Angelo Tasca, El nacimiento del fascismo OCRed.pdf
April 5, 2017 | Author: Jesus Suarez | Category: N/A
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ANGrELO TASCA
El nacimiento del fascismo
Traducción castellana de
Antonio Aponte e Ignacio Romero de Solís
CRÍTICA Barcelona
Primera edición en
B ib l io t e c a
de
B o l s il l o :
octubre de 2000
Publicado por acuerdo con Editorial Ariel, S.A. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la'reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: Naissance du fascisme. L'Ita lie de l ’annistice á la marche sur Rome Diseño de la colección: Joan Batallé © 1967: Gallimard, París © Editorial Ariel: 1967 © 2000 de la presente edición castellána para España.y América: E d it o r ia l C r ít ic a , S.L., Provenga, 260, 08008 Barcelona ISBN: 84-8432-117-7 . Depósito legal: B. 40.222-2000 Impreso en España 2000. - R O M A N Y Á / V A L L S , S.A., CapeUades (Barcelona)
A la memoria de m i padre, obrero metalúrgico, cuyos últimos años se vieron ensombrecidos por la victoria del fascismo en Italia.
I LA INTERVENCIÓN DE ITALIA EN LA GUERRA Y LA CRISIS DEL ESTADO El ultimátum de Austria a Serbia sorprende a Italia en plena crisis política y social. Algunos meses antes, en marzo, se había discutido en la Cámara el balance financiero, por fin establecido, de la expedición a Libia, hecho que había proporcionado a los socialistas la oca sión de desquitarse, en cierto modo, haciendo el «proce so a la guerra». Esta guerra había exacerbado la lucha de los partidos y de las clases y había comprometido la política de; equilibrio seguida, desde 1900, por Giovanni Giolitti. Con el fm de evitar las dificultades presupuesta rias y la amenaza de una huelga de ferroviarios, el presi dente dpi Consejo, que, sin embargo, dispone én la Cáma ra de una amplia mayoría, con el pretexto de un orden del día hostil, votado por el grupo radical, presenta su dimisión, evitando así el debate parlamentario. Al ade lantarse de esta forma a los acontecimientos, Giolitti estaba seguro de su vuelta al poder después de un corto interregno, una vez calmada la tempestád. Este cálculo no le había fallado nunca hasta entonces, pero, sin em bargo, en esta ocasión iba a ser desbaratado por los acontécimientos. En el seno del partido socialista, la corriente de izquierda se imponía cada vez más en los congresos; entré el de Reggio Emilia, en 1912, y el de Ancona, en 1914, se expulsa a un grupo de reformistas y a los francmasones. En vísperas de la guerra, hace dos años que Mussolini es miembro de la dirección del partido y año y medio director de su diario, el Avanti.
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Los viejos socialistas desconfían de él, pero los jóvenes le adoran. El viraje a la izquierda favorece su proyectó, que consiste en hacer del partido su propio instrumento y en marginar a la vieja guardia, «podrida» de escrú pulos y paralizada por la rutina. La «semana roja» de Ancona, en junio de 1914, áumenta aún más la distancia entre él y el cenáculo que, en Milán, se agrupa alrede dor de Turati y de Treves. Mussolini exalta la revuelta anarquista: «Cien muertos en Ancóna y arde Italia en tera», piensa, sin que por ello Jlegué nunca a abando nar la dirección del periódico/'La revuelta, abandonada a sí misma y desautorizada por la Confederación Gene ral del Trabajo,*” se va extinguiendo. Algunas pavesas escapadas del incendio provocan, aquí y allá, huelgas de protesta. , Mussolini, desde Milán, contempla el espectáculo con viva satisfacción: «Tomamos nota de los acontecimien tos-escribe, con algo de esa legítima alegría que debe sentir el artista cuando contempla su obra—. Si el pro letariado de Italia está adquiriendo una nueva psicolo gía, más libre y más violenta, se debe a nuestro perió dico. Comprendemos los temores del reformismo y de la democracia ante semejante. situación, que no puede sino empeorar con el tiempo». Esto sucedía el 12 de junio, unas semanas antes de Sarajevo. . Cuando la guerra mundial es ya inevitable, Italia en tera se pronuncia por la neutralidad; es decir, contra la intervención eñ favor de las Potencias Centrales, pues to que en ello reside, por el momento, el único peli gro; Italia entera, con excepción del grupo nacionalista, que teme que se escape la ocasión de una «buena gue rra», y de Sonnino, persuadido —sin razón— de que el Tratado de la Tríplice debe entrar en juego automáti camente. Durante meses, la diplomacia italiana lleva simultá neamente las negociaciones por ambos lados, y Salandra exalta, en octubre, el «egoísmo sagrado». A princi pios de 1915, Sonnino, que desde noviembre es miembro de la Consulta, se muestra todavía favorable á. un acuer * En italiano, Confederazione Generóle del Lavoro, designado de aquí en adelante por sus siglas C.iG.L.
