Angenot, Marc, La parole panphlétaire
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Teoría de la Crítica. Curso 2011
Marc Angenot, La parole parole pamphlét pamphlétaire aire.. Contribu Contribution tion à la typologi typologiee des discours discours modernes , Paris, Payot, 1982, pp. 27-43.
II Tipología
1. POLÉMICA / PANFLETO / SÁTIRA TESIS DE CONJUNTO A. Cuestiones de método
Existen pocos estudios tipológicos o de otra clase en el dominio de lo que tradicionalmente se ha llamado “literatura de ideas”. Estamos lejos de la abundancia de investigaciones que han marcado el desarrollo de una semiótica narrativa. Muchos fac factores res puede eden expl xplicar hasta sta ciert erto punt puntoo est este ret retraso raso de la ensayística , particularmente sensible en el dominio del francés. El principal parece proceder de la insuficiencia del estructuralismo no genético, que ha dominado la teoría literaria en las últimas décadas, para dar cuenta del funcionamiento de los géneros doxológicos y persuasivos. Las dificultades metodológicas metodológicas del punto de vista formalista (que consisten en ver el texto como un sistema cerrado de producción de sentido) se convierten, cuan cuando do se trat trataa de abor aborda darr el ensa ensayo yo o el disc discur urso so pers persua uasi sivo vo,, en obst obstác ácul ulos os insuperables. insuperables. El investigador investigador se encuentra enfrentado enfrentado de entrada a la necesidad de tratar el texto “de ideas” como un espacio abierto a las transacciones intertextuales. Dicho de otra manera, si el estudio del discurso narrativo como una totalidad autosuficiente y cerrada ha podido —siguiendo a Vladimir Propp— suministrar un modelo operativo, aunque no conforme en todos los puntos a la esencia del fenómeno observado, ese estudio, lejos de ser una ficción útil para la crítica del ensayo y géneros afines, sería desde el principio inoperante. La producción de tipos ideales destinados a simular modelos mayores del discurso “de ideas” constituye un instrumento preliminar que permitirá en una etapa ulterior echar luz sobre aquello que caracteriza concretamente a ese tipo de discurso, como por lo demás a toda formación discursiva, es decir, su modo de interacción interacción con el conjunto de los discursos sociales, sus funciones transformacionales, y no meramente los rasgos inmanentes de su estructura aparente. Es en esta perspectiva que ubicamos el recurso a una tipología del panfleto y de las formas del discurso persuasivo. No rechazamos la producción de tipos ideales, etapa ineludib ineludible le del trabajo sobre las práctic prácticas as sociale sociales, s, mientra mientrass quede quede dicho dicho que tales modelos, extrapolados extrapolados de la abundancia del corpus discursivo, tienen ante todo un valor heurístico. Su poder explicativo es relativamente limitado. Es posible hacer aparecer ciertas invariantes cuyas probabilidades de coexistencia en un texto dado son elevadas, y —con un riesgo mayor de simplificación histórica— asignar a estar invariantes una función en el trabajo ideológico de una sociedad.
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Cumplida esta etapa, solo una topología del campo ideológico en el que funciona cada escrito particular podrá medir la eficacia del discurso, eficacia eminentemente variable, cualquiera que sea la constancia de rasgos genéricos. Diacrónicamente, las tradiciones literarias, los presupuestos culturales tienden a hacer aparecer como conjuntos estables y autónomos ciertas formas discursivas, identificadas como “novela”, “nouvelle”, “novela policial”, “ciencia ficción”, “ensayo”, “panfleto”: el teórico no puede sino recibir con prudencia estas nociones ambiguas, sobredeterminadas por las convenciones y los hábitos del discurso crítico trivial. Hay allí más frecuentemente engaños ideológicos que intuiciones que solo faltaría precisar. Nota: el status que atribuimos a los tipos ideales corresponde a las concepciones de Max Weber,
aun cuando representen “construcciones utópicas” obtenidas “al acentuar mediante el pensamiento elementos determinados de la realidad”.
