Amistades Tóxicas - Mireille Bourret

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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MIREILLE BOURRET

AMISTADES TÓXICAS Cómo reconocerlas y reaccionar a tiempo

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electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Contenido Portadilla Créditos Introducción Primera Parte Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Segunda Parte Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Tercera Parte Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 5

Conclusión Bibliografía

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INTRODUCCIÓN ¿Decidir que una manzana está podrida y hay que tirarla? En ocasiones es lo que hacemos, quizá demasiado rápido y luego lo lamentamos. Pero cuando, de repente, nos damos cuenta de que una amistad hace aguas, que en lugar de cálidos sentimientos de complicidad y solidaridad –que es lo que se espera habitualmente de una amistad sana– se siente incomodidad, tensión y frustración, ¿qué hacemos? Para empezar, deberíamos preguntarnos qué esperamos de la amistad en general, y luego de cada amistad en particular. La amistad tiene ese algo especial que cada cual explica o define a su manera. Para unos es confianza, para otros es el placer de compartir, para algunos también es escucha y aceptación. Contrariamente a la relación amorosa, la amistad parece una relación sencilla entre dos personas, lo que no se ajusta del todo a la realidad. No hay ningún manual de instrucciones que nos sirva de guía en una relación amistosa complicada o que nos causa sufrimiento. Sorprendentemente, la bibliografía relativa al tema de la amistad es muy limitada. Sin embargo, en psicología, las relaciones interpersonales desempeñan un papel de gran importancia y se considera casi como una condición indispensable para la buena salud psicológica: algunas terapias para la depresión recomiendan, en este sentido, la creación o ampliación del círculo social, la profundización en lazos que no sean necesariamente amorosos. El modo de vida en Occidente hace que cada vez haya más gente sola, que vive sola; la rapidez de las comunicaciones, la disminución importante de las relaciones sociales consideradas tradicionales (familia, pareja, tribu) nos empujan a una búsqueda –a veces enloquecida– de lazos significativos con otros seres humanos. Buscamos establecer relaciones en el seno de las cuales podamos ser nosotros mismos, sin falsos pudores. Relaciones en las que la crítica sea aceptada porque es constructiva y sin juicios de valor. Relaciones placenteras, en ocasiones conflictivas, pero siempre se trata de vínculos en los que se acepte nuestra individualidad. Hoy en día existe un mito social: el de la amistad eterna. Como si un «amigo de un día, amigo de por vida» fuera una condición esencial para la noción de sociabilidad. Este mito prevalece casi tanto como el del amor eterno, y la ruptura de un lazo amistoso puede tener consecuencias nefastas, como en el caso de una ruptura amorosa, particularmente si desempeñamos un papel pasivo en la situación. Digo pasivo en el sentido de no hacerse preguntas, de no ponernos en tela de juicio ni a nosotros mismos ni a la otra persona. Lo que es interesante es que la amistad permanente, eterna, no puede

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existir porque dicha noción no tiene en cuenta el concepto de cambio, dado que la vida no es estática, y una persona, en el curso de su existencia y a través las experiencias vividas, puede cambiar de puntos de vista y de forma de reaccionar. Puede que una persona se vuelva más paciente y más tolerante o, por el contrario, volverse impaciente y no tolerar las pérdidas de tiempo. Incluso quizá suceda que dos personas, con el paso de los años, hayan logrado conocerse mejor y escojan otro tipo de amistades. En efecto, librándose de determinados comportamientos, se puede poner fin a una larga relación amistosa o, por lo menos, cuestionarla. Pocas amistades son para siempre; lo realmente importante es que la amistad sea auténtica y que los amigos se sientan bien juntos. La necesidad de hacer que la amistad dure para siempre no debe ser una obsesión porque, desde el momento en que hay obsesión, algo insano se instala en la relación: «Quiero que seas mi amigo para siempre, así que cambiaré mi comportamiento para complacerte y mantener los lazos contigo». Un pensamiento como éste falsea cualquier tipo de relación. Otro mito es el de la «amistad total y absoluta». Según esta creencia, una sola persona –el «mejor amigo»– puede llenar todas las necesidades relacionales. Sin embargo, Marie, por ejemplo, puede ser muy amiga de Virginia sin tener los mismos gustos cinematográficos. A Marie le horroriza la sangre y la violencia pero a Virginie le encanta el suspense y la acción, mientras que Josée se pirra por las comedias románticas, al contrario de las dos anteriores que las encuentran sosas y aburridas. ¿Qué hacer, entonces? Pues, sencillamente, no compartir esa actividad. Aceptar que el otro no tiene por qué tragarse lo que no le gusta, aceptar que sea diferente sin que por ello sea peor ni mejor. Esta aproximación a la amistad permite diversificar las ocasiones de estar juntos y abre nuevas vías socialmente interesantes: nuevos temas de conversación, experiencias distintas para compartir… Cuando se acepta sin problemas que no siempre se puede formar parte de la vida del otro, pasa que el otro tampoco forma parte de toda nuestra vida, lo cual permite gozar de mucha libertad y una notable aceptación y comprensión mutua. Lo que distingue la amistad de una simple relación es el grado de familiaridad del lazo entre dos personas. Al principio hay puntos en común, afinidades, cortesía, camaradería. Pero para que esa persona se convierta en un amigo debe tener pensamientos comunes, similares puntos de vista, casi una jerarquía de valores compartida. Se necesita complicidad, confianza, intimidad, comprensión mutua de las referencias. La amistad implica compartir, ser solidario y tener recíproca disponibilidad. Es el encuentro íntimo de dos individualidades. Todo eso aporta enriquecimiento de la relación y enriquecimiento personal de ambos amigos. Por eso es más fácil encontrar referencias comunes con alguien del mismo origen, del mismo medio social; sin embargo, la apertura de mente marca la diferencia y puede favorecer el establecimiento de la amistad más allá

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de las diferencias. Por otra parte, la calidad de la relación es más importante que la cantidad de tiempo invertida en ella. En efecto, podemos toparnos con un viejo amigo de hace un montón de años y «rencontrarnos» con él, como si lo hubiéramos visto ayer mismo, sin que el pasado sea un obstáculo. Por el contrario, podemos ver a una persona cada día y mantener siempre una relación superficial con ella. Algunos amigos sirven para colmar un vacío afectivo, mientras que hay quienes satisfacen otras necesidades. Algunos nos estimulan, otros nos calman y nos escuchan, mientras que otros están para pasarlo bien. En ciertos casos, la relación se adapta y progresa con el tiempo, en otros no evoluciona y se romperá al menor cambio de situación. Algunas veces la amistad se extingue sola, suave y progresivamente, pero otras se acaba con mucho ruido y sufrimiento. Una relación amistosa puede adaptarse a los cambios de situación de dos personas, a la evolución personal de cada una de ellas. La amistad puede sobrevivir a los peores reveses, pero también a los ascensos de clase social, las enfermedades, las bodas, los hijos, los divorcios y el duelo. Puede expandirse en la alegría y en el sufrimiento, en el ruido y en el silencio. Pero, en ocasiones, no puede sobrevivir a los acontecimientos de la vida. Eso no significa que no sea una amistad auténtica o menos profunda. En cualquier caso, la amistad no debe someter a nadie a presión ni volverse obsesiva. Sophie conoció a Geneviève en el trabajo. Ésta había llegado, hacía poco, de otro país y buscaba relacionarse con gente y hacer amigos. Sophie la encontraba simpática, diferente y cultivada, y ambas tenían muchos puntos en común. Empezaron, pues, a verse regularmente fuera del trabajo. Sophie presentó a Geneviève a sus amigos y hacían actividades juntas. Tras unos diez años de amistad, Sophie conoció a su futuro marido, al que quiso consagrar más y más tiempo. Un día, de repente, se dio cuenta de que algo no iba bien en su vida. A menudo estaba tensa y ansiosa. Un día, sonó el teléfono de casa y vio el nombre de Geneviève en la pantallita, pero no descolgó el auricular y pensó: «¡Esta pesada otra vez!». En ese momento se sintió mal porque era la primera vez –al menos de manera consciente– que una vocecita en su interior le informaba de que su amiga la estaba molestando. Al reflexionar, Sophie se dio cuenta de que su amiga Geneviève la llamaba cada día, que se pasaba por casa muy a menudo y de manera imprevista, que no hacía nada ni iba a ninguna parte sin consultárselo antes. Esta situación de dependencia se había ido desarrollando lentamente, sin darse cuenta. Sophie comprendió que esa situación la superaba y que no quería ser eternamente responsable de la vida de

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su amiga. Pero, cada vez que hablaba con ella, se sentía obligada a ser educada y pasar por el tubo, razón por la cual ya estaba harta. Geneviève, por su parte, estaba encantada de su relación con Sophie. Siempre proponía actividades interesantes, era creativa en su forma de ver las cosas. Geneviève admiraba la seguridad que Sophie tenía en sí misma, lo agradable que se mostraba y su marcado sentido del humor. Sola, en un medio extraño, Geneviève estaba encantada de haber trabado amistad con una persona tan simpática e interesante, con la que las charlas –sobre cualquier tema– resultaban siempre apasionantes. Por eso no se había molestado en hacer más amistades y concentró su vida social en Sophie y los amigos de ésta. Cuando Sophie conoció a su futuro marido y empezó a dedicarle más tiempo a él, se separó un poco de Geneviève, la veía con menos frecuencia que antes y participaba menos en las actividades de siempre. Así, Geneviève se sintió abandonada, traicionada, con una sensación de soledad muy difícil de asumir. Como podemos constatar al leer esta historia, ninguna de las dos amigas tenía una naturaleza tóxica en sí misma; más bien fue la dinámica entre ambas la que se convirtió, hasta cierto punto, en tóxica, dado que la vida no es estática. En efecto, las situaciones cambian y la vida sigue su curso. Una amistad tóxica nos hace sufrir, nos perturba, nos bloquea la expresión de nosotros mismos. La toxicidad se expande en lo que no se dice, en la inseguridad, en la falta de consideración. Se manifiesta con infinidad de formas, algunas triviales y otras muy serias. No abordaremos aquí la toxicidad nacida de una patología mental. Efectivamente, la mayoría de la gente no sufre problemas mentales de naturaleza psicótica ni problemas de personalidad. Por lo general, la gente que tiene este tipo de problemáticas debe consultar con los profesionales correspondientes. Todos nos hemos encontrado, en algún momento de nuestras vidas, con una situación amistosa insufrible, de diferentes maneras y por razones diversas. Pero ¿qué es lo que pasa para que una amistad sana se convierta en tóxica? ¿La dinámica fue insana desde el principio? ¿Ha cambiado la situación de algún modo? ¿Han cambiado las personas? ¿Es, quizá, que nos damos cuenta de que la otra persona no nos aporta ya nada? ¿Cómo aprender a escuchar esa «vocecita interior» que nos invita a reflexionar sobre lo que ocurre? En realidad, no son las personas las que tienen una naturaleza tóxica, sino las relaciones, que se enquistan con comportamientos que acaban siendo hábitos nefastos. Forzosamente, los hábitos son tenaces y se vuelven inconscientes: ¿cómo darse cuenta de algo que es inconsciente y cómo ponerle remedio?

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De hecho, una amistad se construye entre dos y definirla es definir el tipo de lazos, no las personas que la componen. Vamos, pues, a examinar los diferentes tipos de lazos amistosos, definiendo las atracciones específicas de ciertos tipos de personalidad. Luego podremos determinar si dichos lazos son sanos o tóxicos, ver cómo podemos reaccionar y tomar las decisiones necesarias. Por lo tanto, es importante hacer una búsqueda interior para observar qué es lo que no va bien. Aunque todas las situaciones son diferentes, las pistas para encontrar soluciones se disponen en un eje alrededor de tres parámetros de reflexión: el diagnóstico, la decisión y las estrategias.

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Primera Parte Descubrir las amistades tóxicas

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CAPÍTULO 1 ¿QUÉ ES LO QUE VERDADERAMENTE NO VA BIEN? Es muy raro que haya gente con rasgos tan tóxicos que no consigan establecer relaciones amistosas desprovistas de sufrimiento. Algunos hay, ciertamente, pero se trata de casos patológicos, nada normales. En otro orden de cosas, si hacemos una encuesta entre nuestros amigos y les preguntamos qué creen que es lo más desagradable que puede ser un amigo, es decir, con qué tipo de persona no podrían mantener una amistad ni en sueños, al escuchar las respuestas, verás que cada cual dice una cosa diferente. Unos no soportarán a la gente calculadora mientras que, para otros, un amigo calculador es un regalo de los cielos que viene a aclararle las cosas objetivamente. Algunos dirán que una persona victimista es insoportable porque es deprimente, y vive instalada en la desgracia. Otros la verán como voluble, inestable, que nunca se sabe lo que va a querer, decir o pensar; pero eso mismo puede resultar divertido para otros, que no se comprometen mucho e incluso verán cierto misterio o cierto romanticismo en la gente que posee este carácter. Así las cosas, tenemos una primera constatación: habitualmente, es la dinámica de la relación la que resulta tóxica, no la naturaleza de las personas que la viven. A propósito de las relaciones, a menudo se habla de «química»: en efecto, se producen en nosotros reacciones químicas de rechazo o atrayentes. Pero ¿cómo encontrar el equilibrio en el seno de las relaciones y hacer que no comporten ni sufrimiento ni irritación sino, al contrario, afecto y otros sentimientos positivos? Para ello hay que preguntarse, buscar en el interior de uno mismo, en las emociones e intuiciones. Permanecer a la escucha de uno mismo y de los demás. ¿Estamos enquistados en patrones relacionales que nos impiden evolucionar, que nos impiden percibir afinidades? En la mayoría de casos, nuestra propia historia nos empuja a buscar ciertos tipos de personas, sin preguntarnos nunca por qué nos atraen y sin darnos cuenta de que esas personas, desde el principio, nos hacen sufrir. De hecho, cuando advertimos que una relación es tóxica, normalmente es porque vemos que nos hace revivir una relación dolorosa del pasado. Por ejemplo, cuando nuestra autoestima se ve por los suelos o cuando se tiene la impresión de ser inferior a quienes nos rodean o cuando nos irritan ciertas palabras o ciertas cosas en un amigo, pero las toleramos en otro, también cuando somos conscientes de nuestras emociones en

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presencia de diferentes amigos, entonces, estaremos percibiendo la presencia de una amistad tóxica. Pero cuando llegamos a comprender hasta qué punto es dolorosa y todo lo malo que nos recuerda, esa relación tóxica nos puede ayudar a evolucionar como personas, a conocernos mejor y a no dejar que caigamos otra vez en las mismas situaciones que nos exponen al sufrimiento. La primera dificultad, pues, consiste en detectar las relaciones tóxicas para nosotros, en nuestro entorno. A menudo están arraigadas en nuestras costumbres y contactos sociales. La mayoría de las veces encuentran su origen en nuestro pasado, en lo que un día nos desgarró y nos hizo sufrir. Todos adoptamos reglas de comportamiento diferentes según la gente con la que estamos, aunque hagan o digan lo mismo. En efecto, es su forma de hacer las cosas o de decirlas lo que marca la diferencia, lo que hace que nos mostremos tolerantes en unos casos y no en otros. Así, el tono de voz, la presencia o no de insistencia, el apego o el desapego, la suavidad en las maneras o la irritación, son tan o más importantes que el mensaje o la acción en sí mismos. Ahora bien, todos buscamos lo que ya conocemos. Esta idea no es nueva. Sócrates decía «Conócete a ti mismo». Si lo que ya conocemos ha sido alguna vez tóxico o doloroso, tendremos tendencia a buscarlo de nuevo, porque ya lo conocemos. En realidad, lo que conocemos es un conjunto de relaciones positivas y negativas, una aglomeración de elementos sanos e insanos, y recreamos dicho conjunto en nuestra vida. En esta obra, estudiaremos las diferentes personalidades y características susceptibles de despertar nuestros antagonismos y conflictos interiores. De este modo, veremos cuáles deberemos evitar en función de nuestras propias características, temperamento, personalidad… Lo que pasa, frecuentemente, es que una amistad se convierte en un martirio por culpa de un cambio en la situación. Por ejemplo, dos amigos tienen la misma evolución profesional; de repente, uno consigue un cargo importante y el otro no. O bien dos mujeres son amigas pero una se casa muchos años antes que la otra. También acontecen cambios naturales en la vida, como el crecimiento, los cambios hormonales en la pubertad, el embarazo, la menopausia… Asimismo se producen reacciones personales de cada cual hacia el rechazo, el duelo o la pérdida del empleo. Del mismo modo, podemos tener en cuenta los posibles cambios de situación, como un alejamiento geográfico. Así, también podemos darnos cuenta de que la amistad que nos une a otra persona se ha anquilosado poco a poco: ya no hay nada nuevo, nada estimulante. La comunicación se convierte en una rutina, no se renueva en absoluto. La otra persona nos irrita siempre del mismo modo, a pesar de todas nuestras buenas intenciones. Por ejemplo, Gilles y Thierry eran amigos desde el colegio y se iban viendo de vez en cuando. Aunque Gilles

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estaba encantado de encontrarse con Thierry, se irritaba con él al cabo de un rato de estar juntos. Nunca se le había ocurrido preguntarse qué pasaba y soportaba como podía la situación. Seguía catalogando a Thierry como un buen amigo, de aquellos que se ven de vez en cuando, pero poquito rato. Después de encontrarse con él, pasaba mucho tiempo hasta que se decidía a volver a verlo. Finalmente, Gilles se dio cuenta de que Thierry tenía un problema obsesivo y decidió fijarse en lo que pasaba. Comprendió que debía tener en cuenta el problema de Thierry cuando se encontraba con él y, así, poco a poco, la relación se volvió más profunda, más auténtica. Thierry siempre había tenido problemas con sus obsesiones pero nunca había hablado de ello. La relación tipo yoyó que ambos tenían –malestar, comunicación esporádica, huyendo uno del otro disimuladamente– se acabó cuando la verdad salió a la luz y Gilles tomó una decisión lúcida en cuanto a su relación con Thierry: determinó conservar la relación porque, en realidad, le aportaba más cosas positivas que negativas. Utilizó el análisis costo/beneficios, que abordaremos más adelante, y tras haber tomado conciencia del problema, recurrió a su intuición y a su empatía para acercarse a Thierry. De este modo, pudo crear una relación muy satisfactoria para ambos.

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CAPÍTULO 2 ¿QUÉ PROBLEMA TIENE? Las relaciones amistosas son como todas las demás relaciones humanas y, en este sentido, no son permanentemente gratificantes ni perfectas. Todos tenemos nuestro particular estado de ánimo cambiante, pasiones, defectos y virtudes. Cada uno tiene sus gustos y sus aversiones, unos pueden comprometerse fácilmente con cosas que otros no se comprometerían jamás, o al contrario, unos son incapaces de aceptar lo que otros ven como normal. Todos tenemos nuestros miedos y desequilibrios, nuestra personal forma de ver la vida… y de vivir. No todos nos sentimos atraídos por el mismo tipo de personas. La gente que nos interesa se nos graba inconscientemente en una parte del cerebro que resulta estimulada por lo que esas atrayentes personas desprenden. Esto es recíproco, y también hay personas que no están para nada interesadas en nosotros. Dichas atracciones y repulsiones pueden herir notablemente a las personas. No solemos darnos cuenta de la profundidad de las heridas que podemos causar en los demás con estos comportamientos inconscientes, lo cual es de agradecer porque, de lo contrario, iríamos por la vida como si se tratara de un campo de minas. Del mismo modo, no solemos darnos cuenta del interés que despertamos en algunas personas, ni los demás saben lo mucho que nos interesan a nosotros. Nadie lee la mente. Todos estos elementos son capaces de fundar una amistad muy especial: se escoge en cada encuentro sin que medie contrato ni obligación, simplemente se busca compartir el tiempo con determinadas personas, tener confianza, solidaridad y contar con el placer de su presencia. La amistad es una auténtica suerte y hay que esforzarse en conservarla, a ser posible en buen estado. Si no nos sentimos bien en una relación amistosa, antes de romperla es conveniente reflexionar para averiguar en qué estamos metidos y qué es lo que nos provoca malestar. Disponemos de herramientas diversas para andar por el camino de la amistad sufriente. Para empezar, hay que tener claros nuestros propios problemas y nuestra propia situación. En muchos casos no hay que buscar lejos. Después de todo, el problema no es del amigo, sino nuestro. Hay que prestar atención a los mensajes físicos y somáticos que nos enviamos a nosotros mismos, al tiempo que nos fijamos en los mensajes de los demás. En efecto, cuando estamos cerca de personas tóxicas, o que ejercen un efecto

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tóxico en nosotros, nuestras reacciones físicas son buenos indicadores: nos ponemos tensos, ansiosos, la respiración se bloquea ligeramente, nos sentimos irritados o tristes, tenemos ganas de irnos, de huir o, en el peor de los casos, de enfrentarnos de manera agresiva a la persona que no nos gusta. Todas estas reacciones que escondemos para que no se nos noten son emociones inútiles y nocivas, tanto física como mentalmente. Después, podemos utilizar el conocimiento que tenemos de nosotros mismos para comprender nuestras emociones negativas frente a la otra persona. Finalmente, disponemos de la intuición: ésta, aunque mal definida y poco apreciada por el mundo científico, existe a todos niveles, también en el social. Con la ayuda de todos estos útiles, podremos hacernos una idea de lo que nos causa el malestar que sentimos.

