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March 23, 2018 | Author: Ardanaz14 | Category: Catholic Church, Holy Spirit, Eucharist, Christ (Title), Creed
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La vida cristiana bajo el impulso del Espíritu R. Blázquez, D. Aleixandre. J.A. Alcain Cuadernos de Teología Deusto Núm. 17

Universidad de Deusto •





Facultad de Teología

































Cuadernos de Teología Deusto

Cuadernos de Teología Deusto Núm. 17 La vida cristiana bajo el impulso del Espíritu Ricardo Blázquez Dolores Aleixandre José Antonio Alcain

Bilbao Universidad de Deusto 1998

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Los Cuadernos de Teología Deusto pretenden tratar con rigor y de una manera accesible a un público amplio, temas candentes de la teología actual. La serie está promovida por la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto, pero cada número se debe a la responsabilidad y libertad de su autor. Estos cuadernos son flexibles y abiertos a una problemática muy amplia, pero tienen una especial preocupación por hacer presente la reflexión cristiana en lo más palpitante de la vida eclesial y social de nuestro tiempo.

Consejo de Dirección: José María Abrego Rafael Aguirre Carmen Bernabé

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación, o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Publicación impresa en papel ecológico © Universidad de Deusto Apartado 1 - 48080 Bilbao I.S.B.N.: 978-84-9830-921-8

Indice Autores de los Cuadernos de Teología Deusto . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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1. El Espíritu Santo y la Iglesia Ricardo Blázquez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2. A zaga de su huella. El Espíritu Santo en la vida Dolores Aleixandre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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3. Bibliografía sobre el Espíritu Santo en castellano José Antonio Alcáin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Cuadernos de Teología Deusto, núm. 17

© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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Etica periodística. Aproximaciones a la ética de la información por Xabier Etxeberria*

Autores de los Cuadernos de Teología Deusto Ricardo Blázquez: Nació en Avila. Doctor en Teología por la Gregoriana de Roma. Fue profesor y Decano en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ordenado Obispo en abril de 1988. Ha sido Obispo auxiliar de Santiago de Compostela; Obispo de Palencia; y actualmente es Obispo de Bilbao. Entre sus publicaciones se cuentan obras como: La resurrección en la Cristología de W. Pannenberg (Vitoria, 1976); Jesús sí, Iglesia también (Bilbao, 1995), Transmitir el evangelio de la verdad (Valencia, 1997). Dolores Aleixandre: Licenciada en Filología trilingüe y en Teología. Profesora de Antiguo Testamento en la Facultad de Teología de Comillas (Madrid). Pertenece a la Congregación de R.R. del Sagrado Corazón. Suele dirigir Ejercicios Ignacianos —tanto a hombres como a mujeres—. Es autora de innumerables libros entre los cuales están: Círculos en el agua. La vida alterada por la Palabra (Santander, 1994). Compañeros en el camino. Iconos para un itinerario de oración. (Santander, 1995). Bautizados con fuego. (Santander, 1997). Esta es mi historia. Narraciones bíblicas vividas hoy. (Madrid, 1997). José Antonio Alcáin: Nació en Irún (Guipúzcoa). Doctor en Teología por la Gregoriana de Roma. Es profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto donde enseña las asignaturas de Tradición y Magisterio, y Métodos teológicos. Es Jesuita. Entre sus obras están: Cautiverio y redención del hombre en Orígenes (Deusto, 1973); La tradición (Deusto, 1997).

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Etica periodística. Aproximaciones a la ética de la información por Xabier Etxeberria*

Prólogo Las viejas verdades cristianas hay que estar diciéndolas siempre de nuevo. La fidelidad al sentido originaria de la fe no consiste en repetir simplemente las fórmulas antiguas, sino que implica un esfuerzo por hacerlas significativas en las circunstancias sociales y culturales de una historia cambiante. El Papa Juan Pablo II ha invitado a toda la Iglesia, en la Tertio Millenio Adveniente, a renovar durante 1998 la experiencia del Espíritu con vistas a preparar el jubileo del año 2000. En la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto hemos respondido a esta invitación, entre otras cosas, con un esfuerzo por profundizar teológicamente en el significado del Espíritu en la existencia personal, en la comunidad cristiana y en la vida social. Presentamos aquí una reflexión que pretende unir la seriedad de los planteamientos con la relevancia cultural y vital de un tema clave de la fe cristiana, y haciéndolo además de una manera comprensible a un público amplio. En este número de los Cuadernos de Teología Deusto, Monseñor Ricardo Blázquez estudia los diversos aspectos de la relación entre el Espíritu Santo y la Iglesia. Dolores Aleixandre presenta un variado y sugerente muestrario de Experiencias del Espíritu en nuestros días. Finalmente una amplia y ordenada bibliografía, preparada por José Antonio Alcáin, sobre la literatura existente en Castellano sobre el Espíritu puede prestar un buen servicio para quien desee ampliar el estudio sobre el tema en cualquiera de sus diversos aspectos.

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El Espíritu Santo y la Iglesia por Ricardo Blázquez

Desde el comienzo ha enmarcado Juan Pablo II su ministerio petrino entre dos grandes puntos de referencia: El Concilio Vaticano II y el paso al tercer milenio. En la encíclica programática de su pontificado comparó estos decenios a un «nuevo adviento», que es tiempo de espera1. El paso al tercer milienio es «umbral de esperanza», no túnel apocalíptico ni sueño milenarista. Requiere, por tanto, preparación responsable y laboriosa. Dentro de la fase preparatoria inmediata (19971999), el año litúrgico 1998 está dedicado «de modo particular al Espíritu Santo y a su presencia santificadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo»2. Las presentes Jornadas obedecen también a la convocatoria del Papa. Este año ofrece una oportunidad preciosa para que los cristianos católicos continuemos profundizando en el sentido de la presencia y de la acción del Espíritu Santo. El Concilio Vaticano II reconoció e intentó cubrir el déficit pneumatológico en la teología, liturgia, espiritualidad, moral, etc., que ha padecido secularmente el catolicismo. De hecho, ha dado un paso importante en esta toma de conciencia, aunque quizá todavía el avance haya sido tímido. Teniendo presente el progreso en el surco abierto por el Concilio, ya no es quizá adecuado decir que el Espíritu Santo es «el gran desconocido». Algunos movimientos eclesiales del posconcilio han despertado vigorosamente esta conciencia en la Iglesia.

Redemptor hominis (4 de marzo de 1979) n.º 1. Tertio millenio adveniente, n.º 44. «Lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia» (Dominum et vivificantem, n.º 51). 1 2

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1. El Espíritu Santo está y actúa en la Iglesia El Nuevo Testamento atestigua la donación del Espíritu Santo a la Iglesia. «La efusión del Espíritu en Pentecostés es el principio de una comunicación del mismo que se prosigue a través de todos los tiempos»3. Esta efusión del Espíritu Santo tuvo lugar, según el evangelista Juan, en la muerte de Jesús (cf. Jn 19, 30) y en su resurrección (cf. Jn 20,22). El mismo Jesús había prometido a sus discípulos, cuando estaba metido en la «hora», que les enviaría otro «Paráclito» (Jn 14,16), para defenderlos, consolarlos y acompañarlos en el testimonio y en las pruebas por su nombre (cf. Jn 14,16. 26; 15,26; 16,7; 1Jn 2,1). El Espíritu Santo será para los discípulos memoria fiel y viviente de Jesús (cf. Jn 14, 26; 16,13). La relación entre el Espíritu Santo y la Iglesia aparece en la misma articulación del Catecismo de la Iglesia Católica. En el capítulo dedicado a exponer la profesión de la fe en el Espíritu Santo se desarrolla la doctrina acerca de la Iglesia. El Catecismo sigue el hilo conductor del símbolo de los Apóstoles; y en ocasiones se completa la exposición con referencias al símbolo de Nicea-Constantinopla. Aquél es el venerable símbolo baustismal de la Iglesia de Roma; éste es el símbolo común a las Iglesias de Oriente y Occidente4. Subiendo aguas arriba en la historia de la Iglesia, que es la historia de la misma fe cristiana profesada por los discípulos de Jesús en el fluir de las generaciones, llegamos a un texto antiquísimo de la Iglesia de Roma, que representa un primer estadio del símbolo de los Apóstoles, a saber, el credo recogido en la Tradición Apostólica de Hipólito (ca. 220). La profesión de fe en el Espíritu Santo viene acompañada de la santa Iglesia como lugar en que reside y actúa. Intentemos exponer, a la luz de este símbolo, el vínculo orgánico entre Espíritu Santo e Iglesia. La segunda parte de la Tradición Apostólica describe las diversas etapas de la iniciación cristiana desde la presentación del candidato al bautismo hasta la eucaristía. Pues bien, en la descripción del bautismo se contiene el primer símbolo romano, en forma interrogativa. Después de preguntar el que bautiza al que «baja al agua» si cree en «Dios Todopoderoso» y en «Jesucristo, el Hijo de Dios...», y después de haber respondido éste «creo», siendo «sumergido-bautizado» en el agua otras tantas veces, viene la pregunta que reclama nuestro interés aho-

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M. SCHMAUS, Espíritu Santo, en Sacramentum Mundi 2, col. 816. Cf. Denzinger-Schönmetzer 30 y 150.

