Amadís de Gaula (Vol. V, 'Sergas de Esplandián') - Garci Rodríguez de Montalvo PDF

April 13, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN Garci Rodríguez de Montalvo

 

  EL RAMO QUE DE LOS CUATRO LIBROS DE AMADÍS DE GAULA LLAMADO LAS SERGAS DEL MUY ESFORZADO CABALLERO ESPLANDIÁN HIJO DEL EXCELENTE REY AMADÍS DE GAULA AQUÍ COMIENZA EL RAMO QUE DE LOS CUATRO LIBROS DE AMADÍS SALE, LLAMADO LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN, QUE FUERON ESCRIPTAS EN GRIEGO POR LA MANO DE AQUEL GRAN MAESTRO ELISABAT, QUE MUCHOS DE SUS GRANDES HECHOS VIO Y OYÓ, COMO AQUEL QUE, POR EL GRANDE AMOR QUE A SU PADRE AMADÍS TENÍA, SE QUISO PONER EN TAN GRAN CUIDADO, Y POR VER SUS GRANDES HECHOS EN ARMAS Y LE SOCORRER CON SABIDURÍA, COMO LOS HIZO EN MUCHAS PARTES DONDE MAL HERIDO FUE. LAS CUALES SERGAS DESPUÉS A TIEMPO FUERON TRASLADADAS EN MUCHOS LENGUAJES, SEGÚN A LAS PROVINCIAS Y REINOS DONDE LLEVARLAS QUISIERON POR DONDE A MUCHOS MANIFIESTAS FUESEN, QUE HABIENDO LEÍDO LAS GRANDES COSAS DEL PADRE, CON MUCHA AFICIÓN LAS DEL HIJO DESEABAN VER.

 

CAPÍTULO PRIMERO. Que habla cómo cómo Esplandián despertado del dulce son de las trompetas trompetas que dormir le hizo se halló en la gran fusta de la Serpiente al pie de la peña ddee la Doncella Encantadora y lo que allí le aconteció. Cuenta la historia que, recordado Esplandián de aquel dulce son que las seis doncellas de Urganda la Desconocida con las trompas doradas hicieron, al tiempo que la orden de caballería recibió, él se halló encima de las muy fieras y espantables alas de la Gran Serpiente, solo, sin persona alguna, armado de todas sus armas negras, y junto al pie de una peña muy alta; de lo cual fue mucho maravillado. Pero bien tenía en la memoria haber estado en aquel mismo lugar al rededor de su padre Amadís, y todos los otros grandes señores y caballeros, y Urganda la Desconocida, y los cuatro donceles que él hiciera caballeros. Y como así se vio, no sabía qué hacer de sí; pero luego pensó que como las cosas de Urganda muy diversas y extrañas de las otras todas fuesen, que así aquella, que por su sabiduría había sido guiada, lo era, y bajóse por la puerta que descendía a la gran sala que ya oístes, y tampoco halló allí ninguno. Mas entrado en la rica capilla donde sus armas velara, halló delante del altar durmiendo a Sargil, su escudero, y dos hombres cabo él, que asimesmo muy fieramente dormían, con las barbas y cabellos muy largos, y vestidos de unas vestiduras hechas a la guisa de Turquía. Entonces dio del pie a Sargil, y llamóle que se levantase; el cual despertó despavorido, y levantóse en pie y dijo: «¿Quién sois vos que aquí venistes?» Esplandián comenzó a reír de gana y díjole: «Conoce que algunas veces me viste». Y tomóle por la mano y trájolo contra sí. Sargil acordó más que antes, y conosció a Esplandián, y dijo: «El gran sueño que he tenido por poco me hiciera perder el seso». Esplandián le dijo: «Pues más es aún de lo que tú piensas». Entonces le contó cómo se había hallado durmiendo encima de aquella fusta, y que no viera persona alguna de las que estuvieran a la sazón que le armaron caballero; y como estaban al pie de una muy alta peña sin medida, que no sabía qué lugar fuese; y que había mirado en derredor, y no viera sino agua, y aquella roca cercada della de todas partes; pero que bien creía que esta fuese la peña llamada de la Doncella Encantadora, de que algunas veces había oído a su padre Amadís hablar. Sargil vio aquellos dos hombres que dormían, y dijo: «¿Quién son estos que aaquí quí yacen?» «No sé», dijo Esplandián, «pero bien creo que Urganda los dejó aquí, y bien será que los despertemos». Entonces fue cada uno al suyo, y llamáronlos que se levantasen; los cuales presto recordaron y fueron en pie. Esplandián les preguntó quién eran; ellos hicieron señal de que no hablaban, que eran mudos. Y esto sería ya a tal hora que el mediodía era pasado, y Esplandián tenía gana de comer, y dijo a Sargil: «Amigo, ¿qué haremos, que en esta fusta no veo recaudo ninguno cómo pasar podamos, que estos hombres poco remedio nos pornán? busquemos a todas partes si hallaremos algo de comer». Cuando aquellos hombres entendieron en lo que hablaban, hiciéronles señas que estuviesen quedos, y ellos salieron de la capilla y entraron en una cámara que con la gran sal se contenía; y a poco salieronycon una mesa y vianda de que les dieronllamó de comer. Peroy asubieron Esplandián sirvieron como rato lo merecía; desque hubieron comido, Esplandián a Sargil, encima de la

 

fusta, y mostróle la roca cómo era alta, y díjole que, pues allí había la su serpiente parado y no se movía, que era señal de probar él aquella peña, y saber qué cosa fuese. Sargil le dijo: «Paréceme, Señor, que según el recado aquí hallamos, que más es necesario de adevinar lo que hacer se debe, que de lo preguntar, que en estos hombres poca razón se hallará». «Pues que así es», dijo Esplandián, «quiero saber por qué causa o ventura somos aquí arribados». Entonces, así armado como estaba cuando el gigante Balan lo armó caballero, que solamente la espada le faltaba, se abajó a la sala, y hizo señas a aquellos hombres que por el costado de la sierpe le echasen un batel en el agua, lo cual fue luego hecho; y entrando él y Sargil en él, y los mudos quedando en la fusta, les pusieron tanto que comiesen, que bastarles pudiese para tres días; y luego llegaron el batel a la peña, que bien cerca estaba, y saltaron en tierra; y a poco trecho que al rededor della anduvieron, hallaron aquel camino labrado y tajado por donde Amadís y Grasandor habían subido, como ya se os dijo. Y queriendo Esplandián por él subir, Sargil le dijo: «Señor, ¿qué haréis sin espada si luego en esta peña algún peligro se vos ofrece? Quiero que, por falta della, llevéis un pedazo deste remo que el barco queda; que muchas veces el gran esfuerzo es menoscabado no tanto a culpa suya como de aquel aparejo que para ser mostrado se requiere». Entonces al barco allí ylosEsplandián trajo, y quebrando pedazo y tornándose Esplandián,se setornó lo puso en laque mano, se quitó elunyelmo y sedelo remo dio que lo llevase, ya luego subieron por la peña arriba a gran trabajo de Esplandián, por ir armado, y anduvieron hasta la noche, que llegaron a la ermita donde la grande imagen de metal estaba, con la tabla escripta antes sus pechos como ya oístes, y entraron dentro, no con otra claridad más de la que por la puerta entraba, que era harto bien pequeña; así que, no pudieron ver sino solamente el bulto de la imagen, y acordaron de quedar allí, y así lo hicieron; que Esplandián se quitó el escudo, y cuando fue tiempo cenaron, y dormieron a la puerta de la ermita, porque dentro hacía gran calor. Y venida el alba, levantáronse, y vieron bien clara la imagen de la forma en que estaba, y las letras griegas que en la tabla de metal tenía, mas no las pudieron leer. Y desque una muy gran pieza la miraron toda, dijo Esplandián: «Amigo Sargil, yo te ruego mucho que en esta ermita me esperes, porque si es, como yo creo ser, esta la roca en que mi padre y Grasandor aportaron, o de voluntad la buscaron, parésceme que entre las otras aventuras della, contaban por la más principal en el tiempo destas calores haber en ella cosas emponzoñadas, que por causa de no traer armas te pondrías en peligro de perder tu vida; y a mí, que las traigo, me conviene subir allá, por cobrar lo que me falta, si mi ventura tal fuere, que sea yo aquel que de tan grandes tiempos señalado y profetizado está». Sargil le dijo: «No me quedaré por ninguna manera, ni Dios quiera que por temor de la muerte en ningún tiempo os desampare; que mucho más trabajosa y penosa sería para mí la vida que la muerte si fuera de vuestro servicio la poseyese». «Así lo tengo yo, mi buen amigo y verdadero hermano», dijo Esplandián; «más la mía se puede, estando armado, por razón remediar, y la tuya más a locura y poco seso se puede atribuir que a esfuerzo ni amor; por que te ruego que sin más me decir hagas lo que mando». Sargil, vio ser aquellaEsplandián su voluntad, quedó llorando muy fieramente, como aquel quey con más que a sícomo lo amaba. Entonces tomó su yelmo y escudo, y algo que comer pudiese,

 

el pedazo del remo en la mano subió por la peña arriba; y no pudo tanto andar, que antes le convino descansar y comer. Y cuando a la cumbre llegó, vio aquel gran llano que ya oístes, y los grandes palacios y otros edificios derribados que en él estaban, a tal hora, que no quedaban dos horas del día por pasar. Entonces se encomendó a Dios muy de corazón, y fuese derechamente contra los palacios, y pasó por el arco de piedra, y miró la imagen que encima estaba; mas no supo leer las letras y el rétulo que en la siniestra mano tenía, y pasó adelante tanto, que entró dentro en la gran sala donde la cámara del tesoro estaba, a la puerta de la cual vio estar echada una gran serpiente, y miró las puertas de piedra y la empuñadura de la espada que por ella metida estaba; y como quiera que aquella bestia fiera gran espanto le pusiese, especialmente no teniendo con qué la herir, no dejó por eso de ir contra ella con muy esforzado corazón. La sierpe, como así lo vido venir, levantóse, dando grande silbos y sacando la lengua más de una brazada de la boca, y dio un gran salto contra él; mas Esplandián se cubrió de su escudo, y como la vio cerca dél, diole presto con aquel palo que traía un tan gran golpe entre las orejas, que muy grandes las tenía, de que muy poco mal le hizo, que la serpiente vino tan recia y tan desapoderada, que lo derribó en el suelo, y ella pasó por encima, que no se pudo tener. Esplandián se levantó muy presto, como aquel que se veía en punto de muerte, y hallóse bien cerca de las puertas de la cámara; y como vio venir contra sí la serpiente, fue cuanto más recio pudo, y soltando el palo de la mano, tiró por la espada tan recio, que la sacó; y luego las puertas se abrieron ambas con tan gran sonido, que así Esplandián como la sierpe cayeron en el suelo como muertos, y así lo hizo Sargil, allá en la ermita adonde había quedado; que el sonido y ruido fue tan espantable, que por más de veinte leguas en derredor oído por en aquellos la sazón la mar andaban, y no cuidaron sino que la roca cayera yfue se hundiera la mar.que Estea ruido tuvoportanta fuerza, que nunca Esplandián tornó en su acuerdo hasta la media noche pasada, y como fue tornado en sí, levantóse y tomó la espada, que cabe sí vio, y la serpiente estaba muerta; la cual bien se parescía, que de la cámara salía una gran claridad que toda la casa alumbraba tanto como lo hiciera el sol muy claro; y luego fue Esplandián a entrar dentro, por saber qué cosa tan extraña era aquella, y vio estar en medio de la cámara un muy gran león hecho de metal, asentado encima de una tumba, la cual era hecha en una piedra como de cristal, tan clara y tan limpia, que sin empacho alguno, aunque de todas las partes era cerrada, se parecía muy bien claramente todo lo que dentro della estaba; y aquel león que allí estaba tenía en la mano diestra la vaina de la espada; que su guarnimiento era hecho por tal arte y forma, que dél salía aquel gran resplandor de que toda aquella cámara, y no menos la gran sala, era bien alumbradas; y en la otra mano siniestra tenía un muy gran título de letras, las cuales decían así: CAPÍTULO II. De cómo Esplandián leídas las letras del rétulo tomó la vaina de la espada de la mano del león y acordó de salir y de las graciosas razones que cerca de la ermita con Sargil platicó. «Los bramidos espantables en el tiempo de la gran priesa constriñirán a ti, caballero que la espada ganaste, a te hacer que vuelvas por el gran tesoro que te hará restituir la perdida alegría, y resfriará aquellas llamas encendidas de los crueles rayos que de lejos serás herido; conténtate con lo que ganaste, pues en tan grandes tiempos, donde tantos caballeros por gran fama fallecieron, la mudable fortuna a ti sobre todos ensalzó, otorgándote la gloria que ninguno alcanzar pudo». Leídas las letras por Esplandián, estuvo por una pieza pensando, y en el fin conosció que, como quiera que a él era aquello otorgado, que convenía esperar lo que las letras señalaban; mas no supo por quéestaba; causapero las otras cosasfue, le habían como aquelque quesintió hastalaentonces en sudelibertad entera a tiempo sin que de granvenir, espacio pasase, cruel herida aquella

 

que más por nuevas que por vista le vino, así como la historia adelante os contará. Entonces tomó la vaina que en la mano tenía aquel muy gran león, y puso en ella la espada, y echóla a su cuello, y hincó los hinojos en tierra, dando muy muchas gracias a aquel soberano Dios por aquella tan gran honra en que le había puesto. Y levantándose, anduvo al derredor de aquella tumba mirando, mas no pudo ver por dónde abrir se pudiese; que mucho quisiera Esplandián ver lo que dentro de la tumba estaba, pero empachábalo muy mucho otra cubierta que debajo de la piedra cristalina ttenía; enía; la cual piedra era como color de cielo, que ningún hombre podía devisar de qué metal o material fuese. Y así estuvo Esplandián por una muy gran pieza, y después acordó de salir y tornar a su compaña; y salido de la cámara, y de la gran sala donde muerta quedaba la serpiente, perdió la espada del gran resplandor por la claridad del día, que ya era sobrevenido, y comenzó a decendir con grande priesa hacia la ermita donde Sargil había quedado, al cual halló que con gran priesa subía la peña arriba, determinado de morir o saber qué había sido de su señor. Y cuando él lo vio venir tan alegre y con la rica espada al cuello, fue para él, llorando de grande alegría, y díjole: «A Dios gracias, que os guardó, y loada sea su misericordia, porque ya comienza a mostrar las vuestras grandes y extrañas cosas». Esplandián lo abrazó, que mucho lo amaba, y contóle todo aquello por que había pasado; que Sargil hubo tanto placer que más no podía ser, y luego se abajaron por la cuesta apriesa, al mayor andar que pudieron, y llegaron pero antes les convino comer de lo que Sargil traía, y allí durmieron fuera della, debajoa la deermita; unos grandes árboles. Pues estando con mucha alegría hablando en las cosas que más placer les daban, dijo Sargil a Esplandián: «Señor, mejor sois que vuestro padre, pues que esta aventura que él faltó, vos la acabastes». Esto decía él porque todos sabían cómo Amadís no quiso probar aquella aventura, pues que halló razón por donde a él no le era otorgada; pero no supieron para quién guardada estaba, que a Amadís plugo que se guardase en secreto hasta ver si las letras decían verdad. Así que, si él no, y Grasandor, que presente fue, y Urganda la Desconocida, otro ninguno no sabía lo que sería de la espada. Esplandián le respondió y dijo: «Mi buen amigo Sargil, si las grandes cosas que mi padre con tanto esfuerzo de su muy esforzado corazón y no menos peligro de su vida pasó, fueran empleadas en servicio de aquel Señora que tan extremado entre tantos buenos le hizo en este mundo, no pudiera ser hombre ninguno igual ni semejante a la su virtud y gran valentía. Pero él ha seguido con mucha afición más las cosas del mundo perecedero que las que siempre han de durar; y como quiera que en sus afrentas procuró de tomar el derecho y la razón de su parte, en que paresce que la culpa en grande parte se desculpa, no por tanto dejara de ser mucho mejor que aquella ira y saña que contra los de su ley, en gran daño y muerte de muchos dellos, fue con tanta voluntad ejecutada, que lo fuera contra los enemigos de su Salvador, el cual no permite ni quiere que los malos sean castigados con otras armas sino con aquellas que a los sus ministros dejó. En las cuales, aunque muy justas sean, se hallan muchas veces grandes ofensas y agravios; pues, ¿qué será en las que sin pasión y grandes crueldades ejecutar no se pueden? Que ya puedes considerar la excusa que los reyes y grandes señores, que en lugar de Dios en este mundo quedaron, pueden dar, teniendo delante los enemigos de la santa fe; no solamente en dar lugar a que los suyos y cruelmente se maten,son, masloellos, su grandeza, su honestidad, la justa que tan tenidos de guardar hacerolvidando por sus proprias manos, y recebir eny ello tantajusticia gloriaacomo si

 

para dar la cuenta superior faltase. Así que, plega al muy alto Señor que, si yo en algo a mi padre paresciere, o le pasare de bondad, que sea más por el camino de salvar mi alma que de honrar al cuerpo, apartando de mí aquello con que ofenderle puedo». Sargil le dijo: «¿Cómo, Señor, queréis vos reprobar y contradecir lo que todos siguen, y este estilo con que el mundo es gobernado?» g obernado?» «El mal estilo», dijo Esplandián, «tanto más es peor, y más yerran y pecan los que lo siguen, cuanto más es usado y envejecido; y ¿quieres ver el galardón que los que al mundo siguen alcanzan? Mira aquel grande y poderoso rey Lisuarte, mi abuelo, cuántos tiempos permitió nuestro Señor Dios que su gran gloria y gran fama por todo el mundo ensalzada fuese; y esto por le dar lugar que hubiese conoscimiento, como dando ocasión que los suyos unos con otros se matasen, era contra su servicio, y así como en aquellos tiempos el placer y gloria que los que obrando mal reciben, él recibió, cuando más seguro y ensalzado estaba, hubo la pena que merecía, perdiendo su honra y su fama, y al cabo su persona, que della no se sabe. Y si algunos dijeren que la fortuna suya lo ha hecho, no creas que otra fortuna hay sino el bien que de Dios viene; y así, no menos el mal que los hombres se acarrean, partiéndose de sus mandamientos, y siguiendo los que le son contrarios. Y si a Dios pluguiere que mi deseo se cumpla, tú verás que cuanto mis obras serán más diversas de las de los otros, tanto serán más dignas de alcanzar galardón de aquel que darlo puede». Y así fue fueron cómo este caballero lo dijo;enemigos porque sus su tiempo no tuvieron, contra los paganos de grandes la santa caballerías, fe católica;que queenpoco tiempopar había pasado que era establecida, como la historia adelante cuenta. CAPÍTULO III. En que responde el autor que no es de maravillar de los maravillosos consejos y santa doctrina que deste caballero adelante se escribe que en su joventud tenía por cuanto nuestro libre albedrío siendo en la santa doctrina bien informado informado como lo fue este caballero es de mayor fuerza que los planetas. Y porque en este ramo que desta historia sale, que fue y es aplicado a este caballero, se hallarán en muchas partes razonamientos de muy buenas y católicas doctrinas por él dichas, y algunos, con muy gran causa, podrían decir: «Pues siendo tan mozo, no cabía en él dar consejo de tan anciano; y debiendo ser, según su poca edad y mucha valentía, muy soberbio, darlo tan humilde; y con la soberbia y valentía, debiendo ser muy cruel, ser tan piadoso»; por cierto en alguna manera el tal decir y la tal sospecha con mucha razón podría haber lugar, y creer que estas tan blandas y católicas palabras más quedaron de aquel que su historia escribió, ornándola y aderezándola porque bien paresciese, que de aquel a quien atribuidas fueron. Pero no es razón que lo que suyo proprio fue, así como todas las otras virtudes de que Dios dotarle quiso, se lo quitemos y apartemos dellas; porque la verdad desto es, que como este caballero fue criado de aquel santo hombre Nasciano, que de la boca de la leona lo quitó, que para el gobierno de sus hijos lo llevaba, y en su poder lo tuvo hasta la edad de siete o de ocho años, que le convino darlo al rey Lisuarte, como la tercera parte desta historia contado ha; que en aqueste medio tiempo fue por él doctrinado y enseñado con tantas y tan dulces palabras, que aquel que con aquella afición las obraba las decía, y así le quedaron en la memoria escritas en sus entrañas, que nunca, por saña ni por ira que le viniese, las pudo en olvido poner. Las cuales recordadas, sobre ser muy fuerte y muy bravo de más corazón las cosas convenía le hicieron y muy piadoso, que en a otro algunoendequesu letiempo. En serlo, lo cual todos loshumilde, hombres,católico especialmente

 

aquellos que para seguir las armas y sobre otros mando han de tener, deben tomar ejemplo, y poner sus hijos, siendo en tierna edad, debajo de la doctrina y corrección de personas muy santas y de buena vida, y no menos de sana discreción. Porque, aunque por algunos sabios se dice nacer las criaturas en este mundo debajo de la costelación de los planetas, y según el movimiento y calidad dellas, y que así son sus mañas y costumbres, yo oso decir que este albedrío que el muy alto Señor del mundo sobre todas las cosas vivas que con él viven nos dio, siendo, como digo, doctrinado y enseñado y corregido de aquellos que aquí nombré, terná tanta fuerza que, forzado la mayor parte de lo natural con que nació, será tornado y sometido a la orden de las buenas costumbres y honesta crianza. Pero dejemos por agora de más hablar en esto, porque si nuestra mala condición a quien nos tanto lugar damos, que de sierva que de razón debía ser, la hacemos señora, criándolas, halagándola con sus apetitos, no lo estorbase como muchos en ejemplos y doctrinas de grandes sabios nos tienen amonestados, que la menor dellas debría pasar, para que dejando lo malo y dañoso, siguiésemos aquello que a nuestras ánimas gloria promete; y tornemos a Esplandián y a Sargil, su criado, que debajo de los grandes árboles estaban, como dicho es. CAPÍTULO IV. De cómo queriendo volverse volverse a la nao entraron en sendas barcas guiadas por dos mudos de los los cuales uno llevó a Sargil a la nao nao y el otro guió con Esplandián por la mar ad adelante. elante. Cuenta la historia que, a las veces hablando, y otras veces dormiendo, Esplandián y Sargil pasaron aquella noche allí debajo de los grandes árboles que cabe la ermita que en la peña de la Doncella Encantadora estaban, donde estaba el gran ídolo de metal. Y la mañana venida, descendiéronse por la cuesta abajo, mas no pudieron tanto andar, que muy tarde no llegasen donde el barco habían dejado, y hallaron los dos hombres mudos que ya oístes, el uno dellos en el mesmo barco, y el otro en una barca muy mayor, los cuales los estaban esperando. Y como a la ribera llegaron, el hombre que en la gran barca estaba llamó por señas a Esplandián que viniese para él, y el otro a Sargil. Así que, cada uno dellos, no recelándose de ninguna cosa, entró con el suyo, y luego el del barco huyó adonde la gran fusta de la Serpiente estaba, y el de la barca por otra parte, a la más priesa que pudo; de guisa que, sin se poder hablar, se partieron los unos de los otros. Mas ahora dejaremos a Sargil con el mudo en la Gran Serpiente, haciendo gran duelo porque así veía ir a su señor, sin él se hallar en su compañía, y contará la historia cómo Esplandián, llamándose el caballero Negro, fue por la gran mar, guiándolo aquel mudo que lo llevaba, sin saber dónde, ni lo que dél quería hacer, y cómo en cabo de diez días que por ella navegó, aportó en la parte donde el rey Lisuarte preso estaba, y las grandes cosas que allí le acontecieron. CAPÍTULO V. De cómo Esplandián y el mudo aportaron en lala ribera de una fuerte montaña la cual era del señorío de Persia y de las preguntas y razones que Esplandián con un ermitaño que hhalló alló allí pasó. Cuenta la historia que, pasados diez días que el caballero Negro anduvo navegando por la mar de noche y de día, sin saber dónde fuese y sin lo preguntar a aquel que lo llevaba, porque él bien veía que no mentaría nada, solamente se servía dél en que de lo que en la barca traía le daba de comer. Pues en cabo destos diez días vieron la tierra firme, de que el caballero Negro hubo mucho placer, así porque estabacosas enojado andar en el que agua,eracomo porqueenle algunas parecía aventuras perder tiempo se ocupar en otras que éldemás deseaba, en hallarse en quesinotra

 

honra y prez pudiese ganar. Y con aquel placer hizo señas al mudo que para aquella parte lo guiase, mas él no lo hizo; antes a vista de la tierra por la costa de la mar llevó la barca, navegando todavía, hasta tanto que vieron una montaña muy espesa de árboles en una gran peña tajada, y hecha a manera de un muro, en que la mar batía. Entonces el marinero, antes que con una pieza a ella llegasen, guió la barca a la orilla, y hizo señas al caballero que en tierra saliese; el cual así lo hizo, y mostróle una senda con la mano que iba hacia la montaña, haciendo señal que se fuese por ella. El caballero se encomendó a Dios, y tomó el yelmo en la mano porque no le empachase, y su escudo al cuello, y la rica espada que ya oistes ceñida, y a pie, se metió por aquella senda que por entre muy espesas matas del monte guiaba. Y así anduvo, sin hallar persona alguna, ni otra cosa que estorbo le diese; pero a cabo de una pieza halló a mano derecha, entre unos árboles muy altos, una ermita pequeña, encima de la cual estaba una cruz, y plúgole dello, que bien pensó de hallar allí alguno a quien preguntar pudiese qué tierra era aquella; y fuese luego allá. Y como llegó cerca, vio estar cabe una fuente un hombre viejo con la barba muy larga, que con un cántaro tomaba del agua de la fuente. El caballero Negro se fue a él y le dijo: «Dios vos salve, buen hombre». «Así le plega», dijo el viejo; «que por eso vine aquí a hacer esta vida. Mas vos, caballero, ¿quién sois? Que ni vuestro hábito ni parecer no es desta tierra». El le dijo: «Verdad buenhallado hombre, que noalguna soy desta tierra; antes desino muya lejoscaballero della, y Negro la ventura me trajo aquí, decís, sin haber persona a quien preguntase vos; de que he habido mucho placer, y más en haber visto aquella señal que encima desta casa pusiste». «¿Cómo», dijo el hombre bueno, «conoceisla vos, e sabéis qué tanto es preciada?» «Sí conozco», dijo él, «porque en otra de su semejanza padeció muerte aquel Señor cuyo soy». «A Dios mercedes», dijo el buen hombre, «y muchas gracias le doy porque antes que desta vida pasase me dejó ver alguno que suyo fuese; que bien vos digo que desde que él padeció acá, que no se hallaría en esta tierra ninguno de su ley, porque los que en ella viven, todos son sus enemigos; y si yo soy aquí hallado, esto fue un caso que por mí sabréis. Mas mucho soy maravillado de vos, y más lo sería si yo creyese que vos érades mortal, de lo que yo dubdo, según vuestra gran hermosura; que si así no fuese, no osárades venir a tal parte en tal forma como vos veo». «Buen hombre», dijo el caballero, «mortal soy y pecador; y si vos de mí os maravilláis, así lo hago yo, que ciertamente la forma de mi venida ha sido tal y tan extraña, que poca cuenta ni razón dello vos sabría dar; mas ruégovos, padre, si os pluguiere, que me digáis qué tierra es esta y de qué señorío». El buen hombre le dijo: «Venid comigo, y de muy buen grado os lo diré diré». ». Entonces se fueron entrambos a la ermita, y entraron dentro, y el caballero, hincadas las rodillas, hizo oración delante de otra cruz que dentro halló, la cual acabada, tomóle por la mano aquel hombre bueno, y sentóse con él en un poyo, y díjole: «Caballero, decidme de dónde sois; que lo que yo de acá supiere, de grado vos lo diré». El caballero Negro le dijo: «Padre, yo soy de la Gran Bretaña; no sé si la oistes acá decir».

 

«¿Conocéis al rey de aquella grande ínsula», dijo el hombre bueno, «que se llama Lisuarte?» «Sí conozco», dijo él, «que muchas veces lo vi». «¿Qué tal quedó cuando vos partistes?» dijo el hombre bueno. «Esto no vos sabría yo decir, porque en aquella sazón fue perdido, y no se pudo saber ccómo, ómo, del cual hasta entonces no se sabía cosa, aunque por muchos con grande afición y no menos trabajo es buscado». Cuando el hombre bueno esto oyó decir al caballero estuvo suspenso, sin hablar por una gran pieza, como maravillado. En lo cual el caballero, como él en su pensamiento no tuviese sino saber nuevas del Rey, paró mientes, y calló hasta ver a qué podría recudir su sospecha. El hombre bueno, tornando en sí, dijo: «Caballero, porque sin recelo ni menos temor que por ello mal vos pueda venir, me digáis de vuestra hacienda en todo y por todo; ahora, pues que así es, yo quiero que sepáis quién soy, y no menos por qué razón vine a esta tan extraña tierra. Sabed que yo en esta Gran Bretaña nací, della es todo mi linaje natural, y al tiempo que una dueña cuyo yo era casó con un gigante que desta montaña que aquí cerca está fue señor, con ella me vine, así por la servir y haber algún bien della, como por ver mundo y tierras extrañas, que todos ver desean. Y aquí llegados, aquella mi señora, que hasta aquella sazón la ley de Cristo mantuvo, fue luego vuelta a la de los paganos, que su marido tenía con más afición que otro alguno. Y como yo vi esto, no hallé remedio para me tornar a esa tierra; y considerando, según la flaqueza de los hombres, que la contratación de las gentes en algún errado camino me podría poner, tomé por partido de me venir amuy esteaborrecida lugar, donde he pasado de miy vida con esta malatengo, gente, no porescausa tener ella la ley que de asaz mí espeligros tan amada; si algún remedio otro,dedespués de Dios, sino saber todos que aquella mi señora recibiría mucho enojo de quien a mí le hiciese. Así, estoy esperando, si la ventura me guiase, cómo, partiendo de aquí, pueda tornar a mi tierra. Dicho vos he lo que habéis oído; ahora os ruego, caballero, si vos pluguiere, que me digáis la ventura que a esta tierra tan peligrosa vos trajo, donde si algún remedio no tomáis en vos volver, no escaparéis de muerto o de cruel prisión, de que habría gran pesar, por ser de aquella tierra donde yo soy, con tanta hermosura cual nunca mis ojos vieron». El caballero Negro le respondió y dijo: «Mucho me hecistes alegre desto que me habéis contado; y antes que vos responda, vos ruego mucho que me digáis por qué causa, hablando en el rey Lisuarte, pareció quel sentido se vos alteró, y cómo turbado o espantado estuvistes». El ermitaño le dijo: Sabed, señor caballero, que de una doncella mi hija que con la dueña que vos dije vive, que aquí me trae que coma, y me viene a ver algunas veces, supe cómo viniendo aquella dueña poco tiempo ha de la Gran Bretaña, de saber de una prisión de un hermano suyo que allá tiene, trajo muy encubierto un caballero preso de gran valor; pero no me supo decir quién fuese, sino que así a ella como a ambos los dos hijos gigantes que tiene les puso en grande alegría; y por esto que sabía, dudé, cuando me dijistes que el rey Lisuarte era perdido en este tiempo, si sería él, porque esta dueña sabe muchas artes mágicas y de encantamientos, con que gran mal puede hacer». El caballero Negro le dijo: «Ruégovos cuanto puedo que me digáis qué tierra es esta y a qué parte cae; y esta montaña que decís, en qué forma está y quién la posee». El hombre bueno le dijo: «Esta tierra es en el señorío de Persia, y a esta parte que esta montaña está se hace una gran vuelta, que entra en la mar, de una peña tajada y alta, encima de la cual es la montaña donde fue de señor aquel gigante quemucha vos dije; el cual su vida, su gran así de la persona como la montaña, sojuzgó parte destaentierra; que,con como quierafortaleza, que del un

 

cabo tenga al rey de Persia, que es a la parte de la tierra Firme, y del otro al emperador de Constantinopla, por un pequeño brazo de mar que en medio es, nunca de ninguno dellos pudo ser sojuzgado ni ganarle esta montaña, tanta es su aspereza, ni por ello dejaba él de hacer mucho de lo que quería, así contra el uno como contra el otro. Y lo que más le guareció fue la muy grande discordia en que estos dos muy poderosos señoríos o imperios de muy grandes tiempos acá siempre han estado, haciéndose guerra muy cruel. Y deste jayán que vos cuento quedaron dos hijos muy grandes y muy valientes caballeros, que mucho más que su padre han ganado y sojuzgado a su señorío. Los cuales hasta agora están en compañía de aquella dueña su madre, mi señora». El caballero Negro le dijo:«¿Por dónde es el camino para ir a la montaña?» «Por ribera de la mar», dijo el buen hombre, «que en la gran torre del alcázar hieren las ondas, y cabe la torre está hecha una escalera de más de cincuenta pasos, labrada en la dura peña; en cabo de la cual hay una puerta de hierro, que siempre es guardada por un caballero armado, en quien mucha fianza se hace, porque en aquella montaña no hay otra entrada ninguna, salvo aquella; que la mar la rodea casi toda, y lo que de tierra es guárdase con muy alto muro y fuertes torres, entre las cuales hay un pequeño postigo, por donde no puede más de una bestia caber caber». ». «Pues ¿por dónde pasan a la puerta?» dijo el caballero. «Por una puente bien larga que de maderos es hecha, por donde los del alcázar salen, la cual prestamente se derrueca cuando alguna priesa viene; que es a esta parte donde estamos». «A Dios séades encomendado», dijo el caballero Negro, «que ir quiero a ver esto que me decía en qué forma está, y si pudiere saber quién es el preso que me dijisteis». El hombre bueno le dijo: «Y ¿qué vos aprovechará haberlo visto? No otra cosa por cierto, sino morir, o ser todos los días de vuestra vida en captiverio». «Como quiera que sea», dijo el caballero, «no dejaré de probar la ventura que Dios me diere». «Caballero», dijo el buen hombre, «en las cosas que llevan razón son los hombres obligados de poner sus fuerzas, porque de su trabajo se puede esperar y alcanzar fruto; pero las que desta carecen, débense contar, no solamente a gran locura, más a desesperación conocida, donde claramente se aventura el cuerpo y el ánima. Y por esto, entre los muchos ejemplos y doctrinas que nuestro redentor Jesucristo nos dejó en las cosas de grandes milagros que andando en el mundo, en toda su vida hizo, fue señaladamente una, que, como quiera que del enemigo malo fue tentado que hiciese algunas cosas a él posibles y a nosotros muy imposibles, nunca quiso hacer sino aquello que por razón natural se debía, diciéndole que lo al era tentar a Dios, dando a entender que así lo habían de seguir sus servidores, y no se poner a semejantes cosas como esta que empezar queréis; que yo vos digo que, demás de aquel fuerte caballero que la puerta de la cueva que es entrada de la montaña guarda, hay en la gran fortaleza dos gigantes, hijos de la dueña que vos dije, que en todo el mundo apenas se podrían hallar otros semejantes en esfuerzo y gran valentía». El caballero Negro le dijo: «Buen amigo, mucho vos agradezco el consejo que me dais; pero a mí me conviene seguir aquello para que nascido en este mundo fui, buscando y probando las cosas fuera de toda la orden de natura; que si así no lo hiciese, aquellos grandes sabios que sobre mi nacimiento crianza muchos no de solamente su trabajo vano quedaría, masy maravillosa serían por mentirosos tenidos.juicios Pues siecharon, en lo que mí hablaron dijeronenverdad,

 

¿qué mayor gloria para mí se puede haber que acabar yo las cosas imposibles y espantables a otros? Y si por ventura su sabiduría saliere mentirosa, quiero que parezca más cargo y culpa de su flaco saber que a mi cobardía. Solamente me queda un remedio, que esto sea empleado contra esta mala gente, ministros y miembros del diablo, de los cuales tengo esperanza de haber victoria; y si de otra manera fuere, el Señor en quien yo creo habrá piedad de mi alma». El hombre bueno estaba mirando, en tanto que esto decía, aquella su gran hermosura y esforzado continente, y las lágrimas le vinieron a los ojos, y díjole: «Oh caballero más hermoso que nunca nación, aquel Señor en quien tanta esperanza tienes te ayude y defienda; y pues tu voluntad en esto se determina, ruégote que aquí quedes esta noche, porque, aunque con hora podríades llegar, no entrarías en la montaña; que la puerta se cierra antes que el día pase con gran pieza». El caballero se lo otorgó, pues vio que más ser no podía. CAPÍTULO VI. De cómo el caballero Negro guiándose para la peña Tajada entró en el fuerte castillo donde por fuerza de armas mató tres caballeros gigantes y libró al rey LLisuarte isuarte de la prisión. prisión. Así como la historia vos ha contado, quedó el caballero Negro en compañía de aquel hombre ermitaño, que le dio de cenar de aquello que para sí tenía, y cama en que durmiese, la menos pobre él pudo. Pues la mañana y hizo su oración, encomendándose a Dios muy deque corazón, y rogándole que lo venida, guiase ylevantóse ayudase de tal manera, que más su honra que la vida sin peligro quedase, y luego se armó de todas sus armas, así como allí había llegado, y por un camino asaz estrecho de muy espesas matas, que el hombre bueno le mostró, se fue, el cual de grado le hiciera compañía; pero no osó, por miedo que los jayanes lo sabrían, y volvió llorando, rogando a Dios le ayudase en tan gran peligro como iba. Pues así anduvo el caballero por aquella senda, muy cerrada de la espesura de los árboles, y a poco rato hallóse en la ribera de la mar, y junto con el agua guiaba la senda por donde seguía su vía; y así, al cabo de aquella floresta halló un campo hermoso, al cabo del cual la peña vio que encima la montaña tenía, que le pareció de muy hermosas arboledas, y la peña alta tajada como si a sabiendas se hiciera; y tanto anduvo, que llegó a la puente de los maderos por donde podían al castillo pasar, y luego a más andar se metió por ella; así que, llegó presto al cabo donde estaba una pequeña plaza que una calzada de canto defendía que la mar no entrase en ella, y se juntaba con la gran torre del alcázar por la una parte, y en la otra las ondas batían con gran fuerza. El caballero miró arriba, y vio a una ventana de la torre que sobre el agua caía estar dos caballeros, el uno de los cuales le pareció de tan gran cuerpo y rostro, que fue maravillado, y bien pensó que aquel sería el uno de los jayanes; el otro con gran parte no se le igualaba, y luego a su diestra cerca de la torre vio la escalera labrada en la dura peña, y en la puerta, encima donde estaba, un caballero asaz grande, armado de todas armas y una hacha de acero en sus manos. Pues así estando mirando lo uno y lo otro, díjole la guarda de la puerta: «Caballero sin ventura, ¿quién te guió a esta parte? que si la color de tus armas tristeza anuncia, venido eres donde muchas más que ella las pide te vernán». El caballero Negro le dijo: «No conviene a los caballeros de tan lejos responder como hombres de poco valor; en y silalacabeza, razón de venida yo te ella camino, diré». Entonces puso el yelmo quemihasta allísaber en laquisieres, mano lo aguárdame, trajo, por noqueperder y subió

 

por la escalera tanto, que llegó a la puerta donde el caballero estaba, que le dijo: «Entra, malaventurado, donde ninguno que extraño fuese buena ventura hubo». El caballero Negro no le dijo cosa alguna, sino luego se metió con él en la cueva; y como dentro fue, la guarda cerró la puerta de tal manera, que si no él o los hombres del castillo, otro ninguno la sabría abrir, y la cueva quedó con una luz que por otra puerta que a la montaña salía entraba. Pues así andando, díjole la guarda: «A ti conviene dejar esas armas, y que comigo te vayas al alcázar, para te presentar a aquellos señores cuyo yo soy». «Más llévame», dijo el caballero Negro, «con ellas, así como estoy, y de grado haré lo que pides». «Eso no puede ser», dijo el otro; «que las armas son mías de derecho, y si con ella fueses, te guarecerían del otro que la puerta del grande alcázar guarda, y perderlas-hi-a». Y diciendo esto, alzó la hacha con ambas manos por le herir en la cabeza; mas el caballero, que apercebido estaba, alzó el escudo, y recibió en él el gran golpe, y puso muy presto mano a su espada, y diole con ella por encima del yelmo tan fuerte golpe, que las manos le puso en tierra, y fue luego sobre él de rodillas por le cortar la cabeza, que así le convenía hacer, porque aquella tierra y la gente della, según en las leyes tan diversos estaban, no requiría otra cosa sino matar, o recebir él muerte si vencido fuese. Y teniéndole así como oídes, entró un hombre por la otra puerta, que era a la salida de la montaña para en ella entrar, y dijo: «Argante, ¿por qué no traes el caballero que aquí entró? ¿En qué te has ocupado?» El caballero Negro le dijo: «No te aquejes tantos; que yo seré allá más presto de lo que tú querrás, si las puertas no me embargan». Cuando el hombre esto oyó, y vio cómo su caballero estaba tendido de espaldas y el otro encima, quitándole los lazos del yelmo, tornó cuanto más pudo y cerró la puerta por donde entrado había, y volvióse al alcázar. Así quedó el caballero Negro en la cueva encerrado, sin saber de si lo que hacer pudiese. Y como quiera que tentó las puertas, para abrir alguna dellas, no podía, porque eran tan fuertes y de tal guisa cerradas, que en ninguna manera podían ser abiertas sino por aquellos que lo sabían. Pues como así estuvo por una pieza, con más congojo de ser allí preso con tal aventura que temor de ninguna afrenta que venir le pudiese; tanto, que ya él se contentara y tomar por remedio que los gigantes entrambos a él vinieran, y aun otros caballeros en su compañía, con tal que la puerta abierta fuese, y él como caballero pudiese padecer, haciendo aquello que debía, y no verse encerrado donde le convenía morir, como lo hiciera una triste animalía. Pues así estando con tanta pasión, que el corazón le hervía con saña, sintió cómo abrían la puerta que al castillo salía. Y luego vio entrar por ella un caballero grande de cuerpo, armado de unas armas verdes, bordadas con oro, y venía blandiendo una espada con la siniestra mano; y como vio al caballero de las armas negras con su espada en la mano, y cerca dél la guarda descabezada, hubo muy gran pesar, y dijo: «Captivo caballero, ¿por qué de tu grado te veniste a la muerte?» El caballero Negro lo miró, y viole grande, de hermoso cuerpo y bien tallado; con aquellas armas frescas, y parecióle muy bien, y díjole: «Pues que Dios tan grande y tan hermoso te hizo, ¿por qué

 

causa te dañas con tu soberbia, que así tan denodado me amenazas? ¿No piensas que esa muerte que dices, te está tan aparejada?» El gran caballero le dijo: «Teniendo tú ese que mataste a tus pies, que yo tanto amaba, ¿cómo quieres ser de mí bien tratado?» «Ellos son dos daños», dijo el caballero Negro; «que perdiste el amigo sin tu culpa, y con ella menoscabas tu honra; porque la fortaleza y valentía con cortesía y gran tiento se deben, para ser loadas, obrar; que las que con mucha ira y soberbia se ejercitan, la mayor parte pierden de su valor». El caballero le dijo: «Yo no vengo a tomar consejo, sino a te dar la muerte». Entonces se fueron a herir tan bravamente, que no hay hombre que los viese, que espantado no se estuviese; que el ruido era tan grande que en la cueva se hacía, que no semejaba sino batalla de diez caballeros y más. Así se anduvieron hiriendo por todas las partes que más daño se podían hacer, sin que un punto se parasen; y el gran caballero se combatía tan sabiamente, recibiendo en el escudo, y otras veces en el espada, los grandes golpes que el caballero Negro le daba, que era maravilla de lo ver. Pero poco le aprovechó, que antes que media hora pasase fue todo su escudo deshecho, que solamente las mangas en el brazo le quedaron, y las armas cortadas por tantos lugares, que ninguna defensa en había. Así el caballero espantado de semenester ver en tan espacio de tiempo tanellas maltratado, queque, su fuerza ni su fue granbien sabiduría en aquel no poco lo podían amparar, que muerto no fuese. Y como quiera que este caballero se combatió en su juventud, y después en mejor edad, como ahora estaba, con los mejores caballeros del mundo, nunca halló entre ellos ninguno que a este con gran parte fuese igual. Y como así se vido casi sin armas, y que en muchas partes la sangre salía, comenzó a huir contra la puerta por donde venido había, pensando de se salvar. Mas el caballero Negro lo siguió de tal suerte, que antes que por la puerta saliese le alcanzó, y diole por encima del yelmo tan fuerte golpe y tan grande, que no pudo prestar ninguna cosa que la espada no cortase hasta el casco de la cabeza, y dio con él tendido en el suelo; dende a poco rato, así de aquel golpe como de las otras muchas heridas que tenía, fue muerto. Pues en este medio tiempo, en tanto que los caballeros así fieramente se combatían, los que estaban en el alcázar enviaron dos hombres que supiesen cómo iba en la batalla a su caballero, y cuando cerca de la puerta llegaron vieron cómo el caballero Negro salió por ella con la espada en la mano, toda teñida en sangre, y dijéronle: «Caballero, ¿qué ha sido de los nuestros caballeros?» Él les dijo: «Ha sido aquello que estaba ordenado». «Y ¿qué es eso?», dijeron ellos. «Que padezcan en esta vida, y después en la otra», dijo él, «como lo hacen los malos». Entonces los dos hombres miraron contra la puerta, y vieron al gran caballero muerto, y tornaron a más correr, diciendo a grandes voces: «Salid, salid, Señor; que muerto es vuestro tío». A estas voces acudió a la puerta del alcázar un gigante mancebo de días, que se llamaba Furión, y venía pero que tan grande cuerpodíjole: y de «Tú rostro, quediablo cosa extraña era de lo ver. Y como vio al desarmado; caballero Negro contra éldevenía, algún con armas desemejadas debes

 

ser, que así por fuerza has pasado las dos puertas, y vencido en ella uno de los mejores caballeros del mundo; pésame que tu muerte nos dará poca venganza». El caballero Negro le dijo: «Bestia mala desemejada, sin talle y sin razón, ¿qué te diré, sino que eres muy peor que ese enemigo malo que dices? Porque el condenado del muy alto Señor ya no le queda lugar a ningún arrepentimiento ni remedio de salud; mas tú, a quien te dio juicio y tiempo de te arrepentir, hacer las crueldades que haces, por mucho peor que ninguno dellos te debo tener, pues que lo que es en tu mano, ya no lo es en la suya ni lo puede ser; ¡quítate de esa puerta, y dame lugar que yo entre y acabe mi demanda!» El jayán cuando esto oyó dijo: «¡Oh, sin ventura de mí! ¿Qué venganza puedo yo tomar en tan captiva cosa?» Y cerró luego la puerta, y lo más presto que pudo tornó a ella, armado de unas armas tan fuertes y tan pesadas, como su grandeza y valentía lo demandaban. El caballero Negro le estaba atendiendo asentado en una piedra que allí halló, y como el Gigante tornó a la puerta, levantóse y díjole: «Como quiera que en ti no haya cortesía ni crianza, pues que en forma de caballero estás, haz una cosa que te diré». «¿Qué es lo que quieres?» dijo el jayán. «Que me des lugar», dijo él, «pues a pie nos hallamos, cómo nuestra batalla se haga dentro de ese corral alcázar, no sea fuerasería, en elasícampo, como lo hacen brutas animalías; porque,Esto así como adelcaballo acáyfuera mejor a pie allá dentro es máslasconveniente que se haga». decía el caballero a fin que si lo venciese se hallase dentro en el castillo, y no le pudiesen cerrar la puerta. El Gigante le dijo: «Cuando así te oí hablar, pensé que merced me demandabas; lo que poca pro te tuviera, porque necesario es que pases el trago de la muerte; pero pues a otra parte va tu demanda, hacerlo he, que el daño es tuyo; porque allá fuera con más razón huyendo pudieras escapar». El caballero Negro, como esto le oyó decir, no le quiso más responder, salvo que le dijo: « Yo haga lo que caballero hacer debe; Dios sabe lo que más su voluntad será». Y fuese contra la puerta; y el Gigante apartándose, entró con él en el corral, el cual de muy blancas y lisas piedras era labrado, así el suelo como los pilares que los grandes corredores sostenían, y frontero de aquella puerta que él entró estaba otra puerta grande, y a ella puesta una dueña en edad crecida, y otras dueñas y doncellas con ella. Entonces el Gigante se volvió a la Dueña y díjole: «Madre, yo vos ruego que, por mal ni bien que con este caballero me avenga, no sea osado ninguno de me socorrer; si no, yo mismo con mi espada me mataré». Y luego dijo: «Agora te guarda, malaventurado». Y puso mano a la espada, y cubrióse con su fuerte y grande escudo, y al mayor paso que pudo se fue contra él. Y el otro, cuando así lo vio tan grande y tan bien armado, ar mado, dijo: «Señor Jesucristo, ayúdame contra este diablo enemigo tuyo, que sin ti poco para le empecer bastarían mis fuerzas». Y fue para él, y alzaron el uno y el otro las espadas, y diéronse con ellas por encima de los yelmos tan grandes golpes, el fuego saliónegro en gran dellos. Mas quiera el golpe delque jayán muy fuerte y pesadoque fuese, el yelmo fuellama por aquella que secomo lo dio en talque forma hecho, ninguna cosa

 

la espada en él pudo trabar; así que, el caballero sintió muy poco el golpe. Pero no fue así en el Gigante, que con la fuerza del golpe y la bondad del espada, cortó en él tan ligeramente, que no lo sintió tanto como nada en la mano, y derribóle una gran parte de la halda del yelmo, con el arco de acero que le atormentaba; de lo cual el Gigante fue muy espantado, que bien creía que con tal golpe y tan en lleno, que no hubiera arma en el mundo, por fuerte que fuera, que amparar le pudiese, ni caballero alguno que en pie se quedase. Y dudó su batalla más que antes, pero no de tal manera, que no tornó con grande ira y saña a lo herir por donde mejor pudo. Mas si él bravo llegó, no halló cobarde ni perezoso aquel que delante sí tenía; antes todos los más golpes le recibió en el escudo, que de la mesma masa que el yelmo era. Y hirióle tan reciamente por todas partes, que la espada le hacía sentir en las carnes; tanto, que las piedras blancas eran coloradas de su sangre. Pero el jayán era tan bravo de corazón, que no lo sentía con la gran saña, y hería al caballero Negro de grandes y pesados golpes; mas él se guardaba dellos con mucha ligereza y viveza de corazón, de manera que los más dellos le hacía perder, como aquel que desde que fue para menear armas aprendió con ellas todas las cosas que le convenían, en el tiempo que con su abuelo el rey Lisuarte estuvo, y después en la ínsula Firme con su padre. Lo cual todo caballero, siendo mancebo, debe hacer, porque muchas veces el esfuerzo se turba, no de miedo ni flaqueza de corazón, mas de poca discreción, por no lo haber usado; y como esto sea oficio, así como todos los otros, deben los caballeros procurar con gran cuidado de lo aprender, porque aunque en los otros no lo sabiendo se aventura el interese, en este la vida y la honra, que mucho más que ella es preciada. Pues así como en la sebatalla caballero Negro y Furión gigante,tales tangolpes juntosenel uno con el otro,oídes que andaban muchas veces dabanelcon las empuñaduras de las elespadas los yelmos, que los hacían revolver en las cabezas. Mas las armas del Gigante eran ya tales y tan rotas, que ninguna defensa en ellas había, y con la mucha sangre que de las llagas se le iba, era tan enflaquecido, que apenas se podía tener en los pies, y con el grande ahincamiento que el caballero Negro le hacía, que no lo dejaba un punto holgar, no lo podiendo más sufrir, comenzó a se retraer, y andar al derredor de los pilares de piedra, por se guardar de los duros y esquivos golpes, de los cuales no otra cosa sino la muerte esperaba. Cuando la dueña su madre, que a la puerta la batalla miraba, como ya oístes, así lo vio, comenzó a dar grandes gritos y voces, y decir: «¡Ay mi hijo, y cómo puedo sufrir ante mis ojos la tu muerte!» Entonces, como persona fuera de sentido, movió contra ellos, mas antes que ella llegase, el jayán cayó en el suelo de un gran golpe que el caballero Negro le dio por encima del yelmo, y de otro que le había dado en una pierna, que más de la media fue cortada, por donde se le fue tanta sangre, que antes que socorrido fuese se le salió el alma. Cuando la dueña lo vio muerto así, cayó sin ningún sentido sobre él; así que, aquellas dueñas pensaron que muerta era; y llegaron todas, que serían hasta diez, y tomáronla en sus brazos, y lleváronla al castillo, maldiciendo al caballero y denostándole mucho con grandes aviltamientos. Mas él por todo eso nunca palabra mal agraciada les dijo, antes se fue tras ellas, diciéndoles que le echasen agua por el rostro, que aquello no era sino amortescimiento; y no quiso entrar en una sala donde la Dueña pusieron, hasta en tanto que ella fue en todo su acuerdo; la cual, como tornada fue y vio al caballero Negro ser allí, díjole: «Caballero destruidor de todo mi bien y alegría, ¿qué quieres aquí más de lo que has hecho? Véte de este castillo; que ya no dejas en él sino flacas, amargas y cuitadas mujeres. Y si otra cosa te place, entra y hazlo; que no hay quien te lo estorbe». Esto decía la dueña con grande infinta; porque, como ella fuese la mayor encantadora y mágica que muy granenparte se podíabien hallar, y tuviese aquella granpaso salaque encantada para diese, que cualquiera sin suenvoluntad ella entrase, pensaba que el primero el caballero caería en

 

el suelo sin sentido alguno, desapoderado de toda su fuerza. Mas de otra guisa que ella pensaba le acaeció; que como aquel caballero la espada encantada consigo trujese, ningún otro encantamiento le podía empecer; que sobre todas las virtudes suyas, esta era la una de ellas, porque fue hecha por el arte y gran sabiduría de la doncella Desdichada, llamada Encantadora, hija del gran sabio Finetor, que ansí como ella no tuvo par en las artes de nigromancia, y como el encantamiento de la espada muchos tiempos antes fue hecho, ninguno de los que después se hicieron podían ser bastantes a lo desatar; y por esta causa, aunque Urganda la Desconocida fuese en estas artes tan señalada en el mundo, como esta grande historia os ha contado, no bastaba tanto su saber que del castillo del alcázar a su muy hermoso y amado amigo sacar pudiese, por estar antes el castillo encantado por la señora dél, y sacólo Amadís por fuerza de armas, como se ha dicho en la primera parte, así que, oído esto que la dueña decía por el caballero Negro, entró en la sala y dijo: «Dueña, mostradme el rey que aquí trujistes preso». Cuando la dueña lo vio dentro sin estorbo alguno, y que preguntaba por el Rey, fue mucho espantada, y no supo qué cosa fuese haber ansí perdido la fuerza de su sabiduría, y dijo con una voz dolorida: «¡Ay cativa y desventurada! ¿qué he hecho, que pensando vengar los muertos, he dado muerte a os vivos?» Con esto, llorando de sus ojos, dijo: «¡Oh mi hijo Matroco! ¿dónde agora tú estás? ¡Qué fuerte ventura fue la tuya, en tal sazón te fuiste deste castillo, pues que cuando a él volvieres otro poseedor hallarás, y si cobrar lo quisieres, perderás la vida, así como los tuyos lo han hecho; que este caballero, según lo que de sí muestra, no es mortal; que si fuese, mayor estorbo le diera el viejo cuitado de mi hermano y el mozo sin ventura de mi hijo!» Luego dijo al caballero: «¿Qué rey demandas? Dime cuál es». El caballero le dijo: «Cualquier que sea, tal te lo demando para lo sacar de aquí; que como los reyes sean ministros de Dios por su voluntad, ungidos y señoreados sobre tantas gentes, no deben, si por él no, por otro alguno ser corregidos ni apremiados de tal guisa, porque cuando él fuere tal que gran pena o corregimiento merezca, muy mayor y más cruel no habría de su mano que las gentes se lo pueden dar; porque, así como la merced fue tan señalada en grandeza, así en crueza la pena les sobreverná en mayor cantidad; por ende, dueña, muéstrame dónde está». La Dueña le dijo: «No sé quién tú eres, ni quién te guía, que así sin peligro has pasado tan gran afrenta de armas, la cual creído tenía yo que veinte tales como tú para ello no bastaran; y con esto has destruido aquel mi gran saber, en que tanto trabajo por lo aprender puse; pero bien creo que tu poder ni esfuerzo no lo hacen, sino aquel en quien yo primero creía, que como a bueno lo dejé, por me tornar al enemigo malo, que me ha dado la pena que a los que le siguen acostumbra a dar; y pues que el que tanto puede tienes en tu ayuda, a mí excusado será contradecir lo que demandares. Sígueme; que yo te mostraré lo que pides, y no sé si por ventura será lo que piensas». Entonces la dueña se entró por otra puerta en una escura y pequeña casilla, y sacó del seno una llave y abrió otra puerta de hierro, y dijo al caballero: «Entra; aquí hallarás lo que demandas». El caballero le dijo: «Si otro engaño aquí no se aventurase sino de armas, no vería en mí punto de cobardía; pero si con tu flaca mano, estando yo de dentro, la puerta cerrases, ¿quién me daría remedio para la salida? Conviene que por razón vaya, como los cuerdos hacer lo deben». Y entonces tornó a la puerta por donde entraron, y cerróla con la traviesa, porque ninguno allí entrar pudiese, y dijo a la dueña: «Entrad vos delante, porque si mal hubiere, lo primero sea vuestro». «Bien veo», la dueña, artes no te pueden empecer; por eso haré lo que dices; pero ¿qué será quedijo no hay luz con«que quemis ver puedas?»

 

«Dios la dará», dijo él. Entonces quitó la cubierta de la vaina de su espada, que era un paño de lino que el su barquero le dio, y el resplandor fue tal, que vio una escalera que iba hacia bajo, que la Dueña fue muy maravillada en ver tan extraña cosa; de manera que la que hasta entonces poder tenía de a todos encantar, estaba como encantada, perdido todo saber. Pues bajados por aquella escalera, halláronse en una bóveda de canto, y vieron a un cabo della al rey Lisuarte ser encima de un lecho, y tenía a la garganta una gruesa cadena, y a los pies unos muy pesados adobes1. Cuando el caballero Negro así lo vio hubo muy grande piedad dél y las lágrimas le vinieron a los ojos, pero no quiso darse a conocer hasta tanto que viese lo que el Rey diría. Cuando el Rey así los vio delante, que hasta entonces nunca claridad ni persona había visto desde que allí le trujeron, fue maravillado porque ansí entraba el caballero armado, y de tales armas, y temióse de algún peligro y acordó de hablar a la dueña, y díjole: «Dueña, ¿conocéisme quién yo soy?» «Sí», dijo ella, «que en mal punto nacistes en este mundo para mí, que por vuestra causa he perdido cuanto bien en él tenía». «Mucho pesar he yo deso», dijo el Rey, «porque siempre cuanto pude procuré en guardar y honrar todas las dueñas y doncellas, por las cuales mi persona fue en grandes peligros puesta, y si vos al contrario recebistes, no sería por mi voluntad. Y por esto vos ruegos mucho, si vos pluguiere, que me digáis en qué parte y en qué poder estoy así preso en tan esquivo lugar, porque yo lo sé ni lo pensar cómoforzar aquí vine; quefuibien tengo en en la cómo, por socorrer unanidoncella quepuedo un mal hombre quería, entrado unamemoria tienda donde llegué; pero cómo aquí vine, ni quién me trajo, no puedo entender, sino tanto que como recordé de un sueño me hallé en este lecho que aquí veis, y con estos grandes adobes de hierro, y esta cadena a la garganta, y en esta tan grande tenebregura; que aunque me han traído de comer, nunca vi quién lo trujese, antes a escuras lo he tomado donde me lo ponían». La dueña le dijo: «Si tú, Rey, tan poco tiempo en esta tenebregura has estado, no creas que con ella quedo yo satisfecha, porque muy largos tiempos la he yo por tu causa sostenido, tan cruel y tan amarga, que si el corazón me sacasen, lo verían tornado de carbón; y cuando pensé la mía angustia haber fin con tu prisión, y remediar la pérdida pasada, aquella contraria fortuna, que siempre me fue adversa, no se mudando de como solía, aunque por esta tu prisión grande alivio me diese, la salida de mi esperanza ha sido mucho más amarga y cruel que lo pasado; que, como yo pensase contigo darme remedio, no sé cómo ni dónde ha sobrevenido este caballero, que por fuerza de armas ha vencido y muerto todos los que en este castillo armas tomaban; y yo dél constreñida, me hizo que en tu presencia lo trujese, lo cual de mi voluntad muy alejado estaba; que como la grave ira de la mujer no tenga alivio ni remedio alguno hasta tanto que la venganza que desea cumpla, si esta tan gran fuerza no, otra cosa ninguna pudiera hacer que mi propósito mudado fuese; pero ya la fortuna no tendrá tanto poder, que dándome tantos dolores y angustias me pueda sostener la vida, que si con ellas la muerte no me sobreviene, yo misma por de ellas salir me la daré». Y entonces se volvió al caballero Negro y dijo: «Tú, espíritu malino, que en forma de caballero vienes, que si fueses hombre humano no alcanzarías sobre el mi gran saber más que lo que has mostrado, ves aquí el rey que demandas; ¿qué es lo que quieres que dél se haga?» El caballero Negro le dijo: «Quiero que luego le quites esas prisiones y que quede en su libertad». 1

 Grillos. 

 

La dueña sacó las llaves que ella tenía, sin las fiar de persona alguna, y abriendo la cadena y los adobes, quedó el Rey suelto, y levándose en pie, fue contra el caballero y díjole: «¡Oh, buen amigo! ¿quién sois, que tanto bien me hecistes y tanta honra y prez en ello ganastes?» El caballero respondió: «Cuando convenga, yo, Rey, vos diré lo que saber queréis; en tanto salid de esta prisión, dando gracias al poderoso Señor, que nos, por bien y reparo de los suyos, suele dar semejantes azotes». El Rey no le respondió nada, pues vio que se quería encubrir, y saliéronse todos tres de la prisión a la gran sala, y nunca el caballero Negro se quiso quitar el yelmo, por no se dar a conocer, aunque el Rey mucho se lo rogó; y esto era ya a tal hora, que las dos partes del día eran ya pasadas; que el caballero Negro llegó allí bien de mañana, aunque en las batallas que hubo con el caballero que la puerta guardaba y con el otro que luego le sobrevino, y después con el Gigante, se detuvo mucho. Y como quiera que las fuertes armas defendieron que herido no fuese, no pudieron resistir que las carnes no lacerasen mucho, las cuales él tenía quebradas y magulladas por muchos lugares, y aunque su espíritu gran fatiga dello recibiese, el corazón y esfuerzo, determinado a cumplir lo que dellos profetizado estaba por aquella gran sabidora Urganda y por la doncella Encantadora, no daba lugar que flaqueza ni quejarse dello mostrase; así como por la mayor parte a muchos suele acontecer, que el loor de sus hechos los pone en mucha más osadía de lo que obligados son; de manera que reciben doblada vanagloria, y el grande esfuerzo se convierte en locura, que les hace perder la vida y gran parte de la honra, no quedando el ánima muy segura; así que, se puede bien decir que ordenando el seso y ejecutando el esfuerzo se puede alcanzar perfición.

 

CAPÍTULO VII. De cómo siendo desatado el re reyy Lisuarte de la prisión prisión luego aportó por la mar el gigante Matroco que era el señor del castillo con el cual convino el caballero Negro hacer armas en que hubo la victoria. Pues estando todos tres en la gran sala, preguntando el caballero Negro al Rey qué mandaba hacer sobre su deliberación y qué quería de sí hacer, llegó a ellos una dueña y dijo que ya en el alcázar no había hombre ninguno, que todos huyeron cuando el Gigante murió, y dijo: «Señora, vuestro hijo Matroco es venido en sus fustas, y trae otros consigo, con gran presa de gente». La dueña dijo: «No sé qué diga, si de su venida me place, porque ya no querría ver más angustias; que la soberbia y braveza de mi corazón con ellas es quebrantada». El caballero Negro cuando esto oyó dijo: «Dueña, guiadnos a una venta que yo vi salir sobre la mar». Entonces la dueña fue delante por el castillo, y el Rey y él tras ella, y llegaron a la ventana, donde muy gran parte de la tierra y de la mar parecía; y vieron cómo al pie de la torre estaban las fustas del Gigante y las otras que por fuerza traía, en las cuales conocieron al maestro Elisabat y a Libeo, su sobrino, que por grande aventura fueron del Gigante tomados y allí traídos, así como adelante oiréis, hasta quince A esta eraelyagran fueradaño de laque marsuy tío hablaba con loscon hombres que delhombres castillo suyos. huyeron, los sazón cualeselleGigante contaban y su hermano había recebido, y cómo su alcázar era en poder de aquel que los había muerto. Con estas nuevas el Gigante fue tan turbado, que más ser no podía, y miró arriba a la ventana, y vio al rey Lisuarte y al caballero con las armas negras, y preguntó a sus hombres quién era aquel caballero. Estos le dijeron: «No es caballero, sino infernal diablo; que sus cosas no son de persona mortal; aquel es el que ha muerto a los tuyos y ganado tu alcázar, y según nos parece, ha sacado de la prisión al otro que consigo está, que tú muy guardado tenías, tanto, que hasta agora ninguno de nosotros vimos, ni sabemos quién es». Entonces el Gigante dijo con una voz alta y medrosa: «¿Eres tú, caballero, el que mataste a mi tío y a mi hermano y la guarda desta montaña?» El caballero le dijo: «Mas ¿eres tú aquel que atrevido, con gran soberbia prendes los reyes y haces guerra con los emperadores, y traes por fuerza otras muchas gentes que nunca mal te hicieron? Estos que dices que yo maté, matólos su gran soberbia y crueles obras; que ya el Redentor del mundo, enojado dellos, no quiso sufrir sus maldades, y quiso que aquí algo dellas pagasen, no les quitando la infernal pena que allí donde van merecen». me recen». El jayán, cuando esto le oyó decir, dijo: «¡Ay caballero, cómo la fortuna te ha querido en todo ayudar y favorecer, por te hallar yo encerrado en tan fuerte lugar, donde no temes los duros golpes de mis brazos! Mas no será ella tan poderosa, que quitarme pueda de tener cercado por la mar y por la tierra hasta que a merced te tome, y entonces haré de ti lo que mi voluntad fuere. No te mataré, que en ello poca pena te daría; mas sosteniendo la vida, recibirás muchas y muy crueles muertes». «Por muchas amenazas», dijo el caballero Negro, «que me hagas, no placerá a aquel Señor en quien yo tengo esperanza, que a ira ni gran saña me muevas; porque si yo de vencer te tengo, ha

 

de ser con bravo y fuerte corazón, teniendo la voluntad humilde y con lo justo conforme, así como él por nos salvar, padeciendo, nos lo dejó por ejemplo; y por esto, no conviene que más me digas ni yo responda, sino tanto quiero de ti saber de qué serás más contento: que yo salga ende donde estás, o que tú sin otra compañía alguna vengas aquí, como yo lo estoy». «Pues que en mi determinación lo dejas», dijo el jayán, «allá entraré contigo; porque viendo eso que mío es, la vida perdiendo, con más esfuerzo pugnaré de lo defender». «Así me place que sea», dijo el caballero Negro. Entonces el jayán mandó a los suyos, que serían hasta sesenta hombres, que de allí donde estaban no se partiesen, y él se fue a la escalera que ya oístes que en la peña labrada estaba, y por ella subió, armado de todas armas, salvo la lanza. Y llegó a la puerta de hierro, que sus hombres que huyeron abierto habían; y como entró en la cueva, halló a Argante, su caballero y guarda de la montaña, muerto, de que gran dolor hubo, así por la bondad de armas que en él había, como por ser criado de mucho tiempo de su padre; y pasó por él, y llegó a la otra puerta, donde halló al gran caballero de las Armas Verdes, asimesmo muerto, y como lo vio, estuvo una gran pieza espantado, y dijo: «¡Oh mi buen tío, qué dolor es a mí tu muerte, en cualquier parte que murieras, y mucho mayor en esta donde yo tengo el señorío! Mi fuerte ventura lo ha causado, que habiendo tú tratado tan largos tiempos las armas, pasando por las mayores afrentas que caballero pasar pudo, escapando de muchos peligros, en el cabo dellos y de tus largos días te quiso poner, muerto, en la tierra, ¿qué haré? ¿En quién tomaré en la venganza? Pues quefrío, solotendido un caballero, y no ante más, mis me ojos! quedaPues de conquistar, el cual, habiendo tan poco espacio de un día tanto en armas hecho, no le quedarán sus fuerzas tan enteras, que venciéndolo, sea más que vencer una mujer. ¡A los dioses pluguiese que, para que mi saña y fuerzas bien empleadas fuesen, que tuviese agora delante mí aquel Amadís de Gaula, que tan loado es por el mundo, o alguno de sus hermanos, aunque todos tres de consuno fuesen, porque la pérdida de tu desventurada muerte con la gran honra que venciéndolos ganase fuese reparada, y enmienda de tu sangre preciada con derramamiento de la suya se satisficiese!» Pues así estuvo aquel gigante, Matroco llamado, haciendo su duelo, el cual acabado, salió por la puerta, y vio estar a la otra del alcázar el caballero Negro, que le esperaba, y fuese luego a gran paso contra él, y como llegó, quiso con una apresurada arremetida entrar en el castillo, porque no pensaba ni creía que la fuerza de aquel lugar le diera osadía para cumplir su promesa ni para ello bastara; mas el caballero Negro, como así lo vio venir, púsole las manos en los pechos, y empujóle tan recio, que por poco diera con él en el suelo de espaldas, y díjole: «Bestia fiera desemejada, no puedes aquí entrar sin mi grado». El jayán tornó como turbado, y dijo: «Tú lo quisiste». «Verdad es», dijo el caballero, «mas no de manera que parezca que en ello fuerza reciba». Entonces se apartó de la puerta, y díjole: «Agora ven, y haz lo que pudieres». El Gigante entró en aquel corral de los pilares de piedra, donde su hermano Furión muerto estaba. Cuando su madre así lo vio junto con el caballero, partióse del rey Lisuarte, con quien estaba a la puerta de la sala, y vínose para ellos, y dijo: «Mi hijo Matroco, yo te ruego, por aquella obediencia que como a madre me des, que esta batalla excuses, pues que ya no me queda de mi marido honrado, de los hijos que con él hube, sino a ti solo, a quien mis tristes ojos alzar pueda; que el grande amor debe, de mípues a tique ha quise dado renovar causa que me hallases, porque soy laolvidadas que con mucha razón morir las viva desventuras que con largoyotiempo

 

eran, y he sido causa desta tan gran destruición como este caballero ha hecho en tu linaje y sangre, por seguir aquella saña que desde que a tu padre perdí he tenido, que nunca de mi corazón apartarla quise, hasta que en el fin ella ha sido mi total destruición; yo he habido aquel galardón que alcanzar los que, dejando de doblar sus voluntades a la mejor parte, quieren con un mal remediar otro». El Gigante le dijo: «Madre señora, si hasta aquí gran pérdida en los muertos recebistes, que como buenos caballeros a sus días dieron fin, f in, cumpliendo lo que debían, muy mayor se os seguirá de los vivos; si algo de lo que son obligados dejasen, ¿qué cuenta o excusa yo podría dar, siendo tan valiente y esforzado en tal edad, si por temor de la muerte tal batalla como esta dejase? A vos, como mujer, conviene decir eso, y a mí, como caballero, hacer esto otro. Por eso, Señora, quitaos fuera, y dejadme tomar esta pequeña venganza que en vencer se toma». El caballero Negro le dijo: «Matroco, como quiera que yo hubiera placer en que a esta dueña que te parió pagaras la deuda que le debes, ni por eso la batalla te quitara, sin que primero sacara de ti tales fianzas para en los tiempos de adelante, que según tu condición y la mala forma de tu vivienda, te fuera tampoco menos que la muerte. Así que, conviene que primero se muestre esta tan gran valentía de que tanto te alabas, que la cortesía que en mí podrás hallar». Cuando vido la dueña que poco sus ruegos aprovechaban quitóse afuera, y entonces los caballeros se acometieron tan bravamente y con tan fuertes golpes, que el rey Lisuarte, que los miraba, como quiera que viera, otras ybatallas bravas visto por sunegras; persona, le semejó tal como esta fue muymuy maravillado delhubiese caballeroy pasado de las armas y nonopudo pensarque quién sería que con tan gran afrenta y peligro de su persona había en aquella parte venido; pues que fuese Amadís aquel que en todas sus fortunas y afrentas por reparo y remedio tuvo, no lo pensó, lo uno porque en el talle ni en la altura no le era conforme, y porque, como él casado le dejase y con la cosa que él más amaba, habiendo ganado tanta honra y pasado tanto trabajo, con mucha razón el descanso podía tomar, aflojando y dejando muchas cosas de las que antes que lo fuese procuraba; lo otro porque, aunque vio la batalla que Amadís hubo con Dardán el Soberbio en Vindilisora, que muy afrentado fue, y la que después pasó con Ardán Canileo el Dudado, que fue una de las peligrosas que él nunca viera, las cuales se hicieron de uno por otro, ninguna dellas a esta se igualaba, ni la fuerza de Amadís con la deste caballero, y en lo que más al otro este le pasaba, era en la ligereza suya y viveza de corazón, que habiéndose combatido aquel mismo día con los dos caballeros que en la entrada de la montaña mató, y después con el otro gigante que allí yacía muerto, no parecía que un punto de su grande fuerza le falleciese; pues pensar que fuese su nieto Esplandián, que, según lo que Urganda dél escribió, a él más que a ninguno otro era debida aquella gloria en armas, tampoco lo tuvo por cierto, porque cuando él preso fue no era aún caballero, y puesto que después lo fuese, no tenía por conveniente que el comienzo de su caballería fuese tan alto y él tan diestro en aquel ejercicio, y si él fuera, la fusta de la Gran Serpiente, que Urganda le dejó, en que él navegase, diera dello testimonio. Así que, por ninguna guisa pudo conocer quién sería, sino que, por lo que dél vio, lo tuvo por el mejor caballero que armas trajo de los que él viera; y en lo que más su pensamiento atento fue, que podría ser algún caballero del imperio de Grecia, que cerca de aquella montaña estaba, que agora nuevamente se había mostrado, porque la largueza del tiempo muchas cosas descubre. Pues tornando a los caballeros, digo que ellos anduvieron en su batalla, hiriéndose por todas las partes que podían una gran pieza; que como el Gigante muy valiente fuese y diestro en aquel oficio, a las veces hiriendo y otras sufriendo, manteníase en la batalla muy mejor que si con más soberbia menos discreción hiciera, comopodía a su dar hermano acaeció. Pero tenía cosas que mucho leydañaron: la una, quelopor maravilla golpe alle caballero Negro, quedos a derecho lo

 

alcanzase, porque él sabía tan bien guardarse dellos, que todos los más le hacía perder; la otra, que desto era muy contraria, que como él fuese muy grande de cuerpo en demasía, y la grandeza la ligereza le quitase, no se podía guardar de no recebir en sí todos los golpes que el caballero le daba con la espada que ya oístes; que ningunas armas, por recias que fuesen, se le podrían detener que no fuesen hechas pedazos. Así que, antes de dos horas que la batalla comenzaron, el Gigante fue tan maltratado y sus armas tan mal paradas, que muy poca defensa en ellas había, que por más de veinte lugares era su gruesa y fuerte loriga rompida, y la sangre le salía en tanta abundancia, que otro que tan valiente y tan esforzado no fuera, no se pudiera en los pies tener. Pues el escudo y el yelmo no eran más sanos; que en lo uno ni en lo otro no había para estorbar que la espada no cortase en descubierto cada vez que allí alcanzaba. Así que, la gran valentía ni bravo corazón del jayán no pudieron resistir que no se tirase afuera algún poco, y dijo: «Caballero, aguárdate; que un poco te quiero hablar». El caballero estuvo quedo, por ver lo que diría, y porque a él también le convenía descansar, que mucho trabajo había pasado. El Gigante le dijo: «Tú, caballero, veniste a esta mi montaña, donde hasta hoy, en tanto que mi padre vivo fue, y después de su muerte, quedando yo della señor, nunca caballero ni otra persona alguna aquí osó llegar, sino los que con nuestra voluntad o fuerza vinieron, y no solamente has cometido tan gran osadía en ello cual nunca otro hizo, pero en tu venida y por tu mano son muertos tres caballeros, que los dos dellos eran los mejores del mundo; y como quiera que yo de muerte considerando esforzado lo heciste, no puedo ser obligadote adesame, perdonarte el mal y que dañocomo que bueno me hasy hecho, y tenerte por uno de losnegar mejores caballeros que yo jamás vi, aunque muchos he probado y vencido, y si caso es que tu demanda sea por sacar aquel rey de la prisión, yo te la otorgo y te aseguro que lo lleves, y te quito la batalla, con tal que luego te vayas y me dejes mi castillo». Oído esto por el caballero Negro, respondióle en esta manera: «Gigante, en mucho tienes, y por grande osadía, haber yo venido a este tu señorío, y ser muertos por mi mano los que dices. Si tú hubieses conocimiento de aquel Señor cuyo yo soy, y como tuyo lo sirvieses, luego verías cómo lo que parece mucho, según su gran poder, no es nada; y pues que dél viene y redunda, a mí ninguna cosa dello se debe atribuir. Pero aquellos señores a quien tú y ellos servís, os han dado el galardón que a los suyos dar suelen, que es en tanto que sois vivos haceros muy soberbios, y con la soberbia traeros a grandes crueldades y pecados que en vos son señoreados, los cuales, aunque algún tiempo resplandecen con honras y riquezas y otras cosas que poco valer os hacen, y en mucho por los malos son tenidas, no puede aquella labor armada sobre tan falso cimiento excusarse de caer cuando más seguro el que en ella se fía está, porque así le aconteció a aquel malo soberbio Lucifer, capitán y señor destos a quien tú honras y acatas; que luciendo sobre los otros ángeles, así en hermosura como en dignidad, por ser su propósito fundado sobre gran soberbia, queriéndose con ella poner en lo que no le convenía, aquel Señor del mundo, que todo lo puede, derribóle de tan alto, así a él como a todos los que le seguían debajo del centro de la tierra, donde nunca piedad ni redención esperan. Pero si caso es que de malo te quieras tornar bueno, y de cruel en humilde, y volverte a la buena y verdadera creencia que yo tengo, yo te quitaré la batalla, que quitarla puedo; que tú ya para ello ni aun para otra cosa no eres parte, que según estás, por más muerto que vivo te cuento; yo te dejaré libre este señorío, con tal que cuando yo aquí viniere junto contigo hagamos guerra y daño a aquellos que, dejando la verdad, defienden y creen en lo mentiroso». Oído por el de jayán, que ely por caballero le dijo, fue movido gran saña, le hizo dar grandesesto gemidos congoja, la visera del yelmo salir una humo muy tanto, espeso,que y dijo con voz

 

espantable: «¿Cómo, captivo caballero? ¿En tan poco mis grandes fuerzas tienes, que ya como vencido, con tanto aviltamiento me traes?» Esto dicho, sacó muy presto del cuello las correas de dell escudo, que dél muy poco tenía, que todo el suelo de sus pedazos sembrado estaba, y dejólo caer, y tomó su gran cuchillo con ambas manos, y fue cuanto más pudo contra él y alzólo arriba, pensando darle por encima del yelmo y henderlo hasta la cinta; mas de otra guisa le acaeció, queriéndolo Dios guardar, que como el golpe de tan alto viniese y con tanto desconcierto, tomó fuerza el caballero Negro y se juntó tan presto con él, que el cuchillo y las manos con que le tenía pasó todo por encima de la cabeza en vacío; así que, dio con la punta en el suelo tan recio, que de fuerza le convino salir de las manos del jayán, e ir rodando alguna pieza por las duras piedras. El caballero quedó metido entre sus brazos, tan junto con él, que no le pudo herir sino con la empuñadura, y fue el golpe con tan grande fuerza dado, que por poco le sacara el yelmo de la cabeza y diera con él en el suelo. Y el Gigante por socorrer al yelmo, hubo el caballero lugar de salir de entre sus brazos. Cuando la dueña su madre así lo vio sin espada en peligro de muerte, fue cuanto más pudo para ellos, y metióse en medio, diciendo: «¡Oh caballero! si tú anduviste en tal vientre, que te obligue a haber piedad de las viudas y de los vencidos, demándote por aquel Señor en quien tú crees, que hayas mancilla de mí, y dejándome este solo hijo, te contentes con los otros caballeros que de mi linaje hoy has muerto». El caballero le dijo: «Dueña, otórguese por mí preso, y haga lágrimas». lo que yo le mandare, y quitarle he la batalla; de otra manera, excusado es vuestro ruego y vuestras Entonces el Gigante le dijo: «Caballero, agora conozco ser verdad lo que me dijiste, que no de ti te viene el esfuerzo, mas de aquel en quien es la verdad y el poder; que si así no fuese, no bastaran tus pequeñas fuerzas para así forzar las grandes mías y de aquellos que hoy has vencido, porque ellos y yo bastábamos para conquistar ciento tales como tú. Y pues que así es, de aquel que la injuria y el daño recebí, por ser su enemigo, de aquel mismo, siendo su siervo, quiero haber la emienda y la merced, y desde ahora te digo que, con la batalla o sin ella, con la vida o la muerte, quiero creer en el que tú crees y fenecer en tu ley». «¿Prométeslo así», dijo el caballero Negro, «sin que en ello haya otro eengaño?» ngaño?» «Así lo prometo», dijo el jayán, «como lo digo»; y luego hincó las rodillas en tierra y dijo: «Jesucristo, Hijo de Dios, yo creo que tú eres la verdad, y los dioses que hasta aquí yo he honrado son falsos y mentirosos; y a ellos dejando, a ti me vuelvo y demando merced». Entonces hizo una cruz en las piedras con su diestra mano, y besándola, se levantó en pie. Cuando esto el caballero Negro vido, tomó su espada por la punta y llegóse al Gigante, y dijo: «Pues que tal conocimiento has habido, toma esta mi espada, en señal de la honra desta batalla, que si muchas en este mundo hubiste en que gran gloria recibieses, ninguna dellas a esta igualarse puede; porque en ellas venciste las ajenas fuerzas, y en esta las tuyas, que tan fuertes y contrarias de los sano y bueno, en lo malo estaban». El Gigante le dijo: «Cuando las obras hicieren verdaderas mis palabras, entonces habré por buena la honra que me das; en tanto yo me pongo en tu poder, y este mi señorío te dejo; haz lo que tu voluntad sea».

