Anne Givaudan - La Ruptura-De Contrato
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ANNE GIVAUDAN
LA RUPTURA DE CONTRATO Mensaje de los “suicidas” al mundo de los “vivos”
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“A todos aquellos que han creído, creen o creerán que su vida no tiene ningún sentido. A todos aquellos que saben que la vida es sagrada”
Con todo mi agradecimiento a Antoine Achram por su paciencia y su amor incondicional a Maurice Rouch por la calidad de sus consejos a todos aquellos que han acompañado mis jornadas de escribir y ayudado a elaborar este libro.
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INDICE
PÁGINA Prologo ……………………………………………..............
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John Smith ………………………………………………….
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Elisabeth …………………………………………………….
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La soledad de Arthur W. ………………………………….
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Los tres adolescentes …………………………………….
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Carole ………………………………………………………..
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Timmy el Mestizo …………………………………………..
56
Frank el Rebelde …………………………………………...
67
Amir: el atentado suicida …………………………………
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¿Cómo ayudar a la persona que se ha suicidado? ….
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Dossier ………………………………………………………
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Hay días en los que el sol brilla y en los que el cielo está sereno. Esos días tenemos la profunda convicción de que somos dueños de nuestra vida y nuestro Destino. ¡En esos días todo va bien! Y después están las “horas sombrías”, en las que nada va bien, en las que estamos sumergidos en tales olas exteriores e interiores de malestar que somos como los ahogados con prorroga. Horas en que, hagamos lo que hagamos, tenemos la convicción íntima de que no dirigimos nada. En esos momentos estamos persuadidos de que la Vida nos juega malas pasadas y en que el escenario no ha sido escrito para nosotros.... Entonces, no tenemos más que una idea en la cabeza: huir de la desgracia que nos persigue, huir como un fugitivo que quiere escapar de su condición de prisionero, huir de la tierra, huir de la Vida... pero, en nuestra desesperación, hemos perdido de vista que la Vida contiene en ella la Esencia misma de la Existencia y que Jamás se acaba. Hoy en este libro, no es de los días dichosos sino de esas “horas sombrías” de las que querría hablaros y sobre todo de todos aquellos que, después de su paso por la tierra, que han vivido como una desesperación sin fin, han querido dar testimonio, de su vida, de su después de la vida, y a veces de sus nuevas vidas. Estos testimonios son preciosos pues nos conciernen a todos, estemos contra el suicidio, a favor o no tengamos opinión sobre este tema, que tengamos tendencias suicidas o simplemente deseemos comprender, todos estamos implicados. De cerca o de lejos, ¿quién no ha conocido esos momentos tan desesperantes que ha soñado con dejar la tierra, quién no ha conocido a una persona próxima que ha querido suicidarse o lo ha hecho? Mi forma de entrar en contacto con esos Seres que han aceptado participar en este libro es siempre la misma: Cuando el tema del libro me fue dado por el Ser de Luz que aconseja mi “trabajo”, él conocía ya a las personas susceptibles de encontrarme en los planos del alma. Es así como todos esos seres, que encontraréis al hilo de la lectura, han compartido su experiencia con mucho Amor pues no es fácil contar los pasajes más dolorosos de la existencia, rememorarlos, sin tener mucho amor que ofrecer.
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JOHN SMITH
“CUANDO EL ORDEN ESTABLECIDO OS ORDENA HACER LO QUE LA MORAL REPRUEBA, HAY QUE DECIR NO” - Enseñanza de las estrellas Cuando encontré en los mundos del alma a ese gran rubio de ojos claros, ya sabía que se presentaba bajo la apariencia que tenía en la encarnación de la que quería hablarme. “Me llamo John Smith, un nombre tan banal en mi país que es como si hubiera nacido de incógnito, “Un señor cualquiera” que no hace más que pasar por la vida y que nadie se fija en él, tan anodino es”. El decorado esta colocado y no tendré necesidad de intervenir más pues sabe perfectamente a donde quiere llegar. “Soy yo, o al menos era yo, ese personaje sin olor y sin sabor, nacido “por azar” de padres que en realidad no sabían que hacer conmigo. Crecí así, porque hay que crecer, sin saber que hacía allí ni lo que la vida quería de mí. A los quince años, mi madre casi no estaba ya presente. Para mí se había convertido en “loca” porque mi padre, un hombre violento, bebía y le pegaba sin que se sepa porque. Sin embargo sus historias no me interesaban, tenía suficiente conmigo mismo y nadie tenía suficiente tiempo para ocuparse de mí... salvo los policías que regularmente me atrapaban y me guardaban por robos sin importancia. Breve, el mundo no se interesaba por mí y yo se lo devolvía. Un día mi madre no volvió y mi padre no me volvió a hablar. La sombra y el misterio que planeaban sobre mi adolescencia la volvían más accesible para mí. Al fin podía imaginar que no se había marchado porque no nos quería sino porque sufría demasiado y esta visión contribuía a darme un poco de paz. Con mi padre, vivíamos en una especie de gran caravana que yo limpiaba una vez al mes, cuando el suelo cubierto de cadáveres de botellas y de latas de conserva vacías nos volvía difícil el andar” John se para unos instantes para mirarme. Su mirada de un azul transparente va directa al corazón. Se que no me cuenta esos detalles para dar lástima, sino para colocar el decorado de lo que va a venir a continuación y que tiene empeño en ver si lo comprendo. En los planos del alma una simple mirada basta para saber lo que el “otro” percibe. John tranquilizado, prosigue:
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“... y después, un día, creí que mi vida iba a cambiar, verdaderamente creí a esos dos hombres cuando, en el parking de un gran almacén en el que miraba que maletero de coche podría forzar, vinieron hacia mí. Eran guapos, con su vestimenta militar no se bien de que compañía. Me impresionaron terriblemente. Hablaban con palabras que podía comprender y que he retenido, es que cualquier cosa era suficiente para salir de esta “vida de perros” que era la mía. Comprendí que tendría como una verdadera familia y padrinos y madrinas que se ocuparían de mi, que ganaría un dinero y que estaría alojado y alimentado. Me dieron una dirección donde podría encontrarles si me decidía y por supuesto no dudé. No tenía nada que perder. Dije “si” y desde ese instante todo pasó muy de prisa: Me hicieron firmar muchos papeles después, vinieron instrucciones para llevarme con ellos. Estaba orgulloso y hubiera hecho cualquier cosa por esos hombres que al fin se interesaban por mí. Seguí los entrenamientos y en los combates no era el último. Era mi revancha sobre la vida e iba a ver de lo que era capaz... ella y todos esos humanos a los que no interesaba. En esa época no tenía ninguna estima por mí y las solas palabras que habían acunado mi infancia eran: “¡Quítate de ahí!”, “¡eres un inútil!”, “¡pobre chico!”, “¡no llegarás jamás!”. Allí, al menos, me estimaban, me decían que iba a llegar. Los instructores eran rudos, pero tenía confianza en ellos y, tontamente, bajo mi caparazón de duro, pensaba que me querían. No me daba cuenta de que yo era como barro para modelar que podían formar o deformar a su antojo simplemente con algunas palabras y unas palmaditas amigables en la espalda. Mi vacío afectivo era tal que absorbía como una esponja todo lo que se me decía, sin el menor discernimiento. Era el momento de la guerra de Vietnam y para mí, el Vietnam u otra parte, me era igual. No sabía mas que una cosa, quería batirme y, en mí, sentía la necesidad de tener una arma de verdad, ser en fin el más fuerte. Aún me acuerdo de las palabras de nuestros instructores: “Allí a donde vais, no dejéis nada tras vosotros. No conocéis a los “amarillos”, son como la miseria, si dejáis uno, se multiplicará y será vuestro país el que morirá. Los “Amarillos” son violentos y sádicos y si os hacen prisioneros, tienen torturas terribles. No tengáis ninguna piedad por ellos, ni por los soldados ni por la población. No tienen alma y si no los extermináis, os exterminaran no sin haberos hecho sufrir”. Era un discurso sin ningún matiz pero comprensible para nuestros cerebros nublados y a menudo impregnados de alcohol.
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Los otros eran como yo, pobres tipos desvalorizados y sin amor dispuestos a matar para tener la sensación de existir. Entonces, al proponernos batirnos para que todo un país nos reconozca, ¡no íbamos a escupir encima! Ese discurso lo he oído muchas veces desde ese día. Allá, en Vietnam, nos lo repetían todos los días, varias veces al día y se acompañaba antes de los combates con fuertes dosis de alcohol y diversas drogas que nos daban la sensación de ser invencibles. Desafío a cualquiera a resistir semejante lavado de cerebro. Ahora, sígueme, dice dirigiéndose a mí, prefiero que veas lo que ocurrió como lo viví…” Asiento e instantáneamente, con John, nos encontramos en una sala de paredes blancas opacas. Conozco esa clase de sitio que se parece a una sala de cine, va a rodearnos y devolvernos a los momentos más intensos de la vida de John. Dos confortables sillones nos esperan y nos colocamos en ese espacio fuera del tiempo, atentos a lo que su memoria quiera revelarme. Proyectada en el cuerpo de un soldado próximo a John, miro. Tengo calor y con el revés de la manga espanto los insectos que vuelan en torno a mí, atraídos por mi olor y el sudor que desde hace horas chorrea sobre mi espalda y mi cara. Capto los pensamientos sin continuidad de esta persona que me presta involuntariamente su cuerpo y sus ojos por un tiempo. El paisaje podrías ser bello si no fuera por las circunstancias pero este “puto” arrozal lleno de bestias que pican y nos dan fiebre estropea todo. ¡Que volvamos rápido a nuestro país! “¿John no estas harto de esta condenada guerra en este país que no conocemos? - Cállate, déjame en paz y anda, no es el momento de distraerse con pensamientos. Vamos a llegar al pueblo que nos han dicho. -
He matado tanto que no tengo más odio en el corazón, ya no tengo lo
-
Para y olvídate de eso, eres tú o ellos, no hay elección.”
deseo.
Tres o cuatro hombres nos acompañaban y pronto oímos los gritos de los niños que, con guerra o sin ella, se diverten en los arrozales de un verde tierno., tan tierno que se podría creer que la paz existe al menos allí en ese instante. Pequeñas casas de madera aparecen a lo lejos y el ruido de nuestras botas o de nuestro chapoteo en el agua de los arrozales debe de ser captado por algunos oídos expertos pues un silencio pesado, opaco, se hace de repente. Después nada, hasta los pájaros han parado de cantar.
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Avanzamos en silencio, un silencio pesado como la muerte. John tiene un aparato para comunicar con sus jefes, cuando quiere funcionar, me lo pasa ya que quiere tener las manos libres o el menos ocupadas únicamente por las armas, un revolver y un machete como todos nosotros. Nos paramos para tomar un trago de alcohol… Me siento mejor, menos preguntas en mi cabeza y más fuerza en el cuerpo. El líquido ardiente hace su efecto y borra los escrúpulos, si aún quedan. Es la costumbre entrar así en los pueblos, se viola, se mata, se quema y después de acabó, no se vuelve a hablar de ello jamás. Esas son las consignas y se respetan sino es la exclusión y eso es como la muerte para nosotros. Al principio nos habían dicho que todos los pueblerinos estaban armados y después vimos que no era cierto pero continuamos de la misma manera. Llego al pueblo, tan pequeño, es irrisorio, pero no tengo tiempo de hacerme preguntas, un grito se levanta, brutal y repentino. “¡Vuélvete y golpea!” chilla John. Detrás de mí, un joven adolescente asiático, con un útil parecido a una podadera en la mano, se prepara a golpearme. Golpeo, sin mirar, sin reflexionar, es el o yo. “Rápido mátalo, al menos no sufrirá más…“ es el único pensamiento que el hombre que habito temporalmente se siente capaz de emitir. Se, a través de él, que los otros habitantes del pueblo se esconden, que tienen miedo y que casi le hará durar el placer, como un actor que cuida su entrada a escena… no porque sea peor que la mayor parte de los humanos sino porque en esos momentos se siente tan poderoso y dueño de la vida y la muerte, que una cierta clase de borrachera lo invade y le lleva. Esos soldados borrachos son, por un instante igual a dioses, o al menos se lo creen ante esos seres desprovistos y aterrorizados de los que la vida no depende mas que de ellos. Continúo viendo y sintiendo, sin ninguna persona que se interponga, la continuación de esos desastrosos momentos de la vida. Empujamos las puertas con el pie y miramos. Allí, en un rincón, como animales amedrentados, mujeres y niños apelotonados los unos contra los otros. “¡Hay botín en esta casa!” clama uno de nosotros. Sabemos lo que eso quiere decir. Los que están allí van a servir para saciar nuestros instintos más animales después se les eliminará, ¡eso es todo!. Pero esa mañana John no puede más, sin saber exactamente porque, también esta harto. Y mecánicamente viola una vez más y mata… quizá para no flaquear ante los otros. “Maldita guerra, dame la cantimplora, tengo sed”.
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El alcohol mezclado con alguna droga hace su efecto de anestesia y con John y los otros dejo el pueblo y los muertos detrás nuestro. No hablamos, ni siquiera hacemos nuestras bromas habituales, sucias y subidas de tono. Nada, el silencio más absoluto reina entre nosotros y nuestro entorno y nadie osa romperlo. ¿Nadie? No, no del todo, la caja que nos une al mundo civilizado deja oír el chirrido característico de que hay una comunicación en camino. Nuestro pequeño equipo se para, nos instalamos para escuchar y lo que oímos nos deja pálidos: “A todos los equipos, orden de volver al campamento. ¡Volvemos a nuestro país! la guerra ha terminado. Cesad todo combate” Estamos anonadados, la alegre voz del aparato se añade a nuestro sufrimiento. No hay necesidad de hablar para saber lo que sentimos todos. “¡Ese último pueblo, era inútil!” La palabra es lanzada como una interrogación por un buen mozo rubio que se derrumba llorando. El sentimiento de la matanza inútil nos llena a todos y John no sabe como recuperarse pues es atacado por el mismo mal que a todos nosotros. “Bravo tíos, hemos ganado la guerra, podéis estar orgullosos, sois héroes”. Diciendo esto John intenta convencerse también de que todo está OK pero sabemos que nadie lo cree. Tengo ganas de vomitar… lo que inmediatamente me hace salir del cuerpo que ocupo momentáneamente. De nuevo estoy en el sillón de la sala de Lecturas de Vida y John me mira con intensidad. Baja los ojos, como para pensar mejor, y su voz resuena en mí semejante a un eco lejano que cubre el ruido de los aviones de guerra que vuelven al país. “Al regreso, creí de verdad que esta vez iba a poder vivir una vida casi ordinaria sin saber que lo peor estaba aún por venir. Lo peor, lo he vivido y no se lo deseo a nadie, haya hecho lo que haya podido hacer… En el avión de regreso intentaba hacer proyectos. Era la primera vez en mi vida en que podía pensar en un porvenir. Tenía suerte, en comparación con todos aquellos que volvían inválidos. Yo, en apariencia, estaba sano y salvo. Me decía que con el dinero que iban a darme, compraría un terreno en un rincón perdido para construir un abrigo, algo mío, en fin. Eran proyectos simples, no era capaz de considerar otra cosa. Los primeros días pasaron bien con la euforia del regreso. Nadie me esperaba, pero la gente estaba contenta y éramos, para algunos de ellos, como héroes y después una tarde todo cambió de nuevo”. De nuevo me vi envuelta en una escena de la vida de John.
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El decorado está colocado en una calle anodina de una gran ciudad, como muchas ciudades americanas. Es por la tarde, el aire es dulce y dos tipos discuten en la puerta de paso de un bloque de casas sin características, parecida a todas las otras entradas de casas de la calle. “¡John vamos a beber una copa por la victoria!” Reconozco a uno de los dos que acompañában a John en el sórdido episodio del pueblo. “¡OK! De todas maneras no tenía otra cosa que hacer, vamos”. Los dos hombres, en jeans y camisa a cuadros, parecían dos caricaturas de película del oeste. Son delgados y rubios, con sus largas espaldas, sus aires de perdona vidas y sus miradas de un azul transparente, no les faltaba facha. En una calle estrecha, una pancarta mal pintada indica un bar de chicas. Los dos hombres se dirigen hacia ese lugar. La acogida es calurosa y parecían ser muy conocidos por los habituales del lugar. Después de algunos vasos, el ambiente y el tono subieron. Las risas estallan y las chicas se vuelven más apremiantes. John rodea a una de ellas, una gran pelirroja ligeramente vestida, con un brazo en el que percibí un tatuaje en forma de águila. No oigo las conversaciones, sin embargo no tiene importancia pues rápidamente la mujer pelirroja arrastra a John hacia la escalera, invitación sin disimulos hacia las habitaciones. John sube sin esfuerzo, unos vasos de alcohol no le dan miedo y mientras la chica comienza a desnudarse, permanece unos segundos en la puerta. “¡Extraño!, esta noche me falta el aliento…” constata. Se sienta en la cama mientras que su compañera de una noche se estira en una postura sugestiva y lánguida. Entonces en el cerebro nublado de John se oye un chasquido, mira a la mujer que cambia de cara, mira de nuevo… Sin creer demasiado. “¡Canastos! Me vuelvo loco…” Ve a la mujer, pero ya no es ella, la gran pelirroja que se ha echado… En su lugar, aparece una cara de mujer asiática. La mujer asiática sonríe después la cara poco a poco se deforma, hace muecas y parece gritar bajo la influencia de un miedo intenso. John no puede más, oye los gritos, ve esa mujer que sufre, se va, debe huir, no comprende lo que le ocurre. “¿Qué ha pasado? ¿Te has visto la cara? Se creería que has visto un fantasma…” Su amigo está allí, fuera, intenta comprender porque John ha huido corriendo, con cara de pánico.
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“No se, debo estar enfermo. La malaria sin duda…” John no tiene fiebre y la vida reemprende su curso por unos días como si nada hubiera ocurrido y después, de nuevo y con más intensidad, las visiones de pesadilla recomienzan… Más y más violentas, no importa donde y sin siquiera haber bebido. Una mañana, John mira unos niños jugando en un parque. Esta visión apacible de la vida que continúa lo tranquiliza un poco y sonrie. Por unos instantes olvida su propia historia, cuando ve ir hacia él un niño rubio y rosa que le tiende los brazos… Contento ante ese niño confiado, siente que le llena una sensación de calidez y de dulzura. “¡Y si fuese eso lo que algunos llaman ternura!” Pero ese dialogo interior se interrumpe de repente pues, en algunos segundos, el contorno de la cara de la pequeña cabeza rubia, ahora muy próxima, se vuelve borroso y poco a poco superponiéndose se dibuja una cara de tez mate, con pelo negro y lacio y los ojos almendrados de un pequeño asiático. El niño con los ojos oblicuos está delante de John que parece paralizado por esta visión. Mira intensamente al hombre. “¿Por qué me has matado? ¡Malvado! ¡Malvado!” John oye esas palabras que resuenan en su cerebro enfermo mientras el terror invade la cara del niño que hace muecas y da alaridos. El grito es bestial, terrible, difícil de sostener, la mirada sin cólera del niño es infinitamente dolorosa, insostenible también, John se va alelado, con aire azorado. Su vida rápidamente se vuelve un infierno, no duerme, no come, no sale. Cada persona que encuentra se transforma en una cara torturada, haciendo muecas de sufrimiento, exteriorización tangible de todos esos muertos que el creía poder olvidar. Psiquiatras, médicos del ejército, no pueden hacer nada. El dolor y el infierno lo llenan como jamás lo hubiera creído posible. Ningún medicamento puede hacerle dormir y si por azar, se hunde en el sueño, el despertar es tan doloroso que él, el buen mozo con físico de atleta, se hunde llorando. No es el arrepentimiento o los remordimientos los que le hacen llorar sino el agotamiento. Un agotamiento tal que no puede ni pensar y que la sola idea que aún le embarga es la de huir de esta vida que no quiere nada con él. John esta muerto, se ha matado con una bala de revolver en la cabeza, después de otra visión infernal que no podía soportar más. “La gota que hace desbordarse el vaso” dirán algunos... No hay discursos en su entierro, sólo tres amigos de su contingente están allí para acompañarle en ese último tramo de camino. La visión se acaba y miro a John que intenta explicarme la continuación: “Pensaba que poner fin a mi vida era la única solución, sin saber cuan lejos estaba de la realidad. Muerto, lo estaba, pero para mí nada cambió, justo una pausa en una Nada que imaginaba como tal pues de nuevo, recreaba mi infierno. Estaba rodeado de muertos, de sufrimiento y de caras que me escrutaban sin decirme nada hasta el
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momento en que agotado, vacío de todo, caí de rodillas suplicando que alguien me dijese que hacer para reparar todo ese desastre. Ninguna respuesta me fue dada, entonces ante ese vacío inmenso, por primera vez, recé sin saber que rezaba. Pedí con todas mis fuerzas que llegase un poco de paz al fin. Ni siquiera la quería para mí, esa paz, sino para ellos, para todas esas caras que me perseguían con su sufrimiento. Entonces en el fondo de mí, una cosa desconocida, como un poco de calor, comenzó a agrandarse y a crecer. Entonces, en el vacío más absoluto en que me encontraba, sentí que todas esas caras venían a hablarme. Una comunicación sutil se estableció al fin y no tenía deseos de huir de ella. Acepté ese diálogo sin palabras, hecho de sensaciones y que experimentaba, no en mi cuerpo que ya no lo tenía sino en mi alma, todo el sufrimiento de mundo, todo el sufrimiento de las guerras, todas las monstruosidades sin razón que se hacen vivir o que se viven . Sufría, pero esta vez, al fin, comprendía este sufrimiento, no con mi cabeza sino con mi corazón, el gran ausente de mi historia terrestre. Nadie me castigaba, estaba solo conmigo mismo y vacío de toda cólera. Y después llegó un momento, no sabría decir al cabo de cuanto tiempo, en que dejé de sufrir. Un nuevo espacio se abrió, un vacío que tenía un sentido y al que no siempre conseguía poner palabras. En ese momento encontré a dos seres, un hombre y una mujer que no conocía pero que parecían conocerme mucho. Desde mi muerte estaba como en una sala de espera y fue allí a donde vinieron a encontrarme. Me preguntaron si quería comprender y saber lo que podía hacer para sentirme mejor. Piénsenlo, yo que había rezado tanto para que ocurriese eso, ¡no podía decir que no! Entonces, durante un tiempo que no puedo contar, fui “curado”. Vinieron seres portadores de curas y, poco a poco, sentía como si reparasen una red agujereada, como si los vacíos se llenasen de un dulce calor. Pasaba por baños de luz y los sonidos que oía me apaciguaban y se llevaban poco a poco la niebla que tan a menudo me rodeaba. Y después, un día, más limpio que los otros, tuve la sensación muy clara de salir de un túnel. Ese día precisamente los dos seres volvieron y sus palabras permanecen aún en mi gravadas con letras de oro: “John, te ha llegado el momento de volver a la tierra y de reemprender el camino donde lo has dejado. No se puede romper un contrato consigo mismo. Un día u otro, hay que terminar lo que uno se ha prometido hacer”. Un miedo profundo y glacial me invadía a medida que les escuchaba. No quería reemprender el hilo de mi historia, no era el caso.
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Para mí era el pánico, no conseguía unir mis ideas, de nuevo sentía que me llenaba el vacío. Con una infinita paciencia, con mucho amor, el hombre y la mujer me explicaron: “El suicidio no forma parte del recorrido de nadie. Lo que has vivido justo después de tu muerte, habrías podido vivirlo permaneciendo en la tierra y reparar tu historia, vivir dos vidas en una. Entonces habrías comprendido que nadie esta obligado a obedecer el orden establecido, a sus superiores y que siempre esta en nuestro poder decir que no. Es lo que vas a aprender en esta nueva vida. Ocurra lo que ocurra, escucharás a tu corazón y salvarás tantas vidas como has destruido”. Los dos seres me enseñaron entonces las posibilidades que me esperaban y los acontecimientos que podía haber atraído hacía mí para curar mi historia. Estaban ahí y no los había visto... Algo en mí se volvía más claro, más “lógico”, pero todavía me debatía entre el hecho de decir si y el miedo de volver a esta Tierra de sufrimiento. En mi cabeza, hizo falta un poco de tiempo para que entreviese esta nueva versión de la vida, de mi vida, sin demasiada aprensión. Y después tenía dos preguntas: “¿Y si no lo lograba, y si el sufrimiento recomenzaba y si... Y si... Era demasiado temprano?” En fin, a pesar de mis dudas, mis indecisiones, mis miedos, dije si, un si pequeño, un poco tímido. Todo paso entonces muy de prisa, vi escenas de mis futuros padres pero sobretodo escenas de mi futuro trabajo. Iba a ser bombero y ocurriese lo que ocurriese, iba a salvar vidas hasta al precio de la mía. Lo que ví de esta vida fue muy rápido: Un niño juega con un coche de bomberos bajo la mirada divertida de sus padres. Habla poco pero las pocas palabras que oigo son las siguientes: “Quiero ser bombero... “ El niño tiene noches agitadas por escenas de guerra y muerte que le hacen despertarse gritando mientras sus padres intentan tranquilizarlo en vano... El tiempo pasa rápido. Algunas escenas pasan rápidamente: edificios en llamas, ahogados socorridos a tiempo, coches que se incendian, y gatitos encaramados en árboles, no sabiendo como descender. John convertido en Steve está en todas partes en las que hay que ayudar, es deportista y nada le da miedo pese a su físico un poco pesado y su cabeza redonda de adolescente bien nutrido.
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Es amado y reconocido por su bravura y su gran corazón. Los golpes, los más duros, los salvamentos más improbables y los más peligrosos, son para el. Salva vidas y da la sensación de es su único objetivo. Algunos podrían ver “el síndrome del salvador”, poco importa, siente como una fuerza en él que le ayuda a cumplir lo que considera como la meta de su vida. Es aún muy joven y estamos a 11 de septiembre, ese día que marcará a toda América y al mundo entero por repercusión. Steve es bombero en Nueva York. “¡Ha habido un atentado! Las torres del World Trade Center arden”. Los gritos llovían por todas partes en las calles y en todas las radios y las múltiples cadenas de televisión. Los bomberos están en el lugar mientras el pánico se extiende, como una epidemia entre la incrédula población. Gritos, ruido, lloros, uno se creería en guerra y en la cabeza de Steve que jamás ha conocido la guerra, es como si imágenes conocidas, de muerte y de miedo, de bombardeos y de matanzas, desfilasen a gran velocidad y en completo desorden. Respira intenta borrar esas imágenes que para él no corresponden a nada de lo que pasa a su alrededor. Debe ser eficaz y pensar de prisa como llegar. En su cabeza, el único objetivo es salvar el máximo de personas. Su jefe le ha intimado la orden de esperar... pero una fuerza le empuja a actuar de prisa. Salta y se encuentra cara a una silueta menuda de mujer que, presa del pánico, intenta salir por la ventana del cuarto piso. Ella está allí, de espaldas, lista a saltar al vacío mortal que la atrae y es necesaria toda la persuasión del joven hombre para que ella se calme al fin y le escuche. La silueta se vuelve y Steve tiene apenas tiempo para percibir la sonrisa que se dibuja en la cara asiática de la mujer mientras que, irresistiblemente atraído, se hunde en su mirada, absorbido por una espiral luminosa que lo aspira en una ronda que parece no pararse jamás. Oye con una nitidez que no deja lugar a ninguna pregunta: “Lo que estaba por cumplirse se ha cumplido. ¡Ahora queda en paz!” El humo vuelve todo más difícil, uno se ahoga y una niebla opaca invade todo el piso. Un ruido sordo y después nada. Steve se levanta por encima de las torres que se derrumban. Mira sin comprender aún que hace allí. Quiere descender y se da cuenta con estupefacción que su “cuerpo” atraviesa los escombros. Le hará falta un poco de tiempo y ayuda para comprender que esta muerto. Entonces, se acuerda... De la guerra, de su decisión, de ese retorno un poco forzado y sonríe. Sigue sus funerales y esta vez, recibe donde está los agradecimientos de todos aquellos a los que ha ayudado. De hecho no son los agradecimientos de lo que tiene necesidad sino de este vago calor dulce y amante que sube hacia él y le ayuda a seguir su camino hacia otros planos. No necesita reconocimiento sino Amor, afecto y es eso lo que siente cuando las exequias, concernientes a los valerosos bomberos,
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muertos a causa de este incendio ocupan la pantalla de todas las cadenas de televisión. Quizá John-Steve volverá aún una vez a la tierra justo para aprender a posicionarse cara a una autoridad que pretende hacerle hacer lo que su alma reprueba, quizá no tenga ya necesidad de ello... Solo su alma sabrá decírselo a su debido tiempo. Por el momento, es el joven Steve a quien encuentro frente a mí y que se ríe de mi asombro como un niño que se divierte de la sorpresa que provoca en la mirada de los “otros”. Su voz por tanto no me sorprende pues guarda la misma dulce firmeza mientras su mirada busca la mía. “Querría decir a todos los que te leerán, que no sirve de nada escapar de la tierra y de sus enseñanzas. Yo el rebelde, se ahora que un contrato firmado con uno mismo se vive hasta el final y que siempre hay soluciones, Detrás de la mayor desesperación, siempre hay una solución que no puede aparecer hasta que el vacío sea total. Cuando abandonamos nuestras máscaras, cualesquiera que sean, todo se vuelve posible”. Abajo, en una casa parecida a todas las de la calle, una familia esta de duelo. Los padres y los hermanos de Steve viv en cada uno a su manera esta muerte brutal. La foto de Steve está ahí, presidiendo sobre la chimenea de la sala y en la habitación de los padres. La madre de Steve, la cabeza entre las manos, no tiene más lagrimas para llorar. “Ellos también han venido a aprender a través de mi muerta una enseñanza esencial. Mi muerte va a ser el choque necesario para que uno y otro de mis padres, a su manera, abran una puerta hacia mundos sutiles. Van a intentar comprender y dulcificar su pena y a través de esta búsqueda, cumplirán un camino, que sin esto, jamás hubieran emprendido en esta vida. Era un acuerdo entre ellos y yo... Es tan difícil dejar partir aquellos que se ama... “ añade Steve con una voz apacible.
