Aristófanes - Comedias II (Ed. Adrados)

November 13, 2017 | Author: quandoegoteascipiam | Category: Aristophanes
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Descripción: ARISTÓFANES - Los Acarnienses • Los Caballeros Las Tesmoforias • La Asamblea de las Mujeres Edición de Fra...

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Λ Κ ΙΜ » ÍF A N K S

Los A cam ien ses · Los C aballeros · Las T esm oforías · La Asam blea de las M ujeres Fdh-»in d e l’n n c K ro Ríxlri^urr. Aiirjifc*

CATHWA I F I M » I VM UVM I ·.

El p resente volum en continúa .el ya aparecido en esta m ism a colección, ofreciendo la traducción de otras cuatro com edias de Aristófanes: Los A c a m ie n se s (425 a.C.), Los Caballeros (A2A a.C.), Las Tesmoforias (411 a.C.) y La A sam blea de las M ujeres (391 a.C.).

τ Los A c a m ie n se s es el prim er alegato de Aristófanes a favor de la paz de la guerra del Peloponeso; Los Caballeros es un ataque frontal contra Cleón, el dem agogo ateniense jefe del partido belicista; Las Tesmoforias defienden cóm icam ente la causa de las mujeres frente a los hom bres y parodian a Eurípides; La Asamblea, p ropone solucionar la crítica situación económica de Atenas tras la guerra entregando el gobierno a las mujeres.

L e t r a s UNivERSAijES

ARISTÓFANES

Los Acamienses · Los Caballeros Las Tesmoforias · La Asamblea de las Mujeres Edición de Francisco Rodríguez Adrados Traducción de Francisco Rodríguez Adrados

TERCERA EDICIÓN

CATEDRA LETRAS UNIVERSALES

L etras U

n iv e r sa l e s

Diseño de cubierta: Diego Lara Ilustración de cubierta: Dionisio Simón

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

O Ediciones Cátedra, S. A., 2000 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito leg al: M. 5.168-2000 ISBN: 84-376-1014-1 Printed in Spain Impreso en Fernández Ciudad, S. L. Catalina Suárez, 19. 28007 Madrid

INTRODUCCIÓN A Esperanza Rodríguez, testimonio de amistad tras muchos años de trabajo en común.

A ristófanes

L presente volumen continúa el anterior, ofreciendo la traducción de otras cuatro comedias de Aristófanes: 1Los Acamienses (425 a. C.), Los Caballeros (424), L as Tes­ moforias (411) y La Asamblea de las Mujeres (391). Los Acamienses es el prim er alegato de Aristófanes a favor de la paz en la guerra del Peloponeso; Los Caballeros es un ata­ que frontal contra Cleón, el demagogo ateniense jefe del par­ tido belicista, quien había intentado un proceso a Aristófanes por los ataques de éste en Los Babilonios, del 426; Las Tesmoforias defienden cómicamente la causa de las mujeres frente a los hombres y parodian a Eurípides; La Asamblea, ya del siglo iv a. C., después de la guerra, propone solucionar la crítica si­ tuación económica de Atenas entregando el gobierno a las mujeres. El tema político de las dos primeras comedias se une aquí al feminista de la segunda, pasándose del ambiente de la ciudad en guerra, al de la ciudad en paz, pero derrotada y em­ pobrecida. Toda una evolución se reconoce en esta serie de comedias, no sólo la aludida. Se insiste cada vez más en los temas socia­ les, económicos y literarios; disminuye el papel de los coros. Pero en sustancia seguimos encontrándonos con lo mismo: con una fantasía medio seria, medio utópica para resolver los problemas de la ciudad entre risas y veras. Y continúan vivos elementos como los agones o enfrenta­ mientos, las parábasis en las que el coro habla en nombre pro­ pio o del poeta, las pequeñas escenas episódicas o ejemplificadoras. Sigue habiendo un héroe cómico central, que celebra su triunfo final con escenas de comida y erotismo. La come­ dia es fiesta, y la fiesta que en ella siempre aparece simboliza la paz y la felicidad y alegría que busca llevar a la ciudad. [9]

También son constantes los recursos cómicos: la parodia de poesía, el escarnio de personajes contemporáneos, los recur­ sos verbales, la obscenidad. La traducción sigue las grandes líneas explicadas en la In­ troducción al volumen I. Trata de que no se pierda de vista la organización de las comedias, sus elementos poéticos y paró­ dicos, etc. Se sigue habitualmente el texto de la edición de Coulonvan Daele, pero no siempre. Para Los Acamienses se sigue a ve­ ces el de Esperanza Rodríguez. Hay que advertir que las tra­ ducciones aquí de esta comedia y de Los Caballeros son nuevas, mientras que las de las otras dos comedias son versiones cui­ dadosamente revisadas de traducciones anteriores del autor: la de Las Tesmoforías se publicó en la editorial Coloquio (Ma­ drid, 1987), la de L a Asamblea de las Mujeres en el Círculo de Lectores ( Teatro Griego, Barcelona, 1982). Estas dos últimas obras han sido puestas varias veces en es­ cena: las Tesmoforías se estrenaron en el VII Congreso Español de Estudios Clásicos, en abril de 1987, en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid; la Asamblea se presentó, entre otros lugares, en el Festival de Teatro Clásico de Mérida del año 1982.

BIBLIOGRAFÍA E

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o g e rs,

LOS ACARNIENSES

INTRODUCCIÓN Los Babilonios, comedia puesta en escena en las Dionisias del año 426 a. C., Aristófanes presentaba a los 1 isleños pertenecientes a la Liga M arítim a que encabe­ zaba Atenas como esclavos babilonios y atacaba a Cleón, que intentó un proceso a Aristófanes por haber criticado a la ciu­ dad ante los extranjeros que venían en esa ocasión a traer el phóros o tributo. Parece que el poeta hubo de excusarse. En Los Acamienses, presentada en las Leneas del 425 (sin la presencia de extranjeros) a nombre de Calístrato, el poeta se defiende y ataca de nuevo a Cleón. Con ello la pieza anticipa Los Caballe­ ros (del 424) y, también, Las Avispas, con sus ataques a los jurados. Pero es todo el partido belicista, vencedor en las elecciones del año anterior, el que es atacado. Como representante suyo se escoge al general Lámaco (quizá por su nombre, que suena a rnákhe «batalla»), que es enfrentado al héroe cómico Diceó­ polis. Por cierto que a veces se le presenta como general, a ve­ ces como subordinado a éstos. Esto ha dado lugar a dudas, pues Lámaco fue elegido general sólo después de la represen­ tación de nuestra comedia: se ha propuesto ver en ésta un tex­ to revisado. Frente a los belicistas, Aristófanes nos presenta a su héroe Diceópolis («Justa ciudad»), un campesino del Atica que, in­ capaz de convencer a la Asamblea, hace una paz para sí mis­ mo con ayuda de un semidiós Anfiteo. Ello lo logra a través de enfrentamientos con el coro de carboneros de Acamas (muy castigados por las invasiones peloponesias del A tica), al que el héroe logra convencer dialécticamente; y con Lámaco, N

[i?]

más tarde. Establece así su mercado, al que vienen el Mega­ rense y el Beocio, víctimas de la guerra; y ciertos personajes que quieren aprovecharse de la paz de Diceópolis. Son pri­ mero Lámaco y luego el labrador y (a través de los padrinos) los novios, por los que el héroe cómico siente piedad. Se trata de escenas de ejemplificación muy propias de Aristófanes. La paz de Diceópolis es presentada a través de dos fiestas: la inicial, las Dionisias del campo; y la final, los Jarros, en cuyo concurso de bebida vence el héroe. Junto a su felicidad se ofrece, en contraste, la desgracia de Lámaco, lastimado en un tobillo en forma poco heroica y que entra como un héroe trágico vencido. A l tema de la comida y la bebida, normal al final de una comedia, se une el erótico: las dos bailarinas que entran con el héroe borracho. Aristófanes dice muy claramente (c. 500, etc.) que también la comedia conoce la justicia. No puede negarse su seriedad, pese a la presentación cómica. Pero la situación era grave en Atenas y Aristófanes estaba escarmentado. Por eso Diceópo­ lis, al defender Esparta, lo hace parodiando al héroe Télefo (en el Télefo de Eurípides: pide a éste sus vestiduras, en una escena insertada). Su discurso junto al tajo en el que va a dejar que le corten la cabeza si no convence al coro, parodia el de Télefo: éste defendía a los troyanos frente a los príncipes aqueos. Pero la argumentación de Diceópolis (que se hace a veces portavoz del poeta, igual que el coro) es claramente cómica. Versa toda ella en torno al «decreto megárico» dictado por Pericles el 433/432 y que excluía a esta ciudad doria, si­ tuada a la entrada del Istmo, de los mercados del imperio ate­ niense: el hambre de Mégara es uno de los temas de la co­ media. Para Aristófanes (que parodia, quizás, a Heródoto sobre el origen de la guerra entre Europa y Asia) todo consistió en una serie de represalias un tanto grotescas y en la obstinación de Pericles: la guerra podía haber sido evitada. Sin embargo, si leemos a Tucídides, debemos considerar el decreto a una luz más amplia: el crecimiento del poderío m ilitar y comer­ cial de Atenas, los intentos de Esparta y de sus aliados (Co­ rinto y Beoda sobre todo) para asfixiarla. Su ultimátum (que [i8]

Atenas desterrara a Pericles) era inaceptable, el ceder habría llevado a un aumento de la presión. Sólo que el plan de Pericles — resistir en los muros de Ate­ nas y atacar en tanto con la flota hasta que Esparta cediera— fracasó con su muerte. Y que el partido belicista, en auge en el 425, quería extender más y más la guerra. Tras nuestra co­ media todo pareció arreglarse, con la paz de Nicias el 422/ 421, saludada por La Paz. Pero luego la guerra volvió, para desgracia de Atenas y de toda Grecia. A esta segunda fase de la misma pertenece Lisístrata, en que el poeta renueva sus es­ fuerzos. Volvamos a Los Acamienses. Es una obra bien construida con materiales cómicos tradicionales, aunque sin un agón del tipo que luego se hizo canónico (los discursos enfrentados del héroe y el antagonista) y con gran predominio de las escenas sueltas. El esquema es: prólogo (1 y ss.) — agones prolongados e interrumpidos varias veces hasta el triunfo de Diceópolis (204 y ss.)— parábasis con elogio del poeta y de los viejos (628 y ss.) — ejemplificaciones de ese triunfo (escenas del megarense y el beocio, 719 y ss.)— éxodo a partir de 929 y ss. (escenas de Lámaco y del banquete, interrumpidas por la segunda parábasis de 971 y ss. y por escenas de ejemplificación, 1018 y ss.). El poeta se las arregla para mantener la tensión hasta el triunfo de Diceópolis y para ello le ayudan las interrupciones, a base de pequeñas escenas, que comienzan en el mismo pró­ logo: las dos de los embajadores que regresan a Atenas y que hacen ver su corrupción y mala fe. Cuando llega el coro de acamienses que ataca violentamente al héroe pacifista, surge la interrupción ocasionada por la procesión fálica de las Dionisias del campo: primera ejemplificación de los beneficios de la paz. Pero luego hay otra interrupción: la escena de Di­ ceópolis pidiendo a Eurípides los lamentables harapos de Télefo. Sigue el discurso de Diceópolis-Télefo, pero, para sorpresa nuestra, queda incompleto: la mitad del coro se deja conven­ cer, la otra llama a Lámaco en su ayuda. Luego, tras un debate entre éste y Diceópolis, este partido es derrotado y el corifeo proclama la victoria del héroe cómico. [19]

A partir de aquí, la comedia camina hasta la fiesta final en que es proclamado otra vez vencedor Diceópolis a través de una serie de incidencias a ratos deshilacliadas: elogios al hé­ roe y a la paz (segunda parábasis), canciones de escarnio, esce­ nas ejemplificatorias (las cinco mencionadas) y, finalmente, la escena paródica entre el héroe sufriente Lámaco y el triun­ fante Diceópolis. La fiesta final, con el vino, la comida y el erotismo, da una vez más la imagen de la felicidad de la paz y del héroe cómico. Con sus libertades respecto a los esquemas más comunes ( agón irregular, dos parábasis, muchas escenas de ejemplificación), Los Acamienses siguen en sustancia el tema cómico del héroe salvador que trae paz y felicidad mediante una trama fantástica y de sus enemigos derrotados (Lámaco) o conven­ cidos (el coro). Abundan en ella tanto la parodia trágica (usa­ da en el agón y en el éxodo sobre todo), la imitación paródica de otros pueblos (el dialecto del megarense y el tebano), el es­ carnio de contemporáneos, los tipos fijos (el héroe cómico, el labrador, el impostor...), etc. Tampoco faltan los enfrenta­ mientos tópicos del héroe y los viejos, la crítica de la política ateniense, etc. A ratos encontramos un tinte conservador: elogio de los viejos tiempos, crítica de los tribunales, los sofistas, Eurípi­ des. Y otros progresistas o «modernos»: deseo de paz, iguali­ tarismo, piedad por viejos y mujeres, individualismo hedonista. Como siempre en Aristófanes. Pero destaca, por encima de todo, el valor del poeta, su conciencia de que defiende la justicia. Aunque sea con recursos cómicos y argumentos que sostienen mal la crítica histórica.

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PERSONAJES D i c e ó p o li s , carbonero de Acamas H e r a ld o A n f it e o , se m id ió s E m b a ja d o r e s que regresan de la corte del P s e u d a r t a b a s , el Ojo del Rey T e o r o , embajador que regresa de Tracia C o ro d e a c a m ie n se s H ija de Diceópolis S e r v i d o r de Eurípides E u r íp id e s L ám aco M e g a r e n se H ija s d e l m eg a ren se S ic o f a n t a T e ba n o N i c a r c o , otro sicofanta M e n s a je r o de Lámaco L a b ra d o r P a d rin o d e boda

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Rey

(La orquestra representa la colina de la Pnix en Atenas, lugar de la Asamblea del Pueblo. Hay una pequeña tribuna y dos bancos laterales para las autoridades. A lfondo se ve la casa de D i c e ó p o li s entre las de L á m a c o j E u r íp id e s . D i c e ó p o li s se sienta a esperar y mo­ nologa consigo mismo.) ¡Cuántas veces me he sentido mordido en el co­ razón y qué pocas alegrías he tenido! Muy pocas, cuatro, mientras que mis dolores son arenacientos amontonados. Deja que vea: ¿de qué me alegré digno de delectación? Sé bien de qué me regocijé en mi corazón al verlo: de los cin­ co talentos que vomitó Cleón1. ¡Cómo sentí placer por esto y cómo amo a los caballeros2 por esta acción: es digna de la Hélade!3. Pero también tuve un dolor muy de trage­ dia, cuando estaba boquiabierto, esperando a Esquilo, y el individuo4 dijo: «Teognis5, haz entrar el coro». ¡Qué vuel­ co dio esto, qué te crees, a mi corazón! Pero tuve otra ale­

D ic e ó p o lis .

1 Según el escoliasta, que cita al h isto riad o r Teopom po, se trata de u n so­ borno dado a C león po r los isleñ os para que in flu yera a fav o r de que fu era re­ ducida su contribución a la L ig a M aritim a: los caballeros lo hab rían descu­ bierto y hab rían obligado a C león a devolverlo. Más probablem ente se trata de una in ven ció n del propio A ristófanes en L os Babilonios, su com edia del 426. 2 Los jóvenes de las clases ricas de A tenas que servían en el ejército apor­ tando el caballo. E ran conservadores y se oponían a C león. 3 P arodia del Télefo de E uríp ides, com o buena parte de este pró logo y de toda la obra. 4 E l heraldo. 5 Un poeta trágico denostado p o r A ristófanes (aquí y en el v. 140, tam ­ bién en Tesmoforías, 170). Le llam ab an «L a N ieve» por su frialdad. Según los escoliastas, es el m ism o Teognis q u e fue u n o de los trein ta tiranos.

[23]

gría cuando después de Mosco entró una vez Dexiteo6 para cantar una beocia7. Y este mismo año me sentí morir y me quedé bizco del espectáculo cuando asomó Queris para el himno ortio8. Pero jamás de los jamases, desde que me baño, nunca sentí el mordisco de la ceniza abrasiva9 en mis cejas como ahora, cuando hay Asamblea ordinaria10 de madrugada y la Pnix que aquí veis está vacía. Y ellos en tanto charlan en la plaza y tratan de escapar de la cuerda colorada11. Tampoco han llegado los del Comité Ejecutivo12: vendrán tarde y cuando lleguen se atropellarán unos a otros, ya lo verás, para sentarse en el primer banco, corriendo todos juntos. Pero de que se haga la paz, nada se cuidan. ¡Oh ciu­ dad, ciudad! Yo, como siempre, vengo el primero a la Asamblea, espero sentado; y en cuanto estoy aquí solo, gimo, bostezo, me desperezo, pedorreo, no sé qué hacer, hago dibujos en el suelo, me arranco los pelos, hago mis cuentas, vuelvo mis ojos a los campos: deseo la paz, odio la ciudad, añoro mi aldea que nunca me dijo «compra car­ bón» ni «vinagre» ni «aceite» ni conocía esa sierra del «com pra»l3; ella misma lo producía todo y faltaba la sierra. Bien, pues ahora estoy aquí decidido del todo a gritar, a inte­ 6 Son dos citarodos (cantores que se acom pañaban con la cítara), de los cuales el m ejor era el segundo, vencedor en los Juego s Píticos. Se alude a un concurso citaródico. 7 C anción beocia sobre la que nada podem os precisar. 8 D e Q ueris hablan los cóm icos com o de un flau tista y citarodo pésim o. A qu í se trata de un concurso citaró d ico en que Q ueris había de ejecutar el v e­ nerado nom o ortio de T erpandro. 9 Usada en vez de jabón. 10 H abía una por p rita n ía , o sea, diez al año. Se añadían las A sam bleas ex­ trao rdinarias. 11 Con ayuda de ella los ciudadanos eran d irigidos h acia la P nix desde la plaza o ágora. El que resultaba m anchado po r esta cuerda, era m ultado. 12 Los p rítan is, m iem bros de u n a p rita n ía o C om ité E jecutivo que duran te una décim a parte del año (eran diez) co nstituía u n a especie de G obierno de Atenas. D urante su m and ato los p rítan is v iv ían en el pritaneo, en el ágora, y presidían la A sam blea. 13 J ueg ° de palabras in trad ucib ie en tre «com pra» y «sierra», palabras p are­ cidas en griego: el tener que co m prarlo todo en la ciudad es com parado con el ir y v en ir de la sierra. Y es un torm en to para el cam pesino.

[* 4 l

rrumpir ruidosamente, a insultar a los oradores si alguno habla de otra cosa que no sea la paz. Pero ya están aquí los de la Comisión ejecutiva, los prítanis. ¡Y es mediodía! ¿No lo decía yo? Es lo que yo decía: ¡todos se empujan buscando los asientos de la presidencia! ( Entran el H

H e r a ld o ,

prítanis, asambleístas.)

. ¡Adelante! ¡Adelante, colocaos dentro del recinto sagrado!14.

eraldo

(Entra

A n fite o ,

ser semidivino.)

A n f i t e o . ¿Ha hablado alguien ya? H e r a l d o . ¿Quién p id e la p a la b ra ? A n fite o . Y o. H e r a l d o . ¿Q u ié n eres? A n f i t e o . Anfiteo. H e r a l d o . ¿N o eres u n h o m b re ? A n f i t e o . N o , soy inm ortal15. Anfiteo

era hijo de Deméter y Triptólemo; de éste nació Celeo; y Celeo se casó con Fenáreta, mi abuela. De ella nació Licino y de éste yo. Soy in­ mortal: sólo a mí concedieron los dioses hacer la paz con los lacedemonios. Pero aun siendo inmortal no tengo, se­ ñores, dietas para el viaje: los prítanis no me las d an 16. H e r a l d o . ¡Arqueros!17. (Los arqueros se llevan a

A n fite o .

A n fite o ,

¡Oh Triptólemo

y

que grita.)

Celeo! ¿Vais a abandonarme?

14 Son las palabras rituales d el heraldo. Con la sangre de la v íc tim a del sa­ crificio in icial de la A sam blea se m arcaba u n círculo en torno al lu gar de ésta, que quedaba consagrado así. 15 De este inm o rtal o «Sem idió s» inven tado por A ristófanes se d a una ge­ nealogía que parodia las de E urípides. M ezcla elem entos m íticos (D em éter, T riptólem o, Celeo que es padre del an terio r en el m ito eleusino) y otros in­ ventados. 16 Com o se las concedía la A sam blea a sus representantes, a propuesta de los prítanis. 17 Son los p o licías escitas, guardianes del orden en la Asam blea.

(Levantándose.) Señores prítanis, hacéis agravio a la Asamblea llevándoos a este hombre que quería hacer la paz y colgar los escudos. H e r a l d o . Siéntate y calla. D ic e ó p o lis . N o voy a hacerlo, por Apolo, si no me dais la palabra para hablar de la paz. H e r a l d o . ¡Los embajadores venidos de la corte del R ey!18.

D ic e ó p o lis .

(Entran los e m b a ja d o r e s , vestidos a la manera persa, quizá conf i ­ gura de pavo real, el ave persa.) ¿De qué rey? Me fastidian los embajadores, sus pavos reales y sus bufonadas. H e r a l d o . ¡Silencio! D ic e ó p o lis . ¡Vaya morro! ¡Oh Ecbátana19, qué facha! E m b a ja d o r . N os enviasteis al Gran Rey con dietas de dos dracmas al día, siendo arconte Eutímenes20. D ic e ó p o lis . ¡Ay, pobres dracmas! E m b a ja d o r . En verdad, mucho sufrimos extraviándonos por la llanura del Caistro, bien provistos de tiendas y recosta­ dos blandamente en nuestras carrozas, muertos de fatiga21. D ic e ó p o lis . Yo estaba bien a salvo, junto a la muralla, echa­ do en la basura. E m b a ja d o r . Nos daban hospitalidad y a la fuerza bebíamos de copas de cristal y oro un vino excelente sin mezclar. D ic e ó p o lis . ¡Oh ciudad de Cranao!22. ¿Te das cuenta de la burla de los embajadores? D ic e ó p o lis .

E m b a ja d o r . Es q u e lo s b á rb a ro s só lo tie n e n p o r h o m b re s de v e rd a d a lo s q u e so n ca p a ces de c o m e r y b eb er m ás. D ic e ó p o lis . Pues nosotros los tenemos por degenerados y

maricones. ,H Sobre la base de em bajadas realm en te existentes A ristófanes inven ta u na de una d u ración y u n coste extraordinario . La cap ital de M edia (y cap ital de verano del G ran Rey). 2,) En el 437/36 a. C. La em bajada había durado once años. 21 La llan u ra del C aistro, junto a Efeso, es verde y placentera, con buen ca­ m ino ; los em bajadores viajan con tien das y con carros techados, usados por los persas. 22 Un antiguo rey de A tenas. T am bién puede entenderse «ciudad rocosa». Es un epíteto trad icio n al de Atenas.

[26]

Al cuarto año llegamos a Palacio: pero el Rey se había ido al retrete con su ejército y estuvo cagando ocho meses en los montes de oro23... D ic e ó p o lis . ¿Y al cabo de cuánto tiempo cerró el culo? ¿Fue en la luna llena? E m b a ja d o r. (Sin oírle)... y luego volvió a casa. Y luego nos tuvo como huéspedes y nos servía bueyes enteros al horno. D ic e ó p o lis . ¿Quién vio nunca bueyes al horno? ¡Qué exage­ ración! E m b a ja d o r. Pues también nos sirvió, por Zeus, un ave de tres veces el tamaño de Cleónimo24. Su nombre era el Fraude25. D ic e ó p o lis . Por eso tú defraudas cobrando dos dracmas. E m b a ja d o r . Y ahora aquí estamos, trayendo a Pseudartabas, el Ojo del R ey26. D ic e ó p o lis . ¡Ojalá se lo saque un cuervo de un picotazo, y también el tuyo, el del embajador! H e r a l d o . ¡El Ojo del Rey! E m b a ja d o r.

(Entra un personaje vestido de persa, cuya máscara figura un ojo enorme. Le acompañan dos eunucos.) ¡Heracles poderoso! Por los dioses, mamarra­ cho, pareces un barco de guerra, ¿es que doblando el cabo buscas el astillero? ¿Tienes un cuero en torno al ojo, ahí de­ bajo?27.

D ic e ó p o lis .

^ A ristófanes juega con las palab ras griegas «expedición» y «retrete» y alu ­ de a la leyenda de las m ontañas de puro oro que supuestam ente h ab ía en Per­ sia. Por su color o por otro juego de palab ras las transform a en evacua­ torio. 24 P o lítico ateniense aliad o de C león y luego de otros jefes radicales. A ris­ tófanes le acusa de d em agogia, cobardía, ch arlatan ería y afem inam iento. En el año de L os A cam ienses prom ovió un decreto con m edidas estrictas p ara co­ brar el tributo de los aliados. 25 Juego de palabras con el fénix. 26 Ojos y Oídos del Rey eran llam ados altos funcionarios que reco gían in ­ form ación para él. 27 M edio cegado por la m áscara que fig u ra un gran ojo, el «Falso A rtabas» en tra balanceándose com o un barco. El ojo parece la abertura por la que sale un rem o, y la barba el cuero que la forraba, p ara atenuar el roce y e v ita r que en trara el agua.

[* 7]

Vamos, lo que el Rey te envió a que dijeras a los atenienses, explícalo, ¡oh Pseudartabas! P s e u d a r t a b a s . I artamane Xarxas apiaona satra. E m b a ja d o r . ¿Habéis entendido lo que dice? D ic e ó p o lis . Por Apolo, yo no. E m b a ja d o r . Dice que el Rey va a enviaros un poquito de oro. (A P s e u d a r t a b a s .) Di más fuerte y claro lo del oro. E m b a ja d o r .

P s e u d a r t a b a s . N o recibir tu oro, culiabierto de joniaco. D ic e ó p o l is . D e sd ic h a d o d e m í, ¡q u é c la ro ! E m b a ja d o r . ¿Qué es lo que dice? D ic e ó p o lis . ¿Que qué? Llama a los jonios culiabiertos si

es

que esperan oro de los bárbaros. E m b a ja d o r . N o, está hablando de fanegas de o ro 28. D ic e ó p o lis . ¿Qué fanegas? Eres un gran falsario. Vete: voy a someterle yo solo a interrogatorio. (Salen los e m b a ja d o r e s .) (A P s e u d a r t a b a s .) Ea, dime claramente delante de este

testigo29, para que no te tiña con tinte de Sardes30: ¿va el Gran Rey a enviarnos oro? ( P s e u d a r t a b a s hace con la cabeza un gesto negativo.) Entonces, ¿somos tontamente engañados por los embajadores? ( P s e u d a r t a b a s y los eunucos asienten.) Estos tíos han movido la cabeza afirmativamente a la ma­ nera de los griegos y no hay forma de que no sean de aquí mismo. Y de los dos eunucos, éste de aquí yo sé quién es, Clístenes el de Sibirtio31. ¡Oh tú que te has depilado ese ano tuyo de ardiente temple! 32. ¿Teniendo, mono, una bar­ ba como ésa viniste hasta nosotros disfrazado de eunu­ co?33. ¿Y quién es este otro? ¿No es Estratón?34.

28 Jueg° de palabras en tre «abierto » y la m edida persa que traducim os por «fanega» (m ás de dos m etros cúbicos, en realidad). 29 Le am enaza con el bastón. 3° Es la púrpura, pero le am enaza en realidad con bañarlo en sangre. Ή Clístenes es constantem ente tratado de afem inado por A ristófanes; es irónico d eclararlo hijo de Sib irtio , un en trenador de la palestra. ^2 P arodia de E urípides. A ristófanes parodia a A rqu íloco fr. 76 A dr. (palabras de la zorra al m ono), cam biando «culo» po r «barba». C lístenes es b arbilam p iño y es ultraje de A ristófanes el hablar de su barba. O alude, quizá, al vello púbico: los eu ­ nucos debían de aparecer con un falo. ,4 O tro personaje sin barba satirizado por A ristófanes. [28]

Calla y siéntate. El Consejo invita al pritaneo35 al Ojo del Rey.

H e r a ld o .

(P s e u d a rta b a sy

los eunucos se van.)

para ahorcarse? ¿Y entre tanto yo estoy aquí perdiendo el tiempo y no hay puerta que estorbe acoger a éstos como huéspedes? Voy a hacer una tremen­ da, gran hazaña. Pero Anfiteo, ¿dónde está? A n f i t e o . (Entra de nuevo en la Asamblea.) Aquí estoy. D ic e ó p o lis . Coge estas ocho dracmas y haz la paz con los lacedemonios para mí solo, para mis hijitos y para la parienta. (Sale A n f i t e o . ) (A los prítanis.) En cuanto a vosotros, seguid mandando embajadas y haciendo el papanatas. H e r a l d o . Que se adelante Teoro, vuelto de la corte de Sifalces36. T e o r o . (Adelantándose.) Aquí estoy. D ic e ó p o lis . A hí te n e m o s a o tr o im p o s to r que es in t r o ­ D ic e ó p o l is . ¿N o h a y c o m o

d u cid o. T e o r o . N o habríamos pasado tanto tiempo D ic e ó p o lis . No de verdad, si no hubieras

en Tracia... cobrado tantas

dietas. T e o r o ... si n o h u b ie ra h a b id o u n a n e v a d a e n T ra cia to d a y lo s río s n o se h u b ie ra n h ela d o . D ic e ó p o lis . Por esa misma época presentaba aquí Teognis

sus tragedias37. Todo este tiempo estuve bebiendo con Sitalces. De veras, era amigo de Atenas grandemente y enamorado vuestro de verdad, de modo que escribía en las paredes18: «Los atenienses son guapos.» Y su hijo39, al que habíamos

T e o ro .

15 La casa del gobierno, donde v iv ía n los prítan is y a la cual se in v itab a a los huéspedes oficiales de la ciudad. 36 Teoro es presentado en L as A vispas com o am igo y adulador de Cleón. Sitalces era rey de T racia, aliad o de Atenas. 37 V éase más arriba sobre este trágico , apodado «La N ieve» po r su poca fuerza poética. 38 Com o hacían los enam orados en A tenas. 39 Sadoco, al que se le había concedido la ciu dadanía de A tenas, gran honor. [2 9 ]

hecho ateniense, deseaba comer morcillas de las Apaturias40 y suplicaba a su padre que acudiera en ayuda de su patria. Y Sitalces juró, haciendo libaciones, que prestaría esa ayuda con un ejército tan grande que los atenienses di­ rían: «¡qué barbaridad de langostas se nos viene enci­ ma!». D ic e ó p o lis . Ojalá muera malamente si creo algo de eso que has dicho aquí, excepto las langostas. T e o r o . Y ahora ha enviado en vuestra ayuda al pueblo más belicoso de los tracios. D ic e ó p o lis . (A parte.) La cosa es clara ya. H e r a l d o . Que entren los tracios que trajo Teoro. (Entra un grupo de tracios, con el falo en erección.) D ic e ó p o lis . ¿Qué calamidad es ésta? T e o r o . Un ejército de odomantes41. D ic e ó p o lis . ¿De qué odomantes? Dime,

¿qué es eso? ¿Quién ha deshojado la polla de los odomantes?42. T e o r o . Si alguien les da dos dracmas, machacarán con sus es­ cudos toda Beocia43. D ic e ó p o lis . ¿Dos dracmas a estos desprepuciados? Lloraría el pueblo de remeros de la primera fila, el salvador de la ciudad44. (Los odomantes arrebatan su alfada a D ic e ó p o lis .) Parezco el desgraciado, los odomantes me saquean los ajos45. (A los odomantes.) ¡Soltad esos ajos! T e o r o . Desgraciado, no te acerques a ellos, están cebados con ajos. 40 Fiesta de las fratrías o asociaciones g en tilicias en que se ad m itía a los nuevos ciudadanos. Pero A ristófanes sugiere una etim ología a p artir de «en ­ gaño». 41 T ribu tracia m uy sangu inaria. 42 Los odom antes aparecen circuncidados. 43 E n la guerra del P eloponeso los tracios fueron m ercenarios de los ate­ nienses; pero dos dracm as es una so ldada excesiva. Los tracios eran infante­ ría ligera que llevaba un pequeño escudo y com etieron m uchos excesos. 44 Los rem eros de la p rim era fila eran los que m ayo r esfuerzo habían de hacer, al m anejar los rem os m ás largo s ¡y sólo cobraban la m itad! 45 Son com o gallos de pelea, a los que se daban ajos para aum entar su fero­ cidad. A quí se los roban a D iceópolis. [3 0 ]

¿Habéis permitido, prítanis, que yo sufra esto en mi ciudad, y a manos de los bárbaros? Os prohíbo que ha­ gáis una Asamblea sobre la soldada de los tracios. Os ase­ guro que hay una señal de Zeus y que me ha caído una gota de lluvia46. H e r a l d o . Que salgan los tracios y vuelvan pasado mañana. Que los prítanis disuelvan la Asamblea.

D ic e ó p o lis .

(Salen el bleístas.)

H e r a ld o , T e o ro ,

los tracios, los prítanis y los asam­

D iceó po lis. (Recuperando su αΐ/οήα.) Desgraciado de m í, qué ajoaceite47 me he perdido. (Entra de nuevo A n f it e o , corrien­ do.) Pero aquí está A nfiteo, vuelto de Lacedemonia. Bien­ venido, Anfiteo. A n f i t e o . N o antes de que me detenga en mi carrera. Porque

debo, en mi huida, escapar a los acamienses48. D ic e ó p o lis . ¿Qué ocurre? A n f i t e o . Yo venía rápido trayéndote

la paz; pero me olieron unos ancianos acamienses, unos viejos consumidos, verda­ deros robles, indomables, luchadores de Maratón, hechos de madera de arce. Y gritaron todos: «Maldito, traes la paz mientras mis vides están aún taladas? Y recogían piedras en sus capotes. Y yo huía y ellos me perseguían y gritaban. D ic e ó p o lis . Que griten. ¿Traes la paz? A n f i t e o . Ahí, tres calidades que ves aquí. (L e enseña tres odres de vino.) Esta es de cinco años. Pruébala. D ic e ó p o lis . (Probando el prim er odre.) ¡Puf! A n f i t e o . ¿Qué pasa? D ic e ó p o lis . N o me gusta, porque huele a pez y a preparati­

vos navales49. A n fite o .

Pues toma esta de diez años

y

pruébala.

46 En caso de determ in adas señales d iv in as o portentos (éste es b ien pe­ queño) no se podía celebrar la A sam blea. 47 Se trata, en realid ad , de una pasta que co nten ía, adem ás de ajo y aceite, queso, huevo, m iel, etc. 48 A l coro de la com edia, que le persigue. 49 La pez se usaba para calafatear las naves y conservar vinos de poca ca­ lidad.

[3i]

(Probando el segundo odre.) También ésta huele a embajadores enviados a las ciudades de la Liga, muy ácida, como a retrasos de los aliados50. A n f i t e o . Pues esta otra (le da el tercer odre) es de treinta años por tierra y por mar. D ic e ó p o lis . (Probándola.) ¡Oh Dionisias! Huele a ambrosía y a néctar y a no aguardar a la «comida para tres días»51, sino que dice con su boca: «ve donde quieras». Esta la acepto, la confirmo con una libación y me la beberé: mando a paseo muchas veces a los acamienses. Y yo, libre de guerras y de desgracias, me voy a casa a celebrar las Dionisias del campo52. D ic e ó p o lis .

( D ic e ó p o lis A n fite o .

entra en su casa.)

Pues yo voy a ver si escapo de los acamienses.

( A n f i t e o sale corriendo, mientras llega también d e l o s c a r b o n e r o s d e A c a r n a s .) P r im e r

corriendo el c o r o

c o r if e o .

Seguidme todos, corred y preguntad por ese hombre a todos los que pasen, que digno es de la ciudad apresar a ese tipo. Ea, presentadme denuncia si alguien sabe a dónde se dirige el que trae la paz. C oro.

E strofa.

Se ha escapado, se ha escapado. 50 Una paz por poco tiem po sig n ifica preparativos de guerra. A tenas pide d inero y naves a sus aliad os y éstos se buscan excusas. 51 Se pedía que la llev aran los soldados en caso de expedición. 52 D istintas de las D ionisias antes m encionadas, celebradas en A tenas en m arzo y en las que ten ían lu gar los concursos teatrales. Las D ionisias del cam po se celebraban en cada dem o y habían sido interrum pidas por la gue­ rra. D iceópolis, aho ra en paz, v u e lv e a celebrarlas.

[32]

¡Desgraciado por mis años! Jamás en mi juventud cuando con un haz de leña cogía corriendo a Faílo53, / tan tranquilamente este porta-paces, por m í perseguido, se me habría escapado y escurrido rápido. S egundo

c o r if e o .

Pero ahora que ya mis pantorrillas están rígidas y le pesan las piernas al viejo Leocrátidas54 se ha largado. Mas ¡ea!, perseguidlo: ¡que nunca se ría de habérseles fugado a los de Acamas, por viejos que sea­ mos! C oro.

Antístrofa. Ese que, ¡oh Zeus padre y dioses!, pactó con nuestros enemigos, para los que «implacable hostilidad crece» en mí por mis campos. No he de cejar hasta clavarme / en ellos cual junco55 agudo, punzante, hasta el puño, para que ya nunca más pisoteen mis viñas. D ic e ó p o lis .

(Desde dentro de la casa.) ¡Silencio, silencio reli­

gioso! C o r if e o .

Callad todos. ¿Escuchasteis, amigos, la orden de si­ lencio? 53 F aílo de Crotona, vencedor olím pico. 54 Uno de los del coro. El nom bre recuerda el de un arconte de antes de las G uerras M édicas. 55 El junco es un arm a cóm ica (com o p ara las ranas en la Bairacom iom aquia) que es descrita com o una espada.

[33]

Es ese que buscamos. A quí todos. Apartaos. Parece que sale a hacer un sacrificio. (E l c o r o se aparta a los lados. D e casa de D i c e ó p o li s sale la p r o ­ cesión de las Dionisias del campo: elpropio héroe cómico, su mujer, sus hijosy esclavos. Dos de ellos llevan sobre sus hombros una vara y enci­ ma de ella el fa lo ritual.) ¡Silencio, silencio religioso! Tú, la canéforo56, adelántate un poco. (La h i ja se acerca al altar, en el centro de la orquestra.) Que Jan tias57 ponga derecho el falo. Deja en el suelo el cestillo para que ofrendemos las primicias.

D ic e ó p o lis .

H ija . Madre, dame el cucharón, vo y a echar puré de lentejas sobre esta torta.

Está bien así. Señor Dioniso, te pido, tras hacer en tu honor y en forma grata a ti esta procesión y este sa­ crificio, festejar felizmente con mi fam ilia las Dionisias del campo libre del ejército; y que la paz por treinta años me sea propicia.

D ic e ó p o lis .

(La procesión se pon e de nuevo en marcha.) Hija, lleva con gracia el cestillo, tú que la tienes, echando miradas como si mascaras ajedrea58. ¡Qué feliz el que se case contigo y te haga comadrejas59 que pedorreen no me­ nos que tú al amanecer! Camina, ten mucho cuidado no sea que alguien sin que le vean te roa... las joyitas60. Jantias, vosotros dos debéis llevar derecho el falo, detrás de la canéforo. Yo os seguiré y cantaré el himno fálico. Tú, mujer, contémplame desde la azotea. (A l cortejo.) ¡Ade­ lante! 56 Es su hija, que llev a sobre la cabeza un cestillo con objetos sa­ grados. 57 Un esclavo. 58 P lanta de gusto am argo. La m u chach a debe m ira r a la gente adustam en­ te: es una d on cella, no una hetera. 59 Podríam os d ecir «gatitos». Los griegos ten ían en sus casas com adrejas para que les cazaran los ratones. 60 D oble sentido.