Si se excluyen los trabajos de orden anecdótico y doxológico, escasas referencias útiles se ofrecen al investigador en lo que hemos identificado, a través de las páginas precedentes, como “literatura de ideas”, o “de opinión”, “discurso persuasivo”, “ensayístico”. La imprecisión de las fronteras en este campo es extrema; el consenso aparente sobre criterios de delimitación es ilusorio: cuando la crítica tradicional intenta examinarlo de cerca, se pierde en un caos de contradicciones. De todos modos, disponemos de numerosos tipos de análisis que pueden aclarar parcialmente una tentativa tipológica y cuyos puntos de vista pueden, no sumarse, sino criticarse mutuamente e integrarse en una síntesis más abarcadora. Así, ya que se trata de textos persuasivos, parecerá útil el recurso a la tópica y a la dialéctica aristotélicas revisadas a la luz de la lógica moderna, notablemente por C. Perelman y Olbrechts-Tyteca. De manera general, diferentes corrientes de la lógica resultan de gran interés una vez adaptados sus resultados a las necesidades de nuestro proyecto: investigaciones en lógica deóntica, epistemología formal (Blanché) y lógica natural (Grize, Galay). La renovación del interés por la antigua retórica, concebida como teoría de las figuras y los tropos, generó trabajos muy numerosos que han desarrollado con utilidad el conjunto de la semiótica literaria. Recientemente han tenido lugar diversas investigaciones originales en el terreno de la semántica, investigaciones inspiradas por la filosofía analítica (Russell, Austin, Searle), en materia de teoría de la enunciación, por una parte, y de semántica de la presuposición, por otra (Todorov, Ducrot, Zuber). El conjunto de trabajos, un tanto heteróclito, que buscando precisar la crítica materialista de la ideología han intentado definir las nociones de campo ideológico y de topología, de formación discursiva y de intertextualidad, constituye una nueva fuente de procedimientos y de hipótesis. Habrá que recurrir especialmente a la zona de la teoría formal y de la sociocrítica, a los estudios de Textlinguistik practicados en alemán (Harweg...). Es en alemán también que se encuentra el mayor número de monografías sobre el ensayo como tipo discursivo integrado en una perspectiva sistemática del campo literario; aunque a menudo estos trabajos aparecen marcados por una suerte de hegelianismo o de apriorismo, ofrecen no obstante un valioso punto de partida. La semiótica narrativa, en fin, tal como ha sido desarrollada desde V. Propp y A. Dundes hasta A. J. Greimas, T. Todorov, C. Bremond, Jacques Dubois et al., constituirá
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una referencia metodológica imprescindible para examinar los intentos de extensión del punto de vista formalista que encontramos, bajo maneras tan diversas, en Kristeva, J. P. Faye, C. Grivel y otros. Queda claro que estas referencias heterogéneas están lejos de responder, siquiera indirectamente, las cuestiones que suscita el estudio del panfleto y del discurso polémico en general. Basta constatar que, si bien ciertos trabajos analizan formas como el “discurso filosófico clásico”, el ensayo demostrativo y axiomático, tipos arcaicos que pertenecen al género epidíctico o a la elocuencia ceremonial, ninguna aborda, ni siquiera brevemente, nuestro objeto de estudio: el panfleto y la polémica bajo sus formas modernas. B. Los discursos entimemáticos
Tenemos por tanto que proceder en parte según el modo axiomático. Estableceremos que todo conjunto semiótico complejo está compuesto por unidades funcionales y reglas de combinación en un número finito —unidades y reglas que a su vez “dan razón” del conjunto en el que resultan pertinentes. Así, el relato será descripto —casi tautológicamente— como una secuencia, lineal o no, de narremas o funciones, es decir, de invariantes extrapoladas de una masa de variables interdependientes, que se organizan y se conectan según una gramática específica de la cual es posible reconstituir el sistema paradigmático y las reglas sintagmáticas . La unidad de base para la semiótica narrativa es un enunciado fáctico compuesto por un sujeto antropomórfico y un predicado isotópico —unidad que no se describe como una mónada, sino como un elemento posicionalmente marcado en un paradigma cuyos elementos se reducirán a parejas elementales del tipo equilibrio-desequilibrio, agresión-respuesta, acción-retribución, etc., es decir, de formas transhistóricas de lo inteligible humano. Aquí comienzan a surgir, por lo demás, las dificultades, ligadas unas a la necesidad de integrar en el modelo la complejidad del objeto concreto, otras a la imposibilidad de tratar este objeto a su vez como una mónada autónoma, lo que lleva, se quiera o no, a recurrir a las reglas genéricas a partir de las cuales el relato se engendra en la semiótica social en su conjunto. Frente al conjunto formado por los discursos narrativos, proponemos construir otra entidad compleja que llamaremos, por razones que serán expuestas más adelante, discurso entimemático . La unidad de base de este discurso será denominada entimema . Retomamos una cómoda dicotomía, presente en Benveniste, que opone dos formas textuales elementales, la forma narrativa y la forma que denomina discursiva . (Se ve enseguida que una oposición como ésta extrae arbitrariamente de los discursos concretos una característica hegemónica: en la novela, por ejemplo, un “discursivo” fragmentario se inserta constantemente en la trama narrativa y, al revés, en el panfleto, la anécdota, la parábola, el testimonio pasan a relevar la argumentación propiamente dicha y a sustituirla). Sería posible aquí proceder inductivamente y, partiendo de pasajes y fragmentos, hacer surgir progresivamente esta noción y las hipótesis de ella derivadas. La siguiente exposición no hace sino anticipar los capítulos de este libro que adoptan esta dirección. Deberá ser considerada como una síntesis tipológica de lo que más adelante se ejemplifica y analiza en detalle.
