Análisis sobre la vivienda mínima

August 22, 2017 | Author: Víctor Gabriel | Category: Space, Subjectivity, Theory, Technology, Homo Sapiens
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Análisis sobre la vivienda mínima

Una introducción sobre la vivienda mínima Más allá de polémicas sobre políticas sociales, la vivienda es una necesidad humana ancestral. La vivienda es un hecho intrínseco en la humanidad y por tanto un hecho social. Abordándolo desde aquí el concepto de vivienda mínima no afecta simplemente a aspectos del tamaño de ésta. La vivienda mínima podría ser concebida como el conjunto de elementos espaciales, tecnológicos, de relación y de uso mínimos necesario para habitar, en un lugar determinado, en un momento determinado, en un contexto social determinado y en un contexto personal (o íntimo) determinado. Así, al igual que una pompa de jabón tiende a tomar una forma esférica (la forma geométrica en la que menos energía consume para mantener su disposición), un estudio exhaustivo de los conceptos antes citados tenderían a una solución óptima de aprovechamiento del espacio disponible para las necesidades requeridas, en un contexto determinado. Por este hecho, la necesidad y la escasez de medios es la primera precursora de la aparición del concepto de la vivienda mínima. Cuando la vivienda se convierte en un problema social, aparecen soluciones de manera casi “espontánea”, como en la naturaleza cristaliza un mineral en unas condiciones determinadas. Pero que un espacio sea muy pequeño o que esté aprovechado hasta el último rincón, no significa que sea vivienda mínima. La vivienda mínima no es una reducción de escala de una vivienda tradicional. La vivienda mínima es el resultado de un estudio profundo, y cuando los criterios no son los correctos, pueden derivar en espacios ineficaces o incluso insalubres, o en focos de hacinamiento. Por eso, entrará en nuestra definición de vivienda mínima aquellas que tendiendo al aprovechamiento óptimo del espacio para sus necesidades, este aprovechamiento se realiza en base a un estudio y a unos criterios racionales. El interés del máximo aprovechamiento del espacio no deriva solamente de la insuficiencia de medios. Hay otras circunstancias en el que el hombre ha tirado de su imaginación para encontrar el espacio mínimo necesario para habitar en unas circunstancias determinadas. Así los grandes medios de locomoción colectiva (barcos, aviones, submarinos…), los centros penitenciarios, e incluso los modos de vida monacal, han estudiado durante toda la historia, por distintos motivos, los modos de optimizar sus espacios vitales. El espacio físico Esto nos lleva a hacernos una pregunta: ¿Cuál es el espacio físico mínimo para habitar sin ser “demasiado pequeño”? Partamos de que el espacio existe como un hecho acotado por determinadas circunstancias que nos mueven a tener que organizarlo. Esta organización tendrá

Gabriel Tisalema 2do A que suponer unos mínimos necesarios para que podamos considerar ese espacio como habitable. La respuesta dependerá de a quién se le haga la pregunta, es decir, de los diferentes contextos. Las soluciones parten de la tradición, de la experiencia de del estudio del espacio y del ser humano. Desde siempre se han hecho estudios ergonómicos del espacio (como son los casos de ParkerMorris, Peter Neufert o el mismo Le Corbusier), y el resultado ha sido un moldeado del espacio para hacerlo habitable al hombre. Pero dada la subjetividad del concepto de mínimo necesario, trataremos de centrarnos en el concepto de vivienda orientada a nuestra sociedad, al día a día, a lo que como arquitectos nos encontraremos habitualmente. Un repaso a la historia reciente Al finalizar la Primera Guerra Mundial Europa estaba en crisis económica y moral. Hacía falta reconstruir las ciudades, y habría que hacerlo siguiendo unos patrones distintos a los tradicionales, basándose ahora en una funcionalidad rabiosa naciente de las vanguardias y apoyados en la tecnología naciente. Figuras como Hermann Muthesius (con su publicación Casa mínima y Barrio mínimo) empiezan a desarrollar y a llevar a la práctica teorías basadas en el aprovechamiento mínimo, tanto a nivel de agregación morfológica de las viviendas, creando los nuevos barrios, como al nivel individual tipológico de las viviendas. Se convocan congresos (CIAM), debates, asociaciones, mentes pensantes dedicadas a levantar de nuevo las ciudades, y a aprovechar para hacerlo según nuevos criterios, como eran la salubridad, el abaratamiento de la vivienda, la construcción sencilla y rápida, la producción en serie, el aprovechamiento de las orientaciones, etc. En España, sin embargo, la crisis económica afectó de manera muy diferente al país. Había permanecido al margen de la Primera Guerra Mundial, por lo que la reconstrucción no era necesaria. El problema de la vivienda nacía del movimiento migratorio del campo hacia las ciudades. Desde 1911 en España estaba vigente la Ley de Casas Baratas. El planteamiento de esta ley consistía en atender a las necesidades habituales de la familia reduciendo el modelo de las piezas que pertenecían a unas tipologías arcaicas y obsoletas, alejados de cualquier innovación técnica o arquitectónica. Este hecho provocaba que la construcción de nuevos barrios y núcleos de población, aún siendo subvencionados, garantizando los mínimos metros cúbicos necesarios, hicieran inviable el abaratamiento de las viviendas, logrando que los barrios de resultado fueran accesibles, no para aquellos para quienes habían sido destinados, sino para las clases acomodadas, con lo que los beneficiados eran éstas y los constructores y promotores, primando el interés particular frente al general. Alarmados por esta situación, personajes como Amós Salvador o Fernando García Mercadal, que conocían lo que estaba sucediendo en el resto de Europa, reaccionaron y actuaron no sólo en misión crítica, sino también en misión informativa al resto de la comunidad de arquitectos, y desarrollando una línea de investigación dedicada a la causa.