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ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra que, contrariamente a buen número de ideas que circulan en vuestro planeta, la persona que se suicida no va al infierno, pero preguntaos: ¿qué es el infierno, sino los sufrimientos que se inflinge el que se siente culpable? Que el infierno se materialice durante la vida sobre la tierra por enfermedades, un intenso malestar de vivir o como para John por visiones insostenibles, que se concrete después de la muerte del cuerpo, por un universo de miedo y dolor, que importa. ¡Los medios que el humano pone en funcionamiento para hacerse sufrir son innumerables! ¡Y el mental inferior del hombre es inagotable en esa materia! El que sufre en su cuerpo o en su alma, que sea durante su vida terrestre o después de la muerte del cuerpo, siempre es el creador de sus sufrimientos. Estas palabras pueden parecer duras y totalmente injustas a los ojos de aquellos que han tomado el papel de víctima, sin embargo, existen grandes leyes cósmicas y a ellas hago alusión aquí mismo. Una de ellas reside en el hecho de que somos responsables de a lo que damos la existencia, en esta vida o en otra. Somos los creadores, los padres de nuestros actos, de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y asumimos totalmente la responsabilidad así como las consecuencias que les acompañan. Esta ley no es solamente válida para el planeta tierra… rige el cosmos entero y a sus habitantes. No es una recompensa ni un castigo por algo, “Es” sin noción de justo o injusto, sin juicio de bueno o malo. Actualmente, vuestro planeta está en una fase de aceleración y es este elemento perteneciente a la evolución terrestre el que ha hecho que John haya vivido en unos años la ida y la vuelta de lo que ha engendrado. “Un retorno de karma inmediato” como os oímos decir a veces entre vosotros. Nadie puede escapar a su historia y a sus creaciones. El cuerpo físico no tiene gran cosa que hacer en el infierno que el humano se crea. Es el templo por el que la Entidad puede disolver los conflictos y los nudos que ha engendrado y que su alma quiere intensamente resolver. La muerte del cuerpo no permite ninguna interrupción a ese proceso y creer que “matarlo” pondrá un punto final a los problemas de la vida es una ilusión suplementaria. Después de su suicidio, John se dio cuenta que no conseguía escapar al círculo infernal en el que se perdía. Cara a su miedos y a sí mismo, al borde de su resistencia, se dejó atravesar por la energía del Amor. Es precisamente en el momento en que se encontró en un callejón sin salida, cara a una pared lisa, sin nada a lo que asirse cuando sus resistencias mentales se soltaron para dar lugar a lo que a menudo duerme en el fondo de cada uno: el Amor. Pero ¿ cuántas pruebas debe encontrar el humano para llegar al fondo de sí mismo, para liberarse de sus protecciones ilusorias?
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Este Amor o más bien esta ausencia de sufrimiento, no la quería para él sino para aquellos cuyos gritos aún le atormentaban. Es ese dejar ir total lo que abrió una puerta en su universo de negrura, para permitirle respirar un aire nuevo. Lo que hizo, podría haberlo hecho en su cuerpo físico y aprender durante su vida en la tierra lo que quiere decir la palabra “amar” Ocurre a menudo que un ser haga lo que, en la tierra, llamáis “dos vidas en una… “ Díselo al pueblo de la tierra: El suicidio jamás es una elección de Vida. Antes de cualquier encarnación, la entidad ayudada por sus guías ha tenido conocimiento de las grandes líneas de su vida futura. Cuando John comprendió que había roto un pacto consigo mismo, aceptó volver a la tierra para cumplir un tiempo igual al número de años que hubiera debido vivir si no se hubiera matado. De acuerdo con las grandes Leyes de la Vida que están bien lejos de las creadas por los “Hombres”, pasó los años terrestres que le faltaban para su recorrido, salvando tantas vidas humanas como las que había quitado. La vida a menudo es menos complicada de lo que imagináis. Cuantas veces oímos a los vuestros lamentarse en estos términos: “Que triste es esta vida, complicada, insoportable… “ y tantas otras palabras parecidas que os hacen creer en la ilusión de lo triste y lo feo, lo pesado y del obstáculo infranqueable. Si supieseis cuantos seres sin cuerpo envidian vuestra experiencia en los mundos de materia, dejaríais de ver, en ese instante mismo, vuestra vida como un peso. Honraríais ese regalo divino y daríais la cara a vuestra historia personal como el creador de los acontecimientos que habéis atraído para acceder al corazón de vuestro ser”. El Gran Ser sin cara se para y su silencio se vuelve Palabra. Un silencio portador de paz, de esperanza y de Amor incondicional llena el espacio en el que estamos los dos. Me lava de las escorias que he podido captar en este viaje al “infierno” en un mundo ilusorio de guerra y de muertos sin fin, me regenera y me apacigua.
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ELISABETH “ES LA CALIDAD DE LA MIRADA LA QUE DECIDE LA IMPORTANCIA DEL OBSTÁCULO” -
Enseñanzas de las estrellas.
“Ven, sígueme... “ Una voz juvenil resuena en mi, clara y alegre. Acabo de salir de ese cuerpo físico que ahora reposa abajo. Lo miro unos instantes, justo el tiempo de agradecerle haberse puesto a mi servicio para la aventura terrestre que he escogido., justo un instante pues la voz se hace más insistente, más atrayente. Parecida a un poderoso imaN, llama y ya se que es ella la que me va a conducir hacia el destino convenido por mi alma. Esa voz, esa onda sonora me recuerda algo... Alguien... ¡Que o quién en concreto! No lo sé y busco en mi memoria, ninguna cara, ningún nombre parece querer surgir. Sigo la corriente que me arrastra en un espacio-tiempo sin emoción cuando, de golpe, tengo la curiosa sensación de que un punto de nostalgia se despierta en lo hondo de mi alma. La respuesta está allí, justo debajo de mi. Como pareciendo sacudir el velo de polvo que lo recubre, aparece el patio de mi viejo colegio, cada vez más nítido, bajo mis ojos. Las paredes de las clases de arquitectura cuadrada con ladrillos rojos están allí, tal cual, como si el tiempo no hubiera pasado por ellos. El gimnasio prefabricado tampoco ha cambiado. La puerta de entrada, anodina en el alineamiento de las otras casas de la calle yergue orgullosamente su verja de hierro forjado pintado de negro. En ese decorado sin vida, percibo risas y voces... “Vete detrás del gimnasio... “ La voz me guía y percibo un atisbo de diversión. Detrás del gimnasio, en el terreno de deporte aparecen dos equipos, chicas y chicos mezclados, en pleno partido de volley. Es de ahí de donde vienen las voces y las risas. Aún no comprendo que hago allí, yo que no siento ninguna atracción por el pasado cuando no se impone por alguna razón más allá de mi voluntad. Este viejo patio del colegio me indispone y no tengo ganas de rezagarme más tiempo en esos lugares, en medio de los escombros de “recuerdos olvidados”. “Mira mejor”. La voz que me acompaña desde el comienzo de este viaje, penetra una vez más en mi alma. Jovial, dirige mi mirada hacia la parte derecha del terreno de volley. Mi mirada como un zoom de teleobjetivo se posa con más precisión sobre tres alumnos próximos a la red. Una chica de unos dieciséis años, con pelo corto y negro, con el aspecto de un joven muchacho deportista, se dirige a una chica en short azul y camisa blanca. “¡Vamos, golpea!” Esta voz tónica y alegre... ¡Es ella! De golpe todo se vuelve claro, me acuerdo...
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¡Elisabeth, eres tu! ¿pero por qué? Mi interrogación está sostenida por numerosas preguntas que me dejan desamparada. Elisabeth ahora esta muy cerca de mí, mientras que abajo la partida de volley esta a punto de acabarse. Tal como a la época de nuestros 16 años, ella está allí, sonriente con su lado “chico malo”: el pelo muy corto, el pecho apenas visible, vestida con un pantalón azul y un jersey amplio acentuando aún más su aire deportivo. “Elisabeth ayúdame a comprender, ¿qué haces tu ahí, si mis recuerdos no me engañan no te suicidaste?” La chica sonríe con esa sonrisa llena de bondad que siempre la ha caracterizado y mi memoria vuelve poco a poco a la superficie. Me acuerdo de Elisabeth. No era precisamente mi amiga, más bien una compañera de clase que todo el mundo quería y apreciaba. Tenía el don de remontar la moral de cada uno, de hacernos reír en los momentos más difíciles y su presencia tenía algo de intangible que no podíamos describir mas que por la falta provocada por su ausencia. Ausencias, las tenía, pues Elisabeth sufría de diabetes y a veces, una crisis más fuerte le obligaba a faltar a clase. Su padre médico, conocía al mío y aunque, nosotras las chicas, teníamos pocas ocasiones de encontrarnos fuera de la clase, nos estimábamos y sentíamos afecto la una por la otra. Vivíamos en dos pueblos lejanos y al liceo de la ciudad no se podía llegar mas que con el autobús escolar. Este alejamiento no facilitaba nada los encuentros extra escolares, tiempo que a menudo consagrábamos a la preparación de nuestros exámenes en previsión de la selectividad. Sin embargo sentía que aún no estaba en el corazón de la situación que Elisabeth quería mostrarme. Alguna cosa más agotadora me esperaba, un acontecimiento que he querido sin ninguna duda borrar de mi memoria. La escena cambia y esta vez, apenas tengo tiempo de ver mi clase del último curso justo debajo de mí cuando en un instante me encuentro en el cuerpo que tenía en esa época. Soy la alumna de último curso que era entonces... Poco atenta a la clase que se desarrolla, dejo errar mi mirada más allá de las ventanas de la clase, sueño y los árboles en flor me dan unas intensas ganas de libertad... Es una bella tarde de primavera, aún fresca pero prometedora de los bellos días por venir. La clase me aburre visiblemente. Es la clase de alemán y el profesor, un hombre grueso y rubio no logra captar nuestra atención. El bruhaha reina en la clase y cada uno habla sin preocuparse de lo que pasa en el estrado.
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Maquinalmente busco la mirada de Elisabeth, su lugar esta vacío, está ausente ese día como le ocurre a veces a causa de su enfermedad. Sin embargo en mi interior, siento un malestar que no cesa de crecer sin que pueda decir porque. Es en ese momento preciso en el que el director del liceo hace su entrada. Su cara sombría no deja presagiar nada de bueno y pensamos no sin razón que la bulliciosa agitación de nuestra clase lo había atraído hacia nosotros. “Vengo a anunciaros una nueva que entristecerá a más de uno, Elisabeth nos ha dejado, ha muerto durante la noche”. Un silencio glacial cubre brutalmente el aula, la muerte estaba lejos de nuestras preocupaciones y aunque disertásemos en los cursos de filosofía no nos concernía directamente. Elisbeth acababa de cambiar ella sola esos datos y nos encontrábamos todos con un peso del que hubiéramos prescindido. El director pidió al profesor que nos dejase libres más pronto que de ordinario pero esta vez salimos sin entusiasmo de la clase. El colegio siendo católico dijo una misa por su alma. Sólo me acuerdo de que no lloramos, mas bien en el fondo de nosotros había una muerte de la que no sabíamos que hacer. El miedo o al menos la poca proximidad que teníamos con “la Muerte” nos daba un sentimiento de impotencia que obstinadamente rehusábamos mirar de frente. Solamente supimos que Elisabeth había muerto de una crisis más fuerte que lo habitual y la vida retomo su curso... Queríamos creer que éramos inmortales y que la muerte bien podía esperar. “¿Elisabeth, dime, no te has suicidado?” La joven está cerca de mi en un espacio blanco, inmaculado y apacible. “No, no esta vez pero, mira atentamente lo que te va a ser mostrado y vas a comprender el porque de mi presencia a tu lado y así mismo, el porque de mi muerte”. La habitación en la que estábamos Elizabeth y yo desaparecía poco a poco para hacer sitio a otro tiempo, otra época. Soy espectadora de una escena que me rodea por todas partes y me doy cuenta de que ahora veo a través de los ojos de uno de los actores de la época. Estamos en los años 1900 en “la Belle Époque”. Una bonita joven se pasea del brazo de un hombre elegante en lo que creo que es un jardín de nuestra capital. Lleva una sombrilla blanca de encaje y un vestido largo que fácilmente puede calificarse de “alta costura” tan bien hecho parece para poner de relieve su silueta. El hombre a través del cual asisto a la escena, enlaza tiernamente a la joven e la que la cara de trazos finos y expresivos por una instante traiciona la pena y el dolor. “Querida cesa de inquietarte, hemos hecho todos los exámenes que podíamos hacer, ese mal de vientre desde el nacimiento de nuestro segundo hijo ciertamente tiene una razón ¿pero por qué imaginar lo peor? los exámenes llegarán en algunos días... Aprovecha este día de primavera. El tiempo es tan dulce y además, mira esos árboles que están adornados con sus mas bellos atributos, justo para ti”.
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La joven no responde. Mira la tierra y parece perdida en pensamientos bien lejos de los de su compañero. Delante de ellos una soberbia avenida de árboles con flores rosa les ofrece una sombra ligera pero, esta vez, ninguno de los dos parece percibirla. Maquinalmente toman la suntuosa avenida y se dirigen hacia una pequeña puerta de hierro forjado que franquean rápidamente para encontrarse en una calle parisina del Marais. “Esa mujer, soy yo, me susurra en el oído Elisabeth, lo que ves es mi historia precedente y porque hoy estoy aquí”. Las escenas se suceden con rapidez y, esta vez las veo como espectadora. En un inmueble señorial, la pareja esta sentada en el despacho de un hombre que rápidamente adivino que es un médico. Los libros sobre la mesa, los instrumentos así como la mesa de examen en la habitación no me dejaban ninguna duda. “Soy vuestro amigo y no se como anunciaros que tu, Sophie, tienes una enfermedad grave. Los exámenes son formales, pero haremos todo lo posible para que salgas de este mal paso”. No se si el médico amigo emplea el “nosotros” porque eso le permite tomar distancia o si incluye en el “nosotros” la ayuda del compañero de la joven. La pareja permanece sin voz mientras me vienen en oleadas los sentimientos de duda, cólera y de impotencia de los actores de esta escena. Sophie, la cara fina y delicada encuadrada por largos bucles rubios y la silueta menuda parece una miniatura pintada por el más talentoso de los artistas. Se había casado por amor con Paul y tenía dos niños de él: una niña de tres años y un niño de diez años. Hacía doce años que la pareja vivía un amor sin nubes. Paul con su pelo lacio y el mechón rubio que caía regularmente sobre su frente tenía un aspecto de gentleman londinense. De todas formas era elegante y tenía humor y Sophie estaba muy enamorada de él. La única sombra en ese cuadro donde ni el amor ni el dinero faltaban, era desde hacía tres años, esa sensación desagradable y a veces dolorosa que cada vez tomaba más espacio en el vientre de Sophie y le impedía disfrutar de su vida de mujer colmada. Hoy tenía treinta y cinco años y su ideal de madre y esposa acababa de disgregarse en el despacho del médico de familia. Tenía la sensación de que un agujero negro y sin fondo acababa de abrirse bajo sus pies y la palabra “muerte” giraba como telón de fondo en su cerebro que notaba inoperante. Más allá de las palabras que el médico creía tranquilizadoras, percibía, casi palpable, la muerte encapuchada, la guadaña en la mano que iba hacia ella a paso de gigante. Con gran dificultad Sophie, sostenida por su marido pudo llegar a su señorial apartamento que sin embargo no se encontraba más que a unos pasos del despacho del médico.
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En su cabeza, algo que no comprendía había cambiado, una modificación que no daba lugar a que su naturaleza habitualmente serena se pudiese expresar. Un telón se interponía entre ella y la vida que continuaba a su alrededor. En el interior ricamente amueblado de su apartamento parisien, yo estaba allí, espectadora invisible de los densos y sombríos pensamientos que invadían el lugar. Dos grandes butacas recubiertas con una gruesa tela de color púrpura acogían los cuerpos de Sophie y de Paul pero sus almas no estaban presentes, viajaban a merced de sus pensamientos sin conseguir liberarse. Paul tenía un periódico que no leía mientras que Sophie fingía dormir. “No se que hacer para ayudar a Sophie. La quiero y me siento tan impotente. Esta cólera que me llena, me vuelve agresivo y me dan ganas de irme lejos, de olvidar lo que soy incapaz de controlar”. Con esos pensamientos que oigo con nitidez, Paul pliega el periódico y sale no sin tener la necesidad de dar un portazo, lo que su “buena educación” le impide hacer. “Se que Paul es desgraciado y querría mostrarle otro aspecto, más combativo, más optimista pero estoy tan cansada y tan obsesionada por la más mínima tensión de mi cuerpo que nada más me preocupa... Ni los niños”. Mientras percibo estos pensamientos de Sophie, una voz jubilosa se hacer oír detrás de la puerta del salón. “Mama, mama, he aprobado mis mates, mira lo que el profesor ha puesto en mi hoja, el niño fiel retrato de la madre, tiende a Sophie un cuaderno. Espera con impaciencia las felicitaciones de su madre, pero estas se hacen esperar y decepcionado mira a la joven que hace una mueca bajo un dolor que parece atravesarla. “Mama, todavía estas mala, ¿quieres que llame a Nannie? La voz del niño deja transparentar su inquietud, olvida sus notas y la felicidad de antes para correr a buscar a “Nannie” la vieja gobernanta llega unos instantes después, con un plato y un bol de sopa caliente. “Debería echarse un poco Señora, la pequeña Lili acaba de volver de su paseo con la Señora Seral y querrá verla. -
Dile que estoy cansada, la veré mañana...
Son las únicas palabras pronunciadas por Sophie que se dirige a su habitación para echarse un poco. Siempre escuchando los pensamientos de la joven la sigo a su habitación y capto, impotente y espectadora, pensamientos embrollados en los que me gustaría tanto insuflar un poco de esperanza. “Esos niños me cargan, me pregunto si los quiero. Además, ¿es que soy aún capaz de amar a alguien?. ¡Es terrible y espantoso!
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Tengo miedo, muchísimo miedo de morir y no quiero que la muerte decida por mí el día en que me cogerá” Elisabeth esta de nuevo a mi lado en un lugar inmaculado donde nada más existimos nosotras dos. “A partir de este momento, me dice, me encerré un una burbuja de sufrimiento de la que no percibía la salida” Nadie tenía importancia a mis ojos fuera de mi sufrimiento y mi lento avance hacia mi muerte. Nada ni nadie podía conseguir sacarme de esos pensamientos destructores que me llenabanIntentaba, por momentos levantar ese velo sombrío que me rodeaba. Desgraciadamente no tenía éxito. Todos mis esfuerzos me parecían vanos, lo que reforzaba en mí ese sentimiento de incapacidad e inutilidad. Poco a poco acabe creyéndome mala y sin corazón. - ¿Y Dios o la religión en todo eso? ¿No te podían ayudar un poco? dije sin convicción. - Por un instante creí que mis creencias iban a poder hacerme salir de este infierno pero rápidamente me di cuenta de que mi fe era superficial y que no podía agarrarme a ella. ¿ Después de todo qué sabía de lo que me esperaba? ¿Además ese Dios que me enviaba esta enfermedad “mortal” como considerarlo bueno y misericordioso? ¿Qué había hecho para merecer eso? Las preguntas daban vueltas en mi cabeza sin encontrar la respuesta y cada día me hundía más en una desesperación sin salida. Nadie hablaba de enfermedad mortal o de muerte a mi alrededor, pero yo veía, oía esas palabras por todas partes. Si mi marido hablaba con amigos y desde mi habitación donde me refugiaba cada vez más a menudo, no llegaba a oír la conversación, me persuadía de que hablaban de mí, de mi enfermedad y de mi muerte. Cuando los niños me miraban con ternura, creía leer en su mirada un adios a su madre moribunda. Mi obsesión agotaba a todos los que me rodeaban y me culpaba aún más de una situación que no conseguía cambiar. Me sentía como un peso sobre los demás. Intentando interesarme por mi familia, me daba cuenta de que lo que vivían no me afectaba ya. No era más que una moribunda. Percibía cada uno de mis dolores, hasta el más insignificante, como un paso hacia la muerte y nada me podía distraer. Ni los amigos, ni el tiempo, ni las distracciones ni las muestras de amor, de amistad o de afecto podían atravesar esta concha sombría con la que involuntariamente me había confeccionado un abrigo infranqueable.
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El miedo me aislaba del mundo y me colocaba en “mi mundo”, un mundo de sufrimiento y de incomunicación en el que cualquier forma de alegría estaba ausente. De esta forma un día en mi mundo, concebí un proyecto absurdo: el de desafiar a la muerte. Era mi enemiga y no quería darle el honor de la victoria. Puesto que venía hacia mí ineluctablemente, la vencería, y no me tendría. Este proyecto se volvía cada día más preciso y de esta forma pensaba apartar el miedo que me llenaba por entero sin ver por un segundo que era ella la que dirigía cada uno de mis gestos, cada uno de mis pensamientos. Así desarrollaba los planes más maquiavélicos con todos los detalles de mi muerte adelantada y dirigida. Era en ese momento la única ocupación que me parecía digna de interés y que me hacía parecer más viva a los ojos del mundo exterior. No me quejaba, aparentemente era más agradable con cada uno mientras que en mi interior, el mundo que no era el mío podía derrumbarse... Me desinteresaba. Mi única esperanza ahora residía en el único gesto que me parecía posible y me liberaría definitivamente de esta muerte enemiga que avanzaba hacia mí sin que supiese el día exacto en que me golpearía con su guadaña. Prefería realizar ese gesto yo misma y sin duda me daba una apariencia de control y poder sobre un monstruo sin cara, que me obsesionaba sin cesar, al punto de perder el sueño y el hambre. Un día al fin, mi plan estuvo a punto. Había previsto los menores detalles y casi todas las eventualidades. Y cuando esa mañana, después de haber abrazado más tiernamente que lo habitual, a los niños que se iban al colegio con su Nannie, me eché en la bañera llena de agua con una cuchilla de afeitar, estaba persuadida de que al fin se me iba a quitar el miedo. Saboreaba esa última burla que le hacía a esta vida que no quería nada más conmigo... y mientras que la vida me dejaba poco a poco tuve un último sobresalto, como si el velo opaco que me rodeaba hasta ese momento se desgarrase al fin. Las caras de Paul y de los niños aparecieron de repente con nitidez y el Amor que creía no sentir ya me llenó con una intensidad que no conocía desde hacía mucho tiempo. En algunos instantes que me parecieron durar indefinidamente, mi vida se desarrolló, sin juicio, sin emoción, únicamente el Amor y de golpe supe... Me había equivocado, no había terminado, mi historia estaba incompleta, no podía irme ahora, era demasiado pronto, la vida, mi vida era importante y, como toda vida, no podía interrumpir su curso. El sentido de lo sagrado que jamás había experimentado hasta ahora me llenaba ahora como si siempre hubiera formado parte de mí. Ya no quería irme pero era demasiado tarde y abajo mi cuerpo inanimado bañándose en un agua enrojecida por la sangre me daba nauseas. Tenía la sensación de haber cometido un crimen. No sabía que lo peor estaba por venir. Ahora mira esos trozos de la película de mi vida y rápidamente comprenderás...”
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En unos instantes, vuelvo al cuarto de baño pero esta vez, los niños y Paul así como Nannie están allí alrededor del cuerpo sin vida de Sophie. Rápidamente comprendo que es su hijo quien acaba de descubrir el cuerpo sin vida de su madre y que ahora mira la escena, paralizado y sin voz ante el espectáculo. Ya no es la silueta de Elisabeth sino la de Sophie la que esta allí y mira a mi lado la escena que se desarrolla bajo sus ojos. Me ve y me habla como una vieja conocida. “Todo ha comenzado donde creía que todo habría terminado al fin. La muerte no estaba ni delante ni detrás de mi, no había nada y pude percibir, en el espacio de un instante, mis miedos como pompas de jabón inconsistentes que estallaban una tras otra. Me había construido un mundo que creía dirigir pero que de hecho no existía. Acababa de darme cuenta de que me había engañado a mí misma creyendo engañar al enemigo. ¡No había enemigo!. Cuando mi hijo entró y me descubrió, creí que iba a morir una segunda vez. Sentí su inmenso desconcierto y su estupor, como si me ocurriese a mí. Empecé a sentir el dolor de cada persona a la que amaba y que descubría mi cuerpo sin vida. Los sentimientos de impotencia, de cólera, de abandono, los dolores de la traición, todo lo que sentía cada uno me repercutía de lleno como un látigo y se transformaba en mi interior en un sufrimiento intolerable. Cada vez estaba peor y ese infierno era mil veces más doloroso que el que había creído conocer sobre la tierra. Mi muerte por suicidio iba a arrastrar consecuencias, para aquellos que amaba, en los que mi cerebro enfermo no había pensado un solo instante. La religión no quería nada de mí y nadie osaba hablar de las circunstancias de mi muerte. La vergüenza cubría a mi familia. Vi entonces hasta que punto el peso de lo “no dicho”, del pecado, de lo que yo era culpable en el presente, pesaba sobre las espaldas de cada uno de mis hijos y sobre su padre. Me di cuenta de la culpabilidad que este último experimentaba sin que pudiese dulcificar su pena. Esto también me hacía daño. Hubiera querido decir que nadie era responsable de mi muerte. Que sólo yo me había encerrado en ese caparazón negro y polvoriento, pero no podía decir nada, hacer nada, nadie me oía, no podía mas que sentir. Paul lloraba. Lloraba ese amor que se iba demasiado pronto, lloraba su impotencia, se dolía tanto de su incapacidad de expresar su desconcierto y sus pensamientos giraban, rebeldes a todo razonamiento. “Debería haber visto que iba a suicidarse… Si hubiera estado más presente, eso no hubiera pasado… Y los niños... No se ni como consolarlos... Soy un inútil”. Miro la escena que se desarrolla debajo de mí:
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Sophie se inclina hacia su compañero: “Paul te quiero y has hecho todo lo humanamente posible, en estos últimos tiempos nada podía distraerme de la decisión que había tomado. No tienes nada que ver con mi acto. Estaba tan centrada en mí, nada más que en mí. Acabo de darme cuenta de cuanto os quiero”. El hombre no oye y la joven, como un fantasma, intenta acariciarle la cara después retrocede y se acurruca en su dolor y ante tanto desastre. La oigo murmurar para sí misma: “Si hubiera sabido...” Con una voz apenas audible que termina en un sollozo. Ahora estamos con Sophie encima de la fosa común donde sin celebración se va a depositar su cuerpo como un fardo demasiado pesado. Elisabeth ha reemplazado a Sophie, pero eso no tiene importancia. “Mira a las personas que están presentes, algunos los conoces ahora y, el médico amigo de la familia y los padres de Sophie que, más allá de sus creencias, han hecho un acto de amor viniendo a estas exequias sin gloria. Concebí una gran cólera contra la religión católica y su intransigencia, pero mira al médico, como parece afectado por esta muerte. El también se ha sentido, como Paul, culpable por no haber podido hacer nada y ha pedido una autopsia como se practica a veces...” La autopsia ha revelado que no había una enfermedad grave o mortal. “Una inversión de las fichas ha debido deslizarse entre dos análisis”, han respondido los dos directores del laboratorio cuando el médico de familia les ha hecho conocer las dramáticas consecuencias de este error, añadiendo un inútil: “Estamos sinceramente desolados, Doctor...” Por sus caras descompuestas no lo dudaba. Había pensado por un instante hacer un proceso y advertir a los periodistas y después, el desaliento le había invadido... Se debía rendir a la evidencia, nada volvería a Sophie a la vida. Elisabeth, de nuevo a mi lado, siempre sonriente, me mira y comenta: “Rápidamente después de mi muerte, me encontré en un lugar parecido a la sala de espera de un hospital, muy limpia y muy blanca. No se cuanto tiempo pasó, pero pude ver, en ciertos momentos, escenas de la tierra y las repercusiones de mi acto sobre todos los que amaba. Estaba aterrada pues jamás hubiera creído causar tanto dolor ni sentirlo tanto. No había diferencia entre los demás y yo, entre sus heridas y las mías y todo lo que
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sobre la tierra parecía no concernirme, de repente se convertía en una parte integrante de mí. Paul que aún estaba resentido conmigo por haberle dejado tan brutalmente, había acabado por casarse con una mujer que quería a nuestros niños pero mi hijo Paul Junior estaba muy perturbado en el plano psíquico. Su hermana ahora convertida en una bella jovencita se colgaba desesperadamente de todos los hombres que encontraba, dispuesta a todas las torpezas para no ser abandonada, cosa que pese a todo le ocurría regularmente. Paul Junior era pensionista en un colegio mayor y si todo iba bien en el plano de su universidad, era otra cosa en todo lo que concernía al plano afectivo. Navegaba entre el vicio y la virtud, amando y torturando a la vez sin encontrar jamás la paz. Sus amores tumultuosos eran noticia, mientras cada día se destruía un poco más por todos los medios que encontraba a mano o que inventaba. El médico amigo acababa de morir y sabía que su vida se había reducido por la culpa y la pena que sentía después de mi suicidio. Donde me encontraba no podía más que asistir impotente a los extravíos y las dificultades concernientes a la vida de cada uno. Mi sufrimiento era intolerable y no veía el fin hasta que un día, el amor que en vano intentaba dar consiguió tocar a uno de los míos. Ese día intenté enviar un poco de valor y de ternura a mi hija, golpeada por un compañero de paso que la había abandonado por otra. Lloraba y soñaba con poner fin a sus días, me llamaba y oía su voz que suplicaba: Mama, por qué me has abandonado, tenía tanta necesidad de ti, de tus consejos, de tus brazos. Quiero reunirme contigo…” No sabía que hacer tan perdida estaba ante esa llamada que resonaba en mí. Hubiera dado todo por que me pudiese ver, oírme aunque solo fuese un instante. Cómo decirle que la muerte no era la solución, que la muerte no existía y que la solución estaba siempre allí donde nos encontrásemos. Entonces se produjo el “milagro”. En mi sala de espera vi dirigirse hacia mí una silueta de luz de la que el contorno se volvía más y más claro a medida que se acercaba. Un ser, hombre o mujer, no sabría decirlo pues sus rasgos podían pertenecer a uno u otro sexo, en fin estaba allí, en ese mundo de silencio, en el que me sentía tan sola. “Tu oración ha sido escuchada, dijo con un cálido tono. Vas a poder hablar a tu hija durante unos minutos de tiempo terrestre. Será tu única posibilidad antes de tu encarnación que se aproxima… Un poco más tarde te explicaremos lo que te espera y porque vas a volver a la tierra”. No escuché más, ahora solo contaba una cosa, iba a poder ayudar a mi hija, me iba a oír y podría estrecharla en mis brazos. Por un gesto del Ser, sentí que daba un vuelco y en seguida ví a mi hija en su pequeña habitación de hotel y su creciente desconcierto.
