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August 12, 2017 | Author: Ardanaz14 | Category: Pain, Self-Improvement, Emotions, Suffering, Love
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eusebio gómez navarro

¿por qué a mí? ¿por qué ahora?

y ¿por qué no? sentido del sufrimiento

Desclée De Brouwer

¿ P OR QU É A MÍ ? ¿POR QU É A HORA? Y ¿ P OR QU É NO? SENTIDO DEL SUFRIMIENTO

EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO, O . C . D

¿ P OR QU É A MÍ ? ¿POR QU É A HORA ? Y ¿ P OR QU É N O? SENTIDO DEL SUFRIMIENTO

DESCLÉE DE BROUWER BILBAO - 2009

© Eusebio Gómez Navarro, 2009 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2009 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Impreso en España - Printed in Spain ISBN: 978-84-330-2316-2 Depósito Legal: BI-1224/09 Impresión: RGM, S.A. - Urduliz

Este libro está dedicado a los que sufren, que de alguna manera somos todos, y, especialmente, a quienes me han ayudado con su fe, esperanza y amor a recorrer el camino de mi propio sufrimiento. Mi agradecimiento y reconocimiento infinito a todos lo que tratan de quitar, aliviar y borrar el dolor, especialmente, a médicos, sanitarios, psicólogos, sacerdotes… y a todos aquellos que día a día siembran en los corazones heridos y deshechos, un poco de fe, amor y esperanza.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I. EL POR QUÉ DEL SUFRIMIENTO Y EL SILENCIO DE DIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sufrimientos y cruces de nuestra humanidad ¿Qué es el dolor? Aportaciones de la psicología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Es bueno o malo el sufrimiento? . . . . . . . . . . ¿Por qué el sufrimiento? . . . . . . . . . . . . . . . . . El dios de vida en una realidad de muerte . . . El silencio de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dios se esconde. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Y quién tiene la culpa? . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Todo depende de Dios? . . . . . . . . . . . . . . . . . . Perdonar a Dios y a uno mismo . . . . . . . . . . . . II. ACTITUDES ANTE EL SUFRIMIENTO . . . . . . . . . . . . Sentido del sufrimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . Voces ante el sufrimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . Cambiar nuestras mentes . . . . . . . . . . . . . . . . . No quejarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Es así . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Aceptarse a sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La tristeza es cosa inútil . . . . . . . . . . . . . . . . . . El juguete roto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Despegarse. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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21 22 25 28 31 35 39 42 45 49 51 57 58 61 63 67 70 73 76 79 81

III. EL CRISTIANO Y LA CRUZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Se le caía el cuerpo a pedazos . . . . . . . . . . . . . Eligió el amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Y junto a la cruz estaba María . . . . . . . . . . . . . Jesús invita a llevar la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . La sabiduría de la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La enfermedad como camino. . . . . . . . . . . . . . La cruz de la enfermedad . . . . . . . . . . . . . . . . . La cruz del matrimonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . La cruz de la ancianidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . Entre la soledad y la compañía . . . . . . . . . . . . La depresión y la ansiedad . . . . . . . . . . . . . . . . Vencer los contratiempos . . . . . . . . . . . . . . . . . El dolor purifica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Saber aceptar la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . El gemido de un chelo (cello). . . . . . . . . . . . . .

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IV. CÓMO SUPERAR EL DOLOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dios ordena todo para nuestro bien . . . . . . . . En la escuela de la sabiduría . . . . . . . . . . . . . . Vivir cada minuto en paz . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Alegría en el sufrimiento? . . . . . . . . . . . . . . . . Sufrir con paciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Prestar atención . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Aceptar la cruz como Jesús . . . . . . . . . . . . . . . Orar desde la adversidad . . . . . . . . . . . . . . . . .

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V. “ME CUBRES CON TU PALMA” (sal 139.5) . . . . . . Amor, medicina al alcance de todos. . . . . . . . . El cariño es fuerza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Amarse y no herirse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . No condenarse y perdonarse . . . . . . . . . . . . . . Jesús, el sanador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Miró con amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mirar a Cristo y a los otros . . . . . . . . . . . . . . . . La cueva de mi refugio, tus manos. . . . . . . . . .

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Curaba con sus manos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191 Las manos de María . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193 Nuestras manos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196

CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

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INTRODUCCIÓN

El sufrimiento ha sido siempre compañero inseparable del ser humano, es tan viejo como la humanidad misma; él, como un ladrón, siempre nos inquieta, interfiere en nuestras vidas y sigue siendo el síntoma dominante de las consultas médicas. No podemos vivir excluyendo el dolor aunque nuestra sociedad trate de eliminarlo, maquillándolo, prometiéndonos paraísos artificiales. El sufrimiento existe, a pesar de nuestra lucha por combatirlo y eliminarlo. Después de miles de años de evolución y grandes descubrimientos, los humanos seguimos sufriendo irremediablemente. Grandes y pequeños, hombres y mujeres han dicho su palabra sobre el dolor y el sufrimiento y el mundo está lleno de quejas y gemidos, pero seguimos sin saber por qué sufrimos, ni cómo remediarlo. El sufrimiento es un malestar que puede abarcar toda nuestra vida en todos sus planos: físico, psíquico, emocional, familiar, religioso… Es, por otra parte, uno de los grandes retos para la madurez; el sufrimiento nos hace más humanos y más divinos o nos rompe en mil pedazos. El sufrimiento es un gran problema por solucionar, pero es, sobre todo, un misterio que hay que aceptar y vivir. No hay, pues, respuestas para el sufrimiento desde la razón; las palabras elocuentes no sirven de nada. La única respuesta válida para el creyente es levantar los ojos al 13

crucificado, mirarlo y pedirle luz y fuerza. Ante quien sufre no hay palabras apropiadas para consolar, incluso, muchas veces, sobran las palabras y las razones. Sólo hace falta escuchar los quejidos y lamentos de quien sufre y tratar de comprenderlos, amando siempre. Pero lo difícil es, precisamente, acoger el dolor. No somos nada ni nadie para entender y por tanto explicar el sufrimiento humano. Sólo podemos estar ahí y ofrecer el pequeño consuelo de unos brazos abiertos. Hay sufrimientos reales, que se pueden tocar y palpar, pero los hay, también, producidos por la mente y la fantasía. Sufrimos por todo y por nada, por lo que merece la pena y por lo insignificante. Sufrimos al envejecer, al enfermar, al fracasar, al perder a un ser querido. Sufrimos porque nos apegamos con uñas y dientes a las cosas, a las personas, a los acontecimientos y sin embargo, vivir, aunque parezca paradójico, es desprenderse y aceptar las pequeñas muertes y resurrecciones; pero hay que reconocer que esto no es fácil, ya que seguimos preguntando y dando vueltas a tantos porqués que no tienen respuesta. A veces somos un poco tontos, pues no nos basta saber que la vida es dura, que las cosas son como son; también nos empeñamos en hurgar en las heridas que hemos recibido y en hacer el sufrimiento más grande de lo que es y, por tanto, la vida insoportable. En la palabra sufrimiento englobamos tanto el dolor físico como cualquier otra clase de dolores. Dolores como los ocasionados por las guerras, los desastres naturales, las enfermedades, los fracasos, los divorcios, las etapas de la vida… “El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional” (Marcel Proust). El dolor se refiere al cuerpo, se puede localizar; el sufrimiento hace relación al alma, no se puede localizar, es subjetivo, tiene relación con el pasado y con 14

todo lo que envuelve a la persona. El sufrimiento es la actitud que tomamos ante el dolor. En este libro hablaremos de sufrimiento y dolor, como si fueran la misma realidad. “Yo nunca escribiría un libro sobre el sufrimiento”, decía alguien muy querido para mí. Y añadía que el debate sobre el dolor termina siempre siendo “justificativo” cayendo irremediablemente sobre el lado de los amigos de Job, o sobre la teología del mérito en caso del Nuevo Testamento. Y sin embargo en ninguno de los dos casos, Dios sanciona, Dios simplemente calla. El arzobispo de París, cardenal Veuillot, tuvo experiencia del sufrimiento agudo ocasionado por un cáncer en fase terminal. El aconsejaba: “Nosotros sabemos decir frases hermosas sobre el sufrimiento. Yo mismo he hablado de ello con calor. Decid a los sacerdotes que no digan nada. Nosotros ignoramos lo que es sufrir y yo ahora lloro sufriendo”. Yo, realmente, no he hecho caso de esa persona tan cercana, a quien debo tanto, ni de lo que aconsejaba el arzobispo de París. A pesar de estas recomendaciones, me he atrevido a escribir este libro, con la única finalidad de llevar un poco de luz y una gota de consuelo a todos los que sufren, temblando eso sí, y con mucho respeto, como si fuera de rodillas y pidiendo perdón a todos los que sufren de verdad, porque es fácil herir, con la palabra o por el silencio, los sentimientos de quienes tienen las heridas en carne viva o, peor aún, cerradas en falso. El título de este libro es: ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Y ¿por qué no? Son preguntas que, al menos en los momentos aciagos, casi todos los seres humanos nos hacemos y para las que no encontramos salidas convincentes. Toda respuesta ante el dolor es superflua y nos deja insatisfechos. Es cierto que en la vida todo depende de los ojos con que miramos, o lo que es lo mismo, la actitud con que 15

afrontamos los acontecimientos y el sufrimiento mismo, pues “Lo que afecta a los hombres no son los hechos, sino sus opiniones acerca de los hechos” (Epicteto). Todo depende de quien observa y desde el lugar que lo hace. El mismo barrio, la misma realidad, es distinta para cada vecino. Cuando al otro no le gustan nuestras ideas, decimos que tiene prejuicios; pero cuando a nosotros no nos gustan las suyas, aparentamos ser personas con un buen juicio crítico. Cuando el otro gasta mucho, decimos que derrocha; pero cuando lo hacemos nosotros, alegamos que somos generosos. Así de distinta puede ser nuestra visión de un mismo hecho y, por lo tanto, del sufrimiento del otro y del nuestro. Y ¿Por qué no? Es la respuesta al ¿por qué a mí? Y al ¿por qué ahora? No se trata de consolar a nadie, ni de restar importancia a las preguntas precedentes, ni de desviar la atención o exacerbar la ira de quien ya está airado por las pérdidas vitales. ¡No! Tampoco se trata de escribir algo desde el plano de las ideas. No es el caso, porque quien escribe ha pasado por los mismos problemas de todos. La respuesta a esta pregunta un tanto irritante y polémica, está en el corazón de cada cual. Es la posibilidad de un espacio abierto para la reflexión sobre verdades sencillas que a veces olvidamos con graves consecuencias para nuestro ánimo. Se trata de recordar que todos estamos en el mismo barco, que en algún momento de la vida, nuestros manuales técnicos (los genes), dictarán que aparezca tal o cual enfermedad, en connivencia con otros factores que unas veces dependen de nuestras actitudes y estilos de vida y otras del ambiente. A todos, en cualquier momento, nos puede fallar el trabajo, se nos puede morir un ser querido o se nos puede romper el amor, pero por eso mismo, por16

que “a todos nos puede pasar”, el ¿por qué a mí?, tiene que dejar de ser un lamento, una imprecación a Dios, o un grito de ira rebelde que con su aguijón nos envenena, para convertirse en una mirada en derredor, capaz de entender nuestra fragilidad y la grandeza con que podemos afrontar todo lo que la vida nos depara, siempre y cuando no nos creamos víctimas. A pesar de todo, siempre habrá alguien que razone con la misma pregunta para afirmarse en lo contrario: ¿Y por que no puedo yo irritarme, rebelarme y seguir preguntándome? ¡Ciertamente! También esto es posible, aunque no deseable, porque aunque la historia está llena de seres humanos anónimos de los que nadie contó su dolor, siempre es mejor respetar el misterio que tratar de entrar en él con una espada en la mano. Sí será importante el encontrar un sentido a nuestro sufrimiento, ya que nadie nace sabiendo sufrir ni hay en nuestra escuela temprana ninguna asignatura que nos enseñe a enfrentar el dolor, ni sabio que pueda explicarnos su por qué. Las grandes religiones han dicho su palabra sobre el tema, pero éste, sigue siendo la asignatura pendiente de la humanidad y compañero inseparable de todos los seres humanos. Se aprende sufriendo, como se anda andando, o se alimenta uno comiendo. Sólo sabemos que estamos ante algo parecido a un camino, que nadie puede transitar por mí y para el que no valen medios de transporte. Hay que hacerlo de forma personalizada, paso a paso. Y, a simple vista, no hay respuestas para el que sufre, no hay una razón que nos convenza ni un sentido aparente y, esto es, precisamente, lo que le machaca al ser humano, pues bien decía Víktor Frankl que el hombre no se destruye por sufrir; el hombre se destruye por sufrir sin ningún sentido. 17

El contenido de este trabajo está repartido en cinco capítulos: “El poder del sufrimiento y el silencio de Dios”. “Actitudes ante el sufrimiento”. “El cristiano y la cruz”. “Cómo superar el dolor” y “Me cubres con tu palma”. En todos ellos, de una manera sencilla y amena, por medio de parábolas, anécdotas, citas, y testimonios, hay material abundante para reflexionar, ayudarse y ayudar a otras personas que pasen por la misma experiencia. No cabe duda de que las distintas aptitudes, los diversos enfoques pueden ayudarnos a sufrir con amor, porque saber sufrir es la sabiduría más excelente. Nunca podremos adivinar ni hacernos una remota idea del valor de tantas vidas que parecen inútiles, simplemente porque están condenadas a vivir de por vida, en una cama, en una silla de ruedas u olvidados en el rincón de una habitación. Teilhard de Chardin sentía una envidia sana ante la grandeza de su hermana Margarita postrada en una silla de ruedas, como quedó reflejado en el extracto de una de las cartas remitidas a su hermana: “… Mientras que yo, entregado a las fuerzas positivas del universo recorría los continentes y los mares, tú, yacente, transformabas silenciosamente en luz, en lo más hondo de ti misma, las peores sombras del mundo. A los ojos del creador, dime ¿Cuál de los dos habrá obtenido la mejor parte?”. Y es que de alguna forma Margarita había comprendido que, a pesar de que tenía el corazón estrujado por el dolor y rota el alma por soportar tanto sufrimiento, era dichosa y feliz, aunque muchos no la entendieran. Dios es amor, misericordia, y porque nos ama, también sufre con nuestros sufrimientos. Estamos en las manos de Dios, pero Dios, de alguna forma, tiene las manos atadas y también depende de las nuestras para consolar y aliviar el sufrimiento del ser humano. El dolor es un mal que hay 18

que evitar. Hay que luchar contra él, mientras se puede, pues “no tenemos ninguna necesidad de personas resignadas, sino de hombres en pie que luchen contra el sufrimiento, y que, cuando el sufrimiento no quiera ceder –a pesar de ser un mal y de seguir siendo un mal–, lo utilicen con Jesucristo y gracias a Jesucristo para sacar algún provecho. También los desperdicios, echados al fuego, se convierten en luz y calor” (Michel Quoist). Dios nos ha creado por amor y para que amemos y seamos felices. El sufrimiento es un mal que, en la medida de lo posible, hay que evitar. Conviene, pues, echar mano de todo lo que nos ayude a aliviar el sufrimiento: medicina, psicólogos, sacerdotes, amigos, familia, paciencia, alegría… pero tenemos que contar, sobre todo, con la fe, con la esperanza y con el amor. Sabemos que está por llegar y llegará, ese día que anticipa el Apocalipsis (21, 1-5), cuando Dios hará nuevas todas las cosas y ya no habrá gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado. Tal será la Creación final de un universo transfigurado, donde no habrá más dolor ni llanto. Nuestro agradecimiento y reconocimiento infinito a todos lo que tratan de quitar, aliviar y borrar el dolor, especialmente, a médicos, sanitarios, psicólogos, sacerdotes, voluntarios y personal de hospitales que duplican sus horarios y sus manos para hacer en cada momento lo que buenamente se puede, y tratan, sobre todo, de sembrar en los corazones heridos y deshechos, un poco de fe, amor y esperanza.

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1 EL POR QUÉ DEL SUFRIMIENTO Y EL SILENCIO DE DIOS

Dios calla, aparentemente, y no ofrece ninguna respuesta a quienes buscamos razones o explicaciones, principalmente del sufrimiento del inocente. Ante las grandes catástrofes y males de nuestra sociedad seguimos preguntándonos, ¿dónde estarán las manos de Dios? Dios no tiene la culpa de nuestros males, aunque según nosotros, deje morir a los niños, o permita que se cometan abusos, o no responda a nuestros ruegos... Es cierto que Dios dirige nuestra vida, pero respeta nuestra libertad. Con frecuencia solemos prescindir de Dios llevados por este tipo de reflexiones. Y este es nuestro mayor error. Porque necesitamos urgentemente perdonar a Dios, pero sobre todo, perdonarnos a nosotros mismos, ya que en realidad, la mayoría de las veces, no estamos enfadados con Dios, sino con nosotros y entre nosotros porque aún no hemos conseguido conquistar nuestra divinidad. Una divinidad que se realiza mediante el perdón. En el fondo es el amor incondicional por nosotros mismos lo que buscamos desesperadamente, las más de las veces a través de sucedáneos. Perdonarse a uno mismo – Perdonar a Dios. Ambas cosas son lo mismo. Y por ahí se empieza a caminar. Porque lo queramos o no, Dios está presente especialmente en los que sufren. No se ha ido de nuestras 21

vidas ni nos ha abandonado. Por el contrario, ha tomado partido por el ser humano. El es amigo de la vida, no del sufrimiento y de la muerte

SUFRIMIENTOS Y CRUCES DE NUESTRA HUMANIDAD Un cuento judío dice que la suerte del ángel es que no puede estropearse. Su desgracia es que no puede mejorar. La desgracia del hombre es que puede estropearse. Y su suerte que puede mejorar. Efectivamente, lo más grande del hombre es el poder ser libre, aunque esto, a su vez, pueda ser su gran perdición. Benito Pérez Galdós solía decir en señal de alarma por el entorno social que le tocó vivir: “¡Qué tiempos, qué hombres!”. Santa Teresa hablaba de los tiempos recios de su entorno y de que el mundo estaba ardiendo. Con propiedad nosotros podemos seguir repitiendo la misma cantinela, ya que nuestros tiempos también son difíciles e ingratos. Vivimos divididos. Hemos levantado muros para alejar a los que nos molestan por su color, lengua o religión. No hay seguridad en nuestras calles, no hay libertad de expresión. Hemos sacado a Dios de las escuelas, de los hogares, de la vida pública. Vivimos en una sociedad que propicia el hedonismo. Hemos caído en lo que Benedicto XVI llamó la “facilonería” de la vida que nos embota la mente con egoísmo y apegos. Sufrimos de una gran pobreza, ya que “la primera pobreza de nuestros pueblos es no conocer a Cristo” (Teresa de Calcuta). Librar a la humanidad del hambre y la malnutrición requiere no sólo habilidades técnicas, “sino sobre todo un genuino espíritu de cooperación que una a todos los hom22

bres y mujeres de buena voluntad”, exhorta Benedicto XVI. El Papa constató los obstáculos para acabar con el flagelo del hambre: “conflictos armados, enfermedades, calamidades atmosféricas, condiciones ambientales y desplazamiento forzoso masivo de población”. No se terminará el hambre en el mundo ni habrá paz mientras no haya una mayor justicia social. Necesitamos la paz, cierto, pero ésta sólo arraiga en la justicia. Nuestra humanidad sufre casi siempre sin saber muy bien por qué. Lo malo de esta ignorancia, es que nos hemos contaminado por la indiferencia, la violencia y las desigualdades. El sufrimiento es causado, a veces, por la misma naturaleza, otras, es precisamente la misma persona quien se lo ocasiona voluntaria o involuntariamente. Otras veces es el hermano quien hace sufrir al otro. Hay cifras que nos hablan de injusticias, de hambre, de guerras, de muerte. En nuestro tiempo triunfa la fuerza bruta, la ley del poderoso se impone. No se ama la vida, ni se cuida, ni se defiende. Por eso hay muchas y nuevas clases de esclavitudes, como la venta de niños, de órganos, la prostitución, la mutilación sexual de las niñas, la adicción a las drogas y el alcohol, los inmigrantes explotados y no acogidos como seres humanos y un largo etc. Y así el miedo se va apoderando de millones de seres humanos. Hay muchas cruces y sufrimientos. Uno de los más frecuentes es el de los enfermos. La enfermedad golpea, cansa, debilita y chupa salud y vida. Nadie puede medir el dolor de un enfermo; sólo él sabe del amor puesto en la aceptación de esos dolores, de esas soledades y de las incomprensiones de los otros. La enfermedad sale en nuestro encuentro y ante ella no tenemos a donde huir; la enfermedad terminará encarcelándonos, arrancándonos nuestros planes, aplastándonos y destrozándonos la vida. El enfermo, en muchas ocasiones, parece no contar, como 23

si fuera un cero a la izquierda, sin presente y sin futuro. Ante la enfermedad hay varias actitudes: la de sobrevivir o la de escapar y sucumbir. El dolor nos hace iguales, nos hermana anulando las diferencias entre unos y otros: sólo a través de él descubrimos que la capacidad humana ante el sufrimiento es ilimitada. Todo lo que nos cae encima, lo aguantamos; pero el miedo a sufrir nos paraliza y nos roba las fuerzas para poder sobrellevarlo. Cuando no tenemos miedo al dolor, sufrimos mucho menos. “En muchas ocasiones lo más terrible no es el dolor en sí, sino lo que pensamos sobre él, lo que imaginamos en nuestra mente” (B. Sh. Lukeman). Hay cifras que nos hablan de una gran injusticia social. He aquí algunas tomadas, casi todas ellas, de la publicación de Fernando Almansa y Ramón Vallescar titulada “La pobreza en el Tercer mundo y su erradicación”. Estos datos nos ofrecen una dolorosa estampa, que es un fiel reflejo de lo que está pasando: v En el mundo hay 1.000 millones de personas que pasan hambre. v 1.300 millones de personas no tienen acceso al agua potable. v 35.000 niños mueren diariamente por causas directamente relacionas con la pobreza. v 2 millones de niños mueren cada año de diarrea. v 130 millones de niños no reciben educación básica. v Un 15% de la población del mundo posee el 79% de la riqueza mundial y para el 85% sólo queda el 21% restante. v Según la UNICEF, 600 millones de menores viven en la más absoluta pobreza. v Una de cada cinco mujeres del mundo sufren maltratos físicos o sexuales. 24

v Cada año, más de 2 millones de niñas entre 5 y 15 años son violadas u obligadas a prostituirse. v En 1960 había un rico por 30 pobres; en 1990, 1 rico por 60 pobres; en 1997, 1 rico por 74 pobres. Más de 1.300 millones de seres humanos tienen que vivir cada día con menos de un dólar. v En el año 1988 había 33,4 millones de afectados por el sida; en el año 2008 serán 53 millones y habrán muerto ya más de 40 millones por esa enfermedad. ¿QUÉ ES EL DOLOR? APORTACIONES DE LA PSICOLOGÍA Sufrimiento, según el Diccionario de la Real Academia Española es “padecimiento, dolor, pena”. Sufrir es “sentir físicamente un daño, dolor, enfermedad o castigo. Sentir un dolor moral”. El Diccionario de la Real Academia Española define el dolor como una “sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior”. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) ha definido el término “dolor” como “una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada con un daño tisular real o potencial y que incluye una serie de conductas relacionadas con el dolor, visibles o audibles, que pueden ser modificadas por el aprendizaje” (León-Olea, 2002). El dolor es una de las sensaciones principales que el organismo percibe cuando se encuentra en una situación de anomalía funcional que pone en peligro su integridad. Actualmente es considerado un síndrome, es decir, un conjunto de síntomas. Por otra parte, la nocicepción, término que proviene de la palabra latina “nocere” (herir), es la transmisión de señales procedentes de una lesión tisular o irritación que 25

se perciben normalmente en forma de dolor o picor. La nocicepción está modulada por factores psicobiológicos, y se puede percibir o no como dolor, dependiendo del entorno, el ámbito cultural y los hábitos familiares. Por lo tanto, no es lo mismo dolor que nocicepción: la nocicepción es el mecanismo por el que los estímulos nocivos periféricos se transmiten al sistema nervioso central y sin embargo el dolor es una experiencia subjetiva que no siempre se asocia a la nocicepción. Las principales aportaciones que nos da la Psicología al tratamiento del dolor crónico, giran alrededor de tres puntos: 1º. La reconceptualización y experiencia/concepto del dolor. 2º. Los componentes Psicológicos de la experiencia del dolor. 3º. Tratamientos que se llevan a cabo en las “Unidades del dolor”. Las aportaciones teóricas que han ayudado a reconceptualizar el concepto/experiencia del dolor, se centran en tres puntos y son relativamente recientes (1965). Una de ellas se centra en los mecanismos del dolor y afirma que en la experiencia dolorosa intervienen complejos mecanismos neurofisiológicos que actúan como si de una compuerta se tratara, que al abrirse o cerrarse, transmiten o no los impulsos nerviosos del cerebro. Por lo tanto la experiencia del dolor está sujeta a variaciones, debido a múltiples factores. También se ha demostrado que el control voluntario del Sistema Nervioso Autónomo, puede influir directamente en la actividad fisiológica implicada en el nacimiento de los problemas de dolor. 26

Y existe una tercera línea de investigación que hace emerger una nueva era en el estudio del dolor, relacionada con el papel que juegan los procesos de Condicionamiento Operante en la experiencia del dolor, distinguiendo así la experiencia perceptiva del dolor de las conductas o comportamientos del individuo como respuesta a esa percepción. Estas manifestaciones externas del dolor son una forma de comunicación y por tanto están sujetas a los principios que gobiernan cualquier otra conducta o comportamiento, lo que significa que pueden ser extinguidos o reforzados por circunstancias ambientales. Por último, la relación del carácter mental que tienen la compleja experiencia del dolor. En este proceso intervienen aspectos como las creencias de cada uno y el significado que se atribuye a la experiencia del dolor, lo cual choca frontalmente con la idea que tienen algunos de que el dolor es un fenómeno estrictamente somático. Este carácter mental de la experiencia dolorosa viene dada por la interacción entre factores afectivos, conductuales, cognitivos, y sensoriales. Además hay que advertir, que cualquier dolor es en esencia psicógeno además de orgánico, porque ambos factores están íntimamente relacionados. Así lo sensorial y físico no es separable de lo emocional, cognitivo y social. En este sentido decimos que existen componentes psicológicos en la experiencia del dolor que ya han sido incorporados a la definición del dolor dada por la Asociación Internacional para el estudio del Dolor. Uno de estos componentes es de tipo sensorial discriminativo, y tiene como función transmitir la estimulación nociva y sus características de intensidad y espaciotiempo. 27

Otro aspecto es la dimensión motivacional afectiva, que nos hace vivenciar el dolor como desagradable, lo cual provoca el sufrimiento, ansiedad y respuestas emocionales que nos mueven a realizar conductas de huida o escape. Por último, está la dimensión cognitivo-evaluativa. En ella, el papel de las variables cognitivas como la atención, la sugestión, los pensamientos, las creencias y atribuciones, etc., muestran toda su capacidad (que es mucha) para modular el funcionamiento del resto del sistema implicado en la percepción del dolor. Sin olvidarnos del papel que juegan el estilo de afrontar este problema, las expectativas de control y las emociones. Las propuestas de tratamiento Psicológico en el manejo del dolor van en el sentido o aplicación de técnicas como el entrenamiento en Relajación, la hipnosis, el manejo de contingencias, técnicas cognitivo-conductuales, etc. que aportan un aspecto positivo al ser aplicadas por el propio individuo. Estas técnicas se incluyen dentro de programas multidisciplinares que llevan a cabo equipos formados por médicos, psicólogos, fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales. ¿ES BUENO O MALO EL SUFRIMIENTO? El célebre artista-humorista Coluche hizo posible que comieran cada día y durante todo un invierno, en Francia, unas cien mil personas pobres. El presidente de la Asamblea Francesa dijo: “Coluche, que conoció situaciones extremas, nunca se olvidó de la miseria que había pasado en su infancia. Ni se olvidó nunca de quienes pasaban necesidad. Las adversidades no le amargaron la vida, sino que aprendió de ellas para forjarse a sí mismo y ayudar a los demás”. El sufrimiento es malo. Toda persona huye de él y con él llega la zozobra, la inquietud, la desgracia. El sufri28

miento es uno de los grandes misterios que arranca de la creación misma. Muchos sufrimientos se pueden localizar, tienen una causa determinada. El que sufre de cirrosis por culpa del alcohol; el que se enferma de cáncer del pulmón, por haber fumado en cantidad. A otros no se les encuentra explicación y forman parte de un mundo en devenir que Dios conduce hacia la plenitud. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente; gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo (Rm 8,22-23). El mal se presenta al ser humano como algo absurdo y sin sentido. ¿Por qué? Ésta es la pregunta del que sufre, “es la más antigua de las cuestiones terribles de la humanidad”, según afirmó P. Claudel. No tenemos que olvidar, por otra parte, el valor pedagógico del sufrimiento, pues quizá tenga un poco de razón el proverbio griego: “He sufrido, he aprendido” o lo que tantas veces hemos oído: “la letra con sangre entra”, aunque entra, por supuesto, mucho mejor con amor. Sin embargo, hay que reconocer que el mal, el sufrimiento, es, a veces, el mejor maestro para quien anda en la escuela del dolor; el dolor puede cambiarnos, hacernos mejores o peores, según se encaje. En lo humano y mucho más en lo sobrenatural, el dolor puede llegar a ser uno de los grandes motores del ser humano. El sufrimiento nos hace buscar la trascendencia, a Dios, “sea mil veces bendito el sufrimiento que me ha acercado a Dios”, escribe desde su dura experiencia Francois Coppée. Luís Rosales afirmaba que “los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir”. El sufrimiento, igualmente nos obliga a abrirnos a los demás, a no cerrarnos en nuestra concha. Debieran educarnos para 29

saber llevar el sufrimiento. El sufrimiento, cuando se acepta, une a las personas, abriéndolas a la compasión, y haciéndolas más maduras y humanas. Por eso recalcaba Tommaseo: “el hombre a quien el dolor no educó, siempre será un niño”. El celebre actor de cine Anthony Perkins al final de su vida afirmaba: “Hay muchas personas que piensan que esta enfermedad es una venganza de Dios, pero creo que ha sido enviada para enseñar a la gente como ha de amar. Aprendí mucho más sobre lo que es el amor, la abnegación y la comprensión humana de la gente que he conocido en el mundo del sida, que el mundo competitivo y brutal en el que he pasado mi vida”. Aunque nos vienen grandes bienes con el sufrimiento, no todos podemos decir como Baudelaire: “Bendito seas, Señor, que das el dolor”. Con frecuencia somos incapaces de expresar nuestros sentimientos cuando gozamos y sufrimos. Sabemos para que sirven los médicos, pero no sabemos para qué sirve el sufrimiento. Es difícil dar una explicación sobre el sufrimiento. Frecuentemente oímos decir que Dios envía los sufrimientos, unas veces como castigo y otras como purificación. Esta idea de Dios es radicalmente falsa. Dios, como dice el libro de la Sabiduría, es “amigo de la vida” (Sb 2,26). Dios nos quiere sanos y entra dentro del plan de Dios el que el ser humano busque la salud. El mismo Jesús recorría toda Galilea curando toda enfermedad y dolencia (Mt 4,23) y una numerosa multitud afluía para ser curados de sus enfermedades (Lc 5,15). A su encuentro los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan (Lc 7,19-22). Jesús nos trajo nueva vida y desde entonces cuando sufrimos con amor y por amor, nos volvemos redentores. El sufrimiento siempre tendría que provocar en nuestras vidas amor. 30

Con acierto explica F. Varone que el sufrimiento humano no tiene para Dios ningún valor compensatorio ni reparador: no constituye placer ni exigencia jurídica de Dios y este es un dato importante que debemos empezar a retener. El mal no viene de Dios, sino que, me atrevo a decir, es causado por la naturaleza y el propio ser humano. A pesar de todo, tenemos que creer que cualquier situación no escapa al amor de Dios. Por el contrario Dios se hace presente en nuestra vida siempre como anti-mal (E. Schillebeeckx) y él se hace presente en los momentos de dificultad.

¿POR QUÉ EL SUFRIMIENTO? Un individuo desaliñado y sucio se puso en pie, en medio de un bullicioso grupo de personas que escuchaban a un predicador en Hyde Park. Se dirigió al orador y, con potente voz, le planteó una pregunta que era más bien un grito de indignación: “Usted dice que Dios vino al mundo hace ya dos mil años... ¿Cómo es posible entonces que el mundo continúe lleno de ladrones, adúlteros y asesinos?”. Se hizo un silencio muy grande. A todos los presentes les pareció que era una objeción incontestable. Sin embargo, el predicador le miró serenamente y contestó: “Tiene usted toda la razón. Pero también existe el agua desde hace millones de años...; y, sin embargo..., ¡fíjese cómo va usted de sucio!”. El sufrimiento del ser humano, especialmente del inocente, es un gran escándalo para el no creyente. El escándalo de nuestra historia de sufrimientos, en sus justas dimensiones, aunque de una manera complicada pero realista, se lo planteaba ya el griego Epicuro: 31

“O Dios quiere quitar el mal del mundo, mas no puede, o ciertamente puede, mas no quiere. O Él no quiere y no puede evitarlo, o bien puede y quiere quitarlo. Si quiere, pero no puede, es impotente. Si puede, mas no quiere, no ama (la duda humana: si Dios es amor o si Dios existe, es el mismo problema). Si no quiere ni puede, entonces no es el Dios bueno y además es impotente. Si Él quiere y puede (ésta es la sola posibilidad que se le debe como a Dios), entonces ¿de dónde viene el mal actual y por qué no lo quita?”. El problema de fondo, en todo sufrimiento, es la incompatibilidad de dos atributos de Dios: el de la bondad y el de la omnipotencia. ¿Por qué Dios permite el mal? Veamos este proceso a través de la Literatura. Recojo algunos textos. En la última novela de Mauriac, una mujer se pregunta: “¿Por qué el mal, añade ella (la madre) llorando, sin darse cuenta que de esta manera ponía la única pregunta que podía sacudir la fe?”. No es una simple cuestión teórica; está en juego el significado de la existencia. En la obra El pájaro espino, C. Mc Cullough desarrolla este diálogo entre Ralph y Meggie: “¿Por qué el sufrimiento Meggie?”, “pregúntaselo a Dios, Ralph”… “es él el experto en asuntos de dolor, ¿no? Ha sido él quien ha hecho de nosotros lo que somos. Ha creado el universo. Por consiguiente, ha creado también el dolor”. En el escrito La noche, Wiesel evoca el ahorcamiento de un niño, “El ángel de los ojos tristes”. Wiesel lee explícitamente una cifra de la verdadera imagen de Dios, de su bondad inocente y absoluta, pero al mismo tiempo de su absoluta impotencia frente al sufrimiento del hombre. Más de media hora permaneció el niño luchando entre la 32

vida y la muerte, agonizando ante los ojos de los condenados. Los detenidos se preguntan: “¿Dónde está el buen Dios? ¿Dónde está?”. Y Wiesel responde: “¿Dónde está? Míralo: está colgado ahí, en esa horca”. En El ángel de lo ojos tristes y también W. Borchert, quien en el drama Fuera, a la puerta, de regreso de la guerra acusa a Dios de complicidad en los horrores del hombre: “Pero dime, ¿cuándo has sido bueno, buen Dios? ¿Fuiste bueno cuando dejaste que mi hijo de apenas un año quedara hecho jirones por la explosión de una bomba? (…) ¿No lo escuchaste cuando chillaba, y cuando estallaban las bombas? ¿O fuiste bueno cuando cayeron once hombres de mi patrulla? (…) ¿Fuiste bueno en Estalingrado, buen Dios, fuiste bueno allí? ¿Cómo?”. El doctor Rieux es el personaje principal de la novela La peste, de Camus. Este doctor lucha y combate la peste por el bien de los otros más allá de toda esperanza y recompensa celeste. El padre Paneloux trata de explicar que el amor de Dios se manifiesta a través de la peste, ya que es una llamada de Dios al ser humano a encomendarse totalmente a Él. “Es posible que podamos amar lo que no podemos comprender”, dice Paneloux. Esta concepción del dolor expuesta por el P. Paneloux es la que le impide al doctor Rieux creer en Dios como amor, y como autor de una creación en la que sufren los niños inocentes. La idea que tiene Reux es diferente de la de Paneloux y así dice: “estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”. Dios sería, según Camus, “el padre de la muerte y el autor del escándalo”. En Los hermanos Karamazov, de Dostoyeevski, Iván –después de contar a su hermano Alíoscha la espeluznante escena de cómo un niño de ocho años fue devorado en presencia de su madre por una jauría de perros, como 33

castigo por haber lesionado, jugando, al lebrel favorito de un general, dice: “Si el sufrimiento de los inocentes es necesario para alcanzar la eterna armonía, demasiado cara han tasado esa armonía; no tenemos dinero bastante en el bolsillo para pagar la entrada. Así que me apresuro a devolver mi billete. Y cualquier hombre honrado tendría que hacer eso mismo cuanto antes. No es que no acepte a Dios, Alíoscha, pero le devuelvo con el mayor respeto mi billete”. Iván no acepta explicación alguna ante una sola lágrima de un niño inocente; ninguna armonía futura, por más elevada que sea, puede justificarla. El complejo de Kafka trata de convencer a los demás de su inocencia, con la esperanza de que cuando esos otros crean en su inocencia él se habrá convencido a sí mismo de que no es culpable. Pero todo esto es en vano. La persona que posee el complejo de Kafka es aquel que se lamenta lo mismo que el personaje de Shakespeare: “Como las moscas para los muchachos traviesos así somos nosotros para los dioses; Éllos nos matan para su diversión y pasatiempo”. El complejo de Kafka es la ruina de aquellos que niegan la realidad de Dios y del alma humana. ¿Cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina? Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en 1755. ¿Dónde está Dios cuando el hombre sufre? La pregunta está en boca de todos y en todos los tiempos. Jesús mismo gritó: “Señor, Señor, por qué me has abandonado”. El poeta peruano César Vallejo, pensando en todos los atropellados del mundo dijo: “Yo nací un día que Dios estaba enfermo y grave”. ¿Qué significado tienen el mal y el sufrimiento en el mundo? ¿Y la muerte? Frente al holocausto, escribe Wisel, Dios ha callado: “Silencio, Total, Absoluto (…). Los asesinos matan. Los ase34

sinos ríen. Y Dios sigue callado”. Es importante recordar que para el pensamiento hebreo, en el grito de Job y en el abandono de Cristo, como en Auschwitz, hay que ver cuestionada la omnipotencia misma de Dios, en el sentido de que Dios mismo está presente en el grito del abandonado y en la sangre del inocente, y sólo en esta perspectiva resultaría comprensible su “silencio”. Y lo preguntó de otra manera el filósofo alemán Teodoro Adorno: “¿Es posible hacer poesía después de Auschwitz?”. Lo hizo incluso Benedicto XVI durante su visita al campo de concentración de Auschwitz: “¿Por qué, Señor, has tolerado esto?”. H. Jonas, en “El concepto de Dios después de Auschwitz” nos dice que Dios sufre con el mismo sufrimiento del ser humano. Dios revela su amor manifestado en su impotencia frente al sufrimiento y el mal que ha entrado en la historia. El Dios amor es un Dios que sufre. Todo lo dicho se podría resumir en una frase de Marx Horkheimer: “Frente al dolor del mundo o la injusticia, es imposible creer en el dogma de la existencia de un Dios omnipotente y sumamente bueno”. Frente a esta conclusión, nosotros proponemos ahondar incesantemente en el hecho de que Dios se haya hecho hombre, algo que para los que creen saberlo todo supone una necedad y para muchos escogidos, una locura. Quizás ahí esté la clave de muchas cosas.