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do con Austria; si los Habsburgo se hubieran decidido a ceder inmediatamente «el Trentino y alguna otra cosa», el gobierno Salandra se habría adelantado y habría lle vado a cabo la política del parecchio —política preconi zada en enero de 1915 por Giolitti, quien consideraba que Italia hubiera podido obtener mucho (parecchio) sin entrar en guerra. Las vacilaciones de Austria hacen ¿jue el gobierno italiano se incline hacia la Entente; la intervención en favor de los Aliados es virtualmente de cidida, en marzo, por tres personas: el rey, Salandra y Sonnino. tínicamente ellos conocen el Tratado de Lon dres, firmado el 26 de abril; los restantes m in istro s lo ignoran y el texto no será comunicado al Parlamento italiano hasta marzo de 1920. En el país, el partido socialista se limita a seguir la corriente creada a raíz de su oposición a la guerra de. Libia. Mussolini alude algunas veces, vagamente, a las «hordas teutónicas», pero en cuanto se da cuenta de que la tesis de la neutralidad obtiene el apoyo casi unánime del partido, da marcha atrás, libra una vio lenta batalla contra lo que él llama, a finales de agos to de 1914, el delirium tremens nacionalista, y hace que su actitud sea sometida a votación en las secciones. «Se nos. invita —dice a principios de septiembre— a llorar sobre la Bélgica mártir. Estamos en presencia de una farsa sentimental montada por Francia y por Bélgica. Estas dos comadres quisieran explotar la credulidad uni versal, pero para nosotros Bélgica no es más que una potencia en guerra, como cualquier otra.» Pero como en sus conversaciones privadas se había expresado, en varias ocasiones, de forma muy diferente, uno de sus oyentes, irritado por su duplicidad; lo denuncia en II Resto del Carlino como el «uomo della coda di plagia».* Mussolini, al principio, ló desmiente, pero después, te miendo ver comprometido su prestigio, intenta escapar por otro camino, como lo hará siempre, evitando la cuestión planteada. Si permanece en el partido socia lista, se siente humillado; si lo abandona, pierde el pe * «Avere Ja coda di paglia" (tener la cola de paja) es una expre sión italiana que significa estar expuesto a fácil censura, tener vul nerabilidad moral. (N . T.)
