Angeles y Vampiros

February 26, 2017 | Author: Linda Perez | Category: N/A
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*Laura Bartolomé*

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Dedicado a Mary Ángeles. Porque fuiste la primera en comenzar de verdad este viaje conmigo, y también en llegar al final… Gracias por acompañarme… ©Ángeles y Vampiros ©Laura Bartolomé Carpena 2007 ©Yolanda Talens Furió de sus personajes. ©Ilustración de portada e ilustraciones interiores: Laura Bartolomé Carpena (Dorianne) Diseño y maquetación: Laura Bartolomé Carpena ©Fotografía de contraportada: Jordi Monfort Cobos Los siguientes personajes: Haydee, Hans, Samuel, Iván, Andrei y Angélica, pertenecen a Yolanda Talens Furió, que me los ha cedido por escrito para que aparecieran en Ángeles y Vampiros, y así se presentó en el Registro de la propiedad intelectual. Los personajes de Yolanda Talens Furió, anteriormente citados, pertenecen íntegramente a la autora, y han sido creados con personalidad definida y desarrollados por la misma, tanto sus personalidades, aspecto físico y su pasado, así como la forma de actuar ante diversas situaciones planteadas por mí o por ambas y siempre bajo su supervisión. Salieron de su mente con una personalidad definida, antes de yo incluirlos en Ángeles y Vampiros.

[email protected] http://dorieanneilustraciones.iespana.es/ http://dorianne-laura.deviantart.com/ http://dorianneilustradora.blogspot.com/

Autoedición de Laura Bartolomé Carpena. No existen derechos cedidos a terceros ni a editoriales. Queda rigurosamente prohibida sin autorización escrita de los titulares del ©, bajo las sanciones que establece la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público o por medio de Internet.

www.lulu.com Printed by Publidisa Impreso en España

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ADVERTENCIA Este libro contiene algunas escenas sexualmente explícitas y lenguaje adulto que podría ser considerado ofensivo para algunos lectores y no es recomendable para menores de edad.

Ángeles y Vampiros Albert, un vampiro francés, conoce en una noche lluviosa a Davidé, un sacerdote italiano enfermo de muerte. Desde el momento en el que le convierte en vampiro, se odiarán y se amarán intensamente, siendo incapaces de expresarse mutuamente lo que de verdad sienten. Por el miedo al rechazo, por el miedo al dolor… ¿Conseguirán con el tiempo aceptarse? ¿Lograrán ser amigos y tal vez amantes? Acompáñalos en su viaje… …hasta el final…

El contenido de este relato es ficción. Algunas referencias están relacionadas con hechos históricos o lugares existentes, pero los personajes, localizaciones e incidentes son ficticios. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, empresas existentes, eventos o locales, es coincidencia. 3

© Laura Bartolomé

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Prólogo 1 Hace casi 10 años, en el verano del 1998, oyendo un programa de radio escuché una historia de vampiros preciosa. Era de amor, de un amor muy triste e imposible… Por aquel entonces también comencé a aficionarme al género “yaoi”, que son historias manga de temática homoerótica. Así que se me ocurrió que yo, del mismo modo, podía intentar escribir un relato, como el que escuché por la radio, aunque de dos vampiros hombres que se amaran en secreto… Así nació Ángeles y Vampiros. Al principio tan sólo era una historia corta, con final triste… ni siquiera sé dónde debe estar ahora aquel primer relato que escribí en mi vida. Simplemente fue el comienzo de toda esta historia. Cuando comencé a redactar lo que sería la novela que tienes en tus manos, nunca imaginé que sería tan larga y que Albert y Davidé tendrían tanto que ofrecer. Ni siquiera era consciente de lo que podía pasar en el capítulo siguiente, y mucho menos de cómo finalizaría… Hace tiempo que la terminé, no obstante siempre estoy revisándola. No escribo ahora como hace 10 años, y aunque no soy profesional intento que esté lo mejor posible. ¡Si supieras lo diferente que era al comienzo! Mis personajes maduraron y cambiaron conmigo, y en ellos hay parte de mí. No soy una persona romántica, no creo en el amor eterno... y sin embargo escribo sobre ello con todo el corazón. Albert y Davidé, como el resto de mis personajes, existen en algún lugar y son reales. ¡No me digas que son ficción! Porque no te creeré… Y a partir de ahora, te ofrezco esta historia de amor difícil, obcecado, sincero, verdadero, eterno... La historia de amor de dos personas, que son Albert y Davidé… que son ángeles y vampiros… 5

Prólogo 2 Hace cosa de 10 años que llegó por primera vez a mis manos una pequeña historia de no más de 10 páginas... Un pequeño relato autoconclusivo que en su pequeña historia ya te hacia estremecer el corazón. En esas pocas páginas nacieron dos vampiros que me harían reír, llorar, sufrir y amar durante los siguientes 5 años.

Cuando empiezas a leer Ángeles y Vampiros, poco a poco sus personajes se hacen un hueco en tu corazón. Sin darte cuenta ese hueco se va haciendo tan hondo que ya no puedes echarlos de tu interior. Albert y Davidé, dos vampiros tan humanos y con unos sentimientos tan fuertes que traspasan el papel y penetran en tu alma haciéndote sufrir, llorar y amar como lo hacen ellos.

La historia te transmite tanto de todos sus personajes que tienes la impresión de que si te giras por la calle los verás aparecer sonrientes en la próxima esquina.

En el momento que empiezas a leer, tu corazón está perdido... sólo hay que darle una oportunidad... sólo... disfruta...

Mary Ángeles

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Primera parte

"Lluvia de sangre"

♠La luna... brillaba al trasluz de las tupidas nubes, intensa, desafiante en el espacio oscuro. El trueno quiso rugir cruel en el cielo pero no lo consiguió, quedándose pequeño y extrañamente lejano... Para la tormenta todavía no era su turno... aunque... los haces de luz parpadeaban en una intermitencia que anunciaba pronta lluvia, se olía la humedad en el ambiente y todo el panorama de la ciudad, con sus sombras y luces, era maravillosamente tétrico. Era la noche profunda y ni siquiera el nuevo trueno podía cortar esa profundidad repleta de tonos grises y azureos metálicos, porque para la tormenta... aun no era su turno... aunque sí lo era para el vampiro. Anduvo sigilosamente, cosa que no le costaba ningún esfuerzo, sobre el empedrado de una calle muerta de Roma, preguntándose sobre qué aspecto tendría ésta cuando la luz la bañaba en los días soleados... repleta de gente que paseaba sin miedo, o corría con esas extrañas prisas humanas, tal y como le sucedía al pobre e inepto infeliz que caminaba apresuradamente por una callejuela en la que apenas había algún coche aparcado sobre la estrecha acera. Podía leer sus pensamientos con absoluta claridad, aunque lo cierto era que ni ese mismo hombre los tenía muy claros, siendo éstos de lo más desordenados. No paraba de rezarle a Dios... no le gustaba para nada andar a esas horas por las calles desiertas, no hacía mucho que había sufrido una mala experiencia con unos gamberros que le habían atacado y burlado. El vampiro leyó también que era un sacerdote, y le encantó sobremanera. Apresuró el paso para asustarlo un poco antes de... pero no le dio tiempo. Ecos de voces llegaron a los oídos de los únicos dos seres que se encontraban en aquella calleja. El sacerdote se dio la vuelta pero fue demasiado tarde para cambiar el rumbo de su dirección, aquella pandilla de voces y ecos ya lo habían cogido. El vampiro se escondió en el hueco de un portal y simplemente observó la escena mientras la tormenta se acercaba a pasos agigantados. 7

–¡Eh! mirad chicos, el cura del otro día. ¡Eh, viejo! –agarraron al hombre por el brazo y lo zarandearon con visible violencia. –Dejadme en paz por Dios, no os he hecho nada. –Eres un viejo y los viejos no nos gustan, y los apestosos curas menos. Te advertimos que no queríamos verte más por aquí, y el viejo que no nos hace caso la paga. Se lo pasaron como una pelota y el vampiro decidió intervenir. Se acercó silbando como quien no quiere la cosa, plantándose tranquilamente ante aquella jauría de cerdos. –Vaya, veo que estáis montando una fiestecilla y no he sido invitado– dijo el vampiro con voz cristalina y a la vez profunda, observándolo todo tras sus redondas gafas de cristal rojo sangre. –¿Y tú quien coño eres tío? Nadie te ha dado vela en este entierro. –¿Qué nadie me ha dado vela en este entierro? Eso ya lo decidiré yo, sobre todo porque los entierros bajo la lluvia son los que más me gustan.– Su risa vampírica resonó contra las paredes de las casas. Uno de los hombres se adelantó hasta él con una navaja y el vampiro dejó se la clavara en el vientre, sólo por puro divertimento. Sintió “algo”, una pequeña punzada de dolor que ni siquiera produjo un cambió en su imperturbable expresión fría. Apretó el brazo del estúpido agresor haciéndole crujir el hueso. Éste lanzó un grito ahogado pero no pudo moverse un ápice. El vampiro lo miró con una sonrisa llena de sarna, y terminó de romperle la articulación. Cayó al suelo aullando de dolor. Los presentes, asombrados, miraron al no muerto arrancarse la inmunda navaja del cuerpo y lamer la sangre de la hoja. –Mi sangre está deliciosa... qué lástima que no podáis apreciar ese detalle.– lanzó el arma blanca, con visible aburrimiento, por encima de su hombro. – En fin– continuó hablando– ¿El próximo para enterrar? Éste ya está listo– señalo al hombre tendido sobre el empedrado. Luego dio un paso hacia delante y los demás echaron a correr sin preocuparse de su supuesto compañero. –Malditos humanos cobardes... los mortales son alucinantes. –Dios mío señor, ¿Está usted bien?– le preguntó el viejo sacerdote con visible preocupación. –Sí señor, perfectamente bien, aunque pronto lo estaré mejor... mucho mejor– susurró con sonrisa burlona que el pobre cura no comprendió en absoluto. 8

–¡Está sangrando!– gritó espantado. –La sangre es bella, no es mala– alargó la mano y le acarició el cuello, el sacerdote dio un brinco hacia atrás poniéndose a temblar. –¿Crees en los vampiros pequeño mortal? Será lo último que veas en tu insulsa vida querido mío, ni a Dios, ni a los ángeles, ni al mismísimo demonio, sólo me verás a mí, a un vampiro que va a chuparte hasta la última gota de tu preciosa sangre. Asió con facilidad al aterrado mortal y lo apretó contra él, sintiendo cómo temblaba de puro horror y miedo, con la expresión desencajada. Éste comenzó a gritar en nombre de Dios a trompicones, pero al vampiro no le produjo más que risa. Plantó los labios contra el cuello de su víctima y susurró; –Dicen que tan sólo la auténtica fe en Dios puede repelernos y aun no he conocido quien lo logre. Estás simplemente perdido, tu sangre solamente es... m í a... Hundió los afilados colmillos en la carne y pronto sintió como la sangre caliente pasaba deslizante por su garganta, suave y dulce, salada y amarga... Repleta de vida, rebosante de calor. El corazón le latía fuerte con esa sangre renovadora, en cambio el de su víctima había reventado, muriendo... cesando sus débiles latidos... y antes de que se apagaran se apartó de él. El vampiro tenía la piel caliente, y el muerto... fría. Lo recostó junto al inmundo delincuente que se había desmayado de dolor o impresión, nunca se sabría. –Adivina cerdo a quien van a echarle toda la culpa de lo sucedido en esta calle.– Sonrió con burla, le hacía todo tanta gracia. Se palpó el rostro y lo sintió ligeramente subido de temperatura. Fue a mirarse en el espejo retrovisor de un coche. Sí, ya no estaba tan pálido, pero le duraría poco aquel maravilloso efecto. Como siempre... duraría poco. –Un no muerto es un no muerto... sin remedio... – se dijo. Una gota le cayó en la mejilla y un trueno resonó allá en la cúpula de nubes. La luna apenas ya era visible, con una luz débil ahora tras el manto gris. La lluvia cayó en gotas gordas, espesas y con notable olor a tierra húmeda. Era el tiempo en el cual la anunciada tormenta reinaría. –Dios, creo que te has enfadado conmigo... Ja, Ja... Aunque me caiga un rayo en la cabeza, sabes que no conseguirás acabar conmigo.

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El ser inmortal que vivía en las noches corrió riendo, siendo mojado por una lluvia fea y dura, que formaba rápidamente charcos en el empedrado sobre los que saltar y mojarse como un niño que desafía las iras maternas en los días de otoño lluvioso. Sólo que él ya no tenía una madre que le riñera por esa travesura, su madre, de la cual no recordaba el nombre ni le importaba, estaba muerta hacía siglos y los gusanos la habían devorado. Danzó largo rato por la ciudad de Roma corriendo bajo el manto tupido de agua, jugando con los rayos... Se sentía extrañamente eufórico, deseoso de decirle a ese Dios que la humanidad había inventado, que no había conseguido vencer a un inmortal. De decirle que la sangre que le daba fuerzas aquella noche, como en las anteriores, era de uno de esos estúpidos sacerdotes suyos. Por eso buscó alguna iglesia cercana donde expresar lo que sentía. ¡Diversión, diversión! Y sí, halló una que le gustó, no demasiado grande. En todo caso se suponía que Dios estaba en todas partes. Entró con sigilo, chorreando el suelo de piedra como un pez salido del agua y se sentó tranquilamente como si estuviese en su casa. Observó el Cristo crucificado, sufriendo clavado en la cruz. Y se burló de él... –Realmente no sé lo qué pretendías conseguir con eso de colgar medio muerto de una cruz, pero seguro que no te ha salido demasiado bien... porque es gracioso... el mundo sigue estando lleno de escoria, como en tu época. – sonrió con malicia. Pronto saldría el sol, por lo que se dispuso a salir de aquel lugar estúpido que los fieles adoraban tanto, cuando escuchó el eco de unos pasos provenientes de algún lugar del sagrado recinto. Le entró la curiosidad y optó por quedarse a ver de quién podía tratarse. Comer antes de irse a dormir le encantaba. Era un hombre joven y alto, vestido de sacerdote y cuando éste se dio cuenta de la presencia de otra persona en los bancos arqueó las cejas sorprendido. ¿Quién sería aquel hombre?, se preguntó primeramente. Decidió acercarse hasta él. Tal vez era un feligrés que quisiese algo. Observó que iba mojado de pies a cabeza y chorreaba sobre la madera del banco y la piedra del suelo. No vestía como un pobre, al contrario, pero era extrañamente pálido, incluso sus labios estaba faltos de color. Tal vez se encontrara mal o enfermo. Se sentó a su lado con preocupación. –Perdone pero... ¿Se encuentra mal? Parece enfermo... – el vampiro no lo miró, pero le gustó su voz cálida y agradable aunque había algo en ella que la quebraba. Pese a ello, su acento era de un italiano delicado. 10

–Me encuentro bien, no quería más que decirle algo a nuestro amigo– señaló al Cristo del altar. –¿Quiere confesarse?, yo soy sacerdote.– Esta vez lo miró con malicia y sonrisa sarcástica a más no poder. –Soy un vampiro y los vampiros no nos confesamos. No terminaríamos jamás de relatar todos nuestros abominables pecados... ¿Qué te parece?– El sacerdote no dijo una palabra, ni una, en cambio se puso a pensar en lo que el hombre rubio le había dicho y a observarlo detenidamente. Aquel hombre vampiro era extremadamente pálido, de facciones seductoras y unos ojos verde esmeralda que brillaban extrañamente en la semi oscuridad del lugar... –Se supone que los vampiros no pueden entrar en las iglesias y todas esas cosas... –El inmortal soltó una carcajada que resonó por toda la iglesia. –Eso mismo creí yo una vez, y descubrí que podía hasta dormir en ellas. Cosas de leyendas ancestrales. Sé que no te lo crees, que sea un no muerto claro, pero te voy a demostrar que estás equivocado... –Sí que te creo.– dijo sin más y sonrió de una forma turbadora que hizo latir más deprisa el corazón del vampiro. Lo miró con detenimiento, sus facciones eran suaves y a la vez fuertes, sus labios amplios, con esa sonrisa turbadora, y esos ojos pardos e imponentes en los que podía verse reflejado, y lo que vio no le gustó. Un estúpido vampiro con una pinta horrible, mojado, despeinado y pálido. Apartó la mirada sonrojándose tanto que le volvió el color a la cara, intentó sondear su mente, cosa que por alguna razón no consiguió. Y no poder leer aquella mente le enfureció bastante, pues no solía ser algo habitual. Volvió a mirarle y se acercó a aquel hombre que no corría aterrorizado. –Sé que no te lo crees estúpido mortal– le informó enseñándole los colmillos…– sin embargo el mortal no mudó la expresión ni salió despavorido como otros, cosa que perturbó considerablemente al no muerto. Le gustó tanto, le gustó tanto que no huyera de él. Y su propio corazón cada vez latía más fuerte. Tenía que tocarlo, tenía que apretarlo contra él y beber su sangre maravillosa, así que le agarró de los brazos y los estrujó. Quería asustarlo pero no podía conseguirlo, por lo que se sintió impotente y tembloroso. –¿No vas a chillar, ni a gritar? Voy a matarte, ahora... Ante tu Dios... Y ni él ni nadie podrá pararme. –Te creo... creo que eres un vampiro. – repitió sin más palabras y se quedó quieto, imperturbable, de alguna manera cansado. El inmortal olió su sangre, sintió esa extraña suavidad y paz que emanaban cuerpo y piel. Le daba tanta paz, sentía que con él podía hablar, podía... 11

–Si es que vas a matarme quisiera saber tu nombre, vampiro... –Albert... – Éste se dio cuenta que le había dicho su nombre ensimismado, si pensar en que se lo estaba confesando a la par que olía sus cabellos oscuros y cortos. Se enfureció tanto consigo mismo que apartó al cura de un empujón que lo lanzó hasta el suelo. –Has tenido suerte estúpido, tengo que irme porque el sol está apunto de salir– Se dio la vuelta y echó a andar deprisa –¡Albert!– lo llamó el joven sacerdote y el vampiro se dio la vuelta sin pensar.– ¿Volverás Albert? –Quién sabe. – Volvió a girarse y desapareció tras el portón, bajo la tupida cascada de gotas de agua.

♠♠♠♠♠♠♠ El sacerdote se quedó echado sobre el suelo mirando el techo abovedado de la pequeña iglesia, pensando en lo extrañamente solo que parecía sentirse Albert... Había estado a punto de sentir esos labios suyos en el cuello... Pero... ¿Había querido que lo hiciera? Jamás había sentido algo tan extraño al estar con alguien... ¿Pero en qué estaba pensando por Dios? Notó un horrible picor en la garganta y la tos que tanto temía le hizo convulsionarse sin poder parar. Se llevó la mano a la boca y una sangre roja unida con baba, le manchó la palma, como siempre. Le dolía el pecho y vomitar sangre le preocupaba demasiado... Pero tenía miedo de ir al médico... si ese vampiro le hubiese matado, ya no sufriría más. Se avergonzó de aquel horrible pensamiento y miró a Cristo crucificado con visible vergüenza. –Lo siento Dios mío, a veces me siento... tan desgraciado, tan solo... tan enfermo... Se levantó para limpiar el rastro de agua que Albert hubo dejado en el suelo y el de sangre que él mismo había vomitado sobre la fría piedra. ¿Volvería Albert? Tal vez pudiesen ser amigos...o tal vez... le diera lo que más ansiaba…

♠♠♠♠♠♠♠ Albert corrió hasta el hotel. Se había ensimismado en aquella iglesia como un idiota y ahora el Sol le pisaba los talones para destruirlo. Por suerte las nubes espesas y la lluvia no dejarían pasar demasiado esos rayos dañinos de luz cegadora. Nada más llegar a la habitación por completo oscura, se echó sobre la cama. Estaba en el mejor hotel de toda Roma, en la mejor suite, así que nadie se atrevería a molestarlo. Era más que rico. Vivir tanto tiempo 12

significaba amasar una gran fortuna con mucha facilidad. Pero por más que lo intentó no pudo dormirse ni a tiros. Su mente no cesaba de pensar por sí sola, no quería dormirse. Aquel sacerdote... aquel hombre tan perturbador que no había huido de él, aquellos ojos pardos que lo miraban sin miedo, y aquella bella sonrisa que no era una burla hacia él, repleta de sinceridad y sencillez. Albert se abrazó a la almohada con fuerte dulzura y suspiró... –Volveré... –susurró– Pero no probaré tu sangre, no podría soportar que murieras... No te tocaré siquiera porque tengo miedo de... de... matarte si lo hago. Ojalá supiera tu nombre para poder susurrarlo en sueños... ¿Qué me está pasando? Al fin la modorra le llegó apenas sin percatarse de ello y tuvo el extraño sueño de un entierro bajo una espesa lluvia de sangre roja... La voz de Dios atronadora, se reía de él porque nadie le quería y nadie le querría nunca... Como siempre le había sucedido. El vampiro al que nadie quiere, el vampiro solo, durante largos años... solo. Dios le decía " Siendo el ser más despreciable del mundo, él no va a amarte, yo he ganado" Y Albert se despertó tras la puesta del sol, encontrando la almohada manchada por sus lágrimas de sangre... tan a solas como se había sentido siempre.

♠♠♠♠♠♠♠ El sacerdote se moría de sueño pero no quería dormirse, porque... ¿Y si venía Albert? Aunque probablemente no volvería. Realmente le creía, creía que era un vampiro, aunque no sabía por qué. Tal vez por su aspecto extrañamente sobrenatural, o esos movimientos tan rápidos y fugaces que le había visto hacer, o sus ojos iridiscentes... incluso su voz tenía un matiz distinto. Le hacía sentir una gran curiosidad, jamás había conocido a alguien parecido. Miró el reloj de muñeca, la una de la madrugada... Suspiró y se levantó del peldaño del altar para irse a su habitación. El padre Marcelo hacía ya rato que estaba roncando. La garganta le escocía y respirar le empezaba a doler, aparte de esos molestos malestares se encontraba también muy cansado. Se había empezado a encontrar mal poco antes de volver del Perú, de las misiones, pero sabía que no tenía ningún virus raro... no... No era eso, lo que sufría era otra cosa. La misma enfermedad que su madre... y ella había muerto relativamente joven de tuberculosis y sabía que a él le pasaría lo mismo... moriría joven, más tarde o más temprano. Pero si Dios lo quería así, así sería. Aunque se iría feliz de haber ayudado a toda esa gente que le había necesitado. Antes de volar lejos, 13

para siempre, tenía encontrarse a su prima Isabella, a la que había querido tanto, a la que no había podido ver en trece años...

♠♠♠♠♠♠♠ Escondido entre las sombras siniestras de una iglesia, sin él saberlo, se hallaba Albert observando largo rato a aquel sacerdote joven que estaba sentado al pie del altar... esperándole tal vez. Seguía sin poder leer sus pensamientos pero notaba en él un aire melancólico, como el de alguien lleno de resignación. No se había atrevido a ir y hablarle. Le hubiese dado vergüenza incluso mirarlo a la cara. Estuvo a punto de correr hacía aquel hombre cuando éste se levantó y desapareció entre unas sombras como las que él mismo utilizaba para no ser visto. Y no volvió... Albert el vampiro se echó a la calle, esa noche ninguna tormenta amenazaba con descargar su furia. La luna menguaba reinante en la cúpula del cielo, y la noche despejada se dejaba salpicar por las estrellas. Para el vampiro... las estrellas eran maravillosas. Los ojos de un vampiro... ven la belleza incluso más allá de la muerte. Divisó una apresurada muchacha que caminaba con paso rápido y decidió seguirla. Aquella noche todavía no había probado la deliciosa sangre italiana. Una muchachita linda que correría despavorida en cuanto él fuese a por su sangre. Y así se dispuso a hacerlo riéndose entre dientes de la fragilidad mortal que tenía la humanidad y de como se podía disfrutar con ello. –Discúlpeme señorita...– dijo plantándose de un salto ante ella. La pobre muchacha pegó un respingo al tenerlo de pronto ante ella. Se quedó helada y Albert le acarició la mejilla con sus suaves dedos pálidos. –P–por favor... no me haga daño...– tartamudeó con mirada aterrorizada, temblando su cuerpo de pies a cabeza. –Lo intentaré querida niña, intentaré no hacerte demasiado daño, hoy me siento más bueno de lo habitual...– la rodeó con los brazos por la cintura y abrazó con fuerza ese cuerpo rígido por el miedo. La miró a los ojos sumiéndola en un sueño del que jamás despertaría. Besó la piel caliente de su cuello suave para luego hundir los colmillos en la carne blanda. Por entre las pestañas de sus ojos cerrados comenzaron a deslizarse gotitas de sangre... Se estaba imaginando al sacerdote entre sus brazos, que aquella piel, fragante y cálida que sentían sus labios, era la de él y que su sangre 14

era la suya, sagrada e intocable. Ese pequeño corazón apenas latía ya... de hecho... ya no lo hacía. Albert la dejó sobre la acera y enjugándose las lágrimas corrió lejos de allí, lejos de la vida que había arrancado sin piedad, pues ya hacía siglos que no podía sentir remordimiento –Si supiese tu nombre mi querido sacerdote... podría susurrárselo a la noche... Volvió a su habitación en el hotel y cerró la puerta de un golpe que casi resquebrajó el marco. Se sentía enfurecido por ser tan estúpido, por ser tan imbécil –¿Qué te está pasando Albert? Pero si tan sólo lo has visto dos veces... no puedes encariñarte de un insignificante mortal. Se fue hasta el espejo y volvió a ver esas horribles pecas que le salían cada vez que desangraba a alguien, se enfadaba o lloraba. Las odiaba, no permitiría que él las viese y que se riera de ellas... –Además... vas a matarlo pronto, ¿Verdad Albertito? Tienes que matarlo, mañana mismo, ¡Tienes que matarlo!– se ordenó así mismo furioso– A ti nadie puede quererte, y tú lo sabes... ¡MÁTALO!– chilló proyectando su voz contra el cristal y éste estalló en añicos que rozaron la piel de su rostro produciéndole varios estigmas. Gotitas de sangre muy roja salieron de esas heridas antes de que éstas se cerrasen para siempre sin dejar ni rastro. –Mátalo...

♠♠♠♠♠♠♠ –¿Albert…? –susurró medio dormido y casi inconscientemente. La almohada olía a sangre húmeda y reciente, la había vomitado hacía unos instantes.– Me duele.. Dios mío ayúdame, te lo ruego Dios mío, llévame contigo por favor. Se levantó desganado, el Sol todavía no había salido y era completamente de noche. Se encontraba tan mal... ¿Dónde estaba ese hombre que había sido hacía tiempo? Él era de constitución fuerte, alto y enérgico... pero ahora se consumía poco a poco. Se vistió y decidió bajar a la capilla, allí al menos se sentiría mejor hablando con su Señor. Todo se mantenía oscuro y silencioso a las cinco de la mañana. El retumbar de sus pasos era lo único que perturbaba la extraña paz de la iglesia. Algunos cirios permanecían encendidos chorreando la cera como lágrimas espesas y amarillas. Fue hasta las pequeñas velitas de donativos y encendió una por los que esa noche se sentían tan solos como él, y de esa pequeña llamita hizo prender otra por los que estaban enfermos... y otra por su madre que estaba con Dios, y para acabar... una por su padre.

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–Señor, perdónale por todas esas cosas mafiosas que hace, por todo los sufrimientos que genera a otros y por sus pecados, al fin y al cabo... todos somos humanos... Dejó las cuatro velitas prendiéndose y consumiéndose como los propios pensamientos tienen un principio y un final... –En realidad... no todos somos humanos... – dijo una voz que ya conocía pero que de todos modos le hizo pegar un respingo, pues no le había oído entrar. Se giró y Albert, tan pálido, estaba allí de pie, semiescondido tras una columna. El vampiro salió de las sombras y se acercó hasta ponerse a la altura del mortal. Albert era unos centímetros menos alto que el sacerdote, el cual debía medir 1,85 m. aproximadamente. –Pensé que ya no vendrías más Albert. Ayer te esperé pero no apareciste. –¿Qué te sucede en la voz?– Indagó el no muerto al escucharla tan ronca. Fue incapaz de no sentirse preocupado. –Estoy muy enfermo, mucho... –¿Y qué te pasa?– esa forma de decir que estaba enfermo le puso nervioso, muy nervioso. –Tengo tuberculosis... O eso creo. –A mí eso no me importa.– Mintió con una sonrisa cruel. –¿No tienes miedo de qué venga a matarte? –La muerte ya no me da miedo. Si el Señor me llama iré con él. –Dios no existe, si te mato no vas ir a ningún lugar en particular.– contestó enfurecido. –Quién sabe, será lo que Dios quiera.– Se hizo un silencio atronador, de esos que resultaban violentos y en los que deseas hablar pero no te sale la voz. Un silencio en el cual tu corazón hace un ruido tan ensordecedor que sólo tú puedes escucharlo, que te hace temer que el otro pueda sentirlo también. Así es como lo sentía Albert mientras fracasaba en su nuevo intento de leer aquella mente que tanto anhelaba sondear. Pudo observar a su querido mortal tras los cristales rojo pasión de sus gafas de sol... Había cambiado algo en él, ya no era igual al mortal de hacía dos noches, estaba más pálido... más melancólico si cabe, con los cabellos despeinados y algo sucios. Y a su vez, el mortal, observó al inmortal. Ya no iba mojado de pies a cabeza, y sus ropas modernas y a la moda estaban secas, con los cabellos también secos y bien peinados, rubios, voluminosos y que se le 16

desparramaban sobre los hombros con gracia. Nunca había visto a un hombre occidental con los cabellos tan largos, y vaya... le hacia muy exótico... En conjunto era muy hermoso, más que una mujer. Y.. era un vampiro. –Me llamo Davidé– susurró. –Me gusta... saber el nombre de mis víctimas, sobre todo cuando no me dejan leer sus mentes. –¿Has intentado leer mi mente? ¿Me tomas el pelo?– dijo brusco, cambiando su actitud suave por una más dura. Tanto lo fue que Albert se sorprendió. –No te tomo el pelo. De todos modos no puedo leerla a no ser que tú te dejes. Además, si tengo la ocasión te aseguro que la leeré sin dilación.– Albert sonrió maliciosamente. –Eso es despreciable, los pensamientos son personales– Albert no pudo reprimir la risa y restalló en carcajadas, aunque se tapó de inmediato la boca con la mano para que no resonara contra las paredes. –No me importa que te rías de mí, tú eres el patético. –el vampiro se enfureció consigo mismo más que con Davidé y alargando el brazo lo agarró por la camisa sacerdotal y lo levantó del suelo para sorpresa de éste. –Suéltame... – Albert lo bajó lentamente y empujándolo violento hasta la pared de piedra fría sin soltarle la ropa. Se acercó mucho a él, necesitaba sentir el calor de su piel. Ansiaba su sangre caliente, su sangre viva. Mátalo, se dijo, mátalo. Pero no podía apartar la mirada de esos ojos pardos y tristes. –No siento tu miedo, eres exasperante, te lo digo en serio querido Davidé– por fin había dicho su nombre, por fin... –Mátame si quieres vampiro, Dios me está esperando.– Davidé se sintió morir teniendo a Albert tan increíblemente cerca, con ese olor dulzón que desprendían sus cabellos rubios. Cerró los ojos para no mirarlo. ¿Qué le pasaba ahora? Que Dios le perdonase por sentir algo tan prohibido, tan innatural, tan sensual. –Mátame ya... – Albert no podía creerse que alguien como Davidé, que parecía tan mentalmente fuerte, deseara morir así sin más. Tal vez era desgraciado por alguna razón, y pese a todo no sentía miedo de dejar la vida. Realmente creía en su Dios, creía que iba a ir con él. Era un valiente cobarde y un cobarde valiente. Lo envidió por ello, Albert no creía ni en sí mismo... Y olió en su aliento la sangre, demasiado fuerte ese aroma sangriento. No olía sólo la vida que corría por sus venas, sino también tras sus maravillosos labios entreabiertos, allí dentro. Extraño y a la vez maravilloso. Le soltó y pasó un brazo alrededor de la cintura de Davidé para deslizar después la mano libre 17

por su cuello. El propio mortal ladeó la cabeza, esperando, temblando por vez primera... Los cabellos oscuros de Davidé eran cortos, pero sí lo suficientemente largos como para tapar su frente, sus orejas... Apartó ese cabello y notó que su maravillosa víctima temblaba más al cercar los labios a su cuello y al apretarlos contra él notó ese corazón bombear deprisa. Intentó morderle pero no pudo, no podía matarlo, su vida era demasiado preciosa para él, porque, porque... De pronto Davidé comenzó a toser violentamente y empujó al vampiro con todas sus fuerzas, dándose la vuelta para que éste no lo viera vomitar la sangre espesa y oscura que se le derramaba por la boca sin poder evitarlo. El no muerto quedose perplejo por todo aquello, por esa reacción. ¿Qué le estaba pasando a Davidé? Olió la sangre reciente, y se dio cuenta de que sus cabellos rubios y la ropa de su hombro estaban manchados de sangre... la sangre de Davidé, esa sangre que quería probar y no se atrevía. –Davidé... –Déjame en paz cobarde, no te has atrevido a matarme. –¿Y tú te llamas sacerdote? No sé lo qué te pasa por la cabeza pero no me importa, estúpido mártir. –Entonces no te metas en mi vida, lárgate, no quiero verte más.– como le herían sus palabras, como le herían las palabras de Davidé. Se sintió un cobarde, lo era de verdad, un maldito cobarde. –Un día te mataré ¿Me oyes?, tal vez no hoy ni mañana, pero te mataré– Chilló él vampiro enseñando los colmillos afilados. Davidé se dio la vuelta con los ojos llenos de cristalinas lágrimas, con la sangre manchándole la ropa, las manos, la cara. Albert se sintió morir al verlo en ese estado. El fuerte olor de la sangre le atraía, así que retrocedió varios pasos para no abrazarlo de nuevo. –Tendrás que darte prisa vampiro, porque me estoy muriendo y quién sabe si mañana no esté ya con Dios. ¡¡FUERA!!, vete cobarde.– se dio la vuelta y volvió a perderse entre las sombras, lejos de Albert. –Davidé... tú no puedes morirte, no puedes... – Miró al Cristo crucificado con odio.–¡No va a morirse! ¡Yo ganaré!– Se llevó sus propios cabellos, manchados de esa sangre tan sagrada para él a los labios y la probó. Tan maravillosa...

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Davidé se echó sobre el lecho tras limpiarse la sangre con las sábanas blancas, manchándolo todo escandalosamente. Pero qué le importaba eso ya. –Dios mío, perdona mi furia, yo sí soy un cobarde. Antes tenía miedo de seguir viviendo y de pasar este horrible sufrimiento, quería morirme... pero ahora... ahora no sé si quiero morirme o seguir adelante... Albert, vuelve por favor, quiero verte otra vez, quiero verte.– estalló en sollozos porque su vida había dado un horrible giro en cuarenta y ocho horas. Había pasado de ser un sacerdote normal, un hombre corriente que sabía, resignado, que cualquier día moriría, a un hombre que había encontrado la manera rápida de dar fin a su sufrimiento como quería estar con Albert... y a la vez morir... su cabeza era un lío, un enjambre de abejas que chirriaban en sus oído gritándole que estaba loco y perdido... –No quiero escuchar tu voz... no quiero verte más... porque ya no podré dejar de pensar en ti... Dios mío, perdóname por no poder evitar sentir lo que siento...

–Davidé... – le susurró al fin a la noche– Davidé, soy un cobarde, ya lo sé... pero te me vas de las manos. ¿Qué hacer ahora? En mi vida había llegado a sentir algo tan intenso, no me tienes miedo, no te importa que te diga que voy a matarte. Pero nadie me puede querer... y tú menos Davidé, porque también eres un hombre.

♠♠♠♠♠♠♠ El día se sucedió para el mortal, de forma desesperada. Le pidió a su compañero, el padre Marcello, que diese las misas por él porque se sentía muy enfermo ese día. –Se lo ruego padre, sé que es mi obligación y que debería cumplir con mi deber, querría hacerlo, pero me siento incapaz– dijo con voz por completo quebrada. –Está bien muchacho, yo me encargaré de todo, se te ve muy pálido la verdad. Rogaré por ti en la misa. –Gracias padre. –Tienes una carta de la misión en la que estabas en Perú. –se la sacó del bolsillo, bajo la sotana. Era un cura de la vieja escuela. –Muchas gracias padre.– Davidé se volvió a su celda y sentándose sobre la cama abrió la carta y comenzó a leerla. 19

Caro Davidé: Soy Adela, aquí te echamos mucho de menos, nos gustaría mucho que volvieras con nosotros. Tú lo llevabas todo muy bien, este año sin ti no ha sido tan bueno. Los niños preguntan mucho por el padre Davidé, preguntan mucho por ti porque te echan de menos. Yo también Davidé. Me gustaría volver a hablar contigo como lo hacíamos antes, hay muchas cosas que querría contarte. No te molesto más. Un beso de de todos: Adela. Davidé reprimió el llanto y estrujó el papel entre sus dedos. –Si supieses todo lo que me sucede, si lo supieses. Y os echo tanto de menos, no sé lo que estoy haciendo aquí, no lo sé. Yo solo quería descansar un poco, pero ni siquiera puedo estar tranquilo. No puedo volver aunque querría, no quiero que me veáis morir poco a poco. Se quedó sentado con la cabeza entre las manos esperando la noche. No podía comer ni beber, se moría de los nervios. ¿Y si el vampiro no volvía jamás? ¡Mejor! era lo mejor... sí... Se tendió sobre la cama y sin querer, cayó sumido en un sopor que duraría todo el día y parte de la noche. Un no muerto anduvo sin hacer ruido por la iglesia, buscando a quien deseaba encontrar... pero fracasó. En cambió divisó a otro sacerdote mayor y se acercó a él. Éste pegó un respingo que deleitó mucho a Albert. –Discúlpeme padre Marcello... –¿Cómo sabe mi nombre? No lo había visto nunca por aquí.– El párroco estaba visiblemente nervioso y crispado, asía su rosario con mano temblorosa, estrujándolo.– Además, la iglesia ya está cerrada, no entiendo cómo ha entrado usted aquí. Debería marcharse. –No se ponga nervioso, tengo mis métodos para entrar en los sitos cerrados... sólo estoy buscando al padre Davidé... ¿Está aquí? Quisiera verlo. –No está, se encuentra enfermo. Se ha quedado en su celda... y ahora váyase, no son horas estas de andar por ahí. –¿Y dónde está su celda? Me gustaría verlo ahora. 20

–No se puede hacer eso. Váyase, vuelva mañana, de día la capilla está abierta.– Se dio la vuelta y empezó a guardar algunas cosas del altar. Albert se empezó a exasperar considerablemente. Odiaba a muerte que le impusieran las cosas. Eso le era insoportable. Se acercó con sigilo al viejo y le hizo pegar otro respingo. Albert insistió. –¿Dónde vive? Dígamelo ahora. –A–al lado de la p–parroquia, justo al lado.– contestó nervioso al tener tan cerca a aquel individuo perturbador. –Gracias padre. Su colaboración ha sido un absoluto placer para mí. –Sí, sí, buenas noches y que dios le bendiga.–balbució deseando que le dejara en paz. –Sí, que Dios nos bendiga a todos.– y se marchó con una risilla que puso los pelos de punta al mortal. Se subió al tejado de un salto y lo recorrió como sólo un gato y un vampiro saben hacerlo. Adivinó cuál era el cuarto de su mortal y abrió la ventana, adentrándose en él. Era un habitáculo no demasiado grande y sencillo. Aún así podía ver cosas que le gustaron, cosas que no podía leer en la mente de él, cosas de Davidé... Él dormía silenciosamente sobre su lecho. Abrió un cajón de la cómoda y escudriñó lo que había en su interior. Primero fueron un puñado de fotografías, así que optó por cogerlas y mirarlas todas, a la luz de la calle que entraba por la ventana. Tenía una foto con los que debían de ser sus padres y una hermana. Davidé no debía de tener más de diez años. Su padre era alto como él ahora, pero muy serio, marcado su rostro por facciones duras. Recordó las palabras de Davidé cuando este encendió una velita por su progenitor... debió de ser un padre muy duro. Su madre era muy guapa aunque aparentaba estar enferma. La que debía ser su hermana pequeña también se parecía mucho a Davidé, sobre todo en esa melancolía suya. No daban la impresión de ser una familia feliz, más bien todo lo contrario. La siguiente foto le enseñó una imagen de Davidé abrazado a una chica. Debían ser unos quinceañeros. Le dio la vuelta y leyó: Isabella y Davidé, año 1969. En ella parecían... enamorados, y eso le sentó como una patada. Estuvo a punto de romperla pero se contuvo, no podía destruir un recuerdo... además, estaba en el corazón de Davidé, eso no podría borrarlo jamás. 21

En otra imagen el sacerdote posaba en grupo junto a mucha gente, parecían amigos suyos y no estaban en Italia. Le dio la vuelta: No nos olvides nunca, todos te queremos. 1980.Tal vez era un sacerdote de misiones. En el pasaporte leyó sus datos. Había nacido en Sicilia, el 17 de marzo del año 1954, por lo que tenía 28 años y su nombre completo era Davidé Ferreri. Había estado en Perú durante varios años. ¿Qué le habría hecho volver? La fotografía parecía muy feliz. No tenía muchas cosas más, lo esencial. Se acercó a él tras dejarlo todo en su lugar exacto y se arrodilló junto a la cama. Dormía de cara a él, tan suave, con esa carita... No es que fuera lo que se dice atractivo, pero tenía unas facciones que le hacían guapo, esas facciones le volvían maravilloso... guapo... diferente, con los cabellos negros enmarcándole revoltosos el rostro. Sus pestañas eran largas y tupidas, y sus labios... amplios y generosos. No pudo evitar acariciarle la piel tan tersa... o apartar esos cabellos. Podría haberse quedado así toda la noche, ensimismado, soñando como un tonto, mirándolo, memorizando cada rasgo de su cara... –Davidé... – le susurró, pero éste seguía dormido profundamente, qué cansado debía estar. Su mente no expresaba nada, cuando al fin podía leerla... nada... Se acercó mucho más, tanto que olió la sangre de su boca y aunque aquella noche se había alimentado mucho más de lo normal, expresamente para no experimentar un impulso de sangre al ver al mortal, lo sentía igualmente. Porque no era un impulso normal, era muy distinto, mucho más particular. Cada vez que un pobre infeliz caía en sus redes, no paraba de pensar en que era a Davidé a quien desangraba, a quien apretaba contra él... Y al irse a dormir cuando el sol se levantaba, pensaba constantemente en él y en su presencia, soñaba con su voz, quería poseerlo y apretarlo entre sus brazos... ¿Era eso el amor? ¿Lo era? Una vez casi llegó a sentir algo así, pero no pudo desarrollarlo, el destino no le brindó esa oportunidad. Tenía que ser amor... era mirarlo y temblarle todo el cuerpo, era sentirlo y querer abrazarlo, acariciarlo, besarlo... besarlo mucho. Deseaba tanto besarlo, sentir sus labios con sabor a sangre. Albert, el que jamás había besado a nadie de verdad. Es lo que hacían los enamorados y él estaba perdidamente enamorado, perdidamente loco... Se sentó en la cama cuidadosamente y se recogió los cabellos en una coleta para no rozar con ellos a Davidé, contuvo la respiración y se inclinó precavido... tan cerca de él que sintió un escalofrío. Le acarició la nuca... seguía muy dormido... –Te quiero, oh mi amor, mi mortal, te quiero… – estaba tan cerca de él que podía sentir el aliento caliente sobre sus propios labios de vampiro... Por fin se armó de valor y plantó, suavemente, un beso sobre esos labios que tanto anhelaba poseer, notándolos blandos y cálidos, con sabor a deliciosa sangre... 22

Cuando estaba a punto de estrujarlo contra su pecho, de intensificar su beso, Davidé gimió y Albert pegó un respingo asustándose de tal modo que lo hizo salir por donde había entrado, aterrado de miedo. ¿Y si se había dado cuenta? No podría mirarlo a la cara nunca jamás. Porque estaba seguro de que Davidé no le correspondía. ¿Qué tenía él que ofrecerle a alguien como Davidé? Nada... nada en absoluto. Era un vampiro despreciable, el patito feo de los vampiros, el hijo de puta más grande del mundo. –Déjale en paz Albert– se dijo– déjale tranquilo... ¡Pero no puedo!, yo le quiero, yo le quiero mucho, te quiero mucho Davidé. Te quiero... – susurró sentado en el tejado, abatido, destrozado. – El destino es una auténtica mierda.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé había sentido un escalofrío que le hizo despertar de golpe. Fue una sensación inusual, fría, y ahora los labios le hacían cosquillas. La ventana estaba abierta... ¿ Quién la había abierto? El padre Marcello no entraría sin permiso... en realidad era una bobada, posiblemente la habría abierto por la mañana él mismo. Se levantó y antes de cerrarla miró a la calle con una extraña esperanza de ver a Albert mirándole desde abajo... Sin embargo todo estaba desierto y en calma... ni siquiera los gatos maullaban ya... Se volvió a la cama, pero sus pensamientos no le dejaban dormir. Cerraba los ojos y no cesaba de pensar en el vampiro, tan seductor, tan atrayente, querría apartarle el pelo de la cara para ver esos rasgos tan angelicales y a la vez crueles. ¿Cuántos años tendría? ¿Un joven de no más de veinte? También parecía tan solo ¿Tendría a alguien? La sola idea de que hubiera alguien en su vida le hacía sentirse mal, porque no quería, no quería que lo hubiese... Dios santo, eso era egoísmo, ¡Eran CELOS! Y estaba mal, muy mal. Estaba mal todo lo que su pensamiento ocupaba. Estaba mal pensar en un hombre como él lo hacía, de esa forma tan sensual y prohibida. Quería abrazarlo y sentirse abrazado por el vampiro, quería volver a sentir sus labios fríos sobre la piel, sentirlos en su boca, bajando hasta un lugar mojado y prohibido. Que pensamientos tan horribles y malos, endemoniadamente ilícitos. Si al menos Albert fuese una mujer, pero no lo era, ellos eran dos hombres... y se sentía atraído por un hombre. Pero era tan extraño ese sentimiento, no solamente veía a un hombre, también a un vampiro. Y eso lo hacía diferente y distinto ¿Verdad? Pero no, todo aquello estaba mal, muy mal. Ya había amado una vez, hacía mucho en su adolescencia... a su prima Isabella. Después se hizo sacerdote. ¿Y de qué le había servido si todo había empeorado? Su enfermedad cada día avanzaba a peor, y ahora le gustaba un vampiro, le gustaba mucho... ¿Podría un vampiro hacer el amor? 23

Se levantó de la cama de un salto, tapándose la boca. –Pero que clase de pensamientos tengo por Dios... es horrible, esto es horrible.– de repente comenzó a toser violentamente y al poco rato su palma ya estaba manchada de sangre...

♠♠♠♠♠♠♠ Tras vomitar toda aquella sangre había vuelto a dormirse muy debilitado. Estaba perdiendo mucha sangre, demasiada, tenía que ir al médico. Puede que contase con esa oportunidad que su pobre madre no tuvo, tal vez todavía no estaba irremediablemente condenado. Bajó hasta la iglesia cuando aun no era de día. Deseó que Albert no apareciera, lo deseó en serio. Se estaba repensando lo de volver a Perú con todos los que le esperaban. Si no volvía a encontrarse con el vampiro mejor que mejor. –Señor, ayúdame a superar este bache– Se santiguó y cuando iba a encender otra velita para los que están solos y enfermos, como él, Albert se le puso detrás como una aparición, como un espíritu silencioso, y pese a que no lo veía notaba su presencia y podía percibir su olor dulzón. –Dios no existe– le escuchó decir. –Existe para los que tienen fe, y yo la tengo... así que para mí es muy real. –Te odió sacerdote, como siempre fracaso en mi vano intento de sondear tus pensamientos... –Te dije que... ¡No me gusta que intentes leer mis pensamientos! Es patético.– Davidé echó a andar sin mirarlo, y se sentó en unos bancos, ante el altar. Albert hizo lo mismo sólo que de cara al mortal. Se miraron con expresión fría, incluso cruel. Pero Davidé no pudo evitar sonreír, necesitaba sonreírle. Albert se derritió por dentro, esa sonrisa tan maravillosa e increíble que tenía su amor mataría de placer a cualquiera. Y Davidé lo miró... Observó esos cabellos rubios que caían en una onda perfecta tapándole parte de la cara, tampoco podía ver aquellos espectaculares ojos verdes, tan iridiscentes en la oscuridad, porque esas gafas de cristal rojo se lo impedían. –Davidé... – susurró Albert –Creí que te había perdido de vista para siempre. –Eso es lo que a ti te gustaría, pero no te voy a dar ese gusto, no tengo muchas cosas que hacer, y tú eres un mortal muy raro...

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–No, yo soy muy corriente, lo que me pasa es que me muero Albert... ya no tengo miedo a la muerte. No se trata más que de eso. –Tú no vas a morirte– Contestó Albert con dureza, pero Davidé no replicó, lo único que hizo fue cerrar los ojos. Al abrirlos de nuevo el vampiro ya no estaba ante él y verlo a su lado le asustó. –¿Cómo has hecho eso? –¿El qué? ¿Lo de ser tan rápido? es algo que todos los vampiros pueden hacer en menor o mayor medida. Tampoco he sido tan rápido, lo normal. Simplemente tu percepción, la percepción humana, no es lo suficientemente aguda como para percibir nuestros movimientos. –Eres tan extraño... a veces me, a veces me... – se calló de golpe, era mejor no decir nada al vampiro. –¿A veces qué? Sé que soy odioso, me encanta serlo... –Perdóname Albert por haberte llamado cobarde... el cobarde fui yo... –Es divertido reírse de los demás. –¿Y por qué lo haces? ¿Sólo por qué es divertido? –Porque soy... – comenzó a decir tras llevar sus frías manos al cabello de Davidé– el hijo del diablo... y he venido para perturbar tu paz y tu vida, para susurrarte al odio que Dios no existe y no ha existido jamás. Davidé no se movió, dejó ensimismado que Albert le peinara suavemente. –Los sacerdotes no cuidáis demasiado vuestro aspecto. Ya está, listo.– apartó las manos y Davidé casi le agarró de las muñecas para sentir sus dedos otra vez, pero supo reprimir ese impulso. –Albert, si como tú mismo afirmas Dios es inexistente... tampoco es real el Diablo. Así que no creo que seas precisamente su hijo. –Soy un vampiro, un vampiro malo. Si supieses a cuanta gente he matado no podrías mirarme nunca más a la cara, de hecho... estoy seguro de que te repugnaría mucho. Y no me arrepiento de nada. –Lo dudo... Y también dudo que me repugnaras tanto como afirmas. De todos modos sigo sin entender qué tiene que ver ser un vampiro con el Diablo. –No me repliques niño, qué sabes tú. –¿Y tú? Yo creo que no tienes ni idea. El vampiro enrojeció de ira y acercándose al mortal le apretó de nuevo contra él, furioso. 25

–He dicho que no me gusta que me repliquen niño, ¿Te enteras? El cura observó ensimismado algo en el rostro del no muerto. Algo que hacía un momento no estaba, algo que había salido en el puente de su nariz, en sus mejillas... tan maravillosamente gracioso... tan infantiles. –Te han salido pecas– Susurró sin mala intención, pero al otro no le hizo ni pizca de gracia y sintió tanta irritación por esas despreciables pecas que se enfureció de tal modo que le hizo perder el control, mordiendo a Davidé en el cuello con deseo. Davidé cerró los ojos dejándose abrazar, sonriendo, oliendo el cabello de Albert. La sensación fue tan excitante que se le pasaron por la cabeza escenas en las que Albert y él hacían el amor. Pero el vampiro sólo se percató de que lo estaba matando y ese pensamiento le aterrorizó produciéndole pánico. Se apartó de él y con su propia sangre le cerró las heridas del cuello. Davidé estaba pálido, pero no moriría, no moriría. –Albert... mátame ya por favor, pero no me dejes así... me duele el pecho, no puedo comer ni beber y vomito sangre continuamente... me muero de verdad. Albert lo abrazó y comprendió que se le iba de las manos. Lo amaba tan desesperadamente que la vida sin él era ya inconcebible, una vida imposible. Se había jurado que no lo haría más... que no haría un vampiro nunca jamás, pero se le moría poco a poco entre los brazos. –¿Quieres ser un vampiro?– musitó esperanzado. –¿Quieres ser humano, Albert?– preguntó a su vez. Albert sintió una rabia inmensa, tan grande que despreció a quien más amaba en el mundo, le despreció tanto que acabó por dejarlo solo en el banco, observado por el Cristo. Y se largó sin mirar atrás, sin volver la vista. Aquella pregunta horrible, aquella pregunta despreciable y cruel. ¿Qué si quería ser humano? Por Dios, claro que quería ser humano. Volver a serlo, un sueño imposible que jamás iba a hacerse realidad, jamás. Querría tanto correr bajo la luz del sol, ser bañado por ella. Estornudar al mirar hacia el cielo azul... Ya no lograba recordar ese tono precioso, ya no lograba recordar lo que se sentía con un estornudo. Querría poder comer, beber y emborracharse como cuando era humano hacía tanto tiempo. Querría andar con Davidé, todo el día... toda la noche y poder hacer el amor con él. Hacer el amor una y otra vez sólo con él... ¿Qué si quería ser humano? Sí... Pero si él no podía ser humano junto a Davidé, Davidé sería vampiro con él. Quisiese o no quisiese, le importaba bien 26

poco. Y después de hacerle vampiro... le susurraría que le amaba, que le deseaba, que le quería y que estarían juntos para la eternidad. – Davidé... serás mi vampiro... lo serás mi amor. Volveré a darte la vida que Dios ansía tanto llevarse con él... ¡Y yo ganaré!

♠♠♠♠♠♠♠ El párroco Marcello lo había encontrado semi inconsciente en los bancos de la iglesia. Quiso llamar a un médico, pero Davidé le rogó que no lo hiciese, que le dejase descansar porque ya sabía lo que tenía. –Pero hijo, te veo muy mal, y sé que te sucede algo más que esta enfermedad tuya. ¿Quieres confesarte? –Sí... lo necesito padre Marcello, lo necesito de veras. Creo que voy a explotar si no se lo cuento a alguien. He intentado encontrar las respuestas en Dios pero creo que me ha dicho que mire dentro de mí... pero no puedo, me siento muy mal, me siento sucio. –Bien Davidé, no entiendo qué te ha sucedido tan de repente, quisiera suerte útil si me dejas. Cuando llegaste aquí de las misiones parecías más animado, más fuerte. Se te veía sano, lleno de fe en Dios Nuestro Señor y fe en ti mismo. Pero de un tiempo a esta parte te has ido mermando... ¿Es qué tu fe ya no es tan intensa? –Sí que lo es padre, lo es... cuando mi padre me metió en el seminario lo hizo a la fuerza... pero me gustó pensar que yo podía servir a Dios, que podía ayudar a quien me necesitaba. Creo que lo conseguí en esas misiones. Fui muy, muy feliz de ayudar de una manera o de otra a las personas que estaban necesitadas. Ver sufrir con impotencia... me corroía las entrañas, me hacía sufrir. Esa muerte me da miedo, la muerte ajena, pero no la mía. Y sigo teniendo fe en todo ello. No, no es un problema de fe en ese sentido. –¿Quieres dejar de ser sacerdote acaso? ¿Es eso? –No lo sé... ya he dicho que no se trata de falta de fe, ser sacerdote no me hace daño, aunque sea joven. Si al menos dijese que tengo toda la vida por delante, si pudiera decirlo... tal vez dejara de ser un siervo de Dios, el problema está en que no tengo toda esa vida delante de mí, esperando a que la disfrute. Me muero como mi madre se murió, de la misma enfermedad... y creo que es demasiado tarde. La sangre me ha perdido por completo... –Tienes que tener fuerza para seguir viviendo, a Dios no le gustan los que se rinden tan fácilmente.– Davidé sonrió desquiciado. –Sí... soy un cobarde al que le aterra el dolor físico. Pero me siento tan débil e impotente, necesito tanto irme con Dios. Él lo sabe muy bien, demasiado bien. No tengo miedo de ver la cara de la muerte, de hecho yo... me he enamorado 27

de su rostro de ángel cruel, me he enamorado de la muerte. Y esta mañana, frente a Jesucristo, frente a la cruel cruz de la que yace pendido... la muerte casi me lleva con ella, pero no quiso... yo, que le había rogado que me matase de una vez, que me desangrara y de que... – Marcello le acalló tomando su temperatura corporal con la mano sobre la frente. –Estás delirando, tienes fiebre, te traeré paños fríos. –Es cierto lo que digo, no llame al médico hoy, se lo ruego... Hágalo mañana… –Está bien. Enseguida vuelvo... Marcello retornó raudo con un cazo de agua fría. Davidé había vuelto a vomitar algo de sangre sobre las sábanas. –Tendrías que comer algo, has perdido muchísima sangre. –Lo sé pero... me cuesta mucho tragar los alimentos y el agua... me escuece la garganta... –No hables más, será mejor que duermas algo. –Es que no le he contado lo peor... –¿Hay más? Te escucho. –Es que me he enamorado, me he enamorado como un imbécil de quien no debería.– Marcello puso una expresión de gravedad. –Bueno, en principio no deberías enamorarte de nadie... pero eso a veces no se puede evitar, Dios no te castigará por amar a alguien. Yo también amé una vez a una mujer, sin embargo mi amor por Dios fue más fuerte que todos esos impulsos de la carne.– al joven le entró una risilla histérica que desconcertó al viejo. –Es que, es que eso es lo malo padre Marcello, que... que... yo no estoy locamente enamorado de una mujer, sino de un hombre... y no es un hombre normal. –Recalco que estás delirando– contestó serio el viejo cura, demasiado serio. –No estoy delirando, se lo juro por Dios. –¡No blasfemes! Esta conversación se está poniendo fea, no digas idioteces. Repito que deliras. –Estoy enamorado de un hombre, y parece un ángel de la muerte. –¿No será rubio y con el pelo largo? Maldita sea, me estás diciendo la verdad. –Sí... es así... parece un ángel... –Yo que tú – comenzó a decir en tono duro y cruel– iría al médico y luego pediría un permiso para irte y no volver más por aquí, lo que me has estado diciendo es inconcebible, es pervertido, va en contra de la naturaleza y en 28

contra de Dios y de la iglesia. Necesitas aclararte, así que descansa y cúrate– pero sus últimas palabras también sonaron duras. Dicho esto se puso en pie y sin mirar a Davidé, que lloraba desesperanzado, cerró la puerta de golpe y cada vez que volvía a entrar a la habitación, sólo porque era su deber, no decía ni palabra por mucho que el enfermo le rogara que le hablara. Ni siquiera en su fe lograba encontrar esas respuestas tan anheladas. Se encontraba solo, solo como nunca antes en su vida. Y volvió a llegar la noche, y Albert apareció... seductor, cruel y con rostro de ángel... Un ángel de sangre... un ángel de la muerte ♠

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"Y tu sol será la luna"

♠Había pensado mucho en si debía convertirlo en un no muerto... porque por un lado estaba su promesa de no volver a crear uno... no tras todo lo que había sucedido la última vez. No todos los que son convertidos para existir en el mundo de las tinieblas sobreviven... no todos por desgracia. Algunos se vuelven locos, otros... simplemente acaban desapareciendo por sí mismos. Pero Davidé parecía ser mentalmente fuerte... lo podía sentir tras toda esa estúpida melancolía suya. Además... ya no podría vivir sin su presencia, sin su vida... y esa vida se consumía sin remedio. Se le estaba muriendo, y no permitiría que por segunda vez en su vida el amor se le muriese... que se escurriese entre los dedos como se le escurre el tiempo a un reloj de arena... sin pausa, sin poder evitarlo, dando igual la dirección que quisiera tomar... – Quiero darte la vida... y la única terrible forma que tengo de brindártela, es haciéndote mi hijo, mi querido amor, mi único amor. Y dejaré de estar tan solo porque te tendré a ti... Entró en la iglesia decididamente, pero se encontró con el párroco Marcello que con el ceño fruncido le cerró el paso. –¿Adónde va joven? –Tener más de trescientos años no es ser joven precisamente... abuelo. –No te comprendo, pero no me importa en absoluto, si lo que quieres es ver a Davidé, te prohíbo que lo hagas. Ya le has hecho bastante daño. Vete de aquí. Albert se enfureció y estrujándole la sotana lo alzó hacia arriba con gran agilidad. El hombre se quedó aterrorizado, colgando sin tocar el suelo. –Aborrezco que me den órdenes, yo hago lo que me da la real gana. Es exasperante en sobremanera, ¿Quién te has creído, viejo, que eres para decirme lo que tengo que hacer? Sí, rézale a tu Dios, pero no va a librarte de la muerte que te espera.– lo soltó sin más miramientos mientras el hombre se escurría horrorizado, temblando de miedo. –A los vampiros señor cura, no nos gusta confesarnos porque nuestros crímenes son demasiado crueles, despiadados y terribles. Y el caso es que la cosa nos divierte mucho… Los vampiros bebemos la sangre de los sacerdotes que beben la sangre de Nuestro Señor Jesucristo... así que... no nos hace tan diferentes en el fondo. 30

Lo levantó del suelo con violencia y lo estrujó contra su cuerpo, sonriéndole cruelmente. –¿No lo encuentras divertido? Yo sí, muchísimo. –Estás loco– gimió el hombre– los vampiros no existen.– lloriqueó. –Ni Dios tampoco querido, ni Dios tampoco. – acto seguido y sin más palabras, le hincó los colmillos en el cuello desangrándolo de un tirón. Lo sentó en un banco e hizo la señal de la cruz. –Que Dios te guarde en su seno por la eternidad. Por lo que, probablemente, nos veremos en el infierno tarde o temprano.– tranquilamente se limpió la boca mientras subía por las escaleras que comunicaban la parroquia con las habitaciones.

♠♠♠♠♠♠♠ Abrió la puerta correspondiente a la estancia de su mortal muy suavemente y se lo encontró sentado en su cama, despierto y mirándole exaltado. Que pálido lo encontraba, casi podría pasar por vampiro de verdad. Sus cabellos negros estaban empapados y le caían sobre la frente, mostrándolo seductor. La camisa abierta, dejando el pecho sudoroso al descubierto, ese sudor mojando las ropas blancas. Debía arder de fiebre... La luz débil de la lámpara daba un tono mortecino y ocre a la escena... –Albert, el padre Marcello te puede ver aquí. –No hables alto... podría oírnos... – se llevó el dedo a los labios en señal de silencio. –¿Sabes vampiro? me voy a ir otra vez a Perú, es donde yo pertenezco. Allí me quieren, aquí en cambio me siento solo, esperando morir, aunque Dios no me deja y tú no me ayudas a conseguirlo. Albert se acercó y sentó sobre la cama sin decir palabra. Alargó su brazo hasta el cuello de Davidé y acarició éste lentamente. –Estás ardiendo– dijo quedamente, sin mirarle a la cara– tu sangre está ardiendo. –¿Me vas a matar? Por favor... – susurró implorante. –No puedo matarte... – se inclinó hacia él tembloroso, anhelando tenerle entre sus brazos otra vez, al fin. Apartó la camisa dejando al descubierto sus hombros y volvió a acariciar la piel mojada de su cuello. Se inclinó todavía más y lo apretó contra su pecho. Lo

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notó ardiendo de fiebre, le quemó los labios su contacto, pero fue tan maravilloso tenerlo al fin todo para él, ya nadie les molestaría. El enfermo de muerte sintió un escalofrío sensual por todo el cuerpo cuando el vampiro plantó sus labios fríos allí, como aquella misma mañana... tan sensuales... –Dijiste que no ibas a matarme... lo dijiste... lo dijiste, pero vas a hacerlo ¿verdad?– sonrió sin saber lo que le esperaba. –No voy a matarte, voy a darte la vida que te falta, una vida eterna y que nadie podrá quitarte, ni siquiera Dios. –No te comprendo... – dijo nervioso, Albert le estaba poniendo muy angustiado con ese tono de voz. –A partir de hoy, tu sol será la luna, y tu vida la sangre... muerto y vivo a un tiempo, para siempre... mi querido vampiro Davidé. –No... ¡NO! ¡No quiero!– intentó empujarle con todas las escasas fuerzas que le restaban– ¡No quiero ser un vampiro! No soportaría matar a nadie, ¡¡No quiero ser un vampiro!!– Bramó cuanto pudo, empero Albert era increíblemente fuerte y no le permitía moverse. Albert era demasiado poderoso y le fue fácil morder al fin a su tan deseada víctima. Por más que Davidé lo intentó no pudo impedir que lo hiciera. –Me destrozarás... la vida... – dijo tembloroso, estirando de los cabellos a Albert mientras éste se llevaba su savia tan cruelmente, como un vil ladrón.– Albert... tengo miedo a la muerte de los demás... no quiero ser un vampiro... no puedo. Pero el vampiro no le hizo caso, continuó bebiendo esa anhelada sangre pese a que Davidé le empujaba y estiraba de sus cabellos. Le tenía entre sus brazos y eso era lo único que le importaba, lo único. Esa sangre ardiendo que corría hacía su garganta, esa sangre tan dulce, la sangre más maravillosa que había probado y que probaría jamás, la de un ángel, la del ser al que más amaba en el mundo entero. Por siempre y para siempre... Notó una leve presión alrededor de su cuerpo, era Davidé que le abrazaba llorando, semi inconsciente, medio muerto. –Albert... adiós Albert.– susurró en el oído de éste sin que Albert pudiese comprenderlo, y después Davidé le besó en la mejilla, acariciándole el cabello. Y para Davidé esos cabellos pálidos y sedosos fueron lo último que sus ojos 32

vieron y su piel sintió... como un hombre vivo. Después se desvaneció y la oscuridad y el frío le arroparon.

♠♠♠♠♠♠♠ El vampiro Albert notó que ese corazón a duras penas seguía bombeando sangre. Pudo sentir que Davidé yacía prácticamente entre la vida y la muerte... allí en sus brazos, tan bello, tan maravilloso. Y le besó de nuevo en los labios, manchando de sangre su boca. –Te quiero tanto mi ángel... te anhelo tanto, no puedo dejar que te mueras, no quiero... Se hizo un corte en la vena de la muñeca y la sangre rojo pasión emanó a borbotones, como en un manantial. Dejó que ésta se derramara sobre los labios pálidos de muerte de su amado, y éste reaccionó de nuevo... apretando la muñeca contra su boca. Bebió y bebió sin mesura ni poder evitarlo, porque esa maravillosa sensación de notar una sangre caliente, llena de vida que le faltaba, era maravillosa. Davidé podía sentir cómo le llenaba otra vez de fuerzas renovadoras. Albert tuvo que hacer fuerza para apartarlo de su muñeca porque sino el desangrado hubiese sido él. Davidé respiraba excitadamente tendido sobre una cama escandalosamente manchada de rojo sangriento. Y estaba tan maravillosamente bello, blanco y pálido. Las pequeñas arrugas de su cara habían desaparecido por completo, su piel era lisa y sin poros, suave. Sus cabellos negros parecían tener vida propia, enroscándose sobre la cara, rebeldes, tan negros como el plumaje de un cuervo. Y esas pestañas largas, más tupidas que antes. Todas estas cosas contrastaban enormemente unas con otras. Del negro profundo a la palidez más absoluta y fantástica. Quiso tantísimo besar esos labios manchados de sangre. Quiso hacerlo, pero la mirada extrañamente violenta de su no muerto le echó involuntariamente hacia atrás. Ya no eran sólo unos bellos ojos pardos, había algo cruel en ellos. –Jamás te lo perdonaré maldito hijo de puta– dijo el casi vampiro Davidé observándole con odio. Albert notó como el corazón se le moría por dentro. De pronto su casi no muerto se convulsionó en un espasmo de dolor. –¿Qué me has hecho? ¡¿Qué me está pasando?! ¡Esto es un infierno!– gimió con dolores por todo el cuerpo, retorciéndose, agarrándose a las ropas de Albert. Éste lo abrazó protector, sufriendo también.

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–Tranquilo, tu cuerpo está cambiando, sólo durará unos instantes... y después todo pasará y nunca jamás volverás a sentir un dolor tan horrible, ningún dolor. Tranquilo Davidé, tranquilo. –¡Suéltame imbécil!– chilló levantándose y empujando al otro con una fuerza que no sabía que podía tener.–¡No te atrevas a tocarme nunca más en tu infame vida! ¡No soporto que me toques más! ¡No te soporto! ¡Fuera de aquí!– corrió hacia el lavabo pues sufría terribles retortijones y nauseas. Terminó por arrojar todo lo que tenía en el cuerpo. Albert se enfureció por aquellas duras palabras, así que se levantó desabrido y fue hasta el lavabo, agarrando al vampiro por las muñecas. –¡No pienso irme maldito inepto! ¡Sin mí no serás nada! ¡Te destruirás si te dejo! –¿Has pensado qué tal vez sea lo que más deseo? Desaparecer, mi vida ha sido una mierda la mayor parte del tiempo. Sólo desaparecer... ¡Y tú me has hecho esto! –¡No me importa! –Es cierto, yo no te importo nada, jamás te importé ¿Verdad maldito vampiro? ¡JAMÁS! No me extraña que estés solo, eres despreciable, no puedes hacer lo que te venga en gana siempre, las vidas de las personas son sagradas y sólo Dios puede disponer de ellas. ¡Y tú no eres Dios! ¡Sólo un maldito imbécil! –¡Es divertido! llora cuanto quieras, qué me importa a mí eso.– Fue hasta Davidé cuando éste se metió en la ducha. –¡Suéltame!– chilló llorando desecho por dentro. Y Albert lo soltó apartándose unos pasos.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé se secó los ojos y al verse los dedos manchados de sangre se asustó considerablemente. ¿Lágrimas de sangre? –¿Qué es esto Albert? –Lágrimas de vampiro, ¿Resulta siniestro verdad?– sonrió con malicia, cuando en realidad era él quien reprimía el llanto oscuro, doloroso y espeso. –Esto es diabólico.– el agua caliente cayó sobre su cuerpo llevándose sangre y otros restos. –Ya te dije que soy el hijo del Diablo, y ahora tú también. –No pienso matar a nadie ¿Me oyes imbécil? –Eso ya lo veremos, cuando la sed te suba a la garganta no pensarás lo mismo, querido niño. 34

–¡Cállate! ¡Cállate! Cállate... cállate... – fue bajando la voz y miró a Albert, observándole a su vez. En aquellos momentos lo veía con ojos de vampiro, tal vez ya no le parecía tan extraño como antes, ni tan inusual... y sentía un raro odio hacia él, y cada vez le enfurecía más su presencia. Más a cada momento, más ¡MÁS! –Te odio Albert, nunca sabrás cuánto... – y se echó a llorar de nuevo. El vampiro maestro se moría por dentro, si él le odiaba ¿Qué iba a hacer? Anhelaba tanto ir hasta él y abrazarlo, sentir de nuevo su dulce sabor, entrar en su corazón... besar sus labios, que esos colmillos suyos le rasgaran la piel... y decirle que le amaba. Pero decir Te quiero Davidé, eres lo que más quiero en este mundo y sólo me importas tú y estar contigo... era ya una horrible utopía, un sinsentido. Jamás había tenido nada que ofrecerle, jamás. Albert, el patito feo, el imbécil, Albert el vampiro despreciable, el hijo de puta, Albert... el que no era nada ni nadie. Si le decía que le amaba no podría soportar el inminente rechazo de Davidé. Se tragaría su amor y nunca lo declararía. –Nos vamos de aquí Davidé, así que vístete con algo decente– Davidé no se movió de la bañera, así que se levantó y anduvo hacia él para descubrir que no estaba consciente. Se había dormido sentado bajo el chorro de agua... debía de estar sumamente agotado, soñoliento y débil. Lo levantó con cuidado, sintiéndolo tan mojado e inerte. Si no fuera porque respiraba hubiese jurado que estaba muerto. Tendiéndolo sobre la cama pudo observarlo mejor y sintió que su estómago cosquilleaba. Síntomas del amor. –Eres tan perfecto, tan fantástico. Eres mío, mi hijo, mi vampiro, mi no muerto.

♠♠♠♠♠♠♠ Buscó en el armario ropa de Davidé y encontró un jersey negro de cuello alto que le quedaría perfecto y unos vaqueros gastados. Mientras lo vestía, notó el suave tacto de la piel del italiano y el impulso de abrazarlo fue muy intenso. Le quedaba tan perfecto que tenía que sentir todo su cuerpo contra el pecho. Lo estrujó dulcemente para no despertarlo de su sueño vampírico y lo miró dormitar, con la sangre seca manchar su piel de marfil. –Lo siento... pero no me arrepiento de haberte hecho todo esto por muy horrible que sea para ti. Le tendió delicadamente sobre el lecho y apretándose contra él le besó lamiendo los restos de sangre, cerrando los ojos, imaginándose que él se despertaba y le devolvía el beso y le susurraba que le quería... pero nunca sucedió, y Albert acabó lamentándose desconsoladamente sobre el pecho del que más amaba en todo el mundo. 35

Davidé abrió los ojos de pronto. Ahora incluso lo veía todo más diferente que antes, sintiéndose mucho más extraño, no podía creerse que realmente fuese uno de esos vampiros de las leyendas. No... no podía ser cierto, él no era uno de esos seres, él era un hombre vivo que había soñado una fantasmagórica pesadilla. Se incorporó hallándose vestido. Miró hacía la silla que tenía en una esquina de la habitación y vio a Albert sentado en ella. –Vayámonos de aquí. –anunció éste sin más. –Yo... no soy un vampiro, esto... es sólo un maldito sueño del que voy a despertar. –Pero cuando despiertes, yo seguiré aquí. El nuevo vampiro lo miró tristemente, muy tristemente... sabía que ya no estaba vivo, que había muerto en aquella misma habitación, un lugar al cual jamás volvería. Con Albert... y al mirarlo comprendió que pese a todo lo que este le había hecho... seguía enamorado de él... horriblemente enamorado. Pero eso era algo que Albert jamás sabría, porque Albert no podía sentir afecto hacía él. –¿Por qué me has hecho un vampiro?– preguntó con una última y estúpida esperanza. –Es divertido.– Fue le mentirosa contestación. –El odio ... y que Dios me perdone... es lo único que puedo sentir hacia alguien tan despreciable como tú. –He dicho, vayámonos de aquí. Y si te niegas te juro que te obligaré sin ninguna clase de contemplación. –¿Y el padre Marcello? –Adivina... –rió para así enmascarar su pena, fastidiando de paso a Davidé. –Que culpa tenía ese hombre para que lo hayas matado. –Yo no le caía bien, además pretendía darme órdenes, a mí, un vampiro de más de tres siglos. –¿Tres siglos?– lo miró con los ojos como platos y Albert sonrió malicioso.– Aunque esa no es razón suficiente para asesinar a alguien a sangre fría. –Tenía hambre, además... es morboso hacer cosas así con curas. Es como desafiar a tu Dios. –Yo no voy a matar a nadie.– en el fondo no sintió la muerte de aquel hipócrita viejo que le había abandonado cuando más había necesitado de la confianza de alguien. Se sentía extrañamente cruel... como volver a la furia de su 36

adolescencia... él contra todo y todos los que no le comprendieran. Incluido el hombre al que amaba. Albert. –Eso ya lo veremos mon amour, ya veremos si no lo haces. Si no comes no creas que vas a morir no,... seguirás vivo porque nada puede matarte. Eres un no muerto. Vuelvo a repetírtelo y mi paciencia se ha agotado ya, que te levantes. Nos vamos. –Oblígame maldito cerdo.– El otro se levantó con violencia y lo agarró del brazo forzándole a ponerse en pie –¡Dije que no me tocaras!, puedo andar solo. – se desasió de Albert con rudeza. –Pero no puedes saltar por los tejados. Además mon amour... –No te atrevas a llamarme mi amor– le cortó rudo, no soportaba que no lo dijese en serio. –No seas quisquilloso, es una forma de hablar, soy francés. Vayámonos ya– le apremió. Se sentía nervioso en su interior, llamarlo mi amor era lo que más anhelaba y ni siquiera podía hacerlo indirectamente. Ni siquiera... –No quiero ir por los tejados, no quiero ir contigo a ninguna parte, maldito vampiro. –Y a mí qué me importa eso. No pienso dejarte solo ni un instante, tenemos la eternidad para pasarlo bien. Los tres juntos, tú mon amour, la maravillosa eternidad y yo, el despreciable y maldito vampiro que va a hacerte la existencia poco agradable. Divertido¿ no te parece? –Siempre estarás solo Albert, aunque yo esté ahí, estarás solo. Albert no dijo nada, porque aquellas palabras eran realmente ciertas. Querría haberle ganado la partida a Dios, no obstante, Dios, existiese o no, era el vencedor, absoluta y completamente el vencedor. –Tu Sol será la Luna Davidé, ya jamás podrás ver la luz del día. Jamás volverás a esa humanidad que tanto te envidiaba. Te la envidiaba tanto que tenía que arrancártela... y vaya si lo hice... Davidé le cruzó la cara de un bofetón que lo dejó helado. Por supuesto no le hizo un daño meramente físico, pero sí en el alma, si es que la tenía. Después lo abrazó mientras su nuevo vampiro se enfurecía cada vez más entre sus brazos. Le ordenó con voz casi sobrenatural que se mantuviese quieto y lo consiguió, tal vez por la impresión. Fue hasta su oído y quiso decirle que estaba enamorado de él... sin embargo sólo le salió una risilla desquiciada que hizo reaccionar al otro no muerto con visible violencia. –Si lo que quieres es sacarme de aquí hazlo ya, pero ¡Basta!, me vas a volver loco. 37

–Todos los vampiros lo están, esa será tu primera enseñanza. Todos y cada uno de los vampiros estamos locos.

♠♠♠♠♠♠♠ La suave luna bañaba con su luz las calles solitarias produciéndole una extraña paz... una paz que daba miedo, mucho miedo... Jamás en su vida lo había sentido así, jamás en su vida la luna había sido tan grande, tan clara, tan brillante, mucho más que el Sol, y en este caso mirarla no le hacía tanto daño en los ojos. Era argenta, era simplemente de plata... lo que antes creía una oscuridad absoluta era ahora muy visible para sus ojos, tanto que podía ver la claridad en el rincón más lóbrego y negro... Se sentía enormemente fascinado por ese poder que se le había concedido pero no lo quería, lo único y simple que deseaba era ser un humano, un mortal, un hombre vivo... y eso ya no era posible para él, nunca más. Caminar hacia delante sin hacer ruido. Albert iba tras él, lejos, a muchos metros... no lo oía... en cambio percibía su presencia que ahora le era tan ingrata, no quería verlo, ni sentirlo, querría echar a correr lejos de su presencia perturbadora y despreciable... ¿Estaba corriendo? Sí... corría, pero en dirección contraría a la que llevaba Albert, corría de nuevo hacia su maravillosa iglesia, hacia su cama limpia y sin sangre... despertaría en ella y todo habría sido un espantoso sueño... y aquel vampiro que le miraba sorprendido no volvería nunca, porque jamás habría existido... Pero ese vampiro que no era real lo cogía con fiereza y le obligaba, con su descomunal fuerza, a que se estuviese quieto, impotente, llorando sangre oscura y triste... –¿Adónde vas imbécil? ¿Adónde pretendes ir?– inquirió con la paciencia perdida. –A mi casa, a mi cama, con mi Dios, con mis fotos... con mis recuerdos... sólo quiero acostarme y despertar de esta pesadilla. –Tú ya no tienes casa, la que ya no es tu cama está bañada en sangre seca y putrefacta, tu maldito Dios no existe ni existirá jamás, tus fotos son algo del pasado que jamás volverás a ver ni a recordar... tus recuerdos simplemente desaparecerán como los míos... en la sangre... y al acostarte el sol habrá salido y al despertar la luna será tu luz y yo seguiré allí para atormentarte... – le gustaba ser cruel, era lo único que podía ofrecerle, su inmensa y cruda crueldad... su burla... porque el amor estaba escondido tras sus colmillos y nunca se lo expresaría. –¡¡YO NO SOY UN VAMPIRO!!– empezó a chillar con furia, restalló en gritos tan agudos que hizo temblar los cristales de las casas. Albert le tapó la boca furioso, harto ya de su actitud negativa. Davidé se debatió entre sus brazos y tuvo que llevárselo lo más lejos posible de allí ya que las habitaciones de los pisos comenzaron a emanar una luz eléctrica y amarilla. 38

–¡Basta ya!– susurró áspero, en la más profunda oscuridad de una callejuela perdida. –¡No me toques hijo de puta! No soporto tu contacto– se desasió de él con facilidad y rapidez... tenía una rapidez increíble. –No puedes despertar así a toda la ciudad, eres lo que eres, un maldito e inepto vampiro. –¿Cómo tú acaso?– sonrió con sarcasmo y Albert enfureció. No soportaba las burlas, de Davidé menos que de nadie. –Te estás pasando ¡Idiota! –Me lo has quitado todo maldito vampiro... ya no tengo ni mi alma, ya no me queda ¡NADA! –Y a mí qué me importa, las diversiones llegan solas, no se para uno a pensarlas. –Estaba tan dolido con Davidé que tenía que mentirle continuamente. –¿Eso es lo que soy yo para ti? ¿Una maldita diversión? –preguntó con el corazón en un puño. –Sí, y lo serás durante largos años... porque no creas que esto termina aquí mon amour, esto va continuar y tú conmigo... –Déjame en paz, déjame morir tranquilo, sólo quiero morirme... la eternidad me produce un horrible aprensión en el pecho. –Y a mí qué. Al nuevo vampiro, aquella última y despectiva frase, le dolió tanto como si le hubiesen arrancado el corazón de cuajo... como si Albert le hubiese hundido sus garras en el pecho y le hubiera zarandeado las entrañas como un demonio... –Eres tan despreciable que ni el diablo te aceptaría... Albert comenzó a carcajearse de verdad... tanto que se despistó un instante y descubrió que su querido vampiro se había esfumado. La desesperación le hizo salir apresuradamente de la callejuela mugrienta para correr tras él por las calles de Roma, ante la mirada asustada de algún que otro transeúnte alarmado. –¡OH Dios! Davidé, eres rápido, más de lo que yo pensaba, aunque yo lo soy muchísimo más... – Saltó a un tejado y después hizo lo mismo pero para caer sobre su víctima y derribarlo sobre el duro suelo. Los dos vampiros se pelearon con furia hasta que el más fuerte, con diferencia, lo estrujó entre sus poderosos brazos... y así permanecieron largos minutos, sin hablar, sin pelear, como estatuas de puro hielo... sintiéndose el uno al otro en absoluto secreto. Albert 39

olió la fragancia que la piel suave y lisa de su vampiro emanaba sin él saberlo, su respiración descompasada y profunda... su sangre de vampiro, tan roja, que debía correr por sus venas... que debería haber estado deslizándose por su garganta en un calor de pasión amorosa... pero no era así y nunca sucedería... Y Davidé pudo notar la sedosa sensación de tener el desparramado cabello de Albert cayendo en cascada sobre su rostro... Albert sobre él como en aquella cama antes de su horrible conversión en un monstruo de la noche... y notó... o mejor dicho, no notó ese deseo sexual y prohibido que le había producido con anterioridad en su lecho con Albert poseyéndole... ya no sentía ese tórrido y desesperado deseo de hacer el amor con él, de entregarle su cuerpo a él para que le hiciese lo que quisiera y cuantas veces quisiera, ya no lo sentía... Su miembro viril no notaba nada, estaba muerto y entendió que para siempre... Y sin embargo no le importó, era una sensación que ni siquiera acababa de lograr recordar... Simplemente ya no existía... no... los vampiros no podían hacer el amor... y era extraño porque no era una perdida... simplemente ya no estaba y punto... Con todo, la pasión y el deseo seguían latiéndole en el corazón, querría abrazar a Albert, amarlo, poseerlo, besarlo y recorrerlo con sus labios... despojarlo de sus ropas y acariciarlo, pero sobre todo poseer su deliciosa sangre, tan cerca, tan de Albert... sí... aquello era comparable con un deseo sexual, una especie de equivalente al deseo sexual... Beber su sangre... Cosa que jamás podría hacer porque para Albert él no era nada más que una estúpida y simple manera de pasar el tiempo. Albert se aburría y él era su manera de divertirse... A saber a cuántos imbéciles les había hecho lo mismo en el pasado. Los compadecía, los compadecía a todos. ¡Y a la vez los odiaba porque él quería ser el único!

♠♠♠♠♠♠♠ El vampiro rubio levantó la cabeza y los dos se miraron... Albert llevó su suave mano al rostro frío del vampiro moreno y con las uñas recorrió lentamente aquella piel que había ardido violentamente de pura fiebre y ahora se mantenía fría e incorrupta hasta que sangre ajena la hiciese vivir de nuevo. Davidé no se movió aterrorizado como estaba al no comprender porque él le susurraba tal caricia en la piel. ¿Se estaría burlando? "OH... Albert... –pensó Davidé– si me dijeras que me amas, yo sería tu amante para la eternidad sin dudarlo ni un instante y ya nunca más dejaríamos de besarnos" Pero Albert nunca tuvo suficiente valor para decirlo, lo que hizo que se apartara de él con violencia. 40

–¡Levántate! Nos vamos al hotel donde estoy hospedado, y ni se te ocurra volver a intentar escapar de mis garras, porque volveré a encontrarte allá donde pretendas huir. Sin más dilación lo agarró por el brazo, haciéndole daño, sin delicadeza alguna para arrastrarlo calle arriba. El nuevo inmortal quiso rodearle con sus brazos... gritarle que le quería, que no fuese tan cruel con él, que fuese dulce y amable como hacía unos instantes... y no lo hizo por miedo a escuchar su despiadada risa de ángel infernal, sus burlas hacía ese amor que inexplicablemente le hacía sentir. ¿Por que lo amaba? No era normal, Albert se reía de él, le burlaba, sólo era una diversión para ese hombre. Entonces... ¿Qué veía en él? Tal vez su soledad, tal vez algo escondido en el fondo de sus impresionantes ojos esmeralda, tal vez... simplemente lo amaba y punto final.

♠♠♠♠♠♠♠ Llegaron al lujoso hotel, tras lo cual le metió a empujones en su habitación. Estaba a punto de salir el Sol pero en aquellas estancias no entraba ni un ápice de luz. Se encendió la luz artificial de una bombilla y lo vio todo con mayor claridad. Era una habitación demasiado lujosa y no estaba acostumbrado a todo eso. Ni le gustaba... –¿Sabes Albert... ? hay gente que se muere de hambre, que no tiene nada para vivir... no soporto estar en un sitio tan repleto de cosas caras... –Te aguantas porque yo he vivido así durante décadas y no me importa lo que te parezca a ti o no.– en realidad sabía que su amor tenía toda la razón del mundo. Pero no quería decirle que una gran cantidad de su fortuna la donaba a las organizaciones humanitarias. No quería parecer bueno ante Davidé porque no lo era, sólo se trataba de que él había sido muy pobre cuando era humano y en una época muy cruel. –¿Nunca más volveré a ver la luz el sol? –empezó a sollozar amargamente y a manchar las sábanas con pequeñas gotitas sangrantes. –Nunca más. ¡Deja de llorar ya maldita sea!– chilló. –¡Tú tienes la culpa de todo, estúpido! –¡CÁLLATE!– le asió por la muñeca y le obligó a tenderse sobre el colchón y a dejar de llorar. Después se tendió a su lado y lo agarró rodeándole con los brazos. –Me haces daño– se debatió fogosamente. 41

–Si te mantienes quieto no te dolerá tanto. Cuanto más te muevas más te apretaré. –No voy a escaparme, te lo prometo. –Yo no creo en las promesas de nadie, me enseñaron a no creer en nada ni en nadie. Davidé se mantuvo muy quieto, estaba claro que Albert no le iba a dejar marchar... y hacía bien en no creer su promesa, si le hubiera soltado habría echado a correr lejos de nuevo, aunque se sentía cansado, enormemente fatigado... –Yo creía que los vampiros... dormían en ... –¿Ataúdes?– le cortó el otro no muerto y después rió– Hubo una época en que estaba de moda, pero ya hace mucho que eso dejó de interesarnos. En la era moderna quedan muy pocos que sigan escondiéndose así de la luz. A mí jamás me agradaron los ataúdes, las camas son amplias, cálidas y cómodas... para qué quiero un lecho de muertos si tengo una cama. –Davidé no contestó, se estaba durmiendo sin saber por qué... Tal vez Albert ya no le apretaba tan fuerte... si no que sólo mantenía sus brazos sobre él... Empero eso solamente era un sueño que empezaba a cuajar en su cabeza inmortal... y la oscuridad le envolvió, mientras que fuera el Sol anaranjado hacía acto de presencia a gran velocidad.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé campaba bajo un prado soleado y de su mano corría su hermana melliza Luisa... pequeñita, como cuando murió. La alzó en volandas y dejó que sus cálidos bracitos blandos le rodearan el cuello con estima. –Mamá está allí, mira– su bracito señaló hacía un montículo repleto de amapolas rojas y sobre su cima se alzaba su madre perdida en la infancia. –¡MAMÁ!– gritó con una voz que volvía a ser la misma de siempre, sin quebrarse, sin romperse, sin estar roja de sangre y esputos sanguinolentos. Corrió hacia ella llevando en los brazos a su hermana pequeña. Llegaron hasta su madre y todos se abrazaron sonrientes, como en un cuento de hadas. –OH Davidé, cuánto has crecido, eres un hombre guapísimo pero estás un poco pálido, ¿Te sientes enfermo cariño mío? –No lo sé mamá, pero creo que estoy muerto y he venido a reunirme con vosotras al fin. –Pero tú no puedes, no eres libre, nosotras sí, tú no cariño, tú todavía estás vivo... 42

–No, yo estoy muerto, él me mató... –¿Quién? –Ése mamá– Luisa señaló sobre el hombro de Davidé, lo que hizo que éste mirara hacia atrás aterrorizado... Albert estaba allí, también bajo el sol, tan bello bajo su luz... –Albert...– musitó. –¿Pero tú le amas hijo? –No, yo quiero quedarme con vosotras, os amo a vosotras, no os vayáis... – Madre e hija comenzaron a caminar en dirección opuesta a ellos mientras la pequeña Luisa le decía adiós con la manita... –¡¡MAMÁ!! ¡¡ LUISA!! ¡ESTOY MUERTO! No os vayáis sin mí, os lo ruego. –Tú le amas a él, afronta lo que sientes... – y se desvanecieron entre amapolas de sangre mientras una fría mano asía su muñeca. –¡¡Suéltame por favor!!– gritó debatiéndose, intentando, sin conseguirlo, que aquel vampiro le dejara marchar tras su madre y hermana. –Davidé... – una voz susurró su nombre cerca del oído, muy cerca, tanto que le hizo temblar las piernas y esos brazos le sujetaron fuertes, no le dejaron caer mientras los labios más dulces del mundo le besaban con ternura... El día se había extinguido incluso en lontananza, allá donde se pone el Sol... era de noche, estaba demasiado oscuro y hacía frío... frío en su corazón... –Albert, déjame marchar tras ellas, su recuerdo es lo único que me queda... – se separó de aquellos tiernos labios. –Ellas no son más que un recuerdo en esta pesadilla tuya, no voy a soltar tu muñeca, nunca volverán, nunca podrás huir de mi lado... eres mío... yo te compré a Dios. –Sí tú me quisieras Albert, si tuvieses un corazón aquí en tu pecho... – pero no recibió respuesta y aunque sabía que sólo era un sueño, lloró, gritó y se debatió reintentando escapar de aquel cruel inmortal que a cada instante le hacía más daño agarrando con mucha presión su muñeca...

♠♠♠♠♠♠♠ Despertándose de golpe y rodeado de penumbras, recordó dónde estaba. Ni prados bajo el sol, ni montículos repletos de amapolas rojas, ni su madre... ni su pequeña hermana... nada más que penumbras y oscuridad. Incorporándose lleno de un sudor algo rojizo, se dio cuenta que Albert dormía a su lado y le apretaba inconscientemente la muñeca. Miró alrededor... la 43

habitación estaba en absoluta calma, pero fuera podían escucharse el ruido que hace una ciudad en pleno día. El día... los débiles haces de luz que pasaban suaves entre las pocas y nimias rendijas de las persianas bajadas por completo... las veía y no le hacían daño en los ojos... ¿Realmente los vampiros no soportaban una luz tan bonita? Era algo imposible de creer, seguro que si iba hasta allí e interrumpía la luz con las palmas de las manos, ésta no le dañaría... Entonces... ¿Por qué Albert bajaba por entero esas persianas? Tenía miedo y a la vez curiosidad. No podía creer que algo tan bonito como una lucecita débil pudiera hacer daño a nadie. Sin embargo aquella luz le fascinaba más de lo habitual... y le aterrorizaba a un tiempo. Hizo acopio de valor y sacó las piernas fuera de las mantas para ponerse en pie. Le fue imposible ya que Albert no le soltó el brazo. Parecía ser que no iba a dejarlo libre con tanta facilidad. –Si estás despierto, por favor, suéltame un instante me haces daño, no voy a irme, por favor– susurró en un tono muy lastimero. Nada... él parecía dormido al completo y como un tronco. No podía desasirse de sus garras. Incluso llegó a intentar apartar sus largos dedos, pero nada, era como de acero, como unas esposas sin llave, sin cerradura... Continuó intentándolo hasta la extenuación, y de nuevo... nada... Además, cuanto más quería escapar hacia la bella luz, más parecía él apretar su carne, sus huesos. Después cayó sobre la cama con ojos llorosos y pareció que la presión iba desvaneciéndose poco a poco pero sin dejarlo marchar ni un milímetro.

♠♠♠♠♠♠♠ Los minutos fueron sucediéndose lentamente mientras los ruidos urbanos de Roma seguían adelante, sin descanso. Los añoró con el corazón destrozado... Miró al no muerto y se acercó peligrosamente a su rostro. Admiró en la oscuridad aquellas facciones seductoras. ¿Sabría él lo guapo que era? Era tan dulce al dormitar, tan sereno que parecía imposible que fuera una especie de diablo cruel y desesperante que no hacía otra cosa que fastidiarle constantemente. Esa carita de ángel bueno que le estaba volviendo loco... Podía parecer que estaba enamorado de su belleza, pero no era eso exactamente, ésa sólo era una de las miles de razones por las que incomprensiblemente se había enamorado de él. Acarició con la mano libre la suave curva de su nariz... tampoco era una nariz perfecta ni mucho menos, tal vez algo grande para su carita seductora. El reverso de su mano se deslizó por la mejilla llegando hasta el cuello. Apartó la camisa y posó la mano allí donde el corazón parece latir pero que en realidad no es más que un bonito espejismo. El corazón bombeaba lentamente y de forma profunda, al igual que su respiración silenciosa. Volvió a centrar la atención en la cara... Las cejas de Albert tenían la expresión de 44

cinismo que le caracterizaba... eso era lo que le hacía más atractivo. Los ojos cerrados... Sabía que allí detrás, tras los párpados, dormían ahora un par de ojazos verde esmeralda... Fueron lo primero que le capturó al verle por vez primera... Esos impresionantes ojos inhumanos que podían hacer daño si los mirabas demasiado rato... iridiscentes, rasgados, crueles... y que escondían mucho más dolor de lo que Albert querría aparentar... Eran ojos raramente mentirosos, en el oscuro sentido de que tras su mirada escondía un corazón. Era esa otra razón por la que lo quería. Anhelaba abrirlos y conseguir sonsacar todo lo que enmascaraban. Ojos verdes furtivos, siempre detrás de unas sangrientas gafas de cristales rojos... Entrelazó los dedos... enredó éstos entre esos bellos cabellos rubios, largos cabellos perfectos y de caída grácil... eran como mirar al sol sin quemarse los ojos... el sol perdido... el sol enredado entre sus dedos... podía olerlos, olerle a él... perfecto olor, tal vez una mezcla de aroma vampírico y colonia cara. Los dedos se posaron en los labios de un durmiente que no se estaba enterando de absolutamente nada. Los había dejado para el final porque le daban mucho miedo esos labios amplios, llenos, sensuales... Había soñado, en su lujuriosa fiebre humana, que esos ardientes labios, que esos bonitos labios suyos, le besaban la piel sudorosa, que se deslizaban por su cuerpo de arriba a abajo, pero que sobre todo le besaban en la boca, que se plantaban sobre sus propios labios y le besaban con pasión... Que los dos se besaban hasta no poder más, hasta la extenuación. Querría morderlos para hacerles sangre y beber de ellos... beber su sangre... Sus labios, tan cerca, tan sensuales, que quería tenerlos para él solo, en aquel mismo momento, así que se acercó hasta tocarlos, por fin, por fin suyos para siempre. Se apretó contra su rostro, ya no podía más, le quería... le quería muchísimo. Le pasó el brazo por la espalda y lo estrujó contra él mientras las lágrimas se desparramaban de puro dolor. Lo besó con fuerza, una y otra vez, hacía mil años que lo deseaba, casi desde el primer instante en el que le conoció. Su Albert, su amor, su único amor, su incomprensible amor imposible. Mantuvo, una larga eternidad los labios sobre la boca que más quería en el mundo, solamente deseaba sentir su respiración acompasada y dulce, notar el aliento con sabor a sangre, a su propia sangre. Le parecía tan delicioso pensar en aquel líquido espeso y rojo... –Te amo Albert– musitó tan quedamente que ni él mismo pudo oír lo que se había atrevido a decirle –Te amaré siempre aunque yo no sea nada para ti...

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Le susurró el último beso y se juró que jamás volvería a hacerlo a no ser que tuviera la certeza de que él, su vampiro cruel, quisiera ser besado... aunque sabía que eso era desesperantemente imposible... –Aprenderé a amarte en silencio. Dios mío, deseo dejar de sentir este sentimiento despiadado... Y sin embargo sé que no podré cesar de notarlo en todo mi ser hasta que mi alma rota se pierda para siempre. Por eso nunca te lo haré saber... Oh Albert, tu bonito nombre suena tan bien entre mis palabras... Albert, Albert, Albert y Davidé... Si algún día... Si en algún momento noto que me correspondes un poco... ¡Juro que serás mío! Mientras, te odiaré hasta que me reviente el corazón...

♠♠♠♠♠♠♠ Hacía mucho rato ya que Davidé había cesado sus susurros habiéndose apartado del otro hombre, hacía mucho tiempo ya que no lo miraba, hacía mucho rato ya que era Albert quien observaba esos cabellos oscuros y suaves, esa boca que había sido suya la anterior noche... Pero Albert no era consciente de que Davidé no dormía todavía. Estaba ensimismado en sus facciones, facciones que no eran perfectas ni mucho menos, pero que a él le parecían maravillosas. Adoraba ese rostro y querría estar mirándolo constantemente. Había soñado con él, pero en el sueño Davidé no cesaba de repetir que le odiaba, que le aborrecía, que era un monstruo y le daba asco mirarlo, que era feo y un diablo horroroso e indigno. Y realmente se sentía así de repelente, de indigno... odiaba mirarse al espejo, jamás le había gustado su rostro de patito feo, era feo, feo... Janín no había cesado de repetírselo durante las décadas que pasó con ella, aquella vampiro bruja que la había enseñado a ser un monstruo despiadado, que le había dado clases de cómo ser un vampiro sin escrúpulos... Cuántas veces le había repetido con sonrisa cruel entre los labios, que él era feo, de pecas horribles en el puente de una nariz demasiado grande para una cara sin magia... Con cabellos sin gracia y mal cortados para toda la eternidad, de sonrisa fea y excesivamente pálida... "Tus ojos– había dicho en millones de ocasiones– tus ojos son demasiado dañinos, mirarlos más de un par de segundos te desgracia la vista, si miras a los ojos a tus víctimas las matarás de puro susto, si te ven demasiado esa cara fea tuya podrías asesinarlas antes de beberte su sangre. Tápatela lo más posible con tu feo pelo amarillo. Eres feo Albert, tan feo que yo soy la única que puede mirarte sin echarse a llorar. Yo soy la única que se quedará contigo por siempre y para siempre, la única Albert..." Janín era cruel, pero tan franca siempre, tan increíblemente franca. Fue ella su maestra por el mundo de los vampiros, un mundo en el cual se hallaba perdido hasta que ella apareció para sacarlo de esa miseria en la que se encontraba atascado... Janín la bruja... Insoportable y cruelmente franca... 46

durante décadas había sido ella la que le decía lo feo que era y lo feo que sería por siempre... y que si alguna vez alguien le decía lo contrario, es que mentía por pura lástima... –Jamás creas Albertito que eres, ni por un instante, guapo o atractivo, eres feo y debes comprender que nadie puede quererte. Además jamás tendrás nada que ofrecerle a nadie. No te enamores nunca o sufrirás. El amor es un impedimento para progresar, ligarte a alguien que jamás te corresponderá es una perdida de tiempo, aunque sea el tiempo lo que te sobre. Yo te enseñaré a no amar, a odiar... Aquello siempre era lo que le decía, cada día, cada año, cada asqueroso año de sus asquerosas vidas vampíricas– Recuerda Albert, nadie podrá amarte ni sentir afecto hacia ti porque eres un patoso, desgarbado y patito feo... el patito feo de los vampiros... y nunca tendrás nada que ofrecer más que desgracia... recuerda Albert... no te enamores nunca... Pero enamorarse había sido algo inevitable... El amor le llegó una noche de calma en la cubierta del Titanic, unas noches antes del horrible final de aquel enorme trasatlántico. La había visto andar a tientas ella sola, había deseado su preciosa sangre... Pero al tenerla casi a su merced ella susurró que era ciega y que si podía ser tan caballeroso de devolverla al salón principal... ciega... tan ciega que ni veía la oscuridad, ni le veía a él... tan bonita y dulce ella... ciega... jamás habría visto su horrible rostro de vampiro... No fue capaz de acabar con ella... vio una luz a su soledad en el corazón, a su soledad de amor... Ella que era ciega no podría verlo nunca y tal vez consiguiera enamorarla... Pero Janín amenazó con matarla si intentaba siquiera entablar una amistad... le gritó con desprecio que ni una ciega le amaría porque era malo e hijo de los infiernos. El amor no hacía falta. Después aquel ser delicado y sin vista se había perdido para la eternidad entre las aguas saladas y frías... una sirena ciega que permanecería inmortal enredada entre las algas, carcomida por los peces, pasto de sal, del mar y los seres marinos... Sumida y ahogada en la oscuridad eterna… ¿Pero y qué importaba?, ella nunca llegó a amarle... Un iluso se sintió tras todo aquel horror y muerte llena de gritos y lloros de pobres infelices sin derecho a la vida... No fue más que un amor al que no tuvo ningún derecho... Enamorarse de verdad... de Davidé... enamorarse como un loco... loco de amor por él... Por todo su ser. El amor que volvía a llevarse Dios porque le apetecía... Davidé... era ese el nombre del amor... Davidé... Davidé fue bueno con él, fue paciente, era un sacerdote que se moría de tuberculosis, un hombre tan maravilloso... Le amó tanto, inevitablemente tanto y se encontraba tan solo que jamás necesitó así de alguien. Davidé su amor, su amor, su amor, su eterno amor... Le mantendría siempre a su lado costase lo que costase. Sin confesarle sus sentimientos porque sabía que jamás serían correspondidos...

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Lo miró de nuevo y deseó rodearlo entre sus brazos y llenarlo de eternos besos, de eternos te quieros... Pero no lo hizo por miedo a no poder dejar de hacerlo nunca más... No podría soportar oírlo decir..."Me da asco tu amor y me dan asco tus besos"... Por esa razón se prometió no besarlo si él no quería, ni en aquel instante, aun sabiendo que su amor dormía y no se enteraría de nada. Lo que Albert no podía adivinar es que si hubiera estrujado a Davidé entre sus brazos y le hubiese besado, habría sido en realidad el primero de miles de besos más... ♠

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"El sabor que tiene la sangre"

♠Cuando abrió de nuevo los ojos y giró la cabeza hacia el lado de la almohada en la que dormía Albert, éste ya no estaba allí y por eso se asustó. Incorporándose de golpe recorrió la habitación con la mirada... tampoco lo halló allí... se levantó para ponerse en pie y anduvo hasta la puerta de salida, pero según la abría, otra mano la empujó con una fuerza descomunal que incluso le impulsó a él mismo hacia delante e hizo que se diera contra ella y soltara el pomo. –¿Adónde pensabas escaparte esta vez? No hubieses llegado ni a la puerta del ascensor, eso te lo aseguro. Imbécil, iluso. –¡Suéltame! – le chilló por la frustración. Estaba enormemente confundido, por un lado había sentido un miedo atroz de que Albert no estuviese, y a un tiempo tuvo el impulso de huir como alma que lleva el diablo, nunca mejor dicho. –Ven aquí, quiero que veas lo que eres ahora, aunque te duela en el alma... –Yo ya no tengo de eso, tú lo robaste... – "y nunca lo amaste", pensó para sí mientras era arrastrado hacía un descomunal espejo en la pared de la salita. –Mírate Davidé, quiero que te metas en esa estúpida cabecita tuya que estás muerto para el mundo real, que ya no eres mortal, ni siquiera humano... que eres un vampiro, tanto como yo lo soy... – dicho esto lo soltó y retrocedió hasta sentarse en un sofá a observar. Davidé no pudo evitar mirarse... no sabía si era la luz artificial o si su piel era verdaderamente tan pálida y lisa, sin apenas poros o arrugas... Era tan raro su rostro, los ojos seguían pardos pero más profundos. Las pestañas parecían haberle crecido, siempre había tenido unas pestañas larguísimas pero aquello era enorme, o al menos se lo parecía. Y muy negras... como sus cabellos castaños oscuros, ahora parecían mucho más brillantes y parecidos al negro. Los tenía despeinados, daban la sensación de enroscarse sobre el rostro y eso que no los tenía rizados ni nada parecido... era como si hiciesen lo que les viniera en gana y tuviesen vida propia. Se notó frío, sin calor, sin fiebre..., como la piel de Albert... lisa como la de él, elástica... y sin demasiado color, parecía que la luz se reflectara en ella... – ¿No piensas abrir la boca para mirar tus nuevos colmillos? –le dijo Albert. 49

Lo hizo a sabiendas de que iba a encontrar algo que ya había notado con la lengua. Allí estaban un par de colmillos caninos y engrandecidos, aunque no tanto como había esperado... –No son tan grandes como yo pensaba, los tuyos los son mucho más... –Bueno mon amour, es que ahora están en frío, cuando la sangre caliente esté cerca... se engrandecerán... –Mi voz vuelve a ser la de siempre, sin quebrarse, sin estar afónica, es la de siempre... –Eres inmortal, porque eres inmune a tu enfermedad y a cualquier otra, ha desaparecido y no retornará a no ser que vuelvas a ser humano, y eso, cariño mío, no es posible... –empezó a reírse porque se había dado cuenta de que le había dicho "cariño mío", se le escapó sin querer al escuchar su bonita voz, limpia de enfermedades... rió y rió cruelmente sólo para levantar una barrera en la que Davidé no pudiese entrar y adivinar lo que sentía hacia él... –¡Cállate por favor!– gimió Davidé taponándose las orejas... cayendo a un tiempo de rodillas sobre la moqueta y ante su imagen en el espejo... se miró otra vez y las lágrimas corrieron lentamente y con infinita espesura por aquella fantasmal cara suya... no la podía reconocer, no era la suya, era la de un espectro, la de un monstruo... –Dios mío, Dios todo poderoso, sácame de aquí, deseo morir, anhelo la muerte... anhelo irme contigo... –Dios no existe, ¿Es que tendré qué recordártelo a todas horas? –Dios sí existe y yo jamás beberé sangre, es aberrante, es pecado. –El pecado sólo existe en tu cabeza. –Yo soy un sacerdote, no puedo matar, no puedo amar, no puedo pecar... no quiero. –Levántate de ahí Davidé, entiéndelo de una maldita vez, ¡Ya no eres un sacerdote! Dejaste de serlo en el momento en que yo bebí tu sangre, en el que tú bebiste la mía... lo hiciste ¿Es ese tú horrible pecado? Ya lo has hecho antes, ya has pecado si eso es lo que quieres saber. ¿Qué te importa ya pecar de nuevo? –¡No quiero despojar de la vida a un ser inocente...! –¡Qué te incorpores, maldita sea!– Lo levantó del suelo y Davidé, de tan enfadado que se sentía, atizó un puñetazo al otro vampiro. Davidé se quedó tan atónito como él al ver que con ese puño lo había lanzado hasta varios metros atrás. Tembló de miedo ante la fuerza descomunal que contenía su cuerpo y su rabia.

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–Davidé, ¡Hijo de los infiernos, me has hecho sangre en la nariz!– restalló con ojos encendidos y una mano en la cara. Se levantó y avanzó hasta el nuevo vampiro. Éste retrocedió hasta darse de espaldas contra su propia imagen del gran espejo. –Yo no quería... no quería... perdóname... no me hagas daño... – estaba acongojado, temía la negativa reacción del vampiro– Perdóname– susurró adelantándose hasta él e intentando acariciar su cara para ver si estaba bien, Albert se dejó al principio completamente ensimismado por notar su tacto dulce en la cara, pero tuvo la reacción violenta que Davidé temía al recordar lo feo que era, no podía soportar que su Davidé, su amor, le viera de tan cerca y le tocara su rostro poco agraciado. Finalmente le empujó apartándose para limpiarse la sangre que se le derramaba por las fosas nasales. –¡No soporto que me toque nadie! Nunca lo he soportado y tú no eres precisamente santo de mi devoción, así que no me gusta tu contacto.– mentira, mentira, mentira... vampiro mentiroso, vampiro imbécil e inseguro... –Perdóname... – lloró deprimido Davidé– Sólo deseaba ayudarte... – en realidad se sentía patéticamente mal por aquello de que Albert no soportaba su contacto. No lo tocaría más... Se miró los dedos, las palmas... y vio una sangre roja, reluciente, bella... de Albert... El corazón se le disparó violentamente, el estómago se le contrajo en un espasmo, el paladar se le secó, notó como los colmillos se hacían más grandes en su boca, los tocó con la lengua... tan puntiagudos. Tenía muchísima sed y no precisamente de agua. Se besó los dedos pintados de rojo intenso y con la lengua los lamió hasta no dejar ni rastro... el sabor incatalogable de esa sangre le producía una excitación por todo el cuerpo comparable a una sexual...

♠♠♠♠♠♠♠ Miró a Albert de arriba abajo, observó como se limpiaba la cara, su bella cara de ángel cruel, querría haberle dicho que él la limpiaría a besos y bebería su deliciosa sangre... A punto estuvo de ir hasta él y rogarle que le dejara hacerlo, fue entonces cuando se dio cuenta de que se contradecía así mismo constantemente. Era pecado amar a un hombre, a alguien de su mismo sexo, era pecado para él sentir lo que estaba sintiendo, le enseñaron a no sentirlo, era pecado beber sangre, era pecado... pero no le importaba una mierda, había dejado de ser un sacerdote, de ser un humano y de ser un hombre... era un maldito vampiro que deseaba la sangre de Albert, pero no iría hasta él para pedirle su sangre. ¡No iría a rogarle algo semejante! Además estaba seguro que él se reiría de sus sinsabores, de sus deseos. –No beberé sangre Albert, no la deseo, preferiría morirme antes... 51

–No seas embustero Davidé, sé que has lamido la sangre de tus dedos... te diré más, te diré todo lo que has sentido... te has excitado de arriba abajo, tus colmillos se han hecho más puntiagudos y crueles... tenias sed de beber más, esa sed ha embargado tu cuerpo, y sentido hambre también, pero no esa hambre de llevarse comida a la boca... todas esas sensaciones te ha llenado, te ha hecho desear beber ese maravilloso líquido espeso y delicioso... –Por supuesto que has sentido millones de cosas más– continuó.– Pero son inexplicables, indefinidas... aunque básicamente eso es lo que sentirás a lo bestia cuando sea el momento de desangrar a tu primera víctima... ¿He acertado o no he acertado?– sonrió con malignidad, sin saber que era su sangre y a él a quienes había deseado con fuerza un Davidé compungido ahora por la sencilla razón de que Albert había acertado en absolutamente cada palabra... –Me da igual, no beberé una sangre que... una sangre que... – ¿Se lo confesaba? "Una sangre que no sea la tuya mi amor", imposible de salir esas frases de su garganta ávida... – No quiero, ¡NO QUIERO! –Sí que quieres. Y si ahora se te ha pasado la sed te aseguro que pronto volverá.– se dio la vuelta para que Davidé no le viera. Albert se apresuró a taparse la cara con el que creía un feo pelo amarillo y sin gracia cuando notó unos brazos rodeándole por detrás, y un aliento frío y mojado en la nuca, le temblaron las piernas pero supo contenerse aunque no pudo escapar de su regazo... –Yo sólo quiero beber tu sangre... no quiero beber la de otra persona, yo sólo beberé tu sangre Albert... Así no mataré a nadie... Éste pensó que Davidé se burlaba cruelmente de él y deseó apartarlo pero no pudo, esos labios se habían posado en su cuello y casi sintió los incisivos colmillos de su vampiro traspasarle la piel, la carne... iba a dejarse morder por él, ya no podía pensar en que era un monstruo de horribles pecas en su fea cara, ya no importaba todo eso si eran los dulces brazos de Davidé los que le rodeaban, si eran sus colmillos los que le mordían... Deseaba tanto hacer el amor con él como sólo dos vampiros saben... –Davidé... – consiguió susurrar antes de que éste lo soltara espantado. –He escuchado un ruido en esta habitación... – miró enrojecido hacia todos lados y en todas direcciones.– He vuelto a oírlo Albert, ¿Qué es? estoy seguro de que tú lo sabes... – lo miró y Albert volvió a bajar la cabeza, no le gustaba enseñar la cara. –No, no estamos solos, te he traído cierto regalito, lo podríamos llamar tu primera comidita... – sonrió maliciosamente. 52

–¿Cómo?– inquirió incrédulo y desconcertado en sobremanera. –¿Me estás diciendo que hay alguien encerrado en el cuarto de baño? Porque siento que está en ese lugar. Puedo notar su presencia aunque no lo oiga.

♠♠♠♠♠♠♠ Los minutos se sucedieron y Davidé podía escuchar la respiración de alguien tras la puerta. Sin poderlo soportar más, el vampiro la abrió. Un muchacho, que posiblemente era un botones por sus vestimentas, se hallaba semiinconsciente. –No me haga daño señor, por favor– susurró. Estaba rojo de tanto llorar, pudo oler la sangre a distancia y la deseó. Pero le agarró por la solapa para arrastrarlo hasta la puerta de salida para dejarlo escapar. –Se queda aquí Davidé, te lo he traído para que bebas su sangre. ¿Vas a despreciarlo, maldito idiota? Estás loco, eres un vampiro estúpido.– Estaba volviéndose loco con la actitud de Davidé, despreciando su regalo y eso no podía soportarlo. En esos momentos no podía comprender el enorme aguante físico de aquel idiota, lo odió por ello. La pobre víctima terminó por desmayarse del todo. –¿Qué le has hecho hijo de puta? –No está muerto... todavía– añadió con pura malicia– Bébete su sangre. –¿No has pensado en que tendrá hermanos? Una madre y un padre... ¡Familia! Estás loco Albert, eres cruel... no entiendes que soy incapaz de despojar la vida de cualquier persona. Dios no me lo perdonaría jamás, ni siquiera yo mismo. Es pecado, es cruel, es imposible... –Te obligaré entonces Davidé... – dicho esto con absoluta frialdad le hizo sangre en el cuello al empleado y dejó que ésta se derramara sobre la moqueta blanca y la tiñera de muerte escandalosamente. Davidé la miró con aquella extraña sensación de nuevo en la garganta... Toda aquella sangre desperdiciada que podría estar deslizándose hasta su estómago... ¡PERO NO! ¿En qué estaba pensando? Albert lo llevó en volandas hasta él y se lo puso al lado, en el suelo. –Vamos Davidé, va a morir igualmente... –No... – gimió con las manos en las sienes –Podemos ayudarlo, llevarlo al hospital... ahora... –Morirá igualmente... –Eso es una falsedad Albert, por favor... llevémosle a un hospital...

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–Y yo te repito que su sangre está ahí para que la bebas... – intentaba ser amable por si así conseguía su objetivo. Pero Davidé se resistía como jamás había visto resistirse a nadie en épocas pasadas. Y le dio miedo... su último vampiro antes de Davidé, hacía más de treinta y cinco años ya, no lo resistió, no había nacido para ser un vampiro, se había negado a serlo... Muriendo de verdad... no quería que Davidé pereciese y que nada de lo hecho hubiera valido para nada. ¡Tenía que beber! ¡Tenía que ser un verdadero vampiro! –Bebe... ¡BEBE!– chilló desesperanzado– Tienes que beber, tienes que vivir, tienes que ser un vampiro. Tú eres fuerte, tú sobrevivirás, tienes que hacerlo... Tienes que hacerlo... –susurró para sí mientras Davidé lloraba abrazando al muchacho inconsciente... y sin apenas darse cuenta lamía con feroz avidez la sangre de su cuello blandito y no era capaz de parar por mucho empeño que ponía en ello. No cesaba de pedirle a Dios que le ayudara a salir de aquel pecaminosos acto. Se estaba convirtiendo en un diablo sin alma, sin corazón que se excitaba con esa sangre. Hundió los dientes con fuerza sin pensar en si le hacía daño o no... sólo podía hacer las incisiones que le permitieran llegar hasta la deseada sangre y llevársela. No pudo cesar de beber mientras sentía como el líquido caliente iba deslizándose hasta dotar de un nuevo calor su cuerpo frío de no muerto. Estrujó con fuerza esa vida pequeñita que se le desparramaba por la garganta. ¿A qué sabía esa sangre? Era dulce, era salada, era amarga. También sabía a hierro como cuando uno se hacía una herida y se chupaba la sangre que de ésta manaba. Era un sabor de amor, amaba a su víctima y deseaba que fuese al cielo con Dios, quería cesar y en cambio se decía, "un poco más" así eternamente, "un poco más", y después llegó la muerte y pensó " si ya está muerto, ¿Por qué no beber toda la sangre si ya no hay vida? Su alma ya está en el cielo, está completamente muerto, beberé toda la sangre que le quede. Y así continuó hasta que comenzó a vomitar escandalosamente sobre el cuerpo sin vida del botones. Tosió y vomitó de manera exagerada.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert estaba demasiado compungido y metido en sus pensamientos del pasado como para darse cuenta de que finalmente él estaba bebiendo por vez primera en su vida sangre humana de verdad. De pronto lo escucho toser y al levantar la cabeza vio como lo rechazaba todo. –¡DAVIDÉ! No debes beber tanta sangre y menos si ya está muerto. La sangre muerta puede hacerte mucho daño. Antes de que su corazón se detenga has de parar, aunque te cueste, aunque desees más. –Lo he matado– se echó a llorar al percatarse de lo hecho. Se sintió asqueroso, sucio y pervertido. Un monstruo... –Dios Santo, perdóname, no quería hacerlo, no quería... lo he matado y he vomitado su sangre inocente, no volveré a hacerlo jamás, nunca más, lo juro, nunca más... nunca... 54

–Volverás hacerlo Davidé... esta es tu nueva vida aunque te duela... –Te odio maldito cabrón hijo de puta, te odio, ¡TE ODIO MONSTRUO! No quiero ser como tú, un monstruo, un monstruo malvado y sin corazón que no piensa más que en divertirse. – Dicho esto con suma crueldad, una crueldad que destrozó el corazón a Albert, se tendió al lado del cuerpo desangrado y blanco del muchacho e hizo la señal de la cruz. Seguidamente recitó varias oraciones para que el alma del fallecido subiera libre al cielo de su querido Dios. Albert lo miró sin poder creerse lo que estaba viendo. ¿Estaba haciéndole un funeral? Era increíble, no podía soportar por más tiempo aquella situación. ¿Pero qué iba a hacer? Mantenerse en silencio y aguantar... por amor, porque le amaba...

♠♠♠♠♠♠♠ Pasaron dos largas horas, y durante los ciento vente minutos y los siete mil doscientos segundos que duraron aquel par de horas eternas... Davidé estuvo de rodillas rezando en silencio para su víctima, a su vera, al lado de su cuerpo frío y lleno de vomito de sangre que empezaba a oler mal. A pudrirse... Albert ya no resistió más, había aguantado todo lo posible pero ya bastaba de tantas estupideces. Lo levantó del suelo pudiendo oler toda la sangre putrefacta que le cubría. Sus ropas oscuras y mojadas estaban manchadas de sangre fea, asquerosa, tan asquerosa que ni un vampiro desesperado se llevaría a la boca. La cara y los cabellos se encontraban en igual estado que las prendas. El pelo se le pegaba en mechones y estos en la cara, parecían costras secas, como si se hubiera agredido a sí mismo. Los churretes de lágrimas rojas eran de nuevo recubiertos por una nueva capa de lloros silenciosos. Bajo la nariz, en la boca, por todo el mentón y la barbilla, se expandía sangre seca y negruzca. Estaba en un penoso y lamentable estado. Debió de haber sido algo traumático para él. Davidé le recordó a sí mismo la primera vez que probó la deliciosa sangre. Aunque para él no fue ni la mitad de desagradable, más bien todo lo contrario. Para qué negarlo... Lo llevó hasta el cuarto de baño, él no parecía resistirse, y lo sentó en una silla. Abrió el grifo del agua caliente y puso el tapón para que ésta no se escurriese por el agujero y así se llenara la bañera. Dejó que se fuera llenando hasta notar que ardía y entonces cerró la llave del agua caliente y abrió la de la fría. Cuando el baño con espuma estuvo listo y preparado, se armó de valor y comenzó a despojar, a un Davidé silencioso, de sus ropas. El jersey se pegaba a la camisa blanca. La tenía adherida a la piel pero la despegó rápido. Qué pecho tan fuerte, pensó mientras lo tocaba al quitarle las prendas. Era físicamente fuerte y bien formado, su pecho, sobre el que querría recostar la cabeza, subía y bajaba muy lentamente al ritmo de su reparación silenciosa. Le daba 55

muchísima vergüenza quitarle los pantalones y la ropa interior, era una situación muy comprometida aunque entre vampiros no hicieran el amor como lo hacen los mortales. Y aún así... le hubiese gustado tocarlo y acariciarlo por cada parte de su cuerpo... Eso era lo que le hacía sentirse terriblemente violento y avergonzado, que lo deseaba, que lo deseaba con una pasión que incluso podía llegar a ser humana pero sin ser sexual. Los vampiros no pueden hacer el acto sexual por mucho que lo intenten. Consiguió desnudarlo sin mirarlo más de la cuenta, Davidé podría haberse percatado. Cuando se dispuso a llevarlo hasta la bañera repleta de agua relajante, Davidé le empujo lo suficientemente lejos de él. –Eso ya puedo hacerlo yo solo, vete por favor... – Albert lo miró entrar, cada vez más enrojecido, en el agua y giró el rostro hacia un espejo recubierto de bao, al ver su imagen distorsionada recordó su aspecto y le dio vergüenza que Davidé lo mirara, así que salió cerrando la puerta tras de sí. Apoyándose en la puerta se echó a llorar silenciosamente. Le quería tanto... le deseaba de tal forma que si Davidé lo hubiera querido en su perdida humanidad, se habría acostado con él... se hubiese dejado hacer el amor todas las veces que Davidé hubiese querido... sin embargo, fue algo que jamás sucedió. Además... sonaba estúpido pero le habría dado vergüenza que Davidé lo viera sin ropa, sin nada... desnudo... Porque su cuerpo delgado tampoco le gustaba, demasiado delgado para su estatura. En cambio su vampiro era simplemente perfecto, en estatura, en constitución, en todo... era más alto... era guapo... sí, cada vez le parecía más y más guapo y le gustaría estar mirándolo mientras descansaba en esa bañera o incluso bañarse con él...

♠♠♠♠♠♠♠ Albert decidió cortar definitivamente todos aquellos pensamientos, demasiado morbosos y mortales para un vampiro, y se puso a recoger el desastre ocurrido en aquella habitación desordenada y repleta de sangre. El cuerpo sin vida del muchacho yacía sobre el suelo boca arriba y con las manos cruzadas sobre el pecho. Tenía que hacer algo con él antes de que Davidé lo viera y se pusiera a rezarle de nuevo. Le hizo gracia y la risilla nerviosa salió sola de entre sus colmillos... Aquello había pasado de castaño a oscuro a una velocidad impresionante. Jamás se le pasó por la cabeza que a Davidé le diera por ahí y se pusiera a hacerle un funeral... La situación se le escapaba totalmente de las manos... –Mierda... mierda, mierda, mierda... ¿Qué voy a hacer ahora contigo pequeño ladronzuelo? Lo que el bueno de mi amor no sabe es que ibas robando a los huéspedes de este prestigioso hotel, gran cantidad de pertenencias de valor incalculable... Y dinero... Robar también es pecado si sobre todo uno no se 56

arrepiente, como tú... ¿Verdad? Pero fuiste a entrar a la habitación equivocada... y jamás saliste... vivo... – Para él, una cosa así era suficiente para elegir a una víctima. Al fin y al cabo era un verdugo que no sentía nada por sus sacrificados. Lo levantó en volandas para recostarlo sobre la cama. Arregló un poco la habitación, tras lo cual se acercó de nuevo a la puerta del lavabo...

♠♠♠♠♠♠♠ El agua estaba muy caliente, aunque no le quemaba ni le hacía daño... Había dejado que él le despojara de sus ropas, incluso enrojeció al quedarse desnudo ante Albert y que éste lo viese así... Pero a la vez lo deseó... ¿Por qué se sentía así? Quería notar sus dedos de nuevo rozándole la piel, despojándole de sus prendas molestas... El agua se estaba enfriando y tampoco era frío lo que sentía... Su nueva condición de vampiro parecía ser inmune a todas esas clases de sensaciones corporales... Y qué más le daba... acababa de asesinar a un inocente niño que no se lo merecía... –Oh Dios Mío, ayúdame a superar este mal trago, este pecado, este espanto... lo deseé... lo maté bebiéndome su sangre... la vomité... Y ahora su pobre vida está dándome color, está dándome calor... quiero morirme y devolverle su preciosa vida que le arranqué sin piedad... no quiero hacerlo más... no puedo repetir un acto tan horrible... aunque cuando lo hice no podía parar... me arrepiento... me arrepiento tanto... Dios... Mi Señor... ayúdame a dejar esta no vida... – dicho esto se sumergió bajo las rosadas aguas de la bañera y vio como las burbujas de aire flotaban... subían y se desvanecían al llegar a la superficie recubierta de espuma enrojecida... no tenía miedo a ahogarse como no había tenido miedo a morir días antes... cerró los ojos y esperó... el pecho le oprimía por falta de oxígeno y sus pulmones dejaron entrar el agua con sabor a jabón... La notó entrar y llenar su pecho... estaba oscuro y quería abandonar la vida... ¿Lo conseguiría? Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, algo, con rabia, estiró hacia arriba de sus cabellos y lo sacó fuera...

♠♠♠♠♠♠♠ Había llamado con los nudillos en unas cuantas ocasiones sin recibir respuesta, así que abrió la puerta y no vio a Davidé en la enorme bañera. Se acercó espantado y metió la mano hasta dar con su cabeza, seguidamente lo sacó hacia fuera con pura mala leche, zarandeándolo sin contemplaciones.

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–¿Pero tú estás imbécil o que narices pasa por tu mente?– Davidé tosía y no paraba de expulsar el agua tragada en fuertes convulsiones y espasmos. Albert no le soltó la cabellera y esperó. –Quiero morir, morir ahogado... –Cómo prefieres que te diga que eres inmortal, a gritos o a tortazos. Eres inmortal, ¡INMORTAL!, significa que por mucho que lo intentes, no vas a morirte, no intentes suicidarte, no lo conseguirás.– volvió a zarandearlo de los cabellos. –Déjame... ¡DÉJAME! Vampiro... –Estás sucio– dicho esto agarró la esponja y la restregó por la cara enfurecida de un Davidé que intentaba apartarlo mientras volvía a toser y expulsar agua hasta por las fosas nasales. –¿Ves? Eso es lo único conseguido, no poder ni respirar, ¿Es qué voy a tener que hacerte el boca a boca o qué? Davidé se abrazó a él y éste se asustó al tenerlo tan cerca. Davidé estaba sensualmente mojado y eso lo volvió loco. –Hazme el boca a boca Albert, a ver si te atreves a hacerlo, venga Albert... házmelo... –¿Te burlas de mí?– susurró serio y muy en serio. –Adivínalo si te atreves... – El vampiro Albert miró su boca abierta casi sobre la suya propia y ya no pudo más. La abrió también y por fin sus bocas se tocaron de verdad, pero sólo duró un par de segundos porque Davidé tosió y vomitó de nuevo, esta vez sangre roja mezclada con agua... –Eres un maldito cabrón Albert, dijiste que ya no me dolería, y mira lo que me está pasando. No vuelvas a atreverte ni a tocarme, nunca... –¡Te lo has buscado tú solito imbécil! – gritó limpiándose el vómito de la cara.–Te recuerdo que ha sido el señorito quien se ha puesto a tragar agua. –Te odio... me das asco– siseó sin mirarlo. Albert se sintió fatal, burlado... se había dejado seducir por él... Estaba claro que Davidé se vengaba de forma cruel... Davidé era mucho más cruel y vengativo de lo que parecía en un principio. Ese beso fue tan fugaz... Ciertamente ni fue beso ni fue nada... Sólo un roce en el cual notó su boca abierta en la que casi pudo entrar... (Claro, que luego le había vomitado en la cara). Antes de eso, un fugaz escalofrío había recorrido su cuerpo en aquel soñado instante, el estómago le había estallado en chiribitas... ¿Y para qué? Para nada más que descubrir que sólo era un cruel juego de vampiro. Davidé estaba empezando a aprender bien el oficio. Sé cruel con todo y con todos, búrlate, ríete del prójimo... ¡Sé el mismísimo demonio! –¡VETE!– le chilló Davidé. 58

–No me fío ni un pelo de ti. –No quiero ver tu cara de diablo, ¡No soporto ver tu cara! Me da asco mirarla, me da asco tenerte cerca... ¡Me das asco! –¡¡¡......!!!– Albert no pudo ni articular palabra. Finalmente había sucedido lo que estaba temiendo... Davidé le había dicho que era feo, que era asqueroso... La evidencia saltaba a la vista, y pensar que sus labios se habían tocado, pensar en el asco que su vampiro había debido de sentir cuando eso había sucedido... ¡Por eso había vomitado! Las lágrimas se desbordaban con intenso dolor por su piel blanca y le nublaban la visión teñida de rojo intenso. Dolían tanto como si miles de agujas formasen ese llanto silencioso y no pudiera evitar que brotaran, temiendo que jamás dejasen de hacerlo... La garganta le hacía daño con el dolor que dan las ganas de llorar y no querer hacerlo... Se levantó y tras ponerse en pie y dirigirse a la puerta, le comunicó a Davidé que saliese del baño de una vez. Luego salió y se fue hasta el armario para sacar ropa limpia.

♠♠♠♠♠♠♠ El agua ya no tenía calor... y qué más daba. Le había dicho cosas horrorosas a Albert. No tenía conciencia ya de sí se las merecía o no... pero estaba arrepentido... Aunque tampoco pensaba pedirle perdón. No sería el bueno en aquella relación. Estaba harto, estaba decidido, más que nunca, a plantarle cara, y si no lo conseguía buscaría la manera de terminar para siempre con todo aquello. Salió del agua dejando que ésta se derramara por el suelo y formara charcos de color rosado. Jamás creyó ver tanta sangre junta. Aquello parecía un matadero. Había matado... matado... matado... matado... –No... – negó con la cabeza– Has de olvidar, de olvidar. No tienes más remedio, cobarde... – Se puso un albornoz que encontró colgado y salió sin atreverse a mirar hacía el cadáver, que parecía dormir dulcemente. –Perdóname... ¿Podrás hacerlo? Pero yo no merezco tu perdón, ni el perdón de Dios... – ¿Qué estaría haciendo Albert? Albert... lo que le había hecho pasar ese maldito vampiro no podía olvidarse tan fácilmente... Era un ser poco delicado... y aun así... se le había insinuado pero Albert no parecía haberse dado cuenta. En cambio le había seguido el juego, qué cruel. Por un dulce instante sus labios estuvieron juntos, pero no duró. Ese momento ya era parte 59

del pasado, algo que jamás volvería. Albert era malo... Pero le quería. Sabía que llevaba una máscara y escondía muchas cosas en su interior... Albert apareció con otra ropa, tan atractivo y atrayente como era habitual. Daba igual lo que se pusiera, le quedaba todo maravillosamente perfecto, con su cuerpo delgado y esbelto. –Davidé– anunció con sequedad– Tendrás que ponerte mi ropa, busca tú mismo algo que te vaya. Mis ropas no creo que te sirvan mucho pero valdrá hasta que las compre de tu talla. Venga, ven... – Davidé anduvo hasta él dócilmente y vio todas las ropas por el suelo, fuera del armario. Agachándose, eligió una camisa negra y unos pantalones que parecían más anchos. Se puso todo lentamente, mirando el reloj de pared... La una y seis de la madrugada, normalmente a esas horas estaba durmiendo, lo cierto era que tenía un poco de sueño, se encontraba muy cansado. Los zapatos cayeron a su lado, Albert se los había traído. –Tenemos que irnos de aquí mon amour, tus cabellos están chorreando. Sécatelos. –¿Vamos a dejar todo esto así? ¿Y tu ropa? ¿Y ese chico?– preguntó mientras se secaba los cabellos. –El dinero me sobra, da igual donde vaya, tengo cuentas en cada país. Puedo comprar ropa donde quiera, esta ya no me gusta. Y en cuanto a tu amigo pronto lo encontrarán... Y para cuando eso suceda, tú y yo estaremos lejos. –Yo no me voy de aquí, no soy un cobarde. –¿Y qué piensas hacer? Esperar a que venga la policía y te detenga. No eres un ser humano vulgar y corriente, ahora eres un no muerto, un ser superior. Ya no tienes nada que ver con el mundo diurno, con la vida real. Ahora tu vida depende de la noche, de la sangre. Acaso deseas qué te atrapen y te examinen cómo a un conejillo de indias. De hecho no creo que te crean, te lo puedo asegurar. Y cuando llegue la luz del día en tu celda, sufrirás terribles dolores hasta morir. Tienes que venir conmigo, hemos de divertirnos más, como esta noche. –Estás loco. –Sí que lo estoy, me enseñaron a estarlo, me enseñaron a ser un loco, un vampiro está chalado, has de comprenderlo. –¿Quién te enseñó todo? ¿Quién te enseñó a ser un monstruo?– susurró tras escuchar la parrafada del no muerto. Una parrafada que tenía muchas cosas de verdad... –Janín, y ella sí estaba loca. –¿Y dónde está ahora? –Albert movió los hombros en señal de ignorancia. –No lo sé y no quiero verla nunca más. 60

–¿Era vampiro? –Sí, con muchos años más que yo, te sorprendería lo bruja que podía llegar a ser. Toda una vampiro.– sonrió recordándola. –¿Era tu compañera?– Davidé sentía cada vez más celos, no sabía por qué pero estaba celoso. –Estás haciendo muchas preguntas. Ya basta niño. –¿Era tu compañera?– frunció el ceño y forzó la voz. –Sí, lo fue ¿Te vale la respuesta? –¿La amaste? ¿Fue tu amante? –¡He dicho basta!– gritó nervioso. –¡Contéstame! –¿Para qué narices quieres saber una estupidez semejante? No... ¡No fue mi amante! ¡No la amé nunca! Sólo era mi maestra. –¿Y te quería ella?– estaba empezando a odiarla y eso que ni la conocía. –¡NO! ¡A mí nadie me ha amado jamás! ¡NADIE! En mi maldita vida, nadie. Y no me importa nada ¿Te enteras? No creo en el amor porque no existe y es una patraña, ¡UNA PATRAÑA! Davidé estaba asustado y apenado, así que bajó la cabeza. –Algún día espero que sepas lo que es amar y querer a alguien de verdad. Pero creo que no tienes corazón. ¿Y cómo puedes saber que nadie te ha querido jamás? –Por que el amor no sirve para nada, porque yo no nací para eso, sino para hacer daño. Y ahora tú, querido sacerdote, has caído en mis garras y pienso hacerte daño hasta que me aburra. Y de eso todavía falta mucho... –Te odio Albert. –Y yo a ti Davidé...

♠♠♠♠♠♠♠ Era una noche demasiado oscurecida por las nubes de tormenta. Volvería a llover sobre las calles de Roma como hacía varios días atrás. –Mira, lloverá como en la maravillosa noche en la que nos conocimos tú y yo Davidé... –No tiene ninguna gracia. Ojalá esa maldita noche de demonios jamás hubiera existido.– le cortó con brusquedad. 61

–No pretendía que fuera gracioso, sinceramente... la culpa es tuya por... –¿Por qué? ¿Por acercarme a ti? La culpa sí que es tuya por llamarme la atención con esas pintas de pez mojado. – Jo...Jo... me parto. –Quiero volver allí, a mi iglesia, a mi cuarto a por mis fotos... –Posiblemente la policía haya confiscado todas tus pertenencias y ahora estén en una comisaría como pruebas de tu sangrienta desaparición. Incluso puede que te culpen de la muerte del padre Marcello. –Volver, quiero volver. ¿No lo comprendes? Es mi vida, lo poco que tenía, estaba allí... –Era... tu vida Davidé, ya no lo es. Pertenece al pasado. Ahora estás muerto para el mundo real. No sé, ni me importa, si tenías familia, pero a estas horas ya deben de saber que estás desaparecido, que es lo más probable que piensen. –Tengo que llamar a mi hermana mayor, tiene que saber que estoy vivo.– Se estaba empezando a desesperar bastante. Le era imposible borrar veintiocho años de vida en una sola noche. –Ni se te ocurra tocar ese teléfono o te aseguro que te arrepentirás.– Davidé se había acercado hasta uno que había en una mesilla y lo descolgó. Cuando estaba a punto de marcar el número, ignorando deliberadamente las palabras del hombre, la línea se cortó. –¿Pero qué...? –Tú lo has querido, pues ahí lo tienes, ahora te dejo llamar cuantas veces lo desees.– Davidé tiró a suelo el aparato con furia. –¿Cómo lo has hecho sin siquiera moverte de ahí? –Todo está aquí mon amour– se llevó la mano a la cabeza y se dio varios toques.– Es pura telequinesia. –¿Telequinesia? ¿Eso qué se supone qué es? –Simplemente puedo mover objetos. Eso es lo que es. Puedo leer mentes débiles que se dejen. También puedo hacer que te sea difícil moverte... Pero no lo voy a hacer. –¿Puedes leer ahora mi mente? –No pude antes y desde luego ahora menos. Yo te hice, lo que conlleva que no pueda entrar en tu mente por mucho empeño que ponga en ello. Que lástima.– Albert siempre hablaba como con burla y Davidé comenzaba a exasperarse otra vez. –¿Y yo por qué no puedo hacer todo eso? –¿Quién te ha dicho que no puedes? –Éste se quedó perplejo al enterrarse de que podía. 62

–No puedo, lo intento pero no me sale... –Han de enseñarte, aunque yo no pienso hacerlo por ahora. –¿Tienes miedo a que si aprendo te venza y consiga irme? –Yo no tengo miedo a nada de eso, tú no puedes irte, eres mío, te compré a Dios Todo Poderoso. ¿Recuerdas? –Aprenderé yo solo si hace falta– frunció el ceño. –Eso no te lo crees ni tú, guapo. Yo soy mucho más fuerte. Tengo mis tres largos siglos de existencia. –Entonces no has madurado nada, no sé a que edad te convertiste en el demonio que eres, pero no has conseguido avanzar en tu personalidad. Eres un niño. Yo a mis veintiocho años soy mucho más adulto que tú. –¡Cállate!– empezaron a picarse de nuevo. –¿Te duele verdad? Porque sabes que tengo razón. –Y tú qué narices sabrás de mi vida, te quejas de que estás sufriendo.– dijo con tonillo despectivo.– Pero no puedes ni imaginarte lo que yo tuve que pasar, lo que he tenido padecer en este asco de vida. –Tú mismo lo has reconocido, es un asco de vida, entonces ¿Por qué narices me lo haces pasar a mí? –Porque ¡SÍ! Acaso hace falta una razón, no comprendes mis criterios, hago lo que hago porque sí y ya está, sin pensar en las consecuencias. A mí me enseñaron a ser así. Así es mi mierda de vida. No me importa lo que pienses ni me importas tú con tus quejas y lloriqueos de niño pequeño. Tu madre no va a venir para consolarte, seguro que es pasto de los gusanos en alguna putrefacta fosa de muertos... –Eres un bestia Albert– Se acercó y le soltó un bofetón– No tienes respeto hacia nada ni nadie– otra vez los sollozos salieron a la vista– No me respetes a mí si no quieres, pero a mi madre ni la nombres ¡NUNCA MÁS! –Yo... – ya no sabía ni qué decir, no podía disculparse ni volver atrás en el tiempo. –Está muerta, murió, murió de lo mismo que debería haber muerto yo. Y ahora estaría con ella, pero tú qué sabrás, qué derecho tienes a nombrarla, sólo yo puedo nombrarla, sólo yo... ¡Porque es mi madre y es lo más sagrado del mundo entero! No puedes bórralo de mi mente por mucho que me repitas que mi vida pasada ya no tiene nada que ver conmigo. Está en mi corazón y jamás la olvidaré... Y ahora he perdido mi último recuerdo de ella, su foto se ha perdido, la has lanzado lejos de mí. Ya no podré recordar su rostro, aquella foto... 63

La tormenta estalló y la lluvia era lo único que se escuchaba. Era el silencio más horrible del mundo, Davidé sentado en el suelo, al lado del teléfono roto... Con las manos a los lados de la cabeza y ésta hundida sobre el pecho llorando en silencio. –Aquella foto fue su última foto, fue la última vez que la vi con vida... sí... Ella ahora es pasto de los gusanos. – una risilla nerviosa brotó de la garganta de Davidé dándole un aspecto macabro. Albert se sintió fatal, asustado incluso. –Davidé... –Te odio... te odio... te odio... te... odio... –Davidé... –¡TE ODIO! –Davidé... toma Davidé... toma tu recuerdo... –¡TE ODIO! –Davidé por favor escucham... –¡NOOO! ¡No tenías bastante con humillarme a mí, sino que has tenido que seguir con mi pobre madre! He perdido cosas importantes para mí. Sólo tenía esas fotos, te odio hijo de puta, eres despreciable y envidioso. Tú no tienes nada y te doy tanta envidia que has tenido que arrebatarme lo único que he tenido siempre. Mis fotos, mis recuerdos. Mi madre, mi hermana viva, mi Isabella, los amigos que me quisieron, tuviste una envidia corrosiva de todo eso porque a ti no te quiso ni te querrá nunca nadie.– se levantó hacia Albert y le empujó, seguidamente se dirigió raudo hasta la puerta de salida y Albert le inmovilizó con su poder mental. –¡Suéltame maldito vampiro! –¡No vas a irte! ¡Eres mío!– se acercó hasta él y lo hizo ponerse de rodillas. Era como si unos fantasmas invisibles le forzaran. Se arrodilló a su lado, frente a frente mientras Davidé intentaba, sin éxito, escapar de aquella fuerza incorpórea. –Vampiro... – susurró con extraña pasión odiosa que excitó a Albert. Qué bello era Davidé cuando estaba enfadado y enrojecido por la ira. Le brillaban más los ojos, sus cabellos mojados se le pegaban a la frente y a las mejillas. Sus músculos, bajo la camisa, hacían fuerza para intentar desasirse de ese poder. Empezó a jadear por el esfuerzo. –No vas a poder. Ahora podría obligarte a cualquier cosa... a cualquier cosa... – le rodeó la cintura con los brazos y sus pechos se tocaron. Hizo que los brazos de Davidé le abrazasen con fuerza. La mente y el cuerpo se le estaban disparando, Albert había perdido ya el sentido de la realidad. –¡No quiero tocarte, me repugnas! – jadeó en un nuevo intento de forcejeo, no podía soportar la idea de tenerlo tan cerca y menos de que se burlara así de él. 64

–Podría obligarte a hacer miles de cosas que no te gustarían. Como por ejemplo a...dejarte poseer, ser mi amante, sería muy divertido escucharte gritar que no te tocara, escucharte decir que te doy asco... –Podrías obligarme cuantas veces quisieras... – susurró en su oído tras dejar de resistirse– Pero... no te serviría para nada porque tú no sabes lo que es disfrutar del amor, eres un monstruo sin corazón. Poséeme si es ese tu capricho, viólame otra vez como hiciste al crearme... –Te quiero... – Albert lo susurró muy bajito y Davidé rompió a llorar. Sabía que era mentira, que era mentira... –¿Por qué Albert? ¿Por qué ese empeño persistente y feo en hacerme daño? Sé que es mentira, una burda patraña de las tuyas. Tú mismo dijiste que el amor no existe. Yo tampoco creo en él, no es real... –Es cierto, he mentido para ver tu reacción. No te amo en absoluto, eres un tío, así que me produces tanto asco como yo a ti. – lo dejó libre y se levantó. Empezó a reírse despiadadamente como un bufón grotesco. –Deja de reírte... ¡DÉJAME EN PAZ! –¿Otra vez con ese cuento estúpido? No te soporto cuando te comportas como una pobre víctima. Y ahora levanta tu culo de ahí porque esta vez sí que es hora de marcharse de este lugar de muertos. ¡Ah! y toma una cosa. Tus malditas fotos, ¿No las querías? Pues aquí las tienes.– las sacó del bolsillo de la chaqueta y se las lanzó a la cara. Davidé no tuvo ninguna clase de reacción, se limitó a mirar a Albert con ojos sorprendidos, al ver cómo éste desaparecía de la escena y entraba en la habitación contigua dando un portazo. –Albert... –susurró para sí– Dijiste que estaban en mi habitación, pero mentías como siempre...

♠♠♠♠♠♠♠ Las recogió del suelo y las miró. Al fin su madre de nuevo, al fin su hermana viva. Su otra hermana melliza murió de pequeñita. Luego su foto en las misiones, con todos sus otros compañeros y amigos, con los niños... Nunca volvería a verlos, nunca más, pero al menos sus imágenes volvían a estar en su poder y jamás dejaría que se perdieran otra vez. También estaba la imagen de cuando iba a aquel colegio privado en el cual había sido un chico rabioso y vengativo. Pero no estaba la de Isabella y él juntos... –Isabella... – miró alrededor pero no dio con ella.– Isabella, no quiero olvidar tú carita de ángel herido... Tú sí sabias lo que era el amor... Te quise tanto mi vida, te quise tanto... Ahora podríamos estar juntos lejos de aquí. Pero ese cabrón que es mi padre no nos lo permitió... Y ahora ya sólo puedo recordar tus lágrimas transparentes y limpias. No como estas que ensucian mi cara de rojo.– Las limpió con la manga de la camisa. –Si supieras en lo que me ha convertido ese monstruo– pensó– pero eso no es lo peor Isabella, lo peor es 65

que le quiero. Que le quiero como te quise a ti, que estoy enamorado de un monstruo, de un hombre, y de lo que más me avergüenzo... Que le quiero infinitamente más de lo que te amé a ti. ¿Podrás perdonarme mi amor? Te quise, pero me obligaron... nos obligaron a dejar de querernos. Ojalá me obligaran, me obligaran a dejar de sentir esto que me arde en el pecho por ese hombre, pero ni Dios rige ya mis actos, porque he perdido toda noción de ellos y no sé lo que hago o dejo de hacer. Te cuento todo esto, mi amor perdido, porque estoy loco, sé que ni me oyes... Sé que si te tuviera delante no me atrevería a confesarte tales perversiones... Y qué más da, si te tuviese delante tal vez te chuparía toda la sangre... Eso es todo... Apretó las fotos contra su pecho y sonrió. Albert las había cogido y estaba seguro que era para dárselas en algún momento. No le importó su brusquedad al hacerlo, sólo pudo ver que en el fondo de esos ojos verdes, se escondía otro Albert que no era tan malo. Davidé se aferró a esa idea, a la idea de que su amado vampiro no era más que un chico débil que no hacía otra cosa que esconderse tras una máscara. –Cómo no voy a amarte cariño si no puedo evitarlo, me has devuelto un pedacito de mi vida, y lo has hecho porque en el fondo eres maravilloso. A veces pienso que te odio tanto y mi rabia es tan intensa, que no siento amor por ti, que ya no puedo quererte, pero luego vienen los instantes de paz, como este, en los cuales te quiero más de lo que podrías pensar nunca...

♠♠♠♠♠♠♠ Albert miró la chica de la foto. No era especialmente guapa, pero tenía cara de angelito bueno. Se sintió celoso de ella, de como abrazaba a un Davidé adolescente, de como éste la rodeaba a ella. Tan sonrientes, tan felices. Envidia de ella y de esa felicidad. Estaba más que claro que en el instante de hacerse aquella foto se amaban. ¿Se la daba o por el contrario se la guardaba? No, todavía no se la devolvería, quería continuar apreciando esa mueca característica de Davidé que le había enamorado perdidamente. Le dijo "Te quiero", pero había sido de mentira aunque fuera la realidad. Demasiado complicado de comprender. –Perdóname mi vida... –susurró. –¿Cómo has dicho Albert?– sonó esa suave voz a su espalda que casi se le abrasó el corazón. –Nada, no iba contigo. Además a ti qué te importa. Ponte un abrigo porque ahora sí que nos vamos. –Gracias por mis recuerdos. 66

–Pensaba comérmelas, sí... Ciertamente haces bien en agradecerme que no las tirara por el balcón o las quemase delante de tus ojitos... Qué bueno soy a veces, me sorprendo de mí mismo.– soltó con pura arrogancia y después una carcajada que sentó como una patada al otro. –Eres un arrogante. –Y tú muy guapo mon amour. ¡Ponte el abrigo de una maldita vez! Eres de lo más exasperante cariño, la noche es joven, somos vampiros y hay que divertirse. –Eres un ser adorable, ¿Lo sabías? –le dijo con sarcasmo. –Por supuesto, ¿Lo dudaste? Yo, Albert el vampiro. Albert, el hijo de puta más adorable que existe sobre este reino y sobre el resto del universo. Davidé se dio la vuelta con mucho enojo. Ese idiota se lo tenía muy creído. Se enfundó en el abrigo negro que le arrojó el arrogante y se resistió a salir de la suite. –¿Ahora no quieres salir? No hay quien logre comprender lo que piensas. Primero huyes, luego te quieres quedar aquí. ¿Me puedes decir qué es lo que quieres? –A ti... – le susurró sensualmente cerca del oído. Albert se quedó pasmado. – Sí... a ti... pero muerto y enterrado, lejos de mí... –¡Qué salgas!– se enfureció por dicha burla. Qué vampiro cruel podría ser a veces aquel maldito Davidé. –No me toques más vampiro. Puedo caminar por mí mismo. –Pues quién lo diría...

♠♠♠♠♠♠♠ Entraron en el ascensor junto a un hombre trajeado y maduro que los miró de reojo por el extraño aspecto de aquellos dos hombres. ¿Quién no miraría a un vampiro sin saber que lo es? Albert lo miró a su vez y sonrió malicioso. Acababa de leer sus pensamientos... y le hicieron mucha gracia, aunque también lee pusieron celoso. Davidé era suyo y no se lo dejaría a nadie. –Eso que está pensando no es muy ético, ¿No le parece caballero?– éste enrojeció violentamente. –¿Cómo dice joven? No le comprendo ni le conozco a usted. –Venga hombre, no se haga el tonto– pasó el brazo por la cintura de un Davidé alucinado. Recordó entonces que él podía leer las mentes ajenas y le hizo enfurecer de vergüenza. 67

–Albert, no deberías.– le reprendió. –Calla cariño, quiero que sepas en lo que este hombre, padre de familia respetable estaba pensando. ¿Eh? ¿Se lo digo a mi novio o no?– Davidé se puso muy nervioso, ese juego grotesco le parecía muy desagradable. –Yo a usted no le conozco, así que deje de ser tan grosero. –No puede negar que estaba pensando en mi compañero. Ya sé que es guapísimo y atractivo, pero eso de pensar en acostarse con él en una noche de lujuria me parece un poco excesivo. –¡Albert! ¿Cómo se te ocurre decirle algo así? ¡Y suéltame ya!– se desasió de él con furia.– Discúlpele señor, pero está mal de la cabeza y tiende a delirar. Está enfermo.

♠♠♠♠♠♠♠ El hombre, muy violento, ya que sabía cuanta realidad había en aquellas declaraciones, no dijo nada y salió del ascensor con paso rápido y apresurado. –Eres idiota Albert, y despreciable. –Sabias que lo estaba pensando realmente. –No, no lo sabía, no puedo ni deseo leer sus pensamientos. Son privados y personales. Si realmente lo que le has dicho es lo que pensaba, pues está en su derecho. –Te deseaba, no te puedes ni imaginar las imágenes que su mente dibujaba contigo y ese pedazo de cuerpazo que tienes– sonrió malicioso. –No te burles de mí... no quiero saber nada más. –Me puse muy celoso, compréndelo... Davidé no contestó, iba a perder los estribos en cualquier momento, la cabeza parecía estallarle, estaba hasta las narices de ese comportamiento infantil que Albert tendía a demostrar. Todo el rato... burla tras burla. Albert, que ya tenía pagada la suite desde el primer momento, cogió del brazo a su amor y lo sacó fuera, bajo la lluvia. –¿A qué narices estamos esperando? –A que traigan mi cochecito bonito, último modelo. ¿Sabes conducir? –Sí. ¿Adónde vas a llevarme ahora? –A un lugar... – Permanecieron en silencio largo rato hasta que les trajeron el coche nuevo. Albert le abrió la portezuela e hizo un gesto caballeroso que no le 68

gustó al otro. Puso en marcha el vehículo y se alejaron por las calles, bajo las fuertes gotas de agua. –Cuando encuentren a ese pobre chico... te buscarán Albert.– dijo preocupado. –Acaso piensas que les he dado mi verdadera identidad. No seas tonto. En realidad yo no figuro con mi nombre real en ningún sitio. Pero sí con otros seudónimos. Janín lo hacía y jamás la descubrieron. Ya se sabe que el dinero mueve montañas. –Eso es escapar... –Es sobrevivir. Antes era mucho más fácil todo, pero en esta horrible y maravillosa época del siglo XX, todo está más controlado. Si no tienes abogado estás muerto, si no tienes dinero... no conseguirás salir. Muchos vampiros han desaparecido por no querer progresar y modernizarse. Finalmente, han ido esfumándose, extinguiéndose en el tiempo... Y a veces yo casi creo extinguirme también... –A muchos otros seres como nosotros– continuó– les ha costado adaptarse al tiempo que nos acontece, aunque al final han sobrevivido. Pero siguen un poquito anticuados, visten con ropas lo más parecidas a las de su tiempo, cuando se convirtieron en vampiros quiero decir. Antes, los no muertos no teníamos que preocuparnos en absoluto de cuando dejábamos los cadáveres en alguna callejuela, flotando en el río o en cualquier otra parte. En cambio ahora hemos de cuidarnos, la policía tiene sus métodos... Y si no eres un tipo listo nunca se sabe. Hace mucho que yo no existo, ni tengo identidad, que mis huellas no están en ningún lugar... –Pero sí las mías Albert, las mías sí existen. Y yo no soy hijo de cualquiera. Mi padre pertenece a la mafia– Albert silbó de sorpresa. –Perfecto, es muy probable que achaquen a las mafias tu extraña desaparición. ¡La que se puede montar amigo!– Después de eso, se mantuvieron en silencio en el coche, escuchando simplemente el repiquetear de una lluvia fina sobre el capó del vehículo. Davidé miró las gotitas de su ventanilla, observando la manera en la que se deslizaban... rápidas a veces... lentas otras. A menudo, una pequeña gotita se unía a otras a su paso, formándose entonces una gran gota que caía más deprisa, como una lágrima limpia de sangre, repleta de sal. En ocasiones, aquella gran lágrima era salpicada con nueva lluvia y jamás conseguía arribar al final de la ventana... qué cruel... Pensó en todo lo que le había dicho Albert, con una seriedad y madurez que jamás creyó que vería en él. Su voz había sonado demasiado bien, y mientras lo miraba, encontró otra razón más para amarlo silenciosamente. Él parecía muy inteligente y sabio, como un niño de tres largos siglos. Y pensar que los llevaba a su espalda y siempre saliendo a flote él solo. Tenía que ser muy valiente para soportar tantos años la soledad y la vida día tras día. 69

–Albert... Déjame en paz por favor, yo no tengo fuerzas para seguir con esto. Soy demasiado cobarde, la eternidad me aterroriza. –Tú vivirás... – y nadie habló más durante el trayecto restante.

♠♠♠♠♠♠♠ El coche se detuvo cerca de una antigua mansión y Albert salió para abrirle la puerta a su acompañante. Tras salir bajo las gotas de agua, entraron en aquel lugar y Albert subió las escaleras parándose a mitad. –¿No piensas subir? Esta casa es mía, la compré hace dos días. Como Roma es una ciudad tan bonita, pensé vivir aquí algún tiempo. Vamos sube. –Yo no quiero vivir aquí. –No digas estupideces y hazme el favor de acompañarme. Te voy a enseñar tu habitación. Albert tuvo que descender para ir en busca de aquel vampiro malcarado que se había dado la vuelta para salir por donde había entrado. Lo rodeó por la cintura y flotó a un par de metros del suelo. El otro, totalmente asustado, se estrujó contra Albert por miedo a caer. –¿Te gusta? ¿A qué es muy divertido esto de volar? –¡Bájame! ¡BÁJAME!– chilló a modo de orden. –¿Te gustaría aprender mon amour? Es muy divertido. Me elevo más y después te dejo caer, así es como se aprende. –¡¡¡BÁJAME!!!– Albert se asustó al escuchar aquella voz sobrenatural y se posó sobre el suelo soltándolo después. –Vaya, qué mala uva tienes mon amour.– le agarró de la mano y lo atrajo hacia las escaleras. Llegaron hasta una habitación sin ventanas. Las paredes no tenían ni una sola obertura. –No hay ventanas... –Qué perspicaz eres, ya sabes que no podemos ni ver la luz del sol, nos destruiría, y de manera poco agradable. Muchos han perecido así, otros se han tirado a una hoguera para que luego esparcieran sus cenizas y no pudieran retornar. Así que ordené quitar las pocas ventanas que quedaban. –Parece una casa de pesadilla. –No creas, el resto es muy bonito. Puedes visitarlo cuanto quieras. Y recuerda que por mucho que lo intentes, no podrás escapar. –Y mientras duermas, ¿Cómo se supone que vas a impedírmelo? 70

–Inténtalo cuando te apetezca, así lo comprobarás. –Por supuesto. Adiós. –Se encerró en aquella habitación amplia y que en el fondo no era tan fea. Le recordó a su habitación cuando era niño y su pobre madre todavía vivía. Era una estancia tan amplia como aquella, con una cama igual de enorme, con sábanas de color, limpias y suaves. Todo era muy parecido. Sólo que en ésta no existían ya los ventanales o lo que hubiera antes. Se dejó caer como un plomo sobre el lecho blando y limpio. No podía creerse que fueran ya casi las cinco de la mañana. Miró hacia la puerta... Ya intentaría escapar a la noche siguiente, ahora se notaba agotado, harto, triste y desalentado...

♠♠♠♠♠♠♠ El vampiro Albert se apoyó tristemente en la puerta de aquella estancia en la que se encontraba su vampiro, al otro lado latía un corazón llamado amor, pero no era para él. Dejó que sus lágrimas sangrantes y dolorosas como pinchos, mancharan la puerta de caoba. Era felizmente desgraciado. Qué horror. Se alejó de allí con paso eterno, tan lento que parecieron horas enteras. Al llegar a su propia habitación se quitó el abrigo y lo dejó por ahí tirado. Siempre era desordenado. Se acercó a un espejo y quitándose las gafas, se apartó los cabellos feos de la cara para observarse. –No tenía más que veinte años... Era un niño feo y escuálido... ¿Por qué no me dejaste crecer unos años más?– dijo a alguien que no estaba allí y que no sabía si volvería a ver. ¿Por qué me hiciste esto tan pronto? Sólo veinte años... Pero me lo merecí por cabrón e irresponsable, por mal niño. Ya hora estoy aquí, enamorado del ángel perfecto... y yo... con este aspecto infantil, con este feo pelo amarillo, tan escuálido... patito feo, patito feo, maldito patito feo... deberías desaparecer porque en realidad... ni siquiera existes... Se dejó caer al suelo de rodillas tapándose la cara con las manos. –¿Por qué nadie me ha dicho nunca "te quiero, te amo, te deseo"? ¿Por qué? Más de trescientos años y nunca me lo han dicho. Casi nadie me ha querido, a casi nadie le he importado, casi nadie me lo ha demostrado. Puedo contar con los dedos de una mano, todos a los que le he importado un poco. Y Davidé... me odia y tiene razón, pero no puedo darle mi amor, no podría soportar su rechazo. Año 1980... El año en el que había decidido que debía desparecer para siempre del mundo. Había sido como un plazo impuesto unos años atrás, decidiendo que si no encontraba una poderosa razón por la que seguir adelante, se suicidaría de verdad, sin vuelta atrás. Llegado al fin ese esperado 71

año, seguía sin encontrar esa razón, por pequeña que fuera que le diera ganas de vivir. Y entonces decidió visitar las grandes ciudades, decirles adiós, Albert el vampiro se paseó por aquí. Pobre imbécil... ¿Por qué tuvo que llegar a Roma? ¿Por qué a esa ciudad de los demonios? ¿Por qué a esa iglesia? ¿Por qué vio unos ojos pardos tan bellos? Y una sonrisa tan comprensiva... ¿Por qué volvió a él? Había encontrado la razón por la que vivir de nuevo... Davidé... el simple y puro amor... Tendría que haber escapado de ese amor, pero estaba atrapado como en una telaraña. Ya no podía morir, sólo pensar en quererlo, en verlo y oírlo cada segundo de su vida... Aunque no escuchase más que te odios y no me toques... Con tan poco podría vivir mucho más... Hasta que Davidé desapareciese, entonces... Sí sería el final, porque sin él se diluiría para la eternidad, ya no existiría la única razón por la que seguir existiendo en aquel inmundo planeta. Pero mientras Davidé siguiera con vida, pasara lo que pasara, no se quitaría la vida, mientras el amor viviera... Se levantó sin querer ver de nuevo su espantosa imagen en el espejo, para sentarse en la cama y echarse sobre ella. Y así quedó durante todo el día siguiente, dormido en aquella posición. Davidé no intentó escaparse y los dos se durmieron pensando en lo infelices que eran... ♠

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"Aquel piano de sangre"

♠Su manita fría que descansaba para siempre, su manita exánime... tan cruel la sangre que manchaba sus dedos inertes... ¿Por qué? No quiso hacerlo, no era su deseo matarla, ni siquiera tocarla ni acercarse... Ella... que había aparecido sin más, en el pasillo de la espantosa casa en la que Albert le obligaba a vivir. Y ahora, su manita joven e inerte yacía helada sobre el suelo mojado de líquido rojo... su horrible segunda víctima inocente... aquella pobre muchacha... mirar sus cabellos negros y rizados, largos y bonitos, empapados de muerte... una muerte que él le había hecho aceptar a la fuerza...

♠♠♠♠♠♠♠ Hacía cuatro días de su conversión, cuatro noches largas y eternas, a cada cual más exasperante y monstruosa. No lograba hacerse a la idea de que era un ser inmortal, de que no había forma posible de acabar con aquel terror. Lo intentó sin éxito millones de veces. En cuanto a Albert, no le había visto en las cuatro noches ni una sola vez. A veces pensaba que el vampiro ya no estaba allí, en aquella casa sin ventanas... pero sí que se encontraba en ella, podía escucharlo, incluso su voz al otro lado de la puerta de madera sonaba lejana. "Davidé, haz el favor de salir maldito imbécil, déjate ya de estupideces y sinsentidos", le había gritado desde allí, pero no le dio una respuesta. Que pensase que él ya no existía allí dentro, en la habitación sin luz... a oscuras... Albert no entró ni una sola vez. Mejor así, no le apetecía ver su cara, ni su pelo, ni percibir su olor... ni... amarlo desesperadamente... La noche siguiente, tras dormir durante el día y por primera vez en aquella casa de fantasmas, sintió un vacío en el cuerpo. Un vacío inexplicable y extraño. Su cuerpo, su corazón, su mente, no veían más que sangre por doquier, sangre, sangre, sangre, sangre... la maldita sangre... Tenía los labios resecos de nuevo, la garganta ávida de beber, y aunque hubiese encontrado agua o lo que fuera, probablemente lo habría escupido o rechazado. Y no habría servido para saciar la sed ferviente que sufría. Pero sabía que podría aguantar aquello, que era como el hambre, si pasabas sin comer, el hambre venía y luego se iba. Y fue realmente así, el primer día... Luego llegó uno nuevo y aguantó como un loco, agarrándose a las sábanas de la cama, mordiéndolas porque sus colmillos necesitaban hincarse en algo, lo que fuera. Era una extraña sensación, le picaban, crecían, parecían alargarse más y más, pidiendo hacer incisiones en algo caliente y blando. Y todavía con eso, pudo pasar a la 73

tercera noche sin final. Despertó tras no soñar nada... No tenía hambre, ni tenía sed, que era todo en uno, ni sus dientes deseaban morder continuamente lo que fuese. Pero estaba muy vacío, su alma se encontraba inerte allí, sobre una cama revuelta y desordenada, manchada de lágrimas resecas y marrones. Sangre muerta y despreciada. Su vida era como aquello, reseco y marrón, una gota de sangre sobre una sábana mordida por la rabia. Respirar trabajosamente sin moverse en horas, mirar al techo sin fijarse en la oscuridad ni en las telas de araña... Pensar en nada.

♠♠♠♠♠♠♠ Las tres, las cuatro, las cinco, sonaba el reloj de pared colgado en alguna parte de la casa. Las tres, las cuatro, las cinco, levantarse y encender la lámpara de una mesilla. Albert siempre estaba allí, al otro lado de la madera con su sombra proyectada bajo la obertura de dicha puerta. –Davidé... ¿No vas a salir? Quiero enseñarte la casa– no había respuesta, nunca la hubo. –Davidé, sé que tienes hambre, sé que tienes sed. Piensa en toda esa sangre que te espera, sólo nacida para ti, allí fuera, en las calles, en el pueblo en el que estamos. –No le había respondido. – Como tú prefieras imbécil, ya estoy cansado de insistir para que salgas. Pero óyeme una cosa, llegará el momento en el que saldrás de ahí dentro, de tu guarida y entonces la imagen que veas en el espejo de ti mismo te aterrará. Tampoco te importará a quien atacar, viejo, niño, hombre o mujer. No verás más que la bella sangre.– Y luego había marchado.

♠♠♠♠♠♠♠ Las seis, las seis... las seis y dentro de una hora el día, y dentro de una hora el sueño de pesadilla acudiría a él. Tan cansado se encontró, tan cansado que sólo podía recordar, lo único que no le cansaba. Recordar cómo era de feliz en las misiones, con todos aquellos niños a los que enseñar millones de cosas fabulosas. Sus compañeros y amigos, todo tan bonito... pero huir... Era lo único que su corazón cobarde le había dictado, escapar de todo. Estaba muy, muy cansado por aquel entonces, sabía que moriría al igual que su madre y de la misma enfermedad. Y estaba triste por renunciar al amor. Era un sacerdote, no tenía derecho a esa clase de amor. Había renunciado a ese sentimiento incluso antes de que su padre lo metiera por obligación en el seminario, al perder a Isabella a la que jamás vería por última vez. Y para colmo no le había servido para nada toda aquella cobardía, para nada bueno. Tan sólo para descubrir que el amor venía por sorpresa y por mucho que se intentase, no se podía escapar de él. Maldito amor perturbado y anormal. Por un hombre ¡Un maldito imbécil! Por otra persona de su mismo sexo, que tenía todo lo mismo 74

que tenía él en su cuerpo. Con voz de hombre, con rostro de hombre, con alma de hombre... Le costaba tanto asimilarlo, era demasiado fuerte aquella desviación mental, demasiado anormal. ¿Cómo los llamaba su padre? Maricones... ¿Qué diría su padre de aquello? No quería ni imaginarlo. Hacía años que no veía a ese cerdo insensible, así que la mierda con él. Sólo podía pensar en Albert, Albert... su nombre sonaba demasiado bien, fue conocerlo y sentir una atracción demasiado fuerte e intensa, sexual, perversa, lasciva y erótica. Se sentía aterrorizado por aquello, al principio no era más que un pensamiento estúpido, creyendo que jamás volvería a verlo. Pero él volvió para hacerle daño, y cuando estuvo entre sus brazos en aquel rincón de la iglesia junto a los pequeños cirios encendidos, cuando notó sus ardientes pero fríos labios en el cuello, fue entonces cuando él le hizo desatar todos aquellos pensamientos que comenzaron a atormentarlo tan perversamente. Si se quedaba solo, los pensamientos se perdían en la locura, divagaban, creaban escenas imposibles entre ellos dos. Imaginaba que Albert iba hasta él y éste lo acorralaba en una esquina, que se resistía a sus caricias e insinuaciones vampíricas, pero que al final le abrazaba también y se besaban. Pero la cosa se agravó, seguía su mente imaginando que hacían el amor como lo hacen dos hombres, aquello ya era sucio, pervertido, horrible. No podía parar de rezarle a Dios para que le concediera el perdón, y aún así seguía sintiéndose un sucio monstruo de pensamientos perversos, y es que por mucho que rogara el perdón, no se podía arrepentir de haberse enamorado locamente de Albert. No podía arrepentirse. Era tan débil en aquellos instantes que sólo quería morir. Y ahora, que ya ese deseo sexual era imposible, lo reemplazaba el anhelo de la sangre. La de Albert sobre la de cualquier otra persona. Era como ese deseo sexual perverso y erótico, la sangre de Albert no hacía más que llamarlo... ven... ven... Pero no puedes beberme porque Albert no te quiere. Albert, un hombre ¿Por qué Albert iba amar a otro hombre? Otra razón más para tragarse sus sentimientos. Hacía muchos años que había renunciado definitivamente al amor, tal vez no a sentirlo, pero sí a poder expresarlo. No le dejaban, nadie le había dejado nunca. Primero su padre, que no permitió que su amor por Isabella siguiera. Luego el sacerdocio, que no admite expresar esas cosas tan impuras, y al final y para siempre, Albert no le dejaba quererlo. ¿Por qué dos hombres no podían amarse abiertamente?

♠♠♠♠♠♠♠ Romper, la noche terminaba, romperlo todo, destrozar y tirar todo cuanto la habitación contenía. La cama, los muebles, estanterías con libros, la mesa, las sillas, las lámparas. No quedaría títere con cabeza. Muerte, muerte a toda aquella mierda que detestaba y aborrecía. Muerte a la muerte misma. Lo único que deseaba probar de nuevo, era el agridulce sabor especial que tenía la 75

sangre, besar la sangre. Tenía un hambre feroz y lo odiaba todo con locura. Se estaba volviendo definitivamente desquiciado, chiflado. Romper...

♠♠♠♠♠♠♠ Cuarto día, sin fuerzas, el cuarto día sin apenas moverse, al igual que el día anterior. Todo tirado por ahí, amorfo. Ya nada tenía una lógica en aquella habitación repleta de desorden. –Desorden... – empezó a reírse con puro desquicio– Yo jamás he sido así de desordenado. Y qué... ya nada tiene orden aquí, quiero morir, morir... Y de pronto, una presencia en el pasillo, no era la de Albert, si no la de una mujer, podía sentirlo, una mujer llena de vida y de sangre alentadora. No sabía cómo ni por qué, pero había salido al fin de aquel lugar caótico... Y la veía al fondo de ese pasillo, al lado de una puerta. No parecía estar asustada. Se acercó con las piernas repletas de tembleques, se encontraba muy débil. Y ella lo miró, y la expresión de su rostro se ensombreció en una mueca de miedo. ¿Qué es lo que había visto? Se miró en un espejo y como Albert le hubo dicho, su imagen resultaba aterradora. Nunca se encontró tan pálido como entonces, los ojos sin brillo, los cabellos tan oscuros que le hacían parecer más blanco todavía... tan delgado, con los labios resecos y la boca torcida en una mueca que dejaba ver sus colmillos grandes. Con la respiración desbocada, con lágrimas rojas en los ojos. La muchacha estaba clavada como un palo al suelo, se agarraba a su bolsa, retraída contra una puerta, totalmente acongojada. –Vete de aquí... – su voz sonó igual que la de un fantasma.– ¡Vete!– la espetó con un ademán. Ella perdió los nervios y chilló histérica, entonces ya nada pudo pararle, la sujetó con mucha más fuerza de la que pensaba que tendría en aquellas circunstancias y buscó su cuello caliente. Ella continuaba gritando como loca, sobre todo al sentir esos horribles pinchazos que le hizo al clavar sus incisivos colmillos afilados como cuchillos. Pronto cesaron todos los lloros y chillidos y ella quedó inerte pero no muerta. Esta vez pudo resistir el imparable deseo de seguir absorbiendo sin parar hasta que muriera, quería y necesitaba más pero... aquella vida podría salvarse... La dejó semi inconsciente sobre el suelo manchado de sangre derramada sin querer y le acarició los cabellos. –¿Cuál es tu nombre?– pero no respondió– No vas a morir, no dejaré que mueras– sus ojillos negros se cerraron y se quedó completamente fría y sin color. Su corazón ya no latía y la muerte se la había llevado. Enloquecer... otra vez, otra vez un alma inocente se perdía en aquel maldito líquido. Y las 76

lágrimas que caían sobre su manita muerta, manchándola otra vez. Rezar por su alma... a Dios... para que no se perdiera. Otro funeral, más funerales... eternos, podía comprenderlo ahora, tendría que hacer cada noche un funeral nuevo, interminable... Por eso necesitaba morir y terminar con aquella no– existencia. Porque matar era espantoso y enloquecería... esa manita llena de muerte encarnada... –Davidé... no quisiste hacerme caso, te lo advertí y no me escuchaste. Ella se asustó, ¿Es eso lo que deseas? –Cállate Albert– susurró duro, con la cruz sobre los labios. –Según tú, no es tu deseo hacerles sufrir, pero mira cómo lo has hecho, eres un desastre. –¡CÁLLATE! –Eres un desastre, has de aprender... – sonrió inocentemente. –¿No ves qué estoy haciendo su funeral?– se estaba crispando.– No me molestes. –No la traje para que te la cargaras, era una empleada ¿Y ahora qué? Suerte que no era de este pueblo y que nadie sabe que estamos aquí, sino vendrían a por nosotros como en Franquestein. –¿Cómo puedes comportarte de una manera tan insensible? Al menos respeta su muerte, porque yo estoy destrozado. –Siempre lloriqueando, que si no sé qué, que si no sé cuántos... Has de aprender. Está muerta y punto. –Yo no quería, me aparté antes, ella vivía, no debió morir... – se derrumbó en sollozos silenciosos. –Era inevitable... – Quería ir hasta él y estrecharlo entre sus brazos para mecerlo y silenciar sus lágrimas, para apartarlas con los labios... Una ilusión que hacía mucho que no tenía sentido. –Si yo muriese, dejaría de ser inevitable... –¡NO!– chilló enérgico, casi por un impulso. Vio a su vampiro sonreír desquiciado, acariciar el cabello rizado de la mujer. –Era tan bonita, tal vez iba a casarse... quién sabe... ni siquiera su nombre conozco... Aun así no quisiera enterarme, sería un peso muy grande... –Hemos de enterrarla o algo, aquí no la podemos dejar. –No Albert, yo no podría ver eso. Hazlo tú si quieres... yo no puedo... – se levantó temblando y se metió en su cuarto. Albert se quedó muy triste y acercándose a la muchacha muerta también le acarició los cabellos.

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–Ibas a casarte ¿verdad? Pero él nunca acudió, ese hijo de puta te abandonó vilmente, dejándote sola y embarazada. Después tu hijito se murió, y tú alma con él. Tal vez ya habías olvidado tu verdadero nombre, nadie te quería, a nadie le importabas. Yo te ofrecí la muerte y tú la aceptaste, sabías que hoy vivirías al fin de nuevo, con tu hijito, o tal vez lo creíste. Todo terminó. Tal vez sufriste terror, pero al final comprendió tu alma casi inerte, que aquel ángel Davidé era ese ángel que tanto anhelaba tu corazón. Ese ángel... que tanto quiero. Tal vez algún día le cuente este secreto, para que su peso no sea tan excesivo. Pero ahora tiene que aprender... Sin embargo soy demasiado malo como para enseñarle de otra manera. Levantó delicadamente la mano de la víctima y se la llevó a los labios, besó las lágrimas que su ángel había dejado allí... Dejando que las suyas también terminaran sobre aquella piel...

♠♠♠♠♠♠♠ La quinta noche... volvía el hambre, pero podía esperar, aguantarse las ganas. Tarde o temprano volvería a hacer otro funeral pero... todavía no. Caían sobre él, el peso de dos almas. Para distraerse estaba arreglando el cuarto, porque aquello era desastroso. El somier estaba completamente destrozado y roto, era una cama antigua, mejor dicho, ya no era ni lecho ni nada. Le desesperaba ver todo aquello tan caótico. Su madre le había enseñado a ser ordenado y limpio, ella lo era constantemente. En ocasiones un poco maniática en ese sentido pero, maravillosa. Al menos eso era lo poco que recordaba de ella. Cuando la madre de una persona muere tan pronto, muchas cosas no se pueden quedar plasmadas en la memoria, y es triste. Heredó de ella aquel aspecto suyo, ser una persona limpia y ordenada. Pero el día anterior fue imposible contener tal furia y deseo y todo se le había escapado de las manos. Aquella habitación era inservible, no tenía ni pies ni cabeza, no había por donde cogerla. –Ya te escuché hace dos días Davidé, te cabreaste excesivamente. A veces, el deseo incontrolable por alimentarse, nos puede de maneras insospechadas. Teniendo en cuenta que tú eres un completo estúpido, tu ira te venció y no supiste ni quisiste controlarte.– El otro vampiro habló apoyado en el marco de la puerta, con sus gafas de sol rojo pasión y una postura de lo más seductora. Con las greñas en la cara tapando la mayoría de su rostro. ¿Por que se escondía tanto? Si ya se sabía de memoria sus facciones, podría decir hasta cuantas pequitas le salían en el puente de la nariz... Le hacían tan dulce... No pudo evitar sonreír. –¿De qué te ríes? 78

–Sólo he recordado algo bonito... –¡OH! Dios Santo, deja eso ya, me exaspera que seas tan pulcro, tan limpio, un hombre no es un hombre si no es sucio de vez en cuando. Lo decía mi padre. – Albert se calló, había dicho algo que no quería decir, hablar sobre su familia, por lo que intentó cambiar de tema.– Así que deja esta habitación que no tiene arreglo, y vayamos a otra. ¡Vamos!– Davidé dejó caer la sábana que sostenía y le siguió intrigado. Albert estaba extrañamente agradable aquella noche. Incluso había hablado sobre su padre... era extraño, porque no veía a Albert con un padre, o mejor dicho, no le veía siendo hijo alguna vez. Pero él también fue humano, debió de tener padres, hermanos... hace siglos... hace siglos que estarían muertos... ¿Habría sentido sus muertes? ¿Le dolerían todavía? Pasaron ante la habitación de Albert, que estaba por completo hecha un desastre. La ropa por ahí escampada, las sábanas deshechas... –Tú también eres un poco desordenado... –Es posible, nadie me enseñó a ser lo contrario. –Caminaron un poco más, bajaron unas enormes escaleras y se pasearon por un salón bonito y bien amueblado. –¿Cuándo llegamos? –¿A dónde? –Davidé frunció el ceño tras aquella respuesta. –A la habitación nueva. –¿Cuál dices? Sólo te enseño la casa, no vamos a ninguna habitación. –se volvió sonriendo y riendo por lo bajo. –¡Albert!, me vuelvo.– se giró desabrido, pero Albert lo agarró del jersey y estiró de él abrazándolo por detrás. Se quedaron quietos, esperando quién sabe qué. –Lo de la habitación era cierto, pero no encontré otro truco para que vieras nuestra casa. –No es mi casa, es sólo tuya, yo no la quiero, no me gusta, me recuerda demasiado a la que habité cuando era niño, tras el fallecimiento de mi madre, y fueron años muy feos... Además, no tiene ventanas y eso me agobia... –Vamos a tu nueva habitación– se alejó de él y fue hasta las escaleras. Era un cuarto parecido al anterior, más pequeño, al lado de la habitación de Albert. –Así estarás más controlado y más cerca de mí. Te será más complicado escapar.– Davidé lo miró y pensó " yo lo que quiero es dormir a tu lado estúpido vampiro, en tu cama y abrazado a tu cuerpo" 79

–¿Cómo se llamaba tu padre? Antes lo mencionaste. –¿Acaso te pregunto yo cómo se llama el tuyo? Déjame tranquilo– se largó dando un portazo y dejando al hombre completamente sorprendido. –Todavía te duele su muerte… ¿Verdad?

♠♠♠♠♠♠♠ Eran las tres de la mañana, se aburría, aquellas muertes le aplastaban, tan sólo cuando estuvo con Albert aquello desapareció. Fue extraño, él fue bueno y amable durante un pequeño periodo de tiempo, y en esos momentos su compañía le hizo no sentir miedo ni dolor. Pero ya se había terminado... Albert de nuevo el inaguantable... El caso era que se aburría, tenía que hacer algo, resistirse al hambre que inevitablemente azotaba sus sentidos. Pensó qué hacer... Sin embargo no encontró nada. Salió de allí y descubriendo que en el salón principal había un teléfono... Un maravilloso teléfono que le estaba esperando ansioso. Miró hacia la puerta del vampiro y titubeó... Que fuese lo que Dios quisiera, tenía que intentarlo. Albert no le daba miedo. Bajó todo lo silenciosamente que pudo. De nuevo observó y escuchó por si el otro idiota aparecía. Nada, aunque no debía fiarse de él jamás. Descolgó el aparato y escuchó los sonidos que se producen antes de una llamada, ¿O era el fuerte latir de su corazón? Marcó el número lentamente, como intentando no producir ruidos por nimios que fuesen... Dio la señal de llamada y el tono de los pitidos cambió... uno... dos... tres... cuatro... y Albert cortó la comunicación con la mano. Se miraron, uno sonriente y el otro con sonrisa frustrada. –Has sido malo, no escuchaste lo que te dije, no puedes llamar a nadie, para ellos no eres más que un fantasma del pasado, estás muerto, lo dicen los periódicos, si lo deseas te los enseñaré. ¡¡El hijo de Ferreri se da por muerto!! –¿Por qué? Yo lo único que quiero es que mi hermana sepa que estoy vivo, no le voy a decir nada sobre vampiros. –No mon amour, no tienes permitido llamarla. –Ella es la única familia que me queda, estamos muy unidos, no se merece esto. –¿Y de qué te serviría? No vas a verla nunca más. Nunca... Si te dejó hablar con ella desearás verla y te aseguro que no te lo permitiré. ¡Has entendido! ¿Verdad? 80

–Te odio maldito cerdo– Davidé le empujó y empujó hasta que empezó a pegarle enfurecido. Albert le retorció el brazo por la espalda y pasó el otro por su garganta no dejándole respirar. –¡He dicho que no soporto que me toques imbécil! Si llamas cortaré la comunicación definitivamente.– Dicho esto lo dejó caer al suelo. Davidé estaba rabioso, querría matarlo, lo odiaba, lo odiaba muchísimo. –¡Eres un cabrón envidioso! ¡Tú no tienes nada! ¡No puede quererte nadie! ¡Me das asco!– le chilló con el rostro desencajado. Albert sintió mil punzadas de dolor y se metió en su habitación dando un portazo que resquebrajó el marco.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé seguía tirado en el suelo, abrazado a sí mismo, llorando sin parar. Pasaron muchos minutos hasta que sus sollozos amainaron del todo. Incorporándose volvió a mirar hacia el aparato telefónico. Lo descolgó y escuchó como daba el tono, ese ser despreciable todavía no iba a cortarlo... Pero antes de poder apretar los números correspondientes le arrancaron el auricular de la mano. –Sigues insistiendo. ¿Creíste acaso que no me daría cuenta?– Davidé ni lo miró. Éste no hacía más que observar la rueda que había que girar para poder llamar... De pronto la mano de Albert se acercó a la rueda y la hizo girar, al principio Davidé no lo comprendió, hasta que se dio cuenta de que era el número telefónico de su hermana. ¡¿Cómo sabía el número?! El vampiro, tras terminar de marcar, le tendió el auricular. Se apartó unos pasos y esperó. –¿Quién es?– contestó una voz femenina pero que no se trataba de la de su hermana. Davidé titubeó, en cualquier momento Albert sería capaz de cortarle la línea. –¿Quién es?– repitió la mujer. –Per... perdón.... ¿Está Virna?– el corazón se le iba a salir por la boca. –En estos momentos se encuentra muy indispuesta. Dudo que desee ponerse. –Por favor, dígale que sé algo sobre su hermano Davidé, que esto no es una broma. –Esta bien, espere un instante.– la espera se hizo eterna, le temblaron las piernas y tuvo que sentarse. Miró a Albert que le sonrió con malicia, como diciéndole, "Esto es solamente un juego, en cuanto ella se ponga cortaré la comunicación". –¿Quién es? Si esto es una broma le colgaré.– chilló una mujer que no era otra que Virna. –Virna, no te asustes, no es una broma, no te asustes, ¿No reconoces mi voz? 81

–No, le voy a colgar, bastante destrozada estoy ya para que venga usted a hacerme más daño. –No me cuelgues Virna... Recuerda aquel escondite secreto que había en la casa de verano, allí en el desván que nadie conocía... –¿Cómo sabe eso? Sólo lo sabíamos mi hermano pequeño y yo. ¿Quién es usted?– estaba llorando muy nerviosa. –No estoy muerto mi vida, soy yo, Davidé. – la notó muy nerviosa. –Davidé esta muerto... ha muerto, yo he ido a su funeral... –Soy Davidé, sé que reconoces mi voz Virna, no he muerto, sólo escapé... Tal vez padre te haya mentido, como siempre, y te haya dicho que he muerto. Pero no estoy muerto. Podría contarte miles de cosas que nadie más que tú y yo sabemos. –Davidé… – gimió al fin crédula. –No llores más, estoy aquí... Lejos de ti, pero a un tiempo estoy aquí. –¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido?– Todos dicen que has muerto en extrañas circunstancias, padre me dijo que... que habían encontrado tu cuerpo y... que era un ajuste de cuentas… –Mentira, como miles de mentiras más que ha dicho durante toda su vida. Deja que piense que estoy muerto, pero mi cuerpo jamás lo van a encontrar porque estoy aquí. –Estás vivo– susurró con un extraño júbilo entre sollozos ahogados. –¿Estás sola? Supongo que tu marido no estará por ahí. –No... No le diré a nadie este nuevo secreto nuestro. A nadie. –Gracias mi vida, mi Virna... Que sea como cuando éramos niños, antes de separarnos durante años enteros, antes de la muerte de madre. –Te quiero mucho Davidé. –Yo también te quiero Virna…

♠♠♠♠♠♠♠ Albert lo observó y escuchó al conversar, su voz sonaba raramente dulce, feliz. Escucharlo hablar largos minutos, sobre todo cuando le decía a su hermana cuánto la quería, le dio envidia... –Davidé... ¿Por qué te has ido?– Éste tardó en contestar. –Estaba harto... –Pero no lo entiendo, no... 82

–Algún día tal vez te lo explique, pero ahora no puedo. –¿Eres feliz ahora? –Oh sí, soy muy feliz... – mintió. –Me quedo más tranquila. Mi marido ha vuelto, no puedo hablar más… –Es horrible pensar lo presionada que vives, durante diez años así. Mi cuñado es un cabrón y un hijo de puta. –Me sorprende que tú hables así... –No me cambies de tema Virna, te conozco. Padre te destrozó la vida casándote con ese apestoso mafioso... Cómo me gustaría salvarte de un hombre tan despreciable. –Hace mucho que lo asimilé mi Davidé. No sé lo qué es el amor y es lo único que me hace sufrir. Al menos tú sí que lo sentiste... –Virna, en ocasiones el amor lo único que sabe hacer es daño, no sirve para nada– Albert, al escuchar esto, terminó por desanimarse completamente del todo. –¿Cuándo te veré?– Davidé se puso nervioso. Sintió la mano del vampiro en su hombro. –No lo sé. Perdóname. Tal vez alguna vez te salve de ese cerdo... – escuchó una voz de hombre autoritaria al otro lado del auricular. –Era padre, pero ya ha colgado.– dijo su hermana dirigiéndose a su marido. –Adiós Virna, te quiero.– ella colgó sin poder despedirse y Davidé dejó caer el auricular al suelo. Albert no dijo nada. – No puedes volver a llamarla, ni la verás jamás. –¿Por qué Albert? –Porque eres un no muerto.– Davidé se incorporó y se acercó al hombre. Le acarició la mejilla y Albert se quedó helado. –Gracias... Me he dado cuenta de que te sabías el número de mi hermana. Estoy seguro de que lo has conseguido porque era tu intención dejarme hablar con ella. –pero el vampiro le agarró esa mano y apretó tan fuertemente y tan cruelmente, que le rompió los dedos. Davidé gimió de dolor. –Imbécil.– comenzó a reírse y desapareció de allí. –¿Por qué?– lloró el otro sentándose en la silla. Los dedos le hacían daño, aunque no tanto como el corazón...

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Más y más horas, tenía mucha hambre... Pero no quería beber sangre, no, no y no. Pensó en su hermana y en su cuñado Aldo. Lo cierto era que si lo tuviera enfrente le chuparía la sangre hasta más allá de la muerte. Por primera vez deseó acabar con alguien. Se arrepintió enseguida. –Dios mío, discúlpame, te lo ruego. – buscó la cruz de plata de Isabella y miró el Cristo que allí había grabado.– Perdona Jesucristo, no sé lo que digo, pero es que ese hombre jamás me agradó. Es un tirano, es peor que mi propio padre. Recordó el día de la boda de Virna. Meses antes, su padre le presentó al que iba a ser su futuro marido, lo habían decidido así para afianzar lealtades, y nunca hubo mejor forma que con un matrimonio de conveniencia. Su tío, que era obispo, ofició la ceremonia. Virna había llorado como nunca en su vida, pobre. Después nada mejoró, incluso empeoró, Aldo era cruel y la despreciaba, la trataba mal, la engañaba. No era un hombre, si no un monstruo y ni siquiera Albert podía ser tan bestia e inhumano. Aborrecía a Aldo. Después de aquello apenas volvió a ver a su hermana, pero se escribían muchas cartas en secreto y se llamaban de igual forma. Aldo no permitía a su esposa tener amigos más allá de la familia, ni siquiera hablar con su propio hermano, pues para él es como si no perteneciera del todo a aquella “familia”. Tal vez algún día escaparía de Albert e iría a salvarla.

♠♠♠♠♠♠♠ El sol fue escurriéndose tras las montañas y Albert se despertó como siempre. Su amor dormiría un par de horas más. Allí, al otro lado de la pared. –Pobrecito... tardará en acostumbrarse a este horario de la noche. Mi amor... toda una semana tú y yo solos. Puede que para ti sea horrible. ¡Sin embargo para mí es la vida! Solos, tú y yo... Se levantó, vistió y recogió sus cabellos en una coleta. Ni siquiera se peinó, para qué, su pelo siempre estaba feamente amarillo. Salió de su estancia y entró con mucho sigilo en la de su ángel. Lo miró dormitar, éste se agarraba a una almohada como un crío, acurrucado sobre las sábanas y las mantas. –Qué guapo eres… – se sentó para inclinarse sobre su mejilla y besarlo. Su piel tan suave, sus labios tan carnosos. Aunque no quería besarlo, era inevitable, ese hombre era irresistible incluso durmiendo. –Perdóname mi cariño, perdona por besarte mientras sueñas, mientras duermes.

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Se fue de allí y también de la casa como cada nueva noche, Davidé dormiría un par de horas más, pero para entonces ya habría vuelto... con una nueva víctima para él. Tenía que ser una víctima especial, como las dos anteriores, alguien que quisiera morir, o alguna mala persona, asesino, violador, algo así... El pueblo estaba a dos kilómetros de la casa y desde luego las gentes de por allí no iban a acercarse a ella por varias razones, la primera era que era su antigüedad y ya se sabe que clase de leyendas se crean alrededor de esas cosas. Además, hacía tiempo que se encontraba completamente deshabitada. Y lo más raro, que ya tenía casi todas las ventanas tapiadas. Antes de convertir a su Davidé en un no muerto, había telefoneado a su abogada para que le comprara una casa, que lo hiciese rápido y sin titubeos. No importaba precio. Pero no le sorprendió encontrase aquella mansión sin ventanales. De hecho, estuvo investigando por su cuenta, para acabar descubriendo que hacía unos cincuenta años más o menos, aquella casa era considerada maldita y repleta de seres horribles. Que en el pueblo sucedieron terribles desapariciones y asesinatos... Era fácil adivinar que allí habían habitado vampiros. El caso era que la casa se encontraba en buenas condiciones. Los últimos habitantes no la habían reformado pero se hallaba cuidada, aunque siempre deshabitada.

♠♠♠♠♠♠♠ Iba siempre a pie, llegaba enseguida, además, si utilizaba el coche todos sospecharían, y pese a que lo habían visto bastantes veces ya, sólo lo tomaban por un turista francés de aspecto rarísimo. Normalmente no leía sus mentes, Janín le repetía continuamente que sólo debía leerlas cuando esos humanos no le vieran. Porque como era un vampiro feo, si lo veían y leía sus mentes, al final descubriría lo que pensaban de él. Normalmente se adentraba en sus cabecitas cuando se hallaba escondido o cosas así. No hubo manera posible de traspasar su cabeza. No todos los seres humanos mortales son débiles de pensamiento. En la mayoría es fácil adivinar lo qué piensan, en cambio hay algunos que saben esconderlo porque han aprendido y otros que lo hacen sin querer, como Davidé. –Maldito seas estúpido, te haces querer con pura locura. Pese a tus desprecios, a tus rabietas y tus prontos, pese a que no me ames, a que nunca me ames. Ahora ya es demasiado tarde, porque ya sólo vivo por y para ti...

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♠♠♠♠♠♠♠ Llegó al pueblo y no había mucha gente por las calles, puesto que hacía poco que era completamente de noche. Normalmente por allí no habitaba gente demasiado rara, tendría que adentrarse en la zona más marginal, donde las gentes menos afortunadas en la vida pasaban sus días lo mejor que podían. Allí, sobre todo, podían encontrase víctimas no tan inocentes, aunque para Davidé todas eran horriblemente cándidos. Por lo pronto le llevaría el alimento a Davidé, no quería obligarlo a salir de su casa para que fuera de caza. Aunque su resistencia era sorprendente. Cuatro días sin probar. Maravilloso... Davidé era maravilloso y alucinante. Tenía una fuerza interior que contrastaba enormemente con sus ganas de morir. Al principio tuvo un miedo atroz a que no lo resistiera y muriera, pero no, Davidé era muy poderoso, cuando aprendiera realmente a ser un no muerto, sería un vampiro fuerte. Nunca un vampiro creado por él fue tan fuerte, Davidé, el más fuerte, pensó orgullosamente.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé, que despertó antes de lo previsto, bajó al piso inferior quedándose plantado ante el teléfono... ¿Y si lo intentaba de nuevo? Telefonear a Virna... sí... en el caso de que Albert apareciese de pronto no le importaba. Marcó los números con cautela. Tras varios toques le descolgaron. –Por favor, ¿Se puede poner Virna?– susurró. –Perdone, pero no creo que sea prudente... – dijo la que debía ser una empleada. Hablaba bajito y se le notaba que tenía miedo. –Sólo un instante y ya está. –Bueno, espere un momento... – lo dejó esperando con el corazón en un puño. Empezó a moverse histérico. ¿Por qué tardaba tanto? Albert podría bajar en cualquier momento, lo raro era que con lo preceptivo que era ya no estuviera allí arrancándole el auricular de las manos. –¿Eres tú?– susurró muy bajito Virna. –Supongo que te refieres a mí con eso. –Sí... pero prefiero no decir tu nombre. La pobre Marcella, que es mi empleada y la única amiga que tengo se piensa que eres mi amante o algo por el estilo, pero ya le expliqué que no.– Davidé sonrió al escuchar su risilla. –Perdóname por ponerte en un aprieto. –Por ti lo que sea, ya lo sabes. Te noto muy nervioso... te tiembla la voz. –Es que no me deja llamar por teléfono... –¿Quién?– indagó sin comprender a quién se refería su hermano. 86

–Albert... En cualquier momento es capaz de cortarme el teléfono. –¿Quién es ése? –Yo... No sé ni cómo explicarlo– estaba deseando contárselo a Virna para desahogarse, pero temía una reacción de rechazo por su parte. –Venga, no me dejes con la duda, dime quién es, dónde te encuentras. ¿Estás en peligro? –El peligro soy yo mismo Virna, yo mismo... –Me está preocupando lo que me cuentas... –Albert es el hombre del que estoy… enamorado.– dijo de golpe, casi atragantándose de vergüenza. Si él le escuchaba allá donde estuviera pues que le escuchase, ya daba igual en aquellos momentos. –¿De un hombre? Pero si tú eres... todo un hombre... no puede ser, tú no eres... marica… –Y yo qué sé, le conocí, me enamoré y ya no hay manera posible de borrar lo que siento. –¿Te has ido con él? ¿Te has escapado con él? –No... Me ha obligado, yo lo que quiero es... –¿Qué es lo qué quieres? –Que me corresponda, aunque él no sabe lo que yo siento hacia él, y sé que si se lo cuento se burlará tanto de mí que me moriré de vergüenza. ¡Somos dos hombres! –Me cuesta asimilar que te hayas enamorado con esa desesperación de otro hombre.– susurró muy bajito. –Es que es extraño, le quiero, y a la vez lo que desearía es escaparme lejos de su presencia. Es como un círculo vicioso del que no puedo salir, le odio, le odio tanto que lo mataría y a la vez lo quiero tanto que me muero de amor por él. –Yo te apoyaré en lo que sea, ¿Me escuchas? No voy a dejarte de lado aunque quieras a un hombre. Si se enterara padre de esto sería capaz de matarte. –Me da igual, más muerto de lo que ya estoy es completamente imposible. Para él estoy muerto realmente, deja que piense así. No me importa nada. –¿Cómo es Albert?– cambió de tema. –Albert es… simplemente hermoso… Es un vampiro... –¿Cómo? –Nada, déjalo... –Se nota que le quieres... – Virna notó que su hermano estaba llorando en silencio... – Davidé, ten coraje, yo estoy contigo. 87

–Estoy locamente enamorado, y me muero de miedo... pero no te preocupes, tranquila, saldré adelante... –Adiós Davidé... –se despidió, tenía que colgar inevitablemente. –Hasta la eternidad... – contestó y después colgó.

♠♠♠♠♠♠♠ –¡ALBERT!– lo llamó sin obtener una respuesta.– Es que quieres jugar a fastidiarme?– subió la voz al plantarse ante su habitación y llamó con los nudillos a su puerta antes de entrar. Allí no se encontraba, fue entonces cuando entendió por fin que se había ido. –No estás, ¿Te has atrevido a dejarme solo? ¡Estúpido inepto!– Giró raudo y bajó las largas escaleras a toda velocidad corriendo hasta la puerta de salida, la abrió fácilmente y un vientecillo húmedo y fresco le dio de cara en el umbral. Se había quedado allí quieto... esperando a que Albert se lo impidiera en cualquier momento... nada... nada... ¿Qué hacer? Ahora que tenía la oportunidad de marcharse sin mirar atrás, su cuerpo se encontraba como congelado. –No... no... no puedo irme... no quiero estar sin él.– entró de nuevo y se derrumbó sobre una alfombra estirándose de los cabellos con rabia contenida. –¡MIERDA! ¿Qué clase de ser soy?– empezó a reírse hasta que su voz amainó. Levantándose corrió hasta la habitación del vampiro y se echó sobre su cama. –Aquí, aquí que has estado tú, aquí querría dormir yo entre tus brazos, descansar la cabeza sobre tu hombro y sentir como esos cabellos suaves me acarician el rostro... aquí querría susurrarte cuánto me importas, tanto que no puedo ni escapar cuando tengo una verdadera oportunidad para ello. Oh... perdóname Dios por traicionarte de esta manera... ¿Qué culpa tengo yo de lo que pasa por mi cabeza? ¿Acaso tiene alguna importancia? No... ya no... Aspiró el aroma afrutado que desprendía su almohada. Qué estupidez más increíble... –¿Con tan poco te conformas idiota? Eres patético– Albert tenía un espejo bastante grande medio relegado en un rincón oscuro y tapado con una sábana. La quitó y se miró en él... Durante toda la semana había llevado la misma ropa. Tan arrugada ya, la camisa por fuera... llena de sangre seca, los puños también teñidos de marrón. Olía hasta mal... Qué aspecto tan patético, nunca le importó demasiado su apariencia, pero aquello ya era excesivo.

