Angelica Liddell Dolorosa

July 19, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Dolorosa Angélica Liddell

LA PUTA.- Me hice puta para no dormir sola. Mi angustia le cuesta muy cara a los hombres. Pagan porque saben que les amo con locura y que estaría dispuesta a morir por cada uno de ellos. Saben que siempre estoy a punto de matarme. Llaman al día siguiente para asegurarse de que lo he hecho, pero al escuchar mi voz pagan otra noche más por la moribunda. Les digo: te quiero. Te quiero. Y de nuevo se hunden furiosamente en la agonía y en la obsesión. Después yo duermo, como si me llenaran poco a poco de agua templada. Ellos se quedan por si me entran ganas de morirme y me muero. Desde que me hice puta puedo soñar que tengo una mancha amarilla y caliente en la nuca: es el sol, es un sueño precioso. Antes no soñaba. Desde que me hice puta me gusta el invierno porque las noches son más largas y así reviento de amor durante más horas y me calientan la nuca más soles. Me regalan cuchillos, tijeras, espadas, cordones de seda, vidrios rotos, serpientes. La ofrenda ya me llega a las rodillas. Es imposible entrar en mi alcoba sin herirse con algún filo o algún veneno. Aún así no dejan de entrar. Y yo me enamoro. Creo que soy rica. Si lo hiciera gratis a nadie le importaría mi pasión ni mi vida. Y dormiría muy sola. Hasta que me hice puta con la rapidez del que corre al retrete aguantando los orines. No soy bella. Desde que me hice puta y pagan por mirarme mientras sufro, me he convertido en la mujer más bella del mundo. No es que el

 

dolor me embellezca. El que más paga es el que me recibe más deslumbrante. Así consigo sobrevivir sin espíritu, sin impacientarme por obtener la salvación. Yo soy la salvación. Les digo: te quiero. Te quiero. Y ellos se masturban igual que en un ataque, avivando el ascua que calienta la espuma del torrente. Comienza el hervor y una dentellada en el vientre les arquea. Se rompen la espalda para inyectar en el aire chorros infinitos, que se rizan, que inundan hasta tener que nadar en tanta abundancia, tanta como el derroche de su fortuna. Mi dolor es el más caro que existe. Mi amargura la más valiosa. Mi desgarro un lujo.

 

  EL HOMBRE.- (Temblando de urgencia, arrojando su dinero hacia el aire de la puta.) El mundo se acaba. Me hubiera gustado vivir cuando aún se podía elegir entre Dios y el Mono. El destino no me sirve. Sólo tú. El mundo se acaba. El mundo que no es otra cosa que mi cuerpo enfermo. Los holocaustos mis vómitos. Las catástrofes mis venas rotas. Me pudro como el agua estancada llena de bichos muertos. El mundo se acaba y yo deseo violarte. Penetrarte como una bestia hasta hacerlo con una pelota de sangre. Pagaré lo que me pidas. LA PUTA.- Te quiero. EL HOMBRE.- Sigue. Puedo arruinarme. LA PUTA.- Te quiero y te querré siempre. EL HOMBRE.- (La acaricia, la besa, la respira, la lame, la muerde. )  No soy digno, no soy digno. LA PUTA.- Si amara a los que aman qué mérito tendría.

(Se escucha un portazo.) 

LA PUTA.- (Hacia el portazo.)  Adiós. EL HOMBRE.- ¿A quién? LA PUTA.- Yo puedo morir de amor por todos los hombres. EL HOMBRE.- Sólo por mí.

 

  LA PUTA.- Jamás amaré a otro. EL HOMBRE.- Jura. LA PUTA.- Lo juro. Juro que jamás amaré a otro. EL HOMBRE.- Repite. LA PUTA.- Juro que jamás amaré a otro. EL HOMBRE.- Más. LA PUTA.- Te lo juro. EL HOMBRE.- ¿Por quién juras? LA PUTA.- Por tu frente , por tus ojos, por tu boca, por tu aliento. EL HOMBRE.- ¿Después morirás? LA PUTA.- Sí. EL HOMBRE.- Morirás. LA PUTA.- Sí, mi amor. EL HOMBRE.- Una prueba. LA PUTA.- ¿No eres capaz de interpretar las señales de los tiempos?