[34]

( Desfila la procesión. La cierra

D

ic e ó po lis

cantando.)

Fales, de Baco compañero, juerguista, errabundo en la noche, adúltero, marica, tras cinco años te saludo volviendo con gusto a mi pueblo. Hice una paz para mi solo: de los disgustos y las guerras y de los Lámacos61 ya libre. Pues da mucho más gusto, ¡Fales, Fales! pillar robando a guapa leñadora, Tracia de Estrimodoro, en el roquedo: cogerla, levantarla en alto, derribarla, despepitarla. ¡Fales, Fales! Si bebes con nosotros, después de la resaca sorberás de mañana un buen plato de paz. Y colgará el escudo encima del rescoldo. (E l

c o ro p o lis .)

ataca a los de la procesión, que huyen, salvo

D ic e ó -

C o r if e o .

Este mismo es, éste, éste: tira, tira, tira, tira, pega, pega a este canalla. ¿No le tiras? ¿No le tiras? (E l c o r o ataca. del puré.)

D i c e ó p o li s

se defiende usando como escudo la olla

61 G eneral ateniense que d irigió diversas expediciones y m urió en la de Si­ c ilia el 415. A ristófanes lo presenta com o belicista declarado; como tal actúa más adelante, com o personaje, en esta com edia.

[35]

Estrofa 1. D i c e ó p o l is .

¡Por Heracles! ¿Qué es esto? Vais a romperme la olla. C o ro .

A ti te lapidaremos, oh cabeza de bribón. D ic e ó p o l is .

¿Por qué causa, venerables ancianos acamienses? C oro.

¿Eso preguntas? Tú eres / sinvergüenza y miserable ¡oh traidor a nuestra patria!, / tú que sólo de nosotros hiciste la paz y aún / eres capaz de mirarnos. D ic e ó p o lis .

¿Oísteis por qué la hice? Oídme ahora. C oro.

¿Oírte a ti? Morirás, / te enterraremos con piedras. D ic e ó p o lis .

No antes de que me escuchéis. Tened paciencia, amigos. C o ro .

No voy a tener paciencia / y no me hagas un discurso, porque te odio aún más / que a Cleón, a quien en tiras de cuero yo cortaré, sí, / para los caballeros62. C o r if e o .

No voy a escucharte largos discursos, a ti que hiciste la paz con los laconios, sino que te castigaré. D ic e ó p o lis .

Amigos, dejad tranquilos a los laconios, pero escuchad sobre mi paz, si la hice con razón. C o rife o .

¿Y cómo puedes decir que con razón, si de cierto hiciste la paz con gente para la que no hay altar ni garantía ni promesa firmes? D ic e ó p o l is .

Bien sé que los laconios, con los que en demasía nos encar­ nizamos,

62 C león era curtidor. Se alude a L os Caballeros, presentada el año 424 y que sin duda A ristófanes estaba ya preparando.

[36]

no son culpables de todas nuestras dificultades. Coro.

¿No de todas, oh maldito? ¿Y tú osas decir esto abiertamente ante nosotros? ¿Crees que voy a respe­ tarte? D ic e ó p o l is .

No de todas, no de todas; y yo que te estoy hablando aquí podría mostrar que en muchos casos son a veces agra­ viados. C o r if e o .

Esta palabra es ya terrible y altera mi corazón si vas a atreverte a hablarnos a favor de los enemigos. D ic e ó p o lis .

Pues si no digo algo justo y el pueblo no me aprueba consentiré en hablar con mi cabeza sobre un tajo63. C o rife o .

Decidme: ¿por qué escatimamos las piedras, paisanos, en vez de cardar a este individuo hasta convertirlo en un capote purpúreo?64. D ic e ó p o l is .

¡Cómo ha ardido otra vez este rabioso tizón vuestro! ¿No vais a escuchar, no vais a escuchar de una vez, oh acárnicos? C o r if e o .

Pues no vamos a escucharte. D ic e ó p o l is .

Muy mal lo voy a pasar. C o r if e o .

Perezca yo, si te escucho. D ic e ó p o l is .

De ningún modo, ¡oh Acárnicos! C o r if e o .

Sabe que ahora mismo vas a morir. D ic e ó p o l is .

Pues también yo os morderé. 63 R eferen cia al Télefo de E uríp ides, cuyo héroe dice que no dejará de decir la verdad aunque alguien le am en ace con u n hacha. 64 Com o el que usaban en la guerra sus am igos los espartanos.

[37]

Porque a mi vez mataré a los más queridos de vuestros se­ res queridos: tengo rehenes vuestros y voy a degollarlos. ( D ic e ó p o lis

entra en su casa.)

C o r if e o .

Decidme: ¿qué amenaza es ésa, paisanos, para nosotros los acárnicos? ¿Acaso tiene un niño de al­ guno de los presentes y lo ha encerrado dentro? ¿O por qué se envalentona? (Sale D i c e ó p o li s con un cuchillo y un saco de carbóny se coloca so­ bre el altar.) D i c e ó p o l is .

Tiradme piedras, si queréis, yo voy a matar a éste65. Muy pronto voy a saber quién de vosotros se preocupa por el carbón. C o r if e o .

Estamos perdidos: este saco es paisano mío. (A

D ic e ó p o lis .)

No hagas eso que intentas, de ningún modo. An t 1stroja 1. D ic e ó p o l is .

Lo mataré: puedes gritar, yo no voy a escucharte. C oro.

¿Vas a perder a ese amigo / que ama a los carboneros? D ic e ó p o lis .

Tampoco vosotros me escuchasteis cuando yo quería ha­ blar. 65 P arodia de Ja escena del Té/e/o en que este héroe para salv ar su v id a tom a com o rehén a O restes, hijo de A gam enón. A qu í hace ese papel el saco de car­ bón am ado po r los carboneros d e A cam as.

[38]

C oro.

Pues ahora puedes hablar / lo que quieras: dime al punto por qué causa ahora el laconio / es para ti un buen amigo: porque a este saquito yo / nunca voy a traicionarlo. D ic e ó p o lis .

Lo primero, arrojad las piedras al suelo. (Las arrojan.) C oro.

Ya las tienes en el suelo, / pero tú deja la espada. D ic e ó p o lis .

Mira, no sea que en vuestros mantos quede alguna piedra. (E l

c o ro

danza sacudiendo sus mantos.)

C oro.

Las he sacudido al suelo: ¿no las ves ya sacudidas? No me pongas más pretextos, / deja en el suelo tu arma. Ves cómo sacudo el manto / mientras que lo hago girar. ( D ic e ó p o lis

deja el cuchillo.)

D ic e ó p o l is .

Así que ibais todos a levantar vuestros gritos y por poco no murieron unos carbones del Parnés66, y todo ello por la extravagancia de sus paisanos. (Deja el saco en el suelo j ve las manchas de hollín en su manto.) De miedo, cantidad de hollín me soltó encima el saco, como una sepia. (Continúa su discurso.) Cosa terrible es que sea tan avinagrado el carácter de estos 66 M onte del A tica al norte de A tenas en cuyas laderas estaba el dem o de A cam as.

[39]

hombres, que apedreen y griten y no quieran oír nada que oponga lo igual a lo igual. ¡Y eso que yo ofrecía decir con la cabeza sobre el tajo todo lo que fuera a decir a favor de los lacedemonios! Y, sin embargo, yo amo mi vida. Estrofa 2. C oro.

¿Por qué no nos cuentas, el tajo sacando a la puerta, ese gran argumento, infeliz? Porque ansio saber lo que piensas. Ea, en los mismos términos que tú has propuesto, pon aquí el tajo y comienza tu discurso.

C o rife o .

( D ic e ó p o lis

entra en su casa y sale con un tajo de carnicero.)

Mirad, aquí tenéis el tajo y aquí estoy yo, el que va a hablar, así de pequeñito. Descuidad, no me ocultaré tras un escudo, sino que diré a favor de los lacedemonios lo que pienso. Y, sin embargo, tengo mucho miedo: pues bien me sé cómo son los rústicos, cómo disfrutan si un charlatán cualquiera los elogia a ellos y a la ciudad, con ra­ zón y sin ella. Y no se dan cuenta de que en este momento están vendidos; pero bien sé que los corazones de los viejos no miran a otra cosa que a morder con sus votos67. Recuer­ do lo que sufrí por culpa de Cleón por la comedia del año pasado68. Me llevó a rastras al Consejo y se dedicó a calum­ niarme: desató su lengua en mentiras contra mí y bramó como el Ciclóboro69 y me bañó en insultos hasta que casi perecí entre sucias intrigas.

D ic e ó p o lis .

67 A lude a la heUea o tribu nales populares, haciendo una crítica que es a n ti­ cipo de Ja de L as A vispas. 68 L os Babilonios. E l héroe có m ico hace aquí de portavoz del poeta, que fue acusado ante el Consejo por C león po r haber difam ado a A tenas ante un pú ­ b lico de extranjeros; la acusación no prosperó. Cfr. tam bién m ás abajo, 502 y ss., entre otros pasajes. 69 T o rren te del A tica que traía m ucha agua en las avenidas.

[40]

Pero antes de pronunciar mi discurso, dejadme que me vis­ ta del modo más lastimero. Antístrofa 2. C oro.

¿Por qué esos trucos y maniobras y demoras? Por mí, puedes pedirle a Jerónimo™ su espeso y negro casco de Hades. Y ahora puedes desplegar las trampas de Sísifo, que este debate no encontrará pretexto de suspensión. D ic e ó p o lis . E s el momento de aprestar un alma valerosa: he de dirigirm e a la casa de Eurípides. (Llama a la puerta de E u ­ r íp id e s .) ¡Chico, chico! C o rife o .

(Asoma el

s e rv id o r

de

E u r íp id e s .)

S e r v i d o r . ¿Quién es? D ic e ó p o lis . ¿Está Eurípides en casa? S e r v i d o r . N o está dentro, dentro, si puedes entenderlo. D ic e ó p o lis . ¿Cómo está dentro y no está dentro? S e r v i d o r . Justamente, oh anciano. Su espíritu, que recoge

versitos por aquí fuera, no está dentro, pero él sí que está dentro y con los pies en alto71 compone una tragedia. D ic e ó p o lis . ¡Oh Eurípides tres veces dichoso por tener un esclavo que responde tan sabiamente! (A l s e r v i d o r . ) Llámalo. S e r v i d o r . Imposible. D ic e ó p o lis . D e todos modos: no voy a marcharme. Apo­ rrearé la puerta. (Llama.) ¡Eurípides, Euripidín! Escúcha-

70 Poeta trágico que según los escolios sacaba m áscaras ho rrip ilantes y lle­ vaba él m ism o una larga cab ellera que A ristófanes com para con el «casco de Hades», que hacía invisible. 71 Según la in terp retación m ás com ún, está sim plem ente reclin ad o en su lecho.

M

me, si alguna vez lo hiciste para alguien: te estoy llamando yo, Diceópolis de Coledas72. E u r íp id e s . (Desde dentro.) No tengo tiempo. D ic e ó p o lis . Coge e l giratorio73. E u r íp id e s . Imposible. D ic e ó p o lis . A pesar de todo. E u r íp id e s . Cogeré el giratorio, pero no tengo tiempo d e bajar74. (Aparece el interior de la casa: E u r íp id e s en su lecho, su esclavo,y en tomo vestidos, máscaras y accesorios teatrales.) D ic e ó p o lis . ¡Eurípides! E u r íp id e s . ¿Q u é palabras has proferido? D ic e ó p o lis . Compones con los pies en alto

pudiendo hacer­ lo con ellos en el suelo. No en vano presentas personajes cojos. Pero, ¿por qué llevas esos harapos sacados de una tragedia, «un vestido lastimoso»? No en vano presentas personajes cojos. Te imploro, Eurípides, por tus rodillas75 (las coge), dame un pequeño harapo de tu vieja tragedia76. Porque debo dirigir al coro un largo parlamento: y ello me trae la muerte si lo digo mal. E u r íp id e s . ¿Qué trapos? Aquellos con los que salía a escena Eneo, este de aquí77, el viejo infortunado?78. D ic e ó p o lis . No eran los de Eneo, sino los de otro aún más desdichado. E u r íp id e s . ¿L os del ciego Fénix?79. 72 Un dem o próxim o a A cam as. E n griego hay un juego de palabras con los «cojos» que E urípides gustaba in tro d u cir en sus tragedias, véase m ás ade­ lante. 73 El girato rio o eccyclem a es u na p latafo rm a circu lar que, giran do, hace sa­ lir a la escena los interiores. E uríp ides la usaba m ucho. 74 D el lecho. 75 Fórm ula épica y trágica. 70 El Télefo. A fecta no reco rdar el nombre. 77 Q uizá señala a su m áscara y ropajes. 78 E neo, rey de C alid ó n , fue destronado por sus sobrinos a fav o r del padre de éstos, A grio. 79 A cusado de haber seducido a u n a co ncubina de su padre, fue cegado y desterrado por éste, según cuenta ya la litada.

[42]

de Fénix, no: era otro más desdichado aún que Fénix. E u r íp id e s . ¿Qué jirones de manto está pidiendo este indivi­ duo? ¿Quieres decir los del mendigo Filoctetes?80. D ic e ó p o lis . No, los de otro mucho, mucho más mendigo que éste. E u r íp id e s . ¿O es que quieres las sucias vestiduras que llevaba Belerofontes, este cojo?81. D ic e ó p o lis . Tampoco de Belerofontes; pero también aquel otro era cojo, mendigo, charlatán, formidable orador. E u r íp id e s . L o conozco, Télefo el misio82. D ic e ó p o lis . Télefo, sí: dame de ése los pañales. E u r íp id e s . Chico, dale los harapos de Télefo. Están encima de los andrajos de Tiestes83, entre ellos y los de Ino84. Ahí los tienes, cógelos. D ic e ó p o lis . N o

(E l

s e rv id o r

se los da,

D i c e ó p o li s

los toma.)

¡Oh Zeus que miras a través85 y miras hacia aba­ jo en todas partes, que yo pueda vestirme como el más m i­ serable! (A E u r íp id e s .) Eurípides, ya que me has hecho este favor, dame también lo que acompaña a los harapos, el gorrito misio para la cabeza. «Pues hoy debo parecer un mendigo y ser el que soy yo, pero no aparentarlo»86: que el público sepa quién soy yo, pero el coro esté a mi lado cual

D ic e ó p o lis .

8n E xpulsado del ejército aqueo por causa de la m ordedura infectada de una serpiente, v iv ía en Lem nos, solo, cojo y m iserable. 81 Señ ala la m áscara. B elerofontes fue derribado del caballo Pegaso por haber querido subir con él al O lim po; en su tragedia, E urípides lo presenta com o cojo por causa de su caída. 82 H erido por la lanza de A q u iles en el p rim er desem barco griego en A sia, sólo ésta podía curarlo. T élefo, cojo, v in o a G recia de M isia, su patria, en busca de esa curación. 83 Tiestes (en la obra de este nom bre) era desterrado por su herm ano A treo al descubrir su ad ulterio con la m ujer de aqu él, Aéropa. 84 Se lanzó al m ar tras ser asesina de su hijo por causa de la lo cura dionisiaca. 85 Los harapos están agujereados, D iceópolis los ha m irado levantándolos en alto. 86 V ersos del Télefo, com o otros a lo largo del pasaje.

[43]

imbécil para que yo les haga la higa con mis frasecitas. (Se pone los harapos.) E u r íp id e s . Te lo daré: pues tramas sutiles ingeniosidades con apretada inteligencia. (Le da el gorro.

D i c e ó p o li s

se lo pone.)

Que seas feliz. Y que Télefo tenga lo que yo quiero. (A parte.) Bien. ¡Cómo me estoy llenando de pala­ britas! Pero necesito un bastón de mendigo. E u r íp id e s . Tómalo y vete lejos del «marmóreo recinto». D ic e ó p o lis . (Para sí.) Corazón mío, ¿ves cómo soy echado de la mansión cuando preciso todavía de muchos bártulos? Sé ahora pegajoso, mendicante, suplicante. (A E u r íp id e s .) Eurípides, dame un cestillo quemado por la lámpara. E u r íp id e s . ¿Y qué falta te hace ese trenzado, desdichado? D ic e ó p o lis . Falta, ninguna, pero quiero tenerlo. E u r íp id e s . (Se lo da.) Eres molesto, vete de mi casa. D ic e ó p o lis . ¡Oh! ¡Ojalá seas feliz, como tu madre!87. E u r íp id e s . Márchate de una vez. D ic e ó p o lis . Dame aún una cosa solamente, un pequeño ta­ zón con el borde desportillado. E u r íp id e s . Cógelo y revienta. (Se lo da.) Eres importuno en mi casa. D ic e ó p o lis . N o te das cuenta, por Zeus, del daño que causas. Pero, dulcísimo Eurípides, tan sólo esto: dame una ollita taponada con una esponja88. E u r íp id e s . Amigo, vas a dejarme sin tragedia. Tómala y vete. (Se la da.) D ic e ó p o lis . Ya me voy, pero ¿qué voy a hacer? Necesito una cosa que si no la encuentro estoy perdido. Escúchame, Eu­ rípides dulcísimo: si la cojo, me marcho y ya no vuelvo. Échame en el cestillo unas hojas secas de berza85. D ic e ó p o lis .

87 A lusión m alévola a la m adre, que era verdulera según los cóm icos. Si­ guen otras. 88 Todo es parodia de la escena del Télefo. Este llevaba sin duda una o lla con ungüento para su herida. 89 A lim en to de los pobres.

[44]

E u r íp id e s .

Acabarás conmigo. Toma. (Se las da.) Adiós mis

dramas. Ya no más, ya me voy. Soy importuno en dema­ sía, «no viendo que los reyes me aborrecen». ¡Desdichado de mí, cómo soy muerto! He olvidado una cosa de la que todo depende para mí. ¡Euripidín, oh el más dulce y querido, muera yo malamente si te pido otra cosa todavía, salvo una sola, ésta sola, ésta sola: dame el perifo­ llo «que de tu madre has recibido»50. E u r íp id e s . ¡Q u é insolente! (A l s e r v i d o r . ) «Echa los cierres de la mansión.» D ic e ó p o lis .

(E l giratorio se lleva dentro a E u r íp id e s y el interior de la casa.) ¡Corazón mío! Sin perifollo hay que marcharse. ¿Sabes acaso qué combate vas a librar al disponerte a ha­ blar en favor de los lacedemonios? Adelante, corazón mío: ahí está la línea de salida91. ¿Te quedas quieto? ¿No vas a entrar en la carrera, después que te has tragado a Eurípi­ des? (Da un paso o dos hacia el tajo.) ¡Muy bien! Ea, corazón mío desgraciado, ve allí y luego pon allí tu cabeza después de haber dicho cuanto te parezca. Ten valor, ea, adelánta­ te. (Se coloca junto al tajo.) ¡Bravo mi corazón!

D ic e ó p o lis .

Estrofa. C oro.

¿Qué vas a hacer? ¿Qué a decir? Bien sabe que no tienes pudor y eres de hierro, tú que tras ofrecer / a la ciudad tu cuello vas tú solo a decir / al contrario de todos. (A parte.) Este hombre no teme la empresa. (A p o lis .) Ea, pues que esta es tu elección, puedes ya hablar.

D ic e ó -

90 Esta vez se trata de una p arodia de E squilo, Coéforos. 91 A lusión a una carrera en el estadio, con referencia, a l tiem po, al tajo.

[45]

lo toméis a mal, espectadores, si siendo yo un mendigo92 me dispongo a hablar de la ciudad ante los atenienses, componiendo una comedia. Pues también la comedia conoce la justicia. Voy a decir cosas terribles, pero justas. Ahora no va a ca­ lumniarme Cleón diciendo que hablo mal de la ciudad de­ lante de los extranjeros. Estamos solos, este es el concurso del Leneo93 y todavía no han venido los extranjeros: pues ni nos han llegado los tributos94 ni los aliados de las islas. Estamos ahora solos, bien cernidos; pues llamo a los meteeos el cascabillo de la ciudad95. Yo odio mucho a los lacedemonios y ojalá Posidón, el dios de Ténaron96, haga un terremoto y derribe todas sus casas: también a mí me han talado las viñas. Pero, amigos que es­ cucháis mi discurso, ¿por qué acusamos de esto a los lacedemonios? Gente de aquí — no hablo de la ciudad; acor­ daos de esto, que no hablo de la ciudad— unos tipejos m i­ serables, moneda falsa, sin valor, de cuño contrahecho, casi extranjeros97, se pusieron a denunciar: «esos pequeños mantos son de Mégara»; y si veían un pepino o una peque­ ña liebre o un lechón o un ajo o unos terrones de sal, todo eso era de Mégara y se subastaba el mismo día98. Todo esto son pequeñeces e historias locales, pero unos jovencitos

D ic e ó p o lis . N o

92 E l discurso parod ia el de T élefo a favor de los troyanos ante los jefes aqueos. A l tiem po, D iceópo lis hace de portavoz de Aristófanes. 93 Esta com edia fue presentada a las fiestas Leneas, a las que no v en ían ex­ tranjeros de la L iga M arítim a com o a las D ionisias. E l Leneo era u n lu gar de culto d ion isiaco , donde celebraban sus cerem onias las lenas o m énades; en un com ienzo, se representaban a llí las com edias. 94 Que traían a A tenas los aliados de las islas en las D ionisias, en marzo. 95 Pasaje poco claro. Lo relativo a los m etecos (extranjeros dom iciliados, que sin duda estaban en el teatro) p arece un añadido, algo que el poeta había olvidado. Suele entenderse que ciudadanos y m etecos son com o la h arin a y el cascabillo, que juntos se am asan p ara hacer el pan. 96 T en ía un tem plo en el cabo T énaron, en Laconia. 97 De ciu d ad anía dudosa, cu lm in a así la com paración con la m ala m oneda. 98 Por el decreto m egárico (véase más adelan te) se pro hibía el com ercio con M egara; sus productos eran confiscados y subastados. Pero esto es antes del decreto, se refiere quizá a actos de contrabando.

[46]

borrachos en el cótabo99 fueron a Mégara y raptaron a una puta, Simeta. A continuación los megarenses, excitados por la rabia como por una dieta de ajo100, raptaron a dos putas de A spasia101. Y de aquí estalló el comienzo de la guerra para todos los griegos: por dos putillas. Desde ese momento el Olímpico Pericles se puso a relampaguear, a tronar, a alborotar a Grecia y a dar leyes escritas como es­ colios102: «que los megarenses ni en tierra ni en el mercado ni en tierra firme sean adm itidos»103. Y luego los megaren­ ses, como sufrían de hambre cada vez más, pidieron a los lacedemonios que el decreto de las putillas104 fuera vuelto contra la pared, pero nosotros no queríamos, aunque insis­ tieron muchas veces. Y ahora ya sí que hubo ruido de es­ cudos. Dirá uno: «no debían». Pero, ¿qué debían hacer?, decídme­ lo. Vamos: si un lacedemonio «yendo con su navio» hubie­ se denunciado y confiscado un cachorrillo de los serifios105, «¿os habríais quedado sentados en casa? Ni mucho menos» 10 4. Corre rápido65. M o r c i l l e r o . Ya lo hago. S e r v i d o r 1.°. Acuérdate de morder, difamar, devorar las crestas. Y vuelve en cuanto te hayas comido sus barbas66. S e r v id o r

C o r if e o .

Vete con suerte: tengas éxito cual yo deseo, y que te guarde Zeus de la plaza; y vencedor de allí a nosotros otra vez retornes coronado. (A l público.) Seguid con atención vosotros los anapestos: ¡vosotros que una Musa varia habéis probado ya!

64 Com o un gallo de pelea. 65 Inversión del proverbio «co rre len tam ente». 66 L a p alab ra se refiere a barbas de gallo : el com bate del M o rcillero y el P aflagonio es el de dos gallos.

[no]

C o r if e o .

Si alguno de los viejos maestros de comedia quisiera obligarnos a recitar ante el teatro la parábasis no lo habría logrado fácilmente; pero ahora es digno de ello nuestro poeta porque odia a los mismos que nosotros y se atreve a decir lo que es justo y marcha con gallardía contra el Tifón y el Torbellino. Pero en cuanto a lo que dice que sorprende a muchos que se le acercan y que le preguntan cómo es que no había hace ya tiempo pedido un coro por sí mismo67, eso nos ha encargado que se lo expliquemos. Aseguhi nues­ tro poeta que ha dejado pasar el tiempo no por falta de reflexión, sino porque pensaba que la puesta en escena de una comedia era la cosa más di­ fícil de todas. Pues muchos fueron los que lo pretendieron, pero a pocos concedió sus favores. Y a vosotros hace mucho que yo os conocía como cam­ biantes por naturaleza y gente que había traicionado a los poetas anteriores en cuanto se hacían viejos. Sabía lo que le pasó a Magnes en cuanto le llegaron los ca­ bellos blancos, un hombre que había erigido muchos trofeos de victoria sobre los coros enemigos. Pues bien, por más que emitía toda clase de sonidos y toca­ ba la lira y movía las alas y hacía el lidio y zumbaba como un moscón y se teñía de color de rana68, no resistió, sino que finalm ente en su vejez, no en su ju­ ventud, 67 Las piezas de A ristófanes anterio res a ésta habían sido puestas en escena a otro nom bre. 68 A lusión a diversas com edias de M agnes, el más antiguo de los cóm icos atenienses que conocem os: L os tocadores de ¡ira, L as aves, L os moscardones, Las ranas. [III]

fue arrojado de la escena ya viejo, porque se quedó corto en las burlas. Luego se acordaba de Cratino, que primero corría desbor­ dado entre grandes elogios por planicies sin escollos y arrancándolas de sus asientos se llevaba las encinas, los plátanos y los enemigos con raí­ ces y todo. Y en el simposio no se podía cantar otra cosa que «Doro de sandalias de higo»69 y «carpinteros de canciones bien trabajadas»: hasta tal pun­ to floreció. Y ahora vosotros le veis que chochea y no le compade­ céis cuando ya se le caen las clavijas, las cuerdas están flojas y las junturas se abren; sino que, ya viejo, anda errante como Connas70, llevando una corona seca y muerto de sed: un hombre que como premio a sus victorias anteriores de­ bería beber71 en el pritaneo y no chochear, sino ver las comedias con rostro resplande­ ciente al lado de Dioniso. ¡Y cuántas iras vuestras, cuántos malos tratos sufrió Crates que os daba un desayuno con poco gasto y os mandaba a casa tras haber con un gusto refinado amasado exquisitas ocu­ rrencias! Este es, con todo, el único que se sostenía, ya cayendo, ya no. Por miedo a esto nuestro poeta daba siempre largas; y ade­ más decía que hay que ser remero antes de ponerse al timón;

69 Parodia de una can ción de los E uneidas de C ratin o (de donde v ien e tam ­ bién lo que sigue). D oro es una especie de diosa de los regalos o la co rru p­ ció n; su epíteto alude a los sicofantas, que recib ían regalos por retirar sus de­ nuncias. 70 Form a d esp reciativa d el nom bre de Conno, el gran m úsico m aestro de Sócrates. 71 Por «com er». A ristófanes califica a C ratin o de borracho. «C om er en el pritaneo» era un honor conferido p o r la ciudad. [ 112 ]

y luego ya ser piloto y observar los vientos. Así pues, por todo esto, porque saltó a la escena con prudencia en vez de hacerlo insensatamente y decir vaciedades, levantad en su honor un gran oleaje de aplausos y acompa­ ñadle con once golpes de rem o72: clamor honroso del Leneo73 porque el poeta marche alegre, triunfante, feliz, con su frente radiante. Estrofa. Señor Posidón Hipio74, al que el son de los cascos de bronce y los relinchos le son gratos y los veloces, de azul proa trirremes cobradores75 y las carreras de los jóvenes llenos de orgullo por sus carros y de suerte infeliz76, ¡ven aquí al coro, oh dios de áureo tridente, oh rey de los delfines que honra a Sunion77, oh el de Geresto hijo de Crono, el más querido de Form ión78, es más, de entre todos los dioses ahora también de Atenas. C o r if e o .

Queremos elogiar a nuestros padres, porque 72 H ay varias interp retacion es: quizá se daban diez golpes de rem o en ho­ no r del cap itán y aqu í se pide uno más. 73 R ecuérdese que la com edia se representó en las Leneas. El coro pide el prem io para la obra. 74 D e los caballos, el propio dios se aparece en form a de caballo. 75 Del tributo de los aliados. 76 ¿Porque a veces pierden la carrera? ¿P or los m uchos gastos? 77 Se m encionan lugares de cu lto de Posidón. Sunion es el conocido cabo del A tica, G eresto un puerto a l sur de E ubea. 78 A lm iran te ateniense que v en ció a los co rin tios el 429.

[113]

fueron hombres dignos de este país y del peplo79, pues en batallas de a pie y con el ejército naval triunfando siempre, dieron honor a esta ciudad. Porque ninguno de ellos, cuando vio a los enemigos los contó, sino que su corazón era su defensa80; y si una vez caían sobre el hombro en un combate se lo frotaban un poco y luego negaban haber caído, seguían luchando. Y ningún general de los de antes habría pedido ser mantenido, en el pritaneo, por intermedio de Cleéneto81; mientras que ahora, si no consiguen la presidencia82 y la comidita se niegan a combatir. Pero nosotros exigimos a la ciudad poder defenderla gallardamente y gratis e igual a los dioses del país. Y, aparte de esto, no pedimos nada, sino esta sola cosita: si alguna vez llega la paz y terminamos nuestros sufrimien­ tos, no os enfadéis porque llevemos una larga cabellera y este­ mos bien frotados con la raedera83. Antístrofa. De la ciudad guardiana, Palas, oh de la más sagrada tierra de todas, de la que aventaja en guerra, poetas y fuerza tú que eres defensora, llégate aquí trayendo a aquélla que en las campañas y batallas es nuestra auxiliadora, 79 E l de A tenea, que se o frecía a la diosa en las Panateneas, cada cuatro años. 80 Juego de palabras in trad ucibie: A m in ias es un nom bre propio que sue­ na a «defensor». 81 E l padre de Cleón. 82 E l derecho a sentarse en la p rim era fila del teatro. 83 Los caballeros se refieren a la m oda de los cabellos largos (tachada de filo lacon ia) y de los baños y la palestra.

[114]

Victoria que va unida a nuestros cantos y a nuestro lado bate al enemigo. Muéstrate pues aquí: pues debes a nuestro coro procurar a cualquier precio la victoria si alguna vez, ahora. C o r if e o .

Lo que sabemos de los caballos, queremos elogiarlo. Son dignos de ser ensalzados: muchas acciones realizaron con nosotros, incursiones y batallas. Pero no admiramos tanto sus combates en tierra como cuando saltaron virilm ente a los transportes de ca­ ballos comprando cantimploras, y otros ajos y cebollas; y luego empuñaron los remos como nosotros los mortales. Comenzaron a remar y relincharon: «papapaí84, ¿quién va a remar? ¡Más fuerte! ¿Qué hacemos? ¿No vas a remar, Sánfora?»85. Y desembarcaron en Corinto86; y los más jóvenes con sus cascos cavaron trincheras e iban a por víveres. Y en vez de alfalfa comían cangrejos si alguno salía fuera o cogiéndolos del fondo. Por lo que Teoro87 contó que un cangrejo de Corinto88 dijo: «Terrible cosa es, Posidón, si ni en el fondo voy a poder ni en la tierra ni en el mar escapar de los caballeros.» (Llega el

M

o r c il l e r o

.)

84 P arodia del grito de los rem eros «rip ap aí», cam biado al ser atrib uido a los caballos. 85 N om bre de u n cab allo m arcado con la setra san. 86 Se trata de un desem barco en C orinto el 425 bajo el m ando de Nicias. La cab allería dio la v icto ria a los atenienses; los caballeros se elogian a sí m is­ mos ind irectam ente a través de los caballos. 87 C onocido com o am igo de C león (en em igo, por tanto, de los caba­ lleros). 88 Los atenienses llam aban «cangrejos» a los corintios, por la semejanza del nom bre.

[nj]

¡Oh mi amigo, el más querido y más audaz, cuánta preocupación nos causó tu ausencia! Ahora que has vuelto sano y salvo a nosotros, cuéntanos cuál fue el resultado del debate. o r c i l l e r o . ¿Qué otra cosa os diría sino que he resultado un Vence-Consejo?89.

C o rife o .

M

Estrofa. Ahora debemos todos dar gritos de alegría. ¡Oh tú que hablas tan bien, pero que has realizado obras mejores que las palabras, cuéntame todo muy claramente! Porque yo creo que andaría un largo trecho para escucharte. Así que, amigo, habla con confianza: todos estamos a tu lado. La verdad, vale la pena escuchar lo sucedido. Partí de aquí enseguida detrás de él; y, en tanto, él dentro, rompiendo en palabras tonitronantes como si profiriera conjuros, atacaba a los caballeros, lanzándoles palabras cual peñascos y llamándolos conspiradores, con voz muy persuasiva. Y el Consejo todo, al escucharle, se llenó, por obra suya, de falso arm uelle90, tuvo miradas de mostaza y frunció el ceño. Y, al ver que se creía sus palabras y se deja­ ba engañar por sus patrañas, me dijo: «Ea, Escítalos y Fénaces, Berésquetos y Cóbaldos y Motón91 y mercado, en el que de niño me crié, dadme ahora cara dura y lengua fácil y voz canalla.» Mientras pensaba esto, a mi derecha se tiró un pedo un maricón. Me postré en adoración92; y luego,

M o rc ille r o .

89 N ícobulo, nom bre de hom bre. 90 Esta plan ta confiere palid ez a los que la tom an. E l Consejo se pone p áli­ do de cólera. 91 E spíritus (algunos inven tados po r A ristófanes) del im pudor y el engaño. 92 Com o se hace ante un presagio favorable. [i i 6 ]

empujando con el culo la barrera, la hice saltar; y abriendo al máximo mi boca, grité: «Consejeros, traigo buenas noti­ cias y quiero dároslas, antes que nadie: desde que comenzó la guerra, jamás vi las sardinas tan baratas.» El Consejo, al instante, serenó su rostro; luego querían coronarme por las buenas noticias; y yo les dije como un gran secreto que al instante, para poder comprar muchas sardinas por un óbo­ lo, se hicieran con todas las fuentes de los artesanos. Aplaudieron y se quedaron mirándome boquiabiertos. Pero el Paflagonio, cayendo en sospecha y buen conocedor de las palabras que más gustan al Consejo, hizo una pro­ puesta: «Señores, propongo que por las buenas noticias que nos han sido anunciadas, sacrifiquemos en acción de gracias cien bueyes a la diosa»93. El Consejo prestó ahora su asentimiento. Pero yo cuando vi que era derrotado por las boñigas, lancé más lejos mi jabalina, proponiendo dos­ cientos bueyes; y les aconsejé hacer mañana a la Cazadora94 un voto de mil cabras si las sardinas se pusieran a cien el óbolo95. Volvió su rostro hacia m í otra vez el Consejo. Y él, aturdido, comenzó a tartamudear; los prítanis y los ar­ queros96 se pusieron a sacarle a rastras, mientras que ellos, en pie, gritaban sobre las sardinas. Pero él les suplicó que aguardaran un momento «para que os enteréis de lo que dice el heraldo de Esparta: ha llegado para hablar de la paz», decía. Pero todos, con una sola boca, gritaron: «¿Ahora de la paz? ¡En cuanto se enteraron de que estaban baratas las sardinas! No tenemos necesidad de paz: que siga la guerra.» Pedían a gritos a los prítanis que levantaran la sesión y saltaban por encima de las barreras, por todas partes. Entre tanto, yo me escabullí y compré cilantro y todas las cebolletas que había en el mercado; y se lo daba todo gratis como acompañamiento para las sardinas, cuando no sa­ bían cómo obtenerlo, y les hacía este favor. Y ellos me elo­ 93 94 95 dora 96

Propone una gran fiesta con com ida gratis para ios ciudadanos. La diosa Á rtem is. Parodia del voto hecho por los atenienses de sacrificar cabras a la C aza­ si ven cían en M aratón. P olicías escitas, véase el com ienzo de L os A cam ienses.

[Π 7]

giaban enormemente y enormemente me lanzaban bravos, de modo que aquí estoy tras conquistar al Consejo entero por un óbolo de cilantro. Antístrofa. Tuviste en todo el éxito del hombre afortunado y el sinvergüenza halló a otro que de mayores desver­ güenzas, con mucho, está adornado, y de engaños astutos, falsas palabras. Procura ahora luchar en adelante con valor: que somos fieles aliados lo sabes hace tiempo. ( Entra furioso el

P a fla g o n io .)

Aquí llega de nuevo el Paflagonio: empuja una ola sorda, agita y revuelve como para tragarme. ¡Mormó!97. ¡Qué cara dura! P a f l a g o n i o . Si no acabo contigo, si es que me queda alguna de mis viejas mentiras, ojalá me caiga en pedazos por todas partes. M o rc ille r o .

M o r c i l l e r o . M e d iv ie r te n tu s am en azas, m e río d e tus ja cta n cia s d e p u ro h u m o , b a ilo u n motónw, la n z o u n q u i­ q u iriq u í. P a f l a g o n i o . N o , por Deméter, si no te devoro99... lejos de

esta tierra, no viviré ya más. ¿Si no me devoras? Y yo, si no te bebo, aunque reviente después de sorberte. P a f l a g o n i o . Te aniquilaré, sí, por la presidencia100 que gané en Pilos. M o rc ille r o .

97 D em onio fem enin o con que se asustaba a los niños. 98 D anza grosera, d ice el escoliasta. 99 Se esperaba: «te expulso». 100 E l derecho a sentarse en la p rim era fila del teatro, véase v. 575. [n 8 ]

¡Vaya con la presidencia! ¡Cómo te veré yo asistiendo a la función en la últim a fila, lejos de la presi­ dencia! P a f l a g o n i o . Te voy a poner en el cepo, por el cielo. M o r c i l l e r o . ¡Qué irritable! Vamos, ¿qué te doy de comer? ¿Qué comerías con más gusto? ¿Una bolsa? P a f l a g o n i o . Te voy a sacar las tripas con las uñas. M o r c i l l e r o . Y yo te voy a des...uñar la comida en el pri­ taneo. P a f l a g o n i o . Te arrastraré ante el pueblo para que recibas tu castigo. M o rc ille r o .

M o rc ille r o . a ú n m ás. P a fla g o n io .

Y o ta m b ié n te a rra s tra ré y te c a lu m n ia ré

Pero, infeliz, si no te hace caso; y yo me río de él lo que quiero. M o r c i l l e r o . ¡Con qué seguridad crees que el pueblo es tuyo! P a f l a g o n i o . Sé qué p a p illa se le da. M o r c i l l e r o . Y lu eg o , c o m o las n o d riz a s, le a lim e n ta s m al:

m ascas y le das u n p o c o , m ie n tra s q u e tú te tragas trip le q u e él. P a f l a g o n i o . Y , por Zeus, gracias a m i habilidad puedo hacer

al pueblo ancho y estrecho. También m i culo tiene esa sabiduría. No vas a ser conocido como el que me humilló en el Consejo. Vamos ante el pueblo. o r c i l l e r o . N o hay problema. Ea, camina, que nada nos estorbe.

