Antígona. Historia y Drama.

December 29, 2017 | Author: Gerson Góez González | Category: Sophocles, Oedipus, Greek Tragedy, Greek Mythology, Religion And Belief
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Descripción: Trabajo de grado en Filosofía....

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ANTÍGONA: HISTORIA Y DRAMA

GERSON STEPHEN GÓEZ GONZÁLEZ

FILÓSOFO UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

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“La tragedia es la representación de una expiación, pero no es la mísera expiación de un sistema Ático en rompimiento con una estructura social, organizada por bribones, para necios. La figura trágica representa la expiación del pecado original y eterno de esta figura y de sus compañeros de infortunio: del pecado de haber nacido”. Samuel Beckett.

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A María Eugenia González, mi madre; Alba Rosa Quintero, mi abuela; y mis agradecimientos al profesor Jairo Alarcón.

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TABLA DE CONTENIDO

Pág.

RESUMEN ............................................................................................................... 6 PRÓLOGO............................................................................................................... 7 INTRODUCCIÓN ................................................................................................... 14 ACLARACIÓN A LAS FUENTES ...................................................................... 17 1. ESTRUCTURA DEL DRAMA ......................................................................... 20 2. EL DRAMA DE ANTÍGONA .......................................................................... 33 3. EL PAPEL DE LOS ORÁCULOS ................................................................. 44 4. LOS CONTRARIOS: ELEMENTOS DE LA DYNAMIS TRÁGICA .............. 52 5. EL ORDEN ...................................................................................................... 60 6. LA CONDICIÓN HUMANA ............................................................................. 68 7. EROS ................................................................................................................ 85 8. LA HERENCIA MALDITA .............................................................................. 97 9. LA POSTERIDAD .......................................................................................... 109 GLOSARIO .......................................................................................................... 122 GENEALOGÍA TEBANA .................................................................................... 125 LA POSTERIDAD DE EDIPO........................................................................... 126

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BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................... 127 BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA ......................................................................... 131 REVISTAS ........................................................................................................... 135 CIBERGRAFÍA .................................................................................................... 137

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RESUMEN

Platón en el Fedro 245a, y en el Lisis 214a, reconoce a los poetas como “padres de nuestro saber”, y esto se debe al profundo conocimiento que los mitos contienen en sí, plasmado magistralmente en el teatro gracias al ingenio poético de los tres maestros de la tragedia griega, Esquilo, Sófocles y Eurípides.

La

tragedia

griega

era

desde

antaño

(y

sigue

siendo),

un

referente

importante para la reflexión filosófica; prueba de ello son la amplia cantidad de interpretaciones que sobre las obras conservadas, y la búsqueda de más, que termina revelando unos cuántos fragmentos, de este género poético, que han habido y muy seguramente continuarán habiendo.

El objeto de estudio del presente trabajo es la condición humana en la Antígona de Sófocles, drama que la contiene en su vastedad; dicho tema se presta para el análisis de otros subtemas de gran relevancia para el estudio de esta obra, como los son el destino y la libertad, los contrarios, el Eros, la historia, etc.

Palabras

clave: prudencia,

oráculo,

libertad,

esperanza, Hado.

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Eros,

maldición,

orden,

PRÓLOGO

La Antígona de Sófocles es a lo largo de la historia, una de las tragedias del arte teatral clásico griego más conocidas. Compuesta no sólo en y para su época, la Atenas del siglo V a.C., sino también, sin saberlo, para la posteridad, pues aún en los tiempos actuales su contenido permanece vigente. La grandeza del gran poeta lírico nacido en Colono, tierra amada a la que le dedica una obra al final de su vida, el segundo de sus “Edipo”, el Edipo en Colono, pieza de gran belleza literaria e importancia para la saga familiar del ciclo Tebano, que se completa con Los siete contra Tebas de Esquilo, aunque varía y en ciertas partes da más información, con Eurípides.

Cargada de un profundo sentimiento poético, Antígona, la obra de la lucha y vida eterna, contiene en sí y lega a la posteridad el enfrentamiento dual de dos poderes, por un lado, el de los derechos divinos, dados por los dioses

al

hombre

para

con

el

hombre,

encarnados

en

Antígona

y

defendidos por ella; y por otro, las leyes humanas, dadas por el hombre para él mismo con el Estado, representadas e igualmente protegidas por Creonte.

Frederich Nietzsche en su estudio sobre la tragedia griega, habla de la conjunción perfecta de dos espíritus, el Apolíneo y el Dionisiaco, como elementos constitutivos del drama Ático. La fuerza de la razón, de la mesura, del arte, contenida en la divinidad solar, que por sí sola lleva una vida carente de emociones, totalmente enclaustrada en la ciencia, y que deviene al hombre de ésta, en comunión con el poder festivo, orgiástico del

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dios del vino, que por su cuenta es un puro barbarismo, devino el Coro, y por ende la tragedia. El Coro es un personaje dual, pertenece a la obra como la voz conjunta del pueblo, actuando como tal en ella, y a la vez es un espectador, un adorno externo a la acción dramática, que comenta, explica, modera, da continuidad a

la historia.

Esta obra que no deja de fascinar a las diferentes épocas y mentes que la conocen, tiene demasiadas temáticas y problemas dignos del análisis más minucioso

posible.

Encarnando

lo

que

podría

verse

como

el

espíritu

dionisiaco de la historia, está la joven Antígona, la niña rebelde, que lucha por defender las leyes no escritas de los dioses, pero plasmadas en todos los seres humanos; mientras que por el otro lado, está el gobernante a cargo, Creonte, representación de la pura

razón apolínea, enfocada a la

política. La lucha entre estos dos personajes tan opuestos, desencadena en desgracia, pero tal y como al final de su existencia, el racionalista Eurípides, asesino de la tragedia para Nietzsche, optó por escribir una obra dedicada al dios Dionisio, y como el final de la vida del Caballero Hidalgo, su fiel escudero terminó por dejarse seducir por el encanto de su ser, se “quijotizó”, así mismo, el firme rey termina siendo seducido por el encanto y la razón de su oponente.

La pugna entre los contrarios sostiene y da movimiento a la obra trágica; en una época donde la mujer no gozaba de muchas libertades, surge la Antígona de Sófocles, como expresión de la libertad. El carácter de la joven, su lucha, su historia, circundada por elementos que reflejan un sentimiento “precristiano”, llama la atención a la vez que forja los senderos para una vida en cuya esencia sus palabras, determinación y acciones, retumban. Antígona es poesía, es su voz, es revolución, es su carácter; sin

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ella no habría ninguna de las dos en la obra, y después de ella, como dice José María Pemán en su prólogo a la traducción realizada para la editorial Salvat, “la literatura”. Creonte es la voz del orden, de la ley, su regente y juez, sin él no habría lucha en la historia, y, después de él, “el derecho político”. La dualidad de estos dos seres opuestos entre sí, forja las líneas de la vida que todo ser comparte consigo y con su prójimo ante el Estado.

La piedad o compasión que Ismene expresa ante su hermana capturada, deseando acompañarla en su castigo; la lucha solitaria de Antígona por defender los derechos de su hermano a ser sepultado, mientras carga con el peso de una maldición heredada de antaño, como un “pecado original”; el drama de un gobernante que busca perdurar en el poder, y que es desafiado por una fuerza menor, que logra aplastar, aunque éste crece hasta absorberlo; el dolor de un amante sin su amada, y de una madre sin sus hijos; todo esto refleja la condición humana, la misma que magistralmente Sófocles pudo concentrar en una obra en la que en cada una de sus páginas, de sus palabras, en cada uno de los hechos y sucesos, no puede lograr menos que maravillar a un lector, y ante una buena representación como debió de ser en su momento y se espera lograr en la actualidad, a un espectador.

Amor, noción complicada y con pocas evidencias al interior de una obra como Antígona; ciertamente es un Eros el que guía a la joven en su accionar, visto por escuelas del pensamiento como la psicoanalítica, como un deseo incestuoso, como una pulsión de muerte para Lacan, pues para él, Polinices es el objeto del amor de su hermana, de su deseo, y ya para él, todo deseo es pulsión de muerte, es por ello que Antígona la busca; es, en la propuesta que en este escrito y muchos autores hacen, sin entrar

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en críticas, algo que, aunque no niega ni priva al lector la posibilidad de interpretar el amor de la niña, como lo ve el psicoanálisis, en realidad es más inocente, más puro, porque es un Eros fraternal que busca el bien para el ser querido, su debido entierro, el restablecimiento de su honor. Carecen los personajes de la Antígona de un Eros de ensueño, la magnificencia de la obra no necesita de estos romanticismos de novela; cada personaje ama, a su manera, pero ama. Ismene y Hemón reflejan más fácilmente este sentimiento, inclusive de ello da cuenta el Coro; de Ismene, cuando se presenta en escena llorando por su hermana; de Hemón, con el canto que hace al Eros, tomado por los interpretes de ello, como una oda dedicada al joven enamorado, propuesta que en este trabajo se expone de otra manera, a saber, que Eros no es algo tan particular que aguarda hasta el final de la obra para aparecer en ella por el joven amante, sino más bien algo general, que todos los personajes poseen, en mayor o menor media, y además, tiene carne y hueso, no de hombre, sino de mujer, pues las características de este terrible conquistador de los corazones humanos se ven explicitas en el ser de Antígona. Por su parte, sin duda, porque no puede quedar excluido, está Creonte, el gobernante rígido, que sólo expresa su Eros al final de la historia, cuando la desgracia se cierne sobre él, como su desdichada esposa también lo hace, en los breves momentos en que aparece en escena, y en especial, cuando está fuera de ella.

Difícil es Eros de exponer, más en una obra donde los personajes parecen no sentirlo, pues la ambigüedad de su ser se presta perfectamente para ello, tal y como sucede con la moral.

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Destino o libertad. El edicto contra Polinices, mencionado al final de Los siete contra Tebas de Esquilo, dúdese o no de su autenticidad, pero ahí está, es comunicado por Antígona a su hermana Ismene al comienzo de la historia, en el Prólogo. Ante el rechazo a darle apoyo a su causa, Antígona decide obrar sola, inicia la lucha por el hermano, el enfrentamiento con el Hado, el destino. Si la decisión es vista como una muestra de libertad, aunque ello se puede cuestionar, las expresiones que pretenden la vida, sobrevivir, de Ismene, y la muestra de que ella sobrevive, puestas en tela de juicio por las palabras previas de su hermana a ser enterrada viva, al afirmar que ella es la última descendiente viva de su padre (v. 895 y 941), sin que se conozca realmente qué sucede con su hermana, son muestra de que el destino trágico de la familia puede ser evitado, de una libertad a partir de la prudencia que aunque sin duda termina, como es el caso de Antígona y sus familiares muertos, sucumbiendo al destino, por lo menos se presenta la búsqueda y una opción o posible solución, al interrogante por la sumisión o no al implacable e inmodificable Hado, acompañada de otra noción igualmente fascinante, vinculada con el origen prometeico del ser humano, la esperanza.

La historia y sus variantes, difícil de sistematizar y unir en una sola redacción, por las diversas versiones que de ello hay, fascinantes por ello, pues de ser simplemente un mito, con un sólo rostro, importante, más no trascendente, no sería tan comentado y expuesto por diversos autores antiguos.

La forma de su composición dramática, que refleja el genio poético de un hombre

tan

virtuoso

como

lo

fue

Sófocles,

exaltado

por

sus

contemporáneos, estudiado y amado aún hoy en día, capaz de plasmar en

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su Antígona, algo tan valioso como lo es la condición humana, llena de sentimientos, virtudes, dogmas, todo esto y mucho más, en ese complejo ser, cargado de máscaras y prejuicios, llamado hombre. La condición humana en su vastedad fascina increíblemente al autor de este trabajo, está abarcada en este maravilloso mito, -y en general pero en menor medida, en los demás-, hecho drama, que goza de la forma del teatro y deleita con su representación. El temor a la muerte, a yacer insepulto, al destino, la búsqueda de la libertad (el deseo de ella), el amor, la moral, la historia, los intereses, las leyes, las costumbres, la justicia, son algunos de los temas que ocupan el pensamiento del ser humano y que llenan su condición de ser arrobado al mundo. La pregunta por el hombre, el qué es, ocupada también por el pensamiento de los griegos, y formulada por ellos mucho antes de la cuestión antropológica, derivada de la triple pregunta Kantiana por el qué se debe hacer, el qué se puede conocer y el qué se cabe esperar, fue expresada maravillosamente por la Esfinge, cuando ante sus posibles víctimas, cantaba su inmenso interrogante: “¿qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?”, siendo ello, el hombre. De todos los temas mencionados

algunos cuentan con un capítulo dedicado a

ellos, los demás, no carentes de importancia, también son tratados, en un menor espacio sí, pero en lo posible, con la mayor claridad, concisión y respeto, son expuestos.

Maravilla eterna es, sin duda, el enigma por el ser, incognoscible por su gran complejidad, tema especial y principal de este trabajo, por estar magnamente plasmado en la obra de Antígona, en el pensamiento de este autor cautivado por ella, más que en ninguna otra, de ahí que este escrito, tan difícil de articular y redactar por la indecisión inicial sobre cuál era el tema

más

importante

o

mejor

para

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trabajar,

haya

visto

la

luz,

la

reconciliación y solución, a partir de ello, la condición humana; de ahí que también todo lo demás, todos los temas, lleven a ella.

Estas y más, como se ha dicho, son algunas de las temáticas que de esta obra se desprenden, y que pueden ser analizados, lo cual, página tras página, se pretende hacer con la mayor claridad, no sólo del lenguaje, sino de la exposición misma de los problemas a lo largo de su desarrollo, tal y como lo hace el gran poeta vencedor en la batalla de Salamina en torno al año 480 a.C., contra los Persas, posiblemente a la edad de 17. Esta batalla, posterior a la de las Termopilas, donde ocurrió el famoso y valioso enfrentamiento de Leónidas y sus espartanos contra Jerges y sus persas, en pro de la libertad de Grecia, representó eso, la liberación de un pueblo, de una cultura, que nos fue heredada para nuestra gran fortuna, así mismo, Antígona, cuando se revela contra ese inmenso poder, y muere, pero vence, revive en la historia la batalla final de los espartanos y su rey, como también la victoria de la que Sófocles pudo ser participe, al lado de Esquilo, en Salamina, de una fuerza pequeña contra una mayor, por la libertad, razón y gloria del ser humano y de las eras venideras. De esta manera, la unión de Grecia para esta batalla, y posterior a ella, la lucha de una niña Antígona y de un joven Sófocles, retumban en la obra y en el poeta de Colono, así como también en nosotros, pues la historia de la joven refleja la naturaleza humana.

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INTRODUCCIÓN

La misión de trabajar una obra dramatúrgica tan ampliamente estudiada por diversas escuelas del pensamiento, más que redundar sobre sus temas y conclusiones, es proponer una visión en lo posible nueva, que tal como la obra, forme parte de un conjunto que, en la medida de que la dificultad del trabajo y de la pretensión misma lo permita, sea una.

Para lograr tal fin, en los primeros capítulos se realiza una exposición de la construcción dramatúrgica de la obra, detallada en todo lo posible; la traducción que sirve como texto guía, aunque se han consultado otras, es la de Assela Alamillo, elaborada por ella para la editorial Gredos, aunque para los fines del comienzo de este trabajo, tan pretensioso, hubo que elaborar un Glosario que aparecerá al final de este estudio, y que gracias a la compañía de otras traducciones elaboradas con su respectiva exposición de la estructura dramática, en comparación con las definiciones ofrecidas en este

Glosario,

sirvió,

luego

para

corroborar

las

variantes

en

las

presentaciones del corpus de la tragedia, como las ofrecidas por Julián Motta Salas y por Jean y Mayotte Bollack, -ajustándose la de estos dos últimos más que la de Assela Alamillo a lo que es la división adecuada de la composición de la obra y los intereses de ésta, acordes con el significado y orden de las partes que la componen-, para organizar la más correcta presentación de la estructura dramática de la obra, que se expone en los primeros capítulos de este trabajo.

Se continúa con una reconstrucción histórica de la familia, en dos capítulos, elaborada con una amplia exposición de notas al margen, sin llevar la

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pretensión de presumir erudición,

sino más bien

con la finalidad

de

presentar lo que en el texto y la linealidad de su lectura no puede agregarse, como lo es el exponer algunas de las variantes míticas que sobre el mismo tema hubo.

Los siguientes cinco capítulos del trabajo presentan, con una intención muy difícil de cumplir, varios de los problemas que se encuentran en la tragedia, congeniando en muchos casos las interpretaciones ofrecidas con las de antaño, aunque también rechaza en varios casos a las mismas tradiciones del pensamiento, sin entrar en conflicto con el desarrollo de este estudio, ni violar el texto base por servir a intereses hermenéuticos.

Concluyendo con la obra se abre un capítulo adicional que ofrece al lector el conocimiento de lo que se siguió a la familia, que por las tragedias conservadas,

se

puede

pensar

que

termina

allí,

que

no

tiene

más

descendencia, pero que según historiadores y mitólogos posteriores, de la Grecia y Roma antiguas, perdura. Aunque la parte que se expondrá es la de la descendencia directa de Edipo, pues ésta se divide en dos a partir de Autesión, quien tiene dos hijos, un varón llamado Cresfontes Teras, cuyo linaje será el que se expondrá en este capítulo final, por ser, como se

ha

dicho,

el

directo

de

Edipo,

pues

el

otro

corresponde

a

los

descendientes de Argea, hermana de Teras, cuyos descendientes, por ser ella mujer, necesariamente pierden el vínculo directo con el hijo de Layo, aunque tendrán gran influencia en la historia de sus parientes lejanos, como se mencionará en su momento.

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Se siguen, para concluir, dos árboles genealógicos, uno para la familia conocida hasta las tragedias, más sus ancestros que se remontan hasta las divinidades, y otro para lo que se sigue a la familia, su posteridad no conocida, bien porque no se haya escrito una obra, o varias al respecto, algo muy poco probable, dada la información que sobre ello se tiene por historiadores y mitólogos, por lo que es más posible que sencillamente no se hayan conservado los textos. Cabe agregar al respecto que hay ciertos familiares que se agregarán en el primer árbol genealógico, como Electra, hermana de Cadmo, según Pausanias; e Ilirio, hijo de Cadmo, según Apolodoro, cuya información sólo es expuesta por estos autores.

Finalmente,

la

bibliografía,

cuidadosamente

dividida

entre

bibliografía

principal, bibliografía secundaria, revistas y enlaces de internet, que sirvieron respectivamente como fuente de información para la elaboración de este trabajo.

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ACLARACIÓN A LAS FUENTES

Redactar adecuadamente un texto no es tarea sencilla, más aún cuando una de las pretensiones es dar cuenta, de manera ordenada y clara, de toda una historia narrada por distintos autores, y por ello variada.

Son tres capítulos, dos forman parte de la historia conocida, de la cual dan cuenta

en

parte

los tragediógrafos;

el tercero,

parte

de una

historia

lamentablemente perdida, es construido a partir de los datos históricos proporcionados

por

historiadores

reconstructores

del

mito,

y

por

ello

mitólogos, antiguos.

Además de lo narrado por Esquilo, primer tragediógrafo conocido como tal, que configuró el género, pese a que los orígenes de éste se remontan a otros personajes griegos, como Tespis; Sófocles, gran promotor de El Ciclo Tebano, aunque no el único, pero sí el más importante, por la sencillez y el gran encanto poético de su narrativa; Eurípides, tercero, por edad y reconocimiento de entre los tres grandes del teatro griego; que sirvieron, indudablemente como base primordial

e indispensable para la construcción

de los dos primeros, de tres, que narran la historia de la familia de La casa de Tebas; además de ellos, para la elaboración coherente de una reconstrucción

histórica,

sirvieron

como

base

autores

posteriores

como

Apolodoro, Pausanias, vitales para la redacción de dichos capítulos, y casi los únicos y principales del tercero; Ovidio y Diodoro, entre otros más recientes, en menor medida.

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Del tercer capítulo, como se ha dicho, sus principales testigos, cuyo testimonio permite conocer lo posterior a lo conocido de El Ciclo Tebano, son Apolodoro por su Biblioteca, y Pausanias por su Descripción de Grecia, en varios de sus libros.

La narrativa de estos tres capítulos, dos que están al inicio de este trabajo, y uno que está cerca del final del mismo, está excedida de notas al pie de página, que dan cuenta de lo que en el texto como tal no podría tener lugar sin afectarlo. La lectura de estos capítulos, en especial de los dos primeros, por lo desconocido del tercero, que sólo exigen la debida referencia del lugar u obra de dónde salió, puede ser hecha perfectamente sin ver las notas, ellas están ahí como base enciclopédica e informativa de otras variantes del tema a tratar. Por este motivo, el trabajo a exponer queda eximido de la mirada maliciosa de un juez crítico, que piense en que la intención del autor es presumir erudición.

Vale decir, que como regalo, la información genealógica en las notas al pie de página de estos tres capítulos, es recogida en dos árboles genealógicos, separados debida y cuidadosamente, como las fuentes de donde son extraídos.

En los capítulos posteriores, libres de cualquier intención de reconstruir y narrar una historia, porque ya se ha hecho en los capítulos mencionados, la cantidad de notas disminuye abismalmente, sólo aparecen en la medida de lo justo y de lo que la memoria puede dar cuenta en el momento de la redacción, pues las bases bibliográficas que se consultaron también es extensa, para aclarar algún dato, o informar de que lo dicho no es una

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revelación del autor, sino que también hay otros pensadores sobre el tema que lo han notado.

Tómense entonces, estimado lector, las notas al pie de página, su exceso y carencia de ello, como algo bueno; dispénsese a su autor, si su intención, por su incapacidad de incorporar lo dicho en cada nota al margen en el texto como tal, para no afectarlo con datos que son contradictorios, pero, que con el deseo de dar cuenta de ello, las agrega como notas marginales para que quizá, sólo quizá, ante la posibilidad o imposibilidad conocido,

de

del

lector,

leerlas

sin

eternamente que

afecten

indefinido su

y

posiblemente

comprensión,

nunca

enriquezca

su

conocimiento al respecto, siendo ello algo grato para este autor, quizá tedioso para aquél que no puede ignorarlas sin afectar su comprensión, quedándole vedado el valorar la intención aquí expuesta.

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1. ESTRUCTURA DEL DRAMA

Antígona está compuesta por un prólogo (1-99); un párodo (100-161) con anapestos (110-116, 127-134, 141-147, 155-161); cinco episodios (162-331; 384-581; 631-780; 806-943; 988-1114), con anapestos los primeros dos y el cuarto (155-161, 526-530, 817-822, 834-838, 929-930), más un kommós (806-875) y un épodo (876-882); cinco estásimos (332-383; 582-630; 781805; 944-987; 1115-1154), con anapestos los primeros tres (376-383, 626630, 801-805), el quinto estásimo es un hipoquerma que hace las veces de estásimo; un éxodo (1155-1352) con un kommós (1261-1276), y un epílogo (1347-1353).

Prólogo 1-99

Inicia a la madrugada del día siguiente en que ambos hermanos, Polinices, uno de los siete comandantes del ejército Argivo, y Eteocles, rey de Tebeas y uno de los siete comandantes del ejército Tebano, se dan mutua muerte en combate. A raíz de esto, Creonte se convierte en el nuevo rey, y ordena que Eteocles, que murió en defensa de la ciudad, sea enterrado con todos los honores, mientras a Polinices, que murió como un traidor, asediando a su tierra madre, le condena a permanecer insepulto, para que los perros y las aves rapaces le devoren; de igual modo, prohíbe que lo lloren. A raíz de este edicto, Antígona convoca a su hermana Ismene para que hablen fuera del palacio, donde luego de contarle lo que piensa hacer, apelando a la lealtad familiar, le pide que la acompañe en su obrar, enterrar al condenado; pero Ismene, perfecta personificación de la esencia y posición de la mujer Ateniense de la época, se rehúsa a ayudarla,

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intentando convencerla de desistir de sus intenciones, en vano, cuando luego de apelar a la memoria (v. 49-57), expone la condición de ambas y su posible destino (v. 58-64), lo cual, sólo consigue molestar a Antígona, quien ve en las palabras de su hermana pretextos que le producen desafecto, y que decide ignorar para continuar con sus intenciones.

Párodo 100-161 (Anapestos 110-116, 127-134, 141-147, 155-161)

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, narra, en voz del Coro, que se presenta desconociendo el edicto de Creonte, el regocijo que se siente por la reciente victoria de Tebas frente a Argos el día anterior al actual, mientras piensa ir de noche

a celebrar dionisiacamente (v. 148-154).

Además de ello, se mencionan los símbolos patrios de ambas tierras en disputa, de Tebas, el dragón, de Argos, el águila, más una primera alusión a Creonte como nuevo rey (v. 155-158).

