las cinco de la madrugada había terminado de pintar la imagen de Carina y había comenzado a esbozar los alrededores, pero no lo terminó, las montañas lejanas y algunos árboles quedaron únicamente como suaves trazos de carboncillo. Constance se sentía cansada. Con lo primeros rayos del sol naciente y los cantos de los pajarillos matutinos se metió en la cama y se durmió. Se despertó nuevamente poco después de las once de la mañana. Recordó que la pintura del rostro de su compañera de la tarde anterior estaba totalmente terminada, la tomó del caballete, la protegió para que no se estrujara y la colocó sobre la cama. Después se dio un baño. Bajó a la primera planta, saludo a sus padres que en ese momento se encontraban charlando en la sala de estar, y volvió a subir a su habitación. Se puso a observar 194

detenidamente su obra y se preguntó cómo era posible que ella hubiese podido hacer aquel cuadro. Luego observó la pintura inconclusa, tomó consciencia de la belleza de la chica de la imagen y decidió dejarla así, de manera que no hubiera nada más en aquel cuadro que la bella imagen de la chica hasta ahora desconocida por ella. Poco después de mediodía le pidió prestado una vez más el todoterreno a su padre y se dirigió hasta

el

manantial,

tenía

la

esperanza

de

encontrar

nuevamente a la chica de ayer por la tarde y mostrarle su obra. Pero no la encontró, al parecer esta vez había decidido no ir a tomar un baño como lo había hecho el día anterior. La esperó casi un par de horas pero fue en vano, Carina no apareció. Constance regresó a la casa resignada a verla hasta el día siguiente en que le llevaría la pintura hasta donde ella vivía. A la mañana siguiente Constance se levantó bastante emocionada, iba a entregar su primera acuarela con la imagen de un rostro en ella. A eso de las nueve de la mañana puso en marcha el motor del coche de su padre y salió en busca de la casa de los parientes de la desconocida Carina. Había andado unos seis kilometro en el todo terreno cuando vio la que podía ser la casa mencionada por la chica. Se acercó lo mas que 195

pudo, estacionó el vehículo y se encamino hacia la puerta de entrada. La casa tenía una presencia señorial prístina, probablemente era de principios del siglo XX; sin embargo, estaba bien cuidada. Rodeándola había un jardín con bastantes flores en un orden perfecto, seguramente había un avezado jardinero a cargo de él.

Llamó a la puerta y, un par

de minutos después, apareció en el umbral una señora de unos cincuenta años un poco entrada en carnes, pero que, a pesar de ello, acusaba un porte bastante distinguido. —¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó la señora con tono amable a Constance. —Eeh —dudó un poco—, vengo a entregar un cuadro, una acuarela, a Carina. —Perdón, ¿a quién? —A Carina… —Me parece, hija, que te has equivocado de casa. —Pero… no puede ser, pues no hay más casas por aquí cerca. —Pero, lamento decirte, que aquí no vive ninguna Carina. 196

Constance se quedó desconcertada, por un segundo pensó que quizás no había captado bien la dirección que le había dado la chica. —Señora —insistió Constance—, pienso que a lo mejor usted conoce a bastante gente que vive en los alrededores. —Tal vez sí, ya que no hay mucha gente que viva por aquí, pues la mayoría de casas corresponden a antiguas haciendas que explotaban diferentes cultivos, y que ahora se han convertido en casas de campo de los descendientes de los antiguos dueños de las tierras. ¿Tú vives por aquí? —No, sólo he venido por unos días a vacacionar con mis padres, estamos, en una de las casas que rentan en… —Sí, ya sé cuáles son. Pero, me preguntabas si yo conozco a la gente de los alrededores… —Sí, es que quisiera pedirle un pequeño favor… —¿Sí? —Señora, le pido disculpas por mi atrevimiento…

197

—Vamos, si es algo que está a mi alcance no dudes que voy a ayudarte. —Gracias. Si yo le muestro la pintura con el rostro de la chica, cree usted que pudiera decirme si es de estos alrededores. —Es posible. Constance separó los cartones que servían de protección a la pintura, la extrajo y se la mostró a la señora. Cuando la vio, se le pusieron los ojos como platos. —Oye, hija, de dónde has sacado esto. —Yo lo he dibujado y lo he pintado, obsérvelo, está recién elaborado. —Pero… es que simplemente no puede ser… —Qué cosa no puede ser. —Esto… —No entiendo… —Cómo lo has pintado… digo, quién es esta muchacha que aparece en el cuadro. 198

—No sé, sólo me dijo que se llamaba Carina… Constance le contó entonces a la señora cómo es que había sucedido todo, evitando por supuesto mencionar que la chica se encontraba desnuda. —Vaya — dijo la señora y se quedó como ausente—, a mi edad creía haberlo visto todo, pero al parecer todavía me aguardan sorpresas. Luego aquella señora se le quedó viendo a Constance al rostro, como tratando de comprobar algo. —Entra —dijo la señora haciéndose a un lado para franquearle la entrada a la visitante— creo que hay cosas en esta casa que debes saber. A propósito, ¿cómo te llamas? —Constance, señora. —Mi nombre es Ángela, por favor, entra. Ángela condujo a la visitante por el vestíbulo hasta llegar a la sala de estar. —Por favor siéntate, voy por unas llaves, regreso en un par de minutos. 199

Entrar en aquella casa era como haber viajado en la máquina del tiempo, la imagen completa de la sala parecía una escena de principios del siglo XX, o tal vez finales del XIX. Sin embargo, habían algunos anacronismos: en un rincón de aquella estancia se encontraba una moderna pantalla de plasma, violentando irrespetuosamente el ambiente ancestral del recinto, adquirido a lo largo de las décadas. Sobre una silla alguien había dejado, quizás olvidado, un ordenador portátil y, como para reafirmar que todo se desarrollaba en los inicios del siglo XXI, a pesar de lo que mostrasen las apariencias, sobre la mesa de centro de la sala había un moderno Smart Phone. Después de unos minutos de espera, Ángela regresó portando en su mano unas llaves y una pequeña caja de madera. Dejó la caja sobre la mesa de centro de la sala, y le dijo a Constance que la acompañara. —Ven, quiero que veas algo en el cuarto que yo llamo de los recuerdos. Creo que te va a dejar un poco impresionada. La chica siguió a la señora por un breve pasillo hasta que se detuvo ante una puerta, escogió una de las antiguas llaves del llavero, la introdujo en la cerradura, y abrió la puerta con cierta 200

parsimonia, dentro estaba oscuro. Ángela se adelantó a abrir las cortinas para que entrara un poco de luz en aquel ancestral recinto.

Las paredes rezumaban antigüedad,

estaban

prácticamente tapizadas con pinturas y retratos de personajes de épocas pretéritas, allí parecía estar condensada la historia en imágenes de los que, a través del tiempo, habían integrado aquella familia. Habían hombres de rostro ceñudo, grandes bigotes y adusto aspecto; y mujeres de breves sombreros y cabello ondulado, según la usanza de tiempos distantes, la mayoría de las fotografías mostraban

el clásico tono sepia,

como una pátina obligada en los retratos añejos. Ángela dejó que Constance recorriera libremente el salón, observando las pinturas y las fotos, hasta que de pronto, a la altura de sus ojos, vio un cuadro, una pintura que la dejó estupefacta. El cuadro mostraba la parte de atrás de la cabeza de una chica que estaba viéndose en un espejo ubicado frente a ella, de tal manera que este devolvía en el reflejo, el rostro de la chica; y ese rostro era, precisamente, el mismo de Carina, la muchacha que le había acompañado en el manantial dos días atrás,

y a quien le había dibujado el rostro. Constance se

acercó un poco más a aquella pintura y allí, en el cuello de la 201

chica, estaba la pequeñita mancha, el pequeño lunar que presentaba también la muchacha de la acuarela que había pintado. —Ella… ella es Carina, la chica que conocí en el estanque, de la que yo dibujé su rostro —dijo un poco agitada, Constance, a la vez que señalaba el cuadro con el índice de su mano derecha. —Te creo, pero hay un pequeño problema… —¿Cuál? —Si observas la esquina inferior derecha de la obra verás, aunque un poco desvaído, el nombre de quien la pintó y la fecha en que lo hizo. Constance se acercó a la pintura, entornó un poco los ojos, y posó su mirada en el lugar que le había dicho Ángela. —¡No puede ser! —exclamó inmediatamente—: Gris, 1918. Ángela se había quedado detrás observando únicamente la reacción de la chica. —Te ha impactado mucho, ¿no es verdad? 202

Constance no respondió, retrocedió un poco, sacó la pintura que ella había hecho de entre los cartones que le servían de protección, la tomó entre sus manos y comenzó a comparar los dos rostros. No cabía duda, era la misma persona. Ángela se quedó callada mientras Constance observaba la pintura desde diferentes ángulos. Luego la chica hizo ademán de tocarla pero se contuvo. —Anda, tócala si quieres —dijo Ángela que se había fijado en el gesto. La chica alargó la mano, y como si realmente estuviera acariciando las mejillas de una persona, pasó suavemente las yemas de sus dedos por el rostro de la imagen del cuadro. Algo ocurrió en aquel contacto, pues un par de lágrimas brotaron entonces de los ojos de Constance. Ángela no dijo nada, sino que esperó pacientemente hasta que la chica, cabizbaja, llevando consigo el cuadro que había pintado, se acercó a la puerta. —Hija —dijo la señora—, hay algo más que quisiera mostrarte, me parece que puede serte todavía más impactante, no sé si estás preparada para verlo. 203

—¿Qué es? —Una fotografía… recuerdas que antes de invitarte a que entraras me quedé viendo tu cara. —Sí, lo recuerdo. —¿Deseas que continúe? —Creo que sí, aunque no sé exactamente de qué se trata. —Mira, me parece que esto es una especie de casualidad. Ayer por la tarde me puse a revolver una serie de papeles y fotografías antiguas, pensaba destruir la mayoría de esas cosas, entre ellas las fotos que se encuentran en la caja de madera que he dejado en la mesa de centro de la sala, pero por alguna razón, que no tengo clara, aplacé dicha tarea. Pero ven, acompáñame a la sala.

Ángela tomó la caja de la mesa, introdujo una llavecita en la pequeña cerradura de la misma y la abrió. Dentro había un montón de fotografías antiguas en desorden. La señora comenzó a removerlas buscando una en especial. Cuando la encontró la tomó entre sus dedos pulgar e índice, hizo como si 204

la iba a sacar pero se detuvo un momento y volvió a ver el rostro de Constance. Por fin la sacó y se la entregó. ¡Una sorpresa más para Constance¡ En aquella vieja foto, quizás coloreada en sepia por el paso de los años, aparecían dos chicas muy bonitas, ambas de unos dieciocho años, estaban de pie y tomadas de la mano, sonrientes, como esperando, precisamente, el disparo de la cámara. Las chicas eran Carina y…¿Constance? o… ¿Gris? Aquella chica era el retrato de Constance décadas atrás, antes, incluso, de haber nacido. En el reverso de la fotografía podía leerse todavía en trazos de desleída tinta:

Carina y su amiga Griselda Montemayor 18 de Diciembre de 1917

—Puedes quedártela, si quieres. —¿De veras? —Claro, es tuya si la quieres. Al fin y al cabo que la iba a destruir. —Gracias. ¿Puedo preguntarle algo? —Veamos… —¿Quien era Gris o… Griselda? 205

—No sé por qué te cuento todo esto, pero algo me dice que tú necesitas, por alguna razón, saber estas cosas. A decir verdad, cuando yo estaba pequeña escuché varias veces algunas historias sobre Carina, mi tía abuela, y Griselda, no sé si en realidad eran ciertas, o eran simples inventos que se van generando a través de los años, con el deseo de hacer más interesante y misterioso un relato de familia. Gris, o Griselda Montemayor, era una gran amiga de Carina, al parecer, según escuché más de alguna vez, eran algo más que amigas. No sé si me entiendes lo que quiero decir… —Sí, créame que sí le entiendo. —Bien, el caso es que, cada vez que estaban de vacaciones, supongo que del colegio, las dos se venían para esta casa a pasar la temporada completa. Incluso, al parecer se quedaban aquí solas con la servidumbre, porque los padres de Carina, que vendrían a ser algo así como mis bisabuelos, tenían que quedarse en la ciudad atendiendo otros asuntos de importancia para ellos. Me parece, no puedo asegurarte nada, que la foto que te he dado fue tomada cuando ellas habían terminado sus estudios en el colegio. Y, según se sabe, o se quiere saber,

206

tuvieron que separarse al menos por un tiempo, o eso es lo que parecía. —¿Por qué se separaron? —Bueno, según se especula, Gris tuvo que ir por un periodo fuera del país a estudiar algo, no sé qué, pero el caso, según algunas lenguas, es que Gris no regresó. Una Mañana, después de algunos meses de haber partido Griselda, Carina se levantó sollozando, asegurando que Griselda, su amiga había fallecido. —¿Y eso era cierto? —No lo sé, creo nadie supo aquí si en realidad eso era verdad. El caso es que después de un tiempo, no sé cuánto tiempo, Carina, según decían las gentes de antes, moría de tristeza. Creo que nunca nadie averiguó realmente de qué había fallecido. No sé por qué extraña razón tú pareces involucrada en esto, pero es algo que estoy segura que no me concierne. Y, por otra parte, no quiero verme involucrada en extrañas historias de aparecidos, eso no es para mí. Cuando Constance se levantó del sillón en que se encontraba, para despedirse, tomó consciencia de que en la sala había un espejo, era el mismo espejo que aparecía en el cuadro pintado 207

aparentemente por Gris en 1917. Se acercó a él, se colocó enfrente y, entonces, además de su reflejo pudo ver claramente el de Carina, casi a la par suya, sonriendo. Entonces también Constance sonrió, el reflejo del espejo emulaba los rostros que aparecían en la foto que le había dado la señora. Constance se despidió de Ángela asegurándole que no volvería a molestarla con el tema de Carina, y dándole las gracias por la foto que le había obsequiado. También llevaba con ella el cuadro que ella misma había pintado. Unos días después se encontraba de nuevo en su casa en la ciudad. Todavía se llevó una sorpresa más, cuando revisó los archivos de las fotos que le había tomado a Carina en el estanque, encontró que la imagen de ella había desaparecido, como si jamás hubiese estado allí. Tres días después de haber regresado de su temporada de vacaciones, Constance revisó su servidor de correo electrónico, y allí encontró una carta que le había enviado doña Engracia desde algún lugar:

Querida Constance: 208

Ante todo quiero pedirte disculpas por no haberme comunicado antes contigo. Se suponía que yo no iba a estar fuera mucho tiempo; pero una serie de imprevistos nos ha obligado a cambiar los planes iniciales. Digo nos, porque estoy en una convención que se celebra cada cierto tiempo y en diferentes lugares. Esta vez ha sido en Francia, y creo que no ha ocurrido por casualidad.