 

El caballero le dijo: «Mi voluntad es de te amar y tener por amigo, quedando en tu libertad, con todo lo que posees. Agora te ruego que hagas aquí venir aquellos que en las barcas presos trajiste». El Gigante dijo a su madre que los hiciese llamar, y que ninguno de los suyos se partiese donde estaban hasta que aquel caballero lo mandase. Y la dueña lo hizo así, que desde la ventana que ya oístes los llamó, diciéndoles que subiesen todos por aquella escalera y se viniesen al alcázar. El maestro Elisabat hubo gran recelo; que no sabía por qué causa los hacían subir, pero como preso, que más no podía, salió en tierra, y su sobrino Libeo con él, y toda la otra compañía, que hasta entonces de la mar no habían salido. Esto sería a tal hora que ya sería el sol puesto, y todos subieron por la escalera, y pasando por la cueva, hallaron los dos caballeros muertos, de que muy espantados fueron. E yendo hacia el alcázar, vieron al caballero Negro a la puerta, que los aguardaba; el cual salió a ellos, y tomando por la mano al maestro Elisabat, le dijo, que ninguno de los otros lo oyó: «Buen amigo, si me conocéis, ruégovos mucho que lo tengáis secreto, y así lo decid a vuestra compañía; que por agora no quiero que ninguno de mí sepa, salvo vos, que me hallaréis mañana en una ermita que cerca de aquí está, que su camino es el cabo de la puente que allí vistes, por la ribera de la mar, hasta dar en una senda de muy espesas matas, por donde se aparta, y siguiéndola, vos llevará donde me hallaréis, y allí os veré y hablaré de más espacio». El Maestro lo conoció luegoagradezco y dijo: «Mi señor,quebien conozco en lasque armas, con decir ellas vos vi armar caballero, y mucho a Dios a talvossazón vos hallé; bienque puedo que si a vuestro padre algunos servicios hice, con muy mayor galardón de vos son pagados». El caballero le dijo: «Maestro, entrad en este castillo, y hallaréis al rey Lisuarte; decidle cómo soy un caballero extraño que servirle deseo, y que por agora no es menester de le decir mi nombre; y curad de un gigante que allá hallaréis herido; que pienso, según lo que dél vi, que apenas podrá escapar». Pues estando hablando como oístes, salió una dueña del castillo y dijo: «Buen caballero, si queréis ver al jayán vivo, acorredle presto, que, con la mucha sangre que salido le ha, cayó en el suelo como muerto». Cuando el caballero esto oyó, dijo: «Maestro, a vos más que a mí aquel socorro conviene». Entonces lo dejó, y fuese derecho a la cueva, y pasando por ella, abajóse por la escalera, y pasó la puente a tal hora que era el sol puesto, y fue camino de la ermita con muy grande afán de su persona. Que cierto podéis creer que, aunque las armas con su gran fortaleza lo cubrían, en todo su cuerpo no había cosa sana, antes de los grandes golpes lo tenía tan molido y quebrantado, que no lo sentía de otra manera sino como si muerto lo tuviera. Pues así se fue por la senda, llevando el yelmo en la mano, por no perder el camino, y a poco rato llegó a la ermita, y halló en ella su marinero mudo, con que hubo mucho placer, y al buen hombre ermitaño, que no se lo dio menos. Y díjoles que lo desarmasen y le diesen algo de comer; que desque de allí saliera ni un bocado había comido. Esto fue luego hecho de lo que el marinero trajo y de lo que el ermitaño tenía, el cual le dijo: «Buen caballero, ¿cómo escapastes de tan peligrosa aventura? ¿Vistes los jayanes?» «Buen amigo», dijo él, «vilos y mucho mal me hicieron».

 

«Pues ¿cómo vos dejaron vivo?» dijo el buen hombre. «Como plugo a Dios», dijo él, «que me guardó, y mañana sabréis lo que ha pasado; que agora más estoy en disposición de curar de mí que de otras nuevas ningunas, y ruégovos que me deis una cama en que me acueste; que vengo muy fatigado». El buen hombre le dijo: «Caballero, yo vos la daré; que la doncella mi hija, que ya vos dije, la tiene aquí, en que algunas veces duerme». Entonces lo metió en una cámara pequeña donde la cama estaba, que asaz era buena, y allí se acostó, con mucho placer en haber hallado descanso. Y el mudo le tocó el cuerpo, y viole lleno de muchos y grandes cardenales de carne quebrada, de que mucho dolor y tristeza mostró. Y luego sacó de aquellas medicinas que le traía, que por aquella grande maestra le fueron dadas para el socorro de semejantes necesidades, y notándole todos aquellos golpes, le envolvió en un paño de lino que el hombre bueno le dio; así que, con aquello y con la fuerza de las venturas, y con el gran cansancio que él traía, durmió todo lo más de la noche muy sosegadamente. Mas agora dejaremos al caballero Negro en la ermita hasta que la historia dél tornemos a contar, y diráse del rey Lisuarte lo que hizo después que supo por el maestro Elisabat cómo el caballero Negro se fue sin le querer hablar ni hacérsele conocer.

 

CAPÍTULO VIII. De cómo el maestro Elisabat entró dentro en el castillo para curar del gigante Matroco y de la gran angustia y pesar que el rey Lisuarte tenía por la ausencia del caballero Negro. La historia cuenta que el maestro Elisabat, después que el caballero dél se partió a la puerta del grande alcázar de la Montaña, como ya se ha dicho, tomando consigo su compañía, se metió en el castillo, y halló que el reylasLisuarte sostenía la cabeza del jayánllegó, con sus manos, y la madre lloraba muy agramente, y todas otras dueñas y doncellas, y como hincó las rodillas delante del Rey y besóle las manos. El Rey lo recibió con mucho placer, que le tenía por buen hombre, y lo sanó de sus llagas en el monasterio de Luvaina, como ya se os ha contado, y díjole: «Amigo, a tal tiempo llegasteis que sois menester para curar deste caballero, que pues él salvó su ánima, razón es que el cuerpo por vos se remedie». «Todo lo que yo pudiere haré», dijo él, «por vuestro v uestro mandado y por el de aquel ca caballero, ballero, que me lo rogó mucho». Entonces miró las heridas del Gigante, y mucha sangre que se le había ido, y aunque por el presente algún remedio le pudo poner, bien pensó que su vida estaba en gran peligro; pues quitándole los pedazos de las armas que de la batalla le quedaron, y tomándole la sangre, mandó que lo pusiesen en un lecho, y así se hizo, y no quiso hacerle otra cura hasta ver si tornaría en su acuerdo. Esto hecho, el Rey le demandó por el caballero Negro qué se hiciera; el Maestro le dijo: «Mi señor, fuese, que por ninguna guisa le plugo quedar». «Santa María», dijo el Rey, «y ¿no veré yo tal hombre como aquel, que tanto bien me hizo? Y si no fuera por socorrer al Gigante que no muriese, no se me fuera él así, y también porque, según el gran peligro que en las batallas hubo, hubiera él menester socorro. ¿Supisteis quién era? Decídmelo, Maestro, por la fe que a Dios debéis; que no lo deseo tanto saber por el gran beneficio que me hizo, como por ser el mejor caballero en armas que yo jamás viese, aunque muchos he visto, que hoy son la flor de la caballería del mundo, pero ninguno a este igualar se puede». El Maestroylesidijo: «Mimebuen si lairíahacienda aquelquecaballero vos dijese erraría y haríale deslealtad, lo que pedísseñor, negase contra ladejura me ponéis; así que, conviene por ahora de os sufrir, que podrá ser que dél sepáis más presto de lo que pensáis». Entonces dijo lo que le caballero le mandó; lo cual le puso en mayor deseo de lo conocer, y en menos esperanza dello, así como en las cosas muy deseadas se suele tener. El Rey le dijo: «Maestro amigo, bien será que vuestra compaña nos dé de comer de lo que aquí hallaren; que desde ayer hasta agora nunca un solo bocado en mi boca entró». El Maestro, que no menos que él menester lo había, mandó a sus hombres que luego le aparejasen, y así se hizo con muchas aves y otras provisiones que en el castillo había.

 

CAPÍTULO IX. En que la reina Arcabona recuenta al rey Lisuarte las grandes desdichas y estrago en que la cruel fortuna su estado y linaje había puesto puesto y también confiesa ser ella la que por encantamiento lo había captivado. Acabada la cena, vínose la dueña madre del Gigante donde el Rey estaba; y él como la vio, levantóse a ella y hízola asentar cabe sí, y preguntóle cómo quedaba su hijo. Ella respondió: «La esperanza que del otro que allí muerto yace tengo, esa tengo deste; porque esta tan grande desventura, venida sobre tantas, no se puede ya resistir que no dé fin a todas mis cosas, y a mí con ellas, sobre las haber pasado con gran amargura de mi corazón; que de otra guisa no fuera ella satisfecha. Pero a lo que yo, Rey, vengo a ti, no es a te demandar perdón del mal y daño que te hice, porque muy más contenta sería que en mí ejecutases la pena que merezco, la cual será darme la muerte, por donde a mis grandes angustias y dolores se dará fin. Y pues que nunca hasta agora a dueña ni a doncella en cosa que demandasen les fallecistes, no me fallezcas a mí, habiéndole tanto menester; si no, todos los males que de aquí adelante hiciere, a ti serán imputados». «Dueña», dijo el Rey, «yo no sé qué yerro ni daño haya de vos recebido, y puesto que lo supiese, bastarme debe la mengua que vuestra honestidad en ello recibe, pues que siendo obligada a virtud, se puso en aquello que de su valor la menoscaba; y ruégoos que me lo digáis, que pues yo tanto he errado y ofendido a aquel señor que tanto bien me hizo, no terné por extraño que me yerren los que nunca de mí lo recibieron; y en cualquiera manera que pasado haya, habré por bien de lo saber, y mucho más si es en esta prisión que se me hizo; porque aunque yo haya pasado muchos y grandes peligros en este mundo, ninguno dellos como este de mi sentido me sacó». Entonces la dueña le dijo: «Rey, yo te lo contaré, que nada no falte, por temor ni miedo que dello espere; que aquellos que vida ni bienes no codician poco pueden temer. Tú, Rey, sabrás cómo mi nacimiento y crianza fue en aquella grande ínsula donde tú rey eres, y de un vientre salimos yo y aquel sin ventura de mi hermano, Arcaláus el Encantador, y como en un gran tiempo fuimos criados, y él aprendiese con gran cuidado y subtileza muchas artes, así para empecer y hacer mal a muchos, como para dellos se defender; asimesmo yo tomé dellas en memoria tanta parte, que por muchos tiempos, en que diversas cosas he pasado, nunca olvidarlas pude, antes las retuve de tal manera, que así a él como a todos los otros sabidores en las semejantes artes pensaba ligeramente vencer. Pues siendo yo doncella, acaeció que entre las muchas tierras y provincias que mi hermano Arcaláus, siguiendo las aventuras con las armas, anduvo, la aventura lo trajo a esta montaña, que se llama Defendida, donde a la sazón era señor della un gigante mancebo, llamado Cartadaque 2, con el cual el dicho mi hermano gran amistad tuvo, de que se siguió que a mí por su mujer tomase, y fui aquí traída, donde estando de consuno, hubimos tres hijos: el primero fue aquel hermoso y esforzado mancebo, llamado Lindoraque, en el cual toda mi bienaventuranza se contenía; y el segundo este Matroco, que aquí herido está; el tercero Furión, que allí fuera muerto yace. Pues estando yo con tan buena ventura de tal marido y hijos en este señorío, que así con su fuerza dél como las dellos gran parte destas comarcas sojuzgadas eran y de las más arredradas muy temidos, la fortuna, que a ninguno perdona, queriendo usar de su antiguo y acostumbrado estilo, con una nube muy escura turbó aquella grande alegría en que yo estaba; que sabidas las nuevas por mi marido cómo tú, Rey, tenías aplazada una batalla con el rey Cildadán de Irlanda, en la 2

 Es el mismo que en el  Amadís es llamado Cartada, el cual fue sobrino de Famongomadán. 

 

cual, aunque el número de la gente pequeño fuese, la virtud y gran fortaleza que en el mundo había allí se juntaba, así como otros muchos y fuertes jayanes al rey Cildadán acudieron, así por ser en aquella tan famosa batalla mi marido Cartadaque lo hizo, que partiendo desta montaña y llevando consigo a Lindoraque, nuestro hijo, sin ningún entrevalo arribó en la Gran Bretaña, en aquellos castillos donde yo nací y fue señor Arcaláus, mi hermano. Pues allí llegados, y estando la dicha batalla aplazada, tomando Arcaláus a Lindoraque, mi hijo consigo salió por los términos de aquel tu gran señorío, con voluntad de te empecer y dañar en alguna cosa que mucho dolor te pusiese, y dicen que llegando a una gran floresta, que bien cerca de Londres está, la desventura suya, que así lo quiso, hizo que toparon con un caballero que Beltenebros se llamaba, el cual a la sazón dicen que llevaba una doncella con una muy extraña capilla de flores puesta en su cabeza, y como al mal logrado de mi hijo Lindoraque muy hermosa le pareciese, y la desease para la hermosa Madasima, hija del famoso Madán3, por quien él por su amor muchas cosas famosas en armas había hecho, envióle un escudero que se la demandase; mas aquel Beltenebros, que por ventura tanto cuanto él a su amiga amaba, amaba a aquella que las flores tenía, quiso antes mostrar sus fuerzas que hacer lo que con alguna amenaza le demandara. Y venido a la batalla, al primer encuentro murió Lindoraque, y su tío Arcaláus, pensándole vengar, fue vencido y cortada la mitad de la mano diestra, y la gran ligereza de su caballo resistió de no perder la vida; pues mi fuerte ventura aún desto no contenta, por mostrar que otros jarabes más amargos guardados me tenía, aquel tan esforzado y temido jayán Cartadaque, mi marido, que a muchos por su gran esfuerzo de corazón y gran valentía de su persona había vencido y sojuzgado de solo un caballero hermano deste mesmo Beltenebros, vencido y muerto fue en aquella peligrosa batalla que ya dije. Así yo, quedando viuda de eran, tal marido y tal amarga hijo, cony estos me que quedaron, a la sazónquemozuelos de poca edad pasé muy triste dos vidaque hasta la edadque y gran fortaleza suya en gran parte me la hicieron arredrar y olvidar, no digo en tanto que aquella gran lástima y enemiga fortuna en la memoria no me quedase, para que viniendo tiempo, dejase de tomar aquella enmienda que satisfacer me pudiese. Pues agora, Rey, viniendo al cabo, siendo ya casi consolada, sobrevínome la nueva de la prisión que a mi hermano Arcaláus le fue hecha en aquellas grandes batallas que contigo pasaron en esos tus reinos, por mano de aquel mismo que Beltenebros se llamó, y agora Amadís de Gaula se nombra. Las cuales nuevas hicieron que las llagas que sobresanadas habían sido fuesen del todo refrescadas y abiertas; de manera que las viejas angustias con los nuevos dolores tuvieron tal fuerza, que olvidando el reposo que mi edad demanda, me dispuse, partiendo de aquí, a ir allá, donde todo esto que he dicho acaecido había, y cuando con mucho afán a la tierra de Arcaláus llegué, hallé que entonces era suelto, y por mano de aquel su tan gran enemigo y mío. Y aunque mi espíritu algo descansase y holgado en su deliberación hubiese, la antigua enemistad y grandes pérdidas mías no consintieron mi tornada a esta tierra sin probar algo en que dañarte pudiese. Y porque mis artes no bastaron contra el enemigo principal, por una sortija que en su dedo trae, que por Urganda la Desconocida dada le fue, sabiendo el mal recaudo que en tu persona ponías, apartándote de la conversación de la gente por las florestas, tenté de te hacer aquel engaño en que caíste cuando pensabas socorrer la doncella que las grandes voces daba entre las espesas matas de la floresta que cabe la tu villa de Fenusa está; fingiendo de la querer forzar el hombre que por sus cabellos la tenía. Y si bien te acuerdas, yo soy aquella dueña que en el tendejón hallaste, y que al hombre tras quien ibas mamparé, y te hice entrar en la tienda, donde como muerto sin ningún sentido caíste; y de allí, metido en una fusta, echado en aquel lecho, donde a la escura cárcel en que estabas te traje, sin que persona alguna dello noticia tuviese; y pensando que a mis congojas con esto dado había fin, y que contigo podrían ser olvidadas las pasadas muertes, sacando tal parte de tus grandes señoríos, con que mis hijos y parientes en muy mayor estado pasasen, creo que por tu causa son las presentes sobrevenidas, en tal manera, que nunca aconteció ni acaecer puede que una tan gran 3

 Debió decir Madanfabul. 

 

fuerza como esta, que tantos tiempos a los reyes de Persia y a los emperadores de Constantinopla defendida hasta agora fue por las armas, y que todos los sabidores del mundo que encantamentos saben no la pudieran ganar, que por un solo caballero fuese en un día conquistada con tan crueles muertes de tan fuertes caballeros como en ella se hallaron. Y tú, Rey, sacado de la parte donde todos ellos son, puesto que de tu parte fueran, apenas lo pudieras hacer. Así que, puedo yo muy bien decir que en la mayor desventura que nunca hubiste estaba encerrada y oculta la mayor ventura buena que venir te pudiera, y a mí, que habiendo alcanzado lo que más en este mundo deseaba, me sobrevino aquello que más aborrecido y fuera de mi voluntad tenía». Cuando el rey Lisuarte esto hubo oído a la dueña, luego la conoció que era la que en el tendejón había hallado, y díjole: «Dueña, cierto creo que me habéis dicho la verdad, que vos sois aquella que me engañastes, lo cual no tenía en la memoria, hasta que ahora me lo habéis recordado. Mas decidme, ¿qué culpa os tenía yo en el mal que otros os hicieron?» «No otra», dijo ella, «salvo tomar la venganza en la mayor parte, donde más honra y provecho se esperaba, pues que por causa tuya aquello todo había redundado; que de los otros, no teniendo ni poseyendo más de las vidas, aunque por mí quitadas les fueran, no podía quedar satisfecha, pues con ellas poco remedio se daba a lo pasado». «Eso pudiera ser», dijo el Rey, «en aquella sazón que aconteció lo que dices con verdad; pero ya al tiempo que tú lo hiciste, aquel gran poder y señorío mío en otra era traspasado, donde con mayor honra de y venganza tus ardientes ahora a dormir, que yohaber estoy determinado con el bien vencer el iras mal sesi pudieran pudiere, yamansar; así lo haré en vete lo tuyo, si quisieres conocimiento de aquel que puede dar el galardón entero». La dueña fuese a la cámara del gigante Matroco, su hijo. Y el Rey, mandando poner gran recaudo en las puertas del alcázar, durmió y descansó aquella noche; que nunca tal en su vida esperaba, según la fortuna lo había traído en e n tal tribulación.

 

CAPÍTULO X. De cómo el gigante Matroco feneció sus días por cuya muerte con rabia la reina Arcabona Arcabona acometió matar al rey Lisuarte y luego con desesperación se fue a llanzar anzar por una ventana en la mar. Agora cuenta la historia que el rey Lisuarte quedó en la torre más fuerte del alcázar, en la cámara que tenía la Elisabat ventana que oístes queLibeo, salía amandando la mar, y allí en unotros lechosusquehombres le hicieron, para el maestro y suya sobrino a los quey elotro castillo guardasen y velasen, durmió aquella noche con más reposo que las pasadas, viéndose fuera del peligro en que había estado en aquel castillo que a su mandar era. Y pasada la noche sin entrevalo alguno, solamente a las voces de los veladores, que su sueño más dulce y más reposado hacía, al alba del día despertando, oyó por el castillo muy grandes gritos y alaridos, de lo cual fue maravillado. Y levantándose presto, tomó una hacha de acero que la noche antes allí hiciera poner, y despertó al maestro Elisabat y a su sobrino, que fieramente dormían. Y abrió la ventana porque la claridad del día entrase, y mejor pudiese ver qué sería aquello. Y hizo abrir la puerta de la cámara, y salió por ella con aquel esfuerzo que siempre en todas sus afrentas tuvo. Y yendo así desnudo por una sala, vio venir contra sí la dueña, señora del castillo, llorando y dando grandes gemidos, solamente vestida una piel sobre la camisa, y el Rey le dijo: «Dueña, ¿qué es esto?» Ella dijo: «Es lo que siempre he esperado que me había de venir». Y como le vio descuidado, puesto el cabo de la hacha en el suelo, sacó una espada que debajo de la piel traía, y fue por dar con ella al Rey tan presto, que no pudo hacer otra cosa sino hurtar el cuerpo a la una parte; así que, el golpe fue en vacío. De manera que la mano no tuvo tanta fuerza, que no le saliese la espada della, y cayó a los pies del Rey, y por presto que él quiso abrazarse con ella, por no la herir con la hacha, muy más presto se metió por la puerta de la cámara, y echóse por la ventana en la mar, y en poco rato fue ahogada. En esto acudió la gente que velaban con algunas armas que traían, y llegaron donde el Rey estaba, y el Maestro y su sobrino, que otra cosa no tenían sino los vestidos en los brazos, aguardando al Rey. Y luego entraron en la cámara, donde se daban las voces, y hallaron que eran todas las mujeres del castillo, que lloraban por el Gigante, que habían hallado en su lecho muerto, sin que le sintiese morir persona. Lo cual hicieron saber al Rey, y como lo oyó, tornóse a su lecho, y luego se vistió, riyéndose con aquella campaña de la batalla que había pasado con la dueña, y diciéndoles cómo todos los hombres debían siempre tener algunas armas donde durmiesen, proveyendo a los peligros que muchas veces ocurren cuando están sin más cuidado dellos. Así estuvo un rato burlando y riyendo con ellos, como aquel que, más de ser muy esforzado y discreto, más que otro rey de su tiempo, fue el más gracioso y más agradable en todas sus cosas a los suyos que nunca príncipe se vio. Pues estando así, preguntó por la espada que la dueña traía. Libeo le dijo: «Señor, veisla aquí, que yo la tomé». El Rey la miró, y conocióla, que era la suya que ceñida tenía a la sazón que fue encantado, así como ya se os dijo ante desto; y tomándola en la mano, dijo estas palabras: «Oh mi buena y preciada espada, cuánta honra y cuánta gloria en este mundo, siendo prosperado, me ayudaste a ganar, y cuando la fortuna volvió su rueda contra mí, no solamente en mis enemigos lo siento, más aún lugares en ti, que siempre por amiga y compañera aquellos donde más honra y precio ganases». te tuve, poniéndote en todas mis afrentas en

 

Así estaba razonando aquel gran rey con su buena espada, que por muchos y largos tiempos grandes príncipes y provincias había sojuzgado, y vencido muchas batallas; consolándose por se haber así defendido de una flaca mujer, recordó en su memoria los prósperos y adversos tiempos, y cómo en la dulzura del corazón de las mundanales cosas son engeridas las amargas congojas y grandes tribulaciones, y cómo ninguno no se debe fiar en su grandeza, antes siempre vivir en temor del Señor muy alto que se la dio, y con mucha humildad rogarle que le dé juicio como a su servicio lo sostenga, creyendo que cuando él la mano aflojares, ninguna cosa, por grande ni fuerte que sea, se le podrá sostener que no caya.

 

CAPÍTULO XI. De cómo mandó el rey Lisuarte guardar el castillo y sepultar los muertos cada uno según su merecimiento. Pues estando así el Rey, como oído habéis, mandó guardar la espada, que era la mejor que en aquel tiempo en el mundo se podría hallar, y que le buscasen la vaina della, y dijo el Maestro: «Buen amigo, puesaquel que este castillo comoloveis, será que en enterrar él se ponga recaudo, y sea para caballero queespordespachado, su gran bondad ganó,razón y en tanto haced esos caballeros muertos; que a mí me será forzado estar aquí algunos días, porque aunque irme quisiese, no tengo guía para ello, y si alguna de los desta tierra se pudiese hallar, no es razón que della me fiase». El Maestro hizo lo que el Rey mandó, que tomó consigo sus hombres, y se fue a la entrada de la montaña, y hízolos sacar fuera y desarmar para que los enterrasen. Y como fueron desarmados, conoció luego al de las armas verdes, que era Arcaláus el Encantador; que parece ser que, como Arcabona, su hermana, vino a sus castillos cuando la nueva le llegó que era preso, le halló suelto, como se os ha dicho; y partiendo ella de allí, llevó al rey Lisuarte preso. Arcaláus desto no supo cosa ninguna; pero como oyó la nueva de ser el dicho Rey partido, que ni muerto ni vivo se hallaba, luego sospechó que, según las artes de su hermana y la grande enemistad que con él tenía, que ella por alguna guisa de engaño lo había enojado, y sin más tardar mandó hacer aquellas armas, y se metió por la mar en una fusta, por saber la verdad della, y llegó a la montaña Defendida cinco días antes que el caballero Negro, y supo de su hermana Arcabona, en gran secreto, cómo tenía al Rey Lisuarte, de que Arcaláus fue muy alegre a maravilla en se ver fuera de la prisión de su gran amigo Amadís, y tener preso al otro su mayor enemigo, aquel rey. Pero como en este mundo ninguno sepa en qué está su fortuna mala ni buena, allí donde, a su parecer, pensaba estar más libre y bienaventurado con aquella nueva, allí hubo de perder la vida, que con tantos trabajos hasta entonces había defendido. Pues conociéndolo el Maestro, se maravilló, y apenas lo podía creer que él fuese, según el poco tiempo que era pasado de cuando en la jaula de hierro saliera, y la distancia del camino desde su tierra hasta aquella. Y fuelo a decir al Rey, cómo el uno de los dos caballeros que en la cueva estaban muertos era Arcaláus el Encantador. El Rey le dijo: «¿Cómo puede ser eso? que Amadís lo tenía en la ínsula Firme con voluntad de nunca lo sacar de la jaula de hierro». El Maestro le contó el engaño por que fue suelto. El Rey le dijo: «Veis aquí, Maestro, cómo, si Dios no, otro ninguno puede saber cuál es lo mejor de las mundanales cosas. Hacelde enterrar en la tierra fría; que su ánima por razón, según sus obras, en lo más caliente estará; y al gigante Matroco, pues que murió cristiano, ponelde de manera que se pueda llevar a lugar sagrado». Esto se cumplió después que a tiempo fue; que el caballero Negro, siendo señor de gran parte de aquella tierra de Persia, mandó hacer un monasterio en aquella ermita donde él estuvo, y hizo poner al Gigante en él en una muy rica sepultura, con la historia de su batalla, y cómo se convirtió, así como el libro adelante lo contará.

 

CAPÍTULO XII. De cómo el maestro Elisabat fue a visitar el caballero caballero Negro en la ermita donde estaba al cual haciéndole saber la embajada que por por Grasinda al Marqués llevara en Constantinopla le recuenta las cosas que dél y de otros con el Emperador con la princesa Leonorina y la reina Menoresa había platicado. Después qué queselohicieron giganteslosy hombres caballerosdelfueron comoen habedes preguntó el rey Lisuarte giganteenterrados, Matroco, que la mar enoído, las fustas estaban. Y dijéronle cómo cuando Arcabona se echó de la finiestra la habían tomado y se habían ido todos con ella. Entonces el Rey demandó que le diesen de comer, y así se hizo, aunque no tan bien guisado como menester era, por la revuelta que habían traído; y desque comió, acostóse en su lecho por dormir, que bien le hacía menester, y mandó que no lo despertasen, que se sentía cansado. Como el maestro Elisabat así lo vio, pensó que sería tiempo de ir a ver el caballero Negro, como se lo había rogado. Y dejando a Libeo, su sobrino, con la otra compaña, que guardasen el castillo y al Rey, salió lo más encubierto que pudo, y abajóse por la escalera de la peña. Y en pasando la puente, vio luego la senda que guiaba por el llano, y fue por ella al mayor paso que pudo, hasta tornó a la orilla del mar, y por allí se fue, y llegó donde la senda se apartaba por entre las matas; las cuales halló tan espesas, que dudó si podría salir dellas a parte que no fuese perdido, y muchas veces, con este temor, estuvo para se volver, mas la gran codicia de ver aquel que tanto deseaba le hizo poner en no dudar cualquier aventura que le pudiese venir. Pero no anduvo mucho quebien vio cansado, la ermita,como que por lasque señas que ely caballero Negro le dio, conosció ser aquella, y llegó a ella aquel la edad el no haber acostumbrado de andar a pie le dieron causa de mayor pena. Y halló al hombre bueno y al mudo a la puerta, y saludólos, y ellos a él, y preguntóles dónde estaba el caballero. El hombre bueno lo quisiera encubrir, que no sabía si le haría enojo; mas el mudo, que conosció al Maestro, hízole señas contra la pequeña cámara. Cuando el Maestro esto vio, fuese a ella, en la cual entrando, halló al caballero echado en su lecho, y como vio al Maestro, levantóse sobre los brazos con grandísimo trabajo para le hablar. Mas él hincó los hinojos ante la cama, y quísole besar las manos, y el caballero le abrazó, con mucho placer que hubo con su venida, y así lo detuvo un rato, y hízole asentar cabe sí, y díjole: «Mi buen amigo, ¿qué ventura os trajo a esta tierra tan desviada en la ínsula Firme, adonde quedastes con mi padre? Que de mí no os debéis maravillar; que según lo que se ha dicho, yo no nascí para ningún reposo». El Maestro le dijo: «Mi señor, después que fuistes caballero, y la gran fusta de la Serpiente os llevó por la mar, cuando con aquel dulce son nos hicieron caer las trompetas adormidos, luego al tercero día se partieron de la ínsula Firme el rey don Bruneo y don Cuadragante, y todos los otros caballeros, salvo los que con Amadís quedaron. Y Grasinda, mi señora, me mandó que me fuese a su tierra, y cuando hubiese en su hacienda puesto cobro a algunas cosas, me pasase a Constantinopla, al marqués Saluder, su hermano, y le hiciese saber cómo ella se iba con mucha honra, casada con aquel caballero de tan alto linaje, al gran señorío de Sansueña, donde ya eran señores; y asimesmo le contase todas las otras cosas que habían acaescido después que había partido de la ínsula Firme, y por saber dél qué tal había llegado. Así que, yo llegué con esta embajada a Constantinopla, y recaudé mi demanda como la llevaba con el Marqués, y vi al Emperador, que benignamente me recibió, y quiso oír todas las cosas que sucedieron después que su sobrino Gastiles había llegado allí; las cuales yo le conté así como pasaron, en que gran pieza me detuvo, mucho amaba vuestro queriéndome dél, fuiy llamado por como parte aquel de la que hermosa Leonorina, su hija,padre. aquellaY que hoy vence despedir en hermosura

 

apostura a todas las doncellas del mundo. Y cuando ante ella llegué y ante la reina Menoresa y otras doncellas de alta manera, preguntóme con mucha afición por el caballero de la Verde Espada, diciéndome que aunque había sabido que ahora se llamaba Amadís de Gaula, que ella no le llamaría sino por aquel mismo nombre que se llamaba al tiempo que le hizo la promesa de la tornar a ver, o enviar tal caballero que en su lugar la sirviese. Yo le conté otras muchas cosas de las que acá se habían pasado en la ínsula Firme, que allá no se sabían ni había noticia dellas, y le dije cómo el rey Lisuarte fue perdido, que ningunas nuevas se sabían dél; y cómo sobre esta prisión Urganda la Desconocida os hizo ser caballero, y la fortuna que en ello se tuvo; y cómo vuestro padre os mandó que cumpliésedes la promesa que le hizo, y la sirviésedes en todo lo que os mandase; y cómo con el dulce son de las trompas fuimos todos adormidos, de manera que no supimos de vos ni de los noveles, ni qué se hizo la gran fusta de la Serpiente; así que, ninguna cosa quedó que saber no le hiciese. Y dígoos que ella lo oyó todo con la mayor afición que ser podía. Y díjome: "Mi primo Gastiles, entre las otras cosas que me contó de las que en esa parte acaescieron, me habló de ese doncel que decís, y de su gran hermosura, y de las grandes cosas que dél ha dicho esa Urganda, que allá por tan gran sabidora tienen, y de unas letras muy extrañas con que nació. Y ruégoos, Maestro, que me digáis lo que dél sabéis, porque la gran afición que el Emperador mi señor y todos tenemos a su padre, nos hace desear saber las cosas que dél dependen". »Entonces le conté por extenso toda vuestra crianza, de qué forma fue, y cómo el rey Lisuarte os halló en la floresta con la leona, y la carta que Urganda la Desconocida le escribió de las grandes cosas habían comoparte lo supe después que en lavuestro, Gran Bretaña cómo que en lavoscarta decíaacontecido, que en la así diestra traíades el nombre y en la estuve; siniestray díjele el de vuestra amiga, y las letras de vuestro nombre eran blancas, que muy sin pena se leían, y las otras coloradas, tan ardientes al parecer, que era maravilla; las cuales de persona ninguna hasta entonces pudieron ser leídas ni entendidas, ni lo serán, salvo de aquella que, por su gran hermosura, le ganará y cautivará su corazón. »Ella me dijo: "Maestro, si las letras coloradas no se pueden leer, ni persona alguna las sabe entender, ni por eso se podrá encubrir quién es aquella su amiga que desde su nacimiento consigo sobre el corazón trae". Y yo le respondí que vuestra edad aún no había sido para que de libre os hiciésedes subjeto; pero que al pensamiento de todos, según el gran linaje y muy gran estado que esperábades, y las grandes cosas por que habéis de pasar sobre cuantos caballeros en el mundo son, que no podíades ser amado ni querido sino de aquella que en grandeza y hermosura sobrase a todas las de su tiempo. »Ella dijo: "Maestro, ciertamente, si el caballero es tal como vos decís, tal debe ser aquella que por señora y por amiga ha de tener; porque según su valor sea empleado, como lo merece. Y pues que su padre le mandó que me viniese a servir, mucho os ruego, Maestro, que si lo viéredes, que de mi parte le digáis que lo haga; porque quiero ver si sus obras son tales que las del padre con razón excusar puedan". »Yo le dije: "Mi señora, su partida de la ínsula Firme fue tan extraña como dicho tengo, que por esto no sabré yo dónde lo hallase, aunque a gran trabajo por vuestro aamor mor me quisiese poner; pero yo creo ciertamente que antes de mucho tiempo sus cosas serán tales, que ellas le mostrarán y publicarán adonde muy encubierto esté; porque aquellas armas negras que él trae, y lo que con ellas hará, serán causa por donde en muchas partes sea conocido". Así que, mi buen señor, en esto que os he dicho y en otras cosas me detuvo aquella princesa, hasta que della me despedí. Y luego entramos la mar y midonde sobrino Libeo, Matroco con aquella compañía que en vistes, y al segundo día la fortuna meenechó a layo parte el gigante corría, y me puso sus manos».

 

Cuando el caballero Negro hubo oído lo que el maestro Elisabat le dijo, y cómo aquella tan alta y tan hermosa señora con tanta voluntad había querido saber de su hacienda, y para se servir dél le enviaba a llamar, súbitamente fue herido en el corazón, no sabiendo cómo, de tan gran desmayo, que la color y la habla por una pieza le hizo perder, y cuando algo en sí tornó, no se atreviendo hablar más con el Maestro, dijo: «Mi buen amigo, bien será que os tornéis al Rey ante que os halle menos, porque no querría que vuestra ausencia diese causa a que de mí supiese». El Maestro le dijo:no«¿Por qué causa encubrís abuelo, que que sin duda que en el mundo se podría hallarosotro de sutanto igual,delsi Rey no esvuestro aquel rey Perión, por talcreo le conocemos? Porque aunque algunos caballeros se podrían igualar a su esfuerzo, y aun pasar adelante, no deben, por tanto, en igual grado ser tenidos; que mucha diferencia es justo que haya entre los grandes príncipes que, olvidando aquella grandeza de estado en que Dios los puso, aventuran sus vidas, poniendo sus cuerpos en grandes peligros por escudo y amparo de los suyos, queriendo recebir la mayor parte del peligro y trabajo, y aquellos que sin tenerla lo hacen; que nunca, aunque para adelante se espere, supistes qué cosa es señorear. Que no es este de los reyes que para sostener sin peligro sus estados quitan sus personas de las afrentas que empecer les pueden, y mandan poner las ajenas en todo rigor de muerte. De que muchas veces redunda que, siguiendo ellos más sus apasionadas voluntades, que de razón ni necesidad costreñidos, toman y buscan las lejanas tierras, aventurando las personas y vidas ajenas, quedando las suyas en muchos vicios y placeres, con muy poco cuidado de aquellos que por su servicio trabajan y padecen; lo cual muy contrario fue siempre deste rey. Así que, no solamente los suyos, mas los extraños, con mucha razón lo debrían buscar y servir a él y a todos aquellos reyes y grandes señores que tienen sus mañas». El caballero le dijo: «Todo eso que vos, Maestro, decís es verdad, que por maravilla otro tan buen rey como este se podría hallar. Y si yo no lo veo ni me lo doy a conocer, no es otra la causa, salvo no ser digno, según las grandes cosas que de mí le fueron escriptas, y las pocas que he pasado, de parecer ante él». «Pues que esta es vuestra voluntad», dijo el Maestro, «así se haga, aunque a mí pluguiera que con vuestra vista, demás de le dar mucho placer, conociera que cuando más de vuestro padre desviado estaba, allí dél le ocurrió su salvación».

 

CAPÍTULO XIII. De cómo la doncella Carmela se dio a conocer al Rey y tomada licencia se fue a ver al ermitaño su padre en la floresta donde habida noticia noticia del caballero Negro fue alterada por lo matar en la cama donde solo durmiendo estaba y contemplando su hermosura quedó de su amor captiva. Con esto que oístes, se salió el maestro Elisabat de la ermita, donde dejó al caballero Negro tan maltratado, que eny ninguna no se Defendida, podía levantar lecho. Ysupiese por el mesmo caminoido, quey allí fue se volvió, entró enmanera la montaña sin de quesuninguno dónde había halló que el rey Lisuarte se levantaba, y andaba paseándose por la cámara de la gran torre, mirando la mar con deseo de hallar alguno que por ella a su tierra lo llevase. Pues el Maestro llegado al Rey, le preguntó qué había hecho, si dormiera. Él le dijo cómo había andado por aquella montaña mirando la más hermosa tierra que jamás había visto. Pues estando así, entró en la cámara una doncella de las del alcázar, que Carmela se llamaba. Esta era la hija del ermitaño que ya se os dijo, y hincó los hinojos ante el Rey y díjole: «Rey, quiero que me conozcas y de mí te sirvas, como de tu natural que soy». El Rey le dijo: «Doncella, agradézcoos lo que me decís, y si aquesto es por ganar mi gracia, de cualquier parte que vos seáis la ganaréis; que nunca las dueñas y doncellas perderán de ser honradas y ayudadas de mí, en cuanto yo pudiere, aunque por causa de algunas dellas la fortuna me ha sido muy contraria; mas desto no las culpo yo, porque no dellas, mas de aquel Señor a quien yo tengo enojado me viene. Ahora me m e decid quién sois». Entonces la doncella le contó en qué manera allí habían venido con Arcabona, su señora, y cómo su padre era ermitaño en la floresta fuera de aquella montaña, y todo lo otro que ya oístes cómo lo contó el ermitaño al caballero Negro. Así estaba el Rey aquel día hablando con la doncella, preguntándole de algunas cosas de aquella tierra, y con el maestro Elisabat y su sobrino, diciendo la gran congoja que su espíritu recebía en no saber quién fuese el caballero de las armas negras, y que si de aquella tierra partiese sin lo saber, que nunca aquella lástima se le quitaría. Pues el día pasado y la noche venida, dieron al Rey de cenar, y queriéndose ir a su lecho, entró la doncella Carmela, y hincó los hinojos y dijo: «Rey, demándote licencia para que de mañana vaya a ver a mi padre el ermitaño, y le diga lo que de ti he visto, con que gran consuelo habrá». «Así se haga», dijo el Rey, «y decilde que placer habré en que me vea». Despedida la doncella del Rey, otro día al alba hizo que la puerta del castillo le abriesen, y cabalgando en su palafrén, se fue por la montaña, a la parte donde no era cercada de la mar, y por un postigo pequeño que entre dos torres estaba, que solamente por él un caballo cabía, de donde ella la llave llevó, sacó su palafrén, y cerrando la puerta por defuera, cabalgó en él, y se fue por un muy hondo y espeso valle, y llegó a la ermita a tiempo que el mudo marinero y el ermitaño su padre eran a la barca idos por cosas que para el caballero eran menester, y le habían dejado durmiendo; que después que el maestro Elisabat se partió dél el día antes, y quedó pensando en aquella señora de la cual ya su corazón estaba atormentado, como cosa tan nueva para él, no sabía por alguna manera darse remedio; antes teniendo en la memoria la sabrosa menbranza de aquello que el Maestro le dijera, su sentido muchas veces se amortecía, y con esta congoja ponía las manos sobre el corazón, con gran temor que no se le saliese del pecho, y hallaba las letras coloradas que sobre él tenía tan ardientes, que apenas las manos en ellas podía sufrir.

 

Y así estuvo todo lo que del día quedaba, y lo más de la noche, que nunca pudo dormir; y los remedios que por su marinero, pensando ser aquel mal de las batallas pasadas, le fueron puestos, muy poco le aprovechaban, porque el un mal era para que las carnes padeciesen, y el otro quebrantaba y rompía las cuerdas y telas del corazón. Mas ya bien cerca de la mañana todo esto no tuvo tanta fuerza, que el gran cansancio y sueño no le venció; así que, con gran reposo se adormeció. Pues la doncella, palafrén un árbol, entró en la ermita, pensando hallar como solía allegada su padre, y como ató no leel vio, fuesea luego a su ycámara, como hacía otras muchas veces. Y abriendo la puerta, entró dentro, y vio cómo a la cabecera de su cama estaba arrimada la rica espada, y un bulto de persona echado en ella, de lo cual estaba muy maravillada. Y llegóse paso lo más que pudo, y tomó la espada en sus manos y sacóla de la vaina, y halló en ella muchas manchitas de sangre, y miró por la cámara, y vio las armas negras al un cabo della, y conoció ser aquellas las del caballero que a sus señores había muerto. Y tan gran sobresalto le vino, que las carnes y las manos le temblaban; así que, la espada se le hubiera de caer. Pero esforzándose, que aunque fuese tomada en tal auto como estaba, por ser mujer no se le siguiera peligro, tomó más esfuerzo, y quiso ver quién estaba acostado en su cama, y si su corazón bastase para ello, tomar venganza de aquel que tanto mal había hecho en aquellos de quien ella mucho bien esperaba. Y llegóse a la cama y miró el rostro del caballero, que algo cubierto tenía, y un paño de lino en la cabeza revuelto, para remediar el dolor que los golpes que en ella hubo le daban. Y como lo vio tan hermoso, y su cara tan hermosa y tan resplandeciente, aunque por las muchas lágrimas que había derramado mucho menoscabase, muydellos muchopodía espantada mirando por una muy grandella pieza,le que apenas los fue sus ojos partir. de verlo, y estúvole Pues ella estando así, dio el caballero Negro una vuelta a la otra parte sin que el sueño rompiese, y dijo: «¡Oh, caballero tan sin ventura! ¿Qué será de mí?» La doncella estuvo muy queda, sin se mudar; pero como vio que dormía, pasóse ella a la otra parte y llegó su rostro cabe el suyo, como aquella que en sí sentía gran turbación; que tan fuertemente era de su amor presa, que ningún sentido tenía, y las lágrimas le venían a los ojos sin lo sentir, que por el rostro en gran abundancia le corrían. Así que, bien se puede decir, en una casilla tan pequeña y tan apartada de la conversación del mundo, tan pobre y tan sola, allí el cruel y engañoso amor aun no quiso perdonar a estos amantes, y allí los hirió de tan recia herida con sus muy crueles saetas, que por todo el tiempo de sus vidas muy duramente lo sintieron, creciéndoles siempre dos mil congojas, sospiros, dolores y angustias enamoradas. Como quiera que en la sazón que esto les aconteció, el uno dellos tan trabajado y fatigado estuviese de aquellas fuertes batallas pasadas, que con mucha razón debieran quitar causa a que en otra cosa pensase sino en su salud. Y la doncella, viendo en un solo día muertos todos sus señores, y no menos su señora, que criado la había, y dellos esperaba muy mucho bien y merced, que no debiera procurar ni menos pensar sino en quien la consolase. Todo esto no pudo al uno ni menos al otro poner tanto remedio, que no fuesen presos y captivos todos los días de su vida. Pues si esto es así, que de aqueste cruel tirano ninguno, por fatiga ni trabajo que tenga, se puede amparar ni defender, ¿qué harán aquellos y aquellas que con muy muchos vicios y muchos placeres, no tan solamente procurar de se desviar dél, mas ellos mismos de su propria voluntad despiertan y convidan a la memoria para le atraer que, ora sea justo, ora sea injusto, ora honesto, ora deshonesto, no tienen cuidado sino de desear y amar.

 

CAPÍTULO XIV. Que la doncella Carmela llevó la espada del caballero encubiertamente al alcázar por cuya pérdida el ermitaño y el mu mudo do cuando de la barca volvieron grande sentimiento hacían. hacían. Estando pues así esta doncella Carmela, hija de aquel buen hombre ermitaño, mirando con tanta afición y voluntad la hermosura de aquel caballero, como dicho es, tornando algo más en su sentido,la pensó otra víay púsola se habíadebajo de curar llagayque tan súbitamente allí le viniera; metió espadaque en por la vaina, deaquella su manto, cabalgando en su palafrén, lo másy encubierto que ella pudo se tornó por el espeso valle por donde había venido, y luego al postigo que ya oístes, por el cual se entró y se fue al castillo, adonde guardó muy bien la espada, que ninguno la viese; y a poco rato vinieron el mudo y el buen hombre ermitaño con el recaudo que había menester, así de vianda como de otras cosas, que el caballero Negro les mandó que por ninguna manera del castillo se trajese, porque por ello no fuese descubierto; pues traerlo de otra parte no podía ser, que los lugares de aquella comarca eran lejos, y todos de los turcos. Y entrando en la cámara, despertaron al caballero para le dar de comer, que con el sueño, y más con la congoja muy grande que consigo tenía, estaba como atordido; porque aquella prisión que de aquella señora le vino, aunque por la una parte de su memoria muy gran dulzura le daba, por otra parte le ponía en muy grandes desmayos. Así que, no podía este caballero pensar su remedio cómo venir le pudiese; que si procurase de la ver y servir, según su grandeza della, junto con su gran hermosura, no se tenía él por tal ni por tan suficiente para que su bondad bastase para satisfación de su muy gran deseo, ni menos para cumplir aquello que ella dél esperaba. Pues hallarse lejos de su presencia era muy imposible poder sostener la vida, ni que su corazón no fuese convertido y deshecho en lágrimas. Con este pensamiento, casi despierto y casi dormiendo, se hallaron estos dos que ya dije, y hiciéronle comer, aunque muy sin gana, y bien pensaron que no de los golpes de las batallas, mas de alguna cosa que el maestro Elisabat le hubiese dicho, le ocurrió aquella tan gran mudanza en que a la sazón estaba. Estando así como oído habéis, hallaron menos la espada, de que muy mucho maravillados fueron, y preguntaron al caballero si la pusiera él en otro lugar, y él les dijo que no la viera, y ellos comenzaron mucho a cuitarse, especialmente el marinero, por la pérdida tan grande que a su señor era venida. Mas el caballero les dijo: «Amigos míos, no os aflijáis ni congojéis tanto; que mis cosas no son como las de los otros. Esta espada por ventura fue ganada y por ventura es perdida; puede ser que me fue guardada tanto tiempo mas de para lo que con ella se hizo. Dejémoslo todo a aquel Señor en cuya mano y poder son todas las cosas».

 

CAPÍTULO XV. De cómo el rey Lisuarte informado por la doncella Carmela del caballero Negro dónde estaba se partió solo con ella por lo ver y en el medio camino por nuevas de un apresurado mensajero se metió por la floresta presuroso por ver una cruda batalla en que Lindoraque gigante y sus dos caballeros quedaron muertos por mano de dos dos caballeros extraños a los cuales el Rey conociendo ser Talanque y Ambor sus naturales los llevó con Carmela a la ermita de donde a Esplandián con sobrado placer al alcázar llevaron y confirmó la merced que a Carmela otorgada otorgada tenía. Tornando pues al rey Lisuarte, dice la historia que cinco días estuvo en aquel grande alcázar de la montaña Defendida sin que otra cosa hiciese, salvo hablar con el maestro Elisabat, que era hombre letrado y entendido en todas cosas, y todo lo más en el caballero Negro, por ver si por alguna vía le podía sacar a que dél le dijese. Pero el Maestro era tan fiel y de tanta verdad, que en ninguna manera quebrantaría lo que al caballero prometió, que era no le descubrir. Mas la doncella Carmela, que a todo esto presente se hallaba, viendo la gran afición del Rey que en saber de aquel caballero tenía, no se pudo sufrir de no le poner en descanso. Y así, con esperanza de alcanzar la cosa del mundo que más amaba, y apartando al Rey un día, como que otra cosa fuese, le dijo: «Buen Rey, si me prometes de serme ayudador en lo que me es ganar la vida o cobrar la muerte con aquel caballero que tanto deseas, yo te lo mostraré, y en tal parte donde sin ningún embargo hablarle puedas. Y porque creas ser verdad, vente a mi cámara, y verás tal señal, que si de mí alguna duda tienes, ella te la quitará». El Rey le dijo: «Buena doncella, si hacéis lo que habéis dicho, no sería cosa tan cara que por mí se pueda alcanzar que no la hiciese». «No quiero», dijo ella, «salvo que me seas ayudador en una cosa que a aquel caballero yo demandaré». Entonces llevó al Rey a la cámara sin otro alguno, y mostróle la espada del caballero, y díjole: «Esta bien la conocerás». «Por cierto», dijo el Rey, «sí conozco; que ella fue gran ayudadora en m mii deliberación». «Pues no dudes», dijo ella, «de te ir conmigo; que yo te mostraré aquel que con ella hizo más armas en tan poco espacio de tiempo, cual otro ahora ni nunca pudiese hacer». El Rey le dijo: «Doncella, ¿qué queréis que yo haga en esto?» «Buen Rey», dijo la doncella, «no otra cosa, salvo que mañana salgas comigo, y cuando aquí a comer volvieres será cumplido lo que te prometo». «¿Llevaré armas?», dijo él. «Solamente tu espada», dijo ella; «porque ningún caballero en tiempo ni sazón alguna dejarla debe, y un caballo de los que aquí en este castillo hallarás». «Así sea», dijo el Rey; «que no puedo yo aventurar tanto por ver aquel que por mí tanta afrenta y peligro pasó, que más que él no merezca».

 

Entonces se tornó a su compañía y estuvo hablando con ellos muchas cosas, y diciéndoles cómo otro día en compañía de aquella doncella quería ver algo de aquella montaña; que deseo había de andar una pieza por el campo. Pues aquella noche pasada, y el día venido, mandó el Rey que le ensillasen un caballo de aquellos de los jayanes, que muy hermosos los tenían. Y cabalgando en él, se fue con la doncella, mandando al Maestro que con su compaña el alcázar guardase. La doncella lo llevó al postigo pequeño que ya oístes, por do sacaron los caballos, y fuéronse por el hondo y espeso valle, el camino derecho de la ermita, donde el caballero Negro estaba. Y cuando el medio camino anduvieron, venirvalle un yhombre caballo, más andar que podía, que bajaba por la cuesta derechovieron al mesmo caminoenporundonde ellosal iban. Cuando así el Rey lo vio, detuvo el caballo, y el hombre llegó a ellos y conoció luego a la doncella, y ella a él, y díjole: «Amigo, ¿qué priesa traes?» «Vengo, como ves, a la montaña Defendida, a tus señores que socorran a Lindoraque, su tío, que viniendo a ellos de su torre, halló en aquel llano dos caballeros extraños, que nunca por esta tierra se supo que anduviesen, con unas armas blancas y señales negras; los cuales le mataron a dos caballeros suyos que delante dél venían, y quedan con él en la más brava batalla que nunca se vio, porque aquellos no son como los desta tierra». Cuando el Rey esto le oyó decir, y nombrar aquellas armas y que eran caballeros, luego sospechó que estos serían compañeros del otro caballero extraño, de las armas negras, y dijo a la doncella: «Amiga, quedad con este hombre que os conoce; que yo ir quiero a ver la batalla». Entonces hirió al caballo de las espuelas, y fue lo más que pudo por la vía que el hombre a ellos viniera, y cuando fue suso encima de la cumbre, vio en otro valle los dos caballeros, que tenían al Gigante en medio y lo herían de mortales y muy fieros golpes; pero el Gigante se defendía dellos muy bravamente con una maza muy grande, y como era pesada, estaba siempre quedo, que no se movía, y los dos caballeros andaban ligeros con sus caballos y guardábanse de sus golpes, saliéndose dél cada vez que querían. Y así anduvieron por una pieza, que los caballeros, aunque grandes golpes le daban, no le hacían daño alguno, por las fuertes armas suyas que le amparaban, ni él les alcanzaba golpe en lleno con la maza. Mas como los caballos comenzaron a cansarse, el gigante bravo tuvo tiempo de dar a uno dellos con la fuerte y pesada maza en la cabeza una tan gran herida, que se la hizo pedazos, y dio con él en el suelo; y de la caída fue el caballero algo quebrantado, pero no de manera que presto no se levantase con su espada en la mano, que nunca la perdió. Y como el otro su compañero así lo con vio, élhirió caballo las espuelas más recio que pudo, y sin que elcaballero jayán herirle pudiese, juntó tan alpresto, quedeotro hacer nolopudo sino es echarle los brazos y tenerle abrazado; de que el Rey, que la batalla miraba, se maravilló de su esfuerzo. Pues así estando, que ya el Gigante tiraba por él tan recio que de la silla lo sacaba, el otro caballero llegó a pie y trabó por aquella misma parte por él; así que, con la fuerza de los dos, todos tres fueron a tierra. Mas el caballero que a pie se halló, como lo vio venir ayuso, apartóse un poco afuera, y como ellos cayeron abrazados, fue luego él sobre el Gigante, y antes que el otro caballero desenvolverse pudiese, le metió la espada por la visera del yelmo y por el rostro, que le pasó a la otra parte; así que, al jayán le convino abrir los brazos y soltar al que con ellos tenía, y echó la mano diestra con que la espada perdiera a tiento, que la vista tenía perdida de la mucha sangre que le estorbaba, y trabó al caballero que lo hiriera por la halda de la loriga, y tiróle contra sí tan reciamente, que a mal de su grado lo hizo caer de rostros por encima dél a la otra parte. Mas estaba, Entonces fue luego elsobre y diole con bramido, la espada pero en lano unatuvo mano tal fuerza golpe, que seel laotro, hizoque caeryaenlibre el campo. jayánéldio un gran tanta

 

para más se defender, y allí fue muerto, que por debajo de las grandes y fuertes hojas le metieron las espadas. Como el Rey vio así el pleito partido, plúgole dello; que bien pensó ser aquellos caballeros cristianos, pues en las armas la señal de la cruz traían, y fuese contra ellos, que querían ya cabalgar en sus caballos, tomando el del Gigante por el que muerto les había. Y como le vieron venir, estuvieron quedos, que no sabían quién fuese. Mas acercándose a ellos, luego le conocieron, y dijéronle: «Bendito que nos guió donde os hallamos». E hincaron las rodillas, el uno de la una parte yseael e l aquel otro deSeñor la otra. El Rey les dijo: «Caballeros, mucho os ruego que me digáis quién sois, que tanta honra me hacéis». Ellos se quitaron los yelmos, y conociólos el Rey, que el uno era Talanque, hijo de don Galaor, y el otro era Ambor de Gadel, hijo de Angriote de Estraváus. El Rey les dijo: «Amigos míos, no es sin razón que hayáis placer de estar aquí comigo, que siempre lo tuve yo de estar con vuestros padres, y así lo he agora en estar con vosotros. Mas decidme, ¿qué ventura tan fuerte os pudo traerá esta tierra tan extraña?» Ellos dijeron: «Señor, nosotros venimos en rastro de un caballero que trae unas armas negras, si lo podríamos hallar». «¿Sabéis cómo ha nombre ese caballero?», dijo el Rey. «Sí», dijeron ellos; «que es vuestro nieto Esplandián». «¡Ay, Santa María, váleme!», dijo el Rey, «que no digáis por agora más, que no me podré sufrir. Mas cabalgad en estos vuestros caballos y venid comigo; que yo entiendo de os lo mostrar, y de más sosiego quiero que me contéis de su hacienda y de la vuestra». Los caballeros cabalgaron como el Rey mandó, y fuéronse tras él, dejando muerto al Gigante y a los otros dos sus caballeros en el campo. Y a poco rato encontráronse con la doncella, que mucho se maravilló que aquellos caballeros venían tan en paz con el Rey, y díjole: «Rey, ¿quién son estos caballeros?» «Buena heis cuando sea tiempo; mas decidme, ¿qué se hizo el hombre que con doncella», vos quedó,dijo y loél, que«saberlo dél aprendistes?» La doncella le dijo: «Fuese a más andar por esta montaña cuando de mí supo la destrución tan grande de los jayanes y de su madre. Pero antes me dijo cómo estando este jayán que allá dejáis en una torre suya, supo algo de lo que acá pasó, y venía por saber qué cosa fuese; y dijo que no traía consigo sino dos caballeros muy buenos, que siempre lo guardaban. Y cuando él se partió dél, halló que aquellos dos caballeros dejaba muertos, sin que el Gigante lo viese, porque venía muy atrás; y desque llegó, que le vio acometer a los caballeros extraños, y que no sabía más». «Agora nos guiad», dijo el Rey, «donde me prometistes; que ese gigante que decís, ido es con los otros donde según las obras habrá el galardón». Entonces se metió la doncella en el camino contra la ermita, y no anduvieron mucho que llegaron a ella, y hallaron al ermitaño a la puerta, asentado en una piedra, y como los vio, levantóse con gran sobresalto y dijo: «Hija, ¿quién son estos que os traen?»

 

«Padre», dijo ella, «veis aquí al rey Lisuarte, cuyos naturales somos». El hombre bueno le miró, y como quiera que cuando él allí vino le había dejado muy más mancebo, conocióle en la filosomía 4 de la faz. Y llegó por le besar el pie, mas él no lo consintió; antes descabalgó de su caballo, y dióselo que lo tuviese, y entró en la ermita tras la doncella, que se iba a su cámara, y llegó a tiempo que el mudo marinero salía por saber qué gente fuese. Y como vio al Rey, hincó las rodillas ante él; pero él iba con tanto deseo de hallar al caballero, que no detuvoque cosale alguna; la casilla, vio estar vestido sentado en lase cama, daban dey entró comer,dentro y tan en grande fue ely alegría quea Esplandián de lo ver hubo, queyno pudo sola una palabra hablar, antes se fue a él y tomóle en sus brazos, y besándole muchas veces, lo tuvo abrazado tan junto consigo, que Esplandián no le podía besar las manos. Y así estuvieron una gran pieza, viniendo al uno y al otro, de muy grande alegría, las vivas lágrimas a sus ojos. En esto entraron los dos compañeros, y dijeron al Rey: «Señor, dejadnos parte dese caballero, que mucho lo hemos deseado ver, aunque ha bien poco que de en uno nos partimos». El Rey se apartó un poco, y llegaron ellos a le abrazar con aquel placer y alegría que pensar podéis. Esto así hecho, el Rey dijo a Esplandián: «Hijo amado, menester es que al castillo nos vamos, donde mejor curado seréis; que en esta pequeña casa, ni para vos ni para nosotros habría lugar, y esforzadvos de manera que cabalgando podáis ir». Esplandián dijo: «Señor, así se haga como a vuestra merced place». Luego le pusieron en el palafrén de la doncella, y a ella llevó Ambor en su caballo; y el Rey mandó al ermitaño y al marinero que llevasen ellos las armas negras de Esplandián y se fuesen al castillo. Así como oís, se fueron todos por el valle espeso hasta que al pequeño postigo llegaron, y de allí se fueron al castillo, donde el Rey mandó que en su cámara hiciesen un lecho para Esplandián y otro para sus compañeros, por que le diesen algún placer. Pues allí pasaron lo que del día les quedó, comiendo y hablando en las cosas que más placer habían. En todo este medio tiempo nunca Carmela la doncella partía los ojos de Esplandián, antes lo miraba como persona fuera de sentido. Mas él estaba desto muy sin sospecha, y no la miraba. Otro día, después que con el Rey se levantó, en sulocámara hablando y riyendo aquellos caballeros, y burlando Ambor de cómoy estaba el Gigante había echado de sí, y otrosí,con diciendo de muchas otras cosas pasadas, de que todos tomaron gran placer y solaz, entró luego la doncella Carmela y dijo: «Buen Rey, ¿he cumplido la promesa?» «Sí por cierto», dijo él, «y tanto a mi voluntad, que seré siempre en cargo de os hacer honra y merced». «Pues así es», dijo la doncella, «cumplid lo que vos demandaré si queréis tener verdad, como todos los caballeros son obligados, y mucho más los reyes; de cuyo ejemplo puede redundar mucho bien y mucho mal». «Pedid lo que vos placerá», dijo el Rey, «y según mi poder, así se porná en obra».

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 Entiéndase fisonomía. 

 

Ella dijo: «Rey, bien sabes que poco ha que te demandé licencia para ver a mi padre, que en la ermita estaba, y no le hallando en ella, ni otra persona alguna, entré en la pequeña cámara que viste, donde yo los tiempos pasados muchas veces dormir solía, y hallé la espada deste caballero, la cual yo tomé, y conociendo haber sido este el que mató a mis señores, yo me quise atrever, fuera del natural esfuerzo de las mujeres, de tomar dél la venganza. Y teniendo la espada desnuda en mi mano para lo herir, vi su hermoso rostro en tal punto, que luego, sin saber cómo ni en qué forma, fui presa de su amor en tanto grado, que, sino por alguna esperanza que en ti he tenido, muy contenta en darmemi la muerte queesenmudado sostenerenlaotra vidamanera; penada. que Peroconsiderando ya después que destemás caballero másfuera he conocido, propósito de antes ser este de la condición de los otros caballeros que las aventuras demandan, creía haber yo alguna igualdad con él, y si en algo me sobrase, que el ruego y grandeza tuya pudieran cumplir mi falta y hacerme su mujer; mas la igualeza es tan desigualada, que ni tú, gran Rey, ni todos los emperadores y príncipes del mundo no bastarían a que en uno por aquella vía que yo pensaba conveniésemos. Y pues que así es, lo que te demando en cumplimiento de tu promesa, que pues por compañero haber no le puedo, le haya por señor, llamándome suya, y él por suya me tenga, que si por mi voluntad no fuere, nunca de su presencia partida sea. Y si esto que pido, tú, Rey, no lo alcanzas, y él no lo otorga, aquella misma espada que con tanta tribulación a mis señores dio fin, aquella lo dará a mí, m í, con gran peligro del ánima, sin ningún detenimiento». Cuando el Rey oyó lo que la doncella demandaba fue maravillado en ver así un amor tan fuerte y tan entrañable venido súbitamente, y hubo recelo que si en algo la contradijese, que haría algún mal recaudo de su vida, y respondióle: «Buena doncella, mucha gloria recibo yo en que este caballero sea amado de todos y todas cuantas le vieren y supieren todas sus buenas maneras, y esto que vos me pedís, eso vos pido yo y ruego, que siempre lo améis y aguardéis cuanto vuestra voluntad fuere, y a él mando yo que por su amiga y compañera vos tome, y guarde vuestra honra y fama, como la razón a ello le obliga». «Pues otórguelo él», dijo la doncella. Esplandián, que a todo esto con vergüenza estaba, es taba, cuando vio que el Rey lo había por bien, díjole: «Buena doncella, para esto que vos queréis no era necesario el mandado del Rey mi señor; que por vos, sin otro alguno, tuviera por bien de vos amar y querer, teniéndoos en mi compañía, así como haría de grado a todas las buenas doncellas, como vos lo sois. Pero aunque mi voluntad desto en general tenga, lo vuestro será en particular, así como vuestro amor conmigo lo es. Y de lo que Dios me diere, yo os haré parte, como a buena amiga hacer debo». La doncella fue tan contenta de lo oír, como si del mundo la hicieran señora, y hincó las rodillas ante él y dijo: «Desde agora quedo por tuya hasta el fin de mi vida, y tú por mi señor; el cual nombre, si a ti no, nunca de mi boca habrá emperador ni rey ni grande que en el mundo sea».

 

CAPÍTULO XVI. En que se trata por qué razón la historia hace tanta mención desta doncella Carmela. La historia os quiere contar por qué razón desta doncella Carmela, pobre, sin mucha parte de gran linaje, tanta mención se ha hecho. Porque fue una persona de muy mucha discreción y virtud, que hacen igualar a los bajos con los altos, si en ellos faltan. Aguardó siempre a aquel caballero en todas las partes se halló, y vio las de grandes cosas en armas que él hizo. por él enviada a grandes reyesquey provincias, así todas en cosas amistad como de enemistad. DioFue tan buen recaudo de su honra y de su fama, que fue conocida y tenida en gran reputación en aquellas tierras, donde aquel caballero pasó lo más de su tiempo haciendo guerras a los infieles. Asimesmo fue muy querida del emperador de Constantinopla y de su hija Leonorina, a quien ella muchas veces fue, por mandado de aquel caballero. Llegó a tanto su hecho por sus buenas maneras y servicios que hizo, que a tiempo fue que tuvo tanta honra y tanto estado, que muchos príncipes y señores de grandes tierras la quisieran de muy buena gana por mujer, mas ella jamás no se quiso casar, ni trocar el amor primero por otro alguno; antes siempre estuvo en aquel mesmo propósito, sirviendo y aguardando a aquel que más que a sí mesma amaba, y durmiendo en su cama, sirviéndole a su mesa, nunca de su presencia se partiendo; por donde con mucha causa y razón las personas en este mundo deben siempre poner sus pensamientos en buena parte, procurando honestamente los bienes de fortuna, y cuando así haber los pudieren, tomarlos, pero con tal medida de sus conciencias, que no olviden que son ajenos y perecederos, y que por ellos no pierdan la gloria que siempre ha de durar.

 

CAPÍTULO XVII. En que Talanque hijo de de don Galaor y Ambor de G Gadel adel hijo ddee Angriote de Estraváus cuentan al Rey sus muy venturosas hazañas que andando en busca de Esplandián después que por él fueron armados caballeros les habían acaecido. Estando el rey Lisuarte en aquel castillo de la montaña Defendida, así como habéis oído, después que le contaron gran maestro y Libeo, su sobrino, la Desconocida hiciera caballero aelEsplandián, y elElisabat modo que para ello tuvo, y lacómo cartaUrganda que Amadís halló en su mano al tiempo que recordó él y los otros caballeros del sueño del dulce son que las trompas hicieron; y cómo Esplandián había armado caballeros a los noveles, y así él como ellos se partieron del gran puerto de la ínsula Firme, sin saber unos de otros; y también cómo Urganda estorbara a Amadís y al rey don Galaor, y a todos aquellos señores que puestos estaban en su demanda para lo buscar, que no lo hiciesen, porque muy poco provecho ternían, por mucho afán que allí tomasen; y sabido de Esplandián cómo se halló en su gran fusta, al pie de la peña de la Doncella Encantadora, y todo lo que en ganar la espada le acaeció; y después cómo fue guiado en la mar por el mudo marinero, y que sin saber dónde lo llevaba, navegaron diez días, en cabo de los cuales se halló en la ribera donde había visto aquella montaña Defendida, y saliendo en tierra había aportado a la ermita donde halló aquel buen hombre, de quien tomó tal aviso por donde sospechó que el caballero que él le dijo que los jayanes y su madre tenían preso, que sería él, así como la historia contado lo ha; quiso el Rey saber de Talanque y de Ambor la causa y manera de su venida a aquella tan apartada tierra; los cuales dijeron cómo se habían hallado en una barca armados, y cómo Esplandián los hiciera caballeros, y dos caballos cabe sí, después que recordaron del gran sueño con que del puerto de la ínsula Firme partieron cabe una villa ribera de la mar, del reino de Nuruega, que se llamaba Artimata, y que luego salieron en tierra por saber dónde habían arribado y por buscar algo que comiesen. Y como los de la villa los vieron se alborotaron contra ellos, y les enviaron un hombre que supiese quién eran; al cual dijeron que eran caballeros extraños que venían de la ínsula Firme. «El hombre dijo: "A Dios merced, que a tal sazón llegastes; que bien seréis menester, según en lo que el rey desta tierra está". "¿Quién es el Rey", preguntamos nosotros, "y qué reino es este?" "Señores", dijo el hombre, "este reino se llama Nuruega, y el rey es Adroin, suegro de Agrajes, un buen caballero; no sé si lo conocéis". "Pues, ¿qué necesidad tiene?", dijimos nosotros. »Elprimo, hombrehijo dijo:de"Señores, ser yasuyo muyyviejo, ya no secon puede sino muy a penas, un su hermano,por vecino muy que poderoso, partemandar de algunos malos vasallos desleales, hase atrevido de le entrar en su reino, y tiénele cercada una villa de las buenas que él tiene; y el Rey está en otra, que no la puede socorrer, así por la sobra de su edad como por la falta de gente; que aquellos en quien él mucho confiaba le han faltado, como muchas veces acaece a los que están en necesidad, que no solamente son de los enemigos maltratados e injuriados, mas aun de los parientes y amigos son aborrecidos, y esto cáusalo el poco amor y menos verdad y virtud que hay en las gentes". "Agora nos decid", dijimos nosotros, "¿qué tanto hay de aquí adonde el Rey está?" "Una pequeña jornada", dijo él. "Pues decid a esos buenos hombres desa villa que nos hagan dar de comer y una guía; que de grado, por amor de Agrajes, serviremos a este rey en lo que justo sea". "Eso luego se hará", dijo el hombre. »Entonces se fue, y a poco rato trajo recaudo de lo que pedimos; y desque hubimos comido, nos y nuestros caballos, con un hombre que ellos por guía nos dieron, nos metimos al camino a tal hora que las dos partes del día eran ya pasadas. Así anduvimos lo que del día quedaba y la noche, y al alba del día entramos en la villa donde el Rey estaba, el cual, sabido de nosotros cómo éramos

 

caballeros amigos de Agrajes, tomó gran placer y esfuerzo, y contónos en la manera que su hacienda estaba; cómo aquel su primo le tenía cercada aquella villa, y que él no la podía socorrer por la poca gente suya la mucha del otro; especialmente dos sobrinos suyos que consigo tenía, que eran los más valientes caballeros que en gran parte se podrían hallar, y que en estos él y toda su gente tenían toda su esperanza. Nosotros le preguntamos por qué razón le quería tomar la tierra. Él dijo que "no por otra, sino que por no tener hijo varón decía que le viene a él el reino, el cual yo tengo para lo dar a Olinda, mi hija, que es casada con Agrajes". "Pues haced eso", dijimos nosotros; que,que pues quistión es sobre razón de derecho, que no haycon porotros qué las gentes "enviadle padezcan ay decir mueran; vosesta daréis dos caballeros que sobre ello se combatan dos suyos, y que Dios sea juez de la verdad. Y si caso es que él rehúse la batalla, díganle que también consentiréis, fiando en vuestro derecho, que él entre y sea el tercero con ellos". »Cuando el Rey esto oyó, estuvo pensando una pieza, y dijo: "Vosotros, caballeros, yo no sé quién sois; pero si me certificáis ser de la ínsula Firme, no dudaré de os cometer mi justicia y de vos galardonar todo lo que me sirviérdes; porque de allí no pueden salir sino hombres buenos; que de otra manera no podrían convenir con aquel que de allí es señor, y con los otros que aguardan y están a su ordenanza". "Por eso no tengáis vos recelo", dijimos; "que sobre nuestra fe os hemos dicho verdad". »Entonces el Rey envió sus mensajeros a aquel su enemigo con esta demanda. El cual cuando le oyó, pensando que el Rey no ternía en su corte tales dos caballeros que con aquellos sus sobrinos osasen en el campo entrar, respondió que le placía que así aquel pleito se librase. Esto así concertado, salimos todos cuatro al campo, con guardas y fieles de ambas las partes, y hubimos una recia batalla de mucha porfía. Pero al cabo, como teníamos lo justo de nuestra parte, y aquellos caballeros y su tío habían maltratado a aquel anciano rey con muchas soberbias, plugo a la merced de Dios de nos dar victoria, mas no sin algunas heridas en nuestros cuerpos. Y teniéndolo todos tendidos en el campo para les cortar las cabezas, su tío nos los demandó con muchos ruegos, diciendo que él haría nuestra voluntad. Nosotros se los dimos, con tal que se quitasen de aquella demanda, y dejasen al Rey libre, que hiciese de su reino a su voluntad. Todo lo otorgó a contentamiento del Rey. Esto hecho, convino que allí estuviésemos hasta ser en disposición de poder andar. »Y en este medio tiempo aportaron allí unos mercaderes, que venían con grande espanto de una serpiente que habían visto cabe la peña de la Doncella Encantadora, en la mar. Nosotros les preguntamos de oído, qué forma era. Ellos que era tan grande como mayor nave queplacer, en la mar había. Esto conocimos luegodijeron ser la fusta de Esplandián, de quelahubimos mucho y aunque nuestras heridas no eran del todo sanas, demandamos al Rey que nos diese algún hombre suyo que a aquella peña nos supiese guiar; el cual nos mandó dar, y nos daba asimismo muy ricos dones; pero no le tomamos cosa alguna, antes luego nos metimos en la mar, y a los seis días llegamos donde la fusta estaba, la cual vimos tan fiera y espantable, que aunque a nosotros era notoria, y en ella fuimos armados caballeros, nos puso gran temor; y con mucho premio hecimos al hombre que nos guiaba que a ella nos llegase; y no viendo persona alguna, dimos voces llamando, si alguno respondía; y luego salió a su costado un hombre, que conocimos ser Sargil, que llorando, nos contó todo lo que había acontecido a Esplandián en ganar la espada, y cómo él se fuera con el mudo marinero, y que no sabía si era muerto o vivo; que él había quedado con otro mudo, que no sabía qué se hacer ni adónde fuese. Cuando esto le oímos decir, le dijimos que nos guiase por el camino que Esplandián con su compañero se fue. Él, sin nada decir, saltó en nuestra fusta, y remando con gran priesa, al cabo de once días nos puso en tierra, a la parte donde hallamos caballeros que muertos el Gigante que vos, Señor, vistes. Esto es lo que hasta aquílos nosdos aconteció después que de lafueron ínsulay partimos».