Primer episodio 162-331

Se presenta Creonte como nuevo rey de Tebas, luego de salir del palacio rodeado de su escolta, éste, apelando a la lealtad civil, contraria a la lealtad familiar a la que Antígona apela ante su hermana, agradece al Coro por la misma que ha tenido con los antiguos gobernantes (v. 165-174), y luego de exponer en su discurso, de una manera sublime, su profunda sabiduría del poder, del gobernante (v. 175-183), donde trata la importancia del bienestar público sobre el privado, informa al Coro, hasta entonces ignorante de su edicto, sus deseos de enterrar honrosamente a Eteocles, y

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dejar insepulto a Polinices, para que sea devorado por los perros y las aves de rapiña. Aunque no está de acuerdo con la decisión de Creonte, el Coro lo acepta, sumiso.

A continuación, se presenta un Guardián, quien, tras mucho vacilar, por temor a las consecuencias, se presenta ante Creonte y le informa de las malas noticias, que alguien desconocido esparció un polvo seco, fino, sobre el

cadáver

de

Polinices,

y

le

rindió

los

debidos

ritos

(v.

245-247),

marchándose sin dejar huella. Esto enfurece a tal punto a Creonte que cree que unos conspiradores que están en contra de él y de su decreto, financiaron tal acción. Luego de exponer su pensar frente al dinero y sus consecuencias en y para el ser humano (v. 295-303), despide al Guardián, amenazándolo con que nada bueno le espera a él y a sus compañeros, si no descubren pronto al transgresor de la ley contra Polinices; acto seguido, Creonte acusa al Guardián de haberse dejado sobornar, por lo que ambos, confrontando sus posturas, se defienden y critican, algo de lo que el Guardián sale bien librado, entregándose al final, al destino y la merced de los dioses (v. 327-331).

Primer estásimo 332-383 (Anapestos 376-383)

Dedicado el Coro a exaltar al ser humano por sus mañas, el ser más asombroso

de

cuanto

existe,

capaz

de

gobernarlo

todo,

aunque

inmediatamente resalta que pese a sus mañas, es incapaz de escapar a la muerte; que posee grandes habilidades, inimaginables, que puede encaminar al bien o al mal, condenando a este último, el que obra mal, al destierro,

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deseando que nunca le acompañe: “¡que no llegue a sentarse junto a mi hogar ni participe de mis pensamientos el que haga esto!” (v. 373-375). Después, el Coro manifiesta su dolor, luego de reconocer a Antígona, capturada por el Guardián.

Segundo episodio 384-581 (Anapestos 526-530)

Antígona es expuesta por el Guardián, quien narra cómo y qué hizo para capturarla, a la vez que se atribuye todo el mérito, ante Creonte; éste último

le

pregunta

a

la

joven

si

tiene

conocimiento

del

edicto

que

recientemente decretó, recibiendo no sólo una respuesta afirmativa, sino también una magistral defensa (v. 449-452), para su obrar, sintiendo pesar de no hacerlo. A raíz de esto el Corifeo exalta su carácter en relación con sus orígenes, lo cual molesta a Creonte, que encuentra ahora dos faltas en Antígona, violar la ley y estar orgullosa de ello, lo que lo aferra más en su decisión de no ceder, pues perdería poder, virilidad (v. 484-485), frente a un ser política y socialmente inexistente.

La historia continúa y ninguno de los dos, Creonte y Antígona, cede; la joven sigue revelando su carácter, piensa y obra distinto a los demás (v. 510-511), porque afirma haber nacido para amar, no, como su opuesto, para odiar (v. 523).

A continuación, Ismene es traída por dos esclavos; ella, sufriendo por la situación de su hermana, se atribuye una parte de la culpa, con el fin de compartir el destino de Antígona, aunque ésta, firme en su decisión, le

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niega tal posibilidad, pues obró sola y no quiere que ahora Ismene se atribuya algo que no hizo, por amar sólo de palabra, no de acto, lo que para Antígona no es amor (v. 543). Ismene obra así por temor a quedar sola (v. 548 y 566), pero al serle negado esto, opta por defender a Antígona, apelando al hecho de que es la prometida de Hemón, hijo de Creonte (v. 568), lo que también hace el Corifeo (v. 574), en vano, pues la decisión está tomada, la ley debe cumplirse y Antígona debe morir; por ello, sin más, Creonte ordena encerrar a las hermanas, confiando en que presas, les es imposible huir, pues “incluso los más animosos intentan huir cuando ven a Hades cerca de su vida” (v. 580-581).

Segundo estásimo 582-630 (Anapestos 626-630)

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, narra con dolor, cómo se pierde la esperanza de terminar con la maldición de los Labdácidas, al estar Antígona condenada, un destino que sólo terminará cuando todos los descendientes de Edipo mueran. Aunque no se menciona a

Creonte, se

hacen muy sugerentes las críticas a éste, cuando, mediante una sentencia se dice: “lo malo llega a parecer bueno a aquel cuya mente conduce una divinidad hacia el infortunio, y durante muy poco tiempo actúa fuera de la desgracia” (v. 622-625).

Los dioses juegan un papel muy importante al ser los guías, conductores sin tregua, hacia el infortunio, la consumación del destino de una maldición. Se anuncia la presencia de Hemón.

24

Tercer episodio 631-780

Se presenta Hemón ante su padre, con la intención de salvar a Antígona, en ello se refleja la gran pericia de Sófocles, al poner en voz de Hemón, no a un amante dolido, desesperado y molesto, por el destino que Creonte ordena para Antígona, sino, a un joven tranquilo, cauteloso en su hablar, pues procura ser respetuoso y fiel a su padre, mientras, con sutileza lo critica e informa de la situación en que se halla la ciudad, la cual apoya a Antígona.

La sutileza y el apoyo de Hemón, en un inicio hacen sentir a Creonte orgulloso, pues continúa creyendo que su causa o proceder es el correcto, el justo, porque Antígona ha obrado con anarquía, el peor de los males (v. 672-677), y que su hijo, a pesar de estar comprometido con la joven, no ha perdido la cabeza por amor a ella, sino que apoya a su padre, lo cual para Creonte es lo que se debe hacer, pues “al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario” (v. 666667).

A causa de la férrea decisión de Creonte a ceder y perdonar a Antígona, y del empeño de Hemón en interceder por ella, Creonte comienza a ver un enemigo

en

amenazas.

su

hijo,

se

siente

Ante

esta

conducta

amenazado, de

precipitadamente.

25

Creonte,

y

responde

Hemón,

a

ello

con

enfurecido,

sale

Acto seguido, el Corifeo pregunta a Creonte si aún pretende dar muerte a ambas hermanas, respondiendo este último que no, sólo a Antígona, ocultándola viva “en una pétrea cueva, ofreciéndole el alimento justo, para que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede contaminada” (v. 774-776), confiando que con ello, la joven entienda que “es trabajo inútil ser respetuoso con los asuntos de Hades” (v. 780), mostrando así su falta de respeto y desafío con los dioses infernales, más, un cambio en su decisión frente a la manera de castigar a la niña, prefiriendo en vez de lapidarla

públicamente,

como

antes

había

decretado

hacer

con

quien

transgrediera su ley (v. 36-37), enterrarla viva y alimentarla, para así, tanto él como la ciudad queden libres de culpa.

Tercer estásimo 781-805

Compuesto por una estrofa y una antistrofa, es un bello canto donde se exalta y evoca a Eros, sus capacidades y alcances; el amor como la fuerza que enloquece a quien lo posee y, como el culpable de la disputa entre Hemón y Creonte, por la joven transgresora de la ley; todo producto de Afrodita.

El Coro siente lastima por Antígona, dirigiéndose a su encierro pétreo.

Cuarto episodio 806-943 (Anapestos 801-805, 817-822, 834-838, 929-930; Kommós 806-875; épílogo 876-882)

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Este episodio está compuesto de dos partes; la primera, es un Kommós en donde Antígona, dialogando con el Corifeo, se lamenta por su vida y destino; esta parte llega hasta el verso 882, y está constituida por tres estrofas y tres antistrofas, con anapestos, más un épodo. En esta parte, Antígona, conducida por dos esclavos, le comunica a los ciudadanos de Tebas que se dirige a su destino, pero que irá viva al Hades, “a la orilla del río Aqueronte”, sin casarse. En ello, se compara con Níobe. Aunque el Coro intenta consolarla, hablándole de la forma en que se dirige al Hades y de la fama de que goza y gozará pues, “aún muriendo es glorioso oír y decir que has alcanzado un destino compartido con los dioses en vida y, después, en la muerte” (v. 817-822 y 836-838).

Ahora, cerca de entrar en la tumba pétrea, Antígona lamenta su destino y el de su familia, la maldición y lamentos renovados, su nacimiento, la boda de su hermano, y su muerte en vida sin casarse; recibiendo un extraño consuelo del Corifeo, porque aunque éste le reconoce respeto por su piedad, le dice que no se puede transgredir la autoridad del gobernante, y que ella obró impulsivamente.

Como despedida, Antígona manifiesta que nadie la acompaña en su dolor, deplora su destino, ni la llora.

En la segunda parte, sale Creonte del palacio, ordena el pronto encierro de Antígona, y manifiesta su pureza y la de su familia, frente a la joven mancillada. Por su parte, Antígona, evitando hablar de Ismene, se presenta a sí misma como “la única que queda de las hijas de los reyes”; justifica

27

su obrar frente al fallecido, insepulto, pues sólo habría hecho lo que hizo por él porque , “si un esposo muere, otro podría tener, y un hijo de otro hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están ocultos en el Hades, no podría jamás nacer un hermano” (v. 908-912), un hermano del que además antes ha dicho a su hermana, que ama y la ama, y a quien debe honrar pues se pasa más tiempo con los muertos que con los vivos. Por esto, y aunque por obrar con piedad es juzgada como impía, Antígona comienza a cuestionarse, desde su obrar y su castigo, hasta a quién puede apelar, concluyendo que si obró en contra de los dioses, admitirá su error, de lo contrario, maldice, les desea un mal semejante al suyo a sus verdugos; después es encerrada.

Cuarto estásimo 944-987

Está compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, donde, con Antígona encerrada, el Coro compara a los miembros vivos de la Casa real de Tebas, con antiguos personajes de sangre real, lo cual nos ofrece no sólo una visión presente, sino también, una visión anticipada de lo que sucederá a la familia.

Quinto episodio 988-1114

Entra Tiresias, guiado por un joven. Se presenta ante Creonte, quien hasta ese momento ha confiado en el buen juicio del adivino, mas, ello cambia una vez que el anciano le comenta las malas noticias, de un funesto destino que se aproxima a raíz del edicto proferido, y de su empeño en

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sostenerlo porque, con ello el nuevo rey ve en el anciano a un mercenario que

obra

en

contra

suya,

en

favor

de

los

injustos,

pidiéndole

que

recapacite pues todos erramos, pero es de sabios, sensatos, corregir, y ordena por ello el entierro de Polinices, pues no sirve castigar a un muerto, y, vaticinando grandes y terribles desgracias, como que pronto, Creonte, a raíz de su error para con Antígona y su hermano, pagará por sus muertes con uno de sus hijos; asimismo las Erinias, poderosas e infatigables vengadoras del Hades, lo acecharán, lo harán sufrir, y poco después, las ciudades cuyos cadáveres tuvieron el destino que Creonte decretó para Polinices, permanecieron insepultos para ser devorados por los perros y las aves de rapiña, se aliarán contra él. Dicho todo lo anterior, Tiresias, ante la obstinación a ceder por parte de Creonte, decide dar por terminado el acalorado discurso que sostuvo con éste, y marcharse para que así el insensato obre según su voluntad, y así aprenda al sufrir.

Se presenta el Corifeo, anunciando la partida del adivino, recordando que él nunca predijo falsedades.

La presencia del Corifeo y sus palabras tienen un efecto hasta ahora no logrado, y en apariencia imposible, hacen que Creonte recapacite, pues, con dolor, frente al dilema de la situación de hecho, entre sufrir o ceder, decide pedir consejo al Corifeo, quien le aconseja lo mismo que Hemón y Tiresias, enterrar a Polinices y liberar a Antígona (v. 1100-1101), pronto, pues los dioses castigan rápido (V. 1103-1104).

Se presenta ahora un Creonte distinto, agobiado, que desiste de su orden, porque “no se debe luchar en vano contra el destino” (V. 1106), y ordena

29

tomar hachas e ir donde yace Polinices, mientras él se dirige donde Antígona para estar presente en su liberación del mismo modo como lo estuvo en su encierro; un Creonte que ahora, cambiando de opinión, de creencia, teme que dioses

mientras

“lo mejor sea cumplir las leyes establecidas por los

dure

la

vida”

(v.

1113-1114).

Antígona

se

convierte

entonces en la gran vencedora.

Hipoquerma o quinto estásimo 1115-1154

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, es un canto alegre, donde se invoca al gran dios de la festividad, que habita y protege la ciudad de Tebas, Baco (Dionisio), como purificador, expiador, de la desgracia (v. 11371154), advirtiéndose con ello un gran contraste entre la situación actual del Coro con el de antes, cuando pensaba invocar a Dionisio, pero para celebrar la reciente victoria de la ciudad de Tebas (v. 148-154). Aunque el canto está motivado por el arrepentimiento de Creonte, al decidir enterrar a Polinices y liberar a Antígona, es muy tarde ya, la catástrofe se aproxima.

Éxodo 1155-1353 (Kommós 1261-1276; Epílogo 1347-1353)

Se presenta un mensajero, portador de malas noticias, para informar que Hemón se ha suicidado por causa de su padre. Aparece Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, escucha que algo malo ha sucedido, no tiene idea de qué fue, pero quiere saberlo sin importar de qué se trate. El Mensajero accede a repetir lo dicho, sin omitir detalle; le dice a la reina, que acompañó al rey hasta lo alto de la llanura, donde yacía aún

30

destrozado por los perros, sin obtener compasión, el cuerpo de Polinices (v. 1196-1198); le suplicaron a Hécate y Plutón que contuvieran su cólera, fueran piadosos, lavaron el cuerpo con agua purificada, cremaron lo que quedaba de él y le cubrieron con un túmulo de tierra.

Luego de rendir honores al cuerpo de Polinices entran a la cueva donde está encerrada Antígona. Creonte escucha la voz de su hijo, y ordena a los Criados revisar si es él en efecto. Tras revisar, encuentran a Antígona muerta, de una manera similar a su madre, suicidada por ahorcamiento, y a su prometido a su lado, vivo, lamentando lo sucedido, pero, una vez que observa a su padre, le escupe e intenta asesinarlo con su espada, mas, como falla, enfurecido consigo la usa para suicidarse. Agonizando, estrecha en un abrazo a Antígona y muere a su lado, hecho que pudo haberse evitado, si Creonte hubiera ido en primer lugar a liberar a la joven, como había dicho, en vez de desviarse para rendirle los ritos funerarios al cadáver de Polinices.

Sin pronunciar palabra tras escuchar al Mensajero, Eurídice se retira, entra al palacio. Este silencio de la reina inquieta al Corifeo, quien ve en ello algo

funesto.

Aunque

igualmente

inquieto,

el

Mensajero

piensa

algo

diferente, que la reina se retiró a sufrir sola su perdida, y ya que goza de cordura, no cometerá un error, aun así, propone al Corifeo entrar al palacio, para despejar las dudas.

Aparece Creonte, y con él, se inicia un diálogo compuesto por tres estrofas y tres antistrofas donde, él mismo se culpa por todo, por sus errores y por la muerte de su hijo, pero también culpa a un dios por su crueldad y

31

desgracia, la misma que aumenta una vez que el Mensajero regresa del palacio, portando la noticia de la muerte de Eurídice, por mano propia, hiriéndose con un cuchillo bajo el hígado, maldiciendo a su esposo antes de morir. Este último golpe destroza a Creonte, quien sin más, pues lo ha perdido todo, quedándole sólo la culpa, sintiéndose como nadie, desea que lo lleven lejos, pidiendo repetidamente la muerte, sin encontrar consuelo pues, el Mensajero lo culpa por todas las muertes, y el Corifeo, le dice como primera de dos sentencias, que no suplique “ahora nada. Cuando la desgracia está marcada por el destino, no existe liberación alguna para los mortales.” (v. 1337-1338). Como segunda, y que se podría denominar como la máxima de la obra, que “la cordura es el primer paso de la felicidad. No hay que cometer impiedades contra los dioses. Las palabras arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura” (v. 1348-1353).

32

2. EL DRAMA DE ANTÍGONA

Descendiente de Cadmo y heredera de la maldición de los Labdácidas, de La

Casa de

constituye

Tebas,

Antígona,

en

compañía

de

su

hermana

Ismene,

la última ramificación maldita de la descendencia de Edipo, en

unión con su esposa y madre Yocasta.

El drama de Antígona se remonta mucho más atrás de la historia que lleva su nombre, escrita por Sófocles; va más atrás del suicidio por ahorcamiento de su abuela y madre Yocasta, y del enceguecimiento y destierro de su padre y hermano Edipo, en Edipo Rey1; de la dramática y misteriosa muerte del mismo en Edipo en Colono; del mutuo asesinato de sus dos hermanos, Eteocles y Polinices, en aquella querella en donde los ejércitos de Argos, comandado por Polinices, y de Tebas, bajo el mando de Eteocles, se enfrentaron, narrado por Esquilo en Los siete contra Tebas, cuyos sucesos, aunque brevemente informados en la historia de Antígona (v. 100-154), constituyen el eje central sobre el cual gira toda la historia de la joven.

El

drama

de

Antígona

se

remonta

mucho

más

atrás

de

dichos

acontecimientos, lo hace hasta Agenor, semidiós, hijo de Libia2 y Poseidón, 1

Su nombre original es Edipo tirano (

oσς ηύραννoς), porque en griego, la palabra

Týrannos guardaba ambos significados, el de rey y el de tirano, como gobernante, así se ve por ejemplo en Homero, cuando en la Odisea XVIII 85, se refiere a Équeto. 2

Libia es hija de Épafo, hijo de Zeus e Ío, y de Menfis, hija de Nilo; hermana de Tebe,

de la cual se deriva el nombre de Tebas, y de Lisianasa. Con Poseidón además de Agenor, tiene a Belo.

33

cuya hija, Europa, fue seducida por Zeus, quien tomando la forma de un toro blanco la llevó hasta la isla de Creta, donde se unió a ella luego de revelarle su identidad, concibiendo como fruto de dicha unión a Radamantis, Minos3 y Sarpedón. Ante la desaparición de Europa, Agenor envía a sus hijos, Fénix, Cílix y Cadmo en su búsqueda, prohibiéndoles regresar sin ella; en ello además les acompañan su madre Telefasa, y Taso, hijo de Poseidón, pero al ser incapaces de lograr su cometido deciden no regresar a su hogar, y en cambio se establecen en diferentes regiones, cuyos nombres llevan: Fenicia, por Fénix; Cilicia, por Cílix; mientras que, Taso, Cadmo y su madre, vivieron en la región de Tracia, donde, en una isla, Taso fundó una ciudad con su nombre4. Tras la muerte y posterior entierro de Telefasa, Cadmo va al oráculo de Delfos5 para consultar por su 3

Tras vencer en una lucha con sus hermanos por el amor de un muchacho llamado

Mileto, hijo de Apolo y Aria, aunque tal vez haya sido por Atimnio, hijo de Zeus y Casiopea. Luego de la muerte de su padrastro Asterio, Minos se convierte en rey de Creta y se casa con Pasífae, hija de Helios y Perseide, con quien concibe cuatro hijos, Deucalión, Androgeo, Glauco y Catreo, y cuatro hijas, Acale, Jenódice y Fedra, Ariadna, con quien se casa el héroe Teseo, asesino de Asterio, no el padre adoptivo de Minos, sino el llamado Minotauro, que significa “el toro de Minos”, hijo fruto del amor zoofílico de Pasífae con un toro, en castigo de Poseidón a Minos por no sacrificar al bello animal que la deidad le otorgó con la promesa de aquél de sacrificarlo en su honor y que lo afirmaba como rey. Derrotados, Radamantis, más tarde, huye a Beocia y desposa a Alcmena tras la muerte de su esposo Anfitrión, con quien en una misma noche luego de acostarse con su esposo Anfitrión, concibe a Ificles, y con Zeus disfrazado de Anfitrión, a Heracles; Mileto por su parte, funda una ciudad con su nombre en Caria; Sarpedón gobierna en Licia, tras aliarse con Cílix en la batalla contra ellos (Apolodoro: Biblioteca III 1,2-3; Robert Graves: Los mitos griegos, I: 88. Minos y sus hermanos). Tras su muerte, Minos gobierna en el Hades como uno de los tres jueces, en compañía de su hermano Radamantis, que es otro juez. 4

Apolodoro, Op. Cit., III 1.

5

El Oráculo de Delfos era el santuario más famoso e importante de Grecia; era tal su

importancia, que, además de ser muy citado en las tragedias, se le consideraba incluso como el ombligo del mundo, como se puede ver en Los siete contra Tebas de Esquilo (v.

34

hermana; luego de consultarlo, éste le responde que cese de su búsqueda pues no la hallará, en cambio le aconseja fundar una ciudad, justo en el punto donde una vaca, que debía hallar y seguir, que porta el signo de una luna llena en cada uno de sus costados, cayera agotada. Donde cae el animal, Cadmo, obedeciendo al Oráculo, funda una ciudad, Tebas, donde erige una imagen de Atenea, pero que, buscando agua sagrada para sacrificar al animal en honor a la diosa, envió a sus hombres, sin saberlo, a un terrible destino, pues casi todos perecieron al ir por el agua a la fuente de Castalia, perteneciente a Ares, custodiada por un Dragón6, al que

746-747). Este oráculo estaba regido por Apolo. Sobre este oráculo de Apolo, hay tres versiones, una de Esquilo, que narra que perteneció antes a la titán Gea, “la primera adivina”, después a Temis, su hija, y por último a Febe, otra de sus hijas, que le obsequió el oráculo a Apolo cuando nació (Esquilo: Euménides 1-9); la segunda, es de Pausanias, que, aunque concuerda con Esquilo en que perteneció primero a Gea, agrega que ésta nombró como su profetisa a Dafnis o Dafne, una de las ninfas que viven en el monte, enamorada de Apolo, de la que se deriva la función del Laurel en el culto de esta deidad, pues la etimología de Dafnis o Dafne significa “Laurel”, (una de las dos ramas, pues la otra es el olivo, con que se coronaba a los mensajeros que traían buenas noticias, como se puede ver en Edipo rey (v. 84); el laurel era colocado en los altares por los suplicantes y retirada de allí una vez que su suplica era satisfecha; también, era el árbol sagrado de Apolo); difiere en dos cosas, en la primera, que es la tercera versión, cita un poema de Museo, hijo de Antiofemo, llamado Eumolpia, donde se dice que el oráculo era compartido por Gea y Poseidón, cuyo servidor en los oráculos y profecías era Pircón; en la segunda, en que Temis, es la que es la que le entrega el oráculo a Apolo, y que éste le dio a Caluria a Poseidón, a cambio de su parte del oráculo. (Pausanias: Descripción de Grecia X 5,5-6). 6

Apolodoro, Op. Cit., III 4. Según Ovidio, no es un dragón, sino una gran serpiente de

piel azulada, coronada por una cresta de oro, hija de Ares, de ahí también la furia del dios contra Cadmo, con su cuerpo lleno de veneno, ojos ardientes, tres lenguas y tres filas de dientes, más un cuerpo tan largo como “el de la serpiente que separa la Osa Mayor de la Osa Menor” (Ovidio: Metamorfosis III 26-130). El dragón, sin mención de su posible parentesco con Ares, como guardían de la fuente, es mencionado por Pausanias en Descripción de Grecia IX 10,5. Independiente de si hay o no relación familiar entre la

35

más adelante en venganza por sus hombres, Cadmo asesina, por lo que Ares furioso exige un castigo para el verdugo de su Bestia, siendo Cadmo condenado a servir durante un año perpetuo, equivalente a ocho años7, al belicoso dios. Antes de ser condenado, tras haber asesinado al Dragón de Ares, Atenea le aconseja a Cadmo que entierre los dientes de la Criatura, de los que nacen los Espartos (Espartanos), u hombres sembrados8, de los cuales sólo sobrevivieron cinco tras una intensa batalla fratricida: Udeo, Peloro, Hiperenor, Ctonio y Equión9.

Luego de cumplir con su castigo, Cadmo se casa con Harmonía, diosa, hija de Ares y Afrodita, boda a la que asisten todos los dioses10 y de cuya unión nacieron cuatro hijas, Autónoe11, Ino12, Ágave13 y Sémele14, y dos bestia y la bélica deidad, Eurípides en las Fenicias 931-936, dice que esta última odia a los Cadmeos por la muerte del reptil. 7 8

Apolodoro, Op. Cit., III 4,2. Eurípides: Fenicias 938-941. De estos dientes del dragón, Atenea guarda algunos, que

son los que más adelante, en el mito del Vellocino de oro, sembrará el héroe Jasón, como parte del desafío impuesto por Eetes, padre de Medea y Rey de Colcos, con la promesa de entregarle el Vellocino. 9

Apolodoro, Op. Cit., III. 4,1; Pausanias, Op. Cit., IX 5,3. También Ovidio habla de esto,

con la diferencia de que él sólo menciona de los cinco Espartos, a Equión, (Ovidio, Op. Cit., III 26). Equión será el esposo de Ágave, una de las hijas de Cadmo y Harmonía, y a su descendencia, tres generaciones más adelante, pertenecerán Creonte y Yocasta. 10

Pausanias, Op. Cit., III 18,12; Eurípides: Fenicias 822.