EL DIOS DE VIDA EN UNA REALIDAD DE MUERTE En la sección “El teólogo” del popular semanario italiano Famiglia Cristiana, donde los lectores escriben para plantear sus preguntas al teólogo, se lee: “En la producción televisiva Wisenthal, algunos hebreos deportados al 35

campo de concentración pronunciaban una frase terrible: ‘Denunciamos a Dios por su ausencia’. En efecto, ¿cómo podemos creer en un Dios providente y justo después de los campos de concentración? El mal lo cometieron los hombres que, por libre albedrío, torturaron y mataron a millones de criaturas, es verdad, pero ¿dónde estaba Dios? Los deportados (hebreos y cristianos) ¿cómo podían sentirse hijos de Dios, amados por el Padre? ¿Cómo podían creer en un plan providencial, cuando en su derredor solo veían brutalidad, violencia, en una palabra: el mal? O negamos la Providencia o debemos acusarla” (C. Molari). Hoy nos preocupa más la vida que la muerte, el cómo vivir más que el cómo morir, ya que la muerte ha desaparecido de nuestra vida, se la ignora, se la disimula, se la disfraza. Pero lo más trágico de todo es que si la muerte no tiene sentido, tampoco la vida lo tiene. A pesar de que en los países ricos la vida se alarga, sin embargo, en los pueblos en desarrollo la muerte madruga, debido al hambre y las tremendas injusticias. Es necesario recordar los gritos y lamentos de tantos rostros sufrientes y desfigurados que, desde el olvido y el maltrato, piden justicia y amor. Y, en esta situación, G. Gutiérrez plantea ¿de qué modo podemos hablar de un Dios que se revela como amor en una realidad marcada por la pobreza y la opresión? ¿Cómo anunciar al Dios de la vida a personas que sufren una muerte prematura e injusta? ¿Cómo reconocer el don gratuito de su amor y su justicia a partir del sufrimiento del inocente? ¿Con qué lenguaje decir a cuantos no son considerados personas que son hijas e hijos de Dios? Estas preguntas nos introducen de lleno en el dolor del hombre africano, por ejemplo. África es uno de los continentes más pobres y olvidados. ¿La culpa la tiene Dios? La pregunta según Desmond Tutu no 36

es ¿por qué existe el sufrimiento en el universo de un Dios bueno y omnipotente?, sino: ¿Por qué hemos sufrido tanto en el universo de tal Dios? Sabemos que no podemos comprender el misterio del dolor, pero mucho menos en el caso del inocente. Escribía Pascal: “Si se considera solo la perfección de Dios, el hombre cae en la desesperación, y si se considera solo al hombre nos precipitamos en el orgullo; sólo si consideramos a Cristo, a la vez Dios y Hombre, podemos mirar lealmente toda nuestra debilidad y nuestra miseria en el horizonte de un amor misericordioso y lleno de esperanza”. ¿Habrá una segunda oportunidad? ¿Habrá alguna solución? Creemos que sí. “Frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. (…) Una nueva utopía de la vida, donde nadie puede decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra” (G. Garcia Márquez). Dios se encarna en Cristo, pero también se encarna en los cristianos. Lo curioso es que en muchas naciones cristianas no se ve palpable el amor de Dios porque reina la injusticia, el hambre y la guerra. Será la Iglesia la que tendrá que hacer presente a Dios, a Cristo, por su testimonio de vida. Esto es lo que pretendió Chiara Lubich cuando inició una experiencia de amor con un grupo de compañeras en la ciudad de Trento destruida por la segunda guerra mundial al sentir y experimentar que Dios es amor. Apenas lo comprendieron, no pudieron por menos que acogerlo, amarlo y dar testimonio de él. Y he aquí un requisito indispensable: encarnarlo en uno mismo. 37

“Dios está presente, no se ha ido de nuestras vidas. En los momentos más trágicos, ahí está él, con las manos atadas por el odio de los seres humanos. Dios está presente en el mundo siempre y solo como creador; las demás modalidades de la presencia divina, por el contrario, dependen de las criaturas. Como amor, misericordia, ofrecimiento vital, Dios está presente solo donde criaturas amantes, misericordiosas, vivientes, hacen eficaz su acción creadora a nivel humano. Frente a los campos de concentración la pregunta de rigor no es “¿Dónde estaba Dios?”, sino “¿Donde estaba el hombre?”. En los campos de concentración Dios estaba presente solo donde los hombres misericordiosos expresaron solidaridad y perdón, donde santos continuaron amando de modo absoluto y sin reservas. Donde el fraile conventual Maximiliano Kolbe se ofreció en sustitución de un condenado a muerte, Dios se hizo presente en medio de la desolación del odio y de la desesperación. Han sido muchos los que han redimido los campos de concentración alemanes y han posibilitado el nuevo florecimiento de la libertad. La vida es un don tan grande que puede soportar a veces incluso el sufrimiento de muchos para que todos lleguen a poseerla. Pero esto supone que donde están en acción impulsos de muerte, hombres vivos aceptan ser transparencia de Dios” (C. Molari). A lo largo de la Historia Bíblica, Dios en Moisés y con él, libró a su pueblo; en los Profetas y con ellos reprendió y anunció su palabra al pueblo; en Jesús y con Él, nos dijo que lo que hacemos a alguien, a Él se lo hacemos. 38

EL SILENCIO DE DIOS Cuando murió Fernando Fernán-Gómez el 21 de noviembre del 2007, sostuvo Pilar Bardem que Dios había muerto. Claro, se refería a esa divinidad pelirroja del gran artista del que hemos hecho mención. Algunos más suscribían esta afirmación y repetían que, efectivamente, Dios había muerto, pero ahí quedaban, aún en pie, otros dioses de su quinta: Luis García Berlanga, Manuel Alexandre, Alfredo Landa, José Luis López Vázquez, Fernando Guillén, Gemma Cuervo, Carlos Saura y pocos más. Y mueren cada día dioses de carne y hueso, de barro y madera en todos los rincones del mundo dejando paso a otros. Bergman en sus películas traspone el silencio de Dios a las relaciones humanas. En Juegos de verano, María que ha perdido a su novio, lanza un desafío: “Si Dios no se interesa por mí, yo tampoco me voy a interesar por él”. Otro problema es que, como afirman algunos, Dios no está de moda, no interesa, está ausente de los corazones de muchos seres humanos. La civilización actual se ha convertido en una humanidad sin Dios. En la mentalidad moderna, de un mundo postcristiano, desacralizado y secularizado, Dios no tiene sitio y el evangelio no produce ningún impacto. Algunas de nuestras sociedades son indiferentes a Dios o viven un ateísmo práctico. La estructura mental y afectiva de nuestra era es específicamente atea. También se ha dicho que el Dios de Jesús ha muerto. Después de la Guerra, Sartre declaraba en Ginebra: “Señores, Dios ha muerto”. Desde entonces, “el ateísmo es un humanismo”. ¿Qué hacer con Dios? “Dios ha muerto, luego el hombre ha nacido”, dijo Malraux. “La conciencia moral muere al contacto con el absoluto” añade MerleauPonty; la verdadera dignidad humana obliga a “pasar del 39

cielo de las ideas a la tierra de los hombres”. Dios ha muerto, afirman algunos. El “Dios ha muerto” puede tener muchos significados. Para los ateos, ese “Dios ha muerto” es el que no existe o no pinta nada. Y ha muerto el Dios de una cierta teología de la concepción de Dios como un objeto casi físico. “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue estando muerto! ¡Y somos nosotros los que le hemos matado…! ¿No es para nosotros demasiado grande la grandeza de esa hazaña?” (Nietzsche). Aquí la muerte de Dios es atribuida al ser humano. El silencio de Dios ante el sufrimiento inocente siempre ha creado preguntas sin respuesta, donde ese silencio y la ausencia de su intervención se presentan como prueba de un fracaso. Dios no sólo está ausente, sino que no existe. Goethe en la obra de Sartre grita: “¿Acaso me escuchas, Dios sordo?”. Si Dios calla, ¿cómo podría el hombre escucharle? Y como la realidad es dura y no tiene explicación, el ser humano mantiene una actitud de huida de la que habla Freud, huida hacia el seno materno, hacia lo arcaico y prelógico: “Soy como un niño en el vientre de su madre, no deseo nacer. Aquí me encuentro suficientemente a resguardo” (Rosanov). Francoise Sagan confiesa: “¿Dios? yo no pienso en él jamás”. Es normal, pues cuando Dios no interesa porque no se le ama o porque no se cree en Él, sobran los pensamientos. Entonces, Dios, Jesús, no pintan nada, no son luz, ni verdad ni camino. “Dice el insensato en su corazón: No hay Dios” (Sal 14,1). Y san Agustín añade: “El ateísmo, esa locura de un pequeño número de personas”. Y que no obstante salpica a tantos. A la fórmula atea: “Si Dios existe, la persona no es libre”, se responde: “Si el ser humano existe, Dios no es libre”. Dios no puede decir no al ser humano, ya que Él es amor y no puede dejar de amar, lo comprenda o no el ser humano, 40

pero no puede obligarnos a amar. Ya lo dice un adagio patrístico: “Dios puede todo, salvo obligar al hombre a amarlo”. Dios no se ha desentendido del ser humano, pues ha enviado a Jesucristo. El Hijo viene a la tierra para sentarse a “la mesa de los pecadores”. El amor es oblación hasta la muerte. Dios muere para que el hombre viva en él. Repitámoslo infinitas veces. Cristo ha asumido el silencio de Dios con aquel grito desgarrado: “Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mt 27,46) aceptando una vez más la “voluntad de Dios”, como voluntad de amor. Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3,16-17). Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tm 2,3-4). “Dios nos da a conocer que tenemos que vivir como seres humanos que resuelven su vida sin Dios. El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona… Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios. Dios se deja arrojar del mundo para ir a parar a la cruz; Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente así y únicamente así es como está junto a nosotros y como nos ayuda” (D. Bonhoeffer). Dios no ha muerto, afirman los creyentes y está donde un hombre trabaja y un corazón le responde. Así reza un himno litúrgico: “…Quien diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. 41

Ya no es su sitio el desierto ni en la montaña se esconde; decid, si preguntan dónde, que Dios está –sin mortaja– en donde un hombre trabaja y un corazón responde”.

DIOS SE ESCONDE Un niño preguntó a un escultor: “Señor, ¿cómo sabía que había un león en el mármol?”. El escultor contestó: “Porque antes de ver al león en el mármol, lo había visto en mi corazón”. Y en efecto así es. Dios está dentro de cada ser humano. Dios está cerca de cada uno, pero en algunos momentos no le sentimos y su presencia pasa desapercibida. Sabemos que en toda relación hay momentos de intimidad y momentos de distanciamiento y esto mismo nos pasa con Dios. El Señor ha escondido su rostro al pueblo… pero yo esperaré en él, pues en él tengo puesta mi esperanza (Is 8,17). El Salmista se quejaba con frecuencia de la aparente ausencia de Dios: Dios mío, ¿por qué te quedas tan lejos? ¿Por qué te escondes de mí cuando más te necesito?”. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos estás para salvarme, lejos de mis palabras de lamentos”; “¿Por qué me has rechazado?”. Camino del Norte al Sur y no lo encuentro, no te veo. Por supuesto, Dios no había dejado a David, como tampoco nos deja a nosotros. Varias veces ha prometido: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”. Pero lo que Dios nunca promete es que siempre vayamos a sentir su presencia. En efecto, Dios a veces nos oculta su rostro. 42

Para madurar nuestra amistad y crecer en comunión con Dios, él nos probará y nos sentiremos abandonados y olvidados. Dios parecerá estar muy lejos de nuestra vida. Henri Nouwen lo llamó “el ministerio de la ausencia”. W. Astó lo llamó “el ministerio de la noche”. Otros lo llamaron “el invierno del corazón”. San Juan de la Cruz se refirió a esos días de distanciamiento de Dios, como “la oscura noche del alma”. Los místicos también han experimentado el silencio de Dios. Después de haberlo encontrado sienten que está lejos y el que es toda luz permite las oscuridades más profundas. San Juan de la Cruz expresa admirablemente el silencio de Dios con aquellos versos inmortales: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido”. Y Él parece que se ausenta por días, semanas, meses, años y sentimos que la oración no hace nada y no consigue ningún cambio. Por más que se ora, por más que se lee y se escucha la Palabra, por más que se busca al Señor, el corazón queda frío como una piedra, no se siente nada. Cuando Dios parece distante, puedes sentir que está enojado contigo. Sí, Dios quiere que sientas su presencia, pero prefiere que confíes en él, aunque no lo sientas. A Dios le agrada la fe. Eso nos reveló Jesús. Y en momentos de oscuridad es bueno recordar: “Nunca dudes en la oscuridad de lo que Dios te dijo en la luz” (V. Raymond Edman). Confía en que Dios cumplirá sus promesas. Gracias a que confiaba en la Palabra de Dios, Job pudo mantenerse fiel, aunque nada parecía tener sentido. Su fe era fuerte en medio del dolor: “Dios podrá matarme, pero todavía confiare en él”. 43

P. Arrupe tomó contacto con la miseria social y las situaciones injustas. Se encontró con el dolor terrible de la miseria y el abandono, viudas cargadas de hijos, enfermos que mendigaban la caridad y niños maltratados y abandonados… Aunque Dios no aparecía a simple vista, estaba escondido, en todo momento sintió a Dios cercano. “Sentí a Dios tan cerca en sus milagros que me arrastró violentamente detrás de sí. Y lo vi tan cerca de los que sufren, de los que lloran, de los que naufragan en la vida de desamparo, que se encendió en mí el deseo ardiente de imitarlo en esta voluntaria proximidad a los desechos del mundo, que la sociedad desprecia porque ni siquiera sospecha que hay un alma vibrando bajo tanto dolor”. El abate Bournisien, de una novela de Flaubert, dice al Dr. Bovary, roto de dolor por la muerte de su mujer: “Es preciso someterse sin rechistar a los designios de Dios, e incluso darle las gracias”; a lo que Charles Bovary no puede evitar responder: “¡Detesto a tu Dios!”. A muchas personas piadosas se les podría aplicar lo que dice Job a sus amigos: que son unos “médicos matasanos” (Jb13,4), es decir, una personas que, cuando intentan consolar, logran precisamente lo contrario. El sencillo aguador de una comedia de Bertolt Brecht atribuye las inundaciones de su provincia a que allí no reina temor alguno de Dios. “Lo que simplemente ha ocurrido es que se ha derrumbado la presa”, responde otro. Cuando hablamos de cualquier sufrimiento es bueno saber en qué terreno nos movemos; por ejemplo, cuando lo hacemos de la enfermedad, no podemos afirmar que es Dios quien hace enfermar a nadie, ya que Dios no origina las enfermedades. En una de las primeras obras de Cela, una madre tuberculosa se despide de su hijo con estas palabras: “Sé muy bueno, que Dios te proteja y que jamás –se lo pido por lo más santo– te rompa las venitas de los pulmones”. 44

Algo parecido podríamos afirmar en cuanto a los desastres naturales. En el siglo XX, a ningún sismólogo se le ocurrirá afirmar que Dios decidió una mañana sacudir la tierra, aunque algunos creyentes lo afirman presentando a un Dios sádico con expresiones como:“Dios hace sufrir a los que ama”, o la más popular de “Dios aprieta, pero no ahoga”. “Semejante ‘dios’ –dice Fourez– sería un verdadero neurótico, y lo mejor que podría hacerse por él es recomendarle un buen psicoanalista”. Rabia, dolor, tristeza, impotencia es lo que sentimos ante cualquier muerte por accidente. ¿Qué hacer, qué decir? Únicamente callar, orar y hacer todo lo posible porque los familiares y amigos de los fallecidos y los corazones de todas las personas de bien tengan un poco consuelo que, en muchos momentos, resulta imposible. Aunque a veces cueste ver a Dios, él está ahí con una presencia especial. Lo verdaderamente importante, es saber qué hacer ante el mal, sobre todo ante la injusticia que se puede evitar. ¿Hay que cruzarse de brazos? ¿Hay que seguir clavado en la cruz? Ante el mal no podemos cruzarnos de brazos, aunque a veces tenemos que seguir clavados, ya que no depende de nosotros. Es un misterio que, por ahora, no podemos descifrar. Sólo llegamos a barruntar que Dios calla y es importante el aprender a saber callar.

¿Y QUIÉN TIENE LA CULPA? Érase una vez un hombre como los demás. Un hombre normal. Tenía cualidades positivas y negativas. No era diferente. Una noche, llamaron a su puerta. Cuando abrió, 45

encontró a sus enemigos. Eran varios y habían venido juntos. Sus enemigos le ataron las manos. Después le dijeron que era mejor así. Y se fueron, dejando un guardián en la puerta para que nadie pudiera desatarle…Y cuando su guardián le señalaba que, gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él, el hombre de las manos atadas, no podía hacer nada malo (no le señalaba que tampoco podía hacer algo bueno), el hombre empezó a creer que era mejor vivir con las manos atadas. Además, estaba tan acostumbrado a las ligaduras… Pasaron muchos años, muchísimos años. Un día, sus amigos sorprendieron al guardián, entraron a la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos del hombre. “Ya eres libre”, le dijeron. Pero habían llegado demasiado tarde. Las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas. Las causas del sufrimiento son múltiples: nuestra condición humana, el mal uso de la libertad, etc. ¿Quién tiene la culpa de los males? Con frecuencia culpamos a Dios de todo; pero la respuesta no es sencilla: nos han atado las manos, el alma, los vuelos y, es posible, que la culpa la tengan los otros, la sociedad, la familia; pero no cabe, duda, que cada uno puede hacer mucho por romper lazos y ataduras. En general podemos afirmar que Dios no quiere el mal, pero sin embargo lo permite porque sabe que es una consecuencia inevitable de la creación del hombre. Dios podría hacer milagros y evitarlo. Jesús podía haber curado a todos los enfermos, haber evitado las catástrofes… ¿Por qué Jesús realizó sólo unos pocos milagros? En realidad, en nuestra mentalidad, el recurso habitual al milagro sería el arreglo de todas nuestras desgracias, pero ignoramos que nos ataría las manos y nos privaría de 46

nuestra responsabilidad. “Un Dios –escribía Nietzsche– que en el momento oportuno corta el resfriado, o induce a uno a subir al coche en el momento preciso en que empieza a llover a cántaros, debería antojarse un Dios tan absurdo que, si existiese, habría que abolirlo”. Y sin embargo muchos son los que piensan y añoran un Dios así. Incluso hoy seguimos preguntándonos, ¿por qué Dios no evita milagrosamente los sufrimientos más insoportables? Dios, habitualmente no recurre al milagro. Deja que las cosas sigan su curso. No se mete en lo que es competencia del ser humano. Las cosas son como son, no dependen de nuestro antojo, y, a veces salimos perjudicados. Hay muchas personas que no logran entender por qué Dios consiente que tantos inocentes sufran, o por qué media humanidad pasa hambre. Es claro que Dios no tiene la culpa de todo lo que se nos antoja que no va bien en este mundo. Es muy cómodo echarle la culpa a Él, estando la solución en nuestras manos. “Son los hombres –decía C. S. Lewis–, y no Dios, quienes han producido los instrumentos de tortura, los látigos, la esclavitud, los cañones, las bayonetas y las bombas. Debido a la avaricia o a la estupidez humana, y no a causa de la mezquindad de la naturaleza, sufrimos pobreza y agotador trabajo”. Dios no tiene la culpa de que este mundo sea como es, Él no es un Dios tapa agujeros. Los pueblos primitivos creían en un Dios castigador. Hoy, muchas personas se mantienen en esta misma creencia, echándole la culpa a Dios de todos los males cuando la mayor parte de los sufrimientos provienen de los hombres. Lo que se reprocha a Dios es, las más de las veces, un acto de los hombres contra otros hombres y también contra Dios. El éxito y el fracaso, el placer y el sufrimiento, la 47

alegría y el dolor la libertad y el mal, son aspectos inseparables de una misma realidad, como la cara y la cruz de una moneda. Dios no tiene nada que ver con nuestras imprudencias y locuras. Quien se da a la bebida poco a poco se intoxica. El médico se lo ha advertido a tiempo, pero no lo han escuchado y, precisamente, por seguir bebiendo, llegará un día en que el hígado dejará de funcionar. Entonces surgen las preguntas: ¿Qué le he podido yo hacer a Dios? A Dios nada, pero sí a tu cuerpo que has envenenado día a día. Podemos hacer mucho por mejorar el mundo; podemos, como hombres y mujeres con responsabilidad moral, convertirnos en protagonistas, no en meros objetos o víctimas del drama de la vida. Pero no hay respuesta adecuada para todos los interrogantes. A pesar de todas las explicaciones, el ser humano sigue preguntándose, si a Dios le importa tanto el sufrimiento de las personas, ¿cómo no hace algo por evitarlo? Las respuestas apuntan hacia nosotros. Y una vez más lo diremos: Dios actúa a través nuestro. El bien o el mal del mundo está en nuestras manos. Dios ha hecho todo, nos ha creado a nosotros y nos ha dado las herramientas necesarias para no enfermar, para curar, para sanar. Nos ha dado la inteligencia para poder dirigir y controlar todo lo creado. “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla”, dijo a la humanidad (Gn 1,28). Ahora el ser humano es libre para escoger el bien o el mal, el amor o el odio. Somos libres y desde el amor tendríamos que servir a los demás (Ga 5,13). Quizá la definitiva respuesta está en estas sencillas palabras de P. Lippert: “¡Señor Dios! Ya veo lo que tengo que hacer y me espanta la tarea: Tengo que hacerte bueno”. 48

¿TODO DEPENDE DE DIOS? Duns Escoto, gran teólogo del siglo XIII, cuando iba de viaje encontró a un campesino que labraba su tierra. Le recomendó que se portara bien, y que cumpliera con la Ley de Dios para salvarse. El campesino, un tanto molesto, le dijo: —¿Para qué debo portarme bien? Si Dios quiere que me salve, aun portándome mal me salvaré; y, si Dios no quiere que me salve, aun portándome bien, no me salvaré. El teólogo le preguntó: —Dime ¿para qué labras tu tierra, la siembras y la riegas? Si Dios quiere que en tu campo haya trigo, aunque tú no trabajes habrá trigo; y, si Dios no quiere que tú tengas trigo, aunque trabajes y sudes, no tendrás trigo. El campesino ya no supo qué contestar, y siguió labrando su tierra. Todo depende de Dios, pero todo, también, depende del ser humano. Hay muchas personas que acuden a Dios en los momentos de tormenta, cuando se avecina la tempestad o ante una enfermedad incurable. Y es que en los momentos de inseguridad, Dios es roca, es seguridad ante cualquier amenaza. “A los dioses, decía Freud, se atribuye una triple función: espantar los terrores de la naturaleza, conciliar al hombre con la crueldad del destino, especialmente tal y como se manifiesta en la muerte, y compensarle de los dolores y privaciones que la vida civilizada en común le impone”. Sabemos que Dios es el Padre bueno, pero no está para tapar los agujeros que otros pueden rellenar. “Veo con toda claridad que no debemos utilizar a Dios como tapa-agujeros de nuestro conocimiento imperfecto. Porque entonces, si los 49

límites del conocimiento van retrocediendo cada vez más –lo cual, objetivamente es inevitable–, Dios es desplazado continuamente junto con ellos y, por consiguiente, se halla en una constante retirada. Hemos de hallar a Dios en las cosas que conocemos, no en las que ignoramos” (Bonhoeffer). El cristiano tiene que creer que sin Dios, si no está unido a Cristo, no puede hacer nada, no puede dar fruto. No es fácil saber hasta dónde llega la acción de Dios entrelazada con la mano del ser humano. Son dos poderes que tienen que marchar a la par, pues él da la fuerza. Él multiplica nuestro poder y nuestra debilidad se hace fuerte. Así lo expresa un himno de la liturgia: “Tu poder multiplica la eficacia del hombre, y crece cada día, entre sus manos, la obra de tus manos”. “Fui perseguido por nazis y rusos. Tuve suerte: no he matado a nadie. No he apaleado a nadie. Perdí mis gafas en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz. Tengo una miopía aguda. Me han aplastado la nariz. Frecuentemente he tenido miedo; un miedo terrible…” Esto se puede leer en “Otoño de las esperanzas”, biografía del intelectual católico Bartoszeski. Cuenta que en Auschwitz vio como por puro “placer”, hacían salir a un profesor de enseñanza media de un instituto de Varsovia de entre las filas y ante los ojos atónitos de unos cinco mil prisioneros le golpeaban y torturaban hasta causarle la muerte”. Dice: “Fuimos espectadores y nadie dijo nada. Nadie hizo nada. Yo estaba allí y tampoco hice nada. Y esto constituye para mí, hasta el día de hoy, la mayor vergüenza de mi vida”. Efectivamente, ante el mal la masa se siente impotente y, si no tiene unos líderes que reaccionen, se queda cruzada de brazos. 50

J. Fowles, autor de la novela El Mago, pone en boca de un personaje de la misma, refiriéndose a Hitler: “Lo grave no es que existiera un hombre con el valor suficiente para ser tan malvado, sino que hubiera millones de hombres sin el valor necesario para ser buenos”. Es grande el sufrimiento en el mundo y, sin embargo, muchos no hacen nada por aliviarlo. ¿Cómo, pues, tiene que actuar el ser humano? Hace tiempo san Ignacio dio este consejo: “Actuar como si todo dependiera del hombre, confiar como si todo dependiera de Dios”. O como dijo Ernst Bloch: “Sed vosotros hombres, y Dios será Dios”. Es decir, todo depende de Dios, pero todo depende también del ser humano. Mucho es lo que cada uno puede hacer por cambiar las estructuras del mal. El Premio Nóbel de la Paz del 2006 fue otorgado a Mohamed Yunus, economista de Blangadesh, más conocido como “el banquero de los pobres” por su obra de fundador del banco de los microcréditos con el que ayuda a los más necesitados, en este caso la mujeres de Bangladesh. Yunus descubrió que cada pequeño préstamo suponía un cambio sustancial en la posibilidades de alguien sin otros recursos para sobrevivir. Fueron sólo 27 dólares de su propio bolsillo para una mujer que hacía muebles de bambú, el primer préstamo que llevó a cabo y los beneficios producidos repercutieron en ella misma y en su familia.

PERDONAR A DIOS Y A UNO MISMO En 1987, un fuerte terremoto destruyó muchas casas en San Francisco, California; una familia que había perdido su casa se mudó al otro lado de la bahía, en las colinas de Oakland; algunos años después, un fuerte incendio arrasó la zona y su casa fue nuevamente destruida. 51

La pregunta sobre el por qué de las cosas, sirve de poco; la respuesta a esa pregunta seguirá siendo un misterio para siempre. Para recuperarse de desastres semejantes, debemos preguntarnos mejor ¿Qué puedo aprender a partir de esta situación? ¿Qué puedo hacer para superarla? ¿Qué aprendí que pueda ser de ayuda en el futuro? ¿Es que se puede estar enojado con Dios? ¿Es que Dios es capaz de hacernos daño? Sí, hay muchas personas enojadas con Él. Pregúntenselo al que le acaban de comunicar que tiene un cáncer sin cura, o a la madre que perdió al hijo recién nacido, o al que el huracán le arrasó su fortuna. Dios es un buen chivo expiatorio al que podemos echar la culpa de todos nuestros males. El Dios omnipotente al que se atribuyen tantos sufrimientos no es el Dios impotente y humilde que Jesucristo ha mostrado: “Porque deja sufrir y morir a los niños. Porque dice que me ama y no me ayuda en los momentos difíciles. Porque se dice que está en todas partes, y yo no lo veo. Porque no parece responder a mis ruegos. Porque no me concede la felicidad a la que me daría derecho el cumplimiento fiel de mis deberes religiosos. Porque después de haberme hecho conocer el cielo a través de un gran amor, vino por el o la que yo amaba. Porque permite que se cometan abusos, incluso en su Iglesia, sin intervenir. Porque me juzga sin cesar. Porque no puedo alcanzar la perfección a que me obliga a aspirar” (Jean Monburquette). Dios calla ante el sufrimiento humano. Parece ausente. Y como la realidad es dura y no tiene explicación, el ser humano mantiene una actitud de huida de la que habla 52

Freud, huida hacia el seno materno, hacia lo arcaico y prelógico: “Soy como un niño en el vientre de su madre, no deseo nacer. Aquí me encuentro suficientemente a resguardo” (Rosanov). Perdonar nos ayuda a sumergirnos en un mundo de experiencias y emociones positivas que terminan orientando la vida hacia nuevos horizontes, más humanos y más divinos. Es cuestión de querer hacerlo. Por lo menos de intentarlo. Hay que ser fuerte para perdonar y cuidar a los otros, pero hay que revestirse de gran valor para perdonarse a sí mismo, para no guardar resentimientos. En Alcohólicos Anónimos se sugiere que la única persona a la que se necesita perdonar es uno mismo; una vez logrado esto, todos los demás serán perdonados de un modo natural. Perdonándose a uno mismo es más fácil perdonar a los demás ya que, en definitiva, todos somos iguales. El perdón, como todo en la vida, es cuestión de práctica, requiere una decisión, un deseo, un compromiso consciente. Para convertirse en hábito o virtud, necesita repetirse muchas veces para dominarlo, para integrarlo, para sentirlo como algo natural. Cuando uno se ve con amor, esa misma mirada se transmite a los demás y se ve a los otros con amabilidad y amor y lo miramos con el corazón, no con nuestras ideas preconcebidas. Y cuando esto acontece somos capaces de ver toda la bondad de cada ser humano. Goethe escribió: “Si tratas a una persona según lo que parece, la haces peor de lo que es. Pero si la tratas como si ya fuera lo que tiene capacidad de ser, la haces lo que debería ser”. Para amar al otro y perdonarlo, hay que empezar por amarse y perdonarse a sí mismo. Si hay que amar a los 53

enemigos, el enemigo más fuerte habita, con frecuencia, en nosotros mismos. Amar y perdonar, además de ser un don que se recibe de lo alto, es un aprendizaje que comienza en la familia, en los primeros años. Muchos no consiguen perdonarse, porque cuesta, porque se culpan, porque lo que han hecho creen, en definitiva, que no tiene perdón. Perdonarse a sí mismo es aceptarse como se es y no tener envidia de los otros. Una pulga no envidia lo que come y lo que pesa el hipopótamo. Para perdonarse a sí mismo, es bueno ser uno mismo, indulgente y paciente con los fallos. Es bueno dejar atrás todos los juicios de condena y amarguras del pasado, tratarse con amabilidad y dulzura, con comprensión y compasión. Perdonarse a uno mismo es probablemente el mayor desafío que podemos encontrar en la vida, ya que perdonarse es el proceso de aprender a amarnos y aceptarnos a nosotros mismos “pase lo que pase”. Suele haber una enorme resistencia a perdonarse a uno mismo, porque, en definitiva, es una muerte. Muere el hábito de considerarnos pequeños e indignos. “Me avergüenzo de haber engordado tanto”, “Siempre me sentiré culpable por no haberme despedido”, “Dejaré de sentirme culpable si las cosas salen bien”, “Me perdonaré cuando ella me perdone”. Muchas son las causas del desprecio a sí mismo. Entre ellas podríamos señalar el perfeccionismo. El perfeccionista no puede perdonar el no haber previsto antes los problemas, el haber metido la pata, el no haberse dado cuenta, el haber caído una vez más. La falta de autoestima, el desprecio y el odio a sí mismo, provienen de los mensajes, verbales o no, recibidos en los primeros años. La falta de cariño, las palabras desagradables y menosprecios hacen que el niño no crea en los 54

triunfos y esté programado para el fracaso, siendo además un candidato seguro para sentirse deprimido y culpable. Las biografías de Anuar Sadat, Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela, al igual que la de tantos otros líderes sociales, nos hablan de cómo encontraron la senda hacia el perdón mientras estaban en la cárcel; reconocieron y aceptaron sus sentimientos de amargura, ira y venganza, pero el perdón los ayudó a transformar esos sentimientos en acciones positivas para cambiar cuando finalmente salieron de la cárcel.

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ii ACTITUDES ANTE EL SUFRIMIENTO

Las actitudes ante el sufrimiento son muchas y variadas. En ellas influyen factores como la religión, la filosofía, nuestros aprendizajes y valores, etc. Y además, cada persona reacciona de un modo particular. Algunos no dan importancia al sufrimiento; otros, gozan contando sus achaques y exagerándolos; pocos lo aceptan de verdad y se enfrentan a él con paz y serenidad. Lo cierto es que quien le encuentra sentido y lo acepta, tiene mucho camino andado. Con frecuencia decimos que todo es del color del cristal con el que miramos las cosas y acontecimientos. Según pensamos, así nos va en la vida. Los pensamientos nos permiten gozar o sufrir, triunfar o fracasar. Nos va la vida en cambiar nuestra actitud mental, ya que “cada cual es afectado no tanto por lo que le sucede, sino por la opinión que tiene acerca de lo que le sucede” (Montaigne). Los pensamientos influyen en la acción y ésta en los pensamientos; por eso recomendaba William James cambiar las acciones, ya que “la acción logra cambiar los sentimientos. Así que si alguien siente que ha perdido la alegría y el entusiasmo, que se dedique a obrar como si tuviera entusiasmo y alegría, y verá como la acción transforma su sentimiento”. Con pensamientos positivos se triunfa siempre, aunque las dificultades sean grandes, pues quien se empeña en ver y resaltar solamente lo positivo, así vivirá, con optimismo. 57

SENTIDO DEL SUFRIMIENTO Gibran cuenta que una ostra dijo a otra ostra: “Vecina, siento un gran dolor dentro de mí. Es como algo pesado, redondo, que me lastima, me daña, me oprime”.Y la otra ostra replicó con arrogante complacencia: “Alabados sean los cielos y el mar. Yo no siento dolor alguno dentro de mí. Me encuentro perfectamente bien y nada me molesta por dentro ni por fuera”. En aquel preciso momento un cangrejo que por allí pasaba y había escuchado el diálogo entre las dos ostras dijo a la que estaba bien por dentro y por fuera: “Sí, te sientes bien e intacta. Pero el dolor que soporta tu vecina es una perla de inigualable belleza y de gran valor”. El dolor y el sufrimiento es repetidamente valorado de modo particular en el Nuevo Testamento como manifestación de amor. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16). El propio Cristo reprende severamente a Pedro: “El cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de beberlo?” (Jn 18 11). Cuando ruega Jesús al Padre que le libre de aquel Cáliz: “las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece” (Juan Pablo II). Cristo acepta la cruz por amor de obediencia al Padre para redimirnos: Padre mío, si es posible, pase de mi este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39) y a continuación: Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad (Mt 58

26,42). Todo sufrimiento humano, grande o pequeño, incorporado a Cristo y aceptado con amor es una perla de incalculable valor. San Pablo escribirá de Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gá 2,20). Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, dice san Pablo a los Colosenses (Col 1,24). Quien sigue a Cristo tiene que aceptar la cruz. Si alguno quiere venir en pos de mi, tome cada día su cruz (Lc 9,23). La fidelidad a Cristo exige este sacrificio. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran! (Mt 7,13-14). Quien sufre con fe se alegra como Pablo: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros” (Col 1,24). Es un misterio que se vislumbra cuando en la medida en que somos capaces de aceptarlo por la fe en Cristo: “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte” (G. S.22). Como misterio, debe ser permanentemente contemplado con perplejidad y con respeto: ante el dolor humano nos encontramos frente a una realidad con vocación sobrenatural, llamada a trascendernos. Algunos no encuentran ningún sentido al sufrimiento y lo único que desearían es borrarlo del mapa. Este es uno de los motivos por los que para estas personas no tiene sentido una vida de dolor y la obsesión por no sufrir acaba de hecho con la propia vida, pues cuando el sufrimiento no se puede detener, la forma más fácil es acabar con la vida. Abunda, con frecuencia, el miedo al dolor que se convierte en norma de vida y paraliza totalmente a las personas. El miedo nos llena de presentimientos nefastos toda la vida, no existen amaneceres, nos acogota el cuerpo y el alma. No podemos olvidar que el sufrimiento forma parte de nuestra naturaleza, sin embargo tratamos de huir de él y esto impide que aprovechemos la oportunidad 59

de convertirlo en fuente de bendiciones, de paz, de fecundidad. No podemos ni debemos olvidar que el dolor siempre tiene algo que decirnos. El dolor nos madura y nos hace más humanos. “Pero no todos aceptan, aunque sea a regañadientes, el dolor. Unos se crispan, maldicen y patalean. Otros se refugian en la melancolía y caen en la depresión más severa. La adversidad y el dolor no deben verse como cosas tan terribles, sino como una escuela donde el aprendizaje, aunque sea duro, no se olvidará con facilidad. El dolor y la adversidad constituyen todo un espectro de contrastes en las personas. Unos, con muy poco, se desesperan. Otros, con mucho más, se crecen. El problema no está en que esas adversidades o esos dolores sean muchos o pocos, sino en cómo se afrontan. En la adversidad suele descubrirse al genio y en la prosperidad se oculta, afirmaba Horacio. No es el sufrimiento el que da valor a la Cruz, sino el amor del Hijo que el Padre acoge en solidaridad con la historia dolorosa de los hombres. No es la sangre la que salva, sino el amor que no se detiene ni siquiera ante ella” (J. A. Pagola). A pesar de que el sufrimiento madura, a veces el dolor apaga todas las luces y la persona se vuelve muy débil y se desmorona. Es entonces cuando tiene que echar mano de la fe, del sentido de la vida, pues como dice Nietzsche: “cuando un hombre tiene un por qué vivir, soporta cualquier cómo”. Pero con frecuencia falta fe, luz y fuerzas, y, es entonces, cuando más se necesita la ayuda de los otros, de la compasión y el cariño. El sufrimiento nubla y, a veces, no deja ver la luz y la esperanza, pues los que no pueden creer que haya alguien que les 60

ama. Pero el que goza de salud, a veces no ve y no comprende al que yace inmóvil en la noche. Necesitamos unos prismáticos especiales para acercarnos a los demás, esto sólo ocurre cuando somos capaces de ver con el corazón. Qué grande es poder sentir el sufrimiento y el dolor de los otros. A estas personas les duele el sufrimiento de la humanidad, porque quien es sensible, no puede dormir cuando sabe que millones de personas carecen de los derechos más elementales. Recuerdo aquel poema de Roland Holst que confesaba: “A veces me es imposible conciliar el sueño por las noches, pensando en los sufrimientos de los hombres”. Cuando no se es capaz de aceptar el dolor, es bueno ofrecérselo al Señor. “Dios mío, te ofrezco mi dolor… ¡Es todo lo que puedo yo ofrecerte! Tú me diste un amor, un solo amor. ¡Un gran amor! Me lo robó la muerte …y no me queda más que mi dolor. Acéptalo, Señor: es todo lo que puedo ya ofrecerte!” (Amado Nervo).