 

CAPÍTULO XVIII. En que el Rey mandó al maestro Elisabat que fielmente escribiese las historias de las hazañas destos caballeros. El Rey hubo mucho placer de lo que le dijeron, y rogó al maestro Elisabat que, así aquello que los dos caballeros noveles habían dicho, como todo lo que a Esplandián acaeció desde que de la ínsula Firme seaquello, partió hasta lo pusiese El Maestro le dijo que asíescribir lo haría, no solamente mas entonces, todo lo otro que a ensu escripto. noticia viniese; y que él quería su historia, porque de príncipe tan alto y famoso no se esperaban sino cosas muy extrañas y maravillosas. Pues así como oís fueron escriptas estas Sergas, llamadas de Esplandián , que quiere decir las proezas de Esplandián, que destos cuatro libros de Amadís salen, por la mano de aquel tan buen hombre, que, si no la verdad, otra cosa no escribiera. Aunque en las cosas de Amadís alguna duda con razón se podían poner, en las de este caballero se debe tener más creencia; porque este maestro solamente lo que vio y supo de personas de fe quiso dejar en escrito.

 

CAPÍTULO XIX. De cómo estando el rey Lisuarte deseoso de volver volver a su ttierra ierra aportó en la ribera la fusta de la Gran Serpiente a la cu cual al como el Rey Rey y los caballeros descendieron salió della una doncella que de Urganda embajada les traía y presentó a Esplandián unas armas y caballo ddee apostura tan extraña que sobremanera todos quedaron maravillados. Estando, comodeoístes, el reyniLisuarte talhasta compañía, volvery alasufortuna, reino, no por codicia señorear mandar,con como allí hecho hecpensando ho había,cómo porquepodría ya la edad y mucho más la voluntad, que es principal señora y guardadora de lo que el apetito codicia, se lo negaba; mas por dar placer a la Reina su mujer, a quien él como a sí mesmo amaba, y a sus leales vasallos, que tanto dolor y tristeza por su adversidad habían mostrado, según que el maestro Elisabat le dijo; y por tomar tal manera en su vivir, que así como hasta allí en las cosas temporales su loor hasta el cielo había subido, así en las espirituales el fin de sus días con otra mayor fama, más verdadera y más provechosa, fuese divulgado. Y antes que en la forma del camino se determinase, teniendo cuidado de no dejar desamparada una tan señalada cosa como era aquella montaña Defendida, donde tanto servicio a Dios se podía hacer, y si se perdiese, tanto al contrario, acaeció que, estando en su cama con este cuidado y con otros más graves, que su conciencia mucho agravaban, una hora antes que el alba viniese oyó en la mar, debajo de la ventana, un tan dulce son, que era una cosa extraña; y sin despertar a ninguno de aquellos caballeros que en su cámara dormían, se levantó y abrió las ventanas, y estuvo escuchando qué podía ser aquello. La noche era muy escura, con tales vientos, que algo la mar hacían embravecer; así que, el aire que en las concavidades de las bravas peñas daba, y el ruido de las ondas, acrecentaban la dulzura de aquel son en tal manera, que el Rey, que desnudo estaba, no se podía salir de la ventana, y no sabía ni pensaba qué cosa fuese, sino creer que alguna serena lo haría, como algunos que las vieron se lo habían dicho. Así estuvo por una pieza, que en ál no pensaba ni en la memoria otra cosa no tenía, hasta que el son cesó. Entonces llamó los noveles caballeros, que, con la nueva edad, dormían sin ninguna cosa sentir, y díjoles lo que oyó. Ellos se levantaron luego y se pusieron a la ventana lo más paso que pudieron, y no tardó mucho que el dulce son comenzó con tan suave melodía, que así el Rey como ellos nunca de la ventana se quitaron hasta que el día claro vino; el cual les mostró debajo donde ellos estaban, en la honda mar, la fusta de la Gran Serpiente, la vista de la cual grandísimo placer alegríay aleslosdio; que bienypensaron serabrir por su y descanso venida. al Rey deyvestir caballeros, mandando las bien puertas del alcázar y de Entonces la estrechadieron entrada que en la peña se hacía, salieron fuera y se descendieron por la escalera hasta se poner en la calzada donde las ondas batían; y a poco rato que allí estuvieron, salió de la fusta, en un batel, una hermosísima doncella, muy ricamente aderezada, y traía cerca de sí un lío con una cobertura de seda colorada. Y como salió donde ellos estaban, sacó el lío, y hincó las rodillas en tierra ante el Rey, y díjole: «Buen Señor, Urganda, mi señora, te besa humilmente las manos, y te hace saber que, por ir en tu servicio a una cosa que mucho al emperador de Roma y a tu hija la Emperatriz cumplía, dejó de gozar en tu presencia del de l placer entero que por tu deliberación hubo». Entonces se volvió a Esplandián y díjole: «Hermoso caballero, aquesta mi señora, que mucho te ama, te envía aquí unas armas con que despidas aquellas que a la sazón de tu grande tristeza te dio; en las cuales hallarás la devisa de aquella que en loor y gloria de su gran hermosura, tu padre se la puso encima de su cabeza; y así como la triste recordación de la causa por qué las primeras

 

que te fueron dadas te pusieron en tal coraje y osadía de tan alto comienzo, así la sabrosa memoria destas hará tus medios y fines con muy más crecido loor». Entonces desenvolvió la doncella el lío, y sacó un yelmo y un escudo y loriga de una muy clara y hermosa blancura, y della las sobreseñas para el caballo, todo sembrado de unas coronas de oro, muy extrañamente labradas, guarnecidas de piedras y aljófar de gran valor. Era todo bien tallado, que el Rey, que las tenía en sus manos y las miraba, dijo que en toda su vida tan hermosas ni tan ricas las viera, y más que a príncipe ni caballero del mundo había visto.

 

CAPÍTULO XX. En que cuenta la razón por qué en las armas venía la devisa de coronas y de cómo Esplandián recibió el presente refiriendo con la ppersona ersona las gracias y de la apacible apacible plática que allí pasaron. Agora sabed que la razón por qué en estas coronas de las armas se hace mención de la devisa que aquí dice, que esto fue porque al tiempo que Amadís, llamándose el caballero de la Verde Espada, fue en Constantinopla casacoronas del Emperador, como la latercera partelalodiese cuenta, muy hermosa hermosa Leonorina, su hija, le en diola dos muy preciadas: una que a lala más doncella del mundo, y la otra a la más hermosa dueña. Entonces él guardó la una para su señora Oriana, que ya dueña era, y puso la otra encima de la cabeza della, por ser la más hermosa doncella de cuantas él visto había, y dijo que si algún caballero dijese lo contrario, que él se lo haría otorgar por fuerza de armas. Así que, por esta honra que él dio a aquella hermosa princesa, ella lo tuvo en tanto, que desde aquella hora siempre en todos sus atavíos trajo por devisa unas coronas, en memoria de aquella que por mano de tal caballero le fue dada. Y porque Urganda la Desconocida sabía lo que desta Leonorina y de Esplandián había de venir, quiso que por señales desde entonces lo comenzasen, no para que el deseo dél más de lo que estaba se encendiese, mas para despertar el della, que adormido lo tenía; como quiera que las cosas que el maestro Elisabat le dijo, que ya la historia vos conté, la ponían en sobresalto cada vez que deste caballero le hacían mención. Esplandián tomó las armas y dijo: «Buena doncella, mucho agradezco a vuestra señora las grandes honras que della me vienen; a Dios plega por su merced que me lleguen a tiempo que yo las pague en cosas de que mucho ella sea honrada. Estas armas yo las traeré como su caballero, y en esto que de las devisas dice, bien creo que así serán, mas por agora no lo entiendo». La doncella le dijo: «Si algo mi señora por vos hace, a vuestro padre lo debe, que le hizo un servicio el mayor para ella que ser podía en le restituir su amigo, que era la cosa del mundo que más amaba, el cual tenía perdido, que su gran saber no le aprovechaba para lo cobrar. Y en lo de las devisas dice que no pasará mucho tiempo sin que sintáis el dolor y dulzura que dellas vos vernán, por donde conoceréis que no sin gran causa os la envía». Carmela, la doncella que ya oístes, nunca de Esplandián se partía, y como esto oyó del amigo de Urganda, dijo: «Doncella, decid a vuestra señora que mucha razón tiene de galardonar lo que de su amigo le acaeció si tanto que si así les queloaquellos que más aman pudiesen cobrar, que lonoama; conque las otras cosashay mundanales de acaeciese, poco valor satisfarían, mas aventurando la vida y parte del ánima». ánima ». La doncella de Urganda la miró, y dijo: «Yo os digo, doncella, que con mucha causa en el cuento de esas que decís me podríades poner». El Rey se comenzó a reír con ellas, como aquel que, aunque en su memoria le quedaba haber sido en la edad que en aquel caso pudiera ser el tercero con ellas, siendo infante, amando a la Reina su mujer, doncella, en casa del rey de Denamarca, su padre, por quien él grandes y maravillosos hechos de armas hizo, antes que rey de la Gran Bretaña fuese; ya la voluntad resfriada de aquellas encendidas llamas, se maravillaba de la gran subjeción en que el amor las tenía puestas. Entonces preguntó la doncella quién hacía aquel dulce son que de noche habían oído. La doncella le dijo: «Mi señor, yo lo hice con un instrumento de que mi señora mucho se huelga y se contenta, el cual siempre comigo traigo, porque la misma dolencia de vuestra doncella me

 

hace que muy poco duerma; y por no dar tanto lugar al pensamiento que el seso me turbe, tomo por remedio de me consolar con aquello que oístes».

 

CAPÍTULO XXI. De cómo la doncella de Urganda acabando de razonar todas todas las embajadas de su señora dejó allí la fusta de la Serpiente para que el Rey y Esplandián Esplandián volviesen a su tierra y ella con la barca con los dos mudos se despidió. «Decidnos agora», dijo el Rey, «quién viene en esa fusta». «Buen señor», dijo ella, «no otro sino sólo el escudero de Esplandián, que por no saber de su señor, más muerto que vivo lo hallé, y un caballo blanco para este muy principal caballero, el más hermoso que nunca se vio, con las más ricas guarniciones de freno y silla que en gran parte se podrían hallar». «Pues, ¿díjovos más Urganda que me dijésedes?», dijo el Rey. «Sí», dijo la doncella; «que cuando yo llegase, tú y Esplandián entrásedes en su fusta, que a tu reino os guiará, porque con tu vista a muchos que te aman darás placer y gran consuelo. Pero porque estos son lazos que el mundo echa a los que engañar quiere, tornando a juntar la edad verde y florida con la que ya se va secando, dícete, buen Rey, que aquello que aquí por accidente en el pensamiento te vino, aquello con acuerdo a cuerdo y deliberación pongas en obra». Muy espantado fue el Rey cuando esto la doncella le dijo, en que Urganda tan presto pudiese saber lo que aun él mismo apenas sabía que lo hubiese pensado, y díjole: «Doncella, decid a vuestra señora que aunque yo della he recebido muchas honras y servicios, que este de agora tengo en más y por él le doy muchas gracias, y más aquel Señor que me dé esfuerzo que así como yo lo deseo y ella lo dice lo pueda cumplir enteramente». «Dícete más», dijo la doncella; «que en esta montaña dejes a Talanque y a Ambor con Libeo y su compañía para que la guarden; porque desde ella se harán tales cosas en servicio de Dios, que por todo el mundo se sabrán. Esto es lo que mi señora me mandó decir. Agora quedes a Dios encomendado; que yo irme quiero con estos dos hombres mudos, pues que ya cumplieron aquello para que fueron dejados». Luego se metió en la barca que allí trajo a Esplandián, y tomando consigo los mudos, se fue por la mar adelante a gran priesa, que a poco rato la perdieron de vista.

 

CAPÍTULO XXII. De cómo el rey Lisuarte dejando guardas en la montaña se partió para su tierra y de la embajada que Esplandián con la doncella Carmela Carmela a Leonorina hija del emperador de Constantinopla Constantinopla envió. El rey Lisuarte se tornó al castillo, y mandó a Talanque y a Ambor y Libeo con su compaña que quedasen y pusiesen recaudo en aquella montaña; y él con y el maestro se metió en laallífusta de la Serpiente. Mas Esplandián, cuando vio Esplandián que le era forzado de se Elisabat apartar de aquella tierra donde quedaba su señora, que él tanto amaba, sin que algo de sus angustias y deseos supiese, con dolor de su corazón habló con Carmela, su doncella, y dijo: «Mi doncella y verdadera amiga, si la promesa que os tengo dada, que con tanto amor me pedistes, pensase por ninguna guisa de os la quebrantar, no me ternía por tal caballero, ni ninguno me debría tener, ni os será demandada cosa más de lo que vuestra voluntad fuere; pero si con ella, no siendo costreñida de empacho ni vergüenza, por mí hiciésedes un viaje, mucha alegría daríades a mi corazón». La doncella le dijo: «Mi señor sobre cuantos en el mundo viven, si tanta fuerza en mi voluntad está, que por ella se siguen las honras y mercedes que de vos espero, nunca en cosa alguna será cumplida ni satisfecha, sino cuando en vuestro servicio se pusiere; así que, mandad vos, Señor, lo que más os contente, que por mí será puesto en obra hasta el punto de la muerte». Esplandián se lo agradeció mucho, y díjole: «Mi buena amiga, llevad mi embajada a la hija del emperador de Constantinopla, aquella que por su gran hermosura por el mundo es su nombre ensalzado y publicado, y después de le besar las manos de mi parte, le diréis cómo al tiempo que fui caballero, mi padre me mandó que la hubiese y sirviese en su lugar, quitando una palabra que a la sazón que della muchas honras y mercedes recibió, le dejó prometida. Y que yo, sabiendo su gran valor así en alteza como en hermosura, y haberse de cumplir por tan famoso caballero, y en su lugar satisfacer los grandes servicios que apenas sus fuerzas bastaran para ello, siendo yo de tan poco nombre como soy, que por ninguna manera sería osado de ser puesto en su presencia, aunque por Elisabat me envió a mandar que lo hiciese; pero que donde quiera que yo esté, estoy por su caballero, y todas las cosas que por mí pasaren, en tanto que la vida pueda sostener, serán en su servicio; y porque crea ser yo aquel que mi padre, sin vergüenza de ser su palabra en falta, anunció, y pueda de ello estar segura, que tome en señal este anillo, que ella muy bien conocerá; el cual quito del dedo del corazón, atribulado, sojuzgado y captivo». La doncella dijo: «Mi señor, esto que mandáis, yo lo cumpliré si mi desdicha no lo estorba. Mas, pues vais este camino tan desviado desta tierra, ¿dónde os hallaré cuando sea de vuelta?» «Aquí acudid, en esta montaña», dijo él; «que dejando al Rey mi señor en su reino, no me deterné deter né de venir». Con esta embajada que oís, se partió la doncella en la fusta del maestro Elisabat, con dos marineros, que la guiaron a Constantinopla, y lo que en este viaje le acaeció se dirá adelante.

 

CAPÍTULO XXIII. De cómo la Gran Serpiente luego que el Rey con Esplandián y el Maestro entraron en ella se movió por sí y sin gobierno de marineros y por sola lala sabiduría de Urganda los llevó a la ínsula Firme. Después que el rey Lisuarte entró en la fusta de la Serpiente, llevando consigo a Esplandián y al Maestro y adeSargil, que en ella hallaron, que su señor tanmover gran placer, gran bastimento de viandas, que muy bastecida estaba,con y preguntó cómohubo harían aquellayfusta, el Maestro le dijo que cuando fuese tiempo ella misma se movería. Pues hablando en esto, la Serpiente partió de aquel puerto, sin haber quien la gobernase, sino la gran sabiduría de aquella que por sus grandes artes a mucho más bastaba su poder. Y navegando noches y días sin haber estorbo, huyendo todas las naves que andaban por la mar, siendo della sabidoras; en cabo de veinte días, una tarde, antes que fuese de noche, llegó al puerto de la ínsula Firme.

 

CAPÍTULO XXIV. Del gran gozo y alegría que Amadís y Agrajes y los otros con la presencia del Rey y de Esplandián hubieron y de cómo el Rey les cuenta las aventuras pasadas. Cuando por algunos que en el castillo estaban fue vista aquella gran fusta, que bien conocían ellos, dieron grandes voces, de placer que dello hubieron. Así que, muchos de los que las oyeron se alborotaron, y con gransinpriesa corrieron a la marpara por sus saberseñores, la causasegún de aquella venida; que bien pensaron que no sería misterio de alegría lo que de Urganda conocieron al tiempo que de allí partió. Y luego fueron las nuevas a Amadís y a Agrajes y aquellos caballeros que allí estaban, y a Oriana, que más que todos ellos deseaba saber alguna buena nueva del Rey su padre, a quien ella, después de su amigo y marido, más que a todos los que en el mundo vivían amaba. Cuando Amadís lo oyó, salió con aquellos caballeros a la más priesa que pudo, y sin esperar caballos en que fuesen, antes así a pie como se hallaron, bajaron por la cuesta abajo, hasta llegar a la ribera de la mar, donde ya muchos estaban mirando lo que sería. Pues estando así como habéis oído, vieron echar un batel en el agua, y entrar en él el rey Lisuarte y Esplandián y el maestro Elisabat y Sargil, que lo remaba, y viniéronse derechamente a la parte donde Amadís estaba; y como llegó, salieron en tierra, y todos aquellos caballeros fueron al Rey por le besar las manos, poniendo delante al gigante Balán, que si por oídas no, no se conocían. Cuando el Rey los vio fue muy alegre, y abrazó al jayán, sin le querer dar las manos, y después a Amadís y Agrajes y a Grasandor, y a todos los otros caballeros que con ellos estaban, y luego ellos entre sí tomaron a Esplandián, y haciendo grande alegría, abrazándole muchas veces, que de todos era muy amado por su graciosa habla y buena crianza. Amadís hubo mucho placer con su grande amigo el maestro Elisabat, y fue maravillado de lo ver en aquella compaña, y díjole: «Mi buen amigo, ¿qué ventura os juntó aquí donde os veo?» «Mi señor», dijo él, «más hubiera ser de desventura la causa dello; y déjese, si a vos pluguiere, para cuando hayamos más espacio; que muy mucho hay que os contar». En esto allegaron todos los caballeros de Amadís y de sus compañeros, y hicieron cabalgar al Rey y su compaña, y de allí se fueron todos untos al castillo. Cuando Oriana supo la venida del Rey su padre y de su hijo, si dello hubo gran placer no es de contar; ella y todas aquellas señoras salieron fueray de huerta pie, con ymuy deseo de los ver. Cuando Rey de asírodillas las vio, estaba, apeóse del caballo, fuelapara ellasa riyendo congran buena gracia, y tomó a Oriana,el que con sus brazos por el cuello, y besóla en la cara, y ella le besó las manos, y todas las otras, cayéndoles por el rostro y a Oriana las lágrimas, que la grande alegría suele atraer. Entonces llegó Esplandián y hincó las rodillas ante su madre; mas ella lo tomó abrazado consigo, y besóle muchas veces, como persona fuera de sentido, del gran placer que con él hubo. Así le tuvo, sin poder partirse dél, hasta que Mabilia y Olinda se lo quitaron, y lo abrazaron con mucho amor que le tenían. Esto hecho así, no contado en la forma que pasó, porque semejantes autos más consisten en se obrar que en recontar, todos se entraron al alcázar, donde el Rey con mucho vicio y placer descansó tres días, y allí les contó todas las cosas que le acaecieron: cómo Esplandián lo sacó de la prisión por fuerza de armas, matando al Gigante y a Arcaláus el Encantador y a la guarda de la montaña, y lo que vio en la batalla del jayán, y la razón por qué fue preso, y por qué engaño, y todas las otras cosas que hasta allí acaecieron cuando faltó. Luego Oriana mandó a la doncella de Denamarca que, tomando consigo a Durín, su hermano, se fuese a la reina Brisena, su madre, y le

 

contase aquellas bienaventuradas nuevas, así como las aprendiera, y cómo el Rey se partiera luego para ella, y que iría con él Amadís y ella y todos aquellos señores que allí estaban, con sus mujeres; y que tomase mucho placer, pues que Dios había remediado su gran tristeza. La doncella de Denamarca, oído el mandado de su señora, luego lo puso en obra con mucho placer; que de tal jornada no esperaba sino haber muy grande hora y no menos provecho.

 

CAPÍTULO XXV. De cómo yendo el rey Lisuarte con sus caballeros a Londres por ver la Reina salieron de una floresta cuatro caballeros acometiendo la justa con Esplandián. Y después que Esplandián hubo dellos la vitoria diéronse a conocer que eran don Cendil Cendil de Ganota y don Galvanes y Angriote Angriote de Estraváus y don Galaor. Aquellos tresque díassinpasados, que el sereyquería Lisuarte reposóla del trabajo de la estaba; mar, dijo y aque su hija Oriana otra tardanza ir donde Reina su mujer ellosa Amadís le dijeron así era razón que lo hiciese, porque con su vista, demás de la Reina, otros muchos serían consolados, y que ellos y Agrajes y Grasandor con sus mujeres y con los caballeros que allí estaban, y el gigante Balán, que así lo quería, le acompañarían y sirvirían en aquel camino. Al Rey plúgole que así lo hiciesen; pues luego que fueron aparejadas todas las cosas necesarias al camino partieron de la ínsula Firme, todos los caballeros armados como solían andar, y Esplandián en su caballo blanco, armado de aquellas armas de las coronas que Urganda le envió, el cual parecía tan bien, llevando las manos y el rostro desarmado, en aquel hermoso caballo, con las ricas armas y su hermosura, que no había persona que lo viese, que pudiese partir dél los ojos. Así fueron camino de Londres, donde la Reina estaba, con muy sabrosa vida; que Amadís hiciera ir personas que les tuviesen posadas, con todo el aparejo de camas y mesas y viandas que en tal jornada se requería. Llegados a una jornada de la villa de Londres, entrando por una floresta de muy espesas matas, que el Rey siempre para sus cazas tenía guardada, anduvieron por ella hasta una legua, y vieron en el camino cuatro caballeros debajo de unos árboles encima de sus caballos, armados de todas armas, y sus escuderos cabe ellos, que les tenían las lanzas y los escudos, que los yelmos en sus cabezas los tenían, y una doncella en un palafrén bien guarnida, la cual se vino para el Rey, y como llegó dijo: «A vos, don Caballero de las armas blancas, aquellos caballeros que allí están os envían a decir que estas devisas de las coronas que traéis, les digáis por qué razón las tomastes. Y si tal fuere que a su honra se satisfaga, dejarse han de aquí adelante desta demanda, y si no, conviene que las dejéis o las defendáis, como la más alta devisa que hay en el mundo». Cuando esto oyó Esplandián, dijo: «Doncella, decid a esos caballeros que yo no sé otra razón que ellos quieran saber, por agora, sino que las traigo por aquella dueña Urganda la Desconocida, que me las envió, y porque son en sí muy hermosas; y si esto no les satisface, decidles que la causa en muy pequeña para haber comigo quistión ni batalla; que mucho mejor sería que sus fuerzas fuesen empleadas en otra parte». La doncella dijo: «Caballero, no son aquellos tales que han menester vuestro consejo, ni vuestra respuesta les quitará de lo que piden; por eso aparejáos; que no os podéis excusar con palabras». «Ciertamente, doncella», dijo él, «yo estoy muy desviado del o que ellos quieren, y si les placiere, no debrían por tan liviana cosa ponerse en rigor conmigo». «Mal empleada sea en vos», dijo la doncella, «esa vuestra hermosura y ricas armas y caballo; que tal respuesta, en deshonra vuestra y suya, dais; pues, o dejaréis esta compaña y el camino, o conviene que las coronas defendáis». Esplandián dijo: «Por el camino tengo de ir; y si ellos me acometen, me harán agravio». El Rey y aquellos caballeros se maravillaron mucho de la demanda de la doncella, y no hubo ahí tal que la conociese, ni podrían pensar quién serían los caballeros; y sin decir ninguna cosa fueron

 

su vía, porque Amadís y sus compañeros deseaban mucho, por las cosas que el Rey le dijera, de le ver combatir, y no creían, según su tierna edad, que sus fuerzas tanto subiesen. Oriana y las otras dueñas, de empacho, no hablaron en cosa tan apartada y diversa de su condición. Esplandián enlazó el yelmo y tomó el escudo y la lanza, y fue como antes iba. Como esto vieron los caballeros, apartóse el uno y dijo: «Caballero, pues que no hecistes lo que nuestra doncella os dijo, guardadvos de mí». Y puso las espuelas al caballo lo más recio que pudo, y la lanza so el brazo, y fue para él. Esplandián cuando así lo vio venir dio de las espuelas a su caballo, y cuanto llevar lo pudo, encontró al caballero de tan recio golpe en el escudo, que lo sacó de la silla por encima de las ancas del caballo, y dio tan gran caída en el campo, que en ninguna manera se pudo levantar, y la lanza fue quebrada. Como esto vieron sus compañeros, salió otro y dijo: «Caballero, tomad otra lanza, que os conviene justar». Como Amadís lo oyó, envióle la suya. Esplandián la tomó con algo de más saña, porque así lo acometían, y fueron el uno contra el otro; mas el caballero cayó en tierra sin ninguna dificultad, y el caballo sobre él. Cuando esto vio el Rey, dijo: «¿Qué os parece de aquel novel caballero?» Agrajes dijo: «Bien puedo decir que de cuantos caballeros he visto, nunca otro que tan hermoso pareciese en la justa como ese vi, ni su padre, que es escogido, pero en los caballeros que ha derribado no sé qué diga, hasta saber s aber quién son y a lo que su bondad basta». Pues luego vino el otro caballero al encuentro y dijo: «Tomad otra lanza; que yo quiero probar si seré mejor justador que estos mis compañeros». Esplandián le dijo: «Caballero, bastar debría lo que sin ninguna causa habéis acometido contra mí; ruégoos que me dejéis, que todo esto se hace contra mi voluntad; porque si algún esfuerzo he recibido de aquel Señor que dar lo puede, en su servicio querría que se emplease, y no en esto que vosotros tomáis por honra». El caballero le dijo luego: «Como quiera que ello sea, no pasaría tal vergüenza sin que tome la parte del bien o del mal, que estos caballeros tomaron». «No tengo yo por buen seso», dijo Esplandián, «si ellos erraron, y vos lo conocéis, que sigáis lo que ellos hicieron; antes los cuerdos toman ejemplo en lo que otro hace, así en lo malo como en lo bueno, y esto sería mejor; pero, pues que así os place, así sea». Entonces envió a Sargil a Agrajes que le diese su lanza, y apartándose del caballero, fue el uno contra el otro lo más recio que los caballos los pudieron llevar, y hiriéronse en los escudos con las lanzas, que luego fueron quebradas en piezas, y juntáronse los caballos uno con otro, y los escudos tan bravamente, que Esplandián fue algo sin sentido; mas el otro caballero salió de la silla, y dio tan gran caída en e n el suelo duro, que no supo dónde estaba. Cuando esto vio el cuarto caballero fue muy espantado y dijo: «Ahora puedo yo decir que deste caballero Urganda ni el Rey no pudieron tanto decir dél bien, que en él é l más no haya; pero todavía

 

me conviene de lo probar; que si no lo hiciese, no perdería esta lástima en toda mi vida»; y dijo contra Esplandián: «Caballero, conviene que justéis comigo, aunque bien conozco que os hago descortesía; mas, según lo habéis hecho, de cosa que os acaezca, no se debe contar a mengua». Esplandián le dijo: «Vosotros me acometéis sin razón con mucha soberbia, y no os debéis maravillar que, así como la culpa es vuestra, lo sea el daño». Entonces porfaltó la lanza de Grasandor, fueron el unoencontra el otro aldemás ir dequesuslascaballos, y ningunoenvió dellos el golpe; antes se yencontraron los escudos guisa lanzas volaron en piezas, mas otro mal no se hicieron, y pasó el uno por el otro. Cuando esto vio el caballero de la floresta, tornó el caballo y dijo: «Buen caballero, ruégoos que justemos otra vez; esto os demando por cortesía». «Pues que tanto os place», dijo Esplandián, «hágase así, aunque por mi voluntad no sea». Entonces envió por una lanza que traían para el Rey, y apartándose el uno del otro y encontrándose de tal manera, que las lanzas fueron luego quebradas, juntáronse uno con otro, así los caballos como ellos con los escudos tan fuertemente, que Esplandián perdió los estribos, y se hubo de abrazar al cuello del caballo; mas el caballero de la floresta y su caballo cayeron en tierra de tan dura caída, que los que miraban pensaron que era muerto; mas no fue así, que luego salió del caballo y se levantó y dijo: «Buen caballero, bien nos habéis dado a conocer que vos sois aquel que en bondad pasa a todos». Esplandián no le respondió ninguna cosa, que estaba con mucha vergüenza de lo que ante su padre le había acontecido. En esto llegó el rey Amadís y su compaña, y el caballero, que a pie estaba, se quitó el yelmo y fuese al Rey por le abrazar, y conocieron que era el rey de Sobradisa, don Galaor. Cuando el rey Lisuarte así lo vio, no os podría hombre contar el placer que hubo en verlo, y quiso bajar del caballo para lo abrazar; mas don Galaor no lo consintió, antes así se abrazaron, como aquellos que mucho se amaban. Amadís le dijo riyendo: «Señor hermano, ¿así os habéis hecho salteador de caminos?» «Así, Señor, como veis», dijo él, «por probar este caballero si era tal, que, dejando a vos en la cuenta, de nosotros tuviésemos a él por el mejor». Cuando Esplandián conoció ser aquel su tío, el rey don Galaor descabalgó de su caballo y hincó los hinojos ante él, demandándole perdón; mas él levantólo luego, y lo abrazó y besó con mucho placer, y díjole: «Buen sobrino, no hay que os perdone, que el mayor yerro que aquí hubo a mí lo hice, en dar a conocer a todos ser vos muy mejor caballero que yo, y no os debéis maravillar que os probase con intención de os vencer; porque así como lo pensaba, se cumplieran las adevinanzas que en vuestro loor son dichas, quedaran por vanas, y la valentía y grande esfuerzo de vuestro padre sin par, y con la gloria y fama que siempre tuvo». El Rey le preguntó quién eran los otros caballeros, que ya se levantaban, desacordados de las grandes caídas. Don Galaor le dijo que el primero que justara fue don Cendil de Ganota, el segundo don Galvanes, y el tercero Angriote de Estraváus. Mucho placer recibieron el Rey y Amadís, y sus compañeros con ellos, y más por no haber cosa de peligro; mas sobre todos lo hubo Oriana, que la buena ventura de su hijo hizo tan alegre como si la hicieran señora del mundo. De Esplandián os digo que, como quiera que en el semblante mostró gran pesar por

 

haber justado así con el Rey su tío y con los otros caballeros que amaba tanto su padre, muy grande alegría sintió en su corazón, y por gran alegría tuvo haber derribado aquellos que tantas cosas y tan famosas en armas habían hecho, especial a su tío, que, después de Amadís, su padre, no había en el mundo ninguno que de bondad le pasase. El Rey se detuvo allí un gran rato, hasta que los caballeros fueron en todo su acuerdo, y hízolos cabalgar en sus caballos, y fue su camino adelante, hablando y riyendo con ellos, como aquel que de corazón los amaba.

 

CAPÍTULO XXVI. De cómo don Galaor declaró al Rey lala causa por que a Esplandián convidaron a la justa y habla del gran placer y alegría que la reina Brisena y los de su palacio con presencia del Rey de Esplandián recibieron. Entonces preguntó el Rey a don Galaor por qué causa vinieron a aquella justa. Él le dijo cómo la doncella Denamarca había el mandado de Oriana Reina,y por y le se contara cosas quedea él le acaeciera en lallegado prisión,cony lo que Esplandián habíaa la hecho, probartodas con las él, como lo hicieron, habían salido de Londres encubiertamente, que ninguno lo supo; pensando que la bondad de Esplandián estaba más en la afición de le tener el amor del nieto que en su valentía ni esfuerzo, y que no habían hallado otra causa para el poner en saña, sino aquella de las coronas, porque la doncella de Denamarca, entre las cosas que dél contara, dijo lo que Urganda le enviaba a decir cuando envió las armas con su doncella, cómo las coronas trajese por devisa; y asimesmo dijo que era el caballero del mundo de menos ira. «Dijo verdad», respondió el Rey, «tanto, que donde no le conozcan será en todas las más cosas tenido muy en poco antes que lo prueben». Así como oístes iba el Rey con aquella compaña, y llegaron a comer a un lugar pequeño, que en la floresta estaba, donde le tenían aparejado; así que, con lo de las justas, lo que el Rey se detuvo hasta que los caballeros entraron en acuerdo, y con la comida, no pudieron llegar ese día a Londres; y fueles forzado quedar esa noche en el castillo de Miraflores, que por él era el derecho camino. El Rey se apeó en el monasterio donde Adalasta, la honrada dueña, era abadesa, y mandó que ninguno fuese a Londres, porque las gentes no saliesen a lo recebir; que, como ya la edad y la voluntad iban envejeciendo, así la codicia de las cosas que hasta allí por gloria había tenido se iban resfriando; de lo cual era muy obligado a dar gracias al Señor del mundo, porque la condición juntamente con la edad le conformaba. Lo que, por nuestros pecados, pocas veces acaece; antes de ser mucho al contrario, que faltando la frescura de la joventud, por donde el sano y justo conocimiento había de quedar libre para seguir aquello que fue criado, entonces la soberbia, la codicia, la vanagloria, y otros muchos vicios y pecados, en su lugar se aposentan. Pues allí en aquel monasterio holgó aquella noche, con aquellos caballeros hablando en su justa y en las otras cosas en que más placer había, y otro día cabalgó el Rey con aquella compaña, y fuese para Londres, leguas entródepor una puerta palacios que salíaa allo campo. Cuandoquela dos Reina supodedeallí su estaba, venida, ysalió su cámara con de sussus dueñas y doncellas recebir, y viole cómo venía por la sala, y fue a él por le besar las manos; mas la alteración fue tan grande, que sin ningún sentido, así amortecida la hizo caer en sus brazos. Porque, así como la gran tristeza en la pérdida pasada fue sin número, así con la presente vista en muy mayor cantidad le sobrevino la gran alegría, porque naturalmente lo que nos agravia codiciamos desechar, y lo que nos alegra deseamos creer; y considerando ella en lo primero, que perder su marido, todo lo más de su honra, su estado y su descanso se perdía, y en lo postrimero ser todo reparado con la vista de aquel que como a sí mesma amaba, y por quien siempre con mucha afición y devoción rogaba a Dios que antes a ella que a él llevase deste mundo, no deseando ser fuera de aquella premia, como muchos lo hacen, que después de lo haber probado, de grandes angustias y dolores no pensadas son combatidos; pues estando así tan descordada, el Rey la juntó consigo, que bien vio, si la dejase, que no habría fuerza para se sostener, y ya algo reparado su desmayo, llegó Amadís con el gigante Balán a le besar las manos, y Agrajes y Grasandor; mas como ella vio a Esplandián armado, tan rico y tan hermoso, parecióle que un palmo más que cuando antes lo viera había crecido. Y como él hincó los hinojos, tomóle entre sus brazos y juntó el rostro con su seno,

 

viniéndole las lágrimas a los ojos: «¡Oh, mi hijo bienaventurado! Bendito seas s eas tú, que tanto gozo y descanso has dado en la casa atribulada». Luego llegaron Oriana y aquellos señores con mucha humildad, y los hinojos hincados, le besaron las manos.

 

CAPÍTULO XXVII. De cómo sabidas las nuevas de la venida del Rey por por su reino convinieron de todas las las partes sus naturales por le ver; y de cómo Esplandián tomada la licencia licencia se partió para lala ínsula Firme. Así como oído habéis, fue tornado en su reino en su libertad, salido de la cruel prisión el rey Lisuarte, con mucho más gozo dél y de toda su casa y vasallos que si tan duro contraste no le viniera; más legracias Dios, que conocimiento con la prosperidad lo hacía, recordándose aquellas dando fortunasmucho y trabajos veníanapor el poco que hasta allí tuvo del servicio que del verdadero Señor, que tanto bien le hizo, creyendo que contra la su ira ningún imperio ni gran señorío solo un momento se podría amparar. Así que, entre los deleites y vicios deste mundo, estas grandes y duras sofrenadas debríamos, no solamente no temer ni huir dellas, mas demandarlas, porque muy mejor es con las adversidades ser humildes y enmendados, que con las prosperidades soberbios desagradecidos. Estas nuevas sabidas por todo el reino, las gentes se levantaron por lo ver, en tanto número, que los caminos y campos cubrían; así que, no pasaron ocho días que la villa de Londres con gran parte de la comarca no se hinchiesen. El Rey con aquellos caballeros anduvo entre ellos, animándolos, honrándolos y dándoles gracias por el grande amor que en el sentimiento por ellos hecho le mostraron. Esto hecho, y las gentes a sus tierras tornadas, el Rey quedó con aquellos señores y señoras en mucho descanso y placer, pero no poniendo en olvido de tomar de allí adelante tal vida, que siendo muy diversa de la pasada, diverso galardón alcanzase. Esplandián tenía mucho deseo de volver a la montaña Defendida, por estar cerca donde su señora estaba, y porque las cosas de armas que por él pasasen fuesen empleadas en destruición de los enemigos turcos, y si la muerte en ello le alcanzase, alcanzarle hía gran parte de la perpetua gloria, y por saber lo que Carmela, la su doncella, traería en respuesta de la embajada que llevó; y luego habló con el Rey, diciéndole, si a su merced pluguiese de le dar licencia, que se tornaría a aquella montaña a ganar alguna honra, porque la cortedad del tiempo que fuera caballero no le diera hasta allí lugar que como convenía la alcanzase. El Rey, como quiera que en lo partir de sí tanto sentía como si el corazón de sus entrañas le arrancasen, considerando su edad y el alto principio de su caballería, no quiso estorbar su deseo, especialmente sabiendo la parte donde emplear lo quería. Así que, la razón venciendo a la voluntad, pudo tanto, la licencia por elyRey le fue otorgada, si decirquese sobre hubiesen cosas que pasaron en elque alcázar de la Reina de Oriana, su madre,y yporque las lágrimas ello las se derramaron, sería enojosa prolijidad, no se dirá más, salvo que, en fin, así ellas como Amadís, su padre, se lo otorgaron, de lo cual muy gran placer y alegría su ánimo sintió; y luego al tercero día, no llevando en su compañía más de al maestro Elisabat y a su escudero Sargil, en sendos palafrenes, y en su hermoso caballo blanco, armado de aquellas ricas armas de las coronas, se partió un lunes de mañana, camino de la ínsula Firme, en el puerto de la cual su gran fusta había quedado.

 

CAPÍTULO XXVIII. Cómo yéndose Esplandián por su camino para la ínsula Firme un valiente caballero de aventu aventura ra lo afrentó tan bravamente batallando que ambos más cerca de la muerte que de la vida quedaron y conociéndose el aventurero por vencido declaró ser su padre Amadís y con grave dolor fueron traídos en el monasterio de Miraflores. Partido ciudad de Londres con les tal quedó compaña donde al rey Lisuarte,Esplandián abuelo, y adelalareina Oriana, su madre, muycomo granhabéis deseo oído, dél; que su padre Amadís el día antes había salido, diciendo ir a caza de venados, que ya despedido dél estaba; tomó el camino derecho de la ínsula Firme, donde su gran fusta había quedado, con intención de se desviar de cualquiera justa o batalla que ofrecer se le pudiese, porque su deseo ni su saña no era encendida en ál, salvo en hacer guerra a los enemigos de la fe. Y como anduviesen tres leguas, entraron por la floresta, que antes que a lo descombrado saliesen, les quedaban casi otras tres. Y a una pieza caminando, antes que llegasen a un gran río que la floresta atravesaba, en el cual había una gran puente y una casa de monte del Rey, donde algunas veces se aposentaba cazando y pescando, que se llamaba la Bella Rosa, vieron cómo de la ribera salió un caballero en un hermoso y gran caballo, armado de todas armas, su lanza en la mano, a guisa de querer justar, y como cerca dél llegaron, el caballero de la ribera dijo: «Caballero, no paséis más adelante, porque yo soy guardador desta puente; que así conviene que lo haga por no faltar de mi palabra; pero si por fuerza de armas la pasásedes, yo seré quito de mi promesa, y vos del trabajo de buscar otro pasaje». Esplandián le dijo: «Si en el tiempo de mi padre, que las venturas en esta tierra demandaba, y de los otros famosos caballeros, que sobre tales causas como estas combatían, aceciérades, probárades vuestra ventura, como la fortuna os la diera; pero dígoos, caballero y señor, que su honra ni su fama no la querría, ni Dios por tal vía me la dé. Pues el paso nos quitáis, no nos quitaréis el campo, que es harto ancho». Entonces se apartó por se desviar; mas el caballero le dijo: «En vano es vuestro trabajo, pensando hallar vado en el río, que antes os tomaría la noche». Cuando Esplandián esto oyó, algo enojado, dijo: «Caballero, según lo que decís, no me puedo excusar haber con vos que asíenlazó es, quiero ver siy echó vuestro estorboal me porná más embarazodeque el rodeo del batalla; camino».pues Entonces su yelmo, el escudo cuello, y tomó la lanza y dijo: «Ahora me dejad el paso, ó os guardad de mí». El otro caballero no respondió ninguna cosa, antes al más correr de su caballo se fue para él, y Esplandián asimismo, y diéronse tan grandes encuentros en los escudos, que las lanzas quebraron, sin que lo sintiesen mucho. Y como los caballos venían recios, y los caballeros con voluntad de se vencer, juntáronse tan bravamente, y los escudos y los yelmos unos con otros, que los dos cayeron de los caballos en tierra, y dieron tan grandes caídas, que el Maestro pensó que eran muertos. Mas a poco rato se levantó Esplandián y puso mano a su espada, con gran vergüenza por haber así caído, y fue contra el otro, que ya estaba aparejado para lo herir, y comenzaron entre sí la más brava batalla que nunca por hombre en ninguna sazón fue vista. El maestro Elisabat, que los miraba, dijo: «¡Oh, Santa María, valedle! ¿Qué será esto? Que algún diablo en forma de caballero es este, que al encuentro nos ha venido para nos confundir».

 

Los caballeros anduvieron en su batalla bien una hora, sin descansar ni hacer otra cosa, salvo darse los más fuertes y duros golpes que ellos podían. De manera que los escudos eran hechos pedazos, y las lorigas desmalladas y rotas por muchos lugares; así que, tanta sangre les salía que el campo estaba teñido. Entonces el caballero de la puente se quitó un poco afuera y dijo: «Caballero, dejad el camino y quitaros he la batalla, porque siendo vos el mejor de cuantos yo he probado, gran pesar habría en que aquí fuésedes perdido». Esplandián le dijo: «Si vos, caballero, fueseis tal, que más a virtud que a cobardía me fuese reputado, podría ser que hiciese lo que decís por dar contento a mi voluntad; mas conociendo de vos tenerme en tal estrecho, donde pienso que el fin de la gloria será la muerte de entrambos, no penséis en ál sino en os defender; que tened por cierto que hasta que la muerte o el vencimiento del uno nos desparta, otra holganza por mi parte no habrá». Entonces se fue el uno al otro, y tornaron a su batalla con mucha más saña y fuerza que de primero; en la cual duraron, sin que ninguno dellos mostrase flaqueza, dos grandes horas, en que cada uno probó todo su poder. El ruido de los golpes era tal, como si allí se hiriesen veinte caballeros. Muchas veces se trabaron a brazos, dejando las espadas en las cadenas que las tenían; mas no pudiéndose derribar, tornaban como de primero a se herir muy cruelmente. Cuando el maestro Elisabat los vio con tal ira y en tanto peligro, dijo: «Mi amigo Sargil, entiendo que Esplandián ha hallado la sepultura de su tierna y hermosa edad. Señor Dios, guárdalo por tu piedad, porque su deseo no es sino en crecer la tu ley santa». Sargil estaba como espantado, y las lágrimas le caían por su cara en ver el gran estrecho en que su señor estaba. Mas no tardó mucho, que antes que la hora tercera pasase, el caballero de la puente fue tal parado, y sus armas tan maltratadas, que ya en él no había sino la muerte; que Esplandián lo aquejaba con tales golpes, y andaba tan vivo y tan ligero, que sólo un momento no le dejaba holgar, tanto, que ya aquellos que lo miraban conocieron que si más porfiase sería muerto, cuando así Esplandián, que con saña ardía de se ver tan maltratado, le dijo: «Don Caballero, mucho mal he recibido de vos, queriéndome sin causa llegar a la muerte; mas yo haré que os vais adelante». Entonces alzó la espada por le herir de toda su fuerza; mas el otro, que ya la suya no podía mandar, dio una voz y dijo: «Ya no más; que yo conozco ser vencido». Esplandián detuvo el golpe y dijo: «Pues decid quién sois». El caballero le dijo: «Venga el maestro Elisabat, que bien será menester». Luego se le cayó la espada de la mano, y sentóse en el campo; que no se pudo en los pies tener. Esplandián llamó al Maestro, diciéndole que aquel caballero le quería hablar. El Maestro llegó, y descabalgando de su palafrén, fue a él, que desacordado estaba, de la mucha sangre que se le fue y de los golpes grandes que recebido había, y como le quitó el yelmo, conocióle que era Amadís, de que fue muy espantado. Cuando Esplandián le vio, echó la espada en el campo, y quitándose el yelmo, comenzó de llorar muy agramente y decir: «¡Oh, captivo sin ventura! ¿Qué he hecho?» Y cayó sin ningún sentido cabe su padre.

 

Cuando así el Maestro vido el padre y el hijo, comenzó a maldecirse muchas veces porque su gran desdicha le había traído a estado que delante sí viese las dos personas que en el mundo más amaba en punto de muerte; y viendo que por allí poco remedio les daría, llamó a Sargil que le ayudase; y como aquel que en el mundo todo no había quien de aquel oficio fuese su igual, puso tal remedio en las heridas de Amadís, cual otro alguno no supiera. Sargil socorrió a su señor, tomándole en sus brazos, y así estuvieron con ellos hasta que en todo su acuerdo fueron. Luego el Maestro los hizo cabalgar en sus caballos, aunque a grande afán de Amadís. Mas su grande y fuerte corazón, que siempre la flaqueza mucho despreció, le dio tanto esfuerzo, muchoenafán de los que llevaban, le puso en el monasterio de Miraflores, donde él y suque hijosinfueron sendos lechos echados.

 

CAPÍTULO XXIX. Que Amadís no murió destas heridas y de cómo declaró al Rey la causa por qué con tan cruda batalla a su hijo había probado. Pasó esta cruel y dura batalla, así como ya habéis oído, entre Amadís y su hijo, por causa de la cual algunos dijeron que en ella Amadís de aquellas heridas muriera, y otros que del primer encuentro lanza, espaldas le pasó.Elisabat Y sabidole por se despeñó de una ventana abajo. Masdenolafue así, que que las aquel gran maestro sanóOriana, de sus llagas; y a poco espacio de tiempo, el rey Lisuarte y la Reina su mujer les renunciaron sus reinos, quedando ellos retraídos, como adelante se os contará; y fueron reyes él y Oriana, muy prosperados, de la Gran Bretaña y de Gaula, y hubieron otro hijo, que se llamó Perión, y una hija, que no menos que su madre fue hermosa, que casó con un hijo de Arquisil, emperador de Roma. Pero la muerte que de Amadís le sobrevino no fue otra, sino que quedando en olvido sus grandes hechos, casi como so la tierra, florecieron los del hijo con tan fama, con tanta gloria, que a la altura de las nubes parecían tocar. Sabido por el rey Lisuarte el estado de estos dos caballeros, acudió allí luego con la Reina y Oriana y otros, y como quiera que de su gran daño dellos mucho dolor hubiesen, considerado que si honra en ello se ganara, entrambos la ganaban, como padre y hijo, consoláronlo más con semblantes alegres que con tristes, sabiendo del Maestro tener buena esperanza en su salud. Fuele preguntado a Amadís por la Reina y aquellos señores por qué causa tan cruelmente a su hijo había probado. Él les respondió res pondió que la igualdad de la fuerza dellos fue en tanta cuantidad de tiempo tan pareja, que sin gran afrenta y peligro la diferencia de la menoría no se pudiera conocer; y como él hubiese pasado por cosas tan señaladas, y con las presentes de su hijo, las suyas, como viejas, eran ya puestas en olvido, que quiso renovarlas, poniendo a sí y a él en aquel estrecho, deseando ser vencedor. Creyendo que, como la fortuna en todo lo otro tan ayudadora y favorable le había sido, que así en aquello lo fuera, lo cual ganando, ganaba toda la fama, toda la alteza de las armas, que ni el padre al hijo, ni el criado al señor debía dejar, pudiéndola para sí haber; pero que aquella misma fortuna le había dado bien a conocer la gran diferencia que del uno al otro había; y que si algún consuelo le quedaba, era la honra que del buen hijo al padre podía alcanzar. Pues así estaban Amadís y su hijo Esplandián en sus lechos, curando dellos el maestro Elisabat, teniéndoles compañía el rey Lisuarte con muchos caballeros, y la reina Brisena y Oriana con muchas dueñas y doncellas de gran manera. Mas agora dejará la historia de hablar dellos por una pieza, ha lodeque acaeció al rey Garintocuando de Dacia el Mesurado después que dely contaros gran puerto la les ínsula Firme partieron ellosy ay Maneli Esplandián fueron armados caballeros.

 

CAPÍTULO XXX. De cómo el rey Garinto de Dacia y Maneli el Mesurado socorrieron a Urganda en la afrenta que los caballeros le hacían en la montaña cuando al hijo del emperador de Roma traía. Después que el rey Garinto de Dacia y Maneli el Mesurado recordaron de aquel sueño con que del puerto de la ínsula Firme partieron, como ya se os dijo, halláronse armados de todas armas en la marseenpodían una barca suyos, tan alguno oscura yentenebrosa, que apenas unos a otros ver, con tan dos cercaescuderos de la tierra, queuna sin noche entrevalo ella salir podían; y estando todos cuatro muy maravillados cómo habían venido, teniendo en la memoria las cosas que en la ínsula Firme vieron y pasaron, y cómo fueron armados caballeros, no sabiendo cómo della se habían partido, y creyendo que casi en sueño había pasado todo, no sabían qué pensar ni qué decir. Pero ya más acordados, considerando que más en la voluntad del Señor poderoso, a quien todas las cosas subjetas son, que en la suya estaba su vida o muerte, no sabiendo qué de sí hacer, si desviar la barca de la tierra, navegando por la mar, o esperar a que el día viniese; a poco rato vieron en la tierra un fuego muy grande, no muy lejos de donde ellos estaban, y acordaron de salir de la fusta, y saber si allí podrían hallar quien les dijese qué parte era aquella donde habían arribado, y tomando sus yelmos en las manos y los escudos a los cuellos, y saliendo de la barca, comenzaron a subir a pie por una espesa montaña hacia donde el fuego parecía, mandando a sus escuderos que de allí no se partiesen. Pues llegados al fuego con muy grande afán, vieron una mujer con una criatura en los brazos metida en él, de manera que diez pasos alrededor la cercaba; y diez caballeros que al rededor andaban armados, sin que por él osasen entrar, y el uno dellos, que de muy ricas armas estaba armado, amenazando la mujer, diciendo: «Dueña, mala hembra, no os pueden valer vuestras artes, que yo no os dé muy mala muerte». Mas como ellos llegaron, aunque los yelmos tenían en las cabezas, luego de aquella mujer fueron conocidos, y dejando la criatura en el suelo, se vino corriendo para ellos, diciendo a grandes voces: «Socorredme, hijos, que mucho os he menester». A estas voces, mirándola los caballeros más que antes, conocieron ser Urganda la Desconocida, de que en verla fueron muy maravillados, y dijéronle: «Señora, vos no temáis; que nuestras vidas serán puestas por salvar la vuestra». A esta sazón se llegó luego a ellos aquel caballero que señor de todos los otros parecía, y díjoles: «Caballeros, ¿sois vosotros de la compañía de esta alevosa dueña que tan grande engaño me ha hecho sin saber por qué?» «Caballero», dijo Maneli, «la dueña es leal, y si daño o agravio os hizo, sería porque algún yerro vuestro fuese emendado». «¿Cómo?», dijo el caballero; «parece que queréis vosotros sostener su maldad». «Queremos», dijo Maneli, «contradecir vuestra soberbia; que la bondad della conocida es en muchas partes por tan grandes hombres, que muy poco las palabras vuestras ni de otros semejantes pueden menoscabar su grande honra». El caballero, que destas tales palabras muy enojado y airado fue, puso mano a su espada para lo herir, y así lo hicieron todos sus compañeros. Maneli y el Rey pusieron luego mano a las suyas

 

para dellos se amparar y defender; mas Urganda, como así los vio revueltos para se herir, mató el fuego súpitamente, y tomando a los dos caballeros por los tiracoles de los yelmos, llevólos hacia sí; de manera que la oscuridad de la noche fue en tanto grado, que no se pudieron ver los caballeros los unos a los otros, aunque la tenían cercada, y pensando de herir en aquellos dos caballeros, con la mucha saña que en sí mismo tenían, hiriéronse los unos con los otros de esquivos y grandes golpes, sin se poder conocer unos a otros; así que, la porfía fue entre ellos de tal manera, que en muy poco espacio de tiempo fueron todos los más dellos mal heridos. Mas Urganda, tomando dosde caballeros y el niño sus brazos,una lo mas que ellahasta pudoque se ya, metió por las más espesas los matas la montaña; y asíenanduvieron muyahína gran pieza, de muy cansados, les convino reposar debajo de unos grandes árboles, cuando ya la luna comenzaba a aparecer. Pues ellos allí estando como habéis oído, Urganda, muy leda con los dos caballeros, y ellos asimismo con ella por la haber hallado en tal tiempo que la pudiesen servir, preguntándole qué ventura fuera aquella tan extraña, y qué parte era aquella donde estaban, que ellos no sabían más de haber llegado aquella noche a la ribera de la mar, y que habiendo visto aquel tan gran fuego, habían salido de la barca por ver si hallarían algunos que les diesen algunas nuevas. Urganda les dijo: «Mis hijos, sabed que este niño que aquí veis es hijo del emperador de Roma y de Leonoreta, su mujer, y hurtóselo de su palacio aquel caballero que entre los otros más ricamente armado vistes; aquel es hijo del mal don Garadán, primo, hijo de hermano, del Patín, emperador de Roma, que Amadís, llamándose el caballero de la Verde Espada, mató en la batalla en presencia del rey Tafinor de Bohemia. Y porque este hijo no halló en este otro emperador tal acogimiento como él lo esperaba, según la parte que su padre en aquel gran señorío había tenido, hurtó este niño, creyendo con él alcanzar aquello que, a su parecer, a su padre y a él le era debido; no considerando que los leales y buenos servicios que en este mundo se hacen, si de aquellos que los reciben no son agradecidos, que aquel Señor de todo el mundo, que todo le sabe, cuando más sin esperanza de aquel galardón que los hombres merecen está, entonces por otras vías no pensadas en mayor cantidad los satisface; no habiendo por bueno que ninguno con tal deslealtad como la deste caballero la enmienda tome, siendo muy extraño de su servicio con una fuerza ser otra emendada; porque, según a la soberbia somos todos sojuzgados, no se podría hacer sin que pasase gran parte de la justa medida; y por esta causa quiso que en su lugar hubiese ministros que sin afición ni pasión alguna, con acuerdo y justo juicio las fuerzas emendar hiciesen. Pero guay, mis hijos, de aquellos que tal mando y no menos poder tienen, si al contrario lo hacen; que aunque en este loperecedero caducomásmundo lo sientan, otro,a los queotros ha deeradurar fin, perpetuamente pagarán; yy tanto grave, no cuanto a ellos en másel que dadosinponer remedio en lo mal hecho. Y a este caballero que os digo, olvidado, siguiendo aquella naturaleza soberbiosa de Garadán, su padre, con que muerte desastrada recibió, hurtó por grande arte este niño para con él se meter en sus castillos que tiene, y viniendo con aquellos caballeros que en su compañía viste, siendo ya tan cansados, que sus caballos no los podían llevar, constreñidos y apremiados de gran necesidad, se recogieron en unas casas de pastores que en esta montaña están, trayendo consigo una mujer para que de mamar le diese; lo cual por mi sabido, quise cumplir aquella promesa que al Emperador hice estando en la ínsula Firme; y dejando mi palafrén escondido en las más espesas matas, me fui a aquellas casas, diciendo que me iba huyendo de unos ladrones que me habían robado y habían muerto a mi marido. Y en tanto que los caballeros y la mujer comían de lo que allí hallaron, encomendáronme el niño para que yo lo tuviese. Mas aderezando ya para luego se partir, y ensillando sus caballos y tomando sus armas, no mirando ni sintiendo de mí, me salí lo más presto que pude, corriendo por lo más espeso del monte, pensando cobrar el palafrén; mas aquella mujer desque lo vido dio grandes voces a los caballeros que me siguiesen, y fue tanta la priesa que tomaron, que dejando los caballos, fueron en pos de mí a pie. Pero la noche hacía tan escura, que no me podían hallar hasta tanto que a todas partes se

 

esparcieron, y como yo no podía mucho correr, así por el niño, que me ocupaba, como por ser ya cansada, alcanzáronme dos dellos, y viéndome sin ningún remedio, hice súpitamente aquel fuego que vistes, de que toda me cerqué; y a las voces que estos dieron acudieron todos los otros, como los hallastes en aquella hora que al muy alto Señor plugo de vos aportar a aquella parte, así como lo acostumbra hacer con aquellos que su servicio siguen, quedando ellos con algo de la pena que merecen, y nosotros en salvo». «Buena señora», dijeron «pues, haréishagamos?» ahora desta tan chiquita criatura, que de hambre será luego perecida, y quéellos, mandáis que¿qué nosotros «Mis hijos», dijo ella, «entre tanto que el día venga yo habré tales yerbas, que el zumo dellas bastará para le sostener, y vosotros llegaréis comigo a mi fusta, que al pie desta montaña quedó en la mar, donde tomaremos consejo de lo que se debe hacer». «Así se haga», dijeron ellos, «y mucho nos place, porque el Emperador y su mujer reciban este beneficio. Pero tanto vos rogamos, Señora, que nos digáis, si a vos pluguiere, qué se hizo Esplandián, y si se ha sabido algo del rey Lisuarte». «No os lo diré», dijo Urganda, «porque antes conviene que paséis por una extraña aventura, en que vuestros ánimos serán en muy grande aflicción puestos». Cuando ellos vieron que así se quería encubrir, dejaron de más le preguntar, y hablaron en otras cosas hasta que el día vino. Y Urganda puso recaudo en la hambre del niño; tomándolo en sus brazos, se fue con los dos caballeros así a pie, a las veces descansando, hasta que llegaron a la nave, donde hallaron cuatro doncellas y dos enanos, que la gobernaban.

 

CAPÍTULO XXXI. De cómo Urganda despedida de los dos caballeros noveles y acompañada de dos fuertes dragones se fue a llevar el infante al emperador de Roma y del gran placer placer que con ella hubieron. En aquella nave que oístes, estaba Urganda con los dos noveles caballeros, hablando y holgando en aquello que mejor les parecía, no queriendo restituir el niño al Emperador su padre, porque siendo más sin lo cobrar, en más estima su servicio tenido fuese;turbación y despuésy que algunos díasesperanza pasaron, de pareciéndole ser mucha conviniente cosa poner remedio en tanta tristeza como entonces en la corte del Emperador habría, se despidió de los dos caballeros, diciéndoles que se tornasen a su barca, esforzándolos y amonestándoles que con grandes corazones resistiesen las fuerzas de la movible fortuna cuando adversa y contraria se les mostrase; pues que para el más excelente y alto oficio, que era la orden de la caballería, habían nacido. Y salida en tierra, acompañada de dos muy fuertes dragones, que entre sí la llevaban, lanzando por sus bocas llamas de fuego, encima de un palafrén, llevando el niño en sus brazos, tomó el camino por la espesa montaña contra una villa donde el Emperador estaba, que Trimola se llamaba; mas no anduvo mucho sin que muchas compañas de gentes que el niño buscaban encontró; que, por el grande espanto y miedo de los dragones, así como de la muerte, della huían. Mas ella muy alegre, riyendo de así los espantar, no se apartaba del camino; y anduvo tanto, hasta que al encuentro le ocurrió aquel valiente y esforzado rey de Cerdeña, don Florestán, que mucho afán había pasado en aquella demanda, y había hallado ya al hijo de don Garadán y a sus caballeros, maltratados de la quistión que entre sí hubieron, como ya se os contó. Y como había visto huir la gente de los dragones, quiso saber qué cosa sería, como aquel que su fuerte y bravo corazón en los semejantes casos de grande afrenta, como aquella era, había de mostrar su alta virtud. Y llegado donde la dueña venía, conocióla muy mejor que los otros, que della noticia ninguna habían habido; y sin ningún temor ni miedo se fue para ella, humillándosele con muy gran cortesía. Y la dueña Urganda se comenzó a reír, y dijo: «Esforzado Rey, llegáos a mí; que siendo yo de vos aguardada, los espantables dragones serán muy bien excusados, pues que su gran braveza a la vuestra igualar no se puede». Entonces el Rey, acostando la lanza a un árbol, quitándose el yelmo de la cabeza, vido la dueña sola en su palafrén, coneleluno niñoal en loslabrazos, saber se hizoy de tanescudero, grandes serpientes; y saludando otro, tomó elsinRey porqué la rienda, dioaquellas las armasdosa su que en pos dél venía; y con gran placer del uno y del otro, hablando en muchas cosas, llegaron a la villa de Trimola, donde la Emperatriz, por la pérdida de su hijo, con muy grande angustia y no menos lágrimas hallaron. Y tornándolo todo al contrario, con aquellas fuerzas que la grande alegría sobre la tristeza tener suele, siendo ya las angustiosas congojas pasadas, enviaron luego mensajeros a todas partes al Emperador, que con muchas compañas por otra vía había salido. El cual venido, no menos placer con la vista de Urganda que con haber su hijo cobrado, su ánimo sintió. Mas agora los dejaremos en su gran deleite, que con las esperanzas que Urganda les dio en la pérdida del rey Lisuarte, mucho fue acrecentado; y contaros hemos qué hicieron los dos noveles caballeros después que de Urganda se partieron.

 

CAPÍTULO XXXII. En el cual contando la hi historia storia de las extrañas aventuras que a estos noveles acaecieron dice cómo en una montaña con un valiente oso lidiaron y dende a la ribera se volviendo hallaron su barca en las ondas casi perdida. Estos dos noveles, rey de Dacia y Maneli el Mesurado, partidos de Urganda, como habéis oído, llegaron su irbarca, y entrando ella,quiera metiéronse no pensandoa de a otradonde parte los sinoescuderos donde lahallaron, ventura los guiase; y en como que a alla hondo, sazón muy agradable el tiempo les fuese, no tardó mucho, con la gran fuerza de los vientos que les sobrevinieron, que la mar fue tan embravecida y la tormenta tan grande y fuerte, que ni se podía hallar ni dar remedio; aunque todos cuatro, con los remos que tenían, mucho trabajasen por tornarse a la tierra donde habían salido. Y como sin esperanza alguna se viesen, sino la de Dios, encomendándose a él, se consolaban, diciendo que no se diesen ellos mucha fatiga ni trabajo de lo que la fortuna y aquel mal tiempo les daba; considerando que la honra y el prez de las armas no se podía alcanzar sino con las cosas más cercanas a la muerte. Pues así estaban todos cuatro, sin saber lo que dellos podría ser; porque aquella tan pequeña morada y aposentamiento suyo, en la voluntad de los fuertes vientos y de las bravas ondas, más que en la suya dellos, estaba para ser guarida o perdida de todo. Pero la barca ni por su miedo ni consolación no dejaba de ir discurriendo a las partes que la ajena voluntad la guiaba, así de día como de noche desmandada, sin que tierra ni persona que por la mar anduviese ver jamás pudieran. Mas ya al cabo de treinta días, no les quedando ya casi vianda alguna, la fortuna los echó junto a una isla pequeña, muy hermosa de árboles, en que había algunas peñas que de fuera parecían. Mucho placer hubieron aquellos caballeros en se ver, por cualquier manera que fuesen, salidos en tierra; y como la barca a la orilla llegase, salieron fuera, y atándola por la cadena a un árbol, dejando en ella el uno de sus escuderos, acordaron de saber qué remedio allí se hallaría; y comenzaron de entrar por la isla, llevando los yelmos en sus cabezas y los escudos a los cuellos. Mas no anduvieron mucho, que en un valle hallaron una fuente debajo de unos altos y hermosos árboles, donde quitados sus yelmos, se lavaron y bebieron del agua, que dulce y sabrosa les pareció. El escudero que con que era rey de Argento señores, yo, que vengoellosiniba, armas, si lodeltenéis porDacia, bien, que quiero saber se quéllamaba, hay en les estadijo: isla,«Buenos porque, según lo que hallare, así tomaréis el acuerdo». «Bien será», dijeron ellos, «pero sea de manera que no vos perdamos». «Así lo haré», dijo él, «que si desde aquella cumbre no viere lo que busco, tornarme he para vosotros». Entonces se fue por entre las matas, y siendo una pieza dellos alejado, vido contra sí venir un oso muy grande a maravilla, de que hubo gran temor; y dando muy grandes voces que lo socorriesen, se subió muy presto en un árbol; mas el oso lo siguió hasta ser al pie del árbol. Los caballeros, que a la fuente quedaron, como las voces de Argento oyeron, fueron a más correr hacia allá, con tanta priesa, que los yelmos no pudieron tomar, y se quedaron cabe la fuente; y llegando al escudero, viéronle estar en el árbol, y el oso que subía por lo tomar; mas ellos dieron muy grandes voces por

 

que lo dejase, a las cuales el oso volviendo el rostro, vido los caballeros que contra él iban, descendió cuanto más pudo, y se volvió para ellos levantado en los pies traseros. Maneli, como de más edad y más recio que el Rey fuese, iba delante, poniendo el escudo encima de la cabeza, y la espada en la mano fue para él, y diole un gran golpe en la cabeza, que le derribó la una oreja con parte de las quijadas; mas el oso le tomó entre sus fuertes brazos y trabó con los dientes en el escudo tan fuertemente, que todos pasaron de la otra parte; así que, Maneli fue tan embarazado de los que del consigo apretado le tenía,Mas que anoesta se hora pudollegó valer elnirey hacer más, y parecióle quebrazos todosdel lososo huesos cuerpo le quebraban. de Dacia, y hirió con su espada al oso en el un brazo de tal golpe, que se lo cortó todo a cercén, junto a la mano, de manera que luego cayó en tierra. El oso dio un gran bramido, y soltando el caballero, comenzó a huir en tres pies, y el Rey en pos dél corriendo por lo herir; y no lo pudiendo alcanzar, tornóse donde Maneli estaba asaz quebrantado de la batalla del oso; y como llegó a él, preguntóle cómo le iba. «Mal me va», dijo él; «que aquella mala bestia endiablada me ha quebrantado todo mi cuerpo». En tanto decendió el escudero del árbol muy espantado, y vínose para donde ellos estaban, y díjoles: «Señores, esta tierra más me parece de animales brutos que de otras gentes; muy bien será, si os parece, de volvernos a la fuente, y entre tanto que la mar sosiega su furia, podría que por allí acudiese alguna persona, si la isla no es despoblada». «Hagámoslo así», dijo Maneli, «porque pueda ser en fuerza tornado». Así se volvieron a la fuente, y llegando cerca della, vieron estar dos jimios muy grandes, que tenían los yelmos en las manos, y poníanlos en las cabezas y quitábanlos; y cuando vieron a los caballeros subiéronse encima de los árboles, llevándose los yelmos; andaban tan ligeros de unas ramas en otras, como si ninguna cosa llevaran. Los caballeros, que debajo estaban, dábanles voces y tirábanles piedras; mas los jimios se guardaban muy bien dellas, regañando los dientes tan fuertemente, que los hacían crujir. Cuando los caballeros así vieron sus yelmos perdidos por tal aventura, y lo que los jimios hacían, y cómo los amagaban con ellos para se los tirar, y los detenían, ni pudieron estar que de muy gran gana no riyesen; mas no sabían qué hacerse, que la entrada de la mar les defendía la tormenta; pues estar en aquel yermo, no teniendo otra vianda, sino algún poco que les había quedado, no esperaban otro ningún remedio que a ellos bueno fuese. Peroqueacordaron de había quedarquedado, allí aquella mandaron al otro escudero, en la barca y quenoche, trajeseyalgo para quea Argento comiesen,que quellamase bien menester lo habían. Esto se hizo luego como fue mandado, y venidos con el recaudo, desarmáronse luego los caballeros, y cenaron cabe aquella fuente, hablando en muchas cosas de placer. Y cuando fue tiempo de dormir, acostáronse sobre la fresca yerba, que allí había mucha, y durmieron hasta la mañana, como aquellos que los días pasados poco sosiego ni reposo en la mar habían tenido, temiendo de ser anegados. Y siendo el día venido despertaron, y vieron debajo de los árboles en el campo sus yelmos; pero no hallaron las lorigas, de que muy maravillados fueron. Y buscando al derredor de sí, miraron encima de los árboles y vieron cómo los jimios las tenían vestidas, y comenzáronse a santiguar, creyendo que algunos diablos fuesen aquellos jimios. Mas Argento, el escudero del rey de Dacia, que agudo y de muy sutil ingenio era, dijo a los caballeros: «Señores, busquemos algún modo para cobrar las lorigas, y vamos de aquí, que la

 

vianda nos falta; que menos peligro será tentar la fortuna de la mar, con la piedad de aquel muy alto y poderoso Señor, que morir en esta isla yerma de hambre». «Bien decís», dijeron ellos, «mas, ¿cómo se hará eso, que los árboles son tantos y tan altos, que por ninguna manera se podrán haber los jimios». Entonces fue a cortar una rama de un árbol, la que más le pareció aparejada para su obra, y hizo della arco, y puso Asimesmo en él una cuerda de seda,condepuntas las quemuy en losagudas, escudos traían, con quedea los cuellosunlos echaban. hizo flechas y paróse debajo los árboles, y comenzó con ellas a tirar a los jimios, y por mucho que ellos se guardaban, el escudero, que de aquella arte sabía, dábales en las caras y cabezas y por los cuerpos, de manera que les hacía sangrar por muchas partes. Los jimios querían huir, mas embarazábalos el peso de las lorigas; así que, no se podían valer y daban muy grandes gritos, de que los caballeros tomaban muy grande placer, y reían mucho, y esperábanlos con las espadas para los matar cuando cayesen. Finalmente, tanto los aquejó Argento, y tantas heridas les dio, que desacordados de sus proprias fuerzas, derribó al uno a tierra, y luego después al otro, y fueron luego tomados por los caballeros, los cuales no los quisieron matar, antes en habiéndoles quitado las lorigas, los soltaron luego, porque guareciesen. Esto así hecho, armáronse, queriéndose tornar a embarcar, teniendo por mayor fortuna aquella de la yerma y deshabitada tierra en que no tenían esperanza, que la de la mar; que así como la muerte es el reparo de la vida, así della les podría esta ocurrir; pero de otra manera les aconteció, que llegados a la ribera, hallaron que la mucha fuerza de los vientos quebrantó la cadena con que la barca presa estaba, y la había metido a lo hondo, de que muy desmayados fueron, creyendo que ya de todo en todo, sin ninguna esperanza de alcanzar ninguna fama ni gloria, la muerte les era venida; y turbados de ver un tan extraño caso, acordaron de se tornar a la fuente que ya oístes, y esperar con aquella poca vianda, que para dos días les podía bastar, esperando que la misericordia de Dios, que allí los había llevado, los sacaría a puerto.

 

CAPÍTULO XXXIII. De que estando esperando estos caballeros la aventura que de de Dios les viniese la tormenta de la mar echó allí a aquel valiente Frándalo con su nave en que a la doncella Carmela embajadora de Esplandián captiva traía con el cual Maneli Maneli el Mesurado ppor or librar a la doncella aceptó la batalla. Pues ya pasados aquellos días, laque ninguna cosaestando que comer quedaba, esperando, sin ninguna esperanza de dos la vida, cruel muerte, sobrepudiesen una muylesalta peña, mirando la gran braveza de la mar, que aún ninguna cosa había sosegado, vínoles el remedio que agora oiréis, mas no sin gran afrenta y peligro de sus vidas; que a muy poco rato del día vieron hacia sí venir una nave contra donde ellos estaban, que la fortuna por allí traía, sin ningún gobernalle, de que no poco placer sus ánimos sintieron en verla así venir. Pues ya llegada a la ribera la nave, y los caballeros al agua, preguntaron a los hombres que en ella venían cúya era aquella fusta. Respondieron ellos: «Es de aquel que su mayor alegría es cuando pone en más tristeza y tribulación aquellos que le encuentran». «Aunque ese sea», dijeron los caballeros, «nosotros la tenemos tan grande, que regalo nos será cualquier crueza que sacándonos de aquí nos sea hecha; y decidnos, si vos place, ¿quién es este que decís que tal espanto pone?» «Este es», dijeron ellos, «aquel valiente Frándalo, que con su grande esfuerzo corre y sojuzga toda la mayor parte destas mares con su gran flota; que esta tormenta que veis ha esparcido en diversas partes, quedando él en esta sola fusta, que por muchas veces ha sido en punto de ser anegada». Pues a esta sazón que hablaban salió al borde de la nave un hombre, y como vido los caballeros así armados, dio grandes voces diciendo: «Salid, Señor, salid; que aquí están los dos caballeros que mataron a vuestro primo, hijo de hermano». A estas voces salió un caballero grande de cuerpo y muy fiero de rostro, y dijo contra los caballeros: «¿Sois vosotros los que matastes a Lindoraque, mi primo?» «No sabemos», dijo Maneli, «quién fue vuestro primo, ni hasta agora desde que caballeros fuimos, nunca nuestras espadas fueron probadas en cosa que afrenta se pueda llamar». «No lo creáis», dijo el escudero; «que estos son los caballeros que yo digo, que yo los conozco en las armas, y así lo dirá la doncella que aquí presa traéis». Frándalo les dijo: «Caballeros, no conviene negar lo que hicistes, pues que no vos ha de aprovechar; que forzado es que padezcáis la muerte, porque la distes al mejor caballero del mundo y al que más amaba». Maneli, como era muy mesurado, respondióle diciendo: «Si tal fue aquel vuestro primo, como vos decís, bien osaríamos aventurarnos al peligro con que nos amenazáis, por haber ganado la gloria de tal vencimiento; pero de lo que por nos pasase no terníamos por honesto de nos loar, cuanto más aquello que nunca hecimos». «Pues salga la doncella», dijo Frándalo, «porque nos declare la verdad».

 

Entonces aquel escudero fue por ella y trújola, y como ella vio a los dos caballeros, dijo en alta voz: «¡Santa María! ¿Quién son estos que veo? Que las armas son de mí conocidas, mas no sus rostros». Y dijo: «Caballeros, decidme por Dios, ¿dónde hubistes esas armas?» «Buena doncella», respondió el rey de Dacia, «¿por qué lo preguntáis?» «Porque», dijo ella, «yo las vi a dos caballeros que, si aquí se hallasen, procurarían hasta la muerte pelear para me sacar desta prisión». «Pues decidnos, si os place», dijo el Rey, «quién son los caballeros a quien estas armas vistes, y si la razón nos obliga de os poder librar y las fuerzas para ello nos bastan, la voluntad no faltará de lo poner en ejecución». «Pues que así vos place», dijo ella, «decir vos lo he, y cumplid lo que prometéis». «Sabed», dijo ella, «que al uno llaman Talanque y al otro Ambor, compañeros de aquel mi señor cuya yo soy». «¡Ay, doncella», dijo Maneli, «por Dios decidnos lo que dellos sabéis!» «Pues rogad», caballeroque quenoporserá fuerza que ni meeldeje libre, yo supiere vos dijo será ella, por «a mí este manifiesto; pocomedetrae, contar, placer quey todo dello,losique los amáis, se vos seguirá». Entonces ellos rogaron muy ahincadamente al caballero de la nave que les diese la doncella, pues que contra su voluntad la traía. Él se comenzó a reír como en escarnio, y dijo: «No pasará mucho tiempo que os porné yo en tal parte que ella habrá de ser rogadora por vosotros; y procurad de vos defender, y no de huir, que en esa isla yo muy bien conozco que no podréis escapar». Maneli, que así se oía amenazar, hubo muy grande enojo, y dijo: «Caballero, con más razón podríamos nosotros decirvos eso, porque estáis en parte donde libremente podéis ir donde os placerá; que nosotros, ni tenemos fusta ni reparo en la tierra, con que las vidas se puedan sostener. Y pues vuestro corazón basta a vos poner en tanta soberbia, baste para vuestra persona la ejecutar con aquel que de nosotros más le contentare, viniendo vos aquí donde nosotros estamos, o con seguro de todos los vuestros, si no de vos solo, entrando allá en esa nave donde estáis, y el vencedor lleve la doncella». Frándalo, que en muy poco los tenía, así por su tierna edad dellos como por la sobrada valentía que tenía, comenzó a demandar sus armas, que luego se las trujesen, y así se hizo; que él fue armado y muy ricamente, como aquel que por sí tenía todas las demás riquezas de los que en aquellas partes navegaban. Y saltando en la barca de la doncella que de la nave trabada estaba, salió en tierra, donde los caballeros estaban, el yelmo enlazado y el escudo al cuello, y díjoles: «Mozos desaventurados, habed piedad de vuestra joventud, dejando las armas y poniéndoos en la mi merced». «Dejemos ya tantas amenazas», dijo Maneli; «que yo fío en Dios que esa merced presto la pediréis, y escoged el porque uno de lanosotros la con doncella demande, y el otro en esta barca se pasará a vuestra fusta, batalla seque haga igual vos pérdida».

 

«De cualquier manera que sea», dijo Frándalo, «no os me podéis escapar, que en poco tengo yo batalla de dos caballeros, aunque muy señalados en el mundo fuesen; pero a ti quiero dar esta gloria, que será la mayor y postrimera que en tu vida podrás ganar, en te hacer tan osado, que sólo conmigo en el campo quedes». Maneli no le respondía cosa alguna, y volviéndose al rey de Dacia, le dijo: «Buen señor, pues que a este caballero place que yo haya la primera batalla, mucho os ruego que vos paséis a la nave, y si mi ventura fuere de morir aquí, sabed lo que la razón vos obligare». El Rey, que vido ser aquello justo y en acrecentamiento de la honra dellos, saltó en la barca y pasóse a la nave donde los hombres y la doncella estaban, rogando a Dios que diese la victoria a su compañero, y a él esfuerzo para le vengar si otra cosa dél no ordenase.

