Antonio Caponnetto- La iglesia traicionada.docx

March 16, 2017 | Author: queteimporta321 | Category: N/A
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LA IGLESIA TRAICIONADA-EL SACERDOCIO DE JUDAS-CAPITULO PRIMEROContiene este libro, por un lado, un retrato duro pero veraz, del Cardenal Jorge Mario Bergoglio. El autor no vacila en calificarlo como un pastor infiel a la Iglesia Católica. Mas llega a tan categórica conclusión con argumentos fundados y solventes, tomados en su totalidad del mismo itinerario del obispo, de su actuación pública llena de gravísimas heterodoxias, de sus declaraciones y conductas nutridas de errores y duplicidades, y de funestas contemporizaciones con los enemigos de la Fe Verdadera. Son muchos los motivos -y se verán en estas páginas- por los cuales el Cardenal Bergoglio puede y debe ser acusado de constituirse en un antitestimonio activo de la Realeza de Jesucristo. Pero la obra no se reduce a la descripción de éste u otros personajes análogos. Va más allá, y a partir de lo que tales sujetos representan o encaman, emprende un análisis de la actual situación de la Iglesia, sobre cuya crisis han dicho palabras terminantes y severas voces tan autorizadas como las de los últimos Pontífices. El Cardenal Ratzinger, por ejemplo, en el Via Crucis de 2005, poco antes de ser ungido como Benedicto XVI, sostuvo que la Barca «hace aguas por todas partes». Bueno sería entonces que todo el ímpetu se volcara a su rescate. El diagnóstico aquí emprendido de esta penosa enfermedad eclesial, está hecho con sobradas pruebas y nutridas informaciones. Pero sobre todo, está hecho con el dolor un bautizado fiel, y la esperanza de quien cree firmemente que, por el honor de la Verdad, merece librarse el mejor de los combates. =============================================== =========================

"Os he escrito por carta, que no os juntéis con los for¬nicarios de este mundo, o con los avaros, o con los la¬drones, o con los idólatras [...] Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fue¬ra? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Por¬que a los que están fuera, Dios juzgará. ¡Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros!" San Pablo, I Corintios 5, 9-13

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LA IGLESIA TRAICIONADA EL SACERDOCIO DE JUDAS

Capítulo Primero

DE LA IGLESIA CLANDESTINA A LA IGLESIA INFIEL

TRAS LAS HUELLAS DE LOS TESTIGOS:

Cuando en 1970 Carlos Alberto Sacheri publicaba La Iglesia Clandestina, casi al inicio de ese memorable escrito asentaba con palabras del Crisóstomo una sentencia que acertadamente juzgó "unánime entre los Santos Padres". La tal sentencia nos recuerda: "Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en herejía". De allí en más -y quien haya leído atentamente esta obra ya clásica podrá corroborarlo- las páginas valientes y luminosas de Sacheri, se prodigan en fundadas denuncias, en examinadas acusaciones y en legítimas protestas contra quienes ajenos a la ortodoxia católica, se dedican a asediar a la Iglesia desde adentro, corroyendo sus cimientos bajo las apariencias de ser sus servidores o puntales. No detuvo su necesaria y doliente vivisección si de prominentes y extraviados prelados se trataba. Mucho menos ante los clérigos revolucionarios, objeto de los favores de ese mundo por el que Cristo no oró (Jn. 18, 36).

Y si no tuvo respetos humanos ni carnales prudencias -sabiendo los riesgos que de tal conducta podrían seguirse y se siguieron- fue, porque amén de la gracia que lo asistía, consideraba con exacta visión sobrenatural, que la acción emprendida por estos personeros de la clandestinidad eclesiástica, era literalmente demoníaca. Lo dejó dicho

con una sentencia de San Cipriano, tomada de su De Catholicae Eclesiasté Unitate: "Más peligroso y alarmante es el enemigo que, bajo las apariencias de una falsa paz, repta con ocultos designios, y por tal proceder ha merecido el nombre de Serpiente". Nada de amarillismo periodístico contiene su formidable apostrofe. Nada de superficiales diagnósticos o de fenomenológicas perspectivas. Mucho menos ese cobarde y pedante anonimato tras el que se esconden hoy ciertos adalides informáticos de las recriminaciones a la crisis eclesial. Dio la cara, la voz y el nombre para atestiguar que la Verdad es una sola y que, ocupen los cargos que ocuparen, quienes la niegan, tergiversan u ofenden, merecen el único e inamovible mote de herejes. Desde este pórtico a su propio libro hasta su martirio, Carlos Alberto Sacheri siguió declarando que la finalidad de sus denuncias no era otra que la de prestar un servicio a esa venerable Verdad, procurando acabar con la horrenda confusión que escandaliza a tantos fieles, y "reafirmar la unidad de Fe y de Caridad en la Iglesia argentina". Como todo lo que hizo en su vida, este testigo privilegiado de la Cruz, lo hizo pensando también en su patria terrena. Tras las huellas de tan noble paradigma, que ratificó con su sangre cuanto proclamaba desde los tejados, siempre nos será legítimo y recomendable a los católicos argentinos, tratar de obrar del modo como él obró, salvando -lo sabemos- las insalvables distancias. Siempre será legítimo, reiteramos, señalar por amor a Jesucristo, a los responsables del insidioso asedio, a los nuevos verdugos de Su pasión, a los salteadores reptantes de la Barca, a los arteros agresores de la Esposa, tanto más peligrosos si han alcanzado la condición de Pastores. O como en el caso que nos ocupa, si se trata del Cardenal Primado de la Iglesia en la Argentina, Jorge Mario Bergoglio. En España, hacia el año 1998, bajo el sello editorial de Fuerza Nueva, lo tuvo que hacer otro caballero sin miedo y sin tacha, dedicando un libro entero a responder cada una de las barrabasadas del Cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Hablamos, claro está, de Don Blas Pinar y de su "Réplica al Cardenal Tarancón". También él principia su libro con una aclaración imprescindible: "Es extremadamente doloroso ocuparse de lo que [ha dicho y hecho] alguien al que, por razón de su ministerio, conviene la alta calificación de "maestro". Pero cuando el maestro, no obstante su dignidad y si responsabilidad como docente, ha sembrado el confusionismo

ideológico y el relativismo moral [...] no queda otro recurso que tomar la pluma y dejar constancia de la Verdad". Sabedor de los efectos que su reacción habría de provocar, mas incentivado por sobrenaturales motivos, declaró para su consuelo y el nuestro, que emprendería la denuncia teniendo como divisa lo que enseñara San Gregorio Magno en sus Homilías sobre los Evangelios: "Es una ganancia sufrir desprecios por amor a la Verdad". Sin mengua de los innúmeros y calificados testigos de la tradición nos ofrece en tan delicada materias estos modelos contemporáneos de católica y legítima reacción a la herejía y a los heresiarcas, queremos encolumnarnos. Porque próximos a nosotros, nos dan la prueba de que la lucidez y el coraje, aún hoy son posibles. Pero a pesar de la diafanidad del propósito, un par de clarificaciones se imponen.

LA OBLIGACIÓN DE HABLAR:

La primera es que los males que estamos desenmascarando -el de los pastores devenidos en lobos, el de los religiosos convertidos en mercenarios, el de la abominación de la desolación, y el de la Casa de Dios demudada en madriguera- están previstos y enunciados explícitamente en las Sagradas Escrituras, y advertidos de modo específico por Jesucristo. Asombrarse es desconocer la trama de la Revelación. Cerrar los ojos es ocultar el sentido parusíaco de los tiempos. Callar es flojedad de ánimo y fuga del compromiso militante. Pero acusar de desubicado o de soberbio al simple fiel que se atreve a llamar a los inicuos por sus nombres y sus fechorías es, redondamente, un acto de pura ruindad. Ese fiel no está haciendo otra cosa más que cumplir con su deber, exponiéndose para ello a padecer de los estultos, de los ciegos y de los pusilánimes, ese desprecio al que aludíamos antes con el apotegma de San Gregorio. Hemos aprendido con el Cardenal Newman que, a los simples fieles, precisamente en razón de su nombre -que de fidelitas proviene- les corresponde una ineludible obligación, y tanto más en tiempos de desventuras: "si saben de qué hablan, que hablen". El mutismo -cuando la conculcación de la Verdad está en juego- es complicidad con el pecado, si no pecado mismo de omisión.

El gran converso inglés, aludiendo expresamente y a modo de ejemplo, al papel desempeñado por los laicos en la batalla contra el arrianismo, mientras la Jerarquía claudicaba, no trepidó en llamar heroica a esa conducta laical aguerrida y lúcida. Porque si hay un lamento constante que recorre la Biblia es el comportamiento del Pastor desleal y felón. Y si hay un encomio que igualmente la traspasa, es para el varón justo que puede blasonar sin destemplanza: "Mi boca dice la Verdad, pues aborrezco los labios impíos" (Prov. 8, 7). Le debemos a Don Marcelino Menéndez y Pelayo un vivido relato histórico que ayudará a comprender más concretamente estos conceptos, acaso algo distantes para algunos. Lo narra en el volumen V, capítulo IX del libro IV de su inimitable Historia de los heterodoxos españoles. Sucedió en pleno siglo XVI, cuando el canónigo Constantino Ponce de la Fuente, entonces designado Predicador de Carlos V, incurrió públicamente en enseñanzas contrarias a la Fe y en no pocas inconductas. "Constantino era de sangre judaica" -aclara Don Marcelino- "y esquivaba, además, el examen público, temeroso de que se descubriese su herejía". Todo un personaje encumbrado, el hombre. él parecían sonreír las lisonjas temporales y las adulaciones del común. "Pero aconteció un día que al salir de un sermón de Constantino el magnífico caballero Pedro Megía, veinticuatro de Sevilla [...] católico rancio y a macha martillo, dijo en alta voz, y de suerte que todos le oyeren: '¡Vive Dios, que no es esta doctrina buena, ni es esto lo que nos enseñaron nuestros padres!'. Causó gran extrañeza esta frase, e hizo reparar a muchos, por ser de persona tan respetada en Sevilla. Y como por el mismo tiempo hubiera venido a Sevilla San Francisco de Borja, y repetido al oír otro sermón de Constantino, aquel verso de Virgilio: 'Aut aliquis latet error: equo ne credite, Teucrí', perdieron algunos el miedo y arrojáronse a decir en público que Constantino era hereje". Por si hiciera falta glosar texto tan transparente y edificante, digamos que el ejemplo de Don Pedro Megía es el que debe guiarnos en todo momento y lugar. " Gesto de un laico vigoroso, con su Catecismo bien sabido; pero con el agregado fundamental de que un santo ratificó su pública denuncia. Porque ese es otro de los rodeos que suelen utilizar los impugnadores de quienes nos hemos impuesto la carga de incriminar a la jerarquía traidora: aceptar que en pasados tiempos así lo hicieron los santos, y que no caben reproches para ellos; pero que al no ser santos al

presente carecemos de autoridad para hablar. ¡Cómo si quienes hablaron en su momento -demandando, inculpando e imprecando- lo hubieran hecho en tanto estatuas beatas colocadas sobre un ara, con fecha en el Santoral para su veneración pública! ¡Cómo si Catalina o Atanasio, o Sofronio o Norberto hubieran salido a pelear contra las autoridades eclesiásticas desviadas, no desde sus respectivas vidas cotidianas, sino escapados de la hagiografía de algún devocionario sulpiciano! ¡Cómo si el camino de santidad que ellos recorrieron, no hubiera estado empedrado por la fortaleza con que tuvieron que lidiar contra los pérfidos! Y cómo si, en el peor de los casos, nuestra inexistente santidad demostrara, cual silogismo inexorable que, entonces, lo que decimos es mendaz. San Pablo se consideraba un aborto, pero estando en juego la integridad de la Fe, dice de la máxima jerarquía con la que tuvo que lidiar: "Le resistí cara a cara, porque merecía represión" (Gal.2,11). Ventas, a cuoqumque dicitur, a Deo est. ¿Tanto cuesta recordarlo? Digamos, al fin, para coronar esta primera aclaración, que fue el mismo Mons. Bergoglio, en carta particular que nos remitiera el 14 de octubre de 1992, el que nos proporcionó un sólido argumento para animarnos a esta reacción contra los pastores embusteros. Expresa la misiva en su más saliente fragmento: "San Cesáreo de Arles decía que los fieles tienen que ser -para con el obispo- lo que el ternero a la vaca: así como el ternero le hociquea la ubre para que descienda la leche, así los fieles deben golpear, hociquear, al obispo para que les dé la leche de la divina sabiduría. Tenía razón el santo obispo. Y a mi humilde entender, la mejor ayuda que un obispo puede tener de sus fieles es que no lo dejen tranquilo". San Cesáreo, magnífico monje del siglo V, llegó a ser Obispo de su ciudad, sin olvidar ni abandonar sus elevadas reglas monásticas. Y cuando le tocó defender su ciudad natal, asediada por los francos, no le tembló el pulso para desbaratar las maniobras arteras de de los judíos, dispuestos a cooperar con el poderoso invasor. Sirvió, pues, a Dios y a la Patria. Está clarísimo entonces -y búsquese el ejemplo que mayor convengaque la obligación de hablar a tiempo y a destiempo es obrar virtuoso. Porque la obediencia está al servicio de la Fe, y nadie puede acatar sin protestas a una autoridad eclesiástica cuya defección de la ortodoxia se ha vuelto evidente e injuriante. El Padre Castellani, con el inefable gracejo que lo distinguía, lo explicó en dos trazos con su anécdota sobre el Padre Cobos, inserta en su libro San Agustín y Nosotros. Érase una vez "un predicador gallego

que hizo un panegírico de San Agustín en la Catedral de Santiago, en una misa solemne; y le fue muy mal. Porque explicaba las virtudes de San Agustín, su castidad, su pobreza, su valentía, su sabiduría, su espíritu de trabajo; y después de cada párrafo se volvía hacia el trono donde estaba encapotado y con su gran mitra y báculo el Obispo, y decía: «¡Aquéllos sí que eran Obispos, Excelentísimo Señor, aquéllos sí que eran Obispos». Lo hicieron bajar; pero en España todavía hoy, para referirse a una indirecta que es demasiado directa se la llama «una indirecta del Padre Cobos»". No tenemos miedo a que nos hagan bajar. No tememos tampoco la vacua acusación de rebeldía. Pero sí nos atemoriza perder el cielo por la flojera de no pronunciar el ineludible "sí, sí; no, no".

LA RESPONSABILIDAD DEL PAPA:

Una segunda aclaración queda pendiente, y hemos de hacerla. Ocurre que así como están los que critican a los testigos cuando se atreven a desmistificar a los falsarios, están también los maximalistas, los que piden siempre dar un paso más extremo, acusando concretamente al Papa de estos malos operarios; sea de prohijarlos, de no castigarlos a tiempo, o de no apartarlos del cuidado de la grey. Según algunos de ellos, mientras no se declare que la Sede está vacante, o que el Concilio Vaticano II en bloque debe ser arrojado al fuego, toda protesta nuestra es incoherente e incompleta. No creemos contarnos entre los defensores de la llamada "Iglesia Conciliar", de cuyos graves perjuicios y funestísimos corolarios hemos podido dar razones abundantes en nuestro módico ejercicio de la docencia durante las últimas tres décadas. Por si no hubiera otro ejemplo que citar, la lectura atenta de los cuatro volúmenes del Padre Bernardo Monsegú, titulados "El Posconcilio", editados en Madrid a partir del año 1975, por la Editorial Roca Viva, nos han servido de fundado antídoto para carecer de cualquier optimismo sobre los pregonados frutos del Vaticano II. No; decididamente, no nos parecen frutos benéficos, ni salvíficos ni regeneradores. Tampoco nos alinearíamos entre los apologistas sin matices de los textos del Concilio, pues bien nos consta que en algunos de ellos, como Nostra Aetate o Dignitatis humanae, están presentes -de mínima- la riesgosa anfibología, y de máxima, la confusión doctrinal

lisa y llana. Ni la luz invicta de Nicea, ni la univocidad indestructible del Syllábus, ni el éxtasis de Efeso, ni la reciedumbre de Trento, informaron las páginas pastorales de los documentos del Vaticano II. Pero no podría decirse que, necesariamente, todo mal obispo es un fruto del Concilio Vaticano II; hasta debería sostenerse con ecuanimidad que si se leen atentamente las páginas del capitulo III de la Lumen Gentium sobre la Constitución Jerárquica de la Iglesia, no es aquí donde podrán justificar sus tropelías los mercenarios. Antes bien las encontrarán reprobadas en la línea de la tradición de- la Iglesia. Porque algún día habrá que decir también todo lo que el Concilio Vaticano II refrendó de la Iglesia de Siempre, y fue dejado de lado insensata y aviesamente, con culpas graves para quienes así lo permitieron. Tampoco creemos contarnos entre aquellos que San Francisco de Sales llamara "los cortesanos del Papa", o simplemente ridículos papólatras. Cuando creímos necesario hacer oír nuestra filial perplejidad y doliente estupor, ante enseñanzas o actitudes de los últimos pontífices, lo hicimos. El Señor sabe con qué dolor)(con qué responsabilidad y con qué respeto. Pero lo hicimos. La silla petrina, lo sabemos, no está libre de culpas. Mientras escribimos estas líneas, por ejemplo, ha visto la luz en España, bajo el sello editorial Ojeda, un libro colectivo titulado "El obispo Williamson y el otro negacionismo". Contiene dos capítulos de nuestra autoría en los que objetamos la explícita y nefasta judaización a la que se ha llegado en Roma, refrendada y alentada lamentablemente por el mismo Santo Padre actualmente reinante. Y hemos sentido pesadumbre cuando en el n° 52 de la revista Diálogo, del año 2010, el Padre Muñoz Iturrieta, del Instituto del Verbo Encarnado, reseñando sin acuidad suficiente una obra de Rubén Calderón Bouchet, llamó a Juan Pablo II "el Papa más grande que ha tenido la Iglesia después de San Pedro". Esto es desproporcionada papolatría, cortesanismo pontificio y temeridad de juicio. Con nada de esto nos sentimos identificados. Como bien dice Federico Mihura Seeber en el capítulo V de su De Prophetia, -publicado por Gladius en 2010- si para algo sirve el dogma de la infalibilidad pontificia, es para saber, precisamente, cuándo y cómo debemos obedecer al Papa; y no para concluir en que deben ser idolatrados todos sus dichos. Mas cabe aquí la misma reflexión que en el acápite anterior. Si se lee la Exhortación Apostólica Pastores gregis, de Juan Pablo II, fechada el 16 de octubre de 2003, o la Induite Dominum lesum Christum, de 1982, o la Instrucción Donum Veritatis, de la Sagrada Congregación

para la Doctrina de la Fe, de 1990, no se puede decir, sin pecar gravemente contra la justicia, que el modelo de obispo que el Santo Padre propiciara guarda alguna relación con el Cardenal Bergoglio. Por el contrario, en esos bellos textos pontificios, todos cuantos como Bergoglio actúan -¡y son tantos!-encuentran su repudio y su expresa desaprobación. Del mismo modo, hemos leído con profundo gozo, el libro de Benedicto XVI, Los Padres de la Iglesia, que contiene las catequesis de los días miércoles del 2008, pronunciadas en Roma por el Vicario de Cristo. Los arquetipos de pastores que aquí propone el Papa, los paradigmas de jerarquías eclesiales, los dechados de obispos, son hombres singulares y magníficos, antagonistas de esta clerecía inaudita que hoy padecemos y denunciamos con fuerza. San Cirilo de Alejandría, San Hilario de Poitiers, San Cromacio de Aquileya, San Paulino de Ñola, están en las antípodas de los innúmeros bergoglios que hoy pueblan nuestras diócesis. ¡Qué nuevo y confortador regalo nos vuelve a hacer la Patrología, a través de Benedicto XVI y sus oportunas exégesis de aquellos inigualables Padres! Tiene lógica, lo admitimos, quejarse de la debilidad de gobierno de uno o más pontificados por no segregar a los lobos y hasta por nominal los en sus respectivos cargos. Tiene lógica, por cierto elevar quejas y reproches filiales hacia el Papa, por no obrar en consecuencia con la recta doctrina propiciada, castigando a los desertores con enérgicas medidas. Y también logicidad posee, quien aplique al caso que nos ocupa la proverbial consigna de Ovidio: Video rneliora proboque, deteriora sequor. El Papa ve el bien que debe encarnar un obispo, ¿por qué lo tolera, mantiene, encumbra o guarda impune su cargo si ese obispo se manifiesta como conjunción de males y de yerros? La lenidad nunca es atributo que beneficie a la Autoridad. Mucho menos a la autoridad del Papa. Pero a la hora de evaluar la responsabilidad de Roma en el mantenimiento de estos clérigos descarnados, no debe omitirse que, por encima de las supuestas o reales fragilidades de quien los unge, está la traición de los ungidos, que tampoco guarda necesaria correspondencia con la responsabilidad del Santo Padre. Al mismo Paulo VI le escuchamos decir, el 28 de enero de 1976, que existía "la traición del clero" y que "los traidores se sentaban a su mesa". Es el eterno drama del que nos habla la Primera Carta de San Juan (2,18-19): "Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente

no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente que no todos los que están dentro de nosotros son de los nuestros". Esos "ellos" aludidos, son llamados "anticristos" en el mismo texto. Acaso convenga aplicar aquí los versos de Sor Juana para descifrar el entuerto: "¿Y quién es más de culpar, aunque cualquiera mal haga?". La solución, al menos en teoría, parece sencilla. El Santo Padre no debería ni nombrar ni conservar en sus cargos episcopales a reconocidos malaventurados. Debería castigarlos con todo el peso de su báculo y segregarlos de la grey. Pero los perjuros no deberían cargar sobre los hombros ya bastante llagados del Pontífice, el peso de su abisal infidelidad. Si la balanza ha de tener dos platillos, que los tenga. Si ambos fallan, que se procure la enmienda cuanto antes, con energía y caridad. Pero nadie nos convencerá de que para desenmascarar a los pastores canallas, necesaria, forzosa e ineluctablemente tenemos que echar las culpas al Papa. Porque Cristo no tuvo la culpa de la artera apostasía de Judas. Y el mismo Cristo lo incorporó primero a la decena fundante del Cenáculo, llamándolo "uno de vosotros" (Mt 26,21; Me 14,18). Que cada quien cargue sus propias culpas, y más le lluevan a quienes tienen potestad para el remedio pero aplican la enfermedad como regla. Es difícil que puedan establecer estas diferencias y estos matices ciertas almas toscas, para las cuales, como decimos, todo se reduce y se explica estableciendo que a partir de Pío XII, la calamidad irredimible se apoderó de la Iglesia. Y que, por ende, todo se resolvería con un simple giro cronológico y lineal. El Beato Francisco Pallau -una vida carmelitana y española al servicio de las virtudes cristianas en su obra Mis relaciones con la Iglesia, no vacila en descubrir las infidelidades y miserias de la Esposa, que fueron muchas -¡y en pleno siglo XIX!-, pero tampoco vacila en decirle místicamente a la Amada: "dispon de mi vida, de mi salud, de mi reposo, y de cuanto soy y tengo". Lo que queremos decir, ya sin rodeos, es que nunca le será legitimo a un católico criticar a su Madre y a su Padre, si no lo hace movido por amor extremo sino por pugilatos rencorosos. Dios nos permita de lo primero y nos libre de lo segundo.

BERGOGLIO: PRIMADO DE PÉRGAMO, CARDENAL DE LAODICEA:

Aclaraciones sostenidas, hemos de decir del mismo modo que si escribimos este pronunciamiento es porque a pesar de los apocados y de los maximalistas con sus respectivos aguijones, está tambien la enorme cantidad de amigos -sacerdotes y laicos que nos alientan a proclamar la verdad completa, a proseguir vengando agravios y desfaciendo entuerlos, por decirlo al modo quijotesco. No estamos solos en este mester de clerecía, si así pudiera llamárselo; pero bien quisiéramos que muchos de los tantos que empujan silentemente, se decidieran alguna vez a levantar el tono, a crispar el puño y mostrar la cara, amén de solidarizarse en la privacidad del diálogo fraterno. Al fin de cuentas, es de Jesucristo el consejo aquél: "cobrad animo y levantad la cabeza" (Le. 21, 25). Pero brota precisamente de ese intercambio amical de ánimos y bríos, la pregunta acerca del por qué ocuparse tanto en estas páginas de Monseñor Bergoglio, cuando en rigor él no es más que uno en su especie, y una repetición casi clonada de otros tantos de análoga o peor y triste laya. El planteo ha de servir para una nueva aclaración. En la Argentina de las últimas décadas -dejemos ahora, por un momento, la crisis de la Iglesia Universal y los análisis de larguísima data- no han abundado los obispos sobresalientes. Tendríamos un haz de nombres memorables para encomiar, pero no han sido la regla. Al día de hoy -ya acotando el diagnóstico- los pastores de la patria parecen cortados todos por la misma tijera. Está de más decir que lo antedicho contiene una generalización abusiva, a fuerza de didáctica; y está de más decir que existen entre aquellos diferencias de talantes y talentos que sería injustificado omitir. Pero la malsana uniformización de los obispos existe, los identifica, los engloba, los embardurna, y ella toma las formas trágicas de varios y despreciables denominadores comunes. Enunciemos algunos sin ánimo de exhaustividad. Todos son políticamente correctos, concibiendo a la política en términos modernos y revolucionarios. El programa de la Contrarrevolución ha periclitado en sus enseñanzas. Declarar la perversión ingénita del sistema democrático, no existe siquiera como conjetura en el pensamiento único que los domina. Reclamar la Reyecía Social de Jesucristo, les resulta una ofensa a su concepción pluralista de las modernas sociedades.

Todos practican o aceptan con absoluta naturalidad el sincretismo plurireligioso, convencidos de que el Catolicismo es una opción más en paridad de ofertas para conformar al creyente. El axioma de que la Verdad tiene todos los derechos y el error ninguno tiene, ha desaparecido en el horizonte de sus magisterios. Todos tienen un temor servil a los poderes mundanos, y la contemporización o alianza con ellos es moneda corriente, querida y buscada. Los grandes y endemoniados enemigos de la Cristiandad, el Judaismo y la Masonería, resultan ahora cordiales compañeros de rutas, cuyas recíprocas y frecuentes visitas a los respectivos templos son exhibidas como la máxima prueba de madurez religiosa. El combate contra la Sinagoga de Satanás no ocupa papel alguno en sus idearios. La herejía judeo-cristiana es un hecho dramáticamente consumado. Todos son medrosos ante la aborrecible tiranía liberal-marxista que hunde a la nación. Consideran legítimas a las autoridades gubernativas en vigencia, y si alguna objeción circunstancial les deslizan, se insiste en dejar a salvo la permanencia de las instituciones democráticas. El deber de movilizarse contra un poder despótico que todo lo subvierte -considerando incluso la posibilidad de que tal movilización pueda y deba tomar las formas heroicas de las grandes contiendas, como la guerra cristera- no tiene la menor cabida en sus predicaciones. Mencionárselo tan sólo, puede hacerlos sobresaltar de pánico. Todos han adquirido una cosmovisión inmanentista y horizontalista que, además de reconciliarlos con el mundo y su Príncipe, les facilita el irenismo que desean practicar para no ser tildados de arcaicos discriminadores. El esfuerzo misionero por sacar al judío de su deicidio, al ateo de su condena, al protestante de su herejía, al agnóstico de su confusión, a los evangelistas de su estupidez y a los cultores de falsísimos credos de sus miserias, no tiene carta de ciudadanía en el país plural en que han decidido cómodamente vivir. No hay hipótesis de conflictos con los adversarios seculares de la Verdad. Hay solidaridad, diálogo, consenso, inclusión y fluidas cuanto amables relaciones. No hay sapiencialiedad substancial en sus homilías o documentos públicos; ni un lenguaje inequívoco y varonil, ni excomuniones a los malvados contumaces, ni perspectivas genuinamente sobrenaturales que pudieran lanzar gozosamente a los fieles al arrojo del buen combate. La guerra semántica los ha derrotado. Son exponentes del bustrofedismo, como ya lo explicamos alguna vez tomando prestado

un valioso término de Romano Amerio en su Iota Unum. Zigzaguean, ondulan, oscilan, van en busca casi desenfrenada de la elipsis, de la ambigüedad y del circunloquio. Huyen de las palabras irrevocables, que se sostienen con el cuerpo y con la sangre. Definir y condenar son verbos que ya no se conjugan. Excepto, claro, cuando tienen que referirse a nosotros, los perros. Todos son de cultura teológica escasa, de insuficiente anclaje en la Filosofía Perenne, de formación manualística ajena a los grandes textos nutricios del viejo tronco de la Tradición; y de un prosaísmo verbal o escrito que ha renunciado a contemplar y a acercarse a Dios bajo el nombre de Belleza Suprema. En la liturgia populachera con guturalidades y ondulaciones, se sienten a sus anchas. Prefieren administrar el Orden Sagrado en estadios deportivos sudorosos antes que en las grandes basílicas amanecidas de cirios. Entre la juventud adocenada, masificada y sin recta doctrina, encuentran sus interlocutores válidos. El pulchrum no suele habitar en el género homilético que habitualmente practican. Todos son, al fin, huérfanos ignorantes y miedosos de la necesaria visión parusíaca de los tiempos. No hay Anticristo, ni Segunda Venida, ni necesidad de penitencia y de conversión, ni batalla postrimera entre la Mujer y el Dragón. Los males de la sociedad -algunos nunca vistos antes, de tan prostituyentes y demoledores- se explican sociológicamente, y la sensata convicción de que Dios castiga, y al que hay que cesar de ultrajar para detener su santa ira, sería tomada por una amenaza inadmisible a los derechos del hombre. Si Cristo no vuelve, no necesitamos a los veraces profetas de las calamidades postrimeras y de la verdadera esperanza que Su Regreso justiciero contiene. Nos basta con un Cristo tierno y dulzón, cuyo látigo lanzado en ardiente volea contra los malditos mercaderes, ha sido trocado por el signo de la paz intraterrena y naturalista. Pues bien; estos y tantos otros comunes denominadores de la apostasía, homogeneizan hoy al grueso de nuestros pastores. ¿Por qué, entonces, Bergoglio, decíamos antes? Por nada personal, quede en claro de una vez. Por ninguna cuestión privada pendiente, disipemos ya esta inverosímil versión. Ni siquiera por el valor simbólico del que goza hoy su figura en amplios sectores del catolicismo mistongo e indocto. Simplemente por el motivo que todos conocen, y es su condición de Cardenal Primado de la Argentina y Arzobispo de Buenos Aires, que es la capital de la Nación.