M o rc ille r o . P a fla g o n io . M

(Ambos se acercan a la puerta de P a fla g o n io . M o rc ille r o .

P u e b lo

y llaman.)

Oh Pueblo, sal. Sí , padre mío, sal, oh Pueblecito, oh queri­

dísimo. P a fla g o n io .

(Sale

Sal fuera para que veas cómo me ultrajan.

P u e b lo .)

P u e b lo .

¿Quiénes son los que gritan? ¡Lejos de mi puerta! Me [H9]

habéis destrozado la rama de olivo101. ¿Quién te trata mal, Paflagonio? P a f l a g o n i o . Me pegan por tu causa, éste y los jovencitos. P u e b lo . ¿Por qué? P a f l a g o n i o . Porque te amo, Pueblo, y soy enamorado tuyo. P u e b lo . ¿Y tú quién eres de verdad? M o r c i l l e r o . Su rival en amor que hace tiempo te ama y quiere hacerte favores, igual que otros muchos, gente dis­ tinguida y decente. Pero no podemos, por causa de éste. Porque tú eres igual que los jóvenes que tienen amantes: no aceptas a los hombres distinguidos y decentes y en cam­ bio te entregas a los vendedores de lámparas102, a los re­ mendones, a los zapateros y a los vendedores de cueros103. P a f l a g o n i o . E s que trato bien al pueblo. M o r c i l l e r o . Dime, ¿q u é haces para ello? P a f l a g o n i o . ¿Que qué hago? Cuando los generales escapa­ ron huyendo de Pilos, navegué hacia allí y me traje a los laconios. M o r c i l l e r o . Y yo, según pasaba saliendo de la casquería, mientras otro hacía hervir la olla, se la quité. P a f l a g o n i o . Bien, celebra enseguida una Asamblea, oh Pue­ blo, para que sepas quién de nosotros es más amigo tuyo; y decide, para que ames al vencedor. M o r c i l l e r o . S í , sí, decide, pero no en la Pnix. P u e b lo . N o voy a sentarme en ningún otro sitio. Adelante. Hay que ir a la Pnix. (Se alejan de la casa hacia un lugar que representa la Pnix. se sienta en una roca.)

P u e b lo

(Para sí.) Desgraciado de mí, estoy perdido. Porque el viejo, en su casa, es el hombre más agudo; pero cuando se sienta en esta piedra, se queda con la boca abier­ ta, como si estuviera cogiendo al vuelo higos secos104.

M o rc ille r o .

101 La eiresiotte (ram a de o livo con cin tas y frutos) que se colgaba en las ventanas. 102 R eferido al dem agogo H ipérbolo. 103 Todo ello referido a C león, seguram ente. 104 Un juego de niños. Pero h ay otras interpretaciones. [ΐ2 θ ]

Estrofa. Es momento de soltar / todos los cordajes ya, mostrar un valor intrépido / y palabras invencibles con las que lo vencerás. / Pues es hombre muy astuto: de una situación difícil / le es fácil hallar salidas. Lánzate así, muy violento / y vehemente contra él. C o r if e o .

Ponte en guardia y antes que él se eche sobre tu navio, tú el primero iza tus delfines'05 y arrim a tu barco. P a f l a g o n io .

A nuestra Señora Atenea, que protege a la ciudad, le pido que, si he sido para el pueblo ateniense el mejor después de Lisíeles, Cinna y Salabaco106, pueda comer en el pritaneo como ahora por haber hecho... nada. Pero si te odio y no lucho yo solo por ti, protegiéndote con mi cuerpo, que yo perezca y me sierren en dos y me corten en correas para los yugos. M

o r c il l e r o .

Y yo, oh Pueblo, si no soy tu amigo y te quiero, que me despiecen y me cuezan en un guisado. Y si no lo crees, que sea yo rallado sobre esta tabla para un picadillo con queso y con un gancho por los cojones sea llevado a rastras al Ce­ rámico*07. P a f l a g o n io .

Pero, ¿cómo puede haber un ciudadano, oh Pueblo, que te ame más que yo? 105 Pesos de plom o en form a de delfín que se dejaban caer sobre otro bar­ co para hundirlo. |íir>L isíeles es el po lítico ya citado, C inna y Salabaco dos heteras. 107 A l cem enterio del C erám ico o al b arrio de las prostitutas, cerca de él. [I 2 l]

¿Yo que cuando era Consejero te procuré muchísimo dinero para el tesoro público, dando tormento a unos, estrangu­ lando a otros, pidiendo a otros, no preocupándome por ningún particular con tal de hacer­ te favores? M

o r c il l e r o

.

Esto, oh Pueblo, nada tiene de notable: yo haré lo mismo por ti; robaré los panes ajenos y te los serviré. Pero que no te quiere ni es amigo tuyo, esto te lo haré ver lo primero, sólo lo es porque se calienta a tu lumbre. Porque de ti, que te batiste con tu espada contra los Medos en Maratón por esta tierra, y que con tu victoria nos diste tema para mover mucho la lengua, no se cuida de que estés sentado así de incómodo en la roca; no como yo, que he hecho que te cosieran esto y te lo trai­ go. (L e ofrece un cojín.) Levántate y luego siéntate muellemente, para que no desgastes el de Salam ina108. P ueblo .

¿Quién eres, querido? ¿Acaso un descendiente de aquellos gloriosos hijos de Harmodio? Porque esta acción tuya es verdaderamente noble y favora­ ble al Pueblo. P a f l a g o n io .

¡Cómo te has mostrado amigo suyo, con pequeñas adula­ ciones! M

o r c il l e r o .

Y tú le pescaste con cebos mucho más pequeños que éste. P a f l a g o n io .

Pues bien, si ha sido visto a algún hombre que defendiera más al pueblo o que te quisiera más, quiero apostar mi cabeza. 108 El culo de los rem eros que ven ciero n en Salam ina.

M

o r c il l e r o

.

¿Y cómo vas a amarlo tú, que viéndolo cómo vive en ma­ las tinajas y en nidos de buitres y en torrecitas hace ya siete años, no le compadeces109, sino que tras encerrarle aquí dentro le quitas la m iel?!10. En cambio, cuando Arqueptólem o111 traía la paz, tú la arrojaste lejos. Y espantas a las embajadas lejos de la ciudad, a patadas en el culo, a esas que nos in v i­ tan a la paz. P a f l a g o n io .

Para que tú imperes sobre los griegos todos. Pues está en los oráculos que este hombre debe un día asistir a la Heliea en Arcadia con cinco óbolos de salario si persevera, y de todos modos yo le alimentaré y lo cuidaré buscando bien y canallescamente de dónde recibirá el trióbolo. M

o r c il l e r o

.

No te preocupas, por Zeus, de que gobierne en Arcadia, sino de que más robe y reciba más sobornos de las ciudades; y el pueblo por la guerra y la niebla no vea tus maldades, sino que por la necesidad y la miseria y el salario te mire boquiabierto. Pero si algún día éste, vuelto del campo, vive en paz y tras comer sémola cobra ánimos y entra en conversación con la aceituna, verá de qué felicidad le privabas con tu salario; y vendrá ya como un rústico intratable, buscando la piedra de voto contra ti; como lo sabes, le engañas e inventas sueños sobre él. P a f l a g o n io .

¿No es indignante que tú digas eso de mí y me difames ante 109 Se refiere a los refugiados que v iv ían en la m u ralla desde el com ienzo de la guerra. llü L a riqueza. C om paración co n el que castra una colm ena. 111 A ludido en 327 com o hijo de H ipodam o y enem igo de Cleón.

[123]

los atenienses y el Pueblo, a mí que he prestado muchos más servicios que Temístocles, por Deméter, a la ciudad hasta hoy? M

o r c il l e r o

.

«Ciudad de Argos, escuchad lo que dice»112. ¿Y tú te mides con Temístocles? ¿Un hombre que dejó llena a nuestra ciudad, que había ha­ llado cual tinaja medio vacía, y, sobre todo, cuando ella comía le amasó el Píreo como nuevo pastel y sin quitar nada de los antiguos le añadió nuevos pes­ cados? ¡Y tú en cambio has conseguido hacer de Atenas una ciu­ dad pequeña levantando muros entre los ciudadanos y cantando orácu­ los, ¡tú el que se mide con Temístocles! ¡Y resulta que él es desterrado y tú te limpias los dedos con pan de A quiles!113. P a f l a g o n io .

¿No es terrible, oh Pueblo, que yo oiga estas cosas sólo por­ que te quiero? P ueblo .

Cállate tú, no lances maldades. Demasiado tiempo he esta­ do, hasta ahora, sin ver tus maquinaciones. M

o r c il l e r o .

Es muy canalla, Pueblecito, y ha hecho muchísimas mal­ dades. Mientras bostezas, los cogollos ha arrancado a los magistrados114. Los devora con las dos manos, vacía el tesoro a cucharadas. P a f l a g o n io .

No te reirás, que cual ladrón te cogeré de tres m iríadas115. 112 C ita d el Télefa de E urípides. 113 Una calid ad superior. Sin duda se refiere a la com ida en el pritaneo. 1.4 Los m agistrados salientes, que rin d en cuentas ante la H eliea. 1.5 De treinta m il dracm as.

[124]

M

o r c il l e r o .

¿Por qué das con el remo plano116, tú el más canalla para el pueblo de los de Atenas? Yo haré ver por Deméter — o que yo muera— que aceptaste de M itilena más de cuarenta m inas117. C o r if e o . (A l M o r c i l l e r o . )

¡Oh tú que apareciste para los hombres todos como el ma­ yor benefactor!, envidio tu elocuencia. Pues si le atacas de este modo serás el más grande de los griegos y tú solo tendrás el poder en Atenas y, tridente en mano, imperarás sobre los aliados: con ello lograrás mucho dinero, sacudiendo y embro­ llando. Y no le sueltes, ya que has hecho una presa; le vencerás bien fácilmente, teniendo un pecho como ése. P a f l a g o n io .

Amigos, todavía no es esto de este modo, por Posidón. Pues yo he realizado una hazaña tal que he cerrado la boca a todos mis enemigos mientras quede un resto de los escudos de Pilos118. M

o r c il l e r o .

Párate en los escudos: has dado presa. Pues no debías, si es que amas al pueblo, haber dejado que fueran colgados119 con sus asas. Esta es una artimaña, oh Pueblo, para que si tú quieres castigar al hombre, no te sea posible. Pues ves qué falange tiene de vendedores de cueros bien jóvenes; en torno a éstos habitan los vendedores de miel y de queso; y todos juntan sus cabezas

116 H ieres el agua sin im pu lsar el barco. 117 C uatro m il dracm as. C león se vende p o r cualqu ier precio. 118 Los que en tregaron los espartanos prisioneros. 119 Com o ex votos. E l escudo h ab itu alm en te se colgaba sin su asa (u n a co­ rrea de cuero) para que no p u d iera usarlo alg u ien que se apoderara de él.

[125]

de modo que si tú refunfuñas y miras con ganas de jugar el juego del ostracismo de noche se apoderarán de los escudos y corriendo se harán dueños de las entradas del mercado de cebada. P ueblo .

¡Desdichado de mí! ¿Tienen asas? Infame, ¡cuánto tiempo hace que venías engañándome, sacudiendo así al pueblo! P a f l a g o n io .

Querido, no seas del que habla, ni creas que vas a encontrar nunca mejor amigo que yo, que siendo uno sólo acabé con los conjurados y nada me pasa inadvertido de lo que se conjura en la ciudad, pues enseguida grito. M

o r c il l e r o .

Te pasa igual que a los que pescan anguilas. Cuando el lago está tranquilo, no pescan nada, pero si remueven el fango arriba y abajo pescan, igual que tú coges si agitas a la ciudad. Pero dime sólo esto: tú que vendes tantos cueros, ¿has dado alguna vez a este hombre un trozo para sus zapa­ tos, tú que dices que le amas? P ueblo . M

No, por Apolo. (A l P u e b l o .) ¿Ves cómo es? Pues yo te he comprado un par de zapatos y te lo doy para que los uses.

o r c il l e r o .

(L e da sus zapatos y

P ueblo

se los pone.)

P ueblo .

Te juzgo, de entre los hombres que conozco, el mejor para el Pueblo y el más amigo de Atenas y de mis dedos de los pies. P a f l a g o n io .

¿No es terrible que unos zapatos puedan tanto y que no te acuerdes de cuántos favores has recibido de mí? Yo que [126]

acabé con los prostituidos, borrando a Grito de la lista120. M

o r c il l e r o .

¿Y no es terrible que tú te hagas de ese modo inspector de culos y acabes con los prostituidos? No dudo de que con ellos acabaste por envidia, para que no se hicieran políticos. Y a este hombre le veías sin camisa, con lo viejo que es, y jamás le consideraste digno de una con mangas y eso que era invierno. (A P u e b l o .) Pues yo te doy ésta. (L e da la suya.) P ueblo .

A Temístocles nunca se le ocurrió una cosa así. En verdad fue sabia aquella ocurrencia, el Píreo; pero a mí no me parece un hallazgo mayor que la camisa. P a f l a g o n io .

¡Ay de mí! ¡Con qué trucos de mono me envuelves! No, es lo mismo que le pasa a un hombre que está en un banquete y le entran ganas de cagar: uso tus maneras como si fueran unas zapatillas121. P a f l a g o n io .

Pues no me vas a ganar en adulaciones, pues a Pueblo le pondré encima mi manto. Y tú fastidíate, maldito. (A sí lo hace.) P ueblo .

¡Puaf! ¿No irás a reventar a los cuervos? ¡Hueles a cuero horriblemente! M

o r c il l e r o .

Adrede te ha arropado con eso, para ahogarte. Ya antes atentó contra ti. ¿Te acuerdas de aquel tallo 120 U n prostituido podía p erder sus derechos civ iles, entre ellos el voto. 12 * E l com ensal, en apuros, coge las zap atillas del vecin o, que estaban en el suelo al pie del lecho. E l M o rcillero no hace sin o im itar al Pafla­ gonio.

[127]

de silfio122 que bajó de precio? P a f l a g o n io .

Me acuerdo en verdad. M

o r c il l e r o .

Adrede hizo que bajara de precio para que lo compraran y comieran y luego en la Heliea los jueces se mataran unos a otros a fuerza de pedos. P ueblo .

M

Sí, por Posidón, me lo contó un hombre de Capadoc ia123. o r c i l l e r o . (A lpúblico.) ¿No fue entonces cuando vosotros, de recibir tantos pedos, os quedasteis de color rojizo?

P ueblo .

Por Zeus, que este fue un truco del Pelirrojo124. P a f l a g o n io .

¡Con qué chorradas me embrollas, maldito! M

o r c il l e r o

.

Es que la diosa me ordenó vencerte con bufonadas. P a f l a g o n io .

Pues no vas a vencerme con jactancias. (A l P u e b l o .) Por­ que yo te prometo, Pueblo, que voy a darte, sin necesidad de que hagas nada, un plato de salario para que lo sorbas. M

o r c il l e r o .

Y yo te doy un botecito con un remedio para que te frotes las ampollitas de tus canillas. P a f l a g o n io .

Y yo te quitaré las canas y te volveré joven. M

o r c il l e r o .

Mira, toma este rabo de liebre para limpiarte los ojitos. (Se arrodilla delante de P u e b l o .) Suénate los mocos, Pueblo, y limpíate en mi cabeza.

P a f l a g o n io .

122 P lanta de C irenaica. Se usaba com o condim ento, pero pro ducía d ia­ rrea y ventosidades. í23 D e C opro, un dem o del A tica cu yo nom bre sign ifica «estiércol». 124 P irran dro en griego. La in terp retació n es dudosa, a veces se ha pro­ puesto que el pelirrojo es Cleón.

[128]

M

o r c il l e r o .

No, en la mía. P a f l a g o n io .

No, en la mía. (A l Yo haré que tú seas trierarco125 pagando de tu dinero: te daré un barco ya viejo, no dejarás de gastar ni de hacer reparaciones; ya me encargaré de que te den la vela podrida. M

M

o r c i l l e r o .)

o r c il l e r o .

Está hirviendo'26. ¡Basta, basta! Se desborda. Hay que quitar tizones y que espumar sus jactancias con mi cazo127. P a f l a g o n io .

Bien vas a pagarlas todas, te aplastarán los impuestos. Pues yo haré que entre los ricos resulte tu nombre inscrito128. M

o r c il l e r o

.

Yo no voy a amenazarte, pero esta es mi imprecación: que la sartén con las sepias esté al fuego chirriando y tú, a punto ya de hablar sobre Mileto y ganar un talento, si triunfas129, te apresures a que, hinchado de sepias, puedas llegar a la Asamblea aún a tiempo; 125 E l trierarco , a m odo de prestación al estado, recib ía un casco de navio que tenía que poner en co ndiciones y m antener. 126 El verbo griego suena com o una etim o lo gía de Paflagonio. 127 Hace la m ím ica de sacar agua con un cazo (su m ano) y verterla en la cabeza de Paflagonio. 128 Se trata de las contribuciones extrao rd in arias por la guerra. 129 La m ism a acusación que ya se hizo a C leó n en el v. 361.

[129]

y antes de comer, tu am igo130 llegue, y del talento ansioso, por cogerlo, te ahogues al comer deprisa. C o r i f e o . ¡Bien por Zeus y Apolo y Deméter! P u e b lo . También a mi me lo parece y, además, es

claramente un buen ciudadano, como hasta ahora no ha habido nin­ gún otro para la banda del óbolo131. En cambio tú, Pafla­ gonio, diciendo que me amabas, me cebaste con ajos132. Y ahora devuélveme el anillo, porque ya no vas a ser mi tesorero. P a f l a g o n i o . (Dándoselo.) Está seguro de esto: si no me dejas ser tu administrador, aparecerá otro todavía más canalla que yo. P u e b lo . (Examinándolo.) Imposible que este anillo sea el mío: el sello parece otro. ¿O no lo veo bien? M o r c i l l e r o . Déjame verlo. (Lo coge.) ¿Cuál era tu sello? P u e b l o . U n a h o ja d e h ig u e ra c o n g ra s a 133 d e b u ey, m u y b ie n cocid a. M o r c i l l e r o . Aquí no está eso. P u e b lo . ¿N o está la hoja de higuera? ¿Qué está entonces? M o r c i l l e r o . Un charlatán boquiabierto arengando al pue­

blo sobre una roca. P u e b lo . ¡Ah! ¡Desgraciado de mí! M o r c i l l e r o . ¿Qué sucede? P u e b lo . Llévatelo lejos. No tenía el

mío, sino el de Cleónim o134. (L e da otro anillo.) Toma éste y sé mi tesorero. P a f l a g o n i o . Todavía no, amo, te lo suplico, antes de que es­ cuches mis oráculos. M o r c i l l e r o . Y los míos. P a f l a g o n i o . Si le haces caso, es fuerza que acabes convertido en un odre135. !3() El que le va a buscar. 131 Para el pueblo pobre. 132 Com o a los gallos de pelea. 133 Juega con la sem ejanza de las palab ras griegas «pueblo» y «grasa». 134 V éase nota 189. 135 D esollado. Pero hay alusión a un oráculo dado a Teseo (P lu., Tbes. 24) que com paraba a A tenas con un odre que siem pre flota en el mar.

[i3°]

M o r c i l l e r o . Y si le haces caso a él, es fuerza que quedes desprepuciado hasta la raíz. P a f l a g o n i o . Pues mis oráculos dicen que está destinado que imperes sobre la tierra entera coronado de rosas. M o r c i l l e r o . Y los míos dicen a su vez que con una túnica de púrpura bordada y con corona, en pie sobre un carro de oro, perseguirás... a E sm ícita136 y a su señor. P u e b l o . (A l P a f l a g o n i o .) Tráelos para que los escuche. P a f l a g o n i o . De acuerdo. P u e b l o . (A l M o r c i l l e r o .) Tráelos tu también. P a f l a g o n i o . Muy bien. M o r c i l l e r o . Muy bien, por Zeus, no, hay problema.

(E l P a f l a g o n i o entra en casa de aleja hacia la suya.)

P

ueblo ,

el

M

o r c il l e r o

se

Estrofa. Una muy dulce luz del día habrá para los ciudadanos y para nuestros visitantes si perece Cleón. Y, sin embargo, a algunos viejos de los que son más repelentes en el bazar de los procesos137 les oí que objetaban que si llegado a ser no hubiera Cleón poderoso en Atenas, dos trastos útiles no habría, el mortero y su m ano138.

136 Es un hom bre al cual se hace aquí m ujer. Los perseguirá ante los tribunales com o degenerados. í;?7 E l «bazar» era un edificio del Pireo don de se exponían y v en d ían ar­ tículos de im portación. Pero aqu í se alude a u n edificio donde se anunciaban los juicios pendientes. 138 C león todo lo revuelve y m achaca. A sí, en La Paz, 259 y ss. C león y Brásidas son las dos m anos de m ortero de G recia.

[131]

Antístrofa. Pero también, yo admiro esto en su cerduna educación: sus compañeros de colegio cuentan que muchas veces sólo en la dórica harm onía139 afinaba su lira; y otra de aprender no era capaz. Y dicen que el maestro, furioso, hacía que lo expulsaran porque ese niño otra harmonía no podía aprender; tan sólo la «d’ oro» que aceptaba140. (E l P a f l a g o n i o llega con un gran rollo de papiro, que deja en el suelo.) M ira, mira:

P a fla g o n io .

(Llega el M el suelo.)

o rc ille r o

¡y

no los traigo todos!

con un rollo aún mayor, que también deja en

M o r c i l l e r o . ¡Ay, qué ganas de cagar! ¡Y no los traigo todos! P u e b lo . ¿Qué es eso? P a f l a g o n i o . Oráculos. P u e b lo . ¿Todos? P a f l a g o n i o . ¿Te extrañas? Pues, por Zeus, tengo todavía un

cofre lleno. M o r c i l l e r o . Y yo un desván y dos almacenes. P u e b lo . Veamos, ¿de quién son los oráculos? P a f l a g o n i o . L o s míos son d e Bacis. P u e b lo . (A l M o r c i l l e r o . ) Y lo s tu y o s, ¿de q u ién ?

í39 Se refiere a uno de los m odos m usicales, el dorio. Cada m odo exigía afin ar la lira en form a adecuada. 140 Intento repro d ucir el juego griego de palabras entre «dó rico» y «recib ir soborno». ·

[132]

M o r c i l l e r o . De Glanis, el P u e b l o . ¿Y de qué tratan? P a f l a g o n io .

hermano mayor de Bacis141.

De Atenas, de Pilos, de ti, de mí, de todas las

cosas. Y los tuyos, ¿de qué? De Atenas, del puré de lentejas, de los lacede­ monios, de las caballas frescas, de los que miden mal la ha­ rina en los mercados, de ti, de mí. (A parte.) Que ése se muerda la p o lla142. P u e b l o . Vamos, leédmelos, sobre todo aquél sobre m í que tanto me gusta, que seré «un águila entre las nubes»143. P a f l a g o n i o . Escucha y préstame atención: P ueblo . M

o r c il l e r o .

Considera, Erecteida144, la vía de los oráculos que Apolo para ti lanzó desde su santuario a través de los sagrados trípodes: te ordenó que guardaras a ese perro sagrado de dientes afi­ lados que en tu defensa siempre enseñando los dientes y ladran­ do feroz salario te dará. Pero si no haces esto, perecerá sin duda: pues grajos numerosos por odio contra él lo matan a graz­ nidos. La verdad, por Deméter, es que no sé lo que quiere decir el oráculo. ¿Qué tienen que ver entre sí Erecteo, los grajos y el perro? P a f l a g o n i o . Y o soy el perro, porque ladro en tu defensa; y Febo te dijo que me guardaras a mí, al perro. M o r c i l l e r o . N o es eso lo que quiere decir el oráculo, sino que ese perro te come los oráculos como si fueran un puré. Pues yo tengo la verdad sobre ese perro. P ueblo .

141 Sobre Bacis, cfr. nota 18. G lanis es un nom bre im aginario, significa «siluro». 142 E n vez de «el labio». 143 U n oráculo referido a A tenas, en que se profetizaba el triunfp d e la ciu­ dad y al que A ristófanes se refiere varias veces. 144 D escendiente de Erecteo, esto es, ateniense.

[133]

Dilo, pero primero voy a coger una piedra para que no me muerda el oráculo del perro.

P ueblo . M

o r c il l e r o .

Considera, Erecteida, a un perro Cerbero que es tratante de esclavos: te adula con su cola mientras estás comiendo y permanece atento para zamparse el plato si es que acaso a algún lado distraído tú miras; visita cada poco la cocina y a ocultas cual un perro que es, de noche las tajadas y las islas también se dedica a lamer. P u e b l o . Es mucho mejor, por Posidón, oh Glanis. P a f l a g o n i o . Querido, escucha esto y luego decide:

Existe una mujer que parirá un león en la sagrada Atenas: en defensa del pueblo contra muchos mosquitos entablará batalla como alguien que defiende a sus cachorros: da protección a éste un muro construyendo de madera y en él unas torres de hierro145. ¿Sabes lo que quiere decir? P u e b l o . Yo no, P a f l a g o n i o . El

por Apolo. dios te dijo claramente que me protegieras: soy para ti el león. P u e b l o . ¿Y cómo no había caído yo en que te habías conver­ tido en A ntileón?14f’. M o r c i l l e r o . Hay una cosa del oráculo que adrede no te en-

145 H ay alusiones a v ario s oráculos conocidos, entre ellos al que reco m en­ daba a los atenienses, cuando la in v asió n d eje rje s, retirarse a unos «m uros de m adera» (la flota). 146 Es «en lu gar de un león» y, al tiem po, el nom bre de un tiran o de Calcis.

[!34]

seña: qué es el muro de hierro y de madera en el que Loxias147 te ordenó guardar a éste. P u e b lo . ¿En q u é sentido dijo eso el dios? M o r c i l l e r o . Te ordenó meterlo en un cepo de cinco aguje­ ros148. P u e b lo . Ese oráculo creo que v a a cumplirse. P a f l a g o n io .

No le prestes oído: es que contra m í graznan cornejas envi­ diosas. Tú prefiere al halcón, recordando en tu mente que fue quien para ti te trajo encadenados de los lacedemonios... a las corvi­ nas149. M o r c il l e r o .

A ese golpe arriesgóse sin duda el Paflagonio porque se emborrachó. Cecrópida150 insensato, ¿por qué crees grande esa ac­ ción? También una mujer puede llevar un peso si un hombre se lo carga151, mas no podría luchar: en verdad, cagaría si luchar in­ tentara 152. P a f l a g o n io .

Pon atención a esto, «Pilos antes de Pilos» que decía el oráculo: Antes de Pilos, está Pilos... 147 Apolo. 148 Para m eter pies, m anos y cabeza. 149 E n vez de «jóvenes» in tro d u ce una p alab ra que suena a «cuervos», pero se refiere a un pez. 150 D escendiente de Cécrope, esto es, ateniense. 151 H ay alusión a un pasaje de la Pequeña lita da . El fondo es claro: C león se adjudicó el m érito de D em óstenes y N icias. 152 Juego de palabras intrad ucibie.

[135]

P

ueblo

.

¿Qué significa «antes de Pilos»?153. M

o r c il l e r o .

A las bañeras154 dice que va a echarles la mano en la casa de baños. ¿Y yo voy a quedarme sin bañar hoy? E s que ése se quedó con nuestras bañeras. Pero este oráculo que viene ahora es sobre la flota: debes pres­ tarle mucha atención. P u e b l o . Se la presto; pero tú lee cómo va a pagarse la soldada a mis marineros, lo primero. P ueblo . M

o r c il l e r o .

M

o r c il l e r o .

Egeida155, ten cuidado con ese zorra-perro, es pérfido, veloz, un traidor ventajista, con muchísimas mañas. ¿Sabes qué es esto? P ueblo .

Filóstrato el zorra-perro156.

No es eso lo que dice, sino que é l pide siempre trirremes rápidos que recojan el tributo; y Loxias te prohí­ be dárselos. P u e b l o . ¿Y cómo un trirreme va a ser un zorra-perro? M o r c i l l e r o . ¿Qué cómo? Porque el trirreme y el perro son rápidos. P u e b l o . ¿Y cómo al perro se le añadió «zorra»? M o r c i l l e r o . Comparó a los soldados con cachorros de zo­ rra, porque se comen los racimos de las viñas. M

o r c il l e r o .

153 Se trata de una frase pro verb ial relativa a los tres Pilos que pretendían ser el hom érico. Si se trae aquí es p o r la in sistencia de C león en recordar siem pre su v icto ria en Pilos. 154 La palab ra suena en griego parecida a Pilos. 155 A teniense (Egeo es el padre de Teseo). 156 E ra el m ote de F ilóstrato, d ueño de u na casa de prostitución.

[136]

P ueblo . M

Vaya. ¿Y dónde está la soldada para esos zorritos? Yo se la daré en tres días157.

o r c il l e r o .

Escucha aún el oráculo en que el hijo de Leto158 te dijo que evitaras el puerto de Curvada159 porque no te engañara. P ueblo . M

¿Y qué curvada es ésa?

o r c il l e r o .

A la mano de ése consideró Curvada; y con razón, porque suele decir: «da algo a la curva­ d a»160. P a f l a g o n io .

Pues no tiene razón, pues con Curvada quiso referirse el dios Febo enigmáticamente y con razón a la mano de Diopites161. Pero tengo también en relación contigo un oráculo alado: que llegas a ser águila y sobre el mundo todo tienes poderes regios. M

o r c il l e r o .

También lo tengo yo: sobre la tierra, sí, y también el Mar Rojo y dice que en Ecbátana juzgarás mientras comes galletitas saladas.

157 C león pid ió tres sem anas para vencer en Pilos, el M orcillero tres días para conseguir el d in ero para la soldada. 158 Apolo. 159 C ilen e, en E lide. A ristófanes usa el térm in o porque en griego suena a «curvo», véase lo que sigue. C león tiende la m ano cu rvad a pid ien d o a todo el mundo. 161 P olítico ateniense bastante conocido, autor del decreto co ntra los im ­ píos. Q uizá se le acuse de co rrupció n o q uizá tenía u n a m ano deform ada.

[137]

P a f l a g o n io .

Pues yo he tenido un sueño y en él me parecía que la diosa en persona sobre el pueblo ateniense vertía con un cazo abundancia y salud. M

o r c il l e r o .

Por Zeus, también yo; y a mí me parecía que la diosa en persona bajaba de la acrópolis y una lechuza estaba posada sobre ella; y que luego vertía sobre nuestras cabezas con ayuda de un jarro ambrosía sobre ti y sobre este otro una salmuera al ajo. ¡Oh, oh! Así que no había nadie más sabio que Gla­ nis. (A l M o r c i l l e r o .) Y ahora me confío en ti para que cuides de este viejo y me eduques de nuevo. P a f l a g o n i o . Todavía no, te lo suplico; espera, porque yo voy a darte cebada y la subsistencia de cada día.

P ueblo .

No soporto o ír hablar de cebada, porque ya muchas veces me engañasteis tú y T úfanes162.

P ueblo .

Pues ahora te voy a procurar harina de cebada ya cocinada. M o r c i l l e r o . Y yo tortitas bien amasadas y el plato principal asado: no tienes que hacer otra cosa sino comer. P u e b l o . Concluid de una vez lo que vayáis a hacer, porque a aquel de los dos que más favores me haga, a ése le entrego las riendas de la Pnix. P a f l a g o n i o . Corro dentro el primero. (Sale.) M o r c i l l e r o . No, lo hago yo. (Sale.) P a f l a g o n io .

162 Se alude a distribucion es de g ran o por parte del estado p ara a liv ia r la m iseria de la guerra; se acusa a C león y su am igo T úfanes de haber in c u m p li­ do prom esas a este respecto. fe s]

Estrofa. C o r if e o .

Tienes, oh Pueblo, un hermoso imperio, porque los hombres todos te tienen terror igual que a un tirano. Pero es fácil seducirte: te gusta ser adulado, te gusta ser engañado; y ante el primero que habla abres la boca: tu espíritu siempre está de viaje. P ueblo .

No hay cordura en los cabellos vuestros, puesto que pensáis que no estoy cuerdo: de grado yo me hago el imbécil. Porque yo disfruto mucho con mi papilla diaria y me gusta alimentar a un ladrón cual demagogo163; cuando estoy harto de él le doy la patada. Antístrofa. C o r if e o .

Haces con esto muy bien si de verdad una astucia en el carácter, cual dices, tuyo existe grande: si a ésos con plena conciencia cual víctimas del estado en la Pnix crías y cuando ves que no te queda carne,

163 j efe d e| Pueblo (título no oficial).

[139]

de entre ellos al que está gordo matas y te comes. P ueblo .

Considerad con qué astucia les busco las vueltas yo a esos que creen ser sabios y de mí burlarse. Los vigilo cada día sin que parezca que veo que están robando; y más tarde les obligo a que vomiten todo lo que me han robado: mi embudo los sonda164. ( Entran í / P a f l a g o n i o j el M que dejan en el suelo.)

o rc ille r o ,

cada uno con un cesto,

(Empujando a l M o r c i l l e r o . ) Vete lejos a un país feliz165. M o r c i l l e r o . (Empujando al P a f l a g o n i o . ) Eso tú, desgra­ ciado. P a f l a g o n i o . Oh Pueblo, aquí estoy a tu disposición hace un tiempo tres veces viejo, deseoso de hacerte favores. . M o r c i l l e r o . Y y o d iez v e c e s y d o ce y m il y d esde a n tes d el P a fla g o n io .

tie m p o v ie jo y m ás y m ás v ie jo . P u e b lo . Y yo, que estoy esperando

desde un tiempo treinta mil veces viejo, os aborrezco a los dos desde antes del tiem­ po viejo y más y más viejo. o r c i l l e r o . ¿Sabes lo que vas a hacer?

M P u e b l o . L o sab ré si tú m e lo dices. M o r c i l l e r o . Danos la señal para correr

desde la línea de sa­ lida a mí y a ese individuo, para que podamos hacerte fa­ vores en igualdad de condiciones. P u e b lo . A s í hay que hacer. Partid. M o r c i l l e r o y P a f l a g o n i o . ( Colocándose como para correr en el estadio.) Aquí estamos. 164 Es el em budo d e la urna, po r el que se echan los votos en ella. 165 E ufem ism o por «a los cuervos».

[140]

P u e b lo . Corred. M o r c i l l e r o . (A l P a f l a g o n i o . )

No te permito estor­ barme. P u e b lo . Gran felicidad voy a tener hoy por obra de m is ena­ morados, por Zeus, o seré bien difícil. P a f l a g o n i o . ( Ofreciendo a P u e b lo una silla que ha sacado.) Ya ves, te saco una silla el primero. M o r c i l l e r o . ( Ofreciendo su tabla de carnicero.) Pero no una mesa. Yo soy más primero. P a f l a g o n i o . Mira, te traigo esta tortita, amasada con la ceba­ da de Pilos166. M o r c i l l e r o . Y yo unos panes sin su miga por obra de la dio­ sa con su mano de m arfil167. P u e b l o . ¡Q u é d e d o m ás la rg o re s u lta q u e ten ía s, d io sa ! P a f l a g o n i o . Y yo puré de guisantes de buen color, hermoso;

lo hizo en su mortero la misma Palas Pilém aco168. ( Trayendo una olla.) Oh Pueblo, claramente te protege la diosa. (Pone la olla sobre la cabeza de P u e b lo .) Y ahora pone sobre ti una olla llena de caldo169. P u e b lo . ¿Crees que todavía existiría esta ciudad si ella no pu­ siera sobre nosotros abiertamente su olla? P a f l a g o n i o . Esta raja de pescado te la ha entregado la que atemoriza a los ejércitos170. M o r c i l l e r o . Y la del padre poderoso una carne cocida con su salsa y un trozo de tripas, de cuajar y de panza. P u e b lo . Hizo muy bien, en recuerdo del peplo171. P a f l a g o n i o . Pues la del penacho de Gorgona te invitó a co­ mer este pastel alargado, para que alarguemos bien los re­ mos al bogar. M o r c i l l e r o . Coge ta m b ié n esto. P u e b lo . ¿Y qué haré con estas tripas? M o r c ille r o .

166 H allada al co nq uistar la isla de E sfacteria. 167 E l pan así preparado se usaba para ec h ar en él puré o caldo.

Se alude a la estatua de Fidias. 168 E píteto de A tenea: «la que lu cha en la puerta». P ero el P aflago nio alu­ de una vez m ás a Pilos. 169 Se esperaría: su égida. 170 O tro epíteto de A tenea, ig u al que los dos más q ue siguen. 171 El que le ofrece la ciu d ad en las Panateneas.

[Hi]

Adrede te las envió la diosa para las interiori­ dades de los trirrem es172. Pues cuida claramente de nuestra flota. Y ten para beber vino mezclado en proporción de tres a dos173. P u e b l o . Delicioso, por Zeus. Aguanta muy bien las tres partes. M o r c i l l e r o . Es que la Tritogenés174 lo tritopartió. P a f l a g o n i o . Coge ahora de mis manos un trozo de este rico pastel. M o r c i l l e r o . Y de las mías todo este pastel entero. P a f l a g o n i o . Pero no tienes de dónde darle carne de liebre y yo sí. M o r c i l l e r o . ¡Ay de mí! ¿De dónde sacaré carne de liebre? Corazón mío, inventa ahora alguna bufonada. P a f l a g o n i o . (Enseñándole la carne de liebre.) ¿Lo ves, infeliz? M o r c i l l e r o . Me trae sin cuidado. A llí vienen unos embaja­ dores que traen bolsas llenas de plata. P a f l a g o n i o . ¿Dónde, dónde? M o r c i l l e r o . ¿A ti qué te importa? ¿No dejas en paz a los ex­ tranjeros? (Quita la liebre al P a f l a g o n i o .) ¿Ves, Pueblecito, la carne de liebre que te traigo? P a f l a g o n i o . ¡Pobre de mí! ¡Con injusticia me has quitado lo mío! M o r c i l l e r o . Sí, por Posidón. También tú a los de Pilos. P u e b l o . Dime, por favor. ¿Cómo s e t e ocurrió robarle? M o r c i l l e r o . La idea fue de la diosa, pero el robo fue mío. Yo corrí el riesgo. P a f l a g o n i o . Y yo hice el guiso. P u e b l o . (A l P a f l a g o n i o .) Vete lejos: la gratitud es para el que me ha servido. P a f l a g o n i o . Desdichado de mí, voy a ser vencido en desver­ güenzas. M

o r c il l e r o .

172 Hay un juego de palabras, pero no es claro a qué cosa concreta se re­ fiere. 173 Tres partes de agua y dos de vino. 174 E píteto de A tenea que se consideraba referida al lago T ritonis, lugar de su nacim iento , pero que aquí se tom a com o conteniendo «tres». Sobre este nom bre A ristófanes in v en ta un verbo que traduzco por «trito partir».

[142]

. ¿Por qué no sentencias, Pueblo, cuál de noso­ tros dos es mejor para ti y para tu estómago? P u e b l o . ¿Y con qué prueba le parecerá al público que juzgo sabiamente? M o r c i l l e r o . Voy a decírtelo. Ven, coge sin decir nada mi cesto y mira a ver qué hay dentro; y luego el del Paflago­ nio. Juzgarás bien, descuida. P u e b l o . ( Coge el cesto del M o r c i l l e r o .) Vamos a ver, ¿qué hay dentro? M

o r c il l e r o

M

o r c il l e r o .