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Su apariencia era muy deplorable, no se creía un hombre guapo, pero con aquella pinta... Buscó entre las prendas del vampiro alguna que le fuese bien. Albert tenía una constitución diferente siendo más delgado. Todo era nuevo. Cogió algunas cosas más y salió para buscar el cuarto de baño. La bañera era muy antigua pero en buen estado... y salía agua fría pero clara. Despojándose de todo entró en ella y se frotó lentamente hasta quedar limpio. ¿Por qué hacía todo aquello? Bueno... sólo porque no quería que Albert lo viera con un aspecto tan deplorable. Tras secarse y enfundarse en la nueva ropa, se miró en un espejo. Mejor así. Aunque fantasmal, pálido y hambriento, para qué negarlo. Su boca ya estaba muy seca y los colmillos y las encías le escocían constantemente. Apretó los dientes sobre una toalla y estiró tan fuerte que la rasgó. Miró al retrete sonriendo. Ser vampiro era extraño, no tenía ganas de hacer sus necesidades. Albert nunca le explicaba nada sobre eso, "descúbrelo tú mismo"... ¡Qué bien! Echaba de menos comer y sobre todo los helados de chocolate en verano... No recordaba su sabor pero los echaba de menos. Sabía que si se llevaba uno a la boca, terminaría escupiéndolo o algo peor... que lástima... También notaba que la barba no le crecía en absoluto, ni los cabellos, ni las uñas, ni nada... Eso quería decir que tal y como se convirtiera uno en no muerto, era como se quedaba para la eternidad, lo que también quería decir que Albert ya era así desde hacía siglos. Anduvo por toda la casa, indagando en las demás estancias incluso en el desván... Pasó ante su alcoba y siguió hacia el frente. Al llegar a otro pasillo descubrió una habitación cerrada por fuera que no podía abrir... ¡¡Y quería abrirla!! No le apetecía buscar una llave, así que pretendió hacerlo con la mente. Lo intentó millones de veces sin resultado, por eso se desesperó perdiendo la paciencia y le pegó una patada que la desencajó del todo. Estaba muy oscuro, por lo que buscó el interruptor de la luz y lo encontró. Después de encenderlo se quedó maravillado ante lo que vio... Para él era una preciosidad, algo que le importó desde aquel instante y que amó... Un bonito piano, un enorme y excepcional piano negro. Lleno de polvo que entorpecía sus brillos sí, pero era una maravilla... –Oh Dios santo, eres precioso– buscó algo con que limpiarlo y lo despojó de aquella capa gris y fea que lo arropaba. Se sintió excitadísimo, como cuando era niño. Aquello le hizo olvidarse de la sed y de la sangre, de Albert y de todo... No existía más que aquella maravilla llamada piano. Se sentó en el taburete y levantó la tapa del instrumento. 89

–Por favor, no desafines, no estés roto, háblame cariño, háblame con tus notas limpias... – tocó con un dedo, todas y cada una de las teclas, escuchando con el corazón a cien cómo sonaban todas. Al terminar soltó el aire de los pulmones en un gesto de alivio. Estaba perfectamente. Se puso en posición y pisó el pedal de resonancia, después tocó algunos acordes para comprobar qué tal el sonido y sonrió. –Eres perfecto y estás muy bien mi amor, ahora volverás a sonar de nuevo, me pregunto mi vida cuánto tiempo me has estado esperando, porque yo a ti desde hace muchos años...

♠♠♠♠♠♠♠ Resonó por todas partes una melodía preciosa, una música aterciopelada y a la vez vibrante, aunque sí algo triste. No eran unos acordes conocidos, ni el conjunto de las notas era de algún gran compositor, sólo era una música que Davidé había compuesto hacía años, mucho tiempo atrás. Y que no tocaba desde entonces, y aun así, la tocaba, como si hubiera practicado cada día de su vida. Amaba los pianos y lo que ellos representaban, eran como amantes que no te abandonan... tan bonitos, que cantan y hablan con quien los acaricia... Y aquel piano sería su apoyo durante el tiempo que pasara allí. Tal vez su alma se entrelazara entre las cuerdas... tal vez...

♠♠♠♠♠♠♠ Hacía siglos que no tocaba uno... por esa razón amó tanto aquel instrumento de cuerda, era como si le llamara éste para que fuera hasta él. Tantos días y noches allí y no lo había sabido, esperándole bajo la espesa oscuridad y el tupido polvo gris. –Pero ya estoy aquí y seremos amantes, te debería bautizar con un nombre pero... Ese nombre que te pondría ya lo lleva otra persona y no sería justo... por eso serás simplemente "El Piano de Sangre", el piano de un vampiro desquiciado... loco, perdidamente loco... Y continuó tocando y tocando hasta que sus manos se detuvieron en seco y sus oídos escucharon que Albert acababa de volver a casa y no venía solo...♠

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©Laura Bartolomé

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"El dulce calor del Sol"

♠Apartó las yemas de aquellas teclas suaves, quedándose como una estatua, esperando a que Albert fuese hasta él con esa pobre nueva víctima... Tal vez no le encontraran en aquella habitación escondida en un rincón. Allí se sentía extrañamente protegido, y su piano, porque ya era suyo, le consolaría de las penas. Al menos durante un tiempo, por escaso que éste fuera. Horas, minutos o segundos eternos...

♠♠♠♠♠♠♠ El vampiro Albert dejó a la víctima sentada en un sofá, esperando. Luego ascendió por las escaleras con calma y se dirigió hasta la estancia de Davidé. Esperó encontrárselo dormitando, a esas horas estaría a punto de abrir los ojos en una nueva noche. Pero al abrir la puerta de aquella habitación se la encontró vacía del todo, sintiendo en el estómago un dolor y un miedo indescriptibles. –NO... ¡NO!...no... NO... ¡NOO!, tienes que estar por aquí, no has podido escaparte de mí... eres mío... mío... – el corazón parecía escapársele del pecho. Estaba histérico y con rostro desencajado corrió de habitación en habitación llamándolo a gritos. Unos alaridos tan espantosos y llenos de furia que asustaron al propio Albert. En aquellos instantes su rabia le hacía parecer un monstruo de película, el típico vampiro que las gentes se imaginaban en sus peores pesadillas. Al ver una puerta entreabierta que siempre había estado cerrada, se abalanzó contra ella con pura mala leche y miedo. Aquella puerta estaba desencajada de su lugar y rota, así que Davidé había pasado por allí. –¡DAVIDÉ!– le chilló al verlo sentado en un taburete y recostado sobre el piano... a oscuras. –Albert... cometiste el mayor error de tu vida, casi tu diversión particular se escapa de esta casa horrenda, lejos de ti... casi me fui... aunque no lo hice... –Eres un idiota Davidé– sonrió– Pudiste escapar pero eres tan idiota que no fuiste capaz... –He encontrado un amante... – susurró como medio dormido. Al otro hombre se le cayó el mundo encima y casi cae él también al suelo. –¿Cómo?– chillo tembloroso y enseñando los colmillos.

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–Sí... me llamaba, siempre estuvo aquí, sólo que no me dejabas escucharlo, pero conseguí oír su voz de plata, su voz maravillosa y entonces fue cuando no pude escapar. ¿Lo ves? ¿Puedes verlo tal y como lo ven mis ojos?– Acarició las teclas del instrumento produciendo sonidos cortos sin ninguna orden. –Yo no veo a nadie, pero te juro que si lo encuentro le partiré la cabeza delante de ti, mataré a quien sea. –No puedes matar a mi amante, porque es un piano... mi piano de sangre... – volvió a acariciarlo y besó la madera.– Albert empezó a reírse cayendo de rodillas sobre el frío suelo y doblándose sobre sí mismo. Tenía ganas de llorar pero las contuvo con esa risa que ya no sabía por qué se formaba en su garganta y salía sin fingir. Pero Davidé ni siquiera le escuchaba ya, hacía rato que sonreía a su amante de sangre...

♠♠♠♠♠♠♠ El sonido se elevó y llenó la habitación de una música tan perfecta que hizo que aquellas carcajadas se extinguieran entre las notas. El inmortal miró anonadado al otro inmortal, ¿Cómo podía tocar así? Era simplemente perfecto, jamás escuchó tocar a nadie así el piano, o al menos no lo recordaba. "Su piano" había dicho él. Y no era más que ese maldito piano viejo y lleno de polvo y bichos asquerosos, como toda aquella repugnante habitación con olor a muerte. –Basta– gimió tapándose los oídos– ¡HE DICHO BASTA! ¿Me oyes?– se abalanzó contra él y lo abrazó por detrás oprimiéndole las muñecas. Davidé intentó seguir tocando las teclas pero ya sólo se escuchaban sonidos malsonantes y sin sentido. –Déjame Albert, él me ama, me ama, es mi piano, mi amor, él único ser que me saca de este pozo sin fondo. –Es un objeto, no puede sentir, ni vive ni muere, ni te ve... ni te quiere... no puede corresponderte. –Mientes, siempre intentas hacerme daño, no dejas que mi alma perdida consiga aferrarse a algo. Pero esta vez no lo has conseguido, en esta ocasión ese piano es mi amante. No puede tener nombre, porque el único que podría ponerle ya es el nombre de alguien... no sería justo para este piano... – Albert lo relacionó a Isabella. Jamás se le pasó por la cabeza que se refería a él. Lo arrancó del asiento levantándolo de allí. Davidé no quería mantenerse recto y se dejaba caer entre sus brazos, parecía querer jugar a algo. Cayeron de rodillas y al final lo abrazó por la cintura y todo quedó en silencio. Allí, al fondo, estaba aquel piano que le había robado el amor de su Davidé. Pero ahora Davidé era suyo... en aquellos instantes tan bellos. En los que podía olerle, notar que se había duchado, tan limpios sus cabellos semi mojados todavía. Ya no tenía ese 93

decadente aspecto lastimero y deprimente de los últimos días. Ahora estaba tan guapo que lo hubiera apretado intensamente contra él y lo habría llenado de besos. Besos en esos labios tan amplios y sensuales que no dejaría de anhelar nunca. Si pudiera atreverse a recorrerlos, intentaría al menos conquistar su amor con toda la dulzura posible. Pero un monstruo feo y malo no podría enamorar jamás a un ángel. –Te he traído a alguien Davidé, a alguien dispuesto a dejarse matar por ti y nada más que por ti. Alguien que te espera allí abajo desde hace un rato... – el aludido no contestó, pero se dejó levantar en brazos y ser llevado por Albert en volandas. Sentía su fuerza, su brazo levantarle las piernas y su pecho para recostar la cabeza. Aquellos cabellos rubios y sedosos rozarle la cara. Los llevaba atados en una coleta, y aunque eran un revoltijo sin peinar, no dejaban de resultarle gráciles y perfectos en su desorden de rizos y bucles. Albert no se percató cuando el vampiro deshizo el lazo de la coleta y luego lo guardó. Davidé sintió levitar a Albert por encima de la barandilla que daba a la entrada de la mansión y descender, casi dejándose caer, hasta el suelo. Para Davidé, aquella sensación fue como estar en un sueño que le hizo asustarse y afianzarse con fuerza al hombre vampiro. Ya sobre el suelo de nuevo, los dos se miraron a los ojos un instante, tan cerca sus rostros que besarse hubiera sido cuestión de un pequeño movimiento hacia delante. –Albert...– susurró su nombre de manera tan sensual que éste se asustó y soltó al no muerto haciéndolo caer con crueldad. Davidé despertó de su ensoñación. Albert lo levantó del suelo con rudeza y empujó de él hacía el gran salón.

♠♠♠♠♠♠♠ Recostado sobre el enorme sofá, un hombre viejo esperaba con los ojos cerrados. Davidé lo observó y olió su sangre, sangre que le llamaba para que fuera y la bebiera. Se echó hacia atrás intentando salir corriendo de aquello que pronto se tornaría un nuevo infierno. Como siempre, Albert lo atrapó y obligó a acercarse. Cada vez aquella sangre, por vieja que fuera, le resultaba más y más atractiva, deseable... –No por favor Albert, no me hagas esto– rogó rodeándole el cuello con los brazos, pegándose mucho a su rostro frío. Éste casi cedió a su forma melosa de intentar camelarle pero se repuso de la flaqueza y le pegó un fuerte empujón para apartarlo. –No me toques las narices estúpido. Deberías darme las gracias por no obligarte a salir tú mismo ahí fuera y hacer que caces. Te lo he traído porque 94

soy más bueno de lo que tú crees y me das lástima. Me produces tal pena que has ablandado mi corazón. –Tú no tienes de eso, maldita sea. Y si lo tienes está tan negro como el del diablo. Disfrutas viéndome sufrir, sé perfectamente que esto forma parte de ese maldito juego de mierda en el que me has incluido a la fuerza. Tú sí que me produces lástima mi amor, tú si eres el estúpido, eres un desgraciado vampiro insulso que se aburre. ¿Por qué no te mueres de una vez? ¿Por qué no te suicidas y me dejas en paz? Está claro que eres un ser aburrido sin alicientes, penoso y niño rico. No le interesarías ni a una mosca, hasta esa mesa tiene más interés que tú, tiene más vida de la que tú pretendes aparentar que posees. Si por mí fuera ya habrías desaparecido del mapa, pero qué digo señor, tú ni apareces en ese mapa. Me das pena, pero una pena que me hace despreciarte hasta límites que no puedes ni sospechar.

Aquello fue como si Albert hubiera caído en un pozo sin fondo, cada vez más negro, más pesado y más eterno. Quiso gritarle "Tú no eres un juego Davidé, no siento pena por ti si no un amor enfermizo, sólo me mantengo aquí porque eres para mí lo que más me importa, moriría para hacerte feliz, me dejaría matar por ti..." Pero la voz era atrapada por esa sensación oprimente que aprieta la garganta cuando se desea sollozar amargamente. Aquello que él le había dicho era la parrafada más cruel hasta aquel momento. Deseaba con locura derrumbarse y chillar de puro dolor, de llorar hasta que toda la sangre de su cuerpo se le derramara por los ojos, deshacerse ante aquellos ojos pardos que podían tener una crueldad insospechada. Pero fue rabia lo que salió, lo que le impulsó a soltarle un guantazo impresionante a Davidé, un puñetazo que lo tiró al suelo y lo dejó medio inconsciente. –¡No vuelvas a atreverte a decirme algo semejante!– jadeó enrojecido y con los puños cerrados en pura tensión. –Oh Dios... – Davidé, que se había arrepentido de aquello nada más concluir su discurso de insultos denigrantes, quiso que Albert siguiera dándole una paliza. ¿Cómo había podido decirle algo semejante? Se arrepentía tanto, tanto... tanto que... Un sacerdote no debía increpar con palabras tan crueles a nadie. –Puedo soportar tus desprecios, pero ha llegado el asunto a su límite. –Albert... – se levantó tambaleante para dirigirse hasta él y justo cuando las piernas le fallaron Albert lo sujetó casi sin pensar.– Lo siento... pero tú no entiendes lo que me pasa, me arrepentí de lo que dije nada más acabar de decirlo. Y luego vino tu respuesta y la comprendí. Pero no puedo prometerte que jamás volveré a decirte todo aquello, volveré a decírtelo, lo sé... y tú lo sabes también... 95

♠♠♠♠♠♠♠ Albert miró al aquel humano viejo que había observado la escena en total silencio. Se miraron a los ojos un instante y después el no muerto la apartó y condujo a un Davidé lloroso ante el humano. –¿Tú me matarás?– habló con una voz temblorosa y ronca, decadente por momentos. Davidé quedó sorprendido por aquella pregunta. –¿Cómo dice? –¿Tú eres ese quien el hombre rubio me prometió que me mataría?– Miraron a Albert que se mantuvo inexpresivo y asintió con la cabeza. –Estás loco Albert, ¿Qué le has hecho para que diga algo así? –Nada, sólo busqué a alguien que deseara fallecer lo antes posible, y le encontré a él. –Es no puede ser, estoy seguro de que le has hecho algo con esos poderes tuyos. –No llego a tanto.– mentía, pero no le gustaba utilizar ese poder en cosas tan banales. No era divertido. –Yo deseo morir pero no muero.– interrumpió con esa voz sin tono ahora. –No sabe lo que está usted diciendo, no lo sabe bien.– se estaba poniendo muy nervioso entre el deseo de tomar su sangre y que no podía comprender aquellas palabras. –Sí lo sé muchacho. Claro que lo sé. Soy viejo pero todavía poseo lucidez. –No es tan viejo, cuando le toque morir Dios le llamará y se lo llevará lejos. –Oh Dios... sí... Pero no me llama, yo le ruego que me lleve pero no lo hace. Es tan cruel su manera de hacer. –¿Entonces usted cree en Dios Nuestro Señor?– A Davidé la cosa le animó. Intentaría por ese medio hacerle desistir de aquella mala idea de la muerte. –Yo siempre he creído en él. Despójame de esta vida, por favor.– repitió. –Hazlo Davidé– sonó la voz de Albert que se había sentado en un sillón y observaba con una sonrisa enigmática aquella escena. –¿Por qué ese deseo insistente de fallecer? –No tengo nada ni nadie. Estoy solo. –¿No tiene familia? –Sí... Pero me abandonaron.– no parecía querer contar más. Bajó la vista como avergonzado. –¿No piensa contarle a Davidé por qué razón se alejaron de usted? 96

–Déjalo Albert, que no lo cuente si no es ese su deseo. –Pero yo quiero que lo sepas.– sonrió malicioso y se dispuso a contarlo sin el permiso del interesado. –No Albert, por favor. – es inútil, cuando aquel vampiro se empeñaba no había forma o manera de impedir lo que pretendía hacer. –Nunca fue un humano muy agradable en su juventud. Aunque pocos mortales lo son. El caso es que, por propia voluntad, se alistó para combatir en la II Guerra Mundial. Repugnante. Dejó a toda su familia, esposa e hijos, sin ninguna clase de contemplaciones. Mató a montones de personas inocentes por sus estúpidos ideales. Si al menos dijésemos que lo hizo por obligación, pero no, qué va. Él sabe que no... Al termino de esa guerra, volvió a su hogar... – Albert lo decía todo con un tono sarcástico que ponía nervioso–... Volvió mucho peor persona de lo que se fue. Todavía vivía en él toda la ira y rabias contenidas. ¿Y con quién lo pagó entonces? Con las pobres personas que tenía a su alrededor. Su mujer, sus hijos, pobres mortales que, a parte de aguantarle a él, debían soportar una posguerra. Toda la rabia se acentuó, ya que en una explosión había perdido una pierna y ya jamás volvería, ni a andar ni a trabajar. Maltrataba a su esposa y a sus vástagos. Era despótico. Con el paso de los años su mujer falleció, que suerte para su alma. Y sus hijos, ya adultos, se largaron lo antes posible. Y ahora, tras tantísimos años, permanece solo y abandonado, recogiendo los frutos de rabia que había plantado, regados con sumo despotismo. Está solo, abandonado, enfermo, no tiene nada, y lo único que anhela es morir... –¿Y en que lo diferencia de ti Albert?– le preguntó con expresión seria. –No te comprendo... –Bien... Tú también matas sin ninguna clase de contemplación. Tú también eres cruel y haces daño... Y llegará el día en el que, como este hombre viejo, recibas los frutos que hoy siembras. Porque recuerda, yo estoy aquí, pero tú estás solo. –¡Es distinto!– restalló enfurecido– Yo soy un vampiro. –Eres persona, es lo mismo. –¡¡Me voy!! no tengo porqué escuchar tus estupideces.– Se levantó y marchándose los dejó solos.

♠♠♠♠♠♠♠ El cabello rubio se deslizó hacía delante cuando el vampiro se dejó caer de rodillas en la cocina y hundió la cabeza sobre el pecho. Unas gotas rojas resbalaron de sus ojos y se quedaron en la piedra fría del suelo. Sollozó en silencio, la garganta le quemaba por resistirse al llanto. 97

–Tienes tanta razón Davidé... Tienes tanta razón. No hay apenas nada que me diferencie de ese mortal. Y duele tanto que seas tú quien me lo haga ver, duele tanto mi amor, oh mi amor. Querría cambiar, pero no me atrevo, no sé cómo hacerlo...

♠♠♠♠♠♠♠ Era cierto, bajo la manta el hombre no tenía una de las piernas. A parte de eso, se encontraba en un lastimoso estado de decrepitud. Éste lo miraba avergonzado por su pasado. –¿Cuál es su nombre? –Francesco... –Antes me dijo que creía en Dios. –Sí... así es. –Yo antes era sacerdote, aunque no lo crea. Ahora ni siquiera sé lo que debo ser. Supongo que si le cuento que soy un vampiro no se lo creería. –No, eso es una invención. Además, no tiene aspecto de serlo. –No, no... Se equivoca. Si lo soy, y el hombre rubio también. Pero no pretendo asustarle, así que no lo crea si no quiere. Está usted muy tranquilo Francesco. –Voy a morir, hace mucho que le perdí el miedo a la muerte. –Yo también, en cambio me aterra la sola idea de ser eterno, de no poder morir jamás. –Y usted joven, ¿Cuál es su nombre? –Davidé. Dígame, ¿Quiere confesarse?– el hombre lo miró con los ojos llorosos y asintió. Alguien bueno le daba la opción de arrepentirse. Durante unos largos minutos, le confesó todo lo malo que había sido en su vida. Y el vampiro lo escucho muy atentamente. –He hecho cosas malas, pero de lo que más me arrepiento es de que no supe demostrar mi amor a las personas que más quería. Y ahora sólo me queda la muerte. –Lo importante es arrepentirse a tiempo, no sé lo que sucederá después de la muerte, pero creo que no podré saberlo nunca si Albert no me deja. En cambio usted, Francesco, va a tener esa opción. –¿Va a matarme, Davidé? –Tal vez le duela al principio, pero prometo no hacerle sufrir, lo prometo. Yo soy el ángel que le llevará... Yo soy el ángel...

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Se acercó él y lo estrechó entre sus brazos. Notó temblar a su nueva víctima. Sentía un extraño odio hacia él y a un tiempo una rara piedad por aquella desgracia que expresaban sus tristes ojos. Los colmillos se le alargaron solos, o al menos esa sensación tuvo. Ganas de morder con pura fuerza aquella carne vieja y bella a un tiempo. Supo contener la furia y el deseo por beber, controlarse. Le había hecho la promesa de no hacerle daño. Clavó los afilados colmillos e hizo las incisiones. Francesco gimió asustado, comprendiendo que Davidé era lo que decía. Un vampiro. Qué ironía, jamás se le pasó por la cabeza un final semejante. Pese a todo, entendió que aquello sí era el fin, y un letargo eterno le invadió definitivamente. Aquel hombre le había prometido no dañarlo... y lo estaba cumpliendo. Pronto la oscuridad se cernió sobre él y nunca más volvió a recordar... Adiós... se despidió el no muerto. Se apartó lentamente de aquel cadáver, lo miró, tan pálido ya, desangrado. –Descanse en paz... descanse por mí. Se levantó para alejarse. Tal vez ya no le quedaban lágrimas para poder llorar como un loco, o tal vez, lo que ya no quedaban, eran las ganas. Estaba tan harto de todo...

♠♠♠♠♠♠♠ Subió los escalones, uno a uno, con una absoluta dejadez. Al pasar por delante de la habitación de Albert, éste lo agarró por el jersey introduciéndolo dentro del cuarto. –¿Quién te ha dado permiso para entrar en mi cuarto? –¿Quién te ha dado permiso para tocarme?– le imitó Davidé con puro descaro. –No te burles de mí, hablo en serio. –Te adoro... Eres tan bueno, tan cortés, tan simpático. ¡Pedazo de imbécil!– le empujó para apartarlo lejos de él. –Responde a la pregunta. –Necesitaba ropa. –Está bien. Así que al final lo hiciste.– cambió de tema. –Sentí mucha pena. –Lo sé, por eso te lo traje.– Rió a carcajadas. –Vale ya... ¡BASTA!

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Albert calló de golpe, no le apetecía reír más. Era muy pronto todavía, pero estaba cansado. Se sentó sobre el colchón mullido y empezó a quitarse la ropa. Al final se quedó con los pantalones vaqueros y la camisa blanca por fuera... Echó la cabeza hacia atrás y estiró el largo y blanco cuello. Sus cabellos rubios se desparramaron sobre la manta. Davidé quiso chillar por no poder tenerle solamente para él, por no poder desabotonar su camisa y besar su piel suave. Tan suave que deslizarse por ella debía de ser muy fácil. Como la seda, su piel. Albert era físicamente esbelto, y joven... aunque en realidad fuese tan viejo. –¿Cuántos años tenías? –Veinte años. Era un niño…No sabes beber sangre sin derramarla. Has de aprender, fijarte un poco. Ahora estás sucio otra vez. – volvió a cambiar de tema. –No tengo ropa. –Pero yo te he comprado, ¿Quieres verla?– se levantó y sacó una bolsa de debajo de la cama. Vació ésta sobre el suelo y cayeron varias prendas. Había unos pantalones vaqueros oscuros, como los suyos, un jersey negro de cuello alto, un pijama, ropa interior, unas camisas blancas. Luego sacó otra bolsa con una caja de zapatos. –Yo no quiero esas cosas. –Es un regalo, ¿Vas a despreciar mi regalo? –No... – se avergonzó. Al fin y al cabo, Albert no parecía haberlas comprado con mala intención. –Póntelas ahora, va... va... – Estaba excitado con lo que le había regalado. Se sentía tan bien por aquello. –No... –¡Póntelas!– le chilló.– No puedes negarte, es mi regalo. –Déjame... – se resistía, quería resistirse, hacerse el difícil. –¡VAMOS!– lo agarró y lo lanzó contra la cama. –¡NO! –¿Por qué no? –Es sólo un juego, dame la puñetera ropa de una vez– esto enfureció a Albert, que no quiso dársela. –¡Dámela! –No quiero dártela, es mía, no te interesa. –Dámela, va, me la pondré.

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–Te he dicho que no– los dos agarraron la ropa y forcejearon. Davidé se enfureció en serio y tiró de ella tan fuerte que pilló a Albert por sorpresa y terminó entre sus brazos. –Albert. – Davidé le nombró respirando con agitación. Al notarle tan cerca, como un escalofrío sexual que le recorrió todo el cuerpo. –¿Te vas a poner la ropa?– cambió de postura, no se atrevía a continuar en aquella situación, demasiado romántica para poder controlarse. Unos simples segundos más y hubiera acabado mordiéndolo como un loco y un desesperado. Se sentía demasiado feo para hacerlo. Y no quería que Davidé le dijera lo repugnante que le veía. –Sí, me la pondré. Me he hartado de este jueguecito infantil. No tengo ganas... –Pues quítate esa ropa. –Quítamela tú. –No. –Quítamela tú. –Albert titubeó hasta que al final se decidió. Ya lo había hecho en una ocasión anterior. Le levantó el jersey y lo tiró por ahí. No llevaba nada debajo. Como hubiese querido abrazarle por la cintura y apretar los labios contra sus pequeños pezones, besarlos y mordisquearlos mientras notaba como bombeaba su corazón. Acariciar las tetillas con la lengua y susurrar cuánto las quería y las necesitaba para poder vivir. De hecho, lo necesitaba todo de él para seguir viviendo. Cada parte de su cuerpo y cada rincón, los deseaba besar. Se puso nervioso con estos pensamientos y enrojeció de vergüenza. Las pecas le brotaron en el puente de la nariz. –Tus pequitas están ahí... – sonrió Davidé sin mala intención. El otro se apresuró a taparse la cara. Bastante mal lo estaba pasando ya. Cogió una de las camisas y la desabotonó para enfundársela a él. –Ya está. –¿No la abotonas?– pasó los botones por sus agujeritos mientras, sin darse cuenta, fijaba intensamente la mirada en el cuello de Davidé, en la vena que latía cada vez más enorme y bonita. Cuando sus manos se aproximaron a aquel cuello, se deslizaron por él mientras Davidé no sabía cómo reaccionar. Y pronto Albert se encontró así mismo intentando morderle hasta que lo consiguió. Y la reacción de Davidé fue la esperada, lo apartó de un empujón y se tapó la herida del cuello. Su ángel vampiro le miró con odio. –¡¿CÓMO TE HAS ATREVIDO A HACERLO OTRA VEZ SIN PERMISO?!– le chilló furioso. –¿POR QUÉ HAS HECHO ESO? –Tenía hambre, todavía no he probado la sangre, no pude evitarlo. Yo no soy como tú, a mí no me gusta resistirme. Lo hago y punto, recuerda que forma parte del juego– mentira, toda una sarta de patrañas. Albert se había alimentado con anterioridad aquella madrugada. Se estuvo resistiendo a 101

abalanzarse sobre él, hasta que de pronto se encontró mordiendo su precioso cuello... –¡Pues no te atrevas a hacerlo nunca jamás! ¿Me has comprendido?– le chilló rabioso y frustrado. –Oh vamos, te recuerdo que yo te compré a tu Dios todo Poderoso y Grandísimo por lo que me perteneces, y si por un casual, como esta noche, en la que tenga un hambre feroz me apetece beber tu sangre, lo hago y tú te dejas.– le informó limpiándose la sangre que le chorreaba por la barbilla. –¡NOOOO! ¡No te pertenezco! ¡No te atrevas a poner tus sucias manos sobre mí nunca más! –Las cosas son así en el mundo de los no muertos, el que te hace tiene derecho sobre ti y sobre tu sangre. No puedes saltarte la regla, y puedo asegurarte que no dejaré que te la saltes, mon amour.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé se levantó de la cama y agarró al otro de los cabellos, para sorpresa de éste, y los estiró tanto que a Albert le dolió intensamente. –¿Pero qué haces? –¡¡¡Yo también sé jugar a ser un maldito demonio si quiero!!! Tú no me conoces Albert, no me conoces. No puedes ni imaginarte qué clase de persona puedo llegar a ser si me enfado de verdad, ríete, oh sí... ríete si te apetece, pero escúchame bien, sería capaz de matar si me enfado, pero matar de verdad. – Albert se asustó, aquel tono no se lo conocía, mezclado con la voz sobrenatural que cada vampiro posee daba realmente pavor. Se apartó de él lo más posible. –De todos modos tu sangre no sabe bien, para que te enteres imbécil.– Davidé lo agarró del brazo y oprimiéndolo lo estampó contra una pared. –Y a mí que me importa. Sé que nunca podré ser tan fuerte y poderoso como tú, pero escúchame una cosa, estoy descubriendo cómo controlar todo este poder que poseo, estoy descubriendo cuan fuerte soy... Creo que te he salido bastante bien en ese sentido... – después lo soltó dejándolo en aquella esquina oscura. Se giró y cogió toda aquella ropa nueva. Antes de irse volvió a hablarle. –Me ha repugnado lo que has hecho, ya no por el acto en sí, si no que era tu boca la que estaba allí, eran tus labios y tus colmillos, y fue asqueroso.– dicho esto cerró la puerta de un golpe tan fuerte que la rompió.

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Albert estaba acongojado y asustado, allí, tan pequeñito, tan nimio e insignificante. Se dejó caer como un muñeco sin vida. Sus ojos semicerrados miraban a la puerta partida... y pronto se tiñeron de rojo y dejaron de ver la imagen al fondo... Vio su suave cuello, lo olió y acarició, lo mordió con todo el amor del mundo, y él fue cruel apartándole lejos de su bello cuerpo... oh amor... amor... a m o

r

Pero aquello no había sido lo peor... Lo más horrible y desesperante, eran sus palabras. Era como otro Davidé, otro lado oculto que no conocía, tan malo y cruel... –¿Por qué? ¿Por qué soy tan feo y tan repugnante? Tú me lo has repetido muchas veces, me has dicho lo asqueroso que te ha resultado sentirme en ti, aunque sólo fuese un ínfimo instante, un inexistente suspiro de mi amor... No te tengo, jamás te tendré. Deseo la muerte... Si tú me mataras sería tan feliz... Pero es que tampoco puedo morir... y no quiero dejar de estar contigo, por muy cruelmente que me trates... Te quiero tanto... Allá, al fondo, en la extraña lejanía, tras el sabor de sangre, de dulce sangre que tenía su paladar, se le podía escuchar tocar su piano amante... y era una melodía tan triste y deprimente que le dieron ganas de sollozar con amargura. Nunca antes la había escuchado, pero era un dulce delirio... Atormentado estaba el que la había compuesto, atormentado quien la tocaba y después de toda su dureza, era capaz de crear con sólo sus dedos algo de semejante perfección. Tan bonita, tan bonita... "Su sangre", que sabía a algo indescriptible, apenas la pudo volver a probar, pero la tuvo... la tuvo... y jamás volvería a tenerla. Jamás. –Te quiero tanto tanto...

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Se quedó acurrucado allí por el resto de la noche, escuchando tocar el piano a Davidé, odiando a aquel amante que podía tenerle todo cuanto quisiera, al que Davidé amaba. Llorando hasta que las lágrimas se negaron a seguir brotando. Pero es que... le quería tanto...

♠♠♠♠♠♠♠ Una tecla, dos teclas, tres teclas... de un bello piano. –Tú sí me amas ¿Verdad? Por un estúpido instante pensé que le importaba, pude sentir su sonrisa, pude sentirme acariciado por sus manos pálidas y suaves, delicadas... Pude oler la fragancia que sus bellos cabellos rubios desprendían, los acaricié con los labios cuando él no se percataba... Y de pronto sus labios estaban allí, en mi piel, su boca se abrió y me mordió dulcemente. Dulzura escondida en la fiereza que poseen sus colmillos. Por un dulce momento quise apretarlo contra mi cuerpo... Y entonces sentí pánico de querer más de él, de necesitarle tanto que me convertiría en su esclavo, que me dejaría convertir en le muñeco en el que anhela transformarme... Y eso jamás. Jamás... No podré ganarle, pero tampoco él me vencerá. Una tecla, dos teclas, tres teclas... de un piano amante. –Tuve que hacerlo, ser cruel, apartar su influencia perniciosa de mí, expulsar lo que me molestaba. Estoy seguro de que le ha importado un comino cuanto le haya dicho esta noche. ¿Tan mala está mi sangre? Tan podrida como siempre... ¿Y dónde está la felicidad? A veces creo que nunca llegué a conocerla realmente. En todo lo que he sido, en todo lo que he hecho... ¿Donde la dejé olvidada? ¿Por qué murió mi hermana y no yo? Tal vez ella hubiese sido más feliz, o tal vez no... Pero no vale la pena pensar en lo que pudo ser. El pasado ya no existe, el presente nunca sucede, y el futuro ni siquiera tiene un pasado ni un presente. Una tecla, dos teclas, tres teclas... de un piano con nombre de vampiro. –¿Qué sentido tiene seguir, cuando todo carece de ese sentido...? ¿No es gracioso? Pero es que no tengo salida y me veo incapaz de confesar cuánto le amo. Si lo hago, me tendrá a su merced, tal vez me engañe para así conseguir que me postre a sus pies... Tengo poco en esta no–vida, pero todavía mi alma es mía. Si 104

le confesara mis sentimientos a un ser tan insensible, él los convertiría en algo feo y para su provecho. Sería como entregarle lo que más desea, mi simple alma... Una tecla, dos teclas, tres teclas... tocar hasta el amanecer. Davidé tocó hasta la extenuación, hasta que los dedos se le agarrotaron y sintió que ya no podía continuar. En aquella habitación, como en cualquier otra, no existían ya las ventanas, en cambio sabía que allí fuera pronto comenzaría un nuevo y bello amanecer... que le esperaba ansioso. Se levantó y susurró varias palabras. –Una tecla, dos teclas, tres teclas... adiós mi piano de sangre, nunca querré olvidar esto... Una tecla, dos teclas, tres teclas... el dulce calor del sol, que me dé de nuevo en los ojos, al amanecer.

♠♠♠♠♠♠♠ Bajó las escaleras y salió al exterior, esta vez sí lo hizo. Anduvo un tramo del jardín descuidado por falta de riego y pudo sentir la frescura de la mañana. Danzó lentamente por el lugar y se sentó en un banquito de piedra fría y blanca, de mármol... Aquel era un bello jardín gótico descuidado. A los lados se alzaban una especie de imitaciones de columnas dóricas y al fondo un grupo de orden jónico. El musgo cubría las hendiduras de los ángeles de piedra, las plantas trepaban a su antojo. Igual que en el banco sobre el que se hallaba sentado hacía rato. Los pájaros de la mañana cantaban, en realidad hacía mucho que no escuchaba a los pajarillos. Ojalá fuese un pajarillo para volar rápido y lejos del bello halcón. Ya no era de noche, si no ese color grisáceo que cubre las mañanas frescas. Todo es más especial, te quedas largo rato observando aquel gris indefinido y agradable. El gris antes de la luz solar. El frío antes del calor. Allí, al fondo, entre las ramas de los árboles, la luz era menos gris. Ahora le costaba ver lo que le rodeaba, sus ojos no le permitían más, se cerraban solos. Como cuando se mira al sol directamente. La diferencia estaba en que allí no existía aquella luz, y aun así le escocían los ojos y estaba cegado. Los minutos fueron sucediéndose lentamente. ¿Es que jamás llegaría el momento? Ya no hacía helor, todo lo contrario. Le escocía la piel, tanto que gritó dolorido. Pero no importaba. Lo único que le fastidió fue no poder mirar de nuevo al Sol. Aquello comenzaba a ser insoportable, infernal y abrasante. Ni siquiera conseguía respirar. Era como arder, ¡Era su fin! Albert no se atrevería a salir a por él, se exponía a morir también, y era un cobarde que sólo pensaba 105

en su propia persona y en su bienestar. Dios, qué extraño, Albert, adiós amor... Adiós amor... adiós…

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando pensaba que ya nada se interpondría entre él y el rostro de Dios, unos brazos de rodearon estirando de él con furia. –¡DAVIDÉ! ¡HIJO DE PUTA! ¡NO TE DEJARÉ MORIR ASÍ!– le chilló Albert. –¡NO! Déjame m–morir– hablar le era ya tan complicado, era como si el fuego entrara por su boca. Intentó apartarse de ese intenso abrazo que le arrastraba hacia el interior oscuro y fresco de la casa, y de nada sirvió todo el empeño que puso en ello. Una vez más, la muerte no quería abrirle las puertas del infierno. No veía nada porque no podía abrir los ojos, se hallaban pegados. Si se tocaba la piel comprendía lo quemado que estaba, no quería ni imaginarse su aspecto. Solo sabía que aquello era terrible, un trabajo inacabado. –No... no... déjame salir, terminar con esto... –¡Idiota! ¡Inepto! En cuanto me percaté de lo que pretendías, tuve que arriesgar mi propia vida. Tengo suerte de ya haber pasado por esto, aunque yo terminé enterrándome bajo tierra con mis propias manos. –¡DÉJAME SALIR!– chilló histérico y encabritado. Seguía ciego. –Estás loco, por el amor de Dios, estás como una cabra. –Déjame. – tenía los globos oculares tan destrozados que ya no era capaz ni de sollozar. –No te dejaré morir, eres mío y no morirás mientras yo lo decida así.– Davidé se enfureció de nuevo, tras un ataque de debilidad, y zarandeó al otro vampiro con odio intenso. –¡TE ODIO! ¡ME REPELES! ¡TE ABORREZCO! ¡YO LO QUE ANHELO ES MORIRME! –Vamos Davidé, ya estoy harto de esto, ya basta por hoy, estoy cansado, harto, aburrido y tengo sueño. Me duele la piel y los ojos, ¿O qué pensabas? ¿Qué eras el único?– Davidé comprendió. Quiso preguntarle si le dolía mucho, estaba preocupado por él, y no se atrevió. Supuso que aquella cama era la de Albert ya que él se recostó a su vera y lo abrazó por la cintura. Se encontraba de espaldas a él, así que notó su respiración sobre la nuca. De alguna manera, y tras el bajón de ira, aquella 106

sensación húmeda le tranquilizó los nervios. Lo mismo sentía con su mano delicada posándose sobre su pecho y estrujando la camisa nueva entre su puño cerrado. Se atrevió a llevar la suya propia, quemada, hasta la de él y tocarla. –Volveré a intentarlo... –Lo sé. Después de eso, Davidé cayó en un profundo sueño, largo y espeso. Nada soñó pero fue tranquilo, aquel brazo que le rodeaba simplemente lo sujetaba para no caer en una espantosa pesadilla... Y al fondo, el piano regalaba una dulce melodía a los amantes, sin que éstos supieran que lo eran en secreto.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert lo miró dormir. Davidé tenía la piel enrojecida e hinchada. Por suerte se regeneraría en un par de días. ¿Acaso le importaba su aspecto ahora? No, le quería igual, aunque el pobre chico estuviera quemado e hinchado, con la piel reseca, sangre y los ojos llenos de legañas. Lo miró largo rato hasta que sus propios ojos, que le escocían, se fueron cerrando. Recordó cómo lo vio salir fuera, lo miró sentado en un banco del jardín y se ensimismó tanto que de pronto el sol le atacaba los nervios y el cuerpo, aunque todavía naciera lejos de allí. Aguantó un rato más para ver cómo reaccionaba Davidé ante aquella nueva sensación. Creyó que volvería dentro de la mansión, pero no fue así, al contrario, acabó por entender lo que aquel inepto pretendía conseguir. Morir de una de las únicas formas que un vampiro puede desaparecer de la faz terrestre. El Sol.

♠♠♠♠♠♠♠ Lo tuvo que arrastrar, mientras él pataleaba, despotricaba y le arañaba. Pero nada de eso le importó. Y ahora él no estaba muerto, si no allí, entre sus brazos y sólo para él, para acariciarlo y amarlo en silencio. Le dio la vuelta y estrujó su rostro sobre el de él, buscando sus labios resecos y cuarteados que se abrían en carne viva. Los alivió rozándolos con los suyos propios, susurrándole besos sin besarlos, como caricias curativas... Hasta que finalmente cayó dormido de también.♠

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"Adiós"

♠Hacía casi un mes que continuaba intentando desaparecer de la faz terrestre. Cada mañana bajaba hasta el jardincito y paseaba como un alma en pena, mientras Albert lo observaba desde la puerta principal, esperando a que el Sol quemase lo suficiente como para actuar y arrancar a Davidé de sus fauces. Éste era tan raramente fuerte que lo intentaba cada nuevo día que se alzaba. Siempre igual, siempre lo mismo. Un mes monótono, cada día calcado. Lo arrastraba al interior frío y seco de la mansión. Él pataleaba, chillaba y se debatía constantemente hasta caer completamente exhausto, medio muerto de cansancio. Era cuando Albert más lo amaba, en su sueño, cuando él dormía dulce entre sus brazos. Se encontraba tan dormido que nada lo despertaba, ni los besos apasionados del otro vampiro, ni las caricias, ni los susurros repletos de palabras que tan sólo un amante puede decir. Luego le acostaba en la cama y se tendía junto a él, estrujando todo su cuerpo dulcemente, con miedo a que se despertara. Le miraba durante horas hasta que se sentía decaer hacía su propio sueño y era entonces cuando cesaba su abrazo y apartándose de Davidé lo agarraba de la muñeca por si despertaba y huía. En ocasiones, tras tapar su cuerpo quemado por la acción solar, besaba su piel caliente, ardiendo. Qué daño hacía su rostro, qué daño le profesaba pensar cuánto le dolía a él. Quería curarlo deprisa y no podía más que besar sus estigmas. Nunca le importaba lo deformado que su rostro se quedase, seguía siendo bello para Albert. –Hermoso... – le susurró sobre la mejilla áspera y caliente. Era ese calor lo que le atraía, ese calor perdido, aunque oliera a chamuscado. –Ha pasado un mes, y no ha habido día que no te haya susurrado esta palabra... hermoso... mi cariño, hermoso como nadie. ¿Qué podría hacer para descargarte del dolor de tus quemaduras? Hoy son demasiado fuertes. Te escurriste de entre mis brazos y volviste fuera con lágrimas en los ojos, casi hiciste que yo también me quemara. Pero no te culpo, yo fui quien no supe cómo sujetarte. Cada día eres más fuerte y más poderoso, tanto que me asusta. ¿Cómo puedes hacerte tan fuerte? Apenas pruebas la sangre... eres excepcional. Te amo tanto por serlo... tanto. Cuando despiertas ya han desaparecido todas tus heridas, tu piel vuelve a ser de terciopelo. Aunque ahora está ardiente, al rojo vivo y me excita tantísimo besar ese ardor, absorber su calor. 108

Albert pasó los brazos bajo sus sobacos para que así pareciera que Davidé también le abrazaba. Después lo arrastró sobré él para que el peso de su vampiro hermoso le aplastara, quedando él debajo y Davidé encima. Separó las piernas para rodear las de Davidé. Como si fuesen a hacer el amor como dos mortales, preparado para ser penetrado y amado. Si Davidé despertara en aquellos instantes jamás podría mirarlo a la cara. Aquella posición era sensual y erótica. Acariciaba su espalda metiendo las manos bajo la camisa, allá, la piel estaba intacta. Notaba cada músculo y fibra, las vértebras que recorrió como un caminito hasta llegar a la cintura del pantalón, una barrera que le impedía ir más allá. Apartó las manos avergonzado de sus actos, pero no se movió, sino que lo abrazó fuertemente y deslizó los dedos entre la suavidad de sus cabellos. Aquella misma noche le había obligado a bañarse y limpiarse el pelo. Ahora olía y brillaba, cayendo en mechones cortos pero abundantes. Le levantó la cabeza y volvió a dejarla caer sobre su boca abierta. Le comió los labios con lentitud, dejándole respirar, pues si Davidé despertaba aquello sería el infierno y la vergüenza más grande de su vida. Davidé se movió y Albert se quedó petrificado, con los labios entre los de él. Éstos se movieron y apretaron haciéndole gemir de delirio. ¿Davidé le besaba? Aquello era un sueño. Sus labios se deslizaron sobre la mejilla quedando inertes. Silencio, no más que el latir de un corazón que gritaba como loco entre gemidos de deseo. Aquello nunca fue un beso, solamente un movimiento en sueños. Se echó a llorar calladamente, notando la respiración acompasada de Davidé sobre el cuello. Durante una hora no cesó de recordar las sensaciones que embargaron su cuerpo y su alma en aquellos breves segundos. Pero con Davidé todo fue una explosión. Los ojos vibraron bajo los párpados, parecía que se habían quedado en blanco, en un gesto de puro éxtasis. El corazón se le rompió en el pechó del latido tan fuerte que dio. El vientre y el estómago explotaron en chiribitas, en burbujas, un cosquilleo maravilloso los embargó para desaparecer al instante. Aquellos labios sensuales e impresionantes que le besaron sin besarle, apretándose con extraña pasión. El delirio, el instante más hermoso de toda su existencia. Luego se puso a pensar en la posición sensual y sexual en la que se hallaban sobre el lecho blando y grande. Imaginó lo que hubiera acontecido si antes de convertirlo en no muerto, Davidé le hubiese amado y acompañado a la habitación de hotel. Pensó en su cuerpo bajo las ropas negras de sacerdote. En cómo le podía haber quitado el hábito y desabrochado la camisa. Luego, esa piel fragante con olor a sangre mortal, con aroma de vivo, junto a su sudor deslizándose por esa piel. Sus abrazos en la semi oscuridad de una lámpara, en sus besos lentos, repletos de amor y sensualidad. En cómo su Davidé, con el 109

cuerpo excitado por el deseo, le despojaba de la camisa y sus pechos, latiendo fuerte, se tocaban de verdad para no despegarse más. Davidé quitándoselo todo, todo. Sus pantalones, bajándole la cremallera con erotismo y despojándole de toda prenda molesta. Ante él totalmente desnudo. Luego, él se lo quitaría todo y tendiéndose sobre su cuerpo de vampiro lo frotaría contra el suyo, caliente por su humanidad y por su excitación. En cómo buscaría la forma de entrar para hallarla entre sus piernas y clavar su sexo allí. Tan grande, duro y excitado. Podía oír sus jadeos de lujuria y pura pasión. Moverse sobre él, allí dentro. Moverse los dos, para darle un placer que jamás olvidara. Un vampiro no siente un orgasmo ni un deseo sexual, pero puede hacer lo que sea para hacerlo sentir. Podía imaginar los jadeos y gemidos salidos de su garganta, con la voz de Davidé. Sus te quieros, sus susurros ahogados, sus nalgas prietas haciendo fuerza... tocar y arañar éstas para excitarlo hasta la muerte misma y que chillara sin poder más. Sentir su orgasmo sobre la boca después, otro nuevo tras hacer el amor hasta la saciedad. No dejarlo descansar en toda la noche y retozar sobre la cama, sobre el suelo, en el sofá o donde él quisiera. Que perdiera el sentido de la realidad, la decencia y la rectitud, que simplemente amara sin límites y sin importar nada más. Pero eso jamás fue real, nunca sucedió. No valía la pena soñar con algo que tan sólo era fruto de una imaginación demasiado humana a veces y demasiado calenturienta. Por Dios, ¿Dónde se había visto que un vampiro impotente pudiera desear cosas semejantemente lujuriosas? Ahora sólo le restaba pensar en que le tenía encima y mientras dormía podía rodearlo con brazos y piernas. Le besó en la mejilla y susurró palabras sin sentido mientras se mecía lentamente, saboreando cada segundo. –Viviremos siempre juntos y yo no podré dejarte nunca. Soy tan dichosamente infeliz.

♠♠♠♠♠♠♠ El chico lo apartó suavemente de encima suyo y tendiéndolo boca arriba lo soltó. Sentándose sobre la cama lo miró dormitar serenamente. Davidé se movió como incomodo y molesto, lo que Albert no sabía era que el vampiro se encontraba intranquilo porque habían cesado las caricias y susurros. Inconscientemente notaba que Albert ya no le protegía con su cuerpo. Gimió como con lástima hasta que Albert le pasó un brazo por la cintura y le arrulló nuevamente susurrando palabras piadosas. –Tranquilo mi cariño, no sueñes cosas malas.– el cuerpo de Davidé se relajó serenándose al instante. Pero para el otro no muerto, su noche de amor no había terminado. Aquella vez iría a más. Tenía mucho miedo, presentía que 110

pronto las cosas cambiarían, quería aferrarse lo máximo posible a Davidé, le aterraba pensar que se fuese, que desapareciese... Lo acercó a su rostro y le susurró besos sobre los estigmas. Hizo lo mismo con los de sus manos. Las cogió entre las suyas y las besó como se hacía antiguamente con una dama. Llevó los labios por sus yemas calientes y las lamió. Siguió besando la palma largo rato y bajó por la muñeca con puro delirio. Allí corría la sangre tan bellamente que le dolían los colmillos por no poder chuparla y lamerla hasta bebérsela por entero. Mientras le besaba el cuello no dejaba de llenar su nariz de un aroma sangriento y chamuscado que le hacía tan apetecible. Llegó a la nuez, tan perfecta, bajó hasta su pecho, un pecho sin vello, sin pelo, tal y como le gustaba. Liso y suave, duro. Qué cuerpo poseía, tan perfecto y bien proporcionado, no era musculoso en exceso, si no de hombre sensual. Cada prenda que se ponía era llenada por aquellas espaldas amplias pero no anchas en exceso. Le fue desabrochando la camisa. Allí estaban sus tetillas, redondas y pálidas, con aquella pequeña protuberancia en el centro. Se pasó la lengua por los labios, respiraba tanto y tan deprisa que la boca se le secaba enseguida. Se tumbó sobre ese pecho y plantó la boca en uno de aquellos sugerentes pezones. Estaba extasiado en exceso y jugueteaba su lengua con aquello que su boca besaba. Con la mano le bajó la cremallera de los pantalones y metió la mano, notando enseguida el vello suave y espeso. Después algo que él también poseía aunque no le servía para nada. El sexo flácido, los testículos. ¿Por qué le excitaba tanto algo que no podía sentir realmente? El deseo sexual perdido hacía siglos. Pero es que nunca supo lo que era disfrutar del sexo en su humanidad. Ni con hombre ni con mujer. Nunca nadie le deseó ni se lo propuso. ¿Y Davidé? ¿Habría hecho alguna vez el amor? No siempre fue un sacerdote, tal vez con Isabella... Apartó la mano y la dejó inerte sobre su vientre, sintiendo el lento sube y baja de aquella respiración serena. –Te quiero.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé jamás despertaba antes del anochecer, cada vez lo hacía más tarde. Y un vampiro cuando duerme es realmente con mucha profundidad y no hay apenas nada que lo saque de su sopor. Como la bella durmiente, como Blancanieves, aunque en este caso ni siquiera un beso produce efecto. Por eso Albert se atrevía a llegar tan lejos y acariciar sus partes más íntimas, aunque éstas ya no constituyeran nada importante. Ahora que estaba más relajado, que el sueño cerraba sus ojos, se percató de lo que sus manos habían tocado, y sus labios besado, y una vergüenza insoportable emergió y llenó su alma. Apartándose de su pobre durmiente se echó a llorar con desesperación. Se apresuró a abrochar su 111

pantalón y su camisa para que no quedaran restos de aquella burda violación. Porque lo era, una cruda violación en toda regla. Qué asco pensar en la reacción que su hermoso amado hubiera tenido. Un feo vampiro, un no muerto tocando su intimidad, besando su cuerpo fragante y perfecto. –Perdóname, oh perdóname, nunca más, nunca más te lo haré, nunca más...

♠♠♠♠♠♠♠ Volvía a dolerle mucho la muñeca... Giró la cabeza y se encontró con la del energúmeno que no le dejaba morirse de una maldita vez. Le despreciaba intensamente, ahora de verdad. Había perdido la cuenta de los días que llevaba recluido en aquella asquerosa casa con aquel imbécil. Le oprimía cruelmente la muñeca. Era como un torniquete. Aunque insistió en el intento de apartarse todo fue inútil. Albert no despertaba... pues peor para él. Levantó la otra mano y con la palma abierta estampó un fuerte bofetón en la mejilla del vampiro, que se levantó asustado y sobre todo lleno de una ingrata sorpresa. –¿Qué haces Davidé?– aquello le dolió sobre todo en su débil corazón inseguro. Él no le respondió, cosa que no le sorprendió en absoluto, ya que en las ultimas semanas Davidé no le dirigía la palabra, como mucho un gruñido de vez en cuando expresando que le dejase tranquilo. En esta ocasión hizo un gesto para dar a entender que le soltara. Albert lo hizo y Davidé salió del cuarto. No se preocupó de que intentase escapar. Por lo pronto esa fijación de huir se le había pasado. Ahora a lo que se dedicaba noche tras noche era a toquetear su repulsivo piano y a susurrarle asquerosas palabras de amor. ¡LO ODIABA! A muerte, a muerte, a muerte, repulsivo piano, lo mataría.

♠♠♠♠♠♠♠ Las notas suaves y tristes se escucharon de nuevo allá en la habitación donde se hallaba Davidé. Tocaría hasta las cinco a las seis de la madrugada sin despegarse del asiento. A veces pararía para limpiarle el polvo o para regalarle sus besos y susurros. Estaba loco, enamorarse de un objeto inanimado que no le correspondería jamás. Y sin embargo lo hacía sonar tan maravillosamente que durante largos minutos conseguía ensimismar sus sentidos, transportarlo junto a las notas y enamorarlo muchísimo más... oh Davidé... 112

Tras terminar con el asqueroso pianito de sangre, se levantaba y pululaba sin rumbo fijo, a veces incluso tenía que obligarlo a estarse quieto, a que se cambiara de ropa, a lavarse, etc... Y para que se alimentara se las veía negras. Lo difícil era ir de caza y encontrar unas víctimas decentes que en su corazón anhelaran morir. Él mismo se conformaba con cualquier desperdicio, algún violador o asesino, pero para Davidé tenía que ser una víctima distinta y mejor. Buscaba instantes precisos en los que salir y traerle las personas, encerrarlas inconscientes en un curato y llevarlo hasta la estancia para que, él solito, oliera la sangre e hiciera lo que ya sabía que deseaba con locura. Sangre... En ocasiones dejaba el alimento por ahí y ya se encontrarían. No fallaba. Eso sí, lo de Davidé era impresionante, como mucho aguantaba cuatro días enteros y sus noches sin probar ni gota. –Bueno, no le toca comer hasta pasado mañana, hoy buscaré sólo para mí... – Dicho esto se incorporó y sin arreglarse siquiera salió de la estancia y después de la casa...

♠♠♠♠♠♠♠ Paró un rato de tocar, acarició las teclas suavemente para luego apoyarse amorosamente en la madera. –Oh mi amante de sangre, soy tan malo... como lo es él, y no me importa. Tú deberías aborrecerme porque si se terciara la ocasión te abandonaría por sus besos y sus caricias. Estate tranquilo, no sucederá jamás. Es una utopía y no pienso regalarle mi voz nunca jamás, no se merece nada mío y mi sangre todavía menos. ¿Cómo se atrevió a hacer aquello? Si al menos... si al menos hubiese sucedido todo lentamente, suavemente, con amor. Pero no, sólo fue deseo por beber, no importaba que fuese mi sangre, lo único que le interesaba era imponerse ante mí y demostrarme su infinita superioridad. Y a mí nadie me mandará nunca más, ¡NUNCA! Levantándose se dejó caer en el suelo y observó el techo. Aquel día soñó cosas raras. Cosas malas que no recordaba ni pretendía recordar. Pero sintió, en ese sueño, unos brazos que conocía, tan fuertes bajo una fresca camisa de lino blanco. Estaba en un prado y era de noche, él se le abrazaba con una intensidad tan dulce. Daban vueltas sobre hierba mojada, a la luz de la luna pálida pero iluminada a un tiempo. Reían sin cesar y no importaba nada más. Quedándose quietos se miraron, qué ojos más bellos en su color de esmeralda. Se entrecerraban esperando un beso. Aquellos cabellos rubios que se desparramaban sobre el suelo en total perfección y se enredaban con las pequeñas florecillas. Le apartó ese pelo de la cara y él levantaba sus labios, tan sensuales y entreabiertos, con los colmillos sobresaliendo sobre el labio inferior. Con su caliente aliento de sangre palpitando y llamándole para que lo 113

bebiera sin mesura. Besar y besar hasta la extenuación, comerle y morderle la lengua, sentir como le hincaba las uñas en la espalda y brotaba la sangre y oler la fragante piel de vampiro que poseía. No hubo más, se acabó, se terminó... un simple sueño. Davidé se irguió apático y le habló al piano. –Sé que no está en casa, por eso te voy a contar muchas cosas sobre lo que anhelé de él y de su cuerpo. Lo deseaba con tanta lujuria, no puedes ni imaginarte cuanta. Llevaba una larga eternidad en el celibato, sólo he hecho el amor dos veces en mi vida, y fue con mi amada Isabella. Me gustó como nada en esta vida. Cuando le conocí a él fue ese deseo el que me embargó, el amor y el horrible y pecaminoso deseo de acostarme con él. En ocasiones no me importaba nada más. Yo soñaba con que viniese a mí y empezara a desprenderse de su ropa sensualmente, dejando ver cada vez más ese cuerpo esbelto y suave que tiene, joven y fragante. Yo no podría escaparme de eso. Luego me quitaría todo y yo me negaría, así que me tendría que forzar, medio violarme, es lo que yo quería. Desnudos bajo las sábanas, tapados por ellas, arropados mientras me comía frenéticamente de arriba abajo, como un demonio. Imaginaba que susurraba palabras de amor mientras hundía sus labios entre mis piernas y me mordía a la par que yo me convulsionaba de puro deseo mientras le apretaba su cabeza contra mí. Él quería hacerme el amor pero yo no me dejaba, era más fuerte que él y conseguía tenerlo bajo mi cuerpo y penetrarlo mientras jadeábamos y me mordía los labios. Dos seres del mismo sexo acostándose juntos, pervertidos, perversos y en contra de toda ley de la iglesia, contra natura. Y no importaba. Por aquel entonces no sabía que un vampiro es impotente, aunque no hubiese importado en absoluto. –Luego mi enfermedad me desintegró lo suficiente como para no poder sentir ya ningún orgasmo y pese a ello le seguía amando y me daba escalofríos el sentirle cerca o tocándome. Ese era mi tormento, amarle como algo imposible y prohibido. Me hace tanto daño constantemente, lo único que pido es que me quiera aunque sólo sea una amistad, amigos... Aunque es mejor así, porque entonces yo querría más de él y le exigiría demasiadas cosas que no pude darme. ¡Pero también le odio y no pienso dar mi brazo a torcer! Yo soy Davidé y nadie, nunca más, me vencerá. Nadie, nunca más me dará órdenes, soy libre en mi encierro. Sin embargo juro que saldré de aquí, lo juro por mi Señor y mi Dios... ¡Lo juro por mi vida! –Dios... Señor, ¿Ya no tengo perdón verdad? Tengo miedo a conseguir suicidarme y que mi alma, si es que todavía la tengo, no consiga alcanzar tú perdón. No me comprendo Señor, deseo morir y a un tiempo vivir. No sé lo que quiero, sé que soy fuerte en mi interior y que puedo sobrevivir y 114

adaptarme a todo esto, lo que me hace desear no continuar es que él no me quiere, ni siquiera como un amigo. Lo único que hace es utilizarme y sacarme de quicio, me hiere. Todo esto me duele demasiado. ¿Qué debo hacer? ¿Continuar en mi vano intento de quitarme la no vida, o por el contrario afrontar que soy un vampiro? Oh Dios, no consigo asimilar en lo que me he convertido. Hace muy poco no creía que algo así existiera realmente, sólo era ficción, películas de terror. Drácula y esas cosas, una novela de ficción escrita hace mucho ya y desarrollada en la actualidad. Pero no soy Drácula, yo tengo verdaderos sentimientos hacia los seres humanos, no puedo quitar vidas aunque cuando bebo sangre no consigo parar de hacerlo. Los ajos no me hacen daño, ni el agua bendita, ni entrar en Iglesias o ver crucifijos. Son cosas que no me afectan para mal. No puedo comer, ni beber líquidos normales, no envejezco, seré un hombre de 28 años para siempre. Me reflejo en los espejos como cualquier persona, y desde luego no me convierto en un murciélago. Soy impotente... No necesito ir al baño... no crece mi pelo... Ni siquiera parezco un monstruo de películas. Y estoy terriblemente enamorado, aunque le odio tanto que le pegaría hasta la muerte. Todo esto Dios mío es lo que me hace no saber cómo afrontar la situación. Podría intentar seducir a Albert, jugar a seducirle. Pero él es un hombre, ¿Por qué otro hombre iba a quererme? Soy un pervertido, mi padre me gritaría maricón y luego recibiría de él una paliza de muerte. ¡AH! pero qué digo, yo ahora soy más fuerte que él. Yo ahora soy perverso y siento cosas impuras. Si mi tío el Cardenal se enterara de que deseo a otro de mí mismo sexo no quiero ni pensar lo qué sucedería ¡Sería un escándalo para la familia! ¿Y a mí qué me importa? He muerto para todos menos para mi amada Virna. Juro que te sacaré del pozo negro en el que padre te arrojó, que es peor que el infierno y repugnante como una violación. Tan joven todavía, sin conocer el verdadero amor, el que vive sobre todas las cosas. Te rescataré, ya lo verás. ¿Lo ves Dios mío? Me contradigo, intento morir y luego me pongo a trazar planes sobre lo que haré en estos años venideros. Con Albert o sin él, poco me importa ahora... He de tomar una determinación coherente, y pronto. Quiero regalarle algo a Albert para que se sienta mal, muy mal por todo lo que me ha hecho sufrir y todas las heridas que me infringe cada nueva noche. Voy a crear una bella canción para él y se la regalaré... ¡Dios mío, deliro como un loco!

♠♠♠♠♠♠♠ Notó la presencia del otro y se sentó de nuevo en el taburete. Posando sus diestras manos en las teclas susurró de nuevo palabras de amor al instrumento y tocó... bueno, en realidad comenzó a crear aquella nueva melodía que sonaba distinta a las anteriores. Cargada de un romanticismo para nada triste. Notó a Albert detrás de él.

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–Esa parece nueva, ¿hoy tienes un buen día o qué? No sé para qué te pregunto si sé que no me vas a contestar. Da igual. Hoy he encontrado una víctima deliciosa. Una prostituta de sabrosa sangre. La pobre ha echado a correr como loca por una calleja mientras yo hacía de niño malo y en cuanto me ha visto encima de ella me ha ofrecido sus favores a cambio de que la dejase vivir. Pobrecilla, no sabía que yo soy desgraciadamente incapaz de mantener una relación puramente sexual. Fui bueno y la desangré de golpe para que no sufriera. Lo divertido fue cuando su chulo ha descubierto el cuerpo sin vida entre mis brazos y me ha clavado una navaja mugrienta. En esos casos me encanta dejarme hundir tales armas y luego chupar mi propia sangre de la hoja. Se ha acongojado tanto que se ha desmayado. En fin, estoy lleno. Te has perdido un buen banquete por tu estúpida fijación con no beber. Ya te traeré alguna pareja semejante dentro de un par de días. Dame gracias de que no te obligue a hacerlo todo tú mismo. Esa canción es nueva... es bonita– aquello hizo que Davidé se detuviese en seco muy sorprendido y lo mirase. Se levantó y pegó un empujón a Albert, sacándolo del cuarto. Le dio con la puerta en las narices y el vampiro rubio escuchó de nuevo la melodía, que se repetía cada vez con alguna nota nueva que la enriquecía. Se oía la voz de Davidé hablándole al piano. –Mi amor, esta canción es para el ser que más amo en el mundo... ¿Adivinas quién es verdad?– El no muerto tensó todos los músculos de su cuerpo al enterarse de aquello. –Maldito piano, juro que lo mataré. Encima le compone una canción... ¿Por qué soy tan desgraciado? No te quedes tranquilo pianito repugnante– susurró para sí– pronto él será para mí y tú habrás dejado de existir. Lo juro.

♠♠♠♠♠♠♠ Aquel amanecer fue completamente distinto al de las últimas semanas. Albert, como cada nuevo día, esperaba en la puerta a que el sol se alzara lo suficiente como para arrastrar a aquel inepto al interior. Pero fue otra cosa la que sucedió. Como siempre, Davidé esperaba sentado en el mismo banquito de piedra. Éste se sorprendía siempre al pensar que aquel asiento no estuviera ya quemado, cuando el sol era tan abrasante y le pegaba todo el día y constantemente. Le daba esa sensación porque a él, esa luz le profesaba un dolor intenso y sentía que le ardía todo en llamas. Por supuesto era consciente de que el banco no era otra cosa que mármol y no carne de vampiro. Pese a ello le daba esa extraña sensación ya que el efecto del sol le hacía creer que se quemaba en un infierno y que todo lo que le rodeaba sufría las mismas consecuencias. Pero no, seguía igual que siempre, fresco por la acción de la

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noche. Era algo, bastante tonto, que se paseaba por sus pensamientos todos los días al sentarse allí. Era un concepto curioso. Quería recordarlo de nuevo porque al día siguiente ya no volvería allí. Al menos no a aquellas horas limites. Se acercaba la primavera, se notaba en el ambiente. Aspiró hasta que sus pulmones no le permitieron ser repletos de más oxígeno. Levantándose caminó hasta las columnas desgajadas por el paso de los años. Las acarició y después, alejándose, seguido de Albert, esperó al Sol. Cuando éste hizo su aparición pegó media vuelta y empujando a un estupefacto vampiro, se metió como si nada en la casa. El otro inmortal hizo lo mismo y cerrando la puerta tras de sí, sin decir palabra, observó los moviéndose de su amado. No comprendía nada. ¿A qué se supone que jugaba? No le inspiraba ninguna confianza, aquello debía ser una nueva treta rara de Davidé. – Sí... Eso debe de ser. ¿No? Lo siguió y vio que se metía en su propio cuarto y dejaba entrecerrada la puerta. Por la rendija atisbó ensimismado cómo se quitaba la ropa y sintió vergüenza de invadir así su intimidad. Recordó a lo que se había atrevido aquel día anterior, lo de tocarle sus partes íntimas. Apartó la mirada acalorado y esperó fuera. Escuchó sus movimientos. Davidé se metía en su cama, se arropaba dulcemente, y posando la cabeza sobre la almohada, cerraba los ojos de tupidas pestañas y simplemente se ponía a dormir. Tan simple como aquello, pero que probablemente encerraba un trasfondo nuevo. –Hagas lo que hagas Davidé, no vas a conseguir engañarme. Me esperaré aquí todo el día y no permitiré que escapes. Dicho y hecho. Ni siquiera fue en busca de una silla, se sentó directamente en el pasillo, de frente a la puerta y esperó largas horas. Nada... él no salía, probablemente dormitaba tan tranquilo. Se sentía ridículo allí plantado como una estatua.

♠♠♠♠♠♠♠ Tal vez eran las cinco de la tarde. Allá fuera el sol resplandecía como loco, ajeno al sufrimiento de un vampiro que no tenía derecho de disfrutar de su luz y plenitud, ardiente en el cielo. Los días cada vez eran más largos y anochecía más tarde, mejor así par él... menos sufrimiento nocturno si podía dormir más horas. 117

Cuando salió de la habitación se encontró, sorprendido de verlo allí, al bobo de Albert, cruzado de brazos y piernas, con la cabeza hundida sobre el pecho y el cuerpo algo ladeado. Más dormido que un conejillo en invierno, refugiado y acurrucado. –Eh... –susurró. Pero nada... Lo levantó en brazos, descubriendo cuan ligero era. Debía medir aproximadamente un metro ochenta, pero era delgado, esbelto y no pesaba tanto como creía. Ahora era él quien lo llevaba en sus brazos. Se dirigió hasta la habitación del ogro, lo dejó en la cama y le quitó algunas prendas molestas, como los zapatos. Desabrochó los pantalones con delicadeza y también los botones de la camisa. Tras ésta se veía su pecho pálido y suave. Los huesos de la clavícula que sobresalían de forma sugerente de la parte superior de su pecho, subiendo y bajando al ritmo de la respiración. Le retiró lentamente, miedoso de despertarlo, la parte de la camisa que cubría los hombros, dejándolos al descubierto. Aquello era perfecto, él era perfecto, grácil y esbelto en la forma de sus huesos. Un hombre físicamente joven y como una flor abierta que desprende un aroma fresco y fragante. La curva sugerente de su cuello largo, como el de un cisne, de un ángel de cabellos de oro que gracilmente descansan sobre una almohada. En las anteriores noches, a veces, antes de caer perdidamente rendido, con los estigmas de fuego que le ardían en el rostro, notaba su suavidad aliviándole las heridas. La suavidad de un pelo perfecto... Le miró las manos, los dedos largos. Tenía un torso largo y de estrecha cintura. Podría ser el de una mujer perfectamente, aunque después, las caderas no se le ensanchaban apenas, pues eran de hombre. Sus muslos bajo los pantalones, delgados pero que llenaban muy bien la prenda. Nunca vio sus piernas pero estaba seguro de que eran un par de piernas bien torneadas, suaves al tocarlas, al pasar las manos por entre el vello que crecía en ellas. Posiblemente no tendría mucho. Qué bueno y angelical parecía, pero de noche era distinto, cínico y malo. Al andar era un hombre, al moverse era un hombre, su voz también lo era. Amaba a un hombre por mucho que le costara asimilar tal desviación sexual. Y allí lo tenía, durmiendo plácidamente, ajeno a su deseo por él. Observándolo así, el corazón le latía lujuriosamente en su ensangrentado pecho. Lo observaba con tal intensidad que se sorprendió al percatarse de cuan cerca se hallaba de él. Sobre sus clavículas, en la concavidad que se formaba en el centro de estas. La notaba hundirse cada vez que Albert aspiraba el aire. Era tan maravillosa aquella sensación mareante. Cerrados sus ojos se descubrió respirando profunda y excitadamente sobre aquella parte de su cuerpo. Acariciando lentamente sus hombros desnudos. Terminó besando aquel lugar tan bello que le ponía a cien, inevitablemente. Besar una y otra vez sin pensar en otra cosa. Si él despertaba no importaba en aquellos instantes perfectos. Los besos eran tan espesos que al despegarse los labios de la piel se podían escuchar claramente. Susurrando palabras sin sentido y luchando por no morderle el 118

cuello. Albert se movió suspirando de pura felicidad, acurrucándose contra él. Davidé pegó un respingo tal que salió corriendo hasta la puerta. Se dio la vuelta para ver a su ángel y le alivió descubrir que continuaba sumido en un cálido sueño. – No se dio cuenta... – pensó aliviadísimo y también avergonzado. –Estoy loco por ti, tú no quieres darte cuenta, y no puedo decírtelo porque me aterran tu rechazo y tus burlas. Sería avergonzante y moriría de puro desamor y nada me sacaría de una vergüenza tan intensa. Y a la vez te estoy componiendo una canción que te demuestre lo mucho que te quiero, aunque no sepa ni la razón de mi amor por tu persona. Cuando la termine haré que la escuches, y después te abrazaré, susurraré besos en tus labios y te diré que te quiero tanto que te enamorarás de mí... – llegados a este punto, Davidé se encontraba deshecho en lágrimas y corría hacia su estancia para meterse bajo las sábanas y sollozar desconsoladamente. Albert, desgraciadamente ajeno a todo aquello, dormía dulcemente acariciándose el pecho.

♠♠♠♠♠♠♠ Los días pasaban extrañamente y Davidé ya no intentaba suicidarse a la luz del sol. Ahora no hacía otra cosa que componer aquella música para el apestoso instrumento. Tenía tantos celos que lo destrozaría a patadas si pudiera. Juró que lo desintegraría y así iba a suceder. Matar al amante de Davidé, qué delicia, qué placer. Qué envidia tan intensa le carcomía las entrañas. A muerte. Para colmo continuaba con su obcecada insistencia de no dirigirle ni palabra. Todo se limitaba a miradas secas o gruñidos. Le ponía de los nervios, la paciencia había sido agotada y le terminaría sacando las palabras a la fuerza si hacía falta. Para Albert, las noches eran áridas, frías y sin amor. Ya no estaba su cuerpo para ser abrazado, ya no notaba la calidez de su aliento cuando acercaba los labios a los suyos antes de besarlos con avidez o con dulzura. No más caricias sobre la piel. Ya no podía coger su mano ni sentir su palma grande y perfecta acariciándole la cara con su textura. No más abrazos en la oscuridad de la habitación. Pasando de tener todo a lo que podía aspirar, a no tener ni un ápice de la nada. No conseguía conciliar el sueño con facilidad, añorándole a él. ¿Pero quién querría dormir junto a un niñato feo y escuálido? Encontrarse con su fea cara de pato al despertar. Nadie. Y menos él, que le odiaba visiblemente, demostrándoselo cada noche que pasaba.

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Odiaba a ese piano y le haría daño en su preciosa piel de madera. Una piel que su vampiro tocaba cada día dulcemente. Simplemente le corroía la envidia más terrible...

♠♠♠♠♠♠♠ Aquella mañana, serían las 12 del mediodía. Durante la noche anterior no cesó de escuchar, repetidas veces, en miles de ocasiones, la canción completamente terminada. Estaba seguro porque escuchó a Davidé reír y aplaudir de alegría. Se alegró un instante pero los celos le ennegrecieron pronto el corazón. Corriendo como loco y con mirada furibunda, se acercó al piano y lo rodeo durante varios minutos. Lo miró con asco y desprecio. Se burló de él en repetidas ocasiones. –No eres real, sólo un simple objeto inanimado y feo, repleto de polvo. Conozco todas y cada una de tus intenciones y en realidad son una sola. Quitarme lo que más amo en el mundo. Quiero tanto a Davidé, más de lo que tu podrás quererle jamás piano repulsivo. Me repeles. Yo le he besado, yo le he tocado y bebido su deliciosa y dulce sangre roja. Yo sí le quiero.– Albert ya no se daba cuenta de al que hablaba era un objeto inanimado que ni le oía. Lo veía como un rival real. Había perdido el juicio, los celos le cegaban. Sus ojos esmeralda iridiscían terriblemente en la oscuridad del cuarto. –Pienso destruirte, pero no hoy. Te lo diré una vez. Déjalo libre de tu influjo pernicioso, y te perdonaré. Para que me tomes en serio... – susurró acariciando la madera–... para que me creas, te haré algo. Si no le dejas volveré y te destruiré reduciéndote a polvo. Polvo eres y en polvo te convertirás. Hincó las uñas en la madera y arrastró la mano. El sonido fue chirriante y desagradable. Cerró los ojos con fuerza y su boca se tornó en una expresión de extraña satisfacción y crueldad infinitas. Tenía las uñas como el acero mismo. Se tornaron así con el paso de los siglos. Lo ralló con muy mala intención. La madera se levantaba en virutas gordas, parecía que le arrancara piel y carne. Lo hizo por todas partes y con violencia. Incluso chilló de satisfacción. Casi sin darse cuenta, las lágrimas susurraban sollozos ahogados entre la risa histérica. Nunca tuvo tan poco juicio y jamás se dio tan poca cuenta de lo que estaba haciendo. Puso tanto énfasis que las astillas se clavaban en sus dedos y le hacían sangrar abundantemente. Era como si el desdichado piano, que no tenía culpa de nada, intentara sin éxito defenderse de tales ataques malévolos. 120

Terminado su ataque traicionero, pero sediento de más, salió de allí y pululó por la casa, arañando como un gato todos los muebles, cortinas, incluso el suelo, con sus garras de acero. Nada le satisfacía. Era como si tuviese sed de sangre. Sin darse cuenta, se quedó dormido en el sofá hasta el anochecer, y una caricia suave y dulce le despertó devolviéndole a la realidad de su no vida. –Albert... – su voz, su voz adentrándose de nuevo por sus orejas. Davidé... –Davidé... – gimió al sentirlo inclinado sobre él y acariciando sus manos repletas de estigmas. –¿Por qué te has hecho esto en las manos? Las tienes llenas de maderas rotas y punzantes, de sangre seca... ¿Por qué has roto estos muebles del salón? Si no te gustaban no es razón para hacer de gato rabioso.– su voz era melosa y relajante. No recordaba que el piano estaba destrozado de igual forma que los muebles que les rodeaban. –Sentí impotencia y rabia... –Vamos a sacarte todo esto Albert, me das escalofríos con este aspecto. Fueron a la cocina y en la pila Davidé le ayudó a quitarse las astillas y a limpiarle toda sangre seca y sangre nueva que salía al extraer aquello. Era como un sueño para Albert. Davidé le cuidaba. Cuando todo hubo finalizado, Albert susurró un gracias muy flojito. –¿Qué?– preguntó el otro, que sabía lo que había dicho. –Gracias... – susurró avergonzado y molesto. Nunca daba las gracias en serio. –De nada. ¿Por qué has hecho esto?– Albert subió y bajó los hombros en señal de ignorancia. –Acompáñame por favor, tengo algo que enseñarte. Es muy importante para mí. Y después he de confesarte algo. –¿El qué?– preguntó ensimismado por aquel tono de voz de le decía cosas que deseaba conocer. –Simplemente déjate llevar por mi mano– Davidé le hizo subir las escaleras y lo condujo hacia el cuarto del piano.– Fue entonces cuando Albert recordó que había hecho aquel día y un miedo atroz le embargó. Agarró a Davidé suplicándole que no fuera allí, que si lo hacía sufriría. Pero Davidé no le escuchó, ansioso de decirle que le amaba al fin. Nada podría detener aquello. –¡No vayas! ¡No entres Davidé!– le rogó histérico. El pánico más espantoso invadió toda su persona. Sabía que por mucho que lo intentara no lograría detenerlo y los ojos de su amor verían lo más espantoso del mundo. Cuando la puerta se abrió, el corazón de Davidé se heló, sus ojos se llenaron de lágrimas espesas y frías, la sangre se le congeló y su cuerpo se 121

convirtió en piedra. Su amante, su piano, su precioso instrumento al que tanto quería... Su piel de madera se encontraba destrozada, como si unas garras feroces hubiesen infringido crueles heridas. Era espantoso. Las partituras yacían por el suelo, las partituras que escribió, para Albert... y él había hecho aquello. Ahora comprendía esas heridas en sus manos, las astillas incrustadas en la carne, la sangre seca... poniendo esa cara de ángel bueno e inocente cuando en realidad no era más que... ¡UN CABRÓN! El calor más infernal le subió de los pies a la cabeza, deshelando toda la sangre que se había congelado hacía pocos segundos en su cuerpo. Cerró los puños con furia y odio. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron hasta casi desgarrarse. El odio y el desprecio embargaron su alma y su corazón se tiñó de sangre. Notó como los colmillos se agrandaban allá en la boca, los apretó tanto que la sangre le brotó de los labios al clavarse aquellas pequeñas dagas. Temblaba de puro odio y esas lágrimas fueron recubiertas por otras nuevas, sólo que éstas eran de rabia, de pura y absoluta rabia. Nada ni nadie podría parar el visceral odio que sentían sus entrañas. Lo odiaba, lo odiaba a muerte.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert miraba su figura alta y perfecta, recortada en la puerta. No sabía la razón, pero era como si a su alrededor una aura irradiara energía. Y daba mucho miedo. Él se giró y no pudo ver la expresión de su cara, ya que la luz salía de la habitación y le cegaba lo suficiente. Pero sus ojos pardos iridiscían en esa negrura que era su rostro. Un algo lo lanzó contra la pared dejándolo anonadado y sin reacción. Lo había pillado por sorpresa. Lo más alucinante era que él nunca se había movido de la puerta y en cambio supo lanzarlo hasta la pared, tan fuerte que melló los ladrillos y hundió éstos. Aquello dolía, él era muy fuerte, siempre lo supo. –¡Maldito hijo de puta! ¿Cómo te has atrevido a hacerme esto? ¿No tenías suficiente con destrozarme la vida, que has tenido que hacerle eso a algo que yo amaba con locura? –Oh, vamos, si no era más que un piano. ¡LO ODIO!– chilló harto de su estupidez. –¡Y YO TE ODIO A TI! ¡HASTA LA MUERTE!– su voz rompió todos los cristales de lámparas y bombillas, dejándolos totalmente a oscuras. Pero no importaba, se veían perfectamente en la oscuridad. Davidé avanzó tan rápido que Albert no tuvo tiempo suficiente para reaccionar ante el nuevo a ataque. De pronto se encontró con que Davidé presionaba su garganta y el aire era imposible que pasara hasta sus pulmones... No podía respirar, perdería el conocimiento. Lo peor de todo era que era incapaz de quitárselo de encima. Él 122

estaba desabrido, frenético, era tan fuerte que le costaba defenderse. Pero en realidad no era esa la razón por la que no lograba tener fuerza para protegerse, en verdad no se sentía capaz de hacerlo. Davidé, el hombre que más amaba en el mundo le odiaba hasta tal punto de desear su muerte y ser el que lo matara. Ya no quería vivir así. –¡TE ABORREZCO! ¡TE DESPRECIO Y NO PERMITIRÉ QUE ME SIGAS HACIENDO DAÑO CABRONAZO! ¡ESTOY HARTO DE TI! ¡VAMPIRO DE MIERDA QUE NO SABE NI DEFENDERSE PORQUE ES UN ENCLENQUE! Fue entonces cuando Albert reaccionó de veras, nadie se burlaba de su fuerza, era uno de los vampiros más fuertes, tener más de trescientos años le convertía en eso. Davidé vio como sus ojos esmeralda iridiscían con furia, su boca se torció en una mueca animal y profirió tal gruñido que ensordeció sus oídos. Fue entonces cuando sus pies le empujaron fuertemente al apoyarlos en su estómago, y lo lanzaron contra la pared, con tal violencia que la atravesó, llevándose consigo los ladrillos y el papel decorativo. Se quedó perplejo y dolorido, tirado bajo los escombros. Tenía un brazo roto y el estómago destrozado, en la espalda tenía clavados trozos de pared. Tosió y se convulsionó en espasmos que le infringían dolores insospechados. A pesar de todo aquello, sentía un odio tan intenso y feroz, que ni siquiera eso le detuvo. Levantándose de nuevo, temblando, ya que las piernas no le acababan de sostener del todo, avanzó hacia Albert. –¿Contento Davidé? ¿Quieres probar el poder que tengo? Te creíste muy fuerte, muy vampiro. Pero escúchame bien mon amour, yo soy Albert Aumont, si alguna vez te encuentras con cualquier vampiro y dices mi nombre, verás el miedo en sus ojos. – jamás Albert le regaló a Davidé una voz tan gélida y cruel. –No me das miedo Albert Aumont, no me importa lo que fueses en el pasado. Lo único que yo veo en ti es a un maldito vampiro egoísta y egocéntrico que no tiene personalidad. ¿POR QUÉ COJONES TUVISTE QUE HACERLE ESO A MI PIANO?– Restalló en nuevos gritos cargados de recientes odios. –¡ES SIMPLEMENTE DIVERTIDO!– Después se echó a reír con carcajadas que exasperaron al otro, haciendo que perdiera los nervios de nuevo, y olvidase todo dolor existente. –¡¡¡CABROOÓN!!!– lanzándose contra él, impactó su puño contra el bello rostro del vampiro, y se hizo daño hacerlo. Tenía la carne como el acero. Era realmente muy poderoso. Albert le contestó con igual moneda y tras tirarlo al suelo se tendió sobre él y lo abofeteó repetidas veces hasta que Davidé perdió el sentido. No se movió de allí, él yacía inerte. La sangre salía de sus labios en regueros. Como si acabase de beberla. Con el cabello revuelto y los ojos llenos 123

de lágrimas rojas. Los nudillos de su mano derecha estaban aplastados y ensangrentados y el brazo izquierdo completamente roto. Bajo la camisa empapada de un sudor rojizo y de sangre que brotaba de las heridas, había una enorme marca con forma de sus zapatos. De pronto, y en su inconsciencia, se puso a toser sangre, como cuando era humano. Le ladeó la cabeza para que no se ahogara en su propio vomito. Tardó bastante en parar, probablemente la patada era la causante de un derramamiento interno. En aquellos momentos no había sabido medir la fuerza que ponía en ello y no pensó en cuánto daño iba a hacerle. Y era mucho, ahora lo veía. No importaba, se recuperaría.

♠♠♠♠♠♠♠ Lo llevó hasta un cuarto y encendió una velita tras dejarlo en una cama. Le despojó de la camisa y los zapatos. Cogiendo el brazo fracturado, observó que ya no estaba roto, ahora era más parecido a una torsión. Sanaba a pasos agigantados, era excepcional. Pese a ello, le entablilló ese brazo y limpió, después, todas y cada una de las heridas sufridas. Al quitar las piedras incrustadas, él gemía en sueños. Seguidamente limpiaba con un pañito y agua fría. Hizo lo mismo con la cara, llena de estigmas y cortes. En los labios tenía muchos y profundos. La cara estaba llena de las marcas de sus manos. Rojas y grandes y también del fuerte mamporro. Le pasó el paño y desapareció los restos de sangre, pero no los cortes. –Te quiero, estoy terriblemente celoso de todo lo que nos rodea, temo que una simple pared te haga sentir amor. Me muero de celos, ¿No quieres darte cuenta? Soy egoísta por atreverme a amarte, un monstruo terrible, tú lo dijiste claramente. Eso es lo que ven tus preciosos ojos. Lo siento… Tras limpiarlo todo, muchas de las heridas estaban sanadas milagrosamente. En realidad Albert utilizó un truco. Vertió su propia sangre en el cuenco del agua y la mezcla ayudó a que los estigmas sanasen rápidamente. Se lo enseñó Janín, sabía mucho de esas cosas. –Mira Janín, el amor sí existe, se llama Davidé. Es este hombre tan guapo y fuerte. No tiene ni dos meses de vampiro y es capaz de pegarme una buena paliza. A mí, a Albert... Pero hay algo en lo que sí tenías razón y siempre lo supe, y es que nadie podría amarme porque soy malo y feo. Muy feo "Albertito, nunca te enamores, nadie podrá quererte porque eres feo, horriblemente espantoso"– Albert gimió.

♠♠♠♠♠♠♠ Anduvo, tambaleándose, hasta su habitación y se cambió de ropa. La que llevaba estaba manchada y rota. Lo único en lo que su cabeza pensaba era 124

en vivir encerrado junto a él. No permitiría que escapase o muriese. Estaba enfermo, aquello no era más que un circulo vicioso. ¿Por qué no le dejaba marchar? Esa idea rondaba su cabeza constantemente, una y otra vez. Dejarle escapar, que se marchara para siempre... –Déjale Albert, déjale morir si es lo que quiere, que se vaya para siempre. Le amas demasiado para hacerle esto. Él no te corresponderá nunca. Soy incapaz de ser mejor persona porque nadie me enseñó a serlo. Soy una mierda, no debo continuar así. Sólo pido que cuando se marche no me odie tanto, que le sea indiferente... por favor Dios, si existes realmente como él piensa que existes... permíteme eso. Prometo no amargarle nunca más la vida. La otra noche, al despertar, vi el techo y no recordé nada. Entonces me di cuenta de que yo debería estar sentado ante su puerta, en cambio me encontraba en mi cama... Mi camisa estaba desabrochada y también mi pantalón. No llevaba zapatos y él me había arropado con la manta. Me sentí bien durante un segundo, porque mi amor me había cuidado. Luego el pánico invadió todo mi ser y me levanté como un rayo, fue entonces cuando escuché el sonido del piano y su nueva melodía. Me sentí desfallecer. Aquellos días todo era exageradamente tranquilo. Davidé no me insultaba, no gruñía, nada de nada sucedía. Lo único que hacía era tocar ese apestoso piano y taladrarme los oídos... Los celos me carcomían. No quise evitar lo que hice, ahora ya está hecho y nada cambiará eso. Nada...

♠♠♠♠♠♠♠ Una semana había pasado ya desde aquel incidente. Davidé se ponía histérico, violento. Parecía el mismísimo demonio con ese aspecto. No permitía que Albert lo tocase o se le acercase. Volvía a intentar quitarse la vida varias veces al día. Ahora los intentos eran más seguidos, Albert sólo conseguía dormir cuando Davidé caía rendido sin remedio. Esa era la realidad del asunto, no existía otra. Durante la noche, repetía los intentos de escaparse. En una ocasión, aprovechó que Albert había salido a por alimento para intentar huir, pero éste se percató a tiempo y volvió atrás a por él. Fue entonces cuando supo que ya no podía ir a buscar víctimas. Ni para Davidé ni para él mismo. Ya no podría beber en mucho tiempo, y eso era algo muy difícil de soportar. Davidé había aprendido a aguantar unos días, pero él no estaba acostumbrado. Lo peor era que su vampiro no cesaba de tocar el piano, o lo que quedaba de él. Una y otra vez, melodías tan tétricas que daban ganas de chillar. Durante momentos de sus interpretaciones, ya ni siquiera tocaba, sino que aporreaba furiosamente las teclas, sin control. Rompía las puertas y paredes. Se fijó en que si buscaba el lugar donde antes existía una ventana, podía romper el emparedado y la luz entraba. Llegó un momento que Davidé se encontraba completamente descontrolado, no sabía si era de día o de noche. 125

Por suerte Albert sí y en ese sentido era factible controlarlo, de todos modos empezaba a encontrarse excesivamente fatigado, apenas si conseguía dormir, la sangre no la probaba ya en 5 días seguidos y cuando lo pensaba también se volvía un histérico y discutía incluso con el suelo. Al mirarse en un espejo se veía más feo y espantoso que nunca. El cabello sucio, la ropa rota porque le daba igual cambiarse, los ojos iridiscían pálidamente, unas marcas rojas en la línea de los párpados. Mucho más delgado y esquelético que antaño. La piel se le marcaba en los pómulos, los labios resecos y cuarteados. Ojos enrojecidos y mirada perdida. Los ataques de nervios eran constantes, como los de un drogadicto que necesita urgentemente su dosis. Había mordido todo lo que encontraba porque los colmillos le picaban y le pedían a gritos que desgarrara con brutalidad. Cada vez buscaba cosas más duras o consistentes. Una noche sació débilmente su sed al encontrar un gato pululando por el jardín. Lo desangró de una sola vez, dejándolo completamente seco. Piel y huesos. Pero en aquella ocasión fue peor el remedio que la enfermedad, ya que deseó beber mucha más sangre y empezó a gritar como loco. Recordó que Davidé tenía una sabrosa sangre, la más bella del mundo porque era la de su amor. Simplemente lo deseó y tuvo que reprimirse ya que aquello no debía hacerlo. Acercarse lo menos posible a él. Sería amable, tenía que serlo.

♠♠♠♠♠♠♠ ¿Cuántos días llevaban así? Diez espantosos días, ya no aguantaba tanta presión, aquello no podía continuar. El hambre se paseaba por los ojos de ambos, pero sobre todo por los de Albert, que no sabía ni de dónde sacaba las fuerzas suficientes para detener a su vampiro. Mientras él tocaba su piano, se dedicaba a buscar gatos o cualquier otro animalejo. Después los metía en el cuarto del piano para que Davidé bebiera su sangre. A veces se guardaba para él algún animal. Davidé no podía evitar beber la sangre de aquellos pobres animalillos. Albert quería ser amable y bueno. Un día Davidé incluso prendió fuego a una pila de sillas que montó en el amplio recibidor, quiso tirarse. Pero sólo lo había hecho para fastidiarle. Albert se derrumbó en el suelo e intentó ponerse en pie. Pero Davidé no lo ayudó, si no que subió lentamente las escaleras. El otro inmortal, viendo que no había forma de erguirse, se arrastró escalón a escalón. Aquello era patético. Tenía que ponerse en pie. Si la bruja de Janín lo viese, se reiría. Podía escuchar su sonrisa histérica y malévola por toda la mansión. ¡No la soportaba! Quería decirle a Davidé que se fuese, que era libre para hacer cuanto desease 126

con su existencia. Si decidía marcharse seguiría viviendo por él, porque así lo juró. Si optaba por el suicidio lo haría con él. Anduvo a trompicones hasta su propia habitación y entonces decidió cambiarse de ropa. Quería estar muy guapo ¿Verdad? Eligió una camisa de seda blanca, con caída. No se abrochó los primeros botones de la prenda de seda. Los huesos de la clavícula sobresalían mucho. Se miró en aquel espejo escondido en un rincón. La imagen que le devolvió fue la de un muchacho elegante que estaba demasiado delgado como para llenar las ropas. El pelo caía sucio en mechones apelmazados. Se lo lavaría para que oliese bien. –Eres deprimente Albert, has caído en lo más bajo. ¿Cómo te has atrevido a quererle? Dicho esto supo que jamás volvería a mirarse en ese espejo. Se lavó el cabello y lo peinó lentamente. Dejó de escuchar el piano y eso significaba que Davidé iba a intentar algo. Con todas las fuerzas del mundo agarró un candelabro y echó a correr pasillo arriba. Se encontró con él y los dos se miraron, sobre todo Davidé que lo recorrió con la mirada lentamente. –¿Adónde vas Albert?– susurró. –A verte a ti, a decirte algo muy importante. Por favor, volvamos a la habitación del piano.– Davidé se giró y anduvieron hasta entrar en ella. –¿Qué quieres? –Siéntate en ese sofá por favor. –¿Qué quieres?– repitió tras tomar asiento. Albert lo hizo justo a su lado. Cuando quiso acariciar sus manos, el otro vampiro las apartó con asco, por lo que no volvió a intentarlo. –No me arrepiento de nada de lo que ha sucedido entre nosotros. –Y a mí qué me importa. Sabes lo mucho que te desprecio. Eres repugnante.– Albert sintió vergüenza de su rostro. Al tener los cabellos mojados, no era posible taparse con ellos, pero al menos conseguía esconder los ojos tras las gafas rojas. –Sí, sé lo mucho que me desprecias. Lo sé demasiado. Y lo cierto es que te comprendo. Yo también me doy asco, pero quiero decirte que me he aburrido de ti, ya no me complace el hecho de amargarte la existencia. No me ha durado nada esta diversión, hemos rebasado el límite. Los otros, a los que les hice lo mismo que a ti, jamás me dieron tantos problemas como tú– Davidé se sintió herido y extremamente dolido e incluso celoso hasta la médula. ¿Qué otros? No es que creyese que había sido el único, pero le gustaba pensar que sólo a él se lo había hecho. Ser especial. 127

–¿Y eso qué significa?– preguntó altivo, casi gritándole. Enseñó los dientes. Albert se fijó en que iba descamisado, un lado de la prenda caía sensualmente dejando ver su hombro suave. Luego subía en curva todo su sugerente cuello, la vena, por la que corría la sangre como loca. El corazón se le disparó, los colmillos chillaban que querían hincarse en él y nada más que en él. Las manos se movían nerviosas, estrujando lo que encontraban a su paso.– ¿Y eso qué significa?– repitió Davidé. No obtuvo respuesta. En realidad sólo podía fijarse en la decadencia de aquel vampiro pálido y sin una sola gota de vida. Parecía un fantasma. Estaba tan pálido que las venillas verdosas podían notarse tras una piel casi transparente. ¿Es qué no se había alimentado con los animales? Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que todos los que cazó, se los dio para él. No supo qué pensar, pero el corazón se le disparó como loco. –Significa que... que yo... yo... – tartamudeó acercándose a su cuerpo. Le acarició el hombro y acercándose plantó allí sus labios, después recorrió aquella suave línea del cuello y susurró palabras sin sentido. A Davidé le entró un escalofrío de pies a cabeza. Tenía sus cabellos mojados contra la cara, notaba sus dientes mordisquear la carne, como si intentara resistirse a morder. Pero una sensación repugnante le entró al mirar hacia el piano y ver sus heridas. Intentó apartar al inmortal, y no lo consiguió. Albert ya le mordía susurrando que era suyo, que toda esa sangre deliciosa le pertenecía. Chilló como loco. No tenía suficientes fuerzas para evitar lo inevitable. Albert se alimentaba de él cruelmente. Le mordía tan fuerte que aquello era infernal.– ¡¡NO!!– chillaba con histerismo. Le odiaba, la sangre se escapaba para pasar a ser de él. –¡NOOOOOOOOOOOOO! ¡ME REPUGNAS! –Eres mío, mío, mío. Yo te creé, tú me perteneces hasta la muerte, cobarde que sólo desea desaparecer. Si quiero beber tu sangre lo hago y tú te dejas y te callas. –¡NOOOOOOOOOOO! ¡NOOOOOOOOOOOO!– sollozó amargamente. Estaba confuso. Ni siquiera sabía lo que sentía por él. –No mires piano de sangre, no mires. Me está violando... no mires... – susurró desquiciado, estirándole los cabellos rubios. Albert perdió el control de la situación y unos celos feroces invadieron todo su corazón. Con la mente dejó caer el candelabro sobre el piano y éste se prendió en llamas feroces. Davidé miró impotente el espectáculo, quieto, con los ojos fijos en la hoguera. Pronto aquello fue el infierno. Su amante piano moría en una hoguera impresionante. Se podían ver las llamas que poco a poco se comían el esqueleto. Cayó de un lado y el sonido de las cuerdas al romperse fue como un chillido, como un adiós. Estaba tan ofuscado por aquello que presenciaba, que no notaba los besos de Albert en las mejillas, ni sus caricias. Éste no cesaba de besarle una y otra vez, y sin embargo Davidé no podía darse cuenta, ya era demasiado tarde. El vampiro rubio depositó la cabeza en su pecho y jugueteó con la cadenita de 128

plata que pendía del cuello de su amado. Miró a Davidé que tenía la vista perdida en el fuego. La llama subía hasta el techo y se prendía en las vigas de madera. El humo era insoportable y toda la habitación se iluminaba de un resplandor insano y anaranjado. Davidé no pestañeaba, ni el extremo calor le importaba. –¡Davidé! Hemos de salir de aquí, ¡¡Vamos!!– lo levantó y él se dejó llevar sin apartar la mirada del piano. –Lo has matado, al fin lo conseguiste– prorrumpió en sollozos ahogados– Al fin lo conseguiste... –No era más que un piano. –¡NO, ALBERT! ¡NO ERA SÓLO UN JODIDO PIANO! ¡ERA MI PIANO! Él me escuchaba, me quería. ¡No como tú que me has odiado siempre, que jamás me has querido ni has sentido el más mínimo afecto por mí! –¡No sabes lo que dices, no sabes lo que yo siento! –Pero sí sé lo que siento yo, me eres indiferente. Tanto que ya todo me da igual. Me tiraré ahí, en esa hoguera, y ni tú ni nadie lo podrá evitar.– anduvo hasta ella mientras Albert lo miraba. Davidé no sabía qué hacer porque en realidad no pensaba tirarse en serio. En aquellos momentos se sentía más fuerte que nunca, la muerte de su piano lo había sacado de la irrealidad en la que estaba sumido. Siempre se refugió en aquella habitación que ahora ardía más que el infierno y que caía en pedazos, contagiando rápidamente a las otras habitaciones contiguas y superiores. Era como si el sueño se desintegrara. Una voz, la de Albert, le dijo algo que fue lo que le hizo decidirse al fin. –Eres libre Davidé. Libre, no te impediré que te vaya lejos de mí, que soy un pobre diablo, ni evitaré que te tires ahí– empezó a toser por el humo negro. – Intenta marcharte, no tienes nada que perder. He cogido tus fotos para que no se te olviden Davidé Ferreri– este se giró y vio como Albert las sacaba del bolsillo y se las tendía. Avanzó unos pasos y se las arrancó de las manos con posesión. Se miraron un instante y Albert cayó de rodillas y se quedó observando el fuego. Luego notó como Davidé le rozaba al pasar y lo escuchó correr. –Te amo… – susurró para sí. Sintió pánico y corrió tras él, lo alcanzó justo al pie de las escaleras abrazándolo con desbocada pasión. –Sabía que era mentira Albert. ¡Qué no me dejas marchar! –¡NO! No es mentira, yo sólo quería verte por última vez. Decirte que eres el único al que le he hecho esto. Tú eres fuerte Davidé, has de vivir, mi mejor vampiro. Y no me arrepiento de haberte dado la vida de nuevo, como tampoco me arrepiento de habértela fastidiado.– Esto enfureció a Davidé, que lo empujó tirándole al suelo. Albert se quedó allí, inerte, cegado por la humareda. 129

–Albert... –dijo su nombre a modo de despedida y echó a correr hacia la salida de la cocina. –¡NO ME OLVIDES POR FAVOR!– chilló fuerte el vampiro Albert–... Sólo te pido que no me olvides... – musitó – Porque yo no podré olvidarte jamás, te amaré toda mi vida... mon amour, je t‘aime, te amaré hasta la eternidad... Se quedó esperando a morir abrasado, como una pira. Triste, solo y calcinado. Fue entonces cuando recordó que era un cobarde enamorado del suicidio. Prometió no morir si él vivía. Y él ahora, vivía. Echó a correr entre la fuerte humareda y salió de la casa entre toses y espasmos. Tras recuperarse miró hacia todos los lados, el coche no estaba, era casi seguro que Davidé lo había cogido y escapado con él. Ahora ya estaría muy lejos y probablemente jamás volvería a verlo. El corazón se le encogió al mirar la mansión. Ardía entre llamas y lenguas de fuego. Era como su corazón, consumiéndose de amor, encogiéndose para ser devorado. Y después no quedaría más que un esqueleto muerto. –Adiós…

♠♠♠♠♠♠♠ Tras salir de allí, vio el coche en la puerta de salida, tras las rejas de entrada, y corrió hacia él. No tenía llaves, así que hizo un puente para que arrancase y lo consiguió. Pisó el acelerador y salió embalado por el camino pedregoso, dando tumbos. Encendió las luces. Era una noche sin luna y no había ninguna clase de claridad. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin control, cegándole la vista y tenía que enjugarlas constantemente. ¿Qué es lo que sucedía? Ya era libre, ¿No era lo que tanto deseaba? Escapar de todo aquello al fin, ser libre de verdad. Vampiro sí, pero libre al fin y al cabo, libre como jamás lo fue. Pero una frase retumbaba en su cabeza, una frase "No me olvides por favor", "No me olvides por favor" “no me olvides... por favor...” –No podría olvidarte, no puedo olvidarte, todavía te quiero tanto... – frenó en seco, puso la marcha atrás y dio la vuelta sin creerse lo que hacía. Era como volver a la boca del lobo. Volvió a frenar y de nuevo dio la vuelta pero no pisó el acelerador, si no que se quedó sollozando amargamente apoyado en el volante. –Yo te quería, te quise mi amor, te quise y jamás podré olvidarte... Y creo que todavía sigo enamorado de ti... Pero he de aprender a vivir solo, soy fuerte y podré hacerlo. Tal vez algún día volvamos a vernos… sin embargo ahora… ...Adiós...

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Cuando sentí la sangre correr por mis labios, Cuando creí que ese sería mi fin, Apareciste tú, mi ángel seductor... Cuando te vi, sonó la música del trueno, sonó... Tus ojos... me atravesaron con su iridiscencia, Tus ojos... quemaron mi triste corazón... Cuando sentí la sangre derramarse por mi barbilla, Cuando la fiebre me hacía arder por ti... Volviste a mí... ángel de la muerte... Dame el beso que yo quería... Mata mi alma con tus ardientes labios... Acaricia mi cuello con tus uñas... Deja que sienta tu piel helada sobre mi pecho... mata mi alma... Cuando te lo rogué sólo pude escuchar tus risas... Cuando te pedí que cortaras mi sufrimiento... Lo prolongaste hasta al infinito... ¿Tanto me odias...? Sí... al fin esos labios tuyos sobre mi piel... ¿Tanto me odias cariño? Te llevaste mi vida… Sangre derramada hacia tu negro y frío corazón... Cuando creía... que la muerte me llevaba... Me devolviste una vida que no anhelaba...

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¿Tanto me odias...? Que ahora sólo me dejas ver la luna... Bañada de sangre muerta... Si al menos tus brazos me rodearan... Mi cruel ángel negro... Si al menos tu boca recorriera la mía... Esta dura eternidad que me pesa en el pecho... No sería tan sangrienta... También te odio mi amor... Pero no puedo cesar de quererte... No deseo dejar de amar al ángel de la muerte... Tal vez algún día... Consiga hacerte daño, tal vez en algún instante... Seas sólo mío... Vampiro...

©Laura Bartolomé Carpena

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Segunda parte

"A solas"

♠A solas... A solas... sonaba tan raro. Un mes completo, treinta días enteros absolutamente a solas. Sin él, sin el vampiro Albert. En muchas ocasiones no podía parar de preguntarse qué sería de él. Probablemente habría atrapado a cualquier otro inepto para amargarle la existencia, convirtiéndolo en su no muerto y su sirviente. Con un poco de suerte para Albert, esta nueva víctima le serviría y le adoraría. Sin embargo con él mismo no le salió bien, creó un vampiro muy difícil, despechado y rabiosamente enamorado. Pero el amor era algo que pertenecía al pasado. Aunque en ocasiones, antes de rendirse al sueño en algún rincón oscuro, le parecía oler sus hermosos cabellos rubios y sentir el suave tacto de sus manos. Era en esos instantes, antes de dormirse, cuando anhelaba que él lo estrujara entre sus brazos y le besara. Realmente poco importaba ya, pues ahora tenía una vida diferente y mejor. Aquellos días del pasado pertenecían a los recuerdos. Ciertamente no es que fueran días mejores y peores los que vivía en aquellos momentos, simplemente se sentía libre para vivir o morir. Y su elección era vivir. Atrás quedaban las mañanas ante la luz del sol, chillando y despotricando como loco. Había comenzado a aceptar y asimilar que no era mortal. En un principio intentó aguantar todo lo posible sin beber. ¿Y para qué? Pues simplemente para agarrar a cualquiera y desangrarlo de un trago. Desesperación por alimentarse. No aceptaba despojar a ningún ser de su vida, pues él no era Dios. Por esa razón optó por beber cada noche, aunque sólo un poquito, lo suficiente. Elegía la víctima adecuada, algún delincuente o cualquiera así, y absorbía un poco de su vida. Luego lo dejaba visible en la calle y llamaba a una ambulancia. Desconocía qué sería de ellos después, pero rezaba para que no murieran, a Dios y a la Virgen. Pero aquella misma noche había ocurrido algo diferente en las calles de Pisa. En realidad sucedió en un descampado, donde un sujeto estaba en el interior de un coche con una joven prostituta. Al tener el oído más sensible que antes, escuchó muy bien los gritos y chillidos de la mujer. Pedía ayuda. Corrió rápidamente hasta allí, presenciando como el repugnante deshecho humano la violaba con brutalidad mientas que con las manos oprimía el cuello de la víctima. La estaba ahogando, ella ya casi ni respiraba. Su faz, surcada de lágrimas, estaba roja e hinchada, grotesca. Así que había roto el cristal de un puñetazo y abriendo la portezuela sacó al violador lanzándolo a varios metros. Lo dejó semiconsciente. 133

–Mamón– le había dicho el violador. –Te voy a chupar toda la podrida sangre que corre por tus venas pedazo de cabrón. La ira de Dios caerá sobre tus entrañas muertas y cuando estés ante su presencia te arrepentirás de todo esto. Y espero que no te perdone. –Eres un chiflado de mierda. –No, sólo soy un vampiro.– A continuación y asiéndolo por el jersey, le hincó los dientes en el pescuezo dejándolo seco en un par de mordidas. Y lo cierto era que no se arrepentía. ¿Es que beber sangre le convertía en un insensible?

♠♠♠♠♠♠♠ En principio, hacía escasas semanas, no se creía capaz de cazar por sí solo. Le aterraba la mera imagen de hacerlo, de cometer un asesinato tras otro. No podía matar... no siempre. Lo cierto era que a violadores y asesinos no le importaba hacerlo, le satisfacía. Podía descargar toda la rabia de juventud contra los ideales de su padre y semejantes. Para qué negarlo, su propio padre era un mafioso de los más importantes. –Que te den, pedazo de cabrón, tú para mí dejaste de ser mi padre hace muchísimo tiempo. Cuando murió mamá y tú ni siquiera tuviste la decencia de estar a su lado cuando expiró. Un día te pienso hacer una visita y veremos tu cara de viejo al ver al fantasma de tu hijito. –¿Por qué hablaba así de su padre? Hacía tres meses no se hubiera atrevido ni a pensarlo, sólo a rezar por su alma pervertida a causa del dinero. ¿Por qué pensaba en ello ahora? No tenía importancia– Realmente hoy ya no importa, hace una noche preciosa y fresca. Efectivamente, para Davidé aquella noche era bonita. Se hallaba subido en la cúpula de la catedral de Pisa. No entró en si interior, pero se subió a los tejados y admiró lo que alrededor se alzaba. Sobre todo observó ensimismado la "Campanile". O sea, la mundialmente conocida "Torre de Pisa“. Cuando comenzó su construcción, allá por el siglo XII, optaron por no seguir ya que estaba inclinada. Y sesenta años después continuaron las obras. Tal vez algún día se cayera... pero le gustaba mucho su forma inclinada, torcida como su alma. Seguiría inclinándose poco a poco por el asiento irregular del terreno. Cuando era pequeño siempre le decía a su madre que quería ir y subir, pero su padre jamás le dejó y lo trató severamente, diciéndole que eso eran tonterías. Así que como ahora era completamente libre de hacer lo que le viniese en gana, pues se había dirigido a Pisa a ver el campanario especial de la catedral. Por eso le gustaba aquella noche, porque era como un niño con un caramelo. Durante el tiempo que viviera se dedicaría a ir de un lado a otro como un 134

trotamundos. Primero se recorrería Italia, Malta, San Marino... alrededores, las islas y lo que se le pusiese por delante. Y luego... muchos más viajes. Continuó en su observación de la torre y apoyando la cabeza sobre las rodillas, rodeó éstas con los brazos. El airecillo le producía cierto bienestar y su mente se perdía de nuevo en la imagen de Albert. –No comprendo la razón... no la comprendo de verdad. No deseo encontrarme contigo pero no puedo cesar de preguntarle a la noche qué estarás haciendo en estos instantes, y no puedo negar que me repatea el hecho de que otro infeliz ocupe mi lugar... Aunque a un tiempo recuerdo tus palabras, las recuerdo perfectamente " Decirte que eres el único al que le he hecho esto. Tú eres fuerte Davidé, has de vivir, mi mejor vampiro”. ¿De veras? Querría creerlo pero ya no sé si puedo. Sea lo que sea, hoy no importa.

♠♠♠♠♠♠♠ Irguiéndose sobre el tejado, echo a caminar por él hasta que encontró una forma de bajar de allí. Hubiese levitando, pero le era imposible. Cuántas veces había fallado en los intentos de volar. Suponía que se necesitaban muchísimos años para conseguir algo semejante. Como si de un gato se tratase y pegó unos cuantos saltos, dignos de superhéroe, terminado por plantarse en el suelo con toda naturalidad. Anduvo calmadamente hasta la torre de Pisa, gran monumento arquitectónico, y se introdujo sin esfuerzo. Fue subiendo los siete pisos que la componen hasta arribar al campanario y después mucho más arriba. Se apoyó en la barandilla, por el lado de la inclinación. A cualquiera que hubiese sufrido vértigo aquello hubiese constituido un suicidio. Pero a él le gustaba. Sentía que si saltaba no sufriría un daño mortal. Eso sí, quedaría hecho papilla. Sonreía largamente cuando notó la presencia de alguien... alguien no mortal. Se dio la vuelta rápidamente y en el opuesto de aquella barandilla, se apoyaba una mujer... bueno, en verdad era una adolescente. La luz de la luna llena bañaba aquella terraza en lo alto de la Campanile. Podía verla perfectamente, no era difícil distinguirlo todo de ella. No debía de medir más de un metro y medio, ni delgada ni obesa. Cabellos negros y muy largos, rizados en la base. Su piel resplandecía como la mismísima Selene. Su ropa era muy simple; Una falda vaquera a la moda pop, y una camiseta blanca que le caía por los hombros. No era especialmente bonita pero la expresión de su cara era plácida y sin malicia. –Eres un vampiro, ¿Verdad?– escuchó su voz quebrada dentro de la cabeza. Como un eco débil. –Lo soy, ¿Y tú?– Davidé no podía hablar a la mente de nadie. 135

–Pensé que me responderías tal y como yo me comuniqué contigo. Así que te hablaré con mi voz. –Lo siento, no sé hacerlo todavía. Soy muy joven.– el corazón le latía desesperadamente. –No me temas, no te haré nada. De todos modos no te fíes de mí. Nunca te fíes de la raza vampírica. –Entonces también eres de mi misma raza... –No, no somos de la misma orden.– Aquello sorprendió a Davidé, desconcertándolo todavía más. –No te comprendo.– se atrevió a acercarse hasta ella, quedándose a dos metros. Ésta subió la mirada, Davidé media un metro ochenta y cinco. –¿No me comprendes? Discúlpame, he intentado leer tu mente pero no me dejas. –No me gusta eso. –¿Y tu maestro? –Lo abandoné, me hizo un mal que me rompió el corazón. –Comprendo. ¿De qué orden eres? –No lo sé, no se nada sobre esos temas. Él no me lo explicó. –¿Cuál es tu nombre? –Davidé... –¿Y el de que te creó? –Albert... Albert Aumont... – ella retrocedió un poco y el hombre notó que la expresión de sus ojos marrones había cambiado ligeramente. Luego la escuchó reír. –Oh sí... el vampiro Albert... no me extraña que lo abandonases, me han contado que es un ser complicado. –¿Lo conoces? –No. Pero sé muchas cosas. –¿Qué cosas? –Es el mejor amigo del Rey de los vampiros.– Davidé se quedó muy desconcertado. –Entonces tú no eres de ninguna orden– Lo dijo en tono afirmativo. –¿De ninguna? –Efectivamente, tu maestro, tu sire o como quieras llamarlo, no es de ninguna orden, va por libre desde hace una eternidad. Lo que hace que tú tampoco lo

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seas. También vas por libre. Lo que sucede es que, en gran mayoría, pertenecemos a una u otra orden. Es una manera de controlarnos. –¿Y tú? ¿Quién eres? Jamás había conocido a otro vampiro... –Yo soy Rebecca. Adiós Davidé Ferreri. –¿Cómo sabes eso? –Has abierto tus pensamientos al relajarte y ahora sé que tú le amabas. Comprendo lo que sentiste y por qué quisiste morir... No me lo tomes a mal, no los leí con malicia. –luego pegó un salto impresionante que la hizo desaparecer a los ojos del inmortal. –¿Qué clase de vampiro eres tú?– se hizo la pregunta para sí mismo, con la conclusión de que no tenía ni idea.

♠♠♠♠♠♠♠ Pronto el alba despuntaría como cada nueva mañana. Corrió apresuradamente a la pensión donde se hospedaba aquellos días. Al llegar, la puerta se hallaba cerrada, era lo normal. Llamó varias veces, estaba nervioso por la simple razón de que una cierta claridad comenzaba a dañarle la piel y los ojos. ¿Por qué no le abrían? –¿Qué quiere?– preguntó una vocecilla de mujer tras la puerta. –Soy un huésped de ustedes, me llamo Davidé Ferreri. – le abrieron casi al instante pero con recato, por si las moscas. Le dejaron entrar al reconocerlo. –¿Por qué llega a estas horas señor? Le estuvimos esperando esta noche para poder cerrar las puertas y no aparecía. Temimos que le pasara algo malo.– la muchacha, hija de los dueños, era menudita pero muy guapa. Con una vocecilla dulce y amable que denotaba, en aquellos instantes, mucha preocupación. El hombre inmortal se sintió fatal y muy culpable. Bajó la vista visiblemente avergonzado. –Lo siento señorita, se me olvidó decirles que yo me paso la noche entera fuera y duermo de día. Lo siento muchísimo, si puedo hacer algo por compensar mi error. –No importa. Ya se lo comentaré a mis padres. ¿Va a quedarse toda la semana? –Supongo que sí, día más, día menos. Se lo pagué ayer a su madre. –Yo me llamo Lucía. Llámeme Lucía– después sonrió abiertamente. –Yo Davidé, pero no me trates de usted, no soy tan mayor. –Está bien Davidé, ¿Me acompañas a tu cuarto?

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–Claro Lucía.– anduvieron por un largo pasillo y subieron unas escaleras cortas llegando a dicha habitación. La luz se filtraba por una ventanita, pero era todavía muy débil como para dañar a un vampiro. –Hasta luego Davidé. –No saldré en todo el día. Os ruego que no llaméis a la puerta, no me enteraré de nada ya que duermo muy, muy profundamente. Sólo pido que no se abra la puerta o algo así. Es lo único. –¿Y la comida?– preguntó con extrañeza. –No te preocupes Lucía. Hasta la noche.– Después cogió su manita y la besó. Ella enrojeció casi al instante y se tapó más con la bata. –Hasta la noche Davidé. ¡Espera!– lo detuvo. –¿Sí?– sonrió como solamente él sabía, con una sonrisa que había cautivado perdidamente al Albert. –¿Cuál es tu edad? –He cumplido este año los veintiocho. –Yo voy a cumplir pasado mañana los veinte, está invitado a la fiesta. –Felicidades, intentaré ir. –Adiós, dulces sueños. –Dulces días... –luego la puerta se cerró y ella volvió sobre sus pasos lentamente, frotándose el reverso de la mano, allí donde aquellos sensuales labios de sonrisa preciosa se habían posado. ¿Estaría casado? ¿Tendría alguna novia? ¿Hijos? O tal vez simplemente era un trotamundos. Pero es que lo veía tan guapo, con esa voz agradable, y sonrisa turbadora. Lucía suspiró atontada. Se vistió después y comenzó sus quehaceres diarios.

♠♠♠♠♠♠♠ El vampiro se puso a supervisar la ventanita que daba al patio. No debía entrar nada de luz, al menos que no le diera a él. Por suerte las cortinas eran de tela burda y marrón, gordas y pesadas. Perfecto para no dejar atravesar la dichosa claridad. Luego puso en la parte inferior de la puerta, otra tela gorda y su jersey negro de lana. Así tampoco podría filtrase ninguna luz externa. Al fin todo oscuridad. Qué horror, jamás saldría de aquellas espantosas tinieblas. La habitación era un cuarto pequeño, cuadrado. Con una cama y una mesilla. También un pequeño escritorio con su respectiva silla. No más. El espejo y ningún utensilio para limpiarse. Necesitaba ducharse... pero eso ya se lo preguntaría a Lucía por la noche. Tenía sueño, mucho sueño. Los ojillos le 138

picaban y se los frotó como cuando era un niño, fuertemente. Quitándose la ropa se introdujo en el lecho blando, encontrándose muy a gusto en aquella habitación. Porque era pequeña, como la celda en la que vivía en la iglesia, como la habitación del seminario, como el cuartucho que habitaba en las misiones y que compartía gustosamente con sus otros amigos–compañeros. Era distinta a los enormes cuartos de la casa de Albert, a las espaciosas habitaciones de la mansión de su padre, a las exageradas estancias del colegio interno para niños ricos. Él no necesitaba todos aquellos lugares grandes y ostentosos, él lo único que quería eran cuartitos pequeños como el de aquella pensión. Al llegar a Pisa, aquella misma noche, buscó un hotelito o pensión agradable, acogedora, y no muy cara. No disponía de mucho dinero, el que tenía se lo había quitado a un ladrón. Qué cosas... el susodicho individuo quiso atracarlo y como tenía hambre le chupó toda la sangre. Luego se llevó su cartera y todo el dinero que le en encontró encima, probablemente robado a otros ciudadanos inocentes. Pero es que era la única manera de conseguir liras, ¿De dónde sacarlas si no? Para la sociedad había muerto en extrañas circunstancia, no podía ni ir al banco. No tenía ninguna clase de identificación. Tan sólo le quedaban sus fotos pertenecientes al pasado. Sus fotos. No las había mirado desde hacía una eternidad. Recordaba que Albert se las había tendido aquella noche fatídica y desde aquel entonces que no las miraba. Y eso le hizo desear hacerlo. Así que raudo se incorporó y las buscó. Tras dar con su paradero, en un bolsillo de la mochila, volvió a la cama y encendió la lamparita. Primero estaba la que llevaba la imagen de su familia. Miró a su madre, en blanco y negro, tirando a color sepia, dentada alrededor y rota por una punta. –Mamita... te quiero mucho, no sabes el trauma que significó para mí que murieras. Me volví un niño muy malo y desobediente. En el colegio interno me porté como un demonio. Y ahora vuelvo a ser como ese niño, muy malo y desobediente. Merezco un castigo.– besó la imagen de su madre y pasó a otra foto. Se quedó estupefacto con lo que vio. Soltó todas las demás y miró aquella, apretándola con manos y dedos temblorosos. –Isabella... – susurró y las lágrimas brotaron desde su garganta.– Él dijo que esta foto ya no estaba, que se encontraba perdida... pedazo de mentiroso... la tenía escondida para fastidiarme... – aquella imagen era en la que Isabella y él estaban abrazados. Había dicho que estaba perdida y era una burda patraña de las suyas. –¿Por qué Albert? ¿Por qué la tenías escondida? Pero me la has devuelto, ¿Verdad?, me la has devuelto... por eso yo, por eso yo... –no sabía qué sentir, lo único que pudo hacer fue estrujar la foto contra su corazón y dejar que unas

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lágrimas le surcaran el pálido rostro. Miró las fotos restantes y volvió a quedarse estupefacto. –¿Qué es esto?– aquello sí que no se lo esperaba –¿Cuándo me hiciste esta foto?– Efectivamente, era una foto suya, durmiendo con cara de idiota. –Vaya... – le dio la vuelta y habían escritas unas líneas. Esa era la letra del vampiro, pequeña y tímida: Querido Davidé: Como puedes verte, te hice esta foto mientras dormías... ¿Estás enfadado? Supongo que sí, siempre te enfadas conmigo. Puedes romperla, a mí ya no me importa... Junto a tus fotos, te he incluido un cheque en blanco al portador, puedes sacar todo el dinero que te plazca Es para ti, por las molestias, ya sabes. Ahora eres libre... Adiós mon amour... Albert Aumont Rebuscó entre las fotos, y efectivamente, allí estaba el cheque tal y como él describía, en blanco. Tuvo unos deseos horribles de estrujarlo, pero no lo hizo por prudencia. –Hijo de puta ¿Por las molestias? No pienso tocarlo. ¡NUNCA!– susurró fuertemente. Un tanto molesto, se acostó y apagó la luz, oprimiendo las fotos contra su pecho (y el cheque). –Tal vez me quisiste un poquito, pero es imposible. Nadie que me amara me hubiese podido hacer tanto daño... buenas noches, amore mio…

♠♠♠♠♠♠♠ Eran las once de la noche cuando abrió los ojos. Las fotos aparecieron cerca de sus pies, desparramadas por el colchón. Debió de moverse mucho 140

aquella vez. Las recogió dejándolas sobre la pequeña mesilla de noche. Luego, tras vestirse, hizo la cama y limpió algo. Odiaba vivir entre desorden. –Bueno Davidé, ahora tendrías que ducharte porque vas un poco sucio. Pese a que no sudaba como antes, cogía polvo y la ropa se le manchaba. Normalmente, sus cabellos se mantenían siempre voluminosos, pero, al igual que la ropa o la piel, también se ensuciaban. Tal vez, lo único bueno de ser un no muerto, se trataba de que no tenía que afeitarse nunca más. Un verdadero alivio. Apoyó la frente en el cristal del espejo.– Es hora de salir fuera. Bajó la escalerilla que llevaban a la cocina, allí había gente conocida. Apareció por la puerta y saludó a los presentes. –Buenas noches tengan. –¡OH! Buenas noches tengas tú también Davidé. –Niña– la reprendió su madre– ¿Qué confianzas son esas? Debes tratarlo de usted. –No se preocupe señora, yo se lo pedí esta mañana. Me hacía parecer muy mayor. En la cocina, bastante amplia, y en ella sentadas varias personas que vivían allí. A parte de madre e hija, se hallaba presente la que era la prima de Lucía y dos hombres mayores fumando sendos puros bien repantigados en las sillas. Davidé también los saludó. –¿No vas a cenar joven?– dijo uno que era calvo. –Gracias, pero cenaré fuera– sonrió amablemente y a la muchacha se le saltó el corazón. –¿Has dormido bien? –Es una habitación muy agradable, me gusta. –Pues entonces quédate para siempre Davidé.– Lucía enrojeció como la grana al decir aquello tan directo. El hombre se quedó sin saber cómo interpretarlo, pero enrojeció igualmente. –Bueno... yo no puedo quedarme para siempre, soy una persona que viaja mucho... – ella no contestó, aunque se sintió violenta. Claro, ¿Por qué iba a quedarse él allí?– Aunque prometo pasarme por aquí cada vez que venga a Pisa. –¿A qué se dedica?– indagó la prima. –A nada, sólo viajo. Antes era sacerdote. 141

–Eso quiere decir que no está casado, ni tiene novia.– aquello si le pareció divertido a Davidé, qué mujer más cotilla. Con la sonrisita en los labios se dispuso a contestar. –No, no tengo. –¿En serio eras sacerdote?– exclamó Lucía.– Eres demasiado guapo para ser un cura. –Gracias, pero los curas también son mortales, son personas, agraciados o no. –Perdón, discúlpame. –Niña, no seas tan descarada con él. Perdónela, no es más que una cría. –¡No soy una niña!– se levantó para irse enfadada, por la puerta trasera que desembocaba en el patio. Notó una sensación muy fría en el hombro que la asustó haciendo que pegase un salto. –Perdóname Lucía, no fue mi intención asustarte... –Ah, eres tú.– se enjugó los ojos con intensa rabia. –No eres una niña, aunque todavía te falta mucho para ser realmente adulta. Las madres son así, si te consuela saberlo, a mí, mi padre, sigue tratándome como a un crío. No nos comprenden. –¿De verdad no hay nadie en tu corazón?– ahí la pregunta ya le dolió a Davidé, ¿Cómo contestar algo tan delicado? –Sí... pero no lograrías comprenderlo. –¿Quién es? –Alguien que no me amaba y me hacía mucho daño, aquí, en mi pobre corazón. –Yo jamás te haría daño, y te amaría siempre. –Si me conocieras realmente comprenderías que yo no soy para nadie, que soy un ser... déjalo... no lo vas a comprender... –¿Qué eres? –Sólo un vampiro. ¡¡Ah!! Y el ajo no me afecta– dijo sonriente, mientras se marchaba. Lucía escuchó cómo se despedía cortésmente de todos y explicaba que no le esperasen, que volvería un poco antes del amanecer. Al rato, también escuchó cómo lo criticaban, diciendo que a saber qué clase de hombre era que salía de noche y dormía de día. –Marujas. Él es delicado, guapo y amable. Tiene unos ojos preciosos y una sonrisa perturbadora... tal vez sí sea un vampiro, y no me importaría nada. Davidé...

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Se encontraba de nuevo en la torre inclinada. Pensaba en la mujer que encontró la noche anterior, otra vampiro. Rebecca, bello nombre el suyo. Había retornado a aquel lugar por si la veía de nuevo, aunque tal vez no... sólo podría saberlo permaneciendo allí toda la noche. Y así lo hizo. De hecho llegó incluso a adormecerse y echar una cabezadita. Un golpe en la cabeza lo sacó raudo de aquella ensoñación. –¿Qué haces aquí maldito Davidé? Este lugar es mío, no pretendas arrebatarme lo único que me queda en esta asquerosa no vida. –¿Cómo? No te comprendo, no es mi intención arrebatarte este lugar, tan sólo te esperaba, tengo tantas cuestiones que preguntarte, necesito que me aclares tantas cosas... –Búscate a otro, yo no tengo porque hacerlo. –Te lo ruego. Dentro de una semana me marcharé para siempre de aquí. Tal vez no encuentre a nadie como tú. Vampiros... –Si quieres saber cosas, vas y te compras Drácula. Es la guía práctica de todo vampiro amateur. ¡LARGO! –¡No me pienso marchar! –Soy mucho más poderosa que tú, así que no te metas conmigo pequeño, o te desangro. Lo pasarás muy mal. –Por favor Rebecca... yo necesito saber, luego prometo no volver nunca más... –ella, sentada desde la barandilla, lo miró durante largos segundos. Al final desvió la vista. –¿Qué deseas saber? –¿De dónde venimos? –Empiezas con preguntas que no sabe nadie Davidé Ferreri. Si no me cuestionas cosas fáciles ni yo ni nadie sabrá contestarte. –Lo siento, no me lo pensé bien. Empezaré otra vez... ¿Cómo puedo vivir? Tengo miedo... –¿A morir o a continuar existiendo? –A continuar existiendo de una forma que no me guste. –Tú eres raro, aunque no el único vampiro que siente las muertes que produce. Hay más como tú, he conocido unos cuantos. Los llamamos vampiros humanos. Y en cuanto a tu pregunta, yo tengo miedo, al igual que tú, de continuar viviendo. Aunque es en otro sentido, puesto que yo nos siento la muerte de mis pobres víctimas. Siempre me consideré despiadada. Lo único que te puedo decir es que sigas como hasta ahora, no los mates. Pero que no se enteren otros de lo que haces, irán a por ti, no lo dudes. Los grupos o clanes tienen sus reglas y sinceramente, una de ella es deshacerse de todo cuerpo, 143

matar al mortal sin contemplaciones de ningún tipo. Pero no dejes un rastro o un recuerdo de nuestra existencia. –Pues yo he ido dejando muchos. –Eso es lo malo, que se enterarán y entonces irán a por ti, aunque si dices quien te creó se lo pensarán dos veces, antes de atacarte. –¿Quién es Albert? –Tú deberías saberlo mejor que nadie, le amaste, incluso me atrevería a decir que continuas sintiendo algo muy fuerte por su persona. –Nunca me contó nada. –No se lo preguntaste... aunque seguro que no te habría respondido. –No te preguntaré más sobre él. ¿Por qué hay clanes? –Para controlarnos los unos a los otros un poco y para ordenarnos. Simplemente. Como los mortales, necesitamos relacionarnos entre nosotros. Somos muchos... no te puedes ni imaginar cuántos.– se acercó a él y le pasó el brazo por la cintura y Davidé hizo lo mismo sobre el hombro de ella. –¿Y tú? ¿Perteneces a alguno? –Ya no... Me echaron... y estoy sola. –¿Por que? –Por amar a quien no debía. Hay vampiros, como el jefe del que era mi clan– lo dijo con intensa tristeza– que no soportan las impertinencias. Y yo fui una impertinente. Él tenía una especie de esclava, mortal, que vivía con él y bebía su sangre, pero él no le chupaba a ella la suya. Y yo me encariñé demasiado de ella, hasta tal punto que la amé intensamente y bebía su sangre en secreto. Ella se dejaba y lloraba, pidiéndome que la liberara. Y yo lo hice, aunque me pidió que no la abandonase, que me quería. Él se enteró, entonces... la maté. Si no, hubiese sido suya de nuevo y ninguna de las dos lo hubiese soportado... me echó por ello, y lo peor es que... todos me repudian ¿Qué voy a hacer? –¿Por qué me lo has contado? –Porque tú me comprenderás mejor que nadie... – se apartó, lo miró y sonrió. –¿Cuál es tu edad? –Sólo ciento dos años... poco... aunque estoy cansada, tan cansada... tú me comprenderás... –Gracias... –¿Por qué?– preguntó dulcemente. –Por explicarme cosas que necesitaba entender. Por explicarme tu amor... –Tu todavía estás enamorado Davidé, no puedes negarlo. Pero eres más valiente de lo que yo seré jamás... 144

–En realidad yo no soy tan fuerte, ¿Sabes lo que me cuesta reprimir el llanto? Y lo mismo me sucede cuando pienso en todo lo que pudo haber sido y nunca fue... tal vez sea eso lo que más me daña. Lo tuyo fue amor recíproco, lo mío no. –¿Cómo estás tan seguro? –Porque mi vampiro amado, mi hacedor, me hizo mucho daño, me quería obligar a ser su esclavo, y yo no soy esclavo de nadie. –Pero sí de Dios... –Es distinto. –No lo es, te pasas la noche rezando, haciendo cosas en su nombre... –¿Ningún vampiro cree en su existencia? Me está empezando a dar esa horrible sensación.– un vientecillo fresco azotó los cabellos oscuros de los dos. –Sí, claro que sí, incluso piensan, muchos de ellos, que son hijos de los infiernos, del mal, del diablo.– anduvo, con las manos cruzadas sobre la espalda, hacía las escaleras, como la noche anterior. Eso asustó a Davidé, que pensó que volvería a pegar un salto y desaparecer entre las sombras, así que corrió hacía la vampiro y esta sonrió.– No voy a marcharme como ayer, le he cogido el gusto a esto de hablar con otro vampiro. Eres tan curioso querido amor, ven conmigo– tendió su palma y él la asió dulcemente. Caminaron por los distintos pisos del campanario, descendiendo con suma lentitud. Como gatitos escondidos. –Me fascina hablar contigo Rebecca, eres distinta a él. Pareces saber tantas cosas. –Tu Albertito también, no te las contó, tal vez por miedo a perderte o porque no se lo preguntaste. –Me decía que lo hacía para vengarse porque yo no le tuve miedo y le pedí que me matara. Me dijo que sólo se trataba de una diversión para él. –¿Sabes lo increíblemente fuerte que eres cariño?– deteniéndose lo miró a los ojos– Con sólo unos meses eres más fuerte de lo que he sido yo en mis primeros años. Eres incluso más poderoso que otros que son más mayores que tú. No sé porqué, pero me das miedo, aunque seas tan buena persona. Supongo que ese bobo te tenía mucho miedo. ¿Cómo lo haces para ser así? –Y yo qué sé, no comprendo de qué me hablas, siempre he sido así, tal vez, al convertirme en esto me he desarrollado, quién sabe. Me haces sentir mal cuando me dices esas cosas de mi fuerza, yo, que me siento tan débil, yo que estoy comenzando a tenerme pánico. –Aprende... –Enséñame... 145

–No puedo... –¿Y por qué? –Porque me escapo de aquí... –¿Adónde? –A un lugar muy lejano. Tú siempre será más fuerte que yo, tú me comprenderás mejor que nadie. Has pasado por esto. –No te comprendo, de veras... – Rebecca se fijó en el brillo intenso de aquellos ojos pardos, de las largas pestañas que los enmarcaban. Comprendió dónde radicaba su enorme poder, en la FE. Y supo también las razones de Albert para hacerlo un vampiro... seguro que éste había amado a aquel vampiro joven... Estaba claro. –Mañana no voy a venir. Quedamos pasado mañana, ¿vale? Júrame que vendrás. Fuiste un sacerdote, jurar para ti debería ser sagrado. –Te lo juro. –Bien, acompáñame y despidámonos Davidé Ferreri.– Descendieron completamente y allí se dijeron adiós, ella le besó en la mejilla y él en la mano. Y después desaparecieron los dos, cada cual por su lado.

♠♠♠♠♠♠♠ Estuvo en varias iglesias, mirando los Cristos y las Vírgenes, sentado en los bancos de madera o piedra, rezando con tristeza. –Señor, ¿Qué será de mí? Madre de Dios, ¿Qué voy a hacer durante tantos años? Yo solo, ahora que he conocido a Rebecca, me da miedo perder su presencia y a un tiempo sé que es inevitable la separación. O simplemente, lo que me aterra es no encontrar a nadie que me comprenda, a otros de mi raza, vampiros como lo soy yo. Todavía estoy asimilando que ya no soy un ser humano, un corriente mortal. ¿Por qué no pude perder mis sentimientos también? ¿Qué voy a hacer sin Albert? Esa es la verdad Madre de Dios, que me cuesta aceptar que yo le abandoné. Está bien, él me dejó marchar, pero yo pude haber vuelto, intentar comprender cuales eran sus sentimientos. Nunca lo intenté, ofuscado por razones estúpidas como la venganza, el odio, el no querer ceder en ningún momento. Para qué negarlo, pensaba que ya no me importaba, que me producía bastante indiferencia, pero es mentira, yo continuo sintiendo por él algo muy intenso. Me costará olvidarlo, igual que me costó escapar de los sentimiento que tenía por Isabella, pero sé que lo conseguiré. Aunque si tuviera una segunda oportunidad, no la desaprovecharía tan tontamente. Sería más humilde y paciente. Sonreiría y yo... yo... – las lágrimas caían al suelo frío, manchándolo de rojo. Davidé se secó con un pañuelo y luego limpió las gotas rojas de la baldosa. 146

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando volvió a la pensión, Lucía le abrió las puertas rápidamente. –Siento que tenga que abrirme a estas horas. –No me importa, si le soy sincera, tengo que levantarme a estas horas todos los días, inclusive domingos y festivos. –Voy muy sucio, ¿Me podría duchar? –Por supuesto señor Ferreri. –¿Por qué vuelves a llamarme de usted?– qué chica tan vergonzosa, pensó. –A mi madre no le hizo gracia y me reprendió. –Bueno, pues cuando ella esté presente, me llamas de usted, pero ahora no. –Bueno, está bien. Si me acompañas llegaremos a una habitación con ducha. Como mi madre se entere de que te dejo ducharte aquí, va a arder Roma. –¿Por qué? –Bueno, esta habitación era de mi hermano mayor, con bañera y ducha. Gino se fue con una prostituta y se casó con ella, ahora mis padres no quieren ni oír hablar de él, era su hijo predilecto, ya sabes. Mi madre conserva esta habitación igual que cuando se fue y no me deja entrar ni a mí, aunque si la dejamos limpia no va a enterarse de esto. –No quiero ponerte en un compromiso, me ducharé en el baño común. –No quiero.– farfulló enfurruñada. –¿Me critican mucho? Me refiero a los huéspedes y a tu señora madre. –Claro, siempre lo hacen. –Sí, un hombre raro como yo, de aspecto pálido, que sale por las noches y duerme de día. Pero los vampiros somos así, es inevitable. –Deja de bromear, los vampiros no son reales, además tú eres muy, muy guapo para ser uno de esos feos seres.– Davidé sonrió secretamente, eso era exactamente lo que pensaba él antes de conocer a Albert. –Pero recuerda que los ajos no me afectan para nada. Vaya, qué bañera tan grande. – se sorprendió, cabía de sobras en el interior. –Bueno, yo me voy, cuando termines te ruego que seques lo que ensucies. –Descuida Lucía, soy muy limpio y ordenado. –Hasta luego...

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Después de despojarse de la ropa, se metió en el agua, que aunque estaba fría, no le importaba para nada. No sentía un frío desagradable. No le apetecía ducharse, sólo un bañito... Aquello le recordaba todas las ocasiones en las que su Albert lo obligaba a entrar, vestido o desnudo en la bañera de la mansión. En como sus manos suaves, aunque le clavasen las uñas en la carne, le acariciaban al limpiarle. Recordó con sonrisita en los labios las veces que lo metía a él también en el agua y ponían perdido todo el baño, suelo y paredes. Luchaban a ver quién era más malo el uno con el otro.

♠♠♠♠♠♠♠ La muchacha entró en el cuarto de Davidé sin el permiso de éste, quería mirar sus pertenencias. Se decepcionó bastante, pues no había más que unas cuantas liras sobre la mesilla y unas fotos. No tenía apenas ropas y utilizaba una especie de mochila para llevar éstas. Nada dentro del armario, nada en los cajones. Se centró en lo que tenía, las imágenes. Primero una más grande en la que Davidé estaba junto a mucha más gente. Otra en la que estaba él de adolescente con una chica no demasiado guapa ¿Fue su chica? Sintió envidia. La siguiente era de su familia. Pero la que le tocó la fibra fue la de Davidé durmiendo. Se fijó en que, tras los labios entreabiertos, sus colmillos sobresalían más de lo normal. Un vampiro... no podía ser verdad... era imposible. Un escalofrío la recorrió de los pies a la punta del cabello más lago. Al igual que con las demás fotos, leyó el reverso y la nota de Albert la sorprendió. ¿Qué querría decir? –Eres enigmático Davidé, pero maravilloso. ¿Cuál es tu pasado?– volvió a dejar todo en su lugar exacto y cerró la puerta con la llave al salir. Lucía se sintió sucia por lo que estuvo haciendo en la estancia del hombre. No tenía ninguna clase de derecho para hurgar en su intimidad. Ahora aquella foto con aquellas extrañas palabras no paraban de darle vueltas en la cabeza. Cuando bajó a la cocina y se hizo el desayuno, la leche se derramó sobre las baldosas. Profirió un pequeño insulto hacia sí misma y lo limpió con el paño de cocina, fue entonces cuando recordó que no había llevado toallas a Davidé para que se secase. Se apresuró a limpiar lo desparramado y rápidamente corrió a llevárselas. Lo hizo con suma cautela, por si se encontraba a Davidé desnudo. Qué vergüenza hubiese supuesto para ella, que jamás en su vida había visto un hombre sin ropa. Al principio no escuchó nada, la única iluminación era la que provenía del cuartito de baño, y la puerta se hallaba semicerrada. Pero escuchó un sonido que la dejó petrificada, ¿Él estaba llorando? Oh no... ¿Por qué? No podía molestarlo... Decidió dejar las toallas lo más cerca de la puerta, para que cuando saliese del baño las viese. Cuando se disponía a llevar a cabo esa opción, advirtió que había en el suelo, caído 148

posiblemente de la chaqueta de Davidé, un pañuelo lleno de sangre. Todavía estaba empapada. Se horrorizó y su mente comenzó a llenarse de pensamientos violentos y horribles. La asustó pensar que aquel hombre que le gustaba tanto fuese un asesino o a algo muy malo. Escuchar su voz pausada y sensible la asustó mucho más y pegó un salto. –¿Lucía? ¿Estás ahí verdad? –S–Sí Davidé... – tartamudeó como una idiota. –Te agradecería mucho que me trajeses una toalla. –Sí claro, a eso venía – le temblaba la voz. Con los ojos cerrados entró en el pequeño cuarto de baño y le tendió unas toallas. Davidé, aunque se sentía apenado por sus pensamientos anteriores, sonrió por aquello. Pobrecilla. –Gracias, muchas gracias– aquella manera de agradecer, aquel tono, no podían pertenecer a un hombre malo. No podían. Se secó lentamente, ya se sentía más a gusto y limpio. Luego, tras enfundarse en la ropa, salió del cuarto. Lucía, que se hallaba sentada en la cama, pegó un buen respingo al verlo salir, recortado a la luz del baño. –Han tenido que amarte cientos de mujeres... – se le escapó el pensamiento en un susurro casi inaudible, tan quedo que era más pensamiento que algo dicho en voz real. Pero Davidé lo escuchó como si lo hubiera oído realmente, y le hizo enrojecer como un tomate. –¿Por qué me dices esas cosas? –¿Qué? ah... lo siento... – ella había creído que sólo fue un pensamiento, o tal vez el vampiro lo leyó sin querer. Nunca lo sabrían. –¿Por qué me las dices? –Es que... bueno, tenemos que limpiar esto y arreglarlo. –Sí, pronto saldrá el sol y los vampiros somos muy vulnerables. – la chica, latiéndole el corazón como loco, recordó los colmillos de la foto. ¡Quería verlos de verdad! Aquello la fascinaba enormemente. –¿Tienes colmillos como los vampiros? ¿Cómo Drácula? –Drácula es sólo una historia basada en el folklore rumano y en su historia medieval. Blad Tepes fue un príncipe terrible al que le gustaba empalar a la gente, aunque que yo sepa no era un vampiro. Pero yo no soy como el de la novela, y mucho menos como el Drakul original – ¿Por qué le gustaba tanto el juego insinuar lo qué era? Olía su deliciosa sangre incluso a distancia. Antes, cuando ella entró en el cuarto para llevarle las toallas, antes que notar su presencia física o mental, lo que había hecho que supiera que estaba cerca, era el maravilloso, dulce e insinuante olor de su menstruación. Era una muchacha 149

tan dulce, su sangre debía serlo también. ¡NO! ¡NO! ¡NO! Sabía que no la tocaría nunca, sería un error. Tras arreglarlo todo, a gran velocidad, corrieron sin hacer ruido hasta el cuarto que Davidé tenía en la pensión. El Sol casi empezaba a despertar, desperezándose con los cantos del gallo que tenían en el gallinero del corral. –Por favor, ya sabes que... –Que no te moleste nadie. Por cierto, se te cayó esto del bolsillo.– sacó el pañuelo manchado de sangre y eso heló el corazón del no muerto. La miró a los ojos y ella los notó velados por la incertidumbre de no saber cómo contestar. ¿Había hecho mal dándoselo? ¿Diciéndoselo? Tal vez un grave error... podría ser realmente alguien violento, y aun así, cuando lo miraba, lo escuchaba... sentía que no era nadie malo o cruel. Todo lo contrario. –¿Puedo entrar? –Sí... –No quiero saber porqué el pañuelo está lleno de sangre, tal vez te hicieran una herida, tal vez no... me da igual Davidé. –¿Por qué confías en mí de esta forma? –No lo sé, sólo entiendo lo que siento.– se sentó en la cama y Davidé miró su cuello liso, blanco y suave, tan virgen, intacto... la sangre... ¡NO! –Lo mejor es que vuelvas a... –No quiero marcharme. – como quien no quiere la cosa, cogió las fotos e hizo como si jamás las hubiese visto antes.– ¿Quién te hizo esta foto?– indagó inocentemente cuando él se sentó a su vera. –Albert... –¿Y quién es? –Una persona a la que yo tuve aprecio pero que no era mutuo.– Era mejor omitir el asunto amoroso, ella tal vez no entendiera que un hombre puede amar a otro hombre con pura pasión. –¿Estás enamorado?– aquello si le pilló por sorpresa. –Yo creo que sí lo estoy– pero cuando lo dijo bajó mucho más la cabeza, hundiéndola en el pecho. Como llevaba una coleta de caballo, el cabello castaño y ondulado le cayó hacía un lado, deslizándose por la suave piel de su largo y esbelto cuello. Su perfil era dulce y pecoso, casi infantil para su edad... Como aquella coleta había resbalado, tapando su cuello, Davidé se la apartó sin mala intención, y ella giró el rostro con lágrimas en sus ojos verdes. -Me gustas… – éste no tuvo reacción. No podía ser, el amor no podía surgir tan deprisa. Qué tontería, él se enamoró así de deprisa de Albert... 150

–Lucía, no puede ser, no me conoces, tal vez sea alguien depravado o peligroso. –¡NO! Sé que no lo eres– restalló furiosa girando el rostro hacía él y abrazándolo por el cuello con efusividad. Davidé se dejó porque no tenía fuerzas, el olor de la sangre le embriagaba dulcemente. ¿Y ella lo besaba? Lo que jamás hizo Albert. Le besaba, la besaba ¿Por qué jugaba con ella? La estrujó contra sí con fuerza, pero sin dañarla. Pero en realidad sólo podía pensar en Albert. Se había sumergido tanto en aquellos pensamientos que no se daba cuenta de que decía su nombre. Ella se apartó muy dolida... –¿Por qué has dicho su nombre? –Yo... –¿Le amabas a él? ¿A un hombre? ¿Cómo pueden gustarte los hombres?– preguntó incrédula. –Yo lo siento tanto, no quería hacerte daño, no me gustan los hombres, pero le amaba a él, a nadie más. Hace un mes de aquello, no puedo olvidar tan pronto. Me es una utopía olvidarlo sin más. – retuvo sus sangrantes lágrimas porque tenía mucho miedo de la reacción ella si las veía. –Yo te perdono, Davidé, ¿Me oyes? Me gustas, quiero marcharme contigo, lejos de este infierno. Quiero que le olvides. –Yo no puedo olvidar... –Sí puedes, todos podemos, por muy fuerte que fuese aquel amor. ¿Él te correspondía?– Davidé negó con la cabeza. –¡Qué tonto! Yo en cambio… –No podemos Lucía, pertenecemos a mundos distintos.– pero Lucía no escuchaba, hizo que se tendiera sobre ella y lo besó de nuevo. –Yo haré que me quieras, hagamos el amor, porque yo te quiero, tienes que quererme.– Davidé escuchaba el latir de la sangre en su cuerpecito, tan fragante ese aroma. Se moría por morderla como un loco. Era un deseo distinto a cualquier otro, distinto al de la desesperación por beber, diferente al deseo por Albert, nada parecido a la venganza hacia alguien malo. No, era diferente, simplemente le embriagaba que ella lo amase y desease. Sentía que su sangre valía la pena ser tomada ya que ella lo quería así. Lucía, que sentía aquellos besos en el cuello, se moría de ganas de hacer el amor con él, de que la penetrara y poder marcharse junto a su amor después. Fue cuando notó los pinchazos en la carne y cuando sintió pánico. Pero no chilló, estaba petrificada. Él, apartándose y alejándose, dándole la espalda, le pidió que se marchara, que no era posible aquello. –¿Pero por qué? –Vete, te lo ruego, esto no está bien. Eres inmaculada, pura y limpia, una buena chica. No te dejes arrastrar por el pecado de la carne. 151

–¿Eso lo dice un sacerdote? –Eso lo dice alguien que una vez se dejó arrastrar y que luego no le sirvió de nada. ¿Entiendes? Yo amé a una mujer hace muchísimos años, nos entregamos el uno al otro y luego nos separaron. Eso es lo que te sucedería a ti conmigo. –Idiota... – Lucía salió llorando de allí, dolida.

♠♠♠♠♠♠♠ Tardó mucho en dormirse, tal vez era mejor decir que apenas si durmió algo. Al menos durante el día, después cayó soñoliento y al despertar eran las cuatro y media de la mañana, pronto saldría el sol. Como no quería pensar en lo sucedido la mañana anterior, sus pensamientos viajaron hacia Rebecca. Le dio increíbles vueltas a todas las palabras dichas por sus labios finos y pálidos. Que quedaran cierto día, que se lo jurase… De cómo se enfadó al verlo allí. Ella siempre aparecía una hora antes del amanecer. Al principio fue como si ella se hubiese molestado porque él se encontraba allí, entorpeciendo algo que fuese a hacer. ¿Pero el qué? ¿Qué se podía hacer allí? Sólo contemplar la ciudad, la salida del Sol... Fue entonces cuando cayó en la verdadera cuenta. Todo habían sido piezas de un puzzle, estaba claro, todo encajaba. Esperar la luz del sol, en una torre alta, una vampiro sola y desesperanzada que había tenido que matar a su ser amado, que era desdichada porque tenía que seguir viviendo. Que él la comprendería porque había intentado acabar con la vida que tenía, en miles de ocasiones. ¡SE QUERÍA SUICIDAR! No podía permitirlo. –Te juro Albert, que si en mi vida vuelvo a encontrarme contigo, te pediré perdón por todas las veces que intenté quitarme la vida. Ahora comprendo lo qué debiste sentir cada vez que lo intenté y tú me lo impedías, de lo mal que se pasa. No la dejaré morir. Quiero enseñarle a vivir, como yo lo aprendo cada día. Salió de la pensión a toda velocidad, corriendo como alma que llevaba al diablo, pues ya faltaba poco para la salida del Sol. ♠

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"Vivir sin ti"

♠Por mucho que intentaba cerrar los ojos y dormir, le era literalmente imposible. Porque cuando sus párpados iban bajando hasta cerrarse, cuando sólo veía negrura, era el rostro de Davidé el que se aparecía. Y cuando al fin se dejaba arrastrar por la soñolencia, no cesaban sus sueños en lo que Davidé era el dueño y señor. Sólo él, y nadie más que él, constantemente. Se trataba de una obsesión intensa y cruel. En aquellos instantes se hallaba en su avión privado, en realidad en uno de tantos pues era apestosamente rico, en dirección a París, donde vivía normalmente. Nunca creyó regresar y ahora lo hacía, tan solo y depresivo como cuando marchó de allí, cerrando por última vez la puerta del apartamento. Y ahora tendría que volver a abrirla. Y todo continuaría tal y como lo dejó. Nadie le recibiría al igual que nadie lo despidió. Los ojos se le llenaron de lágrimas, se le formaron en la garganta y desembocaron en sus ojos, bajo los párpados cerrados. Luego cayeron en cascada por su piel blanca y lisa. Recordó unas palabras de su amor, las palabras más realistas del mundo... "Aunque yo esté contigo Albert, estarás solo" –Sí, solo... como siempre y para siempre. Un mes, o casi, desde aquel desastre, desde el adiós definitivo. No podía dejar de pensar en él. Todo el rato, constantemente, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y.... otra... vez... Pronto llegaría a destino, justo al anochecer, así que podría salir perfectamente. Le apenaba que su vampirismo no le permitiese abrir las cortinillas y mirar lo majestuoso de la tierra vista desde las alturas. Su grandeza y luz. Sentía la tentación porque sabía que no iba a llevar acabo aquel deseo. –Ahora deberías estar conmigo, sentado a mi lado, aquí... – toco con las yemas de los dedos el tejido del asiento contiguo, el que daba al pasillo. – Y yo te cogería la mano y tú... – volvió a sentir agonía en la garganta–... tú... me… –se llevó las manos al pecho y estrujó fuertemente el jersey. Subió las piernas al asiento de enfrente, apoyando los pies en él y hundió la cabeza en el hueco que se formaba. Se mordió los labios para no llorar, rabioso consigo mismo. –Vivir sin ti... es imposible, pero tengo la estúpida esperanza de volver a encontrarme contigo.

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♠♠♠♠♠♠♠ Notó que aterrizaban. Eso le había hecho despertar de una ensoñación. Dormía soñando con él, como siempre. Se levantó cuando todavía no se había parado del todo el pequeño avión. Miró el reloj, el cual tenía horario de París, y como tenía calculado ya era de noche. Fue hasta la cabina del piloto. –Ya hemos llegado señor, de noche, tal y como deseaba. –Gracias. Yo ya me bajo, ocúpese de todo lo referente al avión. –Sí señor, cómo quiera.– el piloto sonrió, ese hombre debía tener un montón de pasta. Y encima era guapo y atractivo. ¡Parecía un vampiro! Antes de bajarse del aparato, pensó en chuparle la sangre a aquel hombre, pero supo contenerse. Tenía hambre... sobre todo porque últimamente no probaba la sangre demasiado. Nunca pensó que lo de Davidé le afectaría incluso en ese aspecto. Se pasó un mes entero en Italia, fue a otras ciudades a ver si daba con él y todos sus esfuerzos resultaron completamente inútiles e inservibles. Por eso, permanecer en el país donde había amado con locura le parecía aprensivo. Todo le recordaba a él. Escuchar su lengua, con su acento, era como oírlo a él constantemente. Volvió a aquella iglesia para gritarle a Dios que había perdido ante su poder divino. Que él sólo era un vampiro enjuto y feo, sin esperanzas ni sueños. Bueno, tal vez sí una nimia esperanza, un estúpido pensamiento ilusorio. Volver a encontrarle.

♠♠♠♠♠♠♠ Después de descender del avión, caminó a solas, con su maleta, hasta la salida. Llamó a un taxi para que lo llevara a casa. Al subir se puso sus inseparables gafas rojas y de cristal circular. No quería que en la oscuridad de la cabina, el conductor notara la excesiva iridiscencia de sus ojos verdes. Producía daño y temor mirarle, Janín se lo decía cada anochecer. –¿Dónde?– preguntó el hombre. –Simplemente hacia delante, cuando haya que girar hacia un lado u otro ya se lo diré con antelación. –Está bien– “qué tipo más raro”, pensó el taxista. Al menos no tenía pinta de ser un ladrón o algo así. Todo lo contrario, posiblemente era un tipo con pasta, con mucha pasta.

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A Albert no le gustaba dar el nombre de la rue donde vivía. Incluso podía parecer una estupidez, pero formaba parte de su intimidad. O mejor expresado, de su ostración. Mientras miraba pasar a los transeúntes por las atestadas calles, leía sus pensamientos por si encontraba uno interesante. Y así fue... –¡Detente! –Joder, me ha asustado.– deteniéndose en seco, Albert le tendió un buen billete y bajó deprisa sin ni siquiera decir adiós. –Qué elemento más raro, aunque generoso.– después se subió una señora mayor al taxi y éste se perdió entre los cientos de coches y miles de luces que desprendía la ciudad. Siguió, con la maleta en la mano y la chaqueta colgada del brazo, al ser que le llamó la atención. No era un hombre, sino una fémina. Ni demasiado joven ni demasiado vieja. Se trataba de una de esas personas traumatizadas por algo del pasado, que se convierten en asesinas y psicópatas sin control a consecuencia de aquellas malas experiencias. –Voy a terminar con su penuria... – pensó con una media sonrisa en los labios. Por unos largos minutos no cavilaría en lo único que le importaba y llenaba su corazón de amor. Siguió a la que pronto se convertiría en una víctima a añadir en la larga lista. La obsesión de aquella señora, que se llamaba Julie, era la de matar niños inocentes. Simplemente algo aberrante. ¿Matar pequeñas criaturas indefensas? Algunos vampiros, lo absolutamente depravados como animales salvajes, se dedicaban a tales menesteres espantosos. Pero él no lo aprobaba, de hecho era algo que no se podía hacer. Una de las reglas que todos los clanes vampíricos tenían; No herir niños, ni chuparles la sangre, ni matarlos y mucho menos hacerles vampiros. Al que lo hiciera se le condenaba a muerte. Él era capaz de matar hombres, mujeres, viejos, viejas, enfermos, enfermas... pero jamás, jamás, nunca... un niño o niña. Por eso odió a aquella mujer, porque quería matar a un niño. Y lo que realmente le repugnó, es leer sus pensamientos cuando divisó un bebé de pocos mesecitos en un carrito que venía de frente a ellos. Vio en las imágenes que se materializaban en aquella mente pervertida, cómo se imaginaba la escena. Sacaría el enorme cuchillo para hundirlo una y otra vez en la carne, en su pequeño cuerpecito blando. En el vientre, la cara, el cráneo, la sangre chorreando como loca. Le patearía y reventaría sus pequeños y blandos sesos ante la mirada aterrorizada de sus padres.

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Al vampiro le entraron náuseas, la bilis le subió por la boca del estómago hasta la garganta, odió más que nunca aquel despojo humano. Ella arrastraba los pies y, aunque no veía su rostro, sabía cuan febril era su asesina mirada, velada por la psicosis. ¿Qué hacía un elemento como aquel pululando por aquellas calles? ¿Por qué no estaba atada en una habitación del manicomio? La mataría de un solo sorbo. No le hizo falta mirar cómo ella rebuscaba en su chaqueta un cuchillo, lo leía todo en su mente. Decidió hablarle. –Julie, soy el diablo. Sé lo que pretendes. Sé con que ojos sangrientos e inyectados en sangre miras aquel pequeño bebé inocente– La mujer se paró en seco, helada, petrificada. El matrimonio, con su hijito, se detuvo en un escaparate de electrodomésticos, hablando animosamente y sin percatarse de nada. Ella comenzó de nuevo su andadura hacia allí, apretando, más asustada que antes, el arma blanca entre sus manos temblorosas. –Si sigues te mataré Julie... no retes al diablo... – Julie pensaba que aquellas alucinaciones eran fruto de su miedo a que todo resultara mal, además de que iba drogada. Lo suficiente como para escuchar voces. Otras veces también le retumbaban en los oídos y ningún diablo la llevó a los infiernos. Porque el infierno, era lo que vivía cada día. Cuando iba a atestar las cuchilladas mortales al bebé, Albert la agarró, tan rápido que la asesina no se percató de nada, ebria como se hallaba. –Te lo advertí Julie– la tenía abrazada por detrás, sin hacer presión, hablándola al oído. En una de las manos blandía el cuchillo de cocina. Ella tembló como una hoja en otoño, aquel hombre estaba frío, era el diablo... –No me mates... – gimió con un sudor frío que le recorría por dentro y por fuera. –El pequeño niño también te lo pidió, y tú, zorra, ibas a terminar con su minúscula vidita, sin piedad, desgarrando su cuerpito, sangrándole el corazón... – dicho esto con mucha tranquilidad, le apretó un poco la muñeca y la partió, la rompió sin más. El arma homicida cayó al suelo del callejón, en el que sólo había un par de viejos vagabundos observando como si nada la escena. Gritó débilmente, sin poder defender su vida. Él era el demonio. Luego, Albert le partió el cuello girándoselo con violenta rabia hacia un lado, para así chuparle la sangre. Por supuesto no la mató, pues era un experto en esas cosas. –Te voy a desangrar... – rió con malicia, de la boca de Julie caía una baba asquerosa y espumeante. Agonizante sin poder morir. Él era Satanás... lo sabía. ¿Acaso había cometido algo malo? ¿Por qué venía a por su alma? Aquellos pensamientos repugnaron de veras el corazón de Albert. 156

–Has matado niños, esa es la única razón para morir así, espantosamente. – luego le hincó los colmillos y sin dejar de chupar ni por un instante, la estrujó mucho más, rompiéndole las costillas y los brazos. Pero no se moría. Le leyó el pensamiento y supo cuál era la causa de aquella desviación mental. Su marido, hacía mucho ya, mató a los hijos de ambos ante sus narices. Luego presenció el suicidio de él y nunca más volvió a ser la misma. Aquella ciudad era apestosa en su belleza desde el cielo, repleta de luces de colores, la ciudad de la luz. Pero debajo no era más que mierda, como todas. Julie estaba muerta, así que la soltó y le escupió a la cara la sangre muerta que no llegó a tragar. –Era mejor para todos. Sé que sufriste aquello tan espantoso, por eso era mejor desaparecer. –Sacó unos cuantos francos y se los dio a aquellos pobres. Solía hacerlo cuando llevaba dinero encima. Él no lo necesitaba realmente, tenía una cantidad incalculable en muchos bancos. Aquellos hombres no le tuvieron pánico y aceptaron la ofrenda maravillados, diciéndole que Dios se lo pagaría. –Dios y yo no somos amigos, siempre gana. – ni entendieron la respuesta ni les interesó. Recogió la maleta y marchó de nuevo hasta su casa caminando, pues no estaba lejos de allí.

♠♠♠♠♠♠♠ Al entrar, el portero le saludó y mantuvieron una corta conversación. –Buenas noches señor. Hacía mucho tiempo que no le veía. ¿Estaba de viaje? –Efectivamente Benoît. Aquí me tiene, de nuevo en casa. Buenas noches... – cuando se disponía a coger uno de los ascensores, el portero de noche recordó algo. –Monsieur Aumont, ha venido, en más de una ocasión, un caballero alto y pelirrojo preguntando por usted. No me dio su nombre pero... me entregó un número de teléfono y dijo que le avisara si le veía aparecer. –Ah... – Albert sonrió... – Está bien gracias. Sé de quién se trata. –Y antes de que se me olvide, el correo se le salía del buzón, así que me tomé la libertad de sacarlo y si espera un instante se lo entregaré. – Fue a una pequeña habitación que tenía y sacó una bolsa con bastantes cartas dentro. –Gracias, tome– le ofreció dinero, sin embargo el hombre no los aceptó por cortesía. –Buenas noches Benoît. –Buenas noches monsieur. Así que Erin le había visitado. Pulsó el piso 3º, el suyo. Miró la bolsa, repletita de cartas, del banco, de su abogada, publicidad variada, suscripción a revistas, etc... Cosas que dejaron de importarle al marchar y que de nuevo, tras su vuelta, volvían a tener alguna importancia. Al fin y al cabo, le era obligado 157

continuar viviendo. Se miró en el espejo de tonalidad grisácea la imagen que veía era horrible para él, pálido, feo y triste. –Este debería ser nuestro hogar... y en cambio aquí sólo estamos yo y mi horrenda imagen de muerto viviente. Ahora debes estar en algún lugar de tu Italia, tan lejos de mí. Después de observar cómo le caían las lágrimas por la cara, salió del ascensor y buscó las llaves como por inercia, recordando al fin que ya no las tenía. Se perdieron, junto a todo lo demás, cuando la mansión en las afueras de Roma se quemó. No era problema, abrió la puerta con la mente y desconectó la alarma antirrobo. Todo se mantenía a oscuras y desde luego, nadie había entrado en el apartamento. Dejó la bolsa con el correo por ahí, en la cocina. Y la maleta en su enorme habitación. Fue al cuarto de baño y limpió su rostro con agua del grifo hasta que no quedaron restos de lágrimas. No sabía qué hacer exactamente hasta que al final consiguió moverse hasta su cuarto. Agarró la maleta para tenderla sobre la cama y después la abrió. No era muy grande puesto que no llevaba muchos enseres. Algunas prendas, un cepillo para el pelo, el pasaporte con uno de sus nombres falsos, y aquellas fotos en las que él dormía. Se las hizo un día, al principio de su odisea personal. Compró en el pueblo una cámara y unos cuantos carretes. Y cuando tuvo la oportunidad le empezó a hacer fotos a montones. Diferentes planos, posiciones, maneras. Tenía muchísimas, tal vez unas cincuenta. Y todas le gustaban porque en ellas él estaba guapísimo. Fotos de su rostro, de sus pestañas, nariz y labios. Cogió una foto en la que aquella boca estaba más sensual que nunca y la besó como si realmente fuese a Davidé a quien besaba. También tenía fotos de su cuerpo, con distintas ropas, diferentes posiciones. Durmiendo de lado, de cara, de espaldas... –Mi ángel, mi vampiro, tan hermoso que yo a tu lado no soy nada. – después las pegó a la pared que tenía al lado de la cama gigante. Enmarcó unas cuantas y se quedó otras tantas para llevarlas encima. Tiró la maleta por ahí para poder echarse sobre el blando colchón. Agarrándose a la almohada, se puso a pensar en cosas que le harían daño, pero que necesitaba para continuar viviendo. –Davidé, si tú me hubieses querido, ahora estaríamos tú y yo mi cariño, nadie más. Bailaríamos lentamente, muy abrazados, tanto que pareciera imposible separarnos. Y luego, caeríamos sobre esta cama comiéndonos a besos y haríamos el amor con ternura y pasión. Bebería tu sangre de nuevo, todas las veces que yo quisiera. Dormiríamos bajo las sábanas como dos amantes, porque seríamos amantes... pero... todo eso no está pasando, ni estás aquí conmigo. ¿Por qué quiero hacerme tanto daño? Lo necesito... siempre he vivido atormentado, toda mi vida. No debí nacer jamás, fui un error, algo horrible y prohibido. No merezco estar aquí, ni que me quieran. Tú jamás 158

deseaste mis labios, ni mirarme a los ojos antes de besarme, ni bailar conmigo, ni amarme bajo las sábanas bebiendo mi sangre. ¿Por qué no puedo entenderlo?– en aquellos instantes deseó fervientemente ser consolado y abrazado. Pensó en Erin, en uno de sus pocos amigos que lo aceptaba tan horrible como era. ¿Dónde estaría? ¿En su gran castillo a las afueras de Rennes, en la región de Bretaña? ¿O por las calles, cazando como cualquier otro?

♠♠♠♠♠♠♠ Pasaron los minutos lentamente, con loca eternidad. Se le cerraban los ojos, la oscuridad, el ruido de la ciudad moverse... todo aquello fluía por su mente, a través del cuerpo haciéndole sentir sueño. Era muy pronto para un vampiro, en cambio, debido a lo poco que dormía últimamente, en aquellos instantes sólo pensaba en dormitar para siempre, agarrado al almohadón y con las imágenes de su amante rodeándole por todas partes. Todo se rompió al sonar el teléfono, pegó un brinco y acudió hasta el aparato descolgándolo con pura desidia. –¿Quién es? –Bueno Albert, por fin doy contigo, vampiro escurridizo– era la inconfundible voz del vampiro Erin. Profunda pero de una musicalidad sorprendente. –¡Erin!– chilló temblando.– Erin, te necesito. – suplicó. –Voy para allá. Estoy en un hotel cercano. Y esperó muy nervioso sentado en un enorme diván. No supo cuánto tiempo pasó, pero le pareció una eternidad espantosa. Escuchó un chasquido en la puerta, notó su abundante y potente presencia. Era simplemente Erin, el vampiro más poderoso del mundo. Se miraron un instante, la luz de los edificios daba de lleno contra el hombre alto y pelirrojo. Debía medir un metro noventa, delgado y esbelto, fuerte. Sus ojos eran de un verde especial, tal vez turquesa en ocasiones, o esmeralda en otras. La piel tan increíblemente blanca que emanaba luz propia, lisa, sin poros, sin arrugas y a un tiempo con ellas. De aspecto joven e imperioso, mirada tierna en aquellos instantes, mirada comprensiva... Era Erin, era El Rey de los Vampiros.

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Se acercó a Albert, que tenía un aspecto demacrado y depresivo. Temblaba como una hoja, como un niño desvalido, que realmente lo era y sentía que él quería que lo abrazaran muy fuerte. –Albert... me tenías muy preocupado y ahora más que nunca. No me gusta que mis vampiros sufran, y mis amigos menos todavía... –Abrázame, por favor... – imploró en un leve susurro casi inaudible para el oído mortal. Casi un pensamiento. Erin se arrodilló a su lado y Albert se dejó caer de rodillas a su vera, esperando ser abrazado. Y al fin sucedió, Erin le abrazó con su tranquilizadora fuerza, descomunal a un tiempo, que si quisiera le podría partir en dos. El vampiro rubio pasó los brazos por su cuello y lloró sobre aquel hombro amigo, casi el único que tenía. Sollozó amargamente mientras notaba cómo Erin le acariciaba los cabellos con suavidad, como un padre. Erin recordó un sentimiento del pasado, de hacía más de un siglo tal vez, en el que aquel hombre inseguro, le produjo un afecto que todavía perduraba. –¿Cuál es tu pena amigo mío?– indagó, pues no quiso leerle los pensamientos. –Me he enamorado… –Al fin amigo mío, al fin te has enamorado, tanto que te ha costado siempre. Más allá de tus inseguridades, esas que te impedían amar de verdad. –Léeme la mente... –No voy a hacerlo, quiero que me lo cuentes tú con tus propias palabras. Siempre buscas lo más fácil y eso no puede ser. Leer tus pensamientos sería como ver una película y eso jamás me ha gustado.– hablaba pausadamente, muy seguro de que lo que decía era la pura realidad. Permanecieron un rato sin mediar palabra, Erin conocía perfectamente las reacciones de Albert. Ahora se debatía por tragarse la vergüenza, preparado para contar algo que dolía con fuerza. –Ven Albertito, vamos a sentarnos en un lugar cómodo, con luz. Quiero verte bien. –No... Prefiero dejar la luz apagada... –gimoteó como un niño. –Vamos hombre, vamos a la salita esa que tienes tan reconfortable.– consiguió convencerle y se arrellanaron en un enorme sofá. –No sé si puedo empezar... –Claro que puedes– comentó convincentemente tras pasarle el brazo por los hombros y atraerlo hacia sí– Lo primero que me vas a contar es qué hacías tú de viaje sin haberme informado. –Me apetecía viajar y ver todos los sitios bonitos.

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–Me estás mintiendo– susurró tajante y luego añadió algo más.– Bueno, no me mientes exactamente, pero se ve muy claro que no me lo estás contado todo. – Albert titubeó, no se le escapaba nada. –Quería morirme, sé que no lo apruebas, pero quería morir, y antes ver por última vez las maravillas que tiene el mundo. –Eres un cobarde.– dijo fríamente. –Ya lo sé... ¿Crees qué no lo sé? –Sólo piensas en ti, no en los demás. No quiero que mueras, eres un buen vampiro. ¿Acaso piensas que soy amigo de cualquier bobo? Por supuesto que no apruebo tus ansias por dejar la vida. Aunque también te comprendo, ¿Crees que no lo he deseado yo también? Sobre todo en los primeros años, ¿Y qué? Estoy aquí, y mira en qué me he convertido. –Pero yo no seré como tú jamás– replicó mirándole al fin, con los ojos llenos de lágrimas. Erin sacó un pañuelo y se las fue limpiando, como a un niño pequeño. –Me tratas y hablas como a un niño. –Porque aparentas serlo, creo que tienes suficiente edad para ser un adulto. ¿No te parece? No quiero volver a escuchar eso de morirse. Continua relatándome lo sucedido en los últimos meses.– cambió de tema. –Primero fui a África, más hacia la zona de Egipto, en aquel lugar en el que el Sol es de verdad un Dios. Pero todavía tenía muchísimas cosas por ver y tocar. En fin, mi única pretensión era la de despedirme para siempre de lugares que me parecían hermosos… ¿Por qué se me ocurrió aparecer por Italia? – Continuó tras una pausa– Fui visitando sitios hasta llegar a la Bella Roma. Con todas la ruinas romanas, y cosas preciosas que toqué y miré bajo las estrellas. Y también allí la sangre era magnifica. Yo sólo sé que estaba en mi hotel, tranquilamente, mirando el cielo nublado y negruzco. Iba a caer una buena tormenta. El caso fue, y es curioso para mí, que pensé en no salir porque no me apetecía mojarme la ropa nueva y cara. ¿Te das cuenta? Maldito yo y mis ocurrencias. Cuando me disponía a quitarme el jersey recordé mi juego inventado. Estaba muy enfadado con Dios, quería retarle, divertirme a su costa. Mi juego trataba de que yo buscaba curas, los mordía y me bebía su sangre. Y solamente por el hecho de fastidiar al Dios divino, me dio por salir fuera, lloviese o no, me mojara o no. –Bueno, hasta ahí es normal en ti. –Pero lo malo llega ahora mismo Erin– lo miró con ojos vidriosos, iba a empezar la historia de verdad.– Tras chuparle la sangre a un sacerdote mayor y aterrado, empezó a llover abundantemente, como predije. Lo primero que se me ocurrió fue resguardarme un rato en una pequeña parroquia de un barrio normal. Y de paso restregarle a Cristo por la cara lo que había hecho con uno de sus fieles. Me senté en un banco y allí me quedé largo rato, chorreando 161

como un pez el suelo y el asiento. Pronto se haría de nuevo el día, esperé un rato para ver si la lluvia amainaba, y sino tendría que mojarme mucho más. Escuché un ruido de pasos y percibí la presencia de un hombre joven, era un sacerdote. Pensé que si se hubiese tratado de cualquier otra persona me hubiera largado sin mirarla siquiera, pero era un cura. Y se me volvió a ocurrir la genial idea de quedarme, y chuparle a éste también toda la sangre. Qué triunfo ante el Cristo, ante sus narices y en su mismísima casa. Se sentó a mi lado y me habló en italiano. Poseía una voz tan bella y tranquilizadora, que no me hizo falta mirarlo. Indagó sobre si yo deseaba confesarme y me reí diciéndole que los vampiros no nos confesábamos. –Albert– le interrumpió de pronto, enfurruñado– tienes la mala costumbre de decir por ahí lo qué eres, no debes decirlo. –Pero él me creyó Erin, eso fue lo más impresionante, que no salió aterrorizado pero me creyó. Lo miré y vi su rostro, su boca se ensanchó en una sonrisa que me desarmó, me cautivó. Y sus ojos, de un color pardo precioso, perfecto, enmarcado por unas pestañas larguísimas y rizadas. El pelo oscuro y corto iba enroscándose alrededor de su rostro, enroscándose de forma atractiva en la cara. Era alto, esbelto, amable y no me tenía miedo. Me sentí horrible a su lado, lo más horrible del mundo. Sólo sé que volvía cada noche, que lo deseaba más que a nada en el mundo, su sangre sagrada era intocable. Me había enamorado y él no se daba cuenta. Era un amor imposible. Era un sacerdote que se moría de tuberculosis, tan joven y tan bello. Lo amé de tal manera que me hubiese dejado hacer el amor por él de buena gana– le avergonzaba tanto contar aquellas intimidades, pero si no lo hacía iba a reventar. –¿Estás escandalizado porque sea un hombre?– dijo de pronto. –Yo no tengo esos estúpidos prejuicios humanos. Que cada uno haga y sienta lo que le dé la gana. Pero continúa por favor… –Él me rogaba que lo matara, que tenía miedo al dolor de su enfermedad. Si yo lo mataba sería más fácil. Y yo, un enamorado, no podía matarlo. Había encontrado al fin esa razón por la que vivir. Y lo hice Erin, yo que me había prometido no hacerlo otra vez, le hice un vampiro y jamás me lo perdonó. Si pudiese imaginarte lo fuerte que es… –¿Por qué no intentaste leer su mente? –No podía, no me dejaba. Era el muro más infranqueable que he conocido jamás. Me lo llevé a una mansión que compré, no te puedes ni imaginar lo que ha supuesto aquello. Mermó toda mis fuerzas, psíquica y físicamente, cada día que se sucedía lo adoraba más. Pero era imposible, nos fastidiábamos el uno al otro hasta la saciedad. Me odiaba y me odiará siempre por lo que le hice y en lo que le convertí. Es un vampiro humano. ¿Lo entiendes ahora? Nada ni nadie cambiará eso. Aguantaba sin beber días y noches completos, resistiéndose hasta el final. Nació para ser fuerte. Y yo me sentía como una nimia mota de polvo a 162

su lado, feo y horrible. ¿Cómo le iba a confesar qué lo amaba? Me hubiese despreciado. Soy feo y horrible, despreciable y mala persona y no actúo consecuentemente– ahora se hallaba deshecho en lágrimas, muy, muy deprimido, abrazándose a Erin, que escuchaba muy atento aquello. –¿Cuál es su nombre? ¿Y cómo continua la historia? –Se llama Davidé... es un nombre precioso. Le hice cosas espantosas, así que decidí dejarle marchar porque aquello era insostenible. Quería suicidarse constantemente, no podía salir yo a la calle para buscar víctimas, se me escapaba, yo no tengo esa resistencia y necesitaba beber lo que fuese. Al final él me venció, y yo le dejé marchar, pidiéndole que no me olvidara jamás. Sólo le pedí eso. – Erin le acarició el cabello y limpió las mejillas ensangrentadas. Lo abrazó muy fuerte contra sí, como si quisiera abrazar también su dolor. –Oh Albert, qué voy a hacer contigo... – susurró. Al conocerle, le pareció un hombre demasiado vello para ser un hombre. Callado y mermado al lado de Janín, que lo tenía acomplejado por completo. Era esa fragilidad, al lado de su enorme poder escondido, lo que le gustó. Albert fue el único hombre en todos los largos siglos de existencia que le había gustado. Albert era su mejor amigo y se sentía algo celoso. Pero no en el sentido amoroso de amantes sino en el amistoso. No confiaba en muchos vampiros, y en Albert lo hacía plenamente... era su mejor amigo, confiaría siempre en él. En aquellos momentos lo veía sufrir cruelmente, y en realidad el propio Albert era el que se hacía daño a sí mismo. –Sólo sé que estoy locamente enamorado de él, es un ser maravilloso, perfecto. Él es el amor de mi vida. Es lo único que me importa, me moriría por él. Querría tanto verle, tenerle entre mis brazos y besar sus labios, beber su sangre. A mí jamás me han amado, estoy desquiciado. No sé qué hacer a partir de ahora. Mi vida en estos instantes no tiene sentido ni valor. –El amor no dura para siempre... –Te has enamorado cientos de veces. Pero dime, a qué no sentías una fuerza en el estómago, en el corazón, en la garganta, en los colmillos, una fuerza que te tira y aprieta, que te grita que amarás hasta el final, para siempre durante toda la eternidad y más allá. Contéstame... –Ninguna de las veces he sentido eso. Triste pero para mí es la realidad. –Es mentira Erin, no la puedes olvidar a ella. Cuando fuiste humano... –Ella me traicionó y me echó una maldición... –Pero estoy seguro de que sentías ese dolor que te cuento, el que da el amor eterno. Fue el amor de tu vida. –Han pasado más de 2000 años, ya no siento nada– Erin se mantenía muy serio, estaba claro que no era su intención continuar hablando sobre aquel asunto. Pero Albert sabía, al fin comprendía, que Erin no conseguiría olvidar jamás a Siobhan, su mujer cuando fue humano. –Vente a mi castillo un 163

tiempo, y no vivas solo. Sé que eres solitario, pero te lo ruego, no, te lo ordeno, tienes que venirte conmigo. –¿Está seguro? –Claro que sí, ya sabes que tus consejos me los tomo muy en serio y muy en cuenta. Últimamente vine a buscarte por eso mismo, y ahora tengo la excusa perfecta. Además, adivina quién se queda unos días conmigo. Nuestra amiga… –Haydee... – sonrió. –Haydee. Así que nos está esperando en Rennes. Coge tus cosas que nos largamos lo que se dice, esta misma noche. Te ayudaré. –Bueno idiota, elígete ropa que vas a estar una larga temporada conmigo. Quiero que te olvides de lo imposible. –No me puedo olvidar de Davidé, es pedirme una utopía. –Pues al menos haré que te distraigas. Si te quedas aquí solo esto se convertirá en un infierno. Así que... – se quedó callado al ver a Albert despegar muchas fotos de la pared y recopilarlas con extraña posesión. Fue hasta él y lo agarró por el codo. –¿Qué es eso?– indagó con voz autoritaria. –Son fotos suyas... – fue su contestación, muy avergonzada. Erin se las arrancó de la mano y las miró. –¿Se las hiciste mientras dormía? Eres un imbécil que se recrea en su propio dolor. ¡Así nunca te recuperarás! Míralas Albert, va a ser la última vez. –¡NOOO! ¡NOOOO! ¡No las destruyas!– demasiado tarde, era el final de aquellas fotografías. Se desintegraron en su mano como por arte de magia. El polvo cayó lentamente hasta la moqueta. Albert no lloró, pero miró a Erin con suma tristeza. –Te harían sufrir, debes olvidarle. Él no volverá... –No, no volverá... – Erin sabía perfectamente que debía tener más fotos, así que prefirió que no sufriera más por ello y hacer la vista gorda. Tras recoger las maletas sin deshacer y algunas cosas más, salieron del apartamento. Esta vez, Albert pensó que no lo abandonaba solo. Ya no...

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando bajaron, Albert comunicó al portero que se iba otra temporada. Pronto el correo dejaría de llegar allí, que no se preocupase. Subieron al coche de Erin y dijeron adiós a la ciudad de París y a todo aquello. Nadie dijo nada en todo el camino hasta Rennes. 164

Llegaron poco antes del amanecer, después de viajar en coche toda la noche. El castillo de Erin era medieval, y sólo alguien rico de verdad podía permitirse el lujo de adquirirlo. Enorme desde luego, con un gran portón. Era una fortaleza muy elevada, con pináculos y formas raras en las piedras. Siniestro incluso. Al fin y al cabo era casa de Vampiros y no se tenía que dar más vueltas al asunto. Las tierras adyacentes también le pertenecían, así que los curiosos y turistas no podían acceder hasta el castillo. –Siempre me ha agradado la fortaleza.... –Y a mí... – sonrió metiendo el coche en un enorme patio. Erin poseía en su haber gran cantidad de propiedades, tanto inmobiliarias como grandes terrenos por todo el mundo. Y qué decir de su inmensa fortuna. Posiblemente, y en la sombra, era el hombre más rico del mundo, amasada su capital con el paso de los siglos. En todo caso, aquella fortaleza era su preferida y por eso vivía en ella desde hacía algunas décadas. Tenía a su cargo muchísimos criados, que le servían con absoluta devoción, Albert jamás había visto tanta. Eran felices de estar a su eterno servicio. Porque Erin era el Rey y punto. Qué extraño resultaba a veces para Albert verlo como un rey, tal vez por la enorme confianza que tenía con él y porque la primera vez que lo conoció no sabía quién era. Erin siempre lo trató muy bien. Al mirar a su amigo caminar ante él por un largo pasillo bastante iluminado, sentía la grandeza que emanaba directamente de él. Sus anchos hombros, sus cabellos cortos y pelirrojos, sus andares decididos, como diciendo "Esto es todo mío y camino a mis anchas porque me da la real gana". Un sirviente vampiro, al verlos, se inclinó en señal de respeto y Erin le ordenó, con suavidad, que fuese a buscar a Haydee. -Está en mi casa desde hace dos días. Aprovechó que tenía que hacer un reportaje fotográfico para Voge, sobre la moda de París, y como tenía unos días de vacaciones decidió quedarse aquí. Finalmente nos encontramos los tres, hacía tanto tiempo ya. -Yo la vi hace unos cuatro años. Con su nuevo ayudante. -Oh sí, Hans, un joven muy elegante y callado, bastante atractivo. No se despega de ella en lo más mínimo. Acompáñame al salón privado que tengo en mi habitación. Deja ahí la maleta, ya te la llevarán a tus habitaciones. Quiero que pases aquí un largo tiempo, varios años. Aunque si por mí fuera te podrías quedar toda la vida.- Albert enrojeció de placer, jamás nadie le trataba ni le había tratado tan bien. Quiso pasarle el brazo por los hombros, pero no se atrevió. ¿Y si a él no le hacía gracia? De pronto fue Erin quien lo hizo y anduvieron así hasta el final del pasillo, adentrándose después en una estancia que tenía unas escaleras que descendían unos cuantos pisos que había 165

construido bajo su mandato. Todo estaba renovado, equipado con las innovaciones de aquel tiempo. -¡Qué bonito! -A mí también me encanta. Contraté al mejor decorador de la ciudad, le conté lo qué quería y me encantó la solución que me presentó. Un hombre encantador. -Supongo que no le harías nada... - Erin sonrió extrañamente. -Ya le hubiese gustado a él…- los dos prorrumpieron en carcajadas. La puerta lateral, de madera pintada de un rojo sangre, se abrió con decisión y dejó pasar a una forma femenina seguida de una masculina. -Albert querido, levántate de ahí- ordenó fríamente la mujer. -Haydee. Me alegro mucho de verte querida inmortal.-Albert miró tímidamente al hombre alto que se hallaba al lado de la mujer. – Hola, ¿Eres Hans verdad? - lo saludó. Éste le dio la mano. -Buenas noches.- dijo. -Te noto desmejorado idiota.– intervino la mujer. Ella, Haydee la inmortal, era hermosa. De cuerpo esbelto, pechos generosos pero no excesivos, cintura estrecha, piernas perfectas. Se apreciaban perfectamente porque llevaba una falda corta, por encima de las rodillas. Tenía los cabellos negros, brillantes, en una melena que le llegaba a medio cuello. Los ojos... eran extraños, muy azules, muy intensos. De esos ojos que imponen, que sabes que te observan incluso cuando no los estás mirando, unos ojos muy viejos y que esconden muchos sentimientos tristes y dolorosos. Pero no cualquiera podría verlos, ni entenderlos. Normalmente su expresión era bastante fría, pero no era así del todo. No lo era... o tal vez tenía sus razones para aparentarlo. Claro que las tenía... En fin, era bellísima y sensual. Luego estaba su acompañante, su protector hasta la muerte, Hans. Un hombre de unos veinticinco años, metro noventa, alemán de nacimiento. Era muy serio, y siempre se ponía muy cerca de Haydee. Poseía un aire triste y resignado. ¿Pero por qué? Tenía los ojos marrones, más claros que los de Davidé, y cabellos castaños. El flequillo, muy informal, caía dulcemente sobre su ojo derecho. En su caso, él era mortal, no como Haydee. Al lado de tales seres se sentía cohibido, pequeño, nimio e insignificante. Deseó escapar, echar a correr, huir de ellos para no sentirse tan deprimente e innecesario. Fue cuando notó el tacto caliente de Haydee. Ella lo cogía de la mano y apretaba suavemente. -¿Te sucede algo Albert?- indagó. Había que decir que Haydee no era un vampiro. Pero sí inmortal. Estaba viva, y bien viva. Podía olerle la sangre, al 166

igual que la de Hans. Caliente y deliciosa. Ella era una inmortal de 2000 años ni más ni menos, una buena sangre, caminando tan tranquila por el mundo de los vivos, de día o de noche. -¿Te sucede algo, sí o no?- repitió ella con el ceño fruncido. -Me alegro de estar con vosotros, de veras- sonrió todo lo que pudo.- Haydee, ¿Por qué no os habéis quedado en tu apartamento de París? -Nos pasamos los primeros días que estuve trabajando en el reportaje fotográfico, pero al terminar quise venir a esta mansión. ¡¡Dios!! Siempre posee tantas antigüedades- se le iluminó el rostro, cuando hablaba sobre antigüedades se comportaba de una manera poco fría, más natural. A su acompañante se le formó una sonrisita en los labios y la miró con una expresión divertida. - Erin me ha regalado una botella de sake, japonesa claro, del siglo XVI. -Reina de ojos azules- susurró Erin- sé lo mucho que aprecias esta clase de cosas. Pensé en buscar algo egipcio, pero como últimamente noto que tiras hacia lo oriental me lo pensé mejor. Ya sabes que puedo conseguirte lo que tú quieras.Hans frunció el entrecejo y luego suspiró cansado, probablemente tendría ganas de irse a la cama pues sólo era un mortal. Y aun así continuaba erguido y elegante, esperando. -Es muy tarde Hans, ¿Deseas irte a dormir?- se giró hacia el joven que la miró con una breve sonrisa, como asintiendo pero sin atreverse a decir que sí o que no. Por un lado se caía de sueño, pero por el otro no permitiría que ella se quedara sola. -Lo que tú quieras Haydee... - tenía una bella voz masculina. -Entonces vete a descansar. Nos pidieron si mañana podía hacer unas fotos más y les dije que sí. –dijo a sus amigos- Será un día intenso, así que vete a la cama Hans, que tendremos que viajar hasta París. –él pareció titubear. -No me pasará nada.- el chico miró a Erin y luego a Albert. No parecía fiarse de ninguno. -Buenas noches a todos- bajó la cabeza en un ademán respetuoso ante los presentes y salió por una puerta lateral.

♠♠♠♠♠♠♠ Los tres inmortales se hallaban sentados en los sofás, medio tirados en ellos de forma bastante informal. Haydee se encontraba en una posición poco usual, acostada y con las piernas apoyadas en el respaldo, la cabeza colgando, por lo que veía a los otros dos del revés, y el cabello casi rozando el suelo. Iba descalza, sus piernas eran preciosas, bien torneadas y suaves. Se había puesto 167

un almohadón justo donde la falda, al deslizarse hacía abajo por la posición, dejaba ver sus braguitas negras. Albert y Erin la miraban ensimismados, esa mujer irradiaba una fuerte atracción. Éstos estaban en la alfombra y un sofá, respectivamente. -Albert Aumont, ¿Dónde demonios has estado?- preguntó con frialdad, con cierto tono de enojo. -Por ahí, Haydee. -¿Qué clase de respuesta es esa vampiro?- le espetó Erin dándole con el pie descalzo en la cabeza.- ¿Es qué no piensas contárselo? Bien, si no se lo dices tú se lo digo yo. Albert se ha enamorado como un burro. -¿Cómo? ¿Qué te has enamorado? ¿Tú?- estaba sorprendida de veras. -Sí... - afirmó quedamente. -¿Y dónde está? ¿No ha venido? -Él no me quiere- susurró. -¿Pero quién es? ¿Es un chico?- se sentó sobre el sofá para atender mejor. -Davidé... mi amor italiano. Mi verdadero amor… -¿Dónde está él? -No lo sé, en su Italia supongo. Dejé que me abandonara, intenté retenerlo pero fue mejor decirle adiós... para siempre. -Te obligaré a olvidarle si hace falta Albert- comentó Erin fríamente, con aspereza. -No es tan fácil olvidar... - musitó ella.- Y puesto que nuestra existencia es eterna, por llamarlo de alguna manera, nuestro corazón se dice "mañana olvidaré, mañana olvidaré, mañana olvidaré..." y siempre habrá un mañana para olvidar y jamás comenzaremos a intentarlo. Tal vez por miedo a dejar de recordar nuestro pasado, que cada vez está más lejos.- Haydee miraba al vació, como perdida, tal vez observando ese pasado que no se atrevía a olvidar, como ella misma había dicho. -¿Tengo qué contar esto? Me duele mucho, ya se lo conté a Erin. -Pero yo no soy Erin, soy Haydee, si ni siquiera puedo leerte la mente, y lo haría encantada para ahorrarte el mal trago, sin embargo no puedo, así que lo siento. -Yo... pretendía morir... -¡¡Por favor Albert!! ¿Cómo puedes desear algo así? -Albert la miró avergonzado. -Lo siento... el caso es que lo deseaba, aunque cada vez estoy más arrepentido de haber pensado en hacerlo. 168

-¡Eso no me consuela, la verdad! -El caso es que quise ver lugares hermosos antes de… y encontré una maravilla hecha realidad que me hizo morir de puro amor. La culpa fue de su sonrisa, de sus ojos pardos que me miraron así. Pero él nunca me correspondió… -¿Te dijo que no te amaba? -Nunca se lo pregunté, ¿Cómo querías que lo hiciera? Sabía la respuesta, él no me quería. ¡Somos dos hombres! -A ver Albert, no te comprendo. ¿Me estás diciendo qué no le dijiste lo que sentías? -No. -¿Entonces cómo estás tan seguro?- a Albert le sentó como una patada, así que negó a contarle más. -¿Por qué te enfadas con ella? ¿Por qué te dice las cosas tal y cómo son? -¡Os repito que me hubiese rechazado! -Pero ahora estás con la duda de sí hubiese sucedido eso o por el contrario te habría dicho que te amaba también. -Me niego a continuar hablando contigo de esto. No sabes nada de lo qué pasó. -Albert, perdóname por favor. Es cierto, tus razones tendrías para no confesarle tus profundos sentimientos. -Estás perdonada... es sólo que tal y cómo yo lo viví, él me rechazaba de todas las maneras. Me odiaba porque le convertí en mi vampiro. Davidé era un sacerdote, y yo lo cambié. Me aferré a él como un clavo ardiendo. Deseé darle la inmortalidad y después confesarle mi amor, que estaríamos siempre juntos... y jamás pude…♠

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"Seguir adelante"

♠Corrió como si fuera una exhalación, no le importaba quién le viera avanzar a una velocidad anormal en un humano. Solamente podía llevar sus pensamientos hacia la campanile de Pisa, no le importaba nada más. Corrió como si la Nada le persiguiera, como si la muerte le pisara los talones y notara su aliento en la nuca. Pero era él quien perseguía a la muerte, iba a por ella, a arrebatarle una víctima. Todavía faltaba una media hora para el comienzo del reinado solar. Arribó, sin respiración y jadeando de cansancio, a la Torre de Pisa. Subió casi sin resuello, ¿Cómo le podía costar tanto respirar? Lo comprendía en el fondo, pues no había probado la sangre para nada y la necesitaba, acostumbrado que estaba a tomar un poco cada noche. Ascendió lentamente las escaleras, sigilosamente. Sabía que Rebecca se hallaría en la cima, esperando la muerte... El aire volvió a revolver sus cabellos al llegar arriba. Miró la figura solitaria que estaba sentada en la barandilla con las piernas colgando hacia la parte de fuera, hacia el abismal vacío. Empezaba a clarear, entre los edificios del fondo. –¡REBECCA! –Te pedí que no vinieras, te lo hice jurar. ¿Qué clase de sacerdote eras? ¿De los que no cumplen sus promesas? ¿De los que cuentan los secretos de confesión y se ríen de ellos? –Y tú que Rebecca, que me has engañado– le contestó con visible aspereza. Ella no se movía. –Yo puedo ir y venir cuantas veces me plazca, esto es mío… –Me diste demasiadas pistas Rebecca, la culpa fue tuya. –Creí que me entenderías, tú, precisamente tú que lo has intentado en tantas ocasiones... –Y por suerte no lo logré, ahora lo comprendo de verdad. –Sí, ahora que eres tú el del otro lado, el espectador aterrado. Al menos te ha servido para entender algo nuevo, para comprender lo que Albert sentía. –Vamos Rebecca, empecemos una nueva vida juntos, tienes tantas cosas que enseñarme. –Eres un interesado y un egoísta que sólo desea que le enseñe, sin importarte mis sentimientos... 170

–Me ofendes. –Y tú me molestas. Vete de aquí.– Davidé caminó lentamente hasta la figura e hizo como ella, sentándose en la barandilla con los pies hacía el lado de fuera. La miró, ella tenía la carita surcada de lágrimas. –Vamos Rebecca, si yo lo logré, tú puedes lograrlo también, quiero ayudarte. –¿Para curar tu mala conciencia?– comentó sarcásticamente. –No, no es por eso. Yo llevo toda la vida ayudando a los demás, y necesito, por primera vez, que alguien me ayude a mí. –Eres lo suficiente fuerte como para sobrevivir a solas, sin mí y sin nadie. Eres un solitario, no lo niegues. –Debes vivir... –Si yo vivo, otros morirán, todos deberíamos morir, todos los vampiros, para que los humanos sobrevivieran... –No comprendo esas cosas, me aterra el llegar a comprenderlas... –Mira Davidé, morir por la pérdida de mi amor no es la única razón. También porque me encuentro vieja y cansada, porque perdí muchas cosas, hijos nunca concebidos, amores prohibidos y no correspondidos, amigos que ya están muertos... Nadie a quién acudir, nadie a quién desear pedir ayuda... si no comprendes mis razones es mejor que te tires por un puente.– concluyó apática. –No puedo dejar que lo hagas. –Intenta evitarlo y perecerás en ese intento. –Dijiste que yo era fuerte. –Y también dije que yo lo era muchísimo más. No me retes... – la claridad del nuevo día ya estaba muy cercana, dolía en los ojos y en la piel. Davidé rememoró los días que había sentido todas aquellas sensaciones. Ella se mantenía incorrupta, con los ojos de par en par, la mirada perdida en la línea luminosa del horizonte. –Por favor Rebecca... – suplicó. –Por fin veré el Sol y su luz cegadora. No tengo nada más que decir, tú no tienes derecho a decidir por mí...

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé se bajó de la barandilla y la agarró, con fuerte decisión, de la cintura. Ella forcejeó como una leona, como si en vez de quitarse la vida intentara impedir su muerte. Mordió al vampiro en el brazo, hincándole los colmillos con puro odio. Pero Davidé continuó arrastrándola hacia las 171

escaleras, hasta que ella, y Davidé no supo cómo, lo lanzó contra el suelo, a varios metros. Éste se quedó boca arriba, conmocionado. Luego sintió una patada en el estómago que le hizo recogerse en sí mismo en posición fetal. Le dolía horrores, aquella mujer era muy fuerte... Escuchó su voz diciendo algo ininteligible. –Vete Davidé, vete, sálvate del Sol y de ellos– había creído escuchar. ¿De quiénes? Luego escuchó un grito y notó varias presencias. Lo levantaron del suelo con acusada violencia y empezaron a hablarle. –Así que tú eres el que no mata a sus víctimas y va dejando un rastro vampírico por ahí. –¿Quién eres tú?– preguntó Davidé realmente lleno de sorpresa. Sabía que aquellos seres eran vampiros como Rebecca y él. –Mi nombre no te importa, te vamos a llevar derechito ante la presencia de nuestro sire, es el que gobierna a todos los vampiros de Pisa. Le va encantar tener un nuevo miembro en la orden, al que enseñar modales. –¡Maldito imbécil! Te aseguro que a mí nadie me manda. Nunca más– dicho esto le atizó un rodillazo en el vientre, con todas sus fuerzas, seguido de un manotazo en la sien que lo lanzó lejos de él. Después se puso en guardia, mirando a los vampiros que les rodeaban. Eran ocho, y tres sujetaban a Rebecca, que intentaba, sin éxito, zafarse de sus garras. Cuatro eran mujeres y cuatro hombres. El quinto tipo lo miraba con desprecio, pero eso le traía sin cuidado. –No intentes luchar, somos demasiados– sonrió una de las mujeres. –¡DAVIDÉ!– exclamó Rebecca– ¡Salta por la barandilla! ¡Tú puedes ser libre todavía!– ¿Qué estaba diciendo? Si saltaba por la barandilla, se iba a fracturar todos los huesos. –¡No voy a dejarte sola!– empujó a uno de los vampiros macho y lo tiró al suelo. –¡¡ID A POR ÉL!!– chilló furioso, dolido. Todo se abalanzaron tras Davidé, que estaba pegando a los opresores de Rebecca. Ella también lo hacía, hasta que consiguieron escapar hacía un lado de la barandilla. Las escaleras se hallaban cubiertas por otros vampiros. El Sol, aunque escondido todavía, ya daba demasiada luz. –Mierda, ¿Y ahora cómo lo hacemos para librarnos?– Davidé susurró unas oraciones, puesta su fe en que podrían salir de aquel problemón. –Debes escaparte Davidé, saltar. –No puedo saltar al vacío. –Flota. 172

–No sé. –Sí sabes. Hazlo.– fue una orden tajante. Davidé se encontraba aterrado. No podía saltar, no podía. –No puedo, salta conmigo, tú puedes sujetarme.– le temblaba la voz. –Seremos libres los dos, yo moriré y tú te salvarás de su perniciosa presencia. –No dejaré que te suicides. –¡¡Eh!! Vosotros dos, no sigáis oponiéndoos a nosotros. Ahora la luz es demasiado potente, dejaos... –No pienso moverme de aquí. Atrévete a venir hasta aquí y morirás conmigo– algunos de los no muertos echaron a correr hacía algún lugar oscuro, a salvo del sol. A Davidé le dolía y picaba la piel. –No aguanto más Rebecca... por el amor de Dios, vamos... – la agarró de la muñeca. –Tienes que saltar. –¡Soy un cobarde! ¡No puedo!– sintió que ella intentaba empujarlo hacia el vacío.– ¿Qué haces? –Te voy a tirar, no te resistas. Vete de esta ciudad. Por favor. –¡NOOO!– uno de los vampiros se adelantó hasta ellos y agarró a la mujer del brazo, ésta le clavó las uñas en la cara y luego lo mordió en el cuello. –Vas a morir conmigo, me has estado jodiendo la vida durante décadas ¡Vas a morir conmigo! Y tú Davidé, ten cuidado con ellos, van a ir a por ti, tenlo por seguro. –Eres una mujer que nunca olvidaré. –Salta, o te tiro.– ella lo empujó hacia atrás y Davidé se dejó. Jamás volvería a verla, ella moriría. Es lo que quería, tal vez ahí radicaba su fuerza, en su nueva libertad. Él no era nadie para decidir su futuro. Cada vez caía más deprisa, puso todas su fuerzas, físicas y mentales en flotar, pero... ¡No lo conseguía! –Oh Dios, ayúdame, te lo ruego... –Tal ya no caía tan rápido... no lo entendía, no sabría explicarlo, pero consiguió que el impacto fuera mínimo. Tal vez por la desesperación de “no matarse”, había conseguido flotar un poco. Se levantó magullado y echó a correr hacia la catedral como alma que llevaba el diablo. Aquello ya era insoportable, hacía calor, quemaba el aire, cegaba a los ojos. Al entrar en la catedral buscó el lugar más oscuro y se quedó muy quieto, temblando con lágrimas en los ojos. Pensó en la vampiro, ahora estaría muerta, para siempre. –OH Dios Mío, por favor, salva su alma, tienes que hacerlo.