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CAPÍTULO 3 UTILIZA EL LENGUAJE NO VERBAL: TANTO EL DE LOS DEMÁS COMO EL TUYO Todos los sentimientos tienen su característico tono de voz, gestos y mímicas que les son propios. Y esta relación bueno/malo, agradable/desagradable, es lo que hace que las personas gusten o disgusten. François de la Rochefoucauld, Máximas morales (1664) A primera vista, la expresión de la cara puede ser atractiva o repulsiva. Puedes hacer un pequeño experimento: camina por la calle poniendo una cara sonriente y agradable. Luego, pon una cara agria y antipática. Fíjate en las reacciones de la gente que se cruza contigo. Invariablemente, su actitud reflejará la tuya. La gente sonríe si nos ve sonreír. Lo mismo pasa contigo: cuando te topas con una cajera o una dependienta agria y desagradable, no reaccionas del mismo modo que si fuera amable y sonriente. Las emociones son contagiosas y se manifiestan más por el lenguaje corporal que por el contenido semántico de lo que decimos. Cuando estamos con alguien, emitimos y recibimos señales emotivas que afectan a los demás y a nosotros mismos. Un truco al respecto podría ser el siguiente: tomar conciencia del lenguaje corporal. En efecto, hay gestos y códigos universales. Los pintores y escultores lo saben desde siempre, porque dotan a sus personajes de emociones, tanto en la expresión de los rostros como en las posturas corporales. Para hacerlo no necesitan haber estudiado en una escuela especial «el lenguaje no verbal» (porque esto no se aprende); se basan en su propia experiencia, en la identificación con las emociones que quieren representar en cada momento, en su intuición. La única escuela donde se puede aprender a imitar emociones es en la del teatro. Pero, de hecho, tú eres la persona mejor ubicada para descodificar tu propia gestualidad y tomar conciencia de que también puedes descodificar la de los demás. A partir de algunos códigos básicos, podrás desarrollar una mejor comprensión de las emociones expresadas por la gente y por ti mismo, gracias a lo cual podrás descubrir la toxicidad en tus relaciones. ¿Mueves mucho los dedos? ¿Te muerdes las uñas? Eso indica que, en ese momento,

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te sientes inseguro por lo que respecta a tu autonomía: no sabes qué pensar, qué hacer en ese instante. Puedes estar ante una persona con autoridad, con la que vives un conflicto no resuelto. Te fijas demasiado en los pequeños detalles de un incidente o de una percepción. De hecho, dudas, y las dudas afectan a tu capacidad para ser autónomo: puedes estar en presencia de alguien que insiste en controlarte o que pretende impedirte ser quien eres. Generalmente, el hábito de morderse las uñas se acompaña de ansiedad, manifestada por una especie de nudo en el estómago. ¿Te cruzas de brazos con cierta frecuencia? Si el izquierdo está sobre el derecho significa desconfianza: tomas distancia frente a la persona que tienes delante y que está ocupando demasiado espacio. Si el derecho está sobre el izquierdo, cuidado con la ira. ¿Cruzas las piernas a menudo? Cuidado los diestros: la izquierda sobre la derecha indica relajación, pero la derecha sobre la izquierda, estrés y oposición. Para los zurdos es al contrario. En el caso de cruzar los tobillos: si se cruzan por delante de ti, ningún problema, es una muestra de serenidad. Pero si se cruzan debajo de la silla, significa que estás en guardia y que desconfías. Si apoyas los codos en la mesa, cruzando las manos por delante de la cara: no estás de acuerdo con lo que te están diciendo, meditas y esperas tu turno para decir lo que piensas. En cambio, si te coges la cara con las manos mientras escuchas, es que te gusta la persona que te habla y estás de acuerdo con ella y te sientes relajado y a gusto. ¿Le tiendes la mano a la persona a la que hablas? Eso es porque estás abierto al diálogo y te gusta la idea de intercambiar puntos de vista. Pero si cierras los puños o doblas los dedos… ¡No hacen falta más explicaciones! Mordisquearse el labio superior es un signo de estrés, ansiedad, malestar…, mientras que morderse el labio inferior indica duda, falta de confianza. Pasarse la lengua por los labios suele ser una señal de que la persona tiene sed. En cuanto a los ojos: bajos, indican sumisión o mentira, simulación o falta manifiesta de interés por el interlocutor. ¿Miras a la gente a los ojos? Eso es porque tienes confianza en ti misma y te interesa convencer. Se dice más con los ojos que con la boca. Podemos levantarlos al cielo, mirar sombríamente, poner mirada inquisidora o sonreír amablemente con ellos. La sonrisa es mucho más reveladora de lo que se cree. Puede ser franca, profunda, expresar alegría y confianza; puede invitar, apreciar, agredir, rechazar e ironizar. Piensa en todos los adjetivos que se pueden utilizar para calificar una sonrisa: hay muchísimos. El tono de voz es, por lo menos, tan importante como lo que se dice, como el mensaje comunicado. Éste es un hecho confirmado, incluso los programas informáticos de reconocimiento de voz están preparados para reconocer las emociones contenidas en

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la voz. Por ejemplo, si le dices a alguien: «¡Ningún problema!», según el tono de voz estarás afirmando que no hay problema alguno o que sí hay un problema, usando el tono sarcástico. También se entenderá que hay algún problema si usas un tono lastimero y débil. Dejaremos claro que hay un problema muy grave si lo decimos en tono autoritario e iracundo, es decir, cuando la voz se pone fuerte y profunda. Detengámonos un momento en los diferentes tonos de voz. Ya debes saber de qué se trata porque seguramente has vivido alguna vez esa falta de cohesión entre el tono y el discurso… cuando nos referimos a la gente, claro. ¿Has escuchado tu propio tono de voz? ¿Lo has estudiado para ver cómo lo perciben los demás? Es difícil modificar el tono de voz cuando somos presas de una intensa emoción. Si te sientes contrariado, tu voz resultará más aguda de lo normal. Constatarás que estás nervioso, enfadado o asustado cuando hablas más rápido y más fuerte. Si, por el contrario, tu voz se vuelve suave y la prosodia se ralentiza, es posible que estés triste o que te sientas culpable. Si tu voz es dulce y con un tono medio, te sentirás tímido y reflexivo. Si, en general, tu tono de voz es fuerte y decidido, es porque eres una persona atrevida y con tendencia al mal genio. Pero el tono de la voz expresa también emociones que se sienten a partir de alguna herida antigua, reactivada por la actitud o el mensaje del interlocutor. Cuando lo que se siente es rechazo, la voz se vuelve débil y las frases serán vagas y poco definidas. El sentimiento de rechazo impide hablar y ser comprendido, porque el interlocutor no llega a entender con exactitud lo que se le dice y acabará sintiéndose desestabilizado, incluso desinteresado. El abandono provoca sentimiento de víctima: el tono de voz se vuelve lastimero. Las peticiones pueden ser muy claras pero el otro se impacienta por el tono de voz, precisamente por el tono de voz: la impresión de ser responsable de otra persona provoca cierta culpabilidad latente, lo cual es muy desagradable. Cuando se experimenta una sensación de injusticia, la voz suena fuerte, seca, incluso indignada. Puedes permanecer en calma, pero el tono de voz y la actitud muestran la indignación interior: repites las cosas, pareces distante, el tono de voz se modula de forma que el interlocutor entiende lo que estás sintiendo aunque no lo expreses; también se siente atacado y busca un mecanismo de defensa que se corresponda con su tipo de personalidad. Si te escuchas cuando hablas, si modulas tu tono de voz, si muestras una cara sonriente aunque hiervas por dentro o si muestras una gran indignación, sin realmente sentir auténtica ira, serás un político de primera categoría.

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CAPÍTULO 4 UTILIZA EL CONOCIMIENTO DE TI MISMO Conócete a ti mismo. Sócrates Amélie ya no soportaba más a Françoise, su amiga de toda la vida con la que compartía secretos y participaba en distintas actividades. Eso la hacía infeliz porque no llegaba a comprender qué estaba pasando, por qué ya no soportaba a su mejor amiga. Por otra parte, Françoise se dio cuenta del problema y le preguntó qué ocurría. Amélie tuvo que reflexionar mucho intentando averiguar qué era lo que la ponía tan nerviosa de Françoise. Repasó todas las características de su amiga, una por una. Constató, entonces, que su malestar había empezado tras la muerte de su madre. Se preguntó luego qué había cambiado tras esa muerte para que una amistad tan larga y bonita se hubiese convertido en una relación insoportable. Descubrió en su interior que se sentía muy culpable por haber estado tantos años separada de su madre, pasando de ella, viviendo lejos. Por otra parte, contemplar la maravillosa relación de complicidad que François mantenía con la suya le traía a la memoria lo mala hija que había sido y, cada vez que veía a Françoise, inconscientemente, sentía el aguijonazo de la culpabilidad. Por lo tanto, concluyó que su problema era que sentía celos de su amiga por la relación que mantenía con su madre, relación de la que nunca pudo disfrutar ella con la suya. Al percibir el problema y asumir su culpa, Amélie salvó su relación amistosa con François y la consolidó aún más en su vida. A menudo, tras una relación tóxica se esconde otra relación tóxica pasada. Repetimos comportamientos que nos hicieron sufrir entonces y nos hacen sufrir ahora, buscamos inconscientemente personas que hagan aflorar esos problemas. Reflexionar sobre las razones profundas que hacen que nos irritemos con esas personas nos ayudará, en el futuro, a evitar repetir patrones nefastos. A veces nos irritamos mucho con una persona por tonterías que toleramos sin el menor problema en otra persona. Cuando es así, sólo podemos pensar que no son los

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comportamientos los que nos irritan sino las personas en sí mismas y, concretando aún más, lo que esas personas despiertan en nosotros. Cada vez que Jean hace una pregunta o abre la boca para decir algo, Sylvain se irrita, sintiéndose culpable de no sabe qué, se siente personalmente atacado, incluso por las cosas más triviales. «¿Has cambiado los neumáticos del coche este invierno?» se convertía en la cabeza de Sylvain en un «¿Pero cómo? ¿Aún no has cambiado las ruedas? ¡Pero cómo se puede ser tan poco previsor!» Un «Hoy he visto a Patrice, es una chica muy inteligente» se convertía en un «Lo cierto es que eres tonto, no como Patrice, que es tan lista». Cada vez que Sylvain veía a Jean se ponía malo, angustiado y susceptible. Poco a poco fue dándose cuenta de este estado de cosas; intentó borrar ese concierto interior, lleno de reproches, pero nada funcionaba. Hasta que llegó el día en que se dio cuenta de que estaba reviviendo, como en un bucle, la relación que tuvo con su tío, un hombre que no tenía hijos y que lo crio tras la muerte de sus padres. Alguna cosa había, en la personalidad de Jean, que le recordaba a la de su tío y, de ese modo, sacaba a relucir la relación humillante y vejatoria, repleta de críticas destructivas y reproches que tuvo que soportar durante su infancia. Se sentía casi culpable de existir, y ese discurso interior se revivía con la personalidad de Jean que, por otra parte, no era un tipo desagradable ni agresivo en absoluto. Conocerse a sí mismo y a los demás permite sentir un cierto alivio en cuanto a las causas de un problema relacional: así se sale de la noción de falta, de error que se enlaza con una persona hasta detenerse en la noción de dinámica y evocación interior. Sylvain usó, como estrategia, la repetición mental de que Jean no era su tío, cada vez que lo veía. Insistía en repasar mentalmente las diferencias entre el tío y el amigo. Tras un tiempo, advirtió que remarcar las diferencias anulaba la tendencia a percibir las similitudes entre Jean y su tío, así que Sylvain empezó a sentirse mejor, a tolerar la presencia de Jean y a aceptarlo plenamente. Si determinas el tipo de personalidad que más frecuentas, constatarás que siempre se producen el mismo tipo de problemas relacionales, aunque se trate de personas diferentes. Generalmente, esto se atribuye a la casualidad o incluso hay quien piensa que atrae a un mismo tipo de personas, pero no se va más lejos en la reflexión. En efecto, es cierto que solemos atraer a gente del mismo tipo… y nosotros nos sentimos atraídos hacia ellos. De este modo, nuestras atracciones están, hasta cierto punto, determinadas por nuestro pasado. La cosa se pone fea cuando sentimos el deseo incontrolable de buscar esas partes del pasado, perdiendo de vista la búsqueda del placer por compartir y la confianza. Observar que el mismo tipo de problema es recurrente te permitirá encontrar las

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estrategias pertinentes para regularte a ti mismo, así como tomar conciencia de las herramientas que pueden ayudarte en tus relaciones de amistad. Por lo tanto, pregúntate qué es lo que te atrae y por qué, la respuesta será la solución de la mitad del problema. Antes de reaccionar impulsivamente ante una situación o un acontecimiento relacional tóxico, es necesario recular para encontrar, entre diversas estrategias, la que más te convenga. En la próxima parte del libro verás qué tipos de estrategias adoptar según las diversas clases de personalidades. Es necesario tener claro que los rasgos de personalidad incumben también a los tuyos propios. Tus estrategias, en este caso, te ayudarán a ser consciente de tus heridas y a saber reaccionar ante ellas.

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CAPÍTULO 5 LA VOCECITA INTERIOR O INTUICIÓN El pensamiento intuitivo es un don sagrado y el pensamiento relacional un servidor leal. Albert Einstein Sacas del horno una bandeja que está ardiendo y la pones en el mármol como puedes, lo que hace que quede totalmente desequilibrada. Tu vocecita interior te dice que tengas cuidado, que ésa no es una buena idea, pero lo haces igualmente. Resultado: se cae la bandeja, toda la comida por los suelos y tu pierna sufre quemaduras de segundo grado. Suena el teléfono, miras la pantallita y ves el nombre de un amigo con el que no tienes ganas de hablar. Tu intuición te dice que no descuelgues el auricular, pero pasas de ella y respondes. Resultado: te ves metido en una conversación que no te importa nada y, además, te impide seguir con lo que estabas haciendo; no cuelgas por educación. ¿Estos hechos te llevan a hacer caso de esa vocecita interior la próxima vez? Pues no. Sin embargo, esa voz interior es una herramienta extraordinariamente útil para detectar malos rollos, cuando aprendes a conocerla y a controlarla. Si la escucháramos y confiáramos en ella, contaríamos con más oportunidades en determinadas situaciones, que son menos de lo que parece, para hacer interesantes reflexiones. Pero somos, ante todo, seres relacionales; sin embargo, estas intuiciones, mensajes del inconsciente, no han sido científicamente estudiadas hasta el momento y por eso no nos parecen objetivas ni basadas en hechos. Eso es lo que hace que dejemos de lado lo que sólo nos parecen meras impresiones. Pero la verdad es que estamos desperdiciando una fabulosa herramienta relacional. La intuición tiene muchos nombres: inspiración en el arte, «momentum» en el deporte, pálpito en la vida cotidiana… Es la vocecita que nos aconseja en el día a día, el instinto, el sexto sentido, la visión, el presentimiento, la premonición, tener la mosca detrás de la oreja o eso que llamamos «darle a uno en la nariz». La intuición nos permite ir más lejos en la percepción de lo que nos rodea, hacer frente a lo que sentimos más allá de la lógica y el análisis: la intuición nos permite completar nuestro análisis consciente. Sócrates concebía la intuición como una parte esencial del proceso de decisión humano,

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tenía su daimon que actuaba como una fuerza, una presencia que empuja a la acción, que inspira al artista, que permite cierto contacto con un universo paralelo. Y, pensándolo bien, si nos fijamos en la gente que triunfa, son siempre aquellos que parecen tener buen olfato, creatividad ¡intuición, en definitiva! Te ves con un viejo amigo, de toda la vida, y de repente te sientes mal con él, como si ya no estuvieras a la altura, como si él te hiciera un favor pasando un ratito contigo. Pero, como esa impresión es difusa y parece injustificada, la olvidas y sigues frecuentándolo. Si te paras a pensar, por el contrario, te das cuenta de que hace ya mucho tiempo que sientes ese malestar y que nunca le das importancia porque te parece irracional, inútil y poco pertinente. Sin embargo, pueden coexistir, perfectamente, dos aproximaciones analíticas al mismo tiempo y si se adoptan ambas, el resultado será una persona aguda y rápida con más posibilidades de acertar en sus decisiones. La primera aproximación es la relacional; se basa en lo verdadero y lo falso, en el análisis lógico y la concordancia entre tus decisiones y los hechos consumados. A través de ella, descubres hechos tangibles y luego puedes medirlos, evaluarlos y escoger la acción correspondiente a tus deducciones. La otra aproximación procede de las percepciones y reposa sobre la aprehensión de lo que es intangible e imperceptible. Puedes emplear ambas aproximaciones y usa una a la luz de la otra. Éste es un ejercicio que te ayudará. Ponte en una postura cómoda, respira profundamente y piensa en la última vez que viste a una determinada persona, sin analizar nada. Simplemente, intenta sentir los efectos que el recuerdo de esa persona causa en ti. El simple hecho de estar tenso o relajado te dará una indicación. Luego, intenta definir lo que te gusta y lo que no te gusta de esa amistad; si quieres puedes hacer una tabla con esos datos. Piensa en ejemplos concretos sobre su comportamiento o sus dinámicas puntuales. Con la ayuda de esa tabla, observa si hay hechos contrastables que refrenden tus sentimientos o si, por el contrario, éstos son infundados. Ejemplos de hechos que confirman o desmienten intuiciones:

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Hay que tener cuidado para no confundir intuiciones con impulsos, proyecciones y prejuicios: podría invalidar las interpretaciones que hagas. Ciertas características son indicadoras de la intuición propiamente dicha. La persistencia es una; otra es el hecho que una intuición suscita una convicción profunda que se sitúa más allá del ego. A menudo, la intuición parece ir al encuentro de lo que nos dice nuestro consciente, ya sea a partir de la lógica o de las emociones, aunque solemos rechazarla sin contemplaciones. A pesar de todo, reaparece cada vez que nos vemos confrontados a situaciones equivalentes; en eso consiste la persistencia a la que me refería. En cuanto a la convicción interior, crea un efecto de verdad profunda, una suerte de conocimiento iluminado, del mismo modo que se les ocurren las ideas a los genios, como las