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“Lili mira, estoy aquí”. Lili mira, sin dar crédito, mientras Sophie se aproxima a ella, vestida con un traje que su hija conocía bien cuando era una niña. “¿Mama, eres tu? La voz de Lili es incrédula. - Querida, quería decirte que te amo y que jamás he querido abandonarte. Tienes un gran valor para mí. El suicidio es terrible, la vida, tu vida como la de todo ser viviente es sagrada. No me perdono haberte abandonado. El suicidio es una traición, una ruptura de contrato con uno mismo. También yo creí que este acto pondría fin a mis sufrimientos y he visto como lejos de desaparecer con mi cuerpo, eran aún más intensos después. No son físicos pero mucho más terribles de soportar. Tienen por nombre: culpabilidad, impotencia y se duplican por un sentimiento de fracaso cara a un obstáculo que parece irrisorio visto de más lejos, de más alto. Cuando te sientes en un callejón sin salida, retírate al fondo de ti misma por unos instantes, si puedes, y mira la situación que vives, como una espectadora de la escena que se desarrolla. He comprendido que somos actores de escenas de nuestra vida pero que somos más que el papel que nos damos en una escena u otra”. Sophie se interrumpe un instante para tener tiempo de escoger sus palabras, mientras su hija no se atreve a moverse por miedo a interrumpir esta visión. “Te quiero, mi Lili, mi pequeña, mi bella. No podré mostrarme a ti mas que esta única vez, pero guarda esta visión en tu corazón y sabe que siempre estaré cerca de ti, aunque no me veas, aunque no me sientas. Cerca de cada uno de nosotros, hay alguien que nos ama, un poco como un guía. Nunca está solo alguien en el mundo… -
Mama espera un poco aún…
- Aún tengo muchas cosas que reparar en mi historia, querida, pero no olvides jamás que te quiero y que este amor será nuestra unión más segura. Ahora debo partir… Ni siquiera puedo abrazarte pero, desde este día, bastará que me llames y estaré ahí, donde sea que estés, conozco el camino que me lleva hasta ti” Lili siente su corazón y su cuerpo respirar de forma diferente… Como si se crease un espacio en ella, permitiéndole respirar profunda e intensamente la vida. Permanece allí sin moverse, con miedo de darse cuenta de que no era más que un sueño y que todo va a desaparecer al despertar. No, ella está despierta desde hace mucho tiempo y esta aparición que la llena va sin embargo a ayudarle a consumar su propia historia. La sonrisa de su madre que, a partir de ahora sabe que no le ha abandonado, está grabada en ella, para lo mejor y lo peor. En los planos del alma, un Ser de Luz espera a Sophie, mientras que otros dos seres a su lado sonrien. “Sophie, te estamos esperando, dice el primero de los tres con una voz jovial.
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Nadie castiga al suicida y tu sola te juzgas y sufres. Hemos leído en tu alma y estamos cerca de ti desde hace mucho tiempo aunque jamás durante tu vida en la tierra hayas tenido conciencia de nuestra presencia. Hoy tu alma siente la necesidad imperiosa de volver a esta misma tierra y vivir de otra manera ese miedo a la enfermedad y la muerte. ¿Te sientes dispuesta a llevar hasta el final el contrato con tu nueva vida terrestre?” Como un pequeño soldado valeroso, Sophie se planta toda derecha delante de los tres seres: “No solamente estoy dispuesta, sino que verdaderamente tengo necesidad de contribuir a aportar un poco más de luz sobre la Tierra. - Tu programa será el siguiente. Desde que vuelvas a la tierra, tendrás una enfermedad difícil de curar. Morirás de esa enfermedad a los 16 años que te quedan por vivir. Tu padre será el que, en tu vida precedente, se culpó de tal manera de tu muerte que acortó su vida. Estarás en un colegio católico pues ha llegado el momento de hacer las paces en ti con esa religión. En cuanto al resto, la forma en que vivirás esos años y lo que aportarás a cada uno, no dependerá mas que de ti. No olvides que, sean cuales sean los episodios de tu vida, estaremos siempre cerca de ti.” El segundo ser se ha adelantado y ha tocado el brazo de Sophie en señal de afecto. “En cuanto a Lili, la verás y sabrás como ayudarla” continuo tranquilizador. Elisabeth esta ahora cerca de mí, resplandeciente. “Comprendes ahora porque he vuelto y también porque me fui…” Tuve necesidad de responderle: “Gracias Elisabeth, por tu presencia y por compartir esos momentos dolorosos de tu vida”. Las palabras no vienen, nos abrazamos afectuosamente y en el instante en que nuestros corazones se encuentran, se graba en mí una marca indeleble: La sonrisa de Elisabeth.
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ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra que cuando el Ser que se suicida está lúcido y se ve sobre su cuerpo muerto, como en el caso de Sophie, siente un gran malestar. Mientras que episodios de su vida desfilan con rapidez, la entidad percibe y siente, en lo mas profundo de su ser, la inutilidad de su acto y lo sagrado de la vida que acaba de suprimir. El comienzo del Infierno: Un mundo de sufrimiento de donde nadie puede salir si ella misma no entreabre la puerta. Unido a todos los que ama, la entidad vive intensamente los sufrimientos de cada uno y percibe la ilusión de lo que le ha llevado a morir y modificar así la trayectoria de los que están próximos. La culpabilidad le crea un verdadero tormento y le condena a vivir en un universo de desesperanza y oscuridad. En los mundos que llamáis “después de la Vida” nadie condena ni juzga. Sólo el Ser, es el juez más despiadado para sí mismo. Cuantas personas que se suicidan creen muy a menudo que no son amadas, que no soportaron su prueba y que son incapaces de aportar amor. Ilusión. Ilusión de un Ego que tiene miedo de la muerte... El miedo había separado a Sophie de la Vida, el amor por su hija, más fuerte que todas las culpabilidades, le ha ofrecido, una última vez, retomar el contacto con la Vida. Sophie aceptará volver en un cuerpo físico para pasar una vez más el obstáculo del miedo a la muerte que creía evitar. Elisabeth asumirá plenamente su vida mientras que su alegre y atenta generosidad dispersará las nubes en torno a los que la frecuentan. Es la contribución a esta vida interrumpida y a todos aquellos que, por ese gesto, han debido modificar el curso de su vida”. La voz portadora de la enseñanza se difumina mientras que, en alguna parte muy en el fondo de mí, sube la certeza de la belleza de la Vida en la tierra...
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LA SOLEDAD DE ARTHUR W. “NO HAY SOLEDAD PARA EL QUE ACEPTA EL PAPEL QUE LA VIDA LE PROPONE, SIN BUSCAR LA ACCIÓN QUE VA A SATISFACER UNICAMENTE SU ORGULLO” -
Caminos de ese Tiempo.
Dos grandes pilares de piedra encuadran la majestuosa entrada que, bordeada de grandes coníferas, lleva a un viejo edificio del siglo XVIII, renovado con buen gusto. Una vasta escalinata y grandes escaleras de piedra acogen al recién llegado, mientras que estatuas de factura muy italiana y piletas desbordantes de flores contribuyen a la belleza del conjunto. Nada dejaría pensar que se trata de una residencia para personas ancianas, tal es la apariencia de estar aún habitado el lugar por la nobleza de la época precedente. El interior, más funcional, guarda ese viejo encanto de los viejos edificios proponiendo a su clientela un confort muy siglo XX. En la entrada, diversos paneles indican las prestaciones que se ofrecen: Sala de reposo – lugar de culto - sala de juegos – sala de televisión – salón de belleza – comedores – baños – lugar de encuentro. El conjunto de la institución daría la impresión de un lugar de reposo en un castillo-hotel si no fuese por la presencia de un personal activo, con blusa azul o blanca y personas exclusivamente mayores o minusválidas. Ese día, sin embargo, un tema de conversación parece interrumpir la aparente quietud del lugar. Cerca del distribuidor de confitería y bebidas del pasillo que lleva a un pequeño salón de televisión común para el piso, dos mujeres discuten con animación y un punto de nerviosismo. Una de ellas, una morena de unos treinta años, un poco gruesa, revuelve con rapidez una cuchara de plástico en su expreso humeante. “No se que hacer con el señor W. No quiere tomar sus tabletas y casi no me atrevo a entrar en su habitación para llevarle su desayuno. Se que lo que me va a decir me va a exasperar... Siempre es igual desde hace tres semanas”. La gran pelirroja, con el pelo recogido en un moño, que esta enfrente suyo, mira a través de las gafas cuya montura combina perfectamente con el color de su pelo. Parece concentrarse en el contenido oloroso del potaje verdoso de su cubilete de plástico. Visiblemente no sabe que responder y murmura sin convicción hacia su colega: “Quizá deberíamos hablarlo durante la reunión de esta tarde. Parece importante. No podemos correr riesgos: seríamos consideradas como responsables si le ocurre cualquier cosa”.
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Mientras las mujeres continúan su conversación, a algunos metros de allí, en un ala del gran edificio, un hombre alto y delgado mira por el ventanal de su apartamento, el gran parque que se extiende hacia el río que corre abajo mientras dos pequeñas ardillas rojas trepan con agilidad por el tronco de un gran roble. Visiblemente el espectáculo de los colores del fin del verano no parecen distraerle de esta melancolía que impregna todo su ser, Se vuelve y, con aire desengañado, barre con su mirada el lugar que le sirve de apartamento. Algunos objetos de Africa, algunas telas y butacas en madera roja le recuerdan momentos de su vieja vida de viajero explorador y sobre todo de todos esos años al servicio de poblaciones increíblemente desprovistas. Sabe que esta instalación no tiene nada de provisional y que cuando sus hijos lo han llevado allí, con su consentimiento por supuesto, todos tenían el corazón un poco angustiado. El señor W. lleva sus ochenta años con orgullo y una cierta nobleza. Su cuerpo todo nervio y músculos jamás le había traicionado hasta ese día de invierno, hace algunos meses... Se acuerda haber colocado encima de un armario de una de las habitaciones de su gran casa, un cuadro africano que quería volver a ver y porque no, colgar, si encontraba una pared lo suficientemente grande para ello. A sus ojos la operación no tenía ningún riesgo y sin embargo, se acuerda de haber tenido como un vértigo cuando su pie derecho se posaba en el último escalón de la escalerilla que le permitía alcanzar la parte alta del armario y después nada... no se acordaba de lo que había pasado, un agujero en su memoria. Sus hijos le contaron que se había desmayado y que había permanecido allí, veinticuatro horas, echado en el suelo, sufriendo una fractura de la cadera, hasta que su hija mayor llegó para tener noticias suyas. Afortunadamente, iba a su casa tres veces por semana desde la muerte de su segunda esposa. Después de este episodio, los cinco hijos habían pedido tener una reunión de familia. Justo acababa de salir del hospital donde le habían curado la cadera y aún se sentía dependiente de unos y otros, dada su dificultad para andar. No quería rechazar esta reunión, pero un malestar indefinible le atravesó en el momento mismo en que aceptó. Desde esa reunión memorable en la que se reunieron todos en su propia casa, aún se acuerda de la escena, como si acabase de pasar en ese mismo instante. En la gran chimenea tan propicia para calentar la humedad invernal ardía un gran fuego alimentado por troncos de árboles secos y mantenido por uno de sus hijos, el segundo, el más tímido o al menos, el que jamás le había causado problemas tan invisible parecía. Los cinco hijos y el mismo finalmente se habían instalado en los sillones de teca, con grandes cojines de tela marrón, recuerdos tangibles de sus años vividos en Africa. De hecho, toda la casa estaba amueblada con objetos traídos de ese vasto continente: La gran mesa en madera roja, las estatuas y los batiks de Burkina, la cerámica maliniense, las sillas derechas y totalmente inconfortables de respaldos
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artísticamente esculpidos. El conjunto daba la sensación de cambio de aires, en ese rincón de Alsacia, de estar en visita en casa de un rey africano. Aunque cada uno hubiera deseado mostrase alegre, y pese al whisky, el gin tonic y los aperitivos preparados por la señora de compañía que se ocupaba del señor W. desde hacia algunos años, nadie conseguía distenderse verdaderamente. El más joven de sus hijos, el más impetuoso, el menos dócil, tomó al fin la palabra con un tono que se volvía agresivo por la inseguridad que sentía. “Papa, estamos cansados de tener miedo sin cesar de que te ocurra cualquier cosa. Todos trabajamos y, a excepción de Rosa, todos vivimos lejos de aquí. Yo, el primero, viajo más y más lejos y por periodos más y más largos por mi trabajo”. Arthur W. no pudo dejar de sonreír interiormente pensando cuanto se le parecía su hijo, aunque precisamente siempre había querido desmarcarse de su padre. “Después que Line, tu segunda esposa murió, continuó, no dejamos de inquietarnos. ¿Qué va a hacer papa solo durante las vacaciones? Y durante los periodos de fiesta, es un verdadero rompe cabezas cual de entre nosotros se va a sacrificar por ti...” El hombre de unos cuarenta años se para como para tomar aliento mientras que el señor W, con un vaso en la mano la siente temblar imperceptiblemente. Emoción por supuesto, cólera quizá, no es capaz en ese instante de analizar lo que pasa en él, esta demasiado sumergido en las palabras que acaba de oír y sobre todo, por todo lo que imagina que no se ha dicho. Siempre ha sido independiente, autónomo, no pidiendo nada a nadie, de repente se siente tan fatigado. Ha trabajado mucho en organizaciones humanitarias y siempre era él el que organizaba los grupos y dirigido las acciones más saludables. Por otra parte es lo que le llevó a vivir muchos años entre Africa y la Alsacia. Sus pensamientos vuelan hacia un pasado de hace más de cincuenta años... Originario de una familia de agricultores alsacianos, había hecho todo para salir de un medio que despreciaba. Durante mucho tiempo había tenido vergüenza de la incultura de sus padres y había dejado que sus hermanos y hermanas tuviesen el cuidado de ocuparse. Tenía “una misión” que cumplir, la de ayudar a los países pobres a salir adelante. Era su fuerza y el orgullo de su vida. Apenas oye la voz de su hijo que reemprende: “Papa, jamás has tenido mucho tiempo para nosotros. Te he esperado días y días con la esperanza de que vinieses un día a verme en un partido de foot o a una reunión de profesores. Estaba orgulloso de tener un padre viajero y humanitario, pero jamás tenías tiempo que dedicarme”. El padre esta vez oye la repetición y no dice nada. No sabe que responder. Es verdad que había consagrado su vida al mundo olvidando que tenía una familia. Por otra parte su primera mujer se lo había reprochado con frecuencia y de discusión en discusión había terminado, cansada de luchar, por dejarlo.
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Sin embargo no tenía la impresión de no haberse ocupado de sus hijos. Pensaba en ellos en todas partes donde estaba, siempre intentaba saber lo que pasaba y como iban. Por supuesto, una vez tranquilo, se ocupaba de todas esas personas que enfermos, mal alimentados, no escolarizados, retenían toda su atención y despertaban su compasión. No, no tenía nada que reprocharse, sus hijos tenían todo lo que necesitaban: dinero, un techo confortable, buena salud y una madre con ellos. En el fondo, sentía que se mentía un poco, justo un poquito para estar en paz con su conciencia. “Papa es verdad que he tenido mucho miedo por ti y que tengo mucho que hacer en mi trabajo y los niños que crecen. No me hubiera perdonado si hubieras muerto sobre ese suelo frío sin nadie a tu lado”. Esta vez, es su hija mayor Rosa que interviene con una voz quejumbrosa… “Una cristiana, como su madre”, piensa, un poco irritado ante esta hija tan semejante a su primera mujer. La discusión se hace más tranquila y nadie se da cuenta del sentimiento de impotencia del hombre mayor y que apenas consigue disimular con pena. Sobre todo no quiere parecer débil y lamentarse o suplicar. Simplemente se da cuenta que ninguno de sus hijos ha propuesto acogerlo en sus casas que son grandes y confortables. Arthur siempre ha sido de un temperamento vivo y también esta vez se endereza y de lo alto de su orgullo herido, responde con un tono que no admite ninguna alternativa: “De todas maneras, pensaba coger un apartamento en ese lugar previsto para la retirada. Sabéis de lo que hablo... de esa casa solariega restaurada. Me parece bien bajo todos los aspectos, y así no tendré que pensar en las faenas diarias. Al fin me podré consagrar al juego de ajedrez y quizá, porque no, al golf”. Los hijos no ocultaban su asombro y su alivio ante el anuncio de esta decisión. “Papa tomas la residencia más cara de todo el país, le lanza riendo el más tímido de los cinco, todas tus economías y tu pensión se van a ir. - ¿No contaréis con vivir de mis rentas, especie de ganapanes? Añade el padre riéndose. Todos parecen tranquilizarse mientras que el resto de la familia de cada uno llega a la hora prevista para terminar la velada en un buen restaurante de la región. De hecho al señor W. le pesa el corazón. Es un brindis por el fin de su vida de hombre activo e independiente que el viejo Arthur hace al final de esa copiosa y piensa él, última cena.
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Ahora hace más de seis meses que Arthur ha llegado a esta residencia y que habita esas “dos piezas”, de las más grandes de la casa. No se queja de nadie. El personal es amable, la comida correcta y las actividades diversas. Su vecina, una anciana dama coqueta diez años más joven que él, le invita a menudo a acompañarle al restaurante, a la biblioteca o a las salidas propuestas pero no hay nada que hacer.. Arthur se aburre. Pensaba que iba a consagrar su tiempo a actividades, y en lugar de eso, se da cuenta poco a poco que el mundo exterior no le interesa ya. Se violenta para acompañar a su vecina y no parecer desagradable pero también porque siente en él que algún engranaje no funciona. A medida que pasan los días siente menos necesidad de salir de su habitación. El, el hombre activo e infatigable de antes, se siente fatigado y peor que eso: desmotivado, inútil, incapaz, breve, fuera del juego de la vida. Leer tampoco le interesa, se duerme y dormita después de algunas páginas que lee con mucha dificultad y de las que olvida el contenido. Es verdad que curiosamente su vista ha disminuido después de su llegada, lo que hace que la lectura sea mucho más incómoda. Esa mañana, sentado en su gran sillón de madera con anchos reposabrazos, piensa: “Los niños están en vacaciones de verano y es muy probable que no tenga visitas en quince días”. Maquinalmente, se pasa una mano por la densa cabellera de un blanco plateado, que le da un aire romántico mientras que sus pensamientos vagan hacia esa Africa a al que ha consagrado su vida. Allá, los ancianos forman parte de la comunidad. El nacimiento, la muerte, la vejez no son consideradas como enfermedades, más bien como cambios de estación y nadie es aislado. En los pueblos de cabañas, por muy desprovistas que estén, los ancianos enseñan a los más jóvenes mientras que los padres intentan aportar que comer. Todos viven juntos y es bueno sentir esa convivencia. Sus pensamientos van y vienen como las olas del mar: “Aquí en nuestros desarrollados países, se deja de lado a los inútiles, aquellos que no aportan nada a la sociedad: los enfermos, los viejos, los asociales, los disminuidos...” Deprimido por esta comparación, que hubiera preferido evitar, Arthur no oye los tres discretos pequeños golpes que acaban de dar en su puerta, seguidos rápidamente de otros tres más sonoros. “Entre” dice con una voz poco acogedora preguntándose quién puede ser el intruso que viene a interrumpir el hilo de sus pensamientos. La puerta se abre mientras que un sacerdote en civil entra en la habitación. “Buenos días señor W., me gustaría hablar un poco con Vd., aún no le conozco bien. He oído hablar de Vd., de sus viajes y sus acciones humanitarias y me gustaría conocer un poco mejor al hombre que se esconde detrás de esa fisonomía de asceta”.
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El sacerdote, un hombre de aspecto deportivo, sonrisa calurosa y la mandíbula cuadrada apenas parece pasar de los cuarenta años. Su presencia y el tono de su voz aportan una nota alegre a la pesadez del ambiente que, como la sombra de una habitación que ha permanecido demasiado tiempo cerrada, se ilumina al fin bajo el reflejo de los rayos del sol. “Padre, siéntese, quiero ser claro, respeto en Vd. al hombre, pero no siento ninguna atracción por el sacerdote y la religión que Vd. representa”. Esas palabras no parecen molestar para nada al padre que toma una silla y se sienta confortablemente cara a Arthur. “Dígame, lo que le preocupa, quizá pueda ayudarle. Hace una semana que no sale de su apartamento aunque Vd. no está enfermo. El personal no se atreve a preguntarle como está tan triste parece Vd. - Dudo que pueda Vd. ayudarme. No creo en su dios que deja a los humanos luchar y morir de hambre mientras que otros se ceban y mueren de sobrealimentación. Un dios que deja reinar la injusticia sobre la tierra no puede ayudarme a mí ni a nadie”. El sacerdote escucha atentamente y percibe la cólera y la impotencia contenidas en esas últimas palabras. “Hábleme de Vd. y dejemos a Dios a un lado...” Esta vez el señor W. no dice nada, se siente vacío y aburrido de todo“Déjeme, dice sin agresividad, necesito estar solo” El padre sale no sin haber puesto unos instantes su mano sobre el hombro del anciano en signo de amistad. “Verdaderamente me gustaría que me hablase de su vida”. Su interés parece real y esas últimas palabras que percibe sinceras, se posan como un apacible velo en el corazón de Arthur. Las semanas pasan en la monotonía y Arthur no llega a encontrar ningún interés en su vida. No tiene más que un deseo, desaparecer definitivamente de esta tierra. No deja ver nada de su tristeza después de la visita del sacerdote pues sabe bien que los medicamentos que le serán administrados, si los médicos piensan que esta deprimido, le dejarán aún más impotente que nunca. Decide, en el fondo de sí mismo, después de esta visita, partir con la cabeza alta, sin enfermedad, sin volverse un peso para si y los demás. Considera después de sopesar todo que ha hecho lo mejor que podía y, después de haber pasado revista a los diferentes episodios de esta vida tan plena, decide que es tiempo de terminar con esta supervivencia que a sus ojos no quiere decir nada. Es el otoño con sus árboles con hojas rojas que, piensa, le indican que el momento ha llegado para él de decir adios. No tiene ninguna amargura en su corazón tampoco ningún remordimiento y ninguna intención de dejar un mensaje...
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Hoy, un viernes de luna llena del mes de septiembre, el anciano a sido particularmente agradable con todos y hasta ha hecho reír a las cocineras y la mujer encargada de la limpieza de su piso. Ha salido con su vecina y ha hablado con el sacerdote. “Que agradable es verle hoy tan contento” le lanza la joven que viene a hacer la limpieza de su pequeño alojamiento. Estamos en el domingo por la mañana y mientras Rosa y su marido preparan el desayuno, el teléfono suena. Extrañamente Rosa siente que su corazón se encoge sin que comprenda la razón. Es su marido el que viéndola inmóvil descuelga el aparato y oye: “¿Es la casa de Rosa S.?” -
Si, soy su marido.
- Vengan en cuanto puedan, continua la voz al teléfono, su padre acaba de morir en circunstancias dolorosas”. Jacques no sabe como anunciar la noticia a su esposa… que ya ha comprendido. Un poco pálida, se sienta mientras que su marido la rodea afectuosamente con los brazos. Los cinco hijos han sido advertidos de la misma forma. Rose y Jean, los más próximos, van a ir con Jacques a la residencia lo más rápido posible mientras que los otros dos irán a casa de Rose mañana. Solo uno no podrá estar, el más joven que está en viaje de negocios en Bagkok, no ha podido encontrar avión antes del día siguiente por la tarde. Arthur se ha ahorcado, durante la velada del viernes, en el más bello árbol del gran parque, un roble centenario. Nadie sabe como ha podido salir sin que el personal se diese cuenta ni como consiguió la llave de la puerta que a partir de las once de la noche siempre esta cerrada. Ahora está ahí, echado sobre un bloque refrigerado en una pequeña habitación alejada del edificio principal y que sirve de “morgue” y para que descansen los pensionistas que han terminado su vida. Su cara refleja la serenidad de los que no tienen nada que reprocharse. Estoy ahí en un espacio con muros vivos, a mi lado un ser longilíneo con el pelo oscuro y ojos resplandecientes de bondad y de alegría. Estamos en la sala de recuerdos donde me he reunido, con mi cuerpo de luz, con el que fue Arthur W. Tengo dificultad en creer que se trata de la misma persona. “No del todo…” añade alegremente el ser que ahora me mira intensamente. “He desempeñado el papel que acabas de ver en la pantalla de las memorias de vidas, pues me había prometido conocer y aportar la compasión y el servicio a “otros”, esos humanos que, en una de mis vidas precedentes, había ignorado mucho tiempo y muy a menudo despreciado por su inconstancia y su superficialidad. En esa encarnación jamás tuve conciencia de que reflejaban partes de mi que sobretodo no quería ver. En esa vieja vida, había huido del mundo y vivía como asceta religioso y solitario, perdido en las montañas de Asia central, lleno de orgullo y acompañado por mis juicios y mis cóleras de los que no percibía su constante presencia a mi lado.
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Simplemente olvidé que mi actual historia comportaba también la aceptación de uno mismo y de la vida, sin juicio, sin control. Cuando me he colgado, he conocido durante algunos años terrestres el universo que creía encontrar después de la muerte… es decir, la Nada, el Vacio o la Aniquilación. Era como una mariposa encerrada en su crisálida… hasta el día en que, imperceptiblemente, he comenzado a sentir movimientos, en ese capullo insonorizado parecidos a olas frescas y apaciguadoras. Poco a poco también empecé a oír sonidos que al principio percibía como tintineos cristalinos y que se transformaban en música que algunos calificarían de “celeste”. ¡Hasta creía oír coros!. Todo eso me llamaba, pero aún me negaba a creer en un más allá que había pasado toda la vida negando. Entonces sentí mi cuerpo, que creía inexistente, dulces presiones, caricias. No podía menos que rendirme a la evidencia: algo de mí vivía y aún percibía. Comencé, al hilo de un tiempo fuera de los tiempos, a despertarme de un largo sueño preguntándome si había fallado en mi tentativa de poner fin a mis días, único pensamiento aún vivo en mí. Cuando acepté abrir los ojos y mirar lo que me rodeaba, no vi más que siluetas luminosas cerca de mi que me bañaban de rayos de colores y de sonidos. En mí se reactivaba una consciencia mientras que los recuerdos, como un album de fotografías animadas y vivientes, me venían con una nitidez inhabitual. Y en lo que me parecía no ser más que unos instantes, reviví mi vida en sus menores detalles, hasta los que me parecían los más insignificantes, pero de los que comprendía con precisión, todas sus consecuencias. El cuadro por supuesto tenía sombras pero el conjunto me parecía aceptable… con la excepción de algunas escenas que podían haber sido mejor interpretadas. Seres, en los que reconocí a viejos amigos, venían más y más a menudo junto a mí. Fueron ellos los que me ayudaron a comprender y ver lo que había pasado y comprendí… Todo me apareció de forma clara y un día, supe instantáneamente que el acto de suicidio que había cometido era contrario a todo lo que me había programado para esta vida en la tierra. Vi cuanto tiempo me quedaba por vivir y como habría podido acabar esta vida con serenidad, sin interrumpir voluntariamente mi respiración. No había sido capaz de honrar en mí la Vida y respetar ese cuerpo que me había sido confiado. Poco importa lo que había hecho durante mis años sobre la tierra. Ese último acto no había sido interpretado como se me había propuesto ni como yo lo había querido. Había cambiado la pieza de teatro y debía aceptar las consecuencias volviendo a jugar esta última partida. ¡Ahora mira y vas a comprender!”