Quiero también que sepas que en ningún

momento me he olvidado de tu situación, pues he continuado estudiando tu carta natal. He de decirte, incluso, que aquí donde me encuentro he contado, además, con ayuda para su estudio. Y una de las cosas que se me había pasado por alto es que el día en que naciste —11 de Julio de 1991— hubo un eclipse solar, y eso no es todo, tu nacimiento ocurrió a la misma hora en que se producía cabalmente el eclipse que, a su vez, fue visto en el lugar de tu nacimiento en todo su esplendor. Lo anterior marca unas características muy especiales en tu carta natal, pero basta ya de tanta palabra. Voy ahora a tratar de exponerte en forma ordenada, lo que hemos descubierto. En primer lugar, en tu vida anterior adquiriste una deuda de amor que aparentemente no saldaste. Por otra parte, en esa misma vida, desde pequeña fuiste una 209

pintora excepcional, lo cual parece explicar tu repentina inclinación actual por la pintura. Con relación a tus sueños debo decirte que: todo parece indicar que la persona a la que amaste fue una chica, lo cual no debe de hacerte sentir mal, pues el corazón no entiende de razones; luego, el hecho de que tú no pudieras verle la cara a tu compañera de sueños, que seguramente es la chica a la que amaste, se relaciona con la culpa inconsciente que sientes, no te atreves a enfrentarla. Por otro lado, la imagen recurrente del manantial que a menudo viene a tu mente, hace referencia a algún sitio en el que tú y ella se conocieron, se amaron o visitaban con frecuencia, de manera que ese lugar llegó a convertirse en el símbolo del amor entre ustedes.

Pero aquí viene lo más

interesante con respecto al nombre Gris o Griselda, que tú escuchas en los sueños: por una casualidad muy grande — aunque yo no creo en las casualidades— tuvimos en nuestras manos unos antiguos archivos de uno de los hospitales de París, allí estaban registrados muchos de los fallecimientos debidos a la epidemia de influenza de 1919, y algo me llevó a curiosear ciertas páginas, en una de las cuales encontré un nombre: Griselda Montemayor, de ocupación pintora, y como 210

nacionalidad aparecía la de nuestro país. Su fecha de deceso exacta era 15 de Octubre. Les pedí, entonces, a algunos de mis compañeros de convención, que me ayudaran a encontrar más datos importantes de tu carta natal relacionados con la información obtenida en el hospital y, después de mucho esfuerzo, encontramos que tu fallecimiento en esa vida tendría que haber ocurrido en alguna parte de la actual Europa occidental, lo cual concordaba con lo que había descubierto en los registros del hospital. Por un cálculo de ciclos, y esas cosas que sólo nosotros sabemos hacer, también descubrí que es muy probable, que en los próximos días, tengas alguna experiencia

sobrenatural

bastante

fuerte,

la

cual

está

relacionada con esa supuesta deuda de amor que ya te he mencionado

antes

en

este

correo;

no

rechaces

esa

experiencia, es para el bien tuyo y de esa chica que te amó y seguirá amándote; a la que tú también amaste y continuarás amando más allá del fin del tiempo. Con toda seguridad volverán a encontrarse en una vida próxima; espero, de todo corazón, que en ese siguiente encuentro no tengan que volver a separarse, y que el Universo, dentro de ese intrincado ajedrez que sólo él sabe operar, les conceda la felicidad. 211

Bien, Constance, tengo una certeza bastante grande de que este es tu caso, de todas formas, me parece que tú lo podrás comprobar en algunos días. Recuerdos, Engracia.

Epilogo. Unas semanas después, Constance visitó la tumba de Carina, y cuando estaba depositando sobre ella una rosa roja, símbolo del amor por su color, leyó sobre la lápida un enigmático epitafio:

Partió una mañana de primavera en busca de su amor.

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213

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La Hacienda San José de la Mora, fines de Septiembre de 1928 La pesada máquina de vapor del tren, de 67 toneladas de peso y 189 libras por pulgada cuadrada de presión de caldera, llegaba a la estación de San José de la Mora arrastrando varios vagones de pasajeros y el cabús. El silbato de la locomotora sonó anunciando su arribo, al mismo tiempo que expulsaba un penacho de vapor blanquecino. El maquinista aplicó los frenos, y un agudo chirrido metálico se produjo por la fricción entre las ruedas y los rieles, hasta que el tren quedó detenido, mientras, de la chimenea, salían tenues volutas de humo gris. Eran en aquel momento las 10:00 de la mañana, y el andén de la estación, una pequeña construcción de madera y techo de tejas de barro, se encontraba prácticamente desolado. Sólo se encontraba en él un campesino de sombrero y típica ropa de manta blanca, perezosamente apoyado en una de las columnas del portal, mascando distraídamente una ramita de grama; un par de niños sentados sobre unos sacos de café en pergamino, que aparentemente esperaban ser transportados en algún momento, y el encargado de la estación, un hombre 215

de unos 60 años, que entonces se encontraba atareado enviando un mensaje Morse de puntos y rayas, a través del pequeño y clásico dispositivo telegráfico de la época. De uno de los coches del tren bajó una sola persona, una chica muy atractiva, de unos veinte años de de edad, de cabello negro, tez blanca y ojos tirando hacia el verde, que ayudada por el conductor, bajó al andén de la estación con el equipaje que le acompañaba. La recién llegada llevaba un vestido largo que le cubría prácticamente hasta los zapatos, y sobre su cabeza un sombrero que hacía juego con el vestido de un leve estampado

primaveral.

Minutos

después

de

que

ella

descendiera al andén, el tren volvía a hacer sonar el silbato, pero ahora lo hacía anunciando su partida. Momentos después, cada vez más distante, podía escucharse sonar alegremente el silbato de la locomotora, mientras el tren cruzaba verdes parajes de diferentes cultivos. Entre tanto, a la estación retornaba el letargo de una mañana soleada de principios de la estación seca. La chica, único pasajero que se había quedado en aquel lugar, de pronto tubo la sensación de haberse quedado abandonada en aquella pequeña

plaza

desolada. Nadie había llegado por ella. Dejó el equipaje sobre 216

el apeadero, en donde lo había colocado el conductor, y se fue a sentar en una banca de madera, con respaldo, que se encontraba

cercana a la ventanilla del encargado de la

estación, después de algo así como una media hora, este se colocó el kepis reglamentario sobre la cabeza, y salió de su pequeña oficina hacia el andén, en donde se encontraba la recién llegada. —Perdone, señorita, pero creo que usted es la sobrina de don Adrián Valverde, ¿o me equivoco? —Así es, señor, no se equivoca, yo soy la sobrina de Adrián Valverde —le respondió la chica viéndole fijamente con sus ojos verdes. —Tengo la impresión de que deben de haber tenido algún atraso en la hacienda de don Adrián, y por eso no han venido por usted. —Espero que tenga razón, no quisiera tener que pasar la noche aquí. —No se preocupe, señorita, si fuese necesario yo la puedo llevar hasta la propiedad de don Adrián cuando termine mi 217

turno, aunque eso es realmente un poco tarde, cerca de las cinco. —Gracias, le agradezco su intención. Aunque espero no tener que molestarle. Sigo pensando que de un momento a otro vendrán por mí. —Yo pienso lo mismo, pero si fuese necesario, puede contar conmigo. La chica le dio nuevamente las gracias por su ofrecimiento, y el encargado de la estación se retiró a su pequeña oficina. Después de un rato, la chica se levantó, fue hasta donde estaba su equipaje, extrajo de él un libro —Heidi de Johanna Spyri— y se lo llevó para leerlo mientras aguardaba. Al poco rato de estar enfrascada en su lectura, escuchó el monótono ruido de las ruedas

de una carreta que se acercaba, para

luego detenerse a un costado de la estación. Pronto, una señora algo entrada en carnes, se colocaba frente a la recién llegada viajera del tren.

218

—¿Es usted la señorita Isabel, la sobrina de don Adrián Valverde? —preguntó la mujer como intuyendo de antemano que la respuesta iba a ser afirmativa. —Así es, Isabel Urresti, ¿Puedo servirle en algo? —Yo soy Celia, empleada de su tío. Venimos por usted desde la hacienda. —Vaya —respondió un tanto molesta Isabel—, por un momento pensé que tendría que quedarme a dormir aquí en la estación. —Usted disculpe señorita, pero es que la calesa en la cual veníamos de camino por usted se arruinó, y hemos tenido que regresar hasta la hacienda, y como no había tiempo para repararla nos hemos venido a llevarla en una carreta… que… bueno, usted disculpe… a lo mejor no es lo que podría haber esperado, y quizás no se va a sentir bien. —Por ahora me basta con saber que ya no tengo que aguardar más tiempo. Acto seguido apareció el acompañante de Celia, tomó las maletas de Isabel, y las llevó hasta la parte de atrás de la 219

carreta, donde las acomodó; luego ayudó a Isabel a subirse a la parte delantera para que pudiera sentarse en el asiento a la par del carretero. En tanto Celia tuvo que conformarse haciendo el viaje en la parte de atrás, junto con las maletas. El viaje duró poco menos de una hora por un camino de tierra en no muy buen estado. Cuando llegaron a los terrenos de la hacienda, entraron por un camino flanqueado por altos árboles de una especie desconocida para Isabel, más allá de dichos árboles se encontraban otros bastante frondosos, cubriendo los plantíos de café que mostraban abundante fruto ya maduro en espera de ser cortado. Al final del camino se encontraba el casco de la propiedad, una explanada en la que estaba la casa principal de la hacienda, una vivienda de dos pisos con un corredor rodeando la primera planta. A un lado de ella, a poco más de unas trescientas varas, se encontraba otra casa de apariencia menos ostentosa, que según supo después Isabel, había sido la casa principal original de aquellas tierras, pero ahora allí se encontraban las oficinas, las bodegas y la caballeriza. Cuando Isabel entró a la casa, lo hizo en compañía de Celia y el mozo carretero, el cual llevó el equipaje hasta la habitación 220

que iba a ocupar la chica en la segunda planta, y que estaba equipada con una cama de baldaquín, una cómoda, un secreter, un ropero y una mesita alta con una jofaina. En la pared frente a la entrada, había una ventana con vista hacia una zona de cultivo de café, en la cual sobresalían los frondosos árboles que protegían de la luz solar a los cafetos. —Señorita —dijo Celia cuando estaba por salir de la habitación, después de haber acompañado a Isabel para mostrársela. —¿Sí? —En la habitación contigua a la suya está la biblioteca, es deseo de don Adrián que usted disponga de ella cuando guste. También, el señor, ha ordenado que Estrella, una de las mejores yeguas de la caballeriza, de pelaje blanco, esté disponible para usted cuando lo desee; nomás tiene que pedir que se la ensillen para que pueda montarla. —Gracias, Celia, pero… aún no he visto a mi tío, ¿Se encuentra en el campo?

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—No, señorita, don Adrián se encuentra fuera de la hacienda; de manera que usted estará sola en esta casa por el momento. Si desea algo puede llamarme a través de la campana—dijo la empleada, señalando al mismo tiempo un cordón amarillo que se encontraba cerca de la cama. —Gracias, Celia. —Se me olvidaba. La cena suele servirse aproximadamente a las siete de la noche, si usted la desea antes también puede decírmelo. El desayuno, si usted quiere, puede traérsele a la cama. —Gracias, Celia. Prefiero bajar al comedor a tomar el desayuno. —Creo que debido a su viaje en el tren, y a la espera que tuvo que hacer en la estación, no ha podido tomar su almuerzo, las cocineras pueden prepararle algo si usted gusta. —Gracias, creo que voy a aceptar tu ofrecimiento. Unos cuarenta y cinco minutos más tarde, Isabel bajó al comedor a saborear el almuerzo que le habían preparado en la hacienda de su tío. Cuando hubo terminado, se levantó de la 222

mesa y salió al corredor que bordeaba la primera planta de la casa, cerca de una de las esquinas encontró una hamaca que la incitaba al descanso, invitación que Isabel aceptó casi al instante, se acomodó dentro de ella y prontamente, con lo cansada que se sentía, se quedó dormida. Cuando despertó eran ya casi las cinco y media, el sol estaba comenzando a ocultarse tras unos celajes rosa y naranja. Unos minutos después de haberse despertado, una de las criadas llegó hasta donde se encontraba ella en la hamaca, para preguntarle si deseaba tomar su cena temprano, a Isabel le pareció buena idea para poder así retirarse luego a sus quehaceres nocturnos. A las ocho de la noche la casa y los alrededores habían quedado sumergidos en una oscuridad casi impenetrable, rasgada apenas por un par de farolas de gas, que habían quedado encendidas y colgadas de unos postes bajos en el frente de la casa principal. A las nueve de la noche, únicamente la ventana de la biblioteca daba a entender que alguien permanecía aún despierto dentro de aquella casa. En el secreter de su habitación, Isabel había encontrado un plumier de madera con varios canuteros y plumillas, se los 223

había llevado a la biblioteca y se había sentado a escribir bajo la luz de un par de quinqués. Mientras la chica se encontraba escribiendo en el silencio de la noche, interrumpido a veces por el ulular de algún pájaro nocturno o por los ruidos propios de la madera de la estructura de la casa, se le vino a la mente la situación de Jonathan Harker mientras se encontraba como invitado de Drácula en su castillo. La escena correspondía a una novela de misterio que recién había leído. Cerca de las once de la noche se sintió bastante cansada y decidió irse a la cama. Apagó un quinqué y tomó el otro con una de sus manos para alumbrar el camino a su habitación, entró en ella, cerró la puerta y echó el pestillo. Se quitó la ropa que había utilizado durante el día, se colocó el camisón para dormir, se coló entre las sábanas y apagó el quinqué. Una densa oscuridad se apoderó de todo el recinto, a pesar de ello, después de unos minutos, la chica dormía profundamente. La ventana de la habitación había quedado abierta, aun cuando Celia le había recomendado que la cerrara, debido a que algún espíritu maligno podía colarse por ella. Pero Cristina Isabel Urresti no creía en esas invenciones. 224

Como las cortinas de la ventana de su habitación tampoco habían quedado completamente corridas, la claridad del nuevo día hizo que Isabel se despertara temprano. Abrió los ojos, y un tanto confundida se preguntó dónde estaba. Luego recordó su viaje por tren, la espera en la estación del pueblo, y la llegada a la hacienda de su tío. Se levantó de buenos ánimos y se dirigió a la ventana, descorrió las cortinas y se encontró con un paisaje de exuberante verde y cielo azul despejado. Después que desayunó, Celia le preguntó si quería ir a caballo a conocer los terrenos de la hacienda, a lo cual ella respondió que seguramente le agradaría. Una hora más tarde cabalgaba sobre Estrella, la yegua que le había cedido su tío, en compañía del mayoral. Por consejo de su compañero de cabalgata fueron primero a ver la zona donde estaba el beneficio de café, pues la siguiente semana iba a ser difícil hacer ese recorrido, ya que comenzaban la cosecha del fruto del cafeto, y con ella su procesamiento. Isabel vio los grandes patios donde se secaba al sol el producto cosechado, observó los canalillos que bordeaban los patios, por donde circulaba el agua que

llevaba el café uva recién cortado para ser

depositado en las áreas de secado. El recorrido por la 225

propiedad llevó más de cuatro horas, aunque no vieron toda la hacienda y sus instalaciones. Por la tarde, después de un almuerzo a destiempo, Isabel se quedó en la casa, leyendo y escribiendo en la biblioteca. Por la noche siguió la rutina del día anterior, se quedó sola en la biblioteca de aquella inmensa vivienda hasta muy tarde, leyendo y escuchando los típicos ruidos nocturnos. Un poco antes de las doce, uno de los quinqués había agotado su combustible y se apagó, con el que le quedaba, un poco a regañadientes, hizo el breve recorrido hasta su habitación, cerró las cortinas pero no la ventana y se fue a dormir. El siguiente día pidió que le ensillaran a Estrella, la yegua que tenía a su disposición, intentaba recorrer algunos de los lugares que había visitado el día anterior. Esta vez se había vestido con un traje adecuado para montar que le había facilitado Celia y que, al parecer, le había mandado a confeccionar su tío Adrián, incluyendo unas botas altas. En un bolso de tela, que ató al pomo de la silla de la yegua, llevaba unas hojas de papel y un lápiz, quería apuntar todo lo que pudiera, pues mas adelante podría utilizarlo en algunos de sus relatos.