11

Autónoe tiene con Aristeo, a Acteón, Criado por el centauro Quirón y adiestrado por el

mismo en el arte de al caza, fue devorado por sus perros al ser convertido en ciervo por haber visto desnuda a Artemisa mientras se bañaba. (Ovidio, Op. Cit., 138-252; Apolodoro, Op. Cit., III 4,4; Pausanias, Op. Cit., IX 2,3). En la misma parte referida de Apolodoro, el autor expone otra versión de la historia, la de Acusilao, para el cual la muerte de Acteón no fue producto de Artemisa, sino de Zeus, furioso porque el joven pretendía a Sémele; mientras que Pausanias, igual, en la misma parte citada, mencionando la versión de Estesícoro de Hímera, concuerda en una parte con la segunda versión planteada por

36

Apolodoro, dice que Acteón murió para impedir su boda con Sémele, pero no por obra de Zeus, sino de Artemisa, y no convertido en ciervo, sino cubierto con una de dicho animal, por la diosa. Por otra parte, según Eurípides en las Bacantes 339-342, dice que el motivo de tan cruel final para Acteón, se debió a que se jactaba de ser mejor en la caza que Artemisa. 12

Ino, esposa de Atamante, tuvo de él dos hijos, Learco y Melicertes, muertos a manos

de su propio padre; es una deidad marina también llamada Leucótea; protege a Dionisio de la furia de Hera; convenció a su esposo para que sacrificara a sus dos hijos, Frixo y Hele, nacidos de su anterior esposa, Néfele, mas, antes de ser sacrificados, son salvados por un carnero con la piel del vellocino de oro enviado por Zeus (Pausanias, Op. Cit., IX 34,5 y 7); como deidad es alabada, incluso, en el camino desde Étilo hasta Talamas, hay un santuario de ella y un oráculo, al que se consulta durmiendo, y en ello, en sueños, la diosa revela todo lo que se quiere saber. (Pausanias, Op. Cit., III 26,1). 13

Ágave, hermana de Sémele, es una de las bacantes, las mujeres que rinden culto al

hijo de su hermana, Dionisio, guardando además, los secretos de dicho culto con alto recelo, hasta tal punto, que Ágave es capaz de asesinar a su propio hijo, Penteo, enloquecida por Dionisio, como castigo por espiarlas en medio del ritual, y por ser impío con la deidad. La manera de asesinar de las Bacantes, aunque es bastante cruel, está perfectamente relacionada con la muerte del mismo dios al que rinden culto, pues descuartizan a su víctima, del mismo modo en que la deidad adorada lo fue de bebé. Sobre este tema, Eurípides escribe una tragedia, Las Bacantes, también lo hace Teócrito, en su poema con el mismo nombre, Las Bacantes; al parecer, según cuenta José María Lucas De Dios (Sófocles: Fragmentos. BCG Págs. 79-80), Sófocles también escribió una obra con el mismo nombre de la que no se conserva ningún fragmento, más allá de una didascalia encontrada en el papiro de Oxirrinco 2256, fr. 3; de igual manera, al parecer, trató el mismo tema Esquilo en su obra también perdida, Penteo. La muerte de Penteo también es narrada en las Fenicias 1043-1147, de Eurípides, donde se dice además, que Ágave confundió a su hijo con un león, mientras que en otra versión, del mismo destino de la víctima, la Metamorfosis 701-731, de Ovidio, se dice que lo tomó por un jabalí; por su parte, sin especificar, Apolodoro dice en su Biblioteca III 5,2, que con una fiera; según este último autor en la misma obra, una muerte similar a la de Penteo, como castigo por la misma impiedad de éste con Dionisio, recibe Lábdaco (5,5). 14

Sémele en unión con Zeus tuvo a Dionisio, (Pausanias, Op. Cit., IX 5,2), a causa de

esto, engañada por Hera que, furiosa por la infidelidad de su esposo se le aparece como su nodriza Béroe, le pide a Zeus que se le presente en la forma como estuvo en la boda

37

hijos, Polidoro15 e Ilirio16; como obsequios a su unión, la joven recibe por parte de su madre un collar de oro elaborado por Hefesto, que daba una belleza irresistible; mientras que, por parte de Atenea, una túnica o peplo dorada que daba dignidad divina. Pese a la unión humana y divina ambos esposos estaban malditos, por un lado, el de Harmonía, por el odio de Hefesto, por ser el fruto de la infidelidad de su esposa con su hermano; por el otro, el de Cadmo, por Ares, al no perdonar el asesinato de su Bestia17. A causa de tal maldición, con los años Cadmo tuvo que renunciar a su reino, cediéndoselo a su nieto Penteo, hijo de Ágave y Equión, tras cuya muerte fue sustituido por Lábdaco, hijo de Polidoro y padre de Layo. Este último, bisnieto de Cadmo, rey de Tebas, esposo de Yocasta18 y

con su esposa, (Ovidio, Op. Cit., III 273-298), muriendo de terror ante su presencia, por lo que el dios extrae de su cuerpo a su hijo y lo cose a su muslo hasta que nace. (Apolodoro, Op. Cit., III 4,3). Según Eurípides Sémele muere por un rayo, apresurándose entonces el nacimiento de Dionisio, por lo que Zeus lo cose a su muslo hasta que la Moira cumplió el plazo. (Eurípides: Bacantes 1-4; 610; 88-104; 243-246; 286-291; 520-529). Según el orfismo, Dionisio no es hijo de Sémele y Zeús, sino del dios, de manera incestuosa, con su hija Perséfone, como se puede ver en el himno XXX. A Dionisio. 15

Apolodoro, Op. Cit., III 4,2; Hesíodo: Teogonía 975-978.

16

Ilirio es el hijo más joven de Cadmo y Harmonía, nace en Iliria, tiempo después de

que los Ilirios fueran vencidos por el ejército comandado por sus padres. (Apolodoro, Op. Cit., III 5,4). 17

Sobre el odio de Ares a Cadmo y su descendencia por asesinar a su Dragón, véase

Eurípides: Fenicias 930-936. 18

Homero en la Odisea, por voz de Odiseo, la llama Epicasta (Homero: Odisea XI 271-

280). Asimismo la nombra en dos ocasiones Pausanias en Descripción de Grecia, en la primera (IX 5,10-11), donde se ven las dos versiones de un mismo nombre, (Yocasta= Epicasta), citando a Homero, para sustentar una creencia que tiene sobre el origen de los hijos de Edipo; en la segunda (IX 26,3), para exponer otra hipótesis que tiene acerca de la Esfinge. De igual manera, Apolodoro en su Biblioteca reconoce ambas versiones del mismo nombre (III 5,7).

38

padre de Edipo, una vez que fue desterrado de su reino19, el de las siete puertas20, y recibido en Pisa por Pélope, se enamora del hijo de aquél, Crisipo, un niño reconocido por su gran belleza, y lo rapta una vez que su destierro fue anulado. A raíz de ello Pélope maldice a Layo, aunque cuando se dirige hacia Tebas para recuperar a su hijo, este último es asesinado21.

A causa del hecho impío de Layo, Hera, protectora de la familia, envía a la terrible Esfinge22 para que azote a la ciudad de Tebas, de dos maneras,

19

Layo es desterrado de Tebas por Lico; este último, hermano de Nicteo, llegó en su

compañía a Tebas

huyendo de Eubea por haber asesinado al hijo de Ares y Dotis,

Flegias. Por su amistad con Penteo, obtuvieron la ciudadanía Tebana. Nicteo, tras la muerte de Polidoro, crió a su hijo Lábdaco, aún siendo un niño, pero se suicidó por causa de su hija Antíope, al quedar en cinta de Zeus, por lo que Lico le reemplazó en el cuidado de Lábdaco hasta que creció y pudo gobernar,

pero, como éste murió poco

tiempo después, le encomendó de nuevo a quien fue su tutor, Lico, criar a su hijo, Layo, pero, en esta segunda ocasión, no cedió el poder, y Layo tuvo que huir, hasta que Zeto y Anfión vencieron en batalla a Lico, unieron las dos ciudades de Tebas, la Ogigia y la Cadmea durante su gobierno, y Layo recuperó su poder tras sus muertes. (Pausanias, Op. Cit., IX 5,4-7; Apolodoro, Op. Cit., III 5,5-7). 20

Epíteto de Tebas, debido a la arquitectura misma de la ciudad; también es llamada la

rica en carros. Según cuenta Pausanias, Op. Cit., (IX 18,5-6), la ciudad de Tebas era muy rica porque los tebanos trajeron los huesos de Héctor desde Troya, según se los pidió un oráculo, y los enterraron junto a la fuente llamada Edipodia, denominada así porque en ella se lavó Edipo las manos luego de asesinar a su padre. 21

Sobre la muerte de Crisipo, según varias versiones de diferentes autores, Layo es

inocente, un ejemplo de esto se encuentra en Pausanias, Op. Cit., VI 20,7, donde Hipodamía se retira de Pisa, lugar en el que gobierna con Pélope, hacia Midea en la Argólide, pues éste, su esposo, está muy molesto con ella a causa del deceso de su hijo. 22

La Esfinge era una bestia con cuerpo de león, en su cola, pecho y patas; cara de

mujer y alas.

39

devorando a todo aquel que es incapaz de resolver su enigma 23, el mismo que le enseñaron las Musas, y por ello lo canta, por lo que recibe el epíteto de “la cruel cantora” 24; y esterilizando las tierras, destruyendo los cultivos, por lo que la ciudad pasaba hambre25.

23

Sobre el enigma de la Esfinge, véase El enigma de la Esfinge, contenido en la

traducción de las tragedias de Sófocles que realiza Assela Alamillo para la editorial Gredos pág. 309: “Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, por el aire o en el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad en sus miembros es mucho más débil”. También hay una alusión, más corta, a este enigma en Apolodoro: “¿qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?”. (Apolodoro, Op. Cit., III 5,8). 24 25

Sófocles: Edipo Rey 37; Apolodoro, Op. Cit., III 5,8. Es interesante lo que dice Pausanias acerca de la Esfinge; según él, sobre ella se

cuentan tres cosas; la primera es la más popular, que cantaba un enigma, y quien no lo sabía responder, era devorado; la segunda, es que se dedicaba al pillaje, la piratería, con su fuerza naval, en el mar de Antedón, hasta que Edipo llegó desde Corinto con un ejército mayor y la aniquiló; la tercera, tan desconocida como llamativa, es que era hija ilegitima de Layo, por lo que le reveló a su padre lo que el Oráculo de Delfos le predijo a Cadmo tiempo ha, para que cesara la búsqueda de su hermana y se encaminara a la fundación de Tebas; este secreto revelado a su padre, es de mucha importancia, porque resulta que sólo sus verdaderos hijos, debían conocerlo, digo hijos, porque, según el autor, Layo tuvo varios con unas concubinas, éstos se acercaban a la Esfinge para reclamar su trono, pero ésta, con engaños, para ver la legitimidad de su linaje y lo justo de su reclamo, les pedía que le dijeran lo que el Oráculo le predijo a Cadmo, algo que deberían saber siendo hijos de Layo, pero, como fallaban, eran asesinados; esto duró hasta que llegó Edipo, informado previamente por un sueño, y solucionó su enigma. (Pausanias, Op. Cti., IX 26,2-4). Esta tercera información sobre la Esfinge es de mucho valor en cuanto a variación mítica porque, según ello, la maldición lanzada a Layo por Pélope, sólo aplicaba para el hijo que tendría con su legítima esposa, Yocasta. Según Apolodoro en su Biblioteca 5,8, la Esfinge es hija de Equidna y Tifón, mientras que para Hesíodo en la Teogonía 327-328, lo es de la Quimera y de Orto.

40

En busca de cómo solucionar el enigma de la Esfinge, Layo parte de Tebas rumbo a Delfos para consultar al Oráculo, en ello, en el camino Esquiste26, donde se cruzaban dos caminos, se encuentra con un Edipo errante, con el que tras un altercado termina muerto27.

El enigma de la Esfinge es resuelto por Edipo 28, por lo que aquella, atormentada, se arroja desde el monte Ficio, donde estaba ubicada, cerca de la ciudad de Tebas, y destrozándose en el valle de abajo. A causa de esto Edipo es proclamado como nuevo rey de Tebas, y se casa con Yocasta, como premio otorgado a quien librara a la ciudad de la Esfinge, desconociendo que es su madre, y que su viudez se debe a que su esposo fue asesinado por un desconocido aún libre, quien a medida que

26

En este camino que significa “encrucijada”, apropiadamente llamado así por el cruce de

los caminos; se dice que en él yacen enterrados los cuerpos de Layo y sus dos criados muertos, por obra del rey de Platea, Damasístrato. (Pausanias, Op. Cit., X 5,3-4; Apolodoro, Op. Cit., III 5,8). 27

Hay dos versiones sobre este funesto encuentro, la primera es de Sófocles en Edipo

rey 795-800, Edipo se encuentra con su padre después de consultar al oráculo y conocer su destino; la segunda es de Eurípides en las Fenicias 35-38, tanto Edipo, aún sin conocer su destino por voz de Febo, como Layo, que de manera interesante no va a consultar por el problema con la Esfinge, sino porque quiere saber si su hijo aún vive, se encuentran mientras van a Delfos. 28

Sobre la respuesta de Edipo, véase la solución del enigma, contenida en la traducción

de las tragedias de Sófocles que realiza Assela Alamillo para la editorial Gredos pág. 309: “Escucha, aun cuando no quieras, musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que, cuanto se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez”. También, en Apolodoro: “Edipo, habiéndolo oído, encontró la solución y dijo que el enigma propuesto por la Esfinge se refería al hombre, que de niño es cuadrúpedo, en la madurez bípedo y en la vejez usa como tercer sostén el bastón” (Apolodoro, Op. Cit., III 5,8).

41

avanza el drama de Edipo rey, se sabrá que fue Edipo, quien, cuando se encontraba errante, porque acababa de conocer su funesto destino e intentaba evitarlo, lo asesina, sin saber que con ello comenzaba a realizar lo que el Oráculo le predijo, no sólo a él, sino también a su padre, Layo.

Tras la muerte de Layo y descubierto Edipo como su asesino, enceguecido y desterrado, éste, de nuevo errante, ahora guiado por su hija Antígona, como lo vemos en el Edipo en Colono, llega hasta el bosque de las Euménides29,

en

Colono,

perseguido

por

las

mismas.

Allí,

una

vez

informado de dónde se encuentra, por voz de un habitante de la región, Edipo, consciente de que el final de su vida se acerca, pide al hombre que llame al rey de la ciudad de Ática, Teseo, quien, tras un diálogo entre Edipo y el Coro, y posteriormente con su hija Ismene, llega y le ofrece su protección, la misma que le es muy útil para recuperar a su hija de las manos de Creonte, el mismo que después de haber venido a pedir a Edipo que regresara a su lado a Tebas, y fue rechazado, opta por llevarlo a la fuerza, raptando a sus hijas, pues está predicho por el Oráculo de Delfos que quien posea el cuerpo de Edipo tendrá grandes beneficios en una guerra futura entre Tebas y Ática, mas, el moribundo, se niega a volver a su patria como venganza, mientras sus hijos obtienen de él sólo la tierra donde caerán muertos30. Finalmente, tras rechazar a su hijo y escapar de las manos de su tío y cuñado, Edipo, acompañado por sus hijas y por Teseo, se adentra en el bosque, donde luego de dejar a las 29

Las Euménides también son llamadas Erinias. Sófocles: Edipo en Colono (v. 43);

Esquilo: Euménides. Estas deidades, personificaciones de la venganza, nacieron según Hesíodo en su Teogonía (v. 185), de la sangre de Urano, tras haber sido castrado por su hijo Cronos. 30

Sófocles: Edipo en Colono (v. 789-791). Esta misma maldición se la recuerda Edipo a

su hijo Polinices, (v. 1370-1380), rechazando tajantemente a sus suplicas.

42

jóvenes para continuar hacia su destino en compañía de su protector, le da a éste unas últimas instrucciones antes de morir, de un modo siniestro31. Con su padre muerto e impedidas por decisión del mismo a permitirles ver su tumba, Antígona pide a Teseo les permita a ella y a su hermana, regresar a su tierra natal, Tebas, para intentar impedir la muerte que se cierne sobre sus hermanos32, situación imposible de evitar pero que a la larga, desembocará en el drama de Antígona.

31

Sobre la muerte de Edipo, hay otra versión, en la que se narra que no fue enterrado

en Colono, como sugiere Sófocles, sino en Tebas, (Esquilo: Los siete contra Tebas 1004; Hesíodo: Fragmentos explicito,

192; Homero: Ilíada XXIII 679-680). Algo similar, pues no está

se podría pensar en Antígona, cuando la joven, lamentándose, recuerda a sus

familiares fallecidos, entre los que menciona a su padre, Edipo, mientras dice que les rindió libaciones sobre sus tumbas, (Sófocles: Antígona 898-902), lo que, si bien no deja claro que la tumba de Edipo está en Tebas, si hace evidente una contradicción en tanto que la joven conoce el lugar donde yace su padre, contrario a lo que se dice en Edipo en Colono. 32

Sófocles: Edipo en Colono 1770-1772.

43

3. EL PAPEL DE LOS ORÁCULOS

Con un rostro divino en la antigua Grecia, Apolo, el Oráculo suele manifestarse y exponer un destino, por lo cual es respetado, reconocido y consultado; odiado si de alguna forma atenta u obra contra el poder, como se ve en el caso del intermediario Tiresias frente a Edipo o a Creonte; amado si vaticina grandes bienes.

El Oráculo en lo trágico busca siempre un bien para quien lo consulta, exponiendo el mal, aunque en ello sólo logra lo contrario, desatarlo. Su papel es desequilibrante, da un rumbo a la historia a la par que puede originarla. Representa la omnipotencia del destino y su inevitabilidad.

Ha de recordarse a un Layo maldito, sin hijos, cuya consulta al Oráculo le reveló que de tener un hijo éste le sucedería asesinándolo, manchando de sangre toda su descendencia33 y tomando por reina a su propia madre, lo cual lo lleva, con el fin de evitar tan funesto destino, a rehusar el cariño de su esposa, Yocasta, mas, embriagado se acuesta con ella, concibiendo

33

La predicción del oráculo a Layo fue la siguiente: “¡Oh, soberano de Tebas de buenos

caballos, no siembres el surco de hijos a despecho de los dioses! Porque, si engendras un hijo, el que nazca te matará, y toda tu familia se cubrirá de sangre”. (Eurípides: Fenicias 13-20).

Otra forma de la predicción del oráculo a Layo, la presenta Assela

Alamillo en su traducción de las tragedias de Sófocles para la editorial Gredos: “Layo, hijo de Lábdaco, suplicas una próspera descendencia de hijos. Te daré el hijo que deseas. Pero está decretado que dejes la vida a manos de tu hijo. Así lo consintió Zeus Crónida, accediendo a las funestas maldiciones de Pélope cuyo hijo querido raptaste. Él imprecó contra ti todas estas cosas” (Sófocles: Tragedias. BCG págs. 308-309).

44

un hijo34, por lo que Layo, en un nuevo intento por evitar su destino, ordena que el recién nacido sea asesinado35, pero el verdugo en acto piadoso decide dejarlo en manos de un campesino, quien enterado de la falta de un heredero en la familia real que gobierna sus tierras, Corinto, en la región del Istmo, decide entregarlo a la reina Mérope, esposa de Pólibo, quien tras esconderse en unos arbustos finge dar a luz al niño36.

Los años transcurren sin inconvenientes hasta que en un festín un plebeyo le dice a Edipo que no se parece a Pólibo, dándole a entender que no guardan parentesco; esto hace que el joven consulte a sus padres en busca de la verdad, mas, ante la negativa de aquellos a darle una respuesta, decide ir a Delfos a consultar al Oráculo, el mismo que tras echarlo le vaticina su destino, asesinar a su padre y casarse con su madre, por lo que Edipo, tratando de evitar que la predicción de Loxias 37 se realice, decide vagar tras el rumbo de una estrella. En ello, errante, se 34

Eurípides: Fenicias (v. 21-22); Apolodoro, Op. Cit., III 5,7. Según Diodoro Sículo en su

Biblioteca histórica (IV 64,1), Layo se olvida del Oráculo, por lo que termina engendrando a Edipo. 35

El temor humano a la sucesión del poder por parte del padre frente a una nueva

generación, representada por su hijo, visto en esta parte, tiene sus antecedentes más famosos en las historias de Urano, Cronos y Zeus, relatada por Hesíodo en su Teogonía (v. 155-210, 453-506, 617-885). 36

Puede verse en este punto, a partir de una pequeña labor de mitología comparada, un

paralelo exacto con la historia de Moisés. 37

Epíteto de Apolo; también es llamado Flechador, porque al igual que su hermana

Artemis, tiene como arma un arco; Febo, por Febe, hija de Gea y Urano, que le entrega el oráculo de Delfos; Delio, por la isla de Delos, donde fue dado a luz por Leto; Peán, personificando el adjetivo; Liceo, es posible que esté relacionado etimológicamente con Licia o con la luz que como oráculo o divinidad solar puede representar, pero también puede ser con Lobo; Sanador, porque tenía facultades curativas, también puede ser por su vínculo paterno con Asclepio; etc.

45

encuentra en el cruce de dos caminos con un anciano en un coche, al que asesina tras un altercado, Layo, su padre. Más tarde, luego de llegar a Tebas y resolver el enigma de la Esfinge, Edipo es proclamado rey y se casa con la reina viuda, Yocasta, con la que tiene cuatro hijos, Eteocles y Polinices, Antígona e Ismene38, cumpliendo así lo que el Oráculo le predijo, y a su padre.

38

Hay otra versión a la dada por los tragediógrafos, en donde se narra que posterior a la

muerte de Yocasta, la segunda esposa de Edipo se llama Euriganea, hija de Hiperfante, con quien él tuvo sus cuatro hijos, los mismos que más adelante los tragediógrafos le atribuirán a Yocasta; Pausanias sustenta su creencia de que Yocasta no es la madre de los hijos de Edipo, en tres autores; en primer lugar, en la Odisea XI 271-274, de Homero, pues éste no menciona que ella haya tenido hijos; en segundo lugar, se basa en que hay otra obra donde se expone lo mismo, la Edipodia, que se le ha atribuido a Cinetón; por último, en una pintura de Onasias en Platea, donde se muestra a Euriganea abatida por la batalla entre sus hijos. (Pausanias, Op. Cit., IX 5,10-11); por su parte, Apolodoro está abierto a ambas opciones, tanto la de que Yocasta sea la madre de los hijos de Edipo, como la de que sea Euriganea. (Apolodoro, Op. Cit., 5,8-9). Esta versión pretende eliminar el problema del incesto madre-hijo que hay entre Yocasta y Edipo, el mismo que según otra versión, ofrecida por el escolio 13 a las Fenicias de Eurípides, es negado, pues, según éste, Layo tuvo por primera esposa a una mujer llamada Euriclea, hija de Ecfante, de la que nació Edipo, y que, tras su muerte, Layo, viudo, se casó con Yocasta, eliminándose así el problema del incesto al interior de la familia de los Lábdacidas, siendo ello posiblemente, una versión elaborada tardíamente con tal finalidad; de esta segunda versión, de la que por falta de la escoliasta a las Fenicias de Eurípides no puedo corroborar, sólo puedo decir que la narra muy bien referenciada José Bermejo en su obra Mito y parentesco en la Grecia arcaica, Pág. 92; este autor, en la página siguiente de la misma obra mencionada, además de exponer la otra posibilidad ya dicha referente a Euriganea,

con

menos

referencias

de

las

aquí

utilizadas,

pero

con

otras

aún

no

consultadas, ofrece de nuevo algo de mucho interés, recurriendo a las escoliastas, en este caso, la 53 a las Fenicias de Eurípides, en donde informa que Edipo tras casarse con Yocasta, tuvo con ella dos hijos: Frastor y Láonites, asesinados por Minios y Ergino; de lo que se sigue que, tras morir Yocasta, Edipo tendrá dos esposas, Euriganea, hija de Hiperfante, y posteriormente, Atimedusa, hija de Estenelo.

46

Luego de una plaga que azota a Tebas, Creonte, enviado por Edipo a consultar el Oráculo de Delfos, regresa para informar que éste ha dicho que la causa de los males actuales se debe al asesinato de Layo, sin castigo al culpable, por lo que el asesino debe ser expulsado de la ciudad. Esto provoca que Edipo, molesto, maldiga y condene al destierro al impío, mientras emprende una campaña para descubrirlo, que culmina cuando se revela que es él mismo, lo que además provoca que su madre, Yocasta, se

suicide,

por

lo

que,

incapaz

de

tolerarlo,

se

enceguece,

y

en

de

los

cumplimiento a la ley de exilio ordenada por él mismo, se destierra.