Bergoglio está hoy en el lugar de la cabeza, del eje, de la conducción, del norte impuesto a la Barca en estas ásperas y desangeladas orillas argentas; y está incluso en esa nómina potencial de papabiles que gustan elaborar los que no creen en el Espíritu Santo. En carácter de tal, sin embargo, no trepida en incurrir en todos y en cada uno de esos nefastos denominadores comunes que hemos señalado. Sin excluir escandalosos y provocativos gestos, como el connubio con rabinos favorabes a la sodomía, el homenaje a uno de los capellanes de Montoneros, Padre Mujica; la pleitesía a una mutual sionista de explícito y agresivo itinerario anticristiano y antiargentino, o la entrega del premio Juntos Educar, el 8 de septiembre de 2006, a un personero del mundialismo masónico, como Bernardo Klisberg, a un dirigente socialista como Norberto La Porta, o a un ideólogo vinculado al Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) -esto es, a la principal usina local de la cultura de la muerte- como Carlos Eróles, acompañado para tal ocasión de un convicto y confeso judeo-marxista como Daniel Filmus, entonces Ministro de Educación. Sin olvidarnos, antes bien subrayándolo, de aquella patochada tragicómica de hacerse bendecir e imponer las manos públicamente por una comparsa de evangélicos, carismáticos y pentecostalistas, como sucedió en junio del año 2006, en el Luna Park, a la vista de todos. Que un descendiente de los Apóstoles en quien se supone mora la plenitud del Espíritu Santificante y el poder de comunicarlo; que un Príncipe de la Iglesia cuya gracia de estado no necesita complementos exotéricos y espurios, se rebaje impíamente a aceptar esta ceremonia como si a su estado sacramental faltara algo, no comete sólo una parodia plurireligiosa sino un claro y condenable sacrilegio. De allí la pregunta y la respuesta consiguiente contenida en este acápite. ¿De qué Iglesia es Arzobispo y Primado Jorge Mario Bergoglio? De la Iglesia de Pérgamo, de la que dice el Apocalipsis que "ha abrazado la doctrina de Balaam, el que enseñaba a Balac a dar escándalo a los hijos de Israel, para que comiesen de los sacrificios de los ídolos y cometiesen fornicación" (Apo.II, 14). Fornicación -glosa con maestría Monseñor Straubinger-"aplicada aquí en sentido religioso, como fornicación espiritual, que es con los poderosos de la tierra; es decir, a la que vive en infiel maridaje con el mundo, olvidando su destino celestial y la fugacidad de su tránsito por la peregrinación de este siglo".

Volvemos al interrogante anterior: ¿qué Iglesia preside Monseñor Bergoglio?. La Iglesia de Laodicea, la de mayor negritud y pecado que describe el mismo Apocalipsis de San Juan. "Conozco tus obras; no eres ni frío ni hirviente. ¡Ojalá fueras frío o hirviente! Así, porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca" (Apo. III, 15). Fue Pío XII, en la Summi Pontificatus (n° 4), el que sostuvo que estas durísimas admoniciones del Apocalipsis podrían aplicarse a nuestra época, con su "vacío interior tan crecido y su indigencia espiritual tan íntima". Por lo demás, ya sabe el lector advertido, que exégetas de valía han hecho similar aplicabilidad de Laodicea a la presente y patente Iglesia, en la que el humo de Satanás parece haber entrado en ella, según célebre confesión del mismo Paulo VI. Y no deberíamos desechar tampoco -en orden a inteligir mejor lo que estamos diciendo- que en el memorable y dramático guión para el Via Crucis del año 2005, elaborado por el Cardenal Ratzinger poco antes de su elevación al trono de Pedro, dirigió su plegaria al Altísimo, diciendo: "Señor, a menudo tu Iglesia, nos parece un barco que está por hundirse, un barco que hace aguas por todas partes". Estremecido por tamaña declaración, Monseñor Brunero Gherardini, en su Concilio Ecuménico Vaticano II. Un discorso da fare, creyó conveniente acotar que, hasta el mismo Juan Pablo II, "no obstante todo su optimismo conciliar" (sic), había constatado "un estado de apostasía silenciosa" recorriendo los meandros de la Esposa de Cristo. Si Bergoglio no ha perdido aún enteramente su mirada sobrenatural, (él mismo la predicó alguna vez, en el año 1978, en sus Meditaciones para religiosos, hablando de quien ejerce la autoridad como "un hombre ad aedificationem") lejos de encolerizarse por esta adscripción que le hacemos a las Iglesias de Pérgamo y de Laodicea, debería hallar en los mismos textos revelados el camino a seguir. En efecto, a la Iglesia de Pérgamo, Dios le dice: "Arrepiéntete, pues que si no vengo a ti presto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca" (Apo. II, 16). Y más tarde a la de Laodicea: "Ten, pues, ardor y conviértete. Mira que estoy a la puerta y golpeo (Apo. III, 19-20). No somos nosotros, simples laicos de a pie y carentes del más mínimo poder temporal, quien se lo decimos. Es Nuestro Señor Jesucristo, ante cuyo altar, alguna vez, juró fidelidad eterna como soldado de la Compañía de Jesús.

LA SOMBRA DE JUDAS:

Dicen que el nombre de Iscariote admite distintos significados. Desde el que aludiría a su pueblo de origen, Keriot, hasta al que maneja la sica o sicario. Sin embargo, es generalizada la versión, según la cual, el ya universal y temible apodo procede de una raíz hebreo-aramea que se traduce redondamente corno "el que iba a entregarlo". Y eso hizo con Nuestro Señor. "Los Evangelios nos permiten entrever su indigna catadura. Gesta y ejecuta la traición en dos momentos tenebrosos. Cuando concuerda con los enemigos el precio de la entrega (Mt 26, 14-16); y cuando lo besa a Jesús en Getsemaní para señalárselo así a sus crudelísimos captores. Giotto captó el instante, y en su pintura maestra, la boca del entregador tiene un rictus atrabiliario que estremece. La explicación de su aborrecible felonía también ha dado lugar a ciertas conjeturas entre los legos. Incluso, como se sabe, ciertas sectas gnósticas lo han reivindicado en el pasado remoto, y hoy ese neognosticismo, bien que abaratado y mostrenco, se permite expresarse a través de obras literarias o cinematográficas que rozan lo blasfemo. Sin ir más lejos, en 1944, Borges publica su cuento Tres versiones de Judas, en el cual, por vía de eruditos juegos de ficciones, termina admitiendo que el Mesías se habría encarnado en el Iscariote. Aterra pensar que de este escritor, y de su amistad con él, hace admirativa referencia el Cardenal Bergoglio en su libro El Jesuíta (p. 57), que luego analizaremos. Pero más allá de las hermenéuticas desencaminadas, hijas de la malicia, del torpor o de esa inclinación insensata a declarar al mal como una opción romántica, la fuente más confiable para medir la abdicación de Judas ha sido y sigue siendo el Nuevo Testamento; y en él no quedan rastros de dudas sobre el por qué del inconcebible móvil. "El diablo había entrado en su corazón", dice San Juan (Jn. 13,2). "Satanás entro en Judas", reitera San Lucas (Le. 22,3); y otra vez San Juan: "Jesús les respondió: ¿No os he elegido yo a vosotros los doce? Y uno de vosotros es un diablo" (Jn. 6, 70-71). Estamos, pues, ante un temible misterio luciferino, sólo cabalmente inteligible sub specie aetemitatis. Porque, en el fondo, todo pecado mortal es un misterio, y cuánto más éste que acabó con los días temporales de Jesucristo, habiendo sido la misma Víctima -que todo lo sabía- quien lo invitó a seguirlo y acompañarlo. Está claro, no obstante, que la mistagogía real o presuntiva de su traición no borra su culpa ni atempera la sordidez de su infidelidad.

Que Judas se arrepiente y se ahorca, también está en el Evangelio. "Acosado por el remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: 'Pequé entregando sangre inocente' " (Mt.27, 3-4). Y a renglón seguido: "luego se alejó para ahorcarse" (Mt. 27, 5). Orígenes extrañamente suponía que Judas se había ahorcado para buscar a Cristo en el otro mundo y pedirle perdón. (In Matt., tract. xxxv). A San Pedro, sin embargo, le debemos el conocimiento de otro dato que podría modificar levemente el final del Iscariote. "Habiendo comprado [Judas] un campo con el precio de su iniquidad, cayó de cabeza., se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó Haceldama, es decir, campo de sangre". (Hechos, 1, 16-20). Quienes se han ocupado de concordar sendos textos, han blandido la hipótesis de que la soga con la que el traidor buscaba su propio castigo, no aguantó el peso de su cuerpo, y quebrándose produjo su caída, y su caída el reventón fatal que derramó sus entrañas sobre una tierra adquirida al precio de la iniquidad. Detalles más o menos -que al sentido esencial de la historia no logran modificar- lo que aquí queremos decir, es que la sombra de Judas se sigue cerniendo sobre el Tabernáculo, sigue acosando al Redentor, sigue dando rondas y fintas serpenteadas, idénticas a las que dio Luzbel alrededor de aquel árbol inaugural del Paraíso. Y esa sombra monstruosa ha terminado por constituirse en La Iglesia de Judas, como la llamó magistralmente Bernard Fay en su obra homónima, L'Eglise de Judas, publicada tempranamente, en 1970. Si hay, pues, una Iglesia de Judas, sus pastores han de tener los rasgos de quien la fundó. Esos rasgos, como hemos visto, aparecen con toda nitidez en las páginas neo testamentarias. Y nos muestran a un alma dominada por el espíritu inmundo. Pero ha sido Paul Claudel, en su incisiva obra Autodefensa de Judas y de Pilotos, quien agregó a su perfil unos caracteres que conviene tener en cuenta al momento de aplicar cuanto decimos a la actual situación. En la versión claudeliana, en efecto, el Iscariote es un racionalista, con "un apetito de lógica"; un admirador de los fariseos, de quienes dice que "el orden público, el buen sentido, la moderación, estaban de su parte"; es un protokantiano que para justificar el fin de toda heteronomía -empezando por la que se asienta en el Nomos Dívino-sostiene sin más que "se debe obrar siempre de manera tal que

la fórmula de tu acto pueda ser erigida en máxima universal"; y es, además, un rabioso pluralista. Porque "en la Cruz" -se queja- "no hay más que dos direcciones secamente indicadas, el bien o el mal. Esto le basta a los espíritus simples. Pero el árbol que nosotros colonizamos nunca se acaba de darle la vuelta. Sus ramas, indefinidamente ramificadas, abren en todas direcciones las posibilidades más atrayentes: filosofía, filología, sociología". Puede verse ahora, con visibilidad mayúscula, a qué modelo de pensar y de obrar responden los obispos de la "Iglesia de Judas". Pero hubo otro retratista del tránsfuga cuya perspicacia para la captación de sus miserias no queremos desatender. Se trata de Giovanni Papini, quien en su Historia de Cristo dice del renegado entregador: "Jesús no fue solamente traicionado, sino vendido: traicionado por dinero, vendido a vil precio, cambiado por moneda circulante. Fue objeto de intercambio, mercadería pagada y entregada. Judas, el hombre de la bolsa, el cajero, no se presentó solamente como delator, no se ofreció como sicario, sino como negociante, como vendedor de sangre. Los judíos, que entendían de sangre, cotidianos degolladores y descuartizadores de víctimas, carniceros del Altísimo, fueron los primeros y los últimos clientes de Judas". Fariseo, racionalista, pluralista, políticamente correcto y en maridaje con los judíos mediante tramoyas indignas: he aquí, ya más completa, la fisonomía del pastor de la iglesia de Judas. A la que bien podría agregarse, la que con su habitual finura elabora Romano Guardini, en el capítulo primero del volumen segundo de su obra El Señor. Judas, dice Guardini, no pudo soportar "a cada instante la pureza sobrehumana de Jesucristo. Esa disposición de víctima, esa voluntad de sacrificarse por los hombres. Ya es muy difícil soportar la grandeza de un hombre cuando se es pequeño. Pero ¿y cuando se trata de grandeza religiosa, de grandeza divina, de sacrificio, de la grandeza del Redentor? Si no hay una fe inmensa y un amor perfecto que nos induzca a aceptar a este santo excelso como norma y punto de partida, su presencia ha de envenenar forzosamente el alma". Entonces sobreviene el estólido perjurio, a pesar o por lo mismo de ser uno de los Doce. Porque "este puesto está para caída y levantamiento de muchos" (Lc.II,34). Lo que Guardini resalta en el felón, en suma, es la incurable pusilanimidad, vicio opuesto y adversario de la virtud de la

magnanimidad. El pusilánime -su misma etimología lo asienta- tiene el alma invadida por la parvidad, la bajeza y una ruindad ominosa que lo hace preferir el beneficio al sacrificio, el acomodo al desafío, la contemporización a la lid. Entre nosotros, ha sido Alberto Caturelli quien ha terminado de echar lumbre sobre esta angustiante aunque vital cuestión de la sombra de Judas. En el capítulo XV de la segunda edición de su obra, La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy, publicada por Gladius en el año 2006, analiza con su habitual hondura metafísica lo que bien da en llamar "El Iscariotismo en la Iglesia y en él mundo". Para Caturelli las palabras traición y tradición tienen una raíz común, aunque un destino fatalmente inverso. Porque mientras la segunda exige la existencia de un sujeto o de una comunidad fiel, la primera implica la existencia del traidor que es, justamente, el que obra lo antitético: "no cuidar, no trasmitir fielmente, quebrar la lealtad o fidelidad al depósito recibido". El Iscariote -prosigue Caturelli- "no anuncia el acontecimiento de la Palabra Encarnada y Sacrificada en la Cruz, [pues] frecuentemente es tributario de pseudos maestros. [...] No quiere confrontaciones ni recios testimonios, sino compromisos equívocos, 'ponderados' y 'prudentes', que le permitan seguir viviendo en 'paz' con el mundo. No le preocupa traer las ovejas perdidas a la Casa del Padre, sino trasquilar sus ovejas, hacer de ellas obsecuentes cortesanos y desempeñar hasta el fin su papel de mercenario entregado al mundo [...] Ha sustituido el compromiso con Cristo por la 'ética del discurso' que se funda en el 'consenso' [en la "cultura del encuentro", agregaríamos nosotros]. En fin, "los Iscariotes de la Iglesia y del mundo no se atreven a oponerse a las mayorías. Ante la posibilidad del heroico testimonio, se limitan a preguntar al mundo: 'qué me dais, y yo os lo entregaré' (Mt, 26,15)" Tengan mucho cuidado nuestros pastores; tenga especial cuidado Monseñor Bergoglio, si la fisonomía aquí dibujada del Iscariote se les acerca peligrosamente a la realidad de sus propias vidas. Sin embargo, algo conclusivo querernos sumar a esta meditación sobre el sacerdocio de Judas. No es en el Campo de Haceldama donde esperamos ver concluir las carreras de estos ministros del Iscariote. Es en el campo del honor, conversos y arrepentidos, obedeciendo con temor de Dios lo que Dios les advirtió con verbo tronitonante y flamígero en las páginas del Apocalipsis.

No es suspensos de un horcón donde anhelamos su final terreno. Es en el Sagrario, limpios de genuina metanoia, de expiación y de mortificaciones abundantes y regeneradoras; celebrando nuevamente la Santa Misa en la intacta magnificencia de su tradicional liturgia. No es devolviendo las treinta monedas como mejor quisiéramos imaginar el desenlace de sus contriciones. Sino no habiéndolas aceptado nunca jamás, y acaudillando en una carga final, rosario en puño, al rebaño maltrecho, hacia el frescor vivificante de los pastos del Cordero. Imitando a aquellos pastores guardianes y celosos, varoniles y osados. Como Martín de Finojosa, obispo de Sigüenza, fraile cisterciense verdaderamente austero y humilde, de quien mereció que se escribiera: "Fue modelo del clero, luz de la patria, dechado de costumbres, doctor de la Verdad, norma para los buenos, azote para los culpables, luz de los pontífices". No es, por último, repitiendo bellaquerías y guarangadas como quisiéramos escucharlos hablar. Sino siguiendo aquel sabio remedio de ese otro abad del Cister medieval, Isaac de Stella, quien este buen consejo nos daba y repetimos: "Lo suficiente es fácil decirlo. El gozo, el amor, la delectación, la visión, la luz, la gloria, es lo que Dios exige de nosotros, aquello para lo cual Dios nos hizo. El orden y la religión verdadera es hacer aquello para lo cual fuimos hechos. Contemplemos lo que es la belleza suprema, luchemos vehementemente contra lo que se opone a ello. Todas nuestras actividades, el trabajo como el reposo, la palabra como el silencio, estén encaminados a este fin. Lo que no está encaminado a él, lo que no hacemos por el fin para el cual fuimos hechos por Dios, haciendo coincidir la razón y la intención de su obra y de la nuestra, no es una virtud y no merece recompensa". Este es el desenlace que nuestra caridad desea, y por el cual rezamos cada día. Si no está en la voluntad de los malos pastores convertirse y enmendar sus culpas, que se cumpla en ellos la sentencia de San Gregorio, asentada en su Regla Pastoral: "Los prelados deben saber que son dignos de tantas muertes, cuantos ejemplos de perdición transmiten a los subditos". Pero si está en la voluntad de Dios darnos obispos santos, corajudos y sabios, ha de llenarnos de sobrenatural esperanza el relato contenido en el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles. Allí, San Pedro, constituido ya en el primer Pontífice, tiene que proceder al reemplazo de Judas Iscariote, pues tras su muerte el puesto estaba fatalmente vacante. La alocución petrina trasunta

misericordia e indulgencia hacia el desventurado Judas. Pero trasunta también una firmeza inspirada; y citando al Salterio exhorta reciamente: "Que su campamento quede desierto y no haya nadie que lo habite. Que otro ocupe su cargo" (Hechos 1, 20). Ambas cosas pide y hace Pedro. Y de esa decisión, tras encomendarse al Señor, "que conoces los corazones de todos" (Hechos 1, 24), es elegido Matías, el que habría de compensar con su anonadante santidad las defecciones incalificables de Judas. Veinte siglos después, en la catequesis del 18 de octubre de 2006, otro Pedro, Benedicto XVI, ha vuelto a referirse a San Matías, alimentando aquella misma esperanza antigua: "Después de la Pascua, fue elegido para ocupar el lugar del traidor [...] No sabemos nada más de él, salvo que fue testigo de la vida pública de Jesús, siéndole fiel hasta el final [...] De aquí sacamos una última lección: aunque en la iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada uno de nosotros nos corresponde contrarrestar el mal que ellos realizan con nuestro testimonio fiel a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador". Permita el Señor que su Vicario al presente, velando por la salud de la Esposa y despreciado a los Sacerdotes de Judas, reedite el gesto inmensamente caritativo y justiciero de Pedro, diciendo de aquellos: Que sus campamentos queden desiertos. Que otros ocupen sus sitios.

EL JESUÍTA:

Finalmente, ha salido a la luz el anunciado libro cuyo propósito es trazar una semblanza oficiosa y una biografía autorizada del Cardenal Jorge Mario Bergoglio. Se trata de un largo reportaje, pautado y ejecutado prolijamente entre los autores y el personaje; y con la plena anuencia del entrevistado

quien, además, promueve formalmente la obra desde la Agenda Informativa Católica Argentina. De modo que cuanto allí se dice debe darse por expresamente avalado y refrendado entre las partes. No hay lugar para el pro-verbial recurso a la descontextualización mal intencionada. Los reporteros elegidos para tan singular retrato, retratan a la par las preferencias dialoguistas e intimistas del prelado: Sergio Rubín, el circunciso encargado de "los temas religiosos" en Clarín, y Francesca Ambrogetti de Parreño, la psicóloga social de la Agencia Ansa. Párrafo aparte para el prologuista seleccionado por Su Eminencia, el Rabino Abraham Skorka, ferviente justificador de las coyundas homosexuales, pues "aunque la opinión de la Biblia dice que la homosexualidad está prohibida, en una sociedad democrática hay que apelar a informes antropológicos y sociológicos [...] Estamos viviendo en una realidad democrática y sabemos perfectamente bien que existen personas que tienen una sexualidad definida en otro sentido respecto de la concepción bíblica" (Cfr. Agencia Judía de Noticias, 30-6-2008, http://www. prensajudia.com / shop/detallenot.asp?notid= 19608). La democracia por encima de la Ley de Dios. ¡Presentador acorde a sus criterios políticamente correctísimos se buscó el Pastor! Son simples los datos bibliográficos de la obra, para quien quiera ubicarla: Sergio Rubín, Francesca Ambrogetti, El Jesuíta. Conversaciones con el Cardenal Jorge Bergoglio, S.J, Buenos Aires, Vergara, 2010, 192 ps. Castellani contaba que el torpón de Franceschi lo reprendió por aquella humorada de "Las Canciones de Militis", pues -según él- tal título evocaba "Les chansons de Büithis" de Pierre Louis, un libro presuntamen-te Inmoral. Bergoglio tuvo más suerte, o no, según se mire. Porque El Jesuíta es el mismo título de una obra decididamente anticristiana de Rubén Darío, pero nadie le sugirió que lo modificara. La verdad es que al acabar este inicuo libelo bergogliano, la voz otrora impía del nicaragüense parece hallar, al menos en este caso, su justificación más plena: "Bien: ahora hablaré yo. Juzga después, lector, tú: el jesuíta es Belcebú que del Averno salió". Jorge Mario Bergoglio. El Jesuíta. De él tratan las páginas que a continuación reseñamos.

ANTES ERA FANFARRÓN, AHORA SOY PERFECTO:

Varias obsesiones recorren estas cartillas. Y nada se ha improvisado para darles cauce. Bergoglio necesita probar que él es un hombre humilde, modesto, austero. Un pibe de barrio que puede hablar de fútbol y de tango -como de hecho lo hace y con abundancia- lo más alejado posible de la imagen tradicional de un Príncipe Cristiano. Acorde con los tiempos y los gustos, y con la línea vulgarizante impuesta por alguno de sus antecesores, lo estimable ya no será el señorío jerárquico sino el muchachismo populista. No la estricta ortodoxia sino la mirada plural, contemporizadora, con calculados barnices de herejía. Tampoco y mucho menos la actitud magistral de quien por ministerio debe ser tenido como Maestro de la Verdad. Por el contrario, lo estimable será la duda, la vacilación, el enjuague, el espacioso mundo donde las ideas se pueden negociar, como quería John Dewey. "Alguien puede pensar que un creyente que llega a Cardenal tiene las cosas muy claras", le plantea la dupla interrogadora. "No es cierto", le asegura enfáticamente el interrogado (p. 53). Y en él, tan mísero aserto es verdad pura, patética y funesta. El modelo a seguir, claro, ya no es el de los eminentes Varones de Cristo, como los Cardenales Pie o Billot, sino el de aquel monsignori tránsfuga que describiera Hugo Wast, en cuya corona se había incrustado una cuarta diadema en señal de adoración hacia la democracia. No prediquemos entonces el deber de batirse por la Verdad Única, Crucificada e Indivisa, sino "la aceptación de la diversidad que nos enriquce a todos" (p. 169). No la Verdad Revelada sino las verdades múltiples y consensuadas "con diálogo y amor" son "la celebración" preferida por el obispo (p. 169). Concorde con este clima intelectual y moral se presenta "prefiriendo el simple traje oscuro a la sotana cardenalicia" (p. 18), hincha de San Lorenzo, buen cocinero, antiguo bailarín de milonga (p.120) y ex laburante en un laboratorio (capítulo dos). Y por eso, verbigracia, interrogado acerca del ocio, no recurre para definirlo a los seguros autores clásicos que de él se ocuparon, ni a los modernos como Pieper o Guardini, que dice haber estudiado, sino a Tita Merello cantando: "che fiaca, salí de la catrera" (p. 37). Dar pruebas de "normalidad" para Bergoglio, no es apelar a lo normativo y eximio sino a lo que abunda, a lo populachero y sensibloide. Ser hijo del Siglo, diría Ernesto Helio.

Nadie podrá escribir de él lo que se anotó del Quijote, para su gloria: "parecíales otro hombre de los que se usaban". No; él es un hombre bien ad usum: vulgar, ordinario, arrabalero, pluralista y prosaico. Moderno. Y en esto, según su errática perspectiva, está la prueba de su obsesiva humildad y de su progreso espiritual en el arte de aprender a superar los defectos. El Rabino Skorka lo pondera desde el comienzo, no sólo como alguien con quien trabó "la verdadera amistad" que "define el Midrash", sino como un modelo de humildad, ya que "todos coincidirán en la ponderación del plafón (sic) de humildad y comprensión con que encara cada uno de los temas"(ps.10-11). Bergoglio deja correr insensatamente el juego del "bajo perfil", sin querer advertir la paradoja -y aún (-1 pecado- de esta autocomplacencia infatuada en ser descripto como un sencillo y componedor bonachón. La egolatría de mostrarse cual l'uomo qualunque sigue siendo manifestación de la soberbia, no por la naturaleza de lo que se ostenta sino por el vicio de la ostentación. Pero esta es, como decimos, una de las obsesiones psicológicas del biografiado: que se lo perciba como un hombre del montón; alguien que continúa "viajando en colectivo o en subterráneo y dejando de lado un auto con chofer" (p. 17).No son pocas las veces en que los periodistas interrogadores -salvajemente indoctos en materia religiosa- le regalan este tipo de ponderaciones. Y Bergoglio las acepta, con esa fanfarronería del humilde profesional que decía Jorge Mastroianni. Desechando el consejo ignaciano de contemplar la rebelión de los ángeles caídos, para evitar que nos suceda como a ellos, que "veniendo en superbia, fueron convertidos de gracia en malicia". (E.E,50). Porque ¿quién que tenga realmente esa "corona y guardiana de todas las virtudes", como llamó San Doroteo de Gaza a la humildad, daría su anuencia para que se publiquen páginas y páginas ensalzando la posesión de este don? ¿Quién, que a fuer de genuinamente humilde, practicara ese "laudable rebajamiento de sí mismo" que pedía Santo Tomás, erigiría en vida su propio monumento a la humaitas? ¿Quién veramente abocado a la nadeidad evangélica -en preciosa expresión de San Buenaventura- podrá contratar a un puñado de escribas para que le canten la palinodia de su arrollador recato? ¿Quién que no tuviera ese "brote metafísico de la soberbia intelectual que es el principio de la inmanencia", según clarividente análisis de García Vieyra, prohijaría que se dijera de sí mismo que "su austeridad y frugalidad, junto con su intensa dimensión espiritual, son datos que lo elevan cada vez más a su condición de papable"? (p.15) ¿Creerá de veras Bergoglio que a la tierra del subte y del colectivo se refería San

Isidoro cuando definió al humilde en sus Etimologías como el quasi humo acclinis, o inclinado a la tierra? ¿Creerá de veras que alguien más que Jesucristo puede decir de sí mismo: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11, 29)? A Bergoglio le sucede lo que al protagonista del chascarrillo aquel que desenmascara la petulancia invencible del porteño. A la hora de aclarar lo mucho que ha mejorado su vida moral, le dice a su imaginario interpelador: "antes era fanfa, ahora soy perfecto". Déjate "sinagoguear"por el mundo Amigo de neologismos y de chabacanerías, el Cardenal supo acuñar entre otras zarandajas, aquello de "déjate misericordear por Cristo". Pero él -un exponente más del judeocatolicismo oficial, hoy dominante- ha preferido en principio, dar y recibir las ternezas de los deicidas. Se cuentan por decenas los gestos judaizantes del Primado, de los que pueden dar clara y ominosa cifra su pública amistad con los rabinos Sergio Bergman y Alejandro Avruj, al primero de los cuales prologó su libelo "Argentina Ciudadana", y al segundo entregó el Convento de Santa Catalina en noviembre de 2009 para que festejara la impostura de "La noche de los cristales rotos". Y ambos hebreos, al igual que el prologuista Skorka, explícitos justificadores de la sodomía. El fantasma contranatura de Marshall Meyer los protege a todos, y a todos reúne bajo el humo desolador de Gomorra1. Mas aquí estamos ante la segunda obsesión del Cardenal. Se ha impuesto probar su afinidad y su afecto con el mundo israelita; y no conforme con las definiciones eclesiales públicas dadas en tal sentido, abunda ahora en El Jesuíta, en testimonios menores, intencionalmente escogidos para agradar al Sanedrín. Los reporteros -a cuya tribal insipiencia teológica ya hemos aludido- le plantean como una objeción para la aceptación de la Fe Católica, el hecho de que "el principal emblema del catolicismo es un Cristo crucificado que chorrea sangre" (p. 41). "Usted no puede negar" -le reprochan cortésmente- "que la Iglesia destacó en sus dos milenios al martirio como camino hacia la santidad" (p.42). Cabían varias y bien sazonadas respuestas católicas, todas ellas partiendo del enfático rechazo de la 1-El Cardenal Bergoglio está directamente ligado a una multinacional sionista, la Fundación Raoul Wallenberg, de la que recibió una distinción honorífica el 30 de marzo de 2004. Entre los miembros argentinos de dicha agrupación se

cuentan conocidos exponentes de la izquierda gramsciana como Francisco Delich o Adolfo Gass, blasfemos profesionales como Marcos Aguinis, cipayos como Carlos Escudé, o simples corruptores del cuerpo social como Alejandro Romay. Quede constancia de que todos estos datos son públicos, y de que cualquiera puede acceder libremente a ellos buscando la web oficial de la precitada Fundación Wallenberg. El 28 de Febrero de 2006, el Cardenal Bergoglio recibió a los mienbros de esta Fundación en la Catedral Metropolitana, en una ceremonia plurireligiosa, en la cual, entre otros propósitos, se le rindió homenaje a Moseñor Quarracino (cfr. Zenit, 8-3-2006). infame petición de principios de los periodistas, según la cual, la sangre y el martirio son pianíavotos, y eso explicaría el alejamiento popular de la Iglesia. Cabía una lección magnífica sobre "la sangre por amor a la Sangre" de Santa Catalina de Siena, y el valor inacallable del martirio con efusión sanguínea para conquistar el Cielo por asalto, como rezan los Evangelios. Cabía, en suma, decirles a los escribas con sus propias palabras: "No, por supuesto, yo no puedo ni debo negar que la Iglesia destacó en sus dos milenios al martirio como camino hacia la santidad. Y no puedo ni debo negarlo porque es la pura y gloriosa verdad que la Iglesia siempre ha enseñado y siempre enseñará". Pero no; Su Eminencia no elige ninguna respuesta católica. Sostiene sin rubores que "asociar con lo cruento" al martirio, ligarlo con la idea de "dar la vida por la Fe", es la consecuencia de que "el término [martirio] fue achicado" (p. 42). El peculiar "achicamiento" consistiría, nada más y nada menos, que en llevar hasta el extremo previsto y deseable las enseñanzas de Jesucristo: "Todo el que pierda su vida por mí la ganará" (Mt. 10, 39). Lo que para la Iglesia fue su corona; esto es, que el discípulo se asemeje a su Maestro aceptando libremente la donación de la propia vida, para Bergoglio es su empequeñecimiento, su reducción, su "achique". En consecuencia, él se inclina por "La Crucifixión Blanca, de Chagall, que era un creyente judío; no es cruel, es esperanzadora. A mi juicio es una de las cosas más bellas que se pintó" (p. 41). Esta "cosa más bella", según declaró el mismo artista en 1938, es un Cristo rodeado de ornamentos, personajes, objetos y judaicos en homenaje a las víctimas de los nazis quienes expresamente aparecen como los verdugos del Señor, por ser judío. En la línea de otros dogmáticos de la Shoa, el cuadro de Chagall desplaza el centro del holocausto, de Jesucristo a las presuntas víctimas de Hitler. Se trata, pues, de una profanación hebrea del Santo Sacrificio de la Cruz. Pero para Bergoglio es "La" pintura (p. 120).