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La entidad extiende el brazo hacia una de las paredes del lugar en el que nos encontramos. Con un gesto de su mano abierta, una bruma invade el espacio y se lo que eso significa: Pronto va a aparecer un nuevo episodio de la vida de Arthur W. En efecto, no es un girón de la vida de Arthur, tal y como esperaba que se desvelase sino una historia un poco diferente. Una niñita rubia, de tez clara, de unos meses está en una cuna. Los padres con cara inquieta velan sobre la niña mientras hablan entre ellos una lengua que reconozco pertenece a un país de Europa pero que no entiendo. “De nuevo soy yo, murmura cerca de mí la entidad de pelo oscuro y mirada azabache, mis nuevos padres acaban de saber que tengo leucemia. Poco importa las circunstancias que han traído esta enfermedad, estaba consentida y aceptada por una y otra parte. Mis padres la habían borrado muy felizmente de su memoria. No viviré más que un año y medio pero durante ese tiempo mis padres y yo, vamos a aprender la Compasión, el Dejar ir y la Fe. No la fe en una divinidad cualquiera sino la Fe, aquella que permanece cuando, todo lo que podía ser hecho en el plano humano a sido hecho, cuando nos encontramos cara a cara con una pared lisa a la que no podemos agarrarnos. Es entonces en ese espacio vacío en el que nada parece existir y que nos da tanto miedo, cuando comienza a renacer la Esencia de nuestro ser, Uno mismo que duerme tan a menudo en el fondo de cada uno. Para nosotros tres, fue la prueba de la aceptación total de lo que no podíamos cambiar. Un acto de Amor infinito, sin rebelarse y sin condición. Tan lejos de la resignación que suena en nuestros oídos como una derrota y a la que los tres nos habíamos aproximado tan a menudo en otras vidas. En mi pequeño y frágil cuerpo de niña, acababa de curar mi muerte y ayudado a dos seres a curar sus vidas. Ese cuerpo por supuesto sufría, pero cuando el dolor era demasiado fuerte, mi alma volaba entonces hacia ese mundo que acababa de dejar. Sabía que muy pronto todo se representaría y esta vez no quería escapar a mi historia. Durante esos meses, mis padres vivieron en su alma y en su cuerpo todas las emociones que están unidas a los seres que deben dejar marchar lo que ellos piensan que es una parte de ellos. Mi sufrimiento era el suyo y no podía decirles con palabras, como durante esos meses, sus almas y la mía se liberarían de viejos contenciosos que aún ahogaban nuestros corazones. Revivían una vieja y sombría historia de apego, la muerte de un ser amado que jamás habían aceptado. De repente comprendían que amar sin condiciones, era también aceptar que “el otro”, el amado, siguiese un itinerario que jamás habríamos previsto ni para él ni para nosotros.
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Morí una noche, mientras mama, extenuada, se había dormido a los pies de mi cuna en un viejo sillón con balancín. Quería estar sola para esa partida y sabía que la presencia ansiosa de mis padres habría hecho la tarea mucho más difícil. La mañana de mi muerte, permanecí algunos instantes con mi padre y mi madre, justo el tiempo de decirles que estaba viva y que la muerte no era lo contrario de la vida. Sabía que iban a dar un gran paso y que esa muerte no tenía nada de inútil. Era evidente para mí que nada, ni un guijarro en nuestro camino, esta ahí por azar y mi corazón se llenó de gratitud y Amor hacia la Vida. Deposité tiernamente un beso en la frente de cada uno agradeciéndoles ese cuerpo que me habían permitido tener y por todo el amor que me habían dado en tan poco tiempo. Hubiera deseado tanto que me viesen y me oyesen para dulcificar su pena… al final acepte que fuese diferente. Entonces me sentí aspirada por ese torbellino luminoso mientras la Tierra y mis padres se reducían poco a poco debajo de mí a un simple punto, brillante como un cristal. En ese espacio donde sobrevolaba, me invadía una paz profunda e intensa. Nada de lo que pudiese resonar en mí como injusticia existía. ¡En ese instante sabía que todo era perfecto! Las alegrías y las penas vividas aquí se convertían en ilusiones que nosotros “los encarnados en la materia densa”, teníamos por realidades. Al fin encontraba los compañeros que me habían guiado hasta allí, pensando sinceramente que mi tarea había acabado. Al fin podía alcanzar los planos de Luz a los que aspiraba y de los que me habían hablado tanto. Entonces leí en su mirada que mi misión y la reparación de mi historia aún no estaba acabada. La siguiente tarea que me incumbía no iba a dejar de asombrarme. Durante ochenta años de mi vida terrestre debía acompañar y ayudar, desde la invisibilidad, a “vivos con ideas suicidas”. El ser con cara angélica se calló unos instantes y nos miramos antes de estallar en risas. “La vida no carece de humor, continuó. Me uno al juego y decido cumplir esta última etapa con todo el amor del que me siento capaz. Creía saber todo sobre la ayuda a los demás sin tomar consciencia de que en mi orgullo de salvador, olvidaba lo esencial: aceptar que el otro no nos oye, sin sentir la impotencia. Desechar toda idea de fracaso y de éxito…” Una vez más, el espacio en el que nos encontrábamos, se tiño de una bruma opalescente, característica que precede a la visión de escenas de vida. Las que se presentaron fueron por lo menos sorprendentes, debido a la presencia de “ángeles y hombres” en estrecha colaboración. Estábamos en un gran almacén de una ciudad que no parece muy grande y ruidosa. Rápidamente identifico una ciudad de América latina y el Corcovado que aparece de repente en mi campo de visión no me deja ninguna duda. Se trata de Río de Janeiro..
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Tres siluetas de luz, de las que una me es familiar, están allí, semejantes a estelas luminosas que se desplazan rápidamente y en un movimiento de espiral que no cesa jamás. Un poco por debajo de ellas, en una escalera mecánica que baja hacia la salida del almacén, una mujer de unos cincuenta años lleva entre el brazo y la espalda una pesada cesta de provisiones. Percibo sus pensamientos con una nitidez increíble: “Tengo que darme prisa sino Juan estará antes que yo y como siempre habrá gritos y golpes. Estoy harta de servirle comidas que me tira a la cara. Además me desprecio, no tengo el valor de irme pues no se a donde ir, soy una cobarde. A veces desearía que me encontrase muerta, sobre las baldosas de la cocina, vería lo que es la vida sin mí y además eso le traería problemas con la policía, se lo merece”. Absorta en sus amargas reflexiones, la mujer continúa su camino sin notar que, una silueta de luz esta cerca de ella desde el comienzo de su monologo interior. Ha llegado a la parada del autobús y deja en el suelo el pesado paquete enjugándose el sudor que perla su frente. Sabe que debería adelgazar pues su corazón le deja sin aliento pero porque y para quien se privaría de los dulces que le ayudan a encontrar, momentáneamente, la vida menos triste. La parada del autobús está llena de personas coloristas y ruidosas mientras que el autobús, como es habitual se retrasa. Percibo con nitidez la silueta de luz a su lado que, inclinada sobre su hombro, le toca afectuosamente el brazo y murmura en un soplo: “Mira como el mar ante ti es bello, mira alrededor tuyo la vida que continua. No eres ni demasiado mayor ni estas demasiado enferma. Aún eres capaz de cambiar tu vida… aún es tiempo de actuar”. De repente, como transformada por una nueva idea, la mujer abandona su pesada cesta y sale del abrigo del autobús y se dirige con un paso firme hacia un destino que no puedo adivinar. El monólogo interior prosigue pero esta vez el tono es otro: “Acabo de tener una idea. Voy a pasar unos días en casa de Samira, mi amiga de siempre y allí veré más claro. Después de todo no estoy tan mal y en otro tiempo los hombres me cortejaban mucho. Voy a buscar un trabajo y ocuparme de mí. Sólo los niños sabrán donde me encuentro. Son mayores y autónomos…” Esta nueva idea parece hacerle reír interiormente, mientras que instantáneamente la luz está a mi lado: “Lo que acabas de ver no es una excepción, somos numerosos los que actuamos así y las dos estelas luminosas que me acompañan son dos de nuestros profesores que pasan de uno a otro cualquiera que sea el lugar de la tierra en el que nos encontremos y nos ayudan a cumplir mejor nuestra tarea. Cada uno de los seres que se encarna en la tierra tiene uno o varios guías según el periodo y las circunstancias de su vida. Por lo tanto es en los momentos de gran desconcierto cuando los seres, cuya “misión” esta más específicamente dedicada a la ayuda y la transmisión de pensamientos luminosos, entran en el aura de los que no ven el final del túnel. Acompañamos a esas personas un tiempo, el tiempo necesario para que se produzca un cambio en ellos, el tiempo en que podemos tocar y despertar la belleza y el cristal de su propio corazón.
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A menudo esos seres no tienen ninguna idea de la luz que tienen en ellos y de su capacidad de resolver sus propias historias. Más bien se sienten perdidos al borde del precipicio, como dicen en la tierra, porque simplemente han olvidado lo que son: seres de Luz que experimentan la materia según su historia de vida. A veces no podemos entrar en un aura pues el ser no deja ninguna puerta de entrada. Esto ocurre porque el mental de la persona es demasiado importante y le hace creer que hay que actuar de tal y tal forma. La escucha en ese preciso caso se vuelve imperceptible y el ser se cree solo cuando únicamente esperamos un poco de distensión por su parte para ir en su ayuda. Otros seres que emiten sin cesar pensamientos sombríos y pesados se rodean de una nube opaca difícil de atravesar, pero ahí también esperamos que sus guías o las circunstancias de su vida comiencen a romper esta concha. Entonces intervenimos… ¡Justo un empujoncito! Como sobre la tierra, a veces ocurre que nuestra presencia no tiene consecuencias en cuanto al resultado esperado. Los profesores nos enseñan a aceptar con humildad que el camino de ese ser sea así y que su vida se complique aún un poco más. Nuestro amor no disminuye y esperamos un momento más propicio para intervenir. El no juzgar forma parte de nuestro aprendizaje así como el aceptar, sin esperar el resultado Simplemente diles a los humanos de la Tierra, que jamás de los jamases están solos. Si a veces se encierran en una nube de soledad, que sepan que a su alrededor, seres que no ven, que no oyen, les ayudan y les aman. Poco importa lo que hagan, lo que han hecho o lo que harán, poco importa lo que son o lo que serán. El solo hecho de que estén sobre la tierra es la marca de que su vida es una joya preciosa. El cuerpo es un regalo para hacer la experiencia de la vida y experimentar la belleza de la creación. No nos pertenece pues esta unido a todo lo que vive en los mundos físicos y sutiles. Cada nacimientos tiene su razón de ser, estad seguros”. No hay necesidad de convencerme y se que este encuentro toca a su fin en el plano intermedio entre dos encarnaciones, por lo tanto, en el fondo de mí, una vocecita me dice que jamás se para nada. Ilusión, ilusión de la separación, del fin de una historia, de una vida… El gran Ser me sonríe y en el fondo de sus ojos de azabache, percibo mundos, soles y galaxias que me llevan hacia otros lugares, otros encuentros. Viajo en las alas de un “ángel”.
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ENSEÑANZAS “¿Una persona que no cree en la Vida después de la Vida es capaz de suicidarse? Es una pregunta que algunos de entre vosotros deben hacerse. ¿El “viejo” Arthur era culpable y de qué? Es seguro que mientras Arthur se daba muerte, no tenía remordimientos, pensaba solamente en sustraerse a la decadencia que suponía iba hacia él y que rehusaba. No quería ser un peso para nadie y piensa que su vida le pertenece. ¿Pero quién pertenece a quíén? ¿Quién ha tomado es cuerpo para recorrer algunos años de vida sobre la Tierra? Que la entidad sea o no consciente, no modifica el hecho de que la vida es sagrada y nadie tiene derecho de vida y muerte sobre esta vida. Como todos, Arthur tenía un recorrido que hacer durante el cual tenía que aprender, comprender, dar. No faltaba gran cosa, en el plano de los años, de ese recorrido, pero quien puede decir lo que habría podido pasar durante ese año y medio que faltaba. Precisamente es de eso de lo que se dio cuenta la entidad después de su muerte. Arthur no se dio la oportunidad de vivir ese momento de última compasión hacia sí mismo, de aceptación de lo que es, más allá de lo aparente. Ese momento en el que la vergüenza de ser dependiente se transforma en confiado abandono a la Vida, ese instante en el que el sentimiento de Impotencia se convierte en Ofrenda. Había olvidado amarse y aceptar de la vida lo que no podía cambiar. Son esos instantes que el anciano rehusó a su alma. Para ello, no se le pedía cualquier creencia religiosa sino simplemente y sin duda, es lo más difícil: Un amor y una confianza total en la vida que circulaba en el. Encarnándose en el cuerpo sufriente de un bebe ha podido encontrar el trozo de puzzle que le faltaba”. La entidad sin cara me envuelve en un velo de paz y en ese instante, en lo más profundo de mí, se que blanco o negro, bien o mal, justo o falso no tienen ningún significado fuera del que le da nuestra mirada.
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LOS TRES ADOLESCENTES
Este nuevo encuentro lo sentía como una evidencia. Hablar y escuchar a seres que se han suicidado no podía excluir una edad donde a menudo la vida que llevamos nos parece irrisoria en relación a nuestros ideales. Durante este periodo, nos sentimos impotentes y maltratados por esta vida que creemos, sinceramente, no haber querido. Sabía que el encuentro tendría lugar pero de ninguna forma pensaba que me esperarían tres, dispuestos a hablarme de su muerte física. ¿Por qué tres? Esa tarde, cuando tuvo lugar el encuentro con mi cuerpo sutil en ese plano intermedio entre dos encarnaciones, todavía no lo sabía. Esos tres jóvenes seres se presentaron a mi sin más y con la espontaneidad de la edad que tenían en el momento de su suicidio.
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CAROLE “EN PRESENCIA DE UNA GRAN DECEPCIÓN, NO SABEMOS SI ES EL FIN DE LA HISTORIA. PUEDE SER PRECISAMENTE EL COMIENZO DE UNA GRAN AVENTURA” -
Pema Chödrön
Me llamarás Carole, me dice la jovencita con un tono jovial. Me presento tal como era en el momento de mi muerte pero he cambiado mucho después, pues he aprendido que en los planos del alma, el cuerpo se modela según nuestras necesidades. Me he divertido mucho ejercitando esta nueva posibilidad pues en la tierra, mi físico me planteaba un problema que me parecía insuperable”. Miraba atentamente a la jovencita a la que como mucho daba dieciséis años. Muy grande, larga y delgada, casi flaca, la cara estrecha encuadrada por largos cabellos rubios, muy rizados, también me miraba de hito en hito, con sus inmensos ojos de un azul casi transparente orlados de un tono más oscuro, esperando una reacción por mi parte. Estaba intrigada pues no entendía como una jovencita que podría haber sido una maniquí, en nuestra sociedad actual había tenido tantas dificultad en aceptar su físico. Carole me sonrió: “Ya lo sé, asombra pensar como pueden contarse estas historias, pero espera un poco y comprenderás lo que he vivido…” En unos instantes ante la pantalla de mi alma desfilaron formas y sombras que poco a poco se transformaron en un paisaje de nuestras tierras occidentales. En una suntuosa villa con piscina y un florido jardín, una pareja cena tranquilamente en la terraza mientras que, no lejos de ellos, un jovencita que no dice nada parece relajarse en una tumbona. La voz de Carol me llega dulce y serena: “Son mis padres, son guapos, ¿no crees? Su pregunta parece más una afirmación, esperando o no confirmación. En efecto, de la pareja emana un aura de elegancia y de belleza. Rubios los dos, altos y delgados, de tipo nórdico, respiran la armonía. En esta escena están vestidos con ropa de deporte en felpa blanca, perfectamente cortada. Discuten ahora tranquilamente tomando un te a la sombra de un gran árbol rosa cuyas ramas caen sobre las flores. “Mis padres son ricos y soy hija única. Los dos son decoradores famosos y aman su trabajo que consideran como un placer. La alta sociedad los aprecia y mi madre tiene siempre mucho éxito entre los hombres. Es casi perfecta: inteligente,
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artista, buena cocinera, esposa amante y madre atenta, también es muy guapa. El cuadro es idílico y es precisamente lo que no llegaba a aceptar. Me sentía a su lado como un patito feo. Se puso en evidencia el día en que mis padres recibieron, como lo hacían un día al año, a las personalidades, periodistas y clientes, relacionados con su trabajo. Me divertía, como siempre, corriendo entre las mesas colocadas a este efecto, para servir los cocktails y oir los divertidos agradecimientos de los adultos ante esta pequeña niña solícita. Tenía justo siete años y desafortunadamente acababa de tirar un plato cargado de vasos llenos de un cocktail rojo naranja en el traje de noche de una mujer austera y que visiblemente no debía haber tenido jamás niños. Mientras que me disponía a correr a prevenir a la señora que hacía la limpieza, oi a una persona próxima a esta mujer lanzar unas palabras que me paralizaron como flechas envenenadas: “¡Que torpe es esta niña! ¿Unos padres con tanto talento cómo han podido tener una hija tan limitada? Esta frase asesina permaneció gravada en mi hasta cuando creía haberla olvidado, continuaba su obra destructora volviendo a mi memoria regularmente. A partir de ese día, mis largas piernas que comparaba a las de las garzas, mi talle alto, mi delgadez, me parecieron un handicap tan grande del que no podía desembarazarme y no podía cambiar. Me encorvaba voluntariamente pues, por hábito, para disminuir mi altura pues algunos alumnos de mi clase me consideraban altiva. Breve, no sabía que hacer tanto me hubiera gustado pasar desapercibida. Mis padres intentaban tranquilizarme, pero en vano. Cuanto más me decía mi madre lo guapa que yo era, más tenía la impresión de que mentía y que jamás podría estar al nivel que me parecía que ella estaba. Imperceptiblemente, empecé a envidiar a los dos que fuesen tan guapos y tan felices mientras yo me debatía con lo que creía eran mis limkitaciones. “Torpe y limitada”, he aquí lo que yo era y quizá… mala. Tenía entonces una sola esperanza, convertirme en una estrella de la danza. Estaba inscrita en cursos de danza de alto nivel y podía esperar, continuando mis estudios, acceder a un colegio de formación para bailarines profesionales. En oposición a mis padres me gustaba lo clásico y me apartaba de cualquier forma de innovación o de creación, sin duda por temor a no estar a la altura. La escuela de la Opera era en ese momento mi única tabla de salvación. Era mi secreto y no se lo dije a nadie, por miedo a ver disolverse mi sueño. Mis padres estaban muy a menudo fuera por su trabajo, una gobernanta expresiva y cultivada, velaba por mí desde que era un bebe. Estaba muy ligada a ella, pero aunque a menudo hablaba conmigo de diversos temas concernientes a la vida, le era difícil comprender mis penas y mis dudas. Un día que me sentía particularmente
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“chunga”, y en el que intenté deslizarle algunas palabras, por toda respuesta recibí esta frase: “Carole como se puede uno quejar cuando se posee, la riqueza, la belleza y la inteligencia. Mira a las personas de tu alrededor, la pobreza, la miseria son el sino de la mayor parte, ¡cómo puedes ser desgraciada!” En algun sitio, una parte de mí pensaba que debía tener razón y que yo era muy egoísta por quejarme pero, mi pena estaba allí y yo me sentía mal, Desde ese día, no ose quejarme y jamás volvimos a abordar el tema de mis “supuestos” sufrimientos de adolescente demasiado mimada. Los días pasaban para mí en el lujo y la melancolía. Un día, sin embargo, tuve la sensación de que la vida me aportaba una perspectiva diferente sin saber porque. El amor entraba al fin en mi universo bajo la cara de un gran muchacho moreno, alumno de mi liceo y propietario de una soberbia moto. Se llamaba Tom. Ese medio día, aún me acuerdo que me había propuesto probar su moto y estaba muy excitada con esa idea. Estaba pegada a él y sentía el viento que jugaba con mi pelo. Enamorada de él y de la velocidad que me daba la sensación de vivir intensamente, exultaba… Entonces mi vida dio un giro inesperado por intermedio de un coche azul marino cuya conductora preocupada y distraída acababa, con una inconsciencia mortal, de pasarse el stop. A penas tuve el tiempo de sentir un choque y después, nada…negro. Oía fragmentos de palabras lejanas, que lejos de apaciguarme me exasperaban: “Estoy desolada decía una voz de mujer que lloraba, todo es por mi culpa, no he visto el stop… Desolada… Desolada…” No conseguía abrir los ojos, no podía mover ninguna parte de mi cuerpo que ni siquiera sentía y en mi cabeza confusa, imaginaba lo peor. “Torpe y limitada”, he aquí lo que siempre había sido. Cuando me desperté, estaba en una habitación llena de flores, mis padres estaban con una mujer vestida de blanco, enfermera o médico, no lo sabía. Me sonreían mientras que esperaba con ansiedad que alguien me hablase, me dijese lo que había pasado, como estaba yo y donde estaba mi amigo. Tenía tanto miedo que no osaba moverme, ni hablar por temor a darme cuenta de que estaba paralizada. No me acordaba mas que de esa moto y el choque. Mi padre fue el primero en percibir mi angustia: “Querida, no es demasiado grave, afortunadamente. Vas a tener que hacer rehabilitación durante algún tiempo, veremos eso con más precisión con los especialistas. Sobre todo está tocado tu pie izquierdo, pero casi no guardaras secuelas de este terrible accidente. La moto de Tom esta descacharrada. Hemos tenido tanto miedo cuando hemos sabido lo que había pasado”.
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Carole esta un poco más tranquila, pero en el fondo perdura una angustia sin que pueda expresarla. No llega a comprender porque el discurso tranquilizador de su padre no consigue calmarla totalmente. Siente que le ocultan algo. ¿Y qué le ha ocurrido a Tom? Cuando se atreve a hacer la pregunta y ve la tristeza pintada en las caras, comprende rápidamente: ¡Tom está muerto! Carole siente que la vida se le va de nuevo. “¿Por qué él? Amaba tanto la vida…” se dice guardando como un secreto la desesperación que sin embargo le carcome. Se siente impotente, tan impotente. En ella se confunden la cólera y la tristeza. El calmante que le administran va a apaciguar su cuerpo algunas horas mientras que su alma grita de desesperación en el fondo de su cama de hospital. En ese instante detesta la Vida. El nombre de Tom, desde ese día, se ha vuelto tabú y el gran ausente de toda conversación, sin que la pena de Carole disminuya. Los meses pasan mientras que Carole sigue cursos de reeducación para que su costado izquierdo reviva. Con la ayuda de la kinesioterapia atenta y amante, las distintas partes del cuerpo de Carole vuelven a encontrar su función poco a poco. Solo subsiste una ligera claudicación que le molesta a veces cuando se fatiga más de lo debido. La víspera tenia cita con el especialista que, sin miramientos, le había anunciado que tendría ese handicap toda su vida, única secuela del grave accidente. “Una cojera ligera, había añadido, tan ligera que nadie se dará cuenta”. Parecía dichoso de anunciarle que no iba a quedar tan mal después de todo, sin darse cuenta que en ese instante acababa de pronunciar, sin tener la menor idea, la sentencia de muerte de su paciente. Carole muy pálida, no había respondido nada y había salido del hospital acompañada de sus padres que, ante esa repentina palidez, la miraban sin comprender lo que ocurría. En un instante había perdido toda esperanza de convertirse en bailarina… Lentamente Carole se hundía en un universo que no tenía ningún sentido. Sus padres intentaban en vano hacerle hablar. La joven no quería hablar ni siquiera comer. Sus padres en el colmo de la inquietud habían llamado a los mejores especialistas y psicoterapeutas. Carole no quería seguir viviendo. Había decidido poner fin a sus días y nada se lo impediría. En el botiquín de su madre encontró la solución: pequeñas cajas de somníferos se alineaban ante ella, bien colocadas y atrayentes. Su madre, a veces sintiendo ansiedad, se hacía prescribir regularmente esas tabletas por miedo a que le faltasen
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en uno u otro de sus desplazamientos, aunque no las tomase más que ocasionalmente. Las capsulas rosas y blancas portadoras del olvido ahora se deslizaban con facilidad en la garganta de Carole, mientras saboreaba el momento en que la pesadilla en que se había convertido su vida iba a parar al fin… o al menos, eso era lo que pensaba. Todo le parecía simple y la muerte, en ese instante, no le parecía dramática sino al contrario. Tuvo el tiempo justo de llegar a su habitación titubeando como si hubiera bebido demasiado. Una niebla espesa se interpuso entre ella y la cama, después, nada más… Una espiral oscura, en la que la jovencita se sentía aspirada sin posibilidad de control… Carole acababa de salir de su cuerpo y ahora miraba espantada ese cuerpo sin vida que yacía bajo ella. Un cuerpo largo y casi flaco estaba echado atravesado en la cama y parecía haber perdido toda la luz, toda consistencia. Brutalmente, un relámpago de lucidez le atravesó: se dio cuenta de que ese cuerpo era ella. Sobre todo ya no quería morir. Quiso gritar: “¡Venid, venid de prisa, no quiero morir, tengo miedo, tengo mucho miedo, papa, mama, salvadme!” Solo el silencio le respondió. En la gran mansión dormida, nadie parecía oírle. Desesperada, Carole se precipitó en casa de la Señorita, su gobernanta. La sacudió, le grito que fuese y la salvase: “Soy demasiado joven, no quiero morir” suplicaba mientras su mano pasaba a través del cuerpo de la Señorita que se volvió y se durmió de nuevo. “¡Socorro, socorro!” gritó desde lo alto de las escaleras. Al fin alguien parecía haberle oído, oyó un ruido que se parecía a pasos que venían de la cocina. Carole recobro la esperanza mientras vigilaba ansiosamente quién llegaba al fin. Cual no fue su sorpresa al ver a Lou, su gran labrador negro que acudía sin vacilación a su encuentro. Carole se quedó con la boca abierta. Estaba allí, la veía. Con sus grandes ojos llenos de bondad, aunque la miraba de una forma extraña, la miraba como si quisiera comprender y de repente, salto las escaleras y se puso a rascar con fuerza en la puerta de la habitación de los padres de Carole. Ese gran perro de ojos tiernos era, en ese instante, su única esperanza. “¿Qué ocurre Lou?, no son horas de venir a despertarnos” gruñó el padre de Carole, sacado brutalmente de su sueño. Ante la actitud insistente de su perro, se puso una bata y abrió la puerta.
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Lou, sin ninguna vacilación se dirigió hacia la puerta de la habitación de Carole, seguido del padre que al fin parecía comprender. La jovencita se pegó a la espalda de su padre:”Jesús o Dios, haced que lleguen a tiempo” pidió sin saber que hacer. “Papa, no me dejes morir…” La ambulancia está en camino hacia la casa la Señorita se ha mostrado la más eficaz mientras los padres de Carole parecían completamente despojados y aniquilados. La gobernanta intenta en vano hacer vomitar a Carole… “¿Por qué el auxilio tarda tanto en llegar?” se impacienta Carole. La jovencita fuera de su cuerpo mira al médico que, al fin allí, se apresura. Capta sus pensamientos y los agradece desde el fondo de su corazón. Sus gestos son precisos, sabe lo que tiene que hacer. Cuando al fin se levanta, mira con gran compasión a sus padres: “Es demasiado tarde, no puedo hacer nada por ella, estoy verdaderamente desolado”. Diciendo esto piensa en sus propios hijos, también adolescentes y los gritos desesperados de los padres de Carole y la Señorita le son insoportables. “Hago lo que puedo añade desmañadamente… comprendo lo que sienten, yo también tengo hijos”. El padre de Carole acompaña al médico mientras que Carole lo sigue completamente anonadada. “Estoy muerta y ni siquiera puedo consolar a mis padres ni gritar mi desconsuelo, ni decir que estoy viva puesto que estoy aquí. Dios mío, que mal estoy, que estúpida soy, papa, mama, perdonadme esta pena que es la vuestra y que no he deseado. Es verdad que ni por un instante he pensado en vosotros y ahora no quiero morir… Ya no quiero, no quiero… Quiero vivir”” Los gritos de Carole se pierden en un infinito sin eco y que nadie oye. Solo Lou, el perro, se aproxima como para consolarla y decirle que la ve y sabe donde esta. “Demasiado tarde, estoy muerta y sin embargo estoy aquí… ¿qué voy a hacer ahora?” Carole siente que la desesperación le invade de nuevo. Una desesperación inmensa, esta vez sin esperanza de un final, la desesperanza de haber perdido algo importante. Sus pensamientos son confusos: “Ni siquiera puedo poner fin a este nuevo estado, todavía pienso, veo y no puedo poner fin a este sufrimiento que me llena. ¿Qué va a ocurrir conmigo?” Un nuevo sollozo se le escapa a la jovencita. Ahora la tristeza reina alrededor de su cuerpo y en la casa.