 

CAPÍTULO XXXIV. De cómo Frándalo fue vencido en lala batalla y a merced de Maneli Maneli se rindió y de cómo le ganaron la nave y libraron la doncella. Quedando así solos el fuerte Frándalo y Maneli el Mesurado, como habéis oído, Maneli le dijo: «Caballero, dadnos la doncella y id vuestra vía; que de las palabras de soberbia que habéis dicho, como sobre vos torne el denuesto, yo vos doy por libre dellas». «Pues que ya el corazón te fallece», dijo Frándalo, «deja las armas, y habré piedad de ti, y será hacer lo que pocas veces acostumbro de hacer». «Agora te guarda», dijo Manel; «que yo quiero ver si tus fuerzas bastan para quitar de culpa a tu gran soberbia». Entonces se acometieron muy bravamente; que el caballero era muy membrudo, como aquel que venía, de parte de su madre, de los más fuertes jayanes de todo el señorío de Persia; y de su padre, de muy valientes y esforzados caballeros paganos, que así lo era él. Mas Maneli, como quiera que de poca edad fuese, y nunca en otra tal necesidad se hubiese visto, sino solamente en el acometimiento del socorro de Urganda la Desconocida, aquella generosa sangre del muy valiente yveces muyque esforzado rey vergüenza Cildadán, su padre,sufrir. la daba y tangrandes grande yosadía, antes golpes la muerte una sola quería Y tanta diéronse muy que esquivos de mil las espadas sobre los yelmos, que el fuego en vivas llamas hacían en ellos encender. Así, que, las cabezas, sintiendo su gran dureza, eran algunas veces abajadas hasta los pechos. Pues los escudos no quedaban sin su parte recibir, de tal manera, que el campo era sembrado de sus rajas, tanto, que espanto grande ponían a aquellos que de la nave los miraban, y maravillábanse mucho, según las grandes cosas a Frándalo habían visto vencer, que tanto un solo caballero le durase en el campo. Y el rey de Dacia, que no tenía creído que las fuerzas de Maneli tanto podían pujar, estaba muy alegre, porque lo veía andar muy ligero y que nada de la fuerza le faltaba, pero no sin mucho temor esperando el fin de la batalla, viendo la gran valentía de Frándalo, que con mucha sabiduría daba y recebía los golpes. Mas los caballeros anduvieron hiriéndose por todas partes, sin un punto descansar una hora grande, que ninguna mejoría se podía conocer del uno al otro. Pero la doncella, que los miraba, decía: «Si vosotros sois de aquel linaje, de aquella compaña de mi señor, y de los otros que estas armas traen, no tengo en duda que llevéis de aquí la gloria del vencimiento, y yo la libertad con que mi m i embajada cumplir pueda». Mas dígovos de los hombres que en la nave eran, ellos no pensaban que Maneli hubiese la victoria, porque todos los más dellos andaban allí por fuerza contra su voluntad; que nunca a la tierra llegar los dejaban. A esta sazón ya los caballeros estaban muy cansados, y sus armas rotas por muchos lugares; así que, poca defensa en ellas había. Las lorigas eran desmalladas por muchas partes, por donde la sangre salía en mucha abundancia, que el campo hacía teñir. El caballero de la nave se apartó afuera un poco, y dijo: «Caballero, ponte en mi poder y no quieras así morir; que por la bondad que en ti conozco, más hice». que en otro alguno de cuantos he probado, yo haré contigo lo que nunca con ninguno hasta hoy

 

«Danos la doncella», dijo Maneli, «y aquella barca con alguna vianda en que nos vamos, y quitar te he la batalla; que de otra guida, ni tus palabras ni fuerzas te quitarán que no mueras a mis manos; y si luego no lo otorgas, después será excusado; que yo te digo que hasta que tu muerte o honra sea acabada, por mí no te será dado espacio alguno». Y poniendo lo poco del escudo que le había quedado delante de sí, fue para él con gran esfuerzo; mas al otro, como quiera que muy cansado y herido estuviese, no le halló con ninguna flaqueza, antes él, y revolver, diéronse ymuy esquivos golpesnada de laslesespadas, quePero se hacían de uno yvino de contra otro cabo no grandes parecía yque de fuerza falleciese. Maneli, considerando el gran peligro en que estaba, donde antes la muerte que el vencimiento había de recebir, sabiendo la crueza de aquel caballero, que no era satisfecha sino cuando en mayor grado la ejecutaba, procuró de poner todas sus fuerzas, en las cuales, después de Dios, tenía la esperanza de su salvación, y aquejó tanto a Frándalo con tan duros y mortales golpes, que lo traía como desatinado, y ya no entendía sino en los recebir en la espada. Mas sintiéndose ser herido a punto de muerte, así de la mucha sangre que se le iba, como de los muy grandes golpes que el otro le daba, sabiendo que en la tierra no había guarida, metióse por el agua, creyendo hallar en los suyos algún socorro; Maneli, aunque muy mal herido estaba, entró tras él, mas no pudo llegar a él, que como fuese más alto que él, donde le daba a Frándalo a los sobacos, le daba a él a la garganta. A esta sazón fue muy gran revuelta en la nave, que cuatro criados de Frándalo saltaron muy presto en la barca, y fuéronle a socorrer. Maneli, que hubo recelo que le anegaran, tornóse muy presto a la tierra. Pues aquellos hombres con muy mucho afán tomaron a Frándalo tan desacordado, que casi no tenía más ningún sentido. Los otros, que en la mesma fusta estaban, tomaron las armas para matar al rey de Dacia; mas aquellos que por fuerza allí traían, pusiéronse de su parte, y comenzóse entre ellos una peligrosa batalla. La doncella estaba a las espaldas del Rey, escudándose con él, y él la amparaba cuanto podía, y daba grandes golpes, según su edad, a los que a él se allegaban; mas como vido que de algunos dellos era ayudado, cobró más corazón, y metióse entre ellos, hiriendo y matando los que podía, que los hallaba desarmados, que no tenían los más dellos sino unas varas con puntas de hierro, que así los traía Frándalo a sabiendas, porque no se le alzasen; y de tal manera los aquejó con los que le ayudaban, que los hizo rendir a que merced le demandasen. En tanto los de la barca aguardaban si los suyos vencerían para se acoger en ella con su señor, que algo más acordado ya era. Y cuando vieron que el caballero extraño tenía por sí la fusta, fueron muy desmayados, y no sabían qué se hacer; que a su señor se le iba tanta sangre de las heridas, sin que remedio le pudiesen poner, que otra cosa alguna no entendían, sino verle ante sí morir. Maneli estaba, como habéis oído, en tierra, a la ribera de la mar; que los de la fusta no podían tomarle como querían, por la bajura del agua, ni él a ellos podía pasar; y Argento, el escudero del Rey, y Milón, el otro su escudero, quitadas de sí las camisas, tomábanle la sangre, que mucha se le iba. Frándalo, que se veía ya a punto de muerte, sin que remedio alguno tuviese, aunque pudiera irse en la barca, que lo pudiera bien hacer, no se atrevía, porque, según el muy gran trecho que de navegar había, y la flaqueza suya le atormentaba, no pensaba que una legua le durase la vida; y como no hallase remedio, quiso antes con gran atrevimiento tentar lo que hallaría en aquel caballero su enemigo, que esperar el cruel trago de la muerte, y dijo con voz flaca: «Caballero, si me aseguras la vida, seré puesto en la tu merced, esperando hallar en ella algún reparo». Maneli, que con aquello su honra era satisfecha, más que con dejarlo así morir, otorgóselo, y mandó a los hombres que sin recelo lo llevasen a la nave, y así se hizo; que el Rey y los que con él eran, lo tomaron de la barca y lo pusieron en su lecho, donde por algunos de los suyos le fue tomada la sangre, y curado como lo había menester, y mandó pasar la barca, y trajeron a Maneli y

 

a los escuderos. Mucho se alegraron todos con aquella buena ventura que Dios les había dado, aunque no sin gran peligro, como oído habéis; Maneli fue asimesmo curado y puesto en otro lecho, y la doncella los abrazaba muchas veces, diciendo: «La vista destas vuestras armas me hacen recordar de aquel mi señor y de sus amigos, con dulce memoria y más crecido deseo de los ver».

 

CAPÍTULO XXXV. De cómo esperando estos caballeros buen tiempo para navegar y curándose ddee sus heridas quisieron saber de la doncella quién era y las nuevas que sabía y de lo que ella y un escudero respondieron. Esto así acabado, quisieron los caballeros saber de la doncella quién era, y dónde había visto a Talanque y a Ambor; y estando asentados el Rey y ella ante el lecho de Maneli, rogáronle que se lo dijese, como lo había prometido. La doncella les dijo: «Mis buenos amigos, según la grande alegría que mostrastes cuando dellos os dije, bien parece que los amáis mucho, y dígoos que yo los dejé muy alegres y sanos, en tierra y parte donde mucha honra y gran prez de armas ganaron. Y de mí sabréis que soy mandada del mejor caballero del mundo, y que yendo en su servicio fui tomada por la gente deste Frándalo, que aquí tenéis preso, como fueron otros, que tan poco como yo se lo merecieron. Y si más queréis de mí saber, ponedme en Constantinopla, donde es el fin de mi viaje, y allí os diré cosas muy extrañas y maravillosas, que en la parte donde yo vengo acaecieron». Cuando los caballeros vieron que la doncella así se quería encubrir, hicieron llamar al escudero que dio las voces, llamando al caballero de la nave, y dijéronle: «Decidnos luego, ¿qué conocimiento hubistes de nosotros, que así procurábades nuestro daño, afirmando lo que nunca hecimos?» El escudero, que gran temor tenía, dijo: «Señores, pues que sois caballeros, no os debéis maravillar que yo quisiese tomar venganza de la muerte de un señor que me crió, el cual mataron dos caballeros que traían esas mismas armas, no sé si sois vosotros». «¿Adónde fue eso?», dijo el Rey. «Bien cerca», dijo él, «de la fuerte montaña Defendida, donde yo encontré esta doncella, que iba por un espeso valle de árboles con un caballero sin armas, y luego me partí della, sin que más supiese, sino que torné donde fue la batalla de los dos caballeros con el Gigante mi señor, y halléle muerto; y después supe cómo un caballero de unas armas negras ganó el señorío de aquella montaña, matando por su persona dos muy fuertes jayanes y otros dos caballeros que en el fuerte alcázar della estaban; y otra cosa no sé más de cuanto he dicho». Cuando esto los dos caballeros oyeron, dijo el rey de Dacia: «¡Ay, Santa María, váleme!, que aquel debe ser Esplandián, que con tales armas fue armado caballero, y según lo que Urganda dél dijo, no a otro ninguno pudo ser otorgada la gloria del tal vencimiento». La doncella comenzó a reír cuando así los vio de tal manera; Maneli le dijo: «Doncella, por la fe que debéis a la cosa del mundo que más amáis, decidnos lo que desto sabéis». «La cosa del mundo que yo más amo», dijo ella, «es aquel caballero de las armas negras, y no curéis de me conjurar, que no os lo diré sino allí donde os tengo dicho». «Pues ni por eso quedará», dijeron ellos; «que si la fortuna no lo estorba, haremos que la nave se guíe donde pedís».

 

Entonces hablaron con los marineros, preguntando si sabrían guiar a Constantinopla. «Muy bien», dijeron ellos; «que no están lejos, que cesada esta tormenta, no podáis ir allá en cuatro días». «En el nombre de Dios», dijeron ellos, «aguardemos aquí hasta que el tiempo sea enderezado, y haced curar mucho de Frándalo, porque no muera; que podrá ser que así como se le mudó la fortuna, que siendo hasta aquí vencedor, es ahora vencido, se le mudará la condición en seguir otro mejor camino; que así acaece muchas veces».

 

CAPÍTULO XXXVI. De cómo el tiempo sosegado los caballeros caballeros a ruego de la doncella navegaron a Constantinopla donde acompañando la doncella doncella al palacio entregaron a Frándalo en servicio al Emperador y a Leonorina segurándole la vida. Así como habéis oído, estaban el rey de Dacia y Maneli el mesurado en aquella nave que por su gran proeza ganaron, donde hallaron el reparo de vianda y de otras muchas cosas que habían menester, curando de Maneli la doncella, que de otro no se liaba, y de Frándalo un hombre de los suyos que allí traía para aquello, esperando que la fortuna de la mar sosegase; y así estuvieron veinte días que de aquel lugar no se osaron mover; en cabo de los cuales, siendo el tiempo sosegado, partieron la vía de Constantinopla; mas Frándalo, que ya mejorado era, aunque no en tal manera que del lecho se pudiese levantar, sabiendo el viaje que llevaban, considerando los muchos enojos, y deservicios que al Emperador tenía hechos, y a otros muchos que no se lo merecieron, grande angustia y dolor en su ánimo llevaba, creyendo que ninguno sería poderoso de le quitar de la muerte, si en aquella parte fuese visto; y así lo decía al rey de Dacia, rogándole que tuviese manera con su compañero cómo de aquel peligro le pluguiese quitarlo; pero ellos le ponían en buena esperanza, si las cosas hasta allí por él hechas de allí adelante en otra guisa las mudase. Así navegando como dicho es, al cuarto día en la mañana, cuando el alba quería romper, llegaron a Constantinopla, de que muy gran placer la doncella hubo, teniendo ya por acabado aquello que su muy amado Señor con tanta afición le había mandado que hiciese. Pues allí llegados los caballeros, preguntaron a la doncella qué le placía hacer, y que les dijese lo que les prometiera de Talanque y Ambor, y del caballero de las armas negras, pues que ellos habían cumplido todo aquello que ella había querido. La doncella les dijo: «Buenos amigos, a mí cumple hablar con el Emperador y con su hija, y si a vos pluguiere de me llevar ante ellos, allí sabréis todo lo que yo sé; que mucho holgaréis dello». Maneli, que aún flaco estaba, rogó al Rey que acompañase a la doncella, y supiese aquello que tanto les cumplía, porque pudiesen hallar aquellos caballeros que tanto amaban. Al Rey le plugo, así por aquello, como por ver al Emperador y a su hija, que tan loada en el mundo por muy hermosa era. Y luego se armó de todas sus armas, salvo el rostro y las manos, y como era muy hermoso y en edad de diez y seis años, y las armas muy ricas, parecía muy apuesto caballero. Y queriendo salir de la fusta con la doncella, díjole Maneli: «Mi señor, bien será que de nuestra parte le sea hecho algún servicio a esta hermosa infanta, porque de nosotros en esta parte quede alguna memoria, y sea este, que llevéis con vos a Frándalo, y se lo deis de parte de dos noveles caballeros de la ínsula Firme, y que guardándole la vida, mande dél hacer lo que más sea su servicio». «Bien decís», dijo el Rey; «que como este ha sido muy contrario a su servicio, podrá ser que este premio le traiga en otro conocimiento, con que sus grandes yerros sean enmendados». Esto fue luego dicho a Frándalo, de que en gran sobresalto y vergüenza fue puesto. Pero no pudiendo ál hacer, vistióse, y como mejor pudo se levantó del lecho, y tomándolo Argento, el escuderosalieron del Rey,deconsigo, le ayudar, y el Rey llevando a la doncella por la mano, a pie como estaban la nave, para y se fueron a entrar dentro en la ciudad.

 

Cuando las gentes vieron la doncella tan ricamente ataviada, y el caballero tan hermoso y con tales armas, y como delante sí llevaban a Frándalo, que muy conocido de todos por malo y fuerte caballero era, mucho fueron maravillados de los ver, y llegábanse de todas partes por saber qué aventura allí los traía; tanto, que el camino les era embargado, que apenas podían ir por la calle adelante, y así llegaron al gran palacio del Emperador, que a la sazón fuera en un bosque andaba a caza, que cerca de la ciudad tenía, donde en gran número había venados y otras muchas animalías de caza, de extrañas maneras, que de lejanas tierras allí hacía traer. La doncella preguntó por el aposentamiento la infanta y habiéndoselo rogó a Leonorina sus porteros que ley dijesen cómo unadedoncella y unLeonorina, caballero extraño le queríanmostrado, hablar. Cuando lo oyó, le dijeron de la forma que venían, mucha priesa se dio por los ver, y mandó que entrasen. Pues llegados en su presencia, donde estaba con la reina Menoresa y otras muchas doncellas, hijas de reyes y grandes príncipes, maravilláronse extrañamente en ver su gran hermosura, y mucho más la doncella que el Rey, porque, como él hubiese visto a la muy hermosa Oriana con la reina Briolanja, y a Melicia y Olinda, como quiera que esta infanta a todas ellas en hermosura pasase, no era en tanto grado, que a él la memoria de las otras le hiciese perder. El Rey hincó los hinojos ante Leonorina por le besar las manos, mas ella las tiró a sí, no se las queriendo dar, y levantólo. La doncella se humilló estando en pie, sin que más acatamiento le hiciese. Leonorina, que la miraba, díjole: «Buena doncella, vos seáis muy bien venida, y el caballero que os aguarda». «Infanta», dijo ella, «cuando él haya dicho la razón de su venida yo hablaré contigo y te diré quién soy, y por qué causa, con mucho peligro de mi persona, he venido a te ver y hablar». Entonces el Rey le dijo: «Hermosa señora, como yo y otro caballero, siendo noveles, partiésemos del gran puerto de la ínsula Firme, y nos hallásemos en una barca por la mar adormidos en muy gran sueño, por extraña aventura, cuando dél recordamos en la alta mar, sin saber dónde la ventura nos había guiado, y después que algunas cosas por nosotros pasar pasaron, on, la tormento nos vino en tal manera, que nuestras vidas muchas veces fueron puestas en el punto de la muerte, no en afrenta de armas, mas en aquella con que la fortuna suele atormentar a los que le place, por que mostrando sus fuerzas en las adversidades, en mayor grado tengan su gran poder, siéndoles por ella al contrario remediadas. »Pues ya llegados con mucho afán a una isla despoblada, habiéndonos faltado toda la vitualla que para nuestro sustento llevábamos, y nuestra barca, con la fuerza de la gran tormenta, arrancada del puerto y metida a lo hondo, esperando la muerte, sin ninguna esperanza de sostener las vidas, ocurrió a la hora este caballero Frándalo, perdido de su conserva, en una nave que a esta doncella traía presa. Y nosotros, así por su deliberación della como por la nuestra, siendo por él con la cruel muerte amenazados, mi compañero con él, y yo con los suyos que en la fusta venían, hubimos una fuerte batalla, en la cual siendo nosotros vencedores, señoreando su nave, y a él tomando preso, acordamos, por ruego de esta doncella, de navegar a esta parte, donde esperamos entrar en la demanda de un caballero de unas armas negras, a quien está prometida toda la fama y toda la gloria que en el prez de las armas se puede alcanzar; y porque sabemos que aquel tan famoso caballero Amadís de Gaula, señor de aquella ínsula Firme, tiene sojuzgada toda su voluntad a la honra y no menos servicio de vuestro padre, reconociendo aquel tan gran beneficio y merced que en sus afrentas pasadas recibió dél; nosotros, como sus caballeros y leales amigos, quisimos servir a vos, mi señora, con este Frándalo, que, según habemos sabido, así como por la

 

tierra otros muchas cosas extrañas han hecho por donde ganaron gran fama, así este parece que de la fortuna le fue otorgado que muy gran parte de las mares le fuesen sojuzgadas, para que, siéndole guardada la vida, como por aquel caballero que le venció le está prometida, en todo lo otro siendo puesto en la vuestra merced, mande dél ordenar aquello que más su servicio sea». Leonorina estaba muy gozosa con aquellas cosas que el caballero decía, oyendo hablar de la ínsula Firme; agradeció al caballero aquel presente que le daba, diciéndole que en tanto más lo tenía cuanto ellos de más lejana tierra venidos y más apartados de ser en cargo a su servicio fuesen. Entonces mandó a un mayordomo suyo, llamado Almeno, príncipe de Brandalia, que pusiese buen recaudo en Frándalo hasta que al Emperador, su padre, entregado le fuese. El rey de Dacia, vuelto a la doncella Carmela, dijo: «Amiga, ya sabéis lo que nos prometistes de nos decir; sea luego, porque aquello será causa de alcanzar lo que en otra manera muy con dificultad podríamos hallar». La doncella le dijo: «Caballero, tornaos a la nave en tanto que yo hablo con esta infanta; que por mí os será manifiesto todo lo que yo supiere». Pues el Rey despedido de aquella infanta, tornado a la nave, contó a Maneli, su compañero, todo lo que viera de laladoncella muy gran la grandeza tan sobrada en que la hallara, y cómo seríahermosura luego allí de conLeonorina, ellos, segúny ledehabía prometido.

 

CAPÍTULO XXXVII. De cómo la doncella Carmela habló muy sabiamente y dio su embajada y el anillo a la princesa Leonorina la cual quiso que las muy altas y grandes proezas de Esplandián fuesen ante el Emperador contadas de las cuales el Emperador quedando en gran manera muy alegre y maravillado mandó que la promesa del padre Amadís absuelta no fuese hasta qu quee la presencia del hijo ante sí viese. Quedando la doncella con Leonorina, como habéis oído, díjole: «Princesa, óyeme, si te pluguiere, una embajada que te traigo, a aquella ventana que allí está». La Infanta, apartada de aquellas señoras que con ella estaban, tomándola por la mano, se fue con ella y dijo: «Agora decid lo que vos quisiéredes; que de muy buen grado os oiré». oir é». Entonces la doncella, que muy espantada en ver su gran hermosura estaba, le dijo: «Infanta Leonorina, más hermosa que ninguna otra doncella que hoy en el mundo hubiese, muy más resplandeciente sobre todas las bellas que el limpio sol sobre toda la otra claridad, mensaje te traigo de aquel caballero mi señor, ante el cual todos los apuestos, todos los valientes y esforzados debrían parecer como ante caudillo principal de toda la orden de caballería, y le poner la corona del imperio y señorío, aquella que es muy más excelente que ninguna de otro señorío, por muy grande que sea; pues según su alto comienzo en armas, en él toda la perfición dellas se espera. »Y mira, Infanta, qué tan crecida y alta excelencia es la tuya, que aquel ante quine todo el mundo huye, los malos habiéndole temor, y los buenos porque no sea su fama con la dél escurecida, aquel teme ser puesto ante la tu presencia, hallándose indigno que sus grandes cosas ante las tuyas cada una en su grado no sean bastantes a tu servicio ni a la su voluntad satisfacer. Por donde le convino tener por bien que por mí sepas ser en estas tierras venido a cumplir aquella promesa que su muy famoso padre te dejó en remuneración de las grandes mercedes de ti recebidas; haciéndote cierta ser tu caballero, y que todas las cosas que su ventura de gran precio alcanzar le dejare serán a la tu dulce memoria me moria atribuidas; que sin ella ninguna valentía ni menos fortaleza, por grandes que fuesen, esfuerzo ninguno le podrían poner; y porque tú, muy alta princesa, más cierta seas, toma esta joya, que con tanta voluntad diste a aquel que en persona servir no te puede; que por otro más hermoso y más esforzado que es él, en cumplimiento de su palabra la quiso enviar». Entonces le dio el anillo que ya oístes, diciendo: «Este fue quitado de la mano de aquel mi señor, del dedo que al corazón penetra, que encontrándose los amorosos rayos del uno y del otro, por se buscar las encendidas llamas, con algún descanso pasaban, mas sin él quedando aumentadas, en mayor cantidad en gran tribulación queda». La Infanta tomó el anillo, y mirándole, dijo: «Amiga doncella, este anillo di yo al mejor caballero del mundo». «Así», dijo ella, «por otro muy mejor que él ni que todos los nacidos, es a ti agora enviado». Leonorina, oído esto, bajó la cabeza un poco y los ojos hacia el suelo, y así estuvo un poco pensando, sin que otra cosa ninguna mirase, y cuando recordó, vido cómo la doncella no era de allí partida, y díjole: «Buena doncella, ¿si será por ventura este caballero que vos me decís, uno de que el maestro mevino, huboy contado que caballero Esplandián llama, hijo del caballero la Verde Espada, que en Elisabat esta tierra fue armado porseextraña manera, con armasdenegras, en el puerto de la ínsula Firme, por consejo y astucia de la sabidora Urganda, y de allí se fue para la

 

alta mar, sin que ninguno supiese más dél, en una espantable fusta que en forma de sierpe parece?» «No sé yo», dijo la doncella, «de aqueste caballero de la Verde Espada quién fuese, pero el nombre y las armas que tú, mi señora, señalas, cierto son de aquel gran caballero por quien yo a ti vengo. Y si saber querrás lo que con esas armas negras hizo en sólo un día, y la razón y causa por qué lo emprendió, y cómo yo lo conocí, por mí te será contado, y por ti tenido en gran maravilla en hecho de armas». Leonorina le dijo: «Buena amiga, tal razón como esa más conviene para fuertes caballeros que a flacas doncellas; y ruégoos cuanto puedo que, siendo en secreto guardado aquello que al Emperador, mi padre, en sospecha y turbación podría poner, ante él recontéis eso que decís; por que el gran valor de ese caballero sea juzgado y en estima tenido por aquellos que en semejantes afrentan pasan sus tiempos, procurando con todas sus fuerzas de las alcanzar». «Pues que tú lo mandas», dijo ella, «así se cumplirá, con aquel secreto que a la honestidad de dos tan altas personas, y en el mundo tan señaladas, conviene tener». Entonces Leonorina, tomándola consigo, sabiendo ser ya el Emperador de su caza tornado, se fue al palacio donde él estaba; y siendo llegados ante el Emperador, viendo bien ataviada la doncella, saludóla, maspor ellanonoseletehizo cortesía de se le que humillar, díjole: demanda «Grande no y muy poderoso Emperador, hacermás aquel acatamiento tu realy estado te maravilles, porque teniendo yo un solo señor, después de Dios, a quien mi corazón siervo se ha hecho con muy grandes y no menos fuertes ataduras, no podría él por ninguna manera ser puesto, en dicho ni en hecho, en obediencia de otro ningún señorío. Y no te demando perdón dello, aunque algunos yerros le empezcan en ser el mío tan diverso de todos aquellos que a tu grandeza y obediencia se deben; porque, como quiera que tu estado el mayor del mundo sea, así el de aquel cuya yo soy, por quien yo lo hago, en virtud y fortaleza de su sola persona ninguno lo igualará. Ahora, si te pluguiere, contaré la razón de mi venida». El Emperador, que con mucha afición la acataba, mirando aquel su tan desempachado semblante, maravillándose mucho por qué causa hablaba así y de qué parte fuese venida, plúgole de saberlo y díjole: «Buena doncella, cierto creo yo que, así como en vuestra llegada vuestras cosas parecen extrañas, asimesmo será, o por ventura más, la causa de vuestra venida, y decid lo que os pareciere; que por mí con voluntad y no menos gana os será escuchado». La doncella comenzó su razón diciendo en esta manera: «Yo tengo creído, Emperador, no ser a ti oculta la gran fortaleza de la montaña Defendida, que siendo tan señoreada de aquel tan fuerte y bravo y no menos crudo jayán Cartadaque, y después de sus hijos, muchos enojos y deservicios desde ella recebiste, sin que la enmienda dellos hasta el día de hoy, con todo tu grande estado, haber pudieses, como quiera que muchas gentes tuyas lo probaron; pues aquella tan gran fuerza, guardada y defendida de tan valientes jayanes como lo fueron Matroco y su hermano Furión, ellos siendo muertos por la mano de un solo caballero, y Arcaláus el Encantador, su tío, con Arganto, aquel que la entrada de la montaña guardaba y defendía, en un día solo fue por él conquistada. Si otra tan gran cosa como esta es en memoria de hombres, a ti dejo que lo digas; que muy pocas cosas han pasado que la grandeza tuya no las trajese a te ser presentadas. »Puesprisión siendo por así ganado fueque luego de la muyy tenebrosa y escura cárcel cruel su manoaquel el reyseñorío, Lisuarte, allí sacado muy encubierto preso estaba; lo que tú niy cuantos príncipes ni grandes señores en todo el mundo sois hacer pudiérades, sin que mucho

 

tiempo y mayor muchedumbre de gentes muertos fueran antes que esta gran montaña por vosotros fuera tomada». Oído esto por el Emperador, dijo: «Doncella, si en eso vos me decís verdad, esta es la mayor maravilla y mayor embajada que a ningún príncipe del mundo de tal calidad traída fuese». «Yo te digo», dijo la doncella, «que así es como yo lo he dicho; que mucha pena merecía quien a tan alto señor como tú eres no dijese verdad». «¿Podría saber», dijo el Emperador, «quién es aquel caballero, y la forma que para acabar tan extraña aventura tuvo?» «Sí, por cierto», dijo ella, «y más cumplidamente por mí que por otro alguno». «Pues decídmelo», dijo el Emperador, «que mucho placer he de lo saber». Entonces la doncella le contó en qué manera el rey Lisuarte fue preso, y cómo andando en su busca el caballero de las armas negras, habiendo ganado la espada encantada en la alta peña de la Doncella Encantadora, aportó a la ermita de su padre della; y cómo desde allí se fue a la montaña Defendida, y las batallas que allí hubo con Argante, Arcaláus y con los jayanes, matándolos a todos, y cómo habíaa sacado al donde rey Lisuarte la escura prisión cómo do ellos le tenían, sin se lehubiera dar a conocer, y se tornó la ermita había de salido; y asimesmo la dueña Arcabona muerto al Rey con la espada si no le hurtara el cuerpo. Finalmente le contó todas las cosas que habían pasado, como la historia lo ha dicho; y cómo quedando ella en el alcázar con el rey Lisuarte, fue a ver a su padre el ermitaño, y no lo hallando en la ermita, halló echado en la cama della al caballero de las armas negras, y tomando su espada, teniéndola desnuda en la mano, puesta encima de su cabeza por lo matar, viendo su muy gran hermosura, se había dél enamorado súbitamente de tal manera, que no pensó vivir una sola hora, y llevando consigo la espada sin que el caballero despertase, se tornó a la montaña; y de cómo había traído al rey Lisuarte a la ermita, que mucho penaba por lo conoscer, y que halló ser Esplandián su nieto, y la muy sobrada alegría que dello hubo; y de cómo lo llevó consigo al alcázar, y a poco espacio de tiempo se habían ido en la gran fusta de la Serpiente a la Gran Bretaña, y que ella, por mandado de Esplandián, a quien ella por señor tenía, era allí venida a la infanta Leonorina a le hacer saber de su parte cómo, queriendo Amadís de Gaula, su padre, quitarse de una promesa que le había hecho al tiempo que de su presencia della partió, que había de tornar, o enviar un caballero de su linaje que le pudiese servir las grandes mercedes que le hizo, le había mandado a él que desta promesa le quitase; y que considerando la grande alteza y muy sobrada virtud della, con tanta hermosura cual en el mundo ninguna había que lo igualase, no se tenía por tal que a princesa como ella y de tan alta guisa osase servir en su presencia; pero que do quiera que él estuviese era su caballero para la servir. El Emperador, que esto oía, y todos los grandes que con él estaban, quedaron como espantados, que por una gran pieza no hablaron; y recordando en sus memorias las cosas extrañas que por Amadís habían pasado, y cómo con tan alto comienzo de su hijo en olvido muy presto podrían quedar, llevando este la gloria así dél como de todos los que en el mundo traían armas. Gastiles, sobrino del Emperador, que allí estaba, dijo: «Señor, según la presencia de Esplandián, y lo que dél Urganda la Desconocida dijo, siendo yo presente, por la menor cosa de cuantas se esperan que por él pasaran, se puede esta, que a los ojos de los vivientes muy extraña paresce de juzgar».

 

Leonorina, que a todo esto se hallaba presente, esta como tollida con una alegría, no como aquellas que mucha risa y placer dan, mas de tal manera y tan nueva para ella, que con muy grande angustia y no menos congoja se mezclaba su placer; comenzando ya el cruel amor a lanzar sus encubiertas saetas en el corazón inocente y libre para la poner en aquella subjeción que el otro, siendo en la mesma libertad, había puesto; y cuando pudo hablar dijo a su padre: «Señor, veis aquí el hermoso anillo que delante de vos hube dado al caballero de la Verde Espada, que creyendo quedar él quito de lo que me prometió, me lo ha traído esta doncella de parte del caballero de quien ha hablado, que parece dar fe a todo lo que ha dicho». «Mi hija», dijo el Emperador, «pues que tales dos caballeros como estos dos son en vuestro servicio, no consiento que la promesa del padre sea suelta hasta que la presencia del hijo veamos si es bastante para la quitar, ya así mando que lo diga la doncella de vuestra parte a aquel caballero por cuya embajadora vino».

 

CAPÍTULO XXXVIII. De cómo el Emperador siendo por Leono Leonorina rina de la prisión de Frándalo certificado quiso por todas maneras conocer aquellos noveles caballeros que tan alto servicio le habían hecho mandando a ella que se recogiese y que Carmela fuese mucho honrada en el su palacio. «Señor», dijo Leonorina, «mucha razón es que sepáis un servicio que ahora me hicieron dos caballeros noveles de la ínsula Firme, que siendo en la tormenta de la mar en grande estrecho sus vidas puestas, la fortuna, que nunca deja las cosas en un sosiego, los hizo encontrar con Frándalo el Valiente, que muchos daños ha hecho con su gran flota en estas partes; y después de haber con él y con los suyos pasado una muy cruel y sanguinolenta batalla, siendo ellos los vencedores, le tomaron una nave en que él andaba, y a él preso; el cual me fue traído en presente por el uno de aquellos caballeros, que de muy ricas armas venía armado, haciéndome saber que, después de le mandar guardar la vida que por ellos prometida le estaba, que en todo lo demás hiciese dél como más fuese mi voluntad». «¿Es cierto, hija muy amada», dijo el Emperador, «que Frándalo es en vuestro poder?» «Cierto, sí, Señor», dijo ella; «que el príncipe de Brandalia, mi mayordomo, lo tiene». «Por la fecobrar que tengo», él, «después el caballero de la mi Verde Espada el Endriago me hizo la ínsula,dijo nunca hasta hoyque tanto placer ocurrió ánima comomató con esta prisión dey este mal hombre, que entiendo que en sólo lo que de mi señorío ha robado, bastaría para hacer o deshacer dos reyes, y mucho querría saber de los caballeros que le prendieron en qué forma la batalla fue por ellos lidiada». La doncella le dijo: «Esto podéis vos saber de mí, que fui a todo ello presente, y vi cómo pasó». «Pues decídmelo», dijo el Emperador; «que gustaré mucho de lo saber». Ella le contó por extenso cómo, viniendo por la mar de la montaña Defendida en aquella embajada a su hija, fue tomada por la gente de aquel Frándalo, y que siendo con él en su fusta, la fuerza de los vientos habían esparcido la gran flota, e hicieron arribar la nave de Frándalo a la isla Despoblada, donde hallaron los dos caballeros de la ínsula Firme, sin remedio para de allí salir ni tener qué comiesen. Y contó asimesmo todas las palabras que entre ellos y Frándalo habían pasado, y cómo en fin dellas se acordaron en la batalla, y todas las otras cosas que pasaron, así como ya es contado. «Doncella», dijo Gastiles, «¿conocisteis vos esos noveles caballeros, o sabéis sus nombres?» «No», dijo ella, «mas dígoos que son muy mancebos y muy poderosos y de muy grande esfuerzo en aquello que en ellos vi; mas conozco otros dos que aquellas mesmas armas traen, que no son peores que ellos». Gastiles dijo: «Pues bien, ¿sabéis sus nombres destos?» «Sí por cierto», dijo ella; «que al uno llaman llama n Talanque y al otro Ambor». «Agora os digo», dijo él, «que aquestos otros que acá hallastes son el rey de Dacia y Maneli el Mesurado, que estaban por Urganda señalados que habían de recebir caballería cuando

 

Esplandián, y así nos lo dijo el maestro Elisabat, que el día que Esplandián fue caballero lo fueron ellos». «¿Conocéislos vos?», dijo la doncella. «Sí conozco sin dubda», dijo él, «porque yo los vi muchas veces en la ínsula Firme siendo ellos donceles, al tiempo que me hallé con Amadís en las grandes batallas que con el emperador de Roma y con el rey Lisuarte hubimos». «Pues hacedles mucha honra», dijo ella, «y ganad aquella gloria que los naturales ganan con los extranjeros cuando por ellos son honrados y allegados». «Eso haría yo de grado», dijo él, «si supiese yo el lugar adonde ellos son». «En una nave», dijo ella, «que al puerto hoy llegó los hallaréis». Cuando esto fue oído por el Emperador, Empe rador, dijo: «Sobrino, id luego allá, y trabajad mucho de me los traer». Gastiles fue luego a cumplir su mandado, con mucho placer por hallar caballeros de la ínsula Firme, tanta aficióny se tenía; y luego el Emperador retraer a su hija, y que llevase la doncellaa quien Carmela consigo, le hiciese aquella honra quemandó ella merecía.

 

CAPÍTULO XXXIX. De cómo la hermosa Leonorina Leonorina oyendo las altas excelencias excelencias de Esplandián fue de las flechas de Cupido tan herida que retrayéndose en puridad con dulces lágrimas dio paz paz a C Carmela armela en nombre de aquel para quien de su ccabeza abeza le dio una rica empresa y la doncella con con devisas de coronas vistióse de muy ricos paños. Pues dice ahora la historia que la Princesa se fue a su aposentamiento, hablando con la doncella Carmela, que ya más que de antes la amaba y deseaba tener consigo, y íbale preguntando, riendo, si estaba muy enamorada del caballero de las armas negras, y porque vía lo había sido en tan breve espacio de tiempo. «Es tanto», dijo ella, «cuanto yo entiendo que él está enamorado de otra, de que siento mucha consolación, porque juzgue por su corazón el mío, y sienta aquella dolorosa y dulce rabia que a mí me hace sentir». «Pues ¿qué esperanza tenéis della?», dijo Leonorina. «Aquella», dijo la doncella, «que entiendo ser entre él y mi muy contraria, que siendo yo ante su presencia, mirando su muy gran hermosura, recibe mi ánimo algún descanso. Mas él, temiendo estar la de lasu vida señora, que en sudesconsolado ausencia pasa,y que la vista suya no sería ante poderosa de considerando, le acompañar, según andaráloperdido, con con mucha tribulación, sin hallar remedio ni descanso alguno». En estas hablas que habéis oído, iba aquella muy hermosa princesa con la doncella de Esplandián, sintiendo en su corazón lo que sienten aquellos que son presos de aquella peligrosa y amorosa yerba, como ya ella lo estaba; teniendo en tanto lo que había de aquel caballero oído, así de hermosura como de gran valentía, que si ella fuese señora del mundo, se ternía por bienaventurada en le ser subjeta. Pues llegada a su cámara, sentóse a la mesa, que ya era tiempo de comer, y con ella la reina Menoresa, que por su aya y por guarda tenía, y las otras doncellas, hijas de reyes y príncipes, y a otra mesa las otras de gran estado, y con ellas la doncella Carmela, donde fueron de muchos y diversos manjares servidas. Pero aquello que mejor sabor y deleite en su comida dio, fue hacer a la doncella Carmela que les tornase a contar más por extenso todo lo que con el caballero de las armas negras le había acontecido, y cómo siendo ella tan enamorada dél, pensando ser su amiga o su mujer, se había hecho su servidora. La doncella les contó en qué forma y manera había todo pasado, del comienzo hasta el fin, que no faltó cosa alguna, y que, como quiera que por el don que el rey Lisuarte le había prometido tuviera muy grande esperanza de casar con el caballero Negro, que después de le haber conocido y saber su grande estado y linaje, teniendo su pensamiento por contrario y fuera de camino de la razón, se había contentado en que él la tomase por suya, y nunca de su presencia partida fuese contra su voluntad della; que esta merced tenía en más que ser casada ni amada de ningún rey. En estas razones que habéis oído, y en otras de gran solaz, fue la comida acabada; y levantados los manteles, Leonorina quedando sola con la doncella, todas las otras se acogieron a sus aposentamientos. La Infanta dijo a la doncella: «Amiga, muy extraño me parece que, siendo aquel vuestro señor tan hermoso, se llame el caballero Negro».

 

«¡Oh Infanta!», dijo ella, «óyeme y verás qué te diré sobre eso. Sábete que después de ser conocido de su abuelo el rey Lisuarte, estando con él en su cámara, oyeron una noche antes del alba un tan dulce son en la mar, debajo de las ventanas, que así el Rey como Esplandián y los otros dos caballeros noveles se levantaron de sus lechos, y nunca a ellos pudieron tornar: tanto era suave de oír. El día venido, vieron al pie de la gran torre, en que la mar bate, la gran fusta de la Serpiente, de que no poco alegres fueron. Y desque se vistieron y bajaron por una escalera a una gran calzada, que casi el agua toda la toma en torno, no tardó mucho que, saliendo de la fusta una doncella en un batel, para ellos se vino, trayendo consigo un lío cubierto de seda, del cual sacó unas armas blancas como la nieve, sembradas todas de coronas de oro, las más hermosas y ricas que nunca jamás rey ni emperador vistió en ninguna sazón; y dijo a mi señor Esplandián estas palabras: "Hermoso caballero, Urganda, mi señora, te envía estas armas, con que despidas aquellas que, en tiempo de tu tristeza te dio, con esta devisa de aquella que, en loor y gloria de su gran hermosura, tu padre se la puso encima de su cabeza. Y así como la triste recordación de la causa por que las primeras que te fueron dadas te pusieron en tal coraje y osadía de tan alto comienzo, así la muy suave memoria destas hará tus medios y fines con muy más crecido loor". Y tomándolas Esplandián, dejó las armas negras, con aquel negro nombre que por causa dellas y de su gran tristeza tomado había». Oído esto por Leonorina, claramente conoció haberse dicho por aquella corona que el caballero de la Verde Espada, en señal de ser ella la más hermosa doncella del mundo, sobre su cabeza pusiera. Y aunque mucho procuró por lo disimular, su ánimo fue tan alterado, sabiendo de antes cómo las cosas de Urganda dichas, todas verdaderas salían, y que así aquella lo era, según la nueva pasión ya la tenía presa, y atormentada aquella inocencia y libertad que hasta allí poseyera; a que la doncella, que della los ojos no quitaba, claramente conoció ser aquella herida la propria suya, de que nunca pensaba guarecer, y díjole: «Princesa muy hermosa, lo que en ti sientes te doy por respuesta de lo que me preguntaste en qué manera fui enamorada de Esplandián, mi señor, lo cual así como yo, tú no lo sabrás decir». A ella le vino una color muy viva y reluciente, de la mucha vergüenza que hubo, y dijo a la doncella: «Amiga, pues que habéis cumplido lo que os mandaron, m andaron, ¿qué queréis hacer?» «Si tú lo mandas», dijo ella, «ir a consolar y reparar la vida de aquel con aquella medicina que de aquí llevar puedo, o le dar de todo punto la cruel muerte, si tal como espera no la llevase». «Pues id-os agora», dijo Leonorina, «y saludadme a vuestro señor, y decidle aquello que mi padre mandó que le respondiese en su venida, y dadle este prendedero que aquí en mi cabeza veis, que fue la primera joya que Grimanesa, mi abuela, dejó a su amado amigo Apolidón, y que más por el nombre que por su valor la traiga por amor de mí». Entonces quitando el prendedero de sus hermosos cabellos, que era de las más ricas piedras guarnecido que nunca hombre vio, se lo pasó en la mano a la doncella. Cuando ella esto vido, considerando el gran servicio que a Esplandián había hecho en aquella merced que de allí llevaba, hincó las rodillas ante Leonorina, diciendo: «No por mí, que a ninguno puedo ser sujeta, mas por aquel que a ti lo es, te quiero besar las manos». «Por esa vía», dijo la Infanta, «conviene que yo las dé, mas haré yo en vos lo que él merece». Y bajándose, la cabeza sus hermosas manos y besóla faz,hermosos no pudiendo ya resistir, aunquetomóle con mucha premiaentre lo procurase, que las lágrimas a hiloenporla sus carrillos no se le vertiesen. Y llevando la doncella consigo a otra cámara, la hizo vestir unos muy preciados

 

paños con aquella devisa de las coronas, que ella siempre en las grandes fiestas traía, que de muchas dellas eran sembrados.

 

CAPÍTULO XL. Cómo el Emperador no quiso dar licencia a los caballeros noveles y a Carmela que se partiesen hasta que algunos días con él holgasen. Acabado por Leonorina el despedimiento de la doncella, dice la historia que fue luego donde el Emperador su padre estaba, que muy alegre por tener consigo al rey de Dacia y Maneli el Mesurado le halló. Y cuando ellos así la vieron por el palacio entrar, acompañada de tan grandes señoras, muy maravillados fueron dello, y más especialmente de su gran hermosura. Maneli, que no la había visto, fue a hincar las rodillas ante ella por le besar las manos, mas ella las tiró a sí, y no se las quería dar; Maneli porfiaba todavía por las besar, mas el Emperador le dijo: «Hija mía, no las deis; que ese caballero que delante de vos está, es hijo de los más preciados reyes del mundo». Entonces la Infanta lo levantó por sus manos, y fuese a sentar cabe el Emperador y cabe su madre. Pues allí estando, como habéis oído, supieron los dos caballeros noveles de la doncella Carmela todas las cosas por que Esplandián había pasado en la montaña Defendida, como lo había contado al Emperador; de que muy alegres fueron, sí por la deliberación del rey Lisuarte, como por la buena ventura de Esplandián, que ellos mucho amaban, y demandaron licencia al Emperador para se ir luego a la montaña, donde pensaban que Esplandián estaría, o vernía presto, según la doncella lo certificaba. Masqueél por no sesulacontentamiento, quiso dar, sin que allí con yél luego algunos días holgasen. Lo cual,semas por le servir otorgaron; fueron aposentados en aquel aposentamiento en que solía posar el caballero de la Verde Espada cuando allí estuvo, y la doncella en el aposentamiento de la infanta Leonorina, entre aquellas doncellas suyas, de alta manera.

 

CAPÍTULO XLI. Cómo sabido por el Emperador que Armato rey de Persia tenía cercada la montaña Defendida envió a Frándalo ya de su mala secta convertido y a los noveles caballeros a la socorrer y cómo la doncella Carmela se partió con ellos. Estando el rey de Dacia y Maneli el Mesurado y la doncella Carmela en Constantinopla con el Emperador, como la historia vos lo ha contado, muy viciosos y servidos de todas las cosas que menester habían, como en casa de tan grande hombre, hablando el Emperador con los noveles caballeros, sabiendo todas las cosas que en la Gran Bretaña pasaron después que Gastiles, su sobrino, de allá vino, y la infanta Leonorina con la doncella, que ya mucha soledad sin ella pensaba tener, pasados algunos días, en que les parecía que la voluntad del Emperador era bien satisfecha, tomaron dél licencia, y queriendo entrar en la mar para se ir a la montaña Defendida, llegó a la sazón al puerto una barca en que cuatro hombres venían de aquellos que al maestro Elisabat con su sobrino Libeo en la montaña había dejado, los cuales salidos en tierra, y venidos en la presencia del Emperador, hiciéronle saber cómo Armato, rey de Persia, sabiendo cómo los gigantes eran muertos, y que en ellos no había tal defensa como la pasada, y que el caballero que los mató y ganó aquella fuerza era de allí partido; que él por la tierra con gran gente, y otros capitanes suyos por la mar con gran flota, era venido a la cercar, y que ellos por grande aventura habían salido y pasado por entre sus fustas, por mandado de Talanque y Ambor y Libeo para le hacer saber estas nuevas; como aquella montaña envenían su servicio, que así lo dejara mandado Esplandián al tiempo quey de allí con el rey Lisuarteestaba partió, para que, como sobre cosa suya propria, mandase poner el remedio. Oído esto por el Emperador, estuvo un rato que no dijo nada, pensando cómo en el socorro de tal afrenta muy gran cosa y trabajo se le aparejaba, y de otro cabo conociendo que si se perdiese se perdería de su servicio; y así, acordó que mejor partido le sería el trabajo que no la holganza, dejando una cosa tan señalada como aquella montaña era, en tal manera que su enemigo la pudiese cobrar, y dijo a los caballeros: «Amigos, dejada vuestra partida, que con más aparejo que el de vosotros solos es razón que se haga». Y luego mandó que le trajesen delante a Frándalo, aquel que su hija había mandado guardar. Y venido a su presencia, hincadas las rodillas en tierra, demandó piedad y misericordia, entendiendo que no le fuese otorgada. El Emperador, dejándolo así estar, le dijo: «Frándalo, si yo creyese que con las muy duras y ásperas prisiones que vos mandase dar fuesen remediados todos aquellos a quien tanto mal habéis hecho, y más los muy grandes deservicios que yo de vos muchas veces he recebido, en tantas y tan duras y muy crueles os mandaría poner, cual jamás otro hombre en este mundo fue puesto; mas considerando yo que vuestras muy grandes fatigas y muchas angustias no quitan ni remedian las suyas, he acordado, si vos por bien lo tenéis, de usar de aquello que el nuestro muy alto y piadoso Señor hacer suele con los malos y grandes pecadores, que tornando al revés sus obras de malas en buenas, y en ellas perseverando, les promete y da piadosamente salvación en el otro mundo. Y yo, como ministro suyo, vos la daré en este, si quisiéredes dejar aquella vuestra mala y perversa secta que hasta aquí habéis tenido, y las muy malas obras y grandes daños que a muchos, sin os lo merecer, hecistes, y sirviéndome a mí en tal manera, que no solamente tenga razón y causa de poner en olvido los grandes enojos que me habéis hecho, mas que con gran razón vos pueda y deba hacer mercedes. Agora me decid lo que en esto haréis, no con aquella verdad que los que siguen lo malo tener suelen, mas con la de la noble caballería que recebistes».

 

Frándalo, que aún de rodillas estaba, esperando que los grandes males por él hechos no darían lugar a que la fe de le guardar la vida que le prometieron le fuese cierta, viendo cómo en su querer y voluntad el Emperador lo dejaba, que la libertad o la prisión escoger pudiese, fue muy alegre y dijo: «Señor, las grandes y buenas venturas que hasta aquí la fortuna me hizo cobrar, así con mi sola persona como con la de otros que me ayudaron y sirvieron, no dieron lugar a que otro estilo tomase sino aquel con que mi codicia y soberbia satisfechas eran, creyendo yo que para siempre la fortuna amigable y contenta la tenía. Mas agora, considerando que en tan pequeño y breve espacio de tiempo, por mano de un solo caballero de tan poca edad quiso derribarme de aquella tan grande alteza en que puesto me había, así como ella hizo tan gran mudanza, así yo la he hecho en mi propósito, remitiéndome más a la razón que a la voluntad. Y si vuestra grandeza, habiendo de mí piedad, quisiere fiarse en mi palabra, por mí será cumplido todo aquello que me mande que yo haga, así en la mudanza de la ley como en tornar al contrario las obras en que mi tiempo he pasado; trabajando tanto en le servir, que, como bueno y leal, alcanzar pueda muy mayor estado y gloria que la maldad y delealtad en los tiempos pasados me atrajeron». «Pues agora vos levantad», dijo el Emperador; «y teniendo yo por cierto lo que decís, vos mando que con estos noveles caballeros, que con vos de tanta virtud usaron, entréis en aquella nave en que aquí venistes, y recogiendo toda vuestra flota, que por la mar vos andará buscando, con ella me sepáis en qué disposición está la montaña Defendida, y si vos bastáredes para el socorro del agua; si no, hacédmelo saber, porque luego seréis proveído de lo que cumple». Frándalo, llegando de rodillas hasta él, le besó el pie, diciendo: «Mis obras dará testimonio de mis palabras»; y levantándose, tomando consigo los dos caballeros y la doncella Carmela, que allí quedar no quiso, despedidos del Emperador, se fueron a meter en la nave, mostrando muy grande alegría por ir a parte donde se les ofrecían cosas en que sus fuerzas mostrasen el deseo de sus corazones en cosa que a Esplandián tanto tocaba. Pues llegados a la nave, armándose todos tres, mandando alzar a Frándalo su señal, que de los suyos muy conocida era, partieron de aquel puerto de Constantinopla, con propósito de buscar a todas partes la flota, y con ella tentar la fortuna, y aquello que a sus esfuerzos bastaban. Mas agora los dejará la historia hasta su tiempo, por contar cómo Esplandián, sano de sus heridas, se partió del castillo de Miraflores, para se ir a la ínsula Firme, en el puerto de la cual su gran fusta de la Serpiente había dejado.

 

CAPÍTULO XLII. Cómo Esplandián siendo sano de sus heridas con licencia del rey Lisuarte y de Amadís se partió del castillo de Miraflores ppara ara la ínsula Firme donde salió su fusta que antes allí dejado había y del razonamiento que con el maestro Elisabat allí hubo. Esplandián, como ya vos contamos, estaba en el castillo de Miraflores herido, de aquella muy cruel y peligrosa batalla que con Amadís, su padre, hubo; y en tanto que la disposición para se levantar y tomar armas no le ayudaba, el rey Lisuarte, su abuelo, le mandó hacer otras armas sembradas de coronas, como las que antes traía, porque las suyas todas fueron cortadas y rotas; y como quiera que muy ricas las hiciesen, no igualaban con las primeras, que, demás de lo que los maestros alcanzar podían, eran sus hermosas labores ordenadas en aquella gran sabidora Urganda, que se las dio, que a ellas ninguna otra obra rica les podía ser igual. Pues siendo ya levantado y en tal manera de su salud, que sin peligro podía tomar trabajo y traer armas, tomando licencia del Rey y de su padre, que aún en el lecho flaco estaba, y de la Reina, su abuela, y Oriana, su madre, despidiéndose dellas y de todas las otras grandes señoras que allí estaban, cabalgó en su muy hermoso caballo blanco, llevando consigo al maestro Elisabat y a su escudero Sargil, y tornando a su camino como de antes, para ir a la ínsula Firme; que en aquel puerto creía hallar la su nave de la Gran Serpiente, con grande deseo, si ella lo permitiese, de volver a la montaña Defendida, y saber si la su doncella Carmela le traía la muerte o la vida; que ya a esta sazón su ánimo estaba puesto en en tal ella estrecho, siempre y memoria que de pensar nuncacreciendo cesaba, que muchasaquella veces amorosa era puestopasión en el con hilo eldecuidado la muerte, y tanto más lo sentía, cuanto más de semejante afrenta y batalla inocente y alejado había vivido hasta que así, sin lo sentir, sojuzgado y apremiado fue. Así anduvo por su camino, sin que cosa que de contar sea le acaeciese; porque los caballeros que encontraba, conociéndole en las señales de las armas, temiéndole como a la muerte, dejábanlo ir su camino, si le osar acometer. Y otros de que conocido no era, queriendo con él justar, él con muy buenas razones los desviaba, guardando sus fuerzas para las emplear en servicio de aquel Señor que las dio. Pues tanto anduvo, que a los doce días llegó a la ínsula Firme, y viendo en la mar la su fusta, que lo aguardaba, muy gran placer sintió; y sin otro reposo tomar, entró en una barca que Isanjo el gobernador en el puerto tenía, y pasó con su compaña hasta entrar dentro en ella, a tal hora que el sol se quería poner. Pues allí llegados, desarmándose Esplandián, cenando en lo más alto de la nave, mirando la mar, que muy sosegada estaba, y aquella tan gran fuerza del alcázar que Amadís con su alta proeza ganado había, pasando la gran bondad de aquel fuerte y valiente Apolidón; hablando Esplandián con el maestro Elisabat en ello, diciéndole que mucho dudaba que su valor pudiese exceder al de su padre, según las extrañas cosas por él a su honra habían pasado; y el Maestro respondióle que, según el gran poder del muy alto Señor, que tal y tan fuerte lo hizo, no sería mucho que, no solamente a él, que tal muestra en el comienzo de su caballería había mostrado, mas a otro cualquiera era bastante de le hacer alcanzar mayor gloria y fama, y que él, teniéndole siempre en la memoria para le seguir, no pusiese a su voluntad en camino de holganza ni de poco esfuerzo, porque, por la mayor parte, la viva y codiciosa voluntad hacía acabar las cosas donde ella más tiraba y deseaba.

 

CAPÍTULO XLIII. Cómo Esplandián y el maestro Elisabat partidos del puerto ddee la ínsula Firme para donde la fortuna los guiase llegaron a una una tierra muy desierta donde Esplandián crudamente saliendo con dos muy espantosos y fieros gigantes por fuerza de armas los venció y sacó de hierros hierros a Gandalín y a Lasindo y a otros muchos muchos cristianos que aquellos dos gigantes gran tiempo había que en una temerosa cueva allí captivos los tenían. Hablando en esto que habéis oído, y en muchas otras cosas de placer, hízose hora de ir a dormir. Así que, echándose en sus muy ricos lechos, sin otro cuidado alguno de quién la fusta gobernase, mas de aquel que ya ellos sabían, encomendáronse al muy piadoso y poderoso Dios y a la buena ventura que prometida les estaba, y durmiendo hasta que la claridad del día los dispertó. Mas cuando se levantaron, otra cosa ninguna sino mucha agua a todas partes ver pudieron, sin saber en qué parte ni adónde la fusta navegaba; de que Esplandián mucho placer hubo, creyendo que, pues la fusta al tiempo de su voluntad se movió, que así iría a parar donde su deseo satisfecho fuese; y perdido el cuidado de pensar en otra cosa más de se encomendar al poderoso Dios y a la ventura de su nave, hablaba con el maestro Elisabat, que era muy cuerdo y entendido hombre, especialmente en que le mostrase todos los lenguajes que él sabía, griego y alemán y persiano, que destos creía tener mayor necesidad, según su gran deseo de andar por aquellas tierras, de lo cual mucho había aprendido; que el rey Lisuarte cuando partiera de la montaña Defendida, como ya se vos contó, para lenguajes tornar a su reino,muchos, y todo de el que tiempo hasta allí pasó,ensiempre Maestro mostró aquellos y otros granque provecho le vino algunas elpartes dondele la ventura le guió, como se os contará. Pues navegando aquella gran fusta, como habedes oído, en cabo de siete días llegó cerca de tierra, donde paró; y visto por Esplandián que allí le convenía salir, dijo al Maestro: «Padre (que siempre así lo llamó desde la batalla que con Amadís hubo, y lo sanó de sus grandes heridas), pues que la nave aquí se para, conviéneme salir a la tierra y saber a qué parte somos llegados: y porque a vos sería trabajo, ruégoos mucho que aquí me aguardéis». El Maestro se lo otorgó, conociendo ser aquella su voluntad. Entonces salido en un batel, llevando sus armas y caballo blanco, y a Sargil, su escudero, en el suyo, dejando el batel preso en la orilla de la mar, se puso en tierra, y con su caballo se metió en el camino, no sabiendo ni queriendo ir a una parte más que a otra; y pasando una llano, vio abajo una muy hermosa tierra de grandes arboledas, y unas casas no muy lejos de donde él estaba, y fuese hacia ellas, pensando hallar algunos de quien supiese qué tierra era aquella; y cuando más cerca llegó, vio a la puerta de la casa un caballo bayo, muy hermoso y muy grande en demasía, y otros tres caballos más pequeños, que los tenía un hombre; y como a él llegó, díjole: «Amigo, ¿cúyos son estos caballos?» El hombre respondió en lenguaje alemán que no le entendía. Esplandián tornóle a preguntar por aquel lenguaje lo mismo que antes, y el hombre, que lo entendió, dijo: «Son de un gigante y de sus escuderos?» «¿Qué es dél?», dijo Esplandián. «Acá dentro está comiendo», dijo el hombre. Entonces se llegó más adelante, y vio al jayán armado de todas armas, muy fuertes y limpias, sentado en una mesa, y los hombres delante dél, que lo servían; y como el Gigante lo vido, mirólo

 

con fuerte catadura y díjole: «Caballero, ¿cuál diablo te hizo aquí aportar? Que por mí serás puesto en tal parte donde otros muchos tengo, y esa tu gran hermosura habrá mal gozo». Esplandián, que así lo vio con tan mal semblante y tanta soberbia, bien conoció que no era ese de aquellos que él rehusaba de se combatir con ellos, mas de los que había de buscar a todas partes para los quitar, si pudiese, del mundo, donde no tenían otras obras sino hacer mal a los siervos de Dios, y dijo: «El que a mí aquí me trajo no es el diablo que dices, mas es aquel que te tiene encadenado y sojuzgado, como él te tiene a ti; si yo puedo, no pasará mucho que no lleves la pena que mereces, y los presos que dices, la libertad que les conviene». Oído esto por el Gigante, dejándose de comer, se levantó muy recio y con gran furia, diciendo a sus hombres: «Tomadle por el freno antes que no huya». Los hombres fueron contra él, mas al primero que llegó dióle del pie en el rostro tal golpe, que lo batió en tierra atordido, y los otros se tiraron afuera. Esplandián dijo: «Gigante, cabalga en tu caballo; que en este campo me hallarás, y allí parecerá quién tiene voluntad de huir». Entonces se tiró afuera de la puerta, y tomó sus armas, y fuése a parar a un llano que allí estaba. El cabalgó, poniendo ununa yelmo limpio espejo, e spejo, yy pesado, a su cuello ec echando hando un Gigante escudo de cuero muy fuerte,eny su encabeza su mano lanza de uncomo hierroel grande y fuése para el caballero y dijo: «Desque yo supe tomar armas, nunca hasta hoy me puso la fortuna en tanta mengua y deshonra, que un mancebo como tú, en tal edad, me osase esperar en campo; que vencerte no es gloria, antes la ganas tú en solamente esperar que mis ojos te alcancen de vista». Esplandián le respondió: «Como tú eres hechura del diablo, así precias y tienes en mucho el esfuerzo y fuerzas corporales, creyendo que no pueden ser regidas ni gobernadas de aquel superior que las da y puede quitar. Bien parece no ser en tu noticia aquel flaco y tierno pastor que con las piedras de su honda mató al valiente filisteo, uno por otro en el campo, ni el otro que con la desnuda quijada de la bestia mató los seiscientos hombres; que si esto en la memoria tuvieses, serías a la razón y miedo sojuzgado; mas no te deja aquel a quien tú sirves, trayéndote las cosas a tu voluntad; porque en la fin, no perdiendo aquella dulce esperanza, goce él del fruto de su trabajo, que será, perdiendo tú el cuerpo, llevarse él el ánima a los infiernos». «Maldita sea la hora en que yo nací», dijo el jayán, «pues que sobre tantas cosas que he pasado, ganando tan gran señorío y prez de armas, soy así aviltado de un rapaz, en quien ninguna venganza tomar puedo». Y abajando la lanza, dio de las espuelas a su caballo, que muy ligero era; mas Esplandián, que así lo vio venir, no le temió ninguna cosa, y fuése para él, y juntando el uno con el otro, el Gigante, que muy recio venía, falleció de su golpe, con la gran furia del caballo, y Esplandián lo encontró en medio del escudo tan fieramente, que le hizo doblar y poner la cabeza encima de las ancas del caballo, de manera que el jayán fue quebrantado por el lomo, y la hiel le salió por la boca; así que, a poco rato fue muerto, y el caballo de Esplandián se retrajo algún poco atrás por caer; mas él le hirió de las espuelas y lo hizo salir adelante; y como vio al jayán muerto y colgado de la silla, dio entre sí muchas gracias a Dios, que así por un solo encuentro le hizo vencer una cosa tan fuerte y tan a los dijo: «Mostradme dónde este Gigante tienedesemejada; los hombresy llamando presos, y no mehombres mintáis; que si no,miraban, muertoslessois».

 

«Señor», dijeron ellos, «así lo haremos, y seguidnos». «Pues id adelante», dijo él. Entonces los metió ante sí, y ellos guiaron por una senda, y saliendo de aquel llano, entraron por unas muy bravas peñas, que apenas el caballo podía caber. En cabo de un gran rato hallaron entre unos muy espesos árboles hasta veinte hombres que estaban a la boca de una cueva, y como le vieron los hombres, dijéronles: «¿Quién es este caballero? ¿Envíale nuestro Señor a la prisión?» «Por Dios», dijeron ellos, «antes le acaeció de otra manera; que este se combatió con él, y lo mató del primer encuentro». Cuando esto fue por ellos oído dieron muy grandes voces, diciendo: «Pues muera él como traidor, pues que tanto mal nos ha hecho». Y lo más presto que pudieron entraron en la cueva, y sacando della lanzas y hachas y capellinas, se fueron todos para él. Esplandián, como esto vio, puso la espuelas a su caballo y metióse entre todos ellos, hiriendo con su espada de tales golpes, que al que alcanzaba no se levantaba más del suelo. Mas, como los hombres eran muchos, hiriénronle de todas partes, de tal manera, que le mataron el su hermoso caballo. Cuando Esplandián así se vio en tal peligro, y el caballo muerto, salió luegoacompañado; dél con mucha aunque de muy yelmo en sazón el escudo fue muy bien masligereza, ¿quién vos podría decirgrandes la muchagolpes ira y en sañael que en yesta le vino? Por cierto ni las muy blandas palabras del santo ermitaño que lo crio, ni lo que de su natural tenía, no pudieron resistir, sino que, como fuera de todo sentido, saltándole la sangre por los ojos, no anduviese entre ellos haciendo tan gran crueza en los herir, que después que los hubo vencido, él mismo se espantaba en ver los mortales golpes que había dado; que a los que alcanzaba por encima de las cabezas eran hendidos hasta la cinta, y las capellinas hechas dos pedazos, y a los que daba con las hachas y alcanzaba en los costados, casi todo lo más del cuerpo era cortado; de manera que todos fueron muertos y mal heridos, sacando dos, que se le acogieron a la cueva dando voces, diciendo: «Salid, Señor; que muerto es vuestro hijo Bramato B ramato y todos nosotros». A estas voces salió de una cámara que en la peña era un gigante más fiero y desemejado que jamás hombres vieron, la barba y los caballos canos, y largo lo uno y lo otro; y como vido al caballero con su espada tan sangrienta, y algunos de los suyos muertos y otros mal heridos, dijo con una voz espantable: «¡Oh, dioses en quien yo creo! ¿Cómo o por qué vos tengo tan airados, que por un solo caballero sean mis hombres y mi hijo todos muertos y vencidos? Pues no será vuestra saña tan crecida, que mis fuerzas no basten para lo contrastar y tomar venganza deste traidor, que tanto daño me ha hecho». Esplandián, que así lo vido, mucho fue espantado; que por cierto no le parecía figura de hombre, según estaba grande y feo, antes parecía ser una fantasma que de la bajura de los escuros infiernos salía a destruir el mundo, y díjole Esplandián: «Diablo desemejado, cierto yo creo que no fuiste engendrado según la orden de natura, antes entiendo que de la hondura de los infiernos eres venido, y allí fue tu proprio nacimiento; que, según en ti parece, de ti solo salieron los enemigos natos, o tú dellos, que su hechura propria tienes. Ármate luego y guárdate de mí; que yo confío en mi Señor Jesucristo que antes que la noche venga te enviaré a la parte adonde tu hijo y tus hombres son idos». El jayán, que vido el espacio que el caballero le daba, llamó a aquellos sus hombres para que le ayudasen a armarse; mas ellos no osaban de allí moverse ni partir hasta que el caballero se lo

 

mandó, diciendo que hiciesen lo que aquel les mandaba; y luego fueron a lo hacer, y entando en la cámara, armaron lo más presto que ellos pudieron al Gigante, y salió fuera bien presto contra Esplandián, que ante él no parecía sino lo que parece una paloma delante de una caudal águila, y poniendo mano a un muy grande cuchillo, se fue para él muy recio. Esplandián lo esperó con varonil corazón, muy bien cubierto de su escudo y la espada en la mano; y el jayán le dio tan fiero golpe por encima del brocal del escudo, que lo cortó en dos pedazos, y pasó tan recio hacia abajo con la gran fuerza del brazo, que dio en el suelo, que de muy dura peña era; así que, por medio fue quebrado. Esplandián, que sin escudo se vio, y aun a su parecer sin brazo, según le quedó del gran golpe amortecido, dio al jayán por encima del yelmo, que aunque la fortaleza suya defendiese de no ser cortado, no pudo resistir que el Gigante no lo sintiese en tal manera y en tanta graveza, que no quedase atordido, saliéndole llamas de fuego por los ojos, y hízole estar una pieza que no pudo estar en su acuerdo; y cuando tornó en sí, sintió cómo el caballero le daba muchos y muy grandes golpes; mas las fuertes armas defendieron que la carne no padeciese. El Gigante levantó el medio cuchillo por lo herir en la cabeza, que bien pensó que aquel sería el postrimero golpe que había de hacer, y así lo fue; pero no por la vía que él pensaba; que Esplandián, como no tuviese escudo y viese el golpe tan fuerte venir, guardóse dél hurtándole el cuerpo; así que, se lo hizo perder, y lanzó un golpe sobre su mano derecha casi como al través, y Dios, que lo guio, acertó al a l jayán en la muñeca eenn descubierto debajo de la manga de la loriga, que la mano con el cuchillo cayó en tierra. El Gigante dio una voz terrible y espantosa, que toda la cueva hizo temblar, y fue cuanto pudomedio por lehasta tomar con la Cuando mano izquierda; Esplandián lo hirió de manera quedesapoderado se la hendió por el brazo. el Gigantemas se sintió manco de las manos y que no se podía valer, dio tan grandes y fuertes bramidos, que espanto era de los oír, y daba los resoplidos con la gran congoja, que el humo le salía muy espeso por la visera del yelmo; mas Esplandián, que en muy gran peligro de muerte se había visto, dábale muy grandes golpes de la espada por encima del yelmo, que le hacía revolver a todas partes; y tanto lo aquejó, que desatentado y ahogado en no poder coger huelgo, cayó tendido en tierra sin ningún sentido. Esplandián fue luego sobre él, y quitándole el yelmo, le quitó la cabeza del cuerpo; esto así hecho, limpió su espada y metióla en la vaina, dando a Dios muchas gracias hincado de rodillas en tierra, creyendo que dél le había venido tan grande victoria, siendo enojado de la vida de aquellos malos, que mucho tiempo habían perseverado en las cosas contrarias a su santo servicio, esperando tantos tiempos a que se enmendasen y tornasen a su santa ley para los perdonar, o sacarlos del mundo con tanta crueza y ponerlos en los tristes infiernos, como se puede y debe creer que en ellos sus ánimas fueron aposentadas, y serán por siempre; y levantándose en pie, dijo a los hombres: «Mostradme luego los presos». Ellos con muy grande temor lo llevaron por la cueva adelante, hasta que en el cabo della, en un apartado muy escuro, hallaron en muy gruesas cadenas veinte dueñas y doncellas, y diez caballeros y quince escuderos, entre los cuales eran el uno Gandalín y el otro Lasindo, que después que el señorío de Sansueña fue ganado, antes que la nueva supiesen de cómo el rey Lisuarte era perdido, se partieron entrambos a buscar aventuras. Y porque Gandalín había andado por aquella tierra, que era a las haldas de Alemaña con Amadís, llamándose el caballero de la Verde Espada, donde hallaron muchas aventuras, quiso que allí se fuesen a probar; y habiendo pasado por muchas dellas, todas a su honra y no menos fama, la ventura los trajo a aquella parte donde aquellos jayanes, padre y hijo, tenían aquella cueva, con que muy gran parte de aquella comarca sojuzgaban y tenían forzosamente so su señorío, y fueron por ellos presos, sin que se pudiesen valer.

 

Mas cuando Esplandián los vido tan cargados de hierro y grillos, y tan descoloridos y desemejados de como ellos solían ser, las lágrimas se le vinieron a los ojos, sin las poder detener, de gran lástima y piedad que dellos hubo; y por les dar alguna consolación a sus ánimos, quitóse el yelmo porque los conociesen. Ellos, que muy espantados estaban quién sería aquel caballero que su poder tanto bastase para allí llegar en salvo, donde le veían, y viéndole el rostro, conociéronle luego; y así, como pudieron llegaron, hincadas las rodillas, a le besar las manos. Él se abajó y tomólos entre sus brazos, llegándolos a sí, mostrándoles mucho amor y mancilla por los ver en tal estado. Y luego mandó a los otros que les quitasen las prisiones, y a todos los otros que de rodillas delante dél estaban, llorando con grande alegría.

 

CAPÍTULO XLIV. De cómo Esplandián mandó a los presos que de la cueva había librado que se presentasen delante el emperador de Constantinopla Constantinopla y de su hija Leonorina excepto a Gandalín y a Lasindo que acordó de los llevar consigo para donde él dejado había su fusta. Habiendo Esplandián muerto aquellos bravos y fuertes jayanes y casi a todos su hombres, y sacando los presos de la escura cárcel, como os lo habemos contado, siendo ya cerca de la noche, no sabiendo dónde ir, acordó de reposar allí en la cueva hasta que la mañana viniese, y así lo hizo; que quitándose las armas, tomando consigo los presos, así hombres como mujeres, se salió con ellos hasta la puerta, donde Sargil lo aguardaba, que no poco espantado estaba, así de la tardanza de su señor, como de las grandes voces del Gigante, que muy espantosas fueron. Mas cuando le vido venir sano y alegre con tal compañía, no se os podría contar el placer y grande alegría que su ánimo sintió. Esplandián le dijo: «Sargil, toma uno destos hombres que te guíen, y tráeme el caballo bayo del Gigante, que en las casas quedó, porque el mío, como tú ves, es muerto; y asimesmo el escudo del jayán, y a la mañana serás aquí con ello». Sargil se fue luego a cumplir lo que mandaba, y Esplandián mandó que le diesen de comer, lo cual fue luego aderezado, abastadamente se halló de con lo que los gigantes tenían. Pues dijo allí holgó aquella noche, yque a la muy mañana, siendo ya Sargil venido el caballo y escudo, entonces a los presos qué les placía hacer, porque él quería partirse. ellos le dijeron que lo que él mandase, que no harían otra cosa. «Pues así es», dijo él, «si por trabajo no lo tenéis, iréis delante el emperador de Constantinopla los hombres que aquí estáis, y dueñas e doncellas ante su hija, y presentadvos ante ellos de parte de un caballero que las armas de las coronas trae, y decildes de vuestra fortuna, demandándoles merced para el reparo della. Y si por ventura otra cosa más os agradare, aquella haced; que yo no os pongo en este trabajo, sino porque creo que, según la grandeza y virtud de aquel emperador, hallaréis en él buen acogimiento. Y vosotros, Gandalín y Lasindo, iréis conmigo adonde vuestras voluntades serán contentas en hallar aquellas aventuras que, ganando mérito ante el muy alto Dios, se puedan justamente acometer». Todos le besaron las manos por aquello que les mandaba, y los presos, tomando todas las bestias que allí hallaron, se metieron al camino, y Gandalín y Lasindo, en sendos caballos y armados de sus mismas armas, aparejáronse de ir donde Esplandián fuese. Sargil pasó la silla y rico freno del caballo blanco al bayo, y diolo a su señor, y luego partieron de allá para se tornar a la mar, adonde la su muy gran fusta de la Serpiente había quedado.

 

CAPÍTULO XLV. De cómo Esplandián acompañado de Gandalín y Lasindo Lasindo volviéndose para la fusta de la Serpiente encontró con Norandel que vení veníaa a buscar al rey Lisuarte su padre el cual certificado por Esplandián cómo por él había sido delibrado se fueron todos con mucho placer a ver al maestro Elisabat a la gran fusta. Dice la historia que, siendo Esplandián y aquellos dos caballeros ya salidos de entre aquellas fragosas peñas al llano donde el primero gigante fue muerto, vieron a la mano derecha venir por la halda de una sierra un caballero todo armado y dos escuderos, con él; y por saber quién sería, acordaron de lo atender. Y a poco rato, que fue más cerca dellos, veíanle el caballo muy fatigado y cansado, y las armas en muchas partes horadadas y rotas, y asimesmo lo era el yelmo que en su cabeza traía, y como allegó a ellos, dijo: «Señores caballeros, decidme, si os pluguiere, de dónde sois». «Somos», dijo Esplandián, «de la Gran Bretaña». «Gracias a Dios», dijo él, «que ahora puedo saber unas nuevas que traen mi corazón muy atribulado». «Y queréis vos saber», dijo Esplandián, «de nosotros? que de grado os las diremos, si por ¿qué nos esnuevas sabido». «Mucho os lo agradezco», dijo el caballero; «pues ahora me decid si es hallado el rey Lisuarte, mi señor, que me hubieron dicho que se perdió, sin saber dél nueva de muerto ni de vivo, por quien yo he llevado muy mucho trabajo en lo buscar, y llevaré todos los días de mi vida, sin haber ningún descanso hasta que sea cierto de su vida o muerte». «Caballero», dijo Esplandián, «si vos mucho amáis a ese rey que decís, y si vos tenéis causa para ello, no menos lo hacemos nosotros; y decidme quién sois, y sabréis de aqueso que preguntáis tal razón y nueva, con que seréis con placer quitado de la demanda». «¡Ay, Dios!», dijo el caballero, «si así es como lo decís, bendita sea la hora en que yo os encontré. Sabed que me llaman Norandel, y soy hijo de ese rey que os pregunto». «¡Ay Santa María, váleme!», dijo Esplandián, «¡qué buenas nuevas son estas que oigo! Sabed, mi señor Norandel, que el rey Lisuarte está en su reino libre y sano en toda alegría; y si más dél queréis saber, llegad con nosotros hasta la mar, y allí hallaréis al maestro Elisabat que más largo os contará de la forma que fue perdido y cobrado». Y luego desenlazó el yelmo, y quitólo de sobre la cabeza. Cuando Norandel le vio el rostro dijo en una voz alta: «¡Válgame Dios, qué buena ventura ha sido esta para mí!» Y fuelo a abrazar, como aquel que mucho lo amaba, aunque no sabía cómo había sido armado caballero; que él se partió de la ínsula Firme después de ser hechas las paces, por buscar algunas aventuras en que honra y prez alcanzar pudiese. Y porque vido que todos los caballeros de la Gran Bretaña quedaban muy cansados y enojados de las batallas pasadas, y les convenía más el reposo que el detrabajo, asimesmo casado su divulgado; grande amigo don Galaor, aquella tierra, buscar yotras donde vio su valor fuese y porque oyó deciracordó, que endejando aquella parte de Alemaña había bravos caballeros y fuertes jayanes que muchas sinrazones hacían, quiso

 

pasar allí algún tiempo, sirviendo a Dios y ganando honra, o muriendo con ella, así como la orden de la caballería lo mandaba; y andando por aquellas tierras haciendo y acabando muchas cosas de grandes afrentas, supo la pérdida del rey Lisuarte, su padre, y cómo en todo su reino nunca pudo ser hallado, aunque por todas las gentes dél con muy grande afición fuese buscado; y creyendo que a otras partes fue llevado, y que así como por desventura fue perdido, que por ventura se podría hallar, pasó hasta entonces muchas y muy peligrosas afrentas, buscándolo a todas aquellas partes. Habiendo pues así este conocimiento destos caballeros como oís, Esplandián preguntó a Norandel qué camino llevaba, y adónde se enderezaba su voluntad de ir. «Yo os lo diré», dijo él; «yo supe cómo en estas montañas son dos gigantes muy fuertes, que hacen mucho mal a todos los que pueden alcanzar, así hombres como mujeres, y vengo para combatir con ellos, si Dios me diese tal dicha que algo por mí fuese enmendado; y porque me dijeron que el uno dellos acostumbra de estar muchas veces en aquellas casas que allí parecen, aguardando los que por allí van para los prender o matar, vine a buscarlo si por ventura lo hallaría, por lo tomar solo, sin su compañía del otro que con él anda; y si no lo hallo, forzado me será de lo aguardar algún día, si no me falta la vianda, o buscarle por estas montañas; que desta demanda no me partiré hasta que la vida o la muerte della me quiten, tentando la fortuna si me querrá en esto ser favorable». Gandalín le dijo: «Buen señor, si la primera demanda del rey Lisuarte habéis acabado, así lo haréis en la segunda, porque delante de vos está quien de esa afrenta y peligro os quitó». Entonces le contaron cómo Esplandián los había muerto y en qué manera, y los presos que de la cueva sacó. Cuando Norandel esto oyó fue muy alegre y dijo: «A Dios doy gracias porque así ha pasado, y estoy sin vergüenza fuera de tan grande afrenta; que cierto, como quiera que mi propósito no se mudara hasta hallar los gigantes y me combatir con ellos, no me tengo yo por tan bueno, que más la muerte que la vida de allí no esperase». «Señor», dijo Esplandián, «pues ¿qué queréis hacer?» «Lo que tuviéredes por bien», dijo Norandel; «que pues ya destas dos demandas soy con tanto placer partido, no me puede venir cosa que para mi descanso no sea, y quiero ver al maestro Elisabat, y después acordaré adónde será mi viaje mejor empleado».