En la misma línea ideológica, y para seguir avivando el fuego semita, Su Eminencia sale del ámbito espiritual y artístico para recalar en el terreno moral. Con un simplismo impropio de un hombre de estudio, y con un relativismo aún más impropio en un hombre de Fe, afirma que "antes se sostenía que la Iglesia Católica estaba a favor [de la pena de muerte] o, por lo menos, que no la condenaba". Pero ahora en cambio, merced al progreso de la conciencia, se sabe que "la vida es algo tan sagrado que ni un crimen tremendo justifica la pena de muerte" (p. 87). Entendamos el argumento evolucionista de Bergoglio para valorar adecuadamente lo que dirá después. La aceptación de la licitud de la pena de muerte -que aparece taxativamente exigida como tal, tanto en las páginas vetero y neotestamentarias como en un sinfín de doctrineros católicos y de textos pontificios- debe percibirse como un déficit, un tramo oscuro en el devenir de la conciencia que busca la luz. Lo mismo se diga de las sociedades. Cuando "la conciencia moral de las culturas va progresando, también la persona, en la medida en que quiere vivir más rectamente, va afinando su conciencia y ese es un hecho no sólo religioso sino humano" (p. 88). ... Para el Cardenal, está claro, no por un análisis per se del hecho, que lo valore inherentemente, sino ; por la evolución de la conciencia, tanto la Iglesia como la Humanidad saben hoy que la pena de muerte debe ser rechazada. Clarísimo caso de aquella ruinosa cronolatría que protestara Maritain en Le Pay san de la Garonne. Pero entonces, cómo no deplorar, en consecuencia, aquellos momentos aún involutivos en los que se juzgó erróneamente que algo podría justificar la pena de muerte, incluso "un crimen tremendo"! ¡Cómo no maldecir los tiempos eclesiales y sociales en los que la conciencia aún juzgaba que bajo determinadas condiciones, circunstancias y requisitos era legítima la aplicación del castigo capital! Este era el sequitur lógico del razonamiento bergogliano. Pero un tema irrumpe en el diálogo y la ineluctable evolución de la conciencia se puede permitir una excepción. ¿Y cuál será ese tema? Dejémoselo explicar al interesado: "Uno no puede decir: 'te perdono y aquí no pasó nada'. ¿Qué hubiera pasado en el juicio de Nüremberg si se hubiera adoptado esa actitud con los jerarcas nazis? La reparación fue la horca para muchos de ellos; para otros la cárcel. Entendámonos: no estoy a favor de la pena de muerte, pero era la ley de ese momento y

fue la reparación que la sociedad exigió siguiendo la jurisprudencia vigente" (p. 137). El pequeño detalle -advertido precisamente por los kelsenianos de estricta observancia- de que "la ley de ese momento", vigente positivamente en Alemania, no volvía criminales a los jerarcas nazis, se le olvida al Cardenal. El otro detalle más "pequeño" aún, de que en Nüremberg no se dejó tropelía legal por cometer, ni aberración jurídica por aplicar, ni derecho humanos de los acusados por conculcar, ni tortura aborrecible por aplicar, ni mentira por aducir, tampoco cuenta. Ese otro detallecito de que la horca y el tormento atroz para los germanos no fue "la reparación que la sociedad exigió" sino la venganza monstruosa de la judeomasonería, tras los triunfantes genocidios de los Aliados, en Hiroshima y Nagasaki, ninguna importancia tiene. El Cardenal está en contra de la pena de muerte, pero si van a matar nazis seamos comprensivos y hagamos una excepción hermenéutica. "Era la ley de ese momento", caramba. La evolución de la conciencia podía esperar un ratito más. El Cardenal, además, como feligrés y miembro dirigente del judeocristanismo, ya tiene dónde tranquilizar sus escrúpulos, supuesto que le acometieran. "Hace poco" -les confía a sus socios biográficos-"estuve en una sinagoga participando de una ceremonia. Recé mucho y, mientras lo hacía, escuché una frase de los textos sapienciales que nos recordaba: 'Señor, que en la burla sepa mantener el silencio'. La frase me dio mucha paz y mucha alegría" (p. 151). Lo que no sabemos es si Su Eminencia se refiere a la burla propia o a la que él le propina a Jesucristo al visitar obsecuentemente la morada de los negadores de Su divinidad y artífices de su asesinato. Porque el prete podrá hacer silencio ante la merecida chacota que lo tenga por objeto, pero Dios no se deja burlar (Gal. 6, 7). Y el día en que regrese en pos de Su Justicia irrefragable y definitiva, los que se pasaron la vida sinagogueando, a fuer de felones, sabrán qué quería decir Marechal cuando mentaba en el Altísimo "la vara de hiel de su rigor".

MARXISTAS BUENOS Y CATÓLICOS MALOS:

En plena concordancia con lo hasta aquí exhibido -reiterémoslo: una pseudohumildad grotesca y un criptojudaísmo vergonzoso- Bergoglio

saca a relucir su tercera obsesión. Consiste la misma en mostrarse ponderativo y encomiástico con los enemigos de la Iglesia, omitiendo todo el vejamen y todo el daño inmenso que los mismos le han infligido y le siguen infligiendo a la Esposa de Cristo. En el trazo maniqueo de su criterio -que él pretende encubrir bajo las apariencias de lo ecuánime- a este polo de positividad sólo puede oponérsele uno de simétrica negatividad; y el mismo, curiosamente, está encarnado en los católicos. No en todos, claro, sino en los "fundamentalistas". Hablemos claro: en los católicos ortodoxos. Un primer ejemplo de bondad enemiga lo constituye Esther Balestrino de Careaga. Para quienes no lo sepan, esta mujer -junto con todo 'su grupo familiar- era una activa militante del terrorismo marxista, procedente del Paraguay. Bajo el sosias de "Teresa" integró las primeras células que constituyeron la Agrupación Madres de Plaza de Mayo, recibiendo hasta hoy los homenajes laudatorios incesantes de la desaforada Hebe de Bonafini. (cfr.vg. http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2002 st/2002seg/entrevistas/hebe26-2.html) No creemos que en la Argentina del presente haya un solo ciudadano que necesite que se le explique -cualquiera sea su posición ideológicacuál es la verdadera misión que han cumplido y cumplen las llamadas "Madres de Plaza de Mayo". Su adscripcion a la guerrilla marxista internacional, y no sólo argentina, es explícita, frontal, sostenida, virulenta particularmente belicosa. Pero para Bergoglio, esta "simpatizante del comunismo" (sic) se trató de "una mujer extraordinaria", a quien "quería mucho [...] Me enseñaba la seriedad El trabajo. Realmente le debo mucho a esta mujer | . | Fue raptada junto con las desparecidas monjas francesas. Actualmente está enterrada en la Iglesia de Santa Cruz" (p. 34). "Tanto me enseñó de política" (p. 147-148). Iniquidades de los tiempos de los que Su Eminencia deberá rendir cuentas. No hay templos que alerguen los cuerpos acribillados de los civiles o militares católicos a quienes abatió el odio criminal del Comunismo. Pero una iglesia puede ser entrega a las bandas erpianas y montoneras, para que la conviertan en su bastión y en su cementerio. Y el responsable de tamaña profanación lo vive como un logro y una fiesta.

La segunda bondad encarnada es, para Bergoglio, la mismísima Bonafini. Los periodistas se la mencionan dándole pie para alguna observación crítica, para algún llamado tenue de atención, para algún módico tirón de orejas, habida cuenta de la aversión patológica que esta infame mujer viene desplegando desde hace décadas, cada vez con más desenfreno e insolencia. "Hay también quienes ven actitudes de revanchismo, le espetan los escribas. "Por caso, la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini". Lo que le están queriendo preguntar es, en suma, si actitudes rencorosas y vengativas como la de este monumento al odio "ayudan a la búsqueda de la reconciliación" (p. 139). Y se lo están inquiriendo, no un par de macartístas, sino dos mascarones de proa de la izquierda nativa, de los tantos que hoy se sienten perturbados ante esta abisal frankestein que han creado y ya no pueden controlar. El Cardenal no admite las premisas implícitas y explícitas contenidas en el interrogante de los reporteros. Quien ya ha hecho el elogio de los desaparecidos, como si la condición de tal probara su inocencia y la justicia de su causa, justificará ahora plenamente a Bonafini: "Hay que ponerse en el lugar de una madre a la que le secuestraron sus hijos y nunca más supo de ellos, que eran carne de su carne; ni supo cuánto tiempo estuvieron encarcelados, ni cuántas picaneadas, cuántos latigazos con frío soportaron hasta que los mataron, ni cómo los mataron. Me imagino a esas mujeres, que buscaban desesperadamente a sus hijos, y se topaban con el cinismo de autoridades que las basureaban y las tenían de aquí para allá. ¿Cómo no comprender lo que sienten?" (p. 139). Hubo otras muchas mujeres -esposas, madres, hijas, novias, hermanas- a quienes los múltiples retoños de Bonafini asesinaron a mansalva. Mujeres cuyo dolor no subsidió el Estado, cuyo luto no financió la Internacional Socialista, cuyo llanto no rentaron los terrorismos estatales soviético o cubano, cuya venganza monstruosa no prohijó el oficialismo, cuyo rencor satánico no respaldó la jurisprudencia del Poder Mundial. Para estas mujeres heridas, anónimas y silentes, a quienes las actuales autoridades "basurean", Su Eminencia no tiene una palabra de comprensión ni de consuelo. Tampoco para los cientos de soldados arbitrariamente detenidos por la tiranía kirchnerista, detrás de cada uno de los cuales existen otras muchas centenas de mujeres -católicas prácticas en gran número- a quienes se les ha cercenado la jefatura del hogar.

Hay más "buenos" previsibles nombrados al pasar. Angelelli, Mugica, los palotinos, las monjas francesas, los curas tercermundistas con el Padre Pepe Di Paola a la cabeza (p. 106), los grandes heresiarcas "Hesayne, Novak y De Nevares" (p. 140), los "teólogos de la liberación" que "se comprometieron como lo quiere la Iglesia y constituyen el honor de nuestra obra" (p. 82), los redactores de "Nuestra Palabra y Propósitos", publicaciones ambas del Partido Comunista (p. 48), y hasta el mismísimo Casaroli, a quien insensatamente pone de ejemplo (p. 78), omitiendo que fue el artífice de aquella siniestra y ruinosa felonía denominada Ostpolitik. Para el glorioso Cardenal Mindszenty (cada llaga recibida en las cárceles comunistas lo nimbó de gloria) Casaroli era la imagen negra y enlodada de la "Iglesia de los Sordos", negociadora ruin de la sangre mártir. Para Bergoglio, Casaroli es un modelo de la "Iglesia Misionera" (p. 78). "Helada y laboriosa nadería, fue para este jesuíta" la Barca de Pedro, diría Borges de Su Eminencia, perdonando por contraste y post mortem a Gracián. Porque en rigor, tanto sorprende la gélida conducta con la que encomia a los peores lobos, como la nadeidad a la que reduce a quienes debería tener por arquetipos, si un verdadero creyente. Los óptimos, para el obispo, están cruzando la raya de la Iglesia y confrontando con Ella. Al fin, y como anticipábamos, si los buenos de la cinematografía bergogliana son todos rojos, aquellos pasibles de reproches y de acrimonias son ciertos católicos claramente identificables como tradicionalistas, o simplemente católicos, apostólicos y romanos. Por ejemplo, los que esperaban que Benedicto XVI criticara "al gobierno de Rodríguez Zapatero por sus diferencias con la Iglesia en varios temas", como el "del matrimonio entre homosexuales", sin darse cuenta de que "primero hay que subrayar lo positivo, lo que nos une" (p. 80). Qué puede unir a un católico con un gobierno manifiesta y exacerbadamente anticatólico, no se aclara. Pero la intención es evidente: Zapatero tiene cosas "positivas" que nos permitirían "el caminar juntos" (p. 80). Los desviados son los fundamentalistas que anhelan que el Vicario de Cristo condene a un rufián y a un régimen político en el que Satán se enseñorea a su antojo. Otros católicos impresentables son los preocupados por "si hacemos o no una marcha contra un proyecto de ley que permite el uso del preservativo" (p. 89). "Con ocasión de la llamada Ley de Salud Reproductiva, algunos grupos de élites ilustradas de cierta tendencia querían ir a los colegios para convocar a los alumnos a una manifestación contra la norma porque consideraban, ante todo, que

iba contra el amor [...] Pero el Arzobispado de Buenos Aires se opuso a que los chicos participaran por entender que no están para eso. Para mí es más sagrado un chico que una coyuntura legislativa [...] De todas maneras, aparecieron algunos colectivos con alumnos de colegios del Gran Buenos Aires. ¿Por qué esta obsesión? Esos chicos se encontraron con lo que nunca habían visto: travestís en una actitud agresiva, feministas cantando cosas fuertes. En otras palabras, los mayores trajeron a los chicos a ver cosas muy desagradables" (p. 90). Es curioso el razonamiento de Su Eminencia. Por lo pronto, minimizando los alcances y los fundamentos de la Ley de Salud Reproductiva, claramente encuadrable en lo que Roma condena como "cultura de la muerte". El vocero de esta medida, Ginés González García, Ministro de Salud de Néstor Kirchner, no dejó un solo instante de manifestarse agresivamente contrario al Magisterio de la Iglesia, ni de exteriorizar socarronamente su contento porque con tal disposición legal se coronaba la embestida contra la moral cristiana. La sociedad entera lo recuerda aún con estupor -a él y a su mandante difamando, calumniando y persiguiendo a Monseñor Baseotto, por haber osado recordarle las prescripciones evangélicas pertinentes. Sin embargo, tamaña embestida legal contra el Orden Natural, tamaño intento orgánico y oficial por alterar la Ley de Dios, tamaño proyecto gramsciano opuesto al Decálogo, tamaña revolución cultural de inequívoco signo marxista, sería apenas para Bergoglio "una coyuntura legislativa" contra la que no vale la pena movilizar a la juventud tras las clásicas banderas del catolicismo militante. ¿No advierte el Cardenal que ese "chico" que le resulta "sagrado" es el primer damnificado de esta "coyuntura legislativa" contra la cual no desea que se combata? ¿No advierte asimismo que si la ley inicua no se detiene, ese "chico sagrado" empezará por no poder nacer, por ser abortado, o por no poder ser criado en un hogar con padre y madre? ¿No advierte, al fin, que la susodicha Ley de Salud Reproductiva, forma parte de un proyecto mayor, que lejos de ser una mera coyuntura legislativa que "va contra el amor", instala coactivamente una cosmovisión radicalmente opuesta y contraria a la moral cristiana? Los "malos", los merecedores del repudio y de la condena, no son para Bergoglio los gobernantes y sus aliados que promulgan este tipo de normas inicuas, sino los "grupos de élite ilustrada", los católicos pro vida, que quieren movilizarse con sus familias para hacerle frente a tamaña iniquidad. Y en el colmo del desbarre conceptual, el Cardenal, en vez de encomiar el celo de esos hogares misioneros y de instar a

los jóvenes al heroísmo y al testimonio gallardo, juzga la actitud católica como una "obsesión" y aún como una imprudencia. ¡Los "chicos" fueron llevados "a ver cosas muy desagradables"! ¿Es que hay algo más desagradable que pudiera ver un joven, que la ruina de su patria y del lugar santo, sin intentar siquiera una reacción vigorosa y entusiasta? ¿Es que la culpa de la desagradable visión no la tienen los degenerados que arman el espectáculo indecente de su impudicia, sino los que instamos a concurrir a todos en defensa del Bien?2 Su Eminencia nunca podría haber escrito ese maravilloso elogio que hizo Eugenio D'Ors al gesto impar de Ananías, Azarías y Misael, pidiendo para sus propios hijos que "en el horno ardiente de la España roja" 2 A propósito de este tema, ya en el año 2000, escribimos el siguiente artículo que nos parece pertinente reproducir: "En el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de lucran capaces de ofrendar sus vidas por la Realeza de Cristo. Maldito el profeta Daniel que no comprendió que estos tres muchachos son más sagrados que la "coyuntura legislativa" de Nabucodonosor. Así razona el Primado. Buenos Aires (Año XLII, n° 409, 6-6-2000, p. 212, rubro Varios), se da cuenta del Informe que presentó el Padre Klappenbach sobre la movilización que se llevaría a cabo el 8 de junio contra la llamada Ley de Salud Reproductiva. Agregándose que, al respecto, Monseñor Bergoglio dio dos criterios claves. El primero, que esto es tarea de los laicos católicos, ya que son ellos los que deben meterse en política; dejándose pues expresa constancia de que el Arzobispado no organiza la movilización. Y el segundo, que a esa movilización no pueden ir bajo ningún concepto niños y jóvenes de los colegios primarios y secundarios, pues es actividad de adultos. Varias cosas sorprenden en tamañas directivas. Que se considere "meterse en política" -así, toscamente expresado, cual si fuera adscribirse a un comité o alborotar en un mitin- el salir en defensa del orden moral natural, violado a sabiendas por esta ley inicua. Que de pronto, cuando está enjuego nada menos que la vida de los inocentes y la salud espiritual de la población, se repliegue el Arzobispado sobre una asepsia o neutralidad temporal que no sabe tener cuando de adherir a la democracia se trata, o solidarizarse con la permanencia del sistema y sus fautores. Que la política pase a ser cosa de laicos cuando hay que combatir con riesgos y en la calle a los artífices de la cultura de la muerte, pero pueda ser cosa de clérigos y de obispos cuando hay que sumarse cómodamente a los augurios pluralistas, derechohumanistas, socialdemócratas y masónicos.

Pero la mayor sorpresa y el mayor dolor es el llamado a la inmovilización, nada menos que de los niños y de los jóvenes, que son precisamente los grandes damnificados y perjudicados por esta legislación perversa. No fue esto lo que le pidió el Papa Juan Pablo 11 a los niños, en su Carta del 13 de diciembre de 1994, sino que estuvieran advertidos sobre la crueldad de los nuevos Heredes. Ni fue tampoco lo que les exigió a los jóvenes en su Carta Apostólica del 31 de marzo de 1985, sino que aceptaran la fatiga y el esfuerzo para dar testimonio de la Verdad, oportuna e inoportunamente. Ni fue la retaguardia sino la vanguardia la que les reclamó a los sacerdotes en la Carta del primer Jueves Santo de su pontificado, o en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 1994. Pueden, pues, quienes lo deseen, abocarse al análisis de estos criterios episcopales. Nosotros seguiremos movilizándonos pro aris et focis con nuestros hijos y nietos, con nuestros alumnos y discípulos; plenamente convencidos de que no fueron de tamaña naturaleza las enseñanzas eclesiales que engendraron un San Tarcisio y un San Luis Gonzaga. Como no fueron las palabras del Boletín del Arzobispado las que pronunció la madre de los Macabeos, o aquellos viriles pastores que iban a la cabeza de las tropas juveniles durante las cruzadas más honrosas de la Cristiandad, (cfr. Antonio Caponnetto, Llamativa cautela, Cabildo, 3a.época, n° 9, Buenos Aires, 2000, p. 17).Malos son también los católicos "restauracionistas, para los cuales la patria es aquello que recibí y que tengo que conservar tal como la recibí", cuando "todo patrimonio debe ser utópico", porque "las utopías hacen crecer" (p. 112-113). Alérgico al uso de la palabra "nacionalista" -"de una persona que ama el lugar donde vive no se dice que es [...] un nacionalista (p. 164)-, el Cardenal rechaza de plano al Nacionalismo Católico cuando alude al restauradonismo, y brega neciamente por el utopismo, esa herejía perenne que con sobrados fundamentos desenmascarara Thomas Molnar. Véase si no, esta innecesaria referencia. Cuando se repatriaron los restos de Rosas "los nacionalistas se apropiaron de este hecho y lo transformaron en un acto sectario [...] Hasta el cura que rezó el responso se colocó [el característico poncho rojo]; se lo colocó arriba de la sotana, algo aún más desacertado, porque el sacerdote debe ser universal" (p. 110). Bergoglio debería saber que el restauracionismo que rechaza tiene su fundamento en San Pío X, y que a él han remitido siempre sus desdeñados nacionalistas para proponerse la empresa de restaurar en

Cristo una patria que en Cristo nació. Debería saber igualmente que el anhelo de conservar la patria tal cual la recibimos, es un mandato del Génesis, no de Mussolini, y que el Apóstol no predicó "guardad las utopías" sino "conservad las tradiciones". Debería saber, además, que la repatriación de los restos de Rosas no fue un acto del que se apoderaron los nacionalistas -que tenían todo el derecho del mundo a hacerlo- sino que manejó discrecionalmente, desde el principio al final, el gobierno que entonces tomó la decisión política de traer al Restaurador de las Leyes. Otros fueron los sectarios en aquellas jornadas. Precisamente quienes adscriptos a vetustas sectas y logias masónicas pretendieron deslegitimar la repatriación del Héroe. Pero para ellos no llegan las reprimendas. Si el Cardenal repasara a San Pablo, se encontraría con la Carta a los Hebreos (10, 32), diciendo: "Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate". Y comprendería por qué los nacionalistas -que soportamos un duro y doloroso combate por desagraviar la memoria de Rosas- sentimos como propia la repatriación de sus restos, a pesar de que el Menemismo no fue nunca otra cosa que una pluriforme cloaca. Pero sentir y vivir algo como propio, no significa apropiárselo sectariamente. Este agravio gratuito al Nacionalismo Católico, halla su canallesco estrambote en el ataque al Padre Alberto Escurra, el aludido cura de poncho rojo que le rezó a Don Juan Manuel el responso más apoteósico y vibrante del que tengamos memoria. Verdaderamente, llama la atención tanta infamia. El "Padre Pepe" -uno de los confesos ídolos del Cardenal- va vestido con deliberado aspecto de zaparrastroao. Idéntica facha marginal y rotosa adopta como un emblema la clerecía progresista de todo pelaje. Del modo más aseglarado y secularizante va disfrazado el grueso del clero cuya disciplina depende teóriricamente del Arzobispo. Y hasta los altos dignatarios de la Jerarquía- Su Eminencia incluido- no portan más que un traje de calle, en las antipodas del hábito talar cuya preferencia y dignidad predicara obstinadamente, entre otros, Juan Pablo II. Pero al Cardenal Bergoglio lo único que le molesta es el poncho federal del Padre Alberto Ezcurra. Lo único que le parece "un desacierto" es que un destacadísimo sacerdote patriota ande emponchado como supo hacerlo Brochero o Fray Luis Beltrán. Que ese poncho insigne -con el que fueron al combate los criollos de ley y sus

viriles capellanes, sirviendo de pendón y de mortaja a tanto paisanaje fiel- le parezca al Cardenal que le "quita universalidad al sacerdote", lo único que prueba es la profunda desafección que tiene de nuestras genuinas raices nacionales. Y el desconocimiento de aquel axioma clásico que sintetizara Tolstoi: "pinta tu aldea y serás universal". ¿Debe extrañarnos? Quien puede lo más puede lo menos. Criptojudío, filomarxista, pro tercermundista, propagador de heterodoxias -de manera formal, externa, pública y notoria- ¿por qué no habría de menospreciar a un cura gaucho y patricio, rezándole un responso a Rosas, ataviado con su poncho punzó, cruzando la vieja, gastada y noble sotana? ¿Por qué la aristocracia de este gesto sacerdotal habría de sintonizar con el plebeyismo más rancio que él ostenta cotidianamente?3 3 El Anexo al libro que reseñamos lo constituye un ensayo de Bergoglio titulado "Una reflexión a partir del Martín Fierro ", mensaje que dirigió a las comunidades educativas de Buenos Aires, en el 2002. En el mismo omite decir lo que el poema expresamente dice; esto es, que en tiempos de Rosas el gauchaje vivía espléndidamente. En cambio, atribuye la descripción de esa época resista próspera, concorde y feliz, a un mero "recurso literario" consistente en "pintar una realidad idílica", una "situación ideal" (p. 172-173). Hernández no habría retratado el período de la Confederación, como concretamente hizo, sino echado mano de un recurso literario. Si algo le faltaba a Bergoglio era su adscripción al antírrosismo. Ahora, ya tiene todas las carencias necesarias.

EL COLABORACIONISTA: Hemos dejado para el final la obsesión central y recurrente de este libro. Posiblemente su causa eficiente y uno de sus principales motores. Aunque con toda deliberación no se lo menciona, el fiero y terrible replicado en El Jesuíta es Horacio Verbitsky. Porque fue y es este sicario mendaz quien más lo hostilizó a Bergoglio inventándole un pasado supuestamente derechista, un presente opositor antikirchnerista y unos antecedentes o comportamientos que lo vincularían con el Proceso. En suma, para Verbitsky, el Cardenal sería

culpable del mayor de los males concebibles en todos los tiempos, períodos, latitudes y esferas: no haber hecho nada a favor de los desaparecidos, convirtiéndose así en aliado de la represión militar. A efectos de replicar esta especie -que para un hombre como Bergoglio es mucho más grave que si lo acusaran de calvinista, de arriano, de sacrílego. de invertido- lo primero que hace es comprar el paquete entero de la historia oficial elaborada por el marxismo dominante. Y demostrar, además, que el paquete comprado le merece plena confianza. Es de suma importancia hacer notar aquí que entre el terrorista Horacio Verbitsky y el Cardenal Bergoglio, existió una corriente mutua de amistad, alterada en el año 2004, cuando el primero dio a conocer unos documentos que halló en la Cancillería, demostratorios de una de las tantas duplicidades maquiavélicas del Primado. Dice al respecto el mismo Verbitsky: "El Cardenal te tenía mucha estima -me dijo un sacerdote conocido de Bergoglio. -Yo también a él-le respondí. -¿Pero entonces qué pasó?. Que encontré esos documentos en el Archivo de la Cancillería ". Cfr. Horacio Verbitsky, Doble juego. La Argentina católica y militar, Buenos Aires, Sudamericana, 2006, p. 73. La pregunta se impone con el peso de la obviedad. ¿Cómo podía existir de parte del Cardenal "mucha estima" por un hombre que carga sobre sus hombros una frondosa militancia homicida y un odio enfermizo y endemoniado a la Iglesia Católica? Por eso los elogios a la terrorista paraguaya, la amplísima comprensión y ninguna condena; a la Bonafini y su banda comunista, las majaderías hacia el clero tercermundista, la aquiescencia frente a la Teología de la Liberación, las decenas de contemporizaciones con el marxismo, los intencionales aplausos a los "luchadores por los derechos humanos", y la canonización del clero y del monjerío participes activos de la Guerra Revolucionaria. Por eso el guiño constante de aprobación para los nombres de Mugica, Angelelli, Argibay o Zaffaroni, y el llanto y rechinar de dientes para las Fuerzas Armadas y de Seguridad. En los disturbios del 20 de diciembre de 2001 -causados, sin duda, por el nefasto gobierno de De la Rúa-, varios policías cayeron salvajemente agredidos por la turbamulta de piqueteros que invadió la Plaza de Mayo. Uno de ellos fue literalmente linchado, sin que sus compañeros pudieran rescatarlo a tiempo. Bergoglio, que observaba los trágicos sucesos, sólo vio lo que quiso. "Llamó al Ministro del

Interior [...] para detener la represión [...] al ver desde su ventana en la sede del Arzobispado cómo la policía cargaba sobre una mujer" (p. 18). Es apenas un primer ejemplo, pero el maniqueísmo ideológico queda retratado; y el servilismo al pensamiento único también. La policía represora es siempre malvada. Los manifestantes populares son fatalmente buenos. "Durante la última dictadura militar -cuyas violaciones a los derechos humanos, como dijimos los obispos, tienen una gravedad mucho mayor ya que se perpetran desde el Estado- hasta se llegó a hacer desaparecer a miles de personas. Si no se reconoce el mal hecho, ¿no es eso un modo extremo, horripilante, de no hacerse cargo?" (p. 138). Es apenas un segundo ejemplo, pero bien que K presentativo. El mito basal de las izquierdas es asumido íntegramente por el discurso oficial del Cardenal. El "Proceso" fue una "dictadura"; el Estado Argentino fue terrorista (pero no así los Estados Cubano, Soviético y Chino que sostenían la guerrilla); los desaparecidos se convierten en incuestionables seres en virtud de la inmoralidad del procedimiento que los hizo desaparecer; y el metro patrón para medir la maldad de un gobierno es la violación a los derechos humanos, concebidos ya sabemos cómo: como se conciben desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Bolchevique. Esta es, pues, la obsesión hegemónica de Su Eminencia. Que se lo tenga por un hombre políticamente correctísimo, depósito y heraldo del pensamiento único, lo que implica, en primer lugar, haber combatido "la Dictadura" y cooperado con sus "víctimas". Gran parte del capítulo trece esta dedicado a probarlo. "A mi me costó verlo [se refiere al sistema represivo], hasta que me empezaron a traer gente y tuve que esconder al primero" (p. 141). Su Eminencia, claro, da por sentado lo que los reporteros y el imbecilizado público en general acepta a priori y sin condicionamientos: que el escondido era un joven idealista, perseguido injustamente por las brutales fuerzas del orden. La posibilidad de que estos escondidos, al igual que los palotinos y las monjas francesas -a cada rato llorados por Bergoglio- fueran activistas guerrilleros, ideólogos o cómplices activos de la Guerra Revolucionaria que asolaba a la Nación, ni se le pasa por la cabeza. Ni siquiera ante la abundancia de constataciones que hoy permiten saberlo. Nada le importan la verdad ni el juicio ecuánime sobre los hechos pasados. Su conciencia no sufre mella alguna con mirada tan unilateral y tendenciosa. Los militares eran artífices de "la paranoia

de caza de brujas" (p. 149). Sea anatema su obrar, sin matices. Sus perseguidos, en cambio, -como los dos "delegados obreros de militancia comunista" (p.148) por los que procuró interceder y rescatar- son presentados amorosamente como "los dos chicos" de una "viuda" que "eran lo único que tenía en su vida" (p. 148). Inofensivos chicos los guerrilleros. Paranoicos cazadores de brujas los militares. ¿Se necesita algo más para insertarse en la burda dialéctica de la historia oficial? Huero de toda templanza en los juicios, y asustado cuanto ansioso por demostrar que estuvo en el bando de los derechos humanos, lo que le importa a Bergoglio es cohonestar cuanto antes la versión instalada: la represión castrense fue repudiable, todo el que la padeció merece ser defendido, protegido y homenajeado por la Iglesia. Es más, la Iglesia se justifica y se lava en la medida en que pueda demostrar que, durante aquellos años, estuvo del lado de los perseguidos por las Fuerzas Armadas, y tuvo sus propios "mártires" causados por la soldadesca procesista. Por eso el empeño de Bergoglio en narrar con detalles cómo "en el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, escondí a unos cuantos" (p. 146), resultando ser hasta "los largos ejercicios espirituales" en el instituto "una pantalla para esconder gente" (p.147). Cómo "luego de la muerte de Angelelli" (a cuyo homenaje cuenta haber asistido) "cobijé en el Colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis" (p.146). Cómo sacó del país "por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante parecido a mí, con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el

clergyman y, de esa forma, pudo salvar su vida" (p.147). Cómo hizo todo lo posible por liberar a "dos delegados obreros de militancia comunista", por cuya vida le había pedido que mediara Esther Balestrino de Careaga (p.148). Entusiasmado por dar noticias de sus proezas a favor del partisanismo marxista, Bergoglio ni siquiera repara en que está confesando públicamente la comisión de delitos. Hasta que llega al punto central de su riña con el incalificable Verbitsky, y entonces jura y rejura, en largas parrafadas, (p.148-151) que estuvo siempre del lado de Yorio y Jalics, dos de los tantos jesuítas que fungieron de apoyo -intelectual y físico- a los planes de la Guerra Revolucionaria.