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Cabalgó durante varios minutos hasta que llegó a las instalaciones del beneficio de café, aseguró la yegua a un poste que se encontraba en el borde de uno de los patios de secado, y se fue a caminar por las demás áreas, luego entró a unas edificaciones en donde se encontraban trabajando algunas personas, sin duda preparando todo para los próximos días en los que iba a comenzar el trabajo del procesado del café. En estas edificaciones encontró una caldera y varias máquinas de vapor que movían algunos de los equipos del beneficio. Después de esta breve visita, montó en su cabalgadura y se fue a otros parajes más lejanos de la hacienda, donde no había ido el día anterior. Encontró un río cuyas riberas estaban pobladas por rocas de diversos tamaños, se fue siguiendo, como pudo, el curso del río, hasta encontrar una poza de agua cristalina oculta por unas rocas grandes. Se bajó del caballo y lo ató a un arbusto, luego se acercó a la poza, y al ver la translucidez de aquellas aguas sintió el deseo de darse un baño, dudó por un instante, pues sentía temor de que alguien llegara por allí mientras ella se encontraba disfrutando la frescura de aquellas aguas. Sin embargo, pudo más el deseo que la prudencia. Se escondió detrás de las 227

rocas, se despojó de la ropa, y se introdujo totalmente desnuda en aquella transparente y refrescante agua. Después de largo rato decidió salirse y, para secar su piel, antes de volver a vestirse, se armó de confianza y se tendió sobre una piedra grande y plana que se encontraba poco más allá de la poza, primero lo hizo

de espaldas, viendo hacia el firmamento y,

después de un rato, bocabajo. No tardó mucho tiempo en lograr su objetivo, pues la brisa de la montaña se llevó rápidamente la humedad de su cuerpo. Isabel se sentía a gusto estando de aquella manera entre la naturaleza, sin embargo, por un breve instante tuvo la impresión de que alguien la observaba, y decidió mejor volver a vestirse y marcharse, buscó su caballo, lo montó, y partió al trote, era poco más de la una de la tarde. Ni bien había recorrido media legua, cuando vio que alguien venía a su encuentro también montando un caballo, cuando estuvo cerca de ella, pudo darse cuenta que era uno de los trabajadores de la hacienda que se encontraba bajo las órdenes del mayoral. —Señorita — dijo el jinete un tanto agitado cuando estuvo a la par de Isabel, al mismo tiempo que trataba de sosegar el 228

caballo—, el notario de su tío se encuentra en la casa y necesita conversar con usted. —¿Conmigo?...¿Sobre qué? —No lo sé. Celia me dijo que viniera a buscarla y que no regresara sin usted. —Vaya, esto parece muy extraño. Pero en fin, vamos a ver que desea el picapleitos. Sin darse mucha prisa llevó a trote su cabalgadura hasta llegar a la casa. Una vez allí, Celia la condujo hasta un cuarto que se encontraba en el primer nivel de la casa, al cual ella no había entrado anteriormente. Dentro se encontraba un señor de aspecto atildado, sentado en uno de los sillones de lo que parecía ser una pequeña sala de recibo. —Buenas tardes, señorita —dijo el hombre al solo entrar Isabel en aquel recinto. La chica le contestó educadamente pero con la duda marcada en su rostro. —Me imagino, señorita, que usted se debe de estar preguntando quién soy yo y qué hago aquí. 229

—Sí, se imagina usted muy bien. —Soy el notario o escribano a quien su tío le ha encargado un asunto muy serio. —Todo esto me parece un misterio. Hace dos semanas recibo un telegrama de mi tío en el cual me pide que venga a la hacienda, pero al llegar me entero de que él no se encuentra aquí. Y cuando he preguntado dónde está, simplemente me han dicho que por el momento está fuera de la hacienda, sin ninguna explicación adicional. —Bien, señorita Urresti, yo me encuentro en este momento aquí para aclarar algunas de sus dudas. En primer lugar, el telegrama que usted recibió lo he enviado yo en representación de don Adrián, su tío. Isabel se quedó todavía más sorprendida. —En segundo lugar, estoy, en gran medida, seguro de que su tío no va a regresar. —¿¡Cómo!? —respondió altamente sorprendida. —Sí, tal como lo ha escuchado, probablemente no regrese. Su tío, como usted seguramente ya lo sabe, siempre ha sido un 230

gran aventurero. Hace cuatro meses, semana más, semana menos, partió de este lugar, dejando órdenes claras y precisas de que, si no teníamos noticias de él en ocho semanas, no le esperásemos más, y que nos comunicásemos con usted para que se hiciera presente aquí en la hacienda. Sin embargo, las órdenes de don Adrián no se siguieron al pie de la letra, pues esperamos más de ocho semanas antes de comunicarnos con usted, pensando que pudiera haber habido un atraso en las comunicaciones y que, debido a eso, no nos hubiera llegado algún mensaje de él. Pero, me parece que ya hemos esperado un tiempo más que prudencial, y no se ha recibido ninguna noticia de su existencia. De manera que voy a dar paso a la segunda parte de la voluntad de don Adrián. —¿De qué trata esa segunda parte? —Ahora vamos a ello —dijo el notario mientras sacaba de su maletín unos legajos—, de acuerdo a estos documentos, que obran en mi poder, y que manifiestan la última voluntad de don Adrián Valverde, deja sus propiedades, y todo lo que a la fecha de la lectura de este documento se encuentre dentro de ellas, con excepción obvia del personal y sus pertenencias, a Cristina Isabel Urresti y a… 231

—Creo que es necesario aclarar algo —interrumpió Isabel—, me parece que debe de haber un error, pues, no sé si usted está enterado, pero yo no soy pariente consanguínea de él. Pasé a ocupar tal posición después de que mi padre, en una de tantas guerras que se dieron en estos lugares en la segunda mitad del siglo pasado, le salvara la vida a Adrián Valverde. A raíz de ese suceso, ellos se hicieron muy

amigos, casi se

veían como hermanos, de allí que desde que nací comencé a ser su sobrina. Pero todavía más: jamás había estado yo en estas tierras, las pocas veces que lo vi en los últimos cuatro años fue porque él llegó a visitar a mis padres. —Estoy enterado de todo eso —confirmó el notario—, pero, sea como sea, la voluntad de don Adrián es esta, y yo estoy aquí únicamente para velar por que se cumpla. También debo mencionarle que, dentro de la hacienda, los únicos que, hasta el momento, están enterados de la decisión de su tío son: El administrador, don Pablo Días; y Celia, la empleada de confianza del señor Valverde. Usted puede, con toda confianza, apoyarse en ellos para la adecuada administración de la propiedad.

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—Todo esto me parece irreal… me es imposible creer que todo esto esté ocurriendo. —Pero realmente está sucediendo. En los próximos días voy a traer algunos documentos para su firma. Aunque ahora las cosas ya no corren prisa, por el momento está clara la situación de la propiedad. El notario tomó su maletín, guardó en él los documentos que había llevado, se despidió de Isabel, salió de la casa y se marchó en su caballo. «Me parece que esto no está tan claro como dice el leguleyo — pensó Isabel—, ¿yo, la dueña de estas tierras? Ahora también recuerdo algo, me parece que el notario iba a agregar otro asunto antes de que dijera que estas tierras me pertenecían» Sin embargo, Isabel dejó de pensar en todo aquello, y empezó a prepararse mentalmente para comenzar desde ya su labor como administradora de aquellas tierras. Unos días después comenzó la cosecha de los frutos del café, y el trabajo se volvió muy intenso. Isabel se pasó a vivir a una casa más pequeña en los alrededores del beneficio, para poder estar pendiente del proceso, pero ocurrió también que aquella casa le resultaba 233

más acogedora y, además, allí se sentía más libre, y si eso no fuera suficiente, la casa tenía, además, una piscina. Se quedaría en aquel lugar al menos hasta que finalizara la temporada de la cosecha. Los días fueron pasando, hasta que de pronto se encontró que era ya el mes de marzo de 1929. Y así como ella veía las cosas, Adrián Valverde realmente había desaparecido del todo; no había noticias de él, nadie sabía dónde estaba, si es que realmente estaba en alguna parte, en algún lado que no fuera una sepultura. Después de la cosecha y el ajetreo del beneficiado o procesado del café, Isabel se quedó viviendo en la casa que estaba cercana a las instalaciones del beneficio. Por las mañanas, algunos días, se aparecía por las oficinas administrativas a conversar un poco con el administrador, para enterarse de cómo iban las cosas con la venta del café y el resto de la producción de la hacienda. Las tardes generalmente las utilizaba para ir al río a tomar un baño y ponerse a escribir un poco. En la hacienda todo parecía haber tomado un ritmo monótono, parecía un mecanismo muy bien engrasado. Todo iba tan bien en la hacienda, que Isabel comenzó a espaciar cada vez más sus visitas a la oficina del administrador pensaba 234

que podía tomarse unas muy largas vacaciones hasta que, de nuevo, volviera la temporada del café. Una tarde, después de varios días de no aparecerse por las oficinas, montó su yegua blanca y despacio, al paso, la condujo hasta el río. Allí desmontó, y luego desató del pomo de la silla de montar una bolsa, en la que llevaba sus utensilios para escribir. Apenas había avanzado unos pocos metros, cuando vio otro caballo ensillado que estaba atado al tronco de un pino nuevo, era un bayo dorado de crines y cola blanca. Aunque realmente no sabía cuántos ni cómo eran los caballos de la hacienda, le extrañó que un caballo como ese anduviera en aquel lugar. Recogió un palo del suelo y continuó caminando hacia el río, procurando no hacer mucho ruido, pero no se veía a nadie. Llegó hasta la ribera y allí, sobre un arbusto, vio un hatillo en el cual se incluían una toalla y ropa interior femenina, a la par también se encontraba un par de botas de montar, sospechó que, quien fuera que fuese, se encontraba en la misma poza que ella frecuentaba. Dejó su bolsa con los aperos de escritura cerca del arbusto con el paquete de ropa, y se acercó con precaución a uno de los peñascos que servía de mampara a la poza. Entonces la vio, una chica, más o menos 235

de su misma edad, que en ese momento le daba la espalda, se bañaba tranquilamente en las frescas aguas del río. Por un momento Isabel pensó pegarle un susto allí mientras se encontraba dentro del agua, pero luego pensó que mejor esperaría a que saliera. Regresó despacio sobre sus pasos, y se sentó a la par del arbusto con el hatillo, sacó de la bolsa que ella llevaba unas hojas de papel, un lápiz y una tabla para apoyarse al escribir. Estaba decidida a esperar el tiempo que fuese necesario. De pronto, un fuerte grito la sacó de su ensimismamiento, la chica de la poza estaba frente a ella totalmente desnuda, juntando las piernas, tratando de cubrir su intimidad y sus pechos con brazos y manos. Isabel, sintiéndose dueña de la situación, se le quedó viendo con bastante parsimonia de pies a cabeza, examinando cada parte visible de su cuerpo, mientras la chica tiritaba de frío. Entonces emergió la personalidad bromista de Isabel. —¿Quién eres? —Le preguntó con una sonrisa en sus labios, sintiéndose como el gato que se dispone a jugar con su presa. —No, tú dime quién eres. 236

—Bueno, no podemos continuar con este juego, de manera que si no me contestas te vas a quedar allí desnuda. —Sabes qué… —Sí ya sé, quisieras matarme. Pero, como te dije, te vas a quedar desnuda porque me voy a llevar tu ropa y tu lindo caballo. —No te atreverías… —Vaya —dijo sonriendo Isabel—, ahora verás que sí me atrevo —aseveró mientras se incorporaba y recogía el hatillo y su bolsa—. Pero para que veas que no soy tan mala te voy a dejar la toalla. Acto seguido Isabel le lanzó la toalla. —¡Cógela! La chica, en un acto reflejo, tratando de atraparla dejó visibles sus pechos. —Vaya, tienes un lindo cuerpo. La chica desconocida abrió los ojos expresando su ira.

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—¿Sabes qué? —continuó Isabel. —Qué quieres… —Tus ojos verdes se ven más lindos cuando estás iracunda. Esta vez Isabel alcanzó a ver el esbozo de una sonrisa en la boca de la chica desconocida. —Además eres maliciosilla. La chica no pudo ocultar más su sonrisa. —Vamos, por favor, dame mi ropa. Sabes que no puedo irme así —suplicó la chica desconocida. —Sólo si me dices quién eres. —Soy la hija de Adrián Valverde… —¡¡Qué!! ¿La hija de quién…? —De Adrián Valverde —¿El dueño de la hacienda? —Sí, quién más. Me imagino que tú eres la chica a quien él llamaba su sobrina. 238

—Sí, creo que sí—dijo Isabel mientras se acercaba a la recién identificada hija de Adrián Valverde para entregarle su ropa. —Discúlpame, no podría haberlo adivinado. —No te apures —le respondió la chica mientras ponía su ropa sobre una roca para poder terminar de secar su cuerpo. —Perdón, voy a darme la vuelta para que tú puedas vestirte con tranquilidad. —Vaya, qué consciente, ahora que ya prácticamente me has visto desnuda. —Nunca supe que Adrián Valverde tenía una hija—cambió Isabel la conversación estando aún de espaldas a la chica. —No, claro, es una historia no muy larga pero desconocida por la mayoría. —Pero, tú ya sabes que tu padre ha desaparecido. —Sí. —Y no pudiste venir antes,

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—No, pues me encontraba estudiando fuera del país, en Europa —Vaya, vaya. Pero puedo ver que ya conocías estos lugares. —Sí, ya que antes de que mi padre me mandara a estudiar, pasé una larga temporada aquí con él en esta hacienda. —Ya veo. ¿Sabes? me siento un poco fuera de lugar, si tú eres su hija, tú eres la heredera de esto, No sé realmente qué estoy haciendo aquí. —Bueno, según yo sé, tú también heredas junto conmigo. Ahora bien, creo que al fin de cuentas sólo tú vas a heredar… —Explícate… —No deseo quedarme aquí, sólo he venido por un tiempo, pues mi idea es regresarme a Europa. —¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —No sé exactamente. Pienso quedarme hasta que se arregle todo el papeleo relacionado con la herencia. —Creo que eso no tomará mucho tiempo pues, según entiendo, o al menos creo entender, lo que tratas de decirme 240

es que quieres el dinero que vale la parte de la hacienda que has heredado. —Eso es exactamente. —Es extraño que el abogado no me haya mencionado nada sobre ti, ni de que la heredad era compartida. —Bueno, dejemos ese problema en manos del escribano, él sabrá resolverlo. Me parece que hemos estado conversando varias cosas pero aún no nos hemos presentado. —Mi nombre es: Cristina Isabel Urresti. —El mío: Mariana Ximena, con equis. —¿Mariana con equis? —No, Ximena. —Mariana Ximena Valverde. —No, Castells —¿Castells? —Sí, llevo el apellido de mi madre.