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• Llamaremos entimema a todo enunciado que, tratando de un tema cualquiera, plantea un juicio, es decir, realiza una puesta en relación de ese fenómeno con un conjunto conceptual que lo integra y lo determina. Tal puesta en relación no se realiza excepto que derive de un principio regulador más general que se encuentra, por lo tanto, presupuesto en su enunciado. 1 A estos principios generales que determinan la producción del discurso pero excediendo el campo de pertinencia los llamaremos según Aristóteles lugares o topoï . Los lugares juegan en el discurso entimemático el papel de las reglas de verosimilitud en el relato. El discurso entimemático está compuesto de enunciados incompletos que ponen en relación lo particular y lo “universal”, y suponen una coherencia relacional del universo del discurso. Aunque aparezcan aquí elementos narrativos, no son directamente funcionales en el conjunto textual. Están subordinados a la producción de un entimema, y por su intermedio, de una secuencia entimemática vectorial de la que más tarde hablaremos. • El entimema, en efecto, es un anillo de una “cadena de pensamiento” más o menos desplegada en todos sus elementos, cadena cuya organización no es ni aleatoria ni reversible, sino organizada según una estrategia general de orden cognitivo. El discurso se presenta como necesidad de saber y operación compleja de verificación; procede entonces, cualesquiera que sean las modalidades retóricas de su expresión, de una pregunta a una respuesta, de un menor saber a un mayor saber. Es, por lo tanto —y este es el segundo axioma—, un discurso teleológico , orientado en función de un fin cognitivo . Este axioma no excluye innumerables modalidades, innumerables alteraciones, aparentes o profundas, de la continuidad entimemática: alteraciones que no pueden modificar esencialmente la regla general. Nota: si bien el discurso narrativo parece igualmente provisto de una teleología, no resulta evidente que este carácter le pertenezca esencialmente. La finalidad sobre la que se cierran la mayoría de los relatos es el resultado de una sobredeterminación ideológica que, rechazando considerar la actividad humana como puramente aleatoria, le suministra al relato principios de regulación análogos a los topoï de los que hemos tratado. Que un Daño sufrido convoque la Venganza, que una Buena Acción pida Retribución, estas parejas (que comprenden la secuencia narrativa elemental) son evidentemente arbitrarias. Lo que equivale a decir que el discurso narrativo está prácticamente subordinado a una tópica y que en último análisis se identifica en ese punto con el discurso entimemático.
• A partir de los dos axiomas establecidos precedentemente, es posible derivar dos tipos elementales de discurso entimemático. Uno de ellos propone axiomáticamente sus presupuestos tópicos integrándolos en la trama discursiva de manera que abarque todo el universo de discurso, sus clases y sus relaciones en el discurso mismo —que se presenta así como una totalidad provista de aseidad , de autosuficiencia necesaria. Este es el modelo de conocimiento más “elevado” que nuestra cultura conoce: del tratado de geometría al discurso metafísico clásico, el discurso despliega en 1
Existen en efecto formas discursivas limitadas a la expresión de un solo entimema, susceptible de evocar una secuencia de presupuestos y de tesis inducibles, máximas y sentencias: “Una sentencia es un eslabón en una cadena de pensamientos; exige al lector que reconstituya esta cadena por sus propios medios... Una sentencia es un acto de presunción. O bien es una precaución, como lo sabía Heráclito... Con sentencias se pueden decir cosas muy peligrosas” (Nietzsche, Humain trop humain, I, fragmento póstumo).