Son páginas sin desperdicio para medir el fondo del pecado y del temor servil al que ha llegado este desventurado pastor. Su afán de mostrarse colaboracionista del Marxismo alcanza aquí a su punto culminante. Porque esta es la tragedia veraz que no podrán seguir ocultando los artesanos del lavado de cerebro colectivo. Durante aquellos años, la patria argentina fue blanco de una guerra, declarada, conducida y financiada por el Internacionalismo Marxista, como parte del programa total de la Guerra Revolucionaria. En esa contienda, Bergoglio estuvo del lado de los enemigos de Dios y de la Patria. 5 Aportemos un dato más. En el año 2007, Lucas Lanusse edita su libro Cristo Revolucionario. La Iglesia militante, Buenos Aires, Editorial Vergara. El libro es una rotunda y explícita apología de aquellos curas y monjas que tuvieron parte Con cálculo preciso, y para que la delimitación de posiciones ideológicas ya no admita vacilaciones, se le cede la palabra a Alicia Oliveira. Por si algún lector desprevenido no registrara a esta vieja militante izquierdista, los escribas nos la presentan de este modo: "Firmante de cientos de habeas corpus por detenciones ilegales y desapariciones durante la última dictadura, se desempeñó como letrada e integró la primera comisión directiva del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), una de las más emblemáticas ONGs dedicada a luchar contra las violaciones a los derechos humanos [...] Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia [se desempeñó] como Representante Especial para los Derechos Humanos de la Cancillería" (p.152). Y Oliveira habla. Declara su "larga amistad" con el Cardenal "que la terminaría convirtiendo en una testigo calificada de buena parte de la actuación de Bergoglio durante la dictadura militar" (p.152). Cuenta qué, dada su ostensible inserción en los planes de la activa en las luchas guerrillleras de los años '70 o en su justificación ideológica plena. Cada capítulo contiene una semblanza biográfica y un largo reportaje a personajes bien conocidos, la mayoría de ellos denunciados en su momento por Carlos Alberto Sacheri.. Al llegar al capítulo dedicado al jesuíta Alberto Sily, agitador de las famosas Ligas Agrarias Chaqueñas, que trabajaban en visible maridaje con las organizaciones subversivas, y uno de los dirigentes del CÍAS (Centro de Investigación y Acción Social, donde se cobijaba la intelligentzia de la herejía progresista), el susodicho Sily confiesa que Bergoglio, entonces Provincial de la Compañía, le entregó el rectorado del Colegio de la Inmaculada. "Bergoglio insistió y Alberto [Sily] acató el pedido", explica Lucas Lanuse. Agregando después las palabras que le dicta el mismo Sily: "No entendía la medida, pero consideraba que el

Provincial estaba orientando de una manera muy creativa y positiva a la Compañía [...] Con el paso de los años, Alberto [Sily] percibiría en Bergoglio un cambio, [... ] un lento giro hacia posiciones mucho más políticas que espirituales, un pasaje del discernimiento espiritual al discernimiento político" (Cfr. Lucas Lanuse, ob.cit, p.351). ¡Y pensar que esto -el tránsito de la Fe a la praxis política de izquierda- se dice en tributo y homenaje a un sacerdote! guerra revolucionaria -que ella llama eufemísticamente "compromiso con los derechos humanos" (p.153)- el Cardenal "temía por mi vida" y le ofreció el Colegio Máximo como aguantadero. Cuenta cómo confió sus cuitas a Carmen Argibay -entonces Secretaria del Juzgado de Oliveira- y cómo "tras la caída del gobierno de Isabel Perón" sus "reuniones con Bergoglio se hicieron más frecuentes" (p.153). También sus coincidencias ideológicas sobre "los militares de aquella época" (p. 154), y la necesidad de salvarles la vida a quienes ellos perseguían (ídem). "Yo iba con frecuencia, los domingos, a la Casa de Ejercicios de San Ignacio, y tengo presente que muchas de las comidas que se servían allí, eran para despedir a gente que el padre Jorge sacaba del país [...] Bergoglio también llegó a ocultar una biblioteca familiar con autores marxistas" (p. 154). Emocionada con los altos y muchos servicios que su amigo, el Padre Jorge, prestaba a la causa, Oliveira recuerda que no sólo puso el Colegio Máximo al servicio del ocultamiento de los zurdos, sino la misma Universidad del Salvador, pues "muchos nos fuimos a resguardar allí" (p.155). Ella, en efecto, dictaba Derecho Penal con Eugenio Zaffaroni, y "en sus clases hablaba con libertad", analogando la "ley de ordalía" -que "los alumnos me decían que eso era horroroso"-"con lo que estaba pasando en el país" (p.155). Una anécdota más le sirve a Oliveira para su apología de Bergoglio. Como el sodomita Zaffaroni estaba empeñado en traer al país a Charles Moyer, ex Secretario de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, al solo objeto de que fogoneara la eterna acusación contra las Fuerzas Armadas argentinas, y encontraba obstáculos para lograrlo, "le preguntó a ella qué podían hacer para que igual viniera, pero con un motivo falso. Oliveira recuerda: '¿Qué hice? Recurrí, claro, a Don Jorge, que me dijo que no me preocupara. Al poco tiempo cayó con una carta en la que la Universidad invitaba a Moyer a dar una charla sobre el procedimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos [...] A su regreso, Moyer le envió a Bergoglio una carta de agradecimiento'" (p. 156).

El afecto la desborda al evocar todos estos gestos tan significativos para la causa de los marxistas, y Oliveira culmina diciendo: "La verdad es que si lo hubieran elegido Papa, habría experimentado una sensación de abandono, ya que para mí es casi como un hermano y, además, los argentinos lo necesitamos" (p.157). Los "argentinos", "varones" y "mujeres" tan bien definidos, como Argibay y Zaffaroni, sin ninguna duda. Otrosí la cáfila de comunistas -laicos o clérigos- a quienes cobijó con complicidad activa. Los argentinos de verdad y los católicos en serio, difícilmente sientan necesidad de un lobo disfrazado de cordero. El Cardenal aún no ha terminado de proferir su credo para el regocijo del mundo y de su príncipe. "Creo en el hombre", declara (p.160). E interrogado sobre Kirchner, y específicamente sobre la fama que se le ha hecho de ser un opositor a su gestión, se ocupa con diligencia de redondear su pulcra corrección política. "Considerarme a mí un opositor me parece una manifestación de desinformación f...l En 2006 le mandé [a Kirchner] una carta para invitarlo a la ceremonia de recordación de los cinco sacerdotes y seminaristas palotinos asesinados durante la dictadura, al cumplirse treinta años de la masacre perpetrada en la Iglesia de San Patricio [...] Más aún, como no era una misa lo que iba a realizarse, cuando llegó a la iglesia, le pedí que presidiera la ceremonia, porque siempre lo traté, durante su mandato, como lo que era: el presidente de la Nación" (p. 114-115). Está claro. Si hubiera sido por Su Eminencia, la profanación hubiera sido doble. Rendirle homenaje a quienes coadyuvaron a los planes de la guerrilla, y hacer presidir dicho homenaje, en una parroquia, a quien a todas luces repugna de la Fe Católica y la persigue sin hesitar. Vamos entendiendo algunas de sus palabras esparcidas en el libro: "Muchos curas no merecemos que la gente crea en nosotros", (p.101). "Algunos podrán aseverar: '¡qué cura comunista éste'! (p.106). LA IGLESIA ADÚLTERA: Nosotros, digámoslo claramente, no creemos que Bergoglio sea comunista, ni peronista, ni nada en particular. En sus opciones temporales debe aplicársele lo que Don Quijote utilizó para zaherir la inconducta de Sancho: "en esto se nota que eres villano, en que eres capaz de gritar ¡viva quien vence!". Toda esta exhibición de colaboracionismo marxista no brota tanto de un convencimiento ideológico serio, sino de una actitud villana. Si mañana se dieran

vuelta las cosas, podríamos escucharlo cantar Giovínezza con acento piamontés. Su problema es más hondo, más grave, más profundo; más difícil de que merezca el perdón del buen Dios. Es el escándalo del Pastor que se vuelve mercenario, cuya semblanza maldita y reprobación consiguiente ha trazado y sentenciado Nuestro Señor Jesucristo con palabras de vida eterna (cfr. Jn.10, 11-13). "Oh mercenario! -grita San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan-, viste venir al lobo y has huido. Has huido porque has callado, y has callado porque has temido". No es, por cierto, el suyo, un caso aislado. Es en este momento, en la Argentina, la cabeza de un conjunto de pastores que tienen similar conducta, y cuya última explicación encontramos en el Apocalipsis, cuando se protesta a la iglesia ramerizada, fornicando con los poderosos de la tierra y siendo infiel al Divino Esposo. Pero dejemos las honduras de los Novísimos y ciñámonos al tema del que veníamos hablando. La Iglesia ha sido puesta en el banquillo de los acusados por sus peores enemigos. Liberales y marxistas insisten en sostener que, durante aquellos difíciles años de la lucha contra la guerrilla, la Jerarquía calló, cohonestando así, de algún modo, las conductas ilegítimas que habrían cometido las Fuerzas Armadas. La respuesta de la acusada Jerarquía -Bergoglio el primero- fue tan frágil cuanto penosa. Pues consistió, por un lado, en recordar sus documentos a favor de los derechos humanos, emitidos durante la convulsa época (p.141); y por otro, en señalarse como damnificada, reivindicando un martirologio "católico" compuesto por personajes de inequívoca filiación o conexión terrorista. Si al responder con el recuerdo de textos pro derechohumanistas centraba la cuestión exactamente donde no debía hacerlo, esto es, en el núcleo de la mitología enemiga, convalidándola indirectamente; al atribuirse como víctimas propias o como testigos eclesiales a quienes habían sido cómplices de la escalada subversiva, pidiendo incluso la beatificación para ellos, sembraba la confusión y potenciaba el engaño hasta límites dolorosísimos por el escándalo que ello comporta. En efecto, ¿qué clase de Iglesia es ésta que, para defenderse de las acusaciones de haber estado asociada a la lucha contra la Revolución

Comunista, rehabilita el tener caídos o ideólogos del bando de la misma, los homenajea efusivamente y los reclama en los altares y en el santoral? ¿Qué clase de pastores son éstos que para levantar el cargo de la complicidad con la represión castrense, aducen haber izado la misma bandera de los derechos humanos que enarbolaron como divisa nuclear de su ficción ideológica las bandas subversivas? ¿Qué clase de coherencia, en suma, pueden exhibir los obispos que hoy no trepidan en contemporizar con los montoneros y erpianos devenidos en funcionarios públicos, como no vacilaron ayer en incumplir el deber irrenunciable que tenían de hablarles claro a los hombres de armas, sea para que no delinquieran ni pecaran, o para que combatieran con cristianos criterios? ¿Qué confianza pueden inspirarnos estos funcionarios eclesiales llenos de movimientos dúplices, medrosos, acomodaticios y heterodoxos? No; no ha salido airosa del banquillo esta irreconocible Iglesia. Acusada por los protervos de "ser la dictadura", cuando debió serlo si aquella hubiera existido y en aras del bien común de la patria, sólo atina a sacarse el incómodo sayo de encima del peor modo posible: reduciendo su naturaleza salvífica a un internismo de derechas e izquierdas, en el que los exponentes de las primeras habrían sido culpables y las segundas constituirían proféticas voces demandantes de los sacros derechos del hombre. Por eso ha abandonado a su suerte al Padre Christian von Wernich, ultrajado y preso mediante falsías inauditas. Por eso consintió el escarnio público de Monseñor Baseotto. Por eso no tiene una palabra ni un gesto de apoyo para los centenares de militares encarcelados arbitrariamente por la tiranía kirchnerista. Por eso niega todo reconocimiento de beatitud martirial a Genta y a Sacheri, mas anda pronta en canonizar a Angelelli, Pironio, los palotinos o las monjas francesas. Por eso no puede contarse con ella para que en los templos se rinda honores públicos a la memoria de los caídos en el combate contra los rojos, pero entrega al rabinato y a la masonería la mismísima Catedral Metropolitana o la Basílica de Lujan. Esta es la iglesia por la que lloró el entonces Cardenal Ratzinger, cuando en el Via Crucis del último Viernes Santo del pontificado de Juan Pablo II, dijo de ella que la cizaña prevalecía sobre el trigo. Y es la iglesia por la que lloramos nosotros, con llanto sostenido. Porque se nos crea o no -ya nada importa-no nos causa la menor gracia tener que denunciar a Bergoglio. Sólo Dios sabe el dolor indecible que esto significa. Ya quisiéramos tener un buen señor al que servir, y no un mercenario al que desenmascarar. Un Príncipe al que rendirle nuestro vasallaje, y no un lobo del que tomar prudente distancia.

ENVÍO PARA NECIOS: Pero el último enunciado merece un párrafo final aclaratorio. Dirigido a los necios, de quienes la Sacra Escritura nos advierte en fecundos pasajes, para que estemos prevenidos, así sea de su ignorancia como de su malicia, de sus calumnias como de sus enojos. Estos necios pueden ser tanto laicos como religiosos, lo mismo da. Y ante estas páginas nuestras podrán formular diversos cargos, como de hecho ya ha sucedido en anteriores ocasiones. Por respeto a los justos, sólo levantaremos preventivamente algunas de las posibles objeciones de la vocinglería necia. 1°.- No es atacar a la Jerarquía poner en evidencia la existencia de obispos felones, adúlteros, fariseos o heresiarcas. Es no pecar de omisión ni de encubrimiento ni de complicidad. Precisamente por amor a la verdadera Jerarquía. Mientras escribimos estas líneas, en Mayo de 2010, el Papa Benedicto XVI ha viajado a Portugal y le hemos escuchado decir que "la gran persecución de la Iglesia no viene de sus enemigos de afuera sino que nace del pecado dentro de la Iglesia". El Santo Padre no calla ni simula ni atempera esos pecados, así sean repugnantes como de hecho consta públicamente que son en tantos casos. A imitación del Vicario de Cristo, todo laico fiel debe secundar su prédica, repudiando los pecados internos, amonestando a sus cultores, previniendo de sus acechanzas a los desprevenidos, y proponiendo como único antídoto la práctica de la virtud y la predicación de la Verdad entera. Ya en la Catequesis del miércoles 10 de muyo de 2006, el mismo Benedicto XVI enseñaba que "obispo es la palabra que usamos para traducir la palabra griega 'epíscopos'. Esta palabra indica a una persona que contempla desde lo alto, que mira con el corazón. Así San Pedro mismo, en su primera carta, llama al Señor Jesús 'pastor y obispo - guardián - de sus almas' (1 P. 2, 25)". Y citando a San Ireneo de Lyon, agrega: "Los Apóstoles querían que fuesen totalmente perfectos e irreprochables aquellos a quienes dejaban como sucesores suyos, transmitiéndoles su propia misión de enseñanza. Si obraban correctamente, se seguiría gran utilidad; pero si hubiesen caído, la mayor calamidad". Celebramos, honramos y obedecemos a "los guardianes". Pero estamos moralmente obligados a detestar a los artífices de "la mayor calamidad", no siendo ciegos que se dejen guiar por otros ciegos (Mt.

15,14). Sigue siendo válido lo que santamente escribió el Capitán de Loyola a San Pedro Canisio, el 13 de agosto de 1554: que "los pastores católicos que con su mucha ignorancia pervierten al pueblo, parece deberían ser muy rigurosamente castigados, o al menos separados de la cura de almas", pues "más vale estar la grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo". 2°.- Existe, efectivamente, esa obligación moral antes aludida, y se nos aplica a los simples "subditos de celo y libertad, para que no teman corregir a los prelados, especialmente si el crimen es público y corre peligro la mayoría de los fieles". Son palabras de Santo Tomás de Aquino (In Gal. 2,11, n° 76-77), pero podríase sobre el particular citar una multitud de textos escriturísticos, patrísticos, escolásticos, conciliares, canónicos y pontificios de todos los tiempos, conformando todos ellos un corpus doctrinal que en buena hora redondeó admirablemente Melchor Cano -teólogo de Carlos V en Trentodiciendo: "cuando los pastores duermen, los perros deben ladrar". Esta es doctrina católica, y no lo es su negación o intencional olvido. Ahora bien, en lugar de considerar esta doctrina de los deberes de los subditos en orden a hacer valer los derechos de Dios; en lugar de tener en cuenta que no pocos santos la aplicaron, sin mengua de su obediencia a la Iglesia Jerárquica, sino por fidelidad a la misma; en lugar de discernir que de la enérgica y necesaria reprobación de los errores de ciertas autoridades eclesiásticas no se sigue la negación o el cuestionamiento de la Iglesia Jerárquica, per se, intrínsecamente y en su totalidad; en lugar, en síntesis, de dirigir la censura a los heresiarcas y rescatar la actitud de quienes para preservar a la susodicha Iglesia Jerárquica cumplen con el deber de señalar públicamente los extravíos, los necios nos condenan diciendo que no se puede "desautorizar públicamente a los superiores jerárquicos, ni criticar sus enseñanzas". Lo peor de todo es que para darle carácter apodíctico a este juicio -que contradice, como vimos, expresa enseñanza de Santo Tomás y del Magisterioinvocan a veces los necios "la regla 10 a para sentir con la Iglesia" (Ejercicios Espirituales n° 362). Pero dicha regla de San Ignacio se refiere a la obediencia a las autoridades legítimas, punto que aquí no está en discusión. Y en plena congruencia con la doctrina antes asentada sobre los deberes de los subditos, concluye aclarando: "de manera que, así como hace daño el hablar mal, en ausencia, de los mayores a la gente menuda, así puede hacer provecho hablar de las malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas".

Un autorizado comentarista ignaciano, el célebre escritor ascético, R.P. Mauricio Meschler S.J., ha precisado sobre el particular: "lo que el Santo recomienda aquí [en la Regla n° 10, E.E, n° 362] es un principio conservador de gran valía; se refiere a la observancia del cuarto Mandamiento de Dios, del orden y de la paz del pueblo cristiano. Tal espíritu de sumiso respeto a las autoridades constituidas siempre ha sido una prueba del genuino sentimiento cristiano católico. Siempre ha salido la Iglesia en defensa de la obediencia debida a la autoridad. Por esta razón, el que legítimamente advirtiera o hiciera advertir a los superiores sus yerros, sería muy benemérito así de la sociedad como de la Iglesia" (Mauriio Meschler y Enrique Pita, Sentir con la Iglesia y Discernimiento de Espíritus según San Ignacio de Loyola, Buenos Aires, Editora Cultural, 1943, p. 40). Porque, además, así como aplican indebidamente los necios la Regla n° 10 de San Ignacio, indebidamente aplican también el versículo 26,31 de San Mateo: "heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño", para hacernos responsables del "pecado abominable a los ojos de Dios" de "censurar públicamente a la Jerarquía, incitando a la confrontación y a la división del Cuerpo Místico". Pero dicho pasaje del Evangelio de San Mateo tiene precisamente otros destinatarios, pues es dolorosa y profética respuesta de Cristo a la promesa de los Apóstoles de no escandalizarse de Él, "aunque todos se escandalizaren en Ti". El Señor entonces le asegura con tristeza a Pedro, portavoz de los Apóstoles en la escena, que "esta noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces". "La fe de esta predicción" -comenta Santo Tomás de la mano de San Jerónimo y de San Hilario- "estaba fundada en la autoridad de una antigua profecía; por eso añade: hiere al Pastor y las ovejas se descarriarán" (Santo Tomás, Caleña Áurea, II, 2, Mateo XXVI, v. 30-35). Es a los sucesores de los Apóstoles, según este oportuno texto, a quienes hay que recordar que no nieguen a Cristo ni se escandalicen de Él, pues de lo contrario se dispersarán las ovejas. En 1970, el notable Carlos Alberto Sacheri, escribía su libro La Iglesia Clandestina, en el cual, con documentación fidedigna de toda índole, denunciaba el aparato marxista-tercermundista, compuesto por sacerdotes y hasta por obispos, que socavaba los cimientos mismos de la Esposa de Cristo.

También -o tal vez, principalmente- por este libro, lo asesinaron. Ahora bien; a Carlos Alberto Sacheri, que dio su sangre por Cristo Rey, quitándoles las máscaras a estos lobos, ¿también se le aplica la Regla n° 10 de San Ignacio, el versículo de San Mateo y los epítetos vulgares con que los necios quieren acallarnos? Curioso razonamiento: si un Cardenal de la Santa Madre Iglesia prédica heterodoxias, y obra iniquidades, los necios jerárquicos se llaman a silencio. Si un laico recuerda la ortodoxia, es pecado abominable. 3°.- Suelen aducir los necios que con estas denuncias les hacemos el caldo gordo a los enemigos de la Iglesia. Los enemigos de la Iglesia son, ante todo, los falsos pastores, los fundadores infieles, el clero ganado por el vicio nefando y por el pecado mayor de traicionar la integridad de la Fe. No necesitamos informarles a los lectores despabilados que liberales y marxistas, judíos y masones, ateos y gnósticos -y toda la gama posible de enemigos de la Iglesia- son los socios habituales de nuestra Jerarquía. Con ellos se sienten cómodos, no con nosotros. No necesitamos agregar tampoco hasta qué punto -en nombre del ecumenismo y desfigurándolo, en nombre del diálogo interreligioso y corrompiéndolo-se ha dado pasto en abundancia a las fieras anticatólicas, desde las mismas autoridades eclesiásticas. El caldo gordo del enemigo lo cocinan muy bien los pastores devenidos en mercenarios. Bergoglio se sabe papabile. Toda la primera parte de su libro está dedicada a probar que estuvo muy cerquita de suceder a Juan Pablo II. Hay quienes dicen incluso que, El Jesuíta, pretende ser su plataforma electoral para el próximo Cónclave. Al mejor estilo de los purpurados europeos, como Giacomo Biffi con sus más que interesantes y aprovechables Memorie e digressioni di un italiano cardinále, Su Eminencia ha querido tener su propio relato biográfico. Este es el peligro que debe movilizarnos: que un enemigo declarado de la Verdad como el Cardenal Bergoglio pueda presentarse impunemente como papabile. ¿Cuál es la parte que no entienden los múltiples necios que dicen que desenmascarar a un enemigo es hacerles el caldo gordo a los enemigos? ¿Cuál es el principio de identidad y de contradicción del que no llegan a percatarse? 4°.- Una aclaración postrimera nos queda en el tintero y hemos de reiterarla. No nos causa alegría andar de desencuentro en desencuentro con curas y obispos, incluso con algunos de estos últimos, con quienes habiendo tenido cierta amistad o trato cordial

antes de que fueran investidos, nos niegan ahora como si estuviéramos leprosos. Tampoco nos causó alegría en su momento el haber tenido que salir públicamente a discrepar con el Santo Padre por el tratamiento de la cuestión judía. Somos nadie para decir estas cosas. Individualmente considerados, carecemos de todo rango, de todo encumbramiento y, si se quiere, de todo mérito o autoridad. Pero no es nuestra valía personal lo que aquí está en juego, ni nos importa defender prestigios subjetivos. En esto, coincidimos con Federico Mihura Seeber: "Nuestro móvil no puede ser ya más la fama [...] Trabajamos, sin duda que en la tierra, pero para la Ciudad que baja del Cielo" (De Prophetia, Buenos Aires, Gladius, 2010, p.250). No obstante, y si individualmente considerados somos nada, como miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo, nadie puede impugnar nuestro derecho y nuestra obligación de hablar. "Hasta el pelo más delgado hace su sombra en el suelo", dice Fierro. Tanto más cuando ese delgado pelo forma parte, por el sacramento del bautismo, de la cabellera regia de la Esposa de Cristo, cuya belleza exaltara el Cantar de los Cantares. Respondiéndole a otro Cardenal Primado, que cayera también él en la confusión doctrinal, principalmente en la relación judeocatolicismo, en el año 1989, el Dr. Carlos Disandro tuvo que decirle al Cardenal Aramburu: "mi fuerza y mi autoridad procederá de esa Ecclesia y de esa Fe Intemeratta y Sublime, que ustedes traicionan y niegan [...] Mi voz será sofocada y mi persona vilipendiada. Importa poco eso, o nada [...] La Semántica Divina una vez proferida) perdura, en el aire cósmico que la recepta y la enhena al Espíritu Paráclito, para que la trasiegue, la planifique e ilumine, y la haga un viviente, cuando todo parece morir". No diremos ahora lo mucho que nos separa y nos aleja del autor de esta cita. Diremos simplemente que lo que acaba de decir es verdadero. No hemos sido educados para tener que rebelarnos contra curas y obispos, sino para arrodillarnos frente a la Jerarquía, orgullosos de la sujeción y del honor de poder rendir nuestros servicios. Nos lastima hasta la fibra más honda del alma constatar que, en líneas generales, nuestros pastores y clérigos son medrosos, ambiguos, heresiarcas y hasta poco o nada viriles, como diría Santa Catalina de Siena. Tal situación nos provoca una desazón y un tormento que, insistimos, sólo Dios conoce, y sólo El sabrá porqué lo permite.

Pero no debemos callar. En nombre propio, en el de los tantos y tantos que padecen similar dolor, en el de nuestros maestros mártires y en el de nuestros potenciales discípulos. No debemos callar, porque la esperanza está puesta en el triunfo de la Verdad Crucificada, oportuna e inoportunamente testimoniada. No debemos callar ni retroceder, porque a pesar de la jerarquía prevaricadora y de sus obsecuentes necios, alguien tiene que decir la Verdad.

"MUESTRARIO DE INFIDELIDADES" Esta segunda parte del libro está constituida por artículos que aparecieron en publicaciones digitales o en sucesivos números de la revista Cabildo durante los últimos años o inéditos. En cada uno de ellos el lector podrá determinar la fecha en que fueron escritos. ============================================== Capítulo 1

EL FORO JUDEO CATÓLICO

Entre el 5 y el 8 de julio de 2004, en Buenos Aires, en las instalaciones del Hotel Intercontinental, tuvo lugar el 18° Encuentro Internacional del Comité de Enlace Católico-Judío. No se trató de un encuentro circunstancial, de alcance privado, sino de una reunión formal, oficial y planificada, tanto desde las altas instancias del catolicismo como desde las del judaismo. Cuatro Cardenales estaban presentes: William Kasper, Jorge Mejía, Wiliam Keeler y Jorge Bergoglio; tres Consejos Pontificios representaban los tres primeros; a la Iglesia Católica en la Argentina, el último. Autoridades de la UCA, del Consudec, de la Universidad

Austral y el Vicario del Opus Dei, fueron de la partida. Asimismo, destacados clérigos del culto judeocristiano, como Laguna, Pérez del Viso, Rivas y Rafael Braun. Entre los laicos, diversos representantes del Gobierno o de sus propias preferencias ecumenistas. El Presidente de la Conferencia Episcopal, por cierto, hizo llegar su adhesión; y todo se inició y transcurrió con la explícita anuencia y patrocinio del Vaticano.

Del lado israelí estaban representados, entre otros, el Congreso Judío Mundial, la DAZA, el Seminario Rabínico Latinoamericano, la B'Nai B'rith, el Consejo Rabínico de América y el Congreso Judío Latinoamericano. Y un número considerable de individualidades hebreas, como Marcos Aguinis, que no necesariamente representan a una determinada institución. En su conjunto, como se advierte, fue lo que se llamaría una reunión calificada. Detalles, pormenores, ponencias, asistentes y adherentes, pueden conocerse siguiendo los periódicos de la semana que insumió el Foro. En internet, está claro, los datos sobreabundan, empezando por los que proporcionaron las propias agencias informativas católicas, nacionales o extranjeras. La declaración final conjunta circuló profusamente. Cuatro cosas deben ser dichas al respecto, sin el más mínimo asomo de precipitación en el jaicio, talante irónico o afán contestatario. Cuatro cosas, que sólo Dios conoce el dolor que nos causan. La primera, que los católicos asistentes -ostenten las jerarquías que ostentaren- profirieron heterodoxias graves e incurrieron en omisiones culposas. Piénsese, por ejemplo, en lo que significa la defensa expresa del sionismo, callando su naturaleza racista, xenófoba1, anticristiana y homicida. O en la unión de ambas religiones, la judía y la católica, predicada por Kasper, puesto que "ambas son mesiánicas" y "el mesianismo tiene que ver con la esperanza", enmudeciendo la afirmación de que Cristo es el Mesías a quien Israel rechazó primero y consintió su muerte después. Heterodoxias graves, reiteradas y múltiples, que en su conjunto, si queremos despojarnos de circunloquios, no podremos sino llamar con el duro nombre de herejía. Lo segundo es que tales pastores, precisamente por lo que dijeron y por lo que no quisieron decir, por lo que obraron y por lo que no supieron obrar, in

ducen al rebaño fiel a una confusión atroz, llevándolo al límite mismo del escándalo. Incurren en la misma falta quienes -a pesar de no haber asistido y de conocer la verdad- no han sido capaces de hablar "sí, sí; no, no". Lo tercero, es que el grueso de las instituciones judías asistentes, tienen un largo, probado y documentado historial de militancia anticatólica, empezando por la siniestra agrupación masónica B'Nai B'Bríth. De modo que de ser cierta la parte de la declaración final conjunta, según la cual "la comunidad judía deplora el fenómeno del anticatolicismo en todas sus formas", esa misma comunidad debería empezar por cuestionar a las mencionadas entidades, así como sus profusos y respectivos medios de difusión, que son otras tantas pruebas del "anticatolicismo en todas sus formas". Lo cuarto, al fin, es que bien estará que se recuerde la incompatibilidad entre catolicismo y antisemitismo. Pero semitismo y sionismo -cuya misma naturaleza ha quedado reconocida en buena hora, bien que por motivos espurios- poseen unos principios y unos fines, unos protagonistas y unos antecedentes, no sólo enteramente incompatibles y hostiles a la fe católica, sino también a la misma patria argentina, en cuyo seno tal reunión internacional se llevó a cabo. Este judeocatolicismo que en nombre de un desencaminado ecumenismo ha quedado instalado, es una ignorancia tan enorme cuanto culposa, una mentira intencional y una profanación impía. Y es además una traición a las raices fundacionales de la argentinidad. Quede dicho desde estas páginas, por modestas que sean, para que algún día y en algún sitio se sepa, que conviene decir la Verdad, ante el mutismo ominoso de los que deberían hacerse crucificar por ella.