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explosiones de creatividad. Es algo que puede llevarnos a exclamar «¡Eureka!», como le sucedió a Arquímedes en la bañera cuando comprendió las bases que le permitieron formular su principio. Este tipo de convicción nunca puede llegar de la mano de las emociones, el razonamiento o las contradicciones. De hecho, la emoción percibida en ese momento roza la beatitud, el éxtasis mental, la más pura alegría al ver cómo se hace la luz y aclara la situación. La intuición se distingue de la conciencia en que no sale del proceso de pensamientos ni del sistema de valores. No se comunica con nosotros mediante palabras ni imágenes ni a través de ningún tipo de lenguaje. No tiene códigos de interpretación ni puede analizarse. Es más, basta con evocar una intuición para sentirla viva y fresca. Más que estar receptivo en todo momento, lo que hay que hacer es prestar atención a las primeras impresiones que aparecen con una intuición y conservarlas en la memoria. En lo relativo a nuestras relaciones con los demás, la intuición puede permitirnos el acceso a un universo de respuestas inesperadas. Así, dejar de lado el ego, mostrarse receptivo a las necesidades y tendencias no expresadas verbalmente por nuestros amigos, puede llevarnos a comunicarnos con ellos de manera profunda y sincera. Ciertas miradas, determinados momentos de franca complicidad constituyen una prueba de que la intuición existe en el ámbito de la comunicación. No hay técnicas milagrosas para ser una persona intuitiva, ni para desarrollar la intuición. En realidad, todo el mundo tiene intuición, incluso las personas más escépticas. No obstante, hay algunos trucos para acceder a ella más fácilmente. Dichos trucos son bien conocidos e incluso se enseñan en las facultades donde se estudia administración de empresas, gestión…, en cuyos planes de estudio son un tema importante. El primer truco consiste en dejar el camino libre a la intuición, tanto como sea posible, para que se manifieste libremente: intenta ser una hoja en blanco, no permitas que te invadan emociones negativas como la ansiedad o el miedo. Así te colocarás en una posición de apertura mental desprovista de interpretaciones y razonamientos, así como de justificaciones. Por la mañana, por ejemplo, deja que fluya en tu cabeza lo primero que pase por ella: puedes pensar en lo que sea, en lo que vas a hacer durante el día, pensar en algo que te preocupe. Anota esos pensamientos sin discriminar nada. No juzgues la validez de tus impresiones para no introducir el aspecto racional en algo que es irracional por naturaleza. Espera un poco, deja que las ideas y las impresiones lleguen a tu conciencia. Será entonces cuando el análisis racional te ayudará a discernir prioridades. En esta etapa es importante no negar las ideas, sino pensarlas: la mayor enemiga de la intuición es la resistencia intelectual a tener ideas irracionales. Finalmente, compara la realidad de tus impresiones intuitivas con los hechos tangibles como, entre otras técnicas, muestra la tabla precedente. La intuición no sólo se manifiesta mediante impresiones,

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también puede deberse a los impulsos, la curiosidad por un tema, la súbita comprensión de una determinada cuestión… Si quieres verificar el valor de tus intuiciones, tienes que atreverte a arriesgarte un poco. Y luego hay que volver a empezar y volver a empezar, una y otra vez, hasta dominar la técnica hábilmente para obtener resultados útiles, así permanecerás atento a la escucha de los demás y de ti mismo. Para desarrollar la intuición, aprender a meditar o conseguir dejar la mente en blanco son vías útiles. Así se desarrolla la creatividad y la escucha interior. Intenta, atrévete, arriésgate, permítete validar tus intuiciones; si no lo haces, jamás serás intuitivo. No obstante, la intuición tiene sus enemigos. La inseguridad, el miedo, los traumas, bloquean la intuición. También el lado racional y analítico te llevará a rechazar cualquier pensamiento que no sea demostrable… hasta que quede claro que sí podía demostrarse. Maryse tenía dos niños pequeños en el momento que sufrió un grave accidente. Tuvo que pasar bastantes días en el hospital y su convalecencia fue larga e invalidante. Estaba claro que necesitaba que la ayudara alguien. Ginette, una amiga que había conocido recientemente y que esperaba decidirse entre dos trabajos, se ofreció. Maryse aceptó encantada. Como es lógico, al cabo de poco tiempo la relación se volvió más íntima, pero Maryse sentía un cierto malestar inexplicable. Una mañana tuvo que firmar una autorización para que Ginette pudiera recoger a los niños del colegio y, en ese momento, saltó una alarma en su cabeza. Como no tenía más remedio que firmarla pero no quería hacerlo porque algo en su interior la frenaba, firmó con un límite de tiempo, con validez para una sola semana, aunque tuviera que volver a autorizarla una semana después. Iba pasando el tiempo y Maryse veía cómo Genette se comportaba como la madre de los niños y como la pareja de su marido. Criticaba abiertamente a Maryse, como madre, como esposa y como persona. Se sentía la reina de la casa, la dueña y señora, y pasaba cada día más de Maryse; hablaba mal de ella con la familia y estaba claro que tenía unos celos terribles. Al final, Maryse tuvo que pedirle a Ginette que no volviera a poner un pie en su casa. Finalmente, los hechos verificaron aquella intuición que le impedía firmar la autorización. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que Maryse se dio cuenta de que su intuición estaba en lo cierto.

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CAPÍTULO 6 LA DECISIÓN: ¿PASAR O CONTINUAR? Una vez se es consciente de la presencia de una relación de amistad tóxica, hay varias reacciones posibles. ¿Queremos seguir siendo amigos de esa persona? ¿Es preferible salir corriendo y perder de vista esa mala influencia? ¿Acaso se necesita sólo una pausa en la relación? Podemos encontrar pistas si reflexionamos. Para empezar, es interesante descifrar lo más exactamente posible lo que obtenemos de una amistad concreta, es decir, valorar los pros y los contras de dicha relación. Una buena manera de visualizarlo es hacer un análisis de costos/beneficios. Basta con trazar dos columnas en una hoja de papel: una para las ventajas y otra para los inconvenientes. Puede que alguien piense que ésta es una forma demasiado mercantilista y racional de evaluar una amistad que, en definitiva, pertenece al ámbito de las emociones y no del raciocinio. Pero, justamente por eso, si apuntas lo bueno y lo malo que sientes por una persona, sin censuras, seguro que el resultado te sorprenderá. No es necesario confeccionar la lista de una vez, puedes ir pensando durante unos días e ir apuntando cosas, en el momento que tengas un recuerdo, una idea o una emoción, la apuntas. La misma entrada puede figurar en las dos columnas al mismo tiempo, aunque parezca una paradoja: en efecto, en ocasiones un rasgo de carácter o una cualidad puede ser tanto positiva como negativa respecto a tu persona. Lo importante es escribir todo lo que piensas y en el momento en que lo piensas. La siguiente tabla es un ejemplo que habría seguido Sophie, en el ejemplo precedente, cuando se preguntaba sobre su relación con Geneviève.

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Una vez completada la tabla, puedes jerarquizar cada columna, esto es, colocar cada característica por orden de importancia y atribuirle una puntuación. Después podrás analizar la situación de la forma más neutra posible. Estarás en disposición de actuar según convenga en lo concerniente a la relación. A veces, un simple cambio de actitud por tu parte puede solucionarlo todo; en el extremo opuesto, te verás obligado a romper los lazos de amistad con esa persona. Cuando piensas en cada característica, ¿la emoción que sientes es fuerte o débil, positiva o negativa? Cuando piensas en esa persona y dejas aflorar tu intuición, ¿qué te dice? Si sientes malestar elabora una lista descriptiva con lo que te irrita y céntrate en cada rasgo, intentando ser objetivo, o sea, intentando dejar de lado las emociones. Por ejemplo, si la actitud de Élise te fastidia a menudo, pero sabes que son sus críticas destructivas las que te hacen daño, intenta olvidarte por un momento de tus problemas y piensa objetivamente en las razones por las que ella tiene ese defecto. Quizá descubras que ninguno de los dos tuvisteis un padre satisfecho de sus hijos, sino un padre perfeccionista al que nada le parecía suficiente. En el caso de Élise, el trauma vivido hace que ella actúe como su padre, mientras que en el tuyo se puede haber desarrollado una forma de rechazo con respecto al perfeccionismo. ¿Qué hacer entonces? Hay dos salidas: si la relación con Élise es demasiado dolorosa, habrá que cortarla; si puede tolerarse hasta que se arregle, se puede establecer una nueva conexión, porque el hecho de tener el mismo problema puede conducir a la búsqueda de soluciones. Si el malestar que sientes sigue siendo insoportable, tras el análisis, y es imposible vivir así, manteniendo una relación insana, lo mejor es romperla. A veces hay que hacerlo, no queda más remedio y no suele ser fácil para nadie, ni para el que deja ni para el que es dejado. Si tienes que hablar de este problema con el amigo que te cause malestar, para romper la amistad, escoge un momento en que no estés enfadado ni irritado, sin decir nunca palabras hirientes. No te justifiques ni te excuses, porque eso daría a entender que aún hay un interés tácito en mantener la relación, en arreglar las

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cosas; sería como incitar al otro a buscar soluciones, a comprenderos y adaptarse para seguir adelante. Intenta compadecerte de sus sentimientos: lo que te amarga la vida, sus defectos insoportables, son también emociones suyas. Si rompes la relación con respeto y consideración, dando muestras de ser una persona comprensiva con sus reacciones, sean las que sean, darás a entender que acabas la relación pero no le cierras la puerta para siempre como si fuera un apestado. ¡Quién sabe lo que pasará en el futuro! Es verdad que las heridas provocadas por tu propia inseguridad y por tus miedos pueden tardar en curarse más que las provocadas por una reflexión serena y la incapacidad para seguir soportando algo que no te gusta. Di siempre la verdad pero sin reproches: exprésate en primera persona y darás a entender que el problema lo tienes tú, porque eres tú quien no soporta la relación. En efecto, una relación difícil mina el ánimo y nos desequilibra; más adelante veremos cuáles son sus efectos. Pero hay una cosa cierta: si no te sientes a gusto en una relación no debes soportarla a toda costa, porque no llegarás a ninguna parte ni en tu evolución como persona ni en tu bienestar general. ¡La vida es tan corta y hay tanto por hacer! También es posible cambiar de actitud y abrir los ojos a una nueva dimensión de la personalidad de un amigo que, hasta la fecha, no habíamos sabido ver. ¿Por qué? Porque cuando tenemos un problema con alguien nos centramos sólo en él ya que es lo que sentimos en nuestro interior, sin fijarnos en otros aspectos. Por ejemplo, el hecho de que un amigo esté siempre disponible para nosotros, que sea muy generoso y entregado, nos puede pasar desapercibido porque únicamente nos centramos en lo mal que nos sientan sus críticas. También podemos tener un amigo cuyo humor nos alegra el día, nos escucha siempre y nos hace reír, pero no soportamos lo charlatán que llega a ser y lo protagonista que quiere ser en todo momento. Si cambiamos de actitud y empezamos a aceptar las críticas como pruebas de amistad sincera, como los comentarios de un amigo que simplemente manifiesta su parecer, seremos más realistas y viviremos relaciones más satisfactorias. También podemos decidir abordar con nuestro amigo el problema que nos molesta y ver si está dispuesto a encontrar una solución: avanzar juntos para tener una mayor comprensión y un mayor conocimiento del otro puede permitir la creación de lazos profundos y duraderos, y más sanos.

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Segunda Parte Personalidades con componentes tóxicos

Diversos tipos de personalidad pueden estar en el origen de una amistad tóxica y, esto, irá en función de tus propias fuerzas y debilidades. Vamos a ver algunos rasgos de carácter que, llevados al extremo, entran en el terreno de lo patológico o, cuando menos, en el de los problemas de personalidad. Cada uno de nosotros puede tener algunos rasgos más o menos importantes. Para averiguarlo nos basaremos en el DSM IV, el manual de diagnósticos de problemas de personalidad. Obviamente, la descripción que sigue narra ejemplos extremos que se atenuarán en algunos casos. La descripción de las personalidades se exagera, en ocasiones, para que sea más fácil reconocerlas. Sin embargo, es raro que estas personalidades lleguen a ser patológicas; de hecho, cada una de ellas puede estar presente, en alguna medida, en todos nosotros. Y eso, por fortuna, porque cada rasgo es innato y procede de la naturaleza humana.

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Cada personalidad se compone de una cara y una cruz: no hay que precipitarse en rechazar una de ellas, tampoco temerlas ni despreciarlas. Cuando tenemos tendencia a hacerlo es porque uno de sus aspectos nos resulta familiar, dolorosamente próximo. Lo que sigue constituye una herramienta de trabajo pero no un mecanismo permanente para detectar patologías en la gente porque, repito, muchos de esos rasgos que pueden parecernos patológicos en los demás los tenemos nosotros mismos en algún ámbito de nuestras vidas. Por lo tanto, no vamos a considerar estos rasgos como defectos ni taras, sino tendencias que nos interpelan más o menos según nuestras propias tendencias, nuestro temperamento y nuestra educación.

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CAPÍTULO 7 LA PERSONALIDAD NARCISISTA Para descubrirla Si tienes la sensación de conocer a un narcisista, presta atención a lo que dice de los demás o a lo que les hace: ¡un día te tocará a ti sufrirlo! Índices: la naturaleza de su humor es desagradable, hiriente, llena de insensibilidad. Su falta de consideración por los demás, incluida su propia pareja, te dará un pista. En la mayoría de los casos, está imbuido de sí mismo. Su ego está sobredimensionado. Tiene una ambición desmedida y su capacidad de empatía es igual a cero. Cuando ha obtenido de alguien lo que quiere, lo tira como a un trapo sucio e inútil, sin preocuparse por las reacciones de los demás. A su lado, es posible que te sientas poca cosa, impotente, y no escucha lo que le dices. Puedes albergar resentimiento contra él, como un deseo de venganza. Puede que te rebaje y, en consecuencia, te irrite. Al principio, el narcisista puede ser encantador y seductor, particularmente cuando te necesita; suele dar una primera impresión muy buena, básicamente porque sabe venderse, sabe mostrar lo mejor de sí mismo al tiempo que desmerece a los demás para parecer mejor que ellos. Pero esa impresión dura poco: a la primera de cambio se nota que no escucha a nadie, o ignora a la gente o se encoleriza y la machaca. Además, es incapaz de colaborar, de trabajar en equipo. Es impulsivo.

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Si los resultados dan entre 0 y 7, la persona puede presentar algún rasgo narcisista, aunque de tipo narcisista maduro. En efecto, casi todos nosotros podemos presentar alguno de estos rasgos en un momento preciso y en un ámbito concreto, todos podríamos contestar «a veces» a estas preguntas, pensando en nosotros mismos. Seguro que no estamos orgullosos de ello pero el comportamiento humano es así. Un total de entre 8 y 12 denota una personalidad de tendencia narcisista; pero la «tendencia» no le impedirá ser empática y sincera según las circunstancias. Entre 13 y 16 estaremos ante un narcisista en toda regla: esa persona será incapaz de mantener una relación sana con alguien porque se ama sólo a sí misma.

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Para comprenderla mejor Hace falta una cierta dosis de narcisismo para funcionar bien, pero dicho narcisismo debe ser maduro, opuesto a un narcisismo inmaduro o patológico. El narcisismo inmaduro es el típico de los niños, que necesitan admiración y seguridad, y gritan: « ¡Mírame, mamá, mírame!» cuando se tiran a la piscina o van en bici. El narcisismo maduro, por el contrario, consiste en creer que se tiene lo que hay que tener para triunfar en algo, en tener confianza en uno mismo y en el porvenir. Permite apoyarse en los demás, de manera constante, pero sin utilizarlos vilmente. El narcisista a ultranza es incapaz de centrarse en otra cosa que no sea él mismo. Se trata de una persona que experimenta un amor excesivo hacia sí mismo, y en exclusiva. Es egocéntrico e imagina que todo el mundo opina como él –que es el centro del universo– y que todos tienen las mismas preocupaciones en la vida. Probablemente tiene un problema de diferenciación: en la etapa de aprendizaje de diferenciación del prójimo no adquirió dicha habilidad. Puede aplicar diferencias intelectualmente pero no sabe aplicarlas en la vida cotidiana. Subordina los intereses ajenos a los suyos propios, todo parece tener que ver con él, es indiferente a los demás. Su sistema de valores no va más allá de él mismo. No es capaz de ver que su comportamiento perjudica a la gente porque presume que lo que es bueno para él es bueno para todos. Por eso no es capaz de sentir empatía hacia los demás. En este aspecto, podemos pensar en los grandes escándalos financieros que tan a menudo salen a la luz en nuestros días. El narcisista a ultranza posee rasgos extremadamente tóxicos porque los demás no forman parte de la ecuación de su vida. En las relaciones interpersonales, el narcisista no tiene la menor consideración por las necesidades ajenas. Como ya hemos apuntado, la primera impresión que da es fantástica y cae bien a todo el mundo. Puede adular a la gente pero, cuando lo hace, es para constatar su propia grandeza. En efecto, una persona le resulta atractiva o interesante en tanto en cuanto nutre su narcisismo: es un espejo en el que poder reflejar su propia grandeza, en el que poderse sentir superior, admirado y siéndole sumiso. Por otra parte, cuando el otro no está de acuerdo con él y defiende un punto de vista diferente, pasa al ataque de forma violenta, peligrosamente desproporcionada. Cuando ya no le aporta nada, lo degrada de ángel a demonio. Puede ser un gran manipulador: para él, el fin justifica los medios. En este caso hablaremos de narcisista patológico, de una persona que no recula ante nada que quiera obtener. Suzie y Rachel eran estudiantes de derecho cuando se hicieron muy amigas. Durante toda la carrera escogieron las mismas asignaturas e hicieron todos los

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trabajos juntas. Dado que Suzie tenía más facilidad que Rachel para estudiar, se preparaban los exámenes juntas, así paliaba los errores de su amiga. Pero, al final, acababa haciendo los trabajos ella sola. Hicieron las prácticas de fin de carrera juntas, en un importante bufete de abogados. Al final de las prácticas, ambas fueron contratadas. Suzie trabajaba muy duro en sus casos, mientras que Rachel se dedicaba sobre todo a cultivar su popularidad en la empresa. Cuando tuvo una oportunidad de ascender, Rachel hizo todo lo posible por promocionarse, todo, incluido denigrar a su amiga Suzie y hacer creer que era la misma Rachel quien tiraba de ella desde la época universitaria. Rachel obtuvo el ascenso y se convirtió en jefa directa de los jóvenes abogados y de los estudiantes en prácticas. En cuanto a Suzie, se dio cuenta de la sucia estrategia, tuvo una conversación con Rachel y le preguntó los motivos de semejante comportamiento inmoral, a lo que Rachel contestó que el mundo de la abogacía era un mundo de lobos en el que nada ni nadie sería un obstáculo para la progresión de su carrera. Rachel le dijo a Suzie que era una perdedora, mientras que ella era una ganadora y que haría bien en seguir el ejemplo de cómo se hacen las cosas si pretendía llegar a algo más que a ser una machaca. Y todo eso lo dijo sin el menor remordimiento, sin tristeza y sin emoción alguna. Ahora tenía otros «amigos». Suzie no salía de su asombro. No había sabido ver la estrategia de Rachel en todos los años que habían estado juntas. Sin embargo, habían sido muchos los indicios, como la hiriente manera que siempre había tenido de burlarse de ella y ridiculizarla: una advertencia que su vocecita interior ya le había hecho en ocasiones y que ella no quiso escuchar. También estaba el hecho de que Rachel siempre tenía excusas para no hacer su parte del trabajo en equipo o el menosprecio que manifestaba hacia ella, sin motivo ni razón alguna (aunque, ¿hay alguna razón justificable para menospreciar a alguien?). Por otra parte, Suzie consideraba esta amistad como segura y consolidada, confiaba ciegamente en Rachel. Sin embargo, Rachel utilizaba todas las confidencias que le hacía Suzie para beneficio propio y perjuicio de la otra. Estas personas no son capaces de ser amigos de nadie ni de tener relaciones sanas. Se fijan un objetivo, en ocasiones ni siquiera son suyos, pueden ser los objetivos de otro, y se ponen a manipular conscientemente a la gente que los rodea hasta obtener el premio que codician. Son avariciosas: consiguen bienes, premios, felicitaciones, logros y afectos. Oscilan entre la autoadmiración y la inseguridad, son especialmente sensibles al fracaso y somatizan sus problemas. Pueden deprimirse seriamente cuando un fracaso les muestra que, a todas luces, no son maravillosos ni infalibles y que el mundo no se rinde a sus