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A pesar de los grandes esfuerzos como los de Amós y Mercadal avisando de que había que cambiar las disposiciones legales y normativas, abaratar los costes y mejorar la cálida de vida, hasta 1976 no se consiguió introducir en la Ley de Viviendas de Protección Oficial la mayoría de los parámetros que defendieron los arquitectos en los años veinte, cuando se incluye el concepto de “mínimo confort deseable”. Aun así el debate se había abierto y con lo dispuesto por Amós y Mercadal, le sucedieron los arquitectos de la “generación del 25” con las publicaciones que sentaron las bases de las teorías de éstos o los miembros de GATEPAC que en 1932 publicaron “Lo que entendemos por vivienda mínima”. Es este un debate que permanece en nuestros días. Un repaso a la actualidad Medio siglo después de los postulados de Salvador se llegó al subjetivo concepto de “mínimo confort deseable”. Pero en la actualidad la familia y el modelo familiar están en permanente transformación. La sociedad y el contexto no son fijos. La tecnología avanza, el consumo se dispara, las relaciones cambian, las necesidades también. No se busca el “confort mínimo”, sino que se tiende al máximo. En la actualidad aparecen nuevas trabas para el desarrollo del concepto de vivienda y la optimización del espacio: El espacio como objeto de mercado y el espacio como elemento bajo una normativa. La Normativa: Como antaño, los resultados en el ejercicio de la creación de los espacios para habitar están limitados por la ley y la normativas, por el concepto de “espacio declarado mínimo”. El Plan de Vivienda de 2005, o, a nivel autonómico, las HD-91, van marcando unas pautas al arquitecto que determinarán el resultado tipológico final. Perdida la confianza de la sociedad en el buen criterio del técnico, a éste se le esclaviza con unas pautas, que si bien limitan y acotan las posibilidades del Promotor de especular con el espacio más allá del famoso “confort mínimo” niegan el desarrollo y la experimentación acerca de nuevas maneras de ordenar el espacio, de llegar a un confort aún mayor con menos recursos.. El espacio como mercancía: En el último “boom” inmobiliario nos encontramos con un crecimiento vertiginoso de la oferta. El espacio se convierte en m2, las viviendas en número de pisos por plantas. Cada centímetro cuenta, y vale su peso en oro. Por tanto los mínimos se convierten en los mínimos a ofrecer para sacar los máximos beneficios, aprovechamiento total del producto ofrecido. El promotor decide cuál es la oferta. La demanda, la sociedad, se amolda y busca lo menos malo. Una mirada al futuro La historia se repite y prevalece el interés particular ante el interés general. Pero las normativas pueden y deben revisarse. El espacio no lo dicta un papel. El “mínimo” es un concepto relativo y

Gabriel Tisalema 2do A no tiene por qué ser “lo mínimo” o “lo peor”. El mercado no está por encima de la arquitectura. La demanda como concepto real, como necesidades comunes de una sociedad debe ser objeto de estudio -como ya hicieran Muthesius, o los modernos como Albert Frey o Le Corbusier- y la oferta resultado de dicho estudio. Como sucedía en los duros principios de siglo XX, el debate y las líneas de investigación deben seguir abiertas. Montaje de un módulo de Spacebox Esta es una vivienda menos mínima, ya que sus superficies oscilan entre 18m2 y 22m2. Está diseñada por el grupo holandés Spacebox con el objetivo de crear un módulo espacial capaz de constituir por adición, un edificio de vivienda colectiva. Este ejemplo, al contrario que el anterior (Micro Compact Home) tan solo viene con los servicios mínimos para una habitabilidad básica: cocina y baño. Se busca resolver también aspectos de ecología: sostenibilidad de los materiales, ahorro energético, etc.

Micro Compact Home Se trata de una vivienda mínima formada por un cubo de 266cm de lado y 7 m2 en su interior, y llevada a cabo por estudiantes, arquitectos e ingenieros de la Universidad Técnica de Munich. En su interior posee el máximo confort y tecnología aplicada al día a día, integrado todo en la propia vivienda. La cama es de un tamaño más que suficiente: 198cm x 107cm; y además posee cafetera Nespresso, estación meteorológica, base para Ipod, sistema de sonido, confort térmico, agua caliente, conexiones de teléfono, internet, tv, etc… En 2005 se ofreció como vivienda para los estudiantes de la universidad, llevando a último término esta “máquina”. Actualmente se vende por un precio asequible, en relación con el precio de cualquier vivienda en una gran ciudad: entre 25.000 y 34.000€, transporte incluido.