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—Ya veo. Al fin las chicas parecían haber congeniado, fueron hasta donde estaban sus caballos, los tomaron de las riendas y se fueron caminando, halando a los jamelgos detrás de ellas, y conversando sobre diversos temas. Cuando estuvieron cerca del casco de la hacienda Isabel se separó de Mariana e hizo ademán de montarse en la yegua. —¿No vas a ir hasta la casa del casco? —No, probablemente venga mañana a ver algunos asuntos de la administración. Realmente prefiero vivir en la casa cercana al beneficio. —¿Te veo mañana? —Creo que sí. Tal vez tú puedas mandar por el escribano para arreglar los asuntos pendientes de la herencia. —Tienes razón, mañana temprano le voy a mandar un mensaje con alguno de los empleados de la hacienda. Las chicas se despidieron, e Isabel tomó las riendas para encaminar a la yegua por la senda del beneficio. 242

—Hasta mañana, Mariana con equis—, sonrió Isabel cuando ya le daba la espalda a su compañera.

Después de un rato de haber llegado, Mariana tomó su frugal cena, y salió al portal, se sentó en una mecedora y se quedó allí pensativa. Cuando Isabel iba llegando a la casa que habitaba, algunas estrellas comenzaban a hacer su aparición en el cielo. Llevó el caballo al establo, lo desensilló y entró en la vivienda, se fue a la cocina, avivó el fuego y calentó los alimentos que le había dejado la servidumbre. Después de cenar salió al portal de la casa, se quitó las botas de montar y se acostó en una hamaca, desde la cual podía ver el cielo estrellado, fenómeno un tanto raro para el mes de Julio. Cuando, después de un par de horas en la hamaca, entró en la casa, vinieron a su mente unos versos de Lope de Vega: A mis soledades voy, /de mis

soledades vengo, / porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos. De pronto se sintió sola. Tal como decía el último

verso,

a

ella

siempre

le

habían

bastado

sus

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pensamientos y sus escritos para no sentirse vacía; pero ahora, por primera vez, experimentaba la soledad. Cuando se fue a acostar se colocó su ropa de dormir y se quedó tendida bocarriba en la cama. Su mente comenzó a viajar por los sucesos de la tarde, y reconstruyó en su imaginación el rostro de Mariana con su cabellara castaña, la aparente furia dibujada en sus atrayentes ojos verdes, sus mohines, sus gestos. Luego la recordó desnuda, sus ademanes, su tersa piel trigueña y, aun cuando no había visto su intimidad, la creó mentalmente. Y entonces fijó en su mente la figura de Mariana tal cual era, tal como ella quería recordarla, con ese cuerpo fascinante. Todo en ella le atraía, le resultaba gracioso. ¿Estaba enamorándose de otra mujer? Mariana se encontraba acostada en su habitación de la casa grande del casco de la hacienda, se había ido a la cama bastante temprano pero no podía conciliar el sueño. Dirigió la mirada hacia la ventana y observó cierta luminosidad en la cortina. Se levantó, la descorrió y se quedó admirando la luna, que ya era llena o estaba muy cerca de serlo. Apoyó su espalda contra el marco de la ventana y se quedó como cautivada. Luego apoyó también la cabeza y se sintió 244

embelesada, atrapada en quien sabe qué infrecuentes ensoñaciones. Isabel se despojó de su ropa de dormir, quedándose desnuda. Se levantó y, bajo la amortiguada luz del quinqué y unas velas, se colocó frente a un espejo de cuerpo entero que estaba en la habitación que ella ocupaba, examinó su cuerpo y vio que también era atractivo como el de Mariana Ximena. Se quedó viendo su reflejo un rato, pero aquella imagen le trajo a la mente la figura de Mariana y la deseó, deseó poder estar con ella, deseó poder tocar su cuerpo, acariciarlo. Se fue de nuevo a la cama con la imagen de Mariana en su mente. La deseó más fuertemente, y entonces, casi involuntariamente, una de sus manos se deslizó hasta su intimidad, buscando su fuente de satisfacción sensual, mientras la otra buscó sus senos para acariciarlos, mantuvo aquella imagen en su mente hasta que entre jadeos y oleadas de goce alcanzó por fin el súmmum de placer, y en ese preciso instante, en un susurro de infinito sentimiento, alcanzó a decir: —Mariana, Mariana, mi dulce Mariana…

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Luego cerró los ojos y se durmió desnuda, haciendo de caso que su dulce Mariana estaba allí con ella.

Entre tanto, en la casa del casco de la hacienda, Mariana se dormía construyendo castillos en el aire, soñando con una princesa que paseaba por parajes encantados.

—Señorita Urresti —dijo el picapleitos, siempre bien atildado y con aire de suficiencia—, ante todo quiero pedirle disculpas por no haber mencionado, debido a un olvido de mi parte, lo relacionado con la señorita Castells en mi visita anterior; en cuanto a su parentesco con don Adrián Valverde, y los asuntos relacionados con la herencia, que a ella también atañen. Bien, de acuerdo a lo que yo tengo entendido, según comunicación escrita, y dirigida a mi persona, por parte de la señorita Castells, ella renuncia a su derecho sobre la hacienda como tal, y acepta, en su defecto, la cantidad de dinero equivalente a la mitad de la propiedad que le había sido otorgada por su padre. Cantidad que ella accede a recibir sin poner ningún reparo. De

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manera que, la hacienda Valverde pasa a ser propiedad exclusiva de Cristina Isabel Urresti. —¿Cuánto tiempo va a llevar terminar todo el papeleo? — preguntó Mariana. —Me parece que no mucho tiempo, señorita Castells, como máximo tres semanas, pues su padre, el señor Valverde, ya había previsto esta situación y había dejado lista la cantidad que usted va a recibir. —Sí, él parecía prever siempre casi todo. —El resto del papeleo, lo cual sería puro formulismo, corresponde únicamente a la señorita Urresti. De manera que si, tal como usted me lo expresaba en la nota que me envió, desea partir de este país lo antes posible, podrá hacerlo sin ningún problema dentro de tres semanas. —De acuerdo, gracias. La situación de la hacienda quedó totalmente definida, Isabel quedaba como propietaria única de aquellas tierras.

247

—Pero dime, Mariana, porqué te quieres ir tan pronto

—le

preguntó Isabel mientras caminaban al atardecer por los patios de secado del beneficio. —Bueno, como verás, ya no hay nada que me retenga aquí en este lugar. Ahora tú eres la dueña de la hacienda; y mi padre, a quien conocí muy poco, tampoco está. —Te entiendo, pero eso no significa que tengas que irte tan pronto. Apenas llegaste hace cuatro días y ya quieres marcharte. Acaso te disgusta tanto estar aquí. —No, en absoluto. —Tengo escasos días de conocerte, Mariana con equis, pero intuyo que podemos llevarnos muy bien. Es más, si quieres te devuelvo tu mitad de la hacienda sin que tengas que reintegrarme nada. Esta propiedad, para mí sola, se me hace demasiado grande. —Es una oferta muy generosa, pero ya llevas aquí bastante tiempo y la has manejado muy bien tú sola. Es obvio que no necesitas a nadie más para que te ayude.

248

—Bueno, de acuerdo, creo que no voy poder hacerte desistir de que te vayas pero… ¿Puedo pedirte algo? —Dime. —Quiero conocerte un poco más, y me agradaría que me acompañaras en mis quehaceres de la hacienda, aunque en esta época del año no son muchos. —De acuerdo, a mí también me agradaría saber cómo se desarrolla el trabajo de una hacienda. Los días siguientes las chicas anduvieron de un lado a otro de la propiedad, inspeccionando los diferentes cultivos, las trojes donde

se

depositaban

los granos,

y los trabajos de

mantenimiento. En el beneficio estaban ya comenzando las labores de poner a punto las calderas y los demás equipos, preparándose por adelantado para la temporada de recolección y procesamiento del café. Cuando ya quedaban únicamente tres días para la partida de Mariana, por la noche la tristeza invadió a Isabel, se sintió apesadumbrada por la inminente despedida de su amiga, cuando se fue a la cama le costó bastante conciliar el sueño. 249

Apartando cualquier sentimiento sensual entre ellas, su amistad había sido inmejorable. El siguiente día por la tarde, Isabel le propuso algo a Mariana: —Mariana, al parecer nada te hizo cambiar de opinión, y continúas dispuesta a marcharte. —Sí, realmente sí. Me voy pasado mañana. —Créeme que te voy a echar mucho de menos. —A mí también me vas a hacer falta. —Te propongo algo —dijo Isabel expectante. —Qué cosa. —Qué te parece si para despedirnos vamos al río en el cual nos conocimos cuanto tu acababas de llegar. —Me parece una buena idea, vamos. —De acuerdo, pero primero pasemos a la casa del beneficio recogiendo unas toallas. —Buena idea,

250

Las chicas llegaron cerca de las riberas del río, ataron sus cabalgaduras a los troncos de unos pinos jóvenes y caminaron, como si hubiesen estado de acuerdo, hasta donde se encontraba la poza donde había encontrado Isabel a Mariana, casi un mes atrás. —Sólo hay un problema—apuntó Isabel. —¿Cuál? —No hemos traído ropa de baño. —Tal vez sea problema para ti, pero a mí tú ya me has visto desnuda, de manera que no tengo inconveniente en que lo hagas de nuevo. —¿De verdad no tienes inconveniente en que nos bañemos sin ropa? —No, ninguno. Ven, dejémosla aquí junto a esta roca y nos metemos en la poza. Anda, vamos. Cuando estuvieron desnudas se tomaron de la mano y se introdujeron en la poza. El agua apenas cubría sus senos.

251

Por un momento, entre ellas se hizo un silencio incómodo hasta que Mariana intervino: —Vaya, parece que no tenemos nada que decirnos. —Tengo algo que decirte, pero no sé cómo hacerlo. —Eso es fácil, sólo dilo de una vez sin pensarlo mucho. —¿Puedo tomarte de la mano? —Claro que puedes. Isabel cogió de la mano a Mariana y tomó fuerzas para hablar. —Lo que voy a decirte es algo… algo… incongruente, ridículo tal vez, un despropósito. —Vamos Isabel, dilo de una vez… —Creo que te amo… —dijo Isabel mientras apretaba un poco la mano de Mariana. Por un instante Mariana se quedó callada, e Isabel intento dejar su mano, pero Mariana se lo impidió. —No sé cómo hacer esto, pero lo voy a hacer —dijo Mariana acercando su rostro al de Isabel para besarla en la boca. 252

Entonces se abrazaron, sus senos y sus intimidades se juntaron. Sus bocas compartieron el aliento del deseo, y sus almas se estremecieron. Estuvieron un buen rato acariciándose y besándose, hasta que Isabel rompió aquel momento mágico. —Oye—dijo susurrando al oído de Mariana—, mientras estemos aquí es posible que alguien pueda vernos, qué te parece si mejor nos vamos a la casa del beneficio. Allí estaremos realmente solas. —Sí, sí, vamos —, aprobó Mariana anhelante. Apenas si tuvieron tiempo para recoger su ropa y vestirse nuevamente. Cuando llegaron al refugio convenido, aún tuvieron que aguardar un poco hasta que la servidumbre se retirase, tal como lo hacían todos los días a eso de las cinco de la tarde. Cuando únicamente quedaron ellas dos en la casa, las chicas subieron a la habitación de Isabel; deseaban inmensamente estar solas para poder expresarse libremente su amor. Se desvistieron lentamente a la suave luz de unas velas, colocaron 253

sus ropas sobre una silla con respaldo de junco y, cuando estuvieron completamente desnudas se tomaron de las manos, se vieron a los ojos y luego acercaron sus labios para darse un corto beso. Mariana se soltó de una de las manos de Isabel y le acarició a esta las mejillas, luego deslizó su mano hasta el cuello, para llegar enseguida a los senos y acariciarlos con suma ternura. Después acercó sus labios, y con ellos recorrió en su totalidad aquellos turgentes pechos. Isabel únicamente se dejaba hacer, mientras cerraba los ojos para concentrarse totalmente en aquel dulce placer. Luego se fueron a la cama, se sentaron con las piernas entrelazadas una frente a la otra, y comenzaron a jugar el juego de acariciarse, repitiendo una de ellas las caricias y los mimos que la otra le había hecho antes. El juego se extendió por un buen rato. Luego se besaron apasionadamente, tratando ambas de retener en su memoria el aliento de la otra, para evocarlo cuando ya no estuvieran juntas. Recorrieron con sus labios cada parte del cuerpo de su compañera, desde los pies hasta la cabeza. Se deleitaron explorando entre los pétalos de sus fuentes de placer, y se abrazaron fuertemente cuando creyeron alcanzar el paraíso, en un intento vano por querer permanecer juntas en él por 254

siempre. Cuando, fuera de aquel pequeño edén, la oscuridad de la noche lo había cubierto todo, Isabel y Mariana se delectaron repitiendo una vez más el celestial juego del amor. A la mañana siguiente, Mariana se levantó y se vistió primero, luego se sentó en el borde de la cama en donde Isabel yacía todavía desnuda, le acarició el rostro y le retiró unos mechones de cabello que le cubrían los ojos. Isabel se despertó, vio a Mariana, y una sonrisa triste se dibujó en sus labios. —¿Te vas tan temprano? —Sí, tengo todavía que empacar algunas cosas. Pero antes quiero decirte que te amo. —Entonces, quédate… —Sabes que no es posible, que nuestro amor ni siquiera es imaginable para la sociedad. —Quédate y lo enfrentaremos. Mariana tomó la mano de Isabel y la llevó hasta su pecho. —Quiero recordarte siempre feliz, como lo estuvimos ayer por la noche, quiero perpetuar en mi mente ese instante en que las 255

dos pudimos amarnos sin limitaciones. No soportaría tener que separarme de ti por circunstancias ajenas a nosotras, por la injusta marginación a la que nos veríamos sometidas. Creo que hubiera sido peor jamás enterarnos de que tú me amas, y de que yo te amo a ti. Pero, estoy segura, es mejor que yo me marche, tal como estaba planeado desde el principio. Mariana se puso de pie, luego se inclinó apoyándose en el borde de la cama, le dio un beso a Isabel en la frente, y se alejó rápidamente, sabía que una lágrima de Isabel podría hacerle cambiar su decisión. Cuando Mariana salía de la cuadra montada en su caballo, no pudo contener más su llanto, y dejó que las lágrimas corrieran libremente por su rostro. El cielo estaba azul y despejado, y un viento fresco, extraño para aquella época del año, jugueteaba con su cabello. Hubiera sido el día perfecto para ir de paseo con Isabel. En la estación del tren había muy poca gente, lo cual era usual en las épocas en que no se cosechaba café. Sobre el andén, cerca del borde por donde pasaría el tren, descansaba el equipaje de Mariana quien, junto con Isabel, se encontraba 256

sentada en una banca cercana a la oficina del encargado de la estación. No reían, sus rostros reflejaban una noche de desvelo y cierto vestigio de tristeza. No podían abrazarse, no podían tomarse de las manos, no podían, en definitiva, expresar ninguna muestra de cariño entre ellas. De pronto, como una daga que se clava inmisericorde en el pecho, Isabel escuchó el silbato del tren que se aproximaba a la estación. Era el destino, que ineluctablemente se avecinaba para arrebatarle a su dulce Mariana. «¡Malhaya ese sórdido destino!» Antes de subirse al vagón que la alejaría definitivamente de Isabel, Mariana se volvió hacia ella y se despidieron con un sutil beso en la mejía y, furtivamente se tomaron de la mano un efímero instante. —Mariana con equis, si en algún momento decides regresar, esta será siempre tu casa, y yo estaré aquí esperándote. Mariana agachó la cabeza, era obvio que más de alguna lágrima pugnaba por salir de sus ojos. Así abordó el tren, y un

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par de minutos más tarde partía, mientras la máquina sonaba desgarradoramente su silbato. Isabel se quedó en el andén, observando aquel serpentino artefacto hasta que desapareció de su vista, y luego regresó a la calesa en donde la aguardaban Celia y el cochero. Nadie hizo ningún

comentario durante el trayecto hasta que iban

llegando a la hacienda. —Celia. —¿Sí, señorita? —Cuánto falta para que comience la actividad del café nuevamente. —Estamos ya prácticamente en Agosto… pues yo diría, señorita, que poco más de un mes —Bien, entonces arregla tus cosas lo más rápido que puedas porque partimos hacia la capital. —¿Ahora?