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pies, cuando no están a la altura de sus propias exigencias narcisistas, es decir, a la altura de sus egos idealizados. Tienen un problema en la formación de su propia identidad y confianza en ellas mismas. Sufren constantemente de soledad y abandono. No obstante, casi todos nosotros tenemos algún rasgo narcisista, moderado, que en su justa medida resulta sano y beneficioso: en efecto, si uno no se quiere a sí mismo, las oportunidades de ser feliz y progresar en la vida son pocas. Así que, un cierto egoísmo (la caridad empieza por uno mismo) es necesario. ¿Cómo íbamos a estar bien con los demás si no estamos bien con nosotros mismos? A veces, un narcisista puede ser poco egocéntrico, incluso mostrarse generoso, pero nunca acaba de entender que sus gustos y necesidades no coincidan con los de los demás. Escucha a sus amigos y puede percibir claramente algunos aspectos de sus personalidades, pero no puede evitar aplicar siempre sus propias soluciones, como si no entendiera que hay otras más apropiadas para los demás. Siempre son manipuladores, pero en distintos grados. Roger recibía siempre regalos de Jeanne por su cumpleaños, que le gustaban a ella, y sólo a ella, porque a ésta no se le ocurría pensar qué le gustaría a él que le regalaran. A ella le gustaban los objetos decorativos, de refinado gusto estético pero nulo aspecto práctico, mientras que él prefería cosas útiles para poderlas utilizar y no estaba interesado en acumular cientos de objetos tan bobitos como inservibles. Roger, como tenía claro que a ella le gustaban tanto, acabó por regalárselos todos, pero Jeanne no los aceptó como regalo sino como «préstamo». Aun así, ella no comprendió que a Roger no le interesaban los objetos inútiles que acumulan polvo sobre los muebles, no le cabía en la cabeza que pudiera haber alguien que no apreciara lo que tanto le gustaba a ella, de modo que, cuando iba a casa de Roger, la encontraba vacía y desangelada, así que siguió regalándole figuritas inútiles porque para ella eran esenciales en una casa. Para decidir y reaccionar Si te topas en la vida con un narcisista patológico (lo cual no es fácil), ¡sal corriendo! Y si, por cualquier motivo, la fuga no es posible, intenta permanecer frío e indiferente. Si observas la forma de actuar de esa persona, verás que haces bien en no implicarte con ella. Suzie vivió una pesadilla con Rachel y acabó por darse cuenta de que la amistad profunda era sólo por su parte, que no había habido nunca reciprocidad, sólo manipulación y puñaladas traperas. En cuanto mostró interés en Rachel se convirtió en su amiga. Obviamente, Rachel no iba a morder la mano que le daba de comer… hasta que encontró una mano mejor. Si, como Suzie, has sido víctima de un narcisista, deberías cuestionar tus propios mecanismos relacionales, para no volver a caer en la trampa o para saber cómo salir del atolladero si te vuelves a hacer amigo de otro

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narcisista. En general, es útil utilizar la tabla de costos/beneficios para tomar una decisión en lo concerniente al futuro de una relación difícil. En el caso de Roger, agobiado por los regalos inútiles de Jeanne pero a la que apreciaba mucho por su vivacidad y buenas intenciones, éste se dio cuenta del egocentrismo de su amiga y lo aceptó como una parte oscura de su personalidad, valorando otros aspectos de ella que le gustaban. En cuanto a lo que no le gustaba, era suficiente con tolerarlo respirando hondo. ¿Has decidido poner fin a una relación amistosa con un narcisista? Con estas personas es muy fácil deshacerse sin cerrarles las puertas: sé ligeramente crítico con ellas y ellas mismas te echarán. ¿Has decidido no cambiar nada? Entonces asume tu decisión y, como Roger, emplea técnicas para relajarte y aceptar lo que te irrita. Manifestar impaciencia llevará al narcisista a reaccionar violentamente (a la altura de su herida) y buscará herirte como venganza. En lugar de llegar a eso, respira profundamente para liberar tensiones cuando aparezcan; manifiesta siempre afecto y camaradería con el narcisista. ¿Prefieres conservar la relación pero necesitas que algunas cosas cambien? En ese caso, tienes un largo camino por delante. Para empezar, hay que fijar límites, tanto para ti como para el narcisista: hay que explicarle cuáles son los comportamientos que no toleras, pero como quien no quiere la cosa, sin acusarle directamente y sin agresividad. Tampoco hay que seguirle el juego, es decir, reaccionar con violencia o irritación cuando te molesta, sino subrayar su comportamiento desapasionadamente. Usar un poco de sentido del humor, en este caso, viene bien. Nunca hay que establecer una relación antagonista: el otro no lo soportaría, particularmente si tú tienes razón. Hay que comprender que su búsqueda de comportamientos grandiosos y, según él, superiores le resulta imprescindible: es un mecanismo de defensa contra su sentimiento de identidad deficiente, contra sus carencias relacionadas con la autoestima. En este aspecto puede ser interesante ver las cosas desde el punto de vista de él e interpretar su comportamiento, en lugar de criticarlo. Intenta no ponerte delante de él como una «víctima» sino como un actor. No te dejes manipular, lo cual es más difícil de lo que parece: se trata de ser consciente de que hay manipulación y no reaccionar ante ésta. También puedes remarcarle, con amabilidad, su necesidad de mantener comportamientos grandilocuentes. ¡Respira hondo por la nariz!

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CAPÍTULO 8 LA PERSONALIDAD PASIVO-AGRESIVA (O NEGATIVISTA) Para descubrirla Estás con un amigo y tienes la desagradable sensación que no te aprueba, como si sintiera una cierta hostilidad hacia ti. Es amable, incluso sumiso, pero nada consigues de esa persona porque, aunque te ponga buena cara, acaba haciendo lo que quiere y rechaza toda sugerencia. Sientes cierta agresividad, como un sentimiento de rabia hacia esa persona, como si te estuviera provocando de algún modo. La gente que vive cerca de una persona pasivo-agresiva siente una mezcla de rabia, impotencia y culpabilidad. El pasivo-agresivo no reacciona pero hace reaccionar a los demás: se enfada, se enfurruña, pone mala cara sin decir nada, se agría, permanece callado, llama la atención sin abrir la boca. Una persona así lleva al agotamiento porque, hagas lo que hagas, estará mal y, sin decírtelo, te amargará con su comportamiento insoportable. Y todo ello con el mérito de hacerlo en silencio. Lo paradójico es que el pasivo-agresivo despierta tu cólera sin decir absolutamente nada y, cuando explotes, te atribuirá la culpa del amargo episodio. Ahora eso sí: cuando habla a la espalda de los demás, cuidado, puede hablar tan mal de ti como lo hace de otras personas.

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Una puntuación de 0 a 8 muestra ligeros rasgos pasivo-agresivos. Se explican de diversos modos: por razones culturales, por timidez o por una cierta inseguridad. Todos tenemos algún rasgo así en nuestra personalidad. Hay que estudiar el comportamiento a la luz de las diferentes coyunturas y no concluir, de buenas a primeras, que estamos frente a un caso pasivo-agresivo patológico. Por ejemplo, dejar una obligación desagradable para otro momento es algo muy natural en todo el mundo. Un resultado de 9 a 16 indica que la persona es netamente pasivo-agresiva pero, una vez más, no tiene por qué ser un caso patológico. Hay que considerar las actitudes de la persona y tener expectativas realistas hacia ella. Por ejemplo, si estamos frente a un procrastinador no podemos esperar que haga las cosas cuando debe hacerlas, ni que ejecute una tarea o cualquier actividad en el momento oportuno. Un total de 17 a 24 indica, sin duda alguna, que la persona es netamente pasivo-agresiva. Tiene una actitud negativa, infundada, conductas de oposición y comportamientos críticos. Culpa a la gente sin decirlo abiertamente y sin otra razón que la de reforzar su hostilidad frente a lo que percibe como autoridad o independencia. Para comprenderla El sujeto pasivo-agresivo percibe a los demás como individuos independientes o con autoridad propia y expectativas poco razonables en relación a él. Percibe el mundo de manera pesimista y negativa, pero insiste en creer que su estado de ánimo proviene del exterior. La hostilidad es un marcado rasgo de su personalidad y se traduce, por lo general, indirectamente. Suele tener un elevado sentimiento de incompetencia, lo cual lo lleva a resistirse a la acción para no arriesgarse al fracaso. Su agresividad encubierta es una reacción contra las personas de las que cree depender y se manifiesta de manera hipócrita, falsa, taimada, por no perder esa dependencia, ya sea material, psicológica o amistosa. El pasivo-agresivo no hablará nunca franca y abiertamente con la persona a la que quiere reprochar algo, pero le trasmitirá el mensaje por cualquier otro medio indirecto. Incluso hará comentarios irónicos y críticas destructivas sin demasiada precisión: esa falta de precisión le permitirá justificarse si se le piden explicaciones, si alguien se le enfrenta, y quedará como un ángel inocente. Siempre se las ingenia para parecer una víctima, una persona incomprendida, mártir, que no recibe la menor consideración, aun cuando hace gala de una hostilidad manifiesta. Su humor es variable, se resiste al cambio y tiene dificultades para mantener relaciones sociales sencillas y sanas. La mayor parte del tiempo, sus mecanismos de defensa consisten en rechazar lo que considera defectos de los demás para no enfrentarse a su realidad interior y pesimista. Este tipo de personas pueden, incluso, encontrar explicaciones racionales para

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justificar su comportamiento y demostrar que, en su lugar, cualquiera habría actuado igual. Además, la persona negativa no hace aserciones. Tiene bloqueada la expresión directa de la agresividad. Por eso, las respuestas asertivas no forman parte de su modo de comunicación, las inhibe por miedo al rechazo o al castigo. No soporta ni las órdenes ni las críticas. El pasivo-agresivo hace reaccionar a los demás mediante comentarios velados y pequeñas burlas, no reconociendo el mérito de quienes le rodean. Dirá cosas feas en tono amable o cosas bonitas en tono negativo. Es el campeón de los mensajes subliminales, las insinuaciones, los mensajes contradictorios. Puede formular un pensamiento desagradable y, si alguien se le enfrenta, responder sorprendido que todo ha sido un malentendido. Tiene comportamientos significativos, como llegar tarde casi siempre, olvidarse de citas… Suele ponerse en situación de no hacer las cosas para no enfrentarse a su manifiesta incompetencia interiorizada. Aceptar las jerarquías en cualquier tipo de relación es percibido, por él, como un fracaso personal. Y para él, el fracaso es particularmente doloroso. Su comportamiento aparentemente pasivo es un señuelo, una forma sutil de expresar hostilidad e ira interior. En lugar de decir lo que piensa, el pasivo-agresivo se pone en posición de víctima, el incomprendido, el eternamente insatisfecho. El pasivo-agresivo es incapaz de decir las cosas tal como son: tergiversa, lo complica todo, da vueltas, busca los tres pies al gato. Puede quejarse del comportamiento de una persona a sus espaldas pero jamás se lo dirá a la cara. No obstante, lo que lo define verdaderamente es su hostilidad latente: como si todo lo exterior a él, todo lo que es diferente a lo que ya conoce, todo lo nuevo, representara una amenaza personal, un sinónimo de ataque inminente. Hay que comprender que, interiormente, sólo tiene sitio para la anticipación hostil y no para el misterio o la sorpresa. Prepara sus justificaciones por adelantado y en vez de escuchar y observar para descubrir cosas nuevas y, quizá, maravillosas, ve peligro o maldad. Para decidir y reaccionar Si has decidido no seguir una relación con una persona pasivo-agresiva sin por ello cerrarle las puertas definitivamente, no tienes más que dejar de llamarlo. Si te llama, busca excusas para no verlo. Intenta no ser cortante ni estúpido, muéstrate tranquilo y amistoso para no causarle heridas que refuercen el problema. En resumen: evita a esa persona sin que se note abiertamente que la evitas (o sea, emplea un método pasivoagresivo). Una vez utilizada esta técnica durante un tiempo, el pasivo-agresivo ya no formará parte de tu vida cotidiana: un día dejará de llamarte por miedo al fracaso, sabe que le dirás que no.

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Si decides que nada puede cambiar, que no puedes deshacerte de esa persona, trabaja entonces tus reacciones: toma conciencia de tu propia irritación y constata en qué momentos aparece. Sé amable y ten tacto, desaprobando la hostilidad subyacente. Recuerda que el pasivo-agresivo sólo siente dicha hostilidad hacia personas que le importan. Observa cómo se comportan otras personas con las que el pasivo-agresivo no parece tener problemas y piensa en qué podrías hacer para que la hostilidad encubierta no te irrite. Si quieres mantener una amistad con un pasivo-agresivo, cambiando algunas cosas para sobrellevarlo mejor, te tocará trabajar a ti solo. Pídele a menudo su opinión y acepta sus propuestas siempre que te sea posible. Si no pones en evidencia su sentimiento de incompetencia se relajará contigo. Intenta que sea lo más explícito posible, en sus insinuaciones, mediante preguntas serenas y tranquilas, mostrando sumo interés en conocer su opinión. Puedes explicarle que comprendes sus mensajes sin caer en acusaciones ni reproches: criticarlo como haría un padre o un jefe sólo conseguirá herirlo y no captará el mensaje que le envíes. Tampoco hay que simular que no captamos sus indirectas ni su comportamiento, además de irritarnos estaremos echando leña al fuego. Tú no eres ni su padre ni su jefe. Eres una amistad que estás con él porque te apetece, no eres su terapeuta y, además, no es lo que está buscando en ti. Un último consejo: no te veas con él cuando estés muy cansado, y te sientas vulnerable o frágil, porque ser amable con un pasivo-agresivo requiere de serios esfuerzos. Adrien y Philippe prepararon un viaje que durase unos meses como final de carrera, antes de incorporarse al mercado laboral. Durante todas las semanas de preparación, Philippe se ocupó de la mayor parte de cosas que había por hacer: documentarse, establecer un itinerario, concertar visita médica para vacunarse, reservar los billetes de avión, etcétera. Adrien se lo dejaba todo a Philippe, pero eso sí, puntualizaba todo lo que aquel hacía en tono sarcástico: «Psé… Todo el viajecito está en tus manos, realmente a gusto del señor». Unos cuantos días antes de irse, Adrien seguía sin tener su pasaporte a punto, cosa que aumentaba considerablemente la presión de Philippe hasta el punto de preguntarse si merecía la pena hacer ese largo viaje. Antes de que pudiera cuestionarse sobre la naturaleza de la relación que mantenían, Adrien consiguió su pasaporte y se fueron. Como era de esperar, Adrien no sabía nada de los lugares que iba a visitar ni parecía interesarle nada de lo que veía, pero no lo manifestaba abiertamente, sólo mediante sarcasmos e indirectas. Philippe se iba irritando cada vez más y Adrien, que lo notaba, le hacía agrias insinuaciones al respecto. Tras un incidente de importancia considerable, Philippe se marchó para seguir el

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viaje solo. Luego se sentía culpable por haber dejado solo al pobrecito Adrien, pero pudo disfrutar del viaje sin sufrir los dardos envenenados de su amigo. Adrien, por su parte, regresó a casa solo y se encargó de decirle a todo el mundo lo malvado, agresivo e insoportable que era Philippe, que en un ataque de ira lo dejó tirado en el fin del mundo y que por eso había tenido que regresar solo, antes de tiempo. No hace falta comentar que dejaron de ser amigos y no volvieron a verse. Podrían haber reanudado la relación, siempre que Philippe hubiera sido quien decidiera cuándo ver a Adrien, evitando así la contaminación mental a la que lo sometía (en este caso, el pesimismo). Dicha contaminación influye en la actitud, en las ideas, causa distorsiones cognitivas. Pero ese poder de sugestión desaparece cuando el pasivo-agresivo está lejos. En el caso de Philippe, el gran viaje de su juventud, el que se recuerda para siempre, habría podido arruinarse completamente. Usó, por lo tanto, la mejor solución: mantenerse lejos del pasivo-agresivo y romper todo contacto con él.

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CAPÍTULO 9 LA PERSONALIDAD DEPENDIENTE Para descubrirla Tienes un amigo que siempre está presente. Siempre. No hay nada que puedas hacer sin que él esté en medio. Es como una lapa, como un parásito desprovisto de autonomía. Parece incapaz de llevar a cabo cualquier cosa. Al principio de la relación, te sentías muy valorado por él, apreciado, casi reverenciado. Poco a poco te fuiste sintiendo responsable de él, de su bienestar. Todo parecía ir viento en popa: a él le gusta todo lo que haces, piensas o dices. Con el tiempo, vas tomando conciencia de que no conoces sus gustos porque siempre hace lo que haces tú, lo que tú decides. Es como un espejo. Después llega la irritación, la pura exasperación por su constante presencia y su pasividad ilimitada. Llega un momento en que te sientes acosado, parece que busca desesperadamente tu compañía, te roba las ideas, te roba la energía, te roba la vida misma y desconoce la palabra «iniciativa». Cuando le dices que te apetecería estar solo, te mira de tal modo que te sientes culpable. Te hará chantaje emocional. Pero, en el peor de los casos, puede que te hayas convertido, también, en una persona dependiente de él. Un día serás consciente de que él forma parte de tu esquema mental: está siempre en tu pensamiento, forma parte inseparable de tu vida hasta el punto de que no puedes planificar nada sin tenerlo en cuenta. Eres su persona-recurso, su fuente de seguridad y confort. A veces lo tratas como a un niño haciendo por él cosas que debería hacer él solo.

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Una puntuación de 0 a 6 indica que una persona no es dependiente: las determinadas manifestaciones de dependencia que pueda mostrar seguramente son síntoma de buena educación, de timidez o un rasgo cultural. No contradecir a una persona no tiene por qué ser síntoma de dependencia y sumisión, sino de educación que se espera sea recíproco. Entre 7 y 12, es una persona con bastantes rasgos dependientes, pero no llega a niveles patológicos. Entre 13 y 16, la persona es claramente dependiente y, en ese sentido, insana. Se le debería aconsejar que consultara a un terapeuta.