 

CAPÍTULO XLVI. Cómo Norandel sabidas por el maestro Elisabat las grandes hazañas de Esplandián dispuso de siempre lo seguir y cómo andu anduvieron vieron cinco días por la mar sin ver tierra contando sus aventuras al maestro Elisabat para que las escribiese.  escribiese.   Después desto así pasado, se fueron todos cuatro caballeros donde hallaron aquella gran fusta y al maestro Elisabat, que el placer que en sí hubieron no se os podría por ninguna manera bien contar. Allí supo Norandel todo lo del rey Lisuarte cómo había pasado, y si dello hubo placer grande, no fue menor la maravilla en oír las cosas extrañas que en su comienzo Esplandián estaba, creyendo que en balde se trabajaría ningún caballero en buscar aventuras y se poner al peligro de la muerte por las acabar, pues que este sobre todos había de llevar la fama, y no menos la gloria; y mucho más después que por el Maestro le fue contado cómo derribó los cuatro caballeros en la floresta, y que el uno fue el rey don Galaor, y cómo se combatió Amadís, su padre, con él, como contra enemigo, pensando ganar toda la honra que a Esplandián prometida le era, y que en el cabo quedó vencido y casi muerto. Y asimesmo le dijo cómo su propósito era, si su ventura lo guiase, de se ir a la montaña Defendida por hacer guerra y daño a los enemigos de la fe, creyendo que para esto, y no para las otras soberbias y liviandades, daba el Señor del mundo la valentía del cuerpo y el esfuerzo del corazón, y sobre todo, el juicio razonable. Oído esto por Norandel, rato mucho que no trabajo habló, yen al cabo paraextrañas Esplandián y díjole: «Mi señor sobrino, yo heestuvo pasadounmuy buscarvolvióse las cosas que por este mundo son sembradas y derramadas, y según lo que el maestro Elisabat me ha dicho, creo verdaderamente que ninguna de cuantas yo podría hallar, por muy grande que fuese, no se puede igualar en extrañeza ni en maravilla a aquellas que por vos pasan. Como quiera que mi deseo con mucha afición me guía a tornar a aquella tierra donde el Rey mi padre está y mis amigos, la razón me manda que, dejando aquellos, os haga compañía; y el pensamiento mío que hasta aquí he tenido, que era ganar honra y fama en las cosas de la calidad pasada, que todas las más de poco provecho han sido, es convertido y mudado en que siga aquello que, aventurando el cuerpo a la muerte, se gane la gloria y vida para la ánima. Así que, mi señor, desde ahora me contad por uno de aquellos que, siguiendo vuestro sano propósito, en él quiere fenecer sus días todos». «Pues ahora, buen señor, vamos», dijo Esplandián, «en el nombre del muy alto Señor Dios, y él nos guíe cómo la honra que en este mundo ganaremos sea para alcanzar la bienaventuranza del otro, donde para siempre habemos de durar». A esta sazón era ya noche, y cenando con mucho placer, se acostaron en sus lechos, con pensamiento, si la fusta de allí no partiese, de tornar a salir en tierra, y buscar aquellos que con muy grandes soberbias hacían los agravios y desabrimientos a quien no se lo merecía. Pero de otra manera aconteció, que cuando el alba pareció, se hallaron tan dentro de la mar, que a ninguna parte se les mostraba la tierra; y así anduvieron seis días, sin en otra cosa entender, salvo en contar las aventuras por que pasaron al maestro Elisabat, para que las pusiese en escripto, y della perpetua memoria quedase.

 

CAPÍTULO XLVII. De cómo Esplandián llegando al ppuerto uerto de la isla de Santa Santa María guiado por el gran maestro Elisabat que antes allí con Amadís había estado salió con los suyo suyoss por ver las maravillosas y muy grandes figuras de su padre Amadís de Gaula y del Endriago Endriago y el lugar donde la cruel batalla había habido y del doloroso razonamiento que delante delante el vulto de su padre hizo. En esta manera que oís navegaron por aquellos mares, hasta que la ventura los llevó al puerto de la isla de Santa María, aquella donde Amadís, llamándose el caballero de la Verde Espada, con muy gran tormenta aportó, y con mayor afrenta y peligro de su persona se combatió con aquel espantable y esquivo Endriago, como la tercera parte desta grande historia ha contado; la cual por el maestro Elisabat luego conocida fue, y dijo: « Dígoos, buenos señores, que ya otro tiempo llegué yo a este puerto en compañía de Amadís, con mucha mayor afrenta, así en el agua como fuera en la tierra; que la misma muerte, porque, como ella más de venir una vez no puede, muchas, con el gran miedo y espanto e spanto que aquí hubimos, nos vinieron». «Padre», dijo Esplandián, «¿qué tiempo tan fuerte en la mar ni peligro en la tierra pudo tener tanta fuerza, que tal memoria dello, así como lo decís, os quedase?» «Mi señor», dijo el Maestro, «muchas veces acaece hacer los hombres las cosas livianas y de poca sustancia graves quiriendo huir de ninguno la verdad,esypoderoso acostarse de al contrario; maslas aquellas que en el muy extremo deylapesadas, desventura son llegadas, contar cómo vio y cómo las sintió. Y si quisiéredes conocer ser verdad lo que digo, salgamos fuera de la fusta, pues paresce que para ello nos da lugar, y mostraros he la sombra de alguno de aquellos peligros que he dicho, de que no pequeño espanto habréis». Mucho fueron alegres aquellos caballeros en oír lo que el Maestro les decía. Y luego se comenzaron a armar para salir a ver aquello que en tanto grado había encarecido. Pero Gandalín bien entendió lo que era, mas el Maestro le hizo señal que no lo dijese. Pues armados los caballeros, y salidos ellos y sus caballos en tierra, y el maestro Elisabat con ellos en su palafrén, anduvieron tanto, que llegaron al castillo que ya oístes, donde Amadís fue curado y guarido de sus llagas; y hallaron allí un caballero que por el emperador de Constantinopla lo tenía en guarda, y a toda la isla en gobernación; el cual, conociendo al maestro Elisabat, y sabiendo quién eran los caballeros, se les ofreció con mucho servicio. Pero ellos, habiéndoselo agradecido, rogaron al Maestro que los guiase donde les prometió. El Maestro pasó adelante, y no tardó mucho que llegaron allí donde la muy cruel y temerosa batalla de Amadís y del Endriago había pasado, y hallaron las figuras del uno y del otro tan propriamente hechas, y de aquella misma grandeza como cuando vivos estaban, que el Emperador mandó poner allí y hacer un monasterio de monjas, por memoria de tan grande hazaña. El Endriago estaba con aquella misma braveza y fiereza espantosa que al tiempo que murió tenía, y Amadís con las armas proprias, y otra espada a la semejanza de la suya verde, muy bien cubierto de su escudo, teniendo la punta de su lanza en el un ojo del Endriago. Así que, Gandalín, que los miraba, y la batalla por sus ojos vio, decía que tan propriamente como pasó en efeto, de aquella manera estaba figurado. Pero dígoos de Esplandián y Norandel y Lasindo que muy espantados en ver cosa tan esquiva, se santiguaron muchas veces, no pudiendo pensar ni creer que ningún esfuerzo de hombre humano tan gran miedo pudiese vencer. Esplandián caballo, y quitándose yelmo presto, fueLuego a hincarviniéronle las rodillas ante aquelladescabalgó imagen dedesu supadre, y besóle la manoelcon quemuy la lanza tenía. las lágrimas a los ojos, no tales como las que de buena gana venir suelen, según él después dijo; mas

 

considerando en sí las sus profecías, que había de pujar en esfuerzo y valentía a su padre, mirando aquello que presente estaba, no pudo tanto la braveza ni esfuerzo de su fuerte corazón, que desviar pudiese que su humana carne, vencida de gran miedo, no lanzase fuera a aquellas señales de sus ojos, siendo ya su vida condenada antes en pasar mil veces por la muerte que rehusar las semejantes afrentas, y otras muchas mayores que le pudiesen venir. Y levantado en pie, volvióse hacia el Endriago, y poniéndole la mano encima de su cabeza, dijo estas palabras: «Oh, gran sabidora Urganda la Desconocida, como quiera que tu sobrada discreción alcanzase a saber las cosas por venir, y con ellas hayas publicado ser yo aquel que de bondad a este caballero pase, por cierto en muy temerosa duda mi voluntad es puesta, porque siendo este peligro que él pasó en el altura del extremo subido, no quedando ninguno que pasarle pueda, no sé yo en qué manera busque ni halle donde vuestras palabras y mi deseo puedan ser cumplidos. Mas vos, mi buena señora, que nunca en vano hasta agora las cosas dichas por vos pasaron, guiadme a la parte donde así las afrentas naturales como artificiales pueda hallar, pareciendo a todos ser imposible por ninguno ser acabadas, así como parecía aquella maravillosa prueba de la cámara defendida en la ínsula Firme, o esta tan grave que ante mis ojos tengo, ó otras tan espantosas, que con su grandeza las destas en olvido puestas sean. Porque yo, menospreciando la vida, haciendo ser verdadero lo que por vos se ha dicho, quede viviendo o muriendo, en mi voluntad y en la vuestra satisfecho». Cuando estas tales palabras Esplandián su muytemor hermoso encendido escarlata y el semblante airado. Así que,decía, no menos que rostro placer, estaba mirando su muy como gran hermosura y fiereza de voluntad, en los que lo miraban ponía.

 

CAPÍTULO XLVIII. En el cual Esplandián da muy justas causas al gran maestro Elisabat por las cuales su padre Amadís dél pudo ser vencido. El maestro Elisabat, que así lo vido, díjole: «Buen señor, el vencimiento que a vuestro padre hecistes os debe quitar y apartar esta duda que tenéis». «¡Oh padre!», dijo Esplandián, «muy gran diferencia es entre la valentía y osadía; que si yo a Amadís sobra hice, no lo causó sino subir mis fuerzas donde las suyas decienden; que faltando la edad, falta la virtud, la viveza del corazón, y falta la ganosa y deseosa voluntad, que todas las más cosas acaba. Mas ¿quién pudo ni puede serle igual en esta osadía y temeroso acometimiento? Cierto ninguno, ni aquel fuerte Hércules, de que tan grandes maravillas en armas son escriptas y divulgadas por el mundo, porque las verdaderas que él pasó, comunes y tratables son a muchos, y aquellas que más espantosas parecen, bien sabéis, padre, que más en fición por los poetas que por ser ciertas en sí, fueron en memoria por ellos dejadas. Pero dejemos de más hablar en esto; que la diferencia que entre él y mí habrá, será que las fuerzas que Dios me diere serán empleadas contra los malos infieles, sus enemigos, lo que mi padre no hizo». Y cabalgando en su caballo, poniendo el yelmo en su cabeza, se tornaron todos a la gran nave donde habían y desarmándose, la ventura que les viniese, sabiendo ciertosalido, ser más en la voluntad comieron ajena que yenholgaron, las suyas atendiendo el fin de su viaje.

 

CAPÍTULO XLIX. De cómo Esplandián y sus compañeros salidos de la isla de Santa María entraron victoriosamente en el puerto de la famosa ciudad ciudad de Constantinopla y del demasiado placer y espanto que el Emperador y la infanta Leonorina viendo venir la gran fusta de la Serpiente hubieron. Estando como dicho es Esplandián y sus compañeros en el puerto de la isla de Santa María, la gran fusta partió de allí antes que fuese de noche, y navegando por la mar, en cabo de los cinco días fue puesta cuanto un tiro de arco de aquella muy grande y famosa ciudad de Constantinopla, y con su vista toda la ciudad fue movida, saliendo las gentes, así hombres como mujeres, a la mirar encima de las altas torres y muros, teniéndola por la más extraña y espantable cosa que nunca oyeron ni vieron. El ruido y las voces fueron tan grandes, que el Emperador con todos sus caballeros, reyes y príncipes, se pusieron en las ventanas de su gran palacio, y asimesmo la Emperatriz y la hermosa Leonorina, su hija, con las dueñas y doncellas de alta sangre, maravillándose qué podría ser aquella cosa, que veían la Gran Serpiente andar a todas partes, con tan gran braveza crujiendo las alas, hiriendo de la cola en el agua, lanzando las gorgozadas por la garganta, y el humo negro muy espeso por las narices, que no parecía sino que toda la tormenta del mundo allí venía junta. Gastiles, el sobrino del Emperador, que allí estaba, dijo: «Esta es la gran fusta en que anda Esplandián, aquel de quien han dicho las cosas maravillosas que en armas ha hecho». El Emperador, que lo oyó, hubo mucho placer y díjole: «Sobrino, pues que más vos que otro ninguno le conocéis, entrad en una desas naves, y tened manera con él cómo me vea». Gastiles, cumpliendo su mandado, entrando en la mayor fusta que en el puerto había, con gentes muy cursadas en aquel oficio, comenzó a porfiar de llegarse a la fusta, mas las ondas del agua eran tan bravas con la fuerza de la Serpiente, que en ninguna manera con gran trecho a ella llegar pudo, antes los hacía volver muchas veces contra la tierra, muy cerca de ser perdidos. El Emperador, que lo miraba, aquejábase mucho, diciendo si había alguno allí que remedio poner pudiese para que aquel caballero hubiese su embajada; pero en ninguna manera se halló. Cuando la muy hermosa Leonorina oyó decir que aquella era la fusta de su caballero, y le vio poseer una tan gran espantable cosa y tan señalada en el mundo, bien pensó que así todas las otras cosas que dél fuesen lo serían, y comenzó a decir entre sí: «¡Ay fusta, cómo a todos pones espanto y a mí eres muy agradable, y cómo con gran razón te debes tener por bienaventurada, trayendo a tu placer aquel que todo el mundo mandar merece! ¡Oh, cómo ssería ería yo bienaventurada si así como a él me hicieses a ti sujeta, y delante su presencia me pusieses; porque este mi cuitado corazón, con la vista de su gran hermosura, sus encendidas llamas algún tanto resfriadas fuesen antes que del todo en ellas con muy crueles angustias consumido sea». Y después dijo: «¡Ay doncella Carmela! cómo con tus falagueras y blandas palabras me quisiste matar, dejando a mí captiva todas las ansias y dolores que de allá trajiste, llevando a aquel que las padecía tan gran remedio; así que, bien cierta soy que si lo que me dijiste es verdad, de ser yo amada en tanto grado de tu señor, que tanto cuanto más la esperanza cierta tuviere, tanto más sus ardientes y encendidas llamas se harán mayores; así que, no en vano mi cuitado corazón padece, pues que otro tan generoso como él le da la paga». Allí estuvo un muy gran rato como atónita, que muy claro su grande alteración por quien la mirara vista fuera; mas como todos tenían el pensamiento y los ojos en la gran fusta, ninguno a otra parte mirar entendía.

 

Mas la Infanta, siendo algo más en sí tornada, dijo: «¡Ay captiva yo, cómo fui engañada en te hacer a ti, Carmela, mis ricos paños vestir! Porque cierto es que siendo vistos por tu señor, queriendo a ellos abrazar, a ti le convernía tomar en sus brazos; pues ¿quién duda que, teniendo tú tan cerca la cosa del mundo que más amas, que no juntes tu rostro al suyo o quizá tu boca a la suya? Y no siendo tú tan fea, que cualquiera otro caballero no se tuviese por muy contento en te tener pagada, ¿qué sé yo si este así lo hará? Porque las causas muy aparejadas muchas veces tienen tan gran fuerza, que acarrean aquellos hierros y pecados que nunca se pensaron; así que, yo podría haber sido causa de mi daño. Mas si por ventura lo tal acaesciese con aquel sano amor que entre él y ti puesto es, gran consolación sería para mí ser certificada, pues que ver no le puedo, que mis paños le vieron y abrazaron». Así estaba esta infanta muy hermosa condoliéndose de aquellas fuertes y agudas espinas que en su tierno corazón eran hincadas, con aquella graveza, con aquella dulzura, con aquello amargo y aquello sabroso que los metidos en este tan ñudoso lazo suelen tener, y como quiera que sus cuitas y afanados deseos tan ásperos fuesen, no creáis que el caballero entre las afrentas y peligros las tenía menores; mas como de Amadís, su padre, tantas y tales se hayan contado en esta grande historia, donde este ramo o parte de su hijo sale, con tantos suspiros y tanta abundancia de lágrimas, si ahora de nuevo lo deste leal enamorado quisiésemos escrebir, no deleite, antes gran fastidio, a los leyentes atraería. Así, quedando las más dellas en olvido, como cosa ya superflua y demasiada, irá procediendo la historia en haceros saber cómo los grandes hechos en armas deste caballero hasta que la fortuna, y cansada de le haber en aquel lo unosabroso y en lofruto otro que tan cruelmentepasaron atormentado, le quiso ponerenojada el remedio, haciéndole alcanzar sus muy grandes trabajos merecían.

 

CAPÍTULO L. De cómo la gran fusta de la Serpiente partida del puerto de Constantinopla llegando cerca de la montaña Defendida halló a Frándalo con toda su flota y los caballeros noveles como de Constantinopla habían partido los cuales cuentan a Esplandián la prisión de Frándalo y todas las otras aventuras que después venido les habían. Así como dicho es, estuvo aquella gran fusta de la Serpiente ante la gran ciudad de Constantinopla hasta la noche, con tanta furia, que ni para a ella allegar ni menos para della salir ninguno fue poderoso; pues la escura noche venida, acogido el Emperador a su aposentamiento, y toda la otra gran muchedumbre de gente que le había mirado, partióse la nave de aquel puerto, y navegando toda la noche y otro día, siendo ya casi pasadas las dos partes dél, vieron a ojo a la muy fuerte montaña Defendida, que siendo por Esplandián y por el maestro Elisabat conocida, mucho placer y muy grande alegría sintieron en demasía. Pero antes que a ella con gran parte llegasen, hallaron aquella flota que ya se os contó, del muy fuerte Frándalo, donde con él andaban el rey de Dacia y Maneli el Mesurado, que del mismo puerto de Constantinopla partiera para aquel socorro, y porque la flota del rey pagano era tan poderosa, no habían podido hacer ningún daño en ella, y así lo habían hecho saber al Emperador, y aguardaban tiempo convenible, el cual Frándalo sabría muy bien conocer, como aquel que en todas aquellas mares no había quien le fuese igual, así en esfuerzo como para lo que en semejante caso se requería hacer. Y quiero que sepáis queespantable al tiempo yque losextraña, de la flota de Frándalo fustacreyendo de la Serpiente vieron,vivo que,fuese; comomas de cosa tan muy quisieran todoslahuir, que animal conocida por aquellos dos caballeros el rey de Dacia y Maneli, y haciendo saber a Frándalo y a los suyos la verdad de lo que era, no solamente se aseguraron, mas hicieron por ello muy grandes alegrías, porque conocían en su señor la grande afición que aquellos caballeros le tenían y con qué voluntad y deseo querían hacer aquel socorro. De donde podemos notar un muy grande y señalado ejemplo. Este Frándalo que oístes, de su nacimiento fue pagano, y así lo eran aquellos donde él decendía; y todos sus servidores, que muy grandes cosas le ayudaron a ganar, no teniendo otra ley ni otra vida sino la que sus antecesores tuvieron, trabajando y muriendo en aquellas cosas que a su señor más agradables eran. Como quiera que en la flota algunos hombres trajese más por fuerza que por voluntad dellos, como dolencia muy antigua que en las mares se acostumbra; y porque este Frándalo, constreñido por fuerza de le ser la ventura contraria, por la gracia especial del muy alto Señor, que muchas veces, sin que nuestro flaco saber lo pueda alcanzar, es enviada en aquellos que al parecer de todos más enemigos son de su santa ley, fue tornado en la ley de la verdad, y aquellos sus hombres, sin más doctrina, sin más información de lo que se suele hacer para convertir los errados, dejando aquello con que nacieron, aquello que por verdadera ley tenían, aquello que a sus parientes y amigos veía sostener, como que con ello sus ánimos se salvaban, luego las voluntades las obras volvieron, y se tornaron en seguir y amar aquello a que su señor se había vuelto, con tanta afición, que siéndoles dicho cómo aquella gran fusta era de Esplandián, el mayor enemigo de los paganos que a la sazón entonces en el mundo se levantaba, la misma alegría que de la ver a su señor Frándalo ocurrió, aquella mesma les vino a ellos por seguir su buena voluntad. Pues ¿qué diremos aquí, cristianos? Si estos por seguir a un hombre pecador tan súpitamente fueron a la fe de Cristo convertidos, ¿qué haremos o qué debemos hacer nosotros, sabiendo cómo aquel verdadero nos darvino buenenejemplo, porno nossolamente dar y mostrar la verdadera ley, entodo que nuestras ánimas Dios, salvarseporpuedan, el mundo, a enseñar, mas a obrar aquello que para nuestra bienaventuranza nos dejó? Padeciendo hambre, padeciendo frío, y otras

 

muchas fatigas y grandes injurias, hasta consentir en el cabo ser puesto en la cruz con infinitos y muy grandes y crueles tormentos. Y desto todo, a nosotros, que suyos nos llamamos y su nombre tenemos, ¿qué nos queda? ¿Quédanos por ventura ser convertidos y vueltos en seguir sus santas obras, como aquellas gentes de Frándalo seguían las suyas por le agradar y contentar? Ciertamente creería yo que no; porque si este Señor, nuestro Redentor y Salvador, vino con mucha humildad, nosotros, tomándolo al revés, somos de nuestro grado y voluntad sojuzgados de muy gran soberbia; y si él vino descalzo, desnudo, sin ninguna codicia, nosotros, por poder alcanzar los bienes temporales deste mundo, que él tanto desechó y mucho aborreció, ciegos, perdidos, trabajando, muriendo, andamos todo lo demás en contra de sus amonestamientos, y creyendo con ellos alcanzar algún descanso, alcanzar alguna libertad y alcanzar contentamiento, cuando ya los tenemos, muy mucha más fatiga y trabajo, muy mucha más codicia cada día nos sobreviene, y lo que peor es, que en lugar de nos hacer libres, nos hacemos captivos y subjetos por los augmentar y acrecentar, o sostener de aquellos que como nosotros están captivos; por donde sin duda podemos firmemente creer que aquel nuestro Señor y Redentor del mundo, como cosa muy extraña y desviada del su servicio, los quiso apartar. Mas dejando de hablar más en esto, por ser tan alto, y mi juicio tan bajo, solamente quiero decir al nuestro muy santo Padre, y emperadores y reyes y príncipes, con otros de menor estado, a quien el Señor muy poderoso dio tan gran mando sobre muchas compañas de gentes, que sigan y hagan tales obras, pues en ellas está la mayor parte del bien o del mal con que sus súbditos tomen ejemplo, puedan de aquellas crueleslopenas infernales, lo manda dejandoy ni remitiendoy ellos todo mismos a aquellasetriste horasalvar de la muerte, siguiendo que nuestro Señornonos él siguió, porque merezcan y merezcamos ser en el su santo reino de paraíso, así como por razón lo pudiéramos creer que los fuera este Frándalo y sus gentes, según las obras que después de convertidos hicieron, si, como fingidamente dellos se hace mención, en efecto de verdad pasara. Y tornando al propósito, llegada aquella flota de Frándalo al encuentro de la gran fusta serpentina, luego se conocieron los unos a los otros con tanto placer y alegría, que apenas se os podría contar; y por ruego de Esplandián fueron pasados a la su nave el rey de Dacia y Maneli y Frándalo; los cuales subidos en ella, y habiéndose mucho abrazado, en especial Esplandián y el rey de Dacia, que mucho se amaban, como ya os dijimos, desde la primera hora que se vieron; el cual amor les duró todo el tiempo de sus vidas, así como adelante os será contado. Supo Esplandián la hacienda de Frándalo, y quién era y por qué manera fue preso y llevado a Constantinopla, y todo aquello que dél había sido hasta entonces; y asimesmo le contaron los dos caballeros en el modo que hallaron a Urganda la Desconocida, y todo lo que con los diez caballeros que la tenían cercada les aconteció, y cómo, dejándola en salvo en su nave, y de camino para se ir al Emperador con el niño, se habían della despedido, y cómo, con la gran tormenta después que en la mar entraron, fueron aportados en la Yerma Isla, y lo que con los jimios les aconteció, de que mucho rieron todos, y díjoles Esplandián: «Dígoos que con razón podéis decir que pasastes por la más extraña aventura en vuestro comienzo que ninguno de cuantos se saben; pero creo yo que no tan peligrosa como aquella que nos vimos en la isla de Santa María». «Bien puede ser», dijo Argento, el escudero del rey de Dacia; «pero esa sería para llorar, y esta otra para reír, como lo hecimos». «Mi amigo Argento», dijo Esplandián, «así esa para ser luego olvidada, y esta otra para quedar en perpetua memoria».

 

«Verdad sea eso», dijo Argento; «mas al cabo la una y la otra se harán iguales, lo que no acaecerá desta demanda en que ahora es ir contra los infieles, que muy más loada y perpetua será en los altos cielos que en la baja tierra». Así estuvieron en esto solazándose solos estos caballeros, como oís; y sabido por Esplandián y Norandel cómo el rey de Persia tenía la montaña Defendida cercada, acordaron que la flota de Frándalo fuese algún trecho en seguimiento de la gran fusta, porque las grandes ondas del agua así a ellos como a los contrarios podrían anegar, y si Dios y su ventura les diese tal dicha que en el alcázar pudiesen entrar, hallándose todos juntos con Talanque y Ambor, si los atendiesen, que podrían hacer tales cosas que por todo el mundo fuesen oídas, o morir como debían.

 

CAPÍTULO LI. De cómo Carmela no con poca discreción quiso que hasta la montaña Defendida Esplandián su señor della no supiese. La doncella Carmela, que en compañía destos tres caballeros andaba, como oísteis ya, considerando si aquellas grandes nuevas que ella traía a Esplandián en aquella sazón se le dijesen, sería en tal alteración puesto, que lo que él por ventura muy secreto quería que fuese, con ella a todos sería divulgado; y aunque su gran discreción y juicio para el remedio desto bastase, que no bastaría para le quitar en aquel socorro que quería hacer, de no poner su vida en el peligro de la muerte, mucho más que el su grande esfuerzo lo demandase, rogó a aquellos caballeros que no le dijesen della ninguna cosa, ni le hiciesen sabidor cómo allí venía hasta que en la montaña Defendida fuesen; y por esta causa se quedó en la nave de Frándalo, como aquella que, aunque su ánimo en muy grande cantidad desease ver aquel que tanto amaba, y le manifestar aquel tan gran servicio que le había hecho, donde para siempre le ternía obligado a que bien y merced le hiciese, quiso antes mirar a la razón que al contentamiento de su voluntad, lo que muy pocas veces acaece a los sirvientes; que tan gran codicia es la suya de cobrar aquesto que de sus señores esperan, que no solamente no aguardan para ello tiempo y sazón conveniente, mas pónenles las vidas en condición, porque sus codiciosos apetitos sean satisfechos; y si los señores no les hacen aquellos bienes y mercedes que a su parecer les son obligados según sus servicios, no le debe causar sino el poco hicieron; comoPero, ya dicho es por muy cierto merecer buenasamor obrascon queque sonsehechas sin así caridad. porque a nuestro propósito no poco hace, gualardón dejaremos las de hablar más en esto, remitiéndolo a aquellos que con más discreción más largamente en ello muy bien hablar podrían.

 

CAPÍTULO LII. De cómo Frándalo por consejo de Esplandián se bapti baptizó zó como antes al Emperador lo había prometido tomando al mismo Esplandián y también a Norandel por sus padrinos. Habiendo Esplandián sabido de aquellos dos caballeros la hacienda de Frándalo, y la vida que hasta allí en todo su tiempo había tenido, según en Constantinopla habían sabido, y lo que prometido había al Emperador, acordó de le hablar antes que fuese más adelante; y tomándole por la mano, subiendo encima de las grandes alas de la Gran Serpiente, mirando cómo se iban a la montaña Defendida, así desta manera le comenzó a decir: «Frándalo, yo he sabido destos caballeros quién vos sois, y muchas de las buenas venturas y victorias que en este mundo hubistes; mas aquellas que lo son sin ventura se tornan, y que esto sea así, a vos mesmo dejo que lo digáis, que siendo tan favorecido, tan ayudado en la fortuna, puesto, a vuestro parecer, en la cumbre della, creyendo estar muy seguro, quísoos ella mostrar el galardón que a aquellos que en ella se fían dar suele; que en cabo de tantos y tan grandes trabajos, tantos peligros por vos pasados por ganar honra y provecho, desamparado de vuestras gentes, desapoderado de vuestras fustas, fuistes vencido de aquel que hasta entonces nunca en afrenta con ningún otro caballero se había visto, y llevado preso delante de aquel emperador a quien muchos enojos y no menos daños hicistes, donde con mucha causa se debiera ejecutar en vos la justa justicia que merecíades. »Mas Redentor que porfuerzas los semejantes quisodio, padecer, habiendo mucha piedadal de eseaquel valiente cuerpodely mundo, de las grandes que él vos creyendo que son puestas, contrario que de lo de hasta aquí, en su servicio, ha puesto tal remedio, si por vos es conocido, con que aquella mala fama perecedera que en lo pasado alcanzastes, para siempre en este mundo, y después en el otro, en muy gran gloria perpetua se vos torne; y porque sin el buen cimiento ninguna labor segura ni duradera ser puede, es menester que, dejando la que es mala y muy falsa secta de los paganos, vos tornéis luego a la santa ley de nuestro Señor Jesucristo, sin la cual ninguno puede ser salvo. Pues esto sea luego, así como yo he sabido que lo promestistes al Emperador, porque, como quiera que vuestras gentes y fuerzas muchas sean, no me atrevería yo a acometer ninguna afrenta en compañía de aquel que enemigo fuese del Señor Dios, que la victoria dar y quitar puede, sin que alguno ni ninguno a la mano le vaya». Frándalo, que lo miraba y veía tan hermoso y tan mesurado en su hablar, sabiendo ya las cosas maravillosas y muy extrañas que en armas había hecho, bien creyó verdaderamente que tal persona de hombre mortal no podía nacer, ni de tal forma permanecer sino en la ley de la verdad; y puesto caso que no fuera llegado a tal estrecho por donde le convino prometer al Emperador aquello que Esplandián le demandaba, sola su vista y habla era bastante para que, no tan solamente a él, mas a todo el paganismo convertir pudiese, y díjole: «Bienaventurado caballero, aquel Señor en quien tú crees y que tal te hizo, quiero yo servir y creer; pues ordena de mí lo que más te placerá; que determinado estoy a lo que tu voluntad fuere». Esplandián, que desto muy gran placer hubo, tomándolo por la mano, se bajó con él a aquella hermosa capilla donde él fue armado caballero, y allí el maestro Elisabat, que de misa era, dándole por padrino a Esplandián y a Norandel, le dio el agua del baptismo, tornándole cristiano a él y a todos los suyos; mas el nombre de Frándalo no se quiso mudar, diciendo que, pues hasta entonces con aquel nombre en servicio del enemigo malo tanta fama alcanzó, que con aquel mismo, sirviendo al Señor que agora había tomado, quería hacer tales cosas, si la muerte no le atajase, que siendo a aquellos sus parientes y amigos, por fetodas aquellas causa deejemplo los tornar al santo conocimiento de laque santa católica, en comarcas que él yavivían, estaba.fuese Y ciertamente esto fue en vano, antes muchos dellos fueron convertidos a la santa fe católica por

 

causa suya, como adelante se os contará; de que muy grande acrecentamiento de allí se siguió en la fe de Cristo.

 

CAPÍTULO LIII. De la habla que el rey de Dacia con Esplandián hubo acerca de la doncella doncella Carmela y de las cosas que en Constantinopla vido. Esplandián y el rey de Dacia, que mucho se amaban, iban hablando ambos en uno, y el Rey le contaba en qué manera había visto a la hermosa infanta Leonorina cuando le presentó a Frándalo, y díjole: «Creed, Señor, que ni vuestra madre, que por todo el mundo es preciada y loada por la más hermosa de cuantas en esta sazón se vieron, ni todas las otras que vos conocéis, en quien es la perfición de la acabada beldad, con muy gran parte no se le igualan; que cierto yo creo que persona mortal nunca tal hermosura ni tal gracia alcanzar pudo». Y asimesmo le dijo el grande amor que el Emperador les mostró, y cómo, sabiendo las grandes cosas que dél le habían dicho, deseaba mucho verle, y lo que Gastiles había dicho; así que, no quedó cosa que no le contase, sino solamente lo de la doncella Carmela, lo cual dejó por su ruego della, como ya os dijimos. Esplandián, que con mucho contento escuchaba, aunque no sin mucha alteración de su espíritu en oír hablar de tal manera en aquella de quien su corazón enteramente era subjeto, maravillábase mucho cómo no le hacía mención de la doncella Carmela, y dijo: «Mi buen señor, ¿supiste allá por ventura de una mi doncella que con mi embajada a esa casa del Emperador fue?» «Sí supe», dijo el Rey; «que yo la vi en el palacio del Emperador, y según nos dijo, será muy presto en la montaña Defendida, si este cerco no la estorba». «¿Cómo supistes», dijo Esplandián, «que era la por quien yo pregunto, o en qué manera la conocistes?» «Yo os lo diré», dijo él: «sabed que cuando ella vio a Maneli y a mí armados como veis, fue muy alegre y muy maravillada en conocer las armas, y no a nosotros, y hablando con ella, nos dijo nuevas de Talanque y Ambor, y cómo traían otras semejantes armas que estas nuestras, y dígoos que delante de nosotros hizo saber al Emperador todas las cosas que por vos han pasado hasta que al rey Lisuarte sacastes de la prisión, que por gran maravilla lo tuvo él y todos los caballeros de su corte». «Cierto», dijo Esplandián, «no puedo pensar por qué causa se detuvo en se no venir en vuestra compañía, porque yo la envié con mensaje a esa infanta que vistes, a le hacer saber lo que mi padre me mandó el día que fuimos armados caballeros, y que yo quitaría aquella palabra que dél le quedó, haciendo a todo mi leal poder todo lo que su servicio y voluntad fuese; y mucho placer habría en saber lo que dello recaudó, y si con mi servicio terná por bien de excusar el de mi padre». «De eso os diré yo», dijo el Rey, «lo que allá supe: la infanta Leonorina dijo a su padre esto que vos decís, y cómo la doncella le había traído de vuestra parte aquella embajada, y un anillo muy hermoso en señal de ser así cierto; pero el Emperador respondió que por ninguna manera no diese por quito a vuestro padre de aquella promesa hasta que vuestra persona se presentase en aquel lugar que la palabra se dio, porque querían ver si vuestras obras son bastantes a que las de vuestro padre excusar pudiesen».

 

«Pues eso de la ida y de la igualeza de mi padre», dijo él, «muy alongado por ahora está de mi pensamiento y voluntad; que en gran locura sería puesto si creyese que yo y todos los nacidos podemos igualar con mucha parte a las extrañas y grandes cosas de Amadís, aunque él otras afrentas ningunas hubiese pasado, sino solamente una que agora vi, en la muerte del esquivo y espantoso Endriago, que esta me ha quebrantado el corazón, no porque él no bastase a otra semejante que ella acometer, mas m as porque tengo por imposible poder yo hallar otra tan peligrosa ni temerosa en todos los días de mi vida, ni los que vivos quedaren». «No penséis en eso», dijo el Rey; «que mientras que el mundo durare siempre serán descubiertas otras cosas extrañas, y aunque por ventura no sean de la cualidad dese Endriago, serán en cantidad muy mayores; que ciertamente yo creo no haber en el mundo más fuerte cosa que el fuerte corazón del hombre, si con discreción es gobernado, lo que no puede acaecer en ninguna bruta animalía, que si en mucha demasía las grandes fuerzas poseen, en muy mayores les falta el juicio para se dellas aprovechar». «Agora, buen señor», dijo Esplandián, «dejemos de hablar más en esto; que yo no soy más obligado de ofrecer esta vida a la muerte por hacer verdaderas las cosas que de mí son dichas, y en aquellas partes donde más sin ofensa de Dios yo lo pudiere hacer; y si a la medida dellas mis obras no llegaren, no les puedo dar mayor paga ni mayor satisfación que es aquesta que digo».

 

CAPÍTULO LIV. Cómo la gran fusta de la Serpiente y Frándalo con su flota debaratadas las naos de los enemigos con maravillosa fu fuerza erza se juntaron al pie del alcázar de de la montaña Defendid Defendidaa y cómo Esplandián y Frándalo entraron ambos en la fortaleza. Esplandián y aquel su muy grande amigo Garinto, rey de Dacia, en la su muy gran nave, con la flota de Frándalo navegaron la vía de la montaña Defendida; pero siendo ya bien cerca de la noche, y no menos de la ya dicha montaña, fue entre ellos acordado que Frándalo, y Maneli, y el rey de Dacia, y Gandalín, y Lasindo se pasasen a la flota, porque si la gran fusta de la Serpiente en su llegada algún desbarato pusiese en las naves de los contrarios, que ellos los hiriesen y trabajasen de los desbaratar. Esto así hecho, siendo hasta dos horas de la noche por pasar, la gran fusta y Frándalo y sus compañeros algún trecho tras ella llegaron, donde los contrarios con reposo, sin recelo de aquello que les vino, que la muchedumbre de sus naves y gentes no temía sino solamente las fuerzas del Emperador, con quien tenían treguas, y eran avisados que hasta entonces ningún movimiento mandaba hacer en aquellos sus puertos que las fustas tenían; mas cuando así tan sin sospecha Esplandián en su gran nave llegó, la fuerza y braveza della fue tan demasiada, que todas las fustas que delante halló fueron anegadas, y las otras esparcidas al uno cabo y al otro; así que, sin entrevalo alguno fue junta con la gran torre del alcázar, aquella que ya oístes, en que las ondas de la mar contino c ontino batían. Cuando Frándalo y sus compañeros vieron la revuelta pusieron velas y remos, y con muy grandes voces y trompetas se hicieron a la diestra parte, y como hallaron los contrarios espantados, y sus naves revueltas sin concierto alguno, antes que ellos juntarlas pudiesen unas con otras, muchas dellas fueron hundidas y anegadas, y otras tomadas, con daño y muertes de los hombres que las defendían; así que, antes que el alba fuese venida, era toda destrozada y desbaratada más de la mitad de la flota del rey turco; pero de Frándalo os digo que, junto con su muy grande esfuerzo y valentía, y grande práctica que en las cosas y afrentas de la mar todo el más tiempo de su vida tuvo, hizo en aquella lid tales maravillas y tan extrañas en armas, que en muy grande prez y estima fue de todos los caballeros tenido, tanto, que a él se dio la gloria de aquella batalla; porque, como quiera que a aquellos caballeros que con él iban el esfuerzo y ardid no les falleciese, no tuvieron ellos tanto lugar de lo ejercitar, por no lo haber así como él usado; y de lo que más loor a este caballero se le dio, fue por haber así confirmado en el pensamiento de todos cómo en sí retenía aquella muy santa ley de nuestro Señor Jesucristo, que en tan breve tiempo recibió, que a tres días no llegaba, y ser en su mano y libertad de hacer lo contrario de lo que allí hizo, pasándose con su flota a sus naturales y parientes, llevando presos aquellos preciados caballeros que dél se fiaban. Pues esto así hecho, como habéis oído, queriendo ya el alba romper, Frándalo recogió muy bien todas sus naves adonde la gran fusta ya con más sosiego estaba, y púsolas todas debajo de sus grandes alas. A esta sazón Talanque y Ambor de Gadel, y los otros que en el alcázar estaban, pusiéronse a la ventana de la gran torre, viendo aquel socorro con aquel placer que bien pueden pensar aquellos que en semejantes cosas se vieron. Esplandián, que encima de la gran fusta estaba, y Norandel, les preguntó por dónde podrían mejor entrar en el castillo. Ellos le respondieron que por ninguna vía ni manera lo podían hacer, si no fuese por aquella ventana, porque la muchedumbre de la gente por fuerza de armas les habían ganado la mina, que era la entrada de la montaña, y asimesmo el postigo que a la tierra firme salía; así que, su gente estaba bien cerca de las puertas principales del alcázar, y que ellos se las habían defendido con una muy gruesa y fuerte pared que de un canto tenían hecha.

 

«Pues ¿qué haremos?», dijo Esplandián, «o ¿en qué forma haremos para que allá podamos subir, pues que tanto conviene que se haga?» «En esto», dijeron ellos, «muy buen aparejo se s e puede dar, y sin peligro alguno». Entonces les echaron dos escaleras de cuerdas bien recias, que ellos habían hecho, con esperanza de ser por allí socorridos cuando menester lo hubiesen. Esplandián mandó luego llamar a Frándalo y a todos sus compañeros, los cuales luego vinieron; y venidos ante él, les dijo que dejando tal gente en la flota que para su defensa bastase, que el mejor acuerdo sería entrar ellos en el alcázar, que había buen lugar para ello; y allí tomaron consejo de lo que hacer debían. Ellos todos lo tuvieron por bien, y así se hizo como habían acordado, que por las escalas subieron todos arriba con muy poco afán; y estando todos juntos con la más gente de Frándalo en aquella tan gran fuerza, muy gran gozo en sí sintieron, creciéndoles los corazones, como quien ya la muerte tragada tenían, pensando pugnar de hacer en aquella afrenta en que estaban tales cosas, que aunque allí sus vidas falleciesen, sus muy grandes famas más perpetuamente en todo el mundo con muy grande estima y no menos loor quedasen.

 

CAPÍTULO LV. En el cual preguntado Talanque cuenta a Esplandi Esplandián án y a Frándalo en qué qué manera los enemigos les entraron la montaña y del esfuerzo que Esplandián a todos todos pone. Luego Esplandián y Frándalo se fueron a la otra parte del alcázar, donde vieron cómo la gente de los turcos estaban en sus barreras bien cerca de las puertas del castillo, y la defensa que los de dentro habían hecho, y cómo la otra gente entraba y salía por el postigo que era entre las torres, y asimesmo vieron a muy gran gente del real donde el rey Armato estaba con muy muchas tiendas y chozas. Esplandián preguntó a aquellos caballeros en qué manera los enemigos les habían entrado en la montaña, siendo fuerte. «Decíroslo he», dijo Talanque. «Sabed que pasando algunos días que de aquí partistes con el rey Lisuarte, este rey turco que allí veis, vino con muy gran poder de gente por la tierra, y no menos armada por la mar, a ponernos cerco; y nosotros, temiendo aquello que fue, pusimos muy gran recaudo de aquel postigo, cerrándolo por de dentro con mucha tierra y fuertes cantos, teniendo siempre encima de las torres cuatro hombres, que defendían que ninguno allí llegase. Mas los turcos, habiendo muy muchas veces acometido, y recibiendo muerte muchos dellos con las piedras que los nuestros dende arriba les tiraban, hicieron un pertrecho cubierto de madera y de hojas de hierro, con que sin ningún estorbo pudieron llegar al postigo sin que las piedras les hiciesen algúny daño; artificios sacaron lay puerta su lugar; y como de hallasen la defensa ser de tierra piedras,y con muysus presto la horadaron; como de quiera que algunos nosotros, así de día como de noche, fuertemente les resistiésemos la entrada, tanta gente allí ocurrió, que fatigados del sueño y del gran cansancio, nos convino recogernos al castillo, donde ya la gente entraba por el postigo. Asimismo a Ambor le convino desamparar la mina, porque, según la muchedumbre de la gente que vino, no fuimos poderosos de la defender, tomando por mejor partido esperar el reparo de Dios, pues que en su servicio estábamos defendiendo este alcázar, que aventurándonos en las cosas de fuera, nos pusiésemos en peligro de ser perdidos. Como quiera que algunas veces hemos salido a los enemigos y muerto muchos dellos; mas considerando que era más daño a nosotros faltar uno que a ellos ciento, lo dejamos de hacer». «Muy bien hecistes», dijo Esplandián; «que si solamente de vuestras personas hubiérades de dar cuenta, y las pusiérades en peligros demasiados, así como los unos lo juzgaran a locura, así los otros lo tuvieran a gran esfuerzo, como generalmente se suele hacer, poniéndoos en cargo una tan señalada fuerza como es esta montaña, donde tanto servicio se puede seguir al muy alto Señor; y perdiéndola, ser tanto al contrario, mayor inconveniente fuera atreveros a lo suyo que a lo vuestro, porque agora ternéis tiempo con más aparejo de mostrar la virtud de vuestros corazones». A esta sazón era ya la hora de comer, y fuéronse adonde estaba aparejado. Pues estando allí con mucho placer, y hablando en qué manera podrían damnificara sus enemigos, díjoles Esplandián: «Ea, buenos señores, que estas no son las aventuras de la Gran Bretaña, que más por vanagloria y fantasía que por otra justa causa las más dellas se tomaban; que si la ira y saña en aquella gravemente os eran defendidas, en estas que agora se os representan, no tan solamente no es pecado ejercitarlas, mas ante aquel muy alto Señor Dios muy gran mérito se gana; y así, mis señores, comed y descansad; que antes que mañana venga, yo confío en la merced de aquel muy alto e inmenso Dios que ya os dije, y en la muy gran lealtad deste nuestro verdadero amigo Frándalo, que con muy gran daño y pérdida destos nuestros enemigos, estos campos que agora vemos llenos de gente, dellas serán bien vacíos».

 

Así como habéis oído estaban estos caballeros, y Libeo con ellos comiendo, esperando a qué podrían salir aquellas palabras que a Esplandián oían decir, teniéndolas por muy extrañas, según la gran cantidad de los enemigos, y el poco aparejo que para los contrastar ellos tenían. Mas como creído tuviesen ser sus aventuras tan diversas de todos los otros caballeros, no en poca esperanza de venir en aquel efecto que él dijo, les puso. Y cuando hubieron comido, se desarmaron para dar alguna recreación a sus cuerpos y reposo a sus espíritus.

 

CAPÍTULO LVI. Cómo Armato rey de Persia sabido el daño de su flota acordó de ir a ver la gran fusta de la Serpiente que lo había hhecho; echo; y cómo esforzando toda la gente para dar el combate se volvió al real. El rey Armato, que en el real en sus tiendas estaba bien alegre y muy sosegado, supo del gran daño y desbarato que los cristianos habían hecho en su flota, de que muy enojado fue, maravillándose mucho qué gente pudo ser aquella que tan sin sospecha allí vino, teniendo él personas suyas en todos los lugares donde el emperador de Constantinopla tenía sus naves, de que luego había de ser avisado en partiendo de allí, y teniendo con él tregua asentada. Pero algunos de los que en las otras fustas quedaron, que después de venida la mañana la fusta de la Gran Serpiente vieron, con muy grande espanto le contaban lo que della les había parecido, haciéndosela tan espantosa y tan esquiva, que no solamente tenían por mucho lo que en su flota hicieron, mas que si de allí donde estaba salir pudiese, que no serían osadas todas las naves de la mar de se llegar a ella. Pero otros que ya sabían lo cierto, qué cosa era, y cómo Urganda la Desconocida la había dado a Esplandián, contáronselo al Rey, diciendo que artificiosamente era hecha, y que creyese que en ella había venido el mejor caballero que en todo el mundo hallar se pudiese, aquel que había muerto al gran gigante Matroco y a Furión, su hermano, y les ganó el señorío de aquella montaña. El Rey, como esto cargo le fue dedicho, hubo placer ir a donde ver, y lecabalgando en suunflota caballo con aquellos que tenían le guardar, se fue adelalaparte dijeron que se había recogido; y llegado allí, entró en una fusta de las más ligeras que allí había, y desviándose del alcázar, se puso en parte donde a su placer y sin ningún peligro la pudiese muy bien mirar; mas cuando él vio una cosa tan espantable y tan extraña, más que cuantas él en sus días oyó decir, estuvo una gran pieza que ninguna cosa habló, considerando que no había en todo el mundo tan poderosa flota que resistir la pudiese por ninguna manera; mas por no poner a sus gentes en mayor dolor y quebranto de lo que ellos tenían, mostró a ellos que no la preciaba tanto como en nada, diciéndoles: «Amigos, no vos espante la figura de aquella fusta, que no la hicieron los dioses, ni ellos en ella vienen; artificio de personas mortales es, y tales son los que en ella vienen, y no quedáis tan pocos ni tan menguados de esfuerzo que no hay en vos diez para uno de los que aquellas naves puedan guardar; esforzadvos, y tened ojo esta noche que viene; y cuando oyéredes que por la tierra mis gentes combaten el castillo, llegad todos a gran priesa y muy reciamente sin recelo, poned fuego a aquellas naves, que las pequeñas serán causa de la grande ser quemada. Así que, esto hecho, la mar quedará a vos libre, y a mí la tierra, como hasta aquí la tuve; que esta gente que aquí es venida me pone en mayor esperanza de acabar esto comenzado; pues que no teniendo fustas ni socorro, la vianda muy más presto les fallecerá». En esto se tornó a su real, mandando a los capitanes que aderezasen para el combate dos horas antes del alba; quedando los de la flota aparejando las cosas necesarias para poner fuego a las naves. Asimesmo los del alcázar recorriendo sus armas, para cuando por su caudillo Esplandián les fuese mandado que las tomasen, para se poner con ellas donde, con más cuidado de herir en sus enemigos que de guardar las vidas, esforzaban sus fuertes y bravos corazones.

 

CAPÍTULO LVII. De la cruel batalla batalla que Esplandián y Frándalo hubieron hubieron con Armato rey de Persia por quien lala montaña estaba cercada en la cual batalla fue preso el Rey y toda su gente ddesabaratada esabaratada y de las extrañas cosas que Esplandián y Frándalo allí hicieron. Pues venida aquella noche, de los unos y otros esperada, siendo ya la escuridad venida, Esplandián y sus compañeros se armaron; y tomando a Frándalo por la mano, les dijo: «Buenos señores, en Dios y en la gran lealtad deste caballero está toda nuestra buena ventura, y después en el esfuerzo de vosotros; yo os ruego que en viendo que es pasada media hora, acometáis bravamente a los enemigos, y sea con tal acuerdo, que la lid alguna pieza podáis sostener; y esto encomiendo yo a vos, mi señor tío Norandel, porque vuestro grande esfuerzo y discreción temple la valentía destos caballeros, que las afrentas de las armas tanto como vos no han usado, y a Frándalo y a mí encomendadnos a aquel muy alto y poderoso Señor en e n cuyo servicio vamos y quedáis». Entonces cubrió Esplandián sus armas y Frándalo las suyas con sendas vestiduras hechas al uso de Turquía, que en el alcázar a vueltas de otras muchas habían hallado; descendiéndose ambos por las escalas de cuerda que ya oístes, se fueron encima de la gran fusta; y de allí abajados, tomaron un barco pequeño, y mandando a toda la compaña que en la flota quedó para la guardar, que armados todos se saliesen arriba al castillo, y hiciesen lo que por Norandel les fuese mandado, se fueron conla un hombre los guiaba por la mar o haciahasta aquella parte que descombrada quedó de batalla de lasolo, nocheque pasada; y anduvieron una pieza, que vieron ser ya tiempo de salir en tierra; y llegando a la orilla, dejando el hombre en el barco, salieron fuera a pie, los yelmos en las cabezas y los escudos en sus cuellos, sin que Frándalo supiese cuál era el fin de aquel viaje. Entonces Esplandián dijo a Frándalo: «Mi buen amigo, guiadme a la tienda del rey turco, allí donde vimos su gran seña, que estandarte se llama, y si las guardas nos encontraren, diréis en su lenguaje cómo somos de aquellos que la entrada de la montaña guardan a la entrada de la mar, y que llevamos un grande aviso al Rey, con que se hará mucho daño en las fustas de los cristianos, y allá delante os diré mi propósito». «Señor», dijo Frándalo, «esto y todo lo que mandárdes será por mi hecho, si la muerte no lo estorba». «Tal confianza», dijo Esplandián, «tengo yo en vos, mi buen amigo, a migo, y vamos adelante». Y luego se fueron para el real, que no muy lejos estaba, y no tardó que salieron a ellos algunos de los turcos, que aún la gente no eran todos recogidos a sus estancias, y preguntándoles quién eran, respondió Frándalo aquello que de antes habían acordando. Y no curando de les decir más, creyendo que de los suyos fuesen, los dejaron pasar adelante; y anduvieron tanto, después que en el real entraron, sin que persona más les preguntase, que llegaron a la tienda del Rey, donde hallaron que a la sazón llegaban allí otros muchos caballeros armados, arm ados, que le habían de guardar de noche, según se solía hacer; y los capitanes que dentro en la tienda estaban, concertando el combate que aquella noche habían de hacer. Pues estando así entre aquellas compañas, mirando lo que hacían, a la vuelta de los otros armados, oyeron el grande alarido de aquellos que dentro en la montaña sus estancias tenían, que a esta sazón los caballeros del alcázar hasta docientos hombres muy bien armados, de lalascompaña de Frándalo, habían salido, comocon concertado estaba, tan denodadamente, que pasando barreras de los enemigos, mataron y hirieron muy muchos dellos; así que, un muy gran trecho los

 

retrujeron, y por esta causa las voces eran muchas y tan grandes, que a los cielos llegaban. Esta nueva llegó luego a la tienda del Rey, el cual mandó a todos sus caudillos que con la más gente que pudiesen les ayudasen, y trabajasen muy mucho de se meter entre los contrarios y la fortaleza, y atajasen los que della habían salido. sa lido. Como la gente este mandato oyó, fueron todos prestamente a lo cumplir; pero Esplandián y Frándalo quedáronse con las guardas del Rey donde estaban; mas no tardó mucho que vino un hombre y dijo al Rey: «Sabed, Señor, que del alcázar ha salido mucha gente, entre los cuales hay tales caballeros que hacen maravillas en armas, y han muerto muchos de los vuestros, que ya apenas hallan con quién lidiar». El Rey fue desto muy sañudo, y dijo: «¿Cómo aquellos canes captivos son bastantes de contrastar mi gente? Pues yo haré luego de manera que sepan que ni ellos ni su Jesucristo podrán excusar que no sean todos confundidos y muertos». Y demandó a gran priesa sus armas, y a la puerta de la tienda se hizo armar. Cuando por el real fue sabido que el Rey salía a la pelea en socorro de los suyos, sin más tardar se armaron todos y fueron tras él, que ya a caballo se iba hacia el postigo. Esplandián y Frándalo le aguardaron, yendo delante dél, por entrar en la montaña cuando él entrase. Y así, llego el Rey al postigo, y descabalgando de su caballo, tomó en su mano siniestra una adarga, y en la otra un cuchillo, y entró dondey los suyos revueltabravamente; andaban, y yvioasí,cómo cargaban de golpe sobre los cristianos, cómo ellosconsegran defendían llegómuchos hasta los delanteros, dando voces que no dejasen hombre a vida y los atajasen, porque ninguno se pudiese ir. Esplandián dijo a Frándalo: «Amigo mío, no me perdáis, y aguardadme, que lo que yo emprendiere vos dirá lo que debéis hacer». Y fuese luego a poner a la parte que el Rey andaba, y vido lo que sus amigos hacían, y cómo mataban muchos de los turcos, pero no sin grande afrenta, según la mucha gente sobre ellos cargaba, y dijo entre sí: «¡Ay, mis buenos amigos! Si Dios por la su merced trajese en efecto lo que tengo pensado, ayudarvos hía yo en esta grande afrenta que vos veo, hasta la muerte». Y andando así fieramente a un cabo y a otro, no partiendo los ojos del Rey, como lo vido en aquella parte que él aguardaba, fue cuanto más recio pudo, y abrazándose con él, llamó a Frándalo que le ayudase. Frándalo, que así lo vido, echó mano muy bravamente del Rey, como aquel que de gran fuerza era, y comenzaron ambos a tirar por él, para lo pasar a los de su parte. Mas el Rey, poniendo todas sus fuerzas, daba grandes voces, llamando a los suyos que le socorriesen. A estas voces acudió mucha gente; y como Esplandián vido la cosa en peligro, dejó el Rey en poder de Frándalo, y puso mano a su muy buena espada, que en señal de ser él mejor que su padre había ganado, como ya se vos contó, y fuese a meter entre los turcos, nombrándose, y comenzó a los herir tan cruelmente y de tantos golpes, que era espanto de lo ver. Allí le crecía la ira y la saña, allí le acompañaba la gran soberbia, allí hacía tales maravillas, que nunca caballero antes ni después hizo; así que, en poco de tiempo tuvo a sus pies más de veinte hombres muertos y mal heridos, que nunca golpe dio en lleno que no lisiase o matase. Cuando Norandel y los otros caballeros vieron la gran revuelta, y cómo Esplandián se nombraba, acudieron allí algunos dellos, hallaron cómo Frándalo tenía abrazado al Rey y les daba voces que le ayudasen ypara lo llevar, y asimesmo el Reyhacía, a gran llamaba a losera,suyos le socorriesen, también las maravillas que cómo Esplandián quepriesa aunque de noche bien que vieron cómo estaba cercado de los turcos, que ninguno a él osaba llegar, y los muertos que en derredor

 

dél estaban caídos; y luego Norandel y Talanque, y Maneli y Gandalín, le socorrieron bravamente; y Lasindo y Libeo, con otros algunos, acorrieron a Frándalo, que de muchos y grandes golpes era atormentado y muy mal herido, sin que él ninguno dar pudiese, que nunca soltó del Rey, aunque en peligro de muerte se vido, considerando que aquello era el cabo del vencimiento de los enemigos. Mas como estos llegaron, comenzaron a dar en los turcos muy fieramente; así que, muy muchos dellos mataron, y a mal de su grado su gran rey fue en poder de los cristianos. El rey de Dacia y Ambor y Bellériz, sobrino de Frándalo, que muy valiente caballero era, resistían a la otra parte con más de cien hombres de los suyos, peleando muy fieramente, porque los enemigos les querían tomar las espaldas y habían muerto muchos dellos; y las veces eran tantas y tan grandes, que no parecía sino que toda la montaña se hundía. Norandel y sus compañeros llegaron con gran trabajo donde Esplandián estaba, y halláronle en la manera que ya vos contamos, como el bravo y fuerte toro que de lejos le echan las varas. Mas cuando él vido aquellos buenos caballeros cabe sí, comenzó a esforzarse y decir que le siguiesen, que allí era la braveza bien empleada; y fue cuanto más recio pudo a se meter en los turcos, que delante dél huyendo andaban, y el que alcanzar podía no había menester más de un golpe. Norandel y los otros caballeros iban teniendo con él, así con gran espanto de ver sus cosas, como con mucho temor que allí se perdería; y pesábales porque tan denodado se metía entre los enemigos, creyendo no bastar el poder dellos para le socorrer. Como los turcos que a las otras partes peleaban vieron que su gente por aquella parte se vencía, acordaron de socorrer algunos dellos, y acudieron allí dos capitanes, y dieron sobre Esplandián y Norandel y los otros sus compañeros con gran fuerza y tropel de gente, que por poco los hubieran de derribar en tierra. Mas allí eran las grandes maravillas de Esplandián en matar y derribar los que alcanzaba; toda su espada estaba teñida en sangre, y asimesmo su escudo y el yelmo, que no parecía sino que sus carnes eran hechas pedazos, mas no era ello así, que aquella de la de los enemigos allí le había saltado. Talanque y Maneli fueron a los dos capitanes que con sus fuertes cuchillos en lid entraron delante de todos los suyos, y comenzaron con ellos una brava y muy cruel batalla. Norandel no osaba partirse de Esplandián, según en el gran peligro que le veía siempre; así que, pocas veces hería en los turcos, aguardando que no le atajasen y le tomasen las espaldas; pero al que alcanzaba no había menester maestro; mas todo era bien menester, que como la gente sobre ellos sin número viniese, y Esplandián anduviese cansado, y Talanque y Maneli ocupados con los dos capitanes en la batalla, y los que les ayudaban fuesen pocos, no faltó mucho de ser allí todos muertos. Mas aquel fuerte Frándalo, como quiera que herido estuviese, habiendo dejado al rey turco en e n poder de algunos suyos, que en el castillo lo metieron, tomó consigo hasta veinte hombres y vino a más andar a la parte donde vido la mayor priesa, pensando hallar en ella a Esplandián, y de su llegada se remedió el peligro en que aquellos caballeros estaban, que tan poderosamente comenzó a herir y matar en los turcos, y los sus hombres asimismo, que en poco de rato los hizo aportar a mal de su grado una pieza, quedando en poder de Talanque y de Maneli los dos capitanes con que lidiaban; y como de noche fuese, así como la muchedumbre de los turcos, cuando habían la mejoría, cargaban de golpe, así de golpe se retraían sin ningún concierto, cuando los suyos, que en la delantera andaban, eran apretados; que los unos a los otros se desbarataban. Cuando Frándalo vido a Esplandián todo cubierto de sangre, muy triste fue dello, y díjole: «Señor, estáis? que vos veo muy desemejado, y tengo recelo que estáis en peligro, según esa sangre de¿cómo que cubierto os veo».

 

«Amigo mío», dijo Esplandián, «tanta es la saña que me enseñorea, que no siento otro mal sino no poder destruir toda esta mala gente». «Harto habéis hecho», dijo él; «que su rey queda en el castillo, y todo este camino es cubierto de los muertos, y yo vos ruego que con esto seáis esta vez contento; y recojámonos, que tiempo es; que en el castillo hemos oído grandes voces, diciendo que nos combaten la flota». f lota». Esplandián, como quiera que otra cosa desease, quiso hacer lo que le rogaba, y comenzáronse a retraer, llevando presos los dos capitanes. Los turcos, que muy espantados estaban, sabiendo los más dellos la prisión de su rey, no curaron de los seguir, antes se llamaban unos a otros para se tornar al real; finalmente, todos tuvieron por bien que la batalla cesase. Pues recogidos los cristianos al castillo y los turcos al real, no quedando ninguno dellos dentro en la montaña ni tampoco en la mina de las dos puertas, quedó el campo sembrado de muchos muertos, casi todos de los turcos, porque los de Frándalo, como siempre andaban en guerra, eran muy bien armados y sabían hacer daño en los enemigos y guardar sus vidas.

 

CAPÍTULO LVIII. De cómo los turcos quemaron a Frándalo su gran flota y del enojo que Esplandián dello recibió. Pues siendo Esplandián y sus amigos con toda la otra gente en el alcázar, vieron cómo la flota de Frándalo ardía en vivas llamas. Que parece ser que como los turcos de las naves del rey Armato estuviesen apercibidos combatir sin y poner fuego llegaron a aquellasdefustas, les fuepoder mandado, oyeron el gran alarido para del combate, más tardar rendón,como pensando a ellasy llegar, pero las grandes ondas del agua que de la fusta recudían, les puso para ello impedimento; y viendo ser imposible que su propósito hubiese algún efecto, comenzaron de tirar con los arcos y ballestas en tanto número como la lluvia cuando más espesa cae, y las flechas y saetas llevaban unas pellas pequeñas confeccionadas de fuego grecisco, atadas cabe los hierros; así que, aunque las naves eran recogidas debajo de las alas de la Serpiente, no se pudo excusar que el fuego en ellas no trabase; y como se fueron prendiendo, las llamas eran tan crecidas, que a los del castillo les convino cerrar las ventanas, con recelo que el poder del fuego por allí no entrase; así que, toda la flota de Frándalo fue quemada. Pero dígoos que en la gran fusta ninguna cosa en ella pudo el fuego trabar, ni en ella más daño que de ante pareció. Mucho pesó a Esplandián y a aquellos caballeros en haber así perdido sus naves, mas como ya estuviesen con pensamiento que en las afrentas semejantes no se podía ganar honra ni hacer daño aensus enemigos quetener dellos recibiesen, ellos hicieron,siny el él sulo gran reposo.consoláronse tomando por remedio el gran daño que

 

CAPÍTULO LIX. Cómo pasada aquella noc noche he curadas las heridas los caballeros se fueron a comer llevando consigo al Rey y del acatamiento que Frándalo le hizo dándole a conocer a Esplandián y las grandes hazañas que hecho había. Después les desto, famosos guardas, desarmáronse, y el maestro Elisabat curóestos de las heridas,caballeros, y plugo aponiendo la mercedsus de velas Diosyque en ninguno halló peligro, ni que por ellas dejasen de se levantar; que, como quiera que golpes recibieron muchos, la flaqueza de las armas de los turcos, y la gran fortaleza de las suyas defendieron que a las carnes mucho daño no hiciesen; y si algún peligro hubo, fue en la otra gente, que no estaban como ellos armados; pues acostados en sus lechos, poniendo recaudo en el rey preso y en los dos capitanes, durmieron aquello poco que les quedaba de aquella noche; y la mañana venida, después que el Maestro los hubo curado, levantáronse todos para comer, que bien les era necesario. Mas Frándalo les rogó que antes viesen al Rey, que en la cámara estaba retraído, y consigo lo hiciesen comer, honrándole como convenía que a tan gran príncipe se hiciese. Todos lo tuvieron por bien, y juntos se fueron a la cámara donde estaba, y halláronle sentado ante una cama, cubierto con una aljuba de seda, que traía sobre sus armas; y como vio los caballeros, levantóse en pie. Frándalo, que lo conocía muy bien y había sido su vasallo, y en su servicio había hecho muchas cosas en armas en quiera gran daño las rodillas antea élaquel y besóle mano, diciendo: «Como que de yo los estécristianos, ya en otrafue mása hincar verdadera ley, y sirva Señorlaque tú, Rey, por enemigo tienes, considerando tu grandeza, así como fui tuyo, quiero te hacer este acatamiento, no con la obediencia que solía, mas con aquella cortesía que como caballero debo». El Rey lo levantó por las manos y díjole: «Frándalo, por más extraña cosa tengo en te ver a esta ley que dices vuelto, si de toda tu voluntad lo estás, según la braveza de tu fuerte corazón, juntamente con aquella grande enemiga que siempre con los cristianos tuviste, que verme así preso como estoy; porque aquellos que las batallas y afrentas de las armas siguen, así grandes como menores, no pueden ser tan seguros que a la fortuna no sean subjetos, que la victoria dar y quitar puede, según su querer; mas mudarse las personas de tu calidad de una ley a otra con tan ardiente afición, que basta en tan breve tiempo para arrancar la primera y quedar firme en la postrimera, esto no lo puedo creer, ni puede ser sin gran misterio de aquel Señor que has tomado, o de los mis dioses, que habiendo de mí recebido algún enojo, de que airados los tengo, tuvieron por bien que por ti fuese muy duramente castigado. Mas como quiera que entre ti y mí tanta sea la diversidad, como dices, ruégote que, cumpliendo lo que debes, mires por mi servicio en lo que a tu consejo viniere». Frándalo, tomando por la mano a Esplandián, dijo: «Rey, no puedo yo hacer ni decir más de lo que la voluntad deste caballero, mi señor, me otorgare, y si dejando la ley en que me viste, te he puesto en duda de no estar firme en la que agora tengo, la prisión tuya te da el testimonio de la verdad». Esplandián, que bien entendía aquel lenguaje, aunque no lo quisiese hablar, dijo: «Mi amigo Frándalo, el vuestro gran valor y lealtad merece que yo y todos estos caballeros hayamos por bueno aquello que a vos bueno pareciere». El Rey, que los tenía en él, su pareciéndole mozoayFrándalo más hermoso de cuantos jamás visto había, y noojos entendiendo respuesta, muy preguntó qué hombre le respondió y quién era

aquel a quien tan subjeto se mostraba. Él se lo dijo todo, y más que supiese por cierto; que aquel

 

era el que en un día mató en batalla a los gigantes Matroco y Furión, y a su tío Arcaláus, y a Argante, su criado, y ganó el señorío de aquella montaña. Y que no solamente su alta bondad en aquello solo se había mostrado, mas que después pasó por otras muchas mayores afrentas a su grande honra. El Rey fue muy espantado en lo oír y dijo: «Ahora te digo, Frándalo, que aunque el Dios de los cristianos otro milagro no hiciese sino este que dices, basta para creer que él es el más poderoso de todos los dioses». Frándalo le dijo: «Rey, vente con estos caballeros que por ti vienen para te dar de comer, y ten más confianza en su gran virtud que en el poder de aquellos ídolos a quien sirves». «Hacerlo he», dijo el Rey, «porque aquellos a quien la ventura es contraria, no solamente se han de dar ellos mayor fatiga que ella les da, mas con gran corazón resistir todas las adversidades que les pudieren venir, esperando siempre con firme propósito las vueltas de la movible fortuna, que muy presto los prosperados derriba y los derribados ensalza». Y con gesto alegre, aunque el corazón sintiese la fatiga, se fue con ellos, y llegados donde las tablas, que puestas eran, le hicieron sentar en el más honrado lugar dellas, y como a rey le mandaron servir, y a los dos capitanes tomaron los caballeros entre sí, haciéndoles mucha honra. Todos estaban en aquel comer muy alegres, los unos por la buena ventura que habían habido, y los otros por no dar a entender que la mala tenían en mucho. Allí fueron servidos según la oportunidad del tiempo daba a ello lugar. Y habiendo comido, llevaron a su cámara al Rey, en compañía de Gandalín y de Lasindo, a quien la guarda suya fue encomendada. Y los dos capitanes fueron dados a Libeo, que mirase por ellos. Norandel, por consejo de Esplandián, tomó consigo a Frándalo, y a Maneli, y a Talanque, y Ambor, y en una sala muy hermosa se entraron a reposar. Esplandián en otra cámara con el rey de Dacia, que él amaba mucho, se retrajo, teniendo en su voluntad determinado de le descubrir las fatigas y mortales deseos que por su señora Leonorina le atormentaban, considerando que si la ventura lo guiase, según el deseo de su corazón, que su grande alegría en mucha cantidad sería augmentada, en que a aquel de quien como de su proprio corazón se fiaba, lo alcanzase parte della. Y si la desventura en el contrario lo volviese, que por gran consuelo ternía hallar a persona a quien sus angustias y esquivos dolores pudiese mostrar y quejarse dellos, así para buscar el remedio, como para que, si no se hallase más consolado, pudiese la muerte recebir.

 

CAPÍTULO LX. Cómo Carmela doncella prudente Cuenta la grande y alegre embajada Al buen caballero caballero de su enamorada Hallándose el rey de Dacia presente; Y cómo tendida y muy reluciente Vieron la seña del Emperador Venir por la mar mostrando favor A punto guarnida con sobra de gente. La doncella Carmela, que, como ya se os contó, por no poner a Esplandián en sobrada alegría o en demasiado esfuerzo, no quiso antes de aquel socorro decirle las bienaventuradas y alegres nuevas que le traía, porque dello no se podría seguir sino ser descubierto aquello que secreto era razón que tuviese, o ser su persona con mayor osadía, que su grande esfuerzo bastaba, llegada a la muerte, estaba sin parecer ante su presencia en la nave del fuerte Frándalo. Como vido tiempo aparejado, después que la gran fusta al castillo de la montaña llegada fue, cubriéndose de una capa de escarlata, que de la cámara de Frándalo le dieron, sabiendo de cómo Esplandián era ido fuera del castillo, cuando al real fue del rey turco, como ya oístes, se subió por las escalas de cuerda arriba al alcázar, donde metida en una cámara estuvo hasta que Esplandián fue vuelto de la pelea, y trajo al rey turco preso; y como supo que todos eran ya acogidos en sus aposentamientos, vestida de aquellas ricas ropas de las coronas, que la infanta Leonorina en Constantinopla le dio, se fue a la cámara donde Esplandián con el rey de Dacia reposaba, y en entrando por la puerta vido cómo ambos estaban en un lecho vestidos hablando. Mas cuando por Esplandián fue vista, saltando de la cama, en una voz alta dijo: «¡Santa María! Mi doncella es esta o yo estoy fuera de mi sentido». La doncella llegó a él, y hincando los hinojos en tierra, le comenzó a besar las manos, que él no lo sentía, así fue turbado; ni la doncella pudo hablar, con la grande alteración que en sí sintió, en tender delante sí la cosa del mundo que más amaba. Y así estuvieron por un gran rato. Mas Esplandián, ya más acordado, levantóla y díjole: «¡Oh, mi doncella! ¿Qué ventura en tiempo de tanto peligro os pudo ante mí traer?» traer? » «Aquella buena ventura», dijo ella, «que a los vuestros servientes nunca desampara; que siendo yo en grande afrenta de ser perdida mi honra, no sin gran peligro de ese rey que ahí está y del otro su compañero, fui de prisión salida, y llevada a aquella parte donde vos, mi señor, me mandastes que fuese». «Pues mi buena amiga», dijo Esplandián, «¿qué recaudo me traéis de ese viaje? Decídmelo todo, y especialmente si aquella infanta, dando por quito a mi padre con lo que de mi parte le dijistes,

quedó satisfecha».

 

«Señor», dijo la doncella, «algunas cosas son s on que sin reguardo de ninguno se pueden decir, y otras que a vos solo convienen ser manifiestas». «Eso sería», dijo él, «si aquí tercero hubiese; mas, como yo tengo por mi corazón proprio a este rey, y se ha determinado en le dar parte entera de mi vida o muerte, según la fortuna lo guiare, delante dél me decid todo aquello que, si a mí no, a otro no debía ser dicho ni divulgado». La doncella dijo así: «Mi señor, las cosas que públicamente pasaron, este rey, que así como yo las vio, muy mejor las podrá y sabrá contar; pero las que a él ocultas fueron, por mí serán recontadas, no con aquella afición que pasaron, que sería imposible, mas por la orden que los mensajeros pueden alcanzar y saber para las decir. Y sabed, mi señor, que estando yo sola con aquella princesa más hermosa, más graciosa que nunca nació, le dije vuestra embajada en aquello que a vuestro padre toca; mas cuando el anillo por mí le fue dado, acordándoseme las amorosas y muy dulces palabras al tiempo que me lo diste, que por vos me fueron dichas, las mías fueron tales y con tan fuerza y vigor, que aquel su corazón, que con tanta libertad hasta entonces había poseído, con aquel verdadero y muy constante encendimiento que el mío atribulado, apasionado y subjeto queda, dando dello testimonio esta joya tanto preciada, que fue la primera que la muy hermosa y no menos loada Grimanesa, su bisabuela, al su amado amigo y marido Apolidón dio; la cual por ella os es enviada, diciendo que, no por su poco valor ni estima, mas por el nombre que a ella es muy agradable, por su amor la traigáis, y queriéndole yo por ello besar las manos, hincados los hinojos, que quería hacer mí locayendo que vos de merecíades; y tomándome la cabeza entrehermosos sus tan hermosasdijo manos, me besó en en la cara, sus ojos las lágrimas a hilo por sus carrillos». Entonces le puso en la mano el prendedero que la muy hermosa Leonorina le había dado, y dijo: «Este fue con sus manos de encima de su cabeza quitado, y estos ricos paños de su mesmo cuerpo, para los vestir en el mío». Cuando Esplandián vido el rico prendedero, y los paños con la devisa de las coronas, que hasta entonces, mirando al rostro de la doncella, si su gesto estaba alegre o triste, no los había visto; y oídas aquellas palabras, fue en tan grande alteración de alegría, que casi perdidos los sentidos, ahína cayera en tierra, sino porque el Rey, conociendo su desacuerdo, se abrazó con él, y así lo llevó hasta el lecho. La doncella Carmela, tomando el prendedero, que ante sí estaba, se fue a sentar delante dél, y allí estuvo una gran pieza sin más hablar, hasta que Esplandián, con más acuerdo, le rogó que todo lo que con aquella infanta pasó, por extenso le recontase otra vez; que muy poco de lo pasado había entendido. La doncella lo tornó a decir, como lo ha habéis béis ya oído. Entonces Esplandián tendió los brazos y puso las manos encima de los hombros de Carmela, diciendo: «¡Oh mi doncella y verdadera amiga! ¿Cuándo será aquel tiempo en que os pueda pagar esto que por mí habéis hecho? A Dios le plega, por su inmensa bondad, que así como yo lo tengo en mi corazón, así en efeto lo pueda cumplir». «Mi señor», dijo ella, «aquella merced que de vos recebí, que es no ser contra mi voluntad de vuestra presencia partida, que al grande encendimiento de mi muy cuitado y afligido corazón tal descanso amoroso dio, aquella me da el galardón de todo lo que yo os puedo servir; que en comparación de la fatiga de lo primero, todo el trabajo que en lo alto pusiere, como por sueño contar se debe. Así que, mi señor, aquel tiempo que por venir vos esperáis, aquel todo ya satisfecho tengo pasado. Mas si vuestra boca llegárdes aquí donde vuestra señora la puso, a la deuda suya y ayo mipor deseo satisfaréis».