VOCES ANTE EL SUFRIMIENTO En la catedral de Reims hay un ángel realmente singular: despedazado, destruido, surcado por cicatrices y heridas. Con el paso del tiempo se ha quedado sin una de sus alas. Pero lo sorprendente de este ángel es que, pese a todas las lesiones, sonríe al que lo mira. No es fácil sonreír y manejar el dolor. Algunos lo disimulan no lo dan importancia, al menos exteriormente. 61

Otros gozan contando sus achaques y exagerándolos. Pocos lo aceptan de verdad y se enfrentan a él con paz y serenidad. Los que se hacen amigos de aquello que les recuerda que están vivos, suelen comprender a los que sufren. Cuando nos acercamos al otro debemos hacerlo con gran respeto, casi como en adoración, sabiendo que el que sufre es hermano y en él está muy presente Jesús. No es fácil tampoco ponerse en el lugar del otro y tratar de comprenderlo y ayudarlo, pues bastante lleva cada persona con sus problemas. Muchos son los sentimientos y actitudes ante el sufrimiento y la muerte de cualquier persona. Sentimiento y actitudes que nos hacen proferir voces de indignación, voces fatalistas, voces religiosas y voces de sabiduría popular. De ellas habla Arnaldo Pangrazzi en su libro ¿Por qué a mí? Veámoslas por separado. Las voces de indignación se hacen muchas preguntas: ¿por qué ahora?, ¿por qué a mí? … Siempre el momento de la desgracia es inoportuno. Y la indignación o culpa recae sobre uno mismo o sobre Dios. Las voces fatalistas achacan al destino los acontecimientos trágicos. Hay algunas expresiones que se refieren a este grupo como: ¡Era el destino!; hemos nacido para sufrir; me persigue la desgracia; Dios lo ha querido así… Este destino puede ser un destino ciego o la maldad de prójimo, o bien, quienes consideran que el destino de cada uno está previamente marcado por Dios. Las voces religiosas son expresiones de las distintas imágenes de Dios que tienen los seres humanos. A Dios podemos verlo como juez, como perseguidor, como educador, como dispensador de favores, como olvidado, como amigo, como Padre. La imagen de Dios como Padre 62

habla de confianza, abandono, bondad, providencia. Es la confianza en el padre lo que llena de paz y serenidad el corazón del ser humano. Las voces de la sabiduría popular. La sabiduría popular nos ofrece expresiones y frases en torno al sufrimiento. Estas frases gravitan en torno al tema de responsabilidad personal como factor causante del sufrimiento, o proceden de la conciencia de la propia fragilidad y mortalidad, o en torno al misterio de las potencialidades escondidas en el sufrimiento, o derivan de confrontarse con los demás para reconsiderar la propia aflicción y abrirse al prójimo. Cada frase hay que comprenderla en el contexto de la historia, la personalidad y los recursos del individuo. Muchas expresiones que parecen una acusación contra Dios pueden ser formas de oración. El corazón herido necesita tiempo para curar. ¿Dónde acudir en los momentos de dolor y dificultad, cuando la tierra tiembla y la casa se derrumba, cuando la razón no tiene razones y el corazón se seca?

CAMBIAR NUESTRAS MENTES Estas son palabras de William James: “El gran descubrimiento de nuestra época es que podemos cambiar toda nuestra vida con sólo cambiar la actitud de nuestras mentes”. En un reino de la antigua China se celebraba el banquete de bodas del príncipe heredero. En el brindis de los novios ella tomó la copa y fue a beber, pero al beber vio que en la copa había una serpiente. Se bebió todo, pero al poco tiempo empezó a sentir dolores de estómago y se alarmó; no quiso decir qué le pasaba. El visir 63

sospechó que algo ocultaba la princesa. Para averiguarlo se puso a revivir él, paso a paso, todo lo que había hecho la princesa el día de la boda. Así llegó el momento del brindis, llenó de vino la copa, la llevó a sus labios y sonrió. Hizo llamar a la princesa, que estaba a punto de desmayarse, la sentó en el mismo lugar que había ocupado y le hizo tomar la copa en su mano y mirar a su interior. La princesa, a pesar de su debilidad, dio un grito. ¡Allí estaba otra vez la serpiente! El visir tomó entonces la copa en sus manos y bebió de un trago su contenido. Se hizo silencio, y el visir explicó: No había ni hay ninguna serpiente. Justo encima del sillón de la princesa colgaba del techo una lámpara con adornos plateados que se reflejaban en la superficie del vino en la copa y daban la impresión de que se retorcía en ella una serpiente. Repitió la escena, y todos se convencieron. La última en convencerse fue la princesa, pero al fin vio la verdad, y en cuanto la vio cesaron sus dolores. Si no había serpiente para causarlos, ¿cómo podía ya sentirlos? Siguió la fiesta de bodas, y todos fueron felices. El creer en algo produce los efectos que dicta la mente. Basta sentir que se está mal o así lo ha dicho el médico, o alguien que te lo susurra al oído, para que una persona sana empeore. “Es la mente la que hace el bien o el mal, la que hace mísero o feliz, rico o pobre” (E. Spencer). Lo que pensamos y cómo pensamos es importante para la vida, pues, normalmente, “la gente se perturba, no por los acontecimientos, sino por su opinión sobre los acontecimientos” (Epicteto). La mente proyecta lo que tiene. Cuando en la mente hay desasosiego, tristeza y miedo, eso vemos a nuestro alrededor. La paz, el amor, el cielo o el infierno están en 64

nuestra mente. Será, pues, de vital importancia aprender a dirigir nuestra mente para reemplazar todos los sentimientos de miedo, frustración y depresión, por otros más positivos. Cada uno puede elegir lo que piensa, aunque le cueste esta elección. Lo que la mente proyecta pasa a ser nuestra percepción, la cual limita nuestra visión mientras sigamos aferrados a ella. Y además trabajará como si estuviese dividida en dos: una parte actúa bajo la dirección del ego y la otra bajo la dirección del amor. La paz mental empieza con nuestros propios pensamientos y de ahí se extiende hacia el exterior. Es precisamente de nuestra propia paz mental (causa) de donde procede una percepción del mundo en paz (efecto). Cuando aceptamos la paz mental como único objetivo, el perdón se convierte en nuestra única función Muchos de nuestros pensamientos no son positivos, no son afectuosos. Si queremos que reinen la paz y el amor en el mundo, es esencial que optemos por la paz y no el conflicto, por el amor, no por el odio. Las palabras: imposible, no puedo, es difícil, debería... no son más que el resultado de nuestro estado mental, de aquello que creemos. En la mayoría de los casos vemos el mundo según está en nuestros pensamientos. Al cambiarlos, cambiaremos automáticamente el mundo a mejor, pues lo que pienso de los otros es el resultado de mis sentimientos y pensamientos. En muchas ocasiones la causa de las angustias, ansiedades, depresiones, radica no tanto en las dificultades que encontramos en nuestro caminar, sino en la manera cómo pensamos; Si cambiamos nuestra manera de pensar, cambiará nuestra manera de vivir. Todos los acontecimientos que nos han sucedido en nuestra vida hasta este 65

instante han sido creados por los pensamientos y creencias que hemos tenido en el pasado. Los pensamientos son poderosos y extraordinariamente creativos. Hasta el punto de crear nuestra realidad. La mayoría de las situaciones que vivimos dependen, en gran parte, de cómo se enfocan, del cristal con que se miran. La soledad, por ejemplo, puede resultar una bendición o maldición, según la acoja quien la viva. Estás solo: si lo llamas “soledad” sufres; si lo llamas “tranquilidad”, disfrutas. Estás en grupo: si lo llamas “multitud”, te ahogas; si lo llamas “compañía”, te relajas”. La felicidad no está en las comodidades, ni la riqueza en tener mucho, sino en saber disfrutarlo. Puede ser que el verdaderamente rico no sea el que aumenta sus riquezas, sino el que hace menguar su ansia por ellas. Si cada uno cambiara su forma de pensar y se conformara con lo que tiene, muchos problemas se resolverían en el mundo. “… Si tuvieres por tuyo lo que sólo está en tu mano, y lo ajeno tuvieres por ajeno, todo te sería fácil, todo bueno: ninguno en lo que hicieres podrá forzarte, ni podrá tirano prohibir tus acciones; a nadie acusarán tus maldiciones, no culparás a nadie, ni forzada tu libre voluntad obrará nada sujeta a servidumbre; ninguno podrá darte pesadumbre, no tendrás enemigos, ni ofenderte podrá el trabajo, ni la adversa suerte”. (Epicteto) 66

NO QUEJARSE Al amo de Epicteto le gustaba jugar con su esclavo de una manera un poco recia, y un día le estaba torciendo la pierna con fuerza cuando Epicteto le dijo tranquilamente: “Si me dobláis así la pierna, me la romperéis”. Siguió el juego, el esclavo repitió por segunda vez la advertencia. El amo no hizo caso y, de hecho, al cabo de un rato le rompió la pierna. Epicteto le dijo sin inmutarse: “¿Lo veis? Ya os dije que si seguíais así la romperíais”. Cojo se quedó todo la vida. Epicteto era esclavo. Entonces el esclavo no tenía ningún derecho, era un objeto en manos del amo que podía hacer con él lo que quisiera. No podía quejarse ni protestar ni oponerse… Epicteto escoge el mejor camino: la aceptación del hecho y sigue sin inmutarse, tranquilo con su cojera de por vida. ¿Podemos recomendar esta actitud a las personas que sufren injustamente, a los que son maltratados, injuriados, a los inmigrantes, a la mujer golpeada y violada…? Creo que hay que exigir justicia y no nos podemos callar ante cualquier clase de atropello. Pero sí nos vendrá bien el tomarnos las cosas con calma ante acontecimientos que no podemos controlar tales como enfermedades, desastres naturales; o ante la suegra que es la misma de siempre, o ante el director de la empresa que tiene esos modales… No somos los dueños de los vientos, del mar y la tierra, ni de las voluntades de los otros. No está en nuestro poder cambiar a los otros y, a veces éste es el mayor empeño de muchos. Sólo podremos cambiar al otro cuando hayamos cambiado nuestra conducta. Y esto es difícil, porque, sin duda, es menos costoso el pretender que el otro se acomode a nuestras ideas e intereses. 67

Un hombre se presentó a Epicteto y le preguntó: “¿Cómo conseguir que mi hermano no se enfade conmigo y me regañe?”. Epicteto le contestó: Tráeme a tu hermano y hablaré con él. El cliente insistió: El no vendrá en manera alguna, y aunque viniera no serviría de nada, pues él no ha de cambiar. Epicteto: “Ahora has aclarado tu caso. Con quien hay que tratar es contigo, no con tu hermano. Si tu hermano cambia o no, eso le toca él; ojalá cambie, pero eso no está en tu mano. Lo que sí está en tu mano es no perturbarte por la conducta de tu hermano. El origen de toda perturbación es el desear que algo cambie y el no lograr que sea así. Nos dan ganas de sacarle los ojos a quien se nos opone y, ya que no podemos hacerlo, nos ponemos a lamentarnos, gemir e insultar a quien podemos, incluso a Zeus y los demás dioses. Educarse es aprender a distinguir las cosas que están en nuestro poder y las que no lo están. Y luego saber cultivar la ecuanimidad respecto a las cosas que están en nuestro poder. La pena es que nos amargamos la vida tratando de cambiar lo que no podemos cambiar, y eso nos distrae y nos hace débiles cuando se trata de cambiar lo que sí podríamos cambiar”. Debe quedar claro que para educar y gobernar a otros, primero hay que gobernarse a sí mismos. Quien no es capaz de frenar la lengua, vencer los apetitos y pasiones, no puede pedir moderación a los demás y no tiene calidad moral para exigir cambios en los otros. 68

Es cierto que no podemos ser indiferentes ante el dolor, bien sea el nuestro o el ajeno; pero en muchas ocasiones ¿qué se logra con lamentarse, con quejarse? Nada, pues ante enfermedades, desgracias, muertes, se ha de hacer todo lo que se pueda para evitarlas o está a nuestro alcance, pero si a pesar de lo hecho no se logra nada, sobran todas las lamentaciones. No son los acontecimientos lo que nos quitan la paz, si no cómo enfocamos esos hechos. En la vida todo depende de la actitud con que tomamos los acontecimientos. “Lo que afecta a los hombres no son los hechos, sino sus opiniones acerca de los hechos” (Epicteto). Quevedo tradujo a Epicteto y aquí tenemos estos versos más importantes del Enquiridion: “No son las cosas mismas las que al hombre alborotan y le espantan, sino las opciones engañosas que tiene el hombre de las mismas cosas: como se ve en la muerte, que, si con luz de la verdad se advierte, no es molesta por sí, que, si lo fuera, a Sócrates molesta pareciera: son en la muerte duras, cuando, necios, tememos padecella, las opiniones que tenemos della; y siendo esto en la muerte verdad clara, que es la más formidable y espantosa, lo propio has de juzgar de cualquier cosa. Por eso, cuantas veces a tu seso le turben ilusiones, culparás a tus propias opiniones Y no a las cosas mismas, ya propias o ajenas, 69

pues ellas en su ser todas son buenas. Por eso debes advertir en todo que quien por su maldad o su desprecio al otro culpa, es necio: que quien se culpa a sí, y a nadie culpa, ya que no es ignorante, es solamente honesto principiante; mas el varón que ni a sí ni a otro acusa, en cualquier trabajo o accidente, es el sabio y el bueno juntamente”. ES ASÍ Sócrates llegó a acostumbrarse a no dejarse dominar por la ira, ni el miedo ni la preocupación. Cuando un día lo insultó uno de sus alumnos, se quedó callado y ni lo regañó ni lo castigó. A los tres días le llamó la atención y le impuso un castigo. Le preguntaron por qué no había regañado y castigado el mismo día de la ofensa y respondió: “Es que ese día yo estaba con cólera. Y todo lo que se hace o se dice con ira o mal genio queda mal hecho o mal dicho”. Y cuando las autoridades lo condenaron injustamente a muerte, obligándole a tomar una copa del terrible veneno llamado cicuta, lo único que respondió fue esto: “Hay que soportar con paciencia, valor y buen ánimo lo que no podemos cambiar; lo que ya tiene que ser así”. En una Catedral de Ámsterdam hay una frase que dice así: “Es así. Ya no puede ser de otro modo. Por lo tanto hay que aceptarlo”. Y ante lo inevitable no se adelanta nada con revelarse y quedarse rumiando la tristeza y la amargura. 70

“Hay que aceptar que así haya sucedido. La aceptación de lo desagradable que nos ha llegado, es el primer paso para lograr evitar las consecuencias desastrosas de la tristeza y de la desesperación” (William James). La mejor aptitud para conseguir la paz es la aceptación. “Hay un camino que lleva a la paz y a la tranquilidad, y consiste en dejar de preocuparse por aquellas cosas cuya solución está más allá de nuestra voluntad, y que no podemos hacer que no sean así” (Epicteto). El rey Jorge Quinto de Inglaterra tenía en su despacho el siguiente letrero: “No llores por la leche derramada, que con llorar no ganas nada”. No se consigue nada lamentando lo sucedido y echando las culpas a los otros o a nosotros mismos o dando cabezazos contra las paredes. Lo pasado, ya pasó. Juan Milton quedó ciego y reducido a la pobreza. Al principio se desesperó, pero después se propuso hacer suyo el antiguo principio: “Es así. Ya no puede ser de otra manera. Por lo tanto hay que aceptarlo”. Y fue entonces cuando decidió sacar todo el rendimiento posible a los dones que tenía. “Lo más terrible, decía Milton, no es quedarse ciego. Lo espantosamente terrible es no aceptar el haberse quedado ciego. Eso sí puede hacer que la vida se vuelva insoportable”. Ciego también era Joaquín Rodrigo, pero supo echar mano de su talento de compositor. Gabriela Mistral exclamaba: “Yo acepto el universo así como es. Yo acepto la vida como Dios ha permitido que suceda. Yo amo mi existencia, tal cual la he tenido que vivir”. Y quiero repetir lo que dijo el sabio antiguo: 71

“Si Dios me concediera su poder, yo cambiaría muchas cosas de las que me suceden. Pero si Dios me concediera también su infinita sabiduría, yo dejaría todas las cosas así como Dios las permite, porque son para mi bien. Y estoy segura de que al fin de mi vida, cuando vea los hechos con los ojos con los que los ve Dios, no le corregiré a Él ni siquiera una línea de lo que su bondad ha permitido que me sucediera, porque todo fue para provecho mío y no para mi mal”. Ayuda en gran manera la fe, el tener en cuenta lo que afirma san Pablo: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28). Si aceptamos de Dios los bienes, ¿por qué no aceptar también los males?, decía Job. Es importante contar con Dios en todo momento y ocasión. “Dios tiene poder y bondad, para darnos mucho más de lo que nos atrevemos a pedir o desear” (Ef 3,20). Es bueno confiar en Dios, poner en sus manos los problemas, Él los solucionará; pero lo que podamos hacer nosotros, aunque sea poco, debemos hacerlo. Henry Ford el fundador de la empresa de automóviles que lleva su nombre, repetía: “Cuando no puedo arreglar las cosas dejo que se arreglen por si mismas, pidiendo a Dios que quiera intervenir para arreglarlas de la mejor manera posible… Lo que sí podemos cambiar trataremos con toda el alma de obtener que cambie. Los males que podemos alejar, lucharemos con todas las fuerzas y con todas las luces de nuestra inteligencia por alejarlos. Pero cuando el sentido común nos dice que estamos ante algo que ya no puede ser de otro modo, no nos empeñemos tercamente en luchar desesperadamente por obtener que no sea lo que así fue y será definitivamente”. 72

Los problemas, si se enfrentan con alegría, se les vence más fácilmente. Cuando los jóvenes veían más alegre a San Juan Bosco, decían; “Hoy debe haber tenido un problema inmenso, porque está más sonriente que de costumbre”… Y así sucedía en verdad. Un día su secretario le dijo: “Comentan sus amigos que nunca lo habían visto tan alegre y comunicativo como hoy”. Y él le respondió: Y sin embargo hoy he tenido la pena más grande de toda mi vida y he tenido que solucionar un problema como nunca había imaginado que me iba a llegar”. A san Francisco no le importaba lo que dijeran las criaturas, sino tener contento al Creador. Cuentan que un día iba por un camino y un hombre maleducado se le enfrentó gritándole: fraile miserable, vago, perezoso, hipócrita y cobarde…y añadió otros cuantos adjetivos a cual más humillantes e injustos. La respuesta del santo fue “Hola, amigo, y que buen ojo tienes para descubrir mis maldades. Y eso que no sabes sino la décima parte de lo malo que soy yo”.

ACEPTARSE A SÍ MISMO Charles Chaplin, Cantinflas y el Gordo (el de las películas del Gordo y el Flaco) empezaron cada uno haciendo papeles de señores muy serios, en las representaciones, y tratando de imitar a algunos actores muy famosos, pero luego se dieron cuenta de que esta imitación de otros era un fracaso y de que el tratar de representar lo que no eran, les llevaba a no ser nada. Entonces cada uno se propuso ser lo que era, un pobre diablo, un sencillote que aceptaba los baches de la vida con gran dosis de humor. Tihamer Toth nos dejó escrita esta importante frase: “Nadie es tan desdichado, como el que vive deseando ser distinto de lo que la naturaleza dispuso que él fuera”. Y el 73

sabio La Haye afirmaba: “El vivir deseando ser otra persona distinta a la que uno es, es un problema muy antiguo y ha sido siempre la causa oculta de infinidad de neurosis, psicosis, complejos y desalientos”. Samuel Wood ha sido por muchos años el encargado de elegir a los actores para las películas en Hollywood. A todos les decía que no imitaran a los grandes artistas, que cada uno hiciera lo que sabía, que fueran ellos mismos. “La imitación es un suicidio. Querer ser copia de otros es suicidarse y raquitizarse” (Emerson). Quien trata de imitar a los otros, suele caer con frecuencia en la envidia, en la soberbia, en la mentira y en el resentimiento. Quien se empeña en florecer donde no ha sido plantado, vivirá en continua amargura. Sin embargo, quien acepta lo que sucede, es capaz de ser feliz. A san Francisco de Sales le preguntaron un día: ¿Cómo se las arregla para vivir contento en medio de tantos problemas y dificultades? Y el amable sabio respondió: “Es que siempre he tratado de cumplir el consejo de aquel antiguo maestro de espíritu que decía: ‘Si lo que llega a tus manos es un agrio limón, fabrícate con el una limonada’”. “Una de las cualidades más maravillosas de los seres humanos, repetía Adler, consiste en poder convertir un menos en un más”. Pascal, el gran pensador, decía: “Lo más difícil no es aprovecharse de las ventajas. Esto cualquier ser humano lo puede hacer. Lo más difícil y heroico es beneficiarse de las pérdidas y aprovechar lo que está en contra nuestra, y sacar también de allí jugosos beneficios. Esto sí exige especial inteligencia y en esto consiste la diferencial entre quien sí emplea bien su prudencia e inteligencia y quien no se dedica a pensar profundamente”. 74

No hay grande dificultad que el ser humano no pueda vencer. Las cosas más valiosas son las que han costado mayor esfuerzo. Muchas de las personas que han triunfado en la vida tuvieron grandes dificultades y limitaciones. Así: Beethoven, queda totalmente sordo, y entonces agudiza de tal manera su entendimiento que llega a producir las músicas más bellas del mundo. Milton, poeta inglés, cuando se queda ciego se aleja de la política y se dedica a componer versos, y como autor del famoso libro El Paraíso perdido se hizo famoso. Elena Keller queda ciega y sorda, pero en adelante la inspiración le llega de tal manera a su cerebro que obtiene fama universal. Por grandes dificultades pasaron Schubert, Tchaikovski, Tolstoi, Darwin, Lincoln… Todos supieron llevar a sus vidas el refrán noruego: “Los huracanes y los feroces vientos contrarios, son los que forman los buenos marineros”. Todo es aprendizaje en la vida: se aprende a revelarse contra el dolor y a aceptarlo, se aprende a vivir y a morir, a tener unos valores y a tener unos ideales, a vivir en los triunfos, fracasos, a gozar y a sufrir. Víctor Frankl, dijo: “La eliminación del dolor a toda costa no puede ser norma de la actuación médica. La misión del médico no es, únicamente, hacer al hombre apto para el trabajo y el placer, sino que se trata de conseguir hacerlo también capaz de sufrir...”. La fe y el amor nos ayudan a vencer las dificultades, a soportar el sufrimiento con entereza. El sufrir con fe y amor es un don y un privilegio: “Porque se os ha concedido a vosotros, a causa de Cristo, no solamente el privilegio de 75

creer en el, sino también el de sufrir por su causa” (Flp 1,29); Cristo no da males a los suyos, aunque es inevitable en muchos casos que los sufrimientos traigan la tristeza, como esta escrito: “Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados” (Hb 12,11).

LA TRISTEZA ES COSA INÚTIL A un hombre ruso que cumplió 113 años, con todas sus facultades mentales y físicas en condiciones óptimas, le preguntaron por el secreto de su longevidad. Lo primero que ha dicho ha sido: “No te entristezcas con las pequeñas cosas de la vida”. Es de sabios ahuyentar las tristezas que nos presenta la vida. La Sagrada Escritura nos advierte que “todos los males vienen con la tristeza” y “la muerte viene con ella” (Ecl 38,19). No te entristezcas porque el Señor es quien nos conforta en el día de la tribulación. Y “la tristeza, como dice T. De Kempis, es cosa inútil” y no te traerá ningún bien. De ahí que no hay que entristecerse por un simple fracaso o porque las cosas no marchen como deseamos. El compañero de la tristeza es el desaliento. Satanás exhibió a la vista de los diablos las varias “herramientas” que ellos pueden usar para desviar a los hombres: el orgullo, el odio, los celos, el sexo, la droga, el alcohol, el poder político, el dinero, etc. Una exposición de verdad impresionante. Cerca de estos medios principales, había una herramienta pequeña y casi inadvertida. 76

Uno de los diablos preguntó: —¿Qué es esto, y para que sirve? —Es un medio sumamente valioso: –explicó Satanás-– sirve perfectamente cuando los demás medios fallan, se llama: el desaliento. Gracias a él, Satanás logra que mucha gente buena se pase la vida sin hacer nada. Y esa gente se pregunta: ¿Por qué debo arriesgarme yo, cuando nadie se arriesga? Jesús nos animó a tener valor, ya que él venció al mundo (Jn 16,29). Mas ¿cómo vencer el desaliento y la tristeza? Cuando le asaltaban ideas de desánimo y desaliento Madame Curie, repetía: “Si resistí ayer, también seré capaz de resistir hoy, y lograré resistir mañana”. Y en esa “universidad del sufrimiento” aprendí una gran lección: vivir sólo un día cada día. Carmen Conde, de la Real Academia Española, ha dicho al periodista que le hacía una entrevista: “No te permitas nunca vivir sin ilusión. Te volverás triste. Y estar triste es pasajero, pero ser triste es… casi pecar”. Hay muchos remedios para combatir la tristeza. Entre ellos está el trabajo y ayudar a los demás. Estar ocupado es un medio excelente para no caer en la tristeza. A Einstein le preguntaron cuál era su fórmula para producir tan excelente rendimiento en sus trabajos, y la explicó así: “Mi fórmula es trabajar mucho; callarme la boca; y descansar a tiempo”. Un día llegó un desconocido a pedirle trabajo en su empresa, y le fue negado. Entonces aquel hombre le dijo a Andrés Carnegie antes de despedirse: “Le dejo una idea. Póngala en practica, y si le produce buen efecto, me regala después algún dinero para mi sostenimiento. La idea es esta: Cada día haga la lista de las cosas que tiene que hacer, 77

y hágalas según el orden de su importancia”. Poco tiempo después aquel desconocido recibió una gran cantidad de dólares, porque el Sr. Carnegie había notado que aquel buen consejo le estaba produciendo maravillosos resultados. Cuando se trabaja con gusto y con amor, no hay cansancio. T. Edison, que trabajaba 18 horas diarias y que muchas veces comía y dormía en el laboratorio para no suspender sus trabajos de investigación, sentía que el trabajo no le fatigaba porque lo hacia con verdadero gusto y agrado. Y exclamaba: “Yo nunca sentí que estaba trabajando. Para mí el trabajo era una diversión”. Hay otro medio bien sencillo para curarse de la melancolía, según afirma Adler: “Podrá curarse de su melancolía en 14 días si cumple esta prescripción: Pensar cada día el modo en que pueda ayudar mas a los demás”. Carlos Jung declara: “Una tercera parte de mis pacientes que sufren de tristeza y melancolía, deben esa enfermedad sicológica a que carecen de razones suficientes para vivir y de motivos que los lleven a actuar a favor de los demás”. La receta es fácil de cumplir y además es ventajosa, pues todo lo que se hace en beneficio de otros queda como ganancia para el que obra. El proverbio chino dice: “Siempre queda un poco de fragancia en la mano que obsequia rosas”. El Dr. Link, director del gran Centro Sicológico de Nueva York, escribió: “Ningún descubrimiento psicológico moderno he conocido tan importante como este: que el esforzarse por hacer más sanamente feliz la vida de los demás, contribuye a conseguir al mismo tiempo la propia felicidad”. Y Zoroastro repetía con frecuencia: “El hacer bien a los demás, el tratar bien a todos, es fuente de alegría porque aumenta la propia felicidad”. 78

Rockefeller se había dejado dominar por las preocupaciones y era un esclavo del dinero. En el trabajo se volvió frío y antipático y su salud empezó a empeorar. Los médicos le dieron a elegir entre el dejar de preocuparse y recuperar la salud, o el seguir preocupándose y ser derrotado por la enfermedad. Fue entonces cuando empezó a dejar de preocuparse, a hacer ejercicio físico y a descansar lo necesario, cosas estas que le dieron la vida. Empezó a trabajar en el jardín. Aprendió a jugar golf. Practicaba diversos juegos. Cantaba y hablaba con los vecinos. Pero aún hizo algo mucho más efectivo: en sus largas horas de insomnio se había puesto a pensar: hasta ahora sólo he buscado ganar dinero para mí. ¿Por qué no dedicarme a ayudar a los demás? Y esa fue su salvación. Comenzó a pensar en cuanta felicidad humana podría conseguir para los demás, regalando su dinero. Todo lo que se piensa hacer por los demás, no hay que dejarlo para el futuro, para cuando mueran, ahora, en vida, es el tiempo propicio. Para hacerles felices a los otros, para demostrar el cariño, para regalar una flor, hay que aprovechar el momento presente.

EL JUGUETE ROTO Swami Dayánandyi Saráswati, maestro hindú, cuenta la parábola del juguete roto: El niño lloraba porque se había roto su juguete. Era nuevo, pero frágil, se había resbalado entre sus dedos, en su primer contacto con la maravilla inesperada, y había caído al suelo donde había estallado en mil pedazos, sin que pudiera ya reconocerlo o repararlo. El padre consoló al niño: “Era solo un juguete, y era de barro. No valía mucho y, de todos modos, habría acabado por romperse. Te traeré uno nuevo. No merece la pena 79

llorar por eso…”. Pero el niño decía entre sollozos que aquél era el juguete que él quería, y no otro; y nada le sirvió de consuelo en su tragedia inocente e infantil. Su padre lo dejó, se encogió de hombros y se dijo a sí mismo suavemente: ‘Dejémoslo estar. Ya aprenderá cuando crezca...” Ese mismo padre del niño fue aquel mismo día a la oficina, y allí se enteró de que en el último ascenso su nombre había sido pasado por alto, y a otros los habían ascendido, pero no a él. Fue a ver a su jefe y protestó ante él con toda la fuerza por la injusticia de la cual había sido objeto. Su jefe le escuchó pacientemente, le explicó despacio las razones y las circunstancias que justificaban tal medida y aclaró que nada perdía con ello, pues todo tenía sus ventajas si sabía verlas. Pero de nada sirvieron las explicaciones, y cuando el hombre se marchó hecho una furia, su jefe murmuró para sí: “No importa. Ya lo verá cuando tenga más experiencia…”. El jefe volvió a su casa tras aquel intenso día, y allí se encontró con una nota escrita en la que su mujer aludía a los enfrentamientos domésticos que habían tenido últimamente y le informaba que se marchaba para reflexionar por su cuenta unos días, y que ya le avisaría más adelante lo que decidiera. El jefe se hundió en la desesperación, se le cayó el mundo encima, y no supo cómo reaccionar hasta que se le ocurrió ir a casa de sus padres a desahogarse con ellos. Su madre le escuchó y le dijo: “No te preocupes, hijo mío. Tu padre y yo también tuvimos nuestras diferencias y, como ves, siempre se arreglaron. No es para tanto. Ten un poco de paciencia, y ya verás cómo todo va bien...”. Cuando los otros reaccionan desproporcionadamente a lo ocurrido, pensamos que exageran y tratamos de consolarles diciendo que no es nada, que no hay que dar tanta importancia, que ya se pasará... Sin embargo cuando 80

nos toca a nosotros, las cosas cambian. Entonces, por cualquier cosita, el mundo se nos viene abajo y no sabemos cómo salir de esa gran tragedia. Es la misma semilla la que lanza el sembrador. El fruto depende de la tierra, no tanto de la semilla, aunque ésta también ayude o no. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron en seguida por no tener hondura de tierra; pero, en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, unas ciento, otras sesenta, otras treinta. (Mt 13,4-9). Se juzga de distinto modo el actuar del otro al modo de obrar de uno mismo. Para nosotros siempre tenemos disculpas, por muy grandes que sean los errores; para los otros, aunque sea pequeña la falta, no hay justificación. ¡Invirtamos, pues este proceso!

DESPEGARSE Un día un niño vio cómo un elefante del circo, después de la función, era amarrado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el suelo. Se asombró de que tan corpulento animal no fuera capaz de liberarse de aquella pequeña estaca, y que de hecho no hiciera el más mínimo esfuerzo por conseguirlo. Decidió preguntarle al hombre del circo, que le respondió: “Es muy sencillo, desde pequeño ha estado amarrado a una estaca como esa, y como entonces no era capaz de liberarse, ahora no sabe que esa estaca es muy poca cosa para él. Lo único que recuerda es que no podía escaparse y por eso ni siquiera lo intenta”. 81

El ser humano ama toda clase de apegos a personas, ideas, lugares, conocimientos, etc. y si vamos a examinar las relaciones del alma, debemos tener en cuenta su amplia gama de amores e inclinaciones. Sin embargo, si bien el alma se hunde con exuberancia en sus apegos, algo en ella también se mueve en otra dirección, mostrando y sintiendo gran resistencia a apegarse y quedar aprisionada. El alma manifiesta de muchas maneras su tendencia innata al apego. Una de ellas es la predilección por el pasado y la resistencia al cambio. Así muchos no se deciden a dejar su ciudad natal, el hogar, un trabajo... Inclusive la persona apegada puede llevar una vida cómoda, de paz, sin grandes pretensiones pues el apego, mientras existe, es la razón de su existencia. Sin embargo, no todos somos iguales. Para unos el hogar es sagrado, un pedacito del Edén; para otros es una prisión de la que hay que escaparse cuanto antes mejor. El alma está apegada a la vida en todos sus detalles. Prefiere la proximidad al distanciamiento. El alma está siempre apegada a lo que en realidad ocurre, no necesariamente a lo que podría pasar o lo que ha de suceder. Los sueños retratan a veces nuestro apego al pasado. A veces el apego va acompañado por la emoción de la melancolía. Como melancólicos nos pone también el recuerdo del pasado. Somos así, lo que nos agrada, lo que nos esclaviza nos deja un gran poso de tristeza. A lo largo de los siglos, la melancolía se ha visto como un estado característico del alma. El apego, por supuesto, no siempre es problemático. Puede haber un profundo placer en añorar el pasado y entregarse a los recuerdos. El apego a personas, lugares y objetos puede parecernos una carga. El encuentro con un amigo de la infancia, el tocar y oler nuestra tierra y nuestro pasado despierta los más nobles sentimientos. 82

Pero el apego muchas veces nos esclaviza y no nos permite gozar de las personas y de las cosas. Epicteto nos enseña a relativizar las cosas y los acontecimientos. Es posible que sus afirmaciones seas exageradas. Aún así recojo algunas: “¿Por qué te enojas cuando te quitan algo que es tuyo? ¿Es porque valoras mucho y estás aferrado a lo que te quitan? El remedio es sencillo. No valores tus vestidos, y no te enfadarás con el ladrón que te los roba. No admires la belleza de tu mujer, y no te enfurecerás contra el adúltero que la posee. Ten en cuenta que el ladrón y el adúltero no toman cosas “tuyas”, ya que tus vestidos y tu mujer no están en tu poder: si has de enfadarte, enfádate contigo mismo, no con el ladrón o el adúltero. Míralo de esta manera: si le enseñas un pastel a un hambriento, y luego te lo comes tú, ¿no tratará él de arrebatártelo? No provoques al ladrón que los ve. Si exhibes la belleza de tu mujer, invitas al adúltero que la ve. Posee sólo lo que realmente posees, y muéstrate inalterable ante lo demás”. Despegarse para ser libre, es una tarea de cada día y de mucho tiempo. El ser humano se forja, para el bien o para el mal, poco a poco. El ejercicio diario, la repetición de actos, nos hace virtuosos o viciosos. Nada grande se logra de repente, todo requiere su tiempo y su esfuerzo. Sin disciplina no se llega a ninguna parte. “Un toro bravo no se hace en un día. Y un hombre bravo tampoco. Tenemos que disciplinarnos en el invierno para estar listos en la campaña de verano, y no precipitarnos cuando no estamos preparados” (Epicteto). La disciplina, lo mismo que las dificultades, asusta. Un campeón necesita entrenarse para poder triunfar y lo necesita hacer con todo el entusiasmo de que 83

es capaz. “Si el hombre buscara a Dios como busca al dinero, pronto lo encontraría”, nos recuerda san Juan de la Cruz. “Si nos aplicásemos a este ejercicio de la mente con la misma energía con que nos aplicamos a nuestros negocios, pronto obtendríamos resultados dignos de mención. ¿Es que está mal dedicarnos a los negocios? No, pero estaría mejor que nos dedicásemos con igual celo al menos al negocio que más nos interesa, que es el saber-no sólo en teoría, sino sobre todo en la práctica-cómo dominar nuestras reacciones ante las cosas que suceden, de modo que regulemos nuestros sentimientos, fomentemos el ecuánime desprendimiento y alcancemos la paz” (Epicteto).