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Para comprenderla La dependencia afectiva es una característica normal y completamente sana en el ser humano: el niño que nace depende totalmente de su madre para sobrevivir. Del mismo modo, una pareja o una tribu necesitan de la interdependencia como factor esencial de supervivencia y para que todo trabajo en equipo sea eficaz. Pero la dependencia se vuelve tóxica cuando, una vez adultos, la personalidad se organiza alrededor del deseo de que se ocupen de nosotros, además del pánico al abandono o al rechazo. La angustia por la separación, unida a un sentimiento de inferioridad (la persona dependiente suele sentirse incapaz, inepta), provoca comportamientos de sumisión: el dependiente se pega a los demás como una lapa y es incapaz de poner fin a sus relaciones, por malas que sean. Dichos comportamientos se manifiestan en contextos diversos y a todos los niveles, incluido el afectivo. El dependiente vive con ansiedad cada vez que tiene que tomar una decisión, consulta con todo el que le rodea cuando se trata de decisiones personales de importancia, como el trabajo o el matrimonio. Es incapaz de demostrar desacuerdo ni de priorizar sus propios deseos. Se funde en los demás para huir del miedo a estar solo y no sabe arreglárselas por sí mismo. Las relaciones con las personas dependientes se establecen en tres etapas de desarrollo. La primera etapa es la del acercamiento, en la que el dependiente hace de todo para ser aceptado. Como estas personas no tienen sentido crítico, puede ir perfectamente contra sus propios valores o ideales porque lo importante para ella es la pertenencia al grupo. La segunda etapa es el período de dependencia propiamente dicho, la simbiosis con el amigo, fase en la que se deja llevar totalmente por la otra persona. En el curso de la tercera etapa, el dependiente se convierte en «yonki» y la presencia del amigo se vuelve indispensable. A partir de ese momento, empezará a tener exigencias de tipo afectivo: «Si me dejas me muero y tú serás el culpable». Estas personas, por lo general, estuvieron sobreprotegidas en su infancia por padres igualmente inquietos que, paradójicamente, los privaron de aprender a ser independientes, autosuficientes. En algunos casos, los padres pudieron denigrar al niño o martirizarlo a base de burlas cada vez que intentaba hacer algo por su cuenta. Por el contrario, las actitudes infantiles y conformistas, así como los lazos de unión familiar, debieron de ser fomentados extraordinariamente. El dependiente es insaciable en lo que respecta al apego. Impone su dependencia a los demás e intenta volverlos dependientes de él. Tiene tal necesidad de protección y pánico al rechazo, que se comporta de manera servil y sumisa. Por ejemplo, no manifestará su desacuerdo y llegará a aceptar lo inaceptable para seguir con la otra persona. Está convencido de que la dependencia lo protege y lo calma. Será una persona fiel hasta el final que jamás cuestionará la validez

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de su lealtad: no tiene espíritu crítico y cree a todo el mundo superior y más competente que él. Siente constantemente que tiene que ser aceptado por los demás incluso cuando no tiene nada en común con ellos y, sobre todo, necesita ser aceptado por ciertos tipos de personalidad que acostumbran a explotar al prójimo. La soledad y el aislamiento son para él un infierno y está dispuesto a todo por no sufrirlos. La simple presencia de una persona con la que tiene lazos profundos le basta para colmar sus necesidades. Incapaz de separarse del otro, mantendrá la relación a toda costa, aunque sea tóxica y abusiva. Jean-Paul es el mejor amigo de André. Al menos por el momento. André lo llama cada día, por todo tipo de razones, para que le ayude a decidir todo. Va muy a menudo a casa de su amigo Jean-Paul y casi siempre lo hace sin avisar. Le hace mucho la pelota y, delante de la gente, utiliza el «nosotros» en lugar del «yo» o el «él» para hablar de Jean-Paul o de él mismo. Es el eterno voluntario para hacerlo todo, para servirlo en lo que sea, no importa que sea algo desagradable. Está presente en todas las actividades de Jean-Paul, tanto sociales como deportivas, y lo acapara las noches que van de marcha. Al principio, Jean-Paul se sentía bien, muy valorado al lado de alguien que lo trataba con tanta consideración. Pero, poco a poco, empezó a dudar de la autenticidad de los cumplidos y de la amistad de André. Un día en que se sintió particularmente irritado e impaciente con André, y viendo que éste no replicaba nada, se dio cuenta de que algo no iba bien, que había algo poco normal en todo aquello. Dejó, entonces, de coger el teléfono cuando veía que era André quien lo telefoneaba, no abría la puerta ni le informaba de ninguna de sus actividades. Se tomó un tiempo para reflexionar sobre lo que estaba pasando con esa amistad. Para decidir y reaccionar Hay que hacer, desde luego, un balance entre los pros y los contras de la relación. Para empezar, observa las características que más te irritan de la persona dependiente y todo lo que no te convenga de esa relación. En el caso de una persona dependiente, puede tratarse de la pasividad, de la falta de iniciativa o de la sensación de que tú eres responsable de ella, aunque no hayas escogido desempeñar el papel de padre. Quizá te guste recibir reciprocidad en tus amistades, que cada uno aporte algo en materia de ideas, iniciativas y actividades. Por otra parte, puedes apuntar las características que te complacen de algún modo: puede que te guste lo mucho que te valora, lo que te aporta, los servicios que te presta, su lealtad, generosidad, cultura o sentido del humor. Ser dependiente no significa ser tonto, inculto o aburrido. Pueden ser muchas las virtudes que te pueden compensar en esa persona. Según el balance costos/beneficios estarás en

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disposición de valorar si esa persona te gusta y te interesa o no, con conocimiento de causa. Si lo piensas, verás que hay rasgos de vuestras personalidades que son complementarios: si tienes tendencias narcisistas, apreciarás mucho su admiración; si tienes tendencias histriónicas, te encantará captar siempre toda su atención. En caso de que decidas poner fin a la relación porque el dependiente te consume demasiada energía, puedes hacerlo de varias formas. Una buena idea es no cerrarle la puerta totalmente, para no acabar haciendo daño. Puedes mostrarte más frío que él: no llamarlo, decirle que necesitas espacio, tiempo… No verlo frecuentemente o ir espaciando los encuentros cada vez más. En este punto, Jean-Paul le diría a André: «Aprecio mucho los ratos que pasamos juntos, pero ahora mismo necesito estar solo. Nuestra relación es demasiado intensa para mí y prefiero descansar un tiempo». Seguro que el otro se siente rechazado, herido, experimentará angustia por la separación, así que no te extrañe si inicia una maniobra de chantaje emocional, pero si insistes en el hecho de que es tu problema, y sólo tuyo, y que alejaros te ayudará en tu problema, se lo creerá con cierta facilidad. Pero ten en cuenta que, si asumes esta decisión, luego no debes sentirte culpable y malvado. Piensa que no tardará en encontrar otro «mejor amigo». En caso que decidas no cambiar nada porque los beneficios que te aporta son mayores que las molestias, asúmelo y utiliza tu empatía para sobrellevar los momentos de irritación. Sin embargo, si quieres seguir con esta amistad pero modificando algunos puntos, no olvides que para cambiar una dinámica tú eres el primero que debe modificar el comportamiento. Puedes empezar poniéndote límites: «André, esta relación es demasiado intensa y me está estresando. Creo que vernos una vez por semana será suficiente». Y luego asume tu decisión. Si pones límites, eres el primero que debe respetarlos. Pero mucho cuidado con las críticas: sólo echarán más leña al fuego, se añadirán a las continuas críticas que el dependiente se hace a sí mismo y reforzarán su idea de que es incapaz de hacer cosas solo. Puedes intentar hacer peticiones precisas sobre cosas concretas que te irritan, por ejemplo: «André, quiero que la próxima semana seas tú quien decida qué haremos el jueves por la noche». En ese caso, has de evitar tener ideas propias, cosa que puede ser difícil porque la relación está viciada y hasta ahora has sido siempre tú quien ha decidido. No caigas nuevamente en el sentido de la responsabilidad, sólo conseguirás reforzar el lado insano de esa amistad.

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CAPÍTULO 10 LA PERSONALIDAD EVITATIVA Para descubrirla Tienes muchas ganas de ver a un amigo tuyo, de reírte un poco con él, pero es imposible porque te evita, no hay forma de establecer contacto ya que parece tener pánico a la intimidad, a cualquier forma de compromiso, aunque sea al amistoso. Se pone tenso e incómodo cuando sale una conversación sobre temas privados, incluso se marcha en cuanto puede. Te sientes impotente porque una parte de ti quisiera animarlo a hablar y compartir pero también es muy duro el peso de tener la responsabilidad de su vida entre tus manos. Te dará mucha rabia su indecisión, sus dudas, sus incertidumbres y su conformismo. Tímido e introvertido, provoca deseos de protegerlo o, al contrario, de plantarle cara. Se dice de él que sufre timidez patológica o que es tan educado que no habla por no ofender. En ocasiones, resulta incómodo porque no hay forma de que se exprese. Hay momentos en que te gustaría obligarlo a abrirse, a que cambiara porque no aporta gran cosa a la relación, pero intuyes que si hablara sería un tipo estupendo y parece que no habla para no se use nada en su contra. No tiene un punto de vista definido sobre nada –o no lo quiere dar a conocer–, no tiene opiniones y parece que el mundo tenga que hablar por él. En la mayoría de casos vive solo y tiene pocos amigos. Te parece que es una persona susceptible y sientes que relacionarte con ella es como ir pisando huevos.

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Si se obtiene un total de 0 a 5, se trata de una actitud social adaptada. La persona se pone demasiados límites en sus relaciones. Un cierto nivel de inhibición permite mantener la distancia necesaria para que las relaciones no se vuelvan asfixiantes. De 6 a 10 podríamos decir que la persona es muy tímida. Intenta pasar desapercibida y eso tampoco es malo. Puede triunfar en un trabajo solitario porque necesita pocos contactos, tendrá una vida social limitada aunque le gustaría tener más amigos y salir más. De 11 a 14, el sujeto es un evitador enfermizo, se pone enfermo con la sola idea de pertenecer a un grupo. Se siente amenazado por todos y en cada reunión, en cada cena, en cada salida, en cualquier acontecimiento no planificado ve una posibilidad de ser humillado. Para comprenderla

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Las personas evitativas muestran falta de apego al mundo de las relaciones. Están motivadas por una hipersensibilidad al rechazo y la humillación. Tienen una conducta socialmente inhibida. Se diferencian de las personas dependientes por el miedo a las relaciones y porque las evitan. Son campeonas de la evasión y de las fugas, están permanentemente alerta a todo lo que pasa, como a la defensiva. Son muy tímidas y quieren pasar desapercibidas. Lo que intentan evitar, en realidad, es que su «verdadero yo» pueda ser cuestionado y que su comportamiento y actitudes puedan desencadenar reacciones negativas. Evitar comportamientos «diferentes» es propio de las personas conformistas, apegadas a convenciones e inhibiciones. Pueden ser presa fácil para personas un poco sádicas que disfruten metiéndose con ellas. Para que una persona se comporte de este modo, pueden haber intervenido en su infancia o en su pasado dos factores. Uno es un entorno lleno de reproches, de críticas, de humillaciones, que conducen a la interiorización de dichos mensajes y a evitar situaciones que consideran arriesgadas. Otro factor puede ser el hecho de haber vivido repetidas situaciones de rechazo, en la escuela, por ejemplo, quizá por un defecto físico. Así, se desarrolla en esa persona una total falta de confianza en sí misma y en la gente. Por esa razón desarrolla la tendencia a descalificar lo positivo: no creerse la veracidad de los cumplidos, no saber cómo reaccionar ante algo bueno, no saber qué decir. El evitador también tiende a exagerar lo negativo: percibe los movimientos de irritación e impaciencia como críticas feroces que refuerzan la débil imagen que tiene de sí mismo. Se lo toma todo muy a pecho y de manera personal. En las relaciones interpersonales, el evitador es hipersensible y teme, en todo momento, ser rechazado, ridiculizado o humillado: recrea situaciones amargas de su pasado. Sólo tiene en cuenta las experiencias negativas y considera todas las interacciones como potencialmente nocivas. Antes de implicarse con alguien, tiene la necesidad visceral de estar completamente seguro de los sentimientos de la otra persona. Aunque sueña con mantener relaciones enriquecedoras y plenas, evita todo contacto como mecanismo de defensa. Privilegia el aislamiento: el miedo a una relación negativa le impide vivir relaciones positivas. Por eso quiere pasar desapercibido. Si se le pone contra las cuerdas, reaccionará con fuerza en un primer momento, pero saldrá corriendo en cuanto pueda y abandonará la relación: además, está seguro de haberlo fastidiado todo con su comportamiento. Funciona mejor en entornos que le resulten familiares porque los conoce y sabe cómo gestionar las situaciones para no sufrir. Los cambios importantes en la vida, como el matrimonio, el nacimiento de niños, la muerte, las rupturas, afectan considerablemente a sus actitudes. Aun los cambios menores en la vida, como una mudanza, un ascenso o un cambio de trabajo, tienen en estas personas un impacto muy superior a lo normal.

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Jocelyne se casó y tuvo dos hijos. No tenía ninguna vida social fuera de casa. Hacía recortables de papel y participaba en talleres escolares, con sus hijos. Una educadora llamada Marie, se dio cuenta de que Jocelyne hacía cosas muy bonitas, que era amable y considerada con los niños. En una ocasión, se acercó a Jocelyne para hacerle cumplidos al respecto pero ésta se puso a la defensiva, sin saber cómo tomarse ni cómo reaccionar ante los cumplidos que le hacía Marie en relación a los recortables. Jocelyne se fue corriendo en cuanto acabó el taller y no regresó a la escuela en mucho tiempo, hasta que sus hijos se lo pidieron. Ese día, se presentó en el taller con ellos pero no consintió en cruzar ni una palabra con las educadoras, ni siquiera las miraba. Una de las educadoras, ya harta, le soltó a la cara lo maleducada y desagradable que estaba siendo. Marie salió en su defensa y comentó lo bonitos que eran los recortables, lo bien que se llevaba con todos los niños y pidió a su compañera que la dejara en paz. Después volvió a aproximarse a Jocelyne que, esta vez, no huyó. Marie estaba interesada en su talento artístico. Se convirtieron en «compañeras para ir de museos» y establecieron un débil vínculo que, con el tiempo, fue una auténtica amistad. Jocelyne dejó de desconfiar en Marie y llegaron a ser amigas íntimas, todo lo íntimas que permitían los límites que ponía Jocelyne, claro. El hermano de Marie tenía la misma personalidad y ésta supo ser empática con Jocelyne y ganarse su confianza; como la comprendía, pudo establecer con ella un nexo saludable y enriquecedor. Para decidir y reaccionar Quizá tú también tengas rasgos de carácter complementarios con un evitador. Incluso en tu personalidad puede haber rasgos evitativos: en ese caso, comprenderás inmediatamente su necesidad de espacio y soledad. Serás capaz de establecer de forma natural con él una relación que no le resulte amenazadora. Si tienes tendencias histriónicas, te apetecerá contar con un público sin necesidad de establecer lazos íntimos con él. Si tienes rasgos pasivo-agresivos, nunca verás a un evitador como una amenaza porque jamás te pedirá nada ni despertará en ti sentimientos de incompetencia. Pero si tienes rasgos dependientes será mejor que no te acerques a un evitador: ante tus deseos de fusión él huirá despavorido. Si presentas rasgos narcisistas, el comportamiento del evitador te resultará irritante hasta el insulto y te costará mucho contener las ganas de partirle la cara, irracionalmente. Si decides que no quieres seguir una relación con una persona de rasgos evitativos, lo mejor que puedes hacer es explicárselo simple y llanamente. No le sorprenderá. Si,

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además, le dejas claro que el problema es tuyo, se sentirá aliviado, sobre todo si se trata de una amistad reciente. En caso de una vieja amistad, no habrá forma de romper la relación sin que se produzca algún daño: invariablemente causaremos una herida narcisista en el evitador y su anticipación del rechazo quedará justificada. Puedes empezar por preguntarte qué fue lo que te atrajo de esta persona cuando la conociste: ¿era un desafío, te resultaba misteriosa? Si la relación ha durado bastante tiempo, pregúntate cómo has podido aguantarla durante tanto tiempo. Y de cara al futuro, plantéate si merece la pena iniciar una relación con otro evitador, sabiendo que le harás daño y que te sentirás mal. Si no quieres que nada cambie, asume tu decisión y mantenla con conocimiento de causa. Céntrate en los puntos positivos de la relación y acepta que el resto es de buena fe. De hecho, los evitadores desean ser aceptados por sí mismos a condición de no tener que entregarse en exceso. Acepta, pues, esa parte misteriosa del evitador: a veces el misterio resulta más estimulante que lo previsible. Respeta su deseo de mantener la distancia y su propio espacio. En su caso, el espacio es vital. Pero si lo que quieres es cambiar algunas cosas de la relación, sin romperla, manifiesta empatía y respeto por el otro. Empieza por respetar su espacio y su deseo de estar solo: recuerda que éste es su principal mecanismo de defensa. No te amargues si cancela una cena, por ejemplo, ni insistas para que cambie de opinión. Sé consciente de tus propias exigencias y realista en relación con las capacidades relacionales de tu amigo. Eso implica no mostrarte impaciente por la lentitud con la que se forja la amistad. Antes de intentar conocer su lado íntimo, hay que constituir una alianza que fundamente el camino. Revelarse a uno mismo poco a poco es una forma de hacer frente a las mismas cosas y la amenaza será menos presente: estamos en el mismo punto, en el mismo momento y nos mostramos de acuerdo. Manifiesta tu aprecio y alegría cuando te haga partícipe de sus emociones o de gustos diferentes a los tuyos. Cuidado con la dependencia afectiva: no eres ni su padre ni su terapeuta. Eso no significa que te debas mostrar indiferente. El equilibrio se impone. Explícale tu impaciencia cuando la sientas, en el caso de que se deba a otras personas o cuando provenga de frustraciones que no le conciernen en nada. Tu apertura le tranquilizará, le permitirá conocer tus emociones y tu personalidad, lo que constituirá el mayor regalo que puedes hacerle. Con el tiempo, te sentirás más a gusto en esta relación pero nunca pierdas de vista los límites y la frecuencia con que se deberán llevar a cabo los encuentros.

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CAPÍTULO 11 LA PERSONALIDAD HISTRIÓNICA Para descubrirla Tienes una amiga que primero te fascina: brillante, viva, seductora… parece tener una vida activa y cautivadora. Pero, tras un cierto tiempo, te empieza a parecer acaparadora, te absorbe tu energía. Necesita de toda la atención. Vas descubriendo que sus conocimientos son siempre superficiales y sus emociones volátiles. En efecto, cambia a menudo de registro emocional y su inconstancia asusta. ¿Tienes novio? Ella intentará seducirlo. ¿Cuentas una anécdota? Ella tiene una mejor, más intensa y más original, más interesante, en definitiva. Es de esas personas que merecen el título de «rey o reina del drama», todo es pretexto para montar un show, dramático o no. La contemplas cuando habla y todo en ella es mímica, expresiones innecesarias, onomatopeyas; explica por enésima vez la historia de un pinchazo famoso que tuvo… y tú ya no puedes más. Además, esa persona te habla demasiado cerca, no respeta tu espacio íntimo y no se calla, no deja de parlotear y no parece importarle que no digas nada.