Con

Edipo en

el exilio,

la

tercera generación de

la familia

Lábdacidas, sus hijos, Eteocles y Polinices, malditos por su padre e historia, están condenados a disputarse a muerte la posesión del reino de Tebas; Polinices, buscando recuperar un derecho que por naturaleza es suyo, mas, por ambición de su hermano gemelo, Eteocles, no posee, el reinado que en un inicio ambos pactaron que sería dividido en partes iguales con periodos de gobierno intercambiables cada año, donde ambos tendrían la posibilidad de reinar; acuerdo que Eteocles rompió cuando cumplió su año de mandato, condenando a su hermano al destierro, por lo que ahora, tiempo ha, se encuentra en la situación de defensor de la ciudad, encarando con su ejército a su hermano y a los suyos39. El 39

El ejército Argivo estaba conformado por siete guerreros: Tideo, Capaneo, Eteoclo,

Hipomedonte, Parteponeo, el adivino Anfiarao, y Polinices, hijo de Edipo. En el ejército contrario, el Tebano, estaban: Melanipo, Polifontes, Megareo, hijo de Creonte, Hiperbio, Áctor, Lástenes, y Eteocles, hijo de Edipo. El orden de los combates y las puertas donde se realizaron fue: Tideo y Melanipo, en la puerta uno, llamada Preto; Capaneo contra Polifontes en la puerta dos (Electra); Eteoclo contra Megareo o Meneceo, siendo este último

igual

al

nombre

de

su

abuelo

paterno,

en

la

puerta

tres

(Puerta-Nueva);

Hipomedonte contra Hiperbio en la puerta cuatro (Onca-Atenea); Parteponeo contra Áctor

47

Oráculo aquí, no es algo cuya presencia se da en el presente, sino en el pasado, recordado constantemente aquella previsión de la maldición a Layo, quien fue advertido tres veces por Febo de no tener un hijo pues éste lo en la puerta Cinco (Bóreas); Anfiarao contra Lástenes en la puerta seis (Homolide); y en la puerta siete [sin nombre] Polinices contra Eteocles. (Esquilo: Los siete contra Tebas 377673). Por otra parte, Pausanias, aunque concuerda con que son siete las puertas de Tebas, las nombra de distinta manera, exponiendo a su vez,

el por qué de sus nombres,

siendo entonces, que la puerta llamada Electra, es denominada así por una homónima hermana de Cadmo, cerca de esta puerta murió Capaneo fulminado por un rayo de Zeus; la de Preto o Prétide según Pausanias, por un ciudadano llamado igual; esta puerta conduce a Calcis, y cerca de ella están las tumbas de Melanipo y Tideo, entre otros dos desconocidos (Pausanias, Op. Cit., IX 18,1-2); la Homolide u Homoloide según el mismo autor, porque cuando los Tebanos comandados por Laodamante, hijo de Eteocles, fueron vencidos por los Epigonos, entre los cuales estaba Tersandro, hijo de Polinices, escaparon a una montaña llamada Homole, nombre con el cual se denominó la puerta por la que regresaron a la ciudad; en las demás puertas, se separan rotundamente Pausanias y Esquilo en cómo llaman a las puertas, pues Pausanias, nombra a las otras cuatro, como Neista, porque en esta puerta,

inventó Anfión una cuerda musical, específicamente, la

inferior de la lira llamada Nete, pero puede ser, según otra versión que cuenta el autor, que se deba al hermano de Anfión, llamado Neis; (cerca de esta puerta, está la tumba del hijo de Creonte muerto en la batalla contra los Argivos, Meneceo, sobre la cual crece una fruta que al romperse su corteza estando en la madurez, se encuentra algo parecido a la sangre, y cerca de la misma, lucharon y murieron los hijos de Edipo, por lo que esta puerta se relaciona con la que Esquilo llama sin nombre, quedando como recuerdo de su lucha, una columna con un escudo de piedra sobre ella [Pausanias, Op. Cit., IX 25,1-2]); Hipsista, porque junto a ella hay un santuario dedicado a Zeus, llamado también Hipsisto (Altísimo); las otras dos restantes, son llamadas, una Crenea, y la otra Ogigia, de las que, aunque no dice por qué se llaman así, de la primera porque está perdida su información en el texto, mientras que de la segunda, simplemente nada se dice, pero, puede ser, basándome en que el autor dice que es la más antigua, que su nombre se deba a Ógigo, un antiguo rey de Tebas, que además es nombrado por Esquilo en Los siete contra Tebas 322, y por el que la ciudad también recibía el epíteto de Ogigia, antes de que Cadmo y los suyos llegaran y establecieran la ciudad de Tebas como tal, la Tebas clásica, con sus siete puertas. (Pausanias: Descripción de Grecia IX 8, 4-7). Sobre la formación de Tebas, véase: Pausanias, Op. Cit., IX 5,1-7; Apolodoro, Op. Cit., III 5,5-7.

48

asesinaría y traería la ruina a la ciudad, mas, como esto no se cumplió, y Layo

contra

su

voluntad

tuvo

un

descendiente,

la

maldición

por

la

transgresión a tal orden de Apolo perdura hasta la tercera generación, la actual de los hijos de Edipo40. Sumándose a la maldición histórica de la casa de Tebas, que ahora recae sobre los hijos de Edipo, se agrega la que este último profirió contra aquellos, debido, según algunos, al mal trato que le dieron antes de expulsarlo de la ciudad, como lo fue el encerrarlo para ocultar sus infortunios, lo que sólo produjo que Edipo les lanzara su primera maldición, repartir su herencia con espada en mano41, donde ambos se darían mutua muerte, heredando la tierra en la que caerían muertos, lo que además no les dejaría descansar, pues tal obra no puede ser expiada42; y el haberle dado huesos en lugar de carne en un banquete donde enfurecido por tal hecho, los maldijo; según otros, las maldiciones de Edipo contra sus hijos se deben a que las lanzó enfurecido ante el engaño producido por las palabras de su nueva esposa, Astimedusa43, quien le dijo 40 41

Esquilo: Los siete contra Tebas (v. 743-747). Eurípides: Fenicias 63-69. Por esta causa, atemorizados, los hijos de Edipo, acuerdan

sucederse en el trono durante periodos intercalables de un año, teniendo como primera oportunidad de gobernar, Eteocles, mientras, por temor a cumplir la maldición de su padre, Polinices se exilia a la tierra de Argos, donde se casa con Egialea, hija de Adrasto, rey de Argos, a quien, una vez que cumplido el lapso de un año, y tras la muerte de Edipo, Polinices pide ayuda militar para recuperar lo que por derecho es suyo, su reinado de Tebas, pues su hermano, una vez cumplido el tiempo acordado previamente, se negó a ceder el gobierno de Tebas, y en cambió, lo desterró nuevamente. Eurípides: Fenicias (v. 70-80); Pausanias, Op. Cit., IX 5,12; Robert Graves: Los mitos griegos, 2: 106. Los siete contra Tebas. 42

Esquilo: Los siete contra Tebas (v. 682-683); esto mismo lo predice el Coro en 735-739,

pues lo sucedido se confirma

a partir de 805, y por ello, no descansarían ni vivos, ni

muertos. 43

Pierre Grimal: Diccionario de mitología Griega y Romana Pág. 57; esto lo toma de los

Escolios a la Ilíada IV 376; también habla de ello José Bermejo en su sobra Mito y parentesco en la Grecia arcaica, pág. 93.

49

que sus hijos la pretendían. Finalmente, la maldición desemboca con el enfrentamiento de ambos hermanos ante la puerta séptima, elegida por Apolo,

aún

empecinado

en

castigar

a

la

estirpe

de

Layo

por

la

desobediencia de éste.

Como la tercera generación, la de los hijos de Edipo, no termina con la muerte de éstos44, pues como aquél no tuvo sólo varones, vemos ahora cómo las Erinias vengadoras, encargadas de llevar a cabo la maldición, se ciernen sobre el otro rostro de la familia, el femenino, representado por las dos hermanas, Antígona e Ismene, esta última, por su carácter voluble, sumiso, no tiene una gran participación en la historia, desaparece con rapidez, y su muerte, aunque nunca es realizada, es simbólica, condenada a permanecer sin el amor de los suyos, rechazada por su hermana, quien con verdadero amor filial lucha por una causa noble, defender un derecho familiar, la ley de los dioses, dándole las debidas libaciones a su hermano condenado a yacer insepulto, lo cual una vez descubierto desata la furia del gobernante, que en un acto de Hybris se niega a aceptar que el que atentó contra su patria sea sepultado, y ordena posteriormente que la joven capturada sea enterrada viva en una tumba pétrea. El Oráculo se presenta mediado por Tiresias, quien le aconseja a Creonte ceder a su decisión, informándole de la gravedad y el castigo de sus faltas, pero aquél, aún reacio a cambiar de parecer, se mantiene firme en su palabra hasta que es 44

La fuerza del destino, conductor silencioso de los hermanos a la muerte, es plasmada

en el arca de Cípselo, donde, en uno de sus cinco lados, el cuarto, Polinices aparece caído sobre una de sus rodillas, con una Cer, horrible acompañante de los héroes en el momento de su muerte, en su espalda, mientras frente a él, se dirige su hermano. (Pausanias, Op. Cit., V 19,6). La descripción e historia completa del arca, contenidas en la misma obra aquí citada, que se encuentra en el templo de Hera en Olimpia, y que fue posiblemente creada por Eumelo de Corinto, comienza a partir de V 17,5 y llega hasta V 19,10.

50

demasiado tarde, el caos se posa sobre su familia, por lo que luego de la muerte de la joven condenada, con lo que finalmente cesa la maldición de los Labdácidas45, se suicidan Hemón46 y su madre Eurídice.

45

Esta maldición tiene una particularidad muy especial, y es que su cumplimiento como

castigo ante la impiedad e irracionalidad de los personajes, por lo que la prudente y sensible Ismene parece estar eximida de ella, pudiendo continuar con vida; de una manera similar puede verse la serena muerte de Edipo en Edipo en Colono, tras haber superado la desgracia, logrando así, en su vejez, vivir sabia y prudentemente, sin más castigo, siendo un buen ejemplo de aquella máxima con la que finaliza el Corifeo la historia de Antígona (v. 1347-1353). 46

Contrario a lo planteado por los tragediógrafos, Sófocles en Antígona, y Eurípides en

las Fenicias, sobre Hemón como prometido de Antígona; para Apolodoro en la Biblioteca III 5,8, Hemón es la última víctima de la Esfinge, lo que impediría cualquier posibilidad de un compromiso con la hija de Edipo, pues ésta aún no había nacido.

51

4. LOS CONTRARIOS: ELEMENTOS DE LA DYNAMIS TRÁGICA

¿Es posible una tragedia sin contrarios?

En absoluto, estos incitan a actuar, dinamizan la historia. Aunque cuentan con múltiples rostros al interior de la tragedia, Antígona, Ismene, Polinices, Eteocles, Creonte, Hemón, el Guardián, El Coro, Tiresias; sus principales, son sus dos grandes protagonistas, Antígona y Creonte. Estos personajes, en medio de la lucha constante entre sus argumentos y personalidades, dan el movimiento y el carácter trágico a la obra, sin el cual, la misma carecería de valor y terminaría pronto.

Antígona e Ismene, hermanas de sangre, enemigas de pensamiento, de causa, ambas, contrapuestas entre sí, reflejan una lucha cultural, en medio de una

sociedad que

privaba de derecho y libertad a las mujeres,

sometiéndolas al yugo masculino. Ante la pasional Antígona, se contrapone la realista Ismene, sumisa, encarnando a la mujer de su época, la Atenas del Siglo V a.C., temerosa de violar el edicto del nuevo gobernante, Creonte, por lo que niega a su hermana el apoyo que le solicita para dar sepultura a su hermano Polinices, negación que, en lugar de reprimir el deseo de la desamparada, la impulsa a obrar, arrobándose sola ante un hecho que le será castigado con la muerte, como ella bien sabe, pero que, a su vez, le dará fama y eternidad por la nobleza de su acción, encarnando el espíritu libre, que no sólo contraría a su hermana, y con ello a la mujer Ateniense de entonces, sino que también, representa el héroe trágico Sofocleo que, solitario, lucha contra una adversidad que lo rebasa, para resultar vencedor, pese a su desgraciado fin.

52

Esta resolución de Antígona nos presenta un choque de poderes, por un lado, está Creonte que, muertos Edipo y sus hijos, se presenta como nuevo gobernante de Tebas que, tras tomar el poder que por derecho debería ser de Antígona, busca legitimarse, condenando a Polinices, muerto como traidor de la ciudad, tras asediarla, a permanecer sin sepultura, llevando a la muerte a todo aquel que intente rendirle los debidos ritos funerarios; este edicto provoca en Antígona, el otro poder, una fuerte reacción de rechazo y desobediencia, propio de su carácter, impulsándola a obrar contra la ley del gobernante, la escrita, pero no contra la no escrita de los dioses, la de la costumbre, mucho más antigua e importante que la de los hombres, dando entonces, en la medida de sus posibilidades, un entierro simbólico a su hermano, con lo que desata la furia de Creonte, que al ver su desafío, sin cambiar de decisión, pero si de forma de castigo, condena a la joven a muerte, sin que ésta se retracte o suplique por su vida, hasta que se ahorca en su tumba pétrea, momento para el que quien la condenó, arrepentido e impotente, se ve alcanzado por la desgracia que su condena trae sobre sí y su familia.

A nivel argumentativo Antígona parece tener varias contradicciones, tomadas en algunos casos como errores de construcción de la obra, aunque tras una lectura minuciosa se ve que no hay cupo para tales interpretaciones pues son sucesos perfectamente aceptables.

De las contradicciones en la forma de ser de los personajes, como el Guardián, quien tras prometerse no volver con Creonte terminó haciéndolo una vez que atrapó a Antígona, como se expondrá más ampliamente en un capítulo posterior; la fragilidad demostrada por Antígona una vez que se dirige a su lecho luctuoso, tras haberse presentado a lo largo de sus

53

diálogos como una mujer fuerte, decidida y firme; el arrepentimiento de Ismene acompañado de su compasión y deseo de morir, después de ser capturada su hermana, la misma a la que le negó su ayuda para con el joven insepulto, pero con la que quería compartir su trágico final, negando su muestra inicial por conservar la vida; el cambio de Hemón, de devoto hacia el padre a enemigo acérrimo del mismo, luego de conocer la muerte de su prometida; la decisión final de Creonte de perdonar a Antígona y a Polinices por sus faltas contra él y la ciudad, según su visión de la situación. Estos cambios, tan contradictorios a simple vista, no son fortuitos, son

un

agregado

magistral

que

enriquece

los

caracteres

de

dichos

personajes y por ende a la obra misma.

Ahora bien, hay tres contradicciones, aparentes errores en la construcción de la obra, que llaman particularmente la atención y que, como se ha dicho, no deben ser tomadas como tales en un plano negativo, es decir, como un error, como bien propone Walter Kaufmann, en acuerdo a lo que se plantea47.

En primer lugar están las capacidades mismas de Antígona, que en un inicio, tras ser rechazada por su hermana, decidió obrar sola para darle entierro a su hermano, simbólico, como se ve por las palabras del Guardián (v. 245-247), donde manifiesta que alguien, sin definir sexo, aunque Creonte se lo a tribuye a un hombre indefinido en los versos siguientes,

cubrió

el

cuerpo

de

Polinices

con

un

fino

polvo,

desapareciéndose son ser sepultado, simplemente cubierto para “evitar la impureza” (v. 257). Tras marcharse el Guardián, y darse el primer estásimo,

47

KAUFMANN, Walter. Tragedia y filosofía, págs. 335-338.

54

el Guardián regresa, ahora, para informar que capturó al perpetrador del edicto del gobernante, Antígona, tras ser descubierta, una vez que vio a su hermano nuevamente descubierto, prorrumpiendo “en sollozos y tremendas maldiciones para los que habían sido autores de esta acción” (v. 427-428), preparándose para rendirle las debidas libaciones al cuerpo nuevamente expuesto. La contradicción en este punto se presenta en el interrogante de por qué regresó a ver a su hermano, como dice Kaufmann: “se nos deja libres para imaginarnos que volvió para ver si había logrado proteger el cuerpo de los perros y las aves, o bien con la prisa se había olvidados de hacer la libaciones tradicionales”48. Sea cual fuere lo sucedido con el cuerpo, la motivación de la joven, acorde a su naturaleza y respeto por las costumbres, es su amor filial, conductor de su accionar, impulsor de su lucha, guía y defensor de sus palabras para con los hombres y los dioses.

La segunda contradicción del argumento está en el castigo. Está prescrito que para quien viole el edicto de Creonte, le sea dada la “muerte por lapidación en la ciudad” (v. 37-38). La amenaza de la muerte no basta para refrenar a Antígona,

ni le hace demostrar miedo frente a ella en

ningún momento de la obra, ni siquiera cuando es capturada y confrontada por su tío. Después de esta escena tan célebre en la disputa de la historia entre ambos personajes tan opuestos entre sí, del cantar a la desgracia del coro y el enfrentamiento padre-hijo sostenido por Creonte y Hemón, el Corifeo pregunta a su rey cuál será la muerte que le dará a Antígona (v. 772), y éste le responde: “la llevaré allí donde la huella de los hombres esté ausente y la ocultaré viva en una pétrea caverna, ofreciéndole el alimento justo, para que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede contaminada” (v. 773-777). La contradicción aquí expresada, como se ve, es perfectamente dispensable, Creonte no desiste de la idea de asesinar a la 48

Ibíd. Pág. 335.

55

niña, pero sí de su castigo, sólo que su intención es evitar mancillar a la ciudad y a sí mismo, busca protegerse de dicha impiedad, como muestra sus intereses personales, y a su pueblo, como afirma y pretende sostener y usar como escudo a lo largo de la historia, tema que se tratará más adelante. El hecho de su irreflexión, de su negativa a ceder en su decisión, y la violación a las leyes divinas que ello implica y que Antígona encarna y defiende, lo dejan indiscutiblemente en la situación de culpable y por ello debe pagar fuertemente, como se verá tras el suicidio de la joven.

El tercer error es visto en los diálogos de la joven en comparación a los de su tío, porque una vez desaparecida Antígona definitivamente de escena, y sus diálogos concluidos, la obra continúa, y así Creonte habla más que ella, siendo entonces, por su presencia oratoria, el personaje principal, aunque es la grandeza de la causa de la hija de Edipo y su dolor, lo que la sitúa en el puesto protagónico de la historia.

“Creonte: (…) ¿Sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto?

Antígona: Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era manifiesto.

Creonte: ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?

Antígona: No fue Zeus el que lo ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No

56

pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a tener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno” (v. 447-459).

Antígona se afirma ante Creonte, lo desafía plenamente; Sófocles pone en escena ahora a estos dos personajes. La joven manifiesta el sino de su lucha y dolor, las “leyes no escritas e inquebrantables de los dioses”, eternas e inmutables, sentencia con una validez eterna. Se erige como juez de las leyes divinas, tal y como Creonte decide bajo su poder qué se puede hacer con las leyes humanas, así como también a quién favorecen los dioses; Antígona se apoya en las leyes de los dioses y de los muertos, invoca a la Justicia (Díke), como la justicia de las profundidades que acompaña su naturaleza, sin que haya un deber ser, sino simplemente un ser, acorde a su condición humana49.

Como bien señala Karl Reinhardt: “aquí la ley no escrita es la misma que la que es glorificada por el coro en Edipo Rey (v. 865 y ss.):” 50.

“¡(…) De todas las palabras y acciones cuyas leyes son sublimes, nacidas en el celeste firmamento, de las que Olimpo es el único padre y ninguna naturaleza mortal de los hombres engendró ni nunca el olvido las hará 49

Sobre este pasaje dedican unas breves palabras LESKY, Albin. La tragedia griega, págs.

206-207; NUSSBAUM, Martha Craven. La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y en la filosofía griega, pág. 109; REINHARDT, Karl. Sófocles, págs. 111-112. 50

REINHARDT, Karl, Op. Cit. pág. 112.

57

reposar! Poderosa es la actividad que en ellas hay y no envejece” (v. 865 y ss.).

Leyes eternas e imperecederas, aplicables para todo ser humano vivo o muerto; todo lo que se opone a ellas atenta inmediatamente contra los dioses, de manera que no hay una lucha igualitaria de poderes, porque las leyes divinas priman sobre las mortales.

Antígona se sabe muerta pero no le importa, para ella es una ganancia lo que hizo, contrario de permitir el ultraje hacia su hermano; el Corifeo reconoce

su

fiereza,

su

linaje,

ofensa

es

ello

para

Creonte

que,

sentenciando lo fácil que lo rígido se puede quebrar, condena, sin pensar que ello también lo abarca, a la que espera ceda pronto y se humille ante él, permitiéndole reconocerse en el poder tras doblegar la resistencia.

El enfrentamiento continúa, Creonte incorpora en su discurso a Eteocles, el otro hermano, en menor medida mencionado por los beneficios que tras su muerte pudo recibir, apelando con ello a lo que éste puede pensar de su hermana frente a su accionar para con el enemigo, pero, ante ello, el gobernante sólo recibe una máxima de la Filia (θιλία) que sin más, lo deja sin palabras con las cuales responderle:

“Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor” (v. 523).

58

A partir de esta escena la historia se encamina hacia su funesto fin, Antígona discute con su hermana, es retirada para ser enterrada viva, aparece

Hemón

para

terminar

discutiendo

con

su

padre,

llega

luego

Tiresias, vaticina las desgracias, sale y aparece un Mensajero, los males se ciernen sobre el tirano, ya no hay escapatoria, cede, pero es muy tarde, debe sucumbir ante su tragedia perdiéndolo todo. Magistralmente todos los infortunios de la obra son producto de una pugna incesante entre dos poderes que se niegan a ceder, que defiende desde sus puntos de vista e intereses

sus

acciones

y

palabras,

los

contrarios

son,

pues,

el

conductor de la historia, el medio que la dinamiza, el alma de la obra

59

hilo

5. EL ORDEN

¿Qué es el Orden? Puede decirse que estar en armonía con el todo, de manera que cada parte de la obra esté equilibrada. La pugna de los contrarios, tan vital para el libre desarrollo de la obra y de la vida, busca ello, lo pretende desde el inicio. Solamente al final, cuando no queda más por hacer, cuando las desgracias han acaecido todas juntas sin dejar una libre, los personajes reconocen sus errores, evidencian los últimos aspectos de la grandeza de su ser, en el caso de la Antígona, se muestran vulnerables, vencidos, pero con un aire de grandeza que sólo el conocer un rostro nuevo de sus caracteres puede poner en evidencia, de la mano de un gran poeta como Sófocles. Cuando el drama culmina uno de los personajes ha vencido a otro, lo ha llevado a su lado, eliminando la pugna antitética que hasta entonces sostuvieron, sólo entonces se llega al orden, se restablece lo que se había perdido y por lo que se dio la batalla que originó y sostuvo el drama. Se logra el equilibro de fuerzas entre dioses y hombres, el orden debido para el bien del ser humano.

Contra esta respuesta estaba la Atenas del siglo V a.C., claramente visto por Sófocles, abogado de una sociedad en decadencia, denunciante de sus problemas.

Tenemos, por autores como Platón, Jenofonte y Tucídides, con variantes en la información pero acuerdo en la condena de la privación del entierro, que todo aquel que obre contra los dioses, bien sea saqueando sus templos, o bien atente contra su ciudad, como es el caso de Polinices, debe ser castigado con la pena de muerte, la expropiación de sus bienes y la

60

negación del funeral, sirviendo así como ejemplo o modelo para los ciudadanos51.

Contra esta condena se presenta Antígona, la joven sin niñez, acompañante de su desterrado progenitor y sus miserias, que vive en constante desdicha hasta su muerte, prematura como la madurez a que llegó siendo una niña, y que ahora, tras la muerte de su padre y de sus hermanos, la lleva a mostrar toda la grandeza de su ser.

He

aquí

entonces

la

demanda

de

Sófocles,

Atenas

está

cambiando,

conduciéndose hacia un nuevo estado de decadencia que a la larga terminará por destruirla, pues sus habitantes se están apartando de sus antiguas creencias, de su religión, de lo natural, optado por una razón desmesurada que los escindirá del mundo, dejándolos en una situación de abandono, antinatural.

Para entender mejor esto, veamos los antecedentes de la tragedia, la épica, donde tenemos dos grandes obras homéricas, la Ilíada y la Odisea; en ellas, aunque con protagonistas y locaciones diferentes, vemos lo que en Antígona, e incluso en una obra más antigua como lo es Áyax, Sófocles intenta recuperar lo que reclama a la Atenas de su momento, con una voz más fuerte a la de sus dos colegas, Esquilo y Eurípides.

51

PLATÓN. Leyes IX 854e-855a; JENOFONTE. Helénicas I 7,22; TUCÍDIDES. Historia de la

guerra del Peloponeso I 138,6.