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Luego se quedó dormido completamente, extremadamente cansado y muy triste. Aquella nueva vida iba a ser muy dura. Y lo peor es que Albert no estaba junto a él y tendría que aprenderlo todo solo.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando despertó, ya era de noche, se encontró que un hombre yacía moribundo y en el suelo a su lado. Se quedó espantado, porque tenía unos moratones en el cuello, como si hubiesen querido ahogarlo. Se precipitó sobre él, éste intentaba respirar y al ver acercarse al vampiro intentó gritar. –Señor, ¿Quién le ha hecho esto?– indagó con preocupación. No contestó, pretendía escaparse arrastrándose lejos de él. Davidé no comprendía cuál era la razón por la que aquel hombre herido quería escabullirse y no aceptar la ayuda que le ofrecía. Una mujer apareció junto a unos agentes policiales y lo señaló con el dedo, muy histérica. –Es ese tipo, ese hombre intentó matar a mi marido. –¿Qué?– exclamó el vampiro, muy sorprendido. ¿Qué decía aquella mujer? –Yo no he hecho nada. – gimió desconcertado. –Mi marido se acercó para ver si se encontraba bien por lo pálido que estaba, y ese monstruo lo agarró por el cuello y casi lo ahoga. Tiene unos dientes enormes y horribles.– los policías se echaron sobre él para intentar reducirlo, pero el no muerto se zafó de ellos con un par de empujones y se dio a la fuga. Por suerte ya era de noche y le fue fácil escapar. –Yo no quería... – musitó para sí mientras corría. Hacía tiempo que la policía lo había perdido de vista. ¿Cómo debió de suceder? Tal vez era que mientras dormía, si un extraño se le acercaba, ésa era la defensa. Porque un vampiro duerme tan profundamente que casi no se entera de nada. Que Dios y la Virgen le perdonasen. Era horrible ser un vampiro, y lo peor es que tendría que aprender solo a controlar sus poderes correctamente.

♠♠♠♠♠♠♠ Llegó lentamente hasta el hostal y llamó a la puerta. La madre de Lucía le abrió, mirándolo con cara rara, como preguntando, ¿Dónde has estado todo este tiempo? –Buenos noches señora. –Adelante señor Ferreri. Estamos en plena fiesta de cumpleaños, mi hija estaba esperándole para cortar la tarta. 174

–¡OH! no era necesario, pero gracias de todos modos.– la desconfiada mujer lo condujo hasta el salón. Allí, Lucía le saludó efusivamente, como si todo lo ocurrido entre ellos jamás hubiese tenido lugar. Aquello le desconcertó. Se sentía culpable y avergonzado, indigno de estar allí. –Toma Davidé, prueba la tarta, la he hecho yo misma.– aquello sí era un problemón. ¿Cómo iba a comerse la tarta? Era una sensación que... La aceptó con una media sonrisa en los labios, tal vez riéndose de sí mismo. Se sentó en una silla, al lado de ella que lo miraba sonriente, esperando que él le dijera "está magnífica esta porción de tarta". Removió un poco la nata con la cuchara para luego cortar un trocito y llevárselo a la boca. Le daba la sensación de que todos lo observaban con mirada inquisitoria. Qué miedo, más que estar rodeado de vampiros sedientos de sangre. Introduciéndose el pedazo blando en la boca lo mordió y tragó saliva, con lo cual se llevó, junto a ésta, parte de la nata derretida. Fueron náuseas lo que sintió, aún así consiguió continuar masticando un rato. La masa era ya una bola blandurria y asquerosa parecida a vomito regurgitado. ¡Quería escupirlo! Sin embargo hizo acopio de fuerzas e intentó tragarlo. Lo que empeoró las cosas. Lo que antes le hubiese parecido dulce y apetecible, era ahora una cosa de sabor indeterminado que le sabía como putrefacto. Pero consiguió tragárselo y sonreír. Pronto sintió que su estómago lo rechazaba y le entraban unas ganas irrefrenables de echarlo todo allí mismo. Se levantó, dejando el plato sobre la falda de Lucía, y salió corriendo hacia la pila de la cocina con la mano en la boca. Ésta le chorreaba algo rojizo que por suerte nadie llegó a ver. Metió la cabeza en dicha pila y echó el pequeño trozo engullido, junto a una cantidad considerable de sangre. Abrió el grifo para dejarla correr. –¡Davidé! ¿Te encuentra mal? No debiste aceptar la tarta si estabas indispuesto, no me hubiese ofendido... – se quedó callada al ver la sangre correr hacía el agujero del desagüe y también la que le chorreaba a Davidé por la barbilla. Éste se apresuró a limpiarla con un pañuelo. –Lo siento. No puedo ingerir alimentos. –¿Estas muy enfermo? Te noto mucho más pálido que hace dos días, y más delgado. No tienes nada de color. Jamás había visto tan blanco a alguien vivo.– aunque estuviera como estuviera era un hombre guapísimo, las pestañas negras y espesas parecían mucho más abundantes y oscuras que antes. Si el hombre “ése” no le quería es que era un inepto y un cegato sin gusto. –Perdóname, no quise estropearte la fiesta. –Vamos fuera. ¿O te encuentra muy mal? –No, ya estoy mejor. –¿Te apetece salir por ahí? Fuera de casa, no tengo amigas con las que divertirme un poco. Así hablaremos, supongo que tengo que pedirte perdón.– Davidé sonrió avergonzado y asintió con la cabeza. 175

A la madre de la chica no le hizo ni pizca de gracia que aquel hombre sospechoso se fuese con su hija por ahí. Pero el padre la mandó callar diciendo que era su cumpleaños, que por un día que saliera a dar una vuelta no le pasaría nada.

♠♠♠♠♠♠♠ Anduvieron por las calles conversando animadamente, mortal e inmortal. –¿Y tú dónde naciste? –En Sicilia. También tenía una hermana gemela, pero murió cuando éramos muy pequeñitos. Ni siquiera tengo una foto suya ni ninguna clase de recuerdo. En mi casa era un tema tabú y mi madre siempre lloraba mucho. –¡Oh! Es espantoso. Lo siento mucho– Davidé sonrió tristemente. –Tengo una hermana mayor que vive allí, junto al indeseable de su marido. A mi padre hace años que no lo veo, es un mafioso... –¿Y tu madre? –Murió... Y yo estoy muy enfermo también…– Lucía se quedó petrificada. –Ahora comprendo la razón por la que vomitabas sangre, y el pañuelo manchado –se abrazó a su cintura, ella era muy menudita. Davidé le acarició los cabellos. Sentía tener que haberle mentido de esa manera, pero era la única excusa que se le ocurría y que fuera aceptable para dar explicaciones. Aunque en el fondo no era del todo una mentira. El ser inmortal le hacía inmune a la enfermedad, nada más. –Creo que sé quién eres… – ella lo miró con una tímida sonrisa. –Salió hace un tiempo en los periódicos. El hijo cura de un mafioso muerto por venganzas entre mafias… – Davidé sonrió nervioso. –Por favor Lucía, no se lo digas a nadie. Mi padre es peligroso… ¿Entiendes por qué no vale la pena que destroces tu vida por mí? –No me importa. Por favor, perdóname por lo del otro día, me comporté como una niña. –Conocerás a alguien y me olvidarás.– caminado, caminando acabaron en un parque solitario. –Davidé, ¿Adónde te irás ahora? –Simplemente daré vueltas por este país, pero luego tal vez me vaya a otros lugares. Si tengo dinero suficiente. –¿Dejaste de ser sacerdote por aquel hombre? 176

–Oficialmente sigo siendo un sacerdote, pero es que oficialmente también estoy muerto. Con lo que yo sentía era imposible continuar siendo un cura. O más que por Albert, por mí mismo. –¿Todavía le quieres? –No sé... a veces pienso que sí, y a veces que no. Simplemente es demasiado pronto para olvidar todo lo sucedido entre nosotros. Él no me correspondía, aunque jamás le confesé mis sentimientos. Y además, me costaba asimilar que me había enamorado de una persona de mi mismo sexo. En realidad no me gustan los hombres... Y sin embargo él... es diferente a otros hombres... –No sé si puedo comprenderlo. Me da un poco de asco… lo siento. –Es lo que siente la mayoría de la gente. –Es una historia muy extraña. Creo que prefería la de que eras un vampiro de esos.– eso arrancó una sonrisa de los labios de Davidé, y aquella sonrisa se convirtió en una carcajada. Ella también rió haciendo compañía a la risa del no muerto. Lucía le había contado la historia de su hermano y la prostituta. Cada familia tiene sus rarezas. –Es normal que tus padres estén tan pendientes de ti. Ahora te consideran su única hija. El día que te cases y te vayas a convivir con tu marido, se pondrán muy tristes. –Si por ellos fuera, me tendrían encerrada en casa toda la vida. Así no voy a conocer a nadie. Y al hostal suelen ir hombres más bien mayores. Y si alguna vez aparece uno joven, como tú, termina marchándose pronto. –Siento tener que irme mucho antes de lo previsto. No quiero asustarte pero, hay unos hombres que me están buscando. –¿Qué?– se asustó ella agarrándose más a él. –Tranquila, si quieres volvemos a tu casa. Es un poco tarde, llevamos dos horas dando vueltas. Tus padres estarán preocupados. –No me importa que estés enfermo. Me iría contigo igualmente.– le abrazó y apoyó la cabeza en su pecho.– Siempre estás tan frío por fuera, pero sé que eres muy cálido por dentro. Yo te quiero. –Lucía por favor, creía que al fin habías comprendido que no puede ser. –¡NOOO! –Lucía por favor.– La abrazó también y quiso oler su aroma de sangre. Tenía muchísima sed, se moría de ganas de morderla en el cuello y llevarse su sangre lentamente, sin hacerla daño.

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–Si fueras un vampiro... te dejaría que me mordieras... – ella jamás debió de decir aquello, en su inocencia no se daba cuenta de lo grave de aquellas palabras. Era darle permiso a un vampiro desesperadamente ansioso por morder lo deseado. Lucía, ajena a todo, se quedó petrificada al notar unos pequeños pinchazos en la carne del cuello. Tembló sin saber qué hacer. Aquellos pinchazos se intensificaron y acabaron haciéndole un daño lacerante. Gimió intentando apartarlo, pero los brazos de Davidé no la dejaban escapar. Notó cómo los labios del hombre se movían, cómo la sangre corría hacía aquella boca. Se sentía desfallecer, las piernas le fallaron y los brazos ya no podían intentar apartarlo, comprendiendo al fin que Davidé sí era vampiro. –Que Dios se apiade de mí alma... – en aquellos momentos él dejó de absorberle la sangre y la tendió sobre un banco, sintiéndose horrorizado, ¿Qué había hecho? Estaba loco. Se apresuró a cerrarle las heridas del todo, con su propia sangre. Tenía que llevarla a un hospital en aquel mismo momento. Se había dejado llevar, erróneamente, por el permiso inocente que ella le dio en aquellos instantes cruciales en los que se resistía para no atacarla. –Perdóname Lucía, no quería hacerte daño, no quería beber tu sangre, fue un impulso. –No quiero morir.– musitó. –No vas a morir, te llevaré a un hospital. Tienes que estarte quieta, no te haré nada. –Eres un demonio, Dios te castigará.– ya no había manera de acallarla por las buenas, así que le tapó la boca y ella continuó forcejeando, por supuesto no creía que la fuese a llevar a un hospital. Pensaba que iba a morir entre sus garras, que le chuparía otra vez la sangre. –Si hubiese querido matarte ya lo habría hecho, la primera vez que tuve la oportunidad de desangrarte viva. ¡Cállate!– ella se acalló, acongojada como estaba, muerta de miedo. –Necesitas una transfusión de sangre ahora mismo. Pero tienes que estar callada. Llamaremos a un taxi e iremos al hospital. –Es mentira... mentira... me has engañado. –No... no...

♠♠♠♠♠♠♠ La levantó en volandas y llevó hacía la calle atravesando el parque. Éste se hallaba desierto, no pululaba ni un alma por allí. Todo saldría bien, la llevaría al hospital. Después volvería a la pensión a avisar a sus padres, cogería sus pocas pertenencias y se iría como un cobarde. 178

Justo cuando creía que todo saldría bien, varias presencias vampíricas le rodearon. No, en aquellos momentos no por favor. No... –Así que tú eres el que ayer fue capaz de burlar a los estúpidos ineptos de mis vampiros. –¿Quién eres tú? –Soy el que gobierna a los vampiros de esta ciudad. Por tu culpa Rebecca está muerta. Ella era mi mejor vampiro, y aunque la eché del grupo no permití que quisiera suicidarse. –Ella prefería morirse a estar con alguien como tú, pedazo de vampiro de mierda– El inmortal se dejó ver, poniéndose ante él. Davidé lo miró con desprecio, con Lucía entre los brazos. Aquel hombre era más bajo de estatura y también más delgado. Tenía barba y el pelo corto y castaño. No era excesivamente atractivo pero tampoco feo. –Vaya, hemos estado observando lo que hacías con tu víctima. Así que quieres llevarla al hospital, ¿Eh? Estás chiflado. Luego ella irá contando por ahí todo lo de los vampiros. Eso no lo podemos permitir. Debes aprender las reglas universales que ha impuesto nuestro Rey. –¿Rey? Y a mí que me interesa eso mucho, fíjate, estoy loco por seguir sus normas. Estás listo si crees que soy tan fácil de domar. De hecho, mi vampiro maestro me tuvo que dejar marchar porque no pudo conmigo. No pienso matar a seres inocentes. Dios os castigará por vuestra extrema crueldad. –Mira que eres rarito. Entréganos la chica y déjate llevar por nosotros. –Tendrás que pasar por encima de mi cadáver.– Se dio la vuelta y echó a correr hacia otro lado. Notó que varios no muertos le perseguían a corta distancia. Se encontró con otros de cara que le cortaron el paso. Aquello iba a ser complicado, pero no podía a dejarse vencer tan fácilmente. ¡No señor! –Vamos vampiro, eres demasiado joven y débil como para vencer ni a uno solo de nosotros.– Pero Davidé se rió a carcajada limpia de ellos y éstos se enfurecieron. Davidé no se lo pensó dos veces, arremetiendo contra el primer vampiro que se le puso por delante, propinándole una fuerte patada en el vientre. El individuo cayó de bruces contra el suelo gimiendo por causa del intenso dolor. Otros fueron a ayudarlo, dejando a Davidé el campo libre, que echó a correr como alma que llevaba el diablo. Empero había más inmortales por enrrededor, esperándole para atacar. No le importaba, se sentía pletórico, los iba a machacar a todos. ¡SÍ! ¡A la mierda todos!

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Lucía continuaba desmayada, por la impresión más que por falta de sangre. Era mejor que no se enterara de nada. Varias manos le agarraron de la ropa y decidió chillar y pedir ayuda. Chilló hasta quebrar su voz, hasta desgallitarse. Al acudir un grupo de gente recelosa y unos policías, los vampiros se retiraron, escurriéndose entre la oscuridad y las sombras del parque. Davidé se dejó caer con la muchacha en el regazo y aquellas personas se acercaron para socorrerlos. –Un grupo de una secta, creo, han intentado secuestrar a mi novia, y matarme a mí. Este lugar es muy peligroso. –esos vampiros iban a fastidiarse bien. Sonrió entre dientes sin que le viese nadie. Alguien dijo que iba a llamar a una ambulancia y otros le ayudaron con Lucía. Los policías le indicaron que debía prestar declaración en la comisaría, pero Davidé les rogó que esperasen, que necesitaba acompañar a su novia al hospital. Examinaron a la chica y dijeron que estaba anémica y que necesitaba una urgente transfusión de sangre. Le preguntaron de qué tipo era la suya y tuvo que decir que estaba enfermo y no podía donar su sangre. Traspasar la sangre de un vampiro a un humano después de que éste hubiera sido atacado por dicho vampiro, hubiese sido como crear otro vampiro.

♠♠♠♠♠♠♠ No podía quedarse en aquel hospital, así que se escaqueó de la policía para ir a la pensión y comunicarles a sus padres lo sucedido en la versión “oficial”. Escribió además una carta a Lucía, rogándole a la enfermera que se ocupaba de ésta, que se la entregara cuando la muchacha se hallara en condiciones. Luego entró en la habitación y acarició el pelo de la chica, muy suavemente. –Perdóname Lucía, por hacerte tanto daño. Espero que al leer lo que te he escrito, me perdones. O tal vez te parezca un chiflado del demonio, cosa que no te discutiría.– inclinándose, la besó en la frente y luego en los labios. Fue un adiós.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando Lucía abrió los ojos, le dolía el cuello. Allá donde él la había mordido.. ¿Estaba en una habitación de hospital? Sus padres se alegraron al verla despertar al fin. ¿Cuánto habría dormido? –Mamá... – su voz estaba muy quebrada. –Hija mía, al fin– ésta lloraba y lo cierto es que su padre también, por mucho que intentara reprimirse las lágrimas

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–Mamá... te quiero, os quiero– al fin se daba cuenta de lo mucho que los necesita. De que todavía quería ser una niña. Ojalá pudiera volver a serlo... –Ese hombre vino a decirnos que estabas en el hospital, pensamos que te había hecho algo malo... – ella no supo si contarles lo ocurrido, no la creerían, se llevó las yemas de los dedos a la zona del mordisco y no tenía ni un rasguño. ¿Lo habría soñado? Sintió miedo, ¿Y si él estaba allí? –¿Y Davidé? –Se marchó.– No supo si la noticia le aliviaba o no. Era extraño. Una enfermera rogó a sus padres que fueran a comer algo a la cafetería, lo necesitaban. Aceptaron aunque un poco a regañadientes. –¿Te encuentras mejor jovencita?– indagó la enfermera. –Sí, ¿Qué me sucedió? –Se cuentan muchas cosas, pero yo sólo sé que aquel chico tan guapo te trajo hasta aquí. Me dio esta carta para ti. Te dejo sola para que la leas.– la substrajo de uno de los bolsillos de la bata y tras tendérsela se fue. A Lucía le aterraba lo que allí podría haber escrito. ¿Y si era algo cómo “volveré a por ti”? La incertidumbre la mataba. Hizo ademán de rasgarla pero se contuvo. Prefería leer aquello y después atenerse a lo que fuera. Amada Lucía: Sé que estarás aterrorizada por lo que pueda decirte un monstruo como yo. Lo comprendo, soy horrible. ¿Verdad? Un monstruo que mata gente inocente. Pero estás equivocada. Casi todo lo que te conté sobre mi familia es verdad. Me hicieron vampiro contra mi voluntad, él me hizo esto. Albert. Pero es una larga historia. No pude evitar morderte... eras tan maravillosa, decías que me amabas. Jamás debió suceder. Pero ya no hay vuelta atrás. Yo me encargaré que nadie te haga nada. Tus padres te habrán dicho que me he ido, ignoro en qué momento leerás esto, pero por favor, no me temas. Nunca volverás a verme, eso te lo aseguro. Espero de todo corazón que encuentres un amor que te quiera y que no te vuelva a pasar nada malo. Yo soy un vampiro muy humano que intenta sobrevivir solo en este mundo. A veces resulta triste. He intentado relacionarme con los mortales, pero he aprendido que no es tan fácil y que termino por hacerles daño. Y si tampoco puedo convivir con los vampiros... ¿Adónde pertenezco? Vivo en un mundo aterrador. Te pido que me olvides y olvides todo esto. Sé que será difícil, porque olvidar lo es. No le cuentes nunca a nadie todo esto. Espero que te pongas bien pronto. Espero que me olvides... 181

Davidé. No pudo evitar sollozar como una tonta. Ya no sabía qué pensar, ni qué sentir. Tal vez así expresaba lo que sentía sin tener que pensar nada. Rompió la carta en trozos muy pequeñitos. Y luego los dejó dentro de su puño y los estrujó con la poca fuerza que tenía. –Estas cosas no se pueden olvidar, pero es que tampoco quiero olvidarlas. Tal vez me han hecho más fuerte, más precavida, más adulta. Una vez creí quererte, y sé que te quise. Una vez pensé que te odiaba, y te odié. Pero... ahora ya no importa. Adiós Davidé... Ya allí se quedó hasta que sus padres volvieron y decidieron hablar sobre lo ocurrido. No dijo nada sobre vampiros. Simplemente que no tenía ni idea de lo qué allí había ocurrido...

♠♠♠♠♠♠♠ La noche siguiente a lo acaecido, el vampiro decidió marcharse realmente, pero antes deseaba ajustar las cuentas con los otros inmortales, así que se dirigió lentamente, sabiendo que lo seguían, hasta la Torre de Pisa. Subió hasta arriba del todo y se sentó en la barandilla por la que una vez ella lo había arrojado por su propio bien. –Adiós Rebecca. No consigo acoplarme a nada, ni a mortales ni a inmortales. Soy una calamidad. ¿Me perdonas? –Hablar solo es síndrome de estar loco. –Es que lo estoy… –Eres muy listo para ser tan joven. ¿Cuantos años tienes de vampiro? Cuatro o cinco, supongo– Davidé se giró hacia el que le hablaba. Decidió acercarse a él tras bajarse de la barandilla. –No, sólo tengo unos cuatro meses, no más.– el sire pareció quedarse horriblemente sorprendido. –Maldito seas, el que te hizo debe ser poderoso, porque un vampiro como tú sólo es creado por azar. Quiero que te unas a mí, ahora que he perdido a Rebecca, necesito a alguien fuerte y decidido como tú. –Yo voy por libre. Así que te recomiendo que me dejes en paz. Y no te preocupes, que me voy de Pisa. Te la dejo para ti. –Estoy intrigado con quién te hizo.– Sin contestarle, hizo ademán de irse cuando el sire lo agarró fuertemente y los dos empezaron con el forcejeo. El vampiro de la barba no acababa de poder oprimirlo bien, Davidé se le escurría hasta que consiguió pegarle un puñetazo. Davidé se quedó sangrando en el 182

suelo. Pero volvió de nuevo a levantarse y arremetió otra vez contra el sire. Éste era muy fuerte. Forcejearon, se mordieron y pegaron quedando exhaustos. –Dime quién te ha hecho, ¡Dímelo! Tengo que darle la enhorabuena por tener un discípulo tan fuerte. –Albert... Aumont. – jadeó con esfuerzo. Inmediatamente después su opresor le soltó. Lo miró apartarse estupefacto, con la cara desencajada, como horriblemente sorprendido. –Ese cabrón... ese cabrón... –¡NO LE INSULTES! –Nadie, absolutamente nadie tenía derecho a insultar a su Albert, sólo él y nada más que él. –Vete de aquí. –¿Cómo?– aquello si que lo despistó. –Que te vayas. Vete. –¿Porque Albert me creó? –Sí. –Necesito una explicación, la necesito. –Tú serás infinitamente más fuerte que yo cuando tengas mi edad… Creo que llegarás a ser más fuerte que quien te creó. –¿Tú le conoces, verdad? ¿De qué? –Oh sí, muy bien, demasiado bien. Tal vez por eso lo odie, porque me hizo algo que jamás le perdonaré. Tú pareces perdonarle. Tus razones tendrás. –No le he perdonado del todo. Me convirtió en esto sin mi consentimiento– musitó Davidé. –¡Típico de él! Y ahora vete, y si vuelves a verle, dile de mi parte que... sigo aquí y todavía estoy enfadado con él. –¿Cuál es tu nombre? –John. Vete ahora, los demás no intentarán acabar contigo. –Promete algo, prométeme que no le haréis nada a la chica. ¡Ella no tiene la culpa! –Te lo juro por la sangre de vampiro. –dicho el juramento, llevó una uña a la carne de la palma y la hundió para que brotara la sangre. Luego le tendió la mano a Davidé, que comprendió lo qué quería y también hizo que la sangre manara de su mano. Las dos se unieron y las sangres de dos vampiros fluyeron al unísono, mezclándose. Unas gotitas cayeron al suelo... allí habían hecho su promesa dos vampiros.

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–Yo amé Albert cuando él sólo era un crío de 14 años, como si hubiese sido mi hermano pequeño. Y creo que yo fui más familia de la que llegó a tener nunca. Pero hacerme vampiro sin permiso es algo difícil de olvidar... –Yo le amo también, aunque de otra manera distinta– El sire comprendió de qué manera y le pareció que Davidé tenía mucho valor para quererle así. –Cuando te vi, tuve un presentimiento, tal vez porque por nuestras venas corrió su misma sangre durante un instante, antes de morir y renacer. Sus manos se soltaron y Davidé se dio la vuelta sin decir nada, porque nada había que decir. Aun estaba conmocionado por aquella extraña coincidencia. ¿El destino estaría queriendo decirle algo? El sire lo observó marchar, pensó en la fortaleza de aquel hombre. Tanto mental como física y lo que le quedaba por evolucionar. Sí, un día sería más fuerte que quien lo creó. Tal vez, la diferencia que había entre Davidé y él mismo, era que Davidé era el último y más fuerte vampiro que Albert había hecho, tras aprender de la vida. En cambio, él era el primero, el más débil, hecho por un Albert tan joven que no sabía nada, ni siquiera lo qué era un vampiro, que tenía miedo y se sentía solo. –El primero y el último... Davidé se fue lentamente y sin miedo bajo la oscuridad nocturna, alentado por las luces de las casas. O tal vez de las estrellas... En aquella ciudad, a la que siempre deseó acudir, había sentido muchas cosas. Cuando era niño y deseaba visitarla, era como si supiese que alguien le esperaba. Aquellos seres, mortales o no, que le estaban aguardando desde entonces. Rebecca, la mujer valiente y de alma vieja. Lucía, la chica que le quería y a la que hirió, tal vez para comprender que la humanidad era algo difícil de recobrar. Y John... también hijo de Albert. Todos aquellos seres le esperaban, al igual que él los esperaba a ellos para aprender. No estaba tan solo como pensaba... y ahora tenía una infinidad de tiempo para comprender y aprender de su inmortalidad... para seguir adelante ♠

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"Tres iguales"

♠–Eres tonto Albert.– le espetó Haydee con visible desprecio. – Tienes la oportunidad de dar la inmortalidad a la persona amada y tras dársela, no sabes aprovecharla. –¿Por qué te pones así Reina de ojos Azules?– indagó Erin con una sonrisita – ¿Acaso tu desearías dar la inmortalidad a alguien en especial?– ella lo miró furibunda, con los ojos encendidos, más azureos que nunca. –No.– contestó fría, con Erin le costaba ser muy fría, pero en aquellos momentos debía hacérselo parecer –Es sólo que me repatea el hecho de que no sepa aprovechar lo que hace. –Se estaba muriendo, ¿Qué querías que hiciera? Perdóname Haydee, no debí contar mis penurias con tan poca delicadeza, no recordé que tú también amaste a alguien que murió sin que tú pudieras hacer nada por impedirlo. –Por favor, no habléis sobre Iván… –Está bien. –Sí, no diremos nada.– se dejó abrazar por ellos de nuevo. Al menos, ante sus vampiros no tenía que hacerse la mujer de hielo. De pronto notó unos pinchacitos en el cuello y esto la hizo reaccionar y pegar un manotazo a Albert. –¿Pero que haces? ¿Serías capaz de morderme?– frunció el ceño ante la mirada provocativa de Albert. –Si te dejas, sí... –No, es que Haydee sólo se dejaría morder por una persona.– comentó Erin divertido y a un tiempo malicioso. Ella se giró y le pegó un empujón que lo tiró fuera del sofá. –¿De qué habla Erin? –Me voy a dormir, mañana será un día duro con el reportaje fotográfico. De pronto sonó un pequeño teléfono que había en una mesilla de aquel salón. Erin se incorporó de mala gana y descolgó el aparato. Estuvo conversando un instante. –Siento deciros que debo irme un rato. Ha surgido un problemilla. No os preocupéis. Hasta luego. Sed malos, ¿Vale?– dicho esto se fue por la puerta principal y los dejó a solas. Haydee sonrió y Albert le devolvió la mueca. –Perdóname Albert. 185

–No, perdóname tú a mí. ¿Me dejas chuparte la sangre?– lo miró enfadada y cambió de tema. –Cuéntame cómo es él... su forma de ser, su aspecto.– Albert se acercó a Haydee y tras extraer una foto del bolsillo del pantalón, se la enseñó a la mujer. –Así es él. Se la hice mientras dormía. Tengo más, pero no se lo digas a Erin, él las destruiría. Y es el único recuerdo que me queda. –Vaya, es muy guapo. Tienes muy buen gusto, y eso que parecías tonto. –Es más alto que yo y muy fuerte. Nunca se enteró de que le hacía fotos mientras dormía. Le echo muchísimo de menos. –Tendrías que haberle dicho que le amabas. –He dicho que no quiero hablar de mí. –Está bien. Tu Davidé es muy guapo. Si alguna vez lo vuelves a ver, dile de mi parte que debería dedicarse a ser modelo. Yo le encuentro trabajo enseguida. –¿Y que lo miren muchas chicas? No quiero, es solamente para mí– se enfurruñó. Haydee rió. –Yo te comprendo.– claro, a ella tampoco le gustaría que muchas otras mujeres mirasen a su Hans así. Le pertenecía aunque no pudiera tenerlo. –¿Ah, sí? –Claro... – pero se calló, no quería contar a nadie lo de Hans. A nadie.– Bueno, pues dime, ¿Has vuelto a ver a esa bruja de Janín? –No, ni quiero. Y si alguna vez tengo la desgracia de coincidir con ella haré como que no la conozco. –¿Tienes miedo a que te atrape como la última vez? –No, ella ya no tiene poder sobre mí. Cuando conocí a Erin, supe lo que era que me trataran bien. Era amable y no me insultaba ni me recordaba a cada hora lo horrible que era. Ella me oprimía, ya lo viste. –Es una mujer repelente. Yo la odio. Ya sabes la pelea que tuvimos aquella vez, hace tanto ya. Estaba harta de que me pidiera la sangre para sus estúpidos experimentos. Esos de encontrar la manera de ser mortal y humana otra vez. –Ya, no sé si lo conseguirá, pero recuerdo que me dijo que si lo lograba haría que yo también pudiera serlo. –¿Y quieres ser humano y mortal? –Sí, lo deseo. Siempre lo he deseado. Vivir la vida que nunca viví, sentir cosas que nunca pude sentir, como hacer el amor. Ver el sol, y llegar a morir como una persona corriente. Aunque creo que siendo humano correría la misma mala suerte que siendo vampiro. –Janín estuvo aquí hace unos meses, me lo ha dicho Erin, trayendo algunas sustancias que había creado para herir a otros vampiros. Creo que hacen que 186

las heridas tarden mucho en sanar. Como en un humano. No va tan desencaminada a encontrar la humanidad que tanto busca, pero ha empezado por la parte mala. –¿Y qué le ha dicho Erin sobre esas sustancias? –Que las podría utilizar contra los que se le opongan. –Está muy mal de la cabeza. A veces me preocupa. Está obsesionado con el poder. ¿Es que no tiene suficiente con lo que posee? Es el hombre más poderoso que conoceré jamás. No hay alguien realmente capaz de oponerse a él. Odia a los humanos y quiere controlarlos. Cada vez lo desea más. A veces me aterra pensar que puede llegar el día en el cual todo explote. –Siento decirte que coincido contigo. Cuando lo conocí, cuando me dio su apoyo, supe que no era normal. – En su interior tiene ira contenida desde hace más de dos milenios. Y por mucho que diga que el amor no dura para siempre, él no puede olvidar a aquella mujer. Vale, ya no la ama, hace dos mil años de aquello, pero el verdadero amor no se olvida. –No se puede olvidar.– musitó Haydee, porque ella tampoco podía olvidarse de todo de Iván. –Él, que la quiso tantísimo... Y ella, que lo traicionó, lo aborreció porque lo convirtieron en un vampiro. Del amor al odio siempre hay un paso, y Erin dio muchos pasos, al igual que la que llegó a ser su esposa. Es muy triste que la persona en la que más confíes te traicione e intente matarte. Y que antes de morir te jure que volverá para acabar contigo. –Sí, que la persona amada te diga eso es verdaderamente penoso.– añadió ella.– Es normal que esté lleno odio, y que considere a los seres humanos como enemigos. Durante toda su vida ha sufrido mucho. Y luego está esa estúpida leyenda, o mal de ojo. La que dice que aquella mujer se reencarnará y volverá para terminar con él definitivamente. Y lo de la espada que será el arma que lo ejecute. Es todo muy fantasioso. –Sí, pero él se lo cree, y ahí radica su paranoia, en encontrar y matar a esa persona antes de que ésta lo extermine a él. –Y lleva dos milenios esperando. Sinceramente, dudo que sea real. –Pero tiene miedo, aunque intente no aparentarlo. Y sufre. – dijo Albert. –En el fondo nosotros tres somos iguales. Sufrimos, nos escondemos y no podemos ni deseamos olvidar los recuerdos. Somos unos cobardes. Y a estas alturas ya no se puede cambiar eso.– Haydee se quedó pensativa un rato. –¿En qué piensas? –En Erin... es muy complicado describir a un Rey. En la fiesta en la que nos conocimos tú yo, nos lo pasamos muy bien, ¿Verdad? Supongo que ha sido uno de mis mejores días. 187

–Mi querido amigo, me muero de sueño. Perdóname, pero los inmortales también necesitamos pegar ojo.– Luego se inclinó y besó a Albert en la comisura de los labios. –Buenas noches… – Y al final, Albert se quedó de nuevo solo…

♠♠♠♠♠♠♠ El vampiro, tumbado sobre el sofá con los ojos cerrados, sintió un cosquilleo en la mejilla y eso le hizo pegar un buen respingo. –¡ERIN! ¡Maldito seas! Me has asustado. –No te sulfures, o esas adorables pecas tuyas brotarán.– aquello avergonzó a Albert. –Basta ya. Odio que te burles de mí y estas horribles pecas. Lo sabes. –Discúlpeme el señor– dijo en tono sarcástico.– Ummm, ¿Dónde está La Reina de los Ojos Azules? –Se fue a dormir. Estuvimos hablando... –¿De qué...? –De un tío raro y pelirrojo con dientes largos. Un tipo extraño, no te interesaría.– Erin sonrió divertido. ¿Qué habrían estado diciendo sobre él? Algo malo, seguro. –Quiero hablar contigo sobre ella. –¿De qué? –De lo excesivamente iguales que sois. Tal para cual. –No te comprendo. –Está claro. Amáis pero no sois capaces de expresar vuestros anhelos. –Continúo sin comprender. –Vamos Albert, más claro agua. ¿No te has fijado en cómo se comporta con Hans? –Bueno, algo he notado… –Pues eso mismo, te recrimina que tú le otorgaras la vida eterna ese hombre y no aprovecharas el don como lo hubiera hecho ella. Haydee desea darle la inmortalidad a Hans porque le ama. –Pero entonces Hans sabe que ella le quiere. ¿No? –No, no parece percatarse de un hecho tan visible. A lo mejor yo sí porque la conozco desde hace más de 600 años, que no es poco. Creo que ella no se atreve a declararse porque está aterrorizada a que le vuelva a salir mal. 188

–Claro, porque la poción de la inmortalidad puede ser un veneno que mate, o incluso dejarte en estado vegetativo toda la eternidad. –Por eso está tan enfadada conmigo, pobrecilla… Oye Erin, ¿Cómo conociste a Haydee exactamente? Quiero decir, con pelos y señales. –El Rey pelirrojo meditó unos instantes. –Bueno, como sabrás, Haydee conoció a Iván en una gran fiesta que se celebró en uno de los castillos pertenecientes a la familia de éste. En la Rusia Medieval. Sucedió en el año 1346. Se amaron desde el primer instante. Por supuesto, a la familia no le hizo ni pizca de gracia esta "supuesta" relación. Era un escándalo, sobre todo porque él ya estaba prometido con otra dama y porque Haydee era de tez oscura. Haydee se trasladó a París un año después del comienzo de esta historia. Y él, tan enamorado que estaba, la siguió. Durante el siguiente año, vivieron los momentos más felices de sus vidas. Lo terrible sucedió cuando la "Peste Negra" llegó a Francia. Yo, que me paseé por la ciudad en descomposición, buscaba víctimas sanas. Las infectadas por la peste no me interesaban. Todo olía a muerto, las calles putrefactas, entre lloros y lamentos. Mujeres, hombres, viejos y niños. Era la Peste, la muerte negra. El caso es que entré en una casa, como cualquier otra, en la que había creído sentir una presencia sana. Me paseé por aquellas estancias hasta llegar a una en la que una mujer estaba arrodillada en la cama con alguien entre sus brazos. No pareció darse cuenta de que yo me senté a su lado y la mordí en el cuello. Su sangre, sabía extraña y ella no desfallecía. Escuché su voz dulce y melancólica. –Yo... desearía morir– me susurró en un hilillo de voz– pero es imposible para mí. Y me gustaría tanto desaparecer e irme para siempre con Iván, volar hasta dónde él se encuentre y vivir la muerte junto a su alma. En cambio, no puedo morir... – yo no comprendí. Entonces giró su rostro hacia mí y lo vi sembrado de lágrimas cristalinas. No era un no muerto, sino humana. Su rostro, aunque desencajado por el extremo dolor, era de belleza infinita. Sus cabellos negros y enmarañados, su piel oscura, tan poco normal en aquellos tiempos. Sus ojos azules… –Soy Haydee y la inmortal... – jamás podré olvidar la expresión de tristeza que tenía, tanta que me destrozó el corazón. La herida que yo le había infringido se había cerrado. Me fijé, al fin, en el bulto que sostenía posesivamente entre sus brazos. Me aterrorizó aunque no lo creas. Porque era Iván, que llevaba muerto días. Desprendía un olor a descomposición. Las moscas asediaban la habitación. Estaba macilento, sucio e hinchado. Y es que ella había permanecido con él desde hacía días, en aquella habitación. Es una de las cosas que más me han impresionando. A mí, a Erin.– Albert tenía la expresión acongojada. Sabía que Iván había muerto, que Erin la había encontrado a ella, pero no todo aquello. No era de extrañar que Haydee quisiera omitir los detalles. 189

–¿Y qué sucedió después? –Hubo mucho silencio, hasta que yo reaccioné a todo aquello e intenté soltarla del cuerpo. Creí que sería fácil, pero me equivoqué. Le besaba en los labios, le acariciaba los sucios cabellos. Conseguí apartarlo de aquello y en mis brazos rompió de nuevo a llorar. Repitiendo una y otra vez "Él está muerto, muerto". Después de eso decidí llevármela lejos de todo aquello. Ahora, no podría resistir de nuevo pasar por algo similar. –Y yo me quejo de mis penas– susurró Albert– Cuando ella ha sufrido tanto. Ahora comprendo porqué se enfadaba conmigo por mi actitud. –Albert, oh Albert. Mi Albert. No cambiarás nunca, pero te quiero así.– el aludido enrojeció. Tras levantarse y estirarse cuan largo era, le dijo a Erin que le llevara a su nuevo cuarto. Éste lo condujo hasta él y entraron los dos en la estancia.

♠♠♠♠♠♠♠ Se tendieron sobre la cama y no dijeron nada hasta pasado un rato. –Albert... –¿Qué? –Si vuelves a encontrar a Davidé, ¿Qué piensas hacer? –No lo sé. Tengo una pequeña esperanza de que cobre el cheque al portador que le colé entre sus pertenencias. Aunque con lo orgulloso que es, lo dudo… Es hasta posible que lo haya tirado a la basura. –¿Qué viste en él? No lo entiendo. –Lo vi todo... y si no lo quieres entender es mejor que me olvides– dicho esto se dio la vuelta, dándole la espalda al otro no muerto. Éste le tocó el hombro y Albert se apartó con malos humos. –Reconozco que no me cae bien, de todos modos quiero saber qué piensas hacer si te lo encuentras. –Nada. –¿Nada? No me lo creo. Dímelo anda, hazme el favor. Y date la vuelta. –Vete y déjame o me volveré a mi casa y hasta dentro de diez años no volverás a verme el pelo porque me iré a otro país. –Albert, ¿Qué harás? Si lo encuentras... – hubo silencio. –Sólo puedo aspirar a una amistad… así que intentaría que fuéramos amigos… –¿Y por qué no quieres aspirar al amor? –Porque no me quiere… ¡Y déjame ya! Quiero estar solo un rato. –Erin suspiró resignado. Le cubrió con las sábanas. Antes de marcharse le escuchó 190

susurrar el nombre de Davidé y no le gustó. Haría que se olvidara de él, lo tenía que conseguir. Aunque no sabía cómo, porque Albert había dado con el amor verdadero.

♠♠♠♠♠♠♠ Al día siguiente, Erin llamó a su amiga a sus habitaciones personales. –Quería hablar contigo Haydee. –Y yo contigo.– añadió. –Yo sobre dos cosas que tienen mucho que ver entre sí. Albert y tú, señorita. –¿Somos cosas? –Lo sois, no se le pude dar otro nombre a alguien que va así por la vida. Eligiendo el camino lleno de piedras, matas, espinas y animales salvajes. –No sé de qué me hablas. –Ahora me negarás que estás enamorada de Hans.– eso la dejó de piedra. –Por supuesto que te lo niego. ¿De dónde sacaste tal disparate? –Ah bueno… Si tú lo dices. –Se limitó a mirarla como si la leyera su alma. Ella se levantó avergonzada y quiso salir de allí corriendo. Pero encontró el amplio pecho de Erin y se dio de narices contra él. –¡Odio cuando haces eso!– exclamó furiosa. –¿Tanto se me nota?– preguntó preocupada. –No mujer, él no se ha dado cuenta. Es natural que alguien como yo se percate. –No sé cómo ocurrió, yo no quise, me resistí, pero a veces creo que voy a explotar y se lo voy a decir. –Deberías hacerlo de una maldita vez. Así, lo único que consigues con todo esto es hacerte daño. –Pero es que me aterra pensar que si se lo digo no me corresponda, o que si lo hago se me muera como le ocurrió a Iván. No podría soportar ese horror en mi corazón. No otra vez. Y sé que sucederá, lo sé. Morirá, llegará el día en que muera. –No digas bobadas Haydee. ¿Quieres darle la inmortalidad a Hans, verdad? –Sí... pero no sé cómo. –Yo podría dársela... –¡NO! No quiero que sea un vampiro. –Lo comprendo. Pero no puedes continuar en este plan, debes decírselo ya. –No... – negó ofuscada– No me veo capaz, no puedo. Tengo miedo. 191

–¿Lo ves? Eres igualita a Albert, o Albert igualito a ti. Siempre os aterrorizáis cuando oléis el rechazo. No puedo obligarte a que le digas nada a Hans. Es tu libre albedrío... –Gracias de todas maneras…– él sonrió. Se mantuvieron en silencio largo rato… –¿Vas a ir a pedirle perdón a Albert? Está en el planetario que tengo arriba. Entreteniéndose, o tal vez, aprovechando mi ausencia para lloriquear como una nena por su amor perdido. –Pobre Albert… siempre solo. –Está solo porque quiere. Tiene suficientes cualidades para que, quien él quisiera cayera a sus pies muerto de amor. Sin embargo está obsesionado con que es feo, patoso, malo, horrible. –¿Pero no se ve en el espejo? ¡Es guapísimo! –Sólo le leí una vez su mente, y tenía un lío impresiónate en la cabeza. Y aun así, es uno de los vampiros más poderosos que hay. Pero esa mente confusa y autodestructiva le ciega, no consigue verse así mismo en un espejo tal y como es. Son cosas inexplicables de la mente, es autosugestión. Se ve feo de verdad. –Cuando lo conocí y lo vi tan triste, callado, me dio pena. ¿A ti no?– dijo Haydee –Muchísima… –Pues también piensa que nunca le ha querido nadie. –Eso es porque es tonto y no se entera de nada. Janín estaba loca por él. –¿Y entonces cuál era la razón de que lo tratara tan despóticamente? –Está claro, Albert era tan especial, que tenía miedo de perderlo. Si le decía que era bello y maravilloso, él se le iba a escapar de las manos. Conseguí que me confesara que estaba loca por él, que lo quería más que a nada y que no podría vivir sin él a su lado. Pero Albert ha cambiado y ya no la necesita. –Sí, Albert ha cambiado. Espero que encuentre a Davidé y no sea tan tonto. Como lo soy yo... –Vamos Haydee, recapacita. Debes amar sin miedo. –Voy a pedirle mil perdones a mi amigo el tonto, tan tonto como yo...

♠♠♠♠♠♠♠ Subió hasta el terrado donde Erin había hecho construir un planetario para avistar el universo y admirarlo. Como aquella fortaleza vampírica estaba alejada de Rennes, las luces de la ciudad no apagaban las de las estrellas y se podía observar la cúpula del universo con total claridad. Haydee divisó Venus. 192

Con un ligero color diferente al de las estrellas. Albert estaba sentado contra una pared y miraba hacia arriba. El cosmos se hallaba totalmente despejado. –El cielo cuajado de gemas preciosas.– el vampiro la miró con una triste sonrisa.– Perdón Albert… por haberte criticado. –No importa Haydee, yo tampoco soy muy comprensivo. Nos parecemos mucho, está claro. ¿Te quieres casar conmigo?– dijo sonriendo. –Bueno... aunque... yo amo a otro. –Y yo también amo a otro... –¿Qué harás si le encuentras de nuevo? –No podré decirle cuánto le quiero, no me veo capaz. Él me odiaba, me lo gritó muchas veces. Le hice lo mismo que Janín me hacía a mí. ¿Cómo pude? –Tenías miedo, como yo. Sueño con que Hans me quiera, con darle la inmortalidad. –Albert la abrazó y la atrajo hacia sí con ternura, besándole en el cabello negro, suave y que olía tan bien. –Eres maravillosa. No digas nada, no quiero que me contestes. Sólo déjame que te chupe la sangre. –Albert... – le reprendió. –¿Hacemos una promesa Albert? Después de este tiempo, si nos volvemos a encontrar, y ninguno de los dos se ha declarado a su respectivo amor... nos casamos. –Prometido... pero hazme caso, yo ya no sé si volveré a encontrar a mi vampiro, pero tú puedes enamorar perfectamente a Hans. –Quién sabe lo que suceda. Ahora no me apetece otra cosa que mirar las estrellas. –Y que ellas nos miren a nosotros... –Que nos miren... Erin apareció ante ellos, con los cabellos movidos por el viento, y se sentó a su lado. Haydee quedó en medio, acurrucada entre los dos vampiros. Tres inmortales mirando moverse a las estrellas y las estrellas viéndoles callar a ellos. Nunca más volverían a estar tan unidos ni tan juntos... Aquella noche fue especial... Tres iguales… ♠

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© Laura Bartolomé sobre la ilustración © Yolanda Talens sobre el personaje Haydee

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"El paso del tiempo"

♠El paso del tiempo, a veces, era extraño. Podía resultar lento, o rápido. Pero para Davidé había sido bastante rápido. Tal vez, al ser vampiro, era eso lo que se sentía, esa era la manera del paso de ese tiempo para alguien de su condición. Antes, cuando era humano nunca el paso de los días le había dado la sensación de ser tan rápidos. Era como si los viviera más deprisa o la noche, y el día, tuviesen una duración menor. Al principio, los primeros meses, repletos de congoja y sufrimiento, le resultaron lentos, pesados y eternos, pero después, en su aprendizaje, todo cambió. Había aprendido a vivir con lo que era aunque no se acéptese del todo. En aquellos años solo por la vida, había desarrollado sus sentidos, podía leer la mente aunque no lo hiciera, incluso podía flotar un poco. Ningún otro vampiro le hizo nada. En ocasiones los sentía observándole ¿Es qué le tenían miedo? Su relación con los humanos fue decreciendo por propia voluntad. Cuando se hospedaba en hoteles u hostales, no mantenía relaciones de ninguna clase con nadie. Aunque a veces ayudaba en centros de acogida y recogía pobres de las calles y los llevaba a éstos. Era algo que tenía en el corazón y nada cambiaría ese sentimiento humanitario que yacía en su interior. Quería ayudar por todo el mal que causaba sin poder evitarlo. No para sentirse mejor, sino porque él era así desde siempre. Dar sin pedir nada a cambio. En muchos de aquellos centros, o en orfanatos, ayudaba a los niños. Les enseñaba y contaba cuentos, como cuando estaba en las misiones. Estas experiencias le hacían sentir más humano. Hacía tantísimo que no se enfadaba, ni peleaba, que volvía a ser como un sacerdote. Al menos aquellas personas se lo agradecían y él a ellas.

♠♠♠♠♠♠♠ Y sin embargo un tintineo persistente sonaba en su cabecita, provocando latir más fuerte su corazón cuando éste le decía "Estoy aquí, soy Albert” –¿Es qué tres años no son suficientes para olvidarte?– susurró mirándose al espejo. Tenía la misma imagen desde hacía esos años.

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No había noche en la que no pensara en él. A veces su imagen no era nítida, sin embargo luego la recordaba a la perfección. Soñaba con encontrárselo. Aunque si eso sucediera no sabría qué hacer. Qué decirle. ¿Hola? Qué estupidez. Nunca volvería a verle. ¿Por qué no se olvidaba ya de él de una maldita vez?

♠♠♠♠♠♠♠ En esos tres años apenas si habían sucedido cosas. Aunque hacía cerca de dos años que había ido a ver a Isabella. Y fue un terrible error. Sabía que se había casado un tiempo después de que los separaran, con un hombre que también conocía su padre, aunque por suerte no tenía nada que ver con la mafia. La pareja tenía dos hijos. Vivían bien, desahogadamente, como una familia normal y corriente. ¿Sería ella feliz? No llegó a descubrirlo nunca porque lo hizo mal. Lo de presentarse de pronto a esas horas intempestivas de la noche, sólo a un vampiro se le pasa por la cabeza. Primero trepó a un árbol al lado de la casa y miró por la ventana. Era un cuarto en el que dormían dos chicos. Uno más mayor, que debía ser el primer hijo del matrimonio, y otro muy pequeñito. Se le saltaron las lágrimas porque él jamás tendría hijos. Entró por aquella ventana y muy sigilosamente salió de ella por la puerta. Escuchó ruido en la parte de abajo. Era Isabella que se encontraba en la cocina, tal vez para beber agua. Se puso muy nervioso, al fin podría volver a verla y tocarla. Tras quince años anhelando pedirle perdón por dejar que les separaran. Lo último que escuchó de su boca fue "Davidé, no dejes que lo hagan" Y unas lágrimas caer de sus ojos. Bajó las escaleras lentamente y caminó después hacia donde ella se encontraba. No se le ocurrió otra cosa que decir su nombre para que ella supiera que estaba allí. –Isabella. – ella se quedó petrificada, sentada en la silla. Llevaba un camisón blanco y sugerente. Ya era una mujer adulta y bella. Su pelo negro estaba recogido con unas pinzas y el resto caía en greñas por su cara. Pero sus ojos grises expresaban terror. No podía moverse. Fue cuando se percató de que esa no era manera de presentarse ante alguien que está convencido de que has muerto hace años y en unas circunstancias extrañas. –Isabella, no te asustes, soy real, nunca llegué a morir, porque me escapé... – ella se levantó y susurró algo de una pálido fantasma. Luego quiso gritar y tuvo que agarrarla y aprisionarla para evitar la inminente hecatombe. No sirvió de nada, los demás componentes de la familia se alertaron y los escuchó bajar. Soltó a Isabella y salió de allí. Corrió y corrió sin parar con los ojos llenos de lágrimas. Comprendió al fin que lo de Isabella era imposible de arreglar. Ella había creído ver un fantasma y nada más.

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Davidé estaba ahora delante de una sucursal perteneciente al banco en el que tenía que cobrar el cheque. Durante un tiempo no quiso saber nada, pero ahora deseaba cambiar de aires y no tenía dinero para ello. La única manera de hacerlo era; o pidiéndoselo a su hermana, cosa que nunca haría, o sacándolo del banco, aunque fuese de Albert, éste se lo debía por todo lo malo que le había hecho en el pasado. Suerte que aquel día abrían el banco por la tarde. No tenía otra opción que hacer aquello si quería el maldito dinero. Entró en el local y la gente se asustó un poco por su pálido aspecto. Seguro que creían que quería robar o algo así. Esperó su turno y cuando llegó a la ventanilla le entregó el cheque al empleado. –éste lo miro raro, porque la cantidad que él había escrito era bastante alta –Espérese, esto no es una cuenta normal– dijo de pronto. Davidé pensó en que Albert se la había vuelto a jugar. –¿No es un cheque al portador? –Sí, sin embargo este número de cuenta es de un cliente muy importante.– se fue unos minutos que le parecieron eternos, hasta que finalmente le hizo pasar a la oficina del director de la sucursal. –Bien, esta manera de sacar dinero no es normal. –dijo– Hemos llamado a la sucursal central que está en Roma, y me han indicado que le tengo que hacer algunas preguntas. –¿Preguntas? Pero si es un cheque al portador– expresó irritado. –El cliente que ha expedido el cheque es muy importante, y dejó unas instrucciones muy claras al respecto. Aunque es al portador, el cheque sólo lo puede cobrar la persona que conteste correctamente a las siguientes preguntas– ¡Estaba claro, Albert se la había jugado bien! –Nombre por favor. –Davidé Ferreri, pero no tengo identificación. –¿Quién le ha abierto esta cuenta? –continuó sin hacerle caso. –Albert Aumont. –¿Dónde lo conoció? –En una iglesia en Roma hace tres años. –¿Qué tiempo hacía? –¡¡Llovía a cántaros!! ¿Qué clase de tontería es esta? – el hombre le ignoró. –La pregunta de ahora es muy rara, mire, yo no la entiendo, pero usted contéstela, ¿Cree en los vampiros?– Davidé se echó a reír, pobre hombre. –Sí, y si quiere le enseño los colmillos. Soy uno de ellos…– al empleado no le hizo ni pizca de gracia. 197

–Bueno, pues las ha contestado todas correctamente. Así que aquí tiene su dinero.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando salió de allí, llevaba muchísimo dinero encima. Nunca había tenido tanto en su vida. Al llegar al hotel donde se hallaba hospedado, hizo la maleta y guardó bien los billetes. Había decidido que se iría a París. Siempre deseó ir allí y ver la ciudad de noche. Se había recorrido Italia entera y el resto de alrededores y en aquello momentos estaba otra vez en Sicilia. Pero antes de escaparse del lugar que le vio nacer, había decidido presentarse ante su hermana. Después de aquella vez, no había vuelto a llamarla, optando por escribirle cartas muy de vez en cuando. Si su marido Aldo las interceptaba, ella pagaría las consecuencias. Cogió el auricular y marcó los números del teléfono de su hermana y como la última vez, contestó una empleada. –¿Está Virna? –¿De parte de quién? –De Davidé. –Ahora no se puede poner, está indispuesta. –Por favor, cuando se encuentre mejor, que llame al número que le voy a dar a continuación y que le pongan con la habitación 217. –Davidé estaba seguro de que el teléfono sonaría inmediatamente. En cuanto sonó, corrió pegando un salto por encima de la cama y asió el auricular. –¿Virna? –Sí, ¿Eres Davidé? –Sí cariño, soy yo. –¿Por qué has tardado tanto en dar señales de vida? Hace demasiado tiempo que no recibo noticias tuyas. –Oh, perdóname Virna, soy un burro, pero tengo mis razones. –No me importa ya Davidé, al fin has llamado– se había puesto a 1lorar– Davidé, soy muy infeliz. –¿Qué te pasa?– preguntó con preocupación. –Me quiero morir. Aldo hizo que mi hijito muriera, yo tenía mi hijito en el vientre y él me hizo abortar... ¡Me pegó y, y...! – sollozaba con amargura. –¿Tú hijito?– susurró espantado– ¡Mataré a ese cabrón!– restalló furibundo levantándose de la cama. Estrujó tanto el auricular que resquebrajó el plástico. 198

–Por favor Davidé, no digas esas cosas. –Siempre le he odiado y lo sabes. Que Dios y la Virgen me perdonen, pero es lo que siento en los más profundo del alma. Te mentiría si te dijera que no deseo su muerte. –Davidé, por favor. Lo sé, pero no me lo digas. Estoy tan harta, tan sola. Aldo incluso despidió a mi asistenta personal porque nos hicimos amigas. No me deja salir de casa si no es con él. A veces pienso en que no deseo despertar nunca. Se lo pido a Dios cada noche. –Virna mi amor, voy a ir, ¿Me oyes? Voy a ir. –Él te verá. –No si lo hacemos bien. Y te aseguro que te voy a sacar de ahí. Esta noche estoy allí. A las cuatro de la madrugada ábreme la puerta. –Pero la casa tiene alarma y hay perros. Puedo desconectarte la alarma, sin embargo esos chuchos asquerosos de Aldo… –Confía en mi, hermana. ¿Confías en mí? –Siempre he confiado en ti. -Davidé quedó satisfecho. –Bien, a las cuatro. ¿De acuerdo? –Davidé... ¿Y ese hombre qué...? –Mañana te lo contaré, tranquila. –Tengo que colgar. –A las cuatro. –Adiós.– se cortó la comunicación y al fin Davidé pudo respirar tranquilo.– Pero Aldo me las pagará, juro que me las pagará...

♠♠♠♠♠♠♠ Albert estaba en el despacho de Erin, ayudándolo a organizar unos papeles junto al contable, también vampiro, cuando sonó el teléfono. Erin lo cogió tranquilamente y después se lo pasó a Albert. –Es para ti, tu abogada. –¿Diga?– Erin observó cómo cambiaba la expresión de su amigo. Se puso blanco al principio y luego enrojeció, brotándole las pecas en la cara. Colgó sin decir ni pío y luego le miró. –¿Qué te pasa Albert? –Eh... – lo notaba desconcertado, como perdido– discúlpame, voy a llamar a mi abogada desde el cuarto de al lado. Salió corriendo y cerró de un portazo. 199

Marcó el número de teléfono de su abogada y ella lo cogió de nuevo. –Albert, ¿Por qué me ha colgado? ¿O se ha cortado? –Perdóneme, quería hablar sin nadie delante. Vuelva a repetirme lo dicho antes. –Que la cuenta del banco que dejó en Italia ha sufrido un cambio. Un tal Davidé Ferreri ha cobrado el cheque en una sucursal de Sicilia. Recuerdo que hace tres años me dijo que en cuanto esto sucediera le avisara rápidamente. Bien pues, ha sucedido. –Gracias– exclamó excitadísimo, casi dando saltos. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Al fin Davidé, al fin. –¿Albert? –Ah... Contrate un detective y que encuentren a ese hombre. Es muy importante para mí, es lo más importante del mundo. Enseguida le envío una foto suya y mándela a Italia por vía urgente. Si está en Sicilia tienen que vigilar a su hermana Virna. Seguramente irá a verla. Necesito que todo sea muy rápido. Infórmeme en cuanto tenga noticias. –Está bien. –luego colgaron los dos y Albert se subió a la mesa. No sabía lo qué hacía, y cuando Erin entró tan tranquilo en la habitación, se sorprendió al ver saltar a Albert de la mesa y lanzarse sobre él. El vampiro se le colgó del cuello y le plantó un beso en los labios que lo dejó por completo alucinado. –¿Pero qué...? –¡Le he encontrado Erin!– se soltó de él y danzó por la habitación como un niño divertido. Exclamando continuamente que al fin tendría a Davidé delante. Erin se enfadó y lo agarró del brazo abofeteándolo después, dejándolo estupefacto. –Olvídate de él. Pertenece al pasado. Creía que lo habías superado. –Sólo fingía ante ti. ¿Qué querías que hiciese? Sueño con él, mi imaginación vuela a su lado. Ahora le he encontrado y ni tú ni nadie conseguirá hacerme desfallecer en ese intento que lo es todo para mí. –¡Él no te quiere! Aunque lo encuentres te aseguro que será peor para tu sufrimiento. –Yo le amo con todo mi corazón, jamás quise enterrar tales sensaciones. Si no me entiendes es porque eres un reprimido.– Erin le soltó otro bofetón y Albert se lo devolvió. –¡Te prohíbo que vayas a buscarle! ¡Te lo ordena tu Rey!– dijo dolido. –¡¡Para de decirme eso!! –aquello le ofendió profundamente. –¿Es qué yo no te hago feliz Albert? 200

–No se trata de eso. Pero la amistad y el amor a veces son cosas distintas. –No puedo comprender tu obsesión con alguien que no te quiere ni ver. Haz lo que quieras... Pero cuando vuelvas lloriqueando, no quiero saber nada del tema. Has tirado por tierra todos mis esfuerzos de tres años –Soy una vampiro débil mi Rey, nunca cambiará eso... nunca. –Perdona Albert, por no comprenderte. Tan sólo es... que siento envidia de Davidé. –Tú eres mi mejor amigo y eso no cambiará nunca. Te lo prometo Erin. –Nunca prometas eso... –Albert notó que se le saltaban las lágrimas un poco, pero las reprimió. –Erin, ¿Por qué tú nunca lloras? Desde que te conozco jamás te he visto llorar. –No tengo sangre que derramar, ya la gasté hace una eternidad. Llora por mí, tú que puedes.

♠♠♠♠♠♠♠ Como le había indicado a su hermana, Davidé estuvo allí a las cuatro de la mañana. Al principio, los perros gruñeron al verlo saltar por la vaya, pero en cuanto los miró a los ojos, los sarnosos lloriquearon alejándose. Como Aldo era el número dos en la familia, anduvo sigilosamente para que los guardas no le escucharan, aunque no habían muchos ya que en aquella época las cosas entre mafiosos parecían estar serenas. Al llegar, Virna estaba en el umbral de la puerta, al trasluz de la luminosidad del recibidor. Se miraron largamente en silencio. Ella pareció perder pie, como un desvanecimiento y Davidé, sin medir su rapidez de movimientos, fue hasta ella como un rayo. Esto la asustó, la aterró tocar a su hermano, sentir su aliento cerca... pero vio su sonrisa, aquella sonrisa que lo caracterizaba especialmente, y comprendió que el miedo a su lado no podía existir. Se abrazaron muy fuerte, amorosamente y tardaron mucho, mucho tiempo en separar sus corazones acompasados.

♠♠♠♠♠♠♠ Se hallaban en un saloncito pequeño, bastante apartado de las habitaciones. –Aldo no está en casa. Supongo que fornicando con una de sus amantes– lo dijo tan tranquila, como si no le importara. Pero a Davidé le pareció que Aldo era repugnante. –Al menos estaremos tranquilos. Qué guapo que estás Davidé, es como si para ti no pasara el tiempo, en cambio para mí...

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–Estás muy bonita– aunque en verdad no era cierto. Ella nunca fue bonita en especial, pero ahora su carita infantil estaba demacrada, cansada, ojerosa y macilenta. –No es cierto... aunque eres el único hombre que me lo ha dicho... además, he perdido a mi bebé... – lloró desconsoladamente. Cuando Davidé apartó los cabellos de su cuello, vio una enorme marca, un moretón. Se fijó en sus brazos. Le levantó las mangas y, efectivamente, estaba magullada. –¿Él te pega?– ella no pudo negarlo.– Pero se cuida muy bien de no hacerlo en tu carita, no siempre puedes poner la excusa de que te caíste por las escaleras. –¿Cómo te hizo perder a tu hijo?– se temía la respuesta. –Me pegó una patada en el vientre y...– sollozaba muy amargamente. –Es un monstruo... se merece la muerte... la más cruel. –Shhh, no Davidé, sería caer tan bajo como él. Se acabó. Voy a marcharme lejos. No tengo mucho dinero pero... –Todo esto es más tuyo que suyo, tú vas a tener todo esto. –No... no... yo lo único que quiero es escapar lejos de todo, ayúdame por favor. –Te ayudaré... ¿Vendrás conmigo a París? –Sí... – susurró con una débil sonrisa en sus finos labios.– A veces pienso que tú y yo no podemos ser hermanos, que a mí me adoptaron. Eres tan guapo y bueno. –No soy bueno, ni guapo, tan sólo soy un pobre hombre tan triste como tú. –¿Y ese hombre que tú amabas? –Me dejó marchar, me hizo tanto daño que... y yo le amaba tanto... –¿Qué sucedió exactamente? –Un día se lo puse tan imposible que me dio la opción de irme, así que le dejé atrás. Aunque estuve a punto de volver… No sé si sintió algo por mí que le llevó a hacer todo aquello, pero sé que no supo tratarme. Nunca le olvidaré. –¿Y qué sientes ahora?– Virna le acarició los pómulos, asombrándose de lo helado que estaba. –No sé... creo que todavía le amo, algo en mí me impide dejar de quererle así. ¿Estoy loco? –Sí que lo estás. Me dejó alucinada saber que te atraía otro hombre. Tú no eres un afeminado. ¿Lo era él?– Davidé negó con la cabeza– Si padre se enterara de esto te mataba. –Ya estoy muerto para él, tanto como él lo está para mí. No siento nada por padre, estoy vacío, que es peor que sentir odio. Y no me importaría decírselo si pudiera. No me cuentes nada sobre él, no me interesan sus historias mafiosas. 202

–Yo también estoy vacía. El bebé era mi salvación y Aldo la destruyó, como destruye todo lo que tocan sus sucias manos. Me repugna. Por suerte me voy a escapar de aquí, marcharme y ser totalmente libre.– sonrió desquiciadamente. En el cabello tenía canas, a su edad, tan joven todavía. Eran fruto de los años infelices, del miedo. –¿Cuándo quieres marchar? –Ya, ahora. –En este momento no podemos, tengo que alquilar un avión y debes coger ropa o lo que sea. ¿Qué te parece dentro de tres días? ¿Es mucho? –Nada es mucho si estoy junto a ti.– Los dos sonrieron.

♠♠♠♠♠♠♠ Estuvieron hablando de cientos de cosas, de recuerdos inolvidables de infancia, de las misiones, de los viajes que Davidé había hecho, de... Albert... Davidé se atrevió a contarle todos los pensamientos "impuros" que tuvo con su vampiro, de todo lo que él hizo, del piano, de la canción malgastada inútilmente... pero jamás mencionó a los vampiros. Cómo le iba a decir a su hermana "soy un vampiro". Imposible. Ella jamás lo hubiera comprendido y le daba miedo que le rechazase. Al amanecer, Davidé se marchó rápidamente.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert ya sabía dónde se encontraba Davidé, incluso el hotel. En un principio pensó en irse hasta la ciudad en cuestión, pero el detective le dijo que aquel hombre había alquilado un avión privado para irse a París. ¡Ni más ni menos que a París! Por eso optó por volver a su apartamento allí a esperar. Erin no quería que le contara nada sobre el tema. A su amigo no le gustaba Davidé. Era una perdida de tiempo intentar cambiar eso. –¿Otra vez pensando en él? Me repugnas... – comentó Erin. –Va a ir a París, ha alquilado un avión privado para viajar allí dentro de unos días. Estoy ansioso.– Al vampiro pelirrojo se le pasó algo tremendamente horrible por la mente. Era horrible pero excitante. –¿Y cuándo dices que vendrá? –Unos dos días. He decidido que lo buscaré después para encontrarme con él como por casualidad. –Tú y tus jueguecitos. Aunque me parece bien, querido– sí, porque así tenía tiempo de sobra para matarlo. Le ordenaría a unos cuantos vampiros muy 203

leales que se encargaran de hacerle daño con esos venenos de Janín. Le apetecía experimentar con alguien, y quién mejor que con un vampirito joven e inexperto, muy débil para soportar el daño. Y luego lo quemaría y esparciría sus cenizas por el mundo. Albert no se enteraría de nada, luego sabría de su muerte y al fin se olvidaría de esos estúpidos sentimientos. Así, Albert y él, serían amigos siempre. Todo iba a resultar tan divertido y fácil que... –¿De qué te ríes? –Nada, cosas mías…

♠♠♠♠♠♠♠ Virna hizo la maleta sin que nadie se enterara. No quiso llevar mucho, lo necesario. Estaba excitadísima. En una hora se hallaría junto a su hermano querido y diría adiós. –¿Adónde vas, puta? Ramera, zorra, puerca... – la voz dura de Aldo la dejó petrificada. Éste estaba plantado en la puerta, con las manos en los bolsillos y rojo de ira, mirándola con sangre violenta y asesina en los ojos– Te he preguntado adónde vas hija de puta. ¿Y quién es tu amante? –¡No tengo ningún amante! ¡Yo no soy como tú!– le replicó esta, hinchada de orgullo. –¿Y piensas qué te voy a creer? –se adelantó hasta ella y le soltó un bofetón que la tiró al suelo. –Nunca te he pegado en la cara, pero se acabó, puta. Te la voy dejar destrozada. A mí nadie me engaña con otro hombre. –No te he sido infiel Aldo, estás loco. Yo no soy como tú, que follas con cualquiera.– no quería sollozar, pero la rabia era más intensa. Intentó levantarse del suelo y no pudo. Su marido se lo impedía puesto que le aplastaba la cabeza con el zapato. –Dime quién es ese cerdo. –No tengo ningún amante.– no podía confesar que su hermano estaba vivo. –Oh vamos putita, sé que te ha llamado, y sé que estuvo aquí. Yo mismo lo vi marcharse. ¿Te lo pasaste bien follándotelo? Virna se dejó arrastrar por lloros y sollozos, intentando, sin éxito, levantarse. Pero el hombre le pateó la cabeza y ella creyó que era el fin. Un dolor martilleante golpeaba sus sienes, creía que la cabeza le explotaría. Notó el líquido caliente y espeso que manaba de sus heridas. Luego sintió una patada en el vientre que le recordó horriblemente al momento que la hizo abortar. Todavía estaba magullada y dolorida de aquella terrible experiencia. Empezó a vomitar sangre. Era el fin... 204

–Ahhh– gimió. Él se arrodilló a su lado y la agarró del mentón sonriendo. –Qué asco me das, pero ahora soy el número dos de tu padre, soy terriblemente rico, y tú no tienes nada, perdiste el derecho a todo desde el momento en el cual nos casamos. Por cierto, ¿Sabes qué me tiré a la dama de honor en el banquete? Eres fea y vieja. –Cabrón– jadeó con una voz quebrada. –Puta, a mi nadie me es infiel, ni mis amantes. Lástima que no pueda matarte querida guarra, pero te voy a dejar lisiada para toda tu puta vida. Caerse por las escaleras es muy peligroso. Y tú terminas de caerte, un par de veces diría yo.– luego rió carcajeándose como un loco. Era un ser maligno y retorcido que había caído en lo más bajo. –Alguna vez Aldo... morirás... entonces yo me reiré... –Piensas matarme, es eso... ummm, interesante. Pruébalo, ahora... – Virna deseó, más que nunca la muerte cruenta de ese despojo humano, de esa mierda. Lo deseó, lo deseó... – Bien, localizaré a ese mamón amante tuyo, que por cierto tiene un gusto malísimo, y lo mataré. –No es mi amante, es mi hermano Davidé... – dijo al intentar que Aldo no cometiera un grave error. –¿Pero a quién pretendes engañar pequeña zorra? Ese imbécil de tu hermano está más muerto que nadie. ¡¡¡MUERTO!!! Y no sabes lo mucho que me alegré, no sé quién se lo cargó, pero te juro que le daría las gracias. –No... no lo está... – lloró por lo cobarde de su comportamiento. Ahora su padre se enteraría. –Pensabas marcharte pero te ha salido el tiro por la culata. Te vas a enterar, vas a saber lo qué es querer morir, lo qué es el verdadero dolor.– Volvió a patearla hasta que Aldo comprobó que su mujer yacía exangüe, inconsciente, sangrando como un cerdo en un matadero. Quedó satisfecho. Sacó la pitillera y se puso a fumar tranquilamente. Llamaría dentro de un rato a la ambulancia, cuando la hubiese dejado a los pies de las escaleras. –Putita, decirme que Davidé está vivo... Como si yo fuera tonto...

♠♠♠♠♠♠♠ –Aldo... – escuchó una voz a su espalda que le heló la sangre, no se atrevió a girarse– Eres un imbécil por no creer lo que Virna te dijo. Y vas a pagar por tu error, grandísimo hijo de perra.– oído esto, se dio la vuelta para confirmar su temor y lo único que vio fue un puño contra su cara antes de perder el conocimiento...

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Davidé subió a su hermana a la cama matrimonial para curarle las heridas. Primero le limpió éstas y tapó los boquetes con gasas que había en el cuarto de baño. Sabía mucho de enfermería, años en las misiones le enseñaron muchas cosas. Llamó a una ambulancia y después agarró a Aldo por la camisa y lo arrastró hasta su despacho. Le pegó unas cuantas bofetadas para despertarlo y tras conseguirlo lo dejó caer sobre un sillón de cuero. Se sentó en la mesa frente a él. –Tú... – jadeó incrédulo– Tú estás muerto y enterrado. –Sí ya, eso dijo mi padre. Aunque no encontraron mi cuerpo. ¿O sí que lo encontraron? –Estás muerto... –Tú sí que vas a morir... – floreció una cruel sonrisa en sus bonitos labios, una sonrisa que hubiera aterrado a cualquiera. Sus ojos emitían una tenue iridiscencia fruto de la rabia. Aldo echó a correr tambaleándose por la habitación, encontrándose a Davidé frente a él, como una aparición. El vampiro jugó con él un rato. Aldo gritaba espantado. –¡¡¡Socorro!!!– intentó llamar a sus hombres. –¡¡¡SILENCIO!!!– Davidé habló con una voz sobrenatural que dejó al mortal acongojado, creía estar siendo acosado por un fantasma. –Isabella te vio realmente y nadie la creyó... ¡Eres un fantasma! –No Aldo, viejo chocho y repugnante, aborto de la humanidad. Sólo soy un vampiro que viene a vengarse de ti. Sé lo que le has hecho a mi hermana, sé lo de su hijito. ¿Cómo pudiste ser tan cruel? Hijo de puta. – le propino una patada en el vientre que le hizo doblarse sobre sí mismo. –No me mates... por el amor de Dios. –No metas a Dios en esto, despojo. –¿Y tú te llamas sacerdote?– Davidé se arrodilló ante él y lo agarró del cuello con una mano, oprimiendo la carne flácida. –Yo ya no soy un sacerdote Aldo, ahora soy un vampiro. Y que Dios me perdone, pero me muero por acabar contigo. –No, por piedad, no puedo morir ahora.– lo incorporó violentamente y lanzó contra la mesa. –Tus huellas están por todas partes. –Te equivocas, yo estoy muerto, soy un fantasma, ¿recuerdas?– Aldo temblaba y sudaba. Su calva con poco cabello negro se encontraba sembrada de gotitas frías. Había empezado a llorar. Se echó a los pies de Davidé, que era muchísimo más alto que él, y le rogó que le perdonara la vida. Que cuidaría a Virna. –¿No entiendes que repugnas a mi hermana? ¿Sabes que intentó suicidarse una vez? Jamás ha disfrutado de una relación sexual. Para ella tú eres repulsivo. 206

Al fin tenía algo por lo que luchar, un hijo, y tú mataste dos pájaros de un tiro. Su ilusión y su hijo. También era tuyo, ¿Cómo pudiste?– lo empujó con el pie y el mortal volvió a agarrarse de sus pantalones. Davidé, de nuevo, lo asió de la camisa aplastándolo contra una pared. –No, por favor, no lo sabía. –¡Si lo sabías!– chilló rabioso enseñando los dientes, esos colmillos prominentes que habían crecido por la ira. Aldo volvió a echarse a llorar por la impresión. –Morirás, te daré la muerte del vampiro. Tu sangre dejará de ser tuya y pasará a pertenecerme, me alimentará, ¿Y sabes una cosa? Jamás en mi vida deseé tanto matar a nadie, acabar con su existencia perniciosa. No me das pena Aldo, siempre te he aborrecido, a ti y a mi padre, sois iguales. A mi padre nunca le haré esto, él me dio la vida, pero tú jamás has sido nada para mí más que un estorbo. Antes no podía hacer nada, pero ahora, oh sí, ahora es diferente. Porque tú eres mi víctima y jamás deseé tanto beber la sangre de alguien.– le mordió en el cuello con intensidad. Aldo quiso chillar, apartarse, huir, pero un dolor punzante en el pecho le obligó a dejar de forcejear. No podía ni respirar, estaba teniendo uno de sus ataques al corazón y en esta ocasión ya nada le salvaría. Iba a morir mientras las sirenas de la ambulancia sonaban de fondo. Su vida pasó ante sus ojos mientras la agonía de la muerte le hacía perderlo todo. Estaba negro y Davidé lo soltaba hacia un pozo más tenebroso todavía, donde unas manos monstruosas le agarraban y le decían " Al fin llegaste al infierno"

♠♠♠♠♠♠♠ Pasaron unos cuantos días. Estuvo vigilando a su hermana por las noches. Había visto a su padre y a otros familiares ir a visitarla. Según se hubo enterado, Virna estuvo inconsciente un tiempo. Tuvo un derrame interno, en el vientre, a causa de las palizas. Pero los médicos la salvaron a tiempo y ahora, al fin iba a comenzar su recuperación sin ninguna clase de peligro. Se acercó a la habitación lentamente y llamó a la puerta con los nudillos. Virna contestó. –Davidé... – su cara se iluminó al verlo entrar. –Virna... me alegro de que estés recuperándote. –Pensé que te habrías marchado... –¿Cómo me voy a marchar querida? Te quiero demasiado hermana, no te abandonaré jamás. Estuve esperando el momento propicio. No puedo dejar que nadie me vea. –Me quitas un gran peso de encima. Davidé, no podré irme contigo a Francia. 207

–Ya lo sé... debes quedarte aquí y recuperarte. Te esperaré. –No Davidé– Virna le pasó los dedos por el pelo en una caricia. –¿Por qué? –Ahora ya soy libre, libre de verdad. Y lo más importante es que Aldo está muerto al fin, muerto y enterrado. Apareció en su despacho, dijeron que le había dado un ataque al corazón y que estaba desangrado hasta el límite. Fue muerte natural. Yo le he dicho a todo el mundo lo que me ha hecho, e incluso padre ha sentido asco. Al fin y al cabo yo soy su hija mayor, ¿No? No me lo ha dicho, pero sé que se arrepiente de lo que me hizo obligándome a contraer matrimonio con ese monstruo. –Eres libre al fin. Quiero que empieces una nueva vida, que encuentres el amor. –No tengo esperanzas de encontrar el amor, ya no. A mi edad. –Eres joven, y ahora podrás ser tú y vivir de nuevo.– le acarició los pómulos. –Davidé, he decidido hacer un crucero, siempre lo he deseado y jamás creí que lo conseguiría. He hecho una amiga en el hospital. Es una enfermera, la que me atiende en especial. Ella tendrá vacaciones y me dijo si quería acompañarla. Estoy tan ilusionada.– tenía los ojos repletos de lágrimas, pero de alegría. –Pásatelo muy bien. –La familia está escandalizada, me critican diciéndome que cómo puedo pensar en divertirme cuando mi marido acaba de morir. Y yo lo único que puedo hacer es reírme. Creen que me he vuelto loca. Y sí, pero de alegría. Jamás creí poder ser tan feliz. –Haces muy bien– asintió Davidé con puro énfasis. Ella se le quedó mirando. –Davidé... es increíble lo joven que te veo... lo pálido que estás y lo frío de tu cuerpo. Y tus ojos, juraría que son más brillantes, con... luz... no sé... estás muy guapo. –Hace mucho que no me veías, es normal. Pero he cambiado un poco. Has de divertirte Virna... ¿Vale? –Por favor Davidé, abrázame– se abrazaron y besaron en las mejillas muy fuertemente. –Ese Albert no sabe lo que se pierde. Vete ya Davidé, es lo mejor.– su voz se entristeció– Pero quiero que te hagas muchas fotos y me mandes muchas cartas y postales preciosas. ¿De acuerdo? –Pues claro. Todas las semanas... – Davidé se levantó después de abrazarla otra vez y abrió la puerta para marcharse definitivamente. –Davidé, sé que tuviste algo que ver con lo de Aldo... no sé cómo lo hiciste pero... 208

–Adiós mi Virna, hermana mayor. –Adiós Davidé... mi ángel salvador... – él cerró la puerta tras de sí y se marchó muy lejos de allí. La mujer sonrió... al fin... era libre...

♠♠♠♠♠♠♠ El hombre sufrió de camino a París, porque sabía que ya no podría volver a ver a su hermana Virna. Dentro de diez años, ella tendría más de cuarenta y en cambio él continuaría teniendo un aspecto de veintiocho. Aun así, de vez en cuando, la vigilaría y miraría desde la distancia. La llamaría, escribiría y mandaría regalos... porque la quería muchísimo. –Adiós hermana... ♠

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"Te echaba de menos mi amor"

♠Las luces de aquella excepcional ciudad eran impresionantes, por eso se la llamaba “La ciudad de la Luz”. Llevaba allí cuatro días desde su llegada. Como le quedaba mucho dinero, prefirió alojarse en un hotel decente donde nadie le molestara y pudiera estar seguro. Sin gritos, portazos y peleas. No importaba la ciudad donde uno fuera, en todas había cosas así. Ahora estaba apoyado en la ventana de su habitación, ya que no había balcón, y miraba las luces de los apartamentos bajos de enfrente. Apareció una silueta en la ventana. Era la de una pareja abrazada enmarcada por la suave luz amarilla. Se estaban abrazando y besando... en realidad estaba a punto de dedicarse a otros menesteres más interesantes. No era de buena educación mirar acciones ajenas, así que se metió para dentro y corrió la cortinilla. Sentándose en la cama cogió un bolígrafo para ponerse a escribir una postal a Virna. Tenía en el reverso impresa la Torre Eiffel. Todavía no había ido allí. Tiempo tenía de sobra. Querida Virna, te envío la primera postal de esta magnífica ciudad, espero que te guste y un día no muy lejano vengas a visitarla. No hay gran cosa que contarte. Ruego a Dios que te recuperes muy velozmente y pronto puedas marchar a ese crucero. Te quiere tu amigo de infancia. Besos. P.D: También rezo para que encuentres el amor. Prefirió no firmarla por si su padre o cualquier metomentodo la leía. Luego le puso el sello y giró la tarjeta. Miró la enorme torre que se recortaba al anochecer. –Cuando salga la echaré a un buzón.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé, cuando estaba asomado a la ventana, no se percató en ningún momento de que Albert lo había estado mirando desde la acera de enfrente, escondido entre sombras lo suficiente oscuras como para no ser visto. El que Davidé tardara unos días más de lo previsto en llegar a allí, le despistó bastante. Incluso en Sicilia le perdieron la pista hasta que no cogió el avión. Aquellos días de incertidumbre pesaron mucho sobre él. Pero hasta que no le informaron de que ya había cogido el avión, no fue feliz. Cuando lo vio por 210

vez primera, al otro lado de una calle cercana a los Campos Elíseos, creyó morirse. Allí estaba él, alto y atractivo, vestido de negro con un jersey ajustado de cuello alto y unos pantalones vaqueros, que le sentaban muy bien. Miraba unas postales en el escaparate de una tienda nocturna. Se sintió acongojado, sin atreverse a pasar a la acera de enfrente, hasta él y decirle hola. No fue capaz, pues creyó que no tenía derecho a hablarle después de lo que le había hecho. Davidé había echado a andar y él lo siguió detrás, hasta el hotel en el cual se hospedaba. Decidió quedarse mirando hacia las ventanas hasta que la luz del Sol le obligara a marcharse. Aquella noche ya llevaba allí un par de horas, hasta que lo vio asomarse por la ventana. Eso le hizo recular hacía las sombras de una callejón. Por un momento sintió pánico ya que él miró hacia abajo, donde estaba escondido, aunque por suerte no le vio. Había estado pensando muchas maneras de presentarse a él de nuevo. Por detrás, dándole un susto, o tapándole los ojos y preguntarle si sabía quién era. Caminar de frente a él y saludarlo con amplia naturalidad, como por casualidad. O abordarle de pronto. Incluso atacarlo para ver cómo se defendía. Y ninguna le gustaba ni le parecía buena. Se sentía muy confuso, porque a la vez que querer verlo de cerca, no era capaz de acercarse. Anhelaba escuchar su voz, sentir su cuerpo al rozarse, el ruido de su respiración al dormitar, su pecho subir y bajar... deseaba apoyar la cabeza en él y dormirse al ritmo de aquella dulce respiración... Si se atreviera, subiría a aquella habitación y le haría el amor intensamente... –Te quiero... – susurró. Una especie de crujido a su espalda lo sacó de sus ensoñaciones estúpidas. –Eh chico... – dijo una voz ronca y gastada a su espalda. Albert dio la vuelta para mirar. Era una vieja pordiosera que se tapaba con unas cajas de cartón. Hacía mucho frío y se formaban halos de aliento al respirar. Ella era una mujer enjuta con una voz áspera. –¿Se encuentra bien señora? –Eh chico, ¿A quién le has dicho eso? –El qué... – el vampiro no comprendía. –Lo de Te quiero, estoy segura de que no era a mí– luego rió con gracia pese a su voz desfigurada. –Amo a alguien que se hospeda en aquel hotel de enfrente.– lo señaló con un dedo. –Así que guapo, hay ahí alguien que tiene tu joven corazón– Albert sonrió, si aquella mujer supiera cuan longevos eran su corazón, alma y cuerpo.

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–Sí pero, yo no puedo conseguir el suyo, por mucho que lo intentara le aseguro a usted, bella dama, que nunca lo conseguiría. –Eso jamás ha de decirse guapo, jamás. Fíjate que mi marido era uno de esos pesados muchachos que no paraban de darme la brasa, y al final me conquistó. ¿Verdad Bernard?– le habló a la pared. –Mi Bernard me conquistó una noche de invierno como esta, en la que hicimos una fiesta. Le dije que sería su novia si me traía una rosa blanca. Lo hizo. Así que cumplí mi promesa y ahora mira, seguimos juntos– luego empezó a divagar ella sola, hablando con la pared. Posiblemente su marido estaba muerto o la había abandonado. –Una rosa blanca... –Sí guapo, regálale una rosa blanca y a cambio te entregará su rosa roja, el corazón... – Albert se quitó el abrigo negro y calentito y para dárselo. Rebuscó algo en los bolsillos de éste, sacó unos francos, luego besó a la vieja en su cara marchita y se fue de allí. Ella, atontada todavía por el olor atrayente del vampiro, metió la mano en el susodicho bolsillo y sacó un buen fajo de billetes. Miró de nuevo a la pared y dijo: –Cariño, este chico tan guapo conseguirá ese amor, estoy segura. Dios le ayudará por ser tan generoso. Además, tú eras bien feo y me conseguiste, él que es tan guapo lo tiene tirado. – luego se rió tranquilamente y metió bajo los cartones, con el fajo de billetes bien apretado. Aquella noche ya no pasaría tanto frío.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando Davidé salió no notó que Albert lo seguía a una distancia prudencial, pero lo suficientemente cerca para no perderle de vista. El vampiro moreno no se enteró de nada, aunque a veces sentía la extraña tentación de girarse hacia atrás y mirar... No lo hizo, era una tontería, ya que en otras ocasiones, vampiros le observaban. Buscó un buzón y echó la postal. Luego caminó hacia una zona más demencial, con más ladrones y asesinos, camellos, etc... gente de mal vivir. Tenía que alimentarse, y antes que hacerlo de alguien inocente prefería chuparle la sangre a cualquier delincuente que no tuviera remordimientos de conciencia.

♠♠♠♠♠♠♠ Para Albert, ver cazar a Davidé fue horriblemente excitante. Era algo que no le había visto hacer nunca por propia voluntad. Oh sí... verlo perseguir a la víctima, un sucio ladrón que no se arrepentía de sus males, y presenciar cómo le mordía en el cuello y luego lo dejaba en el suelo. Aunque no lo mató, 212

dejándolo. Aquello no le haría ni pizca de gracia a Erin. No importaba, Davidé era libre de hacer lo que le viniese en gana. Y punto. Se descubrió respirando excitado, con el corazón que se le salía del pecho, la garganta seca y los colmillos enormes. Realmente era la primera ocasión que disfrutaba viendo a Davidé cazar. Quiso ser aquel mortal, anheló serlo y estar entre los brazos de su hombre, morir desangrado. Era la muerte más feliz que podría tener jamás. Estrujó tanto el tallo de Rosa que tenía entre sus manos, que se pinchó. Sí, una rosa blanca y reluciente, pura, suave y aterciopelada. La compró en una floristería invernadero que vio al perseguirle. Había pensado seguirlo hasta el hotelito y subir antes que él. Así, cuando él entrara en su habitación se lo encontraría allí, esperándole con la flor entre las manos. Se la tendería y luego le rodearía muy fuerte con los brazos susurrándole que lo había echado muchísimo de menos. Unas cuantas presencias de vampiro le despertaron de su ensoñación, poniéndole en guardia. Miró la escena confundido. Tenían rodeado a Davidé y le decían algo. Tuvo el impulso de partirles la cara a todos y salvarle, sin embargo prefirió mirar a ver cómo se desenvolvía él…

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé, tras beber la sangre de aquel pobre infeliz, rezó unas cuantas oraciones porque su alma se salvara y quedó diciéndole que no moriría, que se pondría bien. No había nadie por la calle, ni un alma. Todo el mundo permanecía encerrado en sus casas, temerosos. Aquel barrio no era muy recomendable. Por un instante miró hacia la oscuridad de la noche, creyó sentir algo muy especial que le hizo latir fuerte el corazón. Era como una desesperación, como si le observaran y deseara correr hacia aquella persona. Luego desapareció cuando sintió otras presencias dirigirse hacia él. Se trataba de tres vampiros, que lo miraban amenazadores. –Eh tú, el vampiro. ¿Cómo te llamas? –Davidé, ¿Qué queréis de mí? –Ummm, no lo has matado– comentó uno. Luego le propinó una patada al moribundo y le aplastó el cuello con el pie, reventándoselo. Lo mató en el acto. La sangre chorreó por todas partes. Davidé lo miró acongojado. –¿Cómo has podido? –Era una mierda, todos los mortales son una mierda.– A Davidé no le importó en lo más mínimo el comentario, lo único que hizo fue mirar cómo la sangre 213

de aquel muerto se expandía por el suelo. Le repugnó, le repugnaron todos aquellos inmortales sin escrúpulos. –Sois unos cerdos, Dios os castigará– se empezaron a reír de él. –No me interesáis.– Cuando pretendió marcharse, uno de los vampiros lo agarró de la muñeca y se la torció tras la espalda. Davidé hizo fuerza mental, lanzándolo hacía atrás, sorprendiendo a todos, inclusive a Albert. ¿Ya podía hacer eso? –No os acerquéis a mí o lo lamentaréis, estáis avisados.– sonrió Davidé, se lo estaba pasando en grande, y que el Señor se lo perdonase. Ellos se abalanzaron sobre su persona y les propinó patadas y puñetazos. Rompió un par de brazos y alguna pierna. Todos jadeaban. Incluso uno intentó morderle sin conseguir su objetivo. –¡Por Dios, eres muy fuerte!– Ellos empezaron a hablarse entre sí. –Es increíble, pero no podemos con él, he intentado empujarle con la mente y no puedo, me he quedado bloqueado. –Erin no nos dijo que era tan fuerte, está claro que tendremos que utilizar lo de los venenos. –¿Crees que así lo mataremos? –Sí, lo dejaremos lamentándose sobre el suelo, le quemamos, esparcimos sus cenizas y fin al asunto. No podemos fallar. –¿Tú sabes por qué quiere que muera? –Ni idea, pero eso no debe importarnos. Hemos de matarlo, fin del asunto. –¿Es qué no pensáis seguir? Me aburro– les cortó Davidé. Albert observaba el cuadro muy sorprendido, aquello era increíble. –Tú lo has querido imbécil, te vamos a matar.– uno sacó una navaja. –Con eso no me vas a hacer nada. –Eso lo veremos enseguida– los otros hicieron lo mismo, sacaron sendas armas blancas y todos a una se abalanzaron sobre él, que esquivó la mayoría, pero se le clavaron dos en el vientre y en el brazo. Cayó al suelo y se las arrancó. Aquello dolía, pero no era suficiente para vencerlo. Así que se puso en pie y les curró de lo lindo, hasta que se mareó y terminó de nuevo en el suelo. Se mareaba, ¿Por qué? No tenía lógica alguna. –¿Lo ves cabrón? Las navajas llevan un veneno que hace daño a los vampiros. – Davidé se hizo una bola sobre sí mismo y gimió de intenso dolor. Sentía mucho calor, la garganta seca le rogaba beber líquido, se moría de sed y eso

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que acababa de saciarse. La herida no sanaba, si no que continuaba sangrando y sangrando. Creía morirse de dolor. Albert se puso nervioso, ¿Por qué no se levantaba? No fueron más que unos navajazos inútiles. –Y ahora te vamos a exterminar. – trajeron una garrafa con gasolina y le rociaron con ella. Después encendieron una cerilla. –Albert... – susurró Davidé, como si tuviera la boba esperanza de que él vendría a ayudarlo– Albert... Albert... ¡ALBERT! Puso todas sus escasas fuerzas en chillar aquel nombre. Era lo único que se le venía a la cabeza en aquellos instantes.

♠♠♠♠♠♠♠ Antes de que aquellos cinco pudiesen darse cuenta, Albert les propinó unas cuantas embestidas que los dejaron retorciéndose en el suelo. Al que pretendía quemar a su Davidé, le estampó un puñetazo en la cara que lo lanzó a varios metros. Le partió el cuello y las extremidades. Estaba tan rabioso que le echó gasolina por encima y lo quemó vivo. Pronto se desplomó sobre la calzada convirtiéndose en cenizas que el viento fue arrastrando lejos unas de otras. Marchó tras los otros que salieron huyendo como alma que llevaba el diablo. Albert daba mucho miedo cuando sacaba su rabia fuera. Además, todos sabían quién era. Se trataba del brazo derecho de Erin. Un coche patrulla se escuchó en la lejanía, así que Albert agarró a Davidé en brazos y se lo llevó a una terraza cercana, donde antes había estado observando. Al fin tenía a Davidé entre sus brazos, al fin suyo, al fin. Lo tocaba y acariciaba dulcemente, limpiándole la gasolina de la cara. Éste entreabrió los ojos y se miraron unos segundos, luego Davidé sonrió. Aquel olor maravilloso que percibía le era muy familiar, junto al aroma de una rosa fresca. Pudo ver la expresión maravillosa de aquel hombre, sus ojos verdes, sus pecas, los colmillos bajo unos labios sensuales y un cabello rubio y suave que caía sobre él rozándole, acariciándole y aliviando su dolor. Tuvo que dejar de mirarlo porque los párpados no aguantaban abiertos pero consiguió sonreír de nuevo, como siempre quiso hacer. Sonreírle de verdad, al igual que la primera vez en el banco de iglesia en el cual admiró aquel rostro... Albert se estremeció cuando él le abrazó muy fuerte y hundió los labios en su cuello, susurrando unas palabras maravillosas. 215

–Te echaba de menos...

♠♠♠♠♠♠♠ Albert volvió a su antiguo apartamento y allí pasaron el resto de la noche y el día entero. Fue horrible, Davidé no despertaba aunque gemía y se quejaba. Las heridas no sanaban y Albert no caía en por qué. Llevó a Davidé hasta su cama, con mucho cuidado de no hacerle daño. Tenía la ropa pegada a la herida, que todavía sangraba. La del brazo era menos profunda. Fue al cuarto de baño y buscó una esponja para limpiarle bien. No tenía botiquín ya que nunca lo necesitó con anterioridad. Le despojó de toda la ropa, dejándolo desnudo. Se paró un instante para admirarlo y le tocó un muslo. Un gemido de dolor de Davidé le hizo salir de la ensoñación y volvió a su tarea. –Tranquilo Davidé, yo te curaré... – le acarició las mejillas para calmarlo. Se apresuró a limpiarle la gasolina. Apestaba, en cuanto pudiera lo metería en la bañera, como antaño, sólo que esta vez él se dejaría bañar y no lo metería en el agua también. –Tonto... – susurró abrazándolo. Él continuó gimiendo y tocándose el vientre. Aquello no sanaba y lo normal era que ya hubiese curado. Cayó en la cuenta de que Janín había creado potingues para dañar a los vampiros y que algunos de éstos habían adquirido estos fluidos. Jamás odió tanto a esa bruja. –Si le pasa algo malo juro que te destruiré, te mataré y derramaré tu sangre de bruja. Rasgó telas de sábanas que tenía limpias y taponó la herida con ellas. Éstas se tiñeron de sangre pero contuvieron la hemorragia. Hizo lo propio con el brazo. Buscó una manta calentita para tapar a su vampiro. Se acurrucó junto a él abrazándole fuertemente. Él pareció aceptar ese ofrecimiento de calor en su inconsciencia y dejó que Albert le abarcara con todo su cuerpo. Él gimió de dolor muchas veces aquella madrugada y también durante el día. Albert despertaba muchas veces al notarlo sufrir entre sus brazos y no podía evitar padecer en silencio por aquel daño. Pese a ello, el hecho de tenerlo de nuevo entre sus brazos le hacía muy feliz. Y ya no era como antes. Ya no le hacía daño, sino que lo ayudaba a vivir. Qué feliz se sentía... –Te quiero mucho... – pensó para sí – no dejaré que nadie te haga daño nunca más. Perdóname por quererte tanto, por atreverme a continuar amándote cada 216

día mucho más. Llevo tres años esperándote. Cada noche, en cada uno de mis sueños, en cada hora, minuto y segundo de mi vida. Tardé más de trescientos años en encontrarte, y a ahora que te tengo otra vez no puedo entender cómo aguanté todos esos siglos sin conocerte. Te estuve esperando. Pero tú no estás destinado a quererme... no lo estás... pero yo... te amaré siempre... te quiero... te quiero... mi rosa blanca teñida de sangre...

♠♠♠♠♠♠♠ Le costó enormemente abrir los ojos, como si los párpados fueran de hierro pesado. Prefirió mantenerlos cerrados al descubrir que no había manera de sacar fuerzas. Percibió aquel ligero aroma afrutado mezclado con sangre. El olor de Albert. Albert... ¿Era todo parte de un sueño? Intentó abrir los ojos de nuevo, puso todas sus ganas y logró conseguirlo. De cara tenía un rostro, el rostro de un vampiro. El cabello rubio se lo tapaba, así que hizo acopio de fuerzas y llevó la mano hasta allí para apartarle el pelo. A pesar de la expresión cínica de sus cejas, Albert parecía muy inocente. Suspiró al mirar sus labios entreabiertos, tan sensuales y sugerentes. Dejó la cansada mano en su mejilla y se puso a pensar en lo acontecido. Aquellos despreciables vampiros no hicieron más que clavarle un par de navajas, eso no debería producirle tanto daño, en cambio todavía le dolía mucho. Deslizó la mano hasta su vientre y tocó la herida. Notó que llevaba una especie de vendas que ahora estaban manchadas de sangre marrón, seca. También supo de su desnudez. Claro, Albert le despojó de la ropa porque ésta debía estar empapada en gasolina. Antes de caer dormido irremediablemente, recordó que lo había llamado, y como por arte de magia, él hubo aparecido como un ángel salvador. Era un sueño. Ahora no podía pensar en cómo sería su futura relación, en si todo cambiaría o ese todo continuaría igual. No importaba, pues era suficiente saber que le amaba. Que volvía a sentir ese sentimiento que creyó perdido, aunque no olvidado. Le embargaba el corazón, extraño y maravilloso a un tiempo. –Albert... – musitó. Se inclinó hacia delante y le besó en los labios, sintiendo una tremenda sensación de deseo y anhelo. Después cayó en un sueño oscuro, espeso y profundo.

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Un terrible dolor le despertó de golpe. Se dobló mucho más sobre sí mismo y gimió. Albert ya no estaba a su lado. ¿Y si realmente todo se hubiera tratado de una simple ensoñación? Miró la habitación, el techo no era el del hotel, ni el de un hospital. Gimió de nuevo lamentándose de que le dolía. Escuchó abrirse la puerta y que alguien se subía a la enorme cama. –Davidé, ¿Te duele? –¿Albert?– preguntó sin poder mirarlo. No había sido un sueño, Albert era real y palpable. –Vamos Davidé, tómate esto, ponte derecho y tómatelo.– le obligó a erguirse lo suficiente, ayudándolo y sujetando su cuerpo. Le puso una copa en los labios y Davidé sintió que era sangre caliente, así que la bebió ávidamente. Eso le alivió muchísimo el dolor, casi al instante. Aquella sangre estaba tan buena. –¿De dónde la has sacado?– cayó en la cuenta de que si estaba caliente era que tenía a una víctima por ahí. Se apartó enfadado. –Es mía, ¿quieres más?– Davidé se avergonzó y lo miró otra vez. Quería decir "Sí, pero de tu cuello, quiero beberla directamente" No podía expresar aquello, porque él se reiría y no podría soportarlo. –Albert, me duele mucho. ¿Por qué?– se lamentó. –Es una ponzoña especial, aquellas navajas llevaban ese veneno y hace daño a cualquier vampiro, inclusive a mí. Se te pasará. Ahora te dolerá como a cualquier mortal, pero si te alimentas bastante sanarás más velozmente. –Prefiero sufrir a beber sangre inocente.– Albert se enfurruñó, otra vez con esas bobadas. Optó por dejarlo pasar. –Será mi sangre, así que no te preocupes por eso. He ido a comprar desinfectantes y vendas para curarte mejor, ayer no tenía nada de eso. Túmbate ahora y sé buen niño vampiro– Davidé hizo lo que le ordenó, no quería discutir, se encontraba fatal. Cerró los ojos y notó las manos suaves de Albert moviéndose sobre su torso y su vientre. Si hubiese sido humano su sexo ya se habría endurecido y puesto como una lanza. –Me duele mucho... –gimió. –Shhh, yo te ayudaré.– ninguno de los dos podía creerse que estuvieran juntos de nuevo y menos en aquella situación. –¿Cómo me has encontrado?– Albert sonrió pícaro. –En cuanto cobraste el cheque lo supe, porque lo hice apropósito. También me enteré de que vendrías a París. –Mis cosas, mis cosas... – susurró el herido tapándose la cara con las manos. –Yo me encargaré de que tengas tus cosas. ¿Estás más tranquilo? –Davidé asintió. 218

–Así que me has seguido la pista, eres incorregible. –Era la única forma de dar contigo. Así que tendrás que perdonarme.– Davidé le sonrió y luego cerró los ojos. Albert le observó emocionado, qué bien que él no se hubiese enfadado.– Te seguí esta noche y fue cuando esos vampiros te atacaron, menos mal que yo estaba cerca. –Muchas gracias por salvarme Albert... – Davidé le tocó la mano y Albert se sintió morir de felicidad absoluta. Tuvo unas ganas locas de abalanzarse sobre él y llenarlo de besos por todo el cuerpo. Tras desinfectarle ante la herida le dijo que iba a prepararle un baño calentito. –Albert... – Davidé se había levantado para ir al cuarto de baño. –¿Qué haces? No te levantes si no estoy yo.– fue a ayudarlo a caminar. Lo condujo hasta aquella bañera repleta de agua. Davidé dejó que las sábanas se deslizasen sensualmente por su piel, hasta caer a los pies de ambos. A Albert le daban vuelcos al corazón continuamente. ¡Qué cuerpo tenía Davidé! –Ayúdame vampiro– susurró Davidé con sensualidad.– Albert lo abrazó fuerte deseando ir hasta sus labios y comérselos –El agua caliente me hace un poco de daño. Pero se está muy bien. –Toma Davidé– le tendió una esponja con jabón. Davidé le agarró de la muñeca e hizo ademán de que él fuese el que le frotara. Sonrió tímidamente y Albert se estremeció. Haría todo lo que él quisiera. –Me gusta que lo hagas, me hace sentir mejor. –cerró los ojos mientras se dejaba mecer por la suavidad de sus caricias. Albert se dio cuenta de que su amor se había desmayado y eso le asustó. Lo sacó rápidamente del agua para tenderlo sobre una toalla, secándolo a conciencia. De nuevo le colocó los vendajes. Las dos heridas no sanaban, de hecho volvían a sangrar, sobre todo la del vientre, que además tenía un color muy poco sano. Davidé, tras recuperar el conocimiento, gemía sin control y se agarraba a Albert. –Me duele, me duele mucho– el punzante malestar era tan intenso que no pudo evitar sollozar. Albert lo llevó a la cama para vestirlo con un pijama de seda que tenía guardado en un cajón. –Voy a llamar a una ambulancia– la situación era lo suficiente extraña como para tener que pedir una. Aquellas heridas eran reales, el veneno actuaba haciendo que el cuerpo reaccionara como el de cualquier mortal. Esperó a la ambulancia, que tardaría un rato y miró sufrir a Davidé, con impotencia, rabioso. –Albert, abrázame – aquellas palabras fueron las más maravillosas que había escuchado jamás, no se las merecía, pero qué importaba, él le necesitaba y no 219

lo dejaría solo. Se subió a la cama, dejándose abrazar por su vampiro. Lo rodeó a su vez muy fuerte, ambos esperando a que el otro dijera o hiciera algo.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé soñaba con que Albert lo besara y éste sentía la tentación, pero no lo podía hacer. Davidé no querría ser besado y acariciado por alguien semejante y menos devolver esas caricias. Limitarse a ser su osito de peluche era más de lo que podía pedirle a la fortuna. –Davidé, has de hacer un esfuerzo. Tenemos que bajar y facilitar tu traslado a un hospital. –¿A un hospital?– jadeó por el esfuerzo al erguirse. Albert se fijó en que tenía las mejillas arreboladas, no quedaba nada de su habitual palidez vampírica, estaba ardiendo. Al pegar la mejilla contra la de él le quemó mucho. Aquello tampoco era normal. Se le desvaneció entre los brazos y no tuvo más remedio que alzarlo en volandas. –Tuve que aparecer antes, evitar aquellas navajas, cargármelos a todos. Ahora tú estarías bien Davidé. – no se atrevía a susurrarle palabras de amor por si él las escuchaba, entonces todo terminaría entre ellos definitivamente. –Albert... ¿Dónde vamos?– él despertó confuso y repitió la pregunta, no parecía enterarse de nada. –Al hospital. Allí te curarán. –Gracias, gracias Albert, gracias– Davidé no aguantaba más, quería besarlo. Llevó sus labios ardientes por la fiebre hasta el rostro de Albert y le rozó la mejilla temblorosamente. Albert se apartó asustado, por el miedo de no poder controlarse. Davidé, profundamente frustrado, se echó a llorar y el otro vampiro le ordenó con voz dura que no llorara, que le verían la sangre. –Lo siento Davidé, pero se asustarían mucho si te vieran.– lo abrazó otra vez, acariciando sus cabellos mojados. –Eres malo Albert, malo... –Te recuperarás y entonces me tienes que contar lo que has estado haciendo hasta que te volví a encontrar.– "antes de abandonarme de nuevo", pensó convencido. –Te lo prometo... me siento muy raro, me muero de frío– ya no paraba de tiritar, los dientes le castañeaban. –Tranquilo, pronto todo se terminará, pronto.– Llevó a Davidé en brazos hasta la salida y escuchó a la ambulancia aproximarse. 220

–Albert... nunca te olvidé... me lo pediste y yo... nunca te olvidé, porque, porque... yo... – Quiso confesarle sus sentimientos de tan confuso que se sentía. Y no pudo porque volvió desvanecerse mientras unos brazos ajenos le arrancaban de los de Albert...

♠♠♠♠♠♠♠ Se encontraba sentado en una sala de espera, junto a otras personas, que al igual que él, aguardaban tener alguna noticia de sus familiares o amigos. Todas esas personas le miraban de reojo porque su aspecto, en una habitación iluminada, distaba bastante de ser normal y corriente. Nadie solía estar tan exageradamente pálido y tener esos ojos tan verdes y sobrenaturales. Habían empezado a preguntarle si se encontraba bien o si necesitaba asistencia médica. Contestó amablemente y depuso sus ofrecimientos. En el viaje hacia urgencias le dejaron coger la mano a Davidé, que yacía inconsciente. Dijeron que tenía un trozo de navaja en la herida, así que se sintió muy culpable por no haberla visto. El veneno seguía actuando por culpa de aquel trozo de metal. También dijeron que Davidé estaba anémico y necesitaba una transfusión de sangre inmediatamente. Se ofreció a donarle su sangre porque sabía que tenían el mismo grupo sanguíneo, eso para que lo supieran los enfermeros, pero en verdad lo hacía porque estaba seguro de que su sangre le haría un bien enorme a Davidé. Aquellas personas se negaron en redondo, decían que él también tenía pinta de estar extenuado. Ya en el hospital, el personal no le sabía decir nada sobre Davidé. Estaba sufriendo con amargura, no era miedo a que Davidé muriera, no podía morir por algo tan simple, padecía porque su hombre sufría. Ese era el peor de los males. Antes del amanecer tenía que llevarse de allí a Davidé, era imprescindible. Aunque todavía quedaban seis horas para eso. Le habían hecho rellenar un formulario para no sé qué seguro, poner sus datos y todo eso. Se identificó como una de sus tantas identidades, legales todas por supuesto. No quería problemas.

♠♠♠♠♠♠♠ Una enfermera le dijo que saliese. Se levantó raudo y acudió más acongojado que antes. 221

–El médico que ha atendido a su amigo quiere hablar con usted.– un hombre maduro se le acercó y se dieron la mano. –Buenas noches. Su amigo ya está mejor. Lo que realmente nos ha sorprendido a todos han sido sus reacciones. Primero lo de la fiebre, tenía cuarenta y cuatro grados de temperatura y continuaba subiendo. Ya debería haber fallecido con esa temperatura tan excesiva. Es un milagro de la ciencia que siga vivo. Por suerte ya le ha comenzado a bajar, sólo que ahora demasiado. –Albert se hizo el sorprendido, pero ya sabía el porqué de aquellos síntomas. –¿Está bien ya?– preguntó ansioso. –Bueno, la punta de la navaja tenía una especie de veneno. Se la hemos extraído de la herida y esta desinfectado y cosido. Lo mismo con la del brazo. Pronto estará bien. Habrá que dar parte a la policía. -Fue un ladrón y ni yo ni mi amigo le vimos la cara. –¿Hoy le dará el alta? –No, hoy no. Ahora le están haciendo una transfusión de sangre, yo creo que en un par de días le daremos el alta. – eso no le valía a Albert, que se lo quería llevar aquella misma madrugada. Una enfermera venía corriendo hacía ellos por lo que les interrumpió. –Doctor, el paciente de la ciento cuarenta y cuatro no tolera el suero. –¿Puedo verlo ahora?– la cortó él. El médico lo condujo hasta la habitación. –¡Albert!– chilló Davidé. –He estado ahí fuera esperando como un perro sin saber de ti. –Yo no te importo, así que vete y déjame tranquilo– Davidé le hablaba en italiano, por lo que nadie les entendía. Todos miraron sorprendidos la discusión, que continuó en aquella brecha un largo rato. Hasta que Davidé gimió y Albert se le echó encima para estrecharlo preocupado. –¿Estás bien? –Sí, no te vi cerca de mí y pensé que... –Pienso volver a hacerte la puñeta otra vez, como antes. Has perdido la oportunidad.– Davidé sonrió aprovechando que él no le veía, sonrió porque había recuperado algo perdido. Era un masoquista enamorado.

♠♠♠♠♠♠♠ Los dos vampiros se quedaron solos, sin mirarse. –¿Te duele ahora? 222

–Un poco, pero ya no tiene nada que ver como antes. Además, me han metido sangre en las venas, ya no tengo hambre, aunque se me ha quedado seca la garganta. Creo que eso me hará bien. Tuve cuarenta y cuatro de fiebre y los he asustado. ¿No es genial? –Eres un niño vampiro malo. Pero... me alegro de que estés bien. –Albert, tenemos que irnos de aquí ya. –Ya lo sé. A ver, ponte mi jersey– se lo quitó con una sensualidad de la que no se percataba, pero Davidé sí. La manera de estirar el cuerpo y curvarlo hacia atrás, y tras despojarse de la prenda, esa forma de deslizarse otra vez los cabellos sobre su sitio, enmarcándole la cara.– no pudo evitar quedarse embobado mirándolo. –Ese color, ese jersey te queda muy bien. Estás muy guapo– a Albert le sentó como si le hubiera pegado una patada en el estómago mismo. Se levantó enfadado y le tiró el jersey con furia. Se fue hasta la puerta y antes de salir le dijo: –No me gusta que se burlen de mí. Ya estás avisado, dilo otra vez y te juro que me vengaré– a Davidé le dio miedo su tono de voz, pues ignoraba lo horrible que se creía el vampiro. –No te comprendo Albert, no te comprenderé jamás, pero Dios, cuánto te quiero– susurró con pasión mientras absorbía el aroma que desprendía aquel jersey que tan bien le quedaba a aquel imbécil sin remedio.

♠♠♠♠♠♠♠ Iba un poco raro vestido, con unos pantalones de seda pertenecientes a un pijama y un jersey naranja con un par de bandas horizontales y negras. Albert le puso su abrigo largo y la cosa se disimuló bastante. Como eran más rápidos que cualquiera consiguieron salir de allí con mucha facilidad. Se subieron a un taxi que los llevó hasta el apartamento. –¿Vives solo? –Sí– gruñó. –¿Pero por qué te has enfadado?– se puso a indagar mientras subían en el ascensor. –Cállate, tus incesantes preguntas me molestan.– Davidé gimió y se acuclilló. – ¿Te duele?– el tono del otro hombre había cambiado milagrosamente, pasando de ser tosco a de preocupación absoluta. A Davidé le chocó, así que sonrió para sus adentros y decidió comportarse como un enfermo. Aunque no lo estuviera ya. –Sí... no sé si puedo caminar... 223

–Yo te llevaré en brazos– Davidé le rodeó el cuello y Albert lo alzó. Salieron del ascensor y entraron en el apartamento. –Este apartamento es muy bonito, me encantaría vivir aquí. –Llevaba tres años cerrado. –¿Y dónde estabas? –En casa de Erin, en Rennes.– aquello picó mucho a Davidé, que se agarró a él con posesión. –¿Y ése, quién es?– preguntó celoso hasta el tuétano. –Erin... ya te hablaré de él con más detenimiento. Es un amigo mío, mi mejor amigo– Otra vez aquella frase molestó al vampiro, que quería ser el mejor amigo de Albert, como mínimo. –¿Es muy amigo tuyo? –Sí. También tengo una amiga que se llama Haydee. Es inmortal aunque no vampiro. –¿No lo es? No lo entiendo. ¿Y también es tu amiga? ¿Aguanta tus rarezas?– rió un rato y Albert se enfadó amenazándolo con dejarlo caer. –Ya no tengo más amigos.– Esa frase no es que le sentara mal a Davidé, simplemente le decepcionó. ¿Qué era él para Albert? ¿Nada? Una diversión... eso fue, eso era y sería siempre. –Llévame a la cama. Me siento cansado. Y ese Erin, ¿Lo conoces hace mucho? –Hace más de un siglo. Cuando volví de Italia, me dijo que me fuera a vivir con él. –¿Y le aprecias mucho?– se dio la vuelta para que él no viera su expresión. –Sí, es mi amigo, ya te lo he dicho antes. –Yo no tengo amigos... en tres años no los he encontrado. Conocí a una vampiro que se suicidó, Rebecca. Casi mato a alguien que me llegó a apreciar. Los otros vampiros me tenían miedo o no me querían... y con los humanos no puedo casi relacionarme. Mi hermana está muy lejos y yo... me encuentro muy solo... –Yo... yo quiero ser tu amigo. – se atrevió a decir Albert. Luego se levantó y marcho del cuarto. –Hasta mañana por la noche Davidé... –Hasta mañana– sonrió un poco. Al menos podían intentar ser amigos, era un comienzo. Aunque el amor jamás llegaría por parte de Albert, todo era un comienzo.

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Al cabo de varios minutos, Albert escuchó gemidos y corrió hasta la cama. –¿Qué te pasa? –Me duele. Quédate aquí, los amigos se ayudan. –Como desees– aquello le hizo sentir halagado y feliz. Se tumbó a la vera de su vampiro y éste le pasó un brazo por la cintura, acurrucándose descaradamente y con posesión. Lo que Albert no sabía era que Davidé se encontraba perfectamente y que la herida se le acababa de sanar definitivamente. No quedaba ni rastro... ♠

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"No me abandones"

♠Habían pasado unos días en calma en los que ninguno de los dos se peleaba con el otro. Pero tampoco se atrevían a llevar a cabo un acercamiento íntimo, ya que desconocían lo que el otro pensaba. Davidé, que ya estaba curado del todo, continuaba haciéndose el enfermo. Y cada día tenía más miedo de que el otro se enterase de que era mentira. No debía continuar más con aquella farsa. No era propio de él hacer esas cosas. Aunque era por necesidad de afecto. De escucharle hablar dulcemente, de sentir sus cuidados, de ver que en verdad era una buena persona, y no el monstruo sin sentimientos de hacía años. Ahora yacía en el lecho que compartían castamente. Aunque cuando se iban a dormir, en lo único que podía pensar era en deslizar su mano por aquellas estrechas caderas, descender a su entrepierna, mientras le besaba en el cuello suavemente antes de morderlo con sensualidad. Deseaba tocarlo y sentir su aroma de hombre, anhelaba que él le abrazase muy fuerte y le dijese que le encantaba lo que le estaba haciendo. ¡Era un auténtico tormento no pode hacer nada de aquello! En aquellos instantes, Albert no estaba en casa, habría salido a ver ese amigo suyo, el tal Erin, que había venido desde su “magnífico castillo” en Rennes. Cada vez que Albert hablaba de su amigo se le revolvían las tripas. Además, le había contado que ese hombre era el Rey de los vampiros, del que ya había oído hablar anteriormente. –Un monarca para vampiros. Hay que ver, lo que tengo que oír– susurró despectivamente.– Pues a mí no me hace ni pizca de gracia que venga a mandarme. – se dio cuenta de que desvariaba. Cómo se aburría, sintió la tentación de quitar el polvo de las habitaciones y muebles. Cuando se disponía a barrer, Albert lo pilló con las manos en la masa. –¿Qué haces? –Es que me ponía nervioso ver tanto polvo.

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–Pero estás enfermo, no puedes hacer eso.– frunció el ceño y cogiendo a Davidé por el codo lo condujo de nuevo hasta la cama. Davidé se metió bajo las mantas contrariado. –Esfúmate vampiro pesado. –Muy bien, me largo llevándome tus fotos y tus cosas. Las tiraré en cualquier contenedor. –¡¡NO!!– salió de debajo e intentó arrancárselas de la mano, pero Albert jugó con él un rato, para vengarse. –¡¡Basta!! –Te recuerdo que me perteneces. –Yo no pertenezco a nadie. Ni a ti, ni ese rey de mierda, ni a nadie. Me pertenezco a mí mismo.– se levantó y cogió la bolsa que le había traído Albert, la que contenía su ropa. Escogió unos pantalones y una camisa y se fue al cuarto de baño para ponérselos. Cerró la puerta de una patada, ante la mirada de Albert. –¡DAVIDÉ! ¡Sal de ahí o entro yo!– Davidé salió vestido y dispuesto para marcharse. –Hasta nunca. Espero que no nos volvamos a ver jamás. –Ven aquí pedazo de idiota– lo agarró por el brazo e intento arrastrarlo lo más lejos posible de la salida. Forcejearon hasta caer sobre la moqueta, Albert encima de Davidé. –¡Suéltame, me quiero marchar! Creía que habías cambiado, pero en realidad eres igual que siempre. Me duele... déjame... – Albert se levantó preocupado. –Eres horrible Davidé, contigo nunca broma!!

sé a lo que atenerme. ¡¡Estaba de

–Dijiste que éramos amigos y me tratas mal– susurró Davidé. –En realidad no comprendo porqué quieres ser mi amigo. –Porque sí. Albert, quiero ir a ver la torre Eiffel. –¿Ahora?– él asintió.– ¿Y no estabas malo? –Ya se me ha pasado, pronto me encontraré bien del todo. –Está bien, vayámonos. Ponte uno de mis abrigos, hoy hace frío.

♠♠♠♠♠♠♠ Se pusieron en camino, marchando hasta el lugar donde se hacía cola. Davidé sonreía constantemente de felicidad. El mero hecho de gastar su tiempo de ocio con Albert, le volvía loco de emoción. Y Albert no se podía creer que estuviera saliendo con su amor. Quería cogerle de la mano y 227

entrelazar los dedos entre los de él, apretándolos fuertemente. Inclinar la cabeza sobre su hombro y besarle mientras el aire fresco y húmedo les azotaba la cara. –¿Por qué pones esa cara tan triste? Mira qué enorme es esa torre, ¿Podremos subir arriba? –Claro que sí, subiremos hasta donde tú quieras... –¿Hasta el cielo?– susurró sensualmente. –Sí, aunque lo veo difícil, el cielo está muy alto– Davidé lo miró, quería decirle que él sabía cómo subir al cielo, entre sus brazos, en un instante de amor, de pasión. Pero se calló, no quería estropear aquellos momentos de paz con una declaración de amor que él rechazaría de pleno. Tras largo rato de espera para el ascensor, consiguieron llegar donde desearon. Pronto cerrarían el acceso y los dos deseaban disfrutar de aquellos instantes lo máximo posible. Davidé lo agarró de la mano y dijo que quería esconderse porque no le apetecía volverse ya, que eso era poco interesante. A Albert le encantó la idea. Se escondieron como pudieron, y Albert abrazó a Davidé para que no hiciera ruido. Se estaba tan bien entre los brazos de Albert, tan bien... que apoyó la cabeza en su hombro y hundió el rostro entre aquellos frondosos cabellos rubios. Pronto tuvieron que separarse. –Es tan hermosa la vista. No me quiero ir de aquí nunca, esta ciudad me gusta.– musitó Davidé con emoción contenida. –Pues no te vayas… – susurró esperanzado. Qué maravilloso estaba siendo todo. –Eso depende de... algo. Y lo cierto es que sé que tendré que marcharme. –¿De qué depende?– preguntó con pura inocencia, sin entender que la única razón de quedarse era ser correspondido. Algo que los dos creían con certeza que era imposible. –Algún día me iré, pero más adelante. –No te marches, quédate aquí... conmigo. Y deja que sea tu maestro.– susurró apenado y Davidé lo notó. –Me pregunto si mi hermana ya estará bien y se habrá marchado a ese crucero que quería hacer... – cambió de tema. –¿La has visto? –Sí, pero tranquilo que en ningún momento le dije lo que somos. ¿Sabes?– se giró y miró la ciudad– He matado a mi cuñado deliberadamente. Se merecía yacer eternamente en el infierno. Mi hermana Virna lo sabe y no le afecta. Lo único que me importaba era que mi hermana pudiera ser feliz. 228

–¿Has hecho eso? No me lo puedo creer... –Él la maltrataba, incluso la hizo abortar de una paliza. Perdí los estribos, que Dios me perdone. –Has cambiado mucho Davidé. –Sólo he madurado como vampiro. No quiere decir que yo disfrute eliminando gente, pero ese cabrón se lo merecía. A mí no me gusta matar, nunca me ha gustado. Sin embargo, durante estos tres años no he tenido más remedio que asimilar lo que soy. – después de aquello, ambos permanecieron en silencio unos minutos. –Me cuesta mucho decir esto, pero... yo... siento lo que le hice a tu piano. –No te lo pienso perdonar nunca.– Albert bajó la mirada. No era lo que esperaba oír. –Yo... –Pero mientras no me lo recuerdes… es como si aquello jamás hubiese sucedido. –Gracias. – de nuevo se quedaron callados otro rato. –Escúchame Davidé...– Albert tragó saliva porque deseaba decirle lo que sentía. –¿Sí?– se miraron a los ojos, Davidé esperaba que él dijera algo que tal vez cambiara sus vidas. Albert no lo hizo, incapaz de sincerarse. Nunca lo diría, antes dejaría que él se marchara de nuevo... –No recuerdo lo qué iba a decir… ja, ja… – mintió nervioso. Davidé observó cómo de su sensual boca, salía el bao de su aliento debido al frío. Y deseó atraparlo con sus labios apretando muy fuerte su boca. Desvió la mirada, reprochándose el ser un cobarde y no decirle de una vez que estaba enamorado de él. –Es mejor que volvamos. –Tienes razón, aquí hace demasiado frío hasta para nosotros… volvamos a casa.

♠♠♠♠♠♠♠ Al llegar, Albert quiso verle la herida y Davidé se negó en redondo. Se moriría de vergüenza si el vampiro descubriese que fingía descaradamente desde hacía días. 229

–Pero deja que la mire. Habrá que cambiarle las vendas, ¿No? –Ya lo hice yo. Estoy mejor, pronto me curaré, en unos días. –Qué bien, porque ya estoy cansado de ser bueno. A mí lo que me pone es torturar a mis víctimas.– aquel comentario no le hizo ni pizca de gracia. –Eres muy desagradable– contestó en tono de enfado.– A veces olvido que te odio– se fue de allí, no quería continuar excitándose. Si a Albert le ponía castigarle, a él le volvía loco de deseo que le castigara. –Me largo, me muero de hambre. Por tu culpa no pude chuparle la sangre a aquella mujer tan guapa. –¡BASTA!, no quiero continuar escuchando disparates. Vete a hacer lo que te venga en gana, a mí me trae sin cuidado a quién chupes la sangre.– le había puesto celoso escucharle decir cosas sobre mujeres guapas. La idea de verlo beber sangre le parecía sórdida, horrible, desagradable incluso. Porque le quería sólo para él, que aquellos colmillos afilados, maravillosos y blancos le mordiesen nada más que a él. Tener que oírlo alardear de esas cosas lo ponía de peor humor de lo que ya estaba. –Pues me largo.– Ni siquiera le contestó, ni lo miró. Prefirió darse la vuelta e ignorarle. –No puedo soportar esto. Te quiero todo para mí– se dijo después de que el vampiro se marchara.– Te quiero para mí y esta noche te vas a enterar de lo que es que te amen. Que te amen tanto que te duela en el cuerpo y el alma. ¡Ya no aguanto más!– estaba rabioso de celos, de posesión, de amor. Quería arreglarse y estar más guapo, aunque sabía de sobras que eso no lo podía conseguir porque él no se consideraba especialmente atractivo. Más bien normal. Al lado de Albert, que era una belleza absoluta, se sentía más bien vulgar. Se dirigía a la ducha cuando sonó el teléfono. –¿Diga?– al principio nadie le respondió.– ¿Quién es? Colgaré. –¿Dónde está Albert y quién eres?– habló una voz muy fuerte y musical. –Soy Davidé, ¿De parte de quién?– se cortó la comunicación y el vampiro dejó descolgado el aparato. Iba a ducharse, no quería interrupciones bobas de tipos que llamaban al idiota de Albert.

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Tras salir de la ducha se secó bien y buscó una camisa de tantas que tenía su vampiro en ese enorme guardarropa. Era como una pequeña habitación. Miró las camisas, una de seda, suave y fresca le iba como un guante. Era parecida a las de época, con mangas voluptuosas que se cerraban en el puño, con una caída grácil y perfecta. Resultaba muy sensual y sugerente. Cuando se estaba frotando el pelo mojado con la toalla, tras ponerse colonia, sonó el timbre de la puerta. Se quedó pensando que Albert no podía ser porque tenía sus llaves. Tal vez era algún vecino. Al acercarse a la puerta una fuerza le impactó, la energía que le llegaba del rellano era impresionante, tanto que le dio un poco de miedo. Aquel era un vampiro. No quiso abrir, era una fuerza que no le gustaba. El pomo se movió y se escuchó un clic. La dicha puerta cedió, abriéndose lentamente, como en una película de terror. Retrocedió unos pasos. Había un hombre mirándolo, era muy alto, más de metro noventa, pelirrojo, un color muy poco común, como tirando a rosado. Sus ojos le miraban muy fríamente en su color turquesa. Tuvo un mal presentimiento. –Así que tú eres el famoso Davidé, con el que Albert se lo pasó tan bien. –¿Y tú quién eres?– el vampiro poderoso entró dentro con total naturalidad. –Soy Erin, quién si no. El amante de Albert– aquello le partió en dos. Fue como si todas sus esperanzas se rompieran quemándose en una hoguera, consumiéndose en un fuego de aprensión. Podía oler la ceniza que ahora era su corazón y que le subía hasta la garganta, convirtiéndose en lágrimas de sangre, unas lágrimas que por mucho que evitó contener, no hicieron otra cosa que salir fuera, a través de sus ojos posados en los zapatos de Erin. –Eso es mentira, tú no... –Sí lo soy, ¿No te lo ha dicho?– Davidé meneó la cabeza, negando aquello.– Lo soy desde hace bastantes años. Ah, y quítate esa camisa, es un regalo que yo le hice. –Lo siento, no lo sabía. Me la quitaré enseguida. –Veo que estás confuso. –Él me dijo que sólo erais amigos... –Amigos especiales– hablaba con un cierto tono de sarcasmo que hería cada vez más a Davidé. –Me estás mintiendo– soltó de pronto, con aplomo. Creía a Albert, no a ese Erin. –No le hables así a tu Rey, pequeño– quiso tocar a Davidé, pero éste le pegó un manotazo. –No me toques. En tu mundo, podríamos decir que soy republicano. 231

–Eres de esos vampiros independientes en exceso. Hay que enseñarte bien el oficio y a obedecer a tu jefe. Que soy yo. Para ti, es un gran honor conocerme. –Para mí no eres nadie, por muy poderoso que te creas. –Soy el amor de Albert. Y no le engaño como tú.– Davidé no entendió.– Le dices que te encuentras mal y en cambio estás más sano que una manzana. –¿Cómo lo sabes? –Bueno, aunque he de reconocer que me ha costado un poco leerte los pensamientos, cuando has bajado la guardia al recibir la noticia de que Albert y yo estamos juntos, he conseguido saber qué hay rondándote por la cabeza. Aunque para darme cuenta de que estás enamorado de él, no me ha hecho falta.– luego se rió a carcajadas. –Es no es cierto.– mintió enfadado, violento, impotente. –Te aconsejo que no se lo digas o te llevarás el chasco más grande de tu vida. Te contaré algo que te mueres por saber. Albert en la cama es un ángel, pero también un demonio. Es algo que aunque deseas fervientemente, yo tengo y tú nunca poseerás. Lo que pensabas hacer hoy es patético, lo único que hubieras conseguido es que él se riera de ti en tu mismísima cara. Dame las gracias por salvar tu dignidad. –¿Por qué me dices todo esto? ¿Por qué? –Porque me repugnas, porque el solo pensamiento de que le toques me da asco– se acercó a Davidé y lo agarró del brazo, éste lo miró con ira. Se soltó furioso y le pegó un empujón que lo lanzó contra la pared. Erin se quedó quieto, anonadado, sin saber qué decir. Apenas nadie podía hacerle algo así, y menos un vampiro de tres años. Aquello hirió su ego, odió como nunca al ser que intentaba llevarse a su mejor amigo. Como había pensado siempre, Davidé amaba a Albert y Albert a Davidé. Que estúpido e incomprensible. –No soporto que tipos como tú me toquen. –Veo que tienes un mal genio impresionante. Del que Albert se ha reído muchas veces. No sé cómo se te ha ocurrido, ni por un momento, que Albert puede sentir algo por ti. Por cierto, ha urdido un plan muy interesante. Te puso esa cuenta en el banco para que cuando la tocaras, saber dónde estabas. No te ha encontrado por casualidad. –¡Eso ya lo sé! –En cuanto se enteró de que estabas aquí, me comentó que se lo iba a pasar muy bien contigo. Yo le dije que no se pasara. Ahora se hace el adorable para cogerte desprevenido y en cuanto menos te lo esperes ¡Zas! Te lo cuento porque no puedo soportar que puedas tocarlo o hacer eso que tanto deseas. – Erin se sentía muy satisfecho. Pero todavía no había terminado con él. 232

–Intentaré convencer a Albert de que pare el juego, ahora que hay tiempo. – Davidé empezó a carcajearse como un loco. Se irguió y continuó riendo. Erin no comprendía. Intentó leerle la mente, sin embargo ya no podía. –No me hagas reír, Rey.– continuó carcajeándose.–Cierra el pico. Estoy seguro de que tú fuiste el que envió a aquellos hijos de puta a por mí. Apostaría que Albert no lo sabe, que lo hiciste para evitar todo esto. –Piensa lo que gustes, a mí me trae sin cuidado. No voy a decir ni que sí ni que no. –Te odio. –Escucha bien lo que voy a decirte. Fuiste creado para la diversión de un vampiro que se encontraba solo y perdido. Pero ahora me tiene a mí, a su mejor amigo y nada, ni tú ni nadie podrá cambiar eso. Nunca. Me juré que no cambiaría, y tú no lo conseguirás. –¿Me tienes miedo, no es eso?– sonrió triunfante. Erin tenía que reconocer lo atractivo que era Davidé al natural. Sus ojos eran de fuego, sus cabellos mojados y revueltos le daban un aire salvaje. A Albert le había salido muy bien. Sí, le daba miedo. –Yo ya no conozco esa palabra. La perdí hace un par de milenios. –Eso no me impresiona en absoluto. –Me da igual. Sólo te lo diré una vez. Vete de aquí, suicídate o haz lo que te apetezca, pero lejos de Albert. –Tienes miedo a que te lo arrebate. –A ver si lo entiendes Davidé, él me ama a mí, es mi nombre el que jadea cuando bebo su sangre y le aprieto desnudo entre mis brazos.– aquello hirió mucho el corazón y los sentimientos de Davidé. En aquellos instantes sus emociones eran muy inestables. Podía conformarse con que Albert no le amara, pero el hecho de saber que quería a otra persona era más de lo que podía soportar. –Vete por favor… –Te voy a aconsejar algo. Lárgate de la ciudad. Y si no... me encargaré de que Albert lo pase mal– aquello no le gustó a Davidé, que se acercó hasta él y lo agarró del jersey con pura furia. –¿Cómo puedes decirme eso? Yo jamás le haría daño. Le amo de verdad sobre todas las cosas. –En ocasiones el amor es cruel, pero sé que a ti no te gustaría que yo le dañara, ¿Verdad? Suéltame niño– Davidé le soltó muy herido. –¿Vas a irte? –Sí... –Así me gusta.– y sin más, se fue. 233

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando entró en su piso, no encontró a Davidé. Al principio se asustó porque tenía miedo de que él se hubiera marchado. –¡Davidé!– lo llamó sin obtener respuesta– ¿Davidé?– Lo peor no era que no se encontrara allí, sino que se había llevado todas sus cosas, lo único que quedaba de él era una nota. Leyó rápidamente: Jamás nos debimos haber conocido. Nacer para ser la diversión de un niño que se aburría porque estaba solo es demasiado frustrante para mí. Ahora ya no estás solo, tienes a alguien. Por eso me voy para buscar el verdadero sentido de porqué sigo aquí. Me pediste que no te olvidara y no lo haré nunca. Llegué a creer que éramos amigos. Y volví a caer en un error, continuaba siendo un juguete para un niño que aparentaba estar solo. Sólo un juguete... Adiós para siempre Albert, adiós para siempre. Davidé Ferreri. Cuando acabó de leer la nota ya la manchaba de sangre. Prorrumpió en unos sollozos tan desesperados que rompió la nota rasgándola con ira. Luego la ira se convirtió en desesperación de nuevo. –No me abandones, ¿Por qué esto que no entiendo? No lo entiendo, no tiene sentido. No lo tiene, no lo entiendo. Te he perdido. ¿Qué es lo que he hecho mal? ¿No fui lo suficiente amable y bueno? ¿Qué es lo que querías que hiciera? Llegaría a creer en Dios sólo por ti mi amor, a creer fervientemente. ¿Qué puedo hacer? Se obligó a levantarse y salir corriendo de la casa. De Davidé no quedaba ni rastro. Decidió ir a pedirle ayuda a Erin, que se alojaba en el Palace. Si él se negaba a ayudarlo no le importaba, pero era la última opción que le quedaba. Fue un iluso al creer que algo bueno pasaría entre ellos.

♠♠♠♠♠♠♠ Se encontraba leyendo el periódico, la sección de sucesos, cuando llamaron a la puerta de la habitación. Se esperaba aquella visita en cualquier momento. 234

–Adelante. –Entró Albert, que aparecía con un aspecto descuidado, el cabello sin peinar y la ropa arrugada. –¿Albert, que te pasa? ¿Qué tienes?– preguntó como si en realidad no lo supiera. –Es que... sé que me lo vas a reprochar y que me vas a decir que ya me lo habías advertido. Pero necesito que me ayudes. –¿Qué quieres? –Davidé se ha marchado y no sé por qué. – Erin se quedó pensativo. Al fin sus planes daban buenos resultados. –Ya te lo... – le tapó la boca con las dos manos para que no hablara. –No lo digas Erin, ya sé que me vas a decir. Pero me da igual, ¡Quiero verlo o te juro que me mato!– estaba desesperado. –¡No digas eso!– dijo en tono imperioso zarandeándole por un brazo. Albert se soltó. –Tú no lo comprendes, yo... yo le amo demasiado y ahora que le he vuelto a ver– se puso a llorar– ya no puedo volver a perderle. –No voy a ayudarte para que te destruyas a ti mismo, ¿Me has entendido? ¿Lo entiendes?– le comunicó en un tono frío e impersonal.– Davidé no me gusta, nunca me ha gustado y nunca me gustará. –Eres cruel y despreciable– se empezó a enfadar realmente con Erin– No te creía capaz de decirme esas cosas. Di por hecho que, siendo mi amigo, me ayudarías. Pero veo que me equivocaba. Y si me suicido espero que ese peso caiga sobre tu conciencia y no lo puedas olvidar jamás.– se dio la vuelta y cuando caminaba por el largo pasillo dispuesto a marcharse para siempre, los rápidos pasos de Erin le dijeron que la conversación iba a continuar. Éste se le puso delante cortándole el avance. –¿Y ahora qué quieres? –Albert, intento que entres en razón, ¿No comprendes que no tiene nada de sentido que quieras recuperar lo que jamás has poseído?–aquello le dolió en el alma. –He descubierto Erin, que yo fui creado vampiro para vivir hasta esta época, para decidir morir y hacerme viajar por el mundo para ver las ciudades por última vez, para entrar en aquella iglesia y conocer su sonrisa. Sólo para amarle, sólo para quererle a él. Nunca supe porqué mi existencia era la que es, hasta que no le conocí. ¿Lo podrás entender alguna vez aunque te suene a disparate? –No. –Entonces no podemos continuar siendo amigos. Pase lo que pase no volveremos a vernos nunca más. – ni siquiera le dijo adiós, simplemente volvió a marcharse. Y de nuevo fue atrapado por Erin, que se arrodilló ante Albert y lo agarró de las manos, bajó la cabeza y le pidió perdón, dejando al vampiro 235

completamente anonadado. En su vida lo había visto ponerse más bajo que al nivel de alguien inferior. –Albert, no puedes decirme que ya no somos amigos. –Levántate por favor– intentó, sin éxito, alzarlo. –No, no. Por favor, ruego que me perdones, que perdones algo que he hecho y aunque no me arrepiento del todo, sé que tú tienes que perdonar mis actos.– viendo que Erin no se levantaba, optó por arrodillarse él y ponerse a su altura. –Erin, sé que odias a Davidé, que no te gusta para mí. ¿Pero no entiendes que él es toda mi vida? Para bien o para mal, es mi vida y yo decido triunfar o fracasar. Tú también estás en esa vida mía, al igual que Davidé, pero son sentimientos diferentes. ¿Y por qué tengo que perdonarte? –He hecho algo que hizo que Davidé se marchara. Lejos de ti. –A Albert le impactó la noticia, que no se esperaba. Ahora empezaba a comprender ciertas cosas. –¿Cómo has podido?– lo miró con ira y el vampiro le abrazó para retener esa ira. –Por ti, por tu bien. Y porque tengo miedo de que te olvides de mí y ya no quieras ser mi amigo. Que él sea tu mejor amigo y yo no sea nada. –Lo que es mi bien o no, eso lo debo decidir yo. Y en cuanto a la amistad, me has demostrado que no me aprecias lo suficiente. Que haces cosas a mis espaldas. ¿Y dices que tienes miedo a perderme? Pero si eres tú, y sólo tú quien está plantando las semillas que harán que me pierdas. No te puedo perdonar– Erin lo apretó mucho más fuerte y Albert gimió de dolor. Le iba a partir los brazos. –Tienes que perdonarme. Te diré dónde está, te lo diré si me perdonas. –¿Y cómo sabes... dónde...? –Lo sé, he mandado que lo vigilen.– lo soltó tras mirarlo a los ojos, esperando esa palabra que quería escuchar de los labios de Albert. –Te perdono sea lo que sea– perdonaría a cualquiera tan sólo por recuperar a Davidé. Erin escribió en un papel algo y se lo entregó. Albert lo miró, callado, sentarse en una silla y hundir la cabeza entre las manos. Sus cabellos cortos y pelirrojos cayeron hacia delante en una pequeña cascada. –Volveré pronto.– le susurró. Después desapareció de allí en busca de su propio destino.

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Erin estuvo así unos minutos, meditando lo sucedido. –No me arrepiento de lo que hice o dije. Intenté no perder a uno de mis mejores amigos, de los pocos en los que puedo confiar. La parte en la que él confiaba en mí, se ha resquebrajado. – quiso llorar, llorar por aquel error cometido, llorar por el perdón, llorar por la amistad, llorar, llorar y llorar. Pero simplemente no sabía...

♠♠♠♠♠♠♠ Ahora estaba en el aparcamiento de una especie de motel de carretera, a las afueras de la ciudad. Rezó porque Erin no le hubiese engañado, lo cierto es que su grado de confianza hacia él había mermado. Fue a preguntar al encargado de aquella noche. –Disculpe, me gustaría hacerle un pregunta. ¿Se ha alojado aquí un hombre de aspecto extranjero? Italiano, alto y moreno... –Sí, pero se ha marchado hace una media hora a dar una vuelta. – Albert cerró los ojos, entre aliviado y preocupado. –Bien , gracias.– marchó corriendo. Se subió al coche y salió del aparcamiento. Tenía dos posibilidades, o se quedaba a esperarle, o lo buscaba. Sus ansias no le dejaron sopesar, directamente eligieron buscarlo.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé había caminado un poco desde su marcha del Motel, le apetecía pensar. En las carcajadas de Albert, que debía estar riéndose cruelmente de él. El mero hecho de pensar que estuvo apunto de declararse le revolvía las tripas. Hubiera hecho el ridículo. Un enorme camión se paró a su lado y un hombre lo miró desde la ventanilla. –¿Quieres que te lleve a alguna parte? –Lo miró y asintió con la cabeza. Necesitaba alimentarse y por allí no había nadie. Tal vez si lo llevaba unos cuantos kilómetros más lejos encontrara a alguien. El camionero le abrió la portezuela y se subió al enorme vehículo. –Gracias. Yo me llamo Davidé– le tendió la mano y el mortal le dio un apretón. –Yo soy Leo. ¿Te diriges hacia alguna parte en especial? –No, sólo un par de kilómetros, si no te importa. –Davidé miró la cabina, estaba llena de fotos de tías en bolas. 237

–¿Tú no eres de por aquí, verdad?– el hombre lo miró de reojo. Davidé era un hombre muy guapo, alto y fuerte. De esos con los pectorales marcados y los pechos firmes y duros. Aquel le gustaba. Además, tenía una boca sensual y un rostro atractivo. ¡Le había tocado la lotería! –Soy italiano. Se me nota mucho al hablar – Davidé sonrió amablemente. –Umm... un italiano– nunca se lo había hecho con un italiano. Qué excitante. Se metió por una carretera algo extraña y paró en un descampado. Davidé lo miró desconcertado. –¿Pasa algo? –¿Hacemos una meadita? –Gracias, pero no tengo nada de ganas. Acabo de hacer hace no mucho– mintió. Al mortal no le hizo gracia, era cuando aprovechaba las ocasiones. En fin, ya se inventaría algo. Al rato volvió pero no se puso en marcha. Era uno de esos típicos conductores de camiones, algo rudos. –Oye Davidé, ahora... tendrás que pagarme de alguna manera que te lleve. –No tengo mucho dinero.– el hombre se le acercó extrañamente. –No, no lo has entendido guapo– las manos del mortal le apretaron los muslos e intentaron separarle las piernas. Davidé se dejó. Había encontrado la excusa perfecta para morderlo, aunque jugaría un poco con la víctima y le daría el beneficio de la duda. No porque al tipo le gustaran los hombres, sino porque si intentaba forzarlo eso ya no estaba nada bien. Éste se puso sobre él y empezó a intentar bajarle los pantalones, sorprendió a su vez de cómo se dejaba aquella nueva víctima. –Te voy a dar por culo hasta que te mueras de gusto. ¡Estás demasiado bueno. Si los italianos son como tú me iré allí a follármelos a todos– Davidé se resistió para ver qué pasaba. Aquello pareció gustarle a Leo, que le puso dos esposas en las muñecas y le subió la camiseta. Davidé se estaba divirtiendo de lo lindo. Pero no le gusto que le besara y le metiera la lengua hasta la garganta, así que se la mordió con los colmillos y el hombre gimió de dolor y de gusto. Podía notar su sexo endurecido, cada vez más grande, que se le hinchaba entre las piernas y contra su pelvis. Bebió la sangre que manaba de su lengua y luego lo soltó. La boca de Leo chorreaba sangre y Davidé la lamió sin poder evitarlo. Cuando aquel imbécil se bajó los pantalones y quiso bajarle los suyos también, Davidé rompió las esposas de un tirón, para sorpresa del camionero, y lo empujó haciéndole caer de espaldas. El mortal nunca entendió lo qué le había sucedido, pero al despertar horas después, se le quitaron las ganas de volver a intentar forzar a nadie. Nunca más.

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♠♠♠♠♠♠♠ Ahora Davidé caminaba de nuevo por un lado de la carretera, de vuelta al motel. Un Mercedes gris oscuro marchaba a su lado, a su paso. No quiso mirarlo, no quería repetir la experiencia. ¡Ni aunque fuera una exuberante mujer! –¿Te llevo, vampiro?– aquella frase y aquella voz le hicieron detenerse en seco. Albert aparcó como pudo para no obstaculizar a los otros conductores y se bajó del coche. Davidé pasó de largo, ignorándole. –Davidé, escúchame. –No tengo nada que decirte, olvídate de mí. No tengo porqué soportar tus burlas. –Pero es que no sé de qué me hablas, de verdad no lo sé. Esa nota tuya no tiene ningún sentido para mí. –¡No lo niegues! Si me has encontrado es sólo para reírte de mí, para jugar conmigo. Eres un niño, pero que se ha quedado sin juguete. Te hiciste el bueno, tratándome amablemente, haciendo como que te preocupaba por mí y mi salud. Pues yo también me reí de ti, te mentí durante días enteros. La misma noche en la que salí del hospital mis heridas desaparecieron como si no hubieran existido nunca jamás.– se levantó la camiseta para enseñarle el vientre liso. –Eso no... – se sintió insultado y burlado. –Me reí de ti estúpido niño sin juguete. Vete con tu Erin, vete y que os lo paséis bien. –¿Erin? Sí, ya me ha dicho que te fuiste porque te había dicho algo. –¿Algo? Me amenazó. Lo sabes muy bien, me amenazó. Os habréis reído a gusto de mí.– Albert lo agarró de un brazo obligándolo a mirarle. Se fijo en las esposas que llevaba en las muñecas. –¿Y esto? –Un hombre me ofreció llevarme y quiso follar conmigo después. Se me había olvidado quitármelas– las arrancó furioso y éstas cayeron al suelo. Tenía marcas en las muñecas. Albert las acarició dulcemente. –Es natural, eres demasiado guapo. – musitó. Davidé se apartó con fuerte tirón, enrojecido por aquello. –Estoy muy cabreado. Déjame tranquilo y vete con tu amor. –¿Mi amor?– no comprendió. –Con Erin, me dijo mil veces por frase que era tu amante y que tú y él os queríais.

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–¡¡......!!– no sabía qué decir de aquello, era demasiado fuerte. Por eso Erin le pedía perdón de aquella manera. –Me amenazó, me dijo que estaba celoso de mí, que me fuese de allí o te haría daño. Que tú te reías de mí porque yo era tu juguete. –Es mentira Davidé, él y yo no somos amantes, jamás lo hemos sido y jamás lo seremos. Entre él y yo no hay ese tipo de amor. Nos queremos, pero nos une una amistad, no existe nada más. –¿Y piensas que me lo voy a creer? De todos modos a mí me importa un carajo quién sea tu pareja sentimental. –A Erin no le gustan para nada los hombres. Era mentira, a mí nadie me ama, nadie me ha amado jamás– se compadeció de sí mismo– Yo... no soy su amante. Él te tiene miedo porque teme perder la amistad que ha depositado en mí. ¿Lo entiendes? Tiene miedo a perderme porque yo quería ser tu amigo. Es mi obsesión serlo, que me perdones todo lo que te he hecho. Quiero ser tu amigo, ¡Sabes lo que me cuesta decirte todo esto! –Me mientes. Tú me consideras tu juguete de niño caprichoso.– Albert se acercó a él y lo agarró por los hombros mirándolo muy seriamente. Davidé, que veía sus ojos verde esmeralda, iridiscentes en la noche oscura, se estremeció. –Yo dejé aquello hace mucho tiempo, lo dejé atrás. Necesito que me creas, que me digas que me crees. Quiero ser tu amigo. Erin quiere controlarlo todo y cuando no puede su ira le lleva a hacer cosas como aquella. Tú no le agradas e intenta apartarme de ti, de mi mejor vampiro, del más fuerte. Le das miedo porque tú no te redimes a sus pies. Porque casi fuiste mi amigo, casi... –Yo creí serlo... –¿Me crees? –Por favor, no me traiciones Albert. Deseo ser tu amigo... – quiero ser tu amor, pensó. Pero no podré serlo jamás.– Quiero ser tu amigo, aunque nos cueste mil años más.– Albert sonrió de felicidad. No se lo podía creer. –Ven a casa... ven y no te vuelvas a marchar. –Yo no... no lo sé Albert. No te lo puedo prometer. –Ven ahora, ven ahora... sólo eso.– Davidé asintió. Se subieron en el coche y dieron la vuelta en dirección hacia el motel, para recoger las cosas de Davidé. –Albert... ¿Y ahora qué haremos?

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–Se me ha ocurrido una cosa. Como sé que te gusta ver mundo, y a mí también… ¿qué te parece si nos vamos de viaje? ¿Vendrías conmigo? –Sí. –Elegiremos las ciudades según deseemos, sin pensarlo. Y te enseñaré millones de cosas que he visitado y he visto. – Davidé sonrió sin que él le viera. –Muy bien. Pero júrame algo Albert, júrame que seremos buenos. –Te lo juro. Davidé... –¿Sí?– estuvo un rato callado, meditando lo que quería decirle. –Davidé... –Qué... –No me abandones... Nadie dijo nada más en mucho rato. Aunque Davidé pensó muchas cosas... “Albert, no te abandonaré mientras no me hagas daño, mientras no sea tu juguete, mientras seamos amigos. Sin embargo no puedo prometerte que nunca te dejaré... Si llega ese día, será porque mi amor no podrá ser secreto. El momento en el cual yo te ame tanto que me vuelva loco de deseo, ese día me marcharé. Porque no querré verte rechazándome... pero hasta ese día...

Aquí seguiré… ♠

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Tercera a parte

"Un nuevo comienzo"

♠Un nuevo comienzo, eso era lo que había sido. Un nuevo comienzo para los dos. O al menos eso creía Davidé. Albert era tan diferente de cómo lo recordaba hacía tres años. En aquellos instantes podía mirarlo dormir frente a él. Iban en un avión privado, pues era la única manera que tenían de viajar, elegir y calcular los horarios. Quedó embelesado al fijarse abiertamente en cómo caía su cabello suave, rubio y ondulado. Tenía la cabeza inclinada hacia a un lado. Sus labios entreabiertos le parecieron perfectos. Se sentó a su lado para poder pasarle el brazo por los hombros y atraerlo hacia sí. Aspiró el aroma afrutado de sus cabellos, y él se inclinó en su hombro, como si en sus sueños supiese que él le abrazaba. –Albert… – le susurró y luego se acercó a la comisura de sus labios tentado por éstos, conteniéndose. Nunca más volvería a robarle un beso así. Davidé gimió pensándolo y se retuvo a sí mismo. Se mordió el labio por la desesperación. Albert se movió y tumbó encima de sus piernas, dejando la cabeza sobre ellas, luego se acurrucó hundiendo el rostro sobre la ropa. Davidé le acarició el pelo y cerró los ojos. Quedó dormido también...

♠♠♠♠♠♠♠ Abrió los ojos lentamente y se encontró con ropa que le acariciaba la cara. ¿Dónde estaba? No lograba recordarlo... era un sueño... Levantó la mirada y vio a Davidé dormitando plácidamente, apoyado en la ventanilla. Estaba recostado sobre las piernas de éste. Podía sentir sus manos grandes y suaves posadas sobre el cuello y el pelo. Se sintió muy turbado de estar así con Davidé. –Albert... – su voz suave y sensual le hizo incorporarse. Lo miró avergonzado.– ¿Has dormido bien? Me senté aquí y te acurrucaste como un bebé. 242

–Yo... no sé... Discúlpame. –El corazón se le iba a salir por la boca en cualquier momento. –¿Has dormido bien? –repitió con los ojos medio cerrados por el sueño. –Sí, muy bien– “mejor que nunca.” –Albert, dime a dónde nos dirigimos. Me muero por saberlo. –No te lo puedo decir porque es un secreto. –Dímelo anda, y seré bueno. Pero si no me lo cuentas me portaré mal. –Es un juego, tienes que esperarte, si no, no tiene ninguna gracia. – Albert sonrió malignamente y Davidé no tuvo más remedio que aguantarse. Frunció el ceño enfadado. –¿Por qué te enfadas?– le contestó un gruñido.– Eres tonto, rematadamente tonto.– Albert sonrió al ver la cara que ponía su amigo.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando el pequeño avión aterrizó, no le dejó mirar por la ventanilla, porque si no, la sorpresa no tendría gracia. Davidé, aunque a regañadientes, se dejó hacer de gallinita ciega. –No puedes mirar nada de nada, o me enfadaré tanto que ya no querré ir de viaje. –Está bien, pero guíame tú que yo no veo nada. – se asió fuertemente a su brazo, apretándose contra él con ansia. Aquello era un clara indirecta que Albert no acabó de entender porque era demasiado inocente e incrédulo. Pero no importó, era una magnífica excusa para tocarse deliberadamente, sin importar nada más. Davidé sonrió, le encantaba llevar los ojos cerrados, le encantaba no saber dónde estaba y le encantaba agarrarse a Albert y ser conducido por sus manos...

♠♠♠♠♠♠♠ La noche era fresca y muy agradable. Al menos sabía que no estaba en Italia, no olía a Italia ni a nada que conociera. Albert lo condujo con cuidado, disfrutando con ello sin saber que su vampiro también lo hacía. Sentir su cuello cerca, su rostro, su boca... –¿Puedo abrir ya los ojos?– fingió enfadarse. –No... – Davidé se dio la vuelta y pretendió escabullirse, pero sin mirar nada.– No seas tonto, sí ya hemos llegado. 243

–Pues entonces ya puedo abrir los ojos. –No, no puedes– le quitó la venda que llevaba en los ojos, pero tapó éstos con las manos y le hizo adivinar. Davidé sonrió de verdad y fue muy grato para Albert. Sintió en las palmas de las manos las largas pestañas de su amor, le acariciaron al abrir los ojos y fue un cosquilleo muy grato y agradable. –Dame una pista– pidió. –Estamos frente a un palacio de mármol blanco, muy, muy blanco... Largo rato estuvo meditando aquella pista. Luego llevó sus manos a las de Albert y las retiró de su rostro. Se quedó observando la maravilla que ante ellos se alzaba, más allá del largo estanque y los bellos jardines que lo rodeaban... –Prístina blancura bajo la luna y la frescura de una noche... –Tan blanco como nuestra propia piel... –El Taj Mahal. Nunca pensé ver algo tan bonito– susurró sin soltarle las manos. De pronto las dejó caer y se adelantó hasta el palacio, su compañero le siguió hasta allí. Al llegar a las puertas mismas, miraron hacia arriba, maravillados por la magnificencia de aquella belleza alba. Davidé observó a Albert, a su perfil precioso, vio aquellas gafas rojas que siempre llevaba y se acercó para quitárselas. –Mira el palacio sin tus gafas Albert, míralo todo blanco y luminoso bajo la luz de la luna, deja de apreciar las cosas bajo el color rojo de la sangre y aprende a admirarlo todo en su propia realidad– se las arrancó de la cara y guardó. –Me encantaría verlo por dentro. Debe ser una cosa bella de verdad– comentó inocentemente. Antes de que pudiera darse cuenta, se encontró en el interior del Taj Mahal. Albert lo había agarrado a una velocidad sorprendente y llevado hasta allí antes de poder reaccionar. –Albert– susurró muy bajito, en tono escandalizado– No deberíamos estar aquí. No está bien. –Oh vamos, no me seas puritano. ¿No ves qué no hay nadie? Unos cuantos guardias y ya está. Somos vampiros, los reyes de la noche, podemos entrar y salir de donde nos plazca. Nos está vedado de día, ¿No? Pues entonces tendremos que visitarlo de noche. –Tienes razón– tuvo que asentir. –Pues claro, vampiro. Si el exterior era una maravilla, el interior superaba lo insuperable. Aquello era un santuario inmenso. –¿Sabes su historia Davidé? 244

–No, no la sé, por desgracia.– comentó apenado. –Yo sí... te la contaré. –Sabes muchas cosas, ¿Verdad?– Albert le guiñó un ojo, resultando muy seductor. –El soberano Sha Jahán se enamoró de una pequeña dama de tez morena, hija del primer ministro, y la desposó. Era llamada Mumtaz Mahal, "La elegida de palacio", ya que era su esposa predilecta... Tuvo con ella catorce hijos, muriendo al parir el último. Su esposo, intensamente dolido por perderla, le construyó esta maravilla... el mausoleo más hermoso de la Tierra, un palacio edificado por amor... Davidé lo observaba todo conmovido, también había estado mirando ensimismado la expresión del rostro de Albert mientras le relataba la historia. Era tan dulce, tenía tanto sentimiento. –Por amor... – dijo quedamente– qué bonito que te levanten un palacio de mármol blanco por amor... cuánto querría que alguien me quisiera así... "Yo te levantaría miles de palacios sólo por amor" pensó Albert al mirarlo, pero fue incapaz de decirlo. Se sentía demasiado insignificante rodeado de tanta hermosura. Además, aquella calidez que reinaba en el lugar, entre ellos, no debía ser rota por una frase que para Davidé hubiese sido como un insulto. Observaron las tumbas de los esposos, estaban rodeadas de mármol blanco con incrustaciones de piedras preciosas y semipreciosas, de muchos colores bonitos. Davidé lo miró todo con avidez, como un niño con un caramelo. Definitivamente le había gustado aquello y era feliz. Qué difícil había resultado conseguirlo. –Albert... me ha gustado muchísimo tu sorpresa. Escucharon un ruido de pasos. Alguien se acercaba hacia ellos de forma rápida. Probablemente les habrían escuchado hablar. Davidé se puso nervioso, pero Albert reaccionó. Lo agarró de la ropa y tiró de él hasta un pequeño rincón en el que apenas si cabían los dos. Se quedaron apretujados en él, sin respirar si quiera. Realmente se encontraban muy apretados, el uno contra el otro. Bajo sus pechos unidos latían corazones que bombeaban fuertemente. Tanto que podían escuchar el suyo propio y el del otro vampiro. Davidé tenía cabellos rubios contra la cara y Albert notaba aquella respiración profunda y mojada sobre su oreja, sintiendo escalofríos continuamente. Le costaba mucho reprimirse, porque se moría de ganas de comérselo a besos y morderlo en dónde fuera. A Davidé le sucedía lo mismo. Hacía unos días había 245

estado seguro de confesarle su intenso amor, pero ahora todavía tenía muchas dudas sobre si Albert no continuaba fingiendo ante él. Primero debía cerciorarse de que no le engañaba , de que ese Albert era el verdadero Albert.

♠♠♠♠♠♠♠ Unos hombres hablaron y luego se marcharon. Tardaron un rato más en salir de allí, la excusa era por si aquellos guardias regresaban, pero en realidad era solamente que anhelaban continuar apretados, cuerpo a cuerpo. Albert hizo ademán de salir y Davidé lo siguió. Al separarse, sintieron un vacío allí donde se habían apretado intensamente. Davidé suspiró frustrado. –Shhh– el vampiro lo calló poniéndole la mano en los labios y luego, tomándolo de la mano, corrieron como los gatos, sin hacer ruido. –Casi nos pillan– dijo Davidé, partiéndose de risa, tras salir de allí y pasear por las inmediaciones, entre las sombras. –Pero ha sido muy divertido. –Lo ha sido– luego miró de nuevo el Taj Mahal– Sería bonito tener algo así, aunque no fuera más que un pedacito– Albert sonrió, y antes de que el otro no muerto pudiera pararlo, se fue de nuevo al palacio. Se dirigió a las tumbas y buscó algo que llevarse. Sustrajo una piedrecilla de un lugar que no se veía apenas. –Es por amor– se inclinó ante la tumba de Mumtaz Mahal con mucho respeto– ¿Lo entiendes verdad? Por puro amor verdadero. Ya en el exterior, no le dijo ni una sola palabra a Davidé de lo que había cogido, ni una sola. –¿Qué has hecho? –Nada, se me había caído una cosa y fui a por ella– mintió descaradamente, en un tono muy crédulo. Davidé lo dio por cierto y se fueron a hacer de vampiros por la ciudad de Agra.

♠♠♠♠♠♠♠ No quiso que Albert lo mirara alimentarse, le avergonzaba el hecho de ser observado. –Pero si ya te he visto. –Me da igual, te he dicho que no me mires. 246

–No quiero perderte de vista, no te me vayas a escapar.– a Davidé le molestó el comentario. –Nos encontraremos en el hotel. –Davidé–... – era imposible, el vampiro ya se había ido por su cuenta. Sabía que no se escaparía, sin embargo le excitaba enormemente mirarlo. Quería ser la víctima. Resultaba maravillosamente morboso y erótico pensarlo. Se tuvo que conformar e ir a cazar solo.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando Davidé llegó al lujoso hotel, se quedó extrañado. La razón era que el encargado que estaba allí en recepción, le dijo que la llave de la habitación ya se la había dado a su compañero de cuarto, y cuando abrió la puerta se encontró a Albert sentado en la cama. –¿Qué haces aquí? –Es mi habitación. –No lo es, esta es la mía. –Son la misma. –Pero si sólo hay una cama.– refunfuñó. –Ya lo sé– Albert echaba de menos dormir con él. –Como en mi casa dormíamos juntos y no parecía molestarte… ¡Además tengo que vigilarte para que no te escapes! – Davidé lo miró furibundo ante aquello último. –Quiero mi propia habitación, a todos los lugares a los que vayamos, deseo pedir mi propia habitación– al otro le sentó como una patada, pero tuvo que reprimirse. Se levantó y salió de allí tras arrancarle las llaves de la mano. Al rato volvió con otra llave y se la tendió. –Tu habitación, en el piso de abajo. ¿Estás contento? ¡Suerte que la tenían libre! –Muy contento– contestó desdeñoso. –Me encanta dormir solo, sin que me molesten y me den patadas y se muevan de un lado para otro. Como tú.– se inventó. Lo cierto era que Albert era muy tranquilo. –Yo no hago eso. ¡No hago eso!– chilló violento. –Sí lo haces, es un horror dormir contigo. ¿Querías acaso seducirme o hacerme algo malo? – bromeó. Sin embargo Albert se sintió muy avergonzado. –A lo mejor sí. Y cuando menos te lo esperes te morderé. –Ni se te ocurra.

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–Tu sangre está muy mala, no me interesa– contestó desdeñoso.– Y ahora largo de mi habitación. –Adiós– salió dando un portazo, arrepentido de haber pedido su propia estancia. ¡Pero si se moría por dormir con él! Aunque a veces las frases le salían sin pensar, eran como una especie de autodefensa. Después de instalarse, subió de nuevo y llamó a la puerta de su amigo. –Albert, perdóname, déjame entrar. –No– le contestó el otro secamente. –Tú lo has querido– abrió la puerta con la mente y entró. –¡Vete!– le empujó y Davidé se enfadó mucho más empujándole a su vez.

Albert cayó de culo muy enfadado. –¿Cómo te has atrevido? –Fui un imbécil al confiar en que me decías la verdad. Veo que no colaboras. Así que me voy– dicho esto se giró con violencia y caminó por el pasillo de dirección al ascensor. Albert lo detuvo a medio camino. –No te puedes marchar, ¿Qué vas a hacer aquí solo, en un lugar cómo este y sin dinero? –He estado en situaciones mucho peores.– se limitó a decir. –Lo siento, de verdad. Debí suponer que... querrías tener intimidad. Es que siempre estoy tan solo. –Vale Albert, sé a lo que te refieres. Olvidemos esto, es que a veces me pongo muy nervioso. Se me ha ocurrido que la próxima vez podríamos alojarnos en una habitación con dos camas. –Claro. Y ahora si quieres, vete a tu habitación, te dejo solo. – Cada cual se dirigió hacia su estancia. Davidé se sentó en su cama y recostándose empezó a mirar hacia la puerta. –Me muero por dormir contigo tonto. Pero sé que si me acuesto a tu lado pasará lo inevitable. Y todavía no estoy seguro de si puedo decirte lo que siento... Me conozco, y sé que si te tengo al lado acabaré comiéndote. Y me da miedo... me doy miedo. ¡Maldita sea!

♠♠♠♠♠♠♠ El otro vampiro se despojó de la chaqueta, y algo cayó de su bolsillo rebotando contra la moqueta. Recordó entonces que tenía la piedra. Las 248

observó un rato. Fue hasta la puerta y marchó a la habitación de Davidé y llamó. Él le abrió enseguida. Le impactó verle con la camisa blanca totalmente desabrochada, por la que se entreveía bastante su torso. Estaba... estaba... tan bueno... Sí, esa era la palabra, aunque sonara tan extraña, Davidé estaba muy bueno. Y luego se le fue la vista hacia abajo, el pantalón del pijama se le deslizaba un poco por un lado de la cadera haciéndolo muy seductor. ¡Quería follárselo a lo vampiro! –Albert... eh Albert– reaccionó cuando Davidé le tocó en el hombro. –¿Puedo pasar? Es sólo de visita– añadió con sarcasmo. –Claro, al fin y al cabo tú pagas las habitaciones.– pasó y tardó un rato en darle el regalo. –¿Te sucede algo, Albert? –Davidé, cierra los ojos. –¿Por qué? –Ciérralos, es un juego– insistió. Cerró los ojos nervioso, porque si fuera un beso sería algo maravilloso. Sin embargo no fue eso, le cogió la mano y depositó en la palma una cosita fría y pequeña. Lo miró enseguida. –Una piedrita. –¿Por qué has mirado? ¡Ya has estropeado el juego!– se la quitó y quiso marcharse pero Davidé no se lo permitió. –Espérate, ¿Qué juego era? –Tenías que adivinar lo qué era y ahora te lo has cargado. –Pareces un niño con tus jueguecitos. –Ya veo que no te gustan.– se desasió de un tirón. Cuando quiso salir, el vampiro no se lo permitió, colocándose entre la salida y él. –Sí que me gustan, me encantan.– musitó fogosamente agarrándolo por los hombros–. Venga, vamos a seguir, yo quiero seguir– cambió a un tono infantil, como si tratara con un niño pequeño que está enfadado. –Me tratas como a un niño. –Eres tan adorable como un niño– dicho esto lo agarró de la barbilla y se acercó a él.– Sobre todo cuando te salen esas pecas tan simpáticas– Se moría por decirle que se las comería, que le llenaría de besos ese campo florido y esa rosa pálida que era su boca. Albert se apartó enfadado. –No te burles de mi fealdad– dijo en un tono muy serio. –¿Qué no me burle de tu fealdad? ¿Qué fealdad? –Deja de burlarte te he dicho. No permito que nadie se burle de mi fealdad. Nadie– a Davidé le dio mucho miedo su tono. 249

–No te comprendo, te lo juro, ¿A qué fealdad te refieres? ¿A tus pecas? –¡A TODO! ¡A MÍ! ¡A MIS PECAS! ¡A MI CARA! ¡A MI CUERPO!– le chilló histérico. –Eres muy guapo– se atrevió a decirle. Albert enrojeció aun más de ira y vergüenza. –Déjame salir– intentó apartarlo. –No me mientas así, me haces daño. –No vas a salir de aquí hasta que me expliques porqué dices esas incoherencias. Estás loco. Eres el hombre más guapo que he visto jamás.– Albert se quedó quieto, cabizbajo. –Por favor, basta– gimió– Me haces mucho daño. Sé que soy horrible y feo. No te burles más de mí. –¿Este es otro de tus juegos? Porque de verdad que no te comprendo. Eres un vampiro muy atractivo. Ojalá yo fuera como tú. –No... tú... tú... eres perfecto como eres, yo en cambio me doy miedo al mirarme a un espejo. Janín siempre me lo decía, Janín siempre me repetía, cada segundo, minuto, hora, día, semana, mes y año de mi vida, que yo era un monstruo. Que era feo y horrible, que nadie debía verme, que tenía que esconderme porque yo era... horrible– Albert tenía la cabeza gacha, apoyada contra el pecho de Davidé. Estaba a punto de llorar y no quería que se diera cuenta. –Janín era una zorra mentirosa... –Hasta mañana Davidé, discúlpame– se fue de la habitación.

♠♠♠♠♠♠♠ Se quedó apoyado contra la puerta lentamente hasta quedar sentado en el suelo.

para después dejarse caer

–Me doy cuenta de que no te conozco Albert, que te amo porque sé que debo amarte, pero que no te conozco. No sé lo qué piensas, lo qué sientes, cómo eres realmente. ¿De veras piensas que eres horrible? Tengo que convencerte de que estás equivocado, de que no eres feo... porque realmente lo piensas. Esa maldita mujer que te ha debido de hacer un daño terrible...

♠♠♠♠♠♠♠ Se pasó el rato mirándose al espejo del cuarto de baño. –Tengo que ser feo, debo serlo... tengo que serlo– se había limpiado las lágrimas y peinado. Él se veía feo, con la cara pálida y salpicada de pecas feas e 250

infantiles. De nariz grande y boca enorme que se le hinchaba al llorar deformándose más todavía. –Me doy asco, me doy asco, me doy asco. No puedo ser como tú me dices. Debo ser feo y.... – se volvió a mirar. Se toco las mejillas, se miró a los ojos. No podía asimilar lo que Davidé le había dicho varias veces. Sus palabras sonaban sinceras y reales. Sus ojos tenían una expresión que no mentía. Davidé le había dicho que era guapo... ¿Debía creerle a él o creer a la imagen que veía en el espejo y que le parecía tan desagradable? Cayó al suelo, apático. En verdad no podía comprender nada. Escuchó unos golpecitos en la puerta y Davidé entró. –Vengo a hablar contigo Albert, ¿Me dejas? – un movimiento de hombros le indicó que sí aunque quisiera dar a entender que le daba igual. Se sentó a su lado y lo miró. Albert se tapó con el cabello y Davidé se lo apartó pasándoselo por la espalda. –Odio mi pelo, es horrible. –Pues yo lo veo muy bonito, es como... mirar al sol, el sol perdido.– aquello se le clavó muy hondo en el alma. –No puedo cortármelo, me vuelve a crecer, siempre tendré estos rizos salvajes, que no consigo domar. A veces los he odiado tan intensamente que me he arrancado el pelo... –Son salvajes pero muy bonitos, el Sol también es una estrella salvaje. Janín te mentía. –Ella me trataba muy mal, era su esclavo. Hasta que me libré de ella. –¿Cuándo? –La primera vez ella me abandonó, y luego, tras volver a encontrarme, yo la abandoné a ella, fue mi única oportunidad. Estaba tan harto de su maltrato físico y psicológico, que ya no aguantaba más sus desprecios. Me hacía sentir que yo no era nada. Nunca sabré por qué lo hacía. Decía que me enseñaba a ser un vampiro de verdad, poderoso. Recuerdo que en una fiesta de Erin, Haydee y ella se pelearon. Haydee hizo algo que yo no me atrevía. Pegarla, liberarme. Cuando fuimos al Titanic…– Davidé se sorprendió al escuchar aquello– Cuando estábamos en él, yo... supe que la abandonaría. Recuerdo aquella noche, tan tranquila. También recuerdo que la gente pensaba que el trasatlántico tan sólo había rozado un poco ese iceberg, pero mi sentido vampírico me dijo que no. Noté las vibraciones de otra manera. Luego aquello empezó a hundirse, todo se inclinaba. La gente rica se creía muy segura, sabían que se salvarían en los botes. No pensaban para nada en la gente pobre que moriría allí. ¡Qué asco me dio al ver los botes tan vacíos, mientras cientos de personas morirían por culpa de los ricos!

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–Eran despreciables– asintió Davidé, que cada vez se sorprendía más. –Comenzaron a llenarse los compartimentos de agua muy fría. Hasta yo sentía ese helor y no podía morir así como así, por eso no sentía el mismo pavor y ayudé en todo lo que pude. Pero sí tenía miedo por alguien que conocí allí. –¿Quién? –Algún día te lo contaré. Sólo era una sirena ciega que volvió al mar. Que murió. Por favor, no me preguntes ahora sobre esto. Prefiero continuar relatándote lo otro. Aquella fatídica noche fue la última que vi a Janín. Me había atrevido a decirle que la despreciaba, que la iba a dejar para siempre en cuanto llegáramos a destino. Incluso la abofeteé y ella me chillaba que tan horrible como yo era jamás nadie me aguantaría como ella lo había estado haciendo durante décadas. Creo que incluso lloró, no lo sé. No me importó ni me importará jamás. Aquello se volvió un caos de gente gritando, cayendo al mar. El barco se partió en dos. Seguramente Janín se fue en un bote, ella que era inmortal. Ignoro cómo lo haría después para que el sol no la pillara. Yo había encontrado a dos niños que lloraban desesperados. Eran pobres. Cuando el barco se quedó flotando verticalmente, ellos se agarraron a mí, eran pequeños, sobre todo la niña. Y empezó a hundirse, la gente chillaba como loca. Es uno de los horrores más espantosos que he presenciado, que yo mismo he sentido. Tuve miedo por ellos, lo que me pasara a mí no importaba. Yo no creía en la salvación de todas aquellas personas. Morirían ahogadas en la más horrible de las agonías.– los dos sintieron una fuerte aprensión en el pecho. Davidé notó que se le saltaban las lágrimas. Lo estaba viviendo, era como si también hubiera estado con Albert allí. –Continúa por favor, por favor– le pasó un brazo por los hombros. Albert tembló al tener un escalofrío. –Se fue hundiendo en las heladas aguas, en la oscuridad de la noche. La muerte se paseaba por allí, rondaba como loca, llevándose a unos y a otros, sin importar su condición social, si eran mujeres, niños, viejos u hombres. La muerte tan sólo ve almas sin rostro. Pero a mí no podía acercarse y no permitiría que aquellos infantes se aferraran a ella, tenían que agarrarse a mí. El barco se sumergió del todo y arrastró a la gente hacia abajo. Mucha gente consiguió emerger, otros perecieron como los que murieron dentro del barco. Agonía tras agonía... Bajo el agua yo agarré muy fuerte a los niños e intenté flotar para emerger a la superficie. Era muy difícil pero lo conseguí– Albert hablaba con énfasis y Davidé lo miraba enamorado. Le estaba contando cosas sobre su personalidad que le decían que era una maravillosa persona, un corazón noble. –Sigue... –Los saqué fuera e hice que se subieran a una madera que flotaba. Alrededor no había nadie con botes. Esos cobardes no se atrevieron a volver a por los 252

supervivientes. Los odié más que nunca, les hubiera desangrado a todos de un tajo en la garganta.– gruñó con los puños cerrados.– Como los niños yacían exánimes, pero vivos, me propuse arrastrar la madera hasta los botes que había al fondo, lejos. Me costó conseguirlo porque estaba entumecido por el frío, pero llegué. Aceptaron subir a los niños, no tuvieron corazón para negarse. Sólo eran unos pequeños. Yo me dejé caer y caer en la oscuridad antes del amanecer. A la noche siguiente conseguí... –¿Estuviste bajo el agua todo el día?– Albert asintió bajo la mirada sorprendida de Davidé. –Un vampiro puede vegetar. Y por sí mismo volver a la vida. Pero es muy difícil y tan sólo alguien poderoso es capaz de hacerlo. A la noche siguiente me recogieron, no se podían creer que yo hubiese sobrevivido como si nada, así pues se lo tomaron como un milagro de Dios. Después de eso jamás volví a ver a Janín. Esa es la historia. Me siento liberado al contártelo.– echó la cabeza hacia atrás y la melena se le desparramó por la espalda. Davidé la admiró. Tocarla con la mano y que se deslizara como arena dorada. –Es una historia impresionante Albert– unas lágrimas se le resbalaron por la mejilla. –No llores, olvídala. Olvídala. Tal vez te haya mentido, sí... me la he inventado.– Davidé no le creyó. –Albert, Janín era boba. De veras lo era. –Lo sé. – empezó a reírse.– ¡Era imbécil! ¡JA, JA, JA, JA! ¡AL CUERNO CON ELLA! ¡NO SUPO APRECIARME! – se levantó y luego volvió a sentarse. –Tranquilo Albert... tranquilo. – Tengo otra historia que contarte, y ésta es intensamente penosa. –Entonces cuéntamela Albert, y libérate. –Cuando me subí a uno de los barcos que recogían a los supervivientes, aquellos mismos niños que te dije antes me reconocieron al instante y se pegaron a mis faldas, por así decirlo, diciendo que yo era su hermanito mayor. Y jamás me había necesitado nadie Davidé, no podía dejarlos así. No tenían padres, eran de la clase más baja, sólo unos niños solos y hambrientos. Siempre supuse que eran hermanos, aunque no sabré nunca la verdad. Él tenía 7 años y ella 5. La niña parecía algo lenta, no sé realmente qué le sucedía. Pero siempre le costó aprender más las cosas. Aunque tal vez solamente se tratase de que era muy inocente y vergonzosa. Pero dulce como un caramelo y muy cariñosa. Iban a ser mis hijos, así lo decidí al instante. Porque yo jamás tendría hijos propios, por eso ellos lo serían. No quise pensar jamás en que algún día morirían de viejos o de enfermedad, mientras yo continuaría siendo un joven de 20 años. Decían que sus verdaderos nombres eran secretos y sólo ellos podían saberlos. Así que les puse nombre. A él Jean y a ella Suzanne. Me apresuré a marcharme lejos de todo aquello en cuanto pude, no deseaba tener 253

que ver de nuevo a Janín y que me los arrebatara alegando que "sólo eran unos juguetes en manos de un niño estúpido". A mis hijos no les importaba cómo era yo, que durmiese de día y saliera de noche, que no comiera ni bebiera y que fuese extraño. Me querían. Los primeros años viajé muchísimo con ellos mientras les enseñaba a leer y escribir y todo lo que un profesor puede impartir a sus alumnos. Jean era listísimo y aprendía con rapidez. Protegía mucho a su hermana. Él sabía que yo no era normal, que no era humano. En cambio la niña me preguntaba mucho porqué dormía de día y tenía la piel pálida como un muerto. Yo me inventaba cuentos para ella y le hacía dibujitos y muñecas para que jugara. Jean en cambio era un muchacho discreto. No me preguntó nada hasta muchísimos años después. Cuando éste tenía 10 años, nos instalamos en Marsella. En el antiguo barrio de Viex–port, en una casa helenística y romana antigua, cerca de la iglesia de Saint Ferrol. Janín y yo vivimos una temporada por allí, allá por el 1855, cuando la ciudad estaba expandiéndose con los negocios. Janín me enseñó ese mundillo y desde entonces he sabido negociar y hacer dinero. Son cosas que un vampiro debe saber. El caso es que como me gustaba esa ciudad y que tuviera puerto, negocios y una iglesia cerca, no te rías Davidé, yo quería que mis hijos fueran católicos para que no se sintieran diferentes a los demás y se vieran de alguna manera perjudicados. Yo sólo velaba por sus intereses aunque fuera a costa de mis principios. Suzanne era frágil de salud y por eso no la mandé a un colegio privado, además, Jean se hubiese opuesto encarnecidamente, podría jurarlo. Ella era bonita y dulce. Tenía el pelo castaño claro, liso y muy largo, era menuda pero de bonitas formas femeninas y una voz delicada como una campanilla de cristal. Creo que jamás conoceré a una mujer tan buena como lo fue ella... – a Albert le tembló la voz en un desesperado intento de no llorar. Tras un rato, continuó.– Y Jean se fue convirtiendo en un muchachote sano y fuerte aunque serio y de ceño fruncido. Creo que en el fondo me tenía un extraño miedo porque no sé cómo, descubrió lo que yo era exactamente. Una noche, cuando él tenía ya 20 años, como yo físicamente, me preguntó directamente: –Padre, ¿Qué es exactamente un vampiro? Dista mucho de ser como los vampiros de los libros y las historias góticas de terror.– no me sorprendió en absoluto la pregunta. Llevaba esperándola años. –Sí, soy un vampiro, un inmortal, un no muerto... y no, no soy como los personajes literarios, ni como el folklore cuenta. Tengo cerca de 300 años... y bebo sangre de personas humanas, todas las noches. No soporto la luz del sol... pero no nací así, un día, cuando tenía tu edad, me convirtieron en esto que ves y ya nada volvió a ser igual. Pero estate tranquilo, no os tocaré jamás, sois mis hijos, y no permitiré que otro vampiro lo haga. Aquí donde me ves, tan espantoso, puedo acabar con otro vampiro si quiero.

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Jean no volvió a preguntar nunca más. Pero Suzanne sí, porque ya no era una niña pequeña y se daba cuenta de que su padre adoptivo no envejecía jamás. Era tan joven como ella. –Padre, ¿Cómo lo hace para no ser un viejo como los otros padres de mis amigas? Desde que le recuerdo es usted tan joven como ahora. ¿Cuántos años tiene?– en la mayoría de ocasiones, Jean intervenía y salvaba la situación, pero llegaría el momento en que eso no podría evitarse. Jean se marchó a la Universidad en París para estudiar periodismo y ya estábamos en el año 1933. De mis dos niños queridos, él ya no lo era y jamás volvería a serlo. Y ella tenía mucho de infantil. Continuaba con sus muñecas, sus casitas de madera y todo eso. Me pedía que le hiciera muchas más siempre y yo las creaba para ella. La enseñé a dibujar y pintar porque tenía dotes y estudiaba y leía pese a que le costaba aprender. Y es que siempre estaba muy enferma la pobre. No le faltaban pretendientes y Jean y yo, siempre recelosos, la protegíamos. Era nuestra niña pequeña y aunque ya era más mayor que yo, jamás crecería mentalmente todo lo que se podía. Pero más que algo lenta, era inocente y crédula. En una ocasión, un joven prometedor en las finanzas, la cortejó. Jean se puso furioso y yo le calmé porque veía en aquel pretendiente un posible marido para ella. Pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Ese tipejo era un maldito estafador. Un día lo pillé intentando forzarla y la escena del pasado en la que mi tío... mi... bueno, ese cabrón intentando abusar de mis hermanas, se volvió fresca en mi memoria y lo maté de un guantazo delante de ella. Creo que la rabia me cegó de tal manera que no me fijé en nada más. Lo agarré, le arreé un manotazo y lo estampé contra la pared haciéndolo volar. Y luego lo mordí. Cuando me di la vuelta, ella yacía desmayada sobre su lecho. Tuve que marcharme Davidé, irme corriendo lejos de ellos para no hacerles más daño. Creo que fue entonces cuando Jean me empezó a odiar. Me chilló furioso porque Suzanne tenía pesadillas horribles por las noches y sufría al verme. Me tenía miedo, y yo que la quería tanto sufría, era mi niña, mi cielo, mi hija... Davidé lo abrazó muy fuerte, notaba que Albert sufría mucho, tanto que hasta a él mismo le dolía aquello. –Y me marché Davidé, herido como nunca en mi vida. Porque volvía a estar solo. Durante años me encargué de enviarles sumas de dinero importantes para que no les faltase de nada. Jean era un periodista bueno y no necesitaba de mi dinero, aunque a veces lo utilizaba para Suzanne si era necesario. Durante esos interminables años, me volví más duro y me odié a mí mismo más que nunca. Sería siempre un maldito monstruo y nadie me amaría jamás. Cuando alguien como yo ha probado las mieles del afecto, sufre el triple que cualquier otra persona. 255

Suzanne no contrajo matrimonio, les tenía miedo a los hombres y Jean se encargaba de que ninguno se le acercase. Les envié cartas avisándoles de que quería volver a verlos. Nunca pensé que me contestarían y probablemente Suzanne lo hizo a espaldas de su hermano. En la carta me contaba que ella ya no estaba asustada de mí y que, si lo deseaba, podía volver a verla, aunque sin que Jean se enterara de eso. Y así lo hice. Corría ya el año 1943, la Guerra había empezado y ya nada era seguro. Por eso creo que mi hijita quería verme, por miedo a la Guerra. La visité en varias ocasiones hasta que un día él se enteró. Me dijo que me aborrecía porque yo era un monstruo y que sólo un demonio podía mantenerse joven. Fíjate que cosas tiene la vida, que siempre pensé que era Jean quien lo entendía y respetaba y resulta que fue Suzanne la que verdaderamente me admitió como lo que yo era, un vampiro que bebía sangre y vivía joven y eterno para siempre. Tal vez se lo tomaba como un juego o me consideraba un papá especial que las otras mujeres jamás habían tenido ni tendrían. Un papá que podía hacerla volar sobre el suelo al llevarla en brazos... un papá de cuento. Me sentí muy dichoso y nos veíamos a escondidas siempre que podíamos. Aunque en tiempos de guerra había que tener cuidado. Jean optó por ser corresponsal de guerra y en ocasiones dejaba a mi hija sola. Era cuando ella y yo nos veíamos más a menudo. Siempre fue muy cariñosa y me llamaba "papá especial" Ya tenía más de 30 años y seguía siendo preciosa y dulce, angelical en extremo. Aunque noté en ella algo diferente. Al principio no caí en qué, luego, cuando ya fue tarde, lo comprendí. No sé cuándo debió de suceder realmente, fue una noche horrible, los nazis bombardearon Marsella, luego quedó destruida. Y Jean no estaba allí. Como no podía proteger a mi hija de día, nos pasábamos los días escondidos. Estaba débil y enferma. Y entonces hice lo mismo que contigo, la convertí en una vampiro. La diferencia estaba en que... ella quiso, de hecho fue Suzanne la que me lo pidió y yo, viendo que no podía hacer otra cosa, lo hice. Todo pasó muy raro, de repente tuvo un aborto. ¡Yo no sabía que estaba embarazada! Fue eso lo raro que le noté, que no le olía la sangre de la menstruación. Le pregunté quién era el padre y no me contestó. Pero salió mal Davidé, no era como tú, no era fuerte, al contrario. No sé si fue porque no la hice convencido del todo o porque físicamente era débil. Aún así intenté enseñarla pero le daba horror morder a nadie y tuve que ofrecerle la sangre en vasos o de mí mismo. Aunque la realidad es que creé un monstruo que al principio parecía un corderito. Su conversión al lado oscuro de un vampiro comenzó la noche que Jean la aborreció e intentó matarla. Ella... y él... bueno, tal vez te parezca asqueroso... pero el hijo muerto era de Jean. Ella me dijo que era la primera vez que se quedaba embarazada, pero que 256

llevaban años siendo amantes. ¿Realmente eran hermanos? No lo sabré jamás... Suzanne le amaba y al repudiarla así sufrió lo indecible. Fue impresionante ver que Jean, tal vez marcado por los horrores de la guerra, se creyera lo de la estaca y demás bobadas, porque le clavó un trozo de madera puntiaguda en medio del pecho, haciéndola sangrar como un cerdo. Creo que fue entonces cuando en ella murieron todas esas cosas tiernas e infantiles de su persona y apareció el lado oscuro de un vampiro. Se arrancó el trozo de madera y la herida no terminó de sanar. Porque era una vampiro débil y enfermiza. Esos vampiros Davidé... sí pueden desaparecer lentamente y sumirse en el letargo eterno. Su cuerpo no muere y su corazón no cesa de latir, pero por dentro, el alma, ya no existe… Como un alma en pena mordía a la gente, los mataba sin ver distinciones. Yo no sabía qué hacer y me daba miedo decírselo a Erin. Era mi hija por partida doble y jamás podría abandonarla a su suerte. La quería muchísimo y en ella podía ver todavía retazos del pasado feliz en el que ella era una niñita de 5 años y yo su papá especial. Una noche se sumió en un sueño eterno y tuve que quemarla Davidé, porque no tenía sentido dejarla pudrirse sin más. Ella ya no existía allí dentro. Ver aquella pira encendida mientras tu hija arde como cualquier vampiro inmundo que merece morir, fue lo más espantoso de mi vida. ¿Y Jean? Sé que se volvió medio loco y se marchó a combatir. Tal vez murió en el frente, tal vez de las heridas, o puede que en un campo de concentración. Sólo sé que murió porque lo he buscado a través de los años y no queda nada de él... No existe un Jean Aumont ni nadie que se le parezca. En algún sitio está su tumba sin nombre o su cuerpo entre tantas fosas comunes. Da igual, ya da igual... Por eso, cuando te hice Davidé, tenía miedo. Pero eras fuerte y orgulloso y sabía que no morirías como Suzanne. Aún así, te vi sufrir tanto que rememoré todo aquello y me volví más duro y malo.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé se puso a llorar como un idiota mientras Albert lo miraba luchando por no sollozar él también. Davidé jamás había pensado, ni por un instante, que Albert guardara algo tan doloroso como aquello. –Si lo hubiese sabido, jamás Albert, jamás te hubiese hecho aquello. Y ahora me cuentas esto y... ¡Cuánto lo siento! 257

–No llores por favor, porque yo ya lloré suficiente por todos. –Has sido padre, no me lo puedo creer. Dios mío Albert, debiste sufrir muchísimo. –Ya lo he asimilado Davidé, aunque contarte esto también es liberador.– Davidé lo estrechó contra sí y suspiró. Él le había abierto su corazón. Algo entre ellos había cambiado. Llevó las manos a su rostro, quiso acercarse mucho hasta besarle en los labios y abrazarlo muy fuerte, sin embargo no lo hizo. Apartó sus manos y las llevó hasta las de él, cogiéndoselas entre las suyas. –Tú no tuviste la culpa Albert, hiciste lo correcto con tus hijos. Les diste el amor que te negaron a ti y no cometiste el mismo error. Pero los hijos no son de uno, y ellos se equivocan como cualquiera. Fueron sus decisiones. Además, Suzanne te quería como si fueras su verdadero padre. Y estoy seguro de que Jean sólo deseaba proteger a la mujer que amaba. Pero no creo que te odiase de verdad. –Siento no haberte contado todas estas cosas antes, la verdad es que soy muy cobarde. –Todo lo contrario. Eres muy valiente. Y no por salvar a esos niños en un naufragio, si no por atreverte a criarlos. Sabías que sufrirías, porque lo peor que le puede pasar a un padre es sobrevivir a sus hijos. Y tú sabías que tarde o temprano eso pasaría. Eres un vampiro, y los vampiros no podemos vivir con los mortales…aunque le echemos de menos y nos muramos de pena… Albert sonrió tristemente, notando las manos de Davidé apretar las suyas con suavidad. –Toma Davidé, guarda la piedra. Dijiste que querías un pedacito del Taj Mahal, y aquí lo tienes... – la expresión que vio en el rostro de Davidé le desanimó. –Albert, es como un sacrilegio entrar ahí y arrebatarle esto. Por pequeño que sea no es tuyo, no puedes. – se la devolvió. –Ella me dijo que te lo podía dar sin problema. Es un regalo, no puedes rechazar mi regalo. Siempre me rechazas así. ¿Qué es lo que tengo que hacer para que me aceptes? –Perdona, no pretendía ofenderte. Me lo quedo. – luego abrazó a Albert con intensidad y le susurró que tenía que haberse comportado así desde el principio. Luego se dirigió a la puerta. –Albert, escúchame una cosa. No te miento ni intento burlarme. Mi única pretensión es que entiendas algo que yo veo cierto. Puedo comparar tu belleza con la del Taj Mahal, por dentro y por fuera. – tras atreverse a confesar algo así, se fue. 258

♠♠♠♠♠♠♠ Se quedó mirando la puerta. Arrastrándose hasta la cama, logró alcanzarla y dejarse caer sobre ella. –Davidé... me voy a morir si continuas diciéndome esas cosas. No sé si puedo creerte, yo continuo sintiéndome tan horrible que me despreciaría a mí mismo si pudiera. Tal vez sólo un amigo como tú sea capaz de decirme eso para animarme. Tengo miedo, mucho miedo. Ya no sé si podré aguantarme mucho más, en cualquier momento te querré amar vorazmente y sé que aunque me aceptes, eso no lo permitirás. Sigo sintiéndome feo y desgraciado. Me odiarás de verdad, te daré asco, no querrás mi amor, no me querrás a mí, al monstruo... Davidé también estaba en su cama, abrazado a una almohada como si ésta se tratara del vampiro Albert. La acariciaba dulcemente mientras meditaba lo que acababa de ocurrir. Deseaba ir hasta la habitación de él y comérselo entero. Su belleza, su cuerpo, su alma, su corazón. Ahora ya empezaba a conocerle, sabía más cosas de él, de su atormentada alma. No era alguien vacío, al contrario, se notaba que lo que más necesitaba era contar sus miedos y experiencias. Y él estaría allí para escucharlo. ¡Cómo se arrepentía de no dormir junto a él! Y sin embargo ya era demasiado tarde. Notó la piedrecilla en el interior de la palma cerrada. Estaba fría. La miró y pidió perdón a su dueña. Adoraba ese regalo. –Te amo, y no sé si seré capaz de aguantarme por mucho más tiempo el deseo y las ganas. Si me rechazas, desapareceré de nuevo... ♠

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“Cuando fui humano"

♠Durante los días siguientes, Albert lo había llevado a diversos lugares de la India. Tenía que mirarlo y tocarlo todo con sus propias manos. Cerciorarse de que aquello que le estaba sucediendo era real y no un sueño. Que viajaba de verdad con su amor. Sin embargo Albert se comportaba, de vez en cuando, como un egocéntrico y un cínico. Primero le abría su corazón y después construía un muro alrededor. Era algo de su personalidad que comenzaba a comprender. Primero se abría y luego se cerraba. Albert era una persona intensamente sensible y vulnerable.

♠♠♠♠♠♠♠ Desde hacía unos días, no podía comportarse con Davidé de manera natural. Tenía que mandarle y fastidiarle, no podía evitarlo. Tras contarle su experiencia, tras abrirle el corazón, tras escuchar decir de sus bellos labios que era guapo, una protección contra él se había elevado. Aun así le explicaba la historia de cada uno de los lugares que le enseñaba y él lo miraba todo con ojos

♠♠♠♠♠♠♠ –¿Es un templo Budista?– –Verás– comenzó a explicar– Buda se llamaba Sidarta Gautama, era un príncipe, que recluido, vivía en su palacio. El primer día que salió al exterior y vio la realidad, así que deseó marcharse y aprender lo que era la esencia de la vida. Lo malo fue, que lo que aprendió no le satisfago en absoluto. Buda muy abiertos. Decidió llevarlo a un lugar y explicarle algo muy importante. explicaba que el cuerpo y alma eran una sola cosa unidas. Predicaba el Yo. Por eso tampoco fue suficiente para él, pues no encontraba lo que quería. Se martirizó... Pensaba que así encontraría la esencia de las cosas que tanto ansiaba encontrar. Tampoco fue así forma de conseguirlo. Y un buen día se iluminó al fin. Pretendo que entiendas que tú, Davidé, eres tu Yo propio y debes aprender a vivir con lo que tienes, con lo que eres… Davidé se le acercó y le abrazó muy fuerte por la cintura con dulzura. 260

–¿Por qué no eres siempre así?– le susurró al oído. Albert se reprimió pensando que aquella vida era loca y él un imbécil por no confesarle lo mucho que le amaba. Que sin él, no era un YO completo.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert le preguntó a Davidé qué dónde era el lugar al cuál deseaba ir, pues le tocaba elegir a él. –Quiero ir a ver el lugar donde viviste cuando eras humano.– aquella respuesta le sorprendió mucho. Davidé pensó que marcharían a Francia, pero no fue así. Durante el viaje en el avión privado, Davidé le hizo muchas preguntas a su compañero, pues le extrañó que no fueran hacia Europa, sino hacía América. –¿Por qué nos dirigimos hacia el lado contrario? –Porque aunque yo nací en Francia, la parte que mejor recuerdo fue cuando estuve en Canadá. –¿Canadá? No lo entiendo. –En Montreal, Québec, Canadá. Como te he dicho antes, mi nacimiento tuvo lugar en París. Pero me has pedido que te diga dónde viví. Aunque estuve más tiempo en Francia que en Canadá, cuando era humano, del periodo en mi país natal no tengo nada que destacar. En cambio aquí sí. Me pasaron muchas cosas. Lo primero fue el cambio radical que sufrimos. En mi familia éramos comerciantes. Pero nos arruinamos. Así que mis padres y mi tío– esto último lo pronunció asqueado– decidieron cambiar de aires. Además, a mi tío lo querían matar unos tipos. Ojalá le hubieran cortado el cuello de un tajo. En fin, que debíamos poner mar por medio. Así que partimos hacia Canadá. En 1642 fundaron Montreal, que por aquel entonces era llamado Ville–Marie. Nosotros arribamos casi cinco años después. –¿Cuantos años tenías? –Quince.– Davidé se puso a calcular su edad actual sorprendiéndose mucho. –Tienes 353 años– Era tan extraño amar a un hombre de más de tres siglos y medio que había nacido en el siglo XVII. Se quedó callado mirando por la ventanilla del avión y no volvió a preguntarle nada más hasta que llegaron a Montreal.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando llegaron a la ciudad estaba a punto de salir el Sol, así que tuvieron que esperar a que anocheciera para salir. Davidé apenas si pudo pegar ojo, pensando en todas las cosas que deseaba preguntarle a Albert sobre su pasado antes de ser un vampiro. Aquella vez compartían una habitación doble 261

con dos camas. Finalmente quedó rendido mientas soñaba con Albert cuando tenía quince años. Él mismo también salía en ese sueño, pero era un sacerdote y no podían estar juntos. ¡Qué escándalo en aquella época! Aunque en el sueño, Albert sí le amaba...

♠♠♠♠♠♠♠ Albert lo despertó poco después de que el Sol se hubiese acostado en lontananza. Al abrir los ojos recordó aquel sueño y enrojeció, pues en él habían hecho el amor como dos humanos. –¿Vamos? Es hora de ir a visitar la ciudad. ¡Vaya! Ha cambiado mucho desde que se llamaba Ville–Marie.– Albert se echó a reír mientras Davidé lo observaba ensimismado, pensando todavía en aquel erótico sueño...