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Si la puntuación es de 0 a 6, la persona no se siente particularmente atraída por los aplausos. Puede, hasta cierto punto, reclamar su sitio en la sociedad, pero para ella no es vital dar discursos públicos. De 7 a 11, tiene rasgos histriónicos claros. En este caso, la persona se siente a gusto en público, se hace notar y aprecia la atención que recibe. Pero eso no significa que dependa exclusivamente de la atención de los demás y sabe callarse y ocupar poco espacio cuando le conviene, porque también sabe escuchar y apreciar el valor de quienes le rodean. A partir de 12, hay un problema de personalidad. La

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búsqueda de atención puede ser la razón de la existencia de esa persona, quien no da ningún valor a su vida interior, por eso necesita el reconocimiento externo. En efecto, sólo existe gracias a las reacciones de los demás. Para comprenderla Los sujetos histriónicos buscan constantemente la atención y el afecto de su entorno. Utilizan todo tipo de maniobras para ejercer el control sobre los demás e incitarlos a prestarles atención. Seducción, dramatización, expresión exagerada de sus emociones, manipulación: nada es suficiente para atraer la atención de la gente y manifestar sus necesidades afectivas. En el fondo de las personas histriónicas hay muchos rasgos de dependencia, pero, a diferencia de las personas dependientes, su comportamiento es activo. Desarrollan su personalidad infantil a partir de la forma de vestirse, provocativamente, y de su forma de actuar. Necesitan que se ocupen de ellos constantemente para valorar su presencia, sus cualidades, en definitiva, su existencia. Para que se ocupen de ellos, llegan a desarrollar verdaderos talentos, aunque la perseverancia y la continuidad no forman parte de sus características. En términos de relaciones interpersonales, la búsqueda de la novedad, de lo que es tendencia, de excitación, le impide profundizar en sus amistades de siempre. Pueden ser actores, abogados, políticos, presentadores de televisión y desempeñar cualquier profesión que exija sentido del espectáculo con muchos y sorprendentes efectos especiales. Buscan la calma en la mirada de los demás porque, en el fondo, se sienten infravalorados. Todas sus acciones están motivadas por un deseo excesivo de ser amados incondicionalmente y por la necesidad de proteger su vulnerable ego. Quizá tuvieron unos padres poco afectuosos, desinteresados por los valores personales de sus hijos, a los que no parecían apreciar salvo cuando hacían alguna gracia. Quizá sus padres fueron personas superficiales que sólo tenían en cuenta las apariencias y no las actitudes morales o las habilidades intelectuales: « ¿Qué va a pensar la gente?». Seguramente sólo se les valoraba cuando se mostraban «encantadores» y, con el tiempo, aprendieron a utilizar su encanto y simpatía o sus actitudes espectaculares para valorarse a sí mismos: si atraen la atención de los demás es que deben de ser interesantes. Quieren que todos los amen, tienen que gustar a todo el mundo y se sienten incapaces de conseguir nada sin no se hallan ante el público. También están convencidos de que deben ser diferentes, divertidos, para impresionar y no sentir que no son nadie, incapaces de suscitar interés y afecto. Se desentienden de las relaciones de siempre en favor de las relaciones nuevas, que rápidamente consideran íntimas pero que descuidan a la primera de cambio para desarrollar otras más novedosas. Y todo ello con el único objetivo de nutrir su necesidad

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de atención y afecto, por lo que viven una especie de huida relacional adelante. A Julie sólo le gustaban las cosas bonitas. Un ramo de flores, una bandeja de papel maché, todo era motivo para exclamar, admirar y, sobre todo, para alabar su propio sentido estético. Para decidir y reaccionar Puedes tener afinidades con personas histriónicas. De todas maneras, una relación íntima, a largo plazo, con un histriónico patológico es casi imposible. Pero la mayoría de histriónicos son capaces de mantener amistades durante largo tiempo, siempre y cuando la otra persona acepte el tiempo que le quieran dedicar, es decir, el tiempo que les sobre al histriónico después de emplearlo en la seducción de nuevos amigos. Podemos aprender mucho de ellos, como por ejemplo la forma de profundizar en nosotros mismos, dado que ellos no tienen ni tiempo ni ganas para profundizar en nada ni en nadie y les gusta mantenerse en la superficie de las cosas. Pero si, de todos modos, decides que quieres poner fin a la amistad con un histriónico, sólo tienes que dejar que las cosas sigan su curso. Si no le llamas, si no manifiestas el menor interés en él, si no lo admiras, si te alejas, no te perseguirá. Estará demasiado ocupado con sus novedades, buscando un nuevo público. Si tenías con él una vieja amistad, puedes preguntarte qué te aportaba esa amistad, en qué momento se volvió desagradable y por qué. Eso te ayudará a no caer en las redes de otro histriónico en el futuro. Quizá no quieras acabar con esa amistad ni cambiar nada. En ese caso, pregúntate qué es lo que te molesta y trabaja las causas de tu irritación. Pero tienes que saber que el enfado no desaparecerá y que sólo podrás cambiar sus efectos. Puedes escoger dejar de ver a tu histriónico amigo cuando estás muy cansado o cuando te sientas vulnerable porque te resultará insoportable. Pero, cuando estés deprimido te vendrá bien verlo porque, con sus payasadas y sus excesos, te divertirá y te hará olvidar tus problemas. Sin embargo, quizá prefieras mantener la relación modificando algunos aspectos de ella. Como siempre, recuerda que el cambio no debe aplicarse sólo al otro sino también a ti. En efecto, si modificas tus reflejos y tus actos podrás cambiar la dinámica al mismo tiempo. El histriónico dispone, gracias a sus «representaciones», del espacio que tú le das. Si, por ejemplo, hace ya un rato que lo estás oyendo parlotear, y no respeta para nada tu espacio vital, lo cual te cansa, puedes decirle amablemente: «Me gustaría que te separases un poco más para hablarme, si no me agobio y no te puedo escuchar con atención». De este modo, le estás planteando que el problema es tuyo, no suyo, no se

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sentirá herido y seguirá con sus cosas porque, después de todo, le has dicho que te interesaba escucharlo con atención y eso implica que lo encuentras interesante. Tu amigo deberá comprender que no puedes dedicarle todo tu tiempo en exclusiva, pero que siempre que puedas te encantará hacerlo. Finalmente, nunca olvides que el histriónico deja de actuar cuando no tiene espectadores.

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CAPÍTULO 12 LA PERSONALIDAD LÍMITE Para descubrirla ¿Evitas expresar tus verdaderos sentimientos por miedo a la colérica reacción de un amigo? ¿Evitas discutir e intentas conciliar tu punto de vista con el suyo a cualquier precio? Si así es, lo más probable es que tu amigo presente rasgos de personalidad límite. Si constatas que te aprecia sinceramente cuando estás de acuerdo con él pero cuando le llevas la contraria pierde los estribos, significa que nunca estás seguro de lo que va a pasar. Un día tu amigo puede opinar una cosa y al día siguiente todo lo contrario, pero ni se te ocurra decírselo: se subirá por las paredes y te acusará de no entenderlo. Lo peor es que nunca podrás saber de qué humor estará el día que quedes con él. De hecho, si observas inestabilidad emocional, hipersensibilidad, impulsividad y dificultades para estar solo, es más que probable que te encuentres frente a una persona con personalidad límite.

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Si la puntuación es de 0 a 6 puede ser una persona muy emotiva, quizá depresiva, pero no se puede decir que tenga una personalidad límite. De 7 a 11, la persona muestra signos claros de personalidad límite, pero no llega a ser un caso patológico. A partir de 12 debes ir con pies de plomo: se trata de una personalidad límite que puede causar muchos problemas a su entorno, incluso a sí misma. Para comprenderla

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Una persona con rasgos límite vive un tormento interior, que utiliza como una brújula que guía sus actos: probará todo lo que pueda aminorar el tormento. Por ejemplo, si se topa con alguien que parece responder a sus necesidades, la idealizará inmediatamente e invertirá todos sus esfuerzos para hacerse amigo de él lo más rápido posible. El otro, al principio, podrá aceptar sus invitaciones amistosas: siempre es agradable que a uno lo consideren digno, ideal. Pero como nadie es perfecto, a la que éste –inevitablemente– demuestre un pequeño defecto se encontrará en el papel de enemigo público número uno y sufrirá todo tipo de ataques por parte del individuo con personalidad límite, sin comprender qué pasa. La persona con este problema se irá en busca de otra amistad ideal y repetirá el mismo patrón. Siempre sacrifica su identidad en su búsqueda del amor. La imperfección humana suscita en ella ansiedad porque le recuerda su propia imperfección. Se siente miserable, sin identidad, vacía. Busca constantemente una relación satisfactoria que colme el vacío que la oprime desde su infancia. Las experiencias penosas, incluso traumáticas, de su infancia, como abusos, agresiones, negligencia… pueden ser el origen del desarrollo de rasgos de personalidad límite. Dichos elementos perturbadores, junto con un temperamento impulsivo, un humor cambiante y un medio familiar inestable, pueden favorecer dichos rasgos. Quienes sufren de este problema y hacen sufrir a su entorno sólo actúan en función de sus mecanismos de defensa. Para ellos, el ataque es la mejor defensa. Su inestabilidad les afecta en todos los sentidos y les cuesta organizarse. Tienen un miedo profundo a las ataduras pero, al mismo tiempo, las buscan, cosa que justifica la sucesión de actitudes de fusión seguidas de actitudes de rechazo. Ellos no son conscientes de su conflicto interior; no pueden hablar de ello ni explicar sus actos. Son muy sensibles a los demás y utilizan esa cualidad para manipular o enfrentar a quienes les rodean. Para decidir y reaccionar Si decides que no quieres seguir tu amistad con alguien que tiene una personalidad demasiado intensa, intenta no mostraste violento con ella. La mayoría de la gente espera que se produzca un hecho excesivo para reaccionar y, entonces, la ruptura puede provocar crisis de resentimiento y venganza hostil: te habrás convertido en el mismísimo diablo. Si decides no cambiar nada intenta no dejarte llevar por una relación demasiado estrecha. Inevitablemente, la relación se romperá porque no siempre estarás disponible ni a la altura de las expectativas de tu amigo. Intenta no responder a las provocaciones; él se siente como pez en el agua en el conflicto, pero seguramente ése no es tu caso. Si decides mantener la relación cambiando algunas cosas, recuerda siempre las

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aptitudes de tu amigo. En su vida, necesita alguien estable y perseverante con sus apegos, necesita alguien que sea lo bastante empático como para escucharlo y entenderlo, pero con fuerza interior para aceptar sus accesos de rabia. De hecho, necesita alguien que la haga sentirse comprendido y aceptado, que no se vea superado por sus miedos, sus necesidades ni sus angustias. Pero cuidado: no te sientas culpable si lo excluyes de ciertas actividades. Tú no tienes por qué ser la causa de sus problemas. Además, no hay que mentirle para impedir que sufra sino presentarle las cosas de manera que comprenda que no es la única persona con necesidades. Es importante fijarle límites: si te agrede verbalmente, dile que eso es inaceptable y aléjate de su lado. Y no creas todo lo que dice de los demás, puede interpretar las cosas de la manera que le convenga para justificarse, como tentativa de manipulación o para provocar un conflicto en el que te veas involucrado junto con otras personas que te rodean.

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Tercera Parte La toxicidad en acción

Ahora que sabemos detectar a las personas que tienen rasgos de personalidad diferentes, potencialmente tóxicos para nosotros, y que comprendemos un poco mejor su funcionamiento, nos detendremos en los elementos específicos de la toxicidad. En primer lugar, estudiaremos los rasgos precisos que nos agreden, nos amargan la existencia, con ejemplos más específicos que afectan a dichos elementos en particular. Luego veremos cómo aliviar las emociones negativas que esos elementos provocan en nosotros. Los rasgos hirientes no son los mismos para todo el mundo. Como ya hemos visto, para unos será el cálculo, para otros el comadreo, para otros la queja permanente. ¿Cómo reconocer lo que más nos hiere de los diferentes rasgos que acabamos de ver?

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Inmediatamente, despierta en ti una reacción emocional intensa, como hemos apreciado en el capítulo consagrado a la intuición. Según la naturaleza y la intensidad de la reacción, estarás en disposición de determinar lo que impide que una relación sea óptima y las soluciones que te proponemos, lo que te permitirá saber aún más cosas sobre el antídoto adecuado para combatir la toxicidad de ciertas relaciones.

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CAPÍTULO 13 LA IMPACIENCIA, LA IRRITACIÓN, LA IRA La ira y sus derivados forman parte de los pecados capitales. La persona colérica es poco tolerante con respecto a lo que la contraría. Si hay problemas de tráfico, toca el claxon inmediatamente. Una cortadora de césped en casa del vecino, una tarde de verano, la saca de quicio. Si la cajera del súper tiene que hacer un depósito justo en el momento de pasar su compra, se enfada con ella. Si se la contradice, se irrita. Cuando las cosas no se hacen a su gusto, explota. Parece imposible que se exprese sin impaciencia, sin ira; es su forma de relacionarse con el mundo. La persona iracunda es emotiva, impulsiva, suele ser hiperactiva o, al menos, mostrar una gran vitalidad. La impaciencia predomina en ella y no puede estar quieta. La frustración la hace reaccionar al instante. Es intensa y apasionada. La persona colérica vive, interiormente, un sentimiento de injusticia. Dicho sentimiento puede proceder de la infancia o de un trauma interior. Si sus reacciones te desesperan, puedes decírselo, pero ten cuidado y no promuevas una disputa. Puedes preguntarle qué es lo que le parece tan injusto, puedes explicarle que lo pasas mal con sus accesos de ira y que si él quiere que comprendas su mensaje, también debe comprender el tuyo y portarse de otro modo. Sé prudente y no desencadenes una escalada de ira: hay muchas personas que afrontan la ira de los demás como una injusticia a la que responden todavía con más ira. Y eso es el cuento de nunca acabar. Una técnica muy útil para evitar el conflicto consiste en escribirle a tu amigo colérico para explicarle el efecto que su ira ejerce sobre ti. En efecto, la escritura permite definir las cosas en frío, sin que medien emociones. Julie tenía un casero colérico y agresivo. Gritaba sin cesar por cualquier cosa y Julie tenía sudores fríos cada vez que pensaba que debía hablar con él. Un día que el casero tenía que reparar un escape en casa de Julie, se puso a gritar y a decir palabrotas cuando ella había hecho exactamente lo que debía para que el problema no fuera a más. La pobre Julie sacó fuerzas de flaqueza y le dijo en el tono más suave que pudo: «Tengo dificultades con los gritos: cuando se me habla demasiado fuerte no comprendo todas las palabras. Si quiere decirme alguna cosa importante, sería mejor utilizar un tono bajo y pausado». El casero

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se calmó inmediatamente y le pidió perdón. Pero, para Julie, la auténtica victoria fue haber perdido el miedo al casero para siempre, el cual, a partir de entonces, fue un amigo para ella y con el tiempo tuvieron una gran confianza. Pero si la expresión de la ira no te desespera porque no te la tomas como algo personal, observa si tu amigo tiene otros rasgos de personalidad límite; en ese caso, deberás emplear las estrategias descritas en el capítulo 12. Por ejemplo, no hay que confundir la impaciencia y la ira puntual con la impaciencia y la ira crónica: hay muchas ocasiones en las que es normal mostrarse impaciente y encolerizado, reaccionar con rabia y sentirse irritado por las frustraciones de la vida cotidiana. No se puede esperar que jamás haya una manifestación de ira, eso sí que no sería normal.

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CAPÍTULO 14 LA IRONÍA, EL SARCASMO, LA BURLA, EL DESPRECIO El sarcasmo es una burla amarga e hiriente. La ironía y el sarcasmo pueden ser muy desagradables, humillantes y suelen provocar heridas en la persona contra la que se dirigen. A menudo son mecanismos de defensa de un individuo que tiene heridas interiores, o incluso un mecanismo de defensa contra un ataque real o imaginario. La ironía da la vuelta al sentido de lo que efectivamente se quiere decir y se reconoce por el tono, por la gestualidad y por el contexto en que se dice. La ironía, el sarcasmo y el desprecio son una forma de camuflar las emociones vividas, una defensa ante un agresor potencial: dando un golpe, hiriendo al otro, el sarcástico se arriesga menos a comprobar en propia carne la hipotética superioridad del interlocutor. La idea es herir para demostrar que se es superior y que a él no se le puede herir porque hiere antes. Es lo contrario de la búsqueda de contacto, ya que el contacto, en este caso, es doloroso, procede de una mezcla de miedo y agresividad. Hay tres tipos de comportamientos despreciativos: el de la persona que mira al prójimo por encima del hombro y manifiesta su pretendida superioridad; el de la persona que expresa una piedad insultante, y el de quien ignora al otro por completo: ignorar a alguien es decirle que se le evita. La persona despreciativa sufre de inseguridad en el ámbito de la autoestima y, si las víctimas de su desprecio la ignoran, su inseguridad crece. Cuando se comprende el mecanismo del desprecio es relativamente fácil de neutralizar: se trata de validar una parte de la crítica que nos hacen (aquella con la que estás de acuerdo) y darle la razón, que es la forma de reconocer su valor. El resentimiento y el miedo de la persona que quiere herirnos se verán inmediatamente disminuidos. Si no caemos en la trampa del patrón ataque/defensa, la expresión del desprecio se desarma. No hay que olvidar que ignorar el desprecio constituye a su vez otra forma de desprecio. No hay que reaccionar impulsivamente: después de todo, uno puede sentirse atacado y conservar la calma, empezando por no creerse la veracidad de la crítica. Hemos de permanecer atentos, no sea que se trate de un problema de personalidad narcisista porque, en ese caso, éste no utiliza el desprecio como arma sino como una manifestación natural de su pretendida superioridad.

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Jean-Jacques era muy sarcástico, tenía siempre en la boca la palabra justa para reírse sobre todo a costa de los demás. Nada lo detenía en este sentido, ni la amistad ni el amor. Sin embargo, nadie, salvo él, se reía con sus sarcasmos, en efecto, con Jean-Jacques toda afirmación era falsa, toda puntualización era estúpida, todo trabajo, un fracaso. Daba la impresión de que rebajaba a los demás para ascender él y Marc, su mejor amigo, acabó por encontrar patético ese mecanismo de defensa que se había vuelto sistemático. La mayoría de amigos lo evitaban porque su agria compañía no resultaba agradable. Marc se lo hizo saber, pero Jean-Jacques le dio la vuelta a la información y la trasformó en ridícula: «Huy, pobrecito… Voy a llorar. Eres tan sensible». Marc acabó por iniciar una aproximación suave porque no quería dejar a su amigo en la estacada y porque, además, tenían muchas afinidades. Con cada crítica sarcástica de Jean-Jacques, Marc encontraba la forma de neutralizar una parte, sólo una parte, de la crítica y, después, felicitaba a Jean-Jacques. Veamos a ver un ejemplo de este proceder: Jean-Jacques: Hasta el peor ebanista del mundo hubiera hecho esto mejor. Marc: Sí, me parece que no me ha quedado bien. Jean-Jacques: No es que no te haya quedado bien, es que está fatal. Marc: Claro es que tú eres el observador externo, te fijas en los detalles porque te preocupas por mí. Jean-Jacques: Pues sí… Pero tampoco está tan mal, ¿no? Si no lo miras con mucha atención es hasta digno. Aquí vemos cómo Marc ha neutralizado un diálogo potencialmente agresivo e hiriente, no respondiendo a la agresión en tono violento y, cambiando el punto de vista de su amigo.

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CAPÍTULO 15 LA SUSCEPTIBILIDAD, EL ORGULLO El orgulloso está seguro de su superioridad: puede adoptar un aire modesto, pero ya se hará valer cuando convenga. Es vanidoso y le gusta ver cómo se confirma su superioridad ante la gente. Es consciente de su propio valor, permanentemente, y tiende a sobrestimarse. Le gusta remarcar sus habilidades. Pero, a pesar de que puede tener algún rasgo, no es narcisista. El orgulloso es susceptible, el narcisista, no. Además, busca honores. Le horroriza la autoridad porque tiene un lado controlador: debe ser y hacer lo que él mismo decide. Él siempre tiene las mejores ideas y en raras ocasiones reconoce los méritos ajenos. Dado que sus ideas son siempre las mejores, nunca le parece ser lo suficientemente admirado y, por lo tanto, se siente vejado. Puede llegar, incluso, a impedir que los demás sean autónomos y que tengan iniciativa. La persona orgullosa es contradictoria, lo que para ella es una forma de afirmar su superioridad. No debemos perder de vista que el orgullo y la susceptibilidad convierte a quienes los sufren en dependientes de los demás en lo que concierne a su autoestima. A menudo, sufren heridas por humillación injustificada según las circunstancias. Annie no soporta que se le hagan cumplidos a nadie en su presencia. Sus reacciones emotivas pueden ir de la irritación a la ira, pasando por el miedo a no ser nadie. Dice lo contrario, minimiza el cumplido, encuentra razones lógicas y racionales para hacer críticas negativas. Sus amigos la consideran muy inteligente y se lo dicen, pero no tolera ninguna reflexión que tenga, ni por asomo, el menor atisbo de crítica. Por otra parte, Annie posee muchas cualidades y su problema no resulta una fuente de conflictos salvo cuando está en sociedad. En el trascurso de una velada, Philippe se hartó de ella y se le enfrentó. Aquél resultó ser un enfrentamiento sin agresividad porque él adoptó un papel paternal o de persona de referencia. Le dijo, amablemente, que ella solía hacer comentarios muy inteligentes, racionales y lógicos, pero que le gustaría que, para variar, se mostrase de acuerdo con él en algo, por poco que fuera. Annie negó todo, reaccionó con ira y se fue. Sin embargo, el incidente la hizo reflexionar y, al ver que sus amigos ya no la invitaban en los últimos

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tiempos, empezó a trabajar para mejorar su carácter. Si comprendemos el sufrimiento del orgulloso, valoraremos sus esfuerzos por aprender y mejorar. Su motivación para ser superior a los demás lo lleva a estudiar, documentarse, aprender más y más para poder compartir y recibir reconocimiento. En lo que nos concierne, no debemos hacer como si estuviéramos pisando huevos: nada hay más nocivo que intentar no herir a la otra persona y vivir una relación con angustia por sus posibles reacciones. No se hiere a la gente cuando se es honesto y educado: el problema es suyo, sobre todo suyo. Puedes comprenderlo y compartir su sufrimiento, pero no debes cambiar tú para aliviarlo.