61

Vemos en la Odisea, una vez que Odiseo llega al Hades, que el primer espectro que se le presenta es el de uno de sus acompañantes, Elpénor, abandonado en la isla de Eea en medio del apuro del Laertíada por adentrarse en el reino de los muertos, en busca de una respuesta del adivino Tiresias que le sirviera para regresar a su amada Ítaca, sin percatarse de que él cayó del techo del palacio de Circe y a causa de ello falleció; pero ahora, presente ante su señor, le dedica unas palabras cargadas de todo un sentimiento humano y religioso que ofrece un muy buen punto de inicio para la temática a trabajar:

“[…] Te imploro por los tuyos que quedaron allá, por la esposa y el padre que en un tiempo de tu infancia cuidó, por Telémaco, el hijo a quien solo has dejado en tu hogar; yo bien sé que tu sólida nave desde aquí pondrá rumbo otra vez al islote de Eea: al llegar, ¡oh mi rey!, haz memoria de mí, te lo ruego, no me dejes allí en soledad, sin sepulcro y sin llanto, no te vaya mi mal a traer el rencor de los dioses. Incinera mi cuerpo vestido de todas mis armas y levanta una tumba a la orilla del mar espumante que de mí, desgraciado, refiera a las gentes futuras; presta oído a mi súplica y alza en el túmulo el remo con que vivo remé compañero de todos los tuyos”. Tal Elpénor habló y, a mi vez, replicándole dije: “cuanto has dicho, infeliz, cumpliré por mí mismo sin falta”52.

Elpénor, muerto y abandonando, presentándose ante Odiseo en el Hades para suplicar por su entierro, hará eco siglos más tarde en Eurípides, cuando, en el prólogo de Hécuba, el autor hace que un Polidoro asesinado e insepulto se presente ante su madre, aunque ésta piense que fue un 52

HOMERO. Odisea XI 66-80. Las cursivas no están originalmente en el texto, han sido

puestas para resaltar su importancia.

62

sueño, del mismo modo a como lo hizo Elpénor ante Odiseo, para buscar una sola cosa, su debido entierro, como por los dioses es esperado, pues por ellos debe hacerse.

Tan necesario es el entierro para los dioses, que hasta el mismo Aquiles debe ceder a su venganza y romper la promesa que le hizo a su gran amigo Patroclo, para permitir así el tan esperado regreso de Héctor a Troya, y su posterior entierro, una vez que Tetis, su madre, se le presenta por orden de Zeus y le comunica sus palabras:

“[…] Dile que los dioses están airados con él y que yo más que todos los inmortales estoy irritado, porque con enloquecidas mientes tiene el cuerpo de Héctor en las corvas naves y no lo ha devuelto, a ver si temeroso de mí libera bajo rescate el cadáver de Héctor”53.

Zeus protector de la familia, rey del Olimpo, manifiesta en estas breves palabras el rechazo por parte suya y de los demás dioses; estas palabras, dichas por él y comunicadas a Aquiles por su madre, logran el efecto esperado, gracias al cual una vez que Príamo llega a la tienda del Pélida, conducido por Hermes, y le comunica su dolor de padre, y sus suplicas, el cuerpo de Héctor es liberado. Este interés de los dioses por el entierro los muertos, no puede ser menos honrado por Antígona que por Odiseo, defensores de esta ley, con un carácter distinto, que sirve para un mismo fin.

53

HOMERO. Ilíada XXIV 113-116.

63

Tras escuchar las palabras de Elpénor, Odiseo se compromete a enterrarlo y rendirle todos los honores que necesita, una vez que abandone el reino de Hades, compromiso que inmediatamente, tras salir de allí, cumple a cabalidad.

¿Pero qué es lo que

motiva

el accionar de

Odiseo?

La

Prudencia

(Φρόνηζις), el respeto a las deidades. Este héroe, conocido y respetado por su gran sabiduría, es también el más devoto.

Este personaje, pese al desarrollo expositivo posterior al bien de su personalidad,

que

varía,

según

los

tragediógrafos

como

Sófocles

y

Eurípides, también en Esquilo, aunque de ello no se conserve una obra, resuena al interior de Antígona.

Siendo el Áyax de Sófocles la primera obra completa conservada del autor, datada alrededor de 44754, establece un puente perfecto para Antígona y su personalidad, así como también para los sucesos de su historia.

Cerca del final de Áyax, cuando este personaje se suicida, se inicia un diálogo entre Odiseo y Agamenón sobre la sepultura del occiso, amigo y enemigo de los Aqueos, tal y como Polinices en Antígona para los

54

Hay una discusión sobre si Áyax es posterior y no previo a Antígona, como bien

señala brevemente José S. Lasso De La Vega en la introducción que realiza a las obras Sofocleas y que acompaña a la traducción de Assela Alamillo para la editorial Gredos, págs. 57-58.

64

Tebanos; en esta obra cuyo tema central es el drama de los hijos de Edipo, la discusión acontecida en Áyax hace eco.

Odiseo, en defensa del suicida, dice al rey de los Atridas:

“(…). No te atrevas, por los dioses, a exponer así cruelmente a este hombre insepulto, y que la violencia no se apodere de ti para odiarle hasta el punto de pisotear la justicia (v. 1332-1336)… de modo que en justicia no podría ser deshonrado por ti, pues no destruirías a éste sino las leyes de los dioses. Y no es justo dañar a un hombre valiente si muere, ni aunque le odies” (v. 1342-1345).

Ante las palabras de Odiseo, Agamenón sorprendido le pregunta:

“¿Tú, Odiseo, tomas en este asunto la defensa de éste contra mí?” (v. 1346).

Y Odiseo le responde:

“Sí, le odiaba cuando hacerlo era decoroso” (v. 1347).

Esta compasión expresada por Odiseo está acompañada por un sentimiento de compaginación

aristocrática

y

de

65

prevención

futura;

Áyax

“era

un

enemigo, pero de noble raza” (v. 1355); por ello, por ser un gran guerrero y además alguien de un alto estatus social, merece ser sepultado; la motivación de Odiseo, acompañada por su astucia, prudencia y respeto a los dioses, se ve en este punto en que piensa en su condición futura, al responderle a Agamenón por si le ordena permitir el entierro de Áyax: “sí, pues yo mismo también llegaré a esa situación” (v. 1365).

De esta manera concluye el choque antitético en la Antígona, entre la joven y su tío, equivalentes de Odiseo y Agamenón.

“Creonte: El enemigo nunca es amigo, ni cuando muere.

Antígona: Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor” (v. 522-523)

En esta escena Antígona se reconoce como libre, impone límites al odio, causante de la desgracia.

Tanto Antígona como Odiseo, pese a los cambios que este personaje tiene después de Homero, abogan por el debido y justo entierro del enemigo del poder, muerto. Tras su suicidio y posterior entierro Áyax recupera su dignidad de guerrero, su honor, el mismo que incitaba su accionar; de igual manera, Antígona por su parte, luego de suicidarse equilibra los poderes en la historia, el centro de su acción, su motivación y desesperación, aunque llega a un final absolutamente trágico elimina los contrarios, la lucha

66

expuesta ante el pueblo Ateniense de dos poderes totalmente opuestos entre sí, trayéndole con ello nuevamente el orden a la ciudad de Tebas, el mismo que hasta entonces se había visto perturbado.

67

6. LA CONDICIÓN HUMANA

El mito refleja la condición humana, la contiene; la tragedia, como mito hecho drama, llevado al teatro, no es la excepción. Contra la injusticia de la tiranía, es natural al ser humano resistir, luchar, tal y como lo hace Antígona

buscando

enterrar

a

su

hermano

Polinices,

condenado

por

Creonte, el nuevo gobernante, a ser víctima de los perros y de las aves de rapiña, por haber muerto como enemigo de su ciudad natal, tras asediarla hasta el momento en que se dio mutua muerte con su hermano Eteocles. Pero más allá de todo el drama que la muerte de Polinices y el edicto de Creonte en su contra produce, hay algo interno común en todos los miembros de la obra, suscitado únicamente por la presencia de la muerte y de lo insepulto, tan natural a todos que sería imposible separarlo de ellos sin deshacer su esencia, el valor de su carácter; me refiero a lo humano que en la multiplicidad de su vastedad es representado en los personajes.

Lo primero que Antígona hace al enterarse de lo deparado para su hermano muerto, Polinices, es convocar a Ismene buscando apoyo de su parte para honrar al difunto, pero en lugar de que ésta se identifique con su causa y esté dispuesta a ayudarla, con un buen dominio de sí, le recuerda lo sucedido a sus familiares muertos, para concluir con su discurso diciéndole:

“Y ahora piensa con cuánto mayor infortunio pereceremos nosotras dos, solas como hemos quedado, si, forzando la ley, transgredimos el decreto o el poder del tirano. Es preciso que consideremos, primero, que somos

68

mujeres, no hechas para luchar contra los hombres, y, después, que nos mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y en cosas aún más dolorosas que éstas. Yo por mi parte, pidiendo a los de abajo que tengan indulgencia, obedeceré porque me siento

coaccionada

a

ello.

Pues

el

obrar

por

encima

de

nuestras

posibilidades no tiene ningún sentido” (v. 58-63).

Con esto, disculpando su falta de deseo por luchar contra una fuerza superior, esperando que los muertos la entiendan y dispensen, intenta convencer a su hermana, carente de razón, movida totalmente por la pasión del amor filial; en vano, pues sólo consigue que ésta la rechace, la vea como una enemiga, mientras se reafirma en obrar sola, pues su decisión está tomada desde antes de que comience la obra, delimitándose así el carácter de ambas hermanas, mientras se sellan sus destinos, el de la sensata, vivir, el de la pasional, morir. Este hecho no cambiará por nada, pues ni siquiera tras ser descubierta Antígona, con la condena de su muerte clara, permite que su hermana, temerosa a quedar en soledad, comparta su destino:

“No quieras morir conmigo, ni hagas cosa tuya aquello en lo que no has participado. Será suficiente con que yo muera” (v. 546-547).

Pero no hay que ver este egoísmo de Antígona como algo malo, en su ser resuena el carácter épico de los héroes Homéricos, propio de una sociedad heroica; no sería igual de admirable ver a un Prometeo sufriendo una condena por su obrar, si compartiera su castigo con alguien que en nada le acompañó; de igual manera, no se vería igual a un Aquiles que

69

hubiese optado por vivir, ni a un Edipo que no padeciera sólo las consecuencias

de

sus

hechos;

de

esta

forma

entonces,

Antígona,

completamente comprometida con su causa, se siente merecedora de su castigo, no quiere compartirlo con alguien que no tiene participación ni mérito en lo hecho, por lo que rechaza a su hermana, ajena a su lucha, y, como la heroína que es, presta a luchar con valor y morir joven, pues será algo honroso, se enfrenta sola, ahora no contra el edicto de Creonte, sino, contra su castigo, haciéndose eco entonces de aquellas palabras que le dedicó a su hermana, repudiándola por la negativa de su ayuda:

“Si así hablas, serás aborrecida por mí y te harás odiosa para el que está muerto. Así que deja que yo y la locura, que es sólo mía, corramos este peligro. No sufriré nada tan grave que no me permita morir con honor” (v. 93-97).

En efecto, de fama y gloria es digna ahora, en sus momentos finales, mientras se dirige a su tumba pétrea, tal y como se lo confirma el Corifeo:

“Famosa, en verdad, y con alabanza te diriges hacia el antro de los muertos, no por estar afectada de mortal enfermedad, ni por haber obtenido el salario de las espadas, sino que tú, sola entre los mortales, desciendes al Hades viva y por tu propia voluntad” (v. 817-822).

En este punto, cerca del final de su vida, no podrían ignorarse, en primer lugar, el abrupto cambio que tiene su personalidad, porque pasó de ser impulsiva, irracional, desafiante y firme, pues durante casi toda la obra se

70

presentó fuerte, aceptando su obrar en todo momento, pero, cuando anda acompañada del Coro rumbo a su lecho de muerte, su comportamiento cambia, se presenta frágil, lamentándose por su familia, su edad y su boda no realizada, algo común en alguien que se acerca al final de su vida, pues, como dice Creonte: “incluso los más animosos intentan huir cuando ven a Hades cerca de su vida” (v. 580-581). Este cambio de personalidad de Antígona, magistralmente expuesto por Sófocles, nos presenta la otra parte de su sí, su lado femenino, frágil, racional, como el de su hermana, dándonos entonces a conocer la grandeza de su ser, su heroicidad, pues, en el camino hacia la cueva en la que su destino le aguarda, Antígona revela, con profunda racionalidad, negándose con ello la idea de la pura demencia, lo irracional, de su accionar, que hasta ahora se había visto, “pues nunca, ni aunque hubiera sido madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera corrompiendo, hubiera tomado sobre mí esta tarea en contra de la voluntad de los ciudadanos. ¿En virtud de qué principio hablo así? Si un esposo se muere, otro podría tener, y un hijo de otro hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están en el Hades no podría jamás nacer un hermano” (v. 905-912); lo que a su vez, rechaza la creencia de un interés incestuoso porque, según la justificación, prueba de su lucidez, de su cordura, que da a su acto por el condenado, en donde esposo e hijos son reemplazables pero, sin padres no hay más hermanos, muestra que su devoción a Polinices no es llevada por un amor corrupto, sino filial, propio del afecto surgido de una crianza compartida. En segundo lugar, ya presa, está su suicidio; el final de su lucha se aproxima, los intentos fallidos por enterrar al hermano muerto dan sus frutos; el anciano adivino, consejero del gobernante, siembra en él la duda y el terror, presentándole por un lado, la horrible situación actual, el mal presagio que está aconteciendo, las aves ya no cantan y se están despedazando con sus garras, así como también los dioses ya no aceptan los sacrificios que se les hacen, por lo que la ciudad sufre a causa de la

71

decisión de Creonte, pues los “altares públicos y privados, todos ellos, están infectados por el pasto obtenido por aves y perros del desgraciado hijo de Edipo que yace muerto. Y, por ello, los dioses no aceptan ya de nosotros súplicas en los sacrificios, ni fuego consumiendo muslos de víctimas; y los pájaros no hacen resonar ya sus cantos favorables por haber devorado grasa de sangre de un cadáver” (v. 1015-1022); por otro lado, le vaticina la desgracia que se aproxima: “Y tú, por tu parte, entérate también de que no se llevarán ya a término muchos rápidos giros solares antes de que tú mismo seas quien haya ofrecido, en compensación por los muertos, a uno nacido de tus entrañas a cambio de haber lanzado a los infiernos a uno de los vivos, habiendo albergado indecorosamente a un alma viva en la tumba, y de retener aquí, privado de los honores, insepulto y sacrílego, a un muerto que pertenece a los dioses infernales. Estos actos ni a ti te conciernen ni a los dioses de arriba, a los que estás forzando con ello. Por ello, las destructoras y vengadoras Erinias del Hades y de los dioses te acecharán para prenderte en estos mismos infortunios” (v. 10641073). Tras estas advertencias, el adivino Tiresias se retira, dejando a Creonte con sus ánimos perturbados, listo para ceder, tarea que queda por culminar a cargo del Corifeo, consejero final y definitivo para el gobernante, quien, después de escucharlo, decide ceder y atender al pueblo que de tantas

maneras

representado

por

ha

tenido

otros

voz

miembros

hasta y

el

momento,

allegados

a

la

actuando

al

ser

familia

de

los

Labdácidas, igualmente gobernados, como Hemón cuando defiende a su prometida (v. 733); Tiresias luego de exponer y vaticinar las desgracias presentes y próximas (v. 1030); el Corifeo, encarnación de la voz conjunta del Coro, del pueblo, (v. 1100-1101); disponiéndose a enterrar a Polinices y liberar a la joven Antígona, aunque su cambio de parecer no le basta para salvarse de la desgracia en la que él mismo se sumió por su obstinación, pues la doncella, se suicida como prueba de su compromiso con la empresa que defendía y, de su valor, pues desde un inicio manifestó estar

72

dispuesta a morir joven, arrastrando en ello a su prometido y último heredero del rey, desencadenando el drama de éste, pues su hijo no sólo fue incapaz de vivir sin su amada, decidiendo fallecer por mano propia, sino que también murió odiándolo por su testarudez e intentando asesinarlo, sumiendo en un destino semejante a su madre, dejando sólo al padre, inmerso en la desgracia, derrotado, pidiendo la muerte y el exilio.

¿Qué decir de Creonte? ¿Cuál es su sino? ¿Cómo es su antes y después de la llegada de Tiresias?

Antes del hombre devastado por la desgracia, está el gobernante firme, recién llegado al poder de Tebas, se enfrenta a una problemática de antaño, la familia de los Labdácidas, de la que por su hermana Yocasta forma parte, al ser el tío de los hijos de Edipo, está maldita. El nuevo rey, con una visión unidireccional del poder, como lo han advertido tantos interpretes, se identifica con la ciudad, el gobierno de lo público por encima de lo privado. Así, Creonte recurre a dos metáforas con las que pretende sustentar su postura, y que, a su vez, obnubilan lo privado de su interés como nuevo regente en el poder.

Tebas está experimentando un gran cambio, ha visto la destrucción de una familia desde su propio seno, maldita y castigada por el hombre y por los dioses,

intransigentes

e

implacables

en

su

castigo,

acechada

por

la

inagotable Erinis, derrotada por un implacable destino que al final, pese a los indicios de libertad, siempre demuestra su despiadada, ineludible y magna soberanía.

73

Tras la reciente victoria de Tebas frente a Argos, dos hermanos igualmente malditos, que luchan entre sí, mueren fratricidamente; uno, defensor de su ciudad natal, lucha como su

rey,

defendiéndola del ejército enemigo,

afirmando una pertenencia con ella, negando su condición de hijo de Edipo, padre-hermano al que desterró con el apoyo de Polinices, el mismo que ahora, tras ser exiliado igual que su progenitor, se identifica con él, mientras añora regresar a su tierra madre, más quizá, que recuperar su reino, por derecho compartido con Eteocles.

El campo está listo, las condiciones completamente dadas, los hermanos se enfrentan, mueren; Tebas queda sin rey. Este desenlace de la historia permite a Creonte llegar al poder, de forma caótica. El Coro festeja la victoria acaecida:

“Llegó la victoria, de glorioso nombre, y se regocijó con Tebas, la rica en carros. De los combates que acaban de tener lugar, que se haga olvido. Vayamos a todos los templos de los dioses en coros durante la noche, y Baco, el que hace temblar la tierra de Tebas, sea nuestro guía” (v. 148154).

Invita a festejar durante la noche, en los templos, con Dionisio como acompañante, y a olvidar la batalla recientemente superada, de la que sólo quedan dolores, que aún no concluyen, porque, en consecuencia de ello, Creonte asciende al poder de la ciudad, y una vez con el control total de ella, para reafirmarse en el mismo, condena al fallecido traidor, Polinices, a permanecer insepulto, para servir como pasto para los perros y las aves de rapiña, e igual, a un destino fatal a todo aquel que infrinja su edicto.

74

Al presentarse por primera vez en escena, anunciado por el coro luego de invitar a festejar, el rey invoca, tal y como lo hizo Ismene ante su hermana para incitarla a recapacitar, a la memoria, en este caso, a la del pueblo, de los ciudadanos, del Coro, pues sabe bien que éstos siempre fueron fieles al trono de Layo, luego al de Edipo, y finalmente al de sus hijos, de tal manera que con ello espera que sean iguales con él, lo que implica respetar y acatar su edicto contra el fallecido como traidor.

Se presenta prudente, de buen obrar y hablar, como se le vio en Edipo rey, pero ahora, en Antígona, como gobernante, deja claro desde el inicio cómo será su regencia del poder, proclamando cinco leyes:

“(…) Es imposible conocer el alma, los sentimientos y las intenciones de un hombre hasta que se muestre experimentado en cargos y en leyes. Y el que al gobernar una ciudad entera no obra de acuerdo con las mejores decisiones, sino que mantiene la boca cerrada por el miedo, ése me parece –y desde siempre me ha parecido- que es el peor. Y al que tiene en mayor estima a un amigo que a su propia patria no lo considero digno de nada. Pues yo -¡sépalo Zeus que todo lo ve siempre!- no podría silenciar la desgracia que viera acercarse a los ciudadanos en vez del bienestar, ni nuca mantendría como amigo mío a una persona que fuera hostil al país, sabiendo que éste es el que nos salva y que, navegando sobre él, es como felizmente haremos los amigos” (v. 175-190).

No se puede conocer realmente a alguien hasta que está en el ejercicio del poder, irónicamente, este es el caso de Creonte, notorio cambio el que tiene de Edipo rey, como súbdito, siendo un hombre sabio, mesurado, a

75

Antígona, como gobernante, impulsivo y desmedido. Bajo su mirada, el rey debe actuar siempre en concordancia a lo que considere mejor, rechazando cualquier primacía de lo subjetivo, negando la estima por un ser querido, amigo e incluso familiar, sobre el interés publico, así como tampoco puede callar una desgracia que pretenda afectar a la ciudad, ni tener por amigo a un enemigo de la misma. Estas cinco leyes son las que regirán su mandato sobre Tebas, las mismas por las que condenará y será castigado. Lo mejor para Creonte, ahora como rey, es decretar que Polinices, por haber muerto mientras acechaba a su tierra patria, negándose el hecho de que lo hizo en medio de la búsqueda de recuperar un poder que por ley debía ser suyo también, debe permanecer en las afueras de la ciudad, donde murió, insepulto, privado de los ritos funerarios e inclusive, del lamento familiar, contario a su hermano Eteocles, defensor de su reino, digno por ello, de todos los honores, pues falleció en pro de su ciudad, primando, en apariencia, el interés público sobre el privado, rechazando la subjetividad de enfrentarse a un hermano y de la condena que ello acarrea, pues para “la muerte de dos hermanos que entre ellos se matan así, con sus propias manos…, no existe vejez de esta mancha” 55, aunque con

esto

obtiene

el

favor

devoto

de

un

Creonte

cuya

mirada

está

atravesada por este pensamiento.

El interés privado de Eteocles se ve, en primer lugar, desde su decisión inicial de expulsar a su hermano de la ciudad, para conservar así la soberanía sobre Tebas; en segundo, por su negativa a escuchar razones, acompañada de su misoginia, mientras se ve como el salvador, el timonel a cargo de la nave estado, defensor de su honor, que es realmente su motivación particular, por encima del de su pueblo. En esta medida,

55

ESQUILO. Los siete contra Tebas (v. 682-683).

76

Creonte es un reflejo exacto de su antecesor, aunque añade algo que aquél por su edad no podría tener ni pensar, dadas las circunstancias.

El provecho particular de Creonte surge con su edicto; el enemigo de la ciudad, el injusto, Polinices, debe ser castigado, se le debe dejar sin sepultura para que alimente a los perros y a las aves de rapiña, y sirva así de ultraje para la vista, el castigo como ejemplo; esta es la orden del rey, que identifica el estado con una nave que él, por su posición, debe comandar,

rígidamente,

como

las

leyes

que

profesa

al

momento

de

presentarse ante el Coro, sin ceder ante todo aquel o aquello que atente contra el orden que piensa establecer. Tan precipitado como impactante, es cada

suceso

que

se

presenta,

donde

la

mayoría

de

los

personajes

manifiesta estar en desacuerdo con la nueva orden; de este rechazo, se excluye al Guardián y al Mensajero; este último por simplemente ser un narrador imparcial de los acontecimientos desgraciados que caen sobre la familia de Creonte; mientras que el primero, reflejo exacto de la condición humana, identificable por lector y el espectador con ese aspecto de la cotidianeidad del hombre, por ser contradictorio, que no se inclina hacia una aprobación o un rechazo frente a lo que acontece, sino por una aceptación calculadora entregada a la fuerza del azar, al no saber qué hacer, como su protectora; este personaje, cojo, ordinario, se debate entre un decir u ocultar la noticia de que el edicto en contra de Polinices ha sido violado, por temor a la represalia del poderoso, delibera, avanza y retrocede en su trayecto hacia el rey, previo al cual se disputó con sus compañeros de guardia sobre lo sucedido al cadáver, mas, al no hallar a un culpable, sobre lo que estaban dispuestos todos a “levantar metales al rojo vivo con las manos, a saltar a través del fuego y a jurar por los dioses no haberlo hecho, ni conocer al que había tramado la acción ni al que la había llevado a práctica” (v. 264-267), le tocó, precisamente a él,

77

por el azar, dar la mala noticia y someterse a lo que ella le acarreara. Este personaje, egoísta, para quien nada es más importante que ponerse a sí mismo a salvo, hace todas las salvedades posibles antes de narrar la historia, a pesar de que de todos modos, el rey se ofende y se ensaña arremetiendo con amenazas contra él. Debe retirarse, no sin la advertencia de no volver hasta encontrar al perpetrador que infringió la ley, mientras se promete no regresar, algo que no puede cumplir porque, ante un hecho inesperado, repentino, interpretado como una señal divina, “un torbellino de aire levantó del suelo un huracán -calamidad celeste- que llenó la meseta, destrozando todo el follaje de los árboles del llano, y el vasto cielo se cubrió” (v. 417-421), Antígona

es descubierta lamentándose, maldiciendo y

sollozando, al ver el cuerpo de su hermano expuesto, por lo que, como un cazador que se abalanza sobre una presa, el Guardián y sus compañeros se lanzaron inmediatamente a la captura de la joven, sin que ésta negara los hechos anteriores y presentes; con esto, libre de culpa, se presenta ante Creonte, a pesar de que no creía y había jurado no hacerlo luego de las amenazas de las que fue víctima, con la muchacha, sin que le sea grato el conducirla a la desgracia, pero salvo de ella, que es lo más importante para él, buscando un reconocimiento particular, egoísta, pues de él y sólo de él, sin intervención del azar al que se encomienda, fue el hallazgo de Antígona, (v. 397), pese a que después dice que fue en compañía de otros guardianes que la capturó56 (v. 432-435).