♠♠♠♠♠♠♠ Rato después, caminaban a la vera del Río San Lorenzo. Montreal era ahora una ciudad enorme y moderna que tenía el puerto principal de Canadá. –¿Sabes? A veces me parece increíble haber estado viviendo aquí, esto está enorme. –¿No habías vuelto a venir? –Sí, pero... Es tan raro recordar lo pequeño que era entonces. –Bueno, teniendo 353 años, es normal que te sientas raro cuando vienes. –En realidad tengo 352, todavía no he cumplido años. –¿Cuándo es tu cumpleaños? Me encantaría hacerte un regalo. –No quiero regalos. Y no te lo voy a decir. –Entonces yo sí que no te diré el mío.– frunció el ceño. –El tuyo es el diecisiete de marzo.– aquello enfureció a Davidé que sintió unas ganas incontrolables de arrojarlo al cauce del río. –Entonces, para más justicia, dime qué día es tu cumpleaños. –Un día– dijo despreocupado, acompañado de un movimiento de mano. Aquello le enfureció todavía más y sus brazos actuaron por sí solos, empujando al despreocupado Albert, que no se esperaba algo semejante. Cayó al agua como un plomo. Davidé empezó a carcajearse doblándose sobre sí mismo. Le dolía el estómago de tanto reír. ¡Era tan divertido! Una manera de desinhibirse. La víctima emergió tosiendo. Aquello se lo iba a pagar. Estuvo un largo rato insultándole pero Davidé lo miraba con una enorme sonrisa en la boca. La 262

gente que paseaba por allí también se detuvo a observarlos. Cuando el vampiro se disponía a salir de allí, Davidé cayó a su lado, saliendo a la superficie y abrazándolo por detrás. –¡DAVIDÉ! Hijo de... hijo de... ¡Maldito seas! ¡Mira lo qué somos ahora! Dos guiñapos mojados hasta el tuétano.– se giró hacia él y lo miró con el ceño fruncido. Su expresión se suavizó al verle sonreír amablemente. Miró su boca sensual mojada, su piel cuajada de gotitas de agua, que se deslizaba de forma sugerente por sus labios. Las pestañas brillaban, apelmazándose en grupitos. Y otra vez su boca. Se moría por aplastarla contra la suya y beberse esa humedad que desprendía. –Vamos a salir de aquí Davidé, no me gusta estar mojado.– Se soltó de él y nadaron hasta la orilla. Unos policías corrieron hasta ellos y al verlos, Albert y Davidé pusieron pies en polvorosa. Corrieron raudos y sin parar. Rieron como si estuvieran más borrachos que una cuba. Al entrar en el hotel no querían dejarlos pasar. Albert tuvo que demostrarles que se hospedaban allí tras lo cual subieron a sus habitaciones.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert se metió en la ducha caliente y estuvo bajo el chorro mucho rato. Cuando estaba abrazado a Davidé en le río, se sintió muy bien y a la vez muy mal, le necesitaba tanto... pero al verlo tan sugerente, tan mojado, recordó lo feo que se sentía a su lado y lo horrible que debía estar con el cabello apelmazado y sobre la cara, con la boca hinchada y toda esa agua encima. Saliendo de la ducha se echó encima la toalla. Davidé apareció en el cuarto de baño, esperando su turno, completamente desnudo. –Bonitas piernas– miró hacia ellas y Albert se acuclilló para que no se las viese más, intentando también no mirar aquella bella desnudez masculina. –¡Lárgate, no he terminado! –Si tú me has visto desnudo a mí, yo también puedo verte a ti. Es lo justo. –No, no quiero, no quiero, no quiero.– se escabulló hacia un lado. –Venga, enséñame lo que hay debajo de la... –He dicho NO.– pero Davidé le hizo retroceder hasta la pared e intentó quitarle la toalla. –No seas tímido. Somos dos hombres, tenemos lo mismo. Eres un vergonzoso. –No me gusta mi cuerpo, no me gusta mirarlo y menos que tú lo mires. 263

–Perdona. No lo sabía. –Albert tenía unos hombros redondos y suaves. Su clavícula le encantaba. Estaba delgado pero no escuálido, como él parecía creer. Se le marcaban los pechos y los pectorales. Cuando era humano debió trabajar mucho en algo físico. Le tocó un pezón sin pensar y Albert le atizó un manotazo. –No me toques, me da vergüenza. –No veo nada feo en tu cuerpo.– Albert enrojeció y volvió a taparse. Empujó al hombre y se marchó del cuarto de baño. Davidé suspiró y prefirió no insistir. Cuando salió de su reparadora sesión de ducha, Albert ya estaba vestido. Su atuendo era simple. Unos pantalones negros que se le ajustaban lo suficiente a las piernas y una camisa blanca y por fuera. –No me has dejado ver los más interesante de tu cuerpo, vampiro sexy.– Davidé emitió una risilla divertida. –¡Vete a la mierda!– le lanzó varios cojines, más rojo que un pimiento incluso para ser vampiro. –No te enfades.– de pronto se puso muy serio.– Me tienes que contar más cosas sobre cuando eras humano. Ven, siéntate aquí conmigo– Albert le hizo caso y que se tumbó de espaldas sobre la cama de Davidé. –¿Qué quieres saber? –Empieza desde el principio. –Nací en París, 1632, en una familia de comerciantes bastante acomodada, que se componía de mi padre Gerard, mi madre, mi tío hermano de ésta, y dos hermanas gemelas, cuatro años menores que yo. Eran muy bellas, como ángeles. Con sus pieles pálidas, sus ojos azules y su cabello largo, negro y liso. Salieron a Gerard, en cambio yo salí a la familia de mi madre. Ellas eran mis musas. Las quería mucho pero siempre las molestaba y fastidiaba. –Eso me suena– comentó Davidé sonriendo. –Mi tío hizo que nos arruináramos. Era un borracho, un jugador de los que apuestan hasta lo que no les pertenece. Tuvimos que marcharnos. Cogimos lo poco que nos quedaba y subimos al barco que nos llevaría a América. Las colonias francesas estaban en Canadá, habían fundado Montreal, allí iríamos. Te lo cuento con los nombres actuales, para que entiendas. El viaje fue muy largo y muy duro. Hubo enfermedades y muertes. Pasamos muchas penalidades, pero conseguimos llegar. En el barco conocí al que consideré mi hermano mayor. Se llamaba Jonh, era británico, pero su esposa era francesa. Era un marinero muy bueno que algún día no muy lejano se convertiría en capitán de barco. Y yo formaría parte de su tripulación. –¿Querías ser marinero? No me lo puedo creer. 264

–Oh, nadie se lo cree nunca– se ofuscó.– Pues sí, eso quería ser yo. No sabía casi ni leer ni escribir, y el mar me gustaba. De hecho, cuando su tuvo que volver, intenté escaparme, pero John me cogió in fraganti, devolviéndome con mi familia. Por aquel entonces me creía todo un hombre, un adulto, cuando era tan tonto como cualquiera de mi edad. Nos instalamos, labramos la tierra para poder comer, aunque continuamos siendo comerciantes. Era muy difícil prosperar y muy lento. Mi madre cada vez estaba más apática, más triste. Yo tenía prohibido acercarme a ella., pues no me quería ni ver, a mí, un pobre crío que no sabía la razón. Aunque al final descubrí cuál era. Pero eso... fue después de... de... – pareció que la voz se le quebraba y Davidé se tumbó a su lado y le acarició el brazo. Eso alentó a Albert que prosiguió relatando su humanidad.– Mi madre jamás que quiso, jamás. Era una mujer guapa, yo me parecía a ella un poco, pero no era guapo. Los niños se reían de mí y me decían sucio y feo. Sé que jamás me alimentó con la leche de su cuerpo, ni me cantó canciones, ni le importé. Mi padre me cuidó, mi padre me quería, y yo a él. Fueron unos años muy duros en los que descubrí muchas cosas. Cosas horribles y que mi corazón no podrá olvidar jamás. Los primeros años resultaron durísimos. Mi madre cada día se encontraba peor. Cada vez que me veía me echaba miradas de odio. Mi pobre padre jamás le sonsacó la razón de ese desprecio hacia mí. Yo no era un hijo deseado por ella. Al menos sé que mi padre me quería y no podré olvidarle jamás. Ignoro dónde estará su tumba, tal vez ni siquiera posea una. Sea lo que sea, ya no existen ni sus cenizas, así que no importa. Pasamos penalidades, momentos peores y mejores. Mis hermanas y yo nos peleábamos siempre, yo adoraba molestarlas. Me decían que era un desgarbado y un chico sucio. No tenía amigos. Además, era un egoísta y siempre desafiaba a todo el mundo. Me han pegado muchas palizas y yo he zurrado a unos cuantos. Y desde luego si se mentían con mis hermanas era capaz de matar. Las gentes llamaban a mi madre "La loca", en realidad lo estaba ya que la apatía la consumía. Mis hermanas eran las únicas que la sacaban de ella. –¿Cómo se llamaba tu madre?– preguntó Davidé cogiéndolo de la mano. Albert puso una expresión como si le costara pensar o recordar algo. –No me acuerdo.– dijo simplemente. –¿No te acuerdas?– él negó con la cabeza. –Intento recordarlo a veces, y lo único que consigo es olvidarlo más. En ocasiones lo tengo en la punta de la lengua.... Lo que te cuento es algo que pasó hace más de tres siglos, a veces pienso que lo soñé, he ido olvidando las cosas. Están difuminadas en mi memoria. Si me preguntas cómo era el rostro de mi 265

padre, de mi madre... o de mis hermanas, no lo sé. Me acuerdo del color de sus cabellos u ojos... pero nada más. Si los viera ahora no podría reconocerlos. –Eso es... –Penoso– le cortó– Es lo malo de vivir tanto, que terminas difuminando los recuerdos, hasta tal punto que jurarías que te los has inventado. Yo al menos sé que me sucedieron aunque no me lo parezca. Pero hay cosas que no se pueden olvidar, como a mi tío. Su cara la tengo clavada en mi mente. –Tu tío hizo algo, ¿Cierto?– la expresión del vampiro rubio cambió radicalmente volviéndose más grave. –Sí... – cerró los ojos, como si intentara visualizar las imágenes concretas– Una noche, una noche agradable, la recuerdo porque era tan agradable el tiempo que contrastaba con los hechos. Aquella noche, yo tenía diecinueve años recién cumplidos, mi buen padre sacó de paseo a mi madre y me dejó con mis hermanas. Ellas tenían catorce primaveras. Pero eran muy guapas y femeninas. Tal vez, dentro de pocos años, las desposarían. Me dijeron que fuese a comprarles un regalo porque era el día de su cumpleaños. Yo las quería mucho y aun así les dije que no les iba a comprar nada, pero era mentira. Yo ya tenían sus regalos. Había ido a la tienda del pueblo y les había comprado dos muñecas muy bonitas que me recordaban a ellas. Nosotros habitábamos un poco alejados de los demás, desde el pueblo no se oía nada. Cuando volví, a mitad de camino, creí escuchar gritos. Corrí mucho y cuando llegué vi algo que me heló la sangre– Albert tuvo un escalofrío cuando Davidé lo abrazó. –Me estás dando miedo Albert. –Tranquilo, yo conseguí que no pasara nada. Y es de las pocas cosas que me siento orgulloso. Mis hermanas chillaban, sobre todo Françoise. Y Marlène le gritaba a alguien que parase. La sangre se me heló cuando al abrir la puerta me encontré a mi tío intentando violar a Françoise y viendo a Marlène atada de pies y manos gritando mientras lloraba como loca. Me sentí horriblemente culpable de haberlas dejado solas. –No digas eso Albert, cómo ibas tú a saber algo así de espantoso. –¡Porque debí imaginarlo! Me peleé con aquel bastardo hijo de puta hasta la extenuación. Françoise le atizó bien fuerte en la cabeza y lo dejamos inconsciente. Desatamos a mi otra hermana y nos abrazamos. Lloré como nunca, porque no sabíamos qué hacer. Ese cerdo nos había amenazado con matarnos muchas veces si decíamos cosas, muchas veces. Por suerte no consiguió penetrar a mi hermana, llegué a tiempo. Había dicho que ese era su regalo de cumpleaños. ¡El muy cabrón! Cuando volvió en sí nos amenazó de nuevo con que, si decíamos algo, mataría a nuestro padre. Si me hubiese amenazado a mí, no importaba porque mi vida no valía un comino, pero a mi padre, eso era otra cosa. Después de eso no dijimos nada. Ese hombre era enorme y fuerte. Muy peligroso pues estaba loco. Mi padre en cambio era un buen hombre. 266

–¿Y qué sucedió después? –Tuvimos que decir que los rasguños que tenían mis hermanas, y los golpes, se los había hecho yo. Era la única solución. Mi padre se enfadó mucho y me pegó, pero no me importó. No me pegó mucho ya que tan sólo quería darme una lección. Pero mi tío sí que me pegó una tunda que casi me dejó paralítico para toda mi vida. Desde ese día yo ya no volví a caminar bien. Y para colmo se burlaban de mí y me llamaban tonto y andrajoso porque era algo tartamudo y miope. A veces quería morirme, pero no podía hacerlo porque tenía que cuidar a mis hermanas y a mi padre. Era un paria para la sociedad. Siempre supe que nadie me amaría, que pasaría el resto de mi vida solo cuando me marchara de casa. –No es cierto– le cortó Davidé cogiendo lo del brazo e intentando abrazarlo, pero el vampiro no se dejó saltándose de él. –No me toques– dijo rudo– Ahora mismo no necesito de nadie, no quiero ver cómo te doy pena. Ese fui yo, ¿Entiendes? Un humano de mierda, pero ahora ya no lo soy, yo nací para ser un vampiro, lo entendí desde el instante en el que lo fui. Apiádate del humano, pero ese ser se perdió, se difuminó junto a los demás rostros y recuerdos. Fue otro Albert muy distinto al de ahora. Un Albert que ya no existe en mi interior. Ese chico humano era un monstruo defectuoso. Te pido que te marches a tu cuarto, quiero estar solo.– dijo enfadado. –Perdona, no debí preguntarte. Espero que algún día sepa cuándo nació el verdadero Albert. Hasta mañana– al pasar por su lado para marchase, le rozó la nuca con los dedos. Albert lo miró alejarse y cuando se marchó, se llevó la mano allá donde la caricia permanecería para siempre. Quiso correr tras él, abrazarlo muy fuerte y decirle que aquel chico humano seguía viviendo dentro de su mente y su corazón y que estaba tan necesitado de amor como aquel entonces. –Pero tú sólo me tienes pena, y eso no es amor. El amor es otra cosa, el amor es lo que yo siento por ti, por eso soy capaz de contarte todo mi pasado, todo mi horrible pasado... Sin embargo prefiero mil veces que me odies, que me desprecies, lo prefiero antes que darte lástima.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé se metió en su cama muy entristecido. Albert le daba mucha lástima, sus experiencias fueron espantosas. Pero eso hacía que su amor por él se agrandara y creciera. Ahora veía en él una enorme fragilidad que abrazar. Tenía un concepto de sí mismo muy penoso. Se tachaba de monstruo, de persona despreciable y andrajosa. Y no era cierto, lo que había hecho por sus 267

hermanas no tenía precio. ¿Y qué culpa tendría el pobre de que su madre no le amara? –Cariño mío, si yo hubiera nacido en tu tiempo, te habría amado igual, sin importarme nada más. Poder abrazar tu fragilidad. Te hubiese amado para siempre y no hubieras estado solo nunca más.

♠♠♠♠♠♠♠ A la noche siguiente, Albert estaba muy serio. Se limitaba a decirle alguna frase corta y precisa. La muralla volvía a estar levantada. Aunque el sol ya se había marchado, perduraba una cierta claridad. Era lo único del día que les quedaba. Le había vuelto a preguntar cómo se convirtió en vampiro, era algo que necesitaba saber. Pero Albert no contestó nada coherente que le dejara satisfecho. Alquilaron un coche, aunque no sabía para qué. Bajó la ventanilla para que le diera el aire, mejor eso que el silencio de su compañero. Éste conducía mirando al frente, parecía una estatua al volante. Lo miró, el airecillo que se filtraba por la ventanilla hacía que los cabellos rubios del vampiro se movieran a su alrededor. Parecían gasas amarillas flotando al viento. –¿Dónde me llevas? Aquí el aire es muy húmedo. Y hay un ruido de agua al fondo. –A las Cataratas del Niágara. –¡Oh!– exclamó– No lo hubiera adivinado si me hubieras hecho un juego. –Esta vez no hay juegos– comentó sin mudar su expresión seria. Eso entristeció aún más a Davidé. Para colmo el cielo estaba encapotado, lleno de nubes de tormenta. Una noche triste y deprimente.

♠♠♠♠♠♠♠ Rato después, ya estaban observando la impresionante forma de caer que tenía toda aquella agua, una especie de vapor frío se levantaba desde aquel abismo. No es que fueran las cataratas más famosas del mundo, pero impresionaban bastante. –¿Por qué me has traído aquí? Estoy seguro de que no es solamente para ver unas de las cataratas más famosas del mundo.– Albert se apoyó en la barandilla y no dijo nada en varios minutos. Davidé fue paciente, a él parecía costarle empezar. –Un año después, tal vez algo más tras aquello que sucedió, tenía yo ya veinte años y mis hermanas quince. Vinimos aquí sin decírselo a nadie, escapándonos. No tuve sentido de la responsabilidad, fui un niñato. 268

Françoise se moría de pánico sólo con pensar en acercarse al agua. Me burlé mucho de su miedo, la reté a que se acercara como nosotros todo lo posible. La estuvimos instigando un buen rato, hasta que, herida por nuestras palabras, se atrevió a hacerlo– llegados a ese punto, la voz se le quebró del todo, siendo un hilillo. No podía continuar. Se agarró a la barandilla, como si tuviera vértigo, y cayó de rodillas sobre el suelo. Davidé comprendió horrorizado cómo debía continuar la historia. –Oh Albert– lo abrazó por el cuello tras arrodillarse a su lado, y le apretó fuerte contra su pecho. –Davidé... ella... se me escapó de las manos. La agarré, la agarré muy fuerte, pero estábamos tan mojados que su manita blanda se me escurrió y no pude mirar. Las aguas se la llevaron, hasta que se perdió entre las cataratas, entre la caída de las aguas y murió. Debió morir entre la más espantosa de las agonías.– Albert quiso llorar y se dio cuanta de que no podía. ¡Quería llorar ante Davidé y no podía! Se encontraba en su regazo, él le acariciaba los cabellos dulcemente, susurrando palabras piadosas y lastimeras. Aquello era lo que no le permitía llorar libremente. Que producía lástima. Empujó a Davidé al suelo y sin más se subió a la barandilla. El otro vampiro se quedó perplejo, sin saber a qué atenerse. –Albert... – gimió su nombre con miedo. –¿Qué pasaría si me tirara? –¡NO SEAS IMBÉCIL ALBERT!– chilló– ¡BÁJATE DE AHÍ! –¿Lo sentirías? ¿Sentirías mi muerte? Reconócelo, te desharías de mí definitivamente, serías libre para siempre. –¡Estás loco! ¡Bájate de ahí ahora mismo, por el amor de Dios! –Eso, rézale a Dios, al menos a ti te queda eso, a mí ya no me queda nada.– Davidé se acercó a él lentamente. –No intentes cogerme, soy más rápido que tú, no tendrías tiempo de impedírmelo. ¿Por qué no acabar como mi pobre Françoise? Me lo merezco por ser un cabrón sin sentimientos. Ya no me queda nada. – repitió. –Albert, ¿Y yo? ¿No soy nada? Me tienes a mí... – su voz denotaba fuerte nerviosismo. –Me desprecias– dicho esto se dejó caer sin más y Davidé gritó. El agua ni siquiera llegó a tocar a Albert, que se quedó suspendido en el aire. Volvió a tomar tierra ante la mirada desencajada del vampiro Davidé. La expresión de éste se tornó rabiosa y su primera reacción fue la de abalanzarse contra Albert y propinarle un fuerte puñetazo que lo derribó. Continuó agrediéndolo rabioso,

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muy enfadado. Pero Albert consiguió inmovilizarlo, dejándolo bajo su cuerpo. Davidé lo miraba con muy mala cara. –Estúpido... soy un inmortal, aunque me tirara de verdad no me pasaría nada.– El otro enrojeció de pura vergüenza. –¡¿Por qué me has hecho pasar por este mal trago, pedazo de cabrón?!– le chilló. -¿Por qué tienes que burlarte así de mí? –Quería saber si significaba algo para ti o por el contrario te daba igual. –Claro que no me da igual Albert, en mi vida sólo me quedáis mi hermana y tú, nadie más. Ya ni siquiera puedo enfadarme contigo como antes– después levantó la cabeza del suelo y besó a Albert en la mejilla. El vampiro rubio creyó morirse, era el primer beso que recibía de él y no podría olvidarlo jamás. Sus labios húmedos, tocando su mejilla deliberadamente. Volvieron al coche para resguardarse. Había comenzado a caer una tromba de agua impresionante, justo cuando estaban en el suelo... –Yo la maté Davidé... –Albert, no sé qué decirte. Fue un accidente, no podías saberlo. Dios lo quiso así. –Ese día dejé de creer en su existencia. Si Dios hubiese existido, ella no habría muerto, permitiendo que se salvara y hubiera hecho que yo muriese en su lugar. –A veces, Dios hace cosas que no se pueden entender. Cuando murió mi madre yo no le eché la culpa al Señor, ella debía fallecer.– Albert lo miró negando con la cabeza. –Cada cual puede pensar lo que más desee. –Tienes razón, perdona. –Creo que me siento liberado después de contarte esto también. Ya he pagado por lo que pasó. Lo he pagado durante más de 320 años. –¿Qué quieres decir? –Mi hermana Marlène desapareció sumida en un trance, el shock fue excesivamente fuerte. No me atreví a volver a casa y cuando lo hice, solamente estaba mi madre en ella. Entré y me miró con ojos vidriosos. Al fin me habló tras tantos años. Me preguntó dónde estaban sus hijas. –"Muertas, ellas murieron" le dije. Sonrió como si ya supiera que habían muerto. Me indicó que me acercara a ella y yo, que era muy alto, me acuclillé a su lado en la cama. Me rozó la mejilla. No recordaba que me hubiese tocado nunca, ni cuando era niño. Después me susurró algo que me destrozó aún más, que me hizo comprender porqué yo le daba asco. 270

–¿Cuál era? –Yo soy hijo de algo pecaminoso, de algo asqueroso y denigrante. Yo no merecía vivir, no debí haber nacido jamás en mi vida. ¡Pero tengo miedo a decírtelo y que me rechaces! –Dímelo Albert, debes contármelo, sacarlo fuera. –Yo no soy hijo de mi padre, sino fruto de una violación, de algo incestuoso... – A Davidé se le congeló el alma, el corazón y el cuerpo. Ahora lo entendía todo, ahora comprendía que Albert era hijo de su tío. Ese ser repugnante había violado a su hermana y el fruto de aquel pecado era Albert. Tuvo que salir del coche porque un remolino de sensaciones lo estaba matando. Dejó que la lluvia le mojara, que se impregnara en él. Albert pensó que Davidé lo odiaría como le odiaron todos. Incluido el que siempre consideró su padre, Gerard, que lo expulsó de su casa junto con su tío. Miró la figura de Davidé, tras el empañado cristal. Luego puso el coche en marcha y apretó el acelerador. Davidé se dio la vuelta y abrió la portezuela antes de que fuera demasiado tarde. –¡Albert! ¡Para! ¿Qué haces?– dijo al meterse dentro del auto en marcha. –Creía que me odiarías al saberlo, que te daría asco saber de qué clase de asquerosidad nací. –Tú no tienes culpa de ello, no la tienes. No me das asco, creo que tú no eres el culpable. Te lo ruego, perdóname si he salido del coche, pero debía asimilarlo. ¡Es muy fuerte! –¿De verdad no te doy asco? –No. Tú no tienes la culpa, ni tu madre tampoco. – repitió. –Esa noche ella murió. Cuando mi padre llegó, me encontró llorando como un niño sobre su pecho. Estaba muy blanca y muy fría, con los labios pálidos y la mirada perdida en el techo. Él siempre la había amado, aguantando tantos años de apatía y desgracia. Desde aquel día, mi padre cambió, se volvió un amargado y mi tío cada día me repugnaba más. Hubo una gran pelea, en la que mi padre y mi tío se pegaron porque éste ultimo quería golpearme sin razón. Entonces se enteró de que yo no era su hijo porque mi tío se lo dijo. "Tú no tienes derecho sobre Albert, Albert no es tu hijo, es mi hijo" Aquel día también Gerard comprendió muchas cosas sobre mi madre y sobre mí. Me repudió, borracho como estaba. Cogí todas mis cosas y me marché, deseaba la muerte. Aquella noche debía haber muerto, pero sucedió otra cosa bien distinta. Cuando entré en la habitación que fue de mis hermanas, para coger las dos muñecas que les regalé, ya no estaban allí. Me fui al bosque y me escondí en una especie de casa abandonada. Pertenecía a mi tío, la usaba para llevar rameras o lo que fuera. No pude dormir, en mi mente no paraban de hablarme voces fantasmales que me decían 271

que yo era hijo del pecado y merecía morir. Yo lo deseaba, con todas mis ganas porque en mí no quedaba nada bueno. Noté que alguien me observaba desde la ventana. Al principio creí que se trataba de mi tío, pero no me importó. Lo que yo quería era que me matara a palos. Esperé un rato y la sorpresa me la llevé cuando vi entrar una figura de mujer, andrajosa, con el vestido hecho jirones y los pies desnudos. Además estaba muy pálida. Aun así la reconocí enseguida y me abalancé sobre su silueta. Era Marlène, mi bella y dulce Marlène, que había vuelto con nosotros. "Papá estará muy contento", le dije. Ella me abrazó muy fuerte, con una fuerza que me dolió e hizo que me pusiera de rodillas. La miré a los ojos, a sus ojos azules. Eran casi blancos, tanto que parecía ciega. Iridiscían en la oscuridad de la cabaña. ¡Pero aquellos ojos me miraban con frialdad! Ya no era humana, lo supe enseguida, así que se me pasó por la cabeza que era un fantasma. Se inclinó hacia mí y me susurró al oído que yo tenía la culpa de todo. Luego me clavó sus incisivos colmillos en el cuello, muy fuerte, y me dejó paralizado. Noté, sin entender nada, cómo mi sangre era tomada por ella. Me mareé y Marlène me soltó. Luego me dio su sangre. Ni siquiera sé porqué la bebí, sólo tengo conciencia de que lo hice con avidez y todo en mí cambió, pues ya no sería humano nunca más. Después me dejó allí, tirado en el suelo, como un guiñapo andrajoso. –¿Se fue sin más?– Albert asintió. –Sí, jamás volví a saber de ella. Seguro que aquellas muñequitas se las llevó y luego fue a por mí. No puedo reprochárselo. Por eso digo que lo he estado pagando más de 320 años. –¿Y cómo sobreviviste? –Yo no conocía nada sobre vampiros. De hecho, yo no sabía de su existencia. Es como si en aquel tiempo me hubieran dicho que habría televisión, no me lo hubiese creído. No supe lo que era, hasta años después. Ese amanecer me desperté sobresaltado. Algo cegaba mis ojos y me quemaba la piel. Era la luz del Sol. Me escondí tapado con mantas, bajo la cama. La luz no me dio, pero yo tenía mucho miedo. Al anochecer, supe que debía salir. Tenía mucha sed y hambre a la vez. En mí se había producido cambios. Mis piernas ya no cojeaban, caminaban bien, no tartamudeaba como antes, y veía mejor que nunca. Era fuerte. Ya conoces esas sensaciones. Lloré mucho, grité como loco al ver que de mis ojos manaba sangre. Me espanté tanto que salí corriendo espantado. Fui al lago y metí la cabeza para beber agua. Luego la vomité como es natural. Continuaba con esa sed exasperante. Quise preguntarle a mi padre qué me sucedía. No estaba, en cambio sí mi tío. Al verme me dijo. "Hijo, ven con tu querido padre", quise matarlo. Pero olí su sangre, recordé que la sangre que ella me dio estaba deliciosa. Y yo deseaba beber más y saciar mi sed. Me 272

acerqué a él y le pegué una paliza. Me sorprendió la enorme fuerza que embargaba mi cuerpo. Luego lo agarré y mordí sin miramientos. Lo desangré más y más, era excitante el sabor de la sangre mezclado con el de la venganza. –Esa fue tu primera víctima, ¿Verdad? –Sí, y fue la mejor de todas. Lo maté y jamás me arrepentiré de ello. Maté a mi propio padre. Es la única imagen que recuerdo con nitidez, su rostro desencajado por el miedo y el horror. Más adelante aprendí solo. Entendí que no podría ver el sol nunca más, que para vivir debía beber y alimentarme de sangre humana o animal. Al principio atacaba animales, pero con el paso de los años comprendí que necesitaba la sangre de los seres humanos... –Tu propia hermana es tu creadora. –Exacto. Ignoro dónde está ahora, pero seguro que no está muerta. –¿Y qué más sucedió? –Pasaron bastantes años en los que me escondía en el bosque como un ermitaño. Un día decidí coger un barco y marcharme lejos de allí, volver a mi país natal. Intenté suicidarme muchas veces antes de eso, y ya puedes suponer que no lo conseguí. En cuanto a morir quemado por la luz del Sol no se me ocurrió, pues me daba un miedo atroz eso de quedarme a averiguar qué pasaría. –Es natural, y más si no sabías lo qué te pasaba. -Albert asintió. –Me escondí en un barco, en el que daba la casualidad que estaba John. Me ayudó a esconderme, no le importó que yo fuera diferente. Al llegar a Francia, todo cambió pues yo... Yo no podía separarme de ese hermano mayor que tanto quería y le hice mi vampiro en contra de su voluntad. ¡¿Por qué siempre cometo el mismo error?! Fue mi primer vampiro... y él sí que no me lo perdonó jamás... Ahora ni siquiera sé si está vivo o muerto... –Está vivo. –¿Por qué dices eso?– Albert miró a Davidé con expresión extraña. –No te lo había dicho antes porque no me acordaba. Son tantas emociones... Pero hace tres años, después de nuestra separación, me encontré en Pisa con unos vampiros que tenían un Sire. Y ese hombre era tu Jonh. –¡No digas tonterías! –Él me lo dijo. No tengo porqué inventármelo. La verdad es que nos sorprendimos mucho los dos. El primero y el último... – Albert no dijo nada, estaba alucinado. –¿Y era feliz? –Yo creo que sí, al fin y al cabo era el jefe del clan. Aunque me parece que no te ha perdonado todavía del todo... –Le hice un vampiro porque me sentía solo y perdido. 273

–¿Has hecho muchos vampiros, verdad?– Albert lo miró sin comprender la pregunta. –Sólo tres.– Davidé enrojeció. Si a Jonh lo creo por miedo a estar solo, a su hija Suzanne por amor… ¿Quería decir que a él también lo había hecho por alguna razón similar? –Vaya... Pensé qué... –Hacer un vampiro no es tarea fácil, además... yo... –¿Por qué me hiciste vampiro?– era la misma pregunta que le había hecho hacía años, aunque ahora Davidé sabía que la respuesta sería diferente. –Porque me sentía solo... y porque no quería que murieras. – cerró los ojos con el corazón en un puño. – Pero sé que todavía no me has perdonado del todo lo que te hice. –Yo ya te he perdonado... – Albert lo miró con expresión agradecida. –¿De veras?– él asintió en silencio. –Marchémonos de aquí Albert, que esto no sea más que una historia pasada, un recuerdo borrado por la lluvia. Quiero irme y no volver jamás. –Yo también Davidé. Quiero olvidar esto. Arrancó el coche de nuevo y se marcharon de allí sin mirar atrás ♠

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“Flores de cerezo"

♠Davidé eligió de nuevo el lugar que deseaba visitar y conocer. Japón. Albert le preguntó la razón de haber escogido un país como Japón. –Pues porque es muy diferente a otras culturas. No se parece en nada a lo que me ha rodeado durante toda mi vida. Y siempre me ha llamado mucho la atención. –Es un país muy bonito, con mucha tradición. –¿Ya has estado? –No hay lugar en este universo en el cual no haya estado.

♠♠♠♠♠♠♠ En Japón pasaron la mayor parte de noches y días. Apenas hablaron sobre el pasado y Albert se sintió muy a gusto no teniendo que contar nada más. Davidé tampoco le preguntó. Pasearon por un típico jardín japonés, con sus preciosos estanques y puentes. El agua era fresca y clara. Rodeados de la abundante vegetación, tan bien moldeada por manos expertas. Fueron a ver un teatro Kabuki. Davidé no comprendía mucho el japonés, pero Albert, que sí conocía un poco, le traducía todo lo que entendía. Visitaron antiguos castillos feudales, como el de Himeji, donde los guerreros samurai habían reinado en tiempos pasados. –¿Ha habido vampiros samurai*? –Sí, los hubo. Eran temibles. Supongo que ahora serán reputados hombres de negocios. Avistaron el impresionante monte Fuji de cerca, e incluso subieron hasta cierta altura permitida. Fueron a la hermosa isla de Hokkaido, visitando los hermosos bosques. Más adelante, terminaron sentados sobre la Sagrada Puerta Torii en Itsukushima. Era roja y se alzaba en medio del mar. También 275

se recorrieron la moderna capital, Tokyô. Realmente una metrópolis inmensa, llena de vidas, de luces por la noche, de miles de cosas. Albert quiso visitar la Torre de Tokio, pero reconoció que prefería la de París. Era la añoranza.

♠♠♠♠♠♠♠ La última ciudad en la que permanecieron fue Kyoto. Rondando de aquí para allá, de monumento histórico en monumento histórico. Todo le parecía maravilloso a Davidé, tan dispar a las ruinas romanas de su país. El Pabellón de Oro, un templo recubierto con láminas de oro, de extrema belleza. –Fue construido en...– Albert se puso a pensar– ... en la época Muromachi, a finales del siglo XIV. En este templo se recibían a músicos, poetas y artistas. ¿Bonito verdad?– pero Davidé no miraba ya el pabellón, para él no existía allí nada más dorado que Albert. –Sabes muchas cosas Albert. –éste sonrió. –En realidad no tantas, aunque he leído y viajado mucho. –Pues yo creo que eres muy inteligente.– el vampiro enrojeció dándose la vuelta para alejarse de allí. Davidé lo siguió sonriendo.

♠♠♠♠♠♠♠ Caminaron largo rato aquella noche. Kyoto era una ciudad muy hermosa. Pasearon por un parque solitario. A aquellas horas de la noche no había nadie por allí, tan sólo ellos y los cerezos... Terminaron tumbados bajo uno de estos espléndido árboles. –¿Sabes cuál es el significado de Kyoto?– Davidé negó con la cabeza– Pues simplemente la Capital de la Paz y la tranquilidad. Fue la capital durante unos mil años... ¿No está mal verdad? –Es cierto, ahora hay tanta paz y tranquilidad, con este aire fresco y suave. ¿No hueles a flores de cerezo? Sakura*. Lástima que sea febrero y no hayan florecido todavía... –Allá por el siglo VIII, el emperador reinante, ordenó que celebrar cada primavera el florecimiento de estos árboles de tinte rosado. Que cuando hace viento, los pétalos de sus bellas flores vuelan y te acarician. ¿Sabes la leyenda de su color? –No, no la sé. Me doy cuenta de que no sé nada en comparación contigo. 276

–Yo te enseñaré lo que tú quieras, pregúntame lo qué quieras que y te lo explicaré. –Sí, pero ahora cuéntame esa leyenda, me tienes intrigado. Porque debajo de ellos hay muertos enterrados... Las raíces chupan su sangre... Tiñen de asesino y dulce color los pétalos... Bajo el árbol yacen sepultados... Chillan dolorosos, dando cruel aroma al viento... Debajo de los cerezos... Hay muertos enterrados... Davidé le tapó la boca a bote pronto y no dejó que continuara. –Como siempre tan maravillosamente siniestro Albert. Árboles vampiro, como vampiros somos tú y yo... –Árboles vampiro... jamás lo había pensado. Tienes razón, es delicioso. Árboles vampiro...– Davidé deslizó la palma de la mano por el rostro de Albert y la dejó sobre su frente. El contacto de aquella mano le hizo tener una sensación mareante. Inmóvil y fría pero caliente a un tiempo. Su mano... su maravillosa mano... Davidé se mantuvo callado durante largos minutos. Albert cerró los ojos, dejándose llevar por el contacto de aquella piel. Quiso cogerla con sus propias manos y besar sus dedos una y otra vez... en cambio se resistió como un loco a hacerlo. Tenía mucho miedo de que él se apartara asqueado. Davidé miró al vampiro Albert, su expresión era de paz. Había estado pensando en preguntarle algo muy personal. Algo que le daba mucho miedo. El estómago y el vientre le dolían de los nervios. Debía preguntárselo, debía saberlo. –Albert... –Sí...– contestó en un leve susurró. –¿Has estado enamorado alguna vez? Bueno, después de vivir tanto supongo que lo habrás estado en muchas ocasiones– Albert abrió los ojos, muy sorprendido, de par en par. –¿Cómo? 277

–Nada, déjalo. Olvídate de la pregunta– quitó la mano de allí. –No importa demasiado lo que yo haya sentido. No es interesante. –¿No me lo quieres contar? –Tal vez en otro momento. Por favor... ahora no me apetece. –Tranquilo, no te lo volveré a preguntar más.– Davidé se había enfadado, pero consigo mismo. Jamás debió hacerle esa cuestión. Era un estúpido cotilleo. –¿Y tú? –¿Y yo qué? –Que si has estado enamorado. De esa chica de la foto. –¿La de la foto que te guardaste vilmente?– sonrió socarrón al notar la rojez de la cara del vampiro. –Bueno, te la devolví.– gimió sin mirarlo. –Pues sí, yo la amé, hace más de quince años.– era lo que Albert se había temido siempre. Ellos se amaron en el pasado. –¿Me contarás la historia? –Por la misma regla que tú, no debería contártela ya que el señor no ha deseado explicarme la suya. –La mía no fue una historia de amor. No vale la pena. –Bueno, yo te contaré la mía con una condición. Que tú me cuentes la tuya en algún momento.– Albert asintió de mala gana.– Empezaré diciendo que ella se llama Isabella. Ahora vive con su marido y sus hijos. El nuestro fue un amor frustrado. Después de que muriese mi pobre madre, a mí me enviaron a un colegio interno al igual que a mi hermana. El mío era de curas y el de Virna de monjas. Fueron unos años muy duros. Yo me portaba muy mal siempre y me castigaban muchísimas veces. Era una fierecilla difícil de domar. Creo que ya me conoces. Y cuanto más me obligaban y presionaban, más malo era yo con todos. Si alguien se metía conmigo, me lanzaba a la liza, les pegaba a todos unas palizas. En mi familia la religión estaba muy arraigada. Eran, y son, unos puritanos para lo que les interesa. El hermano de mi padre es un cardenal. En fin... que yo he estado educado en la religión católica y apostólica durante toda mi vida. –¿Quieres decir qué crees en Dios porque así te lo enseñaron? –A todo el mundo le sucede. Es difícil de explicar. Proseguiré con lo que te estaba diciendo. Durante años me tuvieron encerrado allí dentro. Muchos de aquellos niños iban a ser sacerdotes en unos años, continuando sus estudios en el seminario. En cambio, yo creía que a mí no me tocaría, que mi padre tenía otros planes para mí. Durante esos años, hasta los catorce, que fue cuando 278

terminé lo que es el colegio, me tuvieron allí. Mi padre me visitó un par de veces al año y las vacaciones las pasaba en el internado con algunos otros estudiantes. Así que me encontraba muy solo. Después, viví con mi padre un año. Yo vengo de una familia de mafiosos, así que ya que yo era su único hijo, debía heredar sus bienes. Aunque como te imaginarás, a mí eso de la mafia no me interesaba en absoluto. Como en principio me negué, decidió enviarme con el hermano de mi madre. Este hombre era muy autoritario, por eso tenía buenas relaciones con el cabrón de mi padre. –No quieres mucho a tu padre, ¿Verdad? –No.– contestó secamente.– Mi padre no ha sido nunca un hombre bueno. No le perdonaré jamás que le diese igual la muerte de mi madre. –Ya veo. Sigue contándome. –Yo sabía que tenía una prima, la recuerdo de mi infancia. Tendría mi misma edad. No era guapa, ni fea, tal vez en su cara no hubiera nada especial, ni nada que destacar a parte de sus labios. Eran unos labios muy bellos. Pequeños como gajos de mandarina y de un tono rojizo. Era pequeña en comparación conmigo, que ya debía de medir un metro ochenta. Bueno, ya la has visto en la foto. Era una muchacha muy simpática que sabía cómo hacer que yo amainara mis enfados. No sé cómo explicarlo, pero supe que la quería y que ella me amaba a mí. Lo supimos y ya está. Tal vez era porque Isabella no era de las que escondían sus sentimientos. Yo sí, yo siempre escondía los míos porque tenía miedo. Pero ella era muy lista, confiaba en sí misma y supo ver en mí que la amaba. Sin embargo, nuestro amor debía ser mantenido en secreto. Primero porque éramos primos y en mi familia eso sería un incesto. Segundo, por nuestra juventud. Y tercero, porque los mayores eran unos egoístas, y en aquellos tiempos todo estaba muy mal visto. Supongo que se nos notó demasiado, porque intentaron separarnos.– la voz de Davidé se tornó muy triste. –¿Y qué hicisteis? –Nos escapamos. Un día, a mediodía, cuando menos se lo esperaban, agarramos una de las camionetas de su padre, que ella sabía conducir, y nos largamos sin mirar atrás. Era una mujer muy valiente. Hicimos muchos kilómetros. Estábamos solos como jamás lo estuvimos antes. Dejarnos llevar por lo que sentíamos era lo único que de verdad deseábamos. Es la única vez que he hecho el amor, bueno, lo hice dos veces, pero sólo con ella.– a Albert se le cayó el mundo encima. Pensar que el cuerpo de Davidé había sido de esa mujer. No la odiaba pero no podía dejar de sentirse celoso y envidioso. –¿Te pasa algo Albert? –No, nada. Es que yo no sé lo qué es hacer el amor... 279

–Lo siento. Si quieres me salto esa parte. –No importa. Quiero oírla. –Bueno... fue maravilloso. Una sensación indescriptible. Pensar que ella era mía y yo suyo. Desnudos bajo una manta, solos para poder sudar, gemir, movernos y gritar cuánto deseáramos. Era tan dulce y pequeña entre mis brazos, y a la vez tan ardorosa. No sé cómo explicarlo. Entrar en ella y morir en su interior. Sé que le hice mucho daño al principio, pero la segunda vez fue otra cosa. A veces me da pena haber perdido esas sensaciones al convertirme en un vampiro. Bueno, fue una de las mejores experiencias que he tenido. –Tengo mucha envidia Davidé, yo jamás he hecho el amor. Soy virgen completamente, en todos los aspectos. Nunca he estado con nadie… – Davidé se sintió morir con aquella afirmación. Si él pudiera… ser el primero, el último y el único… –Mucha gente lo es... alguna vez dejarás de serlo... de manera vampírica. –¿Qué pasó con Isabella y contigo? – cambió de tema deliberadamente. –Dos días después de marcharnos, nos detuvimos en un pueblo. Ella puso gasolina a la camioneta y yo fui a comprar algunos refrescos. Hacía muchísimo calor aquel verano. Cuando me giré, vi avanzar hacia mí a Isabella, me sonreía mucho. Pero a mí se me desdibujó la felicidad del rostro. Observé a su padre y al mío correr hacia ella sin que se diera cuenta. Grité que echara a correr pero no lo comprendió. Cuando se percató de la situación ya fue demasiado tarde. No pudo dar ni tres pasos. Chilló y gritó como loca, yo corrí para ayudarla y no sirvió para nada pues también me atraparon. Lloramos los dos como nunca, cuando todavía mis lágrimas eran de sal. Lo último que pude ver fueron sus lágrimas resbalarse por la cara.– terminó así y Albert lo miró apenado al ver que él lloraba en silencio. –Davidé, no llores. –Es que es tan triste, ¿Por qué nos hicieron aquello? Nosotros no hicimos nada malo, sólo amarnos, ¿Por qué amar es siempre tan triste? ¿Es que nunca conoceré lo que es un amor feliz? Supongo que es un castigo de Dios.... –No digas eso. –Luego la casaron con un buen hombre que es ahora su marido. Según me ha dicho Virna, es feliz. Cometí un error cuando fui a verla hace unos años a su casa. Tan sólo quería decirle que estaba vivo pero creyó que veía un fantasma –¿Y a ti que te hicieron? –¿A mí? Pegarme una tunda impresionante. Pero el dolor del corazón era demasiado grande para sentir un dolor meramente físico. Luego me metieron en el seminario y me convertí en un sacerdote. Mi tío me dio a elegir, o quedarme en Italia o marchar de misiones. Y opté por esto último. Siempre fui un alma caritativa. Puede que tenga mala leche, pero si puedo ayudar a los 280

necesitados lo hago sin vacilar un solo instante. Parte de mi vida la he dedicado a ello. Creo que en esta época, no fui ni feliz ni infeliz, más bien fue un puente. Para colmo me puse enfermo, como mi madre. Así que opté por volverme una temporada a Italia. Mi tío me envió a la pequeña iglesia en Roma. Siempre supe que no volvería jamás a las misiones, supe que pronto moriría. Y de alguna manera no me equivoqué– Albert comprendió la frase.– Nunca fui libre Albert, en ningún instante de mi corta vida fui libre. De niño estaba atado a las estrictas normas de mi padre. Luego a las del colegio, luego a las del seminario, a las de la iglesia... a las tuyas....– aquello le chocó mucho al vampiro. –Davidé, yo... –Shhhh– le acalló– Necesitaba ser libre para comprenderme a mí mismo. A veces no es fácil. –¿Isabella ha sido la única mujer a la que has amado? –Sí... – Creo que me has contado bastante. –Mi vida no ha sido tan horrible como la tuya Albert. –Cada vida tiene sus cosas de alguna manera. La tuya ha sido difícil para ti.– Davidé su tumbó junto a él, sus brazos se tocaban. Ojalá le pudiera abrazar y besar, bajo los árboles vampiro. Pero entre los amores de Davidé, él no había tenido lugar. –Tengo hambre– susurró Davidé con algo de vergüenza. –Yo también, será mejor que vayamos a hacer de vampiros por ahí antes de que se levante el día. –Por una noche, por una sola noche, me gustaría tanto no tener que atacar y herir a nadie, pero estas ansias por la sangre son imparables. Sólo por una noche...

♠♠♠♠♠♠♠ Albert miró a los árboles vampiro que vivían de los muertos enterrados entre sus raíces y luego lo miró a él. Sintió un impulso sensual, más intenso que la fuerza de resistirse a ello. –Tranquilo... Puedes tomar mi sangre, Davidé– se tumbó sobre él con dulzura y éste abrió los ojos con sobresalto. –Pero no... no es necesario que lo hagas...– se resistió pese a sentir todo su maravilloso cuerpo sobre él. Su olor, su piel, sus cabellos... todo le embriagaba. ¡Cuánto lo deseaba! –Quiero que lo hagas, te lo debo. 281

♠♠♠♠♠♠♠ Tuvo que obligarlo posando el cuello sobre sus labios. El contacto fue abrasante cuando los notó moverse en su piel, muy lentamente... Davidé ya no pudo resistirse más. Deseaba beber de él, morderle, absorber sus fragancias, besar su cuello esbelto como el de un cisne. Pronto Albert notó el punzante dolor de unos colmillos hincándose en su carne. La sensación de ir sintiéndose desangrado embargó todos sus sentidos. Suspiró enamorado, ya nada más le importaba en el mundo que sentir cómo él se llevaba su sangre. Davidé era extrañamente delicado al hacerlo. Notar su abrazo, su fuerte y cálido abrazo estrujándole contra el pecho. Sentir sus dedos en la nuca. Ya no sabía si formaba parte de la realidad o del sueño en el que se había comenzado a perder su conciencia. Era tan importante para él aquel acto, como hacer el amor, como si dejara de ser virgen... no sabría expresarlo con palabras. Era simplemente un sueño hecho realidad. Gimió al sentirse desangrado, la sangre iba pasando hacía el corazón de Davidé. No le quedaban fuerzas para decirle nada. Una sensación mareante zumbaba en su cabeza, todo estaba borroso y no tenía un sentido coherente, se sentía desfallecer. Gimió involuntariamente y Davidé se detuvo.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé no se podía creer que Albert se hubiera tumbado sobre él, y al notar que lo hacía el corazón le dio un vuelco reventándole en el pecho. Por un instante pensó que él iba a besarlo, pero no fue eso. Sucedió algo igualmente maravilloso. Él le puso el cuello sobre la boca incitándole a beber. Lo hizo... lo hizo sin más. Pero controló lo que hacía, si se dejaba llevar por la pasión, quién sabe si Albert se hubiera apartado de él y todo habría terminado. Porque deseaba desnudarlo y morderlo por lugares prohibidos y maravillosos, beber su sangre apasionadamente. Pero se contuvo a todo aquello, decidiendo hacerlo lentamente, suavemente. Aquella sangre tan especial, la más dulce del mundo entero, la más sensual, la del amor. No pensó en parar hasta que Albert gimió extrañamente. Paró en seco aunque su sed jamás se saciara y cada vez bebiera un trago más antes de terminar. Apartó la boca de aquel cuello maravilloso y levantó la cabeza de Albert. Éste lo miraba con vista vidriosa y cansada, de agotamiento. Se sonrieron y después él cayó en el desmayo.

♠♠♠♠♠♠♠ Se lo llevó al ryokan* tradicional en el que se hospedaban, tras lo cual los empleados se ofrecieron a llamar a una ambulancia, pero no quiso. Lo 282

tendió sobre la cama para despojarlo de la chaqueta y desabotonar la camisa de seda. Ahora estaba pálido como un muerto, y muy frío, casi helado. Su corazón latía muy poquito. ¿Qué le había hecho? Pero el tiempo dejaba de existir en momentos como aquel. –Perdona cariño. Tengo que devolverte la conciencia. Y creo que ya sé cómo. – le apartó el cabello de la cara y admiró su belleza. –No me puedo creer que jamás te hayan poseído, no lo puedo comprender. Quiero ser el primero, ¿Podré serlo alguna vez?– respiró profundamente.– Supongo que no querrías hacerlo con otro hombre… ¿Por qué ibas tú a quererlo?

♠♠♠♠♠♠♠ Despertó con un hambre de sangre atroz. Davidé le dio a beber el contenido de un vaso. No supo porqué lo bebió con avidez al principio, hasta que recobró la coherencia y se dio cuenta que aquel líquido no era otra cosa que sangre. Bebió y bebió hasta hartarse, hasta quedar satisfecho y saciado. –¿De dónde la has sacado? –Es mía, tal y como tú me la diste a mí.– Albert lo miró perplejo. Se recostó de nuevo sobre la cama. ¡Había bebido su sangre!– al principio se me ocurrió buscar sangre en alguna parte, como un hospital, pero después he recordado que tú me diste tu sangre cuando estaba enfermo por aquel veneno. –Gracias... – ¡Su preciosa sangre! –Sé que no es tu estilo, sin embargo no se me ocurrió otra cosa que me pareciese más adecuada. Sabes que no me gusta atacar a nadie. Creo haber encontrado la solución a mi problema– continuó explicando– Si voy a un hospital y me llevo una pequeña cantidad de sangre de la más común, ya no necesitaría atacar a más personas. –Yo opto por el método tradicional. Pero si así eres más feliz... – se quedaron callados. –Mira Albert... para ti...– le tendió una flor de cerezo. –¿De dónde la has…?– susurró enrojeciendo de pies a cabeza. –Vendí mi alma al diablo por conseguirla…Le dije, quiero una flor vampiro para otra flor vampiro.– Albert pegó una especie de bote. Aquella indirecta lo dejó muy turbado. Frunció el ceño pensando que se estaba burlando de él. –¿Pero cómo te atreves a decirme eso? –No te enfades. Es una broma...– pero lo miró a los ojos muy serio y el vampiro sintió un escalofrío que le hizo apartar la mirada. –Esa historia me la inventé... no es una flor que se alimente de la sangre humana. 283

–Lo sé, pero eso no cambia la realidad. –Bueno, basta ya. Eres un pedante– se levantó de la cama y se fue hasta la ventana. Bajó la persiana y corrió las cortinas. –¿Te has enfadado mucho conmigo? –No es eso, es que me has dejado exhausto. Eres un tragón. –Pues para descansar y relajarnos, se me ha ocurrido que podíamos ir a darnos un baño a las aguas termales naturales que tiene aquí. A estas horas no habrá nadie que nos moleste.– Albert sopesó la proposición y asintió, no se pudo resistir.

♠♠♠♠♠♠♠ Ya en el onsen*, Davidé se quitó el yukata*. Dejó que se deslizase eróticamente por todo su cuerpo hasta caer a sus pies. Albert intentó no mirar, aunque no pudo echar una ojeada a la vista. –Vamos, está de muerte. Calentita en su justa medida.– Davidé se sentó en una roca suave y lisa por el efecto del agua. Miró a Albert directamente y sin cortarse un pelo, por lo que esté enrojeció como un pimiento. –¡No me mires pervertido!– Davidé se partió de risa. –¡Cómo a tus años puedes ser tan vergonzoso! – Albert se introdujo rápidamente bajo el agua, tapando sus vergüenzas y sentándose a un par de metros de su amigo. –No voy a meterte mano si no te apetece, así que ven aquí. –Te ríes de mí. –No me extraña que seas virgen, con lo estrecho que eres. –¡No te burles! Es porque soy feo. – Davidé lo agarró de un brazo para atraerlo hacia sí y sentarlo justo a su lado. –Te toca contarme tu historia de amor. –No es una historia de amor. –Bueno, pues lo que sea. Me lo has prometido. –Verás Davidé, yo creo que jamás he amado de verdad. Tal vez no me dio tiempo... – Davidé sintió una terrible punzada de dolor en el corazón. Se avergonzó enormemente de haberle dicho lo de la flor, pues era una clara indirecta. –Albert... si no tienes nada que contarme... –Oh sí... Claro que sí. Tú querías saber algo y yo te lo voy a contar. Pero no te rías de mi inocencia, te lo ruego. 284

–Yo no me río de esas cosas. –Creo que nunca he amado a nadie de verdad, pero he sentido cosas que se asemejan al amor, o que al menos eran un principio de ese sentimiento, pues no me dio tiempo a enamorarme profundamente. En mi humanidad, que sólo tuvo una escasa duración de dos décadas, nunca amé a nadie. Con mi aspecto yo siempre supe que no sería amado, y me escondía cuanto podía de las otras personas. Viviría solo y moriría igualmente solo. Es tan triste. Después de convertirme en no muerto, esos defectos desaparecieron, pero yo era más monstruoso que antes. Me hice a la idea de que debía ser alguien frío y cruel, sin sentimientos. –Pero eso es una tontería Albert. El amor es muy importante a lo largo de nuestra vida. –Nadie me lo daba, entonces... yo tampoco podía ofrecérselo a nadie. Durante muchos años, después de saber lo qué yo era, un vampiro, me sentí muy solo, mucho más solo que antaño. Luego Janín me encontró vagando por ahí, como alma en pena. Cuidó de mí, a su manera claro. Se ocupó de enseñarme a utilizar mis habilidades. Pero ella no me trató bien, y eso es algo que ya te he contado. Luego volví a caminar solo. Como no me relacionaba con la gente no sentía nada por nadie. Durante décadas he estado muy solo Davidé. Y otra vez apareció Janín. Al principio me trató bien, luego todo retornó a lo de antes. Maltrato era su juego referido. Y Feo la palabra que más le gustaba repetirme. No me decía "Oye Albert, ven aquí, haz esto" No, ella decía "Eh feo, imbécil, ven de una vez y haz esto ahora mismo" No sé porqué me trataba así, pues yo nunca le hice nada. Pero consiguió que la odiara. –¿No la apreciaste? –De alguna manera sí, aunque la odiaba más que otro sentimiento. –¿Tú no le mostrabas afecto? Al menos cuando era amable. –Creo que no me salía demostrarle afecto.– Davidé sonrió para sí, pues acababa de comprender algo sobre Janín. –Sigue por favor. –Bueno, esa era mi relación con ella. No me relacionaba con nadie más. El siglo pasado, conocí a Erin, fue en la época que éste estaba liado con ella. Él... me trató bien, como a una persona. Le admiraba, y aprendí a quererlo. Pero cuando realmente sentí lo más parecido al amor fue en el Titanic. Yo estaba dispuesto a dejar a Janín de una vez por todas y vivir mi propia vida. Unas noches antes de la catástrofe, paseé por la borda a solas. Tenía sed, debía encontrar alguien de quien alimentarme. Avisté una muchacha que se apoyaba en una pared, andando a tientas. Era ciega, me di cuenta al instante. Me ofrecí a ayudarla. Me dijo, con su bonita voz que se encontraba perdida. No sabía cómo volver a la sala de banquetes. Era muy simpática y me dijo que mi voz era agradable y buena– Davidé sonrió, era cierto – Me halagó mucho aquello y algo en mi corazón nació. Ella era ciega, no me vería nunca en la vida, no vería 285

ni mi torpeza, ni mi fealdad, ni notaría que yo era un no muerto. Era perfecta. Me prometió que hablaríamos más. Fui muy feliz aquella noche, no podía dejar de pensar en esa sonrisa que tenía tan atrayente. Cuando Janín se enteró de eso me montó una escenita alucinante en el camarote. De hecho, me amenazó con matar a la muchacha. Ésta se llamaba Anne. –Es un bonito nombre. ¿Hablaste más con ella?– el rostro de Albert se ensombreció. –Sí, y ojalá no lo hubiera hecho, porque mi ilusión se apagó. Paseamos bajo el fresco aire de la noche. Me preguntó cosas y me las tuve que inventar. Quiso saber cómo era yo y por eso le dejé que me tocara la cara. Me embriagaba su contacto, su delicadeza y dulzura. Tenía el pelo oscuro y ondulado, recogido según las modas del momento. Me dijo que yo estaba muy frío. Me preguntó el color de mi cabello, de mis ojos. Me gustaba tanto aquella mortal, quise amarla para poder saber lo que era el amor. Quise dar mi primer beso, y no pude. Apareció su prometido, yo no sabía que ella iba a contraer matrimonio. Era un joven apuesto y distinguido. Me sentí más horrible todavía. Ella no me vería jamás, pero eso no cambiaba las cosas. Teniendo un partido como aquel para qué querría a alguien tan vulgar como yo. –Ella no podía veros Albert. Le daba igual vuestro aspecto. –Ya lo sé. El caso fue que odié a ese tipo y casi lo llegué a desangrar vivo. No lo hice claro, pero estuve cerca de agárralo y matarlo de un solo trago. Aun así yo no podía dejar de hablar con ella, soy un masoquista. Durante las dos siguientes noches quedábamos tras la cena y hablábamos. Su carabina también nos acompañaba claro. Me enteré de que se tenía que casar por obligación, y que no le hacía ninguna gracia. Tampoco era ciega de nacimiento, sino debido a un aparatoso accidente a los 10 años. Resulta que era una niña muy salvaje e indomable y difícil de controlar, así que se subió a un árbol del que cayó. Desde entonces no podía ser ella misma, valiente y arrojada. –Pobrecilla, debió ser muy espantoso quedarse ciega al mundo. –También me contó algo tremendo, algo que me dolió mucho. Resulta que años después de su accidente, un día paseando con su carabina, se encontraron con una gitana que leía la mano y echaba las cartas. Y ésta le dijo algo terrible. –¿Qué le dijo? –Le contó su pasado, incluso cómo se había quedado ciega. Después su futuro, negro como lo veían todo sus ojos... Le predijo que se enamoraría locamente de alguien, y que poco después moriría de forma muy cruel.– Davidé se quedó de piedra. –¿Se lo creyó? –La cuestión no es si se lo creyó, sino que murió. 286

–¿Pero cómo?– le latía el corazón a mil por hora. –¿Cómo va a ser? En aquella fatídica noche ella estaba bailando en la sala de baile, con él. Incluso dancé con ella un poco. Intenté no separarme mucho de su lado. Janín pululaba cerca y aquella noche si que habíamos tenido una buena pela. Se puso muy rara, nerviosa, no me dejaba salir del camarote, me agarraba y tiraba de mí. Por primera vez en mi vida la vi derramar lágrimas. Intenté razonar con ella, me senté a hablar. Me dio pena. Pero cuando me intentó besar… –¿Te besó?– le cortó Davidé. –No. No hizo más que intentarlo, aunque me aparté al momento mirándola extrañado. No lo entendí.– pero Davidé sí lo comprendió.– Después se puso más agresiva, tras lo cual me fui de allí. Además, creía que Anne moriría a manos de Janín, estaba convencido de ello y por eso no me despegué del lado de la muchacha ni cuando su prometido se puso celoso e intentó pegarme. Salimos fuera para que nadie nos viera y tuvimos una conversación. Me enteré de que acababan de conocerse y de que Anne le pertenecía. ¡Cómo me enfadé por aquello! Me estaba enamorando de Anne, y aunque sabía que no podía competir con aquel imbécil, me sentía indignado. Tampoco podía pegarle, podría haberlo matado, aun así él sí que intentó atizarme. Justo en ese momento el barco rozó “ligeramente” el iceberg y ahí comenzó la odisea más espantosa que he vivido jamás. –¿Qué pasó con Anne cuando empezó a zozobrar el barco? –Volví a la sala de baile con aquel idiota pisándome los talones. Aquello era un barullo de lentejuelas y ropas caras, no encontrábamos a Anne. Al poco también le perdí la pista a él y ya no volví a verlo. Al final la encontré Davidé, di con ella. Se abrazó a mí con tanta fuerza que me dolió el corazón. Luego todo se precipitó muy deprisa. Los botes estaban llenos de gente, aunque no de la suficiente, los pobres que viajaban allí también intentaban escapar, infortunados ilusos. Entonces nos encontramos con los niños y los protegimos. Anne era muy lanzada, dominaba la situación como si pudiese ver lo que ocurría. Yo me limitaba a protegerla y a guiarla. Pero en un enorme barullo la perdí y fue terrible. La perdí Davidé, no sé cómo ni cuándo, pero la perdí. Y con ella mi sentimiento de amor. Como tenía que proteger a los niños no pude buscarla, aunque pienso que hubiese sido en vano, pues allí había demasiada gente histérica. –¡Pero Albert! Es muy probable que se salvara, estando ciega alguien la ayudaría. –No Davidé, no la ayudó nadie. –¿Y cómo puedes estar tan seguro de ello?

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–Porque después de que el barco se hundiera y yo consiguiera que los niños fueran socorridos, la encontré... flotando ahogada y muerta– Albert gimió y hundió la cabeza en las manos. –¡Por Dios! –Debí desangrarla aquella vez que tuve la oportunidad. Y hubiera muerto dulcemente. La culpa fue mía por no hacerlo. Estaba sobre una madera del barco y abrazaba a un niño muy pequeño que también estaba muerto. Fue una persona caritativa y buena hasta el final. Estoy seguro que aunque le hubiesen ofrecido subirse a un bote salvavidas, habría puesto a aquel niño en su lugar para que viviera. –Era muy buena, ¿Verdad?– Albert asintió. –El destino es tan cruel a veces... con ella se me fue todo, el amor, el deseo, la esperanza. Me había atrevido a amar y el destino me dejó claro que no volviera a intentarlo. –Albert... yo no creo eso. –Que mi sirena fuese a parar al mar de nuevo, me enseñó a no intentarlo otra vez.– Davidé sintió unos terribles deseos de llorar abrazado a él y susurrarle amor. Pero si Albert no quería amar… –Lo siento. –Aquella fatídica noche, tras salvar a mis hijos, me abracé a ella hasta que el amanecer asomó en lontananza, y cuando me hundí en el helado mar para esconderme, me la llevé conmigo. La abracé por primera y última vez... Desde entonces me di cuenta de que no puedo querer a nadie de aquella manera. Porque si lo hiciera no haría otra cosa que más que daño. No tengo nada que ofrecer a nadie. Ni siquiera pude salvarle la vida... –Tienes mucho que dar... –¿No lo entiendes? En mi vida me han amado. Nunca.... –¿Y Janín? Vamos Albert, Janín estaba loca por ti. Por eso te decía todas esas cosas. Porque estaba tan enamorada de ti que le aterraba el hecho de perderte. Si te decía que eras guapo, tú terminarías abandonándola. Le daba rabia que no la amases. Está muy claro. ¿Cómo no has podido darte cuenta? Eres muy ingenuo.– Albert se quedó callado, asimilando algo que acababa de comprender. –Oh Dios mío, ¿Por qué no me lo dijo? Me trató muy mal....no puede ser, pero es... –Ahí está Albert, ya te han amado. –Y qué, yo no la amé jamás. La culpa fue suya por tratarme tan terriblemente mal. No era nuestro destino estar juntos... –¿Y cuál es tu destino? 288

–Estar solo, vivir solo... –¿Y Anne? Yo creo que ella estaba enamorada de ti, podría jurarlo sobre una Biblia. – Davidé sentía por dentro que Anne amó a Albert ¡Lo tenía clarísimo! –¡No digas tonterías! Ella estaba enamorada de su prometido... – aunque no lo dijo muy convencido. –¿No decías que ella no estaba de acuerdo? –Sí, pero... –Además, la mujer gitana que le leyó el futuro dijo que se enamoraría locamente, y que poco después moriría... – Albert se quedó tembloroso. –Basta por favor, deja ya de decirme esas cosas. –Tú me has dicho que hablaba mucho contigo, que bailabais en las cenas, que te contaba sus cosas íntimas. Estoy seguro de que... –¡Ella no me quiso jamás! ¡Y se acabó! Mi destino es estar solo. –Veo que yo no cuento... es triste no contar para nadie... –Davidé, eres el único al que le he contado tantas cosas de mí. Claro que me importas, por eso te cuento mis sentimientos. Pero no sé amar, y no hay más vuelta de hoja. –¿Y si alguien te amara? ¿Qué harías?– Albert hizo un gesto con los hombros indicando que lo ignoraba. –Eso no va a pasar. –¿Cómo puedes estar tan seguro de ello? Tal vez haya alguien enamorado de ti en secreto, sin atreverse a decirte nada porque tú te muestras demasiado frío y seco. Dándole la espalda al amor. Albert lo miró con pena, y simplemente salió del agua, se puso su yukata y se marchó.

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé se quedó un rato más en el agua, tomando una determinación. –Tengo que abandonarte. Ya no por miedo al rechazo, ya no tengo miedo a eso porqué sé de sobras lo que me vas a contestar, si no porque no podré vivir cerca de ti sin que tú me quieras. Aunque me lo pasaré bien hasta que llegue ese momento. Basta de historias tristes, seremos amigos y nos divertiremos. El día que te diga adiós, tal vez también te diga que te quiero.

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♠♠♠♠♠♠♠ Albert miró la flor vampiro, la observó hasta que la vista se le tornó borrosa. –¿Por qué te miento de esa manera? Miento y miento por miedo a fracasar de nuevo. – se tumbó de lado sobre el lecho ¿Por qué razón tenía que ser tan desgraciado? ¿Y si Anne le amó alguna vez en el pasado? Entonces ese amor se había perdido para siempre en las heladas aguas del Atlántico y nunca más volvería. Esa sonrisa se perdió, al igual que perdería la de Davidé dentro de poco, estaba seguro de ello. La flor se fue marchitando en la palma de su mano de tan fuerte que la había estrujado. Al igual que se marchitaba su débil corazón tras tanto tormento... ♠

Samurai: Guerreo y noble japonés. Sakura: Flor del cerezo. Ryokan: Hospedaje tradicional japonés. Onsen: Baño termal japonés. Yukata: Bata de tela. 290

“Albert y Davidé"

♠Haydee esperaba ansiosa a que Hans bajara de la habitación, y hacía ya quince largos minutos. ¿Qué estaría haciendo? Estaba cansada ya de esperar sentada en la sala leyendo un periódico. La noche era joven y llena de diversión, incluso para un inmortal, quince minutos sin hacer nada de provecho era tiempo perdido. Y ella era impaciente. Luego decían que las mujeres se pasaban horas emperifollándose cuando los hombres eran peores ¡Y un cuerno! –Hans, te vas a enterar.– se levantó para dirigirse hacía recepción. Llamaría a ese bobo a la habitación para darle un toque. En un par de horas comenzaría la gran fiesta de disfraces del hotel y antes le apetecía hacer una visita a la ciudad par ver los pasacalles. Venecia. Pero como Hans no se diera prisa se les iba a hacer de día. Cuando se dirigió hacia allí algo la hizo detenerse en seco. En la mesa de recepción estaba apoyado un hombre que le sonaba de algo. Era alto y guapo, tan pálido como un vampiro... En realidad, era un vampiro. Podía distinguirlos perfectamente del resto de la gente. La forma en la que se le enroscaban los cabellos sobre la cara, la expresión de su rostro, sus largas pestañas. Dios... pero si se parecía mucho a… ¿Sería Davidé? Estaban en Italia, y Davidé era natural de allí. Aunque había visto fotos suyas hacía tres años. ¿Qué sería de Albert? Hacía mucho que no hablaba con Erin y Albert. Tenía que adivinar si ese era Davidé. Anduvo lentamente hacia el hombre y se le quedó mirando largo rato. Davidé se percató de ello al instante pero prefirió ignorarla. Muchas personas solían hacerlo extrañadas por su aspecto pálido y etéreo. Pero la chica parecía insistir. Era una mujer muy guapa, había algo muy exótico y sobrenatural en ella. –Hola... – Haydee abrió la conversación. –Hola. –Perdona que te mire así, pero es que tu cara me suena.– Ella se acercó peligrosamente y el vampiro retrocedió extrañado. Davidé quiso poner una excusa para marcharse, aunque un hombre la abrazó por detrás a la mujer y besándola en la mejilla. –Hans, ¿Qué has estado haciendo? –Me estaba duchando. 291

–Dijiste que subías un momento a cambiarte el jersey y te duchas sin mí– susurró en su oído. Él rió. –Perdóname cariño mío, lo quiero es gustarte más cada día. –A mí me gustas siempre.– se besaron durante un rato. Davidé los miró sonriendo, qué pareja más feliz y atractiva. Sintió envidia y entristeció por momentos. Jamás podía comportarse así con Albert, para eso hacían falta dos. Se dio la vuelta desapareciendo de la escena...

♠♠♠♠♠♠♠ ¿Qué hacía Albert? Sí solamente había subido a por los abrigos. Y de eso hacían veinte minutos. Iba a subir ahora mismo a por él. Quería ir a visitar Venecia e ir en góndola de una maldita vez. En una ocasión, de niño, había visitado la ciudad de los canales, pero su padre no le dejó ir en góndola. Lo único que recordaba con claridad era el mal olor del agua. De todas maneras, Albert no se lo iba a impedir ir en barca. Se marcharía con él o sin él, pero se marcharía ya. Albert apareció por fin en la sala de espera. Llevaba puesta la camisa de seda, esa tan hermosa que se puso una vez. Se quedó estupidizado mirándolo. –¿Por qué me miras así Davidé? –Esa camisa es muy bonita. Me gustó mucho cuando la vi en tu armario del apartamento de París. –Así que hurgando en mis armarios. –Me la puse, espero que no te enfades. –No me enfado, puedes ponértela todas las veces que quieras. A ti te quedaría mucho mejor– sonrió mientras Davidé lo miraba ensimismado. –Erin dijo que te la había regalado– Albert se quedó con cara de sorpresa. –Pues te dijo una gran mentira. La mandé hacer con todo este floriterio y floripondio ¿Ves?– dio una vuelta en giro sobre sí mismo. –¿A qué es preciosa? –Tú... – se calló. Iba a decir “ Tú sí que eres precioso”. ¡¡Vaya cosa más ñoña!!– Bueno, has tardado mucho.– le reprendió con el ceño fruncido. –Es una noche especial. Hoy es carnaval de verdad. La gran fiesta de Venecia, así que hay que arreglarse. Tú ya vas guapo, pero a mí me hace falta arreglarme más que a ti.– claro que Davidé iba guapo. Con la camisa negra de seda brillante que le había comprado. Era una camisa de esas que se llevan por fuera y que se pegan al cuerpo sensualmente. Además, tampoco se había abotonado la parte superior de la prenda y se entreveía su pecho de forma sugerente. Pendía de su cuello la cruz de plata. Era muy provocativo. Los pantalones realzaban la forma de sus largas piernas. Un pálido vampiro vestido de negro brillante. Estaba muy guapo y muy sensual. 292

–Albert... ¿En qué piensas? –En nada– Un poco más ¡Y habría empezado a babear como un idiota! –Pues vayámonos, que yo quiero subir a un barquito.– levantándose, agarró a Albert del brazo y lo sacó del hotel.

♠♠♠♠♠♠♠ Era un poco complicado conseguir una góndola teniendo en cuenta la demanda de ello y más en la época carnavalesca. Pero Albert sabía que con más dinero se conseguían más cosas y mucho más deprisa. Davidé estaba muy contento, consiguiendo al fin ir por los canales en una góndola. No paraba de sonreír y reírse como un niño pequeño. No cesaba el parloteo. Y Albert no podía hacer otra cosa que mirarlo abobado y oírlo decir todas aquellas frases. Aunque si le hubiesen preguntado qué le estaba diciendo Davidé, no podría contestar satisfactoriamente. Tan sólo era capaz de fijarse en la magia de sus ojos, de sus labios que le hacía olvidar todo lo demás. Sólo existían ellos dos y nadie más. Era una noche mágica…

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé miró a Albert. Se sentía muy nervioso. Hacía un par de noches que estaban en Venecia. Después de lo que Albert le había contado sobre el amor, no sabía cómo tratarle. Pero lo intentó y todo pareció volver a la normalidad. Al menos ahora ya se llevaban bien y en dos días no hubo ni una sola pelea, todo un récord en aquella extraña relación. Albert estaba realmente atractivo. Con esa camisa de seda blanca tan de siglos pasados. Albert tenía muchos años sobre él, ahora lo veía de otra manera. Lo amaba por todo a la vez, por todas sus experiencias. Un alma muy maltratada por el inexorable paso del tiempo. Se avergonzaba de haberse comportado como un mártir en el pasado, creyendo que Albert no tenía sentimientos. Al lado de su sufrimiento, sus desgracias no eran más que nimiedades. El padecimiento de su compañero era infinitamente superior. Era un Albert que acababa de conocer y del que se había enamorado. Había muchos Alberts en Albert, y los amaba a todos, con sus defectos y virtudes. Algo distrajo su atención de él. Una góndola pasó a su lado, lo suficientemente alejada de la suya como para poder tocarse. La pareja que estaba en ella los miraron sorprendidos. Davidé los reconoció al instante. Era esa chica de antes, la del hotel, y su pareja.

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–Oye Albert, esa mujer de allí, antes... – Albert la miró y pegó un salto que hizo zarandearse la barquita. El que los dirigía farfulló algo enfadado. –¡¡¡HAYDEE!!!– chilló escandalosamente– ¡¡¡Haydee!!! ¡¡¡Haydee!!!– ella también se levantó y saludó muy sonriente. –Bájate Albert, te vas a caer.– Davidé lo agarró de las piernas e intentó que se sentara de nuevo. Haydee, que iba tranquilamente en su góndola, avistó a los dos vampiros. Pero lo que más le sorprendió de la coincidencia, fue que Albert iba con aquel chico. Sí, era Davidé definitivamente. Lo que quería saber es qué hacían juntos en Venecia. ¡Debía averiguarlo de inmediato! –¡¡Albert!! ¡Nos veremos en el hotel, creo que estamos en el mismo! ¡Nos vemos en la fiesta!– gritó. –¡¡¡De acuerdo!!!– se despidió el vampiro. Pero no se sentó, así que Davidé se enfado e intento que lo hiciera poniéndose también de pie. –Baja. –No quiero, estoy saludando a mi amiga Haydee. ¡Es Haydee!– le dijo con excitación. –Ya lo sé, ha quedado muy claro, y ahora bájate que todos nos miran.–a Albert le pareció divertido el juego y se resistió hasta el momento en el cual Davidé fue el que acabó en el agua del canal, pues el otro vampiro lo había empujado. –Eso es una venganza por lo de tirarme al río en Montreal. Te dije que te lo devolvería. –¡Maldito seas Albert! ¡El agua está asquerosa! ¡Apesta! –Ojo por ojo. – El no muerto le tendió la mano y Davidé la agarró. Hubiese querido meterlo dentro del agua, pero no deseó que la bonita camisa de seda blanca se estropeara. Mucha gente se reía de ellos. Haydee no paraba de hacerlo desde su góndola y Hans la acompañaba en ello.

♠♠♠♠♠♠♠ Retornaron al hotel para que Davidé se secara y cambiara de ropa. –Desde luego, eres un vampiro malísimo. –Mira quién fue a hablar.– llegaron a la habitación y entraron. –Ahora, por tu genialidad, me tengo que duchar otra vez. Me gustaba esta ropa y tú me has fastidiado. Parezco un pato mareado.– Albert sonrió malicioso. Davidé se duchó y cambió. Por suerte tenía una camisa parecida, de un color violeta oscuro. La ropa se la había comprado Albert. A veces intentaba 294

imaginarse la cantidad de dinero que debía poseer. Ahora sabía que mucho dinero lo destinaba a beneficencia. No quería que otros niños pasaran por la pobreza que él pasó. Albert era una persona bellísima. –¿Estaré guapo?– se puso bien la camisa mientras se miraba en el espejo. Luego sonrió, pero no duró mucho aquella mueca. –¿Será hoy cuando te diga que me voy?– su expresión se entristeció aun más.– Ayer me dijiste que tras esta noche, la última de carnavales en Venecia, nos volveríamos a tu casa... y yo no deseo volver allí. Sí... hoy te diré que me marcho... es inevitable.

♠♠♠♠♠♠♠ Pasó media hora antes de que Haydee bajara a la sala de fiestas. La acompañaba su inseparable ayudante Hans. Iba ella disfrazada de Cleopatra y él de Marco Antonio. Nada más verse, la humana y el vampiro se tiraron el uno en brazos del otro. –Haydee, Cleopatra a tu lado desmerecería mucho. Tú eres mucho más guapa. –Siempre tan halagador. Tú sí estás guapo con esas pecas tuyas– Albert sonrió amablemente. Se había obligado a sí mismo a mirarse al espejo y encontrar cosas bonitas en su rostro. Haydee se sorprendió al ver esa expresión, pues normalmente, si se le comentaba algo sobre su aspecto enfurecía como un demonio. –Mira, este es Davidé. Seguro que os llevaréis muy bien.– Davidé fue muy cortés al besarla en la mano. Era un hombre guapísimo.– Y Davidé, este es Hans– los dos hombres se dieron la mano. –Sabía que tú eras Davidé.– comentó Haydee– Sí, lo supe al verte, pero cuando quise preguntártelo ya no estabas. Al veros en el canal me alegré mucho. No pensé que estuvierais juntos.– sonrió tan tranquila mientras Albert rezaba para que ella no soltara alguna cosa inoportuna. –Ha sido una coincidencia muy grata.– cambió de tema el vampiro. –Y que lo digas. ¡¡Ah!!– exclamó como recordando algo– Albert, ya no podremos cumplir nuestra promesa. Lo siento.– éste no pareció entender. –¿Qué promesa?– la inmortal rió. Se acercó a él y le susurró algo al oído que Davidé percibió, aunque Hans siguió sin comprender nada. El rostro de Albert se ensanchó en una gran sonrisa y el de Davidé se enfadó. –¿Y por qué no podemos cumplirla? –Está claro, porque yo la he roto al confesarle mi amor a Hans. ¡Nos hemos casado!– se agarró a su brazo muy sonriente y él la abrazó a su vez. –Eres tan valiente Haydee. 295

–Pero tú también la has roto Albert.– Este la abrazó fuerte y le susurró un "no". Ella se quedó petrificada. –¿Cómo que no? Pero entonces... –Shhh, calla. Siempre, siempre seré un cobarde. –Albert... – ella miró a Davidé e intentó disimular cambiando de tema.– Bueno, ¿Vais a ir a la fiesta? –No sabemos– contestó Davidé.– Bueno, si me concedes un baile. –Vale, eres un chico atractivo, ¿Por qué no?– Hans se enfurruñó. –Haydee, eres mi mujer, no debes bailar con otros hombres. –¡No seas antiguo! Además, a ti te da tanta vergüenza bailar, tendré que buscarme a otro. –Pero... –Tonto, que sólo será un baile– le echó los brazos al cuello para besarlo tiernamente en los labios. –Hacéis una muy buena pareja– comentó Davidé. –Lo mismo os digo– aquella indirecta hizo enrojecer a los dos vampiros.– ¿Vamos?– todos se encaminaron hacia la fiesta, la cual ya se encontraba en pleno apogeo.

♠♠♠♠♠♠♠ –Oye Davidé, ¿Cómo es que estáis en Venecia? –ambos bailaban apartados de sus acompañantes. Haydee quería saber cosas. –Decidimos irnos de viaje para limar diferencias. Necesitábamos intentarlo. –Ya me contó lo sucedido entre vosotros. Albert es un hombre al que le cuesta expresar sus sentimientos. –Él piensa que nadie le puede querer, y eso no es cierto... – susurró el vampiro. –¿Qué quieres decir? –Nada... supongo que nada. De todos modos pronto este viaje se terminará y me doy cuenta de que no puedo ser su amigo. –¿Por qué? –¿Podrías ser tú sólo amiga de Hans?– ella se quedó petrificada con aquella frase. No, claro que no podría ser sólo su amiga. Porque estaba enamorada... entonces Davidé...

♠♠♠♠♠♠♠ Hans y Albert, celosos, se acercaron a ellos.

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–Bueno, ya lleváis un buen rato. Vamos a tomar algo. – se acercaron al bar, para que el matrimonio bebiese alguna cosa. –Albert me ha explicado que eres una mujer inmortal, pero no una vampiro. –Exacto. Hace mucho ingerí una especie de poción que me convirtió en inmortal. Y Hans lo hizo también. ¿A qué es maravilloso? –Lo es Haydee... qué suerte tienes. Has conseguido en la vida todo lo que has querido. Ojalá pudiese ser como tú. –Hazme caso y arriésgate. –Me alegro por vosotros– dijo Albert dirigiéndose hacia Hans– Te llevas una mujer maravillosa. Para siempre... –Para siempre. – susurró Hans con una sonrisa en los labios. Ya no era el muchachito tímido y receloso de antes. –¿Os vais a quedar en la fiesta?– indagó ella. –No.– contestó Davidé– Ahora iremos un poco a ver pasacalles. –Muy bien. Gracias por vuestra compañía. ¡Ah! Y a ver si esta noche eres un poquito más valiente que de costumbre. – Ella se había dirigido a los dos, sin embargo ambos vampiros pensaron que se había dirigido sólo a uno de ellos.

♠♠♠♠♠♠♠ Era bello ver los bailes, las comparsas, el bullicio, las mascaradas, preciosas vestimentas, adornos, música... todo era maravilloso. La gente aprovechaba al máximo lo poco que les quedaba de la fiesta. Caminaron entre toda aquella gente, agarrándose bien para no despistarse el uno del otro. Buscaron un sitio en el que poder hablar y respirar con desahogo. Se adentraron en calles menos concurridas. –Oye Albert. Antes, cuando hablabas con Haydee sobre lo de esa promesa, me pareció entender algo así de que ya no podíais casaros. ¿Me lo puedes explicar? ¡No me lo habías contado! –Verás, hace tres años hicimos una promesa. Que si cuando nos encontráramos de nuevo, no teníamos una pareja, nos casábamos. Pero en realidad no iba en serio. Yo sabía que ella se declararía a Hans. –Me ha caído muy bien, es muy especial. Es tan extraño ver a una mujer inmortal como nosotros pero que puede salir de día y no necesita la sangre... –Tengo que decírselo a Erin, se pondrá muy contento cuando se entere de que al fin están juntos.

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–Me dan envidia... – suspiró apenado.– Albert, tengo que decirte una cosa muy importante. –Sí, pero primero espérame aquí, voy a por una cosa. ¿De acuerdo? ¡No te muevas! –Claro que sí... – Albert se adentró de nuevo entre el gentío.

♠♠♠♠♠♠♠ Pensó mucho durante el tiempo que tardó Albert, en que debía decirle ya de una vez por todas que iba a marcharse. Que no podían ser amigos. No sabía si abandonarle aquella misma noche y dejar que fuera perfecta o esperar a la siguiente, cobardemente. Sin darse cuenta, pensando en la palabra "irse" se puso a caminar sin rumbo fijo. Pronto todo terminaría en pocos minutos. Tal vez lo mejor era marcharse ya, sin más, sin decir adiós.

♠♠♠♠♠♠♠ Tardó un rato en conseguir lo deseado. Como le gustaban las mascaras, buscó una para Davidé y otra para sí mismo. Al retornar al lugar donde había pedido que esperase a su vampiro, éste ya no se encontraba allí. Eso le puso histérico. Tuvo miedo de perderlo, así, de pronto. ¡Era injusto! Corrió y corrió por los alrededores como un loco. Lo llamó en voz alta sin conseguir que le contestara. –¿Por qué me haces esto? No me puedes dejar sin más. Tal vez se haya ido al hotel. – Sin embargo vio su figura no muy lejos de allí. Davidé le vio también y anduvo en dirección hacia Albert, que respiró aliviado. Le temblaban tanto las piernas que estuvo a punto de caerse de bruces. –Bonita máscara Albert, se parece a ti... a veces... – este recordó que llevaba puesta una máscara de diablo horrenda. –¡Idiota! Me has asustado ¡ME HAS ASUSTADO!– le chilló zarandeándolo.– ¿Por qué te has ido? –Perdóname por todas esas veces en las que te hice sufrir queriendo escaparme sin decirte adiós.– Albert se sintió tan eufórico que lo levantó del suelo y dio vueltas y más vueltas con él en brazos. –¡Albert bájame! ¡Nos van a ver! –Pues que nos miren, me da igual, todo me da igual. Estás aquí y no me importa nada más.– se sentía tan bien que nada más le importó. Davidé notó un mareo horrible, pero no por dar vueltas, sino porque tenía que decirle que se marchaba para siempre... 298

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando dejó a Davidé de nuevo en el suelo, éste tenía una expresión muy triste y melancólica, una expresión que daba mucho miedo a Albert. Algo le sucedía y no sabía distinguir el qué. –¿Qué tienes Davidé? Pensaba que te lo estabas pasando bien.– continuaba abrazando a Davidé, no podía evitar pegarse a él de aquella manera. –Y así ha sido– en aquellos instantes no sabía de qué manera mirar al amor de su vida, como empezar a decirle que era el fin de su amistad. Se lo llevó a un lugar muy apartado por el que ni un alma pasaba. Una callejuela estrecha y oscura. –Me estás asustando. Mira... – intentó cambiar de tema– Te he conseguido una bonita máscara de ángel– se la colocó sobre el rostro. Tenía plumas blancas y brillantes engarzados. Sus ojos pardos continuaban muy tristes tras ellas. Albert supo que algo malo iba a suceder y quiso evitarlo, escapar de ello, huir de lo que no quería oír, fuere lo que fuere. –Albert... –Vayámonos al hotel – tiró de la manga de su abrigo, pero Davidé no se movió en absoluto. En cambio agarró a Albert del brazo, que bajo la máscara tenía una expresión de pánico, y lo aplastó contra la pared. –Albert, escúchame. –No, no, no... no quiero... – negó con la cabeza y voz temblorosa. –Debes oír lo que voy a decirte. Estos minutos son los últimos en los que estaremos juntos. –¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal ahora?– le temblaba excesivamente la voz y las piernas no le sostenían derecho. Se agarró a Davidé, aferrándose a la vida, como si la muerte quisiera llevárselo. –No has hecho nada malo, soy yo el que no se puede quedar contigo. No tiene importancia entender las razones. Sólo sé que me marcho para siempre porque he comprendido que no nací para ser tu amigo. Lo intenté pero no pude– empezó a llorar. Una lágrima roja manchó una pluma blanca de la máscara. –Pero he sido bueno, te he abierto mi corazón como a nadie. No te puedes marchar de una forma tan cruel, abandonándome así. ¡No, por favor, no me dejes!– por primera vez Davidé notó que Albert estaba a punto de llorar y no supo cómo continuar aquello, pero hizo de tripas corazón. –Me voy – hizo ademán de apartarse pero Albert se le aferró mucho más. Iba a perder a Davidé de nuevo y esta vez para siempre jamás. 299

–¡NOOO!– gritó. –Dame una verdadera razón Albert– Éste lo soltó, como dándose por vencido. Se apoyó en la pared deseando que se lo tragara la tierra. –¿U–una r–razón?– tartamudeó. “¡Te quiero! ¡Esa es mi razón!” Pero no, esa no sería válida para Davidé, muy al contrario. –¡Me has traicionado Davidé, dijiste que no te marcharías! –No te lo prometí. Lo intenté sin que pudiera ser. –Me has tenido engañado durante semanas... –No Albert, me di una oportunidad y no sirvió para nada. –Y yo, yo qué... – gimió. Tras la máscara todavía se sentía protegido. A través de las oberturas de los ojos vio que Davidé se despojaba de la suya de ángel que había manchado de rojo y que se acercaba a él. Éste le rodeó el cuerpo con los brazos, estrechándolo muy fuerte contra sí. Albert creyó morirse, era una sensación mareante estar atrapado entre la pared y él. Davidé se inclinó y besó la horrible boca de la máscara, una boca endemoniada. Escuchó el sonido de aquel beso mientras cerraba los ojos. El corazón se le iba a salir por la boca en cualquier momento, el pecho le subía y bajaba a una enorme velocidad. Lo que le estaba pasando era imposible de creer. –Creo que antes de marcharme, he de decírtelo, has de saber la verdad de por qué me voy. Hace tiempo, cuando era un sacerdote, me enamoré de un imposible.– confesó suavemente– Por aquel entonces estaba convencido de que mi amor era impuro, pervertido, innatural, pecaminoso y mal visto. Fue de un vampiro que llevaba una máscara de demonio, como esta. – acarició la mejilla de dicha máscara. Albert se sintió morir al escuchar aquello. No podía ser cierto, no podía serlo... Davidé intentó continuar, sin embargo se interrumpió por las lágrimas que azotaban su garganta y le impedían seguir adelante. Le estaba costando tanto confesar aquello al fin. Le quitó la máscara y la dejó caer al suelo. –Ahora ya no lleva esa máscara horrible porque la ha roto, dejándose ver tal y cómo es. Tan hermoso, tan maravilloso, tan bueno... Y le amo tantísimo que ya no puedo reprimirme más... No llores mi amor, no llores por favor... Te quiero, te quiero con todo mi alma... ¿Llorar? Davidé jamás le había visto llorar... fue entonces cuando se dio verdadera cuenta de que derramaba lágrimas que aquella máscara había tapado siempre. Lloraba ante Davidé, ante él, ante el amor... Le notaba respirar descontroladamente sobre su boca abierta, sentía su intenso abrazo de vampiro, tan fuerte que los huesos crujían. Las sensaciones eran mareantes, su olor, su aliento cálido, húmedo y con sabor a sangre que le golpeaba constantemente sobre los labios... 300

Davidé, que le había confesado que lo quería, tenía a Albert atrapado contra la pared, estrujando fuertemente su cuerpo real entre los brazos. Podía percibir el aroma de sus lágrimas sangrantes, jamás antes él se las había dejado ver. Le amaba tantísimo que hacía mucho tiempo que ya no existía la marcha atrás. –Te amo Albert, ¡Oh Dios mío! Si supieses cuánto te amo, si lo supieses de verdad serías tú el que querría escapar lejos de mí porque sentirías miedo de un amor tan intenso ¡TE QUIERO, TE AMO, TE DESEO DESESPERADAMENTE CON TODO MI CORAZÓN Y YA NO PUEDO MÁS!– Albert no se lo podía creer, las piernas le temblaban tanto, que si no fuera porque Davidé lo sostenía ya se hubiese caído de bruces al suelo. No sabía cómo reaccionar. De pronto, Davidé se inclinó sobre él con una pasión desbordante y le plantó los labios en la boca. Cerró los ojos. Aquello había sido una explosión. Gimió de puro placer, de puro delirio. La boca de Davidé le besaba una y otra vez sin parar, moviéndose por sus labios de un lado al otro. Tuvo sensaciones y sentimientos que jamás creyó que existieran. Se había imaginado los besos de Davidé miles de veces, pero no se parecía en nada a aquella dulzura llena de pasión, no tenían ni punto de comparación. Era distinto a todo lo que había conocido, eran sus besos.

♠♠♠♠♠♠♠ Sabía que pasaría, siempre supo que en aquel momento, el de la despedida, terminaría así. Tenía su boca maravillosa ante él, abierta y jadeante, esperándole. Tenía que tocarla y saborearla. Tuvo una estúpida esperanza de que él le devolviera los besos. Pero Albert estaba como petrificado. Aquello era demasiado frustrante para él. Debía marcharse en aquellos mismos momentos. Se obligó a apartarse y Albert se le aferró mirándolo desesperado. –¡No te vayas! –Adiós Albert, jamás he sido tan feliz como estas semanas a tu lado, pero necesito de ti más que la amistad que me ofreces. Sé que necesitas de alguien para vivir, pero compréndeme... ¡Te quiero y necesito de ti algo que no me puedes ofrecer! ¡Perdóname si te he dado asco, sé que somos dos hombres! Albert reaccionó al fin, percatándose de cuán idiota había sido hasta entonces. Davidé echó a correr lejos de él, pero lo siguió y atrapó al instante. –¡Déjame por favor!– Davidé lloraba intentando zafarse. De pronto Albert lo asió del abrigo y lo atrajo hacia sí en un rápido impulso. Tenía miedo a hacerlo mal, pero no le importó pues no había tiempo de tonterías. Sus labios se unieron de nuevo en un intenso beso del que Davidé se apartó confuso. 301

–¡Basta por fav...!– de nuevo él le besó con sus pálidos labios de vampiro rodeándole el cuello con los brazos y empezó a besarlo muy fuerte para que no se le escapara. Albert ya no tenía ningún miedo, se sentía liberado de ese terror a no ser correspondido. Frotó sus labios contra la boca de Davidé, que por fin lo abrazaba fuertemente. Ahora se besaban los dos con mucha más fuerza de la que tenían. Gemían de puro placer, de puro deseo. Ninguno de los dos se creía aquello que tanto habían anhelado en secreto durante tres años enteros fuera a suceder realmente. En cada beso se desfogaban con rabia. Algunos besos eran más crueles, otros muy pasionales, los había hasta dulces y pausados. Albert intentó apartar el rostro de Davidé un instante, y le fue muy difícil porque él se le aferraba a la boca como un loco. –Davidé... – gimió, al fin podía decir su nombre en un tono enamorado. Éste le tapó la boca con la suya y tuvo que empujarlo de nuevo. –Davidé, te quiero mucho, mi cariño, te quiero mucho. Je T ´aime mon amour. Te amo mucho, muchísimo, muchísimo, muchísimo– le besó en la comisura de los labios mientras Davidé asimilaba aquellas maravillosas palabras, las más importantes de su vida. –Repítemelo por favor– musitó incrédulo. –Te amo... – susurró sobre sus labios– Te amo, te amo, te amo, te amo... y si te hice un vampiro fue porque te amaba y te necesitaba. ¡Esa es la verdad!– le confesó mientras saboreaba sus lágrimas.– Te amé desde el momento en que me sonreíste en aquella iglesia. Desde ese mismo instante supe que te amaría para toda mi vida. Eras tan inalcanzable, tan imposible. ¿Qué querías qué hiciese? Te me morías y sin ti yo no quería vivir. Perdóname por todo lo que te hice. Te amo más de lo que podrías imaginar jamás.– Davidé creyó morirse al escuchar todo aquello. –Albert, Albert, Albert, mi amor, mi ángel, mi vida. Yo también te amé, me enamoré de ti... y te sigo amando. No llores Albert, no llores más mi amor, cariño mío. – pero ni siquiera él podía dejar de sollozar. –¿Sabes lo qué significa tu nombre, Davidé? Significa “el amado”, y yo estoy muy enamorado de ti. No me puedo creer que te esté confesando esto. ¡No me lo puedo creer! ¡Te quiero tanto!– la abrazó más contra él. –Y tu nombre significa "resplandeciente", eres mi ángel Albert, mi ángel resplandeciente. Bésame de nuevo, cómeme otra vez la boca y ya no me iré jamás, ya no nos separaremos nunca en la vida. Te lo juro– le acarició el rostro a Albert, que lo miraba con sus preciosos ojos verde esmeralda, cogió esa cara entre sus manos y le besó con dulzura. Albert hundió sus dedos en los cabellos del vampiro y acarició su nuca. Era maravilloso poder acariciar su pelo negro y corto. Davidé ya le había despeinado hacía mucho en un arranque de pasión. Sus lenguas se acariciaban dentro de sus bocas lentamente. Había tardado más de tres siglos en saber lo qué era un beso de puro amor. Ahora, los dos podían ponerse a pensar en su pasado juntos. Se habían amado siempre sin atreverse a confesarlo. Era tan desesperante, tan horrible saber eso, conocer que habían 302

perdido años de sus vidas en los que deberían haber estado juntos. Pero tal vez el destino lo había sugerido así y ellos le habían hecho caso. Necesitaban conocerse de verdad, expresar sus sentimientos y experiencias. Perdonarse los errores, las peleas y los odios. Comprenderse y ser amigos. Y después mucho más que amigos, ser dos amantes. Eran Albert y Davidé ♠

© Laura Bartolomé

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"Tú y yo"

♠Los dos vampiros continuaban estrechamente abrazados, no eran capaces de despegarse el uno del otro. Davidé lo único que podía hacer era estrecharlo contra sí y oler su aroma de sangre, un aroma que le embriagaba. Albert sentía lo mismo, aunque era consciente de que la gente los miraba con malos ojos, y eso le incomodaba. En aquella época, todavía se veía muy mal que dos hombres estuvieran juntos, y mucho más que lo pregonasen a los cuatro vientos. –Vamos al hotel Davidé. –. Davidé asió su mano y la observó largo rato. A su vez, Albert le observaba a él. Ambos caminaron juntos por las calles de Venecia, unidas sus manos como si fueran una sola. Para Albert las sensaciones que le embargaban eran mareantes. La cabeza le daba vueltas en un torbellino, no se podía creer que ahora estuvieran untos sus corazones. Justo cuando pasaban por un puente, sobre un canal, Albert se apartó soltándolo para apoyarse en la barandilla de dicho puente. En todo el tiempo que llevaban paseando, ninguno de los dos había abierto la boca. Les embriagaba una sensación tan maravillosa, que les impedía mediar palabra. Davidé miró a Albert apoyado allí, observando en el agua una luna reflejada. Le abrazó por detrás y le besó en la mandíbula, pero Albert se apartó un poco incómodo. Allí había demasiada gente. –Albert, ¿Qué te pasa? – le susurró implorante. –¿Es qué me has mentido antes? –¡NO! – Albert se adelantó hasta él y tomó su rostro con delicadeza. Con los dedos pulgar le acarició la comisura de los labios mientras observaba su boca. Por unos momentos lo olvidó todo, pues sólo veía esa boca. Se inclinó para besarle con ternura. Davidé se apartó. –¿A qué juegas conmigo?– preguntó con enfado. –No es tu culpa, es que aquí hay mucha gente que nos mira mal. –A mí me da igual la gente. No pueden hacernos daño, no importa lo qué piensen o nos digan, si no nos entienden, si nos desaprueban o insultan. Lo único que me importa es que tú me quieras. –No me merezco a alguien como tú, he sido tan malo contigo. –Oh Albert... –le abrazó– Ya te he perdonado porque te he comprendido. Moriría por ti. 304

–Y yo sobreviví tantos siglos sólo para encontrarte. Tienes razón, qué importa lo que el resto del mundo opine sobre nosotros, lo único que importa somos tú y yo. –Recuerdo aquella madrugada lluviosa, en la que no podía dormir. Estaba impaciente y además mi enfermedad no me dejaba descansar. Bajé a la iglesia y te vi allí sentado, mojando y ensuciando los bancos de madera y el suelo de piedra, ¡Que luego tuve que limpiar! Me senté a tu lado y tú ni siquiera me miraste. Eras raro. Algo en mí se quedó turbado, mis sentimientos hacia ti cada vez eran más intensos. Me enamoré de ti hasta el punto de desear hacerte el amor con toda la lujuria posible. –Perdóname, por no haber sabido comportarme. –Yo tampoco supe. Me negaba a admitir que me había enamorado de otro hombre y de que eso no era algo malo. Ahora no me importa, eso forma parte del pasado. Ya no nos separaremos nuca más.

♠♠♠♠♠♠♠ Se mantuvieron abrazados un rato, hasta que Albert se apartó un poco y le besó en la mejilla. –Estás muy frío Davidé– éste sonrió con malicia. –Entonces tendrás que darme calor– Albert enrojeció como un pimiento y bajó la cabeza avergonzado. ¿Querría Davidé acostarse con él? Era lo natural en una pareja, pero sólo de pensarlo se moría de vergüenza. Seguro que lo haría tan mal que él se aburriría y decepcionaría. Davidé se dio cuenta de lo qué le sucedía y decidió hacer que se olvidase un rato. –Albert, dame un beso – cuando éste fue a dárselo, Davidé se apartó divertido y echó a correr hacia el otro lado del puentecillo, agitando la mano desde allí, saludando a Albert. Éste caminó hasta él y quiso besarle. –¿No querías un beso? ¿Por qué te apartas? –Porque nos miran. O eso decías tú. –Me da igual, deja que te bese– insistió Albert, picado. –No– negó Davidé. Estaban jugando. Se dio la vuelta y echó a caminar en dirección al hotel. –Bésame Davidé, bésame– se le agarraba al abrigo colgándose de él para dificultar su avance. Unas señoras mayores miraban desde el balcón a los transeúntes, así que Albert decidió escandalizarlas un poco. –No voy a besarte.

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–¿Es qué ya no me amas?– levantó la voz, enfatizando las palabras como si fuera un actor en una obra teatral, exagerando el tono. –¿Es qué nuestras noches lujuriosas ya no satisfacen tu cuerpo? Oh mi amante, besémonos en un abrazo pasional. Deja que te muerda la boca, que mi cuerpo frotándose contra el tuyo te llene de desenfreno sexual– tras la parrafada, las señoras se pusieron a cuchichear escandalizadas. No era normal ver a dos hombres diciendo cosas semejantes en aquel tono tan alto. ¡Eran unos desvergonzados! A Davidé se le escapó una risilla divertida. –Shhhh, nos están mirando. –Besa a este pobre mendigo del amor. Te necesito, bésame, bésame, bésame. –¡NOOOO!– chilló intentando no deshacerse en carcajadas. Las miradas de la gente eran de todas clases. De sorpresa, de diversión, de desaprobación o incluso de asco, pero no les importaba. –Besa mi boca, mi pecho, mi p... – Davidé le tapó la boca, sabía lo que iba a decir. –No.– volvió a negarle.

♠♠♠♠♠♠♠ Llegaron al hotel y en recepción Albert continuó pidiendo besos. –Bésame mucho. –No. –Vamos cariño, bésame hasta que tenga un orgasmo de placer– el encargado de recepción enrojeció de pies a cabeza y Davidé también. –Perdónele, es que cuando bebe y se emborracha no sabe lo qué llega a decir. –A mí lo que me emborrachan son tus besos. Bésame. Dígale que me bese– se dirigió al mortal. Éste se quedó boquiabierto. –Gracias por las llaves. Vayámonos, estás dando el espectáculo. –Bésame cómo tú sólo sabes– dijo caminando hacia el ascensor. En el ascensor subieron, junto a ellos, un hombre corpulento, una mujer joven, que debía ser su acompañante y el muchacho botones que manejaba el ascensor, como a la antigua usanza. –Bésame ya... – le echó los brazos al cuello con movimientos melosos e intentó besarlo. –Te he dicho que no.– dijo en tono de enfado. Los ocupantes del ascensor los miraron de reojo. Albert le plantó los labios en la boca y Davidé lo apartó de un empujón. ¡He dicho NO!– el vampiro rubio se arrodilló a sus pies y empezó a implorarle un beso. 306

–No, es no. ¿Lo entiendes? –¿Entonces no haremos el amor desenfrenadamente esta noche?– el botones soltó una risilla y el hombre corpulento carraspeó. La mujer disfrutaba con el espectáculo. –¡Albert!– chilló.– O te levantas tú o te levanto yo. Ya basta de estupideces. –Si no vamos a ser unos viciosos esta noche, al menos dame un besito– volvió a rodearle el cuello con los brazos. –No, no te voy a besar. –Bésame. –No.

♠♠♠♠♠♠♠ Cuando entraron en la habitación doble que compartían, Albert volvió a sentir pánico ante la posibilidad de que Davidé quisiera hacer el amor y le decepcionara tanto que no quisiera seguir estando con él. Davidé había hecho el amor con Isabella, en cambio él nunca estuvo con nadie antes. Le temblaron las manos al quitarse el abrigo, e intentó hacer cualquier otra cosa. Sin embargo Davidé, que sonreía desde la puerta, observaba aquella forma de comportarse tan evasiva. –V–voy al balcón un rato… o bueno, p–podríamos volver a la fiesta. Tal vez Haydee y Hans s–sigan allí y… aunque creo que voy a darme una ducha, ja, ja, parece que no, pero hacía frío ahí fuera… o no sé, ¿qué quieres hacer?– Albert tragó saliva tras la pregunta que, pensó, no tenía que haber formulado. Davidé, todavía apoyado en la puerta, sonrió divertido. –¿A ti qué te parece?– susurró con sensualidad. –Eh… ¿qué bajemos a la fiesta? –intento hacerse el despreocupado sin conseguirlo. Davidé se adelantó hasta él y lo cogió por ambos brazos para apretarlo contra su pecho, acercando su boca a la suya y mirándolo con deseo. –Lo que quiero es follar contigo de una vez, toda la noche y todo el día.– Albert se quedó petrificado ante tanta franqueza, más muerto de miedo que antes. Sentía sus ojos marrones clavársele en el cuerpo. Él lo estaba recorriendo con la mirada y eso le excitaba, aunque se muriese de pánico. No se podía creer que él estuviera allí, así... diciéndole esas cosas. –No sé si es buena idea… – gimió temblando. Davidé se dejó de rodeos y lo besó tan apasionadamente que su compañero no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar ante tanto enardecimiento. Intentó quitarle el abrigo, y después la camisa, pero Davidé, que estaba muy excitado, no le dejó porque lo que quería era desnudar a Albert antes que nada. Sin pensárselo, le rompió la camisa de seda blanca en dos y se la quitó. 307

–¡La camis…!– pero otro beso tapó su sorpresa. Era su prenda de ropa favorita, aunque en aquellos momentos le daba igual que se la hubiese rasgado así, de hecho aquello le excitó muchísimo. Decidió hacerle lo mismo a la camisa de Davidé, saltando los botones por todas partes. Su amante ya lo había arrojado sobre una de las dos camas, y quitado zapatos y pantalones, y a su vez comenzó a desnudarse desesperadamente. –¡No llevas ropa interior!– exclamó Albert. –Para lo que me sirve. –Eres muy sexy…– Davidé se tumbó sobre él y acarició con ardor sus muslos y caderas, metiendo la mano por dentro de sus calzoncillos. –Tú sí que eres sexy. Te juro que si pudiéramos follar como dos tíos normales, esto de aquí– le acarició el pene con fuerza– iba a vibrar de verdad.– Después, con las manos, le rasgó su ropa interior para dejarlo completamente desnudo. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo de Albert, tocando todos sus puntos nerviosos. Se moría por sentirse abrazado por él. Su amor le apartó el pelo del cuello e inclinándose, sin llegar a tocárselo, susurró sensualmente produciéndole cosquillas. Se abrazó a él y sus pechos se tocaron. –Qué bien hueles Albert, es como un perfume afrodisíaco que me atrapa. – hundió los labios sobre la piel de Albert y los dos se estremecieron a la vez. Le dio uno de esos besos largos, espesos y sensuales que harían desmayarse a cualquiera, de hecho, Albert gimió con un suspiro ahogado. Por un momento, creyó desvanecerse entre esos fuertes brazos. Davidé continuó besándole allí, recorriendo su cuello de un lado a otro, hasta el hombro. Notó su lengua lamerle la piel y la carne. Era lento haciéndolo, como jugando a excitarle. El punto de su cuerpo que más le excitaba era ese, pensar que él podría morderlo en cualquier momento lo volvía loco. Sus manos bajaron deslizándose hasta sus nalgas y las oprimieron. Le gustó tanto que lo hiciera que no quiso reprimir el gemido. Quiso hacer lo mismo, deseaba recorrerlo con las manos. –Eres un demonio... – musitó Albert. –Quiero hacerte el amor Albert– le besó de nuevo en la boca, cada vez con más anhelo. –Oh sí... hazme el amor, házmelo. He estado esperando este momento durante años, sólo contigo, tú y yo... tú y yo... tú y yo... Albert bajo él, bajo su cuerpo. Se inclinó y le besó en la boca, éste la abrió para dejarle paso y sus lenguas se acariciaron intensamente. Estaban haciendo el amor como dos vampiros sólo saben, de la única manera en la que pueden. Davidé apretaba fuertemente a Albert entre sus brazos y éste le clavaba las uñas en la fuerte espalda. –Te quiero– gimió Davidé entre jadeos y respiración descontrolada. Le mordió los labios en una descarga de deseo, haciéndole sangrar y bebiendo esa sangre. 308

–No sabes lo mucho que te deseo, a veces pienso que podría tener un orgasmo de verdad si pusiera todas mis fuerzas en ello.– Albert abrió sus piernas y rodeó con estas el cuerpo de Davidé, apretándolo más. Notó los labios de Davidé sobre sus pezones. Le dolían y picaban de gozo, se moría porque él se los mordiera y lamiera. –Muérdeme, muérdeme, muérdeme – apretó la cabeza del vampiro contra él. Este le mordió tan intensamente que hizo que sus tetillas sangraran. Davidé empezó a bajar hacia el vientre y le metió la lengua por el ombligo. Albert rió de puro gozo. La lengua de Davidé continuó bajando hasta su sexo y lo besó por entero. –Albert... – jadeó su nombre mientras recorría su pene con los dientes y succionaba sus testículos– Albert... deseé tanto hacer esto en mi humanidad. Deseé tanto hundirme entre tus piernas y comerme tu sexo.– hundió los dedos en el vello de su pubis mientras besaba sus muslos. Olía la sangre allí cerca, muy cerca, se moría por morderlo como un loco y chupar su sangre roja y jugosa. Ya no pudo resistirse más e hincó los colmillos en la ingle. –¡DAVIDÉ!– le nombró en un jadeo ahogado.– Davidé... más, más... – pidió apretando la pierna contra su boca y rodeándole más con su cuerpo. Davidé mordió sin querer resistirse más, allí entre sus piernas, en su muslo blanco, suave y maravilloso. Empezó a beber como un loco, a chupar la sangre de las heridas. Mientras saboreaba su deliciosa sangre, le besaba a un tiempo. Aquello era maravilloso, escuchar los jadeos ahogados de Albert que le rogaba más y más. Se apartó de allí y volvió a besarle entre las piernas y subir hacia su cuello después. Lamió la sangre que quedaba en sus pezones redondos y dulces, le besó también en la boca y después en el cuello. Se morían de pasión y deseo, se morían por beberse el uno al otro. Albert comenzó a susurrarle palabras viciosas en el oído que escandalizarían a cualquiera, pero que gustaron demasiado a Davidé. Albert sentía sus labios besarle en el cuello, quiso gritarle, ordenarle que le mordiera de una vez, lo necesitaba, volver a sentir sus colmillos clavarse en su piel, como entre las piernas. Y de pronto los sintió, justo donde le gustaba. Su boca chupando la sangre, sentirse de nuevo desangrado por él. Se abrazó a su cuerpo y le volvió a susurrar cosas al oído, pero esta vez llenas de amor. –Davidé, Davidé, te amo, te quiero. No quiero que esto termine nunca. – gimió cuando Davidé le mordió mucho más fuerte por la pasión. Estaban haciendo el amor de verdad con él. Eran dos llamas haciendo el amor desesperadamente. Los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a sollozar por la pasión que sentía y por la felicidad. 309

–Albert, mi amor, no llores, ¿Te hago daño?– Davidé lo miró con la boca llena de sangre. –No es eso, es que... es que... soy tan infinitamente feliz que tengo que llorar– se besaron de nuevo en los labios y Albert lamió la sangre de la boca de su amor.– Te deseo Davidé, te deseo.– éste se tendió a su lado y esperó a que Albert se tumbara sobre él. –Date la vuelta mi cariño, quiero besar tu espalda, tus nalgas, tus piernas– se giro y notó sus labios ardientes recorrer su cuerpo. Se estremeció al notar los dientes de Albert al morderle en una nalga y su lengua recorrerle los testículos. Albert se tendió sobre él y le susurró al oído. –Si fuese humano, te haría el amor ahora mismo, me metería en ti hasta reventar de deseo y sentir cómo nos retorceríamos los dos al tener millones de orgasmos.– Davidé se dio la vuelta y le besó en las mejillas, allá donde sus pecas habían salido. –Estoy muy enamorado de ti Albert. – éste le besó en la nuez mientras se acariciaban el cuerpo con las manos. Sus piernas, entrelazadas, se frotaban con fuerza y sus pies se besaban. Sus manos se encontraron y entrelazaron éstas apretándose muy fuerte, tanto que podrían romperse. En aquellos momentos se besaban tiernamente, respirando el aliento del otro. Albert sentía el suave roce de las longevas pestañas de Davidé sobre el rostro. Y dentro de su boca, su lengua le acariciaba lentamente. Tenía sed de él, pero a un tiempo no podía dejar de besarle. Notaba cómo los colmillos le pedían morder y era horrible ya que no se veía capaz de dejar de darle besos y apartarse de esa boca. Antes de darse cuenta le mordió la lengua y notó como la sangre caliente brotaba de ella para ser bebida. Davidé gimió. Dejó de morderle y empezó a beber de su boca toda la sangre que de ella manara. Era el néctar delicioso que necesitaba para vivir. Apartó los labios de él y los llevó por todo su cuello, manchándolo de rojo. Davidé no podía hablar por la herida de la lengua, pero gimió de placer cuando Albert le hundió los colmillos en la carne. Esa fantástica sensación de sentirse desangrado, ese mareo delicioso. Éste se movía sobre él como si fueran humanos y le estuviera penetrando. Le excitaba sobremanera hacer aquello. Temblaba de puro deseo mientras él bebía su sangre, no podía dejar de acariciarle el pelo dulcemente y gemir de placer. Davidé buscó su cuello y lo besó mordisqueándolo también. Cuando encontró la postura exacta le mordió y su boca se llenó de sangre. Fue una cadena, Albert bebía de él, y él de Albert. Su sangre se mezcló de verdad y los dos gimieron de felicidad. Se mordieron fuerte, no les importó el tiempo que duró aquello, pues sus cuerpos temblaban de excitación, abrazándose mucho más fuerte, tanto que se clavaron las uñas en la carne. Aquello era como un 310

orgasmo para ellos, pero mucho mejor porque podría durar eternamente. Se daban el extasiante beso del vampiro, hacían el amor a su manera. Su propia sangre pasaba y pasaba por su garganta miles de instantes, mezclada con la del otro, derramándose por el paladar. Podría haber durado para siempre, pero estaban demasiado cansados y exhaustos. En aquello habían puesto y entregado toda la pasión contenida y que necesitaban sacar fuera. Se apartaron lentamente, los dos a la vez, besándose de nuevo en la boca. Respiraban agitadamente, agotados por ese esfuerzo. Sudaban y sus pieles se pegaban por ello. Permanecieron abrazados, en silencio, respirando profundamente, acariciándose. Se miraron a los ojos y Davidé le besó entre ellos y Albert se estremeció de nuevo. Éste pasó los dedos entre los cabellos negros de su amor y sonrió enamorado. –No me mires así Davidé, vas hacer que me ruborice más. –Eres tan bello, si te vieras con mis ojos te volverías loco de amor por ti mismo. A veces pensaba que era un pervertido por amarte. –Tú me has hecho ver que yo no soy tan horrible como yo he creído durante tanto tiempo. –Tonto, por qué tenías tanto miedo de hacer esto conmigo. –Creía que no estaría a la altura. –Te aseguro que lo has estado de sobra. Yo soy apasionado, pero tú, dulce. Nos compenetramos perfectamente. –¿No te he decepcionado?– Davidé se echó a reír, pero luego lo miró con sensualidad. –Para nada. Estaba haciendo el amor contigo… –Albert le abrazó emocionado. Ya no tenía ningún miedo. –Pero tú me has dado más placer que yo a ti. –Te aseguro que darte placer me da mucho placer a mí. Además, esta era la primera vez, y yo tengo pensado que haya más. –¿De verdad hubieses hecho el amor conmigo cuándo eras sacerdote? –Vaya que sí, un montón de veces. Tenía una fantasía contigo. Tú aparecías en mi cuarto, y me seducías. Yo me resistía, por supuesto, pero te desnudabas entero, me tocabas entre las piernas, con las manos y la boca, y entonces me lo hacías. –¿Yo a ti? Pero si no hubiese podido. –Entonces no sabía que un vampiro es impotente. Después, yo te lo hacía a ti… y no parábamos en toda la noche. –O sea, que te masturbaste pensando en mí.– Davidé enrojeció. 311

–Una vez lo hice, uf… después no supe si quedarme a gusto o arrojarme a las llamas del infierno. –Pobrecito sacerdote pervertido. –Enamorado del ángel de la muerte más hermoso del cielo… vampiro…– Albert se sentó sobre las piernas de Davidé en una posición muy erótica, rodeándole la cintura con las piernas y de cara a él. –Lástima no poder hacer el amor así, de forma humana.– dijo Davidé a la par que le acariciaba las caderas. –¿De verdad me amas? –Claro que te quiero, más que a nada. Cuando era un sacerdote, me enamoré de ti de una forma que no me podía creer. Si tú me hubieses pedido que lo dejara todo, yo lo habría hecho sin vacilar. Aunque me costaba asimilar que yo amase a otro hombre, a alguien de mi mismo sexo. Siempre me han gustado las mujeres, pero me enamoré de ti. –Soy un imbécil Davidé, podríamos haber hecho todo aquello millones de veces antes de convertirte en mi vampiro si me hubiese atrevido a decirte algo... Ahora ya no podemos. –Lo sé, y sin embargo no me importa. Ahora tenemos otra forma de hacer el amor que para mí es la más maravillosa. Tu sangre es el éxtasis infinito. Tal dulce, tan salada... tan preciosa... –Te quiero cariño. –Davidé sonrió. –Oye, nos vamos a quedar aquí un par de días más, ¿Verdad?– Albert asintió.– Tal vez Haydee y Hans también se queden. –¿Crees que nos habrán escuchado esta noche? –Al menos tus gritos sí se han oído en todo el hotel. Albert, ¿Sabes lo qué quiero ahora? –No sé... –Darme un baño caliente contigo. ¡Estamos tan llenos de sangre que parece una matanza!– el vampiro rubio se levantó y corrió hacia el cuarto de baño. Había una enorme bañera que se puso a llenar de agua y espuma. Se colocó el albornoz y salió fuera. –Te tendrás que esperar un rato – Davidé abrió su albornoz hacia los lados para que se le vieran los hombros. –Quítate esta molesta ropa. –No, no quiero que me veas. –Pero si ya te he visto, de hecho acabamos de hacer el amor y te recuerdo que... 312

–Ya lo sé, pero me da vergüenza. –¿Por eso te pusiste así en el onsen? Pero ya no tiene que darte vergüenza estar desnudo delante de mí. ¿Sabes lo que me gusta verte desnudo? –Creo que me he desnudado ante ti, en cuerpo y alma… Davidé lo abrazó con intensidad tras hacer que su albornoz cayera hasta el suelo.

♠♠♠♠♠♠♠ Se metieron en la bañera. O era mejor decir que Davidé, ya en ella, hizo caer a Albert a su lado salpicándolo todo de espuma. –¿Esto te suena? –Oh sí, me arrojaste muchas veces, con ropa, al interior de la bañera de aquella casa. –¿Se quemó la casa? –Sí, y yo casi con ella. Me sentí tan desgraciado... Tú te fuiste y yo quise morir, pero recordé que me había prometido a mí mismo vivir. –Te amo.– Albert estaba sentado entre sus piernas, de espaldas a él y podía rodearlo con los brazos. Albert se giró y quedándose de cara a Davidé. Éste lo miró y le besó las pecas. Albert empezó a bajar y besó sus pechos. Todo el torso hasta llegar a su sexo, bajo el agua. El vampiro sintió su lengua y sus besos. Era tan agradable, aunque no le excitara de forma sexual, resultaba muy placentero. No le importaría que lo hiciese durante horas enteras. Sus cabellos rubios flotaban en el agua y al acariciarlos parecían seda mojada. El vampiro resurgió de pronto y tras respirar hondo sin previo aviso, se abalanzó sobre su cuello y lo mordió. –Albert, oh sí... –suspiró antes de ponerse a gemir por la pasión...

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé tenía los párpados cerrados y Albert, apoyada la cabeza en su hombro, mirándole. Seguían en la bañera, el agua estaba tibia y era agradable aunque había adoptado un color rosado por efecto de la sangre. El vampiro miraba a su amante, sus labios rociados de agua. Se apretujó más contra él y éste giró la cabeza y lo miró. –¿Estás cansado Albert? –Sí... agotado. 313

–Yo también, ¿Vamos a dormir?– él asintió ligeramente con la cabeza. Salieron del baño y se secaron el uno al otro con suavidad. Se dirigieron a la cama para sentarse en ella. Albert fue a peinarse pero el vampiro se lo impidió, arrebatándole el peine. Comenzó a peinarle lentamente. –Tienes un pelo precioso– Albert rió. Era demasiado halagador. Se lo peinó todo hacia atrás, para que su rostro estuviera despejado.– Albert, no tapes tu cara, no me prives de ella.– la cogió con las manos y le acarició las mejillas con los dedos pulgar. Se inclinó y le besó en los labios. Albert se estremeció, seguía sin poder creérselo. La sensual boca de su hombre le rozaba la piel, las pecas, los párpados y cejas. –Davidé... – se abrazaron y sus pechos desnudos se tocaron de nuevo. Albert pasó los dedos por el cabello mojado de Davidé, por su espalda y brazos. Se tumbaron sobre la cama y bajo las mantas, bien cómodos. Sus piernas se entrelazaron y sus brazos se apretaron fuerte. Se sentían terriblemente cansados, sumiéndose en un sopor que no les dejaba mantener los ojos abiertos. Pero sus bocas se unían en nuevos besos y susurros. Hasta que Albert se quedó dormido del todo y Davidé continuó besándole en secreto. Pudo abrir los ojos y mirarlo por última vez antes de caer rendido a su vez. –Solos tú y yo...

♠♠♠♠♠♠♠ Al despertarse, el aromático olor del cabello de Albert le hizo recordar donde estaba, rememorar, con el corazón latiendo fuerte, lo que había ocurrido allí, junto a él. Irguiéndose sobre la cama, lo miró. Éste dormía de lado, medio boca abajo, arrebujado contra él. Tenía las esbeltas piernas al desnudo, una estirada en todo su esplendor y otra ligeramente doblada de una forma maravillosa. Podía entrever sus testículos entre las nalgas. Acercó los labios hasta éstos y los besó, acariciándole la pierna con la mano. Apoyó la mejilla sobre la carne blanda y suspiró. Todo aquel cuerpo era suyo. Un cuerpo de hombre, y no le importaba lo que la gente pensara de ellos por ser dos machos. Al fin y al cabo, ninguno de los dos era afeminado. Albert se despertó al rato, y sintió las caricias. –Tenía miedo de despertar y que todo hubiese sido una alucinación… y de que ya no estuvieras conmigo. –Albert, no me iré jamás– se tumbó a su lado, abrazándolo intensamente. –No entiendo cómo puedes quererme. Con todo lo que te he hecho. –¡Y yo qué sé!– rió a carcajadas.– ¡Porque soy una masoquista enamorado! –Fui malo, muy malo contigo. Ahora pasan por mi cabeza los tremendos malos ratos que te hice pasar y me siento tan arrepentido y tan mal que... Perdóname 314

por favor... – Davidé le besó en la boca con fuerza y Albert comprendió que él le estaba perdonando todo. –Te lo perdono todo, hasta lo del piano.– aquello último alegró tanto a Albert que se le echó encima y comió a besos. –Estaba muy celoso, me decías que lo considerabas como un amante y no podía soportar que quisieras más a aquel instrumento que a mí. Me arrepiento de lo que llegué a hacer con él, de quemarlo y destrozarlo. –No pienses eso ahora, sé que te arrepientes.

♠♠♠♠♠♠♠ Horas más tarde, anduvieron cogidos de la mano, no les importaba que les mirasen y desaprobaran algo así entre dos hombres. Ellos vivían en su propio mundo y nada de lo que les rodease les interesaba. Buscaron un rincón oscuro en el que nadie les importunara y se abrazaron muy fuerte. Davidé acercó los labios a los de Albert para y Albert lo oprimió mucho más contra él, haciendo que a los dos les doliera el corazón. –Te amo con locura Davidé. Perdona que te lo repita continuamente, pero intento recuperar el tiempo perdido, los te quieros perdidos. –Te perdono, pero con una condición. –¿Cuál? –Que continúes repitiéndolo para siempre. –Te lo juro. –Sé que somos dos hombres muy ñoños, pero es que no lo puedo evitar. ¡Yo soy así de romántico! No quiero, porque sea hombre, tener que callarme lo que siento. –No te comas la cabeza, no dejas de ser masculino por quererme a mí, o por demostrarme lo qué sientes. Eso son tonterías y tópicos. Sólo somos dos personas, que viven según sus propias reglas. – le plantó un beso baboso en la mejilla y el vampiro moreno rió de placer tras devolvérselo en el cuello. –Soy demasiado feliz, me da miedo que esto se rompa... –Tranquilízate Davidé, todo irá bien, lo presiento dentro de mí. Aquí– se puso la mano en el corazón. –He estado esperando una eternidad sólo para momentos así contigo.– confesó Albert. –Y yo... 315

–Nosotros. –A veces pienso en todos los momentos en los que estuvimos a punto de confesar lo que sentíamos, pero por ser imbéciles no dijimos nada. Yo por pensar que dos hombres no podían amarse así, y tú por creer que no eras merecedor de mi amor. –Ahora haría mucho que estaríamos juntos... –Sí, pero no importa, fueron momentos tan íntimos como este, ahora lo comprendo. –Albert acarició su mejilla y Davidé se estremeció de puro placer. –Albert, cuando volvamos al hotel quiero que me desnudes con tus manos. Esta noche quiero que me utilices y me poseas, quiero ser tu juguete, tu muñeco, tu sirviente, tu esclavo. Dejaría que me ataras y no pararas de morderme en toda la noche y en todo el día. –Albert se excitó al pensarlo, tener a Davidé a su merced para poseerlo continuamente. Le besó en los labios mordiéndolos a un tiempo y su amante se dejó extasiado…

Tú y yo... ♠

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"Adiós padre"

♠Tras despedirse de Venecia, partieron hacia Sicilia. No pretendían quedarse más de dos noches. Davidé quería ver a su padre por última vez en la vida. –Ahora que me siento tan feliz, me parece imposible haber sufrido tanto, sobre todo en esta ciudad, cuando era niño. –Eso pertenece al pasado. – Iban en un coche alquilado en dirección a la mansión del padre de Davidé. Éste, que iba conduciendo, notó una caricia en la mano que tenía posada sobre el volante y sonrió para sí. –Mira, ya llegamos. La casa no ha cambiado nada en apariencia. Bueno sí, que ahora hay mucha más vigilancia.

♠♠♠♠♠♠♠ Llegaron a unas verjas guardadas por un portero nocturno. Eran las diez y media de la noche, todavía pronto. –¿Qué quieren?– Davidé sonrió para sus adentros. –Deseamos ver al Señor Ferreri, si está en casa. –Si no ha concertado una cita previa no le puedo dejar acceder a la casa. Dígame su nombre y miraré si está en la lista. –No estoy en la lista. Es una visita sorpresa.– El hombre lo miró con visible desconfianza. –Será mejor que se den la vuelta y no vuelvan por aquí. –Le ruego que le diga que tengo noticias sobre la desaparición de su hijo Davidé y que sé que el cuerpo no apareció. –Lo intentaré– se dirigió hasta la cabina y llamó por un teléfono. –Davidé, ¿Qué vas a hacer exactamente?– éste movió los hombros en señal de ignorancia. –Lo que tenga que venir, que venga.– el portero se acercó al coche y les dijo que podían pasar. Pero antes de eso inspeccionó el coche y a ellos por si 317

llevaban armas escondidas, tras lo cual abrió la verja y entraron. Tras aparcar se fueron hasta la puerta de entrada, escoltados por dos hombres de su padre, que volvieron a cachearlos. –Vaya, qué controlado está esto. –Mi padre es un capo, no quiero ni pensar en qué estará metido ahora, pero en algo malo seguro que sí.– les hicieron pasar a una salita bien iluminada. –Debe ser un hombre muy poderoso e influyente. –Ciertamente. Esto está cambiado por dentro. Cuando yo era niño, esta estancia servía para que Virna y yo pasáramos el rato estudiando las lecciones. Esa ventana de ahí permanecía abierta siempre. Mi madre nos la abría para que estuviéramos sanos y a gusto. Tras su muerte, la ventana se mantuvo cerrada. – Davidé tenía una expresión melancólica en sus ojos, muy triste. Se levantó y fue hasta la ventana para abrirla de par en par. Se giró y sonrió. Albert le sonrió a su vez.

♠♠♠♠♠♠♠ Una puerta se abrió y una mujer joven y bonita se les acercó. –No se ofenda caballero– comenzó a decir ella– pero le agradecería que no tocase nada de esta casa. –Cuando yo era niño, mi madre siempre la tenía abierta.–Ella se quedó desconcertada. –Perdone, pero lo dudo. No sé quién es usted, lo cierto es que mi marido se ha quedado muy sorprendido. –¿Su marido?– preguntó con total sorpresa. –Mi marido el Sr. Ferreri, por supuesto– Davidé sonrió, aquello si que le caía por sorpresa. Le daba igual que se hubiera casado, pero es que su hermana Virna no se lo había dicho. –Espero que la trate a usted mejor que a mi madre. –¿Su madre? Ciertamente no sé de qué me habla. Venía a decirles que ahora mi esposo está reunido con su hermano, y que tendrán que esperar un rato a que terminen. ¿Desean beber algo? –No, muy amable. Mi tío es el cardenal, así que ya que están reunidos, me gustaría verlos a ambos si fuera posible. –la mujer se desconcertó más si cabía. –¿Serían tan amables de decirme quiénes son ustedes? Mi marido es un hombre muy ocupado, y discúlpenme si hablo con demasiada franqueza, sin embargo no son los primeros en querer timarlo con el tema de su hijo. Y me imagino que es de su conocimiento, el hecho de que mi marido es muy poderoso. 318

–Señora, nada más lejos de la realidad. Este es el señor Albert Aumont, y yo soy… Davidé Ferreri. –ella se quedó estupefacta, no sabiendo si reír o echarlos de allí. –Les ruego se marchen de aquí, o llamo a seguridad. –Soy Davidé Ferreri, seguro que habrá visto alguna foto mía. –Ninguna. Y ahora… – fue a marcar un número de teléfono, cuando Davidé sacó su foto familiar. –Esta era mi difunta madre, esta es mi hermana Virna a la que seguro conoce y que ahora está de crucero, este es mi padre de joven y este soy yo. Sólo era un niño, pero creo que el parecido con mi padre es más que evidente– lo cierto fue que era verdad. Davidé se parecía, y mucho, a su padre. – la pobre mujer no supo ni qué decir, aunque soltó el auricular bastante afectada.– Soy Davidé Ferreri y no soy un fantasma.– ella, sin decir ni pío, corrió hacia el despacho de su marido.

♠♠♠♠♠♠♠ Los dos hermanos charlaban animadamente sobre política cuando la mujer entró. –Cariño, ha sucedido algo extraordinario. No puedo asegurarlo al cien por cien, pero creo que es tu hijo… –¿Mi hijo? ¿Qué hijo? – que él supiese, no había tenido hijos ilegítimos. –Sí, se parece mucho a ti cuando eras joven, conoce a Virna y tiene una foto familiar con tu primera mujer. –¡Tráelos inmediatamente!– restalló furibundo. –Ella se fue. –¿Y si es cierto? ¡Qué milagro que Davidé siguiera vivo!– comentó su hermano emocionado. –¡No digas insensateces por el amor de Dios! Este es uno de esos cabrones que quiere sacarme el dinero. –Debes tener fe y contemplar la posibilidad de que… –Mi hijo, si estuviera vivo, me lo hubiese dicho. Y no hay más que hablar. Se va a enterar ese hijo de puta de quién soy yo. ¡Mi hijo está muerto!

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé y Albert hicieron acto de presencia cogidos de la mano. Los dos hombres mortales se quedaron pétreos, boquiabiertos. La mujer prefirió marcharse de allí discretamente. 319

–Hijo... –Sí padre, soy Davidé. Y no estoy muerto y enterrado. Al fin y al cabo no encontrasteis mi cuerpo. ¿O sí? –No. – el hombre estaba en un estado de shock, al igual que el cardenal, que miró a su sobrino de arriba a abajo. Ya no era el mismo. Sólo Dios sabía lo qué le había sucedido. –Venía a decirte que continúo en el mundo de los vivos. Creí que era el momento de que lo supieras.– la expresión del vampiro era seria. –Estás vivo hijo de puta, ¡HIJO DE PUTA!– estalló con ira, levantándose y dando un puñetazo a la mesa. Rodeó esta y se puso ante Davidé, que lo miró imperturbable.– Explícame esto ¡Ahora mismo!– ordenó en tono imperioso. –Está bien padre, pero no me escupas en la cara.– Apartándose unos pasos, oprimió mucho más fuerte la mano de Albert para coger fuerzas. Éste lo hizo a su vez para dárselas. El mortal miró aquella caricia y se puso más histérico. –¿Qué significa eso?– señaló a Albert. –Todo a su debido tiempo padre. Antes de nada quiero saber cómo está mi hermana. Supongo que bien después de que Aldo la palmara de una vez. La tenía amargada. –¿Cómo lo sabes? –Yo la llevé al hospital, padre. Después de encontrármela inconsciente en el suelo y sangrando. Tuvo suerte de que fuera a su casa, íbamos a fugarnos los dos, pero ese cabrón de Aldo la pilló. –aunque su padre estaba sorprendido, le preocupaba más la muestra de afecto de su hijo hacia el desconocido, que era evidente. –No quiero hablar sobre eso, lo que te ordeno es que me expliques esto ahora mismo.– volvió a señalar a Albert. Su rostro, surcado de venas hinchadas, se tornó más rojo y el sudor perló su frente. El cardenal lo apartó un poco e intentó calmarlo. –Vamos, deja que el chico se explique. –Gracias tío, aunque no creo que te sientas muy orgulloso de mí. La explicación es clara, yo morí de alguna manera en aquella iglesia, mi Davidé antiguo desapareció. Evidentemente, yo no fui quien mató al pobre padre Marcello– Albert se avergonzó al recordarlo, desde que estaba con Davidé, no desangraba a la gente a diestro y siniestro.– Me moría por dentro, necesitaba ser libre, cambiar, sentir cosas diferentes que me llenaran el corazón. Creía y creo en Dios, pero ya estaba harto de que se me fueran impuestas tantas cosas, no era esa la vida que yo quería. Lo siento tío, sé que tú siempre has querido ayudarme, pero a veces, lo que realmente uno precisa, es ser libre. Y yo era un pájaro enjaulado. Primero fue el colegio interno, luego lo de Isabella, después ser sacerdote.... Ya no aguantaba más. Mi paciencia se terminaba. Soy un ser 320

humano que tiene sentimientos. Y sobre todo lo descubrí cuando conocí a Albert. Él fue mi balón de oxígeno, fue algo que hacía mucho que anhelaba y necesitaba, convirtiéndose en lo más importante de mi vida, para siempre. Por eso, porque estoy muy orgulloso de lo que sentimos ambos, tienes que saberlo. –No te entiendo– mintió con la cara repleta de asco, claro que sabía a lo que su hijo se refería. –Está claro padre, yo amo Albert y él me ama a mí. Míralo así, tu hijo varón, se fue con otro hombre. –¡ERES UN MALDITO MARICÓN!– Davidé se lo esperaba. –Padre, esa palabra dicha por ti suena muy vulgar. De todas maneras no soy gay, simplemente me enamoré de un hombre– contestó con total tranquilidad.– Y si crees que soy menos macho por amar a otro hombre, te equivocas. Mírame padre, soy un hombre de pies a cabeza, un hombre. Y Albert también lo es. –¡Maricón, mi hijo es un maldito maricón! – ni siquiera le escuchaba– ¡Los mataría a todos! ¡Va en contra de la naturaleza humana, en contra de Dios! ¡Eres un pervertido!– chilló con los puños cerrados ante el depravado de su hijo. –Querrás decir que va en contra de la sociedad y de la iglesia de este y de muchos países. En contra de ti, pero no del amor– el padre del vampiro intentó agredirle pero su hermano, el cardenal, se lo impidió. –Esto ha de tratarse con tranquilidad, deja que se explique. –¿Qué me tranquilice? ¿Tú lo estás oyendo? ¡Es un asqueroso maricón degenerado! ¿Cómo puede ser que no lo desapruebes? –Me da igual lo que me digas padre o cómo me llames. En realidad me voy para no volver jamás, puedes continuar diciendo que estoy muerto y enterrado para el resto del mundo. –Si tu madre viviera para ver esto, se volvería a morir. ¡Debe de estar revolviéndose en su tumba!– la expresión fría de Davidé cambió radicalmente al escuchar aquello. –A mi madre ni la nombres. Bastante manchaste ya su nombre cuando ni siquiera estuviste en su entierro. ¡Y estoy seguro de que si ella viviera, aprobaría que yo fuera feliz! –¡Si no pude asistir fue por negocios! –se defendió el hombre. –¡Sí, el negocio era ir a cargarte al tipo de turno! Esos negocios sucios siempre antepuestos a los demás. Sobre mi hermana y sobre mí. Jamás te perdonaré que me relegaras, que nos relegaras a esos internados. – dijo con visible 321

crispación, Albert notó que Davidé le apretaba más la mano porque se sentía enfurecido.– ¡Tú desapruebas mis sentimientos por otro hombre, pero yo desapruebo que seas un puto asesino y traficante que compra a la justicia con su podrido dinero! ¡Yo no hago daño a nadie con lo que siento, en cambio tú has destruido muchísimas vidas, incluida la de tu familia! –¡¡TE CALLAS!!– gritó. –¡NOOO! ¡No me callo porque no me da la puta gana! ¿Te enteras viejo? Y lo que nos hiciste a mí y a mi prima fue horrible. Tú me has convertido en lo que soy. Pero te doy las gracias, porque debido a ello ahora estoy con el amor de mi vida. –¿Llamas amor de mi vida a ese crío?– Albert sonrió, un crío de 352 años– ¿A ese maricón de pelo largo? –empezó a insultarlo. –No te atrevas a...– Albert lo cortó y habló por primera vez. –Sé defenderme solo. En primer lugar, no se merece usted un hijo como Davidé. En segundo lugar, no permito que me insulte nadie. Si quisiera, podría hacerle perder todo lo que tiene, todo lo que ha ido amasando durante su vida. Tengo más dinero y soy más poderoso de lo que será usted jamás. Y tengo un amigo que le dejaría en la más absoluta de las ruinas, Sr. Ferreri. No me provoque o lo pagará caro– el señor Ferreri sintió un escalofrío por todo su cuerpo. No sabía porqué, pero le creía, esos ojos fríos e inhumanos tenían algo terrorífico. –Ya le has oído padre. Tómalo cómo gustes, porque no está de broma. –Davidé... – intervino su tío– ¿Qué es lo que te ha sucedido? –Tío, te aprecio, no me lo pongas más difícil. Yo continuo siendo una buena persona, es sólo que en algún momento, exploté. Y si él es incapaz de entenderlo, no me importa. Sólo quería que supiera que su hijo no estaba muerto. –Mi hijo un marica, un maldito marica de mierda. Estás depravado. ¡Has dejado de ser mi hijo! –Y tú dejaste de ser mi padre el día en que abandonaste en su tumba a mi madre.– el hombre, histérico y enrojecido, se adelantó hasta Davidé y levantó el puño para agredirle, pero Albert detuvo el golpe. El mortal se quedó sorprendido por la fuerza de aquel joven, sintió crujir el hueso pero no gimió, él sí era un verdadero hombre. –Déjale Albert, deja que me pegue, lo desea. Pégame padre....– éste titubeó al principio, pero luego no hizo nada. –Vete de aquí ¡¡¡VETE!!!– Davidé sonrió amargamente. –Has perdido a tus hijos ¿Te queda algo? Te queda la otra familia, tan leal siempre. Sin embargo no es sangre de tu sangre. 322

–¡¡¡¡VETE!!!!– chilló desabrido, dándole una patada a una mesita. Su hermano lo agarró fuertemente pero terminó en el suelo de un golpe. –Adiós padre, adiós... –Maricón. –Viejo chocho.– le respondió enfadado ante la incomprensión. –Eres un maricón. ¡¡FUERA!!– restalló como loco. A ver que su hijo le miraba altivo desde la puerta, se adelantó hasta él e intentó pegarle con todas sus fuerzas, pero Davidé los esquivó con rapidez. El mortal terminó por caer al suelo tosiendo, rojo de ira y de dolor. –Siento haber llegado a esto, es denigrante para ti.– dicho esto tomó a Albert entre sus brazos ante la mirada tranquila del cardenal. El hombre no podía reprochar nada a su sobrino. –Adiós tío, adiós... padre... – éste último miró partir a su hijo, cogido de la mano del otro chico. Cuando se habían marchado ya, dejó que sus ojos lloraran. –He perdido a mis hijos, los he perdido realmente... –Lo siento... a veces el destino nos depara cosas como estas. –No, yo me he forjado ese destino, yo solo... – se quedaron callados. El padre de Davidé miró hacia la puerta, ya nunca volvería a ver a su hijo y era algo que sentía en el alma.

♠♠♠♠♠♠♠ Albert, antes de entrar en el coche, abrazó a su amor y lo besó en los labios. –¿Estás bien realmente? –Sí cariño, perfectamente. –¿Sabes por qué tu tío no se escandalizó al saber lo nuestro?– Davidé negó con la cabeza y sonrió. Era imposible educar a Albert en lo referente al tema de leer pensamientos. –Porque, cuando era un hombre joven, antes de ser sacerdote en el seminario, él también se enamoró de un compañero y fue correspondido. Aunque fueron castos y comprendieron que lo suyo era un imposible ante los ojos de la sociedad. – Davidé sonrió. –Dime una cosa Davidé– se metieron en el coche y Davidé puso éste en marcha. –¿Qué cosa?

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–Nunca pude leerte la mente, era imposible. Quiero saber lo qué pensabas de mí cuando me viste por primera vez y me cabreó tanto no saber qué pensabas. –se pusieron en marcha hacia el hotel. –Con una condición. –¿Cuál? –Que me digas cuando es tu cumpleaños.– el vampiro rubio lo miró con ternura y le acarició la nuca. –El quince de junio. –Pensé, sin saberlo todavía, que te querría para siempre. –Si hubieras dejado que la leyera, pero eres un hombre tan complicado… –Los dos lo somos, nuestras vidas nos han hecho así. Puede que tengamos recaídas de vez en cuando, pero ahora nos apoyamos el uno al otro…

♠♠♠♠♠♠♠ Ya en su habitación de hotel, estaban recostados sobre el lecho, abrazados, bajo las sábanas. Davidé recostaba la cabeza sobre el pecho de su vampiro y acariciaba éste con los dedos. Todavía no habían hecho nada, sólo meterse en la cama y mantenerse en silencio. –No estés triste Davidé. –Me acuerdo de mi padre. –Dijiste que no te importaba. –A veces uno piensa eso, pero en realidad luego se da cuenta de que no es cierto.– cerró los ojos y bajo las pestañas cayeron unas lágrimas de sangre. Davidé se echó a llorar desesperado y angustiado. –No llores, no quiero verte triste, si no yo también me entristeceré. –Limpia mis lágrimas vampiro, eres el único que llega a mi corazón y puede limpiarlas… Después de aquello Albert se quedó dormido al lado de Davidé, mientras éste le acariciaba el cabello y lo miraba ensimismado. –Adiós padre... adiós...

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Luego cerró los ojos también y cayó en un sueño profundo. Soñó con algo perteneciente a su infancia, algo que, al despertar después, creyó sólo una invención aunque sucediese realmente en un pasado lejano. Davidé, en los brazos de su padre, reía y reía sin parar. Éste lo alzaba y daba vueltas con él, haciéndole reír. Su madre y hermana reían también. Era un instante perdido en el pasado y que jamás volvería. ♠

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"Al fin en casa"

♠Al fin en casa, de nuevo en París, la ciudad nocturna, repleta de lugares hermosos. Los dos vampiros caminaron por las calles de esta ciudad. Acababan de llegar de Italia. Cogieron un taxi pero, como era costumbre de Albert, se bajaron unas manzanas antes. Arribaron al enorme edificio y el portero les saludó animadamente. Por suerte, y a esas horas intempestivas, no subía nadie en el ascensor. No llevaban maletas porque éstas habían sido enviadas con anterioridad. Se adentraron en el elevador y Davidé tocó el botón de su piso. –Nuestra casa Davidé, nuestra y sólo nuestra. Voy a hacer que los papeles de propiedad también vayan a nombre tuyo, que todo lo que sea mío también te pertenezca. –No hace falta Albert. –Pero yo deseo dártelo, no sé cómo demostrarte todo el amor que me haces sentir. –Con un simple beso me basta.– se acercó a Albert y puso las manos en las caderas del hombre. Inclinándose le besó en la boca mientras deslizaba esas manos hacia la espalda de su amado y lo apretaba con intensidad. Albert le rodeó el cuello con sus brazos y devolvió todos los besos. –Hemos llegado Albert, entremos en nuestra casa– eso alegró al vampiro, el cual sonrió y empezó a besarle de nuevo. Davidé le detuvo. Salieron del ascensor y Albert abrió la puerta del apartamento, pero antes de que pudiese entrar, Davidé lo alzó en brazos y se adentró con él así. –Davidé, me llevas como si estuviéramos recién casados. –¿Acaso no es cómo si lo estuviéramos?– él asintió y se abrazó más a su vampiro. –Bájame anda, cierra la puerta y vamos a bañarnos o a ducharnos, estoy hecho polvo.– Davidé lo dejó en el suelo y marchó a la habitación. De una pequeña mochila que llevaba encima sacó una cámara fotográfica y le hizo una foto a Albert por sorpresa. –¡¡EH!! Maldito seas, sabes que aborrezco las fotos.– pero Davidé le atrajo hacia él pasándole un brazo por el cuello y para darle un buen mordisco en la boca. –Es para enviársela a Virna, quiero que sepa el novio más guapo que tengo. 326

–¿Tú novio?– la palabra le hizo cosquillas en el corazón. –Novio, amante, amado, pareja, amor, esposo. – aquella ultima definición sí le gustó. –Hazme muchas fotos, esposo. –¿Sí?– se colocó a su lado y apretó el botón para hacerse un autorretrato.– Virna podrá comprobar lo mucho que nos queremos. Se pondrá muy contenta. Ella sabía que te amaba con locura y lo aprobaba. Ahora también sabrá cuánto me quieres. –Para siempre. –Sí, para siempre

♠♠♠♠♠♠♠ Después de la sesión fotográfica, Davidé le dijo a Albert que ya se bañarían después de hacer el amor, le relajaba mucho más. En realidad ya era como una costumbre, tras hacer el amor se metían en la ducha y mordían bajo el agua, deslizándose por una piel mojada que lo hacía todo mucho más sensual y erótico. –¿Tienes música movidita? –Para qué... –Ponme música movidita y siéntate en la cama, cariño.– Albert, profundamente intrigado, le puso la clase de música que Davidé pedía. Se sentó y miró al hombre. Éste empezó a bailar al ritmo de la melodía de forma sensual. El corazón de Albert se disparó como loco al ver que él comenzaba a quitarse la ropa. Primero la camiseta. Tenía un cuerpo impresionante, con buenos pectorales, brazos, vientre, caderas y piernas. Era alto, bien proporcionado y muy atractivo. Además, sabía mover su cuerpo sensualmente. –No me hagas estas cosas Davidé– pero éste no le contestó, acercándose peligrosamente a él y con erotismo se bajó la cremallera del pantalón. El vello negro y sedoso sobresalió por la ranura de esa cremallera. Davidé no se ponía ropa interior, lo que le hacía más provocador. El corazón ya se le salía por la boca, introdujo los dedos en aquel vello, pero Davidé se apartó con malicia, dejándole sin la miel. Continuó moviéndose al frenético ritmo de la música y se quitó los pantalones, quedándose desnudo al completo. Albert se levantó y lo abrazó besándolo en el cuello. Davidé gimió de puro deseo, se moría por ser mordido, ese punto era el que más le excitaba, el cuello. Le entraban escalofríos de sólo pensarlo. Despojó a su amante de las molestas prendas que le impedían frotarse contra él, piel y piel unidas, convertidas en una sola. –Oh Davidé, me vas a matar un día de estos, eres tan pasional. 327

–Calla Albert. – se tumbaron sobre la cama. –¿Cuándo piensas morderme vampiro? –¿Y tú?– se besaban frenéticamente y susurraban desafíos sobre quién mordería primero. Revolcándose por toda la cama, dando vueltas la destartalaron. Albert besó el sexo de Davidé largo rato, acariciándolo con los dedos. –Si es tan grande ahora, ¿Cómo sería en una erección?– rió tras decir aquello y Davidé le susurró que en ese estado era “enorme”.– Ohhh, pues entonces me hubiese dolido un montón que me dieras por detrás. –Eres un pervertido Albert. –Perdona, tú eres el que se masturbaba pensando en mi trasero y en mí…– Davidé lo besó apasionadamente para acallarlo. –Te quiero mucho Albert– Este echó la cabeza hacia atrás, estirando su esbelto cuello para incitar a Davidé, que ya no resistió más, el momento máximo de deseo le embargaba. La sed secaba su paladar, su lengua y labios, necesitaba darle el tierno beso del vampiro. Los colmillos eran enormes en su boca y picaban con pura molestia, se abalanzaban solos hacia aquel cuello blanco y tierno, repleto de sangre deliciosa y caliente. Le apartó todo cabello y hundió los colmillos en aquel lugar precioso, entró en él y bebió su néctar, su vida. Albert jadeó apretándose más contra todo aquel cuerpo perfecto. Sus pechos se movía arriba y abajo con pasión, las respiraciones eran entrecortadas, los dedos de Davidé le quemaban la piel, hundiéndose en la carne, dejando su huella personal. El sentirse desangrado era como si se sintiera dentro de Davidé. A un tiempo recorría su cuerpo por el interior y por el exterior. Una mano de Davidé apretó su nalga y eso le gustó. –Te adoro vampiro, me haces sentir en la gloria, cada segundo, minuto, hora y día desde que estamos juntos.– Davidé no podía apartarse de allí, no sabía recordar exactamente cómo era un orgasmo, pero lo que sentía le embargaba de arriba abajo, pasando por cada fibra del cuerpo, por cada punto nervioso. Necesitaba morder más y más, jadear hasta quedarse sin voz. Albert le mordió a su vez y entonces murió gozo…

♠♠♠♠♠♠♠ Después de hacer el amor, decidieron bañarse. Era algo que habían tomado por costumbre. –¿Nos bañamos ya?– fue hasta el aseo y vio a Albert allí sentado y preparando ese relajante baño. –Ya está, hecho.– se introdujeron en la caliente agua. 328

– Davidé... si pudieras casarte conmigo, ¿Lo harías?– esto le dejó anonadado. Abrió la boca para hablar y luego sonrió, nunca podrían casarse. Estaba prohibido unir en matrimonio a dos personas del mismo sexo. Ni por la iglesia, ni por lo civil. –No sé qué contestarte vampiro... deja que me lo piense...

♠♠♠♠♠♠♠ Davidé estaba sentado entre las piernas de Albert, el cual le rodeaba con ellas por la cintura mientras que con la esponja le echaba agua sobre el pecho, muy dulcemente. Albert esperaba una respuesta a la pregunta de antes, pero Davidé parecía absorto. ¿Estaría pensando en ello? Había algo que Davidé no sabía sobre las leyes vampíricas, en realidad tendría que enseñárselas. En uno de los apartados de dichos decretos, los vampiros podían casarse entre ellos, no importaba la sexualidad de éstos, se casaban indistintamente, hombres y mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres. Tal vez porque habían abolido esa clase de prejuicios y porque todos tenían una ambigüedad sexual muy marcada. El amor no entendía de sexos entre ellos, además, al ser impotentes tanto machos como hembras, les hacía muy parecidos. ¿Por qué no iban a poder casarse cómo lo hacían los humanos? Eso sí, un humano y un vampiro no podían contraer ninguna clase de matrimonio, ni siquiera por lo civil. Si lo deseaban, se les permitía tener relaciones amorosas o sexuales, pero nada de desposarse. Entre vampiros se casaban como los humanos aunque era una especie de boda civil, pero sin papeles. También podía anularse si la cosa no marchaba. Eso lo había decidido Erin, poniéndolo como nueva ley. Parecía ser que de donde él venía, eso se solía hacer habitualmente. Mejor así, pero sabía que nunca se separaría de Davidé. Pocas personas tenían el derecho de casar a alguien, Erin era uno de ellos, por supuesto. Ahí existía cierto problema ¿Erin les permitiría casarse? Teniendo en cuenta de que aborrecía a Davidé... ya se las ingeniaría para conseguir su permiso. La pregunta continuaba en el aire, ¿Querría Davidé casarse con él? –Davidé, ¿Cuándo vas a contestarme?– éste giró medio cuerpo hacia él y lo rodeó con los brazos, se hundió en su cuello y respiró profundamente. –¿Para qué quieres saberlo? –Me gustaría saberlo. –Pregúntamelo otra vez.– pidió mientras le besaba la barbilla. –¿Quieres casarte conmigo? –No me das un anillo ni nada– Albert se enfurruñó, él estaba evitando la respuesta. –Aparta, quiero salir– Davidé le dejó, mirándole. Le silbó en tono de piropo. 329

–¿Me vas a dejar que te muerda bien en el pompis? –No.– contestó seco tras ponerse una toalla alrededor de la cintura. –Eres un ángel Albert, mírate, eres mi ángel maravilloso. –Deja de idolatrarme así– le ordenó con mala uva. Se fue del cuarto de baño cerrando la puerta con violencia. Davidé salió también tras secarse y ponerse los pantalones de pijama. Albert estaba echado sobre la cama, boca abajo, estirado cuan largo era. Se colocó sobre él, aplastándolo. –Apártate estúpido– intentó zafarse sin conseguirlo, lo único que obtuvo de aquello fue verse atrapado sin salida entre los labios de Davidé. Aquellos besos le podían, le derretían y hacían estremecerse. –No te enfades conmigo bobo.– Albert no dijo nada al principio, luego volvió al mismo tema de antes. –Davidé, contéstame sí o no, no me enfadaré. ¡Pero no eludas mi pregunta! –Sí, claro que sí mi amor, querría ser tu esposo si pudiera. –Soy tan feliz de que quieras casarte conmigo, tan feliz. Nos vamos a casar. – susurró Albert. Davidé se creía que estaba de broma y le siguió el juego. Lo que no sabía es que su amante lo decía muy en serio. Se introdujeron bajo una manta para dormir. -Pronto serás mi esposo y no nos separaremos jamás.– pero Davidé ya no se enteraba de nada, adentrándose en un sueño cálido y agradable mientras Albert le acariciaba el cabello... Por fin estaban unidos... y al fin en casa♠

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"Una promesa"

♠Hacía casi un mes que estaban juntos. Y había sido el más feliz de todas sus vidas. Cada anochecer despertaban, el uno o el otro, entre los brazos de su amante, ¿Se podía ser más feliz? Salían cada noche a pasear cogidos de la mano, lo hacían todo juntos, como ir al cine, al teatro, y todas las cosas posibles. Aquella noche fueron a patinar a una pista de hielo y lo pasaron muy bien. Además, Albert era un poco patoso, a pesar de ser vampiro, y no paraba de resbalar y caer. Así que viendo lo mal que lo hacía, decidió que, si tenía que caerse, pues que sucediera sobre Davidé. Y así, los dos terminaban en el suelo abrazados y divertidos, sin importarles que les mirasen. Eran demasiado felices.

♠♠♠♠♠♠♠ Retornaron al apartamento que era su hogar. No podrían vivir allí muchos años en el mismo lugar, debía tener en cuenta que no cambiaban físicamente y eso podría resultar "sospechoso". Era una pena, pues lo consideraban su primer hogar. Albert había hecho firmar a Davidé unos papeles en los que le hacían copropietario de todo lo que poseía. A Davidé le costó aceptar firmar porque no quería nada económico de Albert, pero a éste le hacía ilusión y por eso decidió estampar allí su firma. Así que ahora, los dos eran propietarios de todo lo de Albert. Podía hacer lo que quisiera con el dinero, y Davidé lo utilizaba para la beneficencia. A veces visitaba orfelinatos o centros de acogida para gente sin recursos económicos y extendía cheques. Albert era muy feliz porque Davidé sonreía cuando la gente se le abrazaba para agradecerle aquello. Aunque Davidé le rogaba que le acompañara a la iglesia, Albert jamás lo hacía. Él se sentaba en un banco y rezaba algo, pidiendo a Dios cosas buenas para los demás. Y de paso le decía que era feliz al fin y encendería todas las velitas de donación. Al salir, Albert siempre estaba allí esperándole y se marchaban juntos a casa. Una vez, Albert entró y susurró a Cristo: –Yo he ganado... – aunque ya no lo decía con malicia, como antaño. En el fondo ya no tenía nada contra Dios, existiese o no. Se percató de que en el fondo, y de alguna manera, creía en su divina existencia. Porque durante toda su vida, le había echado la culpa de su desgracia. Sin embargo ya eran cosas pasadas y perdonadas. 331

♠♠♠♠♠♠♠ Faltaban un par de horas para el amanecer, así que hasta entonces no se irían a dormir. Estaban sentados en el suelo del salón, Davidé apoyado en la pared y Albert en su pecho. –Nunca había ido a patinar, ha sido muy divertido. –Eres un patoso, no hacías más que caerte. –Lo hacía como excusa para caerme sobre ti. –Davidé se partió de risa. –¿Y por qué será que no te creo una sola palabra?– Albert se giró para pegarle de broma ante las burlas, pero su compañero lo estrujo contra él y lo besó. –Davidé, he esperado a hoy para decirte una cosa muy importante. –¿Qué es?– Albert se arrodilló a su lado. Se escuchaba el sonido romántico de un saxofón, la melodía lenta y extrañamente erótica. Un vecino solía tocar siempre a aquellas horas, y no era nada desagradable. –¿Bailamos? –¿Era eso? –No, no es eso. Pero quiero bailar contigo, ya que no podemos hacerlo delante de otras personas.– los dos se levantaron y abrazaron con delicadeza, moviéndose al lento ritmo de la bella composición. –Hay sitios para hombres, si quieres ir… –No me van, prefiero estar aquí solo contigo y bailar como ahora. –Antes de que me digas nada Albert, ¿Puedo tener un piano? –Puedes tener lo que tú quieras. –Yo hice aquella música para ti, para el ser que más amaba. – Albert comprendió que se refería a la que estuvo componiendo hacía tres años. Entonces, no era para el instrumento, sino para él. Los celos le cegaron de tal forma por aquel entonces que no supo ver la evidencia. –Yo, lo siento tanto. Estaba cegado por los celos. El mero hecho de pensar y estar convencido de que amabas a un piano y no a mí... me volvía loco. ¿Cómo pude hacer aquello tan horrible? –Shhhh, ya te perdoné. La melodía que creé pensando en ti, continúa en mi corazón y no la he olvidado. En cuanto tenga ese piano, volverás a escucharla. –Te quiero, te quiero, te quiero. Tanto que me va a explotar el corazón.– se miraron a los ojos. –Yo te quiero mucho Albert, no lo dudes jamás. Sería capaz de matar y morir por ti. 332

–Yo también lo siento así... –Davidé lo arrastró hacia el suelo. Se tumbaron sobre los cojines, entre y suspiros. Albert acariciaba el rostro de Davidé y éste le agarraba de las finas muñecas con delicadeza. –Te he comprado un regalo Davidé, porque mañana es tu cumpleaños, pero te lo daré ahora, porque tengo que decirte aquello tan importante.– se fue hasta la habitación y sacó una cajita de debajo de la cama. – Y aquí tienes mi regalo. –Abrió la cajita y sacó una cadenita con una cruz. –Qué bonita. –Es una cruz de cuarzo y amatista montada sobre plata. ¿Te gusta?– obtuvo una rápida respuesta, viéndose de pronto entre aquellos brazos y aquellos besos. Sí, a Davidé le había gustado mucho. –Oh Dios, la llevaré hasta el fin de los días. Es el primer regalo que me haces. –Te la pondré – se la colocó y quedó colgando junto a la que ya llevaba. – Davidé, se me había olvidado lo que quería decirte. –¿No era lo de la cruz?– el negó con la cabeza, sonriendo. –Es que hasta que no he hablado con Erin no podía confirmártelo. Me ha estado dando largas desde que lo llamé para contarle lo nuestro. Sabes que no le hizo mucha gracia.– Davidé frunció el ceño– el caso es que al principio se negó a darme su consentimiento, el muy cabezón, sin embargo ha entrado en razón y… –¿Consentimiento de qué?– le cortó. –De casarnos. –¿Casarnos? No podemos casarnos. –Los vampiros tenemos nuestra propia normativa y sí podemos casarnos, no importa que seamos dos hombres. Erin me ha dado permiso para que podamos hacerlo... –aquello dejó de piedra a Davidé, que no supo cómo asimilar la noticia. Albert lo decía sonriendo, lo decía de verdad, no se trataba de una broma. Tuvo que levantarse de allí porque no se lo podía creer. –Davidé... –Albert, no, no puedo... –¿Qué?– este se levantó también y le miró perdido, desesperado. –No quiero casarme.– esto destrozó el alma atormentada del vampiro Albert. Davidé, al verlo así quiso abrazarlo. –¡NO ME TOQUES! ¡Eres un embustero, un mentiroso, un hijo de...!– le chilló apartándose de él. –¡Me dijiste que sí la noche que volvimos a París! –No Albert, escúchame, yo te quiero, pero...– lo agarró y lo estrujó contra él y contra la pared, en una esquina.

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–¡Suéltame!– se debatió, sin embargo Davidé lo agarraba tan fuerte que no tenía fuerzas para escapar de aquellos besos que le agarraban los labios. –Te amo, pero no puedo casarme contigo, lo siento. Yo querría casarme contigo por la iglesia, ante Dios. Para mí, ese matrimonio de vampiros no sería verdadero. Te quiero, pero no puedo asimilar el casarme así, ni por un juzgado o lo que sea que es. No me odies, perdóname. –¿Cómo me puedes decir eso? Dios otra vez, Dios otra vez se interpone entre nosotros. –No, no es Dios. Soy yo el que se interpone y sé que no tengo derecho... –¡No me amas, nunca me has amado!– finalmente consiguió desasirse de él. –¿Cómo puedes pensar eso? ¿No te lo demuestro cada día, con cada acto, palabra y caricia? Somos uno solo y por eso, ya somos esposos. No quiero desposarme contigo ahora, todavía no puedo. Pero si alguna vez ese es mi deseo, lo haremos si también es el tuyo– luego besó Albert el cual se resistía a medias. –No te quieres casar conmigo... –No es eso exactamente. Creo que no es el momento. ¿Serías feliz si lo hiciera? –Sí... –¿Sí? ¿Incluso sabiendo que es en contra de lo que yo deseo en estos momentos?– entonces Albert comprendió y su mente dejó de estar abotargada por la ira y la desesperación. –¿Por qué me dijiste que sí entonces? –Para hacerte feliz. –¡Idiota!– intentó de nuevo zafarse pero Davidé se lo impidió. Lo forzó hasta arrojarlo sobre el colchón y ponerse sobre él. Davidé era horriblemente poderoso, más que su creador. Además, Albert, pese a la resistencia, deseaba hacerlo, ese frenesí, ese ardor y violencia. –Albert, te deseo, oh, te deseo. –¡NOOO! ¡NOOOOO! ¡NOOOOOOOOO!– se negaba, pegándole patadas, chillando que le odiaba a muerte. –¡Albert TE AMO!– tapó los gritos con su boca mientras le besaba y acariciaba con la lengua el interior de aquella boca.– Albert, se detuvo porque adoraba a aquel hombre. –Todavía no puedo casarme contigo cariño, perdóname, por favor. –Mátame Davidé... y te perdonaré desde el infierno... –Un día... comprenderé lo mucho que deseo tenerte por esposo, y entonces... te lo pediré, y si tu todavía deseas casarte conmigo... entonces... 334

–Siempre querré casarme contigo... pase lo que pase. Idiota. –Hemos de hacer una promesa Albert, una promesa muy importante– Cogió la cruz que su vampiro le había regalado para besarla. –¿Qué promesa? –En el instante en el que yo sepa que quiero casarme contigo, te lo diré... –Y yo aceptaré, porque siempre querré casarme. No importa el lugar ni el momento, sólo este sentimiento. Esperaré...–y besó la cruz también. –Júralo, júralo vampiro, ¡JÚRALO!– exclamó apasionadamente a la vez que se oprimía contra el pecho de Albert con mucha violencia. Éste gimió de puro dolor. –Lo juro, lo juro. Te prometo que te diré que sí, y te juro que te querré para siempre.– Se abrazaron con más intensidad y se besaron como si fuera a ser la última vez... Davidé mordió el tierno cuello de su amante y éste hizo lo mismo, gimiendo de un extraño placer... y así permanecieron durante mucho tiempo. ...una promesa... ♠

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“Epílogo tercera parte”

kVirna caminó por el sendero que desembocaba en la mansión en la que vivió tantos años con Aldo. Miró la casa, alta y maciza, pero no le gustaba. Le resultaba repulsiva. –Es muy bonita y los jardines son preciosos– un hombre se acercó a ella, pasándole el brazo por la cintura, atrayéndola hacia él. –Marco... –Cariño, ¿De verdad vas a venderla? –Lo entiendo– ella lo abrazó y besó en los labios. Por primera vez en su vida sabía lo que era el amor verdadero. Pero sobre todo, sentirse amada y deseada. –Marco, te quiero. –Y yo a ti Virna, no sabes cuánto. Oye, si lo prefieres nos vamos a un hotel. –No– contestó tajante.– Quiero pasar esta última noche en esta casa. Que vea el espíritu de mi antiguo marido lo mucho que me quiere el actual.– efectivamente, acababan de casarse no hacía mucho. Marco y ella se conocieron en el barco cuando se fue de vacaciones. Marco era un hombre ya maduro de 47 años, con una posición social normal, viudo y dos hijos mayores. No era ni muy guapo ni muy feo, pero sí una excelente persona. Y lo mejor es que se enamoraron de verdad, en pocos días, casándose nada más desembarcar. Se marcharían a casa de él, a vivir tranquilamente junto a sus hijos. Una vida corriente, la que tanto ansió en su juventud. Y no es que fuese vieja, pero ahora ya se sentía mucho más rejuvenecida. Muchos familiares, incluido su padre, desaprobaron la unión, porque según ellos, Marco sólo se casaba con ella por su dinero. Sin embargo ellos no conocían en absoluto a su marido. Que se fuesen a tomar viento fresco. Pero para que la dejaran tranquila, renunció a todos sus beneficios e hicieron separación de bienes. –¿En que piensas? –En que se vayan todos a tomar viento fresco. –Me gusta.– entraron riendo en la casa.

kkkkkkkkk Habían dormido en una habitación pequeña de invitados. No quería saber nada de la antigua estancia matrimonial. Aquella noche volvieron a hacer el amor. Ahora disfrutaba terriblemente del sexo. Marco tenía mucha 336

experiencia y sabía dónde tocarla y besarla, cómo hacerla sentir el éxtasis más maravilloso. Aprendería muchas cosas de aquella relación. Y eso nadie, ni los oscuros recuerdos del pasado, podrían quitárselo. Ahora él dormía entre sus brazos, como un bebé. Lo besó en la oreja y se puso una bata para bajar a beber algo en la cocina. Cuando bajó las escaleras, vio en el recibidor un montón de correo. Lo cogió y fue a sentarse en la mesa de aquella cocina. Había cartas para el cerdo de Aldo. ¿No sabían que estaba muerto y bien muerto? Cartas del banco, algunos recibos, propaganda y etc... tarjetas de condolencia y.... ¡Un hermoso paquete! Pero lo mejor era que la letra pertenecía a Davidé y llegaba desde París. Se sintió excitadísima, tenía tantísimas ganas de saber de él. Tan sólo le llegaron un par de postales suyas y nada más, cosa que la preocupó. Pero ahora tenía ese paquete y ¡no podía abrirlo! –Lo ha pegado bien el muy repelente– Finalmente logró abrirlo, encontrando dos sobres y en uno de éstos decía: "No abrir hasta leer la carta” También había un paquete más grande a parte de los sobres, pero primero leyó la carta, como se le pedía. Querida hermana mayor: Me han sucedido muchas cosas estos últimos tiempos. Lo cierto es que a veces, al mirar a Albert, no me lo puedo creer. Sí, mirar a Albert, al ser que yo más quiero en el mundo (mejorando lo presente). Pero empezaré por el principio y como Dios manda. Yo, como sabes, me fui hasta París. Allí, me encontré con él y mi corazón volvió a latir con fuerza. Él era diferente, muy amable y atento conmigo. Estuve herido un tiempo y me cuidó. Yo cada día le deseaba más, pero aunque quería que lo supiera, todavía no me veía capaz de decírselo. Intentó que fuésemos amigos, y por eso hicimos un viaje. He ido a la India, a Canadá, a Japón y a Venecia. Dios mío, me contó tantas cosas sobre su terrible pasado, que me di cuenta de lo poco que lo conocía, pero de lo mucho que deseaba abrazar tanta tristeza y temor. Conocernos ha sido la mejor experiencia que he tenido en mi vida. Hay muchos Alberts en Albert y yo los adoro a todos. En Venecia, en los carnavales, le quise abandonar porque siempre supe que no podía ser sólo su amigo, que lo que yo anhelaba desesperantemente era ser su amante. Y si no podía ser eso, no quería nada. Y le besé, le besé tanto antes de intentar escapar de él, le besé tanto... que desde entonces ya no hemos dejado de besarnos. Cada día de nuestras vidas es maravilloso, aunque nos sigamos peleando. Siempre me amó y me necesitó, y ahora ya nada ni nadie nos separará. Ahora, mientras escribo, no para de llamarme para que vaya a hacer el amor con él. ¡Qué obseso! ¡Para Albert! pero no me hace caso. Ahora lee lo que he escrito...

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Mademoiselle Virna: Yo soy Albert, el vampiro más malo que existe sobre la faz de la tierra, y ahora te voy a robar a Davidé un rato, porque quiero chuparle toda la sangre. Luego la carta terminaba súbitamente y continuaba por la parte de atrás. A Virna le entraron ganas de llorar de alegría. Hola Virna: Perdona la interrupción, pero Albert se puso pesado y hasta que no me sintió retorciéndome entre sus brazos, no me dejó tranquilo (Virna enrojeció, Davidé lo decía todo con mucha franqueza.) Somos muy felices. Espero que te alegres por mí. Al fin he conseguido ser realmente dichoso. Yo quiero que encuentres pronto un amor que te quiera mucho. Sé que lo encontrarás. –Ya lo he encontrado Davidé, se llama Marco y me quiere mucho. Te he comprado una cosita, espero que te guste. Está en el paquete grande. Ábrelo y después continúa leyendo la carta. Virna lo abrió y se encontró con un precioso salto de cama, transparente y negro. Se lo pondría, a Marco le iba a encantar. Era tan erótico y sugerente. Este Davidé tenía una ocurrencias muy extrañas. ¿Ya has mirado lo qué es? Ojalá que te guste. Lo vimos y pensamos que sería perfecto para ti. Espero que me escribas pronto mi amor, porque necesito saber de ti. Te quiere con locura: Davidé Ferreri Abrió el otro sobre y sacó fotos en color y B/N. Se quedó eclipsada con la fuerte belleza de Albert. ¡Qué guapo! En algunas, Albert salía enfadado, y en otras con un aspecto lleno de candor. Pero las más bonitas eran la que salían juntos y abrazados. Virna terminó sollozando, porque al fin su hermano había encontrado el amor... Guardó todo en el paquete antes de salir a la terraza. Allí se quedó mirando las estrellas en la cúpula sin saber que Albert y Davidé también las miraban cada noche cogidos de la mano… k

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Cuarta parte

"Cuando no estás conmigo"

♣Parecía mentira que fuera ya 1994. Los años, a veces, parecían pasar muy rápido, sobre todo si se era feliz. Aunque claro, la vida nunca era un camino de rosas y habían de pasar malos momentos. A todos los seres humanos les sucedía, no importaba si eran mortales o inmortales. Así era la vida y así sería siempre. Pese a ello no podía quejarse de los nueve años junto a Albert y su mal carácter. Continuarían peleándose por siempre jamás. Y eso era la felicidad. Aunque últimamente... últimamente algo lo hacía distinto. Los dos se comportaban de manera diferente... –Davidé.– Una voz femenina lo distrajo de sus pensamientos al llamarlo. Se dirigió hacia la enfermera Régina y le preguntó qué deseaba.– Davidé, ¿Mañana tienes turno? –Sí, vendré a las diez como hoy y me marcharé a las cinco. –¿Podrías venir una hora antes? Te lo agradecería mucho, pues mi marido se rompió la pierna y tengo que atender a mi hija pequeña hasta que llegue mi madre. Necesito salir un poco antes. Si me relevases... –Sí, por supuesto que sí. No es más que una hora, ya me la devolverás en otro momento. – la mujer le dio las gracias cientos de veces antes de marcharse a casa. Davidé se puso su atuendo enfermero y salió a revisar el material médico.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert, cuando varios años antes, le escuchó decir que quería ser enfermero, lo miró con cara de estúpido y ojos parpadeantes. Durante un rato no dijo nada, sin embargo después comenzó a reírse a carcajada limpia porque pensaba que era una broma. Al principio discutieron, pero como realmente deseaba ser enfermero, se lo tuvo que tomar en serio. Al ser una persona bastante rápida de comprensión, se sacó el título a la primera. Pronto hizo practicas en varios hospitales y en un par de años ya ejercía como cualquier otro. Lo que más sorprendía al resto de la gente que trabajaba con él, era que 339

no recibía un sueldo por lo que hacía. Para qué, no lo necesitaba. Lo hacía por pura vocación Incluso, siempre que podía, pagaba operaciones de personas que no disponían de ese dinero para costeárselas. Ver niños, por ejemplo, felices de nuevo y sanos, le hacía sentir el hombre más feliz del mundo. Nada de eso podría borrar todas las muertes innecesarias que su condición vampírica le había hecho provocar, pero al menos las suavizaba. Nadie sabía, a ciencia cierta, que era él quien donaba ese dinero, pero lo suponían. Se sentía tan a gusto ayudando a las personas necesitadas de amor y cariño, de bienes y de presentes. Tres días a la semana hacía el turno de noche, el único posible para él y dos noches las pasaba, en parte, con niños de un orfanato para minusválidos y en un centro de acogida para indigentes.

♣♣♣♣♣♣♣ Últimamente Albert estaba un poquito raro, se ponía pegajoso y no quería dejarlo marchar a trabajar. Al despertarse aquella noche, no se encontraba en la casa, que era recién estrenada. Probaría suerte al llamar, a ver si había vuelto. Se dirigió hacia el teléfono público y metió unas monedas. Dio varios tonos y saltó el contestador automático. –Albert cariño, si estás ahí, coge el teléfono, por favor.– Esperó un rato hasta que se lo cogió. –¿Qué quieres?– preguntó hoscamente, cosa que enfadó a Davidé. –¿Dónde estabas? –¿Y a ti qué te importa?– acto seguido, su interlocutor le colgó. –¡Maldito idiota! – se ofuscó de tal manera que se le rompió el auricular y quedó hecho astillas. Unas compañeras suyas se acercaron sorprendidas. –Davidé, ¿Te has hecho daño? –N–no, no… lo siento.

♣♣♣♣♣♣♣ Había hecho una especie de trato con el hospital, un trato secreto. Puede que no le dieran un sueldo, pero sí "sangre". No mucha porque necesitaba poca para alimentarse. Al principio se pusieron a la defensiva, pero finalmente aceptaron. No hubieron preguntas después de que Albert les extendiera un sustancioso cheque. ¡Con el dinero que donaban, como para negarse! 340

Ya hacía tres años de aquello y nunca sucedió nada malo. A parte de eso, Albert continuaba donando dinero para el hospital y eso haría callar a cualquiera. Un día, uno de los jefazos pidió dinero para su propio beneficio y Albert le dio tal susto en su propia casa que nunca más volvió a pedir nada. Albert el efectivo. Cuánto le quería. ¡Aunque no pensaba volver a llamar como él estaba esperando! El orgullo propio era más fuerte que el ceder ante él y sus chiquilladas. –¿Por qué tienes el ceño fruncido Davidé?– la pregunta provino de una mujercilla de color, de origen cubano, que estaba postrada en la cama de por vida. –Por nada Renata, cosas de mi casa.– Renata era una señora de sesenta y ocho años que sufría una rara enfermedad. Se podría decir que llegaron juntos al hospital. No podía más que mover sus manos un poco y la cabeza otro poco. Daba mucha pena aunque ella era fuerte de espíritu. –Se te ve preocupado, ¿Qué es lo que te pasa realmente?– hablaban en castellano, para ella era muy agradable recobrar su idioma original. Marchó de Cuba hacía muchos años, cuando era niña. Si no fuera por él ya no hablaría más que el francés. –Bueno, una persona a la que quiero mucho me ha colgado el teléfono con mala leche y estoy muy enfadado, con lo que yo quiero a esa persona tan borde– no le decía que se trataba de un chico porque tenía comprobado que mucha gente le retiraba la palabra sólo por amar a otro hombre. Y eso sucedía a menudo en personas mayores. Aunque por suerte, y en los tiempos que corrían, ya no estaba tan mal visto ver a dos hombres demostrar su afecto en público. Por eso no se lo decía a Renata, no deseaba perderla de esa manera tan tonta. –Nunca me has hablado de tu vida sentimental. –Mejor así, a veces pienso que es un desastre– ella rió con su acento cubano. Davidé le tomó la temperatura y el pulso.– Estás muy bien esta noche Renata. ¿Ha venido hoy a verte tu hijo y tu nuera?– su expresión cambió radicalmente, tornándose triste y decepcionada. –No Davidé, ya no vienen a verme... – desde hacía dos años se habían desentendido de ella completamente. Supo que el hijo ya estaba harto de pagar el seguro y todo lo demás, negándose a continuar haciéndolo. Desgraciadamente los casos así proliferaban en abundancia. Ella pensaba que su hijo seguía pagándolo todo, pero no era cierto. Como para otros muchos, Davidé era quien ponía el dinero. Esa era la cruda realidad. –Siento haber preguntado, lo siento de veras. He rezado a Dios, y es cierto, para que tu hijo viniera a hacerte aunque sólo fuera una visita. 341

–Mi hijo no me quiere, yo le di toda mi vida y ya no me quiere– su voz era un hilillo de sonidos casi inaudible, pero Davidé los escuchaba perfectamente por lo desarrollado de sus sentidos.– Davidé, tú si eres como un hijo. Me cuidas porque quieres, sin pedir nada a cambio– Davidé se emocionó, contuvo sus lágrimas rojas, y la besó en la marchita mejilla color chocolate. –Hacía mucho que no tenía una madre. –Hay hijo, qué guapo eres. Sé que moriré pronto y me alegra saber que será teniéndote muy cerca. Este cuerpo mío ya no aguanta más la penitencia. Debí cometer muchas cosas malas y necias para que Dios me castigue así. –Dios no nos castiga, Dios no es así... cuando te vayas, podrás mover tu alma con total antojo y libertad. Mírame desde el cielo. –Ella asintió con la mirada e intentó dormir. Davidé le acarició el canoso cabello y besó de nuevo esa mejilla. –Siempre estás tan frío... – musitó y luego cayó en un sueño placido. Las medicinas le daban soñolencia, y era lo mejor que le podía pasar. –Sí... siempre estoy frío. Pero sólo por fuera, por dentro soy un volcán en constante erupción y ojalá que mi calor te haga la muerte más leve.– Olió la sangre que corría por su cuerpecillo. Sangre vieja y experimentada en la vida. Esa sangre valía más la pena que cualquier otra joven y rebosante de calor. La sangre vieja era diferente...

♣♣♣♣♣♣♣ Hacía mucho que no bebía sangre caliente, directamente de un corazón que bombeara. Albert sí lo hacía, dedicándose en exclusiva a los violadores, atracadores sin escrúpulos y asesinos de todas clases. Había ahorrado a la policía cientos de casos. Pero aunque Albert se lo pasaba bomba en sus correrías, nunca le acompañaba. Prefería sacar la sangre del frigorífico, para lo único que lo utilizaban, echarse el líquido en un vaso y bebérselo como si de un zumo se tratara. Albert berreaba y hacía aspavientos cada vez que eso sucedía, diciendo que la sangre fría era lo más repulsivo que se podía tragar uno y que de solamente verlo sentía ganas de desmayarse de puro espanto. Normalmente les iba bien a ambos, aunque últimamente la conducta de Albert dejaba mucho que desear. Cuando llegaba de trabajar se lo encontraba dormido en la cama agarrado a una almohada que a veces estaba rota por un fuerte desgarrón de aquellos caninos colmillos. O simplemente manchada de rojo seco la blancura de la sábana. Lloraba y no quería decirle porqué. Se obstinaba en guardárselo para él. Debía averiguar qué es lo que hacía que Albert se comportara así, porque de verdad que no lo entendía ¿Es 342

qué ya no se comprendían? Eso no podía ser. ¡Si Albert dejaba de amarle lo mataría y luego se mataría él!

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé miró las cruces que pendían de su cuello. Se las habían regalado personas que había amado como amantes. Isabella y Albert. La primera, simplemente de plata, estaba allí, sin darle guerra. Y la segunda, llena de sangre invisible. Y por eso la miró, con amor y locura. –Ni se te ocurra dejarme... – luego la oprimió fuertemente contra su pecho hasta notar que se pinchaba en la carne y cerciorarse de que realmente estaba allí.

♣♣♣♣♣♣♣ Su turno había terminado a las cinco, hora en que lo relevaban. Se despidió hasta el día siguiente y marchó de allí a pie. Tenía un coche pero casi nunca lo utilizaba. Así no se podía ayudar a gente de la calle necesitada de limosna. Por eso caminaba bajo la noche clara. Muchos pordioseros le conocían y saludaban, con algunos había trabado amistades, descubriendo que muchos de ellos habían sido algo en la vida, teniendo trabajo y familia. Era muy penoso escucharles recordar viejos tiempos. Les daba algunos francos siempre que podía. –Hola Fran, ¿Cómo es que no estás dormido? ¿Y qué es esa botella?– le regañó Davidé. –Ah, hijo, prefiero gastar el dinero en esto y calentarme, que en otras cosas. –¿Y tu nuevo amigo? Hace días que no le veo.– el rostro del hombre cambió de expresión, tornándose grave. –Hijo, una panda de cabrones, de esos rapados con esas pintas, lo cogieron y lo mataron de una paliza.– Davidé sintió una punzada de dolor. –Juro que me vengaré de esos indeseables y no permitiré que os hagan más daño…

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé caminó rápidamente por los pasillos del metro. A aquellas prontas horas apenas si había nadie. Acababa de ponerse en marcha aquel transporte y era de los primeros que lo utilizaban, y sin tener miedo, como es natural. En varias ocasiones intentaron atracarlo, o incluso violarlo (Otra vez, 343

¿Por qué siempre a él?). Los asaltantes salieron despavoridos nada más ver los colmillos, la rabia y la fuerza en la cara de Davidé. Solían llamarlo "El ángel del corredor de la muerte" Muy cinematográfico. No les mordía pero les enseñaba los colmillos engrandecidos y la fuerte iridiscencia de sus pupilas pardas. Se lo pasaba bomba atemorizando indeseables. Albert ya se encargaría de beberse su sangre como si tal cosa, ese era su menester. Entonces sí conocerían al verdadero plato fuerte, al verdadero "Ángel de la muerte". Se disponía a hacer un simple trasbordo cuando escuchó gritos en una dirección que él nunca seguía. Pero como el asunto tocó su "intríngulis", se paseó por allí. Al ver cómo unos jóvenes eskinheads maltrataban cruelmente a una vieja pordiosera, la rabia se le subió a la garganta, y como un rayo le pegó tal patada al primer deshecho humano que vio, que lo dejó lamentándose en el suelo. Aun atónitos miraron a Davidé, que con expresión enfadada les devolvía la miraba a ellos. –Descerebrados, dejad a la mujer tranquila si no queréis saber lo qué es pasarlo verdaderamente mal.– éstos empezaron a reírse mientras el herido se lamentaba. –Déjame adivinarlo pedazo de mierda, tú eres "El ángel del corredor de la muerte". Ya teníamos ganas de pillarte cabrón. Te vamos a sacar las tripas una a una. –Bueno, como me espera en casa alguien, he de despacharos pronto.– fue tan rápido que les pegó una paliza antes de que pudieran reaccionar. Echaron a correr como alma que llevaba el diablo. Pero el jefe, al intentarlo también porque era un cobarde, se vio atrapado por Davidé. Éste, tan relajado como de costumbre, lo tenía bien afianzado y no pensaba soltarlo por nada del mundo. –Eres un cabeza hueca. No, discúlpame, como pude decir eso. Lo siento, disculpa de veras– cuando comenzó a disculparse, el chico se orinó encima.– No tienes hueca la cabeza, en realidad la tienes llena de mierda, pedazo de mamón hijo de puta. Te voy a clavar los colmillos hasta el corazón, si es que no se te cayó por el retrete.– el chico, al verlo de tan cerca y con esa expresión bella pero aterradora, tan blanco como la luna y de pestañas tan largas en sobremanera, casi evacuó todo lo que tenía en la tripa. Notó el abrazo cálido de Davidé al tiempo que el calor de la orina le inundaba los pantalones. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y supo que aquella sería una dulce muerte. Sin embargo se equivocó, el dolor en la carne le fue insoportable. Davidé notó el asqueroso sabor de aquella podrida sangre y le repugnó tanto que tuvo que soltarlo y escupir el líquido que le quedaba en la boca. –¡Qué asco!– aquella sangre le apestó. El chico temblequeaba en el suelo. –Déjate crecer el pelo chaval, estás realmente feo así. Sois un pecado para Dios. Tu madre debe estar maldiciendo el día en que te parió.– el cabeza rapada lloraba desesperadamente.– ¿Crees que me he olvidado de ti niño?– dijo dirigiéndose hacia el chico que estaba todavía agarrándose del estómago por la 344

patada de antes– ¿Ves? Te han dejado aquí, con ese cobarde. ¿Pensaste que cargarían contigo y salvarían tu vida de mierda? Pues no, porque sois unos cobardes que no saben ni lo que fue el nazismo. ¡¡Si supierais el horror que significó no abrazaríais una causa tan estúpida!! Sólo queréis ver lo que os interesa, matar negros y extranjeros, gente pobre y que no comparte vuestros erróneos ideales. –No... n–no m–me m–at–tes... – atinó a suplicar con su fea cara llena de lágrimas. –¿Eso es lo que se te ocurre decir? Vaya chasco– le agarró de la cabeza para dejarlo sin conocimiento.

♣♣♣♣♣♣♣ Como la mujer indigente también había huido, dejó atrás a aquellos despojos y se olvidó de ellos. La policía no les iba a creer si le contaban que habían sido atacados por un vampiro. Así que continuó su camino para coger el tren hasta llegar a la salida, justo enfrente de su nueva casa. Eran unos apartamentos nuevos y bonitos. Espacioso por dentro, con habitaciones grandes y acogedoras. En la habitación que compartían habían puesto un futon. Les chiflaba tener una cama de estilo japonés, si es que se la podía llamar así. El baño era también muy espacioso y relajante. Podrían pasarse horas. Pintaron la casa ellos mismos, de colores luminosos que pareciesen venidos del día y amueblaron sencillamente, con lo de siempre. El primer mes de vivencia en la nueva casa fue como la seda, pero en los tres siguientes, Albert sufrió cierto cambio, cada día más latente en su persona... Necesitaba averiguar cuál era la razón...

♣♣♣♣♣♣♣ Entró en casa. Todo se encontraba muy sigiloso. Allá fuera el sol ya comenzaba su ascensión, porque la claridad empezaba a picarle en los ojos y la piel, aunque ya no tanto como hacía doce años. Bajó todas las persianas de la casa para evitar hacerse daño con la luz. Después, dirigió sus pasos directamente a la habitación, creyendo que Albert ya dormiría, pero se lo encontró sentado a oscuras y con los brazos cruzados, impasible. Davidé se acercó a él y sentándose a su lado lo abrazó con ternura para besarlo en la oreja. –¿Por qué estás enfadado?– le apartó el pelo del cuello y besó éste, mordiéndole un poco pero sin clavar los colmillos en la carne. Albert se estremeció, pero se había prometido así mismo que se negaría y que no se abandonaría al deseo. Así que le empujó. 345

–¿Qué te pasa? –Tú ya no me quieres– la frase dejó a Davidé estupefacto. –¿Qué? ¿Qué yo no te quiero?– le apretujó contra sí y le dio la vuelta para besarlo, aunque no se dejó. Pero el desconcierto se acrecentó cuando Albert lo agarró de las solapas del abrigo con seducción. –¿Me quieres?– preguntó débilmente. Tan dramático fue el tono que Davidé lo abrazó contra su pecho. –Dios mío, sí. Te quiero mucho, te quiero muchísimo, ¿Qué te pasa? –Te necesito a mi lado. –Estoy aquí. –¡NOOO!– chilló nervioso, zarandeándole– ¡No estás nunca! ¡Te pasas la noche en ese hospital!– aquello dejó perplejo a Davidé, que jamás había recibido quejas por parte Albert sobre el asunto del hospital y el trabajo. –¿Qué? –¿Cómo que qué? ¡ESTOY HARTO! ¡LLEVO 5 AÑOS ASÍ!– luego se apartó, rojo de ira como estaba. –No me hagas esto, por favor... – intentó ser dulce, lo más posible. Le acarició tiernamente, lo besó con amor, le susurró que le quería. –Mentira, eres un maldito mentiroso– contestó seco. Davidé se separó de él varios metros, furioso, harto. –¡Bien! ¡Ya basta! ¡Ya basta de esa estúpida autocompasión tuya! ¡ESTOY HARTO! –¿Harto? ¿Ves? Ya lo has dicho, lo has confesado, estás harto y por eso te pasas las noches enteras lejos de mí, escapándote. –¡¡IMBÉCIL!! Eres autodestructivo y empiezas a inventarte cosas porque te conviene. Te empeñas en dictar mis sentimientos hacia ti cuando soy yo el que debe sentirlos y forjarlos. –Si yo significara algo para ti, siempre estarías conmigo y no de parranda por ahí. Y yo aquí esperándote como un idiota durante años, pensando que debía hacerte feliz así. Pero que estúpido fui, todo era una oscura excusa para mantenerte alejado de mí. –Estás loco, si estoy fuera es porque es mi trabajo, soy enfermero. –No necesitas trabajar, eres apestosamente rico– eso dolió a Davidé más que cualquier bobada de las dichas en aquella discusión sin sentido. –¡¡Sabes que no lo hago por eso!! ¡SABES QUE NO ES POR ESO!!– Albert se rió tanto que al vampiro le subió la sangre a la cabeza y estalló. Pegó tal puñetazo a la puerta que la desencajó de los gonzónes y la hizo astillas. Albert cesó de reírse en seco, impresionado, perplejo y asustado. Desde luego no se 346

esperaba una reacción tan violenta por parte de Davidé. Pero lo peor fue que éste avanzó hasta él y lo agarró por el jersey. Estaba muy agresivo, más que nunca. –Albert, esto me recuerda a las constantes peleas con mi difunto padre y no lo soporto. ¡Hago lo que me da la gana y no te metas en mi vida! –Yo te necesito siempre conmigo– volvió al principio– Pero prefieres estar allí que aquí junto a mí. Y yo... te necesito– bajó la cabeza, tembloroso. Davidé se calmó un poco. –Sólo voy al hospital algunas veces a la semana. Y lo hago gratis porque quiero. Siempre he necesitado ayudar a los demás, lo llevo en la sangre desde que nací. ¿No lo puedes comprender? ¿No quieres entender mis razones? ¡No tiene nada que ver CONTIGO!– le chilló dramáticamente. –Yo lo único que consigo ver de todo esto es que me evitas, ¿Me odias? ¿Es eso? ¡Vale! Pero es que también te marchas a esos sitios de indigentes. –Necesito ayudar a las personas sin nada. Acompañarlas, darles algo... Además, estamos juntos los fines de semana. –¿Juntos? ¿A eso lo llamas estar juntos? ¡¡Yo quiero estar todo el rato contigo!! ¡Te quiero para mí! –No hago nada de esto para alejarme de ti, si no porque necesito ayudar a las personas que me necesitan. –Lo que me convierte a mí en el necesitado. ¿Qué crees que me hace sentir no verte apenas? A Davidé se le rompió el corazón en pedazos. Albert tenía razón en parte. Había buscado demasiado la propia soledad haciendo pensar a Albert que ya no lo necesitaba. –No pretendía... no pretendía... – la garganta, abotargada por las ganas de llorar, le impidió expresarse. –Ya he estado solo demasiado tiempo... O esto cambia o se acabó.– Tras decir aquello, se dirigió hacia la habitación de invitaos y cerró la puerta. Davidé cayó de rodillas sobre la cama, tenía sentimientos encontrados. Odiaba que le pusieran límites, y sin embargo se sentía mal por hacer sufrir a Albert…

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Allí estaba, de nuevo en el hospital de la discordia. ¿Qué hacer? Tendrían que llegar a un acuerdo. –¡¡Ey Davidé!!– tres enfermeras le llamaron con alegría. –Hola preciosas. –¿No has dormido? Tienes la cara cansada, aunque siempre tan guapo como de costumbre. –Gracias.– las sonrió y ellas enrojecieron de placer. Davidé estaba tan bueno que ese novio suyo no sabía lo que tenía. No tenían más que mirarlo para morirse de gusto. Más de una estaba loca por él sin ninguna esperanza de ser correspondida. Además, con lo guapo que era ese Albert, ninguna intentaba insinuarse siquiera, aun a sabiendas de que Davidé no era gay. –Qué bueno estás Davidé– el vampiro enrojeció a su vez, se lo decían a menudo pero nunca se acostumbraba. Él se veía normal y corriente.– No sabes cómo te queda el atuendo de hospital. –¡No seáis malas conmigo! –Es la verdad. –Hasta luego chicas.– se despidió de ellas con la sonrisa en la boca. Al menos conseguía olvidar un poco las penas. Fue a la habitación de Renata. Ésta estaba despierta porque acababan de darle la cena. –Davidé, qué pronto vienes hoy. –Sí, hoy necesito evadirme de los problemas. –Tienes problemas de amor, a qué sí. –Eres muy perspicaz... –A veces te observo. Tienes algo en la mirada… estás enamorado. –Sí, estoy enamorado desde hace tiempo, tan enamorado como entonces, o incluso más. Me paso la vida pensando en esa persona. A todas horas. –¿Y esa tristeza en tu voz? ¿Es qué no eres correspondido? –Creo que el problema es que soy demasiado correspondido. –¿Entonces?– continuó indagando. –Ayer nos peleamos porque yo me paso la mayor parte del tiempo aquí. Se está montando una película muy rara y no sé cómo solucionarlo... –¿Y cómo es? –Es la persona más maravillosa que conozco… –¿Estáis casados? –No podemos casarnos.

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–¿Y tenéis hijos?– Aquello entristeció a Davidé. Nunca podrían tener un hijo, ni adoptarlo siquiera. Aunque las leyes cambiaran, nunca someterían a nadie a la vida de un vampiro. Y ver morir a un hijo no es agradable… –No podemos tener hijos. Ni adoptarlos… –¿Por qué? –Porque mi amor, es un chico.– esto hizo arquear las cejas a Renata, muy sorprendida con la revelación. Davidé pensó que ella le despreciaría o algo así. –Entonces debe ser muy guapo. Cuando venga al hospital ya me lo presentarás– Davidé se empezó a reír alegremente. El peso que se había quitado de encima fue tremendo. –Creía que no lo entenderías. –Mi hijo es homosexual, sólo que se casó con esa pobre tonta que no tiene ni idea del engaño. Tú al menos no lo escondes y vives tan feliz y sin reprimirte. –Mi padre me llamó de todo al enterarse de que Albert y yo nos amábamos. Pero mi padre ya falleció hace tiempo. –Has dicho el nombre de "Albert" como diciendo "te quiero”.– eso dejó sorprendido a Davidé. –¿De veras? ¡Ah! ojalá que él lo viese como tú, pero está loco. Ahora dice que yo me paso la noche fuera para apartarme de él. –¿Y es así? –No, no del todo. Es cierto que me gusta tener libertad, porque no la tuve en muchos años, pero es que me siento bien ayudando a otros. Pero él me dio el beso de la sangre y desde entonces… –¿Sangre? –El concepto de la sangre es diferente para mí que para el resto de la gente. –Hablas raro, eres extraño. Juraría que no has cambiado en todos los años que los dos estamos aquí metidos. Tienes el mismo corte estupendo de pelo, la misma piel pálida, el mismo cuerpo... –Porque soy inmortal... – susurró y ella se rió. –Soy realmente inmortal... –Y yo una pobre vieja, sola y arrugada, pero todavía puedo reír. Mira chico, si le amas tanto, vete con él y pasa todo el tiempo que puedas a su lado. Podrías perderlo si no cedes un poco. –Si él me dejara, querría morirme. –Entonces deja el hospital durante un tiempo, tómate también unas buenas vacaciones y pasa tu vida junto a él. Eres muy joven y te queda mucho por delante. –Una eternidad... 349

–Que ni yo ni nadie te ate a este lugar. Despídete de todos los pacientes y compañeros y vete con tu Albert. –Pero no quiero dejarte sola. –Siempre he estado sola. Me dejaron encinta de muy joven y tuve que criar a mi hijo yo sola. Nunca volví a conocer hombre que me quisiera, por eso no desperdicies tu vida como yo.– la mujer quería reprimirse las lágrimas pero le fue imposible. Davidé se las limpió con un pañuelo de papel. –No llores... –Tú eres más hijo para mí que el verdadero, que me abandonó a mi suerte. Sé que tú pagas mi seguro y mi estancia aquí... no soy tonta.– Davidé sonrió con amargura. Renata lo sabía todo. No se podía engañar a la sangre experimentada. –Lo siento Renata... No pude cuidar a mi madre cuando ella se moría. ¿Me pides ahora que te abandone? No sé hacer eso. Albert tendrá que entenderlo. –No deseo ser la culpable de una ruptura. Con un poco de suerte moriré pronto. Y así serás libre. –Todavía no te toca Renata, lo sabes... –Entonces tendrás que matarme tú.– Esto impactó a Davidé profundamente. Sobre todo porque sabía que estaba en sus manos hacerlo. –No... no digas eso, nunca me pidas eso. Nunca le digas eso a un vampiro que sabe lo maravillosa que es la sangre vieja.– pero ella sólo sonrió y cerró los ojos. Davidé miró su cuello y los colmillos le picaron. Se apresuró a salir de allí y calmarse...

♣♣♣♣♣♣♣ Fue a hablar con la enfermera jefe. Todo era un remolino de pros y contras. ¿Qué hacer? –Señor Ferreri, siéntese– la enfermera, que por suerte tenía guardia aquella noche, era una mujer entrada en años pero que conservaba su belleza de juventud. Tenía el cabello enrollado en un moño y las hebras rubias se entrelazaban entre las plateadas. La admiraba mucho porque llevaba más de treinta años trabajando de enfermera y se dedicaba mucho a sus pacientes y empleados de enfermería. Era dura pero buena. –Sé que va a ser muy repentino lo que le voy a decir, pero mañana ya no puedo venir a trabajar. –¿Qué? Me pone en un aprieto Ferreri, ahora tendremos que cubrir su guardia. –Lo siento, pero me ha surgido un problema personal y no puedo evadirlo. Durante mucho tiempo no vendré a cubrir mis turnos. Debo dejarlo. 350

–Nadie le va a recriminar nada, además, usted está aquí porque quiere, nadie le paga un sueldo. Estoy al corriente de que es adinerado. Su altruismo no se encuentra en ninguna parte y le echaremos mucho de menos. –Vendré si puedo de vez en cuando. Lo siento– La mujer le dio la mano con fuerza y se despidieron.

♣♣♣♣♣♣♣ Caminó por los pasillos despidiéndose de todos sus compañeros y compañeras. También lo hizo con cada enfermo, y había muchos. Lo hacía porque sabía que no volvería nunca, que aquella sería la última vez. Y ya no era por Albert, sino porque se disponía a hacer una cosa que jamás le permitiría poner de nuevo los pies en aquel hospital sin sentir remordimientos. Sólo de pensarlo se estremecía, sin embargo nadie le detendría, ni su propio corazón herido... Entró sigilosamente en la habitación de Renata. Ésta se hallaba a oscuras y así continuaría. Se sentó en la cama y la miró dormitar. Su marchito cuello estaba allí. Ella se despertó. –Hijo... –Me pediste que... – no podía ni pronunciar la palabra "muerte". –Por favor. – Davidé le puso la mano en los ojos y se los cerró, dejándola inconsciente, alejada de todo dolor físico. Solía hacerlo mucho con los pacientes que sufrían dolores fuertes. Pero ella ya jamás despertaría. Se inclinó y besó su mejilla caliente y su cuello color chocolate. La mordió dulcemente, cuidándose de no derramar ni una sola gota de aquel precioso líquido. Bebió reprimiendo las lágrimas. La sangre vieja y caliente pasó hasta su interior, por todo el corazón y llegó hasta sus ojos cerrados. Pero no permitiría que éstos la dejasen caer por las mejillas. El débil corazón bombeó por última vez y ella falleció. Se apartó de allí para cerrarle las heridas. Estuvo abrazándola largo rato, sin sollozar. Luego puso una flor a su lado y marchó de allí. Se cambió de ropa y subió a la terraza, para mirar el cielo nocturno. Ojalá Albert estuviera con él, limpiando con sus besos la sangre que ahora se le deslizaban por las mejillas. –¿Por qué he tenido que hacerlo?– cuando se hubo repuesto medianamente, bajó de nuevo y fue hasta recepción. –Davidé, tengo que darte una noticia. Ha muerto Renata... lo siento.– la enfermera lo dijo con mucha pena. Él no hizo comentario alguno. –Sabemos que la querías mucho. 351

–Como a una madre. No voy a volver nunca, así que te deseo suerte en la vida. –La mujer pensó que aquel hombre era muy bueno y resultaba una pena que se marchara de verdad... Al menos la pobre Renata tenía una sonrisa en la boca cuando la encontraron...

♣♣♣♣♣♣♣ Al volver a casa Albert no estaba. Supuso de inmediato dónde se había ido, y sin embargo tuvo que esperar a la noche siguiente para poder ir a buscarlo. Estaba con Erin en su magnifico castillo de Rennes. Un vampiro guardaba la siniestra verja. –¿Puedo pasar?– preguntó directamente. –No. –Vale, pues si Albert está allí dentro, ¿Podría avisarlo de que estoy esperándole fuera? Por favor.– el vampiro llamó por teléfono y Davidé esperó dentro del coche. –Dice que ahora saldrá con el Señor.– Aquello le repateó las entrañas. Así que Albert pensaba salir, pero con la carabina, como en los viejos tiempos y en los pueblos. Aún así menos daba una piedra. Cuando Albert salió fuera, vio a Davidé apesadumbrado. –¿Qué quieres? –Albert, he hecho algo terrible… Renata me pidió que la matara y yo… l–lo hice… – Albert sabía lo difícil que debió resultar aquello para su pareja, así que el muro que los separaba se derrumbó. Se fundieron en un intenso abrazo. Erin los miró con el ceño fruncido y optó por desaparecer. Daba por perdido todo intento de separarlos.