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Debate Es necesario reelaborar el debate sobre el que se funda la apreciación del espacio doméstico, retornando a su lujar la incidencia que en esta valoración tienen los criterios meramente cuantitativos. En el reciente debate sobre las viviendas de 30m² fueron más inoportunas la superficialidad con que se formuló la cuestión y el revuelo con que ésta se presentó ante la opinión pública, que la idea en sí misma. Una idea que no es nueva si se considera la múltiple e intensa reflexión mantenida en Europa a lo largo del siglo XX sobre la vivienda mínima. Este debate, surgido en una situación de precariedad generalizada, aportó valiosas y brillantes propuestas pese a sus contradicciones, pero acabó diluyéndose en un proceso que ha acabado por reducir el valor de uso del suelo a su consideración como puro y simple valor de cambio. Debilitada la experiencia como soporte principal de la vida, y en particular de la vida urbana, la práctica del urbanismo se limita hoy y salvo dignas excepciones, a una estricta aplicación de estándares cuantitativos en la que prácticamente lo único que se negocia es la obtención del aprovechamiento que haga viable la inversión del promotor y cuya contrapartida ayude de paso a

Gabriel Tisalema 2do A resolver las urgencias electorales del momento. El peso desmesurado de los criterios de mercado y su frecuente conjunción con las perversiones del oportunismo institucional, hace que cada vez seamos menos capaces de imaginar el hecho de habitar como fundamento central de la cuestión de la vivienda. Y hace también que olvidemos la riqueza que puede contener la diversidad de la edificación residencial y la necesaria articulación de su forma con el resto del territorio, independientemente de cuál sea el tamaño de sus unidades elementales. Centrándonos sólo en esa valoración ‘a peso’, estamos renunciando a considerar la morfología como el argumento sustantivo de la construcción territorial en favor de la visión exclusivamente cuantitativa que la tiranía financiera impone sin miramientos. Este equívoco es el mismo que en otros ámbitos de la vida origina tantos subproductos innecesarios y tantos espejismos cuyo sueño incómodo no promete más que un débil sucedáneo de la vida. Ésta es también la causa de tantas mistificaciones que nos hacen valorar la realidad sólo a través de su medida convencional, de su peso en oro o de la cuota de audiencia que interese atribuir según se mida. Más allá de la inquietud que pueda provocar la perspectiva de confinar la vida doméstica en 30 metros cuadrados teóricos de suelo construido, el problema no es necesariamente el orden de magnitud de la unidad residencial, sino su configuración, su versatilidad, su variedad, su capacidad de rotación en un mercado que debiera promover su disponibilidad estimulando la riqueza de la experiencia por encima de la sumisión al beneficio económico. Debería en definitiva preocuparnos la capacidad de respuesta, eficaz y no sólo nominal, que la construcción residencial puede ofrecer a la consolidación de unos criterios sistémicos de sostenibilidad, y sobre todo su contribución a la complejidad que constituye la auténtica riqueza de las ciudades con su complejo contenido de vida. La antropología y la geografía nos han hecho ver que cuando se rebasan ciertos umbrales de densidad de ocupación, la vida resulta extremadamente difícil y los comportamientos se deterioran de manera indeseable. Pero algunos arquitectos también han demostrado con su trabajo, que sin transgredir estos extremos, la capacidad de adaptación del espacio a la persona puede ser tan sorprendente, como enriquecedora la de la persona al lugar. ¿A qué viene entonces suplantar el problema de la calidad por el de la cantidad en un debate ciego que se basa únicamente en abstracciones cuantitativas? ¿A qué viene ese debate estéril que además sólo apunta sospechosas soluciones a gusto y beneficio de los campeones de la especulación? Reflexionemos primero sobre nuestros modos de habitar. Imaginemos cómo podemos configurar mejor esos metros cuadrados que creemos necesitar. Valoremos cuántos de ellos ocupamos realmente y de manera eficaz. Y sin olvidar lo muy poco que en el fondo nos importa la superficie de portal que necesitan los indigentes para evadirse de la desesperanza en el sueño incómodo de su embriaguez, pase entonces quien quiera a discutir sobre si la superficie mínima que satisface sus aspiraciones es de 30, de 40 o de 300 de esos famosos metros cuadrados que hemos convertido en la única divisa de nuestra arquitectura residencial.

Gabriel Tisalema 2do A BIBLIOGRAFÍA: http://www.cscae.com/congresodearquitectos2009 http://gutierrezcabrero.dpa-etsam.com/tag/vivienda-minima/ http://www.noticias.com/sobre-la-vivienda-minima.30819

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