Antonio Ubieto Arteta- Origenes Del Reino de Valencia

September 19, 2017 | Author: Ceferino García | Category: Late Middle Ages, Historiography, Philology, Catalonia, Languages
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Antonio UBIETO ARTETA: ORIGENES DEL REINO DE VALENCIA La Edad Media fue, en su momento, el nacimiento de la Civilización Occidental, al menos para nuestro ámbito europeo, pero hoy en día protagoniza con sorprendente fuer za los argumentos más habituales que sirven de base a las posturas nacionalistas. Que esta referencia se produjese ampliamente durante el siglo pasado, en pleno R omanticismo, y sobre todo en el romanticismo tardío de finales de siglo, es compre nsible: la descomposición del mapa de Europa con el retroceso del Imperio Otomano y la pérdida del concepto de ''reino'' como aglutinante de elementos heterogéneos pe rmitieron que algunos intelectuales volvieran al Medievo para extraer de ese tie mpo las bases que justificasen sus particularismos políticos. Estos intelectuales, por lo general, lejos de seguir criterios rigurosos como los de sus homólogos del siglo XVIII, se esfuerzan en dar legitimidad histórica a leyendas y mitos; sitúan e l origen de sus pueblos sobre fundamentos casi místicos, de fe, más que sobre realid ades comprobadas. No es de extrañar, pues muchos de ellos son hombres de iglesia, eruditos desligados de la trayectoria ilustrada. Por otro lado el siglo XIX es e l gran siglo de la filología, y debemos congratularnos de vivir ahora de la genial intuición que llevó a muchos lingüistas a establecer pautas válidas en la historia de l os idiomas; pero lo que fue un gran avance en ese espacio concreto se convirtió en algo menos positivo cuando los filólogos, solos en un campo de investigación inmens o, penetraron en el terreno de la historia general y se autoproclamaron sus máxima s autoridades; como ejemplo de lo peligroso de tal confusión podemos resanar el pa so de conceptos puramente lingüísticos como ''indoeuropeo'', ''semita'' o ''camita'' a conceptos antropológicos y étnicos, raíz de lo que hoy llamamos pureza étnica, y, a v eces, se denomina racismo. Que se admitan paralelismos evidentes entre lo lingüístic o y lo étnico no debe llevarnos a entender el fenómeno idiomático como el fundamento e xplicativo de la identidades históricas pasadas y, menos aún, a establecerlas en el presente. En lo que se refiere a la historia de España todo el mundo sabe que fue Ramón Menéndez Pidal, filólogo ante todo, el investigador que creó toda una interpretación de la Eda d Media, con destacada tendencia a poner en práctica una óptica nacionalista castell ana que no oscurece su enorme aportación, pues sin él el camino a recorrer hubiese s ido mucho más largo. Su impulso llevó a otros investigadores a participar en el reen cuentro con nuestro pasado medieval, ya desde perspectivas más amplias desde el pu nto de vista histórico, o, al menos, tomando referencias distintas pero de gran pe so, como es el caso de Hinojosa y, sobre todo, de Claudio Sánchez Albornoz. La fam osa polémica posterior entre éste y Américo Castro, seguidor de Menéndez Pidal, no es ot ra cosa que el choque entre las conclusiones de un historiador integral y un his toriador de la cultura proveniente del campo filológico, y es evidente que no hay combate serio entre quien observa el pasado como un todo interrrelacionado (espe cialmente con ''el pasado del pasado'') y quien corta, prescindiendo del continu o devenir de la historia humana, y aísla una época como espontánea generadora del futu ro. Mucho le costó, sin embargo, a Sánchez Albornoz mantener sus tesis, incluso entr e los historiadores, ante la brillantez y el oportunismo ideológico de su objetor, y aún hoy se prefiere una recreación de la Edad Media como encuentro fértil de cultur as, génesis de nuestra identidad actual, que por el contrario una etapa no más decis iva que otras anteriores o posteriores, y que, a mayor abundamiento, se canceló co n la desaparición física y cultural de dos de sus tres ingredientes (musulmanes y ju díos). Cualquier referencia presente a nuestras raíces islámico-hebreas es ridícula y sólo tiene justificación como propaganda de Estado. En Valencia el problema es mucho mayor. Ha habido filólogos de uno y otro signo qu e desde el siglo pasado han dado interpretaciones varias del origen de la lengua , o de las lenguas, y hasta del origen del reino y de la personalidad valenciana ; pero no ha habido ni un solo historiador que haya realizado la lenta labor de dar respuestas, documentos en mano, a las cuestiones planteadas. Por ello han si do los filólogos - muchos de ellos, además, aficionados - los que han invadido el ca mpo de Clío y se han autorizado a sí mismos a dictaminar sobre todos estos temas. La bibliografía, en este punto, reúne obras de Sanchis Guarner, Fuster y pocos más, del mismo modo que si a nivel peninsular se aceptara como máximos exponentes de la his toria medieval a Lapesa, Alarcos o Carreter. Una pura casualidad hizo que, a principios de los años sesenta llegara a Valencia