♣♣♣♣♣♣♣ Ahora ya estaban en casa, abrazados sobre la cama y apoyados en la pared. Davidé se sentó en los muslos de Albert y se dejó abrazar por éste. –Al fin podemos estar tú y yo solos y juntos. Al fin eres mío por completo. –Albert, mañana por la noche tienes que acompañarme al cementerio. Lo he dispuesto todo para que entierren dignamente a Renata. He hecho algo horrible… –Lo comprendo. Debe ser muy difícil lo que hiciste, y sin embargo ella lo quiso. –Ya no volveré jamás al hospital. No ejerceré en mucho tiempo.

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–Yo, yo no quiero eso Davidé. Simplemente deseo tenerte más tiempo a mi lado. -Davidé le besó, comprendiendo que hacía mucho tiempo que no estaban así. –Davidé... a partir de ahora te acompañaré a esos sitios donde ayudas a la gente, quiero hacer lo que tú y que me quieras por ser bueno como lo eres tú. –Yo ya te quiero, y también eres bueno. Has cambiado mucho… –No, yo soy un tipo egocéntrico, raro y posesivo. Quiero ser como tú... necesito ayudarte. –Estaré encantado de que me acompañes.– el vampiro rubio se lo comió a besos de la alegría que sentía. –Poséeme Albert, hazme el amor, lo necesito. – Albert le fue despojando de su ropa con pura sensualidad. Hundir los labios entre el vello de Davidé le encantaba. Era suave y negro, podría haberse pasado horas allí. Como siempre, su sexo permanecía inerte pero lo besaba y lamía igualmente. Era parte de Davidé. También besó sus piernas, rodillas y pies. Tras quitarle toda la ropa, se la quitó él también. Al final sus cuerpos se unieron de nuevo en un fuerte abrazo. Se besaron con fuerza, suspirando y gimiendo. –Me encanta tu pelo Albert... –Y a mí tu oreja– le metió la lengua en ella y Davidé se dejó extasiado. Aquella lengua le recorrió el cuello, la nuez, las clavículas y los hombros. –Muérdeme ya, me muero porque lo hagas. Estas reconciliaciones son lo mejor, es solo hecho de pensar que nunca más sienta esto contigo, me hace perder la razón. –Si fuésemos humanos Davidé, sabrías lo que soy capaz de hacerte, acabarías gritándome que parara, pero no pararía al igual que no pienso parar en muchos días. –Yo no quiero que pares– le susurró entre suspiros. –Te quiero, te quiero muchísimo, me perteneces, eres mío... –Muérdeme– le puso el cuello sobre la boca y notó el dulce dolor de un buen mordisco. Albert le sujetó la cabeza mientras se revolcaban por el enorme futon, a la luz de las velas...

♣♣♣♣♣♣♣ Albert miró dormitar a Davidé. Tenía el rostro sereno y dulce como el de un niño dormido. Acarició sus pómulos y le besó la barbilla. Luego lo atrajo hacia sí y abrazó con pura posesión, pasándole las piernas por alrededor, para que nadie se lo arrebatara. 353

–He estado demasiado tiempo solo, pero tú lo has comprendido y me has hecho feliz. Tan sólo pido estar a tu lado, que me mires y me beses, que me necesites tanto como yo te necesito a ti. Sé que me quieres, siempre lo he sabido... –Me tienes loco Albert... – Davidé abrió los ojos y se miraron. –¿Estabas despierto? –Claro que sí, esperaba a que mi vampiro seductor me abrazara y besara para decirme cosas bonitas. –Eres malo. –Pero aun siendo malo, te quiero... –Cuando no estás conmigo, yo no soy nadie.– musitó Albert. –No digas eso, eres un hombre, el hombre al que yo quiero. Al único al que amo. –Cuando no estás conmigo... –A partir de ahora siempre estaremos juntos. –Sí.

Dos cuerpos pero sólo un corazón... ♣

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"Antes de la tempestad"

♣Prácticamente ya habían pasado dos semanas desde que Davidé había decidido dejar, por una larga temporada, de ser enfermero. Cuando fueron a visitar la reciente tumba de aquella mujer, se encontraron con el verdadero hijo que acababa de llegar. A Davidé le sentó como una patada el hecho de tener a ese patán insensible delante de sus narices. La mujer había sido incinerada aquella misma tarde y ahora reposaban sus cenizas en un bonito nicho elegido por Davidé. El verdadero hijo se enfadó porque habría querido enterrarla y no quemarla. Pero Davidé se le encaró, diciéndole que la voluntad de Renata era ser incinerada. Además, a ese mortal no le importaba demasiado la muerte de la señora. Así se quitaba un peso de encima. Por eso Davidé se sentía tan furioso. Para colmo, aquel mortal le acusó de querer quedarse con los ahorros de su madre y fue cuando Albert no pudo reprimir la risa. ¡Pero si tenían tanto dinero que no sabían qué hacer con él! Davidé se puso rojo de ira y tuvo que detenerlo. Lo abrazó y besó en la comisura de los labios para tranquilizarlo. Al final como postre, Albert le guiñó un ojo al mortal para hacerle sufrir puesto que era homosexual reprimido. Sólo había que ver la cara que puso, rojo de envidia.

♣♣♣♣♣♣♣ Pero de aquello ya hacían dos semanas. Ahora que tenían más tiempo libre salían con sus amigos, Haydee y Hans, para pasárselo bien. En una de estas salidas, Haydee les propuso ir a una de las grandes fiestas de la temporada en el Creuz, para despedirse, puesto que tenían pensado salir de viaje un mes entero. Así que dicho y hecho. Davidé se sentía muy excitado, le gustaban mucho las fiestas y en ellas se desinhibía de lo lindo. Resultaba imposible creer que hubiese sido cura católico. Por eso, aquella noche, sería especial. Una gran fiesta por todo lo alto. El Creuz se situaba hacia las afueras de la ciudad, en una gran nave restaurada. La entrada era gratuita y el precio de las consumiciones nada exagerado. Por eso era bastante popular. A parte de eso ponían todo tipo de música y de todas partes del mundo. Solía ir muchísima gente y siempre volvían o se quedaban allí toda la noche. En cuanto a decoración, el sitio, en principio, podía parecer algo siniestro. Pero de eso se trataba, de ser un lugar 355

vampírico total. Predominaba el rojo sangre y el negro. El suelo de la pista era semi transparente, con unos focos por debajo que tenían forma de enormes cruces, haciendo que emanara luz roja bajo los pies de la gente. Tenía mucho éxito. En pleno centro de la primera pista se situaba la barra. Era de forma circular y bastante grande. También en el centro de ésta había un podio. Incluso tenía una pasarela de moda, en la que Haydee había presentado sus diseños en más de una ocasión. Acudía toda clase de gente, tanto mortales como vampiros. Erin dio órdenes precisas sobre las leyes de aquel local. NADA de chupar sangre dentro, o por los alrededores. El que lo hiciera, o intentara, sería incinerado vivo. Y realmente llegó a suceder al principio, hubo un par de ilusos que ignoraron la advertencia. Nunca más se les volvió a ver el pelo. Erin le comentó a Albert que los había quemado vivos él mismo. Nunca más hubo constancia de otro intento por beber sangre allí. La policía jamás hacía redadas o cosas de por el estilo ya que los dueños, vampiros, se cuidaban muy bien de que no entraran drogas.

♣♣♣♣♣♣♣ Eran ya las tres de la madrugada y la fiesta se hallaba en pleno apogeo, como las personas que habían ido sabían que era la última noche en mucho tiempo, intentaban descocarse todo lo que podían. Albert estaba ahora en la barra, con unas conocidas habituales. –¿Pero por qué tiene que ser la última noche de la temporada? Con lo que nos encanta este sitio. Vienen unos tíos que están buenísimos, yo no he visto cosa igual. Y tú el que está más bueno, Albert. –éste sonrió. Lástima no poder beberse su linda sangrecita. –Siempre estáis igual, ya sabéis que mi corazón está adjudicado.– les dijo. –Sí, lo sabemos, pero nunca dejamos de intentarlo. – Las tres amigas divisaron a Davidé en un lado de la barra y empezaron a reírse. –Oye Albert, ¿Podemos hacerte algunas preguntas indiscretas? –Sí, claro que sí.– ellas rieron a carcajada limpia. –Siempre nos hemos preguntado algo. Dinos, ¿Cómo es Davidé en la cama?– Albert se quedó estupefacto, tartamudeó un poco y carraspeó. Luego enrojeció todavía más y ellas le pincharon para que respondiera. –Venga hombre, vamos. Porque Davidé es mucho Davidé. ¡¿Eh?! –Bueno, es impresionante– dijo sin más, cosa que no les agradó lo suficiente y empezaron a acribillarle con millones de preguntas a la cual más verde.

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–Pero, ¿Cómo te desnuda? ¿Cómo te lo hace? ¿La tiene grande? ¿Soléis intercambiaros o hay uno pasivo y uno activo? ¿Cómo se lo haces tú? –El vampiro enrojeció de tal modo que ellas lo apercibieron inmediatamente. –¡Ay! Se ha puesto rojo como la grana. –B–bueno... pues es... fantástico acostarse con él.– atinó a decir. Ellas estallaron a carcajadas. Albert se ponía monísimo cuando tenía vergüenza. Davidé se acercó y abrazó a Albert tiernamente y ellas lo miraron abobadas, era tan bonito ver a aquellos dos hombres quererse así. –¿Qué le habéis dicho para que esté tan rojo? –Sólo le hemos preguntado qué tal os lo montabais en la cama. –¡¡Ah!!¡JA! JA!– rió Davidé entre los brazos de su vampiro.–Folla de maravilla.– Albert se enfadó porque pensaba que se burlaba de él. Nunca creía que le hacía bien el amor por mucho que Davidé disfrutara. Y por es razón lo empujó muy enfadado. Davidé lo abrazó de nuevo y besó en la oreja. –¡Suelta!– le gritó. –Eres tonto Davidé, no se lo cuentes a esas chicas. –¿Y por qué no? Estoy muy orgulloso de nuestra relación y de la forma en que me follas– le lamió la nuez y besó el cuello a Albert. –Aquí no, ahora no. Y además, nosotros no foll…– Davidé lo besó apasionadamente y le susurró al oído– “Vamos a los baños”– sin dejar que se negara, lo arrastró rápidamente hasta aquel lugar y lo metió de un empujón en un baño, cerrando con pestillo la puerta. Los tíos que estaban fuera ni se sorprendieron, por aquel local pasaban todo tipo de gente, hetero y homo. –¿Qué haces?– Davidé no medió palabra, se limitó a besarlo tan fuerte que su pareja no pudo ni respirar. Lo cogió en brazos e hizo que le rodeara la cintura con las piernas. Después lamió su nuez y le mordió en el cuello anhelante. Albert intentó reprimir los gemidos, pero es que aquello le estaba encantando, nunca lo habían hecho en un sitio público. Buscó ávidamente el cuello de Davidé y lo lamió antes de morderlo con fuerza. Tal vez no pudieran hacer el amor como dos tíos normales, sin embargo disfrutaban muchísimo con aquel acto… Media hora después volvieron a donde estaban las chicas conocidas, que los vitorearon nada más verlos llegar. –¡¡¿Dónde estabais?!! –¿A ti qué te parece Monique? Estaban por ahí dándole que te pego. ¿A qué sí? –Algo así…– dijo Albert, avergonzado. Escucharon las risas de las muchachas y la voz de Hans llamándoles. –Disculpad hermosas señoritas, pero unos amigos nos reclaman. 357

–¡Seguid así!– chilló una.– Son la pareja más bonita que he visto nunca, en serio. –Ojalá un día aparezcan príncipes azules como esos, porque de verdad… –¡¡Sí, pero que no sean gays!!– todas continuaron riendo el resto de la noche.

–Hans, Haydee, hola– le saludaron. –¿Habéis llegado ahora? –No, os hemos estado buscando hace rato– Albert se puso rojo. –Estábamos en los aseos…– dijo Davidé, y Haydee se extrañó. –¿Para qué, si vosotros…? ¡AH!, ja, ja, ya sé lo que hacíais. Sólo hay que ver la cara de malo que pones y la cara roja de Albert. –¿Te lo estás pasando bien?– le preguntó Davidé. –Sí, de maravilla. La única pega es que este pato no quiere sacarme a bailar.– Hans frunció el ceño. –Eso no es problema, luego tú y yo vamos a marcarnos un bailecito.– Ella apartó a Davidé de los otros dos para hablar con él. –Oye, ¿Lo habéis hecho en los aseos? ¿Había gente? –Sí a todo. –¿Y? –Estupendo, tenía morbo, no lo habíamos hecho nunca… – sin mediar palabra fue hasta su marido y lo agarró por el brazo melosa. –¿Me acompañas al baño?– mientras, le metió mano entre las piernas. –¡Haydee! ¿Qué es lo que quieres? –Excitarte por supuesto.– giró la cara hacia la otra parejita y sonrió.– ¿Probamos algo nuevo… en el baño? –¡¡No!! A mí esos no me va nada. –¿Pero por qué no? –Porque no quiero, estás borracha, y así no me... –¡Idiota!-bufó. Se dio la vuelta y perdiéndose entre la gente desapareció. Hans, viendo que la había hecho enfadar, fue en su busca. –No sabe lo que se pierde.– Albert miró a Davidé con rostro enfurruñado. –¿Qué quieres decir?– preguntó. –Te dejaré con la duda. Tal vez me refiera a lo bien que se hace el amor en aquel lugar... o al hecho de hacer el amor con una mujer tan ardiente. Porque claro, ella y yo nos llevamos tan bien que... Y pasamos tiempo juntos... nunca 358

se sabe lo que hemos podido hacer los dos solos... – Albert se quedó de piedra ante tal declaración y empezó a imaginarse cosas raras. Enrojeció de ira, pero cuando iba a gritarle como un loco que aclarase lo que estaba diciendo, Davidé lo abrazó por el cuello para besarlo ardientemente. –Creo que voy a hacer algo que te va a enfadar muchísimo, pero sé que me vas a perdonar por adelantado. –¿A qué te refieres? –¿Me perdonas?– lo besó con dulzura varias veces, susurrándole que le perdonara. Albert cayó desarmado de inmediato. –Está bien… sea lo que sea, estás perdonado… a excepción de que me seas infiel… –No es nada de eso, aunque… tal vez un poquito…– lo dejó con aquella frase y se marchó hacia la zona del Dj. Luego se subió al podium micrófono en mano. –Señoras y señores, como esta noche será la última de fiesta en el Creuz, voy presentaros el último striptease de la temporada– la gente comenzó a silbar y animar con palmas. Albert se quedó de piedra. No entendía lo que ese loco estaba diciendo. Empezó a sonar música sexi, y Davidé le tiró el micrófono al vampiro, que cada vez se sentía más anonadado. Esperó a que subiera algún profesional pero el único que estaba arriba era Davidé, que se había puesto a bailar con sensualidad. Se le abrió la boca como un tonto cuando éste empezó a desabrocharse la camisa, poco a poco. Todas las chicas se arremolinaron alrededor de la gran barra circular y chillaron como locas, coreando su nombre. Haydee, que no había hecho las paces con Hans pegó un salto y empujando a las histéricas se colocó en primera fila y gritó tanto o más que las demás.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé se arrancó la camisa y se la quitó. No paraban de lanzarle piropos, mientras Albert, estupefacto como se encontraba, seguía mirando desde abajo, tieso como un palo. Pestañeó varias veces porque no se lo podía creer. ¿Ese vampiro estaba chiflado? ¿Qué es lo que pretendía hacer? Se quitó también las botas y danzó por el podio, desabrochándose los botones del pantalón. La gente le pedía que se lo quitara todo. Haydee que estaba medio borracha, se subió a la barra y luego al podio, para alucine de Albert y Hans. El último se puso junto al vampiro y los dos se miraron con aturdimiento. No entendían nada. La inmortal bailaba junto a Davidé, por lo 359

pronto no se había quitado nada. Davidé bajó, de un enorme salto que todos aclamaron, hasta la barra y empezó a saltar por allí con los pantalones desabrochados. Hans, al ver que su chica pretendía quitarse el top se subió al podio y la bajó. Haydee no se lo reprochó, si no que le dio un fuerte beso en la boca. Lo que había querido ella era llamar su atención. Davidé, ajeno a la furia de Albert, empezó a bajarse los pantalones de espaldas al público. Cuando las chicas le vieron el trasero chillaron hasta desgallitarse. Albert intentó por todos los medios atraparlo, pero se le escurría siempre. Davidé se despojó de toda prenda y quedó completamente desnudo. Se lo estaba pasando tan bien y era tan increíblemente divertido el hecho de quedarse con el cuerpo al aire, que no le importaba que le miraran y tocaran las piernas al pasearse por la barra. Cuando él decidió, se terminó ante la decepción de todas las mujeres del lugar. Tras la barra se volvió a vestir, mientras Albert lo miraba muy cabreado. –¿Pero que narices te pasa a ti hoy, Davidé? –Estoy perdonado, ¿recuerdas? –¡¡No te habría perdonado si lo hubiese sabido!! ¡¡De hecho no te hubiese dejado subir ahí para que todos te vieran!! –Pero resulta que estoy perdonado por ti. –¡¡Vete a la mierda!! ¡Tu cuerpo me pertenece y nadie más que yo va a mirar nunca más cómo te desnudas! ¡¡Y desde luego, no estás perdonado!!– Davidé, muy ofuscado, lo apartó de un empujón. –¡Qué te den, vampiro!– contestó sin más antes de desparecer entre la gente. –¡Maldito estúpido!

♣♣♣♣♣♣♣ Hacía una hora del suceso del striptease. Haydee, Hans y Davidé conversaban animadamente. Albert andaba por alguna parte del local. –Vamos a bailar Hans, por favor. –No, sabes que soy un patoso y me da vergüenza que me vean hacer el ridículo. –No haces el ridículo cariño, lo haces estupendamente. –¡No quiero! –¡No quieres!– restalló desabrida– ¡Nunca quieres!– le asomaron unas lágrimas a los ojos.– Pues ya estoy harta de ti esta noche. No quieres hacer esto, no quieres hacer lo otro. Si me amaras bailarías conmigo. Pero claro, qué es hacer el ridículo en comparación con el amor. No me vuelvas a tocar esta noche o te parto la cara– dijo al notar sus temblorosos dedos tocándole el brazo. 360

–Haydee, sabes que yo te am... –¡NOO!– le negó y cogiendo al vampiro moreno por el brazo se lo llevó a la pista. Hans se quedó abatido, apoyado en un rincón. Un contacto frío en la mejilla lo sacó de su ensimismamiento. –A–Albert– balbució. –¿Qué te pasa? –Haydee se ha enfadado mucho conmigo porque soy incapaz de sacarla a bailar. Tanto que me conoce, sabiendo que no sé bailar, y me exige que lo haga ante tanta gente. –Bueno, venís aquí casi siempre y nunca bailas con ella. Al final somos Davidé y yo quien la acompañamos. Deberías intentar hacer un esfuerzo. –No puedo, de verdad que no puedo. Empiezo a sudar, me mareo, me da la sensación de que todos me miran y se ríen de mí, imitando mis torpes movimientos.– Albert lo dio por imposible. Se escucharon unas palmas no muy lejos de allí, se había formado un corrillo alrededor de alguien. Fueron a ver y se quedaron estupefactos al descubrir que los que bailaban en el centro de aquel corrillo eran sus respectivas parejas. Se movían sensualmente, cogidos de la cintura. Haydee, al ver a su novio se soltó la coleta y dejó que su pelo negro azabache cayera libre y sensual hasta la mitad de la espalda. Eso le daba un aspecto mucho más erótico y provocador. Luego le pasó los brazos por el cuello a Davidé y éste pasó sus manos por el trasero de ella, subiéndole un poco la falda. Se movían al ritmo frenético de la canción. Los dos se pegaban tanto que parecía que fuesen a hacer el amor allí mismo. Se despeinaban y tocaban las piernas, espalda, nalgas, brazos y pecho. Davidé le bajó los tirantes del top para escandalizar a Albert, que se puso rojo de celos, ¿Cómo se atrevía a hacerle eso? –Menos mal que a Davidé no le gustan las mujeres– comentó inocentemente Hans, que aunque no le agradaba que el vampiro sobase así a su chica, podía soportarlo. –Y a ti quién te ha dicho que no le gusten las mujeres. Le encantan las mujeres, lo único que pasa es que se enamoró de mí. Pero a él le han gustado siempre las chicas, no le van los otros hombres y creo que ella es su tipo.– le contestó el vampiro, cada vez más rojo de ira. Hans y Albert reaccionaron al ver como aquellos dos se besaron en la boca con tal ardor y entrega que pronto se vieron siendo separados por sus respectivas parejas celosas.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert y Davidé se pusieron a discutir en una esquina. –¡Tu estás tonto! ¿Por qué no me dejas hacer lo que me dé la real gana? 361

–Hoy te estás pasando de una manera excesiva. Primero te quedas desnudo ante toda la gente y para colmo haces eso con Haydee. –¡Sólo ha sido un beso de nada! –¡Eres un...! ¡Hemos terminado!– Albert se dio la vuelta pero el vampiro moreno lo detuvo y abrazó con fuerza. –No seas tonto cariño, lo que pasa es que lo hemos hecho para poneros celosos. No gastes bromas como esas de que hemos terminado.– Albert se desasió de él con rabia. –Hasta que no dejes de hacer cosas como esas, ni se te ocurra acercarte a mí. –¡Pues muy bien! ¡Yo soy así, y si no te gusta te fastidias, pedazo de burro!– giró sobre sí mismo para desaparecer de su vista. –¡IDIOTA!

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee, llevada a la fuerza por Hans, se resistió y éste tuvo que parase allí mismo, en medio de la gente. –¡Suéltame!– se deshizo de él y cruzó los brazos, cerrándose en banda. –¿Cómo has podio hacerme eso delante de tanta gente? Bailando de esa manera tan obscena con él. No sé cómo os habéis atrevido a tanto. –¡Si tú hubieras querido bailar conmigo, como es tu deber, no lo habría hecho para provocarte! ¡EL CULPABLE ERES TÚ! –El único que te toca el culo soy yo, ¿Te has enterado?– la agarró por la cintura y oprimió una de sus nalgas, a lo que ella, muy disgustada por la brusquedad y la falta de delicadeza, le atizó una torta tan fuerte que lo tiró hacia tras.– el hombre, tan aturdido, atinó a agarrarla por el codo cuando ella se marchaba y le chilló. –¡Maldita sea Haydee! ¡¡Perdóname!! Perdóname… –No, yo… soy la culpable de esto, perdóname tú. ¿Te he hecho daño? –No, no cariño– se abrazaron con fuerza– Tienes razón, nunca quiero bailar… sin embargo me gustaría poder bailar con mi mujer… pero me da vergüenza ponerte en ridículo siempre. No entiendo por qué te casaste conmigo… –Es evidente… – volvieron a abrazarse. –Iremos a aprender a bailar… –Vale…

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro todavía no podía creerse aquella pelea estúpida. Davidé estaba en alguna parte de la nave, pasándoselo bien rodeado de cientos de 362

mujeres ansiosas de acostarse con él, lo que le ponía tan celoso que ya se habían roto, “inexplicablemente” varios vasos que estaban cerca. Mientras estaba ensimismado en sus pensamientos, una exuberante mujer pasó por detrás de él. Ella miró su figura de arriba abajo con sus enormes ojos de gato, negros como la pez y tan brillantes que deslumbraban. La mujer gata se dirigió hacia él y le puso las manos en los ojos... –Hola feo vampiro... – dijo una voz susurrante pegada a su oído– ¿Adivinas quien soy?– Albert, helado como se había quedado, no dijo nada, tan sólo se quedó quieto.– Contesta estúpido e insulso vampiro, feo, imbécil y monstruoso. –Janín... – atinó a decir. Luego reaccionó con asco y la apartó de un empujón. Los dos se miraron con pura intensidad. Janín lo miró con fingido asco, observó su rostro, el cual no veía desde hacía tantas décadas. Continuaba igual, blanco y terso. De ojos verde esmeralda que iridiscían de forma especial, tan impresionantes que se le cortó la respiración. El pelo, de un dulce color rubio, estaba recogido en una coleta alta y le despejaba la cara. La ropa le quedaba fenomenal, allí estaba, tan atractivo como siempre, tan guapo como nunca. Respiró hondo y volvió a hablarle. –Niño feo, no has cambiado nada, eres tan deprimente y asqueroso como de costumbre. –¡Deja de insultarme, bruja!– le contestó Albert, cosa que la dejó aturdida. –Vaya, te has vuelto malcarado. Mírate, te atreves a enseñar tus feas facciones, ese feo pelo amarillo, esa boca enorme e hinchada, ese cuerpo deforme. ¿Adónde vas así? Deberías haber muerto en aquel naufragio. Siempre supe que no desapareciste allí, que te escapaste de mí. ¿Creíste por un momento, un solo momento, que te habías librado de mí? No querido, nunca. Aquí estoy para volver a apoderarme de tu alma deforme, para redimirte a mis pies. Esclavo.– Albert sonrió dulcemente, lo que la hizo sorprenderse. Lo normal, tras un discursito de aquellos, era que Albert se echase a lloriquear como un crío pequeño. –Guarra.– dijo sin dejar de sonreír con puro candor. –¡No te atrevas a insultarme! –No vayas exigiendo cosas así conmigo, si tú me insultas yo te insultaré a ti sin pensármelo dos veces. Eres una bruja. Y si piensas que voy a volver a creerte estás muy equivocada.– A Albert le había costado mucho reconocerse a sí mismo que era guapo. –Un patito feo como tú, no debería ir así por la vida– ella se echó para atrás el largo cabello rizado, que ahora ya no era negro, sino que tenía reflejos cobrizos hechos con tinte. Tan impresionante como siempre, bella y erótica. Ataviada de negro con un vestido ajustado, minifalda y escote tan exagerado que podía 363

decirse que se le veía hasta el ombligo. En su piel blanca contrastaban esos gruesos labios pintados de gránate. Estaba impresionante, varios hombres la miraban abobados y ella era consciente de ello. –No soy un patito feo encanto, soy un hombre guapo– ella se echó a reír con sarcasmo, exagerando. Albert sintió una punzada de dolor, como antaño, cuando ella le burlaba. –No me hagas reír, ese sentido del humor es genial Albert, no sabía que lo tuvieses. Me alegro por ti. –Te he dicho que no soy feo, que soy un hombre guapo. No vas a conseguir engañarme más. Me han hecho darme cuenta de que yo, Albert Aumont, soy guapo. –Encanto... – llevó su mano a la barbilla de éste y la alzó. Ella era más bajita que él, debía medir un metro setenta. –Eres un encanto, pero de los horrores. Desde luego, quien te haya hecho creer que eres bello, te mentía descaradamente. Salta a la vista tu poca gracia. Pero tranquilo, ahora que vuelves a ser mi queridísimo Albert, nadie te dirá nada más. Volveremos a estar juntos para siempre, tú y yo, y nunca nos separaremos. Tantos años aburrida, sin saber a quién insultar y pegar. –lo dijo con tanta seguridad que Albert sintió pánico, verdadero terror. Esa mujer lo aterrorizaba todavía, su mirada cruel y segura, teñida de sangre. Se le quedó la mente en blanco, tan en blanco que le temblaron las piernas, sintió ganas de arrancarse la cara horrible que poseía, de encerrarse para siempre en una habitación oscura y dejar que las pesadillas se lo llevaran lejos. Pero unos brazos le rodearon con fuerza, le apretaron fuerte y decididos, le dieron calor pese a estar fríos y los labios más dulces del mundo, poblaron aquella mente en blanco, la llenaron de imágenes, recuerdos, susurros y sensaciones... y volvió a sentir fuerza, olvidándose de aquella bruja...

♣♣♣♣♣♣♣ Janín, que creyó, durante unos breves instantes, que su amor Albert volvía a pertenecerle, se quedó petrificada al presenciar tan insólita escena. Un hombre alto y moreno, vampiro también, se había acercado a Albert y rodeándolo con los brazos, le plantó tal beso que éste se lo devolvió con igual pasión. Los miró con el corazón en un puño. Allí estaba ese cerdo, ese vampiro moreno y atractivo, con Albert entre los brazos, besándole una y otra vez en los bellos labios, en las mejillas mientras se las acariciaba, diciéndole lo muy guapo que estaba aquella noche y lo mucho que lo quería... –Albert, te quiero mucho, mucho, perdóname, ¿vale? Me he portado como un adolescente. Te quiero con locura, solamente a ti, así que no estés celoso, prometo portarme bien.– Se abrazaron fuerte, bajo la intensa mirada de odio de Janín. Dolida hasta lo más profundo de su interior, quiso gritar de rabia, apretó los dientes con pura fuerza, resistiéndose. Le habría arrancado los ojos a 364

ese cerdo. Abrazaba a su a su hombre de toda la vida. Jamás consiguió el amor de éste, pero lo amaba y adoraba con locura, quería conseguirlo, y ya era demasiado tarde. Ahora Albert era abrazado y besado por ese despreciable vampiro moreno. Y la manera dulce y maravillosa en la que Albert le devolvía los besos, las miradas, las caricias y abrazos. Jamás vio esa parte dulce de Albert, ese parte intimista y que tanto anheló conocer siempre. Intentó leerle la mente al desconocido sin conseguirlo para nada, lo que realzó su rabia.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé sabía que una vampiro les observaba detenidamente, podía notar su poderosa rabia, aunque no la comprendía. –¿Y tú quién eres? ¿Qué estás mirando? ¿Y cómo te atreves a intentar leerme la mente?– ella se enfadó más al ser descubierta con tanta facilidad. –Sálvame de ella, no quiero verla nunca más, deseo que me deje tranquilo.– Albert se le abrazó con más fuerza, junto a Davidé se sentía tan bien, tan feliz y protegido. Sus brazos eran como una barrera. –¿Pero quién es ella? –Esa es la bruja, esa es Janín– Davidé estrujó mucho más fuerte a su vampiro. –Nunca Janín, nunca más será tuyo. ¿Lo has entendido, bruja? No te amará jamás. –¡Estás equivocado!– chilló con pura furia– Yo jamás he deseado el amor de ese deshecho.-Mintió y Davidé lo supo. –Di lo que gustes Janín, de todos modos él jamás te tuvo ni el más mínimo afecto. –Lo único que no entiendo de esto es como te has podido enamorar de ese esperpento vampírico.– contestó con altivez, intentando que Davidé no viera su corazón herido. –Porque Albert... es mi ángel.– contestó sin más, mientras le deshacía la coleta y peinaba sus cabellos rubios que cayeron en cascada por la espalda. Janín sintió una angustiosa rabia. Ella había tocado aquel pelo tantas veces, mientras Albert dormía. –Di lo que quieras, pero pronto te darás cuenta de lo que es Albert, de su crueldad, de lo feo y deforme de su alma y cuerpo y entonces... – se calló al ver la sonrisa sarcástica de Davidé. –Albert ya no es así.– éste había hundido su rostro en el pecho desnudo de Davidé.

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–Sois una pareja espantosa. Me dais verdadero asco, maricones de mierda. Desde luego Albert tiene un mal gusto impresionante. Porque eres realmente un vampiro patético. Quien te haya hecho debía estar de broma.– Entonces Albert reaccionó, dejaría que Janín dijese cuanto quisiera, a excepción de meterse con Davidé. –¡Bruja de mierda! ¡Si vuelves a insultar a mi novio te juro que te mato! ¡Y el que lo creó fui yo, y con todo mi amor! La vampiro sintió un escalofrío. Aquella expresión furiosa y desabrida en los verdes ojos de Albert le recordaron a la noche que él la agredió despreciándola para siempre. Aquella noche quiso morirse porque el hombre que más amaba no la quería. Aquella terrible noche en la que Albert se había enamorado de otra mujer, una asquerosa zorra ciega. Y al lado de aquel vampiro moreno parecía distinto, más fuerte y seguro de sí mismo. El vampiro se acercó a ella y la agarró de los brazos, clavándole las uñas en ellos hasta tal punto que la hizo sangrar. –Si intentas hacerle algo te mataré lentamente, te desollaré viva, cortaré cada miembro de tu cuerpo y te quemaré yo mismo en una pira. Entonces sabrás lo que es morir como la bruja que eres.– Albert tenía una sonrisa cruel y despectiva, una mirada escalofriante y una voz que comenzaba a ser sobrenatural. Además, sus colmillos se tornaron grandes y afilados y la presión de sus manos en la carne la quemaba. Lo apartó de un empujón y se desasió de él con fuerza. –¡No me toques! –¿Lo has entendido, bruja? He dejado de ser ese vampiro desamparado y solo, que no tenía más que una vida insulsa y sin alicientes, sin amor ni deseo. Él me ha sabido dar todo lo que tiene, me quiere, me respeta, no le importa mi pasado. Vete por donde has venido Janín, porque no quiero verte nunca jamás– se sintió eufórico y fuerte, sintió que su corazón se llenaba de seguridad y altivez. Por primera vez, Janín, le pareció una vampiro pequeña y estúpida merecedora del más cruel desprecio. –Volverás a verme encanto y te aseguro que tú también querrás verme a mí. ¡Me buscarás! –¡Nunca jamás!– ella sonrió y encendió un cigarrillo mientras se iba.

♣♣♣♣♣♣♣ El Rey jamás quiso decirle donde se encontraba Albert, así que vivió años rezando por dar con él de pura casualidad. Volvería a ver su bello rostro de dulces pecas, su boca pálida y sensual, esos cabellos flotantes, ese cuerpo 366

perfecto y esbelto que siempre abrazaba mientras él dormía. Tenía la intención de, primero tratarlo como siempre y luego rectificar radicalmente su actitud hacia él. Le haría creer que él la había cambiado y así conseguiría enamorarlo. Y cuando al fin daba con él... otro vampiro era su dueño. Eso era repugnante, el mero hecho de pensar que Albert yacía desnudo en brazos de ese cerdo le ponía los pelos de punta. Y lo más repugnante era que ese Davidé probaba constantemente la sangre de Albert, conocía su sabor, su textura y olor. Que se acostaban juntos, ¡HORRIBLE! Repugnante, repulsivo, espantoso, asqueroso... imperdonable. Sin embargo, pronto Albert le pertenecería por entero y entonces yacería con él, le susurraría cuánto le amaba y que jamás le pudo olvidar. Pronto, muy pronto...

♣♣♣♣♣♣♣ –Así que esa era la estúpida bruja. Muy impresionante por fuera, pero por dentro se moría de celos. –No lo creo. Realmente no llego a creer que ella me amara. Me trataba demasiado mal como para amarme, no es normal. –Tú lo hiciste conmigo Albert. –Pero tú y yo somos distintos, tú y yo nos amábamos con locura, teníamos miedo de amar a otro hombre… – le acarició la mejilla a Davidé. Éste le cogió la muñeca con delicadeza para besarla. ¿Sabes Davidé? Contigo a mi lado no me da miedo. –Si te toca un pelo de tu linda cabecita, el que se la cargará seré yo. Además, me pone celoso. –¿Pero por qué? Sabes que yo sólo te quiero a ti. –Me pone celoso y ya está... no soporto ni que te mire. No quiero... ¡Me muero de celos!

♣♣♣♣♣♣♣ –Hola Haydee, la inmortal, para desgracia general.–Ésta frunció el ceño y se sintió rabiar. No escuchaba aquel tono irritante desde hacía mucho. –Hans, te presento a la más P U T A de los vampiros. Un auténtico zorrón. Janín la guarra.– dijo, para estupefacción de su compañero. Así que esa era Janín. A la vampiro le sentó como una patada aquellos insultos, y más viniendo de esa mujerzuela. –Muy agradable de tu parte, ¿Y quién es este hombre tan guapo?– desde luego, el acompañante de la estúpida de Haydee era muy atractivo. –Es mi marido– y le enseñó, con profundo orgullo, su anillo. 367

–¿Y cómo un hombre tan guapo puede casarse con un esperpento como tú? Porque eres una guarra Haydee, una calienta braguetas y una zorra.– Eso calentó la ira de Haydee, que sintió cómo le subía la sangre a la cabeza. Apretó los dientes y se aguantó. Pero sus puños estaban tan apretados que las uñas se le hincaron bien en la carne, haciendo manar sangre. –No te atrevas a insultarme putarda. –Mira quién fue a hablar, esperpento. -Hans frunció el ceño, esa vampiro era una descarada y Haydee no se merecía tal discriminación. Cuando estaba a punto de pararlas los pies, su mujer contraatacó con lo mejor que tenía. –Así que has venido aquí, lo que quiere decir que ya te has encontrado con Albert– Haydee, al ver la expresión dolida de Janín, continuó con su plan– Entonces ya sabrás que tiene un novio que está buenísimo, un novio ardiente y bueno, un novio que lo ama. Y tú, putón, te fastidias porque Albert jamás fue tuyo y te morías por él como una perra en celo. Tanto tiempo babeando por Albert para encontrártelo ahora con un novio que es infinitamente mejor vampiro de lo que tú serás jamás. Janín, muy, muy dolida y rabiosa, explotó definitivamente, hasta tal punto que lanzó un grito ensordecedor y se echó, como un gato rabioso, contra la inmortal. Pero un cuerpo se le puso delante a la bruja y la lanzó hacia tras. Era Hans, que muy enfadado, no permitiría que NADIE, le pusiera las manos encima a su mujer. –No te atrevas a tocarla.– Janín lo observó y sonrió. –Cariño, tú y yo haríamos buena pareja. Vente conmigo y sabrás lo que es el placer más brutal. –No me hagas vomitar– le contestó él. –Muy bien, pero que sepas que esto no va a quedarse así, pienso haceros la vida imposible, tanto a esa estúpida como al feo de Albertito. –Antes te mato– la amenazó Haydee, pero Janín se puso a reír y el hombre tuvo que pararle los pies a su pareja. –Hasta pronto tortolitos. Cuando oficiéis la ceremonia de divorcio, no olvidéis invitarme. – dicho esto desapareció entre la multitud. –Tranquila cariño, no vale la pena hacerle caso a esa mujer. Simplemente nos envidia. –Ya lo sé, pero no veas las ganas que tengo de cortarle la cabeza y verla arder. Me tiene harta. –Tranquila…

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Pronto, Albert y Davidé aparecieron en escena, muy agarraditos. –Chicos, ¿La habéis visto verdad?– indagó Haydee. –¿Y tú qué crees? Nada más verme empezó a insultarme. –Bueno, las mujeres enamoradas pueden ser muy malas cuando el hombre que aman quiere a otra persona. –¡No está enamorada de mí! –Piensa lo que quieras.– Albert se negaba constantemente a que Janín le amase. Le hacía sentirse realmente mal. –Esa mujer es una envidiosa y una estúpida– comentó Davidé con evidentes celos, apretujando a su vampiro con posesión. Pero Albert se dejaba encantadísimo. El hecho de que Davidé estuviera celoso le chiflaba, le hacía sentirse mucho más querido y deseado. –Y que lo digas, nunca he conocido zorrón más impresionante. –Haydee, no es momento para estar enfadada. ¿Nos vamos ya? Mañana cogemos un vuelo. –Claro. – mientras salían del local, Albert pensó en sus amigos y en lo felices que eran. Le gustaría estar casado como ellos y habérselo restregado por la cara a Janín. –Davidé… –¿Sí? –Pronto será el aniversario de nuestros amigos… Tendríamos que regalarles algo. –Tienes razón. –Davidé… –Dime… –Algún día… ¿recibiremos un regalo de aniversario?– Davidé se detuvo a la salida del Creuz y miró a Albert fijamente, serio. Se inclinó para besar a su amor y lo hizo con ternura. –Algún día, como te prometí… Para Davidé fue suficiente, aunque no para Albert, que se sintió angustiado y entristecido, más de lo normal cuando pensaba en ello a solas. Esa era una de las razones por las que había estado tan triste últimamente. Sólo quería demostrar de alguna manera su compromiso con Davidé… y sin embargo, él no quería… lo sabía… Casi sin darse cuenta, una grieta se abrió entre ellos… una grieta muy difícil de cerrar…♣ 369

“La llave de la humanidad”

♣Tan sólo hacían tres días que sus amigos inmortales habían partido de viaje al extranjero por una buena temporada. Después de eso sus vidas continuaron con normalidad. En aquel preciso instante se hallaban en un orfanato. Davidé quería ir a cuidar de los niños hasta que éstos se fueran a dormir. –Hola pequeño– susurró Davidé acercándose a un niño solitario. –Déjame– se quejó éste. –¿Por qué? Nunca quieres hablar conmigo, ¿Te he hecho algo malo? –Déjame idiota– aquel pequeño de no más de 7 años, siempre respondía igual, nunca era amable con nadie, se mostraba arisco y antisocial. Albert se acercó y lo miró. El crío le miró a su vez extrañado. –¿Qué te pasa en los ojos?– preguntó. –Mis ojos son así, no les pasa nada. –Vete, no me gustas– Albert frunció el ceño. –Tú tampoco me gustas.– Davidé le pegó un capón en la cabeza al escuchar decir aquello al pobre crío. –Eres tú peor que el niño. El nene acaba de llegar, se le han muerto sus familiares y no tiene a nadie más. Y va y le dices eso.– le susurro al oído. –¿Y no tiene más familia? –No... Ya hemos tenido casos así, pero éste se queda allí en el rincón y si le obligamos a sentarse se nos escapa. –Vete Davidé, déjame a mí.– éste lo miró dubitativo– Confía en mí… –Está bien.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert sentía como su corazón se encogía al ver tantos niños y niñas. No recordaba para nada su niñez, sin embargo sí se acordaba de otras niñeces... la de los dos niños que salvó cuando el barco naufragó de forma estrepitosa. Era demasiado doloroso y cruel recordar que una vez los salvó de la muerte pero no pudo evitar que ésta se los llevara cuando ya fueron adultos... 370

Se acercó al niño y acuclillándose a su lado lo miró fijamente. –¿Qué te pasa? –Vete, raro. –Tú sí que eres raro, ahí, en un rincón feo y triste, mientras tus amigos cenan y charlan animadamente. –No son mis amigos. –¡¡AH!! ¿Pues sabes? Ellos tampoco tienen papás, ni a nadie. Pero como tú no quieres ser su amigo... – el niño lo miró sorprendido pero no dijo nada. –Vete. –No, porque tengo una cosa para ti. …Mira– le enseñó un pedazo de pastel que tenía guardado en una bolsa. El crío lo observó atentamente, con carita famélica. –¡Dámelo!– alargó la mano pero Albert se lo llevó para otro lado. –No porque es para niños que se portan bien. –Tú no sabes nada, no me quiere nadie. –¡¡Ah!! ¿Y tú qué sabes? Yo tampoco tengo papás ni familia. Hace mucho, mucho que se murieron. –Tú... ¿No tienes papás?– Albert negó con la cabeza. –No, pero tengo amigos que me quieren y tarta también tengo. A veces los amigos son como tu familia, pero para eso tienes que ser bueno.– el niño se levantó del suelo y cogió de la mano a Albert.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé lo había estado observando todo. Albert se había ganado al niño, quién lo diría. Siempre decía que los niños no le gustaban, que eran un estorbo, una pesadez, unos malcarados y demás, pero a la hora de la verdad sabía ganárselos. Observó la escena de cómo Albert llevaba en brazos al niño y lo sentaba en su sitio, se lo presentaba a sus otros compañeros y le hacía comerse su cena. El infante la comió con avidez porque buena hambre llevaba encima y luego se tragó entera su porción de tarta. El vampiro no se separó de su lado. Sería Albert muy buen papá... pero jamás lo podrían llevar a la práctica. Además, cómo explicarle a un hijo lo qué eres y serás siempre, hacerle entender y asimilar que mientras él crezca y envejezca sus padres continuarán jóvenes y eternos. Era demasiado horrible ver morir a un hijo... como le sucedió a Albert.

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Albert les contó una historia rara antes de que les apagaran la luz para meterles miedo en el cuerpo y se marchó satisfecho. Davidé lo esperaba en recepción mientras hablaba con la directora del centro. –Albert. – le nombró abrazándolo pero sin demostrarle un afecto de amante porque una relación homosexual estaba muy mal vista en un lugar con tantos niños. –No es para tanto, no era más que un crío malcarado al que dar una lección. –Ha hecho usted más que mucha otra gente– dijo la mujer. –Bah... – intentó restarle importancia. –Vayámonos Albert. Volveremos en cuanto podamos, buenas noches– se despidieron todos y los dos vampiros se echaron a la calle. Davidé se lo llevó a un parque y tras un árbol en un rincón oscuro empezó a besarle con ternura y a abrazarlo con intensidad. Albert se dejó abrazándole a su vez. –Eres tan bueno Albert. Serías tan buen papaito si tuviéramos hijitos. – Albert le empujó porque sintió una punzada en su estómago al recordar el pasado. –Basta, no quiero ser papá nunca más, ¿Lo entiendes? –¿Por qué te pones así?– lo abrazó por detrás.– Has estado magnífico... Sabes mucho de niños, no tiene por qué volverte a pasar aquello. Además, estoy yo contigo y entre ambos… –No sé nada de niños, no me gustan y siento comunicarte que aunque pudiéramos tener hijos no lo desearía. ¡Entiende mi sufrimiento!– A Davidé le dolió el corazón, él sí deseaba tener hijos. –Lo lamento Albert, ya conozco la historia de lo que os sucedió... No pensemos en eso ahora, dame un beso– el vampiro le empujó de nuevo y echó a andar con las manos en los bolsillos.– ¡Albert! ¿Qué es lo qué te pasa? ¿Estás enfadado conmigo? –No... no lo estoy. Tienes razón, tú no tienes la culpa de nada– sacó las manos de la chaqueta y las llevó a la cara de Davidé, luego acercó los labios y le besó en la boca con fuerza... Davidé notaba que les seguían, y si no se equivocaba era la bruja asquerosa. –Ignórala Davidé, lo hace para fastidiarnos y molestarnos. –Pero es que no la soporto. Comparto ese sentimiento con Haydee. –Bah. –Está loquita por ti, me horroriza pensar que debía tocarte durante el día cuando dormías y no te enterabas de nada.

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–Cree el ladrón que todos son de su condición.– Davidé frunció el ceño.– Te recuerdo que el que me metía mano eras tú... –Perdona Albert, pero apenas si me atrevía a hacerlo, estaba acongojado. En cambio tú sí que me metiste mano todo lo que quisiste. Me lo has contado muchas veces, de hecho hemos jugado a que yo duermo y tú te aprovechas de mí. Como si estuviéramos todavía en aquella época... –Pero en el juego la cosa cambia y termina bien– se empezaron a besar lentamente entre pequeños suspiros y palabras románticas mientras al fondo los observaba una vampiro de la que se habían olvidado completamente y que se moría de celos al presenciar la escena.

♣♣♣♣♣♣♣ Janín clavó sus potentes uñas en la madera del árbol en el que se apoyaba. Apretó tanto los dientes que las encías le sangraron. –¡Cabrón!– siseó fuera de sí, mientras su pecho subía y bajaba acaloradamente. Cuando se excitaba de rabia, el corazón le latía con fuerza. Un hombre se hallaba tras ella, a pocos metros y se acercó al verla con la respiración desbocada y gimiendo algo raro. –¿Se encuentra bien señorita?– ella le ignoró pero el mortal insistió al verla tan pálida. Además, era una mujer muy atractiva y con un cuerpo impresionante.– Señorita. – la nombró al tocarle el hombro, lo que fue un terrible error por su parte. Janín se dio la vuelta rápidamente y agarrándolo con fuerza le hincó los colmillos en el cuello y lo fue desangrando como una loba a su víctima. Apretó tan fuerte que le partió el espinazo. La vampiro lo soltó al notar que estaba muerto del todo y su sangre ya no debía beberse. Otro hombre, que había estado presenciando la escena, la aplaudió. Luego se le escuchó reír con burla, pero no hacia la mujer, si no por pura malicia. –Andrei cariño, no me gusta que me miren hacer estas cosas, me desconcentra. –Y qué quieres que te diga Janín, eres una loba cazando. Él pobre hombre tan sólo deseaba saber cómo estabas. Estás estupenda, lástima que tú y yo no nos enrollemos.– Andrei se adelantó hasta el muerto y le miró el boquete en el cuello. –No eres nada limpia... –No me apetecía. Como comprenderás, rabiaba. – la víctima tenía el cuerpo en plena contorsión y la herida del cuello era sangrienta y enorme. La carne estaba rajada y se veía el interior. –Límpiate querida, tu preciosa cara está roja de sangre– le tendió un pañuelito de seda blanco. Ella lo tomó muy dignamente y tras limpiarse lo arrojó junto a la víctima. 373

–Vayámonos Andrei, amor– se tomaron del brazo sonriendo. –Mañana leeremos la noticia en el periódico. –Puede que no amigo mío, ya sabes como es el gobierno para estos menesteres. Todo lo extraño se tapa. Saben que existimos... pero hacen bien en no meterse con nosotros... –Además Erin es muy poderoso, saben que es un hombre demasiado difícil y como se pongan en su contra irán bien listos... –Si quisiera podría hacerse con el país. –No tientes a la suerte Janín. – siseó con una media sonrisa. –Vamos Andrei, no me digas que no sería excitante eso de conquistar el mundo y que esos infames humanos estuvieran a nuestros pies... –¿Insultas a la humanidad cuando en verdad lo que tus anhelos desean es pertenecer a ella?– Janín lo miró fría y después sonrió. –Andrei querido mío. ¿Desde hace cuánto tiempo nos conocemos tú y yo? –Muchísimo... –dijo lentamente. –Entonces conoces mis propósitos... yo jamás querría dejar de ser un vampiro. Si la humanidad llegara por entero a mí, perdería parte de este poder al que estoy acostumbrada, de mi atractivo... –Vayamos a casa, tengo ganas de enseñarte algo que te dejará satisfecha tu ansia de humanidad pérdida. –¿Has descubierto algo nuevo?– el hombre asintió con la cabeza. Su cabello muy largo y castaño se desparramó hacia delante. Era un vampiro muy atractivo y misterioso, pero en su mirada se podían ver dos cosas, odio y un anhelo constante hacia algo o alguien. Sus cabellos oscuros resultaban tan abundantes que tapaban el lado derecho de su rostro de manera enigmática. –Lo que he descubierto ya lo verás en cuanto lleguemos. Tenían una casa particular de estilo victoriano, mandada construir hacía mucho tiempo. Todo se mantenía oscuro y silencioso. Abajo tenían el moderno laboratorio. Los dos poseían mucha experiencia en genética y medicina, tenían siglos de experiencia, pero hasta que la ciencia moderna no había avanzado tanto no pudieron descubrir las cosas más exactas e importantes. Se cambiaron de ropa por una más cómoda, para luego colocarse sus batas. –Vamos cariño, déjame ver ese descubrimiento tan interesante que tienes para mí. –Acércate al microscopio– ella lo hizo y miró por él. La sangre muerta de vampiro no se movía en absoluto, permaneció fría y simplemente muerta. 374

–No le veo nada... –¿Y ahora?– dejó caer una gotita de otro líquido rojo encima. La sangre y el líquido rojo se juntaron y los componentes de la sangre de vampiro empezaron a moverse convirtiéndose en algo de nuevo vivo. –¡Se mueven! –Eso es porque este compuesto hace revivir la sangre de vampiro que en apariencia está como muerta. Pero el efecto no dura más que unos minutos.– Janín frunció el ceño, enfadada. –Maldita sea Andrei, me habías dado esperanzas.– se dejó caer sobre la silla con aspecto desganado. –Tengo algo mejor que decirte... si esto sucede es porque la cantidad de la gota es proporcionalmente superior al de la sangre... o sea, que es excesiva para esa cantidad de sangre y al absorberla es como una sobredosis, le da el subidón y luego el bajón. Si administramos proporcionalmente el compuesto creado, éste no le hará nada malo al vampiro que lo beba. Podría ser un veneno mortífero... ¿No te das cuenta de lo qué hemos creado?– empezó a reírse.– Podríamos matar a cualquier vampiro con esto. A la mierda esos venenos que no sirven más que para paralizar, esto es mejor, esto mata de verdad, ¡MATA!– continuó carcajeándose mientras Janín sonreía en silencio y se pasaba las uñas por los labios. –A Davidé... –¿Qué? –Quiero matar a Davidé, quitarlo del camino. –No te serviría de nada... –¡CÁLLATE AMARGADO! –La amargada eres tú. –¿Ah… sí? Tu amorcito ni siquiera sabe que existes... – ahí le dolió a Andrei, le dolió mucho. –Puede que todavía no sepa que estoy aquí… pero desde luego lo llevo mejor que tú. La vampiro coladita por un tío que pasa de ella completamente.– Janín se levantó e intentó pegarle, empero él detuvo su puño y lo retuvo, no sin esfuerzo, luego la atrajo hacia él y la besó con fuerza, ella le rodeó con sus brazos y se tendieron en el suelo. –¿Vas a serle infiel a tu Haydee? –¿Y tú a Albert? –No sé de qué me hablas. –Lo sabes muy bien, estás loquita por sus huesos, lo has estado siempre, cariño, siempre... – ella le besó en el cuello con sensualidad. 375

–Puede... pero tú estás peor que yo, obsesionado durante siglos con una mujer a la que nunca le gustaste como hombre, que no sabe que estás aquí, observándola ser feliz con otro hombre... una mujer inmortal que nunca sentirá nada por ti... Andrei se levantó del suelo enfadado, y dando un portazo salió del laboratorio.

♣♣♣♣♣♣♣ Hacían un par de días desde que la presencia de Janín anduvo rondándoles cerca. Desde entonces nada. Davidé había comprado un anillo muy bonito. Quería dárselo la noche siguiente, así que faltaba un día, solamente un día... Tenía muchísimas ganas de ver esos ojos verdes brillar de alegría. Miró el correo sobre la mesa, no había nada importante. Facturas, revistas, etc. Lo de siempre. Lo que no sabía era que Albert había recibido una carta especial que no llevaba remite... Albert, con el sobre en las manos y sentado en la terraza, rasgó el papel para poder sacar el papel que estaba escrito a mano y con una letra que ya conocía: Hola querido Albert: Supongo que estás encantado de que tu amiga Janín te escriba. Hacía mucho que no nos veíamos. Me emocioné al verte en tu discoteca, tan feucho como siempre. Te escribo para decirte algo muy importante. Sé lo mucho que deseas ser humano, al menos una vez en la vida. Y por esa razón deseo comunicarte algo muy importante. Sabes que me encanta la medicina, la genética y las ciencias... vamos, todo lo que sea experimentar. Un amigo y yo... hemos descubierto "la llave de la humanidad". Si quieres saber más, sólo tienes que acudir a la Pirámide del Louvre a las 4 de la mañana del día 19. Te espero mi patito feo... Besos y mordiscos... Janín. Albert rasgó la carta enfadado. –Estúpida bruja... 376

Luego se levantó y la tiró a la papelera. Si pensaba que iba a acudir estaba muy equivocada. –¿Qué tienes, tonto? –le preguntó Davidé tras darle un besito en la comisura de los labios. –¿Qué dirías qué es la llave de la humanidad?– Davidé levantó las cejas sorprendido. –Ummm, pues... puede que... sea la manera de encontrar esa humanidad pérdida. – Albert se quedó sorprendido y meditó la respuesta. –Vaya... –¿Por qué me lo has preguntado? –No, por nada. Lo leí por ahí y me picó la curiosidad. Oye... ¿Vamos a algún sitio? Al Louvre. –¿Ahora? ¿Quieres colarte? Vale…

♣♣♣♣♣♣♣ Albert estaba como nervioso, no dejaba de removerse, de dar saltitos e ir de un lado para otro como un niño en una feria. –Albert ¿Qué es lo que estás mirando? ¿Quieres que entremos? –¿Qué hora es? –Son las cuatro menos cuarto. –Ah... –¿Estás esperando a alguien? –No digas tonterías. ¿A quién voy a estar esperando yo? –¿Qué te pasa Albert? Te noto inquieto y preocupado. –Vayámonos a casa, vayámonos ahora, tengo ganas de... – le besó en el cuello con sensualidad. –¿Tú sólo piensas en lo único?– él asintió sonriente...

♣♣♣♣♣♣♣ Estaban tumbados sobre el enorme sofá, abrazados bajo una manta que rodeaba sus cuerpos desnudos. Albert estaba de espaldas a Davidé y éste le besaba el largo cuello. –Pero Albert pareció no hacerle ni caso, estaba absorto, con la mirada perdida en algún punto de la pared. 377

–¡Albert! –Ah... ¿Qué? –Me ignoras. ¿Qué es lo que te pasa? –Nada–se giró y pasó los brazos por su cuello para luego besarle profundamente, pese a ello Davidé le apartó enfadado. –Conozco tus truquitos de seducción y en esta ocasión no van a servirte de nada. –Pero sino me pasa nada, te lo juro cariño. Dame un beso, un beso... – Davidé no podía resistirse a esas cosas y cayó enseguida. –Mañana... mañana... no te vayas a ningún sitio ¿Eh?– pidió Davidé. –No me iré a ningún sitio. –Es que es muy... importante para mí. A las 12 en punto... –Albert le acarició la mejilla y luego se fundieron en un eterno beso de vampiro. De todos modos Davidé no se quedó tranquilo, a Albert le pasaba algo raro... o mejor dicho, le ocultaba algo, lo conocía como a la palma de su mano.

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro rubio continuaba inquieto. Se sentía extraño. No se atrevía a contarle lo de la carta a su Davidé. No deseaba preocuparle ni ponerle celoso con las ñoñerías de Janín. Probablemente quería verlo para importunarle e intentar hacerle la vida imposible de nuevo, cosa que no iba a conseguir. Pero pese a eso... continuaba con el tintineo persistente y la curiosidad lo estaba consumiendo. Aquello de "la llave de la humanidad" ¿A qué se refería exactamente?

♣♣♣♣♣♣♣ La vampiro volvió a casa hecha una furia. Andrei intentó hablar con ella y lo único que consiguió fue que ésta lo arrojara sin miramientos contra la pared. –¡Ja, Ja, Ja! Déjame adivinar, no ha ido. ¡Ja, Ja, Ja! –¡Deja de reírte estúpido, sino quieres que te parta la cara! –No seas patética. Ya te dije que no iría, que no iba a presentarse. –Siempre fue muy curioso, no entiendo por qué no ha acudido. Seguro que ese imbécil de Davidé le ha persuadido para que no vaya. 378

–Yo creo que no ha ido por voluntad propia. –¿Voluntad propia ese inútil? –¿Y entonces por qué te abandonó? ¿Fue sin querer? Vamos, tú sabes que se largó a la mínima oportunidad.– Janín lo miró con fuego en los ojos. Estaba tan enfadada que los cristales vibraron y algunos vasos estallaron. –¡Cállate! Estoy harta de tus insinuaciones. Cada día te aguanto menos. –Tiene sentimientos... quien lo diría... –Lo mismo digo. El vampiro enamoradísimo de su Haydee. –éste la miró con expresión pétrea y mirada opaca. –Pero al menos a mí... no me dejan plantado... –¡YA BASTA! –le chilló dolida– Mañana acudirá... ya verás como acudirá... le haré una llamadita de teléfono y veremos qué sucede. Tendrás que tragarte los colmillos...

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé marchó un momento a recoger el periódico en el quiosco de al lado de casa y volvería en un suspiro, por eso, cuando el teléfono sonó y Albert escuchó aquella voz profunda y femenina, se alegró muchísimo de que su vampiro no estuviera. –¿Qué es lo que quieres? –¿Está por ahí tu despreciable muñeco? –No seas despectiva, bruja. –Gracias por el cariñoso apelativo que me has colocado, feúcho. Deduzco que tu amorcito con mal gusto no se encuentra en casa. Mejor, porque lo que tengo que decirte no puede ser escuchado por nadie. Antes de nada, ¿Por qué no acudiste a la cita? –¿Qué cita? –No sabes mentir. Contéstame. –No tengo porque darte explicaciones de porqué dejo o no dejo de ir a las citas. Pero si lo quieres saber, no fui porque no me dio la gana. –Seguro que Davidé te convenció para que... –¡Davidé no sabe nada! No tengo porqué preocuparlo con tus estupideces. – Janín sonrió para sí. Entonces ése no estaba al corriente. –Es mejor que no se lo digas. Este asunto solamente nos concierne a nosotros dos. Tengo tantas ganas de contarte el descubrimiento. Tú sabes cuántas ansias he tenido siempre sobre el hecho de recobrar mi humanidad perdida... Y fue 379

algo que tú y yo compartimos siempre. No me lo puedes negar. Tú eres el único, prácticamente, que me entiende y con el único que puedo contar para lograrlo. Por eso te necesito– Janín puso su voz convincente, su voz lastimera y en el fondo era cierto. Necesitaba a Albert. –Está bien, pero no quiero trucos. –Hoy a las 11 de la noche en el mismo lugar de ayer. Dentro de una hora... – luego colgó. Al fin había conseguido su objetivo. Andrei la miró desde su silla. –Parece que has conseguido algo. –Trágate los colmillos. –No hasta que no le vea con mis propios ojos y aquí mismo. –Te juro que lo verás. –No entiendo cómo pudiste estar tantos años con él sin decirle que le amabas, sobre todo con lo puta que eres que te ofreces a todos los hombres que te gustan. –Ella lo miró con una extraña tristeza. –Y tú qué sabes de mi vida, no sabes nada de mi vida humana, no tienes ni idea. –Cierto... en fin. Que tengas suerte. –No la necesito. –le hizo un gesto obsceno con la mano y se fue a su habitación para arreglarse. Debía parecer lo más cándida posible ante Albert. Tenía que meterse en un papel en el que Janín... ya no fuera como siempre.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé había oído algo al entrar en la casa aunque no dijo nada. ¿Con quién habría estado hablando? –Albert... hola. ¿Quién era? –Ah... n–nadie. Bueno, mi abogado. Tengo que ir a firmar unos papeles ahora. –¿Tan tarde? –Ya... es un fastidio. Volveré enseguida mi cariño– le echó los brazos al cuello y le dio un beso fuerte en los labios. –¡Espera Albert! Recuerda que... a las doce tienes que estar aquí conmigo... –Cómo me voy a olvidar, tú eres lo más importante para mí. –Me pongo celoso. –¿Pero de qué? A mi abogado no le gusto en absoluto. 380

–No es de eso. –Davidé tenía la corazonada de que no iba a ver a su abogado. Tal vez marchaba con Erin por algo y para no enfadarlo no se lo decía. Pero mientras estuviera a las doce en casa daba igual a dónde fuera. Luego Albert cogió su abrigo y marchó a la calle. Davidé lo observó marcharse. –Te amo muchísimo... y tengo un horrible presentimiento. Hoy a las doce... estaré más tranquilo porque te pediré que te cases conmigo... – Sin embargo Davidé no pudo sonreír.

♣♣♣♣♣♣♣ Anduvo largo rato por las calles de la ciudad. El corazón le latía con intensidad. Como esa mujer le estuviera engañando se las pagaría. No quería creer lo que le decían los demás sobre aquello de que Janín estaba enamorada de él. ¿Cómo iba a estarlo si para ella era feo y horrible? Además, nunca dejó de maltratarlo. Aunque había noches de sus vidas en las que incluso habían reído juntos. Aun así, Davidé era el único en el mundo que le había querido y el único que deseaba que le quisiera. Los demás estaban desencaminados al afirmar que ella le amaba.

♣♣♣♣♣♣♣ A las once en punto, Janín estaba allí. Tenía el cigarrillo en la boca y se sentía ansiosa. No iba maquillada con los tonos fuertes de siempre, todo lo contrario. Y en cuanto al atuendo, unos pantalones vaqueros ajustados normales y un jersey de cuello alto de color violeta la hacían de lo más normalita. –Hola Janín– la voz dulce y profunda de Albert la despertó de sus ensoñaciones. Dejó caer el cigarrillo al suelo para pisotearlo. Respiró hondo y se giró hacia él. Allí estaba, tan atractivo como de costumbre, o más si cabía. Ahora ya no llevaba sus cabellos sobre la cara, si no a los lados. Siempre le encantaron sus preciosos cabellos rubios. –Hola feo. –Hola bruja. –Has venido... –¿Qué te ha pasado? No pareces la misma mujer, con el cabello recogido y esas ropas... sin el maquillaje. –No siempre me gusta arreglarme de manera despampanante.

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–Será ahora, porque antes te pasabas horas acicalándote.– ella sonrió amablemente y eso desconcertó a Albert. –¿Qué es lo que quieres Janín? Me tengo que ir pronto. –He descubierto la llave de la humanidad. Bueno, yo y mi colaborador, Andrei. –¿Y qué significa esa frase? –¿Tú qué crees? –Yo soy un incrédulo, así que me lo tendrás que explicar con pelos y señales. –Está bien. Significa que hemos encontrado la manera de volver a ser humanos. – Albert estalló en carcajadas burlescas. Se dio la vuelta para volverse a casa. Ella, desesperada, le agarró del brazo y él se soltó con cara de enfado. –¡No me toques! –Albert, debes creerme. –¿Cómo pretendes qué me crea semejante disparate? Es imposible volver a ser humanos, imposible. –A Albert le brillaron sus ojos verde esmeralda. –Acompáñame a mi casa, allí tenemos el laboratorio. No es más que ciencia. Ninguno de nosotros sabemos cómo se crearon los vampiros, pero lo que sí conocemos es que somos una mutación de algo, para nada que ver con las tinieblas, ni con Dios, ni con Satanás. Eso te lo he explicado miles de veces. –Es cierto, me lo has demostrado con tus estudios. –Para sobrevivir hemos tenido que evolucionar y nos hace mucho más sensibles a los poderes que todos llevamos dentro. Todos los seres de este mundo los tienen. Esa es mi teoría y hasta que no me demuestren lo contrario no creeré otra. Todas esas estúpidas leyendas de Dios y Satán, del mal y del bien... no, no las creo. Soy atea, no puedo creerlas. Fui una bruja real en mi humanidad, pero el demonio no existe para mí. Para mí solamente existe la verdad científica. Por eso hemos encontrado la formula que nos haga evolucionar rápidamente hacia la humanidad. Albert se quedó mirándola. ¿Dónde estaba escrito ese libro qué relataba el comienzo del vampirismo? ¿Era cierto que existía? –Me has convencido, así que vamos rápido, tengo que volver a casa cuanto antes.

♣♣♣♣♣♣♣ Andrei estaba en el laboratorio, perfeccionando su descubrimiento. Tenía animalillos, sobre todo conejitos, en las jaulas. Había mordido a unos cuantos y luego los había hecho sus pequeños hijitos. Lo animales también 382

podían ser vampiros, era todo cuestión científica. A uno le había dado una cantidad proporcional de elixir y a otro una cantidad superior. A un tercero le administró una dosis superior que al segundo y al cuarto el doble de lo que se debía. Por orden pasó así: El 1º– se volvió un animal corriente dejando de ser vampírico. Al 2º– le sucedió igual pero dejó de moverse sin estar muerto. El 3º– saltó como loco dentro de la jaula y el cerebro se le salió por las orejas aparte de sangrar, y el 4º– le sucedió algo parecido que al 3º sólo que fue mucho más rápido. –Qué bien, ahora conejito... – sacó al 1º de su jaula– Te estudiaré hasta saber exactamente cuánto tiempo te dura este efecto.– le colocó comida y comenzó a ingerirla. Andrei, mientras observaba su animalillo y le acariciaba el lomo, escuchó pasos arriba. La puerta del laboratorio se abrió y ella le gritó eufórica: –¡Cómete tus colmillos! –Encantado de hacerlo. Al fin has conseguido que tu... – ella le lanzó una mirada asesina. –Este es Albert Aumont.– Albert miró a Andrei con el ceño fruncido. –Encantado de conocerte Albert, Janín me ha hablado mucho de ti. –Ya. –Andrei, explícale el descubrimiento, Albert es muy incrédulo. –Bien. Como ya te habrá explicado ella, nuestros genes son raros, son diferentes. Por eso estamos más desarrollados. Somos una mutación, simplemente. No es correcto el término "no muertos", aunque no vale la pena intentar cambiarlo. Cómo explicarte que nuestra sangre está destrozada, creamos sangre reventada o que muere en segundos. Por esa razón necesitamos la sangre ajena para vivir. La cuestión es que hemos evolucionado y nuestro sentido extrasensorial, fuerza y demás han sido desarrollados por nuestro organismo para poder desenvolvernos rápidamente. Es como un ciego, que como no puede ver, sus otros sentidos son mejores y más sensitivos. ¿Lo entiendes no? –No soy idiota, claro que lo entiendo. –Bueno, pues hemos descubierto la fórmula de lo que hace que seamos inmortales y nuestros cuerpos se queden igual que desde el instante en el cual nos convirtieron en no muertos, es que la sangre de vampiro tiene algo raro que hace poder convertir en vampiros a otros. También hemos estudiado la sangre de humano inmortal, como la de Haydee... –¿Es sangre suya? –inquirió enfadado, dirigiendo la mirada hacia los tubos de ensayo. –No, ella jamás se dejaría. Es de otro inmortal. Tus dos amigos no son los únicos. Así pues, creo que sólo te queda confiar en nosotros. –¿Y cómo sé que uno se vuelve humano? 383

–Si lo deseas te lo demostramos con un conejito– cogió a uno que ya tenía vampirizado. Le dio a beber el líquido rojo y tras un desmayo de unos cinco minutos, el animalillo retornó a su estado original. Albert casi se muere, el corazón le latía alocadamente, pero aún así no terminaba de creérselo. La humanidad siempre fue para él... una utopía. El vampiro miró a sus congéneres, lo cierto es que no tenía ni pizca de confianza en ellos, más bien todo lo contrario. Pero pese a ello, no podía negar que tenían en sus manos el problema de muchos vampiros, o el sueño de otros. –¿Y estáis seguros de qué no es nocivo? –Claro que no lo es Albert, yo nunca te daría algo que te hiciera daño. –Deja que lo dude Janín, has estado años jorobándome noche tras noche. Diciéndome lo estúpido que era, lo horrible, haciéndome el hombre más desgraciado. Pero tu diversión ya terminó. Por suerte conseguí deshacerme de ti a la mínima oportunidad.– la mujer sintió dolor y no pudo evitar poner una expresión dolida que sorprendió a los otros dos. –Tú no sabes nada Albert... no me conoces. –Pues yo creo que sí te conozco. Y si me lo permitís, ahora me voy porque tengo que pensar detenidamente en esto. –¿Vas a decírselo a ése? –dijo despectivamente. –"Ése", como tú lo llamas, debe saber todo esto, porque tengo que consultarlo con él. –¡Espérate Albert!– intentó detenerlo. – Llévate una dosis del compuesto, por favor.– Albert la miró a los ojos y ella creyó morirse, ¿Y si él no aceptaba tomarla? El vampiro cogió el tubito de ensayo y se fue de allí, alejándose bajo la mirada divertida de Andrei y los ojos tristes de Janín. –Se ha ido Janín... ¿Crees que lo hará? –ella levantó los hombros en señal de ignorancia. –Estás distinta... ¿Qué es lo qué te sucede? –no contestó. No tenía por qué contar a ese inepto nada de sus sentimientos. Se giró decidida y cogió otro tubito de ensayo en el que vertió otra dosis. –¿Qué piensas hacer ahora Janín? –Esperar a que se decida y entonces lo haremos juntos. –¿Cómo el suicidio de dos amantes? Oh... pero vaya, para eso hacen falta dos y tú estás sola... – luego rió por lo bajo y levantándose dispuso su marcha al piso superior. –Perdón Janín, no estás tú sola, sois tres... y cuando elimines una punta del triángulo, eliminarás la otra y de nuevo... te quedarás sola. –luego cerró la puerta y marchó.

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–Eso ya lo veremos. Lo único que necesito es poner celoso a Davidé, tanto que deje a Albert... ¿Verdad qué sí, tubito? –luego acercó sus labios pálidos al tubo y lo besó...

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé tenía colocadas decenas de velitas bajas por toda la casa. Eran aromáticas y de luz agradable y romántica. Albert no había llegado todavía, y ya casi eran las doce de la noche. ¿Dónde estaría? Habían llamado Haydee y Hans les dijo que aquella noche a las doce, le pediría a Albert que se casara con él. Se alegró mucho de saber lo bien que les iba en su viaje. Después colgó y preparó lo de las velas, pero al mirar el reloj se desencantó totalmente. Ya pasaban de las doce en punto. Miró el teléfono y decidió llamar al abogado. No pretendía molestarle a aquellas horas, empero es que estaba poniéndose celoso y muy histérico. Albert jamás tardaba, y menos si le pedía que estuviese a cierta hora en casa. Efectivamente, Albert no había estado con su abogado. Así que, haciendo de tripas corazón, marcó el número personal del móvil de Erin. Éste le contestó enseguida. –¿Diga, Albert? –Erin... soy Davidé– al principio hubo silencio y luego le escuchó reír. –¿Qué? –Soy Davidé. ¿Albert está ahí? –¿Quién dices qué lo pregunta? –Erin... no tengo ganas de tonterías. Contéstame a la pregunta, por favor– añadió con asco. –Albert... mmmm... podríamos decir que sí o que no. ¿Qué quieres oír? ¿Es que Albert ya no te cuenta a dónde va? –¡Estoy preocupado!– se le notaba muy tenso y las constantes insinuaciones de ese tipo le tocaban las narices. –Pues no, aquí no está –luego le colgó y Davidé sintió ganas de arrojar el teléfono contra la pared y darle de patadas hasta reventarlo. Aun así supo contenerse y tan sólo lo colgó de manera violenta. Resopló algo en italiano y se puso a dar vueltas. –Tranquilo Davidé, no es más que un pequeño retraso de 20 minutos. Si iba en coche debe estar en algún atasco casual... pero a estas horas... no. Tranquilízate estúpido, tranquilidad, vamos... – Le arreó tal coz al sofá que lo arrastró hasta la pared. Los celos le podían, el hecho de haber sido engañado le sacaba de sus casillas de manera alarmante. Se miró en el espejo y tenía una expresión feroz. Los colmillos engrandecidos y la boca abierta por lo grande de éstos. Los ojos iridiscentes y el cabello como erizado. Hacía muchísimo que no se ponía así. No entendía esa reacción tan brutal, pero el caso es que ya pasaban 385

de las 12 y media y Albert no daba señales. Calmándose un poco se dio cuenta de que sentía un peso en el pecho que quería explotar. Intentó no llorar mientras apagaba las velitas y las recogía para después arrojarlas todas a la basura. Se sacó el anillo del bolsillo y lo observó. Por fuera tenía gravado sus nombres... Albert y Davidé... El teléfono sonó y corrió raudo para ver si se trataba de Albert. –¿Albert? –No soy Albert, evidentemente. –¿Quién eres tú? –Janín... te llamaba para decirte que Albert y yo hemos pasado una velada estupenda. Es realmente un hombre maravilloso. Albert no quería decírtelo, pero yo creo que no está bien engañar "al otro".– luego colgó sin más y Davidé notó como la sangre le subía a la cabeza y perdía el control de manera desastrosa. Arrojó el teléfono contra el televisor y de éste salieron chispas aunque, por suerte, no se incendió. El vampiro se echó a llorar irremediablemente, y cegado por los celos apretó fuerte el anillo hasta dejarlo hecho una masa irreconocible. La honda expansiva de su rabia fue tan intensa que se rompieron los cristales y espejos que había en un radio de varios metros. Cogió su abrigo y salió dando un portazo. ¡Aquella mujer asquerosa que pretendía arrebatarle a su amor! Y ese amor... ¡Ese amor embustero y traicionero! ¿Cómo le había podido mentir de una manera tan descarada? Ignoraba si esa bruja mentía o no, pero sentía tal cantidad de celos que no podía estar en la misma casa que Albert. Debía estar lejos de él porque sí no...

♣♣♣♣♣♣♣ Cuando Albert llegó a su casa y se encontró con todo el panorama recordó que había prometido a Davidé estar allí antes de las doce y ya casi era la una. Le conocía lo suficiente como para saber de qué manera estaría enfadado, aunque aquello era excesivo. Encontró las velas tiradas en el contenedor, los cristales rajados o rotos a pedazos. La televisión destrozada y el teléfono completamente despiezado. ¿Qué es lo que había sucedido allí? ¡Parecía una batalla campal! ¿Y Davidé? –¡Davidé!– lo llamó incluso sabiendo que no estaba allí.– Davidé... lo siento... no me acordé... – con lo de Janín y Andrei estaba completamente absorbido por aquello, tanto que no recordó la velada especial... 386

Recogió los desperfectos e intentó arreglar todo cuanto pudo, barrió y limpió. Pero Davidé continuaba desaparecido. –Me siento tan mal por haberte mentido... ¿Y qué hago yo ahora? ¿Qué clase de persona soy? –sacó el tubito de ensayo con el líquido rojo y espeso como la propia sangre. Destapó el taponcillo y se llevó el tubo a la nariz. Hizo ademán de llevárselo a la boca, empero se contuvo y de nuevo colocó el tapón con manos temblorosas. –No, no, no, no... todavía no. Primero tengo que decírselo a él y conocer su opinión.– las manos le temblaban, así que guardó el compuesto en el cajón más oscuro de su escritorio. Esperó a Davidé durante toda la noche hasta que se hizo de día. Albert respiraba excitadamente, muerto de miedo. Nunca en tantos años él había desaparecido. Se sintió muy culpable, muy, muy culpable. Tanto por haberle mentido como por no contarle nada de aquello. Y si a eso le añadía, el no haber aparecido por casa como le prometió... –¿Y si no vuelves? ¿Y si me has abandonado? Me moriré... las fobias me comerán de nuevo... Y la estrecha brecha se abrió más entre ellos…♣

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“La Luz”

♣La Luz filtrándose a través de las persianas, lentamente, con suavidad. Allí fuera, donde las personas apenas sienten miedo, donde el ruido y el bullicio son uno. La Luz... que un vampiro tiene prohibido tocar si desea continuar viviendo. ¿Por qué tenía que ser tan cruel querer notar su calor de vida, nada más una vez...? Acercarse con lentitud, mirar esa línea dorada por la que el polvo deja atrás su invisibilidad. Alargar la mano fría y pálida y cortar el recorrido del haz... apartando la mano porque duele... Albert se volvió al lecho, dejándose caer sobre la cama con pura desgana. ¿Cómo podía cambiar todo tan radicalmente? –Ya no estás... el día terminará pero… ¿Volverás? Hace dos días que no apareces... y tengo que contarte tantas cosas...

♣♣♣♣♣♣♣ Estaba tumbado sobre la cama de un hotel, llevaba allí casi dos días. Las sábanas y manta se hallaban hechas un revoltijo. La almohada manchada de sangre seca. ¿Qué se suponía que estaba haciendo allí? ¿Vengarse de Albert? ¿Creer aquella llamada? ¿Amargarse la vida y amargársela a alguien a quien amaba? –Tengo que volver... y aclarar todo esto. Debe ser todo un malentendido, estoy seguro. – pese a sus palabras no hizo ni un movimiento, todavía no tenía fuerzas para levantarse. El sol acababa de esconderse y las luces de la calle comenzaban a encenderse. Llamaron a su puerta. Eso le hizo ponerse en guardia. –¿Quién eres tú?– inquirió tras abrir la puerta. –Mi nombre es Andrei... y soy amigo de Janín. –¿Y qué vienes a hacer aquí? –Te traigo un mensaje suyo. –¿Qué mensaje?– preguntó con brusquedad. –No hace falta ser tan desagradable –la mirada furibunda de Davidé le hizo callarse y pensar que lo mejor era no meter cizaña con alguien tan "poderoso".

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Porque Davidé era un vampiro de primera categoría. Janín no sabía lo qué hacía. –Dime qué quiere esa mujer. –le tendió el susodicho papelillo que llevaba escrito algo. Davidé lo leyó: Hola desaparecido. ¿Te atreves a dejar solo a nuestro Albert? ¿Al ángel de nuestra vida? Recuerda su fragilidad cuando se encuentra solo y abandonado (por ti claro) Refugiarle en mis brazos sería todo un placer para mí... Quiero hablar contigo. Hoy a las 3 de la mañana al pie de la Torre Eiffel. Janín Miró a Andrei con la cara enrojecida por la rabia. –Yo me voy. ¡¡Ah!! Y un beso profundo de mi parte para Haydee... –¿De qué la conoces?– le preguntó poniéndose en guardia. –¡¡Adiós!!– luego se marchó tan rápido como había aparecido. Davidé cerró la puerta con fuerza y volviéndose sobre sus pasos comenzó a vestirse. Esa furcia se iba a enterar de quién era Davidé y de que ni una de sus pezuñas iba a tocar un solo pelo dorado de Albert.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé no volvía, no lo haría nunca, era evidente. Ya se sentía desesperado, se encerró tanto en sí mismo que ni siquiera llamó a Erin para que le aconsejara. Aquella había sido la pelea más fuerte... una pelea en la que ni siquiera había intervenido. El timbre sonó y sintió la presencia clara de Andrei. Abrió la puerta inmediatamente. –¿Qué quieres? –Janín me ha pedido que venga a decirte que te cita a las 3 menos diez de la mañana a los pies de la Torre Eiffel. –Por favor... dejadme en paz. –Andrei observó a Albert. El cabello enmarañado, aspecto descuidado y ojos enrojecidos. Además, no se había limpiado bien el rastro de lágrimas de sangre. Albert era un vampiro de segunda categoría, o sea, muy poderoso. Pero no tanto como su creación... Davidé...

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–Simplemente ve a la cita. Ella tiene que decirte algo muy importante.– luego se marchó sin más y dejó al vampiro apoyado en la puerta, pensativo. Cerró ésta seguidamente y volvió al sofá. –¿Y si me voy y Davidé vuelve? Si no me encuentra aquí sería espantoso– hablaba en un susurro, con vaguedad. Aun así decidió acudir a la cita. Le diría a Janín que no iba a tomarse todavía el compuesto. No hasta hablar con Davidé.

♣♣♣♣♣♣♣ Llegó la hora de la estúpida cita. La vampiro se moría de los nervios. No podía dejar de fumar como una loca. Al notar la presencia de Albert tiró el pitillo y corrió rauda hasta él. –¡Estás aquí! –Ya lo sé. Dime qué es lo que deseas comunicarme con tanta urgencia. –Quise hablarte por teléfono, pero nunca lo descuelgas. –Está roto. Dime qué quieres. Tengo que volver a casa.– Janín miró a Albert, ¿Qué le sucedía? Estaba apático, triste, descuidando su hermoso aspecto físico. Ella se retorció las manos nerviosa. –¿Has decidido qué quieres hacer? –No, porque Davidé se ha ido... –Ya lo sabía. –¿Dónde está?– ella mintió al levantar los hombros en señal de ignorancia.– ¿Vas a tomar tú el compuesto, Janín? –Sin ti no voy a hacerlo. –¿Sin mí? ¿Y yo qué tengo que ver? –¿No lo entiendes? Si he trabajado tanto para llegar a esta solución es por nosotros. Los demás vampiros no me importan en absoluto. –Albert la miró en silencio, con los ojos entornados por la intensa apatía y tristeza que le llenaban, parecía incluso que no la estaba escuchando y su mente se hallaba lejos, en algún rincón oscuro. –¿Y yo qué te importo? Nunca me demostraste afecto de ninguna clase. –Eso no tiene trascendencia ahora Albert. Es parte del pasado, ahora somos vampiros modernos, nuestras vidas ya no son lo que eran en tiempos.– empezó a temblar como una hoja de otoño. –Debemos mirar al futuro, nuestro futuro juntos. –Mi futuro está con Davidé. Cuando vuelva a mí seremos humanos los dos. –¡Él no va a volver jamás! No te quiere. 390

–Tú no entiendes el lazo que nos une. –Albert sonrió con los ojos llenos de lágrimas. Ella miró el reloj con nerviosismo. Tenía que hacer algo para que todo resultara como esperaba. Se dejó caer de rodillas ante él poniéndose a llorar. Albert se sorprendió. –Me encuentro tan sola, tan triste, tan desesperanzada. Desde que te marchaste ya no he podido ser feliz... –¿Cómo se puede ser feliz insultándome y pegándome? Diciéndome que soy horrible, malo y un deshecho sin futuro. ¿Sabes de qué manera me has llegado a traumatizar? Jamás pensé que alguien me amara. Decidí suicidarme incluso. ¿A eso le llamas ser feliz? Tal vez sea porque nunca has sentido la verdadera felicidad... –Tú no sabes nada... yo fui feliz... una vez. –dijo entre sollozos– En mi humanidad... yo tenía un amor que incluso me quiso a sabiendas de que yo era una bruja... ¡¡Todo el pueblo estaba en mi contra menos él, que era el sacerdote!! Nunca pudimos consumar nuestro amor. Incluso me salvó de la muerte y al final fu él el que pereció bajo las llamas y yo no pude hacer nada por evitarlo. ¡¡Entonces todo cambió y yo me volví una cínica y malvada persona!! Cuando me convirtieron en vampiro, aterroricé y maté a todos los que le prendieron fuego. –Albert se quedó callado. ¿Se lo estaría inventando? No lo parecía... lloraba encogida en sí misma, como una bola temblorosa. Se agachó y la rodeó con sus brazos. Ella, que sinceramente no se lo esperaba, le abrazó con los suyos y le apretó con intensidad. Nunca había estado entre sus brazos de aquella manera y era un sueño hecho realidad. Se estremeció cuando él le acarició los cabellos con pura lentitud. –No llores más Janín, seguro que él fue feliz de que escaparas y de morir por ti. –pero ella estaba tan extasiada que incluso se olvidó para qué quería hacer todo aquello. Davidé, no muy lejos de allí, lo miró todo con rabia y celos enfermizos. Así que era verdad, era cierto lo que le dijo aquella bruja. Ellos estaban juntos, engañándole a sus espaldas. Se dio la vuelta y volvió... a casa...

♣♣♣♣♣♣♣ La bruja retornó a su hogar, feliz como unas castañuelas. No dejó de tararear una canción que estaba de moda y trataba sobre el amor, dando saltitos por la alfombra del salón. Andrei la miró con la ceja levantada. –Supongo que has conseguido lo que anhelabas. –Es mejor que eso, es muchísimo mejor. Oh Andrei cariño– se sentó sobre sus piernas y le apartó el pelo de la cara.– Yo quería que Davidé nos viera juntos a 391

Albert y a mí, para que rompieran. Supongo que nos llegó a ver... aunque eso da igual. Al fin Albert me abrazó muy fuerte y me acarició el cabello. Luego hablamos mucho... es tan bueno. –¿Y cómo lo has conseguido?– Janín se puso seria. –Le conté una historia… que nunca le había contado a nadie… –A saber qué bola le metiste. –¡No era mentira!– se puso agresiva de pronto. –Vale, vale… –Sucederá así... ellos se pelearan, Albert vendrá a consolarse en mis brazos– se abrazó a sí misma– Nos convertiremos en humanos unos días y entonces será completamente mío y se enamorará de mí... y ya no nos separaremos jamás... Janín volvió a bailar sobre la alfombra y rió. En realidad no sabía que tenía razón en casi todo...

♣♣♣♣♣♣♣ Janín y él estuvieron hablando largo rato. Ya no iba vestida de la misma manera, era más cándida. No le martirizaba ni le insultaba. Se trataban como personas que eran y supo verla desde otro ángulo. Tal vez podrían ser amigos, aunque Davidé seguro que se enfadaría mucho. Pero era cuestión de intentarlo. Nunca pensó que podría perdonarle a ella todo lo sucedido en el pasado. De todos modos ahora eran personas diferentes en un mundo moderno y podrían ser amigos. Al llegar a casa notó que Davidé había vuelto. Entró como un tornado y al verlo allí de pie, en medio del salón, corrió hasta saltar sobre él y abrazarlo con brazos y piernas...

♣♣♣♣♣♣♣ –Cariño... – le susurró en la oreja. Davidé lo tenía entre sus brazos, pero no podía ser feliz, ya no podía. –Bájate.– dijo brusco. Albert lo miró y besó en los labios, pese a ello Davidé lo apartó e hizo que él se bajara de encima suyo. –¿Qué es lo que pasa Davidé? ¡Te vas sin decir nada! Sé que es por no haber llegado a la cita que teníamos... pero no me has dejado que te explique lo que...

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–¿Crees realmente qué es por eso? Entonces es que eres imbécil... o simplemente estás fingiendo. – contestó con sarcasmo, medio riéndose, desquiciado ya. –¿Qué? No... no... ¿No es por eso? ¿Entonces cuál es la razón de tu enfado? Me has tenido en vilo durante dos días, has destrozado la casa, me has destrozado a mí.– Davidé comenzó a carcajearse. No se podía creer esa manera de fingir que tenía Albert. Era un buen actor. Se llevó las manos a la cabeza y estiró de sus cabellos mientras reía y reía. Las luces estaban apagadas y todo tenía un tono mortecino y cruel. Albert lo miró, tembloroso, muerto de miedo. ¿Qué le pasaba? –Davidé, mi amor... – alargó la mano hasta tocar su camisa, pero Davidé se apartó con furia, dándole un cruel empujón que casi lo tiró hasta el suelo. –¡NO ME TOQUES! –¿Pero qué dices?– de nuevo intentó abrazarlo y lo único que consiguió fue que él riera más y le empujara con rabia. Davidé no soportaba que le rozara con unas manos que habían tocado a aquella mujer. Rió hasta que sus carcajadas se tornaron sollozos. Albert se sentía cada vez, más y más desconcertado. –¡¡NO QUIERO QUE ME TOQUES CON UNAS MANOS SUCIAS!! ¡ERES UN CERDO! ¿CÓMO HAS PODIDO HACERME ESO?¡¡YO TE QUIERO!! ¡¡¡TE AMO!!!– agarró a Albert y lo estampó contra una pared. Éste lo miró acongojado, la expresión de Davidé era de odio y celos. –¿Qué es lo qué te he hecho?– Davidé pensó lo sincero de sus ojos y dudó, pero la imagen de ver a su vampiro con aquélla mujer le puso histérico. Con el puño hizo un boquete en la pared que dejó a Albert con los ojos desorbitados y la respiración desbocada, a punto de salírsele el corazón por la boca. Su felicidad con Davidé ya no existía y eso le hizo romper a llorar. –¡CÁLLATE MENTIROSO! Yo te amo... y tú... tú me has engañado. –Gimió sollozante. Albert pensó que sabía que lo de aquella noche fue una patraña y que no estaba con su abogado. –¿Te refieres... a... a... lo de Janín?– Al escuchar aquel nombre, se enrabió con mucha más intensidad y cogiendo a Albert volvió a estamparlo contra la pared. Albert sintió que los huesos le crujían. Davidé era más fuerte que él... –¿Y te atreves a decírmelo a la cara tan tranquilo? –S–sólo estuve con ella un rato.– Davidé lo bajó con la misma violencia que lo había subido y arrastró de él hasta el sofá. Arrojándolo sobre él se puso encima suyo. –¡¡ERES UN MALDITO MENTIROSO Y ME HAS ENGAÑADO CON ELLA!! Y yo te quiero tanto... En cambio tú me has engañado con ella. – susurró desquiciado y lloroso, sobre el pecho de Albert. 393

–¿Pero qué dices cariño?– intentó acariciarle el cabello. –¡NO ME LLAMES ASÍ!– volvió a ponerse nervioso y fuera de control.– Tú y ella estáis liados, os he visto hoy mismo. La abrazabas, os abrazabais. Ella ya me lo dijo, que estabais liados. ¡ERES UN CERDO Y UN TRAIDOR! ¡Nunca pensé que fueras capaz de hacerlo!– Albert se quedó con la boca abierta, alucinando absolutamente. –¡¡¿PERO QUÉ ESTÁS DICIENDO, IMBÉCIL?!!– empezó a chillar a su vez Albert. –¿No ves qué eso es una estupidez? –¿Estupidez? Te he visto con ella... te fuiste con ella la otra noche, mintiéndome... ¿Desde qué momento estáis liados? ¿Desde vuestro encuentro en el Creuz? –¡No digas sandeces!– Albert se enfureció y de una patada se quitó a Davidé de encima.– ¡No me toques! –¡No me toques tú a mí, cerdo! –¡TU ERES EL CERDO! ¿CÓMO TE ATREVES A DECIR QUE YO TE HE SIDO INFIEL?– le chilló con pura rabia y odio. Jamás se le pasó por la cabeza que Davidé fuera capaz de pensar algo así de él. –¿Qué cómo me atrevo? Lo he visto con mis propios ojos. ¡Me engañaste diciéndome que te ibas a hablar con tu abogado y en realidad era con ella con quien estabas! ¿Os gustó mucho acostaros juntos? ¡CONTESTA, MALDITA SEA!– le agarró del cabello rubio y Albert le arañó la cara haciéndole sangrar. –¡En la vida te he sido infiel, en mi vida me he acostado con alguien que no fueras tú! ¡SI ME AMARAS DE VERDAD CREERÍAS LO QUE TE ESTOY DICIENDO! No sabes nada de por qué he estado con ella. He intentado contártelo pero no me has... – Davidé le cortó cuando, de un puñetazo, le partió la cara. Albert cayó a varios metros, con la nariz rota y sangrando como un cerdo. Se puso a llorar de dolor y rabia. Se levantó con las manos ensangrentadas. Tenía el labio partido y la nariz destrozada. Escupió un diente y tosió sangre. Pero lo peor no era eso, lo realmente horrible era que Davidé se lo había hecho, infringiéndole un dolor intenso en el corazón. No pensó que fuera a pegarle nunca...

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé vio lo que había hecho y sintió unos horribles remordimientos. Acababa de agredir a la persona más importante de su vida. Se miró el puño tembloroso y luego observó de nuevo a Albert que se arrastraba por el suelo. –Albert... mi amor... lo siento– fue tras él pero Albert le repudió entre sollozos. –N–no m–me t–toques cabrón... 394

–Albert mi vida. – lo abrazó e intentó acariciarle, consiguiendo que Albert se enfureciera más y le pegara también aunque sólo para quitárselo de encima. –¡Hemos terminado Davidé! No puedo con esos celos que te ciegan. Piensa lo que desees de mí. Sé que ya no me amas como antes... me has pegado. Yo jamás te pegaría aunque fueses tú el que me pusiera los cuernos... tan sólo tenías que encontrar la excusa para abandonarme. ¿Cómo has podido engañarme de esa manera durante tanto tiempo? –¿Qué estás diciendo? ¡Eres tú el que me has engañado!– Albert se salió de sus casillas y ya no aguantó más. –¡LO QUÉ QUIERES OÍR ES QUÉ TE FUI INFIEL! ¡PUES SÍ!– Los ojos de Albert iridiscían en la oscuridad y con la cara manchada de sangre y los colmillos engrandecidos como dagas parecía un monstruo furioso. –Hemos terminado Albert, para siempre. Me voy y no volveré jamás. Esta relación no tiene futuro... nunca lo tuvo. Aunque no dejaré de amarte jamás... quiero que recuerdes eso. –No hace falta que te vayas Davidé– dijo duro– el que se marcha para siempre soy yo. No quiero estar en una casa con tantos recuerdos. Me voy con "ella", ¿Es lo que quieres oír, no? – Albert cogió un paño y se limpió la cara. La nariz, el labio y el diente roto ya volvían a estar en su lugar. Se fue sin mirar a Davidé que lo observaba todo tembloroso. Éste se abrazó a sí mismo y dejándose caer de rodillas, permitió que las lágrimas le cegaran de nuevo. Acababa de perder lo que más amaba en el mundo ¡por los estúpidos celos!

♣♣♣♣♣♣♣ Andrei llamó a la puerta de Janín y ésta abrió con el ceño fruncido. –Albert está abajo, esperándote– antes de que terminara la frase, ella se hallaba ya en el vestíbulo. –Vaya, qué rapidez. ¡¡Ja, Ja!! –¡Albert! ¿Qué haces aquí?– Janín sacó pecho para impresionarle pero él no se dio ni cuenta. –Estoy muy mal Janín... dime qué le has dicho a Davidé. –¿Qué? Yo... no sé de qué me hablas, de verdad... no entiendo nada. Te lo juro Albert, lo juro por esta nueva amistad nuestra. –¿De veras? -quería creerla. Era evidente que Davidé pretendía abandonarlo y encontrar la excusa perfecta para hacerlo. –Hemos roto... él y yo hemos roto– la mujer tuvo que reprimirse la alegría porque hubiese sido un error. Abrazó a Albert con fuerza y dejó que él llorase sobre su hombro...

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Miró a Albert sobre su cama, y observó su adorable rostro. Era físicamente tan joven y tierno, tal vez lo único que rompía su aspecto aniñado eran esas cejas cínicas y esos ojos rasgados e intensamente crueles a veces. En realidad no era tan aniñado... su mandíbula era muy atractiva y tenía un cuerpo fuerte de hombre... Se tendió a su lado y Albert la miró. –Quiero tomar el compuesto, ahora mismo. No me importan las consecuencias– ella se irguió sorprendida. No se lo podía creer. –¿Estás muy seguro de ello? –Sí Janín, quiero ser humano y que Davidé me vea. Que vea lo que ha perdido por no creerme, por no confiar en mí y por haberme agredido. –Tranquilo Albert, enseguida vuelvo. –salió de la habitación y volvió en menos de dos minutos. Andrei iba con ella, deseaba estar presente ante tal acontecimiento. –Muy bien, aquí lo tienes– le tendió el tubito de ensayo.– Lo haremos los dos a la vez.– el vampiro asintió con la cabeza. –Lo cierto es que me muero de miedo– sonrió. –Vamos Albert... yo lo haré primero... –No Janín, los dos a la vez. Al fin y al cabo, es nuestro sueño, ¿No?

♣♣♣♣♣♣♣ Andrei observó como se tomaban la dosis... sintiéndose excitadísimo. Quería ver los cambios que se producían en un vampiro. No era lo mismo una cobaya que... una cobaya humana. Albert sintió que se mareaba, que la vista se le iba y que el pecho le dolía de manera espantosa. Janín sintió exacta reacción. –Albert... – lo llamó y abrazándose a él perdió el conocimiento. En cambio Albert aguantó cuanto pudo, se resistió como un loco a desmayarse. Abrazó a la mujer y notó los cambios. Un calor intenso embargaba sus sentidos, la piel le hervía, creía explotar. Hasta que, al igual que Janín, cayó en un sueño oscuro y caluroso.

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro Andrei se acercó lentamente. Ellos estaban desmayados. Durante tres horas no hicieron ni un simple movimiento. Les tomó la temperatura cada media hora, comprobando que les iba subiendo con lentitud hasta alcanzar la temperatura media de 36º. Lo que implicaba que su piel fuera 396

volviéndose rosada y cogiera color. Janín tenía otro aspecto, más juvenil y cándido. Y a Albert le brotaron gran cantidad de pecas en la cara. Hasta sus cabellos resultaban diferentes, menos voluminosos. Eso no quería decir que se volvieran menos atractivos, al contrario, ahora resultaban mucho más interesantes. –Queridos... sois realmente maravillosos ¡JA! ¡JA!

♣♣♣♣♣♣♣ Tras el paso de las tres horas aproximadamente, Albert abrió los ojos. La luz de la lámpara le hizo daño ya que le pegaba directamente en la cara. Tosió porque la garganta le sabía muy mal. De nuevo abrió los ojos y viéndolo todo borroso, sumamente diferente. Los colores, olores y texturas. Al tocar la mano de Janín la notó caliente y se notó su propia piel caliente también. –Janín. – aquella voz era distinta. Todo resultaba extraño, un universo paralelo en el que realmente era un ser humano y mortal. –Bienvenido Albert, al otro lado de la vida. –musitó Andrei, sentado tras él en la cama. –Oh Dios... me duele todo... –Es normal, tu cuerpo ahora es bastante diferente al anterior. Recuerda que has perdido tus desarrollados poderes, que tus defensas son increíblemente vulnerables y débiles y que... –Me estás dando mi–mi... m–miedo. –Albert se dio cuenta de que le costaba hablar, de que no vocalizaba con normalidad. –Tranquilo Albert. – Andrei se le acercó y le tomó el pulso y la temperatura.– Por lo que veo, eres un humano. –N–no t–te veo b–bien... – Andrei parecía ante él de manera borrosa. –Debes tener algún defecto en la vista. ¿Recuerdas si cuándo eras mortal tenías alguna clase de anomalía?– el nuevo mortal se sintió morir. Dios... tenía defectos horribles. Cojeaba, no veía nada bien y tartamudeaba al ponerse muy nervioso. –Y–yo... s–sí... –Pues al volver tu cuerpo a su estado primario, recobras esos defectos ¿No te lo había dicho Janín?– sabía que eso no podía ser, pues nunca se lo comentó a ella. Eso podría haber sido un impedimento para verlos convertirse en lo que ahora eran. –N–no s–sabía e–s–so. –Janín hizo un movimiento doloroso y al abrir los ojos la luz le cegó como a su compañero. 397

–Tengo nauseas. –luego tosió también y se le saltaron las lágrimas. Albert miró esas lágrimas y sintió como las suyas propias le acudían a la garganta y salían por sus ojos. –Son casi transparentes. –susurró Albert y le tocó las mejillas mojadas de agua y sal con un poco de sangre todavía. Janín, que a su vez vio sollozar a Albert, se le echó en los brazos y lloraron juntos largo rato...

♣♣♣♣♣♣♣ Una media hora después, Andrei se retiró a su habitación porque el sol ya empezaba a salir. Janín y Albert no habían vuelto a decir nada y el vampiro decidió retirarse por tedio aburrimiento. Ellos continuaban abrazados. –Tengo miedo Albert... –Yo también t–tengo miedo a... a t–todo esto. –¿Por qué tartamudeas?– Janín le miró a los ojos y vio que seguían tan hermosos como siempre pero que dejaron atrás su sobrenaturalidad. Tenía las mejillas muy arreboladas y llenas de pecas realmente preciosas. Sus labios eran rojos y brillantes... quería besarlos. –Y–yo... tartam–muedaba c–cuando era humano. –Albert se percató de la manera en la que lo miraba ella y enrojeció como un tómate, cosa que se le notó bastante. –Albert... quiero decirte lo mucho que yo te... –Mira, el s–sol... – se parto de ella y bajó de la cama. El corazón le latía muy fuerte, se sentía muy violento. ¿Y si todos tenían razón y Janín sentía algo por él? Ella, al ver la reacción de su compañero decidió callarse por el momento. El Sol, La Luz... estaban allí, esperándoles. El nuevo mortal cojeó un poco hasta arribar a la ventana. Tocó los rayos de luz que se filtraban dulces entre las junturas de las persianas. No quemaban, no dolían, no eran malos. Se echó a llorar como un niño y Janín también rompió en sollozos. –Se puede tocar, es maravilloso. Sube la persiana, quiero que la luz me bañe. –¿N–no t–tienes miedo? –No, ya no. ¿No lo ves Albert? ¡No duele!– dijo eufórica. Jamás la había visto tan contenta, sonriente y lloraba lágrimas de sal. Hizo lo que le había pedido, no sin miedo, y levantó las persianas. La luz, todavía débil, entró en la estancia y les hizo cerrar los ojos como si quemara, pero no se trataba de eso. Simplemente era que no estaban nada acostumbrados y todavía les molestaba, aunque no se quemaban, ni deshacían... Con los ojos semi cerrados empezaron a chillar, gritar y reír como locos. Abrazándose, Albert la levantó en brazos y dio vueltas con ella sin parar hasta que se dejaron caer sobre el lecho mientras 398

continuaban festejando que eran humanos y que por fin... habían visto La Luz... –¡Albert!– chilló mientras se tiraba sobre su persona y lo aplastaba cuanto podía contra ella. Se tuvieron que sonar los mocos con la sábana y les pareció asqueroso, aunque bien poco les importaba en aquellos instantes de gloria. De nuevo se abrazaron de tan eufóricos que se hallaban y ella empezó a besuquearlo en la boca Albert intentó apartarla pero ella se le puso encima sin querer soltarlo. –¡BASTA! –¿Qué? Albert... Albert, te quiero, te quiero muchísimo, te quiero mi amor, te quiero, te quiero, te quiero. –volvió a besarle en los labios y en el cuello. Ella sintió un cosquilleo perturbador entre las piernas, algo que había olvidado que podía sentir una mujer humana. Tener el cuerpo caliente de Albert bajo ella la ponía como una moto. Era tan guapo y perfecto. Pero Albert sentía tal desconcierto que, abrumado, se apartó e intentó escapar como pudo. –¡N–no es cierto! –Sí lo es... yo siempre te he amado ¿Cómo puedes ser tan tonto de no darte cuenta? –Y–yo soy feo para t–ti– ella negó con la cabeza y se puso a llorar como una niña. –Eres el más guapo para mí, eres el mejor y más maravillosos de los seres que existen. Vampiro o humano... yo te amo igual. Nadie te puede querer como yo te quiero– Albert cada vez se ponían más y más rojo. Aquello le sobrepasaba, no podía soportarlo. –No, no Janín... no puedo... sabes que... que n–no p–puedo, que y–yo amo a otro... –¡Te ha abandonado!– le gritó histérica. –Él tiene que saber esto... –No Albert, conmigo serás feliz. Podremos tener hijos.– ¿Por qué le mentía así? Sabía que aquel estado no duraría siempre, pero si se lo hacía saber, él la aborrecería. Todavía no era el momento de confesarle el "contra" de aquel experimento, de aquella humanidad de juguete. –Me has amado d–demasiado tarde. ¿Por qué me hiciste tanto daño? –No lo sé... tenía miedo a perderte. A que... a que si te decía lo especial que resultabas te alejaras de mí... –N–no estamos d–destinados. –se quedaron en silencio, callados y con la mirada baja. 399

–¡Albert! Tenemos que salir fuera, quiero que La Luz me bañe.– cambió de tema para suavizar la situación. –T–tendremos que llevar gafas de sol... –Yo tengo de sobra– le tendió unas cualquiera y corriendo como demonios bajaron las escaleras raudamente. Janín casi perdió el equilibrio y de no ser porque Albert la sujetó a tiempo se hubiese matado. Pero aún así no se percató o pensó que podría haberse matado y que en aquellos momentos eran frágiles como las hojas de otoño en un árbol.

♣♣♣♣♣♣♣ Cuando la luz de la mañana, algo gris por las nubes que encapotaban el cielo, les inundó por completo no pudieron evitar volver a reír y saltar. Los puestos de las calles todavía estaban cerrados o a punto de abrirse. –Mira cómo se ve eso de día... – apuntó con el dedo ella. Cualquier tontería les parecía lo más maravilloso del mundo entero si era con La Luz. –¿T–te cantan las t–tripas? –¡Sí! ¿Qué podemos comer? ¿Y si nos sienta mal? No debemos atiborrarnos. Piensa que nuestro estómago es ahora algo pequeño que cualquier alimento excesivo nos sentaría muy mal. –N–no sé... ¿Qué desayuna la g–gente?– hizo memoria y se puso a recordar lo que Haydee y Hans podían desayunar. –Café, leche, algún pastel... o zumo de algo con tostadas.–corrieron rápidamente hacia la cafetería. Se quitaron las gafas de sol y sentándose en las sillas, pidieron a una señorita que les atendió rápidamente. –¿Qué desean? –¿Qué suele desayunarse? Nunca lo hemos hecho... desde hace mucho, claro.– la mujer los miró con cara de guasa, pero prefirió no complicarse la existencia a esas horas. –Pues... tiene para elegir, café, leche, café con leche, un cortado... eh... zumo de naranja, limón, frutas, piña, eh... también cacao con leche, chocolate caliente. Y para acompañar pueden mirar en el escaparate y elegir ustedes mismos. –Vale– se levantaron como dos críos en una tienda de chucherías y eligieron tarta de queso y luego un café y leche sola. Cuando Albert probó la tarta le costó tragársela porque se le hizo un empastre en la boca que le dio algo de asco. Pero como el sabor era agradable se comió su porción sin masticar mucho. Al atragantarse, Janín le golpeó en la espalda. Albert estaba tan adorable con esa carita de joven hombre... sólo tenía 20 años, pero qué dulce podía ponerse al estar despreocupado, comiendo ávidamente. Ella por su parte 400

se comió su trocito de tarta en silencio y poco a poco, no quería padecer una aparatosa digestión. La leche le pareció muy rica y Albert, al mirarla se empezó a reír. –¿De qué te ríes? ¿De mí?– Albert, con un trozo de porción en la boca, sólo pudo asentir. –T–tienes el bigote blanco... ¡Ja, Ja! –¡Estúpido!– le atizó un manotazo que dolió a Albert. Cuando notó la garganta muy empalagosa, bebió el café y casi lo escupió de puro asco que le produjo. –Agggg, no me gusta.– pidió algo que parecía luminoso y dulce. Zumo de limón, y se llevó otro chasco porque, como no llevaba suficiente azúcar, resultaba ácido. –Albert, bébete el agua– el chico se la tragó entera quedándose, al fin, tranquilo. Al tener un estómago tan pequeño, se sentía más que saciado. –No me gusta comer, sine embargo La Luz es prec–ciosa... De pronto Albert empezó a notar cierta molestia entre sus piernas. Era muy desagradable, como algo que le apretaba. –Oh Dios mío... creo que me estoy orinando... –Janín lo miró con las cejas levantadas. –El baño... está al fondo, ¿Lo ves?– salió disparado hacía allí. No es que tuviese muchísimas ganas de orinar, aunque deseaba quitarse la sensación molesta. La mujer lo siguió porque tenía miedo de que se le escapase. –¿Adónde vas J–Janín? –Quiero mirar. –No puedes entrar en un baño público d–de hombres– Albert sintió que de nuevo enrojecía. Ya dentro, desabotonó su pantalón y bajó la cremallera. Sacó su sexo y lo miró, estaba un poco raro y no sabía cómo mear... ¿Cómo se hacía? Según recordaba esas cosas salían por sí solas, al relajarse o haciendo fuerza. Y como relajado no podía estar, optó por la 2ª opción. Un liquidito algo amarillento se desparramó por el retrete ensuciándolo todo. –Es... a–asqueroso– le dio mucho repelús. Evacuar fluidos no le gustaba, sería cuestión de acostumbrarse. No se pudo limpiar, pues allí no había papel. Mientras se lavaba las manos a conciencia pudo mirarse al espejo y le disgustó tremendamente el tener la cara llena de pecas, las mejillas rojas como tomates, en dos círculos de colegial y unos labios que parecían algo pintados con carmín ¿Así era de humano? ¡Tan diferente a su yo vampiro! El cabello tenía un color más castaño, tal vez menos dorado y sus iris verdes no iridiscían en absoluto. Bajo sus ojos ya no estaba esa extraña línea enrojecida y al tocarse los colmillos con la lengua los notaba pequeñísimos, ínfimos. Abrió la boca y los miró sorprendido.– Janín tocó a la puerta. 401

–¡Ya salgo!– tras evacuar fluidos, fueron a pagar un fallido desayuno.– ¿V– vamos fuera? La Luz es t–tan preciosa... –Sí, lo es... vayámonos fuera. – Sus pupilas ya estaban acostumbrándose a la luz solar. La mayor parte del tiempo se la pasaban mirando hacia arriba porque el cielo no estaba cubierto por todas partes y se entreveían retazos azules y luminosos. Les encantaba mirar hacia el sol para comprobar como se les cerraban los ojos inconscientemente. Estornudaron bastantes veces como tontos y las contaron para ver quién ganaba. A medida que el día avanzaba, ellos eran más y más niños y felices. Corrieron por un parque repleto de gente. Mirar cómo La Luz se filtraba entre las copas arbóreas, o la manera de producir sombras sobre sus figuras. Se sentían eufóricos...

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro, se abrazaba a sí mismo como una criatura solitaria. ¿Qué sería de Albert? Estaba muy arrepentido por agredirle sin dejarle explicarse. Nunca pensó que en tan poco tiempo aquello se precipitase hacia la desgracia. No sabía con quién hablar. Sus amigos andaban quién sabía donde y jamás se le ocurriría molestar esa felicidad de la que disfrutaban. Se le ocurrió pedir consejo a su hermana Virna. Así que sin titubear, cogió el teléfono móvil que se había comprado y marcó el nº de su hermana. –Dios mío... dime qué debo hacer, cómo actuar. Si Albert estuviera ante mí ahora... yo... yo le pediría perdón hasta el infinito.– dijo mientras esperaba que le descolgaran el teléfono.– No confiar en él ha sido el error más estúpido de mi vida. Pero los celos son mi defecto más acusado y no puedo contra ellos. Tengo miedo a perder lo que más amo. –¿Diga?– era una de sus sobrinas, tal vez la mayor. –Hola cariño, ¿Se encuentra Virna en casa? Soy Davidé... –Espera tío Davidé... ¡MAMÁÁÁÁÁ!– la escuchó chillar y al rato su hermana se puso al aparato. –¿Davidé? Cariño, hacía dos meses que no sabía nada de ti.– le reprendió. –Virna... necesitaba hablar con alguien urgentemente. Lo he fastidiado todo Virna, soy un bestia. –¿Pero de qué hablas? –Que... que Albert y yo hemos roto definitivamente. –¿Qué? ¡No me lo puedo creer! –No sé cómo ha sucedido, pero mis celos lo han mandado todo al carajo. Me puse muy celoso. 402

–Los celos son un terrible defecto que tienes. ¿Te das cuentas? Son malos y no trae nada bueno sentirlos. –Es que no creí lo que me dijo. Puede que me mintiera en principio... pero luego yo me monté una película solo que hizo que no creyera nada más. No le dejé ni siquiera explicarse e... e incluso le p–pegué. –¿Qué? No me digas eso Davidé, tú no eres así... puede que tengas temperamento, pero no eres así con las personas que amas. –¡Yo le quiero muchísimo!– dijo desesperado– Me muero sin él, me estoy consumiendo. Temo hacer una locura si no vuelve conmigo. ¡Lo mato y luego me mato yo!– Virna notó que el corazón le iba a mil por hora. Davidé estaba diciendo tonterías. –Davidé... escúchame bien. ¡Nunca digas esas cosas! –Lo siento, es me siento desesperado, ya sabes lo que tuvimos que pasar... –Sí, y por eso vas a hablar con él y lo vais a solucionar. ¡Y no le vuelvas a poner la mano encima! –Te juro que nunca más lo haré, ha sido la primera y la última ¿Y si de todos modos no me perdona, Virna? –¿Crees qué te quiere? –Sí... –Entonces creo que te va perdonar cariño. Ya lo verás. –Te quiero mucho Virna, no sé que haría sin tus consejos. –Yo también te quiero... ¡Y deja ya de ser tan idiota!

♣♣♣♣♣♣♣ Estaban sentados en un banco del parque, mirando la luz que les bañaba y daba algo de calor. Habían ido a comer a un restaurante, limitándose a probar manjares sanos y suaves. Después de aquello volvieron al parque cercano buscando el calor solar (porque hacía un frío que pelaba). –Albert, te quiero mucho. –Pero yo a ti no– dijo frío, seco y sin contemplaciones. Tanto que sonó hasta cruel. –Ese vampiro no te ama, dudó de ti... Albert... yo te puedo dar cosas que él jamás podrá darte. Él no es ya un hombre completo. Tú si lo eres, eres completo y hermoso como nadie– se le abrazó y Albert se dejó en principio– Un hombre y una mujer pueden ser maravillosos juntos, en la cama, en la vida cotidiana. Ese hombre jamás podrá satisfacer tus deseos y anhelos sexuales. Un vampiro nunca haría el amor con un humano... porque es un ser impotente, 403

que no puede disfrutar de la misma manera que nosotros lo haríamos.– le besó en los labios e intentó meterle la lengua sin éxito. –Yo... cuando conocí a Davidé, me hubiera acostado con él.– dijo apartándose. –Pero tú eres bueno... y él no lo es. Piénsalo Albert, vuestra relación se ha ido a pique. ¿Cómo crees que vais a funcionar en la cama ahora? No Albert, él no sentirá tus caricias como yo las sentiría ¡¿Me oyes?! Nunca igual... no jadeará de verdad, no se retorcerá entre tus brazos como yo lo haría. Sé mucho del placer humano y mi amor... yo te amo. ¿No tengo derecho a hacerlo ahora contigo? –Janín... no, no puedo... t–todavía no p–puedo. – hasta aquel momento no se le había pasado por la cabeza lo de hacer el amor. Pero enseguida se lo imaginó con Davidé y algo se le despertó entre las piernas que le hizo desasirse de aquella mujer. Era evidente que Janín era diferente a Davidé. Una era toda una mujer y el otro todo un hombre, aunque no estuviese completo. ¿Pero y si Davidé no deseaba acostarse con él? –Esperaré, pero no me daré jamás por vencida.– antes de que se volvieran vampiros de nuevo tenía que conseguir acostarse con él, como fuera. Luego le diría que dejarían de ser humanos mortales y entonces ya sería demasiado tarde porque lo tendría atado. Davidé sabría que lo habían hecho juntos y entonces se separarían para siempre y odiarían a muerte. Le daría el compuesto a ese tío imbécil y moriría. Albert jamás se enteraría creyendo que Davidé había desaparecido porque ya no le amaba y que jamás volvería... –Janín... es mejor que m–me vaya a un hotel. –¿Por qué?– dijo nerviosa.– Ven a mi casa. –Necesito estar solo... prom–meto que no m–me marcharé. N–no soy t–tan tont–to. V–ven conmigo para comprobar que estoy en e–ese hotel. Llámame por la n–noche, a c–cualquier hora– Janín no se fiaba, pero podía pedirle a Andrei que lo buscara por si le daba por esfumarse. A Andrei jamás le agradaría perder una de sus cobayas humanas, como las que tenía encerradas en el sótano. Y para él, ellos dos eran un par de cobayas estupendas que examinar para luego conseguir sus propios fines personales. –Como quieras Albert. Te amo y confío en ti. –V–vamos...

♣♣♣♣♣♣♣ Como era invierno, y la luz solar pronto decayó, se fueron a un hotel normal pero bien agradable que no estaba muy lejos de la casa de Janín y Andrei. Ésta se marchó a su casa no antes sin intentar seducirlo de nuevo sin conseguir nada. De todas maneras, tenía otros planes, aquella noche se pasaría por allí... 404

Cuando la mujer se fue, Albert salió corriendo del hotel en dirección a su casa. Como todavía era algo de día, se limitó a colocar un cartelito en la puerta del apartamento para que Davidé la viera. Le decía el hotel donde se hallaba, habitación y nº de teléfono. Acarició aquella puerta y la besó lentamente. Al otro lado debía de estar su Davidé, sin saberlo con certeza, pues sus poderes se habían diluido junto al vampirismo...

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé, que no sabía cómo dormir, notó una presencia humana hurgando al otro lado de la puerta que daba al rellano. Se acercó a ella y la tocó. Allí había alguien y su aura era como la de Albert. ¡No podía ser! Se estaba volviendo loco y paranoico. Fuera había luz del día, la suficiente como para dañar a un vampiro. Además, esa persona era humana, no un no muerto. Definitivamente se estaba volviendo un chiflado con un recargo de conciencia tan grande que le hacía imaginar cosas imposibles. Luego la presencia se diluyó en la distancia y dejó de sentirla... Esa noche decidió salir a buscar a su amor para poder recuperarlo. Al dejar el piso vio la nota en la puerta y la leyó muy sorprendido. ¡Era la letra de Albert! ¿Y cómo podía ser eso? En la nota también decía que le llevara ropa. –Albert... ¡Voy a recuperarte!

♣♣♣♣♣♣♣ Después de dejar la nota en la puerta, se volvió al hotel. Durante el camino sintió un extraño miedo de la noche. Le costaba ver porque su vista era algo borrosa. Además cojeaba y el aspecto que tenía no era muy aliñado. Había gente que lo miraba y parecía reírse. ¿Se burlaban de él? Lo estaba pasando fatal. La noche, como ser humano que era, ya no le atraía demasiado. Se moría de ganas de recobrar La Luz. Tenía hambre, quería ir al servicio y tenía un frío helador. Estuvo pensando en qué pasaría si alguien le atacaba, pues ya no podría defenderse a mordiscos y... moriría. Más que nunca necesitó de Davidé. Con él, tan fuerte, tan inmortal, su vida estaba asegurada y no correría peligro. Pero... ¿y si no acudía a la cita? Además, estaba empezando a darse cuenta de que ya no sería eterno, de que envejecería y que esa vejez no le gustaba. Subió a su habitación de hotel. Despojándose de la ropa con prisa, por el frío, puso en marcha la ducha y dejó que el chorro de agua calentara su 405

cuerpo tembloroso. No supo cuánto tiempo estuvo así, pero le pareció una eternidad... Unos golpes en la puerta de la habitación le hicieron reaccionar. Creyendo que era Davidé, salió como un rayo de la ducha poniéndose una toalla alrededor de la cintura. El corazón estaba a punto de reventarle en el pecho. ¿Cómo sería la reacción de su vampiro al verlo humano ¿Y si no le agradaba? –V–vamos Albert... respira ho–hondo. – cogió aire y luego lo expulsó con suavidad. La mano, al acercarla al pomo, le tembló. Al abrir la puerta se llevó un gran chasco. –Janín... –Lo dices como si no te alegraras de verme. –¿Qué es lo q–qué quieres? –A ti. – Albert resopló, cada vez se lo ponía más difícil. Ella pasó por su lado rozándole, deslizando su mano por el pecho mojado de Albert. –Estabas duchándote, ¿Eh? Podías haber esperado a que me duchara junto a ti. En las duchas pueden hacerse maravillas... ya sabes, los cuerpos mojados de dos personas... –No digas sandeces.– la mujer se quitó el abrigo y a Albert se le salieron los ojos, pero de pasmo. Ella apenas llevaba... ropa. El vestido era tan pequeño que tapaba lo justo. Con sus largas piernas enfundadas en unas finas medias. Al sentarse se le vio el liguero al completo. Y por la parte de arriba de la pieza, era simplemente un escote tan pronunciado que casi se le veía el obligo. Cualquier otro hombre hubiera caído a la primera. –Veo que te gusta el modelito, no cesas de recorrerme con la mirada. –Sólo miro e–en lo que te has convertido. Eso n–no quiere decir que me guste lo que veo. Estás muy guapa sí, pero a parte de eso... – Janín se puso ceñuda. Parecía pensar en algo. –Albert, me encantan tus piernas, nunca había visto algo tan bien torneado. Por Dios Santo, qué alegría para la vista. Y el pecho al aire, esa cintura, esas caderas... – se levantó del sofá y fue hasta él. Albert retrocedió hasta una pared, tenía el corazón en la garganta. Si hacía décadas ella le insultaba, ahora no cesaba de piropearle. Le hacía sentir bien y a la vez mal. –B–basta por favor. –No quiero, porque te amo– ella parecía algo bebida y el aliento lo confirmaba. –Has bebido. –Sí, para atreverme a todo contigo. Soy capaz de seducir al más difícil, soy capaz de hacer lo que más desee de un hombre, soy capaz de todo... pero 406

contigo, me es tan difícil. Cuando te encontré pequeño mío, eras una bola de harapos, de suciedad. Un vampiro perdido, un alma loca. Eras tan sangriento, tan... cruel con el resto del mundo. Como un lobo hambriento en un campo lleno de ovejas. Y me encantó porque eras como yo y odiabas a todo el mundo. Fue tan fácil enamorarse de ti. – Janín le pasó los brazos por el cuello y empezó a besarle en la barbilla –No Janín..... –Sí, sí... porque al quitarte toda aquella suciedad, aquella roña... había un precioso ángel con el alma ya vieja... Cuando te encontré apenas si sabías lo que era un vampiro. Encontraste otros como tú que no quisieron ayudarte. Hasta que yo llegué a ti y te cuidé, te enseñé, porque soy tu maestra. A veces conseguía olvidarte, otras de nuevo te amaba. Pero tú a penas me hablabas. ¿Cómo crees qué me sentía? Sólo podía pensar en no perderte, conformándome con que estuvieses ahí, a mi lado, dependiendo de mí– se puso a llorar como una niña sobre su pecho mojado de agua. Albert sintió pena por ella, pero nada más. –Lo siento... –Tenía que mentirte, decirte que eras monstruoso, encerrándote, guardándote de los que pudiesen apartarnos el uno del otro. Por el día, mientras dormías... te observaba y acariciaba. –¿P–por qué no me lo dijiste antes? –¡NO SABÍA CÓMO!– chilló– Tú no mostrabas el mínimo interés en mi persona. Te limitabas a seguir mis órdenes. No me mirabas ni tocabas y a penas me dirigías la palabra. Te la pasabas haciendo dibujitos o cosas manuales que yo te rompía porque las odiaba. –Conseguiste que d–dejase de hacerlo para siempre. ¿Y dices qué me amabas? S–sí me hubieses a –amado hubieses alabado lo que hacía. ¿Cómo querías que te apreciara? – Janín se le derrumbó entre los brazos y tuvo que llevarla hasta la cama y darle un vaso de agua. Ella estaba temblorosa y lloraba sin control. Se sonó la mucosidad y tosió por la congoja que llevaba encima. –Siento lo que he d–dicho. Perdóname Janín... –Tienes razón, soy horrible. Sin embargo, ahora que soy humana todo puede cambiar. Déjame empezar de nuevo contigo, ¿No comprendes qué te quiero muchísimo?– de nuevo le rodeó el cuello con los brazos y lo hizo tumbarse con ella sobre la cama. Metió la mano por debajo de la toalla y toco su sexo apretándolo con cuidado. Albert la empujó e intentó apartarla. –Albert, no me digas que no tienes ganas de hacer el amor. El sexo ya no nos está vedado, hagámoslo ahora, yo te deseo.– el hombre se excitó, pero no por Janín en particular, no porque la deseara. La razón era muy sencilla, su cuerpo reaccionaba al contacto y a que, al ser humano, ese nuevo cuerpo necesitaba 407

descargar la tensión de alguna manera. Aún así se resistió y puso la toalla de nuevo aunque el bulto ya era evidente bajo ésta. –Estás excitado Albert. No me digas que no te gusto. –Vete, por favor– le rogó acalorado. Las sensaciones entre sus piernas eran muy extrañas. Así que eso era estar excitado de manera humana, ya no lo recordaba. En realidad era comparable a la excitación de un vampiro. Acalorarse, desear apretar el cuerpo de la otra persona, morderlo... Sólo que se excitaba entre las piernas y no por cualquier lado que se pudiera morder y chupar la sangre. –Cariño, yo sé mucho de lo que les agrada a los hombres.– sin contemplaciones se quitó el vestido y se quedó desnuda porque no llevaba ropa interior. Albert se quedó sin resuello. Allí estaba ella, haciendo movimientos sensuales con las medias puestas, lo que la hacía muy erótica. Se sintió tan tremendamente violento que tuvo que alejarse de allí. –¡BASTA!– restalló con los ojos cerrados– ¿¡NO ENTIENDES QUÉ NO QUIERO!? Ella no le hizo caso e intentó forzarlo aunque sin conseguirlo. Albert era muchísimo más fuerte. –P–ponte la ropa. – Janín se echó a llorar frustrada y acurrucó sobre sí misma. Tenía que pensar en algo para conseguir que se acostara con ella. Pensó un instante en Davidé y vio la luz, la oportunidad que necesitaba. –Si no me haces el amor... ¡Davidé jamás será humano!– eso caló hondo en Albert que la miró con los ojos muy abiertos. –¿Qué? –Lo que has oído. Si lo que quieres es que Davidé se convierta en mortal... tendrás que acostarte conmigo. –Eres u–una zorra, siempre con t–tus argucias. No has cambiado en nada, n– no te importan mis sentimientos. Pero e–esta vez te ha salido el tiro por la culata, estúpida. Todavía tengo el tubito que me diste.– eso fastidió los planes de Janín, pese a ello eran fáciles de arreglar. –El estúpido eres tú, iluso. Ese compuesto se estropea rápidamente. Uno se lo tiene que tomar nada más crearlo, pasado un día se estropea– Albert no se lo creía en absoluto, aunque tampoco podía arriesgarse a que fuera real lo que le estaba diciendo– ¿Por qué piensas que ayer fui a prepararlos para tomárnoslo enseguida? –Eres una embustera p–perniciosa. –Cree lo que quieras, pero te advierto que si le das eso a Davidé lo matarás. –Eso no puede matar a un vampiro tan fuerte. 408

–Es veneno cariño, si te lo tomas caducado te aseguro que morirás. Incluso Erin podría morir– en el fondo era verdad. Ignoraba qué efecto haría sobre el vampiro más poderoso del mundo, sin embargo hacía mucho daño si se tomaba más de la cuenta. Como una sobredosis. –Sigo sin creérmelo, bruja. –¿Serías capaz de arriesgarlo todo por no creerte lo qué te digo? Te amo Albert, no querría hacerte daño. Sé que si Davidé muriera, y encima por tu negligencia, jamás te lo perdonarías y yo me sentiría responsable de no haberlo impedido a tiempo. Te pido que me creas... eres lo que más amo en la vida. – El chico pensó que podía tener razón. No tenía más remedio que creerla. Jamás podría soportar matar a Davidé... Se acercó a Janín y la besó en los labios con dulzura, tanta que Janín se sintió morir. –Albert, por fin.– cuando se hallaba sobre ella le hizo prometer algo. –Prométeme que m–me darás el compuesto p–para él... prométemelo... –Sí mi amor, te lo prometo….– luego pensó, mientras Albert la besaba, que Davidé iba a morir muy pronto y entonces el mayor obstáculo desaparecería de su vida. Albert no podía negar que estaba excitado, eso era evidente, además Janín le acariciaba por lugares prohibidos mientras su mente ocupaba otro nombre y otro cuerpo completamente diferentes. –Janín... – jadeó Albert– Hay un problema que p–para ti será muy desagradable. –No me importa. – ella se sentía excitadísima, quería ser penetrada ya de una vez. –Es que... es que cuando jadee tan sólo podré decir... Davidé, Davidé, Davidé... ah... Davidé. – se excitó muchísimo más al pensar en ello. Al principio lo hizo para ver si Janín desistía sin llegar a romper la promesa, hasta que ésta le arrojó al suelo. –¡MARICÓN, ERES UN MALDITO MARICÓN! –le insultó –¡ERES UN CERDO QUE NO TIENE CONSIDERACIÓN CONMIGO! Maricón de mierda. Eres antinatural, estás pervertido. No entiendo cómo puedes desear a un hombre y no a mí. –Y qué culpa tengo yo d–de estar enamorado de un ho–hombre. –El jamás podrá darte lo que yo Albert. El jamás será un humano como nosotros. ¡TE ODIOOOOO! ¡YA NO TE SOPORTOOOOO!– chillaba como una loca, sin control.– ¡Te juro que te haré la vida imposible hasta que te mueras! Ahora no eres más que un simple mortal al que puedo matar con facilidad. Sigo siendo una bruja, sigo teniendo poderes que tú has perdido y que no recobrarás jamás. ¡TE ABORREZCO MORTAL 409

INSIGNIFICANTE! ¡Estúpido mortal! No sabes lo que te espera. Cualquier día tus esperanzas de continuar como humano se irán a pique. ¡TE ECHO UN MAL DE OJO! Y Davidé jamás te querrá ya. Le has engañado, escondido todo esto. Un humano y un vampiro... qué risa me da. Nadie, ¿Me oyes? Nadie ha sobrevivido a una relación “mortalidad inmortalidad” Y tú no serás el primero. Él se marchará lejos de tu lado, y jamás volverás a saber de él. ¡Es lo que te vaticinio, ese es mi mal de ojo! Entonces me recordarás, y dirás... "Janín, tuve que hacerte caso" y tal vez te perdone y deje que me ames. Pero hasta entonces... ¡SUFRE!– después de aquella parrafada se puso la ropa y llorando salió de la habitación. El hombre, por su parte, sintió que las lágrimas acudían prestas a sus ojos. –Lo siento Janín, p–pero yo siempre amaré a otro... Aunque sea lo último que haga ♣

© Laura Bartolomé

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“Tus verdes ojos”

♣El vampiro fue hasta la dirección que le ponía en la nota, resultando ser la de un hotel. Antes de entrar se encontró con Andrei, ese que era amigo de la arpía… No le gustaba aquel tipo. Su aspecto oscuro, esa sonrisa socarrona y burlesca, aquella mirada retadora y de superioridad. –Buenas noches... – dijo Andrei. –¿Qué haces aquí? –Janín me pidió que me quedara un rato. ¿Adivinas dónde está?– a Davidé le sentó como una patada. Claro que se imaginaba en qué lugar se hallaba. Con Albert en su cuarto. –Déjame tranquilo y no te metas conmigo si no quieres que te parta la cara. –¡Eh! ¡Eh! amigo... yo no me estoy metiendo contigo, simplemente te informo para que luego te lleves las menos sorpresas posibles. –No me creo nada de lo que tú y esa bruja me digáis. Por culpa de seres como vosotros los vampiros somos gente muy mal vista por la sociedad.– Andrei se quitó las gafas y las deslizó por su cabeza a modo de visera. Se le vieron los dos ojos al ser despejado el pelo del rostro. Se acercó a Davidé y sonrió. –Amigo mío, preocúpate más de los seres que amas, no vaya a ser que los pierdas alguna vez. Como por ejemplo, Albert... o Haydee... o incluso Hans. – cuando Davidé quiso replicarle, el vampiro se había esfumado en el aire. –Maldito cabrón. – optó por olvidarle, no merecía la pena. Preguntó por la habitación de Albert en recepción y le indicaron el número. Cuando avanzaba por el pasillo hacia la habitación, se detuvo. El corazón estaba a punto de explotarle en el pecho. Se miró en un espejo, se había arreglado con la ropa que a él más le gustaba. Antes de salir se dio una ducha rápida porque de estar encerrado en casa había cogido polvo... Qué estupideces se paraba a pensar en aquellos instantes cruciales. Albert estaba allí, a escasos metros de él y tan sólo una puerta les separaba. Acercándose con lentitud, escuchó atentamente tras la puerta. Una mujer gemía y eso hizo que Davidé estuviera a punto de echar la puerta bajo de una rabiosa patada. Aun así no lo hizo. Dándose la vuelta echó a caminar por el pasillo de nuevo y cogió el ascensor. ¡Ellos estaban juntos y haciendo quién sabía qué! ¿Para eso lo había citado allí, para que lo viera con sus propios ojos?

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En la calle se detuvo a la salida del hotel, y vomitó sangre. Gente se le acercó e intentó ayudarle aunque él les ignoró, sumido como se encontraba en su propia desesperación. Ni siquiera se detuvo a pensar cómo reaccionaría la gente al verle llorar lágrimas de sangre. – limpió su cara con pañuelos y decidió entrar de nuevo. Como alma que lleva el diablo subió por las escaleras, pero cuando se disponía a entrar violentamente en el cuarto, escuchó gritos y esperó, escondiéndose en un pasillo. Vio a Janín salir como una loca con la ropa a medio poner, llorosa e histérica. El corazón casi le explotó al comprobar que aquella fémina era Janín sí ¡Pero no una no muerto! Lloraba lágrimas de sal y emitía un fuerte perfume a sangre humana. No entendía nada ¡NADA!

♣♣♣♣♣♣♣ Se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos lentamente. Janín se había ido y ya nada perturbaría este momento. Desnudo sobre las frescas sábanas, medio mojado todavía y excitado, pensando en su hombre. En cómo sería si él le acariciara todo el cuerpo, devorando con labios cada centímetro de su caliente piel. Se tocó impulsivamente el sexo y lo notó crecer e hincharse. Suspiró lentamente y con profundidad, mientras continuaba friccionándolo. Pero enseguida algo nubló sus pensamientos y se levantó rápidamente. Pensó en que Davidé jamás haría algo tan asqueroso con él, porque eso no le incumbía ya. Calmándose poco a poco decidió vestirse con un pijama que compró en una tienda cercana al hotel. Sonaron unos toques en la puerta y creyó que era Janín que no pensaba dejarlo en paz mientras viviese. –¡DÉJAME TRANQUILO, BRUJA!– abrió la puerta, y de sopetón se encontró cara a cara con el vampiro Davidé. Éste lo miró con los ojos desorbitados. De hecho, los dos se miraron intensamente, sorprendidos hasta más no poder. –D–Davidé... – susurró en un fino hilillo de voz. –Albert... Dios... Albert... tú... tú... ya no eres un vampiro... –Davidé, yo... tengo tantas cosas que explicarte– Davidé miró a Albert desde el otro lado de la puerta, tan quieto que llegó a parecer una estatua de hielo. Su Albert emanaba un enorme calor atrayente. Esos labios antes pálidos y ahora rojos, jugosos y brillantes. Ese cabello mojado que caía apelmazado sobre unos hombros de piel rosada, nada que ver con la de un vampiro. Las mejillas arreboladas y rojas como dos tomates. Aunque esas cejas siempre le darían aquella expresión extrañamente cínica y de niño malo. –Tus verdes ojos... –musitó al mirarlos fijamente. Le gustaban tanto esa mirada brillante y líquida que parecía querer llorar. Eran lágrimas de cristal lo que le caían por las mejillas.

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Albert también miró a Davidé, lo había visto de vampiro a humano y de vampiro a vampiro, pero jamás de humano a vampiro. El poder que irradiaba... su piel de marfil raramente lisa y suave. Esos sensuales labios temblorosos manchados de sangre reciente. Las pestañas muy negras y el cabello tan sobrenatural. Parecía que tenía vida propia y se movía solo, aunque en verdad no lo hiciera. Esos colmillos en su boca... esos ojos de un marrón profundo. El hombre más masculino y atractivo que jamás había visto en toda su vida. Ojalá que llegasen a verse de humano a humano... y al fin pudieran hacer el amor.

♣♣♣♣♣♣♣ ¿Cuánto tiempo pasaron observándose? Ninguno de los dos lo supo ni les importó, pues se miraban con devoción. Albert, dándose cuenta de que Davidé continuaba fuera de la habitación, consiguió reaccionar y le invitó a pasar. –P–pasa... – El vampiro entró y cerró la puerta tras de sí, sin dejar de mirarle fijamente. Acercándose a un Albert tembloroso, le rodeó con los brazos y lo apretó contra sí, hasta poner al mortal a su altura, ya que éste era cinco centímetros menos alto. Albert se quedó sin resuello. El calor le subió instantáneamente y Davidé lo notó gustándole sobremanera. No dijeron nada, acercaron lentamente sus bocas que se tocaron al fin. Davidé dio un pequeño beso a Albert y apartó la boca para luego darle otro y otro, con tanta sensualidad que su humano se le derretía entre los brazos. El chico deslizó las manos hasta su espalda y le rodeó el cuello mientras el vampiro continuaba besándole poco a poco y cada vez con más intensidad. Albert ladeó la cabeza para besarle profundamente. Al meter la lengua en aquella boca, sintió el sabor a sangre y no le desagradó en absoluto. Aunque antes le hubiera vuelto completamente loco. Sin embargo ya no era un vampiro, sino un ser humano mortal. De pronto, Davidé cayó al suelo de rodillas y lo abrazó por las piernas. –Davidé... –¡Lo siento tanto! ¡Por favor, perdóname todo lo que te he hecho! ¡Me arrepiento tanto de haberte pegado así! ¡Soy alguien horrible que no merece tu amor! ¡Los celos me cegaron, no supe confiar en ti! ¡No puedo evitar ser celoso, no puedo! No puedo... porque tengo tanto miedo a perderte... – El humano se arrodilló a su lado hasta ponerse a su altura, y entonces comenzó a besarlo con ternura. –Te p–perdono Davidé, no pasa nada... – éste lo miró con una expresión tan enamorada que a Albert se le puso la carne de gallina.

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El no muerto lo llevó hasta la cama para ponerse encima de él. Le desabotonó la camisa del pijama tan sensualmente que Albert casi perdió los papeles. Davidé acarició su rostro mientras le besaba con lentitud. –Tus verdes ojos... ya no brillan en la oscuridad. Pero son preciosos así, humanos. – le besó las lágrimas al fin degustando ese sabor salado y transparente.– No me puedo creer esto, es demasiado increíble. ¿Cómo? ¿Cuándo? –Tengo que explicarte todo esto. Y–yo, te mentí, e–es ci–cierto... –Tranquilo, te encasquillas al hablar. No estés tan nervioso. –Y–yo, c–cuando era humano, me p–pasaba... a–menudo... – le dio vergüenza que Davidé le oyera así. –Dios mío, eres adorable. Tranquilízate, ya verás cómo hablas correctamente si te tranquilizas. –Gracias. Yo… te mentí. En realidad i–iba con Janín porque recibí una llamada suya que t–tenía que ver con la l–la llave de la humanidad. ¿Recuerdas que te pedí que fuéramos al Louvre, pero me rajé, así que citó de nuevo el mismo d– día que tú y cuando supe por qué era... todo se me fue de la cabeza. Andrei y ella son expertos en... cómo se dice... en genética, y han descubiert–to la manera de que un inmortal sea humano..... –¡Ya lo veo! – le besó en el cuello con ternura y Albert se estremeció de placer entre sus brazos. –Entonces volví y tú te habías m–marchado m–muy enf–fadado... – No volverá a pasar más. ¿Cómo me dejé cegar tanto por los celos? –Cuando al fin volviste t–todo se precipitó tan rápidamente que... no llores... – le limpió la sangre del rostro con la manga del pijama y luego le besó en los ojos abrazándole intensamente. –Perdóname... –Shhhh, déjame seguir... Después de n–nuestra discusión... – le tapó la boca con un beso porque él iba a pedirle perdón de nuevo.– Me fui despechado a casa de Janín y decidí tomarme el compuesto que dab–ba esta humanidad. Deseé contártelo a ti pero los celos te cegaron y fue imposible, así que como me s–sentía muy enfadado, me lo tomé sin consultarte. Y lo hice junto a Janín... lo siento. Siempre so–oñé que tú y yo lo haríamos, pero aquella vez... y las circunstancias adversas... –Es culpa mía por ignorante, burro, machista y celoso italiano. –Teniéndote a ti para qué quiero a otra persona. –Lo sé… –He visto La Luz. ¡LA LUZ!– salió de la cama y empezó a reír excitado por la euforia. Quería contarle lo que era La Luz.– ¡La Luz es fantástica! ¡Es lo más 414

hermoso q–que he visto en mi vida! Es tan maravillosa. Da calor, te ciega los ojos. He estornudado ocho veces hoy y tres seguidas. El cosquilleo e–era maravilloso aunque tuve que sonarme los mocos.– puso una expresión de asco. –Y... l–luego he comido pastel de queso y el café no me gusta. No entiendo cómo lo puede tomar la gente. Y además comí una ensalada de tómate con lechuga y espárragos. El zumo de limón no me gusta para nada. Quiero ir a un italiano, contigo. La g–gente va por la calle súper tranquila y l–los niños juegan. En el parque, La Luz pasa a través de las copas de los árboles, filtrándose con armonía y... – continuó parloteando largo rato casi sin respirar. Davidé lo miró abobado. La forma en que sus ojos brillaban cuando al relatar sus experiencias humanas, esos labios jugosos hablar y reír a cada palabra que decía. – lo estrechó entre sus brazos y Albert detuvo sus palabras para besarle de nuevo. –Me pinchan tus colmillos. Yo ya no tengo, mira. –Lo sé, lo he visto cuando has sonreído... tantas veces. Tu boca es preciosa cuando sonríes– le besó de nuevo en un medio suspiro. Subió por su nariz y se comió sus pecas. –Me haces cosquillas, Davidé. –Esta narizota que... yo rompí. Perdóname, no sabía lo qué hacía. Pensar que te he pegado amor mío. ¡Soy una mala persona! Mi hermana me ha cantado las cuarenta cuando se lo conté. –No... no eres malo, no lo eres... – se tumbaron de nuevo sobre el lecho. –Sí soy malo, soy muy malo.– Albert bostezó. Tenía un sueño que se caía por los suelos. Ahora que estaba relajado y con Davidé, el cansancio le sobrevino de golpe. –¿Estás cansado? –Sí... mmmm, pero aguantaré toda la noche. ¿Qué hora es? –Media noche. –¿Sólo? No puede ser, yo creía que era muy tarde. –Llevas todo el día trajinando y toda la noche anterior, que fue tan ajetreada y llena de experiencias nuevas. Es normal que te sientas tan cansado. Ya terminarás de contarme. –Pero yo quiero... –Shhhh, ven aquí a dormir entre mis brazos.– lo metió en la cama y se introdujo con él acariciándolo contra su pecho– Mi niño... –No te burles de mí, bobo. Soy un hombre a–adulto. –Ya lo sé, me lo has demostrado miles de veces. Pero te comería. ¿Albert? –¿Nnnnnn?

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–Albert, cariño... necesito que me digas una cosa. Es muy importante para mí conocer la verdad. Y yo sé que tú me lo vas a decir, porque sé la respuesta, pero para descansar tranquilo necesito escucharla de tus labios. –¿El qué?– cada segundo caía más y más en el cansancio. –Antes estuvo aquí Janín. –Sí... –¿Qué habéis hecho? –Ella... quería acostarse conmigo, pero yo no. –¿Por qué no? –Porque... te quiero... – Davidé quedó satisfecho. Al fin estaban otra vez juntos. Y Albert era un ser mortal y frágil al cual proteger. Y siempre, siempre le protegería...

♣♣♣♣♣♣♣ Al despertar ya era de día allá fuera. A su lado Davidé dormía plácidamente. Se inclinó para besarlo en la mejilla. –No me importa que e–estés frío porque te quiero demasiado.– antes de levantarse metió la cabeza por debajo de su jersey y le besó los pechos. Davidé no hizo ningún movimiento porque los vampiros, cuando duermen, no se enteran de nada al estar tan relajados o con alguien de confianza. –Podría hacerte el amor así sin que te dieras cuenta, pero no s–soy tan cerdo como para hacerte eso.– marchó corriendo al cuarto de baño para evacuar fluidos desagradables y luego se duchó otra vez. Le encantaba la vida humana exceptuando el pequeño detalle de ir al baño cada dos por tres. Si bebía demasiado se orinaba constantemente, si comía demasiado... debía evacuar más veces de las que le gustaría. Pero La Luz ya valía la pena todo esfuerzo. Al peinarse, el cabello se le enredaba en el cepillo. –Maldita mata de pelos. Y p–pensar que lo odié durante tanto t–tiempo y me pareció un asco ¡Ahora sí que es un asco! Después se palpó la mandíbula con las manos y notó la piel algo más dura. –Me está saliendo barba, aunque muy poca. Bah... ya m–me la afeitaré cuando sea más. –de humano apenas si se afeitaba porque era algo barbilampiño y muy rubio. Se lavó los dientes y luego dispuso su marcha al mundo exterior, lejos de las tinieblas. Como su camisa estaba muy sucia de sangre seca, le robó el jersey a Davidé. Junto, también, a su chaqueta de cuero negro. –Volveré al anochecer para que podamos e–estar juntos. Esta vez no me dormiré.– luego le besó en la oreja y la mordió como era su costumbre. 416

♣♣♣♣♣♣♣ Eran las doce del medio día ya, le quedaban 6 horas de luz que tenía que aprovechar al máximo. En primer lugar fue a casa. Al entrar todo quedaba en penumbra y casi no se filtraba ni un ápice de luz. Desconectó la persiana de la puerta que daba al balcón y salió. La Luz llenaba toda la casa ahora dándole un aspecto más sano. Aunque todo estaba hecho un asco, roto, desparramado y sucio. Y lo peor era que le tocaba a él recogerlo. Las tareas de la casa se las solían repartir entre los dos y las hacían juntos. En cambio ahora Davidé no estaba y eso le entristeció. Se pasó cerca de tres horas limpiando, incluido el fregar, todo el salón. Puso un cuadro sobre el hundimiento de pared y restregó el suelo lleno de sangre marrón. De pronto las tripas le rugieron escandalosamente, lo que le hizo recordar que no había ni cenado ni desayunado. –Comida. Tengo que comprar cosas para cocinar. –tras tomar una decisión, cogió la primera tarjeta de crédito que vio. Se fue a adquirir cosas útiles para un humano.

♣♣♣♣♣♣♣ En unos grandes almacenes compró de todo. Platos de colores, vasos a juego, cubiertos de toda clase, servilletas con estampado, una batería de cocina, sartenes, etc, etc. En la zona de alimentación hizo memoria de lo que Hans solía comprar cuando lo acompañaba. Fruta, pasta italiana, bebida de frutas, refrescos, algunas carnes, pescado, lácteos y todo lo que se le ocurrió por el camino. Pidió que se lo llevaran a casa a partir de las siete de la tarde. A la salida se miró en el espejo de una tienda. Tenía todo el pelo para el lado que no era. Cuando era no muerto nunca se le movía de esa manera tan exagerada. –Maldita hija de puta, ¡Adiós! –bramó refiriéndose a su melena. Cuando caminaba por una calle cercana a su casa, recordó que por allí había una peluquería. En principio, al verse reflejado en el cristal, tuvo un escalofrío. Tantos siglos con aquella melena... Puede que en principio la aborreciera hasta el límite, hasta arrancársela con las manos. Pero con Davidé aprendió a apreciarla. –Bah... ya crecerá.– se metió dentro del local y pidió que se la cortaran como creyeran que le quedaba mejor.

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Al salir de allí ya no le pesaba tanto la cabeza y un vientecillo fresco le daba en el cuello, resultando de lo más gratificante poder cambiar de peinado sin que al día siguiente la melena volviera a estar en su lugar de ayer. –Sí, me gusta este peinado, me gusta muchísimo.– se fue sonriendo como un niño con caramelo nuevo.

♣♣♣♣♣♣♣ Después de comer algo ligero y sin grasa, dio vueltas por todos lados y divisó una heladería con una variedad impresionante de helados. Vio tantos que la cabeza le dio vueltas. No podía decidirse cuál elegir, había tantos. Al final salió malhumorado del establecimiento sin haber comprado nada. Era una decisión crucial, pues era la primera vez que comería un helado de verdad, no debía cometer una equivocación. –Davidé ha debido de c–comer un helado de algo y lo recordará. Seguro.– en casa preparó todo con cuidado. Colocó velas nuevas en los brazos de los candelabros. Se tiró sobre el lecho y estuvo así un rato, pensando en cómo hacían el amor de vampiros. Se excitó tanto que tuvo que dejarlo. Se puso a pensar en ello de nuevo. “¿Por qué me da tanta vergüenza hablar de esto con él? No me atrevo a preguntarle si quiere hacer el amor conmigo de manera humana... ¿Y si lo hace por pena? Sí... seguro que sí... no disfrutaría” A Albert se le llenó la cabeza de pájaros. Janín le había metido en el cuerpo miedo y se sentía inseguro. Además, si Davidé hubiera querido ya lo habrían hecho, porque él no se andaba con titubeos ni contemplaciones. Pero también era muy, muy bueno y piadoso. Seguro que aceptaría sólo para hacerle feliz. –Y así no quiero, así que me aguantaré para siempre. Nunca haré el amor de manera humana... n–nunca. Seré virgen para siempre. Sí... eso es. Haré como que no m–me interesa el s–sexo con él, que no lo necesito...

♣♣♣♣♣♣♣ El hombre abrió los ojos rodeado de penumbra. Eran las seis pasadas y estaba oscureciendo. Su humanito no estaba allí y eso le preocupó. ¿Y si le 418

había sucedido algo horrible? No podía permitirle salir de los sitios así sin más. ¿No se percataba de su extrema fragilidad? –Estúpido mortal, no sabes lo que haces.– buscó su jersey y no estaba, así que se quedó en la cama, más nervioso que otra cosa, esperando ansioso a Albert. Cuando la puerta se abrió, el humano se vio envuelto por unos brazos que le cogieron. –¡Albert! ¿Por qué has salido solo a la calle?– luego se quedó callado al ver el nuevo peinado de su mortal. Tras dejarlo en el suelo le tocó los cabellos.– Tu melena... ya no está... –¡No! Estoy c–contento p–porque me he quitado un p–peso de encima. ¿No te gusta? –Oh sí... claro que me gusta, ahora tienes el cuello al aire y puedo besarlo mejor– se inclinó y le besuqueó por allí. Albert llevaba el pelo sin tocar los hombros pero más abajo de las orejas y escalonado. Por arriba más corto y por abajo más largo. Unos rabitos sobresalían graciosos y rizados por entre el cabello. –Estaba harto de mi pelo largo. Ya sé que te gustaba mucho, p–pero... –Como a ti te agrade, es tu pelo. –Tengo un dilema Davidé, no sé qué helado comprar. Quiero probar el helado p–por primera vez en mi vida. ¿Cuál te gustaba más a ti? –A mí me gustaba muchísimo el de chocolate. Es de un color oscurito, amarronado, dulce y amargo a un tiempo. Mmmmmm, te va a encantar. –Vale, vayámonos a casa. Rápido, que a las 7 van a traer los u–utensilios humanos que compré. Toma, ropa. –Pero oye... ¿No quieres qué utilicemos la habitación para algo más? Aprovechémosla ahora que podemos. Que ayer te quedaste grogui perdido– agarró a Albert por el trasero y lo aplastó contra él. El chico enrojeció aunque se hizo el duro. –No sé qué quieres que hagamos aquí. Vayámonos ya a c–casa– frunció el ceño y eso hizo que Davidé entendiera algo. Albert estaba acojonado con el tema de hacer el amor. Bueno... trazaría un plan de seducción fatal y jugaría un poco con él para hacerle sufrir y que al final cayera como una mosca en la tela de araña. – ¿De qué te ríes bobo? –Nada, sólo de las telas de araña– Albert lo miró como diciendo "ha perdido el juicio".

♣♣♣♣♣♣♣ Al entrar en casa, Davidé se maravilló. 419

–Qué limpio y arreglado está toco. Mereces un premio– lo abrazó y tras meterle mano, Albert le atizó para apartarle de él. –¡D–deja de hacer eso! Pareces un niño– El no muerto lo miró sonriente. – Davidé, he pensado hacer yo la cena– Davidé empezó a carcajearse como un loco. –¡No te rías! –Pero si no tienes ni idea de cocina. –¿Y tú sí? –Claro, yo siempre he sabido cocinar. Mi madre me enseñó de niño y luego he cocinado en las misiones... antes lo hice en el seminario... y bueno, no se me ha olvidado. Si quieres puedo enseñarte ahora. –¿Lo harías?–él asintió. Llamaron al timbre y eran los que les traían la compra. –Albert, ¿Has comprado el centro comercial entero? –Calla ignorante. ¿Crees qué con esto aprenderé a cocinar?– le enseñó unas perolas. –Sin duda…– después no pudo evitar carcajearse a fondo. –¡Deja de burlarte desgraciado!! Y vamos a practicar cocina. –¿Ahora? –Ahora. Quiero hacer p–pasta italiana. –Por la noche no es bueno comer pasta. –¡No me vengas con esas ahora! –Vaaaaale.

♣♣♣♣♣♣♣ Estuvieron un rato en la cocina preparando las cosas mientras Davidé le daba explicaciones de cómo cocinar. –Así no se hace, no se corta el tomate de un modo tan brusco. Las rodajas han de ser mucho más finitas y homogéneas. Parece que le estés haciendo una carnicería.– se puso tras un Albert nervioso al sentir la pelvis de Davidé contra su trasero, apretándole fuerte. Sus manos se deslizaron sobre las suyas y le enseñó cómo debía cortar el alimento. –Ahora hazlo tú... – susurró sobre su oído de manera tan sensual, que Albert se cortó con el cuchillo y manó sangre que Davidé se llevó rápidamente con su boca. Le lamió el dedo con puro erotismo, mirándole fijamente a los ojos. –Tu sangre está tan buena como tú. – Albert enrojeció aún más y dos círculos rosados le brotaron en las mejillas, a lo que su amante se las besó dulcemente. –Estás caliente... – la frase tenía doble sentido y el humano lo apartó violento. Corrió al cuarto de baño y sacó del botiquín una tirita con la que se curó. 420

–Albert, creo que hoy ya basta de cocinar, nos vamos a cenar a un italiano, como querías. –¿De verdad? –Claro– Albert se le tiró al cuello. Últimamente era como un niño grande que se ilusionaba con cualquier cosa.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert estuvo dudando largo rato con el tema de pedir. –Tomaré los famosos espagueti. –Qué original. –¡No te rías! –¿No prefieres penne?– Albert se puso rojo como un pimiento. ¿Aquello iba con segundas o qué? –No me gustan los macarrones. –Um, tú te lo pierdes. Tuvo que cortarle los espaguetis porque eran demasiado largos, y con lo impulsivo e irracional que era Albert, lo veía capaz de atragantarse con uno. Rieron animadamente haciendo planes de viajes. Al finalizar la cena, pasearon cogidos de la mano. –No me has vuelto a preguntar nada sobre lo que pasó a–anoche en la habitación, con Janín. –Sí que te lo pregunté, y me contestaste que no había sucedido nada.– Albert se quedó desconcertado, no se acordaba. –Puedes leer mi mente si lo d–deseas. –No me apetece entrar en tus cosas, son personales. Pero puedes contarme lo que pasó realmente. –Ella... vosotros teníais razón. Ella estaba enamorada de mí e intentó seducirme, que hiciera el amor con ella. Como y–yo me negué me dijo que no me daría el compuesto para ti si no me entregaba. Yo iba a hacerlo para que tú también pudieras ser humano. Pero no p–podía... yo n–no quería ha–hacerlo, lo j–juro, créeme... Sólo podía p–pensar en ti... –Shhhh, yo te creo. –Al final se enfadó mucho, me gritó y se fue llorando. Pero t–te juro que n–no lo hicimos... 421

–Te creo... – tras la cena, volvieron a casa dando un paseo. Davidé cogió su mano y apresuró el paso. –N–no vayas tan deprisa. Cojeo. –Perdona, a veces se me olvida que eres humano. –Tampoco veo bien. Mañana iré a una ópt–tica. ¿Te agradaré con gafas? –Mientras sea lo único que lleves puesto, por mí vale. –¡Davidé!– le aporreó el hombro con rabia. Se burlaba de él. –¡Parece mentira de que te escandalices así, don trescientos y pico de años!

♣♣♣♣♣♣♣ Tras volver al piso, el vampiro decidió que de aquella noche no pasaba sin hacer el amor con él. Era excitante pensar ser poseído por Albert de una manera tan morbosa. Notaba cómo su mortal intentaba alejarse de ello porque tenía miedo. Y eso le excitaba más. ¿Pero de qué se asustaba exactamente? Tal vez... ¿De qué era su primera vez como ser humano? ¿O por qué le aterraba hacerlo mal? También podría ser que se sintiera inseguro... Por la cabecita de Albert podían pasar miles de cosas raras. El primer ataque sería vestirse sensualmente y ponerlo a cien. Por eso se puso el pijama de seda gránate oscuro que le marcaba un trasero seductor y sin ropa interior, mejor que mejor.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert se encontraba despistado en la cocina, dejando las cosas en sus nuevos lugares y fregando lo que había ensuciado antes de irse a cenar. Como no podía sentir ya la rápida presencia de su compañero, pegó un respingo cuando éste lo abrazó por la cintura. –¡Davidé, eres un estúpido! –Pero me quieres.– el mortal cogió un cuchillo y lo colocó entre él y Davidé. – No cojas los cuchillos, son peligrosos.– se lo quitó de la mano con rapidez. –No soy de cristal– dijo sereno. –Sí lo eres, ¿No entiendes qué te puedes herir? ¿Y si tropiezas por estar cojito y te lo clavas? –Davidé, tonto. – le asió el rostro con ambas manos.– Estoy contigo, y eso me hace confiar en lo q–que hago. No me va a pasar nada. No soy de cristal, de 422

verdad, de v–verdad. – le besó en los labios. Davidé se había puesto realmente nervioso. Se abrazaron y el inmortal aprovechó para repasarle el trasero de nuevo. Y de paso le apretó los testículos con cuidado. Albert casi se murió al notar aquellos dedos en sus testículos. ¡Era una tremenda tortura! –V–voy a lavarme los dientes y af–feitarme. – fue la primera excusa aceptable que se le ocurrió. –Yo lo haré por ti... yo te afeitaré... –No, quiero hacerlo y–yo. –Como desees, todo lo que desee mi amo y señor, lo haré... – filtró para ver si Albert lo entendía. Pero no pareció hacer caso.

♣♣♣♣♣♣♣ Ese dulce y cruel tormento que lo arrastraba por unas turbulentas sensaciones de placer. Davidé le cortejaba, hacía de todo para seducirle... aunque no se dejaría por pena. Se sentía tan ensimismado en aquellos pensamientos que, la primera vez que se rasuró con la cuchilla especial, se hizo un corte. –Ah... –Tranquilo cariño– le limpió la espuma de afeitar y luego lamió la sangre, chupando de la herida. Afianzó a Albert de tal manera que no le permitió escapar. Un brazo sobre el pecho agarrándolo por el hombro y el otro brazo contra su vientre, con una mano en la cadera. Los labios fuertes y sensuales de Davidé besando su mandíbula, la lengua lamiendo la herida. –Davidé... – lo nombró en un quedo susurró enamorado. –Te voy a afeitar yo.– con sumo cuidado pasó la maquinilla por la piel de Albert. La mano en el cuello acariciando con un dedo la nuez. ¿Davidé se daba cuenta de lo excitador que podía llegar a ser aquel acto? El perfume que desprendía se lo había regalado por su cumpleaños, entre otros presentes... como el pijama de seda deslizante que llevaba puesto y le marcaba el cuerpo de una manera lujuriosa. Cuando terminó su tarea, Davidé dejó que se limpiara y pusiera una crema hidratante post afeitado. –Estás suave y hueles muy bien. –V–v–voy a d–ducharme... – la última frase se le quebró en la garganta.– Vete... –¿No puedo mirarte?– la mirada asesina que Albert le echó se lo dijo todo.– Bueno, estaré en la habitación... esperándote.

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♣♣♣♣♣♣♣ Tras marcharse, el mortal respiró tranquilo. –Pequeño Albertito, bájate de ahí. – dijo al bulto de entre sus piernas.– Con la ducha fría este calor lacerante me bajará del todo y podré descansar en paz.– la ducha fría le sentó fatal y a la vez le vino muy bien. Salió helado de allí pero su Albertito ya había bajado. Se secó entero, incluido el cabello y enfundándose en el pijama fue silenciosamente hasta su habitación. –No quiero d–dormir todavía. –Yo no he hablado de dormir.– Davidé estaba boca abajo sobre el colchón y la tela del pantalón era tan fina que se le metió por en medio de las nalgas y eso fue en lo único que se pudo fijar el chico al entrar allí. Escenas de sexo desenfrenado se le pasaron por la cabeza. –Voy a ver la tele un rato– al darse la vuelta dio de narices contra Davidé.– Olvidé lo rápido que eres c–cuando te interesa. –Me interesas tú. –Apaga las velas y quita la música... –No quiero. Es muy romántico ese piano de fondo y la luz de unas velas que huelen tan bien.– tenía cogido a Albert por las caderas y empujó de él hasta tenderlo, atravesado, sobre el lecho.– Deseo besarte, pues estos días sin ti han sido un infierno.– cedió ante su ternura. Sus labios se acariciaron en principio, besos limpios y llenos de mimo entre sonrisas cómplices. Albert se dejó abrazar y acariciar la espalda. Por su parte, intentaba no emocionarse demasiado aunque él le besara con una pasión desbordante. Pero el plan de Davidé era otro, y poco a poco, caricia a caricia, fue bajando hasta dar con la cintura de su pantalón. Metió la mano por dentro y fue entonces cuando Albert se incorporó asustado. Davidé divisó ese bulto entre sus piernas y sonrió secretamente. –P–paremos un rato... – jadeó con la respiración descontrolada. –No quiero parar, ni tú tampoco quieres. –Y tú qué sabes d–de... – aquella boca tapó sus palabras convirtiéndolas en nuevos besos. –Ah... – suspiró– Ah... no, por favor no... –¿Qué "no" pare? No pienso parar, cariño. –D–detente. – en realidad lo que menos deseaba es que se detuviera. Subyugarse ante aquellos actos de la carne.– Si me r–respetas lo harás... – eso hizo que Davidé se excitara más. ¡No pensaba parar! – Q–quiero que te vayas de la habitación. –¡No quiero marcharme! Lo que deseo es follar contigo de una vez. 424

–No quiero que lo hagas p–por pena.– intentó apartarse. –¡Jamás haría eso! Así qué es eso lo qué te sucede. Yo te deseo más que nunca y me muero por probar el dulce pecado del sexo contigo– le besó los pezones con lentitud, comiéndoselos, dándoles pequeños pellizcos con los dientes. El sexo de Albert parecía una barra de hierro candente. –¡NO!– negativa tras negativa, hasta que Davidé se hartó de aquella perdida de tiempo. –¡Dejaré de respetarte si hace falta! Te violaré… – le informó en un quedo susurro que estremeció todo el cuerpo de Albert. De pronto se vio revolcándose por toda la cama junto al cuerpo poderoso y perfecto de Davidé. Dejó de tener el control y no pensó en nada más que en comérselo entero. Los besos eran tan rasgados y voraces que dejaron de ser besos para ser mordiscos y jadeos en la boca del contrario. Todo daba vueltas, a veces se notaba debajo y otras arriba, llevado al compás de dos corazones salidos de órbita. Albert tenía el impulsó de rozar su sexo contra el de Davidé. –Quítame la ropa Davidé... ah... así... – parecía haber un instante tranquilo. Davidé le despojaba de sus molestos pantalones y ropa interior. Miró al techo con los ojos vidriosos y un calor sofocante hasta el extremo. Todo el cuerpo se le estremeció al contacto del beso que se dieron los labios de Davidé y su sexo erecto. Fue electrizante. Un gemido tras otro, fueron saliendo de su garganta ardiendo. Davidé no podría explicar lo orgulloso que se sentía de hacer padecer así a Albert, con aquella lentitud. Escuchar sus pequeños gemidos a cada beso, notarlo temblar esperando algo más. –Nnnnn... – gimió Albert cuando él le apretó el pene con las manos y lo besó con fuerza, tras lo que se lo introdujo en la boca entero. Se estaba quemando por dentro, se sentía como una pira encendida. Davidé bajó lamiéndole hasta los testículos, los cuales besó con dulzura, lo que le impresionó fue que el vampiro bajó hasta su ano y metió un poco la lengua. Eso le hizo volverse loco y gritar. Apartó a Davidé de allí y lo tumbó para poder echarse sobre él devorándolo entero. ¡Se estaba volviendo loco de deseo! –Oh cariño, hazme lo que más te guste.– le dijo Davidé. Albert quería hacer mil cosas a la vez. Besarlo en la boca, besarlo en el pecho, las caderas, la cintura, las nalgas... morderlas con fuerza, acariciarle los muslos, comerse su sexo, penetrarle hasta el infinito. Davidé, bajo él, abrió las piernas y le rodeó con ellas. Cogió delicadamente su sexo entre las manos y le ayudo ha introducírselo para que le fuera más fácil. Al principio les costó, hasta que finalmente entró de una fuerte embestida que hizo gemir a Davidé. Abrazó a su verdugo con fuerza mientras éste le mordía en el cuello mientras se movía compulsivamente una y otra vez. No decía nada, pero jadeaba y gemía sin control alguno. Davidé notaba aquello fuerte como el acero en su interior y 425

apretaba las nalgas todo lo que podía para que le fuera más grato a él. Aquello se movía allí en un continuo vaivén. Soltó un gemido ahogado al sentir que Albert lo mordía con más fuerza en el cuello. Echaba de menos sus fuertes mordiscos, pero aquello también le encantaba. –Muérdeme más fuerte– pidió y así lo hizo su amante. Después Albert quiso detenerse de lo excitado que estaba. Quería hacerlo durar, porque aquello que sentía era espléndido. Se miraron unos segundos mientras intentaba aguantar como un loco para no correrse. Se echó a llorar de felicidad y besó profundamente a Davidé para embestir de nuevo con fuerza. El vampiro notó más que nunca el fuerte sexo de Albert y decidió apretarle las nalgas y masajearlas. Albert gimió entre respiraciones descompasadas y mojadas, entre besos que dolían y el clímax que da un orgasmo. –Te quiero, te q–quiero, oh Davidé... ah... Davidé... ya no me aguanto más... Vibraba sobre él mientras descargaba aquel orgasmo en el recipiente. Un gemido gutural, casi de dolor, salió de su boca. Notó que el semen salía disparado e inundaba el interior mojado de Davidé. Luego suspiró de puro cansancio, creyendo que aquello había sido sólo un sueño precioso. Hundió la cabeza en el cuello de Davidé y lo besó lentamente, con respiración entrecortada. –Quédate en mí cuanto desees. – el mortal salió de Davidé rato después y luego se permitió caer sobre él de nuevo, sudoroso y caliente. –Me he sentido morir...– Davidé cogió unos pañuelos y limpió el sexo de Albert y su propia parte trasera. –Albert, ha sido maravilloso sentir cuánto me amas, cuánto me deseas y de qué modo. –Nunca te podré a–agradecer que me insistieras tanto. Cómo pude ser tan burro.– Davidé lo miró sonriente.– Ah... esa s–sonrisa me enamoró y contigo he perdido toda virginidad posible... –Ven aquí. – le besó con pura devoción.– Has estado sublime. No parece que sea la primera vez que... –¡Era la primera vez!– se puso nervioso. –Ya lo sé, pero es que me ha encantado. Quién me iba a decir a mí, que un hombre me follaría de este modo. –Fue un error por tu parte el dejarme hacer esto... porque ahora soy un obseso sexual y te acosaré c–constantemente. –Vale– luego rieron entre besos y suspiros.

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–Necesitaba descargar toda la t–tensión acumulada. Lo que llaman orgasmo dura muy poquito, p–pero no te puedes ni imaginar de qué m–manera he subido a las alturas y he caído después. –Lo he notado... –¿Quieres morderme Davidé?– éste no contestó.– Muérdeme si es lo que deseas. –No puedo ponerte en peligro, y tú lo sabes. –Tienes el d–derecho de poseerme de esa manera, es tu forma de extrema excitación. –He dicho que no quiero. –Sí quieres– Albert se creía que era un juego y se puso farruco hasta que su amante perdió la paciencia. –¡Te he dicho que no quiero!– fue tan bestia que hizo daño a su mortal. –Lo siento. –Perdóname, no debí de gritarte. Claro que me muero por beber tu sangre, pero comprende que pongo en peligro esta vida que tengo entre mis brazos. –Si lo haces con cuidado y no te excedes nada pasará. A–además, eres enfermero y me cuidarías muy bien. Sólo quiero darte la felicidad. Soy humano ahora... ¿No te gusta? –Sí... claro que me gusta– no podía negar que le gustaba sentirlo caliente, ardiendo, entre los brazos, que adoraba esa humanidad, pero tenía miedo de abrazarlo demasiado fuerte y romperle los huesos o de desangrarlo hasta la muerte. –Conseguiré que seamos humanos, los dos... Y entonces sentiré tu sexo clavándose en mí toda la noche… –Sí cariño, sí... sí, humanos. – se besaron con ternura entre caricias de placer. Todo lo que Davidé le hacía, la forma en que acariciaba sus cabellos por ejemplo, era estremecedor. Pero estremecedor en el simple sentido del amor. Estaba enamorado de Davidé de tal forma que el hecho de pensar poder morir por su culpa, entre sus dientes, le gustaba...

♣♣♣♣♣♣♣ Albert se despertó de pronto y miró a su lado. Él no estaba, aunque escuchó el agua deslizándose por la ducha. Después de hacer el amor sintió sopor y se hallaba tan a gusto que cayó dormido como un bebé. Eran las cuatro de la mañana de aquel día especial. –Me alegro de que n–nadie se interesara por mí cuando tenía 20 años. 427

–¿Qué dice el dormilón?– el vampiro apareció secándose el pelo con una toalla. –Que me alegro de q–que no le gustara a nadie cuando era humano y t–tenía 20 años. Así he podido perder la virginidad con el amor de m–mi vida. –¿Y ese soy yo?– susurró tendiéndose a su lado y tirándole la toalla a la cara. –Sí. Ah... qué calentito estás al salir de la ducha. –Tú sí que estás caliente. –¿En qué sentido lo dices? –En el único sentido en el que un hombre puede estar caliente… –¿Me estás llamando pervertido?– Davidé asintió con la cabeza y una media sonrisa en los labios.– Imagínate q–que nos hubiéramos con–nocido donde yo vivía cuando era humano. ¿Me habrías amado? –Sí, y nada más que tú hubieses importado en mi vida, contra todo y todos los que te hacían daño.– Albert posó la cabeza sobre su pecho y escuchó atentamente el suave latido de aquel corazón. Cerró los ojos y sintió una congoja que hizo que sus lágrimas saltaran. –¿Por qué lloras? –No lo sé, soy tan feliz de estar c–contigo y de que me quieras tanto. Sigue acariciándome así el cuello... – Davidé paseaba sus dedos sobre el cuello de Albert, se moría de ganas de morderle. ¿Podría volver a hacerlo alguna vez sin producirle un terrible mal? Porque hacerlo significaría partirlo en dos y matarlo en el acto. –Te amo, te adoro, te deseo... – Albert le besó un pezón con lentitud. Besar todas las zonas de su cuerpo poco a poco, aprendiéndoselas de memoria cada nueva vez. Subió hasta su cuello y le besó la nuez. Davidé gimió de placer, le encantaba que le besara por aquella zona, pues para él era la más erógena de su cuerpo. El humano fue acariciando aquel cabello mojado con las uñas mientras le besaba en los labios. Se miraron a los ojos entre sonrisas... –Tus ojos verdes son lo que me vuelven loco. Cuando te vi por primera vez, cuando observé aquella mirada esmeralda creo que me enamoré, pero no me di cuenta hasta días después de que había sido por eso. Esos preciosos ojos que me pedían auxilio, ¿Cómo no iba a dártelo? –Por eso te quiero... porque tú me amaste, a mí… a un vampiro al que se le había ennegrecido el alma. Apareciste como un ángel para limpiarla… –Ángeles y vampiros… –Sí, ángeles y vampiros…♣

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“No poder”

♣Las suaves curvas que trazaba el grafito se deslizaban rápidamente a través de un papel color crema claro. Líneas ascendentes y descendentes, pero siempre teñidas de una gran suavidad. Hechas con un amor tan profundo que el dibujo resultaba perfecto a los ojos de su creador. Entre esas claras líneas podía distinguirse el cuerpo desnudo de un hombre sobre el lecho. Un hombre soñando plácidamente mientras la luz de la lámpara creaba sombras entre los recovecos de las suaves formas y a un tiempo duras que pose el cuerpo masculino. Dejó el recientemente finalizado dibujo sobre la mesa, junto al lápiz de grafito, y arrodillándose ante aquel hombre dormido, besó sus ojos cerrados y plácidos. El cosquilleo de las pestañas rozando sus labios le produjo una secreta sonrisa. Ahora ya se sentía realmente a gusto, nada perturbaba esa paz y ese descanso tras hacer el amor ávidamente sin parar en toda la noche. Porque, realmente, jamás se quedaba a gusto después, necesitaba más y más. Cuando por fin pensaba que estaba saciado, cualquier suave, pero lasciva caricia de su amor, le hacía excitarse de nuevo. Y él lo hacía a propósito, siempre. Su cuerpo desnudo apretándole con lujuria, sus besos en lugares prohibidos, sus mordiscos retenidos en zonas erógenas... y esa mirada pícara... todo demasiado erótico para poder quedarse a gusto. Estaba muy orgulloso de haberle dibujado y se moría por enseñárselo. Pero él dormiría durante todo el día hasta que la luz del sol fuera bajando esa dañina intensidad. Lo volvió a mirar ensimismado y sintió un ferviente cosquilleo entre sus piernas, rozando peligrosamente la tela del pantalón. Intentó quitarse la idea de la cabeza, pues era un pensamiento realmente pervertido e inmoral. Pero se dijo a sí mismo que no importaba, que a Davidé no le molestaría que se saciara con él de aquella manera tan perversa. Tras deshacerse de la molesta ropa, giró el desnudo cuerpo de su amante y estirándose sobre él empezó a besarlo. No podía negarse el morbo que le profesaba que su vampiro estuviera completamente dormido y fuera imposible que se despertara incluso haciéndole aquello. Aunque echaba de menos las manos de Davidé sobre sus nalgas, apretándolas con fuerza hasta hacerle correrse de un solo tirón y sin poder evitarlo. Pero no importaba, tenía otros métodos para excitarse hasta el límite. Simplemente restregarse sobre él. Su simple contacto ya le ponía a cien, así que aquello era lo mejor del mundo. 429

Besó con fuerza sus pechos y le lamió la piel. Se suponía que aquello era para excitar a Davidé, aunque el que se excitaba de verdad haciéndolo era él mismo. Al llegar a su lugar favorito, se introdujo aquel sexo en la boca y lo lamió con devoción. Bajó hasta sus testículos y arribó al lugar que más le gustaba del mundo. No había querido llegar hasta ese punto, pensó que tendría una orgasmo antes de aquello, pero su cuerpo le falló lo suficiente como para pensar que no pasaría nada malo si le penetraba aunque él estuviese dormido... no era una violación... tan sólo un secreto oscuro y perverso. Lo haría una vez, nunca más, lo prometía. Solamente una vez. Abrió sus piernas mientras acariciaba éstas con fuerza, frotándolas, y se las puso sobre los hombros. Pidió perdón en su oído mientras le mordía el lóbulo de la oreja y su sexo erecto se clavaba enérgicamente entre sus piernas. Ya era demasiado tarde para poder parar, el grado máximo de excitación le recorría el cuerpo como un loco. No era hacerle el amor en sí, si no el morbo que le producía que él durmiera. Soltó un gemido tras otro mientras removía su sexo en aquel lugar oscuro y prohibido, jadeó hasta correrse del todo derramando su semen allí dentro. Anhelaba en secreto que Davidé le penetrara y poseyera con furia y violencia. No deseaba que él supiera aquello porque Davidé jamás sería capaz de dárselo de una manera real, aunque también podía utilizar juguetitos sexuales y falos de látex. Se imaginó a Davidé poniéndose tras él en la ducha y penetrándolo con fuerza, y mientras fantaseaba con ello, volvió a sentir el subidón del orgasmo más puro y se corrió de nuevo entre sus piernas. De un suspiro se dejó caer sobre su pecho y sonrió.

♣♣♣♣♣♣♣ La noche llegó de improviso... había dormido casi todo el día, y cuando miró por la ventana entre los edificios que rodeaban el suyo, se sorprendió. Tenía ese cielo un hermoso tono rojizo. Una vez vio uno así... aunque no lograba datar la fecha exacta en la que presenció un atardecer tan bonito como aquel... agua, mar, horizonte... y el esplendoroso color rojizo al fondo. Sabía que cuando lo presenció era un muchacho que ya se creía un hombre y que no era más que un estúpido niño mortal que todavía no sabía nada de la vida y del verdadero dolor de estar solo... ¿Pero cuándo había sido? Hacía tantos años ya que no conseguía datar el momento... Se quedó observando el cielo largo rato, hasta que todo se tornó excesivamente oscuro y los vampiros se despertaron porque la luz ya no 430

reinaba alrededor de ellos... La mano fría, pero suave de Davidé, le acarició el hombro con ternura, siendo tan repentino que fue imposible evitar un respingo y un escalofrío. Sus labios fríos rozándole el cuello con una eterna lentitud. Esos dedos apartándole el cabello suavemente. –Pervertido... – musitó Davidé mientras le acariciaba el pecho con la mano. –¿Por qué me dices eso? –Lo sabes muy bien, sabes que lo sé. – el humano se dio la vuelta para mirarlo a los ojos y sonreír con malicia. –De verdad que no tengo idea de lo que me hablas. –Pervertido... hacérmelo mientras duermo, y dos veces además. –¡Yo no he hecho nada! –Ya, pues se te ha olvidado limpiarme el culete, lo tenía lleno de semen por todas partes. Eres un guarro… –¡Lo siento! Es que me pones muy cachondo…– Davidé lo abrazó con fuerza. –He visto el dibujo... me has dibujado muy bien. Nunca te había visto dibujar antes... no sabía que lo hicieras. –Hacía una larga hilera de décadas que no me ponía a dibujar. Hasta que encontré un modelo que me inspirara tanto y tantas cosas hermosas y sensuales. Eres erótico, sumamente hermoso. –Ojalá supiera dibujar para poder plasmarte con mis propias manos. Pero soy un patata dibujando. –Tú, Davidé... ya me dibujas con tus manos. Cuando me tocas creas en mi cuerpo muchas caricias y plasmas tus dedos y besos sobre mi piel. ¿Lo ves?– dejó que su camisa abierta se deslizara libremente por sus hombros. Davidé se horrorizó saltándole el corazón en mil pedazos. Albert llevaba moretones grandes por todo el cuerpo. ¿Es que tenía que reprimirse mucho más la fuerza? Había creído que era bastante, que lo abrazaba lo suficientemente flojo como para no hacerle daño. Estaba equivocado totalmente. Allí se hallaban las marcas de unos dedos terribles, de unos besos excesivamente violentos, marcándose sobre aquella tersa piel, caliente y humana. –Davidé... ¿Qué es lo qué te sucede?– El vampiro negó con la cabeza y los ojos abnegados de lágrimas carmesí. –Soy un monstruo... – abrazó a su amante con toda la ternura del mundo. Deseaba estrujarlo tan fuerte entre sus brazos que si hubiera dejado libres sus impulsos, Albert yacería ya sin vida...

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–No llores mi vida. Me duelen sí, pero con un amor tan grande que no me importa –No... ¿No lo quieres entender? Apenas hago fuerza cuando hacemos el amor, y aún así te tullo. –No me importa si puedo estar c–contigo. Escúchame cariño…– tomó su rostro entre las palmas de las manos y le besó con fuerza.– Sólo quiero estar contigo... – sonrió después para tranquilizar a su amante. Empero, Davidé no se quedó sosegado. Empezó a nacer en él una semilla compuesta por un extraño dolor, un presagio que no traía nada bueno. Pese a ello, sonrió y eso hizo feliz a Albert que no quería admitir que le dolía muchísimo el cuerpo y las articulaciones. –Davidé, ¿Me haces una cena? –Sí, no quiero ni pensar lo que has debido de comer. Si te mal alimentas te entrará mal de tripa. –No m–me hables de esas cosas.

♣♣♣♣♣♣♣ Le preparó arroz con algo de tomate y verduras. Se rió de él al quemarse la lengua con la cena y lo observó limpiarse los labios al terminar. No se podía creer que su vampiro Albert fuera un humano de verdad. Era todo muy extraño y un nudo en el estómago fue creándose paso a paso. –¿Qué has hecho hoy Albert? –No demasiado. Te dib–bujé, hice el amor contigo dos veces... m–me quedé dormido entre tus brazos. –¿No has salido hoy?– este asintió con una sonrisilla en los ojos. De pronto Davidé levantó la cabeza y miró hacia la puerta extrañado. –¿Qué pasa? –Nada... oye, vete a la cama que ahora iré yo... –¡VALE!– gritó entusiasmado y se fue dando saltos como un niño. Davidé se dirigió hacia la puerta como un rayo abriéndola de golpe. Una sombra salió disparada hacia las escaleras. Era como un perrito asustado que se había llevado un susto de muerte. El vampiro siguió a la sombra hasta que ésta se dio de narices contra el cuerpo del vampiro.

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Un ser de ojos gris claro lo miró con susto. El pobre temblaba de pies a cabeza como una hoja seca. Bajo un sombrero de lana se escondía una cabellera castaña grisácea. Sus finos labios temblaban también. La pobre criatura, que era una fémina, sentía miedo y eso apiadó a Davidé. –¿Quién eres? ¿Cómo has llegado a parar aquí? –Y–yo, yo soy una mensajera– susurró en un hilillo de voz casi inaudible. Davidé había notado su presencia vampírica en el exterior del piso. Su poder era muy limitado, pues se trataba era una vampiro de categoría inferior. Pero no por eso menos importante. Al menos así lo veía él. Ante Dios todas las criaturas eran iguales. –Tranquilízate, no te voy a hacer nada. Veo lo asustada que estás. ¿Quién te envía? –Andrei... es mi amo…–Davidé la soltó y observó con detenimiento. Era una mujer de medida pequeña. No más de un metro sesenta y cinco. Parecía delgada bajo aquel montón de ropa ancha que la tapaba. Eso indicaba el enorme complejo de inferioridad que poseía. Sus ojos no se atrevían a mirarle directamente, tal vez porque se creía fea e inferior. Así debieron de enseñárselo. Pero no era fea, simplemente se trataba de que escondía cuanto podía lo que era. Sacó la conclusión de que no emanaba un aura peligrosa, más bien al contrario. –Dime qué vienes a comunicarme y tranquilízate bonita– la chica bajó más la mirada al oír aquello. Miró al vampiro que tenía delante y lo vio alto y bien parecido. No parecía peligroso ni mala persona como Janín decía. –T–tienes que ir a su casa, a la de Janín y mi amo Andrei para darte una... una poción. Si, eso dijeron. Mañana por la noche... –¿Es todo?– ella asintió y dio un paso hacia las escaleras.– ¡Espérate! ¿Cómo te llamas? ¿Por qué dices que él es tu amo? Todos los vampiros somos libres, no hay un amo– eso la sorprendió, pero sonrió apenada. –Él me encontró y me ha dado cobijo desde entonces. –Te utiliza. –No importa, nunca he servido para nada... adiós, no me sigas por favor– rogó con angustia. Davidé sonrió con amabilidad para tranquilizarla. Cuando ella corrió escaleras abajo, Davidé se percató de que, finalmente, no sabía su nombre.

♣♣♣♣♣♣♣ Al entrar en casa meditó sus palabras. "Ir a casa de ellos para una poción" ¿Se referiría al elixir que daba la humanidad? ¿Por qué esa arpía pretendía entregarle la llave de una humanidad perdida? Con Albert la intención era clara, estaba enamorada de él y pretendía conquistarlo y ser su pareja humana. 433

Entonces, el que se lo quisiera dar ahora a él, no tenía que traer nada bueno. Lo peor del caso es que se estaba calentando la cabeza con aquel espinoso tema. Al llegar al cuarto, Albert estaba bajo las sábanas encogido sobre sí mismo. –¿Qué tienes? –Me duele muchísimo la tripa. Me voy a morir... –No digas sandeces, pedazo de alcornoque. Tendrás que ir a hacer de tripa. –El vampiro se levantó para hacerle una manzanilla y de paso calentarle agua para meterla en una bolsa especial. Al terminarlo todo, regresó junto a un humano quejicoso. Le dio a beber la infusión y posó la bolsa caliente sobre el vientre de su compañero. Éste lo miró agradecido. –Eres mi enfermero personal... el más guapo de todos.– los dos se metieron en la cama y Albert se le acurrucó por completo. –Te quiero muchísimo Albert, no dejaré que nadie te haga daño. ¿Te encuentras algo mejor? –Tengo ganas de ir al baño. –Pues ve ¡Venga! – Albert fue muy avergonzado. No le hacía mucha gracia evacuar y menos con aquel dolor en el vientre. –Vale, p–pero vete a otra parte.

♣♣♣♣♣♣♣ En el periodo de tiempo que Albert tardó en regresar a la cama, ya mucho más tranquilo y sin ese molesto dolor de tripa, Davidé había salido por la ventana y marchado a cenar por su cuenta. El hambre le cegaba. Durante largos instantes, tener el suave, caliente y mullido cuello de aquel ángel sobre la boca, lo había convertido en un ser terrible y sediento de sangre. ¿Desde cuándo no probaba la sangre? ¿Varios días? Vale que podía aguantar una semana entera sin beber, pero deseaba el cuerpo y la sangre de su humano de una manera exagerada. Le temblaban los labios cada vez que besaba su piel y aquellos sensuales lugares en los cuales sus colmillos habían sido hundidos, saboreando la jugosa sangre que se le deslizaba juguetona por la garganta y lo trasladaba al paraíso del placer. El hecho de que Albert se levantara para ir al servicio lo había salvado de ser mordido. Sólo necesitaba un poco, se había dicho, sólo un poco. A punto estuvo de infringirle un feroz dolor en el cuello y en el alma. Buscó con pura desesperación, una víctima lo menos inocente posible. Aquel barrio no era muy delictivo, así que corrió cuanto pudo y sin ser visto.

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Al volver, Albert de nuevo se hallaba sobre el lecho y lo miraba sonriente. –¿Has ido a alimentarte?– Davidé asintió con mirada triste. Ya no tenía hambre, sin embargo... seguía deseando beber de él. –Sí, he ido a cenar. Todo lo deprisa que he podido– sonrió amablemente al acercarse. Albert le abrazó con amor y besó su cuello. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Davidé al sentir el contacto húmedo de aquellos sensuales labios. Cuánto le deseaba, a él y a su sensual sangre.– ¿Estás mejor Albert? –Sí. –Tengo miedo a hacerte daño, Albert. Mira tu cuerpo, está lleno de cardenales. –Son tus dibujos sobre mí. Me gustan, me excitan. Aunque ahora no me encuentro bien. Reconozco que me están entrando ganas de hacerlo contigo, pero el dolor viene y va cuando le apetece. –Está bien, pecas– le acarició la nariz con el dedo– descansa. Yo voy a estar toda la noche en casa.– el chico se recostó sobre el lecho como un buen niño y cerró los ojos. –Davidé... ¿Me traes agua? –Sí, amo. Pero intenta dormirte. ¿Eh? –No puedo, no t–tengo ganas. –Oye cariño, ¿No fuiste a dar un paseo o algo así? –No, me quedé junto a ti.– Davidé cerró los ojos mientras caminaba rumbo a la cocina. Acababa de comprobar algo. Que Albert estaba desaprovechando el hecho de ser un humano. La Luz era hermosa, o al menos así lo recordaba. Albert dormía de día, como un vampiro. ¿Hasta dónde llegaría la relación que mantenían? Eran el día y la noche, la mortalidad y la inmortalidad, la vida y la muerte. Ya no eran en absoluto iguales.

♣♣♣♣♣♣♣ Le dijo a Albert, a eso de las cuatro de la madrugada, que iba a tomarse un baño. El humano parecía estar repuesto. Ya no iba al cuarto de aseo desde hacía un par de horas. Cuando se introdujo en la bañera, se olvidó de todo durante unos minutos. El agua caliente era relajante. Albert entró en el cuarto y se miraron. Éste no llevaba la ropa, lo que daba a entender que iba a introducirse junto a él en la bañera. –¡Quema!– dijo al meter la primera pierna.

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–Tienes la piel más sensible que yo, ahora eres un tierno humano.– Albert se tumbó sobre él y dejó que éste derramara agua sobre su espalda seca. –Me encantan los baños calientes y si e–estás tú dentro más todavía. Así te puedo comer– le mordió en el cuello y el vampiro le abrazó fuerte contra él. Se sentía muy frustrado de no poder sentir aquellos fuertes colmillos clavársele en la carne. –Davidé... me haces daño. –Lo siento. – durante unos instantes creyó que iba a llorar, sabiendo retener las lágrimas. –¿Qué te pasa vampiro mío...? –N–nada... ¿Te das cuenta de que ya no tartamudeas apenas?– cambió de tema. –Es porque me siento terriblemente tranquilo entre tus brazos. Cuando m–me pongo nervioso o excitado por algo en particular, se me entraba la lengua. –¿Me amas Albert?– musitó Davidé en un quedo susurro mientras le lamía la curva que unía el hombro con el cuello. –Sí... – susurró mientras introducía su sexo en aquel rincón favorito y pequeño pero tan elástico. –Entonces es suficiente para seguir juntos siempre... –Oh Davidé, mi vida, quiero morir así, muérdeme... – Davidé se resistió de nuevo, como cada vez que él se lo repetía al hacer el amor. "Así tú me harás el amor a mí y yo a ti", decía. Empero, Albert no comprendía que aquello era imposible y peligroso si se llevaba a cabo. Él comenzó a jadear sin mesura. El agua les hacía ser más sensuales y escurridizos. Levantó el cuerpo para que Albert pudiese penetrarle mejor. Miró sus nalgas prietas que hacían fuerza desesperadamente y con lascivia. La marca de unos dedos estaba allí dibujada. –Es suficiente para seguir juntos... –musitó aquellas palabras de nuevo, perdiéndose éstas entre los gemidos ahogados de su amante. –Es suficiente si me amas, suficiente. – Albert le besó en los labios y se restregó contra ellos para disfrutar mucho más su orgasmo. El semen salió disparado justo en aquel instante y al fin pudo descansar. Salió de aquel interior escondido en las aguas y se quedó jadeante y cansado sobre el cuerpo del vampiro. Éste lo besó largo rato en la boca pensando en que el amor era suficiente. O al menos así decidió creer...

♣♣♣♣♣♣♣ Le secó el cabello para que no cogiera un resfriado. En aquel proceso, Albert se le quedó dormido en la silla. Lo llevó, tapándolo seguidamente con el cobertor. Se introdujo él después y observó aquellas pecas pelirrojas y suaves. Le abrazó con cuidado y se puso a llorar como un niño, repitiéndose, una y otra vez, que si se amaban era suficiente... pero en su interior sabía que no era 436

bastante y que la realidad era simplemente distinta. El simple y puro amor, nunca era suficiente...

♣♣♣♣♣♣♣ Al día siguiente, Albert salió de compras. Tenía que ir a la farmacia y a adquirir unos lienzos con caballete incluido. También los óleos y pinceles así como disolventes. Davidé le dejó una nota en la que le indicaba los medicamentos que debía tener siempre en el botiquín, por sí acaso. Y de paso le escribió unos alimentos que no eran pesados para un estómago tan delicado. También visitó a su abogado. Éste se sorprendió de verlo a plena luz del día. Como siempre se reunían de noche, no era muy corriente. Éste le dijo que lo veía más sano, como más vívido e incluso más joven. El caso era que lo veía muy, pero que muy cambiado. Mientras compraba en una tienda de comestibles cercana al apartamento, se fijó en el puesto de helados de la cafetería. Davidé había comentado que el de chocolate estaba riquísimo, así que, ni corto ni perezoso, lo compró. Una tarrina de kilo. Probó un poco y le pareció la delicia más grande del mundo entero. Se quedó a comer en un restaurante cercano y mientras mordisqueaba un trozo de tomate, miró por la ventana del local. La gente no sentía miedo de caminar por las calles, con sus hijos de la mano, solos o acompañados. Niños que jugaban, gente que paseaba al perro o simplemente caminaban... bajo la fogosa y caliente luz solar. Tan vívida, iluminándolo todo y creando sombras... tan diferente a la noche. En las tinieblas, bañados por la luz de las farolas anaranjadas de luz mortecina e irreal... las personas, corrían para llegar pronto a sus casas. Los niños ya dormían, la mayoría de los establecimientos cerrados, apenas nadie paseaba a sus chuchos... ¿Y sus miradas? Allá en el fondo de una temerosa pupila, el miedo acechaba. Los corazones apretaban el paso y el sudor se podía oler. En ella vivían maleantes, espíritus que sólo deseaban ayuda, gente pobre y sin hogar, y los vampiros, algunos tan crueles que no miran si la persona a la que quitan la vida es buena o mala. Durante muchos años de su vida, tal vez cien, fue uno de esos vampiros sin escrúpulos. Tenía terror a la vida y a la no muerte y por eso se defendía matando a inocentes víctimas. Se arrepentía mucho de su antigua forma de ser, pues ya no era así. La inmortalidad daba muchísimo miedo y ahora que no la tenía, ya no sentía ese pavor a no morir. Algún día moriría... o tal vez, en un instante de locura irreversible, volvería a ser vampiro, el futuro le era desconocido. Resultaba extraño pensar que por fuera era mortal, pero por dentro vampiro. Cuando Davidé le rozaba con sus fríos dedos dejaba de sentir miedo a cualquier cosa. Mientras él estuviera allí, nada temería y nada le dañaría. Nada. Porque como él había dicho mientras le hacía el amor en el baño..."si me amas, es suficiente..." 437

♣♣♣♣♣♣♣ Al volver a casa, probó unas pinturas al óleo que había comprado y descubrió que no se le daban nada mal. Comenzó a dibujar a Davidé. Dibujó hasta que el día fue decayendo y se sintió demasiado cansado como para continuar. Tapó el lienzo, él todavía no podía verlo... Escuchó a Davidé levantarse e ir al lavabo. Después lo vio aparecer por la puerta sólo con los pantalones del pijama. –Davidé, si te vistes así c–cómo no quieres que me la pase pensando en el sexo contigo. Luego no haces otra cosa que llamarme pervertido. –Mientras solamente pienses en el sexo conmigo, te perdono por ser tan guarro.– se acercaron el uno al otro y Davidé le pasó los brazos alrededor del cuello. Algo le sucedía, lo sabía pero él no quería reconocerlo. –¿Qué te pasa? –Nada– contestó meloso– Que soy muy feliz porque me deseas mucho. –Yo también s–soy muy feliz de ser humano como el resto del mundo. Es un cambio que necesitaba. No quiero volver a ser vampiro en unos cuantos años, sí un m–montón de años. – eso hirió el alma del no muerto. Si Albert no se cansaba nunca de ser mortal, jamás podría beber su sangre ni hacerle el amor a su manera. Y necesitaba tanto hacerlo. ¿Y si Albert fallecía? Si moría la vida dejaría de poseer un sentido coherente para tornarse una oscura, vacía y fría existencia. Y sintió rabia. Estrujó fuerte aquel cuerpo caliente y tembloroso. Los deseos de beber su sangre aumentaban por instantes. Tan intensos que deseó morderlo y chupar de su cuello hasta desangrarlo tanto que la única opción para vivir fuera el hacerlo su vampiro. Unos dedos calientes le acariciaron la mejilla y unos labios húmedos besaron su barbilla con dulzura. –Davidé... –Albert, tranquilo. Me alegro tanto de que seas feliz y al fin alcanzaras tu objetivo.– mintió. –Te estoy haciendo un dibujo que es muy bonito, pero como ves lo he tapado. Por favor, no lo mires. –Claro que no. Sácame guapo– Albert sonrió con picardía. –Pero... si tú ya eres guapo. Estás como un tren, por eso prepárame la cena. –Así que me adulas para que me convierta en tu cocinero. 438

–Es que me muero por verte cocinar para mí, tan sólo con el delantal puesto y el trasero al aire. Si de pronto me pongo detrás de ti y notas algo duro y caliente... ya sabes quién es. –¡Guarro, pervertido! –Sí, pero si es contigo me lo perdonas... – se rieron largo rato y Davidé empezó a prepararle la cena con sus dotes culinarias. Aunque Albert lo estuvo mirándolo completamente ensimismado, y no intentó nada raro con él. Albert sacó la enorme tarrina de helado chocolatero y Davidé levantó las cejas. –Vaya, te vas a poner muy gordito si comes mucho helado de chocolate. –Dicen que quita la depresión. –Sí, pero tú no lo necesitas. A ver si te va a sentar mal, además, es invierno, ¿Y si coges un resfriado? Estarás muy malito y tendré que cuidarte. –Mmmmm– contestó con un pedazo de helado en el paladar.– S–Sí, pero p– por eso me vas a cuidar. P–porque me amas... –Descubrirás lo fastidioso que es tener la nariz a rebosar de mocos verdes y repulsivos, ojos llorosos y enrojecidos, fiebre y frío. Toserás tanto que te entrarán agujetas y será peor el dolor al toser que el toser en sí. No podrás comer cualquier cosa y desde luego no me harás cochinadas porque no estarás en condiciones. –¡¡Ah!! Eso sí que no. Pero lo bueno es que tú me cuidarás, me darás jarabe, me mimarás... así que me conviene ponerme malito. –¡No bromees Albert, es muy serio! He visto gente morir sólo por un resfriado mal llevado. Así que haz el favor de no tomarte a broma nada de esto. ¡Ya no eres inmortal! Ahora puedes caerte y romperte la cabeza. Te pueden asesinar. ¿Y si te roban? Ya no podrás agarrar al delincuente y partirle el cuello como antaño. Ahora puede clavarte una navaja que te desangre lentamente sin que nadie de esta apestosa ciudad te preste su ayuda. O una jeringuilla que lleva el sida o simplemente yo te mate sin querer, te estruje tan fuerte entre los brazos que te mate... Fue tan aplastante aquella conversación que dejó a Albert fulminado. –Lo siento Davidé, yo... yo n–n que–que–que–quería q–qu–que... –No mi vida, discúlpame tú. Cómo pude ser tan bestia. Lo dije sin pensar– lo abrazó con ternura y levantándolo en brazos se lo llevó al lecho y se tendió sobre él... 439

–T–tienes raz–razón en todo lo que has dicho... – tartamudeó. –No, no la tengo. Me estoy volviendo un paranoico sin sentido. Es que tengo muchísimo miedo de que te pase algo y no poder hacer nada para evitarlo. Me siento impotente. ¿Me perdonas? –Sí. – le rodeó el cuello con los brazos para atraparle después los labios con la boca. Se besaron lentamente y con suavidad.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé estaba meditando sobre lo acontecido la noche anterior con lo de la extraña vampiro escurridiza, cuando una cuchara fría se posó al borde de sus labios cerrados. –¿Qué haces Albert? –Está bueno. –Sabes que yo no puedo degustar ese sabor igual que tú.– Para sorpresa de Davidé, el helado se "cayó" sobre su pecho y le puso perdido. –Se ha caído... – musitó Albert con una socarrona sonrisa. – Tendré que limpiarte yo mismo con la lengua– dicho y hecho. Lamió con lentitud su torso helado y terriblemente dulce. Davidé sintió cosquillas y rió. –Así que se cayó accidentalmente... ¿Eh? –Me muero por lamerte entero de la cabeza a los pies. Ahora mismo.– Lo despojó, lentamente, de todas sus ropas, y le besó las piernas con devoción. Besó y mordió sus dedos y pies, fue subiendo hasta sus rodillas y luego bajó por la parte interior de sus fuertes muslos. Tenía las piernas muy largas y masculinas. Dejó reposar la mejilla sobre aquel sexo inerte y jugueteó, muy excitado, con el vello púbico. El ombligo resultaba un lugar donde jugar con la lengua. Vertió algo de helado en su pequeño interior y se dedicó a absorber y lamer entre las risas de Davidé. Mordió con delicadeza sus pezones. A él mismo le picaban de puro gozo, duros y excitados. Su cuello, que tantas veces tuvo entre los dientes, era muy suave. Las mandíbulas fuertes y de hombre, sus carnosos labios húmedos y con sabor a chocolate. Las pestañas de aquellos ojos pardos, tan profundos éstos y hermosos. El cabello negro y sedoso que caía libre sobre la almohada y su risa susurrante sobre el oído. –Te quiero Albert... –Eres maravilloso. Sólo mío... y de nadie más. –Puedes estar seguro. Siempre te perteneceré, pase lo que pase. Nunca voy a estar con nadie más. ¿Me oyes Albert? –Yo tampoco te seré infiel. Para qué quiero a nadie más si tú me das t–todo lo que yo necesito y quiero. Y ahora anhelo hacerte el amor apasionadamente… 440

♣♣♣♣♣♣♣ Albert se hallaba completamente dormido. Tenía un feo moretón en el pecho derecho, allá donde había chupado. Acercó los labios y le besó allí para después subir hasta la boca y recorrerla una vez más antes de marcharse a casa de aquellos repulsivos no muertos. Acabó de atarse las botas y abotonarse la camisa. Luego tapó bien a su amante y marchó de allí. Cogió el coche y se acercó al barrio donde vivían aquellos dos. Llamó a la puerta y rápidamente la chica vampiro le abrió ésta. Vestía parecido a la noche anterior, siendo incapaz de mirarlo a los ojos por vergüenza. La falda le llegaba hasta el suelo y el jersey no dejaba entrever ni una sola de sus femeninas formas. Y con aquel gorro de ala caída no se le veía bien el rostro. Vestía de gris. Era una vampiro muy gris. Seguramente pertenecía a la 4ª o 5ª categoría. Qué tontería meter a los vampiros en estúpidas categorías que lo único que hacían era hacer sufrir a seres como aquella pobre chica. Eran los sirvientes de los demás y eso no le gustaba. –P–pasa por aquí... – la vampiro lo sacó de sus pensamientos. –¿Cómo te llamas? –No tengo nombre– contestó en voz bajita, casi imperceptible para un oído corriente. –¿Cuántos años tienes? –Más de 70, no logro recordarlo bien– contestó. –Vaya, eres mucho más mayor y bonita que yo– la aduló. Ella sintió subir el calor a su rostro y fue incapaz de mirarlo. ¿De verdad ese hombre era tan malo como su amo Andrei decía? –Davidé, deja en paz a mi sirvienta. ¿No ves qué decirle mentiras de esa clase solamente puede hacerla daño? Es evidente lo fea que está. Vamos licántropo, vete– así es como la había llamado. Davidé no entendió la razón. Licántropo significaba "lobo" "hombre lobo". Y ella era una señorita inofensiva. La chica salió corriendo apresuradamente. –No te permito que trates así a una dama– Andrei se rió a carcajada limpia. –Y a ti qué te importa. Ni te va ni te viene. –Todos los seres, mortales o inmortales, tienen derecho a ser respetados. Pero claro, tú y esa zorra de Janín no sois personas "respetables," por lo que no sabéis cómo tratar a los demás. –Si quieres pelea, a mí no me llames. –Me quiero marchar lo antes posible de este maldito lugar. 441

–Vamos, vamos. Toma asiento– le acercó una silla pero el invitado se negó a usarla. Estaba muy enfadado. Empezó a notar que la sangre le hervía, y la última vez que eso sucedió había pegado a quien más quería. –Te voy a destrozar a mordiscos como no me digas ya ¡QUÉ ES LO QUÉ QUIERES!– chilló furibundo. La calma de ese tipo le exasperaba. –Tranquilo amigo, yo no soy más que el intermediario. Si me acompañas al laboratorio podrás hablar con Janín– sólo escuchar ese nombre lo ponía furioso. Pasó por al lado de Andrei, pegándole tal empujón que casi lo arrojó al suelo. Éste se enfadó, pero como, a través de los siglos, había aprendido a ser previsor, optó por tragarse la rabia. Si ese Davidé hubiese querido, le habría pegado una paliza de espanto.