 

EL HOMBRE.- ¡He arrastrado hasta aquí mi sangre enferma! ¡He pagado! LA PUTA.- Y a pesar de todo te quiero. EL HOMBRE.- (Se mete bajo la falda de la puta y le da placer.)  LA PUTA.- Si te vas me llenaré de balcones para esperarte. Y en cada uno prenderé una guirnalda de flores que recibirá tu regreso con su perfume. Aunque tiemble la tierra no entraré en casa. Aunque llueva y nieve no cubriré mi cuerpo desnudo. Igual que la proa de un barco contra la tempestad será el deseo de reencontrarte. Asomaré mi soledad a los balcones y lloraré hasta que te vea aparecer a lo lejos. Si me abandonas moriré. (Llora.)  EL HOMBRE.- ( Abandona  Abandona la corola corola de la falda. Enciende Enciende un pitillo.)  LA PUTA.- (Se tira al suelo.)  (Llora.)  (Sólo se escucha su llanto.)  (Llora, llora, llora, llora.)  EL HOMBRE.- Déjala. Que llore. Que se muera. Deja que se muera de amor. Ella sola. Que llore. Llora, llora por mi culpa. Mi epidemia se merece unas cuantas lágrimas. El mundo te lo agradecerá. El mundo que no es otra cosa que mi billetera y mi hígado. Eso es, así, muy bien. Muérete. Poco a poco. No soy egoísta. Soy un hombre. El maldito descubrimiento nos convirtió para siempre en hombres. Yo me hubiera quedado con Dios y hubiera empalado a los herejes. Idiotas. Llora, llora, no dejes de llorar. Ya sé que estoy loco. Me gusta estar loco. Suelo estar loco un par de veces a la semana. Preferentemente los viernes y los sábados. Cuando estoy loco soy

 

capaz de obligarme a dormir hasta las cinco de la tarde. Al despertar me golpeo la cabeza con los puños o contra los barrotes de la cama. Mientras lo hago no puedo pensar. No puedo sentir. Ni siquiera me doy cuenta de si no puedo pensar o no puedo sentir. Sencillamente no pienso, no siento. Me concentro tan sólo en la percepción del dolor. Del ruido del dolor. Del ruido de mi mano contra el dolor. Del ruido de la madera de mi cama contra el dolor. Es fascinante ese intervalo de ausencia total de sensibilidad. Como una habitación esférica de dos metros de diámetro completamente blanca. Es la ausencia de esquinas, de suelo, de techo, de puertas, de ventanas, de colores, de formas, de perspectiva, de horizonte. Es el reposo. Si me detengo no es más que por aburrimiento, no porque no pueda soportarlo. Me aburro muy pronto de todo lo que hago. Después me aíslo en esa especie de horrible calambre eléctrico que se produce al arrancarse los cabellos. Estiro hasta notar como se humedecen mis ojos, y en el preciso instante en que empieza a resbalar una lágrima por mi mejilla, estiro brutalmente en un último y definitivo impulso. Y mi mano queda llena de pelo. Cuando la abro parece que llevo un animalito estrangulado. Lo más importante de este ejercicio corporal son

las

lágrimas.

Lágrimas

vacías

de

contenido.