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ra: «¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?»5. P. Nautin realizó hace años un estudio riguroso comparando los textos en los que ha llegado hasta nosotros la Tradición Apostólica. Disponemos de siete testigos: Cuatro versiones (latina, copta, árabe y etiópica) y tres obras posteriores que la han utilizado (Cánones de Hipólito conservado en árabe, Testamento del Señor en siríaco y las Constituciones Apostólicas VIII en griego). Todos los testigos dependen de una colección griega, de donde proviene la versión latina. Sirviéndose de los diversos testimonios ha conseguido Nautin reconstruir el arquetipo griego. El reconocimiento de los especialistas es general por lo que se refiere a la conexión entre el Espíritu Santo y la Iglesia; y ha sido menos compartida la conclusión sobre la relación entre Espíritu-Iglesia y resurrección de la carne. Mientras unos testigos enlazan Espíritu e Iglesia con la conjunción «y», otros los unen con la preposición «en»; después de los pertinentes análisis Nautin concluye así: «Esta preposición en, tan bien establecida, representa el griego «en» y no «eis», es decir, que ella no hace de la santa Iglesia un complemento de crees (pisteuo), sino la religa al Espíritu Santo como lugar donde El reside»6. La Iglesia es templo del Espíritu y ámbito privilegiado de su acción. En ella está y actúa, sin negar su libertad para soplar «donde quiere» (Jn 3,8). A la luz de la profesión bautismal de la fe, atestiguada por la Tradición Apostólica de Hipólito, que dado su carácter litúrgico recoge una práctica bastante anterior, podemos hacer algunas reflexiones. La primera es ésta: Término de la fe son Dios Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. En sentido estricto el cristiano no cree en otro hombre ni siquiera en la Iglesia. Sólo a Dios entrega radicalmente su persona y su suerte; sólo Dios es apoyo último de la vida; sólo a El confía la existencia. La fe, la esperanza y la caridad son genuina expresión de la relación teologal del hombre con Dios. «Si no os afirmáis en mí no seréis firmes» (Is 7,9; cf. 28,16; 30,15). La imagen de la fe en el Antiguo Testamento es la solidez y la estabilidad (emuna); Dios es la roca en quien podemos apoyarnos y a quien podemos decir «amén». Dios es supremamente de fiar porque es fiel; no es malo, no es débil ni de-

5 DS 10: «Credis in Spiritu Sancto, et sanctam Ecclesiam et carnis resurrectio nem?». Cf. B. BOTTE, La Tradition Apostolique de saint Hippolyte. Essai de reconstruction, Münster 1963, n.º 10. 6 P. NAUTIN, Je crois à l’Esprit Saint dans la Saint Église pour la Résurrection de la chair, Paris 1947, p. 16. Cf. J. GRIBOMONT, Esprit Saint chez les Pères Grecs, en Dictionnaire de Spiritualité, XXVIII-XXIX, Paris 1960, cols. 1266-1268.

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frauda. Por esto, sólo Dios puede salvar; y los ídolos, como son apariencia, ofrecen una salvación engañosa. Es preciso, por tanto, distinguir en la profesión de la fe cristiana el lugar singular de Dios y la forma como es creída la Iglesia7. Supuesto lo dicho, debemos añadir que Dios se ha vinculado de manera singular con la Iglesia. Es el pueblo de Dios Padre, el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo. Lo confesado en este artículo del credo es sorprendente y enorme: El Espíritu Santo habita en la Iglesia y se sirve de ella como instrumento de salvación. En ella y a través de ella se perdonan los pecados, germina la vida eterna, se ofrece la comunión con Dios y las arras de la resurrección gloriosa. Por esto, la verdad íntima de la Igleisa se profesa en la fe; no bastan la mirada del historiador ni los análisis del sociólogo para llegar a su misterio8. La actuación del Espíritu Santo en la Iglesia transcurre por cauces diversos. Bajo su aliento la predicación no es eco lejano del mensaje de Jesús sino palabra viva de Dios, que llega hasta el corazón mismo del hombre. Los sacramentos son acciones de la Iglesia «per virtutem Spiritus Sancti», y de esta forma actualizan aquí y ahora el misterio de Cristo abriendo a los hombres las fuentes de la salvación; la «epíclesis», es decir, la invocación confiada y humilde por parte de la Iglesia para que Dios Padre envíe el Espíritu Santo, muestra precisamente que los sacramentos son también acciones del Espíritu. El mismo Espíritu, según la promesa de Jesús, sostiene también a los discípulos en el testimonio de su Señor en medio del mundo y los anima en las tribulaciones (cf. Mt 10,20; Jn15, 26; Hch 4, 8.31). Mons. I. Hazim, metropolita ortodoxo de Latakia (Siria), dijo con acierto admirable en el discurso inaugural de la Conferencia Ecuménica de Upsala, en julio de 1968: Sin el Espíritu Santo «Dios está lejos, Cristo se encuentra en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es simple organización, una dominación la autoridad, una propaganda la misión, una evocación mágica el culto y una moral de esclavos el quehacer cristiano... Pero en El... el cosmos se levanta y gime en el alumbramiento del Reino, el hombre lucha contra la carne, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad 7 «Creo en el Espíritu Santo, exactamente igual que en el Padre y en el Hijo, porque el Espíritu Santo es Dios, exactamente igual que el Padre y el Hijo. No debemos creer en nadie más que en Dios... Creo en la santa Iglesia, apostólica, universal y ortodoxa, que nos ha enseñado esta santa doctrina. No creo en ella, como creo en Dios, pero confieso que ella está en Dios y que Dios está en ella», Juan de Fecamp, citado por H. DE LUBAC, La fe cristiana. Ensayo sobre la estructura del Símbolo de los Apóstoles, Madrid 1970, p. 183. Aquí se recogen muchos testimonios sobre el particular. 8 Cf. Lumen Gentium, 8. R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Concilio Vaticano II, Salamanca 1988, pp. 49 s.

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un servicio liberador, la misión un pentecostés... El es el Señor y dador de vida»9. Todavía debemos indicar lo siguiente: El Espíritu Santo, que habita y actúa en la Iglesia, no limita su presencia y acción al ámbito eclesial. La Iglesia es sacramento del Espíritu Santo (Catecismo para adultos de los obispos alemanes), pero no es más que sacramento; es decir, actúa el Espíritu a través de su articulación visible y social, pero desborda sus límites para estar cerca de todo hombre y acompañar a la humanidad entera en su camino por la historia. «El Espíritu de la esperanza está actuando en el mundo. Está presente en el servicio desinteresado de quien trabaja al lado de los marginados y los que sufren, de quien acoge a los emigrantes y refugiados, de quien con valentía se niega a rechazar a una persona o a un grupo por motivos étnicos, culturales o religiosos; está presente, de manera particular, en la acción generosa de todos aquellos que con paciencia y constancia continúan promoviendo la paz y la reconciliación entre quienes antes eran adversarios y enemigos. Son signos de esperanza que alientan la búsqueda de la justicia que conduce a la paz» (Mensaje de Juan Pablo II para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1998, n.º 9).

2. El Espíritu Santo y los carismas Aunque se pueda hablar de algo semejante, por ejemplo, personas con un mensaje y una actuación dinamizadores de sus religiones e incluso de las sociedades en que viven (se piense por ejemplo en Ghandi, de quien hemos celebrado hace poco el 50 aniversario de su muerte), nosotros nos referimos ahora a los carismas dentro de la Iglesia católica. La Sagrada Escritura y su tradición viviente en la Iglesia relaciona carismas y Espíritu Santo. No son la única forma de presencia y actuación del Espíritu en la Iglesia; pero es ciertamente una manifestación relevante y a veces percibida como emblemática. Lumen Gentium, en un número dedicado al «carácter profético» del pueblo de Dios, participado en su comunión con Cristo Profeta, habla del «sentido de la fe» y de los «carismas». Estas son sus palabras a propósito de los carismas: «Además, el mismo Espíritu Santo no sólo

9 Cit. por M. D. CHENU, Nueva conciencia del fundamento trinitario de la Iglesia, en: Concilium 166 (1981), p. 340.

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santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, «distribuyendo a cada uno según quiere» (1Cor 12,11) sus dones, con los que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1Cor 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los ordinarios y comunes, hay que recibirlos con agradecimiento y alegría, pues son muy útiles y apropiados a las necesidades de la Iglesia. «Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenecen a los que presiden la Iglesia; a ellos compete especialmente no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno» (cf. 1Tes 5,12; 19-21) (LG 12 b). La teología de los carismas, a causa de una acentuación quizá unilateral del principio de autoridad, sonó a novedad en general, aunque «no costaría nada descubrir en el correr de cada siglo de la historia hombres inspirados por el Espíritu sin que se hallen necesariamente dedicados a un ministerio»10. Conviene notar que la acción del Espíritu Santo no se reduce a las actuaciones carismáticas; más bien, éstas se sitúan en una amplia actuación del Espíritu dentro del pueblo de Dios: Los sacramentos son actuaciones de la Iglesia «per virtutem Spiritus Sancti» (SC 6); recordar cómo en todos los rituales renovados después del Concilio se ha introducido o acentuado una «epíclesis», es decir una invocación del Espíritu a fin de que la salvación acontecida en los «misterios» de Jesús pase a los «sacramentos»11. La ordenación sacramental es un acontecer «en el Espíritu», no es una toma del poder, ni una simple «toma de posesión» con promesa de fidelidad o juramento a unas obligaciones. Las fronteras entre el ministerio y los dones del Espíritu «son difíciles de fijar, ya que el ministerio, como don del Espíritu, presenta también por su parte un aspecto carismático. Sin este rasgo el gobierno, la dirección o la enseñanza se convertirían en una pura administración»12. En las listas de carismas que ofrece el NT, hay algunos referentes a la dirección de la comunidad, destinados a convertirse en ministerios permanentes. 10 G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II. T.1, Barcelona, Herder 1968, 221. 11 Cf. El Espíritu del Señor, p. 108. 12 G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio, T.1, 223.