56

La imagen del Guardián como representante de la condición humana, está también

planteada por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., págs. 93-94.

78

Tras la aparición del Guardián, Creonte se enajena, cae en un estado de demencia tras el cual comienza a indagar en la naturaleza humana a partir del miedo al complot que su delirio le genera57.

Sabe ahora que hay algunos ciudadanos que no apoyan su poder, y piensa que están financiando la acción en contra suya. Comienza a indagar en la naturaleza humana a partir de su mayor mal, el dinero: “Él saquea las ciudades y hace salir a los hombres de sus hogares. Él instruye y trastoca los pensamientos nobles de los hombres para convertirlos en vergonzosas acciones. Él enseñó a los hombres a cometer felonías y a causar la impiedad de toda acción. Pero cuantos por una recompensa llevan a cabo cosas tales concluyen, tarde o temprano, pagando un castigo” (v. 296-303). Tras exponer los alcances del dinero en el ser humano, Creonte concluye con una

máxima del castigo como sentencia, todo aquel que obra

seducido por el dinero, paga tarde o temprano el precio de su acción, nadie

se

salva.

Así,

el

gobernante, temeroso,

amenaza

al

Guardián,

creyéndolo un traidor a su causa, atraído por los enemigos, aunque para este personaje, no hay culpables, sólo uno, aún desconocido.

Bajo la lente del interés, observa y acusa luego al adivino Tiresias, a quien, luego de reconocerlo como hombre justo que ha representado un gran bien para la ciudad, comandándola, dirigiéndola como una nave, por el buen sendero; aunque ahora, que su sensatez invoca a tener clemencia con el cadáver insepulto, se convierte en un mal para Creonte, que inmediatamente lo acusa, retratando una imagen no muy alejada de la 57

En acuerdo a que el conocimiento de Creonte sobre la violación de su edicto, por voz

del Guardián, es lo que desencadena su demencia, véase Jean Bollack: La muerte de Antígona. La tragedia de Creonte, pág. 33.

79

situación actual, de pertenecer, como adivino, a una casta que sólo busca lucrarse, cayendo en una situación vergonzosa, al prestarse para fines injustos, pues por nada del mundo Creonte afirma que será enterrado Polinices, forzando con su obstinación al acusado, a referirle las grandes desgracias que se le aproximan y que lo destruirán, todo por su negativa a ceder

sobre algo tan inútil como ensañarse con un muerto matándolo de

nuevo, pero que al final resulta ser, tras la muerte de su hermana, quien tiene más poder, pues, en un giro del destino, con el apoyo de los dioses, logra vengarse de quien lo considera ser su enemigo.

Aferrado a la imagen del navegante, que comanda su nave-estado, Creonte, tensando la cuerdas, inflexible, se niega a escuchar las voces que le incitan a cambiar, a flexibilizarse, ignorando las dos grandes sentencias de su hijo; en la primera se vale de la imagen amada de su padre, la del navegante, la vuelve en su contra: “(…), el que tensa fuertemente las escotas de una nave sin aflojar nada, después de hacerla volcar, navega el resto del tiempo con la cubierta invertida”58 (v. 715-717).

Ceder es de sensatos, de sabios, salva; por el contrario, la obstinación destruye; si el navegante tensa mucho la cuerdas de su navío, sin aflojar en absoluto, es posible que éste se vuelque, como en efecto le sucede a Creonte por no acatar la primer sentencia de su hijo, enceguecido por el interés particular, en primer lugar, de conservar el poder, de establecerse fijamente en él, pretendiendo mostrarse como el salvador de la ciudad, de 58

Esta inversión en la metáfora del navegante, utilizada por Hemón en contra de su

padre, no fue reparada por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., págs. 100-102. Esto es bien mencionado por Mario Álvares Gómez en su artículo: Antígona o el sentido de la phrónesis; pág. 18.

80

la misma manera a como se presenta Edipo en Edipo rey ante su pueblo, al compararla con un barco, apelando con esto a la psicología de las masas, que, por amor y respeto a su protector, su imagen, le sirven fielmente; aunque la diferencia entre Edipo y Creonte es bastante extensa, Edipo llegó a Tebas como salvador, librándola de la Esfinge, se convirtió en rey, por derecho, tras casarse con su madre, su culpa no es mayor ni igual que la de su tío, él no está obrando contra las leyes de la costumbre, de los dioses, simplemente está sujeto a un destino que desconoce que ya se ha cumplido, e indaga en ello, hasta conocerlo y desmoronarse por su causa; mientras que Creonte luego de ascender caóticamente al poder, no como sus antecesores, comete la impiedad de castigar a un indefenso, a un muerto que nada puede hacer, obra contra los dioses, atentando contra la familia, y debe pagar por ello, convierte a los hermanos en enemigos, su castigo para Polinices es digno de tales, niega

el

vínculo

sanguíneo;

busca

asemejarse

fallidamente

a

Edipo,

resultando ser igual a Eteocles, pues su proceder es muy similar al de éste, ni siquiera está excepto del castigo; busca erradicar la mancha familiar, la maldición de los Lábdácidas; en este caso, emprendiéndola contra una de las hijas y hermanas de Edipo, Antígona; ésta, prometida de su hijo, carga en sí y sobre sí el peso de una maldición que hasta ahora no ha fallado en consumarse; como prometida de Hemón, da la posibilidad de que su mal se transfiera a la descendencia de Creonte, por lo que éste, valiéndose de la excusa que su edicto le permite, y abandonando la metáfora de la ciudad-barco, recurre a otra, planteándola frente a Ismene, la del labrador.

“También los campos de otras se pueden arar” (v. 569).

81

Bajo su pretensión de dar primacía al interés público sobre el privado, Creonte identifica el bien de la ciudad, con la utilidad de sus ciudadanos, lo que éstos pueden hacer por el bien común, lo que en la perspectiva del rey, no está cumpliendo Antígona, por lo que, conforme a su interés particular, que prima sobre el público, Hemón no tiene por qué limitarse a su

compromiso,

la

finalidad

de

un

matrimonio

es

la

producción

de

ciudadanos, la joven no sirve como esposa, atenta contra el deseo de su futuro suegro de erradicar su maldición familiar.

La persistencia en esta idea, sumada a la negativa a escuchar razones, llevado por sus deseos personales y la demencia que el violar su edicto le produjo, ignora la segunda sentencia de su hijo, cuyo obrar es mal interpretado por el padre, pues al defender a su amada, también defiende a su progenitor, a ella, de la muerte, a él, de la desgracia que se le avecina a causa de su irracionalidad y persistencia.

“Ella no morirá cerca de mí, y tú jamás verás mi rostro con tus ojos” (v. 762-765).

Estas palabras de un hijo hacia su padre, no son una amenaza en contra de Creonte, sino del mismo que las pronuncia, Hemón, pues, muerta su prometida, él también morirá, llevado por la ceguera e incapacidad de vivir que su amor hacia ella le produce, desencadenando un mal terrible, el suicidio de una madre que no puede tolerar tal desenlace de los hechos, pues inclusive, luego de su suicidio, el Mensajero narra que antes de

82

hacerlo, lamentó el lecho vacío de su hijo Megareo 59, que murió durante el ataque de los siete.

La muerte del hijo, seguida de la madre, derrumba anímicamente a Creonte, lo sume en la desgracia, sus intereses personales han terminado por destruirlo, dejándolo indudablemente sólo, pues, si la ciudad, como le manifestó Hemón, no lo acompaña en su edicto (v. 733) ni condena, ahora, sin más familia, nada más que la soledad le queda.

Queda entonces, magistralmente abarcada la condición humana en esta gran obra del arte sofocleo llamada Antígona. En ella, cada personaje representa un aspecto del ser humano, desde lo más pequeño hasta lo más grande, desde las pasiones más mesuradas hasta las que sobrepasan el control y conducen a la desgracia, desde la prudencia y sus beneficios, hasta la insensatez y sus castigos, etc.

59

Hijo, al igual que Hemón, de Creonte y de Eurídice. Eurípides en las Fenicias, se

refiere a él como Meneceo (v. 905), sin que se confunda por ello éste con su homónimo abuelo paterno. La muerte de este joven por inmolación, se efectúa como beneficio de la ciudad, para sobrevivir al ataque de los siete, según vaticina Tiresias; muere porque Hemón está comprometido, mientras que él no. La muerte de este joven y su proceso, narrada por Eurípides en sus Fenicias (v. 905-1066), confirmada en 1090-1093, ofrece una visión interesante de lo hasta ahora plateado sobre el carácter de Creonte, pues, en negativa a los intereses de la ciudad, prefería salvar a su hijo de la muerte, antes que dar más importancia a Tebas, lo que claramente contraría sus palabras en Antígona, las leyes que proclama al poco tiempo de aparecer en escena, sobre no anteponer intereses particulares, de amistad o familia, a los de la polis.

83

La condición humana de Antígona exige lucha, resistencia, amor; la de su hermana prudencia y distancia, sin negar su afecto; la de Hemón, un respeto hacia el padre y una ingenuidad erótica que lo ha de consumir, poniéndolo en contra de su progenitor, y llevándolo al suicidio, como a tantos amantes les ha llegado; la de Eurídice, el amor de una madre; la de Creonte, la naturaleza de un gobernante rígido, cruel, insolente e insensato, que evidencia a la larga lo terrible de ello. El Coro y el adivino, la prudencia, los consejeros que viven el conflicto y a pesar de ello, dado que no se dejan llevar por sus pasiones, logran hablar ajenos a él. El Guardián, ese aspecto deplorable, interesado y enfermo del ser humano. El Mensajero, el portador de malas noticias al que siempre se quiere lejos, pero que siempre llega y demuele todo con sus palabras.

No hay una moral que guie los pasos de los actores; ellos, motivados por sus pasiones e intereses, la eluden, no los toca o afecta, salvo ya en el caso de que su obra sea consumada, y herencia de ello, les queda la enseñanza que su sufrimiento les trae. Encargados de juzgar, moralmente, están el Coro y el adivino, sabios intachables dentro de la obra.

Ente muchas otras cosas que se escapan, la condición humana es, de todos los temas que en esta obra pueden verse, la perfecta aglomeración de todos ellos.

84

7. EROS

“Eros,

invencible

en

batallas,

Eros

que

te

abalanzas

sobre

nuestros

animales, que estás apostado en las delicadas mejillas de las doncellas. Frecuentas los caminos del mar y habitas en las agrestes moradas, y nadie, ni entre los inmortales ni entre los perecederos hombres, es capaz de rehuirte, y el que te posee está fuera de sí. Tú arrastras las mentes de los justos al camino de la injusticia para su ruina. Tú has levantado en los hombres esta disputa entre los de la misma sangre. Es clara la victoria del deseo que emana de los ojos de la joven desposada, del deseo que tiene su puesto en los fundamentos de las grandes instituciones. Pues la divina Afrodita de todo se burla invencible. También yo ahora me veo impelido a alejarme ya de las leyes al ver esto, y ya no puedo retener los torrentes de lágrimas cuando veo que aquí llega Antígona para dirigirse al lecho, que debía ser nupcial, donde todos duermen” (v. 782-805).

Este canto al Eros hecho por el Coro, muy anticipado al planteamiento filosófico de la relación entre el amor y la locura, tratado por Platón en el Fedro más de medio siglo después60, atraviesa todo el accionar de la joven Antígona y permea a los demás personajes. El Eros de la joven y de su principal contraparte, Creonte, su tío, fríos y extraños a

su manera,

opuestos entre sí, los lleva a destacarse en sus causas, aunque son Hemón e Ismene quienes al parecer en mayor medida pueden representar este sentimiento.

60

Antígona ha sido datada como perteneciente al año 442 a.C., previa a Edipo rey. Por

su parte, Fedro, considerado como uno de los diálogos de madurez de Platón, ha sido datado como escrito alrededor del 370 a.C.

85

Con sus padres y hermanos muertos, es interesante que, en medio del claro conocimiento que posee sobre lo sucedido a ellos, Antígona se dirija a su pariente aún más cercana, su hermana Ismene, desde el inicio de su historia, con unas palabras carentes de afecto, pero que intentan acercarla, apelando a su vínculo familiar, para persuadirla de unirse a su causa, la única ante sus ojos verdadera, realizable sólo por alguien que es “por naturaleza bien nacida” (v. 38), encaminada hacia un familiar querido, un hermano, por lo que ni siquiera habría traición.

Este intento de rescatar los valores familiares, amados y defendidos por la ley divina, sobreponiéndolos a la ley humana, por los que lucha Antígona, contrasta fuertemente con los de su madre, al ésta entregar a su hijo a un servidor

para

que

lo

asesinase,

y

así

evitar

su

funesto

destino 61,

anteponiendo entonces lo humano ante lo divino, situación que su joven hija deplora y rechaza totalmente, estando dispuesta a enfrentarse contra toda la ciudad y su representante, el gobernante, quedando como bien nota su hermana, en una situación de traición igual que aquél al que defiende, con tal de honrar al occiso condenado a yacer insepulto, pues el vinculo familiar es, paradójicamente por el Eros que defiende, lo más sagrado para ella, por ello, aún sabiendo el castigo que recibirá por lo que piensa hacer, responde a Ismene frente al desafío que en su obrar hará a su tío: “No le es posible separarme de los míos” (v. 48).

“Yo le enterraré. Hermoso será morir haciéndolo. Yaceré con él al que amo y me ama, tras cometer un piadoso crimen, ya que es mayor el tiempo

61

SÓFOCLES. Edipo rey (v. 1171-1176).

86

que debo agradar a los de abajo que a los de aquí. Allí reposaré para siempre” (v. 71-76).

Este amor recíproco que Antígona proclama, se debate entre el incesto y lo fraternal. Aún así, este hecho la lleva a oponerse a la orden de su tío, enfrentándose conscientemente contra una fuerza que sabe que es superior a ella y que la castigará fuertemente, pero que ante sus ojos no es algo malo, sino “un piadoso crimen”, pues en la muerte estará eternamente con aquellos que han fallecido, por lo que es hacia éstos que vuelca su amor, ya que con los vivos la situación es muy distinta. Esta dualidad en su afecto familiar, entre los vivos y los muertos, permite ver que para Antígona es de importancia honrar a los segundos para agradarles cuando esté con ellos en el Hades, habiendo una utilidad en su querer, pero, con los vivos, el cariño depende de si la apoyan porque, como se puede ver una vez que Ismene se rehúsa a acompañarla en su obrar, la heroína se vuelca hacia una negativa airada del vínculo familiar, la rechaza como hermana, la odia, mientras afirma que el indefenso al que le niega su apoyo la tomará igual.

Pero qué decir de la manera de amar de Ismene, pura y racional, inclinada hacia la vida, bien contenida en su frágil naturaleza, la misma por la que intenta rescatar de un destino que como ella probará puede ser evitado 62, a

62

Teniendo en cuenta que en ningún momento, -salvo en los versos 895 y 941, donde

Antígona afirma ser la última descendiente viva de Edipo, (cuestión que contradice lo que los historiadores posteriores dirán), pero que está, a falta de una información más específica, a mi parecer, movida o suscitada por la falta de compañía que Antígona tuvo por parte de su hermana, por lo que en sus momentos finales la niega-, se dice que

87

su hermana de las garras de la muerte, una muerte que vivencia de múltiples maneras, conducida por su agonía y la aparente irracionalidad de su deseo. Este amor que intenta hacer recapacitar a Antígona, exponiéndole las

desgracias

familiares,

su

condición

de

fragilidad

femenina

y

su

obligación de respeto frente a la voluntad del gobernante, sin pretender con ello ser irrespetuosa y parca en su querer para con el muerto, es lo que provoca que Ismene sea rechazada por su hermana, pero conduce a una visión más amplia del Eros fraternal.

Una vez que Antígona es capturada, Ismene se presenta escoltada por dos esclavos; testigo de su condición y profundo afecto, en contraste al de su hermana, es el Corifeo:

“He aquí a Ismene, ante la puerta, derramando fraternas lagrimas. Una nube sobre sus cejas afea su enrojecido rostro, empapando sus hermosas mejillas” (v. 526-530).

Se presenta en escena, doliente, expresando la naturaleza de su amor, llorando, pidiendo a su hermana un imposible, que le permita, cual Hécuba hace ante su hija Polixena, compartir su destino en la muerte, encarándola con valor, honrando con su hermana al hermano muerto; en vano, pues para la heroína nadie más que ella, única causante de lo que se le acusa, merece lo que le espera, escudándose en Hades y los muertos como testigos, y en que ella no ama a quien sólo lo hace de palabra, por lo que ahora la suplicante petición de Ismene, su amor, se muestra de otra Ismene ha muerto, se entiende que ella pudo escapar a su destino terrible, el de su familia. Este tema será expuesto en mayor detalle en el capítulo siguiente.

88

manera, en el deseo de compañía, ante el temor a la inminente soledad: “¿Y qué vida me va a ser grata si me veo privada de ti? (V. 548)… ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Y no alcanzaré tu destino?” (v. 554).

La

respuesta

de

Antígona

sumerge

en

una

doble

visión

del

Eros,

acompañada de lo que muy claro tenían los griegos como su compañía antitética, Thanatos:

“Tu has elegido vivir y yo morir (v. 555)… tú vives, mientras que mi alma hace rato que ha muerto por prestar ayuda a los muertos (v. 559-560)”.

Se

ve

entonces

la

presencia

de

ese

ente

silencioso,

“invencible

en

batallas”, que con su presencia, poder y servidumbre a Afrodita, tiene sobre la joven que, poseída por él, se sume en el delirio, pues “el que le posee está fuera de sí”, como dice El Coro; enajenada entonces, desde el momento mismo en el que se entera de que su hermano no puede ser sepultado.

Muere, aún en vida, dirigiéndose a una doble muerte; la primera, espiritual, le

sirve

de

compañía

conductora para

continuar con

su

decisión; la

segunda, la segunda es el culmen del castigo que su impulso produjo.

Esta forma de ser y no ser, tan presente en una obra como Antígona, es clara y mencionada en demasía a lo largo de la misma.

89

Pese a todo, es válido interpretar que la negativa de Antígona a que su hermana comparta su destino, tiene implícito un Eros, que busca o desea que al menos uno de los descendientes de Edipo continúe con vida, escape a la desgracia, pues imperativamente dice a su hermana: “Sálvate tú. No veo con malos ojos que te libres” (v. 553).

Finalmente Eros vence, el dolor de Antígona cesa al ahorcarse en su prisión; no luchó con la pretensión de convertirse en

un símbolo de

resistencia política contra el gobernante, de incitar a una rebelión del pueblo, o por defender o legar un ideal político, su suicidio es el culmen de un deseo llevado a cabo, muerta en vida, por amor a un muerto, luchando por él, queriendo acompañarlo, lográndolo al fin.

Esta situación desemboca en una gran desgracia, Hemón, a quien se le atribuye el tercer estásimo, el canto al Eros, no soporta vivir sin su amada; el amante devoto se suicida, desea morir tal y como su prometida lo anhelaba por su hermano insepulto, consuma su deseo; pero es un error considerar este desenlace de la historia, y decisión del personaje, como muestra máxima del Eros porque, bajo la misma óptica, sin el hijo, único de dos que eran, la madre, dolida, arrobada igualmente por el dolor, se suicida de manera similar, clavándose una espada.

90

Sin

duda,

aunque

Antígona

no

muere

por

Hemón,

ni

siquiera

tiene

63

referentes de cariño para con él , este joven al momento de suicidarse, posterior al ataque que realizó contra su padre, enajenado por el Eros, enceguecido por su deseo, delirante, se une al fin en matrimonio con Antígona, una unión simbólica, luctuosa.

63

Se puede discutir mucho a este respecto, sobre lo cual inequívocamente saldría una

tesis, con base en el verso 572, donde Antígona dice: “Oh queridísimo Hemón, cómo te deshonra tu padre”. Esta frase es atribuida a Antígona pero es más razonable ver que en su contexto, dichas palabras pertenecen a la afectuosa Ismene, insistente en la idea del matrimonio, que tanto molesta a Creonte una vez que el verso mencionado es dicho; esto es bien señalado por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., pág. 107; también, por J. Kenneth MacKinnon en sus textos Greek Tragedy and the Women of Fifth Century Athens, pág. 79, y Sophocles,

Antigone

572-581,

pág.

24;

(On

line)

disponibles

:

http://triceratops.brynmawr.edu/dspace/bitstream/handle/10066/5353/MacKinnon_7_1.pdf;jsessioni d=01C830C3A939547636C4A2DB23322616?sequence=1,

para

el

primero,

y

http://www.rhm.uni-koeln.de/127/MacKinnon.pdf, para el segundo (ambos textos con acceso el 14-06-2011). MacKinnon plantea en su texto Greek Tragedy and the Women of Fifth Century Athens, que el hecho de atribuir las líneas de este verso a Antígona se remontan hasta Aldo Manucio, pese a que las líneas son atribuidas a Ismene por los manuscritos L, indicaciones que deben mantenerse a menos que se tengan motivos para dudar de ellas. Acorde a la idea de que el verso 572 pertenece a Antígona, Jean y Mayotte Bollack, en su traducción al francés de esta obra, Antigone, atribuyen este verso a Ismene. En lo que respecta al cariño de Antígona hacia Hemón, puede pensarse, de igual manera a como se ha dicho que la joven puede manifestar su amor hacia Ismene al negarle la posibilidad de morir a su lado, puede hacer lo mismo con Hemón al no mencionarlo, evitando hacerlo participe de su sufrimiento, exponiendo con ello una forma de su Eros hacia él, algo similar plantea señala Joaquín García Huidobro, en su texto Antígona: El descubrimiento del límite,

págs.

100-101,

(On

line).

Disponible

en:

http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:ps0N7PzhGkIJ:dspace.unav.es/dspace/bi tstream/10171/13688/1/PD_39_05.pdf+antigona+v.+572&cd=1&hl=es&ct=clnk&source=www.googl e.com, [con acceso el 14-06-2011].

91

Este personaje, joven, se presenta en un inicio de la obra como alguien secundario, al parecer, sin un gran valor al interior de la historia, similar a Ismene, devoto a su padre, aunque en realidad al igual que esta última, es más grande de lo que se piensa e importante para la tragedia.

A partir del verso 635, Hemón se dirige a su padre, tras haber preocupado anteriormente al Corifeo y a su padre ante la idea de que en él hubiera una gran furia por causa de lo sucedido a su prometida, mas, para sorpresa de todos, el joven con gran devoción paterna dice:

“Padre, tuyo soy y tú me guías rectamente con excelentes consejos que yo seguiré. Ningunas bodas son para mí más importantes de obedecer que tu recta dirección” (v. 635-638).

Estas palabras agradan a Creonte, que le aconseja “posponer todo a las resoluciones paternas” (v.

640), por lo

que

complacido, manifiesta

lo

deseable que es tener un hijo sumiso y el no dejarse enloquecer por el amor, lo cual le sirve para justificar sus acciones a partir del castigo para con los mimos familiares, para con los anarquistas, pues al gobernante hay que obedecerlo en todo, y muy importante, para consigo mismo, en tanto que no puede ni quiere ceder ante una mujer.

En este punto del diálogo padre-hijo, se ve la importancia del joven enamorado, tras hablar Creonte de una manera que al Coro le parece que fue sensata, Hemón manifiesta que quizá a él también le sea lícito algo de razón en sus palabras frente a otro asunto. El amor del joven es colectivo, no se limita a Antígona, de manera interesante el joven representa la voz

92

del pueblo, y lo hace con la sensatez del Coro, de un anciano. Aconseja a Creonte no tener una visión unidireccional del conflicto, la “de que lo que tu dices y nada más es lo que está bien. Pues los que creen que únicamente ellos son sensatos o que poseen una lengua o una inteligencia cual ningún otro, éstos, cuando quedan al descubierto, se muestran vacíos” (v. 705-708). No hay vergüenza en ceder, en aceptar por parte de alguien mayor, los consejos de un joven que en este caso, puede ver con claridad que su padre es movido por sus pasiones, lo cual desata la furia del rey que, inmediatamente arremete contra su hijo, ofreciéndonos ello un bello diálogo donde ambas partes exponen las razones de sus posturas, desde una lógica que acompaña claramente al enamorado.