¿No lo ves? Está vacío. Te lo he servido todo.

Este cesto es del partido del pueblo. M o r c i l l e r o . Acércate también aquí, al del Paflagonio. ¿Ves eso? P u e b l o . ¡Ay de mí, de qué cosas estupendas está lleno! ¡Qué pedazo de pastel se guardó! Y a m í me cortó y me dio este trocito. M o r c i l l e r o . Ya antes te hacía esto: te daba un poquito de lo que recibía y a sí mismo se servía lo mejor. P u e b l o . (A l P a f l a g o n i o .) Maldito, ¿me engañabas robán­ dome de esta manera? Y yo te ceñí una corona y te hice re­ galos175. P a f l a g o n i o . Pero yo robaba para bien de la ciudad. P u e b l o . Quítate ahora mismo la corona, quiero ceñírsela a este otro. M o r c i l l e r o . Quítatela ahora mismo, canalla digno del látigo. P a f l a g o n i o . De ningún modo, porque hay un oráculo pítico que dice por qué único individuo debo ser derrotado. M o r c i l l e r o . Dice mi nombre y bien claramente. P a f l a g o n i o . Quiero descubrir con una prueba si tienes algu­ na relación con las profecías del dios176. He aquí mi prime­ ra pregunta: ¿a qué colegio ibas de niño? M o r c i l l e r o . A llí donde se chamuscan los cerdos fui educa­ do a fuerza de puños. P a f l a g o n i o . ¿Qué dijiste? ¡Cómo el oráculo hiere m i cora­ P ueblo .

175 Parodia de líric a o tragedia. 176 Sigue una escena de reco no cim ien to que es p arodia de las de la trage­ dia. El P aflagonio usa un estilo trágico.

[143]

zón! Pero ea: en la palestra, ¿qué tipo de pugilato apren­ días? M o r c i l l e r o . A perjurar y m irar cara a cara cuando robaba. P a f l a g o n i o . (A parte.) ¡Oh Febo Apolo Licio! ¿Qué vas a ha­ cerme? (A l M o r c i l l e r o . ) ¿Y qué oficio tuviste cuando te hiciste hombre? M o r c i l l e r o . V e n d ía m o rc illa s y m a ric o n e a b a u n p o c o . P a f l a g o n i o . (A parte.) ¡D e sd ic h a d o d e m í, y a n o so y n ad a! P e ro h a y a ú n u n a le v e esp eran z a q u e n o s so stien e. (A l M o r c i l l e r o de nuevo.) D im e só lo esto: ¿v e n d ía s d e v e rd a d tu s m o rc illa s e n e l m e rc a d o o e n las p u erta s d e A te n a s ? M o r c i l l e r o . En la s p u e rta s, a llí d o n d e v e n d e n la salazón . P a f l a g o n i o . ¡A y d e m í! Se h a c u m p lid o el o rá c u lo d e l d ios. M e ted ro d a n d o d e n tro a este h o m b re d e m ise ria . (Se quita la corona.) ¡Oh c o ro n a , v e te e n b u en a h o ra , te a b a n d o n o a d isgu sto! O tro te to m a r á y te h a rá suya: n o m ás la d ró n q u e y o , p e ro ta l v e z m ás a fo r tu n a d o 177. (Da la corona a P u e b lo , que se la pone al M o r c i l l e r o . ) M o r c i l l e r o . Zeus Helénico, tuya es la victoria. S e r v i d o r 1.°. Salud, glorioso vencedor. Y recuerda que te

has hecho hombre gracias a mí. Te pido una cosa pequeña: ser para ti Fano178, el secretario adjunto de los tribu­ nales. P u e b lo . Dime tu nombre. M o r c i l l e r o . Agorácrito, pues me crié entre las peleas del mercado179. P u e b lo . Pues me confío a Agorácrito y le entrego el Pafla­ gonio. M o r c i l l e r o . Voy a cuidarte bien, oh Pueblo, para que reco­ nozcas que no has visto a ningún hombre mejor que yo para la ciudad de los Atontadienses180. 177 P arodia del pasaje de la A lcestis (181 y ss.) de E urípides en que la h ero í­ na se despide de su lecho nupcial. 178 Es conocido com o am igo de C león. Su nom bre puede entenderse com o «delator». El secretario adjunto presentaba las alegaciones contra los acusados. 179 Se da una nueva etim o logía a un nom bre de persona que sin duda sig­ nificaba «elegido por la A sam blea». 18(1 D eform ación del nom bre de los atenienses con el verbo «estar boquia­ bierto» o «atontado».

[144]

(.Entran los tres en casa de

P u e b lo .)

Estrofa. ¿Qué más hermoso en el comienzo o en el final del canto, que de rápidos carros a los aurigas celebrar — nada contra Lisístrato181 ni al sin hogar Tumantis para herir con toda la intención? Porque, querido Apolo, éste siempre hambriento, con llanto abundoso, se acoge suplicante a tu carcaj en Pito182 la divina / para no m orir de hambre. C o r if e o .

Satirizar a los malos no es censurable, es un honor para los buenos, si uno piensa bien. Si un hombre del que se debe decir mucho y malo fuera conocido por sí mismo, no habría tenido que men­ cionar a un amigo. Pero a Arignoto no hay quien no lo conozca183, cualquiera que sepa lo que es blanco o el nomo ortio1u. Pues bien, tiene un hermano no semejante por su carácter, el depravado Arífrades185. Es eso lo que quiere de grado, porque no sólo es depravado, pues ni me habría enterado, ni más que depravado, sino que ha inventado algo además. Mancha su lengua con placeres vergonzosos, lamiendo en las casas de putas el asqueroso rocío y ensuciando su barba y removiendo los hogares186 185 La estrofa, que com ienza con ía im itació n de un prosodion de P ín d aro en honor de A rtem is y Leto (fr. 8 9a), pasa por sorpresa a referirse a dos muertos de ham bre de Atenas. 182 Delfos. 18·^ E ra conocido com o excelen te citarodo. 184 Es d ecir, cu alqu iera que conozca lo m ás elem ental. El nom o ortio de T erpandro se estudiaba al com ienzo m ism o de la educación m usical. 185 A tacado repetidam ente por A ristófanes com o cunnilingus. P arece que fue poeta cóm ico. 186 En sentido sexual.

[145]

y componiendo al modo de Polimnesto187 y siendo amigo de Eonico188. El que no tiene horror de este hombre nunca beberá de la misma copa que nosotros. Antistrofa. Ya muchas veces de nocturnas reflexiones he estado acompañado y he explorado de dónde fácilmente puede comer Cleónim o189. Dicen que un día mientras se zampaba manjares de los ricos no quería salir de la despensa; y ellos así le suplicaban: «Señor, por tus rodillas te pedimos, sal fuera de una vez, / perdona a nuestra mesa.» C o r if e o .

Dicen que un día las trirrem es190 se reunieron a hablar y que dijo una de ellas, la más vieja: «¿No conocéis, doncellas, las noticias de la ciudad? Dicen que hay uno que pide ciento de nosotras contra Cartago, un mal ciudadano, Hipérbolo el vinagre»191. Y que a ellas les pareció que ello era terrible e intolerable y una, que nunca se había acercado a los varones, dijo: «Dios preservador192, nunca tendrá poder sobre mí; si es preciso, roída por la carcoma moriré aquí de vieja.» 181 Poeta de Colofón del siglo v il a. C. 188 D esconocido. 189 Personaje m otejado sobre todo po r su cobardía. A quí es tratado com o un dios m aléfico que devora las provisiones. 190 Seguim os aquí en la trad ucción el género fem enino de la palabra en griego, a fin de que ten ga sentido el relato. 191 P o lítico b elicista alu d id o en 739 com o vendedor de lám paras, que lle ­ gó a ser jefe del partido po pular a la m uerte de Cleón. 192 Apolo.

[146]

«Ni sobre Naufanta la de Nausón, no en verdad, oh dioses, si es verdad que también yo fui construida de pino y de tablas. Y si los atenienses acuerdan eso, propongo que tomemos asiento193, navegando, en el templo de Teseo o en el santuario de las diosas venerables194. Pues no se va a burlar de la ciudad poniéndose al frente de nosotras; que navegue él solo, por su parte, a los cuervos, si quiere, arrastrando al mar las cajas en que vendía sus lámpa­ ras.» (Sale el M

M

o r c il l e r o ,

o r c il l e r o

vestido espléndidamente.)

.

Tened un silencio religioso y cerrad la boca y absteneos de testimonios195 y cerrad los tribunales con los que disfruta esta ciudad; y que por la reciente buena fortuna entone un peán el tea­ tro. C o r if e o .

¡Oh luz de la sagrada Atenas y protector de las islas! ¿Qué buena noticia has venido a traer, por la que llenare­ mos las calles del humo de los sacrificios? M

o r c il l e r o

.

He cocido al Pueblo y os lo he hecho hermoso de feo que era. C o r if e o .

¿Y dónde está ahora, tú que inventas admirables ingeniosi­ dades? M

o r c il l e r o .

Vive en la antigua Atenas, coronada de violetas.

Com o suplicantes. 194 Las Eum énides. 195 De o ír a los testigos para los procesos pendientes.

[147]

C o r if e o .

¿Cómo podríamos verlo? ¿Qué vestimenta lleva? ¿Qué as­ pecto ha tomado? M

o r c il l e r o

.

El que tenía cuando en otro tiempo comía con Aristides y Temístocles. Vais a verlo: pues se oye el ruido de los propileos196 que se abren. Ea, lanzad clamores faustos al aparecer la antigua Atenas, maravillosa y celebrada en muchos himnos, en la que vive el glorioso Pueblo. ( Gira la plataforma y aparece un edificio que simboliza la antigua Atenas.) C o r if e o .

¡Oh la brillante y coronada de violetas y muy envidiada Atenas, recibe a este monarca nuestro de Grecia y de esta tierra! ( Entra M

P ueblo

rejuvenecido, vestido a la antigua usanza.)

o r c il l e r o .

Ahí está a vuestra vista aquel Pueblo, llevando su ciga­ rra 197, brillante con su vestido antiguo; no oliendo a conchas, sino a paz, ungido de mirra. C o r if e o .

Alégrate, rey de los griegos, también nosotros tomamos parte en tu alegría; pues tu fortuna es digna de la ciudad y del trofeo de Ma­ ratón. Queridísimo, ven aquí, Agorácrito. ¡Qué bien me has hecho cociéndome! o r c i l l e r o . ¿Yo? Pero, querido, no sabes cómo eras antes ni lo que hacías; si no, me creerías un dios.

P ueblo . M

196 De la acrópolis. 197 U na cigarra de oro en el pelo, según la m oda antigua.

[148]

Pues, ¿qué hacía y o a n tes? Dímelo. ¿Y qué clase de hombre era? o r c i l l e r o . L o primero, cuando alguien decía en la Asam­ blea: ¡Oh Pueblo, soy un enamorado tuyo y me preocupo por ti y yo solo velo por tus intereses, cuando uno empe­ zaba por este proemio, batías las alas198 y levantabas los cuernos

P u e b lo . M

P a f l a g o n io . ¿ Y o ? M o r c i l l e r o . Y luego

de engañarte de este modo, abandona­ ba la Asamblea. P u e b lo . ¿Qué dices? ¿Eso me hacían y yo no me daba cuenta?

M o r c il l e r o . E s q u e tus o reja s se a b ría n c o m o u n a s o m b rilla y lu eg o se c e rra b a n d e n u e v o 200. P u e b lo . ¿Tan necio y chocho me había vuelto? M o r c i l l e r o . Y, por Zeus, si hablaban dos oradores, el uno

proponiendo construir trirremes y el otro gastar ese dinero en salarios, el que hablaba de salarios ganaba la carrera al de los trirremes. Tú, ¿por qué agachas la cabeza? ¿No vas a estarte quieto? P u e b lo . Me avergüenzo de mis faltas de antes. M o r c i l l e r o . N o eras tú el culpable, no te preocupes, sino los que te engañaban así. Pero ahora dime, si un bufón de abo­ gado201 te dice: «no hay grano202 para vosotros los jueces si no dais una condena en este juicio», ¿qué le harás, dime, al abogado? P u e b lo . Levantándolo en alto, lo tiraré al báratro203, tras col­ garle del cuello a Hipérbolo. M o r c i l l e r o . Esto lo dices bien y prudentemente. Pero en lo demás, veamos, ¿cuál será tu política? Dilo. P u e b l o . L o p rim e r o , a c u a n to s re m a n en lo s trirre m e s , en c u a n to re g rese n , les p a g a ré el s a la rio co m p le to . 198 Com o un gallo. 199 C om o un toro o un ciervo. 200 Es decir, sólo escuchaba lo que q u ería oír. 201 U n acusador nom brado po r el Consejo o la Asam blea. 21,2 L iteralm en te, «cebada». Q u iere d ecir dinero p ara el salario de los jueces. 2W Un p recipicio cerca de A tenas al q ue se arrojaba a los crim inales.

[149]

Buen favor has hecho a muchos culitos un poco desgastados. P u e b lo . Y luego, un hoplita inscrito en una lista no será cambiado de lista por influencias, sino que allí donde esta­ ba primero, allí quedará inscrito204. M o r c i l l e r o . ¡Qué mordisco al asa del escudo de Cleónimo!205. P u e b lo . Y ningún imberbe será autorizado a vender en el mercado. M o r c i l l e r o . ¿Y dónde van a vender Clístenes y Estratón?206. P u e b lo . Hablo de esos jovencitos, los del mercado de perfu­ mes, los que charlatanean cosas como éstas: «Listo es Féax207 y por sus habilidades no m urió208. Pues es un razo­ nador y un argumentador y un forjador de frases y claro y demoledor y reprim idor excelentemente del vocife­ rador209. M o r c i l l e r o . ¿Y no es un levantadedador210 del charlataneador? P u e b lo . Por Zeus, a todos ésos les voy a obligar a dedicarse a la caza dejándose de decretos. M o rc ille r o .

(A una señal del M

o rc ille r o ,

un esclavo trae una silla de tijera.)

Recibe pues ahora esta silla de tijera y un chi­ co bien cojonudo que te la lleve; y si así te parece bien, haz de él ana silla de tijera. P u e b lo . Soy feliz volviendo a las costumbres antiguas. M o rc ille ro .

204 Las listas se referían a clases de edad o tipos de servicio, que eran m ás o menos ventajosos. 205 Parece que h ab ía q uerido elu d ir el servicio m ilitar. 2(,ή Son tratados siem pre de afem inados. 207 P o lítico contem poráneo al que nunca pudieron co nden ar los trib u ­ nales. 208 Se lib ró de una condena de m uerte. 2,19 Se im ita el lenguaje de los d iscíp ulos de los sofistas con sus adjetivos en -ikós. 2,0 Se refiere al gesto obsceno de lev an tar el dedo índice dirigiéndo se a a l­ guien.

[150]

M

Podrás hablar cuando te entregue la paz de treinta años. Entra, Paz.

o r c il l e r o .

(Entra

Paz,

una joven desnuda.)

Oh Zeus muy venerado, qué hermosa. Por los dio­ ses, ¿puedo treinta-añearla? ¿Dónde la encontraste? M o r c i l l e r o . ¿Pues no la escondía dentro el Paflagonio para que tú no te hicieras con ella? Ahora te la doy para que te vayas con ella a los campos. P u e b l o . Y al Paflagonio que hizo esto, dime el castigo que le darás. M o r c i l l e r o . Ninguno grave, sólo que hará ahora mi oficio: venderá morcillas en las puertas él solo, mezclando la car­ ne de perro con la de asno, cual los asuntos políticos. Bo­ rracho, insultará a las putas y beberá el agua sucia de las ca­ sas de baños. P u e b l o . Bien has discurrido lo que merece, competir en los gritos con las putas y los bañeros. A cambio de esto, te in­ vito al pritaneo y al asiento en que aquel m alhechor211 se sentaba. Ven conmigo, poniéndote este vestido color verde rana212; y que un esclavo se lo lleve a hacer su oficio para que puedan verlo los extranjeros213, de los que abusaba. P ueblo .

( P u e b l o , el M o r c i l l e r o vestido de fiesta, el S e r v i d o r j P a z , salen p or un lado; p o r el otro, el P a f l a g o n i o , con el antiguo vestido del M o r c i l l e r o j la tabla.)

211 L iteralm en te, «fárm aco»: la v íctim a que anu alm ente sacrificaban algu­ nas ciudades por sus pecados. 212 Un vestido de fiesta. 213 Los isleños de la Liga M arítim a.

[151]

LAS TESMOFORIAS

INTRODUCCIÓN Tesmoforias fue presentada en escena en las Dionisias del año 411, en marzo, poco después de la Lisístrata, presentada en las Leneas, en enero. No sabemos nada de los rivales ni del éxito de la pieza. Es el año del golpe de estado oligárquico y del terror, según cuenta Tucídides, VIII, 66: quizá por ello se explique la falta de temas de política interna y aun externa (salvo leves alusio­ nes) en nuestra pieza. Es «literaria» e intelectual: hace parodia de Eurípides, de Agatón y de diversas piezas del primero; y plantea, como en Lisístrata, el tema de los hombres y las muje­ res, defendiendo a estas últimas. En realidad, la parodia — que no excluye la admiración— de Eurípides se encuentra ya en Los Acamienses y será el tema central de Las Ranas. Aquí la unión de los dos temas es muy íntima. Eurípides pasaba, entre los cómicos, como el enemigo de las mujeres: según ellos, su esposa le engañaba y ese era el motivo. E n rea­ lidad, en las piezas de Eurípides aparecen frecuentemente ecos de las acusaciones populares contra las mujeres: embria­ guez, charlatanería, engaño, avidez sexual. Lo cual es compa­ tible con actitudes feministas que deben atribuirse al propio poeta y a su ambiente intelectual. No hay que confundir, en un autor de teatro, lo que dicen sus personajes y lo que piensa él. Pero así son las cosas: este es el punto de partida. Aristófanes imagina el siguiente enredo. Las mujeres, reu­ nidas en la fiesta de las Tesmoforias en honor de Deméter y Perséfona, fiesta en que no pueden estar presentes los hom­ bres, debaten cómo castigar a Eurípides por esos sus ataques. Y Eurípides, informado de ello y temeroso, imagina un plan para espiar a las mujeres y contrarrestar sus esfuerzos. Logra introducir a un pariente suyo (según los escoliastas, su suegro as

[155]

Mnesíloco) disfrazado de mujer para espiarlas. Pero es captu­ rado y todos los intentos de Eurípides para liberarle — inten­ tos que se hacen con ayuda de parodias de sus tragedias— fra­ casan. Eurípides no tiene más remedio que ofrecer la paz a las mujeres. Y el ofrecimiento es aceptado. Hay, pues, final feliz, reconciliación, como en Lisístrata: las mujeres ayudan a Eurí­ pides a despistar al escita cuando, con el nuevo truco de ofre­ cerle una bailarina, libera al Pariente. No sólo la falta del tema político, también la organización de la comedia indican el carácter «moderno» de ésta. Hay un coro de mujeres que es importante, pero no agones con inter­ vención del coro. Y ello es natural, porque realmente no hay héroe cómico en el sentido tradicional: el personaje que logra imponer sus tesis con medios cómicos. Ni hay antihéroe, tampoco. Las intervenciones de Eurípides son marginales: para idear el plan, tratar sin éxito de salvar al Pariente, ofre­ cer la paz. El Pariente fracasa: es capturado, ha de ser salvado. Y no hay heroínas femeninas, sólo hay la Mujer 1.a y 2.a, que son portavoces del coro. No hay, pues, un momento de victoria, ni unas escenas de ejemplificación tras la misma. Son sustituidas por aquellas otras en que Eurípides, haciéndose pasar por Menelao o por Eco y Perseo trata de salvar al Pariente que hace de Helena o de Andrómeda. Ni hay, al final, escena de comida. Sólo la es­ cena erótica que distrae al guardián del Pariente prisionero para que éste pueda ser liberado: es muy diferente de la escena de boda o erotismo del héroe triunfador, en otras comedias. Es obra amable, sin virulencia. Como decíamos, la crítica de Eurípides deja traslucir la admiración. Y, en realidad, los trucos cómicos por los que el Pariente intenta salvarse o Eu­ rípides intenta salvarlo, son bien euripídeos, aunque sean pa­ ródicos. Es un procedimiento ya iniciado en Los Acarnienses. De otra parte, el enfrentamiento de hombres y mujeres tam­ poco deja sangre. Las mujeres se lim itan a quejarse de los ata­ ques y al Pariente, que habla de las maldades de las mujeres, lo más que se le critica es su brutal franqueza. Se aspira a una paz, que llega al final. La obra se inicia con un largo prólogo (1-294). El diálogo entre el Pariente y Eurípides refleja humorísticamente, en un

[156]

primer momento, las inquietudes intelectuales de éste, sin dar pistas a los espectadores sobre el tema: procedimiento bien aristofánico. Pero luego queda al descubierto el temor del poeta a la reunión de las mujeres. Un primer intento suyo, introducir al trágico Agatón, tratado de afeminado, en la fies­ ta para espiarlas, fracasa: Agatón tiene miedo, se niega. Pero ello es pretexto para una parodia del estilo entre re­ buscado y manierista de Agatón. Es entonces cuando el Pa­ riente se ofrece para el papel de espía. Para que pueda hacerlo con éxito, es depilado y vestido de mujer por Eurípides: esce­ na de travestido bien tradicional. Con esto, el Pariente se di­ rige al Tesmoforion, el templo de las dos diosas tesmóforos en que se celebra la fiesta. Y es entonces (294) cuando entra el coro femenino, can­ tando la párodos: un himno en honor de las diosas. Viene a continuación (372 y ss.) la Asamblea decidida por las mujeres para hablar sobre Eurípides, aprovechando que están solas. Se trata de una escena que parodia los procedimientos de la Asamblea de Atenas (igual en Los Acamienses, comedia con la que hay varias coincidencias). La escena se localiza, en algún momento, en la Pnix. Como decíamos, los oradores son anónimos, a diferencia de otras comedias. Dos mujeres presentan la causa contra el poeta y la tercera mujer, que es en realidad el Pariente, le de­ fiende, diciendo que, después de todo, sus acusaciones son ciertas. Las mujeres entran en sospecha y hay un pequeño canto coral (520 y ss.) que así lo manifiesta. La escena si­ guiente (531 y ss.) es un enfrentamiento entre las mujeres y el Pariente, escena que es continuada cuando (574) llega Clístenes, un afeminado, con la noticia del espía introducido por Eurípides. El Pariente es descubierto: desnudado, su pene queda a la vista de todos. Hay luego otro pequeño coral (655 y ss.) en que el coro busca la presencia de algún otro varón escondido: inútilmen­ te, por supuesto. Pero el Pariente ha aprovechado para apo­ derarse de una niña de una de las mujeres y refugiarse en el al­ tar: escena calcada del Télefo, imitado ya en Los Acamienses. Las amenazas de las mujeres, su decisión de quemar al refugiado, son inútiles: también morirá su rehén. Aunque se descubre [157]

que éste es, en realidad, un odre de vino, no por ello la estra­ tagema deja de hacer efecto en las mujeres, reconocidas borra­ chas según el tópico. Pero el Pariente sigue prisionero en el altar; lo único que se le ocurre para escapar es echar al mar tablillas votivas del templo de las Tesmóforos con su nombre, recurso imitado del Palamedes de Eurípides, del año 415. Y aquí se detiene un momento la comedia para introducir la parábasis (776 y ss.), que es por su forma aproximadamente tradicional, pero está íntim am ente unida al argumento de la comedia: esto es nuevo. Las mujeres se defienden o al menos argumentan aquello de que si son una tan gran calamidad, por qué los hombres, entonces, se casan con ellas. Proponen premios para las que paran hombres ilustres en la ciudad. Con esto comienza la segunda parte: los intentos de salva­ ción del Pariente por parte de Eurípides, como éste le ha pro­ metido. Son, como hemos dicho, parodias de dos de sus tra­ gedias, ambas del año 412: la Helena, tragedia conservada, y la Andrómeda, tragedia perdida. En el primer intento (846 y ss.) el Pariente hace el papel de Helena en la Helena de Eurípides y éste el de Menelao, que viene a salvarla de Egipto, donde aquélla estaba en el reino de Proteo durante la guerra de Troya; pero las mujeres lo im pi­ den y un prítanis que llega ordena a un arquero escita ama­ rrarlo a un poste. Tras un coral (947 y ss.) viene el segundo intento (1001 y ss.): el Pariente es ahora Andrómeda, encade­ nada a la roca y a punto de ser devorada por un monstruo. Eurípides es, sucesivamente, Eco, que dialoga con Andróme­ da, y su salvador Perseo. Pero el arquero escita (cuyo griego defectuoso se imita) frustra el intento. Finalmente, como ya se ha indicado, Eurípides ofrece la paz a las mujeres con tal de que dejen escapar al Pariente y és­ tas aceptan. Pero el escita es obstinado y Eurípides ha de em­ plear contra él un nuevo truco: ofrecerle una bailarina y dis­ traerle así. El Pariente y Eurípides escapan y el coro protege su huida, quedando burlado el escita. Es el final feliz. Pero Eurípides no es realmente el héroe de la pieza y, para lograr liberar al Pariente, ha tenido que pactar con el coro de muje­ res el fin de las hostilidades. [ 158]

PERSONAJES P a r i e n t e d e E u ríp id e s E u r íp id e s C r i a d o d e A g a tó n A g a t ó n , p o eta trá g ic o M u je r h e r a l d o M u j e r 1 .a M u je r 2 .a C l ís t e n e s , a fe m in a d o a te n ie n s e P r ít a n is A r q u e r o , u n p o lic ía escita

[ 160]

(La escena representa una plaza ante la casa del trágico A g a t ó n , a la derecha, y el templo de las diosas Tesmóforos, D em étery Perséfona, a la izquierda. P or la derecha entra corriendo y angustiado E u r í p i ­ d e s y detrás el P a r i e n t e , un viejo que cojea y apenas puede se­ guirle.) d e E u r í p i d e s . Oh Zeus, ¿es que va alguna vez a apa­ recer por fin la golondrina?'. Este individuo va a matarme a fuerza de correr de un sitio a otro desde la misma aurora. ¿Me dejas preguntarte, antes de que termine de echar el bazo fuera, a dónde me estás llevando, Eurípides?

P a r ie n t e s

No tienes por qué oír todo lo que enseguida tú mismo vas a v e r2.

E u r íp id e s . P a r ie n t e .

¿Qué estás diciendo? Repítelo. ¿No tengo por

qué oír? E

u r íp id e s .

No aquello que vas a contemplar.

¿Ni tengo por qué ver...? E u r í p i d e s . No aquello que has de oír. P a r i e n t e . ¿Qué consejos son ésos? Pero hablas con ingenio. ¿No estás diciendo que no debo ni oír ni ver? E u r í p i d e s . E s que la naturaleza de lo uno y de lo otro es dife­ rente. P a r i e n t e . ¿Del no oír y el no ver? E u r í p i d e s . Sábelo bien. P a r ie n t e .

1 La golo ndrina anuncia la prim avera y la fiesta a que se refiere la com e­ dia es en octubre/noviem bre. A q u í sim boliza el fin de las calam idades, un futuro mejor. 2 En todo lo que sigue E urípides se expresa com o un físico o u n sofista interesado en el problem a de la percepción por los sentidos.

[iól]

P a r ie n t e . ¿Cómo que es diferente? E u r íp id e s . Quedaron separadas de este modo en otro tiem ­ po. E l Eter3, cuando en el principio de los tiempos quedó

diferenciado y engendró dentro de sí mismo seres dotados de movimiento, creó el ojo lo primero a imitación del dis­ co del Sol; e hizo los agujeros del oído a la manera de un embudo. P a r ie n t e . ¿Por causa del embudo, entonces, no voy a oír ni a ver? Pero, por Zeus, me alegro de aprender esta nueva ciencia. ¡Cosa divina es el trato con los doctos! E u r íp id e s . De mí vas a aprender muchas cosas como éstas. P a r ie n t e . ¿Y cómo podría yo aprender, además de esa cien­ cia, a ser cojo4 de las dos piernas? E u r íp id e s . Ven y presta atención. P a r ie n t e . Aquí me tienes. E u r íp id e s . ¿Ves esa puertecita? P a r ie n t e . Sí, por Heracles, claro que sí. E u r íp id e s . Cállate. P a r ie n t e . Callo la puertecita. E u r íp id e s . Escucha. P a r ie n t e . Escucho y callo la puertecita. E u r íp id e s . Ahí vive el famoso Agatón5, el autor de tragedias. P a r ie n t e . ¿Qué Agatón? Hay un Agatón... ¿Uno moreno, fuertote? E u r íp id e s . No, otro distinto. P a r ie n t e . Jamás le h e visto. ¿Es e l barbudo? E u r íp id e s . ¿Jamás le has visto? P a r ie n t e . Por Zeus, no que yo sepa. E u r íp id e s . Pues la verdad es que te lo has tirado ya, pero se3 Son frecuentes en E urípides (aunque no faltan fuera de él) las in v o ca­ ciones al É ter, considerado de naturaleza d iv in a; véase m ás abajo v. 272. Pero algunos v eían en especulaciones com o ésta una prueba de ateísm o. 4 Se queja de la larga cam in ata, pero alude tam bién, quizá, a los héroes co­ jos de E urípides, de que h ab lan L os A cam ienses. 5 Después de E squilo , Sófocles y E urípides, A gatón era el m ás fam oso de los trágicos griegos; P lató n se ocupa de él en el Banquete, que recoge la ce le­ bración de una v icto ria suya. Sus m ayores novedades fueron argum entos in ­ ventados y no trad icio n ales, corales independientes del tem a de la obra, m ú ­ sica y lenguaje «m odernos». A q u í se le critica com o afem inado. [1 6 2 ]

guro que no te has dado cuenta. (Se abre la puerta y sale un de A ga t ó n con un braserilloy unas ramas de mirto.) Va­ mos a escondernos, que sale un criado suyo con fuego y unas ramas de mirto. Sin duda va a hacer un sacrificio por el éxito de la tragedia de su amo. c r ia d o

C r ia d o .

Guarde silencio el pueblo todo, cierre la boca, pues habitan las Musas dentro de la casa del amo y poetizan. Retenga el soplo el calmo Éter, la ola marina no resuene glauca. P a r ie n t e . ¡Bombáx! E u r íp id e s . Calla. ¿Qué C r ia d o .

está diciendo?

Duerman las tribus de las aves y de las fieras montaraces se estén quietas las patas... P a r ie n t e . C r ia d o .

¡Bombalobombáx!

Pues va Agatón el exquisito, nuestro señor... P a r ie n t e . ¿A tomar por el culo? C r ia d o . ¿Quién ha hablado? P a r ie n t e . El Calmo É te r. C r ia d o .

A asentar los puntales de su drama. Curva las nuevas llantas de sus versos, aplica el torno, pega melodías, acuña frases, juega a las palabras, funde igual que la cera, redondea, mete en un molde [163]

P a r ie n t e .

y mariconea. C r ia d o . ¿Qué rú s tic o se a c e rc a a este re c in to ? P a r ie n t e .

Uno que está dispuesto, en el recinto tuyo y de tu exquisito poetilla poniéndolo redondo y apretado meter este pito en el molde. C r ia d o .

(A l

De jovencito eras sin duda deslenguado, anciano.

P a r ie n t e .)

Querido, manda a paseo a ése y llámame a Aga­ tón, que salga como sea. C r ia d o . N o son precisas súplicas, él solo va a salir: está em­ pezando a componer los coros. Y como es invierno, el cur­ var las estrofas no le resulta fácil si no lo hace fuera, al Sol. E u r íp id e s . ¿Y yo qué hago? C r ia d o . Espera, que ya sale. E u r íp id e s .

(E l

C r ia d o

E u r íp id e s .

se mete en casa de

A

g a t ó n .)

Oh Zeus, ¿qué te propones hacer hoy con­

migo? (A parte.) Por los dioses, quiero averiguar qué asunto es éste. (A E u r íp id e s .) ¿Por qué gimes? ¿Por qué te desesperas? No deberías ocultármelo, soy tu pariente. E u r íp id e s . Una enorme desgracia me han amasado ya. P a r ie n t e . ¿Cuál? E u r íp id e s . En este día va a decidirse si vive o es hombre muerto Eurípides. P a r ie n t e . ¿Cómo? Hoy no tienen sesión los tribunales ni hay reunión del Consejo: es fiesta, el día del medio de las Tesmoforias. E u r íp id e s . Pues esto es lo que temo que va a acabar conmigo. Las mujeres se han conjurado contra mí y van a celebrar P a r ie n t e .

una asamblea sobre m í en el templo de las diosas Tesmófo­ ros, Deméter y su hija, para votar mi muerte. P a r ie n t e . ¿ P o r q u é? E u r íp id e s . Porque escribo tragedias y hablo mal P a r ie n t e . Por Posidón, que sufrirías justo castigo.

de ellas. ¿Pero qué

recurso tienes para salvarte? Convencer a Agatón, el poeta trágico, para que venga al templo de las Tesmóforos. P a r ie n t e . ¿Para hacer qué? Cuéntamelo. E u r íp id e s . Para que asista a la Asamblea y si hace falta haga allí mi defensa. P a r ie n t e . ¿A cara descubierta o ocultándose? E u r íp id e s . Ocultándose, vestido de mujer. P a r ie n t e . La cosa es ingeniosa y muy propia de ti. Pues cuando hay que hacer trucos, nos llevamos el pastel6. E u r íp id e s .

(Laplataforma giratoria g ir a y saca a A g a t ó n en su lecho, con ves­ tidofemenino color azafrány rodeado de objetos de toilettefemenina.) E u r íp id e s . Calla. P a r ie n t e . ¿Qué pasa? E u r íp id e s . Sale Agatón. P a r ie n t e . ¿Dónde está? E u r íp id e s . ¿Que dónde está? Ese que sacan en el giratorio. P a r ie n t e . Sin duda que soy ciego. No veo a hombre ningu­

no, sólo veo a la Cirene7. (Suena la flauta.) E u r íp id e s . Calla: se p re p a r a a ca n ta r. P a r ie n t e . ¿S us ca m p o s d e h o rm ig a s ? 8. ¿O q u é ta ra re a ? A g a t ó n . (Hace el p ap el de corifeo masculino de un coro.)

6 C om o el vencedor en ciertos juegos. 7 Una prostituta. 8 S ím il para expresar el carácter tortuoso y sutil de la nueva m úsica. A ga­ tón, haciendo a veces de coro m ascu lin o o fem enino, va a can tar un p eán en honor de A polo y A rtem is que responde a estas características.

[165]

De las dos diosas subterráneas sacra antorcha, oh doncellas, recibiendo, con libre corazón danzad cantando (Hace el pap el de coro fem enino.) ¿Para qué dios danza este coro? Di su nombre. Lo mío es la obediencia para rendir culto a los dioses. Mas ea, oh Musas, celebrad al que dispara el áureo arco, Febo el dios, que construyó los muros de Troya junto al río Simunte. Disfruta de estos bellos cantos Febo, que en músicos certámenes das el premio sagrado. (Como corifeo masculino.) A la doncella de los montes, Artemis cazadora, celebrad. (Como coro fem enino.) Te sigo en mi canto, a la ilustre hija de Leto cuando ensalzo, a Artemis la virgen. y a Leto y los sones asiáticos, cuya cadencia sigue el pie, danzas de Gracias frigias. (Como coro masculino.) A Leto divina celebro y la cítara madre de himnos, que honran voces viriles.

( Como corifeo masculino.) Brilló una luz en sus divinos ojos, cruzó nuestra mirada fugaz. Por causa de ello el dios Febo celebró. ( Como coro.) Salud, feliz hijo de Leto. ¡Qué hermosa es la canción, oh diosas del A m or!9. Y sabe a hembra y a besos con la lengua y a tornillo: tanto que, al escucharla, bajo el mismo trasero me entró un hor­ miguillo. Jovencito — si es que eres uno— quiero hacerte unas preguntas a la manera de Esquilo en la L tcurgiaw: ¿De dónde sale esa varoncita? ¿Cuál es tu patria? ¿Cuál tu vestimenta? ¿Cuál el embrollo de tu vida? ¿Qué le dice una lira a un vestido color azafrán? ¿Qué una pelliza a una re­ decilla? ¿Qué hacen juntos la alcuza del aceite del atleta y un sujetador? ¿Qué pareja forman un espejo y una espada? ¿Te crías como un hombre, hijo? ¿Dónde tienes el pito? ¿Dónde la túnica de hombre? ¿Dónde el calzado de Laco­ nia? ¿O te crías mujer? Entonces ¿dónde están las tetitas? ¿Qué dices? ¿Por qué callas? ¿O debo sacar quién eres de tu canción, ya que tú no quieres explicármelo? A g a t ó n . Anciano, anciano, he escuchado el reproche que viene de tu envidia, pero no me he inmutado. Yo llevo mis vestidos de acuerdo con mi espíritu. Un poeta según las piezas que va a escribir, así debe comportarse. Por ejemplo, si uno escribe tragedias de tema femenino, su cuerpo debe participar de las maneras de ellas. P a r ie n t e .

9 L iteralm en te, G enetílides, diosas del am o r y la fecundidad asocia­ das a A frodita y a las que se ren d ía culto en el prom ontorio de C olias, en el Á tica. 10 E n esta tetralogía de tem a d ion isiaco de E squilo, el dios D ioniso recibía este epíteto (en los Edonos, la p rim era pieza, Fr. 61 N.). Su aspecto afem inado era el m ism o de las Bacantes de E urípides.

[167]

Entonces cuando escribes una Fedra, ¿cabalgas para hacer el amor? A g a t ó n . Pero si uno escribe piezas de tema masculino, ya tiene esto en su persona. En cambio, lo que no poseemos, la imitación nos ayuda a conseguirlo. P a r ie n t e . Entonces cuando escribas una pieza de sátiros, llá­ mame para ayudarte por detrás, llevándola bien tiesa. A g a t ó n . De otra parte, no es propio de las Musas ver a un poeta rústico y peludo. Fíjate en el famoso Ibico y en Ana­ creonte de Teos y en Alceo, los que cocinaron la harmo­ n ía 11: llevaban diadema y vivían con relajo, a la manera de los jónicos. Y Frínico — a éste le has oído tú— era hermo­ so y hermosamente se vestía: pues por esto eran hermosas sus tragedias. Es fuerza que uno escriba de acuerdo con su naturaleza. P a r ie n t e . Por eso Filocles12 como es feo escribe cosas feas y Jenocles, como es malo, escribe cosas malas y Teognis, como es frío, escribe cosas frías. A g a t ó n . Pura necesidad. Como sé esto, me he esmerado en arreglarme. P a r ie n t e . ¿Y cómo, por los dioses? E u r íp id e s . Deja ya de ladrar: también yo era así cuando era igual de joven, en el tiempo en que empezaba a hacer tragedias. P a r ie n t e . La verdad, por Zeus, no envidio tu educación. E u r íp id e s . Bueno: déjame que diga por lo que vine. P a r ie n t e . Dilo. E u r íp id e s . Agatón, «es cosa de hombre sabio, aquel que en breves frases es capaz de resumir muchos discursos»13. Herido por un nuevo infortunio vengo a ti cual supli­ cante. P a r ie n t e .