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Policarpo, por ejemplo, era un «hombre profético convertido en obispo» («maestro apostólico y profético llegado a ser obispo en la Iglesia católica de Esmirna»13. El Espíritu Santo actúa también a través de los «dones» y los «frutos», que reparte entre los fieles para vivir y actuar «según el Espíritu» y no «según la carne» (cf. Gal 5,16ss). El Espíritu, como aliento de vida en cada cristiano y en la Iglesia, actualiza la obra de Jesús, libera de la esclerosis, suscita existencia nueva en el amor. Importa especialmente recordar que «los servicios jerárquicos y los dones puramente carismáticos se complementan mutuamente. Cuando el ejercicio del ministerio se aleja del Espíritu el endurecimiento y la esterilidad se ciernen sobre él como una amenaza. Pero cuando el carisma se levanta contra la autoridad estamos al borde del abismo donde reinan el desorden, el iluminismo y la confusión. El carisma lleva los rasgos del «acontecimiento» más que los de la «institución». Bajo la influencia actual del Espíritu el carisma reanima vigorosamente la vida de la comunidad»14. J. Luis Restán: La Institución de la Iglesia está formada por la Palabra de Dios, los Sacramentos y la Autoridad apostólica; pues bien, «los carismas revitalizan y renuevan la Institución, mientras que la Institución salvaguarda la autenticidad de los carismas: los purifica, no los margina»15. Un carisma no es una estructura alternativa; es una fuerza regeneradora en las diversas situaciones personales e históricas de la Tradición recibida del Señor. Así han surgido órdenes y congregaciones religiosas, movimientos apostólicos y misioneros, iniciativas de caridad, renovaciones litúrgicas y de piedad, penetración teológica y mística de la Palabra de Dios, etc. El Espíritu Santo ha sido fecundo y no está exhausto en nuestros días. Juan Pablo II, en la homilía del día de Pentecostés del año pasado, dijo: «Nuestra mirada no puede dejar de extenderse a las expectativas de la Iglesia Universal, en camino hacia el gran Jubileo del año 2000. La Iglesia trata de tomar una conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella. Para el bien de su comunión y misión, mediante dones sacramentales, jerárquicos y carismáticos. Uno de los dones del Espíritu en nuestro tiempo es ciertamente el florecimiento de los nuevos movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado continúo indicando como motivo de esperanza para los hombres. Ellos son Padres Apostólicos, 684. G. PHILIPS, T.1, 224. 15 J. L. RESTAN, Movimientos eclesiales y nueva evangelización, en Jesucristo, la Buena Noticia, Madrid 1997, 459. 13 14

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un signo de la libertad de formas, en los que se realiza la única Iglesia, y representa una segura novedad, que sigue esperando ser adecuadamente comprendida en toda su positiva eficacia para el Reino de Dios en el hoy de la historia. En el marco de las celebraciones del Gran Jubileo, sobre todo las del año 1998, dedicado de forma particular al Espíritu Santo y a su presencia santificadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo, cuento con el testimonio y con la colaboración de los movimientos. Confío en ellos, que en comunión con los pastores y en unión con las iniciativas diocesanas, querrán llevar al corazón de la Iglesia su riqueza espiritual, educativa y misionera, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana». Es, por tanto, la Iglesia entera en la que está presente y actúa el Espíritu de Jesucristo, de formas no contrapuestas sino complementarias. En este marco sitúa el Concilio su enseñanza sobre los carismas16. En otros lugares el Concilio pide que se reconozcan y promuevan los carismas de los laicos en la construcción de la Iglesia y en la misión evangelizadora17. Quizá se puedan distinguir dos líneas neotestamentarias, o al menos yo ahora las distingo en relación con los carismas. Por una parte su originalidad que proviene del Espíritu Santo en cada hombre (renovando la fe a esta persona desde su misma raíz humana); no son los carismas provocados por la autoridad, que debe reconocerlos, después de probarlos —lo cual no es convocar el Espíritu a su tribunal sino ejercer responsablemente la tarea apostólica— y abrirles espacio en la Iglesia; vienen de lo alto, ya que el Espíritu sopla donde quiere. Por esto, hay en los carismas una nota de libertad insuprimible. No apagar el Espíritu es una exigencia primordial. Produce el impacto de lo sorprendente, que es una invitación no al rechazo por lo inusual sino al discernimiento abierto y serio. La otra línea discurre en la perspectiva de la unidad, ya que Dios no es un Dios de desorden y confusión; ya que si no sembramos unidos en el Señor, desperdiciamos la semilla.

16 Cf. LG 4: «Guía la Iglesia a toda la verdad (Jn 16,13), la une en la comunión y el servicio, la provee y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (Cf.Ef 4, 11-12; 1Cor 12,4; Gal 5,22)». LG 7: «Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus dones variados para el bien de la Iglesia, según sus riquezas y las necesidades de los servicios (Cf. 1Cor 12,1-11). Entre estos dones destaca la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos (Cf. 1Cor 14)». 17 Cf. LG 30; PO 9; AG 28; AA 3; al mismo tiempo recuerda los principios enunciados en LG, que es como la matriz de estos documentos.

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Los carismas, en su originalidad y libertad, están unidos por diversos factores. «Como un todo “en” sus partes, así también se concibe el Espíritu según la distribución de sus carismas. Efectivamente, todos somos miembros unos de otros, pero tenemos carismas diferentes, según la gracia de Dios que se nos ha dado... Todos juntos completan el cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu, y mutuamente se prestan la necesaria ayuda según los carismas recibidos... Y como partes en un todo, así estamos cada uno de nosotros en el Espíritu, puesto que todos, formando un solo cuerpo, hemos sido bautizados en un solo Espíritu»18. Todos somos partes de un mismo cuerpo y piedras vivas del mismo templo espiritual. a) En primer lugar los carismas proceden del mismo Espíritu Santo, no del espíritu del hombre ni del espíritu del mal. Las diversas manifestaciones no son heterogéneas en la fuente y, por tanto, pueden ser compatibles, deben serlo. Son hermanos. «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos...Todas estas cosas las obra el mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno según su voluntad... Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Cor 12, 4-6.11.13). b) Todos los carismas están radicados en el mismo sujeto, es decir, en la Iglesia. Es importante notar cómo se interseccionan en las grandes secciones de Rom y 1Cor sobre los carismas la condición de miembro del Cuerpo de Cristo y de portador de un carisma del Espíritu. «Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos la misma función; así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de la profecía, ejerzámosla en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad» (Rom 12,4-8). «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; lue-

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S. BASILIO DE CESAREA, El Espíritu Santo, 26, 61, Madrid, Ciudad Nueva 1996, 212-

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go, el don de curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas» (1Cor 12,27-28). La pluralidad está germinando y mostrándose en el terreno compartido del campo de Dios, es decir, de la misma Iglesia. Por ello, la diversidad no puede ser disolvente sino mutuamente enriquecedora. No sería leal procurar que sea reconocida la pluralidad en la Iglesia y, en un segundo momento, cuando se ha conseguido el reconocimiento de tal perspectiva pastoral o carisma, cerrarse a otras manifestaciones de la pluralidad, aunque se aduzcan razones de eficacia pastoral. La legítima pluralidad es un valor, que debe ser custodiado y honradamente respetado. Una Iglesia uniforme es una Iglesia monótona. Es obvio que si se ejercitara el poder para excluir los caminos diferentes, además de mostrar debilidad interna, se abusaría. La escucha mutua es una posibilidad de plenificación de los cristianos y de fecundidad apostólica. Sobre la Iglesia como ámbito de los carismas del Espíritu escribió magistralmente San Ireneo: «conservamos la enseñanza recibida de la Iglesia, que a modo de licor precioso fue depositado siempre por el Espíritu de Dios en vaso nuevo; licor que rejuvenece y hace rejuvenecer al mismo vaso que lo contiene. Es el don de Dios confiado a la Iglesia, como el aliento al plasma (cf. Gen 2,7), a fin de que todos los miembros que lo reciben sean vivificados. Y en él se halla la comunicación de Cristo, esto es el Espíritu Santo, arras de la inmortalidad, fundamento de la fe y escala para subir a Dios. «Ya que en la Iglesia, dice, puso Dios apóstoles, profetas, doctores» (1Co 12,28) y todas las otras formas de actuación del Espíritu; del cual no participan los que no acuden a la Iglesia, sino que se privan a sí mismos de la vida por su forma de pensar extraviada y por su pésima conducta. Ya que donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí están la Iglesia y toda gracia; ahora bien, el Espíritu es la verdad. Por esto, los que no participan de El, tampoco se alimentan para la vida en las ubres de la madre, ni beben de la fuente que procede del Cuerpo de Cristo»19. c) Los carismas no son embellecimiento de las personas «agraciadas» sino que están internamente orientados a la construcción de la Iglesia y al servicio de la misión cristiana. «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» (1Cor 12,7). Vige entre todos los carismas la «solidaridad», propia de los miembros de un cuerpo. «Ya que aspiráis a los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la asamblea» (1Cor 14,12). «Que cada cual

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S. IRENEO, Adv. Haer. III, 24,1.

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ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1Pe 4, 10)20. Los carismas por esta finalización eclesial y evangelizadora son en sí mismos servicios, instrumentos del Reino de Dios. La historia de los grandes carismáticos muestra también cómo todo carisma comporta su cruz; en el seguimiento de Jesús no hay servicio sin entrega de la vida. Aquí habría que recordar, por ejemplo, a los que recibieron el «carisma de fundadores» (Báñez). Unas veces el sufrimiento viene porque no son creídos, porque no hallan apoyos, porque su discernimiento en la Iglesia es lento y trabajoso, porque les asusta la responsabilidad contraída con los que les han seguido, porque la claridad de la llamada divina entra en zonas de sombras, silencio e interferencias con otros mensajes que les llegan del mundo... La Iglesia es, de entrada, renuente a las novedades; por ello, su reacción primera es de desatención, que comporta una prueba para el carismático; se requiere acreditación con obras claras del Espíritu para que sean poco a poco reconocidos21. Lo dicho nos introduce en la última cuestión, que deseo proponer: los carismas deben ser discernidos (igual que el «sensus fidei», las «reformas» en la Iglesia, el «desarrollo de las doctrinas cristianas», las «vocaciones», los «espíritus», las «mociones», etc.). El discernimiento no es por sospechas; no es emplazamiento ante ningún tribunal para domesticarlo; quien discierne no puede ponerse por encima del Espíritu Santo. Es una responsabilidad por respeto al Espíritu, al Evangelio, a Jesucristo, a la misión cristiana, a los hombres... «El respeto del Espíritu Santo implica el deber de examinar si realmente nos encontramos ante una de sus manifestaciones o ante un falaz fanatismo»22. El discernimiento compete a todo el pueblo de Dios; a los que presiden la Iglesia «compete de un modo especial no ahogar el Espíritu, sino examinarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1Tes 5,12; 19-21)» (LG 12b). El discernimiento reclama unas actitudes cristianas. Conviene recordar que el llamado «himno de la caridad» está colocado dentro de la larga sección de los carismas de la carta primera a los Corintios. Sin el amor humilde y magnánimo, que se alegra con la verdad y tiene paciencia no es genuino el discernimiento de los carismas (1Cor 13, 4-7). El amor cristiano es, además, como el alma de los carismas23, que los

Cf. Ef 4,12: «para la edificación del Cuerpo de Cristo». Paciencia con las lentitudes, los frutos, la eclesialidad probada, la perseverancia, la fecundidad en diversos lugares... (Congar). 22 G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio, T.1, 225. 23 Cf. Rom 12,10: «amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros». 1Cor 13,1-3: ...«si no tengo caridad, nada soy». 20 21