como catedrático de historia medieval el aragonés Antonio Ubieto. Este venía precedido de justa fama tanto por sus investigaciones, extraordinariamente críticas, acerca del pasado de Navarra y Aragón, como por su polémica con Menéndez Pidal sobre la auto ría y cronología del Poema de Mío Cid. Era, con Lacarra, el único medievalista conocido a nivel internacional. Y al llegar a Valencia se encuentra con que no hay nada sól ido de lo que partir para contribuir al conocimiento de la Edad Media valenciana . Sólo hay dos grupos de publicistas: uno que se apoya en historiadores locales de l siglo XVI y XVII (Beuter, Escolano, Viciana) bastante propensos a emular a Her odoto o a Tito Livio en lo menos laudable de éstos; y otro que sigue presupuestos político-filológicos, en la cresta de la ola por su homologación antifranquista. Una especie de ''santa indignación'' sacudió al tenaz aragonés, que se puso a bucear e n archivos y a formar un grupo de investigadores que pudieran acompañarle en la av entura. Así, fue publicando, en su propia y pobre editorial, los resultados de sus pesquisas, con honradez suficiente como para reconocer errores, fruto de la exc esiva rapidez que quiso darle a su trabajo. Quienes fueron sus alumnos pronto se contagiaron de sus técnicas de investigación, de su obsesión por la exactitud cronológi ca y la exégesis rigurosa de cualquier texto; su mismo lenguaje oral tenía la precis ión cortante de sus artículos; era, en definitiva, un gran ''desfacedor de entuertos '' históricos desde su enfática labor heurística. Por desgracia, la síntesis, la claridad de exposición, el lenguaje de la interpretac ión brillante le estaban vedados. Es muy probable que, de haber tenido las cualida des de un Reglá, cuya habilidad para las visiones de conjunto era pasmosa, su impa cto hubiera sido tremendo, pues es lo que le pide el profano al historiador y fi nalmente hubiera obtenido el reconocimiento general y su labor hubiera fructific ado, aunque tenía enfrente a un verdadero ejército dispuesto a luchar a muerte por d efender tesis contrarias. La obra de la que nos ocupamos ahora, ''Orígenes del reino de Valencia'', adolece por ello de tener una estructura fragmentada, pues se trata de la yuxtaposición de estudios parciales, y a veces es reiterativa, como consecuencia de replanteamie ntos obligados por los nuevos documentos encontrados. Para un lector medio no es , desde luego, recomendable, pero para un historiador es imprescindible, más que p or sus conclusiones por sus enfoques. Después de leerlo no se puede hablar ya en s erio de un nacimiento de la personalidad valenciana en el siglo XIII sin lazos c on períodos anteriores (como tampoco sucede en ninguna otra parte, salvo en los Es tados Unidos), ni se puede afirmar que hay una sustitución demográfica con preeminen cia catalana, ni se puede establecer el origen catalán o aragonés de los romances ha blados en Valencia. No hay mejor prueba de lo antedicho que la forma en que Ubieto y sus colaborador es abordan el análisis del llamado (aunque escrito en latín) ''Llibre del Repartimen t''. Frente a la tesis de Bofarull (publicista catalán de mediados del siglo XIX q ue editó por primera vez el libro), según la cual el registro notarial distingue a u na mayoría de inmigrantes catalanes que ocuparon los bienes ofrecidos por el rey y cuyos nombres permanecen sin ninguna marca, de una minoría de inmigrantes de otra s procedencias (especialmente aragoneses y navarros) con muchos de sus nombres t achados lo que evidenciaría que no llegaran a tomar posesión de sus tierras o casas en gran parte, Ubieto opina que, por el contrario, son los nombres tachados en a spa los que corresponden a quienes realmente se convirtieron en vecinos de Valen cia y recibieron los correspondientes títulos de propiedad después de la conquista y ocupación de la ciudad y territorios dependientes, mientras que el resto quedaría s in confirmar, y entre ellos muchos correspondían a personas registradas mucho ante s del asedio y que no tomaron parte en él. Además, Ubieto no se conforma con este ar gumento, sino que recurre a los libros de avecinamiento para comprobar, a cierta distancia temporal, que existe una estrecha relación entre los nombres tachados ( pero legibles) y los habitantes posteriores. Esa técnica de comprobación de fuentes, tan habitual hoy en el periodismo de investi gación, le lleva a Ubieto a procurar, siempre que le es posible, apoyar sus razone s en más de un documento, y aún así, a veces, duda de la contundencia de sus conclusio nes y las deja abiertas a posibles reinterpretaciones en función de nuevas fuentes más fiables. También aquí es un esforzado perseguidor de mitos. Demuestra lo absurdo de la leyend