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—No, mañana en el tren. Y tú, Matías, cuando nos hayas dejado en la hacienda, te regresas a la estación a reservar tres asientos de primera clase. —¿Tres? —Preguntó Celia. —Sí, tres, porque vas a traer a una de tus empleadas con nosotros. Nos vamos a quedar un mes en la capital. Isabel no quería permanecer en la hacienda, había en ella recuerdos que socavarían fuertemente sus ánimos. De manera que intentaría sepultar un sentimiento del espíritu, bajo varias capas de caprichos materiales. Regresaría cuando la actividad cafetalera estuviera comenzando de nuevo, y se enfrascaría en ella para evitar evocar sentimientos dolorosos. El hotel Nouveau Monde era uno de los mejores de la capital, allí se había hospedado Isabel y sus ayudantas. Allí había establecido la chica su cuartel general. Los tres primeros días se dedicó a asuntos relacionados con la venta y exportación del café, fue a visitar varias empresas exportadoras de dicho producto, para estudiar la posibilidad de establecer relaciones comerciales con alguna de ellas, aquella que le garantizara más ventajas por la venta del café en oro al extranjero. Los 259

siguientes días se dedicó a estudiar las ofertas que le habían hecho, y visitó los bancos para tratar algunos asuntos relacionados con cartas de crédito, y otras cuestiones concernientes con el comercio internacional de productos agrícolas, tenía en mente hacer producir algunas tierras ociosas dentro de la hacienda. Después de quince días ajetreados, consagrados a proyectos relacionados con sus tierras, dedicó el siguiente tiempo a satisfacer sus caprichos femeninos. Comenzó a recibir clases de manejo por las mañanas y, hasta pensó en comprarse un coche, pero luego concluyó que eso lo discutiría mejor con el administrador de la hacienda. Por las tardes se iba de tiendas, a buscar ropa que estuviera de moda que, según le habían dicho, lo nuevo en indumentaria de diario era: el estilo sastre elaborado con hilo de lanilla oscura, y también las chaquetas en satín claro ceñidas al talle, y sombreros de capellina en paja de arroz. Aprovechó también el tiempo para que le confeccionasen alguna ropa para montar. En uno de los almacenes que visitó, le mostraron lo nuevo en ropa para pasear en automóvil, la cual era confeccionada básicamente en tonos gris y beige. Visitó librerías y se aperó de bastante papel para escribir, tinta, 260

canuteros, plumillas y lápices. Aprovechó, además, algunas noches para ir a ver la zarzuela. En los últimos días que le quedaban en la capital compró una máquina de escribir Remington, quería experimentar la diferencia entre escribir a mano, con tinta y canutero, y escribir utilizando la tecnología moderna. Había logrado satisfacer muchos de sus caprichos, había establecido algunas relaciones comerciales que se perfilaban provechosas para los negocios de su hacienda pero, a pesar de todo, Mariana se negaba a partir de su mente y de su corazón. A principios de Febrero recibió una tarjeta de Navidad que le había enviado Mariana, no decía mayor cosa, sólo que la felicitaba y le deseaba lo mejor en el próximo año. La única nota de intimidad la constituía un "Me haces falta". En la hacienda, Isabel se embebió en las diferentes actividades agroindustriales. Pasada la cosecha se le ocurrió que podría implementar el cultivo de árboles frutales, envasar su jugo y lanzarlo a la venta del público en general en la capital. Pero, lo

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único que había conseguido, después de casi un año de la partida de Mariana, era la aceptación del hecho en sí. Y pasó un año completo. La cosecha del café estaba nuevamente a las puertas, esta vez iba a haber algo novedoso en el beneficio, se iba a utilizar una maquinaria nueva: las secadoras de aire caliente compradas a iniciativa de Isabel. Todos en la hacienda estaban expectantes del resultado que iban a obtener. Sólo Isabel parecía haber tenido una recaída. Sin embargo, comenzó a planear que después de la siguiente temporada del café se iría de viaje fuera del país, para ver si de esa manera terminaba con los recuerdos.

Unos días antes de la cosecha de 1930 en la hacienda Valverde Eran las tres y media de la tarde, y aun cuando el clima comenzaba a volverse fresco, la modorra del mediodía estaba 262

todavía presente en el ambiente. Un jinete, de complexión más bien delgada, montado en su caballo y portando sobre su cabeza un sombrero de ala ancha, se movía al paso por el sendero de tierra, parecía no tener prisa por llegar a donde quiera que fuese. Al alcanzar una bifurcación del camino, tomó la senda que se alejaba del beneficio de café y siguió de largo. Iba como pensativo, con el sombrero bajo, aparentemente para protegerse el rostro de los rayos del sol. Calmoso, llevó su cabalgadura hasta un pequeño grupo de pinos de montaña que se encontraban a la vera del camino, y que crecían en una leve pendiente. Se bajó, ató las riendas a un poste bajo que alguien había colocado en ese lugar, y dejó que el caballo olisqueara el suelo en busca de alguna hierba que le apeteciera; en tanto el jinete comenzó a caminar pendiente abajo. Llegó a un pequeño escampado, miró hacia los lados, luego hacia el piso, como buscando un sitio en donde sentarse, se dirigió decidido hacia su izquierda, como si hubiese encontrado el sitio adecuado, se sentó, estiró las piernas y se apoyó sobre el codo izquierdo, como disponiéndose a pasar una larga jornada contemplando la naturaleza.

263

Después de un largo rato, en el cual el jinete estuvo cambiando el apoyo de su brazo izquierdo al derecho y del derecho al izquierdo, recogió las piernas, las rodeó con sus brazos, apoyó la frente en ellos y pareció quedarse dormido, pero un fuerte grito lo despertó. —¡¡Oiga!! ¿Qué hace usted aquí? El jinete levantó un poco la mirada manteniendo oculto el mentón, y vio a una mujer desnuda que acababa de salir de una poza oculta del río, tratando de cubrirse utilizando brazos y manos. —¡Por favor váyase, esta es una propiedad privada! El jinete no pareció inmutarse, se incorporó despacio, y de la misma manera se quitó el sombrero, e inmediatamente cayó sobre sus hombros una cascada de cabellera castaña. Isabel no entendía lo que estaba ocurriendo, y se sintió aturdida. —Mariana —dijo con voz apenas audible—. Mariana, ¿eres tú realmente? —Sí, Isabel, soy yo. 264

Isabel ya no se preocupó por cubrirse, y comenzó a caminar hasta donde se encontraba su amiga, se colocó frente a ella y la tomó de las manos. —Dime que no eres un sueño o que yo estoy delirando. —No, no soy un sueño, ni una aparición, ni tú estás delirando. He vuelto, pues tú me dijiste cuando me marché que… — …Si en algún momento decidías regresar, esta sería

siempre tu casa, y yo estaría aquí esperándote —completó Isabel—. Y ya ves que así es. Mariana, entonces, se abalanzó sobre Isabel y la abrazó fuertemente, en tanto que ella la correspondía de igual manera. —Vamos —dijo entonces Mariana—, vístete, no sea que vayas a pescar algún resfriado. Momentos después las dos chicas iban montadas en sus caballos, poniéndose al día sobre las cosas que habían ocurrido durante el tiempo que habían dejado de verse. —Dime, mi dulce Mariana con equis, quieres que vayamos a la casa del casco de la hacienda o a la que está cerca del beneficio. 265

—Llévame donde tú quieras, lo único que deseo es no volver a separarme de ti. Estoy segura que estando juntas podremos hacerle frente a lo que venga.

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La Celebración del Yule In truth we do not go to Faery, we become Faery, and in the beating of a pulse we may live for a year or a thousand years. But when we return the memory is quickly clouded, and we seem to have had a dream or seen a vision, although we have verily been in Faery. James Stephens 1882 -1950

La chica apretaba el paso por entre las solitarias calles que debía pasar antes de arribar a su apartamento, había salido muy tarde del trabajo, igual que ocurriría en los próximos días debido a la temporada navideña. Era casi la media noche cuando pasaba frente al antiguo convento de los franciscanos, ahora un viejo, inhabitado y lúgubre caserón en ruinas, en el cual, según el decir de algunas gentes, ocurrían a veces cosas muy extrañas. Más de algún transeúnte nocturno juraba haber visto a un viejo y misterioso fraile en uno de los balcones, observando la calle con la vista perdida. Pero Vivian, la chica que ahora transitaba aquellos sombríos pasajes, quería creer que esos no eran más que viejos cuentos para asustar a los niños; a ella, lo que en aquel momento le causaba temor, era la posibilidad de encontrarse con algún malviviente que pudiera hacerle daño. Vivian llegó a la esquina del antiguo convento, dobló en ella y, cuando se disponía a continuar su camino, vio una estampa anacrónica: a unos cien metros, por la calle en dirección 269

contraria, venía un carretero guiando una especie de trineo tirado por un par de corceles blancos, o al menos eso parecía. Metió la mano en el bolso que traía colgado de su hombro derecho, tratando de encontrar algo que le pudiera servir de arma improvisada para defenderse si fuese necesario; y lo único que encontró fue una lima metálica para el arreglo de las uñas. La agarró como si se tratara de un puñal, manteniendo siempre la mano dentro del bolso, y continuó caminando despacio. El hombre con aquel raro trineo continuaba acercándose. La débil luz del alumbrado de la calle le impedía a la chica ver con claridad la cara de aquel extraño sujeto, un tanto oculta por el sombrero que llevaba puesto. La distancia entre ambos se iba reduciendo hasta que, por un instante, quedaron al mismo nivel. El hombre levantó la mano en que llevaba la fusta para arriar los corceles y Vivian, impelida por un acto reflejo, sujetó más fuertemente el arma improvisada, aún en el interior del bolso, dispuesta a esgrimirla para defenderse. —Buenos días, señorita —dijo de forma jovial el extraño conductor del trineo. Vivian se quedó un poco confusa y, apenas, casi en un susurro, alcanzó a responder: —Buenos días, señor. —¡Feliz nuevo año, y sé que lo será para ti!—continuó diciendo el extraño carretero, un hombre bastante mayor, levantando un poco su sombrero que, hasta donde alcanzaba la vista de Vivian, parecía de estilo tirolés con una pluma a un lado. 270

« ¿Feliz nuevo año, y sé que lo será para ti?»—, se preguntó la chica. Encogió los hombros restándole importancia al asunto y continuó caminando. Después de unos cuantos pasos, cayó en la cuenta de que ya no se escuchaba el ruido metálico que hacían los esquís, o lo que fuera sobre lo cual se deslizaba aquel extraño ingenio, al ir rozando el adoquinado en su desplazamiento. Aquello le produjo curiosidad, y volvió a ver hacia atrás para comprobar si aquel raro artefacto se había detenido, pero no había nada. Vio la carátula de su reloj de pulsera, y se dio cuenta que ya pasaban unos pocos minutos de la doce de la noche. Recordó, entonces, las cosas que se decían del antiguo convento de los franciscanos y, a pesar de que ella decía no creer en esas cosas, sintió temor. Apuró, entonces, el paso para terminar de llegar a su apartamento. Al llegar se tocó la frente y concluyó que tenía un poco de fiebre. Había comenzado a sentirse mal desde hacía unos pocos días pero no había ido con el médico; además, estaba segura de que aquel malestar se debía al trabajo, que en la época navideña siempre era agobiante. A pesar de que ya pasaba la media noche se preparó una sopa instantánea, pues estaba segura que una buena ración de calorías le haría sentir mejor. Afuera el frío arreciaba cada vez más, y las calles de los alrededores, que habitualmente no eran muy concurridas, ahora se encontraban vacías. Los trasnochadores habían preferido quedarse recogidos en el calor de sus casas. Al día siguiente Vivian no se sentía mejor, pero aun así decidió ir a trabajar. Y, al igual que el día anterior, la jornada fue 271

terriblemente agotadora, de manera que pidió permiso para retirarse más temprano del trabajo. Al pasar nuevamente frente al antiguo convento de los franciscanos, cuando iba de regreso a su vivienda, recordó al extraño hombre que, en la noche anterior, iba conduciendo el trineo con los corceles blancos. Y, como si lo

hubiese invocado, al dar la vuelta justo en la

esquina del convento, se volvió a encontrar con la misma imagen de la noche anterior: el carretero y su extraño trineo venían en dirección contraria hacia ella. Pero esta vez Vivian ni siquiera hizo el intento de buscar su lima metálica de uñas dentro del bolso. Se sentía verdaderamente mal, y lo único que le interesaba era llegar a su apartamento. Cuando se encontraron con aquel extraño personaje, este la volvió a saludar: —¡Bienvenida a tu año nuevo de felicidad! —Gracias, señor. Vivian sintió bastante curiosidad por lo de la referencia al año nuevo. —Mañana te vas a sentir bien —le dijo el extraño antes de que ella pudiera preguntarle algo. «Vaya —pensó Vivian—, pobre hombre, quizás debe de sentirse peor que yo, apenas es veinte de diciembre y ya me depara un año de felicidad. Así como me siento será un milagro si todavía amanezco viva mañana».