EL MISMO DIOS:

Finalmente, el 9 de agosto de 2005, el Cardenal Bergoglio, junto con León Cohén Bello por la DAIA, Luis Grynnwald por la AMIA, y Omal Helal Massud por el Centro Islámico, suscribieron una declaración conjunta contra "toda forma de fundamentalismo y terrorismo". Interesante iniciativa, si las hay, y que no podía tener mejor inicio. Tanto que en el trascendental documento fundante, el Cardenal Primado -disipando las dudas de quienes aún creíamos con el

Catecismo que la Iglesia Católica era el Cuerpo Místico de Cristo- se apresuró a aclararnos públicamente que en rigor, se trata sencillamente de una de las "entidades comprometidas con la realidad del país". Una ONG más, que en paridad de condiciones con otras, puede suscribir convenios y contratos. Incluso comerciales, aprovechando que -según lo dijera un afamado pastor el 6 de agosto en Claves para un mundo mejor- "la economía argentina ha accedido a rumbos mejores [...] tomando una orientación que en términos generales se puede considerar correcta". El otro error del que nos libró en la ocasión nuestro Primado, fue el del Evangelio que por boca del mismísimo Jesucristo nos tenía acostumbrados a repetir, refiriéndose a los israelitas: "Vosotros no sois hijos de Abraham; si sois hijos de Abraham haced las obras de Abraham. Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre" (Jn.8, 44). Ahora sabemos, pues fue dicho por el Pastor presentando el gran texto inaugural, que «tenemos cosas en común: adoramos al mismo Dios, somos hijos de Abraham" (La Nación, 10-8-05, p.10). Pero no escribimos estas líneas sólo para dar gracias por el Nuevo Culto Trimonoteísta que nos ha sido dado, sino para formular un pedido, que podría derivar en un ofrecimiento. En efecto, dice el sacro texto que los firmantes del mismo se comprometen a "crear una Comisión destinada al estudio y a la prevención de las causas que generan el terrorismo y el fundamentalismo". Hace tiempo que deseamos saber, entre tantas cosas, por qué a instancias de la DAIA y de la AMIA no se pudo enseñar más la religión católica en las escuelas catamarqueñas; por qué bajo los auspicios de tan ecumenistas entidades, se propuso suprimir la Cruz de la bandera tucumana, o declarar antisemita la hipótesis de la implosión en la Embajada de Israel, o culpar al Estado Argentino de los atentados contra sus custodiados blancos. Por qué, el Estado de Israel -el mismo que legaliza las torturas y prohija el terrorismo- puede patotear al Santo Padre Benedicto XVI, mientras la primera ciudadana Cristina Kirchner lo pone como modelo de política estatal. Inquietudes todas que bien podrían disipar los integrantes de esta anunciada Comisión. Para cuya constitución ofrecemos desinteresadamente buscar algún colaborador, selecionado con cautela, pues el hombre elegido, fiel a las enseñanzas bergoglianas, según las cuales "adoramos al mismo Dios" (La Nación, ibidem), debe creer simultáneamente en Alá, Jesucristo, el Becerro de Oro y el Gauchito Gil.

LA BESTIA Y LOS PASTORES MAJADEROS:

El perfil de Laguna En declaraciones públicas hechas al diario Perfil (domingo 13 de noviembre de 2005, p.56) Monseñor Justo Laguna -siguiendo con una línea de conducta tristemente habitual en él- ha desbarrado a sabiendas, con plena conciencia de la confusión que causa, del daño que ocasiona y del escándalo que acarrea. En esta ocasión, el tema elegido para el desmadre doctrinal fue uno de los preferidos por los medios, y también por el pastor, que parece sentirse cómodo en lúbricas cavilaciones. Hablaron así de sexo, Damián Glaz, el perfilado periodista, y Justo Laguna, el sedicente purpurado. Una foto del prete en la cama completa e ilustra la noteja, como para que no se abriguen dudas sobre el amarillismo del suelto al que interrogador e interrogado se acaban de prestar. Laguna dice lo suyo, que no es lo de la Iglesia sino lo de sus enemigos y persecutores. Dice, verbigracia, que «este gobierno es lo mejor que nos puede pasar» y que ya la ve «como presidenta a Cristina». Que «debe ser revisado y discutido» el criterio vigente y aprobado en el último Sínodo de prohibir la comunión a los divorciados. Que «habría que despenalizarlo [al aborto] para algunos casos». Que está de acuerdo con la educación sexual en las escuelas, pues contrariamente, a lo que indica la tradición» «el sexo es para muchas cosas», y «el colegio no cumple con su función si no enseña la totalidad de la sexualidad» y si «a los adolescentes que no quieran ser castos» no se les enseña que «no lo hagan mal, sin nada», al acto sexual. Fingiendo algún asombro e inocultando la admiración ante tan sabrosas heterodoxias, apenas el prelado concluye su frase favorable a la despenaliza-ción del aborto, el escriba le pregunta si «cree que llegará a ser ése el pensamiento institucional de la Iglesia». «Eso no lo conseguiremos nunca», se lamenta Laguna. «Hemos tenido un Papa muy duro en toda esa materia [se refiere a Juan Pablo II]. Y el que tenemos ahora [se refiere a Benedicto XVI] está en la misma línea, pero con más inteligencia, para colmo de males» (¡sic!). 'Ninguna interpretación es preciso ejercitar para advertir que Laguna acaba de plantar el árbol de la ciencia del bien y del mal. Perverso arbusto que ya no es el lignum vítae de la sabiduría divina ante el que se prosternan los hombres de buena voluntad -y ante el cual estamos

obligados a la obediencia los miembros de la Iglesia- sino la planta torcida, cizañosa y ruin de sus propios y mendaces puntos de vista. Pero haber extirpado aquella señal paradisíaca de la omnisciencia del Creador, para sustituirla por una doxa frivola, irresponsable y calumniosa, es reeditar el gesto luciferino de la rebelión contra el Altísimo. No llegarán las sanciones canónicas que le corresponderían a este prelado felón, después de esta última manifestación de su descaro. Ni por haber ofendido a dos Pontífices, ni por declararse en los términos que lo ha hecho en pro de la cultura de la muerte. Seguirán llegando en cambio los favores del mundo, de los que nutre su vanidad y su ridículo en-golamiento. Y habrá para él nuevos almuerzos televisivos o nuevas funciones en la Comisión Episcopal de Ecumenismo. No importa. Lo que ya le ha llegado de seguro es el vómito de Dios. Y no hay perfil que pueda mejorar un rostro una vez recibida tan fortísima sanción. LA CIUDAD CAÍNICA: Escándalo aparte es el que dan ciertos pastores y ciertas agrupaciones católicas, al asociarse pública y reiteradamente con la B'nai B'rith, en la mayoría de los casos para celebrar juntos las efemérides impuestas coactivamente por el sionismo internacional. Así sucedió en la parroquia porteña de San Nicolás de Barí, el pasado 9 de noviembre, con la asistencia del mismísimo Cardenal Bergoglio. Y en el Museo de la Catedral de La Plata, y aún después, en la Universidad Austral, bajo el patrocinio de Monseñor Patricio Olmos, Vicario del Opus Dei (Cfr. La Nación, Buenos Aires, 14-11-05) Fenómeno trágico y ya de larga data, si los hay, el de la judaización del catolicismo, el del pseudoecumenismo convertido en irenismo y el del diálogo interreligioso trastrocado en monólogo herético. Nada diremos de ello en la ocasión. Fenómeno igualmente trágico el de la falsificación intencional de la historia, en virtud del cual Israel viene ofreciendo compulsivamente una visión amañada y unilateral del pasado europeo, a partir de la victoria aliada en 1945. También callaremos ahora sobre el punto. Fenómeno muchísimo más desgarrador aún el de la constante agresión judía a las creencias, a los símbolos y a las doctrinas cristianas. Baste apenas como ejemplo -por la contemporaneidad con el hecho central que motiva esta nota- el lacerante testimonio del Padre Artemio Vítores, Vicario de la Custodia de Tierra Santa en

Jerusalén, sobre los atropellos hebreos contra los lugares santos que ponen «en alto riesgo de que desaparezca completamente la presencia cristiana en Belén», ante la indiferencia de los bautizados (cfr. Zenit, 17-11-2005). Haremos silencio de igual modo en estas circunstancias. 'Fenómeno, al fin, documentalmente constatable hasta el hartazgo, el largo historial explícitamente masónico de la B'nai Brifh, desde su fundación en los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. No ha habido causa de la Revolución Mundial Anticristiana, que no dejara de apoyar fervorosamente. No ha habido ideologismo ruinoso que no propagara. No ha habido, en suma, opción política, cultural y espiritual contraria a la recta doctrina, que se privara de su adhesión. El peligro de esta logia judeomasónica se ha considerado tan extremo, que hasta se han escuchado voces de alerta procedentes de quienes no podrían tildarse de antisemitas, como Henry Ford, Jacques Zoilo Scyzoryk, o el Executiue Intelligence Review. Pero insistimos: ninguna de estas gravísimas realidades serán hoy objeto de análisis. Y no por considerarlas poco entitativas, sino porque teniendo la relevancia que tienen nos demandaría un espacio inabarcable al tiempo de redactar estas líneas. Un hecho menor y casero, en cambio, podría haber sido considerado por los pastores, las prelaturas y las catedralicias autoridades; y es la repartija insensata de anticonceptivos -orales o de látex- que la aciaga logia judaica ejecuta prolijamente en los hospitales o centros de salud de nuestra invadida patria, como parte del apoyo que le presta a las campañas infames del inverecundo Ginés González García, Ministro de Salud del Kirchnerismo. A la vista está, y sólo a guisa de ejemplo, el diario El Día de Gualeguaychú, del pasado 10 de octubre de 2005, para dar exacta cuenta de lo que decimos. Que uno de los precitados pastores, que practicó la anfitrionía y la coyunda con la B'nai Britli, haya sido el mismo que paralelamente sostuvo una valiente discrepancia con las obscenas políticas estatales en materia de sexualidad, y que suele hablar lúcida y doctamente en tantas ocasiones, acentúa el dolor de nuestra protesta. Fue en la Basílica porteña de San Nicolás de Barí, ya aludida, donde el Cardenal Bergoglio, llorando con la B'nai Brifh los cristales rotos de 1938, se lamentó de «nuestro cainismo humano». Una repasada a la vera historia, y a la de la B'nai Brifh en particular, podría hacerles patentes a estos judeocatólicos el sustento cabalístico del cainismo humano, múltiple y antiquísimo en su fatal despliegue, desde las

primeras persecuciones a la Iglesia, por poner un hito, hasta los crímenes perpetrados en nombre de la humanidad por los vencedores de la Segunda Guerra. Podría hacerles patente del mismo modo, la frondosidad de enseñanzas rabínicas que dan doloroso fundamento a aquello que Guénon llamara la dudad caínica, o el cainismo moderno, si se prefiere la denominación más ortodoxa de Monseñor Keppler. A su vez, otra repasada a la teología, de la mano de los Padres para mayor seguridad, podría tornarles comprensible el aciago parentesco entre la Sinagoga y Caín. Drama doloroso de los tiempos, que con caridad y claridad admirables, y glosando a San Pablo, explicara el Padre Julio Meinvielle cuando escribió que «el judío es el verdadero Caín». Y que, por lo tanto, Dios no dispone su exterminio, como en las ideologías racistas, sino el castigo de que vaya «llevando en su carne el testimonio de Cristo en el misterio de la iniquidad». Hasta que arrepentido del horrendo crimen -y de los tantos cometidos como una 'resonancia fatídica de la muerte del justo Abel- vuelva penitente y contrito a la casa del Padre. Pero a ninguna casa del Padre querrán volver los judaicos caínes, a ninguna mansión abandonada y traicionada querrán regresar, si los pastores de la Iglesia Católica, lejos de instarlos a la conversión, se judaizan con ellos y con ellos se unen en la ingrata tarea de descristianizarlo todo. Y si en vez de rezar y luchar para que Caín acorte sus días fugitivos e infecundos, se van con él a «las tierras de Nod» de las que habla el Génesis (IV, 16). Tierra de nadie, sin patria, sin raices, sin hogar ni consuelo ni gracia.

SOMBRAS NADA MÁS:

Sigue dando que hablar la Carta Pastoral del Episcopado Argentino titulada Una luz para reconstruir la Nación (Buenos Aires, Pilar, 12-112005) Si hemos de ser justos con la misma, diremos que no es desacertado el criterio elegido por sus redactores de recordar «cinco principios básicos de la Doctrina Social», con sus consiguientes «proyecciones sobre la realidad social argentina»; para hacer lo mismo después con «cuatro valores fundamentales de la vida social».

Lo desacertado -por decir lo menos- es el acento marcadamente naturalista e inmanentista de los conceptos vertidos bajo aquellas categorías. El tono temporalista y horizontalista, vacío de toda perspectiva sobrenatural y de un talante genuinamente religioso. Lo desacertado es el enfoque reducccionista que malbarata y hace pasar la Doctrina Social de la Iglesia por la declaración de principios de cualquier agrupación partidocrática. Lo desacertado, en suma, y moralmente pecaminoso, es que aquello necesario de decir fue pusilánimemente callado, y que lo dicho llevó el sello del derechohumanismo, de la deificación de la democracia, del culto antropocéntrico y hasta del siempre invocado y confuso solidarismo, convertido ahora en principio de la Doctrina Social. Lo desacertado -completemos el juicio- es el tributo que el texto paga, con inaudita displicencia, al núcleo de las ficciones ideológicas de la modernidad, tanto las de sesgo liberal como las de cuño marxista. Sirvan de botones al proverbial muestrario, ante todo, el párrafo 29, que proclama abolida la enseñanza tradicional de la Iglesia, según la cual «el error no tiene derechos». Olvidando el pequeño detalle de que tal enunciado doctrinal fue expresado, entre otros, por León XIII en la Libertas, y que a la totalidad del magisterio leoniano pidió volver Juan Pablo II en la Introducción de su Centessimus annus, como un modo de «satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el gran Papa» y de manifestar «también el verdadero sentido de la Tradición de la Iglesia». Y luego el párrafo 30, en el cual -distorsionando facciosamente la naturaleza de la guerra revolucionaria que el comunismo internacional desató contra la Nación- se establece una explícita asimetría de culpas, dictaminando que los actos de la guerrilla que «contribuyeron a enlutar a la patria» no son comparables al «terror de Estado» con sus «consecuentes crímenes de lesa humanidad». Como si toda represión estatal -aún la lícita, necesaria y justísima-fuera per se terrorismo; y como si los requisitos legales que tipifican de lesa humanidad a un crimen, no se aplicaran uno a uno al crapuloso accionar de la guerrilla. Y como si la acusación de "lesa humanidad" contra las Fuerzas Armadas Argentinas, no se supiera ya, sobradamente, que constituye una chicaría política de las izquierdas sin real sustento jurídico. Para los Obispos, los problemas vitales que deben señalarse y corregirse son de índole sociológica: desocupación, subempleo, exclusión social, inseguridad, pobreza. Y entre los «muchos signos positivos» que han escrutado les parece enunciable, en primer lugar, el aumento «del índice de votantes» (par.20).

La tragedia de una patria católica intencionalmente descristianizada, de la Fe perseguida y profanada, de la Cátedra de Pedro escarnecida, de la blasfemia y de la impiedad promovidas a mansalva, de la cultura de la muerte entronizada, y del ultraje religioso y moral hecho política oficial, no aparece mencionada. La tragedia de una Argentina en la que Cristo ha sido destronado y los deicidas se reparten con insolencia sus despojos, tampoco los inquieta. La tragedia consiguiente de una población masificada y acostumbrada a la aceptación del vicio y de la contranatura, cuyos integrantes han sido degradados del rango de ciudadanos al «de votantes», no los perturba ni les quita sus episcopales sueños. El hecho igualmente trágico de un gobierno crapuloso y corrupto, integrado por la gusanería marxistoide más revulsiva, y por los sirvientes más dóciles al Imperialismo Internacional del Dinero, no se menciona en el listado de inconvenientes. Todo el sinfín de males enormes que se siguen de estar padeciendo la acción devastadora de quienes niegan los derechos de Dios, ha sido silenciado. Y mientras se calla el deber de resistir valientemente tamaña perversión, hasta el derramamiento de la propia sangre si fuera menester, se insta «a luchar para transformar la pasividad de muchos en una auténtica participación democrática» (par. 21). El Evangelio no manda luchar por la democracia, sino librar el buen combate por amor a Cristo Rey. Un combate en el que se está dispuesto a donar la vida, y en el cual, históricamente, muchos santos y muchos héroes cristianos segaron vidas de enemigos públicos. Porque no es lo mismo la muerte de un inocente, que la muerte de un culpable en guerra justa o en custodia propia, o en legítima contienda defensiva de bienes cuyo agravio no puede consentirse. No trae, pues, la Carta de los Obispos, una luz para reconstruir la nación. Sombras, nada más, como en el tango de Contursi. Lo que debieran saber los pastores es que, como lo enseñara Castellani, Dios no es un cantor de tangos, que al final, enternecido, abrirá las anchas puertas para que todos pasen al cielo. No; no, enseñaba el gran cura. La puerta es estrecha. Golpearán queriendo entrar los mercenarios que dejaron el rebaño a merced de los lobos. Y detrás se escuchará la voz firme y gimiente del Señor recitando: «Algún día haz de llamar / y no te abriré la puerta / y me sentirás llorar». LA BESTIA: Pero como vivimos bajo el signo de lo paródico y de la apariencia sin ser, tamaño documento episcopal -anodino, heterodoxo y tibio- fue

presentado por los medios como un «durísimo ataque» al Gobierno; una especie de bula condenatoria que lo arrojaba al averno. Y así durante días y días de libérrima ignorancia periodística. La especie llegó a oídos de la Bestia y reaccionó como es del dominio público. En su boca de dicción canibalesca se agolparon los sones guturales que hicieron las veces de palabras reprobatorias. En sus zarpas se crisparon las pulsaciones que remedaron humanos gestos desdeñosos. Porque Néstor Kirchner, que a él mentamos cuando decimos la Bestia, es un calco de Dudard, aquel personaje progresista de El Rinoceronte de lonesco, cuyas últimas palabras antes de animalizarse fueron declarar que lo hacía pues era necesario ir con el tiempo. La Bestia no lee, ni medita, ni reflexiona, ni jerarquiza, ni distingue. La Bestia es incapaz del ensimismamiento, de la contrición, del perdón otorgado o requerido. Gruñe, manotea y depone. Es inútil hacerle inteligir la naturaleza de la Iglesia a la que cree pertenecer, y la naturaleza de la herejía que hoy corroe a esa Iglesia y a cuyos profetas exalta dialécticamente. Es inútil pretender inculcarle la noción del sacramento de la penitencia, en virtud del cual, lo que quiso señalar como un defecto: «confesar a los torturadores», no sería sino un mérito, amén de un deber. Es inútil proporcionarle los rudimentos de la lógica, según los cuales, un texto es veraz o falso per se, no per accidens; esto es, en el caso que nos ocupa, por el apoyo de la Iglesia a la legítima represión militar a la guerrilla. Es inútil solicitarle la fina motricidad del alma, y la virtud de la veracidad conexa a la justicia. La recua terrorista a la que lo une su pasado de módico estudiante subversivo y su presente de garante del rencor setentista, lo acompaña en su odio a la Cruz. Que es lo único que queda en pie después de su grotesca soflama contra lo que él creyó inadmisible. Hubiera sido edificante que ante este estallido feral -por el cual, como en el poema de Manuel Machado, el animal «bufa, ruge, roto, cruje», y encuentra como respuesta la figura esbelta del torero «que se esquiva jugando con su enojo»- la Bestia se hubiera encontrado con la firmeza de los Herederos de los Apóstoles haciéndolo rodar por la arena. En su lugar, los obispos y el Cardenal Primado, Monseñor Bergoglio, se apresuraron a aclarar con prontitud que la traída y llevada Carta Pastoral no estaba dirigida contra el Gobierno. Diversidad de voceros oficiales y oficiosos de la Conferencia Episcopal dieron la buena y tranquilizadora nueva... ya vieja para nosotros. Gracias al Cielo, entre los desertores de la Eternidad y la Bestia, todavía existen católicos y argentinos dispuestos a pelear por Dios y por la Patria.

SEÑOR, HIEDE....

«Los Pastores deben tomar cada vez más conciencia de un dato fundamental para la evangelizarían: en donde Dios no ocupa el primer lugar, allí donde no es reconocido y adorado como el Bien Supremo, la dignidad del hombre se pone en peligro. Es por lo tanto urgente... recordar que la adoración no es un lujo, sino una prioridad»Benedicto XVI, Ángelus del 28 de agosto de 2005 Cuando el dolor lacera y sacude al alma, es difícil andar enhebrando discursos, mas también es difícil permanecer callado. Obren como quieran aquellos obsecuentes que se saben conminados a salir en defensa de la Jerarquía Eclesiástica, aún en las ocasiones en que ella se muestra contraria a su misión doctrinal. Obren también como quieran, quienes prefieran enmudecer o fingir. Lo cierto es que cuantas veces nos toca hablar de la infidelidad de los Obispos, lo hacemos con una pesadumbre que sólo Dios conoce y pesa. Dígase entonces con aflicción, pero dígaselo de una vez, lo que hay que afirmar sobre el inaudito caso del pastor sodomita, Monseñor Maccarone. 1 -Maccarone pecó en primer lugar contra Dios. Pecó con vicio nefando, faltó contra natura, depravó su cuerpo y su mente, ensució el Orden Sagrado, llevó una vida sacrilega a fuer de doble, siendo una de ellas la de Ministro de la Eucaristía, y la otra la de un relapso en materia de perversión sexual. Pecó contra la castidad y dio escándalo grave a sus subditos. Sacrilegio, sodomía, escándalo: así enunciemos sus culpas. Nada de esto ha sido dicho, faltándose entonces a esa primera caridad que es la verdad, según recta enseñanza agustiniana. Y por tamaña falta de omisión, quebrantóse la justicia, pues la omisión de lo necesario es tan injusta como la afirmación del error. Y aquí lo necesario era llamar a las cosas por su nombre, desagraviando a Dios primero, el gran traicionado. 2 -Maccarone no es sólo ni principalmente un desventurado invertido, sino uno de los tantos clérigos descarriados por la herejía progresista, uno de los tantos activistas de la Iglesia Clandestina al servicio de la Revolución Marxista. Pruébase lo dicho de modo terminante por

quienes le dieron su grotesco y ostensible apoyo una vez apartado de su cargo, en septiembre de este año 2005. Desde el lipoma Bonafini hasta el extorsionista Castell, pasando por toda la gama de los izquierdistas mass media y de las agrupaciones ideológicas afines. Pruébase por la cuidadosa elección de su amparo eclesial buscada por la impía y montoneril dupla del matrimonio Kirchner. Pero pruébase por sus frutos y por sus enseñanzas, cuyo tributo al hereje Karl Ranhner, verbigratia, salió a relucir precisamente en carta de lectores de una de sus discípulas y defensoras (cfr. La Nación, 25-8-05, p.16). Nada de esto fue dicho, callándose nuevamente la existencia de ese mal enorme, que autodemuele a la Iglesia. Un mal cuya acción real no se entiende separada del Maligno, enseñoreado hoy a sus anchas en el mismo lugar sacro. Heresiarca y manfloro: tales pues los adjetivos que retratan al prelado depuesto. 3 -La reacción del Episcopado Argentino, con el Cardenal Bergoglio a la cabeza, ha sido tan errada cuanto impropia, tan exasperante como pusilánime, resultando en la práctica una triste complicidad con el pastor felón. Elipsis y subterfugios múltiples reemplazaron el perentorio lenguaje viril que la ocasión reclamaba. Minimizaciones eufemísticas del horrendo pecado, ocuparon el lugar de las indispensables reprobaciones morales. Elogios, ponderaciones y unánimes encomios a la labor del descarriado, sustituyeron la legítima reprensión y la exigencia de la reparación del escándalo ocasionado, para que cese la contumacia. Perdones, disculpas y humanitarias comprensiones ante la náusea, desplazaron toda palabra de amonestación, todo llamado a la enmienda, toda urgente e impostergable imprecación del reo. Lisonjas y majaderías impropias de varones, hallaron cabida para "acompañar con afecto" al contumaz, pero no hubo lugar para el celo de suplicar clemencia a los pies del Señor. Con una prontitud y un consenso que no se tuvo en anteriores y necesarios casos, se le agradeció formalmente a Maccarone el servicio prestado "a quienes tienen la fe amenazada"; como si la principal amenaza a la Fe del rebaño no fuera ver la conversión de sus mayorales en mercenarios y en lobos. Y en el colmo del dislate -que sería jocundo si no rozara la blasfemia- se pretende hacer girar la cuestión no en la ofensa mortal infligida al Altísimo, no en la infracción al Decálogo ni en la infidelidad a Jesucristo y al Magisterio de la Iglesia, sino en el espionaje político y en el avasallamiento de la privacidad.

De resultas, lo pecaminoso ya no sería el amancebamiento contra natura sino su indiscreta filmación con fines extorsivos. ¿Por quiénes nos toman realmente los Obispos? ¿Por quiénes se toman, una vez abajados de su rango de maestros de la Verdad? ¿En tan poca monta se tienen y nos tienen, para ofender la inteligencia con estas baratijas argumentativas? ¿Es tan fuerte el pacto de la colegialidad, acalla el forzado mayoritarismo hasta la fuerza natural de las hormonas, para que ni uno solo de los Obispos haya quebrado el complaciente discurso unánime diciendo que el príncipe estaba desnudo, ¡ay!, literalmente, y en camastro villano? La filosa y justiciera metáfora de la rueda de molino, tan aplicable otrora como ahora, no tuvo esta vez una boca pastoril que la recordara. 4 -La supuesta disculpa de Maccarone, que tomó estado público a partir del 26 de agosto de este 2005, leída sobrenaturalmente asusta por el torpor que delata, estado propio de un espíritu acédico. Pero leída naturalmente es una prueba más, de que tanto él como sus pares, son incapaces de superar la perspectiva horizontalista, inmanentista y sociológica. El amadamado prete refiere "un proyecto de extorsión", un "acontecimiento preparado por intereses y tecnología" que "se aprovechó" de "su buena voluntad", hiriendo "la calidad moral de su persona". En todo lo cual ve "el costo" pagado por una "actitud" de lucha "contra la prepotencia y la injusticia" de los poderosos políticos santiagueños. Ausente el perdón a Dios por las ofensas múltiples y gravísimas. Ausente el decoro y el pudor para llamarse a silencio sempiterno. Ausente el puño que se golpea con furia el pecho, clamando cien veces mea culpa. Ausente el sentido común para evitar expresiones como buena voluntad o calidad moral. Ausente la conciencia del pecado, el propósito de enmienda, la disposición penitencial, el inacabable pedido de misericordia al Señor, para con sus vellaquerías primero, y para con la grey que sus escándalos azotó. 5 -En el vigente Código de Derecho Canónico, un canon, el 1387, tiene previsto hasta "la expulsión del estado clerical" para el religioso que "con ocasión o pretexto de la confesión", "solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento". Dictamen que no literalmente pero sí a fortiori se le aplica a Maccarone. Y en el antiguo Pontifical Romano -como lo ha recordado en una homilía luminosa el Padre Gustavo Podestá- se detallaban los momentos solemnes, reparadores y justicieros, de la ceremonia de degradación a la que podía someterse a un pastor corrupto y ladino. Uno a uno, en restauradora pedagogía litúrgica, se le despojaba al traidor de los atributos sacros que se le habían conferido al ordenársele. Para que nadie pudiera decir que la lenidad se había impuesto. Para que el maldito agravio al

Redentor no quedara impune ni triunfante la apostasía. Para que sus manos ensuciadas por el dolo no se atrevieran jamás a tomar la Sagrada Forma. Nada de eso sucederá en este caso, como nada de eso sucedió en situaciones análogas o más graves. Porque salvo honrosísimas excepciones, estos pastores, que por dolorosa permisión de Dios, ejecutan, encubren y toleran hoy la consumación de tantos atropellos doctrinales y morales, no son en rigor la Verdadera Iglesia. Son la Iglesia Clandestina, cuya protesta le costó la vida a Carlos Alberto Sacheri. La que pide canonizar a los palotinos, a Angelelli, a Pironio o a cuanto aprendiz de Judas cambió al Señor por denarios. La que dice optar por los pobres, como escaramuza para servir a la Revolución. La que dice enfrentarse con los poderosos pero complace a los tiranos. La que dice oponerse a los poderes políticos, pero se prosterna ante la democracia y sacraliza al Régimen. La que por boca del Cardenal Primado, Jorge Bergoglio, ha dicho el pasado 10 de agosto -sin que uno sólo de sus pares o subalternos saliera a enmendarlo o siquiera a suplicarle enmiendas- que católicos, judíos y musulmanes "adoramos al mismo Dios". Iglesia de la Publicidad, la llamaba el Padre Julio Meinvielle; de la que el intemperado Maccarone quedará como un emblema sombrío y vil, en el que se amalgaman el progresismo y la contranatura, la inverecundia y la herética pravedad. 6 -No prevalecerán en la Barca sus polizontes cuatreros. Hay legiones de curas acorazados en la Fe Verdadera, blandiendo la Cruz como se empuña el mandoble en la batalla, ornamentados para el sacrificio, dispuestos con hombría a servir a los menesterosos, a tutelar a los débiles, a enfrentarse con los mercaderes, a despreciar a los partidócratas, a conservar la pureza, y sobre todo a rezarle a Dios en cada Pésame, "antes querría haber muerto que haberos ofendido". Conocemos bien a esos curas gauchos e hidalgos, esparcidos sobre el paisaje patrio, anónimos en su apostolado y eficientes en su diaria oblación. A ellos, no les parece, como al Vocero del Episcopado, que «la primera y mayor preocupación es la credibilidad pastoral de la Iglesia», cual si se tratara de una empresa pronta a recuperar sus clientes perdidos. A ellos les importa amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo por amor a Dios. Y si la Barca hiede por sus presencias indignas, como el sepulcro de Lázaro, según nos cuenta el Evangelio, el Rey Invicto puede restituirle el aliento y el paso firme, la resurrección entera para que camine y avance, ya sin mortaja ni remoras ni obstáculos.

No prevalecerán en la Barca los sembradores de cizaña ni los hijos de las tinieblas, ni los eclécticos componedores de diálogos irenistas y sincretistas, ni los pederastas ni los heresiarcas. Porque la Barca la conduce Pedro, que -pescador veterano y reciamente masculino- se guía por la voz tronitonante de su Caudillo, Jesucristo, quien le ordena irrevocablemente: ¡Duc in altum! Conduce hacia lo Alto. Navega hacia Alta Mar.

Capítulo 5

UNA CLARA Y OLVIDADA LECCIÓN DEL CARDENAL BERGOGLIO

En La Nación del 31 de diciembre de 2004 [p.15], se da a conocer el fragmento esencial de la homilía pronunciada por el Cardenal Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires, «con ocasión de la tradicional misa de Nochebuena». En la misma -y en una expresa alusión a las reacciones viriles suscitadas por el muestrario pseudoartístico del blasfemo León Ferrari- el Pastor las descalifica, pidiendo «poner la otra mejilla y mantener la ternura».