 

Esplandián, tomándola con sus mesmas manos por los carrillos, juntó la boca en aquella parte que la doncella le señaló, y allí la tuvo un gran rato; de manera que él, con la dulzura de la sabrosa memoria de su señora Leonorina, y la doncella, con el gran placer que su apasionado corazón sentía, tuvieran ambos por bien de no ser apartados de aquel auto en que estaban, hasta que la muerte les sobreviniera. Mas Gandalín, que en la cámara entró, dio causa que el Rey los apartase; el cual les dijo: «Señores, muy gran flota por la mar parece que por la mesma vía que nosotros trajimos viene». Oído por ellos esto que Gandalín decía, salieron luego a la ventana de sobre la mar, donde hallaron a Norandel y a Frándalo y a los otros caballeros que mirando estaban, y vieron muchos navíos que hacia aquella montaña señalaban su vía, y entre ellos la gran seña del emperador de Constantinopla, de que no poco placer hubieron, considerando venir en su favor y socorro. Mas no tardó mucho que todos llegaron donde la nave de la Gran Serpiente estaba, con muy gran ruido de voces y trompas; pero antes que llegasen fue por los del castillo visto cómo la flota del rey Armato, que en el puerto que ya oístes era, esperando lo que les fuese mandado por los capitanes que estaban en el real, a las más priesa que pudieron navegaron, desamparando aquel lugar donde estaban, huyendo a la parte donde era su tierra, conociendo ser aquella que allí venía la seña del emperador de Constantinopla. Y asimismo lo hicieron todas las gentes del real a muy gran priesa, temiendo ser todos ellos perdidos o muertos; tras los cuales Esplandián y sus compañeros quisieran salir en el alcance, sino porque se lo vedó el maestro Elisabat, temiendo el peligro que de las heridas que en sus cuerpos tenían les podía venir.

 

CAPÍTULO LXI. Del gozoso recibimiento que Esplandián y Frándalo hicieron a Gastiles sobrino del Emperador que por su mandado con la gran flota en socorro de la montaña venía. Pues llegada ya allí esta gran flota del Emperador, como la historia os cuenta, los de las naves dieron muyque grandes voces a saber los dela alcázar, diciéndoles Gastiles en fue socorro aquella montaña; lo hiciesen Esplandián, si allí cómo estaba.venía Cuando esto oídodepor los caballeros, rogaron al maestro Elisabat que, pues a ellos su mala disposición les excusaba, que se bajase a la calzada de piedra, y recibiendo a Gastiles y a todos aquellos que con él venían, los subiese allí arriba donde ellos estaban. El maestro Elisabat lo hizo así luego que, entrando por la cueva, se descendió por la escalera que a la calzada salía, y púsose allí, y luego fue conocido por Gastiles. Y mandó llegar su nave tanto, que pudo della salir donde el Maestro estaba; y sabiendo del Maestro la disposición de los caballeros, y lo que le rogaban, sin más tardar se fue con él hasta entrar en el castillo, donde en la primera sala, que al corral salía, halló a Esplandián y a aquellos caballeros, que lo atendían. Mas cuando él vido a Esplandián tan crecido y tan hermoso, fuele a abrazar con mucho amor, diciendo: «Muchas gracias doy a Dios porque me dejó ver un hombre tan señalado en el mundo». Esplandián se le humilló con mucha cortesía. Entonces llegaron todos a lo abrazar y a le hacer mucho acatamiento. Cuando Gastiles se vido así entre aquellos caballeros mancebos donceles, donceles , que él en la ínsula Firme había dejado, sabiendo cúyos hijos eran, y las grandes cosas que en tan breve tiempo, después que caballeros fueron, habían hecho, no os podría ninguno decir ni contar su gran placer. Pues no menos habían ellos con él, especialmente Esplandián, que sabía ser este caballero muy junto a aquella muy alta y generosa sangre de su señora Leonorina. Pues estando así juntos, Gastiles les dijo: «Buenos señores y caballeros, el Emperador, mi tío y mi señor, sabiendo por un mensajero de Frándalo la muchedumbre de la gente que el rey Armato sobre esta montaña tenía, así por la tierra como por la mar, y la poca que de vuestra parte había para les resistir en las naves que contra ellos veníades, considerando, si esta fuerza se perdiese, se perdía el servicio a nuestro Señor Dios y suyo, y vuestras personas serían en muy gran peligro, mandóme venir con este aparejo que veis, no solamente porque la parte de la mar desembargada vos quedase para que sin embargo le pudiésedes hacer saber las cosas necesarias al remedio desto, lo cual él mandaría luego poner en obra. Y paréceme que, por la bondad de Dios, en mucho menos afrenta y necesidad os hallo de lo que allá nos dijeron. No sé cuál haya sido la causa dello; por eso ved, señores, lo que queréis que yo haga; que así por cumplir el mandamiento de mi señor tío, como por ser muy aficionado a vuestros padres, y no menos a vosotros, se cumplirá todo con aquella afición que si el caso mío proprio fuese». Esplandián y los otros caballeros rogaron a Norandel que le diese las gracias que a tal embajada se convenía dar; el cual así dijo: «Señor Gastiles, ya fue tiempo que por el gran daño que al rey Lisuarte, mi señor, el Emperador vuestro tío hizo, no tomara yo en mí de os dar esta respuesta, porque no lo pudiera acabar comigo que en ella se os rindiera las muy grandes gracias que ella merece. Mas, pues que a Dios nuestro Señor le plugo que aquellas dos tan grandes y tan graves discordias en una conformidad y concordia quedaron, con mucha causa mi propósito mudar se debe, en quey ayosuasí como besamos Esplandián y estospor caballeros en servicio el Emperador, grandeza las manos esta tan seamos alta merced que nos de hacevuestro y por latíoque

nos ofrece, confiando en su gran virtud. Que considerando ser nuestro deseo de servir al muy alto

 

Señor y muy poderoso Dios y a su santa ley, y después a él, como vos lo haríades, que así nos mandará dar el favor y ayuda que en nuestros trabajos y adversidades menester nos fuere». Esto así hecho, contáronle a Gastiles todo lo que con los turcos habían pasado, y cómo a su gran rey tenían preso, de que no menos alegría que maravilla sintió, y dijo que lo quería ver, que algunas veces le había hablado en los tiempos que entre él y el Emperador fue necesario de asentar treguas. Luego fueron la cámara donde el gran rey grande turco estaba, como Gastiles le vido, llegó por lesebesar las todos manos,a conociendo ser aquel un muy y muy ypoderoso príncipe, el mayor que al tiempo entre los turcos se sabía, señor de muchos y muy grandes reinos y de infinitas gentes, que vasallos y sujetos le eran; mas el Rey que lo conoció bien no se las quiso dar, y alzándole arriba, le dijo: «Gastiles, mucho soy maravillado de vuestro tío, quebrantarme las treguas que vos conmigo de su parte asentastes; esto no convenía a tan alto hombre como él es». «Rey», dijo Gastiles, «esa queja con más razón se os debe de tener, que sabiendo estar esta montaña a su servicio, en poder de caballeros suyos, la cercastes con muchas gentes; de manera que todas las firmezas asentadas y juradas las habéis pasado». «No lo tengo yo así», dijo el Rey; «que ni la montaña estaba por él, ni los caballeros que decís eran suyos, antes como extranjeros la ganaron durante el tiempo de las treguas, y no teniendo remedio para la defender, se metieron por las puertas de vuestro tío; y si en él hubiera la verdad a que era obligado, sabiendo que esta fuerza estaba en mi señorío, no los debiera amparar ni ayudar; que los gigantes cuya fue, aunque algunos deservicios me hicieron, muchas veces me sirvieron como vasallos; lo que con vuestro tío no acaesció, que siempre le fueron enemigos mortales; así que, él ha hecho lo que fue su voluntad, mas no lo que debía para su honra y estima; y esto no pasará así, que si yo no pudiera alcanzar libertad de demandárselo, no ternía a mi hijo por quien es, si muy crudamente no se lo demandase». Esplandián, que todas estas razones entendía, estaba ya con enojo, y ante que Gastiles le respondiese le dijo: «Rey, en todo tiempo y lugar que los caballeros destempladamente hablan les es tenido a gran mal, y mucho más estando en parte donde sus manos ni corazón pueden sostener su soberbia; que así aquellos que con mucha discreción honestamente saben sufrir las adversidades, teniéndolas y soportándolas, satisfaciendo al esfuerzo de su corazón, son por virtuosos y cuerdos los tales tenidos, así aquellos que en poder y subjeción de sus enemigos se hallan, queriendo mostrar mucho más esfuerzo y más soberbia de lo que tener debían, antes por auto mujeril que de caballero lo juzgarán todos los que lo vieren; pues que solamente la piedad y la misericordia del enemigo tienen por remedio; y queriendo con soberbia usar de aquello que estando en su libertad hacer solía, más a la locura y poco saber será reputado que a grande esfuerzo». Y volviéndose contra Gastiles, le dijo: «Mi señor, ruégoos muy mucho que, dejando ya esta habla por cosa vana y más rigurosa que provechosa, no repliquéis más en esta materia». El Rey, que los ojos en Esplandián siempre tenía, y vido cómo su habla a él enderezaba por la diversidad del lenguaje, rogó a Frándalo que se la declarase, el cual le dijo todo; y como lo oyó, bajó la cabeza, y asosegándose más que ante, dijo: «Dígote de muy cierto, Frándalo, que este cristiano merece ser señor de gran tierra; porque en parte en mucho más tengo su gran discreción que su muy fuerte valentía; si él haciéndome libre, quisiese quedar conmigo en cualquier ley que le agradase más, yo le haría segundo rey en toda mi tierra». «No pienses, Frándalo, «quese eso que dices es mucho; que si supieses quién es, aunque todo tuRey», grandijo señorío le dieses, te haría poco para él; y quiérotelo decir: bien tú bien sabes,

 

según muchas veces oíste, quién es el rey Lisuarte de la Gran Bretaña, y asimesmo el rey Perión de Gaula». «Por cierto sí sé», dijo el rey turco, «que son dos príncipes que, aunque todo el restante de la cristiandad fuese perdido, ellos ambos bastaban para lo cobrar todo». «Pues dígote»,y dijo «que su nieto de ambos reyes y Amadís herederodeenGaula, todos sus señoríos; más Frándalo, te digo, que es este hijo caballero de aquel es noble y esforzado caballero aquel que, no solamente ha puesto espanto con sus grandes cosas en los cristianos, mas en todo el paganismo, temiendo ser con sus grandes fuerzas sojuzgados, como algunas veces comigo lo hablaste, habiendo dél temor». El Rey fue espantado de lo oír, y dijo: «¡Oh, dioses! ahora os digo que ni vuestro poder, ni la fuerza de mis grandes y muchas gentes, ni la pujanza de mis señoríos no serán poderosos de me defender de tan fuerte adversario como mi contraria fortuna tan cerca me ha puesto». En estas cosas que habéis oído, estuvieron allí por una pieza, y dejando al Rey, se salieron ellos a sus aposentamientos, haciendo tanta honra a Gastiles como a la propria persona del Emperador hicieran; y allí holgó dos días mucho a su voluntad, y queriéndose tornar a Constantinopla, viendo ser su ayuda excusada, Frándalo rogó mucho a Esplandián que lo detuviese, porque antes que aquella gente fuese derramada, entendía de los poner en tal parte donde, ganando mucha honra, cobrasen una cosa muy señalada en aquella tierra de la Turquía, que sería ocasión de con ella sojuzgar muy gran parte de aquellas comarcas; lo que con muy poca premia con Gastiles se acabó; que, como ya viese revuelta la guerra, deseaba mucho hacer antes de su tornada algún servicio al Emperador su tío, y placer a todos aquellos caballeros; mas la historia no os dirá esto por ahora, mas contaros ha lo que el rey Lisuarte y la reina Brisena, su mujer, hicieron, siendo ya más en edad de salvar sus ánimas que de sostener las pompas y vanaglorias que hasta allí siguieron.

 

CAPÍTULO LXII. Cómo olvidando las pompas del suelo El rey Lisuarte cargando en edad Acuerda que siga la su voluntad Los triunfos y galas del reino del cielo; Y cómo se parten movidos con celo Los sus caballeros de ver a sus tierras Después de vencidas tantas de guerras Dél despedidos con mucho consuelo. El rey Lisuarte estaba en el castillo de Miraflores, como habéis oído, haciendo compaña a Amadís, que herido era de la batalla que con su hijo Esplandián hubo; asimesmo eran allí con él don Galaor, rey de Sobradisa, y Agrajes, y Grasandor, y el gigante Balán, y don Galvanes, y Angriote de Estraváus, y otros algunos caballeros de los suyos; y como quiera que todos ellos le hiciesen mucho placer y servicio, buscándole juegos y cazas, ni por eso dejaba de sentir su corazón muy quebrantado, acordándose de la alteza muy grande en que se viera en el acto de la caballería; y como ya aquella compaña y multitud de tan hermosos caballeros, que en el mundo en su tiempo crio y fueron en su servicio, eran los unos casados, queriendo reposo, y los otros cansados de seguir las armas y enojados de buscar las aventuras; y los mancebos que a la sazón comenzaban a las querer desear, oyendo las extrañas cosas que Esplandián hacía, y cómo sus fuerzas eran empleadas contra los enemigos infieles, buscaban navíos y aparejos para se ir a la montaña Defendida a servir a Dios, y ayudar a aquel caballero; así que, no podía el rey Lisuarte tanto resistir, que esto mucha congoja no le causase; mas ya la conciencia y su gran discreción, con la edad crecida, y sobre todo la gracia del Señor muy alto, que en su corazón estaba imprimida, queriéndole dar el galardón de la vida virtuosa que reinando había pasado, teniendo muy firme la santa fe que católica, manteniendo justicia y verdad susalgo vasallos, siguiendo las otras maneras cualquier buen rey seguir debría, aunquea en erradoyhubiese, cargaron de talbuenas guisa con tanta fuerza, así como si alguno, metiéndole las manos por los costados con muy gran crueza, todas aquellas dulces vanaglorias perecederas de sus entrañas sacara, poniéndole tan gran dolor y angustia como casi el mesmo trago de la muerte. Así estas cosas ya dichas volvieron con aquella graveza su voluntad, su deseo, en aquello que algunas y muchas veces había pensado de hacer cuando en la escura y no menos triste prisión de la dueña Arcabona fue metido, que es, desamparado lo flaco, cobrar lo fuerte y lo firme; y como así se viese con tanta libertad quitada aquella nublosa nube que a muchos embarga de ser por ellos vista la verdadera claridad, determinó, sin más dar lugar al albedrío en pensamientos, de hablar con su muy amada reina, y así lo hizo; que una noche estando acostado, reposando en su lecho con ella, le descubrió todo su pensamiento, cómo quería dejar sus reinos y señoríos a Oriana, su hija, y a Amadís, su marido, si ella por bien lo tuviese, y tomar descanso en este mundo, procurando de lo ganar para el otro. La Reina, cuando esto le oyó, fue muy alegre, representándosele en la memoria las angustias y grandes congojas que en sus afrentas dél, con muy

 

grandes peligros de su vida, en las batallas y cosas que había pasado por su causa a ella le habían venido. Así que, loando y confirmando su bueno y santo deseo, quedaron entrambos conformes en una voluntad, de que el Rey mucho placer sintió, creyendo que de Dios, más por su piedad que por sus merecimientos, le venía tan grande buena ventura, y dijo: «Dueña, pues que así os parece, yo lo de manera queefecto». con más honra, según nuestra edad, y más descanso de nuestra vida y de la otraharé se ponga esta en Pues ya determinado este rey, como habéis oído, luego en este punto el estilo de su vida fue vuelto al revés de lo que solía, que hasta allí, desque las grandes cosas que con Amadís pasó, donde su honra fue menoscabada, siempre teniendo el corazón afligido y triste, el rostro con muy gran premia alegre le mostraba. Ahora el alegría de su corazón era en tanto grado, que por mucho que della al semblante muy gran parte le cabía, no era poderoso de la mitad mostrar; tanto, que aquellos señores y caballeros que allí estaban miraron todos en ello, y no sabiendo la causa, se hacían muy mucho maravillados de ver aquella tan gran novedad; y desque vieron con tan grandísima mudanza al Rey, y a Amadís levantado del lecho y sano de las llagas que Esplandián le había hecho, tomando con él consejo y acuerdo, demandaron licencia al Rey para se ir a sus tierras, don Galaor, rey de Sobradisa, a la su muy hermosa reina, y don Galvanes a su amada Madasima, y Agrajes con la hermosa Olinda, su mujer, a tomar el reino de Nuruega, del cual era llamado por fallecimiento del rey Galaín5, su suegro; y el gigante Balán para se tornar a la isla de la Torre Bermeja. Este jayán con mucho amor y amorosos abrazos fue de Amadís despedido, rogándole que por la ínsula Firme se fuese, y le enviase a Bravor, su hijo, para le armar caballero, que ya era tiempo y sazón. Solamente quedó allí con Amadís Grasandor, que aunque él quisiera con la noble y mesurada Mabilia, su mujer, ir al reino de Bohemia, donde su padre estaba, que muchas veces le había escripto que a verle fuese, los ruegos y lágrimas de Oriana tuvieron tanta fuerza porque a Mabilia no llevase, que le convino mudar su propósito; y estas mesmas lágrimas causaron que Amadís en compañía de aquellos caballeros no partiese por entonces; así porque ella era muy aficionada a aquel tan hermoso castillo de Miraflores, en que tantos vicios y tantos placeres hubiera con su amigo, donde de la cruel muerte que esperaba a la alegre y dulce vida fue restituida, como esta historia en la segunda parte cuenta, como porque el Rey su padre, sin le manifestar la causa dello, le mandó que por entonces no consintiese c onsintiese que Amadís fuese de allí por ninguna manera partido.

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 En el capítulo VIII del Amadís, este Galaín es llamado duque de Normandía. 

 

CAPÍTULO LXIII. Cómo el rey Lisuarte partido para para Londres llamados todos los grandes de su reino ordenó su testamento dejando a Amadís y a Oriana su hija por herederos de su reino. Despedidos estos caballeros en la manera que habéis oído, el Rey habló con Amadís, diciendo que sería bien que Londres,más porque en tanto él en ponía él y Oriana, su fuese mujer,a tuviesen aparejo de susque cosas queremedio holgasen.en algunas cosas del reino, Amadís le dijo: «Señor, nosotros no ternemos descanso ni holganza sino allí donde vos la tuviéredes. Y pues que esto parece que más os agrada, así es razón que lo cumplamos». Entonces cabalgaron en sus palafrenes con toda la compaña que allí era; y entrando en el camino, después de haber oído misa, llegaron a Londres a comer, donde muy bien guisado lo tenían. Pues siendo como dicho es, hizo luego el Rey entregar a su confesor todos los tesoros, que eran muy grandes, para que dellos satisfaciese los cargos y deudas que el Rey y la Reina pareciesen tener. Y mandó llamar por sus cartas todos los altos hombres de sus reinos, y de las ciudades y villas, a aquellas personas que para venir a las cortes eran diputadas, teniendo poderes bastantes para otorgar lo que en ellas se concertaba. Este mandamiento suyo fue con mucha voluntad obedecido, viniendo todos al día señalado. Lo cual visto por el Rey, mandó luego hacer un estrado fuera del su gran palacio, debajo de las ventanas, que a una gran plaza salían, cubierto todo de paños de oro y de seda, y hizo poner encima dél la silla real, y la de la Reina asimesmo, cubiertas de muy ricos paños, y mandó que pregonasen que todos los señores y las otras personas que allí por su mandato eran venidos, y todo el pueblo de la ciudad, fuesen juntos en aquel lugar, porque quería hablarles algunas cosas que les cumplían mucho. Los cuales, así por saber qué sería esto, como por una cosa tan nueva de lo que en las otras cortes pasadas se solía hacer, venían con aquella gana que en las semejantes cosas los pueblos y gentes suelen venir. Y tantos acudieron, que siendo toda la plaza dellos ocupada, muchos quedaban fuera della por las bocas y entradas a las calles. Pues estando así todos juntos, salieron el Rey y la Reina con sus vestiduras reales, llenas de piedras de gran valor, y en sus cabezas sendas coronas de tanta riqueza, que apenas les sería halladosiendo precio;ellos y tomando el Rey a Amadís la diestra y la Reina a su elsiniestra mano, asentados, y aquellos sus ahijos en pie,mano, teniendo el ReyaenOriana su mano ceptro real, y estando todos sosegados en un callado silencio, el Rey les habló en esta manera: «Excusado será, mis amigos y leales vasallos, las cosas que por mí y vosotros pasaron hasta ahora, desde que yo, por fallecimiento del rey Falangris, mi hermano, vine a ser vuestro rey; traerlas a vuestras memorias, pues que los unos con las personas, poniéndolas a grandes peligros y trabajos, y los otros con las haciendas, dándolas y ofreciéndolas con mucha liberalidad, así como ya las habéis tratado y pasado, y por esto, como notorio a todos, lo dejaré. Solamente quiero que sepáis que con aquellas buenas venturas, muchas que en aquellos tiempos nos ocurrieron, de que grandes deleites y placeres sentimos, con las adversas, que mucho enojo y fatiga pasamos; esta mi cara, que en juventud con frescura conocistes, ahora arrugada y envejecida la veis, acompañándola los blancos cabellos, la menoscabada vista de los ojos, la flaqueza de los dientes, con otras pasiones a ellas conformes, que a vosotros no es manifiesto. »Pues, mis buenos amigos, esto tal ¿de dónde viene, o quién es la causa de lo acarrear? Por cierto no otra, sino que la tierra demanda ya este mi cuerpo, como premio o deuda a ella debido, y el

muy alto Señor el ánima, que le vaya a dar cuenta de aquel gran mando y señorío en que la puso;

 

y yo no pudiendo rehusar este camino, antes de mi partida tengo acordado que, dejando estos reinos de tierra y de lodo, haga en mí tal penitencia, con que pueda aquellos de gloria y de placer sin fin alcanzar, considerando ser tan imposible tornar a la juventud y fuerza pasada, como ser tornados los ríos allí donde nacieron. Y para el reparo vuestro dejo a mi hija Oriana con este caballero, su marido; que si en mí alguna fortaleza sentistes, muy mucho mayor él la tiene, y si gran linaje es el mío, tan alto es el tuyo, que ninguno otro le puede sobrepujar. Pues su condición y buenas que cualquier buen yreycompañía ansí debevuestra haber, lo asíha como yo vosotros sabéis,miporque lo mejor maneras, de su tiempo en mi servicio pasado. Pues delas Oriana, hija, demás de ser ella la derecha heredera destos reinos, su condición y virtud es tal, que de otro cualquiera cabe que ella fuese, siendo conocida, no teniendo derecho alguno, con mucha causa para reinar debría ser llamada».

 

CAPÍTULO LXIV. Cómo dejada la pompa mun mundana dana Lisuarte y Brisena devotas personas Quitando de sí las reales coronas Las dan a Amadís y a la infanta Oriana; Y cómo escogiendo la vida más sana A Miraflores se van a retraer Do la vida monástica quieren hacer Dejando la otra del mundo profana. Cuando aquellos altos hombres y gente del pueblo oyeron aquello que el Rey les dijo, el murmurar entre todos fue muy grande, y muy mayor los lloros, dando voces, hincadas las rodillas en tierra, levantadas las manos contra el Rey, diciendo: «¡Oh, rey de la Gran Bretaña, oh señor nuestro y rey natural! ¿Por qué así te place desampararnos? ¿Por qué te quieres hacer extraño? ¿Cuál será la causa de tal movimiento? Si es por ventura, alguna que para satisfación de tu voluntad haber no puedas, nuestras haciendas, nuestros hijos y mujeres, tómalo todo; haz dello, no como de vasallos, mas como de siervos captivos harías; y no nos dejes, Señor, en tan gran tribulación como sin ti nos hallaremos; que en esto que de Amadís dices, así por nosotros como por ti es conocido, mas ¿quién duda que, viéndose rey en alteza tan crecida, que su gran fortaleza en gran crueza no sea tornada, y su humilde voluntad en mucha soberbia, y aun en demasiada codicia su liberalidad y franqueza? Así como a otros príncipes en este mundo les ha acaecido; que siendo sin mando de gobernación, mostrándose sin los señoríos muy graciosos y agradables, después que los cobraron, todo lo hallaron sus vasallos al revés. Esto que fuese por ser su bondad fingida, o porque los grandes estados las semejantes mudanzas y dolencias consigo traían, no lo sabemos. Mas a ti, buen señor, que siempre te hallamos padre verdadero, escudo fuerte en nuestras amparador socorredor las viudas y huérfanos, sin que la edady dea la juventud,defensas, ni después la más yanciana, en tidemudanza hiciese; a ti, Señor, queremos, ti suplicamos con estas nuestras lágrimas, con esta obediencia de nuestras rodillas y manos, que no nos desampares, ni en tanto que a ti, Señor, la vida durare, no nos hagas conocer yugos nuevos, donde nuestras cervices, que con la mansedumbre de tus mandamientos nunca se sintieron, blandamente domadas han sido, agora degolladas y maltratadas ma ltratadas no sean». Cuando el Rey oyó tan gran clamor y tantos llantos y tantas lágrimas, con palabras tan amorosas y piadosas, no pudo tanto resistir la fortaleza de su corazón, que a la humanidad la deuda que en tal auto debía no se la pagase. Y esto fue que así como dos fuentes comenzaron sus ojos a llorar, y sin su grado dél lanzar infinitas lágrimas, de manera que por una gran pieza no les pudo responder; pero su ánimo ya más sosegado, díjoles: «Mis amigos verdaderos, ruégoos yo cuanto puedo, por aquel grande amor que siempre os tuve y terné, que con aquella leal obediencia que hasta aquí mis mandamientos cumplistes, con aquella se otorgue este, que postrimero será, en que tanto mi deseo y voluntad recibirán descanso. Y en esta duda que vos causa o pone en algún temor, yo y la Reina, de quien esto me es otorgado, como en todas las cosas que de ella quisiere

siempre lo hizo, estaremos tan cerca de vos, que si algo la fianza que en este caballero, mi hijo,

 

tengo, al contrario de mi pensamiento saliere, lo que yo no creo, podremos soldar y remediar todo lo que se rompiere, no con fuerzas de señores, mas con mandado y ruego de padres verdaderos». Conociendo pues los altos hombres y los otros vasallos ser aquella la voluntad de su rey, creyendo no le poder della mudar, pues que ya en lugar tan público la había divulgado, otorgaron todos, llorando sollozos, de tener por bien él hiciese. el Rey levantado de su sillacon real,grandes tomó con su mano la corona de suaquello cabeza,que y púsola en laYdeluego Amadís, y quitándose el manto, le cubrió con él, y la Reina hizo a su hija lo mismo. Ellos quedaron con unos paños de lana negros: aquellos que todos los días de su vida no esperaban mudar, si no fuese con otros tales. Y haciéndoles sentar en las sillas, poniendo a Amadís el su ceptro real en la diestra mano, le dijo: «Rey de la Gran Bretaña, tomad estas preciadas joyas, y con ellas el cuidado de dar cuenta al mundo de vuestra honra y fama, y a Dios, que en esta silla vos ha puesto, de vuestra consciencia; porque, así como teniendo la justicia y verdad de vuestros vasallos, aquel amor que les debéis, guardándolos, honrándolos y amándolos, no como a siervos, mas como a vasallos y amigos, antes del poderoso Señor seréis con mucho galardón recebido; así, haciendo al contrario, la pena, la crueza serán en vos con más rigor que en otro de los más bajos ejecutadas». Amadís, rey nuevo, y la reina Oriana, hincadas las rodillas, besaron las manos al Rey y a la Reina. Y ellos con piadoso amor los abrazaron y besaron, dándoles su bendición y haciéndolos sentar en sus reales sillas, rogando a todos que tomándolos por señores, les viniesen todos ellos a besar las manos, no queriendo que otro alguno fuese, sino solamente el bueno y preciado viejo don Grumedán, ayo de la Reina, se tornaron a palacio, y entrando por una de las salas dél, vinieron a él todas las dueñas y doncellas, llorando, a se echar a sus pies, queriéndoselos besar; mas ellos, con aquel amor y con aquella voluntad que siempre las habían tratado, las levantaron, llegándolas a sí, diciéndoles muchas palabras de consolación; y que sus hijos, los reyes nuevos, con más deseo y amor que ellos las tratarían y harían mercedes. Esto así hecho, saliendo ambos por la puerta que al campo salía, llevándose el Rey consigo a don Grumedán, que con muchas lágrimas le habían rogado que hasta el fin de sus días dél se sirviese, queriendo seguir la vía que él tomaba, y a la Reina su mujer, a las tetas de la cual fue criada, habiéndoles otorgado compañía, cabalgaron en sus palafrenes, y fuéronse a meter en aquel apacible y deleitoso castillo de Miraflores, donde hallaron dos capellanes ancianos, de misa, que debajo de unos hermosos árboles cerca de una fuente, donde muchas flores y rosas había, les tenían puesta una mesa pequeña, cual bastaba a dos personas, y cabe ella otra con platos de tierra y vasos de vidrio, y alguna fruta de la huerta. Cuando el Rey así se vio, hincó las rodillas en tierra y alzó las manos al cielo, diciendo: «¡Oh, Señor de todo el mundo! ¡Oh, muy alto Dios! Si era yo obligado a te servir en aquella grande alteza en que me pusiste, en aquella gran fama y honra que sobre muchos reyes y príncipes me diste, mucho más lo soy agora, Señor, porque sacándome de aquel tan fondo piélago, de aquel tan peligroso lazo, me has puesto, si por mi culpa y mi maldad no lo pierdo, donde, dejando aquí tan gran señorío, que con tantas tribulaciones y peligros de mi ánimo y mi ánima sustentaba, agora sin ellos, solamente queriendo humillar la voluntad, esclarecer el entendimiento en tu servicio, puedo ganar otros muy más preciados, que fin ni cabo no tienen». Y levantándose, siendo bendita la mesa por los capellanes, ellos y don Grumedán y su mujer les dieron comer, no con otra ceremonia a dos religiosos, aquellos delenviaba monesterio donde lade honrada abadesa Adalasta estaba,máslesque había mandado guisar. Y así que se los cada

día; que el Rey no quiso que otra persona alguna allí entrase, sino aquellos que habemos dicho; y

 

acabando de comer y de cenar, hincaban las rodillas en tierra, dando gracias a Dios, y rezaban y oían todas las horas en una hermosa capilla que allí había, no entendiendo en otro sino en las devotas contemplaciones, en mirar el cielo y las estrellas, deseando que sus méritos fuesen tan dignos, que dignamente allí sus ánimas salvasen, olvidando todas las cosas pasadas, como si nunca tratado ni pasado las hubieran, quedando en aquella vida santa y devota, donde pluguiese al Señor muy poderoso, que en tal forma, con su gracia, todos los que en su santa ley son se retrajesen al tiempo quey ya el mundo desechando y afrentando y conque otrasla mil cuitas angustias quelos lesvavienen; no esperando que elcon fin pasiones, de sus díasconlasdolencias acabase. Pues fuerza de la juventud algo parece excusar sus yerros, siquiera que en la vejez algún conocimiento dellos hubiesen; que siendo verdadero, el verdadero Dios, por tarde que a él viniesen, con su santa misericordia y piedad les dará, no lo que sus pecados merecen, mas aquello que su santa pasión cada día nos promete.

 

CAPÍTULO LXV. Cómo los principales del reino de Bretaña juraron a Amadís por su rey. Pues los reyes nuevos, Amadís y Oriana, quedando en sus reales sillas asentados, llegaron todos los altos hombres y procuradores de aquellos reinos a les besar las manos, dándoles aquella obediencia lealesmercedes; vasallos a que sus reyes allí les demandaron fuerosnoy costumbres,y vasallaje y otras que muchas por dar ellossuelen, muy ygraciosamente les fuesustodo, solamente otorgado, mas aun guardado en tal manera, que no pasando mucho tiempo, aquel grande encendimiento de amor, aquella leal obediencia que al rey Lisuarte y a la noble reina Brisena, su mujer, tuvieron, aquella, y mucho mayor, fue vuelta a ellos, viendo que su nobleza, su gran virtud, merecía otros mayores reinos y señoríos.

 

CAPÍTULO LXVI. De las mercedes que el rey Amadís hizo a los caballeros de quien el rey Lisuarte cargo tenía. El Rey hizo allí mercedes al rey Arbán de Norgales de una isla que con el reino de Norgales confinaba, porque él dijo que, como quiera que por suyo y a su servicio estuviese, no podía ya acabar de grande andar más la corte;dey Estraváus. el oficio deY mayordomo que él atenía, diolo elconsigo Rey a su y lealtiempo amigoenAngriote la Reina diomayor, un condado la su doncella de Denamarca, y el Rey dio a Gandalín, su hermano de leche y su escudero, toda la tierra y castillos que fueron de Arcaláus el Encantador; y mandó a don Guilán, duque de Bristoya, que con gente los fuese luego a cercar; y dio a su amo Gandales, en el señorío de Fresca, una parte de muy hermosa tierra; y así hizo mercedes a don Cendil de Ganota y a Brandoibas, y a otros caballeros criados del Rey. Pero el mayor dellos fue Giontes, sobrino del Rey, que dél le quedó encomendado, que le hizo duque de Cornualla; y hizo su camarero a Ardián, su enano, porque aquel trabajo que hasta allí tuvo en guardar sus paños de caballero andante, fuese satisfecho con la guarda de las reales vestiduras y ricas joyas; y así hiciera muchas mercedes a los caballeros que con él se hallaron en las grandes afrentas y batallas pasadas que ya oístes, sino porque ellos tomaron por más gran honra y mejor partido de se ir a la montaña Defendida, donde Esplandián estaba, como lo hicieron y adelante vos será contado. Algunos podrían decir que, pues estos caballeros, siendo siempre en servicio del Rey y en todas sus afrentas y fortunas, que con mucha causa y razón antes que los reinos desamparase les debiera hacer aquella mercedes, y no dejarlo en la voluntad y cortesía de otro. Por cierto, en alguna manera la tal razón, como justa, se debría tomar en cuenta; pero, como el Rey muy cuerdo fuese, consideró que, pues aquellos caballeros quedaban fuera de su servicio, y habían de ser en el de Amadís y su hija, que dejando a ellos la libertad para les hacer aquellas mercedes, el amor y voluntad que a él tenían, a ellos se podría volver, y con mejor voluntad serían dellos obedecidos; y así había quedado que se hiciese entre él, Amadís y su hija, de manera que tan enteramente lo tuviera, y mucho más tuvo por bien que sus hijos lo tuviesen.

 

CAPÍTULO LXVII. De cómo la reina Oriana parió y de las fiestas que los del reino por ello hicieron. A esta sazón parió la reina Oriana un hijo y una hija de un parto, y a la hija llamaban Brisena y al hijo Perión, con que todos los del reino hubieron mucho placer y hicieron grandes fiestas y alegrías, y trujeron al Rey y a la Reina muchas cosas en servicio.

 

CAPÍTULO LXVIII. Cómo el rey Amadís empleaba su tiempo en tener sus reinos en paz y en enviar fustas y gente a su hijo Esplandián a la montaña Defendida. Así como oído habéis, fueron retraídos en aquel castillo de Miraflores el rey Lisuarte y la reina doña Brisena, suy mujer, quedando en sus reinos y grandes Amadís en vida espiritual, los otros en la temporal, holgando cadaseñoríos uno dellos segúny elOriana, estilo los de unos su vivir, descansando y reposando sus espíritus de aquellos grandes trabajos y peligros que por ellos en otros tiempos habían pasado. No curaba ya el rey Amadís de seguir más sus aventuras, ni de que sus caballeros las siguiesen, antes todo su cuidado empleaba en tener en paz y sosiego sus reinos y en hacer mercedes a los que se las merecían, y aparejar mucha gente y fustas para enviar a Esplandián, su hijo; habiendo sabido de un escudero de Norandel, que allí llegó, cómo se iban derechamente Esplandián y Norandel, y Gandalín y Lasindo a la montaña Defendida, y cómo había Esplandián muerto los dos gigantes que en la cueva habitaban, que era en la falda de la alta Alemaña; y no supo decir más, porque de allí se partió dellos. Mas porque ya las cosas del rey Amadís a este nuestro cuento no convienen, como pasadas y recontadas antes desto, desde agora se dejarán, por haceros saber aquellas de aquel que con más esfuerzo y con más fe, por otra más diversa y católica vía, las procuró, y pasó así a la honra deste mundo como a la salvación de su ánima.

 

CAPÍTULO LXIX. En el cual Frándalo certificando su gran lealtad lealtad en la santa ley en que está amonesta a Esplandián y a Gastiles que para otras mayores afrentas y ganancias se aperciban. Esplandián, como se vos ha contado, estaba en la montaña Defendida deteniendo a Gastiles, sobrino Constantinopla, la flotadeque deltan fuerte Frándalo,delqueemperador con grandedeafición se lo pidió;con contoda esperanza que,allí así trujo, como por en loruego pasado leal le había hallado, que así en lo por venir su propósito no se mudaría, creyendo que, como él de aquella tierra natural fuese, y tanto tiempo el ejercicio de las armas hubiese continuado, que antes por su buen consejo que por el de otro alguno alguna cosa muy señalada se podría ganar, en que el Señor más poderoso servido fuese. Pues así fue, que en cabo de veinte días que la lid que con el rey Armato pasó, siendo ya todos los caballeros bien sanos de sus heridas y en disposición de se armar, Frándalo, sacando aparte a Esplandián y a Gastiles, en esta manera les habló: «Buen señor Gastiles, quién yo haya sido, y las maneras de mi vivir en los tiempos pasados, tú muy bien las sabes, y asimesmo también lo que yo he hecho después que por la misericordia del Redentor del mundo y por la merced de tu tío yo fui vuelto en esta santa ley, en que el encendimiento de mi corazón es en tanto grado para la seguir, que ningún momento ni hora puedo reposo haber, hasta ser venido el efecto que deseo; y mucho más lo tengo, después que con el maestro Elisabat he hablado en el hecho de mi ánima; el cual, entre las otras santas palabras por él dichas, me dice que, así como el padre, puesto caso que muchos hijos en su casa tenga, y le venga algún otro que perdido hubiese, con poca esperanza de lo cobrar, muestra con aquel solo recebir mayor consolación y deleite que con los otros todos, aunque dél sean amados; que así el Redentor nuestro hace cuando algún muy pecador es vuelto de lo malo a lo que él por obra y ejemplo nos dejó; porque parece que las penas y trabajos y cruda pasión y muerte que como hombre recibió en este mundo, gozan de aquel fruto sobre que tomar las quiso, que fue por salvar los pecadores. »Y aunque muchos santos delante su divina Majestad sean, que cuando alguno de los que digo se le representa, recibe aquella grande alegría que como verdadero Dios recebir puede. Y porque como yo sea por todos, y más por mí, tenido por uno de los que mayores males hayan hecho, soy determinado, poniendo el cuerpo a grandes peligros por le servir, de los quitar del ánima, porque goce de la gloria que fin tiene.enAsí que,donde mis buenos señores, dudando en mi ylealtad, aparejadvos; que presto vosnoporné parte por razón seréis no ciertos que grandes justas ganancias y provechos se nos seguirán».

 

CAPÍTULO LXX. De la habla que cerca de Frándalo y Esplandián con Gastiles hubo. Esto oído por Esplandián, volviéndose para Gastiles, le dijo: «Mi señor, ya veis lo que este noble caballero ha dicho, y también sabéis lo que ha hecho después que con nosotros se juntó. Cierto creo yo quedeuno principales aparejos esta ytierra de Turquía sea elseñoreada en el servicio Diosdeylos delmás Emperador, vuestro tío, para es el que consejo voluntad suya, con trabajo que con tanta afición tomar quiere; yo no puedo más, sino con mis compañeros y persona seguirle, y llevar al cabo todo aquello que la fortuna nos querrá otorgar. Lo demás desto, a vos, mi buen señor, pertenece de responder».

 

CAPÍTULO LXXI. Del consejo que Frándalo y Esplandián con Gastiles hubieron para dar combate a la villa de Alfarín y cómo Gastiles por mar y ellos por tierra para ella se partieron. Gastiles, que muy cuerdo era y muy buen caballero en todo, y que mucho a Esplandián amaba, y asimesmo sabiendo la buena su tío,dispusiese, le tenía, ycomo cómoquiera la tregua rompida, bien consideró quevoluntad todo lo que que elél Emperador, de aquella flota que era la fortuna lo guiase, sería recebido antes en servicio que en enojo, y respondió en esta manera: «Señor Esplandián, si es cierto que por servir a mi tío o socorrer a vos mi ánimo grande deleite y descanso recibe, ¿cuánto más lo debe ser en poner mi trabajo por aquel Señor a quien todos sujetos somos, especialmente viendo con la voluntad que Frándalo quiere poner en efecto aquello que hasta aquí tan extraño y tan aborrecido tenía? Y pues otra cosa no falta sino la ejecución dello, no falte la diligencia; que yo seguiré vuestro parecer». «Pues que así es», dijo Frándalo, «dejadlo a mi cargo; que si por ventura lo que yo pienso se errare, manifiesto vos será ser más por desventura que por culpa mía; y porque ya el tiempo nos convida, y tú, buen señor Gastiles, pásate luego a tu flota, y con toda la gente que en ella traes, comienza en anocheciendo a navegar la vía de la villa de Alfarín; que tú bien sabes así el sitio suyo como su gran fortaleza; que de mi sobrino Bellériz, el cual estos días pasados envié a la tentar, he sabido que está dentro en ella Heliaja, la infanta hija del rey Antión de Media, mujer del infante Alforaj, heredero del señorío de Persia, y supo cómo querían casar y pasar a Tesifante, la muy gran ciudad; y si con tiempo Dios nos deja llegar, o la tomaremos en la villa, o en el camino por donde fuera; y si este lugar se gana, como yo lo espero, gran parte de aquellas comarcas nos serán sujetas. Esplandián con todos los caballeros, y de mis compañías aquellos que caballos tienen, serán por mí guiados por tal parte, que al tiempo que tu flota de noche llegare al puerto, y comenzare el combate por la mar, nosotros asimesmo lo haremos por la tierra. Y yo fío en aquel muy alto Señor que nos guía, y en cuyo servicio vamos, que así la villa como la Infanta será por nosotros ganada». Con este acuerdo que habéis oído, Gastiles, haciendo muestra que a Constantinopla se tornaba, despidiéndose de Esplandián y de todos sus compañeros, entrando en su gran flota, por la honda mar a navegar comenzó, sin que a persona que en ella estuviese el fin de su viaje le fuese manifiesto;el sabiendo él la hora en había de llegar al puerto de la villay con de Alfarín comenzar combate. Esplandián y el e lque fuerte Frándalo, hablando con Norandel los otrospara sus compañeros, mostráronles lo que se les aparejaba para cumplir su deseo, que era hallarse en las cosas peligrosas de grandes afrentas, donde prez y honra ganar pudiesen; y por ellos siendo otorgado con aquel esfuerzo de sus bravos corazones, aderezaron sus armas y caballos para la hora que el fuerte Frándalo los mandase caminar, con tan grande gozo y alegría de sus ánimos, como los buenos caballeros deben tener cuando van a las cosas a ellos anejas y convenibles, aunque muy peligrosas les parezcan; porque aquellas les han de mostrar el fin de la virtud que el alto oficio de la caballería demanda. Y como quiera que los otros más bajos oficios por la perfición dellos sean loados, este lo debe ser más, pues que más que todos y sobre todos resplandece, así como claro sol sobre toda la otra claridad.

 

CAPÍTULO LXXII. Cómo Esplandián y Frándalo con ciertos caballeros caballeros partidos de la montaña Defendida Defendida llegando ya cerca de la villa de Alfarín enviaron los caballeros con Bellériz por por otra parte y ellos se fueron por la fuente Aventurosa Aventurosa donde hallaron lala infanta Heliaja y veinte caballeros que la guardaban los cuales vencidos por fuerza de armas en el campo Esplandián y Frándalo muy honradamente la Infanta consigo llevaron. Pasado pues el día, y venida la noche, después de haber Esplandián encomendado a Libeo la montaña Defendida, y la guarda del rey turco y de los dos capitanes que presos estaban, armáronse todos, y cabalgando muy presto en sus buenos caballos, haciendo llevar alguna vianda que para cuatro días les bastase, creyendo estar apartados de la flota de Gastiles, salieron de la montaña por el postigo pequeño que ya oístes, hasta ciento de caballo muy bien armados, y tomaron la vía que Frándalo les amostró; y así juntos anduvieron la noche por tierra muy llana y hermosa, de grandes arboledas, sin ningún poblado hallar; que Frándalo, como la tierra sabia, desviábalos de los poblados porque no fuesen sentidos. Venida la mañana, estuvieron muy encubiertos en lo más espeso de la floresta, donde caminaron ellos y sus caballos, y holgaron todo aquel día; mas luego que la noche vino tornaron a cam caminar, inar, llevando Frándalo la delantera, sin que ninguno, si él no, y Bellériz, su sobrino, supiese dónde iban. Pero siendo ya muy gran parte de la noche pasada, no estando muy lejos de la villa, Frándalo dijo a Esplandián: «Señor, váyanse estos caballeros a Bellériz, mi sobrino, que él los guiará y porná al alba del día en una halda de la montaña, donde a ojo se parece la villa de Alfarín; y si Gastiles fuere ya en el puerto y comenzare el combate, luego por ellos será oído; y hagan aquello que mejor se les aparejares, y guíense todos por el consejo de Bellériz, que, según de mí está avisado, así como yo sabrá hacer lo que conviene; y yo llevaros he por otro camino a la fuente Aventurosa, que es entre la villa y Tesifante, que por maravilla es tenido cuando en ella aventuras faltan; y desde la fuente tomaremos el camino hacia donde los nuestros caballeros estuvieren, y podrá ser que la fortuna nos porná en las manos aquella infanta Heliaja, de que ya os hablé». Esplandián le dijo: «Mi verdadero amigo, todos somos en vuestra guarda y ordenanza, y hágase todo como a vos pareciere». Entonces con se apartaron Bellériz los caballeros, tío le mandó, y Esplandián y el fuerte Frándalo sus escuderos y lacon doncella Carmela, como que desuEsplandián nunca se partía. Frándalo se metió al camino, y Esplandián en pos dél, y anduvieron hasta que el alba quería romper, que juntos con la fuente Aventurosa se hallaron; la cual estaba metida entre cuatro padrones de cobre dorados, que cada uno dellos tenía en sí letras muy hermosas, de las cuales, y de la causa por qué allí fueron puestos, se dirá en su tiempo; y así como allí llegaron, que aún el día del todo no era venido, vieron en ella una claridad, que les mostró cómo encima de los padrones estaba trabado un paño de oro muy rico, y debajo dél una doncella que de una cama de seda se comenzaba a levantar y se vestía; a la cual guardaban veinte caballeros muy bien aparejados de armas y caballos, que ya cabalgaban, y tenían para la doncella aparejado un muy hermoso palafrén, ricamente guarnecido. Cuando Frándalo así los vio, que delante iba, dijo a Esplandián: «Ea, Señor; que esta es la caza a que vos sois aficionado». Entonces fuéronse contra los caballeros al más ir de sus caballos, y como los acometieron de

sobresalto, pusiéronlos en grande alteración; que algunos dellos, pensando que mucha gente fuese,

 

derramaron por el campo, y otros quedaron juntos, de los cuales los dos dellos fueron luego muertos de los encuentros de las lanzas; mas conociendo que no eran más de dos, tornáronse luego a juntar y dieron de rendón contra ellos, con tales y tan grandes encuentros, que por poco les hubieran sacado de las sillas; mas, como los dos caballeros fuesen tales, y se viesen en punto de muerte, y no les conviniese sino matar o morir, no quisieron ser perezosos, y hiriéronlos tan crudamente, que antes que las lanzas quebrasen, los ocho dellos quedaron en el campo muertos y heridos; y perdidasenlasellos; lanzas, pusieron a sus espadas,una y fueron a herir en los quedaban, y ellos asimesmo y de maneramano que se comenzó lid muy mucho fieraquey no menos peligrosa; mas los golpes que Esplandián daba no se pueden ni deben creer, pues que persona que mortal fuese nunca tales los dio; y si alguna fe a ello dar se puede, será que como este caballero fuese de tan santa vida, y su propósito entero y enderezado tan solamente en el servicio del Redentor del mundo, y en creer su santa ley, que entonces casi comenzaba; pudo ser que, así como a los otros algunos por su gracia especial les dio tal esfuerzo de corazón y fuerzas corporales, que semejantes golpes dieron, como en algunas historias se lee, que así las quiso dar a este caballero, por donde tan grandes maravillas en armas hizo todo el tiempo que las trajo. Pero todo fue bien menester; que como ellos anduviesen cansados, según los golpes que habían dado, y los contrarios fuesen muchos y esforzados caballeros, entre los cuales dos muy fuertes jayanes estaban; si los dos no fueran tales, no mantuvieran el campo mucho espacio de tiempo. Esplandián, que vido lo que Frándalo hacía, y cómo los contrarios con mucho esfuerzo se esforzaban por los matar, siendo ya el día bien claro, vio los jayanes delante los suyos, como que por escudo y amparo los tuviesen, y apretando su buena y encantada espada en el puño, puso las espuelas a su caballo, que muy fatigado y cansado andaba, y alzóse en las estriberas, y dio al uno de los jayanes tan fiero golpe por encima del yelmo, que aunque de muy fuerte acero era y muy pesado, como a jayán convenía, no pudo su fortaleza tanto resistir, que el yelmo y la cabeza no fuese hecho dos partes, hendido hasta el pescuezo, y dio con él luego muerto en el suelo una tan gran caída como si cayera una torre. Este fue uno de los dos más señalados y mayores golpes que él nunca hizo, ni otro alguno de que esta tan grande historia haga mención, que aunque Amadís, su padre, algunos muy grandes y fuertes gigantes mató, y don Galaor, su hermano, que mató al fuerte Albadán, jayán de la peña de Galtares, fue esto por algunos encuentros que por muy gran dicha, o permisión de nuestro Señor Jesucristo, acertaron por lugares tan peligrosos, donde no con muy mucha fuerza entraron los hierros de las lanzas por parte donde los gigantes muertos fueron; y aun algunos dellos fueron heridos por los mismos golpes; mas cortado un grueso y fuerte yelmo, y hecho dos pedazos con la cabeza por la fuerza del brazo, nunca en toda esta historia, como ya dije, se hallará; porque, como los gigantes tan valientes fuesen, podían comportar los yelmos tan pesados, que nunca se halla haber prendido espada de caballero en ninguno dellos hasta aquella sazón que habéis oído. Cuando los seis caballeros que vivos quedaban, que los otros seis ya eran derribados y muy maltratados, vieron tan fiero golpe, no solamente fueron espantados, mas dejando desamparado el campo, comenzaron a huir; y Esplandián, que los seguía, alcanzó al uno y diole por encima del hombro un tan grande golpe, que le abrió a brió hasta la cinta. Frándalo estaba en una batalla con el otro gigante, y no le podía vencer; mas Esplandián, que los caballeros vio huir, y quedar el campo libre dellos, tornó muy presto contra el Gigante con su espada en la mano por le herir, y Frándalo, que así lo vido, dijo: «Señor, por merced dejadme a mí con él, y si yo lo venciere, seré de vos en mucha más estima temido». «¡Oh, Frándalo!», dijo Esplandián en alta voz, «conocido tengo yo vuestro esfuerzo y probado, y

no es tiempo agora de nos combatir con esta tan mala gente, guardando cortesía ni mesura».

 

Cuando el Gigante oyó nombrar a Frándalo, luego rindió la espada y dijo: «Frándalo, demándote por merced que me oyas lo que te quiero decir». Cuando así los dos caballeros lo vieron rendir las armas, y que no se quería defender, detuviéronse en lo herir, y díjole Frándalo: «Di quién eres; que, según veo, conocido soy de ti». «Yo soy»,quedijo, «tutiempos primo que Forón, que muy mucha compañía te hizo en las grandes aventuras en los sabesaquel pasaste». «Pues quítate el yelmo», dijo Frándalo; «que quiero ver si me dices verdad». El jayán se lo quitó como mejor pudo, y luego fue conocido de Frándalo, porque mucho lo amaba, y dijo a Esplandián: «Señor, sea vuestra merced de me dar este caballero». «Buen amigo», dijo Esplandián, «ese y todo lo más que vos demandáis y mandáredes tengo yo de cumplir». «Pues primo», dijo Frándalo, «dad vuestras armas a aquellos escuderos, e id vos con nosotros, con fe que por cosa que veáis no seréis en nuestro estorbo; que antes que la noche venga, yo vos libraré a todo mi leal poder». «Pues yo así lo prometo», dijo el jayán; y dando las armas a Sargil y a Fornace, su escudero de Frándalo, se fueron a la fuente, donde la doncella vieron, y halláronla vestida y en pie sobre la cama; y tenía muy ricas vestiduras con flores de oro, y colgadas de sus hermosos cabellos muchas piedras y perlas de muy gran valor, todas horadadas y metidas por ellos; así que, demás de ser su atavío muy rico y de grande estima, parecía cosa extraña de la mirar. Pero su continente era con tanto esfuerzo, como si nada de lo que vio de sus caballeros no hubiera pasado; y como a ella llegaron, Frándalo la conoció luego, que era Heliaja, mujer del infante Alforaj, que poco antes quél fuese preso por Maneli el Mesurado, había estado a sus bodas, cuando del reino de Media la trujeron, y a un torneo que por ella se hizo de muchos caballeros y fuertes jayanes, donde Frándalo hizo maravillas, de que muy loado de todos fue, y muy favorecido de aquella infanta, tomándole por su caballero; y volviéndose a Esplandián, le dijo: «Señor, esta es respondió la presa que quién era ytenía si tenía por bienporque le hablase. Esplandián quedemandábamos»; aquello y todo loy díjole otro que hiciese él siempre muy hecho. Entonces Frándalo descabalgó del caballo, y quitándose el yelmo, fue a hincar rodillas delante la Infanta, de la cual luego fue conocido, y tendió contra él las sus muy hermosas manos, y se las dio para que las besase, así como él lo quería hacer, y díjole: «Mi buen amigo Frándalo, ¿qué ha sido esto, que siendo mi caballero y mi servidor, te has tornado mi enemigo y me has muerto mis caballeros? No esperaba yo de tan buen hombre como tú eres, y tan alto en caballería, tal obra como esta; antes tenía creído que, si todos me faltaran, que tú solo quedaras en mi favor y servicio». «Buena señora», dijo Frándalo, «no tengo por extraña la culpa que me pones, pues entiendo que a tu noticia no han venido las cosas que por mí han pasado después que de tu presencia y corte fui partido; y cuando manifiestas te fueren, según tu gran discreción y virtud, cierto soy que ternás

por conviniente todo lo que yo he hecho; pero, como quiere que sea, si mi voluntad entera fuese, agora en esta fortuna contraria miraría con más afición por tu servicio».

 

Esplandián, que lo oyó, dijo: «Mi verdadero amigo, la vuestra voluntad es entera, sin premia de ninguna cosa que la estorbe». «Pues que así es, Señor», dijo él, «guíense los hechos desta señora por mi consejo». «Así será», dijo Esplandián. Entonces Frándalo dijo a la Infanta: «Cabalga, Señora, en tu palafrén, e irás con nosotros a ver otro más hermoso torneo que aquel que a tus bodas se hizo; y si Dios lo endereza como yo lo pienso, allí verás que responderán los loores y favores que de ti recebí siendo en tu grande alteza, y yo, según ello, un pobre caballero, porque sea ejemplo a los altos príncipes como tú, que cuando Dios los pusiere en sus reales sillas, teniendo, a su parecer, todo lo restante debajo de los pies, tengan cuidado de allegar y honrar a los menores, considerando las vueltas de la movible fortuna, que muy presto con variables cosas se muda, así como en esto presente se muestra». La Infanta, oído esto, sin hacer mudanza de ninguna flaqueza, tomó el palafrén, y subiendo en él, dijo: «Si he perdido buenos caballeros, otros mejores me quedan para mi servicio; y vamos donde vos pluguiere».

 

CAPÍTULO LXXIII. Cómo Esplandián y Frándalo Frándalo llegados a la vill villaa de Alfarín viendo la batalla trabada trabada con los suyos tan osadamente acometieron a los enemigos que a vueltas con ellos por fuerza de armas dentro de la villa solos se hallaron. Esto hecho, ytomaron el camino hacia de Alfarín, riendaquitar a la infantaasíHeliaja, Esplandián hablando conlaelvilla Gigante, aunquellevando nunca elFrándalo yelmo dedelalacabeza quiso; pues siendo ya alongados cuanto tres leguas, oyeron las voces y grita que los de la vvilla illa y los de fuera hacían, porque el combate andaba muy avivado, y luego pensaron qué sería, pesándoles mucho de haber tanto tardado; y dando más priesa a las bestias que de antes, no tardó mucho que llegaron a la vista de la villa y vieron cómo los suyos por la tierra traían con los enemigos una muy revuelta y peligrosa lid; y como llegaron donde algunos de los sus hombres, servidores de poco valor, estaban mirando la pelea, dejaron con ellos y con los escuderos y la doncella Carmela al Gigante y a la infanta Heliaja, diciéndoles que no hiciesen otra cosa sino estar allí; que de otra manera, el daño sería suyo. La Infanta les dijo: «Caballeros, deso perded cuidado; que si tan firmes vosotros estáis en la pelea como yo en no salir de la palabra que doy, no pasará mucho tiempo que no seáis dentro en la villa». Entonces tomaron sus armas, y al más ir de sus caballos acometieron a sus enemigos, y siendo cerca su gente, vieron cómo todos los más andaban a pie, porque aquella parte era tan fragosa, que los caballos eran excusados; y asimesmo vieron cómo Norandel y Talanque, y Maneli y Ambor, y el rey de Dacia y Bellériz, y Gandalín y Lasindo, estaban delante de los suyos en una cruda batalla con los caballeros que de la villa salieron por una puerta y puente levadizo que la honda cava atravesaba; y como el paso fuese muy estrecho, y los de la villa muchos, no podían aquellos pocos llegar a los herir, como deseaban. Esplandián, que así los vido, apeóse del caballo, y también Frándalo; y diciendo: «Mi amigo, aguardadme», llegó, cubierto de su escudo y la espada en la mano, y pasando por los de su parte fue a herir en los enemigos, y no curó de se detener en los primeros, antes con los grandes y mortales golpes que con la espada daba, derribando y matando todos los que el camino le impedían, sin se de detener, tal la camino, que pasó¿Qué a lososprimeros; seguía, temiendo tanto el peligro su vidahizo como suya propria. diré? Quey Frándalo tanto los leapretaron, y tantos mataron dellos, que de fuerza les convino pasar la puente para se amparar y defender en la villa. Mas como Esplandián fuese envuelto con ellos, no pudieron tanto, que al entrar de la puerta él con ellos a la vuelta no entrase. Frándalo, que con mucha pena sostenía de lo aguardar, como aquello vido, dijo: «Oh, Señor del mundo, ayuda a tu caballero»; y con fuerza muy grande y esforzado corazón llegó a la puerta, que casi estaba cerrada, y sufriendo muchos y muy grandes golpes, entró dentro, pero luego las puertas fueron cerradas, quedando Esplandián y Frándalo dentro encerrados con los enemigos, y otros muchos de los de la villa defuera.

 

CAPÍTULO LXXIV. De las cosas extrañas que solos hicieron El gran caballero y Frándalo el fuerte Viendo delante vecina la muerte Cuando en la villa cerrados se vieron; Y cómo después que las puertas rompieron Bellériz y Talanque y el buen Norandel Gandalín y Garinto y Ambor de Gadel Los turcos vencidos las armas rindieron. Cuando los dos caballeros se vieron dentro de la villa, como quiera que Frándalo viese el gran peligro en que estaban, cerradas, no perder a Esplandián, queentodavía andaba envuelto con losteniendo enemigoslasy puertas por la ronda lospor llevaba, matando y derribando ellos, creyendo que, así como él, todos sus compañeros eran dentro, no curó de otra cosa sino de aguardarle y ayudarle, sin tener ojo a poner otro remedio; de manera que con la su gran fuerza dellos, los contrarios, con el temor de la muerte, a gran paso se les retraían; así que, algunos de la villa tuvieron lugar de tornar a abrir las puertas a los suyos, que grandes voces les daban que les abriesen, sino que todos eran muertos. Y como quiera que todos los más entraron, y otros muchos quedaron muertos, y las puertas fueron cerradas, ninguno de los de Esplandián entrar pudo con ellos, por ser el paso muy estrecho y ocupado de los muertos. Pues viéndose aquella gente en salvo, y que solamente les quedaba de conquistar dos caballeros, cobrando corazones, fueron por las espaldas con gran alarido por los matar. Frándalo, que la cabeza volvió y los vido, no pudo pensar cómo de la muerte excusar se pudiesen; pero Dios, que a los tales tiempos socorre a los suyos con tales remedios que no fueron pensados, puso a Frándalo cuidado que mirase cerca, la cual vio una escalera piedra se mandaba, y pensó que, subidos pora laella, queenmuy mucho mejor en lode alto queporendonde lo bajo defenderse podrían; y tomando a Esplandián por el tiracol del yelmo, le dijo así: «Habed, Señor, mancilla de nuestras vidas, y recogéos comigo presto; si no, somos muertos ambos». Y diciendo esto, y subiendo por la escalera de piedra, todo fue uno. Esplandián, como si de un muy gran sueño despertase, tan embebecido andaba con los contrarios, de que se vido de todas partes cercado, y oyendo las grandes voces que el fuerte Frándalo le daba, acordó de tomar aquel mesmo remedio, y a mucho pesar de los unos y de los otros contrarios, subió por el escalera con muy grande afán, por los muchos y muy fuertes golpes que les daban. Pero al que él a derechas golpe alcanzaba no había menester más. Finalmente, los dos caballeros fueron encima de la cerca, y el fuerte Frándalo, que la villa sabía, dijo: «Señor, seguidme»; y lo más presto que pudieron tomaron una bóveda que sobre la puerta de la villa estaba; que toda la gente se recogió a lo bajo, no temiendo lo que fue.

 

Allí fueron acometidos muchas veces; mas, como la cerca no fuese más ancha de cuanto convenía a la guarda de dos o tres hombres solos, el uno por la una parte y el otro por la otra se defendían de los enemigos sin mucha premia. Así sufrieron gran trabajo hasta que la noche vino; y en este medio tiempo Norandel y sus compañeros, con muy grande angustia de sus ánimos, creyendo que Esplandián era perdido o muerto, llegaron a la puerta, pensando poderla quebrantar con la gran fuerza de todos que le ponían; pero esto era en vano; que las puertas eran tan fuertes, y asimesmo los candados queponer dentrofuego, las cerraban, que ninguna el trabajo que acordaron de les y a muy grandes vocescosa lo demandaron a losponían suyos.les aprovechaba, y Pues estando en el término que oís el negocio que Esplandián y el fuerte Frándalo resistían con fuerza de armas, que no fuesen muertos ni presos aunque de muchos hombres armados fuesen combatidos, llegó por la calle un caballero todo armado encima de un gran caballo, diciendo a grandes voces: «Esforzad, caballeros y gente de la villa; que como quiera que el combate que por la parte de la mar se nos da muy recio y muy cruel sea, donde son muertos y heridos muchos de uno y de otro cabo, por la merced m erced de nuestros dioses, no han ha n podido ganar sola una almena». Cuando los que estaban sobre la cerca en la batalla con los dos caballeros oyeron esto, cobraron corazones; que gran recelo tenían que por la parte de la mar, donde la villa era más flaca, podría ser perdida, y dijéronle: «Caballero, en eso de allá poned remedio; que por aquí poco tememos; pero dirémos-os una maravillas, la cual nunca otra tal vista fue: que dos caballeros de los enemigos se metieron a la vuelta con nosotros, que han hecho maravillas en armas, especialmente el de menos cuerpo; que cierto él no debe ser hombre mortal; que tantos golpes ha sufrido y tantos ha dado, y muerto de nosotros, que si él pudiese morir ya sería todo hecho piezas; y al cabo, cuando mucho los apretamos, la fortuna, que les ha querido ser favorable, les mostró una de las escaleras de la cerca por donde se salvaron, y se nos defienden en esta sobrepuerta; que pues a ella se acogieron, no podemos creer, sino que alguno dellos la sabía de antes». El caballero que abajo estaba dijo: «Acometedles con las vidas y dense presos; que tales pueden ser, que por los cobrar, los de su parte nos dejen en paz». «Bien decís», dijeron ellos. Entonces se retiraron algo afuera los que se combatían, y dijéronles: «Caballeros, ya veis que por ninguna podéis excusar no seáismuriesen, muertos;dad-os mas porluego la gran bondady salvaros que en vos hemos visto, quemanera sería mancilla que talesquehombres a prisión, hemos las vidas». Esplandián, que lo oyó, respondióles: «¿Cómo, gente loca? ¿Así pensáis que lo tenéis acabado? Pues yo fío en mi Señor Jesucristo que antes que la mañana llegue será la villa tomada, y vosotros muertos, y vuestras mujeres y hijos puestos en muy gran captiverio Pero si a merced os queréis dar antes que más muertos haya, haceros hemos aquel partido que nos acometéis». Cuando el caballero que abajo estaba en el caballo esto oyó, dijo con gran saña: «Pues agora los matad, o morid todos; que gran vergüenza es que así se os defiendan dos hombres solos, teniendo el Señor que nombraron, que es nuestro enemigo; y no me creáis si estos no son de los que prendieron a nuestro señor el rey Amato». Cuando los que encima de la cerca estaban oyeron lo que el caballero les dijo, dieron una gran

grita, diciendo: «Ahora mueran, o muramos muram os todos».

 

Y como la alteración fue tan grande, y quisieron llegar todos de golpe, apretáronse unos a otros por la estrechura de la cerca, queriendo cada uno adelante pasar; de manera que muchos dellos cayeron abajo a la parte de dentro. Mas por todas sus albuervolas y bravezas, los dos caballeros no perdieron el esfuerzo de sus muy esforzados y lozanos corazones; antes Esplandián, como león muy sañudo que se ve en las armadas de los cazadores, salió muy fieramente contra ellos, y los que le atendían, como los tomaba dos o tres dellos a la par, al que en lleno alcanzaba, a lcanzaba, o de muerto oanduviese mal herido les escapaba. Pero como los detornarse arriba lea la tirasen muchas saetas, ya ennoalgunas partes herido, conveníale guardia. Pues piedras Frándaloy por otray parte no estaba de balde; antes con gran esfuerzo, y con el de Esplandián, que cabe sí tenía, temiendo que en su presencia dejase de hacer lo que era obligado, hacía maravillas de armas; y había muerto a muchos, y él recebido muchos golpes y heridas, que por más de diez lugares le salía la sangre. Pero con toda esa resistencia que vos contamos no pudieran excusar de ser muertos, porque los de dentro traían ya tales artificios, que sin mucho peligro los pudieran matar o derribar de la cerca abajo; mas en aquella sazón llegó la gente de fuera con fuego y mucha leña; y como los de dentro no lo pudieron resistir, por estar la sobrepuerta tomada, llegaron sin ningún peligro y pusieron el fuego, de manera que no tardó mucho que las puertas no fuesen hechas cenizas. Cuando los de la villa esto vieron, no hallaron otro remedio sino traer ellos asimesmo mucha leña, y crecieron el fuego en mayor cantidad porque defendiesen la entrada a los enemigos. ¿Qué os diré? El fuego se apoderó tanto y de tal manera, que si no fuera por la bondad que Esplandián y Frándalo tenían, no tardaran media hora en ser quemados. Mas aquello los defendió muy gran rato, hasta que los cantos se comenzaron escalentar, y lo sentían ya en las plantas de los pies. Norandel y sus compañeros, cuando vieron que con semejante artificio que el suyo los de dentro les defendían la entrada, y oían decir cómo los caballeros se quemaban, acordaron de mandar a sus gentes que los más presto que pudiesen tomasen en los yelmos agua de una laguna que cerca de allí estaba, en que bebían los ganados, y la echasen en el fuego. Esto se hizo con muy gran diligencia y mucho peligro de los de fuera; que algunos murieron con las muchas saetas que les tiraban. Mas tan grande fue la priesa de echar el agua, que por mucha leña que los de dentro pusieron, como luego era mojada, el fuego comenzó a enflaquecer. Cuando esto vio Talanque y Maneli, que delante los suyos estaban tan pegados al fuego, que por muy gran maravilla era tenido sufrir, todos juntos aventura, y entraron ypor medio de toda la brasa, y comopoderlo quiera que granpusiéronse parte de las armas de lasenpiernas se quemasen, la carne con ellas, y con muchos y duros golpes fuesen recebidos, no dejaron por eso con grande afán de pasar a la otra parte; y cuando dentro se vieron, allí viérades las maravillas de armas que hacían en matar y herir de los de la villa que ante sí hallaban. Mas como eran muchos, ya los cercaban de todas partes, pero socorrió aquel esforzado Norandel, que él entró luego por el fuego, y tras él Ambor de Gadel y Gandalín, y el rey de Dacia y Bellériz, y otros muchos muy buenos caballeros, que los seguían. Cuando los de la villa vieron a sus enemigos dentro consigo, perdieron los corazones y huían por las calles; los de la cerca asimesmo comenzaron a huir, y Esplandián y Frándalo los seguían y mataban, y derribaban tan cruelmente de la cerca abajo, que en poco rato, de muertos y huidos, no les quedó con quién se combatiesen; y luego se abajaron a los suyos, que andaban hiriendo y matando en los contrarios; que aunque la noche escura era, y gran pieza della pasada, la claridad del fuego les daba lugar a que todos unos y otros se viesen.

 

CAPÍTULO LXXV. De cómo Esplandián en aquella noche que que en la villa entraron envió por la infanta Heliaja y por el jayán que con la doncella Carmela y con ciertos peones fuera de la villa hhabían abían quedado. Como llegó la nueva a los que a la parte de la mar defendían, que la villa era entrada, y que no tenían remedio, aflojaron y desmayaron detiempo tal manera, que Gastiles y los suyos, que asimesmo lo supieron, apretaron tan recio, que en poco los entraron; los cuales se recogían todos en un templo de Júpiter, que muy rico y fuerte era. Gastiles, viendo la muy gran escuridad de la noche, detuvo cuanto más pudo su gente, y envió luego con mucha priesa por defuera del lugar a Esplandián, que supiese la manera y forma, y cómo él y todos los suyos eran dentro en la villa, y por causa de la escuridad de la noche no se osaba más extender, que habría por buen acuerdo que así lo hiciesen ellos hasta la mañana; porque de otra manera, si la gente comenzase a entrar por las casas, matarse hían unos a otros. Cuando esto fue dicho a Esplandián, húbolo por muy buen acuerdo, y mandó que así se hiciese. Entonces se le acordó cómo había dejado con poco recaudo a la infanta Heliaja y al jayán; que no quedaron en su guarda sino los dos escuderos y algunos servidores, que los camellos que la provisión traían guardaban, y hubo recelo de la perder; llamando a Gandalín y a Lasindo, les dijo: «Id luego a la parte donde dejastes los camellos, y hallaréis con la mi doncella Carmela otra mujer, y no os partáis della hasta la mañana, que la traigáis; y hacelde mucho servicio, que es de gran estado». Oído esto por ellos, salieron por la puerta, y hallaron cerca de allí los caballos, que les tenían sus escuderos, y cabalgando en ellos, se fueron donde les era mandado; y llegando donde la Infanta estaba sentada, con la doncella Carmela, en la yerba verde, parecióles una maravilla: que en derredor della bien veinte pasos estaba tal resplandor, de gran claridad y luz como la de una hacha, que salía de aquellas ricas y preciadas piedras que de sus cabellos tenía colgadas; y de sus manos, que todas eran sembradas de anillos muy hermosos, y de piedras que en ninguna parte se podrían tan preciadas hallar, que el rey su padre desta infanta era muy codicioso de semejantes joyas, y hacíalas buscar y comprar por todas las partes del mundo, y cuando hubo de enviar esta su hija por mujer al infante Alforaj, partió con ella en muy gran cantidad de ellas; que mucho la amaba. Pues llegados Gandalín y Lasindo en su presencia, saludáronla con mucha cortesía, que bien vieron y conocieron que era persona de alto lugar, y dijéronle: «Buena señora, Esplandián nos manda venir para os hacer servicio, y nosotros así lo haremos de muy buena voluntad en lo que más vos, Señora, agradare». «Buenos amigos», dijo ella, «muy mucho se lo agradezco a él y a vos lo que decís; mas no sé quién es ese de que habláis; que yo fui traída a este lugar por dos caballeros, y el uno conocí ser Frándalo, y el otro no sé quién fue». «Señora», dijo Carmela, «sabe que aquel es Esplandián, el que vistes hacer las grandes maravillas en armas, que otro ninguno hacer podría, cuando fueron muertos y heridos vuestros caballeros». «¿Es cierto, doncella», dijo la Infanta, «que aquel que con Frándalo se halló es Esplandián, el que ganó la montaña Defendida, y mató los jayanes, y después prendió al rey Armato, mi señor?»

«Cierto, Señora», dijo la doncella, «este mismo es que dices».

 

«Mucho estoy quejosa dél», dijo la Infanta; «que dicen que es el más cortés y mesurado caballero del mundo y no me quiso hablar, sabiendo quién yo soy, y teniéndome presa en su poder; que allí se había de mostrar su virtud y noble condición; y siempre donde me hallare seré dél con esta queja». «Buena señora», dijo Carmela, «no lo juzguéis así, ni lo tengáis a mal lo que hizo; que no sería sino porque ama a Frándalo, y comoenvido que loprincipalmente conocistes, quiso darle servicio, toda la honra; que pareciese que,mucho como es el más principal su amor, os hacía sin quey él entreviniese en ninguna cosa dello; que sed cierta que este es el caballero del mundo más bien mirado y que más honra y amor hace a sus amigos». «Ahora sea», dijo la Infanta; «que si con razón más legítima no se excusa, no alcanzará de mí perdón». Gandalín y Lasindo hicieron a los hombres que allí estaban segar de la yerba y de las ramas de los árboles, y tomaron los mantos de Esplandián y de Frándalo y los suyos, que todos eran de fina escarlata, y hicieron cama para la Infanta, y rogáronle que en ella durmiese y holgase. Ella les preguntó si la villa se les había entregado. «Sí», dijeron ellos; «que ya los nuestros, así de la parte de la mar como de la tierra, son dentro, y no esperan sino hasta el día para los matar todos». «Pues ruégoos mucho, caballeros», dijo ella, «que antes que el alba venga me llevéis ante Esplandián y Frándalo, y podrá ser que con mi vista serán a muchos las vidas guardadas; que quien ha de matar, forzado será que se ponga en el peligro de la muerte; que la gente de la villa será recogida al templo, y sin gran peligro de todos no podrán ser tomadas». «Así lo haremos», dijeron ellos, «como lo mandáredes, y como lo mandó Esplandián cuando acá nos hizo venir». «Pues quiero dormir», dijo la Infanta, «por sostener la vida; que si ella falleciese, poco me aprovecharía cualquier venganza que sobre esta tan grande destruición se podría hacer, que a mi pensar no será pequeña ni muy mucho tardía». Entonces se acostó y durmió muy sosegada. Gandalín, que supo quién era el Gigante, y por qué causa escapó, hízole apear del caballo y ligóle muy bien todas sus llagas, como aquel que muy muchas veces había ligado a sus señor Amadís. Y consolándole, diciéndole la nobleza de Frándalo, su primo, le rogó que reposase y durmiese; que aquella palabra que habían dado no sería en vano, antes en su deliberación. El Gigante se lo agradeció mucho, y desde entonces conoció el gran yerro en que hasta allí estaba, así él como todos los jayanes, que a natura nunca tuvieron conocimiento de piedad, ni en ellos jamás se halló, causándolo ser muy apartados de la virtud; y propuso de mudar en aquel mesmo caso su condición, si en su libre poder lo dejasen.

 

CAPÍTULO LXXVI. Cómo rogando con ledo semblante Frándalo el fuerte al buen caballero Fue deliberada la Infanta primero Y luego después Furón el gigante; La cual por los turcos siendo mediante Aunque sus joyas dejen perdidas Salvan los tristes los cuerpos y vidas Y vanse con ella al gran Tesifante. Pues así como la historia vos cuenta pasaron todos aquella noche; pero la Infanta no puso en olvido su buen propósito. Viendose que era cercano, levantóse, y tomando los dos caballeros y la doncella Carmela, fue el en día su palafrén a la villa, y entraron por laconsigo puerta cuando alboreaba, a tal hora que aun el resplandor de sus preciosas piedras no era en nada escurecido. Cuando Esplandián la vio, y la muy gran gra n claridad que consigo traía, muy mucho fue maravillado. Frándalo fue para ella, así herido como estaba, y díjole: «Señora, veis aquí vuestro caballero y servidor; ¿qué me mandáis que haga?» «Mi buen amigo», dijo ella, «estaré en este mi palafrén hasta que el día sea claro, y entonces veré a Esplandián y a estos caballeros, y decirles he lo que tengo pensado para excusar más muertes de las pasadas; que, según veo este campo sembrado de los muertos, no han sido pocos». Esplandián se llegó a ella, que aún el yelmo traía en la cabeza, y díjole: «Buena señora, todos os serviremos y haremos vuestro mandado. Y pues que la voluntad de Frándalo os es otorgada, así es la de nosotros todos, que somos en su amor, y habemos de hacer lo que él hiciere». A esta sazón ya el alba era venida, y la gente comenzaba de se aparejar para dar en sus enemigos; y visto estas cosas por la Infanta, dijo a Frándalo: «Pues que tú dices que quieres mi servicio, muéstrame a Esplandián y los más señalados caballeros desta compaña, y ten manera cómo ante sea yo oída que la gente mueva contra los de la villa, y así lo envía a decir a la otra parte de la mar». Frándalo dijo a Esplandián: «Señor, ¿qué os parece desto que la Infanta manda?» ma nda?» «Lo que a vos, mi amigo», dijo él. «Pues cúmplase lo que pide». «Así se haga», dijo Esplandián.