272

El

carretero

continuó

su

camino

llevando

un

extraño

cargamento en la parte trasera de su raro transporte: una porción grande del tronco de un árbol. Acaso lo iba a utilizar como leña para su hogar. Después de aquel increíble encuentro Vivian trató de continuar su trayecto, cuando de pronto creyó escuchar las campanadas de algún reloj cercano, eran las diez de la noche; sin embargo, estaba plenamente segura de que no había por esos lugares un reloj público. Sintió un leve mareo, y tuvo que apoyarse en la pared de la casa inmediata a ella para no desvanecerse por completo. Cuando, después de unos pocos segundos logró recuperarse, el tipo con su trineo había desaparecido, no estaba ni se le oía por ningún lado, parecía haberse diluido en el aire. La chica continuó caminando, aunque ahora más despacio, realmente no se sentía bien. Por el camino, poco antes de llegar al apartamento, decidió tomarse libre el día siguiente, pensaba que un día de vacación, paseando por las calles de la ciudad, entrando en los almacenes a ver lo que había en los escaparates, y yéndose por allí a comer aunque fuera a uno de esos restaurantes de comida rápida, le sentaría excelente. Definitivamente, se reportaría enferma al día siguiente, de verdad que necesitaba aquel descanso. No le importó que ese día tuviera que recibir en la oficina a una persona que iba a comenzar a trabajar en su sección. Cuando llegó al apartamento se sentó un rato en la cama, sentía bastante sueño, pero pensó que tenía que comer algo antes de irse a dormir; y nuevamente se preparó una sopa instantánea y 273

abrió una latita de salchichas, apenas si tenía hambre, le costó bastante tiempo consumir aquella frugal e improvisada cena. Cuando terminó se descalzó y se fue a la cama, se arropó con todo lo que pudo y se quedó dormida, no sintió ánimos de quitarse la ropa que había llevado durante el día. Comenzó a soñar con circunstancias desagradables del pasado que le ofuscaban, soñó también con su amiga de los dieciocho años, con quién descubrió que existía un amor dulce y romántico, y también de delicada intimidad. La amiga a la que ahora, a sus veinte y tres años, creía continuar amando, de la que había tenido que separarse un día sin saber por qué. Vivian no podía alcanzar un sueño tranquilo. De pronto se despertó, no tenía idea de la hora que era, pero sí estaba segura que la fiebre comenzaba a hacerla desvariar. Se sumió en una especie de letargo para luego caer en la inconsciencia. ____________________________________ Era de mañana, y Vivian se despertó de buen ánimo, recordó que había decidido no presentarse al trabajo, y que dedicaría todo ese día a pasear por la ciudad. Y, además, había un cielo de maravilloso azul, y una brisa fresca envolvía el ambiente, todo invitaba a escabullirse del trabajo e irse de paseo. El reloj no marcaba todavía las siete de la mañana cuando salió del apartamento vistiendo unos vaqueros nuevos y una gruesa parka. A su espalda llevaba una mochila con un par de libros por si decidía sentarse en algún sitio a leer un rato, comenzó a caminar siguiendo el camino que tomaba todos los días para ir 274

al trabajo las calles estaban solitarias, tal parecía que la gente había querido quedarse en sus casas hasta más tarde. Pero Vivian se encontraba feliz disfrutando de su descanso improvisado. Tomó la calle a un costado del convento y siguió caminando, le llamó la atención que dentro del edificio abandonado parecía haber bastante actividad, lo cual le pareció algo inusitado. Dobló en la esquina para pasar por el frente del convento, la calle estaba desolada, excepto por un par de extraños personajes vestidos de elfos, que se encontraban a la entrada del vetusto edificio trajinando con algo que parecía ser una carretilla de mano. Le dio mucha curiosidad y comenzó a caminar despacio, procurando darse cuenta de lo que estaba ocurriendo dentro de aquella vieja construcción. Cuando estaba ya cerca de la entrada escuchó algunas voces dando órdenes, como si estuvieran preparando algo, quizás una fiesta. Al momento en que la chica pasaba frente a los supuestos elfos, uno de ellos, de calva pronunciada, barba blanca, y entrado en carnes, le dirigió la palabra en tono jovial: —Oye Chiquilla. —¿Yo? —Sí, tú, ven. —Acércate, vamos, no tengas miedo.

275

La chica se aproximó un poco más hasta donde se encontraba el supuesto elfo, cuando lo tuvo cerca pudo ver sus orejas puntiagudas y sus ojos un tanto rasgados hacia arriba. —Te estábamos esperando —dijo el elfo. —¿A mí? —dijo extrañada la chica. —Sí, a ti —intervino el otro duende. —No entiendo. —Lo que ahora no entiendes, luego comprenderás. Pero pasa, no tengas temor. —Pero, para qué tengo que entrar al convento. —Bueno, realmente no tienes que entrar al convento, si no quieres. Pero para entregarte lo que has de llevar en tu viaje, y explicarte cómo deberás usarlo, sería conveniente hacerlo dentro, y no aquí afuera en la calle. Ya eran casi las siete y media de la mañana, y a Vivian le pareció extraño que las calles continuaran solas. Allí había algo realmente inusual. —Pero…, basta de bromas, yo no voy a ningún viaje. —Claro que vas —replicó uno de los supuestos elfos. —Claro que no —insistió Vivian. —Claro que sí —replicó el elfo. 276

—Yo me voy, ustedes están deschavetados. —Nosotros, chiquilla, somos unos elfos muy cuerdos. —Realmente no sé quiénes sean ustedes… —Yo soy Wish, y él es Will1—dijo el elfo de la calva. —Vaya nombres. La chica los vio con recelo, decidida a seguir caminando, aunque aquellos extraños personajes: de ropas verdes, medias blancas con franjas horizontales rojas y zapatos de voluta en la punta; no tenían pinta de peligrosos. Sin embargo, no quería pasarse su día de descanso conversando con aquel par de desequilibrados. —Oye, chica, ¿para dónde vas? No puedes irte sin tus pociones. —Qué pociones ni qué cuernos. —Esto es en serio… necesitas tus pócimas. Cuando se dieron cuenta que la chica estaba hablando en serio, y que no iba a perder más tiempo hablando con ellos, uno de los extraños individuos tomó de algún lado un zurrón de cuero y corrió tras ella para entregárselo. —Oye, no quiero eso. —No puedes irte si esto. 1

Deseo y voluntad en inglés.

277

Vivian comprendió que no le sería fácil escabullirse de aquellos pirados que se hacían llamar Wish y Will. —Bien, Bien, de acuerdo, voy a llevarme ese envoltorio. —Antes de llevártelo tenemos que explicarte para qué sirve cada cosa que llevas allí dentro. —De acuerdo, explíquenmelo rápidamente aquí —dijo Vivian mientras habría el pequeño fardo para ver su contenido —Créenos, sería mejor que fuésemos, al menos, al vestíbulo de la entrada del convento. —De acuerdo —dijo Vivian nuevamente, mostrando cierta molestia —, vamos pues, al vestíbulo. La chica dejó que aquellos supuestos elfos desequilibrados entraran primero al vestíbulo, para quedarse ella en el umbral de la portezuela. A estas alturas ya sentía curiosidad por lo que le iban a decir aquellos tipos que, seguramente, formaban parte de la publicidad navideña de alguna casa comercial. Los elfos rotaron una especie de pupitre grande que estaba en el vestíbulo, de tal manera de quedar frente a ella, colocaron el envoltorio sobre él y comenzaron a sacar unos pequeños frascos extraños. —Pon atención, chiquilla, vamos a ir diciéndote qué cosa hay en cada uno de los frascos que vamos a ir sacando, y también su utilización. Estos —dijo el elfo calvo señalando cuatro pequeños frascos con pinta de botes de remedios de farmacia 278

del siglo XIX—, contienen los cuatro elementos de la celidonia, destilados exactamente durante cuarenta días: Este frasco, de color amarillo, contiene los efectos del aire, te prolongará los ánimos y la alegría del momento en que lo tomes. Este otro, de color azul claro, contiene los efectos del agua, puedes utilizarlo para curar enfermedades del cuerpo, pero especialmente los trastornos melancólicos. Este frasco, el rojo, tiene los efectos del fuego, debes de manejarlo con mucho cuidado, es el más poderoso de los elementos, pues del viejo hace un mozo y cambia en vivo al muerto. Únicamente debes utilizar una cantidad semejante a una habichuela. Y este de color verde, tiene los efectos del elemento tierra, con el cual puedes lograr el conocimiento de ti misma. —Bueno —dijo la chica tratando de terminar con aquel asunto absurdo, para poder irse a disfrutar de su día libre—, de acuerdo denme el zurrón y me voy. —No tan rápido, chiquilla —dijo Wish, el de la calva. Tenemos que mostrarte otras cosas. Y dicho esto sacó una pequeña rama. —Esta, chiquilla, es la hierba del sol. Puede hacerte invisible cuando lo consideres necesario, simplemente debes comer un par de hojas. Sin embargo, no podrás ocultarte de la persona que ha sido predestinada para amarte y para que tú la ames. Luego Will apareció con una varita de madera, y se la entregó a Wish. 279

—Esta —dijo Wish—, es una varita mágica de avellano, tallada al amanecer para capturar los poderes de los rayos del sol naciente. Ten cuidado al utilizarla, sólo funciona cuando vehementemente deseas algo. Recuerda, no debes utilizar nunca la rabdomancia para causar daño o realizar peticiones que afecten la voluntad de alguien. Vivian dio entonces muestras de sentirse cansada, pero las indicaciones del elfo no habían terminado. —Lleva también un poco de agrimonia para protegerte de los hechizos. Úsala también con cuidado, si pones una rama bajo la almohada de alguien, no podrá despertar hasta que le sea retirada dicha rama. Por último, hemos de hacerte saber unos secretos: la rosa, especialmente la de invierno, el pino y el olivo tiene poderes afrodisíacos. Y, si calientas una manzana con tus manos, y luego se la ofreces a la persona deseada, si esta la come, el amor te será correspondido. Ahora sí, hemos terminado, puedes marcharte para comenzar tu viaje. —Todavía falta —dijo Wish—. Recuerda: no sólo basta desear… —Hay que actuar —completó Will. Cuando la chica salió a la calle, la encontró totalmente desierta, pero lo más raro es que parecía que el tiempo no había transcurrido. Volvió la cara para ver la puerta del convento y se encontró con que los elfos la estaban cerrando. Sólo Will sacó la mano para despedirse de ella. Un par de minutos después 280

estaba totalmente sola en aquella vía. Comenzó a caminar calle abajo llevando en una mano el bolso que le habían dado los elfos. Iba hacia un parque grande que quedaba unas cuadras más abajo, pensaba buscar en él un lugar tranquilo y pasar un buen rato leyendo. Cuando llegó, buscó un sitio aislado, encontró uno en el que había una cómoda banca y se sentó en ella, puso la mochila sobre la banca, la abrió e introdujo el zurrón con los frascos que, según Vivian, no eran otra cosa que muestras publicitarias de algún producto que se daría a conocer en los días próximos. Antes de sacar uno de los libros para ponerse a leer, se quedó por un momento contemplando la naturaleza. Luego recordó que tenía que llamar a su oficina para reportar que no iba a poder llegar, tomó el móvil e intentó comunicarse, pero una rara interferencia comenzó a afectarlo, hasta que la pequeña pantalla del artilugio indicó que no había señal disponible. De pronto una neblina comenzó a cubrir aquel paraje en el que se encontraba. Y alguien, una chica, ubicada en algún punto dentro de aquella neblina, entonaba una canción muy triste. Vivian sitió deseos de llorar, aquel canto le traía recuerdos de su amiga a la que había amado. Aguzó el oído tratando de localizar de dónde provenía aquella voz, pero no logró ubicarla. Entornó entonces los ojos, pero la niebla, que se había vuelto más densa, le impedía una buena visibilidad; a pesar de eso, alcanzó a ver muy cerca de ella una tenue silueta que se desplazaba por entre la viscosa calina. Creyó advertir la figura de Clarisa, su desaparecida amiga. Se incorporó, tomó la 281

mochila con su mano derecha y se introdujo en la neblina siguiendo aquella silueta. De pronto se sintió perdida entre aquella espesa bruma, hasta que escuchó una voz: —¿Me buscas? Era ella, estaba segura, era la voz de Clarisa. —Estoy aquí. Vivian no dijo nada, simplemente se dirigió hacia el lugar de donde provenía aquella voz. Y encontró entre la bruma un claro de cielo nublado, dentro del claro había una laguna, y sobre una roca a la orilla, de espaldas hacia Vivian, estaba sentada una

chica

desnuda,

de

apariencia

atractiva.

Parecía

melancólica, con la vista perdida en el horizonte. —Ven —dijo la chica sin volver la vista—, acércate. Temerosa, pero con la curiosidad a flor de piel caminó despacio hasta la roca, cuando estaba a menos de un par de metros la chica volvió la cara. ¡Sorpresa! Era Clarisa. Vivian tuvo, entonces, una sensación combinada de alegría y temor. —¿Eres tú? —¿Quién, deseas, que yo sea? —le contestó la chica sobre la roca. —¿Quién eres realmente? —alzó un poco la voz Vivian, que no lograba entender qué era lo que estaba sucediendo. 282

—Soy la tristeza. Y puedes quedarte aquí conmigo, así podrás vivir el resto de tus días atrapada en la desolación de tus recuerdos más aciagos. Así tendrás tiempo para vivir siempre recordando el amor que se fue, sin la esperanza de algo nuevo y mejor. ¿Qué dices?, ¿Te quedas conmigo? —No, no quiero vivir sumida en la tristeza, no, no puede ser así. La tristeza se incorporó mostrando su atractivo cuerpo desnudo. —¿De verdad no quieres quedarte conmigo? —No… —Pero, dime entonces, a dónde vas a ir —habló la tristeza en tono lastimero, como rogándole que se quedara. Vivian comenzó a sentir una profunda melancolía con la imploración de aquella chica. Pero recordó que en los pequeños frascos que le habían dado los elfos había uno, el del elemento agua, que, según le habían dicho, servía para trastornos melancólicos. Colocó la mochila en el suelo, la abrió y comenzó a hurgar en el zurrón. Encontró el frasco de azul claro, quitó el tapón y, sin pensarlo mucho, se lo llevó a la boca e ingirió todo su contenido esperando que funcionara. Por un instante se sintió desfallecer, pero cuando pensó que iba a caer al suelo fue envuelta en una especie de remolino, que la elevó del suelo y la llevó a otro lugar. 283

De pronto se encontró en un paraje agreste, sin árboles. En cuya superficie solo había rocas, cactus espinosos y otras plantas de clima desértico. Recordó que los elfos le habían dicho que iba a hacer un viaje y sintió miedo, quiso regresar pero no sabía cómo hacerlo. Se sintió atrapada, no había más remedio que continuar aquel involuntario viaje a quién sabe dónde. A lo lejos no se divisaban montañas, solo el mismo paisaje tosco. No encontró ningún sendero. Sin embargo, comenzó a caminar pensando que de esa manera llegaría a algún lugar más hospitalario. Después de lo que le parecieron horas de caminar, el entorno no cambió, llegó a pensar, incluso, que estaba caminando en círculos, regresando cada cierto tiempo al mismo lugar. Pero todavía continuó andando un poco desesperada. Pero entonces, a lo lejos le pareció ver la silueta de una persona que parecía estar sentada sobre una roca, y cerca de ella se veía una cabaña un poco ruinosa. Vivian se dirigió hacia aquel lugar. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se dio cuenta de que también era una chica, la cual vestía unos pantaloncitos cortos bastante raídos, y una blusa desteñida. —Hola —saludó Vivian. —Hola —respondió la chica sin muchos ánimos. —Dime, por favor, cómo hago para llegar a algún lugar más agradable. —No hay ningún lugar. 284