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superficie sus estructuras de profundidad y se distribuye en una vasta tautología, de manera que nada puede añadirse que no esté ya implícitamente contenido. Es, en suma, el discurso del saber, das Wissen, el de la ciencia y la filosofía. Es necesario quizá precisar que esta aseidad discursiva es una característica formal que nada nos dice sobre la capacidad de expresar a través de la palabra una realidad exterior a ella. Falso problema, en el nivel en que nos situamos: la validez de una relación entre un conjunto conceptual y una materia anterior a toda diferenciación es por naturaleza una cuestión metafísica. Nota:
• El otro tipo de discurso está compuesto de enunciados entimemáticos que no pretenden plantear temáticamente el conjunto de los topoï que determinan su inteligibilidad, de modo que los principios reguladores exceden necesariamente el campo de pertinencia y las conclusiones a las que la demostración conduce. Encontramos aquí las formas doxológicas del discurso persuasivo : ensayo, alegato, homilía, sátira discursiva, polémica, editorial..., y con ciertas reservas específicas, el panfleto mismo. Los géneros que acabamos de citar se “definen” de entrada por su función institucional (elocuencia del púlpito y del foro, por ejemplo), función que implica la aparición de rasgos específicos. Tienen en común este doble carácter, ser persuasivos y doxológicos . • Persuasivos : en tanto el saber al que pretenden conducir no aparece sino como configuración particular de un conjunto complejo de elementos tópicos cuya prueba intrínseca no es reactivada. La verdad probable que determina la organización de los entimemas, la manera en que el discurso da cuenta de los fenómenos que evoca, es una consecuencia local de las posibilidades de aplicación de los lugares comunes. Nota: al afirmar que la finalidad del discurso es de orden cognitivo no negamos que su fin aparente pueda ser de otra naturaleza: de naturaleza deóntica, yusiva o performativa. El discurso doxológico apela al pragmatismo. Imposible separar una proposición de la consideración de sus efectos y de la posibilidad de actuar de acuerdo a ellos. Dicho de otra manera, el enunciado puede desplazarse de la constatación a un “tú debes” o un “es necesario” (orden, intimación moral, obsecración, súplica). Pero lo deóntico se subordina a la demostración de la cual es la consecuencia última en otro registro. Un discurso puramente yusivo, privado de todo elemento entimemático, es difícil de concebir.
al afirmar que el discurso entimemático presupone un conjunto tópico más extendido que el campo de pertinencia de lo planteado , no afirmamos nada sobre la estructura misma de este presupuesto regulador. Que forme, en última instancia, un conjunto simple o múltiple, coherente o contradictorio, lacunario o redundante, estable o en expansión: esto no queda especificado. Solo hablamos de un discurso doxológico, es decir, que recibe pasivamente la opinión corriente , la δόξα. Ciertamente, no lo integra sin discriminación; incluso fuera de una perspectiva polémica, se inscribe en una corriente de opinión (ya sea de opinión en un sentido trivial o de configuraciones ideológicas determinadas). Estos conjuntos imprecisos están ellos mismos en relación con reglas epistémicas o prácticas más generales, de modo que sus determinaciones últimas escapan necesariamente al enunciador. El tópico del discurso doxológico es por lo tanto inmanente, porque es razón suficiente de su inteligibilidad, y a la vez está ampliamente oculto en sus mecanismos profundos. El discurso doxológico es productor de sentido, pero no produce sus conceptos, no puede sino hacer trabajar los entimemas unos contra otros, desplazar el campo o Doxológico:
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alterar la forma. Recibe sus herramientas sin poseer la clave de su “utilidad”. Aunque se refiera a la experiencia práctica del lector antes que a juicios categóricos, esta experiencia será interpretada según reglas de praxis sin las cuales quedaría como “letra muerta”. Ya sea que se induzca de lo anecdótico o se deduzca de principios generales, no escapa de la “tela de araña de los conceptos”. El discurso doxológico se mantiene en una posición media —ni expresión directa de lo vivido ni teorización axiomática. Su status ontológico es del orden de lo probable; ¿qué es lo probable? Ni lo demostrado ni lo evidente, sino el resultado mismo de la puesta en relación entimemática. La verdad no se percibe como perteneciente a la esencia misma del juicio sino a su posición. La adhesión del auditorio a las tesis sometidas a su aprobación se obtiene por la vía indirecta de una integración en un conjunto que permite maniobras de verificación. C. Los discursos agónicos: polémica, panfleto, sátira El discurso agónico , del cual, en una primera aproximación, el panfleto es una forma histórica particular, pertenece a los modos entimemático y doxológico. Supone un contra-discurso antagonista implicado en la trama del discurso actual, que apunta por consiguiente a una doble estrategia: demostración de la tesis y refutación/descalificación de una tesis contraria. Este rasgo entraña diversas consecuencias que no podemos todavía detallar aquí. Ante el enunciador, el alocutario se desdobla —grosso modo es un testigo neutro del debate, más o menos identificado con el auditorio universal, y un adversariodestinatario al que se propone alternativamente convencer y refutar, y que es entonces sucesivamente un elemento activo o pasivo del proceso de enunciación. Este doble propósito estratégico tiene como efecto complicar el encadenamiento demostrativo que debe tomar en consideración una estrategia adversa y ocupar entonces, en términos de metáfora espacial, dos terrenos , y en una táctica ideal, “batir al adversario en su propio terreno”, demostrar que su argumentación engloba y domina la contraria, poniendo en evidencia al mismo tiempo sus insuficiencias. Una retórica específica aparece aquí por la naturaleza de la función genérica, es decir, un juego de fintas que apelan a imágenes militares, ataque a descubierta, ataque por sorpresa, trabajo de zapa, combate, falsa retirada, fuego graneado, “caballo de Troya”... Estas imágenes ilustran una ambigüedad esencial del discurso polémico: es a la vez una búsqueda de la verdad, o al menos de lo opinable (donde se trata solamente de aumentar la adhesión de los espíritus a un encadenamiento de proposiciones), pero es también un acto, que supone una presencia fuerte y explícita del enunciador en el enunciado. En el ensayo cognitivo, el enunciador puede fingir que no es más que el médium casi anónimo de un desarrollo demostrativo. El “tono” es el de la constatación. En las formas agónicas, el encadenamiento entimemático es perturbado por una palabra antagonista que debe ser reducida al silencio o cercada. De aquí que el discurso esté modulado por el performativo (“Yo digo a Y que P”, y no la simple constatación “P”). 2 De aquí también una mayor presencia del pathos en la dialéctica, es decir, de intensidades afectivas. La voluntad de demostración no puede estar exenta de elementos de indignación, de profecía, de denegación, de obsecración, de burla. La presencia virtual del contra-discurso y el puente que se establece entre el adversario y el auditor neutro produce en el texto efectos específicos, figuras dialógicas inventariadas por las 2
Con la variante refutativa “X niega que P”.