♣♣♣♣♣♣♣ Bajó por unas escaleras de metal hasta el sótano. Estaba muy modernizado y bien equipado. Los ordenadores se hallaban en hilera sobre una mesa blanca. Estanterías con cientos de pruebas de a saber qué. Animales en jaulas y cosas raras que no quería ni pensar cómo habían llegado a ser así. Sobre las mesas, los tubos de ensayo proliferaban. La bruja Janín, sentada sobre un taburete, lo miraba fijamente tras unas gafas amarillas de cristal grueso. Llevaba una bata blanca parecida a las de los médicos. Pero había una extraña diferencia en ella. Que volvía a ser un vampiro. Y quería averiguar por qué. –Te estás preguntando por qué ahora ya no soy mortal. Me percaté que el ser humana conllevaba problemas. En una ocasión casi me caí por las escaleras. ¿Y si me rompo una pierna o me mato?– negó con la cabeza y sus gruesos rizos cayeron en cascada hacia delante.– Me di cuenta de que no valía nada ser humana y morir en el estúpido intento. Ya conseguí lo que anhelaba... o casi todo. Tú ganaste Davidé, no pude seducirle... –Me alegro de que lo reconozcas.– dijo seco. –Andrei me hizo vampiro de nuevo. Es muy amable– le guiñó un ojo a su compañero de mezquindades y luego se quitó las gafas de la cara. Andrei sonrió para sus adentros. Él no la había hecho vampiro. Simplemente el efecto del compuesto ya se había diluido del todo y no quedaba ni rastro. Primero dejó de poder soportar la luz directa y prefería quedarse en la casa y a media luz. La piel le escocía y las encías le picaban. No digería bien los alimentos y escupía los líquidos. Era un brebaje muy inestable. Un defecto a pulir. El bajón fue tan exagerado que despertó tan vampiro como al principio. Pero ella se alegraba. Ser humana no había sido más que un capricho. A Albert le debía quedar poco, tal vez un día escaso, puesto que le dio más cantidad que a Janín. La divertida diferencia se centraba en que el pobre no tenía ni idea de que iba a volver raudamente al mundo de las eternas tinieblas. 442

♣♣♣♣♣♣♣ Janín intentó estar todo lo serena posible. Sabía que ese hombre podía leerle el pensamiento en cualquier instante y eso lo llevaría todo a pique. –Albert quería que tú también fueras humano. –Eso ya lo sé– contestó frío como el hielo. –Te he llamado en son de paz– dijo enfadada, o al menos lo fingió– Me siento humillada. También tengo sentimientos ¿Sabes? Y por eso mismo, porque los tengo no te permito que me trates tan mal. –¿Y cómo quieres que te trate Janín? Has intentado robarme a lo que más amo en el mundo. –Yo lo amé antes que tú. Lo encontré vagando como un pordiosero. Era un ángel bajo kilos de roña. Yo lo saqué, yo le enseñé, yo le amé. – dijo furiosa y con lágrimas en los ojos. –Pero yo lo saqué de debajo de la roña bajo la que tú le sumiste.– dijo Davidé– ¿O me lo vas a negar ahora? Él pensaba que era horrible, un negado, una mierda. Ni siquiera supo cómo demostrarme su amor. –Y qué Davidé, qué importancia tiene eso ahora. Lo intenté todo y él no me quiso ni me querrá. Pero yo todavía le quiero y por eso deseo que sea feliz. Y sé que mientras uno sea humano y el otro no, no podréis ser felices ninguno de los dos. Déjame adivinar la situación. Tienes miedo a abrazarlo tan fuerte que se te parta por la mitad. Y beber su sangre es un tema vedado ¿Verdad? Le deseas tanto que si dejaras libres tus instintos, al levantar los ojos, saciado ya de su sangre, te lo encontrarías muerto para siempre. ¿Cuántos días más vas a continuar con esa farsa? –¡CON EL AMOR ES SUFICIENTE!– chilló a pleno pulmón. Varios tubos y otros cristales estallaron en trocitos. –No me hagas reír– dijo serena– Sabes tan bien como yo que eso es una burda patraña que tu corazón se ha inventado.– Davidé ya no pudo contestar, ella lo sabía.– Por eso te ofrezco la oportunidad de ser mortal como él. Tan sólo tienes tres opciones. La primera es abandonar a Albert, la segunda es convertirlo en un no muerto. Y estoy segura de que no quiere. Y la tercera es ésta– le tendió un tubo de ensayo con líquido color rojizo en su interior. –¿Es eso el compuesto? –Sí. Lo tomas o lo dejas, tú eliges.– Davidé la miró atentamente. Su mente estaba en blanco, pulso corriente y respiración acompasada. –¿Qué ganas tú con todo esto? 443

–Que el hombre al que amo sea feliz. ¿Has oído esa frase que dice "si la persona amada es feliz con otra persona, yo también seré feliz"? Sé que me entiendes. –Pues yo no podría ser feliz si Albert amara a otra persona. Lo mataría antes. –Sí que eres cafre.– Titubeó antes de tomar entre sus dedos ese tubo. Al hacerlo lo miró detenidamente. Andrei lo observaba todo con rostro divertido. Ese hombre, Davidé, no era tonto. –¿Y cuándo me desmaye? Albert me contó el proceso. –No he dicho que te lo tengas que tomar aquí. Puedes hacerlo en tu casa mientras Albert duerma y darle una sorpresa.– lo tomase donde se lo tomase daba igual, pues acabaría muerto y envenenado. –Janín... – musitó mirándola a los ojos y vio la duda en ellos. Algo escondía. Hizo ademán de llevarse el compuesto a los labios pero de pronto la agarró de la muñeca para estamparla contra la mesa haciéndola verter todos los líquidos sobre ella. –¿Qué haces? ¡Es peligroso maldito ignorante! –Dime bruja, ¿Pretendes envenenarme? –¿Qué? –Este tubo es el doble de grande que el que me enseñó Albert.– los líquidos abrasivos quemaron la rizada cabellera de la mujer, convirtiendo ésta en una masa oscura y viscosa. Davidé le giró la cara contra aquella cosa y Janín chilló de dolor. Intentó, sin éxito, apartarlo. ¡El dolor era lacerante! –¡PUTA! ¡NIEGA QUE PRETENDÍAS ENVENENARME! Sé que te dedicas a crear venenos que dañen a los vampiros. Cuanto más grande sea la dosis, más negativa es ésta. No me creo que este mejunje sea todo bueno. Cuando uno toma medicamentos se siente mejor, pero si se los ingiere todos de golpe, éstos te matan y se convierten en un veneno mortal. ¿Qué pasa si te lo hago tragar?– La mujer chilló de rabia y dolor. Nunca pensó que Davidé fuese tan inteligente y difícil de engañar. Notó que la cara se le derretía, el ojo, la piel y músculos del rostro. Escupió sangre y al notar el líquido que Davidé le introducía en la boca casi se desmaya de espanto. ¿Por qué Andrei no la ayudaba? Pero Andrei miraba la escena horrorizado en un rincón. Ese Davidé era un demonio.

♣♣♣♣♣♣♣ De pronto la mujer se vio libre y pudo tirarse al suelo. Lloró con el único ojo sano. Había sido espantoso. Andrei ya se lo había advertido. Desde aquel instante lo comprendió. Miró a Davidé. Éste la observaba furioso.

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–No vuelvas a meterte conmigo estúpida vampiro. Yo suelo ser una buena persona que no hace daño a nadie, que ayuda a los necesitados y que es piadoso. Creo en Dios y espero que me perdone por esto que te he hecho pasar, pero te lo mereciste. – Janín, con la cara ensangrentada y medio deshecha, lo observó con el único ojo sano. El cráneo también ensangrentado y con pedazos de carne desprendida. La cuenca vacía también lo miraba... a Davidé le entraron náuseas y notó la bilis que le subía por la garganta. –No vuelvas nunca más a molestarnos... – luego giró el cuerpo y subió las escaleras. Miró a Andrei, que no se movió. Ella se tapó la cara muy avergonzada. Davidé ya se había marchado. –Te lo advertí. –¡Déjame en paz!

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro, buscó a la mujer vestida de gris. La halló escondida en una habitación pequeña que tenía lo justo. Un lecho mediano, una cómoda, el armario y una silla con su mesa. Ella, agazapada como un perrito en una esquina, lo miró asustada. –He venido a por ti. Esa gente es mala, han intentado matarme. –Vete por favor... –Ven conmigo– ella lo miró. Seguía pareciéndole una buena persona pero no podía abandonar a su amo Andrei. –Durante toda mi vida no he servido para nada. Y ahora sí, él me ha dado algo por lo que sentirme útil. No puedo marcharme. – Davidé la comprendió y se fue sin decir nada. Volvería a casa con alguien que también le necesitaba. La última oportunidad de ser humano junto Albert había desaparecido...

No poder... ♣

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“El amor no es suficiente”

♣Hacía rato que observaba al Cristo crucificado. Éste lo miraba con sus ojos lastimeros y a un tiempo llenos de resignación. ¿Servía de algo la religión? ¿O sólo producía disturbios? Religiones contra religiones y semillas de odio y rencor. El bien no existía, el mal tampoco. Era cuestión de saber cómo enfocar la situación. Para lo que unos estaba bien, para otros mal. Una vez fue sacerdote... hacía mucho tiempo. Y ya no era la misma persona de aquel entonces. Acababa de hacer algo espantoso a esa mujer, Janín, y no se arrepentía. Para eso había ido a la iglesia, para decirle a Cristo que no se arrepentía. Ella intentó matarlo, y en eso radicaban las guerras "Intentó matarme primero, yo se la devolví" La humanidad se iba a pique. El imperio moderno, el "Mundo" para la presente humanidad, se iba a terminar. ¿Al final del siglo XXI quedaría algo? ¿Él estaría allí para ver comenzar la nueva era?

♣♣♣♣♣♣♣ Y luego estaba el desesperante tema de Albert. Al ver los moretones en la rosada piel de su amor... apenas hacía fuerza... Deseaba fervientemente besarle tan fuerte por todas partes, morder sus ingles suaves y sentir sus dientes clavarse fuertemente en cualquier lugar ¿Algún día eso volvería a suceder? No lo creía posible. ¿Qué hacía pensando en cosas tan perversas ante Dios? Marchó de allí con la cabeza gacha. Tenía que volver a casa porque alguien le esperaba.

♣♣♣♣♣♣♣ Las luces apagadas, la casa en silencio. Era evidente que Albert dormitaba placenteramente, como un ángel en su nube de algodón. Se inclinó y le besó el hombro. Allí también se plasmaba un moretón. Arrastró la colcha hacia tras y miró su cuerpo desnudo. Emanaba el dulce calor que una víctima posee, su piel tersa le llamaba, le decía "muérdeme lentamente". Cerró los ojos y dejó caer su cuerpo, con cuidado, sobre el de Albert. Aspiró el dulce aroma de la sangre mezclado con el calor que emanaba. Besó su cuello entre suspiros de pasión mientras las encías le picaban y dolían. Los colmillos se engrandecían más y más hasta tornarse algo sobrehumano, tal y como le sucedía cada vez que se disponía a morderle a él o a cualquier víctima. Aún así se resistió, apartándose 446

Albert, al sentir aquellas caricias, abrió los ojos y lo miró, sonriéndole. –Davidé, ya te he dicho mil veces que me muerdas, que me hagas el amor a tu manera. Es tan injusto q–que sólo me beneficie yo de todo esto... –Shhhh– susurró poniéndole los labios en el vientre. –Davidé... – musitó ese nombre en la oscuridad mientras él bajaba hacía la zona erógena de su cuerpo. El vampiro se detuvo para quitarse la ropa pero Albert no se lo permitió. –No... el roce áspero de tus prendas me excita, no te las quites todavía... –pidió y Davidé no se desprendió de ellas. Llegó al sexo erecto de Albert, grande y duro. Lamió con ansiedad su glande redondeado y besó con la lengua su escroto, para darle mayor placer. A Albert la cabeza le daba vueltas. Se incorporó quedándose sentado y con las manos cogió la cabeza de Davidé, la cual estaba entre sus piernas. Él le absorbía el pene con fuerza y con los pulgares de sus manos lo acariciaba haciendo una ligera pero excitante presión. Le acarició el cabello con los dedos mientras sentía el orgasmo, uno de los más fuertes que había tenido. Gimió por última vez y después dejó caer el cuerpo sobre el colchón, como al principio. Respiró con agitación, intentando que el corazón volviera a la normalidad, mientras Davidé le susurraba al oído algo que le gustó sobremanera. "Esta noche fóllame como si fuera la última vez. No pares, házmelo hasta que tu cuerpo ya no pueda más, hasta que no tengas más leche que derramar en mí, hasta que caigas dormido entre mis brazos... ¿Me oyes? Fóllame una y otra vez, tómame como si ya no hubiera más noches, como si fuera la última. Fóllame, hazme el amor... métemela hasta reventar... te quiero"– había sonado tan impuro, lascivo, fuerte, romántico, tierno, desesperado y vulgar incluso que Albert creyó morir de pura felicidad...

♣♣♣♣♣♣♣ Esa noche se entregó por completo a Albert, resignándose definitivamente a poder ser realmente feliz con él... tal vez aquella noche fuera la última...

♣♣♣♣♣♣♣ Eran las doce del medio día y tenía hambre de lobo. Pero vomitó todo lo que comió y los líquidos le sabían fatal. Las encías picaban como un demonio y tuvo que bajar las persianas de la casa hasta media luz. Se asustó... ¿Y si el mejunje dejaba de surtir efecto? No, Janín se lo habría dicho, si incluso le comentó que quería tener hijos con él. Y para eso se necesitaban muchos meses de humanidad... A lo mejor era un simple efecto secundario que duraría 447

poco. Al salir a la calle tuvo que ponerse guantes de piel, gorro y gafas de sol. También existía la posibilidad que estuviera muy cansado. Parte de la noche la dedicó al excitante menester del sexo con Davidé. Se lo pasó de maravilla, era tan intensamente feliz. ¿Pero y Davidé, lo era? No conseguía dar con la manera de que él le mordiera. A lo mejor es que no le deseaba lo suficiente, pensó apenado. Al llegar a casa encendió las luces del salón y destapó el caballete con lienzo. Abrió los tubos de óleo e impregnó una tablilla con éstos. Y simplemente se pasó el resto del día pintando hasta bien entrada la noche.

♣♣♣♣♣♣♣ La relajante voz del vampiro lo sacó de su ensimismamiento. –¡Espera, no mires! –¿Cómo va ese retrato mío? –Estoy muy emocionado, sales tan bien. Por p–primera vez me siento orgulloso de mí mismo. –Me gustaría verlo. – dijo con mirada triste. –Bueno, pero no re rías. – Davidé se quedó perplejo... realmente el del cuadro era él. Como si tuviera un doble idéntico. –¡Es fantástico! ¡Me encanta! – lo abrazó con delicadeza. –Te has debido de pasar el día aquí metido... –Sí, tengo la espalda hecha polvo y la mano se me cae a pedazos. Me duele– Davidé la cogió y besó sus dedos y muñeca. –Te quiero mucho.– dijo sencillamente, con cariño. –Y yo a ti... –Alberto, caro mío... tu perfume envenena mis sueños... –Qué bonito... –¡Apestas a pintura! – luego empezó a reírse de Albert, el cual arrojó sobre él unos pinceles sucios. –¡No eres nada romántico cuando te lo propones!– exclamó divertido. –¡Es broma!– lo levantó en brazos mientras un enfurecido Albert le atizaba en la espalda, pues lo llevaba como un saco de patatas. El vampiro lo arrojó sobre el sofá y le fue quitando la ropa. –Y luego dices que el obseso s–soy yo, pervertido– le susurró en la oreja. Dicho aquello se tiró sobre el cuello de Davidé y lo mordisqueó hasta que su amante le detuvo excitado. –Por favor... no hagas eso– se levantó y apartó de él en silencio. 448

–Ah... – atinó a decir el humano. Seguramente él no lo deseaba, así que optó por dejarlo en paz. –Albert, tengo que contarte una cosa muy seria que ayer me sucedió. –¿Una... c–cosa muy sería...?– se puso muy nervioso. –Verás, hace unas noches, apareció una vampiro con un mensaje de Janín. Quería que fuera a verla. Y anoche fui. Si no te lo comenté antes fue porque todavía dudaba en sí debía acudir a la cita o por el contrario ignorarla. Y bueno, tampoco era mi deseo ponerte nervioso o preocuparte. ¿Me perdonas? –Sí… –Fui allí, a su casa. Ella me explicó que pretendía darme el compuesto para que yo también me convirtiera en humano como tú.– el chico levantó la cabeza y lo miró con los ojos muy abiertos. Sus cejas levantadas expresaban una enorme sorpresa. No dijo nada y le permitió continuar.– Yo tampoco me lo podía creer. Me estuvo explicando que lo hacía porque te amaba y deseaba que fueras feliz. Durante unos instantes, la inocencia que todos llevamos dentro, la creyó. Me entregó un tubo largo y grueso, el doble o más que el que tú tienes guardado en el cajón de la cómoda. –¿M–más grande?– Davidé asintió con los ojos. –En menos de 5 segundos tenía la cabeza de esa mujer aplastada contra la mesa. ¡Sentí mucha ira! Le grité que sabía que pretendía matarme. –¿P–pero l–la matast–te? –No, aunque creo que lo que hice estuvo mal, ¿Qué piensas? ¡No me gusta ponerme violento! –Antes, ella me daba pena p–pero ahora me asquea. Es t–tan retorcida y v– vengat–tiva... Me echó un mal de ojo la última vez que la vi. Está podrida por dentro. N–no debe imp–portarnos y–ya... –¡Pero yo soy un hombre violento! Últimamente no he hecho más que daño a los demás. ¡¡Mírate a ti!! Mira tu cuerpo lleno de moretones, yo no quiero dañarte. Tengo miedo a matarte... a...a perderte para siempre... – Albert fue hasta la cómoda y sacó el tubito con el líquido dentro. Se lo tendió a su compañero con mano temblorosa. Éste lo cogió todavía sollozante. –T–tómatelo... estoy seguro de que J–Ja–Ja... de que e–esa mujer me m–mint– tió y que es v–válido... –¿Qué?– preguntó como si acabara de salir de una ensoñación muy profunda y lejana. –Tómatelo, cariño. Y... Y seremos humanos los d–dos... Cuando vuelvan Haydee y Hans les pediremos la poción de la inmortalidad y... – Davidé lo observó compungido. 449

–No dejaría que te arriesgaras a morir en el intento, podrías no despertar jamás, podrías morir. Y yo no creo que lo resistiera... –¿P–por qué? Eres muy fuerte. –No puedo... – dijo con angustia y de sus ojos brotaron nuevas lágrimas que le manchaban la piel de rojo. –¿No me quieres? ¿No quieres q–qué...? –Albert, dime, ¿Qué me sucedía cuando me conociste? ¿Qué te impulsó a convertirme en lo que ahora soy? –T–te amaba... –No Albert, esa es una razón, pero no la más importante... – Albert cayó en la cuenta y arrojó el tubo lejos de él, rompiéndose éste al impactar contra el suelo. Se abrazó a Davidé como un niño y lloró mientras le besaba las mejillas. Davidé, en su humanidad estaba muy enfermo. Si volvía a ser mortal, probablemente un cuerpo tan ajado no resistiría la poción inmortal. Porque si él mismo había recobrado sus defectos humanos, todos, Davidé no sería una excepción. Daba igual que hubiera una formula para volver a la humanidad, Davidé no podía usarla.

♣♣♣♣♣♣♣ Pasaron dos horas desde aquel terrible instante de fragilidad. Tumbados sobre el sofá, en silencio, entrelazados sus cuerpos. Davidé miró lloroso a Albert y este le devolvió la mirada con una triste sonrisa en los labios. –Albert... tú... ¿Por qué me quieres? –No llores. Ya sé que ahora estás deprimido y q–quisiera alegrarte. –No puedes ayudarme... –No me digas eso, por favor... – al humano se le saltaron las lágrimas. –Discúlpame, es que, es que... – Davidé lo besó mientras le despojaba de su camiseta. Con las manos apretó sus nalgas para excitarlo. Albert experimentó una vez más el gusanillo de la excitación alrededor de su sexo y supo que se endurecería cada vez más. Llevó su mano a la nuca de Davidé para estrujarlo más contra su cuello. Davidé luchaba intensamente contra los deseos de beber. –Bebe... – musitó el humano en un jadeo de pasión– Oh... bébeme entero, házmelo, bébeme por completo, porque mi sangre caliente es toda tuya... para ti... – su voz resultaba tan lasciva al decirlo que Davidé sintió un mareo y la oscuridad de aquella estancia le hizo perder los papeles. Olvidó que el cuerpo que tenía entre sus brazos era mortal y lo mordió con sus engrandecidos 450

colmillos. La prudencia cedió ante una pasión que le desgarraba el corazón entre gemidos de placer. La cabeza le dio vueltas, torbellinos, tan sólo veía en rojo sangre, nada más. Apretar los labios sobre su cuello maravilloso y erótico. Beber y excitarse cada vez más. Sintió una hermosa sangre deslizarse rápida por su garganta, tan caliente como jamás la bebió, tan hermosa y dulce. No existía en el mundo un manjar tan delicioso como aquel líquido corriendo hacia su corazón. Tantos días sin probar su sabor, su belleza, que en aquellos instantes se elevaba al sumun. Los brazos de Albert le agarraban la ropa y sus uñas se le clavaban en la espalda. Notó su sexo fuerte contra la pelvis, estaba teniendo una erección y sus jadeos le parecían excitantes, realmente disfrutaba de aquella posesión vampírica y eso le hizo sentirse mucho más eufórico, mientras la sangre continuaba corriendo hacia su corazón. Deslizó la mano hasta aquel húmedo pene y lo friccionó con intensidad, notando como Albert jadeaba de pura pasión. Continuó bebiendo con locura mientras su mano se llenaba de delicioso semen caliente... El mortal susurró aquellas palabras sensuales porque sabía que Davidé ya no aguantaría mucho tiempo más. Y al fin sucedió lo que debía suceder, él le hincó sus cortantes colmillos en la carne del cuello, en la vena, con fuerza. El dolor sentido fue lacerante, cortante, terrible pero a un tiempo fascinante. Lo sentía de manera distinta a cuando era un vampiro. Ahora se mareaba, se sentía desangrar cada vez más, con extrema lentitud. Esos labios ardientes besar su cuello mientras bebía con avidez, con apasionamiento. Dolía sí... pero con pasión y deseo. Apenas le hizo falta a Davidé frotar su sexo para conseguir el orgasmo, se corrió con rapidez mientras su garganta emitía exhalaciones de placer. Agarró a Davidé del jersey para no caerse... ¿Caerse? Si abría los ojos la habitación no dejaba de girar como loca. ¿Se hallaba arriba o abajo? Y si dejaba que los párpados cansados cubrieran sus ojos, el cuerpo parecía flotar, algo se escapaba de él... ¿El alma? ¿Se estaba muriendo? Ya no sentía dolor, ni placer, tan sólo una paz extraña y suave en la que él le rodeaba con sus brazos y no le dejaba diluirse del todo. Dejaría de abrazarle porque no tenía fuerza. Se sentía muy cansado, tan cansado que pensar también le resultaba una tremenda fatiga. Desangrado... muerto... Y sin embargo le amaba y se lo perdonaba todo...

♣♣♣♣♣♣♣ Al levantar la cabeza de entre aquel cuello precioso, se horrorizó sin más. Aquel cuerpo yaciendo blanco e inerte. Su corazón latía con tanta debilidad que sintió náuseas al pensar que se le moría. Rompió a llorar como un loco histérico y raudamente le tapó la herida del cuello. Tenía un moretón gigantesco y feo. Se arrojó sobre el teléfono y marcó rápidamente el nº de urgencias. La ambulancia llegaría lo antes posible. Se sentía tan mal que la cabeza no le dejaba pensar. ¿Qué debía hacer? Era enfermero, sabía lo que se 451

tenía que hacer, ¿Por qué no se le movían las manos? Tocó la mejilla fría de Albert... Demasiado fría. –No puedes quedarte frío. Te estoy matando, soy un asesino horrible y malo... un asesino... – lo tapó con mantas e intentó reviscolarlo aunque sin éxito. No se detuvo en el intento hasta el instante en el que llegaron los de la ambulancia y se los llevaron a los dos en ésta. Los demás le preguntaron cómo se había desangrado Albert, pero como Davidé se mantenía sumergido en su propio infierno, no consiguieron sonsacarle ni una palabra. Le pusieron al enfermo la respiración asistida ya que por sí solo no podía seguir respirando. Necesitaba urgentemente una transfusión de sangre. Le preguntaron a Davidé cuál era la suya, teniendo éste que mentir. Si le pasaban a Albert una sangre de vampiro, el pobre se convertiría en uno delante de todo el mundo. Y Albert estaba tan ilusionado con ser humano. Siempre sonreía... y eso era lo más importante. Aunque en aquellos instantes, bajo el plástico no sonreía en absoluto. Sus labios sin color, su piel blanca, no, ya no podía sonreír...

♣♣♣♣♣♣♣ Se lo llevaron enseguida a la sala de transfusiones para terminar el trabajo comenzado en la ambulancia. Miró cómo la sangre pasaba por aquel tubo transparente hacía su cuerpo, dotándolo de nueva vida y poco a poco recobraba el color. Las enfermeras, que le conocían de sobra porque hasta hacía muy poco trabajaba con ellas, lo miraron apenadas. Lo sentaron e intentaron consolar en la medida de lo posible. Era tan triste ver su aspecto pálido, lloroso. La médico que había atendido al desangrado quiso hablar con Davidé en privado. Éste accedió, sabía lo que iba a preguntarle. –No lo sé... cuando llegué a casa me lo encontré así... –Davidé, me estás mintiendo. –He dicho que no sé lo qué le sucedió. Por favor, déjeme tranquilo. –Nos conocemos. Siempre has sido un buen chico, trabajador, responsable, que no mentía jamás, así que sé pillarte una mentira. –¿Qué quiere qué le diga? No intentó suicidarse. –¿Entonces cómo explicar que se ha desangrado? ¿Qué pongo en el informe médico? ¿Se desangró solo? –Yo no lo sé. Se me moría entre los brazos, pálido y... ¡Quiero verlo!– chilló de pronto. –Davidé, él está bien. Fuera de peligro, por suerte lo trajimos a tiempo. Y además, quiero que me contestes a esto, y que me respondas la verdad. ¿Le has pegado? –¿Qué?– dijo perdido, ingenuamente, como si fuera la primera vez que la veía. 452

–¿Le has pegado tú? Tiene moretones por todo el cuerpo. –No le he pegado. Yo sólo le abracé fuerte y le acaricié... – dijo como un niño. Se dio la vuelta porque no conseguía contener más las lágrimas de angustia y congoja. Por suerte nadie más había allí. –Le quiero más que a nada en este mundo... –Es un joven muy guapo Davidé, no puedo juzgarte e ignoro si has sido tú, pero los problemas pasionales abundan mucho. He visto casos en los que un amante ha matado a su compañero o compañera de pura pasión o por miedo de ser abandonados en cualquier instante. Y tampoco es la primera vez que me encuentro un caso de alguien desangrado y con un moretón en el cuello. A veces incluso con el cuello partido. Me hacen ignorar los informes reales y escribir unos falsos inventándome alguna maldita y podrida excusa. Tú también los has visto. Las víctimas quedan secas y sin señales de cortes ni pinchazos. No las drogan para meterles una aguja y sacarles toda la sangre. Te juro que mi mayor deseo es saber qué es lo que pasa... –Davidé sí lo sabía, eran vampiros... y Erin se encargaba de que no saliera a la luz y de que casos como aquellos, quedaran en el anonimato para el resto de la vida. –Vampiros... – musitó él. –¿Cómo?– preguntó como si no hubiera entendido bien la palabra y quisiera escucharla de nuevo. –Son los vampiros quienes hacen esas cosas... los no muertos. –Davidé, creo que deberías descansar y no pensar en cosas raras. Todos sabemos que los vampiros son seres inventados. Es natural que te sientas confuso por todo esto. Tu pareja sentimental ha estado apunto de morir y ya no distingues entre realidad y sueño.– la doctora se acercó a él y le tocó el brazo con comprensión. Escuchó reír ligeramente a Davidé y eso la asustó un poco. Aquel joven siempre le pareció un profesional excelente, amable y risueño. Tal vez algo extraño y "sobrenatural", pero una persona bondadosa y afable. –La respuesta es "vampiros"– repitió.– Existen entre nosotros, se mezclan en nuestras vidas. – La mujer sintió un escalofrío. Su despacho se hallaba medio iluminado por un flexo de neón y le daba un aspecto algo oscuro. No podía creer lo que él decía, naturalmente, sin embargo se asustó al oírlo en boca de Davidé. La locura empezaba a afectarle. Pude que él hubiera agredido a Albert y que éste, intentando escapar, se cortara las venas. Pero ¿Y el corte? ¿O vomitó la sangre? No, no era posible... –Nada de lo que está pensando es lo verdadero. Yo no le pegué, y él no intentó suicidarse. Simplemente soy tan fuerte que le hice daño sin querer, al abrazarle y acariciar su piel...

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La mujer se quedó perpleja, ¿Cómo sabía eso? Era imposible que... –¿Cómo está él?– preguntó él de pronto. –P–pues... bien... – balbució muy asustada.– Recuperó el color y... puede que despierte en cualquier instante... –Me alegro tanto– ella se percató de que él lloraba en silencio.– Puedo leer la mente, como otros vampiros... –¡Me estás asustando! ¡Deliras! –No se asuste, su corazón late demasiado rápido, tranquilícese. –Vamos Davidé, te daré algo para los nervios. –¡NO!– chilló y ella pegó un respingo– Yo le hice eso, yo le desangré, lentamente. Clavé mis colmillos en su tierno cuello y absorbí su sangre. ¡Se me fue de las manos! –¡DAVIDÉ!– gritó ella, perdiendo los estribos– ¡Basta ya!– al girarle el cuerpo hacía ella, sintió que el corazón se le paraba de puro horror. Davidé lloraba lágrimas de sangre, rodaban éstas por sus mejillas. –Los vampiros lloran lágrimas de sangre... tal vez sea la sangre de él la que llore ahora… – la señora retrocedió espantada hasta la pared. Abrazó su carpeta como si con ella pudiera defenderse del fantasma. No le salía la voz, deseaba gritar de puro espanto pero fallaba a cada intento.– No voy a hacerla daño... Yo soy bueno, no mato personas inocentes. Sé que... sabía que yo lo único que pedía a cambio, por trabajar aquí, era sangre... así no mataba a nadie, la bebía en un vaso... –No. –gimoteó ella. –Lo siento, soy lo que soy. ¿Me ha visto alguna vez de día? No... ¿Y comer o beber en la cafetería? No… Pero… ¿Me ha visto dañar a algún paciente? ¿A los niños? Con Albert se me fue el asunto de las manos. – dio un paso al frente y ella se revolvió como rogando que no la tocara. Davidé no se lo reprochaba. Pobre mujer... –No me agrada matar, yo era un sacerdote antes y creo en Dios. Los vampiros no somos seres del diablo, ni siquiera sé si el diablo es malo o bueno, si existe o no.– dijo cuando la vio sacar su cruz de oro y besarla, como si eso la protegiera de los vampiros y sus tópicos. Davidé se sacó las suyas de debajo del jersey y sonrió amablemente tras enjugarse la sangre de la cara.– Yo también tengo. Yo creo en Dios, fui cura... – explicó. Sin embargo, ella parecía no escuchar. Cuando intentó escabullirse, Davidé la detuvo y abrazó dejándola paralizada. La mano de él la acariciaba lentamente en su cabeza.

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¿Por qué un vampiro?, pensó ella. ¿Por qué descubrir así que realmente existían? Encontrar una respuesta a miles de preguntas juntas. –Déjame... – lloriqueó. Él la mordió en el cuello lentamente, con delicadeza y cuando la hubo dejado inconsciente, la tendió sobre el suelo. No moriría, además daría la alarma él mismo de que la doctora estaba desmayada y anémica.

♣♣♣♣♣♣♣ Entró en la habitación de Albert. Éste tenía la mirada vidriosa y perdida en el techo. Al ver a Davidé sonrió. El vampiro pensó que todavía le sonreía después de lo que le había hecho, de haberlo transportado en volandas al precipicio sin fondo que es la muerte. –Hola… – dijo muy bajito, todo lo que la voz le dejó. El vampiro acudió como un rayo hasta la vera de su lecho para abrazarlo lloroso. –Te quiero, te quiero, perdóname... –Fue tan maravilloso y tan excitante. –No digas tonterías, casi te mato. Sólo pensé en mi propio deseo y no en tu dolor. –¿Dolor? No recuerdo que me doliera nada. Ya pasó todo, la próxima vez habrá más cuidado. –No habrá próxima vez cariño, no te haré pasar por lo mismo de nuevo. –Yo quiero... – dijo como un niño en busca de su capricho.– Yo quiero... – Davidé le besó con dulzura en la frente. Al fin Albert tenía color y calor. –Te voy a sacar de aquí ahora mismo. –No me siento bien del todo. –Me da igual, tú y yo nos largamos. He hecho algo... he mordido a la doctora que te ha salvado la vida. –¡Eres un inconsciente! –No la he matado, vivirá. Daré la voz... por eso debemos irnos. Cuando despierte lo contará todo. Tenemos que ir a casa y coger lo más importante, marcharnos a un hotel registrándonos con nuestras identidades falsas y desaparecer una temporada de la ciudad... –¿Qué dirán Haydee y Hans cuándo vuelvan? –Se lo contaremos todo y entenderán, por eso quédate tranquilo. Espérame aquí y ponte tu ropa que nos marchamos.

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–Esta bien... – dijo con ánimo cansino. Cuando Davidé salió, una enfermera entró para oscultar a Albert y al verle enfundarse en su ropa le pegó cuatro gritos. –¡No debe marcharse! ¿Está loco? –Me marcho ya.– dijo con voz lenta. –La doctora no le ha dado el alta y hasta mañana no lo hará. Así que vuelva a la cama, está usted convaleciente. A Davidé no le haría gracia verlo así. –Me lo ha pedido él, ha dicho que nos vamos. –¿Es qué hace todo lo que él le dice? Es muy machista, por parte de los dos. –No es por eso, y no le importa señorita enfermera metomentodo.– ella se ofendió y le hizo saber algo de lo que luego se sintió arrepentida. –¡Debería usted denunciar a Davidé por malos tratos! Nunca pensé que Davidé fuera tan bestia. –Él no me ha pegado. –Eso dicen todas... –No voy a denunciarle porque no me ha pegado. – dicho esto se fue descalzo hacia la puerta. En ese instante volvió el vampiro y le cogió en volandas. –No debe irse.– repitió ella. –Deja de ser tan cotilla.– Luego la sonrió y se marcharon de allí. Antes de irse del todo, les dijo a los enfermeros y médicos, que la doctora yacía desmayada y anémica en su despacho, tras lo cual llamó a un taxi para que les llevara a casa.

♣♣♣♣♣♣♣ Tras pasar por su casa para recoger lo necesario, Davidé se llevó a Albert a un modesto hotel al otro lado de la ciudad. La dueña era una mujer madura que el vampiro había recogido de la calle y ayudado a volver a vivir montando su hotelito, modesto pero muy grato. Davidé solía ayudar a los demás siempre que podía, y como Albert le decía que hiciera lo que quisiera con el dinero porque le sobraba... Lo que le gustaba mucho de su vida juntos, era que vivían sin lujos ni grandes gastos, aunque algo por encima de la media. Cuando dejaban una casa, la donaban a familias económicamente deficientes o para instituciones. –¿En qué p–piensas Davidé?– Albert no estaba dormido realmente, pero si amodorrado. –Duérmete cariño, no pensaba en nada. 456

–Ah... – sonrió débilmente y de nuevo cerró sus cansados ojos y los pesados párpados cayeron como un plomo. Davidé le besó con ternura mientras lo abrazaba y con los dedos peinaba sus cabellos revueltos. Pensó mucho en que ya no podían casarse a no ser que las leyes humanas cambiaran y los juzgados permitieran que dos personas del mismo sexo contrajeran matrimonio. ¿Seguirían juntos entonces? No lo creía.

♣♣♣♣♣♣♣ Decían que un vampiro podía morir de apatía, de inanición, catatónico, como si entrara en coma eterno y poco a poco fuera consumiéndose hasta ser sólo piel y huesos. Ya nadie podía reanimarlo ni devolverlo a la vida y que entonces se le cortaba la cabeza dejando que sus restos se quemaran hasta que las cenizas eran esparcidas y cada partícula viajaba hacia algún lugar inconcreto, perdiéndose todas en el olvido. Por eso, si Albert moría se marcharía muy lejos y escondiéndose, dejaría que aquel coma le atrapara lentamente y se lo llevara para siempre, porque si él moría... ya no deseaba vivir.

♣♣♣♣♣♣♣ El día llegó sin cambios. De todos modos, que no podía dormir, pues debía estar pendiente de Albert. Sus constantes vitales parecían normales. En principio le subió la fiebre y se quejaba en sueños, diciendo tonterías o cosas sin sentido. A veces abría los ojos y lo miraba con vista perdida. Bebía agua y de nuevo temblaba de frío acurrucándose contra él como un feto dentro del vientre materno. Luego le bajó la fiebre y eso hizo que Davidé se tranquilizara pidiendo cerrar los ojos y dormir. Tuvo un sueño espantoso, en el que Albert reía sin cesar y corría por la calle. Por más que intentaba atraparlo, no podía. Éste reía sin parar, como si fuera muy feliz sin él, feliz de ser humano y libre al fin. Albert le decía "Ya no me interesas, ya no eres necesario, aléjate de mí. Me haces daño cuando me tocas con tus sucias manos de vampiro. Adiós..." Y luego corría y reía de nuevo. Intentó alcanzarlo sin éxito, cansado, exhausto y sin resuello. El sol en lo alto le abrasaba y Albert cada vez se alejaba más y más... Eso le hizo levantarse de golpe bañado en un sudor rojizo. Se palpó los ojos y notó unas lágrimas resecas y el olor de la sangre podrida. Pero había otro olor más fuerte y asqueroso, a vomito. Albert tenía la cabeza hacía el lado de fuera y dormía. Pero en sus cabellos quedaban restos de comida y sangre, al igual que en la almohada. El suelo estaba lleno de aquello nauseabundo. Despertó a Albert, que escupió asqueado al sentir repugnancia de sí mismo. 457

–Cariño, tranquilízate. Estás tan cansado que no te dio ni tiempo de ir al baño.– Aquello resultaba patético. Llevándolo al lavabo mojó sus cabellos para limpiárselos y le cambió la camiseta sucia. Albert le rogó que se marchara, que deseaba estar solo. El pobre también sufría malestar en el estómago y el vientre y para hacer aquello prefería estar a solas. Entre tanto, Davidé se dedicó al limpiar el suelo y cambiar la sábana manchada. Rompió a llorar como un niño, apoyándo la cabeza sobre el colchón. Aquella situación era ya insostenible y patética. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a acabar todo?

♣♣♣♣♣♣♣ El mortal le escuchó sollozar desconsoladamente. Davidé siempre había sido el fuerte y ahora se venía abajo como un castillo de naipes. ¿Qué hacer? Anhelaba ser de nuevo feliz como antaño. Pero no deseaba ser de nuevo vampiro, al menos no tan pronto. Si conseguía decirle a Davidé que esperara unos años, no demasiados. Pero no le salía la voz y apenas tenía ganas de mantenerse despierto. Se limpió como pudo lo evacuado y tras levantarse y subirse los pantalones sintió un mareo y un desvanecimiento.

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro escuchó un golpe seco y arrancó la puerta del marco de tan fuerte que tiró. Levantó a su amante del suelo y vio que tenía sangre en la cabeza al darse de lleno contra el pavimento. Creyó morirse. Dos horas después, Albert abrió los ojos con extrema dificultad. Estaban sus párpados pesados y calientes. Todo borroso y oscuro. Davidé lo cubría con su cuerpo. El vampiro levantó la cabeza muy preocupado. –Albert... –Q... qg... – no podía hablar y la cabeza parecía querer explotarle. Era como si un cerebro lleno de pinchos se le apretase contra el cráneo y lo golpeara intentando salir. La boca pastosa y la garganta le dolía con intensidad. –Davidé, quiero volver a c–casa. –Pero es peligroso, tal vez hayan ido a buscarnos la policía. –Quiero volver, aunque s–sólo sea una vez más. El cuadro… –Tengo miedo... –murmuró el inmortal. –No pasará nada, estaré b–bien. Por favor, quiero v–volver a nuestra casa. Si quieres luego nos marchamos, pero ahora deseo acudir allí. Tengo m–muchas cosas que recoger y llevarme. 458

–Está bien cariño, lo entiendo– dijo intentando que Albert no viera que el corazón se le deshacía lentamente, como la cera de una vela roja. Entendió entonces, o mejor dicho, lo reconoció, que el amor no era suficiente. Se amaban pero resultara evidente, cruel y evidente, que un vampiro y un humano no podían estar juntos.

♣♣♣♣♣♣♣ Como era ya de noche hacía mucho rato, nadie les vio entrar. Davidé no percibió la presencia de nadie en su apartamento, éste se hallaba desierto. Tendió a Albert sobre el sofá y le preguntó, algo nervioso, qué era lo que deseaba llevarse. –Qu–quiero mis dibujos de ti y el retrato que te hice. Tengo que acabarlo del todo. El arcón con los objetos antiguos, mi maletín c–con documentación...– le costaba hablar, se sentía fatigado y raro– Ya sé que es mucho... –No te preocupes – Metió todo lo que pudo en las maletas y de paso lo suyo propio en otra bolsa de viaje diferente. Le cuidaría y haría que se pusiera bien y después le dejaría para evitar que aquello sucediera de nuevo. El hecho de no poder tocarle apenas, de no saber cómo evitar morderle, de... ¿Y qué más daba? Todo terminaría en unos días... –Ya está todo, Albert. –Bien... – Hablaba medio dormido. –Llamaré a un taxi y nos marcharemos en tu avión particular a donde tú desees. –Quiero ir al mar, quiero ir en un b–barco. – eso sorprendió a Davidé.– Cuando tenía 14 años, yo f–fui en un barco hasta Canadá... ahora lo recuerdo per–perfectamente. Hace unos días vi el resplandor de un atardecer y recordé un instante en el que iba en un barco que se mecía s–suavemente al avanzar. Mi recuerdo se vivifico... al ver el atardecer de nuevo. En a–aquella época yo era un crío que se creía un hombre, y ahora v–vuelvo a serlo... un crío… El vampiro miró el cuello suave, bienoliente y carnoso de Albert. Lo besó con ternura haciendo estremecer a éste. Le deseaba con tanta intensidad, con tanta rabia... ¡Necesitaba que volviera todo a la normalidad! ¡Que Albert volviera a ser el que era antes, un vampiro inmortal! ¡Tenía que serlo de nuevo! –Albert, ¿Quieres ser vampiro?– Albert no contestó porque de pronto sintió un extraño escalofrío de terror. Aquella frase ya había sonado antes entre ellos dos. Cuando quiso evitar que Davidé le mordiera ya era muy tarde... 459

–No por favor... no... – gimió aterrorizado. El vampiro notó el suave cálido líquido que se deslizaba dulcemente por su garganta, mientras Albert luchaba por apartarlo, por resistirse ante algo tan sensual, erótico, doloroso, aterrador... tantas cosas a un tiempo. Sus brazos apretando fuerte, sus labios sensuales contra la piel. Albert tal vez consiguió decir algo, una palabra, una suplica. "No quiero ser vampiro, todavía no, espera sólo un tiempo..." Y sin embargo, ¿Llegó a decirla en voz alta? –¡Eres mío Albert! ¡TE HARÉ MI VAMPIRO!– chilló Davidé, tan fuerte y cruelmente desesperado que sobresaltó al humano y le despertó de nuevo, sumiéndole otra vez en el terror. –No... – rogó con lágrimas en los ojos y sangre en la boca. Davidé no hacía caso, sólo seguía chupando de su interior esa sangre caliente y especial. –Te odiaré toda mi vida si lo haces, j–jamás te perdonaré si... – eso hizo detenerse al hombre en seco. Apartándose de su víctima lo miró lloroso, desesperado en grado máximo. –Está bien Albert, lo siento, esperaré unos años más, ¡Perdóname!– Al mirar a Albert se dio cuenta de que éste yacía exánime, exangüe... sin vida... –¡ALBERT!– gritó al zarandearlo– ¡ALBERT!–repitió entre sollozos. Lo había matado, ya no existía... ya no era real, tan sólo un cuerpo muerto. No más besos, no más caricias, no más sesiones desenfrenadas repletas de amor... no más miradas, ni brillo en sus verdes ojos... ni voces y susurros... ni risas en la oreja, ni vida juntos, ya nada... –Mi amor... yo te he matado. ¿Qué es lo que estoy haciendo? ¡MALDITA SEA, ESTOY LOCO!– se agarró del cabello y lo estiró con crueldad, como intentando arrancarse las ideas. Pensó en que había sido egoísta y paranoico, que el juicio lo había perdido hacía mucho. En realidad no quería hacerlo un vampiro... y en aquellos instantes... ¡era la única posibilidad que quedaba! ¿Todavía había tiempo? Mordió su muñeca, permitiendo que un cálido chorro de sangre se expandiera y creciera. Dejó esa obertura sobre la pálida boca de Albert permitiendo que la sangre manara como un manantial hacia el interior de aquel cuerpo frío. Puso atención y se serenó. Por eso consiguió escuchar un débil latido de corazón que todavía sobrevivía en su amante. Albert abrió los ojos de golpe y le mordió la muñeca chupando y chupando como el bebé que extrae la leche de la madre. Jadeaba, se retorcía como luchando a continuar bebiendo. De hecho se apartó espantado y Davidé tuvo que obligarle a seguir absorbiendo su vida, si se quedaban a medias él no lo resistiría. Una punzada de dolor atravesó el pecho del vampiro al ver la feroz mirada de Albert. Era la misma mirada de odio que hacía años, él mismo le había arrojado a Albert cuando éste le convirtió en un no muerto. Odio, rencor, maldad, cinismo y 460

brutalidad. Al final, el todavía humano se apartó ya saciado del todo, esperando con lágrimas en los ojos, una mezcla de sangre y agua con sal, a su reconversión. Davidé lo abrazó cuando tuvo espasmos de dolor, fuertes retortijones, vómitos y cosas similares. Sus cabellos rubios cambiaron su color, aquellas adorables pecas desaparecieron. Sus mejillas sonrosadas ya eran parte del pasado y la iridiscencia de sus esmeraldas se hizo de un verde intenso. Albert le rodeó con sus brazos y besó con pasión. Davidé sintió alivio al principio, que se desvaneció al escuchar sus palabras de rencor. –Te odio Davidé... ¿Lo entiendes?– esa voz sonaba cruel, susurrante y malévola. –Te morías... Cuando quise volver atrás, ya no puede... –¡PREFERÍA MORIR A VOLVER A SER ESTE MALDITO MONSTRUO HORRIBLE! ¡Era feliz siendo humano! Pero tú no me puedes entender porque la mayor parte de tu vida se reduce a ser un mortal, humano y normal y ¡YO LLEVABA MÁS DE TRES SIGLOS SIENDO UN VAMPIRO! – empujó con tal fuerza a Davidé que éste cayó de espaldas. De pronto notó un pie sobre su pecho aplastándolo con rabia. –¡ESCÚCHAME BIEN! ¡NUNCA TE PERDONARÉ EL QUE ME HAYAS DEVUELTO MI FORMA INMORTAL! –restalló histérico, fuera de sí. Davidé se levantó llorando como una criatura, envuelto en su propio dolor. La persona que más quería le odiaba de verdad, podía sentirlo y notarlo en sus entrañas, retumbando en su pecho cada vez más fuerte. –Te morías... ¡No pude retroceder para que continuaras siendo humano! –¡POR QUÉ TÚ ME MATABAS! ¡DESGRACIADO! ¡EGOÍSTA! ¡SÓLO PENSASTE EN TI Y EN TU PROPIO PLACER CARNAL! ¡SIMPLEMENTE PEDÍA UNOS AÑOS SIENDO MORTAL! ¡UNOS SIMPLES AÑOS! – gritó histérico mientras empujaba a un Davidé destrozado. –Te quiero mucho... – intentó abrazarlo y besarlo pero Albert se negó en rotundo. –¡NO ME TOQUES! Sé por qué has hecho esto ¡VENGANZA! Me has devuelto lo que te hice cuando eras humano y lo único que deseabas era morirte en paz. ¡CÓMO HAS PODIDO HACERME ESTO! ¡¿HAS ESPERADO TANTOS AÑOS SÓLO PARA VENGARTE DE MÍ Y POR ESO TE QUEDASTE CONMIGO, PARA VENGARTE?!– Albert empezó a desvariar de tan enervado que se hallaba. –¿Pero qué estás diciendo Albert? ¡ESTÁS DELIRANDO!– chilló a su vez agarrándolo por los brazos mientras él intentaba desasirse. Davidé le besó en los labios con desesperación y Albert le apartó de una bofetada. –¡VETE, FUERA DE MI VI VIDA, DE MI CASA, DE MIS SUEÑOS!– le empujó con todas sus fuerzas contra la puerta, chillando de ira. –¡TE DEJO PARA SIEMPRE! ¡TE LO ESTOY DICIENDO MUY EN SERIO!– Albert 461

fue hasta el cuadro que había pintado, y de una patada lo rompió en pedazos, lo que impresionó mucho a Davidé. –N–no digas mentiras Albert, me haces daño…– susurró tembloroso. –¿Sabes una cosa, Davidé?– habló serenamente Albert, con malicia y sin escrúpulos– Ya no te amo... –Mientes. –Albert negó con la cabeza, sonriendo. –Me he dado cuenta de que no eres ya importante, tan sólo formabas parte de una etapa en mi vida. Me has enseñado muchas cosas... convirtiéndote ya en algo inservible. Te he exprimido hasta la última gota. Te miro y no siento nada, hay vacío, nada más. Y pensar que quise casarme contigo... qué patético – Albert, que no había tenido suficiente con romper la pintura, se le acercó rápidamente para arrancarle una de las cruces que pendían de su pecho. A Davidé le dolió como si le hubiese extirpado el corazón de cuajo. Observó a Albert por última vez, con todo el amor que pudo, sin embargo él ni siquiera le miró, haciendo como si ya no estuviera presente. Cogió una bolsa que había preparado antes, la que contenía sus pertenencias más preciadas, y se marchó de allí cerrando la puerta con cuidado.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert escuchó cómo Davidé se iba... lo había echado. Fue hasta el sofá manchado de sangre y se recostó en él, adoptando una posición fetal, con la cruz entre sus manos. Y esperó a que él volviera, convencido de que pasaría, una noche y otra noche, y otra y otra... pero Davidé ya nunca volvió... Nunca... ♣

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"El Silencio"

Había pasado un mes y medio desde que se marcharon de viaje, estaba agotados, aunque Haydee insistió a su marido para ir a ver a los vampiros. Tenía un mal presentimiento. –A lo mejor se han ido también de viaje y por eso no contestan al teléfono. Ya son mayorcitos. –Hans, de verdad, algo pasa, lo presiento. Tú sabes que tengo un sexto sentido para estas cosas. –Vale, cómo quieras, no está de más cerciorarse, y si tú te vas a quedar más tranquila, mejor que mejor. De todas maneras, ya estamos aquí.– Ella tocó la puerta varias veces sin obtener respuesta. Sacó del bolso una llave que sus amigos le habían dado por si acaso. –Lo ves, no están– Haydee lo miró con expresión grave. –No se puede abrir... la llave… –Yo creo que lo has hecho mal. –No... no se puede abrir. Hans... – se giró para mirarlo a los ojos– Tengo un mal presentimiento. ¡Mira como está la puerta, tiene arañazos y golpes! Esto es muy raro... –No digas tonterías Haydee, y lo de la puerta alguna tontería con explicación lógica. Le puede pasar a cualquiera– intentó en vano tranquilizarla. Lo cierto es que de la puerta emanaba una especie de aura que no le agradaba en absoluto. Estaba muy oscuro. La luz del pasillo se apagó y se apresuraron a encenderla, pero aquella puerta seguía estando oscura. Un escalofrío recorrió la espalda de Haydee que se agarró a su marido. –Yo... yo noto que algo no va bien. –Tranquilízate de una vez... – dijo sin convicción. –¿Lo ves Hans? Eres transparente, hasta a ti se te nota que piensas que pasa algo muy raro. – empujó la puerta con fuerza, rebotando. No cayó al suelo de milagro. Una vecina salió al rellano por haber escuchado el golpe. –La policía también ha intentado abrirla sin conseguirlo. Vinieron hasta los bomberos y nada. ¡Parece cosa de magia negra! Me da escalofríos cada vez que la veo. 463

–¿La policía?– preguntó él, extrañado. –¿No lo saben? –Acabamos de llegar de un viaje. Los que viven aquí son nuestros amigos. –Ah... sus amigos. Ese alto moreno, el italiano... le busca la policía. Hirió a una doctora según me contaron. Y se llevó al rubio del hospital, sin permiso. Hace ya semanas que les escuché pelarse y gritarse. Sabía que no terminarían bien. Dos hombres juntos es algo antinatural– dijo la mujer– Volvió la policía y no hubo manera de entrar. Ni siquiera por la ventana. Intentaron romperla y nada... como si fuera acero puro. Yo creo que el italiano mató al chico rubio…eso piensa la policía. Parece que lo maltrataba… –G–gracias... – se atragantó Haydee con los ojos llenos de lágrimas. Cogió a su chico de la mano y corrió intentando aguantar los sollozos. –Tranquilízate cariño, vamos a ver qué pasa. Llamemos a Erin, seguro que él sabe algo. –Por alguna razón que no atino a explicar, algo no permite que entremos. Lo sabía, sabía que algo malo pasaba. No entiendo nada.

♣♣♣♣♣♣♣ Llamaron al número privado de Erin, al que sólo unos pocos privilegiados tenían derecho. Por suerte, éste no estaba fuera del país, así que tras enterarse de todo, dijo que llegaría lo antes posible. Durante las horas que tardó en aparecer, Haydee se angustió cada vez más, sobre todo al intentar entrar en la casa. Tantos años de inmortalidad y qué impotente se podía llegar a sentir en aquellos momentos. Al cabo de varias horas, Erin apareció por las escaleras, como alma que llevaba el diablo. Casi sin decir nada, se apeó delante de la puerta y luego miró a sus amigos. –Aquí pasa algo muy malo, Albert está dentro, aunque casi no le siento. –¿Y por qué no podemos entrar? –Ha creado una especie de barrera, no me preguntes– la cortó antes de que pudiera abrir la boca– No tiene explicación, pero no es la primera vez que lo veo. Y te aseguro que en las ocasiones que he sido testigo de ello, no era por nada bueno. Me imagino qué pasa ahí dentro. –¿Y Davidé? –No lo sé, pero ahí dentro no se halla. Apartaos.– puso las manos en la cerradura, y luego en las junturas. Los gonzones parecieron crujir, toda la estructura lo hizo. Erin empujó con todas sus fuerzas, e incluso Haydee se sorprendió de que le costara tanto entrar. Era el vampiro más poderoso del planeta. Por ello terminó por conseguirlo y la puerta cedió, no sin dificultad. 464

Se introdujeron en la estancia. Ésta se iluminó cuando Hans le dio al interruptor. Un olor podrido les hizo taparse la boca casi por impulso. El hedor provenía de allí mismo, del salón. Era sangre podrida, como el olor de la menstruación de la mujer cuando se le retrasa demasiados días. Sólo que aquello era mucho peor. El ambiente, a parte de aquel hedor, se notaba denso y cerrado, describirlo iba más allá. Se olía la desgracia, una pena, una pena muy grande. Haydee no dejaba de llorar, aquello era un lamentable misterio. –¡Albert!– chilló pegando un grito después. Albert... su amigo Albert estaba allí, sobre el sofá, en posición fetal con algo entre las manos, contra su pecho. No se atrevió a moverse, y tan sólo pudo mirarlo con los ojos llenos de lágrimas y el corazón en un puño. Albert, tan blanco como la cera, realmente blanco como jamás vio la piel de nadie. Enjuto, delgado, sus gráciles dedos que aferraban la cruz que Davidé solía llevar colgada, estaban tan faltos de carnes que se le notaban hasta los huesos. Lo mismo sucedía con sus pies. Las uñas parecían de cristal. Las venillas podían verse a través de una piel tan traslúcida que daba impresión. Cuando consiguió acercarse a él ayudada por Hans, las piernas le fallaron. El vampiro tenía los ojos entreabiertos, pero en ellos ya no había color, no iridiscían, ni siquiera se parecían a nada humano o inhumano. Pero lo realmente terrorífico era verle ese rostro enjuto, manchado escandalosamente de sangre seca, marrón y putrefacta. Las pestañas apelmazadas por esa sangre. Ésta produjo grumos o cúmulos que eran ahora costras que plagaban las mejillas de Albert. La boca entreabierta, pálida y sin vida, cuarteada y también pringada de sangre. Legañas llenaban los párpados y el lagrimal del inmortal. También las venillas se veían a través de su traslúcida piel, blanca como la nieve de Rusia. Resultaba un cuadro aterrador, deplorable, espantoso. Era un cadáver en descomposición. –¡Joder!– dijo Hans, lloroso. Erin en cambio no se inmutó la más mínimo, sólo dijo una frase. –Hijo de puta. –¡¡Erin!! Haz algo, por favor. –Tranquilos, haced lo que yo os diga. Llenad la bañera, hay que meterlo en el agua. – Estos no dudaron en hacerlo. –Dios, su estado es espantoso Haydee, parece que se vaya a romper en trozos. –Lo sé Hans, parece que se está muriendo lentamente. Siento tanto miedo. Erin se acercó a Albert, y se permitió temblar de miedo mientras le tocaba la mejilla enjuta– observó como su cabecita caía hacia un lado mientras el cabello, extrañamente más corto que antes, caía lánguido, cenizo, lleno de polvo y sin su brillante color habitual. Sus brazos continuaban en exacta 465

posición, flexionados sobre el pecho con aquello entre las manos, clavado en las palmas. Cuando Haydee volvió se conmovió de nuevo. –¿Por qué no se despierta? –Se está muriendo de pena– dijo sin más. –¡Pero los vampiros no mueren! –Estás equivocada. La verdadera muerte natural de un vampiro sucede cuando éste deja de desear vivir, pero de verdad, no sólo de palabra. Irá mermándose lentamente, se muere. –¡Tienes que hacer algo!– chilló ella fuera de sí y abrazando a Erin. –Apenas tiene pulso... y la piel blanca como la leche. Está famélico pero la pena que siente su corazón es tan tremenda que le impide ir a cazar. – Erin no consiguió que soltara la dichosa cruz de Davidé, y tenía miedo de romperle los dedos.– Muchos vampiros han salido de estos comas y han contado su experiencia. Creen que viven en un mundo feliz y no saben salir de allí. –¿Y cómo lograron dejar atrás este estado? –No lo lograron solos, les ayudaron las personas que les querían. Y en este caso, esos somos nosotros. Es la única manera– sin decir nada más, se mordió la muñeca y de ella brotó un agradable aroma delicioso. Era como el del vino viejo. Como era de esperar, Albert movió la cabeza para no beber pero Erin estampó su muñeca contra aquella boca fría. Albert tragó lentamente aquel líquido espeso y aromático. Apuró la botella sin querer, obligado sí, aunque sin poder controlar las ansias y el hambre. Se vio un ligero destello en la esmeralda apagada de sus dos ojos. Pareció coger color porque las venas dejaron de ser visibles. –Muy bien Albert. Así me gusta, bebe cuanto quieras, mi juventud es ahora tuya– dicho esto, y sin apartar la muñeca, que Albert agarraba con sus colmillos, Erin besó la frente pálida de su amigo y le mesó sus muertos cabellos. Fue entonces cuando indicó a Haydee y Hans que estiraran sus brazos y le quitaran la cruz de las manos. Ellos lo hicieron sin que el enfermo se percatara de ello. Al cabo de diez minutos, Albert se desprendió solo de aquella fuerte muñeca y cerró los ojos. Vieron que de ellos manaban unas lágrimas nuevas y limpias, pero rojas. Que sollozaba ligeramente moviendo los hombros. Ya no tenía ese aspecto enjuto y débil. No obstante sus ojos continuaban secos de color al igual que el cabello. –Vamos, a la bañera– lo levantó en brazos y con ropa incluida, le introdujo cuidadosamente en el agua caliente. Estuvo limpiándolo largo rato, ante la atenta mirada de la pareja.

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–Creo que Davidé le ha dejado. He intentado leer su mente, sin embargo tiene muy confusos los recuerdos.

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee no lo comprendía ¿Davidé? ¿Davidé había sido capaz de abandonar a Albert de aquella manera? ¿Dejando que se muriera lentamente, haciéndose cadáver? No lo pudo comprender, algo más debía de haber ocurrido, tan grave como para que pasase aquello. Por otro lado, Erin continuó leyendo los pensamientos del vampiro. Humanidad, la Luz, Davidé como el padre y hacedor de un nuevo vampiro Albert..."vete, no vuelvas jamás, nunca te lo perdonaré", "Vete y no vuelvas porque ya no te quiero". Se llevó la mano a los labios, temblorosa. Janín y Andrei tendrían que darle muchas explicaciones. Davidé se marchó porque Albert le echó. Albert pensó que su amante volvería, y sin embargo no lo hizo. No podía revelar tantas cosas complicadas a Haydee y Hans. Si Albert despertaba, que probablemente lo haría tarde o temprano, ya se lo contaría a ellos si lo deseaba. Se alegraba de que ese estúpido Davidé no existiera ya en sus vidas. Ahora manejaría a Albert a su antojo y volvería a pertenecerle su amor y amistad. Miró a Haydee y la sonrió. –Puede que no vuelva a hablar en mucho tiempo, así que no os desesperéis. El shock de que Davidé le abandonara lo sumió en este estado. Hay que ayudarlo, estar con él a todas horas. Me lo voy a llevar a casa, venid a vivir allí una temporada, os lo ruego, os necesitará y yo, lamentablemente, tengo demasiados compromisos. –Sí Erin, iremos en cuanto arreglemos todo aquí– Hans se quedó pensativo. No le cuadraba la historia. Ahí había pasado algo extraño que ese Erin sabía pero no quería contarles. No creía que alguien tan bueno como Davidé, alguien que amaba tanto a Albert como él mismo amaba a su esposa Haydee, fuera capaz de abandonar a su amigo sin más. Algún día lo sabrían, pero para eso debían cuidarle. Era lo único claro que tenían, ayudar.

♣♣♣♣♣♣♣ Erin se marcho tras cambiar de ropa a su amigo, que seguía en un estado lamentable. Albert no dijo nada pese a estar aparentemente despierto. Todavía soñaba en su propio mundo. En ese lugar en el que Davidé le abrazaba y le decía siempre; "He vuelto, ¿Ves cómo de nuevo estoy aquí y no te he dejado solo? Aunque tú me dijiste que ya no me querías y que me fuera, no te creí. Por eso he vuelto, porque te amo, y estoy aquí... he vuelto..." 467

Haydee, Hans y Erin siempre desearon que Albert hablara de nuevo, que les contara la verdad de lo sucedido, pero durante años sólo escucharon…

"Silencio" ♣

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Quinta parte

“Seis años”

♣Navegar por la red era entretenido. En Internet podían encontrarse toda clase de cosas, hasta podías hacer compras. Cada día que pasaba, ese sofisticado nuevo mundo ganaba terreno en las vidas de los seres humanos. Internautas enganchados a la red, a las webs, a las listas de correo, a los chats, a los foros. Te absorbía hacia su interior engulléndote por entero durante horas y horas. Por las noches se conectaban millones de asiduos a este fenómeno de masas. Aunque tal vez la noche daba la sensación de ser más tenebrosa, o más dada a los encuentros cibernaúticos y de personas que se sentían solas durante el día o estaban agotadas de tanto trabajar. Internet cada vez daba más de sí y en la red te encontrabas con personas interesantes. Lo habitual era esconderse bajo un sobrenombre o varios y no desvelar tú verdadera identidad a no ser que tuvieras mucha confianza. También resultaba especial visitar las páginas Web que montaba la gente o las empresas, dedicadas a toda clase de cosas. Incluso existían páginas dedicadas al vampirismo. Era realmente desternillante el ver o leer todas esas bobadas y tópicos. Como lo de los crucifijos que aterraban a los no muertos, el ajo, el agua bendita, las balas de plata y lo más divertido, las estacas. En cambio no decía nada de los sentimientos de los vampiros. ¿Es qué acaso los no muertos no tenían sentimientos? Cuando visitaba esa clase de páginas dejaba mensajes diciendo que los vampiros también eran seres de carne y hueso, que lloraban y sufrían. Y siempre le salían montones de listillos que le contestaban que eso era imposible, que los vampiros eran crueles y despiadados.

♣♣♣♣♣♣♣ Aquella noche era una cualquiera de enero, y como las restantes noches desde hacía unos meses, Albert chateaba tranquilo delante de su ordenador. Sus ojos verdes no tenían el brillo especial de antes que le caracterizaba, lo perdió una vez y ya nada se lo devolvería. Con la mirada fija en la pantalla, leyó un mensaje en un chat de Haydee, la cual se llamaba "Nefertiti", como aquella conocida faraona. Sus labios se ensancharon ligeramente ya que le costaba mucho sonreír de verdad. Haydee le comentaba que "Osito de peluche", o sea, Hans, no quería ponerse ese sobrenombre tan avergonzante. 469

–Nosferatu: "Pues a mí me hace muchísima gracia ese apodo ^–^ – envió el mensaje apretando una tecla para que apareciera en la pantalla del chat. La mujer respondió casi al instante. –Nefertiti: Me alegro mucho de que te haga gracia ^o^. Lástima que no podamos verte –_–u. Hans ha dicho que como te hace gracia que se queda con ese apodo. –Nosferatu: Gracias *¬* – le respondió el vampiro. Lo cierto era que sus amigos

resultaban lo único que le quedaba para seguir adelante e intentar volver a vivir.

–Nefertiti: Nosferatu, nosotros nos vamos a dormir que nos encontramos agotados.

Hasta mañana. =_= zzz – "Nosferatu" era su nik, una clase de vampiro ficticio un poco “apestoso”.

–Nosferatu: Eso de que vais a dormir no me lo trago pareja XDDD pero que os lo

paséis bien :D. Dulces sueños... – se despidió al fin. Cuando se disponía a salir de Internet, se le ocurrió que podía tener algún mensaje nuevo en su correo electrónico. Había varios, y sin embargo tan sólo leyó el que más le interesaba y había estado esperando con ansiedad. "Buenas noches Nosferatu, soy Ángel Oscuro. Perdona que haya estado una semana sin responder a tus mensajes, tuve que salir de viaje y desatender mi correo durante este tiempo. Ahora tengo cuatrocientosmil mensajes, pero los primeros que he respondido son los tuyos. Por favor, discúlpame, te lo ruego. No me gustaría dejar de mantener el contacto. Esta noche estaré en el chat de siempre ☺ *¬* " El vampiro se quedó pensativo. Conocía a Ángel Oscuro desde hacía tres meses aproximadamente. Erin le ordenó que lo hiciera. Ese Ángel Oscuro era el "jefe", por así decirlo, de un grupo californiano de vampiros. Se les llamaba "Vampiros Humanos". Ayudaban a los mortales, o a otros vampiros perdidos, a integrarse en la sociedad. Cobijaban en su mansión de la playa privada a no muertos de categorías inferiores para enseñarlos a ser buenas personas. Les admiraba en secreto, porque si Erin se enteraba de que sentía eso, era capaz de arrancarle la cabeza. Últimamente Erin estaba muy extraño. En realidad lo correcto era decir que en los últimos 6 años estaba muy extraño. Daba miedo estar cerca de él, se le notaba el aura ennegrecida, atormentada, como si una obsesión de siglos fuera a tragárselo de un bocado. Apenas era amable ya, trataba a sus súbditos con demasiada autoridad y obsesión despótica. 470

Se pasaba las noches y a veces días enteros, metido en la red. Nadie sabía lo qué hacía y ni una sola alma se atrevía a intentar averiguarlo. Lo mejor que uno podía hacer era no mirarle, no hablarle, no espiarle.

♣♣♣♣♣♣♣ Volvió a Ángel Oscuro, ese hombre tan interesante, si es que lo era, porque en la red el sexo no existía y podías inventarte lo que desearas. El caso era que esa persona parecía muy buena. Siempre pedía disculpas por los retrasos, te saludaba y contestaba rápido a los mails. Aquella semana se llegó a desesperar al no recibir contestación alguna. Dependía de su amabilidad y el hecho de creerse repudiado por él le hizo daño. Para qué negarlo, se habían hecho amigos estando en bandos opuestos. Ángel era de los “buenos” y Nosferatu de los “malos”. Pero eso al Ángel no le importaba. Durante aquel último mes lo único que deseaba era recibir sus mensajes. Él le solía hablar de las cosas que hacía en aquella mansión al lado de la playa. Estaban situados entre Los Ángeles y Long Beach. La propiedad era absolutamente privada. La policía solía visitarlos con órdenes judiciales pero nunca encontraban nada raro, excepto que sus ocupantes eran nocturnos y de pieles claras y ojos centelleantes. Algunas personas indeseables les tomaban por una secta. Sin embargo Erin les odiaba porque no querían estar a su servicio ni arrodillarse ante él. Los tachaba de renegados, paranoicos y anarquistas, entre otras cosas peores. A Ángel Oscuro no le daba miedo el Rey. Siempre le rogaba que se fuera con él a su sociedad en California y dejara atrás a ese Erin. Tras 6 largos años, era la primera vez que alguien le hacía sentir un afecto nuevo, exceptuando a Nefertiti y su Osito de peluche. Ángel Oscuro producía en él una sensación agradable y segura. Se dispuso a entrar en el chat habitual y cuando vio su sobrenombre se emocionó mucho. Inmediatamente le abrió un privado para que nadie pudiera leer lo que decían.

–Nosferatu: Hola Ángel Oscuro ^–^ Gracias por contestarme, estaba preocupado por ti, creí que el Sol de California te había abrasado. ¿Qué tal la noche de por allí? Aquí hace un frío que pela y fuera llueve a cántaros. –Ángel Oscuro: La luna está bellísima– contestó su nuevo amigo.– No hace mucho

frío y si miro por la ventana de mi habitación veo un mar tranquilo en el que se refleja esa luna. Voy con la camisa abierta y pantalones cortos. ¿Y tú?– la pregunta sorprendió ligeramente a Albert.

–Nosferatu: Voy de negro y terciopelo, ya está. 471

–Ángel Oscuro: Me gustaría abrazarte para poder sentir esa suavidad.– eso hizo que Albert respirara agitadamente y el pulso se le acelerara.

–Nosferatu: ¡No me tomes el pelo! ¬¬uu Y además, soy feo como feo es un Nosferatu. ¿Por qué crees que me puse ese nombre? –Ángel Oscuro: Porque tu corazón está feo debido a los estragos de la vida. No me has contado nada sobre ti, y no te voy a pedir que lo hagas. Pero según cómo hablas siempre, noto que estás sufriendo. ¿De qué color es tu pelo? ¿Y tus ojos? ¿Cuánto mides? –Nosferatu: ¿Por qué quieres saberlo? –Ángel Oscuro: Porque necesito imaginarte para poder abrazarte.– A Albert se le pusieron los carrillos como brasas. –Nosferatu: Soy alto, tengo el pelo negro y los ojos verdes. –Ángel Oscuro: ¡Vaya! No eres tan Nosferatu como dices entonces. Ya sé que tú no

quieres abrazarme, perdona si te he ofendido– Albert enrojeció y la mano posada sobre el teclado le temblaba.

–Nosferatu: Sí quiero abrazarte– se atrevió a decirle. ¿Cómo le había dicho aquello? Qué estupidez. No quería volver a enamorarse nunca más. ¡No quería! –Ángel Oscuro: ¡Me haces muy feliz! Somos amigos, por eso deseo conocerte y abrazarte. Te invito a que vengas cuando gustes, aunque avísame antes– Albert se llevó un chasco impresionante. ¿Simplemente amigos? Creía que estaban insinuándose. –Nosferatu: Sí claro, amigos ^–^ Yo también me imagino abrazándote. –Ángel Oscuro: Me gustas mucho Nosferatu. – dijo el Ángel. Eso sí que pilló de sorpresa al vampiro. No se lo esperaba.

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–Nosferatu: ¡No me conoces! –Ángel Oscuro: Me siento muy solo. – Albert pensó en cómo alguien podía rechazar a una persona como Ángel Oscuro. – Tú me haces sonreír. ¿Me darías una oportunidad?

–Nosferatu: No.– contestó Albert. Estaba muy asustado, pues no quería volver a

sufrir.

–Ángel Oscuro: Lo siento, espero que esto no haga que dejemos de ser amigos. Mi

invitación sigue en pie, prometo que si vienes no hablaré sobre esta estupidez. ¿De acuerdo?

–Nosferatu: Es que yo soy una persona muy difícil... – escribió.– Claro que seguimos siendo amigos, pero no puedo ir ahora a tu casa. Discúlpame. –Ángel Oscuro: No me ofendo. Nosferatu... ¿Cómo te llamas de verdad?– Albert leyó la línea y dudó entre decírselo o no...

–Nosferatu: Me lo han prohibido. –Ángel Oscuro: Te lo ha prohibido Erin... ¿No es así? –Nosferatu: Sí... y pese a ello... creo que te lo voy a decir de todos modos... –Ángel oscuro: Yo también te lo diré. Pero como yo pregunté primero, te toca.–

cuando, todavía dudoso, fue a escribir "Me llamo Albert", sonó el teléfono y le pegó un susto de muerte. Se trataba de la línea personal de Erin y eso le produjo un escalofrío nada agradable. Era como si le hubiese estado espiando y supiese de aquella conversación con Ángel Oscuro. –¿Diga? –Albert, soy yo– era la voz de Erin– Ven inmediatamente aquí.– luego colgó sin más. Albert escribió una rápida disculpa para enviársela a Ángel Oscuro, tras lo cual apagó el aparato y salió corriendo.

♣♣♣♣♣♣♣ 473

Cogió el ascensor y éste fue descendiendo lentamente. Iba solo, nunca hablaba con nadie porque, aunque se había convertido en un vampiro tan gélido como los que allí habitaban, éstos no le inspiraban ninguna simpatía. Ellos sentían gran devoción por su Rey, pero sobre todo le tenían miedo. La historia era larga. Seis años, seis años largos para todos. Los tres primeros años fueron muy malos. Y la culpa la tuvo él. Era muy complicado expresar lo que hizo pasar a sus amigos durante aquellos tres largos años. Se arrepentía de su propia autocompasión y autismo. Sí, porque esos cerca de 1100 días con sus noches, no les dijo nada, no les dio ni siquiera las gracias... Tras la huida de “aquel” – a Albert le brillaron los ojos con rabia y desprecio– no pudo reaccionar y se sumió en un estado catatónico. Recordaba vagamente el haber sellado mentalmente su casa. También retazos con Hans, Haydee y Erin, que le obligó a beber de su añeja sangre revitalizadora. Realmente eso fue lo que le hizo reaccionar y puede que las ansias de sus amigos para que se recuperase. Pese a ello no deseaba vivir en el mundo real, pues tan sólo podía pensar en Davidé a todas horas, quería estar con él. Sus besos, sus caricias, su sonrisa de complicidad. Davidé estaba allí y nunca se marcharía. Y la realidad era tan dispar y distinta que le daba miedo volver a ella. Sabía que sus amigos le llevaron a vivir con ellos y Erin allí en la mansión. Le daban de beber incluso de su propia sangre inmortal. También sabía que Haydee lloraba a menudo y que Hans intentaba animarlos a ambos. En muchas ocasiones le escuchaba llorar a él también. Fue poco después cuando entonces se decidió por poner un pie fuera de su mundo feliz con Davidé y reaccionar lo suficiente como para no hacer infeliz a sus mejores amigos. El único inconveniente era que seguía sin hablar y con la mirada como perdida. El tercer año optó por marcharse de la mansión y Erin no puso impedimento, pues no deseaba importunarles más. Ellos no se merecían tanto malestar. Además, no se veía capaz de abrir la boca para contarles todas las cosas desagradables que le habían sucedido con Davidé. No se fue lejos de allí, simplemente se mudó al pueblo vecino, así que les veía a menudo pues ellos se mudaron a la casa de al lado. Pese a todo su apoyo, era incapaz de decirles ni una sola sílaba. Cuantos más días callaba, más difícil le era hablar. Y así hasta que sucedió algo terrible y que prefería no recordar... Hans y Haydee sufrieron mucho, nunca podría dejar de sentirse culpable por aquello. Andrei había secuestrado a Haydee delante de sus narices, y si no hubiese sido por Erin no habrían podido recuperarla. Hans le culpó mucho tiempo por ello, porque si hubiese estado con Haydee en vez de apartarse de ella y del resto del mundo, su amiga no habría sufrido como sufrió con aquel secuestro. Andrei se escapó, pero todos se la tenían jurada y bien jurada. 474

♣♣♣♣♣♣♣ Durante los 2 meses que se sucedieron tras su encierro, Haydee no dejaba que ningún vampiro se le acercara. Y Hans apenas podía tocar a su mujer y ella no quiso contarles qué había pasado. Hans no pudo más. Lo intentó todo, hasta lo indecible. Pero su mujer no quería nada. Toleraba que él estuviera con ella, sin embargo no quería ni dormir con él. Se peleaban y el pobre hombre quería entender lo qué le pasaba a ella. –¿Pero te vas a marchar de verdad? –Sí Albert, porque no puedo soportar más la situación. La tensión es tan densa que se puede cortar con un cuchillo. La amo, siempre la amaré– dijo llorando– Aunque no puedo hacer que ella me ame a mí. –Estoy seguro de que ella te ama, sólo es cuestión de paciencia. –Si ella quiere que me marche, yo simplemente me marcho. Es una separación. –Intenta al menos... –No Albert, ya lo he intentado y nada. –¡Si la dejas sufrirá más!– le chilló. Todo era tan parecido a lo de Davidé. –Te tiene a ti, Albert. Cuídala, como ella te cuidó a ti. – después de aquella conversación, Hans cogió un avión hacia Alemania. Haydee le toleró a él porque se sentía sola. Mes tras mes, Haydee fue recuperándose, o mejor dicho, volvió a ser la mujer fría y gélida que durante años aparentó ser, hasta que conoció a su marido. No hablaba de Hans, pero sabía que pensaba mucho en él. Se fueron a vivir a una casa, los dos solos. Compañeros de penas y desgracias, dos personas abandonadas y sin el amor de sus vidas. Los dos se apoyaban y cuidaban. Empero, adoptaron una personalidad fría, seria y despiadada para el resto del mundo. Ella se dedicó a lo de siempre, la moda. Y él se hizo el secretario de Erin. Eran solamente dos fríos y tristes seres... Como estaba harto de ver a Haydee sola y sufriendo en silencio, llegó un momento en el que no aguantó más, pues lo de su amiga tenía solución. Así que llamó a Hans y le dijo que Haydee quería el divorcio. Cuando volvieran a verse, no soportarían estar separados otra vez. Y nada más lejos de la realidad. Haydee llegó a Alemania y Hans fue a recogerla al aeropuerto. Ella se comportaba como cuando la conoció, fría con las personas que no le importaban en lo más mínimo. Él la hospedó es su casa, la de sus padres fallecidos. La primera noche no hablaron nada, además, Hans 475

no habría sabido qué decirle. ¿Te quiero todavía? No... eso nunca... porque estaba convencido de que ella ya no sentía nada. Haydee debía volver a Francia aquel mismo día, así que fue directa al grano. Ahora todo se terminaría. –Sólo tienes que firmar aquí, Hans... – ella le puso sobre la mesa el contrato que sería el comienzo del diluir de su matrimonio. No se atrevió a moverse, pero lo miró fijamente, a punto de echarse a llorar. Luego la miró a ella y ésta desvió la vista hacia la pared. El bolígrafo en su mano, la firma sobre el papel. Ella también firmó. Todo había terminado para siempre. – Es lo que tú querías… –No Haydee, es lo que querías tú… Haydee se irguió con los papeles en la mano y al marcharse se detuvo en la puerta. –Yo… no quería que esto terminara así… –No yo…– Miró a Hans que la miraba a su vez y todo el hielo se derritió. Hans lloraba con desconsuelo. El contrato se deslizó hasta el suelo cuando Hans la abrazó y besó con devoción. Haydee le echó los brazos al cuello entre temblores… A la mañana siguiente, quemaron los papeles, borrando de ese modo aquel error de sus mentes y recuerdos. Así se lo habían contado ellos... el plan había funcionado. Les había dicho a ambos que el otro quería el divorcio, era la única manera de que volvieran a verse y sabía que cuando eso sucediera… Al volver, no sabían si matarlo o perdonarlo por engañarlos. Se lo debía a ambos.

♣♣♣♣♣♣♣ El fin de sus pensamientos llegó cuando ya se hallaba ante los aposentos de Erin, tras lo cual llamó a la puerta. –Pasa Albert– dijo una voz de tenor. Al entrar, vio a Erin tumbado sobre su lecho, mirando hacia arriba. –Hola Erin. ¿Qué se te ofrece? –Tengo que pedirte un favor. Ven aquí– dio unos golpecitos al colchón para indicarle que se sentara. Así que lo hizo. –Pues tú dirás. –Secretario personal, ven.– abrazó a Albert y lo estrujó con fuerza. –Estás muy efusivo esta noche. –¿Me quieres mucho?– preguntó. 476

–Sí, te quiero mucho. –Entonces, no me traicionarías nunca... ¿Verdad?– aquello tenía doble sentido, por eso estaba tan cariñoso. –No Erin, ya lo sabes.– él sonrió satisfecho. Le encantaba alimentar su ego. –Bueno, yo confío en ti. Por eso te voy a mandar como embajador a cierto lugar... –¿Adónde? ¿Y para qué?– indagó con sorpresa. –Vas a ser el intermediario entre cierto clan, y yo. Estoy harto de que no quieran colaborar conmigo, de que se salten mis normas– enfatizó la palabra "mis"– Pensé que cuando el antiguo jefe del dicho grupo desapareciera, también el problema terminaría, y no fue así. El regente de ahora es peor que el de antes. Por eso vas a ir y me vas a decir qué es lo que ves. La excusa se trata de pactar con ellos. Ya te explicaré mejor lo que quiero que les digas. Te acogerán muy bien, ellos son así de humanitarios.– se burló. –¿Podrías ir al grano? –Te ordené que te pusieras en contacto con su jefe, el Ángel Oscuro.– eso sorprendió mucho más al vampiro. Así que Erin ya lo tenía todo planeado desde hacía tiempo… se sintió utilizado. –¿Entonces me envías a California a conocer a Ángel Oscuro? –Sí... – Erin le miró detenidamente. –¿Estás emocionado? –¿Por qué dices eso? –Porque la respiración se te ha disparado y el corazón te late con fuerza. –Puede que me haga ilusión conocer a esa persona. –¿Te has hecho amigo suyo? –¿Vas a continuar metiéndote en mi vida?– Cualquier otro que hubiera contestado así a Erin, desaparecería del mapa. –¿Te has hecho amigo suyo o no? –Un poco. Es divertido. ¿Y cuándo me voy? –Pasado mañana. Te quiero de vuelta aquí es menos de una semana. Va a venir alguien especial que quiero presentarte... –¿Quién? –¿Vas a seguir metiéndote en mi vida?– preguntó Erin, muy socarrón. –Muy gracioso. –A la reencarnación de mi esposa Siobhan.– Albert se quedó perplejo, de piedra, helado. 477

–Estás bromeando.– pero él estaba muy serio, demasiado.– Así que hablas en serio. ¿Sabes lo qué haces? –Sí. En fin amigo mío, en menos de una semana te quiero aquí. – sintió el beso de Erin en los labios.– Me gusta tu pelo negro Albert, te queda estupendamente. No me revoluciones al Ángel Oscuro, estás demasiado sexy, excesivamente guapo. Y ya sabes, no hagas nada de lo que luego puedas arrepentirte. Si me traicionas, te encerraré para siempre... –Erin, te quiero, pero por el amor de dios, deja de decir tonterías– Después de aquello, marchó de nuevo a su despacho.

♣♣♣♣♣♣♣ El Gran Vampiro se había dado cuenta. Cuando le mencionó a su amigo de Internet cuerpo y corazón reaccionaron al instante. Ángel Oscuro le gustaba, desde hacía seis años, alguien conseguía atravesar la capa de hielo y tocarle el corazón, alguien que no era Davidé. Se miró el pecho y allí, sobre el terciopelo negro, a la luz de los relámpagos, bajo la música del trueno y la húmeda lluvia, se balanceaba una cruz que antes fue de Davidé. A veces todavía se sumía en un letargo en el que Davidé le acariciaba y decía "Te amo y no me marcharé jamás" o tal vez sólo fueran sueños... porque Davidé no volvería, ¿Por qué razón continuaba esperándole? Ya era hora de volver a vivir, como Haydee y Hans, hora de darse una segunda oportunidad. Caminó por los amplios pasillos del castillo de Drácula. En las noches de tormenta, Erin mandaba apagar todas las luces y encender las velas y candelabros. Fue subiendo en dirección a su cuarto por las enormes escalinatas en forma de caracol. Al mirar hacia abajo vio la fuente barroca de feas formas que estaba en el claustro. De las bocas de los demonios salían chorros claros de agua... y le pareció ver manar sangre durante unos instantes. Se frotó los ojos y de nuevo observó la fuente. El agua seguía saliendo clara. Sin embargo, el mal presentimiento no se diluyó... Entró en su cuarto y encendió el ordenador. Se conectó a Internet y dejó escrito un mensaje. Ese mensaje le haría olvidar algo pasado, le haría darse una nueva oportunidad. 478

* Mi Ángel Oscuro, acepto tu invitación de ir a conocerte. Y cuando te vea quiero abrazarte y que me estreches entre tus brazos, solos ante el mar, en la playa, bajo la luna blanca...* ♣

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“El Ángel y el Vampiro”

♣Se sentía excitado, animado, fuera de sí, emocionado y sobre todo, con una ilusión en el cuerpo que no se lo creía ni él. Y todo porque se marchaba a California, con su Ángel. Sus amigos Haydee y Hans, le vieron tan animado que se emocionaron, preguntándole porqué estaba tan contento, pero les dejó con el intríngulis, mencionándoles algo de un amigo que iba a conocer en California, la playa, la luna, un abrazo... y nada más. Ya se lo contaría a la vuelta del viaje. Se hallaba ya dentro del avión, rumbo a casa de su amigo especial. Estaba ilusionado como un adolescente, a su edad... qué tontería. Enrojecía al pensar en todo aquello, tumbado sobre los asientos del jet privado. En unas horas conocería su segunda oportunidad. Lo ansiaba con todas sus fuerzas, con toda su alma. No podía dejar de pensar, una y otra vez, en la última conversación que tuvieron por Internet, poco antes de marchar hacia el aeropuerto.

–Ángel Oscuro: Tengo unas ganas terribles de conocerte Nosferatu. Sólo de pensar que voy a acariciar tu piel blanca, me vuelvo loco.>o< Perdona, no debí decirlo.

–Nosferatu: Ángel, yo... yo deseo tus caricias >///< En cuanto vengas al aeropuerto de Los Ángeles, me arrojaré en tus brazos. Me late el corazón como loco. Ojalá tuviera tu mano para posarla sobre mi pecho de negro terciopelo. –Ángel Oscuro: Imaginemos que eso pasa, imaginemos que eso sucede ahora...– e imaginó que aquella mano tocaba su pecho, llegándole hasta el corazón... –Nosferatu: Ángel, tengo tantas ganas de arrojarme sobre ti en el aeropuerto.–

repitió.

–Ángel Oscuro: Nosferatu, siento decirte que no puedo ir a recogerte– Albert se

llevó una gran desilusión– Tengo una boda, y yo soy quien la oficia. Como tú has decidido aparecer de repente... así que cuando te traigan, estás invitado a la fiesta. ¿Bailaremos juntos?

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–Nosferatu: Quiero bailar contigo, pero a solas. –Ángel Oscuro: Tengo miedo a no gustarte Nosferatu. Pero tú a mí me gustas muchísmo, no me importa nada si eres hombre o mujer. –Nosferatu: Yo siento lo mismo. Sin embargo, ten en cuenta que soy hombre. –Ángel Oscuro: ¿Podré cogerte de la mano, vampiro? –Nosferatu: Por favor, hazlo. Cuando nadie nos mire, a solas. Quiero que me beses, que me abraces y que me tumbes sobre la arena. – se sintió excitadísimo al escribir aquello y esperó la respuesta con el corazón en un puño. Su amigo especial tardó un rato en contestar. –Ángel Oscuro: ¿Estás seguro? –Nosferatu: ¿Por qué no podemos enrollarnos? Siento algo muy especial por ti, algo que sólo una persona supo hacerme sentir, sin embrago eso se terminó hace mucho. He estado esperando volver a enamorarme, mientras me daba cuenta de que aquella persona especial ya no volverá. –Ángel Oscuro: Siento lo mismo que tú. Sé que cuando te bese con toda mi alma, tendré remordimientos, como si le fuese infiel a alguien a quien quise hace tiempo. Así que si me ves dudar, atráeme hacia ti y bésame con todas tus fuerzas. –Nosferatu: Quiero hacer el amor contigo Ángel Oscuro. Deseo desnudarme ante ti, poseerte y que me poseas.– llegados a aquel punto, la conversación subió de tono y de nivel. –Ángel Oscuro: Sí, sí que deseo hacerlo contigo. Los colmillos me pican de sólo

pensarlo. Conozco una cala preciosa en la que nadie nos verá ni sospechará nada. ¡Quiero olvidar a esa persona! ¡Por favor, AYÚDAME! Porque ya no puedo más...

–Nosferatu: Oh mi Ángel Oscuro, no dejes que me enamore de ti. 481

–Ángel Oscuro: Vivamos intensamente los momentos que pasemos juntos, sin pensar en el futuro.

–Nosferatu: Quiero susurrar tu verdadero nombre. –Ángel Oscuro: Es cierto, al final no me dijiste tu nombre real. –Nosferatu: Nos lo diremos al conocernos, o mejor, al estar solos, entre besos y

caricias.

–Ángel Oscuro: Sí, estoy de acuerdo. Mi Nosferatu... –Nosferatu: Mi Ángel Oscuro... ♣♣♣♣♣♣♣ Allí cortaron la conversación. Por eso Albert no cabía en sí de gozo. Estiró el cuello hacia tras y lo acarició con los dedos muy sensualmente, imaginándose que eran los labios de él... De nuevo sintió un extraño deseo entre las piernas. Le quedó una particular secuela tras lo de ser humano. Su sexo sentía deseo cuando se excitaba, sin embargo no alcanzaba el grado máximo, pues el pene se le hinchaba y endurecía ligeramente, pero no lo suficiente. Era muy raro, puesto que un vampiro es del todo impotente. ¿Cómo se lo explicaría a su nuevo amante? Se iba a notar, resultaba evidente. Tenía un doble placer, el de la sangre y aquello tan raro. En el aeropuerto proliferaban los vampiros, sabiendo esconderse muy bien. Maquillaje, gafas de sol... Aunque a Albert no le gustaba utilizar el maquillaje, considerándolo una tontería. Él era como era y había aprendido a quererse. Mucha gente en el aeropuerto se le quedó mirando por su aspecto siniestro y vampírico. Camiseta negra de terciopelo y manga corta, pantalones de cuero negros y pegados a las piernas, botas de piel al estilo militar. Con la cruz pendida del cuello, los cabellos lisos y algo ondulados en las puntas, de un tono negro violáceo. Decidió cambiarse el color del cabello porque estaba hasta las narices de verse de un rubio candoroso. Al retomar una personalidad fría, gélida y seria, quiso cambiar también su estilo. Desde entonces utilizaba ropa oscura. Se tiñó el cabello y comportó como se sentía, frío y vacío. Lo único que 482

no cambió fueron sus eternas gafas rojas. El resultado de todo aquello era un vampiro alto, esbelto, atractivo, atrayente, siniestro y frío. Su Ángel Oscuro le explicó que una amiga iría a esperarle en una cafetería llamada "El Oso Marino". Ella era bajita y morena, con los cabellos trenzados, y la piel oscura llena de tatuajes.

♣♣♣♣♣♣♣ La encontró sentada tomándose un helado de chocolate. El helado le trajo unos recuerdos muy apasionados que se quitó inmediatamente de la cabeza. –Hola... – musitó Albert mientras se subía las gafas y las utilizaba como diadema para recogerse los mechones negros que le tapaban la cara. Ella lo miró sorprendida, estupefacta, como si acabara de ver algo realmente perfecto y bello, hermoso... –Ah... ¿Es usted Nosferatu?– preguntó. –Efectivamente. Perdona. ¿Por qué me miras así?– se sentó en la silla de enfrente. –Disculpe, pensé que al apodarse Nosferatu, no sería usted tan hermoso– Albert enrojeció ligeramente. –No me trates de usted. Y ese es sólo mi apodo. Bueno, ¿Cómo te llamas? –Samarah. Aunque... este tampoco es mi nombre... – Debía medir un metro cincuenta, era delgadita y muy delicada, con una piel oscura pese a la “palidez” de un vampiro. Parecía salida de una comuna. Llevaba dos aritos en la nariz, uno en la lengua y tres en la ceja derecha. Y los que no se le veían... –Ángel Oscuro. ¿Estará en su casa? –Sí, tranquilo, no se movería de allí por nada del mundo. Está muy emocionado con lo de conocerte, lleva dos días que no para de parlotear como un adolescente. ¿Qué es lo que le has hecho?– el vampiro enrojeció de pies a cabeza y ella lo notó. – Pero vayámonos Nosferatu, él nos espera, o mejor dicho, te espera. –¿Nos encontramos muy lejos? –A 30 kilómetros. Es una playa privada de 4 kilómetros de largo y tenemos tres casas. Pero la más grande es la sede central y donde vive ... – se acalló. Éste le había rogado que no dijera su nombre real delante de Nosferatu, que querían decírselo ellos al conocerse.– Vayámonos ya. -Al salir al exterior, Albert notó que hacía más calor. Se subieron al coche y partieron. 483

–Erin me ha dicho que Ángel Oscuro es el nuevo jefe.– indagó Albert. –Así es, desde hace 2 años. El anterior, David era su nombre, murió. –¿Cómo qué murió?– indagó, puramente sorprendido. –Lo mataron– dijo seria, con un brillo de odio en la mirada– Por supuesto nosotros sabemos quién fue, pero nada podemos hacer y de nada sirve comenzar una guerra entre bandos. Nosotros somos pacifistas y repelemos esa clase de cosas. Querían quitarse de en medio a David. Él fundó esta asociación hace 100 años, más o menos, y como últimamente consiguió que muchos vampiros formaran clanes parecidos al nuestro, de vampiros humanos, cierta persona se opuso y David se hartó, como es natural. Así que lo mataron. Todavía no podemos creernos que David esté muerto. Era un hombre de aspecto más bien mayor, un vampiro de 800 años. Era la mejor persona que había conocido... – dijo apenada, compungida, entristecida. Albert se enfadó con Erin. ¿Qué le pasaba a ese imbécil? –Lo siento, yo no sabía eso. –ella pareció no creérselo aunque la vio sonreír amablemente. –Creo que David sabía que iba a morir y por eso delegó en... en Ángel Oscuro. Éste se quedó muy sorprendido y negaçandose a aceptar el cargo, pero como David se lo pidió, tuvo que ceder. No le consideramos un jefe como lo fue nuestro David, sin embargo sí nuestro guía. –Tengo muchas ganas de conocerlo– Albert se puso cada vez más nervioso, sobre todo porque sentía una cierta intranquilidad. –Él si que tiene muchas ganas de verte y estar contigo. Yo creo que le gustas.– aquello pilló de sorpresa al vampiro que giró la cara hacia la ventanilla para que ella no viera su sonrojo.– Perdona Nosferatu, no debí sacar una conclusión tan precipitada. Si he dicho eso es porque nunca lo habíamos visto tan contento. Cuando le dimos cobijo estaba sin ganas de vivir, y ahora se siente tan eufórico que... una piensa cosas así. –No pasa nada, simplemente no me esperaba una afirmación tan apabullante. –No... n–no creas que sé lo qué él siente, para eso siempre ha sido muy reservado. – intentó disculparse. –¿Cómo es físicamente? –¿No te lo ha dicho él? Pues está simplemente buenísimo– suspiró– ¿Por qué no se fijaría en mí?– dijo entre risas y Albert también rió. Aunque se puso un poco celoso, para qué negarlo.– Cuando las chicas te vean no te las podrás quitar de encima, eres demasiado atractivo Nosferatu. –Bueno, mientras dejen que las hinque el diente y las muerda... Pero sólo si son tan bonitas como tú... –Qué adulador eres. Por cierto... a mí puedes decirme ya cómo te llamas de verdad, te prometo por la sangre que NO se lo diré a él. 484

–Me llamo Albert. – ella perdió, durante un instante, el control del coche e hizo una ese. –Lo siento. –No pasa nada, somos inmortales.

♣♣♣♣♣♣♣ Durante el resto del viaje hablaron de tonterías, de París, de Holliwood, etc, y en media hora arribaron a la casa. Salió del coche con el corazón en un puño, temía encontrarse a Ángel Oscuro en cualquier parte y pegarse un susto, quedándose con cara de paleto ante él. –Acompáñame Albert, te voy a enseñar tu habitación. No es muy grande pero está al lado de la de Ángel Oscuro y da al mar.– La casa debía tener 4 pisos, era moderna con un ático y un tejado de tejas. Debía tener gran cantidad de habitaciones y varias alas. Era una mezcla, entre diseño antiguo y modernidad. Bajo tierra también tenían almacenes y un laboratorio moderno. –Tenéis mucho dinero, ¿Verdad?– ella sonrió maliciosa. Claro que tenían mucho dinero, pero no le quitaban a nadie sus ahorros, como en las sectas. Su habitación se hallaba en el ático y el ventanal era enorme y de arco redondo. Por la ventana abierta de par en par entraba una brisa marina y agradable. –Hoy no es una noche calurosa, más bien fresca. Por la mañana sólo tienes que bajar la persiana, no dejará pasar la luz. Tranquilo que no te hemos preparado una trampa... Ji, Ji... – rió, resultando muy graciosa. –¿Te has perdido la boda?– ella negó con la cabeza. –Fue antes de que llegaras, lo que sí me he perdido es un ratito del banquete. Si Ángel Oscuro se quedó tras la ceremonia fue porque debía, para eso es el que los ha casado. La boda era de mi prima y su novio. Han tardado 50 años en dar el paso. ¡Ya era hora!– Albert sonrió, 50 años. Ahora se daba cuenta de que no era su destino contraer matrimonio con Davidé... –Albert, te espero abajo, en la entrada. Te llevaré hasta la fogata.– el vampiro asintió. Con manos temblorosas, Albert se despojó de su ropa para ponerse una más cómoda. Eligió un pantalón largo de tela fina, de color kaki, con muchos bolsillos a los lados. Una camiseta de pico negra pegada al cuerpo y las bambas negras y cómodas. Dejó las gafas sobre la cama y mirándose al espejo tocó la cruz... 485

–Mira Davidé, te voy a dejar aquí colgando para que seas testigo y veas que hay alguien que me desea y al que deseo. ¡Has pasado a la historia, nunca más volveré a pensar en ti y en que volverías a mi lado! Besaré a otro y beberé su sangre, y tú lo verás todo. Te odio ¡Te odio! Me dejaste, te fuiste, ya no me amabas lo suficiente como para volver a reconquistarme y ahora lo ha hecho otro. ¡Adiós!– sintió deseos de arrancarse la cruz y romperla en pedazos, hacerla polvo, empero no lo hizo, no podía.

♣♣♣♣♣♣♣ Descendió por las escaleras hasta llegar a la salida. Allí lo esperaba Samarah ataviada con un bañador y con las trencillas recogidas en un moño. –¿Te trajiste un bañador?– preguntó ella. –No... no se me ocurrió. –Nos solemos bañar, es muy divertido. ¿Ves?– señaló hacia el agua y Albert observó cómo se divertían entre las olas. A la izquierda se alzaba una fogata enorme y agradable. Muchos vampiros bailaban al son de la música moderna. Samarah lo tomó de la mano para arrastrarle hasta mitad de trayecto. –Espera aquí Nosferatu, te voy a traer al Ángel Oscuro. ¡¡Ah!! Y quítate esas zapatillas deportivas, el tacto de la arena es fresco y agradable ¡Deja que las huellas de tus pies se plasmen en este mundo! – gritó mientras marchaba en busca del hombre. El vampiro se sentó en el suelo con una extraña intranquilidad. Mientras se quitaba las zapatillas, notó una mezcla de nervios y sensación extraña. Se le hizo una bola en el estómago que no le dejó respirar bien. Al ponerse en pie casi cayó al suelo. No se atrevía ni a abrir los ojos. Se llevó la mano al estómago, como intentando contener la salida de aquella bola. Al levantar la cabeza y entreabrir los párpados, vio a Samarah acercarse con un hombre. Casi se murió allí mismo de un colapso. Sí, era realmente guapo, el hombre más guapo que había visto jamás. La cabeza empezó a darle vueltas sintiendo la tentación de darse la vuelta y echar a correr por toda la playa hasta llegar al infinito. ¡Tenía tanto miedo ante lo que se le venía encima! Pero estaba pegado a la arena como con cola de contacto. ¿Cómo no se dio cuenta antes al sentir una sensación tan habitual? Ese hombre alto y guapo, el Ángel Oscuro tan anhelado, el ser que le gustaba tanto y con el que había decidido darse una segunda y apasionada oportunidad... no era otro que Davidé...

♣♣♣♣♣♣♣ Después de que Albert le echara de su vida, no supo qué hacer ni a dónde ir. Durante meses vagó por algunas ciudades, solo, triste, sin ganas de vivir. Pero sabía que no debía dejarse comer por la tristeza y la desgana, que lo que tenía que hacer era salir a flote. Había noches que no tenía ganas de 486

levantarse y no lo hacía, y otros en los que no podía dejar de llorar. Deseaba abrazar a su amor y llenarlo de besos, diciéndole "No sabes cuánto te quiero y cuánto te necesito." Y sin embargo, allí no estaba ese amor, porque Albert ya no le quería. A veces tuvo la tentación de volver a su lado, de reintentar conquistarlo para lograr su perdón. Lo que le hizo no estuvo bien, lo sabía, pero ¿Qué iba a hacer si se le moría? Fue entonces cuando entendió la razón que llevó a Albert a hacerlo vampiro hacía ya tantísimos años. La desesperación de perder a la persona amada para siempre, era insoportable... Cuando tenía momentos de lucidez todavía era capaz de razonar, y eso le llevó hasta California. Sabía que allí había un clan de vampiros humanos. Se enteró por panfletos y trípticos que encontró en asociaciones de beneficencia. Halló la sede central y llamó simplemente a la puerta. Muchos vampiros agradables le dieron cobijo allí, preguntándole muchas cosas. Nos les dijo nada sobre Albert porque era privado y se prestó a ayudarles en lo que desearan. Ellos aceptaron encantados a una persona que sabía medicina y era buena con los demás. Las tareas le ayudaron a dejar de pensar tanto, aunque a veces tenía que correr hacia la playa y, a solas, llorar como un niño lleno de desesperación. No podía vivir sin su Albert, no concebía la vida sin él... pero tenía que seguir adelante, para un día poder volver a verle… En uno de aquellos momentos de desahogo, David se le acercó. Ese hombre era el vampiro fundador del clan. Tenía 800 años a su espalda y muchas vivencias. Físicamente rondaba los 60 años y tenía con él tres cosas en común. La primera el nombre, la segunda que los dos fueron clérigos, en el caso de David, un fraile. Y la tercera, que se enamoraron del vampiro que los hizo. A David lo hizo una vampiro tomada por bruja. Su relación duró 200 años ni más ni menos. Pero al final ella se marchó. David era muy atractivo, con los ojos azules oscuro y el cabello blanco y abundante. Aquella noche él le sonsacó lo que le pasaba y trató como a un hijo. Por primera vez conoció un verdadero padre, una persona que le trataba bien y comprendía. Desde entonces tuvo el apoyo que necesitaba, empero no había ni un solo día que no dejara de pensar en Albert. A veces sentía la tentación de averiguar qué hacía, dónde estaba y nunca se atrevió. David le decía que hiciese lo que quisiera, lo que el corazón le dictase, aunque con cuidado. Aún así retuvo sus instintos y no quiso averiguar nada sobre el paradero de Albert. Otra noche, cuatro años después, David le llevó a su despacho y le dijo que se marchaba y era probable que jamás volviera. Delegó en él como jefe del clan y nadie se opuso. No hubo envidias, ni malos humos por parte de ningún miembro. De hecho todos aceptaron sin rencores. El único en oponerse fue él mismo. Se negaba en rotundo, aunque David le miró con sus ojos azules y le habló en privado. 487

–Davidé, eres como mi hijo, hijo que nunca tuve, queriéndote como tal. Sé que no voy a volver, porque me van a matar, pero tal vez sea ya mi hora. Los dos somos creyentes a pesar de todo, y creo que alcanzaré la luz al morir. A lo mejor soy un cobarde por estar tan cansado... quién sabe. –Está bien padre, lo acepto.– Y nadie más que él supo de aquellas palabras. Después David no volvió, hecho que alimentó el rencor en su interior... odiaba a Erin, le odiaba porque sabía con certeza que él había matado a David con sus propias manos.

♣♣♣♣♣♣♣ Dos años después allí estaba, nervioso como un colegial. Desde que se conectaron a Internet se pasaba horas enganchado en la red. Una noche le escribió un tal "Nosferatu", un vampiro que vivía en la casa de Erin, del odiado Rey de los Vampiros. Y vio la oportunidad de meterse en los entresijos de aquel nefasto clan para poder vengarse. Nosferatu era muy serio en principio, hasta que se dejó ver un poco más. El vampiro le decía cosas por si solo de lo que iba sucediendo allí, cosas de Erin, ideas, paranoias, tonterías. Muchas veces había sentido la tentación de preguntarle sobre "Albert", pues era bien seguro que lo conocía, todos los vampiros conocían al mejor amigo del Rey. También deseó preguntar sobre Haydee y Hans y al igual que con lo de Albert, no se atrevió. Al final, y sin querer, trabó amistad con Nosferatu. Le chiflaba mantener correo con él, en esos instantes conseguía no pensar en Albert. Y lo que en principio fue una simple amistad en la que tomó aprecio a su nuevo amigo, se tornó en anhelo. Quería conocerlo, abrazarlo, acariciarle el pelo... y lo sorprendente fueron las contestaciones de Nosferatu. Le correspondía y tenía una fe ciega a la hora de creerle. Cuando leyó el mail de que aceptaba su invitación y de que venía como embajador a mediar, casi le dio un colapso emocional. Hacía seis años que no sentía aquello. No podía negar que los remordimientos le corroían porque todavía estaba enamorado de Albert. Sería como traicionarlo y serle infiel. A un tiempo notaba pasión y emoción adolescente. ¿Iba a estar toda la vida llorando por amor? ¿Es qué no podía enrollarse con quien le diera la real gana? No se podía creer lo que sentía de nuevo por alguien que no era Albert. Seguía enamorado de éste, y sin embargo, ese Nosferatu era tan parecido a... ¿Pero y si se enamoraba de él también? Era mejor no pensar en ello. Su última conversación en el chat subió de tono. Abrazarse, besarse, hacer el amor. ¿Podría hacerlo con alguien que no fuera Albert? Samarah le comentó que sabía que Nosferatu le gustaba porque si no, no estaría tan emocionado, cosa que no pudo negar. Ella misma se ofreció a recogerlo. Mientras estaba sentado en una banqueta, esperando al lado de la fogata o charlando animadamente, su amiga llegó saltarina y estiró de él. 488

–Davidé, mira quién está aquí.– desde hacía unos minutos, se le había hecho una bola en el estómago, dándole la sensación de que... ¡Pero no podía ser! –Samarah... no me sueltes, o me caeré al suelo de bruces– ella sonrió juguetona y de nuevo le estiró, aunque notando que a su amigo le temblaban las manos y la voz. Según avanzaba, Davidé pudo fijarse mejor en la figura sentada en el suelo. Vestido con un pantalón largo, descalzado, con camiseta y cabello negro... con los ojos de un esmeralda precioso... Davidé se detuvo en seco, acongojado. Acababa de entender algo sobre aquella pesada bola en el estómago. –¿Davidé?– Samarah lo observó confusa y al mirarle a los ojos, a ésta se le desdibujó la sonrisa de la boca. –Haz como si no nos conociéramos él y yo, como si él no fuera Albert. No quiero que nadie sepa quién es él realmente. Te lo ruego... –Por mi parte puedes estar tranquilo. –Te lo agradezco.

♣♣♣♣♣♣♣ A los ojos de Davidé, allí estaba Albert, más hermoso que nunca... A los ojos de Albert, allí se hallaba Davidé, más maravilloso que nunca... Era un auténtico tor men to... –Muy bien chicos, este es Ángel Oscuro y este Nosferatu.– para auténtica sorpresa de Albert, Davidé le tendió la mano y aunque vaciló unos instantes, estrechó la suya entre la de él, para apretarla. Un escalofrío le recorrió entero. Él tenía la mano caliente por estar cerca de la hoguera, siendo suave y cálida. La chica desapareció de allí prudentemente, dejándolos solos. –Encantado de conocerte Nosferatu... –Igualmente Ángel Oscuro– escuchar la voz del otro tras tantos años... eso sí que era un dulce tormento. Albert apartó bruscamente la mano.– Bueno, ya nadie nos escucha. 489

–Prometimos confesarnos nuestros nombres.– a Davidé el corazón le latía alocadamente. ¡No se lo podía creer! El destino le brindaba una nueva oportunidad que no pensaba desaprovechar. –Me llamo Albert. – dijo con sensualidad y unos ojos atractivos. –Yo Davidé... –Debí suponerlo desde el principio. –Y yo.– estuvieron callados durante minutos, con la mirada puesta en el mar o en la arena. Lo cierto es que no sabían qué decirse. De pronto Davidé dio un paso hacia delante y Albert creyó que iba a abrazarle, sin embargo no fue así y no pudo evitar sentir una punzada de decepción. El vampiro caminó hacia delante, alejándose de la gente. Albert le siguió a varios metros, fijándose que en sus anchas espaldas se había tatuado unas formas muy hermosas, lo que le hacía de lo más sugerente. Estaba guapo de verdad, guapo de una forma distinta a cuando le conoció. El pelo, los pendientes que llevaba, los tatuajes, la ropa sexy… no podía dejar de observarlo, porque nunca lo había visto tan guapo como en aquel instante. Y cuando estuvieron lo bastante lejos para no ser vistos, Davidé se dio la vuelta y agarró al vampiro por la muñeca acercándole hasta él de un tirón. Albert pudo ver los iris pardos de sus ojos, desde otra perspectiva, pareciéndole muy hermosos, profundos, sugerentes e hipnóticos. –Nosferatu, dijiste que querías mis besos.– le susurró sobre la mejilla. –Eso era antes de saber quién eras. ¡Ahora no quiero nada tuyo!– dijo con ofensa, como escupiendo la frase. Esto sentó como una patada a Davidé, que se sintió muy herido y despreciado. –No me mires como a Davidé, mírame como a Ángel Oscuro. Cierra los ojos y mírame como a... –¡No quiero! ¡No quiero nada contigo! – le apartó de un empujón– ¿Te has creído que estoy tan desesperado como tú? ¿Tan muerto de hambre estás? ¡Por el chat me burlaba de ti! –Eso es mentira, a través de la distancia notaba latir tu corazón– se acercó de nuevo a él y le pasó los brazos por la cintura estrujándolo contra su pecho desnudo. Albert se quedó sin resuello, rozando con la nariz aquella piel suave de Davidé. –Suéltame, no me apetece pegarte, no me apetece nada contigo. Hablaremos sobre lo de Erin, de porqué estoy yo aquí y mañana me marcharé. – se calló al notar la fija mirada parda sobre él, a pocos centímetros. –Tú no viniste aquí para eso y lo sabes. Hace pocas horas tuvimos una conversación apasionada. Eras muy sincero cuando lo escribiste, podía notarlo a miles de kilómetros de distancia. Te morías porque esto sucediera con Ángel Oscuro y yo anhelaba que Nosferatu posara sus labios sobre mí... Así que cierra los ojos y no seamos Albert y Davidé, seamos otros... 490

–Estás chiflado... – susurró a la par que besaba dulcemente aquella boca, sin poder ni querer resistirse. Le pasó los brazos por el cuello y empezaron a besarse como locos. Lo único que se escuchaba era el sonido de las olas y sus besos fuertes, aquellos gemidos de pasión. Se tendieron sobre la arena mientras Davidé le comía la boca como un loco. Albert se sentía absorbido por aquellos besos. Se dio cuenta de que nunca hubo tanta pasión entre ellos como en aquel instante. Quería fusionar los labios con los de él, y viceversa. Le picaban la boca de tan hinchada que la notaba. Él le curaba cuando le restregaba los besos con aquella desesperación. Sus lenguas de fuego, le daba la sensación de que en cualquier momento Davidé absorbería su lengua y aquello le volvía loco... Estar entre sus brazos de nuevo, notarlo jadear y acalorarse, sentir su pasión...

♣♣♣♣♣♣♣ No podía creerse que Albert estuviera allí. Nunca sintió tanta pasión en su vida. Las manos de Albert arañándole la espalda, revolcarse por la arena con él apretado contra el pecho y sentirlo suspirar como un loco. Su amor, su amor... el amor de su vida. ¡Pero estaba terriblemente celoso! Esos celos le corroían las entrañas, pues no podía dejar de pensar que Albert le hubiese traicionado con otra persona aquella misma noche y en aquella misma playa, sobre aquella misma arena fría. Los celos, siempre los celos le hacían perder el control de la situación. –Eres mío, de nadie más, sólo mío– le decía a Albert mientras lo besaba en el cuello – ¡No dejaré que me dejes por nadie porque me perteneces entero! ¡Me matas de celos, maldito seas! ¡Te quiero tanto! –¡NUNCA MÁS REPITAS ESA PATRAÑA, IMBÉCIL! ¡TÚ NO ME QUIERES EN ABSOLUTO IGUAL QUE YO NO TE QUIERO A TI!– Tras empujar a Davidé de una patada, echó a correr por la playa en dirección a la casa. Se vio atrapado de pronto entre los brazos de Davidé y tirado sobre la arena. –No te vayas, por favor. ¿Qué he hecho mal ahora? –¡Vete a la mierda maldito celoso! ¡Nos lo estábamos pasando bien hasta que tuviste que tener uno de tus malditos ataques de celos y encima diciéndome que me querías, maldito embustero! –No es mentira que te amo, y si estoy celoso es porque me has dado motivos. ¡Te ibas a acostar con Ángel Oscuro aquí mismo! –Pero yo a ti ya no te quiero, y en cuanto a que yo me iba a enrollar con otro, te recuerdo que tú fuiste el primero en tirarme los tejos. ¡Maldita sea Davidé, tú eres Ángel Oscuro!– dijo harto– Para mí esto sólo es un pasatiempo como otro cualquiera, como una aventura. O lo tomas o... lo dejas– sonrió con burla.– Desde el principio era así, aunque tú no hubieras sido Davidé y yo 491

Albert. Unos días apasionados follando como locos a la manera de los vampiros. Si quieres follarme tendrás que aceptar mis condiciones. –Te has vuelto soez– dijo Davidé soltándole y levantándose del suelo. –A mis amantes les agrada mi lenguaje, les excita, que folle con ellos… –Yo no soy como esos. – dijo con desprecio, herido. ¡Cada vez más celoso! ¿Otros? ¡Ya había estado con otros! ¡Tenía ganas de matarle! –Cuando te decidas, vienes y me lo cuentas. Si quieres mis besos, si anhelas mi sangre, si codicias tocar mi piel con tus manos, tendrás que ser Ángel Oscuro, porque con Davidé nunca más querré nada– se irguió y pasó rozándole. –Yo me voy a descansar, mañana hablaremos sobre lo de Erin, haremos una reunión conjunta. Si quieres que me quede algún tiempo, si deseas acostarte conmigo, ya me lo harás saber. Hasta luego Ángel Oscuro... – le envió un beso y le guiñó el ojo con erotismo. Davidé sintió que se rompía por dentro. Albert no le quería… Tenerle entre los brazos y no poder decirle "Te amo con toda mi alma"... Dios Santo... se dejó caer de rodillas sobre la arena fría. Miró la figura grácil y esbelta de Albert caminar hacia la casa, alejándose de nuevo... –No me importa que me utilices, con tal de estar contigo seré tu juguete. Soy incapaz de no rendirme ante ti... porque estoy desesperado por tus besos... ¡No! ¡No pienso desperdiciar esta oportunidad! Te haré gozar tanto que nunca más querrás a otro que no sea yo.

♣♣♣♣♣♣♣ Bajó la persiana para que la luz no penetrara en la habitación, mientras el corazón le latía con aquella tremenda violencia. –¿Por qué...?– se preguntó con la mano cerrada sobre la cruz. –¿Por qué tenía que ser Davidé? ¿Por qué el destino me ha jugado tan mala pasada? Cuando estaba en sus brazos he rememorado todo aquel letargo durante el que me sumí a lo largo de tres años. En su regazo, en su boca sensual. ¿Por qué él?– susurró quedamente. Y ahora aquellas palabras le retumbaban en el corazón. "Te quiero tanto, te quiero tanto, te quiero tanto..." –Y yo a ti, maldito seas... – se dijo a punto de echarse a llorar. Quiso apretar el puño y hacer cenizas el crucifijo. Su mano hizo lo contrario cayendo inerte sobre las piernas... Pero no quería volver a sufrir, haría como si Davidé fuera otro. Otra persona distinta... sí, pasaría unos días apasionados y después marcharía lejos. Se quitó toda la ropa e introduciéndose en la cama esperó...

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♣♣♣♣♣♣♣ Albert cruel, despiadado y vengativo. ¿Y qué? Estaba loco por él y el hecho de saber que estaba allí, en el cuarto del otro lado de la puerta, le hacía no pensar en otra cosa. Jugaría a su juego, se rebajaría por un simple beso si hacía falta... Por eso, al pasar por delante de la estancia se apoyó contra la puerta y sintió la presencia del vampiro al otro lado, y éste notó la de Davidé dándole un vuelco al corazón. Se moría por que entrara y se metiera en la cama con él. “Sí, me da igual si no me quiere, no puedo hacer que me quiera”, pensó Davidé, apenado.

♣♣♣♣♣♣♣ La puerta de su habitación se abrió poco a poco, con sigilo y luego se cerró de nuevo. Sabía que Davidé estaba de pie, apoyado en la puerta y suspirando en silencio. Su propio corazón se volvió loco y le temblaron las manos. Tenía que hacerse el duro y no dejarse vencer por el romanticismo y la pasión. La mano de Davidé le apartó el cabello de la cara, por lo que tuvo que retener un gemido. Intentó que no se le notara el anhelo, manteniéndose con el rostro frío como un hielo. Davidé se metió en la cama y apretó contra la espalda de Albert. Estaban los dos desnudos. El vampiro Albert sintió el sexo de Davidé contra sus nalgas y fue muy agradable. Su Ángel pasó una pierna entre las suyas y le acaricio los pies a la par que con la mano y los labios le rozaba la piel. Albert ansiaba gritar de pasión y no podía. –Quiero dormir, hoy ya es muy tarde.– le hizo saber a Davidé. –Dijiste que cuando decidiera algo te lo dijera, así que aquí estoy... – esperó contestación. Albert se dio la vuelta y le abrazó poniéndole los labios sobre la boca, dándole unos besos allí. De pronto se vio apretujado contra el pecho de su amante y gimió de placer. Eso gustó a Davidé en sobremanera, tanto que le besó muy apasionadamente, mordiéndole. –¡Espera!– frunció el ceño el otro. –He dicho que no tengo ganas… –Estás muy guapo… con el pelo de ese color…– Davidé lo miró a los ojos apasionadamente. –Nunca te había visto tan guapo como hoy, con esos ojos tan preciosos, y esos labios tan rojos…– Albert se dejó besar mientras él le acariciaba el cabello con suavidad. –Sé que no soy lo que esperabas, sé que te has quedado decepcionado esta noche, y me gustaría poder remediarlo y que… –Bésame…– Albert se dejó llevar durante unos instantes, excitadísimo de que le hablara así– pero Davidé lo miró asombrado, había notado algo extraño en el 493

cuerpo del otro vampiro. Se metió bajo las sábanas para comprobar si soñaba o no. –Albert... ¡Se te está levantando! –Es una secuela de aquello. No se hincha más ni se endurece demasiado... aunque siento algo de placer... ah... – jadeó al notar que Davidé se introducía su sexo en la boca para chuparlo. –Para... no vas a conseguir que tenga una erección ni que eyacule... ah... te he dicho que... mmm– se dejó caer de nuevo sobre el colchón. Como no podía alcanzar el orgasmo ni nada parecido, la leve sensación era eterna. Y eso era delicioso, sobre todo porque se lo hacía Davidé. Éste se detuvo y besuqueó su vientre, el pecho, hasta llegar al cuello. –La última vez que te hice algo así en tu enorme pene te corriste dentro de mi boca y me tragué tu semen, que estaba delicioso. – se moría de deseo teniendo a Albert debajo de él retorciéndose de placer. No podía parar de besarle las mejillas y los labios. Las pecas aparecieron al sonrojarse y casi se volvió loco de felicidad al observar éstas. –Nunca pensé que volvería a besar estas pecas maravillosas. Te... – se acalló, no le volvería a decir que le amaba. Los colmillos pidieron morder fuerte pero cuando fue a hacerlo Albert dijo algo que le dolió mucho. –Ah... mmm... Marcus... házmelo... – Davidé se levantó con los ojos llorosos y salió de allí cerrando de un portazo. Albert se acurrucó bajo las sábanas conteniendo los sollozos. Tenía que mentirle porque sino, hubiera chillado que le amaba con toda el alma... y eso jamás lo reconocería ante él...

♣♣♣♣♣♣♣ El Sol se puso tras la fina línea del horizonte, dejando en el firmamento un tono rojizo anaranjado que se fundía con la creciente oscuridad. El vampiro miró extasiado aquella bella pintura, apoyado en la barandilla de uno de los balcones que acababa de abrir. Todos los no muertos y humanos que vivían allí, ya andaban ajetreados de un lado para otro. Muchos se marcharon con las furgonetas y los coches para abastecer a los necesitados. Escuchó las risas y conversaciones sintiendo paz. Se encontraba tan a gusto entre ellos que no se marcharía jamás, o...¿Era por qué no deseaba alejarse del ser amado? –Estoy confundido, me voy a volver loco.– entró en un saloncito en el que estaban sentados Davidé, Samarah y algunos otros miembros del grupo. Probablemente los más importantes. –Albert, siéntate aquí– dijo la mujer, golpeando un poco el sofá. Él se dejó caer sobre el mueble y sonriendo a Samarah la besó en la mano. 494

–Supongo que queréis saber porqué Erin me ha enviado exactamente. Me dijo que me pusiera en contacto con Davidé a través del correo electrónico y.... aparte de que el propio Davidé me invitó a venir, Erin me envió aquí. No soy un espía, pero... –Ya lo sabemos, nosotros no pensamos mal ni somos desconfiados– dijo el vampiro que tenía delante. Era de color, muy atractivo y con los ojos rasgados, alto y corpulento. Cogía de la mano a una vampiro parecida a Samarah. Eran los que se habían casado el día anterior. –Me alegro de vuestra confianza.– agradeció con un movimiento de cabeza.– Erin es una persona muy egoísta y últimamente está muy raro. Quiero ser sincero con vosotros y con ello le estoy traicionando a él. Creo que tiene pensado algo muy gordo. Veréis, cómo explicarlo... – empezó a retorcerse las manos y mover las piernas, eso era señal de puro nerviosismo, Davidé lo conocía muy bien.– Erin es de origen celta, tenía una esposa que amaba mucho y ésta lo engañó con el hermano de Erin que era el jefe del clan. Y cuando le convirtieron en vampiro ella intentó matarlo a sangre fría y sin piedad así que él tuvo que matarla a ella. Ésta, antes de morir, le juró que volvería a por él, para matarlo... Una druida tenía cierto poder... el caso es que ha estado esperando la reencarnación de esa mujer durante más de 2000 años y dice que la ha encontrado y que impedirá que la maldición se haga realidad, matándola a ella primero. Yo no sé si creerme tantas sandeces juntas y lo único de lo que me doy cuenta es de que está loco y hasta a mí, su amigo, su secretario..., me da miedo– miró a Davidé un segundo, como rogándole que lo abrazara y consolara. Éste miró hacia otro lado. –No debes ser escéptico Albert, puede que lo que le suceda sea verdad. Creo que intentas decirnos que tengamos cuidado.– habló Samarah.– Existen personas con poderes, yo por ejemplo tengo el de prever el futuro y ver el pasado de otras personas.– Albert se sorprendió. –Estoy seguro de que mató a David... aunque yo no lo sabía, lo juro por la sangre– eso era un juramento muy sagrado.– Ya no me cuenta nada… Sé que está preparando algo muy gordo porque ha llamado a los jefes de otros clanes, a los del Clan de la Madre que son 2º clan más importante. Y quiere que vayas tú también Davidé– se dirigió a él, que no se movió. –¿Y ese imbécil para qué quiere que vaya? –Creo que desea que los vampiros dejen de estar relativamente en la sombra... y con eso pienso que lo he explicado bien. –¡Eso es una locura!– se levantó Davidé, con los puños crispados.– ¡Está chiflado! ¡Siempre lo ha estado! Debí partirle la cara cuando tuve la ocasión. –¿Le conocías?– preguntó el vampiro de color– ¿Por qué no nos lo habías dicho? – parecía enfadado. Los demás murmuraron por lo bajo. –Es que es parte de un pasado que intento olvidar– eso dolió profundamente a Albert.– ¿Sabía qué era yo cuando te envió aquí?– se dirigió a él. 495

–Estoy seguro de que no. ¡Ya sabes que te odia! ¿Cómo se te ocurre pensar qué me enviaría derechito a ti?– Davidé entendió que Albert decía la verdad. Si ese pirado supiera que enviaba a Albert junto a él nunca le habría pedido que fuera a California. Antes ataba a Albert y lo encerraba para siempre. –¿También os conocíais de antes?– dijo otro de los vampiros presentes. –¡Yo no sabía que Nosferatu era él! –¡Si hubiese sabido que era tú, yo tampoco hubiera venido! –Creo, Davidé, que deberías explicar a los presentes algunas cosas…– intervino Samarah. Davidé dudó un poco, aunque al final se decidió a sacarlo todo fuera. –Albert fue el vampiro que me creó…– dijo cabizbajo. Hubo sorpresa general. –Y fue… fue mi pareja durante unos cuantos años. ¡Pero ya se terminó, me dejó! ¡Ya está, ya lo he dicho!– Albert lo miró furioso. ¡Ahora resultaba que él era el malo! –¿Y qué vamos a hacer si a ese Erin se le ocurre dominar a los humanos?– Samarah cambió de tema inmediatamente. –Bueno, eso no lo puedo permitir. Sé que soy fuerte y aunque él lo es más, algo podré hacer. –Entonces ve a la reunión. Es dentro de un par de semanas escasas. En su casa.– apuntó Albert. –Tenemos que evitar que ningún vampiro raro se acerque– dio la orden Davidé– Es esencial que no se aparezcan por aquí. Creo que por una vez tendremos que volver a ser verdaderos vampiros. Está claro que ese chiflado viene a por nosotros. Y tampoco podemos meternos en la vida de los mortales como él pretende. Somos millones de no muertos, y la mayoría son como él, locos, desesperados, seres sin esperanza. Estoy resuelto a ir a esa reunión y poner las cartas sobre la mesa. Seguro que no todos están con él.– habló con determinación, con poder, con voz fuerte y hermosa. Los ojos le ardían, los labios torcidos en una expresión fuerte, sus cabellos revueltos y vivos. Albert sintió una inmensa emoción, un amor profundo. A punto estuvo de levantarse y abrazarle... besarle, quererle a gritos. No lo hizo porque todavía se resistía a perdonarle por lo del convertirle en vampiro por venganza y marcharse para no volver. Aunque... ¿Había sucedido realmente así?

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé estuvo hablando con todos los vampiros del grupo, explicándoles la situación. Algunos dijeron eso típico de " Pero y si ese Albert miente". Davidé sabía con certeza que el vampiro no mentía ya que conocía las paranoias de Erin y lo chalado que estaba. No se podía vivir tanto tiempo sin 496

volverse tarumba. Un rato después, Samarah le vio sentado sobre la silla y con los codos apoyados sobre la mesa de la cocina, a solas. La cabeza hundida en las palmas y aire apesadumbrado. –Davidé amigo... no dejaremos que nos quiten esto. –Erin es mala persona, una vez intentó matarme. Estaba celoso de mi amor por Albert y de que éste me amara tanto. No es que estuviera colado por él, pero le daba rabia e intentó sacarme del camino. Y en cuanto a Albert, ahora creo que se está dando cuenta de que Erin es de lo más peligroso hasta para él. –Davidé... – susurró– Además de eso... lo que te preocupa es que Albert juega contigo. –Le quiero... y no sé qué hacer para que me perdone... Aunque él me abandonó, la culpa fue toda mía – se puso a llorar y las gotitas de sangre cayeron sobre la madera barnizada. –No puedo verte sufrir. – dijo sin más y luego marchó dejándolo llorar a solas.

♣♣♣♣♣♣♣ Samarah buscó la presencia del vampiro por toda la casa, llegando a la conclusión de que debía de estar en la playa. Caminó un par de kilómetros y se lo encontró en la orilla, mojándose los pies con las olas. –Hola Nosferatu... – le saludó seria. –Hola. Qué coincidencia. –No estoy de acuerdo con eso, he venido a por ti, para hablar seriamente contigo. –¿Qué pasa? ¿No crees nada de lo que he dicho sobre Erin?– ella se acercó a él y le abofeteó sin miramientos. Albert se quedó pasmado. –¿Cómo puedes jugar así con los sentimientos de una persona y estar aquí tan tranquilo? –¡Él me abandonó! –¡Tú le echaste, por el amor de Dios! –¡Si me hubiera amado hubiese vuelto!– gritó– No tienes ni idea de lo que me hizo, de cómo se vengó de mí. Yo le hice vampiro, era mi hijo. ¡Me estuvo odiando años sólo por eso! Le eché sí, pero si me hubiera amado de verdad, habría vuelto enseguida.– Albert se puso a llorar de rabia aunque intentó evitarlo.– Tú no sabes en lo que me sumí porque me abandonó para siempre. Casi muero de apatía, tardé tres años en salir de ese estado. Me tenían que cuidar, darme sangre, como si fuera un bebé que no sabe hacer nada. Catatónico, perdido en un eterno sueño del que no sabía cómo salir. Y cuando 497

lo conseguí, me hice a la idea de que Davidé no existía, de que nunca fue real, de que no me amó jamás. ¿Cómo quieres que le perdone por algo así? ¡NO ME DA LA GANA!– gritó con corajina. –Eres cruel, eres vengativo. ¡Vete de aquí, vete y déjale en paz! Basta de atormentar su alma. En todos estos años puedo contar con los dedos de la mano las veces que lo he visto sonreír de verdad. Sus ojos están siempre tan entristecidos que me da lástima. A veces el pasado es simplemente eso, pasado. Y es una virtud humana el perdonar. La humanidad no está en si eres mortal o inmortal, en si ves la luz del sol o no, en si bebes agua o sangre... la humanidad está en el alma.– sin más se dio la vuelta y la vio caminar en dirección a la casa. "La humanidad no está en si eres mortal o inmortal, en si ves la luz del sol o no, en si bebes agua o sangre... la humanidad está en el alma" Le dio muchas vueltas a aquella frase. En realidad jamás lo pensó de esa manera. Siempre obsesionado con la humanidad, creyendo que dependía de ser mortal y ver la luz, cuando en realidad la humanidad dependía de cómo era uno en su interior. –Me he convertido en un monstruo, en un ser inhumano y sin sentimientos. Durante los años en los que estuve con él me sentí distinto... ¿Fui humano entonces? Pese a todo eso, no sabía cómo perdonarle. Él se marchó para no volver, le dejó de verdad y para siempre.

♣♣♣♣♣♣♣ Cerró los ojos al notar que la presencia de Davidé iba acercándose lentamente. Lo sintió sentarse a su vera. –Es todo tan diferente a como creíamos que sería. ¿Verdad Nosferatu? –Verdad... –¿Podrás perdonarme algún día? –No lo creo Davidé.– levantó la cabeza y con sus ojos verdes le observó. –Has llorado Albert, te conozco muy bien. –No, no me conoces, porque si eso fuera cierto hubieses vuelto– dijo con melancolía. –Tú arrancaste de mi pecho la cruz que llevabas colgada, y rompiste el cuadro… Me impresionó mucho. 498

–Esta cruz no vale nada y tú no vales nada. Por eso voy a tirarla igual que te tiro a ti– se la quitó del cuello y levantándose intentó arrojarla a la vorágine del mar. El otro vampiro lo detuvo y forcejearon hasta que la cruz cayó cerca de la orilla y una ola la arrastró hacia el interior del mar. Para sorpresa de Davidé, todavía sumido en el miedo de perder aquello, Albert consiguió atraparla e impedir que el agua negra la engullera. El mar esconde hasta enormes barcos perdidos y ciudades sumergidas para siempre. Nunca habrían encontrado aquel objeto tan importante. Sabía que Davidé impediría que la arrojara y al ver que se les iba de verdad el corazón se le detuvo de puro terror. –Albert... – musitó su nombre mientras lo abrazaba y éste se dejaba arrastrar por la marea de aquel afecto. –Suéltame... – se deshizo el abrazo y cuando Albert iba a levantarse se vio atrapado de nuevo por el poder de la marea. Cayeron sobre las suaves olas del mar, mojándose la ropa. Davidé lo besaba con dulzura, llorando. Le abrazó con la cruz en la mano, jamás la soltaría. –No quiero Davidé, no te quiero…– dijo sin convicción, girando el rostro, pegándosele la arena a la mejilla. Davidé le mordisqueó el lóbulo de la oreja y metió su lengua por el oído. –Sabía que no dejarías que la cruz se perdiera, que no ibas a arrojarla de veras. Te quiero tanto mi amor– le besó el cuello y Albert casi se murió allí mismo. Apretó fuerte a Davidé mientras éste lamía su cuello con pura pasión. Cerró los ojos al notar que él levantaba su camiseta para morderle los pezones. La mano del vampiro Davidé se introdujo por dentro del pantalón y ésta abrazó con los dedos su sexo algo endurecido, arrancándole un gemido de placer que su boca detuvo con un fuerte beso. Si continuaban así ya no sabría cómo separarse de Davidé. Debía hacer algo drástico. –¡No!– chilló intentando apartarle– ¡Tú no puedes darme lo que yo quiero! ¡No puedes darme a lo que estoy acostumbrado! –Te daré lo que tú quieras– dijo con suplica sin dejar de besarlo en los labios. La mano de Albert apartó la suya del interior del pantalón. –No puedes darme lo que deseo ahora. Estoy acostumbrado a hombres mortales que tienen de todo– susurró con malicia, sobre sus labios temblorosos. ¿Acaso puedes tú darme lo que yo pido? –Te juro que sí, que te lo daré– Davidé tomó aquel felino rostro, cruel expresión, hermosos labios en los que perderse para siempre.– Te daré todo lo que tú me pidas. –¿Lo prometes? –Sí, claro que sí.– asintió ansioso. –Penétrame hasta reventar– dijo cruelmente, con tono socarrón– Pero no con los dedos ni con otra cosa, sino con tu sexo erecto. Con tu enorme sexo duro, dame tu leche, quiero beberla, quiero que me penetres. ¡Fóllame! – Davidé lo 499

miró con los ojos abnegados de lágrimas. Aquello no podía dárselo, nunca podría. –¿No puedes verdad? ¡Me prometes cosas que no puedes darme! ¡MENTIROSO! – se levantó orgulloso de aquello tan cruel. Davidé lo arrastró hacia el suelo e intentó algo desesperado y estúpido. Sacó su sexo flácido, sin embargo algo tan muerto era incapaz de entrar por algo pequeño y sin dilatación, así sin más. Se quedó tumbado sobre Albert, llorando desesperado y derrotado. Albert sintió remordimientos, pero todavía quería vengarse, así que emitió una sonrisa maliciosa. –¡Eres un deshecho! Ja, Ja, Ja. Me das lástima, eres un deprimente y ridículo deshecho.– lo apartó hacia un lado como si fuera un saco mientras Davidé se hacía una bola. Albert se ató los pantalones de nuevo y dijo despectivamente. –Todos mis amantes me dan eso. Me encanta, no sé por qué. Los noto correrse como locos mientras me muerden para darme placer. Me di cuenta de lo que me gustaba cuando me acosté con uno en una fiesta. Ellos son hombres completos... y tú... tú mírate ¡NO ERES MÁS QUE UN MEDIO HOMBRE! ¡Y NO VALES NADA PORQUE ERES MUY POCO HOMBRE! ¡YA NO TIENES VIRILIDAD! ¡MEDIO HOMBRE!– restalló con más fuerza – ¡¡¡MEDIO HOMBRE!!!– gritó hasta que a Davidé le reventaron lo tímpanos de dolor. Arrastrándose, llegó hasta el lugar que las olas mueren y continuó hacia delante, adentrándose en la negrura de la mar. El agua chocaba contra él y lo engullía cada vez más. Albert lo miró con el corazón en un puño, muerto de miedo. Se había pasado, el juego había sido una crueldad. Cuando dejó de ver el cuerpo de Davidé corrió hacia el agua como loco. Al llegar hasta él lo sacó del fondo. –¡DÉJAME, ALBERT!– gritó con rabia y dolor. –¡Estás chiflado! –¡Sólo quiero morir! ¡SÓLO DESEO DESAPARECER DE ESTE MUNDO Y DE TU VIDA!– empujó a Albert y éste cayó para atrás. –¡Davidé!– lo llamó– ¡Ven aquí! –Me perderé en el mar, con las sirenas. Ellas no necesitan a un hombre completo para ser felices. –¡Vuelve aquí, hijo de puta!– se abrazó a Davidé mientras le besaba en la boca, llevándose toda la sal y el agua marina. Las algas se les enredaban entre las piernas, parecían animales voraces que deseaban atarlos para siempre al mar. –¿Por qué juegas así conmigo? Cuanto más me odias, cuanto más me apaleas como a un perro, más te quiero. No lo entiendo, no comprendo lo que me hace ser tan masoquista. Tal vez sean tus labios que me vuelven loco, o ese pelo negro que te has puesto – le apartó los mechones apelmazados de la cara y lo besó en la boca con un anhelo desesperado. –Te quiero, te quiero. Aunque seas tan despiadado conmigo yo te amaré para siempre. Pégame, ódiame, 500

aborréceme, búrlate, que yo te amaré más y más. Cuanto más me odies más me enamoraré de ti. Me maltratas y me enamoro de nuevo más de ti.– Albert se apartó confuso, sin saber cómo dar fin a aquella locura. –Me voy Davidé, ya no puedo seguir así. ¡NO PUEDO! –¡No te marches!– le rogó cogiéndole de la mano mojada y besándola con devoción, rebajándose cada vez más y más. El otro vampiro no entendía nada. Con todo aquello, lo único que quería era alejar a Davidé de él, vengarse y aun tiempo alejarlo para que ninguno de los dos volvieran a hacerse daño. –¡SUÉLTAME!¡NO VES QUÉ YA NO TE QUIERO!– chilló con desesperación. –¡YA NO LO SOPORTO, ALBERT! ¡No sé qué hacer para que me quieras otra vez! No puedo aguantar que ya no sientas nada por mí. –¡ERES UN DESGRACIADO NO QUE SE REBAJA A MIS PIES COMO UN IMBÉCIL! ¿Cómo quieres que sienta algo por alguien tan patético? Ya te dije que fuiste una parte de mi vida que pasó y de la que ya no saco nada. ¡No voy a volver contigo nunca más!– cada vez estaba más convencido que mentirle era lo mejor. –¡PÚDRETE EN EL INFIERNO!– restalló de pronto Davidé. –¡Púdrete tú…!– Davidé lo agarró con toda la fuerza del mundo y lo besó apasionadamente. –¡EL QUE SE VA A PUDRIR EN EL INFIERNO CONMIGO SERÁS TÚ, VAMPIRO ESTUPIDO, PORQUE TE VAS A TENER QUE CASAR CONMIGO AUNQUE TE NIEGUES!– gritó con toda su alma, jadeando y con la garganta desgarrada de tanto chillar.– ¡Me lo prometiste! ¡Me prometiste que cuando te lo pidiera aceptarías! –¡MALDITO IMBÉCIL! –le chilló a modo de respuesta, y seguidamente lo abrazó por el cuello para besarlo emocionado. –¿Quieres de verdad?– preguntó Davidé llorando como un tonto. –Claro que quiero, te quiero tanto. He estado esperando esto tanto tiempo... – Albert se quedó pensando un instante, tras lo cual frunció el ceño e intentó apartarse. –¿Qué te sucede? –¡Me lo estás pidiendo porque estás desesperado, no porque lo desees realmente! ¿Cómo has podido? –No, no, no, no... No es por eso, bueno, sí es... pero no... – Davidé se puso tan nervioso que no supo cómo explicárselo. –¡Suéltame! ¡Y olvídate de que nos casemos!– Davidé hizo uso de toda su fuerza para impedir que se marchara sin escucharle.– ¡QUÉ ME SUELTES! 501

–¡No hasta que me escuches! Hace mucho que estoy esperando pedirte esto, desde aquella noche en la que te rogué que no llegaras tarde a casa, y tú te fuiste a ver a Janín. Entonces me fui Albert, despechado. Recuerdo que había encendido muchas velas para hacerlo más romántico y al final las tiré a la basura rabioso. ¡Incluso tenía un estúpido anillo como tú querías! Después, nuestra vida se complicó demasiado... – Albert recordó aquello y haber encontrado aquellas velas en la basura de la cocina. Miró a Davidé a los ojos y después a los labios, hasta que con anhelo acercó a ellos los suyos mojados para poder besarlos apasionadamente. –¿De verdad te casas conmigo?– volvió a preguntar incrédulo. –Idiota…– aquello fue como una afirmación para Davidé. –Y ya nada nos separará. – el mar los arropaba en la oscuridad y ellos se besaban con fuerza. Albert dejó caer toda la fachada para volver a ser el de siempre. –Ya nada… ♣

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“Cumplir una promesa”

♣–No me lo puedo creer Davidé, de verdad que no puedo. ¡Casémonos ahora!– pidió al mismo tiempo que se colocaba sobre su amante y lo aplastaba con el peso de todo su cuerpo. Davidé lo miró con una media sonrisa cargada de complicidad. –Bésame Albert... – pidió sin más. Cuando sus labios se unieron, los dos notaron el intenso regusto a sal. Davidé tomó a Albert de la nuca para que éste no pudiera dejar de besarlo. –¿Quién nos va a casar? –Supongo que Samarah. –Me temo que no le caigo demasiado bien. Me he portado muy mal, lo siento mucho. –No pasa nada Albert, lo importante es estar juntos de nuevo y para siempre. Ahora ya nada nos separará. Ya nada. –Lo sé.– Albert sonrió y volvió a besarle con fuerza. –No podemos casarnos ahora mismo... –Pues mañana. –No, mañana no– Albert se enfadó y dejándose caer sobre la arena se dio la vuelta en señal de desaprobación. –Albert, déjame que te explique la razón al menos. –¡No! Nunca has querido casarte conmigo. Sólo lo has hecho para recuperarme. –Me da igual lo que pienses porque te estás equivocando de nuevo– le rodeó la cintura con el brazo, dándole la vuelta para besarlo en el cuello.– Quiero que sea un enlace especial. Me gustaría poder prepararlo todo, nos casaremos pasado mañana– Albert lo miró avergonzado. –Perdona... estoy muy nervioso y durante estos años no he confiado en nadie. Me cuesta volver a lo de antes. –Nosferatu... –Ángel Oscuro... – abrazándose empezaron a rodar por la arena y a rebozarse en ella. –¡Albert! Pretendías engañarme con otro– eso hizo fruncir el ceño al aludido.

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–Y tú qué... ¿Tú no? Tú fuiste el que empezó a tirarme los tejos y a decirme que yo te gustaba. ¿Cómo querías que no me volviera loco por ti? Te imaginaba tan apasionado como lo era mi Davidé. Oh Ángel Oscuro, me excitaba sólo de pensar en hacerlo contigo– sonrió con tanta sensualidad que a Davidé le entraron unas ganas locas de morderlo. Pero seguía celoso de que Albert le hubiese sido infiel con otro. Estaba muy, muy celoso. –¡Me fuiste infiel de pensamiento y casi de hechos!– le gritó Davidé. –¡No estábamos juntos cuando eso pasó! –¡Me da igual!– lo agarró con violencia y le estrujó contra él, como diciendo "eres sólo para mí, nadie más puede probarte". Albert se separó de él fingiendo estar enfadado. –¡Creo que si sigues comportándote de forma tan celosa, no voy a casarme contigo! – Se sentó más alejado y estiró el cuello para atrás y abrió la boca para que él viera sus colmillos. Aun así, Davidé se resistió a morderle, pues estaba dolido. –Davidé, tu Ángel Oscuro, te recuerdo de nuevo, fue quien empezó el juego, maldito italiano celoso, el que debería estar cabreadísimo y celosísimo, soy yo… – se sentó, de cara a él, sobre sus piernas y pelvis, posando el largo cuello sobre sus labios de sal, lo movió acariciándole con él. –¿Cuántas veces lo has hecho? Porque yo no seré el primero al que le tiras los trastos por Internet. –Te juro que era la primera vez que lo hacía, no sabía por qué, pero quería hacerlo, insinuarme a ti… –Ja, ja, perdona, pero fuiste prácticamente al grano. Me gustaría abrazarte para poder sentir esa suavidad. ¿De qué color es tu pelo? ¿Y tus ojos? ¿Cuánto mides? Necesito imaginarte para poder abrazarte. Me gustas mucho Nosferatu. Me siento muy solo. Sólo de pensar que voy a acariciar tu piel blanca, me vuelvo loco. Quiero bailar contigo… –¡¿Cómo puedes acordarte de todo eso?! ¡¡Y perdona, pero tú me dijiste que querías enrollarte conmigo y hacer el amor!! –Y tú estabas de acuerdo… en una cala preciosa… y me pediste…– susurró sobre sus labios– …me pediste ayuda porque querías desesperadamente olvidar a una persona. A mí… –Ya no quiero olvidarte, ya no… Albert, no puedo evitar sentir celos, no sé cómo no sentirlos. Me vuelvo loco– tumbó a Albert sobre la arena fría, para besarlo con una extrema pero apasionada dulzura. –¿De verdad sentiste algo por mí cuando chateábamos? ¿O sólo era desesperación? –Claro que sentía algo, y también tenía remordimientos… como si te fuera infiel. Era todo muy contradictorio. –Te he seducido dos veces… ¿Cómo no pretenderlo! Je suis irrésistible, mon amour… 504

voy a estar contento? ¡Y sin

–Oh Albert, Albert– el vampiro italiano le desabotonó la camisa y dejó que se le deslizara por la espalda. Le besó en la clavícula y en los hombros.– ¡Me pones tan celoso! ¡Te quiero sólo para mí! ¡Prométeme que no volverás a acostarte con nadie, ni vampiro ni humano! ¡Dime que no te gustó tanto hacerlo con aquellos humanos como lo haces ahora conmigo!– Albert comenzó a partirse de risa. –¡Eran mentiras! Yo no he tocado a nadie desde que te fuiste, ni nadie me ha puesto la mano encima. Quería vengarme de ti, y no se me ocurrió forma más cruel que esa, porque sé lo celoso que te pones enseguida. Siento tanto haberte dicho que eras un medio hombre, porque es mentira, mentira.– Davidé no le dijo nada, limitándose a despojarle de su camisa y abrazarle con más ansia, a la vez que Davidé le hundía sus colmillos en la carne y le arrancaba un gemido lleno de gozo a su amante. A Davidé le picaban los colmillos, le crecían enormes. La sangre pasaba por su garganta como metal hirviendo. Le chupó con la lengua a la par que hundía más los colmillos. Notaba la lengua mojada de Albert lamerle el cuello y eso le volvió loco. Con la mano apretó la nuca de su amante para darle a entender que lo que quería era que le mordiera también. Albert le hizo sufrir un poco, pero estaba tan excitado que se dejó de tonterías y al final le devolvió el violento mordisco. A eso se unía el cosquilleo perturbador que su sexo le daba. La mano de Davidé se metió en su pantalón y le acarició la cadera y las nalgas. Albert se bajó la cremallera sacó fuera su sexo semi erecto para que se frotara contra el vientre duro de su amor y así hacerlo todo más placentero. Pero lo que más le gustaba era beber toda, toda, toda su sangre, hermosa y roja como una rosa. Podrían estar así para siempre, envueltos en la cadena de beber el uno del otro, pero Davidé dejó de morderle y Albert lo imitó, se besaron la cara y la boca, llenándosela de sangre roja y fresca, luchando con sus colmillos y mordiéndose las lenguas. De nuevo volvieron a morderse, sólo que esta vez al otro lado del cuello y la cadena volvió a formarse hasta poco antes del amanecer...

♣♣♣♣♣♣♣ El cielo empezó a clarear y dejaron de besarse y frotar sus cuerpos desnudos. El mar había decrecido y ya no estaba tan cerca de ellos, pues la marea bajaba lentamente... –Creo que nunca había sido tan feliz, incluso lo soy más que la primera vez que estuvimos juntos. Porque en aquella ocasión, no creí poder tenerte, pero ahora te he recuperado después de creer que nunca más serías mío de nuevo y me aceptarías…– musitó Davidé. Su compañero lo miró con lágrimas en los ojos. –Y yo no creí que te podría perdonar. Cuando en realidad soy yo el que te debe disculpas. 505

–¡¡No, no!! Lo que pasó fue por mi culpa. –No, es mía… yo te eché… –Pero yo no comprendí que era sólo un ataque de histeria, que en realidad fingías. –No fingía, sin embargo sí lo hacía. ¡¡Por qué somos tan complicados!!– Davidé le sonrió mientras lo besaba. –¡Ya no importa! Y ahora vayámonos, está amaneciendo– dijo al despegar los labios de los de su amante. –Tienes razón– dicho aquello se pusieron la ropa y corrieron muy deprisa por la orilla de la playa y sobre las olas, cogidos de la mano, jugueteando con el agua y la espuma blanca. El mar no era ya de un color tan oscuro y al fondo, en lontananza, un tono azulado comenzó a tomar cuerpo y aumentar. Se habían quedado demasiado tiempo alelados y ahora debían correr muy deprisa si no querían achicharrarse. Llegaron a la casa y entraron precipitadamente entre risas. Albert llevaba a caballito a Davidé y había corrido así los últimos quinientos metros. Samarah los había estado esperando impaciente. Cuando un vampiro no volvía a la casa media hora antes del amanecer, se le buscaba. Si no conseguía volver a tiempo, el sujeto solía hacerse un hoyo en la blanda arena y enterrarse vivo. –¡Me tenías preocupada Davidé! ¡Eres un irresponsable! Los demás se pusieron muy nerviosos al ver que no aparecías, como es tu deber. Parece mentira que seas el "jefe". –Lo siento– ella relajó su expresión y miró a Albert que la miró a su vez, receloso. –Tranquilo Albert, no estoy enamorada de él. Lo considero como de mi familia, como un hermano. Además, será muy guapo pero no es mi tipo. Bueno, ¿No me vas a contar nada? ¿No hay algo qué tengas que comentarme? –Nos vamos a casar– dijo Davidé sin más. Ella levantó sus finas cejas en señal de sorpresa y el pendiente que llevaba en una de ellas se movió brillando en la semi oscuridad. –Bueno, ayudadme a bajar estas persianas de la sala principal. Los mortales se despertarán en una hora y quiero que esté ordenado.– la ayudaron en la tarea en silencio. ¿Samarah lo desaprobaba? ¿Y qué derecho tenía?, pensó Albert. –Y... supongo que me vas a pedir que sea yo la que oficie la ceremonia. –¿Es qué me lees el pensamiento? –No seas cazurro, yo soy la única, a aparte de ti, que puede hacerlo. Y tú no te puedes casar a ti mismo, sería un poco extraño– tras colocar en su sitio unos 506

cojines se giró y los miró condescendiente, como una madre a sus hijos traviesos.– ¿Y cómo os habéis reconciliado? –Peleándonos en medio del agua del mar– dijo Albert con cara de idiota. O al menos eso pensó ella. –¡Peleando! ¡Hombres! Id a ducharos ahora mismo ¡Me habéis puesto el suelo perdido de arena mojada y agua!– les gritó enfadada. Ellos salieron corriendo y la dejaron mordiéndose las uñas. Aun así, sonrió mientras barría la arena.

♣♣♣♣♣♣♣ Se metieron en la ducha y el intenso chorro de agua caliente les quitó toda la arena pegada. –Pareces una pechuga rebozada, Albert. –Shhhhh... – lo acalló con un delicado beso en los labios mientras que con las manos le despojaba de la arena pegada al cuerpo de su amante. Y éste lo imitaba con los mismos gestos. Se abrazaron muy fuerte, escurriéndose el uno entre los brazos del otro. El agua cayó largo rato y la sangre se disolvió rápida… Ya en la cama de Davidé, los dos se miraron. –Te queda muy bien ese pelo negro, contrasta muchísimo con tu piel blanca y los ojos esmeralda brillante... por Dios, estás muy bueno, estás guapísimo, estás… –Y a mí me ponen un montón los tatuajes que te has puesto, estás muy sexy. –¿Me has p–perdonado de verdad?– musitó Davidé. –Tú también me has perdonado a mí. No te hagas más daño, no vale la pena mi vampiro. Ahora yo soy tu hijo y tú lo eres mío. Jamás nadie podrá estar tan unido como lo estamos nosotros dos, porque Yo te hice a Ti y Tú a Mí– luego sonrió y Davidé descansó en paz. –Lo he pasado muy mal Albert– se hundió en el pecho de su amante y éste le rodeó con sus brazos. –Davidé... yo me sumí en un estado de cuento. Vivía en un cuento de hadas en el jamás nos separábamos. Si no hubiese sido por Haydee y Hans, y también por Erin, yo ahora estaría muerto. –¿Estabas catatónico?– preguntó Davidé con tremenda preocupación. –¡He leído sobre ello! –No deseaba hacerte daño al decírtelo, pero pensé que debías saberlo todo. Que ya no haya secretos entre nosotros. Por eso estaba tan cabreado contigo… ¡Cuando el único culpable de elegir un suicido así fui yo! 507

–Yo... creo que también estuve a punto de caer en ese estado, aunque luché por ello tanto como me fue posible. Pero pensaba siempre, “Si mueres, nunca más volverás a verle” Y entonces sacaba fuerzas. –Tú siempre has sido más fuerte que yo, Davidé, por eso te necesito tanto. –Yo sí que te necesito. Este italiano celoso te necesita muchísimo. –Tonto... –Sí, soy un tonto... Y se abrazaron de nuevo para no querer separarse más.

♣♣♣♣♣♣♣ Eran de noche en París y en el piso de Haydee y Hans se escuchaban muchas risas. –¡Hans! ¡Me haces cosquillas!– rió ella al notar como la fresa roja y jugosa se deslizaba sensual por entre su escote. El hombre había puesto nata sobre su piel y ahora jugaban con las fresas. Posó los labios sobre el pecho de su mujer y lamió ávidamente la nata. –¡Hans! ¡Me estoy excitando muchísimo!– el chico la abrazó mucho más fuerte y hundió el rostro del todo en su escote. –Estás muy buena Haydee... mmmmm chocolate con nata y fresas… –Pervertido... –susurró ella con malicia. –Sí, pero cómo te gusta.– ella le colocó la fresa en la boca y él la mordió. Haydee también lo hizo hasta que sus labios se tocaron y empezaron a besarse con fuerza. Se decía que las fresas eran afrodisíacas, aunque lo cierto es que ellos se excitaban con o sin ellas. Ella, mientras le besaba con avidez, le apretó el trasero con fuerza, notando que el sexo de su marido se hinchaba contra los labios palpitantes de su propio sexo. Sus besos sabían a nata y fresas, el dulce néctar del amor. Fue entonces cuando el indeseable teléfono sonó una y otra vez sin parar... –No lo cojas Haydee, déjalo, ya se cansarán– y de nuevo atrapó su boca para besarla con ternura y pasión a un tiempo. El problema no cesó, parecía que aquel maldito timbre del aparato se hubiese enganchado y no pudiera dejar de sonar. Haydee, con Hans encima, alargó el brazo hacia atrás y descolgó el auricular mientras él bajaba por su cuello. –¡DIGA!– Contestó con desagrado. Hubo un silencio al otro lado de la línea y después unas risas. Hubiese colgado de no ser Albert el que se reía. –Haydee... hola. 508

–¿Albert? ¡MALDITA SEA TU ESTAMPA! –No te pongas así, lo he hecho sin mala intención. ¿En qué asalto estabais? –¡Eres un cochino, maldito vampiro! –¿Estabas arrullando a ese dulce ¡OSITO DE PELUCHE!?– chilló para que Hans le escuchase bien. –Albert, eres un maldito inoportuno– la voz de Hans sonó algo lejana. –Sabía que estabais ahí, porque si no hubieseis puesto el contestador. Siento haber cortado vuestro excitante acto amoroso– luego empezó a reírse como un descosido y notaron que alguien, junto al vampiro, también reprimía la risa. ¿Sería el tal Ángel Oscuro? –¿Para qué llamas? Sé rápido que estábamos haciendo algo más interesante que escuchar tus burlas– comentó sarcástica.–¿Albert? ¿Hay alguien contigo? –Oye... cállate ya, estate quieto, ¿No ves que intento hablar por teléfono?– se escuchó a Albert comentar eso con alguna otra persona y eso picó la enorme curiosidad de la inmortal. –¿Con quién estás? –Ahora no te lo puedo contar. –¡Cuéntamelo ahora! –¡Albert! ¡Díselo ya!– dijo Hans. –Con Ángel Oscuro. –Albert, ¿Te has liado con ese vampiro? –Sí– dijo sin más y Haydee se alegró tanto que pegó un brinco. –¿En serio Albert? ¡Cómo me alegro! No te lo puedes ni imaginar, ya era hora de que te olvidarás de ese estúpido Davidé.– lo dijo con tanta rabia que Davidé, al otro lado de la línea, se quedó de piedra. No tenía ni idea de que Haydee le odiara así. Una punzada de dolor le atravesó el alma. –Eh… bueno… eh… sé que os vais a enfadar un poquito, lo que pasa es que ha sucedido una pequeña coincidencia que al principio me dejó fulminado, lo que pasa es que… –¿Qué? Cuéntamelo ya. –Ángel Oscuro es… Davidé. –Ja, ja, qué bromista…– aunque sabía que no era una broma. –Es verdad Haydee, soy yo…– Davidé se puso al aparato. –¡Eres un hijo de puta! ¡No entiendo cómo ha podido perdonarte! ¡No tienes ni idea de cómo lo ha pasado, de cómo lo hemos pasado todos por tu culpa! –Te comprendo, y te pido perdón infinitas veces, pero entiende que me fui porque me echó. –¡Él no te echó en serio! 509

–Yo creía que no me quería volver a ver en la vida, y también lo he pasado francamente mal. Albert os tenía a vosotros y nunca podré agradeceros, incluido a Erin, que cuidarais del amor de mi vida. Ya no puedo decir más, sólo pediros perdón– Haydee se echó a llorar y su marido la abrazó presto. –Eres un idiota, un idiota… –Sí, lo soy, y lo lamento muchísimo. –Pero me alegra que… que estés de vuelta. –Yo también. A partir de ahora te prometo que haré feliz a Albert, por eso vamos a casarnos. –¿Qué? –Mañana nos casaremos por el rito vampírico. –Oh… Pero no podemos ir… –Lo siento, no podemos esperar más… –No pasa nada, yo lo entiendo. Casaos, Albert lo anhelaba. –Y yo ahora también, espero que no sea demasiado tarde. –Nunca es demasiado tarde…

♣♣♣♣♣♣♣ Todos los vampiros, o casi todos, estaban reunidos en uno de los amplios salones. Albert y Davidé se situaron de pie, cogidos de las manos, en el centro de la sala. Tenían que explicar muchas cosas. –Muchos de vosotros os preguntaréis porque estamos juntos Albert y yo. Sé que algunos nos miráis en tono de reproche. Pero debéis saberlo todo.– habló Davidé.– Albert es un enviado de Erin y aquí nadie aprecia a ese señor. No obstante, Albert no es como Erin, todos podéis comprobarlo. La relación que he tenido con Albert está llena de altibajos y a pesar de eso, nos seguimos queriendo, cada vez más. Hace unos años, nos sucedió algo muy personal... e hizo que la convivencia se nos hiciera tan difícil, que impidió que estuviésemos juntos, por lo que hubo una separación... Años después, conocí por Internet a "Nosferatu" y... mi sorpresa fue mayúscula, y también lo fue para él, cuando descubrimos quienes éramos en realidad. Albert y Davidé, que seguían queriéndose a pesar de todo– todos empezaron a reírse por tal coincidencia. –Nos hemos dado cuenta de que ya está bien de tantas tonterías– habló Albert– Que queremos casarnos, cosa que no hicimos en su momento. O tal vez el momento era este. No pido que tengáis confianza en mí, al fin y al cabo vengo de parte de alguien que ha perdido la razón y del que debéis tener muchísimo cuidado, pero al menos tened esa confianza en Davidé, que es la persona más buena que conozco y que sería incapaz de traicionar a nadie. Yo por mi parte, 510

traicionaré la confianza de Erin casándome con alguien al que odia... Por favor, venid todos mañana a nuestra boda. Haréis muy feliz a Davidé– los demás les aplaudieron y se acercaron a darles la mano, abrazos y besos.

♣♣♣♣♣♣♣ Samarah, Albert y Davidé estaban preparándolo todo cuando a la mujer se le iluminó la mente. –Tengo una idea chicos– dijo de pronto Samarah.– ¿Te gustaría saber, Albert, quién fuisteis en tu anterior vida?– Ambos hombres se quedaron un poco anonadados ante aquello. –Samarah, déjale en paz. ¡No le hagas caso! Se lo dice a todo el mundo. –Lo que le sucede a Davidé, es que no cree en esas cosas. Todavía no me ha dejado que lo intente con él. ¡Se nota que fue un sacerdote católico, apostólico y romano! –A mí me gustaría saber lo que fui en mi vida anterior– habló Albert. –¡No digas tonterías!– El vampiro de ojos verdes lo miró furioso. Todos, menos Davidé, se sentaron alrededor de una mesa baja. Samarah cogió las manos de Albert y cerró los ojos para concentrarse. Al rato los abrió, pareciendo casi tan verdes como lo eran los de Albert. –Lo siento Albert, esta es tu primera encarnación, no tienes vida anterior.– El hombre se desilusionó.– Pero has vivido por mil vidas, he visto todo lo que te ha sucedido, perdona mi indiscreción, empero cuando una persona me abre su mente, a mí me llegan las imágenes de su vida como chorros. –Eso no demuestra que veas las vidas de nadie, simplemente les estás leyendo el pensamiento. Eso también sé hacerlo yo.– comentó Davidé con sarcasmo. –Si esa es tu teoría, atrévete a venir aquí y te diré quién fuiste. Con detalles y fechas. – se miraron con desafío. Davidé le hizo un gesto a su pareja para que le cediera su lugar en la mesa. Finalmente Samarah sonrió con triunfo al cogerle de las manos. –No cantes victoria antes de tiempo. –Davidé, me estás impidiendo leerle el pensamiento. –Eso es normal en él, es el muro más denso que conozco. Cuando era humano no lo llegué a conseguir.– intervino Albert. Davidé sonrió relajándose. –Así me gusta querido jefecillo.– sonrió ella. Cerró los ojos estuvo un buen rato sin hacer movimientos. Los demás la vieron apretar los labios en un rictus amargo, mientras la expresión del rostro se le tornaba preocupada. Un rato 511

después abrió los ojos y soltó precipitadamente las manos del vampiro. Con un pañuelo se enjugó el sudor rojizo de la cara. Luego miró a Albert y suspiró. –Vosotros ya os habíais conocido con anterioridad. –¿Cómo?– miró a Davidé. –Sé que me vas a decir que lo he tomado de los recuerdos de Albert, pero te equivocas. –Cómo quieres que te diga eso si no sé de qué me hablas. –Tú fuiste una mujer, no en tu anterior vida, sino en la anterior a esa. Es la tercera vez que te reencarnas. ¡No digas nada! He visto agua, frío y una densa oscuridad. ¡Moriste ahogada! ¡Y eras una persona ciega!– Albert se levantó de un brinco que asustó a todos, y empezó a dar vueltas de modo nervioso por toda la habitación. –Samarah, eso lo has leído de mí, pero no de Davidé. ¡Son mis recuerdos! –Yo he sentido cómo se ahogaba, he notado su miedo. Sé cosas de su vida que tú ignorabas, ¿Sabes cuándo nació?– Albert negó con la cabeza. – ¿Y por qué está en los recuerdos del alma de Davidé? Nació el 17 de diciembre de 1898. ¡Y se cayó de un árbol a los siete años que la dejó ciega para siempre! –Perdona, pero eso sí lo sabía. –Pero a qué no tienes ni idea de qué tipo de árbol fue o por qué se subió en él– Albert y Samarah siguieron discutiendo mientras Davidé se ponía rojo de rabia. –¡BASTA YA!– se levantó furibundo y salió del cuarto. Samarah y Albert lo siguieron raudos .

♣♣♣♣♣♣♣ Se fue hacia la playa muy enfadado. ¡Samarah se había pasado! ¡Aquella historia se parecía demasiado a la de Albert y la chica del Titanic! ¡Ni que fuera una película romántica ñoña! –¡Davidé!– le llamaron a voces. –Si vais a continuar con vuestra pelea, haced el favor de mantenerme al margen. –¡Escúchame!– rogó ella– Tú fuiste una mujer ciega que murió ahogada en el hundimiento del trasatlántico. Lo he vivido intensamente, además, vuestra personalidad es la misma. Fuertes, decididos, apasionados, enamorados de la misma persona. Estabas tan enamorada de Albert que pese a tu ceguera total, no quisiste separarte de él. ¡Tuviste la mala suerte de morir en el intento! –¡Eso no es verdad! ¡Ella nunca me quiso! ¡Si vino conmigo fue porque estaba perdida sin saber dónde se hallaba su familia! 512

–Eso es lo que tú crees, sin embargo estaba enamorada de ti, de cómo eras por dentro – Davidé los escuchaba alucinado totalmente. –¿Alguien puede escucharme? Samarah, no dudo de tu poder, sin embargo creo que has confundido mis sentimientos por Albert con los recuerdos de éste. En cuanto a ciertos detalles... no sé de dónde... –Dime Davidé, tú, un sacerdote italiano, que se enamoró locamente de un vampiro, así porqué sí y desde la primera vez que lo vio. Y lo mismo le sucedió a él. Dime Albert, ¿Qué fue lo primero que te llamó la atención de Anne?– por fin dijo su nombre. –Sus ojos... que aunque estuviesen ciegos, eran muy profundos, y la sonrisa amable que tenía. Aunque yo creía que me sonreía así porque yo le daba lástima… –¿Y de Davidé? –Sus... sus ojos... – miró a su amor con pena, estaba empezando a entender tantos sentimientos. Éste lo observó a su vez, con el corazón en un puño.–Sus ojos, igualmente profundos y sus sonrisa amable… de la que creía también que era por lástima… –Yo... – empezó a decir el vampiro italiano–... yo recuerdo cuando hace tantos años me contaste tu historia con Anne, que tenía la absoluta certeza de que te había amado, como si ella hubiese sido yo mismo. Más de una vez me dijiste que éramos muy parecidos... y ahora recuerdo sueños de cuando era un niño, en los que me ahogaba y tenía miedo porque estaba muy oscuro. De hecho me aterraba el agua... cuando era niño. –¿Me crees ya, Davidé? No gano nada haciendo que sufráis los dos. Vosotros estáis conectados por el hilo rojo del amor. ¡Y ni siquiera la muerte consiguió romperlo! Hay personas en las que el hilo es débil y se deshace en vida, en cambio, el vuestro es tan fuerte como la más apretada cuerda. Davidé se volvió a reencarnar de nuevo, esperando una nueva oportunidad para que vuestras almas se reencontraran. Y como no fue todavía el momento, murió y otra vez se reencarnó, esa vez en el hombre que es. –Entonces, ¿No soy Davidé?– preguntó angustiado. –¡Por supuesto que lo eres! Tu alma, tu ser… tiene un nombre secreto, que sólo cambia de cuerpo. Ahora eres Davidé y nadie más. No debéis condicionar vuestra vida a lo que fue en existencias anteriores, sino vivir esta lo mejor posible. Aquello ya pasó y sólo demuestra que vuestro amor es el más fuerte que he conocido jamás, pues ha sobrevivido hasta a la muerte. Os dejo solos para que habléis. –Samarah... ¿Quién fui en la anterior vida a esta?– ella lo miró sonriente. –Un caballo pura sangre que vivió muchísimos años. Y que fue de tu madre... –se dio la vuelta y echó a correr mientras Albert sonreía ante la estupefacción de su pareja. 513

–¡Recuerdo a ese caballo de las fotos de mi madre de niña! ¿Se estará riendo de mí? –No lo creo cariño.– Davidé lo miró a los ojos. –¿La ves a ella cuando me miras? –No. Te veo a ti, a Davidé, a la persona que amo. A ella la quise una vez, hace tanto que ya ni me acuerdo de ese sentimiento más que como lo que es, un recuerdo. –No puedo casarme contigo, ni seguir a tu lado, sabiendo que si me amas es porque fui esa mujer en otra vida. – se apartó de Albert y anduvo varios pasos mientras se echaba a llorar. –¡Eres un idiota! ¡Te quiero a ti, a Davidé! Reconozco que si sois la misma alma, debe haber una parte en la que te amo por eso, con ese nombre secreto, no obstante mi corazón me dice que eres tú, y nadie más a quien yo elijo. Me gustas mucho más como Davidé... te conozco muchísimo más como Davidé... ¿Lo comprendes? ¿No has oído lo que ha dicho Samarah? Ni siquiera la muerte consiguió quebrar el hilo rojo que nos une, así que si la muerte no ha podido, menos podrás tú por mucho que te empeñes. ¡Estúpido! ¡Te perdí ya varias veces, así que no pienso dejar que eso suceda de nuevo! ¿Me estás escuchando?– Davidé se dio la vuelta y lo abrazó con todas sus fuerzas mientras el hilo rojo se reforzaba aún más.♣

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©Laura Bartolomé

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“El hilo rojo”

♣Ya no faltaba nada... tan sólo unos instantes y entonces estarían unidos. Y aunque siempre lo estuvieron con anterioridad a lo largo de sus vidas, para aquellos dos vampiros era un momento muy importante. Habían sido pareja, sin ellos saberlo, desde el instante en que se miraron a los ojos en aquella pequeña iglesia de Roma, hacía ya mucho tiempo. Era una noche despejada y aunque la luna había ido menguando poco a poco a lo largo de aquellos días, todavía irradiaba una agradable luz por toda aquella zona de la costa californiana. Todo estaba preparado al borde del acantilado. Allí se llevaría a cabo la unión de Albert y Davidé.

♣♣♣♣♣♣♣ Cuando Davidé caminaba lentamente hacia el acantilado, subiendo las escalerillas talladas en la piedra, escuchó de fondo una melodía preciosa. Ésta provenía de la cima del lugar. Una suave brisa lo bañaba todo y traía consigo el salado aroma marino. Respiro hondo, intentando poner tranquilidad a la agitación que sufría su corazón, rogando a Dios que Albert no le odiara nunca más. Porque un amor como el suyo no podía ser un pecado, era imposible que lo fuese. A medida que ascendía por las escaleras, la dulce música era cada vez más perceptible. Sintió la presencia de Albert cerca de él. Éste subía por las otras escaleras que llevaban a la cima. A pesar de la oscuridad distinguió la blancura de su piel y la iridiscencia de aquellos ojos esmeralda. Los que le atraparon la primera vez que los vio. Albert sonreía con un extraño alivio y tendiéndole la mano éste la cogió, con tanta fuerza que le dolió la carne y los huesos. Caminaron rodeados de una luz cada vez más intensa, hasta arribar a la cima del acantilado. Samarah miró a la pareja y sonrió amablemente, tras lo cual comenzó su discurso. –Todos sabemos que estas uniones son distintas a las de cualquier religión. Aquí no hay Dios, ni Deidad que dé el beneplácito, son los propios amantes los 516

que se casan prácticamente solos. No hay papeles, no hay distinción entre sexos. Por eso invito a Albert y a Davidé, a que hablen de lo que sienten en este momento tan importante de sus vidas... Pero antes, dejad que os entregue mi regalo– les tendió una cuerda de seda roja, y la enrolló alrededor de sus manos unidas, atándola finalmente. Albert, que había estado mirando a Samarah, giró el rostro hacia Davidé, que lo observaba atentamente, esperando. –Yo... cómo decirte, cómo decir ante todo el mundo lo que siento, si no se puede explicar con simples palabras. Decir cuánto te quiero es imposible, porque el infinito es demasiado corto para abarcar este sentimiento. Yo, yo no era nada hasta que te conocí. Mi alma anduvo perdida toda la vida. Hasta que tú llegaste. Sí tú morías, yo moría, porque mi vida sin ti no valdría nada. Te necesitaba, esa es la razón de que te hiciera mi vampiro. Qué más decir, sólo que te quiero pese a todas las cosas que nos han sucedido, buenas y malas, divertidas o tristes. Yo te quiero… –Oh Albert, mi amor, mi amor.– Estrechó a Albert con el brazo libre– Perdóname por ser tan tonto, tan celoso, por haberte amado en silencio durante demasiado tiempo. ¿Entiendes? Si nos hubiésemos dicho lo que sentíamos, nada de aquel desastroso comiendo habría sucedido. Y todo por mi culpa y por mi miedo. Pero si el destino dictaba que debíamos estar unidos es porque tenía razón. Para mí tú eres tan hermoso... – Davidé, sin cesar en su abrazo, acarició los labios de Albert con los suyos propios.– Te hago la promesa de no dejarte nunca jamás, de que tú serás siempre mi amor. De que te tomo por mi esposo y así para siempre... Porque tú coges un extremo de esta cuerda roja, y yo el otro. Albert restregó la cara por su cuello como regocijándose de placer. Los presentes empezaron a aplaudir y armar jolgorio. Samarah carraspeó a modo de aviso. –Ahora es el momento de que bebáis la sangre el uno del otro.– El gran vampiro de color, muy amigo de Samarah, trajo una bandeja con una simple daga de plata. Davidé la cogió y tomando con la otra mano la muñeca de Albert, cortó ésta con suma delicadeza. El vampiro de verdes ojos no hizo señal de dolor, al contrario, sonrió placenteramente. La sangre manó roja y brillante, apetecible, desprendiendo un olor que sólo los vampiros distinguían. El vampiro Davidé tendió la daga a su compañero para que éste hiciera lo mismo. Albert tomó el fuerte brazo de su amado y cortó sin dilación. Aquella sangre también era deliciosa y su aroma atrayente. Todo el mundo se hallaba en silencio. Los labios de ambos amantes se fueron acercando a la muñeca del otro y al beber el delicado néctar un escalofrío recorrió sus cuerpos. 517

Continuaron así hasta que las heridas se cerraron solas. Por eso se besaron, para llevarse los restos de sangre de sus bocas. A continuación, Samarah les tendió los anillos que había fabricado para ellos, y el uno se lo colocó al otro. –Yo no tengo poder para decir nada, así que debéis ser vosotros mismos los que os desposéis. Adelante... –Albert, ¿Tú quieres ser mi pareja? –Sí, claro que quiero, es lo que siempre he deseado. ¿Estás seguro de que tú es lo qué de verdad deseas?– Davidé lo miró intensamente, sin contestar. El silencio se hizo tan evidente que los presentes creyeron que se lo estaba pensando. Sin embargo, Davidé no es que se lo estuviera pensando ni mucho menos, simplemente quería que Albert le prometiera algo antes de darle el sí. –Albert... me tienes que jurar algo antes de nada.– Los presentes suspiraron aliviados. –¿Qué? –Debes prometerme que pase lo que me pase, que si muero, si Dios me lleva con él en algún momento, tú no te quitarás la vida, que lucharás para vivir, para seguir mis pasos y hacer todo lo que yo ya no podría hacer.– Albert se quedó petrificado. ¿Cómo vivir sin Davidé?– Porque yo te lo prometo. Seguiré viviendo y viviré por los dos hasta que llegue mi hora.– Davidé le miró con amor, esperando esa promesa, por eso Albert se decidió, entendió que tenía razón. –Te juro por este amor que seguiré adelante, que viviré por los dos, que haré cosas que hubiésemos hecho juntos. –Y también prométeme que si el amor te llegara de nuevo, no te resistirás a él sólo por no sufrir de nuevo, sólo por respeto hacia mí. ¡Prométemelo! –Te lo prometo, pero nunca podría querer a nadie como te amo a ti. –Albert, claro que quiero casarme contigo. Eres ya mi esposo. En el fondo, siempre los has sido.– Samarah los miró aliviada y dijo al fin. –Claro que ya sois esposos. Ya estáis casados. – los presentes alzaron con alegría sus voces. La gente fue a felicitarlos. Estuvieron largo rato de fiesta, las fogatas estaban preparadas abajo, en la playa, pero Albert y Davidé se miraron intensamente, con picardía. Con las manos todavía entrelazadas por el lazo rojo, ellos parecieron leerse el pensamiento, porque echaron a correr a toda velocidad hacia el acantilado y sin pensárselo dos veces, se arrojaron por él para la sorpresa de los presentes, que chillaron entre carcajadas. Se escuchó el chapuzón allá abajo y miraron a ver cómo estaba la pareja. Éstos salieron también abrazados y saludando desde el fondo. 518

♣♣♣♣♣♣♣ Había música, baile y aperitivos puesto que también había mortales entre los no muertos. –Davidé... – Samarah lo llevó a un ladito mientras Albert reía con los invitados.– Oye Davidé, ayer llegó un mail del "rey", pero no me pareció apropiado deciros nada. Lo que sucede es que hoy ha insistido. Me he tomado la libertad de leerlo y quiere que Albert vuelva inmediatamente, mañana mismo.– Esto derrumbó a Davidé. –Mierda... –Tranquilízate. Haremos caso omiso a... –No podemos, es capaz de enviar a alguien. Si se entera de que yo soy el líder de este grupo la pagará con vosotros y si encima sabe que Albert y yo nos hemos casado entonces la tomará con él también. Si se tiene que marchar mañana siempre será mejor. Al menos no se quedará solo, estará con Hans y Haydee. Ese es mi único consuelo. Sabía que pronto nos separaríamos de nuevo. –Aunque pronto lo verás, ¿no? La reunión de todos los jefes de clan. Y tú tampoco estarás solo, yo te acompañaré y apoyaré en lo que haga falta. –Gracias Samarah, ten cuidado, no quiero que te pase nada. –Soy fuerte y he vivido mucho. Y ahora, él y tú, marchaos a la cala especial. La cama os espera. Es la noche de bodas en la que pierdes la virginidad– Su ironía arrancó unas cuantas carcajadas al vampiro italiano. Albert se acercó con curiosidad. –¿De qué te ríes? –Vayámonos Albert, que es la noche en la que te voy a desvirgar. –¡¡Oh dios, no me hagas daño!! – corrieron cogidos de la mano, alejándose entre risas, mientras Samarah los miraba con pena. –Hay algo peor que alejarse de la persona amada, y es no tener la certeza de volver a verla con vida...

♣♣♣♣♣♣♣ Desde niña, Samarah siempre había sabido que tenía el poder de ver el futuro y el pasado de la gente, y eso le trajo muchos problemas puesto que era tratada como una paria. Supo que viviría mucho, que sería algo diferente al resto de la humanidad. Y desde que vio a Davidé entendió que cambiaría sus vidas. Y que un día debería elegir entre la vida de Davidé o la suya propia. Y ya 519

había elegido. Pero aún así, el propio Davidé tendría que elegir entre vivir o morir por otra persona, y que ya nunca más el mundo de los vampiros sería como hasta entonces. Por eso, en ocasiones, tener el maldito poder de ver el futuro, era un verdadero asco. Era inevitable que la profecía que rodeaba al Rey de los vampiros se cumpliera en poco tiempo...

♣♣♣♣♣♣♣ Mientras el jolgorio continuaría todo el resto de la noche, los dos vampiros caminaban lentamente por la playa, cogidos de la mano. –¿Te lo puedes creer?– preguntó Albert. –Me parece un milagro. Nunca tuve esperanza de que volverías conmigo. A veces pensé en ir a buscarte e intentar reconquistarte, pero no me atrevía…– Albert le abrazó por el cuello y Davidé lo hizo por la cintura. –Hubiera vuelto contigo todas las veces. Pero sabes, me ha encantado que nos haya pasado de esta manera tan curiosa…– Davidé lo abrazó muy fuerte. –Vamos, vamos corriendo. –¿Adónde me llevas? –A un sitio.– echaron a correr hasta llegar a una cala muy escondida por las rocas. Contra una pared de roca había una cama que tenía las sábanas de seda tan blancas, que relucían como la piel del vampiro más pálido. La mano de Davidé tiró de la de Albert hasta llevarlo a la cama. –¿Eres feliz Albert? –Soy muy feliz.– su pareja sonrió para luego besarlo lentamente por todo el cuello y arrancarle gemidos de placer cada vez más intensos. –Espera Albert, quiero estar desnudo contigo, bajo las sábanas.– esto hizo que los dos se quitaran la ropa el uno al otro y seguidamente se dejaran caer bajo la seda. El abrazo se intensifico con fuerza.– Albert, me haces sentir una pasión horrible, terrible, tan grande incluso después de tantos años. Estoy tan ansioso de ti que me explota todo. –Pues toma de mí todo cuanto esas ansias tuyas deseen. Tú sabes que soy tuyo, que te pertenezco. Que soy tu esposo, tu hijo, tu vampiro.– la mano de Davidé se cerró sobre la de Albert, que todavía llevaba el cordón rojo. Se acariciaron por todas partes antes de morderse en el cuello, su punto erógeno más alto. Davidé sintió la lengua sensual y mojada de Albert, recorrerle la nuez. –Te quiero, te quiero por hacerme sentir así.– Albert hundió los colmillos en la carne, arrancándole un grito de placer a su vampiro. Chupó la sangre con avidez. Dejó que Davidé alcanzara su cuello y le mordiera a su vez, sin piedad pero con mucha pasión. Las sábanas blancas se mancharon de rojo, pero para 520

eso estaban, para que la huella de ese amor se quedara allí impregnada. La cadena continuó largo rato, hasta quedar exhaustos y semi dormidos. Davidé se acurrucó en el tierno regazo de su amante y lo abrazó con posesión. –¿Sabes Albert? No puedo vivir sin ti, eres demasiado importante para mí. –Eso me gusta muchísimo. Davidé, escúchame... Sé que pronto tendré que marcharme– Davidé lo miró apesadumbrado.–¿Me perdonas? –Si me prometes que pronto volveré a verte. –Te lo prometo. Es tan injusto. –Pero ¿Acaso tienes tú la culpa? –Aún no me he marchado y ya te echo de menos– luego rieron un poco, todo lo que la pena les dejó. –En cuanto esa reunión se lleve a cabo, me lo dices. –Serás el primero en enterarte, te lo prometo, cariño. Y ahora déjame probar tu delicioso néctar de nuevo, porque te amo mucho, te amo tanto que... –Albert... La noche siguiente resultó bastante dramática. Davidé tuvo que enseñarle a Albert el mail de Erin. Se derrumbó, pensó, tal vez en su inocente esperanza, que todavía tenía días por delante para estar junto a Davidé. Albert miró a Davidé antes de subirse al avión, lo observó llorar en silencio, sin lágrimas, partiéndosele aun más el ya destrozado corazón. Lo miró con una suave sonrisa y le dijo "hasta pronto mi amor", sólo con la mirada. Davidé le devolvió la sonrisa y le dio un trozo del cordón rojo. –Guárdalo, porque cuando nos reencontremos... – el pobre vampiro italiano no tuvo palabras para continuar. Después de que Albert se marchara definitivamente, se escondió en alguna parte y dejó que las lágrimas le comieran del todo, pues tenía el temible presentimiento de que el futuro no deparaba nada bueno. Sí, que las lágrimas le... Devoraran... ♣

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“La Locura”

♣Apenas un día después de la vuelta a casa de Erin, éste se había marchado a quién sabía dónde. Lo hizo sin dar una buena explicación. –Simplemente me voy porque me da la gana y no tengo porqué aguantar vuestras malas caras. Vuestro lugar está aquí. –había dicho en la más total prepotencia. –No me parece justo que haya tenido que volver de dónde estaba para ver cómo te largas sin dar una explicación clara. –Albert, cuando vuelva, hablaremos sobre lo que has estado haciendo tantos días en aquel sitio al que te envié. –Claro.– contestó escuetamente. Tenía unos días para inventarse una buena excusa. Después, Erin se marchó con una chica humana llamada Erika, era más o menos alta, de pelo castaño y corto, ojos marrones y rostro agraciado. No era el tipo de mujer que hubiesen esperado ver con Erin, porque era todo dulzura. Parecía sentirse muy cohibida en aquel lugar, rodeada de tantos seres extraños. Lo único que Erin comentó sobre la muchacha, fue que había encontrado en ella a la persona que estaba buscando desde hacía tantos siglos, por lo que el resto de gente que habitaba el castillo llegó a la conclusión de que era la chica de la profecía, pobrecita. Por descontado, todo el mundo apreciaba lo suficiente su vida como para decirle que se marchara del lado del Rey antes de que fuera demasiado tarde.

♣♣♣♣♣♣♣ Hacía ya una semana, larga y aburrida, tras la marcha de Erin. Albert y la pareja de inmortales se hallaban en una salita del castillo, solos. –Sinceramente, me sorprende que no haya vuelto todavía. ¿Dónde demonios estará? ¿Y esa pobre chica? –Debimos obligarla a irse, ¿Visteis los ojos de Erin al mirarla?– comentó Hans. –Eran una mezcla de locura y amor. Miraba a la chica como si hubiese encontrado la joya perdida, y a la vez era algo que iba a matar porque amenazaba su propia existencia. Estaba convencido de que ella era la reencarnación de su esposa. ¿Qué cómo la ha encontrado? Ni idea.– Haydee bebió agua de una botellita, pues tenía la boca reseca.– ¿No creéis que hace 522

mucho calor en este castillo? Estamos en pleno invierno, y aquí sólo se puede ir en ropa de manga corta. –Mandé revisar las calderas y estaban bien, pero las apagaron porque hasta para los vampiros esto es puro bochorno.– El vampiro se abanicaba con una revista.–¡Cómo me fastidia estar aquí dentro! Y tampoco soporto estar fuera. –Pero eso es por lo que tú ya sabes. –Sí, lo sé– no podían hablar de Davidé. Conociendo a Erin, debía de tener espías por todos lados. Tampoco les era posible conectarse a la Red desde allí. Cuando salían por la ciudad, de la cual no podían ir más allá, buscaban un Ciber Café e intentaban hablar con Davidé. Al principio fue fácil. Albert se pasaba la noche pegado a la pantalla, incluso hablaban por teléfono. Pero desde hacía dos días, Davidé no le contestaba y al llamarle a la residencia la línea no daba tono. ¿Qué era lo qué estaba pasando? –¿Alguna noticia? –No.– dijo secamente, irritado, no deseaba hablar de ello. Se le habían pasado miles de cosas por la cabeza. Como que Davidé ya no le amaba y quería dejarlo, hasta que estaba muerto. ¡Horrible! –Cuando vuelva Erin, tranquilízate por favor. Es muy peligroso. –Llevo una semana metido en este lugar. No quiero vivir más aquí y en cuanto pueda me largo y no vuelvo. Para colmo, lo único que deseo es estar solo, y no lo digo por vosotros– sonrió al matrimonio de inmortales– Si no porque no paran de llegar vampiros de todas partes. Cada vez más y más, a los que tengo que atender porque el señorito Erin está de vacaciones y me ha dejado con todo el fregado. Dimito como secretario. ¡DIMITO! Se escuchó un ruido muy fuerte en la sala contigua. Los tres inmortales se levantaron espantados y corrieron hacia ésta. Se quedaron sorprendidos ante lo que presenciaron. Los otros vampiros presentes, más lo curiosos que acudieron, observaron atónitos la escena. Un vampiro parecido a un niño, estaba de pie con los brazos en jarras. Con su fuerte bota de cuero, le aplastaba la cabeza a otro no muerto, que intentaba levantarse sin éxito. –¿Has entendido, cabrón? Si vuelves a meterte con mi Basil, te mataré.– tenía una voz extraña, no era aniñada pero tampoco de hombre, bastante musical, hasta el punto de parecer que estaba bromeando con el tipo de debajo de su bota. Nadie se movió al principio. Luego, los vampiros que acompañaban al infeliz del suelo, se arrojaron hacia el muchacho para apartarlo. Cinco no muertos lo agarraron sin conseguir moverlo ni un milímetro. Pensaron que, al ser tan pequeño, conseguirían arrancarlo fácilmente de allí. El chico, con un simple pestañeo, mando a todos rebotados hacia los lados. Su enojo fue tal que, rabioso, hizo presión sobre la cabeza de la víctima y se la reventó como si se tratara de un huevo crudo. Se escuchó un grito generalizado. Haydee, Hans y 523

Albert abrieron los ojos y echaron la cabeza para atrás, poniendo cara de asco. Teniendo en cuentan que el no muerto seguía "con vida", su verdugo asió una espada muy antigua colgada de la pared y le cortó la destrozada cabeza. El vampiro, tan tranquilo, prendió fuego a la chimenea sólo con una mueca y la hizo arder "fogosamente". Lo siguiente fue arrastrar a la víctima hasta ésta y arrojar el cuerpo a las llamas. Hizo lo mismo con su cabeza, cayendo de ésta trozos de su testa. –Eso para que aprendas– dijo el vampiro. Al girarse del todo, pudieron verse sus rasgos. Era muy hermoso, con la carita de porcelana, inofensiva. Los ojos pardos como el cabello, largo y ondulado, suelto sobre los hombros y espalda. Su boquita era pequeña, de piñón, largas pestañas y mejillas arreboladas. Éste se acercó a los tres amigos. –Hola– dijo a Albert. –¿Quién eres tú? –Yo soy Alessandro. Se puede decir que soy miembro honorífico del Clan de la Madre, porque como ves, no tengo los rasgos característicos de ese clan.– Albert mandó que enviaran a alguien para que limpiara los restos de sangre y cerebro. Alessandro se sentó tranquilamente en el suelo y arrojó las botas sucias de sangre y sesos hacia atrás, como los niños. Miró a Haydee desde el suelo y la sonrió amablemente. No parecía la misma persona que había eliminado a otro vampiro como si éste fuera un muñeco de trapo. –Qué hermosa, ¿Eres Haydee?– ella asintió. –¿Por qué te has cargado a ese infeliz? –Porque ha insultado a mi acompañante Basil. Estaba tranquilamente sentado en esta salita, cuando ese tipejo le ha exigido que se fuera. Basil le ha contestado con una negativa y fue insultado por ello. Así que no me lo pensé dos veces cuando me lo ha contado. –Eres letal. –Sí, como parezco un niño, no me toman en serio. No soy tan pequeño, ni tan débil. –Eso es evidente. Así que tú eres el famoso Alessandro, “el verdugo”. Ya había oído hablar de ti.– Albert le tendió la mano y Aless se la apretó. Éste empezó a cantar a pleno pulmón, por lo que Haydee se quedó muy sorprendida, ese vampiro era un castrati, por eso parecía tan raro. –Eres un castrati italiano. –¡Bingo!– luego se puso a reír.– Por eso parezco un muchachito tan tierno. Físicamente sólo tengo 16 años, pese a ello, aparento menos edad. – Un vampiro, como una sombra, los observaba la escena desde una esquina. Era muy, muy pálido, con los ojos azules muy fríos, y el cabello negro hasta los hombros, cortado al ras, muy liso. Eran los rasgos del Clan de la Madre. 524

–¡BASIL!– el castrati corrió hacia él y saltó a su regazo, besuqueándolo.– Vamos Basil, te voy a presentar a mis nuevos amigos. Ya te dije que tenía ganas de conocer a los amigos de nuestro Rey. –Sí.– fue lo único que Basil dijo, siendo casi inaudible. –Este es Albert, el secretario de Erin. Está triste– Albert se quedó petrificado– Se te nota. Todos tus poros rezuman pena, desgana, tristeza. –Y mira Basil, esta es Haydee. Qué hermosa es.– Basil no sonrió, empero le besó la mano sin soltar a Aless, al que llevaba en brazos.– Éste de aquí es su esposo, Hans. Es muy joven, hace poco que es inmortal, apenas unos años. Qué suerte tienes Haydee, parece muy buena persona– Hans enrojeció. –Este es Basil, mi pareja.– luego le dio un beso en la mejilla y lo abrazó muy fuerte. A los otros tres les pareció ver que el extraño no muerto sonreía ligeramente, aunque no lo habrían jurado. –La Madre nos llama, Aless– Basil habló muy bajito, casi fue imperceptible. Luego besó al chico con delicadeza. –¡Tenemos que marcharnos! Nos veremos muy pronto, en la reunión, pero tal vez coincidamos antes o podríamos quedar. ¡¡Ah!! Albert Aumont, La Madre quiere verte. Os conocéis. –No la conozco en persona… –Te equivocas, la antigua madre murió, la actual la eliminó hace escasas semanas, hecho del que fui participe. Era una mujer desagradable, me apartó de Basil incontables décadas.– Eso dejó sorprendidísimo a Albert, no tenía ni idea, Erin no le comentó nunca que "La Madre" fuese otra en la actualidad. – Bueno, a ésta la conoces, ya lo verás– luego rió un poco. Les dijo adiós con la mano y en brazos de Basil, el singular vampiro vestido elegantemente de negro, se fue cantando una opereta a pleno pulmón. Los tres amigos no dijeron nada, simplemente se miraron anonadados.

♣♣♣♣♣♣♣ Pasaron un par de noches más antes de que Erin y Erika volvieran. La gente estaba sorprendidísima de que ella estuviera sana y salva. Tampoco la había convertido "Al lado Oscuro”. La misma noche en la que llegó, El Rey mandó llamar a Albert. Éste se puso mucho más nervioso de lo que ya estaba. Al entrar en su despacho, Erin lo miró y con un simple gesto le mandó sentarse ante él, al otro lado de la 525

mesa. Albert, en un intento algo vano por parecer natural, se arrellanó en el sillón. –Tú dirás.– Erin le regaló a Albert una sonrisa poco halagüeña. –Bien Albert, hice muy bien delegando en ti toda responsabilidad. Lo has llevado todo tan perfectamente como si hubiese sido yo mismo. –Te daría las gracias, pero si te soy sincero querido amigo, estoy verdaderamente harto de esta mierda de sociedad vampírica. Siempre he preferido estar solo que rodeado de tan variopinta mezcla de inmortales. –Pues ese es mi trabajo Albert, ahora entiendes el terrible peso que llevo encima. No te preocupes, ahora eres "relativamente" libre para hacer lo que desees, aunque eso sí, sin salir de la comarca. –Cuando todo esto termine, te aseguro que pienso irme de aquí, tomándome unas largas, larguísimas vacaciones. –¿Por qué estás tan nervioso?– Erin miró al otro vampiro con suspicacia. –Sí, lo estoy, porque no sé, porque no me has dicho a qué viene invitar a tal cantidad de inmortales. –Eso lo sabrás a su debido tiempo, mañana en la reunión. Espero que apoyes todas y cada una de mis decisiones con respecto al futuro de nuestra sociedad. Y ahora cuéntame lo que averiguaste en California. –Averigüé, querido Erin... – Albert se acercó al borde de la mesa– que enviaste a uno de tus matones para que asesinaran a su jefe y que ahora tiene otro nuevo… –No envié ningún matón, lo maté yo en persona. – Albert se quedó petrificado. Tenía una remota esperanza de que Erin no se había manchado las manos así. –¿Y me lo dices así? ¡Has matado a un hombre! –He matado a muchas personas a lo largo de 2000 años, me aceptaste desde el principio sabiendo cómo era mi naturaleza. Soy malo porque el mundo me hizo así. Esta vida tan larga siempre me ha tratado mal, desde que nací, un hijo cualquiera, que no tenía ni voz ni voto, ni derecho a nada, un hombre al que la única mujer a la que amó le traicionó vilmente con el hermano mayor de éste, un vampiro que ha tenido que luchar contra la inmundicia de todas las épocas en las que le ha tocado vivir. ¡He estado en guerras tan terribles en las que mataban a los niños a sangre fría, lizas de todas las clases, viles e innecesarias y a lo largo de todas las épocas que te puedas imaginar! Pero ya me he hartado, nunca he querido vivir tanto como ahora y no dejaré que nada ni nadie me arrebate ese sentimiento. Acéptame o acéptame Albert Aumont, no tienes otra elección. –Estás hablando como un dictador. Ya no eres el Erin que conocí, te estás volviendo loco.– Erin no le contestó, se limitó a levantarse y rodear la mesa 526

hasta llegar a la parte trasera del sillón en el que estaba sentado un inquieto Albert. –Dime mi querido amigo, ¿qué tienes que contarme de esos Vampiros humanos?– una risotada surgió de su garganta. –¡No les hagas nada o te juro que te mataré!– se levantó del sillón furioso. –¡Les has cogido cariño, tú, precisamente tú! –¿Qué les has hecho? ¡No sé nada de ellos! ¡Algo les has hecho!– lo acusó. –Eres un malagradecido, Albert. ¡Yo no les he hecho nada! ¡Precisamente te mandé allí porque quería parlamentar con ellos! Que viniera su nuevo jefe a la reunión. ¡Si no ha aparecido no es por mi culpa! Y ahora, pídeme perdón.– exigió. –¿Cómo has dicho?– éste estaba empezando a hartarse ante tal prepotente actitud de superioridad. –Escúchame bien una cosa amigo Aumont, no tolero, bajo ningún concepto, que me traicionen, mientan o me sean infieles. –Albert cerró los ojos con terror. –Bien amigo O'Kildare, ¿Quieres algo más? –No. Nos vemos en la reunión.¡¡Ah!! Ve a visitar a "La Madre", creo que te gustará verla de nuevo. –¡No sé quién es! –contestó irritado. Ya era la segunda vez que le decía que fuera a verla. Como si a él le importase. –Cuando la veas, lo comprenderás todo. Te recomiendo que no tardes mucho más de esta noche en verte con la señora, o mañana será mucho más fuerte la impresión. Al menos así, podrás asimilarlo. Adiós Albert.– Albert se fue sin decir ni adiós, concentrado como estaba en las enigmáticas palabras del Rey.