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“Culpable. ¡Me siento tan culpable!” Carole vaga por la casa sin saber que el tiempo pasa. El entierro ha tenido lugar y ella sigue siempre allí sin saber que hacer. Nadie la ve y la pena de todos aquellos que la aman le llega extrañamente al corazón de su alma. Carole capta los pensamientos que le vienen de unos y otros. Su padre piensa que debió actuar más rápidamente y hacer sanar a su hija antes. Su madre se reprocha no haber pasado suficiente tiempo cerca de esa joven belleza que crecía y la Señorita lamenta haber juzgado que los niños ricos no tenían el derecho de quejarse. Su profesor de francés que hubiera podido adivinar su malestar a través de la actitud de Carole en clase. Su mejor amiga se duele de haber abandonado un poco a Carole después de su accidente, pero había cambiado tanto que la comunicación se había vuelto difícil. La jovencita se siente terriblemente impotente para decirles que les ama y que su desgracia no proviene de ellos. “¿Cómo he podido ignorar a todas esas personas que me aman y que no veía, tan ocupada estaba conmigo misma? El tiempo pasa sobre la tierra y Carole está ahora en un mundo brumoso y sombrío, el mundo de sus remordimientos, de sus dudas, de sus miedos. Permanece allí acurrucada en espera de un “no se que” que pueda salvarla de este universo sin luz. ¿Qué he hecho?” queda la pregunta que le obsesiona. En la espiral sombría en la que da vueltas sin fin, enfrentada con sus sombras. Carole siente un día, o quizá una noche, una mano que le toca, desciende a lo largo de su brazo la agarra y tira vigorosamente hacia lo que siente como si estuviese en lo alto de su mundo. Carole no opone ninguna resistencia, todo es preferible a esta “prisión mental” en la que está encerrada. En lo que subsiste de ella, siente con asombro, un poco de luz, un poco de calor. “¿De donde vienen?” y mientras se interroga, sus ojos comienzan a percibir la silueta del que o de la que la arrastra de esta manera. Los dos se detienen al fin, mientras que el abrazo se afloja. Carole lanza una alegre exclamación: “Abuelo, eres tú, ¿pero qué haces aquí?” El abuelo sonríe mientras que Carole enseguida ve a su abuela y a Tom. Explota de alegría mientras que su abuelo le responde:
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“Te hemos buscado y he tenido muchas dificultades para encontrarte entre los meandros de tu alma. Te habías encerrado en las brumas opacas y perniciosas de tus emociones y he necesitado tiempo para conseguir atravesar las capas de tu universo”. Carole corre de uno a otro como una niña alegre. Tom la coge por los hombros y los cuatro se dirigen a través de una abundante naturaleza hacia un edificio que parece hecho de cristal. A través de un dédalo de corredores de muros vivos, acceden a una sala redonda donde les aguardan unos sillones. t “Vas a poner a punto tus vidas Carole. Es el momento pues tu nueva encarnación se aproxima”. Carole no comprende del todo, pero accede voluntariamente a esta proposición. Simplemente sabe que va a tener acceso a vidas que ni siquiera sospecha y que se prepara un retorno a la tierra. Ha tenido tiempo de reflexionar en su prisión mental y ahora se prepara para cualquier eventualidad. Las vidas desfilan y a Carole se le corta el resuello: Es ella, ese kamikaze japonés, que pone fin a sus días antes que ser hecho prisionero. Todavía es ella, esa madre de familia depresiva que se suicida después de la partida de su marido. También es ella ese prisionero que se suicida en prisión donde esta condenado por un crimen que no ha cometido. Ve como una evidente repetición, esas vidas que desfilan y que todas le dicen: “Todavía no has pasado la prueba, la que te liberá de esta repetición para avanzar y pasar a otra etapa de tu historia. Vas a recomenzar porque tu alma lo quiere y sabe que no se puede escapar de uno mismo”. La jovencita no dice nada y, en el silencio de su corazón, acepta. Una mano sobre su hombro la reconforta, sabe que es la de Tom y que él ha comprendido. Murmura: “Yo era el marido que se fue y por el que te suicidaste. He venido para que juntos podamos volver a tejer una nueva historia. Volveré a tu lado y esta vez lo conseguiremos”. Carole, siempre inmóvil, sabe que aún se le debe mostrar otra vida, la que podría haber tenido si… Desfilan escenas: sus padres son más viejos, siempre tan bellos y serenos. Llega al parque de su villa al volante de un bonito coche deportivo, se ha convertido en una actriz adulada y rica y que además está enamorada de un escritor dispuesto a todo para que sea dichosa. Más tarde, ella pone su talento y su notoriedad al servicio de los más desprovistos y crea un movimiento de solidaridad que durará mucho tiempo después de su muerte. De repente todo cambia… Ha puesto fin a su vida y así ha modificado el escenario que debía representarse en al tierra…
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Su madre se ha vuelto depresiva y, bajo los calmantes, trabaja cada vez menos mientras que su padre esta poco presente, siempre enamorado de su mujer pero impotente para curar su dolor. La habitación de Carole se ha convertido en un santuario donde nadie puede entrar. Solo su madre pasa horas y horas rezando ante sus fotos y los trajes de su hija. La Señorita no tiene empleo y pareja de viejos amigos.
languidece como sirvienta en casa de una
Los padres de Carole envejecen mal, solos y sin amigos, siempre unidos pero tan tristes. Carole llora. Mide con horror las consecuencias de su acto no solamente para ella sino también para todos los que le rodeaban y con los que había hecho un contrato de vida para interpretar una pieza que ella había interrumpido antes de que bajase el telón y que los actores hubieran saludado. Se sumerge en la pena y estrecha su abrazo. Se ahoga: “¿Qué les va a ocurrir a aquellos que hubiera podido ayudar y al amor que me esperaba? pregunta entre dos sollozos. - Otras líneas de vida se colocarán para ellos sin embargo, has roto el contrato común y no podrás escapar a tu historia ni tampoco a la que te une a ellos”. Es la abuela de Carole la que ha tomado la palabra. Explica, sin que en su voz aparezca la sombra de un reproche: “En tu próxima vida, ayudarás a aquellos cuyo camino ha sido modificado por tu acto y de nuevo tendrás la tentación de darte la muerte con todas las probabilidades de pasar la prueba. Esta vez, tendrás que tener éxito… - Esta vez lo conseguiré repite Carole, quiero encarnarme rápidamente y hacer lo que tengo que hacer lo mejor posible” la jovencita esta decidida. Carole me mira ahora con esa mirada luminosa que encuentro a menudo en los que han comprendido lo que la Vida espera de ellos y sobre todo lo que ellos esperan de sí mismos. En ese momento preciso, abajo, en la tierra, en un barrio pobre de la gran ciudad donde antes vivía Carole, una mujer acaba de saber que de nuevo esta embarazada. Es la cuarta vez en cuatro años y la nueva no parece alegrarle. “Ojala que al menos esta vez sea un niño” se dice. Carole me mira y sus últimas palabras están llenas de ternura: “Esa será mi madre y yo seré su cuarta hija y no la última. Se que mi vida no será fácil, he visto algunos disgustos. Pero esta vez acepto integralmente todo lo que atraeré. Al fin he comprendido, que poco importa el papel que tenemos sobre esta Tierra. Simplemente quiero ser una buena actriz y hacer lo posible con las nuevas cartas que me he dado.
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Es un error creer que todo se para porque el cuerpo ya no está. Lo he vivido tantas veces sin comprenderlo… Esta vez quiero encontrar la Paz en mí, la Fuerza, no según las circunstancias exteriores que son pasajeras e ilusorias sino en esta parte de mí, serena e inmutable, ocurra lo que ocurra. Tengo la sensación de parecer un filósofo, sin embargo no es una historia de intelecto sino simplemente, muy simplemente una historia de Amor con la Vida, conmigo, con otros que también son parte de mi y de los que he sentido el sufrimiento como si me perteneciesen” Se que mi encuentro con Carole se termina aquí. En el fondo de mí, esta espigada joven ha depositado un gérmen de esperanza y de paz que no pensaba encontrar allí y en la última mirada que me ofrece, veo un millar de estrellas que centellean.
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ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra: Todo ser, joven o viejo, hombre o mujer, rico o pobre busca el bienestar. ¿Pero qué es el bienestar? Evidentemente cada uno tiene una definición diferente del bienestar, pero en su búsqueda incesante de lo mejor, pierde su camino hacia lo Absoluto. Emparedado en su realidad, encerrado en la prisión de su mental inferior, olvida abrir la puerta hacia más vastos horizontes… Precisamente aquellos que le permiten respirar el infinito de los mundos donde lo imposible no tiene existencia. Carole no ha visto más que un aspecto de su historia sin percibir los lazos que le unen a los que participan o debían participar en su vida. Con su suicidio no se desvía simplemente sino que arrastra detrás a todos aquellos que están ligados a ella de cerca o de lejos. Pocos son los que pueden imaginar los lazos sutiles que nos unen a seres de los que ni siquiera sospechamos su existencia. Encerrados en su mundo, olvidan su contrato de vida y todos a los que estaban ligados. La vida aporta a Carole, como a cada uno de los humanos, los acontecimientos en la medida en que puede superarlos e integrarlos para acceder a otra dimensión de su historia personal. Di que, son raros aquellos que escogen una vida que no pueden asumir hasta el fin. El orgullo puede hacer de suerte que el futuro reencarnado se ponga piedras en el camino, más imponentes de lo que la sabiduría del camino del justo medio les habría propuesto. Sin embargo que eso no sea un nuevo pretexto para huir. La elección última no esta en los acontecimientos exteriores al o a la que los vive sino en la manera en que el o ella los va a comprender, abordarlos y en fin transcenderlos. Hacer del obstáculo o de lo que se considera como tal, un trampolín, he aquí la Libertad del Ser. Lo que ocurre no tiene más importancia que la que se le da. La Fuerza permanece en cada uno, a cada cual le incumbe volver a contactar con ella para que lo que se llama “prueba” sea una marcha hacia la Luz”.
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TIMMY EL MESTIZO “NO PODEÍS PARAR LAS OLAS PERO PODEÍS APRENDER A HACER SURF” - Joseph Goldstein Timmy se me presenta vestido con un jean demasiado grando y un jersey beige de una talla muy por debajo de la suya que es de cerca de un metro setenta. Su pelo negro, espeso y lacio cayendo sobre sus hombros le da un aire de joven poeta. Con sus dieciocho años y ese físico mezcla de Oriente y Occidente, pienso que no debe dejar indiferente a nadie. La dulzura aparente, que emana de su persona, está atenuada por una mirada que parece llena de Fuerza. “Dulce, es la apariencia que daba en la tierra, simplemente porque creía no tener derecho a ser yo mismo”. Su entrada en materia es directa y sin rodeos, continua: “La Fuerza, la he alcanzado en ese plano intermedio del alma. Mi historia es de hecho bastante simple como todas las historias de la vida que se imaginan siempre complejas cuando son las nuestras. Nací de una violación entre un soldado americano y una jovencita vietnamita. Cuando mi madre se encontró embarazada de mí hubiera querido abortar pues ese vientre redondo le recordaba sin cesar el horror de la noche que había vivido. Tres o cuatro soldados, antes de volver a casa,, cuando la guerra ya había terminado, quisieron aprovechar sus últimas horas en el suelo donde también habían sufrido tanto y ella les sirvió de chivo expiatorio, como tantas otras mujeres y jovencitas del país. Entonces tenía 15 años y no sabía cual, entre los que habían abusado de ella, podía ser mi padre. Su familia, muy creyente, quería que conservase al niño, pensando que todo iría mejor después. Era demasiado joven para tomar una decisión contraria a la de sus padres y hay que creer que yo quería vivir absolutamente. Cuando nací, mis abuelos y mis tíos y tías me acogieron como uno de los suyos, pero mi madre no me miraba. Fueron mis abuelos los que comenzaron a educarme, pero cuando me dejaban con mi madre para que se habituase a mi presencia, siempre llegaba lo peor. Ella misma no sabía lo que pasaba en ella pero cuanto más me veía más me detestaba. Revivía a través de mí su noche de pesadilla que tanto hubiera querido olvidar. Yo estaba allí delante como el recuerdo de su sufrimiento. Entonces, en su desesperación, cuando estaba sola conmigo, me hacía sufrir como si debiese pagar por todos esos hombres que detestaba.
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A menudo me encerraba, solo en un lugar estrecho y oscuro, hasta que terminaba su tareas caseras y yo no decía nada. Tenía demasiado miedo y no osaba decir nada pero, en mi alacena, lloraba tanto tiempo que acababa por dormirme agotado de cansancio. Otras veces me pegaba sin que supiese porque y a menudo, lo que me hacía, dejaba pequeñas marcas azules y dolorosas en mi piel. No comprendía porque hacía eso. Simplemente sabía que cuando estaba muy enfadada, una sombra, siempre la misma se pegaba a ella y poco a poco hacia que le cambiase la mirada y hasta el color de sus ojos. Entonces yo tenía un miedo tan intenso que temblaba con todos mis miembros y mi vientre se retorcía de dolor. Mi única certeza era que ella no me quería y que yo no podía cambiar nada. Para escapar, en mi pequeña cabeza de niño, me distanciaba por no se que mecanismo, a fin de no identificarme con el que sufría. Una parte de mí soñaba que volaba a mundos imaginarios, lo que me ayudaba a soportar la parte de mí que sufría y tenía miedo. No suponía, en esos momentos, que pudiesen existir otras relaciones entre niños y padres e ingenuamente pensaba que, para mí, en todo caso, no podía ser de otra manera. Solamente salía con mis tíos y tías o con mis abuelos, cuando iban a rezar al templo. El oro que recubría las estatuas de Buda, los grandes vasos donde los bastones de incienso dejaban escapar largas cintas grises de humo oloroso, los empanelados de madera roja pintados con figuras extrañas, los hombres y los jóvenes vestidos con ropas azafrán, me alegraban y olvidaba durante algunos instantes mis sufrimientos. Aprendía lo que todo eso significaba cuando uno u otro de mis acompañantes quería darme explicaciones, pero yo jamás preguntaba nada. Quizá, en el fondo de mí, temía que esas salidas, que eran mi única distracción, se acabasen si me mostraba demasiado ávido de respuestas. No quería perturbar a nadie con mi presencia que hacía lo más discreta posible. Mi madre planchaba ropa para ganar algo de dinero y ese día, estaba sentado no lejos de ella, con un pequeño juguete de un bote de conservas que hacía volver y girar como un avión. Me divertía imitando el ruido del avión y los “vroum vroum” resonaban en la pequeña habitación cuando de golpe sentí la presencia de mi madre, una presencia extraña y aterradora. A penas tuve tiempo de percibirla, ella estaba allí, la plancha en la mano y la mirada vacía. Pasaba algo extraño que yo no comprendía. Me puse a gritar. Una quemadura atroz desgarró lo alto de mi cabeza después nada… gritos, nada más que gritos, sin duda los míos y los de otras personas… volaba hacia mi universo imaginario para dejar de sufrir. A continuación de este acontecimiento, algo en mí desapareció, quizá la esperanza de ser amado… Me sentía culpable de existir. Sobre mi cabeza, una marca blanca permanecía gravada, único signo visible de mi infancia. Fui curado por mis abuelos después, un día, sin volver a ver a mi madre, me llevaron a una gran casa donde mujeres con largas ropas blancas, diferentes de las que yo conocía, me cogieron o mejor me arrancaron sin miramientos de los brazos de mi abuela que me abrazaba muy fuerte contra ella. Mis abuelos se fueron sin una palabra, sin una lágrima. Sin duda habían aprendido a esconder sus emociones durante todos esos años de restricción y de violencia, al menos es la conclusión a la que llegué años más tarde.
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Tenía tres años y no sabía aún lo que la palabra “abandono” quería decir, pero tenía en el fondo de mí la certeza de que no volvería a ver jamás a mi familia. Yo tampoco lloraba, ningún sonido salía de mí, no sentía más que el vacío. Estaba ausente a todo dolor, una puerta en mí acababa de cerrarse, detrás de la cual no sentía nada, hoy podría decir que estaba anestesiado. Pasaron meses, estaba solo, no sabiendo que hacer para ir hacia los otros niños sufrientes como yo, prefería soñar “Las hermanas”, como las llamaban, hacían su trabajo y se ocupaban de nosotros sin ternura pero con una noción del deber que nos daba la sensación de que estábamos en seguridad. La inseguridad había sido el sino de cada uno de los numerosos niños de este orfanato y todos éramos a nuestra manera pequeños seres dispuestos a todo para tener que comer y dormir. Antes de tomar cada comida, debíamos juntar las manos y repetir palabras de las que no comprendíamos el sentido delante de un hombre suspendido en una cruz y que también parecía sufrir. Creía haber comprendido que había muerto después de haber sufrido mucho por causa nuestra y no me atrevía a mirar en su dirección tan culpable me sentía. La cruz y ese hombre eran gigantescos y ocupaban todo el muro de la habitación donde comíamos. Me era difícil evitarlo y a veces, en mis noches agitadas, volvía a ver al hombre que sufría por mi causa. Por la noche en el dormitorio decíamos algunas palabras por él antes de dormirnos. Amaba esos momentos de “plegaria” que me daban la sensación de redimir una culpa que debía ser grave pero de la que no tenía ninguna idea. No teníamos otras explicaciones pues la “hermanas” tenían mucho que hacer y poco tiempo para hablarnos. Algunos de entre nosotros intentábamos hacernos útiles, esperando obterner de esta forma favores suplementarios por parte de las religiosas. Otros de entre nosotros nos hacían reír o imaginaban no importaba que para que al fin se fijasen en ellos, en cuanto a mí, me hacía lo más invisible posible. Tuve tanto éxito en este arte de la invisibilidad que me acuerdo de una vez en la que una hermana más joven que las otras me buscó con la mirada un largo momento, llamándome mientras que yo estaba a su lado. No daba problemas y nadie se inquietaba por mí. Solamente a veces, de improviso, sentía un dolor fulgurante en lo alto de la cabeza y nada podía calmarlo. Desaparecía enseguida, como había venido, fiel memoria de mi martirio que en vano intentaba olvidar. Llegaba la primavera a nuestro país y crecíamos como podíamos. Muchos de entre nosotros sufrían de desnutrición y a veces alguno de entre nosotros moría. Estaba en el orden de las cosas y las hermanas nos decían que ahora iba a encontrarse cerca del hombre que estaba en la cruz. Tenían el aire de encontrar eso alentador, pero yo tenía mucho miedo. Por lo tanto fue esa mañana en la que soñaba mirando el único árbol en flor del patio que vi llegar a un hombre y una mujer. Tenían la piel blanca y sus ojos eran grandes. La hermana mas mayor, la que tenía más pliegues en la cara, la que daba las ordenes, vino ella misma a buscarme. Estaba allí sobre los escalones, viendo a los recién llegados, como la distracción del día.
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“Ven Thien, vas a partir con esas dos personas y vas a ver como serás feliz” ¿Feliz? No sabía lo que significaba esa palabra pero por la entonación de la hermana, comprendí que me iba a ocurrir algo bueno y que al fin iba a salir de este lugar. El señor se inclinó hacia mí y me dijo algunas palabras en mi lengua: “Se bien venido joven hombre, vas a venir con nosotros y todo va a ser mejor ahora”. Pronunciaba estas palabras con un acento tal, que tenía ganas de reirme. Mientras hablaba con la hermana más vieja, la mujer se inclinó sobre mí, sin duda para cogerme en brazos. Tuve un movimiento de retroceso, de miedo, pero la dulzura de su voz y su sonrisa me hicieron ir poco a poco hacia ella. No comprendía lo que decía pero sabía que era para mí. Tomé el avión por primera vez en mi vida. Tenía casi cuatro años y sentía que volaba hacia un universo en el que esta vez el miedo al fin iba a dejarme. En los primeros tiempos del descubrimiento de mi nuevo mundo, no pensé más en mi miedo, en mi inseguridad crónica, y sobre todo en mi culpa de vivir. Todo me parecía a la vez extraño y bello. Crecía en un mundo caluroso en medio de otros hermanos y hermanas de adopción como yo y bajo la mirada benevolente y amante de mis padres. Solo el dolor en lo alto de mi cabeza volvía a veces y con tal violencia que en esos momentos casi deseaba morir, sin saber exactamente lo que eso quería decir. Eramos cuatro niños nacidos en países muy diferentes, todos con historias dolorosas. Con nuestros padres aprendimos que el que llamaban Jesús no consideraba ni el color de la piel, ni la riqueza o la pobreza, ni el país de donde veníamos, para amarnos. Todos éramos iguales a sus ojos y valíamos. Regularmente íbamos a un lugar de culto donde cantábamos y rezábamos para que hubiese paz en nuestros corazones y en la Tierra. Al fin comprendí quien era ese hombre clavado en la cruz… pero mi culpabilidad encerrada en mí y que no sentía más, solapadamente continuaba destruyéndome. Mis pensamientos, mis gestos, mis creencias no me daban ninguna indulgencia. Pensaba sin ser consciente, que era malo y no merecía vivir ni ser dichoso. Todos íbamos al colegio con más o menos éxito en nuestra escolaridad, pero eso no parecía quitarnos el afecto de nuestros padres. Crecía sin más problemas que otros niños y pronto me convertí en un adolescente que no dejaba indiferente. Lo sabía porque leía la atracción en la mirada de algunas de las más guapas niñas de mi clase. Habría podido ser dichoso pero, en el fondo de mí, una pequeña voz que no podía hacer callar me decía: “Eres un inútil, tu vida no sirve más que para hacer sufrir a las personas que amas… no mereces vivir”
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Mi timidez me ahogaba y rehusaba todas las proposiciones de salir, no por falta de ganas sino por miedo de no estar a la altura de las esperanzas que creía leer en las miradas y sobre todo por miedo a hacer sufrir. Fue entonces cuando un chico de mi clase, un alumno mayor y que tenía el arte de distraer a los alumnos en los momentos más inesperados me hizo una proposición: “Te voy a dar una cosa que tomo regularmente para estar a tope. Verás, es super, pero sobre todo no se lo digas a nadie, es un secreto ente nosotros”. Tenía quince años y admiraba la seguridad de ese chico sin darme cuenta de que era inversamente proporcional a su éxito escolar. El primer “porro”, puesto que él lo llamaba así, lo fumé en los lavabos. Efectivamente me hizo el efecto de una bomba. Después de algunos minutos en los que no sentí nada de particular, comencé a sentir una confianza y una energía inhabituales. Los discursos de los profesores me parecían más claros que lo habitual. Comprendía todo lo que decían. Al final del curso, era un superhombre, lleno de confianza y dispuesto a todo. Mis inhibiciones se habían esfumado de golpe. Al principio de mis experiencias, mis padres no se dieron cuenta de nada pues podía controlarme, pero cuanto más pasaba el tiempo más necesidad tenia de fumar esa hierba que, yo creía, me ayudaba al fin a ser yo mismo. Hablaba más, pero cuando me faltaba, mi humor cambiaba y me volvía desapacible. Pasaba de un exceso al otro, lo que mis padres tomaban por cosas de la adolescencia. También era la única sustancia que calmaba mi dolor en la cabeza cuando me llegaba. Cuando mi “amigo” me propuso ensayar lo que iba a llevarme, decía él, al “séptimo cielo” sin esfuerzo, sentí como una barrera que no debía franquear. Sin embargo era demasiado tarde. No conseguía sentirme yo mismo sin ese sustituto que envenenaba lentamente. Cada vez me costaba más trabajo estudiar y mantener mucho tiempo mi atención. Mis notas antes brillantes declinaban y mi dinero de bolsillo no era suficiente… Así llegué a mis dieciocho años con proezas sexuales notorias y mis noches sin sueño. El resto de mi vida era un fiasco. Mis padres lo comprendieron cuando fueron llamados por el consejo de mi liceo por una historia de drogas. Estaba con ellos en el despacho del director y no veía mas que sus caras que cambiaban a medida que oían: los profesores estaban inquietos, era amable pero inadaptado al sistema en vigor y mi notas eran las más bajas. Faltaba a numerosos cursos y las explicaciones que daba no eran creíbles. Hubiera querido estar lejos, tan lejos, hubiera querido desaparecer para no ver su pena, pero ya no tenía la voluntad de cambiar y cuanto más culpable me sentía, más agresivo me mostraba hacia ellos. Para estar tranquilo y complacerles les prometí parar, sabiendo que sería imposible. Mentía, robaba a veces y no sabía como salir. Cuanto más intentaban ayudarme mis hermanos y hermanas, más despreciable me sentía y más les agredía también a ellos, sin que comprendiesen porque.
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La vida en familia se volvía un infierno y pedí a mis padres que me alquilasen una habitación más cerca de mi liceo. Lo hicieron para tranquilidad de mis otros hermanos y hermanas más jóvenes y también por que querían tener confianza en mí. Sabía que eras mi última oportunidad y que estudiarían el internamiento en una casa especializada para los drogadictos si no cambiaba nada. Mi padre me había pedido que me hiciese ayudar por un equipo de psicólogos. Había aceptado sabiendo que no haría nada. Sin duda aún no había descendido lo suficiente como para tener una verdadera necesidad de parar. Me sentía culpable, pero cuando más me invadía este sentimiento más me escapaba hacia la droga. Mis “viajes” no siempre eran luminosos, lejos de eso No controlaba nada y cada vez más me encontraba en un universo sombrío donde personajes con caras deformadas aparecían e intentaban destruirme. Entraba entonces brutalmente en mi cuerpo físico, transpirando de miedo, ayudado por otros jóvenes que, como yo, habían creído encontrar refugio y olvido en esos sustitutos. Me volvía más y más inadaptado a la vida sobre la Tierra, y nada me interesaba más que esperar tomar la dosis que me permitiría sentirme un poco mejor. Cada vez menos presente en mi cuerpo, sentía que a veces no era yo solo el que lo llenaba. Las historias fuera del cuerpo me fascinaban pues, en alguna parte, me comparaba a los que las practicaban, sin saber que mis viajes se aproximaban más a la destrucción que a la aventura espiritual. Sombrías ideas me llenaban y a menudo sentía presencias a mi lado y hasta en mi interior. Un día cogí miedo, cuando sentí que alguien que no veía cogía mi brazo y murmuraba en mi oído: “Ven, no vales nada ahora, porqué no saltar desde el inmueble, quizá eres capaz de volar”. Le grité a esa voz que se callase y no oí nada más. Fue ese día, en el que sólo en mi habitación, quise tomar una dosis más fuerte, justo para apaciguar mi miedo y mi dolor de cabeza que comenzaba a invadirme. No quería morir. Me tendí, esperando que el producto hiciera su efecto, cuando de golpe, vi una sombra cerca de mí, una sombra aterradora y que hacía muecas que me daba miedo. No estaba más que a medias en mi cuerpo mientras que esa sombra que me aterrorizaba se colocaba en el espacio que yo había dejado libre. La sombra ondulante me llevaba a la época en que era niño, ví a mi madre, una plancha en la mano. Grité interiormente pero ningún sonido salió. Ahora éramos dos en ese cuerpo que ya no controlaba. Hubiera querido llamar a uno de mis habituales comparsas pero sabía que era demasiado tarde. Jamás debería haber estado solo. Una parte de mí luchaba contra la sombra que dirigía mi cuerpo. Quería echarla, pero no era capaz, no era yo el que mandaba, no era yo el jefe. El producto que había introducido en mis venas había acabado con toda mi voluntad. Me sentía a la vez fuerte y débil, tenía dolores violentos en el vientre mientras que una voz que no quería me decía que saliese y condujese mi moto. Contemporicé, no sabiendo que hacer. A duras penas, me levanté al precio de un esfuerzo que consideré sobrehumano pero una fuerza extraña me llenaba y me ayudaba a obedecer.
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Era de noche y la motor parecía ser conducida por otro que no era yo… Ese alguien conducía y parecía conocer el itinerario y el lugar a donde quería llevarme. Llegué o mejor llegamos a un puente, muy alto y que era tristemente célebre, pues muchas personas lo habían escogido para suicidarse. Como un autómata, aparqué cuidadosamente la moto y me aproximé al parapeto. La voz me susurraba ahora: “Mira, intenta saltar. ¿Qué es lo que arriesgas? ¡Quizá sabrás volar! Inténtalo y además si dejas tu cuerpo no será una gran pérdida…” Entonces, como empujado por una ilusión, una necesidad incontrolable, me subí al parapeto y, como un pájaro, me lancé al vacío sin ninguna aprensión. Entonces ante mí, ví a mi madre, la vietnamita. Lloraba y a través de sus lágrimas, su voz repetía como un eco: “Thien, perdóname, te amo, perdoname…” ¿Qué ella me amaba? No conseguía creerlo, era imposible, una alucinación más, pensaba. Oi el choque de mi cuerpo cuando llegó al agua y mi voz que gritaba: “¡Mama!” Mi muerte fue larga y me arrastré mucho tiempo en el agua helada del río. Antes de morir simplemente ví en un resplandor, desarrollarse mi vida, desde el momento de mi caída del puente hasta mi nacimiento y mi concepción… Supe de repente que la vida siempre me había querido y que mi nacimiento no era un desgraciado azar. Había querido todo, hasta los menores detalles. Sólo mi muerte no formaba parte de mi historia. Fue como una evidencia, un momento de gracia que sobrepasa toda explicación lógica, un instante donde se sabe que nuestra existencia tiene un sentido”. Mientras escucha Timmy, los accidentes de su vida desfilan. Un coche se para en el puente. El chofer y sus dos pasajeros han adivinado que se ha desarrollado un drama. Han visto la moto y ahora llaman por el móvil, a la policía, para que les ayuden. Justo han visto caer la silueta, ¡demasiado tarde! Timmy esta muerto y sus padres adoptivos le lloran. Su madre en el dolor de esta pérdida no ve a los niños que quedan y que, a su vez, se preguntan si los muertos no son más amados que los vivos. Timmy querría decirles a todos que no está muerto pero nadie le ve, nadie le siente, ni le oye. Entonces, llevado por una oscura espiral, Timmy da vueltas sin control, de prisa, más y más de prisa… Cuando al fin el torbellino se calma, Timmy abre los ojos. Esta tendido sobre una mesa en un universo resplandeciente de luz. A su alrededor siluetas silenciosas y fluidas se desplazan sin una palabra. “¿Dónde estoy?” se pregunta con estupefacción.
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Durante un tiempo permanece sin respuesta, reposa sobre una mesa alrededor de la cual siluetas luminosas se afanan sobre lo que parece servirle de cuerpo. Ondas luminosas y coloreadas se escapan de sus manos y a veces de todo su cuerpo mientras sonidos tranquilizadores toman consistencia a su alrededor bajo la forma de luminosas transparencias. Timmy siente invadirle un sueño reparador. Simplemente oye voces finas y cristalinas que hablan de él: “Sus cuerpos se han deteriorado mucho. Haremos todo lo posible pero le hará falta toda una vida entera sobre la tierra para terminar de reparar sus envolturas…” Timmy escucha sin comprender esas palabras que terminan en un murmullo. Durante un tiempo indeterminado Timmy permanece allí sin moverse. Mientras está tendido, ve imágenes más y más nítidas ante sus ojos. Escenas de la vida que acaba de terminar, y a veces desfilan escenas de otras épocas. En esos instantes, una silueta luminosa permanece cerca de él, dispuesta a responder a algunas de sus preguntas. Es así como Timmy comprende la presencia de la sombra en su madre y después a su lado. Hace mucho tiempo, en un pasado olvidado por los habitantes de la tierra, Timmy tenía otro nombre, otro papel. Era poderoso y su saber era grande. Sabía hacer que se plegasen bajo sus ordenes los hombres de la tierra y se hacia ayudar por entidades sin cuerpo que voluntariamente se ponían a su servicio para cumplir diversas tareas que él, Timmy, consideraba como esenciales. La moral era diferente y las nociones de Bien y de Mal no se habían erigido en ley. El hombre poderoso no dudaba en abusar de su poder para fines que él creía justos pero que, visiblemente, no lo eran más que para él. A su muerte, sus servidores invisibles atados a él por la magia que operaba más allá de la muerte del cuerpo le sobrevivieron. Abandonados a ellos mismos, sin directrices, no estando ya dirigidos por una fuerza que les sobrepasaba, las entidades sin cuerpo se convirtieron en niños indisciplinados, abandonados a sí mismos. Por la Ley del Karma se unieron al alma de su anciano Maestro esperando su liberación. El pacto no se acababa con la muerte física. Para liberarse era necesario que tuvieran acceso a la Luz. “Timmy, lo que has sembrado vuelve a ti. Es una de las grandes leyes cósmicas. Esta vez viniste para aprender a curar la culpabilidad en ti y el amor, sin poder hacerlo. Tus cuerpos sutiles están deteriorados. Cualquier clase de droga actúa así. Será necesario una vida completa para consolidar lo que habíamos empezado a reparar. De nuevo tendrás la tentación de huir por medios artificiales para encontrar unas capacidades antiguas y poderosas sin las que te sientes muy pequeño e impotente. Es una etapa esencial para ti: Volverte Tu sin ningún artificio requerirá valor.