—¿Cómo? —Que no hay ningún lugar a donde ir. Es inútil que intentes caminar, no vas a llegar a ningún lado. Todo es lo mismo, nada cambia. Vivian se quedó sin poder decir nada, desconcertada. No tenía idea de cómo había llegado a ese lugar tan desolado, y mucho menos de cómo salir de allí. Repasó mentalmente las propiedades de los frascos que le habían dado los elfos, pero ninguno de los que le quedaban le pareció apropiado para utilizarlo en aquellas circunstancias. —Mira —dijo la chica desconocida—, por qué no te quedas conmigo y así, al menos, podremos desesperarnos juntas. —Pero es que debe de existir una salida de aquí —insistió Vivian. —No te afanes con eso, no hay salida. Mejor acompáñame, vamos a la cabaña y disfrutemos un poco de intimidad entre nosotras. Vivian acompañó a la chica hasta la cabaña, entró después de ella y vio que aquel sitio era un pequeño desorden. La cama era un revoltijo de sábanas y almohadas y muchas otras cosas se encontraban tiradas por el suelo. La chica se desvistió mostrando su seductor cuerpo, esperaba de esa manera atrapar a Vivian y retenerla con ella. —Anda, ven, desnúdate y acuéstate conmigo. 285

—Me voy a acostar contigo — dijo Vivian sin desear realmente hacerlo—, pero antes dime quién eres. —Soy la desesperanza, soy quien te ha acompañado por años; quédate de una vez conmigo para siempre. ¿Acaso no te parezco atractiva? Vivian sintió temor. De nuevo repasó en su mente las propiedades de los frascos que le habían quedado en el zurrón pero, concluyó, una vez más, que ninguno podría serle de utilidad en aquella situación. Entonces le vino a la mente una idea: —De acuerdo, me voy a acostar contigo y vamos a disfrutar el momento. —Es lo mejor, no hay nada más que hacer. Despacio, parsimoniosamente, Vivian se fue quitando la ropa. Cuando por último se desembarazó de las bragas, se agachó fingiendo que las iba a depositar dentro de la mochila, pero aprovechó la acción y sacó de ella la ramita de agrimonia que le habían dado los elfos, y la ocultó dentro de su mano. Se acostó, y haciéndole creer a la desesperanza que iba a situarse sobre ella para besarla, aprovechó la oportunidad para colocar la ramita debajo de su almohada. En poco tiempo la desesperanza cayó dormida. Vivian se vistió velozmente, cogió su mochila y corrió a la puerta, la abrió y salió. De pronto se encontró en un paraje diferente al que había dejado cuando entró en la cabaña. 286

Ahora estaba en un sitio acogedor: un bosque de aspecto tranquilo y clima agradable. Por momentos se percibía entre las

copas

de

los

arboles

algunos

pajarillos

trinando

alegremente. Echó a andar por un sendero de tierra, con abundantes flores a su vera, sin saber a dónde iba a llegar. Al poco de caminar le pareció escuchar el sonido que produce el fluir de un río de aguas tranquilas. Dejó la senda por la que transitaba y se dirigió hacia donde escuchaba el murmullo. No tuvo que andar mucho, después de una breve marcha se encontró con un río de aguas límpidas. Aquel sitio emanaba frescura; nada parecido al paraje brumoso de la tristeza, ni al agreste de la desesperanza. Se acercó a la ribera, se acuclilló, e introdujo la mano en la suave corriente. Sintió una sensación de deliciosa frescura, y le dieron deseos de meterse en el agua para refrescar su cuerpo. Se quedó un momento así, en la posición en que se encontraba, y dirigió luego la vista hacia el frente y a los lados. No se miraba nada que pudiera ser calificado como anormal, de hecho parecía una quietud acogedora. Caminó rio abajo siguiendo la ribera, hasta que encontró un sitio en que las ramas de un árbol entraban en el agua formando una especie de pequeña bóveda. Puso la mochila en el suelo y se sentó al pie del árbol. Pasado algún tiempo disfrutando de la calma de aquel lugar, sin haber detectado ningún peligro, decidió meterse en el río. Se desvistió totalmente, y colocó su ropa junto con la mochila, un poco escondida en la base del árbol, justo donde comenzaba a formarse una gran raíz, oculta un poco por las hojas de las ramas del árbol, que caían como cascada sobre parte del suelo 287

y parte del río, Vivian caminó hasta las aguas y se introdujo en ellas. Aquello sabía a gloria, inmersa en aquella agradable frescura se sintió revivir. Comenzó a juguetear: introducía la cabeza dentro del agua, se quedaba un momento así y luego la sacaba, y otra vez repetía la operación. Luego se colocó bocarriba y se dejó llevar por las aguas un breve instante y regreso a su escondite. Pensó que si no podía regresar a su casa, podría quedarse allí, en aquel lugar tan apacible, el resto de su vida. Pero de pronto, de ninguna parte, aparecieron dos figuras deslizándose debajo del agua, y emergieron a ambos lados de ella. Vivian creyó que se iba a desmayar, pero rápidamente tomó consciencia de la situación, eran dos chicas de bellísimos rostros, que llevaban ceñidas sus cabezas con una corona de lindas flores. —No temas —dijo una de ellas—, no vamos a hacerte daño. Tu viaje aún no termina, y venimos a ofrecerte un poco de placer y descanso. —Pero, quiénes son ustedes. —Yo soy Ismena —dijo una de las chicas tocándose el pecho con la mano derecha. Somos náyades, presidimos las fuentes, los manantiales y los ríos. —Yo soy Amnista —dijo su compañera. —Ven con nosotras para que puedas reposar con tranquilidad —invitó Ismena.

288

Por alguna razón inexplicable en ese momento, Vivian no experimentó ningún temor, más bien sintió una gran confianza en aquellas chicas y se dejó llevar. —Pero, debo traer mi ropa. —No —le respondió Ismena—, a donde vamos no necesitas llevar tu ropa, realmente no necesitas ropa. Las náyades, una a cada lado de ella, la tomaron de la mano, y le dijeron que se sumergiera en el agua cuando ellas lo hicieran. Cuando volvieron a emerger Vivian se quedó deslumbrada. Estaban frente a una breve ribera de arenas doradas, donde pronto comenzaron a caminar siempre tomadas las tres de la mano. —Sí

—dijo

de

pronto

Amnista

adelantándose

a

sus

pensamientos—, es oro puro, arena de oro puro. En este universo no tiene otro valor más que el que proporciona su propia belleza en la misma naturaleza. Vivian no sabía que decir, estaba realmente deslumbrada por la hermosura del paisaje. Más adelante, sobre un pasto con textura suave, quizás como el terciopelo, había algo así como un bosque de árboles de manzana, separados según los colores del fruto: Desde el rojo clásico hasta el dorado que semejaba al oro. Continuaron caminando hasta que llegaron a un manantial, rodeado de árboles frondosos y de una ribera también de arenilla dorada. En el centro del manantial se encontraba una fuente cuyos surtidores lanzaban cristalinos 289

chorros de agua, entre los cuales revoloteaban cantarines pajarillos multicolores. Las náyades llevaron a Vivian adentro del manantial, y mientras las tres se bañaban en aquel paradisíaco estanque; juguetearon, se prodigaron mimos, besos y alguna que otra caricia íntima. Después se fueron al pasto bajo los frondosos árboles, y se hicieron el amor inmersas en aquella naturaleza que emanaba, paz, plenitud, felicidad… luego se durmieron, acunadas por el canto de los pájaros y acariciadas por una suave brisa primaveral. Más tarde, cuando Vivian y las náyades despertaron de su reconfortante sueño, apareció frente a ellas una joven, también de bellas facciones y cabello dorado, llevando una larga y tenue vestimenta. La chica cargaba una cesta con manzanas y se dirigió hacia donde se encontraba Vivian. —Has de tener hambre —le dijo la chica del cabello dorado ofreciéndole al mismo tiempo una manzana de las que llevaba en la cesta. Vivian sonrió y le agradeció el obsequio. —Cómela despacio, luego reposa. Cuando despiertes te sentirás con los ánimos del mejor momento de tu vida. Tú sabes lo que deberás hacer entonces. —Quién eres —quiso saber Vivian. —Soy Iduna, la que guarda las manzanas del jardín de las Hespérides. 290

Dicho eso, la recién llegada continuó su camino, perdiéndose entre los árboles que rodeaban el manantial. Cuando Vivian terminó de comer la manzana, sintió un poco de sueño, y se recostó en el pasto apoyando la cabeza en el regazo de Ismena. Luego las dos chicas la acariciaron delicadamente hasta que se quedó dormida.

Al despertar, la chica se encontró desnuda sobre una alfombra de pasto, resguardada por las ramas del árbol donde había dejado la mochila y el hatillo con su ropa. Se sintió maravillosamente bien, muy alegre y con bastante energía, como una quinceañera. Recordó lo que le había dicho Iduna y, aunque pensaba que a lo mejor lo de las náyades había sido un sueño, vino a su mente lo que uno de los elfos le había dicho con respecto al frasco que contenía el elemento aire: «Te prolongará los ánimos y la alegría del momento en que lo tomes». No lo pensó dos veces, acostada como estaba alargó la mano para alcanzar la mochila, buscó el pequeño frasco del elemento aire, lo abrió y consumió su contenido totalmente. Cuando intentó incorporarse sintió que sus pies estaban llenos de tierra pero, cuando iba a sacudírsela con la mano, se dio cuenta que no era lo que ella había creído, sino arena dorada. Oro de la ribera del rio de la tierra encantada, a donde la habían llevado las náyades. Sacó entonces uno de los libros que llevaba en su mochila, lo abrió y puso uno de sus pies sobre él y comenzó a limpiar aquella arena, de tal manera que 291

cayera sobre las hojas del libro; repitió el proceso con el otro pie, y echó todo lo que pudo en el pequeño frasco donde, hacía poco, había estado el elemento aire que recién había ingerido. Después se fue al río, se lavó los pies y dejo que la brisa los secara. Se vistió, metió de nuevo el libro y el pequeño frasco con el oro en la mochila, y regresó al sendero por el cual venía caminando antes de desviarse en busca del río. Se sentía feliz, aun cuando no sabía si iba a regresar a su casa. «Aquel mundo encantado era maravilloso»—pensó. Y continuó su camino. A medida que avanzaba el paisaje iba cambiando, dejó atrás el bosque primaveral en el que había estado, y entró en otro un poco mustio, ya no había flores a la vera del camino, algunos arbustos estaban agostados, y el trino de los pájaros era más esporádico. Se quitó la parka, la lió como pudo con los tirantes de la mochila y continúo su camino. Después de andar bastante rato, dejó atrás el paraje deslucido, y entró en uno en el que soplaba una brisa fría. El cielo se volvía gris por momentos, y los árboles estaban vestidos con tonalidades naranja, amarilla y café.

Entonces cayó en la

cuenta de que, al parecer, estaba haciendo un recorrido por las estaciones del año, si eso era cierto, ahora entraba en el otoño, y luego llegaría

a la estación invernal. Cuando estaba

pequeña, recordó, le gustaba la estación previa al invierno, y se iba al pequeño bosque que estaba dentro de un parque, cerca de donde vivía, a recoger hojas de diferentes colores, para formar figuras con ellas y pegarlas en cartón, para luego 292

enmarcarlas con palos que cortaba de las ramas que habían caído de los árboles. Hizo memoria de lo mucho que se divertía haciendo aquello, y deseó volver a hacerlo. Se salió del sendero por el que caminaba y se internó un poco en el bosque. Dejó la mochila junto a un grueso tronco de árbol que se encontraba en el suelo, y comenzó a recoger hojas en todas las tonalidades que pudo encontrar. Después buscó alguna ramitas que aún conservaran la humedad propia de ellas, y de la corteza obtuvo pequeñas tiras, que luego trenzó y convirtió en pequeños lazos, para construir con ellos largos listones de hojas alternando colores, los cuales ató de un extremo, a las ramas más bajas de uno de los árboles de aquel bosque otoñal. Estuvo concentrada durante largo tiempo en aquella obra, no le importaba si alguien la iba a apreciar o no, simplemente quería hacerla porque sentía gusto en ello. Cuando terminó vio lo que había construido y se sintió satisfecha. Hubiera querido tener una cámara para tomarle una foto

pero

se

conformó

con

sentarse

un

momento

a

contemplarla. Después tomó su mochila, se la colocó sobre la espalda y continuó su recorrido por la senda que venía siguiendo. Caminó por mucho rato, hasta ver que el día estaba comenzando a decaer, y todavía, si su teoría era cierta, no alcanzaba la estación invernal. Llegó a una parte alta y se detuvo a admirar el paisaje, había en el ambiente una quietud y un silencio tranquilizador. Se sentó sobre una piedra a dejar que el tiempo pasase. Luego de un largo descanso reanudó su marcha. De pronto comenzó a sentir bastante frío, estaba entrando a la estación invernal. Desató la parka de la mochila, 293

la vistió nuevamente y siguió caminando, en el horizonte había comenzado a aparecer una luna llena espectacular. A poco de caminar, la luminosidad del día mermó casi por completo, pero la senda de tierra blanca era perfectamente visible con la luz que emanaba de la luna. De pronto el camino se volvió bastante empinado, y cuando llegó a la parte más alta logró divisar un paisaje nevado, en el cual había algo así como una pequeña villa con sus casas iluminadas, y una fogata en la plaza. Vivian sintió cierta satisfacción en su interior, algo le decía que su viaje terminaría allí. Se detuvo por unos instantes a contemplar aquella escena, y luego nuevamente tomó su camino. Cuando estaba por entrar a la villa, se topó con una graciosa estación de control de portazgo, con dos casetas de techos rojos, y paredes pintadas a franjas verdes y blancas, a ambos lados del camino. Al frente de cada caseta, controlando el paso, había un gnomo de aspecto no muy amigable. Y, entre las dos casetas había una pluma de control de acceso. La chica se acercó hasta la pluma, y uno de los gnomos le salió al paso. —Qué deseas —le preguntó el duende bastante serio. —Entrar a la villa. —¿Has sido invitada? —Pues no sé, pero este es el único camino que he encontrado en mi recorrido.

294

—Déjame ver tu rostro —dijo el gnomo a la vez que elevaba un farol con una candela para ver la cara de la chica —. Me parece que sí has sido invitada. Pero dime, por qué camino has venido. —He venido por un camino que al principio era primaveral, luego estival, después otoñal y luego… —Invernal —le interrumpió el gnomo —. Sí, has venido por la senda que pasa por el bosque encantado de las cuatro estaciones. Pero primero tuviste que haberte enfrentado a tus peores fantasmas. —Tuve que vencer a la tristeza y a la desesperanza —le confirmó la chica. —Sí, ya veo, estás invitada. Pero antes, para poder entrar tienes que dar algo como derecho de portazgo. Vivian se puso a pensar que no traía consigo algo de valor para dejarles a aquellos pequeños seres avaros. Pero, de pronto recordó lo que traía en el pequeño frasco que había contenido el elemento aire, lo sacó de su mochila y se lo entregó al gnomo. Este lo tomó, lo examinó por fuera y luego lo abrió, observó atentamente lo que tenía en el interior y se fue a la caseta. Después de un par de minutos regresó a la pluma de acceso y le devolvió el frasco a la chica. Vivian pensó que quizás aquello no era oro, y que el gnomo se enfurecería con ella.