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anima y confiere identidad. Por esto, se comprende que Santa Teresa del Niño Jesús haya descubierto que estando en el corazón de la Iglesia, está en la raíz nutritiva de todos los carismas: las misiones, el martirio, la predicación...» «En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado». Si no estimamos a los demás y agradecemos los dones de Dios que nos llegan por su medio, falta una condición insustituible (cf. Rom 12,9-13); si no amamos la verdad cristiana, que nos llega por la tradición apostólica como herencia de Jesús, no apreciaremos la diferencia entre lo valioso o lo aparente, entre lo auténtico y lo atractivo (1Jn 4,1ss); si no se reconoce el principio de autoridad apostólica, transmitida sacramentalmente para ser ejercida en nombre del Señor y de forma cristiana, no nos movemos en el marco de la Iglesia católica (cf. Heb 13,17; 1Tes 5,12ss; 1Tim 5,17; 1Cor 16,16, etc.). Si no amamos la Iglesia como nuestra familia, con sus inquietudes y esperanzas, con sus páginas brillantes y oscuras, y sobre todo si en ella no reconocemos la presencia del Espíritu Santo, se habría debilitado la «simpatía» necesaria para discernir con eclesialidad evangélica. Lumen Gentium 7 afirma: A la autoridad de los apóstoles «el mismo Espíritu subordina también a los carismáticos». Los auténticos carismáticos han sido al mismo tiempo personas de comunión eclesial y de obediencia a los que presiden en el Señor, y, por otra parte, no han renunciado a su libertad y a la insistencia en transmitir el carisma recibido. Lo han defendido con celo y nunca han presentado pretensiones simuladas a la jerarquía. Acerca de la eclesialidad de las agrupaciones laicales la exhortación postsinodal Christifideles laici 30 ha formulado unos criterios, que fueron emergiendo en el Sínodo de los Obispos de 1987: «El primado que se da a la vocación a la santidad», «la responsabilidad de confesar la fe católica», «el testimonio de una comunión firme y convencida», «la conformidad y la participación en el “fin apostólico de la Iglesia”» y «comprometerse en una presencia en la sociedad humana». Son criterios fundamentales y considerados conjuntamente. Si el discernimiento corresponde a todo el pueblo de Dios, el juicio compete a los que han recibido la autoridad en la Iglesia (LG 12b). El juicio último, el reconocimiento y la aprobación, la decisión forman parte del ministerio apostólico, es decir, de los obispos en comunión con el obispo de Roma. El discernimiento y el juicio versan sobre la autenticidad y sobre el ejercicio «ordenado» de los carismas, es decir, sobre la naturaleza cristiana de los carismas y sobre su ámbito, condiciones, etc. de actuación. Siempre deberán actuar en comunión eclesial, representada en la comunión con el obispo. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

A zaga de su huella. El Espíritu Santo en la vida por Dolores Aleixandre

Voy a empezar recordando la invocación al Espíritu de un oriental, Simeón, el Nuevo Teólogo, en uno de sus himnos: «Ven nombre amado y en todas partes repetido pero del cual nos está absolutamente prohibido expresar su ser o conocer su naturaleza»1. Es la mejor manera de decir que del Espíritu no podemos hablar de manera discursiva, y menos aún descriptiva, y que lo que importa es preguntarnos cómo podemos disponernos a su venida. Y, sin embargo, en el evangelio de Juan leemos: «Vosotros en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está entre vosotros» (Jn 14,17) y esto quiere decir que detectar su presencia y su acción sí está a nuestro alcance. Eso es lo que trataremos de hacer en este recorrido a través de una serie de hombres y mujeres que se abrieron a su acción. Decía Juan de la Cruz «a la zaga de tu huella las jóvenes discurren al camino» y nuestro intento es acercarnos a gente que ha vivido «al aire del Espíritu», bien personajes bíblicos o de la actualidad reciente, para descubrir en ellos algunos de esos rasgos que revelan acción del Espíritu y huella de su paso. El intento no es tener más argumentos de discusión para enriquecer nuestros conocimientos, ni argumentar con nuestros saberes acerca del Espíritu, sino acudir a historias singulares que producen siempre una brecha en el nivel del discurso y remiten siempre a un nivel más experiencial. Estos serían algunos rasgos que nos revelan la presencia del Espíritu:

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Hymnes, SC 156,151.

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1. Ruptura de límites Cuando el AT narra la unción de Saúl nos presenta su encuentro con un grupo de inspirados, una turba extática que baja del monte cantando, bailando y danzando, y en aquel momento lo arrebató el Espíritu y se convirtió en otro hombre (1Sm 10,6). El Espíritu, por lo tanto, altera, provoca cambios, transforma, empuja a una ruptura de límites. La escena de Pentecostés da testimonio de ello: «Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos reunidos. De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban (...) Se llenaron todos de ES. Al oírles, comentaban perplejos: ¿Qué significa esto? Otros se burlaban diciendo. Están bebidos» (Hch 2,1-13).

La ebriedad se convierte en una imagen que puede expresar bien lo que hace el Espíritu que, como el vino, puede generar un elevado sentimiento vital de alegría exaltada. «Están alegres como si hubieran bebido» decía Zacarías (10,7), y esa ebriedad tiene que ver con la sobreabundancia, con la exageración, con algo a lo que Pablo alude utilizando con frecuencia el verbo «uperperisseuô», desbordarse, «salirse de madre», ir más allá de lo que el cálculo o la medida podrían aconsejar. En el Cantar de los Cantares se habla muchas veces de la bodega y del vino y la novia le dice al amado: «Son mejores que el vino tus amores...» «introdúceme en tu bodega...» (Cant 12.4) y él dice «Vengo a mi jardín hermana, novia mía a recoger mi bálsamo y mi mirra, a beber de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino, compañeros comed y bebed, embriagaos, amigos» (Cant 5,1). También en los signos de Jesús aparece siempre el desbordamiento, el derroche y la desproporción: el vino es mucho más del que hacía falta para la boda, sobran doce cestos de panes y peces, la pesca es tan abundante que casi provoca el hundimiento de la barca. Y ese mismo rasgo aparecerá después en la comunidad cristiana. Como personaje actual en el que podemos contemplar esa cualidad de «ruptura de límites», he elegido a Christian de Chergé, prior de la Trapa de Ntra. Sra del Atlas, comunidad de los monjes asesinados en Argelia en 1996. La Trapa era un lugar fuerte de referencia para los pocos cristianos de Argelia en una situación de extremo peligro y conflicto. La comunidad había tenido amenazas e invitaciones a marcharse pero decidieron permanecer allí, con una decisión que, de alguna manera, estaba fuera de toda prudencia, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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más allá de cualquier cálculo o medida (según lo que nosotros solemos entenderlo). Su prior, año y medio antes de su muerte, había escrito este testamento: «Si me sucediera un día... y ese día podría ser hoy... ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí. ¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, incluso del que podría golpearme ciegamente. Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la “gracia del martirio” debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam. Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: “¡que diga ahora lo que piensa de esto!” Pero éstos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con Él a sus hijos del Islam tal como Él los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente para este gozo, contra y a pesar de todo. En este GRACIAS en el que está todo dicho sobre mi vida, yo les incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para tí también quiero este GRACIAS, y este “A-DIOS” en quien te veo. Y que nos sea concedido reencontrarnos, ladrones bienaventurados, en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMÉN!». (Argel, 1 de Diciembre de 1993. Thibhirine, 1 de Enero 1994).

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Estas palabras que dan la impresión de brotar de alguien que está ebrio, que no está enteramente en sus cabales, hacen pensar en el poema de un sufí que dice: «Ellos me dijeron: te has vuelto loco a causa de aquél a quien amas. Yo les contesté: El sabor de la vida es sólo para los locos».

2. Confianza, superación del miedo El miedo es esa experiencia central del vivir humano cuando afrontamos la realidad de la muerte en cualquiera de sus formas. Por eso es una emoción reactiva que aparece en nosotros cuando sentimos que estamos en presencia de una amenaza para la cual no tenemos un sistema de defensa adecuado. El único libre de miedo es Dios. Estamos sometidos estructuralmente al miedo porque la amenaza de la muerte pesa siempre sobre nosotros. Bruna Costacurta, profesora de la Gregoriana, escribió su tesis doctoral sobre el tema del miedo y en ella hace ver cómo el miedo altera la percepción, acentúa el sentimiento de desproporción entre lo que existe de verdad y lo que uno percibe, induce a reacciones como la huir, petrificarse, gritar o enmudecer. Para la Biblia cada vez que hay un encuentro de Dios con alguien lo primero que aparece es «no tengas miedo» «no temas». Lo primero que percibe el que vive un encuentro con lo divino es un miedo que lo sitúa en el umbral de un vértigo. Por eso la acción del Espíritu es alejar el miedo: «No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos hace gritar ¡Abba, Padre!» (Rom,, 8, 14) Un personaje del AT, Gedeón, ilustra bien por qué caminos llega a vencerse el miedo. Ya en su vocación el narrador nos lo presenta atemorizado, alegando su propia pequeñez y la de su tribu. Pero nada de eso es obstáculo para que Dios lo envíe a enfrentarse con Madián: «El Señor dijo a Gedeón: Levantaté y baja al campamento de los madianitas porque lo he puesto en tus manos. Si tienes miedo baja con tu escudero». La orden no es «si tiene miedo no bajes» sino «baja» con la frágil compañía de un escudero. «Bajó, pues, con su criado hasta la extremidad de las avanzadillas del campamento. Madián, Amalec y todos los hijos de Oriente habían caído sobre el valle numerosos como langostas, sus cabellos innumerables como la arena de la orilla del mar. Se acercó Gedeón y he aquí que un hombre contaba un sueño a su veci© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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no. Decía: “He tenido un sueño, una hogaza de pan de cebada rodaba por el campamento de Madián, llegó hasta la tienda, chocó contra ella y la volcó de arriba abajo”. Su vecino respondió: “Eso no puede significar más que la espada de Gedeón, hijo de Joas el israelita, Dios ha entregado a sus manos a Madián y a todo su campamento”. Cuando Gedeón escuchó la narración del sueño y su explicación se postró, volvió al campamento de Israel y dijo: “Levantaos, el Señor ha puesto en nuestras manos el campamento de Madián”». (Jue 7,4-15) Precioso texto en el que precisamente en el lugar que le provocaba miedo, alguien es capaz de vencer ese miedo. Precisamente en el lugar del temor, escucha una palabra que le produce el ánimo y eso despierta en él la adoración. No sólo en la Biblia encontramos personajes que pierden el miedo: vamos a acercarnos a alguien tan significativo para nosotros como Juan XXIII para ver cómo el Espíritu realizó en él este trabajo de ayudarle a vencer el miedo. Cuentan de él que, cuando convocó el Concilio y su secretario le dijo: «Santidad, ¿se ha dado cuenta de que tiene toda la curia en contra?» Y él le contestó: «Sí, cuenta ya me he dado, lo que pasa es que no hace mucho , cuando estaba rezando, me di cuenta de que tenía el amor propio debajo de los pies». Y si tenía el amor propio debajo de los pies, también el miedo estaba dominado y por eso le fue posible tomar una decisión arriesgada que revolucionó la Iglesia. Esa actitud que quedó clara en su discurso de apertura del Concilio: «En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de personas que, aunque con celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes en los tiempos modernos no ven otra cosa que prevaricación y ruina. Andan diciendo que nuestra época, en comparación con los tiempos pasados, ha empeorado, y así se comportan como quienes nada han aprendido de la historia, la cual sigue siendo maestra de la vida...Nos parece justo disentir de estos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos» (Discurso de apertura del Vaticano II, 11 octubre 1962).