El pueblo apoya a Antígona, dice Hemón, el gobernante debe prestar atención a ello y ceder, porque “no existe ciudad que sea de un solo hombre” (v. 737), y el pensar de Creonte es propicio para alguien que gobierne en un desierto.

La cólera del gobernante le impide ver que las razones de su hijo buscan proferirle un beneficio, viendo en ellas sólo el interés por defender a su prometida, pese a las claras insinuaciones del muchacho por el beneficio colectivo, ese por el que Creonte afirma obrar, logrado en breves líneas y con una gran sencillez, por su hijo.

“Creonte: Todo lo que estás diciendo, en verdad, es en favor de aquélla

Hemón: Y de ti, y de mí, y de los dioses de abajo” (v. 748-749).

93

Manifiesto es el interés de Hemón por ayudar a su padre, lo compara incluso, ante su creencia de éste de que sus palabras buscan el beneficio de su amada, de una mujer, con una. Los contrarios, las ideas defendidas por Creonte y Antígona, la voz del pueblo, son abarcadas por Hemón, reconciliadas, pero lamentablemente no habría enseñanza en la obra si se terminara allí y el gobernante cediera en su decisión antes de que le fuera demasiado tarde; el objetivo final es mostrar como la imprudencia destruye a los hombres, como las acciones impías no dejan ni traen nada bueno; por ello, derrotado por la sinrazón, Hemón no tiene más camino que retirarse, amenazando con la desgracia posible de una muerte, la suya, sin explicitarla, que el rey interpreta como dicha en contra suya.

La historia avanza y el hado trágico se desenlaza, sin más, la tragedia llega al orden a partir de la muerte de Antígona, reconciliadora nefasta de lo divino y humano que bien encarnaba Hemón.

Tras los suicidios de Antígona y Hemón, la reina Eurídice, incapaz de soportar su más reciente dolor, culpando al igual que todos los demás muertos, a Creonte, se suicida como muestra de un amor que no tolera la idea de vivir sin su último hijo, conducido a la desgracia por su padre; esta muerte de la reina contrasta con la de Yocasta en Edipo rey, quien incapaz de soportar la verdad de lo acontecido con su hijo, se suicida. Ambas reinas se conducen a su Hado luctuoso fuera de escena, tal y como

sucede

con

los

prometidos

suicidas,

en

un

espacio

trágico

desconocido para el público, develado sólo por las palabras del Mensajero, permaneciendo oculto, pero evidenciando que la idea de la muerte, su presencia consumada, era algo que se pretendía velar para el público, de

94

manera que lo trágico de la obra dejara su enseñanza sin exponer los horrores innecesarios de la muerte.

Este acontecimiento funesto al que llega la familia de Creonte, lo sume en la desgracia, como prueba de su amor por ellos, un amor que hasta entonces estaba vedado en él, medido solamente en la proporción de beneficios que pudiera proporcionarle a la polis.

Cada personaje de la obra, cual sea su

nombre, Antígona, Ismene,

Creonte, Hemón, Eurídice, tiene un Eros que lo acompaña, sin duda, es mayor en los casos de los jóvenes y de la reina, pero, en mayor medida, es evidenciado por Ismene y Hemón, aunque es más representado por el joven que fiel a su Eros, y conducido por él, decide acompañar cuanto antes a su amada, la misma que, en concordancia con su profeso amor, busca llegar donde su hermano, morir para estar con él. El Eros, aunque se le atribuye en demasía a Hemón por sus acciones, son precisamente estas mismas y su relación con lo planteado por Sófocles en el tercer estásimo, la oda al Eros, donde lo describe como un ser invencible, que enloquece a todo aquel que lo posee, que “arrastra las mentes de los justos

al

camino

de

la

injusticia

para

su

ruina”,

genera

disputas

y

revoluciona, extrae de las leyes64. Este Eros anarquista es, perfectamente, encarnado por Antígona, de la misma manera análoga a como Platón en el Banquete propone un Eros daimonico, filósofo, encarnado por Sócrates.

64

Al respecto es muy interesante y detallado el análisis que del tercer estásimo que

elabora Jean Bollack, Op. Cit., págs. 15-21.

95

Antígona es entonces, en esta obra Sofoclea, de todos los personajes que hay en ella y que en su respectiva medida aman, la encarnación de Eros, su representante, quien mayormente lo contiene y puede revelar, siendo capaz de sustraer a los personajes como el Coro, fuera de las leyes, y de dominar a poderes tan grandes en comparación suya, como lo son Creonte para la joven y Ares para Eros, “invencible en batallas”.

96

8. LA HERENCIA MALDITA

Maldito Layo, malditas dos generaciones más a parte de la suya. Esta historia

perteneciente

al

Ciclo

Tebano

plantea

varios

problemas

muy

humanos; por un lado está el mal, la desgracia transmitida a los hijos por sus padres; por otro está la gran incertidumbre de si nuestro accionar está condicionado por una fuerza mayor, bien llamada Hado, destino, que nos acompaña incluso desde antes de nacer, o si por el contrario, somos libres y por ende totalmente responsables por las consecuencias de nuestras acciones. Este dilema entre lo determinado e indeterminado es una dualidad que no se presenta por primera vez en las obras Sofocleas sobre la Casa de Tebas, y ni siquiera en la versión Esquilea de la misma familia. En Antígona estos dos conceptos se prestan para una doble interpretación, del mismo modo a como sucede con el Eros.

La importancia del destino, expuesta en el capítulo tres, y su gran peso, es algo que ya desde la épica nos ofrece Homero con Aquiles y Héctor, nacidos para morir jóvenes; el primero, de haber evitado ir a Troya no habría muerto, pero no sería recordado; el segundo, de haberse quedado en la ciudad para no luchar con el Pélida, no habría perecido a manos de aquél. Ahora bien, en la tragedia de los Labdácidas tenemos desde Layo el peso de una maldición que arrasará con tres generaciones, la suya, la de su hijo, y la de sus nietos.

Layo, huésped de Pélope, viola su hospitalidad al secuestrar a su hijo Crisipo, obteniendo así una maldición; desobedece las tres advertencias de Apolo, quedando tres veces maldito.

97

Estos dos casos, el de la épica y el de la tragedia, tienen en común no sólo que la Moira es algo ineludible, pues gobierna sobre dioses y hombres, planteándonos una visión determinista del mundo; sino también, la elección de una de dos opciones, una libertad que los personajes mismos se niegan, lo que les da fama, una gloria imperecedera, que no obtendrían de elegir vivir.

La Casa de Tebas es un ejemplo muy basto sobre la importancia del destino en el ser humano; tres generaciones malditas, condenadas a muerte hasta desaparecer, cumplida en cada caso.

En Edipo rey, Edipo, desde antes de nacer está condenado a asesinar a su padre y casarse con su madre; esta maldición y predicción oracular dada a Layo es terrorífica, tanto, que en el mismo momento en que su esposa, Yocasta, da a luz un hijo, éste es condenado a ser asesinado, mas, su verdugo incapaz de cumplir con su orden, lo regala, situación que se repite para quedar en manos de los reyes de Corinto, faltos de un hijo. Al creer, ante la duda por su parentesco con sus figuras paternas, el joven Edipo consulta al oráculo y su terrible destino se le revela. Horrorizado y con la total intención de evitarlo, decide, he aquí la primera opción de libertad en la familia, no regresar con sus padres e irse a otro lugar.

Huyendo de su destino, Edipo decide entregarse al azar.

“(…) Estaba fijado que yo tendría que unirme a mi madre y que traería al mundo una descendencia insoportable de ver para los hombres y que yo

98

sería asesino del padre que me había engendrado. Después de oír esto, calculando a partir de allí la posición de la región corintia por las estrellas, iba, huyendo de ella, adonde nunca viera cumplirse las atrocidades de mis funestos oráculos” (v. 791-798).

Azar o destino, más el segundo al parecer, lleva a Edipo a encontrarse con un anciano en medio del cruce de dos caminos; tras un altercado lo asesina y a sus acompañantes, sólo uno sobrevive; éste lo identifica; concluye con su ardua e insensata búsqueda por conocer sus orígenes, deseo natural del ser humano, a la par que expresión y ejemplo máximo de la soberbia en pro del saber, que caracteriza al hombre de ciencia.

El conocimiento como instrumento de la desgracia; Antígona e Ismene se saben malditas, a diferencia de su padre, por lo que no buscan conocer, aunque su situación es muy distinta, la causa de sus males. Tómese como prueba de ello y de la grandeza poética en que se expresa, el primer estásimo:

“Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre. Él se dirige al otro lado del blanco mar con la ayuda del tempestuoso viento Sur, bajo rugientes olas avanzando, y a la más poderosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable Tierra, trabaja sin descanso, haciendo girar los arados año tras año, al ararla con mulos. El hombre que es hábil da caza, envolviéndolos con los lazos de sus redes, a la especie de los aturdidos pájaros, y a los rebaños de agrestes fieras, y a la familia de los seres marinos. Por sus mañas se apodera del animal del campo que va a través de los montes, y unce al yugo que rodea la cerviz

99

al caballo de espesas crines, así como al incansable toro montaraz. Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas

maneras

de

comportarse,

y

también,

fecundo

en

recursos,

aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y los de las lluvias inclementes. Nada de lo porvenir le encuentra falto de recursos. Sólo del Hades no tendrá escapatoria. De enfermedades que no tenían

remedio

ya

ha

discurrido

posibles

evasiones.

Poseyendo

una

habilidad superior a lo que se puede uno imaginar, la destreza para ingeniar recursos, la encamina unas veces al mal, otras al bien. Será un alto cargo en la ciudad, respetando las leyes de la tierra y la justicia de los dioses que obliga por juramento. Desterrado sea aquel que, debido a su osadía, se da a lo que no está bien. ¡Qué no llegue a sentarse junto a mi hogar ni participe de mis pensamientos el que haga esto!” (v. 332-375).

En una época en la que el poder de la razón está en aumento, mientras Atenas crece como polis al igual que la confianza del hombre en sí mismo, cuestionando la fe en los dioses y sus normas, el poeta escribe que de todo lo existente nada hay más formidable, “más asombroso que el hombre” (v. 332-333), capaz de usar su conocimiento para surcar los mares y dominar las técnicas de producción, la técnica como medio de dominio sobre la naturaleza, los animales y la Tierra, “la más poderosa de las diosas” (v. 338), trabajando sin descanso, “haciendo girar los arados año tras año, al ararla con mulos” (v. 340-341).

El hombre, capaz por sus mañas de cazar, pescar y atrapar a cualquier especie animal, superior a él en habilidades físicas, y de ponerlos inclusive, a los más fuertes, tras domarlos, a su servicio según sus fines, como

100

sucede con “el caballo de espesas crines” (v. 352), y el “incansable toro montaraz” (v. 353).

De la exaltación al hombre cantada por el Coro en las estrofa y antístrofa primeras, donde sus facultades y alcances dados por la grandeza de su conocimiento y puestos en acción por el mismo, Sófocles en las estrofa y antístrofa segundas, pasa a exponer la Hybris que ello ha generado. Negando su origen prometeico, su gran deuda con el filántropo creador, que un gran castigo padeció a causa de los actos de su amor, el hombre, capaz de suplir todas sus necesidades por sí mismo, sin deuda divina, sobrepasó su propia condición, del no-ser al ser, es en sí su único benefactor.

“Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas maneras de comportarse” (v. 355-356).

No hay Prometeo creador, dador al hombre del fuego y la sabiduría, para su desgracia ordenada por Zeus; sino un hombre arrogante, desmesurado, envalentonado para con los dioses, que no debe ni depende en algo de ellos.

No hay temor a los dioses como se ve en Creonte, por ello se les desafía; el hombre por sí y para sí mismo se educó en lo más esencial para su vida; el lenguaje, medio promotor de las civilizaciones, permisor de la vida en comunidad, con el comportamiento adecuado, acompañado de la útil sabiduría, que le permite que por sus recursos esquive las adversidades

101

que se le presentan, como “los dardos de los desapacibles hielos y de las lluvias inclementes” (v. 357-358), mediante la edificación de sus viviendas; pero, pese a todo, a su gran ingenio y capacidad de superar todas las adversidades, aparentemente sin límite, el Coro concluye con dos sentencias sobre la naturaleza del hombre, tan vitales para el drama, como lo son el hecho de que usa su saber, ya sea para eludir enfermedades, para encaminarse unas veces al bien y otras al mal, lo cual le produce un profundo y manifiesto rechazo al Coro; y como lo es el hecho de que “sólo del Hades no tendrá escapatoria” (v. 361-362), aunque valiéndose de su intelecto discurra posibles soluciones para las enfermedades que le aquejan.

Este fatum luctuoso del ser establece un vínculo ineluctable entre Antígona y el Prometeo encadenado de Esquilo.

Este personaje, Prometeo, al igual que todos los grandes mitos, padece desde

sus

orígenes

múltiples

variaciones,

de

manera

que

se

puede

establecer inclusive una relación análoga entre él y Jesús.

Héroe revolucionario y mártir, alfarero ladrón, salvador condenado, crítico burlesco del poder; estas son, grosso modo, las facetas que de este titán se ve a lo largo de sus variantes según los diversos autores. Sobra mencionar los motivos conocidos por los que Prometeo fue condenado por Zeus, al igual que su castigo, pero hay una noción que influye en la condena, no muy mencionada65, que es importante tratar.

65

Sobre el tema que se expondrá, sirve como importante referencia el artículo de

Domingo Fernández: Ley moral y ley política en la mitología griega: el caso Prometeo.

102

En la segunda versión conocida de Prometeo, ofrecida por Hesíodo 66 en los Trabajos y días, se tiene a Pandora, la gran creación femenina de los dioses, ofrecida por Zeus a Epimeteo, hermano de Prometeo, quien una vez que abre la vasija67 que contiene todos los males, trae al ser humano la

desgracia;

en

dicho

objeto

contenedor

queda

un

elemento,

la

esperanza68.

Especial es esta virtud que para muchos es de soñadores, para otros, algo muy valioso porque es “lo último que se pierde”, pero que, en mayor o menor medida, todo ser humano posee; más grande aún es la dote que de ella hace Prometeo al hombre. En el Gorgias 523d-e, uno de los diálogos denominados “de juventud”, de Platón, el autor cuenta, en medio de un mito, que Prometeo por orden de Zeus quitó al ser humano la consciencia anticipada del momento de la muerte; gran beneficio causó con ello el filantrópico titán. El conocimiento de este trágico final del existir no está vedado al ser, ello entre otras cosas como las mencionadas en el primer estásimo, lo distancian de los animales. 66

La primera versión también pertenece al mismo autor, y está contenida en la Teogonía

507-616. 67

Es una tinaja de barro llamada en griego, píthos. Al parecer, según cuenta Carlos

García Gual, en su Prometeo: mito y tragedia, pág. 32, el error de traducción que esta palabra tiene, se remonta hasta Erasmo. 68

En el pensamiento cristiano, esta palabra tiene mucha importancia, es considerada

como una de las grandes virtudes, pero, para los griegos, la situación es ambigua, en tanto que puede ser mala, en tanto se pueden descuidar las labores presentes, el presente, por pensar en ideales a futuro, aunque, en momentos de desesperación, como se verá en Antígona, ayuda a soportar las adversidades, sirve de compañía; numerosos ejemplos de esta visión positiva de la esperanza, en varias obras y autores, ofrece Domingo Fernández, (Op. Cit.).

103

Ahora

bien,

el

atormentado

hijo

de

Jápeto

cuenta

en

el

Prometeo

encadenado de Esquilo, que dio un gran regalo al hombre, la esperanza, un don mayor, quizá, que todos los demás, fuego y sabiduría, porque devinieron técnica, usada para diversos y en muchos casos, terribles fines, ya cantados por el coro en su oda al hombre, sin los cuales quizá, no permanecería

despierta

la

consciencia

de

la

muerte,

por

encima

de

cualquier posible beneficio.

La temporalidad de la mitología griega es una forma de espiral, el tiempo avanza hasta que llega a un punto donde se alinean nuevamente, por así decirlo, dos puntos en el que las divinidades se encuentran y sus vidas cambian. Según plantea Hesíodo en la Teogonía, en un inicio sólo había Caos, de ahí, de él, descendieron Gea y Urano, de ellos, los demás titanes, entre los cuales estaban Cronos y Rea, el primero, sucedió a su padre, y así mismo sería sucedido por su hijo Zeus, parte de la nueva generación de dioses, surgido de él, como le estaba deparado igualmente deparado al dios del trueno, para su temor. Aunque la naturaleza humana en este caso se ve en el temor del padre a ser sucedido por un nuevo poder, el de su hijo, una nueva generación, a lo que se pretende llegar luego de exponer brevemente una parte de la historia de la Teogonía, para evidenciar cómo cada que una nueva generación de dioses surge, llega un momento temporal en el que los nuevos poderes se encuentran con los viejos y otro orden se crea, destinado al mismo cambio a su debido tiempo. Nacidos bajo el yugo de un destino están, tanto hombres como dioses, el hado está por encima de todo; ante este inconmensurable poder se antepone el ideal y la búsqueda de la libertad, por lo menos por parte de los hombres, pues ellos tienen algo de que carecen totalmente los dioses, la esperanza; ella permite afrontar las adversidades a la espera de algo futuro.

104

En el segundo estásimo el Coro canta a la esperanza, al inicio de la segunda antístrofa:

“La esperanza errante trae dicha a numerosos hombres, mientras que a otros trae la añagaza de sus tornadizos deseos. Se desliza en quien nada sabe hasta que se quema el pie con ardiente fuego. Sabiamente fue dada a conocer la famosa sentencia: lo malo llega a parecer bueno a aquel cuya mente conduce una divinidad hacia el infortunio, y durante muy poco tiempo actúa fuera de la desgracia” (v. 615-625).

Este canto a la esperanza, es previo a la entrada en escena de Hemón, por segunda vez, para finalmente mostrar un aspecto relevante de su ser, revelándose ante el padre, defendiendo realmente a su amada. Pero esto es posterior, por ahora, véase el canto, analícese su composición dramática. En primer lugar está la esperanza como algo bueno, dador de dicha para algunos, como bien puede verse en Antígona, cuya esperanza es, tras morir, llegar al Hades y ser amada por los suyos, como manifiesta en los versos posteriores en que se dirige a su lecho luctuoso, antes de dar su magistral justificación al por qué de su acción (v. 897-902), siendo entonces que su esperanza, aunque está acompañada por un interés, ser amada tras su muerte por sus familiares, pues les sirvió bien en vida tras sus decesos, también refleja una anhelo de algo futuro, vinculado a la mística, morir y ser amada en el otro mundo, ser feliz en ello, por fin luego de una vida de constante drama. En segundo lugar está algo muy característico del Coro, una forma de previsión, así como a unos da gozo la esperanza, a otros los lleva a una emboscada a causa de sus deseos; pareciese que habla de Hemón, llevado por sus pasiones a un frío destino, conducido por su falta de conocimiento hacia la desgracia, termina quemándose. Todo esto,

105

en tercer lugar, a causa de Creonte, a quién debe estar dedicada la máxima final del Coro en esta oda, pues guiado por una divinidad, duda permanente y manifiesta en otros lugares por el Coro, sobre la influencia negativa de un ente sobrenatural en los sucesos que acontecen, guiando al injusto, en este caso el gobernante, hacia una desgracia que no tarda mucho en llegar a todo aquel que conducido por ella cree que obra bien haciendo en realidad un mal.

La última parte de esta oda, que hace mención a una pronta desgracia, vaticina a Creonte lo que hasta entonces era representado por él, a saber, lo Deinón (δεινóν), lo terrible, que “inspira asombro o pavor”69. La llegada del adivino, hombre prudente, poseedor del mayor bien que es esto (v. 1050), la prudencia, que procura por ello lo mejor para el gobernante y la ciudad, dando sus consejos, exponiendo lo grave de la situación actual de Tebas, la causa de las desgracias y su solución, sin agrado para Creonte, obstinado en su posición, por lo que cansado de la insensatez el anciano se retira de escena, no sin antes vaticinarle al rey lo peor, lo terrible y pronto de su destino. Angustiado, Creonte termina cediendo ante las palabras del Corifeo, y optando por permitir dar sepultura al muerto y liberar a la muchacha, pues teme ahora “que lo mejor sea cumplir las leyes establecidas por los dioses mientras dure la vida” (v. 1113-1114).

No basta con que el gobernante ceda,

porque conducido por su Ate, su

ruina, debido a su mal juicio y uso de éste, y a su misma Hybris, la desgracia predicha por Tiresias no tardará mucho en llegarle. Ceder, que para Creonte no era posible bajo el supuesto de que defendía una causa justa, al final, tras la salida del adivino, se realiza, el gobernante teme que 69

El término Deinón es tratado en mayor detalle por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., págs. 92-93.

106

sean mayores los males que lleguen a causa de su insensatez, que los que pueden haber por continuar con su decisión. La Prudencia o Phrónesis (Φρόνηζις) exige entonces, en cierto modo, que se respete la libertad, usando adecuadamente la razón, para ser libre y alcanzar la felicidad.

Ahora, ante la inevitabilidad de la desgracia, el Coro canta en el quinto estásimo al dios Dionisio, a manera previsora de la desgracia en medio de un canto nocturno, pidiéndole que llegue “con paso expiatorio por encima de la pendiente del Parnaso o del resonante estrecho” (v. 1144-1145).

El dios es invocado como agente de la Catarsis (κάθαρζις), purificador de la ciudad y sus desgracias. El Mensajero, portador constante de malas noticias, se ve ahora, al final de la obra como el individuo que expía todos los males acontecidos, se purifica y a todos los presentes, contando en detalle todo lo sucedido a Creonte y su familia, abatido ahora por la desgracia, viviendo, como Antígona, en una especia de muerte en vida, ante la muerte de sus seres queridos (v. 1165-1171), sus hijos, perdiendo con ello la felicidad y las satisfacciones que hasta entonces tenía, desgracia que aumenta tras la muerte de su esposa.

Ante tan graves desgracias el Coro canta al final de la historia una máxima de la prudencia:

“La cordura es con mucho el primer paso de la felicidad. No hay que cometer

impiedades

en

las

relaciones

107

con

los

dioses.

Las

palabras

arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura” (v. 1347-1353). Este gran y maravilloso himno a la prudencia muestra cómo ésta es, de todo, lo mejor; “el primer paso de la felicidad”, la posibilita, guardando el debido respeto para con los dioses. Aunque se termina por sucumbir al destino trágico e implacable, la Phrónesis conduce a una forma de libertad, es una opción para ella, como evidencia Ismene, junto a la esperanza que acompaña

a

Antígona,

gran

dote

prometeica.

Ambas

nociones,

como

elementos que forman parte de la vida del hombre y lo acompañan por ello, son opciones posibles para vivir, en medio de esa gran búsqueda del ser por la libertad, un manifiesto de ella, y en el caso de la familia de los Ladácidas,

de

la

libertad

de

un

implacablemente con ellos.

108

Hado

maldito

que

se

ensaña

9. LA POSTERIDAD

Años más tarde a la muerte del linaje maldito de Edipo, en el asedio de Tebas, los hijos de los siete comandantes del ejército Argivo70, bajo el mando de Alcmeón, condición dada por el Oráculo para que el nuevo ejército Argivo, los Epigonos,

venciera a los Tebanos, asoló a la ciudad,

tras ser convencido por su madre Erifile, sobornada por Tersandro 71, el hijo de Polinices, de regresar para culminar con la tarea de sus predecesores, enfrentándose contra el ejército de Tebas, comandado por Laodamante, hijo de Eteocles, el cual, tras la muerte de su padre, fue cuidado por Creonte72 hasta que estuvo en edad de gobernar. En esta ocasión, la situación no fue la misma de antaño, los hijos de los vencidos, vencieron, quedando 70

Estos nuevos guerreros que se encaminaron contra Tebas son: “Alcmeón y Anfíloco,

hijos de Anfiarao; Egialeo, hijo de Adrasto; Diomedes, hijo de Tideo; Prómaco, hijo de Parteponeo; Esténelo, hijo de Capaneo; Tersandro, hijo de Polinices; y Euríalo, hijo de Mecisteo” (Apolodoro: Biblioteca III 7,2). A los hijos de los siete primeros guerreros Argivos caídos en Tebas, se les conoce como Epígonos. 71

Tersandro soborna a Erifile, dándole la túnica que tiempo ha, había recibido Harmonía

de Atenea, en su boda con Cadmo, para que convenza a su hijo Alcmeón de luchar al lado de los Epigonos; de un modo similar, su padre, Polinices, la soborna, sólo, que éste le dio el collar que antes había recibido Harmonía de manos de su madre Afrodita, para que convenciera a su esposo Anfiarao de luchar en el bando de los Argivos. 72

En este caso, contrariando a las versiones trágicas, Creonte no se convierte en rey

legítimo de Tebas, sino en uno temporal, guardando el trono para la descendencia de Edipo; era común que al estar el heredero al trono en edad no apta para gobernar, alguien más lo tomara en su lugar, guardándolo hasta que alcanzara las condiciones necesarias para reclamar lo que le pertenece. Adicional a la contradicción aquí ofrecida sobre el gobierno de Creonte, en las mismas tragedias Sofocleas, Edipo rey y Antígona, se puede ver algo similar, en tanto que en Edipo rey, tras enceguecerse, cede el trono a Creonte, mientras que en Antígona (v. 165-174), escrita previamente a la tragedia de su padre, aquél se presenta ante el Coro, recordándole su lealtad para con los anteriores gobernantes que tuvieron, entre los cuales están los hijos de Edipo.