295

—Toma, guárdalo. Sólo hemos tomado lo que hemos considerado necesario. Ya veo que has pasado por la rivera del rio de las náyades. —Sí —contestó la chica, al mismo tiempo que tomaba el frasco de manos del gnomo. — ¡Bongy!, vamos, levanta la pluma para que la chica pueda entrar. Vivian tuvo que andar todavía unos cuantos metros antes de encontrar las primeras casas de la villa. Pero, desde que se encontraba en la pluma esperando a que le franquearan el paso, escuchó los sonidos característicos del ambiente de una fiesta popular. Se dejó guiar por el jolgorio de la gente hasta que llegó a la plaza, en donde se había colocado un tronco de árbol bastante grueso que, al parecer, iba a ser incinerado más tarde. En ese momento recordó el cargamento que llevaba el carretero en su trineo una de las noches en que se lo había encontrado. En la villa, la gente iba de un lado a otro por entre las calles nevadas, algunos, en grupo, se acercaban a las casas y cantaban ciertas tonadillas que recordaban los villancicos de navidad. Otros, sentados en el exterior de lo que parecía un café, disfrutaban consumiendo algún tipo de bebida caliente, tal vez un café o un chocolate acompañado de buñuelos, turrones o galletas. Todo el mundo parecía estar feliz en aquella dichosa localidad. De pronto Vivian reconoció a alguien que alegre caminaba por la calle, del brazo de unas personas que iban 296

cantando de casa en casa. Era Clarisa, la chica que había sido su compañera, y que ahora se empeñaba en echar tanto de menos. Vivian nunca supo por qué la había dejado, pero ahora parecía rebosante de alegría en compañía de aquellas gentes. Vivian recordó que utilizando la varita mágica que le habían dado los elfos, podría hacer que ella volviese a su lado. Se apartó a un sitio solitario, sacó la varita mágica de avellano y la sostuvo en su mano, manteniéndola oculta dentro de la parka. Estaba dispuesta a utilizarla para conjurar a su antigua compañera.

Pero

inmediatamente

recordó

que

no

era

conveniente hacer que alguien fuera obligado a actuar de alguna forma específica en contra de su verdadera voluntad. Y entonces se preguntó: « ¿Y si Clarisa también me quiere?» Si fuera así no tendría que obligarla a nada. Pero cómo saber si realmente la amaba. Entonces vino a su mente la hierba del sol. Se haría invisible, buscaría a Clarisa y se haría la encontradiza. Nuevamente Vivian abrió la mochila, guardó la varita mágica, y hurgó en el zurrón hasta encontrar la hierba del sol, agarró un par de hojas de la ramita y se las comió. Luego se fue a caminar entre la gente para ver si la notaban, procurando no chocar con ellas, pero nadie parecía darse cuenta de su presencia. Concluyó que se había convertido en invisible para el resto de las personas. Entonces comenzó a buscar el grupo con el cual se desplazaba su antigua compañera para ver si la notaba. Por fin los halló, estaban todos sentados a una mesa del

café

tomando

chocolate

caliente

y

conversando 297

alegremente. Primero Vivian se acercó cautelosamente hasta el grupo, se paró frente a cada uno pero nadie pareció notarla, Porúltimo se colocó a un lado de Clarisa, le dio un pellizco, y cuando volvió a ver quién le había hecho aquella pesada broma, Vivian puso su cara frente a la de ella y le hizo unas cuantas muecas cómicas, pero la chica no la vio. Y quedó preguntándose quién habría podido hacerle aquella broma de mal gusto. Luego Vivian se quedó pensando en gastarle otra broma: inclinar la silla levantándola del respaldo para que la chica cayera sentada sobre la nieve, pero se contuvo, y se alejó de aquel sitio. «Tiene algunas ventajas ser invisible» — pensó. Se fue caminando por la calle principal de aquel pequeño poblado hasta llegar a la salida, donde había un parque no muy grande, ahora cubierto de nieve. El lugar estaba solitario, prácticamente toda la gente se encontraba paseando y disfrutando de la noche en el centro de la villa. Encontró una banca en la que, probablemente, alguien antes que ella había estado sentado, pues estaba libre de nieve, lista para que alguien pudiera utilizarla de nuevo. Tomó asiento y, en la soledad de aquel sitio trató de comenzar a meditar sobre las cosas extrañas que le habían sucedido últimamente. Pero no tuvo mucho tiempo para dedicar a sus reflexiones, pues una chica, portando sobre su cabeza un gorro de lana con pompón, llegó también al parque, se quedó parada un momento y barrió con la vista el pequeño jardín nevado en toda su extensión. Vivian ni siquiera se interesó en la acción de aquella chica, 298

pues estaba segura de que no podría verla. Pero, al parecer, sí la vio. La recién llegada se dirigió luego, sin titubear, hasta donde Vivian se encontraba sentada y la saludó. —Hola… —Hola, ¿Puedes verme? —Sí, te vi desde que estabas haciéndole unas muecas cómicas a los chicos del café. Y, sí, me di cuenta de que ellos, y nadie más aquí en este poblado, podían verte. —Y qué conclusión sacas tú de eso. —Bueno, en primer lugar quiero decirte que andaba en tu búsqueda… —¿En mí búsqueda? —Es decir en la búsqueda de la persona a la cual valdría la pena que yo amase. Vivian se quedó un momento observando con ayuda de la débil luz de una farola, a la chica que conversaba con ella en aquel momento.

Era

bastante

bonita,

agradable

y,

además,

comenzaba a sentirse atraída por ella. —¿Y cómo sabes que yo soy esa persona? —Debo decirte que yo también conozco la leyenda de la hierba del sol. — ¿De verdad? 299

—Sí. Me parece que tú la consumiste para jugar una broma a la chica que pellizcaste. —Hay una razón más importante que esa tan trivial. Pero mejor cuéntame, cómo es que sabías que me encontrarías en este lugar. —No, no lo sabía. La forma en que llegué hasta aquí es casi inexplicable. —Te entendiendo, créemelo. —Sí, me imagino que tú también llegaste aquí de alguna forma extraña. —Así es, pero dime, ¿cómo te llamas? —Mi nombre es Brenda, y el tuyo… —Vivian… —Mucho gusto en conocerte, Vivian. Las chicas se dieron la mano, para lo cual Vivian tuvo que descruzar sus brazos, pues tenía bastante frío en las manos. —Oye, no traes guantes en las manos —observó Brenda. —No. —Toma, usa este otro par que traigo conmigo —dijo la chica sacando unos de la bolsa de su cazadora—, es que los traje pensando que haría mucho frío, y que tendría que cambiarme los que traigo puestos. 300

—¿De veras me los prestas? —Claro que sí, dame tus manos, voy a ayudarte a que te los pongas. Cuando terminó aquella operación las chicas se quedaron tomadas de las manos con el pretexto de darse calor. La charla continuó con bastante amenidad, conversaron sobre una y otra cosa y llegaron a entenderse muy bien. Sin embargo, una preocupación rondaba la cabeza de Vivian: —Quisiera saber cómo hago para volverme nuevamente visible. —Sólo tienes que desearlo. —Cómo lo sabes. —Es parte de la leyenda. —Vaya, a mí no me lo dijeron. —A lo mejor ya todo estaba calculado. —Probablemente. —Qué te parece si nos acercamos a la plaza de la villa. —No sé, ¿para qué? —Es que va a haber un acto, al menos eso es lo que escuché por allí cuando andaba caminando. 301

—Bien, vamos. Pero créeme que me gustaría mucho más quedarme aquí charlando contigo. —A mí también, pero quizás nos convenga ir a la celebración. Llegaron justo cuando comenzaba el evento. Un señor bastante abrigado, con sombrero tirolés sobre su cabeza, bregaba tratando de dar fuego al tronco de árbol que había visto Vivian a la entrada de la villa. Por fin el tronco de madera comenzó a arder, y las gentes encendieron, cada una, una vela. Alguien que pasaba en aquel momento por donde se encontraban las chicas, les dio una a cada una y luego les ayudó a encenderlas. La gente entonaba una especie de villancico que decía algo así:

Los cascabeles del trineo, formulan nuestro deseo: de que siempre tengamos la paz que tanto disfrutamos.

Después de aquella sesión de villancicos, el señor del sombrero tirolés tomó la palabra y explicó, para los que no lo sabían, que aquella era la celebración del Yule, el solsticio de invierno, la noche más larga del año, la festividad que había dado origen a lo que ahora se llamaba Navidad. Pues lo que realmente se festejaba era el renacimiento del sol que, como en un nuevo día, comenzaba ganándole tiempo a la oscuridad 302

hasta alcanzar el zenit en junio, entre el 21 y el 23 de dicho mes, en el solsticio de verano: el día más largo del año. Sin embargo, dijo el orador, la festividad de ahora, 21 de diciembre, es la fecha más alegre del año. Y podemos considerar que este comienza, para todos aquellos que creemos en la magia, precisamente con el renacimiento del sol. Se escucharon los aplausos de todos los asistentes, y a continuación el orador les deseó a todos: «¡Feliz Yule!, ¡feliz solsticio de Invierno¡» para terminar convidando a todos a la cena del renacimiento del sol. Las gentes que se encontraban cerca se abrazaron y se desearon: ¡Feliz Yule! o ¡Feliz Solsticio! o ¡Feliz Nuevo Año! Luego todos pasaron a unas grandes mesas en las que había una cantidad enorme de comida, vinos, frutas y postres. Cuando Brenda y Vivian estaban terminando su cena, el señor del sombrero tirolés se acercó a ellas, y de forma enigmática le dijo a Vivian: —Mañana te sentirás bien, pero no olvides tomar una pizca del elemento fuego. El elemento tierra deberás dejarlo para después, aparecerá nuevamente cuando tú realmente lo necesites, ya que la magia no ha terminado, y quién sabe, a lo mejor tengan que regresar aquí otra vez en el futuro. Aquel insólito señor hizo un ademan de despedida con su mano derecha y comenzó a alejarse. En ese momento reconoció Vivian al carretero que se había encontrado por las noches cuando iba de camino a su apartamento, y alzando la voz le preguntó: 303

—¿Quién es usted, señor? —Soy

el

espíritu

del

Yule

—contestó

volviéndose

momentáneamente, y continuó alejándose hasta perderse en la noche. Las chicas no cabían de felicidad, acababan de conocerse pero hubiesen deseado quedarse allí, en esa villa,

juntas para

siempre. —Vivian, ¿tienes dónde pasar la noche? —No, realmente ni siquiera había pensado en eso. —Ven conmigo, yo he conseguido un lugar muy acogedor, decorado con rosas de invierno y agujas de pino, donde pasaremos calentitas la noche. ----------------------------------------------------------Vivian despertó nuevamente en su apartamento, continuaba sintiéndose enferma, tan mal, pensó, que hasta había tenido una especie de extraño sueño, que no pudo ser otra cosa que efecto de la fiebre que sentía. Encendió la lámpara de su mesa de noche y vio la caratula del reloj que se encontraba sobre ella, no eran todavía las doce de la noche. Iba a recostarse nuevamente, cuando, a un lado del reloj, vio dos pequeños frascos que no recordaba que fuesen de ella. Tomó en su mano uno de ellos y leyó una etiqueta que decía: Aire. Lo colocó de nuevo en la mesita y cogió el otro. Tenía también 304

una etiqueta, pero esta decía: Fuego. Entonces se agolparon en su mente las imágenes del sueño que había tenido. Y comenzó a dudar de que aquello hubiese sido tan solo una fantasía. Recordó que el espíritu del Yule le había dicho que no olvidara tomar una pizca de aquel elemento. En aquel momento destapó el frasco y echó una cantidad muy pequeña de él en el reverso de su mano, de donde lo sorbió con su boca.

Volvió a coger el frasco que decía: Aire, lo abrió y

comprobó que dentro de él había una arena fina de color dorado, lo tapó, lo volvió a colocar en la mesita y se recostó nuevamente. Ya habría tiempo al siguiente día para lucubrar sobre tales objetos. En ese preciso instante escuchó las campanas de un reloj público que daba las doce de la noche.

Cuando despertó a la mañana siguiente se sentía muy bien y de muy buenos ánimos. Ya no había ningún rastro de malestar. De manera que no tuvo que reportarse enferma y se fue al trabajo; cuando iba caminando por la parte frontal del vetusto convento abandonado, recordó lo que le había dicho el carretero acerca de que el día veintiuno iba a amanecer bien de salud. Eso se había cumplido al pie de la letra, pero lo del año nuevo de felicidad como que no era más que un decir. Vivian llegó a su oficina, y apenas se había acomodado en la silla de su escritorio, cuando apareció una de las secretarias en la puerta de su despacho.

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—Señorita, en un momento va a venir a su oficina la nueva licenciada que va a ayudarle con sus proyectos. —Gracias… ¿cuál es el nombre de ella? —Brenda. —Gracias. Un par de minutos después apareció la nueva empleada a la entrada del despacho de Vivian. Cuando esta la vio sólo pudo exclamar: — ¡¿Brenda?! La chica, con una sonrisa de complicidad dibujada en sus labios, le entregó a Vivian una manzana que llevaba entre sus manos, con las cuales la había entibiado. Vivian, radiante de felicidad, la tomó y comenzó saborearla. Después, Brenda le dio una tarjeta alusiva a la festividad del Yule, en la cual estaba escrito:

“…y en el breve tiempo de una palpitación podemos vivir un año o miles de años. Pero cuando regresamos la memoria se nubla rápidamente, y creemos haber tenido un sueño o visto una visión, cuando en realidad hemos sido trasladados al universo encantado de la hadas”. La magia sólo se manifiesta a los que creemos en ella. ¡Feliz Yule, Vivian! 306

Tuya para siempre, Brenda.

A catorce días de la festividad del Yule de 2012.

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Referencias Bibliográficas González del Valle, M. (1827). Diccionario de las Musas. Nueva York: Casa de Lanuza, Mendia y G. Hall, M. P. (2011). Las Enseñanzas Secretas de Todos los

Tiempos. Madrid: Ediciones Martinez Roca. Impeluso, L. (2008). Mitos. Everest. Livet, B. (1928). Cartas de una parisiense. EXCELSIOR, 18. Melnik, L. (2007). Diccionario Insólito. Buenos Aires: Editorial Claridad. Mohr, B. (2004). Encargos al Universo. Málaga: Editorial Sirio. Moorey, T. (2008). La Biblia de las Hadas. Madrid: Gaia Ediciones. Rey Bueno, M. (2008). Historia de las Hierbas Mágicas y

Medicinales. Madrid: nowtilus. Rognoni, A., & Norta, G. (2003). Los Secretos de la

Reencarnación. Barcelona: Editorial De Vecchi. Scott, M. (2005). Pintura con Acuarela. Evergreen. Servilibro. (s.f.). 1001 Trenes. Madrid: Servilibro Ediciones, S.A. Wallace, C. (2004). Magia Wicca. Barcelona: Editorial De Vecchi.

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http://hispaniagothorum.wordpress.com/mitologia/freyala-diosadel-amor/ http://en.wikipedia.org/wiki/Strenua http://es.wikipedia.org/wiki/Supernova

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