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retóricas antiguas: sermocinación, concesión, prosopopeya, comunicación, sujeción. Diversos medios orientados a ironizar el discurso contrario al tiempo que se lo refuta hacen su aparición. Si la polémica se reduce esencialmente al pathos agresivo, si la parte demostrativa y dialéctica se reduce al mínimo, estamos ante un género particular —más antiguo sin duda que el discurso persuasivo—, el de la invectiva. Pertenece al modo lírico antes que al entimemático; los griegos lo consideraban con justicia una forma menor de la poesía. Va de suyo que la invectiva puede siempre relevar el argumento: una cuestión de “temperamento” y de tolerancia social a la agresión directa. Nota:
• El discurso polémico supone, como el ensayo, un medio tópico subyacente, es decir, un terreno común entre los interlocutores. En efecto, si el discurso contrario apareciera como irreductible al discurso actual, ninguna refutación sería posible, impidiendo toda superación de las tesis presentes. Si la polémica se establece es porque el enunciador supone —cualquiera sea la distancia que separa las tesis presentes— que el discurso contrario —incorrecto, lacunario, mal deducido— se basa en premisas comunes a partir de las cuales puede ser refutado. Un discurso enteramente irreductible no podrá ser percibido sino como absurdo, ya que el espíritu humano pareciera incapaz de concebir una lógica aplicable al mundo empírico, pero extraño a las estructuras que él mismo proyecta sobre lo real. Un discurso absurdo no podría ser refutado . Solamente se podría contemplar desde la altura del buen sentido la seudo-lógica descabellada que lo anima y reproducir a distancia su desarrollo carnavalesco. Ya no se trataría en este caso de polémica sino de lo que llamaremos sátira discursiva . Nos serviremos del término sátira para designar un tipo de discurso agónico que en muchos aspecto es lo opuesto a la polémica: distanciamiento y ruptura radical con el mundo antagonista, concebido como absurdo, caos y malignidad. Lo satírico se instala en un punto extremo de divergencia ideológica. Escinde deliberadamente el discurso contrario de aquello que podría ligarlo a una lógica universal y se limita a echar una mirada “entomológica”, apiadada o indignada, sobre el hormigueo de razonamientos torcidos del sistema antagonista. Comparte con el lector el monopolio del buen sentido. El género satírico desarrolla una retórica del desprecio. La demostración, si existe, se limita a medir el abismo que separa el error contrario de lo demostrable. La estrategia de lo probable tampoco resulta muy admisible porque el error es privación radical de ininteligibilidad o, con una coloración ética, obstinación diabólica y ceguera ante la verdad. Es por esto que la sátira puede asumir alternativa o simultáneamente dos formas: la forma descriptiva y parcialmente argumentada del cuadro grotesco (seres e ideas) o la forma narrativa del relato satírico, carnavalesco , signada por una risa de exclusión que busca poner en evidencia, exagerando los rasgos. El elemento narrativo, presente en el panfleto y la polémica bajo la forma de anécdotas, de apólogos, de parábolas con función demostrativa, tiende a tomar un lugar preponderante. El satírico tiene “gente detrás de sí”, la risa tiene un efecto de reagrupación, mientras que el adversario es mantenido a distancia. La risa satírica lleva consigo el desprecio, pero excluye lo trágico, la pasión. Allí donde el adversario ve problemas y conflictos, el satírico no ve más que simulacros sin consecuencia. Todo es distanciamiento, visión “desde fuera”.