♣♣♣♣♣♣♣ No había conocido jamás a "La Madre". Se decían de ella muchas cosas, como que era una de las vampiros más viejas, más antiguas, más crueles. Elegía muy cuidadosamente a sus futuros hijos adoptivos, debían tener los mismos rasgos que ella. Ser su cabello muy oscuro, brillante y liso, y los ojos muy azules, casi fríos. En su humanidad les cortaba el cabello al ras, para que así todos tuvieran las mismas características definitorias. Todos sabían que La Madre había sido Reina durante muchos siglos, y que luego delegó en Erin, para así buscar más hijos a los que cuidar. Aun así, ¿Quién fue ella? ¿Y por qué ya le habían dicho dos personas que fuese a conocer a la nueva Madre? Así que la anterior estaba muerta porque la actual la había matado para así suplantar su poder. Se debía de tener mucha sangre fría y pocos sentimientos para asesinar a 527

la persona que te había creado con amor, porque se decía que la Madre amaba profundamente a todas sus creaciones, ya que en su humanidad perdió a todos sus hijos en una guerra. O al menos esa era la leyenda.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert subió al tercer piso, donde se hospedaban varios clanes, entre ellos el ya citado. Cada vez que el ascensor se acercaba, la sensación de desasosiego se tornaba más desagradable, hasta el punto de producirle nauseas. Al ir a llamar al gran portón de la habitación donde se residía La Madre, un chillido de alegría le pegó un susto de muerte. Alessandro se acercó a él. –¡¡Hola!! Así que has decidido venir a ver a La Madre, Gran Señora, Loada sea– dijo en tono teatral pero con cierta cara de asco. –S–sí. ¿Tú siempre apareces así? –¿Te asusté? ¡¡AH!! Escucho cómo tu corazón bombea alocadamente, y no es por mi culpa. Tienes mucha presión aquí– con su frío dedito golpeó la frente de Albert. Basil apareció doblando la esquina, sin cambiar su semblante de piedra, y Aless voló hasta él como una mariposa. El castrati le dijo adiós con la manita al vampiro y marchó con su amante. –Dios mío, no se parecen en nada. –Sí, son muy dispares.– una voz muy profunda le habló a su espalda. Era un vampiro más bajo que Albert, sí bien muy musculoso. –¿Tú... eres de este Clan? –Evidentemente– tenía un timbre sensualmente cavernoso– La Madre te espera. –¿Qué me espera? Por favor, aclárame eso, yo no sé quién es. –Cuando la veas, lo entenderás, mi señora te espera ahora mismo. – le abrió el portón y sonrió amablemente. Albert, cada vez más intrigado con el juego, entró con cautela a una sala muy bien iluminada, moderna y acogedora. Pero había un altar al fondo y en él sentada una vampiro de aspecto algo aniñado, entrada ya en la pubertad. La sensación de nauseas aumentó según se acercaba a ella. A su lado, de pie, una vampiro oriental vestida con su kimono, le miraba a través de unos ojos azules espeluznantes. –Hola Albert, ¿Me reconoces?– dijo La Madre. Al principio, por más que la miró, no la reconoció. Sabía que le sonaba de algo... pero ¿De qué? A su mente vino la desdibujada faz de alguien muy cercano a él, desdibujada sí, como la de su padre, madre, tío o... De repente sintió tantas ganas de vomitar, que se dio la vuelta y corrió hacia algún rincón para arrojar la sangre. No podía ser cierto que aquella persona fuera su... 528

–Soy tu hermana, ¿Acaso no me recuerdas?– Tímidamente, atristado, se dio la vuelta para volver a mirarla. Claro, era ella, su hermana, su hacedora... su verdugo también. –Marlène, jamás me esperé esto ni en un millón de años, al meno s nunca en circunstancias como estas… – Riyoko, déjanos a solas si eres tan amable. –Por supuesto mi señora– la chica se acercó a la mejilla de Marlène y la besó con devoción, con intenso amor. Luego marchó silenciosamente, echándole una fulminante mirada a Albert.– Ya estamos solos. ¿Miedo? –NO, sólo sorpresa y sentimientos contradictorios. – se irguió ante ella, intentando no parecer nervioso. –Anda, si te has endurecido maldito llorón. Verás, si no nos hemos encontrado, es porque a mí no me ha dado la gana. He esperado a ser muy poderosa para verte. Voy a vengarme de ti, te doy la oportunidad de que intentes defenderte…– luego rió con sorna, como si no creyera que él pudiera salir ileso de su venganza. –¡¡Lo que pasó, fue hace siglos!! ¿No lo olvidarás nunca? ¡¡Yo lo he asumido!! ¡¡¿No te vengaste suficientemente de mí al convertirme en vampiro y abandonarme a mi suerte?!! –De pronto, ella saltó de su asiento y cayó sobre Albert, que no se lo esperaba. Era muy fuerte, más de lo que su carita de muñeca hacía parecer. Lo cierto es que iba vestida de muñequita de porcelana, a las que era muy aficionada de humana. Los dos cuerpos se separaron furiosos. –¡¡¡ESTÁS CHIFLADA!!! –Más de lo que tú crees, hijo de puta. ¡¡Cómo puedes decir que la muerte de Françoise pasó hace siglos como si tal cosa!! Nunca te quiso nadie Albert, ni mi madre, ni mi hermana, ni yo. –¡Eso es mentira! Lo dices para herirme. Padre me quiso mucho, y Françoise también. –Piensa lo que quieras, no obstante nadie mejor que yo sabía lo que Françoise sentía. Te tenía lastima, eso sí, pero nada más. Y en cuanto a padre, no era más que un pobre hombre que tenía que cuidar de una mujer enferma, de un hijo estúpido y de dos pobres niñas. ¡Al final se volvió un borracho! ¡Y por si no lo sabías, acabó por quitarse la vida cuando nos perdió a todos! ¡Por tu culpa!– Albert aguantó estoicamente. Siempre deseó pensar que su amado padre había rehecho su vida, empero sabía perfectamente que no podía haber sido así. –Ya no soy el mismo de antes. Ya no soy ese muchacho perdido, tartamudo, cojo y miedoso, y aunque estuviera taimado, te aseguro que ya nada me daría 529

miedo. He estado escondido de la vida cientos de años, agazapado en las sombras creyéndome un monstruo. Por eso ya no me hacen daño tus palabras. –Por tu culpa Albert, sólo por tu culpa mi hermana querida se ahogó en el más terrorífico de los miedos. –Te recuerdo que tú la animaste tanto como yo a acercarse a donde no debía. –Puede, pero fue tuya la idea de hacer aquella estúpida excursión– su carita ovalada de muñequita, se echó hacia atrás para que de su garganta brotara una carcajada gutural. –La Madre me encontró perdida en la espesura de los bosques canadienses, a la merced de animales salvajes y hambrientos– hizo muecas teatrales, moviéndose a cuatro patas como un animal. – ¡¡GROAAAAAA!!– rugió con sus caninos dientes, a lo pantera– Me alojó en su casa, con sus niñitos. Elegiría a algunos para que, cuando fuesen mayores, perteneciesen a su clan, pero otros morirían para convertirse en nuestro alimento. Poco después, me convirtió en una de sus mejores vampiros, una de las más crueles y sedientas de venganza. Me dio sangre de aquellos querubines.– Marlène rió como una ratita y se relamió. Era muy perversa, por eso la odiaba. Solamente necesité que me ayudarán para borrarla del mapa. Me costó, vaya que si me costó, pero al fin... la eliminé– hizo un aspaviento con el dedo y su cuello. Albert la miró asqueado. –Adiós Marlène, no quiero saber nada más de tus paranoias. –¡Tú no te vas!– lo agarró del brazo con tanta fuerza que el vampiro no logró zafarse. Éste la miró a los ojos sin cambiar la expresión.– Verás Albert, a partir de ahora, voy a estar presente en tu vida constantemente, durante mucho tiempo. Hay algo de ti, que me interesa. –¿A qué te refieres?– Ella lo soltó y sin decirle ni pío, salió de la estancia. Albert no se atrevió a moverse, estaba demasiado alucinado por todo aquello.

♣♣♣♣♣♣♣ Llegó la noche más esperada por todos. Cientos de vampiros habían sido reclamados. En escasas horas la reunión del siglo se haría efectiva. Albert, con los ojos enrojecidos por el llanto y el no dormir, subió a despejarse a la terraza, a ver las estrellas. La noche era fría y eso se podía comprobar en los halos de vapor que se producían al respirar. La noche cuajada de estrellas lo tranquilizó poco. Dentro del castillo hacía un calor poco habitual, muy sospechoso, por esa razón, el estar fuera era agradable. Cuando llevaba varios minutos paseando por la gran terraza, vio una sombra tras una esquina y corrió

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hacia ella. La sombra hizo intentos vanos por escapar hacia las escaleras, sin éxito. –¡OYE! –¡S–suéltame por favor, me haces daño! –¿Qué haces aquí? Vas a coger un resfriado. Tú eres Erika, ¿Eh?– la chica, roja como un tomate, asintió. -Has tenido suerte de que sea yo el que te haya encontrado, estar rodeada por vampiros no creo que sea muy halagüeño para ti. –Bueno, a mí me gustan los vampiros… también sois personas… –Es agradable oír que te llamen persona. Pero no te fíes de la mayoría, no son gente amable. –Erin me ha hablado bastante de ti Albert, te aprecia mucho– Albert le dedicó una sonrisa no muy lograda. –Erin ya no es el mismo de antes bonita, Erin... está loco. Y no lo digo para herirte, desilusionarte o... –Ya sé que está loco, pero no le tengo ningún miedo. Para mí es como si le conociera de toda la vida, desde el primer instante en el que le vi, lo entendí. Soy una reencarnación de Siobhan. –¿Cómo sabes que eres esa reencarnación? –Lo sé. Además, he tenido muchos sueños, poco a poco, que me han ido recordando mi primera vida, en la que él estaba presente, cuando era humano. –Erika, ¿Tú sabes qué pretende Erin hacer contigo?– ella asintió con lágrimas en los ojos. –Tranquila– una fría mano tocó la mejilla de la joven y recorrió sus pecas. –Albert, él me quiere. Puede que pienses que soy una ilusa, pero... de verdad que me quiere y no me va a hacer nada. –Ojalá pudiera creerlo. Siobhan no quería a Erin, ¿lo entiendes? –Yo soy Erika, no Siobhan. Puede que tenga recuerdos de ella, sé lo que sucedió, sé que lo quise matar en aquella vida, sin embargo, ahora soy Erika, y le quiero de verdad– Albert recordó las palabras que le había dirigido a Davidé al saber que había sido Anne en una vida anterior. –¿Pero y él? ¿Te quiere como Erika o como Siobhan? – ella se quedó callada. –No lo sé… – musitó. – Pase lo que pase, terminaré por saberlo… supongo que pronto… –Que tengas mucha suerte, la vas a necesitar. – luego le besó la delicada y caliente mano y la dejó sola. Albert anduvo hacia las escaleras, apesadumbrado por el destino cruel de aquella pobre mortal. Erin la iba a matar… o tal vez… fuera ella la que lo mataría a él… 531

♣♣♣♣♣♣♣ En la gran sala contigua a la estancia donde la reunión se llevaría a cabo, había gran cantidad de inmortales. Haydee le comentaba a su marido quién era quién. –Mira, ese estirado de allí es inmortal desde la Edad Media. Era uno de esos repugnantes señores feudales, sin escrúpulos ni piedad. Y sigue siéndolo, sabe adaptarse a los tiempos. Pretendió de mí que fuera su exótica amante. A veces, la formula de la inmortalidad va a parar a manos muy equivocadas, como las de ese tipo. Y qué feo es.– Hans rió de buena gana cuando el inmortal miró a su mujer y ésta le sacó la lengua con desprecio. –Me impresiona ver tantos inmortales como nosotros. –No hay muchos de todos modos.– Haydee parecía escrutar la masa de gente, buscando a alguien. –¿A quién buscas? Albert ya vendrá, tranquila. –No es a Albert. –Hola chicos– una voz apagada les saludó a sus espaldas. –Albert, ¿Qué tienes?– la mujer lo abrazó cariñosa, besándole su pálida mejilla. –Más que lo que tengo... es lo que me falta. Tendría que estar aquí hoy, y no ha venido, ni va a venir. Creo que ya no estoy nervioso, sólo seco por dentro, sin nada. Y para colmo, ¿Veis esa mujer que me mira? –Sí, la que va vestida como una muñeca de porcelana.– Marlène iba con un vestido de volantes gránate, hecho de terciopelo. Zapatitos de charol y largas calzas. A parte de eso, el pelo le caía en rizos y bucles bajo un sombrero del mismo material que el vestido. Reposaban las manos sobre un delantal de seda con flores bordadas. Y era tan pálida que su rostro ovalado y lindo parecía de verdadera porcelana. –Pues esa “muñeca”, es mi hermana, la que me creó.– Haydee se quedó con la boca abierta de espanto. – Y lo peor es que es muy, muy vengativa. –¡¡¡MI AMADA HAYDEE!!!– alguien que tenía una voz masculina y sensual, gritó a sus espaldas. –¿SAMUEL? No me lo puedo creer– la mujer se colgó de su cuello terriblemente emocionada, bajo la furibunda mirada de Hans.– ¡Te estaba esperando! –Qué mujer en el mundo no espera a su príncipe del amor.– Hans hizo un gesto con la lengua, para expresar el asco que le daba aquel tipo. –Te voy a presentar. Este es mi gran amigo Albert.– se dieron la mano.

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–Encantado de conocerte, yo soy Samuel, amigo, tutor, maestro, amante y esposo de Haydee.– Albert se quedó de piedra, mientras que Hans se metía los dedos en la garganta. –Disculpa Samuel, pero es "Amigo, tutor, ex–amante y ex–esposo". Que recordemos quién fue aquí el causante de que se acabara lo nuestro, hermoso. –Y qué tonto fui, pero es que en el mundo hay tantas mujeres hermosas. Y a finales del siglo XX, las féminas están tan... En fin, que uno no es de piedra. Por cierto, qué bellas son las vampiros, y qué frías.– miró a unas féminas, enviándolas un beso. Éstas le enseñaron sus colmillos sensualmente. –¿Entiendes Albert por qué lo envié al carajo?– Albert no pudo evitar reír ante los caretos burlescos de Hans y mientras Haydee y Samuel conversaban, le preguntó a su amigo porqué le tenía tanta grima a aquel hombre. –Porque me repatea que la toque. Él la corteja desde siempre. Ya me entiendes. Lo peor es que yo no podía saber lo que ella sentía por mí porque yo bien que me lo tenía callado, sin embargo ese tipo sabía lo que era yo para ella y viceversa. Vamos, que en vez ayudarnos a estar juntos, hizo lo contrario por provecho propio. –De todos modos, no parece mala persona. Además, el que está con ella ahora eres tú. –Sin embargo no le aguanto– lo dijo con voz asqueada.– Mira cómo la soba descaradamente. –Vamos, vamos, que ella te quiere a ti, tranquilízate, amigo.– Haydee se acercó a ellos y besó a Hans. –No te pongas celosillo, que lo de Samuel y yo pasó hace cientos de años. En casa haré lo que tú quieras. –Mmmm, ¿Fresas, nata, tú y yo...? ¡¡Porque la última vez nos interrumpieron!!– miró a Albert de pleno. Justo Erin apareció para indicarles que fuesen pasando los que estaban en la lista. Albert echó un último vistazo a su alrededor, siendo en vano. –Vamos joven– Samuel palmeó el hombro del vampiro– Las penas de amor se pueden arreglar siempre. Como yo, mira... Me parece que voy a tener que esperar algunos siglos antes de que pueda volver a intentar algo con ella. Je, Je... ¿No te parece? –Creo que lo tienes muy difícil. –En fin, aquí hay mujeres de sobra para reparar mi roto corazón. Ay... – entró en la sala junto con Albert, y cuando Haydee lo hizo junto a Hans, a éste le prohibieron la entrada. –¿Cómo qué no puede entrar? –No puede, El Rey no lo ha incluido en su lista.– Haydee fue a quejarse pero su esposo la agarró y dijo; 533

–Mira Haydee, realmente yo no tengo ni voz ni voto. No soy antiguo, ni muy poderoso. –Pero... –Por favor…– ella se fue muy enfadada.

♣♣♣♣♣♣♣ Los inmortales se sentaron en una sala de audiciones. –Erin, ¿Cuál es la razón de que Hans no pueda entrar? –Simple, porque no tiene ni la fuerza ni la categoría suficientes. Como puedes ver, aquí sólo hemos entrado los más fuertes.– Haydee observó a los presentes. Se hallaban los jefes de los principales clanes, algunos vampiros poderosos, como Alessandro y cinco inmortales a parte de ella y Samuel. –Falta una persona– Albert lo miró furibundo. –No sé quién– le contestó con sarna. –El jefe del Clan de los vampiros humanos. Tenía que estar aquí y yo no lo veo por ninguna parte. –Ya hablamos de eso, y te dije que no sabía nada. Haz el favor de sentarte. –¡Aquí está pasando algo raro! –No entiendo porqué te pones furioso conmigo, yo no hice nada. No ha venido y punto. Si aparece bien, si no, también.– Albert se tuvo que comer sus palabras, indignado y rabioso. Cada vez tenía la mayor certeza de que a su Davidé le había pasado algo malo y que detrás de eso estaba la mano de Erin.– Bien, señores, señoras, vamos por partes. Lo primero que deseo hacer es dar una clara explicación de a qué hemos venido aquí, a este cónclave. Durante siglos, durante... miles de años, los seres como nosotros hemos vivido a la sombra de la humanidad. Cierto es que los Inmortales como Haydee, llevan una vida diferente, aun así deben esconderse durante años, no hacerse famosos, cambiar infinitamente de nombres, etc. Y yo creo que ya estamos más que hartos– la gran mayoría, una veintena de personas, asintió con la cabeza o con murmullos aprobatorios. –A dónde pretende llegar– Alessandro estaba sentado al lado de Marlène. –Por partes Alessandro. Lo siguiente que quiero decir es que todos nosotros tenemos grandes bienes inmobiliarios, económicos, empresas, "jugamos en bolsa". No somos pobretones. Cada vez soporto menos a los humanos, con el paso de los años tengo que aguantar sus mezquindades, sus guerras estúpidas, todas esas chabacanerías e inmundicias. ¡Incluso se están cargando el planeta! Y yo vengo de una cultura en la que la naturaleza era la madre de todas las cosas y se la debía respetar como tal. No quiero seguir viviendo en las simples 534

sombras, ya estoy harto.– el gentío levantó los puños en señal de unanimidad. Haydee, Albert y Samuel escuchaban horrorizados la que se avecinaba.– Quiero que el mundo sea nuestro. De día vosotros inmortales, de noche nosotros, los vampiros. ¡EL MUNDO NOS PERTENECE! ¡¡Y EL QUE QUIERA CONSEGUIRLO HA DE UNIRSE A MÍ!!¡¡YA HE EMPEZADO CON ESTE PLAN, ESTOY COMPRANDO TODAS LAS EMPRESAS DE ALIMENTOS, BEBIDAS, ANIMALES, TAMBIÉN EL PETRÓLEO TAN PRECIADO PARA ELLOS, INTERNET PRONTO SERÁ MÍO, LOS BANCOS, EL GOBIERNO COME EN LA PALMA DE MI MANO!! ¡SI NO LES DAMOS LO QUE NECESITAN, SI SE LO ADMINISTRAMOS BAJO NUESTRA AMENAZA PARA QUE HAGAN LO QUE QUERAMOS, TODO EL PODER SERÁ NUESTRO! Erin se había puesto de pie, sus ojos refulgían como las llamas que queman bosques enteros, sus colmillos largos como espadas le hacían sangrar los labios. El pelo se le erizó, pareciendo un loco a punto de apretar el botón que haría estallar el universo entero. Su intensidad fue tal que la voz se le volvió sobre natural y hubo un ligero temblor. Todos se quedaron callados y entonces empezó el verdadero jaleo. Unos estaban de acuerdo, otro en contra. Marlène reía emocionada, desde luego estaba a favor. Aless, en cambio, tenía una expresión seria y adulta, de desaprobación. Albert, Haydee y Samuel se miraron boquiabiertos. Sabían que Erin no estaba en sus cabales, pero no creyeron jamás que tanto. Samuel, en un arranque de mal genio saltó y gritó con furia. –¡ME NIEGO A ALGO SEMEJANTE! ¡LO QUE ESTÁS DICIENDO ES UN SINSENTIDO, UNA ATROCIDAD! ¡¡ME NIEGO A SEGUIRTE Y EL QUE LO HAGA ESTARÁ EN GUERRA CONMIGO!! –Todo el que esté en mi contra pagará las consecuencias. –Que te jodan, vampiro chiflado– Erin le lanzó una mirada tal a Samuel, que esté notó como la piel se le ponía de gallina. –¡Aquí se hace lo que yo digo! –He dicho, que te jodan, vampiro chiflado– Samuel se fue hacia la puerta y salió. Cuando Haydee le siguió, Erin la agarró con tal fuerza del brazo que casi se lo partió. –¡SUÉLTAME ERIN! –¿Tú también estás en mi contra, traidora? –Yo estoy del lado de la razón, y amigo mío, en este caso tú no la tienes por nada del mundo. ¡QUÉ ME SUELTES! –No te pienso soltar, zorra.– Haydee le abofeteó con tal fuerza que hasta Erin se quedó sorprendido. La inmortal salió corriendo tras Samuel y Erin fue a por 535

ella. Pero no logró alcanzarla ya que Albert se lo impidió.– ¡SUÉLTAME ALBERT! –¡TE ESTÁS PASANDO CON TODO ESTO! –¿Es qué tú también me vas a traicionar? ¡De ti sí que no me lo esperaba! –Como ha dicho Haydee, sólo podemos estar del lado de la razón, y tu plan es una locura. Así que me voy con ell... – Erin le atizó tal guantazo que el vampiro cayó al suelo sin sentido. Varios dientes ensangrentados saltaron por el suelo. Marlène rió como una niña y fue lo único que se escuchó en toda la sala. Los presentes estaban tan sorprendidos por lo que había pasado en aquella asamblea, que fueron incapaces de abrir la boca, no fuese que ellos también recibieran. –Este traidor que veis aquí tirado, y esa zorra que se ha largado, eran mis mejores amigos. ¡El que esté en mi contra pagará las consecuencias! ¿Ha quedado suficientemente claro? Haydee, al perder de vista a Samuel, volvió hacia atrás para intentar hacer entrar en razón a Erin. No quería perderlo por algo así, debía ayudarlo a ponerse bien. Al ver el cuerpo inánime de Albert, sintió tal rabia por dentro que escupió a los pies de Erin, el cual le giró la cara con una sonrisa socarrona en ella. Cogió el cuerpo de su amigo en brazos y se lo llevó corriendo. No se podía creer que todo aquello estuviese pasando en serio, no quería creerlo. Hans la vio llorar con Albert a cuestas y se lo quitó de los brazos. –Ha sido horroroso, ese hombre está loco. Vayámonos de aquí Hans, este lugar me da escalofríos. –La locura a veces es incontrolada Haydee, no se puede evitar. Está enfermo. –Sí, la locura. Subieron a su coche y marcharon de allí, sin mirar atrás. ♣

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“El encierro”

♣Pensar en lo que había pasado hacía escasos dos días era una autentica tortura. No quería volver nunca más a aquella jaula de fieras. Erin ya no era Erin, o tal ve ese Erin nuevo era el verdadero... Pero no, no se podía estar fingiendo cientos de años. ¡¡Y encima estaba lo de Davidé!! Que seguía sin dar señales de vida.

♣♣♣♣♣♣♣ –Albert, deja Internet ya.– le dijo Hans. –Déjame tranquilo. –No quiero, te estás destrozando ¿Es qué no te quieres dar cuenta? Davidé no está al otro lado. Hace días que dejó de estarlo. –¡DIME CÓMO TE SENTIRÍAS SI TU MUJER DESAPERCIESE SIN DEJAR NI RASTRO!– le chilló. Hans lo miró con tal expresión en los ojos, que se sintió fatal.– Lo siento Hans, estoy tan metido en mi propia desgracia que olvidé que Haydee desapareció… –No importa. Te ruego que te tranquilices, que no te obsesiones más. No creo que Davidé haya muerto ni que no te quiera, si no que se han debido de marchar de la playa por estar en peligro. Erin no está bien de la cabeza y lo sabes. –También sé cuanto aborrece a Davidé y por eso tengo miedo. Odio a Erin, lo odio de una manera tan intensa que noto cómo me hierve la sangre. Tócame, mira– Albert agarró la muñeca de su amigo y éste notó que la mano que debía estar fría, ardía con intensidad. –¡Auh! Estás de veras ardiendo. ¿Seguro qué te encuentras bien? –¡No, no lo estoy! ¡LE ODIO!– Albert sacó a relucir sus afilados colmillos de lobo y los ojos le brillaron. Un escalofrío recorrió a Hans de arriba abajo. –Veo que estás dispuesto a... –A llegar hasta el final de lo que sea. Y sé que va a pasar algo muy gordo. ¿Sabes qué he estado leyendo en varios chats? Que desaparecen vampiros misteriosamente. Que se van y no vuelven. Así que estoy más nervioso que nunca. Y encima los clanes que están de acuerdo con el loco se pelean a muerte con los clanes que están en contra. Ha conseguido lo que nadie, que nos matemos entre nosotros sin piedad y que la humanidad se entere de que verdaderamente existimos. Si los mortales se percatan de que los cuentos de vampiros son verdad, de que existimos entre ellos, viviendo en la oscuridad... créeme amigo que ya nunca más podremos existir en paz. Porque aunque las 537

estacas no sean más que un rasguño, el ajo no nos haga nada y las cruces y la religión no nos produzcan ni un estornudo, son las armas de la actualidad las que podrían destruirnos. Las bombas nucleares o cualquier otra nos abrasaría, y en esta vida... el fuego nos mata y el sol nos destruye... ¿Entiendes ahora esto? No es simple locura la de Erin, está desquiciado. Si los humanos nos atacan, nosotros nos defenderemos con nuestra fuerza y nuestros dientes... entraremos en una guerra de verdad, lo que es la excusa perfecta para las grandes naciones que se despedazarían entre ellas aprovechando la incertidumbre y el descontrol, echándose la culpa mutuamente. Es una cadena sin fin. Una guerra entre nosotros o contra los mortales, es una guerra que terminaría con nosotros mismos. Porque hay que recordar que aunque somos muchos vampiros, ellos nos superan en número, es nuestro alimento, es nuestra vida y sin ellos... ¿Qué haríamos entonces? Nunca Erin podrá atraparlos, porque se sublevarán, son más y en el fondo nosotros no somos inmortales. Y escúchame Hans, vosotros tampoco lo sois. La ciencia está muy avanzada entre los de mi especie, saben cómo exterminar, saben cómo acabar con una vida inmortal. Acuérdate de Andrei y de Janín, ellos me hicieron humano, y ellos podrían haberme matado. Si te encuentras con ellos, ten cuidado Hans y cuida de Haydee.– Albert salió del cuarto tras el discurso que le dio a su amigo. Éste se quedó mirando fijamente a la pantalla del ordenador y suspiró horrorizado.

♣♣♣♣♣♣♣ El teléfono móvil de Haydee sonó tres veces antes de que lo cogiera. Era Samuel. –Tenemos que hablar. ¿Te parece bien si quedamos a media noche en mi casa? Tenemos que tomar cartas en el asunto pero ya. –Me parece bien. Me llevo a... –No, no traigas a Hans. –Pero Samuel– Haydee se puso seria– No es momento de celos y de... –No es por eso. Simplemente va a ser una reunión de varios inmortales poderosos. Ya sabes cómo son la mayoría. –Está bien, iré con una condición, que Albert vaya conmigo. También está muy metido en esto. –Vale, como tú quieras, pero a medianoche en mi casa.– a continuación se escucharon los pitidos que indicaban el corte de la comunicación. Haydee colgó el aparato dando un resoplido. –Así que una reunión y estoy invitado.– habló el vampiro.

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–También hay otra razón por la que quiero que vengas, y es que estoy aterrorizada y no quiero ir sola. –De todas maneras no creo que Hans hubiese querido que fueras sola. Dos son mejor que uno.

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee encontró a su marido dormido en el sofá, por lo que le dejó una nota. –Pobrecito, me da mucha pena que lo excluyan con tanta facilidad. –No es tu culpa, piensa en que tiene una buena maestra. –Bueno vamos o no llegaremos– le insistió tendiéndole la chaqueta de cuero. Salieron sin hacer ruido, y fue entonces cuando el teléfono de Haydee volvió a sonar. Hans continuó dormido sin enterarse de nada. –¿Diga?– susurró. –Haydee... – la voz profunda que sonó al otro lado era la de Erin. –Qué. –Estoy avergonzado, de veras. Erika me ha hecho ver que lo que os hice a ti y a Albert estuvo muy mal... –¿Dices qué estás avergonzado?– ella susurró aquello en tono incrédulo, furioso.– ¡¡Eres un cerdo!! –Lo sé, por favor, te lo pido por favor, venid tú y Albert a mi casa esta noche. Estoy asustado, no sé qué hacer. Las cosas se me han ido de las manos de tal forma que ignoro cómo solucionarlas. Si no me crees, habla con Erika, Erika, ponte al aparto, díselo tú... – se escucharon ruidos de cambio de persona. –Hola Haydee– una voz muy dulce y serena, dentro de lo que cabía, la saludó desde el otro lado. –¿Estás en peligro, cielo? – Estoy bien, bueno, me siento apenada porque Erin se siente muy abatido y me entristece verlo así. –¿Estás en peligro?– repitió. –No, no lo estoy. –Está bien, iremos. Espéranos Erika.– colgó y bajó a la calle, donde Albert la esperaba ansioso. –¿Era Samuel?– Ella negó con la cabeza y resopló. –Era Erin, no, no te enfurezcas. Quiere hablarnos, pedirnos perdón. 539

–No esperarás que me lo crea– Sus ojos esmeralda brillaron de rabia. –Es por la muchacha, Erika. Vamos a sacarla de allí, no puedo soportar que esté con él, me preocupa muchísimo. –Es la boca del lobo, me niego a ir. –No seas egoísta, pobre niña. –¡Esta bien! –Vayámonos ya. –¿Y la reunión de...? –Luego.

♣♣♣♣♣♣♣ El viaje en taxi resultó algo intranquilo, aunque sin incidentes. El taxista parecía sudar a mares, la mujer era muy guapa y parecía muy preocupada. Pero el que le daba miedo era el hombre rubio de intensos ojos verdes. Le brillaban tanto que se le pusieron los pelos del cogote como escarpias. Frenó de golpe en un semáforo, el hombre extraño lo ponía tan nervioso que no podía conducir bien. Le daba la sensación de que iba a morderle el pescuezo, como hacen los vampiros. –Tenga más cuidado, caballero.– Albert se le acercó peligrosamente y el pobre mortal se aferró a su cruz. – O se matará si tenemos un accidente– al taxista le puso de los nervios que no se incluyera ni a él ni a la mujer en el accidente. –S–sí señor, disculpe– si no fuera porque le habían pagado una buena suma por anticipado, no los hubiera llevado a las afueras a la zona del castillo ni loco. El mortal, mientras conducía por una carretera secundaria, recordó haber leído en la prensa amarilla sucesos de vampiros. Decían que, últimamente, las muertes por desangramiento eran muy habituales, tanto en toda la ciudad como en más ciudades de los alrededores. La cantidad excesiva de maleantes, drogatas, prostitutas y sobre todo, pordioseros, había disminuido por esa causa. También en los hospitales se daban casos extraños como que desaparecía sangre de los bancos de donantes. Y claro, la prensa amarilla, que todo exagera, había lanzado la escandalosa noticia de que habían vampiros en la ciudad, hombres lobo, etc. Pero sobre todo vampiros chupadores de sangre que aterraban a los niños. Para su aniquilación publicaron cierta lista de consejos, como por ejemplo el ajo, los crucifijos, el agua bendita y las estacas, las cuales clavaban en su tórax, a ser posible en el corazón, para atraparlos. Lo que había causado un gran revuelo, pues se había producido más de una muerte con estacas. Por el canal de pago vio un reportaje de folklore vampírico 540

y le hicieron algunas entrevistas a personas relacionadas con el tema. El Dr. Rusell afirmaba ser vampirólogo, conocer los métodos para terminar con ellos. Sacó una estaca y explicó cómo usarla con un feo muñeco de goma que hacía las veces de vampiro. Era lo que se llama un cazavampiros... Mientras pensaba en todo esto, avanzando lentamente por la carretera secundaria, escuchó reírse a Albert. –¿De que te ríes, Albert? –De nada… –Qué macabro eres, reír en un momento así. –Caballero– Albert se dirigió al conductor– Déjenos aquí, ya ha ido demasiado lejos. Es un poco peligroso para usted, así que váyase a casa rápido– El hombre creyó que se le paraba el corazón al sentir la mano fría de Albert en el hombro.

♣♣♣♣♣♣♣ Al salir del taxi, el no muerto le susurró al mortal unas frases que no olvidaría jamás. –Para defenderse de un no muerto, préndale fuego. Corra, porque aquí no está a salvo. – luego caminó tras la mujer y le pasó el brazo por los hombros. A sus espaldas escucharon el sonido de un coche que iba desesperadamente rápido. El taxista le creyó, no cupo la menor duda. –¿Qué le has dicho? –Le leí el pensamiento para confirmar lo que los humanos piensan últimamente. Después le he dicho que tenga cuidado con nosotros, los vampiros. –¿Le has dicho que eras un vampiro? –Ummm, y qué más da, ya no importa. A este paso lo va a saber todo el mundo. Hay tal aglomeración de vampiros en la ciudad por culpa de Erin, que se ha disparado el índice de mortalidad. En el fondo, la prensa amarilla tiene razón, hay vampiros... y hombres lobo.– Haydee rió, ya no podría volver a reír si la cosa no se arreglaba. –Albert, nos observan. –Oh sí, lo he notado. – un vampiro neonato les salió al paso con aires de grandeza. –Alto, vampiros. –Eres muy joven muchacho, y ella no es un vampiro.– el neonato pareció no entender muy bien, pero siguió en sus trece. 541

–Esta es mi zona y la de mi banda, si queréis pasar tendréis que pagar un precio. Dame a la mujer y tú podrás pasar.– Haydee notó que los observaban muchos vampiros. –Haydee, hay una veintena y no me apetece meterme en líos. Ofrécete tú misma... – ella lo miró divertida. –Vamos, no queremos peleas, sólo a esa mujer tan guapa. Si dices que no es un vampiro, es que es humana y su sangre nos gustará.– Albert puso cara de estar aguantando a un chiflado inexperto. –Quién te ha creado, niñato de tercera, soplapollas, impertinente.– eso fastidió mucho al vampiro. –¡¡Hijo de perra!! ¿Cómo te atreves a insultarme? No sé bien quién me creó, una tía, una vampiro. Y no sé nada más, además, yo solo he creado a mi banda de vengadores. –Que lástima de muchacho, pues pareces fuerte. Que sepas que eso de convertir vampiros a diestro y siniestro, está prohibido. ¿Cuántos de tus amigos no lo resistieron y murieron a consecuencia de esto?– El chico palideció. Pareció violentarse tanto que agarró a la mujer del brazo y la empujó a un lado, donde otros la retuvieron. Haydee ni pió ni se revolvió. –Si deseas recuperar a la mujer, te reto a un duelo.– Albert lo miró serio. Cuando el neonato envistió con sus colmillos de lobo, Albert lo apartó de un tortazo. Caminó hasta el chico, que se tapaba la herida de la cara con la mano, y lo agarró con tal fuerza de la camiseta que se la medio arrancó. –¿Cuantos días tienes? –Unos d–diez días o así… –Pues yo tengo, escúchame bien, más de tres siglos de edad, chaval. Lo que significa experiencia y acumulación de fuerza, así que como me vuelvas a hinchar mis hermosas narices, te juro que te mato.– Albert acercó sus ojos a los de él, y pese al dolor, no pudo evitar mirar las iridiscentes pupilas de aquel vampiro, ya que su belleza lo dejó tan anonadado y su fuerza tan acongojado, que casi se desmayó. Los otros, al ver tal desvarío, quisieron agredir a Haydee, la cual los empujó con su titánica fuerza inmortal, asustándolos de tal forma que salieron por piernas. Ella hizo ademán de seguirlos para asustarlos más pero Albert le rogó que los dejara. –Muchacho... –Haydee le habló y él quedó maravillado ante tal melodía y tanta belleza– Escapa ahora, a otro país, lejos de aquí. Intenta sobrevivir si puedes y no vuelvas a hacer un vampiro si realmente no le amas. Adiós.– Albert y Haydee se fueron corriendo cogidos de la mano dejando a neonato llorando solo. Otra de las realidades de aquella guerra, crear no muertos sin control para que éstos se extendieran y crecieran en número, creando así unos inmortales tan asustados, peligrosos y tan frágiles como los propios humanos... 542

♣♣♣♣♣♣♣ Franquearon la entrada sin que nadie se lo impidiese, adentrándose así en el enorme castillo, cerniéndose sobre ellos como un peligro oscuro y peligroso. El portón se abrió, en apariencia, solo, así que se adentraron sin mayor dilación. Erin los esperaba de pie ante la entrada, al fondo del patio de la horrenda fuente. –Me alegro de que hayáis venido, amigos míos. –No somos tus amigos, señor.– contestó Albert. Erin lo miró con pena e intentó acercarse a él, para ver si tenía alguna herida todavía. El vampiro rubio dio unos pasos hacia atrás, por lo que hizo retroceder a la mujer también. –Albert, amigo mío, cometí un error muy grande. –E irreparable, señor. –No sé cómo pediros perdón, me volví loco. He recapacitado estos días, Erika me hizo ver... mi mujer– rectificó– me ha explicado que debo pedir perdón de rodillas. – los ojos turquesa de Erin parecían querer llorar. –¿Tú mujer?– intervino la inmortal– ¿Te has casado con una mortal? ¿O la has hecho vampiro? –No, no es un vampiro, es una mujer normal. Y sí, me casé anoche con ella. Es mi esposa, que ha vuelto conmigo después de tan larga espera. –¿Entonces es cierto qué se trata de la reencarnación de tu mujer? –Sí, ella ya recuerda todo lo que sucedió. Ha vuelto para estar conmigo– algo no encajaba en Erin, por un lado parecía arrepentido, pero por otro algo le decía a Haydee que estaba fingiendo, y muy bien.– Es mi Siobhan, mi dulce Siobhan... –Pero la leyenda dice, señor, que volvería a por ti, para matarte– Le dijo Albert. Eso enfureció a Erin, era como si luchara en su interior para negarse aquello. –¡ELLA NO VA A MATARME, ME AMA! –¡Yo tan sólo repito lo que tú mismo me dijiste!– Albert metió cizaña todo lo que pudo, sin embargo Erin se calmó de pronto y sonrió. –Lo dije, no obstante lo retiro. Mi esposa me ha hecho ver que me he vuelto un loco, y ahora estoy mejor, gracias a ella. Por eso necesito vuestra ayuda también, la ayuda de mis mejores amigos, que sois vosotros dos. Ya no voy a hacer aquello que dije en la reunión. –¿Y cómo piensas arreglar algo así? La prueba del error la hemos encontrado viniendo hacia aquí. Una pandilla de neonatos, débiles e inexpertos. Han intentado atacarnos. Debe de haber cientos de infelices así. –Les ayudaremos a ser buenos vampiros... 543

–No me vale la respuesta– contestó Albert, altivo y ceñudo. –Tiempo al tiempo Albert, todos juntos podremos hac… –¡Dónde está Davidé!– Le interrumpió. –¡Y yo qué sé, te aseguro que yo no sé dónde está! La última vez que le vi, fue antes de que te abandonara. –¡Eres un puto mentiroso!– Haydee tuvo que retenerlo para que no se abalanzara sobre Erin. –¡No– sé– dónde– está!– recalcó cada una de las palabras.– No lo sé, no tengo ni idea. –Pues que sepas, señor, que el jefe del Clan de vampiros humanos, no es otro de Davidé. ¡Y ME CASÉ CON ÉL! –Ahora comprendo por qué estabas tan obsesionado con eso. Enhorabuena por el enlace y me alegra saber que volvéis a estar juntos. Sois el uno para el otro. Te comprendo perfectamente, me pasa lo mismo con Siobhan. Aunque me hizo daño, he podido volver a enamorarme de ella.–Haydee le apretó la mano a su amigo para contenerlo. –¿Te das cuenta de que ella ya no es Siobhan?– dijo la mujer.– Esa niña se llama Erika, y por mucha reencarnación que sea, o no, la pobrecilla no es ahora Siobhan. Si no Erika. –Lo sé perfectamente… –Quiero verla ahora mismo, me tiene muy preocupada esa chiquilla. –Me parece maravilloso, Haydee –pese a que intentó tocarla, ella no se dejó.– Sé que todavía no confiáis en mí, es comprensible. –Lo siento Erin, después de lo que me llamaste y lo que le hiciste a... –Lo lamento muchísimo, por eso estoy intentando arreglarlo. –¿Con un parche?– Albert volvió a ser sarcástico. Erin no pareció escucharlo, encaminándolos hacia las plantas bajas, donde aseguraba estar su esposa.

♣♣♣♣♣♣♣ Bajaron hasta la cuarta planta, la última. El calor era cada vez más insoportable, tan fuerte y maloliente... –Erin, huele a carne quemada... y este calor. Si toco cualquier cosa de esta casa, está caliente. Incluso bajo mis zapatos siento el suelo ardiendo.– Haydee quería una explicación. –Está bien, no os lo puedo ocultar a vosotros. Es fuego, una especie de horno gigante, lo hice construir hace mucho tiempo. No os preocupéis, está 544

controlado.– Debajo de una gruesa alfombra persa, se situaba una trampilla muy bien camuflada. Con su simple fuerza, la levantó y del agujero emanó un nauseabundo olor a chamuscado, siendo el hedor tal que Haydee sintió ganas de vomitar. Albert pensó que de ahí venía lo de la carne quemada. –Es repugnante, no vamos a bajar ahí. –No os culpo, lo cierto es que da asco... –Nos largamos, ahora mismo.– Albert agarró a la mujer del brazo y caminaron en dirección contraria a la trampilla. –¡Esperad! Quiero que hagamos las paces. ¡HAYDEE, ALBERT!– éstos no se volvieron. Justo cuando iban a subir por las escaleras, Haydee sintió que algo la empujaba hacia una pared y la golpeaba contra ella. –¡HAYDEE!– el vampiro la ayudó a ponerse en pie. La mujer luchaba con todas sus fuerzas por no desmayarse. Albert miró a Erin, que alto y poderoso los observaba con una desquiciada sonrisa en los labios. –Yo quise compartir con vosotros mis secretos, ser amigos y hermanos, pero no habéis querido. Por lo tanto, no os dejaré marchar tan fácilmente. –¡Déjanos en paz y tírate al fuego ese si quieres, pero sin nosotros! –Levantó a su amiga y echó a correr escaleras arriba. Nadie salió a su paso, como si supieran que no debían meterse en los asuntos de su Rey. Por muy rápido que fue, Albert escuchó a Erin tras él y éste lo empujó contra la pared. Haydee estaba ya sin sentido.

♣♣♣♣♣♣♣ Albert abrazó a Haydee y de nuevo se izó con ella. El otro vampiro caminó hacia él agarrándolo del pelo. Albert no pió si quiera aunque el Rey se había llevado consigo parte de su cabellera, haciendo que se le viera un pedazo del cráneo y le manara abundante sangre de éste. De nuevo echó a correr con el flácido cuerpo de la mujer entre sus brazos aunque sin llegar a ninguna parte. La sangre le corría por la cara, nublando su vista. Todo estaba oscuro a su alrededor y la garra de Erin ya lo tenía atrapado nuevamente. Esta vez tuvo que soltar a su amiga, que cayó con un golpe sordo contra el caliente suelo. Sintió un manotazo en el rostro y aun así resistió hasta lo indecible, sufrió la tortura hasta el límite de la conciencia. Un golpe seco en el estómago le hizo ver las estrellas y vomitar sangre sobre Haydee, que continuaba en estado de colapso. Lo peor fue ver cómo Erin se llevaba a la inmortal y no poder. ¿Cómo se lo explicaría a Hans? Le costó una eternidad arrastrarse hasta aquel pozo nauseabundo, pues tenía las piernas rotas, junto con dedos de la mano fracturados. El padecimiento de su cráneo era una verdadera tortura y las lágrimas ya no le permitían ver nada. Él lo había dejado consciente a propósito, para que sufriera la humillación y la agonía del que ha sido derrotado con la 545

mayor facilidad del mundo. Después lo sintió recogerlo del suelo sin delicadeza. –Nunca debisteis traicionarme. –T–te odio…– gimió. –Sois míos, de nadie más. – Y fue esto lo último que escuchó.

♣♣♣♣♣♣♣ El teléfono sonó repetidas veces. Hans se sentía tan agotado que en principio dejó que Haydee o Albert lo cogieran, pero al notar que nadie iba, lo descolgó de inmediato. –¿Sí? –Soy Samuel, ¿Está Haydee ahí?– Hans pestañeó sin entender. –¿Está o no?– el inmortal parecía apremiarle. –No, no hay nadie... – sintió desconcierto – ¿Qué quieres? –Haydee y Albert tenían que venir a mi casa a una reunión. Hace ya más de una hora que les esperamos. –¿Reunión...? –Voy a ir a por ti. En media hora estoy allí.– colgó y Hans lo hizo también. Fue rápidamente a vestirse, más nervioso que nunca. Rememoró los meses que aquel cerdo de Andrei había tenido encerrada a su mujer y también sabía que Haydee no estaba curada del todo de aquello tan terrible.

♣♣♣♣♣♣♣ En menos que cantó un gallo, ya estaba subido al rápido coche de Samuel, muy a su pesar. –¿No te han dicho nada? –No, pero me imagino que Erin ha tenido algo que ver. –Sí, con toda probabilidad. –Vamos a hacer un trato Samuel, no nos vamos a pelear, ni vas a intentar nada con mi señora, porque no es momento. –Dalo por hecho, yo sé cuándo no es momento de esas cosas. –Debo reconocer... – Hans miró a Samuel y éste lo miró a él– Debo reconocer que me alegro de que estés aquí, porque sé que vas a proteger a Haydee tanto como yo. 546

–Sí, puedes estar seguro de eso. El Ferrari fue muy rápido por la carretera, mientras los dos aliados se dirigían hacia el encierro...♣

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“Grito”

Acurrucándose, hecha un ovillo, cesó el vano intento de salir. Hacía horas que se había despertado en el interior de aquella habitación. La puerta estaba tan cerrada que era imposible hacer nada por abrirla. ¡Erin la había dejado allí! De nuevo rastreó con las manos alguna grieta o abertura que le diera un indicio de cómo salir de allí. Sin embargo no consiguió nada. –Albert... – susurró su nombre. ¿Erin le habría encerrado en una de aquellas extrañas celdas también? Gimió de agonía, la oscuridad era total, densa, negra. Tenía una sensación deprimente, la envolvían sentimientos de odio, temor, desesperación, preocupación... tantas cosas. Era como estar encerrada en aquella jaula de Andrei. ¿Y si él volvía? Y si en un rincón de la celda sin salida estaba ése que la encerró. No podía resistir aquella claustrofobia. Sintió un roce en su brazo y del susto la cabeza le dio contra el bajo techo. –¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?! –chilló aterrada, presa de un pánico incontrolable. –Yo... – susurró una voz algo ronca y espeluznante muy cerca del oído. Ella reconoció a su dueño y gritó, gritó sobre el resto de gritos de los otros encerrados, chilló sobre sus lamentos, sobre sus gañidos de pánico por no poder salir de sus celdas, se desgarró la garganta hasta no poder más... y los otros la escucharon, tan claramente, sobre sus propios lamentos, que se callaron durante un instante, acongojados por aquel espeluznante chillido, preso en alguna celda, intentando salir para que alguien lo oyera, traspasando muros y celdas, haciendo helarse corazones desesperanzados que no podían ni salvarse a sí mismos.

♣♣♣♣♣♣♣ Fuera, Hans y Samuel no habían podido escuchar a Haydee, aunque los dos sintieron un escalofrío a la par. Mirándose, sin decir nada, asintieron preocupados. –¿Cómo entramos? Está todo infectado de vampiros. –Deberíamos esperarnos al amanecer, cuando se larguen a dormir... –Samuel asintió a su propia propuesta, creyendo que sería la que más se adecuaba a sus planes. –Sería demasiado tarde– una voz, que sólo Hans reconoció, les habló a sus espaldas. 548

–¿No eres muy niña para ser un vampiro?– Hans levantó una ceja ante el comentario, pero el vampiro ni se inmutó, acostumbrado a que le confundieran con una muchachita. –Sí, sería muy niña para ser vampiro, es cierto, aunque soy un chico– Samuel enrojeció por el error.– No hay tiempo que perder, mañana puede ser ya demasiado tarde– repitió de nuevo.– Erin está arrojando a los infiernos a todo aquel vampiro o inmortal que no esté a su favor. –¿Y cómo sabemos que no te lo estás...? –Creerme o no... eso lo decidís vosotros.– Empezó a alejarse hacía la mansión.– En vuestra mano está.– Hans agarró a Samuel del brazo y tiró de él para seguir al vampiro. Samuel se desasió de un tirón. –Yo no pienso ir, mi plan de atacar de día es mucho m... – viendo que su acompañante le ignoraba por completo, tuvo que tragarse la rabia y seguirlo. Seguir a Aless resultó de lo más complicado. Parecía una liebre saltando entre la espesura del bosque. Se metió por los recovecos más rebuscados del jardín, hasta que desapareció como el conejo de Alicia... Los dos hombres se metieron entre unas zarzas bastante desagradables. –Maldita sea, mi camisa de Armani que tanto gusta a las mujeres, y ahora destrozada por culpa de un maldito niño. –No te quejes, y además, yo he visto a ese "niño" aplastarle la cabeza a un tío que le sacaba el triple de masa muscular, como si fuera un huevo crudo. –¿Y te fías de él? Seremos inmortales, pero no es muy agradable recoger los trocitos de tu cerebro por ahí esparcidos. –Me fío, no preguntes más– Hans estaba harto de lo pesado que era Samuel. Aless los miraba desde una puerta camuflada por unos rosales inmensos. –Hombre, el conejo de Alicia.– Samuel soltó su sarcasmo. –Buena comparación inmortal. Yo no puedo ayudaros más, a partir de aquí... las Alicias deberán sortear las trabas del camino. Y cuidado con la Reina de Corazones... – pero no se estaba refiriendo a Erin, como ellos creyeron. Dejaron atrás al vampiro, que los miró apenado.

♣♣♣♣♣♣♣ No sabía dónde se hallaba, no tenía ganas ni de saberlo, ni de luchar. La falta de alimento y la escasez de fuerzas físicas mermaba sus intentos. Hacía 549

días, no sabía cuántos, que se había dejado caer en algún lugar de la oscura celda, sin importarle nada más. Ya no tenía lágrimas que derramar, porque su cuerpo estaba seco. Pese a ser un no muerto, la oscuridad era tan densa que no lograba ver ni sus propias manos, sabiendo a pesar de eso que estaban esqueléticas y temblorosas. Para colmo, tan sólo podía pensar en Albert, preguntándose dónde estaba. –Amore mío... –suspiró adormilado, mientras recordaba los acontecimientos tal y cómo habían sucedido. Después de despedirse de Albert, se pasó dos días a solas en la habitación, sin querer salir. Debería haber puesto más atención a lo qué pasaba a su alrededor. Los demás vivían felices, sin preocuparse, sin percatarse de lo que amenazaba su existencia. Samarah fue a la única que le decía "algo sucede a nuestro alrededor, por favor Davidé, asume el mando. Los demás no se dan cuenta de nada... " ¿Y la había escuchado acaso? No, porque sólo podía pensar en Albert y en que quería estar con él. ¿Cómo sucedió todo exactamente? No podía adivinarlo, simplemente lamentarse de haberse comportado con tanto egoísmo. En menos de un segundo se vieron rodeados de una cantidad desbordante de vampiros de todas clases. Desde neonatos a centenarios. Desde luego, luchó hasta el agotamiento, otros no tuvieron tanta suerte. A él le golpearon en la nuca, dejándolo aturdido unos segundos. Al fijar la vista en su atacante, se encontró a una muñequita de porcelana que le sonreía con verdadera malignidad. Y por la magnitud del golpe, se evidenciaba la poderosa fuerza que guardaba tras ese aspecto delicado. –Hola Davidé– le dijo ella. –¿Te manda Erin, verdad? –En realidad no. Me he fijado en ti, ¿sabes? Eres muy guapo, sería un desperdicio perder tal ejemplar masculino. Ya entiendo porqué mi hermano está loco por ti– no entendió sus palabras y todavía seguía sin comprenderlas. Después de aquello intentó luchar contra aquella mujer pero varios vampiros lo asieron, y ella misma le inyectó un líquido que lo dejó sin sentido durante horas. Lo siguiente era aquella celda opresiva, minúscula, oscura. Después de muchos días de intentar salir, angustiado por no poder avisar a Albert, llegó a la conclusión de que estaba en una especie de cámara acorazada e infranqueable. Lo único bueno es que Samarah estaba con él. –Davidé… –Qué… 550

–No te preocupes por nada. –Hace días que me dices esa tontería– contestó hastiado. –Sé que sucederán cosas, pero no cuándo. –Lo siento… Los lamentos de los demás encerrados le taladraban los oídos. No paraban de quejarse, de aullar aterrados. Y él no podía ayudarlos porque ya no podía ni ayudarse a sí mismo. A todas horas los pobres infelices se quejaban de su sinsentido. Un lamento tras otro, uno tras otro, uno tras otro... Y sin embargo, en aquellos instantes, hubo uno distinto, aquel grito le heló la sangre. Fue tan audible, tan escalofriante. La mujer que chilló, estaba verdaderamente aterrorizada, el pánico llenaba su garganta, su voz... su voz sobresalía de las demás. –¡¡Joder!! ¿Has oído eso? –¡Está sufriendo mucho! Puedo sentirlo, está muy cerca de aquí. –¡Tenemos que salir de aquí de una puta vez!– chilló Davidé, nervioso. Nunca antes lo intentó con tantas ganas y puede que hasta entonces no hubiese salido de allí, porque el sentirse culpable del desastre en la playa, lo hacía no querer fugarse de aquel encierro. La puerta hizo un movimiento, cayendo gravilla a su alrededor. Samarah lo ayudó todo cuanto pudo, aunque básicamente fue la fuerza de Davidé la que movió la puerta, que comenzó a torcerse. Finalmente cedió lo suficiente para abrir un hueco por el que colarse. Primero salió su amiga, porque era pequeña y cabía, tras lo cual ayudó a Davidé a abrir más la ranura para que él cupiese. Al sacar el cuerpo medio fuera, la luz de los focos les dejó ver la cantidad de puertas acorazadas que había. Llevaban fuera un sistema informático para abrirlas. Una alarma había saltado hacía rato, supusieron que porque habían escapado. Unos vampiros entraron en escena. Samarah corrió hacia ellos sin pensárselo dos veces, y cogiendo a uno por la cabeza, le partió el cuello. Davidé a su vez espantó al resto. –¡Samarah! –Van a venir con refuerzos, tenemos que sacar de aquí a la gente. Fue hacia los teclados de las puertas y marcó las contraseñas. –¿Cómo sabes eso? –Antes de partirle la cabeza le he leído la mente a mi manera, ya sabes que soy infalible. Y le he robado esto– sacó una especie de tarjeta como las de crédito, 551

que pasó por el lector, así que las puertas se fueron abriendo poco a poco y de ellas salieron infinidad de vampiros.

♣♣♣♣♣♣♣ –Nos hemos perdido, y todo por tu culpa Hans. –No me digas, "Samuelcito" ¿Por qué no cierras el pico ya? –Oye, a mí no me hables así– Samuel agarró al hombre por el brazo, en plan desafiante. –Entonces respétame tú a mí, porque no paras de quejarte, de evaluar todo lo que hago, de ponerlo en duda. Pero cuando se trata de mi mujer, yo no hago las cosas porque sí y ya está. ¿Ha quedado claro? Samuel se mordió la lengua, porque sabía que Hans tenía razón. –Vale, dejémoslo aquí. No volveré a quejarme más. Pero si luego pasa algo, recuerda que te lo dije. –Vale.– Hans se lo tomó como una disculpa. Los dos notaron una presencia silenciosa y oscura, aunque Hans suspiró aliviado, pues el que los había asustado no era otro que Basil, el fantasma vampiro. Iba de negro y si no fuera por su extremada piel lechosa no lo habrían visto. Aquellos fríos ojos índigo les miraban en silencio. Su mano, también de tono blanquecino, les indicó que le siguieran. Al darse éste la vuelta, le perdieron de vista en la oscuridad de la galería. Cada vez que giraba la cabeza, los dos inmortales tragaban saliva. Era como estar enfrente de una verdadera ánima o aparecido. Sin darse cuenta, los dos iban agarrados el uno al otro. Samuel jamás había visto a un ser semejante, medio vampiro medio espectro y debía de reconocerse a sí mismo, que no al resto, que le deba un poco de miedo. –¿Sabes que es la pareja sentimental del otro? –¿Qué otro?– no podía imaginarse que nadie quisiera estar con aquel tipo tan raro. –De Alessandro, del que no paraba de brincar. Por eso debemos confiar en él, aunque sea tan fantasmagórico– Samuel frunció el ceño incrédulo. Quiso quejarse sobre lo de fiarse del vampiro, así que al final hizo un comentario. –Me da mala espina... vale, vale, ya me callo.– De pronto, Basil se detuvo y les indicó un pasadizo hacia la izquierda. –Seguid por él, a partir de aquí, ya no podemos ayudaros.– Hans se sorprendió de oírlo, tenía la voz muy suave y acariciante. –Gracias.– le pareció verle sonreír, aunque tal vez era la oscuridad que le dificultaba la visión. Los dos inmortales avanzaron por la nueva galería excavada en la roca. Ésta bajaba ligeramente, cada vez más y más. 552

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé no sabía a cuánta gente habían sacado ya de allí, pero estaban todos en condiciones penosas. Muchos salieron huyendo sin importarles el sino de sus compañeros, aunque otros se quedaron. –La mujer del chillido horroroso está aquí. Davidé, al ver de quién se trataba, quedó impresionado. Haydee se hallaba en un estado lamentable. Físicamente no tenía daños, a parte de unos arañazos de sus propias uñas en la carne de los brazos. Sin embargo tenía la mirada perdida, aterrada, como observando a alguien que no existía. Cuando la tocó empezó a chillar como una posesa, apartándolo, así que tuvo que atizarle un par de guantazos para que se calmara. Haydee cayó en brazos de Samarah, que la acunó en su regazo. –Pobrecita, ha debido pasarlo muy mal, peor que cualquiera de nosotros. –Erin ha perdido el juicio, ella era su mejor amiga…– musitó. –Tenemos que salir de aquí. ¡Dónde debe de estar Albert! ¡Si a ella la ha encerrado, qué le habrá hecho a Albert! –Mis sentidos de vidente me dicen que no está aquí. Está arriba. –¿Arriba? –Arriba, y no sé más.

♣♣♣♣♣♣♣ Salieron corriendo de allí, ya no podían hacer más por el resto de vampiros. Davidé llevaba a Haydee a su espalda, ella estaba despierta y a la vez dormida, porque no parecía reaccionar. –¿Tienes idea de por dónde ir? –Hacia la superficie, tengo muchos pálpitos de que está en una zona alta. –Entonces hacia arriba.– Samarah miró a Davidé, estaba muy demacrado, tremendamente pálido, con los labios cuarteados, los colmillos enormes (debía estar hambriento) y aunque físicamente estaba muy erguido, se le notaban los huesos de las costillas y de las manos. Ella misma estaba igual o peor. Empero no le importaba en absoluto, porque sabía que iba a morir y ya no tenía miedo.

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No podían saber cuántas horas llevaban caminando de un lado para otro como idiotas. Los pasadizos y galerías se sucedían unos tras otros y solamente podían confiar en que no se hubieran perdido demasiado. –Davidé, creo que debo decirte algo. –¿Nos hemos perdido? Si es eso, no te preocupes. –No, no se trata de eso. Y no, no estamos demasiado perdidos, tranquilízate. Noto que vamos por el buen camino. Mira, yo siempre fui muy clarividente de humana, y al convertirme en un vampiro mis poderes psíquicos aumentaron considerablemente, hasta el punto de ver cómo iba a morir. No de una manera clara y precisa, pero siento que se acerca el momento. –¡No quiero hablar de eso!– Davidé contestó seco y tajante. –Está bien, aunque es la verdad. – Después de eso, salieron a una zona más amplia, ya no tan rústica y húmeda.– Estamos en las catacumbas, en las criptas. –No sabíamos que ese cabrón de Erin tuviera esto aquí abajo, el muy hijo de puta, qué calladito se lo tenía. Supongo que el muy cerdo debe tener cientos de vampiros encerrados, puedo oír sus gritos. Pero no entiendo este calor. – apartó el sangriento sudor de su frente. Estaba extremadamente agotado, y Haydee pesaba como un muerto. Su amiga continuaba en un estado de shock lamentable. –Me parece que ya no estamos tan lejos de la "salida", quiero decir que pronto llegaremos al nivel normal del suelo y podremos ascender ya al aire libre. Ya llega la ayuda… –¿Qué llega ayuda? –Sí. –Pero al ver aparecer a Hans y a Samuel por una obertura en la roca, Davidé se tranquilizó. –¡Menos mal! – Davidé suspiro incrédulo, maravillosa coincidencia aquella. El ver a su amigo Hans el peso de Haydee fue menos intenso. Ahora él se ocuparía de su mujer. Hans vio a Davidé y a la otra vampiro, Samarah, al otro lado de la caverna, mirándolos con alivio. Haydee, su Haydee, estaba con Davidé, y eso era un consuelo. Cuando corrían hacia ellos, una sombra, rápida como un gato, se le plantó delante y le clavó un cuchillo enorme en el vientre. Samuel se quedó de piedra y se enfadó muchísimo. Agarró por la rizada melena al atacante y tiró con fuerza. Como estaba todo muy oscuro, creyó que la aparición se trataba del niño vampiro, muriéndose de ganas de decirle a Hans "¡Ya te lo dije!", no obstante Hans estaba tendido en el suelo y se movía en espasmos de dolor. Se llevó una soberana sorpresa al ver que el vampiro atacante era una mujer de pies a cabeza y que no parecía ningún niño. Era

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hermosísima y tenía el pelo frondoso y rizado. Si no fuera por lo urgente de la situación, habría alabado su hermosura.

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee, que miraba la escena sin fijarse, pareció reaccionar de pronto. Saltó de lomos de Davidé y echó a correr como una loca hacia Hans, que yacía exánime sobre un charco de sangre espeso y negruzco. –¡HANS!– gritó al darle la vuelta. De su boca salía, a borbotones, más sangre. Intentó reanimarle sin éxito, porque ya estaba muerto... Davidé no daba crédito a lo que veía. Janín se encontraba presente, erguida y sonriente, mirando la hermosa escena de los dos amados. –Oh, pobrecitos. – y luego restalló en carcajadas que el eco amplificó en toda su envergadura. –¡MALDITA BRUJA! ¡TE LO ADVERTÍ UNA VEZ PERO NO LO ENTENDISTE!– le gritó mientas corría hacia ella. Samarah, le siguió nerviosa, Davidé era demasiado impulsivo. Se imaginaba que ella debía tener algún arma envenenada. Por eso hizo un esfuerzo y corrió más que su amigo, que su hermano Davidé. Janín tenía preparada otra sorpresa tras su manga y no se lo pensó dos veces a la hora de atacar a su enemigo más odiado. Lanzó un grito de guerra espeluznante, pero no le dio a Davidé, sino a Samarah, que se había puesto delante, absorbiendo el ataque. Al principio forcejearon hasta que finalmente Samarah perdió. Estaba muy débil, incapaz de dar más. Fue entonces cuando Davidé entendió cosas. Janín rugió de rabia, ya no llevaba más armas envenenadas. Así que salió corriendo como alma que llevaba el diablo. Davidé, trastornado como estaba, no le prestó atención. Sólo podía ver a su querida amiga tirada en el suelo, inerte. En cambio, un par de fríos ojos azules sí la siguieron. Haydee se levantó y arrojándose sobre ella la atrapó por el vestido, rasgándose éste, por lo que la vampiro consiguió escapar por un agujero muy pequeño. Haydee se disponía a meterse por él cuando Samuel la detuvo. –¡HAYDEE! ¡MALDITA VENGANZA!

SEA,

DÉJALA,

YA

TE

COBRARÁS

LA

–¡HA MATADO A MI MARIDO! ¡LA VOY A DESPEDAZAR, LA VOY A DESOLLAR, LA MATARÉ SIN PIEDAD, LO JURO! –Pero no ahora, hay alguien que te necesita, Hans...

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♣♣♣♣♣♣♣ Hans estaba a gusto, porque jugaba por el campo con su hermano gemelo y la brisa movía la hierba de forma que la hacía susurrar. ¿Y su hermano?, ¿Dónde estaba ese bribón? Era el día de sus cumpleaños, ¿Qué hacía que no venía? Corrió para buscarlo hasta que lo encontró... y le aterró lo que vieron sus ojos. Su hermano colgaba ahorcado de una liana... tan pequeñito su cuerpo, movido por el viento. Hacía mucho que estaba muerto y la agonía de saber el sufrimiento de su muerte le hizo vomitar de horror. Una manita a su lado le devolvió el calor. Era él de niño, o no... era su hermano. –¡Hermano! –No ha llegado tu momento, hermanito... – Y después de eso se despertó de golpe con ganas de echar hasta la papilla. Para su desgracia, lo primero que vio al resucitar fue un rostro con perilla y cara de imbécil. –Qué tío más feo, ¿Estoy en el infierno?– A Samuel no le hizo ni pizca gracia. –Muy gracioso, nunca había visto a nadie resucitar con una broma en los labios. –¡HANS!– Haydee se le tiró encima, sollozando como una loca. Empezó a gritar diciendo que Andrei había estado con ella en la celda, que no podía huir de él, que todos morirían y sin sentido. –¡Haydee, reacciona! ¡Dices tonterías!– ella continuó con la letanía a gritos, armando un escándalo, así que tuvo que abofetearla. No consiguió sino ponerla más enajenada, así que la besó con fuerza y ella se acalló de pronto, derritiéndose ante aquel apasionado beso de amor. Pronto le rodeó con sus brazos y le devolvió los besos. Samuel apartó la mirada, aburrido. Aunque ya empezaba a entender porqué Haydee quería a Hans, no era un mal tipo, pero no pensaba reconocerlo ante ellos jamás. –Erin me encerró y desperté sola... –Cariño, ya estoy aquí. –Creo que estaba tan histérica que pensé que Andrei estuvo allí, sin embargo no fue real... –¿Estás segura? –Sí, nadie me ha tocado un pelo. Al verte muerto olvidé que eras inmortal. –Era la primera vez que me moría, espero no pasar por eso otra vez. ¿Y Davidé? –¡Davidé!– exclamó preocupada.

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Lo vio arrodillado con un cuerpo de mujer entre los brazos. Le lloraba encima del pecho, acariciándole el cabello trenzado, la mitad deshecho y sucio. –Davidé... – Éste levantó la mirada hacia Haydee. –Está muerta. Murió para salvarme. Ni siquiera me dijo adiós, ni siquiera le dije adiós. Murió sin más. ¡Me había avisado de esto y no quise escucharla! ¡Yo nunca creía en sus predicciones! –Pero es un vampiro, seguro que pronto... –No, Janín ha utilizado algo muy fuerte, y Samarah estaba muy mal ya. Llevábamos días metidos en una celda, sin alimento, sin nada. No sé ni cómo se sostenía en pie. Además, ella sabía que iba a morir y por eso no se resistió a seguir viva. Murió por mí y me siento tan mal. –Pero... los vampiros no podéis morir sin más, se necesita la luz o el fuego.– Haydee insistía en que no podía estar muerta. –Haydee, ahora no somos inmortales, hay formas muy variadas de matarnos. Y de alguna manera tienes razón, ella está viva, no ha muerto del todo. Pero su alma ya voló, si despertara no sería más que un muerto viviente. ¿Alguien tiene un mechero o...? –Yo tengo un mechero– Samuel solía llevarlos para encender el cigarrillo a toda mujer que necesitara de su caballerosidad. Davidé quemó el cuerpo de Samarah. Hasta que no vio como se apagaba el cuerpo y ya sólo eran cenizas, no quiso marcharse. –Vayámonos Davidé... –¿Y Albert?– Le preguntó a su amiga. Ésta se apenó profundamente. –No lo sé, vinimos juntos aquí, pero Erin nos separó. Me protegió hasta el final, luego perdí el conocimiento y ya no sé más de él. –Tengo que encontrarlo, al menos sé que no está bajo tierra.– Davidé cayó de rodillas, ya no se tenía en pie.– Necesito alimentarme. –Te daremos de beber– se ofreció Hans. –Estás más pálido que yo, no bromees con eso. Pero gracias. Y tú Haydee, estás muy débil también, ya me las apañaré solo.– Se irguió todo lo que pudo y de nuevo tropezó al andar. Hans tuvo que sostenerlo. –Samuel, te lo ruego, dale tu sangre que es la más potente. Eres el único que puede ayudarle de verdad. –Pero cómo le voy a dar sangre a un hombre... – al no conocer a Davidé, se sentía algo reacio. –No seas ridículo Samuel, hazlo por mí. Si una vez me quisiste, hazlo.– Samuel frunció el ceño y finalmente cedió aunque a regañadientes. 557

♣♣♣♣♣♣♣ Al final se dejó morder en la muñeca. Davidé lo estrujaba con fiereza, hambriento y el mordisco le dolió bastante. Notó que un escalofrío tremendo le subía de los pies a la cabeza. Davidé pareció relajarse o acabaría atragantándose con la dulce sangre. La notaba entrar y llenar de calor su cuerpo seco y enjuto. Tenía muchísima sed acumulada. Haydee miró a los dos hombres de rodillas en el suelo. Davidé se apartó del inmortal y con la boca llena de sangre le dio las gracias y pidió perdón. –Ahora yo me voy a buscar a Albert. Vosotros id a ver qué está sucediendo. Qué calor hace– la voz del vampiro volvía a sonar suave pero enérgica. No estaba ya tan enjuto, ni tenía la piel tal lechosa. Desde luego, advirtió Haydee, no estaba muy sano, pero sí mucho mejor que minutos antes. –Davidé, que tengas suerte para encontrar a Albert. Yo quiero dar con la pobre muchacha humana y con Erin. –Adiós Haydee, Hans– abrazó a los dos a la vez y estos le abrazaron a él.– Adiós Samuel, siento haber sido brusco.– se dieron la mano. –Lo entiendo. Y ahora, vayámonos– dejaron a Davidé atrás, metiéndose por el hueco por el cual se había deslizado con anterioridad aquella arpía de Janín. Haydee miró por encima de su hombro antes de introducirse por el orificio. Al ver a su amigo, allí plantado, se le saltaron las lágrimas. –¿Por qué lloras Haydee? –No lo sé Samuel, creo que... no lo sé...

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé corrió cuanto sus piernas le dejaron. Después de beber de aquel inmortal, se sintió renovado, aunque nunca lo suficiente. La obligada abstinencia de aquellos largos días y noches, había mermado sus fuerzas cuantiosamente. Subió y subió hasta llegar al primer piso. Al principio, ciego como iba en su búsqueda, no se dio cuenta de un hecho muy evidente, y es que no había nadie, en ninguna sala, en ninguna parte, en ningún lugar de todo el edificio. Se quedó quieto en medio de una galería al aire libre en la que había una de aquellas fuentes tan barrocas y feas. Sólo se escuchaba el sonido acuoso de dicho fontanal, fluyendo del interior de las horripilantes fauces que tenían 558

aquellas feroces criaturas de piedra. Se fijó entonces en lo solitario que estaba todo. La claridad amenazó a Davidé en aquella galería. El sonido de la fuente no le gustó nada, porque evidenciaba que allí pasaba algo muy extraño. Estaba amaneciendo, así que echó a correr dentro del recinto. Lejos ya del incesante ruido del agua caer, el silencio lo envolvió al completo. De pronto escuchó un ruido, o más bien un grito que venía de arriba. Era muy lejano, así que no reconoció a su dueño. Pensó en que podía ser su Albert, pues su querida amiga muerta le había dicho que se encontraba en alto, así que corrió como un loco subiendo escalones y más escalones. La mansión tenía una torre altísima con una escalera de caracol que no terminaba jamás. Ahora estaba seguro de que alguien estaba allí encerrado, porque cada vez eran sus chillidos más agudos, más aterrados.

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro Albert se había despertado con un dolor tremendo en el cráneo. Por suerte el cuero cabelludo que le faltaba estaba allí de nuevo, ocupando su lugar en la cabeza. Sondeó la habitación. La claridad indicaba que había un ventanita en alguna parte. La buscó con la mirada y pronto dio con su ubicación. A tres metros del suelo, de quince centímetros de ancho por un metro de largo. Flotó hasta ella y miró. Debía de estar en una de las torres, porque ningún árbol tapaba aquel ventanuco. Miró el reloj, eran las 5 de la mañana. Caminó resuelto hasta la puerta, pero no tenía pomo ni asidero alguno. No pudo abrirla, así que lo intentó con la mente. Tampoco obtuvo el menor éxito. Al patearla y empujarla con todas sus fuerzas se dio cuenta de que no tenía forma de salir. Lo intentó también con la ventana, acometiendo contra ella para ver si podía desgajar la piedra. No hubo salvación. El terror apareció con la salida del sol. La abertura era muy pequeña para poder salir por ella pero enorme para que el sol entrara de cuerpo entero. Cada vez la claridad, más intensa para un vampiro que para un humano, avanzaba hacia él, que no sabía dónde esconderse. Intentó, sin éxito, abrir un hoyo en el suelo para poder meterse en él hasta que se pusiera el sol. –Dios mío, ayúdame Dios mío. Siempre he negado tu existencia, pero ya no, ya no... – estalló en sollozos cuando el calor de aquella deslumbrante luz le quemó la piel. Se acurrucó en el rincón más apartado, contra la pared, notando la intensidad del calor en la espalda, ardiéndole como si estuviera desnudo en un desierto. Se retorció de dolor, que cada vez era más intenso. Chilló de pura rabia e impotencia. Aporreó la puerta hasta hacer sangrar sus puños. Algunos no muertos ardían por combustión instantánea al contacto con la luz del sol, pero en su caso la cosa no parecía ser así. 559

–Dios mío, no me dejes ahora... ¡¡¡AAAAHHHH!!!– gritó de dolor. La luz era agonizante, deslumbrante, chillona.– ¡¡AAAAAAAAARRRRRRGGG!!

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé aporreó la puerta con todas sus fuerzas, se arrojó de cabeza sobre ella y no consiguió que cediera ni un solo milímetro. –¡ALBERT! –¡¿DAVIDÉ?!– Escuchó la débil voz de Albert –¡SÁCAME DE AQUÍ, ES UN INFIERNO, ME AHOGO, NO PUEDO MÁS!– Albert sintió una esperanza renacer y sacó fuerzas de la nada para seguir resistiendo. –Vamos amore mío, los dos a la vez podremos, ¡¡Saca fuerzas!! –Te quiero Davidé, mi italiano. –No digas eso, ya me lo dirás a la cara, ahora ayúdame a sacarte de ahí– él estaba tan cerca y a la vez tan lejos. Separados tan sólo por una maldita puerta. –Davidé, no puedes hacer nada, así que dime que me quieres al menos– Albert, que ya no podía más, se dejó caer en el suelo lleno de lágrimas. –No te rindas, verás como te saco de ahí. ¡NO TE RINDAS, IDIOTA! –Dime que me quieres... –Ti amo Alberto... – Davidé se echó a llorar desconsoladamente, de rodillas ante la puerta y apoyado en ella. –Le pedí a Dios que me ayudara, y lo hizo, porque he podido estar contigo hasta el final... –Te amo Albert... – gimió de dolor. Albert se prometió que no gritaría más, aunque le iba a costar, pues se estaba muriendo de dolor. –Davidé...

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee, Hans y Samuel no supieron cómo describir aquella aberración. Tras deslizarse a gatas hacia abajo por el pasadizo, desembocaron en una gran sala, con otros agujeros de los que salían más vampiros. Se trataba de una titánica gruta en la que apenas si se distinguía el techo. Estaban, muy, pero que muy por debajo de la mansión. Los tres inmortales miraron boquiabiertos las escenas que allí se desarrollaban. Miles de vampiros corrían de un lado a otro como hormigas. En el centro, y eso fue lo que más les impactó, se hundía un tremendo, gigantesco, espectacular, hueco en el suelo. De él salía un vapor y calor sofocantes. La sala no necesitaba de iluminación eléctrica, porque de la truculenta cavidad emanaba una luz anaranjada. 560

–Dios Santo, p–pero eso qué es... –Creo que es fuego, porque Erin dijo algo de eso… Cosa que nunca creí... hasta ahora. –Mirad, están arrojando gente– las minúsculas figuras, se arrojaban o eran arrojadas a la cavidad. –¡Es espantoso!– gimió ella, abrazando a Hans. –¡No podemos permitir semejante atrocidad!– bramó Samuel, tras lo cual echó a correr hacia el lugar en cuestión. –¡SAMUEL!– chilló Haydee. –Creo que no deberíamos dejarlo solo. –Tienes razón Hans, no podemos dejarlo solo ni permitir algo tan repugnante, y debemos encontrar a Erin y a la chica. Los dos echaron a correr tras su compañero, que les llevaba una buena ventaja. Cuando Samuel llegó al borde del hueco, comprobó con sus propios ojos lo que salía de allí dentro. El hedor era nauseabundo, insoportable. Carne humana abrasada en toda regla. Vomitó toda la cena encima de unos cuerpos muertos que iban a ser arrojados a la enorme caldera. Muchos vampiros, neonatos mayoritariamente, intentaban zafarse, sin éxito alguno, de sus despiadados verdugos. Éstos los arrojaban, como si fueran sacos, al interior del humeante tártaro. Arremetió contra todo desgraciado que se atrevía a arrojar a alguien allí dentro, a puñetazo limpio, desnudas sus manos. Los iba a apartando como si fueran muñecos de trapo. Haydee y Hans hicieron los mismo aunque en menor medida ya que no eran tantas sus fuerzas. Haydee tenía la esperanza de encontrar a esa puta de Janín y arrancarle su bonito pelo rizado todo de cuajo.

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee repartió patadas a diestro y siniestro, como el que daba caramelos a un niño. En un momento de relativa calma, distinguió a Erin, alto, con su cabello anaranjado y a su lado estaba Erika. Los vio en lo alto de una piedra, o más bien diría una especie de trono en lo alto de una plataforma que daba al mar de fuego. Pero algo no iba bien... Miró sin mirar, como si realmente no pudiera entenderlo, como si no lo viera... y escuchó chillar a la chica humana, gritar y gritar hasta quedarse sin voz...

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Davidé miró el teclado que había al lado de la puerta, era como el que había en la suya. Samarah tecleaba un número y pasaba una tarjeta. Él no tenía ninguna de las dos cosas, pero sí manos. Así que arrancó aquello de cuajo, no tenía otra. La puerta pareció ceder de pronto, pudiendo sacar a Albert al fin, que cayó redondo hacia fuera en los brazos de su amante. La luz cegó a Davidé, que tuvo que arrastrarle fuera del cuarto escaleras abajo, hasta que encontró un recodo seguro y a oscuras. La imagen de Albert le rompió el corazón. Todo él estaba lleno de quemaduras letales. –Albert... – le besó suavemente en los labios. –Davidé, cariño... – gimió en un hilo de voz. Una de sus manos se alzó hasta las ensangrentadas mejillas del italiano. Éste la besó dulcemente. –Ves, ya estamos juntos de nuevo. –¿Dónde estabas? –Como a ti, me tenían encerrado. Pero no tan cruelmente. –Erin... –Me las pagará, lo juro. –Abrázame muy fuerte– Davidé no se lo pensó un instante, estrechando a su amor con ternura. Permanecieron así largo rato, descansando en silencio. Davidé dio gracias a Dios por haberles regalado milagro semejante. Sí, gracias a Dios...

♣♣♣♣♣♣♣ Sí, un grito, eso fue lo único que entendió Haydee de todo. Vio sin ver aquello y enseguida tuvo que apartar la mirada para defenderse de un ataque. Tras repeler éste, corrió en pos de la muchacha que seguía gritando en lo alto del “acantilado”. No podía entenderlo, pero había visto sin ver que Erika decapitaba a Erin, matándolo... Sí, matándolo... para siempre ♣

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“Recuerda la promesa que me hiciste”

♣Entre el terrible barullo que la rodeaba y el pestilente hedor que taponaba todos sus sentidos, Haydee se hizo paso entre la desordenada multitud. Cuerpos de vampiros decapitados o bien quemados, yacían formando montículos allá por donde ella pisaba. En más de una ocasión había tenido que saltar sobre ellos e incluso pisotearlos por no poder rodearlos de tantos que había. Aquello era una guerra como cualquier otra, en la que los caídos eran el nuevo pavimento sobre el que avanzar. Y todo porqué, para qué. Si al que lo había organizado todo ya no le importaba porque estaba muerto. Erin muerto. Erin, ese hombre que vio más inmortal que a cualquier otro. Lo conoció cuando más necesitaba del cariño de alguien y durante siglos fueron amigos que se querían y ahora, el hombre más poderoso e inmortal que había conocido, ya no estaba. Aquella humana mortal que lo había tenido que matar, pobre muchacha por la que no podía sentir más que lástima. Era su deber el llegar hasta allí costase lo que costase. Un empujón la arrojó junto a unos cadáveres malolientes que apestaban a carne quemada. Escupió asqueada el barro ensangrentado que llenaba su boca. Al mirar hacia un lado, un rostro desfigurado por la batalla la miró con su único ojo. Reprimió las nauseas y apartó la mirada rápidamente. Una patada la hizo rodar y fue entonces cuando se dio cuenta de que el empujón no había sido para nada casual. Se plegó sobre si misma para ponerse en posición de lucha. Reconoció enseguida la silueta de la mujer que la miraba furiosa, con expresión de animadversión. Era Janín. –¡BRUJA! –Así me llamaron hace siglos, antes de atarme a un poste e intentar quemarme en una pira... sólo porque yo tenía un poder que no comprendían y que ellos me envidiaban. Desde entonces Dios sabe que odio a los humanos, que odio la felicidad que no puedo tener y que tú tienes. Voy a destruir tu felicidad, ya te lo dije una vez y te lo vuelvo a repetir, haré lo que sea por destruir tu matrimonio, tu felicidad, por matar a tus amigos y hacerte la vida imposible. –Antes te mato yo, Janín. –y se enzarzaron en una lucha en la que no tuvieron contemplaciones.

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Estaba demacrado, consumido, ojeroso, su pelo ya no tenían la fuerza y el brillo de siempre, la piel más blanca a cada paso, más fina y delicada. Aquello le recordó a tantos años atrás, cuando lo había tenido encerrado en aquella horrenda mansión de su bella Italia. –Albert... – la voz ronca de Davidé sonó en su oído y le hizo estremecerse. –Dime, cariño. –Te amo más que nunca– y luego besó a Albert tan intensamente y con tanto anhelo que a éste le dolió la boca y el alma. –Creí que no volvería a verte después de tantos días sin saber de ti. –Ahora, estás aquí conmigo, y eres tan hermoso que se me rompe el corazón. –Estoy todo quemado y tan cansado y débil que no puedo regenerarme. Y tú me dices que soy hermoso. ¡Eres tonto! –Toma mi sangre– Davidé, impetuoso, intentó obligar a Albert cuando éste le rechazó. –Pero cómo quieres que beba de ti, mira cómo estás, yo al menos conservo algo de fuerzas y todavía me sostengo en pie. –Está bien Albert, no es momento de discutir, perdóname. Es que te quiero tanto– se abrazaron con todas sus fuerzas y continuaron deslizándose por el estrecho túnel... Tras salir de la torre, se metieron por una puerta cercana al patio donde todavía no había llegado la luz, buscando con desespero la forma de arribar al ínfimo lugar en el cual debían de estar sus amigos. Cuando por fin dieron con la gran cúpula, una ráfaga de extremo poniente les azotó en la cara, resultando sofocante. El hedor que traía consigo aquella ola de calor fue todo lo que Davidé pudo soportar. El olor que Albert desprendía a chamuscado no era para nada comparable a aquello y por ello no reprimió más su vómito. No arrojó mucho puesto que poco contenía su estómago. –Davidé, ¿Estás bien? –No, oh Dios Santo, qué repugnante. ¿Lo ves? ¡Es una barbarie! –Yo ya he estado en medio de unas cuantas guerras, y me sorprende poco ver esto. No siento nada– Davidé miró el rostro serio y frío de Albert, quemado y cuarteado por el sol, y deseo sentir como él. Nada. –Tenemos que ayudar a esta gente. –No se lo merecen– el tono de Albert era diferente, denotaba asco, dureza hacia aquellos a los que consideraba infames vampiros.– Tampoco Erin se merece que lo ayudemos a salir de esto. Él te encerró a ti y a Haydee en una celda sin el menor escrúpulo y me dejó allí arriba para que mis cenizas se pudrieran tras quemarme vivo. ¡Alteró nuestras vidas porque no le gustaba 564

como vivía la suya! Lo voy a odiar para el resto de mi vida y juro por Dios que moriré antes de perdonarle– Albert escupió un esputo sanguinolento, como maldiciéndolo. –En cambio yo, ya no le odio, si no que siento lástima por él. Por cierto, él no fue quien me encerró. –No intentes exculparle. –Lo hizo una mujer vampiro disfrazada de muñeca... – Albert lo miró con los ojos desorbitados. –Maldita pirada, hija de puta. –¿La conoces? –Oh, claro que sí, es mi hermana.– ahora fueron los ojos de Davidé los que se abrieron de par en par. –¿Cómo? –Marlène, no la veía desde que me dejó allí tirado, sin decirme en qué clase de monstruo me había convertido. Pequeña zorra loca, ahora entiendo aquello que me dijo. Esa pirada quería algo que yo tenía, y ese algo eras tú. –No digas bobadas. Aunque entonces es cierto que es tu hermana.– Albert asintió. –Y no voy a permitir que te aleje de mí. Vamos Davidé, vayámonos hacia allí, debemos encontrar a nuestros amigos.– Momentos después, ya corrían entre el gentío.

♣♣♣♣♣♣♣ Janín y Haydee cayeron al suelo rodando sobre la tierra caliente y mojada por la sangre. Se tenían las dos tan bien asidas que hubiese sido imposible separarlas. Haydee nunca creyó que aquella guarra pudiese tener tanta fuerza, o tal vez era la rabia y el odio que la hacían ser más fuerte. La inmortal humana optó por hacerla daño psicológicamente. –¿Sabes bruja? Tu amor se ha casado con Davidé. Estoy muy contenta de poder decírtelo.– Janín perdió los estribos y le arreó un rodillazo tremendo a la entrepierna de Haydee. Ésta se soltó de Janín y acurrucándose sobre sí misma, retuvo las lágrimas. –Eso para que no puedas follar durante una buena temporada, hija de perra. –Albert está más guapo y feliz que nunca– siguió con la letanía. –Ya no me importa Albert, así que no vas a conseguir molestarme por ese lado. ¡¡JA!! Estuve enamorada demasiado tiempo de él, y todo para qué... –La culpa fue tuya Janín, que no supiste retenerlo. Si para ti amar, es insultar, maltratar, engañar y despreciar a la persona "amada", adelante, ama así, pero no 565

conseguirás el afecto de esa persona, más bien todo lo contrario– A Janín le dolió, porque todavía sentía cosas por Albert que no había sentido por ningún otro. Empero no fue eso lo que más le dolió de todo, sino que esa cerda de Haydee tenía razón. Corrió hacia ella y la asió por los cabellos morenos, hasta conseguir que cayeran las dos de nuevo sobre el fango ensangrentado, muy cerca del enorme hervidero de lava. Haydee le rompió una mano a la vampiro y ésta le torció la pierna a la inmortal. Pese a ello, continuaron zarandeándose llenas de rencor la una hacia la otra. Janín la odiaba porque le tenía envidia y Haydee no la soportaba porque era una mujer inaguantable, envidiosa y mala. Haydee le arrancó unos cuantos rizos del pelo a su contendiente, por eso Janín aulló de dolor, tras lo cual empujó a la mujer hacia el tremendo hueco del que salía aquel hedor a carne quemada. Haydee supo reaccionar a tiempo y fue Janín la que tropezó en el borde y medio cayó por la cavidad humeante. Janín, presa del pánico, notó en sus piernas al aire y pies descalzos, una ola de calor terrible. Pero si iba a morir, sería con Haydee, por eso no la soltó bajo ningún concepto. –Vamos Janín, no quería llegar hasta esto tan peligroso. –Eso lo dices ahora, que si caigo yo caes tú. Y de las cenizas no se puede renacer, no eres el ave Fénix por muy inmortal que te creas. –Piensa lo que quieras que no voy a dejar que te caigas– cuando empezó a alzarla, Janín se resistió pero no consiguió que las dos cayeran. Cuando estuvieron a salvo, Janín la miró con desprecio y escupió. –No te debo ningún favor, Haydee. –No quiero tus repugnantes favores. Lo he hecho porque soy mejor que tú y no podía permitir que murieras así. Yo no soy una asesina sin escrúpulos. –Pobrecita, se hubiese sentido culpable– se burló. –Dejémoslo aquí Janín, esto no tiene sentido. – Janín, para sorpresa de Haydee, se dio media vuelta y salió corriendo. Haydee se puso en camino de nuevo hacia el lugar donde Erika se hallaba todavía. El calor era cada vez más sofocante y apenas conseguía respirar con normalidad. Trepó, no sin dificultad, por las calientes escaleras hasta llegar a la plataforma. Vio la figura de la muchacha hecha un ovillo, sollozante, así que fue hasta ella y la abrazó. Ésta la miró y tras reconocerla la abrazó a su vez. –¡Haydee! ¡Siento t–tanto lo que os hizo! Pero ya no tenéis de que preocuparos. Lo he matado, oh Dios mío, lo he matado... – prorrumpió en sollozos tan fuertes que casi se atragantó. La inmortal miró por todas partes sin hallar el cuerpo de Erin. –¿Dónde está su cuerpo?

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–L–le c–corté la cabeza... Y después lo arrastré hacia aquello t–tan horrible– dijo refiriéndose al humeante foso.– ¡Él me lo pidió! ¡Él me obligó! ¡Estaba loco! Pero yo le amaba, porqué me ha tenido que suceder e–esto a m–mí... no puedo más... m–me ahogo... – para desesperación de la mujer, Erika se le desmayó entre los brazos. Se la cargó a la espalda y bajó con ella de carga. Para gran alivio, su marido corría hacia ella cuando estaba llegando al suelo, aunque haciendo unos extraños aspavientos y gritando que se apartara. Lo siguiente pasó tan rápido que tardó mucho tiempo después en darse cuenta del final de aquella historia. De pronto sintió que Hans la abrazaba con fuerza, intentando apartarla, después vio el rostro teñido de odio de Janín. Su marido cayó al suelo de rodillas, sin fuerzas, con un puñal hendido en el lado izquierdo de la espalda, a la altura del corazón. Hans se desmayó sin más y Haydee, al ver que no reaccionaba y estaba blanco como el papel, miró furiosa de rabia a la bruja de Janín. –Probablemente Andrei ya le haya puesto algún veneno a la navaja, no creo que salga de ésta, guapina, date por viuda. Así devuelvo yo los favores.– Janín se asustó un poco al ver aquella expresión desabrida en la cara de Haydee. Las manos las tenía crispadas, y más que manos, parecían garras dispuestas a abrirle la garganta al que se le pusiera por delante. Haydee, tras dejar en el suelo a la muchacha desvanecida, saltó como un enorme felino en busca de su presa, por lo que Janín echó a correr, jadeando presa del miedo. Corrió con todas sus fuerzas, pero los ojos fulgurantes de Haydee cada vez se le acercaban más, hasta tal punto de notar su aliento de fiera en la nuca. Empujó a todo el que se le puso delante, miró hacia atrás y el horror la alcanzó de lleno al darse cuenta de que ya la había cogido y tendría que enfrentarse a ella. Se vio alzada por el aire a varios metros, cayendo cerca del borde de la gran olla caliente. Intentó escapar pero ya era demasiado tarde. Unas garras despiadadas se le clavaron en el pecho, desgarrándoselo, incluso arrancándole un pezón y la arrojaron con tanto ímpetu al foso llameante, que fue imposible asirse a nada en el vacío. Haydee no la vio caer, ni la vio hundirse entre chillidos en aquel hirviente fuego rojo, como tampoco le importó que Janín hubiese muerto definitivamente. Y como la vampiro había dicho; nadie es una ave Fénix que renace de sus cenizas, ya que en aquel caso ni siquiera quedó eso.

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee volvió dando tumbos hasta Hans, que yacía exánime y pálido, respirando trabajosamente, con un funesto maquetreo. –Hans... ¡HANS!– lo abrazó nerviosa, asustada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había matado a Janín. Aunque ella apuñaló a su marido, no podía evitar sentirse mal por haberla matado. 567

–Haydee, ah... – Hans musitó su nombre, buscándola en sus sueños. –Estoy aquí amor mío. –Me duele mucho... –Se te curará, ya verás, eres inmortal. –Me da la sensación de que la otra vez era diferente, no sentí miedo, pero ahora... – volvió a desmayarse y Haydee se desesperó. Y si era cierto que Andrei le había inyectado algo a Hans y éste se estaba muriendo. –¡Oh no!

♣♣♣♣♣♣♣ Albert ayudaba a Davidé a caminar. Éste estaba tan débil que no se tenía en pie. Los dos hacían una estampa horrenda. Por un lado Davidé, consumido y débil y por el otro Albert, con la cara y las manos cuarteadas y quemadas feamente por los devastadores rayos solares. A su alrededor era todo desolador, cientos de cuerpos decapitados, quemados y todavía humeantes, vampiros luchando unos contra otros, aunque cada vez en menor medida. –Aunque muchos se van, hay demasiada gente y demasiado barullo para encontrar a nuestros amigos. –Me siento tan cansado que no podría encontrarlos nunca. Estoy perdido como si fuera un ser humano corriente. –No eres corriente, eres Davidé, el italiano que yo amo.– Davidé lo miró con una sonrisa en los ojos. –Sí, un italiano muy atractivo– aquella voz era femenina y pérfidamente sarcástica. –¡Marlène! –La misma que viste y calza, hermanito querido. Te veo muy desmejorado. Al final ese estúpido chiflado de Erin, que en paz descanse, te encerró en la torre ¡Yo que no le creí capaz¡ Y a ti, Davidé, aunque estés tan débil, te veo muy bien para haber estado encerrado tanto tiempo.

♣♣♣♣♣♣♣ Marlène llevaba el vestido blanco de encaje con lazos azul celeste completamente rezumante de sangre ajena. Aunque parecía estar contenta con ello. –Veis aquí a la que será la nueva Reina de los vampiros. Quién mejor que la Nueva Madre. Al fin y al cabo la Primera Madre ya fue Reina con anterioridad y cedió su puesto a Erin. Así que veo justo que, de alguna manera, vuelva a "mis" 568

manos.– enseñó su mano ensangrentada. En la otra sostenía una espada realmente antigua que tenía sangre por toda la hoja. –Mirad esta espada, por ella murió nuestro querido Erin. –¡¡¿Erin muerto?!! ¿Le mataste?– Albert la miró con expresión desencajada. La mujer se echó a reír ante tal barbaridad. –Oh, eres tan estúpido como siempre. Si hubiese intentado tan siquiera tocarle un pelo para mal, sería mi sangre la que adornaría la hoja de la espada. Evidentemente, no ha sido otra que la chica humana. –Entonces... la profecía era cierta.– Albert se sintió fatal, su mejor amigo estaba muerto. Y por mucho que le hubiese repudiado minutos antes, en aquel momento lo único que podía sentir es un pesar terrible. –Por supuesto ¿Lo dudaste alguna vez? Cuando era humano, su mujer lo maldijo antes de morir, avisándole que volvería y lo mataría con la espada que la mató a ella. Aquí tenemos la espada, y en ningún lugar existe ya, el cuerpo del vampiro más poderoso que existió. Qué bien conseguir las cosas sin mancharse. Era cuestión de traerles la bendita espada, misteriosamente "perdida" y que ella la utilizara. Comprendedlo, yo necesitaba ser la Reina, me lo merezco. –¡¡Eres una hija de puta!! –¡¡Y tú un desgraciado deshecho de la humanidad! –Cállate niñata, no eres nadie para tratarlo así.– la espetó Davidé. –Soy su hermana. No entiendo qué haces con un desecho como él. Apuesto a que no sabías que era hijo de un incesto. –Te equivocas estúpida, ya lo sabía todo y no me importó en absoluto cuando me lo contó. Al contrario, le amé más. –Entiendo que Albert te ame, eres un vampiro de primera, excepcional en todos los sentidos. Te mentiría si dijera que no me atraes. –Es mío– Albert la miró con intenso recelo, algo maquiavélico estaba planeando aquella ensangrentada muñeca de pesadilla. –Davidé, te propongo algo que te interesará. Serás mi Rey y reinarás junto a mí. A cambio, dejaré a Albert vivo. –Como se nota que me conoces poco. Yo, antes que apartarme de Albert, prefiero morir. Y en cuanto a lo de ser Rey, soy demasiado sencillo como para pretender algo así. –Como quieras– chasqueó los dedos y de entre el barullo, aparecieron dos vampiros. Uno macho y corpulento y otro hembra, pequeña pero ágil. Eran Kéfalos y Riyoko, pertenecientes al Clan de la Madre, por sus ojos azules y su cabello negro y cortado al ras. Albert, que estaba más fuerte que Davidé, protegió a éste con todas sus energías. Puso tal empeño que levantó a su amor 569

en brazos y echó a correr salteando los obstáculos de suelo e intentando que no lo alcanzaran. Pero sabía que no podría mantener el ritmo y terminarían por atraparlos, como sucedió finalmente. Kéfalos arrastró a Davidé hacia el pestilente hueco y Riyoko agarró a Albert que intentaba arrastrarse hacía ellos. Al final lo consiguió. Golpeó a Kéfalos con intensidad y éste cayó con Davidé al suelo. El vampiro italiano abrazó a Albert y de nuevo los separaron. Nadie hablaba, para qué gastar fuerzas estúpidas en chillar. Sin embargo, por más que los separaban, ellos volvían a tocarse, así que Marlène tomó cartas en el asunto. –No has querido escuchar mi proposición y ahora lo lamentarás, a mí nadie me lleva la contraria. Y tú, Kéfalos, arroja a ese infeliz de Davidé al tártaro.– Kéfalos se quedó quieto, pues aquello que estaba pasando no le parecía nada bien. Marlène no le había dicho nada de matarles. –No me parece bien esto que... – ella lo miró furibunda y se encargó personalmente de arrastrar a Davidé, ante la mirada aterrada de Albert, el cual estaba bien asido por Riyoko. El vampiro italiano no tuvo fuerzas físicas ni mentales con las que luchar. –¡DAVIDÉÉÉÉÉ! –Albert, ayúdame, ya no puedo... – a Davidé le dolía mucho más sentirse débil e impotente, que saber que iba a morir. Cuando su amante escuchó aquello, las fuerzas le llegaron de la nada y la mujer japonesa terminó en el suelo y con las manos vacías. Marlène soltó a Davidé que cayó por el borde del foso y consiguió agarrarse a la piedra mientras Albert lo agarraba desesperadamente del jersey, siendo insuficiente para retenerle. Que no se hubiera precipitado hacia aquel infierno era un verdadero milagro. Empero... era cuestión de segundos que Davidé no se escurriera para siempre. –Albert... –¡Davidé! ¡TRANQUILO, TE VOY A AYUDAR! ¿No puedes flotar? ¡Tienes que hacerlo! Yo no puedo, estoy muy débil.– Albert miró la mirada llorosa de Davidé que quería decir que no podía, ya había realizado el intento sin conseguir el menor resultado.– ¡Dame la otra mano! –Si me suelto de la piedra, me caeré... –¡No te rindas imbécil, hijo de perra! ¡No me hagas esto, no puedo vivir sin ti! ¡Inténtalo!– Davidé se movió un poco resultando peor, además sintió un desvanecimiento que le hizo escurrirse más. –¡DAVIDÉÉÉ!– éste estaba tan débil después de días encerrado, de padecimientos, de no probar la sangre más que una vez e insuficientemente, que ya no podía más anímicamente y por mucho que intentaba decirse a sí mismo que podía hacerlo, al intentarlo creía que se iba a desmayar. 570

Albert sintió en su cuello el calor de un filo cortante. –Si no le dejas caer ahora mismo, te cortaré la cabeza.– Marlène susurró aquello con perversidad. –Si él va a morir, yo moriré con él. Así que si no puedo salvarlo, mátame. –Albert, recuerda la promesa que me hiciste– esta vez fue la cansada voz de Davidé la que le habló. Albert sentía cada vez más presión en el cuello y ya no respiraba– Vivirás por mí y no abandonarás esta vida si yo me muero. No quiero verte triste, ni apático por mi muerte. Allá donde Dios me lleve quiero verte vivo, que rehagas tu vida, que te enamores otra vez y seas feliz. –¿Pero cómo quieres que sea feliz si no estás tú? ¿Cómo voy a enamorarme de nuevo? No me pidas algo tan cruel, quiero ir contigo allá donde Dios te lleve. –Pero si no crees en Dios... –Claro que he creído siempre estúpido, y le gané cuando me elegiste a mí. – Albert tenía la vista tan cegada de sangre, que no veía nada. –Por favor, quiero verte feliz. Prométemelo de nuevo... –Te lo prometo, y ahora, cógeme la mano, ¡Maldito seas hijo de puta! –Recuerda la promesa que me hiciste– – Albert sonrió, así Davidé pudo quedarse tranquilo.– Te quiero Albert, y te seguiré queriendo allá donde Dios me lleve... para siempre... Luego se soltó de Albert y lo único que le quedó a éste fue el jersey entre sus manos. Hundió su rostro en él y no quiso saber más, apartándose a trompicones de allí. Él había caído, se había ido. Pero tenía que cumplir su promesa, por eso se apartó de Marlène, que no hizo nada para detenerlo. –¿Vamos tras él?– preguntó Riyoko. –No, esto será venganza suficiente por ahora. Que sufra lo que es perder a quien más quería en esta vida como sufrí yo al no tener a mi hermana conmigo. –dijo mientras miraba hacia un lado del foso, no muy alejado de donde ellos estaban. Sonrió secretamente. –Lo que has hecho ha sido horroroso. –Kéfalos, lo que yo haga es asunto mío. Y ahora busca a Aless, me ha parecido verlo por allí, ¡Vamos! – éste salió corriendo hacia el lugar señalado, mientras Marlène miraba en dirección a la huida de su hermano. Ya no se le veía. –Mi señora, ¿Ha visto lo mismo que yo, verdad?– inquirió Riyoko. –Por supuesto. La fuerza del destino le dará a mi venganza una larga vida.

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♣♣♣♣♣♣♣ Albert deambuló sin rumbo fijo hasta que se dio contra la pared de la enorme sala. Cayó de rodillas con la prenda entre las manos quemadas y lloró amargamente. Cómo odió a Dios en aquellos instantes, cómo odió a Davidé por abandonarle así... por hacerle prometer algo tan cruel. Tenía que frenar las ansias de salir corriendo y tirarse al foso para, ya muerto, que sus cuerpos se fundieran juntos... Pese a todo sufrimiento, nunca se quitaría la vida, pues se lo había prometido. Sería feliz, por mucho que sufriera, debía intentar ser feliz, sabiendo que Davidé lo esperaba el algún lugar, y que allí iría algún día... siguiendo el irrompible hilo rojo que los unía...

Sí... una promesa... ♣

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Sexta parte

“Epílogo”

♣Es muy importante aprender a sobrevivir, intentar levantarse de donde está uno tirado y volver a caminar. Y eso es lo que tuve que hacer yo después de perder lo que más quería, movido por esa promesa que me obligaba a renacer de mis cenizas, caminando entre cuerpos, entre despojos, buscando el apoyo de mis amigos. Yo solo no podría jamás seguir adelante y por primera vez en mi vida me di cuenta de que esos amigos eran mucho más importantes de lo que creí jamás. Ellos eran los únicos que sabrían sacarme de aquella angustia y de aquella inmensa soledad que me embargaba. Otros muchos, al igual que yo, caminaban dando tumbos, rendidos, entre la enorme multitud de cuerpos calcinados o degollados de los miles de vampiros que se habían dado cita en aquel terrible infierno. Un infierno en el que hasta el mismísimo demonio había perecido. Pero todo terminaba, ya casi nadie seguía luchando, para qué... con qué estúpido sentido... Fuera era de día y no podíamos salir, tampoco nos ayudaríamos los unos a los otros porque el resto de infelices no nos importaba, y yo, lo único que quería era encontrar a mis amigos. Cuando vi a Neferne tendida sobre un cuerpo inerte se me hicieron trizas los ya destrozados pedazos de mi corazón. El hombre rendido entre sus brazos no era otro que Johan, inconsciente por suerte, yo pensé lo peor por supuesto ya que para mí todo era negro. –Neferne... – susurré cayendo a sus pies y abrazándola. –Oh Albert, es terrible... –lloraba desconsoladamente, más nerviosa de lo que la había visto jamás.– Johan no despierta, la herida no le cierra. Creo que es un veneno muy potente… –Tengo contravenenos en el hotel– habló Yoav, el amigo y maestro de Neferne.– si nos damos prisa no sufrirá ninguna consecuencia. Mi coche es muy rápido. Yo conduciré. Además, esa pobre niña amante de Abdón tiene que ir a un hospital inmediatamente – entonces me di cuenta de que se iban todos y yo no podía salir al aire libre en pleno día. Sentí miedo de quedarme solo... 573

–Vamos Albert, hay que salir de este horrible lugar... – entonces ella se percató de la expresión entristecida de mi cara y vi como sus hermosos labios temblaban con miedo a hacer la pregunta, contestándola yo antes de que ella pudiera hacerla. –Está muerto, murió para que yo viviera... –lo dije con toda la entereza que pude. Neferne se desplomó en el suelo y hundiendo el rostro entre las manos se echó a llorar. –No puede ser, tiene que ser un error... – se lo negó a sí misma del mismo modo que yo me lo negué durante muchas noches después de que pasara todo aquello, porque dentro de mí sentía que él no podía estar muerto, que de pronto entraría por la puerta y volvería a verlo. Me arrodillé a su lado y nos abrazamos, pero yo ya no podía seguir llorando. –Debes llevar a tu marido a que se cure. Él puede salvarse, estoy seguro. –No te podemos dejar aquí solo. ¡Fuera es de día! –Iros, os lo pido por favor. Estaré bien. Se lo prometí a él…– a partir de ese momento, fui incapaz de volver a pronunciar su nombre en voz alta. Tras presenciar su marcha, vagué por aquel fantasmal castillo que tantos recuerdos hermosos me trajo. Aquellas conversaciones con Abdón y Neferne, aquellas fiestas de antaño... Sin embargo, ya nunca más volverían. Sentí entonces que había perdido algo maravilloso de mi vida que unos simples recuerdos no podrían devolverme jamás, pues los dos hombres que más había amado (aunque de distinto modo) y a los que más había admirado, ya no estaban conmigo y ellos lo eran todo en aquellos recuerdos. Recuerdos que, al igual que el resto, acabarían por difuminarse en mi memoria... Por mucho que yo lo intentaba, no podía dejar de pensar en Davidé, en lo mucho que le necesitaba, en lo mucho que le amaba. Me odié por todos los años perdidos tontamente, siempre por mi culpa. Aquellos primeros años en los que no supe retenerle pudiendo haberle dicho lo mucho que le necesitaba y le quería y después otros tantos años arruinados porque no le pude perdonar que me hubiese hecho un vampiro cuando lo único que él quería era devolverme a la vida, no perderme, no matarme. Y cuando por fin ya nada nos separaría... la única certeza que tiene la humanidad había venido y se lo había llevado de mi lado. Y allí me quedé, esperando que el día más largo de mi vida, pasara. Han pasado ya 3 años desde que él se fue para ser un ángel. Sé que está orgulloso de mí porque he seguido sus pasos en la vida. Aunque a veces me cueste mucho no beber sangre directamente de un mortal, yo intento ser como lo fue él. Nos 574

marchamos de París a Marsella. Ahora que escribo este libro, vivimos allí los tres, cerca de la playa, en una casa que mi amiga ha decorado un poco al estilo egipcio (no se lo digáis, pero le ha quedado un poco rara). Yo no lo he superado, esa es la realidad. Cada vez que el Sol se pone y me levanto... él no está a mi lado, durante la noche me siento muy solo y al salir el Sol... me voy a dormir sintiendo un tremendo vacío. Estoy muy triste, el amor de mi vida no está aquí y no volverá jamás. Sin embargo intento pensar en que siempre que él estuvo a mi lado me amó intensamente, sé que me amó, lo sé... Y eso es lo que me hace sobrevivir día a día y lo que me hará seguir adelante el resto de años que me depare el destino. Estábamos tan unidos que allá donde esté le siento como si realmente no se hubiese marchado... pues me llevé todo su amor conmigo. El hilo rojo que nos unió, lo tengo guardado, igual que él guarda su parte, para cuando volvamos a vernos y lo unamos de nuevo. Hay una poesía que leí de Bécquer que expresa exactamente el sentido de que yo haya escrito mi historia. Es la siguiente; Si de nuestros agravios un libro Se escribiese la historia, Y se borrase en nuestras almas cuanto Se borrase en sus hojas; Te quiero tanto aún, dejó en mi pecho Tu amor huellas tan hondas, Que sólo con que tú borrases una, ¡Las borraba yo todas!

Y de este modo, no podré olvidarle jamás, pues tendría que quemarse esta historia y desaparecer para que mis recuerdos se perdieran por siempre difuminándose en el olvido. Mientras viva no lo permitiré. Así es mi manera de expresar lo mucho que sigo queriéndolo y que en el fondo continúo esperando su vuelta. A muchos no les gustará cómo escribo, ni siquiera les agradará lo que cuento. Tal vez porque explico que los vampiros tenemos sentimientos, que no somos terribles monstruos. Eso mucha gente no lo puede entender, como tampoco comprende el amor entre dos hombres. Pero 575

me da igual, porque no habrán creído ni una sola palabra de este libro. Si tú la crees, será suficiente para mí, significando que perdurarán mis recuerdos aunque yo me haya ido. Hoy la luna está menguante, como mi alma. Las nubes la están tapando, parece que va a llover al fin, como en la noche en la que le conocí. Y pensar que estuve a punto de no salir del hotel por no mojarme. Pero salí y no existe en mí arrepentimiento alguno. Yo, obsesionado con la humanidad, fue él el que me enseñó lo qué eso era, el que me enseñó lo que es un amor verdadero. De la promesa que le hice hay algo que deberá perdonarme, y es que no podré amar a nadie como le amé a él. Sólo tú, Davidé, nadie más. ¿Podrás perdonarme eso? Además, te pondrías muy celoso. Este es el final de Epílogo y del libro. Se ha puesto a llover.

¿O soy yo el que hace llover lágrimas de sangre?

Albert Aumont

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11–10–2003

“Landelo & Davinia”

♣Cerró el libro lentamente, con sumo cuidado. Ya lo había leído en tres ocasiones. Lo vio por primera vez en una pequeña librería situada en la esquina de la calle donde vivía. Desde niña siempre le habían interesado muchísimo las historias de vampiros, espíritus, muertos vivientes, brujas... Se solía comprar todas las novelas que tratasen estos géneros. Pero aquel libro... aquel libro era diferente a los demás, de él emanaba una fuerza y una intensidad inusitadas en otros libros. De nuevo volvió a leer el final del epílogo y de la historia...

Este es el final de Epílogo y del libro. Se ha puesto a llover.

¿O soy yo el que hace llover lágrimas de sangre?

Albert Aumont

11–10–2003

Albert Aumont. El libro se llamaba "Anges et Vampires" y lo escribía uno de los protagonistas. Cualquiera hubiese creído que todo era ficción, que nada era cierto, tan sólo una hermosa novela. En cambio ella no podía ni siquiera pensar que aquello no fuese verdad, tenía que serlo, no existía otra opción. Una lágrima rodó por su mejilla y al llegar a la barbilla cayó en la última hoja de la novela... No era la primera vez, ni sería la última, pues aquella página final ya estaba teñida de lágrimas. Una semana había pasado desde que se lo compró y ya se lo sabía de memoria. Todos y cada uno de los intensos personajes le llegaban al alma en cada ocasión que había disfrutado con la lectura. El oscuro y opresivo comienzo, el reencuentro, el amor entre los inmortales Neferne y Johann, Abdón y su locura, los extraños Filippo y Valeri, los pérfidos Andrei y Janín, y tantos otros personajes profundos. Albert Aumont, el vampiro francés... Cada vez que pensaba en él, que lo imaginaba, su joven corazón de mujer palpitaba como loco. ¿Cómo poder vivir tranquila sabiendo que alguien así debía existir realmente? Se lo imaginaba tan hermoso, con sus cínicas cejas, con sus peligrosos pero excitantes colmillos. El pelo rubio y ondulado tapándole esos ojos verdes... A medida que la historia avanzaba, el corazón se le hundía más en el pecho con semejante personaje, tan profundo, tan pasional, tan sufridor por amor. Cualquier mujer lo adoraría. 577

Al terminar la historia el lector común cerraría el libro, tal vez emocionado, o puede que no, pero continuaría pensando que no era más que una historia inventada, sin nada de cierto. Porque cosas como vampiros o inmortales no eran verídicas. Por lo tanto, no podía ser real ni un ápice de todo lo que allí se relataba. Ella hubiese creído lo mismo si no fuera por un pequeño pero importante detalle que no la hacía dudar que todo fuera cierto. Y es que ella también era un vampiro. Ella, una joven de 21 años, venida de una familia con dinero. Su padre murió cuando todavía era una niña de 9 años a causa de un accidente de coche. Desde entonces su madre la había criado sola, sí... su madre siempre había estado encima de ella y por eso se volvió una chica rebelde a los 14 o 15 años. Vivían en una lujosa casa. Empezó saltándose las clases de instituto para pijos en el que estaba matriculada, para luego salir hasta altas horas de la noche volviéndose una persona conflictiva por culpa de las compañías. Entonces fue cuando nunca más pudo volver a casa. Tantos años queriendo escapar de su familia por sentirse incomprendida para llorar después por no poder volver al hogar nunca más en toda su vida. Aquellas malas compañías la llevaron a un lugar oscuro y tétrico. Era algo que les gustaba, pues lo tenebroso era afición de todos y lo cierto era que aquello empezaba a parecerse a una secta o algo así. Pero ella, a su tierna edad se dejaba influenciar por todo, creyendo que era más una broma que otra cosa. Además, eran fans de los "vampiros”, empero de unos vampiros irreales, sacados de una fraudulenta imaginación. Empezó a vestirse y pintarse como los vampiros de las historias que le contaban o leía. Se hacían pasar por vampiros cuando la realidad era muy dispar. Pero en verdad... ¿Alguno de ellos creía en la existencia de unos seres tan fantásticos? Por supuesto que no. Por aquel entonces no le importaba nada más que divertirse y no pensaba en lo que debía sufrir su pobre madre. También en aquella época se dieron extraños casos en los periódicos sensacionalistas sobre vampiros, hombres lobo asesinos y etc. Lo que resultaba muy interesante para un grupo siniestro como el de ellos. Solían divertirse mucho ante aquellas noticias vampirescas. Una noche, el cabecilla del grupo los condujo a un antro nuevo para ellos. ¡Había gente que parecían verdaderos vampiros! Fue fantástico sentir aquello en el ambiente. No sabían que en realidad estaban rodeados de no muertos. El cabecilla habló entonces con un hombre muy atractivo de aspecto lánguido, muy pálido y de cabellos castaños y cortos. Miraron hacia ellos y 578

luego se les acercaron. No podía recordar bien lo que sucedió, pues la drogaron con la bebida. Aquel vampiro subido al escenario del tenebroso lugar recargado de cruces invertidas y gótico hasta la saciedad, diciendo cosas que estremecieron a todos los que no comprendieron qué quería dar a entender con aquellas palabras; –Amigos no muertos, pronto el mundo será nuestro y gracias a nuestro Rey, ¡LOS VAMPIROS DOMINAREMOS EL MUNDO DE LOS VIVOS! Así que esta noche, tenéis el permiso de vuestro Rey para saciar vuestra sed y convertir a quien deseéis en vuestros discípulos de sangre. La aterrorizó aquello, ya que de pronto se vio rodeada de varios hombres y mujeres a los que sus iridiscentes ojos brillaban con anhelo. Entre las oscuras luces y más oscuras sombras, corrió e intentó escapar. Y entonces sucedió una cosa terrible, y es que aquel extraño hombre que había hablado se acercó a ella y bebió su sangre. Escuchó latir su corazón rápidamente, lentamente. Notó que la vida se le escapaba a través de aquel ser horrendo. La había mordido de veras, en el cuello, con tanta fuerza que la hizo estarse muy quieta. Cuando se sintió desfallecer, algo caliente y con sabor maravilloso entró por su boca, precipitándose hacia su garganta. Bebió ávidamente, pues tenía una sed como nunca en su vida. Pero era incapaz de comprender qué le sucedía. Perdió el conocimiento y cuando volvió a despertarse ya no era ella... sino una vampiro. Algunos de sus compañeros, no todos, estaban a su lado, sobre el frió suelo del local. Muchas más personas estaban allí tendidas y un pútrido aroma a sangre muerta llenaba la estancia en sombras. Fue entonces cuando supo que jamás volvería a su casa, con su madre. Dejó que las lágrimas se derramaran rojas por sus ojos. Una mano fría y pálida le tocó el cabello entonces... y vio a uno de sus compañeros yacente en el suelo, con la mano tendida hacia ella. Era Landelo, que lloraba también... esperando a que el Sol se marchara y la noche extendiera su negro manto... Durante noches, Landelo y ella vagaron juntos por la ciudad, sin tener a dónde ir. Los habían abandonado allí, como a otros tantos. Sabían lo que eran, unos vampiros solos y desamparados. La primera vez que bebieron la sangre de alguien, lloraron por su desgracia y por la muerte de esa persona inocente. Sin embargo, sus ansias de beber eran imparables, así que pecaron una y otra vez, lloraron una y otra vez... El Sol les quemaba la piel, aunque las cruces no les dañaban y se veían en los espejos. Más de una vez se refugiaron en el interior de una iglesia, con los pordioseros que no tenían donde dormir. Si no hubiese sido por Landelo, 579

se habría sentido muy desdichada. Al menos se tenían el uno al otro. Durante 5 años... cada noche durante aquellos 5 años... Sabían que había sucedido algo en la ciudad aquella misma noche. Que muchos fueron llevados lejos y no habían vuelto. Ellos tuvieron suerte, o no, pues al fin y al cabo los dos estaban condenados a vivir como seres horribles el resto de sus días... o mejor dicho, de sus noches... Durante esos años, vagaron de un lugar a otro, sin casa ni cobijo, pues al principio no tenían dinero. Después aprendieron a desenvolverse y saber a quién sonsacarle ese dinero. También se encontraron con muchos otros vampiros, aunque estos no les atacaron, más bien les ignoraron como si no existieran. Al menos tenía a Landelo... su mejor amigo... Y allí estaba ella, en la casa que compartían, alejada de la ciudad y de la muchedumbre. Landelo había salido a cazar. Miró el libro de nuevo y lo apretó contra su pecho. En aquel libro coincidían muchas cosas. La fecha en la que aquel terrible vampiro dijo que los vampiros dominarían el mundo de los vivos y además, Albert debía existir. Un hombre vampiro así tenía que existir. El corazón latió como loco en su pecho y envidió a Davidé por haber recibido los besos y el amor de Albert. Por supuesto, Landelo había leído la novela y no se la había creído. Estaba muy escéptico últimamente.

♣♣♣♣♣♣♣ Un sonido en la ventana la sacó de su ensoñación adolescente. Era Landelo. –¿Por qué entras por la ventana? –le reprendió. –Davinia, cuando me fui estabas con el libro y cuando vuelvo sigues en la misma posición también con ese maldito libro– comentó con enojo. Davinia lo miró ceñuda y el vampiro giró una cara llena de dolor. Landelo era alto y delgado, con el cabello oscuro, y bastante rizado hasta los hombros. Sus ojos eran de un gris acerado, muy fríos. Vestía de negro, su color favorito. –Sé que no crees lo que dice este libro y que no te gusta nada. –Bueno, trata de dos tíos. ¡Vaya maricas...!– dijo despectivo. Antes de que terminara la frase, ella ya le había atizado un tortazo en su blanca cara. Se quedó estupefacto y la miró con sus ojos grises y almendrados. 580

–¡Desgraciado! Estás celoso porque tú jamás podrás ser un vampiro tan importante como ellos. Te quedarás tal como estás y no serás nadie.– Landelo la miró furibundo. –¡¡Estás loca, te has colado por un personaje de novela que no es de verdad!! –Me da igual lo que me digas Landelo, al menos yo tengo esperanza y estoy viva todavía.– se dio la vuelta enfadada, apretando la novela contra su pecho, con amor. Landelo la miró con el corazón a cien. ¡Claro que estaba celoso! Pero no por ser un vampiro de tercera, sino porque estaba enamorado de Davinia desde hacía mucho tiempo, incluso antes de ser unos vampiros. Le dolía en el alma que un personaje de libro hubiese robado el corazón a la muchacha y que él no significara nada para ella. Él era alguien real... y ni así Davinia se fijaba en él. –Lo siento mucho– se lamentó el chico. Ella le lanzó una mirada de intenso reproche y lo achicó aun más. No era particularmente hermosa, sin embargo él la encontraba especial. Cada vez que la miraba le resultaba más y más preciosa. Tal vez fuera su fuerte personalidad, sus ojos verdes enmarcados por esas pestañas tan espesas, o el cabello oscuro y corto. Tal vez simplemente la quería y ya está. –No pienso dejarte sola y lo sabes. –Pues entonces no me tomes por una loca y una demente, porque no lo soy. Y te lo demostraré. ¡Albert existe y pienso encontrarlo! –¿Y cómo? Ni siquiera sabes por dónde empezar la búsqueda. –Por supuesto que sí. ¡¡Vive en Marsella con sus amigos!! Pero antes de eso... me gustaría mucho averiguar... averiguar si todavía existe ese cruel reino de vampiros que describe. –¡¡OH!! ¡¡Vamos Davinia!! Pase que creas en Albert y en todos sus amigos, pero de ahí a pensar en que seres tan extraños existen y que aquella catástrofe se dio lugar. – ella volvió a mirarlo desafiante y de nuevo se sintió pequeño y desplazado. –No estás obligado a ayudarme. –Pero sabes que lo haré. –Yo ya no sé nada. – Davinia giró la cabeza en dirección a la ventana. Allá fuera, en algún lugar había un corazón roto... y ella anhelaba curarlo... –Y por dónde se supone que vamos a empezar a buscar. –Davinia se levantó, acercándose a él como un silencioso gato. –Preguntaremos a otros vampiros. Sabes que hay un buen puñado de ellos en esta apestosa ciudad. –Davinia... – resopló Landelo con aire cansino– Nos ignoran, como si no existiéramos, lo sabes muy bien. –Hasta ahora me había dado igual, sin embargo ya me he hartado de ser una vampiro de tercera. Cuando era una humana no era nadie. No era especial. – 581

musitó la chica mientras Landelo se limpiaba las manos ensangrentadas en el lavabo. Éste se miró en el espejo, tristemente. Y pensó "Tú para mí siempre has sido especial, desde que éramos unos críos que iban al colegio juntos" –Pero ya está bien de no ser nadie en esta vida. Ahora soy especial, Landelo, soy una vampiro. Al principio fue terrible... en cambio ahora pienso aprovecharme de ello. Aunque tenga este aspecto de niña quinceañera durante siglos. Sobreviviré, seré alguien. Estoy harta de vivir en este antro, quiero madurar...

♣♣♣♣♣♣♣ El neófito vampiro vio correr la sangre por el lavabo, empero ya no era sangre ajena, sino la suya propia, manándole dolorosamente desde el corazón. Las heridas de la mano, infligidas a sí mismo, sanaron al instante y el agua volvió a correr límpida y clara por la pila. Se miró al espejo, que le devolvió una imagen pálida y aniñada. Que estúpido fue hace 5 años creyéndose un hombre sólo porque se había revelado contra todo y todos... Y aquella imagen le devolvería un estúpido niño de 16 años para siempre. No echaba de menos a su familia, al fin y al cabo tampoco le quisieron mucho cuando vivió con ellos. Puede que se alegraran de creer que su hijo estaba muerto en ninguna parte. Sí se juntó con malas compañías fue solamente por seguirla a ella, por llamar su atención y lo único que consiguió fue destrozarse la vida. Ahora sólo tenía a Davinia, y sin embargo ya la estaba perdiendo definitivamente. En la terrible noche que le hicieron un vampiro... sólo Davinia vivió con él... o murió con él... Huyeron del local, solos y terriblemente aterrorizados. Sin saber cómo salir de aquella. Comprendieron lo qué eran, en lo que les habían convertido. Juntos se escondieron de la hiriente luz, juntos bebieron sangre de la misma primera víctima... juntos... lloraron... Y sin embargo, él sabía que no duraría por siglos... Nunca había tenido esperanza de gustarle a Davinia cuando eran humanos, y ahora menos. Ella era algo inalcanzable a lo que no podía aspirar. Sin embargo, pensar en perderla del todo le destrozaba las entrañas...

♣♣♣♣♣♣♣ Una blanca mano le tocó el hombro y luego cerró el grifo. 582

–Esta noche pienso pasarme por aquel lugar... allí suelen aglomerarse muchos de nosotros... –Yo no voy... no me encuentro bien. Creo que me he alimentado demasiado hoy y me ha sentado mal... – mintió. –Bueno, no me importa ir sola. Así iré más a mi bola sin que me estés regañando siempre. –Sí, ya sé que mi compañía te exaspera.– dijo tristemente. Ella ignoró el comentario deliberadamente. –Volveré antes del amanecer. Y si no, estaré por ahí, a cobijo... – el sonido de la puerta al cerrarse retumbó por la casa. Una gota de sangre muy espesa cayó sobre la pila y se diluyó con el agua. Landelo se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. –Maldita seas... ¿Por qué te quiero tanto?– se sintió asquerosamente identificado con todos los personajes del libro que Davinia adoraba tanto. Con Albert por la desesperación de querer a alguien y creerse un ser inferior y horrible. Con Davidé por los celos y la rabia contenida. Con Neferne por tener miedo amar para no sufrir por lo que pudiera pasarle a la persona amada. Y sobre todo con Johann porque amó en silencio y como un idiota a Neferne durante años y años sin poder aspirar a ella. Aunque los odiaba a todos porque al final consiguieron lo que querían. Y él en cambio sólo era Landelo... nadie más para Davinia. Ni su amor secreto, ni nada...

Se puso la larga gabardina negra de piel y saltó por la ventana para recorrer la ciudad... ♣

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“Buscando la verdad”

♣ Lavinia anduvo por una callejuela sucia, pensando en cosas de su pasado. Engañada como una boba y llevada por el mal camino. ¿Pero por qué? No lograba recordarlo. Muchas veces lo pensaba en serio, ¿Cuál fue la verdadera razón de revelarse así? Su madre la quería, tenía un techo y comida, podía disfrutar de una educación ¡Y ya no podría volver jamás con su madre! A veces la echaba tanto de menos que la observaba de lejos cuando ella volvía de trabajar. Al menos ahora ya no estaba tan demacrada y parecía que salía con un hombre bastante agradable. Su madre debía rehacer una vida destrozada por culpa de una mala hija que no supo ver la realidad. Al menos ahora ya nadie le daría unos problemas tan graves.

♣♣♣♣♣♣♣ Miró al cielo oscuro y encapotado. Iba a llover fuertemente, lo notaba. Le daba igual calarse hasta los huesos, lo cierto era que no echaba de menos los resfriados. Miró en rededor al notar la presencia de un vampiro. Estaba a su derecha y la miraba inquisitivamente. –¿Qué miras? –¿Qué hace una chica tan mona y joven por aquí?– el vampiro era un chico alto con aspecto normal. –¿Acaso eres como los perros, qué orinan su territorio?– él soltó una sincera carcajada. –No mujer, soy bastante corriente. Y desde luego, no puedo orinar desde hace varias décadas.– Davinia, dando por zanjada la conversación, continuó adelante.– ¡¡EH!! ¡Espera! Te he visto muchas veces por la ciudad acompañada de un vampiro jovencito como tú. Supongo que os dieron el don del vampiro aquella fatídica noche de hace... – Davinia se dio la vuelta de pronto y le agarró por las solapas, lo que obligó al no muerto a doblarse. –¿Sabes algo?– chilló casi histérica. –¿Es qué el que te hizo no te lo explicó? –¡El hijo de perra que me hizo esto me dejó tirada a mi suerte! –Lo suponía.– le cogió las frías manos a la chica y la soltó de su abrigo.–¿Qué quieres saber? ¡¡AH!! Me llamo Josua... –Y–yo soy Davinia– las manos de Josua eran cálidas al tacto. Acababa de alimentarse. Junto a la basura vio el cuerpo muerto de una mujer. 584

–Ven conmigo, vivo muy cerca. –No. Vamos a algún sitio público– Josua sonrió. –Me parece muy bien, eres una chica lista.

♣♣♣♣♣♣♣ Caminaron por la fría callejuela hasta llegar a la esquina y desaparecer por ella. La sombra que los espiaba salió de la penumbra justo cuando una tromba de agua se descargó sobre la ciudad. Landelo apretó los puños. ¿Es qué esa chiquilla estaba loca? Era la primera vez que otro vampiro la hacía caso... y eso no podía ser nada bueno. Los siguió a una distancia prudencial, hasta que los vio entrar en una cervecería irlandesa y tuvo que morderse la lengua para no gritar de rabia. Allí ya no podría espiarles...

♣♣♣♣♣♣♣ El lugar estaba abarrotado de gente. Pidieron un par de medias pintas (ya que no se las podían beber de verdad) y se sentaron en un rincón cerca del escenario. El local estaba muy animado y se podían escuchar conversaciones de toda calase. Pero los dos vampiros no se fijaban en ello. –Cuéntame qué sucedió aquella noche, te lo ruego. –Yo no estuve en la ciudad aquella fatídica noche, supe marcharme en cuanto vi la que se avecinaba. Ya llevaba tiempo fraguándose un plan en la mente del que fue el soberano más poderoso que han tenido los vampiros del mundo. –¿Abdón? –No, se llamaba Erin. – ella se dio cuenta de que Albert había utilizado nombres falsos. Era lógico. –Él acabó volviéndose loco con el paso de los siglos. Se hablaba de una venganza del pasado, de una profecía... mil cosas. Lo único que sé es que acabó muriendo definitivamente. Y en aquella noche de su muerte debió ser en la que a ti te convirtieron en una no muerto. –Entonces... Erin, ¿ha existido? –Por supuesto, aunque yo jamás lo he visto. Ni me he acercado nunca a su castillo. Aunque ahora es una propiedad privada en manos de unos dueños misteriosos. Lo cierto es que no sé tanto como quisiera. Los que salieron escaldados de aquello no abren la boca. Prefieren olvidarlo. –¿Y ese lugar dónde estaba? ¿No será el qué yo pienso? ¡¡Porque está muy cerca…!!

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–A las afueras de la ciudad, en el Sur. Pero no vayas allí, ahora hay una nueva soberana... y... – él se calló mordiéndose la lengua. Davinia lo miró ceñuda. –¿Por qué no continuas? –Es un tema ¿Cómo decirlo? Algo así como tabú. Yo de ti no intentaría averiguarlo. Y no conseguirás más información de otros vampiros. La tienen miedo, un miedo terrible. Erin era duro, sin embargo esta mujer es cruel. –Te lo agradezco mucho. En el libro lo explica todo, si lo lees podrás saber lo qué sucedió. Me parece que no lo has debido de leer... aunque salió a la venta hace muy pocos días. Se llama “Anges et Vampires”.– Josua se quedó petrificado al principio, luego puso cara de no entender ni una sola palabra de lo que ella estaba diciendo. –¿Libro? –Mira... – Davinia lo sacó del bolso y se lo tendió. Al principio éste se quedó mirando indiferentemente las tapas, pues Davinia las había forrado con un bonito papel rojo sangre para conservarlo intacto por fuera, luego lo abrió sin mudar la expresión. Leyó la dedicatoria sin alterarse en lo más mínimo; "Dedicado a Neferne y a Johann por su apoyo, por su amor y amistad incondicionales” “Sin ellos no hubiese podido cumplir aquella promesa" Continuó pasando las páginas, y fue entonces cuando leyó el nombre del autor. Davinia lo miró extrañada, por un fugaz instante le había parecido que en los ojos de Josua dejaban de ser bondadosos para serlo voraces y crueles. Éste levantó la cabeza y sonrió. –No lo he leído. No soy buen lector... – lo cerró con cuidado. –¿No te suena el nombre del autor? Tal vez se haya cambiado el nombre por uno falso y por eso llama a Erin de otra manera... lo llama Abdón. –No sé... ¿Quieres decir que lo ha escrito un verdadero vampiro? –¡¡Sí!! Y la reina de la que hablas puede ser Marlène... y... y aquella noche muchos murieron y muchos fueron hechos como Landelo y yo.– Davinia lo agarró de las manos con efusividad.– También sale el castillo… – continuó. – Y que Abdón se volvió loco... –Tranquila Davinia, tranquila– le estrechó fuertemente las manos– Estás muy excitada y los ojos se te han vuelto iridiscentes, puedes llamar la atención. –Lo siento. –Tal vez sea un vampiro que lo vivió... aunque no sé... Me compraré el libro y lo leeré. 586

–Gracias por escucharme. Hasta hace poco sólo era una vampiro que estaba ahí y no era nadie. Pero el saber estas cosas, y que tú... sin conocer el libro, me las hayas confirmado... Quiero encontrar a ese vampiro y declararle todo lo que he sentido leyendo su apasionante historia. Albert es tan maravilloso.– los ojos le brillaron, aunque por unas lágrimas rojas que aparecieron tímidas entre sus pestañas. Las limpió rápidamente. –Me da lástima que a los vampiros neonatos como vosotros, y otros tantos, se les trate como si no fueran nada. Te ayudaré en lo que pueda– Josua la sonrió amablemente y eso la tranquilizó. –Te estoy muy agradecida. –Tal vez te gustaría ir a la zona del castillo… –Pero si has dicho que... –¡¡OH!! Yo mismo he ido a mirar y... – el hombre se encogió de hombros.– Alrededor sólo hay campos, nada más, so se ve a nadie nunca. –Me encantaría ir– Davinia sintió una fuerte emoción. Todo confirmaba lo que contaba el libro. Landelo se tendría que comer todas sus palabras en contra de aquella historia.– Tengo que avisar a Landelo. –¿A tu novio?– Davinia rió. –No me hagas reír, él es tan sólo mi amigo. De todos a los que nos engañaron, solamente él y yo pasamos la prueba de la no–muerte. Quiero que venga para que vea que el libro no miente. –De todos modos hoy ya es muy tarde, en unas breves horas amanecerá y es peligroso estar fuera del ataúd– dijo de broma, ya que los ataúdes hacía mucho que no se utilizaban (a excepción de los vampiros más extravagantes)– No nos da tiempo a buscarlo. Si quieres vamos ahora y mañana por la noche nos acercamos los tres. –Está bien– dijo ilusionada. Podría ver un lugar en el que Albert vivió durante muchos años...

♣♣♣♣♣♣♣ Landelo los vio salir del local Irlandés y girar por una calle poco concurrida. Aquel tipo tenía algo que no le gustaba nada. Lo había visto con anterioridad bastantes veces y en lugares muy diferentes. Pero siempre coincidía cuando Davinia y él salían de casa. Ahora lo recordaba. No es que lo hubiese visto físicamente más de un par de veces, sino que notaba su presencia con claridad. No le dio nunca la menor importancia. Ellos se movían en un radio de la ciudad bastante pequeño y allí había muchos vampiros. Pero la coincidencia ya era excesiva. Las ansias de Davinia por saber cosas la ponían en peligro. ¿Es qué no había aprendido la lección de no fiarse nunca de nadie? Por 587

muy buena cara que pusiera ese vampiro, sabía que no era trigo limpio, y desde luego, no pensaba dejarla sola jamás. Pero sus ansias de protegerla se vieron truncadas cuando, para su desesperación, ella se subió en un taxi con él. Corrió tras ellos un buen rato, empujando a la gente y gritando. Intentó sin éxito conseguir otro taxi. Pero con aquella expresión de locura en su rostro y esa pinta sobrenatural ningún taxista quiso llevarle. Acabó perdiendo el vehículo de vista y ya no supo hacia dónde dirigirse.

♣♣♣♣♣♣♣ El taxista los condujo hacia las afueras de la enorme ciudad. La noche era muy oscura a causa de las densas nubes de tormenta. Davinia miraba por la ventana, memorizando el camino. Josua dirigió al taxista hasta un camino cercano a una zona algo boscosa, aunque muy descuidada. –¿Están seguros de que les deje aquí? No es una zona muy recomendable. Ya me han contado varios compañeros que se ven gentes raras... –Métase en sus asuntos.– contestó el vampiro. Davinia observó que el taxista la miraba por el retrovisor, preocupado. Ella le sonrió amablemente. Seguramente pensaba que Josua y ella iban a hacer algo raro, sexualmente hablando. Se apearon cerca de una verja medio caída y las luces rojas del taxi terminaron por apagarse en la lejanía. –Esta verja era la que rodeaba antes el castillo. Pero como ves ya no queda mucho de ella.– Davinia la tocó emocionada y con mano temblorosa. Estaba muy fría, como muerta, y mojada a causa de la lluvia. Poco después se adentraron hacia una enorme explanada en la que sólo había tierra mojada y un buen montón de piedra esparcida. De fondo, recortada por las luces, se veía la silueta de un castillo muy famoso de la zona, de propiedad privada. –Tiene sótanos. Porque en el libro cuenta que tenía varias plantas hacia abajo. – Josua la miro fríamente pero luego mudo su expresión por una más afable. –No lo sé ¿Lo dice de veras en el libro? –¿Habrá alguna entrada secreta antigua? –Ni idea, la verdad, no sería muy recomendable bajar si se diera el caso, al fin y al cabo quién sabe con lo que te podrías topar. –Gracias de todos modos Josua. Estoy muy emocionada por estar aquí. –Será mejor que nos marchemos ya. En unas dos horas amanecerá. 588

–Tienes razón. Se alejaron de allí, traspasando de nuevo las verjas derruidas. Josua llamó a otro taxi para que fuera a recogerlos en una zona más iluminada y concurrida no muy lejana de allí. Al final la noche terminó cuando llegó a casa. –Entonces Josua, mañana iremos Landelo y yo. Quedamos en la cervecería de a las 2 de la madrugada. –Muy bien, hasta mañana Davinia.– sonrió ladinamente cuando ella se bajó del coche y desapareció tras la esquina de una calle adyacente.

♣♣♣♣♣♣♣ La muchacha subió las escaleras de la casa medio destartalada y húmeda. Cuando abrió la puerta se vio estrechada por los brazos de Landelo con una desesperación y un amor que ella no supo ver. –Landelo... –No te vuelvas a ir y dejarme solo Davinia... o me moriré de preocupación. –¿Qué te sucede? –Te vi marcharte con aquel hombre y... –¿Me seguiste?– se desasió de él con rudeza, ofendida. – ¡Sé cuidarme sola! –Estaba preocupado por ti.– Landelo cayó de rodillas sobre el suelo, a los pies de ella.– ¿O es qué no tengo derecho? –Lo siento Landelo, estoy cansada, así que me voy a dormir.– ella pasó por su lado, rozándole el pelo con la mano. Él se estremeció. –Davinia... –¿Sí? –A partir de hoy quiero estar contigo siempre acompañándote a donde sea... incluso... – pareció vacilar– Incluso si vas a ir a buscar a A–Albert– tragó saliva con sabor a sangre. –Landelo, vamos a dormir y no pienses más en ello. Aunque mañana quiero que vengas al lugar donde he ido hoy... –¿Con ese tipo? No me gusta ese vampiro, me da mala espina. –No te preocupes Landelo, no me ha tocado un pelo ni es mala persona. Quiere conocerte y nos ayudará a salir de la miseria en la que nos hemos metido.

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–Por supuesto que iré... – musitó Landelo mientras se levantaba del frío suelo. Bajaron las persianas de la casa y corrieron las cortinas. Todo quedó en penumbra... –Landelo, me alegro de que estés aquí... – él no dijo nada cuando ella le rozó el brazo con su suave mano. Pero sintió con desesperación el no poder abrazarla de nuevo contra su pecho y llevarla hasta la cama para hacerla suya... como hacen el amor los vampiros...

♣♣♣♣♣♣♣ Escuchó sus pasos hasta que ella llegó a su habitación y se tendió en la cama. En cambio él se quedó quieto durante una larga eternidad, allí esperando a nada. Pensó en que cuando eran humanos apenas si había pensado demasiado en hacer el amor con ella, pues todo había sucedido desmesuradamente rápido. Primero eran tan sólo unos críos y poco después sucedió lo de la fatídica noche de la sangre. Muchos murieron allí, desangrados. O porque simplemente no aguantaron la transformación. Él la cogió de la mano entonces y se dijo que no la dejaría sola si morían, pero tampoco si conseguían sobrevivir a aquello que ignoraban qué era. Con el paso del tiempo cada vez la amó más, en secreto, en terrible silencio. Se contentaba con estar con ella. Es cierto que la deseaba tiernamente. Abrazarla, besarla con dulzura. Cuando perdió la facultad física de su sexo no creyó que dos vampiros sintieran deseo por el ser amado. Lo descubrió poco a poco, cada vez que la tenía tan cerca que olía su sangre o veía sus senos blancos y apetecibles. Aún así se mordía la lengua, literalmente, y olvidaba lo sentido. Pero después de leer el libro de Albert supo lo que de verdad podían llegar a hacer dos vampiros que se amaban a pesar de ser sexualmente impotentes. ¡Y eso lo desesperó! No podía hacer nada para saciar su sed de amor y sangre. No era tan fácil como irse de putas para olvidarse. Caminó hasta su propia habitación con lágrimas en los ojos. Al menos Davinia lo necesitaba de nuevo... aunque tan sólo fuera un poco. Y por ahora era suficiente... No la dejaría sola... y con aquel tipo... mucho menos. ♣

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“El engaño”

♣A las dos en punto de la madrugada, Davinia y Landelo estaban esperando a Josua en la puerta del pub irlandés. No tuvieron que aguardar demasiado a que llegara éste último, ya que apareció corriendo por una esquina en dirección a ellos. –¡Hola! Perdonad el pequeño retraso. ¿Hace mucho que esperáis? –No, acabamos de llegar. Mira Josua, este de aquí es mi amigo Landelo. –Encantado Landelo.– El vampiro le tendió una mano que el joven no estrechó deliberadamente. Landelo lo miró tan frío como el hielo, diciéndole con la mirada "No me fío de ti". Davinia se sintió violentada, así que cambió de tema inmediatamente. –Bueno Josua, ¿Nos vamos? Llamemos a un taxi... –No, esta vez me traje el coche– sacó las llaves de un Mercedes aparcado cerca de allí. –Yo de ti no traería un coche así por este barrio.– comentó Landelo. –Te aseguro que no lo va a tocar nadie, tranquilo. ¿Vamos?– le tendió el brazo a la muchacha y ésta, divertida, lo aceptó. El neonato sintió una oleada de celos que le subieron desde los pies hasta más allá de la cabeza. Siguió sus pasos con pura desgana fingida. Se sentó en la parte trasera, tras el asiento del copiloto. El coche se puso en marcha y se dirigieron rápidamente hacia destino. La conversación casi hizo vomitar a Landelo ya que versaba sobre el libro. –Ayer, antes de volver a mi casa– comenzó Josua– me fui a una tienda de 24 horas que hay cerca y me compré el libro que me enseñaste ayer. –¿Y has leído algo?– preguntó excitada. –¡¡OH!! Sí, aunque más bien por encima. He estado leyendo con atención las partes en las que se refiere a la locura de Erin y todo lo que sucedió en torno a él. Sí, lo ha tenido que escribir un vampiro real que lo vivió. Pero no creo que Albert sea su nombre real... y muchas cosas puede habérselas inventado perfectamente. ¡A mí no me suena ese nombre de nada! –Pero entonces... ¿Crees qué es real? –Sí, más o menos sí... –Quiero encontrar a Albert, es mi mayor ilusión– Josua soltó una carcajada. –Chiquilla, no te hagas ilusiones. No creo que sea tan fácil encontrarlo. No quiero desilusionarte querida, sin embargo... 591

–Tú podrías ayudarme, ¿Verdad Josua? –Por supuesto Davinia, confía en mí. Ya dije que os ayudaría. –¿Y qué ganas tú con ayudarnos?– preguntó de pronto Landelo. –¿Ganar? Lo hago desinteresadamente muchacho. Ya lo he hecho con otros como vosotros y los he sacado fuera de la inmundicia en la que han vivido. –Lo siento, no creo en que un vampiro haga las cosas por pura caridad. –¡LANDELO! ¡Deja de ser tan descortés! –No te preocupes Davinia, déjalo que siga, que diga todo lo que piense. Eso es bueno. –Nosotros no tenemos nada, ni dinero, ni familia, ¡NO TENEMOS NADA QUE DARTE! –Es natural que mal pienses de mí, no me conoces. ¡¡OH!! Hemos llegado. Bajaron del coche y Landelo enseguida rodeó a Davinia con su brazo para atraerla hacía sí. Caminaron los tres hasta la verja y la pasaron. –¿Por qué me has traído aquí Davinia?– Una ráfaga de frío viento los azotó de pronto. La polvareda se levantó en la oscuridad. –Para que vieras que era verdad, que no sólo es ficción lo que el libro cuenta... –Comprendo... – Miró en rededor y no vio a Josua.– ¿Dónde está ese tío?– exclamó alarmado.– Esto no me gusta nada. –No te preocupes tanto, habrá ido al coche.– se soltó de él y corrió entre los árboles –Vaya castillo más alucinante... En el libro dice que tiene pisos inferiores. ¡Ojalá pudiéramos entrar! – Landelo la miró espantado, preocupado también por el paradero de aquel tipo.

♣♣♣♣♣♣♣ Rato después el vampiro reapareció con el móvil en una mano. –Me había dejado el móvil en el coche. –¿Y para ir a buscarlo has tardado tanto? –Es que he encontrado una cosa muy interesante. ¡DAVINIAAA!– ésta se acercó corriendo a través de la polvareda. –¿Qué pasa? –Seguidme, he encontrado una gruta cerca de aquí. Sale viento de dentro, yo creo que es una entrada al interior de... 592

–Qué coincidencia que la hayas encontrado justo hoy y ahora.– dijo Landelo sarcásticamente. Davinia le echó una mirada asesina y se dio la vuelta para ir tras Josua. El neonato corrió en pos de ella, no la podía dejar sola. Pero una especie de sexto sentido desarrollado en los últimos tiempos le decía que algo andaba mal, muy mal...

♣♣♣♣♣♣♣ Efectivamente, de la pequeña gruta salía un fresco airecillo. La abertura era lo suficientemente grande para que un hombre de mediana estatura pudiera introducirse por ella. Aunque era muy estrecha y estaba en tal lugar que apenas si era perceptible al ojo humano. Josua sacó una linterna, pues estaba demasiado oscuro incluso para los ojos de gato de un vampiro. Además, Davinia y Landelo no tenía demasiado desarrollada la visión nocturna de como la tenía Josua. Se deslizaron por la caverna durante varios minutos hasta desembocar en otra caverna más amplia. Al fondo de ésta se hallaba una puerta bastante camuflada. De ella salía una especie de emanación maligna nada agradable. En todos los presentes produjo un efecto de pánico desesperado. –S–salgamos de aquí ahora mismo... – pidió Josua. – Está sellada con algo poco agradable... p–parece magia negra.– Davinia empezó a sudar y se apartó asustada contra un desconcertado Landelo. No se lo pensaron dos veces y en fila india echaron a correr de vuelta hacia fuera. Por la espalda les corría una sensación horrenda de pánico descontrolado. Landelo empezó a chillar de miedo cuando una ráfaga de aire lo empujó contra el cuerpo de Davinia. Al salir de allí no fue mejor lo que se encontraron de lo que les esperaba tras la puerta. Varios vampiros con rostros poco amigables los aguardaban fuera. Agarraron a Josua del cabello y lo inmovilizaron. Davinia y Landelo observaron la escena muy asustados. –Habéis cometido un grave error viniendo aquí.– dijo uno con cara de pocos amigos.– Los neonatos como vosotros debéis desaparecer uno por uno.– luego se echó a reír cuando Landelo se interpuso entre él y Davinia. –No me hagas reír neonato apestoso, no puedes hacer nada contra nosotros. Fuiste hecho sin valor ni deseo verdadero, y por eso mereces morir. Y tu amiguita también– luego se giró hacia Josua, que tenía el rostro desencajado por el terror– En cuanto a ti, estúpido, tendrás tu merecido. A nuestra Reina le gustará saber que vas ayudando a neonatos a huir de nosotros, andábamos buscándote pero tu muerte llegará muy pronto. ¡¡Lleváoslo!!– lo arrastraron entre varios hasta que se perdieron entre la maleza. Escucharon los insistentes alaridos del vampiro durante largo rato. Landelo reaccionó rápidamente, y cogiendo a Davinia de la mano corrió con ella de nuevo hacia el interior de la gruta. Escucharon que los seguían los otros, por lo tanto corrieron más rápido 593

hasta que llegaron a la puerta y de nuevo la ráfaga de aire tenebroso los echó hacia atrás. Les inspiraba un pánico atroz. Davinia se echó a llorar y su amigo la imitó sin poder evitarlo. –¡¡No!!– Gritó ella cuando Landelo la arrastró hacia la puerta. Éste también tenía miedo, pero sabía que lo que venía tras ellos era la muerte segura, y lo que estaba delante... simplemente desconocido. Miedo a lo desconocido. Llevó una mano temblorosa hasta el pomo, temiendo no poder abrir la puerta si éste no cedía. A la vez tenía el sentimiento y la esperanza de que no se abriera ya que aquella puerta era horripilante. Estuvo a punto de ceder al pavor cuando toco el frío picaporte, pues estaba helado y creyó que la mano se le había dormido. Los sollozos y gritos de la chica lo hicieron tambalearse sin esperanza. Ella le rogaba que no lo hiciera. Estaba muerta de miedo, y si hubiese podido mearse encima seguramente lo habría hecho. La puerta debía de estar muy maldita para hacerle sentir eso a las personas. De pronto llegaron aquellos vampiros y se quedaron acongojados en la entrada a la pequeña gruta. Ellos sabían que aquella cancela tenía un encantamiento de brujería negra y que por ello te invitaba a salir corriendo. Por eso lo que vieron les dejó más que atónitos. En años nadie la había atravesado, era imposible para un vampiro corriente hacerlo...

♣♣♣♣♣♣♣ Pero Landelo no era corriente, porque tenía algo por lo que luchar. Y eso era lo que le dio valor para abrir la puerta. No dejaría que mataran a su amor, nunca. El picaporte giró suavemente y la puerta cedió bajo su peso. Ella y él cayeron hacia dentro bajo la mirada incrédula de sus perseguidores. Éstos no podían acercarse y eso salvó las vidas de los dos neonatos. Landelo arrastró hacia dentro a la muchacha y cerró la puerta de una patada, pese a la aprensión de volver a tocar aquella madera podrida. Tras la puerta unas velas y unas runas mágicas en el suelo explicaban el porqué de aquel encantamiento. Davinia estaba medio desmayada de miedo, así que la ayudó a ponerse en pie y echaron a correr como almas que llevaba el diablo. Al alejarse poco a poco, la sensación de pavor fue decreciendo paulatinamente hasta que desapareció. Se detuvieron unos breves instantes para descansar y pensar qué iban a hacer. –Ha sido horrible, pobre Josua. –Ahora sólo importamos nosotros Davinia, tenemos que salir fuera y marcharnos lejos de esta podrida ciudad. Entiendo porqué han desaparecido tantos neonatos como nosotros. En el mundo de los mortales, nosotros somos superiores, pero en el de los inmortales, somos inferiores... 594

Miraron en derredor, unas escaleras bajaban hacia el lado derecho, en dirección al castillo. No tuvieron más opción que continuar hacia delante porque lo que habían dejado atrás era la muerte segura y lo que les esperaba delante... simplemente les era desconocido… Bajaron cautelosamente todos y cada uno de los escalones que los llevaban a algún lugar desconocido. Del techo colgaban pequeñas lámparas alógenas para facilitar el incierto camino. Estuvieron callados durante todo el viaje, no se atrevían a hablar por sí alguien los escuchaba y daba la voz de alarma. Descendieron con el mayor sigilo del que fueron capaces, aunque el corazón les latía tan violentamente que para ellos fue como si resonara por las paredes. De pronto escucharon un ruido lejano y eso los detuvo en seco. Fue el chirriar de una puerta la abrirse. No hubo pasos, ni ruidos aparentes por más que aguzaron el sentido de la audición. Landelo notó que su acompañante le clavaba las uñas en el brazo, a la expectativa de lo que pudiese ocurrir. No supieron cómo reaccionar, si continuar hacia delante o retroceder de nuevo. Como las escaleras estaban rodeadas por paredes macizas de un color pardusco, he iban descendiendo en giro, no veían más que unos metros del total de las escaleras. El pánico se apoderó de ellos cuando, de pronto, una figura oscura apareció doblando el giro y se detuvo ante los dos neonatos, tan sorprendido de encontrarlos como ellos lo estaban de verlo a él.

♣♣♣♣♣♣♣ La tensión se hubiese podido cortar con una cuchilla. Landelo y Davinia no pudieron moverse ni un centímetro, sin embargo tenían la certeza de que no había escapatoria. Su oponente los miró, en principio ceñudo, luego divertido. –¿Os habéis perdido, verdad?– ellos no contestaron.– ¿Cómo habéis podido entrar? Es insólito… De todos modos está claro que este no es el lugar donde debéis estar y aquí pasa algo raro.– Los dos vampiros siguieron callados como tumbas, cada vez más aterrados. Aquel personaje era sumamente extraño y no parecía maligno... aunque no podía ser bueno si los iba a aniquilar. –Seguidme si queréis salir de aquí con vida. –No... – dijo Landelo. –¿No?– preguntó sorprendido el extraño no muerto– Vaya, ¿No? – luego soltó una risotada divertida.– No seas tonto niño, yo no voy a haceros daño, al contrario, quiero ayudaros. Estáis muy asustados, pero si volvéis atrás no creo que salgáis de aquí. 595

–S–si pudimos entrar, podremos salir... – dijo sin convicción. –No, no podréis.– Davinia por su parte temblaba de puro miedo. Tan cerca de la muerte comprendía que quería vivir a pesar de todo y que con Landelo a su lado no estaría perdida. Pese a ello, se soltó de él y acercándose al no muerto le pidió que los sacara de allí. Landelo no replicó esta vez. –Me alegra que lo hayáis comprendido. Seguidme... – Davinia se fijó bien en aquel vampiro y una punzada en su memoria colapsada le dijo que aquel vampiro le sonaba. Sí, en el libro, Albert lo llamó Filippo... Tenía que ser él, porque el aspecto era igual. Parecía un niño acabado de entrar en la adolescencia, sumamente hermoso y delicado con el cabello castaño y ondulado. –Tú... ¿conoces a Albert? – se atrevió a preguntar. El vampiro detuvo sus pasos de golpe y giró en redondo. La miró sin ninguna expresión en el aniñado rostro. Luego sonrió. –Creo que no conozco a ningún Albert. Lo siento. –Tal vez en su libro haya cambiado el nombre a todos. Yo no lo sé... pro te pareces al Filippo de la novela. Era un castrati cuando Valeri te convirtió en un vampiro... –¿Valeri? ¿Filippo? ¿Cómo sabes que yo era un castrati?– se acercó a ella y la agarró del brazo. Cuando Landelo intentó hacer algo, "Filippo" hizo un gesto contundente con la mano y eso dominó al muchacho. –Lo dice en el libro de Albert... – sacó la novela del bolso mientras aguantaba la presión que los delicados dedos del otro vampiro ejercían sobre su carne. Él se lo quitó de las manos y la soltó poniendo una expresión muy grave. Miró varias páginas, la dedicatoria, el final. Luego lo cerró de golpe y los miró con los ojos desorbitados. –¡Por el amor de Dios! Esto es fatal... ¿Cómo se le ha ocurrido...? Vamos, tengo que sacaros de aquí inmediatamente. Y escuchadme bien, alejaos de esta ciudad, de este país en cuanto os saque de aquí. –P–pero... entonces... tú... – insistió ella. –Mira muchacha, yo no soy Filippo, quiero que olvides eso por tu propio bien. Y a ti te digo lo mismo, valiente– dijo dirigiéndose a Landelo. Éste tragó saliva y asintió en silencio.

♣♣♣♣♣♣♣ Poco después arribaron a la puerta y se adentraron en otro pasadizo. Sólo que éste era llano y recto, también muy austero y poco iluminado. Al fondo había otra puerta. Filippo les hizo la señal de silencio y salió de allí. Poco rato después volvió a entrar. 596

–Parece ser que os están buscando. Necesito saber qué hacéis aquí dentro. –Conocimos a un hombre llamado Josua que nos ayudó a llegar hasta las ruinas del antiguo castillo. Después encontró la puerta mágica y lo que sucedió después... –Lo que sucedió después es que llegaron unos vampiros de aspecto amenazador y os atraparon a los tres. –Sí... –Bien, Josua trabaja haciendo eso. Elige neonatos, los engaña y los atrae a la boca del lobo.– Davinia se quedó pasmada y se llevó la mano a la boca para aguantar la rabia. Landelo se guardó el sarcasmo para otro momento.– Nunca os fiéis de nadie, ni siquiera de mí. Porque si en algún momento nos pillan, os voy a entregar y quiero que lo sepáis. Por más que digáis que yo os intenté ayudar, no lo voy a confirmar. ¿Ha quedado claro? –Entonces contigo tampoco estamos a salvo.– dijo duro Landelo. –Lo estáis si no nos pillan. Mira valiente, en la sociedad de los vampiros, los hay buenas personas, pero no aquí dentro y eso te lo puedo asegurar. Tenemos una Reina que se tiene que hacer respetar. ¿Lo habéis comprendido? Ella no tiene piedad con los traidores, y a la mínima... me meteré en un buen lío. Agarraos a mí mientras podáis, sin embargo os soltaré si el plan falla. Puede que luego encuentre la manera de ayudaros de nuevo, pero... no os lo aseguro. –Está bien, lo comprendemos. Ayúdanos hasta donde puedas.– asintió Landelo. No tenían nada que perder. –Ahora seguid mis pasos, la zona está despejada. Se adentraron en una sala ricamente decorada. –¿Esto son las plantas inferiores del antiguo castillo? –Shhhh... – se asomó a una de las puertas y les hizo unas señas para que siguieran. Acabaron por llegar a otras escaleras que subían y daban a una gran sala de habitaciones contiguas. Varios vampiros estaban dando la alarma de lo qué sucedía, así que lo único que se le ocurrió al pequeño vampiro fue esconderlos en un cuartucho de la limpieza situado al borde de las escalas.

♣♣♣♣♣♣♣ Davinia tenía a Landelo pegado contra ella y notó su cálida respiración sobre el cabello. Éste había sido muy valiente en todo momento, y ello la avergonzó profundamente por ser tan cobarde y tan estúpida. Su amigo la había avisado que ese Josua no era trigo limpio pero no le quiso hacer caso porque estaba demasiado cegada por el libro y sus anhelos con respecto a la 597

historia que éste contaba. Seguía deseando conocer a Albert, aunque al menos ahora sabía que para ello tenía que sobrevivir primero y lo había hecho gracias a su mejor amigo. –Landelo... Quiero darte las gracias– al escuchar esto, el muchacho cerró los ojos maravillado y la abrazó más contra sí. Deseaba tanto besarla que se mordió la boca para reprimirse. ¡Qué situación! –Shhh. –Contestó éste y Davinia se sintió mejor.

♣♣♣♣♣♣♣ –¡Alessandro! ¡Maldita sea!– Basil jamás levantaba la voz a nadie, y menos a Alessandro, pero aquella vez no pudo más. –Calla... shhhhh, no seas tonto y baja la voz. –¿Pero no te das cuenta de lo qué haces? Te estás jugando tu propia vida– esta vez usó un tono más bajo. –Sé lo que hago, porque ya estoy harto de ver pobres neonatos, que no tienen culpa de ser vampiros, exterminados por la pirada de Marlène. Y además, éstos saben cosas que podrían ayudarnos. –¿Qué cosas? –Mira este libro, lo ha escrito Albert Aumont, y salimos nosotros. Y eso es lo de menos, porque lo cuenta todo Basil, todo, TODO. Estos chicos lo tenían y saben que somos nosotros. Si Marlène se entera... –Así que... este es el libro... –¿Ya lo sabías? –Sí, ese apestoso de Josua se lo ha traído hace poco, pero como ya sabes, aquí los rumores y cotilleos van que vuelan. Por supuesto, nadie dice nada en voz alta, y el que se atreva puede despedirse de seguir sobre este mundo siendo un vampiro contento y feliz. Marlène está que trina con el libro. Lo que pasa es que yo no sabía porqué razón se ponía así por un simple libro... – Alessandro se le colgó del cuello y lo hizo inclinarse. –Cariño, cuando dices tantas palabras seguidas me pongo como una moto, y si no fuera porque ahora no es el momento... te juro que te iba a matar de placer esta noche... – acercó sus labios a Basil y lo besó fogosamente. Éste lo miró serio y musitó... –Aless... te quiero tanto que si te pasara algo, si volvieran a separarnos no lo podría resistir y tú lo sabes.– Lo abrazó con ternura estrechándolo contra sí– por eso, por favor... ten cuidado. Yo te ayudaré en lo que pueda– el pequeño vampiro lo miró tiernamente. 598

–Está bien, tendré mucho cuidado. Pero tienes que ayudarme en otra cosa... Ese libro... nos ayudará a encontrar a Albert. Sabes que no puedo vivir tranquilo desde aquello con Davidé. No quiero seguir con la farsa. Desde que me di cuenta de la verdad, no me puedo quedar tranquilo. ¡Albert no está muerto y esta es la prueba! –Lo sé... y lo entiendo. –Entonces, quiero que vayas a despejar el paso hacia la salida, invéntate lo que quieras, por favor.– Basil se inclinó y lo besó en la mejilla. Seguidamente salió de la habitación dejando solo a Alessandro. Éste se quedó pensativo. Ya estaba harto de seguir con aquella farsa estúpida.

♣♣♣♣♣♣♣ Hacía rato que estaban dentro de aquel cuartucho tan estrecho, y les daba miedo hasta respirar. ¿Qué es lo que pasaría? Poco después Aless golpeó la puerta con suavidad. –Soy yo... vamos a salir de aquí.– La puerta se abrió lentamente y el rostro infantil de Aless les sonrió. Salieron sigilosamente de aquel oscuro pasillo y se metieron en otra habitación que Aless inspeccionó antes por si hubiese alguien. Esta habitación daba a su vez a otra que a su vez desembocaba en un pasillo largo y lleno de luz. Desgraciadamente éste sí que estaba lleno gente y no pudieron pasar de allí. –No os preocupéis, un amigo mío se encargará de... – de pronto se quedó como petrificado, mirando por encima de los hombros de Landelo y Davinia. Un escalofrío terrible les recorrió la espina dorsal a los dos al ver su expresión. Landelo se dio la vuelta pensando que detrás habría algún terrible vampiro que los mataría en aquel mismo instante. Pero se encontró con algo muy distinto.

♣♣♣♣♣♣♣ Era un hombre muy guapo el que los miraba con aire curioso, como si quisiera saber qué estaban haciendo allí, atisbando por aquella salida. Pero sus ojos, pardos devolvían una mirada profundamente triste. –¿Qué hacéis?– preguntó con una voz suave y sensual. Landelo miró boquiabierto al recién llegado. –¿Qué... qué haces tú aquí? C–creía que estabas...– dijo Aless, nervioso. –Estaba aburrido. Angélica se tuvo que ir con Andrei por no sé qué... Todos están muy revolucionados. ¿Qué hacéis? ¿Quiénes son estos chicos?– Aless se 599

quedó clavado donde estaba sin saber qué decir.– ¡¡No serán los que todo el mundo busca!! –Mira, no sé cómo decírtelo, pero han entrado en el castillo subterráneo sin querer y ahora los están buscando. Los quiero ayudar a salir sin que se entere nadie. Sabes que hay vampiros que no aguantan a unos pobres neonatos y no los pueden ni ver.– al principio el hombre no dijo nada para luego sonreír cálidamente. –Tenías que haberme avisado, yo sé por dónde sacarlos de aquí y cómo. –P–pero que no se entere... –Marlène no se va a enterar Aless, no seas idiota, yo no se lo voy a contar. – Davinia miró al hombre cada vez más impresionada. –No es por eso... es que... –¿Cómo os llamáis?– miró primero al chico. –Landelo... – musitó débilmente. –¡¡OH!! Eres bretón, ¿verdad? Davinia tembló cuando el vampiro la miró a ella con sus ojos pardos. –¿Y tú? ¿Cómo te llamas?– Ella tardó un rato en contestar y cuando lo hizo casi fue inaudible. –Me llamo... me llamo Davinia– el extraño se echó a reír. –¡Qué curiosa coincidencia! Nuestros nombres se parecen, yo soy Davidé. Tras ello, Davinia no resistió aquel descubrimiento que tanto temía confirmar cuando lo vio por primera vez, y acabó por desvanecerse de la fuerte impresión. Sí, Davidé estaba allí, mirándola tristeza infinita... ♣

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con esos ojos pardos llenos de

“Davidé”

♣Davinia permaneció sin sentido varios minutos. Davidé le tomó el pulso. –Está bien, deben haber sido tantas emociones las que la han hecho perder el conocimiento. Landelo miró de reojo a Davidé, incrédulo. No dijo nada por discreción, o por temer equivocarse si abría la boca. Muchas cosas del libro se estaban cumpliendo, como lo de los pisos inferiores del castillo, algunos nombres citados en él y cosas así. Pero lo que no cuadraba de ninguna de las maneras era lo de Davidé. En el libro, ¡Davidé estaba muerto! Por eso Albert estaba tan triste. A lo mejor, aquel no era “ése” Davidé... Aunque físicamente era clavado al de la historia. Sin embargo cabía la posibilidad de que en la realidad su nombre real no fuera ese. De pronto, Aless agarró a Landelo del brazo para apartarlo varios metros. Le habló al oído. –Escúchame bien Landelo, no habléis del libro delante de él, sería un shokc... Si se enterara no quiero ni pensar lo que aquí pasaría ¿De acuerdo? – Landelo lo miró asintiendo ligeramente con la cabeza. –En cuanto se despierte, nos largaremos de aquí inmediatamente– habló Davidé de pronto.– En cualquier momento puede entrar alguien y sorprendernos.– Minutos más tarde, la chica abrió los ojos y lo primero que vio fue a Landelo. –¿Qué ha pasado...?– Aless le hizo un gesto a Davidé y se alejaron de ellos unos cuantos metros. –Te has desmayado, no te preocupes.– Ella lo miró un tanto confusa, intentando recordar algo. –¡Es él, Landelo! ¡No está mu...!– De pronto Landelo la besó en los labios apretándola contra sí. Davinia se quedó tan patidifusa que no reaccionó. Era la primera vez que la besaban en toda su vida. Luego su amigo llevó los fríos labios a su oreja y musitó unas palabras. Davinia pensó que le diría algo muy comprometido, algo que no quería oír jamás de los labios de Landelo. No podía corresponderle, a ella le gustaba... le gustaba... Albert... En cambio, las palabras que escuchó fueron muy distintas. 601

–Escúchame Davinia, “esa persona” no puede saber lo del libro ni sobre el autor. Te he besado para despistar, para poder decirte esto de alguna manera. ¿Lo has comprendido? No digas NADA – Davinia se quedó anonadada por un lado y aliviada por otro. En cambio para el vampiro aquello fue un autentico tormento. La había besado sin pensárselo ni un segundo. En otras circunstancias no lo hubiese hecho ni loco, sabía perfectamente que ella lo rechazaría inmediatamente, sin embargo no se le ocurrió otra cosa más efectiva para avisarla de que no debía decir nada a Davidé. Davinia, a su vez, comprendió lo qué había pasado y porqué había hecho aquello su amigo Landelo. Aun así quedó alucinada por saber que Davidé, el Davidé de Albert, seguía vivo. ¿Y si Albert había mentido y...? De pronto, Davidé y Aless se acercaron a ellos apremiándolos a salir de allí. En la habitación contigua se escuchaban voces. –Venga, seguidme– les guió el vampiro. – Tú Aless, quédate con ellos mientras yo despisto a los que hay fuera. -Por el rabillo de la puerta vieron como Davidé daba unas órdenes a los vampiros que andaban deambulando por allí en busca de los neonatos fugados. –Marlène os reclama en la Sala de audiencias. No sé qué tendrá que deciros, pero os quiere allí a todos. Si veis a más gente, comunicadles este mensaje. Ya sabéis que a Marlène no le gusta esperar. – aquellos no muertos salieron de allí en la dirección indicada dejando el paso libre al grupo de cuatro. Aless salió del escondrijo corriendo con los otros dos detrás. Caminaron por un largo pasillo hasta llegar a otra sala en la que Davidé hizo lo mismo con los que por allí estaban y con todo el que se le puso delante. Aless por su parte escondía a los neonatos cada vez que había peligro dejando que Davidé se encargara del resto. Pronto corrió la voz de que Marlène quería a todo el mundo presente en la Sala de Audiencias y tan sólo quedó algún vampiro rezagado muerto de miedo por si no llegaba a tiempo.

♣♣♣♣♣♣♣ En poco tiempo arribaron a una zona cercana a la salida al exterior, así que Davidé se detuvo y dijo; –Alessandro, vete de aquí y ve a la Sala de Audiencias. Si por casualidad nos encontraran no quiero que te acusen de traidor. –Eres demasiado bueno Davidé– "Si supieras cuantas mentiras te he contado últimamente, no me lo perdonarías", pensó Aless. –Vamos, no quiero que Basil se quede sin ti por esta tontería. Seguro que ya está muy preocupado y sufriendo. ¡Vamos! ¿A qué esperas para irte de aquí?– Aless lo miró rabioso, pero no porque le odiara, sino por rabia hacia sí mismo. 602

–Está bien, voy a la Sala. Ten cuidado con estos chicos, tienen que salir de aquí vivos y cumplir una misión muy importante. Ellos saben porqué. –Por descontado. Adiós Aless.– éste se marchó en dirección opuesta por unas escaleras que llevaban hacia un piso inferior. Davinia miró a Davidé alucinada. Era muy atractivo y cuanto más lo observaba más comprendía cosas del libro. Él le dirigió una mirada parda de lo más tranquilizadora y una sonrisa de labios sensuales. –No tengáis miedo, yo os sacaré de aquí– sí, realmente tenía carisma y parecía muy bondadoso. ¿Qué pasó de verdad? ¿Por qué no estaba muerto? Tenía tantas, tantas preguntas que hacerle y no podría hacerlas nunca... Así debía ser, y así sería. Caminó de la mano de Landelo, que no la soltaba para nada, tras los pasos del hombre que nunca pensó que conocería...

♣♣♣♣♣♣♣ La mayoría de los vampiros e inmortales que moraban lo que quedaba de el castillo que fue de Erin, estaban reunidos en la Sala de Audiencias. Aless se abrió paso entre la enorme masa de vampiros hasta llegar a Basil, que se alegró tanto de verlo sano que lo estrechó contra sí. Lo alzó en brazos y el pequeño Aless murmuró unas palabras en el oído de su amor. –Están a salvo– dijo sin más. De pronto apareció Marlène, ataviada con un vestidito violeta con transparencias y encajes negros. El pelo recogido en dos simples trenzas ribeteadas con dos lazos oscuros de raso. Su expresión era de puro desconcierto y rabia reprimida. Subió al estrado y musitó ante los presentes algo que los dejó sorprendidos a todos menos a Aless. –¿Quién ha sido el desgraciado que os ha dicho que yo he convocado esta reunión?– La sala enmudeció de pronto.– Os informo de que yo no os he llamado para nada. Vuestras órdenes eran buscar a los neonatos infiltrados.– el tono de voz de Marlène cada vez era más fuerte y enojado.– Teníais unas órdenes que los guardias os dieron porque yo se las había dado a ellos. ¿Acaso alguno de esos guardias os ha dado una contraorden? ¡HABLAD!– nadie dijo nada ya que no había sido ningún guardia. –¿Nadie piensa confesar? ¿Estamos acaso en el aula de una escuela? Un aula en el que un gamberro ha tirado una bomba fétida y no da la cara por miedo a la reprimenda del maestro. ¡Oh! Pero yo no soy el maestro, ¿Verdad? ¡YO SOY LA REINA!– Rugió arrojando el estrado hacia los presentes.– ¡AHORA ESOS NEOATOS REPUGNANTES ESTÁN POR AHÍ, EN MIS 603

PROPIEDADES, ESCAPÁNDOSE DE MI FURIA MIENTRAS TODOS ESTÁIS AQUÍ MIRÁNDOME COMO ESTUPIDOS! ¡¿QUIÉN HA SIDO, MALDITA SEA?! En principio nadie dijo nada, hasta que un grupo de vampiros se atrevió a decir algo que sabían avivaría la furia de la Reina. El portavoz habló tembloroso. –Mi señora– no la podían mirar a la cara, así que bajó la vista prudentemente– Estábamos mis compañeros y yo en la zona Este del piso tercero cuando... cuando. –¡¿CUÁNDO QUÉ, ESTUPIDO?!– lo apremió agarrándolo de la camisa y zarandeándolo tanto que casi se la arrancó de cuajo. –Que Davidé fue el que nos lo dijo.– se oyeron unas cuantas afirmaciones entre el público asistente para confirmar aquello.– Nos explicó que querías vernos aquí inmediatamente y que lo dijéramos a todos cuantos viéramos ya que... – Marlène lo empujó con cólera. –Eso... es... ¡ME ESTÁIS MINTIENDO...!– pero ella sabía que no era así y eso la ridiculizaba delante de la masa presente. Davidé, maldito hijo de puta, que la ignoraba constantemente, que no quería saber nada de ella, y que siempre hacía lo que le daba la real gana. De pronto salió corriendo en dirección a la salida mientras todos se apartaban para dejarla paso. La Sala se llenó de murmullos al salir ella y Basil aprovechó para preguntarle a Aless. –¿Qué ha pasado? –Davidé es el que va a sacar de aquí a aquellos dos infelices de los neonatos. Por suerte, el único que nos vio fue él de entre todos los vampiros que hay aquí. ¡No me lo puedo creer! –Vaya lío se ha montado, es increíble.

♣♣♣♣♣♣♣ La vampiro vestida de muñequita corría como una desesperada por los pasillos que llevaban a la salida al exterior, que sería donde Davidé, aprovechando la confusión, llevaría a los apestosos neófitos. No quiso que ninguno de sus ayudantes la acompañaran, quería enfrentarse a Davidé ella sola. Llevaba años intentando domarlo sin conseguirlo, desde aquel incidente en la boca de la enorme abertura cuando Davidé se soltó de Albert para que éste viviera. Lo tenía engañado desde entonces. Por supuesto no cayó 604

realmente, Alessandro lo sacó todavía vivo pero inconsciente sin que nadie lo supiera. Después le habían dicho a Davidé y al mismo Aless que Albert estaba muerto. Durante más de un año Davidé no dijo ni palabra y vivía sumido en una eterna desesperación. Para él, Albert había muerto intentando ayudarlo, y volviéndose loco tras presenciar la caída de su amado no lo pudo resistir e intentó matarlos a todos hasta que no pudo más y también cayó en el pozo de fuego. No sabía si Davidé y Aless se lo habían creído, pero el vampiro italiano nunca más quiso hablar de ello. Tiempo después, Aless habló con ella y le dijo que no se creía que Albert hubiese perecido así y le confesó que ella misma le había matado con sus propias manos, pero que si Davidé se enteraba de eso, él y Basil lo pagarían muy caro. Y ahora, por culpa de aquel apestoso libro, Davidé se enteraría de todo y una catástrofe los arreciaría a todos. Durante aquellos años, intentó conquistar el corazón de Davidé, seducirlo con mil cosas. Incluso le obligó a casarse con ella aunque finalmente no lo consiguió. En la misma ceremonia, Davidé había escupido a sus pies y sin decir palabra la había dejado ridiculizada ante todos. También intentó beber de su sangre sin resultados. Una vez casi consiguió que se dejara morder, y las palabras de Davidé la habían hecho desistir. –"Nunca, nunca podrás arrancarme del corazón a la persona que yo amaré hasta que me muera" "Muérdeme cuánto gustes que yo no sentiré nada" "Ni siquiera repugnancia" –"Albert está muerto"– le había dicho, tras lo cual, él la había mirado y contestado; –"No en mi corazón, no en mi sangre, no en mi mente" "Si bebes mi sangre estarás bebiendo la suya" Ya no volvió a intentar beber de él nunca más. Pero deseaba poseer lo que una vez fue de su hermano Albert, quitárselo del todo, vengarse de él. Los últimos tiempos Davidé estaba muy tranquilo gracias a la ayuda de sus "amigos" Aless y Basil, no salía nunca de allí, no había vuelto a salir al exterior desde entonces y prefería vivir encerrado. Y es así como transcurrían los días y las noches con aquel vampiro italiano indómito. No es que le amara desesperadamente, su corazón solamente había amado a su hermana gemela, pero Davidé era el Rey perfecto para ella y sí no lo podía tener, al menos lo retendría. Y ahora, por culpa de aquellos niñatos y su apestoso libro, todo se iba a ir al traste...

♣♣♣♣♣♣♣ Estaban a punto de llegar a la salida y debían darse prisa, a aquellas alturas Marlène ya sabría lo del engaño y que había sido él. Tenía que sacar de la boca del lobo a aquellos pobres chicos. –Tranquilos, pronto llegaremos. 605

–¿Por qué nos ayudas Davidé?– inquirió el muchacho. –Porque quiero y porque me da la gana. Además, una pareja tan bonita como la vuestra tiene que vivir su vida. ¿Os hicieron vampiros sin vuestro consentimiento, verdad? –Sí, así fue... en una noche horrible y sólo Davinia y yo pudimos salir vivos. –A mí también me hicieron sin permiso– durante unos instantes, los ojos de Davidé brillaron tan intensamente de emoción que parecieron iridiscir y Davinia se emocionó tanto que casi lloró.– Aunque a mí sí que me querían cuando me transformaron, totalmente en contra de mi voluntad, pero me alegro de que pasara así. Bueno, es mejor que sigamos corriendo, ya casi estamos.– zanjó aquella parte de la conversación visiblemente emocionado. Parecía como si hiciera mucho que no se lo contaba a nadie.

♣♣♣♣♣♣♣ –Tengo que decírselo Landelo... – musitó ella angustiosamente. –¡NO!– frenó la marcha y la detuvo mientras Davidé paró a su vez apremiándolos a que continuaran. –Vamos, no podemos perder el tiempo.– Davidé se percató de que ella estaba intentando decirle algo y no podía.– ¿Qué te sucede preciosa?– Landelo se sorprendió del oído tan fino que tenía Davidé ya que Davinia había hablado muy bajito. –N–nada, que... yo... que... –No Davinia, sería un desastre, así no se lo podemos decir... acuérdate de lo que me dijo Aless, por favor... –No es justo– Davinia se echó a llorar y por su pálido rostro se derramaron lágrimas como cera roja caída de una vela. Davidé por su parte no entendía nada. –¿Decirme qué?– repitió más serio. –Albert... – musitó Davinia mientras Landelo le gritaba que no lo dijera. Davidé se quedó boquiabierto. ¿Cómo podían ellos conocer a Albert? ¿Aless les habría contado algo? Fue entonces cuando una mancha salió rápidamente de las sombras y estiró contundentemente de Davinia, apartándola del lado de los dos vampiros. Davidé se enfadó consigo mismo por haberse dejado sorprender así. –¡DAVINIA!– chilló Landelo, desesperado por aquello. La figura que se llevó a Davinia era la de Josua. Tenía a la chica bien asida y ésta no se podía mover. 606

Pero el problema no fue aquel, sino que una navaja enorme le oprimía el gaznate a punto de rebanarle el cuello. Para una vampiro aquello no era un problema si decimos que el arma blanca es corriente, sin embargo aquella arma, y Davidé tenía conciencia de ello, estaba bien untada en toda clase de venenos malos para los vampiros, fruto de la asquerosa ciencia de Andrei y las órdenes de Marlène. –No te muevas Landelo, el arma es mortal para ella. Si le corta el cuello no se le cerrará la herida y sería una muerte lenta y angustiosa. –Pero es sólo un cuchillo... – dijo sin convicción. –Sí, y está envenenado. A mí me clavaron uno hace mucho y me sané, aunque me costó, pero ahora los venenos son más intensos que hace años. Además, en el cuello... – musitó– En el cuello es fatal... Déjame a mí.

♣♣♣♣♣♣♣ Landelo se moría por dentro de miedo. Cayó de rodillas como un niño, tembloroso. Davinia lo miraba suplicante. –Eres una rata apestosa Josua, ¿Te lo habían dicho alguna vez? –Sí, aunque es un honor que me lo digas tú, Davidé. –Estoy harto de que engañes a pobres vampiros inocentes. –Son órdenes de nuestra querida Reina, y yo soy un súbdito fiel. –Tú lo harías aunque nadie te lo pidiera, rata de alcantarilla. ¡Suéltala ahora mismo! –No puedes vencerme Davidé. Soy más rápido que tú.– Landelo recordó todo lo que había leído sobre Davidé en el libro. Si realmente era como Albert lo describía, aquel cerdo de Josua no tenía posibilidad alguna. Aun así estaba dudoso y preocupado por su Davinia. –¿En serio?– sonrió Davidé.– Sí, tienes razón, últimamente me he vuelto muy pasivo. No sé si podré ganarte– Josua apretó más el cuchillo y sus carcajadas resonaron por todo el hall en el que estaban. Davidé caminó unos pasos y Josua calló su fea risa reculando hacia un lado. –No te acerques. –Estoy desarmado Josua, en cambio tú tienes un arma envenenada. –A Marlène no le hará nada de gracia esto Davidé, no me obligues a hacerte daño. –Yo no le tengo ningún miedo a esa muñeca andante... –Entonces mataré a Davinia, ¿Te da miedo eso? 607

–No.– contestó con otra sonrisa. Josua empezó a dudar de que Davidé fuera tan tranquilo.

♣♣♣♣♣♣♣ Unos pasos resonaron por las escaleras hasta que una mujer morena vestida de muñeca apareció corriendo. Davidé ni siquiera la miró, pero Josua se puso nervioso al verla. Landelo la reconoció como Marlène, la hermana de Albert que siempre vestía como una terrible muñeca de porcelana como las que te observan por las noches y parece que quieran asesinarte mientras duermes. –Davidé... – musitó ella.– ¿Qué demonios haces? –Mantengo una filosófica conversación con esta rata. Dice que si me muevo le raja el cuello a la chica, pero yo ahora le digo que si él lo hace yo le reviento la cabeza y me lo cargo. Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Verdad, rata?– dijo tranquilamente. –Mátala.– dio la orden la Reina. Pero Josua, que sudaba a mares, no movió ni un pelo. Ella lo miró enfadada. –Te he dicho que la mates, ¿O es que no me has oído, Josua? –Pero... –¡MÁTALA! – bramó corriendo hacia Davinia y Josua. Landelo gritó alarmado mientras Davidé desaparecía de su lado como un rayo. Con un movimiento de la mano, Davidé le arrancó el cuchillo al vampiro sin tan siquiera tocarlo. Durante un segundo Davidé dudó en si surtiría efecto, hacia muchos años que no lo hacía ni se sentía animado para probar. Pero aquella vez era la vida de otro ser humano la que estaba en juego. El cuchillo rodó lejos de allí, entre las sombras. A su vez Marlène estiró con ímpetu de Davinia y le rompió el brazo. Empero, se vio interceptada por la mano de Davidé que la tiró al suelo. Landelo corrió en pos de su amada arrastrándola fuera de allí mientras la Reina, cada vez más furiosa, estiró del pie del muchacho y lo lanzó de bruces sobre el piso con la chica en brazos. –¡OS ANIQUILARÉ A TODOS!– Bramó histérica. Davidé la volvió a empujar, esta vez contra la rata apestosa. –¡CORRED! ¡Ahora es el momento de escapar! ¡SALID DE LA CIUDAD! ¡Aquella puerta da a las escaleras, si sois rápidos lo lograréis! –Landelo se llevó corriendo a Davinia en la dirección indicada. Davidé continuó chillando detrás de ellos, dándoles órdenes. No debían volver a casa, tenían que salir de la ciudad. Hacer autostop inmediatamente llegaran a la carretera más cercana y marcharse muy lejos de allí, del país si les era posible.

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Mientras tanto, Davidé pateó a Josua hasta dejarlo casi sin conocimiento. Marlène se levantó del suelo con el labio roto. –No me pidas explicaciones de porqué lo he hecho, no te las voy a dar. –No me hacen falta, me lo imagino. No obstante me has dejado en ridículo delante de todo el mundo –¿Otra vez?– sonrió a Marlène con una malicia que ella no le había conocido nunca. –¿CÓMO TE ATREVES? – Nos esperaremos aquí un buen rato hasta que quede bien claro que aquellos dos se han ido de aquí sanos y salvos. Te lo advierto, si les haces algo me marcharé, querida. Y no volveré– ella lo miró espantada. Estaba claro que aquellos vampiruchos no le habían contado lo del libro... sino Davidé se hubiese largado con ellos a buscar a Albert. Pero si se marchaba acabarían encontrándose de nuevo, seguro, y sería un desastre. –¡¡AH!! Y no quiero que vuelvas a perseguir a vampiros jóvenes para matarlos. Te recuerdo que tú lo fuiste una vez.– Marlène quiso bramar de rabia, conteniéndose estoicamente. –¿Por qué no te has ido jamás de aquí? –Ya lo sabes, mi vida no tiene sentido. La persona que yo amo... no está allí fuera. ¿Para qué quiero salir? –¿Y los Inmortales? ¿No te importan?– dijo refiriéndose a Haydee y Hans. –Prefiero que vivan su vida, no tiene porqué cargar conmigo. Que sigan creyendo que estoy muerto. –Si fueras mi Rey, todo sería mucho más fácil para todos. Para los súbditos, para los neonatos, para… –No me quieres realmente, y yo no puedo amar a nadie más, lo siento. ¿Crees qué no deseo olvidar esta pena, este dolor con el que me cuesta tanto seguir vivo? No me suicido porque le hice prometer a Albert lo mismo. Esa es la única razón de que siga sobre este mundo. Qué felices fueron Romeo y Julieta, ellos sí pudieron escapar de todo ese dolor... En cambio yo... no. No quiero tu amor, no quiero el amor de nadie, y en realidad tú tampoco quieres el mío. –No se trata de amor. Yo sólo amé de verdad a una persona en este mundo, y Albert me la quitó. –Tu hermana debe estar con Dios, tranquilamente, viéndote y avergonzándose de las cosas que haces. – Marlène cerró la boca en una mueca amarga.–Pero seguramente ha perdonado a sus dos hermanos. –No sabes nada… 609

–Más de lo que parece… y te lo advierto querida, si les haces daño a esos dos chicos, te juro que me las pagarás. ¿Lo has entendido? –Perfectamente. –Pues entonces, adiós Marlène… Se dio la vuelta y desapareció de allí, dejando a Marlène sola, con las trenzas deshechas y los encajes de su vestido rotos y sucios de sangre. En el fondo comprendía aquello. Cuando perdió a su amada... se sintió igual. Y había necesitado siglos para comprender... Odió a Albert más que nunca. Estaba decidido, si Davidé no se quedaba allí, no dejaría que se enterara de lo de Albert bajo ningún concepto. Aquellos dos vampiros fugados... ¡Menudo problema! Albert no podía enterarse de que Davidé seguía vivo. ¡JAMÁS!

♣♣♣♣♣♣♣ Josua se levantó dolorido y miró la figura de su Reina plantada en mitad del hall. –Mi señora– musitó– Ella lo miró de reojo, fue hasta el arma envenenada y cogiéndola se la clavó en mitad de la frente. Éste se quedó petrificado mientras caía al suelo, notando como el cerebro se le llenaba de un veneno lento y mortífero. –No te podrás mover, rata. Y mientras te quedas aquí, sin poder moverte, durante horas, largas horas de interminables horrores... esperarás hasta que vengan a por ti y te echen al fuego. – luego la escuchó, ya muy débilmente, irse de allí. Una voz muy lejana le dijo; "Eso por desobedecer mis órdenes, rata"

♣♣♣♣♣♣♣ Landelo y Davinia habían ascendido por aquellas escaleras, muy parecidas a las que les habían llevado hasta allí al principio. Davinia todavía tenía el brazo roto y le dolía mucho. Detuvieron un instante su ascensión. –Me duele muchísimo.– Landelo la miró apenado y se quitó después el jersey de cuello alto.– ¿Qué haces?– preguntó ella cuando Landelo le acercó su cuello a la boca. Se apartó disgustada. –Si bebes un poco de mi sangre, te recuperarás antes.– Davinia negó con la cabeza, se sintió violenta. –Por favor, tenemos que salir de aquí, buscar a Albert

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y contarle que Davidé sigue vivo, que no sabe que él también está vivo... ¿Eso es lo que quieres, verdad? –Sí... Eso es lo que más deseo. –Por eso, bebe de mí, directamente de mi vena principal. Davidé quería que nos salváramos, él nos ha ayudado. Creo que el destino nos ha enviado para devolverles sus vidas. –Yo... yo... – gimió mientras Landelo la acercaba hacia sí y le tendía su cuello. Davinia lo rozó con los labios fríos y al final lo mordió. El muchacho se creyó morir de placer, aun sí controló sus impulsos sensuales. La abrazó muy fuerte contra su pecho y notó bombear el corazón de ella muy cerca de sus propios latidos. Miró su cuello blanco y suave. Cerró los ojos mientras imaginaba que estaban en un lugar maravilloso y no en unas frías escaleras. Que estaban desnudos y sus cuerpos se tocaban de verdad. Sintió la necesidad de morderla también, de hacer el amor con ella allí mismo, empero no lo hizo, pues sabía que no podía ser. Musitó para sí mismo, en el fondo de su mente y no con la voz, que la quería con locura, y que si la perdía, si ella moría, ¿Sería tan fuerte cómo para seguir adelante? Se echó a llorar mientras Davinia bebía su sangre y se apretaba más contra él. No permitiría que nadie la matara. Tenían que seguir adelante, el destino los había puesto allí para algo. Continuarían adelante y encontrarían a Albert. Eso era lo que Davinia más deseaba y le haría realidad su sueño... ♣

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“Decisiones”

♣Entró en su cuarto dejándose caer sobre la cama. Ésta era pequeña, para una sola persona. No quería sentir que le faltaba alguien al lado cuando se iba a dormir. Se quedó pensativo, mirándose el anillo que llevaba en el dedo. Era lo único tangible que le quedaba de él, todo lo demás sólo eran recuerdos que no podía tocar. Recordaba su pelo rubio, pero no era real, podía pensar en el tacto de aquellos labios carnosos y no sentía de verdad sus besos, veía esos ojos verdes en la oscuridad... sin embargo ellos no le veían a él. No eran más que recuerdos que algún día desaparecerían de su memoria. Pese a ello, por cientos de años que pasaran, no olvidaría jamás ese amor que tuvieron. Él estaba muerto, no volvería a verlo nunca más. No había día en su triste vida que no pensara en ello, pero es que había veces que le daba la sensación que su amor seguía en algún lugar, esperándole... Miró el anillo, lo besó con labios temblorosos y se echó a llorar en silencio. Hacía ya mucho que no lloraba, tal vez por resignación, ¿Por qué Alessandro tuvo que salvarlo? ¿Por qué no lo dejó morir? Pero su amigo no tenía la culpa. Aless le contó que había visto lo sucedido de lejos, y al llegar al lugar de los hechos, ya se había soltado de Albert. Sin embargo, no se había despeñado, sino que la ropa le había salvado al quedarse enganchada en las rocas aunque tan cerca del fuego que se había abrasado una pierna. Durante días estuvo como en otro mundo y con unas graves quemaduras por todo el cuerpo que tardaron en sanar por lo débil que se hallaba. Cuando despertó del shock y se enteró de que Albert ya no volvería odió a Dios, le odió por hacerle aquello tan cruel. Cada día pensaba mucho en su amor, y eso era torturarse a sí mismo, sin embargo no lo podía evitar. Aless, Basil y Angélica siempre le apoyaban y animaban, aunque nunca hablaba de Albert con ellos. Albert era suyo, los recuerdos le pertenecían en exclusiva, así que no los compartiría jamás con nadie.

♣♣♣♣♣♣♣ Unos golpecillos en la puerta lo devolvieron a la realidad. Se limpió rápidamente la sangre de la cara y fue hasta la puerta. –¿Quién es? –Soy yo– contestó una voz femenina al otro lado. Abrió y una vampiro menuda lo miró desde el otro lado.– ¿Puedo pasar? 612

–Sí Angélica, tú siempre puedes pasar.– cerró la puerta tras ellos y los dos se sentaron en la cama.– Angélica era la ayudante personal de Andrei y hacía ya muchos años que la había conocido. Sólo que ahora parecía más una chica que antes, cuando Davidé la vio por primera vez era tan sólo una masa de pelo y ropa, en aquella época en la que Albert fue mortal. –Me he enterado de lo que ha pasado. ¿Pudieron esos pobres vampiros salir de aquí?– Davidé asintió.– Qué bien, me alivia saberlo. Marlène no debe de estar muy contenta.– la pequeña mano de Angélica le rozó la mejilla. Davidé apartó la cara.– ¿Has llorado? Tienes restos de sangre.– sacó un pañuelo para limpiárselos. –Un poco... –Estaba preocupada por ti. Aless me ha contado que ayudaste a escapar a esos chicos, ¿Por qué estás tan triste entones? –Pienso en Albert y en que quiero estar con él. Porque he visto a esa joven pareja y me han dado envidia…– La expresión de Angélica se volvió triste. –Daría lo que fuera por devolverte a Albert, pero no puedo hacer nada, lo siento. –No te preocupes por mí, cariño, estoy bien– sonrió a la chica para tranquilizarla.– ¿Qué haces por aquí, te has escapado del yugo de Andrei? –Más o menos. Últimamente está muy raro, no quiere que me vaya con vosotros. –¡¡Somos tan malas influencias!!– bromeó él. –Desde que me escapé tantos días sin dar señales de vida está más encima de mí que nunca. No sé qué le pasará, pero me aburre que sea tan obsesivo con las cosas. –A lo mejor se dio cuenta de lo que tenía a lado y dejó de pensar en lo que no es suyo– Davidé omitió el nombre de Haydee por respeto a la muchacha presente. Sabía que Angélica amaba a Andrei de algún modo inexplicable (¿Qué le vería?) y él siempre la llamaba "licántropo", así que entre los demás y él le pusieron de nombre Angélica, que le quedaba muy bien. Aless la había asesorado en su forma de vestir, por lo que había dejado de ser un saco andante para pasar a vestir como una chica normal. Una noche la pobre Angélica se transformó en lobo (Andrei experimentó con ella) y huyó desesperada por las burlas de algunos indeseables. Tardó muchos días en volver y cuando lo hizo ella misma había decidido cambiar. Ya llevaba demasiados años siendo un cero a la izquierda, se merecía mostrar al mundo que era una persona de carne y hueso y no un saco. Desde entonces, Andrei parecía haberse dado cuenta de que Angélica era una mujer, y no un experimento. –Bueno, me voy ya. Me ha dado varios toques al móvil, así que volveré al laboratorio para ver qué quiere. 613

–A lo mejor sólo quiere verte a ti.– Angélica enrojeció como una chiquilla. –No creo Davidé, no me ve más que como su simple ayudante. Sé que no es muy buena persona, aunque en el fondo también sé... que podría llegar a cambiar si quisiera. Eso es muy difícil, aunque créeme cuando te diga que ha empezado a mejorar un poco como persona, pese a que siga tan obsesivo y tan mandón. –Eso es gracias a ti, por eso digo que tal vez desee que estés con él.– una llamada perdida en el móvil de Angélica la volvió a avisar de la impaciencia de Andrei.– ¿Te acompaño? –No hace falta... –Insisto Angélica, además quiero ver a la parejita. Acabo de recordar algo que me gustaría contarles. –Entonces vamos.

♣♣♣♣♣♣♣ Salieron del cuarto para dirigirse hacia el laboratorio. Davidé la cogió de los hombros estrechándola contra sí cuando llegaron la puerta de la oficina de investigación. En esos momentos Andrei salió vestido con una bata blanca y al ver la escena miró con odio puro a Davidé que le sonrió con recíprocos sentimientos. –¿Dónde te habías metido?– preguntó rudamente. –Necesito que me analices unas muestras, rápido.– dijo seco. –Querida Angélica, ha sido un placer estar contigo este rato.– Davidé la besó en la mejilla, cerca de la boca– Hoy estás preciosa. –Davidé, no seas tonto.– rió graciosamente mientras Andrei los miraba pasmado. –¿Y tú qué haces aquí? No quiero que entres en mi laboratorio – se dirigió hacia Davidé. Éste lo miró con los ojos entornados. –¿Te da miedo qué descubra algo de lo que tramas? –No tengo nada que esconder– sonrió Andrei– Estoy investigando cómo hacer a un vampiro más humano... ya sabes a qué me refiero.– Davidé estuvo a punto de partirle la cara, pero Angélica lo detuvo. –No Davidé, no dejes que te provoque, eso es lo que quiere.– Mientras el pérfido vampiro sonreía con malicia, Davidé respiró hondo y se tranquilizó. Decidió patearle las tripas al otro de una manera más sutil. –Hasta mañana, te espero en la biblioteca, mi ángel– besó a la chica en la boca con sensualidad, mientras de reojo observaba que Andrei ponía cara de odio intenso. 614

–¡Mañana no va a ir a la biblioteca!– dijo cortante– Tiene que ayudarme en un experimento. –¿Y por qué me lo dices ahora?– preguntó ella, ceñuda. –Porque me da la real gana, yo a ti no tengo por qué darte ninguna explicación.– luego se metió en otro cuarto y cerró de un portazo. Davidé le guiñó un ojo a la chica y se fue de allí. Si Angélica hubiese sido más perspicaz se habría dado cuenta de que Andrei estaba tan celoso que se subía por las paredes. Entró tras él en aquel cuarto y se colocó su bata blanca. Andrei derramó un tubo de líquido rojo por encima de la mesa y blasfemó enfadado. –¿Por qué le has dicho eso a Davidé?– le preguntó mientras limpiaba con un trapo la superficie mojada de la mesa.– Sabes que le duele recordar a Albert. No debiste hacerlo. –Deja de ser mi madre.– contestó– No te metas en mis asuntos. –Davidé es mi amigo, no me gusta que... – Andrei la agarró del brazo y la empujó. Angélica estaba más que acostumbrada, así que no se sorprendió.– Licántropo, tráeme aquellos tubos de la mesa azul y... –No me llames así, mi nombre es Angélica y lo sabes. –Te llamaré como a mí me dé la... – Angélica le lanzó el trapo sucio a la cara, ya muy enfadada. El vampiro la miró con la boca abierta al principio, muy ofuscado después. –¡Estoy harta de ti!– chilló– ¡ME LLAMO ANGÉLICAAAAAAA!– le aporreó el pecho con los puños y Andrei se sorprendió de la fuerza que tenía ya que lo empujó contra la pared casi sin darse cuenta. –¿Cómo te atreves a pegarme? vas a tener lo qu... –No pudo ni terminar la frase cuando una bofetada le cruzó la cara y le dejó una marca roja en su pálida piel. Andrei no sabía cómo reaccionar, jamás ella se había revelado así. Siempre había sido dócil, dulce y tímida. Pero desde que se había juntado con aquellos tres ya no era la misma. Se atrevía a arreglarse el pelo, ponerse pendientes, ropa moderna y sexi e incluso maquillarse. Sin embargo jamás se le ocurrió pensar que ella fuera una mujer de verdad, una mujer como aquella en la que se había transformado. –Me voy de aquí, te he estado aguantando ya demasiado tiempo, merezco ser tratada como una persona, como una mujer, y estoy harta de ayudarte con tus estúpidos experimentos. ¡Me dan asco! –¡Tienes mucho que deberme estúpida vampiro! ¡Yo te saqué de la miseria en la que vivías! ¡Estabas abandonada y sola! –¡Sólo me acogiste para experimentar conmigo y convertirme en un monstruo! ¡¿Sabes lo qué he sufrido con las burlas de todos?! Tengo mucho que agradecerte porque tú me sacaste de la miseria, sí, pero creo que a lo largo de tantos años te lo he pagado con creces. Eres terrible Andrei, lo que le hiciste a 615

Haydee no tiene perdón, y aun así yo seguí a tu lado.– le increpó. Andrei se quedó de piedra. –¡Esos malditos vampiros te han llenado de pájaros la cabeza!– la agarró por el brazo y la volvió a zarandear. – ¡Tú me perteneces! – bramó. Ella intentó desasirse sin resultado, hasta que Andrei la acorraló en una esquina. –Suéltame. –¡Eres mía y no te vas a ir a ninguna parte! Te prohíbo que vuelvas a verlos, no saldrás de aquí, no dejaré que te escapes como la última vez... – susurró muy cerca de su cara, mirándola con ojos rabiosos. Angélica sintió los labios fríos de Andrei sobre su boca y que la estrechaba contra sí con posesión. El largo pelo de éste le rozó la cara y los colmillos le friccionaron los labios. La besó con fuerza y pasión mientras le quitaba la bata blanca y le bajaba los tirantes de la camiseta. Angélica no se lo podía creer, la boca de Andrei le recorrió el cuello violentamente y ella acabó gritando. –¡¡NOO!! ¡SUÉLTAME POR FAVOR!– pero Andrei no se detuvo y continuó hacia sus pechos para besarlos. Ella lloró con fuerza, siempre había deseado aquello, pero no de esa manera. –¡ME PERTENECES Y SERÁS MÍA AHORA!– Los brazos de Angélica le rodearon y él la sintió llorar en su pelo. –Yo siempre te he amado Andrei, pero si me haces esto no significará nada para ti. Tú ni siquiera me amas... – siguió llorando, empero Andrei se había detenido.– Ya he sufrido bastante sin que me correspondas, no sigas, por favor, por favor... – Andrei la soltó y se la quedó mirando con una expresión que ella no le había visto nunca. Estaba desconcertado, como si hubiese salido de un shock. Angélica se tapó los pechos y reculó unos pasos, sollozante. –Me he quedado contigo tanto tiempo porque te amaba, con la esperanza de que cambiarías y te volverías buena persona. A pesar de todo, ha sido en vano, has tenido que hacer algo tan horrible conmigo, yo que siempre te he querido y tú lo sabias Andrei, sabías que te amaba y aún así me has hecho daño. Me voy Andrei, y no voy a volver. Adiós... – se dio la vuelta y echó a correr. Él cayó de rodillas, como ido. Un destello llamó su atención a un lado. Alargó la mano y lo cogió el objeto centelleante. Se trataba de uno de los pendientes de Angélica. Lo miró largo rato. –Yo no sabía que me amabas, no lo sabía... – cerró el puño con el pendiente dentro.