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También necesitarás ayudar a esas entidades sin cuerpo a subir hacia la luz. Se unieron a ti en otro tiempo y permanecerán cerca de ti, hasta que consigan con tu ayuda, su transmutación. Nosotros te ayudaremos… Nosotros también estábamos allí en la época de tu grandeza y sabemos lo triste que está tu corazón ante la responsabilidad que crees haber tenido en el fin de nuestra civilización. Hay un tiempo en el que el alma debe volver a ganar el Espíritu y dejar toda forma de culpabilidad. Lo que hacemos, lo que hemos hecho, no tiene más que un tiempo y nuestro Ego más sutil no puede hacernos actuar como culpables eternamente. Tú aprenderás, en tu nueva vida, a dejar el fardo de historias antiguas, para que en ti el vaso pueda llenarse de agua nueva y limpia. Esto también pide valor, el valor de dejar ir, de aceptar el vacío, más aterrador para algunos que cualquier forma llena. Tu alma aspira a la Paz, no a la paz de los hombres que es una ausencia de guerra, sino a la Paz de lo Divino. Tu camino será largo pero acuérdate: te conducirá a la última Compasión”. Thien-Timmy me mira y su mirada ha cambiado. La Fuerza y el Amor se mezclan estrechamente. “Voy a encarnarme dentro de poco… pero voy a enseñarte aún lo que he querido hacer antes de volver sobre la Tierra con la ayuda de los Seres luminosos y lo que me han enseñado. Sígueme”. Timmy posa la mano sobre mi brazo y, los dos, nos encontramos instantáneamente en la habitación de un apartamento amueblado sencillamente. Una mujer fuerte de unos sesenta años esta sentada ante una pequeña mesa con un lápiz en la mano y un papel ante ella. Un gran ventanal da sobre un jardín y un gran árbol, en la parte de abajo del inmueble. Estamos, a juzgar por la altura, en el segundo piso y la mujer con el pelo teñido de oscuro mantiene los ojos cerrados esperando algo. “Se prepara, me espera. Es una médium, me dice Timmy con diversión, sabes, he visto muchas antes de encontrar la que será capaz de escucharme de verdad. Una de ellas contaba cualquier cosa. Oía una palabra o dos y las hinchaba. No trasmitía nada de lo que yo quería decir. La que ves ahí es sencilla y siempre ha tenido capacidades para ver u oír lo que las “otras” no veían. No se cuenta historias y sinceramente quiere ayudar a las personas que han perdido a los suyos. Sabe despedirlos cuando se atan a los mensajes como a una droga… porque lo son”. Tommy ríe de corazón. Roza a la dama que se sobresalta. “¿Estas ahí Timmy?” dice ella. Timmy se coloca ante ella y parece tranquilizarse:
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“Si, se que eres tu, cuenta, ¿qué quieres decirles a tus padres? Les has dicho ya tantas cosas, para ti es tiempo de partir de la tierra y vivir tu vida”. Timmy no responde. Está muerto desde hace dieciocho años y solamente después de algunos años terrestres, una vez al mes, ha aceptado comunicar lo que siente, lo que sabe por medio de esta mujer. Sus padres al fin han aceptado su marcha y su vida ha seguido su curso como con un regalo, una abertura hacia los mundos invisibles. “Esta vez vengo a darle las gracias y a decirle adios, pues pronto voy a volver sobre la tierra. Mi testimonio ha sido oído por más de uno y eso gracias a usted. Esta vez hemos terminado nuestra colaboración… ¡gracias!” El joven delicadamente le da un beso en la mejilla redonda a la mujer morena que, emocionada, lo siente y deja que una pequeña lágrima descienda a lo largo de su mejilla, único testigo de su adios. Espectadora de esta extraña escena, se que nada es inútil jamás y que nuestros juicios a menudo demasiado humanos no tienen suficientemente en cuenta “el otro lado de la vida”. A veces, en nuestro mundo físico, el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto se mezclan estrechamente… hasta que volvamos a la linde del camino que nos llevará al Uno.
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ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra que la huida de lo que llamáis “dificultades” es una ilusión. ¿Quién huye de quién y por qué? Un ser que es presa de pruebas o lo que considera como tales y que, por medios adicionales, busca escapar a su historia se encontrará indefectiblemente cara a ella. Nadie escapa de sí mismo, nadie escapa de la escuela de la Tierra pues su alma lo ha querido así. El Ser humano busca desesperadamente la Libertad sin darse cuenta de que nunca la ha perdido. Las substancias que obligan a un alma a recorrer un camino en el que se vuelve incapaz de hacer frente a su historia, destruyen no solamente la envoltura física sino también la envoltura más sutil del cuerpo astral. Así, ocurre a menudo que la reparación necesita una o más encarnaciones durante las cuales la entidad no hará más que llenar los agujeros de sus cuerpos sutiles. Experimentará una evidente sensación de estancamiento. Timmy de alguna forma ha “abandonado la partida” según vuestra expresión pero ¿qué significa eso en los planos sutiles?: Cuando un ser deja un espacio no habitado, en su cuerpo físico, lo que es el caso con todo lo que es “drogas”, las entidades que buscan un vehículo para experimentar la materia o para continuar viviendo una vida sobre la tierra, se apresuran a ocuparlo. Esas entidades no conocen las leyes humanas y por esencia son amorales. Las consecuencias pueden ser dramáticas pues actúan y reaccionan según su nivel de consciencia que muy a menudo es primario. El caso de Timmy es más complejo aún. Hace mucho tiempo, en otras vidas, la entidad ha conocido prácticas mágicas con las que ha esclavizado otras entidades del bajo astral para ejecutar sus proyectos. Estos esclavos están atados a su dueño y la muerte del cuerpo físico no tiene consecuencias sobre ese lazo de dueño a esclavo. Sabed sin embargo que cuando el poder del dueño se debilita, el esclavo se levanta. Es una historia de poder, de potencia y de Fuerza que no cesará hasta que el Amor tome su lugar. Sólo la cualidad del amor incondicional romperá el lazo de servicio y lo transformará. La entidad Timmy va a cumplir así sobre ese plano entre dos vidas un recorrido de servicio que durará el tiempo que le quedaba por estar sobre la tierra”.
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FRANK EL REBELDE “PUEDE ASISTIR HASTA EL INFINITO A SUS MUERTES Y A SUS NACIMIENTOS SIN HABER VISTO NADA,´ AQUEL QUE NO ACEPTA MORIR PARA SI MISMO” - Camino de ese Tiempo “Mi historia es banal y no merece grandes discursos aunque se que puede ayudar a más de uno”. Esta manera muy directa y sin preámbulos será la que mantendrá Frank durante nuestro encuentro. Este chico, más bien pequeño, con pelo lacio y aplastado y con gafas de cristales gruesos me da la sensación de estar cara a un intelectual de los años ochenta. “Es un poco la realidad, dice mirándome con un aire divertido. En efecto, he aceptado contar mi historia cuando al fin he comprendido que mi revolución no era la que creía. No tengo ninguna excusa y no vengo aquí para justificarme. Nací rebelde y no tengo vergüenza de decirlo. Ya en el vientre de mi madre me revolví como si quisiera hacer marcha atrás. Me lo ha dicho ella, quejándose de todos los sufrimientos que había pasado durante el parto por mi causa. Mis padres me querían, sin más. Mi padre era un personaje rudo y bueno que había empezado como obrero en una oficina y que había “sabido salir bien”. Había tomado cursos por la noche y se había convertido en un contratista de albañilería. Estaba fuera muy a menudo y raramente se quejaba. Mi madre, una intelectual que no sabía nada de limpieza ni de nada que concerniese a la casa, no tenía ningún sentido práctico y fumaba todo el día, a veces porros, mientras leía las últimas noticias internacionales o escuchaba la radio. Estaba al corriente de todo lo que concernía a la política y lo social y las conversaciones que tenía con sus amigos no carecían de interés. Con ellos, rehacía el mundo a su manera y únicamente en su cabeza. Fuera de eso, en la casa reinaba un perfecto desorden, lo que molestaba a mi padre que gruñía que la casa no estaba mejor que una de sus obras. Eramos tres. Mi hermano y mi hermana mayores, de tres y cinco años eran de otro padre que no había dejado dirección. Para mi padre, no había diferencia. Subvenía a las necesidades de todos. Por lo demás, crecíamos solos y habíamos aprendido a desenvolvernos en todo lo que nos concernía. El contenido del refrigerador apaciguaba nuestro hambre. En casa, nadie preparaba la comida. Mi padre no tenía tiempo, mi madre consideraba que era someterse a una tarea degradante y de menosprecio para la Mujer. En cuanto a nosotros, no sabíamos nada pues nadie se había tomado la molestia de enseñarnos las bases de lo que podía constituir un plato. En nuestras jóvenes cabezas, apreciábamos la libertad de la que nuestros compañeros de clase estaban privados y entre los que a menudo suscitábamos la envidia. Nos guardábamos muy mucho de decir que nosotros también hubiéramos querido ser un poco más importantes a los ojos de nuestros padres”. En la pantalla de la memoria de Frank, las escenas se suceden:
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Un niño se pelea en el patio del colegio de parvulario y la institutriz tiene dificultad para retenerlo. Lo sujeta por el cuello de su abrigo mientras que sus brazos y piernas continúan moviéndose en el aire, pegándose con un adversario invisible. “¿Pero qué ha pasado? Le pregunta la institutriz, una vez calmado el hombrecito. - No es justo, me coge siempre mis lápices de colores y esta vez ha hecho rayas en mi dibujo” Frank no llora, esta visiblemente ofendido por la actitud poco amigable de su camarada de clase “Siempre es así, añade Frank para mí, toda mi juventud me he batido contra la injusticia de este mundo sin darme cuenta que me batía contra el mundo entero; incluído yo mismo. Desde mi infancia, una malformación de los ojos me ha obligado muy pronto a llevar gafas. No eran unas bonitas gafas, sino gafas con cristales gruesos que hacían de mí la irrisión de todos los otros alumnos. Un día en que estaba ya harto, me dije que nadie se burlaría más de mí. Pedí a mis padres que me inscribieran en un club de lucha y el pequeño hombre con gafas se transformó poco a poco en defensor de viudas y huérfanos. Para mí todo era pretexto para crear conflictos de los que con frecuencia salía vencedor, lo que me daba más y más seguridad. Mis padres por su lado, se comprendían cada vez menos y sus caminos divergían sin que se pudiese cambiar nada. La violencia verbal se agudizaba en casa y con frecuencia hacia los honores cuando, a falta de argumentos, se dieron cuenta al fin de mi existencia. En esos momentos yo era su moneda de cambio y me convertía en el hijo de uno o de otro. Así aprendí que cuando un adulto decía con un tono agresivo: “tu hijo”, no era un reconocimiento de paternidad o maternidad sino el peso de los reproches que se enviaban. Frecuentemente, en los momentos en que no se hablaban, me transformaba en mensajero, corriendo de uno a otro con la carta o la palabra que estaba destinada al “adversario”. Esta situación duró alrededor de tres años hasta que rehusé colaborar. Entonces tenía once años y encontraba mi papel totalmente injusto. No brillaba por la belleza de mi físico, que me contentaba con ignorar, suplía ese handicap con mis brillantes estudios y mi don para la polémica. Tenía trece años cuando mis padres, de discusión en discusión, decidieron separase. Casi me sentía aliviado cuando me comunicaron su decisión pero poco implicado pues mi vida con los amigos había tomado cada vez más, el lugar de mi familia. Por tanto no sufrí cuando comprendí que tendría que escoger. Esperaba que decidieran entre ellos y que ninguno de los dos me pediría que le dijese con cual esperaba vivir, pues los quería a los dos. Sobre todo temía que me pidiesen que cambiase de colegio o que no pudiesen subvenir a mis necesidades vitales. Lo oía decir a veces cuando discutíamos entre compañeros: tal padre se había ido dejando a la familia sin recursos, tal otro se había llevado a sus hijos... y mis
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noches se volvían agitadas por sueños indeseables en los que corría sin pararme jamás por caminos desiertos a la búsqueda de comida. Debí escoger pues mis padres, creyendo responsabilizarme, me preguntaron con quién quería quedarme. Escogí quedarme concretamente con el que se quedase la casa. Para mí era una seguridad y la certeza de no cambiar de colegio. Mi madre se quedó la casa. Fue ella, en consecuencia, la que se convirtió en responsable de mí. Regularmente iba a visitar a mi padre al sitio en que se encontrase, hasta el día en que decidí independizarme por completo y cortar toda relación con ellos. En esa época consideraba que jamás se habían interesado por mí y que esta relación no nos aportaría más que una pérdida de tiempo. Tenía la clara sensación de que no teníamos nada que hacer juntos y que me debía haber equivocado de familia al nacer. En mi alma me consideraba un revolucionario y no quería cargarme con sentimientos que juzgaba inútiles”. En la pantalla de la memoria de Frank, las imágenes y las escenas desfilaban con rapidez para pararse de repente en una de ellas. Frank debía tener unos veinte años. En un paisaje desértico, hombres y mujeres, acompañados por niños, se desplazaban en largas filas, estaban vestidos con harapos y sus bienes parecían estar contenidos en un trozo de tela anudado que con mucho cuidado cada uno llevaba consigo. Frank está ahí, con ellos, un saco sobre la espalda, vestido simplemente con una camisa y un pantalón de tela espesa y de color arena, va en cabeza de la pequeña tropa. Otro hombre acompaña a Frank, un europeo, como él, y su conversación evoca con precisión porque están allí. Quieren denunciar el desplazamiento inhumano de esas poblaciones que, poco numerosas y pobres, deben dejar sus tierras para que los ricos propietarios puedan instalarse. Todo esta previsto según un plan preciso y los corresponsales les esperan en la etapa siguiente, una ciudad mediana donde las autoridades deben encontrarles para notificar sus acuerdos. Frank está contento de sí pues esta gestión atenúa la vergüenza que siente por la civilización occidental, vergüenza de ser blanco, vergüenza de ser de la raza de los que explotan. Hábil para convencer, ha conseguido hacerse oír en una radio local pero también en un periódico extremista. Un instante, piensa en sus padres a los que no quiere parecerse de ninguna manera: una madre idealista que no hace nada y un padre que trabaja demasiado y no piensa... sin darse cuenta que ha tomado de una, el idealismo y del otro la capacidad de actuar. Cuando llega a la ciudad, con su pequeña tropa, piensa ya en el éxito de sus gestiones que le han llevado días y noches de reuniones y tomas de posición. Desgraciadamente no son partidarios los que les acogen sino policías armados que dispersan el grupo en harapos a golpes de porra y lo llevan directamente a prisión. Ha sido traicionado y cuando lee el periódico que le llevan, comprende lo deformadas y politizadas que han sido sus palabras. ¡Nada se ha desarrollado como se había previsto!
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El revés le deja en el desconcierto más profundo. No tiene miedo de fracasar pero cuando se da cuenta de que por dinero, por un puesto mejor, sus “amigos” de la víspera lo han traicionado, está profundamente afectado. La cólera le llena, una cólera sorda, contra sí mismo, tan estúpido por haber creído en el hombre. Las autoridades de ese país de América latina no quieren problemas y lo ponen, unos días después en un avión que parte a su país. Es expulsado y con la orden de no volver. Frank rumia y desespera de la humanidad. No ha podido volver a ver al grupo de hombres y mujeres que le habían dado su confianza y le habían acompañado... Un informador de sus amigos, no tarda en enterarle, algún tiempo después del acontecimiento, de que los hombres, mujeres y niños que habían sido dispersados por la policía habían sido ametrallados en plena calle mientras huían, sin que nadie tuviese el coraje de intervenir. El pretexto del delito de fuga servía para cubrir este llamado “error” El balance era increíblemente bochornoso. Por su propia estupidez ingenuidad, involuntariamente había sido el pretexto para eliminar una población molesta. El joven estaba anonadado. Sabía que nadie hablaría de lo que calificarían de “lamentable incidente”, pues en ese rincón perdido, la ley no es la misma para todos. Frank se asfixia. Le recuerda ese país de Africa negra donde, también impotente, ante la injusticia flagrante, tuvo que abandonar la partida. Pero al menos nadie murió por su causa. Había ocultado el hecho de que, aquellos que habían sido hechos prisioneros por sus acciones, habían sido largamente torturados antes de que los soltasen… ¿Es que la Vida se resume en combatir la injusticia sin éxito? ¿Qué Dios permite que la iniquidad exista? ¿Quién es el que da el poder a ciertos hombres para aniquilar a los más pobres? Frank no puede más y por primera vez en su vida, la desesperación le invade. Las escenas desfilan y se van para hacer pararse en una imagen: El tiempo ha pasado, Frank muy delgado, anda por un camino de tierra roja, con aspecto perdido. Lleva un pequeño saco a la espalda y parece una persona que ha viajado mucho y que no sabe donde posar su cabeza. La escena cobra vida y oigo los pensamientos de Frank percutiéndome tanto gritan su desesperación: “¿De qué sirvo? ¿Para qué… esta vida? ¡No se que hacer de mi vida en este mundo podrido que no tiene ningún sentido!” Frank visiblemente está en la India. Reconozco los paisajes, las culturas del arroz, los templos-montaña y sus esculturas así como las mujeres vestidas con saris de seda o algodón de colores tornasolados. Busca una respuesta a sus preguntas, una respuesta exterior que nadie le ha podido dar hasta ahora. “¿Por qué permitirá todo esto un Dios? Detesto el mundo en el que el poderoso siempre tiene la última palabra”. En su búsqueda, Frank que intenta apaciguar su culpabilidad vaga de ashram en ashram sin encontrar jamás la paz. Fuma droga pero no es lo suyo, no experimenta
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ningún placer en huir a una nebulosa de esferas. Quiere comprender, quiere una respuesta. Oye a ciertos sabios decirle que mire más profundamente en él, es precisamente allí donde descubrirá la respuesta. Justamente es lo que Frank no quiere hacer, detesta ese fuego que incuba dentro y que cuando se despierta le quema por entero y le consume. En el interior Frank no es más que cenizas. Camina, es el único momento en que una relativa paz se instala en él. Los pensamientos son menos vivos durante la marcha, las preguntas son menos intensas pero eso no dura. Atraviesa tierras y junglas, desiertos y montañas y encuentra casi siempre personas que lo alojan y a veces curan sus heridas físicas pero en su corazón permanece una llaga abierta que no cicatriza. Al borde del resuello y de sus fuerzas, un día, se para: “¿Para qué continuar…? Piensa. Soy un inútil y me niego a colaborar con esta tierra de sufrimiento. ¡Mi vida no sirve para nada!” En un último arrebato, Frank decide quedarse en una cabaña de pescadores y quedarse a vivir entre ellos. Les ayuda en contrapartida a ese sumario alojamiento y pasa el tiempo escribiendo para poner orden en sus pensamientos. El grueso cuaderno con largas líneas azules un poco desvaídas y la tapa de cartón sobre la que esta impreso un Ganesh coloreado, se cubre al hilo de los días de tinta violeta. Frank cuenta su desesperación y si esta escritura actúa como una terapia, todavía es insuficiente para ofrecerle la paz del alma. Frank ayuda como puede a ese pequeño pueblo de pescadores pero, cuanto más les ve luchar por un poco de pan para cada día, más asiste impotente a las pescas demasiado pobres para nutrir al pueblo y al hambre que, muy a menudo, esta presente, más su llaga interior sangra. El mismo está débil y la disentería ha acabado con su salud antes robusta. Un día, los pescadores no ven salir a Frank de la pequeña cabaña aislada que le sirve de guarida. Llueve, una lluvia de monzón cálida, abundante, benéfica y momentáneamente devastadora. La cabaña está vacía. Como todas las habitaciones hechas sumariamente de plantas y de tierra, entra el agua y en el suelo de tierra batida, un grueso cuaderno recubierto de una escritura violeta llama la atención de un niño. Una mujer, fuera bajo la lluvia, coge el cuaderno que le tiende el niño y abre las páginas sin comprender nada de la escritura que ya, bajo el agua del monzón, corre en largas tiras violeta sobre el papel ahora combado. La historia de Frank se borra sin que nadie sepa verdaderamente lo que ha pasado. El mar devolverá su cuerpo hinchado, sobre la orilla, bajo los ojos asombrados del pequeño pueblo que comprende que Frank se ha ahogado. La muerte no es más que un pasaje y los pescadores vuelven a sus ocupaciones. Algunos de entre ellos se encargan de salmodiar mientras que un sacerdote cuidará de unos sumarios funerales. No han sabido que Frank se había ahogado voluntariamente. Además no lo habrían comprendido, ellos que luchan dura y
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cotidianamente por una supervivencia inhumana, ellos que intentan vivir una vida que es la de ellos… Frank cerca de mí comenta: “Me ahogué porque no veía salida para mi historia y no podía ver más la miseria y la muerte a mi alrededor sin poder hacer nada. El mar ante mí parecía ser mi última solución. Una especie de disolución de mis angustias existenciales. No era un acto fácil para mí, necesite valor para decidirme a morir. Entonces entré en el agua y yo que no retrocedía ante nada he estado a punto de dar media vuelta y pedir ayuda. No tengo temperamento para volver sobre mis pasos, entonces avancé, más y más lejos, mirando fijamente una línea del horizonte que no veía, tanto llovía. El agua estaba por todo, dentro y fuera, sobre mi cuerpo y en mi corazón. Cuando una ola me sumergió, tuve la tentación de debatirme y después llegó otra más grande y más fuerte y me invadió la oscuridad. Es difícil soltar. Supe entonces que todo estaba a punto de acabar cuando no sentí nada, ni el agua, ni las olas… Acababa de morir. Veinticinco años de mi vida acababan de desaparecer en unos largos minutos en el agua del mar que me lavará de todas mis manchas. Es lo que había esperado en lo más hondo de mí… mientras que del otro lado en ese mundo inexplorado e inexistente a mis ojos, comenzaba otra historia. No necesite mucho tiempo para comprender que la vida no cesa simplemente porque así se decida. Un universo parecido al que acababa de dejar se me presentó. Creí que los pescadores me habían salvado y encontraba mi cabaña y mis preguntas tal como las había dejado. Sin embargo algunos detalles me sorprendieron. La lluvia de monzón no me mojaba y en mi cuaderno estaban escritas palabras que jamás había escrito. Con una escritura elegante y equilibrada podía leer lo que sigue: “Yo Frank voy a morir de paludismo y tengo una edad de cuarenta y cinco años, antes de partir, querría decir esto: La Vida es única y sagrada, es un regalo que nos ayuda a vivir la materia, para insuflar el Amor. En esta óptica, escogemos los papeles, todos diferentes unos de otros pero ninguno, jamás de los jamases es inútil. A veces creemos sufrir sin saber que tenemos el poder de decidir otra cosa. El sufrimiento no es una obligación y los “malos” contra los que combatimos a menudo, están tanto en nosotros como en nuestro exterior. Para que la paz llegue a nuestro alrededor, hay que encontrarla en nosotros y para encontrarla en nosotros, hay que aceptar entrar en lo más profundo de nosotros, allá donde las sombras reinan, nuestras sombras, aquellas que nos hacen creer en la desgracia de la humanidad. Lo que creemos ver en el exterior de nosotros es un pálido reflejo de lo que está en nosotros. Dejemos de huir pues nada más huimos de nosotros mismos, y esta huida es por esencia la mayor ilusión. Al fin he comprendido que el mundo no será tal como había decidido, he percibido este orgullo sutil que tanto me ha hecho sufrir ante mi incapacidad para aportar lo que creía ser “el bienestar” y que en definitiva no era más que “mi bienestar”. Creía al mundo “malo” simplemente porque no era conforme a mi visión de un mundo ”mejor”. Ciego, no supe ver la belleza en la mirada y en el corazón de todos los que creí poder ayudar pero que eran menos a “salvar” que yo mismo. El Mundo es
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bello, no porque no se nos parezca sino por él mismo y porque en cada uno de nosotros, existe la belleza. Me até a los problemas de la materia sin mirar las almas y quise imponer mi ley. Hoy se, por haberme aproximado tantas veces, que lo Bello esta siempre presente pero a menudo, no podemos percibirlo pues espesos velos oscurecen la visión de nuestro corazón. Este es mi testamento y en este día, estoy en la alegría pues he encontrado la Respuesta…” Estas palabras quizá no significan nada para vosotros, pero para mí, son limpias. He comprendido que puse fin a mis días por desesperación, cuando me quedaban algunos años por recorrer para comprender y curar mi alma. La carta que hubiera podido escribir si hubiera vivido mi historia hasta el final, estaba allí, como un recordatorio bajo mis ojos. Voy a grabarla en mí, será mi anclaje en mi próximo regreso a la tierra”. Miro a Frank con atención, algo en él ha cambiado. El pequeño hombre con gafas se ha transfigurado un poco. Está cerca de mí, hombre joven radiante con una sonrisa tal, que da ganas de vivir sin hacerse preguntas. “En efecto, dice, esta vez no me haré preguntas. Volvere como una niña trisomica”. Frank visiblemente espera mi reacción que no tarda en llegar: “No comprendo porque debes vivir esta situación. Ya hay bastantes problemas sobre la tierra…” Frank me interrumpe con esta seguridad en la voz, firme y dulce que no deja lugar a la duda: “Debo comprender esta enfermedad del interior a fin de encontrar la cura para tiempos futuros. También necesito aprender como amar y emanar paz alrededor mío sin actuar, justo por el simple hecho de existir. No creer que se es el dueño del destino de los “otros” es una etapa importante en mi evolución. Ser Amor sin saber lo que quiere decir esa palabra sino simplemente porque se está lleno y se respira por todos los poros de nuestro ser era lo que me había propuesto vivir anteriormente. El orgullo me ha hecho pasar al lado de mi historia. Aceptar lo que es y que cada uno siga su camino sin sentirse culpable, es lo que he venido a aprender sin éxito y que vuelvo de nuevo a comprender y vivir. Lo que se me propone es una elección dirigida, que acepto voluntariamente. Es un camino de servicio como cualquier otro y esta vez no escaparé a mi historia”. La risa de Frank es contagiosa y la admiro. Todo parece tan simple desde ese lado de la Vida…
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ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra que la Vida no es lo que a menudo imaginan. Aunque viva físicamente, una entidad que ignora la flexibilidad ante las diversas situaciones que le son presentadas esta en la Muerte. La muerte no es la disgregación del físico, es la esclerosis del alma, la rigidez de nuestro ser interior, la voluntad de controlar. Frank es como muchos humanos, quiere que la vida se parezca a lo que el piensa que es lo mejor, según sus criterios… y si la Vida toma otros caminos, se pierde y no puede imaginar que las cosas no pasen como hubiera deseado. A partir de ese momento, la lucha comienza. Un combate encarnizado contra un enemigo invisible e ilusorio. Hundido en una voluntad demasiado personal, Frank se debate contra él mismo, contra sus principios de vida, contra su voluntad de no tener principios ni creencias, contra la injusticia que reina en él y que cree ver por todas partes. Cuan numerosos son aquellos que luchan contra… sin darse cuenta que van de obstáculo en obstáculo hasta que un muro más alto que los otos los detiene. Cuantos son los que, desesperados, se preguntan porque, pese a todo lo que hacen, las dificultades se encadenan, sin comprender ni por un instante que es para ellos mismos para quien deben morir. Para ese “Mio-Yo” que quiere que la vida sea tal como la conciben, para ese “Mio-Yo” que quiere probar su existencia por miedo a disolverse en el vacío. Cuando se es un “combatiente” es difícil bajar las armas de su Ego y aceptar no controlar… hasta que “la lucha contra” se transforme y que “actuar para” tome su lugar”. Doy gracias desde el fondo de mi alma a este Ser de Luz que con algunas frases simples nos ofrece el espacio sin límite de nuestro propio corazón.