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“Todo lo que es inhumano dispone a la risa”, escribe Bernanos. La fórmula puede invertirse: si el satírico hace reír, prueba que el adversario se ha separado de lo humano.3 De esta manera el discurso satírico se opone al de la polémica, aunque los dos conllevan en diferentes grados una función persuasiva y una función agresiva. El polemista, por más hostil que se muestre, debe poder identificarse con la palabra contraria, jugar con sus postulados para alcanzar un efecto de represalia. Creemos que la distinción entre estas dos formas de discursos agónicos se impone; nos resultará útil para clasificar ciertos textos y para juzgar la forma que toman ciertos enfrentamientos ideológicos. Tabla de inclusiones genéricas
discurso narrativo
discurso entimemático
discurso del saber
discurso doxológico
ensayo-diagnóstico ensayo-meditación
discurso agónico
polémica
panfleto
sátira
= La palabra panfletaria y sus dos variantes contiguas
D. El Panfleto Hasta ahora nos hemos ocupado de la polémica y de la sátira como universales de los discursos entimemáticos, tipos deducidos abstractamente de hipótesis previas. El panfleto, del que trataremos ahora y tal como lo concebimos, es un forma históricamente circunscripta, pertinente a una cierta sociedad y portadora de síntomas ideológicos constantes. Pasamos entonces de una concepción del género como entidad especulativa a la descripción de un género en su emergencia histórica. El corpus que describimos en el anexo I hace aparecer al lado de textos débilmente marcados, un cierto número de rasgos tendenciales que se organizan en un conjunto inteligible, portador de una significación ideológica y de una función de representación-denegación frente a las instituciones y los aparatos. En base al conjunto de este corpus, de Léon Bloy a Jean-Paul Sartre, de Henri Rochefort a Maurice Clavel, independientemente de las intenciones inmediatas del texto y de sus condiciones de génesis y destinación, construimos un modelo, extrapolado de las variables divergentes de cada texto, modelo suficientemente estable y funcionalmente coherente para otorgarle el status teórico de género —entendido este término, una vez más, como una construcción operativa del investigador y no como un ens rationis escolástico. Presentaremos el panfleto como una forma particular del discurso agónico, forma distinta a la polémica en general y a la sátira, por otra parte. O —lo que viene a ser lo mismo— proponemos a priori una división ternaria del discurso agónico, división en la que el tipo panfleto se halla provisto de características distintivas — para 3
Bernanos, Liberté , 112.
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reencontrar luego en el corpus de textos cierto número de ellos que ofrecen de manera dominante tales características y un cierto número de escritos que no están ligados sino tendencialmente al tipo postulado. Es necesario todavía recordar aquí que una caracterización tipológica no busca iluminar una esencia cualquiera existente en el mundo “real”, sino constituir una herramienta operatoria para ulteriores análisis. El modo agónico en general supone un drama con tres personajes: la verdad (considerada como correspondencia con la estructura auténtica del mundo empírico), el enunciador y el adversario u oponente. En la polémica , el drama se despliega del modo más simple en un campo cerrado donde se enfrentan el héroe y el impostor. El polemista tiene la tarea de arrancar la verdad al error representado por la parte contraria. El discurso ofrece dos isotopías contrarias subsumidas por un tópico común cuyos recursos son explotados para hacer triunfar la tesis defendida. En la sátira , hemos supuesto, la verdad estaría enteramente de parte del enunciador. El satírico no puede sino reproducir en un espejo deformante el absurdo del adversario. La relación de éste con la lógica universal es una relación de inversión, de mundus inversus, de mundo al revés. La posición del panfletario es mucho más difícil. Es, propiamente hablando, paradojal. El panfletario pretende enfrentar la impostura, es decir, lo falso que ha ocupado el lugar de lo verdadero, excluyéndolo, a él y a su verdad, del mundo empírico. Dicho de otro modo, el panfletario es portador de una verdad a sus ojos innegable, que debería evidentemente impregnar el campo en el que espera actuar —y sin embargo se encuentra solo para defenderla y desplazado al margen por un inexplicable escándalo. Todo polemista está obligado a admitir la copresencia del error y de la verdad, lo cual justifica su empresa