11 Los tres prim eros ejem plos son tom ados de la poesía erótica arcaica, m ientras que F rín ico es un trágico ateniense an terio r a E squilo y m uy ad m i­ rado por A ristófanes. 12 Son tres trágicos criticad o s po r A ristófanes, aunque se nos d ice que el prim ero ganó el concurso del año 429 en que se presentó el E dipo rey y el se­ gundo el del 415 en que se presentaron L as Trojanas. Teognis es calificado de frío con frecuencia. 13 C ita del B olo de E urípides (Fr. 28 N.).

[168]

A g a t ó n . ¿Qué deseas? E u r íp id e s . Las mujeres

van a poner fin a mi vida hoy en las Tesmoforias porque hablo mal de ellas. A g a t ó n . ¿Qué ayuda puedo yo prestarte? E u r íp id e s . La que más. Si sin que se den cuenta te sientas en­ tre las mujeres, como si fueras una de ellas y hablas a mi fa­ vor, me salvarás sin duda alguna. Sólo tú puedes hablar de modo digno de m i14. A g a t ó n . ¿Y cómo no te defiendes tú mismo, ya que estás aquí? E u r íp id e s . Te lo voy a explicar. Primero, me conocen. Lo se­ gundo, estoy canoso y tengo barba, tú en cambio tienes un rostro lindo, eres pálido, estás afeitado, tienes voz de mujer y eres delicado y guapo. A g a t ó n . ¡Eurípides! E u r íp id e s . ¿Qué ocurre? A g a t ó n . Escribiste una vez: «Gozas al ver la luz: ¿crees que no goza tu padre?» E u r íp id e s . Sí que lo escribí15. A g a t ó n . Pues no esperes entonces que yo me eche encima tu desgracia. Estaría loco. Lo que es tuyo, pechía con ello como cosa propia. Pues las desgracias no es justo soportar­ las con recursos ingeniosos sino con paciencia16. P a r ie n t e . La verdad, mariquita, eres un culo ancho, no con palabras sino con tolerancia. E u r íp id e s . ¿Y por qué tienes ese miedo de ir allí? A g a t ó n . M oriría más cruelmente aún que tú. E u r íp id e s . ¿Cómo? A g a t ó n . ¿Qué cómo? Creerían que pretendía robar las obras nocturnas de las mujeres y hacer rapiña del disfrute del sexo propio de ellas. P a r ie n t e . «Robar» dices; por Zeus, más claro es «ser jodido». Pero el pretexto tiene buena apariencia, por Zeus. 14 A ristófanes considera sem ejante el estilo de los dos poetas. 15 C ita de \&A lcestis de E uríp ides, 691. Feres se lo d ice a su hijo A dm eto, que le propone sacrificarse por él. 16 H ay que ser sufridor, ten er fortaleza de ánim o. P ero a continuación la palab ra se tom a en otro sentido, con referen cia a la hom osexualidad pasiva.

[169]

E u r íp id e s . ¿Q u é ? ¿Vas a hacerlo? A g a t ó n . No lo esperes. E u r íp id e s . ¡Tres veces desdichado, estoy perdido! P a r ie n t e . Eurípides, mi querido pariente, no te traiciones

a

ti mismo. E u r íp id e s . ¿Q u é h a g o , e n to n c e s? P a r ie n t e . Manda a éste a llorar

lejos y dispon de m í para todo lo que quieras. E u r íp id e s . Pues hala, ya que te ofreces, quítate ese manto. P a r ie n t e . Ya está en el suelo. Pero ¿qué vas a hacerme? E u r íp id e s . Raparte ésta (señala su barba) y chamuscarte lo de abajo. P a r ie n t e . Hazlo, si te parece. O no debía haberme ofrecido. E u r íp id e s . Agatón, tú llevas siempre contigo la navaja d e afeitar. Préstanos una navaja. A g a t ó n . Cógela tú mismo, de aquí, del estuche. E u r íp id e s . Eres muy amable. (A l P a r ie n t e .) Siéntate: hin­ cha el carrillo derecho. P a r ie n t e . ¡Ay! E u r íp id e s . ¿Por q u é chillas? Voy a meterte un tarugo si no te callas. P a r ie n t e . ¡Attataí! ¡attataí! E u r íp id e s . ¿A dónde corres? P a r ie n t e . Al templo de las diosas venerables17 a pedir asilo. No voy a quedarme aquí, por Deméter, mientras me hacen picadillo. E u r íp id e s . ¿Y no vas a resultar ridículo con la mitad de la cara «aligerada»? P a r ie n t e . P oco me importa. E u r íp id e s . No me traiciones, por los dioses, ven. P a r ie n t e . ¡Desgraciado de mí! E u r íp id e s . Estate quieto, levanta la cabeza. P a r ie n t e . ¡M u , m u! E u r íp id e s . ¿Por qué «mu»? Todo ha quedado estupendo. P a r ie n t e . Ay de mí, desgraciado, voy a ser de las tropas

ligeras18. 17 Las Eum énides. 18 El térm ino designa lo m ism o ai hom bre de piel lisa, sin v ello , que al in ­ fante ligeram ente arm ado.

[170]

E u r íp id e s . No te preocupes, vas a resultar muy guapo.

(Le

ofrece un espejo.) ¿Quieres mirarte? P a r ie n t e . Si quieres, dámelo. E u r íp id e s . ¿T e v es? P a r ie n t e . N o , por Zeus, a E u r íp id e s . Levántate para

quien veo es a Clístenes19. que pueda chamuscarte, pon la

cabeza derecha. Desdichado de mí, voy a quedarme como un lechón20. E u r íp id e s . Que alguien traiga de dentro una antorcha o un candil. Agáchate: cuidado con la punta de la cola. P a r ie n t e . E so es cosa mía... pero me abraso. ¡Desdichado de mí! Agua, agua, vecinos, antes de que en m i culo prenda la llama. E u r íp id e s . ¡Valor! P a r ie n t e . ¡Qué valor, cuando e s to y incendiado! P a r ie n t e .

E u r íp id e s . No te preocupes: ya ha pasado lo peor. P a r ie n t e . ¡Ay, ay, qué hollín! Quemado me he quedado

en

todo el culo. E u r íp id e s . No te preocupes: mi esclavo Sátiro te pasará la es­

ponja. P a r ie n t e . Va a llorar si me lava el ano. E u r íp id e s . Agatón, ya que no quieres ofrecerte

tú mismo, préstame por lo menos un vestido para éste y un sujetador: no dirás que no tienes. A g a t ó n . Coged y usad lo que queráis: no os lo niego. P a r ie n t e . ¿Qué debo coger? E u r íp id e s . ¿Que qué? Antes que nada, coge el vestido color azafrán y póntelo. P a r ie n t e . Sí, por Afrodita: huele a pilila estupendamente. Ayúdame a ceñirme el cinturón. Pásame el sujetador. E u r íp id e s . Ahí tien es. P a r ie n t e . Venga, arréglame el vestido en torno a las piernas. E u r íp id e s . N os hacen falta una redecilla y una diadema. 19 Una de las «bestias negras» de A ristófanes, criticado frecuentem ente como hom osexual y cobarde. A parece m ás adelante en esta m ism a co­ media. 20 Se los cham uscaba antes de asarlos.

[171]

A g a t ó n . Ahí tienes una peluca que yo uso por la noche. E u r íp id e s . Por Zeus, nos viene estupendamente. P a r ie n t e . ¿Será de mi medida? E u r íp id e s . Sí, por Zeus, te sienta muy bien. Tráeme un velo. A g a t ó n . Cógelo de mi lecho. E u r íp id e s . Ahora quiero zapatos. A g a t ó n . Coge éstos míos. P a r ie n t e . ¿Me estarán bien? No es cómodo llevarlos

grandes. Tú verás. Y ahora que tienes ya lo que necesitas, que uno me meta dentro rápido con el giratorio. (Gira la plataforma y A g a t ó n entra en su casa, cuya puerta se cierra.) E u r íp id e s . Este hombre se nos ha hecho mujer, al menos de apariencia. Si hablas, que lo hagas con voz de mujer, bien y de forma convincente. P a r ie n t e . Lo intentaré. E u r íp id e s . Vete pues ya. P a r ie n t e . Por Apolo que no, a menos que me jures... E u r íp id e s . ¿Qué? P a r ie n t e . Salvarme con cualquier clase de recursos, si se me viene encima una desgracia. A

gatón.

E u r íp id e s . L o ju ro p o r e l E te r, re sid e n c ia de Z e u s21. P a r ie n t e . ¿P o r q u é n o p o r la fa m ilia d e H ip ó c ra te s?22. E u r íp id e s . J u r o e n d e fin itiv a p o r to d o s lo s d ioses ju n tos. P a r ie n t e . (Hablando consigo mismo.) A c u é rd a te d e a q u e llo d el

Hipólito: «Juró la lengua, mas no juró mi pensamiento»23. En reali­ dad, no le he atado con ningún juramento. E u r íp id e s . Ea, ve rápido24: ya izan en el templo de las diosas Tesmóforos la señal de la Asamblea. Yo me marcho. (Sale p or la derecha.) P a r ie n t e . (A una e s c l a v a .) Ven conmigo, Tracia. (Salepor la izquierda.) 25 V erso de o tr¿ traged ia de E uríp ides, la M elanipa Sabia (487 N.). 22 Sin duda el m édico: al P ariente le insp ira más confianza. 23 V erso fam oso del H ipólito de E urípides (61 2 ), que se citaba para probar la m ala fe de los nuevos intelectuales. H ip ólito se desentiende así de su ju ra­ m ento de no rev elar a nadie lo que le ha dicho la nodriza; pero, en realidad, cum ple luego el juram ento. 24 Se in v ierte el refrán que decía «apresúrate lentam ente».

[172]

(Ahora la escena representa el interior del templo, donde entra el C O R O D E M U J E R E S .)

Mira, Tracia, qué multitud sube bajo el humo de las lámparas que arden. Bellas diosas Tesmóforos, Deméter y Perséfona, recibidme con buena fortuna aquí y lue­ go... a casa. Tracia, deja la cesta en el suelo, saca la torta para ofrecérsela a las diosas. Señora Deméter muy venera­ da, muy querida, y Perséfona: que muchas, muchas veces pueda yo hacerte ofrendas de lo que tengo — o por lo me­ nos, que ahora escape sin ser vista— . Y que mi hija, con su rico lechoncito25, encuentre un hombre con dinero y, a ser posible, atontado e imbécil... y preste a la pilila su atención y su ánimo. ¿Dónde, dónde voy a sentarme en un buen sitio para escu­ char a las oradoras? Vete ya, Tracia, lejos: a las esclavas no se les permite escuchar los discursos. M u j e r c o r i f e o . ¡Silencio, silencio! Orad a las Tesmóforos y a Pluto y a Caligenia y a la Tierra nodriza de la Juventud y a Hermes y a las Gracias para que celebremos esta Asam­ blea y esta reunión de hoy del modo mejor y más favorable, con provecho para la ciudad de Atenas y con fortuna para vosotras mismas. Y que la que haga y diga lo mejor para el pueblo de los Atenienses y el de la mujeres, que esa gane la votación. Pedid esto y para vosotras mismas lo mejor. ¡Ié peán, ié peán, ié peán! Os saludo. P a r ie n t e .

C o ro.

Lo aceptamos y ante estas oraciones pedimos que la raza de los dioses se aparezca y muestre su alegría. Oh Zeus de nombre augusto y Apolo de áurea lira que reinas en Délos sagrada, y tú, doncella poderosa de glaucos ojos y áurea lanza que esta ciudad habitas tan combatida, ven; 25 D oble sentido, es el órgano sexual.

[173]

y la de muchos nombres, cazadora, hija de Leto de dorados ojos, y tú, glorioso Posidón marino, rey de las olas, saliendo del abismo rico en peces del que es tábano el viento; y de Nereo marino las hijas y las ninfas de los montes. Que una cítara áurea suene en honor de nuestras plegarias: que con éxito la Asamblea celebremos las de Atenas nobles mujeres. M

Orad a los dioses Olímpicos y Olímpicas, a los Píticos y Píticas, a los Delios y Delias y a los demás dio­ ses. Si alguien maquina algún mal contra el pueblo de las mujeres o negocia con Eurípides y los Medos para daño de las mujeres, o planea hacerse con la tiranía o traer del exi­ lio al tirano, o denuncia a una mujer que se sale con un niño supositicio o si una esclava que es alcahueta de su ama se lo cuenta al oído al amo, o si un a m a n te en ga ñ a a una mujer contándole mentiras y no le da lo que promete o si una vieja da regalos a un gigoló o una puta los acepta traicionando a su amigo, o si un tabernero o una tabernera altera la capacidad legal de las medidas del vino, lanzad la maldición de que perezca malamente éste y su casa y pedid que a las demás las diosas os den a todas mucha felicidad.

u je r c o r if e o .

C oro.

Pedimos que propicias para el pueblo, propicias para la ciudad se cumplan estas oraciones; y proponiendo lo mejor triunfen las mujeres que es justo. Pero cuantas practican engaños, quebrantan los juramentos rituales, por su codicia, haciendo daño, o los decretos y las leyes

[174]

quieren poner patas arriba y los secretos que son nuestros cuentan a nuestros enemigos o hacen que vengan los Medos contra el país para dañarlo, son mujeres impías e injustas contra Atenas. Zeus todopoderoso, cumple mis oraciones, haz que ayuda nos presten los dioses aunque seamos mujeres. M

M M M

M

Prestad oído. El Consejo de las mujeres ha acordado lo que sigue. Presidió Timoclea, fue secretaria Lisila, hizo la propuesta Sóstrata. Que celebremos una Asamblea a la aurora en el día del medio de las Tesmofo­ rias, que es en el que tenemos más tiempo, y que en el or­ den del día figure en primer término Eurípides, qué pena debe sufrir: pues todas estamos de acuerdo en que comete injusticia. ¿Quién pide la palabra? u j e r 1.a. Yo. u j e r h e r a l d o . Ponte primero ésta26, antes de hablar. u j e r c o r i f e o . ¡Silencio, callad, atención! Pues ya carras­ pea, como hacen los oradores. Parece que va a hablar largo y tendido. u j e r 1.a. No es por ninguna clase de ambición, por las dos diosas, por lo que me he levantado para hablar, oh muje­ res. Pero hace ya mucho tiempo que la pobre de mí sufro al ver cómo somos injuriadas por Eurípides el hijo de la ver­ dulera27 y que recibimos de él toda clase de acusaciones. ¿Pues con qué desgracia deja éste de ensuciarnos? ¿Y en qué lugar no nos ha calumniado, con tal que haya especta­ dores, tragedias y coros, llamándonos adúlteras, locas por los hombres, borrachas, pura corrupción, gran desgracia para los varones? Hasta el punto de que nuestros maridos, tan pronto como u je r h e r a l d o .

26 La corona. 27 Com o es sabido, es una afirm ació n frecuente (por lo demás indem os­ trada) de los cóm icos.

[175]

entran en casa, viniendo del tablado del teatro, nos miran con sospecha y se ponen enseguida a buscar si tenemos al­ gún amante escondido. Y ni siquiera podemos hacer ya las cosas que antes solíamos: tales maldades ha enseñado éste a nuestros maridos. Así, si una mujer trenza una corona, dice que está enamorada; y si andando por la casa deja caer al suelo alguna vasija, el marido pregunta: «¿Por causa de quién se ha roto la olla? Bien seguro que del extranjero de Corinto»28. Está enferma una chica, enseguida dice el her­ mano: «no me gusta el color de la chica». Ea, una mujer que no tiene hijos quiere procurarse uno su­ positicio: ni en esto pasa inadvertida. Pues los maridos ahora están sentados siempre al lado. Y también nos ha ca­ lumniado ante los viejos que antes se casaban con chicas jóvenes: ahora ningún viejo quiere casarse, por culpa de este otro verso: «Para un esposo viejo, la mujer es un amo»29. Y luego, por su culpa, a las habitaciones de las mu­ jeres les ponen ahora sellos y cerrojos para vigilarnos y además crían perros molosos30 como espantajo para los amantes. Y quizá todo esto sea excusable; pero lo que antes podía­ mos hacer, administrar la casa nosotras mismas y coger an­ tes que nadie harina, aceite, vino, ni siquiera esto podemos ya. Pues nuestros maridos llevan unas llaves secretas, unas malditas llaves laconias de tres dientes. Antes era al menos posible abrir la puerta a escondidas haciéndonos con un anillo de tres óbolos que im itara el sello del marido; pero ahora este Eurípides, ruina de las familias, les ha enseñado a colgarse del cuello unos sellos de madera agusanada31 im ­ posibles de imitar. Por todo esto propongo que nosotras amasemos para éste de algún modo su pérdida con ayuda de veneno o de algún otro modo — para que muera— . Esto es lo que digo en 28 A lusión a la E stenebea de E uríp ides. E l extranjero de C orin to es Belerofontes, del que la heroína está en am orada y al que quiere seducir. V éase el Fr. 664 N. de E urípides. 29 Del F énix de E urípides (801 N.). 30 Famosos por su ferocidad. 31 El d etalle se escapa, pero es claro que eran m ás difíciles de im itar.

[176]

público: lo demás lo dejaré escrito con ayuda de la secre­ taria. C oro.

Estrofa. Yo nunca había escuchado a una mujer más trapacera ni más astuta para hablar. Es justo todo lo que dice, todos los temas ha tocado, todo en su mente ha sopesado y con talento halló argumentos ingeniosos, bien estudiados todos. Y así, si habla después de ella Jenocles el hijo de Cárcino32, va a pareceros, me figuro, a todo el público un hombre sin sustancia. M

2.a. También yo he subido a la tribuna para deciros unas pocas palabras. En todo lo demás esta otra mujer ha presentado una buena acusación; pero yo quiero decir lo que me ha pasado a mí. M i marido murió en Chipre y me dejó cinco chiquillos que yo criaba a duras penas trenzan­ do coronas en el mercado de flores. Antes, malamente me ganaba la vida; pero ahora Eurípides, escribiendo sus tra­ gedias, ha convencido a los hombres de que no existen los dioses33: así, ya no vendemos ni la mitad de las coronas destinadas al culto. Por ello a todas os exhorto y pido que castiguéis a ese hombre por muchas cosas: nos está hacien­ do, mujeres, cosas selváticas, ya que él se crió entre verdu­ ras selváticas34. Pero me voy a la plaza: tengo que trenzar

u je r

32 Poeta trágico criticad o ya m ás arriba. 33 A cusación v u lg ar contra E urípides (y Sócrates) debida a su c rític a de la religión trad icion al. Podía apoyarse en palab ras de algún personaje de sus tragedias, com o B elerofontes en Fr. 286 N. 34 A lusión a la m adre de E uríp ides, com o más arriba.

[177]

veinte coronas para unos hombres que me las han encar­ gado. C o ro.

Aquí tenemos otro espíritu que aún más fino que el de antes se nos ha revelado. ¡Qué cosas ha charlado no inoportunas, con talento, y con espíritu ingenioso inteligentes, persuasivas! Fuerza es que por este ultraje Eurípides reciba un castigo ejemplar. Que las mujeres estemos tan enfadadas con E urí­ pides, que ha dicho tantas cosas malas de nosotras, nada tiene de raro, ni que nos hierva la bilis. También yo — así tenga felicidad con mis hijos— odio a ese hombre, si no estoy loca. Pero debemos aclarar las cosas entre nosotras: estamos solas, nadie va a sacar fuera nuestras palabras. ¿Por qué acusamos a ese hombre y nos ponemos furiosas, si se enteró de dos o tres maldades nuestras y las divulgó, cuando hacemos otras infinitas? Yo misma la primera, para no hablar de otra, tengo sobre mi conciencia muchísi­ mos horrores. El más horrible es cuando llevaba tres días de casada y mi marido dormía al lado mío. Yo tenía un amigo que me ha­ bía desvirgado cuando tenía siete años. Éste, echándome de menos, vino y comenzó a arañar la puerta. Enseguida me di cuenta: me bajo de la cama sin decir nada. Mi mari­ do pregunta: «¿dónde vas?». «¿Que a dónde? Tengo retorti­ jones en el vientre, marido mío, y dolores: voy al excusa­ do.» «Ve pues.» Y luego él se puso a machacar bayas de enebro, anís y salvia; y yo eché agua en los goznes, para que no rechinaran, y salí a reunirme con mi amante: me puse a cuatro patas junto al Apolo de la puerta, agachando la ca­ beza y agarrándome al laurel. Pues esto nunca lo contó, fi­

P a r ie n t e .

[178 ]

jaos bien, Eurípides; ni que nos dejamos hacer polvo por los esclavos y muleros cuando no tenemos a otro, tampoco lo dice; ni que cuando más puteamos con alguno toda la noche, a la mañana masticamos ajos, para que cuando nos huela el marido al volver de su puesto en la m uralla35, no sospeche que hemos hecho nada malo. Esto, te das cuenta, nunca lo contó. Entonces, si se mete con Fedra, ¿eso qué nos importa?36. Ni tampoco ha contado aquello otro, lo de la mujer que, mientras enseñaba al marido su velo para que lo viera a la luz del sol, hizo salir embozado al amante: todavía no lo ha contado. Y yo sé de otra que estuvo diciendo diez días que tenía dolores de parto... hasta que se compró un bebé. El marido venga a correr de un lado a otro comprando reme­ dios para acelerar el parto: y entre tanto lo metió en la casa una vieja, dentro de una olla, al bebé, con la boca taponada con cera, para que no llorara. En cuanto la que lo trajo le hizo una señal, grita enseguida la mujer: «Sal fuera, sal fue­ ra, marido mío, creo que ya voy a parir.» Es que el niño había dado una patadita en el vientre... de la olla. El salió todo alegre, la otra quitó la cera de la boca del niño, éste rompió a llorar. Y la maldita vieja, la que había traído el bebé, corre toda sonrisas al marido y le dice: «Un león, un león te ha nacido, un vivo retrato tuyo: todo lo demás y también el pito, igualito que el tuyo, redondito como una piña.» ¿No hacemos estas maldades? Sí que las hacemos, por Ar­ temis. Y luego nos enfadamos con Eurípides «cuando su­ frimos menos pena que nuestras culpas».

35 D e su guard ia en la m u ralla, en esta época de guerra. 36 Fedra era la protagonista de los dos H ipólitos, el conservado y el per­ dido (en éste declaraba d irectam en te su am or a H ipólito). E l tratam ien to del tem a por E urípides es m uy m atizado y, en realidad, hay en él más co m pren­ sión que condena. Pero po pularm ente se en tendían las cosas de este otro modo.

[179]

C

oro

.

Antístrofa. Es de verdad extraño de dónde esta tipa salió, ni sé qué país ha criado a una mujer tan descarada. Pues decir esto la maldita a las claras así, con tanta desvergüenza, no habría yo nunca creído que llegara a osar. Ahora ya puede pasar todo. Apruebo en verdad el refrán antiguo: hay que m irar debajo de toda piedra, no muerda un orador. M u je r

c o r if e o .

Es que no hay, por encima de las mujeres desvergonzadas por naturaleza, cosa peor en ningún respecto con excepción... de las mu­ jeres. M u je r 1 .a.

No estáis en vuestro sano juicio, mujeres, por la diosa , Aglauro37; os han embrujado o os ha ocurrido alguna otra gran des­ gracia, pues que dejáis que esta perdida se burle de este modo de todas nosotras. Si hay algún... Pero si no nosotras mismas y nuestras criaditas cogeremos brasas y le depilaremos el cerdito38, para que aprenda, siendo mujer, a no hablar mal de las mujeres en adelante.

37 Hija de C écrope, rey m ítico de A tenas, objeto de culto en el Erecteo. 38 Es el órgano fem enino. P ero recuérdese que en las Tesm oforias se en te­ rraban cerditos y eran consum idos en otras fiestas.

[180]

P a r ie n t e .

El cerdito no, mujeres. Pues si por haber en la fiesta libertad de palabra y permiso para que hablemos todas las ciuda­ danas, dije en defensa de Eurípides lo que creía que era justo, ¿por eso debo sufrir el castigo de ser depilada por vosotras? M u je r 1 λ

¿Es que no debes sufrir el castigo? Cuando tú sola has osado hablar en defensa de un hombre que nos ha hecho tanto daño inventando adrede argumentos en los que había una mujer mala: poniendo en escena a las Melanipas39 y a las Fedras; a Penélope en cambio nunca la sacó a escena, porque tuvo fama de casta. P a r ie n t e .

Sé muy bien la razón: porque a ninguna llamarías, de las mujeres de hoy, Penélope, pero Fedras a todas. M u je r 1 .a.

Oíd, mujeres, qué cosas ha dicho el malvado de todas nosotras otra vez. P a r ie n t e .

Pues, la verdad, todavía no he dicho todo lo que sé: ¿queréis que os diga más cosas? M

u je r

1 .a.

No serías capaz: todo lo que sabías, lo desembuchaste. P a r ie n t e .

Por Zeus, ni la diezmilésima parte de lo que hacemos. No he dicho, ya lo ves, que con las espátulas40 perforando su mango, sacamos vino, hecho con un sifón. M u je r 1 .a.

¡Ojalá re­ vientes! y> Los m itos de M elanip a, hija de E olo y m adre de dos hijos po r obra de Posidón, eran tratados en dos tragedias de E urípides, la M elanipa Sabia y la M elanipa Prisionera. Una trataba d el salvam ento de sus hijos, otra d el de ella m ism a; no se ve por qué aparece aquí com o mujer m alvada. 40 U sadas por las m ujeres p a ra su toilette.

[181]

P a r ie n t e .

Y que damos a las alcahuetas la carne de las Apaturias41 y luego decimos que la comadreja42... M u je r 1 .a.

¡Pobre de mí! Deliras. P a r ie n t e .

Ni que otra al marido lo hizo pedazos con un hacha, eso no te lo dije, ni que otra con venenos volvió loco al marido ni que bajo la bañera enterró... M u je r 1 .a.

¡Ojalá mueras! P a r ie n t e .

una de Acamas a su padre. M u je r 1 .a.

¿Es soportable que oigamos esto? P a r ie n t e .

Ni que cuando tu criada parió un varoncito, para ti misma te lo apropiaste y a ella le diste tu hijita. M u je r 1 .a.

No, por las dos diosas, no vas a escapar impune después de decir eso, voy a arrancarte la melena. P a r ie n t e .

Por Zeus, que no vas a tocarme. M u j e r 1 .a.

(L e p ega.)

¡Toma! P a r ie n t e . M u j e r 1 .a.

(Le p ega.) ¡Toma! (A su esclava.) ¡Tenme el vestido, Filista!

41 Es la fiesta en que los niños eran inscritos en las fratrías, organizaciones gen tilicias, quedando integrados así en la ciudad. H abía un gran banquete com unal. 42 Los griegos usaban este an im a l com o un gato.

[i8z]

P a r ie n t e .

Tócame y te juro por Artemis que... M u je r 1 .a.

¿Qué vas a hacer? P a r ie n t e .

El pastel que te comiste, ése te haré que lo cagues. M u je r

c o r if e o .

Dejad de injuriaros: pues una mujer corre apresurada hacia nosotras. Antes de que llegue callad, para que podamos escuchar modosamente lo que diga. (Llega

C l ís t e n e s ,

con aire afeminado.)

Mujeres queridísimas, parientes de mi naturaleza: que soy amigo vuestro bien lo demuestran mis mejillas. Pues estoy loquito por las mujeres y soy siempre vuestro cónsul. Ahora mismo, en cuanto oí un asunto gravísimo para vosotras, que hace muy poco estaban contando en la plaza, he venido a decíroslo y a daros la noticia para que miréis y vigiléis, no sea que sobrevenga, sin estar preveni­ das, un disgusto terrible y grandísimo. M u je r c o r if e o . ¿Qué ocurre, hijo? Pues hijo he de llamarte mientras tengas las mejillas así de lisas. C l ís t e n e s . Dicen que Eurípides ha enviado aquí hoy a un viejo pariente suyo. M u je r c o r if e o . ¿Para qué o con qué intención? C l ís t e n e s . Para que, cualquier cosa que deliberéis o vayáis a hacer, aquél sea un espía de vuestras palabras. M u je r c o r if e o . Y siendo un hombre, ¿cómo se mantiene oculto entre las mujeres? C l ís t e n e s .

C l ís t e n e s . Lo ha chamuscado y depilado Eurípides y en

todo lo demás lo ha disfrazado de mujer.

¿Le creéis eso? ¿Qué hombre sería tan imbécil que se dejara depilar? Y o por lo menos no me lo creo, oh diosas venerables43.

P a r ie n t e .

43 Las Eum énides.

[183]

Chocheas. Yo no habría venido si no me hubiera enterado de este asunto por los que lo conocen bien.

C l íst e n e s.

Es terrible esta noticia que nos traen. Muje­ res, no deberíais estaros quietas, sino m irar y buscar al hombre, dónde se esconde sentado y se nos oculta. Y tú, ayúdanos a encontrarlo, para que te quedemos agradecidas p or lo uno y p o r lo otro, cónsul nuestro. C l í s t e n e s . (A la M u j e r 1.a.) Veamos tú la primera, ¿quién

M

u je r c o r i f e o .

eres? P a r ie n t e . C l íst e n e s. P a r ie n t e .

(A parte.) ¿Qué v o y a h a c e r ? Porque vais a ser examinadas. (A parte.) ¡Desdichado de mí!

M ujer 1.a. ¿Me preguntaste quién era? La mujer de Cleónim o44. C l í s t e n e s . ¿La conocéis vosotras, quién es? M u je r c o r i f e o . La conocemos. Inspecciona C l íst e n e s.

a las otras. ¿Y quién es esa otra, la que lleva un niño?

M ujer 1.a. Mi nodriza. P a r ie n t e . C l íst e n e s.

(A parte.) Estoy p e r d id o . (H uye.) ¡Eh tú! ¿A dónde vas? Estate quieta. ¿Qué te

pasa? Déjame hacer pis. Eres un desvergonzado. Hazlo: t e esperaré aquí. M u je r c o r i f e o . Espera y vigílala bien, p u e s es la única a la q u e no conocemos. C l í s t e n e s . Mucho tiempo llevas meando. P a r i e n t e . Sí, por Zeus, amigo. Tengo una retención de ori­ na: ayer comí berros. C l í s t e n e s . ¿Qué es eso de los berros? ¿No vas a acercarte a mí? (Tira de ella.) P a r i e n t e . ¿Por q u é me arrastras, si estoy enferma? C l í s t e n e s . Dime: ¿quién es tu marido? P a r i e n t e . ¿Preguntas por mi marido? ¿Conoces a fulano, el del demo de Cotócidas?45. C l í s t e n e s . ¿Fulano? ¿Quién? P a r ie n t e .

C l íst e n e s.

44 U na de las «bestias negras» de A ristófanes, que lo trataba repetidam ente de glotón, gordo y afem inado. 45 P erteneciente a la tribu E neide.

[í84 ]

P a r ie n t e .

Fulano, el que una vez a mengano, el de peren­

gano... C l íst e n e s . Me parece que chocheas. ¿Subiste ya aquí P a r ie n t e . Sí, por Zeus, todos los años. C l ís t e n e s . ¿Y quién es tu compañera de tienda? P a r ie n t e . Fulana. (A parte.) ¡Pobre de mí! C l ís t e n e s . Dices bobadas. M u je r 1 λ Déjame a mí. Voy a interrogarla a fondo

antes?

sobre la fiesta del año pasado. Tú retírate, no vayas a oírlo siendo un hombre como eres. (C l íst e n e s se aparta.) Dime cuál fue la primera ceremonia. P a r ie n t e . Veamos. ¿Cuál fue la primera? Bebimos. M u je r 1.a. ¿Y cuál la segunda, después de ésta? P a r ie n t e . Brindamos. M u je r 1.a. Eso se lo oíste a alguien. ¿Cuál la tercera? P a r ie n t e . Jantila pidió un barreño, pues no había ori­ nal. M u je r 1.a. Dices bobadas. Ven, Clístenes, ven, este es el hombre de que hablas. C l íst e n e s . ¿Qué debo hacer? M u je r 1.a. Desnúdale: dice locuras. P a r ie n t e . ¿Y vais a desnudar a una madre de nueve hijos? C l íst e n e s . Quítate inmediatamente el sujetador, desver­ gonzada. M u je r 1.a. Qué robusta y fuerte está. Y, por Zeus, no tiene te­ tas, como nosotras. P a r ie n t e . Es que soy estéril y no he tenido ningún em­

barazo.

1.a. Ahora sales con eso. ¡Y antes eras madre de nueve hijos! C l ís t e n e s . Ponte de pie. ¿Cómo es que empujas la polla para abajo? M u je r 1.a. (S epone detrás del P a r ie n t e .) Ya ha pasado a este otro lado, tiene muy buen color. ¡Canalla! C l ís t e n e s . (Pasa detrás.) ¿Dónde está? M u je r 1.a. De nuevo se ha ido delante. C l ís t e n e s . (Pasa delante.) Pues aquí al menos no está. M u je r 1 .a. Es q u e de n u e v o h a c o r r id o aq u í. C l íst e n e s . Tienes un Istmo, tío: hacia arriba y hacia abajo

M u je r

[i 85]

arrastras la polla más veces que los corintios46. 1.a. ¡Canalla! Por esto nos injuriaba defendiendo a Eu­ rípides. P a r i e n t e . ¡Desdichado de mí, en qué lío me he metido! M u j e r 1.a. Vamos, ¿qué hacemos? C l í s t e n e s . V igiladle bien, que no se nos escape y huya: yo voy a anunciar esto a los prítanis. M

u je r

M

u je r c o r if e o .

Debemos ahora encender las lámparas y apretándonos los cinturones fuerte, como machos, y qui­ tándonos los mantos buscar si algún otro hombre se ha infiltrado; y recorrer co­ rriendo toda esta colina de la Pnix y examinar las tiendas y los co­ rredores entre ellas. Ea, vamos lo primero a correr con pie ligero y a inspeccionar en silencio por todas partes. Tan sólo no os demoréis, que el momento es de no tardarse ya Que corra ya la primera deprisa, deprisa, en círculo. C o r o . (Danza buscando en tomo a la orquestra.) Sigue la pista, rebusca rápida todo, por si otro en algún sitio escondido se nos escapa. Echa un ojo a todas partes, por este sitio y aquél, búscale bien. Si a escondidas algo impío hizo, sufrirá castigo y escarmentará a los otros de obras violentas e injustas, de ser ateos.

46 Los corintios transportaban sus naves a través del Istmo en las dos d i­ recciones: del m ar Sarónico al golfo de C orin to y al revés.

[186]

Dirá ya que existen dioses y enseñará a todos a venerarlos y a ser piadosos y justos con una conducta honrada. Si así no obran esto tendrán: si uno es cogido en la impiedad enloquecido, extraviado por su acción le verán todos, tanto mujeres como hombres. Pues la injusticia y la impiedad castigan al punto los dioses. M

u je r c o r if e o .

Parece que hemos ya todos el lugar examinado. No vemos a otro hombre alguno escondido entre nosotras. (E l P a r i e n t e se apodera de una niña, quitándosela a la madre, y se refugia en el altar)A1. 1.a. Tú, ¿dónde huyes? ¿No vas a estarte quieto? ¡Des­ graciada de mí, desgraciada, que me ha quitado la niña de la teta y ha salido corriendo! P a r i e n t e . Puedes chillar: nunca más vas a darle la papilla, como no sea que me soltéis. Aquí sobre los muslos de las víctimas, «herida en sus venas por este mi cuchillo, de san­ gre teñirá este altar»48. M u j e r 1.a. ¡Desdichada de mí! Mujeres, ¿no venís en m i ayu­ da? «¿No levantáis en alto un griterío de voces numerosas, que haga huir al enemigo?» ¿Vais a dejar que yo me quede sin mi única hija? M

u je r

47 C om o se dice en la Introducción, se im ita aquí la escena del Télefo en que este héroe se refugia en el a lta r tras rap tar al niño Orestes. Pero la im ita­ ción es a través de la an terio r del propio poeta en L os A cam ienses: a llí el niño resultaba ser un saco de carbón, aqu í una bota de vino. E n los dos casos, lo más q uerido para el coro. 48 Es una cita trágica, no se sabe si del Télejo.

[187]

C

oro

.

Moiras49 augustas, ¿qué es esta que veo nueva abominación? M u je r

c o r if e o .

Todo es pura impudencia, es pura desvergüenza. ¡Qué crimen, mis amigas, éste nuevo que ha osado! P a r ie n t e .

¿Cómo voy a arrancaros ese orgullo excesivo? M u je r

c o r if e o .

¿No es una acción horrible ésta y más todavía? M u je r 1 .a.

¡Horrible es, en verdad, ha robado a mi niña! C oro.

¿Qué puede decir una, si hace esto y se jacta? P a r ie n t e .

Y esto no es todo aún. C oro.

No vas a decir, volviéndote y huyendo así como así, que esto hiciste y te escapaste. Recibirás tu castigo. P a r ie n t e .

Ojalá esto no suceda / jamás: os conjuro yo. C oro.

¿Quién de los dioses vendría? como aliado en tu crimen? 49 Las diosas del destino, eq uivalen tes de las Parcas.

[188]

P a r ie n t e .

En vano, en vano charláis. A esta no voy a soltarla. C o ro .

No vas, por las diosas, tran tranquilo a insultarnos y a decir impiedades. Pues a tus impiedades contestaré, por esto. Pues rápido cambia y trae la fortuna el mal mostrando la otra cara. M

u je r c o r if e o .

Es preciso que éstas cojan leña y la traigan y abrasen a ese maldito y lo quemen cuanto antes. 1.a. (A su criada.) Vamos a por sarmientos, Mania. (A l A ti voy a convertirte hoy mismo en un tizón. P a r i e n t e . Prende fuego, abrásame si quieres; pero tú (a la niña) quítate rápido ese vestido cretense. De tu muerte, niña, culpa sólo a tu madre de todas las mujeres. (Pausa.) ¿Qué es esto? La niña resulta que es un odre lleno de vino: y eso que lleva botitas persas. ¡Oh mujeres viciosas, borra­ chuelas, que cualquier cosa aprovecháis para beber; oh gran felicidad para los taberneros y para nosotros los hom­ bres gran desgracia y otra desgracia para los utensilios de la casa y para la trama!

M

u je r

P a r i e n t e .)

M ujer 1.a. A m ontona a su lado muchos sarmientos, Mania.

Amontona, amontona (A la M u j e r .) Pero tú con­ testa: ¿dices que lo pariste? M u j e r 1.a. Nueve meses lo llevé en mi vientre. P a r i e n t e . ¿Lo llevaste? M u j e r 1.a. Sí, por Ártemis. P a r i e n t e . (Enseña el odre desvestido.) ¿Era de un litro o cómo? Dímelo. M u j e r 1.a. ¿Qué me has hecho? Has desnudado, sinvergüen­ za, a mi niña, tan pequeñita.

P a r ie n t e .

[189]

¿Pequeñita? Ya es algo crecidita. ¿Cuántos años tiene? ¿Tres jarros50 o cuatro? M u je r 1 a El tiempo desde las Dionisias51 a esta fiesta: siete meses. Pero devuélvemela. P a r ie n t e . N o , por el Apolo de aquí al lado. M u je r 1.a. Entonces, vamos a prenderte fuego. P a r ie n t e . Muy bien, préndeme fuego. Pero ésta va a ser de­ gollada enseguida. M u je r 1.a. Por Zeus, no, te lo suplico: a mí hazme lo que quieras, con tal de salvarla. P a r ie n t e . Eres amante de tus hijos por naturaleza. Pero ésta va a ser degollada lo mismo. M u je r 1.a. ¡Ay mi niña! Dame el vaso sagrado, Mania, para recoger por lo menos la sangre de mi hija. P a r ie n t e . Tenlo debajo: eso te lo concedo. M u je r 1 .a. Ojalá revientes. ¡Qué envidioso y malévolo eres! P a r ie n t e . La piel, que tengo aquí, es para la sacerdotisa. M u je r 2.a. ¿Qué es lo que es para la sacerdotisa? P a r ie n t e .