Lágrimas

fisiológicamente puras o puramente fisiológicas. No como las tuyas. Tú sigue. Sigue llorando. El mío es un buen método para controlar la producción de llanto a mi antojo prescindiendo de la pena, la angustia, la rabia, el odio, el amor y el miedo. En resumen, prescindiendo del fin del mundo. Y de ese alma maldita que no existe y que me han obligado a cargar. Me exigen un alma por libro. Qué más quisiera yo que ese volátil divino no fuera un invento. Me encadenaron a la fuerza. Ahora que no se quejen de mis obras. Los días que estoy loco no como ni meo apenas. Si me entran ganas lo soluciono con la mayor rapidez posible para volver a internarme en mi templo y entregarme por entero al disfrute de mi patología. ¿Hay algo más divertido que que un cerebro infectado? Puedo destruir a la

 

humanidad con un solo golpe de tinta o de tecla. ¡Soy un creador! ¡Creatio ex nihilo! ¿Entendéis ahora mi vocación, cerdos? ¿Entendéis mi desgracia? El mundo se acaba pero yo no he elegido la palabra correcta. Elijo, entre una frase y otra, un nombre, un principio, un final, mi oficio consiste en elegir palabras y a pesar de las horas y de los años siempre me quedo con la peor, la más defectuosa, y saber que esa puede ser la última palabra, la palabra con la que me entierren, la que recen todos al pie de la tumba. Soy un mendigo de mí mismo. Sólo puedo buscar en la basura. ¿No hueles el hedor de los desperdicios? Qué extraño. Tengo los bolsillos rebosando. Nunca tiro nada. De qué iba a rellenar sino esos días blancos como el mármol de la morgue. Soy el único barro que me atrevo a usar, más que barro cieno. Soy un cobarde. No pienses que escogí el camino más fácil. Es que no sé hacerlo mejor. Estoy condenado a repetir siempre la misma historia. Imposible hacer hablar a un borracho si no es con las palabras que le he escrito a mi amante en una carta. Soy un estafador que garabatea sus tripas intentando disimular su falta absoluta de talento. El héroe de una hazaña patética. Y a veces disfruto porque no tengo otra cosa que hacer. Cada vez que publico un libro cojo las tijeras y recorto unas cuantas paginas para ver si brota sangre o algo así. Después lo tiro al cubo de la basura y lo miro, allí, rodeado de latas vacías, cáscaras, compresas... Al menos me dieron la oportunidad de soñar que hacía algo bello. Hoy en día lo único que cuenta es el punto de vista de los sueños. Ojalá pudiera destruir mis libros. Se empeñan en conservar las cosas de los muertos y las llaman almas. Necesitan de un simulacro de eternidad. Y las conservan cada vez más y mejor, porque el fin del mundo cada vez está más cerca, porque mi cuerpo se parece cada vez más a un pantano apestoso, cada vez más, cada vez más. El alma no existe. Sólo cuerpos que se pudren. Si quemara mis libros en una plaza pública y me ahorcara junto a la hoguera, ¿se darían por fin cuenta? Que para el moribundo lo único que existe es la fabricación del

 

cadáver. Morir es absurdo si luego no vuelves a estar vivo. Los viernes y los sábados son los días más divertidos de la semana. Me ingresarán un viernes o un sábado. Hermanos míos, cuánto anhelo encontrarme ya a vuestro lado. Cuanto deseo que me contagiéis cada una de vuestras benditas infecciones. Os envidio. Ambiciono todas las locuras. Vosotros me ayudaréis a desterrar esta lucidez intermitente que aún padezco. Jamás regresaré a mi casa, a mi mujer, a mis hijos. ¿Qué casa? ¿Mujer? ¿Hijos? Me ataré a la tubería del retrete de mi celda. El mío es el mundo de los locos. ¿Te has dormido? ¿O te has muerto? Quizá aprovechas el sueño para morir. Para soñar conmigo. Déjala, que sueñe, que sueñe. Yo hace semanas que no duermo. El sueño se parece demasiado a la muerte. Esperaré. Te aconsejo que te mueras. El mundo se acaba. Tienes que hacerlo. No me gustaría que volvieras a abrir los ojos. Me dijeron que había una puta que estaba dispuesta a morir de amor por mí. Es lo que más se parece a la idea que tenía de Dios cuando era pequeño. Entonces no había dinero en mi cartera, pero había un libro de oraciones con tapas blancas y letras de oro. Después de matar al cachorrito recé. Tú me perdonas, ¿verdad?. La puta me perdona porque me ama. Tengo suficiente dinero para que se muera de amor. Muere, muere. Mis gérmenes pueden esperar unos minutos. Mi sexo reservará su estallido hasta el final. LA PUTA.- (Se despierta.)  EL HOMBRE.- (Le rasga los vestidos, la golpea.)  (Le da una pistola.)  Toma, guárdala. (Se aleja, se va.) 