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AMIR: EL ATENTADO SUICIDA “LOS CONFLICTOS ENTRE LOS PUEBLOS SON UN REFLEJO DE NUESTRO PROPIO CONFLICTO INTERIOR Y DE NUESTRO MIEDO” - Jack Kornfield Un Ser de Luz está esta vez a mi lado, no veo su cara, simplemente el contorno de una silueta luminosa. Me asombro, pues hasta ahora, estaba directamente en contacto con los seres que testimoniaban su experiencia. ¿Por qué este cambio? Perdida en mis preguntas, oigo la calurosa voz de mi guía del momento: “Lo que va a ver y oír ahora pertenece al dominio de la fe política y religiosa. No podrás entrar en contacto directo con el actor de esta nueva historia. Esta en su mundo y tu no existes en ese mundo que es el suyo”. Miro a mi alrededor a fin de encontrar referencias que puedan darme alguna indicación... sin éxito. ¿Cuál es ese mundo al que no tengo acceso? A algunos metros de mí, adivino al fin la silueta de un hombre. Esta sentado sobre vastos cojines de colores de tierra ocres y de arena mezclados de hilos de seda, rojos y anaranjados. No me ve, no percibe nada de mi presencia, soy invisible a sus ojos. Fuma un largo narguile mientras que mesas con golosinas: pasteles endulzados con miel y loukums acompañados de dátiles y de higos secos, así como cestas de fruta fresca, están hábilmente dispuestas a su alrededor. El conjunto del lugar parece más una tienda de campaña ricamente amueblada que un palacio. La voz de mi guía resuena una vez más en el centro de mi ser: “Son los deseos de este hombre, los que crean su decorado del momento. Como para cada uno de nosotros y según sus creencias, los primeros tiempos de después de la vida corresponden a nuestras expectativas... hasta que el decorado parezca demasiado ficticio y tengamos necesidad de ir más allá. En ese momento es en el que nos unimos al plano que corresponde a nuestra alma y no a los deseos terrestres”. Permanezco interrogante: “Yo creía que para los que se suicidan era distinto. ¡Es lo que ha ocurrido hasta ahora! Cada un de mis interlocutores se ha encontrado en un plano intermedio en espera de una reencarnación rápida y ninguno de esos planos correspondía a sus deseos. - Se trata de una historia de suicidio político-religioso si se puede decir así. Mira y escucha. Todo te parecerá más claro a continuación”.
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Tengo confianza en mi guía del que no percibo los rasgos y vuelvo mi atención en dirección al hombre, más atenta a su persona. Más bien pequeño, enfundado en los vastos cojines del diván, desaparecería casi bajo la abundancia de telas si no fuese por la visión de un musculoso brazo que regularmente se extiende para picar en una de las copas desbordantes de apetitosos pasteles. Un gran reloj, probablemente de oro blanco y amarillo, adorna su muñeca, símbolo de riqueza... o historia de gusto. El hombre se vuelve de lado con lentitud, visible consecuencia de su bien estar lo que me permite al fin percibir su cara de tez mate. Encuadrada por una barba fina y pelo negro, ondulado que desciende hasta el cuello de su larga vestidura sedosa, emana una impresión de solidez de esta persona para la que no existo. Me aproximo, sin temor, como protegida por un anillo mágico de invisibilidad. Mujeres, las unas más bellas que las otras, le llevan ahora manjares consistentes mientras que otras bailan para él. Enseguida pienso en las 72 vírgenes prometidas al que va al paraíso de los musulmanes. Me pregunto cuento tiempo puede durar tal decorado y si los personajes van a desaparecer también en el espacio de aquí a unos instantes. “Ese mundo no es el que promete la religión de ese hombre, sale de su imaginación pero como todo imaginario, tiene su parte de realidad. El hombre que ves está en un plano intermedio donde sus sueños se realizan desde que emite esa posibilidad. Sin embargo no puede realizar lo que conoce o lo que corresponde a lo que se le ha sido enseñado. Es su “paraíso”. Acaba de morir en un atentado-suicida, persuadido de que el acto que ha cometido no podía ser de otra manera. Piensa ser un héroe o un mártir, como otros también lo han pensado. Tenía un cinturón de explosivos alrededor suyo y sabía que no sobreviviría. Cuando subió al autobús que tomaba regularmente desde hace un año, nadie le ha prestado atención. Ha rezado y dado su vida para que la vida de los que ama cambie y que sean respetados y considerados. Los cristianos que partían a las cruzadas o que se sacrificaban para imponer su religión a poblaciones indígenas e impías a sus ojos han hecho lo mismo en otras ocasiones. ¿Cuantas muertes y sacrificios han sido perpetrados a causa de la religión enseñada por los hombres? Los creyentes persuadidos de tener razón y detentar la verdad son presas fáciles para los manipuladores cualquiera que sea su signo. Ponte por un instante en el lugar de ese hombre. No es una persona inculta, al contrario, ha estudiado mucho y conoce los países donde los únicos templos que aún subsisten son los del consumo. Tenía treinta años y dos niños, un trabajo que le permitía vivir confortablemente y padres que no eran religiosos extremistas. Nada en él dejaba suponer que pusiese bombas, que fuese el terrorista dispuesto a quitar vidas y a dar la suya por una causa que creía justa. “¡Mira!”
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El Ser de Luz extiende la mano y enseguida, la habitación en la que nos encontramos, se transforma en un lugar que conozco bien: la sala de memorias. Los muros se estremecen y poco a poco desaparecen para dejar que nos envuelva una escena mientras la bruma que nos rodeaba desde hacía poco, se disipa con lentitud. Un pequeño pueblo toma forma con sus callejuelas de tierra ocre, su polvo y sus casas con tejados planos sobre los que se elevan los símbolos de la civilización bajo la forma de antenas simples o parabólicas y de hierros que apuntan al cielo. Personas en el umbral de las puertas, a menudo hombres... fuman largos narguiles o bebiendo te, están sentados sobre sillas de plástico rojas o blancas, dispuestas alrededor de una mesa baja, en cuero ennegrecido en algunas partes. Discuten con vehemencia. Hablan de los “otros”, aquellos que quieren coger su tierra, su vida y su dignidad. Un mujer, en una de las casas de la calle principal, riñe a un niño que lleva en sus faldas. Suspira y cogiendo al pequeño en sus brazos, continua una discusión, sin duda comenzada mucho antes con un interlocutor invisible a mis ojos: “No seríamos tan pobres si tuviésemos las tierras y estuviésemos considerados como los habitantes de este país. “Ellos” quieren que nos vayamos pero estamos en nuestra casa tanto o más que ellos. Son “ellos” los que deben irse...” Una voz masculina que parece cascada por la edad le responde desde otra habitación: “Es justo lo que tu dices, hemos perdido nuestro honor y estamos considerados como parásitos. Es una vergüenza. Nuestra tierra es pisoteada, se mofan de nuestra religión y “quieren” echarnos. No pasará así. Nos batiremos hasta la muerte”. El pequeño es depositado en tierra sin miramientos y corre enseguida hacia la puerta para reunirse con los otros niños que juegan en la calle bajo el sol del fin del medio día. Mi guía comenta: “Ese pequeño es Amir, la mujer que acabas de ver lo guarda mientras sus padres trabajan. Los dos tienen una situación que le permitirá estudiar en América más tarde. Sin embargo asiste todos los días a esos mismos discursos, que se gravan en él de forma indeleble. Un día, oyó decir que los niños habían cogido juguetes que un avión había lanzado y que estaban todos muertos. Después de eso tuvo pesadillas. Más tarde, supo que los aviones lanzaban voluntariamente juguetes trampa y una profunda cólera, muy parecida al odio, se deslizó en él. Un día, es esta parte de memoria olvidada que se despertó y le dio el impulso para actuar”. La escena que ahora se desvela es más reciente:
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El pequeño ha crecido, ahora es papa de dos guapos niños, un niño y una niña de tres y cinco años respectivamente pero su frente esta marcada por dos grandes arrugas horizontales. Su mujer también ha estudiado pero dada la edad de los niños, permanece en casa. El hombre, a veces acompañado de su familia, hace frecuentes viajes ente su país de origen y el país donde vive actualmente. Distendido y atento al bienestar de cada uno pero desde hace poco, algo ha cambiado en él. En el mundo, la actualidad se revela cada día más desesperante, y como un lazo de causa y efecto, en su trabajo, la comunicación se hace más difícil con su colegas. Siempre es apreciado por su competencia pero siente un malestar y cree, quizá con razón, que los “otros” le achacan ser de la raza de la religión de los “perturbadores” actuales. Sin embargo nadie habla abiertamente, Amir se siente mas y mas relegado sin darse cuenta un solo instante que es su vieja herida de niño que sale a la superficie. Ignora que en él gruñe una revuelta, la de un pequeño que durante su infancia asistía impotente a las quejas de los adultos y a espectáculos envilecedores. Capta y escucha más y más las informaciones en una radio de su país de origen. Después de algunos meses, despiertan en él una vieja memoria, la del abusado, la de la víctima, la del burlado. Esta allí, pero cada día está menos presente en lo que es su trabajo o su familia. Su aire preocupado y distraído atrae la atención de su mujer que intenta comprender pero, Amir verdaderamente no tiene respuesta que darle. Después de algunos meses, por la noche, va cada vez más a reuniones secretas donde encuentra hombres que, como él, están sublevados por lo que pasa en su país y en su tierra. Ahora, cuando vuelve a su país, otros hombres, corresponsales de los primeros, lo acogen mientras que, de una parte y otra, los miembros de su familia se hacen preguntas y se inquietan. Amir ha cambiado, cada vez está más sombrío y silencioso y a veces muy irascible. Ni sus hijos consiguen hacerle salir del mundo en el que parece encerrarse cada día un poco más. Amir admira en secreto a esos hombres con los que se encuentra cada vez más a menudo y a los que querría parecerse. Su verdadera familia esta allí, piensa, convencido de que nadie a parte de ellos puede comprenderle. Esos hombres no quieren la felicidad para ellos mismos. Algunos, como Amir, podrían contentarse con lo que la vida les ofrece, sin tener de que quejarse. Es otra cosa lo que les motiva e impulsa a actuar. Se sienten como animales acosados y acorralados en sus últimos reductos. Miran a los suyos, aplastados, pisoteados y no pueden ver más que nadie en el plano internacional reaccione a la injusticia que reina y que toca al fundamento mismo de su vida. Amir ama su entusiasmo y esta fe que les llena, sin darse cuenta que cuanto más frecuenta a los hábiles oradores del grupo más aumenta su determinación... Todos están motivados por el valor de deshacer una situación que les parece insoportable. Que otros pierdan la vida no es un problema para ellos. La apuesta es demasiado importante para pararse por algunos muertos. La mayoría han perdido ya tantas personas amadas que la muerte no tiene ya importancia y el odio los llena.
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Tendrán el cielo por recompensa y las gracias del Profeta. Se comparan a valerosos guerreros que parten a la guerra para liberar su país. Están dispuestos a dar su vida por una causa, como se da la vida por los que se ama. Esa mañana, Amir esta preparado como de costumbre, para salir. Sin embargo ha puesto más cuidado en su aseo y después de una última mirada al espejo, se encuentra guapo. Le gusta esta imagen suya de samurai de tiempos modernos... En el umbral de la puerta, simplemente ha abrazado un poco más fuerte, un poco más tiempo a sus hijos. Un instante, entrevió la mirada de su hijo en la que creyó percibir una conmovedora pregunta: “¿Qué vamos a hacer sin ti, papá?” Rechazó lo que tomo por un espejismo y dejó al niño. Tenía una cita a la que no podía faltar y nadie lo desviaría. Ignoraba que, en ese mismo momento, en otros lugares de la ciudad, otros seres que no para él no existían, iban a la misma cita, movidos por los hilos invisibles del destino, conducidos por el “no azar” que hace las sincronicidades. Sarah, ese día esperaba a sus hijos. Debía ir a la ciudad para las últimas compras para la preparación de su plato preferido: curiosamente y contrariamente a la costumbre, su coche no quiso arrancar. Era un viejo modelo, cierto, pero que le daba inestimables servicios. Decidió sin alegría, coger el autobús, su cesta en la mano. La línea era directa y ciertamente encontraría conocidos con los que hablar. Estaba tan contenta de volver a ver a su hijo, su mujer y sus dos hijitos que tenía necesidad de compartir esa felicidad. Mohammed, había decidido esa mañana llevar de paseo a los tres niños. Tenía un trabajo irregular y ese miércoles nadie le había llamado. Su mujer, en cinta del cuarto hijo estaba fatigada y él había pensado llevar a los niños a la pequeña ciudad en el autobús. David, un joven colegial de quince años se había citado con Samia en el autobús. Tenía previsto llevarla al cine pero en realidad le importaba poco el sitio, lo esencial era estar con ella, prolongar su mirada en la suya y sentir su cabeza sobre su hombro. Estaba muy enamorado. Sus diferentes religiones no asustaban más que a sus padres, así intentaban verse fuera lo más posible. Macha estaba en cinta y debía hacerse una nueva ecografía. Tenía cita esa mañana y había decidido coger el autobús a fin de evitar los nervios de buscar un lugar para el coche en el centro de la ciudad. Estaba tan dichosa esperando ese niño. Era el primero y todo el mundo estaba atento a su bienestar. Era la primera vez que se sentía tan importante. Cuando Amin subió al autobús abarrotado, el odio en el corazón, le pareció que el tiempo acababa de pararse inmóvilizado en un espacio-tiempo que le pareció durar más de lo que hubiera querido. En esa “parada de imagen”, vio a la mujer en cinta a la que había empujado un poco, paralizado en la sonrisa que ella le dirigía. Un poco más atrás, una pareja muy joven se miraba fijamente con una mirada tierna y amorosa, también tuvo tiempo de ver a ese padre y sus tres hijos, el más pequeño acurrucado, dormido confiado en sus rodillas. A su lado, un ama de casa y sus cestos
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dispuestos para ser llenados de comestibles contaba riendo sus últimas aventuras a su atenta vecina. En esta escena fija en la que nadie se movía, reconoció de golpe el Amor y la Vida. No había nada más, Amir no veía otra cosa. Los personajes y el decorado se animaron de nuevo y Amir supo que era demasiado tarde. No controlaba nada. Ese día, todos tenían una cita con la muerte. Cuando la explosión tuvo lugar, las sirenas de la ambulancias y de la policía lanzaron sus quejas anunciadoras de la muerte mientras que los gritos y los lloros se elevaban de la multitud ahora aglomerada alrededor de un espectáculo espantoso. Cuerpos despedazados nadaban en sangre, en medio de pedazos de hierros torcidos y cortantes. Los gemidos hacían pensar en posibles supervivientes y mientras que acudía el socorro, una mujer buscaba sin oír y sin ver lo que pasaba a su alrededor. Su alarido heló por un instante a la multitud... Acabada de descubrir a su marido y al más pequeño de sus hijos o al menos lo que quedaba de ellos. Se quedó de rodillas, insensible a lo que podía pasar a su alrededor, como rezando. Cuando los hombres de la ambulancia quisieron llevarla, se dejó hacer sin resistencia, la vida no tenía ya sentido para ella y poco importaba lo que podía ocurrirle. Otros gritos, otros llantos se sucedieron, desgarrando la multitud, mientras que un poco más alto, almas aterrorizadas y por el choque miraban, espectadoras impotentes, sus cuerpos desgarrados por la explosión. Asistían sin comprender al pánico generado por el atentado... y poco a poco comprendieron que eran ellas, o al menos lo que restaba de sus cuerpos, de lo que se trataba. Supieron que su recorrido terrestre acababa de tener fin aquí mismo y las menos despojadas de entre ellas trataban de tranquilizar a las otras. No sabían como ayudar a las que, un poco más bajo gritaban su dolor... No querían dejarlas, sin embargo una luz dulce y tranquilizante las envolvía poco a poco mientras que el horroroso espectáculo desparecía de sus ojos. Entonces cada una de ellas emprendió el vuelo para afrontar su historia personal, la que nadie puede escribir por nosotros, mientras que Amir esperaba con todas sus fuerzas acceder al paraíso prometido a las almas valerosas. ¡Yo tambien creía eso! Creía que mi acto iba a cambiar el mundo que no amaba y que sería el héroe”. Unas últimas palabras de mi guía sin cara me reclamaron: “Mírame ahora, atentamente”. Me sometí voluntariamente a esta conminación, mientras que la silueta luminosa, como una llama, ondulaba, se torcía y se transformaba bajo mis ojos incrédulos, hasta formar el cuerpo fino y esbelto de un monje budista con ropa azafrán. Un vértigo casi de nausea, me llenó y fui violentamente proyectada sobre la plaza de una ciudad asiática que llenó entonces todo mi espacio. La luz y el calor húmedo de un verano tropical me oprimían sin que pudiese adivinar la causa. Como guiada por un sentido más sutil, simplemente sabía que de aquí a poco los trabajadores iban a dejar sus despachos y sus oficinas para atravesar esta plaza.
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La muchedumbre se apresuraba ahora silenciosa, alrededor de algo o alguien que yo no veía aún, pero que intuitivamente temía percibir. Me aproximé como llevada por un puño invisible que me arrastraba siempre más lejos. Lo que ví me paralizó instantáneamente: En medio de la plaza, bajo la mirada silenciosa de la multitud, un monje se rocía de gasolina y se prende fuego, mientras que su cuerpo se abrasa sin que haya pronunciado la más mínima palabra, hecho el gesto más pequeño, ni emitido la más mínima queja. El cuerpo se tuerce y se consume en las llamas, ante los espectadores que siempre más numerosos e apresuran, aterrados y estupefactos por semejante espectáculo. Tengo la terrible sensación de que el tiempo no se detendrá jamás mientras que, el cuerpo ennegrecido se desploma al fin y la escena se borra. Mi guía está cerca de mí... “También en mi, rugía la revuelta. Asesinaban a mi pueblo, se burlaban de nuestras creencias y nadie en el plano internacional decía nada. Creí que era un héroe y que podría dar el ejemplo o hacer que se movieran los que nos gobernaban, sin pensar ni por un instante que esta voluntad de modificar los acontecimientos al precio de un crimen no era más que el juego de mi Ego. Mis profesores me habían enseñado que el cuerpo no era más que ilusión y no había retenido más que eso. Estaba dispuesto a sacrificar esta “ilusión” para que otros se despertasen, Era mi regalo al mundo y a los humanos. Un regalo para la paz, para que pudiésemos practicar nuestra religión sin ser torturados o encarcelados por ello. En efecto acababa de cometer un crimen y destruido el vehículo que se me había prestado para que accediese a la paz interior. Los profesores que habían arropado mi vida de terrorista y después de monje, lo decían y no podía ignorarlos. Simplemente pensaba que ofrecía lo que tenía de mejor por una causa que creía justa, sin darme cuenta que había hecho de mi cuerpo un objeto de mercadería, una vulgar moneda de cambio. En los planos de mi alma, me di cuenta mucho más tarde de la falta de respeto a mi vida, al mismo tiempo que comprendí que les había hecho el juego a los que alimentan la dualidad y la violencia en la Tierra. Después de haber atravesado los mundos infernales unidos a mis creencias, pude ver que nada había cambiado por mi acto, al contrario, después de mi muerte la violencia reinó con mayor fuerza aún. Hay seres poderosos que tiran de los hilos de nuestros Egos y nuestras faltas, que se ríen de nuestras heridas... Tienen impunidad, no se baten, jamás están en la lucha, en los conflictos. Son hábiles y utilizan nuestra sed de ideal y nuestras necesidades no reconocidas para conseguir sus fines.
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Los periódicos han hablado de mí y de mi acto. Ha habido de antemano motines y movimientos de indignación pero no era eso lo que buscaba. En cuanto al resto, no lo habría conseguido, pues hay demasiados intereses en juego. Entonces vi que en otras vidas, en otros tiempos, había, bajo otras formas, recorrido caminos parecidos. Había sido un valeroso y respetado samurai, y también ahí me había, según nuestras costumbres, dado la muerte para escapar a la vergüenza de la esclavitud y la derrota de un orden que defendía con pasión. Después de mi muerte por el fuego, comencé solamente a comprender que darse la muerte no era la solución para resolver lo que fuese y para aceptar que mi orgullo había tenido una activa participación en esas muertes programadas. Siempre ha habido guerras y masacres por una u otra causa pero fundamentalmente, nada ha cambiado. La bala está en un campo después en el otro. Somos unas veces ganadores y otras los perdedores pero, ¿de qué a la postre? La paz, la igualdad, el respeto y el amor, a los que aspiramos todos, están bien lejos de todas las consideraciones de los que aprietan el detonador de nuestros ideales y de nuestras preocupaciones. Para ellos, no es cuestión de poder o de dinero. Todo eso, lo tienen. Actúan por otra fuerza que ignoran y de la que ellos mismos son los peleles. Se creen iguales al Creador y nosotros somos sus criaturas. Cuando mi alma y mi espíritu se abrieron, acepté encarnarme una vez más. Esta vez, morí en un incendio que no había provocado pero tenía el corazón puro y sabía que mi misión, esta vez, era simplemente la de estar en la tierra, ni más ni menos. “Estar Presente”, es lo que al fin había conseguido cumplir después de tantas y tanta vidas. Amir empleó tiempo en comprender lo que para él fue un acto de heroísmo. No porque su intelecto no se lo permitiese sino porque estaba alimentado y sometido a un poderoso egregor formado por todos los deseos de venganza de los corazones que han vivido el menosprecio. Después, como yo, un día, sabrá que víctimas y salvadores son presas fáciles y manipulables y que no es en la superficie de la tierra donde hay que destruirlos sino en nosotros, el único lugar en el que somos los dueños”. No puedo dejar de preguntar: “¿Amir va a lamentar su acto y deberá sufrir como la mayor parte de los que he encontrado? - Amir va a pasar un tiempo creyendo en la utilidad de su acto sin experimentar las consecuencias, pero eso no puede durar pues hay un momento en el que el alma se despierta a otras realidades. Un momento de gracia donde cada uno pone el punto y se vuelve “el otro”. Un momento de Unidad donde el otro, al que se ha odiado, se vuelve una parte de nosotros. En ese momento todo da la vuelta. Infierno, paraíso, son palabras humanas para contactar con una realidad ilusoria. El humano es el primer creador de sus propios sufrimientos y de su infierno personal.
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Más allá, o dentro si tu prefieres, no hay juicio. Solamente hay un ser que, frente a sí mismo, recorre su historia y comprende, resiente, torturado o no por lo que él cree haber hecho, hasta que su corazón sea lavado de toda traza de odio hacia él, hacía el otro y que el Amor sea el único habitante”. Cuando se termina el contacto, busco saber quién era ese monje que me había acompañado con una presencia tan luminosa y serena. Encontré un pequeño suelto en Internet (el internauta historia) que podría corresponder a su vida o más bien a su muerte: 11 de junio 1963 Un bonzo budista se inmola por el fuego. Para protestar contra el régimen dictatorial pro americano del presidente vietnamita: Ngô Dinh Diém, un bonzo budista se suicida por el fuego en Saigón (Vietnam del sur). Seguirán otras inmolaciones públicasy los movimientos de oposición serán severamente reprimidos por el poder. En noviembre un golpe de estado derrocará al gobierno de Ngô Dinh Diém que será fusilado. En 1964, los Estados Unidos decidieron enviar tropas a Vietnam a fin de oponerse al avance del comunismo.
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ENSEÑANZAS Estoy ante un ser sin cara. Solamente su silueta de llamas anaranjadas ondea mientras su voz resuena en mí. “No puedo identificar mi forma de antemano. Ni en este plano intermedio, mis átomos son tan poderosos que desintegrarían lo que no se les asemeje. Diles a los humanos de la Tierra que la Vida es sagrada. Diles que en otros mundos, la vida en un cuerpo físico esta considerada como un regalo inestimable. Hace demasiados de vuestros años que dilapidáis ese don precioso que es vuestro y que consideráis demasiado a menudo como un peso. Haced de vuestra vida en la tierra un momento de Alegría para ir a presencia de vuestro ser. El Templo de vuestra alma no puede seguir siendo despreciado como hacéis, sin ir hacia un precipicio. Hace mucho tiempo que experimentáis la materia bajo diversas formas. Habéis sido minerales para comprender la densidad y la estabilidad, os convertisteis en plantas para llevar la dulzura y la belleza al mundo, habéis adquirido en el pueblo animal el instinto y la sabiduría del momento presente así como el amor incondicional, aprendéis en el cuerpo humano, la elección y la superación del yo. No hagáis de vuestra vida un combate, pues no hay más que Uno para el Gran Sol del que venís aunque se presente bajo múltiples formas. Que esta Vida sea como un nuevo día. Vedla como Única pues jamás la volveréis a encontrar. Vuestro “mi-yo” no tiene ningún poder sobre ella. Si queréis morir, matad a vuestro mental inferior, al que juzga, que controla, que teme y divide. Dejadle disolverse sin miedo a perder lo que sea. El fin del cuerpo físico no supondrá jamás el fin de la Vida que, por esencia, es inmortal. Vuestra vida en un cuerpo físico puede servir de premisa a un mundo nuevo…” Cada vez oigo menos la voz de la que no capto mas que trozos que no puedo interpretar. Entonces, ante mí, la silueta en llamas me rodea y me envuelve. No existo mas y por un instante se lo que significa la disolución. Una disolución que está muy lejos de la aniquilación, que hasta es su contrario. Una fusión, es eso, una fusión con el Uno que, lejos de aniquilarme, me agranda y me expande al infinito. Se en este instante, que nada se para jamás, que somos infinitamente más luminosos de lo que imaginamos y que las máscaras de nuestras vidas únicamente son préstamos para la experiencia que la parte más alta de nosotros ha elegido. Se en ese instante que Todo esta Bien y es Justo. Me doy cuenta que mi viaje se termina. Otros me hubieran podido hablar de su vida, también otras razas, pero sin duda hay una razón para que hayan sido esos seres los que se han dirigido a mí. Sonrío al Ser de Luz que me ha acompañado en este viaje y a los profesores que, con cada una de sus historias de vida, han dado una claridad que sólo el Amor sin juicio y sin esperar son capaces de ofrecer.
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Hubiera podido hablar de los que permanecen, aquellos que se creen culpables de no haber hecho lo suficiente pero, allá también, en una aventura tal como la que acabo de vivir, siempre hay blancos, vacíos. No es en ellos en quienes nos detendremos vosotros y yo sino sobre esas almas cuyo itinerario ha cambiado porque no creían ya en la Belleza ni en la Bondad Humana o porque se refugiaban en la Derrota. Me he rendido a la evidencia, despedirse de un mundo ideal, es crecer un poco más en el interior de Uno mismo, es asumir el hecho de tener una vida sobre la Tierra que nadie puede vivir en nuestro lugar. Una vida que, cualquiera que sea, es la nuestra, única, irreemplazable y sagrada. Renunciar al mundo tal como lo hubiéramos querido, es aceptar no controlar más, es aceptar que la Vida nos propone lo que no habríamos pensado y que nos permite ir a lo más profundo de nosotros, más allá de nuestras cortezas, hacia el espacio en el que somos los únicos habitantes: el de nuestro Corazón. Un Corazón que más allá de las religiones, de los tabús, de las barreras raciales o sociales, sabe decir si a la Vida, tal como es. Esos encuentros me han ofrecido una lección: “Para cambiar lo que sea es esencial aceptar de antemano lo que hay, en nosotros y alrededor de nosotros. Para llegar a esta aceptación, es esencial Amar al Ser de Luz en nosotros y en el otro. Es el principio de toda tranmutación…”
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¿COMO AYUDAR A LA PERSONA QUE SE HA SUICIDADO? Pensaba haber terminado este libro y esos encuentros que fueron para mí de una belleza y de una grandeza tales como jamás había pensado, pero no, este no era el caso. Algún tiempo después del fin de este libro, una noche encontré un nuevo grupo de seres desconocidos acompañados por los que ya conocía. Me esperaban con una ternura impaciente en un lugar inmaculado sin otra forma de vida que sus presencias… una clase de sala de espera sutil entre dos mundos. Uno de ellos al que jamás había visto se dirigió a mi en estos términos: “Te damos las gracias por ese libro pero todavía está sin acabar”. Asombrada, me contenté con sonreír esperando la continuación de esas palabras de bienvenida un poco sorprendentes. El ser que había percibido mi asombro continuó con dulzura: “Te pido en nombre de todos los aquí presentes y de todos los que aún ignoran tu venida que quieras pasar este mensaje que contiene elementos de gran importancia para nosotros que hemos interrumpido el curso de nuestra vida. Muchos de entre los “vivos” se preguntan como ayudarnos. Diles que: Cualquiera que sea la forma en que hemos parado nuestra vida física. Es esencial que los que permanecen no se sientan culpables de nuestra muerte. Ningún ser, cualquiera que sea, tiene suficiente poder para hacernos actuar en contra de lo que hubiéramos querido. Por nuestro suicidio no hemos franqueado una de las etapas que nos habíamos propuesto atravesar cuando establecimos nuestro contrato de encarnación. Pensar que han sido los acontecimientos u otras personas las que han contribuido a nuestra caída no tiene ningún sentido aunque nosotros mismos lo hayamos creído en otro tiempo. La culpabilidad de los que nos rodean puede satisfacer momentáneamente nuestra personalidad provisional pero eso no dura mucho y rápidamente sufrimos el sufrimiento que causamos. Pedimos a aquellos que nos quieren que no sufran en nuestro lugar pues ese sufrimiento vuelve pesado y ensombrece todo lo que nos rodea. Todos vuestros pensamientos nos llegan con mucha fuerza pues todavía estamos muy próximos a la materia de la Tierra. Rezad, meditad por nosotros, eso nos ayuda pues las ondas luminosas que nos enviáis de esta manera disuelven poco a poco los velos de sombra que nos recubren y nos impiden ver la Luz. Sin embargo no hagáis de vuestras meditaciones y vuestras plegarias un deber, una obligación o un castigo pues la luz que nos llegará se verá manchada y disminuida.