P a r i e n t e . (D a a la M u j e r 1 .a. el vestido que envolvía el odre.)

Esto. Toma. Mica desgraciadísima, ¿quién te quitó la donce­ llez?52. ¿Quién vació a tu hija muy querida? M u je r 1.a. Este bandido. Pero ya que estás aquí, tenle vigila­ do para que yo pueda llevarme a Clístenes de testigo y con­ tar a los prítanis lo que este hombre ha hecho.

M u je r 2 .a.

(Salen la M u j e r 1 .a. y C l í s t e n e s . ) P a r ie n t e .

Ea, ¿qué recurso tendré de salvación? Porque el

50 El «jarro» es una m edida y al tiem po da nom bre a la fiesta de uno de los dias de las A ntesterias, fiesta d io n isiaca. El P ariente m ide la edad de la n iñ a (un odre en realidad) po r lo gran d e que está y calcula su tam año por el v ino que contiene. 51 Si se trata de las G randes D ion isias, en m arzo, hay que calcu lar siete meses (las Tesm oforias son en octubre/noviem bre). 52 Es decir, q uién te q uitó tu n iñ a, pero con un térm ino destinado a h a­ cer reír.

[190]

culpable, el que me metió en este embrollo, no aparece to­ davía. Veamos. ¿Qué mensajero podré enviarle? Bueno, conozco una manera por el Palamedes53 de Eurípides. Igual que ese héroe, escribiré en los remos un mensaje y los echa­ ré al mar. Pero no tengo remos. ¿De dónde procurarme re­ mos? ¿De dónde? ¿De dónde? ¿Y qué si cojo estas tablillas y escribo en ellas y las tiro lejos? Es lo mejor. Son de made­ ra, igual que aquellos remos. ( Coge las tablillas y escribe.) Oh manos mías, tiempo es de buscar ya la fuga. Tablillas de fina madera, grabo los surcos de la lim a, heraldos de mis sufrimientos. ¡Ay! La ro me ha salido muy mal. Ya va, ya va. ¿Qué surco es éste? (Arroja las tablillas.) Marchad, corred por todos los caminos: por éste, por aquél. ¡Deprisa! (Se sienta, vigilado p o r la público.)

M u je r 2 .a.

E l coro se adelanta hacia el

c o r if e o . (Ritmo solemne.) Voy a presentar ahora la parábasis y a hacer nuestro propio elogio, ya que todo el mundo dice de las mujeres mucho y malo: que para los hombres somos pura calamidad y todas las ca­ lamidades salen de nosotras: rencillas, peleas, enemistad feroz, resentimiento, guerra. Pero, vamos, si somos una calamidad, ¿por qué os casáis con nosotras, si de verdad somos una calamidad,

M u je r

53 E n la tragedia de este n o m b r e , P alam edes sucum bía víctim a de u n a in ­ triga de Odiseo. Su herm ano E ax en viab a la n o ticia de lo sucedido a su padre N auplio, grabándola en unos rem os que echaba al m ar.

y luego nos prohibís salir de casa y que nos cojan sacando la cabeza, y en cambio queréis con tanto afán tener bien guardada a esa calamidad? Y si vuestra mujercita sale a cualquier cosa y os la encon­ tráis en la puerta, os entra un ataque de locura, cuando debíais poneros tan contentos, si de verdad os encontrabais con que se había ido fuera la gran calam i­ dad y no os la topabais dentro. Y si nos quedamos dormidas en casa de una amiga tras di­ vertirnos y cansarnos, todo el mundo se pone a buscar a la calamidad que se per­ dió, yendo de cama en cama. Si nos asomamos a la ventana, queréis contemplar a la ca­ lamidad, pero si por recato se mete dentro, todos quieren mucho más ver otra vez a la calamidad que se metió. Así pues, a todas luces somos mucho mejores que los hombres, se puede dar la prueba. Vamos a someternos a la prueba, para ver quiénes son peo­ res. Porque nosotras decimos que vosotros, vosotros que nosotras. Vamos a verlo y a oponer una mu­ jer a cada hombre, comparando por sus nombres a cada hombre y cada mujer. A Nausímaca54 resulta muy inferior Carmino55, vencido con sus naves: es claro lo que han hecho la una y el otro. Cleofonte el demagogo, por su parte, es peor sin duda que la Salabaco56, ilustre cortesana. Y frente a la Aristómaca de antaño, la que luchó en Mara­ tón,

54 E n lo que sigue son nom bres parlantes N ausím aca «la que lucha con las naves», A ristó m aca «la que lu ch a excelentem ente», E stratonica «la que vence al ejército» y E ubula «la buena consejera». 55 A lm iran te ateniense que acababa de su frir una derrota ante la flota es­ partana. 56 U na cortesana.

[192]

y Estratonica, ni uno de vosotros va a intentar hacer la guerra. ¿O acaso es mejor que Eubula algún Consejero del año pa­ sado que dejó su puesto a otro?57. Ni A nito58, el político, va a decir eso. Hasta tal punto presumimos de ser mucho mejores que los hombres. De verdad, si una mujer hubiera robado cincuenta talentos al Estado no osaría entrar en Atenas en un carro de caballos; pues por mucho que sise, si le roba al marido un cestillo de trigo, se lo devuelve al día siguiente. (Ritmo rápido.)

Y en cambio nosotras podríamos mostraros que muchos hombres hacen eso mismo. Y que son, encima, mucho más glotones que todas nosotras, ladrones de ropa, payasos y falsos tratantes de esclavos. Y además, aún, la herencia del padre son mucho peores para conservarla. Nosotras guardamos, ahora todavía, rodillo, cestillo y vara de telar, también la sombrilla. Y en cambio, ya veis, estos hombres nuestros muchos han perdido dentro de su casa la vara de la lanza con su hierro, mientras que a otros muchos de sobre los hombros, estando en campaña, se les vino al suelo... hasta la sombrilla.

57 No está claro si se trata tan sólo del relevo habitual de los consejeros a fin de año o si hay relació n con los aco ntecim iento s del 4 11 , con su rev o lu ­ ció n oligárquica. 58 P olítico m oderado, autor lu ego de la acusación co n tra Sócrates.

O93]

(Ritmo lento.) Son muchas las cosas que con justicia podríamos criticar las mujeres a los varones justamente, pero una sola antes que nada. Si una pare un hombre que sea de provecho para la ciudad, un coronel o un general, debería recibir un premio y deberían darle asiento en la primera fila en las Estenias y Esciras y en las otras fiestas que celebramos las mujeres. Pero si una mujer pare un cobarde, un hombre inútil, un mal capitán de barco o un piloto detestable, que se siente la últim a con un corte de pelo al rape detrás de la que parió al valiente. Pues ¿cómo va a ser justo, oh ciudad, que la madre de Hipérbolo59 esté sentada, vestida de blanco y con largos cabellos, cerca de la de Lámaco1/P a r ie n t e .) Tú, ¿por qué agachas la cabeza? (A l A r q u e ­ r o .) Mételo dentro y átale, arquero, al palo; ponle luego

aquí y no permitas que se le acerque nadie; si uno se acerca, dale con el látigo. M u je r 2 .a. Sí, por Zeus, que hace un momento casi me lo qui­ ta un individuo zurcevelas. P a r ie n t e . ¡Oh prítanis! Por tu mano derecha, que alargas abierta si alguien te da dinero, hazme un favor pequeño, aunque voy a morir. P r í t a n i s . ¿ Q u é f a v o r q u ie re s ?

7Í) A lud e a la fam a d e enredadores y tram posos que en tre los griegos te­ nían los egipcios. 71 Los prítan is eran los m iem bros de la C om isión ejecutiva del Consejo, en funciones d u ran te poco m ás de un mes. Los arqueros h acían de po licías; eran h ab itualm en te escitas. A sí en este caso: A ristófanes im ita su griego ch a­ purreado, lo que intentam os reflejar en la traducción.

[200]

Ordena que el agente me desnude y me ate al poste en cueros para que un viejo como yo con un vestido azafra­ nado y una diadema, no dé a los cuervos que reír cuando les sirva de festín. P r í t a n i s . El Consejo acordó que había que atarte con esos atavíos, para que sea claro para los que te vean que eres un malhechor. P a r i e n t e . ¡Attatatayá! ¡Túnica azafranada, qué me has he­ cho! No queda ya esperanza alguna de salvación. P a r ie n t e .

(Salen el M

P a rie n te y

el

A rq u e ro ,

entran en el templo.)

u je r c o r i f e o .

Bailemos nosotras ahora, como áquí siempre las mujeres cuando hacen la fiesta solemne en el tiempo sagrado a las diosas. La celebra también Pausón72 y ayuna: a ellas muchas veces, de una fiesta a la del otro año, les suplica no descuidarla nunca. Adelante, marchad con pie ligero, corred en círculo, coged la mano con la mano, el ritmo de la danza sagrada todas seguid. Bailad con pie ligero. Debéis mirar, los ojos dirigiendo a todas partes, todas las del coro. Coro.

Estrofa 1. Y también, sí, de los Olímpicos la raza cantad, celebrad todas en los transportes de la danza.

72 rable.

E n diversos pasajes de A ristó fanes es el prototipo del ind ivid u o m ise­

[201]

Antístrofa 1. Y si hay alguno que está esperando que hable mal yo mujer, aquí en el templo, de los hombres yerra. Antístrofa 2 (bis). Es, pues, preciso, c o m o es nuestro deber, al punto, del baile circular hacer girar el paso hermoso. E stro fa

2

.

Avanza, al de la bella lira 73 cantando y también a la arquera, la diosa pura Artemis. Salud, of flechador, danos tú la victoria. A Hera que cumple el matrimonio cantemos también, como es justo, la que baila con todos los coros, guarda las llaves de la boda. Antístrofa 2. Al pastor Hermes yo saludo y a Pan y a las ninfas amigas: benévolos sonrían, alegres, a las danzas de este coro nuestro. Comenzad con buen ánimo el doble paso de la danza. Bailemos, oh mujeres, como siempre, aunque guardemos el ayuno.

73 Apolo. El coro de m ujeres celebra a los dioses prin cip ales, aban donan­ do el tono de parodia.

[202]

Todas. Mas esa, salta y gira con pie rítmico: tornea tus canciones, Dirígenos tú mis,mo, Baco, dios de la hiedra, Señor; que yo con m i cortejo amante de la danza he de cantarte. Estrofa 3. Hijo de Zeus, Dioniso, y de Sémele, Bromio, tú caminas gozando en la montaña con los cantos amables de las ninfas: al son de «¡evoí!», « ¡evoí!» la noche entera guías la danza. Antístrofa 3. Y en torno a ti resuena del Citerón74 el eco; las montañas de negras hojas, sombrías, retumban y los valles pedregosos. Rodeándote, la hiedra florece de hojas bellas. {El c o r o se retira alfondo de la orquestra. Entra el A r q u e r o , que trae al P a r i e n t e colgado del poste.)

P a r ie n t e .

Gemirás a q u í a la sereno. Arquero, te suplico...

A

N o s u p lic a r t ú m í.

A

rquero.

rquero.

74 E l m onte C iterón, entre A tenas y B eocia, es el lu gar donde se localizan diversos m itos dionisíacos. E n él danzaban las bacantes tebanas q ue dieron m uerte a Penteo.

[203]

P a r ie n t e .

Afloja la argolla.

A

E so h a c e r y o .

rquero.

Pobre de mí, aprietas más. ¿Tú más querer? P a r i e n t e . ¡Attatataí, iattatataí! ¡Mueras de mala muerte! A r q u e r o . Chitón, maldito viejo. Paya, yo traer estera para pigilarte ti. (Sale.) P a r i e n t e . Estos son los regalos que he sacado de E u r íp id e s . (Ve venir a E u r í p i d e s disfras&do de Perseo.) ¡Dioses ¡Zeus Sal­ vador! Hay todavía esperanza. El tipo no va a traicionar­ me, me parece: al salir de su casa d is fr a z a d o de P e r s e o , me ha hecho una seña, con disimulo, para que haga yo de A n­ drómeda75. La verdad, ya tengo las cadenas, como ella. Es claro que vendrá a salvarme. No habría, si no, venido aquí volando con sus sandalias aladas. Pa r ie n t e . A rq uero .

(E l

P a r ie n t e

canta, haciendo el pa p el de Andrómeda.)

Doncellas amigas, amigas, ¿de qué manera podría huir yo y escapar del escita? ¿Me oyes, ninfa Eco76, que repites mis versos en las cuevas? Dime que sí, permíteme irme con m i mujer77. Es sin piedad el que aquí ató al hombre más desventurado. Apenas si huí de esa vieja podrida: ¡e igual perecí! Pues este guardia escita, aquí apostado, me ha colgado 75 Sobre la A ndróm eda, véase la Introducción. E ra su padre Cefeo q uien, com o v íctim a p ro p iciato ria p ara ev ita r que se cum plieran m alos presagios, la había atado a la roca, en E tiopía. Perseo la salvó y se unió a ella. 76 Sólo con la n in fa E co puede h ab lar A ndróm eda, en su abandono so lita­ rio. La escena es im itació n de E uríp ides, con rasgos cóm icos. E n lo que sigue hay v arias citas de la A ndróm eda, nos dice el escoliasta. 77 El P ariente ya h ab la com o A ndróm eda ya, inadvertidam ente, se refiere a sí m ism o. Su terror le im pide asu m ir com pletam ente el personaje que está representando.

[204]

cual triste, cruel pasto de los cuervos. Tú lo ves, no entre danzas ni al lado de tiernas doncellas sostengo una urna78 aquí en pie; que atada con cadenas rigurosas de Glaucetes79, el monstruo, seré pasto. Con canto no de bodas, con canto de cadenas llorad por mí, mujeres, porque miserias padezco la mísera — triste, triste de mí— y crueles dolores por obra de mi padre. Imploro a un varón ardiendo en lacrimosos, fúnebres lamentos — ¡ay, ay! ¡ay, ay!— : a un varón que me ha depilado, vestido luego de azafrán; y que tras ello me envió a este templo de las mujeres. Oh deidad inflexible del destino, ¡Oh maldito de mí! ¿Quién no va a contemplar este suplicio doloroso, rodeado de males? Bien quisiera que el ígneo astro celeste me diera muerte al desdichado. Pues la inmortal llama del sol no quiero ver, aquí colgado con un dolor atroz en mi garganta para hacer compañía a los cadáveres. (E

u r íp id e s

llega disfrazado de ninfa Eco.)

Salud, niña querida; a tu padre Cefeo que ahí te encadenó, ojalá que los dioses le den muerte.

E u r íp id e s .

78 Incongruentem ente, se trata de la u rn a de los votos. Es una p alab ra no esperada, para hacer reír. 7'; E l m onstruo m ítico es sustituido p o r el nom bre de un fam oso glotón ateniense.

[205]

¿Quién eres tú, que compadece mi desgracia? Soy Eco, la ninfa que repite las palabras, la burlo­ na; la que el año pasado, en este teatro mismo, fui persona­ je de Eurípides. ( ^ / P a r i e n t e .) Hija, debes cumplir con tu deber: llorar en forma que dé pena. P a r i e n t e . Y tú gem ir después de mí. E u r í p i d e s . Me ocuparé de ello. Comienza tus lamentos. P a r ie n t e .

E u r íp id e s .

P a r ie n t e .

Noche sagrada, ¡qué larga cabalgada corres: por la estrellada espalda el carro llevas del éter sacro a través del Olimpo venerable! E u r íp id e s .

Venerable.

P a r ie n t e .

¿Por qué yo, Andrómeda, en exceso mi lote obtuve de desgracias? E u r íp id e s .

De desgracias.

P a r ie n t e .

La muerte el desdichado... La muerte el desdichado... Vas a matarme, vieja con tu charla. E u r í p i d e s . Con tu charla. P a r i e n t e . De verdad que has venido impertinente en de­ masía. E u r íp id e s.

P a r ie n t e .

E u r í p i d e s . E n d e m a s ía .

Am iga80, déjame cantar vor. Cállate. E u r í p i d e s . Cállate. P a r i e n t e . Vete a los cuervos. E u r í p i d e s . Vete a lo s c u e r v o s . P a r ie n t e .

80 pides.

el

solo. Me harás un fa­

Se rom pe una vez m ás la ilu sió n escénica: el P ariente se d irige a E urí-

[206]

P a r ie n t e . ¿Qué d esg ra c ia ...? E u r íp id e s . ¿Qué d esg ra c ia ...? P a r ie n t e . Chocheas. E u r íp id e s . Chocheas. P a r ie n t e . Gime. E u r íp id e s . Gime. P a r ie n t e . Laméntate. E u r íp id e s . Laméntate.

(Vuelve el

A

rquero

con una estera.)

A r q u e r o . Tú, ¿qué es eso que charlas? E u r íp id e s . Tú, ¿qué es eso que charlas? A r q u e r o . Prítanis llamaré. E u r íp id e s . Prítanis llamaré. A r q u e r o . ¿Qué d esg racia? E u r íp id e s . ¿Qué d esg racia? A r q u e r o . ¿De dónde salir la poz? E u r íp id e s . ¿De dónde salir la poz? A r q u e r o . ¿Tú charlas? E u r íp id e s . ¿Tú charlas? A r q u e r o . Tú ir a llorar. E u r íp id e s . Tú ir a llorar. A r q u e r o . ¿Tú el pelo me tomar? E u r íp id e s . ¿Tú el pelo me to m a r? P a r ie n t e . N o , es esta m u je r de a q u í a l lad o. E u r íp id e s . De aquí al lado. A r q u e r o . ¿Dónde está esa maldita? P a r ie n t e . Se escapa. (L a M u je r 2 . a. huye.) A r q u e r o . ¿Onde, onde te espapas? E u r íp id e s . ¿Onde, onde te esp ap as? A r q u e r o . N o ti p ro v e c h a rá . E u r íp id e s . N o ti p ro v e c h a rá . A r q u e r o . ¿Gruñes todavía? E u r íp id e s . ¿Gruñes todavía? A r q u e r o . Coger yo eso canalla. (H ace ademán

de perseguir a la

M u je r .) E u r íp id e s . Coger yo eso canalla. (Sale corriendo M u je r .) A r q u e r o . Charlatano y maldito mujerucho.

[207]

detrás de la

( E u r í p i d e s vuelve, ahora en el p a p el de Perseo.) E u r íp id e s .

Oh dioses, ¿a qué tierra barbárica he llegado con mi sandalia rápida? Por en medio del éter abriéndome camino asiento mi pie alado, yo Perseo, que me encamino a Argos llevando de la Gor­ gona la cabeza. A

rquero.

¿Qué dicir tú? ¿De Gorgón81 segretario tú la

capeza? E u r íp id e s. A

rquero.

De la Gorgona, afirmo. Gorgón d i c i r yo tamién.

E u r íp id e s .

¡Oh! ¿Qué colina es ésta, qué doncella semejante a las diosas y anclada como nave? P a r ie n t e .

Ten piedad, extranjero, de mí la infortunada: desata mis cadenas. A

rquero.

No charlear tú. Caprito, ¿tenes cara pa charlear?

Tú ir a espicharla. E

u r íp id e s.

Oh doncella, siento piedad de ti, viéndote ahí colgada. A

rquero.

No ser doncello, ser un viejo asquerosa, latrón y

bripón.

81 C om o es sabido, la p rin cip al hazaña de Perseo era haber cortado la ca­ beza de una de las G orgonas (o de la p rin cip al de ellas, M edusa). Pero el esci­ ta, en su in cultu ra, confunde a la G orgona con u n secretario G orgón, com o antes a Proteo con Proteas.

[208]

E

u r íp id e s .

Dices locura, escita; esta es Andrómeda, hija de Cefeo. A

M irar tú el moño: ¿ti parece piquiñito?

rquero .

E u r íp id e s.

Dame la mano, niña: quiero cogerla. Mira, escita: mal de amores les llega a los humanos, a todos. Así también en mí por esta niña el amor ha hecho presa. A

Yo no envidiarte. Pero si lo culo estar vuelto pa aquí, yo no prohibir a ti culear ello.

rquero.

E u r íp id e s .

¿Por qué, oh escita, no la desatas y me dejas arrojarme en su lecho, su tálamo nupcial? A

Si puertemente querer tú culear a esa viejo, perporar tú la tapia y trasearlo de detrás.

rquero.

E u r íp id e s . A

No: soltaré sus cadenas. Azotarte yo, entonces.

rquero.

E u r íp id e s .

Pues lo haré, sin embargo. A

rquero .

Tu capeza, entonces, cuchillo éste cortar.

E u r íp id e s .

¡Ay, ay! ¿Qué hacer? ¿Qué argumentos buscar? Pero no va a aceptarlos su natural barbárico. Si a un necio le presentas ideas nuevas y sabias pierdes tu tiempo82. Hay que acudir a otro recurso que le vaya. ( E u r íp id e s

se va. El

A

rquero

vuelve a sentarse en la estera.)

82 Hay alusiones a pasajes d e E urípides; la últim a a Aíedea, 298.

[209]

C

oro

.

Todas. A Palas83 danzarina debo Pedirle que venga a mi coro, a la doncella intacta Estrofa 1. Que la ciudad nuestra gobierna y tiene el poder ella sola: su llavera la llaman. Todas. Muéstrate tú que odias a todos los tiranos. Antístrofa 1. Te está llamando el pueblo todo de las mujeres: ven trayendo la paz que ama las fiestas. Estrofa 2. Venid benévolas, propicias, diosas, a este vuestro templo: no pueden contemplar los hombres los ritos venerables que aquí brillan entre antorchas, visión inefable. Antístrofa 2. Venid, llegad, os suplicamos, 83 En este ú ltim o him n o las m ujeres se d irigen otra vez a las dos diosas Tesm óforos, pero sobre todo a P alas, patron a de Atenas.

[210]

las dos Tesmóforos gloriosas. Si antes alguna vez oyéndonos vinisteis, presentaos ahora, lo imploramos, aquí junto a nosotras. (E l e s c i t a se duerme. Llega E u r í p i d e s , sin disfrazj con un har­ p a ; le acompañan un flautista y una bailarina.) Mujeres, si queréis hacer la paz conmigo para siempre, ahora podéis hacerla, con el compromiso de que yo no voy ya nunca a hablar mal de vosotras. Esto es lo que os propongo. M u je r c o r i f e o . ¿Por qué motivo nos haces ese ofreci­ miento? E u r í p i d e s . Este que está en el poste es un pariente mío. Si lo­ gro rescatarlo, ya nunca más hablaré mal de vosotras. Pero si no me hacéis caso, todas vuestras trapisondas en casa voy a contárselas a vuestros maridos cuando vuelvan del ejército. M u je r c o r i f e o . Por nuestra parte, nos tienes convencidas. Pero a ese bárbaro trata de convencerle tú. E u r í p i d e s . E so es cosa mía. (A la bailarina.) Lo tuyo, gacelita, es acordate de hacer lo que te expliqué por el camino. Pri­ mero, ve hacia él y vuelve a mí danzando sobre las puntas de los pies. (A lflautista.) Y tú, Teredón, toca a la flauta un aire persa. E u r íp id e s.

(Comienza la danza al son de la flauta. vieja y el A r q u e r o se despierta.)

E u r í p id e s

se disfraza de

¿Qué «bom bom» es ése? ¿Venir una ronda a des­ pertarme? E u r í p i d e s . La chica quería ensayar, agente. La han contrata­ do para bailar ante unos señores. A r q u e r o . Poder bailar y cantar, yo no prohibir. ¡Qué ligero la chica, como pulga en pellizo de cordero! E u r í p i d e s . Sácate el vestido por arriba y dámelo, hija. Siénta­ te en las rodillas del escita y alárgame los pies para descal­ zarte. A

r q u e r o .,

[211]

Chí, chí, chiéntate, chi, chi, hijita. ¡ A y qué duro las tetitas, como rabanito! E u r í p i d e s . (A lflautista.) Toca a ritmo más rápido. ¿Todavía tienes miedo del escita? A r q u e r o . ¡Qué bella culo? (A su miembro en erección.) ¡Tú llorar si no estar quieto dentro! ¡Vaya! Buen pigura de danza, la de la pilila! E u r í p i d e s . (A la bailarina.) Ya está bien. Coge tu vestido: es hora de irnos. A

rquero.

A

rquero.

¿ N o p e s a r p r i m e r o a m í?

Bien, bésale. ¡Oh, oh, oh papapapaí! ¡Qué dulzo la lengua, como miele ático! ¿Por qué no acostar conmigo? E u r í p i d e s . Adiós, arquero. Eso no es posible. A r q u e r o . Chí, chí, viejita, hazme ese pavor. E u r í p i d e s . ¿Me darás una dracma? A r q u e r o . Chí, chí, yo dar. E u r í p i d e s . Venga el dinero. A r q u e r o . Yo no tener. Pero coge la carcaj, luego traerla. Ven con mí, niña. Tú vigila a este viejo, viejita. ¿Cómo te chamas? E u r í p i d e s . Artem isa84. A r q u e r o . Yo recordar tu nombre: Artamuxía. (Sale con la flautista.) E u r í p i d e s . Hermes, dios del engaño, hasta ahora todo lo es­ tás haciendo bien. (A lflautista.) Tú pírate, muchaco, coge esto (le alarga el harpa); yo voy a desatar a ése. (A l P a r i e n ­ t e .) ¡Tú, como un macho, a salir pitando en cuanto te de­ sate y a largarte a casa, con tu mujer y tus niñitos! P a r i e n t e . Eso es asunto mío, en cuanto me desates. E u r í p i d e s . Ya estás desatado. Ahora es tu asunto, huye antes de que vuelva el arquero y te encuentre. P a r i e n t e . E s l o q u e h a g o . (Sale corriendo y con él E u r í p i d e s , p o r el camino de la derecha. Vuelve el A r q u e r o .) A r q u e r o . Viejita, cómo acradable la niñita, no huraño dulE u r íp id e s.

A

rquero.

84 Es el nom bre de u n a rein a de C aria bien conocida por su in terven ción en la b atalla de S alam ina. Una vez m ás el escita testim onia su in cultu ra al de­ form ar el nom bre.

[212]

cecito. ¿Dónde está la viejita? No me gusta la vieja. ¡Artamuxía! Me engañó la vieja. (V e el carcaj en el suelo, le da una patada.) ¡Toma, al cuerno tú lápido! Es custo que te chamen carcaj: me has carcaj-odido. ¡Ay! ¿qué hacer yo? ¿Dónde la viejita? ¡Artamuxía! M u je r c o r i f e o . ¿Preguntas por la vieja del harpa? A r q u e r o . Chí, chí, ¿La viste? M u je r c o r i f e o . Por ahí se ha ido, ella misma y un viejo la seguía. A r q u e r o . Lo viejo, ¿con un pestido achafrán? M u j e r c o r i f e o . Justo. Aún puedes alcanzarlos, si los persi­ gues por ahí. (Para engañar al e s c i t a señala el camino de la iz­ quierda, hacia el templo, subiendo.) A r q u e r o . ¡Maldito vieja! ¿Por cuál camino correr yo? (No ha visto la dirección que le señala la c o r if e o j corre hacia la de­ recha, hacia abajo, en la buena dirección.) ¡Artamuxía! (Engañándole.) ¡Sube todo derecho! ¿A dónde vas? No, es por este otro lado. Corres en dirección con­ traria. A r q u e r o . ¡Yo pringado! Pero correr. ¡Artamuxía! (Sale co­ rriendo p o r la izquierda.) M u je r c o r i f e o . Corre y vete a los cuervos, rápido, con vien­ to fresco. Terminó la comedia, ya es bastante. Es tiempo ya de irnos a casa cada una. Las Tesmóforos ojalá su favor nos den por esto a todas. M

u je r c o r i f e o .

LA ASAMBLEA DE LAS MUJERES

INTRODUCCIÓN

comedia, presentada no sabemos con qué éxito en el 391 a. C., ya entrado el siglo iv, pertenece a un gé­ nero que hace de transición hacia las llamadas come­ dia media y nueva, que culminan, a fin de siglo, con M en dro. Ello se nota, entre otras cosas, por la mucho menor pre­ sencia de la crítica de la política contemporánea y de perso­ najes vivos y por el uso muy restrictivo del coro. Efectivamente, el coro de mujeres desfila en el teatro en dos ocasiones, yendo a la Asamblea y volviendo de ella, pero no hay enfrentamientos ( agones) con intervención del mismo. Ni hay parábasis propiamente: el pasaje 571 y ss. tiene cierto parecido formalmente, pero forma parte del argumento, es la exposición de los planes de la heroína Praxágora. Las pala­ bras del corifeo en 1154 y ss. pidiendo a los jueces que den el premio a la comedia están más cerca de los temas propios de una parábasis, pero el brevísimo pasaje difiere por la forma. En otras ocasiones, los manuscritos testimonian la presencia de un coral para rellenar los entreactos; son corales que no nos han sido transmitidos, probablemente composiciones lí­ ricas sin relación con la acción. No faltan, sin embargo, los elementos típicos de la come­ dia: el plan fantástico, el héroe (heroína en este caso) que lo hace triunfar increíblemente, el tema del mundo al revés, el final feliz. Ni, tampoco, el tema político (aunque sólo en tér­ minos genéricos) y el colectivo. La decadencia económica de Atenas tras la pérdida de la guerra del Peloponeso el 404, hizo que fueran los temas eco­ nómicos los que primaran en este momento. Esto se ve tamst a

E

[217]

bién por el Pluto, por el tratado Sobre los ingresos de Jenofonte, por teorías reformistas de Faleas y otros, etc. La Asamblea pro­ pugna un plan para lograr la igualdad económica de los ciu­ dadanos, siguiendo ideas procedentes de Faleas, quizá de Protágoras; parece que ya la comedia Tyrannis de Ferécrates es un antecedente. Son ideas que estaban en el aire, como sabemos por Aristóteles (Política, 1266 a 31). Se combinan aquí con la teoría de la comunidad de las mu­ jeres y los hijos, en forma hasta cierto punto semejante a las propuestas del libro II de la República de Platón. Se ha escrito mucho sobre esta relación, que seguramente procede de un fondo común de ideas anteriores. Por otra parte, en Aristófa­ nes estas ideas se exponen en el contexto de temas cómicos como son el del enfrentamiento de hombres y mujeres y el del mundo al revés. Serán las mujeres las que, levantándose de madrugada y poniéndose los vestidos de sus maridos, acudi­ rán a la Asamblea e impondrán allí su plan, de cuya bondad convencerán luego a sus maridos. Hay un largo prólogo en el que la heroína Praxágora pro­ pone este plan y lo madura y ensaya con las demás mujeres, que luego salen, formando el coro, del teatro en dirección a la Asamblea (285 y ss.) En su ausencia hablan Blépiro, marido de Praxágora, y un vecino que, al no encontrar sus vestidos, aparecen con los de ellas: el típico cambio de vestidos de la comedia, que en esto sigue a ciertos rituales de los que deriva. Y llega de la Asam­ blea Cremes, otro vecino: en un diálogo con Blépiro cuenta la resolución de entregar el poder a las mujeres y el programa comunista de éstas. Y llega el coro, de vuelta de la Asamblea, el cual recupera sus antiguos vestidos femeninos: hay un breve coral (478 y ss.) Seguidamente, Praxágora se hace primero la ignorante de lo sucedido, pero después explica a Blépiro y Cremes las ven­ tajas del nuevo orden, que establecerá la igualdad, la solución de los problemas económicos, la desaparición de los pleitos. El pasaje principal es el antes aludido de tipo de parábasis (571 y ss.), en el que Praxágora expone a Cremes los princi­ pios de la igualdad económica y sexual. El tono de ella es se­ rio, aunque la cosa deriva, a veces, en salidas puramente có­ [218]

micas. Cuando se pregunta que quién va a trabajar en el nue­ vo estado paradisiaco, se contesta que los esclavos: a éstos no les alcanza, parece, la igualdad. Triunfador el plan de la heroína, sólo falta poner en prác­ tica sus ideas e introducir las habituales escenas de ejemplificación de su victoria. Vuelve a ponerse en marcha el argu­ mento cuando (711 y ss.) Praxágora, la «generala», se despide para marchar al ágora a preparar la recogida de los bienes in­ dividuales que vayan siendo entregados y organizar el gran banquete colectivo. Tras su salida y un intermedio coral cuyo canto no se nos transmite, hay una doble escena de ejemplificación (730 y ss.): Cremes lleva sus cosas y un hombre se niega, egoísta­ mente, a hacerlo, pero está dispuesto a participar en el ban­ quete, lo que lógicamente no se le permite. La escena es de un tipo muy común. Otro intermedio coral sin palabras nos lleva a la segunda escena de ejemplificación, esta triple y relativa a la igualdad sexual. Según las nuevas leyes, los hombres deben acostarse con las viejas antes de hacerlo con las jóvenes. Es lo que in­ tentan tres viejas horribles que sucesivamente van aparecien­ do y la última de las cuales, finalmente, mete al joven en su casa. Todo ello entre parodias líricas y la escena lírica de tipo tradicional de la joven y el joven, que ven frustrado su mutuo deseo por las viejas. El joven, raptado por la violencia, se des­ pide con un parlamento de parodia trágica (1098-111). Todo termina con una escena de banquete, también usual al final de las comedias; pero sin elementos eróticos (en reali­ dad, están en la escena de las viejas). La Servidora llega para llevar a Blépiro al banquete: el diálogo entre ambos y la danza de los dos cierra la comedia. En La Asamblea la comedia ha perdido, quizá, parte de su antigua virulencia, pero no su alianza de ideología, fantasía y crítica ni su adscripción a los temas centrales de la ciudad. Resuenan ecos de Lisístrata y se anticipan cosas de los filóso­ fos reformistas que, a lo largo del siglo iv y aun después, in­ tentaron edificar sobre nuevas bases la vida pública, acudien­ do en ocasiones a la presentación de utopías no muy distantes de las de los cómicos. [219]

PERSONAJES P raxágora, M u je r 1 .a M u je r 2 .a B l é p ir o ,

heroína de la pieza

marido de Praxágora

U n hom bre C r e m e s , vecino H

de Blépiro

y

Praxágora

eralda

V ie ja 1 .a V ie ja 2 .a V ie ja 3 .a La

jo v e n

El

jo v e n

S e r v id o r a

[220]

(La escena representa una plaza de Atenas con las casas de r o , del H o m b r e , de C r e m e s y de las tres viejas.)

B l é p i­

(Sale sola ante su casa, con su candil; aún es de noche. Va vestida de hombre, con bastóny sandalias laconias, con correas en toda la pantorrilla: bajo el brazo, lleva una barba postiza. Declama diri­ giéndose al candil.) Ojo brillante del candil trabajado por el torno, hallazgo el más hermoso de inventores certeros (tu nacimiento y tu fortuna explicaremos, pues tras haber girado por obra de la rueda movida por el alfarero tienes en tus narices una glo­ ria luminosa, propia del sol), lanza la señal convenida de tu llama. Pues sólo a ti te lo explicamos: con razón, pues que también cuando nos entregamos, dentro de nuestra al­ coba, a los meneos de Afrodita, nos acompañas allí cerca, y a tu ojo que vigila los cuerpos nuestros que se arquean, na­ die lo echa de su casa. De nuestros muslos en los secretos ángulos tú solo echas tu luz mientras chamuscas el vello que florece allí; y cuando abrimos a hurtadillas las despen­ sas llenas de grano y de licor de Baco, estás a nuestro lado: y haciendo esto con nosotras, no se lo cuentas al vecino1. Por esto, vas a enterarte de nuestros planes de hoy, los que han acordado mis amigas en la fiesta de las E stiras2. (Pau­ sa.) Pero no está ninguna de las que tenían que venir. Y eso que ya está casi amaneciendo y la Asamblea va a ser ahora3

P raxágora.

1 A lud e al tópico de la afició n de las m ujeres al vino. 2 Fiesta ateniense en junio y ju lio , en ho no r de D em éter y Core (Perséfona), parece que em parentada con las Tesm oforias. 3 La A sam blea del Pueblo se celebraba a l am anecer, en la Pnix.

[22l]

enseguida y debemos ocupar los asientos que Enredómaco4 dijo una vez, si os acordáis, «asientos fulanescos», dijo, y hacer que nuestras cosas no se nos vean al sentarnos. (Pausa.) ¿Qué puede suceder? ¿No tienen bien cosidas las barbas que se les dijo que tuvieran? ¿O después de coger la ropa del marido les ha sido difícil salir a ocultas? Pero veo que aquí se acerca ya un candil. Ea, voy a emprender la re­ tirada, no vaya a ser un hombre el que se acerca. ( Entra la xágora.

C y el

M u j e r A, también con candil y ataviada igual que P r a ­ Luego otras más todas con su candil: son las M u j e r e s B y

c o r o .)

A. Es hora de ir ya, hace un momento que el heraldo, según veníamos, lanzó el segundo quiquiriquí5. P r a x á g o r a . Esperándoos, me he pasado sin dormir toda la noche. Vaya, voy a llam ar a la vecina dando a su puerta un toquecito, porque debe escaparse sin que se entere su m ari­ do. (Llama.) M u j e r B. Ya o í el golpear de tus nudillos mientras me abro­ chaba las sandalias, no dormía. Es que, querida, mi marido — porque es de Salamina el que vive conmigo— toda la noche me ha dado con el remo entre las mantas6, así que hace un instante que le cogí el vestido. P r a x á g o r a . Estoy viendo a Clenáreta y a Sóstrata, ya está aquí, y a Filéneta. ¿No vais a daros prisa? Porque Glica ha jurado que la que llege la últim a pagará una arroba de vino y un kilo de garbanzos torrados. M u j e r B. ¿Y no ves a Melitisca, la de Esmicitión, cómo viene corriendo con sus sandalias? Y eso que me parece que sólo ella se ha escapado del marido fácilmente. M u j e r A. ¿Y no ves a Geusístrata, la del tabernero, con su antorcha en la mano? M

u je r

4 M ote dado a un tal C leóm aco, que trabucaba las palabras, así en la frase griega traducida a co ntinuació n por «asientos fulanescos». 5 Se califica de herald o (que co nvoca a la A sam blea) al gallo que lanza su canto de m añana. (y Los atenienses que v iv ía n en la isla de S alam in a debían trasladarse a la ciudad en barca; de a h í el juego de palabras con alusión sexual.

[222]

Veo también que se acercan la de Filodoreto y la de Querétadas y otras muchas mujeres, todo lo que hay de provecho en la ciudad. M u je r C. Y con bien de trabajo, queridísima, que me escurrí escapándome. Toda la noche ha estado con arcadas m i ma­ rido de haberse hinchado de boquerones ayer tarde. P r a x á g o r a . Sentaos, que voy a preguntaros, ahora que os veo reunidas, si habéis hecho lo que acordamos en las Esciras. (Se sientan.) M u je r A. Y o s í . L o p r i m e r o , t e n g o lo s s o b a c o s m á s e s p e s o s P raxágora.

q u e u n m a t o r r a l, c o m o q u e d ó a c o r d a d o . Y lu e g o , c a d a v e z q u e m i h o m b r e s a lía a la p la z a , m e fr o t a b a d e a c e ite t o d o e l c u e r p o y m e b r o n c e a b a , t o d o e l d í a d e p i e a l s o l7.