109

así, tras la huida de Laodamante73 a Iliria con los tebanos que quisieron seguirle, la ciudad Cadmea, en manos de Tersandro, el cual más tarde, formando parte del ejército Aqueo, fue muerto por Télefo, cuando en la expedición que se hizo a Troya, se equivocaron y desembarcaron en Micia, gobernada por él, quien, inmediatamente, salió a defender su ciudad de los Aqueos. Tras la muerte del hijo de Polinices, reina, años más tarde, cuando

está

en

edad

para

hacerlo,

Tisámeno,

hijo

de

Tersandro

y

Demonasa, hija de Anfiarao, el adivino que formó parte del primer ejército Argivo que atacó a Tebas, comandado por el abuelo de Tisámeno; éste, afortunado, igual que su padre, no sufrió la maldición de sus ancestros, pues esta acabó con sus abuelos, mas, aunque no se sabe por qué, si la sufrió Autesión, su hijo, que tuvo que mudarse a la tierra de los Dorios, dejando su reino a Damasictón74.

Cresfontes Teras, el hijo de Autesión, reclama el país de Mesenia para sí y no para los hijos de Aristodemo, menor a él en edad y esposo de su hermana Argea, tras los Dorios haberle dado Argos a Témeno, a quien 73

Según otra versión, Laodamante tras asesinar a Egialeo, muere a manos de Alcmeón,

(Apolodoro, Op. Cit., III. 7,3). Según el Argumento de Salustio sobre Antígona, Contenido en la traducción de Gredos realizada por Assela Alamillo (pág. 246), tenemos que Laodamante incineró a Antígona e Ismene en el templo de Hera, lo que permite conocer que las jóvenes, por lo menos Antígona, vive más de lo que los tragediógrafos han planteado, ya que de Ismene, según el argumento mencionado, refiere lo dicho por Ión en sus ditirambos, que muere por orden de Atenea a manos de Tideo, uno de los siete guerreros Argivos que en compañía de Polinices atacaron a Tebas. Este funeral compartido por las dos hermanas, tiene su caso análogo con sus hermanos, pues, según Pausanias, Antígona, ante la impotencia de no poder dar sepultura a su hermano Polinices, decide arrojarlo a la pira donde ardía el cuerpo de Eteocles, (Pausanias: Descripción de Grecia IX 25,2), dando una variante a la versión Sofoclea en Antígona, en la que Polinices es incinerado por Creonte y sus hombres, mientras Antígona está presa. 74

PAUSANIAS, Op. Cit., IX 5,12-16.

110

Teras convence de dejar a la suerte la posesión de Mesenia, de lo que se siguió que éste, Témeno, metió en una hidria con agua “la suerte de los hijos de Aristodemo y de Cresfontes”75, con el acuerdo ya establecido de que aquel o aquellos cuya suerte saliera primero, en el mismo orden escogería una parte de la región. Esta suerte hecha por Témeno, estaba compuesta de “barro seco al sol para los hijos de Aristodemo y cocido por el fuego para Cresfontes”76, de ahí que este último obtuviera la victoria y eligiera la tierra que deseaba, Mesenia, pues la suerte de sus rivales se disolvió.

Tras su victoria, Teras fue aceptado como rey por el pueblo de los Mesenios, los mismos que a su vez, para no ser expulsados por los Dorios, accedieron a compartir sus tierras con ellos. Ya establecido y aceptado, Cresfontes toma por esposa a Mérope, cuyo padre y rey de los Arcadios era Cípselo; con ella tiene varios hijos, de los cuales el menor fue llamado Épito, el mismo que se convirtió en el único sobreviviente de la familia, tras sus padres y hermanos haber sido asesinados por los miembros de la clase alta, gobernados por Teras, sublevados a causa de que éste gobernaba mayormente para agradar al pueblo.

Épito, tras lo sucedido, como aún era un niño, fue criado por su abuelo Cípselo, hasta que se hizo hombre y los Arcadios le hicieron regresar a Mesene, donde recuperó su trono con ayuda de “los restantes reyes de los Dorios, los hijos de Aristodemo, e Istmio, hijos de Témeno” 77, de lo que se siguió que se vengó de los asesinos de su familia y de sus cómplices, 75

Ibíd. IV 3,5.

76

Ibíd. IV 3,5.

77

Ibíd. IV 3,8.

111

para de ahí gobernar con tal éxito que sus descendientes recibieron el epíteto de Épitidas.

Su hijo, Glauco, lo imitó en su manera de gobernar, tanto en lo público como en lo privado, pero con más piedad; siendo además aquel al que se le deben, entre los Dorios, el culto y honor al recinto sagrado de Zeus, ubicado en la cima del Itome, así como también fue “el primero que hizo sacrificios a Macaón, hijo de Asclepio, en Gerenia, y asignó a Mesene, hija de Tríopas, los honores habituales a los héroes.

Istmio, hijo de Glauco, construyó un santuario a Gorgaso y a Nicómaco que está en Faras. De Istmio nació Dotadas que construyó el puerto Motone,

aunque

Mesenia

tenía

ya

otros.

Sibotas,

hijo

de

Dotadas,

estableció que el rey hiciera sacrificios todos los años al río Pamiso e hiciera ofrendas al héroe Éurito, hijo de Melaneo, en Ecalia, antes de los misterios de las Grandes Diosas”78, que se celebraban en Andania.

En la época de Fintas, hijo de Sibotas, sucedieron tres cosas; se envió por primera vez a Delos un sacrificio y un coro de hombres en honor de Apolo; dicho canto procesional fue compuesto por Eumelo. Lo tercero fue que por primera vez tuvo lugar una disputa con los lacedemonios, cuya verdadera causa es controvertida según cuenta Pausanias, porque son dos las versiones según las partes involucradas. El lugar de la disputa fue un templo de Artemis llamada “Limnótide”, situado en las afueras de Misenia y Lacedemonia.

78

Ibíd. IV 3,9-10.

112

Para los lacedemonios lo sucedido en el templo fue que unas de sus jóvenes fueron violadas, al igual que fue asesinado por unos Mesenios, mientras trataba de impedirlo, su rey Teleclo, “hijo de Arquelao, hijo de Agesilao, hijo de Doriso, hijo de Labotas, hijo de Equéstrato, hijo de Agis”79; además, al parecer por vergüenza se suicidaron las mancilladas. Pero otra es la versión de los mesenios, para quienes “Teleclo tramó una conspiración contra los de mayor categoría en Mesene, que habían ido al santuario, y que la causa era la excelencia de la región de Mesenia, y que para su conspiración eligió a cuantos espartanos todavía no tenían barba, y que ataviando a éstos con vestidos y adornos de muchachas los introdujo entre los mesenios que descansaban, habiéndoles dado puñales; y los mesenios al defenderse dieron muerte a los jóvenes imberbes y al propio Teleclo. Los lacedemonios -pues su rey tomó esta decisión no sin el consentimiento unánime- teniendo conciencia de que habían iniciado el agravio, no les exigieron satisfacción por el asesinato de Teleclo”80; aunque la guerra inició una generación posterior, cuando era rey en Lacedemonia Alcámenes, hijo de Teleclo; y de “la otra casa Teopompo, hijo de Nicandro, hijo de Carilao, hijo de Polidectes, hijo de Éunomo, hijo de Prítanis, hijo de Eriponte, y de los mesenios Antíoco y Androcles, hijos de Fintas”81.

79

Ibíd. IV 4,2. En este punto, Pausanias da cuenta de la genealogía de Teleclo, hasta

Agis, hijo de Eurístenes. A los descendientes de Agis, se les llama Agíadas. Esta rama secundaria de la descendencia de Edipo tiene una importancia muy grande en la configuración de Grecia, pues si se continúa indagando en varias generaciones posteriores a las hasta ahora mencionadas, que competen a los fines de este trabajo, se llega hasta Leónidas, y continúa, evidenciándose la importancia del mito para la configuración de la historia de una cultura tan grande como la griega. 80

Ibíd. IV 4,3.

81

Ibíd. IV 4,4. En este punto, brevemente resume Pausanias casi toda la genealogía de

Teopompo, primo lejano de Alcámenes, omitiendo solamente a Soo, hijo de Procles. A partir de Euriponte, sus descendientes se llaman Euripontidas.

113

La causa del conflicto fue de interés; Policares, un mesenio distinguido, con ganado pero no tierras para sostenerlo, se las dio al espartano Evefo para que las alimentara en sus predios y obtuviera así una parte del fruto de éstas; aunque el lacedemón, ambicioso e injusto, vendió los animales a unos mercaderes que atracaron en Laconia, mintiéndole a Policares al decirle que unos piratas las habían hurtado junto con sus pastores, aunque sin que el mentiroso lo pudiera evitar, uno de los pastores escapó de los mercaderes, encontrando a su regreso, a su amo Policares junto a Evefo, refutando

a

este

último.

Atrapado,

suplicó

a

Policares y

a

su

hijo,

declarando que devolvería todo el dinero obtenido por los animales, en Laconia, pidiendo al hijo del hurtado que lo acompañara a dicha tierra, pero una vez que allá, Evefo lo asesinó. A causa de tales desgracias, Policares fue a Lacedemonia y se quejó, exponiendo su caso sin obtener respuesta, por lo que loco y sin más en el mundo que le importara, asesinó a todos los lacedemonios que atrapaba.

Los espartanos aseguraban que hicieron la guerra porque Policares no les fue entregado por el asesinato de Teleclo, y porque aún dudaban de la mala fe de Cresfontes en el concurso por el que obtuvo el reinado de Mesenia; a esto respondieron los mesenios con lo que ya habían dicho antes sobre las causas innobles de Teleclo hacia Mesenia, agregando que fueron los hijos de Aristodemo quienes ayudaron a Épito, hijo de Teras, a recuperar su poder, lo que no habrían hecho de considerar mal a su padre; y que no entregaron a Policares porque ellos, los lacedemonios, no entregaron a Evefo, “pero que querían someterse a juicio ante los argivos, que eran parientes de ambos, en la Anfictionía, y encomendarlo al tribunal de Atenas llamado Areópago, porque este tribunal parecía que juzgaba

114

desde antiguo los procesos por asesinato”82. Al parecer la causa de la guerra fue la ambición de los espartanos.

Cuales fueran las causas reales del conflicto, en ese tiempo de discordia los lacedemonios enviaron unos embajadores a Mesenia por Policares, el mismo que no les fue entregado bajo el acuerdo de que ellos, los mesenios, deliberarían con el pueblo y les comunicarían lo concertado. Durante

dicha

deliberación

hubo

una

división,

por

un

lado

estaban

Androcles y sus partidarios, que pensaban entregar a Policares; por el otro, Antíoco y los suyos, que con un pensar contrario afirmaban que lo peor era que Policares sufriera frente a Evefo, enumerando cuántos y cuáles males éste debía sufrir. Esta división llevó a ambos hermanos a luchar entre sí, terminando con la muerte de Andrócles y los más importantes de los suyos, pues el bando de Antíoco lo superaba en número.

Antíoco, como único rey entonces, envió una carta a Esparta para someter a los tribunales la situación de Policares, pero no obtuvo respuesta; poco después a la muerte de Antíoco, Eufaes, su hijo, heredó el trono.

Sin aviso y preparados a escondidas, los lacedemonios “juraron primero que ni la duración de la guerra, que se pensaba que sería breve, ni las desgracias, aunque fueran grandes mientras combatieran, les disuadirían hasta que conquistaran por la fuerza de las armas la región de Mesenia”83. Durante

la

noche,

tras

su

juramento, los

lacedemonios atacaron

con

Alcamenes, hijo de Teleclo, como jefe del ejército, la ciudad de Anfea, porque ésta era pequeña pero rica en agua, y estaba cerca a Laconia; 82

Ibíd. IV 5,2.

83

Ibíd. IV 5,8.

115

además, porque les pareció una

“base de operaciones para toda la

84

guerra” . Al momento de apoderarse de la ciudad, aprovechando que las puertas estaban abiertas y que no había vigilancia, arrasaron con casi todos los mesenios de allí, pues fueron pocos escaparon. Esta primera expedición de los lacedemonios contra los mesenios sucedió en 743 a.C., al segundo año de la 10ª olimpiada.

La guerra librada entre los lacedemonios y sus aliados contra los mesenios, fue llamada la guerra mesenia, tratada en la épica por Riano de Bene y Mirón de Priene, cuyas narraciones según cuenta Pausanias están cargadas de subjetividad, pues Riano narró desde la toma de Anfea hasta la muerte de Aristodemo, sin más; mientras que Mirón escribió sobre lo sucedido a los

mesenios

desde

su

sublevación

contra

los

lacedemonios,

aunque

solamente fueron “los sucesos posteriores a la batalla que libraron junto a la llamada Gran Fosa”85.

Los mesenios se reunieron en Esteniclaro, luego de escuchar lo sucedido a Anfea, “y reunido el pueblo en asamblea, diversos magistrados y finalmente el Rey les exhortaron a no consternarse con el saqueo de Anfea, en la idea de que toda la guerra estaba ya decidida por éste, y a no temer los preparativos de los lacedemonios como superiores a los suyos, pues éstos tenían un entrenamiento en los asuntos de la guerra desde hacía mucho tiempo, pero ellos tenían una necesidad más fuerte de ser hombres valientes y tendrían la mayor benevolencia de parte de los dioses, pues defendían su propia tierra y no iniciaban la injusticia”86. 84

Ibíd. IV 5,9.

85

Ibíd. IV 6,2.

86

Ibíd. IV 6,6.

116

Tras haber hablado Eufaes, hijo de Antíoco y rey de Mesenia, tuvo a todos sus súbditos con armas, incluso a los que no sabían luchar, pues debían aprender, mientras que a los que sí sabían se les hacía entrenarse más.

Los lacedemonios no destruían Mesenia porque la consideraban suya, aunque nunca pudieron apoderarse de ninguna otra ciudad de las atacadas, porque estaban bien fortificadas y cuidadosamente guarnecidas; simplemente saqueaban, pero finalmente, a causa de las pérdidas, cesaron en su ataque a otras ciudades y se retiraron fracasados, recibiendo igualmente, por parte de los mesenios, golpes a sus tierras, pues éstos saquearon sus regiones costeras y sus tierras de labor en torno al Taigeto.

Aprovechando la ira que contra los lacedemonios aún guardaban los mesenios, Eufaes les ordenó marchar a la guerra considerando que ya estaban suficientemente entrenados, llevando inclusive a los esclavos, con palas y todo lo necesario para construir una empalizada; los lacedemonios se enteraron de tal marcha bélica en su contra y salieron de inmediato a su encuentro, llevado a cabo en Mesenia, frente a la Gran Fosa, escogida por Eufaes, donde organizó a su ejército, nombrando como estratega a Cleonis y a Pitarato y Antrandro, como líderes de la caballería e infantería ligera, cuyo número era menor de quinientos. La batalla por el foso estuvo bastante equilibrada, pero mientras se desarrollaba, Eufaes

ordenó a los

esclavos proteger “primero la parte de atrás del campamento con estacas y después los dos costados”87, fortificando de noche la delantera, una vez que la batalla cesó, de manera tal que al día siguiente y sin medios para 87

Ibíd. IV 7,6.

117

luchar contra los mesenios, por la previsión de Eufaes, los lacedemonios decidieron renunciar a su asedio, aunque años después, tras los reproches hechos por los ancianos frente a su cobardía y desprecio por el juramento hecho, volvieron a marchar contra los mesenios, liderados por dos reyes, Teopompo y Polidoro, y un lacedemonio, Eurileonte, un cadmeida, cuarto descendiente de Egeo, hijo de Eólico, hijo de Teras88. Teopompo lideraba la derecha de los lacedemonios, Polidoro la izquierda, y Eurileonte el centro. Por parte de los mesenios, Eufaes y Antandro comandaban el ala derecha; Pitarato la izquierda y Cleonis el centro.

Ambos reyes, Teopompo y Eufaes, se dirigieron a sus ejércitos antes del combate, según la costumbre; el primero invocó a las ansias de gloria de su pueblo; el segundo al conocimiento de los males que les vendrían si eran derrotados.

Los mesenios lucharon sin cuidado de sí mismos, llevados por su furia, mientras que los lacedemonios, igualmente llevados con celo, fueron más cautelosos; no sólo no rompieron su formación, sino que también eran superiores en número y entrenamiento, contando además con el apoyo de los periecos y de los dríapes de Asire; y arqueros cretenses a sueldo, contra la infantería ligera de los mesenios.

88

El vínculo familiar entre Egeo y Eólico con Teras, es mencionado también en

(Pausanias, Op. Cit., III 15,8), de ahí que al ser Eurileonte un descendiente de ellos, también esté vinculado con los Cadmeidas, y se niegue la posibilidad de que el único descendiente de Teras que sobrevivió a su asesinato el de sus hermanos, haya sido Épito, como Pausanias afirmó antes (Op. Cit., IV 3,7).

118

Con buen ánimo ante la muerte y el honor a la patria, los mesenios se exhortaban unos a otros al combate, los ilesos a los heridos y viceversa, logrando grandes actos de valor. Como a los lacedemonios, instruidos en el combate desde niños, lo hecho por los mesenios no les interesaba, esperaban a que éstos no resistieran de igual manera a como ellos podían hacerlo, el enfrentamiento.

De los guerreros que iba a morir ninguno suplicaba u ofrecía dinero por su vida, quizá, por miedo o por temor a perder su gloria obtenida en el combate; así mismo, los que asesinaban se abstenían de celebrar porque aún la victoria no era segura o porque al poco tiempo podían ser asesinados.

La batalla se reavivó a tal punto que parecía que acababan de iniciar, una vez que Teopompo y Eufaes se enfrentaron, pues ello armó nuevamente de valor a los suyos; finalmente las fuerzas de Eufaes repelieron e hicieron huir a los lacedemonios, comandados por Teopompo.

Por otra lado, murió el estratega Pitarato, dejando su parte de las tropas en un total caos en el combate. Los que huían no eran perseguidos ni por Eufaes ni por Polidoro. El enfrentamiento entre Clenis y Eurileonte, y las tropas de ambos, estuvo igualado hasta que se tuvieron que separar por la llegada de la noche.

La batalla fue librada por la infantería pesada, porque la caballería aún no era muy buena para los peloponesios, y la infantería ligera de ambos

119

bandos estaba reservada. Al día siguiente ninguno de los dos ejércitos quiso luchar, en cambio, se dedicaron a recoger y enterrar a sus muertos. Después

de

“estaban

exhaustos

guarniciones lacedemonios.

la

batalla,

de

por

las

Se

les

los el

mesenios gasto

de

ciudades,

y

presentó

una

pasaron dinero

sus

por que

esclavos

enfermedad

varias

dificultades,

empleaban

en

las

se pasaban

a

los

que

les

causó

gran

preocupación, porque pensaban que era una peste, aunque no afecto a todos”89; por ello, decidieron huir de las ciudades y fundar una nueva en el Itome; allí les fue vaticinada para su fortuna, que debían sacrificar a una doncella de la sangre de los Epítidas; la designada fue la hija de Licisco, que en realidad no lo era según reveló el adivino Epébolo; aunque antes de saberlo Licisco huyó y se pasó a Esparta. La nueva escogida fue la hija de Aristodemo, calumniada por un enamorado que dijo que ella esperaba un hijo suyo, lo que enfureció a su padre, quien la asesinó y abrió para mostrar que en su vientre no había ninguna criatura. Este hecho desembocó la furia de los mesenios, que iban a asesinar al mentiroso, pues por ello se sacrifico a la joven en vano; como el enamorado era amigo de Eufaes, éste le salvó diciendo que la muerte de la hija de Aristodemo era suficiente; palabras que se aceptaron por temor de los demás a perder a sus hijas. Este hecho desanimó a los espartanos, trayendo con ello cinco años de paz, aunque tras recibir buenos presagios, volvieron a marchar, ahora contra el Itome, sin la compañía de los cretenses; de igual manera, los mesenios lucharon sin aliados, confiados en el oráculo.

Durante

la

batalla,

Eufaes

estuvo

muy

animoso,

atacando

despreocupadamente a los hombres de Teopompo, perdiendo a la larga, el conocimiento a causa de sus heridas; los mesenios lucharon con más 89

Ibíd. IV 9,1.

120

fiereza por arrastrar a su campo el cuerpo aún con vida de su rey, por el cariño que el guardaban y porque sabían lo que podía sufrir a manos de sus enemigos; en ello murió Antandro.

“La caída de Eufaes prolongó la batalla e hizo aumentar los actos de audacia por ambos lados. Más tarde se repuso y pudo ver que no habían tenido la peor parte de la acción, y no muchos días después murió, tras reinar durante trece años sobre los mesenios y haber hecho la guerra contra los lacedemonios durante todo el tiempo de su reinado”90.

A pesar de las objeciones que tuvo, como la maldición que poseía por haber asesinado a su hija, fue elegido Aristodemo como nuevo rey, por el propio pueblo que iba a gobernar, tras la muerte sin herederos de Eufaes, aunque en su reinado tampoco hubo paz con los lacedemonios.

90

Ibíd. IV 10,4.

121

GLOSARIO

Cuantitativamente toda tragedia está compuesta por: prólogo, parte coral (puede ser párodo o estásimo), episodio, éxodo.

Anapesto: es un pie (unidad métrica usada en los versos griegos y latinos, formada por pocas sílabas, no más de cuatro, breves y largas; todo pie tiene dos momentos, uno alto y otro bajo) compuesto por dos sílabas breves y una larga (la tercera), usado en las métricas griegas y latinas.

Coro: establece divisiones en los diálogos; es previsor, pues narra lo que sucederá en la historia, por lo que puede advertir, aconsejar; expresa ideas y sentimientos generales, se compadece, suplica, media, comenta; aunque no puede participar directamente de la acción dramática, algo que no siempre se cumple, como se ve en la Medea de Eurípides, donde llega incluso irrumpir en las puertas de palacio 2175-2176, intentando evitar que Medea asesine a sus hijos, en vano. En la tragedia aparece de dos formas, una es al interior de los diálogos, interactuando con los demás personajes; la otra es en estrofas y antistrofas, donde en la escena, los personajes del coro se dividen en dos, una parte, la de las estrofas, se ubicaba a la izquierda, mientras que la de las antistrofas, a la derecha; generalmente, tras las estrofas y antistrofas, que deben darse en igual cantidad, se presenta el Corifeo, que es un representante del Coro.

122

Epílogo: es la parte final de un discurso, donde se recapitula lo dicho y se refieren sucesos causados por la acción principal de la obra o relacionados con ella.

Épodo: es una lírica de maldición e injuria, una poetización del insulto.

Estásimo: es un cantar del coro que no está compuesto ni por anapestos ni por troqueos. Es la parte de la obra donde canta el Coro y se divide en Estrofas y Antístrofas.

Éxodo: es la parte final de la obra, posterior a éste, no hay cantares del Coro.

Hipoquerma: es una oda o cantar alegre, donde se invoca la presencia del festivo dios del vino, Dionisio.

Kommós: es una canción lírica de lamento, se presenta cuando el Coro y el personajes dramático cantan juntos.

Párodo: es la primera puesta en escena del coro, su primer canto, entre éste y el éxodo se dan varios episodios seguidos de estásimos, aunque generalmente son tres, pueden extenderse hasta cinco.

123

Prólogo: es el primer acto en la tragedia, precede al párodo, y en él se exponen las ideas de los principales actores de la obra, la situación por la que se pasa.

124

GENEALOGÍA TEBANA

Poseidón

Libia

Agenor

Fenix

Telefasa

Electra

Cílix

Ágave

Polidoro

?

Creonte

Ino

Nicteide

?

Lábdaco

Meneceo

Cadmo

Afrodita

Harmonía

Sarpedón

Minos

Equión

Penteo

Zeus

Europa

Radamantis

Ares

Belo

Autonoe

Sémele

Dionisio

?

Eurídice

Yocasta

Layo

Edipo Hemón

Antígona

Megareo

Ismene

Polinices

125

Zeus

Eteocles

Ilirio

LA POSTERIDAD DE EDIPO

Edipo

Polinices

Yocasta

Egialea

Tersandro

Eteocles

Demonasa

Tisámeno

?

Cresfontes Teras

?

Mérope

Argea

Épito

?

Egeo

Ismene

Laodamante

Autesión

Eólico

?

?

Aristodemo

Procles

?

Glauco

Eurístenes

?

?

?

Istmio ?

?

? Dotadas ?

?

? Sibotas

Eurileonte

?

Fintas

Antíoco

Eufaes

126

?

?

Androcles

Antígona

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