 

LA PUTA.- Los hay que vienen con sus madres, sus hijas o sus amantes. El embajador viene con su esposa. Nunca entran en mi dormitorio. Se quedan al otro lado de la puerta. Yo me aprieto para escuchar mejor los ruidos y sufrir más. El embajador quiere recordarme que he de padecer la disciplina que lo inalcanzable impone a la enamorada: morir deprisa. Comienza a hablarle de amor a su mujer. Sabe que no hace falta elevar la voz para que me entren ganas de matarme. Un susurro ya me taladra los oídos. El embajador no tarda en abrirle las piernas a esa... El embajador sabe que odio a su esposa. Una mujer enamorada tiene derecho a que le duela la otra mujer como una gangrena. Tiene derecho a insultar y a escupir. Una mujer enamorada tiene derecho a crucificarse y a condenar a los malditos. El embajador y su esposa fornican igual que perros. Sus primeros gemidos los recibo con un espasmo. Mi cara empieza a desordenarse Ya que no puedo clavar un cuchillo en su corazón lo clavo en propia cordura. Hacen mucho ruido. Aunque procuran disimularlo lo escucho todo. Pero le escucho como si estuviera debajo del agua, a dos mil metros de profundidad, medio aplastada, ahogándome, con el cráneo a punto de saltar en pedazos. Al embajador se le multiplica la potencia intuyendo mi desastre. Me meto las sábanas en la boca hasta desencajar la mandíbula. No tiene que advertir mis aullidos. Debo enardecerle con mi silencio, que él pronosticará silencio de cadáver. Si llegara a oírme pagaría menos. Y continúo sacudida por violentas convulsiones, tiritando, hasta que finalmente mi cuerpo se abre y se derrama en heces y orines. Al concluir su actuación el embajador entra en mi alcoba y comprueba la masacre. Se acerca por ver si todavía me queda algún temblor en el pecho. Los dos nos damos cuenta de lo difícil que es morir, aunque sea de amor.

 

EL HOMBRE.- ¿Quién ha estado aquí? LA PUTA.- El embajador. EL HOMBRE.- (La cubre de dinero.)  LA PUTA.- Te quiero. EL HOMBRE.- (Pasea.)  (Le quita un cabello caído sobre el hombro.)  ¿Qué es lo que más te enamora? LA PUTA.- Que me alimenten como a una niña. EL HOMBRE.- (La alimenta.)  LA PUTA.- (Se quema con el primer bocado.)  EL HOMBRE.- (Rápidamente sopla el alimento. Lo prueba.) Ahora. LA PUTA.- Mi amor. EL HOMBRE.- ¿Te gusta? LA PUTA.- Mucho. EL HOMBRE.- Bebe. No, deja las manos. Yo te lo doy. Así, despacito. LA PUTA.- Mi amor. EL HOMBRE.- ¿Quieres beber más?

 