 

Luego envió un caballero a Gastiles, que le rogaba mucho que no rompiese con los contrarios hasta que una hora pasase, y que se viniese para ellos, que mucho cumplía. Esto luego se hizo, y venido Gastiles en un caballo, armado como estaba, y sabido por él en lo que estaban con aquella infanta, y que todo se remitía a la voluntad de Frándalo, otorgólo y túvolo por bien. Y quitándose Esplandián el yelmo, tomando consigo a Gastiles y a Norandel y a Frándalo, apartando de la gente a la Infanta en su palafrén, le preguntaron qué mandaba. Cuando ella vio a Esplandián tan niño y hermoso, no pudo creer que él fuese, según las grandes cosas había oído que en armas hubiese hecho, y dijo a Frándalo: «Di: ¿es este aquel que a todos nos ha puesto en espanto, y ha hecho las grandes maravillas los tiempos pasados, y lo presente que yo vi ayer?» «Este es», dijo Frándalo, «aquel que hace maravillas, aquel a quien todo el mundo debía ser subjeto». «Cierto, Frándalo», dijo ella, «creo yo que de otro más poderoso le viene tal esfuerzo y valentía; que si así no fuese, según su edad y poca grandeza del cuerpo, muchos otros se hallarían que le hiciesen sobra. Y dejando esto, que no se puede alcanzar, pues que va sobre toda razón y orden de naturaleza, quiero pediros que me otorguéis un don, que antes será por librar a otros que a mí, el cual es, que por mi servicio y amor otorguéis las vidas a estas gentes desta villa, que en punto de muerte están, para que se vayan donde quisieren». Esplandián dijo: «Mi buena señora, todo es en la mano de Frándalo, así lo de ellos como lo vuestro; que por nos no será contradicha cosa de lo que él ordenare». Frándalo, que muy alegre fue, hincadas las rodillas, le quiso besar las manos, y siendo levantado con mucho amor por Esplandián, volviéndose a la Infanta, le dijo: «Señora, pues que a mí es otorgado esto, yo os dejo libre para que libremente os vais a vuestro marido, y todos aquellos que vos querrán seguir». «Mucho te lo agradezco», dijo ella, «y pésame porque no puedo decir que te lo galardonaré; que según en la compaña que te veo, si los nuestros dioses por la su merced no lo estorban, más presto harás tú mercedes que las puedas rescebir. Pero yo lo tomo en aquel grado que merece, y quiero hablar con esta gente».deEntonces tomó todos, consigoesperando a Carmela, doncella de Esplandián, y fuese derechamente al templo Júpiter, donde las crueles muertes, eran recogidos. Cuando por ellos fue vista, hincados los hinojos delante, llorando, así hombres como mujeres, comenzaron a decir: «¡Ay, señora nuestra! ¿Quién te pudo traer aquí a tal tiempo, que aunque por nuestro bien parezca ser, no lo será por el tuyo, según el gran peligro que a los de alto linaje, como tú eres, más que a las bajas personas aparejado tienen; pues que vienes de donde tus enemigos y nuestros son?» «Amigos», dijo ella, «levantadvos y no lloréis; que lo que muchas veces parece ser en contrario de la razón, poniéndonos mucho espanto y dolor en nuestros ánimos, aquello es la salud y descanso de las personas. Sabed, amigos, que cuando yo de aquí fui partida, y llegué a la fuente Aventurosa con los caballeros y jayanes que vistes, hube placer, por el gran calor, de holgar allí aquella noche, y por ver si alguna extraña aventura les viniese a mis caballeros, como contino allí suelen venir. Y al alba del día acudieron dos caballeros, que mataron y destruyeron todos los míos y los dos

jayanes, y yo fui presa por ellos. Cierto creo yo que, aunque la fuente dure hasta el fin del mundo, nunca otra tal aventura en ella acaecerá. Pero de tanto me vino bien, que el uno de aquellos

 

caballeros conocí ser Frándalo el fuerte, que muchas veces con buen celo comigo vivió, y hallé en él tan buen servidor y tan conocido, que me hizo libre de la prisión, y a todos aquellos de vosotros que en mi compañía querrán ir. Ahora ved lo que haréis; que a mi parecer, más tenéis aparejo de perder las vidas, que de las defender si aquí quedáredes». «Señora», dijeron todos, «a la vuestra merced somos que haga aquello con que nos pueda salvar las vidas; que de recebir la muerte aquí ciertos somos». «Pues luego os salid», dijo la Infanta. Entonces los que eran armados se desarmaron, y con toda la gente, así hombres como mujeres y niños, salieron del templo, y cercando a la Infanta de todas partes, llegaron donde Esplandián y aquellos caballeros estaban, que con mucha cortesía la recibieron. Cuando la Infanta vido a Esplandián díjole: «Esplandián, mi buen señor, muy quejosa estoy de ti, que habiéndome muerto mis caballeros y teniéndome presa, no me quisiste hablar; aquello no se conforma con tus nuevas, que de muy cortés y mesurado te dan gran loor». «Mi buena señora», dijo él, «como todos tengamos al fuerte Frándalo por caudillo que nos ha de gobernar, y viese el amor que a vuestro servicio tenía, excusado era yo de hablar en lo que él ordenase». La Infanta con alegre y risueño semblante dijo: «Aunque eso así pase, todavía pareciera bien que tú me hablases, y pues que la excusa no es razonable, no me doy por satisfecha hasta que de ti el yerro sea enmendado». «Señora», dijo Esplandián, «yo lo quiero corregir en lo que vuestro servicio fuere». «Pues con esta certinidad que así se hará, te demando licencia para me ir con esta mi gente a mi marido». Estas palabras pasaron como en juego; pero tiempo fue que salieron muy verdaderas, y a gran cosa respondieron, como adelante será contado. La Infanta salió por la puerta, y toda la gente de la villa con ella, los unos teniendo por el freno del palafrén, y los otros por sus ricas vestiduras, y los otros llegándose más cerca della, creyendo que aquello era su salvación. Pues saliendo fuera, vido a Frándalo, que a caballo estaba para la acompañar, aunque bien herido de la lid pasada, y preguntóle ella dónde quería ir; él dijo: «Buena señora, a te acompañar alguna pieza deste camino, porque hasta que seas en Tesifante todas las cosas te vengan en servicio». «No lo harás», dijo ella; «porque aunque tú, como buen caballero, tuviste poder de me salvar y servir, podría ser que yo, como mujer, no ternía así aparejo; que de los cinco caballeros que escaparon huyendo de la batalla tuya y de Esplandián en la fuente Aventurosa, habrá sabido el infante Alforaj lo que pasó; y no dudo que con mucha gente ahora sea ya en el campo, y como la pérdida suya, así las pasadas como la mía, son en tanto grado, que lo de la villa de Alfarín aún no lo sabrá, no me atrevería yo a refrenar la dura pasión que dello ocurrir puede; y por esto, mi buen amigo, no quiero que el placer que agora me diste se torne en peligro tuyo y enojo mío».

 

Frándalo, que vido que bien decía, dijo: «Mi señora, pues que esto os parece ser lo mejor, así se haga, y llevad con vos al Gigante mi primo, que yo le quito la prisión».

 

CAPÍTULO LXXVII. De cómo el infante Alforaj viniendo en socorro de de la Infanta su mujer encontró con ella cerca de la fuente Aventurosa donde los dos caballeros la habían tomado; la cual cuenta la contraria fortuna que por ella y por los suyos había pasado. Con esto sey fue infanta Heliaja, la gente, de Tesifante, llevóla consigo al jayán,con quetoda herido estaba;el derecho y anduvocamino tanto,dequela gran pasó ciudad la fuente Aventurosa, y mandó que ninguno quitase de allí el paño de oro que sobre los pilares estaba, ni la cama de seda en que aquella noche durmió, por que todos viesen que aunque aquellos caballeros de la montaña Defendida allí la prendieron, que no solamente tuvieron por bien de la dejar libre, siendo una princesa tan alta, mas tomar cosa ninguna de sus riquezas, que eran tan preciadas, quisieron; que apenas otros tales se hallarían en el mundo, y que fuese ejemplo a los sus paganos, que antes a la virtud y nobleza que a la mala cobdicia y crueldad se moviesen. Pues habiendo ya pasado un gran trecho de la fuente, encontró en el camino muchos caballeros que venían a gran prisa, corriendo por el campo en el socorro della, y el Infante, su marido, con ellos, muy turbado, que todo lo más del día antes anduvieron perdidos, creyendo que a la montaña Defendida la habían llevado, no teniendo en la memoria y pensamiento lo de la villa de Alfarín; y como no hallaron rastro alguno, tornaron a la buscar donde la batalla fue, y llegaban allí al tiempo que oís; y cuando fue vista por ellos, espantáronse cómo pudo ser tan gran maravilla, y mucho más cuando la vieron acompañada de tanta gente de diversas maneras, y estuvieron quedos, porque ella se lo mandó. En esto llegó el Infante, Infa nte, y como la vio, dijo: «Señora, ¿qué ha sido de ti?» Dijo ella: «Mi marido y mi señor, muy mal y muy bien; que estas dos cosas me mostró la fortuna en un momento». Entonces le contó todo lo acontecido hasta ser puesta en su presencia. «¡Oh, dioses», dijo el Infante, «qué dos maravillas oigo! La una ser tú libre con todo lo que traes, siendo persona tan señalada en todo el mundo, y tomada por presa de aquellos descreídos; y la otra, que por fuerza de armas se tomase la mi fuerte villa de Alfarín. Ahora te digo, mi señora, que no sé a qué parte me esta ytemplanza de los queguardar por la una partedel memundo amenazan todo mi eche señorío, por la otra me nuestros consuelandioses, en me la cosa quedeyoperder más amo, teniéndola perdida en poder de mis enemigos; y pues que su voluntad está dudosa, el mi esfuerzo y diligencia la harán determinar en mi favor; y no contra estos que la villa de Alfarín me tomaron, porque la venganza sería muy poca, aunque al Rey mi señor me tengan preso; mas contra aquel malo, perjuro, emperador de Constantinopla, que, quebrándonos las treguas, ha sido causa de todo mi mal; y yo juro por aquel gran Júpiter, y por el muy poderoso Mars, dios de las batallas, que nunca huelgue ni sea mi corazón reposado hasta que tantas gentes cuantas arenas la gran mar tiene le ponga sobre aquella su ciudad de Constantinopla, y dentro de su palacio le saque preso por sus blancos cabellos; y esto así hecho, yo tomaré estos tres caballeros a merced, y tú, mi señora, habiendo piedad dellos, en pago de tan señalado servicio como te hicieron, los dejarás libres, porque conozcan mi gran poder y tu mucha magnanimidad». Y con esto se tornó a la gran ciudad de Tesifante, donde salió. Mas la historia no hará por ahora dello más mención, hasta su tiempo, en que os será recontada

una tan gran maravilla de ayuntamiento de gentes, que todo el mundo hicieron temblar. Y contarse os ha lo que aquellos caballeros que en la villa de Alfarín estaban acordaron, así para su

 

defensa della, como para proseguir su propósito, el cual era matar y destruir aquellos malos y muy perversos paganos, enemigos del Redentor del mundo.

 

CAPÍTULO LXXVIII. Cómo Gastiles ya despedido De aquel que por armas ganó la montaña Viendo una fusta del rey de Bretaña Venir por la mar está detenid detenido; o; La cual desque hubo mejor conocido Alza sus velas al viento que sopla Y arriba en el puerto de Constantinopla Do cuenta las cosas que le han avenido. Siendo pues ganada aquella muy fuerte villa de Alfarín, gran puerto de mar, como os contamos, por Esplandián sus compañeros, por Gastiles, del emperador mandaron luego yponer gente por las ytorres, y recaudosobrino en el despojo, que fue de muyConstantinopla, grande, así de oro como de plata y otras muy ricas y preciadas joyas; porque como aquella villa fuese muy gran puerto de mar, y tan recia en sí, que a lo restante de las comarcas no temiese, vivían en ella muchos ricos mercadantes; y porque era lugar muy apacible, de grandes arboledas, de muchas frutas de todas maneras, y fuentes de aguas muy sabrosas, habíase dél contentado mucho aquella princesa Heliaja, y el rey Armato, su suegro, se lo dio para en que ella y su marido estuviesen y holgasen mientras que él vivía y el señorío de Persia pudiese gobernar; y cuando él fue preso, como ya os dijimos, allí estaban entrambos; y el Infante, como supo lo del padre, salió por el reino para le asegurar, y dejó allí a su mujer; y ahora enviando por ella que a Tesifante se fuese, y queriendo él enviar gente a la villa, y muy gran flota por la mar, para guerrear al Emperador, guiólo la fortuna por otra manera, como oístes, y por esta causa no se halló a la sazón del combate en ella sino muy poca gente que del ejercicio de las armas supiesen, por donde no fue tan cara de tomar; y como quiera que Esplandián hizo lo que se ha dicho, y los otros caballeros con él, en lo del combate no se debe dar la gloria dello sino a aquel fuerte Frándalo, que por el cuidado suyo en saber por Bellériz, su sobrino, el poco recaudo de la villa, dio gran priesa a los caballeros que la acometiesen, por donde se ganó. Esto hecho así, Gastiles dijo a Esplandián y a aquellos caballeros: «Mis buenos señores, yo me he tardado, por vuestro amor, más tiempo de lo que me fue mandado; mas plega a Dios que de tales yerros como estos, sacando tal fruto, haga yo muchos; ahora yo acuerdo de me volver, y porque, según va el negocio, creído tengo que lo tomará el Emperador de manera, que presto nos tornaremos a juntar; por eso ved lo que de mi flota queréis, así gente como bastimento; que todo lo que en mí fuere, luego será cumplido». Esplandián le respondió: «Mi señor Gastiles, en todo lo que vos habéis hecho, de nuestro Señor Dios habréis las gracias, que no de nosotros, que no las podemos dar según vuestro merecimiento; y porque por así como nostodo tenemos porque servidores y por de su casa, teniendo suyo yvos, paranosotros su servicio aquello se ganare;dely Emperador con esta confianza quiero yo,

mi buen señor, hablaros más largo, como ahora oiréis, aunque haya venido algo dello a vuestra noticia: Sabréis cómo al tiempo que yo fui armado caballero, mi padre Amadís me mandó que le

 

quitase una palabra que él dejó empeñada en poder de la infanta Leonorina, pues que él no la podía cumplir, y esto fuese en ser yo su caballero para la servir en aquello que me fuese por su parte mandado; y cuando la presencia de mi padre fue partida por tan extraña manera como ya sabéis, así la fortuna como c omo la sabiduría de Urganda me guiaron donde, sacando de la prisión al re reyy Lisuarte, mi abuelo y mi señor, gané la montaña Defendida, que habéis visto; y porque aquella se ganó con mi sola persona, la cual está sujeta a la infanta Leonorina, como dije, siendo yo su caballero, y después con mis al rey pagano, de que que,enconsu suservicio consentimiento puedo disponer, acuerdo de seamigos lo darprendí todo en servicio, pues se ganó; ydellos, desto vos, mi señor, me haced saber su voluntad, porque aquella luego será cumplida; y en esto desta villa, donde todos hemos entretenido, más por suya del Emperador que de otro ninguno la debemos tener; y yo así lo tengo, y voy a ofrecédselo así, llevándole todas las ricas joyas que en ella se hallan, que, según nos dicen, son en muy gran número, porque son suyas, y a nosotros no hacen menester otras perlas, ni piedras, ni plata, ni oro, sino estas armas que vestimos, y nos fueron dadas para las emplear, no donde nuestra voluntad las guiare, mas donde sea servido aquel que todo el mundo tiene en su mano; y lo que se hallare de vianda guardaremos, con que las vidas y las villa podamos sostener; y ruégovos yo, mi buen señor, que tanto que el Emperador sepa de vos las grandes proezas del muy fuerte Frándalo y la gran lealtad suya, que de nuestra parte le roguéis que sea la su merced en le hacer merced desta villa, ahora por suya, ahora en tenencia; que como su vasallo la terná». «Yo diré», dijo Gastiles, «todo lo que vos place que diga, y bien creo yo que así como lo pedís verná en efecto». Y abrazando a Esplandián riyendo, dijo: «Y en esto que a la Infanta mi prima ofrecéis, aconsejarla he yo que lo tome, y deje la montaña a condición que su alcaide os nombréis, porque ella tenga lo que no puede alcanzar ninguno de cuantos cua ntos hoy son nacidos». Esplandián, que muy alegre estaba en oír mentar a aquella de quien su corazón sujeto y captivo era, le dijo: «Pues estos que decís, según la grande alteza y hermosura de aquella princesa, debrían ser sus subjetos, no es mucho que sea yo su alcaide y su caballero, pues que así me fue mandado». Entonces mandó a Gandalín, que le tenía por muy leal y buen caballero, que recogiese en sí todas las más ricas joyas que en la villa se hallasen, y las pusiese en la nave de Gastiles, y asimismo él y Lasindo supiesen el bastimento que se hallaría para la gente, y si no fuese tan cumplido, que tomasen de la flota de Gastiles todo lo que buenamente se pudiese sacar; pero esto fue excusado, que en la fueron villa seen halló que paraque la gente que que allí quedase abastaría paramucho un añodey las más;verpero las joyas tan tanto, gran número, Gastiles, en su nave las vido, fue maravillado. Pues ya él, despedido de Esplandián y de todos aquellos caballeros, queriendo entrar en las naves, fue avisado de los hombres que en ellas estaban cómo de la vía de la montaña Defendida venía, a su parecer, una muy gran fusta, y acordó de esperar, que no podía pensar de quién fuese; pues que por temor de su flota, toda la mar con gran pieza al derredor era barrida de naves, que por ella no osaban andar. Pues pasando cuanto una hora, llegó la gran nave, en la cual venían estos caballeros que oiréis: Palomir, Branfil, Elián el Lozano, Gavarte de Val Temeroso, y Bravor, hijo del gigante Balán, que ya el rey Amadís había hecho con grande honra caballero; y asimismo venía ahí Imosil de Borgoña, y Trión, primo de la hermosa reina Briolanja, y Tantales el Orgulloso, y Guil el Bueno y Preciado, Grovadán6, hermano de Angriote de Estraváus, y dos hijos de Isanjo, el gobernador de la ínsula Firme, mancebos que a la sazón comenzaban a ser caballeros; y otros muchos, que por la

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  Notándose en este lugar alguna variedad en la escritura de los nombres propios, los hemos puesto como se hallan en el  Amadís. 

 

prolijidad de la escriptura se dejarán de contar, aunque muy preciados en armas eran; que estos todos de una voluntad, sabiendo el santo propósito de Esplandián, y cómo andaba envuelto con los turcos, y porque ya en la Gran Bretaña todas las aventuras cesaban, como cosas que no pertenecían mucho a la salvación de sus ánimas, teniéndolas en comparación de las que Esplandián hacía por una grande y vana locura, acordaron de se meter en aquella grande y hermosa fusta, que el rey Amadís les mandó dar, que en el gran puerto de la ínsula Firme tenía con otrasamaban; muchas;y ycuando pasarsea alalamontaña montañallegaron, Defendida a servirde a Dios a aquel caballero mucho supieron Libeoy ayudar que Esplandián con todaque la gente, por la mar y por la tierra, era ido a combatir la villa de Alfarín, y ellos, con este aviso, llevaron su gran nave siempre a costa, por no errar, con mucho deseo de se hallar en las afrentas y peligros que aquellos caballeros se hallaran. Mas cuando fueron sabidores cómo ya la villa era tomada, dieron muchas gracias a Dios, que pues ya la cosa en tal estado estaba, que no les faltarían otras afrentas donde su buen propósito y santo deseo ejecutado fuese. La fusta llegó al puerto, y todos aquellos caballeros, armados de muy ricas y hermosas armas, y traían en ella muchos caballos escogidos, creyendo que más en aquella tierra que en las suyas los habrían menester. Cuando Esplandián y Norandel y sus compañeros supieron su venida y quién eran, ¿quién os podrá contar el gran placer que en sus ánimos les ocurrió? Y como quiera que todos ellos heridos estuviesen, y remediados por el gran maestro Elisabat, no pudo él tanto con ellos, que no se levantasen de los lechos, y medio vestidos no fuesen a recebir aquellos tan amigos suyos, y halláronlos salidos en tierra, que ya se venían con Gastiles a los ver; allí se fueron a abrazar los unos a los otros, cayendo de sus ojos lágrimas de placer en grande abundancia, esforzándose todos en se ver juntos, tanto, que no les siendo el poderoso Señor airado, no tenían en mucho ninguna afrenta que venir les pudiese. Y luego fueron aposentados en muy buenas casas, que asaz había dellas en la villa; pero antes que se desarmasen, tuvo Esplandián por bien que viesen y hablasen a Frándalo, que peor herido que todos estaba, tanto, que no se pudo del lecho levantar; así por le dar la honra que merecía, como porque él viese tantos y tan preciados caballeros, y tomase esfuerzo para los poner en aquellos lugares en que Dios servido fuese; y cuando estos caballeros entraron donde Frándalo estaba, siendo ya avisados de quién era y las grandes cosas que había hecho, llegáronse todos a la cámara, y cercáronle en derredor, y dijéronle: «Noble y esforzado caballero, muchas gracias damos a Dios porque nos trajo a estas partes donde vos pudiésemos ver, y gozar en saber las grandes cosas que por vos han pasado y pasarán de aquí adelante, si la merced de Dioscontra fuere;estos por ende, cuando tiempo fuere, guiadnos aquellas cosas que deseamos infieles;buen queseñor, después de Esplandián, todos seremosa debajo de vuestra mano».

 

CAPÍTULO LXXIX. Del sobrado placer que el fuerte Frándalo recibió con los caballeros de la Gran Bretaña que a la cama le fueron a ver y de las gracias que por ello les dio. dio. Cuando Frándalo vido tal compaña de caballeros, con tales armas, en tal edad, tan bien hechos y tallados, y enpero mucho más que antes tuvo señores, a Esplandián, de tan lejos tales hombres maravillado le venían a fue, buscar; díjoles: «Mis buenos muchopues os que agradezco la crecida honra que me dais, y como lo pedía, yo así lo haré; y quiero que de mí sepáis que, como quiera que yo haya visto muchos caballeros, nunca vi compañía tal como la vuestra y de que tanto me maravillase; mas habiendo yo visto a Esplandián, mi señor y verdadero amigo, y sus grandes proezas, todo lo restante que toca en caballería no pone en mi ánimo ninguna alteración de miedo ni deleite». Esplandián, que con vergüenza estaba en verse tanto loar, dijo: «Mi buen amigo, si yo algo he hecho que bueno parezca, vos fuistes, después de Dios, la causa, y de vuestro grande esfuerzo redundó todo, y a vos dejo yo la honra y la gloria dello. Y porque estos caballeros habrán menester de holgar, según el trabajo que hasta llegar aquí han sufrido, quiérolos poner en sus posadas, donde descansen, hasta que seáis en disposición de los guiar, como os piden; que sin vuestro acuerdo no sería buen seso que por esta tierra nos desmandásemos, hasta que la hayamos más usado y tratado». Entonces se salió fuera, y todos con él, y se fueron a sus posadas, y los heridos a sus lechos; que bien les hacía menester. Y agora se cesará de contar dellos, y hablarse ha de Gastiles, cómo llegó a Constantinopla, y el placer que el Emperador y todos hubieron con él.

 

CAPÍTULO LXXX. Cómo Gastiles cuenta por orden al Emperador las grandes aventuras que a Esplandián y al fuerte Frándalo antes que él llegase y después a él con ellos les habían acaecido y de la áspera respuesta que la infanta infanta Leonorina fingida da a la justa demanda de Esplandián mandando a Gastiles que se lo escriba. Gastiles llegó con toda su flota, sin impedimento alguno, a Constantinopla; y como lo supo el Emperador, cabalgó con gran compaña de muy altos hombres para lo ver; que mucho deseo tenía de ser avisado de lo que había hecho, y del estado en que la montaña quedaba, que la tenía por una de las señaladas cosas del mundo, y según la grandeza del rey Armato, que la había cercado, creído tenía que el socorro se haría con dificultad; y yendo así por la calle hacia la mar, vio venir a Gastiles, su sobrino, con mucha compaña a pie, que ya de las naves habían salido, y estuvo quedo; y Gastiles llegó y besóle las manos, y díjole: «Señor, Esplandián y Frándalo, y los dos caballeros que de aquí fueron, y otros muchos y muy señalados caballeros de la Gran Bretaña y de otras tierras os besan las manos, como aquellos que en todo os han de servir. Y lo más desto, si vuestra voluntad fuere, contarlo he ante la Emperatriz mi señora y Leonorina, y oiréis cosas extrañas y de gran placer, en acrecentamiento de vuestro estado; que Dios por milagro envió aquel caballero a que os sirviese». El Emperador dijo: «Buen sobrino, bien sabía yo que enviando tan buen hombre como vos sois, buena nueva me vernía; y así se haga como lo pedís». Entonces se tornó, y mandó dar a Gastiles un palafrén en que cabalgase, y llegado a sus palacios, entróse al aposento de la Emperatriz, y todos aquellos grandes señores, y otros muchos con él, con gran voluntad de saber lo que Gastiles traía, y mandó venir allí el Emperador a su hija Leonorina y a la reina Menoresa, con otras señoras de alto linaje, que la acompañaban; que siendo la Emperatriz ya de días y muy retraída, no entendía en otra cosa sino en rezar sus horas, y todas las dueñas y doncellas estaban con Leonorina en su aposento. Dijo el Emperador a Gastiles que contase todo lo que le aconteció después que de allí partió. Gastiles dijo: «Señor, partí con aquella flota, por vuestro mandado, en socorro de la montaña Defendida, y por mucho que la fortuna con próspero viento me fue favorable, cuando allá llegado fui, ya Esplandián lo más deque la flota del rey Armato su fusta hallé de la preso Gran Serpiente y con lashabía navesdesabaratado del fuerte Frándalo, allí maravillas hizo; con y asimismo dentro en el alcázar al rey Armato»; y contó la forma que Esplandián había tenido para lo prender, y la destruición que en los turcos hizo en aquella sazón, y cómo los hizo desamparar toda la montaña. Y asimesmo contó cómo vido al rey Armato, y las razones que con él pasó, y cómo, a ruego de Esplandián, se detuvo, que fue causa de se combatir y tomar la fuerte villa de Alfarín. Finalmente, le dijo todo lo que pasó, con la prisión y deliberación de la infanta Heliaja, y cómo llegaron al tiempo que él se quería partir los caballeros de la Gran Bretaña, los cuales nombró por sus nombres, que él muy bien conocía; y después, volviéndose hacia la infanta Leonorina, le dijo: «Mi señora, aquel vuestro caballero tan hermoso vos manda besar vuestras manos, y vos envía decir por mí que desde aquella hora que Amadís, su padre, le mandó que en su lugar os sirviese, se tiene por vuestro, y que todas las cosas que él hiciere serán atribuidas a vuestro servicio; y que, pues él con sola su persona ganó la montaña Defendida, y después prendió al rey Armato de Persia, del cual es su voluntad de disponer, y esto se ganó en vuestro nombre, que lo

mandéis tomar y hacer dello como de cosa vuestra, y así os entregará todo lo que Dios le diere a ganar en esta demanda en que puesto está.

 

»En lo que toca a la villa de Alfarín, dice a vos, señor Emperador, que se ganó con vuestra gente, y con él y con sus amigos, que son todos vuestros; que así la villa como todas las otras riquezas que en ella se hubieron son vuestras, para mandar hacer dellas lo que la vuestra merced fuere, y allí vos traigo tantas joyas y tan preciadas, que si acá no las tuviésedes en tan grande abundancia, de mucho precio vos parecerían, y así creo que vos parecerán, según el gran valor dellas. Y lo que a lo de la villa toca, suplícoos, Señor, que pues el fuerte Frándalo ha salido tan leal y tan firme en esta santacomo ley demás Jesucristo, que si a vuestro servicio fuere, le haga merced della, o por suya o en tenencia, le pluguiere». Oído esto por el Emperador, dijo: «Buen sobrino, mucho me habéis alegrado de todo lo que me habéis dicho, y doy muchas gracias a Dios de lo que ha pasado; solamente me pesa de haberme traído las joyas que decís, porque, según con el peligro que se ganaron, a esos caballeros les convenían más que a mí; porque no me dio Dios tan grande alteza para tomar, sino para hacer mercedes, como se las haré; que si de otra manera fuese, reputado me sería a gran codicia desmesurada, de que los príncipes y grandes señores mucho y con gran cuidado se deben guardar y resistirlo fuertemente al comienzo, porque si dan lugar a sus muy codiciosos apetitos, como no tengan cabo, y siempre con mayor sed sean encendidos, cuanto más los pensaren tener llenos, tanto y mucho más los hallarán vacíos y muy querellosos, y ya cuando sobre ello tornar quieren, tantos inconvinientes delante se les ofrecen, que no solamente piensan de dejar lo tomado, mas con mucha dificultad sosiegan, pensando cómo habrán lo que queda, de que grandes peligros muchas veces les ocurren. »Que esto sea verdad, las historias antiguas nos lo muestran muy claro, en que se halla ser muy grandes hombres destruidos, desterrados, arrastrados y aun despedazados por su mala codicia, aunque al comienzo, con el gran resplandor de sus riquezas, muy temidos y esforzados se muestren, en lo que yo, si la merced de Dios fuere, no caeré; antes desde agora mando que todas esas joyas se pongan en depósito, para que así ellas como otras muchas de las mías se les tornen a aquellos nobles caballeros. Y de la villa, como quiera que por mía la tomo, haga della Esplandián a su placer, que aquel será el mío; que no solamente aquella merced merece Frándalo, mas otras que yo le haré, como lo veréis cuando sea tiempo; y vos, mi hija, responded a lo que aquel vuestro caballero os ofrece». Leonorina, que en tanto que el Emperador esto dijo estaba muy alegre en hablar de aquel por quien tantasCarmela angustiaslesuenvió corazón pasaba, pensó puesquelasapalabras blandas graciosasvenir, que con la doncella no tuvieron tanta que, fuerza su presencia lo yhiciesen que podría ser que tornándolas al contrario con aspereza y no buen contentamiento, acarrearían que su deseo efecto hubiese; y con corazón muy alegre, y su muy hermoso gesto con fingida saña, así respondió, diciendo: «Primo Gastiles, como quiera que vos y todos los otros tengáis a Esplandián por tan bueno y tan cortés como lo habéis muchas veces dicho, y por mi caballero, y de mi parte me ofrezcáis lo que decís, yo lo tengo al contrario; pues que no queriendo hacer lo que su padre le mandó ni lo que el Emperador, mi señor, respondió a su doncella, que fue que luego me viniese a ver, porque su presencia nos diese testimonio si era quito su padre de lo que prometió y no lo ha hecho, antes anda huyendo de mí; digo que no lo debo tener por mío, ni ninguna cosa de lo que darme quiere; y así, os ruego cuanto puedo que luego de vos lo sepa, y crea que hasta que aquí lo veamos no lo agradeceré nada de cuanto por mí hiciere». El Emperador, que así airada la vido, dijo: «¿Cómo, hija mía, así rehusáis vos el servicio de tan

alto hombre y en el mundo m undo tan señalado?»

 

«Sí, Señor», dijo ella; «que así lo debe hacer el señor al servidor que anda huyendo de su presencia, rehusando de hacer lo que le mandan, pasando ya cerca de tres años». El Emperador la tomó por los carrillos, riendo de mucha gana, y besándola en la faz, dijo: «Bien parece, hija mía, que vuestro corazón más es que de mujer, y no sin causa el Señor del mundo permitió que a vos quedase tan alto señorío como yo tengo». Y volviéndose a Gastiles, le dijo: «Por vuestra fe, sobrino, que luego hagáis saber a Esplandián lo que vuestra prima dice, y lo que yo tengo respondido». «Cierto, Señor», dijo él, «no tardará por mí, m í, antes luego en una fusta habrá m mii mandado». Así como habéis oído, quedó aquel pleito por entonces, y Gastiles envió por la mar con sus mensajeros tal recaudo, por donde Esplandián supo todo lo que allí había pasado, de que muy alterado fue. Lo que sobre ello hizo la historia os lo contará adelante, y torna a Esplandián.

 

CAPÍTULO LXXXI. Cómo después de haber reposado Aquesta esforzada Bretaña cuadrilla Y aquellos que entraron por armas la villa De sus crudas llagas haberse curado Cerrando la noche noche y el tiempo tiempo llegado Saltó Esplandián con Frándalo junto Y otros cuarenta armados a punto Siguiendo el consejo por Frándalo dado. Esplandián y los caballeros que en la villa de Alfarín estaban fueles forzado de reposar, los unos por gran quefirme en la habían mar sufrieron, según de el camino muy que largopory eldeagua, muchos elloslamás porfatiga la tierra acostumbrado tomar elfue trabajo y losdías, otrosy hasta ser sanos de las heridas que en el combate de la villa recibieron; pero a estos en tanto les sucedió que fueron curados por mano de aquel gran maestro Elisabat, que no parece sino que por la permisión de Dios les fue dado, que cierto es, según en las grandes afrentas en aquellas tierras se vieron de sus enemigos, no podían hallar persona alguna que otro remedio a sus males diese, sino en acrecentárselos hasta la muerte; y si este sabio y famoso hombre no tuvieran consigo, muchos dellos pasaran por la cruel muerte; mas viendo Dios su santa y buena intención, que era más en querer su santo servicio que en codicia de los temporales bienes, no como algunos, que fingidamente lo hacen; que so color de lo santo y de lo bueno, desean y procuran de alcanzar lo contrario, queriendo cazar con Dios como con las aves y animalías, no solamente les diese este remedio tan grande, tal hombre como este maestro Elisabat, mas otros muchos que en esta historia vos serán contados. Pero pasando ya veinte días, en que los unos del trabajo y los otros de los lechos fueron libres, tomaron acuerdo con aquel fuerte Frándalo de lo que podían hacer, porque aquel tiempo en vano no se pasase, y ellos satisfaciesen aquel deseo con que de sus tierras habían partido. Frándalo les dijo: «Buenos señores, nosotros estamos en parte donde otro remedio no tenemos sino el de nuestros juicios y esfuerzo de nuestros corazones. El primero nos ha de venir y ha de ser alumbrado del Redentor y Señor nuestro. El segundo, como quiera que a él asimismo pertenece, pero también a nosotros, que sufriendo grandes miedos, comportando grandes heridas, no habiendo miedo de la muchedumbre de nuestros enemigos, firiéndolos, matándolos con fuertes brazos, hemos de alcanzar la gloria deste mundo y del otro, donde algunos de vosotros me hecistes heredero, dándome la parte, si por mi maldad no la pierdo, que perdida tenía. Así que, mis señores, pues esto que queréis es nuestro oficio, sigámosle tan enteramente y con tal diligencia, que nuestras honras no vengan en pobreza; y aparejad vuestros caballos y armas para esta noche hasta cuarenta caballeros, los que Esplandián señalare, y los otros queden aguardar la

villa hastay afrentas que venga quedeseados yo os porné en tal parte donde seréis contentos, según los peligros sonsuportiempo, vosotros y buscados».

 

Cuando aquellos caballeros oyeron lo que Frándalo les dijo, fueron muy contentos de su buen esfuerzo y discreción, especialmente aquellos que allí llegaron, que dél no tenían otra noticia sino por oídas que Esplandián y los otros ya había experimentado, a que bastaba lo uno y lo otro que él podía y sabía hacer; y sin más le replicar, con mucho placer de sus ánimos, cada uno aderezó aquello que le convenía para el negocio, considerando que aunque los cuerpos, que eran de tierra, la tierra los gozase, las ánimas serían subidas en aquella gloria para que habían sido criadas; y si en las aventuras de la teniéndolas Gran Bretaña, en que se habían criadoconocida, y pasado mucho mucho más de sulestiempo, esfuerzo tuvieron, ya por vanas y por locura crecía engrande estas en que esperaban ponerse; pues venida la hora convenible, habiendo cenado ellos y sus caballos, Frándalo hizo cabalgar a Esplandián, que siempre con él posaba, y el su sobrino Bellériz asimesmo, cabalgaron y salieron por aquella puerta que ya remediada era de otras nuevas puertas, que la vía de la gran ciudad de Tesifante el camino guiaba; y tras ellos salieron los cuarenta caballeros que Norandel, por ruego de Esplandián, había señalado; y luego las puertas fueron cerradas por los que quedaban rogando a Dios que los guardase, pues en su servicio iban.

 

CAPÍTULO LXXXII. Cómo Frándalo después de haber avisado a todos de lo que habían de hacer envió ciertos caballeros con Bellériz su sobrino a combatir a Jantinomela partiéndose él y Esplandián para el valle del Rey a guardar los que de la gran Tesifante en socorro della saliesen. Guiando estos caballeros, llegaron a la vosotros halda denacistes una montaña, dos caminos, yFrándalo allí les dijo: «Buenos señores, yo sé que y que vosdonde criasteshallaron bien todos, o los más, en la Gran Bretaña y en otras partes, donde aunque la diversidad de las tierras mucha fuese, pero la ley toda era una; de manera que, con fortuna favorable o contraria, siempre hallábades reparo a vuestras necesidades; y asimesmo la costumbre de vuestras tierras es tal, que mucho más en particular que en general las cosas y afrentas de las armas habéis pasado; que si no fuesen algunas batallas que de rey a rey han pasado, todo lo demás ha sido aventuras de vos encontrar unos con otros, como caballeros que por estilo teníades de caminar solos, creyendo que mucha más gloria y esfuerzo aquello vos causaba que andar en compañía de otros; pero acá, buenos señores, no podéis este estilo seguir sin peligro de la muerte; que como nosotros seamos cristianos, y estas tierras con sus moradores sean paganos y enemigos de aquel Señor de quien nosotros servidores somos, cierto es que, así con su ayuda como con nuestro esfuerzo, hemos de poner remedio a nuestra salud, no teniendo esperanza que con la prisión alcanzarla podremos, sino que de fuerza nos conviene morir o matar, pues que aunque en nosotros alguna piedad se hallase, en nuestros enemigos yo sé que no se hallaría. »Júzgolo por mí, cuando en aquel tan grande yerro que ellos están yo estaba; y junto con esto, no podéis acá hallar las afrentas conformes a las de vuestras tierras, porque no es semejante el estilo; antes nos conviene acometer lugares grandes y pequeños, según nuestras fuerzas bastaren para batallar con muchedumbre de caballeros, y asimesmo con otras muchas gentes de baja condición, aquellas que por deshonra, allá donde habéis estado, teníades de poner vuestras espadas en ellos; así que, como la fortuna os ha echado en muy diversas y extrañas tierras, así diversas habéis de seguir las costumbres. Esto digo, mis buenos señores, porque si las cosas que deseáis no vos fueren por mí a vuestro placer guiadas, que la culpa dello la atribuyáis a lo que ya dicho tengo, mas que a no desear yo la satisfacción de vuestras voluntades. Y porque me parece, señores, que la noche se nos va sin ningún fructo, comencemos de poner en obra aquello por que fue la causa por donde de la villa de Alfarín vos saqué». Y tornándose a Bellériz, le dijo: «Buen sobrino, vos habéis sido criado en esta tierra, y así como la sabéis, por ende guiad a Norandel con la mitad desta compañía, tomando a la diestra mano por este camino, y acometed aquel lugar que a vista de Tesifante se muestra, que Jantinomela se llama, y más sea vuestro acometimiento de gran ruido y alboroto que de otra crueldad, si no halláredes tan gran resistencia que vos la conviniese hacer; la cual yo no espero, según la cualidad y flaqueza de aquella gente, que, como sabéis, no tienen otro estilo sino romper los campos y trastornar los céspedes; y yo guiaré a Esplandián con estos otros caballeros por este camino, y me porné en el valle que del Rey se llama, que muy cercano a la ciudad es, lo más secreto que yo pueda, y cuando por nos fueren oídas vuestras voces, enviaré uno de los míos a la puerta de la ciudad como que es de los contrarios, que demande socorro de parte de los suyos, diciendo cómo los caballeros que tomaron la villa de Alfarín los combaten y los matan; y creo yo que el infante Alforaj enviará luego algunos caballeros para lo remediar; y si así es, ternemos nosotros lugar de ejecutar en ellos nuestras sañas, matando y hiriendo en ellos como en enemigos mortales. Y si por ventura no

saliere alguno, llevaremos toda esta gente que aquí estuviere con el despojo a nuestra fortaleza; y pensando en otra cosa que mucho a nuestro salvo hacer podemos, con esta debemos ser por el presente contentos».

 

CAPÍTULO LXXXIII. De la batalla fiera que trabaron El buen Bellériz y sus compañeros Con otros doscientos y más caballeros Que medio camino de turcos hallaron; Y cómo esforzados después qu quee llegaron Frándalo y el hijo del rey de Bretaña Vencida por armas la turca campaña El gran Alguacil captivo llevaron. Así como por este caballero fue acordado, se puso todo en obra; que Bellériz, tomando consigo a Norandel y a su compañía, por la víacon queintención le fue mandado, Frándalo, Esplandián y los otros caballeros, tomaron elsiguió otro camino, de ponery en obra loscon unos y los otros lo que concertaron; mas de otra manera les acaeció, como en las semejantes cosas muchas veces acaecer suele; que siendo ya apartados unos de otros alguna pieza de tiempo, pero no de los caminos, siendo la noche asaz clara, que tal la habían escogido, encontró Bellériz con unos peones que, viniéndose hacia la ciudad, pasaban por otro camino que el suyo atravesaba; y como los vido, luego salió solo a ellos, y hablándoles en su lenguaje, les dijo: «Amigos, ¿dónde vais?» «Vamos», dijeron ellos, «a la villa de Falandia». «Pues nosotros de allí somos», dijo Bellériz, «y vamos a nuestro señor el Infante a le hacer saber cómo los canes cristianos que tomaron a Alfarín, há dos días que son salidos a hacer mal por esta tierra, y que si nos da más gente de la que aquí venimos, los tomaremos todos a nuestro salvo, según en la parte que los dejamos». «Y ¿quién sois vos?», dijeron ellos. «Yo soy», dijo él, «Rosán, el sobrino del Gobernador». «Vos seáis», dijeron ellos, «bien venido, y pues que así es, queremos que seáis alegre. Sabed que aquí tras nosotros viene el Alguacil mayor con doscientos de caballo, que por mandado del Infante va a esta villa de Falandia y a las otras todas, que las haga estar a recaudo, porque no acaezca lo que de Alfarín fue; y con él vos podéis juntar y hacer esto que decís, porque con los suyos y los que ahí venís, y los que él podrá sacar, se cumplirá vuestro deseo». «Plega a los dioses», dijo Bellériz, «de vos dar aquella alegría que yo deseo, y al Alguacil asimismo la victoria».

Entonces los dejó ir su camino, y tornando a Norandel, se lo contó todo. Cuando ellos esto oyeron, como quiera que los contrarios muchos les pareciesen, no perdieron aquel su grande esfuerzo que siempre habían tenido, y tomando sus yelmos y escudos y lanzas, se pusieron en

 

lugar donde los enemigos no los pudiesen ver, hasta que dellos pudiesen ser acometidos. Frándalo, que, como ya se os dijo, iba por el otro camino con Esplandián y su compaña, anduvieron tanto hasta que se pusieron en el valle del Rey, aguardando cuando oirían la revuelta de los suyos. Pues así estando, llegó el Alguacil mayor, que era muy buen caballero, con los docientos caballeros os dijimos, muyy bien a punto,élque como grany guerrero, y dello se preciase, yque después del Rey del Infante, tenía la él másfuese honra mando en aquelmucho señorío, procuraba siempre tener muy buena gente de guerra y bien armados, y cierto tales eran aquellos que él a la sazón llevaba; y como los cristianos los vieron cerca, salieron con gran denuedo y al más andar de sus caballos, muy juntos y cubiertos de sus escudos, a los herir; y de los primeros encuentros derribaron dellos hasta diez, que los más murieron luego, y pusieron al Alguacil y a todos los otros en gran sobresalto; pero luego fueron recogidos, y viendo cuán pocos eran, y que los habían pasado de la otra parte de los primeros encuentros, conociendo, por las armas y sobreseñales de los caballeros, que eran cristianos, dio el Alguacil grandes voces que los acometiesen y no quedase hombre a vida. Los turcos, dando muy grandes alaridos, los fueron a herir, yendo su caudillo delante, como esforzado caballero. Mas Norandel, que delante los suyos estaba, y con él Gavarte del Val Temeroso y Enil, salió para él con la espada en la mano, y el Alguacil le encontró tan recio, que el escudo fue falsado y la loriga, y hirióle algo en el brazo; mas Norandel le dio al pasar de toda su fuerza por encima del yelmo tan fuerte golpe, que perdiendo las estriberas, no se pudo tener en el caballo, y cayó en el suelo sin sentido alguno; y así hicieron Gavarte y Enil a otros dos que con él venían y los derribaron; mas la muchedumbre de la gente fue tanta y tan grande, que así con los encuentros como con la fuerza de los caballos derribaron dellos cuatro, y los otros quedaron como desacordados. Mas como todos fuesen tan escogidos y tan esforzados, y vieron a sus compañeros en el suelo, tornaron sobre sí, y juntos se pusieron cabe ellos, hiriendo y matando tan crudamente en los turcos, que no osaban a ellos llegar; y los cuatro caballeros que a pie estaban, aunque fueron malparados de las caídas y de las topadas de los caballos, viéndose en el peligro de la muerte, quisieron vender muy caro sus vidas, y con las espadas no hacían sino dar en los caballos, cortando piernas y brazos, y dar con los señores en el suelo. Y como quiera que así estos como los otros que quedaron en los caballos hicieron maravillas, no era tanto su poder, que, si Dios no los socorriera, pudieran escapar de ser muertos; porque ya ellos y sus caballos andaban heridos, y los turcos y notanlesbravamente, hacían muy que gran los mengua queeran dellosfuera faltaban, con grandes voces y gritoseran losmuchos, acometían diez los dellos de lasy sillas, y los otros, aunque hasta la muerte peleasen por se defender, no tenían resistencia en sus fuerzas, ni esfuerzo de corazones. Pues en este tiempo que, como dijimos, Frándalo y sus compañeros estaban en el valle del Rey, oyeron luego las voces primeras que se dieron, y Frándalo, así como era acordado, envió un escudero suyo a los que la puerta de la ciudad velaban, y díjoles: «Amigos, yo vengo de  Jantinomela, donde se dan aquellas voces, y sabed que la gente que tomó a Alfarín la combaten, y matan los que pueden, y son muy pocos; decidle al Infante nuestro señor, que los mande socorrer, que aunque no vayan sino cincuenta caballeros con los otros hombres del lugar, no dejarán ninguno dellos a vida». Las guardas, que las gritas y alaridos oían, maravillados qué cosa fuese, cuando le oyeron,

dijéronle: «Amigo, no será menester que el Infante lo sepa, porque el su alguacil mayor, con docientos caballeros, partió agora de aquí, y casi lleva la vía de ese lugar, y él estará ya envuelto con ellos; y vos, pues que a caballo estáis, seguid ese rastro por donde nuestra gente fue, y si no lo

 

supiere, avisadle dello; que aquel es el socorro que mejor y más presto se les puede hacer, pues que en el campo y armados se hallan». Cuando esto fue oído por el escudero de Frándalo puso las espuelas a su caballo cuanto más pudo, temiendo lo que era, y llegando al valle del Rey, díjoles aquellas nuevas, y luego creyeron que con ellos era la lid. Temiendo de los haber perdido, salieron del valle a gran priesa, llevando la guíapriesa, Frándalo, que muchas veces tenían por aquella había para andado; y anduvieron y con tanta que cuando los turcos ya lostierra caballeros los matar, y ellos tanto con grande esfuerzo se defendían, no teniendo remedio alguno; y si alguno tuvieron, fue que el Alguacil, tornando en su caballo, puesto por los suyos en él, viendo que en los cristianos no había casi ninguna defensa, mandaba que se los tomasen todos vivos, para se los presentar al Infante su señor, y más a la infanta Heliaja, con que pudiese pagar algo del servicio que le habían hecho, como ya oístes; y a esta sazón llegaron Esplandián y los otros suyos con tanta braveza y con tanta saña, que no solamente aquellos, que más de ciento y cincuenta eran, mas aunque fuera todo el poder de los turcos, los pensaran a todos destruir y despedazar. Y en su llegada fueron muchos de los paganos por el suelo. Pero las maravillas que Esplandián, viendo sus compañeros tan maltratados, hacía, no se vos pueden en ninguna manera contar, porque siendo tan extrañas y tan fuera de razón, muy extraño y grave sería creerlas. ¿Qué vos diré? Como el Alguacil fuese esforzado y valiente en armas, y muchas veces se hubiese visto en semejantes lides, aunque no con tales caballeros, y le quedase mucha compaña, esforzaba a los suyos con la espada en la mano, y juntábalos cuanto podía, y daba en sus enemigos reciamente; mas como los otros llegasen de refresco y señalados, cada vez que querían los hacían dos partes, quedando en el suelo todos los más que delante sí tomaban. Así que, en el cabo, viendo Esplandián cómo se mantenían contra ellos, y que aquel su caudillo que los esforzaba era la causa, fue para él, y diole tal golpe, pensando darle en la cabeza, y el otro alzó el escudo, que se lo hendió por medio, y decendió la espada hasta la aguja del caballo, y cortóle hasta los pechos. Así que, muy poco faltó que no lo hizo dos partes, y el caballo cayó luego muerto, y tomó debajo a su señor. Cuando los turcos vieron tal golpe, y a su caudillo muerto, que así lo pensaron, fueron muy desmayados, y en tanta flaqueza puestos, que los que a caballo se hallaron comenzaron a huir, que sabían la tierra, y los de pie demandaban merced. Cuando Esplandián así los vio vencidos y muertos, aunque la soberbia y laveces, causaasíencomo aquellacaso mucho enseñorease, que en las semejantes afrentas muchas fortuna era lofavorable, otrasconsiderando mudándose, sucedía lo contrario, y que la merced me rced que aquellos pedían podrían pedir algunos de los de su parte, mandó que, cesando las muertes, las vidas se les otorgasen a los que las tenían. Pero aquel Frándalo, que desde que supo tomar armas hasta entonces muchas afrentas, así en la mar como en la tierra, había pasado, que, como la historia vos contó, eran diferentes de las que aquellos caballeros pasado habían, porque las dellos casi como desafiados de unos por otros se hacían, y las suyas a manera de guerra guerreada, a las veces entre pocos, y otras en gran número, quiso, como en esto más astuto y sabio, poner el remedio que convenía para que aquel vencimiento que había hecho no se turbase con algún contrario revés. Que viendo cómo el día se acercaba, y que sabiendo el infante Alforaj lo que pasó por aquellos que de la lid huyeron, enviaría mucho socorro, y que siendo ellos tan pocos, y todos los más heridos, pasarían peligro de muerte o prisión, por donde parecería que su consejo había sido más de loco que de persona que de aquel ejercicio supiese, llamó luego al escudero, que con las velas de la ciudad había hablado, y díjole: «Amigo, cumple que a más andar

de tu rocín, te vayas a la puerta de la ciudad donde antes te envié; y di a las guardas que el Alguacil mayor te envía a que hagan saber al Infante cómo él ha desabaratado a los cristianos y muerto muchos dellos, y otros que tiene presos, los cuales le llevará atados cuando ponga recaudo en los heridos que de su parte hubo, que no fueron pocos, porque halló gran resistencia en los

 

contrarios, y que asimesmo digáis al Infante que si algunos de los suyos allá han acudido a decir otras nuevas, que los mande castigar cruelmente porque le huyeron de la batalla. Y dicho esto, tomarás el camino de la villa de Alfarín, que allí nosotros acudiremos, si pluguiere a Dios». Oído esto por el escudero, puso las espuelas a su caballo, y cuando a la puerta llegó andaba por la ciudad grande alboroto y priesa en las gentes para socorrer al Alguacil mayor; que parece ser que los que de la batalla huyeron acudieron allí algunos y dijeron Alguacil gentecaballeros eran muertos y heridos, y que ellos habían escapado a gran dicha; y concómo esta el nueva mandóy la el infante Alforaj que luego fuesen socorridos; mas aquel escudero les dijo: «Amigos, yo soy el hombre que de ante os hablé, pidiendo socorro, y fui, como me dijistes, tras el Alguacil mayor y su gente; sabed que ha desbaratado a los cristianos y muerto muchos dellos, y los otros tiene presos». Y con esto, les dijo todo lo que Frándalo le mandó, como ya oístes, y que lo hiciesen saber al Infante. Cuando las velas esto oyeron, corrieron con gran placer a los palacios y contáronlo al Infante, de que fue muy alegre, y mandó desarmar la gente, que no saliese ninguno de la ciudad, pues que su alguacil había habido tan gran victoria; que bien creía que los muertos y presos serían de los mejores, pues que tal atrevimiento hicieron en osar venir tan cerca donde él estaba, y en ciudad de tanta gente.

 

CAPÍTULO LXXXIV. De cómo vencidos los docientos docientos caballeros y preso el Alguacil mayor Esplandián con todos los suyos adestrándolos Frándalo por camino seguro a la vvilla illa de Alfarín volvieron. Desta manera que habéis oído, por el seso y sabiduría de aquel fuerte Frándalo, no solamente fue aquella gente vencida y destrozada, mas así Esplandián como todos los otros sus compañeros se salvaron; que cierto, si por esta cautela no fuera, según ellos estaban muy lejos de la villa de Alfarín, y habían quedado maltratados de la batalla, y la mañana que ya les esclarecía, no pudieran escapar de ser perdidos por ninguna manera; que tanta gente salía contra ellos para los matar, que aunque fueran diez tantos, no pudieran excusarse de la muerte. Bien se podría aquí decir que en aquella compaña de caballeros había muchos que en bondad de armas serían iguales de Frándalo, y otros que en gran parte le sobrasen. Pero ni los unos ni los otros no se le deben igual en este caso, porque la osadía, por grande que sea, sin ser gobernada de la sabia discreción y cuidado, en lo que tener lo deben muchas veces, es convertida en locura o necedad, y tanto más lo es, cuanto el afrenta mayor fuere. Así que, a mi parecer, sería este ejemplo para los reyes y grandes hombres que tienen mano y mando sobre muchas gentes, que debrían dar y encomendar los cargos a aquellos que de mayor suficiencia se hallasen para los regir y gobernar; y señaladamente sobre todo en aquello que a la guerra y afrentas toca; no mirando a deudos ni a privados, ni a grandeza de estado, ni a cargos de servicios, ni a los que han adquirido las riquezas, ni a otros con quien mucha afición tengan; mas aquellos en quien sientan esfuerzo, diligencia, cuidado y sabiduría de las afrentas que por ellos hayan pasado, y por experiencias sepan casi adevinar en lo que aún por venir estuviese; porque si la contraria y movible fortuna les ocurriese se conozca por todos ser más en culpa la su mudanza y fuerte condición, que en haber ellos dejado de seguir aquello que la verdad y razón les obliga. Pues tornando al propósito, digo que siendo por Esplandián mandado que los vivos no muriesen, y por Frándalo puesto el remedio que oístes, acordaron, llevando consigo aquel caballero alguacil mayor preso, de se tornar a Alfarín, no por el camino que allí vinieron, sino por otro que Frándalo les mostró, que aunque muy áspero de caminar lo hallaron, por mucho más seguro lo tenían. Y así anduvieron hasta el mediodía por lo más espeso de la montaña, y llegaron a una ribera de agua dulce, donde poniendo algunos de su compaña por atalayas para descubrir los que viniesen, y comieron de lo que escuderos traían, cosas y los caballos la yerbaveces verde. Y siendoreposaron algo remediado su trabajo y sussusheridas conlesaquellas con quedemuchas se curaban y les traían sus servientes, tornaron a su camino, y anduvieron tanto, que en poniéndose el sol entraron por la puerta de la villa. Mas ahora deja la historia de hablar más en esto, habiendo piedad destos dos amantes, por haceros saber en qué manera la fortuna los juntó, para que se viesen, y quedasen en muy mayor encendimiento que de antes.

 

CAPÍTULO LXXXV. Como el autor la pluma tendiese Por hechos heroicos y grandes señores Forzóle Cupido que a cosas de amores Dejadas las armas la mano volviese; Y en el largo estilo penando dijese De cómo fortuna quiso juntar Estos amantes sin más dilatar Antes que el uno por el otro muriese. Gran razón es que la historia, dejando por alguna pieza de tiempo en silencio y olvido las cosas de las armas,enemigos y todo lodeque aquellos caballeros arriba nombrados querían infieles, la santa fe de Jesucristo, recuente el remedio queemprender la fortunacontra quiso aquellos poner a estos dos amantes, Esplandián y la hermosa Leonorina, hija de aquel grande emperador, habiendo piedad de sus cuitas, de sus mortales deseos, de aquellas infinitas lágrimas que sus tribulados, captivos y sojuzgados corazones contino derramaban, así porque, dejándolos más padecer, su crueldad sin medida parecía, como porque, en las mismas lágrimas convertidos, deste mundo sin algún descanso o refrigerio no pasasen. Pero, como quiera que con esta piedad a sus grandes deseos algo satisficiesen, quísoles poner tal impedimento, que no solamente sus muy ardientes corazones en algo no se resfriaron, mas con muy mayor fuerza de fuego sus muy encendidas y grandes llamas fueron augmentadas, como ahora oiréis.

 

CAPÍTULO LXXXVI. De la alteración que Esplandián sintió sabida por los mensajeros de Gastiles la sañosa respuesta de la infanta Leonorina y del remedio que la doncella Carmela le da. Contado se os ha cómo Gastiles, sobrino del emperador de Constantinopla, envió sus mensajeros a Esplandián, haciéndole saber la graciosa respuesta de su tío, y la sañosa de su prima la infanta Leonorina; los cuales llegaron a la villa de Alfarín al tiempo que aquellos caballeros allí fueron con el vencimiento de sus enemigos, y con el gran señor y caudillo Alguacil mayor, que preso tenían. Pues siendo ya en sus posadas reposados, y curados por la mano del maestro Elisabat, entraron los mensajeros en la posada de Esplandián, y donde él había posado con el rey de Dacia y su doncella Carmela, allí le dieron las cartas que traían. La doncella, que la embajada vio, sabiendo de la parte donde venía, temiendo la mudanza que a Esplandián le podría ocurrir, así de gozo como de lo contrario, dijo antes que Esplandián respondiese: «Amigos, id a holgar a vuestras posadas; que yo os llevaré la respuesta». Pues idos los mensajeros, Esplandián leyó las cartas; mas cuando por ellas vio la respuesta de su señora, perdió súbitamente la color, creyendo que toda su esperanza, que su doncella le había puesto, era en vano, y no pudiendo sostener los brazos, se le cayeron hasta ser puestas las manos en sus rodillas. La doncella, que los ojos dél no partía, y vido aquella mudanza y alteración tan grande que Esplandián tan súbitamente en sí había mostrado, llegóse luego a él, diciendo: «Mi señor, ¿qué es eso? ¿Qué nueva os ha turbado? Cierto creo yo que ninguna pudo tanta fuerza tener, que vuestro bravo y fuerte corazón en flaqueza pusiese, si no es de aquella contra la cual ninguna fuerza ni valentía puede resistir. Decídmelo, Señor; que quien en la primera y dulce esperanza vos puso, aquella dará el remedio para la sostener y hacer verdadera». Esplandián le dijo: «Mi doncella y amiga, leed estas cartas, y ellas os mostrarán la causa de mi desventura». La doncella tomó las cartas, y cuando vido la respuesta sañosa de la Infanta, comenzóse a reír, y dijo: «La diferencia que es entre el amor de vosotros y nosotras es muy grande; que los hombres por la mayor parte, aquello que en sus corazones sienten y tienen sin otra encubierta, sin otra maña y cautela, en el gesto y en sus hablas lo demuestran, y aun muchas veces mucho más. Lo que nosotras no hacemos; que aunque la voluntad, siguiendo las fatigas que el corazón siente y pasa, alguna cosa querría el semblante lo que la palabra muestra denegarlo; y esto no lo digo que por engaño se haga, mas por aquella gran diversidad que las costumbres del mundo pusieron entre las honras de los unos y de los otros; que aquella gloria que los hombres alcanzaban en poner sus pensamientos en amar las personas de más alto estado, siendo a todos manifiesto, aquella se torna en deshonra y escuridad de las mujeres, si dellas fuese publicado; y por esta causa, con causa muy justa nos conviene negar lo que deseamos. »Aunque por mí no se debría tomar, ni esta razón caber podría; que si alguna alegría mi corazón siente, no es sino querer que fuese publicado por todo el mundo aquel amor irreparable que yo, mi señor, os tengo. Pero el justo remedio que por mí y en mi favor hace, es la mi bajeza y la

grandeza vuestra, lo que no cabe cuando las personas se pueden juzgar en igual grado; así que, esto que vuestra señora responde, esto es lo que vuestro corazón con muy ardiente afición desea, que es verse junto con aquel que de aquella herida, de aquellos muy mortales y grandes deseos es,

 

como él, herido y atormentado. Por esto, mi buen señor, conviene que, dejando todo lo restante, os dispongáis a la ver; que si por oídas os tiene aquel sobrado amor que ya os dije, mucho más lo será crecido con vuestra presencia, con la cual aun vuestros enemigos en la ver deleite siente; pues ¿cuánto más lo harán aquellos que con grande amor y afición la miraren?»

 

CAPÍTULO LXXXVII. Cómo Garinto habló Al caballero esforzado Y cómo le consoló Cuando tan triste le vio Y de sí mesmo olvidado; Y cómo de larga ausencia Olvidanza siempre resta Y al contrario de presencia Según muestra la licencia De la reina Clitenestra. Acabada la doncella su razón, el rey de Dacia dijo: «Mi buen señor, bien os dice la doncella: vos venistes por mandado de vuestro padre a servir esta infanta, y no por voluntad tan solamente, mas por deuda que le debía, por las grandes honras y mercedes que ella le hizo; y así se lo hecistes saber. Envióos a mandar que la viésedes, todas cosas dejando, porque quería ver si aquello que vuestro padre era obligado, vuestra persona lo podía satisfacer; no lo habéis hecho, excusándoos con desculpas, más para caballeros que conformes a la voluntad de doncellas; y tenéis por extraño esto que ha respondido. Bien parece ser fuera de vuestra memoria cuán livianamente los encendidos y verdaderos amores de las mujeres con la ausencia son olvidados y trocados. Pues ¿qué será de aquellos que aún ningún cimiento tienen sobre que firmeza ni seguridad deban tener, como son estos vuestros? »Acuérdeseos de aquella muy hermosa Brazaida, cuántas lágrimas, cuántos dolores y cuántas angustias mostró al su amado y muy esforzado caballero el troyano Troylo la noche antes que de fuerza le convino ser dél apartada; y cómo el mismo día siguiente, en tan poco espacio de tiempo y de camino, que no pasaron tres horas antes que al real de los griegos llegase, fue enamorada de aquel Diomedes, rey de Tracia; y en señal de parecer que la su libertad le era sujeta, le dio ella una alba de las sus hermosas manos; y de aquella reina Clitenestra, que no solamente la ausencia de su marido fue causa de su gran maleficio que le hizo, mas aun lo fue de le quitar la cabeza con aquella descabezonada vestidura. Digo aquella cabeza que en tanta discreción sostuvo, que bastó para mandar diez años lo más y los mayores reyes y príncipes del mundo. Otras muchas os podría traer por ejemplo, que por no poner en duda la bondad y lealtad de aquellas que la alcanzaron y la perdieron, antes por ella murieron, se dejarán de recontar; solamente, mi buen señor, os diré que la presencia de los que mucho se aman, especialmente de la vuestra tan señalada en el mundo, la gloriosa habla, los amorosos autos, aun siendo fingidos, escalientan los amores tibios y

resfriados. mirad qué fuerza pueden tener aquellos que de muy ardiente deseo son inflamados yPues encendidos».

 

«Oh, rey de Dacia», dijo Esplandián, « todo lo que me dices conozco yo ser verdadero; mas ¿qué haré? Que la alteza y gran hermosura desta infanta tengo yo en mi pensamiento en tan alto grado, que aunque por mi sola persona todo el mundo sojuzgado hubiese, no me ternía por digno de ante ella parecer». «Pues que así es», dijo el Rey, «olvidadla, y tomad otra de muy grande estado, que de rodillas os pedirán y servirán». «Eso no puede ser», dijo Esplandián, «así porque imposible sería, como porque yo, perdiendo su memoria, sería olvidado y puestas mis cosas debajo de tierra». «Pues haced», dijo el Rey, «lo que os aconsejamos». «Yo lo haré», dijo Esplandián, «y no por mi juicio, que no lo alcanzo, mas por el de vosotros, como lo ordenáredes». El Rey le dijo: «Yo ternía por bueno que hablando con estos caballeros, y dejándolos encomendados a vuestro tío Norandel y a Frándalo, para que procuren de hacer mal y daño a estos infieles, como comenzado está, os vais, en esta fusta que ellos trujeron, a la montaña Defendida, Gandalín a Enil, quey allí son llegados, criados detomaremos vuestro padre y de quien sin recelo yosa podéis fiar, y llevéis a mí yaa esta vuestray doncella; el acuerdo que conviene; estos mensajeros de Gastiles dadles una carta en que le agradecéis mucho la memoria que de lo que le encomendastes tuvo, y que él bese las manos por vos y por nos al Emperador, y en lo de la infanta Leonorina, que vos enviaréis allá un mensajero que sepa de su merced lo que manda y más su servicio es, y que aquello pornéis luego en obra». «Pues que esto tenéis por bien», dijo Esplandián, «así se haga, y Dios por su misericordia lo enderece; que creed, mi señor, que si remedio para su saña no se hallare, que para excusarme la muerte no os pongáis en cuidado de lo buscar».

 

CAPÍTULO LXXXVIII. Cómo la gran tormenta de la mar hizo a Esplandián Esplandián aportar después de diez días días al pie de la Doncella Encantadora; el cual de la villa de Alfarín para la montaña Defendida había partido. En este acuerdo que habéis oído quedó aquella habla, y Esplandián, hablando con aquellos caballeros y despachando los mensajeros de Gastiles, como lo habían acordado, tomando los marineros que le guiasen, se metió con aquella compaña en la mar, y con mucho deseo de los que quedaban y de los que iban, causándolo el verdadero amor que el Señor muy poderoso en ellos había puesto, partieron de aquel puerto de Alfarín, con voluntad de llegar a la montaña Defendida; pero de otra manera y forma les avino. Que la fortuna, queriendo guiar a este caballero, así como lo suele hacer con aquellos que ensalzar y alegrar quiere, descubriendo aquellas cosas que nunca fueron pensadas, dando lugar y causas a que pensadas por las personas sean; habiendo ya navegado por la mar todo el día y gran pieza de la noche, súbitamente el próspero y seguro tiempo fue revuelto y trabucado con un viento sin medida, de forma que los mareantes, perdida su sabiduría y esperanza de la cobrar, dejaron lugar a la ventura que la nave guiase donde más le pluguiese. Esta tormenta fue en tanto grado crecida, que muchas veces fueron en punto de ser anegados, teniendo por imposible que con tal afrenta las vidas les quedasen. Allí eran prometidas las devotas romerías, allí eran los hinojos hincados, allí las manos hacia el cielo, demandando misericordia. Mas ni por todo esto, siempre los vientos y la tormenta en gran cantidad más augmentados no dejaban de ser. Aquel esforzado Esplandián, que engendrado fue a la sazón que de aquella peña Pobre su famoso padre, con tanta cuita, con tanto dolor y amargura de su ánimo, por mandado de su muy amada señora Oriana, salió, y con tanta gloria y buena ventura, antes que la viese, vencido en batalla a aquel esforzado don Cuadragante; venció los diez caballeros de la infanta Leonoreta, hija del gran rey Lisuarte; venció aquellos espantables y en todo el mundo dudados jayanes, Famongomadán, y Basagante, su hijo; y asimesmo su nacimiento y crianza había sido tan extraña, y sobre todas las grandes adevinanzas en su gran loor dadas por la gran sabidora Urganda y por la doncella Encantadora; no solamente iba él con aquella cruel fuerza de los vientos y peligrosa tormenta consolado, mas aun consolaba a la doncella y al rey de Dacia, y a los otros caballeros y hombres de servicio, diciéndoles: «Mis amigos, si esta tan grande afrenta en que sois, a vosotros solos viniese, cierto, con mucha razón, más por muertos que vivos os debríades tener. Mas siendo yo presente, cosas muy fui nacido, y para muyremedio mayoresamiedos no temáis;que quepara no semejantes solamente aquel alto Señor porná esto enfui quearmado somos,caballero, mas aun permitirá que en doblada alegría se nos torne; que sin estos semejantes espantos, y otros más crecidos, no puedo yo llegar a la alteza de gloria y prez de armas, según que las cosas dichas de mí se esperan. Y puesto caso que en este medio tiempo la vida me sea quitada, quito seré yo de culpa, y aun aquellos que de mí hablaron, pues que el poder del muy alto a lto Señor es sobre todo». Pues así hablando Esplandián con ellos, y ellos encomendándose a Dios, la fusta navegando sin gobernalle alguno, no sabiendo la parte en que estaban, ni el viaje que llevaban, en cabo de diez días, que sin que persona encontrasen que por la brava mar anduviese, ni ver tierra a ninguna parte, se hallaron, casi a la media noche, al pie de la peña de la Doncella Encantadora, la cual luego por Esplandián y Gandalín y Sargil fue conocida. Pues allí la nave llegada, saltaron en tierra los caballeros, y por las cadenas la prendieron, porque la fuerza del agua no se la llevase.

 

CAPÍTULO LXXXIX. Cómo Esplandián y sus compañeros subieron a la peña peña de la Doncella Encantadora y de las cosas que hasta llegar a sus grandes palacios les acaecieron. Mucho fue consolado Esplandián y aquellos caballeros en ser así guaridos de tal peligro; pero muy más fueron espantados de una cosa extraña que oyeron, y esto fue, que encima de la alta peña sonaban los mayores y fuertes bramidos y más espantables que jamás de ninguna cosa hubieron oído, tanto, que toda la peña parecía que hacía estremecer. Oído esto por Esplandián, teniendo en la memoria aquella profecía que en el rétulo del león era escripta; creyendo que, pues la fortuna allí le había guiado, que entonces era permitido que se cumpliese, dijo con grande alegría de su ánimo en una voz alta: «¡Ay, santa María, váleme! que llegado es el tiempo que yo tanto he deseado, y si pluguiere a Dios, ahora comenzarán mis lágrimas, mis mortales deseos de haber algún reposo». Cuando el rey de Dacia y la doncella y aquellos caballeros esto le oyeron, mucho fueron maravillados; que no sabían la causa, pero él sí, que leyó las letras que declaraban ser por él acabada del todo aquella aventura de la cámara del gran tesoro, al tiempo que aquellos bramidos por el león fuesen dados, en que se le prometía gran remedio a sus amores, así como ya la historia os contó. Pues allí estuvieron con gran placer, cenando de la provisión que traían, y durmiendo en la ropa que de la fusta sacaron aquello poco que de la noche les quedaba por pasar. La mañana venida, Esplandián contó al Rey lo que en aquella peña le aconteció, y cómo en ella había ganado su hermosa y rica espada. Y Gandalín asimesmo les contó cómo, buscando él al caballero que la doncella forzada traía, había subido en la peña, y cómo en ella halló a Amadís y a Grasandor, y la gran risa que tuvieron cuando él les dijo que él quería probar la espada que Amadís no se había atrevido a probar, y las palabras que sobre ellos Grasandor dijo. Mucho tornaron a reír dello, y de cómo habían hallado en los baños antiguos el caballero y la doncella, y cómo después, teniéndole ella aborrecido, tuvo por bien de se casar con él, tornando aquel desamor en muy sobrado amor. Cuando la doncella Carmela esto oyó, dijo: «Según eso, ninguno debe desesperar de la merced de Dios y de lo que desea, y yo así lo hago». Esplandián la abrazó riendo, y dijo: «Mi doncella y mi muy grande amiga, muy mucho más verdadero y más cierto es el amor que os tengo, que aquel ni otros semejantes dél». «Mi señor», dijo ella, «sufrid vos mis locuras, pues que mi corazón por vos sufre mil afrentas, mil tormentos y pasiones, perdonando a quien más hacer no puede»; y hincados los hinojos, le quiso besar las manos, mas él las tiró a sí, diciendo: «Mi amiga, cuando las manos yo os diere, será en tal sazón, que otros que mucho valgan se ternán por contentos de besar las vuestras»; y levantóla. En esto que habéis oído estuvieron hablando un gran rato con mucho placer, por haber escapado del peligro de la mar, como ya oístes; pero más que todos lo era Esplandián, por lo que ya os dije. Y pasada alguna parte del día, que hubieron holgado y comido, Esplandián dijo al rey de Dacia que a él le convenía subir a la peña, y que llevaría consigo a Gandalín y a Enil, y si a él se le hacía

trabajo,noque le esperase con latemise, doncella que volviese; estos dos caballeros queríalos él llevar, porque afrentaallí ninguna mashasta creyendo que para alevantar la tumba solamente habría menester.

 

El Rey le dijo: «Mi Señor, si en tal tiempo yo quedase, bien se podría decir que quedaban dos doncellas sin ningún caballero; con vos quiero subir y ver esto que por mí nunca fue visto». «Así lo haré yo», dijo la doncella; «que en e n ninguna manera quedaré». «Pues ahora, vamos con la bendición de Dios», dijo Esplandián. Entonces tomaron Sargil y Argento, escudero del Rey, provisión cuanto llevar pudieron, y la doncella el yelmo de Esplandián, y el Rey y los otros caballeros sus armas, y comenzaron a subir por la peña arriba, y anduvieron tanto, que con gran trabajo, al sol puesto, llegaron a la ermita donde el gran ídolo estaba; en la cual cenaron y durmieron, y al alba del día continuaron su camino, y tanto anduvieron, que a las tres partes del día pasadas fueron en la cumbre de aquella muy alta peña, y porque ya era tan tarde, acordaron de reposar cabe las fuentes y estanques aquella noche. Mas esto no fue con gran reposo; que las serpientes que allí acostumbraban beber salían de sus cuevas, y como los sentían, andaban saltando y dando silbos al rededor dellos, y ellos salían a ellas por las herir, mas no los atendían, antes las unas se tornaban a esconder, y las otras se iban huyendo por el campo. Así pasaron toda la noche, que nunca tuvieron lugar de dormir; y la causa por que estas serpientes tan bravas que y tanEsplandián emponzoñadas no osaban llegar caballeros, aquella espada encantada tenía, que demás de les adaraquellos luz toda la noche fue conpor la claridad de sus preciadas piedras, era hecha por tal arte, que ningún encantamiento ni cosa emponzoñada tenía fuerza de empecer a ninguno que cabe ella estuviese; e stuviese; que de otra manera, no pudieran por ninguna manera escapar de ser todos muertos. A esta sazón, los bramidos del león eran tan grandes, que muy grande espanto les pusiera si Esplandián no les hubiera contado la causa por qué se hacían, así como ya él lo había visto.

 

CAPÍTULO XC. Cómo Esplandián abriendo la cámara ddel el tesoro encantado él y sus compañeros entraron dentro y abierta la tumba tumba de cristal y quitado el león de encima encima della de las maravillosas y ricas cosas que dentro halló. Pues siendo ya el día claro, fuéronse a aquellos grandes palacios de la doncella Encantadora, y entraron por la sala hasta llegar a las puertas de la cámara encantada, y poniendo en ellas Esplandián su diestra mano, luego fueron abiertas y cesados los bramidos, y luego él y todos los otros entraron dentro, y dijo a Gandalín y a Enil que quitasen el león de encima de la tumba; mas, por mucho que en ello trabajaron, ni el rey de Dacia ni la doncella, que les ayudaron, no lo pudieron mover. Cuando esto vido Esplandián, llegó él y probólo a quitar con sus manos, y luego fue movido, y tan ligero de quitar, como la cosa más liviana que ser pudiera. Y desta manera le aconteció en la tumba, que él solo alzó la primera cubierta de cristal, y quedó la segunda, que de color de cielo era, la cual se cerraba con una cerradura toda de esmeralda, y en sí tenía una llave de piedra de diamante, y los gonces eran de otras piedras rubíes muy preciadas; y cuando la hubo abierto, vido dentro un ídolo de oro, todo sembrado de piedras preciosas muy grandes, sin medida, y de aljófar muy grueso, y tenía una corona de oro en la cabeza, tan bien obrada, que por maravilla fue tenida a quien después la vio, y unas letras en ella todas de muy ardientes rubíes, que así decían: «Júpiter, el mayor de los dioses»; y una tabla colgada a su cabeza, con otras letras muy hermosas y bien tajadas, de diamantes, que decían así: «En el venidero tiempo que el mi gran saber será perdido, y el siervo de la sierva aquí sepultado, y a la vida restituido por quien la muerte padece, las grecianas ovejas, que de otra más extraña yerba fueron gobernadas, serán constreñidas y en gran tribulación por los hambrientos lobos marinos, que dellos gran parte del ancho mar será cubierta, encerradas serán en la su gran selva, y muchas muertas y despedazadas; así que, su pastor, perdida toda esperanza, con grande angustia llorará su desastrado fin; mas a aquella sazón, el hijo del león bravo acudirá, y haciendo muy cruel destruición, quitará el poder y mando al gran pastor, y gozarán de las telas de su corazón sus fieros dientes y agudas uñas, y sus ovejas quedarán por gobierno dél y de las bravas compañas suyas. Entonces la engañosa y gran Serpiente, el cuchillo encantado y esta muy alta roca, en la hondar mar para siempre serán hundidas».

 

CAPÍTULO XCI. Cómo Carmela bajando el león Los otros la tumba y el bulto de oro Decienden aquel tan rico tesoro Do estaba la fusta esperando patrón; Y cómo a Garinto sin más dilación Envió el caballero y buen amador Saber de la hija del Emperador Si tiene dél queja con justa razón. Esplandián, en tanto que el rey de Dacia y la doncella Carmela y los caballeros miraban aquellas grandes riquezas de considerando aquel gran ídolo Júpiter, y cómodeleramundo ordenado y guarnecido muy espantados estaban, que de si todo el tesoro en uno junto fuese,dellas, no podría igualar al valor de aquel. Leyó las letras griegas, que el lenguaje griego muy bien sabía, y por entonces no entendió a qué podría responder la sentencia dellas, y vuelto al Rey, le dijo: «Mi buen señor, ¿qué os parece desto que aquí hallamos?» «Cierto», dijo él, «paréceme que en todo el mundo no se podrían hallar cosas tan preciadas ni que tanto valgan». «¿Habéis leído estas letras?», dijo Esplandián. «No», dijo el rey de Dacia; «que aunque las he mirado, no sabría el lenguaje dellas, que para mí es muy extraño». «Pues después que esto pongamos», dijo Esplandián, «en recaudo, yo os las declararé, y creo que no ternéis en poco la sentencia suya, si la pudiéramos alcanzar, aunque por ahora a mí se me hace muy escura». «Pues ¿qué haremos?», dijo el Rey. «Que todo esto que aquí hallamos», dijo Esplandián, «lo bajemos a la nave, y lo llevemos con nosotros, pues que Dios y la fortuna nos lo otorgó, en cabo de tan grandes tiempos pasados, que a otro ninguno darle quiso». «Así se haga», dijo el Rey; «que gran simpleza sería dejar esto que se os ofrece con tan poco trabajo; pues que los mayores hombres del mundo, por lo cobrar, pornían a sí y a sus gentes en el hilo de la muerte».