de autentificación; pero el error no es más que un accidente reconocible y eliminable, mientras que la verdad triunfa por sus propias fuerzas. El satírico ve victorioso el error, pero a distancia, en un mundo del que se aparta; los defensores de la mentira pueden perjudicarlo materialmente, pero no afectan la evidencia de verdad que comparte con un público cómplice. El panfletario no está en ninguna parte; no puede concebir una verdad contradicha por el curso del mundo, compartida por nadie, una verdad expulsada del campo empírico y que no cuenta sino con su voz para imponerse. Debe convencer, ¿pero a quién? La impostura le escamotea todo terreno común y el error parece haber engañado a todos los que podrían haberlo escuchado. Necesita persuadir a un auditorio a priori hostil y persuadirlo mediante una larga cadena de razones de una evidencia que para él es inmediata. La verdad que va a defender aparece como paradoja y la estrategia que debe emplear para defenderla es ella misma paradojal y frustrante. Para el polemista hay dos sistemas de verificación, pero presupone una base tópica común. Para el satírico, la verdad es una, y no hay más que denunciar un antisistema desatinado. El panfletario defiende los mismos valores que invoca el mundo de la impostura. No ha recibido mandato de nadie para hablar y se opone a una palabra institucional, autenticada por un conjunto de prácticas y articulada sobre los principios mismos de los que él extrae su verdad y de los que el adversario extrae una “verdad” totalmente contraria. Es Juana de Arco en medio de sus jueces, condenada en nombre de sus propios valores (y los panfletarios, cristianos o no, se referirán obstinadamente a este arquetipo). Dicho de otro modo, el panfleto es el lugar de una palabra imposible,
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sin mandato, sin status, animado por un imperativo de su fuero interno, sin estrategia feliz para sustituir la evidencia de la verdad a la impostura establecida. En la polémica, incluso, las dos palabras que se enfrentan están en el mismo plano: el polemista se jacta de que su palabra venza gracias a este suplemento metafísico, su verdad intrínseca. El satírico está completamente instalado en la verdad, y es su adversario quien carece de status. Aquí —vale la paradoja— el error de una palabra encrática triunfa y es la “verdad” la que está privada de status. (Todo lo que decimos deriva de la imagen invariable que el discurso da de su posición ideológica y no de una interpretación de la posición real del autor del discurso). Los tres tipos de discursos agónicos están por lo tanto caracterizados por tres modos de coexistencia de palabras enfrentadas. El panfleto aparece como un discursosíntoma de una erosión ideológica. Se corresponde en el campo social con bruscas rupturas entre un conjunto de valores y las prácticas concretas. (Es además en la medida en que se encuentra descentrado, sin cubrir su posición con un discurso justificativo, que al panfletario, “progresista” o “reaccionario”, no le falta generalmente cierta perspicacia). Parece interesante señalar aquí la proximidad que se impone al espíritu entre el panfletario, mártir de la ideología, y el héroe de novela , tal como el joven Lukács ha interpretado las constantes ( Teoría de la novela ). A ejemplo del héroe novelesco, el panfletario experimenta el sentimiento de que los valores auténticos se han retirado del mundo. La búsqueda abstracta de autenticidad que emprende lo separa a su vez del mundo empírico. Todo nos falta indeciblemente. Morimos de nostalgia del Ser (L. Bloy). 4 Una ruptura se ha instaurado entre el mundo empírico y el mundo de los Valores, y el panfletario, Prometeo desdichado, no consigue reintegrarlo a la inmanencia de la vida práctica: “das Nicht-eingehenvollen der Sinnesimmanenz in das empirische Leben” (Lukács). El panfleto, en un mundo acosado por el desamparo y el resentimiento, aparece como el analogon discursivo de la novela. Retomemos en detalle la caracterización tipológica del panfleto. Forma parte, como lo hemos dicho, de un modo discursivo entimemático , persuasivo, doxológico y agónico . Además presenta una serie de rasgos específicos que corresponden a la imagen que el panfletario tiene del campo ideológico y de la posición paradojal que allí ocupa. P
exotopía del panfletario
esfera de la vida empírica y de la impostura
esfera de los Valores auténticos
• El enunciador está presente en su enunciado como desprovisto de status o de mandato, pero se autoriza a sí mismo por una convicción de “fuero interno”. Su 4
Bloy, Belluaires, 30.