Y también en otros textos: «El que tiene fe no teme, no hace precipitar los acontecimientos,...Es serenidad que viene de Dios, ordenador sapientísimo de los caminos humanos...» (Alocución a los Cardenales, 17 marzo 1963). «El fondo de mis sentimientos es la consolación. (...) Algunos dicen que el papa es demasiado optimista, que no ve más que lo bueno por todas partes. Pero yo no sé apartarme del Señor, que no ha

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hecho más que difundir el bien y que, más que en el “no”, ha insistido siempre en el “sí”». «Hay mal, es cierto, hay flaquezas, un remolino de tentaciones fuertísimas en el mundo moderno. Pero existe también el bien. (...)» (Charla en S. Basilio, parroquia periférica de Roma, 31 marzo 1963). «Un orden nuevo se está gestando y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, (...) Todos los motivos de dolorosa ansiedad que se proponen para suscitar la reflexión, impresionan sobremanera a algunos espíritus que sólo ven tinieblas a su alrededor, como si todo este mundo estuviera envuelto por ellas. Nos, sin embargo, preferimos poner toda nuestra firme confianza en el divino Salvador de la humanidad, quien no ha abandonado a los hombres por él redimidos. (...) Nos, creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas para tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad» (Discurso de apertura del Vaticano II).

Estas palabras de Juan XXIII recuerdan el «no temas» bíblico. Y siguen siendo actuales porque hoy en la Iglesia necesitamos quitarnos el miedo unos a otros, regañarnos menos y querernos más, decirnos más palabras de aliento que de reproche, visitarnos unos a otros como una presencia materna, según aquella intuición genial de Francisco de Asís que quería que los hermanos, por turno, fueran madres unos para otros. Cada uno de nosotros está convocado a la creación eclesial de este talante de confianza y de pérdida de miedos que es siempre obra del Espíritu.

3. Interioridad Ya la sabiduría de Israel ponía su atención en la importancia de la interioridad humana, representada por ese núcleo de la persona que es el corazón: «El corazón del rey es una acequia en manos del Señor y él lo inclina donde quiere»( Pr 21,1) «Recibe el consejo de tu corazón. ¿Quién te será más fiel que él? El corazón del hombre le informa de la oportunidad más que siete centinelas en las almenas». (Eclo 13-14)

Y el NT aludirá a ella como sede del Espíritu: «De su entraña manarán ríos de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7,37).

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«El Espíritu lo sondea todo, incluso las profundidades de Dios. El que sondea los corazones sabe lo que pretende el Espíritu» (1Cor 2,10-12).

Ignacio de Antioquía escribirá: «Ya mi amor mundano está crucificado y no hay en mí fuego alguno de amor temporal, sino una fuente de agua viva que murmura en mi interior y me repite: “Ven al Padre”» (S I. de Antioquía a los Romanos). Y esa fuente está presente esa fuente viva que sigue murmurando en nosotros: «ven al Padre, ven a la Madre». He elegido dos personajes femeninos para hacer referencia a la interioridad. Hay una tradición judía representada por Isaac Luria, que afirma que Dios, a la hora de crear, tuvo que replegarse sobre sí mismo para dejar un espacio libre exterior a él, porque de no hacerlo la creación no hubiera sido posible. Es una imagen que evoca el espacio que crea en su interior una mujer embarazada para una criatura viva que no es ella misma. Se trata de un proceso materno de gestación y alumbramiento. Cuando Lucas habla de la interioridad de María en el texto del nacimiento, utiliza un participio del verbo griego «symballô» que significa «reunir lo disperso» y que podemos entender como «confrontar internamente». La traducción «conservaba todas estas cosas meditándolas en el corazón», no dan cuenta de lo que el verbo sugiere de actividad cordial, al «ir y venir» del corazón a la vida y de la vida al corazón. María representa esa capacidad de interiorizar la realidad, de unificar lo de fuera y lo de dentro, de hacer una integración de todo ello. Miramos a un personaje femenino reciente, Edith Stein, una alemana de familia judía, nacida a fin del s. XIX y discípula de Husserl. Se hizo católica en 1922 y después de un tiempo de actividad filosófica, entró en el Carmelo de Colonia a los 42 años. Al llegar la persecución nazi pasa a un Carmelo de Holanda, allí la detienen y la conducen a Auswichtz donde muere en 1942. Ha pasado a la posterioridad más por su vida mística y su capacidad de expresarla de forma comprensible que por su obra filosófica. La escuchamos: «La vida mística ofrece experimentalmente algo que enseña la fe: la inhabitación de Dios en el alma. El que, dirigido por la fe busca a Dios, ha de disponerse a ir a donde es atraído el místico, (...) a acogerse a la soledad de su interior para permanecer allí, en la fe oscura, en una sencilla mirada amorosa hacia el Dios escondido que, aunque velado, está presente» 2. 2

TERESIA A MATRE DEI, Edith Stein. En busca de Dios. Estella 1980, 229.

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«Cuanto más recogida vive una persona en lo íntimo de su alma, tanto más potente es esa irradiación que despide de sí y hechiza a los demás»3. «Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, ni aún llevar nada a cabo, sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción. No es la detención de la actividad, consecuente a la falta de impulso vital. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad. Cuando me abandono a este sentimiento me invade a una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este flujo vital me parece ascender de una Actividad y de una Fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el fondo de la estructura de la persona.»4

Alguien que estuvo cerca de ella al final de su vida y que sobrevivió, recuerda la huella que dejó en él: «Conversar con ella era como hacer un viaje a un mundo distinto». Y le escuchó decir: «El mundo se compone de contrastes, pero, al final, nada quedará de esos contrastes, no quedará otra cosa sino el gran Amor». 4. Sensibilidad «Accende lumen sensibus» pedimos al Espíritu, conscientes de que sólo él puede hacer que nuestra sensibilidad se vaya configurando a imagen de la de Jesús. Hemos dado tanta importancia a la actividad de la mente, a la voluntad y a la inteligencia que nos hemos olvidado de los sentidos. San Ignacio era gran experto en el tema de la sensibilidady uno de sus mejores conocedores, Adolfo Chércoles, comenta que: «accedemos a la 3 4

Id., 232. ANALES HUSSERL, T.2, 1922, 76.

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realidad condicionados, no neutrales, porque nuestra sensibilidad no lo es. Es ahí, en el mundo de los sentidos, donde nos lo jugamos todo, no en las intenciones ni en la voluntad, ni en los deseos». La Biblia da claramente la razón a esta argumentación y por eso Isaías reprochaba a los de su tiempo su «corazón embotado» y que «viendo no ven y oyendo no oyen» (Is 6,7).. Por eso, cuando Juan dice: «Lo que nuestras manos tocaron del Verbo de la vida, lo que nuestros ojos vieron y lo que nuestros oídos escucharon...» (1Jn 1,1), está haciendo protagonista del encuentro con el Señor a la sensibilidad, a las posibilidades de nuestra corporalidad, tan descuidadas y olvidadas. El samaritano de la parábola aparece en el relato de Lucas con los sentidos despiertos: al pasar junto al herido «lo vio y se conmovió» y eso quiere decir que su mirada estaba conectada con su interioridad. Dice después que «se acercó»: son sus pies los que se aproximan, son sus manos las que curan, es después su palabra la que se compromete con el posadero, es toda su corporalidad la que se pone al servicio de su prójimo. Y por eso Jesús aconseja al escriba: «vete y haz lo mismo». Es decir, sé una persona despierta, conecta tu corazón con tu sensibilidad, trata de ser alguien capaz de convertir lo que sientes en compromiso de vida en favor de los que están en las cunetas de los caminos. Simone Weil es una de esas figuras que impactan por su capacidad de sensibilidad ante el dolor de los otros. De ella se ha dicho que es uno de los espíritus más radicales de principio de siglo. Esta judía francesa, desarrolla en su breve vida (muere en 1943 a los 34 años), una de las más violentas introspecciones religiosas que se han producido en el ámbito occidental. La han descrito como delicada, enfermiza y un punto histérica. «Al hombre contemporáneo le es necesario pensar la religión, dice Eugenio Trías, porque de lo contrario corre el peligro de que ésta le piense a él, con resultados integristas y sectarios». Pues bien, Simone Weil pensó la religión y puso sus cinco sentidos en ella.5 Militante de izquierda, estuvo en la columna de Durruti en la Guerra Civil española, trabajó manualmente en una fábrica hasta caer enferma de agotamiento, trabajó en la Liga de Derechos Humanos, dio clases en organizaciones obreras. Y como su compromiso no era sólo intelectual, murió de debilidad, o de tozudez, por empeñarse en vivir con el mismo presupuesto que la gente que tenía un mínimo en Francia en plena Guerra Mundial. Es interesante cómo narra Simone de Beauvoir su encuentro con ella: «Al saber la gran hambre que había estallado en China, Simone