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iii EL CRISTIANO Y LA CRUZ

Hay muchas clases de cruces. Hay cruces de oro, de plata, incluso para condecorar con ellas algún mérito. Hay cruces inevitables: la edad, el clima, la convivencia, el trabajo. Hay cruces de competición, cuando la persona aguanta más que nadie. Hay cruces que te imponen los otros, por su forma de ser, porque no se dan cuenta… Está la cruz que acompaña a cada profesión y vocación, la del deber, la del matrimonio… Está la cruz del que sufre con amor y ayuda a los otros a llevarla. Y está la del que se resiste a tomar la cruz y sufre a regañadientes. Existe la tentación de buscar una cruz a la medida, que no pese y que no caiga grande. Siempre la cruz de los otros parece mucho más pequeña que la nuestra, por supuesto. Sin la cruz es imposible comprender quién es Jesús. Seguirlo significa estar dispuesto a darse uno mismo (Mc 8,35), a ser el último (Mc 9,35), a beber el cáliz y cargar con la cruz (Mc 10,38). La verdad es que todos los que han estado cerca de Jesús han participado del Calvario... y les ha tocado alguna astilla de la gran cruz. 85

Es necesario permanecer creyentes en medio de los sufrimientos, porque “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14,22). La fe, la esperanza y el amor son los únicos medios que tenemos para descubrir el sentido y la sabiduría de la cruz y llevarla como tantos otros que han seguido a Jesús. Las cruces abundan por doquier en las mil y una situaciones de la vida ordinaria de todos conocidas y por muchos experimentadas. La Biblia nos habla del sufrimiento en personas concretas. Vamos a fijarnos en algunos aspectos de Job, Jesús y María. Job era un hombre bueno, bendecido por Dios y agradecido por todo lo que acontecía. Grande era su paciencia para los males que le cayeron encima. Pero el peor de todos fue cuando veía que su cuerpo se caía a pedazos. Entonces se sintió sólo y abandonado y llegó a maldecir el día en que vio la luz del sol. Jesús, el bueno, el inocente, cargó con nuestros sufrimientos. Él fue en todo semejante al ser humano, menos en el pecado; no buscó ni quiso el sufrimiento, ni para sí, ni para los otros. No podía soportar el sufrimiento de los demás y trató de borrarlo. Jesús sufre por querer suprimir el mal. Es la actuación del enviado a anunciar a los pobres la buena noticia (Lc 4,18). En él se encarna el amor infinito del Padre a todo ser humano. A todo el mundo le llega la hora, esa hora amarga, de oscuridad, de sudor frío, de muerte. Le llegó a Jesús y la verdad es que nadie esperaba aquel fin. Y en medio de aquel espantoso dolor Jesús grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 22,1). Noche y día clamaba a su 86

Dios y no encontraba ninguna respuesta. Se cumplía lo que dice el salmo 22: Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. Pero también es cierto que a toda persona le llega un momento de luz para poder proclamar desde el dolor: “Dios me ha visitado”. María acompañó a su hijo en todos los momentos de su vida. Lo había traído al mundo y lo había criado con dolor. Fueron muchas las espinas que se clavaron en su cuerpo. La última espada, la más dolorosa sin duda, fue la de permanecer de pie junto a la cruz.

SE LE CAÍA EL CUERPO A PEDAZOS En una leprosería de Calcuta, de las de la Madre Teresa, un leproso levantaba los brazos con lo que le quedaba de las manos y cantaba: “Dios no me ha castigado, le canto porque mi enfermedad ahora es una visita de Dios”. Sin embargo a su lado, otros leprosos gemían de dolor y desesperación. Éste había comprendido que el sufrimiento no viene de Dios, que no es un castigo de una falta, que Dios no es el autor del mal. Algo parecido hace muchos más años dijo Job que en sus pruebas Dios le buscaba, y que su Redentor vivía, sin embargo Job tuvo momentos difíciles. El dolor, el sufrimiento, acaba con todas las luces, con todas las mieles de la vida y los sinsabores y las desgracias brotan por doquier. Cuando esto sucede se llega a decir con Job: “Muera el día en que nací, la noche que dijo: Han concebido un varón” (Job 3,1). Y Dios calla a las maldiciones y a las preguntas. Yo soy el que soy, lo define el Éxodo (3,14). El Oriente gusta de llamarlo armonía universal. El Islam lo saluda: el Poderoso, 87

el Glorificador, el Invisible, el Majestuoso, el Testigo. Jesús lo llama Padre. Pero ¿quién puede entender todo el misterio expresado por las palabras pronunciadas? Recordemos a Job con su dolor inexplicable. “El es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. (...) Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. (...) Job no ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena, aunque haya sido sometido a una prueba durísima” (SD, 11). “¿No es una milicia lo que hace el ser humano en la tierra? ¿no son jornadas de mercenario sus jornadas...? Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán a ver la dicha” (Jb 7,1-8). Job habla de su vida en términos pesimistas. Considera su vida como una milicia, como una esclavitud, como un trabajo, como una gran carga que tiene que soportar. Si su presente es dramático su futuro se presenta incierto y sin esperanza. Es la oración de un hombre atribulado que clama a Dios desde su dolor y se siente destrozado. Lo más trágico para Job no es que haya perdido sus posesiones, sino sentir que Dios lo ha abandonado. Job sufrió la muerte de los suyos y sintió cómo se le iba cayendo el cuerpo a pedazos. 88

La muerte nos visita, forma parte de la vida. Pero muchas veces la muerte sacude nuestra fe. Aunque ésta no nos protege contra el dolor, sin embargo nos da fuerzas para aceptar los golpes. Es la confianza en Dios Padre, quien está siempre presente en todos los momentos de nuestra existencia, la que nos da fuerzas para encontrar paz. Cuando vemos que un ser querido ha partido a la casa del Padre, su espíritu, su vida, su presencia se hacen más fuertes que cuando estaba físicamente con nosotros. En nuestro interior escuchamos sus palabras, unas palabras que nos alientan y animan a ser menos egoístas, más comprensivos y a gastar y desgastar nuestra vida por la causa del Reino. Job era un hombre ejemplar en el amor de Dios con independencia de sus riquezas. Satán piensa que su amor es interesado y provoca a Dios: “extiende tu mano y tócalo en lo suyo (veremos), si no te maldice en tu rostro” (Job 1,911). Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba, el sufrimiento puede ser a veces una oportunidad, no siempre un castigo; para Job fue ocasión de mayor virtud y gloria ante Dios. Job, hombre bendecido por Dios, de improviso tiene que hacer frente a una serie de tragedias (Job 1,13-19). Mas a todo responde con paz y aceptación: “El Señor me lo ha dado, el Señor me lo ha quitado; sea bendito el nombre del Señor” (Job 1,21). Sus amigos no le comprenden y le acribillan con palabras (Job 19,2).Y al final de la pelea exclama: “Reconozco que lo puedes todo y ningún plan es irrealizable para ti” (Job 42,2). Reconoce también que no conocía a Dios: Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos (Job 42,5). Y el libro termina con un Job que se abandona en el misterio y cree en la relación con Dios. 89

ELIGIÓ EL AMOR Un alumno le preguntó a su rabino: —Maestro ¿por qué los buenos deben sufrir más que los malos? El rabino le contestó: —Un campesino tenía dos vacas, una fuerte y la otra débil; ¿a cuál de las dos le aplicará el yugo para cultivar la tierra? —No cabe duda que a la fuerte –contestó el alumno. El rabino concluyó: —Lo mismo hace el Señor, que es Bendito y Compasivo: para cultivar el mundo, Él aplica el yugo a los buenos “Gracias a la bendición de los hombres rectos la ciudad se levanta, al tiempo que los malvados la destruyen” (2P 2,410). Jesús es vida y salva y libera de angustias y miedos, dando “vida y vida plena” (Jn 10,10). “Jesús aparece en toda su vida y su conducta compadeciéndose de los que sufren, defendiéndolos de quienes los oprimen, luchando contra el mal, hasta el punto de dar por ello su vida” (A. Torres Queiruga). Jesús da fuerza, con Él todo es posible. “En el cuadro que bosquejan para nosotros los evangelios, Jesús aparece como el hombre que comunica su fuerza, da gratuitamente lo que posee. En la imagen convencional de Jesús, se pone siempre en primer lugar la obediencia y el sentido de sacrificio. Pero la imaginación que brotaba de la felicidad, me parece que describe mucho mejor lo que fue su vida” (D. Sölle). Mientras va camino al Calvario, se compadece de las mujeres que le lloran y de sus hijos (Lc 23,28); en la cruz, se preocupa del malhechor crucificado junto a Él (Lc 23,43) y de su madre que va a quedar sola (Jn 19,26-27); clavado en la cruz, ora para que no se pierdan aquellos que lo están crucificando (Lc 23,34). 90

Cuando le llega la hora de la muerte, siente angustia, terror, ansiedad y espanto. Se muere de tristeza (Mc 14,34), “suda sangre” (Lc 22,44). Jesús quiere vivir, no morir y sufrir: “Padre, si es posible, que se aleje de mí este trago” (Mt 26,39). La cruz y el sufrimiento de Jesús provienen de su opción por servir. Si Jesús acepta la cruz no es por gusto, sino porque no quiere negarse a sí mismo ni negar al Padre que ama. “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mt 26,39). D. Bonhöffer ha llamado la atención sobre el hecho de que Jesús, según los anuncios de la pasión, tiene que padecer y ser rechazado (Mc 8,31). Rechazo que añade algo nuevo al sufrimiento pues “el hecho de ser rechazado quita al sufrimiento toda dignidad y todo honor”. Jesús vive en comunión con el Padre. La actitud de Jesús ante el Padre puede resumirse en esa oración que repite una y otra vez en Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26,39). Se siente abandonado del Padre. Entonces brota de su interior un grito desgarrador, de súplica ardiente de liberación, es el grito angustioso de quien se siente morir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Está solo y sin ningún apoyo. Le queda sólo un madero, no como sostén, sino como instrumento de tortura. Pero hay otro grito final que expresa su fe inquebrantable y la confianza radical en su Padre: “Padre, en tus manos pongo mis espíritu” (Lc 23,46). La cruz de Cristo indica el camino que debe seguir el cristiano en la lucha contra el pecado para instaurar el Reino de Dios. Están íntimamente relacionadas la gracia de la salvación de Cristo y la tarea humana. La lucha por un mundo mejor reviste forma de cruz animada por la esperanza cristiana de resucitar como Jesús. La cruz y el 91

Crucificado son presentados por Pablo no como sufrimiento que hay que soportar con paciencia, sino como “fuerza y sabiduría de Dios” (1 Co 1,23-25). Muerte de cruz y resurrección forman una unidad inseparable: el Resucitado es el Crucificado. Es esencial al Resucitado el escándalo de la cruz (Gá 5,11). La muerte de Cristo fue aparentemente un “fracaso”. Igualmente tenemos hoy muchas cruces y muertes que son “fracasos”... Sin embargo, sigue siendo necesario que el cristiano pase por el mismo trance que pasó Jesús, pues “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). A. Torres Queiruga señala: “Jesús no muere por gusto, sino que afronta –angustiado– (Mc 14,33) el que lo maten, porque no tiene otra alternativa si no quiere negarse a sí mismo y su misión… Por su parte, el Padre no quería que le matasen a su Hijo, pero no podía evitarlo sin anular la libertad de la historia y, en definitiva, la consistencia misma de la creación”. En la crucifixión de Jesús está el Padre entregando a su Hijo sólo por amor. Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo (Jn 3,16). El P. Tillard lo ha dicho así: “La cruz ha empapado de la compasión de Dios la trágica realidad del dolor del hombre: la ha asumido para sembrar en ella una dynamis de salvación”. Dios no está al lado de Jesús para enviarle pruebas, sino sufriendo con él y preparando su resurrección definitiva. Esta visión de la cruz cristiana podría transformar la actitud de no pocos cristianos ante el sufrimiento. “El día en que, ante el sufrimiento de la enfermedad o la dureza de la vida, nuestra sensibilidad espontánea no reaccione diciendo: ¿por qué no lo remedias?…”, sino más bien: ‘Señor, sé que esto te duele como a mí y más que a mí; sé que tú me acompañas y me apoyas, aunque no te sienta…’, ese 92

día el Dios de Jesús recuperará para nosotros su verdadero rostro: el Anti-mal que nos sostiene y acompaña con su amor” (A. Torres Queiruga). Amar a los hombres significa conocer sus necesidades y sufrir sus penas” (M. Buber). Un agricultor, que estaba un poco bebido le preguntó a otro: Dime, “¿me quieres o no?”. El otro respondió: “Te quiero mucho”. Y dijo el campesino a su vez: “Dices que me quieres mucho; sin embargo, no sabes lo que necesito. Si verdaderamente me quisieras, lo sabrías”. Lo más grande del ser humano es su capacidad de elección. Dios lo ha hecho así: libre. Libre con todas sus limitaciones, pero libre, al fin, para poder elegir la felicidad o la desgracia, el cielo o el infierno, la vida o la muerte, el bien o el mal. Dice Dios en el Deuteronomio: Te pongo delante la vida y el bien (Dt 30,15). Elige. Jesús eligió el amor, el dar la vida. Él, a pesar de su condición divina, no consideró una presa hacerse semejante a los hombres y, hecho hombre, se anonadó y se hizo esclavo, aceptando morir como esclavo en la cruz (Flp 2,6-8). Dios se ha hecho hombre y se ha revelado pobre, se deja derrotar y crucificar. “Nuestro Señor conoció y expresó por adelantado todas las agonías, incluso las más humildes y desoladas. Desde hace dos mil años las generaciones cristianas no tienen otra cosa que hacer más que revivir, generación tras generación, la pasión del Señor, porque nuestras penas las ha asumido Cristo, están en su corazón” (Bernanos). Cristo, “en agonía hasta el fin del mundo” (B. Pascal), está presente y sigue muriendo en cada persona. Él es el crucificado y el abandonado, pero es, sobre todo, el inocente, el hombre bueno que da la vida por amor. 93

El dolor es misterio precisamente porque no lo entendemos. Jesús, quien no mereció sufrimiento alguno, sufrió el que más. Dostoyevski ha conocido hasta el fondo al ser humano y a Cristo.“Dostoyevski llega a decir su palabra más difícil: la que invita a buscar la felicidad en el sufrimiento. Pero también su palabra que más decididamente se excede. Buscar la felicidad en el sufrimiento es como decir: buscar el sentido en el sin-sentido. Este sentido es Dios; no puede ser más que Dios, porque ¿quién, sino Dios, puede sustraer a la pura falta de sentido, es decir, a la nada, tomando sobre sí el sin-sentido del sufrimiento inútil, conservándolo, salvándolo luego, dotándolo, desde el umbral mismo, del sentido…? (S. Givone). Tratamos de imponernos, de ser fuertes. Tenemos que hacernos oír. Tenemos que imponernos a nuestros enemigos. Hace falta guerra. Tenemos que vencer, y para esto hace falta dinero, mucho dinero. Y para tener dinero necesitamos bancos, medios y buenos banqueros. ¿Cómo podemos hacer el bien sin medios ni dinero? Hagamos una reunión imponente, así nuestros adversarios se avergonzarán y se ocultarán. Además…tenemos que defender nuestros derechos, los derechos de la Iglesia. Tenemos que derrotar a nuestros enemigos. Y Jesús nos ha dicho: Dichosos los pobres en espíritu, dichosos los que sufren… Cristo no muere para perder la batalla contra el mal, muere para vencer el mal, para tener una descendencia, y ¡qué descendencia! Muere para prolongar sus sueños (Is 53,10). Grande fue el sufrimiento de Cristo, pero mucho más grande fue su amor y sabemos que es imposible ganarle en amor a Jesús, pues como dice el padre De Foucauld: “Jesús hizo tan suyo el último lugar, que ninguno de nosotros podrá arrebatárselo”. 94

Ante tanta injusticia, calló. Solamente abre la boca para interceder por los que le crucifican. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Y los culpables quedan perdonados en virtud de la ofrenda de un inocente. Se viene abajo el recurso al dicho popular: “No está bien que paguen justos por pecadores”. Es el mismo Hijo de Dios quien carga con las culpas de las criaturas humanas. La sangre que mana del costado de Cristo purifica la maldad del hombre. Fuimos rescatados a precio de sangre divina; o como repite el apóstol Pedro: “Sus heridas nos han curado”. Aceptar la cruz nos cuesta a todos. Hasta el mismo Cristo pidió ayuda al Padre. Sin embargo, él la acepta. Las últimas palabras que pronunció crucificado son para nosotros espíritu y vida: UÊÊ “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). A pesar de que el Padre no obra milagros para salvarle (Mt 26,53-54), Jesús sigue creyendo en su amor, no pierde la confianza y se arroja en sus brazos. Y Jesús fue escuchado y acogido. UÊÊ ºMujer, ahí tienes a tu hijo... Hijo, ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26-27). Si Jesús se preocupa del ladrón arrepentido, también se preocupa de su madre. La encomienda al “discípulo amado”. María es madre espiritual de todos los creyentes y sigue de cerca unida a los apóstoles (Hch 1,14). UÊÊ ºTengo sed” (Jn 19,28). Uno de los tormentos del crucificado era la sed. Jesús tenía, además, hambre y sed de justicia. UÊÊ “Todo está cumplido” (Jn 19,30). Jesús viene a hacer la voluntad de Dios (Hb 10,7); ésta es su alimento (Jn 4,34). Había cumplido su misión: “Yo te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4). 95

La misión de Cristo sobre la tierra consistía en unir lo que parecía irreconciliable: Al hombre anclado en el pecado con el Dios Padre que nos ama. Lo recuerda san Pablo a su discípulo Timoteo: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores”. El mismo Juan el Bautista acertó a reconocerlo entre los hombres precisamente por este cometido: por ser “el Cordero de Dios que viene a quitar el pecado del mundo”.

Y JUNTO A LA CRUZ ESTABA MARÍA En el trascoro de la catedral de Palencia nos encontramos con un pequeño retablo dedicado a los Siete dolores de la Virgen, obra del pintor flamenco Jan Joset de Calcar y encargado por el obispo Juan Rodríguez de Fonseca. El anciano Simeón había predicho que una espada de dolor atravesaría el alma de la Madre de Jesús. Y efectivamente, siete cuchillos atravesaron el corazón de la Virgen: La profecía de Simeón, la huida a Egipto, la pérdida de Jesús en Jerusalén a los 12 años, el encuentro de María con su Hijo en la calle de la Amargura, la agonía y la muerte de Jesús en la cruz, el descendimiento de la cruz; la sepultura del cuerpo de su hijo. Hay varias advocaciones referentes al dolor que padeció María: la Virgen de las Angustias, la Dolorosa, la Virgen del Martirio, de la Espada... La madre siempre estuvo unida al dolor y a la muerte de su hijo, “varón de dolores”, “desecho de la humanidad”, “siervo de siervos”, “cordero llevado al matadero”, como le llamaron los profetas. Una espada atravesará tu alma (Lc 2,35), le pronosticó el anciano Simeón, con ocasión de la presentación en el templo de su hijo. “Pero, puesto que la vida humana es en todos los tiempos padecer, la imagen de la Madre que pade96

ce, la imagen de los ‘rahamim’ de Dios, ha llegado a ser muy importante para la cristiandad” (Cardenal J. Ratzinger). María vio cómo su hijo, nada más nacer, es perseguido a muerte y tiene que huir. La imagen de la Piedad, la Virgen María cargando a su Hijo muerto en su regazo, expresa el amor y el dolor de la Madre Santísima. Y expresa, también la esperanza. Ella sabía, sin poderlo entender del todo, que la muerte de su Hijo no sería el final de la historia. El tema de los dolores de la Virgen se desarrolla en la piedad popular y en el arte en la Edad Media. Desde el siglo XI por influencia de San Anselmo y San Bernardo, la devoción de los fieles comenzó a centrarse en la pasión de Cristo y en el dolor de la Virgen. Una espada atravesó el alma de la Virgen, la llamada la Virgen de los Dolores o de las Angustias. San Bernardo, en el Sermón de la octava de la Asunción de la Virgen María, habla de los padecimientos y del martirio de la Virgen María: “El martirio de la Virgen (...) está expresado así en la profecía de Simeón como en la historia de la Pasión del Señor. Está puesto, –dice el anciano Simeón del párvulo Jesús–, como blanco de contradicción, y a tu misma alma –añade dirigiéndose a María– una espada la traspasará. En verdad, Madre bienaventurada, una espada traspasó tu alma. Era imposible que esta espada penetrara en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma…”. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego, dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa (Jn 19,25-28). La 97

madre acompaña al hijo en todos los acontecimientos de su vida, grandes y pequeños; pero está presente en el momento del dolor. Así estuvo María con Jesús, en Jerusalén, en el Calvario, “junto a la cruz”. Y junto a la cruz oyó a su Hijo perdonar. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). El Concilio Vaticano II habla así de María al pie de la cruz: “También la Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por designio divino, se mantuvo de pie, sufrió profundamente con su Hijo unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado” (LG,58). María conocía el dolor y sabía que la noche que le esperaba era muy negra; pero nunca imaginó que fuera tan larga y tan profunda. La Virgen de los Dolores nos invita a participar en su dolor. Mejor dicho, nos invita a participar en el dolor de su Hijo. En el Evangelio que casualmente escucharemos este domingo, Jesús preanuncia su crucifixión y dice: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 34-35). María nos acompaña en nuestro dolor y en nuestra cruz, como acompañó a su hijo. JESÚS INVITA A LLEVAR LA CRUZ “Señor, decía un cristiano, yo sé que cargar una cruz es parte de la vida, pero la que yo tengo es demasiado pesada. Si pudiera escoger la mía, escogería una más aparente que la que llevo en la actualidad”. 98

Finalmente, el hombre escogió una, la puso sobre sus hombros, dio unos cuantos pasos y dijo: —Señor, ésta es la cruz para mí. ¿Ves? No es muy pesada, tiene el tamaño apropiado, ha sido convenientemente preparada y no tiene nudos que me lastimen los hombros. Me gustaría tener esta cruz porque siento que es la más apropiada para mí. El Señor sonrió y le respondió: —Me alegro de que hayas encontrado una que te satisfaga plenamente… Rara vez la cruz agrada y se acomoda a la persona. En el momento en que no pesa ni resulta incómoda, deja de ser cruz. Para Jesús, “cargar con la cruz” significa aceptar ser tenido por uno de tantos desgraciados a los que cualquier día las autoridades romanas podían colgar en una cruz. Por lo tanto, “cargar con la cruz” significa alinearse con los últimos, con la inmensa multitud sin nombre y sin cualificación alguna. No significa constituirse en héroe ni en ejemplo de nada, sino despojarse de todo signo de distinción y pasar a ser uno de tantos, perderse entre las pobres gentes sobre las que podía caer la maldición que anunciaba el libro del Deuteronomio (21,22s). Cuando hablamos en cristiano, no hemos de confundir cruz con cualquier desgracia, contrariedad o malestar que encontramos en la vida; nos referimos expresa y definidamente a la cruz que acontece por el hecho de seguir a Jesús. D. Bonhöffer lo recuerda de manera clara y precisa: “La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús... La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho de ser cristiano”. El sufrimiento, la cruz, es un misterio para todos. Todas las explicaciones 99

sobran, pero no es cuestión de comprensión, sino de aceptación. Y paradójicamente quien acepta y abraza la cruz, la siente como un peso ligero y un yugo suave (Mt 11,30). Jesús invita a los cristianos a “tomar la cruz”, “cargar cada día con la cruz”, “perder la vida” (Mt 16,24; Jn 12,2426). “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27). Seguir a Jesús es cargar con la cruz como él (Mt 10,38), estar donde está él (Jn 12,26), dar la vida (Jn 13,37). Hay que llevar la cruz como él, con mansedumbre y humildad. Como Jesús, con humildad, silencio, paciencia y dignidad. Ante sus acusadores no se defiende, no se justifica, no responde nada ante Caifás (Mc 14, 56), ni ante Pilato (Mt 27,13), ni ante Herodes (Lc 23,8). A Pedro, después de tantos años, se le revuelven las entrañas de emoción cuando recuerda que “siendo injuriado no devolvía injurias, siendo maltratado no lanzaba amenazas” (1 P2,23). Tan hondamente caló este comportamiento de Jesús, que la Iglesia lo ha hecho suyo: “Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación” (LG 8). Jesucristo, sufriendo la muerte por todos, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo ponen sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia (GS 38). Todo el que está cerca de Jesús y le sigue ha de estar dispuesto a asumir la persecución y la muerte. Sería larga la lista de todos los mártires del cristianismo, no sólo en los primeros tiempos, sino también en nuestros días. Para esto es necesario pasar de la cruz como signo de condena y maldición, a la cruz como salvación, perdón, y “única esperanza”. Sólo así podremos llevarla con orgullo hasta sentirnos impulsados a gritar jubilosamente con san Pablo “¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de 100

nuestro Señor Jesucristo!” (Ga 6,14). Porque fue en esa cruz en la que murió el Redentor. Y desde que Cristo murió en ella, ésta tiene un valor inmenso. Precisamente la vida cristiana consiste en reproducir esa imagen de Cristo: “a los que han sido llamados, a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8,29). Estamos llamados a reproducir no sólo la imagen de Cristo glorioso, sino la del Siervo de Yahve, del crucificado que predica san Pablo (1 Co 1,23). Igual que Jesús entrega su vida en fidelidad al Padre, los que le siguen hemos de hacerlo también en el sufrimiento y la cruz,“llevando en nuestros cuerpos las señales de Jesús”, (Ga 6,17). Hay un texto que los judíos recitaban durante el Seder pascual. Melitón de Sardes lo introdujo en la liturgia cristiana. Hoy lo recitamos los cristianos y judíos, en espíritu de alabanza y acción de gracias al Señor: “Él nos ha hecho pasar: de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, de las tinieblas a la luz, de la servidumbre a la redención”.

LA SABIDURÍA DE LA CRUZ En Brasil una comisión de científicos se acercó a dos indios de una tribu recién “descubierta” (gracias a las nuevas carreteras). Entre otras cosas les preguntaron: —¿Rezan a Dios? —Sin duda, le rezamos a Dios. 101

—¿Y qué le piden a Dios? —¿Qué le vamos a pedir, si Dios nos da todo? —Entonces ¿para qué le rezan a Dios? —Para agradecerle precisamente todo lo que Él nos da (R. Lombardi). Por eso quien ha descubierto la sabiduría de la cruz, le agradece a Dios todo: ¡la cruz y el amor. Papini, el gran convertido al catolicismo, sigue viendo en el mundo una gran Cruz invisible, plantada en medio de la tierra. “Bajo esa Cruz gigantesca, goteando sangre todavía, van a llorar y buscar fuerzas los crucificados en el alma… y que todos lo Judas no han podido desarraigar”. La cruz es sinónimo de cualquier clase de sufrimiento, dolor, bien del cuerpo como del alma: enfermedades, soledades, injusticias, muertes… ¿Por qué la cruz, de dónde viene el mal? El sufrimiento nos viene de la misma naturaleza, por las leyes físicas o de nuestros pecados: envidia, avaricia, lujuria… La cruz del deber es otra de tantas encontradas en nuestro camino. En la obra “Becket o el honor de Dios”, de Anouilh, hay una escena en la que el Rey de Inglaterra acusa a Tomás Becket de no amar nada. Becket responde al Rey: “Yo amo una sola cosa, mi príncipe. Y de ello estoy seguro: hacer bien lo que tengo que hacer”. Otra cruz es la de pasar desapercibido, los otros no nos toman en cuenta nos desprecian. Cuentan de un estudiante que atravesaba la Capilla Sixtina del Vaticano y lo hacía totalmente indiferente a la belleza y a la creación artística de Miguel Ángel. Alguien le advirtió que, por favor, pusiera más interés y se fijara en la perfección de todo el conjunto, en aquel detalle… Mas el estudiante espetó despectivamente: “¡Es que soy de ciencias!”. 102

Si somos seguidores de Jesús, no ha de faltarnos la cruz. Cada persona tiene una forma de llevarla. San Juan de la Cruz, que supo de cruces y desprecios, que buscó el padecer y ser despreciado, también conoció la cruz a secas, la saboreó y la abrazó. Cuenta su biógrafo, fray Alonso de la Madre de Dios, que “orando ante una imagen de pincel muy lastimosa de Cristo nuestro Señor con la cruz a cuestas le habló el mismo Señor por medio de la imagen y le dijo: ‘Fray Juan, ¿qué quieres te conceda por lo que por mí has hecho?’ A lo cual respondió: ‘Señor, concededme que padezca yo trabajos y sea menospreciado por vos”. León Felipe en un poema dedicado a “La Cruz” escribe: “Hazme una cruz sencilla, carpintero… sin añadidos ni ornamentos, que se vean desnudos los maderos, desnudos… y decididamente rectos: los brazos, en abrazo hacia la tierra, el astil disparándose a los cielos”. El sentido de la Cruz de Jesús no es otro que el ser instrumento de salvación para la humanidad. Igual tiene que ocurrir con nuestra cruz. La cruz tiene que servirnos para acercarnos a Dios y a los otros, para hacernos mansos y humildes de corazón. Nos ayudará a encontrar sentido a la cruz recordando: Que Cristo vive el misterio del dolor; aprender a vivir en la ambivalencia; aceptar la imperfección de la naturaleza; explorar los lugares adonde puede conducirnos el sufrimiento; movilizar los recursos de la comunidad cristiana; la respuesta al dolor es el amor. 103

No todos podemos aceptar del mismo modo la cruz, pero en nuestras manos está el poder ofrecer nuestros sufrimientos y dolores.

LA ENFERMEDAD COMO CAMINO Grial cuenta que el rey Anfortas estaba enfermo, herido por la danza del mago Kilgor o, en otras versiones, por un enemigo pagano o, incluso, por un enemigo invisible. Todas estas figuras son símbolos de la sombra de Anfortas. Su sombra le ha herido y él no puede sanar por sus propios medios, no puede recobrar la salud porque no conoce la causa de su herida. Sólo un mediador entre el bien y el mal, Parsifal, puede hacerle la pregunta salvadora: ¿Qué te falta, Oheim? Esta pregunta es la misma para todos y esta pregunta, la sombra, acerca del lado oscuro del ser humano tiene poder curativo. La sombra produce la enfermedad y el encararse con la sombra cura. Esta es la clave para la comprensión de la enfermedad y la curación. A través de las preguntas podremos averiguar muchas de las causas y síntomas de las enfermedades. “La vida toda no es más que interrogaciones hechas de forma que llevan en sí el germen de la respuesta, y respuestas cargadas de interrogaciones. El que vea en ella algo más es un loco” (Gustav Meyrinck). La medicina avanza a pasos agigantados. Día a día vemos milagros que acontecen a nuestro alrededor. Pero es curioso como también, al mismo tiempo, proliferan los métodos antiguos, la medicina naturista, la medicina homeopática. El libro de La enfermedad como camino de Thorwald Dethelefsen y Rüdiger Dahlke presentan unas ideas o conocimientos para personas que estén dispuestos a 104

seguir los senderos tortuosos y no siempre lógicos de la mente humana. Serán buenos compañeros para este viaje por el alma humana un pensamiento ágil, imaginación, ironía y buen oído para los transfondos del lenguaje. De este libro recojo algunas ideas que están relacionadas con nuestro tema del amor. “Amad el mal y será redimido”, dice Dethelefsen. El ser humano es enfermo porque le falta la unidad. No existen personas totalmente sanas. La curación sólo es posible cuando el ser humano asume la parte de la sombra que el síntoma encierra. El ser humano está curado cuando encuentra su verdadero ser y se unifica con todo lo que es. La enfermedad obliga al ser humano a abandonar el camino de la unidad, por ello “la enfermedad es el camino”. Así afirma nuestro autor: La persona propensa a inflamaciones trata de rehuír los conflictos. La respiración es el cordón umbilical por el que la vida viene a nosotros. ¿Qué me impide respirar? El asmático es un individuo que tiene sed de amor: quiere amor y por eso inspira profundamente. Pero no puede dar amor: tiene dificultad en la espiración. El asmático ama lo limpio, lo puro, lo transparente y estéril y evita lo oscuro y terrenal, lo cual suele expresarse en la elección de alergenos. El alérgico debe preguntarse ¿qué hay de mi capacidad de amar, de mi receptividad? El que tiene hambre de cariño y no puede saciarla, manifiesta este afán en el aspecto corporal en forma de hambre de golosinas. El amor y lo dulce tiene una estrecha relación. El que sufre de estómago debe preguntarse ¿Qué es lo que no puedo o no quiero tragar? ¿Qué me amarga? 105

El diabético (por falta de insulina) no puede asimilar el azúcar contenido en los alimentos; el azúcar escapa de su cuerpo con la orina. Sólo sustituyendo la palabra azúcar por la palabra amor habremos expuesto con claridad el problema del diabético. Las cosas dulces no son sino sucedáneo de otras dulzuras. Los que tienen problemas con la vista y oídos tienen que preguntarse: ¿Qué es lo que no quiero ver? ¿Por qué no quiero escuchar a cierta persona? En la psoriasis se incrementa exageradamente la fabricación de escamas en la piel. La protección natural de la piel se trueca en coraza: uno se blinda por los cuatro costados. Uno no quiere que nada entre ni salga. Reich lo llama “blindaje de carácter”. Detrás de la defensa hay miedo a ser heridos. Quien sufre de esta enfermedad debiera preguntarse: ¿Me aíslo excesivamente? La imagen que cada uno tenga de sí mismo, influirá en su salud. Con frecuencia somos lo que somos por lo que pensamos. Es necesario recordar lo que afirma Kahil Gibran: “Toda la creación existe en ti y todo lo que existe en ti existe también en la creación… En una sola gota de agua se encuentra el secreto del inmenso océano. Una sola manifestación de ti contiene todas las manifestaciones de la vida”. El ser humano está llamado a unificarse con su propio centro. El principio de unificación de opuestos se llama amor, ya que el amor une siempre, no separa. El amor transforma y nos lleva a unirnos con todo el universo. El amor no conoce fronteras, ni obstáculos. Es cierto que en la salud y en la enfermedad intervienen la genética, el ambiente, la educación… pero, ¿no tendrá algo que ver en ellas la carencia de amor, de cariño, de ideales, de sentido de la vida? 106

LA CRUZ DE LA ENFERMEDAD María Ángeles, artista, tenía cáncer y una gran fe. Poco antes de partir a la casa del Padre, le encomendó a su marido que transmitiera a sus amigos estas palabras: “Dile a nuestros amigos que, cuando esté con Dios, cuidaré de todos ellos. Y que, si necesitan algo o tienen algún problema, me lo digan, que Dios me escuchará cuando yo se lo diga a Él”. Alexis Carrell se dedicó a estudiar a los enfermos curados en Lourdes únicamente por el poder de la oración. Y al respecto, dijo: “Yo creo en las curaciones milagrosas. Jamás olvidaré el acontecimiento que me tocó vivir: un tumor canceroso en la mano de un obrero se redujo bajo mis ojos a una ligera cicatriz. No puedo comprenderlo; pero no puedo dudar de aquello que he visto con mis propios ojos”. Alexis Carrell murió en 1944, víctima de la Gestapo de Hitler. Pero más de cincuenta mil enfermos que siguen llegando anualmente a Lourdes llevan la misma esperanza, aunque pocos, muy pocos, puedan decir: “He sido curado en Lourdes”. “En el momento de la bendición del Santísimo Sacramento, cuenta el Hermano León Schwager: todos los enfermos repetían las invocaciones: ‘Que se haga tu voluntad’, ‘Madre de Dios, ruega por nosotros’. Cuando se alzó la Santa Hostia sobre mí, mientras el sacerdote hacia una gran cruz, de repente sentí como un rayo, como una descarga eléctrica que me recorrió desde la cabeza hasta los pies. Pensé: ‘es el fin’, pero no: caí de rodillas al lado de mi camilla, con las manos juntas. Estaba curado. No sentía ningún dolor. Mis miembros aún paralizados y sin fuerzas recobraron el pleno vigor. 107

El coro siguió cantando el ‘Adoro Te devote’”. Este es el testimonio de un monje Benedictino suizo curado el 27 de abril de 1952 a los 27 años de edad de un estado avanzado de esclerosis en placa. Es una de las pocas curaciones del cuerpo que se atestiguan en Lourdes. Pero el misterio del dolor y de la muerte no siempre tiene su salida en el milagro, como el que vio Alexis Carrell en Lourdes. Al golpear la puerta de Dios para un milagro no siempre se obtiene la respuesta esperada, sino un gran silencio, quieto y terrible. La enfermedad está en nuestro camino, no sirve huir; la enfermedad encarcela, arranca todos nuestros planes, nos aplana, nos destroza la vida. El enfermo no cuenta, es un cero a la izquierda, sin presente y sin futuro. Ante la enfermedad hay varias actitudes: la de sobrevivir, la de escapar o sucumbir. En la enfermedad sale a flote nuestra limitación radical. El dolor nos hace iguales y nos arroja en los brazos de la soledad. La capacidad humana ante el sufrimiento es ilimitada. Todo lo que nos cae encima, lo aguantamos; pero el miedo a sufrir nos paraliza y nos roba las fuerzas para poder sobrellevarlo. Cuando no tenemos miedo al dolor, sufrimos mucho menos. “En muchas ocasiones lo más terrible no es el dolor en sí, sino lo que pensamos sobre él, lo que imaginamos en nuestra mente” (B. Sh. Lukeman). Un efecto de la enfermedad es que nos quita todas las caretas, acaba con las vanidades y nos produce clarividencia. El dolor nos desarraiga de todo, menos de nosotros mismos. “¡No corras, ve despacio, que a donde tienes que ir es a ti solo!” (Juan Ramón Jiménez). “Allí donde hay dolor hay terreno sagrado; algún día te darás cuenta de lo que esto significa” (R. Hart Davis). Ante la enfermedad 108

sólo hay una solución: ser realista y aceptarla. Si uno se ama, se ama también enfermo. El dolor tomado muy en serio obsesiona, hay que echarle humor, ya que éste relaja y es sano, sin embargo hay personas que pierden todas sus fuerzas quejándose. La enfermedad es a veces como un parásito que roba, “chupa”, energías, ilusiones, amigos y vida. La mayoría de las veces acarrea cansancio e incomprensión de los otros. Ante cualquier problema, enfermedad o dolor, el ser humano, sobre todo el que no tiene fe, se siente desconcertado y se hace muchas preguntas. Pero “Cristo no responde directamente ni en abstracto a estas preguntas humanas… El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo” (SD 26). “A medida que el hombre toma su cruz uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. En Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera de su Evangelio, nos aplasta” (GS 22). Cristo se ha comprometido con el sufrimiento. Con él hay esperanza y victoria segura. Si tiene mérito el que sufre, también lo tienen quienes acompañan al enfermo en el sufrimiento ayudando, consolando y sirviendo. Si dar un vaso de agua en el nombre del Señor no quedará sin recompensa, tendrán gran premio aquellos que ayudan al enfermo a creer, a esperar y a amar. Si “recoger un alfiler por amor puede convertir un alma”, decía santa Teresita, cuántas almas no convertirá el ofrecer tantas noches y días interminables... El heroísmo silencioso de llevar la cruz cada día es ingrato. Pero Dios conoce el grado de amor y sufrimiento del que la padece. Y si los sanos hacen mucho por los enfermos, mucho más, sin duda, hacen los que sufren por los que les cuidan. Los enfermos se enterarán un día en el cielo de cuán109

to hicieron por los sanos, dijo hace años Pío XII. Ellos son como un aviso que nos invita a revalorar lo que realmente importa en la vida. “Nunca, podrás, dolor, acorralarme. Podrás alzar mis ojos hacia el llanto, secar mi lengua, amordazar mi canto, sangrar mi corazón y desguazarme. Podrás entre tus rejas encerrarme, destruir los castillos que levanto, ungir todas mis horas con tu espanto. Pero nunca podrás acobardarme. Puedo amar en el potro de tortura. Puedo reír cosido por tus lanzas. Puedo ver en la oscura noche oscura. Llego, dolor, a donde tu no alcanzas. Y decido mi sangre y su espesura. Yo soy el dueño de mis esperanzas”. (Martín Descalzo) LA CRUZ DEL MATRIMONIO El pueblo de Siroki-Brijeg en Herzegovina tiene una maravillosa distinción: ¡nadie recuerda que haya existido un solo divorcio entre sus 13.000 habitantes! ¡Tampoco se recuerda un solo caso de familia rota! El secreto de Herzegovina es sencillo: Los habitantes croatos han mantenido su fe católica, soportando por ella persecución por siglos a manos de los turcos y después de los comunistas. Su fe está fuertemente arraigada en el conocimiento del poder salvador de la cruz de Jesucristo. Ellos saben que los programas del mundo, aunque sean programas humanitarios de desarme o de paz, por si 110

mismos solo proveen beneficios limitados. La fuente de la salvación es la cruz de Cristo. Este pueblo posee una gran sabiduría que ha sabido aplicar al matrimonio y a la familia. Ellos saben que el matrimonio está indisolublemente unido a la cruz de Cristo. Según la tradición croata, cuando una pareja se prepara para casarse, no les dicen que han encontrado a la persona perfecta. No. El sacerdote les dice: “has encontrado tu cruz. Es una cruz para amarla, para llevarla contigo, una cruz que no se tira sino que se atesora”. En Herzegovina la Cruz representa el amor más grande y el crucifijo es el tesoro de la casa. Cuando los novios van a la iglesia, llevan el crucifijo con ellos. El sacerdote bendice el crucifijo. Cuando llega el momento de intercambiar sus votos, la novia pone su mano derecha sobre el crucifijo y el novio pone su mano sobre la de ella, de manera que las dos manos están unidas a la cruz. El sacerdote cubre las manos de ellos con su estola mientras proclaman sus promesas, según el rito de la Iglesia, de ser fieles el uno al otro, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, hasta la muerte. Acto seguido los novios no se besan sino que ambos besan la cruz. Los que contemplan el rito pueden comprender que si uno de los dos abandona al otro, abandona a Cristo en la Cruz. Después de la ceremonia, los recién casados llevan el crucifijo a su hogar y lo ponen en un lugar de honor. Será para siempre el punto de referencia y el lugar de oración familiar. En tiempo de dificultad no van al abogado ni al psiquiatra, sino que van juntos ante la cruz, en busca de la ayuda de Jesús. Se arrodillarán y llorarán y abrirán sus corazones pidiendo perdón al Señor y mutuamente, e irán a dormir en paz porque en su Corazón han recibido el consuelo y el perdón del único que tiene poder 111

para salvar. Ellos enseñarán a sus hijos a besar la cruz cada día, y de no irse a dormir como los paganos sin dar gracias primero a Jesús. Saben que Jesús los sostiene en Sus brazos y no hay nada que temer. “La familia tiene la misión de ser cada vez más lo que es, es decir, comunidad de vida y amor”. El Concilio Vaticano II utiliza la expresión “íntima comunidad de vida y amor conyugal” para designar al matrimonio. El amor es el motor de toda comunión y el único ambiente adecuado, para que la familia pueda “vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas”. Para que haya una comunidad de amor hay que vivir el amor como una competencia donde haya disculpas por los fallos y se prodiguen alabanzas por las buenas obras. Es una de las mejores maneras de promover la comunicación y así ser “una pareja feliz”. Una encuesta realizada en Estados Unidos en enero de 1983 nos informa que uno de cada dos matrimonios terminaban en divorcio. De acuerdo con la Oficina de Censos de los Estados Unidos, una tercera parte de los niños de esta nación, en la actualidad vive en hogares en los que está ausente uno de los padres biológicos. La depresión se ha convertido en el gran mal nacional. Los índices de suicidio han ido en aumento, tanto entre los jóvenes como entre las personas de edad. Y todavía así, jamás se nos ocurre preguntarnos cuál es la razón de ello, a fin de investigar y analizar esta amenazadora situación y encontrar soluciones que podrían guiarnos hacia unas relaciones más tranquilas y perdurables. Los mitos, los cuentos nos hablan de una felicidad amasada en nubes de algodón. “Y vivieron siempre felices’ pertenece al mito, ya que la realidad, normalmente es más cruel. Hemos sido envenenados por los cuentos de hadas” (Anais Nin). “Y vivieron por siempre felices’, comenta 112