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discurso se apoya sobre principios asumidos por el adversario, pero traicionados por él. La palabra panfletaria no tiene otra legitimidad que la que extrae de una verdad ausente. Hablaremos aquí de una exotopía de la palabra panfletaria, de una divergencia acentuada entre el ser y el deber ser. Esta marginalidad produce un discurso subversivo pero no transgresivo; la distancia con el discurso dominante está codificada, y por lo tanto es legible. • También el alocutario implicado por el discurso se vuelve problemático. El panfleto responde a la eterna cuestión “para quién se escribe”. Se comienza a escribir justamente cuando ya no se sabe para quién. El panfletario recurrirá frecuentemente a la imagen de la “botella al mar”. Se entrega al azar para que su escrito alcance un público favorable. • La posición marginal del panfletario entraña un sentimiento de expoliación lexical cuyos síntomas serán descriptos con tiempo en esta obra: el panfletario es alguien a quien se le ha robado su lenguaje. Habla de cristianismo, de socialismo, de libertad, de democracia.... Pero aquellos a quienes ataca, los defensores de la impostura, ¿no tienen la boca llena de palabras como esas? Por cierto, él deberá oponer el socialismo de ellos al socialismo auténtico, etc. —reconquistar un lenguaje tomado como rehén por el mundo del escándalo. • El panfleto no se siente cómodo en las estrategias ordinarias del discurso entimemático, y esto por múltiples razones esenciales a su posición ideológica. En primer lugar, no es portador de una convicción moderada sino de una evidencia , y la evidencia es el orden del todo o nada; no se transmite a través de una estrategia progresiva, sino que ella “estalla” y su estallido permite que pueda arreglárselas sin pruebas. Sin embargo, sabe que le resulta necesario argumentar, tanto más cuanto más se eleven las resistencias a las que se enfrenta y, por otra parte, no puede conformarse con la argumentación porque ella no es más que una propedéutica de la certeza. Una argumentación correcta puede hacer que una tesis pase del estado “dudoso” al estado “probable”; pero no puede por ella misma llevar a ese tipo de conversión, a la vez racional y afectiva, teórica y práctica, que el panfleto debe tratar de suscitar. • De esto resulta que el encadenamiento entimemático es un elemento necesario pero no suficiente para la eficacia discursiva. Por cierto, en la polémica tal como la hemos definido, junto a las pruebas racionales el escritor puede hacer figurar lo que la antigua retórica llamaba las “marcas de las Pasiones”. Es un rasgo general de los discursos doxológicos que no puedan contentarse con demostraciones de una pura racionalidad. La polémica debe no sólo aumentar la adhesión del auditorio sino también hacerlo salir de su apatía , incitarlo a actuar. Esta exigencia es aun mucho más fuerte para el panfletario, que pretende sacudir la ataraxia de un sistema establecido. • Discurso doxológico, el panfleto se desarrolla sin embargo contra la δoξα, la opinión aceptada. Y aun así, debe extraer del mismo tópico que la parte contraria sus refutaciones y réplicas. De ahí que recurra a una dialéctica extremadamente tensa en la que abundan las figuras de la inversión . • El panfleto, es fin, es maximalista . Para el polemista es posible circunscribir bastante claramente el objeto del debate y apartar como indiferente a su propósito toda una zona de la ideología. El panfleto, poco a poco, se vuelve un escándalo ilimitado: “Ustedes discuten la jugada, jugadores sumisos, en lugar de reconsiderar todo el juego”, exclama Marc Beigbeder. 5 5
Vendeurs, 12.
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Esta táctica maximalista entraña una globalización de los problemas que desemboca en una “visión crepuscular” o “catastrófica” del mundo de la que estudiaremos las formas mayores (III, 4). — Panfletario, polemista, son palabras. Hay personas que aceptan y personas que no aceptan. Q. — Qué no aceptan qué? R. — La condición del hombre (Bernanos) 6 • Hay todavía otra razón para que el panfleto se sitúe en el límite del discurso entimemático. En la imposibilidad en que se encuentra de recurrir a principios abstractos, corrompidos por su uso práctico, frecuentemente sustituirá la argumentación por el testimonio vivido, la deducción a partir de lo general por la inducción a partir de lo particular. La demostración integra entonces elementos no entimemáticos que intervienen en la carga de la prueba con la fuerza de un vivido irreductible a la abstracción. • El panfleto es en fin un género patético . Entiende que el pathos resulta allí tan funcional como el silogismo. El espectáculo del mundus inversus engendra un contemptus mundi que se expresa en un lenguaje sombrío y apasionado, de buen grado profético: el panfletario es una Casandra, vox clamans in deserto, que anuncia la “muerte” de algo. El tema del mundo al revés es un topos cultural propio de todas las épocas: La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo entero marcha patas arriba, los ciegos conducen a los otros ciegos (Satírico antiguo, citado por Curtius). 7 Este sentimiento de escándalo explica la frecuencia de figuras como el oxímoron o el paradojismo, que son menos figuras (un ornamento) que síntomas discursivos. Este discurso afectivo se presenta sin distanciamiento. El polemista puede fingir la imparcialidad, la serenidad. El panfletario, opuestamente, se muestra muy parcial, muy involucrado. La reacción “visceral” y la condena argumentada forman un todo. Temible continuum a menudo, en el que los estados de trance refuerzan tesis dadas por racionales. Digamos, para concluir, que estamos tratando con un género híbrido y discontinuo, mucho más que el de la polémica mesurada, “discurso contra el método”, dice Robert Poulet, 8 siempre a mitad de camino entre el ensayo y la invectiva. Traducción: SP
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“Interview”, en Crépuscule (Gall.), 84. Curtius, Litt. europ., 117 (Bibl. 5). 8 Poulet, Contre la Plèbe, 18. 7
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