LA PUTA.- ( Asiente  Asiente con la cabeza.)  EL HOMBRE.- Eso es. Muy bien. LA PUTA.- Mi amor, mi amor... EL HOMBRE.- ¿Te mueres? LA PUTA.- Sí. EL HOMBRE.- (Le limpia los labios.)  LA PUTA.- Mi amor... (Come con avaricia. Se atraganta.)  EL HOMBRE.- Despacio, despacio... LA PUTA.- Quiero que lo sepas. Yo le pedía que me arrastrara del pelo por la habitación, que me retorciera los brazos, no porque el castigo me diera placer sino porque lo necesitaba. El no quería. Entonces yo le hacía daño a él. El se enfadaba y me ataba y me amordazaba sin intención de satisfacerme, sólo para que le dejara en paz. También le pedía que me sodomizara. Aquello sí que le gustaba porque se corría. A mí también me gustaba porque me hacía daño, porque le sentía más, porque escuchaba el ruido de su semen trotándome por las venas, por el orgasmo frustrado, por la diarrea del día siguiente. Recuerdo un par de sueños que seguramente soñé despierta: él me expulsaba, me encerraba en una habitación sin luz o me arrojaba a la calle en plena noche de invierno, desnuda. Yo sólo podía llorar. Y él se burlaba. No en los sueños, no. Se burlaba y decía: eres encantadora. EL HOMBRE.- Eres encantadora.

 

  LA PUTA.- Moriré. EL HOMBRE.- Aprovecharé este límite de tu desdicha para arruinarme. Te violaré con la misma desesperación con la que salvaría mi vida si colgara de un rascacielos sujetándome con las uñas. (Le enseña las uñas.) ¿Las ves? LA PUTA.- Y yo enloqueceré de amor cuando me escueza la sangre al mezclarse con tu semen colérico. EL HOMBRE.- Tan brutal será el asalto que hasta mi sexo aparecerá untado de sangre. ¡Te he hecho sangre! Confío en una herida que te vacíe. Admiraré tu vida convertida en charco rojo, alfombrando el cadáver por mi culpa. LA PUTA.- Tengo que estrangularme los pezones para resistir la pasión. La locura me enreda el cerebro como si los cabellos me crecieran hacia dentro. EL HOMBRE.- Me marcharé dejando un olor a fiesta vomitada y a pan mojado. LA PUTA.- Moriré.

 

 

(Entra un individuo con la naturalidad del que entra en su

 propia casa. Ve al hombre abrazado a la puta. El hombre y el recién llegado se miran solidificando el aire. La puta no mira. El tiempo discurre entre las miradas. Por fin, el otro, coge una manzana y se marcha sin prisas.) 

 

EL HOMBRE.-(Disfraza de muerta a la puta. Le cruza las manos sobre el pecho. La cubre de flores. La pistola hace las veces de crucifijo.) Ya estás muerta. (Silencio.)  Podría haber llegado a quererte pero tenía que salvarme. Hasta hubiera sido capaz de morir por ti si no hubiera pagado tanto. (Silencio.)  Ya estás muerta. Y el mundo otra vez en orden. Completo. Feliz. El mundo que no es otra cosa que mis sueños. (Silencio.)  Por las noches se sentaba sobre mi pecho. Era una criatura infernal. Imagínate el terror atascado en la garganta. Estaba solo con ese monstruo que me hundía los huesos y me obligaba a tragar puñados de agujas. Las sentía correr por todo el cuerpo, atravesándolo, haciendo el mismo ruido que si rayaran cristal, hasta aparecer en los brazos, en las piernas, en el vientre... Brotaban cientos de agujas como si mi cuerpo fuera un criadero de miedo. (Silencio.)  (Le acaricia una mano y la aprieta extrañado por su frialdad.) ¿Estás muerta? (Silencio.) 

 

  Sí, claro. Yo te he disfrazado de muerta. Muerta de amor. (Silencio.)  Mis hijos están en la bañera. Ella en el suelo del salón. Todos muertos. (Silencio.)  Disparé. Sí, disparé. No es más difícil que lavarse los dientes. No hay violencia. La violencia es un parásito de la razón, y yo abandoné la razón cuando mis vísceras empezaron a deshacerse como la arena, cuando me convertí en cuerpo, cuando me quedé solo con el pánico enquistado en la espalda, cuando los médicos me deshauciaron sin mirarme a los ojos. Incurable. Incurable. (Silencio.)  Los niños no gritaron. Apenas un gemido, un gorgoteo. (Silencio.)  Después de los disparos una especie de sordera, como si me hubieran encapsulado los oídos. Pero la culpa no funcionó. No colgué la soga. A pesar de la sangre. Sólo el miedo a morir. Sólo mi cáncer. (Silencio.) 