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riódico, él, que tanto necesita «hablar todos los días a las masas». Va, entonces, en busca de Filippo Naldi, director del periódico cuyos ataques le han «quemado» y llega a un acuerdo con él para fundar un nuevo perió dico. I I Popólo d’ltalia salé.a la calle el 15 de noviem bre de 1914 en Milán, como «diario socialista». Mussolini debuta en él con una virulenta y rencorosa diatriba contra el partido que acaba de dejar. Este brusco viraje es considerado» como una traición por los militantes y los trabajadores que le habían se guido con ingenua confianza. Én un país que se consi dera a sí mismo el país de Maquiavelo, la actitud de Mussolini, abré entre él y la clase obrera un fosó in franqueable. Y no sólo- entre la clase obrera y Mussolini, sino también entre la clase obrera y la política de, intervención. Los obreros de las ciudades y los campesinos —socia listas y católicos— siguen siendo hostiles a la guerra. El pueblo italiano tiene la sensación de que la guerra se prepara sin él, contra él. El propio gobierno no ha encendido otra antorcha que la del «égoísmo sagrado». El territorio nacional no es invadido y «es una lásti ma», dirá Clemenceau. Hay, sin duda, un grupo de an tiguos sociaíistás y anarcosindicalistas que exigen la guerra en nombre de la «revolución», pero la clase obre ra no puede seguirles por este camino, y Mussolini, que la había empujado a la vía muerta de la «neutrali dad absoluta», es el menos indicado para sacarla de ella. Él no es de los que hacen el papel de apóstol que proclama su error y adquiere, por su confesión, el de recho a predicar una nueva verdad. Se separa del par tido socialista con el corazón lleno de odio y de deseos de venganza: «Me lá pagaréis», grita la noche de sü ex pulsión. De esta forma, verá levantarse contra él, no sólo el espíritu extremista sobre el que ha estado es peculando hasta la víspera, sino también una especie de rebelión moral provocada por su propia actitud. Desde este punto de vista, Mussolini ha contribuido más que nadie a levantar, en 1914-1915, una barrera entre el pueblo italiano y la guerra, que nada podrá derribar. Por otra parte, el grupo. de los partidarios de la guerra «revolucionaria», «democrática», es pronto aho
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gado por la adhesión de elementos de lo más reacciona rio, que ven en la guerra —sea cual sea— el mejor medio para poder anidar el veredicto rojo de las elecciones de 1913. La vieja burguesía, amenazada en los muni cipios y en el Parlamento, neutralista por espíritu con servador, se hizo belicista para acabar con una política reformista que socava sus privilegios y que provoca la irrupción de nuevas capas sociáles en la vida política del país. La vida política sufre una debilidad orgánica debida, tanto a la ausencia de una verdadera clase dirigente, como al divorcio entre las masas populares y el nuevo Estado. La burguesía italiana, como se ha observado frecuentemente, ha logrado organizar su Estado, gracias menos a sus propias fuerzas que a las condiciones in ternacionales que han favorecido su victoria sobre las clases feudales y semifeudales: política de Napoleón III en 1852-1860, guerra aüstro-prusiana de 1866 y derrota de Francia en Sedán, con el consiguiente desarrollo del Imperio germánico. El Risorgimento se ha llevado a cabo bajo la forma de «conquista real» de la península por el pequeño Piamonte, sin participación activa del pueblo y en ocasiones contra él. La cuestión romana mantiene fuera del nuevo Estado a los católicos, y el problema social levanta contra él a las masas populares. La política de las clases di rigentes sigue dominada por la preocupación de controlar a estás masas evitando, al mismo tiempo, una trans formación profunda del Estado en el sentido democrá tico, del «transformismo» de Depretis a las leyes ex cepcionales de Pelloux; del «colaboracionismo» de Gio litti a la dictadura de las derechas en 1914-1918. Lo que le falta fundamentálmente a la sociedad ita liana es la larga evolución, la acumulación de expe riencias, la fijación de reflejos y costumbres, que son lo que ha hecho posible la expansión democrática en In glaterra y en Francia. El pueblo apenas acaba de salir de siglos de servidumbre y de una larga miseria, ligada a una economía atrasada, basada en los bajos salarios en la industria y en la explotación feudal en la agri cultura. La revolución democrática está por hacer, y el movimiento socialista es el responsable de llevarla