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CAPÍTULO 16 EL CONTROL, LA MANIPULACIÓN, EL DESPOTISMO El controlador es aquel que te define, que cree conocerte mejor que tú mismo. Piensa que conoce tus gustos sin que se los hayas comunicado nunca. De hecho, no sabe nada, lo que pasa es que no diferencia entre él y el mundo. Su percepción se basa en sus propios deseos y no en la realidad. Por eso cree saber lo que quieres, lo que eres. Intenta que tu identidad se corresponda con la visión que tiene de ti y no soporta que te salgas del marco en que te ha encasillado. Desde luego, se trata de un mecanismo de defensa, debido a su enorme inseguridad, probablemente aparecida durante la etapa de diferenciación entre el yo y los otros. Por ejemplo, puede deberse, en parte, a la presencia de padres controladores, que no escuchaban a su hijo y le otorgaban una personalidad que se correspondía a sus expectativas sobre cómo debía ser su hijo. Para este tipo de padres, admitir que su propio hijo es una persona diferente a lo que ellos quisieran es impensable y muy doloroso. El controlador es autoritario y siempre quiere tener razón. Las cosas deben hacerse como y cuando él desea. Tiene muy poco en cuenta las opiniones de los demás ni el efecto que su actitud pueda tener en la gente. Le falta espontaneidad, es rígido en su comportamiento y con ello te indica cómo funciona: es previsible. Puedes indicarle tus límites y los respetará mientras no quieras ejercer control sobre él. También puedes acercarte amablemente, con propuestas asertivas, sin agresividad y no centrarte en incidentes triviales. Cada vez que sientas que está intentando ejercer el control sobre ti, hazte dos preguntas antes de reaccionar: ¿te parece que esto es importante?, ¿es grave? Entonces, constatarás que no tiene sentido preocuparse. Siempre puedes pensar que acabarás haciendo lo que tú quieras. A veces no es desagradable que alguien nos controle: uno puede apoyarse en él y aprender muchas cosas. Lo importante es conservar el equilibrio y no pasar ciertos límites, al menos en general. Gaspard cree que siempre tiene razón y que sabe mejor que nadie lo que cada uno quiere. Una de las frases que definen mejor lo que piensa es: «Esta gente no sabe lo que les conviene». Por otra parte, es una persona cultivada y curiosa, lo cual lo convierte en alguien interesante. Dominique se fue de viaje

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con él durante una semana. Como ya conocía su carácter, le dejó claro determinadas cosas: «yo como lo que quiero, visitaré los lugares que quiera y cuando me canse, descansaré». Gaspard aceptó y se fueron juntos. Dominique se dio cuenta de que, desde el principio, Gaspard no había aceptado sus condiciones, que había dicho que sí con la boca pequeña: de hecho, estaba escogiendo él solo los restaurantes, los lugares que iban a visitar, trazaba el plan a seguir cada día. Entonces, Dominique se preguntó qué cosas de las que él proponía no le gustaban y cuáles le parecían bien. Cuando lo tuvo claro, habló con Gaspard y le agradeció las fantásticas ideas que tenía para el viaje, las buenas elecciones que hacía, pero le dijo que estaba demasiado cansado como para seguir todo el programa que montaba a diario y que prefería ir a su aire una parte del día. No permitió que Gaspard se metiera en lo que haría por su cuenta. Aparte de esto, lo cierto es que Gaspard encontraba siempre los mejores restaurantes y Dominique no tenía por qué renunciar a ellos. Le explicó a Gaspard que no estaba obligado a aceptar su deseo de ir a su aire unas cuantas horas, que, si lo prefería, podían separarse definitivamente para viajar. Al final, como Gaspard aceptó, Dominique viajó agradablemente con su amigo porque tuvo tiempo para hacer lo que le apetecía y pudo disfrutar de los fantásticos descubrimientos que hacía Gaspard.

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CAPÍTULO 17 LA CRÍTICA, EL JUICIO, LA INTOLERANCIA, LOS CHISMES El criticón, el que tiene mala lengua, se atribuye la función de juzgar los méritos de los demás. Tiene buen ojo para evaluar los puntos positivos, pero lo que no se le escapa es todo lo negativo que haya en su entorno. Su pretendido objetivo es el bien de la persona criticada o la búsqueda de información útil para su interlocutor, además de hacerse valer mostrando lo bien informado que está, siempre al día de todo; cree que está por encima de las personas de las que habla y con las que habla porque, gracias a su volumen de información fidedigna, sabe más que nadie. Pero interiormente sufre de falta de estima, habla mal de la gente porque no tiene nada interesante que decir de sí mismo. Puede que imite a un padre chismoso porque los chismes eran su forma de manifestar interés por los demás. No hay que decir que el chismoso no se quiere a sí mismo. Sin embargo, él no relaciona su tendencia a los chismorreos, a la crítica, con su sentimiento de incompetencia. Ataca a los demás con un patrón de superioridad/inferioridad que tiene por objeto asegurar su propio valor. Para sentir que es alguien, necesita acabar con los demás, desvalorizar sus relaciones, sus actos. En dicha actitud hay una parte de proyección en el sentido de otorgar a los demás lo que considera debilidades, probablemente suyas. La crítica, en sí misma, es intolerante: aceptar a alguien con sus defectos y virtudes le resulta imposible. Si se trata de un defecto, lo exagerará, lo caricaturizará, lo llevará hasta el ridículo; si se trata de una virtud, la disminuirá, la cuestionará o la pasará por alto. Nunca olvides que si un amigo tuyo critica a otro hará lo mismo contigo cuando no estés presente. También debes tener en cuenta que si te critica, no eres el único. Eso puede darte una pista interesante en lo relativo a las estrategias a adoptar para que no te afecte su comportamiento: entenderás que tu amigo hace leña de todo árbol y que si alguna vez habla mal de ti no es por herirte sino por sentir que es alguien. Evidentemente no estás obligado a soportarlo, pero saber que no es algo personal contra ti te ayudará a no sufrir. Y cuando se sufre poco, se adoptan fácilmente estrategias convenientes. Vamos a ver algunas. Para empezar, debes preguntarte si la crítica que te hace es falsa o cierta. Si está

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justificada usa la información para mejorar. Si está injustificada no puede herirte y puedes guardar silencio. Si tienes en cuenta que la crítica es un método de defensa del otro, y si es que aprecias a esa persona, el silencio formará parte de una aproximación conciliadora y respetuosa. Haz que tu amigo comprenda que los chismorreos no te interesan. Explícale tus límites, lo que consideras inaceptable en materia de críticas y chismes. Apela a tu sentido común. Lo que más le gusta a Lise es saber todo lo que pasa a su alrededor y ser la primera en anunciarlo al mundo, particularmente cuando se trata de un escándalo. La malicia y el juicio de valor se mezclan en su discurso, y utiliza comentarios ácidos e hirientes. Ya nadie quiere salir con ella, aunque esté informada de todo y de todos y crea que sus reflexiones son por el bien común. Un día conoció a Marianne en una sala de espera y se fijó en que estaba leyendo una revista del corazón. Se acercó a ella y le comentó que todo lo que dicen en las revistas del corazón es mentira; se lo dijo como dando a entender que ella sí tenía información veraz. Marianne, que estaba ojeando sin ganas la revista porque no tenía nada mejor que hacer mientras esperaba, le respondió amablemente que los chismes de las revistas no le interesaban en absoluto y que tenía cosas mucho más importantes que hacer en su vida. Así, empezaron a hablar de ellas y de sus cosas: Lise se sintió escuchada y valorada por ser quien era. Así se hicieron muy buenas amigas y Lise fue perdiendo el gusto por los chismorreos. Marianne supo ver en Lise el deseo no expresado de ser alguien que la colmara del todo y, simplemente, se mostró interesada en ella, en su personalidad y su manera de ver la vida.

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CAPÍTULO 18 EL CÁLCULO, LA AVARICIA, LA APROPIACIÓN, LA AVIDEZ ¿Tu amigo se olvida la cartera a veces, por no decir sistemáticamente, cada vez que queda contigo? ¿O es de los que calculan lo que ha consumido cada uno y se pone a hacer cuentas para saber cuánto debe pagar cada cual? ¿No sale nunca de copas porque es muy caro, se conforma con pasear por la ciudad para no gastar, vive continuamente en busca de «el mejor precio», te pasa por la cara el pequeño regalo que le hiciste por su cumpleaños en comparación con el regalazo que te hizo él por el tuyo? Parece sufrir amnesia porque se olvida de todo lo que ha recibido de ti, pero te reclama sin rubor el billete de 10 euros que te prestó hace dos años… con intereses. Lo más horripilante es que, como tú no vas llevando las cuentas de todo, tu generosidad pasa completamente desapercibida. Por lo general, él tiene más que tú, de todo. Este vicio proviene de una desvalorización de sí mismo, de una falta de confianza y de audacia que se traducen en una inseguridad profunda en lo relativo al presente y al futuro. El dinero y los bienes materiales le colman su inseguridad y alivian el pánico que siente ante las carencias. Las posesiones materiales también le procuran una sensación de poder, de capacidad para actuar en el entorno, un sentimiento que necesita la persona calculadora. Además, el hecho de no deberle dinero a nadie, pero que al mismo tiempo no se lo deban a él, es una satisfacción considerable para el tacaño, que sólo sabe ver las relaciones humanas como una lucha de poder y riqueza. En efecto, el avaro contempla el dinero como un objetivo en sí mismo y no como un medio para conseguir cosas. Tiene miedo al abandono, a las carencias. Puedes alabar sus (raros) arrebatos de generosidad: pedirle, por ejemplo, que participe en la compra de un regalo común y luego agradecerle su participación. Puedes incluso llevar un minilibro de cuentas en tu relación con él, aunque sea algo que no te guste, pero te servirá de arma en caso de reproches por su parte. Favorece todo lo que represente compartir cosas con él fuera del ámbito material: aprovecha su disponibilidad de tiempo, de escucha, de humor… Siempre y cuando no haya dinero de por medio, él no sentirá ninguna amenaza y puede ser un fantástico amigo. En el momento en que Eric te considera su amigo, le perteneces: tu casa, tu

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coche, tu tiempo, tus ideas serán suyos. Es como si estuviera vacío y quisiera colmarse; lo cierto es que es así como se siente. Ya te lo habían comentado, pero vivirlo es otra cosa. Se inmiscuye en tu vida y luego te toca nutrirlo. Va a un restaurante que es propiedad de un amigo de Martine y le dice al camarero que ella le había prometido una botella de vino gratis, lo cual es falso. Un día que Martine invitó amigos a casa, la llamó Eric pero ella, al ver su nombre en la pantalla, decidió no contestar al teléfono. Él insistió llamándola al fijo y al móvil, pero ella siguió sin cogerlo. Horas después, llamaron a la puerta. Era Eric, que entró y se sentó a la mesa para cenar con el resto como si lo hubieran invitado. Se sirvió solo, naturalmente. Martine se puso muy nerviosa ante tanta desfachatez y le soltó que no estaba invitado y que preferiría que no volviera por su casa ni la llamara más. Eric se fue y no regresó jamás. Todo aquello resultó muy violento. Pero cuando se espera demasiado tiempo para poner límites, se explota y se acaba mal, se pierde una amistad. Martine podría haber reaccionado mejor. Sin embargo, su violenta reacción servirá para hacer reflexionar a Eric sobre su comportamiento descarado.

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CAPÍTULO 19 EL DESPECHO, LA ENVIDIA, LOS CELOS Todos sabemos lo que significa sentir celos. Es un sentimiento de insatisfacción e insuficiencia experimentado ante los bienes, el éxito o el amor que poseen otras personas y el deseo de gozar nosotros mismos de esas lindezas, de conocer el triunfo o de recibir tanto amor como los otros. La base del problema se encuentra en el miedo a sentirse desposeído de alguna cosa o persona, del miedo a que la persona amada prefiera a otro. Dicho miedo nace del sentimiento de no estar a la altura; es el miedo al fracaso, de ser considerado como una persona incapaz de triunfar. A veces, los celos pueden ser el motor de una motivación positiva para que uno mismo se pregunte cuáles son los verdaderos objetivos que tiene en su vida y cómo trabajar para conseguirlos. Cuando tenemos amistad con alguien se crea una relación de reciprocidad, de confianza e intercambio. Con el tiempo se desarrolla una cierta dependencia que puede provocar inseguridad en nosotros, especialmente si nos parece que el otro cambia o se aleja. También puede tratarse del deseo de tener lo que otro tiene y a nosotros nos falta, ya sea un trabajo, una cualidad física o una pareja. Los celos y la envidia tienen siempre un objeto: una situación, una cualidad o el equilibrio de una relación si una tercera persona aparece. Casi siempre, los celos se deben a que uno no se siente completo, ocasionalmente, es una señal de falta de autoestima. Así, tener una amistad en exclusiva nos da la sensación de estar asociado a sus éxitos. A veces, el origen de los celos y de la envidia reside en un complejo de inferioridad que se siente en relación con otra persona. Si nos damos cuenta de que estamos celosos, podemos hacer un trabajo sobre nuestra autoestima y sobre la emulación que dicho sentimiento puede procurarnos, por ejemplo aprovechando la conciencia de lo que parece faltarnos para reevaluar lo que ya tenemos. Cuando una persona está celosa de nosotros, podemos intentar atenuar el sentimiento pero nunca se debe mentir ni esconderle hechos con el pretexto de no querer hacerle daño. Incluso conviene remarcarle sus cualidades y lo mucho que la apreciamos por ellas. Se le puede pedir su opinión, hacerle cumplidos recordarle que puede esforzarse también para conseguir lo que quiere. La gente que sufre de celos o envidia se siente desgraciada porque no sabe ver lo que tiene de positivo ni sabe aprovechar el momento presente. Los envidiosos tienen reacciones que recuerdan a los pasivo-agresivos. Si te

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das cuenta de que te echan en cara que hayas triunfado más que ellos o que tienes mucha «suerte», puedes explicarles que no es la suerte, sino el esfuerzo, la manera de centrarse en los objetivos y planificar una estrategia lo que conduce a la realización de los sueños. Puedes explicarles que también encontrarán inconvenientes en situaciones similares a la tuya y señalarles las ventajas. Nathalie está resentida. Permanece al acecho de los éxitos de la gente que la rodea y sufre de abulia, una falta importante de voluntad que la incapacita para tomar decisiones o realizar proyectos. Además, su conciencia de estar abúlica acrecienta su malestar. Line es su amiga y se da cuenta de que Nathalie está a un paso de caer en una depresión de tanto compararse con la gente triunfadora en que se fija. Hace mucho tiempo que Line le repite a Nathalie la envidiable voz que tiene, tan pura y clara. A menudo la ha invitado a formar parte de su coral, pero Nathalie siempre lo rechaza porque se siente incapaz. Un día, Line logró convencerla. A partir de entonces, un lento pero seguro cambio se operó en Nathalie. Empezó a sentirse apreciada, tuvo la impresión de que se comunicaba muy bien con los otros miembros de la coral, hasta el punto de que dejó de compararse con ellos, al principio sólo en el tema del canto, después en el resto de temas. Luego hizo un adecuado cambio de empleo y ahora trabaja en el mundo de la música, donde brilla porque tiene confianza en sí misma y no sufre inseguridad, lo cual le permite intentar las cosas en lugar de ver cómo los demás las intentan y las consiguen, sola y arrinconada, celosa, envidiosa y despechada.

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CAPÍTULO 20 EL CONFORMISMO, LA INACCIÓN, LA DEPENDENCIA El conformismo es una actitud que intenta mantener al individuo de acuerdo al grupo social al que pertenece: es una condición que facilita una buena relación con el grupo. En efecto, el rechazo a aceptar las normas conduce al aislamiento, porque la trasgresión se paga. Por otra parte, cuando hay un exceso de conformismo, la persona actúa sólo en función del grupo y hará lo que sea para sentirse aceptada. En este sentido, podemos pensar en los rituales de iniciación de los grupos criminales: hay que cometer un crimen para formar parte del grupo en el que uno quiere integrarse. Y hay gente que se integra aun a riesgo de perder su personalidad, de volverse demasiado influenciable y de actuar irreflexivamente. Uno se olvida de quién es y se deja llevar por dependencias fundamentalmente afectivas; después, al sentirse decepcionado, se buscan formas de evasión artificiales, como las drogas o el alcohol. El conformismo puede nacer del rechazo, sobre todo en gente joven, fácilmente influenciable y que se sienten desplazados a la mínima. La persona conformista tiende a entrar en un círculo de inactividad, de dudas, y no tomará iniciativas por miedo a no ser aceptada. El miedo al rechazo está en el origen de esta actitud, así como la certeza de no aceptarse a sí mismo. El conformista es esclavo de las ideas del grupo del que forma parte y se deja influir por él: es más fácil (y menos peligroso) conformarse con el modelo propuesto que tomar la iniciativa y desmarcarse con opiniones o actos diferentes. El conformista es influenciable y cambia de opinión según el grupo o las personas con las que se encuentre. A esto solemos llamarlo hipocresía pero, en este caso, se trata más de una actitud infantil que obliga a querer ser y aparentar lo que parece ser el otro; el conformista no sabe quién es ni qué opinar ni qué querer. Su único objetivo es formar parte de lo que sea, pasando inadvertido y sin llamar la atención. A menos que te guste una persona que esté permanentemente de acuerdo con todo lo que haces y dices, es importante no alentar la dependencia del conformista: cada uno debe responsabilizarse de sí mismo. Las víctimas profesionales entran en esta categoría: incapaces de hacer algo por ellas mismas, culpan a los demás, a la mala suerte o al destino cruel. Cultivan la incompetencia para que se las lleve de la mano. Cuidado con no caer en la dinámica de salvador/salvado. La motivación consciente o racional del salvador

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es la de evitar que otra persona sufra, mientras que la motivación personal inconsciente es la de no sufrir: si se es bueno con el prójimo, si se es una buena persona, seremos perdonados por los posibles problemas causados. El salvador es un creador de dependencias en el sentido de que promete «salvar» al otro y, poco a poco, crea la ilusión de que su presencia resulta indispensable para arreglar todo tipo de problemas o para tomar decisiones importantes. Este estado de cosas puede acabar siendo estático, en perfecto equilibrio: ambos protagonistas sacan partido de la situación. El salvador permite al salvado actuar en función de su patrón de comportamiento destructivo, por ejemplo depresivo, toxicómano o dependiente afectivo. En efecto, facilita el comportamiento del otro para ser aceptado y apreciado. Ambos buscan reforzar sus patrones comportamentales, inconscientemente, en lugar de preguntarse por su razón de ser. Pero cuando la dinámica resulta insoportable para uno de ellos, la unión se vuelve tóxica. Y, generalmente, se hace difícil de tolerar cuando se produce una situación nueva, como un cambio de residencia, un trabajo más exigente o un enamoramiento. Raymond y Alex siempre estaban juntos. De hecho, era Alex quien siempre estaba con Raymond (el matiz es importante). Raymond nunca tenía necesidad de llamar a Alex: siempre estaba allá: al otro lado del teléfono, en casa y en todas partes. Eran uña y carne. Raymond era la locomotora y Alex lo seguía fielmente. Alex le pedía a Raymond que tomara decisiones en su nombre, le pedía su opinión en todo y hacía que analizara los pros y los contras. Hasta que un día, Raymond conoció a Anne-Marie y se convirtió en su novia. AnneMarie, al principio, no tuvo problemas para ser amiga de Alex pero cuando vio que siempre estaba en medio, como el jueves, discutió con Raymond y le dijo que ella no estaba enamorada de Alex, sino de él, y que no quería compartir su vida con Alex. Cuando Raymond vio la importancia de la dependencia afectiva de Alex, se le cayó el mundo encima. Se dio cuenta de que, antes de conocer a Anne-Marie, la relación con Alex parecía convenirle pero ahora que necesitaba intimidad y ella colmaba todos sus deseos, le sobraba la tóxica relación con Alex. Se dio cuenta también de que la dinámica entre ambos era insoportable. No sabía cómo alejarse sin herir a Alex y sin perderlo, porque lo apreciaba sinceramente y tenían mucho en común. Decidió escribirle una carta en la que le explicaba lo importante que era su amistad pero que, aun así, necesitaba intimidad con Anne-Marie y más tiempo para sí mismo. Alex reaccionó bastante mal: se sintió desposeído, expulsado y no quiso ver a Raymond en muchos años. Después de haber sido expulsado por «otro mejor amigo», volvió a buscar a Raymond, a quien seguía unido a pesar del tiempo. En ese momento,

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Raymond aprovechó para acompañarlo en un trabajo interno que le ayudara a fijarle límites y hacerlo más independiente. Alex acabó siendo un amigo próximo a la pareja y un maravilloso padrino de sus hijos. Por lo tanto, no hay que rechazar necesariamente todo compromiso con una persona dependiente; basta con ser conscientes de los límites y no cargar con las responsabilidades del otro. Se le puede ayudar a ser autónomo, remarcando sus cualidades, como la lealtad, la disponibilidad y la generosidad. De hecho, aumentar el sentimiento de seguridad favorece la autonomía.