 

 

Si álguien me pregunta por qué... (Silencio.)  Por el cielo. Malos tiempos para explicar. Por el

cielo, todo por el cielo. Ya te lo he dicho, el mundo se acaba y lo único que cuenta es el punto de vista de los sueños. ( Acaricia  Acaricia los cabellos y la frente de la puta. Está helada. Coge sus manos. La puta ha muerto. El hombre se estremece.) Tan fría.

(Silencio.)  Tan pronto. (Silencio.)  Y sin un beso. (Silencio.)  No merecía tanto amor, ¿o sí? (Silencio.)  ¿Y ahora? (Deambula aturdido.) ¿Y ahora? (Se desnuda reuniendo la ropa y otros objetos en un montón. Vomita un amago de llanto. Saca unos billetes de algún bolsillo y con un mechero les prende fuego para incendiar todo lo demás. Mientras la  pequeña hoguera hoguera crece se echa junto a la puta y la abraza como si se hubiera convertido en un niño.) 

 

LA PUTA.- (Inmóvil mientras habla) ¿Por qué te abrazas a los muertos? EL HOMBRE.- (Inmóvil mientras habla.)  Para estar más cerca de los ángeles. LA PUTA.- Tu dinero me convirtió en ángel. Ahora podré amarte eternamente. EL HOMBRE.- Y eternamente seré cuerpo. LA PUTA.- ¿Te duele? EL HOMBRE.- Ya no. Los castillos dejaron de derrumbarse. La sangre vuelve a ser clara. LA PUTA.- ¿Cómo habría podido vivir sin ti? EL HOMBRE.- No sigas, no tengo dinero para más amor. Lo he quemado todo. Bastará con recordar tu cuerpo helado. Si quieres puedes despreciarme. LA PUTA.- Estoy muerta. Ábreme los ojos y verás aún el último reflejo intacto. EL HOMBRE.- Me lo merezco. LA PUTA.- No despreciaré a mi hermano, mi hermana y mi madre. EL HOMBRE.- ¿Puedo quedarme? LA PUTA.- ¿Y el mundo?

 

  EL HOMBRE.- A tus pies. LA PUTA.- ¿Tiemblas? EL HOMBRE.- Necesito. LA PUTA.- ¡Vamos! EL HOMBRE.- ¿A dónde? ¡No corras! LA PUTA.- ¡Qué los muertos entierren a sus muertos!

EL HOMBRE.- ¡Para! LA PUTA.- ¡Rápido! EL HOMBRE.- ¡Espera! LA PUTA.- ¡Vamos! EL HOMBRE.- No puedo, no puedo. LA PUTA.- ¡Mira! EL HOMBRE.- ¿Qué? LA PUTA.-!Allí, allí, allí! EL HOMBRE.- ¡No corras, no te vayas, no me dejes! LA PUTA.- (La carcajada de la puta, espeluznante por su brillo.) 

 

  EL HOMBRE.- (El grito del hombre, hinchado de velocidad.)  (Mucho silencio.)  EL HOMBRE.- (Se incorpora como si nada hubiera sucedido. Remueve las cenizas de la hoguera. Cuando se da la vuelta la puta ya ha resucitado.) 

LA PUTA.- (Le mira y sonríe, resucitada.)  (Silencio.) 

EL HOMBRE.- (Va hacia ella y recupera la pistola que le entregó.) 