Hoshua Liebman, es una de las frases mas trágicas que se encuentran en la literatura. Es trágica porque nos dice una falsedad acerca de la vida y porque ha conducido a incontables generaciones de seres humanos a esperar algo de la existencia humana que simplemente no es posible sobre la faz de esta frágil, débil e imperfecta Tierra”. El amor es como el sol. Durante muchos días sabemos que está ahí, pero no se le ve y cuando el frío aprieta y la noche se echa encima, uno se olvida de que al día siguiente pueda volver a salir. Algunos confunden el tiempo de oscuridad con la falta de amor y tienen miedo de que nunca pueda volver. Las relaciones entre los seres humanos son difíciles porque falta comprensión, no se quiere perder terreno. Al referirse a las relaciones entre los casados, Carl Rogers declaró: “... a pesar de que el matrimonio moderno es un tremendo laboratorio, a menudo sus miembros carecen absolutamente de una preparación para la función de esa sociedad. Cuánta agonía, remordimientos y fracasos habrían podido evitarse si por lo menos hubiese tenido lugar un aprendizaje rudimentario antes de ingresar en esa sociedad”. Quizá vivimos de lo que hemos aprendido. Lo mismo les pasa a los niños, las palabras que oyen, son las que aprenden. Esas palabras serán la conexión humana esencial. Si se escucha “si”, “amor”, “bueno” y otros símbolos positivos entonces esos serán los instrumentos con los cuales se relacionarán con los demás. Por desgracia, muchas veces los niños aprenden a decir “¡no!” antes de aprender a decir “sí” y a menudo “odio” antes que “amor”. Es bueno, pues, aprender, a cualquier edad y a cualquier precio el lenguaje del amor, pues si no viviremos en un mundo de odio y no habrá felicidad sobre la tierra. Sólo desde el amor tiene sentido la cruz. 113

LA CRUZ DE LA ANCIANIDAD Los ancianos son hoy día, la mayoría en nuestra sociedad. El número de ancianos es cada vez más numeroso. La ONU advierte que este envejecimiento de la población es un cambio sin precedentes en magnitud y velocidad en el desarrollo mundial. En España, por ejemplo, hay en la actualidad, más de 3.000 residencias de la tercera edad, que suponen aproximadamente casi 200.000 plazas; cifras elevadas, aunque sean claramente inferiores a los que se van desarrollando en Centroeuropa. El anciano es aquella persona que tiene dificultad para caminar, para razonar, para expresarse; se refugia en el pasado y tiene problemas para retener lo inmediato; repite una y otra vez sus preocupaciones y ensueños, su vida; con frecuencia presenta demencia senil, cardiopatías, debilitación en los órganos de los sentidos… En la fase senil cede la energía, la capacidad receptiva de los sentidos, se hace difícil adaptarse a situaciones nuevas, se pierde el interés, la persona se hace indiferente, se debilita y aparecen defectos orgánicos. La fuerza disminuye, la vida se escapa y los achaques aumentan. Con la ancianidad aparecen toda clase de dolores: artrosis, lumbago… Las enfermedades no sólo se asoman, se quedan como compañeras: parkinson, corazón, diabetes, cataratas… No se ve bien, no se oye, no se entiende. Aunque en algunas ocasiones el anciano alega que se encuentra mejor que nunca, los otros se dan cuenta de que no es así… Pero también hay muchas ganancias en facetas como la madurez, la experiencia, la serenidad, la gratuidad. La persona de la tercera edad dispone de tiempo, no vive estresado por el trabajo ni las preocupaciones… El anciano debe ser mimado y respetado. Así lo era en el pasado. Hoy sin embargo, en muchas ocasiones, no 114

cuenta para nada, pues esta de moda ser joven. Estos son útiles y productivos; el anciano no, es un peso y una carga para las familias y las arcas del Estado. A pesar de todo es necesario garantizar un porvenir sin riesgos para los ancianos, dándoles amor y respeto. Su situación económica y sanitaria han de ser mejoradas; en definitiva hay que hacer un mundo posible para todos, en el que se reconozcan sus contribuciones sociales y familiares, poniendo en marcha mecanismos que permitan aprovechar su madurez y su experiencia. Es curioso cómo se cuida al anciano. En las naciones más desarrolladas, al anciano, normalmente, no le falta casi nada. Tiene lo económico resuelto, aunque a veces tiene que hacer sacrificios. Pero le falta cariño, compañía de los suyos, ser tenido en cuenta. Sin embargo, en los países con menos medios económicos, el anciano suele carecer de un bienestar material, pero es respetado y mimado por la familia. Y no cabe duda de que los años pesan, pero pesa más la soledad y el abandono, la falta de cariño en la que muchos ancianos viven. El ser humano desea mantenerse vivo mientras pueda respirar. El anciano es un pozo de sabiduría, pero tiene que ser consciente de que vale por lo que es, no por lo que tiene, de que tiene que aprender a disfrutar de la vida, desde sus posibilidades y limitaciones. Si la vida es un continuo aprendizaje, la persona mayor tendrá que aprender a soltar, a no vivir en el pasado, a no tener miedo ante lo que se le avecina, a elegir siempre la vida, a esperar que pasen tantas tormentas y a orar en el atardecer. Los ancianos son o deben ser una gran riqueza. Tahao Arayama, japones de 70 años, 7 meses y 13 días, llegó a la cima del monte Everest, y se convirtió en la persona de 115

mayor edad en conquistar el pico más alto del mundo, informó una compañía de montañismo. Yuichiro Miura fue el otro japonés que ascendió la cima a la edad de 70 años, 7 meses y 10 días, el 22 de mayo del 2003. No todos son capaces de ascender el Everest a los 70 años. Eso queda para algunos privilegiados, aunque la verdad es que a los 70, muchas personas están en plena forma. Los ancianos son una gran riqueza. El anciano ya resplandece en la sagrada Escritura cuando ésta nos presenta a Abraham y Sara (Gn 17,15-22), describe la acogida que Simeón y Ana brindaron a Jesús (Lc 2,23-28); llama a los sacerdotes con el nombre de ancianos (Hch 14, 23) sintetiza el homenaje de toda la creación en la adoración de veinticuatro ancianos (Ap 4, 4) y, por último, designa a Dios mismo como “el Anciano” (Dn 7, 9-22). El Antiguo Testamento promete a los hombres larga vida como premio por el cumplimiento de la ley de Dios: El temor del Señor prolonga los días (Pr 10, 27). Era convicción común que la prolongación de la vida física hasta la “feliz ancianidad” (Gn 25, 8), cuando el hombre podía morir “lleno de días” (Gn 25, 8), debía considerarse una prueba de particular benevolencia por parte de Dios. Las personas ancianas pueden alcanzar con los años una mayor madurez en inteligencia, equilibrio y sabiduría. Juan pablo II apela a la sensibilidad de las familias para que acompañen a sus seres queridos hasta el término de su peregrinación terrena. ¡Cómo no recordar estas conmovedoras palabras de la Escritura: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no lo desprecies en la plenitud de tu vigor. Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido... El día de tu tribulación Dios se acordará de ti...” (Si 3, 12-15). 116

Los ancianos son importantes en la vida actual. Son una gran riqueza para todos. Los necesitamos para no caminar a tientas, para no improvisar, para no andar por senderos de deshumanización y de egoísmo. Los niños necesitan el ejemplo del abuelo para aprender lo que es la vida. El joven ha de poner los ojos en él para no dejarse engañar por el éxito de la vida profesional, para conocer la historia viva, para palpar la cosecha de toda una entrega sacrificada a la familia y a la sociedad. Los ancianos son los grandes depositarios de la tradición. Ellos saben mucho de muchas cosas, porque han vivido. Saben del tiempo, de las plantas, de las enfermedades: de todo. No tiene perdón el que el ser humano no aproveche esa sabiduría al relegarlos a la soledad y al olvido. “Cuando un anciano se muere es una biblioteca la que desaparece”, dice un refrán africano. Actualmente, en muchas de nuestras sociedades, hacemos lo mismo con los ancianos. Por eso la Sociedad los aparca en residencias. Desgraciadamente hemos olvidado lo esencial: el ser de la persona, no lo que hace, sino cómo vive y cómo lo hace. Una persona que actúa sin amor, aunque haga maravillas, es una máquina. El anciano podrá perderlo todo, pero nadie le puede arrebatar el amor que hay dentro de su corazón.

ENTRE LA SOLEDAD Y LA COMPAÑÍA Schopenhauer nos cuenta la parábola de los puercoespines: En un crudo día invernal, los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros para darse calor unos a otros. Pero, al hacerlo así, se hirieron recíprocamente con sus púas y hubieron de separarse. Obligados de nuevo a juntarse por el frió, volvieron a pincharse y a 117

distanciarse. Estas alternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que les fue dado hallar una distancia media en la que ambos males resultaban mitigados. La vida de todos nosotros oscila entre la soledad y la compañía. Lo difícil a veces es el equilibrio. Los animales son como las personas, buscan calor y cariño. Pero les resulta difícil, como al ser humano, convivir en armonía y equilibrio. Muchas veces no nos damos cuenta de que el otro existe, incluso cuando le socorremos. Una señora que tenía por costumbre dar limosna a un pobre a la puerta de la iglesia que frecuentaba, se llevó un día la mano al bolso, y sólo entonces cayó en la cuenta de que se lo había dejado en casa. El mendigo mantenía su mano extendida hacia ella, y ella entonces reaccionó con tacto y rapidez. Le dijo: “Hoy no tengo nada que darle, pero al menos puedo estrecharle la mano”. Y así lo hizo, con sincera naturalidad y sentimiento. El mendigo no se dejó ganar en cortesía, aceptó el apretón de manos y dijo: “Hoy me ha dado usted más que todos los demás días”. El gesto humano de contacto directo es el mejor regalo que podemos dar a los que viven con nosotros. Y como a muchos les resulta insoportable la comunicación y el vivir juntos, ensayan o se aíslan dentro del mismo ambiente, o tratan de vivir solos. Pero esto aun es mucho más duro, pues la verdad es que la gente huye de la soledad. Les aterra. Todos hacemos lo indecible por encontrar compañía: la radio, la televisión, una mascota, todo vale. Se usa lo que está al alcance, aunque sea lo más sagrado como el amor, para calmar la sed de compañía. Sin embargo la soledad es terrible en los niños, especialmente a la hora de la muerte. Eduardo Galeano comenta esta experiencia: 118

“Fernando Silva dirige el hospital de años en Managua. En víspera de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar. Hizo una última ronda por las salas, viendo si todo quedaba en orden; y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso. Fernando se acercó, y el niño lo rozó con la mano. ‘Decidle a…’ susurro el niño. ‘Decidle a alguien que yo estoy aquí’”. “Decidle a alguien que yo estoy aquí”. Son fuertes estas palabras cuando salen de la boca de un niño. Todos necesitamos el calor de un apretón de manos, una mirada, una caricia, una sonrisa. Todo aquello que nos demuestra que estamos vivos. No es buena la soledad para nadie; y la gente trata de huir de ella, luchar con todas sus fuerzas. Hace un tiempo, en un periódico de Los Ángeles, se publicó un anuncio promoviendo a una agencia que ofrecía enviar, previa solicitud y con rapidez a un “amigo”. Ese “amigo” estaría dispuesto a sentarse a su lado, a charlar con usted o sostenerle la mano si se encontraba enfermo o moribundo. Por supuesto, ese amigo solo sería suyo mientras usted pudiese seguir pagando. Conocí en Madrid a una señora que iba a la consulta del psicólogo y pagaba una hora, simplemente para desahogarse con él. Parecido a este caso, es el de aquella mujer inválida que se encontraba muy sola y que, a fin de mante119

ner con vida algún contacto humano, marcaba en su teléfono el numero de “Información” y de la “Hora” durante ciertos intervalos a todo lo largo del día. “Por lo menos escucho una voz humana que me habla” decía. Ahora, incluso la voz que da la hora es por computadora y las operadoras de Información piden que no se las moleste al menos que sea necesario. La televisión, la radio, el internet han suplido el calor de la voz humana. Hay muchas casas en las que se puede escuchar la televisión todo el día. Es la única compañía, porque no se conoce otra. Hemos conocido tiempos en que las personas se relacionaban en las plazas de los pueblos, mercados, tiendas pequeñas, paseos… Hay ciudades en Florida en las que no se ve un alma. Allan Fromme describe en su libro La habilidad para amar, esa tranquila época que tan pronto se esfumó. Comenta: “Nuestras ciudades, con sus atestadas oblaciones y sus grandes y elevados edificios de departamentos, son criaderos de soledad. Los vecindarios se derrumban bajo las niveladoras de los nuevos proyectos de viviendas y las familias se dispersan por doquiera en busca de trabajos y profesiones. En un mundo de ruedas, han desaparecido las antiguas y tranquilas agrupaciones de personas”. La soledad es una de las enfermedades más extendidas. Ninguna tecnología puede sustituir el contacto humano, la compasión humana, el cariño. La soledad es la peor enfermedad de la sociedad. La soledad e incomunicación es grande. No queremos escuchar al otro, porque bastantes problemas tenemos nosotros como para poder cargar con más. La soledad se ceba en muchas personas de nuestra sociedad. Sabemos que el sufrimiento y la soledad ofrecidos con paciencia, tienen un valor incalculable. La oración desde la soledad es sencilla, la mayoría de las veces es una oración de presencia, de abrirse a 120

Dios como se abre la pequeña flor a los rayos del sol, para poder recibir un poco de calor y de vida, para acabar de florecer y madurar. En todas las oraciones del anciano hay mucho de fe, de esperanza y de amor. Dichosa la persona que sabe que Dios vive en ella y no le abandona y se dedica a reparar sueños e ilusiones, juguetes para los otros. Desde la fe, se va disminuyendo y dejando que el Señor crezca y así, poco a poco se aprende a morir comulgando y a comulgar muriendo. “Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los fieles te ruegan. No basta que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo” (Teilhard de Chardin).

LA DEPRESIÓN Y LA ANSIEDAD En una encuesta hecha en Norteamérica, a unas cien mil personas, se les preguntó: ¿Hay alguien que no haya sufrido nunca una depresión? No hubo ni una sola persona que pudiera decir: “Siempre me he visto libre de este problema”. Todos sufrimos un poco de depresión. Es normal... Nos deprimen los fracasos, las enfermedades, la muerte de un ser querido, cuando no llega el dinero y cuando tenemos de todo. El hambre de felicidad es insaciable, y al no poder conseguir lo que se espera, el ser humano desespera. Lo que nos deprime no son tanto los acontecimientos que nos suceden, cuanto la actitud que tenemos ante lo que acontece. La depresión alcanza a pequeños y grandes. Bolívar, Churchill, Miguel Ángel, Van Gogh, Allan Poe... se vieron atormentados por la depresión. Hasta el mismo Jesús se sintió desfallecer en el Huerto de los Olivos. La enferme121

dad número uno de los países civilizados es la depresión. Muchos se suicidan... ¿Cuáles son los síntomas de la depresión? Arteo describió a los deprimidos como “tristes y desanimados. Adelgazan, se muestran perturbados y sufren de insomnio. Si las condiciones contrarias persisten, se quejan de mil pequeñeces y expresan deseos de morir”. Los que se deprimen se sienten abatidos, desalentados, desorientados... Se sienten morir, irritados, sin motivación, no comen o comen demasiado, no duermen o no se despiertan, “se miran a sí mismos como personas olvidadas por la divinidad, descuidan su modo de presentarse, y hacia la divinidad sienten más miedo que amor” (Plutarco). La persona deprimida no tiene ganas de nada, ni de llorar. Kierkegaard dice: “Cuando se está angustiado (deprimido), el tiempo transcurre lentamente. Cuando se está muy angustiado, aún el mismo instante se hace lento. Y cuando se está mortalmente angustiado, el tiempo acaba por detenerse. Querer correr más de prisa que nunca, y no poder mover un pie. Querer comprar el instante mediante el sacrificio de todo lo demás, y saber que no se halla en venta”. Hay personas que nacen con la inclinación a la melancolía y la tristeza. Cualquier acontecimiento, cualquier disgusto, por insignificante que sea, les lleva a una continua depresión. “Lo más frecuente es que la alteración de la vitalidad sea puramente autónoma y se presente como un desarreglo intrínseco, no dependiendo de causas exteriores ni tampoco de motivos internos. La posibilidad de tener una crisis depresiva reactiva (por factores externos), con la consiguiente alteración de la vitalidad, radica en la contingencia de cada hombre” (López Ibor). A veces nos deprime el pasado sin dejarnos gozar el presente. El futuro, por otra parte, nos preocupa, nos 122

atormenta, nos abate, pues no sabemos que será del mañana, a dónde irán a parar nuestros huesos. La vida nos da muchas oportunidades para hacer las cosas bien, pero el mañana no le está asegurado a nadie. Por eso hay que vivir el hoy para sonreír, bendecir y vivir en plenitud, pero esto es, precisamente, lo difícil para quien se siente deprimido, porque estas personas se sienten secas como un desierto, y toda su vida y lo que ve a su alrededor es un “sin sentido”. A pesar de que buscan la luz, sólo ven oscuridad, a pesar de que quisieran ver la mano de Dios por alguna parte, no la encuentran en ningún lugar. Sólo les queda aferrarse a su fe, que es oscura y ciega, y la única seguridad y luz en medio de tanta oscuridad. Es indispensable, pues, reemplazar todos los pensamientos negativos por pensamientos positivos, ocuparse en algo útil, no indisponerse por tonterías y sembrar el optimismo, la alegría y la esperanza. Algunas personas no disfrutan de la vida, viven corriendo detrás del tiempo, pero no logran alcanzarlo ni aún cuando más apuradas corren; viven ansiosas, como si les faltara el aire y la misma vida. La ansiedad es otra de las enfermedades más frecuentes. La ansiedad es uno de tantos males que azotan a nuestra sociedad. Miles de personas acuden cada año a los servicios de urgencia creyendo que tienen una enfermedad grave, un infarto o un derrame cerebral. El diagnostico suele ser el de una crisis de ansiedad. La ansiedad es molesta, pero no es peligrosa. Por sí sola no provoca infartos, ni derrames cerebrales ni la locura. La crisis de ansiedad es un síntoma de otros problemas no resueltos; su presencia nos indica que algún problema no está resuelto. La recuperación a largo plazo se centra en el manejo de la ansiedad y no en la ausencia de ésta. 123

La ansiedad no bien manejada, siempre destruye y desgasta, tanto el cuerpo como el alma; nos incapacita para poder rendir en el trabajo, para descansar, para vivir felizmente. La ansiedad inyecta en nuestra mente todos los miedos imaginables, nos roba la paz del presente por preocuparnos excesivamente del futuro, pensando qué nos sucederá. En las crisis de ansiedad, la mente interpreta la realidad de una forma errónea y dañina. Cuando alguien piensa que no hay peligro, reacciona con calma; cuando cree que lo hay, la reacción del organismo es de ansiedad, miedo o pánico. Todos tenemos necesidad de seguridad, de entender el mundo y su funcionamiento, de conectar con los otros, de hallar significado a la vida y a la muerte. Sin embargo, no hay seguros contra la ansiedad. El mismo dinero no es un seguro contra la ansiedad. En los momentos de crisis de ansiedad es bueno hacer todo lo posible por reducir las sensaciones desagradables, bien marchándose del lugar en el que uno se encuentra, o bien prestando atención a esas sensaciones corporales y esperando que desaparezcan. De todos es conocido la mucha ayuda que en estos casos prestan la técnicas de respiración y relajación. Quien confía en Dios sabe que no está solo y abandonado en el sufrimiento, aunque pase por el fracaso, la decepción, la enfermedad, la tragedia, la aflicción.

VENCER LOS CONTRATIEMPOS Era mudo de nacimiento. Iban pasando los años y el muchacho no hablaba, a pesar de que lo habían llevado a muchos médicos. Cuando ya tenía treinta y cuatro años, un buen día su madre le puso el café para desayunar, y el chico, con toda naturalidad, se dirigió a ella diciendo: 124

—Mamá, te olvidaste el azúcar. —Pero, hijo mío, ¿cómo es que puedes hablar y llevas treinta y cuatro años sin hacerlo? —Es que hasta ahora todo había estado perfecto, respondió. En culturas como la nuestra, nuestros hijos tienen demasiadas cosas y ya no les hace ilusión casi nada. No valoran las cosas, porque no les cuesta conseguirlas. Schopenhauer decía que los bienes materiales son como el agua salada, que cuanto más se bebe, más sed produce. La vida exige para triunfar mucha constancia y tenacidad en las dificultades que aparecen. La historia cuenta con grandes hombres que vencieron los contratiempos. Demóstenes perdió a su padre cuando tenía tan sólo siete años. Sus tutores administraron deslealmente su herencia, y el chico, siendo apenas un adolescente, tuvo ya que litigar para reivindicar su patrimonio. En uno de los juicios a los que tuvo que asistir, quedó impresionado por la elocuencia del abogado defensor. Fue entonces cuando decidió dedicarse a la oratoria. Soñaba con ser un gran orador, pero tenía escasísimas aptitudes, pues padecía dislexia, se sentía incapaz de hacer nada de modo improvisado, era tartamudo y tenía poca voz. Su primer discurso fue un completo fracaso: la risa de los asistentes le obligó a interrumpirlo sin poder llegar al final. Cuando, abatido, vagaba por las calles de la ciudad, un anciano le infundió ánimos y le alentó a seguir ejercitándose. “La paciencia te traerá el éxito”, le aseguró. Se aplicó con más tenacidad aún a conseguir su propósito Para remediar sus defectos en el habla, se ponía una piedrecilla debajo de la lengua y marchaba hasta la orilla del mar y gritaba con todas sus fuerzas, hasta que su voz se hacía oír clara y fuerte por encima del rumor de las olas. 125

Recitaba casi a gritos discursos y poesías para fortalecer su voz, y cuando tenía que participar en una discusión, repasaba una y otra vez los argumentos de ambas partes, sopesando el valor de cada uno de ellos. A los pocos años, aquel pobre niño huérfano y tartamudo llegó a ser el más brillante de los oradores griegos. Demóstenes es un ejemplo de entre la multitud de hombres y mujeres que a lo largo de la historia han sabido mostrar cuánto es capaz de hacer una voluntad decidida. Dante escribió La Divina Comedia en el destierro, luchando contra la miseria, y empleó para ello treinta años. Mozart compuso su Requiem en el lecho de muerte, afligido de terribles dolores. Tampoco Cristóbal Colón habría descubierto América si se hubiera desalentado después de sus primeras tentativas. Todo el mundo se reía de él cuando iba de un sitio a otro pidiendo ayuda económica para su viaje. Le tenían por aventurero, por visionario, pero él se afirmó resueltamente en su propósito. Hay una anécdota acerca del esfuerzo de Thomas Alva Édison al inventar el foco eléctrico. Después de haber tratado 9.999 veces la fabricación de este tipo de lámpara, sin haber tenido éxito, uno de sus colegas intentó burlarse de él. Sabiendo el número de intentos realizados por Édison, aquel otro inventor le preguntó, “¿es verdad que vas a completar el fracaso diez mil?”. A lo que Édison replicó, “No. Yo no he fracasado. Simplemente he descubierto diez mil caminos que no me conducen a la invención del foco eléctrico”. Los diez mil ensayos de Edison tienen significados diferentes. Para la gente ordinaria esos intentos no son más que fracasos. Para Edison, sin embargo, fueron descubrimientos. Einstein, otro grande, decía:“nuestro pensamiento crea problemas que el mismo modo de pensar no puede resolver”. 126

Cada persona tiene infinidad de fracasos. Cada persona tiene un problema o un montón de problemas. Pero lo importante no es tenerlos, sino saber utilizar las herramientas que tenemos a nuestro alcance para poder solucionarlos. Lo que buscan la mayoría de los humanos es el dinero, el placer, la fama, el triunfo. Y, realmente, “hay cosas que no se comprenden hasta que no se está definitivamente derrotado” (Ch. Péguy). El éxito y el fracaso están en nuestra condición humana. Pero la vida nos da la oportunidad de aprender de nuestros fracasos. Estos pueden ayudarnos a conocernos más, a darnos cuenta de nuestros límites, a descubrir otros aspectos en los que no habíamos caído en cuenta. El único fracaso verdadero es no conocerse, no aceptarse, arrojar la toalla a la menor dificultad.“No des nunca nada por perdido”, decía Sócrates. Y es cierto, todo es posible, todo tiene solución. El triunfo se forja en el ejercicio diario y en la perseverancia. Liszt, decía: “Si no hago mis ejercicios un día, lo noto yo; pero si los omito durante tres días, entonces ya lo nota el público”. Los fracasos son oportunidades que se presentan para progresar en la vida. Cuando las cosas no salgan bien, intentémoslo de nuevo. No le iría bien al río, dice el refrán, si de todos los huevos saliesen peces grandes. Ni al jardín, si cada flor diese fruto. Tampoco al hombre, si todas sus empresas fueran coronadas por el éxito. La vida es así y hay que aceptarla como es. Hay que recordar lo de Thomas Edisson de que el genio se compone de un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración, de sudor, de trabajo.“La suerte es patrimonio de los tontos”, es una excusa de fracasados. Quien piense así, 127

que se acuerde de ese otro refrán que dice: el que quiera lograr algo en la vida, no haga reproches a la suerte, agarre la ocasión por los pelos y no la suelte. Victor Frankl cuenta cómo los que estuvieron en campos de concentración durante y después de la Segunda Guerra Mundial recuerdan perfectamente a aquellos hombres que iban de barracón en barracón dando consuelo a los demás, brindándoles su ayuda y, muchas veces, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. El mensaje de Frankl es claro y esperanzador: “por muchas que sean las desgracias que se abatan sobre una persona, por muy cerrado que se presente el horizonte en un momento dado, siempre queda al hombre la libertad inviolable de actuar conforme a sus principios, siempre queda la esperanza”. Lanzarse, perseverar y esperar, no desmayar; audacia y constancia: dos aspectos inseparables que se complementan. Quien ha emprendido un trabajo, tiene ya hecho la mitad del mismo, quien ha empezado a caminar, pronto llegará a la meta; pero para comenzar, caminar y terminar se necesita una determinada determinación que diría santa Teresa. Sólo con el soplo del Espíritu, con perseverancia y una voluntad decidida se podrán vencer las dificultades. Se empieza a ganar estando seguros de la victoria. La moral ganadora es lo que más llama la atención del joven tenista mallorquín Rafa Nadal. Es un crack: “nunca da un partido por perdido en su cabeza; no hay nada perdido hasta que se pierde”. EL DOLOR PURIFICA Hace ya tiempo un grupo de señoras se reunieron en cierta ciudad para estudiar la Biblia. Mientras leían el ter128

cer capítulo de Malaquías, encontraron una expresión notable en el tercer versículo que decía: “Él purificará... y los refinará como se hace con la plata” (Ml 3,3). Una de ellas propuso visitar a un platero y contarle a las demás lo que él dijera sobre el tema; sin decir el objeto de su visita, pidió al platero que le hablara del proceso de refinar la plata. Después que el platero describiera el proceso, ella le preguntó: “Señor, ¿usted se sienta mientras que está en el proceso de la refinación?”. “Oh, sí señora, contestó el platero; debo sentarme con el ojo fijo constantemente en el horno, porque si el tiempo necesario para la refinación se excede en el grado más leve, la plata será dañada”. La señora inmediatamente vio la belleza y el consuelo de la expresión: “Él purificará... y los refinará como se hace con la plata” La señora hizo una pregunta final: “¿Cuándo sabe que el proceso está completo?”. “Pues es muy sencillo, contestó el platero, Cuando puedo ver mi propia imagen en la plata, ahí se acaba el proceso de refinación”. Dios ve necesario poner a sus hijos en un horno, su ojo está constantemente atento en el trabajo de la purificación, su sabiduría y amor obran juntos en la mejor manera para nosotros. Nuestras pruebas no vienen al azar, y Él no nos dejará ser probados más allá de lo que podemos sobrellevar. Las filosofías y las religiones han tratado de explicar el dolor, la medicina, por el contrario ha tratado de aliviarlo y suprimirlo. Desde Hipócrates, la actitud médica desacra129

lizó el dolor. El dolor afecta a toda la humanidad y cuando no sabemos encajarlo, puede afectar negativamente a todas nuestras relaciones. La presencia del dolor nos limita y así muchos de los seres humanos que sufren se hallan privados de la salud, del trabajo, de la diversión… Todos los dolores son subjetivos, dependen del sujeto que lo experimenta. El dolor es una experiencia personal única. Es imposible cuantificar el dolor de modo preciso y es imposible presentar un catálogo de todos los dolores que pueden afectar al ser humano. Hay varios tipos de dolores: UÊel dolor debido a una agresión exterior (quemadura, accidente); UÊel dolor debido a una lesión interna (migraña, cáncer); Uʏos dolores aberrantes o dolores de deaferentización (lesión de un nervio); UÊdolores imaginarios (creados por la psique). El dolor se puede controlar o aliviar mediante: UÊlos medicamentos antálgicos, alopáticos y otros; UÊla cirugía y neurocirugía del dolor; UÊlos tratamientos sensoriales, fisioterapia, acupuntura, mesoterapia y neuroestimalación; UÊel control psicológico del dolor, relajación, refuerzo de estrategias de adaptación y condicionamiento operante. José Antonio García-Monje propone como ayuda para superar el dolor el dar los siguientes pasos: Reconocerlo: identificarlo. Dialogar con él: saber de dónde viene, a dónde va y de qué nos avisa. No convertirlo en sufrimiento, cuando sólo, y nada menos, es dolor. 130

Responsabilizarnos de él: ver en qué medida somos agentes del dolor propio o ajeno. Liberarnos de él sin causarnos, ni causar peores males. Madurar en él o a pesar de él. Saber que somos más grandes que nuestro propio dolor. Igual nos ocurre con el sufrimiento, ya que se le puede experimentar, gustar, pero no comprender. Es importante identificar el dolor y el sufrimiento, sentirlo para poder aprender de él, para poder manejarlo y llevarlo con dignidad. El dolor, si se sabe llevar enseña mucho, pues “quien sabe del dolor, todo lo sabe” (Dante). Entre todas las divisiones del dolor, la filosofía budista establece tres: dolor existencial, alternante y dolor de dolor. El dolor existencial. Es inherente a nuestra vida y se da cuando descubrimos que la misma vida carece de sentido, de gozo, de alegría. El ser humano, muchas veces, no encuentra respuesta a sus preguntas: ¿para qué vive y para qué muere?; ¿qué hay después de la vida y cuántas vidas hay? El dolor ennoblece, pero el dolor existencial provoca tristeza, angustia, nos priva del gozo de la vida. El dolor enseña más que nada en la vida, siempre y cuando lo aceptemos y estemos dispuestos a aprender de él. Y “Si no puedes olvidarlo. Si no puedes evitarlo. Si no puedes vencerlo. Acéptalo y fluye con él” (Canto de esclavos).

SABER ACEPTAR LA MUERTE En un artículo de la escritora estadounidense Pearl-SBuck, en el que hablaba sobre la vida y la muerte, citaba la carta que le escribió una mujer desconocida que había perdido a su marido: 131

“Cuando mis pequeños no pudieron comprender el silencio de su padre, recientemente fallecido y que les quería mucho, traté de explicárselo describiéndoles el ciclo vital de su caballito de mar. Comienza como un gusano en el mar; pero, en el momento justo, emerge, y cuando se da cuenta de que tiene alas, vuela. Supongo –les dije– que los que se quedan en el agua se preguntan dónde se ha ido y por qué no vuelve. No puede volver porque tiene alas, ni los que se quedaron pueden volar junto a él porque todavía no las tienen”. Y la escritora y premio Nóbel concluye: “Es cierto; aún no tenemos alas, pero llegará un día”. Lleva tiempo el echar alas para volar, requiere mucha paciencia el aceptar los contratiempos las limitaciones y la muerte. Los cosecheros de arroz dan golpes con un palo a la mata del grano, así con el palo separan el grano útil de la paja inútil, usan lo malo para sacar limpio lo bueno. Todos tenemos miedo a la muerte y este miedo nos produce sufrimiento. Para evitarlo hacemos algo contraproducente al intentar anular “el único acontecimiento absolutamente cierto” de nuestra vida. Aunque la muerte está presente en todas partes, tratamos de maquillarla, endulzarla, ignorarla. Todos deseamos triunfar, vivir y nos causa dolor el saber que tendremos que morir, aunque morimos un poco cada día, no nos acostumbramos. La única manera de preparase para la muerte es la de saber vivir. Sin embargo nos aferramos a las cosas y somos esclavos. Nuestra vida está regida por los criterios de la belleza, rapidez, eficacia y placer. Cuando vivir es justamente desprenderse. La muerte convive con cada uno de nosotros y su presencia se hace cada vez más evidente. La exclamación de 132

San Agustín ante un niño recién nacido, “tampoco éste se escabullirá de ella”, nos toca a todos, lo sabemos, y los escritores proclaman que esta vida es “un correr hacia la muerte”, una pura “espera de la muerte”. “La muerte nos acosa” (Camus y Sastre). Se nos presenta, a veces, avisando cuando estamos en plena madurez; otras, en plena juventud como ladrón que nos sorprende y arrebata ilusiones y alegrías. Casi siempre llega temprana e inoportuna, cuando todavía nos quedan proyectos por realizar. La muerte iguala a todos: a los altos cedros y a las bajas encinas, a las cumbres y a los llanos, al rico y al pobre. “La pálida muerte tan pronto pisa pobres chozas como torres reales” (Horacio). Muchos son los males por los que atravesamos; uno de los peores, sin duda, es el de la muerte, porque nos arranca lo más valioso: la vida. Es para todos “no sólo algo espantoso, sino algo incomprensible…, una violación, una afrenta, un escándalo” (J. Maritain). Otros sin embargo piensan en ella como un “acontecimiento positivo”, un “acto espiritual personal”, o como “el acto más elevado del hombre”, o como “la primera y última, la única libre decisión de su vida, que, así, en este traspaso, alcanzaría su realización plena. La consunción pasa a ser consumación, plenitud” (Karl Rahner). El mismo autor se pregunta ¿cómo puede ser la muerte, por una parte, “la extrema reducción del hombre a la impotencia” y, por otra, “la más elevada acción del hombre”? No todo lo que soy será pasto de las llamas o se esfumará como el humo en el aire. El mismo Horacio al concluir uno de sus cantos muestra su espera de la inmortalidad: “No moriré entero”. Los cristianos creemos “contra toda esperanza” que la muerte ya no es muerte, sino nacimiento a la Vida. Sabemos que hemos nacido para vivir eterna133

mente, que la vida no se pierde, se transforma y que la muerte no es final del camino, sino un paso a la eternidad. El cristiano cree que resucitará y que la esperanza le mantiene vivo. Por eso no tiene miedo ni de vivir ni de morir. Nuestro Dios avala su “promesa de una futura inmortalidad”; garantiza la “esperanza de una feliz resurrección”. Sabemos, según se afirma en la liturgia, que “La vida no termina, se transforma”. En Cristo Señor nuestro, brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección: y así aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Vivimos en comunión con los difuntos. La Iglesia desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones. El problema lo reconoce así el mismo Concilio Vaticano II (GS, 18) al afirmar que “frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre”. Sabedores, con el Concilio, de que la muerte es enigma y misterio, no intenten convertir a nadie con discusiones agotadoras. Pero, que sepan, eso sí, “dar razones de su esperanza a todo el que se las pidiera” (1 Pe 3,15). Creemos en un resucitado vencedor. La Iglesia proclama su fe en Cristo vencedor de la muerte: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. El Señor afirma que los muertos resucitan. Esta es la afirmación más importante y solemne. Observa: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (Lc 20, 37-38). 134

Por lo tanto, ¡vivid cada día como si fuese el último! Esto venía a decir san Juan Bosco al sacerdote: “celebra la misa de cada día como si fuera la primera o la última”. Así tendríamos que vivir, conscientes de la fugacidad de la vida para poder vivir a tope, aprovechando todas las oportunidades y no teniendo que arrepentirnos de nada. Si los que murieron el 11 de septiembre en la Torres Gemelas lo hubieran sabido, estoy seguro que su comportamiento con la familia y en el trabajo hubieran sido distintos. Así lo expresaban los familiares, sentían el no poder haberles dicho ese día todo lo que les querían, lo importante que eran para ellos. Y es que la muerte de un ser querido, la enfermedad, un fracaso o cualquier cosa que duele, nos abre los ojos a lo verdaderamente importante. La muerte nos tiene que ayudar a vivir con más intensidad, ya que el arte de vivir es el arte de morir. El recuerdo de la muerte nos ayuda a tomar decisiones correctas, a no enfadarnos por pequeñas cosas dando así a la vida el respeto que merece. “La vida es impensable sin la muerte”, escribe el filósofo Norberto Bobbio. El cardenal de Chicago, Joseph Bernardino, dos semanas antes de fallecer de cáncer, escribió en su libro El regalo de la Paz. “Lo que quisiera dejarles es una simple oración, de que todos encuentren lo que yo he encontrado –ese regalo especial que Dios nos da a todos: el regalo de la paz. Cuando estamos en paz, nos sentimos libres para ser más plenamente quienes somos, aun en los peores momentos. Nos vaciamos y así Dios puede trabajar dentro de nosotros más profundamente. Nos convertimos en instrumentos en las manos de Dios”. A veces vivimos en la inconsciencia, en la rutina. Y es precisamente la enfermedad, un problema en el que trabajo o cualquier fracaso, lo que nos despierta de la mono135

tonía y nos lleva a recordar que somos mortales y que tenemos que superar el miedo al cambio y abandonar el camino acostumbrado si algo nos está presionando.

