ARIEL, MERCEDES, FELIX Y ALFONSINA_Por Juan José Oppizzi

March 26, 2017 | Author: ADN CreadoreS | Category: N/A
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ENSAYO

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ARIEL, MERCEDES, FELIX Y ALFONSINA 2

POR © POR JUAN JOSE OPPIZZI

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n 1969 se escuchó por primera vez una zamba exquisita: Alfonsina y el mar. La voz de Mercedes Sosa, relumbrando eternidades, se deslizaba por entre los arpegios con que Ariel Ramírez humedecía el alma de unos versos elegíacos de Félix Luna. Dícese que la historia de este plenario de talentos se inició cuando Félix le acercó a Ariel unos libros de la gran Alfonsina Storni. Por familia, el pianista sabía mucho de la poeta: su padre había sido alumno de ella en la escuela primaria. El ojo de Félix se posó en un poema: Voy a dormir, y lo entusiasmó a Ariel. No por casualidad se detuvieron en él: fueron las últimas letras que la autora escribió allá, en Mar del Plata, al borde del océano y de su resistencia. Tengo una versión fidedigna del proceso de esa creación y de los últimos días de Alfonsina, por haber oído de boca de su propio hijo, Alfonso, los detalles. Arrasada por una enfermedad, ella decidió seguir el camino que habían emprendido su amigo Horacio Quiroga y la hija de éste. Madre e hijo se despidieron al pie del tren, en Buenos Aires, sabiendo que era para siempre. No hubo muchos preámbulos al arribo a la ciudad atlántica.

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Sólo escribió Voy a dormir y se lo envió al diario La Nación, a Manuel Mujica Láinez; cuando él lo recibió para publicarlo, ella ya flotaba en el agua. Alguna vez escuché un testimonio radial que quizá tenga asidero; una oyente narró la historia que a su vez le contó su madre: paseaba ésta muy temprano por la playa, en compañía de una hermana o amiga, en la tardecita del 24 de octubre de 1938; hacía frío, el mar estaba algo crispado por una tormenta de la víspera; les llamó la atención una mujer que caminaba en sentido contrario a ellas, buscando la entrada a un espigón; iba vestida con ropa muy liviana; al cruzarse, una de las dos abrigadas paseantes le preguntó si no tenía frío; la mujer sonrió, les dijo que no, y continuaron sus caminos; tal vez fueron las últimas personas que vieron a Alfonsina. Félix Luna hizo un trabajo de refinado lirismo. El poema tiene la sombra de aquel otro, pero se mueve con su propio valor: Por la blanda arena que lame el mar su pequeña huella no vuelve más; un sendero solo de pena y silencio llegó hasta el agua profunda... En un fragmento, Alfonsina y el mar le da la mano a Voy a dormir: Bájame la lámpara un poco más; déjame que duerma, nodriza, en paz, y si llama él no le digas que estoy, di que Alfonsina no vuelve; y si llama él no le digas nunca que estoy, di que me ido. Es imposible representarse esas palabras sin

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vestirlas con la voz de Mercedes Sosa. Alfonsina y el mar sufre la condena que sufrieron Silencio en la voz de Gardel y El amor desolado en la voz de Falcón: quedaron presos allí y nadie ha logrado liberarlos del todo. No sé si hay otros ejemplos de confluencia de un grupo de artistas semejantes en una obra. En cuanto a Voy a dormir, tiene la rara grandeza de lo creado en el límite. Alfonsina, a quien no todos los literatos de su época valoraron, drena el alma en esos últimos versos. Hay que buscar mucho para hallar poemas que se le acerquen. Almafuerte quizá, algunos de Borges, Molinari, Banchs... quién sabe: Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera, Una constelación, la que te guste: todas son buenas; bájala un poquito. Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido... No se puede evitar un estremecimiento ante tanta hermosura, nacida de la desesperación o de la resignación o del dolor o del ansia de paz. Es difícil imaginar su mano escribiendo con un orden que minutos después acabaría, con un orden que era consciente de su propio fin.

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