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J. MÉNDEZ. Reseña 288, 34

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Weil se había puesto a llorar; sus lágrimas me inspiraron más respeto que sus dotes filosóficas. Sentí envidia de un corazón capaz de latir al unísono con el mundo». La primera vez que las dos se encontraron, Simone Weil le dijo que la tarea histórica del momento era «la revolución que daría de comer a todo el mundo». La de Beauvoir objetó perentoria que el problema no era dar de comer a los hombres, sino darles un sentido para su existencia. Y sigue contando: «ella me hizo callar diciendo: ‘Bien se ve que tú nunca has pasado hambre’. Nuestras relaciones se detuvieron aquí. Comprendí que había sido catalogada como una ‘pequeña burguesa espiritualista’ y me irrité, porque me creía ya liberada de mi clase, y no quería ser más que yo misma». En el fondo sentía envidia de no poder ella también conectar así con el sufrimiento de los demás». Dice Simone Weil: «El dolor extendido sobre la superficie del planeta me obsesiona y me aplasta hasta el punto de anular mis facultades. Y sólo puedo recuperarlas y librarme de esta obsesión si puedo compartir una parte importante de riesgo y sufrimiento»6. No se trata de una «anorexia a lo divino» sino de una sensibilidad invadida por la compasión solidaria lo que conduce a esta mujer hasta una identificación extrema con los sufrientes. 5. Libertad. Parresia La parresía o libertad de lengua era algo de lo que presumían los ciudadanos atenienses porque podían criticar a sus autoridades sin que pasara nada. Lucas utilizará el término para calificar la libertad de los primeros cristianos (He 4,33) La carta a los Romanos afirma: «Los que son llevados por el Espíritu ésos son los hijos de Dios» (Rom 8,9) y en 1.ª Corintios leemos: «donde está el Espíritu del Señor está la libertad» (2Cor 3,17) Son palabras que evocan las imágenes bíblicas del fuego y del viento a la hora de hablar del Espíritu: nada más libre que el fuego ni tan incontrolable como el viento cuando sopla y no sabes de dónde viene ni adónde va. Pero esa libertad que nos concede, como decía Bonhoeffer, « no es algo que el hombre posea para sí, sino algo que tiene para los demás». A veces sus manifestaciones tienen dimensiones de audacia y de provocación, de gestos que se salen de las normas habituales y crean 6 J.I. GZLEZ. FAUS, Simone Weil. Un paradigma para la izquierda, Sal Terrae, JulioAgosto 1993, 567-573.

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desconcierto y preguntas. Las accioness simbólicas de los profetas tienen mucho de esto: Isaías, tan respetable y en comunicación constante con los reyes, se paseó desnudo por las calles de Jerusalén durante dos años, como presagio de lo que esperaba a un pueblo que se encaminaba a la catástrofe (Is 20,17). Jeremías rompió con violencia un cántaro de barro en las puertas de Jerusalén para anunciar la situación de fragmentación y de ruptura de Alianza en que vivía la ciudad. Vamos a acercarnos al gesto de un profeta de nuestros días: el de Monseñor Oscar Romero cuando, después de la matanza de un grupo de campesinos en Aguilares, toma la decisión de que en ese momento crítico, no haya el Domingo siguiente más que una sola misa en todo el país, la celebrada por él mismo en la Catedral de San Salvador. Tuvo muchos problemas en la nunciatura, pero siguió argumentando desde la libertad del Espíritu que el cuerpo de Cristo estaba siendo reprimido y desangrado en el país y que lo importante para la Iglesia era en ese momento un gesto que diera esperanza al pueblo y que los aspectos canónicos que se aducían como impedimento, eran secundarios. A continuación comenzó una procesión con el Santísimo que describe Jon Sobrino: «Después de la misa salimos en procesión por la plaza del pueblo en desagravio por la profanación que los soldados habían hecho del Cuerpo de Cristo sacramentado y del Cuerpo viviente de Cristo en los campesinos asesinados. En frente de la alcaldía había varios efectivos armados con mirada hosca y amenazante hacia nosotros. En ese momento, espontáneamente, nos volvimos a mirar hacia el final de la procesión donde Monseñor Romero venía con el Santísimo en sus manos. El dijo: “¡Adelante!” y lo hicimos. La procesión transcurrió sin incidentes y en ese momento simbólicamente Monseñor Romero se convirtió en el líder de los salvadoreños. Ni lo pretendió, ni lo buscó, pero así fue. Monseñor Romero era el que iba delante de nosotros, se nos había adelantado. No era ya el arzobispo recién nombrado, nervioso y abrumado, sino el que marcaba el camino con él a la cabeza y en las cosas más fundamentales».

La escena hace pensar en aquella preciosa expresión de Rahner: «El Evangelio (y la libertad que nace de él) es una pesada carga ligera que, cuanto más la lleva uno, más es llevada uno por ella».

6. Dinamismo misionero La primera iglesia aparece en Hechos de los Apóstoles movilizada, arrastrada por la fuerza del Espíritu y un testimonio de ello es la escena © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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en que el apóstol Felipe, como un símbolo de la urgencia evangelizadora, va corriendo detrás de la carroza del eunuco que iba leyendo a Isaías: «El ángel del Señor dijo a Felipe: “¡En pie! Dirígete al sur, al camino que conduce de Jerusalén a Gaza”. El se puso en camino. Sucedió que un eunuco etíope volvía de una peregrinación a Jerusalén sentado en una carroza leyendo la profecía de Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: ‘Acércate y pégate a la carroza’. Felipe le alcanzó de una carrera (...) Cuando salieron del agua el Espíritu arrebató a Felipe, de modo que el eunuco no le vio más» (Hch 8,26-39). Emociona presenciar esta carrera de la primera iglesia por ponerse a la misma altura, al mismo ritmo de los alejados. Un ímpetu que seguimos encontrando en personajes de la actualidad, como Madeleine Delbrel. De ella ha dicho Jacques Loew: «su impacto y su irradiación provienen de su continuidad con lo que constituyó la fuerza de las primeras generaciones cristianas, una concentración en lo esencial. Ella es un testigo a quien referirse, una noticia que se puede leer y observar a la vez, una edición en imágenes del evangelio». Esta francesa contemporánea , muerta en 1964, era casi una desconocida en el momento de su muerte pero se ha ido convirtiendo, cada vez más, en un punto de referencia para una verdadera espiritualidad laical. Vivió la vida cristiana en un barrio comunista de París, muy hostil a cualquier manifestación religiosa del que ella decía que había perdido su memoria creyente: «hay un muro que separa a la Iglesia de la gente, se trata de un muro que hay que derribar a toda costa para devolver a Cristo a la multitud que lo ha perdido». La pasión por evangelio se había apoderado de ella y encuentra en la vida cotidiana en la que vive inmersa mil imágenes para hacerse eco de unas palabras que « no están hechas para permanecer inertes en nuestros labios, sino para poseernos y recorrer el mundo con nosotros». «”Id...” nos dices en todos los momentos cruciales del Evangelio. Para coincidir con tu sentido hemos de ir, aunque nuestra pereza nos suplique que nos quedemos. Nos has elegido para estar en un extraño equilibrio. Un equilibrio que sólo puede establecerse y mantenerse en movimiento, en impulso. Es algo similar a una bicicleta que no se tiene en pie sin avanzar, una bicicleta que está apoyada contra una pared mientras no nos montamos en ella para hacerla avanzar velozmente por la carretera. La condición que nos ha sido dada

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es una inseguridad universal, vertiginosa. En cuanto nos detenemos a observarla, nuestra vida se tuerce y flaquea. Sólo podemos mantenernos en pie para caminar para lanzarnos en un impulso de amor. Todos los santos que se nos han dado como modelos o muchos de ellos estaban bajo el régimen del Seguro, una especie de Seguridad Espiritual que les protegía contra los riesgos y las enfermedades, que asumía incluso sus alumbramientos espirituales. Tenían tiempos oficiales de oración, métodos para hacer penitencia, todo un código de consejos y de defensa. Pero en cuanto a nosotros la aventura de tu gracia se desarrolla en un liberalismo un poco loco. Te niegas a darnos un mapa de carreteras. Hacemos el camino de noche. Cada uno de los actos que realizamos se van iluminando como señales que se relevan. A menudo, lo único garantizado es este puntual cansancio del mismo trabajo que hay que repetir cada día, de la misma limpieza que hay que recomenzar, de los mismos defectos que hay que corregir, de las mismas tonterías que hay que evitar. Pero aparte de esta garantía todo lo demás depende de tu fantasía que se toma muchas libertades con nosotros.»7

En otro texto, «Liturgia en un café», dice: «Nos has traído esta noche a este café llamado Le Clair de Lune, donde has querido ser tú en nosotros durante algunas horas esta noche. Has querido encontrar a través de nuestros corazones a todas estas personas que han venido a matar el tiempo, y como tu corazón se abre en nuestro corazón sentimos cómo nuestro débil amor se expande en nosotros como una rosa espléndida para toda esa gente cuya vida palpita en torno nuestro. El café ya no es un lugar profano, un rincón de la tierra que parecía darte la espalda. Sabemos que por tí nos hemos convertido en un centro de carne, en un centro de gracia que le obliga a orientarse a pesar suyo, en plena noche hacia el Padre de toda vida. En nosotros se realiza el sacramento de tu amor. Te amamos, los amamos para que de todos nosotros se haga una sola cosa. Más tarde tomaremos el último metro, habrá personas 7

M. DELBREL, La alegría de creer, Santander 1997, 88ss.

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durmiendo, marcadas por un misterio de dolor y de pecado, y nuestros corazones irán dilatándose cada vez más abrumados por el peso de los múltiples encuentros, cada vez más abrumados por el peso de tu amor».

El atractivo de su personalidad radica en el redescubrimiento de que la vida apostólica es una responsabilidad de todo creyente, sin que para ello haya que escapar de la monotonía de la vida diaria, convertida en lugar y ocasión de encuentro y de irradiación del Evangelio.