EL GEMIDO DE UN CHELO (CELLO). En todas las manifestaciones humanas, el sufrimiento está presente como realidad incuestionable. También en el arte, que es el mundo simbólico donde expresamos la realidad “de otra manera”, sacándola de los estrechos límites de nuestra subjetividad para hacerla universal y objetiva. La pintura, la literatura, la escultura… dan buena cuenta de esta realidad omnímoda, pero es, según creo, la música, la que mejor describe el mundo del dolor y del sufrimiento. La música tiene un gran poder evocador y expresivo capaz de aliarse con nuestras emociones y sentimientos y hacer que nuestro sufrimiento se recrudezca o amaine, según su intrínseca naturaleza. Y eso aún cuando la música es sólo música, composición matemática de notas. Para tomar la música como instrumento expresivo de lo que es el dolor y el sufrimiento, invito, si es posible, al lector a escuchar la interpretación que Jacqueline Du Pre hace del Concierto Para Chelo de Edgar. Enferma de esclerosis múltiple y muerta en plena juventud, la Du Pre arranca a su chelo a golpe de arco, las mil expresiones del sufrimiento, para terminar arrojando lejos el arco con el que fustiga las cuerdas y hundir su cabeza entre esas mismas cuerdas del chelo. Junto a esta obra quiero citar también e invitar a escuchar el “Aria de la Suite orquestal Nº 3 en Re mayor BWV 1068 de Bach”. La grabación es de los años treinta en Berlin, 136

y está dirigida por Wilhelm Furtwängler, quien supo como nadie llevar a Bach hasta el límite de lo permitido. Escuchemos bien. Estamos escuchando el sonido del dolor, del sufrimiento. Es un misterioso, penoso, casi escabroso arrastrarse de las notas sobre las cuerdas de violines y chelos... Suena como una carga pesada, infinitamente pesada. Quien la soporta se arrastra, se retuerce, gime y llora... mansamente, sin estridencias, que suele ser la última etapa a la que arribamos después de habernos rebelado, desesperado y maldecido. Hay infinita tristeza, casi una negación de esperanza. Desde luego oscura oscuridad alrededor... Los chelos describen como si fuera en un “bajo continuo” esa especie de sima sin fondo a la que nos asomamos cuando sufrimos, ese conato de desesperación que atraviesa el alma y todos los sentidos, ese fóbico y terrible “dar vueltas” sobre lo que no comprendemos ni podemos controlar. Falta la respiración que se hace ansiosa y entrecortada en los chelos, y el bajo sonoro sigue implacablemente machacándonos... así es el dolor y el sufrimiento humano, como esos chelos. Pero no están solos, el sufrimiento humano se da en la persona... definida aquí por los violines. Sobre esos chelos, descriptores del peso del sufrimiento, emergen los violines, permitiendo el leve desahogo de las lágrimas, de los gemidos, de los suspiros, de los silencios y las huidas y un atisbo de esperanza sin forma ni rostro. Ellos son los que dan forma a ese fondo informe del dolor y del sufrimiento. Unas veces levantan y afilan su voz para quejarse en un lamento sostenido y agudo que parece no tener fin. Otras describen el cansancio que produce sufrir, en esa monotonía monocromática de arrastre de las notas. Y otras veces parecen dejar ver tímidamente un recodo de luz. Pero estamos 137

sufriendo y ese es el misterio más grande que nos rodea, sobre el que no podemos decir casi nada. Sólo estar ahí, escucharlo, acogerlo en el otro como si quisiéramos robárselo para aligerar su carga en una resta imposible de compartir para quitar... El final es el apagamiento, la extinción en suavidad. Como se muere una nota, chelos y violines juntos al unísono, sin estridencias, armonizados y “casi” (porque nunca lo están del todo) confundidos.

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iv CÓMO SUPERAR EL DOLOR

Jesús nos enseña a llevar el sufrimiento como lo llevó él. Según el Evangelio, Cristo recorría ciudades y aldeas enseñando y curando a los hombres de toda enfermedad y dolencia. Se extendía su fama, y le traían a todos los que padecían algún mal y a todos curaba (Mt 8,16). Jesús, con su presencia, sembraba la paz, el bien, el amor. El dolor, el odio y el mal se alejaban de Él. Pero Jesús conoció en su carne el rechazo y la traición, en momentos de sufrimiento gritó a Dios: “Padre, que pase de mí este cáliz” (Lc 22,42). En su espíritu sintió no sólo el abandono de los suyos, sino hasta el de Dios mismo lo que le llevó a exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado” (Mt 27,46). El miedo a lo que pueda ocurrir paraliza a la persona para confiar en Dios. Sin embargo, sabemos que una de las mejores recetas para cualquier sufrimiento es confiar en Él, abandonarse en las manos del Padre. Él ha prometido cuidarnos y estar con nosotros hasta el final de nuestros días, pase lo que pase. Hay dolores y sufrimientos de muchas clases: físicos, morales, psíquicos… La fe ayuda a descubrir que Dios ordena todo para nuestro bien, que el sufrimiento puede convertirse en fuente de bendiciones, que es escuela de sabiduría, que se debe vivir cada minuto en paz. Ayuda el 139

tener paciencia, el sufrir con alegría, el educarse para lo difícil, el tener espíritu de lucha y levantarse de los fracasos y, sobre todo, el orar cuando las cosas van mal.

DIOS ORDENA TODO PARA NUESTRO BIEN “El hombre se descubre, afirma Saint Exupéry, cuando se mide con el obstáculo”. Se dice que el gran músico y compositor Johannes Brahms fue abucheado al terminar la segunda ejecución pública de su concierto para piano y orquesta numero 1. El famoso compositor escribió a un amigo: “Creo que nada mejor podría haberme ocurrido. Ello me obliga a poner más empeño en el trabajo y me estimula para seguir”. Cuentan que una señora de 86 años, a pesar de su temperamento dinámico y emprendedor, llevaba con serena alegría su ceguera e invalidez, regalada y mimada por sus hijos. Cierto día le dijo una vecina: Da gusto verla a usted tan contenta siempre, cuidada como una reina.“Mucho mejor que una reina, replicó rápidamente la interesada. Porque a las reinas las cuidan por interés y a mí por cariño”. Los santos estaban convencidos de que en todo andaba de por medio la mano de Dios. San Juan de la Cruz, perseguido y calumniado, escribe consolando a quien le compadece: “Estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa, sino que todo lo ordena Dios. Y donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”. Santa Teresita, en ciertas incomprensiones que tuvo, se llama así misma pelotita de Jesús: “Si Él no punza directamente a su pelotita, es Él, en verdad, quien mueve la mano 140

que le punza”. Sin embargo ella no busca el martirio, lo acepta. “Aunque deseaba el martirio, no buscaba Teresita el sufrimiento por el sufrimiento. Lo amaba porque era para ella un medio de probar a Jesús su amor; de la misma manera que N. Señor deseaba el bautismo de sangre para mostrarnos el suyo, aunque al mismo tiempo lo temía según su naturaleza humana” (Sor Genoveva). El amor es la mejor ayuda para soportar el sufrimiento. Cuando la cruz se lleva por amor, no pesa tanto. Así es el amor. A mayor ilusión por una causa, mayor capacidad de sacrificio y de aguante. Lo dijo Santa Teresa: “Tengo yo para mí que la medida de poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor”. Y la razón es porque “esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos”. Dóblense, decía San Juan de Ávila, vuestros amores y sufriréis doblados dolores… Esto tomad por señal si tenéis poco amor: que os pesarán mucho los trabajos. Y si mucho amor, ni aún miraréis en ello… Amad y no sufriréis, mas iréis sobre los trabajos como señor, bendiciendo a Aquel que os liberó. Quien aprecia el amor por encima incluso del dolor, es una persona inteligente y sabia. “Los santos sufrieron no por masoquismo, sino por amor. Ellos sintieron grandes deseos de padecer por el Amado. He aquí algunas de sus expresiones: Dice Santa Teresa de Ávila: “Padecer quiero, Señor, pues vos padecisteis”. “Comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de servir al Señor y deseos de padecer por Él”. “Fui a juicio con harto gran contento de ver que padecía algo por el Señor”. “Casi ordinario traía grandes deseos de padecer”. “Mil vidas pusiera yo para remedio de un alma”. 141

Y santa Teresita confesaba: “Deseaba sufrir, y he sido escuchada”. “Tenía un deseo violento de sufrir”. Precisamente lo que me gusta de la vida es sufrir”. “Oh, qué alegría siento al verme destruir”. “El sufrimiento me tendió sus brazos y yo me arrojé en ellos con amor”. Pocas semanas antes de morir, se preguntó Santa Teresita en voz alta en presencia de sus hermanas: “Sufro mucho; pero ¿sufro bien?”. Y añadió: “Esa es la cosa”.

EN LA ESCUELA DE LA SABIDURÍA Cuando Napoleón iba de victoria en victoria y cambiaba a su capricho el mapa de Europa, qué lejos estaba del verdadero camino. Ni ante el Papa se doblegaba. Hasta se burló de la excomunión promulgada contra él, diciendo: “¡Bah! La excomunión no hará que caigan los fusiles de las manos de mis soldados”.Y llevó prisionero a Francia a Pío VI. La derrota de Waterloo y el destierro de Santa Elena, ¿fueron un castigo o una providencia amorosa del Padre para él? La Biblia nos presenta el dolor como un valor pedagógico y medicinal. Así se aconseja en Proverbios 3, 11-2: “Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor. No te enfades por su reprensión, porque el Señor reprende a los que ama, como un padre a su hijo preferido”. El sufrimiento prueba y purifica. “Como oro en el crisol los probó y le fueron aceptos” (Sb 3,6). La carta a los Hebreos invita a no abatirse en las tribulaciones diciendo: Sufrís para corrección vuestra; Dios os trata como a hijos. ¿A qué hijo no corrige su padre? Si no os alcanza la corrección que les toca a todos, es que sois bastardos y no hijos (Hb 12,7-8). 142

Cristo se ha comprometido por entero en la lucha contra el sufrimiento y la muerte. Fuera de él no hay más que desesperación; con él todo es esperanza y victoria. Tal es el misterio de la redención. Cristo entró en el mundo diciendo al Padre: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (Hb 10,9). Y se mantuvo fiel a su programa de no buscar nunca la suya sino la del Padre (Jn 5,30), a pesar de las tentaciones que le invitaban a hacer lo contrario. Había perdido a su hijo en un accidente y se había acercado a una floristería donde vendían arreglos de follajes y largos y espinosos tallos de rosa; pero sin rosas. Pero, ¿qué le llevó a crear el buquet de espinas?, preguntó a la dependienta. Aprendí, dijo la vendedora, a ser agradecida por las espinas... Tardé en aprender que los tiempos difíciles son importantes para nuestra fe y nuestro fortalecimiento. Por eso apreciamos más el cuidado providencial de Dios durante los problemas que en cualquier otro tiempo. A través de las lágrimas, los colores del arco iris son mucho más brillantes. Juan José Trespalacios había matado tres hombres a sangre fría; sin embargo, gracias a las lecturas de los escritos de santa Teresita que leyó en la cárcel, cambió radicalmente. Pocos días antes de ser ahorcado Juan José, escribió una carta en la que decía: “En mi vida anterior a la prisión, separado casi siempre de Dios, no encontraba ni paz, ni felicidad en medio de mis placeres… Ahora veo que, cuando me creía libre, estaba encadenado. Ahora, encerrado entre las paredes de la celda, me encuentro libre”…. “¿Sabe usted lo que es estar mimado? Pues así me tiene Nuestro Señor y la Santísima Virgen. En fin, que soy el hombre más feliz de la tierra”. 143

Innumerables son los beneficios que acarrea el sufrimiento. “Antes se contarían las estrellas del cielo que los provechos de la tribulación” (san Juan de Ávila). Y santa Teresita se expresa así al hablar de los años de la enfermedad de su padre: “Los tres años del martirio de papá me parecen los mas amables, los más fructuosos de toda nuestra vida. No los cambiaría por todos los éxtasis y revelaciones de los santos”. Es bueno caer en la cuenta de que el dolor puede abrirnos los ojos a las verdades eternas; sin embargo el placer puede cegarnos. San Juan de la Cruz ha descrito este fenómeno valiéndose de la comparación del pez que, encandilado por la luz, no ve la trampa que el pescador le tiene preparada. Y ha ponderado el extremo de ceguera a que se puede llegar por este camino. La muerte es vida, podar potencia el fruto. La mortificación, recalca Alessandro Pronzato, está en función de la vida. Está al servicio del desarrollo del hombre, no de su aniquilamiento. Favorece ese desarrollo de la persona, no contribuye a su demolición. Mortificarse quiere decir “dar muerte” a todo lo que en nosotros obstaculiza la vida o bloquea su plenitud… En vez de mortificación podríamos llamarla “vivificación”. El sufrimiento madura y ayuda a crecer cuando lo aceptamos, pero destruye cuando la persona se rebela. El mismo Pronzato afirma que en el sufrimiento el hombre es sujeto que actúa, no simplemente objeto que padece. Por eso el sufrimiento madura únicamente a quienes lo aceptan y colaboran con su acción. ¿Para qué sirve el sufrimiento?, se preguntan muchas personas. C. S. Lewis decía: “el dolor es el altavoz de Dios ante un mundo sordo”. Dios quiere hablarnos, pero el placer, la vida muelle, los triunfos... nos impiden escu144

charlo. Efectivamente, cuánta gente ante una dificultad, una enfermedad, una limitación, ha cambiado el rumbo de su vida empleando todas las energías en proyectos que verdaderamente merecen la pena. El dolor hace que prestemos atención a lo esencial e importante. “Las cosas que duelen, enseñan” (B. Franklin). Y el sufrimiento puede jugar un papel importante en el crecimiento del ser humano. La fe, la oración, la paciencia, la alegría, la esperanza y la mirada puesta en el cielo pueden ayudarnos a aceptar nuestro sufrimiento. “Saber sufrir y tener el alma recia y curtida es lo que importa saber. La ciencia del padecer es la ciencia de la vida. No hay como saber sufrir con entereza el dolor, para saber combatir. Que el dolor es la mejor enseñanza del vivir” (J. M. Pemán).

VIVIR CADA MINUTO EN PAZ “Madre, decía una religiosa a santa Teresa, estoy pensando, si ahora me muriese yo aquí, ¿qué haríais vos sola?”. La santa la atajó con decisión: “Hermana, de que eso sea, pensaré lo que he de hacer. Ahora déjame dormir”. El ser humano tiene la manía de almacenar tragedias y adelantar catástrofes. Vive siempre preocupado y tenso. No es capaz de vivir en paz. Jesús les pedía encarecida145

mente a sus discípulos que no se angustiaran, que confiaran en el Padre, que vivieran el momento presente. “No os agobiéis por el mañana; porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos” (Mt 6,34). Cuántas preocupaciones y angustias se evitarían teniendo en cuenta esta advertencia tan práctica de Jesús. Hay personas que tienen la gracia de vivir al día. “Sufro minuto a minuto”. “Solo sufro el instante presente”, decía Santa Teresita. Y añadía: “el pensamiento del pasado y el futuro hace caer en el desaliento y en la desesperación”. “¿Por qué teméis por adelantado? Para sufrir, esperad, al menos, a que llegue eso”. “Momento a momento se puede soportar mucho”, decía la misma santa. Y no cabe duda que cuando amontonamos penas, estas acaban con nosotros. Y cuando la tormenta parece arreciar, es bueno mirar hacia el cielo, pues el cielo da fuerzas para convertir las lágrimas en alegrías. Santa Eufrasia Pelletier, acusada, incomprendida y perseguida al tratar de fundar la congregación del Buen Pastor, escribía al arreciar la tempestad contra ella que estaba en paz, que prefería el ser acusada a acusadora. Nos tendría que bastar para vivir en paz, el saber que Dios es mi padre, que me ama y quiere lo mejor para mí. Y eso vivirlo sin grandes complicaciones, sin echar la vista atrás ni muy adelante, solamente poniendo los ojos en el momento presente. El sabe lo que nos conviene y nos dará las fuerzas para llevar los contratiempos presentes y futuros. Vivimos en un estrés continuo. ¡Cuánto tardan los autobuses cuando dependemos de ellos para ser puntuales! Tropiezo con los otros, olvido las llaves, no sé si cerré bien la puerta del coche. Por más que intento decir a mi mente y a mi corazón que se relajen, no lo consigo. 146

“Nuestra cultura lleva a una forma de vida difusa y desconcentrada que casi no tiene paralelos. Se hacen muchas cosas a la vez: se lee, se escucha la radio, se habla, se fuma, se come, se bebe. Esa falta de concentración se manifiesta claramente en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos. Quedarse sentado sin hablar, sin fumar, sin leer o beber, es imposible para la mayoría de la gente. Se ponen nerviosos e inquietos, o deben hacer algo con la boca o con las manos. Fumar es uno de los síntomas de la falta de concentración; ocupa la mano, la boca, los ojos y la nariz” (Erich Fromm). Es curioso constatar cómo pierden las personas la paz por cual cosa. Y por recuperarla caminan kilómetros por encontrar la fórmula y gastan fortunas mientras una jovencita, santa Teresita, nos enseña su secreto: “Encontré el secreto de sufrir en paz… Para sufrir en paz basta querer todo lo que Jesús quiere… Sólo el pensamiento de que cumplo la voluntad del Señor es la causa de toda mi alegría”. Hellen Keller, ciega, sorda y muda de nacimiento aconseja: “Ten calma, desacelera el ritmo de tu corazón silenciando tu mente. Afirma tu paso con la visión del futuro. Encuentra la calma de las montañas. Rompe la tensión de tus nervios y músculos con la dulce música de los arroyos que viven en tu memoria. Vive intensamente la paz del sueño. Aprende a tomar vacaciones de un minuto, al detenerte a mirar una flor, al conversar con un amigo, 147

al contemplar un amanecer o al leer algunas líneas de un buen libro. Recuerda cada día la fábula de la liebre y la tortuga, para que sepas que vivir más intenso no quiere decir vivir más rápido y que la vida es más que aumentar la velocidad. Voltea hacia las ramas del roble que florece y comprende que creció grande y fuerte porque creció despacio y bien. Ten calma, desacelera el paso y echa tus raíces en la buena tierra de lo que realmente vale, para así crecer hacia las estrellas”.

¿ALEGRÍA EN EL SUFRIMIENTO? La literatura cristiana nos presenta personajes que encarnan la alegría en el sufrimiento. Así, Mitia –en Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski– acepta un sufrimiento injusto: “Nosotros los condenados, encadenados a nuestro dolor resucitaremos a la alegría, sin la cual un hombre no puede vivir, ni Dios existir, porque él es quien otorga la alegría. Un condenado, no puede vivir sin Dios menos aún que un hombre libre. Entonces nosotros, hombres del subsuelo, desde las vísceras de la tierra, haremos subir un trágico himno para el Dios de la alegría. ¡Que viva Dios y su divina alegría! Yo la amo”. Los mártires también aceptaron el martirio con alegría. “Tú que tanto sufres, ¿qué harás cuando seas arrojada a las fieras que dijiste despreciar?”. Así escarnecía el carcelero a la mártir Felicitas, atenazada por los dolores del parto. Pero recibía una sublime respuesta, incomprensible para él: “Ahora soy yo quien sufre lo que sufre, pero allí habrá otro que sufrirá por mí, porque también yo sufro por él”. 148

Jesús decía a Sor Consolata Bertrone, mujer que sufría mucho: “Acostúmbrate a vivir con un semblante como el del que está dispuesto a sonreír”. San Ignacio enseñaba: “Es propio de Dios y de sus ángeles llenarnos de pensamientos de alegría al hacernos ver que nuestra vida y nuestros sufrimientos no son inútiles”. De San Romualdo dicen sus biógrafos que tenía siempre un rostro tan alegre que llenaba de alegría a cuantos trataban con él. San Francisco de Asís llamaba a la tristeza “enfermedad babilónica y repetía que “la alegría es el segurísimo remedio contra las mil insidias del demonio”. San Francisco de Sales aseguraba que “la tristeza es contraria al autor divino”. Santa Teresa de Jesús invitaba a sus monjas a la alegría “porque cuando se empieza el alma a encoger es muy mala cosa para todo lo bueno”. Santo Tomás Moro pedía en su oración “un alma que no conozca el aburrimiento, los ronroneos, los suspiros ni los lamentos”. Y agregaba “saber reírme de una broma para que sepa sacar un poco de alegría a la vida y sepa compartirla con los demás”. Nos da paz y alegría el saber que si Dios ha arriesgado tanto, es porque juega a fondo a favor nuestro. “Si Dios esta por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo gratis con El?”. Si la alegría del perdón es riqueza, hay otra alegría que no debe faltar jamás en la vida de un cristiano: es la alegría del servicio. “Si dieras el pan triste, el pan y el mérito perdiste”, dice San Agustín. 149

Hay momentos de dificultad y de tribulación, pero “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”, dice san Pablo a los Romanos. ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros?… (Rm 8, 35-39). Teresa de Lisieux sufrió intensamente con paz: “En algunos momentos mi corazón se ve acometido por la tempestad, le parece que no existe otra cosa a no ser las nubes que lo rodean; ése es el momento de la alegría y en la paz, y soy realmente feliz de sufrir”. Justo en el momento en que Teresita de Lisieux entra en los grandes sufrimientos de su pasión, es cuando compone su propio himno a la alegría. Se trata de una poesía titulada: “Mi alegría”. En ella sintetiza su pensamiento sobre el principal “fruto del Espíritu” que acompaña siempre al amor de caridad. Ella recuerda que para san Pablo “el fruto del espíritu es caridad, alegría y paz”. El último verso de esta poesía es la expresión más acabada de la alegría teresiana:“Jesús, mi única dicha: amarte”. La alegría es amiga del bien, la tristeza es contraria al Espíritu Santo. Hermas invitaba a arrancar la tristeza, porque esta es hermana de la duda y de la ira. La tristeza es el peor de todos los espíritus. No hay espíritu que como ella corrompa al hombre y así expulse al Espíritu Santo. El hombre triste se porta mal en todo momento; el alegre, obra el bien. La persona alegre no se ríe de todo y por todo, como los tontos. Su sonrisa es profunda y brota de la fe, de la esperanza y del amor. Es la fe en la presencia del Señor la que nos llena de gozo y nos empuja a vivir en alegría permanente. Es la confianza que tenemos en el Señor la que nos llena de paz y fortaleza. 150

Sofonías invita a regocijarse, a gritar de júbilo, a alegrase de corazón, porque el Señor está cerca, es un guerrero que salva, ha expulsado a tus enemigos, ha cancelado la condena, se complace en ti y te ama (So 3, 14-18). El profeta Sofonías nos promete una alegría desbordante y estable, que no está relacionada con las cosas, con la diversión, con el éxito, con el poder. “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe” (Fl 4, 4-7). Y Pablo aconseja orar para que la paz habite en todos. El ángel dice a María que se alegre, porque es agraciada ante Dios, porque Dios la ama, porque para Dios nada hay imposible. En la vida encontramos la alegría y la paz cuando nos fiamos de Dios. Y María se pone en camino, sale de sí misma para servir a su prima. La vida es demasiado breve y el mundo es demasiado pequeño como para que los convirtamos en campos de batalla. Si no ríes, no vives. Un día sin risas es un día que perdí. SUFRIR CON PACIENCIA Hay “cuentos chinos” que son ciertos como la vida misma. En uno de ellos se cuenta que, en cierta ocasión, un campesino construyó su casa frente a una montaña enorme que no le dejaba vez más allá de unos metros delante de la puerta. Cada día salía con su pala a cavar la montaña durante un rato, recogía la tierra en un canasto, y la volcaba lejos. Un día se le acercó un vecino y le preguntó en tono burlón: “¿Crees que así podrás hacer desaparecer la montaña?”. Y el campesino le contestó: “Yo, posiblemente no. Pero detrás de mí seguirán mis hijos, y después, mis nietos, y después mis biznietos. Y entre todos, conseguiremos rebajar la montaña”. 151

Las tareas largas y difíciles piden paciencia que no es lo mismo que “esperar sentado y aguantar lo que venga”, sino trabajar con constancia y empeño, sin desesperar porque no se vean resultados inmediatos. La paciencia exige ilusión, confianza en lo que uno lleva entre manos y una fortaleza especial. Las cosas grandes, las que valen de verdad la pena, están cimentadas en la paciencia. Un gran descubrimiento científico exige muchos días de trabajo constante, ensayando y equivocándose, a veces empezando desde el principio, durante años y años. Construir una gran amistad, un matrimonio firme, exige empeño, capacidad de recomenzar y alimentar la relación día a día. Y no digamos ya, terminar unos estudios, conseguir un trabajo o una oposición; estas cosas exigen, más que una especial inteligencia, paciencia para no abandonar. Vivimos en la era de la impaciencia, en el mundo de la prisa y la eficacia. Los ordenadores y los coches son cada vez más rápidos y potentes. Las compras son instantáneas: podemos adquirir lo que queremos casi de inmediato. En las culturas en las que el ritmo de vida es acelerado, las enfermedades cardiovasculares abundan más. En el campo personal exigimos la gratificación inmediata. No nos gusta la demora, queremos obtenerlo todo enseguida, y cuando no lo logramos, nos volvemos agresivos. Obligamos a los niños a crecer deprisa. No se fomentan actividades de ocio. Como caminamos tan rápidamente, dejamos atrás muchas cosas importantes. Necesitamos paciencia, paciencia, mucha paciencia; paciencia para tratar con Dios, paciencia para relacionarnos con los otros y, sobre todo, paciencia con nosotros mismos. Paciencia con el modo de hablar y mucha paciencia con la manera de actuar del prójimo. Paciencia nece152

sita el que pregunta y paciencia el que responde. Paciencia con lo niños y paciencia con los ancianos, paciencia cuando el sol es abrasador y paciencia cuando nieva y cuando hiela. Necesitamos siempre mucha paciencia. Necesitamos paciencia para los grandes problemas, pero sobre todo para los insignificantes, porque la vida nos enseña que hay seres humanos fuertes que salen airosos de grandes dificultades y sin embargo, sucumben ante los pequeños disgustos y contrariedades diarias. Es cierto que sufrimos por pequeñeces, por cosas sin importancia y por cualquier tontería discutimos y nos disgustamos. Sería bueno que respondiéramos a la pregunta de Pascal: “¿Quiere saber qué tan pequeña es la personalidad de alguien? Averigüe qué tan pequeñas son las cosas que a esa persona le hacen disgustarse”. Ya los romanos repetían que: “de contrariedades pequeñas no hay que disgustarse, porque esto envejece, acorta la vida y daña la salud”. La vida es demasiado bella e importante para echarla a perder por cosas de poca monta. El camino de la fe y de la santidad de vida, exige también paciencia. En su carta Santiago se dice: “El labrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia” (St 5,7-8). Tanto el que quiere cambiar como el que está herido por una palabra o una conducta no apropiada de un ser humano, necesitan mucha paciencia. La paciencia cristiana no es seguridad, ni resignación. Nace de la esperanza. La paciencia es necesaria en todos los tiempos y lugares, pero sobre todo en este mundo agitado y frenético en el que vivimos. “La paciencia de la que se habla en el Nuevo Testamento es aguante activo, entereza, perseverancia, resistencia activa, saber “plantar cara a la adversidad” (U. Falkenroth). En el 153

sufrimiento, en la adversidad y la prueba es donde necesitamos ejercitar la paciencia. “La dificultad produce paciencia; la paciencia, calidad; la calidad, esperanza; y esa esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,3-5). Los detalles también son importantes. Debemos cuidar los gestos y las palabras porque la falta de delicadeza y consideración causan heridas profundas en el corazón. Cuando surgen las dificultades, es bueno no perder la cabeza y confiar todos los afanes en manos de Dios. Él es compañero en el camino y nos ha prometido que nunca nos abandonará, que estará con nosotros hasta el final de los tiempos y creemos, también, que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman. (Rom 8,28). La paciencia da serenidad, fortaleza, esperanza… Por todo esto y por más, todos necesitamos practicar la paciencia. No entendemos la paciencia que tiene el Padre con los malvados y a todos nos gustaría separar el trigo de la cizaña, antes de conocerlos; juzgamos y condenamos en vez de ofrecer comprensión y perdón; estamos cansados y decepcionados, porque nuestros esfuerzos son inútiles y no encuentran resultados rápidos y palpables. Necesitamos de la paciencia para saber que muchas realidades que nos molestan no sólo provienen del corazón y del estómago de los otros, sino de los nuestros. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta” (santa Teresa de Jesús) 154

PRESTAR ATENCIÓN Una historia africana nos habla de un rey cuya esposa siempre estaba triste e indispuesta. Un día el monarca observo que un pobre pescador, que vivía cerca del palacio, tenía una esposa que era la viva imagen de la salud y la alegría. El rey pregunto al pescador: —¿Cómo consigues que tu mujer este siempre tan alegre? —Es fácil –respondió el pescador–. Le doy carne de lengua. El rey creyó haber encontrado la solución. Ordenó a los mejores carniceros del reino que proporcionen lengua a la reina, a la que impuso una dieta enriquecida. Pero las esperanzas del monarca no tardaron en desvanecerse. La salud de su esposa siguió deteriorándose. Furioso, el rey fue a ver al pescador y le dijo: —Dame a tu esposa a cambio de la mía. Quiero una mujer más alegre. El pescador se vio obligado a aceptar, aunque de mala gana. Pasó el tiempo y poco a poco la nueva esposa del rey, para asombro de éste, se volvió pálida y enfermiza, mientras que su ex esposa, que vivía con el pescador, mostraba un aspecto radiante y feliz. Un día ésta se encontró en el mercado con el rey, que apenas la reconoció. —Regresa junto a mí. —Jamás. Entonces la ex esposa explicó al rey: —Cada día, mi nuevo marido, cuando regresa a casa se sienta junto a mí, me cuenta historias, me escucha, canta, 155

me hace reír y me anima. Esa es la “carne de lengua”: alguien que me habla y me presta atención. Durante todo el día espero con impaciencia que regrese a casa. Hay que prestar atención a los otros y a lo que somos y hacemos cada uno. Es la mejor forma de no caer en las enfermedades y, si se cae, es el modo más rápido para salir de ellas. El tener la mente dispersa, vagando en el pasado o hacia el futuro, no es bueno para nadie. ¿Cuál es el camino para alcanzar la plenitud?, preguntaban a Buda sus discípulos. Y Buda les contestó: “El monje al andar, se entrega totalmente al andar; al estar de pie, se entrega a estar de pie… y lo mismo al comer o al realizar cualquier otra acción, se dedica y se entrega, con perfecta comprensión a aquello que hace”. Hay que prestar atención a lo que hacemos. Prestar atención significa estar despierto, ser conscientes de lo que tenemos delante. Prestar atención significa que tener control de nuestra mente. Prestar atención nos proporciona vida; el no hacerlo, puede ocasionarnos infinidad de tragedias. Si vivimos en el aquí y ahora, cada momento es una sorpresa, cada instante una nueva maravilla. Buda expresó en una de sus disertaciones un concepto fundamental sobre este tema: Lo cual significa que debemos dejar de lado nuestras ideas sobre lo que esperamos encontrar, y vivir el momento presente sin prejuicios, limitándonos a prestar atención. Un mínimo de atención puede llevarnos muy lejos. Hay que prestar atención al momento en que vivimos. Según el budismo, una vida centrada en el presente constituye la senda de la liberación. Al cabo de un año, el número de fallecimientos en el grupo de ancianos que 156

debían centrarse en el presente, comparado con el del otro grupo, era inferior a la mitad. En suma, si se presta atención al presente, se estará literalmente vivo y feliz. ¿Por qué algunas personas parecen tener siempre suerte y su vida estar llena de casualidades? ¿Es mera suerte, o existe otra razón? En nuestras manos tenemos una gran cantidad de ayudas para manejar con éxito nuestra atención, siempre y cuando seamos conscientes de lo que hacemos y por qué lo hacemos. ¿Quién no ha experimentado cuando habla con un ser querido o con una persona cualquiera de un tema interesante, que los problemas y dolores pasan a un segundo plano? Aquí suceden dos cosas. Las personas queridas suelen ser por sí mismas un gran estímulo para enganchar nuestra atención y si encima aquello de lo que hablamos nos interesa mucho, entonces se produce el pequeño milagro que nos desconecta del sufrimiento. Se pueden hacer ejercicios de atención con ese estímulo maravilloso que somos las personas. Detrás y dentro de cada uno de nosotros está Dios. Y si somos capaces de ilusionarnos y desear con fuerza la novedad y el valor que se esconde en este estímulo, esa misma valoración que hacemos de cada persona, actualizara y movilizara una enorme cantidad de energía. Energía que aquí llamamos atención. En ella se anudan procesos cognitivos superiores como los valores y las creencias, aunque incrustados en funciones básicas como la memoria y las emociones. Y el efecto consiguiente es que la persona se sentirá arrastrada, sacada fuera de sí, condensada, unificada. Eso consigue la atención mediante el estímulo maravilloso a través del cual encontramos a Dios: los otros. 157

Pero también sucede que a partir de ahí, se sale del círculo interior de los avatares, ya sean físicos, psíquicos o espirituales, para vivir una experiencia diferente y esto es posible hacerlo de un modo consciente. Es bueno prestar atención a lo que nos pasa en el alma y en el cuerpo. A éste hay que escucharle, es decir, hay que saber interpretar los signos de las sensaciones somáticas, ya sean dolorosas, molestas o placenteras. La mayoría de las veces tratamos de deshacernos del dolor y de las molestias, sin haber intentado previamente interpretar su lenguaje, y claro, perdemos cantidad de información sobre nosotros mismos. Porque esas señales pueden estar indicándonos que detrás hay un problema no resuelto. Y mientras no lleguemos a ese plano, no estaremos en onda con la información que el sabio cuerpo nos da. El dolor tiende a cronificarse cuando quien lo sufre lo “anticipa”. Este es un punto muy importante porque el cerebro tiene una forma de actuar llamada generalización, que hay que controlar, porque a veces resulta inapropiada, concretamente en el tema del dolor. Por ejemplo: si a mí me duele la rodilla izquierda por la artrosis, yo puedo pensar que haciendo determinados movimientos me va a seguir doliendo, por lo cual, me inhibo y dejo de hacerlos para evitar que me duela. Y sin embargo todos sabemos que la rehabilitación de los miembros afectados con dolor pasa por la experiencia “dolorosa” de tener que moverlos con dolor. Naturalmente la persona que en vez de exponerse al dolor lo rehúye, está incurriendo en un grave error, ya que dejará de enfrentarse a él desafiándole en su comportamiento, consiguiendo con esta actitud exactamente lo contrario de lo que pretendía: anquilosarse y atrofiarse en el propio dolor, que no sólo no desaparecerá, sino que irá en aumento. 158

Aquí hay que jugar con la atención, tratando de ponerla en la meta y no tanto en el proceso doloroso. Hay que seguir haciendo la vida “como si no” pasara nada, esforzándose hasta el límite de lo soportable, sin dejarlo todo en manos de los fármacos, cuyos efectos secundarios a veces son mucho peores que la experiencia en vivo del dolor. Éste, cuando no es agudo, debido a lesión tisular o metástasis, tiene una cualidad importante y es que llegado a un punto, ya no aumenta, o bien se estabiliza, o bien decrece, o bien desaparece. Hay que prestar atención a los otros y a nosotros mismos. Tenemos que estar despiertos y conscientes para darnos cuenta de todo lo bueno que acontece en nuestro entorno. Aprender a desviar la atención de todo lo que nos atormenta a través de éstos y otros recursos, es una manera bien sencilla de disminuir el dolor dándole sólo la importancia que tiene.