 

  LA PUTA.- Entra un joven, casi un niño. Se ha enterado de que hay una puta que le ama con locura y que va a morir por él. Trae una rosa blanca y yo me clavo una espina a propósito para que no le quepan dudas sobre mi amor. Me explica que la rosa sólo despide su extraordinario perfume después de muerta, al amanecer, cuando mueren los ejecutados. Ante su incredulidad decido penetrar mi sexo con el tallo de la rosa y le digo que le quiero. Te quiero. Paga y se marcha. Sabe que moriré por su piel de recién nacido. Saco el tallo de la flor y con él un trozo ensangrentado de mi cuerpo. Me miro al espejo y ya me han salido úlceras en los ojos. Los tengo inflamados, enrojecidos, cubiertos por una gruesa lámina de caspa amarilla. Me duelen. Demasiado bello ese niño para mirarle tan cerca. Vuelve a entrar. Trae mucho dinero. Paga lanzándolo hacia arriba para que llueva, para que sea bonito. Se sienta y me mira. Quiere saber si él también es capaz de degollarse por mí. Me mira. Me pinta un corazón partido sobre el pecho izquierdo. Se corre en mi boca. Me mira. Me muerde el cuello. Me dibuja lágrimas azules en las mejillas. Me mira. Me pide que llore. Todos lo piden. Pero ahora he de llorar mucho porque es como si tuviera el sol al lado, cegándome. Le digo: juro que te amaré siempre. Te amaré siempre. El niño espera a que cese mi llanto y me da un beso feliz por e juramento. Me mira. Se va a un rincón y se dibuja muerto. Dibuja igual que si tuviera seis años. Se ha encerrado dentro de un ataúd. Se ha vestido con una túnica que transparenta sus costillas. Se ha cruzado las manos sobre el vientre. Su boca es una siniestra mueca de tristeza y su ceño grave. Cuando me enseña el dibujo me derrumbo en un desmayo. Él entiende que mi desventura es atroz. Se asoma a la ventana y cae.

 

EL HOMBRE.- Lo he visto. LA PUTA.- ¿Estaba hermoso? EL HOMBRE.- No sé. Estaba muerto. LA PUTA.- Tenía que haberle devuelto el dinero. EL HOMBRE.- Ya es tarde. LA PUTA.- Su cuerpo de niño gigante, sus ojos transparentes, su tristeza, su inmensa dulzura... ¿Sonreía?

EL HOMBRE.- No lo sé. No sé nada. LA PUTA.- ¿Cómo se enterará ahora de que moriré por su sonrisa? EL HOMBRE.- No. (Silencio.)  LA PUTA.- Sí. Moriré. EL HOMBRE.- No. LA PUTA.- Te quiero. EL HOMBRE.- No entrarán más hombres. LA PUTA.- Les quiero tanto. EL HOMBRE.- Ya es suficiente.

 

  LA PUTA.- Tanto... EL HOMBRE.- Serás sólo mía. LA PUTA.- Tanto, tanto... EL HOMBRE.- ¡Ya es suficiente! LA PUTA.- Para mí no es suficiente. ¿Lo es para ti? Amor mío. EL HOMBRE.- ¡No lo sé!

LA PUTA.- Si me abandonas moriré. EL HOMBRE.- ¡Basta! LA PUTA.- Moriré. EL HOMBRE.- ¿Y yo? ¿Y yo? (Silencio.)  Tengo que irme, tengo

que salir, tengo que

comer... (Silencio.)  Tú no eres la puta y yo no soy el hombre. (Silencio.) 

 

Moriremos como todo el mundo, aunque el mundo   sea yo y el que tengo al lado. El mundo se acaba todos los días. LA PUTA.- Te quiero. EL HOMBRE.- No te empeñes. La belleza cuerpo a cuerpo es imposible. Y a veces el cuerpo es tan gigantesco, tan terrorífico en su inmensidad. (Silencio.)  No somos los propietarios del sufrimiento.

(Silencio.)  Me marcho. (Silencio.)  Viviremos felices sufriendo, follando como locos, comiendo como cerdos. Vámonos. (Silencio.)  ¿Es que no puedo tener miedo? (Silencio.)  Vámonos. Podemos pasear por el parque, ir al cine, a la playa. LA PUTA.- (Se va, sale.) 