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CAPÍTULO 21 LA INDIFERENCIA, LA RETRACCIÓN, LA EVITACIÓN Insensibilidad. Podríamos hablar también de indiferencia, de flema. A menudo, la persona que presenta este tipo de comportamiento es cerebral, es decir, que tiene una vida predominantemente intelectual. Es racional y sus decisiones son más lógicas que intuitivas o espontáneas. Puede ser una persona serena y plácida. Por lo general, es conformista pero siempre de forma reflexiva. Reservada, introvertida, se entrega poco y, cuando se abre, es porque cree no tener otra alternativa. Su presencia puede resultar tóxica para personas poco seguras de ellas mismas, que necesitan ser tranquilizadas. Lo que peor llevan estas personas es que sus amigos les pregunten continuamente qué piensan, cómo se sienten, cómo están y lo que no soportan es cuando se ponen a hablar de espiritualidad o de sus emociones. A estas personas todo lo que no tenga que ver con la lógica y la razón les suena a chino. No les interesa y no saben por qué. Si lo que necesitas es afecto, calor humano, proximidad e intimidad en un amigo, esta persona no es la adecuada. Ella valora mucho la libertad, la independencia, pero no tiene lo que se dice empatía, ni interés en las relaciones íntimas. Por otra parte, si te gusta estar en compañía de alguien silencioso e independiente, entonces tendrás a la persona ideal. La indiferencia emocional suele ser aprendida y en algunas culturas no está bien visto manifestar las emociones. A menudo se dicen cosas como «Los hombres no lloran», «No hagas eso o vas a dar pena», «No te rías tan fuerte que es una ordinariez». Todos hemos comprendido, desde muy pequeños, que no es muy conveniente expresar emociones intensas y, por tanto, tampoco sentirlas. Pero la indiferencia es un estado de carencia afectiva; al indiferente le falta afecto o no encuentra el suficiente. Cuando la necesidad de afecto se ve contrariada, se convence de que no lo necesita, se cierra en banda y evita todo comportamiento que revele su carencia. La evitación es una actitud de defensa para no entrar en una situación temida. No le pidas a una persona así que te explique cómo se siente o en qué piensa: te arriesgas a que te responda «jamás» cuando la quieras volver a ver. No le pidas que piense en tu lugar. Respeta su necesidad de soledad y comparte con ella lo que os resulte agradable a ambos. Reíd juntos: la risa crea un tipo de complicidad no invasiva.

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CAPÍTULO 22 CÓMO CURAR LAS EMOCIONES NEGATIVAS NACIDAS DE LA TOXICIDAD Las relaciones tóxicas suscitan emociones negativas. Por otro lado, estas emociones están en el origen de la toma de conciencia de la existencia de dicha relación. También son el resultado de rasgos tóxicos. Pero, de hecho, según la aproximación cognitiva, eres tú el responsable de tus propias emociones. Encontrarás ejemplos de estrategias que tienen por objeto desembarazarte de ciertas emociones penosas o, por lo menos, atenuarlas. Generalmente, el origen de dichas emociones está en nosotros mismos: tenemos que encontrar, por lo tanto, los desencadenantes y luego neutralizarlos de alguna forma. Estos desencadenantes, entre los que se encuentran las actitudes tóxicas de la gente que nos rodea, pueden ser remplazados en un contexto realista, perdiendo entonces su importancia y gravedad. Veamos algunas técnicas para reaccionar ante esas emociones que nos quitan la alegría de vivir. La frustración, el sentimiento de injusticia La frustración y el sentimiento de injusticia suelen provocar, la mayoría de veces, ira o emociones muy parecidas, como la irritación o la impaciencia. Cuando la ira nos invade, no escuchamos a nadie, estamos obnubilados por la indignación, sólo pensamos en pegar un golpe en la mesa, un golpe fuerte y justo, sin reflexionar en las consecuencias. Sin embargo, la consecuencia número uno, casi inevitable, es que nuestra ira es contagiosa: provoca la ira de los demás y desencadena una escalada de agresividad. Entre amigos, las palabras que serían imperdonables, que sabemos que pueden herir gravemente, son pronunciadas sin reparo. A veces nos damos cuenta de la barbaridad que vamos a decir, pero es raro que eso pase. En estos casos hay dos soluciones posibles. Para empezar, intentemos ver qué es lo que desencadena nuestra ira: haz una lista. Si no te sale, busca en Internet los numerosos test que hay sobre la ira como punto de partida para averiguar lo que te saca de quicio. De entrada, debes saber que el sentimiento de injusticia suele estar en la base de todos los accesos de ira: piensa en lo que encuentras injusto. ¿Puede que te parezca que un amigo no te valora como debiera?

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¿No reacciona de la manera que esperas y demuestra una total falta de comprensión hacia ti? Ésas serían algunas pistas a seguir pero sólo tú puedes determinar lo que desencadena tu ira: eres tú quien la siente, por tanto eres quien la sufre. Cuando evalúas los desencadenantes intentando interpretarlos de manera diferente, calmas tu ira. La segunda solución consiste en irte cuando estás a punto de explotar, a dar un paseo por ejemplo, a correr, el ejercicio físico es un buen calmante. Después, reflexiona sobre la causa de tu ira y discute serenamente con tu amigo o, si lo prefieres, piensa en soledad sobre el origen de la situación frustrante: constatarás a menudo que ciertas razones no tienen nada que ver contigo. La ansiedad, el miedo La ansiedad es un sentimiento natural que nos pone en estado de alerta. La ansiedad reside en nuestro interior para advertirnos de que algo no va bien, que hay que cambiar alguna cosa en la actitud o en la forma de pensar. La primera fase es llegar a discernir la ansiedad desde que aparece con sus primeros efectos –nudo en el estómago, pulso acelerado, sofoco, dificultad para tragar saliva– con el fin de neutralizar la situación o la persona que nos provoca esos síntomas. Reconocer los desencadenantes del sentimiento de ansiedad nos proporcionará las armas necesarias para combatirla. Si es un problema en el ámbito de la amistad, ya sea por el amigo mismo o por la situación, en el futuro podremos estar en guardia para no quedarnos ahí, sin hacer nada, dejando que la ansiedad crezca. Hay que preguntarse qué hay que hacer para desembarazarse de esa emoción, tanto interiormente, por ejemplo cambiando de punto de vista, como externamente, por ejemplo verbalizando los límites o alejándose de esa amistad. Si la ansiedad es tan importante que, a pesar de esto, sigue adelante, podemos utilizar técnicas de visualización, meditación… También podemos hacer ejercicios de relajación. La culpabilidad, la responsabilización La culpabilidad evoca muchas nociones. Así, hay una diferencia entre la responsabilidad, la culpabilidad y los remordimientos. La responsabilidad significa que se asumen las consecuencias de los actos, que nos comprometemos a ejecutar una tarea o a encontrar la solución de un problema. Los remordimientos nacen de la responsabilidad, en el sentido de que nos permiten reconocer nuestros errores, excusarnos y remediarlos en la medida de lo posible, a fin de aprender la lección. La culpabilidad, por el contrario, va de la mano de la noción de falta. Es negativa en la medida que es el sentimiento de malestar que supone la conciencia de haber hecho algo mal, sin saber por qué necesariamente. Implica conciencia de trasgresión de las normas y los reproches que nos

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hacemos a nosotros mismos. La culpabilidad dirige los actos de nuestra vida, es una cruz que arrastramos. Entre amigos, el desarrollo del sentimiento de culpabilidad puede ser debido a una distorsión interior, o bien a una manipulación externa. La distorsión interna aparece cuando nos creemos culpables de la desgracia de otra persona, de sus tristezas y sus problemas. Nos responsabilizamos de su estado y, en el futuro, nos encargaremos de ayudarlo a arreglar sus problemas porque, según nosotros, somos el origen de sus males. Por lo tanto, somos nosotros los que asumimos una responsabilidad que no tenemos. En un caso límite, asumimos que el otro no sabe, no dispone de las herramientas para arreglar su vida. La manipulación externa tiene los mismos efectos: imputarnos la responsabilidad que no nos pertenece; pero, en esta ocasión, es el otro quien nos pone en este papel, nos echa todo el peso a nuestras espaldas para escapar al dolor de reconocer que sus errores son sólo suyos. Las relaciones basadas en la dependencia o en la piedad comportan esta forma de culpabilidad. En ambos casos, comprender que los problemas son de cada uno es esencial para salir adelante. Si creemos que «debemos» hacer algo por la otra persona, preguntémonos antes de dónde viene ese deber. ¿Es nuestra simple voluntad de ser amables, sin esperar nada a cambio, o se trata de una forma de descargar nuestro sentimiento de culpabilidad? Decidir si ser un mero espectador y no actuar por los demás antes de que nos lo pidan explícitamente es una buena estrategia para evitar las proyecciones de culpabilidad: la naturaleza misma del culpabilizador manipulador nos incitará a proponerle ayuda o a estar disponibles para él, aunque no nos convenga. La decepción, la tristeza La tristeza nacida de la decepción es natural y sana, cuando se vive como un duelo. Somos conscientes del hecho de que una amistad nunca será la amistad de nuestros sueños, por nuestras propias limitaciones. Para no sufrir esa tristeza, hay que vivir la amistad intensamente, tal y como se presenta: cuando se está triste se pierde interés por el trabajo, por las actividades habituales, necesitamos alejarnos, permanecemos en un estado receptivo para reevaluar el sentimiento de amistad, sus ventajas y sus inconvenientes. Hay que aprovechar esos momentos de tristeza para establecer un plan de futuro en materia de relaciones amistosas, tanto con el amigo que nos ha decepcionado como con el resto de amistades, con las del presente y las del futuro. Para favorecer la desaparición de la tristeza, no hay que rumiar las causas de la situación: si lo hacemos se convertirá en una obsesión y no podremos tomar la distancia necesaria para actuar de manera satisfactoria. En efecto, calmar los pensamientos negativos de forma pasiva sólo consigue agravar la tristeza. Si reflexionamos sobre las causas de lo ocurrido, debemos llevar las reflexiones al punto que nos permitan tener ideas para progresar, para continuar avanzando. Después, hay que salir, quedar con gente que nos quiere, ir al cine,

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darse algún gusto. Sea cual sea la naturaleza de la amistad que te ha puesto triste, procura salir más maduro de esa situación, atento a ti mismo y a los demás. La humillación «Bueno, ya está bien. No quiero volver a verlo, ya me ha humillado bastante y, además, delante de la gente». La herida provocada por la humillación es de naturaleza identitaria. Intentamos no manifestarlo para que nadie se dé cuenta de nuestra humillación y no la puedan utilizar en otro momento. En el origen del sentimiento de humillación está la mirada sobre uno mismo, llena de inseguridad, reforzada por el acontecimiento que ha causado la humillación. Por consiguiente, hay que trabajar la autoestima, la confianza en uno mismo y creer que lo que piensen los demás no tiene efecto alguno sobre nosotros. Puedes utilizar tu empatía e intuición para preguntarte qué hay detrás de la humillación: ¿está el otro celoso?, ¿tiene miedo de ser humillado y por eso ataca primero? Puedes intentar averiguar lo que siente: es muy raro que una persona sea estúpida simplemente porque sí. Normalmente es un mecanismo de defensa.

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CONCLUSIÓN Es importante conocer la naturaleza de la relación que consideres problemática: a través de la lectura de este libro, hemos aprendido a detectar las diferentes personalidades, a reaccionar en determinados casos y a decidir el futuro de una relación amistosa. Ahora falta tomar conciencia de que la naturaleza de una amistad no puede cambiar de la noche a la mañana. De hecho, no basta con que hayas comprendido la dinámica y te hayas decidido a cambiarla. Falta que el otro sea también consciente de tu camino y que quiera seguirlo. Al hablar con él, quizá descubras que tienes rasgos narcisistas, histriónicos o dependientes, que el otro acepta con sus propias dificultades. También tienes que ser consciente de que no se cambia a las personas si no cambia primero uno mismo: cuando modificamos nuestros propios comportamientos, la relación, que es una dinámica, cambiará forzosamente porque uno de los motores actúa de forma diferente. Aprende a utilizar las estrategias que más te convienen en las situaciones que sean eficaces. Puedes huir, pelearte… pero hay toda una gama de reacciones intermedias que pueden ayudarte a resolver crisis, conflictos o situaciones delicadas y, todo ello, en equilibrio, a la escucha del otro y con toda la consideración necesaria. Si te sientes manipulado, la contramanipulación te permitirá neutralizar el ataque: mantenerse tranquilo, no reaccionar a la mínima, demostrar que eres impermeable al chantaje. No intentes manipular a un manipulador, si tú no eres manipulador por naturaleza: te dará el alto y, lo peor, despertarás su atención y sabrá que eres consciente de sus maniobras. Utiliza frases cortas y nunca te justifiques. Si te sientes agredido y, a pesar de tus tentativas, el otro no cambia, la técnica del espejo puede irritarlo mucho pero, como no se lo espera, puede funcionar. En cualquier caso, hay que estar preparado para que una relación se termine. Es importante comprometerse, es decir, tomar parte en actividades sociales que te gusten realmente, sin preocuparte por la opinión de los demás, aunque te sientas juzgado, presionado e incluso agredido. Permanece a la escucha de los demás, pero no sólo de lo que dicen, sino de lo que demuestran estar sintiendo. Puedes ignorar a aquellos que tienen un impacto negativo en tu vida, en tus emociones o en tu bienestar. Rodéate de gente que te valore, que te respete por lo que eres y recuerda siempre que la valorización y el respeto van en dos sentidos. Puedes afirmarte a ti mismo sin ser agresivo: tener confianza en ti y en tus capacidades no significa que desprecies las capacidades y

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contribuciones de los demás. Al contrario, la complementariedad da lugar a grandes realizaciones. Utiliza el coping, que es una modalidad adaptativa que requiere de reevaluaciones de la situación. Se trata de un proceso que supone apertura de mente, empatía, intuición, compromiso y sentido realista frente a los límites de los demás. Vamos a exponer un ejemplo de coping. Has hablado con un amigo tuyo en relación a un tema delicado: previamente has evaluado su forma de reaccionar, pero sigues viendo en él gestos molestos porque parecen responder a una falta de respeto. Te preparas, entonces, para irlo a buscar, con la mente abierta y sin expectativas previas en cuanto a lo que dará de sí la charla. Tu primer objetivo es comprender esos gestos: quizá no se da cuenta de lo que hace o, si es que es consciente, igual no le da la misma importancia que tú. Escoge el lugar y el momento de la cita: busca un lugar propicio para charlar, donde no haya ruido, un sitio neutral, ni en tu casa ni en la suya para evitar la «ventaja del terreno propio». Escoge un momento en que estés tranquilo, que nada te estrese demasiado. Aborda al otro amablemente, hablando de cosas simples, y utiliza tu intuición y tu empatía para decidir si está preparado para entrar en materia. Si lo ves interesando, lánzate. Pero habla siempre de ti y de tus cosas, no lo impliques directamente ni lo culpes. Así, tendrás todas las oportunidades de intercambiar pensamientos positivos y resolver los conflictos relativos a sus gestos. Evidentemente, este proceso puede escindirse en varias fases, para digerir la información recibida y permitirle a tu amigo hacer lo mismo. Cada persona tiene sus cualidades, no sólo defectos. Todo el mundo tiene algún aspecto fascinante. Pero hay ocasiones en que las emociones negativas toman las riendas y no se ven más que faltas en el otro: es el momento de parar y cuestionarse algunas cosas, al menos en lo relativo a la relación que mantienes con la persona en cuestión. De lo contrario, lo que no se dice, el miedo a herir al otro o el miedo a ser vulnerable harán de esa relación un infierno, una verdadera relación tóxica. No abandones demasiado pronto: el sentimiento de abandono provocado por la ruptura de los lazos afectivos causa mucho sufrimiento, tanto en quien es abandonado como en el que abandona. El abandono se manifiesta por la desaprobación, la negación del afecto, el alejamiento (mudanza) o la pérdida (muerte, divorcio). La reacción ante el abandono suele manifestarse mediante la agresividad. Por lo general, el acontecimiento presente no es la única causa del sentimiento de abandono: reactiva experiencias penosas, anteriores, hace reaparecer un trauma psíquico latente. No olvides nunca que las grandes peleas suelen resolverse con un par de palabras acertadas, sobre todo cuando asumimos, de buena fe, las consecuencias de nuestros

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actos y mientras los otros asumen también los suyos, mostrándonos todos dispuestos a comprendernos y aceptarnos. Puedes estar convencido de que las discordias suelen fundamentarse en el orgullo y la soberbia, que nos hacen olvidar la humanidad del otro. A pesar de sus defectos, el valor de tu amigo es inestimable para ti y ser consciente de ese valor te ayudará a disminuir la importancia de los problemas y los malestares derivados de la relación.

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BIBLIOGRAFÍA American Psychiatric Association: DSM-IV, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 1996. B. Braiker H.: Ces gens qui tirent vos ficelles, Éditions de l’Homme, Montreal, 2006. Bouchard N.: Gérer les personnalités difficiles, Éditions Quebecor, Montreal, 2005. Burns D.: Être bien dans sa peau, Éditions Héritage, 2005. Dr. Barefoot, Le guerrier urbain, París, 2000. Glass L.: Ces gens qui vous empoisonnent l’existence, París, Marabout, 2007. Goleman D.: Inteligencia emocional, Kairos, Barcelona, 1996. Massacrier M. : Quel type de personnalité êtes-vous? Psychotextes, www.psychoressources.com Morency P.: Pide y recibirás: ¿cómo se alcanza el éxito? Robinbook, 2008. Nazare-Aga I.: Manipuladors dels sentiments, Pagès, 2004. Orloff J.: Libertad emocional. Cómo dejar de ser víctima de las emociones negativas, Ediciones Obelisco, Barcelona, 2011. Servan-Schreiber D.: Curación emocional: acabar con el estrés, la ansiedad y la depresión sin fármacos ni psicoanálisis, Debolsillo, 2010. Sillamy N.: Dictionnaire de psychologie, Larousse, París, 1999.

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Índice Portadilla Créditos Contenido Introducción Primera Parte

2 3 5 7 12

Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6

13 16 18 21 24 29

Segunda Parte

32

Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12

34 40 46 51 56 61

Tercera Parte

65

Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22

67 69 71 73 75 77 79 81 84 86

Conclusión Bibliografía

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