Si el consejo se ciñe al caso particular de la provocación de León Ferrari y de quienes lo respaldan, y pudiera resumirse en el criollismo refranero de «no gastar pólvora en chimangos», podríamos coincidir con el Obispo. Al fin de cuentas, ante las embestidas torpes de un león, como ante las de un toro o cualquier otro bruto, puede caber el señorío de «la gracia contra la ira», que festeja Manuel Machado retratando la faena del torero. Pero al margen de la circunstancia concreta que la motiva, la homilía del Cardenal es heterodoxa, amén de inoportuna; desmoviliza a los católicos justí-simamente indignados por las continuas y planificadas afrentas oficiales que sufre hoy la Fe Verdadera, y confunde la ascética de la mejilla, válida para el inimicus o agresor privado, con la legítima ascética del látigo, válida y exigible frente a la acción criminal del hostis o enemigo público. Certera, elemental y olvidada

distinción bimilenaria que ha hecho siempre el Magisterio, de la mano de sus santos y doctores, y que no ha sido abolida por ningún Pontificado ni por Concilio alguno. Tradicional enseñanza que explica y justifica el por qué de tantos héroes cristianos que han alcanzado los altares combatiendo en guerras justas contra los más nefandos adversarios de la Cristiandad. El por qué, verbigracia, pudo escribir el Crisóstomo: «si alguien blasfema corrígele, si vuelve a blasfemar corrígele otra vez; si vuelve a blasfemar golpéale, rómpele los dientes, santifica tu mano con el golpe». De investigar y de exponer este apasionante tema me ocupé hace más de una larga década, siendo el resultado de mis estudios una modesta obra titulada El deber cristiano de la lucha (Buenos Aires, Scholastica, 1992, 356 p). El entonces Monseñor Jorge Mario Bergoglio, a la sazón Vicario Episcopal de Flores, recibió mi libro, y me respondió con una larga, generosa e iluminativa carta, fechada el 18 de noviembre de 1992, escrita en hojas membretadas de la misma Vicaría. En sus partes más significativas dice la epístola: «Me felicito por tener en las manos una obra así. Hace falta en un momento en que la 'tranquilidad de la paz' se ha adulterado en su significación. Todo se sacrifica en aras del 'pluralismo de convivencia', en el que el Decálogo puede reducirse a estos dos principales mandamientos: Vos con lo tuyo y yo con lo mió', Vos no me jorobas y yo no te jorobo'. Ese pluralismo en el cual la verdad 'se remata' en el relativismo valorativo ambientado por un Neustadt o Grondona; en el cual la belleza pasa por los liftenings de Mirtha Legrand o las guarangadas degradantes de otras 'estrellas' (por no decir meteoritos que destrozan lo que tocan) y en el que el bien pasa a ser una mera adjetivación del verbo 'pasarla'. En un momento en que el tal pluralismo de convivencia atenta contra la gramática más elemental de la bonhomía y dignidad [...] hay cosas que no se prestan, que no se negocian. Cuánto nos hace falta hoy día que venga aquella vieja Macabea que, con las entrañas destrozadas por el dolor, tenía la valentía de burlarse del tirano con sus siete hijos. Claro, la vieja no les hablaba de pluralismo, de convivencia. Dice la Escritura (y lo dice dos veces) que les hablaba 'en dialecto materno'. Y el dialecto materno, ese que mamamos con la gracia del Bautismo, es el que nos da la gracia y el aguante para toda lucha. Cuánto nos hace falta hoy día que venga otra Judith y que nos 'cante' la historia de vencedores que llevamos dentro, como lo hizo con aquellos ancianos corruptos por la cobardía

que querían pactar. Les habló claro, y después no roscó ni zafó ni negoció ni trenzó: simplemente le cortó la cabeza al enemigo de Dios. Que la Santa Trinidad, a quien nos sea dada la gracia de adorar siempre, tenga piedad de nosotros, y no nos deje caer en lo que aquellos "hijos rebeldes' que surgieron en Israel (1 Macabeos, 11,15), que para ser 'modernos' pactaron con todo: rindieron culto al pluralismo de convivencia». Bueno sería que el Cardenal, leyera hoy su propia epístola. Pero hay más. Hacia la misma época de esta valiosa carta, visité a Monseñor Bergoglio en su despacho de la Vicaría, en la calle Condarco 581, corazón mismo del barrio de Flores. Sabedor de mis inquietudes sobre el tema que había motivado mi libro precitado, me obsequió un tratado de C. Spicq, Vida Cristiana y Peregrinación según el Nuevo Testamento (Madrid, BAC, 1977), aclarándome que el ejemplar estaba leído, usado, marcado y aprovechado por él mismo en su formación sacerdotal. Conmovido por esta inusual delicadeza me sumergí de lleno en las páginas de Spicq, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Friburgo. Están subrayadas con lápiz, por el hoy Arzobispo de Buenos Aires, estos párrafos vigorosos de las páginas 154-155: «El cristiano debe ser fuerte, porque ha de luchar [...] tanto más cuanto hay que vérselas con el diablo, cuyas estratagemas son terriblemente capciosas y agresivas; [...] No se trata tan sólo de ganar una batalla, sino de emprender una guerra prolongada, con todas las vicisitudes, renunciamientos, y múltiples esfuerzos, incluso heroicos en los momentos críticos, pero teniendo en cuenta que el buen soldado, tras haber cumplido con todos sus deberes, permanece dueño del campo de batalla, queda de pie. De ahí la llamada al combate del v.14 [San Pablo, Carta a los Efesios, 6]. 'En pie, pues', una vez por todas, no sólo para revestirse de las armas que son medios de gracia y disponerse al combate, sino ya como un soldado en campaña; la guerra ha comenzado y es continua». Estamos prontos a restituirle su carta y su libro al Cardenal. Para que el penoso magisterio ghandiano que hoy lo paraliza y con el que confunde y acobarda a la grey que le ha sido confiada, ceda su lugar a la recia semántica de la milicia cristiana, apasionado por la cual, alguna vez, suponemos, decidió ingresar a las filas combatientes de San Ignacio de Loyola.

Capítulo 6 ANTE UNA NUEVA Y GRAVE PROFANACIÓN DE LA CATEDRAL DE BUENOS AIRES

El próximo martes 11 de noviembre de 2008 -si la ira justiciera de Dios no dispone lo contrario- la Catedral Metropolitana de Buenos Aires sufrirá un nuevo y gravísimo agravio. No se trata en la ocasión del regular desfile sacrilego que frente a ella, y con la anuencia explícita del Gobierno, realizan en tropel los sodomitas y sus aliados de depravada especie. Tampoco de la invasión de las Madres de Plaza de Mayo, cuya sola presencia es una deposición irreverente y procaz. Ni del arribo oficial de la masonería, ultrajando el espacio sacro so pretexto de un indebido homenaje al Gral. José de San Martín. Hechos ambos que sucedieron con el consentimiento del Cardenal Primado1.

Si las relaciones del Cardenal Bergoglio, tanto con el judaismo como con el sionismo, son concretas y explícitas, no aparecen -por lo menos hasta hoy- tan claras sus vinculaciones con la masonería. En varios reportajes concedidos por Sergio Nunes, Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina de Venerables y Libres Masones, sobre todo en dos periódicos provinciales de Gualeguaychú y de San Juan, hacia fines del 2007, el susodicho Nunes manifestó su coincidencia "con el Cardenal Bergoglio, sobre la pobreza, las asimetrías sociales y la necesidad de llegar a una igualdad de oportunidades para los seres humanos" (cfr. http:/ /radiocristiandad. wordpress.com/2007/12/1 l/lamasoneria-argentina-dice-tener-muchas-cosas-en-comun-con-laiglesia-catolica/); como manifestó asimismo su deseo de tener un encuentro con el obispo. Pero lo que es innegable es que Bergoglio jamás llamó al orden a Monseñor Karlic, cuya escandalizadora confraternización pública con la Masonería tuvo lugar en Paraná, el 12 de abril de 2000. Tampoco lo hizo cuando el referido Karlic, en vísperas de la Navidad del 2008, en No;

en la Festividad del Patrono de la Ciudad, la Arquidiócesis de Buenos Aires mediante su Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso,

por un lado; y la tenebrosa B'Nai B'rith por otro, cocelebrarán una "liturgia de conmemoración" en el "70 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos". Tamaño oficio religioso -según lo anuncia la invitación oficial que tenemos a la vista- suma, además, los auspicios y las adhesiones de cinco instituciones judaicas, unidas todas con la jerarquía católica nativa para "honrar y recordar" a las víctimas de "los nazis" que "en la noche del 9 de noviembre de 1938, profanaron y destruyeron más de 1000 sinagogas, mataron a decenas, encarcelaron a 30.000 judíos en campos de concentración [saqueando] negocios y empresas". El hecho, por donde se lo mire, constituye una mentira infame y una abominación que clama al cielo. Mentira es que se acuse, sin más, a los nazis, de los luctuosos y reprobables hechos conocidos como la Kristallnacht o Noche del Cristal, repitiendo por enésima vez la versión canonizada por la propaganda sionista y las usinas aliadas, ya varias y científicas veces rebatida en trabajos como los de Ingrid Weckert (Cfr. "Flash Point, Crystalnight 1938. Instigators, victims and beneficiarles").

el programa / Viva la Radio! que se emite por la Cadena 3 Argentina, de Córdoba, recomendó el libro de Antonio María Baggio, El principio olvidado: la Fraterni¬dad, editado con el auspicio y el patrocinio de la Fundación AVINA, creada por el masón Stephan Schmidheiny. En dicho reportaje, además, Karlic hizo la justificación de los "sacerdotes tercemundistas que se comprometieron con la guerrilla, porque creían en la dimensión social en términos más cristianos" (cfr. http:// www.youtube.com/watch?v=flOkTXL3uOfi ). Es evidente que el silencio de Bergoglio ante tan desembozadas manifestaciones pro masónicas y pro marxistoides de Karlic, guarda plena sintonía con sus propias convicciones.

Mentira es que se oculte el asesinato, a manos del judío Herzel Grynscpan, del diplomático alemán Ernst von Rath, cuya alevosía -sumada a otras acciones judaicas de similar tono- motivó la reacción violenta contra los israelitas aquella noche trágica y condenable. Mentira es que se calle la evidente responsabilidad -tanto en el crimen de otro funcionario alemán, W. Gustloff, como en el aprovechamiento político de los desmanes- de la siniestra Ligue Internationale Contre VAntisémitisme (LIGA), sobre cuyo mentor Jabotinsky podrían escribirse páginas de negras acusaciones.

Mentira es que se silencien las fundadas sospechas de la provocación intencional de este pogrom por la mencionada LIGA, eligiéndose cuidadosamente para su estallido la noche del 9 de noviembre, fecha emblemática en la historia del Partido Nacionalsocialista. Mentira es que se escamoteen arteramente los repudios públicos y privados, enérgicos todos, de los principales dirigentes nacionalsocialistas a aquella jornada de desmanes y tropelías, que incluyen declaraciones de Goebbels, Himmler, Hess y Frie-drich de Schaumburg; así como órdenes expresas de reponer el orden y de castigar a los culpables, a cargo del mismo Hitler, de Viktor Lútze, jefe de las S.A, y del precitado Goebbels, en su famoso discurso de la madrugada del 10 de noviembre. Mentira es que se omita el Protocolo del 16 de diciembre de 1938, firmado por el Ministro del Interior de Hitler, Dr. Whilhelm Frick, repudiando tajantemente el criminal atropello, no sin analizar seriamente sus reales motivaciones. Mentira es que se hable de "7000 sinagogas destruidas", cuando no llegaron a 180, a manos de una chusma incalificable, y de "30.000 judíos encarcelados en campos de concentración", cuando 20.000 fueron los detenidos para su propia protección, y liberados pocos días después de aquella demencia nocturna, según consta en el Informe de R. Heydrich del 11 de noviembre de 1938, aceptado en el «juicio» de Nüremberg. Mentira canallesca, al fin, la que se asienta en el volante oficial de invitación a los festejos, y según la cual "el mundo se mantuvo en silencio". En el mundo entero no se habló de otra cosa que de la supuesta barbarie germana, consiguiéndose ipso facto ventajosos acuerdos de emigración para los judíos alemanes hacia Palestina, lo que se consumó ese mismo año 1938, con un número aproximado de 117.000 hebreos. El mismo Hitler envió a Hjalmar Schacht a Londres para que gestionara la recepción de 150.000 judíos, mientras el presidente Roosevelt reunió en Evianles-Baine a representantes de 32 ríáciones para organizar la preservación de los hebreos. Se movilizaron por la causa judía más de 1500 diarios en 165 países, como bien lo relata Salvador Borrego. Hasta tal punto que -con razón pudo decir Schopenhauer- "si se le pisa un pie a un judío en Francfort, toda la prensa, desde Moscú hasta San Francisco, levanta vivas manifestaciones de dolor". Los tres objetivos sionistas se habían cumplido con creces: la difamación sin retorno del régimen nacionalsocialista, el principio del movimiento internacional que llevaría a la caída del Tercer Reich, y el abandono de su supuesta tierra natal, Alemania, de los israelitas allí

radicados, trazándose cuidadosamente el plan de ocupar Palestina. ¿A quién benefició aquella noche de sangre y fuego? ¿Quiénes la armaron realmente, si los más destacados jerarcas del Nacionalsocialismo se quejaron amargamente de la misma y ordenaron su inmediato cese? Somos católicos, y se nos crea o no, lo mismo da, nuestras espadas no se cruzan por defender una ideología sobre la cual han recaído oportunas y sucesivas reprobaciones pontificias. Pero por modestos y mellados que puedan estar nuestros aceros, saldrán siempre en defensa de la verdad histórica, de los vencidos de 1945, a quienes ningún alegato en su defensa se les permite. Y saldrán siempre en repudio y en ataque de la criminalidad judaica, por cuyas víctimas, que suman millones -sí, decenas de millones- no hay un solo obispo guapo que quiera rezar un sencillo responso.

Capítulo 7

LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

El próximo lunes 9 de noviembre de 2009 la Iglesia de Santa Catalina de Siena, de nuestra Ciudad de Buenos Aires, sufrirá un gravísimo agravio, como lo padeciera la Catedral Metropolitana en años anterio¬res, ante las mismas circunstancias. Para que el dolor resulte aún más lacerante, los primeros responsables de tamaña profanación serán nuestros propios pasto¬res. Se trata de una falsa celebración ritual que se ha vuelto pecaminosa e impune costumbre. La Arquidió-cesis de Buenos Aires, por un lado, mediante su Comi¬sión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso; y la tene¬brosa B'Nai B'rith por otro, co-celebrarán una 'liturgia de conmemoración" en el "un nuevo aniversario de la No-che de los Cristales Rotos". Tamaño oficio religioso -según lo anuncia regu¬larmente la invitación oficial de rigor- suma, además, los auspicios y las adhesiones de una diversidad de instituciones judaicas, unidas todas con la jerarquía católica nativa para "honrar y recordar" a las víctimas de "los nazis" que "en la noche del 9 de noviembre de 1938, profanaron y destruyeron más de 1000 sinagogas, mataron a decenas, encarcelaron

a 30.000judíos en cam¬pos de concentración [saqueando] negocios y empresas". El convite oficial correspondiente al 2009, por su parte, agrega que el episodio recordado "significó el inicio de la Shoa [...] que llevó a la muerte a más de seis millones de judíos, entre ellos un millón y medio de niños" (Cfr.AICA, 3-XI-09); esto es, el mito completo y canonizado, presentado con la misma categorización dogmática de siempre, contra las más elementales reglas de la estadística demográfica objetiva. El hecho, por donde se lo mire, constituye una mentira infame y una abominación que clama al cielo [...] Mentiras múltiples, por un lado, decíamos. Pero abominación que clama al cielo, por otra. Y esto es lo más desconsolador, porque peor que la falsificación del pasado es la falsificación de la Fe. Lo primero es oficialismo historiográfico y puede tener el remedio del buen revisionismo. Lo segundo es la entronización del Anticristo y sólo hallará el remedio definitivo con la Parusía. En efecto; nada les importa a los obispos que las entidades judaicas con las que se unirán en esta parodia litúrgica, tengan un amplio y ruinoso historial de militancia anticatólica. Nada les importa que la B'nai Brith sea sinónimo documentado de malicia masónica, mafia mundial, ideologismo revolucionario y plutocratismo expoliador y artero. Nada les importa si una de esas instituciones, el Seminario Rabínico Latinoamericano, amén de su frondoso prontuario sionista y marxista, ostente con insolencia el nombre público de Marshall Meyer, conocido y castigado otrora por su flagrante inmoralidad. Nada les importa que uno de los cocelebrantes de la parodia ritual, junto con el inefable Padre Rafael Braun, sea el Rabino Alejandro Avruj, Director Ejecutivo de Judaica, organización que se exhibe ostensiblemente "en red" junto con JAG (Judíos Argentinos Gays) para propiciar públicamente las uniones "maritales" entre degenerados (cfr. http://jagargentina. blogspot.com, y Agencia Judía deNoticias, 306-08). Nada les importa a estos pastores devenidos en lobos, que todas y cada una de estas entidades, hoy llamadas a una concelebración farisea y endemoniada, hayan sido y sean la prueba palpable del odio a Cristo, a su Santísima Madre y a la Argentina Católica. LA HEREJÍA JUDEO-CRISTIANA No; lo único que les importa es consolidar la herejía judeo-cristiana, convertirse en sus acólitos y adalides, y exhibirse impúdicamente ante

la sociedad, no como maestros de la Verdad, crucificados por ella, sino como garantes del pensamiento único, tramado en las logias y en las sinagogas. Bergoglio el primero, y tras él sus diversos heresiarcas -más o menos activos o pasivos, acoquinados o movedizos- no quieren ser piedra de escándalo ni signo de contradicción, ni sal de la tierra y luz del mundo. Quieren ser funcionarios potables a la corriente, empleados dóciles de la Revolución Mundial Anticristiana. Dolorosamente hemos de acotar -como hijos sufrientes y perplejos de la Santa Madre Iglesia- que en tal materia, el mal ejemplo llega de la misma Roma, desde donde parten y se extienden las más innecesarias majaderías y adulaciones a los deicidas. Empezando por la más grave de todas, cual es precisamente la de exculparlos del crimen del deicidio, renunciando a su conversión. Nuestro respeto es sincero y creciente por los tantos Natanaeles, en cuyos corazones no hay dolo, según lo enseñara el Señor. Nuestra veneración es mayúscula hacia aquellos que, como los gloriosos hermanos Lémann, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, el inmenso Eugenio Zolli, o nuestro cercano Jacobo Fijman abandonaron las tinieblas para arrodillarse contritos -victoriosos en su metanoia- ante la majestad de Cristo Rey. Pero nuestra guerra teológica sigue siendo sin cuartel y declarada contra este sincretismo indigno, ilegítimo y herético, cuyos fautores eclesiásticos -ya hueros de todo temor de Dios y de toda genuina fe neotestamentaria- no trepidan en ofrecerles a los enemigos de la Cruz uno de los templos más emblemáticos de la Ciudad, otrora llamada de la Santísima Trinidad. Hospitalarios con los perversos para celebrar la mentira, quede marcado para ellos el estigma irrefragable de quienes traicionan el Altar del Dios Vivo y Verdadero. DECÍRSELO EN LA CARA En la Homilía pronunciada durante la Misa Arquidiocesana de Niños en el Parque Roca, el pasado 24 de octubre de 2009, entre murgas y marionetas gigantes -según la noticia oficial publicada en AICA-el Cardenal Primado, con esa facilidad ilimitada que posee de aplebeyarlo todo, les dijo a los pequeños: "Nunca le saquen el cuero a nadie. Si ustedes le tienen que decir algo a alguien, se lo dicen en la cara". Se lo estamos diciendo en la cara, Eminencia, pero ¿qué es lo que no comprende? ¿Qué no se puede cometer sacrilegio, que no se debe

homenajear una mentira, que no es posible la unidad de los opuestos y la coyunda con los enemigos de la Cruz, que no se debe permitir la concelebración de un ritual mendaz entre un modernista cripto judío y un hebreo promotor de la contranatura, que es inadmisible profanar un antiguo templo porteño para cultivar la obsecuencia con el poder judaico? ¿Cuánto más cara a cara tenemos que seguir proclamando estas dolientes verdades para que sean inteligidas? Con palabras eternas del Evangelio les llegue, a los intrusos del lunes 9 de noviembre y a quienes les abren las puertas, la admonición jamás periclitada: "¡Matasteis al Autor de la Vida, crucificasteis al Señor de la Gloria!". Con palabras veraces seguiremos repitiendo lo que todos cobardemente callan: el único holocausto de la historia, los tuvo a los judíos por victimarios y a Nuestro Señor Jesucristo por Víctima inmolada. Con palabras de Santa Catalina de Siena -la dueña de casa del Convento que profanarán estos malditos- repetiremos en alta voz: "Gracias, gracias sean dadas al Dios Soberano y Eterno, que nos ha colocado en el campo de batalla para luchar como valientes caballeros por Su Esposa, con el escudo de la Santa Fe". Con palabras del martirologio seguiremos proclamando: Cristo Vence, Cristo Reina Cristo Impera. ¡Viva Cristo Rey!

Capítulo 8

DOBLE Y SILENCIADA AFRENTA

El pasado 12 de diciembre de 2009, cuando la Cristiandad celebra el día de Nuestra Señora de Guadalupe, la plana mayor de la masonería vernácula -esto es, de la Sinagoga de Satanás, según impericlitable sentencia de León XIII- presidida por un sujeto que dice responder al nombre de Sergio Nunes, ingresó a la Catedral de Buenos Aires para rendirle homenaje, según se dijo, al Gral. José de San Martín. De acuerdo con la información proporcionada por los mismos interesados fue la «primera vez en la historia [que] un grupo de

masones ingresó en la Catedral, en un hecho [...] casi sin antecedentes en el mundo». «Con traje oscuro», «reencontrándose como hermanos», con «todas las manos en el corazón», aquellos invasores escucharon el «breve discurso» de Nunes o Nones, y tras celebrar la memoria de quien consideran «el más ilustre iniciado», se retiraron del lugar para seguir con sus estropicios ordinarios (cfr. Justo y postergado homenaje, en Símbolo-net, n.69, diciembre de 2007. Publicación digital de la Secretaría de Prensa de Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones). La gravedad notoria y pública del sacrilegio, obliga a las siguientes consideraciones: 1.- Son responsables de esta grotesca profanación las autoridades religiosas naturalmente a cargo de custodiar el templo mayor de la Ciudad, quienes en vez de impedirles el acceso a los siniestros y condenados sectarios, les franquearon las puertas con complicidad manifiesta y escandaloso beneplácito. Es responsable el Cardenal Primado, Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio; el Nuncio Apostólico, y todos aquellos miembros de la Jerarquía que, por acción u omisión, han consentido o callado frente a tan provocador atropello. 2.- Todavía rige la condena terminante a la masonería, firmada al menos en dos ocasiones, de puño y letra, por el actual Pontífice Benedicto XVI, entonces Cardenal Ratzinger, cuando el 17 de febrero de 1981 primero, y el 26 de noviembre de 1983 después, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que lo tenía por Prefecto, ratificó no sólo la incompatibilidad entre catolicismo y masonería, sino la pena de excomunión prevista para quien tenga inserción en tan nefasta conjura. Rige asimismo el canon 1374, que 'establece condignos castigos a los que prestan su concurso a cualquier «asociación que maquina contra la Iglesia»; y el canon 1376 que señala similares penas a «quien profana una cosa sagrada». Caben estos drásticos sayos no primeramente a los inmundos enmandilados, que son enemigos visibles y explícitos de la Fe, sino a todos aquellos que, por razón de su ministerio, deberían proteger a la Cruz y se comportan en cambio como coautores de su vejamen. 3.- No es la primera vez en estos tiempos recientes, que nos toca presenciar con dolor el ultraje de algunos de nuestros más venerados templos. Sólo al pasar, y recordando lo sucedido en los meses postrimeros de este año que se esfuma, apuntamos los penosísimos episodios de la Basílica de Lujan, de San Francisco, de San. Ignacio, de la Santa Cruz o de San Patricio. En un caso fue cedido el altar mayor como podio proselitista a la infame dupla de los Kirchner y sus

secuaces; en otro el espacio sacro todo, como solaz para un grupo de estólidos que conforman un club privado; en otros la parroquia entera como escenario y emblema del odio marxista presidido por las Madres, las Abuelas, los Hijos y cuanta parentela homicida y depredadora ejerce hoy poder en la patria estaqueada; y en otro caso, el de nuestro templo más antiguo, como tinglado cabalístico para alimentar la mentira judaica del holocausto. 4.- Muchas y crueles profanaciones de sus espacios sagrados ha padecido la Santa Madre Iglesia en veinte largos siglos. Pero es el nuestro un caso desdichadamente único, de templos que son entregados por los propios pastores a las hordas marxistas, a las bandas talmúdicas, a las logias masónicas y a las bacanales del mundo. En tiempos heroicos, los obispos morían mártires junto a sus sacerdotes y feligreses, para impedir la horrenda blasfemia. Ahora, andan compitiendo presurosos para recibir los halagos de los peores verdugos de la Fe. En tierras sojuzgadas por el comunismo, creció en estatura y en bizarría el legendario Cardenal de Hierro. Aquí, cuando los acomodados clérigos se entregan ostensiblemente a la masonería -como lo hizo a la vista de todos Estanislao Karlic, el 12 de abril de 2000- los nombran Cardenales. 5.- El Gral. José de San Martín no fue «el más ilustre iniciado» de sus endemoniadas filas, como fementidamente repiten los trespunteados agentes. Sobran las pruebas para demostrar que los masones fueron sus pertinaces enemigos, dentro y fuera del país; para demostrar que los caudillos federales -con sus pendones altivos que gritaban ¡Religión o Muerte!-fueron en cambio sus camaradas y amigos. Para probar, en suma, que el hombre que persiguió con vara implacable a los masones, haciéndolos hocicar y rendir, fue el heredero de su sable corvo, y el destinatario de los mayores elogios. «Los pueblos» -le escribió San Martín a Quiroga el 20 de diciembre de 1834-«están en estado de agitación contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda Europa». Una doble profanación se ha consumado, aunque entre la una y la otra haya una distancia que sabemos calibrar. A Dios y a la Patria, a los Santos y a los Héroes, a la Cruz y a la Espada, al Sagrario y al Soldado, al Altar y a la Historia.

iTal vez quede en esta tierra yerma alguna guardia de granaderos desvelados, leales a la misión que se les impuso de tutelar los restos del procer en la Catedral de Santa María de los Buenos Aires. Si así fuera, bueno sería que en la próxima ocasión desalojaran a mandoblazos limpios a estos apatridas y amorales, usurpadores insolentes de la Casa del Padre. Y aplicaran contra ellos el merecido castigo previsto por el Libertador para «todo aquel que blasfemare el nombre de Dios y el de su adorable Madre», como rezaba el artículo primero del Código de Deberes militares y penas para sus infractores. Por si alguien lo ha olvidado, el tal castigo suponía la mordaza primero y la horadación de la lengua después, con un hierro al rojo vivo. Tanta rudeza, explicaba San Martín, para que la patria no resultase «abrigadora de crímenes».

MUESTRARIO DE INFIDELIDADES Capítulo 9 SEPULCROS BLANQUEADOS

La impostura oficial, abocada a glorificar a los guerrilleros marxistas que le declararon la Guerra Revolucionaria a la Argentina con el apoyo internacional de varios Estados Terroristas, desde el cubano hasta el soviético, ha recibido el pasado Martes Santo de 2009 una nueva bendición del Cardenal Bergoglio. El Martes Santo, para que la profanación fuera completa. Cuando el centro de toda contemplación y de toda conducta cristiana, no debía ser otro sino el misterio de la inminente resurrección; cuando las lecturas del día remitían al profeta Isaías definiendo la vocación del siervo de Dios como el oficio de ser luz para las naciones (Isaías, 49, 1-6); cuando la tierra se prepara para el sepulcro y el cielo para la gloria, el Cardenal y los suyos celebraron la memoria de quienes se alistaron con el ateísmo. Fue en San Patricio, más que parroquia -como la de la Santa Cruz, como tantas otras- verdadero museo de la propaganda anticatólica y antro de agitación irreligiosa. Aguantadero de tenebrosas organizaciones, podio de fariseos, teatro de la amnesia, vidriera de la malaventurada progresía. La verdad es muy distinta a la versión amañada que dan gobierno y clerecía. Angelelli, Mujica, las monjas francesas o los palotinos, integrantes todos de la nómina de "mártires" que el Cardenal

considera beatificables si no canonizables, eran activos militantes de las bandas terroristas, traidores consumados a Cristo y a la Iglesia. Compañeros de ruta, socios y cómplices de los innúmeros crímenes cometidos por los rojos; desembozados o agazapados miembros de los forajidos pelotones de erpianos y montoneros. Ellos mismos lo han testimoniado con desparpajo y abundancia de pruebas. Ellos mismos, sabiéndose impunes y poderosos, han reivindicado las sangrientas trapisondas. Como lo hiciera en el 2000 Ernesto Jauretche, precisamente en relación con el papel de los palotinos. Ésta es la verdad, se busquen para encubrirla o edulcorarla los eufemismos que se buscaren. Sin embargo, para tales apóstatas abundan los homenajes "litúrgicos", los servicios interreligiosos, las "misas" ecuménicas, los santuarios con votivas lumbres, las trágicas parodias rituales de un sincretismo atroz, en el que convergen judíos, masones, herejes y vulgares patanes. Todo suma a la alucinación colectiva de una feligresía errática a la que le han trastrocado el sentido más hondo de la vida martirial. Para el montonero Jorge Taiana, actual Canciller, el Cardenal Bergoglio y sus acólitos tienen pronta la preocupación por sus presuntos padecimientos en tiempos de la "dictadura". Para sus víctimas inocentes, el mutismo, la desaprensión y el olvido. Para el protervo Telerman, Jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las visitas de cortesía y los recíprocos augurios. Para quienes padecen su gestión, desde los tiempos de Aníbal Ibarra, edificada en el apoyo a la cultura de la muerte, la contranatura, la subversión y la blasfemia, no hay pastorales tan caritativas ni beneplácitos efusivos. La tenida de San. Patricio no sólo fue una fiesta de la nueva y ficta historia oficial. Fue casi -porque el paralelismo es inevitable- la sombría consolidación de lo que en las negras horas de la Rusia leninista se dio en llamar Iglesia Renovada, con el traidor Alexander Vedensky a la cabeza; esto es, una asamblea dócil y funcional a los requerimientos del bolchevismo. La Iglesia deja de ser así "la basura" identificable con "la dictadura", poniéndose del lado de los marxistas, y llorando con ellos los comunes muertos de una guerra inicua que supieron librar codo a codo. Los sepulcros de los demonios se blanquean. Quienes lo hacen posible se convierten en sepulcros blanqueados. Ya se sabe qué dijo de ellos el Señor. El miserable de Kirchner conoce bien los trucos. Por eso asiste a estas funciones de "su" iglesia católica, como asistió ayer a los sacrilegios del sodomita Maccarone, o a la toma de posesión del oficialista

Monseñor Romanín o a los despliegues canallescos del Padre "Pocho" Brizuela. La Iglesia Renovada es ahora, para Kirchner, su nueva madre y maestra. Y ella, como una barca invertida y desleal, lo recibe en su seno, le da la mano y lo acoge con holgura. Navegan en bajamar o en aquerónticas aguas. Con esta "iglesia", claro, no miente al decir que "nunca tuvo problemas". Pero en la patria hubo católicos a quienes, por odio a la Fe, mató arteramente la guerrilla marxista. La misma a la que sirvieron los palotinos, las monjas francesas, Angelelli y Mujica. Católicos cabales, asesinados por ser testigos valientes de la Cruz. Católicos como Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Católicos como tantos humildes soldados o policías, abatidos a mansalva, sin tiempo a veces para musitar una oración. Católicos como los guerreros de Tucumán, que portaban escapularios en sus pechos y ataban el rosario al caño del fusil. ¿Qué Misa celebró públicamente por ellos, Cardenal Bergoglio? ¿Qué llanto derramó por sus memorias, qué consuelo para sus deudos, que confortación para sus familiares, qué homenaje visible y orgulloso tributó en el altar para sus conductas de combatientes de Dios y de la Patria? ¿Qué santuario alberga sus restos y ante ellos su responso y su homenaje? ¿Qué proceso de beatificación promueve o acompaña Usted, para quienes por luchar por el Amor de los Amores, mató el odio desalmado y oscuro? ¿Qué secreta lista de mártires integran estos gloriosos caídos para que ninguno de sus nombres egregios resuenen entre los muros posesos del templo de San. Patricio? Al final era cierto. Existe él Evangelio de Judas. Pero no es un apócrifo de la gnóstica secta cainista. Es una triste realidad que parece escribir a diario la Jerarquía nativa. Caídos en la guerra justa contra el marxismo: primero por sus almas hemos elevado esta Semana Santa nuestras más encendidas plegarias. Y no habrá pastor medroso ni gobernante crápula que puedan impedir que lleguen, piadosas e invictas, ante el Dios de los Ejércitos. Caídos en la guerra justa contra el marxismo: a la diestra del Padre, donde no llegan las felonías del clero ni las crueldades de los resentidos, descansen en paz. Caídos en la guerra justa contra el marxismo: ¡Presentes!