B. Yo también. Y antes que nada tiré lejos de casa la navaja, para ponerme toda peluda y que no me pareciera ya nada a una mujer. P r a x á g o r a . ¿Y tenéis las barbas que se os dijo que tuvierais todas cuando nos reuniéramos? M u je r A. Sí, por Hécate, es muy hermosa ésta. M u je r B. Yo tengo una mucho más bella que la de Epi­ crates8. P r a x á g o r a . ¿Y qué decís vosotros? M u je r A. Dicen que sí, inclinan la cabeza. P r a x á g o r a . Lo demás, veo que lo habéis hecho. Tenéis san­ dalias de Laconia, bastones y vestidos de hombre, como dijimos. M u je r A. Mira, yo me he traído el bastón de Lamias, m ien­ tras dormía, a escondidas. P r a x á g o r a . E s uno de esos que lleva de paseo tirando pedos como la bruja Lam ia9. M u je r B. Por Zeus Salvador, sería muy a propósito, como el que más, para vestirse la pelliza de Argos Omnividente, pastor de lo, y ser también pastor... de nuestro pueblo10. M

u je r

7 P ara hacerse pasar por hom bres, las m ujeres, pálidas de apenas s a lir a la calle, se broncean al sol. 8 Personaje a cuya larga barba hacen alu sió n los cóm icos. 9 L a L am ia es una bruja h erm afro dita, am enazadora y grosera; con e lla es com parado un tal L am ias, m arid o de una de las mujeres. 10 A rgos, pastor m onstruoso de num erosos ojos, fue encargado por Zeus [2 2 3 ]

Bueno, vamos a hacer ya lo que viene después, mientras hay todavía estrellas en el cielo. La Asamblea a la que estamos preparadas para ir, será al amanecer. M u j e r A. Sí, por Zeus, debes coger asiento al pie de la tribu­ na, enfrente de los p rítanis11. M u j e r B . Y o me he traído esta cosita (gesto obsceno) para car­ darla un poco mientras se llena la Asamblea. P r a x á g o r a . ¿Mientras se llena, desgraciada? M u j e r Β. Sí, por Artemis, yo. ¿Es que iba a oír peor mientras cardaba? Mis niñitos están desnudos. P r a x á g o r a . Vamos, cardando tú, que debías no enseñar nada del cuerpo a los que asisten. Sería bonito si estuviera ya el pueblo todo y una, saltando entre las filas, al recoger­ se la falda enseñara el Form isio12. En cambio, si nos senta­ mos las primeras, no notarán nada cuando nos recojamos el vestido; y cuando echemos esa barba que nos vamos a atar, ¿quién dejará de creernos hombres en cuanto nos vea? Por lo menos, nadie se ha fijado en que el demagogo Agirrio 13 lleva la barba de Prónomo. Y eso que antes era una hembra: ahora en cambio lleva los asuntos más graves de Atenas. Por eso, por el día que ahora empieza, emprenda­ mos esta empresa tan grande, a ver si podemos apoderar­ nos de los asuntos públicos para hacer una cosa benefi­ ciosa para Atenas. Porque ahora, no navegamos ni a la vela ni al remo. M u j e r A. ¿Y cómo un femenil ayuntamiento de mujeres va a hablar en la Asamblea? P r a x á g o r a . De manera excelente. Los jovencitos ésos, a los que más les dan, dicen que son los más sutiles para hablar: pues a nosotras, por una coincidencia, nos sucede lo mismo. M u j e r A. No estoy segura. Pero es horrible la falta de expe­ riencia. P raxágora.

de v ig ila r a su am ada lo , co nvertida en vaca por celos de H era. H ay un juego de palabras, «pastor» es a la vez «engañador». 11 Son la com isión p erm an ente del Consejo, presente en la A sam blea. 12 Personaje m uy peludo. L a alu sión sexual es clara. ^ G en eral y dem agogo ateniense, presentado com o afem inado. Prónom o era un flau tista m uy barbudo. [2 2 4 ]

Por eso con toda intención nos hemos reunido aquí primero, para ensayar lo que hay que decir allí. Ven­ ga, átate la barba y lo mismo las demás que tienen práctica en charlar. M u j e r B. ¿Quién de nosotras, desgraciado, no sabe bien charlar? P r a x á g o r a . Vamos, tú, sujétate la barba y hazte hombre en­ seguida. Yo voy a ponerme una corona y a atarme la barba con vosotras, por si decido hablar. M u j e r B. Ven aquí, Praxágora, guapísima. Mira, infeliz, qué cosa más ridicula. P r a x á g o r a . ¿Cómo que ridicula? M u j e r B. Es como si una se atara la barba con jibias a la plan­ cha. (Ensayo de Asamblea.) P r a x á g o r a . Purificador de la Asamblea, debes llevar en círculo la comadreja14. Pasad hacia adelante. Arífrades15, deja de hablar. Pasa y siéntate. ¿Quién quiere tomar la pa­ labra? M u j e r A. Yo. P r a x á g o r a . Ponte la corona y que sea para bien. M u j e r A. Ya está. P r a x á g o r a . Puedes hablar. M u j e r A. ¿Y voy a hablar sin beber antes?16. P r a x á g o r a . Vaya, con que beber. M u j e r A. ¡Y para qué me he puesto la corona, desgra­ ciada? P r a x á g o r a . Vete a la porra: a llí17 nos habrías hecho lo mismo. M u j e r A. ¿Y qué? ¿Es que no beben en la Asamblea? P r a x á g o r a . Otra vez con que beben. M u j e r A. Sí, por Artemis, y por cierto que vino sin aguar18. P raxágora.

14 E ra ritual llev ar en círcu lo u n cerdito, antes de com enzar la A sam blea. Las m ujeres pasean u na com adreja, an im al de la casa, que hace el papel del gato. 15 Personaje afem in ado m uy satirizado p o r los cóm icos. 16 O tra alusión a la afición de las m ujeres a la bebida. 17 En la A sam blea de verdad, en vez de esta im agin aria. 18 Se refiere al v in o de la lib ació n que se hace antes del com ienzo de la Asam blea.

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Y sus decretos, si se m ira todo lo que resuelven, son locu­ ras de borrachos. Y es verdad, por Zeus, que hacen libacio­ nes de vino: o si no, ¿por qué dirían tantas plegarias al em­ pezar, si no hubiera vino? Además, se insultan como hom­ bres bebidos y al que delira por el vino, le echan fuera los arqueros de la policía. P r a x á g o r a . Tú v e t e y s ié n ta t e , n o v a le s p a r a n a d a . M u je r A. Por Zeus, cuánto más me valiera no tener barba, porque de tanta sed, creo yo, voy a quedarme seca. ( Vuelve a su sitio.) P r a x á g o r a . ¿Hay alguna otra que quiera hablar? M u je r B. Yo. P r a x á g o r a . Vamos,

ponte la corona, que la cosa marcha. Ea, habla como un hombre, estupendamente, cargando tu fi­ gura en el bastón. M u je r B. (Se adelanta.) Preferiría que algún otro de los que suelen dijera lo mejor para Atenas, y que yo pudiera seguir sentado en silencio. Pero no voy a permitir, en lo que val­ ga mi opinión, que pongan en las tabernas depósitos de agua. No estoy de acuerdo, por las dos diosas19. P r a x á g o r a . ¿Por las dos diosas? Desgraciada, ¿dónde tienes la cabeza? M u je r B. ¿Qué pasa? No te he pedido de beber. P r a x á g o r a . Por Zeus, es que eres un hombre y has jurado por las dos diosas. Y eso que lo demás lo dijiste muy dies­ tramente. M u je r B. Oh, por Apolo. P r a x á g o r a . Calla, que yo no voy a mover un pie para ir a la Asamblea si esto no queda perfectamente bien. (L e coge la corona.) M u je r B. Trae la corona, voy a hablar otra vez. (Se la da.) Creo que ahora ya estoy práctica. (A ! c o r o .) A mí, mujeres aquí presentes... P r a x á g o r a . ¿Otra vez llamas mujeres a los hombres, desgra­ ciada? M u je r B. Es p or Epígono20, que está allí lejos. (Señalando.) Al 19 D em éter y Perséfona. Es un juram ento propio de mujeres. 20 Personaje desconocido, que se da com o presente en el teatro. E ra, e v i­ dentem ente, un afem inado.

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m irar hacia allí, creí que estaba hablando a mujeres. Vete al infierno tú también y siéntate lejos de aquí. Por causa de vosotras, me parece que soy yo la que va a hablar cogiendo esta corona. (Se la pone.) Pido a los dioses tener éxito y conseguir lo que hemos planeado. (Se adelanta. Solemne.) Tengo tanta parte en esta tierra como vosotros, pero sufro y llevo con pesar la podredumbre de las cosas de la ciudad. Porque veo que sus políticos son siempre detes­ tables; y si uno por un día se hace bueno, otros diez días se hace malo. Das el poder a otro: hace aún cosas peores. La verdad, es difícil dar consejos a hombres descontentadizos que tenéis miedo a los que quieren ser vuestros amigos y en cambio a los que se niegan a ello, les suplicáis una y otra vez. Así, hubo un tiempo en que no había Asambleas en absoluto, pero a A girrio le teníamos por un mal hombre; y ahora que las tenemos, el que recibe su soborno, le pone por las nubes y el que no lo recibe ¡asegura que merecen la muerte los que, como Agirrio, buscan ganar un sueldo por asistir a la Asamblea!21. M u j e r A. Por Afrodita, es estupendo lo que dices. P r a x á g o r a . Desgraciada, ¿has jurado por Afrodita? Bonito papel habrías hecho, si hubieras dicho esto en la Asam­ blea. M u j e r A. No lo habría dicho. P r a x á g o r a . Pues no te acostumbres a decirlo. ( Vuelve a coger el hilo.) Más todavía. Esa alianza, cuando la debatíamos, de­ cían que si no llegaba a hacerse, sería un desastre para la ciudad. Pues cuando se hizo, quedaron descontentos y el orador que nos convenció para que la hiciéramos, tuvo que huir a escape22.— O hay que sacar las naves al mar: el pobre está de acuerdo, pero los ricos y los terratenientes, no.— Os fastidian los corintios y ellos a vosotros: pues ahora son buenos, hazte bueno tú también.— O resulta P raxágora.

21 A g irrio , arrib a m encionado, hizo aprob ar que se p ag ara por la asisten­ cia a la A sam blea: p rim ero u n óbolo, luego tres. 22 A lusión al tratado concertado el año 395 a. C. en tre A tenas y lo s beo­ d o s y locrios opuntios, tratado d irigid o co ntra E sparta y luego criticado . No sabemos de quién fue la in iciativ a.

[22 7 ]

que el argivo es un majadero y Jerónim o, opuesto a ellos, es el sabio23.— O asomó la salvación tras la guerra civil, pero Trasibulo, que la trajo, está fastidiado porque no piden su consejo24. M u j e r A. ¡ Q u é hombre más listo! P r a x á g o r a . Con razón me elogiaste.— Y vosotros, oh pue­ blo, sois los culpables de todas estas cosas. Porque como cobráis vuestros salarios de los fondos públicos, cada uno mira lo que ganará él, mientras que el Estado [igual que Esimo]25, va dando tumbos. Pero si me hacéis caso, toda­ vía os salvaréis.— Propongo que entreguéis la ciudad a las mujeres. En realidad, ya en nuestras casas las tenemos de gobernantas y tesoreras. M u j e r A. ¡Bravo! ¡Bravo!, por Zeus ¡Bravo! M u j e r B. Habla, habla, amigo. P r a x á g o r a . Que sus maneras son mejores que las nuestras, os lo voy a hacer ver. Lo primero, tiñen sus lanas en agua caliente de acuerdo con la costumbre antigua; y eso todas y no puedes encontrar que hagan innovaciones. En cambio Atenas, si algo le sale bien, no por ello cree salvarse, si no se mete en alguna otra novelería. Sentadas hacen sus parri­ lladas como antes, llevan cargas en su cabeza como antes, celebran las Tesmoforias26 como antes, cuecen los pasteles como antes, revientan a los hombres como antes, tienen amantes en casa como antes, se sirven los mejores bocados como antes, les gusta el vino puro como antes, disfrutan cuando las joden como antes. Varones, entreguémosles la ciudad y no andemos hablando ni les preguntemos qué es lo que van a hacer. Dejémoslas gobernar de una vez. M i­ rando estas cosas solas: lo primero, que como son madres querrán salvar la vida a los soldados; y luego, ¿quién po­ 23 Se alude a una gestión de paz de E sparta, rechazada po r los aliados argivos y favorecida pt r el gen eral ateniense Jerón im o. 24 T rasibulo, jefe del partido m oderado, fue el prin cip al responsable de la cap itu lació n ante E sparta el año 4 04 (fin de la guerra del Peloponeso). 25 Personaje im po rtan te en la p o lítica ateniense a p a rtir de la reco n cilia­ ción del 403. Parece d educirse que era cojo, lo que se atribuye tam bién, figu ­ radam ente, a la situación del estado ateniense. 26 F iesta de las m ujeres en ho no r de D em éter y Perséfona.

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dría enviarles raciones suplementarias más deprisa que una madre? Para procurar dinero, una mujer es lo más há­ bil y cuando manda, nadie es capaz de engañarla: porque están muy hechas a engañar. Lo demás me lo callo. Si me hacéis caso en esto, pasaréis vuestra vida en la mayor feli­ cidad. M u je r A. Bien, Praxágora, guapísima, estupendamente. ¿Y cómo aprendiste esto también, amiga mía? P r a x á g o r a . Cuando el destierro27, viví con mi marido en la Pnix, donde la Asamblea. Y a fuerza de escuchar a los ora­ dores, aprendí. M u je r A. Entonces, con razón eres hábil y sabia. Y desde ahora mismo te nombramos generala las mujeres, si llevas a buen fin eso que proyectas. Pero si el demagogo Céfalo28 viene aquí en mala hora y te insulta, ¿cómo vas a contes­ tarle en la Asamblea? P r a x á g o r a . Diré que está loco. M u je r A. Eso lo saben todos. P r a x á g o r a . Añadiré que es un bilioso. M u je r A. También eso lo saben. P r a x á g o r a . Y q u e es m a l a lf a r e r o p a r a d a r f o r m a a lo s p la ­ to s , p e r o b u e n o y b r i ll a n t e p a r a la c iu d a d . M u je r A. ¿Y qué, si te insulta el legañoso de Neocli­ des?29. P r a x á g o r a . A ése yo le diría que ponga sus ojos en el culo de un perro. M u je r A. ¿Y qué, si te dan un meneo? P r a x á g o r a . Me moveré a compás, pues no soy inexperta en ninguna clase de meneos. M u je r A. Sólo falta por ver, si te echan mano los arqueros qué vas a hacer. P r a x á g o r a . Me pondré en jarras de esta manera: jamás me cogerán por la cintura. M u je r A. Si te cogen en vilo, les diremos que te dejen. 27 D urante la época de los trein ta tiranos (403 a. C.) m uchos atenienses se ex iliaro n. C óm icam ente, P raxágo ra dice que ella lo hizo en la P nix. 28 D em agogo belicista de com ienzos del siglo iv , de lenguaje virulento. 29 Un orador y sicofanta.

[229]

B. Todo esto lo tenemos bien pensado. Pero no hemos meditado todavía de qué modo vamos a acordarnos de que hay que levantar la m ano30, porque nuestra costumbre es la de levantar las piernas. P r a x á g o r a . Es un asunto peliagudo. Pero, con todo, hay que votar sacando un brazo de la hombrera.— Vamos, subios las camisitas y ataos rápido las sandalias laconias, igual que veíais hacer al marido cuando iba a ir a la Asamblea o a sa­ lir, cada vez. Luego, cuando todo esto esté ya bien, ataos las barbas. Y en cuanto os las hayáis sujetado bien, echaos encima los vestidos de hombres que sustrajisteis y después apoyaos en los bastones y marchad cantando una canción de esas de viejos, cogiendo las maneras de los hombres del campo. M u j e r A. Dices bien, nosotras n o s adelantamos. Porque me parece que otras mujeres van a ir derechas desde el campo a la Asamblea. P r a x á g o r a . Venga, corred, porque es corriente que los que no llegan con la aurora se vayan sin recibir ni un clavo de sueldo. (Desfilan.) M

u je r

C o r if e o .

Es hora ya, varones. / Sí, la palabra esta tenedla en la memoria, / que no se os olvide. No es pequeño el peligro / si van y nos atrapan vestidas en lo oscuro / de... una audacia tan grande. Estrofa. C o ro.

A la Asamblea, varones, / que nos ha amenazado el arconte31: al que no llegue en lo oscuro aún, lleno de polvo, y con 30 P ara votar. 31 P ropiam ente «el tesm óteta». H abía nueve arcontes tesm ótetas, uno por cada tribu; se encargab an del pago a los que asistían a la A sam blea,

[230]

gusto a gazpacho, mirada de picante, no le da los tres óbolos32. Venga, tú, Caritímides, tú, Esmícito y tú, Draces33, ea, corred. Cuidado, no vayáis a dar la nota falsa en la actuación. Y cuando os den el vale34 cogedlo y todos juntos nos sentaremos, para votar asi todo lo que haga falta que las amigas nuestras... pero ¿qué digo? Amigos debo llamarlos. Antistrofa. Ea, echemos fuera / a esos otros que vienen de la ciudad, que antes cuando al venir te daban un óbolo35, seguían charla que charla en los puestos de flores... y ahora nos dan la lata. No así cuando Mirónides36 mandaba, ese hombre grande, / nadie habría osado: gobernar la ciudad para ganar la pasta;

32 Pagado por la asistencia a la A sam blea, véase nota 21. 33 N om bres puram ente convencionales, no personajes conocidos. 34 C uando se en trab a en la A sam blea se reco gía un v ale, que era pagado a la salida. 35 V éase nota 21. 36 G en eral ateniense conocido por sus cam pañas co n tra los beocios en los años 50 del siglo v. E ra reputado por su v alor.

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todos venían trayéndose en un odre para beber, y un pan y dos tristes cebollas y tres olivas. Ahora a por los tres óbolos vienen: nuestra república rigen como llevando barro a una obra. (Va amaneciendo poco a poco. Se marcha el

c o r o .)

(Sale de casa vestido de mujer.) ¿Qué pasa? ¿Dónde se ha ido mi mujer? Está al rayar el día y no aparece por nin­ gún sitio. Y yo entre tanto llevo mucho rato en la cama con ganas de cagar tratando de encontrar las zapatillas en lo oscuro y el vestido. A tientas, no era capaz de encontrar­ lo y mientras tanto el Cacas seguía dando golpes a la puer­ ta: entonces yo cojo el chal de mi mujer y salgo arrastrando sus zapatillas persas. Pero ¿dónde, dónde podría uno acer­ tar a cagar en un espacio libre? ¿O en la noche cualquier espacio es libre? ¿Nadie me va a ver cagando? Desdichado de mí, que me casé ya viejo, cuántos palos merezco. No ha salido para hacer nada bueno. Pero de todos modos, tengo que cagar. (Se pone en cuclillas.) U n h o m b r e . (Desde una ventana.) ¿Quién es? ¿No es mi vecino Blépiro? B l é p i r o . El mismo, por Zeus. H o m b r e . Dime, ¿qué es esa cosa roja que llevas? ¿No será que el marica de Cinesias37 se te ha ensuciado encima? B l é p i r o . No, es que he salido con la camisita de color azafrán que se pone mi mujer. H o m b r e . Y tu manto, ¿dónde está? B l é p ir o .

B l é p i r o . N o sé d e c ir t e , p o r q u e a u n q u e lo b u s q u é , n o l o e n ­ c o n t r é e n t r e la s m a n ta s .

37 Poeta d itirám b ico d el que se b u rlan los cóm icos por su afem in am iento y cobardía. [2 3 2 ]

H o m b r e . ¿ Y n o o r d e n a s t e a t u m u je r q u e t e d ije ra d ó n d e e s ta b a ?

Es que, por Zeus, no está en casa, sino que se ha es­ capado sin que yo me diera cuenta. Tengo miedo de que me haga alguna trastada. H o m b r e . Por Posidón, te ha pasado exactamente igual que a mí, mi mujer se ha marchado con el manto que yo usaba. Y no es esto lo que me duele, sino que se ha llevado las san­ dalias. No pude dar con ellas por ninguna parte. B l é p i r o . Por Dioniso, ni yo con las mías, unas sandalias laconias, pero como tenía ganas de hacer caca he salido con los pies metidos en coturnos, para no cagarme en la col­ cha, que estaba limpia. H o m b r e . ¿Qué pasará? ¿La habrá invitado una de sus amigas? B l é p ir o .

Es lo que yo pienso. No es una mujer mala, p o r lo que yo sé.

B l é p ir o .

Pero tú estás cagando una soga entera y ya es tiem ­ po de que me vaya a la Asamblea, si es que encuentro mi manto, el único que tenía.

H om bre.

B l é p ir o . Y

o

i r é t a m b ié n , e n c u a n t o a c a b e d e c a g a r, p o r q u e

a h o r a u n a p e r a s i lv e s t r e m e h a b lo q u e a d o la c o m id a .

¿Ese bloqueo de que Trasibulo habló a los laconios?38. B l é p i r o . Sí, por Dioniso. Por lo menos, se me agarra terri­ blemente. Pero, ¿qué hacer? Porque no es esto sólo lo que me aflije, sino pensar a dónde va a ir a parar la caca, de ahora en adelante, cuando coma. Ahora ése ha echado el cerrojo a la puerta, quienquiera que sea ese individuo Peralense39.— ¿Quién va a buscarme un médico, y cuál? ¿Quién de los culistas es docto en esa ciencia? ¿El orador Aminón40 la conoce? Pero a lo mejor se niega.— Que uno llame a Antístenes41 a cualquier precio. Pues él, a juzgar H om bre.

38 Parece deducirse que T rasibu lo (ya m encionado antes, cfr. nota 24) se opuso a las condiciones de paz que presentaban los laconios y les am enazó con el bloqueo. 39 Juego de palabras con el nom bre de u n dem o o lo calidad del A tica. 4U O rador prostituido. 41 R ico ateniense que, parece, sufrió m uy m al la derrota del coro q ue pa­

[233]

por sus gemidos cuando su coro no obtuvo premio, sabe lo que desea un culo con ganas de cagar. Señora Ilitia, diosa de los alumbramientos, no me dejes así, reventado y clau­ surado, no vaya a convertirme en un orinal de comedia. C r e m e s . (Entra, viniendo de la Asamblea. Es de día.) Tú, ¿qué es­ tás haciendo? ¿No estás cagando? B l é p i r o . ¿Yo? Ya no, por Zeus, ya me levanto. (Se levanta.) C r e m e s . ¿Y llevas la camisita de tu mujer? B l é p i r o . Es que en la oscuridad es a la que le eché mano. Pero ¿de dónde vienes? C r e m e s . De la Asamblea. B l é p i r o . ¿Pero ya ha terminado? C r e m e s . Por Zeus, ha sido al alba. La verdad es que el berme­ llón que han echado alrededor en círculo42, Zeus queridísi­ mo, ha dado mucho que reír. Muchos no pudieron ya en­ trar ni cobrar. B l é p i r o . ¿Te dieron los tres óbolos? C r e m e s . Ojalá. Llegué tarde, me avergüenzo de ello: no ante ningún otro, sólo ante m i bolsa de comida. B l é p i r o . Pero, ¿qué es lo que tuvo la culpa? C r e m e s . La mayor turba de individuos que nunca vino junta a la Asamblea. La verdad es que todos nos parecían zapate­ ros según los veíamos: en forma increíble era la Asamblea pura blancura43. Por ello, ni cobré yo ni otros muchos. B l é p i r o . ¿Y tampoco cobraré yo, si voy ahora? C r e m e s . ¿De dónde? Ni aunque hubieras ido cuando cantó el gallo por segunda vez. B l é p i r o . Desgraciado de m í.— «Héroe Antíloco, llora por mí, que estoy aún vivo más que por los tres óbolos; mi vida está arruinada»44. Pero ¿qué pasaba que tanto barullo de gente se reunió tan en punto? trocinaba com o corego. Pero h ay tam bién, quizá, un juego de palabras con su nom bre. 42 A lrededor de la A sam blea se trazaba un círcu lo co lor berm ellón. En p rin cip io era para consagrar el lu gar, pero desde que em pezó a pagarse la asisten cia cu m plía la segunda función de dejar fuera a los que llegaban tarde y pretendían cobrar. 43 A lusión a la palidez de las m ujeres, recluidas en sus casas. 44 C ita trucada de los M irm idones de E squilo. A qu iles dice a A n tílo co que llo re por él m ás que por el m uerto (Patroclo).

[234]

¿Qué otra cosa sino que los prítanis, acordaron que se hablara sobre la salvación de Atenas? Entonces ensegui­ da, el primero, se adelantó Neoclides45 el legañoso y luego el pueblo se pone a gritar todo lo que quieras: «¿No es into­ lerable que se atreva a, hablar, y eso siendo el asunto a tra­ tar la salvación, uno que no ha salvado para sí mismo ni una sola pestaña?» Y él levantó la voz y, echando una mi­ rada alrededor, dijo: «¿Qué he de hacer, pues?» B l é p i r o . «Machaca ajos con jugo de higuera, echa euforbio de Laconia y lávate con esto los ojos a la noche.» Esto es lo que yo habría dicho, de estar allí. C r e m e s . Después, el inteligente Eveón46 se presentó desnudo o eso nos parecía a casi todos — pero él decía que llevaba un manto— y pronunció palabras muy democráticas: «Es­ táis viendo que yo mismo necesito una salvación de dieci­ séis dracmas, pero voy a deciros, de todos modos, cómo podréis salvar a Atenas y a sus ciudadanos. Si los fabrican­ te dan mantos a los necesitados cuando llegue el invierno, ninguno de nosotros tendrá en adelante pleuresía. Y aque­ llos que no tienen cama ni mantas, que vayan a dormir, bien bañados, a casa de los fabricantes de pellizas. Y si en invierno les cierra uno la puerta, pague tres pellizas de multa.» B l é p i r o . Cosa excelente, por Dioniso; y nadie habría votado en contra si hubiera añadido que los vendedores de harina dieran tres quénices para la comida a todos los menestero­ sos, so pena de llorar largamente: para que todos disfruta­ ran de esos tesoros de Nausícides47 el almacenista. C r e m e s . Bueno, después de esto un guapo joven de tez blan­ ca, muy parecido a Nicias, se adelantó de un salto y empe­ zó a decir que había que entregar la ciudad a las mujeres. Entonces la tropa zapateril empezó a alborotar y a gritar que tenía razón, pero los campesinos le abuchearon. B l é p i r o . Por Zeus que eran sensatos. C re m e s.

« Cfr. nota 29. 46 Personaje desconocido. Q uizá nom bre inven tado en brom a, significa «el que v ive bien». 47 Un rico alm acen ista de granos.

[235]

Pero eran menos, y él seguía gritando, haciendo gran elogio de las mujeres y hablando mal de ti. B l é p i r o . ¿Y qué dijo? C re m e s,

C r e m e s . L o p r i m e r o , d e c ía q u e e re s u n s in v e rg ü e n z a . B l é p i r o . ¿Y C r e m e s. N o

tú? preguntes aún. Y además, un ladrón.

B l é p i r o , ¿ Y o s o lo ? C r e m e s.

Y también sicofanta, por Zeus.

B l é p i r o . ¿ Y o s o lo ? C r e m e s . Y casi todos

éstos (apuntando al público), por Zeus. ¿Y quién no está de acuerdo? C r e m e s . Decía también que la mujer es una cosa llena de buen sentido, buscando siempre la ganancia. Y que nunca sacan fuera, aseguraba, los secretos de la fiesta de las dos diosas Tesmóforos48, mientras que tú y yo, cuando somos consejeros, lo hacemos siempre. B l é p i r o . En esto, por Hermes, no mintió. C r e m e s . Decía además que se prestan unas a otras mantos, jo­ yas de oro, plata, vasijas, y eso a solas, no delante de testi­ gos, y que lo devuelven todo y no se lo quedan. En cambio, aseguraba que la mayoría de nosotros es eso lo que ha­ cemos. B l é p i r o . Y hasta delante de testigos, por Posidón. C r e m e s . Que no son sicofantas, no ponen pleitos ni amena­ zan a la democracia. En otras muchas cosas excelentes ala­ baba enormemente a las mujeres. B l é p i r o . ¿Y qué se decidió? C r e m e s . Poner en sus manos la ciudad, pues se estaba de acuerdo en que era la única cosa que todavía no había su­ cedido. B l é p i r o . ¿Y está aprobado? C r e m e s . Ya te lo estoy diciendo. B l é p i r o . ¿Se les ha dado todo lo que antes incumbía a los ciu­ dadanos? B l é p ir o .

C r e m e s . A s í es. B l é p i r o . Entonces,

¿ya no iré al tribunal, va a ir mi mujer?

4S Es decir, la fiesta de las T esm oforias, cfr. notas 19 y 26.

[236]

Ni tampoco vas a dar de comer a tus hijos, lo va a hacer tu mujer. B l é p i r o . ¿Y no va a ser cosa mía ya quejarme a la mañana? C r e m e s . N o , por Zeus, esto ya les toca a las mujeres. Tú te quedarás en casa, sin lamentarte, tirando pedos. B l é p i r o . Pero va a ser terrible para los viejos como nosotros dos, si cogiendo las riendas de la ciudad nos obligan a la fuerza... C r e m e s . ¿A hacer qué cosa? B l é p i r o . ... a joderlas. C r e m e s . ¿Y si no tenemos fuerzas? C re m e s.

B l é p ir o . N o n o s d a r á n e l d e sa y u n o .

Pues házselo, por Zeus, Ojiara que desayunes y las jo­ das a la vez. B l é p i r o . Terrible es todo lo forzado. C r e m e s . Pues si es útil para la ciudad, todos deben hacerlo. Hay un dicho de los viejos, que todas las insensateces y lo­ curas que votamos, todas nos salen bien. Ojalá ésta nos sal­ ga, Señora Palas49 y otros dioses.— Me voy, pásalo bien. B l é p i r o . Igual tú, Cremes. C re m e s.

(Salen. Entra el coro de mujeres disfrazadas.) C o r if e o .

Marcha, avanza. ¿Nos sigue algún varón? / Date la vuelta, mira, guárdate con cuidado / que hay mucho sinvergüenza, no sea que desde atrás / vigilen tu figura. Estrofa. C oro.

Con Nos ante Así,

tus pies marca el paso / lo más fuerte que puedas. causaría vergüenza nuestros maridos / si esto se averigua. arrópate bien

49 Palas A tenea, protectora de Atenas.

[* 37]

y vigilando en torno mira en círculo, allí y a la mano derecha, / no suceda un percance. Ea, démonos prisa, / que estamos cerca ya del sitio del que fuim os./ a la Asamblea antes. Se puede ver la casa / de nuestra generala, la que inventó este plan / que ahora ha aprobado el pueblo. Antístrofa. Así, no nos tardemos / parándonos aquí con nuestras falsas barbas. Pueden vernos de día / y quizá denunciarnos. Venid aquí a la sombra junto a este murito y mirando a hurtadillas cambia tu traje y sé / la que antes eras. No tardes, que ya veo / a nuestra generala venir de la Asamblea. / Daos prisa, prisa todas, quitaos ya esas cerdas / pegadas en la cara50. Pues ya están aquí todas / con esa misma facha. (Entrando.) Mujeres, esos asuntos que tramamos nos han salido bien. Pero ahora, rápido, antes que alguien lo vea tirad fuera los mantos de hombres, las sandalias va­ yan lejos de los pies, desata esas trenzadas riendas de Laco­ nia, soltad los bastones.— Tú arregla a éstas; yo quiero deslizarme dentro de casa antes de que me vea mi marido y dejar allí el manto suyo otra vez, en el sitio de donde lo cogí, y todo lo demás que me he traído.

P raxágora.

C o r if e o .

Y a está en el suelo lo que has dicho. Es cosa tuya explicar­ nos ahora

50 Es decir, quitaos las barbas postizas.

[238]

qué cosa útil realizando pareceremos ser disciplinadas jus­ tamente. Pues sé que no he tratado con ninguna mujer más astuta que tú. Praxágora.

Esperad, que quiero que en el cargo para el que me votas­ teis seáis mis consejeras todas. Porque allí, en medio del barullo y los peligros, habéis sido muy ma­ chos. B l é p ir o .

(Saliendo de casa.) ¿Tú,

de

dónde

v ie n e s ,

Pra­

xágora? ¿Y a ti qué te importa? ¿Que qué me importa? ¡Qué cosa más imbécil! P r a x á g o r a . No me dirás que vengo de casa de m i amante. B l é p i r o . A lo mejor no de uno sólo. P r a x á g o r a . De eso se puede hacer la prueba. B l é p i r o . ¿Cómo? P r a x á g o r a . Si huele a perfume mi cabeza. B l é p i r o . ¿Qué? ¿A una mujer no se la jode aunque sea sin perfume? P r a x á g o r a . A mí por lo menos no, infeliz. B l é p i r o . ¿Cómo es que te marchaste al amanecer llevándote mi manto? Praxágora. B l é p ir o .

P r a x á g o r a . E s q u e u n a a m ig a m e e n v i ó a ll a m a r d e n o c h e , p o r q u e e s ta b a d e p a r to .

¿Y no podías decírmelo antes de salir? ¿Y a desentenderme de la parturienta, que esta­ ba en ese estado, marido mío? B l é p i r o . No, con tal de decírmelo. Aquí hay algo que es raro. P r a x á g o r a . Por las dos diosas, salí tal como estaba. La que vino a buscarme me pidió que saliera como fuera. B l é p i r o . ¿Y no debías llevarte tu camisa? Y en vez de esto me dejaste desnudo y echándome encima tu vestido te m ar­ chaste dejándome como si fuera un cadáver expuesto. Sólo B l é p ir o .

P raxágora.

[239]

dejaste de ponerme una corona y arrojarme un vaso fune­ rario. P r a x á g o r a . Hacía frío y yo soy delicada y débil. Me puse este manto tuyo para abrigarme. Te dejé allí acostado, caliente, entre las mantas, marido mío. B l é p i r o . Y mis sandalias laconias y mi bastón, ¿por qué se fueron contigo? P r a x á g o r a . Para que nadie me quitara el manto, me cambié de calzado, imitándote y metiendo ruido al andar y gol­ peando las piedras con el bastón. B l é p i r o . ¿Y sabes que has perdido una arroba de trigo que yo tenía que cobrar por asistir a la Asamblea? P r a x á g o r a . No te preocupes, ha tenido un niño. B l é p i r o . ¿La Asamblea? P r a x á g o r a . No, la mujer que yo vi. Pero ¿es que hubo Asam­ blea? B l é p i r o . Sí, por Zeus. ¿No te acordabas de que ayer te lo dije? P r a x á g o r a . Ahora recuerdo. B l é p i r o . ¿Y no sabes lo que se acordó? P raxágora.

No, de verdad, p or Zeus.

Siéntate pues y masca jibias51. Dicen que os han en­ tregado la ciudad. P r a x á g o r a . ¿Para hacer qué? ¿Tejer? B l é p ir o .

B l é p ir o . N o, p a r a g o b e rn a r. P r a x á g o r a . ¿Sobre q u é ?

Sobre todos los asuntos de la ciudad. Por Afrodita, va a ser afortunada Atenas de aho­ ra en adelante. B l é p i r o . ¿Por q u é ? P r a x á g o r a . Por muchas cosas. Los que se atreven a hacerle cosas afrentosas, ya no podrán en adelante, ni ser testigos, ni sicofantas... B l é p i r o . Por los dioses, no hagas eso: no me quites mis re­ cursos de vida. C r e m e s . Maldito, deja hablar a tu mujer. P r a x á g o r a . ... ni robar ropa, ni envidiar a los vecinos, ni esB l é p ir o .

P raxágora.

51 Frase pro verb ial de sentido oscuro: «¿deléitate?», «¿ten paciencia?».

[240]

tar desnudo, ni ser pobre ninguno, ni insultar, ni llevarse nada en prenda. C r e m e s . Grandes cosas, por Posidón, si es que no miente. P r a x á g o r a . Voy a explicarlo, de forma que tú me seas testigo y éste mismo no tenga nada que replicar. C oro.

Tu mente astuta ahora es preciso / y un pensamiento filo­ sófico despertar, que conozca cómo ayudar a tus amigas. Pues para el bien común nos llega de tu ingenio / el hallazgo que al pueblo ciudadano embellece con mil venturas en su vida. / Es tiempo de explicarlo ya. Un sabio invento necesita / esta ciudad nuestra de Atenas. Explícanos tan sólo cosas ni hechas ni dichas todavía: se aburren si contemplan cosas viejas. C o r if e o .

No hay que tardarse ya, hay que poner en marcha el plan, el darse prisa logra el mayor favor del público. P raxágora.

Voy a enseñaros cosas útiles, estoy segura; pero si el pú­ blico tendrá deseo de novedades y de dejar las cosas de cos­ tumbre, las costumbres antiguas, esto es lo que más dudo. C re m es.

No tengas miedo a las revoluciones, porque en esto antes que en cosa alguna consiste nuestro régimen y en ol­ vidar lo antiguo. P raxágora.

Entonces, que ninguno de vosotros objete ni inte­ rrumpa antes de conocer el plan y de oír al proponente. Todos deben tener todo en común, participando en todo,

[241]

y vivir de lo mismo y no que uno sea rico y otro pobre y uno tenga muchas tierras y otro ni para que lo entierren, ni que uno tenga muchísimos esclavos y otro ni un ser­ vidor. No: establezco una vida común para todos, una vida igual. B l é p ir o .

¿Cómo va a ser común? P raxágora.

Antes que yo vas a comer pastel de mierda. B

l é p ir o .

¿Esto también será común? P raxágo ra.

No, por Zeus, es que me inte­ rrumpiste. Eso es lo que yo iba a decir: la tierra, lo primero, voy a hacer común de todos y el dinero y todo lo que tiene cada uno. Y con todo esto, que será común, os mantendremos administrándolo y ahorrando y aplicándonos a ello. B l é p ir o .

¿Y cómo hará el que no posee tierra, pero sí plata y monedas de Darío, riqueza que no se ve? P raxágora.

Lo entregará al común. B l é p ir o .

Pero ¿y si no lo entrega? P raxágora.

Cometerá perjurio. B

l é p ir o

.

Así se enriqueció. P raxágora.

Ese dinero, de nada le valdrá. B l é p ir o .

¿Por qué? P raxágo ra.

Nadie hará nada por su pobreza, todos tendrán de todo: [242]

panes, salazón de pescado, galletas, mantos, vino, coronas, garbanzos. ¿Qué provecho va a haber en no entregarlo? Averigúalo y dímelo. B l é p ir o .

Pero ¿no son ahora los que tienen el dinero los que más roban? C rem es.

Amigo mío, eso era antes, cuando teníamos las leyes de otros tiempos, pero ahora que la vida va a ser común, ¿qué ventaja hay en no entregarlo? Si uno ve una muchacha y siente ganas de clavarle el pico, podrá hacerle un regalo de lo suyo y tendrá parte del común cuando duerme con ella. P raxágo ra.

Va a poder dormir gratis. Hago a éstas comunes para todos los hombres para acostar­ se con ellas y hacerles hijos el que quiera. B l é p ir o .

¿Y cómo no van a irse todos detrás de la más guapa y a tratar de apuntalarla? P raxágo ra.