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a cabo. La historia de ja nación italiana sólo empieza verdaderamente con la acción socialista que arrastra a las masas, aún pasivas, a la órbita de la vida nacional. Giolitti, que desde hace tiempo se plantea el proble ma de la inserción de las masas en el Estado, lo há comprendido muy bien, y, por ello, en 1913, concede el sufragio casi universal. En las elecciones que se ce lebran el mismo año, bajo el nuevo sistema, consigue la participación de los católicos mediante un pacto con el Vaticano (Patto Gentitoni). Pero1esta operación, aun-, que no carente de audacia, tiene su contrapartida, que la hace estéril, al estar inspirada por una segunda in tención reaccionaria. Giolitti, más que organizar un Es tado moderno, lo que desea es asegurarse una mayoría parlamentaria. Esta mayoría está compuesta por el blo que, de diputados del Sur, los ascari,* elegidos gracias a la corrupción y a la violencia, y por los industriales dél Norte, ganados mediante una protección aduanera muy elevada, Esta mayoría cuenta con la neutralidad ..condescendiente de los socialistas, contentados por al gunas reformas o con la concesión de Obras públicas1y, por si acaso, se tiene en reserva contra ellos, para él día de las elecciones, a los católicos, que en orden ce rrado acudirán á las urnas conducidos por los curas. La consecuencia de todo ello es una castración de la vida política, una disipáción de los programas y una co rrupción de los partidos, que paralizan y falsean el sa ludable juego del sufragio universal. Pero la polarización dé la vida públicá en los extre mos, provocada por la guerra de Libia y acentuada por la crisis económica de 1914, destruye las bases del com promiso tradicional y de la táctica que sigue Giolitti desde que detenta el podér. La situación én Italia es cada vez más tensa. La interrupción de la emigración, la crisis de los transportes, la febril preparación de ar mamento, provocan una crisis de trabajo, de matérias primas y de la hacienda pública. El precio del pan au menta, en un país en el que todas las revueltas empie* Se denominaba así a los diputados elegidos por los terratenien tes del Mezzogiomo, tomando el nombre de los mercenarios de. Eritrea que Italia había utilizado en la conquista de Tripolitania.
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zan delante de las panaderías. Las manifestaciones y los conflictos se multiplican y acrecientan la aversión que las masas, sobre todo los campesinos, sienten por la guerra. Los «fascios de acción revolucionaria», cuyo primer Congreso tuvo lugar los días 24 y 25 de julio de 1915, en Milán, se muestran favorables a la intervención; llevan a cabo una violenta campaña y refutan a la organización obrera y socialista; pretenden la intervención de Italia, «sin demora». ¿Que los socialistas se irritan? Se les me terá en cintura. El gobierno, cegado ante la perspectiva de una guerra de corta duración, firma el Tratado de Londres sin haber previsto nada; se ha comprometido a entrar en acción al cabo de un mes y no tiene tiempo para prepararse ni militar ni políticamente. Sin embar go, toma medidas contra el derecho de reunión y la li bertad de prensa, preludio del régimen de plenos pode res, que tiene como consecuencia hacer más profunda la escisión entre las masas y el Estado. «La crisis del Es tado italiano —escribe Ivanoe Bonomi, ministro ^durante la guerra y presidente del Consejo en 1921— "empieza cuando la intervención de Italia en la guerra, en 1915, hace que el proletariado socialista se aparte decidida mente del Estado y se sitúe en la oposición más irreduc tible. Esta crisis llega a ser extremadamente peligrosa cuando las condiciones de la entrada en gu 'rra separan a Giolitti y sus amigos del gobierno». , • Sí, incluso Giolitti, el gran equilibrista, queda elimi nado. El 9 de mayo de 1915, trescientos diputados de la Cámara italiana —la mayoría— depositan su tarjeta de visita en casa de Giolitti que, ignorante de que su suer te estaba echada, había ido a Roma para defender su tesis del parecchio, la misma que Sonnino había adop tado unos meses antes. El gobierno, que se ha compro metido a intervenir en lo sucesivo al lado de los alia dos (pacto de Londres del 26 de abril) y que continúa sus relaciones con Viena y Berlín con el único objeto de mantener mejor el secreto de su decisión, favorece las demostraciones de los «intervencionistas», sobre todo en Roma, Milán y Bolonia. D'Annunzio pronuncia, eri Quarto, un importante discurso en favor de ía guerra. En Roma, los nacionalistas y los fascistas, movilizados 13
con carácter permanente, se manifiestan en contra del Parlamento. Salandra presenta su dimisión, pero el rey le confirma su confianza y el gobierno sólo conv
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