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Nos sentimos terriblemente impotentes para curar lo que hemos provocado en vosotros y no estamos a una distancia suficiente para darnos cuenta que eso también os pertenece. Si puedo hablar así hoy, es porque mis amigos aquí reunidos y yo nos hemos abierto camino y la mayoría estamos dispuestos para volver a la Tierra con un nuevo contrato. No retengáis de nosotros el acto que hemos cometido sino encontrad los mejores momentos que hemos pasado juntos. Cuando penséis en nosotros, los que permanecéis en la Tierra, recordad los instantes de alegría o de ternura que hemos podido vivir juntos .Ved nuestra belleza, la que no llegamos a percibir nosotros mismos… Habladnos como se habla a una persona a la que se ama, no para lamentar su partida o vuestra dificultad presente, sino para honrar el camino que recorrimos en vuestra compañía. No miréis nuestras huellas como reliquias, no recreéis santuarios que nos fijan en un pasado doloroso. Ayudadnos a volver nuestro recorrido menos doloroso, no por vuestros actos sino por la aceptación y la serenidad que sabréis hacer crecer en vuestros corazones. Aceptadnos íntegramente como fuimos, con nuestras fuerzas y nuestras debilidades. Llegará sin falta el día de la reparación sobre la tierra y ese día, seremos llevados por vuestra capacidad de transmutar la pena que os hemos ocasionado”. El ser que me habla es un hombre joven de unos treinta años de pelo oscuro y tez clara. Me sonríe, Se que ya ha pasado por las pruebas del suicidio y que ahora forma parte de los profesores que ayudan a los suicidas antes de su nueva encarnación. El sabe que yo se y este reconocimiento crea un lazo sutil entre nosotros. “¿Es esto lo que faltaba a la “Ruptura de Contrato"? El hombre aprueba y se contenta con bajar la cabeza mientras que siento en lo más profundo de mi el tirón característico que me recuerda mi cuerpo físico. Con una última mirada entre esos seres y yo, comprendo que esta vez el libro se acaba y, mientras que rayos de luz en ondas vienen hacia mí, el viaje hacia mi cuerpo físico ha comenzado. En ese instante preciso, mi reconocimiento hacia todos los que han participado en la aventura de esta obra es inmenso. La única palabra que me viene es:
GRACIAS
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EN RESUMEN
“La culpabilidad vuelve pesado el recorrido del que acaba de suicidarse. Los pensamientos de consuelo le permitirán levantar los velos que le rodean y que le aíslan de la Luz. * La plegaria y la meditación son ayudas eficaces si no están hechas de quejas o remordimientos y de lloros. * Pasad en revista todo lo que habéis amado en la persona que se ha suicidado, lo que ha hecho de bello y los buenos momentos pasados juntos. * Crear un santuario no hará más que volver más pesado el avance del o de la que ha partido. * Las reliquias retienen en el pasado. Evitadlas
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“CUANDO HAY UNA MUERTE REPENTINA O SÚBITA, LOS DIFUNTOS TIENEN NECESIDAD DE AYUDA URGENTEMENTE, EN CASO DE MUERTE O DE SUICIDIO, EL DIFUNTO SE ARRIESGA FACILMENTE A SER COGIDO EN UNA TRAMPA POR LA ANGUSTIA, EL MIEDO Y LA CONFUSIÓN” - Sogyal Rinpoché Someto al lector algunos extractos del libro: “Suicidio, religión y espiritualidad”- disponible en Editions SOIS o en Editions Recto-Versau, Romont, Suiza. El cogreso en el que participé, permitió dar algo de luz al suicidio, visto y comprendido por los representantes de las grandes religiones y de las corrientes de pensamiento.
* BERTRAND VERGELY: El suicidio visto por los estoicos y los nihilistas La idea de que el suicidio es una sabiduría viene de lejos. Nos viene de los estoicos que pensaban que, suicidarse, era manifestar un desapego supremo hacia la vida, lo que en un sentido no es completamente falso, ¿no hay en nosotros un hombre apasionado, demasiado atado a la existencia? ¿Suicidarse no es desligarse y, respecto a ese hombre demasiado atado, manifestar una cierta clase de serenidad, dominio supremo de la existencia? Se dice aún hoy porque en el fondo, es vulgar querer vivir demasiado. El suicidio como la libertad ha sido pensado por los románticos y por los nihilistas, en particular rusos. La idea es simple: el hombre tiene derecho soberano sobre su vida y sobre su muerte. A través del suicidio experimenta la libertad absoluta. Los nihilistas rusos iban mucho más lejos, pensando que el suicidio es la creación de una humanidad nueva. En “Los poseídos” de Dostoïesvsky, el héroe Chatov se suicida para liberar a los hombres del miedo, para crear una humanidad nueva y demostrar que Dios no existe. El hombre puede apropiarse de todo. * LAMA KHEMPO THOUPTEN: El suicidio visto por el budismo tibetano En general, cualquiera que sea la tradición considerada, se esta de acuerdo en decir que el acto de suicidarse, es algo nefasto, algo que pone trabas al desarrollo espiritual. En lo que concierne a la filosofía budista, es lo mismo. Y hoy vamos a dar la aclaración dada por el mismo Buda. El cuerpo humano representa el soporte de nuestra gira hacia el bien del prójimo, también es el manantial de bondad que nos permitirá llegar a nuestra meta última, que es la dicha.
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Es por lo que se compara el cuerpo humano a una preciosa joya, tan preciosa porque es rara, difícil de obtener y fácil de destruir. Por lo tanto, es gracias a él que vamos a recorrer ese camino, este método hacia el estado de Buda. Es un precioso mineral que sobrepasa a todos los otros en valor. ¿Si uno muere está seguro de que volverá a encontrar las mismas condiciones?... Así, el hecho de darse muerte es verdaderamente algo muy negativo. Una vez considerada la suerte de haber obtenido un cuerpo, darse la muerte es verdaderamente muy nefasto… Así, basándose en la bondad de nuestros padres, que nos han educado y dado este precioso auxiliar, hemos obtenido una oportunidad incomparable de perfeccionar el estado de dicha de Buda. En la vida, se encuentran algunas dificultades como ciertos sufrimientos, y se piensa que si se suprimen, se obtendrá una existencia mejor, condiciones más favorables. Es un error fundamental. Si se suprime, nos será muy difícil obtener de nuevo las mismas condiciones que nos permitan obtener una existencia como esta. Es por lo que Buda ha dicho que si se comete un suicidio, no hay error más grande y que es algo muy negativo. Pero quien haya cometido un suicidio, se encontrará atado a un estado emocional tan importante y tan grave que la persona proyectará visiones terrorificas. Estará completamente angustiada, aún más desesperada que en el momento del suicidio. Los sufrimientos se multiplicarán y la persona no tiene la posibilidad de encontrar un cuerpo.
* PASTOR DANIEL LESTRINGANT: El suicidio visto por el protestantismo Querría decir que por mi conocimiento, los teólogos de la Reforma no han tomado una posición doctrinal sobre la tentativa de suicidio. Y hoy en lo concerniente a la disciplina eclesiástica o más bien a la disciplina pastoral, no se ha hecho ninguna recomendación en materia de cura del alma, de terapia espiritual. Nada se ha recomendado para los que se han suicidado o los que se suicidarán, ni para las familias en duelo por el suicidio de un familiar. Teólogos de la Reforma, nos situamos más globalmente en la situación del sufrimiento del cuerpo y del espíritu, en la situación de la prueba, de la ausencia de futuro, de la derrota y la duda de sí mismo, de los conflictos interiores, de las culpabilidades. De una cierta forma, se trata siempre de una cierta búsqueda de la vida, puesta en entredicho sin cesar.
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* ELIE GUEZ: Suicidio visto por el judaísmo y la kabala También sabemos, según la enseñanza de la tradición hebraica sobre las peregrinaciones del alma, que ni no hemos solucionado los problemas de nuestra vida, tendremos que volver en otra encarnación. Según el Talmud, el suicidio plantea un problema real al ritual del duelo. En efecto, aquel que se suicida está considerado como un asesino puesto que acaba de matar a una persona, aunque sea su propia persona. He formado parte de un proyecto global y, matando mi persona, quito un elemento del proyecto. No soy solamente responsable de mi propia realización sino, que matándome, quito una parte del ser del proyecto colectivo de la humanidad. Así, tengo que ir hasta el final de la experiencia que tengo que vivir en la tierra y que cualquiera que sea, tendré que terminar lo que no he terminado. Y el suicida, como, los criminales será condenado a muerte por el tribunal… ¿Qué es un vivo muerto? Es un vivo que ha parado su proceso de evolución.El suicida no está muerto ni vivo… No está muerto, porque su hora no ha llegado y deberá esperar su hora para vivir el proceso que hemos descrito. Ni está vivo pues, como una alma desencarnada, no puede hacer nada para arreglar la situación. En aguna parte se corta la influencia de su parte superior. En otro régimen, es como si el Yo continuara viviendo fuera del cuerpo y sin sostén de la parte superior de SI, como si hubieran cortado su esencia. ¡Se podría por lo tanto leer la condena a muerte del tribunal como un medio para salir de esta situación infernal para el suicida! Reencarnarse para resolver la problemática que el ser tiene que vivir. Auditor: ¿Hay suicidios justos o necesarios, como el suicidio colectivo de Massada? Elie Guez: En efecto, hay casos en los que la Biblia considera que la muerte es preferible a la prueba, como la obligación de matar a una persona, la obligación de no dejar mancillar sexualmente, la profanación del Nombre, es decir la idolatría. En esos tres casos, la muerte es preferible. La comunidad de Massada, ante el peligro de ver a sus mujeres sufrir violencias sexuales y la obligación de renegar de su religión, juzgó más justa la elección del suicidio colectivo. Hay situaciones extremas donde la solución es el suicidio.
* BARBARA SCHAUSSEUR: Testimonio personal Hice una tentativa de suicidio y tuve la suerte de poder traer algo de mi coma. Me encontré en el techo y vi mi cuerpo abajo. Ese “yo” allá en el techo tenía consciencia de la inutilidad y hasta del ridículo de este acto, no debería haber llegado hasta allí. Cuando volví de ese lugar en el techo y me reintegré en mi cuerpo, el primer choque fue comprender que había dos polos, de un lado que lo que había percibido como mi cuerpo pero que era mucho más, verdaderamente era yo, todo lo que era realmente pero también el lugar de las pasiones que me habían llevado a este acto; y
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del otro un yo-misma difícilmente aprehendible conscientemente pero que sabía que era lo que debía haber sido, lo que era justo, guardando una sabiduría sobre mi vida y la intención de mi vida. En esa época no tenía ninguna reflexión espiritual por lo que comencé mis búsquedas. Otras tres tomas de conciencia quedaron conmigo en ese momento del coma. Han sido muy importantes, como mensajes o pequeños granos que aún debían eclosionar para manifestarse. Uno era que la Vida es sagrada. En esa época, para mí era chino. Aparentemente no tenía ninguna relación con la noción de lo sagrado y entre los objetivos por los cuales luchaba no me parecía útil asociarles una disciplina que haría de la Vida algo sagrado. La segunda toma de conciencia me mostraba que si estaba muerta en ese momento “eso” sería aún peor. Tuve miedo. Mi experiencia de la vida hasta ese momento me parecía particularmente dolorosa y justamente buscaba desprenderme de este sufrimiento. No creía en la reencarnación ni el fondo en la vida después de la muerte, pero hacer frente a esta responsabilidad me pareció como esencial a partir de ese momento. La tercera toma de conciencia era como una constante pues me parecía que aún no había hecho nada de lo que había venido a hacer. No sabía que había venido a hacer algo pero era agradable imaginar que mi venida a la tierra tenía un sentido. Por supuesto en seguida me fui a lo grandioso con un sentimiento de tener una misión… Solamente poco a poco pude comprender que había venido para vivir, para hacer esta experiencia, gracias a este cuerpo y a través de este cuerpo.
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* EXTRACTOS DE “ESTUDIOS Y RESULTADOS”: Nº 185 – agosto 2002 Dirección de la Búsqueda de Estudios de la Evaluación y de las Estadísticas (DREES) LA EVOLUCIÓN DE LOS SUICIDAS SOBRE UN LARGO PERIODO: EL PAPEL DE LOS EFECTOS DE LA EDAD, LA FECHA Y LA GENERACION Después de un periodo de relativa estabilidad, los últimos veinticinco años han estado marcados en Francia por fluctuaciones importantes de la mortalidad por suicidio. En treinta años, de 1968 a1998, las muertes por suicidio, de todas las edades, pasaron de 1,79 a 2,13 por 10.000 habitantes, o sea un poco más de 10.000 muertes contabilizadas en 1998. Evolución de la tasa de mortalidad por suicidio ((para 10.000) por sexo en 1998
SEPARAR LOS EFECTOS DE LA EDAD, DE LA FECHA Y DE LA GENERACION La mortalidad por suicidio, en efecto, puede como otros comportamientos individuales, y a poco que se observe durante un periodo suficiente, ser estadísticamente analizada como el resultado de tres componentes. El primero, el efecto de la edad, envía al análisis clásico de Durkhaim. Describe la evolución del comportamiento del suicida al hilo del envejecimiento de los individuos. El segundo, es un efecto de fecha o período, que se puede interpretar como el efecto de la coyuntura económica o social de la época sobre la propensión al suicidios de todos los individuos vivos en la fecha observada, cualquiera que sea su edad o su generación.
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Evolución de la tasa de suicidios masculinos (para 10.000) por franjas de edad de 1968 a 1998
El tercero es el efecto de generación, que da cuenta de las diferencias durables de comportamientos entre las diferentes cohortes de nacimientos, en las que los individuos que las componen han vivido a la misma edad los mismos acontecimientos temporales (guerra, crisis económica), o han incorporado sistemas de valores característicos, adquiridos en la juventud, y que perduran a todo lo largo de su vida. Esos tres componentes por supuesto no son independientes.
LOS COMPORTAMIENTOS SUICIDAS SE INCREMENTAN GLOBALMENTE CON LA EDAD En los modelos estimados sobre la mortalidad masculina como sobre la mortalidad femenina, es como lo ha reconstituido Durkheim, el efecto de la edad permanece como más importante para explicar las variaciones de la tasa de suicidios. Así, por supuesto todas las cosas iguales, la probabilidad de suicidarse a los 20 años es cerca de cinco veces menos elevada que a los 75 años, tanto para los hombres como para las mujeres. En los dos casos, la “propensión a suicidarse”, globalmente aparece en creciente con la edad, no obstante con algunos pequeños matices. Para los hombres, el aumento es fuerte de 15 a 19 años, después se ralentiza hasta los 50 años. De 50 a 65 años, la subida de suicidios en función de la edad se interrumpe, pero se reanuda con fuerza después de los 65 años. Para las mujeres, el crecimiento de los suicidios con la edad está siempre menos marcado que en los hombres, y se vuelve muy débil a los 55 años.
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La posición de las mujeres como principal punto de anclaje familiar, está considerada como protectora contra el suicidio. Tasa de mortalidad por suicidio por edad (para 10.000) entre 1968 y 1998
Efecto de la edad sobre la mortalidad por suicidio
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* SUICIDIO: UN ARTÍCULO DE WIKIPEDIA, LA ENCICLOPEDIA LIBRE Este texto ha superado los exámenes bajo GFDL y ha sido sacado del artículo: Dossier suicide. El SUICIDIO PAÍS POR PAÍS Generalidades En el mundo, 815.000 personas se han suicidado en el 2000, o sea 14,5 muertes por 100.000 habitantes (una muerte cada 40 segundos) – Fuente OMS. El suicidio afecta más a los hombres que a las mujeres. En efecto, el número de tentativas logradas es más importante entre los hombres que entre las mujeres, sin duda porque los hombres escogen más a menudo medios violentos (ahorcamiento o arma de fuego contra intoxicación medicamentosa). Además, están muy aislados y por lo tanto es difícil observar su trastorno. Contrariamente a las mujeres, no tienen intención de cambiar su medio, pero solamente desean poner fin a su sufrijmiento. En relación a la edad, si a los jóvenes les concierne particularmente el problema, el número de suicidas es aún más importante más tarde y la curva de los suicidas en los hombres tiene la forma de una “N” un pico hacia los 50-60 años. El suicidio atañe a todo el mundo, sin diferenciación de “clase”. Parecería que las culturas influencian la tasa de suicidio. Altos niveles de cohesión social y nacional reducen las tasas de suicidios. Los niveles de suicidios son más elevados en personas retiradas, en desempleo, divorciados, sin niños, ciudadanos, personas que viven solas. La tasa aumenta en periodos de incertidumbre económica (aunque la pobreza no sea una causa directa). La mayor parte de los suicidas sufren desordenes psicológicos. La depresión es una causa frecuente. Enfermedades psíquicas graves o invalidez pueden ser también la causa de suicidio. Desde el punto de vista del individuo, el suicidio raramente es visto como un fin en si mismo, mas bien se considera como la única vía posible para escapar a una situación que se ha vuelto insoportable. Existen otros motivos: reunirse con un pariente muerto, hacer sufrir causando remordimientos… Numerosas razones son posibles. En fin, la tasa de suicidios también está influenciada con el escándalo mediático que se hace alrededor del suicidio de celebridades y hasta el suicidio de ficción de un personaje en un drama popular puede conducir a un alza de la tasa de suicidios.
*China China es uno de los pocos países del mundo en el que las mujeres se suicidan más que los hombres. Ese fenómeno se encuentra en la India y en el Pacífico. Esa forma de suicidio llamado suicidio vindicativo es una forma de suicidio por venganza. Esas mujeres han sido compradas por sus maridos, viven con la familia política donde frecuentemente son tratadas como esclavas. Y la única salida que encuentran para salvar su honor y vengarse es hacer caer la responsabilidad de su muerte en su verdugo.
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* Japón Japón tiene una de las tasas más altas de suicidios del mundo industrializado (24,1 por 100.000 habitantes). Los suicidios han alcanzado la cifra record de 34.427 en 2003 (+7,1 % en relación a 2002) (fuente: AFP 22.11.2004). La tasa de suicidios por 100.000 habitantes era de 26,1 en 1998, ligeramente detrás de los tres países bálticos de Rusia, Hungría y Slovenia donde la tasa esta cerca de 30 personas por 100.000 (fuentes diversas). El individuo en Japón se define en razón a la relación al otro. Cuando el sentimiento de obligación o el sentimiento de deuda no puede pagarse se instala el sentimiento de indignidad y de vergüenza. Entonces la única salida honorable es el suicidio. Es un suicidio por autocastigo por la deuda que se tiene con la sociedad. La tasa de suicidios de jóvenes en Japón no ha cesado de bajar en los últimos años.
* Suiza Cada año en Suiza, se cuentan 1.300 a 1.400 suicidios. Es la causa de muerte más importante entre los hombres de 15 a 44 años. Alrededor de 1.000 hombres y 400 mujeres se suicidan cada año en Suiza, lo que representa cuatro muertes por día, o sea una tasa de suicidios de 19,1 por 100.000 habitantes.
* Francia En 1996 Francia contaba 12.000 suicidios por 160.000 tentativas (cifras del INSERM); con 62 millones de habitantes en Francia, esos números representan más o menos 19 suicidios por 100.000 habitantes, o sea un suicidio por cada 5.000 personas, y una tentativa por 400 personas. Francia está en el cuarto rango de países desarrollados. Las cifras están poco más o menos estables desde 1980. El suicidio es una causa de muerte más importante que los accidentes de carretera. Toca principalmente a los jóvenes, entre los que el suicidio es la segunda causa de muerte. Francia es también el país donde la tasa de desempleo de los jóvenes es más alta. Siempre según el INSERM, cerca de 650 muertes tuvieron lugar cada año entre los jóvenes de 15-24 años en Francia. Entre esos jóvenes, dos tercios son muchachos. La tasa de suicidios ha bajado desde 1985, pero las tentativas de suicidio de los de 15-19 años aumentaron (4,3% en 1999).
* Québec En 2001, 1.334 quebequeses se dieron la muerte, de ellos 1.055 hombres. La tasa de suicidio entre los hombres jóvenes es una de las medias más elevadas del mundo, 30,7 por 100.000 habitantes. Los hombres se suicidan ocho veces más que las mujeres. Muy pocos países sobrepasan a Québec a este nivel: Rusia, Lituania y el Kzakhstan. La situación se ha agravado mucho después de 1965, época de la Revolución tranquila. Los prisioneros quebequeses suicidados cuentan con el 60% de los suicidios carcelarios en Canadá, mientras que no debían representar demográficamente más que el 23%. Los jóvenes autochtones forman la muestra mas
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grande: su tasa alcanza de 3,3 a 3,9 veces la media nacional. Eso representa 211 inuits de unavik suicidados por 100.000 habitantes. Algunos sociólogos han teorizado los factores urbanos, la pérdida del clericalismo social, la pobreza y las dependencias psicológicas y físicas como la droga, el alcohol y el juego para explicar todas esas pérdidas de vidas. Los medios a menudo han mostrado reportajes de jóvenes inhalando gas, inyectándose heroína o también abusando de aparatos de lotería video de Loto-Quebec.
EL SUICIDIO VISTO POR LAS RELIGIONES * Hinduismo y jaïnismo Entre los hindues y los jaïns, suicidarse es considerado como un pecado tan grave como matar a otro. Sin embargo bajo ciertas circunstancias, se considera aceptable acabar con la vida ayunando. Esta practica llamada prayopavesha, necesita tanto tiempo y voluntad que no hay riesgo de que se haga impulsivamente. Eso deja tiempo al individuo para arreglar sus asuntos, reflexionar sobre la vida y aproximarse a Dios. Un caso histórico y célebre es el de Chandragupta Maurya que renunció al trono, se fue al Karnataka, se hizo monje jaïna en Sharavana-Belgola y puso fin a sus días cometiendo el suicidio ritual por inanición. * Cristianismo El cristianismo tradicionalmente se opone al suicidio así como al suicidio asistido. Esto permite comprender en parte el debate actual sobre la eutanasia. En el catolicismo en particular, el suicidio ha sido considerado como un pecado grave. El argumento principal es que la vida de todo hombre es propiedad de Dios y que destruirla es por lo tanto interpretado como un signo de afirmación de dominio sobre algo que pertenece a Dios. Este argumento ha dado lugar al famoso contra argumento de David Hume. Hacia notar que si estaba mal quitar la vida cuando una persona debía vivir naturalmente, debería estar igual de mal salvar la vida de una persona que naturalmente debería morir, ya que parecería que eso contraviene la voluntad de Dios. Además, el suicidio contraviene las tres virtudes teologales: la fe (en Dios), la esperanza y la caridad (aquí: hacia uno mismo). Esta idea ha sido ilustrada por el suicidio de Judas después de la traición a Jesús. Tradicionalmente, los suicidas no eran inhumados en tierra consagrada, sino en el exterior del cementerio, sin ceremonia religiosa. Sus almas perdidas no accedían al paraíso. Los cristianos “liberales” reconocían que las personas que se suicidan están en un estado de desamparo y depresión y piensan por lo tanto que Dios, en su gran generosidad y su amor, perdona ese acto.
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* Islam Como las otras religiones abrahamicas, el Islam ve el suicidio como pecado y un obstáculo para la evolución espiritual. Sin embargo, los seres humanos no son infalibles y pueden cometer errores. Ala les perdona los pecados si son sinceros en su arrepentimiento. Para los que renuncian a creer en Dios, las consecuencias son malas. En efecto, en el Corán, el libro santo de los musulmanes, si Ala es infinitamente grande y misericordioso, perdonando todos los pecados, sin embargo hay uno que es imperdonable: el no creer. Según la Sunnah (Iibro sobre la vida del profeta Mahoma),el que se suicida y no demuestra ningún arrepentimiento pasará la eternidad en el infierno, efectuando sin cesar el acto por el que se quitó la vida. A pesar de esto, existe una creencia según la cual los actos cometidos en el marco de la Jihad que conducen a la propia muerte no se consideran como un suicidio aunque el acto en sí no pueda más que traer su propia muerte (como en los ataques suicidas). Por el contrario estos actos son considerados como una forma de martirio y en el Corán está expresamente escrito que los que matan inocentes son pecadores y transgreden la ley de Dios. Sin embargo, muchos afirman que el Islam permite utilizar el suicidio para luchar contra la injusticia y los opresores si no existe absolutamente ninguna otra solución posible y que si no la vida terminaría de todas formas por la muerte.
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He aquí algunos otros artículos dándonos una idea del suicidio visto por las diferentes religiones así como por los dirigentes de algunos grandes movimientos espirituales.
* SUICIDIO Y CATOLICISMO “El Hombre no es el propietario de su vida. Es un don de Dios y el Hombre por lo tanto no tiene el derecho de disponer. Hasta el Concilio Vaticano II, el suicidio se veía como un gran pecado tan grave que la Iglesia no autorizaba los funerales religiosos. Después, la pastoral evolucionó hacia una cierta flexibilidad. El enterramiento religioso es posible aunque no constituya una aprobación. La Iglesia pide a Dios que acoja al que ha cedido a una debilidad. Se pide por el difunto y la familia. En razón de los conocimientos actuales en el campo de la psicología, de la psiquiatría y de la sociología se percibe que un sufrimiento humano puede ser intolerable hasta el punto de cometer la muerte de uno mismo. La Iglesia tiene una mirada de piedad, de simpatía notablemente por lo jóvenes, para los que la tentativa de suicidio es un signo de llamada de socorro. La Iglesia estima que se debe actuar sobre la prevención para acompañar a las personas en dificultades y limitar de esta forma el paso al acto. La acción de las asociaciones es en este sentido”. Padre de la Brosse Portavoz de la Conferencia de los Obispos de Francia
* SUICIDIO E ISLAM “Para el Islam, la vida no pertenece más que a Dios. Es Dios quien la da; es él quien la vuelve a coger. La muerte de un individuo está ligada a una noción fundamental del Islam: el decreto divino o “ajal” (decisión). Cuando este “ajal” sobreviene, nadie puede adelantarlo ni siquiera un segundo, ni puede hacerlo retroceder. El alma recibe la vida y un cuerpo le es confiado. La vida y ese cuerpo son por lo tanto depósitos sagrados confiados a la vigilancia del Hombre. Debe aportar todos los cuidados necesarios para la preservación de la vida y la dignidad de su cuerpo. El suicidio es lo contrario a la confianza en ese Dios al que debemos someternos. El suicidio representa por lo tanto una trasgresión mayor gravísima. El suicida no tiene derecho al ritual religioso y será enterrado como el que ha incurrido en la cólera divina. En el caso de enfermos mentales, el Islam considera que la responsabilidad incumbe a la Comunidad. El enfermo no comete falta: es irresponsable de sus actos. Dr. Dalia Boubakeur Rector del Instituto musulmán de la Mezquita de París
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PUNTO DE VISTA Islam e islamistas por Penélope Larzillière Le Monde – 10.08.05 – 13h 34 Puesto al día el 27.10.06 – 18 h 53 El Islam prohíbe el suicidio. Por esta razón y para justificar sus acciones, los movimientos islamistas califican de “operaciones mártires” los atentados suicidas. Un modo de acción muy controvertido entre los religiosos musulmanes y que ha sido objeto de muchas “fatwas” sea para denunciar el principio, sea para criticar su empleo contra civiles. Notemos igualmente que esas acciones se refieren a una martirologia que esta lejos de ser exclusivamente chiita… El atentado suicida representa un instrumento estratégico para las organizaciones islámicas, a la vez arma y factor de legitimación a través de la referencia al “martirio”. Por lo tanto, hasta la parte de palestinos que lo sostiene no esta convencida del interés estratégico del empleo de tales métodos en vista de invertir la relación de fuerzas. La falta de perspectiva es tal que la proyección de un futuro a medio plazo casi ha desaparecido. La petición contra los atentados suicidas de los intelectuales y hombres políticos palestinos, en junio 2002, insistía en esta ausencia. Subrayaba que si lo esencial de las víctimas, lado palestino, eran civiles (argumento utilizado a menudo por los islamistas para justificar los atentados suicidas), el hecho mismo de cometer tales actos llevaba a una guerra existencial pero no transformaba en nada la situación de los palestinos.
*SRI AUROBINDO Y MADRE La Madre: La muerte no es una solución, lejos de eso. La muerte es un mecanismo pesado y sin fin de la ronda de las existencias y lo que no habéis acabado en una vida, deberéis hacerlo en la siguiente existencia, y generalmente bajo circunstancias más difíciles. Estad seguros de que el suicidio es la acción más estúpida que puede cometer un hombre; pues el fin del cuerpo no significa más el fin de la consciencia y lo que le perturbaba cuando vivía continua haciéndolo después de la muerte, sin tener la posibilidad de desviar su espíritu como cuando vivía. Sri Aurobindo: El cielo y el infierno a menudo son estados imaginarios del alma o más bien del ser vital (astral) que los construye después de su paso (por la muerte). Lo que llaman infierno es una paso más difícil o persistente a través del mundo vital, como por ejemplo en numerosos casos de suicidio, en los que el ser permanece rodeado por las fuerzas del sufrimiento y agitación generadas por esta salida no natural y violenta. También están, por supuesto, los mundo vitales o mentales llenos de alegría u oscuridad y que se pueden atravesar en función del resultados de la naturaleza propia de cada uno que crea las afinidades necesarias, pero la idea de recompensa o castigo es un concepto popular frustrado y vulgar.
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Sri Aurobindo: Generalmente estas ideas de suicidio vienen de un mundo hostil. Pregunta: ¿Por qué esas fuerzas hostiles dan la sugestión del suicidio? Sri Aurobindo: Porque encuentran su satisfacción en la posesión del ser. Pueden dejar el cuerpo en una demencia mecánica o pueden hasta destruirlo.
* OMRAAM MIKHAEL AÏVANOV DE LA FBU El suicidio es una forma muy grave contra la vida que DIOS nos ha dado. No hablo de circunstancias excepcionales que llevan a ciertas personas a poner fin a sus días a fin de salvar a otros seres humanos. Hablo de todos los casos en que, suicidándose, los hombres y las mujeres revelan que no han sabido utilizar las posibilidades que el creador ha puesto en su inteligencia, en su corazón y en su voluntad. El que comprende bien las cosas sabe que existe un mundo superior poblado de una multitud de criaturas sabias y llenas de amor, y que nuestra tarea es estudiar ese mundo que ha impreso su marca al mundo físico… Sabe que los sentimientos y los deseos son un poder tal que con la paciencia, la tenacidad, podrá llegar a realizar sus mejores esperanzas. En fin, sabe que puede considerar todas las dificultades como un medio de ejercer, de probar su voluntad. Y bien, ese ser jamás decidirá poner voluntariamente fin a su vida. Ni la miseria, ni las privaciones, ni las enfermedades y ni la soledad llegarán a vencerle. Será él el que triunfará.
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