7. Capacidad de diálogo Es propio del Espíritu tender puentes, vincular, ayudarnos a tejer relaciones. La expresión que repetimos en la liturgia, «la comunión del Espíritu», es una fórmula que Pablo no debió crear personalmente, sino que antes de él ya se sabía que el Espíritu es comunión y creador de comunión. Una mujer anónima del evangelio de Juan, la samaritana, a partir de su encuentro con Jesús aparece convertida también en creadora de encuentros, en tejedora de relaciones. «Muchos samaritanos creyeron a causa del testimonio de la mujer» dice Juan con la misma expresión que empleará a propósito de Jesús: «los que creerán a causa de su palabra» (7,20). Estamos ante la única mujer en la vida pública de Jesús que dice a un grupo de gentes: «venid y ved» y gracias a la cual otros llegan a «creer en Jesús». Y la eficacia de su misión consiste en que, no sólo acuden, sino en que Jesús permanece allí y permanecer es en Juan un término técnico de unión con Jesús. Los samaritanos acceden a la fe completa reconociéndole como salvador del mundo gracias a que una mujer ha ejercido claramente el rol apostólico y sus palabras han sido inductoras de relación y de comunión . Jesús va a la tierra de los samaritanos, es una mujer la que recibe su invitación universal a la inclusión y se convierte ella misma en una participante activa en ese proyecto inclusivo. Como personaje actual nos vamos a acercar a Pedro Arrupe. De él se podría decir aquello que Chesterton dice de Francisco de Asís: «Para él un hombre sigue siendo siempre un hombre y no desaparece ni en la multitud ni en el desierto. Honraba a todos los hombres, es decir, no sólo los amaba sino que los respetaba a todos. Lo que le confería aquel poder extraordinario era esto: que desde el papa hasta el mendigo, desde el sultán de Siria, sentado en su tienda, a los ladrones harapientos que salían del bosque, nunca hubo nadie que mirase aquellos ar© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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dientes ojos castaños y no tuviera la certeza de que Francisco Bernardone se interesaba realmente por él, por su propia vida interior personal, desde la cuna hasta la tumba; que él en persona era apreciado y tomado en serio y no sumado como una pieza de algún plan social o de la lista de algún documento eclesiástico. Trataba a la multitud de los hombres como una multitud de reyes»8. Los testimonios de los que trataron ce cerca de Pedro Arrupe nos comunican como rasgo característico de su personalidad una extraordinaria capacidad relacional. Dice el Padre Iglesias: «Ser limpio en un mundo de doblez es una forma de profecía, no traumatizante pero tan radical como las demás. Los profetas han sido siempre una especie molesta aunque utilísima. La luminosidad con la que Pedro Arrupe cree en las personas, con una fe que detecta las riquezas humanas donde los demás sólo vemos miserias, no pueden entenderla los calculadores de turno. De todos modos, tachar a un profeta de ingenuo es casi el intento más suave de acallarle. En todo caso, Arrupe lo fue conscientemente. Como otro gran ingenuo, Juan XXIII, que se atrevió a convocar un Concilio. Arrupe lo tomó en serio, como un convertido. Sobre todo por lo que supuso de sacudida a una Iglesia derrochadora de sus mejores energías en ansiedades sobre sí misma en asegurarse y defenderse. Con Juan XXIII sintonizó Arrupe en su sensibilidad misionera. Su pasión por el mundo le llevó como un fuerte viento.9» Abundan anécdotas sobre su capacidad de relación y sobre la importancia absoluta que otorgaba a quien hablaba con él: en Egipto, paseando con un SJ, cuando otro le avisó de que tenían enfrente las pirámides, echó una ojeada y siguió hablando con su interlocutor. En aquel momento el gran monumento para él era la persona que tenía al lado, y eso le importaba mucho más que cualquier otra cosa. Era una presencia total para la relación. Sus palabras sobre la inculturación muestran su pasión por el estrechamiento del universo, el acercamiento de todos, el «caserío planetario», como él mismo lo llamaba. Decía: «El diálogo no es la suma de dos monólogos, sino un esfuerzo mutuo para comprenderse, en que cada uno toma en serio al otro. Esta encarnación o particularización en una cultura es el camino en el que el desarrollo de la catolicidad y de la universalidad debe realizarse. Unicamente entrando en el pluralismo la Iglesia será universal».

CHESTERTON, San Francisco de Asís, Buenos Aires 1995, 132. I. IGLESIAS, Mesa redonda sobre Pedro Arrupe, Universidad de Comillas, Diciembre de 1997. 8 9

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8. Alegría, bendición, biofilia Se diría que son aspectos muy descuidados en la vida cristiana, a pesar de que, según Gálatas, la alegría es la primera huella que el Espíritu deja en nosotros como subraya el maestro Eckart: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor y ese amor da origen a las personas de la Trinidad de las cuales una es el Espíritu Santo». Podemos preguntarnos si no seguimos siendo herederos de un cristianismo de talante «necrófilo», con más atención a los aspectos negativos que al gozo del Espíritu. «La Escritura habla de la risa como imagen y figura de los pensamientos más íntimos de Dios. La palabra de la Escritura podría llenarnos de admiración, pero queda el hecho innegable de que Dios sonríe en el cielo. Se ríe con una risa de tranquilidad, de seguridad y serenidad. Se ríe con una risa que domina todas las oscuras complicaciones de una historia que es sanguinaria, loca y vulgar. Ríe con calma. Se podría decir: como si todo eso no tuviera que ver con él. Lleno de compasión, él conoce perfectamente el drama amargo de esta tierra. Dios sonríe, dice la Escritura. Y con ello afirma que incluso la más pequeña sonrisa pura y delicada, que brota de no se sabe dónde, desde un corazón recto, ante cualquier tontería de este mundo, refleja una imagen y un destello de Dios. Es una señal del Dios vencedor, señor de la historia y de la eternidad. Del Dios cuya sonrisa nos demuestra que, en definitiva, todo es bueno» (K. Rahner) Juan Bautista y su familia, en los umbrales del NT, aparecen como el modelo de una familia invadida por esa alegría del Espíritu: de Juan Bautista se dice que dio saltos de alegría en el seno de su madre y de ésta sabemos que recibió gozosa la visita de María. En cuanto a Zacarías, sabemos que, lleno del Espíritu Santo, se puso a bendecir a Dios. Pensando en un personaje actual, me viene a la memoria el recuerdo de Gregorio Ruiz. Fue jesuita, profesor de profetas en Comillas, y murió hace doce años en un accidente de moto. Ha sido de esas personas que representan lo que el AT denomina la «bendición», un término que evoca abundancia, energía, fecundidad, exuberancia. Los que lo conocimos, nos dábamos cuenta de que lo cristiano se revelaba en él no como un aprendizaje o como una conquista perseguida con tensión y lucha, sino como una sabiduría que fluye, como una canción que se tararea silbando. Era un gran sabio y a la vez muy cercano, con gran capacidad de empalmar a través de su buen humor con la gente. Decía «la Biblia hay que trabajarla, más que incensarla o reverenciarla». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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Refiriéndose a la fe decía: «Esto de vivir la fe en comunidad es como cuando vas para Aguilar y te montas con el tiempo justo en el tren de Santander y, cuando arranca, se te ocurre pensar: “Mira que si me he montado en el de Gijón, que sale casi a la misma hora...”. Pero te da apuro preguntar, por no hacer el ridículo, así que te sales al pasillo a liar un cigarro y a hablar un poco con la gente, y uno que va en tu mismo departamento te da fuego y te dice: “Qué, vamos para Santander, ¿no?”. Menudo alivio sientes al pensar que por lo menos ya somos dos los equivocados. Y si él, además, va con la familia y luego pasa el revisor y no te dice nada al picarte el billete, pues cada vez más tranquilo, porque ya es un vagón y un tren entero los que van en dirección Santander y es una posibilidad remotísima el que tantos andemos equivocados. (De todas maneras, y por si acaso, a pasarlo bien en el viaje...)». La Palabra nunca fue un alimento que se guardó para él solo: en su manera de transmitirla tenía algo de artesano del pan: amasaba las pequeñas palabras con la Palabra en una masa compacta y sin fisuras, incorporaba la sal del humor y el agua de la naturalidad y la soltura, y por eso el pan que salía era como esas hogazas grandes que están hechas para una familia entera y que se parten en corro junto al hogar de leña. Y podemos preguntarnos por qué no son más frecuentes en nuestra Iglesia personalidades como ésta... 9. Resistencia Los creyentes de la Iglesia primera, desconcertados por el retraso de la llegada definitiva de Jesús, buscaron imágenes y símbolos que les ayudaran a descifrar su situación de desconcierto. Vivieron, antes que nosotros, el desafío de encontrar una pedagogía para encajar la imposibilidad de tener a Dios a su disposición; para no erigir sus propias medidas del tiempo, tan limitadas, como las únicas existentes; para aprender los caminos de la paciente espera, de la fidelidad que aguanta y permanece. Detrás de cada una de sus imágenes, descubrimos su esfuerzo por encontrar respuestas al escepticismo burlón de los que preguntaban: «¿Dónde queda la promesa de su venida? Porque desde que murieron los padres, todo sigue como al principio de la creación» (2 Pe 3,3).