♣♣♣♣♣♣♣ A la par de todo aquello que sucedía con Angélica y Andrei, Davidé se dirigió hacia la habitación donde vivían sus dos amigos. Todo parecía haber vuelto a la normalidad, aunque cada vez que pasaba cerca de algún grupo de vampiros podía escuchar sus comentarios sobre lo que había hecho ayudando a 616

aquellos chicos. Pero a él le importaban bien poco todas aquellas habladurías estúpidas. Durante muchos años las había aguantado hasta aprender a ignorarlas del todo, la única ilusión de su vida eran hablar con sus tres únicos amigos allí. No sabía muy bien lo qué le pasaba aquella noche, pero era la primera vez que se sentía vivo desde la muerte de Albert. Estaba seguro de que era porque había ayudado a aquellos chicos a escapar. Hacía mucho que no ayudaba a nadie y teniendo un espíritu tan generoso con los demás sin ser "utilizado" en tanto tiempo le hacía ver que todavía quedaba algo vivo dentro de él. En la mente de Davidé se fue fraguando un plan que cada vez tenía más forma...

♣♣♣♣♣♣♣ Basil estaba haciéndole una trenza al largo cabello del pequeño vampiro. Estaban sentados en la cama, Aless entre las piernas de Basil y de espaldas a él. –Marlène estará con un humor de perros. –Al principio cuando Davidé nos pilló escondidos casi me muero del susto. Es tan sigiloso que ni lo sentí. Temí que la parejita de vampiros le dijera algo sobre Albert, aunque cuando tuve la certeza de que no sería así me alegré de que fuera Davidé quien los ayudara. –¿Cómo sabes que no le han dicho nada del libro? –Porque estaría aquí ahora mismo y se habría vuelto loco de atar, hubiese ido a por Marlène y...en fin... –Tenemos que decírselo Alessandro– lo estrechó entre sus brazos. –La cuestión es que se va a armar una muy gorda, y es muy peligroso. Se lo diremos, pero no ahora mismo… –Aless, si yo muriera, ¿Estarías triste? –Si tú murieras me quitaría la vida, porque vivir eternamente si ti no tiene sentido– Aless se giró hacia él y apoyó la cabeza en el hueco de su hombro. –¿Y si te cansas de mí y me dejas? –No seas negativo, llevo contigo tantos años que he perdido la cuenta. Nunca me he fijado en otro y sabes que han intentado separarnos muchas veces. Te quiero Basil, sin ti me muero. –Recuerdo cuando le preguntamos a Davidé por qué no se quitó la vida al saber que Albert estaba muerto. Nos dijo que se lo habían prometido. ¿Lo recuerdas? 617

–Yo no te haré prometer algo así Basil, ni me lo hagas prometer tú, por favor. –No soy tan valiente como ellos, ni estoy tan loco. Aunque me alegro de que se prometieran algo así, algo tan valiente. Porque si no esto hubiera sido como Romeo y Julieta. Uno creyó muerto al otro, se suicidó por ello y luego ya fue demasiado tarde... En este caso no es demasiado tarde.– Aless alargó el brazo y cogió el libro de Albert. –"Anges et Vampires". Me gusta el título, es perfecto para ellos. Me da miedo leerlo... Me da miedo dárselo a Davidé. Yo de alguna manera sabía que Albert no estaba muerto, pero ahora esto lo confirma todo. No conocía a Davidé, pero sí los planes de Marlène. Arriesgué mi propia vida para salvarle la suya. Era el amor de Albert... Pensé en que si te hubiese sucedido algo así a ti, me moriría de desesperación. Luego Albert "murió", según la versión oficial. Aun así había algo que no me cuadraba en como dijeron que murió y por eso le pregunté a Marlène. Me dijo que lo había matado ella tras la caída de Davidé, mientras yo sacaba a éste del infierno. ¡Fue un milagro que la ropa se le enganchara! Debe tener un ángel de la guarda muy aplicado. Y Marlène con sus mentiras... –Matándolo no se habría vengado de Albert como lo está haciendo ahora. Él sufre porque cree que su amor está muerto, y no es así. ¿Puede haber una venganza más cruel? –Es la más cruel de todas. – Basil besó el cuello desnudo de Aless. –Antes habías dicho algo de hacerme el amor, ¿Te acuerdas? –Sí, mi espectro de las tinieblas, mi fantasma... – A Aless le gustaba llamarlo así ya que Basil era muy espectral si se lo proponía. Se besaron sobre la cama largo rato. –Mi niño... – susurró Basil entre suspiros cuando la puerta sonó y los interrumpió. –¡Ooooh! Sea quien sea lo voy a matar ahora mismo– bromeó el pequeño vampiro. Se colocó bien los pantalones y fue a abrir. Era Davidé. –¿Sabes que estás interrumpiendo algo íntimo?– Davidé sonrió y entró en el cuarto. Basil tuvo la pericia de guardar con rapidez el libro bajo la cama. –Lo siento mucho. Es que tenía que deciros algo muy importante. –¿El qué?– antes de que pudiera contestar la puerta volvió a sonar–¡OH! Más gente– se quejó. Esta vez era Angélica, llorosa. –¿Angélica? ¿Qué te ha pasado? ¿Y eso en el cuello?– la chica se tapó el cardenal avergonzada. –Yo, yo me he marchado. No quiero volver a ver a Andrei nunca más. –¿Te ha pegado?– la vampiro negó con la cabeza.

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–Dijo que yo le pertenecía, que era suya, que no podía volver a veros nunca más, que no me dejaba ir... y se puso posesivo.– todos se quedaron boquiabiertos. Basil la hizo sentar en la cama, mientras Aless retenía a Davidé en su sitio porque lo vio dirigirse a la puerta, probablemente para partirle la cara a aquel energúmeno. –No vayas Davidé, no hagas sufrir más a Angélica. –Pero ha abusado de su inocencia y de su amor, ¡Se merece que le parta la crisma a ese hijo de puta!– Aless negó con la cabeza. –Hazlo por ella, no la hagas sufrir más, por favor.– Davidé se mordió el labio, rabioso. –Andrei no se merece que esté más a su lado. Me marcho de aquí, no quiero saber nada más. –Eres una santa querida– dijo Aless – Por fin te has dado cuenta. –Yo le amo, pero no quiero que me trate así, o que me tome o deje a su antojo. El amor es respeto mutuo y ya me ha demostrado bastante que no me lo tiene. Así que me marcho, estoy decidida. Empezaré una nueva vida muy lejos de aquí. –Entonces nos vamos juntos Angélica– Ésta, Aless y Basil se quedaron anonadados mirando a Davidé. –¿Qué? –Que eso era lo que venía a deciros ahora. Lo he estado pensando mucho y me he dado cuenta de que ayudando a esos chicos me he sentido vivo otra vez. Y que me voy a dedicara a buscar neófitos y encarrilarlos por el buen camino. Alejarlos de Marlène y de sus malas influencias.– Los demás continuaron con la boca abierta de par en par.– Llevo años encerrado aquí, quiero salir al mundo exterior. Antes no tenía nada, Albert no estaba fuera de este lugar, no había nada por lo que luchar. Pero ahora sí, ayudaré a todas esas persona a ser felices– hablaba tan emocionado que no lo reconocieron. Le brillaban los ojos pardos y el pelo se le despeinó. Angélica se echó a llorar emocionada, tan feliz que no lo pudo evitar. –Sé que a Albert no le hubiese gustado que yo estuviera aquí sin hacer nada de provecho, por eso me voy a ir. –¿Y Marlène? ¿Sabes la que se va montar?– La preocupación de Aless era evidente. –Y a mí qué me importa esa zorra. ¿Vendrás Angélica? Pero ten en cuenta que me voy ahora mismo. –¡¿AHORA MISMO?! Te has vuelto loco, ¿Cómo te vas a ir ahora mismo? Faltan menos de dos horas para que amanezca.–chilló el pequeño vampiro. –Y qué. 619

–¿Y qué? ¿Cómo que y qué?– Aless daba vueltas por la habitación como un desesperado. La trenza se le soltó y el cabello se le derramó por toda la cara.– ¡Estás chalado! –¡Yo me voy con él!– Angélica se acercó a Davidé y lo cogió de la mano. –¿Tú también?– Basil, que estaba muy callado habló de pronto. –Alessandro, creo que deberíamos acompañarlos e irnos con ellos.– El pequeño vampiro lo miró incrédulo. Luego se echó a reír. –Está bien, es una buena idea. –¿No decías que estábamos locos? –Yo también lo estoy, así que hago locuras a menudo. Angélica, Davidé, nos vemos dentro de dos horas en el piso superior, en la habitación que está justo al lado de la salida de atrás. –¿La del tapiz?– preguntó Davidé. –Sí. Si por casualidad se percataran de que nos hemos ido, que no creo, ya será demasiado tarde para ellos y no saldrán fuera. ¿Vale? –Gracias.– Dijo Davidé. Él y la vampiro salieron de la habitación. Los otros dos se quedaron quietos, mirándose. –Basil, me conoces demasiado. –Sé que tú querías irte también y yo contigo. Vamos, cojamos lo que necesitemos y marchémonos. –Sí, marchémonos de aquí de una vez por todas.

♣♣♣♣♣♣♣ Casi dos horas después, estaban Davidé y Angélica esperando a sus dos amigos, escondiéndose tras una puerta. Como el amanecer estaba cerca, ya casi no quedaba nadie despierto y los pocos que deambulaban por la zona no les prestaron atención alguna. ¿Quién iba a pensar que se marcharían a esas horas tan tempranas a punto de salir el Sol? Angélica sólo cogió algunas ropas y pertenencias más queridas y Davidé hizo lo mismo. Cuando Aless y Basil llegaron también llevaban pocas cosas. –Tenemos que irnos ya y encontrar un lugar dónde dormir.– comentó ella. –Yo creo que en las escaleras estará bien.– Aless explicó su idea.– Pondré el reloj a la hora del anochecer para despertarnos con más seguridad, ahora no se darán cuenta que nos hemos ido y creo que es demasiado arriesgado salir cuando queda tan sólo una hora para que rompa el día. Fuera saldremos cerca de un bosquecillo, no muy lejos de la carretera. 620

–Yo creo que eso está bien– admitió Davidé.– Si nos quedamos ahora en las escaleras, cerca de la puerta de salida será perfecto. Cuando se enteren de que no estamos ya hará muchas horas de nuestra partida.

♣♣♣♣♣♣♣ Se acercaron a un tapiz antiguo y enorme, y tras él hallaron una puerta secreta que fue por la que entró Aless antes de encontrarse con Landelo y Davinia. –Esta puerta no la conocía– dijo Angélica muy sorprendida. –Se supone que es secreta. Por aquí salía yo esta noche al exterior cuando me los encontré de cara. Lo que me recuerda que tengo hambre y no me he alimentado. –¿Cómo puedes tener hambre con todo esto?– cerraron la puerta sigilosamente detrás de sí y subieron las escaleras en espiral. –Yo no tengo la culpa de tener hambre. –Haz como yo.– dijo Davidé.– Aprendí a hacer régimen. –La sangre fría que te tomas tú está malísima. Tener una víctima malvada entre los brazos sí que es excitante. ¿Qué haces Angélica?– se detuvieron al verla plantada en medio de las escaleras y mirar hacia atrás. Ésta observaba la lejana puerta. –¿Has oído algo? –No es eso... Vayámonos.– Angélica había tenido la pequeña esperanza de que Andrei la buscara, pero no sucedió de ese modo. Fue la última vez que tuvo esperanza, la última vez que miró atrás...

♣♣♣♣♣♣♣ Cuando el reloj de muñeca de Aless sonó, todos se levantaron ansiosos. Fuera acababa de anochecer, así que tenían que darse prisa por si alguien se percataba de que no estaban en ninguna parte del castillo. Davidé iba en cabeza y cuando la puerta encantada con magia negra estuvo cerca, les afectó a todos la sensación de escapar de allí rápidamente. Davidé la miró con desdén, sí había decidido salir una sensación tan estúpida no se lo iba a impedir. Aless intentó decirle algo, sin embargo fue demasiado tarde. El vampiro moreno descargó tal patada a la puerta que la partió en pedazos. –Davidé, no hacía falta, pues con apagar las velas era suficiente.

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–Bueno, ya está hecho, no tenía tiempo que perder. –La magia se rompió al apagarse una de las velas negras y la sensación de pavor desapareció poco a poco. Angélica las miró asqueada, no parecía consumirse nunca. El cirio del suelo volvió a encenderse solo y aquel sentimiento de terror reapareció. –No la mires Angélica, vayámonos rápido.– Basil la asió de la mano y la apartó de allí. Corrieron por el estrecho pasillo. Davidé vio luz al fondo y emocionado corrió más deprisa. Al salir al exterior una sensación de libertad le llenó el pecho. El cielo estaba despejado excepto por algunas nubes lejanas, aunque el suelo se hallaba mojado y desprendía olor a lluvia. La sensación de libertad le hizo tener ganas de llorar y no pudo reprimirse. Sus amigos salieron tras él y se lo encontraron sollozando. –Davidé... –Hacía tanto que no veía el cielo. Estoy muy contento, sé que a Albert le gustaría que yo fuera feliz, y por eso lo seré, por él. –Davidé– Aless se dirigió a él con el rostro muy serio. En momentos así no parecía un crío con cara de muchachita. –¿Se lo vas a decir?– preguntó su compañero. –Sí, ahora sí. –¿Qué me tenéis que decir?– Davidé sonrió, no se esperaba lo que iba a pasar, porque Aless le dijo algo que nunca creyó que nadie le diría ni en sus sueños más íntimos. –Albert está vivo.– Davidé lo miró con ojos fijos y la sonrisa se le borró de la cara. No dijo nada, limitándose a mirarlo.– Albert está vivo, yo tenía una ligera idea, una sospecha de que Marlène nos mentía, pero Landelo y Davinia me trajeron esto.– se sacó el libro manoseado de la mochila y se lo tendió.– Davidé lo miró y continuó en silencio. Angélica se apartó de allí, dejando a aquellos dos vampiros cara a cara. Aless, viendo que Davidé no hacía nada abrió el libro por el último capítulo y le leyó los párrafos finales.

Hoy la luna está menguante, como mi alma. Las nubes la están tapando, parece que va a llover al fin, como en la noche en la que le conocí. Y pensar que estuve a punto de no salir del hotel por no mojarme. Pero salí y no existe en mí arrepentimiento alguno. Yo, obsesionado con la humanidad, fue él el que me enseñó lo qué eso era, el que me enseñó lo que es un amor verdadero. De la promesa que le hice hay algo que deberá perdonarme, y es que no podré amar a nadie como le amé a él. Sólo tú, Davidé, nadie más. ¿Podrás perdonarme eso? Además, te pondrías muy celoso.

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Este es el final de Epílogo y del libro. Se ha puesto a llover.

¿O soy yo el que hace llover lágrimas de sangre?

Albert Aumont

11–10–2003

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“El libro”

♣Landelo estaba mirando el panorama desde la ventana del coche que Davinia conducía. Hacían ya un par de días que se dirigían rumbo a Marsella. Habían deducido que según el libro de Albert éste se había ido a vivir a Marsella. No podían estar seguros al cien por cien ya que fiarse de lo que decía la novela eran tan sólo meras suposiciones. Encontrarlo iba a resultar muy difícil, y eso si vivía en la ciudad. La fatídica noche en la que casi mueren en aquel aterrador castillo, escaparon por las escaleras que les llevarían a la libertad. Corrieron por ellas como locos hasta que por una trampilla salieron al exterior. Continuaron corriendo tras ello y no se detuvieron hasta llegar a la carretera que pasaba cerca de allí. Por suerte en poco tiempo un coche los recogió y con aquello dejaron atrás y bien lejos aquel horrendo lugar infestado de vampiros. Como seguían sin tener identificación no pudieron alquilar un coche ni alojarse en un hotel medianamente decente, eso sin contar que no poseían ni un solo euro y los pocos billetes que llevaban encima eran muy escasos. Aquella noche en Marsella fue extraña, sobre todo para Davinia, pues Landelo le había propuesto buscar alguna pequeña iglesia para dormir. Cuando entraron el edificio emanaba un olor a cirios encendidos. No había nadie, solamente el Cristo crucificado al fondo de la sala, tras el altar. Una tranquilidad absoluta reinaba allí. Se habían sentado en los bancos. –En un lugar como este fue donde se conocieron. –Debemos encontrar a Albert.– había dicho él. –Sí, tengo tantas ganas... – aunque lo dijo sin convicción. –¿Sigues loca por él? Cuando sepa lo de Davidé... –Vayámonos, no quiero dormir aquí– Después Davinia se había levantado y salido de la iglesia sin contestar a la pregunta de su compañero. A Landelo no le gustó hacerlo pero tuvo que robar, aunque abordaron a un rico con pinta de ser apestosamente millonario cuando salía de un prostíbulo cercano al hotel donde debía hospedarse. Buscaron alguna casa abandonada para pasar el día y volver a la búsqueda de noche. 624

♣♣♣♣♣♣♣ En aquel momento se hallaban en un hotelucho de mala muerte. Había sido el único lugar en el que no les habían pedido la identificación y en el que lo único que contaba era si tenías o no dinero para pagar la habitación. Por supuesto los habían tomado por una pareja de jovenzuelos que iban a estar follando toda la noche a escondidas de los padres. La habitación tenía dos camas y no es que estuviera muy limpia. Una cucaracha se paseó por la bañera cuando el chico se proponía ducharse. Abrió el grifo y de éste salió un hilillo de agua marrón. –Genial, no hay agua.– asomándose a la habitación le dijo a su compañera que no podrían ducharse. –Menos mal que no desprendemos tantos humanos.

olores corporales como los

–Sí, pero me pica la cabeza por no lavármela.– pasó los dedos entre sus rizos para desenredarlos. –Si hubieses llevado el cabello corto no sufrirías tanto ahora.– Landelo la miró y recordó por qué lo llevaba largo. A ella le gustaban los chicos de melena larga. Tras convertirse en vampiros descubrieron que el cabello y las uñas no les crecían a no ser que se los cortaran. –Mañana seguiremos buscando a Albert. ¿Vale?– ella tenía la mirada como perdida en el limbo. –No lo sé... – musitó apenada. Ella sintió como su amigo se sentaba a su lado en la cama y la cogía de una mano. –Ya verás como sí. Yo tengo esperanza– Davinia lo miró con lágrimas en los ojos. –Landelo, no estoy segura de que Albert esté aquí, a lo mejor hace tiempo que se fue. Puede que incluso nada de esto sea verdad. –Pero qué dices, ¿Acaso has olvidado lo que nos sucedió en Rennes? Davidé existe y no sabe que su amor está vivo.– la cogió por los hombros y la chica se estremeció. Él continuó hablando.– Al principio yo no creía nada del libro, pero eso ha cambiado. Quiero encontrar a Albert no sólo porque ese es tu anhelo más grande, sino porque no puedo soportar que dos personas que se aman tanto estén separadas por creer que la otra murió. Eso es cruel. –Me da miedo todo esto que se nos ha venido encima Landelo. Es demasiado grande para dos vampiros corrientes como nosotros. 625

–¡No somos corrientes! Y no estés triste porque te prometo que encontraré a Albert y podrás conocerlo, decirle que Davidé está vivo.– Pero Davinia bajó la cabeza y se echó a llorar. Landelo la estrechó entre sus brazos con amor y ella se lo permitió, cosa que no era habitual. Dejó que ella llorara largo rato sobre su hombro y derramara su sangre allí. Parecían dos críos abandonados a su suerte aunque ya habían madurado mucho desde entonces. –¿Lloras por qué no podrás decirle a Albert lo que sientes por él?– ella negó en silencio con la cabeza.– ¿Entonces? –Soy muy consciente de que Albert ama a Davidé, esté muerto o vivo, y que nunca se fijaría en una chica tan simple y cobarde como yo. –Tú no eres simple, al contrario. Y tampoco una cobarde como dices.– ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Éstos estaban enrojecidos por la sangre y Landelo pudo oler esas lágrimas que estaban tan cerca de su nariz. Le temblaron los labios por tener los de ella tan cercanos. –Landelo, tú has cambiado mucho. Me he dado cuenta de que eres muy, muy valiente. Mientras que yo no supe reaccionar en aquel lugar. Desconfiaste de Josua y tuviste razón. Conseguiste atravesar aquella puerta forcejeando conmigo en brazos. Me diste tu sangre para que yo tuviera fuerzas... Hiciste tantísimas cosas por mí. Y no sólo ahora, también antes de ser vampiros. Nunca he sabido agradecerte lo que me has dado a cambio de nada. Y yo lo único que hacía era pensar en el personaje de un libro, creyendo que le amaba cuando ese sentimiento no era más que una ilusión... – Landelo no dijo nada durante largo rato, aunque la miró a los ojos con una pasión tremenda. Al final rompió el silencio. –¿Sabes Davinia por qué me dejé el cabello largo?– musitó en un susurro mientras la abrazaba más contra sí. Ella lo miró con el corazón latiéndole como loco. ¿Qué le estaba pasando? En aquellos instantes se dio cuenta de que su amigo era un hombre.– Me lo dejé largo porque a ti te gustaban los chicos de pelos largos. Y aquella noche fatídica estuve contigo porque no podía dejarte sola. Todo lo que he hecho, todo lo que soy, todo lo que siento es sólo por ti Davinia. Nunca he esperado que me lo agradecieras, ni que te dieras cuenta. Yo no he cambiado Davinia, yo siempre he sido así.– Landelo dejó que los ojos y la garganta se le llenaran de lágrimas. Davinia estaba entre sus brazos y no se movía. Se miraban con intensidad. Ella pensó en todo lo que él le había dicho y comprendió muchas cosas de sí misma y de sus propios sentimientos. –Todo lo que he hecho por ti ha sido porque te quiero más de lo que podrás imaginar en toda tu vida. Nadie podrá quererte nunca tanto como yo te quiero a ti ahora. Estoy enamorado de ti tanto que me duele el corazón y tú nunca te has dado cuenta de lo que yo sentía, de lo que siento... – Landelo dejó que las lágrimas se le derramaran por el pálido rostro. Cerró los ojos esperando a que 626

ella se apartara asqueada o violentada. No pasó nada de eso y el único sonido provenía de la calle. Davinia escuchaba el corazón de su amigo latir alocadamente junto al suyo propio. Lo que hizo fue casi sin darse ni cuenta. Cerrando los ojos también rozó con la nariz la mejilla de Landelo. Con ella también rozó sus labios hasta que al final, y temblando de emoción, posó la boca sobre la de éste. Landelo no se podía creer que ella lo estuviera besando. La estrechó más contra sí a la par que ella lo rodeaba con sus brazos y lo apretaba fuerte contra sus pechos. Cayeron de costado sobre la cama y Landelo bebió las lágrimas que ella derramaba para luego volver a besarla ardientemente. Ella le devolvía todos los besos. –Quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí... – musitó ella. De pronto él se apartó furioso, decepcionado.– ¡Landelo! –¿Cómo puedes ser tan...?– reprimió el impulso de insultarla.– Soy un estúpido al haber pensado que me correspondías. Ya veo que sólo lo haces por gratitud. Pues puedes quedártela, ¡No la quiero!– Ella lo miró temblorosa. ¿Tenía él razón o no? ¿Sólo era por agradecimiento? Lo miró sentado en la cama contigua de espaldas a ella. Era delgado, físicamente un muchacho que todavía no era del todo un hombre. Recordó como sus amigas le decían que Landelo era muy guapo, y que todas estaban locas por "hacérselo" con él. Ella en cambio no lo había visto con los mismos ojos... no hasta aquel instante. Landelo era maravilloso y cuando él le había dicho que la amaba sintió que le correspondía de verdad. Se llevó la mano al corazón. Mientras él sollozaba con la cabeza entre las manos comenzó a quitarse la ropa en silencio.

♣♣♣♣♣♣♣ Landelo era muy desdichado. Si hubiese sido posible habría echado a correr lejos de allí. El día le impedía salir fuera, así que tuvo que aguantar la vergüenza. "¿Por qué me sorprendo de lo que ha pasado?" Pensó, "Ella no puede amarme de repente". De pronto ella se subió a la cama donde estaba sentado y lo abrazó por el cuello. El aliento húmedo de Davinia le azotó suavemente la piel y sus senos le apretaron la espalda. –Landelo... – musitó en un susurro– No he hecho lo que he hecho sólo por agradecimiento. Yo no soy una cualquiera como has pensado. Durante estos días te he conocido como realmente tú eres. Cuando he escuchado que me decías que me amabas... yo... yo he creído morirme de felicidad. Fue como sí necesitara que me lo dijeras para darme cuenta de que sentía lo mismo por ti que tú por mí. No amo a ningún Albert... Y te aseguro que aunque lo encontrara no podría amarlo. Estoy enamorada de ti Landelo, te quiero, te quiero muchísimo. – él se dio la vuelta. Davinia lo miró con sus hermosos 627

ojos, sonriente. La chica le cogió de una mano y la llevó a su pecho. El tacto fue suave, excitante para él. –Davinia... – susurró mientras la tumbaba y besaba en los labios. Se quitó también la ropa y quedó desnudo sobre ella. – Llevo deseándote tanto... –Entonces tómame entera. Te quiero Landelo, más que a nada en este mundo. – Se besaron largo rato por todo el cuerpo. Landelo llevó sus labios al sexo de ella. Éste ya no podía estar latiente y húmedo, pero para él fue maravilloso besarla con fuerza entre los labios que allí le aguardaban. Lamió sus ingles mientras ella gemía de placer pensando en que tal vez él la mordiera por allí. Sin embargo Landelo fue hasta sus pechos redondos y blancos y chupó suavemente un pezón que se puso duro enseguida. Con la otra mano le acarició el cuello. Davinia cerró los ojos extasiada cuando él hincó los colmillos en aquel pezón y absorbió así su sangre con mucha pasión. Landelo bebió y bebió mientras la abrazaba contra sí en un arranque de pasión. Davinia tenía los colmillos más grandes de su vida y unas ganas locas de morder a Landelo en el cuello. Él dejó su pecho y con la boca llena de sangre la besó con frenesí. Davinia se sentó sobre él y notó el sexo flácido bajo las nalgas. Sonrió para sí mientras él la besaba en el cuello. Aquel sexo debió haber sido de ella cuando eran humanos, qué tonta fue de no entregarse a él de aquella manera. Le besó el cuello y lo lamió antes de hundir los colmillos en la carne. Al hacerlo una cantidad maravillosa de sangre brotó hacia su garganta y le produjo una excitación muy placentera. Landelo creyó perderse en la felicidad más absoluta al sentir los colmillos de su amada dentro de él. Buscó enseguida el cuello largo y esbelto de ella y lo mordió a su vez. La acarició por toda la espalda, nalgas y piernas mientras se dejaban llevar por aquella cadena. Nunca supo lo qué era el sexo, pero seguro que beber la sangre del ser amado era mucho más fascinante y excitante. Finalmente separaron los labios del cuello del otro y se besaron de nuevo entre suspiros de placer. Saborear la sangre mezclada era tan maravilloso que estuvieron besándose una larga eternidad. Musitaron sus sentimientos, los repitieron durante horas.

♣♣♣♣♣♣♣ Estaban debajo de las mantas, muy juntos en aquella pequeña cama. Landelo acariciaba a su compañera con amor, ésta parecía dormir plácidamente. Miró esas pestañas negras y hermosas sobre una faz tan pálida. Era una preciosidad de mujer y lo sería para siempre. –Eres preciosa mi amor, preciosa... – Davinia abrió los ojos y sonrió con timidez. –Y tú eres maravilloso. Mi Landelo... qué ciega he estado todo este tiempo. Te tenía aquí y no supe verte. –Ahora ya no importa. – dijo él. 628

–¿Por qué me quieres tanto? –Porque sí, no hay explicación.– Davinia lo besó en la comisura de los labios y le acarició la mejilla con la mano. Él le tomó ésta y la besó en la palma. –¿Y cómo sabes que me quieres tanto?– continuó preguntando ella. –Porque cuando estoy contigo soy muy feliz. Me siento vivo y enamorado, no hay vacío en mi interior. Si no estás es como si me faltara algo. No pienso más que en ti, no hago más que pensar en ti... –A mí me pasa igual. –¿Sabes una cosa? Hasta que no leí el libro de Albert no supe que dos amantes vampiros pudiesen hacer el amor así. –Qué tonto eres... – ella rió divertida. –¿Tú sí? –Pues claro. ¡Tonto!– continuó desternillándose largo rato. Landelo enrojeció como un niño pero terminó por reírse también. Al final la estrechó entre sus brazos muy fuerte. –Me duele tanto el pecho cuando estoy contigo. Me duele el corazón de amor, siento ganas de llorar de felicidad– las lágrimas acudieron hasta sus ojos. Davinia los besó y se las llevó. Continuó besándolo en la boca con ternura. –Te amo Landelo, te amo... –No te vayas jamás Davinia, no te alejes de mí. No quiero que nos suceda como a Albert y Davidé, que llevan más años separados que juntos desde que se conocieron. Me gustaría hacer la misma promesa que ellos se hicieron una vez. Si yo muero por favor... por favor... vuelve a vivir, no dejes de ser feliz por ello. No te quites la vida, enamórate otra vez... –Te lo prometo.– ahora los dos sollozaban. –Y yo a ti… Se quedaron dormidos el uno entre los brazos del otro hasta que la luna estuvo alta en el cielo.

♣♣♣♣♣♣♣ Caminaban cogidos de la mano como dos adolescentes que aparentemente lo parecían. No podían dejar de besarse y acariciarse constantemente.

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–Tengo ganas de morderte... – susurró Landelo en el oído de ella.– Me excito muchísimo cada vez que te veo el cuello tan largo que tienes– la besó bajo la oreja.– Como llevas el cabello corto me vuelvo loco de remate. –¡Eres un pervertido!– lo espetó ella muy divertida.– Te prometo que luego haremos lo que quieras, pero ahora tenemos que dar con el paradero de Albert. Y con lo que nos ha dicho el hombre de antes yo creo que vamos por buen camino. Se les ocurrió preguntar en los locales de copas de la zona costera por si habían visto alguna vez a Albert. La sorpresa llegó cuando les dijeron que alguien así les sonaba de algo. A Landelo se le ocurrió preguntar por si iba acompañado de alguna pareja con los rasgos físicos de Neferne y Johann. Fue una alegría comprobar que sí. Se acordaban sobre todo de la mujer, que era morena de piel y con unos bellos ojos azules. Entraron en varios restaurantes y en ellos sí conocían también a la pareja de inmortales. De Albert no sabían nada, y era lógico pues un vampiro no va, precisamente, a cenar a los restaurantes.

♣♣♣♣♣♣♣ Eran ya las tantas de la madrugada cuando supieron dónde podrían vivir. La zona de casas grandes y más lujosas estaba muy cerca de la costa y en ninguna había luz aquella noche. No podían llamar como si tal cosa y preguntar "¿Aquí vive Albert?" –¿Y si miramos el correo? Aunque claro, a estas horas ya no habrá nada en los buzones. –Pero podíamos mirar el nombre que aparece en los timbres de las casas.– varios perros ladraron al pasar ellos cerca de las verjas que guardaban. Estuvieron casi tres horas buscando indicios de algo que les sonara. Fue Davinia la que tuvo una corazonada al pasar por una de aquellas mansiones. Era la menos grande, la menos lujosa pero sí la más bonita en cuanto a la decoración del jardín. Dentro, en medio de dicho vergel, se alzaba una fuente con dibujos que imitaban las pinturas egipcias antiguas y también su caligrafía. En el timbre venían unos nombres que no reconocieron. –No sabemos si les cambió el nombre en el libro. Davidé se llama igual, y Marlène... Aunque a ese vampiro, a Filippo, Davidé lo llamó Aless. –Puede que a los amigos les cambiara el nombre y a los enemigos se lo dejara igual. Por eso lo de Marlène. Yo creo que debemos probar aquí, no tenemos nada que perder. –Si llaman a la policía salimos pitando y ya está.– Saltaron el enrejado sin gran dificultad y corrieron por la hierba. Llamaron al timbre unas cuantas veces y esperaron expectantes. Pasó un rato antes de que alguien les abriera, hasta que 630

finalmente la luz de la entrada se encendió y una mujer les abrió la puerta sin vacilar. Cuando vieron a ésta no tuvieron más dudas de quién era. Alta, de piel oscura y cabello negro. Con unos ojos azules tan hermosos que quitaban la respiración... no podía ser otra que... –¡NEFERNEEE!

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee se encontraba durmiendo cuando el timbre sonó repetidas veces. Miró a Hans que dormitaba plácidamente y como un tronco. Ni siquiera se había enterado del ruido. –¿Pero quién puede ser a estas horas? Como sea el que yo me sé me lo cargaré.– Bajó las escaleras en pijama y encendió la luz del recibidor. Recordó entonces que aunque Albert no tuviera llaves no las necesitaba para entrar en casa. Miró la puerta con el corazón algo descontrolado. Se hizo a la idea de lo peor y dirigiéndose hacia la puerta la abrió con decisión. Se encontró de cara con dos jovencitos. Ella muy bonita, de cabello negro y corto y enormes ojos y él un chico con cara de niño y el pelo largo y rizado. Eran dos vampiros con aspecto de adolescentes, mirándola boquiabiertos. –¡NEFERNEEE!– dijo ella. Ese era el nombre que había utilizado Albert para nombrarla en su libro. –Perdona, pero no me llamo Neferne, sino Haydee. ¿Por qué llamáis a estas horas de la noche? –Hemos estado buscando la casa toda la noche– la muchacha se puso a llorar sin que le diera apuro sollozar sangre ante una desconocida. El vampiro la estrechó contra sí. A lo mejor eran conocidos de Albert aunque parecía bastante improbable. –Estamos buscando a Albert.– dijo él, que estaba más entero. –No está. –¿Entonces vive aquí?– Le preguntaron con tanta ansia que a Haydee les dio lástima. –Sí, ¿Quiénes sois? ¿De qué le conocéis?– Landelo se sacó de la mochila el libro y lo tendió a la inmortal. Ésta lo cogió un tanto extrañada.– Es su libro. No entiendo nada. –Nosotros venimos desde Rennes para encontrarlo. Tenemos que decirle algo importantísimo. – Haydee los miró, la verdad es que no tenían muy buen aspecto. –Sois unos niños, ¿Verdad?– Davinia asintió.– Entrad... – ellos la miraron sorprendidos de que fuera tan fácil.

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♣♣♣♣♣♣♣ Los llevó al saloncito y les hizo sentarse en el sofá. –Decidme, ¿Por qué buscáis a Albert?– Haydee llevaba el cabello corto, un poco más largo que Davinia, estaba muy bella. –¿Tu verdadero nombre es Haydee?– ella asintió. –Sí. ¿Y vosotros? –Ella es Davinia y yo soy Landelo. Nos hicieron vampiros en aquella noche que el libro cuenta, la misma que murió el Rey de los vampiros. –Erin... – musitó Haydee muy apenada. –Siempre hemos estado solos. Cuando leímos este libro pues... –Y habéis decidido encontrar al autor, ¿No? –Más o menos– Davinia temblaba por la emoción. –En el libro dice que Davidé está muerto– Landelo fue al grano viendo que su amada no se atrevía. Haydee lo miró con ojos tristes. –Sí, está muerto. Fue tal cual pone el libro, no es ficción. –Nosotros, nosotros... – Landelo tragó saliva. –Allí en Rennes no nos quieren los demás vampiros, nos ignoran porque somos de categoría inferior. Ellos nos desprecian... Y fuimos engañados por un no muerto que nos llevó donde estaba al antiguo castillo de Erin. Ahora la que manda es Marlène. –Lo sé.– dijo la inmortal. –Dentro del castillo nos escondimos porque querían matarnos y entonces un vampiro, que en el libro se llama Filippo, nos ayudó– ante aquello Haydee sí se sorprendió. –¿Alessandro? Vaya ¡Qué bien que esté vivo! –Pero es que... – Davinia continuó donde lo había dejado su amante. En aquellos momentos Hans bajó hasta el saloncito con expresión de alarma. –¡Haydee! –No te asustes Hans, no son peligrosos, sólo están muy asustados. Este es Hans, mi marido. Y estos son Landelo y Davinia.– Entones aquel debía de ser Johan. – Han venido a conocer a Albert por lo el libro. ¿Verdad? –No es exactamente eso– Davinia se desesperó.– ¡Davidé está vivo!– soltó la noticia de pronto como un jarro de agua fría. Haydee y Hans la miraron incrédulos. –Cielo, no digas tonterías. Davidé está muerto, los milagros no existen.

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–¡Está vivo y no sabe que Albert vive también! Vive engañado por Marlène, estoy segura que de aquella mujer le ha dicho que Albert murió. Su amigo Filippo nos pidió que no le dijéramos nada o podría armarse una muy gorda, Davidé nos ayudó a salir de allí– Davinia lloró tanto de desesperación que se atragantó y no pudo seguir. Sollozó amargamente sobre el hombro de Landelo. Éste siguió por ella. –Davidé nos ayudó a escapar de los demás. ¡DAVIDÉ VIVE! Nos defendió ante Marlène y la salvó a ella la muerte. -Abrazó más a la muchacha. Era tal cual lo describe el libro. Nos dijo que saliéramos de la ciudad y salváramos la vida, que nos marcháramos del país. Davinia y yo no podemos soportar saber que Davidé vive pensando en que Albert está muerto y viceversa. Filippo… o… o Alessandro nos pidió que cumpliéramos esta misión. Hans pasó el brazo por el hombro de su esposa. Estaba tan obnubilado como ella ante todo aquello. A Haydee se le llenaron los ojos de lágrimas cristalinas. –¿Por qué decís tantas mentiras? ¿Os dais cuenta de que si le contáis a Albert esto le destrozaréis el corazón? ¡MARCHAOS DE MI CASA AHORA MISMO!– se levantó enfurecida. –Haydee, tranquila. Están muy asustados, míralos. Tal vez digan la verdad. –¡No me lo creo! Davidé está muerto, no voy a permitir que ellos le destrocen a Albert más la vida. Ha sufrido mucho y yo con él.– Davinia se levantó del sofá y caminó hasta Haydee. Arrodillándose a los pies de ésta le suplicó que la creyera. –A lo mejor crees que me lo invento, es natural, y sin embrago para mí es la pura verdad– Davinia lloraba ya sin control. – Desee tanto decirle que Albert vivía y al final no pudo ser. No puedo dejar que Albert siga pensando que Davidé está muerto. Hemos pasado muchas penalidades y ahora que hemos conseguido llegar hasta este punto, ni tú ni nadie impedirá que le digamos que el amor de su vida sigue vivo. ¡Porque es la verdad! Haydee la miró confusa. La mano de Hans en su hombro la apretó suavemente y por ello lo miró. La sonrisa serena de su marido la tranquilizó. –Yo les creo. Hay que tener esperanza. ¿No te gustaría que Davidé estuviera aquí? –Más que nada en este mundo... – musitó ella. –Entonces ten esperanza. Cuando Albert vuelva se lo contaremos todo y que él decida si les cree o no. No quieras protegerlo del dolor, él ya es mayorcito para eso. –Lo sé... – Hans cogió de la mano a Davinia ayudándola a levantarse. 633

–¿Davinia, no? –La vampiro asintió. –¿Y tú eras? –Landelo, me llamo Landelo. –Venid conmigo, hoy os quedaréis aquí a dormir. ¿Te parece bien Haydee? –Sí, no sé si vendrá Albert, aunque pronto amanecerá y no es aconsejable que ellos salgan. –¿Podríamos ducharnos?– Landelo enrojeció al preguntarlo.– Es que donde dormimos no va el agua y... –Claro que sí.– dijo Hans. Antes de que Davinia subiera las escaleras Haydee la retuvo. –Siento haberte tratado tan mal cielo, pero Albert ha sufrido mucho y yo con él. Yo amaba mucho a Davidé. Si esto es mentira, por favor... dilo ahora… –No es mentira. Si yo perdiera a Landelo no querría que me hicieran algo así. El libro que ha escrito Albert me ha hecho comprender muchas cosas de mi condición vampírica. Por eso hemos arriesgado nuestra vida viniendo hasta aquí. No tenemos nada propio, más que el uno al otro. No miento al decir que Davidé vive... pues yo no gano nada haciéndoos más daño. No soy más que una pobre niña asustada, una vampiro que no posee nada, tan sólo mi verdad. Y os la ofrezco, aunque no dependa de mí que me creáis. Haydee sonrió al fin y tuvo esperanza... ♣

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“Albert”

♣Albert bajó del coche estacionado ante la verja de su casa. Otro hombre se bajó también y lo acompañó hasta la puerta del recibidor. –Gracias por traerme Ciro, la verdad es que tenía que haber cogido mi coche para no molestarte. –Sabes que para mí no es ninguna molestia Albert– susurró. Ciro era tan alto como Albert aunque más delgado que éste, moreno y con los ojos azul oscuro. También era un vampiro. Albert lo había conocido hacía poco más de dos años cuando estaba preparándolo todo para editar su libro. Ciro Cassano tenía la mitad de las acciones de la editorial que lo sacó a la venta. Desde entonces se habían hecho muy amigos y quedaban a menudo para hablar. Albert se sentía a gusto con Ciro porque le hacía olvidar otras cosas dolorosas. –¿Te vas mañana a Roma, verdad? –Si tú quieres no me voy a ninguna parte. Lo digo por el tono que has puesto de súplica. –No digas tonterías Ciro, si tienes que ir pues ve. – Ciro lo miró seriamente. –Si me pides que no vaya no voy. Me quedaré contigo... – Albert miró hacia otro lado, rojo como la grana. Lo cierto era que Ciro no escondía sus sentimientos hacia él. –Entonces... no te vayas– se atrevió a decir.– Sé que va a sonar estúpido pero, Haydee y Hans se van dentro de dos días de viaje para estar solos. Desde que me pasó aquello han estado a mi lado día y noche. No quiero ser una carga por más tiempo, tienen derecho a vivir sus propias vidas y yo no deseo ser un lastre. Les he pedido que se vayan de viaje porque estaré bien y al final han aceptado. Sin embargo yo sé que si me quedo solo... Y no quiero darles un disgusto cuando vuelvan. –¿En qué estás pensando Albert?– Ciro lo agarró de la muñeca, alarmado. –No, no. No me mal interpretes, no voy a intentar nada... Se lo prometí a él... Simplemente no quiero deprimirme y que cuando vuelvan de su viaje me encuentren mal. Entonces serán incapaces de seguir normalmente con sus vidas. –¿Por eso quieres que me quede contigo?– Albert asintió.– ¿Sólo por eso? –No, no es sólo por eso Ciro... Me gusta mucho tu compañía. –¿Ya no piensas en quitarte la vida? 635

–A veces, sin embargo estoy empezando a entender por qué él mi pidió que continuara adelante. –Di su nombre, a mí no me molesta. –No quiero decirlo, me hace daño. Me gustaría muchísimo darme otra oportunidad. Es lo que él quería que yo hiciera.– Ciro le acarició el reverso de la muñeca con dedos suaves. Albert se estremeció, lo cierto era que se sentía atraído por aquel vampiro. –Sabes que estoy loco por ti Albert, que me reprimo mucho cuando estoy contigo porque te respeto. – Albert lo miró a los ojos y Ciro creyó morirse allí mismo.– Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida– con la mano libre le apartó un mechón rubio de la cara. –En el libro dije que no podría amar a nadie nunca más, aunque... – Ciro le rodeó la cintura con un brazo y lo atrajo hacía sí.– No puedo prometerte un amor como el que sentí por él, nunca podré querer a nadie de la misma manera jamás. ¿Lo comprendes? Yo no puedo dártelo todo… –Eso lo sé Albert, no te pido que me ames así. –Me gustas mucho Ciro, desde que te conozco pienso menos en… en él. No le puedo olvidar, y sin embargo... él murió y no volverá jamás. Le he estado esperando aparecer por la puerta cada día desde entonces. Es hora de que vuelva a vivir y no me encierre en mí mismo por más tiempo. Estoy dispuesto a darme una oportunidad de ser feliz si tú quieres, Ciro.– Éste lo miró extasiado, no se creía que Albert le diera pie de esa manera.

♣♣♣♣♣♣♣ Desde que había conocido a Albert estaba loco por él. Al principio fue por el físico porque él era atractivo. Esos ojos verdes, ese cabello rubio, esa boca carnal. Después leyó su historia y creyó morirse de deseo. Cuando se enteró de que era verídica y Davidé existió y murió de aquella manera ya no pudo quitarse a Albert de la cabeza. Le dijo claramente que se había enamorado de él. Albert era reacio a tener una relación, y era comprensible después de lo mucho sufrido con Davidé. Aun así había decidido que valía la pena esperar pacientemente a que Albert lo correspondiera. Y ahora estaba pasando y miles de años antes de lo que había soñado. –Claro que deseo estar contigo, claro que quiero hacerte feliz. ¡No deseo otra cosa desde que te conozco y sé lo mucho que has sufrido! –¿Me amas de verdad? Yo todavía no te puedo corresponder de esa manera, tendrás que ser muy paciente conmigo, soy una persona muy difícil. No te puedo prometer amarte de la misma manera que tú a mí... ¿Lo entiendes?– Ciro asintió ya muy cerca de aquellos labios que tanto anhelaba probar.– Pero me 636

gustas y eso sí puedo decírtelo. Yo no empezaría una nueva relación con cualquiera –Te amo Albert– musitó el otro a punto de besarlo. Albert cerró los ojos cuando sintió el contacto frío de Ciro en la boca. Se estremeció cuando éste lo estrechó contra su pecho y le rodeó con sus brazos muy fuerte, intentando no pensar en los besos que él le había regalado en el pasado...

♣♣♣♣♣♣♣ La boca sensual de Ciro bajó hasta su cuello y le besó la nuez. Albert gimió. –¿Cuándo me dejarás entrar en tu cama, Albert? –Vas muy deprisa, ¿No te parece? – Albert rió divertido. –Llevo deseando esto desde que te conocí, pero sé esperar. –Eso es lo que más me gusta de ti, que eres muy paciente conmigo. ¿Puedo hacerte una pregunta?– Ciro asintió– ¿Eres celoso? –No, porque confío en ti y sé que no me engañarás.– Albert lo besó en la boca, sonriente. Mientras besaba a Ciro pensó en él y se sintió mal, como si los estuviera traicionando a los dos a la vez. El reloj de Ciro los avisó que pronto saldría el sol. –Vaya, será mejor que me marche. Mañana por la noche volveré. –Entonces no te vas a Roma. –Los negocios pueden esperar, nuestra relación es mucho más importante que todo eso. Nunca voy a anteponerlo a ti. –Espera Ciro, quédate hoy a dormir conmigo, pero sólo a dormir.– puntualizó. –Te adoro Albert, te adoro de verdad. –lo abrazó contra sí con fuerza, besándolo como loco. Deslizó los dedos entre los de Albert y apretó fuerte. Ciro notó el anillo que llevaba todavía en el anular.– Albert, ya sé que es muy repentino pero... Dentro de un tiempo querría demostrarte cuánto te amo pidiéndote que seas mi...– Albert lo miró incrédulo. –Ciro, no sé si... –Lo comprendo, perdóname por ir tan rápido, todavía llevas el anillo que te unía a él.– Albert levantó la mano y lo observó para luego mirar a su compañero.

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–Es hora de dejarlo atrás... – se lo quitó del dedo y lo besó con amor. Seguidamente lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y luego rodeó a Ciro con los brazos. –Es hora de que entremos en tu casa. ¿Qué crees que dirán Haydee y Hans cuándo les contemos esto? –Se pondrán muy contentos. Lo cierto es que Haydee me ha dado ánimos para decirte que sí. –Entonces tendré que agradecérselo. Entraron en la casa cogidos de la mano. Les extrañó que la luz del salón estuviera encendida así que la apagaron. Escucharon ruido arriba. –A lo mejor alguno de los dos se ha despertado, aprovecharemos para darle la noticia.

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee bajó por las escaleras. –Hola Haydee, ¿Te hemos despertado? –No, ya estaba despierta. Hola Ciro.– éste la saludó con una sonrisa de oreja a oreja. –Hoy se quedará a dormir. –Oh... Entonces no sé dónde dormirá, el cuarto de invitados está ocupado. –No te preocupes Haydee, dormirá conmigo. ¿Y por quién está ocupado?– Haydee puso una cara algo extraña, nerviosa.– ¿Te pasa algo? –Bueno... Creo que deberíamos sentarnos todos en el saloncito. Ahora bajo las persianas.– mientras ella las bajaba y corría las oscuras cortinas, Ciro besó a Albert mientras le cogía de la mano. La mujer lo vio de refilón y se quedó anonadada. –¿Qué hacéis? –Es que... – El vampiro rubio enrojeció. –Es que Albert se ha decidido a darme una oportunidad– Esperaron a ver la “feliz” reacción de Haydee. La inmortal no fue capaz de alegrarse ante lo que se les venía encima. La salvó Hans apareciendo por la puerta. –¿No se lo has dicho verdad? –No.

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–¿Decirme qué?– indagó Albert. Ella se sentó a su lado para cogerlo de la mano. –Esta noche, poco antes de llegar vosotros, han venido una pareja muy joven de vampiros. Se llaman Landelo y Davinia. Vienen desde Rennes para verte, Albert. –¿En serio? –Ellos han leído tu libro. –¿Y cómo me han encontrado?– Haydee hizo un movimiento de hombros para indicar que lo ignoraba. –El caso es que han estado con Alessandro.– El vampiro sonrió feliz. –¡Está vivo! Cómo me alegro de ello. Continúa por favor. –Parace ser que fueron al castillo de Erin y me han contado cosas sobre tu hermana… –No quiero saber nada de ella, ¡¡Y no es mi hermana!!– dijo con el ceño fruncido.– ¡Es todo por su culpa! –Tranquilo cariño– Ciro le acarició el cabello. Al ver aquello Hans tragó saliva y miró a Haydee con los ojos muy abiertos. Ella le hizo una seña para que no dijera nada. –Landelo y Davinia estuvieron en peligro allí dentro y lo que sucedió después es mejor que te lo cuenten ellos. –¿Están aquí? –Hans por favor, ve a buscarlos.– éste asintió preocupado y subió las escaleras. –¿Por qué han venido? ¿Les gustó mi libro?–inquirió emocionado. –Sí Albert, les gustó mucho. Les ha costado llegar hasta aquí porque no tienen dinero ni identificación de ninguna clase. Tienes que estar preparado para lo que van a decirte.– De pronto un gemido a sus espaldas los hizo girarse. Davinia estaba de pie al lado de la puerta, junto a Hans y Landelo. –¿Albert? –Sí, soy yo.– la muchacha se quedó anonadada. Se lo había imaginado muy guapo, rubio de ojos verdes, y sin embargo superaba toda imaginación posible. Era tan hermoso que quitaba el sentido. Corrió para arrojarse a sus brazos deshaciéndose en lágrimas. –¡Albert! ¡Por fin te hemos encontrado!– cayó de rodillas a sus pies. Reprimió sus ansias de contarle lo de Davidé, podría ser un shock para él. –¿Eres Davinia? Haydee me ha contado que venís desde Rennes para conocerme. Muchas gracias.

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–No es sólo por eso Albert, tengo que decirte algo muy importante.– Albert la cogió por los hombros y sonrió. La vampiro gesticuló intentando decir lo que deseaba pero no le salió la voz. –¿Te encuentras mal? –Davidé... –musitó. –Lo que dice el libro es la verdad, él ya no está… –Davidé no está... no está m–muert–to... "Davidé no está muerto" Todos se quedaron callados con el corazón en un puño. Los ojos de Albert pasaron de la chica a Haydee. Ésta lo miró llorosa. –¿Qué d–dices? Muchacha, él está muerto, te estás confundiendo con el libro. –No, no, ¡NO! ¡Escúchame Albert! Davidé vive, yo lo he visto, Landelo lo ha visto. Lo he tocado, me ha hablado.– Habló con ansiedad y dificultades al respirar. Albert se levantó del sofá y caminó unos pasos. –Me parece q–que os habéis vuelto locos, id a dormir... –¡Albert!– esta vez fue Landelo el que se le acercó.– ¡Cuando fuimos a aquel lugar donde nos querían atrapar, el vampiro que tú llamas en el libro Filippo, nos ayudó a escapar! Pero nos encontramos con alguien que para nosotros también fue inesperado. Filippo al verlo se quedó anonadado, pidiéndonos que no dijéramos lo de tu libro a ese hombre. –No os comprendo... – Ciro sujetó a Albert que no parecía estar muy bien. –Era igual a como tú lo describes en el libro. Alto, moreno de ojos pardos... –Hay muchos hombres así.– le rebatió Albert. –Se presentó como Davidé y tenía la mirada más triste que he visto jamás. –¡DAVIDÉ ESTÁ MUERTO!– chilló Albert, siendo la primera vez en años que decía su nombre– ¡Se murió! ¡Si estuviera vivo me hubiese buscado y ahora yo...! ¡Ahora estaría aquí conmigo! ¡Y no lo está porque está MUERTO! ¡MUERTOOOOO! –¡No sabe que estás vivo! Creemos que Davidé también cree que tú estás muerto. Te juramos que es él, es como dice el libro. ¿O acaso has cambiado su aspecto al describirlo? –No, no... – musitó trastornado. Ciro, temblando ante tal revelación estrechó a su amor entre los brazos mientras éste sollozaba. Haydee miró la escena horrorizada. Se levantó y fue hasta Davinia. –¡Yo les creo!– Albert la miró anonadado. 640

–Era alto y guapo– contó Lavinia, con lágrimas de dolor en los ojos– con el pelo cortado como tú describes en el libro, oscuro y con vida propia. Y esos ojos pardos tan profundos, esas pestañas oscuras y largas y una sonrisa que, aunque triste, era amable. Cree que estás muerto, por eso no ha venido a por ti... Nosotros no ganamos nada diciéndote mentiras tan crueles, tienes que creernos porque hemos pasado muchas penalidades para llegar hasta aquí. Landelo y yo sólo nos tenemos el uno el otro y arriesgando nuestra vida hemos venido a encontrarte y avisarte de que Davidé no está muerto. Aless nos rogó que lo hiciéramos… ¡Maldita sea, esa es mi verdad!

♣♣♣♣♣♣♣ Albert se desvaneció en los brazos de Ciro, así que lo tumbó sobre el sofá y entre todos intentaron hacerle reaccionar sin conseguirlo. –¿Estáis seguros de qué era Davidé? –Son muchas coincidencias. Además, Filippo, Aless o como se llame, nos pidió que no nombráramos a Albert delante de él o se armaría un lío tremendo, así que fuimos discretos. Eso quiere decir que Davidé no sabe nada del libro ni de que Albert vive. Puede que esa Marlène lo haya estado engañando todos estos años.– Ciro se llevó las manos a la cabeza. Si Davidé vivía quería decir algo y es que Albert no le daría esa oportunidad. Se le partió el corazón allí mismo. Era incapaz de alegrarse y sin embargo tampoco podía decírselo a Albert. Lo miró anhelante de besarlo, abrazarlo... Ya no podría hacerlo nunca más. Finalmente el vampiro francés abrió los ojos de pronto e intentó incorporarse. Haydee acercó un pañuelo para enjugarle la sangre derramada en lágrimas que manchaba su cara. Éste la miró como ido. –Haydee... ¿Qué me ha pasado? ¿Y...y Davidé? Dile que venga... – Albert tenía la mirada como perdida y un brillo febril en las verdes pupilas. –Davidé no está aquí, cariño.– ella se echó a llorar. Hans la abrazó con amor para consolarla. Entonces fue cuando Albert reaccionó. Se levantó del sofá y como un rayo echó a correr hacia la puerta de la calle. Ciro no pudo asirlo a tiempo y hubo suerte de que Landelo atrapara su brazo. Aun así el pobre vampiro no tenía suficiente fuerza como para detener ese avance. Albert consiguió abrir la puerta y un fulgor de luz se coló en el interior del vestíbulo, lo que hizo se quemara la mano y cayera hacia atrás, cegado. Haydee se apresuró a cerrar aquella puerta con llave y pestillo para que no fuera todo a peor. Entre Hans y Ciro consiguieron retener al vampiro. –¡DEJADME SALIR! ¡DAVIDÉ ME ESPERA! 641

–¡Estás loco! ¿No ves qué es de día?– Hans lo reprendió con dureza. –Davidé, Davidé me espera allí.– Se puso a llorar como un niño, aunque al menos dejó de forcejear. –Tendremos que esperar a la noche, ¿Me has oído Albert? –Davidé...

♣♣♣♣♣♣♣ Landelo y Davinia miraron la escena apenados, pues se sentían culpables, por lo que Haydee se acercó a ellos. –No pasa nada, es normal que reaccione así. –Pero... –Id arriba, al cuarto que os preparé. Nosotros nos encargaremos de él.– Lo hicieron reticentes, sin embargo se fueron. Después la inmortal se acercó hasta los tres hombres. –¿Tienes el calmante aquel Hans? –Sí, aunque creo que harán falta por lo menos dos o tres para que se duerma. –Por favor amor mío, ve a buscarlo. Ya me quedo yo con Ciro.– El inmortal subió rápidamente. –Ciro, lo siento. Sé que él te había dado una oportunidad– Albert no estaba escuchándolos porque seguía repitiendo el nombre de Davidé entre susurros. –Era demasiado bonito para ser real. –¿Tú le amas de verdad? –Por supuesto que sí, y voy a ser el primero en ayudarlo a encontrar a...a Davidé... –¿Estás seguro? –Sí. Reconozco que desearía que me eligiera a mí, aunque conozco los sentimientos de Albert por Davidé. No soy estúpido y me doy cuenta que no tengo nada que hacer más que ayudarlo a ser feliz. Yo también conozco, al igual que tú, lo que es haber amado a alguien mucho y que ese alguien haya muerto entre mis brazos sin yo poder hacer nada. Fue hace mucho y yo era humano. Lo que hubiese dado por haber sabido con certeza que mi amante no estaba muerto y todavía podía quererme… Hans bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Volvió con un vaso de agua y unas píldoras rojas. –No va a poder beberse el agua.– el vampiro la arrojó a un florero y tras hacerse un corte en las venas de la muñeca dejó que la sangre manara en el 642

vaso. A la fuerza le metieron a Albert las píldoras en la boca hasta que se las tragó. Los miró a todos con ojos vidriosos y luego se dejó arrastrar hasta su habitación. Ciro pidió a la pareja de inmortales que les dejaran solos.

♣♣♣♣♣♣♣ Con delicadeza fue quitándole la ropa a Albert. Anheló besar su pecho, su vientre que bajaba y subía por la respiración. Acercó los labios a los de él y lo besó con ternura. –Te quiero.– Albert abrió los vidriosos ojos para mirarle. Alargó la mano hasta su rostro acariciándole la mejilla. –Lo siento Ciro... pero no puedo darte esa oportunidad. ¿Lo entiendes verdad? –Por supuesto que lo entiendo. Me alegro de que estés mejor, por un momento creí que te habías vuelto loco. –Davidé está vivo y voy a ir a buscarlo para estar siempre juntos. Perdóname por favor, ya no puedo enamorarme de ti. –Lo sé, siempre lo he sabido.– Ciro contuvo las lágrimas. Miró cerrar los ojos a Albert y rato después supo que estaba dormido por el efecto de las píldoras. Lo tapó con la manta y besó en la mejilla. Le ayudaría a encontrar a Davidé para verlo feliz y todo porque le quería de verdad... Se sintió un idiota por aquello y aun así no pudo evitar desear que Albert y Davidé estuvieran juntos de nuevo.♣

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“Conversaciones”

♣Kéfalos, ayudante personal de la Reina, se acercó poco a poco a ella. Ésta estaba sentada tras su escritorio, al fondo de la sala. Al verlo llegar de reojo levantó la cabeza y emitió un gruñido. Kéfalos pensó que Marlène estaba del peor humor. En primer lugar lo de Davidé y esa manera de ponerla en ridículo ante todo el mundo, tras lo cual éste mismo se había ido. Aunque él, personalmente, pensaba que era lo mejor para todos, Marlène se había pasado diciéndole que Albert estaba muerto cuando no era así. –¿Alguna noticia? Espera, no me lo digas. Por la cara que traes yo diría que no.– Kéfalos la miró seriamente. –Marlène, hace mucho que nos conocemos y nunca te había visto en este estado.– ella lo observó con sus ojos azul muy claro. –¿Acaso no puedo estar preocupada porque Davidé se ha marchado?– contestó con retintín. Se levantó del sillón y caminó por la habitación. Kéfalos advirtió que no iba vestida como una muñeca sino con ropa corriente de mujer. Una camiseta roja y pantalones vaqueros ajustados. No era más que una niña físicamente. El cabello cortado al ras sobre los hombros estaba liso y suelto. No, aquella no parecía Marlène. –No entiendo tu insistencia en buscarlo. ¿Tanto le amas? –No se trata de amor– ella se giró hacia él y le lanzó una mirada furiosa.– ¡Se trata de venganza! A estas alturas ya habrá leído ese estúpido libro de mi "hermano" y estará como loco buscándolo para estar juntos “eternamente”. ¡Eso es lo que me saca de quicio! Quiero que Albert sufra. –¿Por qué no les dejas en paz de una vez? –Kéfalos, te prohíbo que utilices la confianza que tenemos para decirme lo qué tengo que hacer. –La mentira se ha vuelto en tu contra Marlène. ¿En serio creíste que esto no pasaría?– ella mantuvo la boca cerrada un buen rato aunque lo miró con intensidad. –Albert me quitó a mi amada hermana, a la persona que más quería en el mundo entero. –También era su hermana y sabes que él no deseó que ella muriera. –A mí eso me importa bien poco. Durante siglos he tenido a Albert vigilado. Durante una temporada estaba muy atareada trazando el plan de eliminar a 644

nuestra despótica y loca Madre y fue entonces cuando no le presté atención. Lo siguiente que supe fue que era feliz con Davidé. ¡Cómo comprenderás no lo podía permitir! –Creía que Davidé te gustaba como hombre. –Claro que me gustaba... ¡Pero él no pensaba en nadie más que en Albert!– dijo asqueada. –Fue una suerte que Aless lo salvara porque me dio juego para hacer sufrir a mi hermanito mayor. Davidé es un ejemplar como hombre y como vampiro único en el mundo. Y podía haber sido mi Rey. Aun así seguía suspirando por un Albert MUERTO. Patético. No debí dejar que Aless y Basil se hicieran sus amigos. –Tengo una noticia que te interesará.– Marlène lo miró con los fríos ojos entornados. –¿El qué? ¿Sabes dónde anda Davidé? –No tenemos ni idea. –¿Entonces qué es? ¡Habla ya maldita sea!– le apremió. –Albert ha vuelto. –¡¿QUÉ?! –Albert ha vuelto.

♣♣♣♣♣♣♣ Andrei, por su parte, estaba en el laboratorio dando vueltas como un desesperado. Todavía no se podía creer que Angélica se hubiese ido con aquellos tres despreciables vampiros. Cierto que se pasó de la raya con ella en aquella ocasión, pero no era para tanto. ¿Verdad? Cuando la buscó sin encontrarla se le pasó por la cabeza la posibilidad de que se hubiese marchado pero tuvo que calmar los nervios convencerse de que no era posible. El amanecer había estado cerca, ¡Ella no saldría! A la noche siguiente fue a buscarla de nuevo y entonces se dio cuenta de que no sólo ella ya no estaba en ninguna parte, sino que los otros tres tampoco. Enseguida informó a Marlène y entonces se armó el lío de verdad. Ésta se sumió en un estado de ira terrible. Sin embargo a él lo único que le importaba es que Angélica se había marchado lejos. Se sorprendió al entrar en su habitación, encontrando una estancia pequeña y sencilla. Cientos Cds musicales poblaban las estanterías, así como muchísimos libros. En el armario quedaba mucha ropa todavía, aunque podía notarse que había cogido cosas apresuradamente. Debió de ser difícil para ella abandonar lo único que tenía. En aquel instante una foto en la mesilla había llamado su atención. Eran ellos dos. Y también la había dejado atrás... Dejó de dar vueltas por el laboratorio y se concentró en la foto que había recogido de la habitación de Angélica. Ella sonreía con timidez y él, en 645

cambio, ni siquiera miraba a la cámara. No recordaba ni cuándo se la habían hecho, pero parecía ya un poco antigua. Se sacó del bolsillo el brillante pendiente. Había pensado en devolvérselo a Angélica y "pedirle disculpas". El laboratorio sin ella era muy triste. Un golpeteo en la puerta le hizo esconder rápidamente la foto y el pendiente. –Adelante.– El visitante era Kéfalos, ayudante personal de Marlène. –Vengo a darte una orden de la Reina. –¿Se sabe algo de... de los que se escaparon?– El otro vampiro lo miró con sus fríos ojos azules. Andrei no le gustaba nada. Se alegraba por Angélica, aquella pobre vampiro que lo ayudaba. No le extrañaba nada que se hubiese marchado junto con los otros. Aguantar a Andrei no debía ser tarea fácil. –No, no se sabe nada de ellos. Por el contrario Albert ha vuelto a la ciudad. Aunque no parece que tenga intención de aparecer por aquí. Viene con esos amigos suyos inmortales. Andrei frunció el ceño mientras los colores se le subían a la cara. ¡Pero de vergüenza! Haydee estaba en la ciudad... ¿Por qué se sentía tan avergonzado? Nunca antes se había sentido así. –¿A qué han venido? –Con ellos van también aquellos dos que se nos escaparon. Parece increíble que hayan conseguido encontrar a Albert después de todo. Es evidente que le han dicho lo de Davidé. Aunque me sorprende que lleven dos días aquí y no hayan aparecido por este lugar. –Se van a llevar un chasco enorme. ¡Davidé ya no está! –La Reina quiere que prepares algunos de tus potingues para matar vampiros y dañar inmortales.– lo dijo con tanto desprecio que a Andrei le sorprendió. –¿No te gusta lo que hago, verdad? –Me parece repugnante matar a otro vampiro o a cualquier tipo de persona. Y más todavía de esa manera tan ruin. –Kéfalos, me sorprende que sigas con Marlène pensando así. –Yo vengo de una época y lugar en los que no existían cosas tan terribles ni armas tan mortíferas en este mundo. A mí nunca me ha gustado matar, aunque le haya quitado la vida a cientos de personas. Y en cuanto a nuestra Reina, yo la conozco tal y como es. ¿Pero sabes qué le pasa a un vampiro después de sufrir tanto? Que se vuelve loco y todo acaba en su contra. Como le sucedió a Erin, muerto por la mujer a quien amaba. Confío en que Marlène sepa ver que lo está haciendo mal. Por favor, haz rápido lo que la Reina te ha ordenado. 646

Adiós– cambió de tema en el último instante y después se marchó por donde había venido. Miró de nuevo la foto en la que salían Angélica y él. Hizo ademán de romperla en pedazos y al final... no pudo...

♣♣♣♣♣♣♣ Haydee caminó por la habitación de hotel con sigilo, pues Hans acababa de dormirse después de unos días tan agotadores. Al día siguiente de saber que Davidé seguía con vida, Hans y ella se habían encargado de todo lo referente a viajar a Rennes. Después reservar las habitaciones de hotel para todos y el "papeleo" para conseguir unos papeles a Landelo y Davinia. Por su parte, Albert les había pedido que lo drogaran porque temía perder los nervios. Ciro fue de gran ayuda durante la noche. Pobre Ciro... Salió de la habitación y cerró la puerta. Caminó por el pasillo de aquella planta hasta llegar a la habitación que Albert y Ciro compartían. Llamó primero hasta que la invitaron a pasar. –¿Qué tal Albert? ¿Vas a ir hoy a...? –No. Lo que voy a hacer hoy es "preguntar" a los vampiros del lugar cómo está la situación en el castillo de Erin. Seguro que al verme querrán colaborar ansiosos. –Entonces hoy no quieres las píldoras para adormilarte.– Ciro apareció de pronto tras ella pegándole un buen susto. –Hola... –¡CIRO! No vuelvas a asustarme así o me las pagarás. ¿Cuándo has entrado? –Ya estaba dentro– Ciro tenía el don de ser increíblemente sigiloso.– ¿Vas a venir con nosotros esta noche? Serías de gran ayuda. –No chicos, lo lamento pero me siento agotada. –Gracias por todo Haydee, sin ti no sé qué hubiese sido de mi vida después de aquello– Albert la abrazó tan efusivamente que Haydee enrojeció de pies a cabeza. –No me des las gracias, al fin y al cabo yo deseo casi tanto como tú que Davidé vuelva... –No sabes lo nervioso que estoy de verlo otra vez. Durante el día casi no duermo pensando en cómo será nuestro reencuentro.– ella le notó temblar entre sus brazos– Cada vez que lo pienso... Lo único que deseo es estar entre 647

sus brazos y que me diga que todavía me quiere.– se separó de ella y le enseñó el anillo que se había vuelto a colocar en el dedo. –¿Ves el anillo? Seguro que él también lo lleva puesto todavía porque somos esposos... Cuando me vea ¿Qué sentirá? Pronto lo volveré a ver y Marlène pagará lo que ha hecho. –¡No hagas tonterías Albert! ¿Me oyes?– La inmortal se sintió preocupada. –No te preocupes. El simple hecho de que me vea feliz la hará desdichada. Aunque no me hago responsable de lo que Davidé le haga. Sabes que no se le puede obligar a hacer algo que no quiera. –Eso es lo que más miedo me da. –No te preocupes Haydee, ve a descansar porque mañana sí te necesitaré a mi lado. Os necesitaré a todos. –Claro que sí…– lo besó en los labios y después salió de la habitación. Se encontró con Ciro fuera. Ni siquiera lo había oído salir.

♣♣♣♣♣♣♣ –¿Por qué le ayudas Ciro? Todo esto te hace daño.– le preguntó. –Porque le quiero. –Eres una persona excelente.– le puso la mano en el hombro para consolarlo. –¿Cómo es realmente Davidé? Lo he visto en fotos y he leído la historia tantas veces que me la sé de memoria, sin embargo Albert nunca ha querido hablarme de él de verdad. –Pues era una persona... – Haydee se dio cuenta de que todavía hablaba como si estuviera muerto, así pues rectificó.– Pues es una persona muy buena y altruista, también muy ardiente, romántico, cariñoso y divertido. Aunque tenía cosas malas, como todos las tenemos. A él le podían los celos. No soportaba que nadie mirara a Albert o que le hablara de manera especial. A veces se pasaba demasiado, pero si incluso no le gustaba que me miraran a mí otros hombres.– Haydee rió. –Yo no soy nada de eso... – musitó Ciro. –No digas esas cosas, simplemente no os parecéis en nada, pero tú tienes otras muchas cualidades. Eres paciente, muy atento y agradable. Y también miles de cosas más. Yo me alegré de que entraras en la vida de Albert porque le hiciste sonreír y tener ganas de hacer cosas. Él se sentía indeciso sobre corresponderte o no y yo le animé. Lo único que siento fue que coincidiera con lo de Davidé. Si lo hubiese sabido...

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–No tienes culpa querida, pues no puedo competir ante un amor como el suyo. Ni siquiera la muerte ha conseguido borrar el amor que Albert siente por Davidé. Yo soy realista y consciente de ello. No busco que me ame porque sé, que simplemente, no puede. –Ciro... lo siento de verdad. –Yo le quiero, por eso le ayudaré a ser feliz. –Ciro... –Vete a descansar Haydee, no te preocupes.– ella se dio la vuelta para irse, pero recordó algo muy importante. –Ciro, escúchame bien. Ni se te ocurra decirle a Davidé lo que estuvo a punto de pasar entre Albert y tú. Si se entera de que lo has besado, que has estado con él... arderá Roma. ¿De acuerdo? Que se lo diga Albert cuando lo crea conveniente, ya sabrá en qué momento ha de contárselo. –Lo comprendo. Cuenta con mi discreción.

♣♣♣♣♣♣♣ Después de eso, Haydee desapareció al doblar una esquina. Ciro volvió a entrar en el cuarto. Albert se estaba poniendo una camiseta negra ajustada y unos pantalones vaqueros que le quedaban tan bien que Ciro quiso gritar de rabia. –Siento haber sido tan poco considerado contigo Ciro. Me emocioné hablando de Davidé y... –No te preocupes, yo lo entiendo. –No debí de darte una oportunidad, si yo hubiese sabido que... –¿No merecí la oportunidad?– dijo dolido. –¡No es eso! Me has mal interpretado – Albert se adelantó hasta él y lo agarró del jersey al ver que éste se marchaba.– He querido decir que... que... –Esta bien Albert, lo entiendo. –Tú mereciste de mí más que una oportunidad... Mereciste que me enamorara de ti. Eres la persona más buena que conozco, y la más paciente. Me lo estás demostrando ahora más que nunca. Soy consciente de que me quieres y que por eso me ayudas.– Ciro lo miró tiernamente. Atrajo hacia sí al vampiro hasta besarlo. Albert se apartó algo violento. –No te apartes Albert, es la última vez que voy a besarte. Déjame al menos que lo sea... por favor.– Albert le miró apenado y se dejó besar de nuevo.– Entiendo porqué Davidé te amo tanto. Espero que seáis muy felices. 649

–A veces una duda me corroe por entro Ciro, pienso que tal vez ya no me quiera... –Eso es imposible tonto, ¿Cómo no va a amarte? –Mi personalidad auto destructiva me hace pensar en cosas tan horribles– Albert sonrió avergonzado. –Él te ama... Y aunque eso no fuera así yo estoy aquí. Te mentiría si te dijera que esa posibilidad no se me ha ocurrido a mí también. A veces deseo que... – no pudo seguir. –Deseas que él me rechace, ¿Verdad?– Ciro asintió en silencio. –Pero luego me doy cuenta de que es un pensamiento horroroso e indigno y me arrepiento de haberlo tenido. Que eso sucediera no cambiaría nuestra relación.– Albert lo abrazó y lo besó en la boca. Ciro se estremeció de placer. –Tú serías al único al que le daría una oportunidad, te lo aseguro. Perdóname Ciro por no poder enamorarme de ti... Y por favor, nunca menciones a Davidé este beso que te he dado porque lo mal interpretaría y ya has leído en el libro cómo se pone cuando está celoso. Ya le contaré yo... –No te preocupes, Haydee me ha pedido lo mismo. –Será mejor que nos marchemos... –Sí, será lo mejor... –Observó a Albert ponerse el abrigo y salir por la puerta. Éste lo miró desde allí y sonrió. Ciro le devolvió la sonrisa, aunque por dentro temblaba de dolor.

♣♣♣♣♣♣♣ La inmortal había ido a hablar con la parejita de vampiros neófitos. Los dos estaban vistiéndose. –Me parece que hoy Albert y Ciro prefieren ir solos. –¿Solos? Vaya, queríamos acompañarlos... – Davinia lo dijo muy apenada. –Van a hacer cosas que podrían dañaros a vosotros. Todavía tenéis mucho que aprender pero hoy no es el momento. –Claro, si vamos con ellos tendrán que estar pendientes de lo que pueda pasarnos. Es comprensible, así que no te apenes amor mío.– Landelo la besó en la oreja estrechando a la chica contra sí. –¿Está Albert bien? Me preocupa mucho su estado. Después de decirle lo de Davidé... –Está muy bien y dispuesto a todo. No te inquietes más cielo.– la inmortal la besó en la mejilla.– Os he traído ropa que compré hoy. Como sé que os gusta lo gótico pues... 650

–Gracias Haydee, la verdad es que la ropa que llevamos ya está hecha harapos.– se sorprendió de lo elegante que eran las prendas.– ¡Vaya! Nunca había llevado una ropa tan bien hecha. –Ya sabéis que yo sé mucho de eso– Haydee rió encantada. –Y ahora chicos, me voy a dormir porque no me aguanto más tiempo de pie. –Hasta mañana Haydee, gracias. –De nada... –Haydee se marchó poco después dejando a la pareja a solas. –Haydee es muy buena, es incluso mejor de lo que dice el libro.– Landelo negó con la cabeza. –Davinia, deja ya el maldito libro. ¿No ves que hemos traspasado esa ficción? Hemos conocido a personas reales, no a los personajes de un libro. Ellos son seres humanos de los que tenemos que aprender. ¿Vale? –Lo sé, claro que lo sé– Davinia se echó a reír– Es la costumbre, no te pongas tan serio cuando hablas– continuó riendo tanto que a Landelo se le pegó aquella risa. Hacía años que no la veía reír de aquella manera y eso lo hizo muy feliz. La abrazó muy fuerte contra sí. –Te amo Davinia. –Yo también te amo... –Me alegro de no salir esta noche, así podemos quedarnos en este hotel tal lujoso, sobre una cama tan grande y cómoda, bañarnos en la enorme bañera con espuma y burbujas... haciendo el amor como sólo dos vampiros saben... – Davinia lo miró con una ambigua sonrisa en los labios, se acercó a su oído y le susurró algo a Landelo que lo hizo enrojecer hasta la raíz del pelo. –¿Me vas a hacer eso...? –Ella asintió mientras lo tumbaba sobre la cama y le quitaba la ropa. –Y mucho más...

♣♣♣♣♣♣♣ Hans se despertó al escuchar que su mujer entraba en el cuarto. –Haydee, ¿De dónde vienes? Anda, ven a la cama– Le cedió su sitio calentito y luego la abrazó. –De hablar con los demás. Estoy muy cansada. –¿Te preocupa algo verdad? –Tengo miedo de que algo falle en el plan de Albert. ¿Y si Davidé no... ? –Eso no lo podremos saber hasta que suceda.– Haydee le miró a los ojos y al final se puso a llorar. –Siento que algo dentro de mí cambió cuando Davidé murió. 651

–Lo sé, hace tiempo que me di cuenta de que ya no eras la misma. –Cuidar de Albert tanto tiempo, pensar en los momentos divertidos que pasaron hace años. Todo me entristece. –¿No eres feliz conmigo? –Claro que sí Hans, no es por ti. De hecho si no fuera porque eres mi marido, me vendría abajo. Pero estoy muy cansada... –Hans la besó en los labios con ternura y ella le correspondió. –Te entiendo Haydee, aquellos años nos dejaron tal huella, que ahora que pasaron y todo se volvió dolor, somos incapaces de ser tan felices. –Sí, es exactamente eso lo que siento. Ahora que Davidé se supone que está vivo tengo miedo de que todo salga mal. –No lo pienses más amor mío, y duerme...

♣♣♣♣♣♣♣ Los dos vampiros caminaron por una poco concurrida calle. –¿Qué piensas hacer ahora Albert?– caminaban ahora por una de las grandes avenidas. Albert estaba intentando llamar a un taxi. –Pues me voy a buscar la entrada secreta esa. Tiene que estar en el bosquecillo al este del castillo. Creo que la vi en unos planos hace tiempo. –¿No dijiste que lo haríamos mañana? –Mentí. No quiero involucrar a los demás en esto. –Así lo único que vas a conseguir es preocuparlos más. Vayámonos al hotel. –No. –Albert, por favor, tenemos que trazar un plan. Ir a la aventura no es... –Yo nunca hago planes cuando se trata de recobrar al amor de mi vida. No estás obligado a venir si no quieres. Tampoco quiero involucrarte a ti y ser el responsable de que te pase algo malo.– Ciro, con el corazón en un puño lo miró. –No reconozco al Albert de esta noche.– éste sonrió. –El Albert de esta noche es tan verdadero como el que tú conoces. Tal vez sea mejor que no te guste esta parte de mí. –El problema está en que cada vez que te conozco más te admiro… –Ciro, por favor... Vete al hotel– él negó con la cabeza. 652

–No te voy a abandonar así como así.– Albert le tocó el hombro con suavidad mirándolo a sus profundos ojos azules. –Entonces ayúdame. –Te ayudaré... – Poco después un taxi se detuvo ante ellos para luego perderse entre la vorágine del tráfico...

♣♣♣♣♣♣♣ Mientras tanto en el hotel, tanto Haydee y Hans como Landelo y Davinia, estaban demasiado cansados como para poder reaccionar a tiempo. Antes de poder darse cuenta, un montón de vampiros vestidos de negro los atraparon. Haydee se despertó alarmada, sin embargo al ponerle un pañuelo con cloroformo para inmortales en la boca y nariz, fue sintiendo que le pesaba todo el cuerpo. De todos fue la que más luchó, las que más aguantó hasta que al final ya no pudo más...♣

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¡Dónde debiste seguir muerto!

♣Miró al cielo. No había luna llena, afortunadamente par ella, pues sus genes habían sido manipulados por Andrei para ser convertida en una licántropo. Dirigió la mirada hacia los tres hombres que también habían bajado del avión junto a ella. ¿Cómo explicar lo sucedido en aquellos últimos días? Habían sido una tremenda locura. Nada más salir del pasadizo subterráneo, Aless y Basil le habían dado el libro a Davidé. Éste se puso a llorar como un niño con el libro entre los brazos durante largo rato. Cuando Aless se le acercó, Davidé le empujó con violencia. Luego chilló tanto que debían de haberlo escuchado hasta los vampiros que habitaban bajo tierra. Los ojos le refulgían enrojecidos, las venas del cuello y sienes le latían con fuerza y tenía los colmillos enormes. Ella no se había atrevido a acercarse. Podía recordar perfectamente la conversación de Aless y Davidé. –¡DAVIDÉ, CÁLMATE!– le rogó Aless. Éste le dijo a Basil y a ella que le dejaran hacer a él, que no se acercaran. –¡¿QUIERES QUE ME CALME?! ¡PUES NO ME DA LA PUTA GANA, JODER! ¡NO ME TOQUES MALDITO TRAIDOR, TÚ LO SABÍAS TODO Y NO ME LO DIJISTE! –¡No Davidé, no lo sabía, sólo lo sospechaba! ¡¿Cómo querías que te contara mis sospechas?! ¡MIRA CÓMO ESTÁS! –¡¡ESTOY CÓMO QUIERO!! ¡¡LA VOY A MATAR, MATARÉ A ESA ZORRA MENTIROSA Y ENVIDIOSA!!– Davidé se había dirigido hacia la entrada de la cueva de nuevo, quedando claras sus intenciones. Quería matar a Marlène en aquellos mismísimos momentos y seguro que lo hubiese hecho si no fuera porque Aless lo detuvo en seco. Parecía mentira que un vampiro tan pequeño tuviera tanta fuerza. –¡¡¡SUÉLTAMEEEE!!!– había chillado furioso mientras intentaba desasirse de Aless. –¡¡SI NO TE APARTAS TE MATARÉ A TI TAMBIÉN!!– A Davidé le salía sangre de la boca, como si se hubiese mordido la lengua. Habían caído al suelo en un amasijo y Aless continuaba intentando calmarlo. –¡Por Dios Davidé, hazlo por Dios! ¡¿Crees que a Dios le gusta verte en este estado?! –¡DIOS ME IMPORTA UNA MIERDA, TODO ME IMPORTA UNA PUTA MIERDA! ¡LA VOY A MATAR! ¡SUÉLTAME!– había bramado 654

como loco. Ella había mirado a Basil con preocupación, pero éste había hecho un gesto para que se quedara quieta. – ¡ESA MALA ZORRA SABRÁ CON QUIÉN SE HA METIDO, HE ESTADO SUFRIENDO LA MUERTE DE ALBERT TANTOS AÑOS PARA NADA, POR CULPA DE SU ENVIDIA, DE SU VENGANZA! ¡MERECE QUE LA MATE, LA VOY A ARROJAR A AQUEL INFIERNO POR EL QUE ME ARROJÓ ELLA A MÍ, Y ENTONCES ME REIRÉ DE SU DESGRACIA! –¡Por favor Davidé, estás perdiendo el sentido de la realidad! ¡DEJA YA DE PELEAR!– para sorpresa de todos, Aless le había atizado un buen puñetazo que dejó a Davidé casi sin sentido.– ¡Maldita sea Davidé, reacciona!– el pequeño vampiro se había puesto encima de él para inmovilizarlo. Davidé escupió sangre e intentó arrojarlo hacia un lado tras recuperarse del puñetazo. –¡ME HA TENIDO ENGAÑADO TODOS ESTOS AÑOS, LA VOY A MATAR! ¡SUÉLTAME! –¡NO! ¿ACASO NO DESEAS VER A ALBERT? ¡ENTONCES VAYÁMONOS DE AQUÍ PARA BUSCARLO! ¡YA AJUSTARÁS CUENTAS CON ESA ZORRA EN OTRO MOMENTO! Aquello había sido lo único que hizo reaccionar a Davidé. De pronto había dejado de forcejear poniéndose a llorar de nuevo como un niño desconsolado. Ella, junto a Basil, fueron a consolarlo también. Davidé se abrazaba a Aless y éste le acariciaba el cabello y lo acunaba. Después de aquello partieron lejos de la ciudad por los lugares más raros para que no los pudieran seguir y encontrar. Davidé se leyó el libro tantas veces como pudo. Lo que sucedió luego fue desesperante para el pobre Davidé, porque resumiendo, Albert no estaba en Marsella. Lo buscaron durante días sin dar con su rastro. Tuvieron que darle tranquilizantes para vampiros porque estaba muy agresivo y fuera de sí la mayor parte del tiempo. Era un peligro andante incluso para sí mismo. Tras encontrar la casa en la que vivía con Haydee y Hans se enteraron que hacía un día que se habían marchado no se sabía dónde. A Davidé le desesperaba haber estado tan cerca de Albert y por los pelos no haberlo encontrarlo. La única opción era volver a Rennes e intentar buscarlo por otros medios, Albert podía estar en cualquier parte del mundo.

♣♣♣♣♣♣♣ En aquellos momentos estaban hospedados en un hotel de Rennes. Davidé andaba un poco aturdido por los tranquilizantes. Basil se encargaba de dárselos periódicamente, por eso estaba tan tranquilo. Ella estaba muy preocupada, llevaban unos días terribles. A veces se planteaba la posibilidad de que fuera un error haber abandonado a Andrei. Pero después se daba cuenta 655

de que no quería saber nada más de aquel energúmeno. Miró a su amigo, estaba como ido. –Davidé... – musitó ella cogiéndolo del brazo. –¿Y si no lo encuentro? –Lo encontraremos, ya lo verás. –¿Y sí...? –Davidé, no es más que cuestión de dar con él, no es tan difícil. A lo mejor esos chicos que ayudaste han ido a buscarlo también y ya le han dicho que estás vivo. ¿Has pensado en que puede estar en esta misma ciudad buscándote a su vez? A lo mejor fue al castillo... – Davidé la miró con los ojos llenos de lágrimas. –Le echo tanto de menos.– La abrazó y los dos cayeron al suelo sobre la moqueta.– He vivido este tiempo pensando en que quería morirme como él para no tener que soportar su ausencia por más tiempo. ¿Cómo pude ser tan estúpido de tragarme la patraña de aquella mujer? Hemos vivido más años separados que juntos, estamos destinados a sufrir... Cuando llegamos a su casa en Marsella y no le encontré creí volverme loco de sufrimiento. Tenía tanta ilusión de decirle "Estoy aquí Albert, he vuelto y ya nada ni nadie nos separará". Saber que seguía vivo me ha dejado trastocado para siempre, si no lo encuentro pronto la locura me comerá– el tono de Davidé era tan desesperado que la pobre Angélica se asustó de veras. – Cuando le encuentre no lo soltaré nunca más y le diré lo mucho que todavía le quiero.– lloraba desconsoladamente.– ¡QUIERO ENCONTRARLO!– chilló. Basil entró y separó a Davidé de Angélica. –No te preocupes Basil, no se ha puesto agresivo, sólo está un poco alterado. –Angélica, no te puedes fiar... No podemos perderlo de vista y menos aquí. –¡NO ME VOY A ESCAPAR!– gritó el aludido, estaba harto de que hablaran como si él no estuviera. –Lo has intentado ya varias veces, ¿Cómo pretendes que nos fiemos de ti? – Davidé se sentó sobre el sofá con la cabeza entre las manos. Cerró los puños y se estiró del cabello en un ataque de exasperación. Entre los otros dos le obligaron a no auto dañarse. –Davidé, déjalo ya por favor. –Quiero a Albert todo para mí... – musitó entre sollozos– Y voy a matar a esa zorra... la voy a destrozar... – cambió su tono triste por uno agresivo. –Me voy a por un tranquilizante, cuídalo. –Sí Basil... – éste se fue para hablar con Aless. Lo encontró en la habitación principal que tenía una cama enorme. –¿Le has oído?– preguntó al pequeño vampiro. 656

–Sí, cada vez está más desesperado. Es comprensible con el carácter que tiene. Puede ser el hombre más bondadoso que hay, pero también el más bestia cuando le joden la vida. –Habrá un momento en el que no podamos con él, es demasiado fuerte. –A Albert le salió demasiado bien cuando lo creó.– apuntó Aless. –Ha sufrido mucho, tenemos que ayudarlo. Yo creo que Albert ya sabe que él sigue con vida y ha vuelto aquí. ¿Tú qué crees?– Aless asintió en silencio. De pronto escucharon un grito de ayuda venido de Angélica. Corrieron hacia el salón pero ya era demasiado tarde. –¡Davidé se ha escapado! ¡Lo siento!– se puso a llorar desdichada. Basil la abrazó para consolarla mientras Aless bajaba por las escaleras tras Davidé. –No pude hacer nada, es demasiado fuerte para mí. –Ya lo sé pequeña, es culpa mía por dejarte a solas con él. Confié en que no sería capaz de hacerlo con nosotros en la habitación de al lado. –¿Aless podrá cogerlo? –No lo sé...

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé no quería hacer daño a Angélica, ni físico ni psíquico, pero tenía que irse a por Albert. Seguro que aquella zorra de Marlène sabía dónde estaba, lo tenía que tener controlado para que ellos dos no se encontraran. Iría a por ella y nadie se lo impediría, ni siquiera Aless, el cual bajaba las escaleras a toda velocidad tras él. Así que se tiró por el hueco. Aless se dispuso a hacer lo mismo cuando un huésped, al escuchar el jaleo, salió a mirar lo qué sucedía. Tuvo que seguir bajando las escaleras hasta el final pues no fue el único en salir al rellano para ver qué pasaba. Cuando por fin Aless consiguió llegar abajo ya era tarde. En la concurrida calle había demasiada gente y Davidé ya no estaba. –¡Maldita sea!– subió de nuevo a la habitación. Basil y Angélica lo estaba esperando junto a la puerta. –Tendremos que irnos ahora mismo hacia el castillo subterráneo, es más que seguro que se ha dirigido hacía allí. –Lo siento mucho... – volvió a lamentarse la vampiro. –Tú no tienes la culpa. No debimos dejarte a solas con él sabiendo cómo está. –Ya, pero... no soy más que una carga para vosotros– Aless se le acercó y la besó en la mejilla. –Eso no es verdad preciosa, en muchas ocasiones has sido la única de nosotros tres que has conseguido calmarlo con tus cuidados. ¡Y ahora vayámonos rápido que el tiempo es oro! 657

Después de aquello abandonaron el edificio y llamaron a un taxi que los acercaría hasta las afueras. Angélica miró al cielo desde el coche y no pudo ver las estrellas. Confió en que todo saldría bien y que podría volver a contemplarlas lejos de aquella apestosa ciudad que había terminado odiando.

♣♣♣♣♣♣♣ Por otro lado, Davidé corría por las calles de la ciudad. Y lo hacía tan deprisa que la gente se sorprendía al verlo, pero a él le importaba bien poco todo aquello. En lo único que podía pensar era en que quería tener a Albert entre sus brazos otra vez, en estrujarlo muy fuerte contra su pecho y besar sus sensuales labios de vampiro. El corazón le ardía de deseo, un anhelo lo impulsaba a correr y correr en su busca. Al final tuvo que llamar a un taxi para que lo acercara hasta la antigua castillo ya que corriendo no avanzaba con la suficiente rapidez. Cerró los ojos mientras el taxista lo acercaba a destino. Sonrió al recodar los ojos verdes de su amor, se tocó la boca al pensar en aquellos labios tan sensuales que anhelaba recorrer intensamente. Cuántas veces había soñado con volver a sentirlo entre sus brazos sin ninguna esperanza de que se hiciera realidad. Porque él había muerto y no volvería. Había sufrido tantísima sed por no poder beber esa sangre tan maravillosa. Y tantos sentimientos y anhelos que ya no importaban ya que pronto se harían realidad, tarde o temprano estarían de verdad juntos. En muchas ocasiones se había maldecido a sí mismo por hacer aquella estúpida promesa de amor con Albert, "No suicidarse si el otro moría". Sin embargo ahora se alegraba de ello. Romeo y Julieta no tuvieron tanta suerte... Iba a ir a ver a aquella zorra para sonsacarle, por las buenas o por las malas, dónde se encontraba su Albert, y cuando estuviera con él al fin entonces la destrozaría sin piedad. Se miró el anillo que llevaba en el dedo anular y lo besó con infinita ternura...

♣♣♣♣♣♣♣ Ciro pagó al taxista y lo despidió mientras Albert corría por entre el bosquecillo al este del gran castillo que fue de Erin. –Que lástima... – le dijo a Ciro cuando éste se le acercó.– Este era el hogar de mi mejor amigo, y ahora Marlène vive en él… –Creía que odiabas a Erin por lo que os había hecho a ti y a Haydee.

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–Le odié un tiempo, aunque ahora creo que en el fondo no quería matarnos. Él sabía que iba a morir aquella noche tan horrible... La mujer que amaba lo mató, no puede haber cosa más terrible... –¿Por qué lo mató? Nunca lo contaste en tu libro.– Albert lo miró apenado. –Porque él la obligó, Erin sabía que ella estaba embarazada de él y lo que más deseó siempre fue tener un hijo, pues cuando fue humano hace ya mucho... su mujer Siobhan era estéril y ni aún así la abandonó por ello. Ahora Erika tiene un hijo suyo, y Erika fue Siobhan, aunque en esta vida rectificó muchas cosas que hizo mal como Siobhan. No pongas esa cara Ciro, piensa en que yo volví a ser humano. Él era el Rey, también debió de serlo y la dejó embarazada. Mi amiga inmortal ha ayudado a esa muchacha con su hijo... pero no le gusta hablar de ello. Erin prefirió morir antes que matar a los dos seres que más amaba en el mundo entero. Siempre había anhelado tener un hijo propio, ¿cómo iba a matarlo? –Lo entiendo... qué terrible… –Vamos a buscar la entrada secreta de la cueva.– le apremió. Estuvieron buscándola un buen rato hasta dar con ella. Caminaron por el estrecho pasadizo y cada vez que más se acercaban, más se acrecentaba la extraña sensación de desasosiego. Finalmente llegaron a la puerta. –Debe ser la " puerta encantada" de la que Landelo y Davinia nos hablaron. La verdad es que da mucho mal rollo.– Albert se puso a temblar de pies a cabeza. Por la cabeza empezaron a pasársele cosas terribles como "Davidé no está dentro, es todo mentira, ya no me quiere, he de marcharme de aquí..." –¿Albert? ¿Qué te pasa?– le hizo la pregunta con voz trémula. –Me siento mal, estoy muy angustiado estando aquí.– Retrocedió unos pasos, pero los brazos de Ciro le rodearon con amor. Ciro también se hacía terribles preguntas. "¿Para qué le ayudas si no te corresponde? Déjale solo, él no te quiere, sólo piensa en Davidé. No le importas, abandónale a su suerte, que atraviese la terrible puerta a solas" –Hemos de atravesarla, vamos...– Albert se dio la vuelta y lo miró angustiado. –¡No debemos dejarnos vencer por estas sensaciones! – El vampiro rubio lo miró avergonzado. –Lo siento, es esa maldita puerta. –Ya lo sé, te entiendo... – Los dos se quedaron quietos unos instantes, como cogiendo fuerzas. Al tocar aquella puerta maligna sintieron un helor tremendo, parecía que no tuvieran brazos y que poco a poco se les durmiera el resto del cuerpo. Con toda su fuerza de voluntad consiguieron atravesarla y una impresión de terror a sus espaldas les hizo correr como alma que llevaba el diablo. A cada paso que daban en dirección contraria a la puerta, más aliviados 659

se sintieron. Finalmente llegaron a las escaleras y continuaron el avance en silencio, hasta que Ciro detuvo a su compañero para comentarle algo. –Es muy extraño que no haya nadie por aquí, quiero decir que seguro que ya saben que estamos dentro. –A mí eso no me importa nada en absoluto, porque por Davidé soy capaz de destrozar el lugar.– La sensación de duda y desconcierto que habían sentido con anterioridad ya no les hacía pensar cosas malas. – Si tengo que plantarle cara a cientos de vampiros lo haré, no me impresiona. Después de lo que viví con lo de Erin, estoy inmunizado. –Sin embargo yo no soy tan fuerte como tú... –Pero tú fuiste médico en la Primera Guerra Mundial, has visto muchos horrores... –Albert, no quiero perder de nuevo a la persona que amo. – Ciro había sido el amante de un soldado que tras un ataque enemigo había muerto entre sus brazos sin que él pudiera hacer nada por salvarle la vida. –No me vas a perder, y tampoco permitiré que mueras. Es la última oportunidad que tienes de dar la vuelta y dejarme solo. –No.– Luego le sonrió a Albert y éste le devolvió la sonrisa. –Ahora ya no hay vuelta atrás.– Continuaron caminando largo rato hasta que encontraron la puerta por la que Aless salió antes de encontrase con Landelo y Davinia. La miraron con el corazón en un puño hasta que la abrieron para desaparecer tras ella...

♣♣♣♣♣♣♣ A su vez, Davidé entró como un ciclón en la cueva, pateó la "famosa puerta encantada", tras lo cual pegó coces, como si fuera un caballo encabritado, a todos los cirios negros que habían por allí hasta que éstos yacieron despachurrados y ya no pudieron volver a encenderse solos. Él también había sentido cosas desagradables al principio, empero la ira que le embargaba las anulaba por completo. Corrió desesperadamente por los corredores y escaleras. No tenía ni idea de dónde se hallaba, sin embargo lo que estaba muy claro era que penetraría por la primera entrada que encontrara...

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro Kéfalos corrió a toda velocidad hacia el despacho personal de Marlène, entrando sin permiso en él. –¡Marlène, Albert ya ha entrado!– ella se levantó deprisa de su asiento y salieron fuera de la habitación. 660

–¿Viene con el otro hombre? –Sí. ¡Escúchame!– agarrándola por el brazo la detuvo en seco. La miró dubitativo. –¿Qué pasa? ¡Habla!– le ordenó.– ¿Viene alguien más con ellos? No puede ser, a los demás los tenemos confinados y bien controlados.– Se refería a Haydee, Hans, Landelo y Davinia. Después de reducirlos, con una pasmosa facilidad, los llevaron hasta el castillo. Marlène tenía una buena baza con la que jugar. –Verás, hemos visto algo más con las cámaras que instalamos en los pasadizos de entrada después de lo de los dos neófitos... – el vampiro tragó saliva con dificultad. – ... Y es... –¿Quieres decirlo de una maldita vez?– le apremió– Tenemos mucha prisa, quiero interceptar a mi querido hermano. –Davidé ha entrado detrás de ellos con unos cuantos minutos de diferencia. Es evidente que Albert y él están muy cerca y no lo saben. Y sinceramente, Davidé parecía muy cabreado, te lo advierto.– ella se quedó petrificada porque no se lo esperaba. –¿Davidé?– dijo débilmente. –Kéfalos, tú atrapa a mi hermano y a su acompañante.– recobró la compostura inmediatamente. –¿Adónde vas? ¿No te das cuenta que Davidé es peligroso? ¡Y debe odiarte a muerte! –Soy consciente de ello, y te aseguro que tengo la manera perfecta de detenerlo. –¿Qué vas a decirle? Maldita sea Marlène, detén este despropósito antes de que sea demasiado tarde. ¿No comprendes que hagas lo que hagas, ellos se encontrarán? Y vas a ser tú la que pague todas las consecuencias. Yo soy tu amigo, no deseo verte muerta.– ella se soltó con furia. –¿Dónde está Davidé? Si no me lo dices por ti mismo leeré tu mente sin vergüenza alguna, no me obligues a faltarte al respeto Kéfalos. – éste se sintió cada vez más angustiado. –Antes de venir hacia aquí para decírtelo estaba llegando a la primera puerta de las escaleras... en el primer piso... Por favor Marlène... –Llama a Andrei, que tenga a punto los venenos, puede que me sean necesarios.– él la miró pesaroso. –Haz lo que te he ordenado.– lo miró con sus calculadores ojos azules, para después darse la vuelta y echar a correr.

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro de ojos azules se quedó quieto en medio del corredor. Obligándose a mover los pies en la dirección correcta, echó a correr hacia el 661

lugar por donde andaba Albert. Hubiese preferido ir tras los pasos de Marlène y detener aquella locura. ¿Cómo acabaría todo? Al principio la había apoyado, sin embrago cada día que pasaba se daba más cuenta de aquello no era más un absurdo. Llamó desde el móvil a la sala desde donde se veían lo que las cámaras iban grabando para enterarse de cuáles eran los movimientos de Albert y acompañante. Dio las órdenes pertinentes de que nadie les detuviera y luego también se puso en contacto con Andrei para indicarle lo qué tenía que hacer. Antes de llegar a Albert recibió otra llamada importante. Era de Riyoko, otra de las amigas intimas de la Reina. –Los amigos de Davidé han traspasado la puerta también, son los tres que se escaparon con él. ¿Qué hacemos? –Tenéis que atraparlos y llevarlos con los demás. Cuando yo os lo ordene debéis... debéis llevarlos a la sala de... – no podía decirlo. –Sí, haremos lo que Marlène tenía planeado. Si hay alguna novedad ya te llamaré. –Espera Riyoko, quiero preguntarte algo... –¿El qué? –¿No crees que ella está descontrolada? Me da miedo lo que pueda hacer esta noche... –No somos quienes para desacreditar sus órdenes. –Sí lo somos Riyoko, porque no tiene más amigos que nosotros.– la vampiro no dijo nada desde la otra línea. –Kéfalos, no te preocupes más y haz lo que nos ha ordenado. – después colgó sin más.

♣♣♣♣♣♣♣ Mientras Albert y Ciro se preguntaban dónde estaban los cientos de vampiros que debían de vivir allí, y Davidé entraba al castillo corriendo como un desesperado, Aless, Basil y Angélica se deslizaban aceleradamente por las escaleras secretas. –¿Crees que nos vigilan?– preguntó ella. –Han instalado cámaras por los pasadizos. –¡AH! Es verdad– dijo al ver una medio escondida tras una viga. –Bueno, tendremos que estar en guardia. Lo que está claro es que Davidé ha pasado por aquí, la puerta estaba destrozada y las velas esparcidas. Me temo que ya no podremos detenerlo. –Es terrible... – musitó Basil. 662

A Angélica le latía el corazón como loco, estaba volviendo a un lugar terrible para ella. Sólo de pensar en que seguro tenía que ver a Andrei de nuevo la ponía de los nervios. Por un lado le echaba de menos, al fin y al cabo seguía amándole, pero por el otro no deseaba reencontrase con él y escuchar sus burlas. –¡Angélica!– Aless la miraba extrañado ya que ella se había detenido en su avance. Los miró nerviosa. –No quiero ver a… a Andrei. –Si quieres vuelve atrás, aquí estás en peligro.– negó con la cabeza al escuchar aquello. –Soy una tonta, pero no una cobarde. Debo enfrentarme a mis demonios y si no os acompaño nunca lo haré. No me importa que sea peligroso, no es esta la primera vez que me meto en situaciones difíciles. –Entonces sigamos.– Terminaron entrando en el castillo, pero al salir se encontraron a Riyoko con otros vampiros del Clan de la Madre que los esperaban fuera. Aless se colocó ante los otros dos para protegerlos. –Me lo esperaba– le comunicó a la vampiro de ojos rasgados. –Y yo esperaba que lo esperaras Alessandro. No está bien lo que hiciste traicionando así la confianza de Marlène. –¿Confianza? No me hagas reír. Ella me hizo un favor, yo se lo devolví con creces. Estábamos en paz, y si me quiero ir de aquí lo hago y punto. –Nadie te prohibía marcharte, el problema es que lo hiciste ayudando a Davidé a escapar. –¿Ayudarlo yo? Creo que estáis en un grave error. Yo no le ayudé, solamente le acompañé porque él solito decidió que estaba harto de estar aquí encerrado. –Os doy una oportunidad, venid con nosotros y no sufriréis daño alguno. –¿Dónde? Si puede saberse.– Riyoko sonrió con su boca pequeña. –Con los demás... –¿Qué demás? –Con Haydee la inmortal y su esposo, y con aquellos neófitos que Davidé ayudó tan amablemente. Aunque supongo que tú también tuviste mucho que ver, mi pequeño Alessandro. – los tres se quedaron de piedra. –Es un farol, no me creo lo que estás diciendo. –Apresadlos. – ordenó con tranquilidad. Aless y Basil conocían perfectamente a los vampiros que los rodeaban, y no eran nada despreciables. Aun así opusieron resistencia, pero cuando prendieron fácilmente a la pobre Angélica, 663

los otros dos tuvieron que dejar de luchar. Con un cuchillo Riyoko oprimía el cuello de la vampiro. –Si no os dejáis atrapar, ella morirá en el acto. Este cuchillo está emponzoñado con los venenos de Andrei, así que no es un "farol". – Angélica sintió un terrible dolor en el corazón, aquel cuchillo contenía uno de aquellos asquerosos venenos para vampiros de los que Andrei tan orgulloso se sentía. –Eres despreciable, tú y todos los de tu calaña. Utilizas a Angélica porque tiene menos fuerza, para atraparnos a los demás. Debería darte vergüenza haber caído tan bajo.– después Aless escupió en el suelo con repugnancia. –No soy tonta, eres demasiado fuerte para nosotros, así que tenía que pararte los pies de alguna manera. Ahora os vamos a llevar a un sitio muy agradable junto a los demás presos. Y créeme cuando te digo que no es una argucia.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé avanzó como loco por los pasadizos del lugar. Sabía hacia dónde iba más que perfectamente, y no hizo caso de los vampiros que se le cruzaban en el camino o se apartaban de él con miedo. Él no se veía la cara, pero su expresión denotaba tanto odio, desesperación y locura que realmente daba miedo. Buscó a Marlène en su habitación, en el despacho e incluso en la sala de reuniones. Se detuvo jadeante en medio de un largo corredor del segundo piso. Por dentro sentía impotencia y ganas de destrozarlo todo. Si hubiese sabido que Albert se hallaba un piso por debajo de él todo habría sido diferente. Y sin embargo no lo supo nunca. Se miró en un gran espejo que colgaba de la pared y lo que vio le hizo sonreír desquiciado. Al fondo de la imagen que le devolvía dicho espejo, pudo ver a la mujer que más odiaba en el mundo entero. Con un tremendo grito el cristal se rompió en pedazos tan pequeños que ya casi eran polvo. Luego echó a correr como un loco hacia Marlène. Ésta desapareció por otro pasadizo sabiendo que él pronto le daría alcance y entonces empezaría el juego. No tardó en cazarla, y cuando eso sucedió la estampó contra una pared que se hundió por el potente embate. Ella cayó al suelo y antes de que Davidé pudiese cogerla, saltó lejos de él. Retrocedió cayendo al suelo por el mareo, siendo ese el momento en el que él aprovechó para asirla por los cabellos y tirar de ella con puro aborrecimiento. Marlène pudo apreciar la ira con la que Davidé la miraba y trataba. –¡DIME AHORA MISMO DÓNDE ESTÁ ALBERT, SUCIA ZORRA MENTIROSA! –¡SI ME MATAS TE ASEGURO QUE NUNCA LO SABRÁS, ESTÚPIDO VAMPIRO!– se deshizo de él con un rápido movimiento de piernas. Davidé la 664

miró resoplando de enojo. Nunca en toda su vida se había sentido tan rabioso. ¡Le hervía la sangre! –¡Eres lo peor que hay en este mundo, una zorra envidiosa y vengativa! ¡¡HIJA DE PUTA!! –Te aseguro que en mí no cabe el arrepentimiento mi sacerdote, no esperes una confesión. –¡NO TE BURLES NIÑATA! ¡DIME DÓNDE ESTÁ! –¿Qué sentiste al saberle vivo, sufriendo por tu muerte? ¿Fue muy frustrante? Si me matas no sabrás dónde está. –¡QUÉ LE HAS HECHO! –Todavía nada, créeme, pero está más cerca de ti de lo que piensas, en este mismo castillo.– retrocedió varios pasos lejos de un Davidé tembloroso. –¡MIENTES! –¡Oh! No miento, no esta vez. Pronto lo verás, muy pronto. Y entonces no dejaré que seáis felices. Tengo un plan y tú vas a ayudarme a que salga bien. –¡ESTÁS CHIFLADA!– ella rebuscó algo en su bolsillo y luego se lo enseñó. –Mira esto, toma y míralo bien. ¿No te suena de algo?– se lo arrojó desde varios metros, rebotando en el pecho de Davidé para caer luego en el suelo a sus pies. Él se agachó sin dejar de mirarla con ojos centelleantes. Después observó el objeto. Se trataba de una pulsera de plata que tenía engarzada una piedra azul. La reconoció al instante, era de Haydee. –Haydee... –Sí, Haydee. Y ahora te voy a contar una cosa que te interesará muchísimo. –Tengo retenidos a todos tus amigos… Hydee y Hans, a esos dos neonatos metomentodos, tengo a Alessandro, Basil y a la pobrecita y dulce Angélica… Espero que hayas comprendido que contra mí no se puede luchar, yo juego con todas las cartas de la baraja a mi favor. Esperaba que vinieras dispuesto a exterminarme, y como soy consiente de que eres muy capaz de ello... debo guardarme las espaldas. Mis súbditos tienes órdenes de matar a todos tus amigos si me tocas un pelo. Habiendo presenciado la batalla de Erin, sabrás que soy capaz de matar a cualquiera que se llame a sí mismo "inmortal". Tengo a Haydee y a Hans bajo los efectos de una poderosa droga y no son capaces de defenderse solos. Aun así, si sigues mis consejos, no sufrirán una muerte terrible. Albert ha cometido el error de venir hasta aquí para buscarte, y ha dejado solos a sus amigos, a mi absoluta merced. Él no tiene ni idea de que yo los tengo recluidos, en realidad en lo único que puede pensar es en encontrarte. Pobre tonto.

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El estupor de Davidé fue en aumento, no se podía creer aquel horror. Haydee, Hans y los pobres muchachos. Miró la pulsera y las lágrimas acudieron prestas a sus ojos. La ira pasó a convertirse en miedo. Le tembló la boca antes de poder hablar. –Eres una maldita, una maldita... ¡¡HIJA DE PUTA!!– Marlène lo vio a punto de llorar, pero Davidé resistió estoicamente. No le daría ese gusto a aquella zorra. –Lo que vas a hacer es muy fácil. Verás a Albert, por supuesto, pero le vas a decir que ya NO le amas, que ya NO le deseas, que le has OLVIDADO del todo y que para ti sigue MUERTO. Si por un momento titubeas o le demuestras lo contrario, por mucho que él llore desesperado por el sufrimiento de tu rechazo, yo mataré a los demás. Si veo que le correspondes un sólo beso que te dé, me los cargaré allí mismo. No le abrazarás, no llorarás, no le demostrarás tu eterno amor, no le dirás la palabra mágica Te quiero. Dejarás que se arrastre ante ti, que sufra sin inmutarte ni pestañear, dejarás que se vaya sin seguirle y sin moverte de donde estés. Harás todo eso porque eres demasiado bueno y poco egoísta como para dejar que otros mueran a costa de tu felicidad personal. ¿Me equivoco? Davidé creyó morirse allí mismo. Ella sabía que con tal de salvar la vida de los demás haría todo aquello por mucho que le doliera. Una angustia terrible se apoderó de él y le hizo caer de rodillas. Miró a Marlène pero en realidad ni siquiera la veía. Aquello era el horror más indescriptible que hubiese sentido jamás. Ni siquiera la muerte de Albert había sido tan tremenda. –Estás loca... – musitó con voz quebrada. –¡¡AH!! Y si piensas que más adelante te vas a escapar de aquí y vas a ir a por Albert, te equivocas del todo, porque eso no impedirá que yo mate a los demás. Haremos un trato. Tú te quedas aquí, y yo les dejo libres a todos. Pero si me traicionas de nuevo, no dudaré en borrarlos del mapa, y será por tu culpa. –¡¡Estás... loca!! –Y ahora me vas a acompañar a un sitio al que te gustará volver. Allí donde moriste para Albert. ¡Dónde debiste seguir muerto!♣

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©Ilustración: Laura Bartolomé

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“Crucify

my love”

♣Abrió los ojos con algo de dificultad, pues tenía todavía mucho sueño, porque llevaba horas medio adormecida por los efectos de la droga. Miró a Hans que yacía a su lado en una cama dura. Los dos llevaban todavía puesto el pijama. –Hans... – musitó. El hombre abrió los ojos también y la sonrió para animarla. –Debimos estar más en guardia y no relajarnos tanto... – dijo él. –Ya es demasiado tarde.–no sin cierta dificultad, Haydee se sentó en la cama y miró en rededor. Cerca de ellos estaban Landelo y Davinia abrazados el uno al otro. –Haydee, menos mal que estás bien. –Estoy muy débil, pero se me pasará. –¿Qué harán con nosotros?– preguntó la vampiro. –No les dejaremos averiguarlo... – Haydee sintió un mareo desagradable, y tambaleante fue a vomitar en una esquina. Hans hizo acopio de fuerzas y llegó hasta ella. –¿Te sientes mal? –No es nada.– volvieron a sentarse en el duro catre. Escucharon unos pasos al otro lado de la puerta y también voces enfadadas. De pronto la abrieron y unos no muertos pertenecientes al Clan de la Madre entraron y los sacaron de allí sin ninguna delicadeza. Se sorprendieron al ver a Aless, Basil y Angélica fuera. –¡Oh! ¡Sois vosotros!– exclamó la inmortal. Riyoko se la acercó sonriendo. –Bienvenida Haydee la inmortal, ¿Te sientes mejor?– ella retrocedió ofuscada ante tal burla. –¿Por qué nos habéis hecho esto? ¿Tenéis qué ver con Marlène? –Sí, ella es nuestra Reina. –Y vaya mierda de Reina– comentó Alessandro como si tal cosa. –¿Por qué no te muerdes esa lengua viperina que tienes, castrato?– le contestó la vampiro japonesa. –Primero te la arrancaré a ti, serpiente. –¡Llevadlos a dónde ya sabéis! ¡Rápido!– a empujones los sacaron de allí y encaminaron hacia pisos inferiores. Haydee se fijó en que aquella pequeña vampiro que era la ayudante de Andrei. ¿Qué haría allí? Recordó lo amable 668

que ella había sido cuando Andrei la tuvo cautiva. Y también lo mal que la trataba ese cerdo desconsiderado. –Pequeña... – musitó tocándole el cabello a Angélica. –¡OH! Haydee, qué bien que estés sana y salva. Por un momento tuve miedo por vosotros cuando Riyoko nos dijo que os tenían recluidos. Tengo mucho miedo... –Nunca supe tu nombre... –Me llamo Angélica. –¿Dónde está Davidé?– susurró. –No lo sé, y está muy enfadado por lo de Albert. –¿Por qué no estás con... con...? –Le abandoné.– dijo rotunda.– Ni siquiera era capaz de llamarme por mi nombre. Cuánto siento lo que te hizo pasar. –¿Sabes dónde nos llevan? –Angélica negó con la cabeza. Haydee conocía perfectamente el lugar pues había estado tiempo viviendo allí a temporadas, ya en un lejano pasado en el que Erin todavía vivía. Los conducían por unas catacumbas secretas y más abajo estaba aquel horrísono lugar en el que tantos perecieron debido a una demencia colectiva. –Supongo que al último sitio al que queremos llegar a parar... – musitó la vampiro. Miró a sus amigos y como Aless mantenía el ceño fruncido por el enojo. No estaba acostumbrado a tener que comerse la rabia. Y la culpa de que los hubieran atrapado la tenía ella misma, por ser tan débil y poca cosa.

♣♣♣♣♣♣♣ Ciro sintió que los seguían, y también tenía la certeza de que los vigilaban mediante las cámaras de vídeo colocadas en algunas zonas del castillo. –Nos están siguiendo– susurró. –Lo sé, lo he notado. ¿Y no te parece extraño que no haya nadie en los pasillos y las salas importantes? Marlène conoce nuestros propósitos... Trama algo. –¿No será Marlène la que nos sigue? –No. Y sabes qué... – se volvió hacia Ciro mostrando una expresión emocionada.– A él también le siento, está cerca... –Bueno, continuemos pues – cuando su amigo se dispuso a echar a andar, Albert lo detuvo cogiéndolo del brazo. –¡Espera!– Ciro sintió los dedos de Albert en la mejilla y no pudo evitar asirlos con la mano.– Espero que conozcas a alguien que pueda corresponder tu amor 669

como te mereces. Espero que seas muy feliz, pero sobre todo espero que sea pronto el momento en el que te des cuenta de que ya no sientes nada por mí. –¿Sabes Albert? Estoy seguro de que Davidé es el hombre más afortunado que existe sobre la faz de este mundo. Desde el instante en que te vi supe que eras especial y también supe que no eras para mí. Aunque conseguí olvidarme de esa certeza durante los escasos quince minutos en los que tú me correspondiste un poquito. –Lo siento mucho... –Y yo lo comprendo... –Muy bonito.– una voz de hombre les interrumpió desde una puerta cercana. Albert lo reconoció como un esbirro de su hermana. –¿Eras tú el que nos seguía todo este tiempo? –El mismo que viste y calza. Y ahora os ruego me acompañéis. –¿A dónde? Si es para ver a la despreciable hermana que tengo te aseguro que iré encantado. –¿Estás dispuesto a enfrentarte con ella? –Estoy dispuesto a cualquier cosa por volver a ver a Davidé. Y en cuanto a mi hermanita, me las pagará todas juntas.– Kéfalos, al que no le hacía ninguna gracia todo aquello, les indicó que le siguieran. De pronto se detuvo y los miró. –A mí no me gusta engañar a nadie, así que os diré a qué lugar nos llevarán nuestros pasos. A las catacumbas, a aquel lugar en el que lo perdiste todo Albert Aumont. Yo presencié la escena y no te creas que me gustó.– Albert palideció por momentos, sin embargo cogió fuerzas. –Vamos. –Entonces, seguidme.– Kéfalos se puso en marcha y los otros dos vampiros le siguieron los pasos. Albert y Ciro fueron los únicos que no llegaron a aquel horrendo lugar en contra de su voluntad...

♣♣♣♣♣♣♣ Una punzada de sufrimiento atravesó el corazón de Haydee, fue tan doloroso recordar uno de los peores días de su vida que volvió a vomitar, aunque no tenía nada en el estómago. La gran sala abovedada con el inmenso agujero en medio estaba en silencio, sin embargo aquella desolación era comparable al ensordecedor recuerdo de todos aquellos vampiros luchando los unos contra los otros. Todavía podía rememorar vívidamente el correr entre cuerpos muertos, sentir el olor intenso de sangre derramada, el hedor de 670

cuerpos calcinados, el del fuego ardiendo... Y el mirar hacia el lugar en el cual Erin se fue para siempre le encogió el corazón. En aquellos instantes los brazos de su marido la reconfortaron, seguro que él estaba sintiendo lo mismo y por eso la comprendía. Todos ellos, Aless, Basil, Angélica, Hans... sí, todos ellos podían recordar aquello que no olvidarían jamás. Por otro lado estaban Landelo y Davinia. Ella miraba ausente hacia el gran boquete. Desprendía un calor sofocante y el color anaranjado de lo que había allí dentro se reflejaba por las paredes. Además, el aire se notaba más pesado y enrarecido. La sala era tremendamente enorme, y desde luego habían descendido a un nivel muy por debajo del suelo. Por un lado de aquel recinto aparecieron un séquito de vampiros encabezados por Andrei. Tanto Haydee como Angélica se sintieron mal al verlo aparecer. En cuanto a Hans, tenía el cuerpo tan tenso que parecía de hierro. Si no hubiese sido porque no era el momento y el lugar, habría ido a partirle la cara. Una mano de Haydee en el brazo lo calmó un poco, aunque no lo suficiente. –Si pudiera lo mataría– siseó. –Cálmate cariño, por favor... No me siento bien para esto ahora.– aquellos vampiros les rodearon más todavía por si a alguien se le ocurría la mala idea de sublevarse. En cuanto Andrei vio a Haydee le dio un vuelco el corazón. Durante unos segundos sus miradas se cruzaron y tuvo que apartar la vista. Eso le llevó a Angélica, que estaba asida fuertemente por un no muerto. La vampiro evitó mirarlo sin ser incapaz de resistirse y finalmente le devolvió el atisbo a Andrei. Éste la vio pequeña al lado de una mujer como Haydee, que estaba a su lado. Sí, Angélica era pequeña, débil, de categoría inferior a la inmortal. Sin embargo el corazón le latió muy fuerte porque al mirarlas a las dos, se dio cuenta de que Haydee ya no le interesaba, ya no le atraía, no la amaba, no la deseaba un ápice. Que a quien amaba era a Angélica. –¡Andrei!– Riyoko le llamó la atención. –¿Por qué tenéis a mi ayudante? ¡Soltadla inmediatamente! –ordenó ansioso. –¿Soltarla? Debes estar loco si piensas eso. Si la suelto, Alessandro ya no tendrá motivo para estarse quietecito y entonces se nos escaparan todos. De los presentes es el único en condiciones de hacer un daño irreparable. Sabe que si intenta revolverse, Angélica morirá. Y por cierto, con tus propios potingues y venenos– dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

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Andrei creyó morirse allí mismo. Miró a Angélica, la cual tenía la mirada llorosa, y al vampiro que la retenía, poniéndole una navaja afilada en la garganta, bien apretada. Esa navaja la había preparado él mismo aquella noche, estaba recubierta de un veneno letal para un vampiro de categoría inferior como ella. Un corte profundo y moriría en cuestión de minutos. Apretó los puños horrorizado ante tal posibilidad. Se había pasado la vida entera creando venenos... ¡Para ver como sus propias creaciones matarían a la mujer que amaba! Todo su mundo y forma de ver la vida se tambalearon allí mismo. Angélica ya no le miraba, pero la veía temblar de pies a cabeza. En aquellos instantes no podía liberarla, sin embargo se juró que no dejaría que le pasara nada. Decidió seguirle el juego a Riyoko. –Entiendo, si esa es la manera más fácil de retener a los demás. –No es la más fácil, pero sí la más retorcida y la que más me gusta. – el vampiro sintió ganas de retorcerle el pescuezo en aquel mismísimo momento, pese a ello se mantuvo sonriente. –Es una buena idea. Al fin y al cabo Angélica me abandonó por irse con esos... – dijo despectivamente– Se merece todo lo malo que le pase hoy.– A ella le fallaron las piernas. Andrei tuvo que hacer un esfuerzo estoico por seguir impávido.

♣♣♣♣♣♣♣ Un guardia de Marlène entró corriendo por el mismo corredor por el que había aparecido Andrei y el resto de vampiros. –¡Viene La Reina! Me ha ordenado decirte– comunicó a Riyoko– que viene con Davidé– A todos los cautivos se les escapó un gemido de sorpresa. Haydee y Hans sintieron una gran emoción. –¡Silencio todos!– ordenó Riyoko. Ella también estaba sorprendida ante tal noticia. Por supuesto estaba enterada de que Davidé había vuelto, sin embargo no se esperaba que Marlène hubiese podido con él tan fácilmente. ¿Qué le habría dicho para convencerlo de acompañarla? –Os lo advierto ahora, al que diga una sola palabra o intente escapar... – hizo un gesto horizontal y brusco con el dedo allí donde tenía el cuello.– Y en cuanto a los inmortales Haydee y Hans, tenemos métodos para reduciros. Y si intentáis algo, los neonatos y Angélica morirán.– Landelo abrazó contra sí a Davinia que le rodeaba con los brazos a su vez.– El que cae en aquel nauseabundo pozo es difícil que vuelva para contarlo. Davidé tuvo suerte aquella vez, pero fue el único.

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Lo que ocurrió a continuación sucedió rápidamente. Marlène apareció cogiendo del brazo a un Davidé cabizbajo y como ido. Hans lo vio con el corazón encogido y supo que a Haydee le sucedía lo mismo. Estaba claro que aquel no era otro que Davidé. Éste los miró y notaron que les reconocía. Hizo ademán de ir hacia ellos pero Marlène lo empujó y miró como recordándole que no podía. Se alejaron de allí unos cuantos metros, así que no se podían enterar de lo que Marlène y él hablaban. Davidé parecía compungido, y a la vez como si estuviera deseando matarla allí mismo con sus propias manos. –Está sucediendo algo... – musitó Haydee a Hans. –¿Qué crees qué...? –¡Silencio!– volvió a ordenar la vampiro de ojos rasgados y crueles. Por otro lado, Basil miró a Aless con preocupación. Conocía a la perfección sus deseos. Lo notaba rabioso y nervioso por no poder hacer una masacre con todos aquellos imbéciles. Con la mano le rozó los cabellos para recordarle que no era el único que sentía lo mismo. Éste le miró con ojos duros que durante un instante se ablandaron.

♣♣♣♣♣♣♣ Marlène sonrió a Davidé con malicia y él le devolvió una mirada de odio intenso y asesino. –Juro que... –Tú no juras nada Davidé. ¿Los ves allí, a todos tus amigos a los que aprecias tanto? Pues por ellos vas a interpretar el papel de tu vida. Albert llegará muy pronto y entonces... Un grito la interrumpió, pero también la hizo sonreír. Sí, el juego iba a dar comienzo. Tuvo la prudencia de apartarse del camino. Acompañado por Kéfalos y Ciro, Albert entró corriendo como un loco. No se fijó en el grupo de vampiros que tenían atrapados a sus amigos. Lo único que podía ver era a Davidé plantado en medio de la sala, mirándole... Se detuvo a unos cuantos metros, jadeante, como si algo le impidiera continuar. Miró a Davidé con un amor que éste captó al instante y que no pudo devolver. A Davidé le latía el corazón como loco y le temblaba todo el cuerpo como una hoja de otoño. Quería correr hasta Albert y estrecharlo al fin entre sus brazos tan fuerte que se unirían sus corazones. Él estaba tan hermoso, tan radiante con esa expresión de alegría en el rostro. Los ojos verdes le resplandecían iridiscentes como siempre, el cabello rubio y precioso que le caía sobre el rostro, su voz... 673

–Davidé... – musitó Albert como si éste fuera un nombre renacido que poder nombrar de nuevo sin tener miedo a sufrir. Dio unos pasos más, lentamente, temblando de emoción. Albert vio que Davidé cerraba los ojos. Era su amor, allí de pie ante él, tan guapo como siempre se lo había parecido. –Davidé, Davidé, Davidé... – Unos pasos más y al fin pudo tocarle... abrazarle. El contacto de Albert contra su pecho fue ardiente, volcánico, abrasador. Notó los labios de éste en su barbilla mientras repetía "Davidé, Davidé, mi amor..." una y otra vez. Sintió sus brazos rodearle el cuello mientras continuaba susurrándole palabras de amor. "Davidé, te amo, te amo, te amo" ¡Albert seguía amándole después de todo! Olió el aroma de la sangre que Albert lloraba y anheló llevársela con la lengua, con los labios... ¡PERO NO PODÍA! Cerró los puños para armarse de valor. Estuvo a punto de perder los papeles durante unos segundos. Levantó los brazos para estrechar a Albert contra sí y corresponderlo, sin embargo una voz femenina y conocida le habló diciéndole; "Recuerda... que ellos morirán si lo haces... recuerda" Bajó los brazos rabioso y apretó tanto los puños que se clavó las uñas con fuerza. Apartó de sí a Albert que lo miraba tan enamorado que dolía en el alma. –Davidé, dime algo... Soy yo, no estoy muerto. Te amo, todavía te amo a pesar de todo. Más allá de la muerte, más allá de todo eso... Yo te sigo queriendo Davidé – gimió acercándose a él, que abrió los ojos al fin y vio de cerca el rostro de Albert, tan cerca que podía besarle las pecas del puente de la nariz. Las manos de Albert le agarraron del rostro y aquellos sensuales labios rojos de sabor a sangre le besaron en la boca con una pasión ardiente, apasionada. Creyó morirse allí mismo de deseo, de lascivia... Creyó volverse loco cuando él le acarició con la lengua el interior de la boca. "¡RECUERDA!" Empujó a Albert lejos de él y retrocedió unos pasos limpiándose la boca con el reverso de la mano. Jadeó confundido, desahuciado, casi loco. Marlène lo miraba todo de forma sonriente. –No te acerques a mí Albert... – fueron las primeras y terribles palabras que Albert escuchó de Davidé tras cinco años creyéndole muerto. Y desde luego no eran ni por asomo las que esperó escuchar. 674

–¿Qué...?– gimió mientras se le acercaba de nuevo. Davidé escapó de él retrocediendo. Todos sus amigos miraban la escena con el corazón en un puño, horrorizados. –¡NO TE ME ACERQUES! ¡Aléjate, no quiero que me toques, no lo soporto!– se llevó las manos a la cabeza, como si ésta le fuera a estallar. –¡Davidé!– corrió hacia él y agarrándolo del jersey lo atrajo hacía sí y lo besó de nuevo. Esta vez Davidé lo agarró de los brazos y los estrujó en un arranque de pasión. –¡Te amo, te deseo, oh Davidé! ¡No sabes cuánto tiempo he deseado volver a besarte como ahora! "¡RECUERDA!" –¡No! ¡No Albert! – de nuevo se apartó mareado, mientras Marlène disfrutaba como una loca de la película y el resto alucinaban ante las reacciones de Davidé. Aun así, Albert continuó diciéndole que le ama y deseaba. –Por fin estamos juntos de nuevo, no estoy muerto Davidé. Si es eso lo que te pasa, tócame, sigo vivo. No te estás volviendo loco, soy de verdad y volvemos a estar juntos– tocó a Davidé en los labios y éste sintió los dedos de Albert temblar por la emoción. Anheló besarlos, chuparlos y después continuar besando su palma, su fina muñeca…sus brazos, sus hombros, su cuello, sus labios... "¡RECUERDA!" De un manotazo apartó aquella mano tentadora. Albert empezó a sentir una congoja y un mareo terribles. –Davidé... No estoy muerto... Dime que estás bien, dime que no te volviste loco... – Davidé lo miró sin conseguir poner la mirada pétrea que deseaba. Miró de reojo a Marlène. ¡Tenía que ser fuerte! –Yo ya sabía... ya sabía... ¡Ya sabía que estabas vivo! ¡Pero para mí sigues muerto!– la noticia le cayó a Albert como un jarro de agua fría. – Me lo dijeron, me enteré hace años de que seguías vivo, y he estado fingiendo que habías muerto porque era bonito recordar que te amé... –¿Qué...? Davidé, no digas mentiras... no... – Albert se echó a llorar. –Lo he sabido todo este tiempo y lo siento, pero ya no siento por ti lo mismo que antaño... –Mentira... 675

–No es mentira. No quiero hacerte daño Albert, pero ya no te quiero. "Pero ya no te quiero"

♣♣♣♣♣♣♣ Todos lo escucharon perfectamente, alto y claro. Davidé había ido cogiendo fuerza a medida que hablaba hasta que aquel "Pero ya no te quiero" sonó tan convincente que incluso la propia Marlène se sorprendió. Alessandro chilló de rabia porque sabía que aquello era la mentira más gorda que había oído en toda su vida. Quiso lanzarse hacia delante y le detuvieron. –Si te mueves Alessandro, ya sabes lo que sucederá... – Angélica se sintió horrible. Hubiese preferido sacrificar su vida. Si hubiese sabido que Davidé tenía que decirle aquella mentira a Albert habría cambiado su vida gustosa para que eso no sucediera. Haydee contuvo el resuello al escuchar aquello. Se tapó la boca con las manos para no gemir por la sorpresa. –Es mentira, está claro que lo es... – murmuró Hans muy, muy bajito. – Davidé sabe que estamos en peligro y seguro que esa mujer le hace chantaje.– Entonces Haydee comprendió que la situación era muy, pero que muy grave.

♣♣♣♣♣♣♣ El vampiro Albert se quedo rígido ante Davidé, que lo miraba con dureza y la boca fruncida en un rictus amargo. "Pero ya no te quiero, pero ya no te quiero, PERO YA NO TE QUIERO" Debía de ser aquello una terrible pesadilla de la que pronto despertaría... –No puedes... n–no p–puedes haber d–dejado de amarme... – tartamudeó. –Mira Albert– le enseñó la mano donde antes había estado el anillo que los unía en matrimonio.– Me lo quité y lo tiré, simbolizaba algo que ya no sentía, en lo que ya no creía. Lo arrojé lejos de mí porque me molestaba llevarlo– por supuesto era una patraña, pues Marlène le había obligado a quitárselo minutos antes de que aquello diera comienzo. En realidad lo tenía en el bolsillo del pantalón vaquero, junto a la mitad de la cinta roja de su boda. – por lo que a mí respecta, dejamos de estar casados cuando mi amor por ti se marchitó. Me alivió saber que estabas vivo, pero preferí que tú no supieras que yo lo estaba también. – Albert cada vez se hundía más y más en la desgracia. No quería creérselo, y sin embargo Davidé lo decía todo de forma calmada. 676

–Davidé... yo... –No digas nada Albert, es mejor que te marches lejos de mí. He decidido quedarme solo, cuando te he visto se ha confirmado en mí que ya no te amo. No te quiero Albert, no te amo, no te deseo, no anhelo tu sangre ni quiero estar contigo. Me di cuenta que estar a tu lado conllevaba sufrir demasiado y a veces siento que todavía no te he perdonado lo que me hiciste... –¿Qué...?– preguntó confuso. –Me hiciste un vampiro en contra de mi voluntad. Cuando te amé tanto te lo perdoné por eso, y no te odio, no me mal interpretes, pero me da asco pensar en ello. Deseo que seas feliz, que encuentres un amor que te merezca, que te ame de verdad. Ya no siento celos al pensar que otra persona te pueda amar. Los celos se apagaron del todo. Vete con Haydee y con Hans que te están esperando allí. Vete, Albert, vete con ellos y no vuelvas a pensar en mí. ¡Mátame en tu corazón! No deseo herirte, pero es que ¡YA NO TE QUIERO!– chilló.– No siento pasión cuando te miro, me horroriza que me toques sabiendo que te haré daño al no sentirme igual que tú. Márchate ahora que puedes, Marlène os dejará ir.– ella no dijo nada. Pero Albert hacia ya mucho rato que no escuchaba nada de lo que él le decía. Estaba sordo, mudo y ciego para el resto del mundo. Las lágrimas se le derramaron por la cara y ni siquiera pudo parpadear. La voz de Davidé era como un eco de fondo. "No te amo, no te deseo, no te quiero, ya no estamos casados, no siento celos, no me toques, vete..." Caminó los pasos que le salvaban de Davidé hasta que llegó a él. Lo miró con los ojos abnegados de sangre y por fin los cerró. Las lágrimas le cayeron por las mejillas como la cera caliente cae por una vela pálida. Sollozó amargamente y se convulsionó por ello. Apoyó la cabeza en el hombro de Davidé mientras le abrazaba de nuevo por la cintura. –Ya no te quiero Albert.– dijo con lástima. Pero más lástima de sí mismo que otra cosa. Estaba siendo infame y cruel. –En cambio yo... sigo amándote como si fuera el primer día... – Albert alzó la cabeza y le miró destrozado. Luego lo besó en la boca con labios trémulos.– Te recuerdo perfectamente sentado a mi lado en aquella iglesia pequeña... Tú me miraste y entonces supe que te querría para toda mi vida... Y ni siquiera la muerte consiguió borrar mi amor por ti... porque ya nos conocíamos y... –Ya no te quiero Albert.– le repitió quemándose en el infierno más horrendo. Acto seguido le apartó con un leve empujón. Albert lo asió de nuevo y lo besó con desesperación hasta que Davidé le empujó furioso. Miró a Marlène con odio puro y duro, tal fue aquella mirada que ella retrocedió por instinto. –¡VETE ALBERT, MALDITA SEA!– éste se arrastró hasta sus pies y le agarró de la pernera del pantalón. Abrazándolo de las piernas le hizo caer al suelo. Davidé sintió Albert encima de él llorando como un desesperado. Volvió a apartarlo. 677

–¡No me dejes Davidé, ámame de nuevo! –¡No te amo! ¡Vete, no te denigres más! –No me dejes, no me abandones, por favor... No crucifiques así mi amor, te lo ruego... – Davidé lo apartó otra vez. Albert se quedó llorando hecho un ovillo y con la cabeza entre las manos. Nunca había sufrido tanto en su vida, ni siquiera al creer que Davidé había muerto. Al menos su amor se había quedado ahí, eterno... –Vete Albert, por favor... – al final Davidé se puso a llorar desesperado. –No crucifiques así mi amor... –Vete... vete ya... No te quiero, ¡NO TE QUIERO!– bramó con furia, con crueldad, zarandeándolo.– ¡NO TE QUERRÉ NUNCA MÁS! ¡NUNCA MÁS!– aporreó el suelo con los puños hasta hacerlos sangrar, y también se golpeó la cabeza con desesperación.

♣♣♣♣♣♣♣ Ciro, en silencio todo el rato, notó que le ardían las lágrimas en el borde de los ojos. Tragó saliva con regusto sangriento y le costó muchísimo reprimir el llanto. Para él fue terrible ver a Davidé, que era tan hermoso como Albert contaba… También se sintió morir al presenciar aquel arranque de pasión con el que besaba a Davidé. Se acordó del beso que Albert le había dado aquella vez y no tenían nada que ver. Ahora podía notar la diferencia. Sin embargo lo peor fue presenciar el desprecio de Davidé... Tenía la sospecha de que era fingido. Miró a Kéfalos un instante. –Quisiera ir hasta Albert para arrancarlo de aquel lugar. No creo que pueda solo.– Kéfalos hizo un gesto con la cabeza que Ciro comprendió de inmediato.

♣♣♣♣♣♣♣ Davidé vio que un vampiro, alto y elegante, se acercaba hasta ellos y lo miraba con fijeza. Se sorprendió de ver cómo se agachaba hasta Albert y lo levantaba. Albert lo miró y se arrojó en sus brazos para llorar. El hombre le acarició el cabello con dulzura y le limpió las lágrimas de sangre con un pañuelo. –Ciro... – musitó Albert– Ciro... él ya no me quiere... no s–sé q–qué hacer... –No temas amor mío, ya estoy aquí... – Davidé se quedó de piedra allí mismo.– Yo estoy aquí para ser tu pañuelo, para cuidarte... Ya no volverás a estar solo porque mi amor te cubrirá de mimos y caricias.– Albert lo miró 678

como perdido y Ciro sabía que no se enteraba de nada. De reojo observó a Davidé. Tenía los puños crispados y la boca cerrada con fuerza. –Yo te voy a querer de verdad. Te prometo un amor para siempre, nunca antepondré otras cosas a ti, sólo estaré pendiente de que seas el más feliz del mundo. Con mis besos haré que le olvides... – cogió la cara de Albert entre las manos y lo besó con una ternura tal, que puso a Davidé celoso hasta lo indecible. –Con mis caricias por todo tu cuerpo ni siquiera le recordarás, haremos el amor y beberemos la sangre el uno del otro, como otras veces lo hemos hecho. Ese desgraciado no te merece, pero yo sí, porque te quiero muchísimo y nunca dejaría de amarte… Aquello fue la gota que colmó el vaso. Davidé notó cómo una oleada de celos terribles y vandálicos le subían de los pies a la cabeza. Empezó a jadear sin poder evitarlo y los ojos le refulgieron. Marlène, que se dio cuenta de lo que iba a pasar le chilló. –¡Ni se te ocurra o ya sabes lo que pas...!– Davidé se arrojó de cabeza contra Ciro y de un empujón lo lanzó a varios metros, después fue hasta él y le arreó tal puñetazo que casi le rompió la mandíbula. Ciro vio la expresión de locura celosa en sus ojos y sonrió por dentro. Había recordado que Davidé era muy celoso, así que lo único que tenía que hacer para comprobar que le estaba mintiendo a Albert era ponerle celoso. –¡HIJO DE PERRA, NO LE VUELVAS A PONER UN DEDO ENCIMA A ALBERT O TE JURO POR DIOS QUE TE MATARÉ! –¿No habías dicho que ya no le amabas? Entonces déjamelo a mí, él me ha dicho que me quiere a mí.– mintió para ver qué sucedía. Creyó que Davidé le pegaría, pero hizo otra cosa muy distinta. Fue hasta Albert que lo miraba incrédulo. Marlène interceptó al vampiro italiano por el camino. –¡ORDENARÉ QUE LOS MATEN A TODOS! –¡QUE SE MUERAN TODOS, ME IMPORTA UNA MIERDA LO QUE ME DIGAS, ZORRA MENTIROSA Y EMBAUCADORA! – ella esquivó el golpe. Davidé la ignoró de nuevo y agarró a un atónito Albert. Lo besó con tanta fuerza que casi le partió el labio. Restregó sus besos con lujuria y furia. –¡ERES MÍO Y SOLAMENTE MÍO!– chilló celoso hasta la médula.– ¡EL ÚNICO QUE TE COME LA BOCA SOY YO, EL ÚNICO QUE TE HACE EL AMOR SOY YO! ¡ME MUERO DE CELOS, ME MUERO DE CELOS! ¡ESTOY ENFERMO DE CELOS! ¡¿O ES QUÉ NO LO VES MALDITO TRAIDOR?! ¡PERO NO TE LO VOY A PERDONAR, NO TE PERDONO QUE ME HAYAS SIDO INFIEL CON ESE CERDO APROVECHADO, NI AUN CREYENDO QUE YO ESTABA MUERTO TE LO PERDONARÉ JAMÁS!– zarandeó a Albert que estaba tan feliz que se había puesto a llorar.– ¡ERES MÍO, ME HAS PERTENECIDO SIEMPRE, YO QUIERO SER EL ÚNICO QUE TE FOLLE! –volvió a besarlo en un 679

arrebato de pasión enfermiza. Albert a su vez le devolvía los besos y lo abrazaba. El problema era que Davidé se estaba calentando cada vez más con pensar en aquel Ciro y en su Albert acostándose juntos y desnudos. Imaginaba que el tal Ciro le arrancaba la ropa, que le besaba entre las piernas a su amor, que lo mordía en el cuello y Albert gemía de placer y sonreía enamorado. No podía soportar tal humillación, no quería ni pensar en que Albert disfrutara con ése. Los celos más letales de su vida le atacaron entonces. –¡TE MATARÉ Y LUEGO ME MATARÉ YO!– gritó rabioso. Y con paso decidido arrastró a Albert hacia el enorme boquete por donde ya había creído morir una vez...

♣♣♣♣♣♣♣ Al principio todos, incluida Marlène, se habían quedado anonadados ante tal arranque de mal genio y celos enfermizos de los que era presa Davidé. Aless aprovechó el momento para soltarse porque tampoco aguantaba más. Entendía lo que deseaba hacer Davidé y aquello sí que era un suicidio. Angélica creyó que con el tumulto sería su fin, y si con ello servía de ayuda a Albert y Davidé, entonces debía ser así. Pero aquella navaja no se le clavó en el cuello. Cayó al suelo entre las peleas. Presenció a Haydee y Hans forcejeaban con varios vampiros y Aless reventaba cabezas como si fueran huevos crudos. Basil hacía lo mismo. Los dos vampiros neófitos la arrastraron fuera del mogollón. –Qué suerte que ese hombre empujara al tipo que te tenía atrapada, si no puede que te hubiesen clavado el cuchillo. –¿Qué hombre?– corrieron lejos del tumulto. Ella no entendía nada. De pronto aparecieron varios vampiros con armas que pretendían atacarlos. Los acorralaron con facilidad. Angélica al final se envalentonó y de una patada le quitó a uno el arma y se la clavó para sorpresa de éste. Salieron corriendo de nuevo y de pronto una figura la abrazó con intensidad. Chilló y pataleó creyendo que sería el fin. Al final el olor de aquel vampiro la hizo caer de rodillas temblorosa. Era el de Andrei. –¡Tú! ¡No te me acerques, no dejaré que me mates!– le gritó. –No quiero matarte, al contrario... –¡Pero tu dijiste, dijiste...!– Andrei la miró enamorado y finalmente cayó de costado sin sentido. Tenía clavado en el brazo un cuchillo envenenado por él mismo...

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Haydee, recuperadas las fuerzas de la nada, pateó con el pie desnudo a un vampiro que pretendía clavarle una jeringuilla emponzoñada. Como Hans ya había pasado por aquello con anterioridad, estaba más en guardia que nunca. –¡Hans, debo detener a Davidé! –Yo te cubro las espaldas. – ella corrió como loca hacia las figuras de sus amigos. No veía más que las siluetas recortadas sobre el fondo anaranjado. Riyoko no la dejó marchar y agarrándola del pijama se lo rasgó entero. –¡Te lo advierto perra, no serás la primera vampiro que mato! –Me encantó tu pelea con Janín, fue sublime. Pero a mí no me vencerás tan fácilmente si es lo que crees.– de pronto Kéfalos apareció y sorprendió a su compañera con un poco agradable regalo. –Kéfalos... – Riyoko se arrancó una jeringuilla del cuello y cayó al suelo de bruces. –No te preocupes, es sólo un somnífero, no morirás. –M–me las p–pagarás... – y se desvaneció. Haydee lo miró incrédula. –Ya he visto suficientes despropósitos por una noche.– seguidamente se dio la vuelta y echó a correr en dirección al enorme boquete. Haydee lo siguió impresionada.

♣♣♣♣♣♣♣ Ciro agarró a Davidé y estiró de él con todas sus fuerzas. Éste se hallaba fuera de sí, enloquecido debido a los celos. No obstante, Ciro no contó con que Marlène no se lo pondría nada fácil. Mientras él intentaba ayudarles, ella hacía lo contrario. Finalmente recibió un golpe fatal de Marlène que le dejó sentado y magullado. –No sé quién eres, pero te agradezco infinitamente que le hayas puesto tan furioso. –¡Estás chiflada! Te has vuelto loca como Erin. –¡DÉJALOS QUE SE MATEN! –¡Nunca!– Ciro no podía permitir que Davidé matara a Albert, no podría perdonárselo jamás a sí mismo. Sabía que Davidé era celoso, y por esa razón se inventó todas aquellas mentiras, pero jamás pensó que fuera a reaccionar hasta tal extremo. Debía detenerlo de inmediato, por eso corrió todo lo que pudo como un loco a pesar de que Marlène le impedía avanzar con rapidez. Cuando cayeron los dos al suelo y forcejearon ya era demasiado tarde, Davidé y Albert estaban junto al peligroso borde del fétido agujero.

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Albert se dio cuenta de lo que estaba pasando de verdad cuando despertó de su ensoñación. Se creyó morir de felicidad al sentir que Davidé se ponía terriblemente celoso, pero cuando se le fue la cabeza del todo le dio miedo. Escuchó que Davidé lo mataría para suicidarse después y entonces fue cuando reaccionó. Intentó detenerlo con todas sus fuerzas, rogarle que no lo hiciera, que podían ser felices si lo intentaban de nuevo. Sin embargo Davidé no atendía a razones. –¡Davidé, por Dios, detente!– intentó sin éxito plantarse en el suelo firme. Davidé lo arrastraba como loco hacia aquel espantoso boquete que olía intensamente a azufre. –¡SÓLO ERES MÍO, DE NADIE MÁS!– lo alzó en volandas en contra de su voluntad.– ¡NADA DE LO QUE ME DIGAS ME DETENDRÁ! –¡Davidé, por favor! ¡NO SEAS IMBÉCIL! – No quería morir después de haber encontrado a Davidé. Pero éste estaba demasiado celoso y no le escuchaba. Sintió que caían los dos al suelo, muy cerca del borde. Él lo agarró de las muñecas y se le puso encima para aplastarlo y que no se le escapara. –¡Eres sólo mío! ¡Nunca te perdonaré que te hayas acostado con ése! –¡Eres un idiota, nunca me he acostado con Ciro! –¡No te creo!– chilló furioso, llorando. Besó a Albert con posesión mientras éste se apartaba enfadado y dolido. –¡No te atrevas a llamarme mentiroso! ¡Yo no he hecho el amor con nadie más que contigo en toda mi vida!– Davidé lo miró con los ojos rojos por la sangre y la boca apretada en un rictus amargo. –¿Me vas a negar que ése está enamorado de ti? ¡He visto cómo te mira ese hijo de puta y no me gusta! ¡Me perteneces por entero, eres mío y de nadie más! ¡Venga, niégalo, niega que ese Ciro se muere por ti! –No lo puedo negar, pero eso no quiere decir que yo le corresponda. ¡Estúpido desgraciado, celoso, imbécil! –No permitiré que nadie más te mire y te toque... ni que te folle, ¿lo has entendido?– siseó– Porque te voy a matar, será un crimen de amor.– sonrió desquiciado– ¡¡Y después me mataré yo!! – Albert le miró a los ojos y de nuevo las lágrimas acudieron a ellos. Le giró la cara a Davidé y se puso a sollozar con amargura. –Nunca has confiado en mí, jamás me has amado de verdad... Si me quisieras tanto como dices no me harías esto... –Te mataré, lo haré para que seas solamente mío y de nadie más... – gimió el vampiro italiano sobre los labios rojos del otro. Luego los besó con devoción y ternura– Y después me mataré yo– continuó diciendo dulcemente– porque sin ti no puedo vivir pero contigo tampoco... 682

–Así crucificas mi amor... De pronto Ciro y Marlène llegaron hasta donde ellos estaban, quedándose a varios metros por si acaso. –¡Davidé, no lo hagas! ¡El sólo te ama a ti!– Davidé lo miró tan furioso que Ciro tragó saliva. –¡FUERA!– bramó con una voz llena de ira. –Por favor Davidé, lo que dije era mentira. Jamás le he tocado un pelo en toda mi vida, él ni siquiera me ama. ¡No habla más que de ti! –¡NO VOY A DEJÁRTELO PARA TI, NI A TI NI A NADIE! ¡NO OS ACERQUÉIS!– levantó a Albert del suelo y lo acercó violentamente al borde del agujero. Unos escasos centímetros más y lo arrojaría. Albert se le agarraba con los ojos cerrados y la cabeza sobre su hombro. –¡Muy bien Davidé, mátalo! ¡Véngate de lo que te ha hecho!– le animó Marlène. Davidé la miró furibundo y arrastrando a Albert con él corrió hacia ella y la agarró de los cabellos. Ciro no hizo nada para evitarlo, aunque miró a Albert con ojos preocupados. Éste le devolvió una sonrisa que lo dejó de piedra. Albert parecía resignado.

♣♣♣♣♣♣♣ Marlène no se esperaba aquello y forcejeó. Se asustó al ver de tan cerca el boquete de fuego. Gritó de rabia contenida y pateó a Davidé hasta que la soltó. Estuvieron a punto de caer los tres en el foso. Ciro gritó horrorizado. –¡ME VAS A APAGAR TODO ESTO MARLÈNE!– bramó Davidé. Ella reculó de rodillas desgarrándose la piel con las piedras de suelo. Mordió al vampiro con todas sus fuerzas cuando éste la asió por la nuca para tirarla al fondo. Pero él no la soltó y ella tuvo que poner toda su fuerza, mental y síquica, para escapar de aquel horror. Albert intentó apartar a Davidé de su hermana mientras Ciro sentía un horror indescriptible al ver lo cerca que se hallaban todos del borde. Pronto llegaron Haydee y Kéfalos al lugar. La inmortal se agarró a Ciro con fuerza al ver aquello, tenía el corazón en un puño. La Reina, al ver a su amigo, lo llamó desesperada. Davidé la tenía suspendida medio en el aire. Además la estaba asfixiando y prácticamente tenía el cuello roto. Podía sentir cómo le crujía. Si Davidé la soltaba caería al vacío hacia tras y las llamas la carbonizarían. Al ver a Kéfalos creyó estar salvada, sin embargo él no se movió del sitio. –¿Cómo se siente al estar al borde de la muerte? ¡ASÍ ME SENTÍ YO!– la zarandeó y Marlène dejó de tocar el borde con la punta de los zapatos. 683

–¡Déjala Davidé! ¡Suéltala y vayámonos lejos de aquí!– le rogaba Albert. Ciro y Haydee corrieron hacia ellos mientras Kéfalos continuaba observando la escena con pétrea expresión y los brazos cruzados sobre el pecho. Entre la inmortal y el vampiro apartaron a Albert de Davidé y Marlène. –¡Davidé, déjala!– continuaba implorando. –¡La voy a matar! ¡Es una hija de puta! –¡Tú no eres un asesino, jamás lo fuiste! ¿Es qué no recuerdas lo que me decías cuando te convertí? ¡Me decías que eras incapaz de matar! ¡Tú no eres así, reacciona por favor! ¡Yo te amo, lo único que deseo es estar contigo, pero si la matas no volverás a verme nunca más! ¡Lo juro! Davidé apretó más el cuello de Marlène hasta que ésta casi perdió el sentido. Finalmente la arrojó, sólo que hacia el lado contrario, sobre la caliente piedra a varios metros del foso. Kéfalos corrió hacia la vampiro que tosía y vomitaba sangre. Ella le rechazó gimiendo. –Si las cosas se hubiesen puesto peor te hubiese ayudado. – la estrechó entre sus brazos y ella se dejó echándose a llorar. –Déjalos en paz, ya te has vengado demasiado... – la mujer quiso decir algo, empero tenía la garganta obstruida y no pudo.– Te dije que te saldría mal, nunca me escuchas... ¿Sabes una cosa? Si mataste a la Madre fue porque ella quiso... Y lo sabes... Es mejor que aprendas de tus errores. Serías una magnífica Reina si quisieras y todos te adorarían. En cambio te temen y odian. ¿No te das cuenta acaso de que estás equivocada? Rectificar es de sabios. Sé que no podrías pedirles perdón a tu hermano y a Davidé aunque quisieras, pero... – ella lloró con más fuerza porque Kéfalos tenía toda la razón del mundo. –Eres demasiado orgullosa y crees que yo no me doy cuenta de lo qué te pasa de verdad. Pero a mí no me engañas. Déjales en paz de una vez, termina el juego, cierra este capítulo de tu vida que ya ha durado demasiado y comienza otro nuevo y renovador. Yo te conozco de verdad y sé que no eres como aparentas ser. Abandona los recuerdos malos el pasado y crece... Yo estaré contigo y Riyoko también... La dejó llorar largo rato mientras observaba lo que sucedía con los demás, confiando en que todo saliera bien...

♣♣♣♣♣♣♣ Todos miraban a Davidé que estaba de espaldas a ellos. Albert intentó acercarse, pero Ciro y Haydee se lo impidieron. –¡¡Dejadme ir!! 684

–¡No! ¡¡No permitiré que te mate ese loco!!– Ciro le abrazó con desesperado amor. –Está muy mal Albert, fuera de sí y no sabe lo qué hace. – lo miraron acercarse cada vez más al borde, como si tuviera intención de suicidarse. Albert se desasió de Ciro con todas sus fuerzas. –¡No cariño! – Albert agarró a Davidé y éste le miró con los ojos repletos de lágrimas. Tenía la cara sucia de la sangre. –Albert... – balbució. Ya no estaba enajenado. –¿Pretendías marcharte de nuevo sin mí? ¿Cómo te atreves, cobarde? ¡Maldito seas!– lo zarandeó con cariño y rabia a un tiempo. –No te mereces lo que te he hecho, no mereces mi desconfianza, ni mis celos enfermizos. No mereces cómo te he tratado. Quería matar a mi único amor que eres tú. En vez de estar contento de tenerte de nuevo entre mis brazos y dejar a un lado los celos... Yo quería matarte... ¡Es horrible! ¡Soy horrible y merezco la muerte!– bajó la cabeza y con manos temblorosas se agarró del despeinado cabello negro. Albert se las cogió y le hizo levantar el rostro hacia él. Davidé no se atrevía a mirarlo a la cara. –Si no deseas vivir, llévame contigo por favor, muramos juntos... –No... no quiero ser el culpable de tu muerte. –Entonces seamos felices de una vez por todas. Yo lo único que quiero es estar contigo en la vida o en la muerte. Pero no podría soportar de nuevo vivir tu muerte otra vez y saber que esta vez no ocurriría un milagro y volverías a mí. Por eso, o vivamos, o muramos... Pero juntos... – Davidé lo abrazó contra sí emocionado. –Pues vivamos Albert, seamos valientes, y vivamos para siempre... juntos... Perdona mi locura, perdóname los celos. Confío en ti más que en nadie sobre este mundo de locos. Fueron los celos, no me dejaban admitir la verdad. Pero me doy cuenta de que me amas, perdóname por favor. –Te perdono... – susurró sobre los labios de Davidé. –Bésame, bésame como la primera vez lo hiciste, abrázame como entonces... – Davidé no se hizo de rogar y lo estrechó entre sus brazos como aquella vez en Venecia y lo besó como si fuera la primera vez. La primera vez de un nuevo comienzo, aunque esta vez Albert le devolvió todos los besos desde el principio.

♣♣♣♣♣♣♣ Ayudaron a la pareja a ponerse de pie. Haydee y Davidé se abrazaron de nuevo con intensidad. De pronto se les unió Hans.

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–¡Cómo me alegro de que estéis bien! – gimió Davidé.– Marlène me chantajeó con haceros daño. –Y nosotros nos alegramos de que estés vivo. Todos estos años han sido tan vacíos sin ti... – Haydee sollozó aliviada. – Tan insípidos y tristes... – Se derrumbó entre sus brazos. –Pero he vuelto, y prometo que volveremos a pasárnoslo tan bien como entonces mi preciosa Haydee– la besó en los labios con afecto y la abrazó junto a Hans, que también lloraba por la emoción. Luego los dejó un instante para volver con Albert. Lo vio junto a Ciro y sintió que le hervía la sangre, aunque supo disimular muy bien. Se acercó a ellos y Ciro le habló. –Siento haber mentido de aquella manera, todos me advirtieron de que eras celoso... así que cuando vi que rechazabas a Albert supuse que estabas fingiendo y por eso quise provocarte una reacción. –Te doy las gracias por haber cuidado de Albert, siendo capaz de sacrificar tus propios sentimientos para que él fuera feliz. ¡Perdóname por haberte agredido así, no sabía lo qué hacía…! – Albert se quedó de piedra ante aquello. Ciro miró a Davidé largo rato y luego sonrió. –Sed felices... – susurró. Luego miró a Albert y también esbozó una sonrisa. Seguidamente les dejó solos, marchándose. –¿No... no estás celoso? –Me muero de celos, pero ya no pienso volver a comportarme como un estúpido loco nunca más– abrazó a Albert contra sí. –No me sueltes nunca jamás, quiero que me toques, deseo sentir que tu corazón late junto al mío, oír cómo vive... –Cuánto te quiero, cuánto Dios mío, cuánto te deseo... Me voy a volver loco de amor, loco completamente. –Davidé, Davidé... – éste se sacó algo del bolsillo y se lo colocó en el dedo... –Nunca lo tiré, era mentira... Y también guardo la cuerda roja... –Lo sé... – le besó el anillo y luego los nudillos. Se miraron un instante a los ojos. –Tienes los ojos más hermosos y atrayentes que he visto en mi vida Albert, estoy tan enamorado de ellos, no quiero dejar que se marchiten nunca más. – luego lo besó en la boca con una delicadeza que hizo tener un escalofrío a Albert. –¿Tu amor me pertenece sólo a mí?– le preguntó Davidé. –Sabes que sí, sabes… que sí... ♣ Crucify my love (X Japan) 686

“Adiós...“

♣Kéfalos había ordenado al resto de vampiros de su Clan que se retiraran y dejaran en paz a los demás. Cuando Albert y Davidé se acercaron a sus amigos todos corrieron hacia ellos para abrazarlos. –¡Los hemos pasado todos tan mal por no haberos podido ayudar antes!– dijo Alessandro, todavía enfadado. –Por nuestra culpa todo podría haber salido mal.– dijo Davinia. –Eso no es verdad, aquí nadie tenía la culpa de nada. – contestó Davidé.– Marlène me hacía chantaje emocional. Sabía que no podía anteponer mi felicidad personal ante vosotros. Ha recibido su merecido... – Kéfalos se les acercó sonriente y todos le miraron nerviosos. –Las puertas de este castillo están abiertas para vosotros cuando queráis volver. Nunca dejó de ser vuestra casa… –No creo que volvamos, Kéfalos– le dijo Davidé hablando por todos. –Lo sé, pero es mi deber decirlo. Marlène nunca jamás volverá a molestaros. Tal vez con el paso el tiempo podáis perdonar lo que hizo, pero ella está muy sola desde hace siglos y no conoce otra manera de sentirse rodeada que obligando a los demás. Creo que a partir de ahora no volverá a ser la misma. –Dile a mi hermana que yo la perdono.– todos se quedaron de piedra al escuchar aquello, menos Kéfalos que sonrió. –Se lo diré. – luego miró a Davidé. Éste le sonrió como diciendo "Puede que yo también decida olvidar esto y perdonarla algún día"– Y ahora será mejor que nos marchemos de este espantoso lugar que será sellado por siempre a partir de hoy. Adiós...

♣♣♣♣♣♣♣ Se despidió definitivamente de ellos y no lo volvieron a ver. Haydee observó a Angélica, que los miraba a su vez con una expresión de duda terrible. Davidé fue hasta ella y la miró desde las alturas. La vampiro se encontraba de rodillas sobre el suelo y con Andrei entre los brazos. –Angélica... –Él... Me salvó la vida y ahora... ahora... –¿Está muerto?– preguntó Haydee. –No, pero no sé si sobrevivirá. Se le clavó un arma envenenada... 687

–¡Se lo merece! Lo siento Angélica, sé lo que sientes por él aunque no lo comprenda, pero no puedo desearle nada mejor.– ella sonrió débilmente. –No te lo reprocho... – Andrei se movió al recobrar el conocimiento. Lo primero que vio fue el rostro grave de Angélica. – Andrei... ¡Andrei! –Yo... me duele... – con mano temblorosa se tocó la herida que no sanaba.– Es un veneno para vampiros débiles, no me matará... – le costaba hablar y respiraba con dificultad. Intentó ponerse de pie y Angélica lo ayudó. Davidé se le acercó y le pegó un puñetazo sin más. Todos gimieron sorprendidos. Aless se echó a reír con sorna, sabía perfectamente la razón de aquello. –No te vuelvas a acercar a Angélica, maldito hijo de perra. Si me entero de que reincides me las pagarás. Y en cuanto a lo de Haydee, si no te mato es porque yo no soy un asesino.– concluyó esperando algún sarcasmo por parte del otro. –Tienes razón, soy un hijo de perra... – Aquello dejó alucinados a los presentes. Andrei se volvió hacia Haydee y ésta retrocedió poniéndose en guardia. Albert detuvo a Davidé por si acaso. –¡No te me acerques!– dijo altiva. Hans se le puso al lado por si las moscas. A Andrei no se le ocurriría hacer nada a Haydee delante de tanta gente, y menos mareado como estaba y con el labio partido por el puñetazo de Davidé. Cayó de rodillas ante ella y se puso a llorar como un niño. Haydee se sorprendió muchísimo. –Lo siento, lo siento mucho... Yo... yo no tengo palabras para decirte cuánto lo siento... Quiero que sepas Haydee, que te mentí aquella vez... ya sabes a qué me refiero. Angélica puede corroborarlo, ella no miente nunca. – Haydee miró a la vampiro con los ojos llenos de lágrimas y ésta le sonrió mientras asentía. El alivio fue tal que las piernas le fallaron. Hans se acercó al vampiro y lo miró con un odio tan intenso que si las miradas matasen, Andrei yacería sin vida en el suelo. Le arreó otro puñetazo que el vampiro aguantó estoicamente. –No te vuelvas a acercar a nosotros, o juro que me las pagarás de verdad.

♣♣♣♣♣♣♣ Después de aquello se marcharon todos, incluida Angélica, aunque miraba de reojo a su maestro cada dos por tres. Salieron de aquel lugar terrible dejando atrás, y bien solo, a Andrei. Subieron las escaleras de varios pisos hasta llegar a la salida principal. Nadie se lo impidió. –Debemos salir pronto y marcharnos. –Abrieron la salida y Davidé vio como Angélica se quedaba dubitativa mirando para atrás. –Angélica... – le tendió una mano y Albert también. Cuando se disponía a cogerlas y marchar par siempre, una voz jadeante la llamó por su nombre. 688

–¡ANGÉLICA! – era Andrei, que corría hacia ellos con dificultad. Se detuvo a varios metros. Tenía la piel del rostro cetrina, y los ojos enrojecidos por la droga, el pelo enmarañado y el labio partido. A parte de dos feos verdugones en la cara. No estaba precisamente muy atractivo, pero Angélica lo miró con el corazón latiéndole como loco. –Angélica, no te vayas... – balbució. – Yo... tengo algo tuyo, se te cayó aquella vez... – se sacó una cosa pequeña y brillante del bolsillo del pantalón. Ella lo reconoció como un pendiente. Se acercó a él lentamente hasta ponerse a su altura. –Gracias, es verdad que lo perdí. Pero... ya no tengo la pareja – Andrei llevó la mano temblorosa y caliente por la fiebre, hasta la oreja de la vampiro. Eso la hizo estremecerse. Él fue muy delicado al colocarle el pendiente. –Yo te compraré unos más bonitos... – le prometió él.– Te lo prometo Angélica... – la acercó contra sí y acariciándole el cabello la miró con ojos febriles. –Estás enfermo, deberías irte al laboratorio y tomarte el contra veneno. Adiós Andrei... – se dio la vuelta, pues Davidé y Albert la esperaban allí. De pronto notó que Andrei la abrazaba por detrás. –Angélica, Angélica, Angélica, mi amada... No te vayas, no me abandones... – ella sintió que las piernas que fallaban y cayó de rodillas. Él la estrechó entre sus brazos y pudo sentir que tenía la fiebre altísima. – He tardado demasiado en darme cuenta de lo mucho que te necesito. Nunca he querido a nadie como a ti. Voy a cambiar, te lo prometo. Dame una oportunidad, te lo suplico. Haré lo que sea para que me quieras otra vez. No me merezco tu amor, lo sé. Eres un ángel que ha venido a salvar mi alma.– ella lo miró con lágrimas en los ojos. Creía que el corazón se le saldría por la boca allí mismo. Andrei acercó sus labios temblorosos a los de ella para besarla, aunque al final se detuvo. –¿Puedo besarte? – le pidió permiso. Angélica cerró los ojos y adelantó la cabeza hacia él. Éste pudo sentir aquellos besos trémulos llenos de amor y pasión. La enlazó muy fuerte con los brazos y contra su pecho. –Andrei, prométeme que... –Nunca más volveré a tratarte mal, pero por favor, ayúdame a ser un ser humano de verdad, sólo tú puedes... Quiero ser feliz de una vez por todas y tú eres la mujer que necesito para ser feliz... Te quiero. –Yo también te quiero... Pero prométeme algo más. –Lo que sea... –Cómprame unos pendientes bonitos... – Andrei sonrió para luego gemir por el labio partido. Angélica se apresuró a aliviarlo con nuevos besos. –Te compraré todos los que tú quieras…

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Angélica miró hacia atrás y vio a Davidé y Albert que les observaban. Ella les sonrió. –No puedo ir, lo siento.– se disculpó. –Tendrás que aguantarle... ¿Estás segura de que no quieres venir?– preguntó Davidé. Ella volvió a sonreír y asintió. –Estoy segura. Aunque volveremos a vernos, de eso también estoy segura. –Adiós Angélica... –Adiós...

♣♣♣♣♣♣♣ Albert y Davidé salieron a la luz de la luna. El resto les esperaba fuera. –¿Y Angélica? – indagó Haydee con un tono preocupado. –Se ha quedado con Andrei. Parece ser que él ha decidido cambiar de actitud. Ella ya es adulta para saber lo que quiere. –Ojalá que... –Seguro que será feliz. No lo pienses más Haydee. –Está bien. Tenemos que celebrar que volvemos a estar juntos. –¡Sí! ¡En cuanto Basil y yo encontremos una bonita casa dónde vivir, vamos a montar una gran, enorme, fantástica fiesta!– exclamó Aless. –Será genial, ¿Verdad Hans?– dijo Haydee. –¿Te pondrás ese modelo tan sexi que tienes en el armario de casa...?– ella le miró pícara, alegre, hermosa. –Con una condición, que me lo arranques con los dientes y no valdrá utilizar las manos. Aunque esto sí podrás usarlo... – le agarró de los testículos con delicadeza ante las risas de todos los presentes. Hans enrojeció del color de un pimiento colorado. –Yo también quiero arrancarte lo que sea con los dientes.– Davidé la rodeó por la cintura y sonrió sensualmente.– ¿Sabes que estás sexi hasta en pijama?– Albert frunció el ceño y lo arrancó de los brazos de la inmortal. –¡No empecemos!– lo riñó. –Era broma Albert. Landelo y Davinia los miraron entusiasmados, nunca habían estado rodeados de gente tan fantástica y se sentían pletóricos. Davinia miró a su amor con mucha alegría. –Supongo que ahora no me negarás que la historia del libro era real. 690

–Eres mala, muy mala. Pero te adoro. –Tendremos que buscarnos una casa para vivir... – Aless, que les escuchó se acercó a ellos. –Veníos con Basil y conmigo. ¿Qué te parece Basil? –Me parece muy bien.– susurró. –Gracias... –Sí, muchísimas gracias. – Davinia miró a Albert mientras los otros tres hacían planes sobre cómo sería su nueva casa. Le observó detenidamente, y también a Davidé. Ellos se besaban con una tierna pasión ardiente. Sonrió para sí. Una vez había creído estar enamorada de Albert, y sin embargo supo distinguir el amor verdadero hacia Landelo, del amor platónico. Volvió a mirar a sus nuevos amigos y a su amado chico. Sonrió de nuevo y pensó. "Adiós Albert, adiós..."

♣♣♣♣♣♣♣ Ciro los miró a todos reírse y no pudo unirse a ellos. Cierto que le hacía feliz ver feliz a Albert, sin embargo duele ver que la persona amada no te corresponde. Envidió a Davidé, aunque no era una envidia mala. Albert lo vio solo y retirado, así que, tras decirle algo a Davidé al oído, se apartó del grupo para ir hasta él. –Ciro... –Siento no poder ser participe de vuestra alegría. Aunque quiero que sepas que soy feliz de que todo saliera tan bien. –No sé cómo podría agradecerte todo lo que has hecho por mí. –Sé feliz de verdad con Davidé. Es lo único que te pido. –Lo haré... De eso puedes estar seguro. – se quedaron en silencio. –A veces me gustaría no ser tan comprensivo, me saco de quicio a mí mismo. –Eres una persona maravillosa Ciro. Con el tiempo yo hubiese llegado a amarte de verdad. –Pero no como a él, y créeme, he presenciado cómo os queréis y es... es... No tengo palabras. Yo creía que te amaba con todo mi corazón, que nadie en el mundo podía amarte tanto como yo. Davidé me supera con creces, lo he descubierto esta misma noche. Vive feliz Albert, no te apenes por mí. Yo he hecho lo que he hecho porque he querido, no me obligaste. Algún día encontraré de nuevo a alguien que me ame tanto como tú a Davidé, y entonces yo corresponderé a esos sentimientos de igual forma. Y ahora vete, que si no se pondrá muy celoso por mi culpa.– Albert se adelantó hasta él y lo estrechó

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entre sus brazos. Sonrió emocionado y agradecido. Después se fue hasta Davidé y lo abrazó también. Ciro los miró sonriente. –Adiós...

♣♣♣♣♣♣♣ Albert y Davidé se cogieron de la mano. Los demás les miraron en silencio. –Gracias a todos vosotros por lo que nos habéis ayudado.– comenzó Albert– Gracias a Landelo y Davinia por leer mi libro y creer lo que en él se contaba. Y sobre todo por su tenacidad para descubrir la verdad. Gracias a Aless, Basil y Angélica por cuidar de Davidé mientras yo no estaba. Especialmente a Alessandro– se acercó y lo abrazó con fuerza– porque salvó la vida de Davidé. Gracias a Haydee y Hans, que son mis mejores amigos, por cuidar de mí en los momentos más tristes, y que me perdonen por haberlos secuestrado tantos años sin dejarles disfrutar de su propia relación.– Y gracias a Ciro por haberme querido, y por ser tan comprensivo siempre... Gracias a todos... pronto volveremos a vernos... –¿Os marcháis? –Sí, necesitamos estar solos de verdad una larga temporada. Deseamos desconectar del mundo y vivir tranquilos muy lejos de aquí. De nuevo haremos un viaje por los lugares que visitamos hace tiempo, antes de ser amantes... Pero volveremos y entonces haremos esa gran fiesta... – concluyó Davidé guiñándole un ojo a Aless. –Tened cuidado por favor... – Haydee se adelantó hasta ellos y los besó en los labios. –Lo tendremos. ¡Ah! Haydee, tengo que darte una buena noticia y una mala. La mala es que te he destrozado un poco el salón de tu casa... Me puse muy furioso cuando no encontré a Albert... – ella lo miró amablemente. Ya lo había perdonado.– Y la buena es que he recuperado esto– la cogió de la mano y le puso en la palma la pulsera que Marlène le había quitado a ella. –Dios mío, creía que no la volvería a ver. Gracias Davidé. –Adiós, adiós a todos... – agitaron las manos mientras se alejaban. Los demás devolvieron el saludo. Al final desaparecieron en la noche... –Adiós amigos, adiós... ♣

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“De nuevo Albert y Davidé”

♣Lo besó con ternura mientras él le acariciaba los cabellos rubios. Se estremeció al sentir sus labios recorrerle el cuello, la nuez, el pecho... Él le miró con sus ojos pardos enmarcados por largas y tupidas pestañas negras. Estaba desnudo sobre él y podía notar su piel, su carne, su cuerpo que lo rodeaba y atrapaba por entero. De nuevo sus labios sensuales y ardientes recorriéndole la boca, besándole la lengua apasionadamente. Él le estrechó más fuerte entre suspiros. No se podía creer que de nuevo aquello estuviera sucediendo de verdad, de que él le hiciera el amor. ¡Le amaba tanto! –Davidé... – éste le miró de nuevo a los ojos y sonrió. –¿Me has echado mucho de menos? Porque yo a ti no te puedes ni imaginar cómo. –¿Cómo qué no puedo ni imaginar cómo? A veces soñaba que estábamos los dos en una cama como esta, y te estrechaba entre mis brazos, te besaba, te mordía por todo el cuerpo y sentía que tu maravillosa sangre corría por mi garganta mientras gemías de placer... Era tan frustrante tener la certeza de que no podría hacerlo nunca más. –Y a qué esperas para hacer realidad tu sueño... – dijo dulcemente.– Estoy aquí, muriéndome de deseo porque me encuentro con el único hombre al que he amado y amaré... Tú eres el único con el que he hecho el amor, no lo dudes nunca... –Nunca más me pondré tan celoso, te juro por Dios que no... – Albert lo abrazó con fuerza y le lamió debajo de la oreja, chupándole el cuello. Davidé gimió de placer y a su vez llevó las manos a la entrepierna de su amante para castigarlo un poco. Éste jadeó entre risas. –¡Eres malo! Sabes que no puedo tener un orgasmo y aun así me frotas... –Pero te gusta mucho que lo haga, reconócelo... – susurró sobre su oreja. Albert gimió un "sí" muy excitado cuando él le acarició los testículos. – Se me ha ocurrido una cosa que te va a gustar mucho... mucho... mucho... – empezó a besarlo por todo el pecho, por en el vientre que subía y bajaba con excitación, hasta llegar a su sexo semi erecto. Lo mordisqueó en las ingles y muslos, para luego volver a su sexo, a sus testículos. Albert emitió un gemido entre de placer y sorpresa al sentir como Davidé le clavaba los colmillos allí. Éste notó la sangre caliente de Albert deslizársele por la garganta y también gimió al degustarla. Hacia tantos años, tantos que no la bebía. Era un néctar tan delicioso que se sentía desfallecer al probarlo. Albert se recostó sobre la cama y cerró los ojos. Llevó sus manos temblorosas al cabello de Davidé para poder 693

acariciarlo. Al final él se apartó de allí y volvió a ponérsele encima. Con los labios manchados de sangre, de nuevo besó su boca. –¿Te gustó amor mío? –No sabes de qué forma me vuelves loco… – Albert le tendió a un lado y comenzó a besarlo fuerte en la nuez, después lo mordió al fin, tras tanto tiempo de pensar que nunca más podría hacerlo. Davidé lo abrazó mucho más contra él, estaba extasiado de verdad. Su amante bebía de él con una pasión y un amor que le llenaron el corazón por completo. –Albert, te quiero, y estás vivo entre mis brazos, eres de verdad y no un sueño... Nunca más volverán a separarnos, no dejaré que te suceda nada, no permitiré que vuelvas a morir... – Albert se apartó de su cuello y le miró con esos ojos tan verdes e iridiscentes. Volvieron a besarse con pasión y a abrazarse muy fuerte. –Yo tampoco dejaré que vuelvas a morir. –O viviremos juntos, o moriremos juntos, pero jamás volveremos a estar separados. –Dejemos los errores en el pasado, empecemos de nuevo como si fuera el primer día.– dijo Albert mientras se apoyaba en su hombro. –No volveré a darte de lado Albert, ni antepondré nada a ti. –No te preocupes Davidé, yo te acompañaré cuando desees ayudar a la gente que lo necesite. Me hace feliz verte feliz. –¿De verdad vendrías conmigo?– el otro asintió.– ¿Sabes qué? Tampoco pienso ser celoso nunca más– Albert puso una cara triste. –¿Nunca más? Pero a mí me gusta que seas celoso.– Se sentó sobre la cama y Davidé le imitó. –Pero los celos son malos, casi te mato por culpa de los celos.– Albert se quedo un rato dubitativo. –Yo... tengo que decirte una cosa. Pocos minutos antes de enterarme que vivías... le dije a Ciro que... que tendría una relación seria con él, y nos besamos y abrazamos. Él me gustaba... quise darme una oportunidad. Con Ciro podía dejar de pensar en ti a todas horas. Aunque quiero que te quede claro que yo jamás me acosté con él.– esperó la reacción de Davidé. Éste lo miro rojo como la grana, de hecho se estaba clavando las uñas en la carne de tan apretados que tenía los puños. Cerró los ojos intentando calmarse. Albert había sido sincero con él, así que no tenía por qué enfadarse. –¿P–pero Ciro te gusta todavía?– tartamudeó. – Él ha hecho m–muchas cosas por ti... 694

–Me gusta, aunque como amigo. Y me gustó como algo más, por eso le di esa oportunidad. Pero quiero que entiendas que yo solamente te quiero a ti ahora. Desde el momento en el que supe que vivías ya no existió nadie más en mi corazón. Y Ciro lo supo entender porque es muy buena persona. – Davidé le abrazó con todas sus fuerzas. –Tú eres mío, sólo mío. – dijo posesivo. –¿Estás celoso?– Albert sonrió feliz. –Muy celoso. A pesar de eso no me voy a enfadar ni volver loco, me niego a dejarme condicionar por los celos. Confío en ti y en que me dices la verdad. Si ahora no quieres a nadie más que a mí entonces me vale, yo te creo. –En realidad nunca he querido de verdad a nadie más que a ti. Lo hice porque tú me dijiste que volviera a ser feliz, ¿Recuerdas? – Albert cogió a Davidé por el rostro, besándolo con fuerza. –Lo recuerdo. –Y ahora soy feliz, por eso el pasado ya no importa. –Albert, ¿Me dedicarás un ejemplar de tu libro? –¿Lo has l–leído...?– tartamudeó nervioso. Temía que no le hubiese agradado. –Por supuesto que lo he leído, miles de millones de veces. ¡no sabía que escribieras tan bien! ¿Me lo dedicarás? –Sí... – Se abrazaron de nuevo con fuerza– Te lo dedicaré firmado con mi propia sangre... – Albert se colocó sentado sobre las piernas de Davidé. Éste le acarició las caderas sensualmente. –¿Piensas escribir otro libro con la continuación? –Es muy posible que lo haga, pero tendrás que ayudarme a escribirlo. –¿Incluirás que te he mordido en ese lugar tan vicioso? –Con una condición... – Albert le mordió el labio inferior con mucho erotismo. – Y es que tendrás que hacérmelo muchas veces más... Y también que me llevarás de Luna de Miel ya que no pudimos disfrutarla. Y además... – Davidé lo besó con intensidad estrechándolo muy, muy fuerte contra su pecho. Cayeron sobre un lado entre risas y besos. –Pides muchas cosas, pero tú tendrás que devolverme los favores. –Ahora mismo puedes empezar a cobrártelos... –volvieron a besarse con fuerza entre las sábanas blancas que los cubrían.

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Albert abrió los ojos y pudo ver a su amor junto a él en la cama y durante un instante dudó que todos aquellos años sin él hubiesen sido reales. Éste tampoco estaba dormido todavía y le devolvió la mirada. –Tienes los mismos preciosos ojos verdes que aquella vez... – Albert supo que se refería a la iglesia donde se conocieron. –Y tú la misma sonrisa sensual y maravillosa... y la mirada parda... –Me gustaría volver atrás, a aquel momento tan especial... –¿Y qué harías?– Davidé sonrió en silencio y cerró los ojos. Albert lo supo de inmediato, pues no hacían falta palabras... ♣

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Epílogo

"Sueño" ♠La luna... brillaba al trasluz de las tupidas nubes, intensa, desafiante en el espacio oscuro. El trueno quiso rugir cruel en el cielo pero no lo consiguió, quedándose pequeño y extrañamente lejano... Para la tormenta todavía no era su turno... aunque... los haces de luz parpadeaban en una intermitencia que anunciaba pronta lluvia, se olía la humedad en el ambiente y todo el panorama de la ciudad, con sus sombras y luces, era maravillosamente tétrico. Era la noche profunda y ni siquiera el nuevo trueno podía cortar esa profundidad repleta de tonos grises y azureos metálicos, porque para la tormenta... aun no era su turno... aunque sí lo era para el vampiro. Anduvo sigilosamente, cosa que no le costaba ningún esfuerzo, sobre el empedrado de una calle muerta de Roma, preguntándose sobre qué aspecto tendría ésta cuando la luz la bañaba en los días soleados... repleta de gente que paseaba sin miedo, o corría con esas extrañas prisas humanas, tal y como le sucedía al pobre e inepto infeliz que caminaba apresuradamente por una callejuela en la que apenas había algún coche aparcado sobre la estrecha acera. Podía leer sus pensamientos con absoluta claridad, aunque lo cierto era que ni ese mismo hombre los tenía muy claros, siendo éstos de lo más desordenados. No paraba de rezarle a Dios... no le gustaba para nada andar a esas horas por las calles desiertas, no hacía mucho que había sufrido una mala experiencia con unos gamberros que le habían atacado y burlado. El vampiro leyó también que era un sacerdote, y le encantó sobremanera. Apresuró el paso para asustarlo un poco antes de... pero no le dio tiempo. Ecos de voces llegaron a los oídos de los únicos dos seres que se encontraban en aquella calleja. El sacerdote se dio la vuelta pero fue demasiado 697

tarde para cambiar el rumbo de su dirección, aquella pandilla de voces y ecos ya lo habían cogido. El vampiro se escondió en el hueco de un portal y simplemente observó la escena mientras la tormenta se acercaba a pasos agigantados. —¡Eh! mirad chicos, el cura del otro día. ¡Eh, viejo! —agarraron al hombre por el brazo y lo zarandearon con visible violencia. —Dejadme en paz por Dios, no os he hecho nada. —Eres un viejo y los viejos no nos gustan, y los apestosos curas menos. Te advertimos que no queríamos verte más por aquí, y el viejo que no nos hace caso la paga. Se lo pasaron como una pelota y el vampiro decidió intervenir. Se acercó silbando como quien no quiere la cosa, plantándose tranquilamente ante aquella jauría de cerdos. —Vaya, veo que estáis montando una fiestecilla y no he sido invitado— dijo el vampiro con voz cristalina y a la vez profunda, observándolo todo tras sus redondas gafas de cristal rojo sangre. —¿Y tú quien coño eres tío? Nadie te ha dado vela en este entierro. —¿Qué nadie me ha dado vela en este entierro? Eso ya lo decidiré yo, sobre todo porque los entierros bajo la lluvia son los que más me gustan.— Su risa vampírica resonó contra las paredes de las casas. Uno de los hombres se adelantó hasta él con una navaja y el vampiro dejó se la clavara en el vientre, sólo por puro divertimento. Sintió “algo”, una pequeña punzada de dolor que ni siquiera produjo un cambió en su imperturbable expresión fría. Apretó el brazo del estúpido agresor haciéndole crujir el hueso. Éste lanzó un grito ahogado pero no pudo moverse un ápice. El vampiro lo miró con una sonrisa llena de sarna, y terminó de romperle la articulación. Cayó al suelo aullando de dolor. Los presentes, asombrados, miraron al no muerto arrancarse la inmunda navaja del cuerpo y lamer la sangre de la hoja. —Mi sangre está deliciosa... qué lástima que no podáis apreciar ese detalle.— lanzó el arma blanca, con visible aburrimiento, por encima de su hombro. — En fin— continuó hablando— ¿El próximo para enterrar? Éste ya está listo— señalo 698

al hombre tendido sobre el empedrado. Luego dio un paso hacia delante y los demás echaron a correr sin preocuparse de su supuesto compañero. —Malditos humanos cobardes... los mortales son alucinantes. —Dios mío señor, ¿Está usted bien?— le preguntó el viejo sacerdote con visible preocupación. —Sí señor, perfectamente bien, aunque pronto lo estaré mejor... mucho mejor— susurró con sonrisa burlona que el pobre cura no comprendió en absoluto. —¡Está sangrando!— gritó espantado. —La sangre es bella, no es mala— alargó la mano y le acarició el cuello, el sacerdote dio un brinco hacia atrás poniéndose a temblar. —¿Crees en los vampiros pequeño mortal? Será lo último que veas en tu insulsa vida querido mío, ni a Dios, ni a los ángeles, ni al mismísimo demonio, sólo me verás a mí, a un vampiro que va a chuparte hasta la última gota de tu preciosa sangre. Asió con facilidad al aterrado mortal y lo apretó contra él, sintiendo cómo temblaba de puro horror y miedo, con la expresión desencajada. Éste comenzó a gritar en nombre de Dios a trompicones, pero al vampiro no le produjo más que risa. Plantó los labios contra el cuello de su víctima y susurró; —Dicen que tan sólo la auténtica fe en Dios puede repelernos y aun no he conocido quien lo logre. Estás simplemente perdido, tu sangre solamente es... m í a... Hundió los afilados colmillos en la carne y pronto sintió como la sangre caliente pasaba deslizante por su garganta, suave y dulce, salada y amarga... Repleta de vida, rebosante de calor. El corazón le latía fuerte con esa sangre renovadora, en cambio el de su víctima había reventado, muriendo... cesando sus débiles latidos... y antes de que se apagaran se apartó de él. El vampiro tenía la piel caliente, y el muerto... fría. Lo recostó junto al inmundo delincuente que se había desmayado de dolor o impresión, nunca se sabría.

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—Adivina cerdo a quien van a echarle toda la culpa de lo sucedido en esta calle.— Sonrió con burla, le hacía todo tanta gracia. Se palpó el rostro y lo sintió ligeramente subido de temperatura. Fue a mirarse en el espejo retrovisor de un coche. Sí, ya no estaba tan pálido, pero le duraría poco aquel maravilloso efecto. Como siempre... duraría poco. —Un no muerto es un no muerto... sin remedio... — se dijo. Una gota le cayó en la mejilla y un trueno resonó allá en la cúpula de nubes. La luna apenas ya era visible, con una luz débil ahora tras el manto gris. La lluvia cayó en gotas gordas, espesas y con notable olor a tierra húmeda. Era el tiempo en el cual la anunciada tormenta reinaría. —Dios, creo que te has enfadado conmigo... Ja, Ja... Aunque me caiga un rayo en la cabeza, sabes que no conseguirás acabar conmigo.

♠♠♠♠♠♠♠ El ser inmortal que vivía en las noches corrió riendo, siendo mojado por una lluvia fea y dura, que formaba rápidamente charcos en el empedrado sobre los que saltar y mojarse como un niño que desafía las iras maternas en los días de otoño lluvioso. Sólo que él ya no tenía una madre que le riñera por esa travesura, su madre, de la cual no recordaba el nombre ni le importaba, estaba muerta hacía siglos y los gusanos la habían devorado. Danzó largo rato por la ciudad de Roma corriendo bajo el manto tupido de agua, jugando con los rayos... Se sentía extrañamente eufórico, deseoso de decirle a ese Dios que la humanidad había inventado, que no había conseguido vencer a un inmortal. De decirle que la sangre que le daba fuerzas aquella noche, como en las anteriores, era de uno de esos estúpidos sacerdotes suyos. Por eso buscó alguna iglesia cercana donde expresar lo que sentía. ¡Diversión, diversión!

Y sí, halló una que le gustó, no demasiado grande. En todo caso se suponía que Dios estaba en todas partes. Se quedó mirándola unos instantes con el corazón a mil por hora. Lo cierto era que sentía una extraña sensación, como si ya hubiese hecho aquello antes. Entró con sigilo, chorreando el suelo 700

de piedra como un pez salido del agua y se sentó tranquilamente como si estuviese en su casa. Observó el Cristo crucificado, sufriendo clavado en la cruz. Y se burló de él... —Realmente no sé lo qué pretendías conseguir con eso de colgar medio muerto de una cruz, pero seguro que no te ha salido demasiado bien... porque es gracioso... el mundo sigue estando lleno de escoria, como en tu época. — sonrió con malicia. Pronto saldría el sol, por lo que se dispuso a salir de aquel lugar estúpido que los fieles adoraban tanto, cuando escuchó el eco de unos pasos provenientes de algún lugar del sagrado recinto. Le entró la curiosidad y optó por quedarse a ver de quién podía tratarse. Aunque por su cabeza pasó un recuerdo extraño, sí... Aquello también le daba sensación de que ya se había dado lugar. Sabía que quien se acercaba era un joven sacerdote... Era un hombre joven y alto, vestido de sacerdote y cuando éste se dio cuenta de la presencia de otra persona en los bancos arqueó las cejas sorprendido. ¿Quién sería aquel hombre? se preguntó primeramente. Durante unos segundos tuvo la sensación de que ya lo sabía... sin embargo, también sabía que era imposible... Decidió acercarse hasta él. Tal vez quisiese algo. Observó que iba mojado de pies a cabeza y chorreaba sobre la madera del banco y la piedra del suelo. No vestía como un pobre, al contrario, pero era extrañamente pálido, incluso sus labios estaba faltos de color. Tal vez se encontrara mal o enfermo. Se sentó a su lado con preocupación. —Perdone pero... ¿Se encuentra mal? Parece enfermo... — el vampiro no lo miró, pero le gustó su voz cálida y agradable aunque había algo en ella que la quebraba. Pese a ello, su acento era de un italiano delicado. —Me encuentro bien, no quería más que decirle algo a nuestro amigo— señaló al Cristo del altar. —¿Quiere confesarse? yo soy sacerdote.— Esta vez lo miró con malicia y sonrisa sarcástica a más no poder. —Soy un vampiro y los vampiros no nos confesamos. No terminaríamos jamás de relatar todos nuestros abominables pecados... ¿Qué te parece?— El sacerdote no dijo una palabra, ni una, en cambio se puso a pensar en lo que el hombre rubio le había dicho y a observarlo detenidamente. Aquel hombre vampiro era extremadamente pálido, de facciones seductoras y unos ojos verde esmeralda que brillaban extrañamente en la semioscuridad del lugar... Sí, le sonaba mucho, era como si ya lo conociera. 701

—Se supone que los vampiros no pueden entrar en las iglesias y todas esas cosas... —El inmortal soltó una carcajada que resonó por toda la iglesia. —Eso mismo creí yo una vez, y descubrí que podía hasta dormir en ellas. Cosas de leyendas ancestrales. Sé que no te lo crees, que sea un no muerto claro, pero te voy a demostrar que estás equivocado... —Sí que te creo.— dijo sin más y sonrió de una forma turbadora que hizo latir más deprisa el corazón del vampiro. Lo miró con detenimiento, sus facciones eran suaves y a la vez fuertes, sus labios amplios, con esa sonrisa turbadora, y esos ojos pardos e imponentes en los que podía verse reflejado, y lo que vio no le gustó. Un estúpido vampiro con una pinta horrible, mojado, despeinado y pálido. Apartó la mirada sonrojándose tanto que le volvió el color a la cara sondear su mente, cosa que por alguna razón no consiguió. Y no poder leer aquella mente le enfureció bastante, pues no solía ser algo habitual. Volvió a mirarle y se acercó a aquel hombre que no corría aterrorizado. Era como si lo conociera de antes. —Sé que no te lo crees estúpido mortal, pero lo que más me gusta es chuparle la sangre a los sacerdotes como tú, y si son jóvenes mejor... —Susurró, sin embargo el mortal no mudó la expresión ni salió corriendo, cosa que perturbó considerablemente al no muerto. Le gustó tanto, le gustó tanto que no huyera de él. Y su propio corazón cada vez latía más fuerte. Tenía que tocarlo, tenía que apretarlo contra él y beber su sangre maravillosa. Le agarró de los brazos y lo estrujó. Quería asustarlo pero no podía conseguirlo, se sintió impotente y tembloroso cuando él le miró de aquella manera tan especial. Fue como si ya conociera esos ojos pardos y esa sonrisa sensual. —Siento que tus verdes ojos ya me habían mirado así antes, noto en mi corazón que tus brazos ya me habían rodeado con tanta fuerza... — dijo el sacerdote muy cerca de él. — Sé que sientes que eres horrible, pero no es verdad vampiro, pues tú eres lo más hermoso que he visto jamás... — El vampiro se quedó anonadado y cerró los ojos con el corazón latiéndole como loco. ¿Por qué sentía lo mismo?— Es como si ya nos conociéramos, como si nuestras vidas estuvieran unidas por cosas que nos habían sucedido en el pasado. ¿No es extraño? Porque es imposible que tú y yo ya nos conociéramos, y, sin embargo, me sé de memoria tus labios, me sé de memoria tu cuerpo, me sé de memoria tus sentimientos, tu vida, nuestra vida juntos. Debo de estar volviéndome loco. Pero al ver tus ojos verdes yo... yo lo he sabido todo... 702

—Yo... Yo... ¡Estás loco! No te había visto en toda mi vida. ¡Deja de burlarte de mí! — Cuando se disponía a levantarse, el sacerdote se lo impidió. —¡No te vayas! ¡No voy a dejar que te marches de mi lado nunca más! Te prometí que estaríamos siempre juntos... es hora de cumplir esa promesa— el vampiro se sentó de nuevo, alucinado del todo. ¿Por qué sentía lo mismo que aquel hombre? —¿Me has visto alguna...? —No, nunca y a la vez esto ya lo he vivido y he sentido muchas cosas junto a ti. No sé cómo explicarlo. — el sacerdote le acarició las mejillas con las manos. El contacto fue tan ardiente para el vampiro. —Yo siento lo mismo, esto es una locura. No nos conocemos, no me puedo creer que... — el mortal sonrió de nuevo y le quitó las gafas apartándole el cabello mojado de la cara. —Juraría que sé tu nombre sacerdote, y a la vez no podría decírtelo... —El tuyo es precioso, lo sé, estoy seguro... —Me llamo Albert... —Yo soy Davidé... — los dos tuvieron la certeza de que lo sabían ya. — Esto es una locura, yo soy un sacerdote y tú un vampiro. Somos dos hombres y no me importa nada. — Albert cerró los ojos y gimió. Se moría de ganas de que él le besara, así que se acercó a su rostro temblando de miedo. —Davidé... — musitó su nombre sabiendo que no era la primera vez. También perdió la vergüenza por creerse feo y horrible, ante él no lo era, para él no lo era... Se sintió especial. —Albert... — éste acarició el rostro de Davidé. El sacerdote le cogió de la muñeca y se la besó por la parte interior. Albert suspiró de gozo al sentir aquellos calientes y sensuales labios allí. Cerró los ojos de nuevo mientras él lo besaba en la barbilla, le recorría la comisura de los labios y después le comía la boca con pasión. Le devolvió todos los besos con igual ímpetu mientras no dejaba de pensar en que lo amaba desesperadamente. El interior de la boca de Davidé sabía a sangre y recordó, como si siempre lo hubiese sabido, que él se estaba muriendo. —No permitiré que mueras, nunca... — continuo besándolo y dejándose besar. Conocía aquellos besos a la perfección, le volvían completamente loco de amor. 703

—Lo sé, lo sé todo. Sé que estaremos juntos para siempre, lo prometimos hace tiempo... —Vayámonos de aquí ahora, lejos de todo y todos. — Davidé lo miró con amor y asintió en silencio. Luego lo besó con fuerza.— Te llevaré conmigo y haremos el amor toda la noche— Davidé tembló de emoción y deseo. Se levantaron del banco y corrieron cogidos de la mano por todo el pasillo central de la iglesia. Antes de salir, Davidé se detuvo para mirar hacia el Cristo. —Adiós... — musitó. Seguidamente salieron y la lluvia les bañó por completo. El sacerdote abrazó a Albert en medio de la calle para besarlo. —Sé que lo sabes Albert, porque te lo he dicho muchas veces antes. Pero te quiero, te quiero con toda mi alma. — A Albert le temblaron las piernas por la emoción que lo embargaba. La lluvia los seguía empapando, aunque a ellos no les importaba. —Davidé, te amo amor mío. Te juro que te voy a hacer feliz, y que serás mi vampiro... —Sí, lo seré y siempre estaremos juntos... — Davidé no pareció sorprenderse nada de que Albert llorara lágrimas de sangre. Éstas se juntaban con las gotas de lluvia, así que se acercó para saborearlas. Continuaron así largo rato, sin importarles nada más. Después corrieron bajo la tupida lluvia como dos amantes que escapaban juntos. Cogidos de la mano continuaron adelante, sabiendo que ya nunca más se separarían, porque el hilo rojo del amor los tenía bien atados...

Fin

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Espero de corazón que cuando hayas leído las últimas palabras de esta historia, te emocionaras tanto como yo al escribirlas. Y te agradezco, sinceramente, que decidieras llegar hasta el final conmigo, y con Albert y Davidé… Para mí, ellos están en algún lugar y son reales… Espero que para ti también.

Verano del 1998/19 de Octubre de 2007 Laura Bartolomé Carpena Dorianne

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© Laura Bartolomé

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Ilustración para portada: Quería expresar que están unidos por el hilo rojo y por la sangre. Dibujar a Albert y Davidé es extremadamente complicado para mí, de hecho creo que es la primera vez que estoy conforme y contenta con el resultado al dibujarlos. Espero que os haya gustado también. Está realizada en ©PhotoShop 707

Sobre la autora Laura Bartolomé Carpena, nacida en Valencia (España) el 20 del junio de 1979. Reside actualmente en Castellón. Cursó sus estudios de Diseño gráfico e Ilustración en la Escuela de arte y superior de diseño de Castellón. Es Ilustradora profesional. Su seudónimo artístico es Dorianne. Su pasión verdadera es el cómic, en especial el dedicado a las relaciones homosexuales. Una de sus obras recientes es “Susurro de Besos” de género “yaoi lemon”. La ilustración también le encanta, fundamentalmente hacer experimentos. Su gran afición es escribir relatos originales homoeróticos, aunque pone tanto empeño, profesionalidad y dedicación a la hora de hacerlos como cuando dibuja cómics o ilustra. Otros proyectos: No te escondas (cómic yaoi) No te escondas (Razas) (Novela homoerótica) Despiértame cuando llegue septiembre (novela homoerótica) y Juegos de seducción (Cómic de la novela de Natsuky).

Podéis visitar sus Web http://dorieanneilustraciones.iespana.es/ http://dorianne-laura.deviantart.com/ http://dorianneilustradora.blogspot.com/ Otros Títulos Susurro de Besos Impossible amour

(Cómic) 708

(Novela)

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