a sobre la llegada de trescientas mujeres de Lérida, leyenda fabricada por los mis mos eruditos que acostumbraban a presentar etimologías pueriles de nombres de ciud ades (Leyda: ''Da ley''; Barbastro: ''astro con barba''...); niega el vacío demográf ico (sólo aludido por la Crónica de Jaime I, donde se supone un éxodo de 50.000 person as días antes de la toma de la ciudad, cifra a todas luces fabulosa y en discordan cia con la población real, inferior, y con los pactos suscritos antes con el rey m oro Zayyan); establece en un 5 % la aportación de inmigrantes (con los cuales y co n cuya evolución vegetativa no se explica la población de 1340, previa a la Peste Ne gra); considera como grupo inmigrante mayoritario a los navarros, luego a los ar agoneses y, por último, a los catalanes, dando mucha mayor importancia a la inmigr ación interna del reino, como también sucedió - y nadie lo pone en duda - tras la expu lsión de los moriscos en 1609. El desinterés catalán por la reconquista de Valencia se evidencia por los resultados de los llamamientos del rey para las sucesivas expediciones, pero tiene una jus tificación: los catalanes no podían ver a Valencia como una prolongación de su propio territorio porque hasta el siglo XIV las tierras al sur del Ebro (desde Gandesa a Amposta) formaron parte del reino de Aragón, no del condado de Barcelona ni de n ingún otro condado catalán. Por otro lado fueron los díscolos nobles aragoneses, tales como Pedro de Azagra o Blasco de Aragón, quienes con sus iniciativas personales c omenzaron a señorear parte del territorio valenciano y el rey, inquieto por esta t endencia particularista, asumiría el proyecto muy tardíamente. Si hay un argumento generalizado y aceptado sin discusión como lapidario para just ificar el dualismo lingüístico de Valencia es el que basa la distribución idiomática en función de la ''nacionalidad'' del conquistador: así, donde la reconquista la llevó a cabo un aragonés éste impondría la lengua y el derecho propios, y lo mismo sucedería en el caso de tratarse de un catalán. Pues bien, los datos aportados por los document os, y hasta la misma Crónica, tan manipulada un siglo después, dan un mapa que, supe rpuesto al que corresponde a la división lingüística posterior no coincide en absoluto , con casos tan espectaculares como Burriana y Morella, repobladas a fuero de Ar agón. Tampoco Ubieto asume un argumento contrario a las tesis catalanistas según el cual habría en Valencia una fuerte minoría mozárabe que ya habría diversificado sus variante s romances y que, al permanecer tras la conquista, sería la verdadera causante del mapa lingüístico. El análisis de las fuentes le lleva a afirmar que la minoría había prácti camente desaparecido tras la presencia almorávide y aunque existían lugares de culto cristiano (como la iglesia de San Vicente), no tenían sino un valor a lo sumo tes timonial. Pero como Ubieto niega la procedencia foránea de los romances valencianos, sólo qued a una posibilidad que justifique la persistencia de éstos: que fuesen creados y ha blados por la misma población musulmana. Este razonamiento deshace otro tópico muy a rraigado, la correspondencia que se suele establecer entre raza, lengua y religión ; según esto, la llegada de los musulmanes a Valencia en el siglo VIII significaría también una sustitución étnica y lingüística con gentes de procedencia asiática o africana, como si la conversión cristiana en el siglo III hubiera traído consigo un predominio aplastante de judíos o la desaparición de los habitantes anteriores. Está claro para el autor que hay continuidad étnica en Valencia desde la Prehistoria hasta ahora, que hay la apropiación de una lengua importada cuando por razones de prestigio o d e uso parece más útil, y que el casi total trasvase religioso a partir del siglo VII I (de cristianos a muladíes) se debe a razones económicas, y, sobre todo, tributaria s. Durante la época musulmana habría un plurilingüismo donde coexistirían el árabe oficial (como en la España cristiana el latín cancilleresco y de la minoría culta), el berebe r de los moros y las lenguas romances, que serían incluso las únicas conocidas por g ran parte de la población muladí (como se ve en el caso del Libro de los Jueces de Cór doba). Ni los nombres propios ni los topónimos arabizados pueden invalidar esta re alidad y con más motivo cuando existen múltiples ejemplos de pervivencia de topónimos premusulmanes (Valencia, Torrente, Morella, Poliñá...) o de nombres propios solo ara bizados aparentemente (Lope ben Mardanix: Lope Martínez, el famoso rey Lobo de Val encia y Murcia). Por desgracia, la salida precipitada de Ubieto de Valencia por motivos execrable s (se propiciaba su asesinato en pintadas) y su muerte en plena madurez creativa

ha roto la continuidad en la labor por él emprendida. Sus discípulos han tenido que buscar otros lugares para proseguir su magisterio o se han visto marginados, ri diculizados y señalados como réprobos no tanto por los historiadores como por los id eólogos, hoy convertidos en pontífices del pasado. Pocas veces las funciones del his toriador se han visto usurpadas de un modo más innoble y absurdo, y parece que el futuro no se presenta con mejor aspecto. Alguien dijo que la historia hay que re escribirla constantemente, pues tiene que responder a las preguntas que cada gen eración le hace al pasado. En este caso, a pesar de los esfuerzos de Ubieto, la hi storia se inventa, y para que conste que no hay el menor intento de justificar t al impostura, se sigue considerando la investigación puramente histórica como superf lua y peligrosa y se reviste con la autoridad de un Aristarco a ''dilettantes'' venidos de los prestigiosos campos del cine, la poesía o el periodismo.

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