Pablo pide a Dios que «mostrando su inagotable esplendidez os refuerce y robustezca interiormente con el Espíritu» y en Tesalonicenses: © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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«la Buena Noticia que anunciamos no se quedó para vosotros en palabras, resultó una fuerza exuberante en el Espíritu». En la secuencia de Pentecostés pedimos al Espíritu: infirma nostri corporis virtute firmans perpetim «como una confesión de que sólo él puede darnos fuerza y capacidad para resistir. Es lo que la primera comunidad necesitó tanto ante el desconcierto del retraso de la venida de Jesús y lo que les hizo echar mano de imágenes que les ayudaran a descifrar la situación de desconcierto y tardanza, la misma que sentimos nosotros hoy. Por eso mismo hablan tanto de ausencia, lejanía, retraso, ocultamiento, noche. Son imágenes con las que expresan su convicción de que hay que resistir con una actitud de aguante activo. Por eso aquellas muchachas que aguantaban en la noche con la lámpara encendida son un buen símbolo para nosotros hoy. Dice García Roca hablando de la resistencia: «Allá donde el azar me lleva me sorprende observar cómo el ser se despliega en forma de resistencia; lo sorprendente no está en la caída sino en levantarse. Cuando avanzas no experimentas la resistencia porque la extensión misma la hace innecesaria. Se es resistente desde el momento en que se empieza a decaer, cuando el éxito se revela imposible o las expectativas no se ven cumplidas. La musculatura de la resistencia es la vida misma, la resistencia es un medio, la vida es un fin. Del mismo modo que se conserva eficaz un músculo que se ejercita con frecuencia, la resistencia es una condición de la vida pero no es la vida misma. Como en el éxodo se sale para entrar, se cruza el desierto para llegar a la tierra, se resiste para vivir. La invitación no es a resistir sino a vivir resistiendo; la noche no es un domicilio, es sólo una circunstancia». Un personaje espléndido en el que contemplar la capacidad de resistencia del ser humano es Viktor Frankl, catedrático de neurología y psiquiatría de Viena que estuvo prisionero en Auschwitz , salió con vida y fue después catedrático de Logoterapia en la Universidad de San Diego. En su libro más famoso, «El hombre en búsqueda de sentido» narra lo vivido en el campo de concentración y reflexiona sobre cómo le fue posible aguantarlo sin ser destruido y de los recursos espirituales que le ayudaron a resistir en aquella situación. Señala cuatro: la interioridad, el amor, la belleza y el humor. En su trabajo posterior de terapia solía preguntar a sus pacientes por qué no se suicidaban y las contestaciones le iban revelando que al que tenía un por qué para vivir, le era posible encontrar un cómo. Cuenta lo que descubrió un día, yendo a su lugar de trabajo: «Los guardias que nos acompañaban no dejaban de gritarnos y azuzarnos con las culatas de sus rifles. Los que tenían los pies llenos de llagas se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenas mediaban palabras; el vien© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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to helado no propiciaba la conversación. Con la boca protegida por el cuello de la chaqueta, el hombre que marchaba a mi lado me susurró de repente: “¡Si nos vieran ahora nuestras esposas! Espero que ellas estén mejor en sus campos e ignoren lo que nosotros estamos pasando”. Sus palabras evocaron en mí el recuerdo de mi esposa». A partir de ese momento se da cuenta que el amor de su mujer era su posibilidad de resistir: «La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor.» «Una tarde en que nos hallábamos descansando sobre el piso de nuestra barraca, muertos de cansancio, los cuencos de sopa en las manos, uno de los prisioneros entró corriendo para decirnos que saliéramos al patio a contemplar la maravillosa puesta de sol y, de pie, allá fuera, vimos hacia el oeste densos nubarrones y todo el cielo plagado de nubes que continuamente cambiaban de forma y color desde el azul acero al rojo bermellón, mientras que los desolados barracones grisáceos ofrecían un contraste hiriente cuando los charcos del suelo fangoso reflejaban el resplandor del cielo. Y entonces, después de dar unos pasos en silencio, un prisionero le dijo a otro: “¡Qué bello podría ser el mundo!”». 10. Gratuidad Este don del Espíritu nos posibilita no sólo dar gracias sino también poner a dialogar la eficacia histórica con la gratuidad del amor. Recordemos las palabras de Rahner: «¿No os ha ocurrido alguna vez guardar silencio cuando queríamos defendernos y éramos tratados injustamente. No os ha sucedido perdonar sin esperar a cambio una retribución, incluso si el perdón silencioso era considerado como cosa natural. Hemos ofrecido algo alguna vez sin recibir ni gracias ni aprobación, sin tan siquiera tener el sentimiento de una satisfacción interior. Hemos intentado amar a Dios cuando ninguna ola de entusiasmo nos impulsaba... Busquemos una experiencia de vida así, si la encontramos hemos hecho la experiencia del Espíritu, hemos hecho la experiencia de la Gracia». A propósito de la mujer que unge a Jesús en Mc 14, Benjamín Gonzalez Buelta dice que hay una «lógica de los perfumes» y una «ló© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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gica de los denarios». Un sector de los que presenciaron el gesto vieron el gesto de la mujer sólo desde la segunda y lo calificaron de desperdicio. Jesús, sin embargo, se pone del lado de la mujer y ve en ella a alguien que, como él mismo, ha entrado en la lógica de la gratuidad y del derroche. Esta posibilidad de vivir desde la gratuidad es don del Espíritu sigue hoy abierta ante nosotros. La vida y la muerte de Carlos de Foucauld son para nosotros una metáfora de gratuidad . Nacido en 1858 y oficial en Argelia, se convierte a los 30 años y queda fascinado por el misterio de Nazaret y de la encarnación al escuchar esta frase del sacerdote que acompañó estos años: «Jesús ocupó de tal manera el último lugar, que nunca nadie pudo arrebatárselo». Entra en la Trapa, sale de ella y marcha a Nazaret donde vivió como recadero de las Clarisas. Siente después la llamada a dedicarse a las ovejas más abandonadas y se instala en Beni Abbés, al sur de Argelia, con el sueño de hacerse «hermano universal». Su casa se convierte en un polo de atracción para pobres, caminantes, enfermos. La convicción de que Jesús está tan presente en cualquiera de aquellos hombres y mujeres acabados como en la Eucaristía, va unificando su vida. «Mi vida continúa siendo la misma, profundamente sepultada y silenciosa, me siento progresivamente escondido y me siento desaparecer con alegría. Los medios de que se sirvió Jesús en el pesebre, en Nazaret, en la Cruz son la pobreza, la humillación, el abajamiento, la persecución, el sufrimiento, la cruz: estas son nuestras armas, las de aquel que desea continuar en nosotros su vida. Sigamos este modelo único. (Carta a Mons Guérin Enero 1908).

Se va vinculando cada más a los Touaregs, espera en vano discípulos y envejece como un árbol sin frutos mientras que una certeza va creciendo en su corazón: «Si el grano de trigo cae en tierra..». «Los medios de los que se sirvió Jesús en el pesebre, en Nazaret y en la cruz son la pobreza, la humillación, el abandono, la persecución, el sufrimiento. Estas son nuestras armas, las de Aquél que quiere continuar en nosotros su vida. Sigamos este modelo único y estaremos seguros de hacer mucho bien porque entonces el vivirá en nosotros y ya no serán nuestros actos, sino los del que vive en nosotros, los divinamente eficaces...» (Carta a Mme. Guérin Enero 1908) «Mi vida es cada vez más sepultada y silenciosa, me siento progresivamente escondido y perdido, me veo desaparecer y eso me llena de alegría» (Carta a l’Abbé Huvelin 8-II-1900)

Su entorno se vuelve cada vez más conflictivo y él está solo en Tamanraset pero rehúsa marcharse de allí porque se siente vinculado al © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-921-8

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grupo de Touareg que le habían aceptado entre ellos, y no quiere abandonarlos. «Prepararme sin cesar al martirio y recibirlo sin defensas, como Jesús, por él y con él».

Sólo le decide a cambiar de lugar el poder ofrecer asilo a una población sin defensas de la que se siente solidario. El 1 de Diciembre de 1916 muere de manera violenta a manos de los que le habían tomado como rehén. La larga contemplación de la Eucaristía se había ido convirtiendo en una vida eucarística en la que descubrió que comulgar con el Cuerpo y Sangre de Cristo le destinaba a ser también él un hombre comido. Un largo camino de identificación y configuración progresiva con Jesús le había llevado de «exponer el Santísimo» a una vida expuesta. Podemos terminar nuestro recorrido por todos estos hombres y mujeres marcados por la huella del Espíritu, parafraseando un texto de Ben Sira, «El elogio de los hombres ilustres»: «Hagamos el elogio de hombres y mujeres ilustres, de nuestros antepasados por generaciones. Gloria en abundancia les dispensó el Señor, desde siglos ha mostrado su grandeza. Algunos dejaron un apellido que aún se menciona con elogio. Otros no dejaron memoria, desaparecieron como si no hubieran existido, pero una rica herencia nacida de ellos pervive en sus descendientes. Los pueblos proclaman su sabiduría, la asamblea celebra su alabanza. Ellos podrían decirnos: «acercaos a nosotros, ignorantes, estableceos en nuestra escuela, ¿por qué estáis privados de todo esto si estáis sedientos de ello? Hemos abierto nuestra boca para deciros: “Adquirid la sabiduría sin dinero, aceptad su yugo, recibid la doctrina, está cerca y podéis alcanzarla. Ved con vuestros ojos qué poco hemos trabajado nosotros y que gran descanso hemos alcanzado. Bendecid al Dios del Universo que por doquier hace grandes cosas. Que El os dé un corazón alegre y os conceda la paz y que la acción del Espíritu permanezca fielmente en nosotros y haga libres nuestros días”». (Eclo 44, 1-15; 51,23-27; 50,22-23)

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Bibliografía sobre el Espíritu Santo en castellano por José Antonio Alcáin1

Advertencia preliminar Antes de la bibliografía propiamente dicha, ofrecemos una lista de obras en colaboración y otra de revistas que han publicado números monográficos sobre el Espíritu Santo. Su contenido es analizado en la bibliografía. Para evitar repeticiones innecesarias, ofrecemos aquí la referencia bibliográfica completa y en la bibliografía, la referencia abreviada. Los carismas en la Iglesia. Salamanca: Secretariado Trinitario, 1976. 216 p. (Semanas de Estudios Trinitarios; 10). El Concilio de Constantinopla I y el Espíritu Santo. Salamanca: Secretariado Trinitario, 1983. 236 p. (Semanas de Estudios Trinitarios; 17). Credo in Spiritum Sanctum: Atti del Congresso Teologico Internazionale di Pneumatologia in occasione del 1600º anniversario del I Concilio di Costantinopla e del 1550º anniversario del Concilio di Efeso. Roma, 22-26 marzo 1982. Vaticano: Vaticana, 1983.- 1 t. en 2 v. El Espíritu, memoria y testimonio de Cristo: a propósito de la «Tertio Millennio Adveniente»: actas del IX Simposio de Teología Histórica (5-7 marzo 1997). Valencia: Facultad de Teología San Vicente Ferrer, 1997. 528 p. (Series Valentiniana; 40). El Espíritu Santo, ayer y hoy. Salamanca: Secretariado Trinitario, 1975. 221 p. (Semanas de Estudios Trinitarios; 9).

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En colaboración con los profesores de la Facultad de Teología.

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