ACEPTAR LA CRUZ COMO JESÚS El 19 de septiembre del 2007 traía el Mundo la noticia de que un senador estatal de Nebraska, concretamente Ernie Chambers, presentó una demanda judicial contra Dios. ‘Harto’ de las “nefastas catástrofes” en el mundo, que sólo provocan muerte y destrucción, ha decidido acudir a la justicia estadounidense, donde todo parece posible, tras su admisión a trámite el pasado 14 de septiembre de 2007 por la Corte del distrito de Douglas, en Nebraska. El demandante reconoce que ha hecho “razonables esfuerzos” para invocar a Dios, con palabras frases como la siguiente: “manifiéstate, manifiéstate, donde quiera que estés”, aunque reconoce que sin éxito. 159

Nadie quiere y ama el sufrimiento. Jesús tampoco quiere el sufrimiento para sí ni para los otros, no lo quiere pero lo acepta. Movido por el amor al padre y a la humanidad pide que no se haga su voluntad, sino lo que Dios quiera. Jesús tiene que padecer y ser rechazado (Mc 8,31). El fue enviado a anunciar a los pobres la buena noticia (Lc 4, 18), a ofrecer el perdón a los pecadores, a defender a los pequeños y enfermos. Pero llega un momento en que su actuación resulta molesta y Roma no puede permitir que alguien escape a su poder absoluto poniendo en discusión la autoridad divina del Cesar. Su compromiso “fue tan concreto y serio, que su vida quedó realmente comprometida” (R. Scheifler). “Jesús no tuvo la satisfacción de morir dando testimonio, a la faz de todo el pueblo, de la verdadera significación que había dado a su existencia” (H. Cousin). La actitud de Jesús ante el Padre puede resumirse en esta oración: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieres tú” (Mt 26,39). Esta actitud queda bien expresada en su grito: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Pero Lucas añade otro grito que expresa la confianza radical y la comunión total con su Padre, un grito que semeja la respuesta a la pregunta angustiosa del anterior: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46). “Jesús no muere por gusto, sino que afronta –angustido– (cf Mc 14,33; Mt 26,37) el que lo maten, porque no tiene otra alternativa si no quiere negarse a sí mismo y su misión... Por su parte, el Padre no quería que 1e matasen a su Hijo, pero no podía evitarlo sin anular la 1ibertad de la historia y, en definitiva, 1a consistencia misma de 1a creación” (A. Torres Queiruga). En la crucifixión de Jesús está e1 Padre entregando a su Hijo solo por amor. “Dios amó tanto a1 mundo que 1e 160

entrego a su Hijo” (Jn 3,16). Lo que da valor redentor a la cruz no es el sufrimiento sino e1 amor. Seguir al crucificado, a Jesús, no consiste en buscar cruces, sino en aceptar lo que nos viene por causa del Reino. Llevar la cruz no significa, pues, inventar sacrificios y mortificaciones. Llevar la cruz es asumir, con total disponibilidad, las consecuencias de ser discípulo de Jesús, sabiendo que uno no puede “estar por encima de su Maestro”. No se puede vivir al servicio del reino de Dios, que es reino de fraternidad, de justicia, de amor y de libertad, sin sufrir como el Maestro. Seguir a Jesús y cargar con su cruz, “significa, por tanto, solidarizarse con los que son crucificados en este mundo: los que sufren violencia y pobreza y se sienten deshumanizados y privados de sus derechos. Defenderlos, atacar las prácticas en cuyo nombre se les convierte en no hombres, asumir la causa de su liberación, sufrir por ella es cargar con la cruz” (L. Boff). Esta cruz es la señal de Cristo y del cristiano. Jesús no busca su felicidad o su provecho, sino el de los otros. La felicidad es desasirse, sin agarrarse tanto a sí mismo y sin vivirlo todo de manera tan posesiva. La llamada de Jesús, “Si uno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo...”, es una invitación al vaciamiento de ese falso yo, a no vivir girando obsesivamente sobre el propio yo. E. Jünger puntualiza que “la relación del ser humano con el dolor no esta ya fijada en modo alguno”. Según él, siempre se puede decir “dime cual es tu relación con el dolor y te diré quién eres”. Algunos se limitan a rebelarse. Hay quienes caen en la ansiedad. Otros se encierran en el aislamiento. Y hay hasta quien se culpabiliza ante su mal. Otros prefieren hacerse “victimas”. 161

El creyente acepta su finitud y caducidad y su ignorancia ante el mal inexplicable. Este abandono confiado consiste en “confiarle mi protesta ante este exceso de mal que supera mi inteligencia, y confiarle también mi lucha personal y colectiva contra el mal” (I. Chabert-R. Philibert). Un indio casi anciano caminaba completamente encorvado bajo una gran carga de orquídeas. Le pregunté si ese peso no era demasiado para él y me respondió con una sonrisa de escasa dentadura y mucha sabiduría: “No, Señor, estoy acostumbrado desde niño. Vea usted, todos tenemos que cargar algo en la vida, yo tengo la suerte de cargar flores”. ¿Quién en este mundo está libre de cargas y preocupaciones? Tal vez sólo los niños pequeños, porque, apenas ellos comienzan a crecer, ya sus tareas escolares y demás, empiezan a encorvar sus tiernas espaldas. Además, ¿qué sería de nosotros si no tuviésemos responsabilidades y deberes que cumplir, metas que lograr, sueños que realizar y retos que superar? Creo que seríamos personas sumamente aburridas, sin un por qué o para qué vivir. ¿Se le podría siquiera, llamar a eso vida? Todos experimentamos días en que nuestras cargas son ligeras y estimulantes, otros días son pesadas y agobiantes. Nos sentimos aplastados por ellas. Una enfermedad, un divorcio, la vejez, la pérdida de un ser querido, los problemas económicos, o simplemente, pasar de una etapa a otra de nuestras vidas, ya conlleva en sí mismo momentos de estrés que pueden pesar mucho. Otros fardos que nos hacen sucumbir son emocionales, espirituales o morales. Yo diría que estos son los más pesados de llevar. Y cuando esto ocurre añoramos y necesitamos encontrar personas que nos ayuden a llevarlos. 162

Ni siquiera el propio Jesús estuvo exento de esta realidad. El recibió ayuda de un extranjero para llevar su cruz. El, siendo Dios, tuvo la humildad de aceptar ser ayudado cuando sus fuerzas fallaban. Sin embargo, nosotros nos sentimos, en ocasiones, abochornados de aceptar una mano amiga y vacilamos en brindar las nuestras. Poca visión y mucho egoísmo. Con estas actitudes lo único que conseguimos es hacer más pesada nuestra carga. Podemos aprender mucho del anciano sabio indio del relato: aceptando lo que no tiene remedio, cambiando nuestra actitud y nuestro corazón para poder ver con optimismo, más allá de las cosas que nos encorvan y apreciar las flores que tenemos la suerte de encontrar, a nuestro paso, todos los días.

ORAR DESDE LA ADVERSIDAD Un rayó cayó en un frutal y rompió la mayor parte de las ramas. Sin embargo, una de ellas quedó sujeta al tronco por unas pocas fibras y por la corteza, gracias a lo cual daba frutos. La adversidad y el sufrimiento, forman parte de nuestra existencia. El mal y por tanto el sufrimiento, no entraban en los planes de Dios; el pecado los hizo presentes y desde entonces se pasean entre nosotros. Para el cristiano la enfermedad y el dolor tienen que ser una escuela de santificación, “signo de predilección divina” y oportunidad de crecimiento. “¿Puede engendrar felicidad la adversidad?”, pregunta José Luis Martín Descalzo. Él mismo da esta respuesta: “Puede engendrar, al menos, muchas cosas: Hondura de alma, plenitud de condición humana, nuevos caminos para descubrir más luz, para acercarnos a Dios. Por eso no hay 163

que tenerle miedo al dolor. Lo mismo que no le tenemos miedo a la noche. Sabemos que el sol sigue saliendo aunque no lo veamos. Sabemos que volverá. Dios no desaparece cuando sufrimos. Está ahí, de otro modo, como está el sol, cuando se ha ido de nuestros ojos”. Cristo sintió el amargor del cáliz y el abandono del Padre. Sufrió y asumió el sufrimiento como instrumento de salvación. “Decidle a Juan lo que habéis visto y oído; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Lc 7, 22). Según el Evangelio, Cristo recorría toda Galilea enseñando y curando toda enfermedad y dolencia…Y se extendía su fama por todas partes. Le traían a todos los que padecían algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los endemoniados, lunáticos y paralíticos y Él los curaba (Mt 40, 23-25). Cristo se acerca al que sufre y con él usa gestos de amor: palabras, silencios... A él le oye, le ve, le toca, le toma de la mano y camina con él (Jn 9, 1). Como siente compasión por el que sufre, a todos sana. Cristo sigue acercándose a cada uno de los que sufren. Será bueno tener fe en él y poner los ojos en él, no estar sin su presencia y amistad. El Dios que se nos revela en Jesús es un Dios que comparte con el ser humano su situación, la de caminante y peregrino, la de un ser débil como el barro. Sentirse débil, cansado, perdido y rezar a Dios, es disipar dudas y temores. En los momentos de dificultad, hay que doblar la rodilla y levantar el corazón y la mirada al cielo. Louis Veuillot, tras la muerte de su mujer y de sus tres hijos, pasaba mucho tiempo orando. A un amigo que le miraba, le dijo: “No estoy derribado en tierra; estoy sencillamente de rodillas”. 164

Ramón Font cuenta cómo a una joven le ayudó la oración durante 9 horas que estuvo subida en un árbol en medio del río Segre. Aquella muchacha rezaba continuamente. “Me impresionó comprobar que en momentos difíciles, aquél en concreto para la chica, lo único que la sostenía y daba fuerzas era ese Dios que está al lado de quienes sufren, de quienes le reclaman y de quienes le quieren”. Leonard Cohen, escritor, compositor y cantante, nacido en Montreal, Canadá, que ha actuado en casi todos los países del mundo, afirma: “Si me siento flácido, hago ejercicio. Si me siento perezoso mentalmente, procuro meditar. Si me siento perdido, rezo”. “A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia” (Sal 141, 2). El itinerario de la oración pasa por noches que son pruebas de angustia y de tiniebla. Son unos momentos llenos de desesperación y temor, porque la esperanza en Dios y el consuelo de la fe han abandonado totalmente al alma, que está llena de dudas y angustia. Aquellos a quienes la confusión ha puesto a prueba, en un momento determinado, sabrán que al final se producirá un cambio. Dios no nos abandona jamás en ese estado, pues eso destruiría la esperanza (…) sino que le permite salir rápidamente de esta situación. Bienaventurado el que soporte estas tentaciones... Después de la gracia viene la prueba. El sufrimiento purifica. Ante cualquier tragedia sobran las explicaciones. Sólo la fe, el silencio y el misterio tienen la respuesta acertada.

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v “ M E C U B R E S C O N T U PA L M A ” (SAL 139,5)

El amor todo lo puede, es el arma más eficaz que podemos tener para combatir todos los males del mundo y cualquier clase de sufrimiento. El amor es medicina milagrosa, la mejor que podemos recibir y dar y está al alcance de todos. El amor cura: tanto a quienes lo reciben como a quienes lo dan. “Los psicólogos han demostrado que es posible medir los efectos del amor sobre el cuerpo: un niño a quien no se ama presentará retrasos en el crecimiento óseo, e incluso puede morirse; un bebé a quien se acaricia crece con más rapidez” (B. S. Siegel). Y dentro del amor está el hábito de ayudar a los demás que puede ser tan importante para la salud y longevidad como el ejercicio y una buena alimentación. Tender una mano amiga a otras personas es bueno para la vitalidad, el corazón y el sistema inmunitario. La enfermedad que sufre el ser humano se reduce a una incapacidad de amar, afirma san Juan de la Cruz. El amor es la salud del alma y del cuerpo. “No ser amado es triste, pero no amar es trágico” (Gilmartín). Y el amor empieza por nosotros mismos, por esto tenemos que amarnos y no herirnos, no condenarnos y perdonarnos. Dios mira con amor todo lo creado. Y mira con ternura, con cariño inmenso, como lo hace una madre con su hijo. Su mirada nos envuelve y nos da vida, como nos envuelve y nos da vida el aire que respiramos. Dios irrum167

pe en nuestra vida, en nuestro trabajo, en la familia, en la sociedad. A veces lo sentimos, percibimos su mirada; otras, las más, pasa desapercibido. Las manos son como antenas que pueden recibir y transmitir energía. Las manos son uno de los más viejos y poderosos instrumentos terapéuticos. De las manos de cada persona puede salir toda la bondad o malicia que hay en el corazón, puede salir una fuerza que ayude a germinar las semillas, a cicatrizar las heridas, a incrementar el crecimiento de los niños. Y cuando hablamos de manos no podemos olvidar las de Dios, las de Jesús, el Sanador, las de María y las nuestras. Todas ellas son como la cueva de nuestro refugio. Si el amor sana, Jesús que era todo amor, es por naturaleza sanador, porque es la encarnación de la salud o salvación de Dios (Sal 42,5). Jesús curaba con su presencia, con su mirada, con su palabra e imponiendo las manos.

AMOR, MEDICINA AL ALCANCE DE TODOS En una casa abandonada y bombardeada de Alemania al final de la segunda guerra mundial, los soldados aliados hallaron un testimonio de esta fe garabateado en la pared de un sótano por una de las victimas del Holocausto: “Creo en el sol, aun cuando no luce; creo en el amor, aun cuando no se muestra; creo en Dios, aun cuando no habla”. Para vivir necesitamos creer en el amor, ya que sin él no hay vida. Sin embargo es curioso comprobar cómo el ser humano prefiere con frecuencia no buscar ni aceptar 168

el amor, el perdón y la paz. Como nos cuesta cambiar, preferimos hundirnos en nuestras ataduras y no echar adelante nuestros proyectos e ilusiones. Tanto el amor como el odio son una decisión en nuestra vida. Optamos por la vida o la muerte, por el perdón o el rencor. Cuando optamos por el amor, se libera una energía curativa en nuestros organismos; esta energía es amorosa e inteligente y está a disposición nuestra. Además de la decisión personal, de lo que pueda hacer el médico y cada uno, es bueno contar con la ayuda de Dios. Bernie, un cirujano, nos cuenta que en un momento se percató de que se hallaba ante un dilema: si el amor de Dios puede curar a los enfermos, se preguntó, ¿por qué voy a seguir yo siendo cirujano? Así que acudí de nuevo a Él y dije: “ Dios mío, tu sabes que una de mis pacientes se puso bien dejando sus males en tus manos. ¿Por qué voy a seguir siendo cirujano? ¿Por qué no enseñar sencillamente a las gentes a amar?”. Y Dios, con su voz bella, dulce y melodiosa, me dijo: “Bernie, dad al cirujano lo que es del cirujano, y a Dios lo que es de Dios” (ya veo que Dios hace eso mucho: habla con parábolas y nos deja totalmente perplejos). De entonces acá he llegado a comprender que Dios y yo tenemos cada uno nuestra parte en la tarea de poner bien a la gente”. Si una persona tiene gran fe en Dios, en el amor, hará todo lo posible por sobrevivir a cualquier situación adversa, sabiendo, por otra parte, que es enorme la capacidad del cuerpo y de la mente para regenerarse. Cuando médicos y pacientes comprendan el poder curativo del amor habremos empezado a añadir a la medicina otra dimensión importante. Amor, medicina milagrosa, es el título de un libro de Bernie S. Siegel. Es cierto, el amor cura y sana. La peor enfermedad es no creer en el amor y no optar por él. Una falta de amor en la primera 169

infancia puede tener efectos fisiológicos impresionantes no sólo en la vida posterior, sino también en la niñez. Los niños cuando no son amados, no crecen como debieran, ni van a vivir saludables. Sin embargo, el cariño que se recibe desde niño hace milagros en la vida. También los efectos de la paz anímica son mensurables. El amor y la paz, la fe y la esperanza interior nos ayudan a tener ánimo, a sanarnos y con frecuencia a curarnos. A todo esto ayuda, sin duda alguna, el optimismo. El amor y la paz, la fe y la esperanza interior nos ayudan a tener ánimo, a superar los problemas de cada día, a sanarnos y con frecuencia a curarnos. A todo esto ayuda, sin duda alguna, el optimismo. Cada persona tiene un gran potencial sanador dentro de sí. Sólo hace falta que se decida a usarlo. Si, además, tiene algún profesional, médico, psicólogo, sacerdote que le pueda ayudar, los resultados serán grandes en este campo de la salud y en otros. Es importante que expresemos todos nuestros sentimientos, incluso los desagradables, porque al estar fuera ya no nos harán daño. Las actitudes mentales se pueden cambiar. “Cada persona tiene que cambiarse a sí misma y es responsable de su propia salud” (A. Grün). Pero no solamente somos responsables de nuestra salud, si no también podemos ayudar a otros a sanarse, aunque no logren curar su enfermedad. Preguntada una anciana de 85 años por lo que hacía para ganarse la vida. Su respuesta fue: “cuido de una anciana que vive en mi barrio”. El papa Juan XXIII tenía un corazón inmenso, de él salía la fuerza para querer acercarse, con la ayuda de unos prismáticos, a la soledad de los ancianos y de todos los que sufrían en Roma. El amor, la felicidad, el milagro, sólo se conseguirán cuando, como hacía Juan XXIII: 170

UÊ`ii“œÃÊÜLÀiʏ>ʓiÃ>ʺ˜ÕiÃÌÀ>ûʫÀiœVÕ«>Vˆœ˜iÃÊ personales, nuestros importantísimos papeles UʘœÃÊ>ܓi“œÃÊ>ʏ>ÊÛi˜Ì>˜>Ê`iÊ>“>]ÊÃ>ˆi˜`œÊ`iÊ nosotros mismos tomando los prismáticos del amor, que ven más allá que los cortos ojos de nuestro egoísmo; UÊÃi«>“œÃÊ`iÃVÕLÀˆÀʵÕiÊi˜Ê̜À˜œÊ>ÊV>`>ÊV֫Տ>]Ê>Ê cada cosa, hay gente que sufre y que es feliz, y que los unos y los otros son nuestros hermanos.

EL CARIÑO ES FUERZA Había una vez un niño de nombre Valentino, el cual al ir a la escuela y mientras permanecía en ella, tenía cerrado el puño de la mano izquierda. Cuando la maestra le tomaba la lección, él se levantaba y respondía teniendo el puño levantado y cerrado; si escribía con la derecha, conservaba el puño cerrado en su mano izquierda. Un día la maestra, aún para satisfacer la curiosidad de todos los alumnos, le preguntó a Valentino el por qué de esa actitud. Este, en un primer momento, no quería responder, pero después de tanta insistencia por parte de la maestra y sobre todo para complacer a sus compañeros, se decidió revelar el secreto. “El motivo –dijo por fin el niño– por el cual yo tengo siempre el puño cerrado en mi mano izquierda es muy sencillo. Se trata de lo siguiente: cuando, cada mañana salgo para la escuela, mi madre Margarita me da un fuerte y caluroso beso en la palma de mi mano izquierda y después cerrándome suave y calurosamente la mano, me dice con la sonrisa en los ojos: Mi pequeño hijo: ¡ten siempre, bien cerrado, en tu manita el perfume del beso de tu madre! 171

Y yo, para que no se escape la suavidad de este perfume, tengo siempre la mano así, con el puño cerrado” (Don Valentino de Mazza). El cariño, “el perfume” que se recibe de los padres, normalmente, suele durar toda la vida, pues los hijos lo conservan en el cofre de su corazón. El amor es vida y es fuerza. El amor verdadero hacia el otro es o debe ser incondicional, no pide nada a cambio. El amor no conoce el miedo, ni la culpabilidad. Es el distintivo de los cristianos, el único mandato que dejó Jesús (Jn 13,34-35). Cuando optamos por el amor, cuando escogemos únicamente al amor como director de nuestra mente y de nuestra vida podremos experimentar en nuestra vida la fuerza y el milagro del amor. Necesitamos recordar constantemente que el amor es la única realidad que existe y lo único que nos debe preocupar. Es lo único que deberíamos aprender de verdad y enseñar. Y nunca es tarde para aprender esta lección. Es necesario optar por el amor. Se opta por el amor con un compromiso decidido de amar en todo momento y circunstancia, a todos y a cada uno. La opción de amar conlleva la resolución de no eludir ningún esfuerzo. Se aceptan las derrotas, pero hay un empeño de perseverar hasta el final en la lucha y la elección. Optar por el amor no es escoger la victoria, es simplemente elegir el amor como lo más importante y único que merece la pena en la vida. Parece un sueño imposible, pero lo que es imposible para los seres humanos, no lo es para Dios (Lc 2, 34-37). El amor sana y salva. El amor puede acabar con enfermedades desconocidas. El amor hace milagros que la medicina no puede explicar ni curar. 172

El amor iguala todo, no hay diferencia entre blancos y negros, ricos y pobres, entre ancianos y jóvenes. El amor une, a los de distintas lenguas y religiones. Para el amor no hay muros ni fronteras. El amor comparte, no sólo los bienes materiales, si no todo. El amor obra milagros. En la vida existen los milagros, es más, la vida es un continuo milagro. Cada nacimiento de una persona, de un animal o de una planta es un eterno milagro. Pero aunque no nos damos cuenta, el milagro acontece en cada segundo de la existencia. No hay milagros grandes o pequeños cuando nos suceden a nosotros. “Estoy vivo de milagro”, solemos decir cuando estuvimos a punto de un grave accidente. Estamos vivos de milagro, cada vez que abrimos los ojos cada día y nos sobreponemos a todo aquello que trata de quitarnos la vida y robarnos la existencia.

AMARSE Y NO HERIRSE El rabino Joshua Liebman aboga porque se cambie el texto del mandato del amor y se exprese así: “Ámate y cree en ti mismo, y amarás y creerás en tu prójimo”. Un psiquiatra de la Clínica Psiquiátrica Payne-Whitney de Nueva York, dijo: “Si las personas sintieran un amor sano hacia sí mismas, en lugar de odiarse y sentirse mal consigo mismas; si amasen al niño que llevan dentro, en lugar de despreciar sus debilidades, nuestra lista de espera se reduciría a la mitad”. Sin el amor a sí mismo es casi imposible vivir, pues cada momento se convierte en una amenaza, porque la persona se siente incompetente e inferior a los demás. 173

Amarse a uno mismo no es ser vanidoso ni engreído. Es sentirse bien como uno es, perdonándose, aprobándose y mostrándose cariñoso y amable con uno mismo. El concepto que tenemos de lo que somos se debe, en parte, a las experiencias del pasado: éxitos, fracasos y cómo nos han tratado en la niñez. El niño aprende lo que ve y lo que vive y según los patrones que sus padres le trasmiten, así aprende a amarse o a odiarse, a valorarse o a despreciarse. La persona que se estima se considera y se siente igual que las otras personas, no se deja manipular por los demás y tiene confianza en resolver por sí misma los problemas. La autoestima nos ayuda a ser más felices, a enfrentar con valor las adversidades, a confiar y sentirnos seguros, a amarnos y a amar, a no odiar a nada ni a nadie, a tratar a los otros con más respeto, a triunfar en la vida. Sin embargo, quien tiene la autoestima baja suele ser crítica e hipersensible a la crítica, tiene un deseo excesivo por complacer a los demás, sufre de culpabilidad neurótica y de depresión. “Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). Este es el único mandamiento que tenemos y lo único necesario para que todo en la vida pueda funcionar bien. Si alguno de estos tres amores falta, el ser humano enferma y muere. Quien se ama a sí mismo: Se aprecia, descubre sus cualidades y disfruta de ellas. Siente afecto, se siente bien consigo mismo y se trata con cariño. Se acepta tal y como es, con sus virtudes y defectos. Se cuida, presta atención a todas las necesidades y cuida todo con amor. 174

Debemos amarnos, autoapreciarnos, valorarnos. Y no podemos amar a los otros mientras no nos amemos a nosotros mismos. El verdadero amor a los demás supone el amor verdadero a uno mismo. Casi todos los problemas psicológicos provienen de una falta de autoestima. Y como nos vemos, así actuamos. En la medida que no se percibe la valía de uno mismo, la persona se encierra en: la depresión, la ira y la conducta antisocial, la demencia y la enfermedad física. Si; debemos amarnos a nosotros mismos, no debemos herirnos ni permitir que otros lo hagan. Nadie puede herirme si yo no lo decido. “Nadie puede hacer mal a nadie, sino que cada uno es el que con sus obras se hace mal o no” (Epicuro). Y san Juan Crisóstomo añade: “Nadie puede herir a quien no se hiere a sí mismo. El que sufre algún daño y es herido es porque él se hiere a sí mismo. “¿Quién puede haceros daño si os dedicáis a practicar el bien?” (1P 3,13). Muchas son las heridas que se pueden recibir en la vida. Cuando se hiere a otra persona, las heridas que se hace uno a sí mimo son irreparables e imborrables. El portarse bien con los otros y con uno mismo es una norma de buena crianza. Hay personas, comunidades y pueblos que tienen una sensibilidad especial para no herir nada de lo creado. Todos tratamos de una manera o de otra con gente, y todos podemos entretener... o fastidiar. Es mejor relajarse y disfrutar. Y tratar a cada persona como se merece, como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Hay que amarse, ser indulgente, no ser rigorista con uno mismo. Rigoristas los ha habido en todas las épocas y en todos los grupos sociales y religiosos. Cuando nos encontramos con una persona rigorista, tendremos que ver qué heridas reprimidas ha habido en su vida, sobre todo en la infancia. Cuando un niño es maltratado, no se 175

siente seguro, se llena de miedo y se despiertan en él los sentimientos de impotencia y de angustia. Las heridas no aceptadas, nos llevan a herir a los otros. Una forma de herirse a sí mismo es autocastigarse, con autolesiones o mutilaciones. Normalmente nos castigamos de modo similar a como hemos sido castigados de niños. Los experimentos realizados por algunos psicólogos han demostrado que a los hombres se les ha enseñado desde niños a ser o hacerse violentos como una demanda social. Quien no se tolere a sí mismo y sus faltas, se volverá intransigente y riguroso.

NO CONDENARSE Y PERDONARSE Cuentan que en cierta ocasión, en París, a Pablo Sarasate se le rompió una de las cuerdas del violín mientras interpretaba su famoso Zapateado. El navarro ni siquiera parpadeó, apretó el arco e interpretó hasta su fin la composición sin que nadie en la sala pudiera advertir el incidente. Al ser humano, en muchas ocasiones, se le rompe el alma y todo su ser y necesita reconstruirlo perdonanse. Perdonarse a uno mismo es probablemente el mayor desafío que podemos encontrar en la vida, ya que perdonarse es el proceso de aprender a amarnos y aceptarnos a nosotros mismos “pase lo que pase”. Suele haber una enorme resistencia a perdonarse a uno mismo, porque, en definitiva, es una muerte. Muere el hábito de considerarnos pequeños e indignos. Solemos repetir estas y otras frases: “Me avergüenzo de haber engordado tanto”. “Siempre me sentiré culpable por no haberme despedido”. “Dejaré de sentirme culpable si las cosas salen bien”. “Me perdonaré cuando ella me perdone”. 176

Muchas son las causas del desprecio propio. Entre ellas podríamos señalar el perfeccionismo. El perfeccionista no se puede perdonar el no haber previsto antes los problemas, el haber metido la pata, el no haberse dado cuenta, el haber caído una vez más. La falta de autoestima, el desprecio y el odio a nosotros mismos, provienen de los mensajes, verbales o no, recibidos en los primeros años. La falta de cariño, las palabras desagradables y menosprecios hacen que el niño no crea en los triunfos y esté programado para el fracaso, siendo además un candidato seguro para sentirse deprimido y culpable. El soberbio tampoco puede perdonarse, no necesita el perdón. Él se cree omnipotente e irreprochable. No puede admitir los errores. Es necesario, pues, perdonarse a sí mismo, pues quien no tiene compasión de sí mismo, no la tendrá de los demás. La crítica más dañina es la autocrítica. No aceptamos nuestra forma de ser, de no alcanzar las metas propuestas, de no ser capaces de relacionarnos con los demás. Nos enojamos y alegamos que: “¡Nunca tengo suerte!” o “¡Es mi destino!” o “Si hay un Dios, ¿Cómo puede permitir que esto ocurra?” o “¡Todo esto me sucede a mí!”. Debemos perdonarnos el no haber actuado lo mejor posible, el no haber estado a la altura de las circunstancias, el no haber amado lo suficiente, el no haber evitado el enfado etc. Las biografías de Anuar Sadat, Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela, al igual que la de tantos otros líderes sociales, nos hablan de cómo encontraron la senda hacia el perdón mientras eran perseguidos; reconocieron y aceptaron sus sentimientos de amargura, ira y venganza, pero el perdón les ayudó a transformar esos sentimientos en acciones positivas para cambiar cuando finalmente salieron de la cárcel. 177

Es bueno reconocer la culpa, la falta, el pecado, pero es bueno también estimarse, valorarse y perdonarse. Hay que ser fuerte para perdonar y cuidar a los otros, pero hay que revestirse de gran valor para perdonarse a sí mismo, para no guardar resentimientos. “Odiar el alma es no poder perdonarse ni por existir ni por ser uno mismo” (G. Bernanos). La primera persona a quien hemos de perdonar es a nosotros mismos, y no nos podemos perdonar a nosotros mismos si no somos capaces de perdonar a los demás y a Dios. En primer lugar, hemos de aprender a darnos cuenta de que el problema no está fuera de nosotros. El segundo paso consiste en mirarnos y reconocer nuestra parte de responsabilidad en aquello que queríamos ver como exterior a nosotros. El tercer paso lo realizará Dios a través del perdón de la culpa. En Alcohólicos Anónimos se sugiere que la única persona a la que necesitamos perdonar es a nosotros mismos; una vez logrado esto, todos los demás serán perdonados de un modo natural. Perdonándose a uno mismo es más fácil que perdonar a los demás. El perdón, como todo en la vida, es cuestión de práctica, requiere una decisión, un deseo, un compromiso consciente. Para convertirse en hábito o virtud, necesita repetirse muchas veces hasta ser dominado, integrado y poder sentirlo como algo natural. Cuando estamos separados de nuestro Yo y cuanto más activa es la búsqueda de todo lo externo a nosotros mismos, más culpables nos sentimos. Si no estamos separados del Yo, experimentamos la bendición que es la vida. La culpa nos lleva a una visión estática del mundo como un lugar hostil e injusto. Si hay que amar a los enemigos, el enemigo más fuerte habita con frecuencia, en nosotros mismos. Amar y perdonar, además de ser dones que se reciben de lo alto, son un aprendizaje que comienza en la familia, en los primeros años. 178

El perdón engendra paz. Perdonar es más importante que tener razón, por eso el enojo no debe durar mucho y hay que solucionar los problemas a través del diálogo. Nos ayudará a perdonar estimar a los otros, alabarlos, aceptarlos como son y aceptarnos como somos. Quien no se perdona se hace daño a sí mismo. Para perdonarse a sí mismo, es bueno ser uno mismo, paciente con los fallos e indulgente y dejar atrás todos los juicios de condena y amarguras del pasado, tratarse con amabilidad y dulzura, con comprensión y compasión. “Una gran civilización, afirma Will Durant, no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro”. Efectivamente, el peor enemigo está dentro, el enemigo somos nosotros mismos. Es bueno amar a los otros, a los de cerca y a los de lejos, a los amigos y a los enemigos. Así pues, debemos perdonar a los otros, a los familiares, a los que se rozan con nosotros en el trabajo o en la calle y a todos aquellos que nos han herido.

JESÚS, EL SANADOR Hay leyendas populares muy curiosas. Así es la del Santo Cristo del veneno. Se refiere al caso de un pastelero en Michoacán que, según decían sus paisanos, había tomado veneno. Un día el buen hombre fue a hacer su visita diaria al Santo Cristo, y mientras oraba, la imagen se volvió negra porque absorbió el veneno que había comido el pastelero. Jesús sanó. Cuando los discípulos de Juan le preguntaron si era él que tenía que venir, él respondió: Id decidle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos 179

andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia (Lc 7,20-22). A él le presentaron muchos endemoniados, y arrojó a los espíritus con su palabra, y curó a todos los que se hallaban mal (Lc 8,16-17). Jesús quería sanar y curar siempre. Cuando un leproso le suplica: “Señor… si tú quieres, puedes curarme”. Jesús le contestó: “lo quiero: queda limpio” (Lc 5,12-13). Jesús exige tres condiciones para sanar: fe, conocerse y querer sanarse. —La fe es un manantial de curación. A la hemorroisa le dice: “Hija, tu fe te ha salvado: vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Mc 5,34), y a un leproso que él curó: “Levántate, anda: tu fe te ha salvado” (Lc 17,19). Marcos nos dice que “no pudo hacer allí ningún milagro... y se admiraba al ver que no tenían fe” (Mc 6, 5-6). —Conocerse. A la mujer del pozo (Jn 4,5-42) Jesús le reveló el pasado llevándola, poco a poco, a conocer la verdad. —Querer sanarse. Jesús preguntó al enfermo de la piscina de Betesda: “¿Quieres ser curado?” (Jn 5,1-8). Quizás Jesús había comprendido que ese hombre todavía no se había puesto frente a sí mismo, de manera vital, para preguntarse hasta qué punto deseaba realmente ser curado, porque con frecuencia hay enfermedades que llevan consigo ciertas recompensas. A los discípulos les encargó la misma misión que él tenía: la de servir, la de hacer el bien, combatir el mal y sanar. Después, cuando envió a los Doce que había escogido, les dio el poder de expulsar los espíritus inmundos y de 180

curar enfermedades de cualquier género (Mt 10,1-8); les ordenó que fueran a todo el mundo y predicaran el Evangelio (Mc 16,16); les dio poder sobre los espíritus inmundos y ungieran con aceite a los enfermos (Mc 6,7-13). Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,17-20). Como eran grandes las curaciones de los discípulos, sacaban a los enfermos a las plazas y los ponían en camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra tocase a alguno de ellos. Concurría también la multitud de las ciudades próximas a Jerusalén llevando enfermos y poseídos por espíritus inmundos, y todos eran curados (Hch 5, 15-16). “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre” (Hb 13,8). En nuestros días también hay personas que reciben el don de la sanación. Muchas personas y grupos se dedican a orar por los enfermos. El acercamiento a Jesús, que es fuente del amor y de la vida, nos renueva continuamente. El mismo Jesús que sanó con su palabra, sigue sanando a miles de personas cada día.

