- A la guerra- Dijo- Con una naturalidad que no podía provenir -
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más que de la intención honesta de decir la verdad. ¿A la guerra?- No estaba enterado de ninguna guerra, de modo que mi desconcierto era comprensible, pero ella pareció indignarse por mi sorpresa. Sí muchacho, él se fue en la mañana. Suele llegar a la una, o poco antes - Dijo, moviendo la cabeza afirmativamente como si todo aquello fuera una verdad intangible. ¿Y a qué guerra fue su esposo?¿podría saber?- Si había salido en la mañana y esperaba a que llegara, supuse que la guerra no quedaba lejos y que en ella se manejaba un insólito sistema de horarios que le permitía volver a casa para almorzar o hacer algo más. Ahora no sabía a qué cosa le llamaba guerra la pobre anciana. No quise cuestionarle porque temía causarle alguna incomodidad. Además porque se me da bien entender las cosas como quizá los demás quieren hacerlo: Sin elegirnecesariamente las palabras indicadas. A la de siempre. Quizá ya lo mataron, pobre- Dijo, llevándose ambas manos al rostro, sin desesperarse. Es más, parecía empeñarse en mantener todos sus gestos en una delicada sincroníaque más que dolor expresaban perfección.
No pude sentir compasión ni pena por lo que acababa de escuchar, porque la creciente certeza de que no fuera verdad hacía que tomara este hecho como la representación teatral de algo que había nacido en esa pequeña, disparatada y canosa cabeza con la inocente intención de hacerme perder el tiempo. No pude decir nada y no me molestaba en absoluto. - ¿Y usted no va a ninguna guerra, muchacho?- Me preguntó con curiosidad. - Eh, bueno, no, no he ido a ninguna hasta el momentoContesté, confundido. Una parte de mí hubiera optado
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