 

  EL HOMBRE.- ¡Podemos! Yo puedo. Yo me voy. Nadie va a morir por mí porque me doy asco. ¿Me escuchas? Te regalaré flores, pendientes, cajas de música, bombones, te invitaré a cenar, te escribiré cartas. Vámonos. Me voy. ¿Dónde estás? Vámonos, vámonos ya. LA PUTA.- (Entra con una bandeja sobre la que tiembla la blancura de sus pechos recién cortados.) Aquí tienes mi cuerpo. Aquí tienes tu inversión. Ya has pagado y la puta morirá sin remedio. Tuyo es. Tómalo. Tómalo como lo tomaste entonces, el día que hiciste manar y desbordaste todos mis líquidos, cuando me convertiste en fuente y me dejaste seca, estéril, incapaz de derramar una sola gota de nada, eternamente viuda. Me siento tan áspera que el aire hace ruido al soplar en mi vientre y tropezar contra el papel de lija. Podría contar todos mis órganos porque todos me duelen por separado, porque todos están rodeados de pequeños desiertos que se clavan diminutamente y arañan con la violencia de una uña traicionada, pero hasta la sangre que deberían expulsar por semejante castigo es un coágulo. Recuerdo el olor de mis primeras humedades templadas, brotando, resbalando, perfumando un placer torpe aún, aquel chorrito tímido que descendía hasta la rodilla y mojaba la sábana. ¿Dónde están las sábanas mojadas? ¿Dónde están aquellos charcos que transformábamos en mares? El mismo que descubrió mi sexo lo amputó. Ya no puedo considerarme mujer. Una mujer es la caricia predictora de lluvias de su amado. ¿Lluvias? ¡Tormentas! ¡Trombas! ¡Tempestades! ¡Inundaciones! ¿Quién huye de las catástrofes? A veces siento como se me hincha el cerebro de pensar tanto en él. Entonces bebo y bebo hasta provocar el vómito. Vomitando me imagino que vomito todo el suplicio. Me imagino que al despertar por la mañana, tras esa horrible purga alcohólica, voy a ser libre, pero compruebo que no sólo no soy libre sino que la obsesión se ha

 

multiplicado por mis ya novecientas noches de espantoso cautiverio, y me siento vieja, sucia, deforme, arrugada... ¿Quién va a amar a una criatura así? ¿Quién va a amar a este monstruo? De pronto, como sacudida por la locura precoz, busco desesperada en qué lugar de mi cuerpo se aloja mi antiguo amante: me froto las encías hasta hacerlas sangrar, me baño con agua hirviendo por si resulta que le llevo pegado a la piel, introduzco los dedos en mi sexo intentando alcanzar el fondo del útero, me enjabono los ojos para llorar aún más. Quizá es en mis ojos donde tengo clavados sus besos. Pero agotada después de tanta búsqueda inútil, sólo deseo encontrar un lugar donde dejarme morir, irme con la serenidad con que se marchan los elefantes al cementerio. Una vez allí no comería ni bebería. Qué es morir de amor sino de hambre y de sed. Moriría al fin, y la última imagen, el espejismo estentóreo de la inanición y la deshidratación, sería su sexo mutilado dentro de mi boca, casi penetrándome la garganta, derramando su líquido tibio. Todo To do empezó con una terrible misa de difuntos. Ojos vendados antes de pisar el altar, muchas sábanas blancas. La belleza se volvió maldita y ahora es imposible escuchar aquella misa sin el corazón destrozado. Antes de haberla hecho sonar teníamos que habernos dado cuenta que era música de muertos. Y aún me pides que no muera. ¡Que no muera de amor! Moriré cuantas veces sea necesario, hasta que no quede un solo hombre en el mundo por el que no me hayan enterrado, hasta que no haya vendido todo el dolor, este dolor infinito. ¡Que no muera! ¿No lo ves? ¿No ves que tengo que morir? EL HOMBRE.- (Cae de rodillas aferrándose a los pies de la puta con un beso.) 

 

  LA VOZ DE LA PUTA.- Ahora que todos saben que puedo matarme por amor en cualquier momento, ahora, tendrán que pagar el doble para que no me mate.

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