Capítulo 10

MARICONES CON O SIN "MATRIMONIO"

"Los que son más aparejados para huir que no para luchar, más vale verlos en los escuadrones de los contrarios que en los nuestros" Jenofonte, Anábasis, III, 2,17. Cuando hacia fines del año 2009 el imbécil de Mauricio Macri decidió aprobar la parodia siniestra del «matrimonio» homosexual, Bergoglio se le quejó invocando las leyes positivas, según las cuales, tal acto no debería haberse consumado, y el Jefe de la Ciudad Autónoma debería haber apelado legalmente para evitar la irregularidad reglamentaria. La declaración bergogliana o badogliana -lo mismo da- no pasaba el terreno del positivismo jurídico. Nada de invocaciones al Decálogo, a la Sacra Escritura, a la Verdad Revelada, a la Ley Divina o al Magisterio intangible de la Iglesia. Nada de excomuniones ni de confrontaciones celestes. Nada de invocar los derechos de Dios y los deberes de los supuestos bautizados. Nada de recuerdos comprometedores como los de Sodoma y Gomorra, ni de inoportunos textos paulinos mandando al infierno a los sodomitas. Todo medido y prolijito dentro del presunto orden constitucional. Lo que se dice una queja liberal y democrática; y limitada a Macri, claro. Porque los Kirchner son propulsores explíctos de esta depravación, pero para ellos no ha llegado aún ni este suave tironcito de orejas clerical. A pesar de la evidente y calculada pusilanimidad de la reacción eclesiástica, algunos católicos vieron poco menos que una epopeya en la declaración del Primado. Como la Fundación Komar y su Centro de Estudios Sabiduría Cristiana que, el 1-12-2009, en la página 7 de La Nación, sacaron una solicitada en la que se «agradece y apoya incondicionalmente la posición firme y clara de nuestro Arzobispo». ¿Cuál es la posición firme y clara? ¿No haberse atrevido a actuar como Cardenal Primado de la Verdadera Iglesia, sino como un moderado jurisconsulto iuspositivista? ¿Cuál es la posición firme y clara? ¿No blandir el báculo para asentarlo con vigor viril en las testas putoides de estos aberrantes funcionarios? Pocos días después, a Página 12 se le obstruían sus carótidas, por disciplina partidaria; y reventando como sapo, una de sus habituales cretinas inventaba una conspiración nazifascista contra el «matrimonio gay», de la que Cabildo era el eje y el motor (Cfr. Página 12, 5-12-09, La InquiSSición). Como en la tal «conspiración» quedaba involucrado el abogado Pedro Javier María Andereggen, tres días

después, su amigo judío Ricardo Miguel Tobal, en La Nación del 8-1209, p. 5, sacaba también una solicitada. Para aclarar que Andereggen «no pertenecía a grupos de ideología nazi-fascista», y que él, «como integrante de la colectividad judía argentina» daba «público testimonio [...] del respeto por parte del nombrado y de su familia -reconocidamente católicos- a las tradiciones religiosas judías en ocasión de asistir a actos de ese culto, de su fraternidad social con numerosos miembros de la colectividad, del carácter republicano y democrático de sus opiniones políticas, y de su condena y dolor moral por la Shoá». Evidentemente los que piden casarse entre sí no son los únicos maricones de esta trágica historia. Pero hay más. En la misma línea medrosa, el pasado 25 de febrero de 2010, Bergoglio volvió a emitir un nuevo Comunicado reprobando la negativa de Macri a impugnar la contranatura. Entonces, Eduardo Rafael Carrasco, Director del Programa Padres de Familia y con nutrida trayectoria en la lucha por la Cultura de la Vida, dio a conocer una didáctica Declaración que nos place reproducir: Coméntanos al comunicado del Arzobispado de Buenos Aires del 2502-10 1.- Argumentación El comunicado se atiene estrictamente a la legislación civil, partiendo: a) de que la legislación argentina reconoce el matrimonio como integrado por un hombre y una mujer; b) y asimismo, como así es entendido desde épocas ancestrales, su reafirmación no implica discriminación alguna; c) en conclusión, el Poder Ejecutivo de la CABA tiene la obligación de apelar el fallo. 2.- Observaciones particulares El razonamiento presenta fallos para la mentalidad actual, severamente acosada por la ideología del género. Veamos: a) Defender el matrimonio apoyándose en una ley civiles sumamente débil, pues esa ley puede -y va camino a- ser modificada por otra, presentada como más acorde a los tiempos presentes; b) que rija el matrimonio convencional desde la prehistoria, es otro motivo más para alterar la institución, puesto que la ideología del género en boga imagina la historia como una lucha de clases derivada del abuso masculino, que requiere ejercer su dominio en esa institución; c) plantear la obligación del Poder Ejecutivo sería relativo, pues

argumentarán que fue votado para gobernar sin presiones y respetando la voluntad popular. 3.- Reflexiones generales a) Omitir la invocación constitucional a Dios, fuente de toda razón y justicia, debilita toda la argumentación, regalando el uso de la autoridad que la propia Carta Magna confiere. Sin duda la sociedad espera razones religiosas directas de una autoridad religiosa. Para el caso, oír de los ministros de la Iglesia la interpretación de qué es lo que Dios quiere al respecto, y qué nos dice indirectamente la naturaleza creada por Él; b) los argumentos jurídicos servirían de respaldo adicional, ya que incumben principalmente a las instituciones competentes en el tema, como podrían ser los colegios públicos de abogados, y ajenos a toda confesión religiosa; c) no hay en el comunicado una sola referencia al derecho natural, como fundamento insoslayable de la ley positiva; d) ¿No hay advertencias y sanciones para los católicos que eludan su responsabilidad ante estos hechos?» Fieles a nuestra antigua consigna, celebramos que alguien diga la Verdad. Deploramos que no sea el Cardenal Primado, e instamos a quienes tengan un resto de amor por la veracidad que dejen de urdir la fábula de Bergoglio como el gran impugnador del Gobierno. Ambos son funcionales entre sí, y los dos lo son al reino de la mentira.

Capítulo 11 EL MAL COMBATE El conflicto con él homosexualismo

En un inteligente Ensayo sobre Chesterton, Gustavo Corcao ha distinguido entre combate y conflicto. El primero corresponde a los admirables tiempos medievales y es propio de los caballeros, que bregan por la defensa armada de la Verdad desarmada. No necesariamente con unas armas corpóreas o metálicas -siempre bienvenidas en la justiciera lid- pero sí necesariamente con un arsenal viril, de hombres antes dispuestos a batirse que a rendirse. El conflicto en cambio, es lo propio del sujeto moderno. Se alimenta de negociaciones, debates, dudas, retrocesos, discrepancias y avenencias. Su heráldica es la del civilizado disenso, mientras el

blasón del combate es la sangre martirial trasegada en desigual torneo. Así las diferencias, era lógico que los obispos tuviesen conflictos con el homosexualismo desatado, y en particular con el abyecto propósito kirchnerista de legalizar los apareamientos contranatura, considerándolos "matrimonios". Conflictos propios de espíritus pacifistas, racionales, discutidores; permeables al diálogo y abiertos a las disidencias. ¡Que a nadie se le ocurra andar pidiendo la pena de muerte para los sodomitas, Levitico en ristre, como osó hacerlo el Rabino Samuel Levin! ¡Qué a nadie se le ocurra asimismo solicitar el castigo fatal para los gomorritas, como se aplica aún hoy en Afganistán, Irán, Mauritania o Yemen, países mahometanos! ¡Que a nadie se le ocurra tampoco andar mentando los textos del fundamentalista Pablo de Tarso, según los cuales, es el infierno lo que les aguarda a los promotores y ejecutores del festín horrendo contra el Orden Natural! Conflictos sí; combates no: tal la consigna de los pastores y de su arrebañada grey. Por distintas fuentes nunca desmentidas -y por una de la que hemos tenido directa constatación- se supo que en este conflicto Monseñor Bergoglio propuso una salida a la altura de sus antecedentes. Consistía la misma en acordar la legalización de la llamada "unión civil", como supuesto mal menor preferible al mal mayor del "matrimonio igualitario". Para eso contaba con la opusdeísta Liliana Negre de Alonso, y con otras figuras mamarrachescas del catolicismo oficial -altos pretes incluidos- políticamente correctos y tributarios del pensamiento único. Pacifistas como son, a tales "católicos" y a su Cardenal Primado, la batalla sin cuartel y acaso cruenta les parecía una desmesura. Lo razonable era amortizar el conflicto con algún paliativo que no dejara vencedores ni derrotados. Las "uniones civiles" -tan comprensivas, tan sin máculas de antañonas discriminaciones- eran un encantador remedio. No analizaremos ahora la falacia del llamado mal menor en política1, ni creemos pertinente aclarar que tanto clama al cielo que dos invertidos se acoplen Lo hemos hecho profusamente en Antonio Caponnetto: La per-versión democrática, Buenos Aires, Santiago Apóstol, 1998, p. 228-265. bajo una ley que los declare civilmente unidos, o bajo otra que, por vía de cruel sarcasmo, denomine al acople con el título de matrimonio. Ambas realidades son ultrajantes y vejatorias, y en mejores tiempos,

por ofensa a Dios muchísimo menor que ésta, los pastores fieles hubiesen calzado clámide, moharra y gorguera. Bajo cualquier denominación o instituto, legalizar la mancebía promiscua de un par de seres depravados, es un pecado enorme y escandaloso. Sin embargo, sea por la furia maloliente de los Kirchner contra todo lo que lleve el signo de la Iglesia; sea por el grueso equívoco mediático de suponerlo al Cardenal en la primera línea de fuego contra el Gobierno; sea por las nutridas movilizaciones provinciales en pro de la familia, o por la presión de varias declaraciones episcopales, más en consonancia con el rechazo vigoroso de Benedicto XVI a la cultura de la muerte, lo cierto es que Monseñor Bergoglio abandonó temporariamente su medianía en la materia, tuvo una misteriosa epojé en su ininterrumpida heterodoxia, y dio a luz una misiva "A las monjas carmelitas de Buenos Aires", fechada el 22 de junio de 2010. La carta no empardará a las Pónticas de Ovidio ni las Epístolas de Eustacio de Tesalónica, pero es redondamente buena, tanto de criterio como de contenido y de espíritu. Y dice cosas gratamente disonantes con el magisterio irenista de Su Eminencia. Dice, por ejemplo, que la iniciativa oficial del "matrimonio homosexual" es "la pretensión destructiva del Plan de Dios". Que "no se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento), sino de una 'movida' del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios". Que es una manifestación de "la envidia del Demonio", quien "arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra". Dice además, para nuestro inusitado regocijo, que "hoy, la patria", ante "el encantamiento de tantos sofismas con que se busca justificar este proyecto de ley" [del matrimonio homosexual], necesita el auxilio del "Espíritu de Verdad", del "Espíritu Santo, que ponga la luz en medio de las tinieblas del error". Al fin, y al modo de un encomiable corolario, la carta termina pidiendo el apoyo sobrenatural de la Sagrada Familia, para que sus miembros "nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios" y en "esta lucha por la Patria". Era demasiado. Demasiado por donde se lo mire, gíitar este manojo de verdades rotundas y dar un puñetazo en la infausta mesa del diálogo para hablar, siquiera una vez, el lenguaje inequívoco de las definiciones tajantes. Era demasiado y el mundo no le perdonó al Cardenal que rompiera su alianza con él, aunque fuera circunstancialmente y por fugaces momentos. En esta ocasión, incluso, el Centro de Estudios Sabiduría Cristiana, no sacó ninguna

solicitada apoyando "incondicionalmente la posición firme y clara de nuestro Arzobispo". Llovieron las críticas feroces, a cual más indignas e ignorantes. Llovieron asimismo las justificaciones y las corteses reconvenciones de los católicos bien-pensantes, la una más inaudita que la otra; y no faltaron los intentos por exculpar al Cardenal de tan insólita exaltación de ortodoxia, haciendo recaer "las culpas" del "exceso" a las presiones de cierta línea eclesial demasiado romanista. El mismo Monseñor Antonio Marino -a quien tenemos por un hombre de bien, y que se prodigó en esfuerzos para que los senadores no votaran la ley del homosexualismo "conyugal"- interrogado por Sergio Rubín, en el Clarín del domingo 18 de julio de 2010, acerca de si no fue "contraproducente para la Iglesia que Bergoglio dijera que estaba el diablo tras la iniciativa" [del matrimonio homosexual], en vez de trompear al desubicado con palabras contundentes, dio la siguiente y desconcertante respuesta: "El Cardenal se dirigía a las monjas contemplativas. No me parece que deba estar prohibido emplear el lenguaje de la Biblia, sobre todo para hablar con religiosas". Una traducción penosa pero no falaz de las palabras de Monseñor, podría ser la que sigue: "Caballeros, no sean duros con el Cardenal. Ustedes saben cómo son las monjas, creen en el demonio y todo eso. Además se trata del lenguaje de la Biblia, con sus simbolismos como el diablo, el infierno, etc. Sean comprensivos. Si no se hubiera dirigido a las monjitas, el Cardenal hubiera usado otras palabras". Sin embargo, quien se llevó las palmas de la interpretación de la misiva bergogliana, fue la mismísima Cristina Kirchner. El 12 de julio, desde Pekín, le dijo a los medios: "Este discurso [el de Bergoglio] es agre¬sivo y descalificador. Sobre todo proveniente de aquellos que deberían instar a la paz, la tolerancia, la diversidad y el diálogo, o por lo menos eso es lo que siempre dijeron en sus documentos". Director del DEPLAI, la principal institución oficial de la Iglesia que tomó bajo su responsabilidad la organización de aquel olvidable encuentro en el Congreso. La carta está fechada el 5 de julio de 2010, y circuló masivamente por los medios, entre otras cosas, porque el destinatario de la misma vivió por esos días su propia novela de Wilde, sólo que la importancia era ahora la de llamarse Justo y resultar portavoz de La Iglesia Infiel Tres afirmaciones erróneas enhebra el Cardenal en su misiva.

-Dice la primera: "Sé, porque me lo has expresado, que no será un acto contra nadie, dado que no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo distinto [...] En una convivencia social es necesaria la aceptación de las diferencias". 1 El vicio nefando hecho política de Estado, práctica impúdica y ariete político expreso contra el Catolicismo, no puede ser reducido eufemísticamente a "un pensar y sentir de modo distinto". Debe ser juzgado moralmente, y condenado de modo enérgico y ejemplar todo aquel que lo practique con inverecundia, lo promueva con estulticia, lo difunda obscenamente y lo convierta en herramienta explícita para enfrentarse con la autoridad de la Iglesia. El acto, pues, debió ser planteado, y de un modo vigoroso, como una sacra batalla contra todos aquellos que, desde el Gobierno y la partidocracia, consumaron la profanación del matrimonio y legalizaron la contranatura. ¿Por qué no habría de ser "un acto contra nadie", si los enemigos que ocupan el poder desembozadamente nos persiguen y atacan, expresando de manera formal que buscan la destrucción del Orden Cristiano y la entronización de una nueva "construcción social y cultural", tal como lo enunció Cristina Kirchner? ¿Por qué ha de quedar anulado el agere contra ignaciano, si no sólo estamos ante nuestras propias tendencias pecaminosas, sino ante el intento homicida de hacer del pecado una ley para toda la sociedad? ¿Por qué es necesaria la aceptación de las diferencias, cuando las mismas no brotan de la naturaleza sino de la ideología del género, lanzada aviesamente al mercado de fórmulas gramscianas para destruir la ley natural? ¿Por qué se nos pide la renuncia a la confrontación, si los adversarios que tenemos a la vista, no lo son de nuestra persona privada sino de las personas públicas de la Iglesia y la Nación Argentina? ¿Qué inconmensurable taradez ha llevado a pensar que el Régimen torcería su rumbo desquiciado ante el chocarrero amontonamiento de adminículos color naranja? -La segunda afirmación errónea dice: "la aprobación del proyecto de ley en ciernes significaría un real y grave retroceso antropológico [...] Distinguir no es discriminar sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar. En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad cultural y social, resulta una contradicción minimizar las diferencias humanas fundamentales". No debemos apelar a las categorías mendaces del mundo moderno, ni pagar tributo a la semántica amañada del enemigo. La ley del matrimonio homosexual no es mala porque signifique "un retroceso antropológico". Podría significarlo y constituir un gran bien. Por ejemplo, si ese retroceso significara rescatar el concepto creatural del

hombre, hecho a imagen y a semejanza del Creador, o la antigua y olvidada noción antropológica del horno transfigurationis que surge del mismo Evangelio (Jn.3, 1-21) Tampoco debemos seguir aceptando la mentira de la discriminación como un acto intrínsecamente malvado, cuando miles de veces se ha aclarado -desde la lingüística, el derecho, la gnoseología, la psicología, la lógica y la moral- que discriminar es un acto perfectamente legitimo y necesario toda vez que significa distinguir, separar, discernir, examinar, diferenciar o vislumbrar con entera justicia y completa lucidez. Contrariamente a lo que dice Bergoglio -usando su neoparla de contemporización con el mundo- distinguir es discriminar, valorar con propiedad es discriminar, diferenciar para discernir es discriminar. Y esta triple discriminación es buena, justa, encomiable, aprobada por Dios y por los hombres de buena voluntad. "En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad cultural y social", la contradicción de los homosexuales y sus padrinos no consiste, como cree Bergoglio, en "minimizar las diferencias humanas fundamentales"; sino -y ésta es la aberración de la cultura de la muerte- en otorgarle derechos y leyes a aquellas diferencias que brotan de la violación intencional de la ley natural y de la ley divina. Además, siempre corresponderá preguntarse, como lo han hecho los últimos Pontífices con insistencia, cuál es la conveniencia de poner "énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad", cuando a la vista de tal énfasis convertido en imposición coactiva, no es la Verdad la que ha salido gananciosa sino la que ha sido vilmente conculcada. El 21 de julio de 1974, en un Mensaje dirigido al Congreso Nacional de las Asociaciones de Padres de los Alumnos de la Enseñanza Libre Francesa, el Papa Paulo VI pedía proponer las enseñanzas de Jesucristo, como una necesidad perentoria, "que se deja sentir hoy más que nunca en un mundo pluralista, a menudo secularizado, que duda sobre sus razones de vivir". Y en su Alocución del 24 de abril de 2004, Benedicto XVI, ante el evidente e insoslayable retrato de una sociedad diversa y plural, insistía en tener en cuenta que a todas las herencias culturales, por respetables que resulten, hay que "purificarlas de aquellas prácticas que son contrarias al Evangelio". Pero Monseñor Bergoglio compra el paquete entero de la cultura moderna y revolucionaria: lo bueno es no volver al pasado, no discriminar, promover el pluralismo, la diversidad y la convivencia de los opuestos. Los Kirchner ya pueden dormir sin sobresaltos. Otra vez

el Cardenal habla el lenguaje del siglo XXI. El paréntesis católico ha durado lo que un suspiro. -La tercera afirmación errónea de Bergoglio dice: "Te encargo que, de parte de Ustedes, tanto en el lenguaje como en el corazón, no haya muestras de agresividad ni de violencia hacia ningún hermano. Los cristianos actuamos como servidores de una verdad y no como sus dueños. Ruego al Señor que, con su mansedumbre, esa mansedumbre que nos pide a todos nosotros, los acompañe en el acto". Hemos escrito un libro entero para refutar esta desmovilizante zoncera; y si el lector tuvo la paciencia de acompañarnos hasta aquí, sabrá que se trata de "El deber cristiano de la lucha", y que contó en su momento con una encendida felicitación del mismo Monseñor Bergoglio2. Repasemos apenas un par de líneas básicas del asunto: a) Ni la agresividad ni la violencia son malas per se; b) El prójimo es mi hermano en tanto reconozca a Dios como Padre; c) Nosotros no somos los dueños de la Verdad, pero somos los hijos del Dueño, y por lo tanto, nada inconveniente hay en actuar como un hijo celoso que custodia un bien del que se es propietario por legítima herencia; d) Los mansos que resultarán bienaventurados, con la promesa de poseer la tierra; esto es, la vida eterna, no son los pacifistas que responden los misiles con flores, y la inmundicia sodomítica con arrumacos pietistas, sino los soldados probados, veteranos y diestros en la guerra de Dios y en la lucha por la Patria. Contiendas ambas a cuya participación instaba el mismo Cardenal en su carta a las Carmelitas. Acaso sea el momento de que Monseñor Bergoglio repase la arrumbada Parábola de las Minas -parábola parusíaca de la creatividad, la llamó Castellani-en la cual dice tajantemente el Señor: "En cuanto a mis enemigos, los que no han querido que yo reinase sobre ellos, tráedlos aquí y degolladlos en mi presencia" (Le. 19, 27). Explicando la durísima sentencia, afirma el Crisóstomo que "es evidente que el Padre y el Hijo hacen una misma cosa; porque el Padre envía

2 Cfr. El capítulo 5 de la segunda parte de la presente obra.

un ejército a su viña, y el Hijo hace matar en su presencia a los enemigos" (cfr. Santo Tomás, Catena Áurea, Lc.XIX, 11-27). No le pedimos a Su Eminencia ninguna exégesis comprometedora de las temibles perícopas, pero al menos podía dejarse de desparramar ternezas y mansedumbres a granel. Y si no es mucho pedir, podía dejar de sostener -como lo ha hecho in fine en la carta a Carbajales-que "los únicos privilegiados son los niños". Porque la frase, amén de su discutible validez conceptual y endeblez política, no corresponde al Salterio, claro, después del Laúdate pueri Dominum, sino a un hombre cuyas contribuciones a la moral sexual en la sociedad no se cuentan precisamente entre las más edificantes. Por lo pronto, su segunda esposa no ocultó jamás su amistad acrisolada con el sodomita Paco Jamandreu. Y si es cierto que a Pavón Pereyra, Perón le manifestó su desagrado porque en Inglaterra "el homosexualismo es una cosa legal", no es menos cierto que el empresario Mario Rotundo sostiene ante quien quiera escucharlo que, en las conversaciones que tuviera con Juan Domingo en el exilio, a principios de la década del '70, para escribir sus propias Memorias, el General "estaba a favor del matrimonio de personas del mismo sexo, por una cuestión de respeto al ser humano e igualdad ante la ley" (http://www.laarena.com.ar/el_paissolo_se_vota ra por_matrimonio_homosexual-50021-l 13.html). Asimismo, y que sepamos, las autoridades del Partido Peronista no han impedido que exista y que actúe pública y activamente la Agrupación Nacional Putos Peronistas (cfr.http://putosperonistas.blogspot.com/) -con perdón de las palabras- cuyos miembros reivindican expresamente el ideario del líder justicialista. Escatologías históricas al margen, quede registrada esta nueva y desoladora deserción del Cardenal Primado. Con el agravante de haber dicho la verdad -sabrá Dios si por convicción o por conveniencia- y de haberla contradicho a las pocas horas, mientras se oía en lontananza, entrecortado y lúgubre, el canto de algo que semejaba un gallo neotestamentario.

Capítulo 12

BODAS DE INFIERNO La falacia del constructivismo sexual

En 1967, un par de gemelos univitelinos, varones ambos, fueron llevados al Hospital de Winnipeg, Canadá, cuando tenían ocho meses de edad. El propósito de esa visita -corregir una fimosis en los niñosterminó en un drama altamente ejemplificador. Uno de los gemelos, como consecuencia de una falla técnica en el electro bisturí, acabó con su órgano sexual destruido. Ante la comprensible desesperación, los padres acudieron al Dr. John Money, entonces un afamado psicólogo neozelandés del Hospital John Hopkins de Baltimore. Money era el director de una clínica especializada en trastornos sexuales y, lo que es más importante, era uno de los principales mentores y promotores de la teoría del género. Su teoría -la misma que prevalece hoy- es que la sexualidad no depende del orden natural sino que se construye y se elige. Tenía Money la triste pero fabulosa ocasión de probar su postura, pues nunca antes había caído en sus manos un caso así. Alguien nacido varón con un testigo casi clonado, su hermano gemelo, de que genéticamente pertenecía al sexo masculino. El mundo científico quedó expectante del caso. Lo mismo se diga del "lobby gay", siempre presuroso por contar con la ciencia para justificar sus perversiones. El niño fue castrado, se le practicaron las primeras intervenciones para dotarlo de un órgano sexual femenino y comenzó a ser criado como mujer. Sin embargo, su rechazo por la figura de Money, que supervisaba la horrible mutación, fue siempre total y en aumento. Igualmente sucedió con la familia del niño, cuyos padecimientos psicológicos, morales y espirituales causaron gravísimas perturbaciones. En mayo de 1978, entrando el niño en la pubertad, Money intentó una nueva intervención quirúrgica, para la que había estado preparando artificialmente el cuerpo del paciente mediante la ingesta de determinadas drogas. A la par que, en cada foro científico del que participaba, exhibía su caso como trofeo del éxito de su perspectiva del género. El niño se resistió por la fuerza a ser operado. Todo en su ser, en su naturaleza, sentía un inmenso rechazo por lo que le estaban haciendo. Apareció entonces, providencialmente, la Dra. Mckenty, quien no sólo

se puso del lado del niño, sino que le planteó a sus padres la urgente necesidad de que le contaran su verdadera historia, hasta entonces desconocida por la víctima. Conocida la verdad, no sin sobresaltos, como se comprende, el niño decidió reasumir la identidad masculina que le había sido criminalmente negada. Se bautizó y eligió el significativo nombre de David, en alusión a su lucha desigual y solitaria contra el enorme mal que lo acosaba. Un equipo de la BBC de Londres siguió el caso de cerca con serios enjuiciamientos de la inconducta del Dr. Money, cuya mendacidad e inescrupulosidad fueron quedando en evidencia. Mucho tuvo que ver en este desenmascaramiento del degenerado sexólogo, la presencia del Dr. Milton Diamond, quien comprendió -por sentido común y por su propia ciencia médica- que se estaba ante una aberración. David encaró del mejor modo posible la ardua pero gozosa tarea de reconstituir la natura que le habían negado. Profundamente religioso, le pidió a Dios la gracia de poder ser un buen padre y un buen esposo. Ayudado en el legítimo empeño por su familia, y de un modo muy especial por su hermano gemelo, el 22 de septiembre de 1990, a los 23 años, contrajo matrimonio con Jane, una joven de 25 años, en una iglesia de Winnipeg. Dio un paso más. Decidido a refutar testimonialmente la insensata perspectiva del género, y siempre con el respaldo de su familia, se puso en contacto con el escritor John Colapinto, a efectos de que su historia fuera conocida por todos. El resultado fue el libro As notare made him. The boy who was raised as a girl, New York, Harper Colins, 2001, de 289 páginas. La reacción heroica y el drama conmovedor de David Reiner -se suicidó en el 2004, y un poco antes lo había hecho su hermano- sólo permiten extraer un par de conclusiones rotundas, y todas ellas sustentadas en ese inapelable veredicto de la empiria y de las ciencias duras, que suelen ser las únicas creencias de los progresistas promotores del homosexualismo. -Existe el orden natural. Su negación es demencia, malicia, ceguera ideológica o todo ello combinado. La naturaleza es siempre la naturaleza, y aunque se la expulse por la fuerza, también por la fuerza sabe volver por sus fueros, porque es inderogable. Fue Horacio, un poeta pagano del siglo primero antes de Cristo, quien supo decirlo taxativamente: "Expulsa a la naturaleza a golpes de horca; ella,

porfiada, retornará, e indomable, sin que tú lo sientas, destruirá los hábitos desdeñosos" (Epístolas, I, 10,v.24-25). -La perspectiva del género es una vulgar mistificación, para encubrir con ropajes pseudocientíficos lo que no puede llamarse sino como siempre se llamó: antinaturaleza. No existen sino dos sexos, y si hoy se pueden "construir" otros, como se pueden construir otras "familias", ello no prueba que el "constructo sociocultural" sea válido o deseable; prueba únicamente el grado de descomposición al que se ha llegado. Las nuevas alternativas "nupciales" o parentales, no demuestran los beneficios del relativismo ético. Diagnostican el triunfo de la consigna leninista: la putrefacción es el laboratorio de la vida. Si el engendro de Frankestein, en vez de permitirnos deducir que es aborrecible el amontonamiento de carnes para dar vida a una realidad monstruosa, nos lleva a sostener la licitud y la posibilidad de una antropología frankesteiniana, pues entonces habrá que prever para los "constructores" de la nueva humanidad relativista, el mismo destino que soportó el mítico creador de aquel monstruo horripilante.

EL ODIO AL MATRIMONIO

Pero más allá del mortificante caso de David Reiner -que paradójicamente no esgrimen nunca los que apelan al emocionalismo para justificar las coyundas invertidas- hay otras conclusiones que queremos dejar asentadas, sin ánimo de exhaustividad. l.-Los argumentos en pro del matrimonio contranatura -amén de pecar todos ellos contra la estructura lógica del pensamiento- poseen el común denominador de la hipocresía. De una hipocresía mucho peor de la que los homosexuales atribuyen como un tópico a la sociedad tradicional que los "condena y victimiza". Algo similar al fariseísmo que denunciaba Chesterton en "La superstición del divorcio", cuando decía que los divorcistas no creen en el matrimonio, pero a la vez creen tanto que desean poder casarse una infinidad de veces. Si los homosexuales fueran coherentes e inteligentes, no deberían haber reclamado jamás el matrimonio. Lo que condice con sus prácticas y con sus ideas es el apareamiento transitorio, sucesivo o simultáneo, hedonista y soluble, sin vestigio alguno del institucionalismo burgués. El matrimonio, en cambio, es una institución de Orden Natural, anclado en aquellas categorías tradicionales que los mismos sodomitas dicen rechazar. Pedir

matrimonio homosexual es pedir anarquía ordenada, caos conservador, delito virtuoso, desgobierno gobernado y subversión subordinada a la autoridad instituida. No piden matrimonio los homosexuales porque crean en él. Lo piden porque lo odian y porque saben que, asumiéndolo ellos, es el modo más vil de destruirlo. 2.-Las respuestas que suelen darse al conjunto de argumentaciones homosexuales, no suelen ser satisfactorias, incluyendo, en primer lugar, la de la mayoría de los obispos. Y esto no únicamente porque se quedan en el plano del derecho positivo, sino porque no se atreven a enfrentarse con los sodomitas, empezando por acusarlos pública y enfáticamente de falsarios y de mentirosos contumaces, como acabamos de hacerlo. La prédica insana a favor de la indiscriminación, del igualitarismo, de la solidaridad, de la cultura del encuentro, y otras tantas naderías que ellos mismos han inculcado entre los fieles, les impide ahora reconocer en este proyecto homosexual la acción de un enemigo declarado y contumaz de la Verdad. Porque hablemos claro: no estamos aquí ante un caso desgarrador de una o más personas con tendencias e inclinaciones desordenadas que bregan por enderezarse y que, en ese caso, merecerían nuestra conmiseración, ayuda y respeto. Estamos ante una explícita embestida de la Internacional del Vicio contra el Orden Natural y el Orden Sobrenatural, movida prioritariamente por odio a Dios. "No a Dios. Ateísmo es libertad", levantaron como consigna los homosexuales, reunidos sacrilegamente en la Plaza de San Pedro, el 1° de agosto de 2003. Esta parálisis frente a los depravados, esta incapacidad para llamarlos por sus verdaderos nombres, debilita todas las respuestas. Monseñor Arancedo -y es apenas un caso delirante entre muchos más- ha dicho seriamente que "no se está en contra de que las personas del mismo sexo quieran convivir y tengan los mismos derechos sucesorios" (La Nación, 18-7-2010, p. 27), sin mentar aquí los exabruptos nauseabundos de Alessio, Farinello et caterva, a quienes nunca alcanzan los castigos rotundos, efectivos, se-verísimos, irrecusables y ejemplares que sus gravísimas infamias deberían dar lugar. Se repite hasta la saciedad, por ejemplo, que no se trata de estar en contra de la noble igualdad, de la sacra indiscriminación y de los derechos humanos. Cuando es exactamente al revés. No somos iguales que los protervos. No hay forma alguna de igualar el bien con el mal. El pecado no puede tener ningún derecho ni convertirse en ley, y siempre será acertado discriminar justísimamente, para que nadie se atreva a llamar matrimonio a su caricatura agraviante y soez.