Las feas y las chatas se sentarán al lado de las bellas: y si uno desea a ésta, a la fea primero tendrá que sacudir. B l é p ir o .

¿Y a nosotros los viejos, después de tener trato con las feas la polla no nos fallará antes de que lleguemos donde dices? P raxágora.

No van a resistirse. Ten confianza, no te preocupes, no van a resistirse. B l é p ir o .

¿A qué? P raxág o ra.

A dormir juntos. Ahí está tu ventaja. [ 2 43 ]

B l é p ir o .

Lo vuestro tiene su sentido, puesto que hay un proyecto de decreto para que no quede vacío el agujero de ninguna. Pero lo de los hombres, ¿cómo se hará? Van a huir de los feos y a ir en busca de los guapos. P raxágo ra.

V igilarán los menos agraciados a los guapos cuando se marchen del banquete, acecharán sus pasos en los lugares públicos. Y no será legal el acostarse las mujeres con los hermosos y los grandes antes de que a los feos y pequeños concedan sus favores. B l é p ir o .

La nariz de Lisícrates52, entonces, va a estar tan orgullosa como los hombres guapos. P raxágora.

Sí, por Apolo. Y es un plan democrático, y escarnio grande va a haber de los solemnes, cargados de sortijas, cuando uno en alpargatas diga: «Ponte al lado el primero y luego mira a que yo me despache y te la deje para hacer el relevo.» B l é p ir o .

Y si vivimos de este modo, ¿cómo a sus hijos cada uno va a ser capaz de conocer? P raxágora.

¿Qué falta hace? Pensarán que son padres suyos todos los viejos, si coincide la edad. B l é p ir o .

Entonces van a estrangular bien y con eficacia a todo viejo por causa de esa ignorancia. Ahora, aun sabiendo que es padre, le estrangulan. ¿Qué va a ser cuando ya no lo sepan, no van a cagarse encima?

52 Personaje desconocido.

[244]

P raxágora.

No lo perm itirá nadie que esté presente. En aquel tiempo nada se les daba de los padres ajenos, si les pegaban, pero ahora si escuchan que están pegando a alguien, a cualquiera, por temor de que el pegado sea su padre, lu­ charán contra los que lo hagan. B l é p ir o .

No es nada torpe lo que dices. Pero si viene a mi Epicuro o Leucólofo53 y me llam an padre, eso es ya horrible de es­ cuchar. C re m e s.

Hay una cosa, sin embargo, mucho peor que ésta... B l é p ir o .

¿Cuál? C r e m e s.

Si te besa A rjstilo54 diciendo que eres tú su padre. B l é p ir o .

Va a llorar y a gemir. C r e m e s.

Y tú a oler a calamento55. Praxágora.

Bueno, ese nació antes de que el decreto fuera pro­ mulgado. No hay miedo que te bese. B l é p ir o .

Horrible trago habría pasado. Pero la tierra, ¿quién la cultivará? Praxágora.

Los esclavos. Tu ocupa­ ción será cuando a la tarde la sombra del reloj de sol sea de diez pies56, ir reluciente a algún banquete. 5:1 Dos afem inados desconocidos. 54 A ristófanes le ataca en otro lu gar com o felador. 55 Una clase de m enta. Pero h ay un juego de palabras co n el térm ino g rie­ go de «excrem ento». 56 Es d ecir, al atardecer.

[245]

B l é p ir o .

Y los vestidos ¿quién va a procurárnoslos? Esto hay que preguntarlo. P raxágora.

Lo primero, tendréis ésos de ahora, y luego, nosotras teje­ remos. B l é p ir o .

Todavía una pregunta: ¿qué ocurrirá si uno pierde un pleito? ¿Cómo pagar? Del dinero común, sin duda que no es justo. P raxágora.

No habrá juicios, lo primero. B l é p i r o . (A C r e m e s .)

Va a hacerte pupa esa palabra. C r e m e s.

Eso mismo he pensado. P

raxágora.

¿Y por qué va a haber pleitos, des­ graciado? B l é p ir o .

Por muchas cosas, por Apolo. Lo primero, por una, si uno debe dinero y lo niega. P raxágo ra,

¿Pero de dónde sacó dinero el prestamista si todo es del común? No hay duda que robando. C re m es.

Por Deméter, lo explicas bien. B

l é p ir o

.

Pues que me diga esto: ¿de dónde pagarán los condenados por actos de violencia, cuando después de algún jolgorio se insolentan? No vas a saber qué contestar. P raxágo ra.

De la galleta de cebada de que viven: cuando a uno se la quiten no va a insolentarse fácilmente, si le castigan en su es­ tómago. [246]

B l é p ir o .

¿Y no habrá ladrones? P raxágo ra.

¿Cómo van a robar, si tienen parte? B

l é p ir o .

¿Ni le desvestirán a uno de noche? C re m es.

No, si duerme en su casa. P raxágora.

Ni tampoco si fuera, como antes; todos tendrán medios de vida. Y si le quitan el vestido, él mismo lo dará. Pues ¿para qué luchar? Se va al fondo común y se coge uno mejor que el viejo. B l é p ir o .

Entonces, ¿tampoco van a jugar a los dados? P raxágora.

¿Y qué van a apostar para hacerlo? B l é p ir o .

¿Y qué género de vida vas a poner? P raxágora.

Uno común. De la ciudad voy a hacer una casa única, tirando los tabiques para hacer­ lo todo uno, para que puedan visitarse. B l é p ir o .

Y la comida ¿dónde la servirás? P raxágo ra.

Los tribunales y los pórticos los haré comedores. B

l é p ir o

.

La tribuna57, ¿en qué va a serte útil? P raxágora.

Pondré allí las crateras y los cántaros y los niños podrán cantar canciones

57 La tribuna de los oradores, en la Pnix.

[2 4 7 ]

a los valientes en la guerra y sobre algún cobarde, si lo hay, para que no cene, de vergüenza. B l é p ir o .

Muy bien pensado, por Apolo. Y las urnas, ¿para qué vas a usarlas? Praxágora.

Voy a ponerlas en el agora. Citaré a todos en la estatua de Harmodio58 y haré un sor­ teo, para que, según les toque, vayan felices sabiendo en qué letra ce­ narán. Proclamará el heraldo que los de la beta vayan al Pórtico Real a cenar; la zeta, al Pórtico vecino, los de la kappa al Pórtico en que venden la cebada. B l é p ir o ,

¿A manducarla? P raxágora.

Por Zeus, no, para cenar. B l é p ir o .

Y de cenar no le salga, ¿a ése le echarán fuera todos? P raxágora.

No será así, entre nosotras. Habrá abundancia para todos, con su corona así, borrachos, marcharán todos con su antorcha. Y en las esquinas, las mujeres vendrán a ellos, según pasan, y les dirán: «Vente conmigo, tengo una chica que es muy guapa.» «A mi casa», la otra dirá desde su piso, arriba: 58 Ju n to a la estatua de H arm odio, en el agora, se ponían las listas de los que habían de actu ar com o jurados, clasificados por letras. A h o ra se ponen las listas de los in v itad os a la cena.

[248]

«es la más bella, la más blanca, pero antes que con ella debes dormir conmigo tú». Y a los hermosos persiguiendo y a los más jóvenes, los feos dirán así: «¿A dónde corres? Si llegas, no sacarás nada, pues con los feos y los chatos se ha decretado que antes jodan y que vosotos entre tanto con una hoja de higuera en los portales os frotéis.» Vamos, decidme, ¿os gusta esto? B l é p ir o

y

C r e m e s . M u c h ís im o .

Bueno, ahora tengo que marcharme al ágora para recoger las cosas que entreguen en compañía de una heralda de buena voz. Es fuerza que haga esto, ya que me han elegido para tener el mando, y que organice las comi­ das en común para que hoy ya os banqueteéis.

P raxágora.

B l é p ir o . ¿N o s b a n q u e te a re m o s h o y ya? P r a x á g o r a . A sí l o a f i r m o . la s p u ta s , a to d a s .

Y

lu e g o , q u ie r o d e ja r c e s a n te s a

¿Con q u é intención? Está bien claro: para que disfruten ellas mismas de la flor de los jóvenes. P r a x á g o r a . N o es justo que mujeres esclavas, bien arregla­ das, roben fraudulentamente el placer de las mujeres libres. Deben acostarse sólo con los esclavos, con el cerdito depi­ lado como para hacer una pelleja. B l é p i r o . Voy a ir contigo para que me miren y digan: «¿No os gusta el marido de la generala?» C r e m e s . Y yo también, para llevar mis cacharros al ágora, voy a coger y examinar mis bienes. B l é p ir o . C re m e s.

C oro.

(C an ta y danza.)

(Mientras dos esclavos van sacando sus cosas.) Ven tú, ceda­ zo, bonito, bonitamente a la calle, la primera de mis cosas,

C re m e s.

[249]

para que hagas de canéforo, enharinado después de haber volcado tantos sacos míos de harina.— ¿Dónde está la que lleva el taburete de la canéforo? Sal tú, marmita, bien ne­ gra, por Zeus, como si cocieras el tinte con que Lisícrates se tiñe el pelo.— Tú, azafata, ponte a su lado.— Y tú, moza del cántaro, pon ahí ese cántaro.— Sal también tú, tocado­ ra de cítara, que tantas veces me has despertado para ir a la Asamblea en plena noche con tu canto de albada.— Que se adelante ahora el que trae el gran cofre y tráeme los pana­ les, pon cerca los ramos y saca los dos trípodes y el lecito. (Los esclavos han ido sacando: un cedap>, una marmita, un frasco de perfumes, un cántaro, una muela de molino, un cofre, unos panales, ramos, dos trípodes y un lecito. Los colocan en fila, representando a personas y objetos de la procesión de las Panateneas.) Los pucheros y las cosas menudas, dejadlos. H o m b r e . (Entrando.) ¿Que yo vaya a entregar lo mío? Sería un desgraciado, un hombre sin seso. No, por Posidón, ja­ más, voy antes a poner a prueba todo esto y a examinarlo. No voy a tirar tan tontamente mi sudor y mi ahorro por mucho que se diga, antes de averiguar en qué consiste todo esto.— Tú, ¿qué significan esos cacharritos? ¿Los has saca­ do fuera porque te mudas o es que los vas a dar en prenda? C r e m e s . De ninguna manera. H o m b r e . ¿Y por qué están así en fila? ¿O es una procesión que hacéis en honor del heraldo Hierón59, para que los su­ baste? C r e m e s . No, por Zeus, es que quiero entregarlos a la ciudad en el ágora, según las leyes que han sido aprobadas. H om bre.

¿Vas a entregarlos? C r e m e s.

Desde luego. H om bre.

Eres un infeliz, por Zeus Salvador. 59 El herald o an u n cia la subasta de los bienes confiscados por el Estado.

[250]

C

r e m e s.

¿Cómo? H o m bre.

¿Qué cómo? Muy fácilmente. C re m es.

¿Pues qué? ¿No debo obedecer a las leyes? H om bre.

¿A cuáles, desgraciado? C re m es.

A las decretadas. H o m bre.

¿A las decretadas? Qué tonto eres. C re m es.

¿Tonto? H

o m bre.

¿Cómo no? El más imbécil de todos. C re m es.

¿Porque hago lo que está ordenado? H om bre.

¿Y el hombre cuerdo debe hacer lo que está ordenado? C r e m e s.

Antes que ninguna cosa. H om bre.

Querrás decir el estúpido. C re m es.

¿Y tú no piensas entregar nada? H

o m bre.

Me guardaré mucho, antes de ver qué es lo que quiere el pueblo. C r e m e s.

¿No ves que están dispuestos a entregar sus cosas? H o m bre.

Cuando lo vea, lo creeré. C re m es.

Por lo menos, es lo que van diciendo por la calle. H o m bre.

Lo dirán sin duda.

[251]

C re m es.

Y aseguran que las cogerán y las llevarán. H o m bre.

Lo asegurarán, sin duda. C r e m e s.

Desconfiando, vas a estropearlo todo. H om bre.

Desconfiarán, sin duda. C re m es.

Que Zeus te machaque. H

o m bre.

Machacarán, sin duda. ¿Te crees que va a llevarlas ninguno que tenga juicio? No es costumbre tradicional nuestra, sino que nosotros sólo debemos recibir, por Zeus. Lo mismo hacen los dioses, lo conocerás por las manos de las estatuas: cuando hacemos oraciones para que nos den sus bienes, allí se quedan ex­ tendiendo su mano con la palma hacia arriba, no con aire de dar, sino para recibir. C r e m e s . Diantre de hombre, déjame hacer algo útil. Estas co­ sas hay que atarlas. ¿Dónde tengo una cuerda? H

om bre.

C

r e m e s.

¿De verdad vas a llevarlas? S í, por Zeus, ya estoy atando estos dos trípodes. H o m b r e . ¡Qué estupidez! No esperar ni siquiera a ver qué ha­ cen los otros y, entonces ya... C r e m e s . ¿Hacer qué cosa? H o m b r e . Esperar aún, y luego entretenerse todavía. C r e m e s . ¿Para qué? H o m b r e . Si hay un terremoto o un fuego que sea mal presa­ gio o si atraviesa corriendo una comadreja, entonces deja­ rán de llevar las cosas, estúpido. C r e m e s . Sería divertido si no queda sitio donde colocar todas estas cosas. [252]

H o m b r e . ¿ Q u e n o q u e d a s itio ?

No te preocupes, podrás depositarlas, aunque llegues pasa­ do mañana. C r e m e s.

¿Cómo? Yo sé muy bien que éstos votan muy deprisa, pero lo que se decide, luego lo niegan otra vez.

H o m bre. C r e m e s.

Las llevarán, amigo mío. H ombre.

¿Y si no las transportan, qué? C r e m e s.

Descuida, las transportarán. H ombre.

¿Y si algunos lo estorban, qué? C r e m e s.

Lucharemos con ellos. H om bre.

¿Y si son más fuertes, qué? C r e m e s.

Lo dejaré todo y me iré. H om bre.

¿Y si las venden, qué? C r e m e s.

Ojalá revientes. H om bre.

¿Y si reviento, qué? C r e m e s.

Harás bien. Hom bre.

¿Y tú vas a querer llevarlas? C r e m e s.

Desde luego. Veo que mis vecinos las llevan. H om bre.

Seguro que el estreñido de Antístenes60

60 D e A ntístenes, quizá corego en el presente concurso, se hab ló ya arriba com o estreñido (es decir, avaro ) y llo ró n. Cfr. nota 40.

[253]

va a llevarlas. Es mucho más lógico que primero cague... durante más de treinta días. C r e m e s.

Vete al infierno. ¿Y Calimaco el poeta alguna cosa va a llevarles?

H ombre. C re m e s.

Más que el rico Calías. u H o m b r e . Este hombre va a perder toda su hacienda. C r e m e s . Dices algo terrible. H o m b r e . ¿Por qué algo terrible? No te das cuenta de que constantemente se votan decretos como ése. ¿No te acuer­ das de aquello que se acordó sobre la sal?61. C r e m e s . C la r o q u e sí. H o m b r e . ¿Y no te acuerdas

cuando votamos aquellas mone­ das de cobre?62. C r e m e s . Fue desgraciada aquella acuñación. Vendí uvas y me marché con la boca llena de cobre y entonces fui al ágora a por harina de cebada. Y cuando acababa de poner debajo el saco gritó el heraldo: «No aceptéis en adelante monedas de cobre: sólo valen las de plata.» H o m b r e . Y el año pasado, ¿no juramos todos que la ciudad iba a tener quinientos talentos del impuesto del dos y me­ dio por ciento sobre el patrimonio que nos regaló Eurípi­ des?63. Todo el mundo, enseguida, doraba a Eurípides con panes de oro. Pero cuando examinando el asunto resultó una vez más «Corinto, hijo de Zeus» y la cosa no fue a nuestro gusto, todo el mundo ahora y entonces emba­ durnaba a Eurípides de pez. C r e m e s . No es lo mismo, amigo. En aquel tiempo mandába­ mos nosotros, pero ahora mandan las mujeres. H o m b r e . Voy a tener cuidado con ellas, por Posidón, no se me meen encima. 61 Parece que un decreto para rebajar el precio de la sal no se cum plió. 62 M onedas de aleació n de oro y cobre, cuyo v alo r se rebajó luego. 63 E urípides no es el poeta, es un p o lítico que propuso el im puesto del 2,5 por 100 sobre el p atrim on io, luego anulado. «C orin to , hijo de Zeus» es una expresión proverbial de origen desconocido: se refiere al reconocim iento de la verdad de las cosas.

[254]

C r e m e s.

No entiendo ese delirio. Mozo, trae la pértiga64.

(Llegando.) Oh ciudadanos todos, ahora es así la cosa, corred, venid junto a la generala para que seáis sorteados y la fortuna os indique a cada uno dónde cenar. Porque las mesas ya están llenas de toda clase de delicias, están ya abastecidas; y los lechos, junto a ellas, están llenos de pellejas de cabra y de alfombras. Están mezclando el vino y las perfumistas están allí de pie, todas en fila. Fríen el pescado, ensartan las liebres en brochetas, cuecen paste­ les, trenzan coronas, tuestan aperitivos, las más jóvenes cuecen pucheros de puré. Y entre ellas Esmeo65, con su vestido de jinete, va lim piando las escudillas de las muje­ res. Gerón66 avanza con su manto de lana y sus zapatos ele­ gantes, riendo a carcajadas con otro jovencito; tiradas lejos, yacen en el suelo las alpargatas y la zamarra. Id pues, que el que lleva las galletas de cebada está allí ya en pie: ea, abrid las mandíbulas. H o m b r e . Bueno, allá voy. ¿Por qué quedarme aquí, si esa es la decisión de la ciudad? C r e m e s . ¿Y a dónde vas a ir sin entregar tus bienes? H o m b r e . A la cena. C r e m e s . De ningún modo, si a las mujeres les queda un poco de sentido común, si antes no haces entrega. H o m b r e . Ya la haré. C r e m e s . ¿Cuándo? H o m b r e . Por mí no habrá problema, amigo. C r e m e s . ¿Cómo es eso? H o m b r e . Ya verás que otros lo hacen después de m í. C r e m e s . ¿Y vas a cenar, a pesar de todo? H o m b r e . ¡Qué remedio! Los hombres de bien deben ayudar a la ciudad en lo que puedan. C r e m e s . ¿Y si no te dejan? H o m b r e . Cargaré hacia adelante agachando la cabeza. C r e m e s . ¿Y si te azotan, qué? M

u je r h e r a l d o .

64 P ara tran spo rtar los objetos. 65 Personaje desconocido. Se alude a sus prácticas sexuales, sem ejantes a las de A rifrades. 66 Personaje desconocido, u n jovencito pretencioso.

[255]

H ombre.

Las citaré a juicio.

C r e m e s . ¿Y si se burlan, qué? H o m b r e . Puesto ante la puerta...

vas a hacer? Dímelo. Les quitaré la comida a los que la lleven. C r e m e s . Ven, pues, detrás de mí. Vosotros, Sicón y Parmenón, transportad mis cosas. (Los esclavos las ponen en la pértiga.) H o m b r e . Ya t e ayudo. C r e m e s . De ninguna manera. Me da miedo de que delante de la generala, cuando yo deje mis cosas en el suelo, las recla­ mes como tuyas. H o m b r e . Por Zeus, necesito algún truco para seguir siendo dueño de lo mío y tener en común con éstos una parte de lo que se amasa. M i idea es la mejor: debo ir con ellos a ce­ nar y no entretenerme. C re m e s. ¿Q u é

H om bre.

C oro.

(Canta y danzfl.)

A. (En la ventana de la prim era casa.) ¿Por qué no han lle­ gado ya los hombres? Hace mucho que era tiempo.— Aquí estoy embadurnada de albayalde, con mi camisa de aza­ frán, ociosa, canturreando para mí misma una cancionci11a, jugueteando para atrapar a alguno según pasa. Musas, acudid a mi boca con alguna canción de tipo jónico. L a j o v e n . (En la ventana de la segunda casa.) Te adelantaste a asomarte, podredumbre. Creías que yo no estaba y que ibas a vendimiar mi viña abandonada y a hacerte con alguno cantando. Pero si lo haces, yo cantaré a mi vez. Aun­ que esto fastidie al público, tiene algo de agradable y de chistoso. V i e j a A. (Enseñando e l dedo Índice.) Habla con ésta y vete. Y tú, amorcito mío de flautista, coge la flauta doble y acompaña a una canción digna de ti y de mí. V

ie ja

Si uno quiere algo bueno, debe dormir conmigo. No hay arte en las jóvenes, sólo en las maduritas. [256]

Ninguna amaría más a su amigo que yo, volaría hacia otro. La

jo v e n

.

No hables mal de las jóvenes pues el placer reside en muslos tiernos, y en las manzanas. Tú, vieja, depilada y repintada atraes sólo a la muerte. V

ie ja

A.

Pierdas el agujero, se te hunda la cama buscando ser jodida; una sierpe en la cama agarres cuando quieras besar. La

jo v e n

.

¡Ay! ¿Qué será de mí? No ha llegado mi amigo. Me he quedado aquí sola, se ha ido lejos mi madre. Y no voy a decir las demás cosas. Nodriza, te suplico llam a a Tieságoras por gozar de ti m ism a67, te imploro.

67 Q ue use un co nso lador ya que no puede tener u n am ante.

[257]

V ie ja

A.

A la moda de Jonia estás cachonda, pobre. Yo creo que harás la lambda, cual los lesbios68. Mas no vas a robarme mis posturas: mi edad no arruinarás ni vas a recobrarla69. A. Canta todo lo que quieras y asómate como una co­ madreja, porque nadie va a entrar en tu casa antes que en la mía. L a j o v e n . Para enterrarme no, por cierto.— No lo esperabas, podredumbre. V i e j a A. No por cierto. ¿Qué cosa nueva podría decirle nadie a una vieja? Mi vejez no va a darte disgusto alguno. L a j o v e n . ¿Pues qué, entonces? ¿Tu colorete y tu albayalde? V i e j a A. ¿Por qué hablas conmigo? L a j o v e n . ¿Y tú por qué te asomas? V i e j a A. ¿Yo? Canto para mí dirigiéndome a Epígenes, mi amigo. L a j o v e n . ¿Tienes algún amigo, aparte de Viejales? V i e j a A. El te lo va a hacer ver, va a venir enseguida.— Aquí está ya. V

ie j a

La

jo v e n

.

No porque te necesite para nada, peste.

A. ¡Por Zeus que sí! L a j o v e n . Vieja consumida, te lo hará ver él mismo, yo me voy. V i e j a A. Y yo también, para que veas cuánto más sensata soy que tú. V

ie ja

(Se meten dentro ambas.)

68 A lud e con la letra in ic ia l al v erbo «lamero. 69 B urla: «recobrar la veje») está hecho sobre «recobrar la juventud».

[258]

El

jo v e n

.

(Llegando.)

Pudiera yo dormir junto a la joven sin que tuviera que antes machacar a alguna chata o vieja: no es cosa digna ésta de hombres libres. V

ie ja

A. (Asoma de nuevo.)

Pues vas a machacar entre gemidos: ya pasó el tiempo de Caríxena70. Según la ley es justo obrar así, si es que esto es democracia. Pero voy a espiar qué es lo que hace. (Se retira dentro.) j o v e n . Ojalá, oh dioses, coja sola a la joven que estoy bus­ cando bebido desde hace rato, lleno de deseo. L a j o v e n . (Se asoma.) He engañado a la maldita vieja: se ha ido, pensando que iba a quedarme dentro. Pero aquí está el joven del que hablábamos.

E l

Aquí, aquí-, . querido, aquí acércate y mi amante esta noche sé tú. Terrible amor me agita por tus cabellos. Deseo sin fin me tiene, me ha desgarrado. Eros, no me atormentes, yo te imploro, haz tú que éste venga a mi cama. El

jo v e n

.

Aquí, aquí, querida, a mí 70 U na antigua m úsica y poetisa, com o si dijéram os de M aricastaña.

[259 ]

corre y la puerta ábreme o en el suelo yaceré. Quiero, abrazado en tu regazo, luchar a golpes con tu culo. ¿Por qué, oh Cipris, me enloqueces? Eros, no me atormentes, yo te imploro, haz tú que ésta venga a mi cama. Todo esto con mesura, en esta angustia, lo dije. Pero, amiga, lo pido, ábreme, abrázame: sufro por ti. Joya labrada en oro, retoño de Afrodita, abeja de la Musa, pupila de las Gracias, imagen del Placer, ábreme, abrázame: s u f r o p o r ti. (Llama a la puerta de L a j o v e n .) A. (Abre su puerta y se dirije a l j o v e n .) Tú, ¿por qué lla­ mas? ¿Me buscas a mí? E l j o v e n . ¿De dónde? V i e j a A. Has golpeado m i puerta. E l j o v e n . Antes me muera. V i e j a A. Entonces, ¿por qué has venido con una antorcha? E l j o v e n . Estoy buscando a un hombre Masturbistio. V i e j a A. ¿A quién? E l j o v e n . N o a Sejodio71, al que quizá tú esperas. V i e j a A. Sí, por Afrodita, si quieres como si no quieres. (L e abraza. E l j o v e n se separa.) E l j o v e n . No introducimos ahora las causas de más de sesen­ ta años, las hemos aplazado para más adelante. Juzgamos las de menos de veinte años. V i e j a A. Eso era con el régimen anterior, bomboncito. A ho­ ra hay que introducirnos a nosotras las primeras. E l j o v e n . Si uno así lo quiere, según las reglas del juego de damas. V

ie ja

71 Con este nom bre, com o co n el an terio r, in ten to trad u cir nom bres griegos que son deform aciones obscenas: el p rim ero , rein terp reta el nom bre de los habitantes de un dem o, el segundo es supuestam ente un nom bre de va­ rón.

[260]

V

A. Pues no vas a cenar, según las reglas del juego de damas.

ie ja

El

.

jo v e n

No

e n t ie n d o lo q u e d ic e s : y o t e n g o q u e s a c u d ir m e

a e s a o tra .

V

ie ja

El

A. Cuando primero sacudas mi puerta. .

jo v e n

No es una criba lo que ahora estoy buscando.

V i e j a A. Sé que me amas, pero has tenido un corte al encon­ trarme en la puerta. Ven, acerca tu boca. E l j o v e n . Amiguita, me da miedo tu amante. V i e j a A. ¿Cuál? El V

.

jo v e n

ie ja

El mejor de los pintores.

A. ¿Quién es ése?

E l j o v e n . El que pinta los vasos funerarios para los muertos. Entra dentro, no te vea en la puerta. V

ie ja

El

A. Ya sé, ya sé lo que quieres. .

jo v e n

También yo, p or Zeus.

V i e j a A. Por Afrodita, a la que me tocó en suerte, no voy a soltarte. (L e agarra.) E l j o v e n . Chocheas, abuelita. V i e j a A. Deliras, te llevaré a mi cama. (T ira de él.) E l j o v e n . ¿Por qué compramos ganchos para sacar el cubo del pozo cuando podríamos echar abajo a esta viejecita y sacar de los pozos los cubos? V i e j a A. No te burles de mí, desgraciado, ven conmigo. El

jo v e n

.

No

t e n g o o b lig a c ió n s i n o h a s p a g a d o a la c iu d a d

e l d o s p o r c i e n t o p o r l a c o m p r a 72.

A. Por Afrodita, sí que tienes obligación, porque me gusta acostarme con los de esa edad. E l j o v e n . Y a mí con las de esa edad me fastidia y jamás te haré caso. V i e j a A. (Enseñando un rollo de papiro.) Pues, por Zeus, esto te va a obligar. E l j o v e n . ¿Qué cosa es ésa? V i e j a A. Un decreto en virtud del cual debes venir conmigo. E l j o v e n . Dime qué es. V ieja A. V oy a decírtelo. (Leyendo.) «Han decretado las muje­ V

ie ja

72 Parece tratarse de un im puesto sobre la tran sm isión de bienes.

[261]

res que si un joven desea a una joven, que no entre a saco en ella antes de haberse sacudido a la vieja. Y si no quiere sacudirla primero y desea a la joven, a las mujeres viejas les será permitido arrastrar sin fraude al joven, cogiéndolo de la clavija.» E l jo v e n . ¡Ay de mí! Hoy voy a hacer el papel del bandido Amartillustes73. V ie ja A. Es preciso obedecer a nuestras leyes. E l j o v e n . ¿Y qué si ofrece fianza un ciudadano de mi distrito o algún amigo mío? v V ie ja A. Los varones no tienen ahora capacidad legal en asuntos de más de una fanega. E l j o v e n . ¿Y no puede prestarse juramento? V

ie ja

A. No valen dilaciones.

E l j o v e n . Alegaré que soy un comerciante. V

ie ja

A. Lo harás llorando.

E l j o v e n . Entonces, ¿qué hay que hacer? V

ie ja

A. Venir conmigo.

E l j o v e n . ¿E s fu e rz a esto? V

ie ja

A. Como la de Diomedes74.

E l j o v e n . Bien, extiende primero orégano, coloca encima

cuatro sarmientos de vid, ponte bandas en la cabeza y coló­ cate al lado los vasos funerarios. A la puerta, pon una pila de agua lustral. V ie ja A. Seguro que me comprarás también una corona. E l jo v e n . Sí, por Zeus, si la encuentro de cera mortuoria. Pues creo que ahí dentro vas a caerte en trozos al instante. (La

V ie ja

se lo lleva dentro. Sale L a

jo v e n .)

L a j o v e n . ¿A dónde te llevas a éste a rastras? V

ie ja

A. Le meto en mi casa.

L a jo v e n . N o estás bien de la cabeza. No tiene la edad legal para dorm ir contigo, es tan jovencito. Podrías ser su ma­ 73 R einterp retación obscena del nom bre del bandido m ítico Procrustes. 74 No se trata d el D iom edes ho m érico , sino de un bandido m ítico que daba a su caballos a los que no q u erían acostarse con su hijas, para que los de­ vorasen.

[262]

dre, más que su mujer. Si implantáis esa ley, vais a llenar de Edipos la tierra entera. M u j e r A. Miserable, por envidia se te ha ocurrido eso. Pero me vengaré (Entra en casa.) E l j o v e n . Por Zeus Salvador, qué gran favor me has hecho, dulcecito, con librarme de la vieja. A cambio de este servi­ cio, a la tarde te haré un favor grande y gordísimo. ( Gesto obsceno. Hace ademán de irse con ella.) V i e j a B. (Entrando.) Tú, ¿a dónde la arrastras con violación de esta ley, cuando lo que está escrito dice que duerma pri­ mero conmigo? E l j o v e n . ¡Ay desgraciado! ¿De dónde has salido? Vas a mo­ rir de la peor muerte. Esta peste es peor todavía que la otra. V ieja B. V en aquí. E l j o v e n . (A La j o v e n .) No dejes que me arrastre, te lo suplico. V i e j a B. Es la ley, no soy yo quien te arrastra. E l j o v e n . A m í no, es una Empusa75 vestida de pústula he­ cha de chupar sangre.

A. Ven de una vez, monada, no charles tanto. . Bueno, déjame ir al retrete primero a mi casa para cobrar valor. Si no, me vas a ver haciendo aquí mismo en­ seguida, de miedo, una cosa colorada. V i e j a B. Tranquilo camina: ya cagarás en mi casa. E l j o v e n . Temo que más de lo que quiero. Pero voy a pre­ sentarte dos fiadores de garantía. V i e j a B. No me presentes nada. (Lo arrastra. Aparece la V i e j a C.) V i e j a C. ¿A dónde, a dónde vas con ésta? E l j o v e n . No voy, me arrastran. Pero, seas quien seas, ojalá tengas toda clase de bienes porque no has permitido que me hicieran papilla. (Se fija m ejor.) Heracles, Panes, Coribantes, Dioscuros, esta peste es todavía peor que la otra. ¿Qué cosa es ésta, por favor? ¿Una mona llena de albayalde o una vieja resucitada de los muertos? V

ie ja

El

jo v e n

75 U na especie de bruja.

[263]

C. N o te b u rle s, v e n aq u í. B. N o , aquí. ie ja C. (L e agarra.) No voy a soltarte. ie ja B. (L e agarra.) Ni yo tampoco. E l j o v e n . Vais a partirme en dos, malditas. V ie ja B. Debes venir conmigo, de acuerdo con la ley. V ie ja C. No si viene otra vieja más fea todavía. E l j o v e n . ¿Y si perezco miserablemente por culpa de las dos, V V V V

ie ja

V

ie ja

ie ja

decid, cóm o vo y a llegar a aquella guapa? El

C. Eso es asunto tuyo. Pero esto, has de cumplirlo. ¿Y a c u á l h e d e t u r m b a r m e la p r i m e r a p a r a q u e d a r

jo v e n .

lib r e ?

V

ie ja

El V

ie ja

El

C. ¿No lo sabes? Vas a venir aquí. . Entonces, que me suelte esa otra. B. N o , v e n a q u í c o n m ig o .

jo v e n

jo v e n .

Si me suelta ésa.

C. Yo no te suelto, por Zeus. ie ja B. Ni yo tampoco. E l j o v e n . Seríais terribles si os dedicarais a desembarcar gente. V ie ja B. ¿Por qué? E l j o v e n . Tirando las dos de los pasajeros, los destroza­ ríais. V ie ja C. Cállate, ven conmigo. V ie ja B. N o , co n m ig o . E l j o v e n . Este asunto es según el decreto de Conono76: debo joder por separado. Pero, ¿cómo voy a ser capaz de remar­ me a las dos? V ie ja C. L o h a rá s e n c u a n to c o m a s u n p u c h e ro d e ceb o llas. (Tira más fu erte.) E l j o v e n . Ay, desdichado, ya casi me ha llevado a rastras jun­ to a la puerta. V ie ja B. Pues no vas a adelantar nada: yo entraré contigo. V V

ie ja

El

j o v e n . No, por los dioses. Mejor es ser acometido por una desgracia que por dos.

16 Parodia del decreto de C onono, que establecía que se juzgara por sepa­ rado a las personas culpables del m ism o crim en . A ristófanes sustituye «juz­ g ar» por «joder», por el parecido de las palabras griegas.

[264]

V i e j a C. Por Hécuba, si quieres, como si no quieres. E l j o v e n . (Declamando.) ¡Ay de mí, tres veces infeliz!, si a una mujer podrida he de joder la noche y el día enteros y luego, cuando me libre de ella, a una F rine77 que tiene un bulto como un vaso funerario en las mandíbulas. ¿No soy yo desgraciado? Soy de verdad varón infortunado y desdicha­ do, por Zeus Salvador, si he de nadar con estas bestias. Sin embargo, si sufro algo irreparable, como sucede muchas veces, por obra de estas putas, mientras navego hacia este puerto, enterradme en la misma boca del canal y a ésta (se­ ñala a la V ie ja C ) encima de la tumba, embadurnándola aún viva de pez, echando plomo a sus dos pies en torno a los tobillos, ponedla allí arriba, a manera de vaso funera­ rio 78. (La V ie ja C le hace entrar dentro, pese a los esfuerzos de la otra.)

C oro.

(C a n tay danzfl.)

(Llega de fuera. Declamando.) Oh pueblo afortuna­ do, tierra feliz, y mi señora más dichosa que nadie y voso­ tras, las que estáis junto a las puertas, y los vecinos todos y los del distrito y yo también, la servidora, perfumada mi cabeza con perfumes excelentes, por Zeus. Pero a estos perfumes les dan ciento y raya las anforitas de vino tasio: permanecen mucho tiempo en la cabeza, pues los otros perfumes pronto se pasan y se esfuman. Aquéllos son mu­ cho mejores, muchísimo, oh diosas. Mezcla vino puro: te daré alegría la noche entera si eliges el de mejor perfu­ me.— Pero mujeres, decidme dónde está el amo, el marido de mi ama. C o r if e o . Si te quedas aquí, me parece que vas a encontrarlo. (Sale B l é p ir o con corona y antorcha.) S e r v id o r a . Justo, ya va a la cena. Amo, hombre feliz, tres ve­ ces venturoso... S e r v id o r a .

77 U na m ujer cualqu iera, no la fam osa cortesana F rine. 78 E n vez del lecito o vaso fu n erario que suele ponerse sobre una tum ba, el joven pide que sobre la suya se po nga a la v ieja, em badurnada de pez y sujeta con plom o.

[265]

B l é p ir o . ¿ Y o? S e r v i d o r a . Tú,

s í , por Zeus, más que nadie. Pues ¿quién po­ dría ser más feliz que tú, el único de entre los treinta mil ciudadanos que no ha cenado todavía? C o r i f e o . Has hablado bien claro de un hombre afor­ tunado. S e r v i d o r a . ¿A dónde vas, a dónde? B l é p i r o . Voy a la cena. S e r v i d o r a . Por Afrodita, el último de todos. Sin embargo, el ama me encargó que te cogiera y te llevara allí y contigo a estas jovencitas. (Señala a l c o r o .) Queda aún vino de Quíos y otras muchas exquisiteces. Así, no os retraséis y que los espectadores que sean amigos nuestros y los jueces del con­ curso que no m iren a otra parte, vengan también con no­ sotros. Les daremos de todo. B l é p i r o . ¿Se lo vas a decir generosamente a todos y no te sal­ tarás a ninguno? ¿Vas a invitar liberalmente a viejos, jóve­ nes y niños? Ya está preparada la cena para todos, si se van a su casa79. Yo salgo ya para la cena: llevo a punto mi antorcha. S e r v i d o r a . ¿Por qué te entretienes tanto y no te llevas a és­ tas? Mientras vas bajando a la ciudad, yo cantaré una can­ ción de preludio de cena.

C o r if e o .

Un pequeño consejo deseo dar a los jueces80: a los sabios, que recuerden las cosas sabias que he dicho y me voten, y a los que se ríen a gusto, que por la risa me voten. Y que el sorteo de las comedias no me perjudique, en el que yo salí en primer lugar. Debéis recordar todo esto y no perjurar, sino juzgar las comedias con justicia y no pareceros a las malas cortesanas que sólo se acuerdan de los últimos.

79 B rom a d el poeta: los invitados co m erán bien si se van a su casa, el co n ­ v ite en el teatro es ilusorio. 80 Los jueces del concurso cóm ico.

[266]

S e r v id o r a .

Ea, Ea, es tiempo, amigas queridas, si vamos a poner en obra nuestro asunto, de salir disparadas a la cena. A la manera crética, tus pies mueve tú también. B l é p ir o .

Lo estoy haciendo. S e r v id o r a .

Y a estas chicas, tan ligeras, empújalas a que lleven con sus patitas el ritmo de la danza. Pues va a haber enseguida rodajas - de - pescado - de - raya - y - cazón; cabecitas de - pescado - con picante - queso rallado y silfio; en queso y - miel - bañados todos - sobre - mirlos - palominos, torcaces - palomas - gallos; guisadas - alondras - chochas pichones - liebres; cocidas - en - vino - alas con - sus ternillas. Después de oír esto tú, rápido, rápido coge un plato, y después ve deprisa con un lecito a por puré... para cenar. B l é p ir o . Ya están C o r o . (Danzando.)

manducando.

Saltad en alto, ¡iá, iá! A cenar, ¡evoí, evaí! ¡Victoria, evaí! ¡Evoí, evoí, evaí, evaí!

[267]

ÍNDICE

I n t r o d u c c ió n

..........................................................................

7

B ib l io g r a f ía

.............................................................................

11

C o m e d ia s

Los acarnienses Los caballeros Las tesmoforias La asamblea de

.................................................................. .................................................................... ............................................................... mujeres .................................................

[269]

15 79 153 215

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