MIRÓ CON AMOR Un grupo de turistas fue a ver el famoso Cristo de la catedral de Copenhague. El guía, cuando salía de la catedral, vio que un turista no estaba muy satisfecho con la visita. Entonces se acercó al buen hombre y le preguntó si le había gustado el Cristo. No, Señor, pues he venido desde muy lejos para verlo y no me ha impresionado nada. Entonces el guía le dijo, venga que se lo voy a mostrar a usted solo. 181

Cuando el turista se acercó de nuevo a mirar a Cristo y lo hacía de pie, el guía le indicó: “De pie no, pues para poder ver sus ojos hay que arrodillarse y alzar la mirada”. Efectivamente, cuando el turista miró hacia arriba pudo ver la mirada tierna y el rostro vivo del Maestro. Y es que a Cristo sólo se le ven bien los ojos cuando caemos de rodillas en tierra, no desde las alturas. En la Sagrada Escritura, los ojos indican la actitud del corazón. Son ellos los que valoran bien o mal los acontecimientos y las personas. Así se habla de “hallar gracia” ante los ojos de Dios o de los hombres (Gn 33,10). Hay personas y hechos pequeños o grandes, nobles o indignos, preciosos o viles, ante los ojos. Hay ojos que se levantan, por altanería y ojos que se abajan especialmente por vergüenza o súplica. En los ojos se puede ver el gozo, el dolor, el cansancio, la preocupación. Es importante tener limpia la mirada. El ser humano sólo puede ver y juzgar por las apariencias; sólo Dios puede ver el corazón, Él sabe todas las vidas, y sondea las entrañas (Sal 7,10), él conoce nuestros sufrimientos. El Evangelio nos habla de las miradas de Jesús. La mirada de Jesús fue salvadora, amorosa, pues el mirar de Dios es amar, dice san Juan de la Cruz. Ellas expresan sus sentimientos de ternura y de compasión. Expresamente lo afirma el Evangelio. Jesús siente compasión por las muchedumbres hambrientas de pan: “Y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos” (Mc 6,34), por las piadosas mujeres que le seguían camino del Calvario: “Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: “Hijas de Jerusalén” (Lc 23,28). Llora al ver Jerusalén: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella” (Lc 19,41). Con admiración mira a la viuda generosa: “Levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus ofrendas…Vio 182

también a una viuda pobre que echaba dos blancas…” (Lc 21,1-2). Con ternura mira a la mujer adúltera, al paralítico. Pero también mira con tristeza al ver los corazones endurecidos: “Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones” (Mc 3,5). Jesús es la luz del mundo. Él ha venido para que los que no ven, vean, para que los ciegos recuperen la vista, con una visión distinta del mundo, de los otros y de uno mismo. Para que veamos, a veces, nos pone barro, como al ciego de nacimiento, para que nos demos cuenta de la ceguera (Jn 9). El Evangelio nos habla de las miradas de Jesús en los encuentros con la gente. Jesús vio a Natanael cuando estaba debajo de la higuera (Jn 1,48). Y más allá del pecado, mira también al buen ladrón; desde esta mirada ya empezó el paraíso (Lc 23,43). Y Jesús miró con amor a la Magdalena, a la adúltera, al centurión, a los ciegos, a los leprosos, a los pobres, a los pecadores... Un día se le acerca un joven excelente, entusiasta, con deseos de Dios y de perfección. Jesús, “fijando en él su mirada, le amó...” (Mc 10,21). Jesús miró con amor a Pedro. San Pedro manifestó su arrepentimiento con el llanto “Y saliendo fuera lloró amargamente” (Mt 26,75). Fueron lágrimas de conversión. Las lágrimas de amor y arrepentimiento son siempre fruto del Espíritu Santo que actúa en el alma del justo. Hay lágrimas de compunción, pero también las hay de adoración y gratitud. Pedro conoció de cerca la fuerza de la mirada de Jesús. Lloró amargamente su traición y quedó sano. A Pedro se le habían secado los ojos. Estaban resecos y tiesos, sin vida. Y la ternura infinita de Dios se había metido dentro del corazón de Pedro y al ablandar el corazón, se humedecieron los ojos y empezaron de nuevo a ver la hermosura, la bondad de todo lo creado. 183

Zaqueo quería mirar a Jesús, trataba de ver quién era él. En este deseo había algo de esperanza, ilusión, utopía, pero, sobre todo, había mucho de curiosidad por conocer al Señor. Quizá quería ver a Jesús sin ser visto. Por eso se subió a una higuera para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: “Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede en tu casa” (Lc 19,5). Una mirada de Jesús cambió a aquel hombre rico. De todas las miradas de Jesús, la más amorosa fue, sin duda, la que dio a Juan y a su madre en los últimos momentos de su vida. “Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: Madre, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn 19,26-27). La mirada del Maestro cautiva, arrastra, seduce. El secreto de una vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, confiar en él y tener la valentía de arriesgarlo todo, porque lo que no es Jesús resulta superfluo. La vida nos va en dejarnos mirar por él. Al encontrarnos con su mirada, ésta nos hará contemplar nuestra vida y nos ayudará a evitar todo lo que no nos deja ver a Dios. En la mirada de Jesús tenemos que descubrir nuestro tesoro, nuestra mayor riqueza. “Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina, si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida… La Iglesia no significa nada para nosotros, si no es el sacramento, el signo eficaz de Cristo” (Henri de Lubac). Jesús miró siempre con amor, fue una mirada misericordiosa y salvadora. “Cuando un hombre se sabe amado, ya no es el mismo. Y cuando se sabe divinamente amado, está salvado” (Eloi Leclerc). 184

MIRAR A CRISTO Y A LOS OTROS Cuentan de Julio César que en una ocasión hacía una travesía por el Mediterráneo. Se levantó una terrible tempestad y la nave empezó a fluctuar a merced de las olas. El capitán del barco temblaba temiendo lo peor. Entonces el emperador le increpó: “¡Pero hombre, qué temes, llevas contigo al César!”. La vida es una travesía hacia el puerto donde encontramos todo tipo de dificultades; pero es bueno creer que con nosotros está Jesús. El Concilio nos dice que Jesús, “soportando la muerte, nos enseña con su ejemplo que hemos de llevar la cruz que la carne y el mundo cargan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia” (AG). “Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas” (1Pe 2,21). En su compañía aprenderemos a situar la cruz en su verdadera perspectiva: la del amor y de la fecundidad, de la libertad y de la vida. Aprenderemos que sólo salva el amor. Una imagen de Jesús crucificado es la más excelente compañía que podemos tener. El mirarlo nos ayudará a superar todas las dificultades. “Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco. Si su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras?” (santa Teresa de Jesús). El poner los ojos en el crucificado nos ayuda a sufrir como él y a ser compasivos con los dolores de los otros. Todos deberíamos solidarizarnos con las víctimas del dolor, tratar de mitigar el sufrimiento ajeno, siendo respetuosos con él. Acercarnos a los otros, ayudar a llevar la cruz, amar siempre, es un gran milagro. Qué grande es poder sentir el sufrimiento y el dolor de los otros. A estas personas les duele el sufrimiento de la humanidad. Recuerdo aquel poema 185

de Roland Holst que confesaba: “A veces me es imposible conciliar el sueño por las noches, pensando en los sufrimientos de los hombres”. Y es que para una persona de fe y un corazón sensible, le es difícil gozar del sueño, mientras los pobres y mendigos duermen en las calles. El sufrimiento es un misterio que nubla y, a veces, no deja ver la luz y la esperanza. “Algunos sufren tanto, que no pueden creer que haya alguien que les ama” (Cardenal Hume). Pero el que goza de salud, a veces no ve y no comprende al que yace inmóvil en la noche. Necesitamos unos prismáticos especiales para acercarnos a los demás, esto sólo ocurre cuando somos capaces de ver con el corazón. La vida es servicio y quien lo entiende así, siempre está salvando vidas. El mismo Señor nos ha tomado de la mano, nos ha formado y nos ha hecho luz de las naciones para abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6-7). Ceguera, prisión, tinieblas, evocan realidades negativas que deben ser transformadas a través de actuaciones liberadoras: abrir, sacar. Toda la teología bíblica rezuma liberación; todo ser humano con vocación de redentor debe ser necesariamente liberador, ya que ambos términos se identifican. Abrir los ojos de los ciegos. Gran misión y noble trabajo: dar vista al que no la tiene. Dicen que la verdad del corazón se expresa en la mirada y que los ojos hablan. Los ojos pueden abrirse a la luz, o cerrarse porque ésta les ciega, pueden dar vida o matar, pueden mirar superficialmente o pueden mirar profundamente. Hay miradas profundas que desnudan a las personas, que son capaces de mostrarnos lo que es una persona, lo que es en potencia y lo que puede ser en el futuro. Pero también los ojos pueden engañarnos, traicionarnos: “por los ojos entran los antojos”, dice el refrán. 186

Dios nos abre los ojos, nos libera de las tinieblas y nos da la capacidad de abrir los ojos de los otros. El nos invita a levantar los ojos al cielo, para que, a su vez, podamos ver la realidad de la tierra, la belleza de la vida, la fuerza de la fe, el amor y la esperanza. Quien ha visto a Dios, no puede por menos de ver el dolor del hermano. Saber mirar es un arte. Saber mirar es pasar de una mirada dispersa a una atenta y lúcida; de una superficial a una profunda; de una anónima a una que tuifica; de una dominadora a una gratuita; de una exluyente a una redentora. La primera etapa es pedirle de corazón al Señor que nos libre de nosotros mismos, pues hay muchas personas que son esclavas y víctimas de sí mismas. El egoísta es incapaz de mirar a los otros y de darse a los otros. Sigue mirándose a sí mismo, sus tragedias, su mundo, como no se posee a sí mismo, es incapaz de darse a los demás, tiene que gritar la angustia de su fracaso. Así viene a decir Michel Quoist: “Estoy sufriendo horrores… Prisionero en mí mismo, no oigo más que mi voz. Sólo me veo a mí, y tras de mí no hay más que sufrimiento… Aún cuando creo que amo locamente, acabo descubriendo con rabia que es a mí mismo a quien estoy amando a través de otro… Todo me parece ruin, feo, sin luz… y es que ya no sé ver nada sino a través de mí. Y siento ganas de odiar a los hombres y al mundo… Y quisiera salir, escaparme… mas no puedo salir de mí: yo amo mi prisión al mismo tiempo que la odio, pues yo soy mi prisión y yo me amo. Yo me amo, Señor, y me doy asco… Me hago daño, demasiado daño, y nadie lo conoce porque nadie entró en mi. Estoy solo, solo”. 187

Muy distinta era la actitud de santa Teresita, quien nunca se buscó así mima y aconsejaba: “Prodigaos, dad vuestra tranquilidad, vuestro descanso… Replegarse sobre sí mismo esteriliza el alma… Desde que me propuse no buscarme a mí misma, llevo la vida más feliz que se puede imaginar”. Donde quiera que un ser humano sufre, allí está mi hermano. Para quitar penas no tiene que haber diferencia de razas, credos y edades. ¡Cuánto dolor en el mundo cuando se olvida que el hombre es nuestro hermano! “La Iglesia, afirmaba Juan Pablo II, no puede eximirse, de implicarse a sí misma para ayudar a los hombres, para evitar el sufrimiento de los hombres. Dondequiera sufre un hombre, allí está Cristo que ocupa su lugar. Dondequiera sufre un hombre, allí debe estar la Iglesia a su lado”.

LA CUEVA DE MI REFUGIO, TUS MANOS Las manos juntas en forma cóncava tienen forma de cueva, y son capaces de contenerlo todo, desde las arras de una boda hasta el agua, en improvisado vaso vivo del que bebemos. Pero sobre todo, cuando las manos se pegan a nuestra piel, y resbalan sobre ella en gesto amoroso y tiernamente compasivo, son el instrumento sanador por excelencia, dado que producen placer, que es el antagonista natural del dolor. Y sabido es que el cuerpo no puede experimentar a la vez dos estados contrarios. La caricia de las manos sobre el cuerpo dolorido o el alma sufriente, se torna bálsamo y medicina, remedio y principio de bienestar. Se puede sanar con una caricia, una mirada, un masaje, un pensamiento. Con la mano cada persona puede vestir la vida de mil amores, lograr que cada enfermedad sea un momento de gracia, que la muerte no sea tan temida, sino hermana bien esperada. Aquellos cuyos ideales sean tan 188

altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se retienen a sí mismos para ser las manos de Dios. Hay manos amorosas, hacedoras del bien y de luz, constructoras de paz y de bondad, como son las manos de todos los hijos de Dios, de todos aquellos que tratan de construir el Reino. Pero también hay manos sembradoras del mal y de la tiniebla, constructoras de la guerra y del chisme, como son las manos de todos los hijos del odio y la división, de la discordia y la mentira. Hay millones de manos, de mil formas y colores, manos suaves como la seda, como las del niño y manos callosas como tierra reseca, como son las del trabajador. Entre todas las manos está la materna. Cuando la madre pasa su tierna mano por la frente del niño, al instante se alejan todos los nubarrones y pesares y amanece la luz, la seguridad y la fuerza. Las manos de una madre siempre están abiertas, porque su corazón no está cerrado al amor, a la entrega, al cariño. Las manos son poderosas: hablan, gritan, hacen historia. “Rodín ha hecho manos, pequeñas manos sueltas que, sin formar parte del cuerpo están vivas de todos modos... manos en movimiento, manos dormidas, manos que se despiertan, manos cansadas... ellas tienen su propio desarrollo, sus propios deseos, sentimientos y humores y sus ocupaciones favoritas” (Rilke). Cada persona, pues, puede con sus manos llevar luz, abrir ojos y oídos. Cada uno puede sanar, consolar, aliviar los dolores y traumas de otra persona, simplemente con una palmadita, o tocando con amor al otro. Las manos tienen que ser siempre mensajeras de amor, de paz, de bien, ser manos benditas como las de una madre, manos como las de Jesús. Sabemos que una mano amiga, una 189

caricia sincera, “dorada” no “barata”, pueden restablecer el amor que da, a cada segundo, vida a nuestra vida. El lenguaje de las manos es grande y elocuente: con la mano recibimos, damos, oramos. Alargamos la mano para saludar, consolar, acompañar en el dolor. Es cierto, pues, que con la mano puedo construir y destruir, acariciar y pegar. Bendigo a la mano hacedora de bien, la constructora de caminos y ciudades, la que acuna niños y ancianos, la que sana a los enfermos y borra las heridas del pasado. Las manos tienen un gran poder de curación. Basta poner la mano a un anciano o enfermo, para que éstos sientan la calma y el alivio. Sin duda que las caricias tienen un poder curativo enorme. No obstante vivimos en una sociedad en la que los niños apenas tienen contacto con sus padres y los seres humanos; por eso les regalamos ositos de felpa y mascotas y no es que los niños no necesiten juguetes, anhelan con toda su alma el cariño de los seres humanos, en especial, el de sus padres. Alguien me contaba, con contenida emoción: “desde pequeña tengo el recuerdo de las manos de mi madre sobre mis zonas de dolor. Tenía unas manos maravillosas, eran largas suavísimas. Acariciaban como nunca me ha acariciado nadie nunca más. Donde ella ponía sus palmas, el dolor se iba. Las recuerdo en mi frente, sujetando las convulsiones de mi cuerpo al vomitar. Las recuerdo sobre mi costado izquierdo como si quisiera sanar mi enfermo corazón, las añoro sobre mi cara y mis propias manos...Y el dolor se iba ante sus caricias, pues ya se sabe que las manos que acarician el dolor, se convierten en una cueva donde refugiarse de la adversidad”. Señor, ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían de dar, te pido ahora perdón por el amor que me diste y no he sabido 190

compartir, las debo usar para amar y conquistar la grandeza de la creación. El mundo necesita de esas manos llenas de ideales, cuya obra magna sea contribuir día a día a forjar una nueva civilización que busque valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan llegar al final habiendo entregado todo con amor. Y Dios seguramente dirá: ¡Esas son mis manos!

CURABA CON SUS MANOS En la Universidad de Ohio, un investigador realizó un experimento en el que alimentó a conejos con dietas altas en colesterol, y acarició a un grupo especial de ellos. Los acariciados tenían un cincuenta por ciento menos de arteriosclerosis que los otros conejos, alimentados igual, pero no acariciados. La mano es símbolo de ayuda, de amor. La mano es un sacramento de amor. Con la mano saludamos, acariciamos, creamos, oramos. Tendemos una mano al caído, al amigo, al enemigo. La Biblia nos habla de la mano de Dios y de la de Jesús. La mano de Dios. Dios es amor y tiende su mano a todos aquellos que le buscan y le necesita. La mano de Dios es: UÊ Ài>`œÀ>]Ê ˆœÃÊVÀiÊœÃÊVˆiœÃÊÞʏ>Ê̈iÀÀ>Ê­ÃÊ{n]£Î®]Ê y al ser humano (Is 64,8). UÊi˜iÀœÃ>\ʺAbres tu mano y se sacian de bienes” (Sal 145,16). UʈLiÀ>`œÀ>\ʺMe sacó de las aguas caudalosas” (Sal 18,17). UÊ*ÀœÌiV̜À>\Ê“Me cubres con tu palma” (Sal 139,5). 191

Dios tiene unas inmensas manos. La mano derecha, mano blanda, con la que nos acaricia y consuela y la mano izquierda con la que, a través de los problemas y dificultades, nos enseña el camino del cielo. Dios tiene manos, las de Jesús y las nuestras. La imposición de manos tiene cuatro significados principales en el Nuevo Testamento: UÊ«>À>ÊLi˜`iVˆÀÊ>Ê՘>Ê«iÀܘ>\ÊÌÊ£™]£Î‡£xÆ UÊ«>À>ÊVÕÀ>ÀÊi˜viÀ“œÃ\ÊVÊÈ]ÊxÆÊ UÊ«>À>Ê«i`ˆÀÊ Ã«‰ÀˆÌÕÊ->˜Ìœ\ÊV…Ên]£Ç‡£™ÆÊ UÊ«>À>ÊVœ˜Ã>}À>ÀÊ>Ê>}Ոi˜Ê>Ê՘>ʓˆÃˆ˜\ÊV…Ê£Î]ΰ La mano de Jesús. Jesús sabía el poder sanador que residía en sus manos. Un día le llevaron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Cogiéndolo de la mano…, le aplicó las manos por dos veces y el hombre vio del todo (Mc 8,2226). Jesús toca al ciego y le enseña a tocar lo que le rodea, a tomar contacto con la naturaleza: árbol, mar, agua, amanecer… La mano de Jesús acarició, levantó. Con su mano calma las tempestades, cura a los enfermos, acaricia a los niños, a todos bendice. Fue siempre la mano amiga. El tiende su mano al leproso (Mc 1,41), al ciego (Jn 9,6), a la mujer adúltera (Jn 8,6-7), a la muchedumbre hambrienta (Mc 6,4), a Tomás (Jn 20,27). Jesús les dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Después les impuso las manos (Mt 19,15). Jesús, compadecido del leproso, extendió su mano, le levantó le toco y le dijo: “Queda limpio” (Mc 1,40-41). Jesús, tomando de la mano al endemoniado, le levantó y él se puso en pie (Mc 9,27). 192

Jesús, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba (Lc 4,40). Jesús, al ver que Pedro se hundía, le tendió la mano y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt 14,30-31). Jesús, tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole impuesto saliva en los ojos le impuso las manos (Mt 8,23). Jesús toca al ciego y le enseña a tocar lo que le rodea, a tomar contacto con la naturaleza: árbol, mar, agua, amanecer... Jesús dijo a Tomás: “Acerca tus dedos y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). Jesús, dirigiéndose al hombre de la mano paralizada, le dijo: “Extiende tu mano. El hombre extendió la mano y quedó curado” (Mt 12,12-13). Jesús dijo: “A mis ovejas nadie les arrebatará de mis manos” (Jn 10,28). Jesús exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Jesús alzó sus manos y los bendijo (Lc 24,50). Jesús se levanta de la mesa, se quita el manto, se ciñe la toalla y se pone a lavar los pies a los discípulos (Jn 13,4-5). Jesús tomó pan, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros” (Lc 22,19). LAS MANOS DE MARÍA El rey mandó cortar una mano a San Juan Damasceno por su defensa de los iconos. Por la noche, cuenta la leyenda, Juan pidió y obtuvo la restitución de su mano. Así 193

sucedió y, en agradecimiento, Juan mandó colocar en el cuadro de la Virgen una mano de plata. Así quedó el cuadro de la Virgen de las tres manos. La mano es símbolo de ayuda, de amor. La mano es un sacramento de amor. Con la mano saludamos, acariciamos, creamos, oramos. Tendemos una mano al caído, al amigo, al enemigo. La mano de María. María es Madre, madre de Jesús y madre nuestra. María con sus manos alimentó, acarició y guió a Jesús. A través de María Dios ha bendecido y sigue bendiciendo a la humanidad con su cuidado maternal. Podríamos decir, con la leyenda, que ella tenía tres manos: una, para agarrarse a Dios, otra para cuidar y guiar a su Hijo y la otra, la más grande, para protegernos a nosotros de todo mal. Ella acoge, de una forma especial, a los pobres, a los tristes, a los pecadores, a los que andan perdidos en la noche de este mundo. En la mayoría de las imágenes de María, la encontramos con las manos juntas. Así nos recuerda que su oficio principal es el de interceder por la humanidad. Santa María, yo pienso que, a fuer de colgarle títulos y estrellas la hemos “endiosado”, algo que por cierto le gusta mucho a la gente, que cree que para hacer milagros hay que ser importantes... Yo pienso en Santa María, como una muchacha morena de ojos vivos y profundos, sonrisa tenue y aire tímido. Psicologicamente más introvertida que extrovertida, una gran pensadora, con una intuición extrañamente atrevida que la llevó a consagrarse a Dios cuando el sueño de toda buena mujer israelita era la maternidad... Pero lo más grande, sin duda, es su condición de cristiana. Es la primera, la más ferviente, la más semejante a Cristo... Por eso es grande, porque es la primera cristiana y la más ejemplar. 194

Generosa, ofrece a su pequeño Jesús a los magos de oriente, ofrece su ayuda en Caná, su compañía a los discípulos... y su presencia a los pies del crucificado. Se pone en camino y va a aprisa a atender a su prima Isabel. Siempre está en camino, siempre está de pie, siempre está presente, siempre está echando una mano. Esas manos son las que un día en Caná de Galilea Jesús le dijo: “no ha llegado mi hora”, porque se habían quedado sin vino. Sin embargo, la Santísima Virgen, dice a los servidores: “¡Haced lo que Él os diga!”. María está enraizada en la estirpe de Israel, como hija predilecta del Pueblo de Dios, la primera entre los pobres de Yahvé, de los que se presentan ante él “con las manos vacías, no con manos que aferran y retienen, sino con manos que se abren y donan y así están preparadas para recibir la bondad del Dios que da” (Benedicto XVI). Esas manos juntas de la Virgen, reciben a todos los peregrinos que acuden a los grandes santuarios: Guadalupe, Lourdes, Fátima, Luján y también a las pequeñas ermitas sembradas en cada rincón de cada pueblo. Ante María oran las familias pidiendo por todas sus necesidades y dolencias. La Biblia habla de la mujer hacendosa que vale más que las perlas. Adquiere lana y lino y los trabaja con la destreza de sus manos. Con lo que ganan sus manos planta un huerto. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Le saca gusto a su tarea y aun de noche no se apaga su lámpara. Extiende la mano hacia el uso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre (Pr 31,10-31). Esas fueron las manos de María. 195

NUESTRAS MANOS En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch se encuentra este diálogo: —¿Rezas a Dios? –pregunta Bloch. —Si, cada noche –contesta el pequeño. —¿Y qué le pides? —Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo, echarle una mano. Ante estas grandes catástrofes muchos se preguntan: ¿Qué hace Dios? ¿Por qué parece que Dios no interviene para remediar los males del ser humano? Y la gente se olvida que ante las catástrofes, injusticias… que Dios no tiene otras manos que las nuestras. Todos los periódicos del día 22 de julio de 2008, se hacían eco de una tragedia. Dos niñas, gitanas rumanas, se adentraron en el mar para tomar un baño. La fuerza del mar y la violencia de los golpes contra las rocas acabaron con sus vidas, pero también la indiferencia de la gente acabó con ellas. Así lo denunció el arzobispo de Nápoles, el cardenal Crescenzio Sepe, quien señaló que la imagen de lo ocurrido con la gente que seguía tranquilamente tomando el sol era peor que las toneladas de basuras acumuladas por la ciudad. El purpurado condenó sobre todo esa “indiferencia ante la tragedia de unas niñas cuya vida ya había estado marcada por los prejuicios”, por lo que el arzobispo de Nápoles dijo que “es el momento de hablar claro, llamando a la reflexión de lo sucedido, no sólo por la tragedia de la pérdida de dos vidas, sino sobre todo ante la actitud de quienes siguieron tomando el sol, o, incluso peor, quienes armados de sus teléfonos móviles ‘inmortalizaban’ los cuerpos”. 196

Hay una enorme indiferencia en la manera como vivimos el sufrimiento, el hambre y la muerte de miles de personas que cada día mueren en el mundo por falta de alimento, de medicinas, de un hogar digno... ¿somos conscientes de esto?, ¿sentimos el miedo y la angustia de tantos refugiados que huyen del hambre y la miseria de sus países? Al ser humano, hombre o mujer, rico o pobre, niño a adulto, del norte o del sur... ¿lo sentimos como hermano a quien debemos ayudar y querer? El trabajo que hay siempre por hacer es enorme. Se necesitan manos para salvar, para reconstruir el mundo, pero también para salvar las vidas de los ancianos y de los niños que viven cerca y necesitan de nuestras manos amorosas. Dios no tiene manos, nos las dio a nosotros. Cada uno de nosotros somos las manos de Dios. Él, sigue hablándonos con paciencia y ternura: ¿Qué has hecho tú con las que te di? ¿Cómo has usado tus manos? ¿Han sido fuente de bendición y salud? Dios necesita nuestras manos para construir puentes, hacer escobas, triturar la tierra y transformar nuestro mundo. Dios necesita de nuestras manos, de nuestros pies, de nuestro vientre, de todo nuestro cuerpo humano, ya que El no tiene otro y vive en nosotros. Dios sólo tiene nuestras manos para seguir construyendo, amando y perdonando. Cada uno puede sanar, consolar, aliviar los dolores y traumas de otra persona. En nuestras manos hay un gran poder. El valor de las manos depende de quien las use y de cómo las use. Una pelota de basketball en mis manos vale $19 dólares; en las manos de Michael Jordan vale $33 millones de dólares. 197

Un lápiz en mis manos es para poner mi nombre; en las manos de William Shakespeare es para crear historias. Una vara en mis manos podrá ahuyentar a una fiera salvaje; en las manos de Moisés hará que las aguas del mar se separen. Dos peces y cinco piezas de pan en mis manos son unos emparedados; en las manos de Jesús alimentan a una multitud. Unos clavos en mis manos sirven para construir una silla; en las manos de Jesucristo traen la salvación al mundo entero. Cuentan que en la última guerra mundial: en una gran ciudad alemana, la catedral fue destruida y el Cristo del altar mayor, quedó casi totalmente destrozado. Al concluir la guerra, los habitantes de aquella ciudad reconstruyeron el Cristo con paciencia y, pegando trozo a trozo, llegaron a componerlo de nuevo en todo su cuerpo... menos en los brazos. Decidieron devolverlo al altar mayor, tal y como había quedado, pero en el lugar de los brazos perdidos escribieron un gran letrero que decía: “Desde ahora, Dios no tiene más brazos que los nuestros”. Y allí está, invitando a colaborar con Él, ese Cristo de los brazos inexistentes. Ante las grandes catástrofes muchos se preguntan: ¿Qué hace Dios? ¿Por qué parece que Dios no interviene para remediar los males del ser humano? A veces caemos en la tentación de no apreciar nuestras manos, de envidiar la de los otros. Neruda quería nacer con otros dedos, crecer con otras uñas, comprar en una tienda otras manos, pues las que tenía no le habían servido. 198

“Me declaro culpable de no haber hecho con estas manos que me dieron… una escoba… Así fue: No sé como se me pasó la vida, sin aprender, sin ver, sin recoger y unir los elementos. en esta hora no niego que tuve tiempo, tiempo, pero no tuve manos” (P. Neruda). Tenemos tiempo y manos para poder trabajar, para echarle una mano a Dios. Así lo entendió Lily Naranjo quien cuenta: “Yo tuve una conversación muy fuerte en los cursillos de Cristiandad, pero por motivos de una seria operación, no pude volver más por allá por unas cuantas semanas. Una mañana, apenas recuperada, fui temprano a ayudar a pintar los murales para el Vía-crucis de Semana Santa. No fui directamente al cuarto del fondo donde todos estaban pintando, sino que entré en la capilla y estaba orando frente al sagrario. Dándole gracias por mi salud restaurada, cuando me fijé atentamente en el Cristo Roto de Emaús al que le faltan las dos piernas y una brazo. Traté de convencerle para que usara mis piernas y mis brazos que, aunque también estaban enfermos y deshechos, estaban mucho mejor que los de Él, que no tenía ninguno. Él me tomó la palabra en ese instante y durante todo este año he trabajado muy intensamente en los Cursillos de Cristiandad”. Estas palabras las dijo Lily como ofrecimiento de su vida al Señor que acababa de encontrarse profundamente 199

con Él. Lily sufría de poliomelitis progresiva. Fue una de las últimas niñas afectadas por esta enfermedad cuya tarjeta de presentación era una condena a la invalidez. Mas Lily no estaba inválida, tenía dificultades para caminar, para trabajar, pero se comprometió a anunciar el Evangelio con todo su cuerpo y su alma, con sus alegrías y sus tristezas. Ella sabía que podía aliviar el dolor y el sufrimiento de muchos Cristos rotos. Para consolar a tantos Cristos deshechos, Lily se crucificó con Cristo. Ella era consciente de que pertenecía a la heredad de Cristo, que es padecimiento y gloria al mismo tiempo (Rm 8,17). Y quisiera haber sido participe de la pasión de Cristo, para gozar con Él, cuando se descubra su gloria (1P 4,13). Lily tenía un hermoso apostolado: “prestar sus pies y sus brazos rotos” a Jesús para abrir horizontes a los agobiados, esperanza a los descorazonados y presentar a todos un Cristo amigo, consuelo, fuerza y salvación para los que creen en Él. Así lo hizo. Una mañana, cuando iba a su apostolado, tuvo un accidente de coche y murió. Dios nos ha creado, nos ha dado la vida, la fe, la luz. Él nos infunde la esperanza, la fuerza, la alegría. Dios obra milagros. Lo hace todo o casi todo, para él y con él todo es posible. Él se basta a sí mismo, pero prefiere contar con nosotros, con nuestras manos.

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CONCLUSIÓN

El sufrimiento forma parte de nuestra existencia y son muchos los sufrimientos a los que el ser humano tiene que hacer frente. La misma vida comienza con la pérdida de la seguridad del seno materno, tanto la madre como el hijo sienten el desgarro, la separación. A medida que crecemos vamos dejando atrás la inocencia, la ingenuidad, la sonrisa y tenemos que hacer frente a las decepciones y luchas; la juventud, la salud y el trabajo se nos van y quien no se desprende voluntariamente de cosas y personas, la vida se encarga de arrancárselo. Para la mayoría de los mortales, el sufrimiento no tiene sentido. Sólo el misterio es la respuesta a todas las preguntas que se plantea cada persona: ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? El dolor más que un problema a solucionar, es un misterio que hay que vivir. Dentro de la fe cristiana, según afirma Juan Pablo II, el misterio no es oscuridad sino claridad deslumbrante. Sólo desde esa luminosidad podemos atisbar qué es el misterio del sufrimiento y cómo superarlo. El ser humano tiene la capacidad de sufrir, sólo necesita encontrar un sentido al sufrimiento y cuando al sufrir se le encuentra sentido, el ser humano crece. El sufrimiento cristiano sólo encuentra una respuesta en el amor de Dios que ha mostrado su omnipotencia de 201

la manera más misteriosa, es decir, a través del anonadamiento voluntario y en la resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Hay que tener la plena certeza, aun en medio de grandes y prolongadas tribulaciones, de que Dios Padre, en Cristo, vence el mal y la muerte y que las apariencias de este mundo pasan para dar lugar a la patria celestial. Sabemos que Los sufrimientos del tiempo presente no tienen comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (Rm 8,18). No cabe duda de que bien enfocado el sufrimiento, no tiene que destruirnos, sino hacernos mejores; el dolor no tiene que hacernos duros y solitarios, sino transformarnos en personas solidarias para lanzarnos a ayudar a los demás. La conciencia de sentirnos útiles tiene que devolvernos el sentido y valor auténtico de la vida. Sin el sufrimiento no hay progreso ni perfección, no se pueden comprender muchas cosas y no hay forja de voluntades. Grandes, pues, son las virtudes que engendra el sufrimiento. “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra paciencia; la paciencia virtud probada; la virtud probada esperanza; la esperanza no falla porque el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,3-5). Ante el sufrimiento necesitamos mucha fe para no perder el norte cuando sufrimos o sufren los que amamos y con fe y esperanza surge el milagro que alivia y cura: el amor. Es bueno contar con gran dosis de amor para lanzarnos sobre el que sufre y ayudarle a paliar el dolor en todos los frentes. Muchos son los gestos que brotan de un corazón generoso, entre ellos está la sonrisa. Quien logra sonreír y arrancar una sonrisa del otro, consigue, al menos por momentos, alejar el dolor de la vida. ¿Cómo deberíamos comportarnos ante el sufrimiento? La actitud del cristiano debe parecerse a la de Jesús, es 202

decir, pasar haciendo el bien y luchando contra el mal, aceptar el silencio del Padre y tener confianza de que en todo momento, aún en el fracaso, estamos en las manos de Dios. Todo el que sufre necesita poner los ojos fijos en Aquél que con sus sufrimientos da valor, energía, consuelo y paz. Cuando nos visita el dolor y es de noche, levantemos el corazón y pidámosle a Dios, que de sentido a nuestra vida y que sane nuestra alma y enderece nuestros cuerpos maltrechos. El cristiano, por tanto, está llamado a poner luz en la tiniebla, vida en el desaliento, y esperanza en la depresión y en la muerte; pero está llamado, sobre todo, a ser testigo de fe, de amor y de esperanza en medio de un mundo que sufre. Aunque nuestro sufrimiento sea grande, siempre podemos echar una mano a los demás, amar a todos, mirar como Jesús y ofrecer nuestras manos.

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caminos Director de Colección: F RANCISCO J AVIER S ANCHO F ERMÍN

1. MARTÍN BIALAS: La “nada” y el “todo”. 2. JOSÉ SERNA ANDRÉS: Salmos del Siglo XXI. 3. LÁZARO ALBAR MARÍN: Espiritualidad y práxis del orante cristiano. 5. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Desde lo oscuro al alba. 6. KARLFRIED GRAF DUCKHEIM: El sonido del silencio. 7. THOMAS KEATING: El reino de Dios es como... reflexiones sobre las parábolas y los dichos de Jesús. 8. HELEN CECILIA SWIFT: Meditaciones para andar por casa. 9. THOMAS KEATING: Intimidad con Dios. 10. THOMAS E. RODGERSON: El Señor me conduce hacia aguas tranquilas. Espiritualidad y Estrés. 11. PIERRE WOLFF: ¿Puedo yo odiar a Dios? 12. JOSEP VIVES S.J.: Examen de Amor. Lectura de San Juan de la Cruz. 13. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: La mitad descalza. Oremus. 14. M. BASIL PENNINGTON: La vida desde el Monasterio. 15. CARLOS RAFAEL CABARRÚS S.J.: La mesa del banquete del reino. Criterio fundamental del discernimiento. 16. ANTONIO GARCÍA RUBIO: Cartas de un despiste. Mística a pie de calle. 17. PABLO GARCÍA MACHO: La pasión de Jesús. (Meditaciones). 18. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE y JUAN ANTONIO TORRES PRIETO: Camino de Santiago. Viaje al interior de uno mismo. 19. WILLIAM A. BARRY S.J.: Dejar que le Creador se comunique con la criatura. Un enfoque de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. 20. WILLIGIS JÄGER: En busca de la verdad. Caminos - Esperanzas Soluciones 21. MIGUEL MÁRQUEZ CALLE: El riesgo de la confianza. Cómo descubrir a Dios sin huir de mí mismo. 22. GUILLERMO RANDLE S.J.: La lucha espiritual en John Henry Newman. 23. JAMES EMPEREUR: El Eneagrama y la dirección espiritual. Nueve caminos para la guía espiritual. 24. WALTER BRUEGGEMANN, SHARON PARKS y THOMAS H. GROOME: Practicar la equidad, amar la ternura, caminar humildemente. Un programa para agentes de pastoral. 25. JOHN WELCH: Peregrinos espirituales. Carl Jung y Teresa de Jesús. 26. JUAN MASIÁ CLAVEL S.J.: Respirar y caminar. Ejercicios espirituales en reposo. 27. ANTONIO FUENTES: La fortaleza de los débiles. 28. GUILLERMO RANDLE S.J.: Geografía espiritual de dos compañeros de Ignacio de Loyola. 29. SHLOMO KALO: “Ha llegado el día...”. 30. THOMAS KEATING: La condición humana. Contemplación y cambio. 31. LÁZARO ALBAR MARÍN PBRO.: La belleza de Dios. Contemplación del icono de Andréï Rublev. 32. THOMAS KEATING: Crisis de fe, crisis de amor.

33. JOHN S. SANFORD: El hombre que luchó contra Dios. Aportaciones del Antiguo Testamento a la Psicología de la Individuación. 34. WILLIGIS JÄGER: La ola es el mar. Espiritualidad mística. 35. JOSÉ-VICENTE BONET: Tony de Mello. Compañero de camino. 36. XAVIER QUINZÁ: Desde la zarza. Para una mistagogía del deseo. 37. EDWARD J. O’HERON: La historia de tu vida. Descubrimiento de uno mismo y algo más. 38. THOMAS KEATING: La mejor parte. Etapas de la vida contemplativa. 39. ANNE BRENNAN y JANICE BREWI: Pasión por la vida. Crecimiento psicológico y espiritual a lo largo de la vida. 40. FRANCESC RIERA I FIGUERAS, S.J.: Jesús de Nazaret. El Evangelio de Lucas (I), escuela de justicia y misericordia. 41. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: Plegarias de mar adentro. 23 Caminos de la oración cristiana. 42. BENOÎT A. DUMAS: Cinco panes y dos peces. Jesús, sus comidas y las nuestras. Teovisión de la Eucaristía para hoy. 43. MAURICE ZUNDEL: Otro modo de ver al hombre. 44. WILLIAM JOHNSTON: Mística para una nueva era. De la Teología Dogmática a la conversión del corazón. 45. MARIA JAOUDI: Misticismo cristiano en Oriente y Occidente. Las enseñanzas de los maestros. 46. MARY MARGARET FUNK: Por los senderos del corazón. 25 herramientas para la oración. 47. TEÓFILO CABESTRERO: ¿A qué Jesús seguimos? Del esplendor de su verdadera imagen al peligro de las imágenes falsas. 48. SERVAIS TH. PINCKAERS: En el corazón del Evangelio. El “Padre Nuestro”. 49. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: El Espíritu Santo desde sus símbolos. Retiro con el Espíritu. 50. XAVIER QUINZÁ LLEÓ, S.J.: Junto al pozo. Aprender de la fragilidad del amor. 51. ANSELM GRÜN: Autosugestiones. El trato con los pensamientos. 52. WILLIGIS JÄGER: En cada ahora hay eternidad. Palabras para todos los días. 53. GERALD O’COLLINS: El segundo viaje. Despertar espiritual y crisis en la edad madura. 54. PEDRO BARRANCO: Hombre interior. Pistas para crecer. 55. THOMAS MERTON: Dirección espiritual y meditación. 56. MARÍA SOAVE: Lunas... Cuentos y encantos de los Evangelios. 57. WILLIGIS JÄGER: Partida hacia un país nuevo. Experiencias de una vida espiritual. 58. ALBERTO MAGGI: Cosas de curas. Una propuesta de fe para los que creen que no creen. 59. JOSÉ FERNÁNDEZ MORATIEL, O.P.: La sementera del silencio. 60. THOMAS MERTON: Orar los salmos. 61. THOMAS KEATING: Invitación a amar. Camino a la contemplación cristiana. 62. JACQUES GAUTIER: Tengo sed. Teresa de Lisieux y la madre Teresa. 63. ANTONIO GARCÍA RUBIO: Aún queda un lugar en el mundo. 64. ANSELM GRÜN: Fe, esperanza y amor.

65. MANUEL LÓPEZ CASQUETE DE PRADO: Regreso a la felicidad del silencio. 66. CHRISTOPHER GOWER: Hablar de sanación ante el sufrimiento. 67. KATTY GALLOWAY: Luchando por amar. La espiritualidad de las bienaventuranzas. 68. CARLOS RAFAEL CABARRÚS: La danza de los íntimos deseos. Siendo persona en plenitud. 69. FRANCISCO JAVIER SANCHO FERMÍN, O.C.D.: El cielo en la Tierra. Sor Isabel de la Trinidad. 70. THOMAS MERTON: Paz en tiempos de oscuridad. El testamento profético de Merton sobre la guerra y la paz. 71. XAVIER QUINZÁ LLEÓ, S.J.: Dios que se esconde. Para gustar el misterio de su presencia. 72. THOMAS KEATING: Mente abierta, corazón abierto. La dimensión contemplativa del Evangelio. 73. ANSELM GRÜN - RAMONA ROBBEN: Marcar límites, respetar los límites. Por el éxito de las relaciones. 74. TEÓFILO CABESTRERO: Pero la carne es débil. Antropología de las tentaciones de Jesús y de nuestras tentaciones. 75. ANSELM GRÜN - FIDELIS RUPPERT: Reza y trabaja. Una regla de vida cristiana. 76. MANUEL LÓPEZ CASQUETE DE PRADO: Las dos puertas. La reconciliación interior en la experiencia del silencio. 77. THOMAS MERTON: El signo de Jonás. Diarios (1946-1952). 78. PATRICIA McCARTHY: La palabra de Dios es la palabra de la paz. 79. THOMAS KEATING: El misterio de Cristo. La Liturgia como una experiencia espiritual. 80. JOSEPH RATZINGER -BENEDICTO XVI-: Ser cristiano. 81. WILLIGIS JÄGER: La vida no termina nunca. Sobre la irrupción en el ahora. 82. SANAE MASUDA: La espiritualidad de los cuentos populares japoneses. 83. EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO: Si perdonas, vivirás. Parábolas para una vida más sana. 84. ELIZABETH SMITH - JOSEPH CHALMERS: Un amor más profundo. Una introdución a la Oración Centrante. 85. CARLO M. MARTINI: Los ejercicios de San Ignacio a la luz del Evangelio de Mateo. 86. CARLOS R. CABARRÚS: Haciendo política desde el sin poder. Pistas para un compromiso colectivo, según el corazón de Dios. 87. ANTONIO FUENTES MENDIOLA: Vencer la impaciencia. Con ilusión y esperanza. 88. MARÍA VICTORIA TRIVIÑO, O.S.C.: La palabra en odres nuevos, presencia y latido. Una mirada hacia el Sínodo de la palabra. 89. ROBERT E. KENNEDY, S.J.: Los dones del Zen a la búsqueda cristiana. 90. WILLIGIS JÄGER: Sabiduría de Occidente y Oriente. Visiones de una espiritualidad integral. 91. DOROTHEE SÖLLE: Mística de la muerte. 92. THOMAS MERTON: La vida silenciosa. 93. EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO, O.C.D.: ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Y ¿por qué no?

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz, el 6 de mayo de 2009.

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