Ningún respeto nos merecen quienes bre-gan por la contranaturaleza. Llegue para ellos, contrariamente, la manifestación clara de nuestro repudio, de nuestro desprecio y de nuestra mayor repugnancia. 3.-La existencia del Orden Natural no está sujeta a la opinión de las mayorías, ni a las discusiones parlamentarias, ni a las tramoyas sufragistas. Es un error seguir el juego democrático, que hoy instala como tema dominante el "matrimonio" sodomítico y mañana las coyundas con animales o con cadáveres. Es el error de las reacciones de quienes están insertos en el sistema, y creen en él. Entonces nos convierten en sujetos dependientes de las maquinaciones enemigas. Hoy nos obligan a discutir si se pueden casar dos hombres. Mañana si se puede seguir creyendo en Dios. La democracia es una forma ilegítima de gobierno. Es, en rigor, la contranaturaleza llevada a la política. Y tanta es la perversión ingénita que la caracteriza, que ahora puede votar a favor de una aberración moral o determinar, por el cuántico procedimiento de la mitad más uno que, a partir de este momento, les asiste a dos seres disolutos el derecho de casarse y de adoptar hijos. Nuestra respuesta no puede ser la de demostrar que los homosexuales son una minoría. Ni la de fabricar mayorías postizas, aglomerando a los católicos con las histriónicas sectas evangelistas o con los truhanes del protestantismo. Tampoco la de pedirle a los indignos senadores que tengan a bien recapacitar y no legalicen el amancebamiento de los emponzoñados. Nuestra respuesta consistirá en señalar la ilevantable culpabilidad histórica que le cabe a la democracia por permitir el agravio más infame a la familia argentina que se haya pergeñado hasta hoy. ¡Malditos sean los tres poderes políticos, sus miembros y la partidocracia que los prohija, malditos sean los Kirchner y sus secuaces, oficialistas y opositores en tropel, toda vez que del rejunte de sus actos inicuos se ha seguido la profanación del verdadero hogar! ¡Malditos sean ante Dios, ante la Historia y ante las generaciones pasadas, presentes y futuras de patriotas honrados! Todo cuanto legisle este régimen ominoso lleva el sello de la insanable nulidad e ilicitud. Se pueda o no enmendar mañana el insensato estropicio de esta tiranía, todo católico y argentino bien nacido está obligado a rebelarse activamente contra la ley injusta. Aclarémoslo una vez más de la mano de Aristóteles. El que pregunta si la nieve es blanca no merece respuesta. Merece un castigo porque ha perdido el sentido de lo obvio. Merece la reacción punitiva porque ha

degradado a sabiendas el sentido común. Merece la trompeadura justiciera por tergiversar adrede el significado de las palabras, sabiendo que al hacerlo, está ofendiendo al mismísimo Verbo de Dios. Por eso, ante la guerra semántica, que adultera los significados, veja el Logos, calumnia los nombres y desacraliza la palabra, nosotros no tenemos nada que debatir. Que debatan los opinólogos de la democracia. Cuando se ofende a Dios y a su Divina Ley, la discusión es algo en lo que no creemos; y lo que creemos no está sujeto a discusión. Apliquemos al caso, nuevamente, las enseñanzas de San Jerónimo citadas por el Aquinate (S.Th, III, q. 16, art. 8, r): "con los herejes no debemos tener en común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión de que favorecemos su error". 4.-El demonio es el gran negador del misterio nupcial, recuerda y resume magistralmente Alberto Caturelli en su obra "Dos, una sola carne" (Buenos Aires, Gladius, 2005). "El demonio odió (y odia) a Dios en el hombre porque es imagen del Verbo y, desde el principio odia al hombre. Si el hombre es varón-varona, y la sexualidad pertenece a la imagen; si la unidualidad logra su plenitud en la unión conyugal, el demonio quiere, desde el principio, la desunión y la muerte del amor conyugal. Después de la Redención, odiará inconmensurablemente más el misterio nupcial por ser copia de la unión esponsal del Verbo Encarnado y la Iglesia. Desde el principio, el demonio odia la unión conyugal: él será el gran Negador, el gran Homicida y el gran Separador". Y por eso, concluye Caturelli, que en "la red del odio teológico [contra la familia] que cubre el mundo", la homosexualidad reclamante de "matrimonios" e "hijos" cumple "un ritual tenebroso de profanación de lo sagrado". "Los acoplamientos homosexuales en todas sus formas no son ni pueden ser jamás 'uniones': constituyen una agresión gravísima al orden natural y una profanación nefanda del cuerpo humano como tal y del misterio nupcial". He aquí el fondo último de la cuestión que hoy nos estremece y consterna. El fondo teológico, religioso y metafísico. Esta propuesta del "matrimonio homosexual" no es otra cosa, no puede serlo, más que una expresión demoníaca en el sentido más estricto, ajustado y pertinente de la palabra. Va de suyo que si los católicos y sus pastores no se atreven a llamar mentirosos, depravados y pecadores a los militantes de la homosexualidad, mucho menos se atreverán a llamarlos demonios. Pero eso es lo que son, guste o disguste, y tengan estas líneas el alcance que tengan.

Quienes autodenominándose católicos propusieron, promulgaron, apoyaron o votaron la ley del "matrimonio homosexual", deben ser excomulgados. De la presidenta para abajo, todos ellos. No lo decimos por entender de cánones, que no es nuestro oficio. Tampoco lo decimos porque creamos que a los presuntos destinatarios de la sanción los perturbe recibirla. Lo decimos para salvar el honor de la Fe Católica. Para que tomen nota los buenos creyentes, de que no pueden seguir llamándose miembros de la Iglesia los que han cometido contra la ley de Dios un acto público de hideputez extrema. La Santa Sede, a su vez, debería expulsar ya mismo al embajador argentino en el Vaticano. No -repetimos porque consideremos la hipótesis de que pueda importarles el castigo diplomático a los promotores de la contranatura. Si no para que el mundo entero tome debida nota de que no se puede profanar impunemente a la Iglesia. En todas estas gestiones -excomunión y ruptura de relaciones- debería estar empeñado el Cardenal Primado, con todas sus fuerzas. Lamentablemente no parece suceder así. Nacimos en La Argentina. Tierra de varones y de mujeres dignos. Tierra de antepasados viriles; de esposas, madres, hermanos, viudas, padres, cada quien cumpliendo su vocación de hombre y de mujer, asignada por el Autor de la naturaleza. Cada quien aceptando gozosamente su identidad, sus límites, su necesidad de ayuda y de complemento, de amor y de comprensión recíproca. Nacimos en La Argentina. Una nación con cálido nombre femenino, masculinamente fecundada y labrada a lo largo de los siglos. Nacimos en La Argentina. No queremos morir en Sodoma. Queremos, como DIOS manda, defender en la PATRIA el verdadero HOGAR. Ante el “mea culpa” que, con motivo del Jubileo, ha entonado la Jerarquía de la Iglesia parece oportuno y a la vez honesto formular tres aclaraciones. Todas las cuales -necesarias en sí mismas- se vuelven perentorias por el agravante de la horrenda e intencional falsificación llevada a cabo desde algunos medios de comunicación, o el silencio que, en otros casos, ha lastimado tanto como la tergiversación. Por eso es necesario resaltar:

1) Lo bueno que se dijo y que se ha ocultado por los medios

2) Lo que se dijo y con amor filial nos preocupa

3) Lo que, respetuosamente, quisiéramos que se hubiera dicho

1) Lo bueno que se dijo y que se ha ocultado por los medios

-“La Iglesia, desde siempre, ha sabido discernir las infidelidades de sus hijos (…) La Iglesia es también maestra cuando pide al Señor perdón” (monseñor Piero Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, 7-3-2000, con ocasión de explicar el alcance de la celebración litúrgica pontificia del mea culpa del 12 de marzo)

-“Es importante recalcar que (Memoria y Reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado) se trata de un documento de la Comisión Teológica Internacional. Esto no significa que sea un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. No es por tanto, un texto de la Santa Sede y mucho menos del Papa. El mismo Cardenal Ratzinger, al presentarlo esta mañana, explicó que con este texto la Iglesia no pretende erigirse en juez del pasado, ni encerrarse de manera pesimista en sus propios pecados” (Comunicado de la Comisión Teológica Internacional, Agencia Zenit, 7-3-2000)

-“El documento (Memoria y Reconciliación…etc) no es más que el resultado de un grupo de teólogos (…) Cuando se habla del pasado de la Iglesia, se cuentan muchas cosas que, con frecuencia, son calumnias, mitos. La verdad histórica es la primera exigencia” (Padre Georges Cottier, Secretario de la Comisión Teológica Internacional, autora del texto, 8-3-2000)

-“La Iglesia del presente no puede constituirse como un tribunal que sentencia sobre el pasado. La Iglesia no puede y no debe expresar la arrogancia del presente (…) El protestantismo ha creado una nueva historiografía de la Iglesia con el objetivo de demostrar que no sólo está manchada por el pecado, sino que está totalmente corrompida y destruida (…) La situación se agravó con las acusaciones de la Ilustración, que desde Voltaire hasta Niezstche, ven en la Iglesia el

gran mal de la humanidad que lleva consigo toda la culpa que destruye el progreso (…) Necesariamente hubo de surgir una historigrafía católica contrapuesta para demostrar que , a pesar de los pecados, la Iglesia sigue siendo la Iglesia de los santos: la Santa Iglesia (…) No se pueden cerrar los ojos ante todo el bien que la Iglesia ha hecho en estos últimos dos siglos devastados por las crueldades de los ateísmos” (Cardenal Joseph Ratzinger, 7-3-2000, con ocasión de presentar en la Sala de Prensa de la Santa Sede, el documento Memoria y Reconciliación…)

-“La confessio peccati, sostenida e iluminada por la fe en la Verdad que libera y salva (confessio fidei), se convierte en confessio laudis dirigida a Dios, en cuya sola presencia es posible reconocer las culpas del pasado y las del presente (…) Este ofrecimiento de perdón aparece particularmente significativo si se piensa en tantas persecuciones como los cristianos han sufrido a lo largo de la historia” (Memoria y Reconciliación, Introducción)

-“La dificultad que se perfila es la de definir las culpas pasadas, a causa sobretodo del juicio histórico que esto exige, ya que en lo acontecido se ha de distinguir siempre la responsabilidad o la culpa atribuibles a los miembros de la Iglesia en cuanto creyentes, de aquella referible a la sociedad (…) o de las estructuras de poder(…) Una hermenéutica histórica es, por tanto, necesaria más que nunca, para hacer una distinción adecuada entre la acción de la Iglesia (…) y la acción de la sociedad (…) Es justo por otra parte, que la Iglesia contribuya a modificar imágenes de sí falsas e inaceptables, especialmente en los campos en los que, por ignorancia o por mala fe, algunos sectores de opinión se complacen en identificarla con el oscurantismo y la intolerancia” (Memoria y Reconciliación, 1, 4)

-“¿Se puede hacer pesar sobre la conciencia actual una “culpa” vinculada a fenómenos históricos irrepetibles, como las Cruzadas o la Inquisición? ¿No es demasiado fácil juzgar a los protagonistas del pasado con la conciencia actual, como hacen escribas y fariseos, según Mt. 23, 29-32…? (Memoria y Reconciliación, 1, 4,)

-“(…)Es convicción de fe que la santidad es más fuerte que el pecado en cuanto fruto de la gracia divina: ¡son su prueba luminosa las figuras de los santos, reconocidos como modelos y ayuda para todos! Entre la gracia y el pecado no hay un paralelismo, ni siquiera una especie de simetría o de relación dialéctica (Memoria y Reconciliación, 3, 4)

-“Es necesario preguntarse: ¿qué es lo que realmente ha sucedido?, ¿qué es exactamente lo que se ha dicho y hecho? Solamente cuando se ha ofrecido una respuesta adecuada a estos interrogantes, como fruto de un juicio histórico riguroso, podrá preguntarse si eso que ha sucedido, que se ha dicho o realizado, puede ser interpretado como conforme o disconforme con el Evangelio (…) Hay que evitar(…) una culpabilización indebida que se base en la atribución de responsabilidades insostenibles desde el punto de vista histórico” (Memoria y Reconciliación, 4).

-“Juan Pablo II ha afirmado respecto a la valoración histórico-teológica de la actuación de la Inquisición: ‘El magisterio eclesial no puede evidentemente proponerse la realización de un acto de naturaleza ética, como es la petición de perdón, sin haberse informado previamente de un modo exacto acerca de la situación de aquel tiempo. Ni siquiera puede tampoco apoyarse en las imágenes del pasado transmitidas por la opinión pública, pues se encuentran a menudo sobrecargadas por una emotividad pasional que impide una diagnosis serena y objetiva (…) El primer paso debe consistir en interrogar a los historiadores, a los cuales se les debe pedir que ofrezcan su ayuda para la reconstrucción más precisa posible de los acontecimientos, de las costumbres, de las mentalidades de entonces, a la luz del contexto histórico de la época” (Memoria y Reconciliación, 4)

-“Debe evitarse cualquier tipo de generalización. Cualquier posible pronunciamiento en la actualidad debe quedar situado y debe ser producido por los sujetos más directamente encausados(…) La Iglesia es propensa a desconfiar de los juicios generalizados de absolución o de condena respecto a las diversas épocas históricas. Confia la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta reconstrucción cientifica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico… (Memoria y Reconciliación, 4, 2)

-“(…) No caer en el resentimiento o en la autoflagelación, y llegar mas bien a la confesión del Dios ‘cuya misericordia va de generación en generación’ ” (Memoria y Reconciliación, 5, 1)

-“Nunca se puede olvidar el precio que tantos cristianos han pagado por su fidelidad al Evangelio y al servicio del prójimo en la caridad” (Memoria y Reconciliación, 6, 1)

-“Además, hay que evaluar la relación entre los beneficios espirituales y los posibles costos de tales actos (de perdón) también teniendo en cuenta los acentos indebidos que los ‘medios’ pueden dar a algunos aspectos de los pronunciamientos eclesiales(…) Hay que subrayar que el destinatario de toda posible petición de perdón es Dios (…) Se debe evitar(…) la puesta en marcha de procesos de autoculpabilización indebida (Memoria y Reconciliación, 6, 2)

-“Lo que hay que evitar es que actos semejantes (los del perdón) sean interpretados equivocadamente como confirmaciones de posibles prejuicios respecto al cristianismo. Sería deseable por otra parte, que estos actos de arrepentimiento estimulasen también a los fieles de otras religiones a reconocer las culpas de su propio pasado (…) La historia de las religiones (no se refiere aquí a la católica) está revestida de intolerancia, superstición, connivencia con poderes injustos y negación de la dignidad y libertad de las conciencias” (Memoria y Reconciliación, 6, 3)

-“Su petición de perdón (el de la Iglesia) no debe ser entendida como (…) retractación de su historia bimilenaria, ciertamente rica en el terreno de la caridad, de la cultura y de la santidad” (Memoria y Reconciliación, Conclusión)

-“Se debe precisar el sujeto adecuado que debe pronunciarse respecto a culpas pasadas (…) En esta perspectiva es oportuno tener en cuenta, al reconocer las culpas pasadas e indicar los referentes actuales que mejor podrían hacerse cargo de ellas, la distinción entre

magisterio y autoridad en la Iglesia: no todo acto de autoridad tiene valor de magisterio, por lo que un comportamiento contrario al Evangelio, de una o más personas revestidas de autoridad no lleva de por sí una implicación del carisma magisterial (…) y no requiere por tanto ningún acto magisterial de reparación” (Memoria y Reconciliación, 6, 2)

El católico al menos, tiene que saber entonces, que es falso que la Iglesia le haya pedido perdón al mundo o a sus adversarios y no a Dios; que haya renunciado a su pasado de glorias y triunfos de la Fe; que haya negado a sus santos y a sus héroes; que haya aceptado las mentiras históricas elaboradas por sus difamadores y detractores; que haya admitido las argumentaciones masónicas que la retratan como oscurantista o inhumana, que haya condenado a las Cruzadas, a la Inquisición, a la Evangelización o a la Conquista de América; que haya obviado toda referencia a las persecuciones de que fue y es objeto y a los gravísimos errores de los ateísmos y de las demás religiones. Es falso que este mea culpa sea un nuevo dogma, una resolución ex catedra o una retractación del Magisterio. Es falso incluso que toda palabra o conducta de una autoridad eclesial deba ser tomada como docente, incluyendo las palabras y las conductas de los intérpretes o aplicadores de este pedido de perdón. Todo esto y tantísimo más es falso, pero se ha propalado desde los medios, desde ciertas cátedras seglares o religiosas y desde las usinas de la intelligentzia, sin encontrar al menos el elemental correctivo de remitirse a las fuentes.

2) Lo que se dijo y con amor filial nos preocupa

-Nos preocupa que se pida perdón cuando no se advierte culpa. La Iglesia, por ejemplo, no es culpable de la división de los cristianos causada por la herejía protestante, o por el accionar de otros tantos heresiarcas, antes y después de la Reforma. No es culpable de los cismas, aunque una vez provocados alguien pudiera señalarle actitudes aisladas poco caritativas. No es culpable del extravío del paganismo, como la esclavitud o el menoscabo de las mujeres; ni de los crímenes del capitalismo, como el abandono de los pobres o el desprecio por necesitados; ni de las aberraciones del materialismo, como la supresión de los no nacidos; ni de los atropellos del imperialismo, del neopaganismo y del sionismo, como la persecución a razas y etnias, ni de las atrocidades del marxismo, como las campañas

genocidas. No sólo no es culpable la Iglesia sino que es víctima, y en gran medida por oponerse sistemáticamente con su testimonio a tan graves pecados.

-Nos preocupa que tras las disculpas por presuntas faltas de respeto a otras culturas y creencias , se pueda justificar el salvajismo, el tribalismo y la idolatría, cayendo en un relativismo cultural, religioso y ético que vuelve ilícita cualquier tarea apostólica o inhibe todod fervor misionero o el obligado llamamiento a la conversión. O que desacredite las grandes gestas evangelizadoras de la historia, las hazañas de sus testigos, las epopeyas martiriales de sus guerreros santos.

-Nos preocupa que pueda sasociarse toda violencia con la negación del Evangelio; cuando es un hecho que, tanto de las fuentes vétero y neotestamentarias surge la legitimidad de una fortaleza armada al servicio de la Verdad desarmada. Este deber cristiano de la lucha halla su fundamento y su necesidad tanto en las Escrituras como en las enseñanzas patrísticas y escolásticas, tanto en las obras de los grandes teólogos de todods los tiempos como en la mismísima hagiografía y en la Cátedra bimilenaria de Pedro, hasta la actualidad y sin exclusiones.

-Nos preocupa que se les reproche a los católicos el poco esfuerzo “por remover los obstáculos que impiden la unidad de los cristianos”, sin hacer referencia a la única unidad posible y duradera cual es la que brota del arrepentimiento y de la conversión de quienes están en el error, y de su consiguiente regreso a la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación, aún teniendo en cuenta los casos de ignorancia invencible, ya que quien se salva, se salva dentro de la Iglesia.

-Nos preocupa que se imponga como criterio de autoacusación la falta de respeto por la libertad de la conciencia individual, cuando el fundamento de la conciencia no es la libertad sino el dictado de la sindéresis o recto sentido moral objetivo. Que prevalezca asimismo la criteriología de los derechos humanos -su conculcación o su respeto irrestricto como divisoria universal de aguas- sin tomar jamás expresa distancia de la ideologización, desnaturalización, y manipulación que

se viene haciendo de esos derecchos desde el Iluminismo y hasta pareciendo a veces que se coincide con tal perspectiva.

-Nos preocupa que para atemperar las hipotéticas faltas de la Iglesia en el pasado, se cuestione la unión de lo temporal con lo espiritual durante “los siglos llamados de cristiandad”; o que se aluda a los cambios de paradigmas situacionales en el transcurso de los tiempos. Lo primero puede conducir a la convalidación del secularismo, lo segundo a la adopción del historicismo.

-Nos preocupa que una vez reconocida la existencia de una historiografía facciosa, alimentada por el odium Christi, se desaliente la apologética. Y que una vez reconocidas igualmente, tanto la necesidad como la urgencia de la rigurosidad cientifica en el terreno de los estudios del pasado, se omita toda mención a las grandes obras y a los autores magistrales que ya han dilucidado períodos, acontecimientos y actores justamentte vilipendiados. Incluyendo aquellos que han tenido lugar en el transcurso del siglo XX.

-Nos preocupa que la jerarquía eclesiástica presente, eleve a los altares a quienes entregaron su vida durante guerrras justas por la defensa del sentido cristiano de sus respectivas patrias- verbigratia los Cristeros y los combatientes de la Cruzada Española- y desapruebe a la vez “las formas de violencia ejercida en la represión y corrección de los errores”. Tamaña paradoja podría dar pie a una visión pacifista, ajena al espíritu de la doctrina católica, como al riesgoso equívoco de creer que el bien se impone sin el esfuerzo y sin el sacrificio del buen combate.

-Nos preocupa que en la condena al nacionalsocialismo prevalezcan más esos prejuicios de la opinión pública a los que sensatamente se alude en relación con otros hechos pretéritos, antes que los juicios suscitados por la rigurosidad de los estudios científicos, por negativos que pudieran resultar; o los tópicos de la propaganda aliada antes que las claras y empinadas admoniciones de Pío XI en la Mit brennender Sorge. Que no se tengan en cuenta las teorías anticristianas de sus fundadores, ni ciertas prácticas anticatólicas de sus gestiones gubernamentales, ni el martirio a que fueron sometidos, entre otros,

Santa Edith Stein o San Maximiliano Kolbe, sino la discutible cuestión de “la shoah”, más próxima a la propaganda política de posguerra que a la verad histórica, y más próxima también a la agitación proselitista de las izquierdas que a la realidad de lo acontecido.

-Nos preocupa que aquella indiscutible condena al nacinalsocialismo, ya aludida, no tenga su correlato en otra análoga a la intríseca perversidad comunista, responsable de la muerte de cien millones de cristianos, ni a las sostenidas acciones terroristas y a la justificación de la tortura sostenida desde el Estado israelí. Que ningún perdón se les exija a aquellos judíos que fueron los principales ideólogos o ejecutores del marxismo, o que ningún perdón se eleve por los católicos cómplices de colaboracionismo comunista, ya por acción u omisión. Que ninguna disculpa implique a los bautizados que, aún con rasgos jerárquicos eclesiales, fueron compañeros de ruta de la guerrilla roja, responsable de tantas muertes y desolaciones.

-Nos preocupa que se aluda a la hostilidad de numeroso cristianos hacia los hebreos, cuando los textos religiosos basales del judaísmo están impregnados de una estremecedora animadversión hacia los cristianos; cuando una gran parte sustantiva y dolorosa de la Iglesia, es la historia de las maquinaciones hebreas contra Ella.; cuando la documentación seria prueba la existencia de numerosos casos de católicos víctimas de crímenes perpetrados por judíos, en tanto tales, y por odio a la Fe de Jesucristo, cuyas víctimas han sido elevadas a los altares por la Iglesia, desde San Esteban hasta Santo Dominguito del Val, San Simeón de Trento, San Guillermo de Norwich o el santo Niño de la Guardia. Y cuando es un hecho actual, notorio y visible por todos, el hostil desprecio y la vulgar agresión de cierta jerarquía judía hacia el santo Padre, hacia su humilde pedido de perdón y hacia el esfuerzo de su viaje apostólico al corazón de Israel. Sin que faltaran allí los miembros del Jabad Lubavitch, que envueltos en el taledo y haciendo sonar el shofar pidieron ritualmente su asesinato, ante la indiferencia de quienes debieron reprobarlos enérgicamente.

-Nos preocupa al fin, que se hable del antisemitismo cristiano como factor coadyuvante del antisemitismos nazi, y hasta del retaceo de la ayuda ante el maltrato del que fueron objeto los judíos durante el Tercer Reich. No existe un antisemitismo cristiano, sino una explicación cristiana del misterio de la enemistad teológica de Israel;

y en el más doloroso de los casos, un conjunto de prevenciones dadas oportunamente por la Iglesia para evitar los conflictos recíprocos. Existe en cambio un anticristianismo judaico, teórico y práctico. que arrancó los primeros gritos de dolor en el Nuevo Testamento: “¡Matásteis al Autor de la Vida!” (Hechos 3, 13-15), “¡Crucificásteis al Señor de la Gloria!” (1 Cor. 2, 8). Existió un Pío XII que se desveló por la suerte de los hijos de la Antigua Alianza, y no conocemos de la existencia de ninguna autoridad rabínica equivalente que haya tomado como propia la suerte de los cristianos asesinados en los gulags.

-Nos preocupa que en el legítimo afán de aliviar las heridas que pudieran haber recibido los judíos durante su larga historia, se eche al olvido el drama teológico que significó su defección y apostasía, del que nos habla San Pablo en los capítulos noveno a undécimo de su Epístola a los Romanos, que se pase por alto el drama mayor del deicidio, corroborado por el Señor cuando dijo “Sé que sois linaje de Abraham, pero buscáis matarme, porque mi palabra no ha sido acogida por vosotros” (Jn, 8, 37); y sobretodo, que se evite pronunciar cuidadosamente todo deseo o reclamo de conversión a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Mesías.

-Nos preocupa en definitiva, que este pedido de perdón, imprudente de por sí, torcido por los medios, malinterpretado por los pseudointelectuales con poder, escamoteado en sus significaciones más nobles y capitalizado por innumerables calumniadores de la Fe católica sin aclaraciones condignas y autorizadas, instale artificialmente -para desconcierto de todos- la dialéctica de una Iglesia pre-meaculpa y postmeaculpa, de consecuencias tan dañinas como otras divisiones dialécticas ya probadas

3) Lo que, respetuosamente, quisiéramos que se hubiera dicho

No tenemos dudas de que en la Iglesia ha existido y existe el antitestimonio; de que muchos de sus hijos – desde la autoridad o desde el llano- han sido y son causa del pecado de escándalo; de que la memoria necesita purificarse de semejantes vicios.

Hubiera sido oportuno en tal sentido hablar del proceso de autodemolición al que se refiriera, denunciándolo, Paulo VI, cuyos responsables tienen nombres y apellidos; de la tolerancia, cuando no de la aquiescencia para con ese “humo de Satán” que se dejó entrar en el templo de Dios, según dolorosísima expresión del precitado Pontífice; de las “verdaderas y propias herejías que se han propalado”, tal como lo reconociera Juan Pablo II el 6 de febrerro de 1981, y en particular de ese “conglomerado de todas las herejías”, como llamó San Pío X al modernismo, así como de su sucesora, “la concepción que no se puede definir sino con el término ambiguo de progresista (y que) no es ni cristiana ni católica” (Paulo VI, mensaje a los católicos de Milán, 15-8-1963)

Hubiera sido oportuno pedir perdón por la desacralización de la liturgia, por la profanación de tantas celebraciones eucarísticas, por el vaciamiento de los Sagrados Textos, por la falsificación de la catequésis, por la adulteración de la dogmática, por el escamoteo de la ascética, por la desnaturalización de la pastoral, por el inmanentismo, el secularismo y y el horizontalismo en todos los terrenos que han desarrollado muchos sacerdotes. Perdón por el falso ecumenismo y el sincretismo, por el pluralismo ilimitado e irrestricto, por la protestatización de la Misa, la marxistización de la teología, la cabalización de la Fe, el aseglaramiento de los clérigos, la reconciliación con el “mundo”. Perdón por las ceremonias interreligiosas o pluriconfesionales en las que el Vicario de Cristo queda homologado con los líderes de las falsas creencias, y el Dios Uno y Trino con los profetas demasiado humanos de los cultos antiguos o modernos.

Hubiera sido oprtuno pedir perdón por los pastores medrosos, cómplices del liberalismo y del comunismo; por los curas guerrilleros o agitadores tercermundistas, por los obispos que confunden a su grey con palabras y hechos que no son sino contemporizaciones con los enemigos de la Iglesia; por los que ensayaron todos los errores filosóficos del siglo y se olvidaron de la filosofía perenne; por los innovadores que terminaron siendo socios activos de la Revolución; por los que llamaron renovación a la apostasía y traicionaron a sabiendas la Tradición. Perdón por las deserciones en nombre del antitriunfalismo, por el temporalismo, el activismo, y la malsana mundanización. Perdón por no haber predicado explícita y contundentemente la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo.

Mas como no sea cosa que se crea que estos deseados pedidos de perdón reconocen su punto de partida en los días posteriores al Concilio Vaticano II, hubiera sido oportuno además, que se entonara un mea culpa especialmente doloroso y trágico, por ese mal enorme y antiguo del fariseísmo que resume y contiene a todos los otros, y que desde lejos viene corroyendo y afeando el Santo Rostro de la Santa Madre Iglesia.

Hubiéramos deseado que se dijera -enfáticamente, con toda la energía y el ardor de la caridad- que la Iglesia está acechada por dentro y por fuera, tal vez como no lo estuvo nunca en su bimilenaria historia. Que semejante situación exige, por supuesto, católicos capaces de reconocer sus verdaderas culpas y de pedir humildemente perdón a Dios y al prójimo genuinamente ofendido. Católicos penitentes y rezadores, con el sayo de los peregrinos contritos y suplicantes; pero también y por lo mismo, católicos militantes, llenos de lucidez y de coraje, con la armadura de los caballeros victoriosos, conscientes de que Cristo vuelve, de que Cristo Vence, de que Cristo Reina e Impera. Y de que entonces, como lo dijera San Pablo, “nadie será coronado, si no ha valientemente combatido”.

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