Entonces Esplandián dijo: «Mi doncella, tomad en vuestros brazos este león, que pues él a mi persona fue subjeto, también lo será a lo que mandare; y Gandalín y Enil llevarán la tumba de cristal, y el Rey y yo y nuestros escuderos trabajaremos con la tumba del ídolo».

 

La doncella fue a tomar el león, como le mandaron, y como quiera que no tuviese esperanza de lo poder alzar del suelo, muy ligero se le hizo; y así fue de todo lo otro, que con muy poca premia lo levantaron de tierra y lo llevaron fuera de los palacios, hasta lo poner en la cumbre donde de la roca comenzaba a decender. Pero allí mucho más livianamente lo sintieron pasar la cuesta abajo, y anduvieron con ello hasta lo poner en la ermita, donde con mucho placer reposaron y cenaron de lo que llevaban, y durmieron aquella noche. La mañana venida, comenzaron a decender como antes, y llegaron al pie de la peña antes que anocheciese, y poniendo la tumba como en la cámara estaba, dentro en la nave, y el león encima della, Esplandián mandó a los marineros que, pues el tiempo mucho más sosegado habían, que partiesen de allí la vía de la montaña Defendida, y ellos así lo hicieron; y habiendo ya navegado dos días, dijo el rey de Dacia a Esplandián: «Mi buen señor, yo he pensado que será bien que desde aquí en esta barca que en la fusta traemos, me fuese con un marinero a Constantinopla, y terné manera cómo pueda hablar con vuestra señora, y trabajaré cuanto pudiere en saber qué cosa es aquella saña suya, y también cómo o en qué manera manda que la veáis, y si yo puedo, verla heis en secreto antes que al Emperador su padre; y si esto no se pudiere acabar, tomaréis el mejor acuerdo». Esplandián dijo: «Mi buen señor, yo tengo por buen consejo lo que me decís, y pues que a vuestra discreción y desta doncella es mi hacedverloaquella que osinfanta pareciere, que aquello se porná en obra. Y cierto, si eso quevoluntad me decís,remitida, que pudiese en secreto, aunque fuese en auto de toda honestidad, con ello sería yo muy satisfecho, más que en mostrarme ante su padre y toda su corte; y pues que yo soy suyo, della sola querría recebir el mandamiento de su servicio. Y en tanto que vos is allá, quiero atenderos en esta nave, en aquella parte de la mar que os hallé en la flota de Frándalo, porque más presto pueda saber lo que hiciéredes y lo que aquella mi señora manda». «Por bien lo tengo», dijo el Rey.

 

CAPÍTULO XCII. Cómo Garinto rey de Dacia partió para Constantinopla y anduvo por la mar perdido cuarenta cuarenta días y las muchas y grandes afrentas en que se vio. Entonces, echando en el agua la barca con alguna provisión, y entrando en ella el rey de Dacia y dos marineros para guiar, y Argento, su escudero, que las armas le llevaba, partiéronse de Esplandián, y llevaron la vía de Constantinopla. Mas la fortuna, que muchas veces vuelve al revés los pensamientos de los hombres, especialmente aquellos que por más firmes y ciertos tienen, por mostrar en ello su gran poder, y que no puedan los hombres atribuir las cosas que pasan solamente a su discreción, puso a este rey tal estorbo, que no sabiendo los marineros en qué manera, desvió la barca de noche de la vía que llevaban; de manera que, cuando el alba pareció, no supieron atinar dónde estaban ni menos adónde habían de ir; así que, les convino seguir más a la ventura que a su sabiduría, s abiduría, creyendo que aportarían a algún lugar de puerto donde tomasen aviso. Este rey de Dacia anduvo perdido por la mar más de cuarenta días, en que puso muchas afrentas y desventuras, que al hilo de la cruel muerte le llegaron. Y si la historia os la hubiese de contar, sería salir del propósito comenzado. Especialmente cómo aportó, no teniendo ya vianda ninguna, a la isla del gigante llamado Grasión, y allí salido en tierra, bebiendo del agua de una fuente que se llamaba de la Olvidanza, y Argento, escudero, cayeron cabey una ella, doncella, perdidos viéndole los sentidos; de allíy fueron llevados al jayán, que los tuvosuen una cruel prisión; tan ymozo hermoso, se enamoró dél, y lo sacó por una muy extraña forma, y le hizo cobrar sus armas y su barca y marineros; y así se fue con él, y después aportó a otra isla a la pare de Hungría, y halló que querían quemar una doncella, y no había caballero que tomase por ella la lid, y se combatió con otro caballero y lo venció, y también esta doncella se fue con él; y cómo después la ventura le puso al pie de una torre en que la mar batía, en la cual estaba una dueña presa, y cómo se le encomendó, y él la sacó de allí, venciendo al señor de la torre. Y otras muchas aventuras que por él pasaron, que muy largas y prolijas serían de contar, y el que saber las quisiere, lea la gran corónica que a tiempo fue que el maestro Elisabat hizo deste Esplandián, siendo ya emperador, y allí hallará todo esto que digo, y otras muchas y grandes caballerías que los otros caballeros que en la villa de Alfarín quedaron hicieron, y de otros que vinieron de la Gran Bretaña y de la parte de Roma a esta guerra que comenzada estaba contra los infieles; que aquí en estas Sergas llamadas no se os dirá mas sino cómo estos dos amantes se vieron, y cómo la sabidora Urganda la Desconocida vinoacaecieron, a la corteyde aquel emperador en compañía Esplandián, y de lasporextrañas cosas que en ella asimesmo la gran batalla que pasó de sobre Constantinopla la mar y por la tierra, y la muchedumbre de los reyes bárbaros, de naciones blancas y negras, que en ella fueron, y de otros muchos príncipes y grandes hombres de los cristianos que acudieron a Esplandián, y la gran mortandad de los unos y de los otros; la cual batalla fenecida, fenecieron estas dichas Sergas, que tanto quiere decir como las proezas de Esplandián. Así que, la historia vos irá agora recontando cómo, viendo Esplandián que el rey de Dacia tardaba, envió a saber dél, y no se hallando recaudo alguno, tomó el acuerdo que oiréis.

 

CAPÍTULO XCIII. Cómo después que fortuna negó Al triste Garinto llegar do quería El gran caballero que pena sentía Con sola Carmela consejo tomó; La cual no pensando industria le dio dio Y arte de cómo pudiese hablar A aquella que tanto le hace penar Y su libertad con el seso robó. Esplandián, después que el rey de Dacia dél se partió, mandó guiar su nave a aquel sitio de la mar donde porYseñal puso atender, llegado allí, estuvo las áncoras, diez días. viendo quedenole venía él niy su mandado, acordóaguardando, de enviar enestando un batelsobre un hombre que dél supiese si a Constantinopla había aportado, y le trajese recaudo dello; pero este mensajero, siendo ido y venido, no pudo saber ninguna cosa del Rey, así como era verdad que allá no había ido, de que Esplandián muy maravillado fue. Pero luego pensó que, así como las cosas de los otros caballeros, siendo fuera de la razón guiadas, se ternían por vanas e inciertas, que así las suyas para ser ciertas habían de ser obradas al contrario, y con pensamiento que la movible fortuna no ternía poder de le estorbar, lo cual esperaba del Señor muy poderoso en quien muy firmemente creía y tenía por remedio; sin por ello haber alguna alteración, llamando a su doncella aparte, le dijo: «Mi verdadera amiga, ya sabéis a lo que Garinto, rey de Dacia, de nos se partió, y entiendo que más por las ondas de la mar, que desviarle hicieron, que por su voluntad, no ha venido en efecto su buen propósito; y pues que más hacer no se puede, tomemos el remedio que posible nos fuere. Aconsejadme, mi buena amiga; porque los que desta pasión son heridos y atormentados, aunque en todas las otras cosas el juicio entero tengan, en esta ninguno les queda, como por muchos grandes hombres se podría probar, que muy famosas cosas acabaron, y en esta que digo fallecieron». La doncella dijo: «Señor, aunque en todo el mundo se buscase persona que esto que me decís quisiese por verdad juzgar, no se hallaría que a mí igualase; porque aquella pasión y angustia sin medida que yo padezco, ninguno así como yo la pudo, no solamente pasar, mas ni aún pensar; pero el remedio es para mí tan grande en ser en vuestra presencia, que si della quitada y apartada fuese, luego mi vida de mí quitada sería; y si yo pensase, para en esto que a mí toca poner algún remedio, oprimir el mi corazón, no sería en ello más parte que una cosa muerta. Mas el vuestro, que con menos afición del turbado juicio, y mayor voluntad de la servir, está, si mi consejo tomáredes, a mi memoria ha venido una manera extraña, por donde aquella vuestra señora ver podéis, y no será sin gran peligro suyo y vuestro.

»Pero las cosas muy aquí altasesta pocas vecescon alcanzar se pueden; yo que quiero, mi señor, deciros en qué forma vos traéis tumba tan ricosiny él preciado tesoro, ningún emperador ni rey del mundo así junto como él lo tiene. Haced llegar esta nave al puerto de Constantinopla, y castigad esta compaña que todos guarden secreto, que no se sepa ser vos aquí, antes estaréis

 

encubierto en lo más bajo de la nave, y yo, tomando comigo a Gandalín y Enil, saldré en tierra, y haré saber al Emperador y Emperatriz cómo de vuestra parte soy venida a traer a su hija este tan preciado presente; y trabajaré cómo ellos vengan a esta nave a lo ver, y después que todos se fueren, entravos en la tumba con el ídolo, y así juntos vos llevaremos a la infanta Leonorina, y haré que en la su recámara seáis puesto. Y lo demás dejad a mí el remedio; que yo terné manera cómo ella os vea, y seáis de allí luego otro día sacado. Y si esto que digo muy grave vos parece, acuérdesevos que más grave es sostener las angustias y prisiones que de contino vos atormentan». Esplandián, cuando esto oyó, estuvo un rato pensando; que cuando en sí tornó dijo: «Mi doncella, no temo yo la muerte, porque no me puede venir tan cruel ni tan penosa como yo la siento cada día muchas veces, mas temo la vergüenza deste grande emperador, que tanto bien y merced a mi padre hizo, si por mi desventura descubierto fuese; y sobre todo, el daño y enojo que redundar podría a aquella mi señora; pero como mi pensamiento esté firme en la servir y aguardar su honra más que a cuantos hoy viven, y el muy alto Señor dello sea testigo, él nos guardará y porná remedio en este atrevimiento que por consejo me dais, y yo lo otorgo que así como lo habéis dicho se haga». «Ese señor que decís», dijo la doncella, «será en nuestra ayuda; después dél, yo, que veréis a qué basta este mi deseo y grande amor que vos tengo».

 

CAPÍTULO XCIV. Cómo Esplandián secretamente con dos compañeros llegó al puerto de Constantinopla y de lo que el Emperador por industria industria de la doncella Carmela hizo. Con este acuerdo que vos digo, hizo Esplandián partir la nave la vía de Constantinopla, y tanto anduvo, que en cabo de los ocho días fue en el gran puerto. Y allí hablando Esplandián con los hombres que con él venían, les dijo que en ninguna manera dijesen dél otra cosa, salvo que en la montaña Defendida quedaba; porque por entonces no quería ser del Emperador conocido, hasta que más caballeros con él viniesen; que para ser representado ante tan grande hombre, así convenía que fuese, y que por estar más encubierto, él quería ponerse en lo más secreto de la nave, y así lo hizo. Mas la doncella, tomando consigo a Gandalín y Enil, armados de todas armas, salió en tierra, y a pie se fueron a los grandes palacios por la calle, donde luego de muchos fue conocida, y decían: «Esta es la doncella de aquel bienaventurado caballero. ¡Ay, Dios Señor! Si vos diésedes modo cómo él aquí viniese, todo este señorío del imperio sería por él muy honrado». Y así llegaron a los palacios, y haciendo saber al Emperador su venida, con mucho placer los mandó entrar en la su gran sala, donde la Emperatriz y otros reyes y altos señores con él estaban. La doncella llegó, sin hacer más acatamiento del que ya oístes que hizo al tiempo que la primera vez allí Gandalín hincó rodillas, besar el pie al Emperador, asimismo Enil, y élllegó; no lopero consintió, antes dio las a cada uno yla quísole una mano y los mandó levantar, y ymostrando mucha alegría, dijo: «Amigo Gandalín, vos seáis bien venido, y como quiera que vuestra visita me da placer, así della mi ánimo congoja recibe en acordárseme de aquel tiempo en que aquí vos vi con vuestro señor, que yo mucho amo, y después no le haber visto ni tener esperanza dello». «Señor», dijo Gandalín, «con mucha razón debe vuestra grandeza tenerlo como lo dice; porque siendo mi señor tal, que la mayor parte del mundo le debía ser sujeta, él lo es para vos servir con tanta obediencia como de quien ha recebido todo aquel grande estado en que hoy es puesto». El Emperador dijo: «Yo hice con Amadís aquel deudo y amor que le debía, y mucho me tengo por honrado en le tener por amigo; y muy gran placer hube, que me dijeron que el rey Lisuarte, de su voluntad, le renunció el reino de la Gran Bretaña; no sé si es así». Enil le dijo: «Verdad es Señor; que yo fui a ello presente, y como quiera que yo desease todo el mundo para Amadís, mi señor, cierto, según la fortuna que en ello el rey Lisuarte tuvo, a todos movió a gran piedad y compasión; y con muchos llantos y abundancia de lágrimas pasó aquel aucto, aunque después por todos los que vieron y saben cómo fue, es muy loado». «Ruégovos, caballero», dijo el Emperador, «que me lo contéis; porque a los altos hombres mucha obligación nos constriñe a saber las cosas virtuosas hechas por los semejantes». Enil se lo contó todo, que no faltó nada, así como ya lo oístes. El Emperador bajó la cabeza, y estuvo un rato pensando, y después dijo: «Cierto yo creo que grandes tiempos pasarán antes que otro mejor hombre venga que el rey Lisuarte, ni que con tanta discreción ni esfuerzo pase su tiempo como él lo hizo. Y según me parece, aquella fortuna que en su juventud tan favorable le fue, y le dio esfuerzo para vencer y alcanzar gloria de muchas

afrentas, misma, ser muy más graciosa, más agradable, le puso en camino que, habiendoaquella cumplido con queriéndole la carne mezquina y atribulada, cumpliese en la fe con el ánima espiritual, venciendo a sí mismo; que muy pocos de los mortales, sin la gracia y misericordia de Dios, son poderosos de lo hacer».

 

Entonces con alegre semblante volviéndose a la doncella Carmela, le dijo: «Buena doncella, vos seáis muy bien venida; ¿por ventura venís más que la otra vez inclinada la voluntad a cortesía?» La doncella respondió: «Viniendo yo agora más enamorada y más sujeta de aquel por quien lo hago, ¿cómo puede mi querer doblarse? Antes ciertamente mucho más al contrario lo tengo». El Emperador y la Emperatriz y todos los altos hombres riyeron de mucha gana, y díjole: «Según en vos parece, bien podremos ser quitos de sospecha que vuestra venida no será para hacer cobrar a aquel vuestro señor otra amiga, aunque él con mucha afición vos lo encargase». «En esto, Emperador», dijo ella, «juzgas tú por razón lo que debía ser, pero yo en todo lo tengo de servir». «Buena doncella», dijo el Emperador, «yo vos amo, yo vos precio; si vuestra venida es por alguna cosa que de mí queréis, decidlo, que luego se hará». «Emperador», dijo ella, «mi venida es por demandar un don de ti y a la Emperatriz, que no será de oro ni de plata; que según lo que hoy debajo de mi mano está, cierta soy que con toda tu grandeza me ternás envidia. Mas lo que yo pido es, que tú y ella vais hasta una nave que en la mar dejo debajosudecaballero». tus finiestras, por ver un presente que Esplandián mi señor envía a la Infanta tu hija, como «Ese tal don», dijo él, «a mi pensar, más es para nos lo pedir que para lo otorgar; y luego se haga lo que pedís». Entonces mandó que le trujesen bestias en que él y la Emperatriz fuesen. Pero como la gente, así del palacio como la otra de fuera, supo la demanda de la doncella, creyendo que alguna cosa extraña sería, todos fueron a caballo y a pie con el Emperador y Emperatriz, en tanto número, que era maravilla de lo ver. Llegados pues a la mar, y el Emperador y su mujer apeados, entraron en la nave con tantos caballeros cuantos caber pudieron. Y la doncella los guio donde la tumba estaba, y dijo: «Emperador, desta manera que aquí se te muestra estuvo esta tumba pasados docientos años en la muy alta peña de la Doncella Encantadora, donde ninguno de cuantos caballeros en este medio tiempo fueron, nunca, por esfuerzo ni valentía que en sí tuviesen, la pudieron ver, sino fue Esplandián mi señor, que ganó la rica espada, como creo que habrás sabido, y agora tornó por esto que aquí verás». Entonces quitó el león y levantó la primera cubierta del cristal, y abriendo la cerradura de la otra segunda, descubrió el ídolo que en sí encerraba. Cuando el Emperador y la Emperatriz lo vieron, mucho lo miraron, y fueron muy espantados, diciendo que no sería posible haber en todo el mundo una cosa de tanto valor, y que aquellas piedras de aljófar eran bastantes, si repartidas fuesen, de hacer ricos a todos los que en el mundo vivían. La doncella, que así los vido, dijo: «Emperador, ¿qué te parece? Quien tal presente a la Infanta tu hija envía, ¿puede excusar la promesa de su padre?»

«Cierto, doncella», dijo el Emperador, «quien tal cosa como esta posee, por muy grande hombre se debe tener; pero en eso que decís no consiento; que los bienes temporales, por abastados que sean, nunca se pudieron igualar a la virtud y buenas costumbres que los caballeros alcanzan;

 

porque lo primero muchos malos lo pueden haber, y lo segundo, no otros sino aquellos que a la virtud son sojuzgados; y ya sabéis vos que mandé a mi hija que no diese por quito a su padre hasta que él ante su presencia pareciese, y veamos si es tal que pueda cumplir la palabra y promesa de caballero tan señalado en el mundo». Entonces miró la tabla de oro, y leyóla paso, que ninguno le entendiese las letras que ya oístes; y como quiera que escura la sentencia dellas por el presente le pareciese, en gran alteración fue puesto, y sacándola de la tumba con su mano, dijo a la doncella: «Esto quiero yo destos dones, y lo ál haced dello lo que os mandaron». m andaron». Y dicho esto, salió de la nave, y la Emperatriz asimismo, y con ellos todos los que habían entrado en ella; que ya a su placer habían visto aquello por que allí vinieron; pero idos estos, luego entraron muchos a lo ver, en tanta abundancia, que hasta la noche no cesó.

 

CAPÍTULO XCV. Cómo el poder y esfuerzo de amor A quien no debemos salir de mandado En un momento presenta encerrado Delante la Infanta al buen amador; La cual como joya de tanto valor Recibe en servicio sin otra cautela; La llave entregada le dijo Carmela: «Aquí queda el vuestro leal servidor». Pues la noche venida, y la nave desembarazada de la gente de fuera, la doncella entró donde Esplandián y díjole:deseos «Ea, Señor, que laaparejadvos hora es venida en que la merced poderoso Señor placeráestaba que vuestros se cumplan; y entrad en laa tumba; quedel tiempo es de la llevar a aquella vuestra señora». Oído esto por Esplandián, sin más responder, mandó que llamasen a Enil, y díjole: «Mi buen señor y amigo, ¿qué heciste los paños que con vos me envió la reina Oriana, mi madre?» Enil le dijo: «Señor, aquí los tengo; que pensando que los habríades menester, los puse en vuestra cámara». «Pues dádmelos», dijo Esplandián. Enil los sacó del lío donde estaban; los cuales eran muy hermosos y sembrados de muchas flores y rosas de que oro, lacercadas de madre piedraslos y aljófar en algunas tenían aves en queellos parecía que volasen, Reina su mandógrueso, hacer ay muy sutiles partes maestros, y puso aquellas hermosas piedras que de su padre y madre había heredado. Esplandián los vistió y ciñó encima su espada, y en la cabeza no otra cosa, salvo sus muy hermosos cabellos, que los hombros le cubrían, que ante ellos el fino oro perdía su color, y su haz se podía comparar a la de los ángeles. Cuando la doncella Carmela así lo vido, dijo como desatinada: «¡Ay, Santa María! ¿Qué es esto que veo? Ay, Señor, habed piedad de mí, y ponedvos presto en la tumba, que mis cuitados ojos no pueden sufrir de mirar esa tan gran hermosura; que no sería maravilla de caer súbito muerta ante vuestra presencia». Esplandián, que así la vido, tomóla por un brazo y díjole: «Mi amiga, pues haced apartar la gente, y haré lo que me decís».

Ella, aunque con grande alteración estaba, dijo: «Eso ya está remediado» «Pues agora vamos», dijo él.

 

Así llegaron a la tumba, y alzando las cubiertas, se puso Esplandián donde el ídolo estaba, y la doncella cerró con la llave y cubrióla como antes, y puso el león encima della; estando así hecho, hizo tomar por el un canto a Gandalín, y a Enil por el otro, y por el otro un marinero de la nave; y levantando la tumba sin mucha premia, salieron de la fusta, siendo ya puesto el sol; y como por la ciudad entraron, y fueron vistos, salieron todas las gentes a los ver con muchas candelas encendidas, que, como si de día fuese, así los podían mirar. Allí era loado y ensalzado Esplandián por todas la gentes con tantas alabanzas, que a las nubes tocaban; allí era recordada en sus memorias aquella espantable batalla del caballero de la Verde Espada con el cruel Endriago; allí recordaban y decían haber Esplandián, su hijo, acabado aquello que el padre acometer no osó, y cómo en la batalla de uno por otro lo venció. ¿Qué os diré? Que nunca de aquel fuerte Hércules, de aquel valiente Héctor, de aquel esforzado Arquiles ni de aquel infante Tideo tales maravillas en ningún tiempo se contaron. Pues de esta manera que habéis oído, llegaron a los palacios del Emperador y a aquel rico aposentamiento de la muy hermosa Leonorina, que ya por su madre sabía su venida; la cual los mandó entrar en una gran sala llena de antorchas, donde con la reina Menoresa y otras dueñas y doncellas de muy alto linaje estaba aguardando; y allí llegadas, pusieron la tumba con el león ante la Infanta, y la doncella Carmela hincó las rodillas delante della y dijo: «Hermosa Princesa, dame las manos para te las besar de parte de aquel tu caballero; que de la mía, si las suyas no, otras ningunas de besar tengo». La hermosa Infanta no las quiso dar, mas abrazándola y riyendo muy graciosamente, le dijo: «Doncella, ¿qué venida es esta? Y ¿qué traéis aquí?» «Hermosa Princesa», dijo ella, «tráigote de parte del caballero estos dones en servicio; que si en todo el mundo otros tales se buscasen, no se hallarían; y no quiero que por ti ni por otro alguno esta noche vistos sean hasta en la mañana, que con la llave yo seré venida; solamente te demando en merced esta segunda cubierta, para la poner en un monesterio que mandó hacer en la ermita de mi padre, a la sepultura de aquel gigante Matroco, que como cristiano murió; y de lo otro haz a tu placer, y demándote en don que hasta que yo aquí torne, esta tumba sea puesta en tu recámara, por esta noche». «Todo se haga como vos queréis», dijo Leonorina. Entonces la doncella la hizo tomar como antes la traían, y la pusieron en la cámara, donde otra persona alguna no dormía, sino la Infanta y la reina Meronesa. A esta sazón todas las dueñas y doncellas iban a la vuelta mirando, y Leonorina hablaba con la doncella, y como vido tiempo y lugar oportuno, dijo: «Hermosa Princesa, agora quiero ver a qué basta tu corazón, tu discreción; que yo te dejo en esta tumba un tesoro muerto y otro vivo; sábele remediar, que yo acabado he mi obra; solamente tú lo verás, y alguna otra en quien te fíes». Y metiéndole la llave en la mano, sin que persona lo viese ni lo oyese, tomó consigo los caballeros lo más presto que pudo, y sin esperar más respuesta, se salió de la gran sal y se fueron a la nave.

 

CAPÍTULO XCVI. Del congojoso razonamiento que la Infanta acerca de ssuu turbación hizo a la reina Menoresa por la cual abierta la tumba Esplandián a llaa cosa que más quería honestamente aquella noche ver y hablar pudo. La Infanta, que muy cuerda era, cuando esto le oyó, en mucho grado fue alterada, que casi sentido ninguno en ella quedó; y pensando qué sería aquello, temió que la doncella le había hecho algún grande engaño, y no sabía darse remedio, tanto estaba turbada; y lo más presto que pudo, tuvo manera que aquellas sus dueñas y doncellas se recogiesen a sus aposentamientos, mostrando que se sentía enojada, y tomando a la reina Menoresa consigo, como había acostumbrado, se metió en su cámara, y cerrando la puerta, dejóse caer en un estrado, torciendo sus manos y perdida la color. Cuando la Reina así la vido, hincó la rodilla ante ella, diciendo: «Mi señora, ¿qué habéis sentido?» «¡Ay, mi verdadera amiga!», dijo la Infanta, «no lo sé, sino que mi corazón me fallece, y en fuerte punto vi a esta doncella Carmela, que me ha muerto». «¿Por qué causa, mi señora?», dijo la Reina; «decídmelo, que ya sabéis que mucho más amo yo el vuestro corazón que el mío; ¿díjovos, por ventura, alguna cosa de que enojo recebiste?» «¡Oh, reina Menoresa!», respondió, «lo que ella me dijo, con que mi ánimo en grande alegría fue puesto, aquello ha dado causa de me poner en esta congoja; que del un cabo el amor, del otro el temor, me saca de todo sentido y me llegan al hilo de la muerte; y si vos, Reina, mi amiga, tanto amor como decís me tenéis, en tiempo somos que nunca así como agora parecer puede». Y con muchas lágrimas le puso sus hermosos brazos al cuello y se juntó con ella. La Reina, que así la vido, fue muy turbada, y dijo llorando: «¡Ay, Santa María! ¿Qué será esto? Por Dios, mi señora, decídmelo, y no temáis; que no solamente por salvar vuestra vida, mas por excusarvos un enojo que mucho penase, porné yo la mía en todo el peligro que venir pueda». «Pues si así es», dijo la Infanta, «quiérovos descubrir la cuita de mi corazón: ya sabéis cómo esta doncella antes me trujo una embajada de Esplandián, hijo del caballero de la Verde Espada, y demás de lo público que vistes que dijo, habló otras cosas comigo, dándome a entender que aquel caballero es por mi causa en grande amor encendido, de que a él redundan muchas angustias y mortales deseos, y yo, como haya oído el valor suyo sobre cuantos hoy viven, así en valentía y prez de armas, como en muy sobrada hermosura y ser de tan alto lugar, como quiera que la fortuna lo acarrease, también yo di lugar a mi corazón que en sí aquellas enamoradas palabras recogiese; pero no en tanto grado como ellas son crecidas y augmentadas, no para que mi pensamiento otra deshonestidad pensase, sino solamente tener gloria en ser amada de un tal caballero, que sobre todos los del mundo preciado es; y esta piedad y amorosa respuesta que de mí llevó, ha sido causa, si por vos, Reina, no se remedia, de ser entrambos llegados a la muerte; que cierto, según lo que agora la doncella me dijo, yo creo que en esta tumba que veis, donde el gran tesoro viene, está metido m etido Esplandián». Oído esto por la Reina, el corazón le comenzó a saltar por el cuerpo, y temblar las carnes, del

grande pero como muy cuerda y viese el que granellapeligro esforzóseespanto cuanto que pudo,hubo; por no poner en mayor cuita afuese, Leonorina de la tenía, aparejado, y dijo con buen semblante: «Mi señora, no temáis esto; que yo vos remediaré de manera, que, con la merced

 

de Dios, todo vuestro enojo y tristeza sea en alegría tornado, quedando vuestra honra en aquel grado de alteza que merece; solamente me pesa por no tener acá la llave». «Veisla aquí», dijo la Infanta. «Pues Dios no me ayude, dijo la Reina, si es verdad que acá lo tenemos, si él de aquí va sin que por nosotras sea visto. Sea lo que fuere, y dadme esa llave, y vos quedad aquí; que yo quiero ver qué será esto». Entonces, dejándola en el estrado, tomó la llave y una candela entre sus hermosos dedos, que así era ella muy hermosa y muy lozana, y entrando en la recámara, se llegó a la tumba, y con poca esperanza que su flaca fuerza bastaría, trabó de la cubierta de cristal, y como si fuera de otra cosa muy más liviana la levantó y puso aparte, con el león, y llegando a la cerradura, dijo paso: «¿Está aquí dentro alguno?» «Sí», dijo Esplandián. «Pues, ¿quién sois?», dijo ella; «decidlo». «Mas ¿quién sois», dijo Esplandián, «vos, que lo preguntáis?». «Yo soy», dijo, «la reina Menoresa». «Pues yo soy», dijo Esplandián, «aquel bienaventurado y sin ventura caballero que, por recibir la vida o la muerte, aquí soy venido, según la piedad o la crueza que hallare en aquella mi señora Leonorina, a quien yo todo el tiempo que la vida por ella me fuere otorgada, con muy mucha voluntad tengo de servir». «Caballero», dijo la reina Menoresa, «sin que más digáis, ya yo conozco ser vos Esplandián, hijo de aquel que yo mucho amo; y si vos me prometéis, como leal caballero, que de mi mandado no saldréis, sacarvos he de aquí, y hablarvos he con aquella voluntad que a vuestro padre haría». «Mi buena señora», dijo él, «nunca yo de vuestro mandado saldré, si otra cosa por mi señora no me fuese mandado». «Pues de eso bien cierta soy», dijo ella, «que no mandará sino lo que mi voluntad fuere». Entonces abrió con la llave, y alzando la cubierta, salió Esplandián y púsose ante ella. Cuando la Reina lo vido tan hermoso, con aquellos muy ricos paños, fue tan espantada, que por un gran rato, sin le poder hablar, le estuvo mirando, considerando que nunca, desde que el mundo se comenzó, otra tan bella ni tan apuesta criatura en él se había formado; y tomándole por la mano, sin nada le decir, se llegó con él a la puerta que con la cámara se contenía, y allí paró enmedio della, diciéndole: «De aquí adelante no pasaréis». Y dijo: «Mi señora Leonorina, perded todo temor, y desechad todo miedo; que el Señor muy poderoso vos envía en socorro un ángel de los suyos. Venid vos, mi buena señora, y veréis la

mayor que nunca vistes,ennisobrada en otraalegría parte ver que aun yo vos lo que vos prometí,maravilla que vuestra gran cuita bastapodríades; tornar, que acá terné nos alcanzan las buenas aventuras que a este vuestro caballero son prometidas».

 

La Infanta, que esto oyó, aunque como las hojas de los árboles con el viento sus carnes temblasen, viendo cómo la Reina con voz de alegría la llamaba, perdido lo más del miedo, a gran deseo fue movida de ver aquel que tanto amaba; y levantada de su estrado, con pasos desmayados, como lo estaba el corazón, se fue para la Reina y se juntó al otro lado. Cuando Esplandián la vido, considerando en sí que en ella toda la beldad y apostura del mundo se encerraba, por poco se dejara caer en tierra sin sentido alguno. Mas el grande deleite que los ojos sentían en aquella vista, por no la perder le sostuvo, y hincadas las rodillas en tierra, no sabía, con la gran turbación, qué decir; y así estuvo por un rato; mas recordándose aquel espanto de la respuesta enviada por Gastiles, que siempre en su memoria tenía, le dijo: «Señora, si enojo de mí tenéis, demándovos perdón; que de los servicios, si algunos han sido, no me doy por satisfecho, pues que no pueden ser tan crecidos, que más crecida no sea aquella deuda en que el Rey, mi padre, me ha puesto, mandándome que en su lugar pague las grandes mercedes que de vos, mi señora, recibió». La Infanta, que de aquella misma turbación herida era, mirábalo, sin ninguna cosa responder; mas la Reina le dijo: «Señora, mandadle levantar, pues que su grande obediencia y cortesía a ello vos obliga». «Reina, mi amiga», dijopues ella,vos «dejadlo; ahí estuviere nopodrá, huirá de mí,ntadlo». como hasta aquí ha hecho, aunque, lo tenéisqueporenlatanto mano,queaunque quiera no y levantadlo». leva La reina Menoresa lo quiso hacer, pero él le dijo: «Mi buena señora, aquí quiero estar hasta que esa mi señora me dé las manos y se las bese por su caballero, apartando de sí aquella saña que fue ocasión de me enviar tan airada respuesta». La Reina, que vido que la Infanta no respondía, díjole: «Mi señora, dadle esas hermosas manos, que en tan hermosa boca bien empleadas serán; que, según me parece que la fortuna le ha puesto en tan grande alteza de estado y linaje y prez de armas, sojuzgado a toda virtud, dotado de grande hermosura, cual nunca en hombre se vio, no sería maravilla que antes de mucho le demandéis vos las suyas, y seáis contenta que como marido vos las dé». La Infanta, que la color perdida tenía, siendo ya tornada más encendida que la su natural, con el asosegamiento de la grande alteración que hasta entonces tenía, tendió las manos hacia él, y él, tomándolas con las suyas, no pudiendo resistir que las amorosas señales del corazón con lágrimas en sus ojos no se mostrasen, se las besó muchas veces, tanto, que en ellas fueron bañadas. Mas la Infanta, que hasta allí alguna libertad por la ausencia de aquel caballero en sí había reservado, cuando sintió que sus manos a las suyas dél y a la boca llegaban, el corazón se le abrió por tantas partes, que no quedando en él ninguna resistencia, fue de todo en todo rompido, vencido y sojuzgado; y así que, de allí adelante fueron los sospiros, los mortales deseos y pasiones en tanto grado, del uno y del otro, que si el Señor más poderoso no pusiera el remedio que les convenía, quedara con su muerte dellos el mundo en pobreza de las dos personas más señaladas que en él habían nacido. Mas viendo aquella princesa ser razón ya de le dar algún contentamiento, tomólo por las manos y hízolo levantar. Así estuvieron un rato que no se hablaron, haciendo en sus gestos aquellas mudanzas que los amorosos y atribulados corazones les mandaban.

La que entre mirábalosengendradas; como espantada, gran que maravilla dos talesReina, personas fuesenellos de estaba, otras mortales dijo: teniendo «Cierto por yo creo muy que grandes tiempos pasarán antes que otras ningunas estén acompañadas como yo estoy, y a su mandar tenga dos tan grandes príncipes en aucto de calidad tan deshonesta y de obra tan honesta».

 

CAPÍTULO XCVII. Cómo después que el buen caballero Fue despedido de aquella princesa Estando presente con él Menoresa Se torna a la tumba do estaba primero; Y cómo rompiendo el claro lucero Le vuelve cerrado la sabia Carmela Usando dos veces de aquella cautela Y alzan las velas y adiós compañero. A esta sazón que habéis oído, ya la noche, con poco cuidado de su miedo ni deleite, iba discurriendo por sus naturales cursos, huyendo de aquel cruel enemigo de los amantes, que tras ella venía; y viendo la Reina lo poco que de ella quedaba, temiendo que de aquel grande atrevimiento alguna desventura, siendo sabido, no redundase, dijo a Esplandián: «Mi buen señor, tiempo es de vos tornar donde salistes; que a caballero tan hermoso y tan preciado, tan preciado y tan hermoso aposentamiento le conviene». Oído esto por Esplandián, dijo a su señora: «Pues que mi buena aventura alcanzó quedar yo, mi señora, por vuestro caballero, alcance saber qué manda en que la sirva». Leonorina le dijo: «Mi amigo, lo que yo vos ruego y mando es, que en saliendo de aquí vos vais a aquellos caballeros vuestros amigos, y lo más presto que ser pueda, trayéndolos con vos, dejando quien guarde lo que habéis ganado, tornéis a ver al Emperador, mi padre, que, por el grande amor que al vuestro tiene, y por lo que de vos le dicen, tiene mucha voluntad de vos ver. Entonces por él o por mí vos será mandado lo que hagáis». Entonces la Reina, tomándole por la mano, fue con él, y sacando el ídolo de la tumba donde estaba, lo pusieron debajo de la otra de cristal, que muy claro y más hermoso parecía, y dejando a Esplandián en la otra en que la doncella Carmela lo llevase, cerrado con la llave, se tornó a la Infanta, diciendo: «Señora, esta llave vos hace cierta que con toda seguridad podáis ver el servicio que aquel vuestro caballero vos ha hecho». Y tomándola por la mano, la llevó donde el ídolo estaba, debajo de aquel cristal, que como por él trasflorase, parecía la más hermosa joya que nunca se vio. Allí estuvieron entrambas mirándole gran rato con gran placer, creyendo que enviando el uno sin impedimento, quedaba el otro, que tal como él, ni que tanto valiese, no había emperador en el mundo ni rey que lo alcanzase. Así estaban riyendo, mas la Infanta nunca partió los ojos de la otra tumba donde tenía el corazón.

La Reina, que lo vido, díjole: «Señora, paréceme que vuestra codicia más lo ha por lo vivo que por lo muerto».

 

«Mi amiga», dijo ella, «el corazón muerto lo causa, que desea hallar al que resucitar le puede». Mucho fue maravillada la Reina oyéndole estas palabras, según su tierna edad, y nunca haber conocido en ella que de tal parte persona ninguna mirase. Pero más lo fue de sí misma, que siendo libre, sin ningún pensamiento de sujeción, no tardó mucho tiempo que su corazón fue tan encendido de aquel mismo fuego, que si tan presto el remedio no le viniera, en las encendidas llamas o en las muchas lágrimas de sus ojos fuera consumido, como adelante se dirá, en la venida a aquella gran corte del Emperador, de la sabidora Urganda la Desconocida, en que habla así desto como de otras muchas agradables cosas de oír. Después que aquella hermosa infanta Leonorina y la reina Menoresa hubieron allí estado un rato, maravilladas de ver aquel ídolo, con sus grandes riquezas, debajo de la tumba de cristal, fuéronse a dormir, a tiempo que ya no quedaba de la noche una hora. La mañana venida, luego fueron levantadas, y no sin gran temor, hasta ver puesto en salvo aquel caballero que ya oístes. Mas no tardó mucho que la doncella Carmela vino con la compaña que el día antes había venido, y dijo a Leonorina: «Hermosa princesa, quiero que me des lo mío, que de llevar tengo, y quedará lo tuyo, que no poca maravilla será a ti de lo ver. Y si mandares, entraré contigo y con la reina Menoresa a lo tomar, y después podráslo mostrar a quien te pluguiere». «Así se haga», dijo Leonorina; «aun más quisiera que se quedara todo junto, como lo que aquel caballero ganó, porque es muy extraño lo que parece, y así lo debe ser lo que no se muestra; y cualquier cosa dello que se aparte, es gran menoscabo de su valor». «Ya te demandé», dijo ella, «en merced, de parte del tu caballero, la tumba segunda para lo que dijo; y pues me fue otorgada, no osaría ir sin ella; pero si tanto te agradó, todo lo que della está pensado de hacer se dejará por tu servicio, y yo la tornaré aquí». «Pues agora venid vos y la Reina», dijo a la Infanta, «haced lo que a vos pluguiere». Entonces entró ella delante, y ellas la siguieron, y cuando hubieron estado un poco, salió la doncella y llamó a Gandalín y a Enil y al marinero, y tomando todos cuatro la tumba donde Esplandián estaba, la sacaron de la cámara y de aquel aposentamiento, y por mitad de la ciudad la llevaron a su nave, y luego, alzadas las áncoras por los marineros, se partieron del puerto, tomando la vía de la montaña Defendida, y la Infanta quedó con grandísimo pesar, porque, con la turbación, no tuvo memoria de ver las letras que aquel caballero en su pecho tenía, y con su rico tesoro, sospirando por el otro que se iba, que para ella muy más hermoso y agradable era; quedando con aquella soledad que el corazón preso y sojuzgado quedar suele viéndose partido de aquel que sin él no puede sosegar ni vivir.

 

CAPÍTULO XCVIII. Cómo el autor por una visión que vido pone fin sin dar fin en esta obra y della se despide. Siendo ya mi ánimo y mi pluma cansados, y el juicio en gran flaqueza puesto, considerando el poco fruto que su trabajo alcanzar puede en esta simple y mal ordenada obra, por ellos emendada, temiendo que el yerro mayor no fuese de le poner fin, habiendo juntado dos tan leales amadores como la historia os mostró, remitiéndola a aquellos que, no solamente con sus subtiles y agudos ingenios podrían estos mis simples desvaríos emendar y corregir, mas aun siendo más dignos, con mucha mayor gracia y discreción proseguir en lo de adelante, si por ventura considerasen que sobre tan flaco cimiento como este alguna hermosa y perdurable obra levantarse podría; pues ya dejada la pluma de la mano, y con la mudanza de la voluntad el juicio vuelto en seguir y se ejercitar en otras mundanales cosas, vínome de súbito, no sé en qué manera, un tan grande esfuerzo al corazón, que olvidando el cansancio, desechando la pereza, me presentó en la memoria el yerro grande que haría si por ningún impedimento dejase de contar aquella extraña venida que en la compañía de Esplandián y sus compañeros la gran sabidora Urganda la Desconocida hizo a la corte de aquel grande Emperador, y las muchas cosas que dellas sucedieron. Y asimismo aquella espantable y gran batalla, en que casi a la una y otra parte ayuntados todos los del mundo fueron, así por la tierra como por la mar, que fue causa de poner fin en las grandes angustias destos leales amadores, conenotras muchas y grandes cosas que Asíforma, que, olvidando otras ocupaciones, esta sola determiné ocuparme. Peroacaecieron. no sé en qué estando yotodas en milas cámara, o si en sueño fuese, o si en otra manera pasase, fui trasportado, sin que en mí casi alguna parte de sentido quedase, ni de otra alguna memoria, salvo de la que aquí diré. Parecíame estar en una muy alta peña, cercada toda de las bravas ondas de la mar, donde estando muy espantado, mirando en torno de mí, no veía sino roquedos tan bravos, tan ásperos como las puntas del diamante, de manera que otra ninguna cosa desocupada, por donde andar pudiese, tenía, sino solamente lo que las plantas de los pies ocupaban. Los vientos eran tan crecidos encima de aquella altura, que si no me abrazara a las ásperas peñas, me llevaran por el aire a lo hondo de la mar. Cierto no puedo decir sino que por muchas veces fui movido, según los tragos muy mayores que de la cruel muerte me ocurrían, de me dejar caer abajo, porque uno solo los acabase, salvo que siempre en la memoria me quedó el perdimiento del ánima si hasta más no poder en el mezquino cuerpo no la defendiese. Estando, pues, en esta tribulación todo el día, viendo venir la noche, sin que remedio a mi salud esperase, mirando siempre con gran cuidado toda aquella parte de la mar que mis lagrimosos ojos alcanzar podían, vi venir por ella una pequeña barca con tanta ligereza como si volase. Y como quiera que su curso tan apresurado como la saeta cuando de la ballesta sale fuese, a mí muy perezosa se me hacía su llegada, considerando que si a ella en alguna manera pudiese descender, que ni en la mar ni en la tierra, en cualquiera parte que la ventura me echase, no podría estar sin gran consolación, según el desconsuelo y angustia allí tenía. Pero de otro cabo, no pudiendo pensar ni creer que persona alguna allí subir pudiese, ni yo asimismo decender, era puesto en el extremo de toda tribulación y desesperación. En este medio tiempo, la barca a la peña llegada, una sola doncella vi que della salía, y como si en ella una muy llana escalera hallase, comenzó hacia arriba a subir con tanta ligereza como las

grandes y largas me alas,dijo si las tuviera, le«La pudieran prestar; así yque, muy presto fue comigo, y siendo en mi presencia, la doncella: sabiduría maestra enemiga de la simpleza me envía por ti, que parezcas ante ella a dar razón de aquello que te preguntará, y si tal no fuere, cree

 

ciertamente que serás duramente castigado y vuelto en este mismo lugar, no para que mueras, mas para que purgues el yerro que heciste». «¡Ay, señora doncella!», dije yo, «por cualquier guisa que sea me llevad donde os placerá, que no puede ser en parte tan cruel, que, en comparación desta, no me sea holganza». «Pues toma este velo», dijo ella, «y con él cubre los ojos, sin que vista ninguna alcancen, y llevarte he donde me es mandado». Entonces, quitándoselo de su cabeza y lanzándolo contra mí, lo tomé y hice lo que me dijo; y luego no sé en qué manera, sino pareciéndome ir por el aire, sentí a poco rato ser dentro de la barca, pero nunca el velo osé quitar, pues que por ella no me era mandado; y partiendo de allí la barca, no sabiendo yo en qué tanto espacio de tiempo fuese, me hallé, quitado el velo y cobrada la vista de mis ojos, dentro en una grande y hermosa nao, que las grandes luminarias en ella encendidas me mostraron muy claros caballeros, y dueñas y doncellas con ricos atavíos, como paseaban y holgaban por una gran sala, en cabo de la cual una dueña con vestiduras honestas en un estrado estaba sentada, y cuatro doncellas muy ricamente ataviadas, que con sus instrumentos muy dulce son le hacían. Estando yo embarazo en no saber qué hiciese, cesando las doncellas el son, fui por la dueña llamado que a ella me acercase. Pues yo, como con tal aparato la viese, considerando ser alguna persona de estado y que de su parte fui por la doncella allí traído, teniendo gran temor de lo que mandarme quería, según su semblante tan airado contra mí era; y sabiendo que la mucha obediencia y humildad muchas veces aplacan la ira de los contrarios, llegué ante ella, y hincadas las rodillas, le dije: «Señora, si sois vos la que por mí envía, venido soy ante vuestra presencia, mandadme en qué os sirva». La dueña con una desdeñosa risa dijo: «Bien creo yo que, aunque la virtud a ello no te obligase, te constriñiría el miedo que traes. Pues lo uno ni lo otro te valdrá, si con legítima razón no te excusas desto que oirás. Yo he sabido», dijo ella, «que eres un hombre simple, sin letras, sin ciencia, sino solamente de aquella que, así como tú, los zafios labradores saben, y como quiera que cargo de regir a otros muchos y más buenos tengas, ni a ellos ni a ti lo sabes hacer, ni tampoco lo que a tu casa y hacienda conviene. »Pues dime, hombre de mal recaudo, ¿cuál inspiración te vino, pues que no sería la del cielo, que, dejando y olvidando las cosas necesarias en que los hombres cuerdos se ocupan, te quisiste entrometer y ocupar en una ociosidad tan excusada, no siendo tu juicio suficiente, enmendando una tan grande escriptura de tan altos emperadores, de tantos reyes y reinas, y dueñas y doncellas, y de tan famosos caballeros; hablando en sus grandes hechos, olvidando en tu memoria cuántos famosos sabios en las semejantes cosas no osaron hablar ni escrebir, y si algunos se atrevieron, muchas faltas, muchas palabras groseras y viciosas en sus escripturas se hallan? »Y tú, siendo tan torpe y tan flaco de juicio, tener osadía de te poner en tal atrevimiento, merecedor eres de gran castigo. Y puesto caso que ya tomases esta osadía, que con alguna color de razón excusar te podrías, porque con tanta afición tu voluntad está deseosa de saber los famosos hechos de las armas, y porque el estilo de tu vida desde tu nacimiento fue en las desear y seguir, ¿qué pensamiento tan contrario de la razón fue el tuyo, entrometerte en contar aquellos ardientes

ysostuvieron leales amores de lasQue, dos aunque personas quelosmás en perfición que ninguno de ylos nacidos se y pasaron? yo de engendrar fui la primera urdidora, después en los augmentar y crecer aquellas fuerzas, que a ninguno de los mortales tan grandes como a mí no se

 

dieron ni otorgaron, no osara ni mi gran sabiduría bastara a contar la menor partecilla dellos, como quiera que yo así como ellos en mis entrañas y sojuzgado corazón los siento. »Y tú, siendo tu juicio simple, como ya dije, tan contrario de la discreción y sabiduría, no temiendo la gran vergüenza que de los sabios discretos, burlando, profazando dello, se te podría seguir, cerraste los ojos del entendimiento, y como si en algún lago con desesperación te lanzases, que muy mejor partido para ti fuera, te ocupaste en querer que por ti quedase en memoria aquello que ni sabes ni sientes en qué consiste su mal y bien. ¡Oh, loco! Cuán vano ha sido tu pensamiento en creer que una cosa tan excelente, tan señalada entre todas las leales y honestas que en muy gran número de escripturas caber no podría, en tan breves y mal compuestas palabras, lo pensaste dejar en memoria, no temiendo en ella ser tan contraria tu edad de semejantes autos, como el agua del fuego, y la fría nieve de la gran calentura del sol; que en una tan extraña cosa como esta no puede ni deben hablar sino aquellos en quien sus entrañas son casi quemadas y encendidas de aquella amorosa flama. Sábete que eres digno de gran reprehensión y castigo, y así lo habrás antes que de aquí partas». Cuando por mí, que muy turbado estaba, esto que aquella tan autorizad dueña me dijo fue oído, considerando decirme en ello toda la verdad, no solamente fui en gran temor puesto, mas conocí ser digno y merecedor de cualquiera grave y cruel pena que en mí fuese ejecutada, y dije: «Si algún consuelo es a los sienten en sí sercomo justamente por el susespíritu yerros laenpena como yo, mi buena señora, así que en mí lo conozca, quiera que gran ejecutada; alteración ysea, esperando la pena de la culpa que mi gran yerro cometido merece, consuélase el conocimiento en ver que muy mayor que dar se le puede, padecer debría. Así que, yo soy aparejado, no sin muy gran temor, mas con justa razón, a que la discreción, con aquel muy gran señorío que sobre la simpleza tiene, tome la enmienda y haga el castigo en mí que más en grado y placer le sea. Pero si vos, mi señora, habéis piedad de mí, porque viendo yo cómo estos sabios que decís, desechando las semejantes obras, son con gran diligencia ocupados y trabajados en las otras que más por intereses que por gloria ni fama venden, sin alcanzar yo lo uno ni lo otro, quise más por obra que por voluntad errar; y es satisfecha vuestra grande excelencia en que yo, perdiendo el tiempo del trabajo que hasta aquí tomé en enmendar aquesta obra, sea luego lanzada en las vivas llamas del fuego, sin que alguna memoria della quede, no solamente se cumplirá, mas con prometimiento firme seréis cierta que en el proceder della en lo de delante nunca por obra ni pensamiento será más en mi memoria recordado». La dueña, que con gesto desdeñoso y sañudo me hubo hablado, viendo cómo me conocía en toda la culpa por ella puesta, amansado algo su furor, me dijo: «Esa tal ejecución que tú nombras, no quiero yo que se haga, porque sería para ti, no pena, mas gloria, en que ocultas fuesen a todos tus simplezas. Antes quiero y mando que por una de las mayores penas que dar se te pueden, que a todos sean manifiestas y que sean publicadas y vistas por muchas partes, poniéndote silencio que de aquí adelante en esta materia no procedas hasta que por mí sea mandado, y lo que más desto queda para ejecución de tu castigo, tú lo sabrás al tiempo que por otra más extraña aventura serás ante mi presencia venido, y quiero que sepas que yo soy aquella gran sabidora Urganda la Desconocida, de quien en muchas pares en esta obra se hace mención, y aunque de mis extrañas obras mucho te maravillaste, cierta soy que ninguna dellas creíste. Pues dígote que, puesto que mi saber va fuera de la católica vía, mi juicio le hace que a muchos y muchas aproveche».

Estando en mar, esto,tornando partiéndose de acuerdo, mí aquellamegran o fantasma, quedar las ondas de la brava en mi hallénube en aquel lugar decreyendo mi cámara dondeenante había sido adormido o enhartado. Pues yo, espantado de la tal figura, temiendo que la recaída más brava y cruel no fuese; siendo determinado en seguir toda la obediencia de aquella gran sabidora

 

en este caso, acordé que mientras su mandamiento no me diese osadía y esfuerzo de poner fin en esto a que esta grande historia es llegada, rogando a aquellos que con más saber, con más graciosa discreción y menos temor que yo hacerlo pueden, que tomando algún poco de trabajo quieran proceder en recontar aquello que falta, según la orden que esta dicha escriptura les mostrará el camino.

 

CAPÍTULO XCIX. Cómo habiendo este autor por el mandado de de aquella Urganda lala Desconocida puesto fin a esta obra como se os ha contado por otra muy extraña aventura que se le ofreció le fue forzado de tornar a ella. A mí me conviene, con gran fatiga de mi espíritu y gran congoja de mi corazón, negando mi propria voluntad, seguir la ajena, como dolencia tan antigua en el mundo; digo dolencia, porque siendo iguales en el nacer y en el morir, no iguales seamos en el vivir diverso. Puédese creer que el muy alto Señor, porque el mundo mejor gobernado fuese, así permitirlo quiso, por donde, aunque muy grave nos parezca, por lo mejor y más llegado a su servicio se debe tener. Ya os conté en el cabo desta obra cómo yo fui llamado en extraña forma por aquella grande sabidora Urganda la Desconocida, y cómo, después que la venganza de su saña en mí fuese ejecutada, con aquel tan sañudo rostro y crueles palabras me mandó poner fin en aquesta obra, hasta que lo contrario por ella me fuese mandado; y cómo yo, cumpliendo su temeroso mandamiento, teniéndole por muy justo, según la pena que yo merecía por haber puesto mi muy flaco y simple juicio en aquello que con muy gran parte alcanzar no podía; ocupándole en otras cosas, de todo punto lo había dejado, creyendo que así por semejante aquella sabidora dueña, ocupada en otras más graves, esta no ternía en la memoria. Pero, según me parece, no fue así, antes ha querido, por me dar más pena, o porque su voluntad y querer sea satisfecha, de me llamar por la manera que ahora será demostrado. Pues que así fue, que saliendo un día a caza, como acostumbrado lo tengo, a la parte que del Castillejo7  se llama, que por ser la tierra tan pedregosa y recia de andar, en ella más que en ninguna otra parte de caza se halla; y allí llegado, hallé una lechuza, y aunque viento hacía, a ella mi falcón lancé; los cuales, subiendo en gran altura, la una por la vida defender, y el otro porque con su muerte esperaba matar la hambre, en fin la lechuza, no pudiendo más, en las uñas agudas del falcón fue puesta, de que no pequeña alegría mi ánimo sintió en los ver venir abajo. Pero un estorbo de aquellos que a los cazadores muchas veces venir suelen, gran parte dello me quitó; y esto fue que llegando el falcón con la presa al suelo, fueron ambos caídos en un pozo que allí se muestra, de gran hondura y de inmemorial tiempo hecho. Y como por mí, que los seguía, fue este desastre visto, turbado de tal desdicha, descabalgué del caballo, poniéndome en la orilla del pozo, por mirar si con algún artificio podría cobrar el falcón. Mas, como los desastres poco límite tengan en seguir unos a otros, viniendo con gran viento un torbellino a aquella parte donde yo estaba, y levantándome los pies del suelo, en aquella gran hondura me puso, sin que ningún daño recibiese. Cuando yo allí me vi entre algunas culebras y otras cosas ponzoñosas, cierto fui puesto en tribulación. Pero acordándoseme que el remedio de tales aventuras es el esfuerzo de corazón, que con él muy muchos peligros son remediados, y también esperando que llegado un mi cazador, que en un valle dejé caído con su caballo, viéndome en tal parte, buscaría por los lugares comarcanos gente que sacarme pudiesen, acordé de cebar el falcón; y queriéndolo hacer, vínome al encuentro otra muy mayor desventura, mucho más temerosa que la misma muerte; que no sé en qué manera al un costado de los cuatro de aquel pozo una gran boca se abrió, de tanta escuridad, y a mi parecer de tan gran hondura, que con mucha causa se pudiera juzgar por una de las infernales. Pues yo, espantado de la ver, no pasando mucho espacio de tiempo, pareció venir por ella una tan

gran serpiente, tan espantable, cual nunca los nacidos jamás pudieron ver; la cual traía la garganta 7

  Lugar próximo a Medina del Campo, residencia de Garci-Ordóñez de Montalvo. 

 

abierta, lanzando por ella y por las narices y ojos, y orejas muy grandes llamas de fuego, que toda la cueva alumbraban. ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! Cuando por mí vista fue una tan desemejada bestia fiera, y que su viaje era comigo juntarse, no teniendo arma alguna con que defender me pudiese, creyendo ya ser della tragado y comido, recorríme a aquel muy alto Señor, que ante su gran poder las semejantes cosas como en nada deben ser tenidas; y hincados los hinojos en tierra, alzadas las manos y los ojos al cielo, en aquello poco que devisar se podía, dije: «¡Oh, muy alto Dios! Pues que el cuerpo haga su deuda, de aquella en que la ánima es te pido que hayas piedad y merced». Así estuve por gran espacio, sin que los ojos abajar osase, cercado casi de aquella claridad; la cual como cesada fue, sintiendo yo quedar en la forma que ante estaba, abajé los ojos hacia abajo, queriendo ya ver el fin de mi triste vida; y no viendo la cruel serpiente, pareció delante de mí una dueña de mucha edad, y a ella conforme vestida, y díjome: «Según en tu semblante parece, ¡qué gran miedo has habido!» Yo, con la grande alteración, y porque mi ánima por el cuerpo andaba saltando de un cabo a otro, buscando por dó salir, no tuve esfuerzo alguno para responder; mas ella prosiguiendo, dijo: «¿Conócesme por ventura? Dilo, no temas ya; que aquella que en tal espanto te puso, en gran deleite lo puede convertir». Oyendo yo esto, teniendo la vida con cuando gran fuerza, temblándome el corazón, dije: a«A mí parece, Señora, que ya otras veces os he visto, la doncella, llevándome por la mar la gran fusta, en vuestra presencia me puso; yo soy muy maravillado si así es. ¿Cuáles enojos y deservicios tuvieron tanta fuerza que con las semejantes crueldades mereciesen ser vengados?» «Dejemos ahora», dijo ella, «de hablar en eso; porque muchas veces con las amargas cosas que al apetito muy contrarias son, se causa gran sanidad y descanso a aquellos que mucho contra su voluntad las toman y reciben; y así podría a ti acaecer en lo pasado y porvenir. Conviene que, dejando el temor, te vengas sin él conmigo, y mostrarte he tales y tan extrañas cosas, que, aunque viéndolas comprehenderlas pudieses, tus ojos nunca las vieron ni ver pudieran faltando yo de ser la intercesora». Pues yo, no teniendo ni esperando otro remedio alguno, sino obedeciendo aquella gran sabidora, hallándome indigno que el muy poderoso Señor con milagro de allí me sacase, acordé como mejor partido de seguir tal mandamiento». A esta sazón vinieron por aquella cueva dos enanos con sendas antorchas, que con mucha claridad alumbraban, y tornando por el camino que trajeron, la dueña y yo los seguimos. Cierto creo yo que nuestro andar todavía hacia bajo turase muy poco menos de dos horas, en fin de las cuales fuimos llegados a otra puerta, que salidos por ella, hallamos cielo con muy claro sol, y tierra que parecía ser firme, en que encima de una peña se nos mostró una muy hermosa fortaleza, acompañada de hermoso y muy alto muro y muy grandes y espesas torres; y la dueña, sin me decir alguna cosa, comenzó la gran cuesta a subir, y yo tras ella, deseando ya ver y saber el fin que sería de aquel tan extraño viaje. Pues así anduvimos hasta ser en un llano que delante la puerta de aquel grande alcázar estaba, donde la dueña me preguntó si por ventura tenía en la memoria cómo aquella fuerza se llamase. Yo, por aquella pregunta mal avisado, con más diligencia comencé a traer los ojos en torno de aquello que devisar podía; y vi a la una parte del llano un arco de piedra muy hermoso, y encima

dél imagen en laquediestra mano, puesta la boca,decomo que una quería tañer,deygran luegoestatura, adelanteconel una arcotrompeta un palacio, se contenía con unaenhuerta muy grandes y hermosas arboledas, y un poco más adelante del arco, un grande mármol de piedra en el suelo hincado; y luego me ocurrió a la memoria, según la noticia della había habido, ser este el

 

arco de los leales amadores, que en la ínsula Firme aquel gran sabidor Apolidón hubo dejado, y díjele a la dueña: «Señora, a mi parecer, por esta señal que aquí se nos muestra, y por todo lo otro que mis ojos ven, creería yo ser esta la ínsula Firme; no sé si en ello mi juicio está errado». La dueña, vuelta a mí el rostro muy amoroso, dijo: «Tú dices verdad, que esta es la ínsula que declaras, y pláceme muy mucho porque tu ingenio esté tanto al cabo del verdadero conocimiento, porque sepas discerner y determinar todas las otras cosas que te quiero mostrar, y sígueme». Entonces fuimos llegados a la puerta de aquel grande alcázar, que abierta hallamos, y entramos dentro. Guióme la dueña a la cámara Defendida, la cual yo conocí bien, por aquellas señales mesmas que en esta grande escriptura ante fueron mostradas. Allí vi aquellos padrones de cobre y de mármol, y las letras que encima de la puerta se mostraban; pero cuando dentro della fuimos, la riqueza y cosas extrañas suyas, que en ella estaban, era de tanta admiración, que por ser imposibles de las dejar por escripto, en memoria dejarán de ser aquí recontadas, así aquellas que la cámara en sí contenía, como las del destajo muy hermoso, que la pared del cristal apartaba. Pues estando yo muy espantado, hincados los ojos en ellas por mirar, la dueña me dijo: «Aunque esto te parezca muy extraño, mira hacia esta otra parte». Y vi eny dos muyconricas, labradas de en oro,susguarnecidas piedras de entonces, gran valor,volviendo sentadoslauncabeza, caballero unasillas dueña, coronas reales cabezas; eldecaballero vestida una loriga muy blanca y hermosa, con todas las otras armas que le convenían, sobre las cuales tenía una espada, que la vaina y correas eran tan verdes como una ardiente esmeralda, trabadas con gonces y tornillos de oro; pero el rostro y manos había desarmadas, y tenía a los pies un enano, asentado en un cojín de seda, y el escudo al cuello, y encima de su cabeza un yelmo muy hermoso guarnecido de oro, hecho por grande arte con aljófar muy grueso; la dueña era muy hermosa a maravilla, y vestida de unas muy ricas flores de oro, hechas a la antigüedad de su tiempo, de muy extraño traje. Estándolos yo mirando con grande afición, que mucho deleite sentía, dijo la dueña: «Comprehende bien la hermosura destos; porque conviene de te mostrar otros». Y volviendo a la otra parte, vi en dos sillas imperiales, más altas que las primeras, otro caballero y otra dueña, con sendas coronas en sus cabezas, y a mi parecer más hermosos que los que antes había visto; tenía el caballero a sus pies, sentada en una grada, una doncella ricamente vestida, puesto a su cuello un escudo, y en las manos un yelmo tan rico, que ninguno otro, por rico que fuese, se le podría igualar; sus rostros eran tan resplandecientes en hermosura como los claros rayos del sol. La dueña sabidora me dijo: «¿Has bien mirado este caballero y esta dueña?» «Sí», dije yo. «Pues sígueme, y mostrarte he más». Entonces, salidos de la rica cámara, entramos en una sala muy grande y muy hermosa, en la cual

hallamos en sus sillasricas reales, de dos dos, dotados cuatro caballeros y cuatro dueñas; los caballeros sentados eran armados de muy armas, y susenrostros de gran hermosura; tenían a sus pies, en un tapete de seda, tendidos sus escudos, y los ricos yelmos encima de ellos. Las dueñas parecían tan hermosas, en especial una dellas, que era maravilla mirarlas.

 

La dueña me detuvo allí un gran rato, porque pudiese muy por entero mirar todas aquellas cosas extrañas que en sí tenían; y luego me llevó consigo a la parte y lugar donde los primeros habíamos dejado; y poniéndome delante dellos, me dijo: «Este caballero y esta dueña que aquí ves, sábete que es aquel Amadís de Gaula, de quien tan extrañas y tan famosas cosas has leído; la dueña es Oriana, que se llamó sin par, por no le igualar otra ninguna en hermosura; y estos otros, que en más altas y ricas sillas están, son aquel bienaventurado caballero Esplandián, amigo y servidor del muy alto y poderoso Señor, y grande enemigo de los infieles, y esta dueña es la su muy amada mujer Leonorina, emperatriz de Constantinopla. Agora vamos a los otros que viste, porque te sea manifiesto quién son». Pues ella yendo, dije yo: «Buena señora, ruégoos yo cuanto puedo que me digáis desta doncella quién es». «Esa», dijo ella, «es la doncella Carmela, de Esplandián, que, por su discreción y gran lealtad, mereció ser puesta entre los reyes y reinas; y así lo deben ser todos aquellos que, siguiendo la virtud, desechan las cosas que dañarla pueden». Y salidos de allí, tornamos a la gran sala, donde los otros caballeros y dueñas eran; y llegando a los dos primeros, dijo la sabidora: «Ves aquí a don Galaor y a la hermosa Briolanja, su mujer; y estos otrosdeson el esforzado y la reina los terceroscon aquel esforzado orgulloso corazón, Agrajes,don conFlorestán la su Olinda, y los Sardamira, postrimerosy Grasandor la cortés y muyy cuerda Mabilia; míralos a tu voluntad, y ruégote que me digas cuál destas señoras más hermosa te parece». «Ciertamente, Señora», dije yo, «como quiera que mucho deseo tengo de ser obediente a cumplir vuestros mandamientos, muy grave se me hace ponerme en la tal determinación, porque la hermosura de las mujeres en los ojos de los hombres es juzgada según el amor y afición de cada uno, donde se siguen muchas contrariedades; de manera que muy pocas veces concurren en una concordia. Mas, por ser, como dije, obediente a vuestro mandado, diré aquello que mi juicio alcanza; yo he mirado con los ojos corporales, y aun con los del entendimiento, todas estas señoras, porque habiendo muchas veces leído en su historia la excelencia de sus beldades, por dicho me tenía que ellas eran al cabo de todas las que en el mundo en su tiempo fueron, en especial Oriana y Leonorina; mas, según agora me parece, no lo puedo así juzgar, que, según la muy gran hermosura y apostura y lozanía desta reina Briolanja, no veo yo que ninguna destas reinas la tenga más crecida; y soy muy maravillado cómo esta no acabó la aventura de la cámara Defendida cuando por ella fue probada». Como esto por la dueña fue oído, dijo: «Agora te digo que me hallo con culpa en te haber así aviltado y despreciado al tiempo que la vez primera te vi, porque, según en esto con tan profundo conocimiento has juzgado la verdad, no merecías ser así de mí tratado; y quiero responder a esto que dices: sábele que cuando esta hermosa reina Briolanja dijo en la villa de Fenusa, donde el rey Lisuarte estaba, a Amadís que quería probarse en esta cámara, Amadís lo otorgó que lo hiciese, de que muy gran saña a su señora Oriana se le siguió. No pasó en la verdad así, antes fue en todo al contrario; porque viendo Amadís que la imagen de Grimanesa no era igual en hermosura y apostura a la desta reina, y que si la aventura probase, muy ligero sería de la acabar donde su señora Oriana estaba; pero que ninguna esperanza le quedaba de ganar aquella honra y descanso,

siendo éliríaseñor aconsejóle antesy que se tornase su reino, quedeseaba. él muy presto por de ellala yínsula, la llevaría a la que prueba; porallí estafuese causa cesó su aida, comoy lo Después, en aquel medio tiempo, sobrevinieron las grandes disensiones y enemistades entre el rey Lisuarte y Amadís, por donde todo lo otro quedó como en olvido puesto, hasta que la aventura

 

trajo en cabo de gran pieza de tiempo aquel grande ayuntamiento de gentes en esta ínsula, cuando Amadís y el emperador de Roma y otros muchos caballeros fueron casados, como tú bien sabes; donde por el mismo Amadís le fue hecho a esta hermosa reina otro engaño, o a decir verdad, mayor agravio; porque al tiempo que Grasinda y Olinda y Melicia en esta aventura se probaron, y della fallecieron, recelando todavía Amadís la gran hermosura desta que digo, que no estaba en más de la ganar que de la probar, tuvo manera como antes que ella, Oriana, la probase; así que, esta hubo perdido, no a su culpa, mas a la ajena, aquel galardón, aquella victoria que su gran belleza y lozanía le otorgaba». «Ciertamente, mi buena señora», dije yo, «como quiera que desta hermosa señora le fuese robada esta tan famosa gloria que alcanzar pudiera, no pierde por eso de ser una estrella muy reluciente en hermosura entre las que en su tiempo fueron». La sabidora dueña, sin a esto más responder, dijo: «Agora te ruego que me digas aquello que te parece de los caballeros, no digo de su hermosura, porque muy notorio parece no ser la de ninguno dellos con grande parte igual a la de Esplandián; mas lo que de ti quiero saber es, cuál te parece que por razón debe ser más valiente». «Señora», dije yo, «esta demanda se me hace mucho más grave que la primera, porque aquello que los ojospero ven, con mucha pueden no gransiento parte de lo cierto juzgar, comodicha fue en destasla reinas; acertar en razón lo invisible, juicio, si por muyasígran no,lo que determinación dello alcance; y si por ventura lo que diré fuere al contrario de la verdad, con mucha razón mi inocencia debe ser perdonada; y digo, en respuesta de lo que me mandáis, que, como quiera que estos caballeros son dotados de gran hermosura, muy bien tallados y de crecidos cuerpos, por donde parece que por razón se pueden en toda valentía juzgar, al que más mi afición se acuesta, y ternía por más valiente, según el varonil parecer del cuerpo y gesto, es este don Florestán, rey de Cerdeña, dejando por poner en la cuenta a Esplandián, que habiendo empleado sus fuerzas, poniéndolas tantas veces a la cruda muerte, por servir al más poderoso Señor, desechando todas las vanaglorias y gran parte de las locuras que estos otros siguieron, cierto es que ninguno dellos ni todos juntos no podrían ser sus iguales». Oído esto por la dueña, dijo: «No quiero otorgar ni contradecir tu razón; solamente digo que tengo en la memoria cuando este don Florestán que decís derribó en la floresta a Agrajes y a don Galaor, y tras ellos a Amadís, por donde fue manifiesta a todos su gran valentía; mas de lo que desto sucedió después, no te diré ninguna cosa de la verdad, que la grande afición mía y de otras no daría lugar a la lengua que lo hablase. Y pues que así has respondido a mis preguntas, ruégote mucho que me digas si allá en ese mundo donde vives, si viste en algún tiempo tales reyes y reinas como estas; que esto no te puede ser grave, pues sus grandes y famosos hechos, mucho mejor que otro ninguno lo sabes, y asimismo lo que con tus proprios ojos has visto». «Todo es verdad, mi buena señora», dije yo, «lo que decís, y así lo diré yo en mi respuesta. Cierto es que en estos nuestros reinos donde yo nací y m mii habitación hago, he visto algunos reyes y reinas que, en mi juventud, de la trabajosa vida a la cruel muerte vinieron. Y porque con la tierna edad no puede ser junto el verdadero conocimiento de las cosas, dejaréos de contar lo que con prosperidad y adversidad pasaron; pero de aquellos que con gran certidumbre puedo hacer muy verdadera relación, por mí os será manifiesto, sin que un punto de la verdad salga. Y esto es de los

grandes hechos del mandan Rey y Reina mis señores, que en esta sazón casi todas las Españas,yy muy otrosfamosos reinos fuera dellas, y señorean. Que sabréis, Señora, con verdad que este gran rey que digo, en hermosura de rostro, en gentileza de cuerpo, en grande habla, en acabada discreción, y en todas las otras virtudes y gracias que a rey conviene tener, ninguno destos

 

vuestros se le podría igualar. Pues del grande ardid y esfuerzo de su corazón, no bastará mi juicio a lo contar, según las grandes cosas que por él han pasado desde su tierna edad hasta este tiempo en que estamos, así las que tocan a esfuerzo, como las que con gran discreción deben y merecen ser loadas; y por esto lo dejaré, tornando a la reina muy famosa de que os hice mención. Esta es la más apuesta, la más lozana, la más discreta, que no solamente no la vieron otra semejante los que hoy viven, mas en todas las escripturas pasadas ni memorias presentes que de la gran antigüedad quedasen, desde que aquel grande Hércules comenzó a poblar las Españas, no se halló otra reina que a esta, con muy gran parte, igualar pudiese. Y dejando aparte ser su discreción, su honestidad tanto en el extremo subidas de su gran hermosura y graciosidad, digo que por muchos muy discretos fue juzgado más por divinal el su hermoso parecer que temporal, no porque lo fuese, mas porque a ello muy allegada pareciese». «Aunque yo», dijo la sabidora, «por otros sepa ser verdad todo lo que has dicho, muy gran placer siente mi ánimo en lo oír de ti, que por lo que en lo pasado he visto, creo no me dirás sino aquello que cierto es. Y si a mí dado me fuese lugar para los ver y servir, demás de les decir algunas cosas que no saben, aconsejarles-hía que en ninguna manera causasen ni dejasen esta santa guerra que contra los infieles tienen comenzada; pues que con ella sus vasallos serían contentos de los servir con las personas y haciendas, y el más alto Señor de les ayudar y favorecer, como hasta aquí lo ha hecho, y en el cabo hacerles poseedores de aquella grande gloria que para los semejantes tiene guardada. Ennoesto se muchas hable más, ninguno me puede decir tanto de sus grandes excelencias, que a mí meno sean másporque manifiestas». «Eso», dije yo, «podréis vos, Señora, creer sin duda alguna; y pues que mandáis que en esto no se hable, como cosa tan grande que casi cabo no tiene, quiero preguntaros a qué fin o por qué causa tenéis estos reyes y reinas». «Yo te lo diré», dijo ella, «de buen grado: tú sabes cómo yo fui presente en el mundo cuando estos lo fueron, y así sabes cuántas cosas yo hice por ellos, y el amor tan grande y obediencia que me tuvieron. Viendo pues que no se podía excusar que a la escura y triste muerte no viniesen, hube yo grande mancilla que personas tan altas, tan hermosas y tan señaladas en el mundo en todas las cosas, la cruda y pesada tierra los gozase, y tuve manera cómo en uno en esta isla que estamos todos ellos fuesen ayuntados. Y yo, con mi gran saber, hice tales y tan fuertes encantamientos sobre ellos y sobre la isla, que arrancándola de sobre la tierra así junta como ves, y estos reyes y reinas asentados en estas sillas, como estaban entonces, tornados en aquella edad y hermosura por mí, que en tiempo que con más petición la sostuvieron, por una muy grande aventura que en la tierra hice, lo puse todo en el centro abismo de lo hondo, por donde ando moviéndolo de unas partes a otras, a mi voluntad; y la fin que desto yo atiendo es, que la fada Morgaina, que después de mí, pasando gran tiempo, vino, me ha hecho saber cómo ella tiene encantado al rey Artur, su hermano, y que de fuerza conviene que ha de salir a reinar otra vez en la Gran Bretaña. Que entonces podrían salir estos caballeros, porque juntos con él, en mengua de los grandes reyes y príncipes de los cristianos, pasados sus sucesores, con gran fuerza de armas ganen aquel gran imperio de Constantinopla y todo lo otro que por su causa está señoreado y por fuerza tomado de los turcos infieles, enemigos de la santa fe católica; a lo que nunca estos reyes que dije quisieron volver cabeza para lo remediar, antes con mucha codicia, con mucha soberbia, no piensan ni trabajan sino en aquellas cosas más conformes a sus dañados apetitos, que al servicio de aquel Señor que en tan grandes señoríos y estados los puso».

Yo, que esto oí, fui mucho dello maravillado, y dije: «Señora, ¿y es cierto que en cabo de tantos años que por ley natural estos debían ser por muertos sacados del mundo, que hayan de tornar a él, haciendo aquellas cosas que cuando vivos v ivos hacían?»

 

La dueña dijo: «Mi buen amigo, cree verdaderamente que si el rey Artur sale a reinar, como dije, que estos saldrán con él, y si no , quedarán como los ves hasta su tiempo; y porque mucho te he tenido, quiero que sepas la causa por donde aquí venir te hice, y lo que mandar te quiero». Entonces ella, yéndose de allí, salida de la gran sala, y yo siguiéndola, entramos en una cámara muy rica, de muy extraña labor, donde estaba un hombre sentado en una silla, con vestiduras largas y honestas, la barba y cabellos crecidos, tenía en sus manos un libro guarnecidos las cubiertas con chapas de oro por sotil arte labradas. La dueña me dijo: «Este que aquí ves es aquel gran sabio maestro Elisabat, que escribió todos los grandes hechos del emperador Esplandián, tan por entero como aquel que a los más dellos presente fue, como en este libro que ves se muestra; y porque aún tú no has visto ni podido alcanzar el fin dello, sino solamente hasta que este Esplandián vio a su señora, y se partió della en la fusta por la mar, así como lo hallaron en la tienda de piedra cabe Constantinopla, por donde fue manifiesto, quiero ahora, revocando el mandamiento tan premioso que te hice, en que no procedieses más adelante en esta obra, que veas por este libro aquello que adelante sucede, y de aquí lo lleves en memoria, para que, poniéndolo por escripto, sea divulgado por las gentes; pues que gran sinrazón sería, sabiendo aquello que pasó hasta allí, como dije, no gozasen de lo que no saben ni saber podrían si de aquí tú no lo llevases. Y esto hago, por te quitar del trabajo que pasarías en lotan componer tu albedrío, porque meenfíoladeletra ti, nigriega, estoy para segurati que tu juicio bastase para grandesdecosas contar. Yy aun porque estonoestá es excusado leerla, pues que no la entenderías, leértelo ha en la tuya esta mi sobrina Julianda, que aquí viene». «Oh, señora», dije, «¡qué tan grande beneficio es este para mí, y qué tan gran consuelo he habido en que de aquí lleve esto que yo tanto ver deseaba! Y aunque otra cosa en ello yo no ganase sino satisfacer a vuestra voluntad, y que de aquí adelante no sea de vos espantado como hasta aquí he sido, tenerme he por hombre de buena ventura». Entonces tomando aquella doncella el libro de las manos del Maestro, declarando lo que en él estaba, en el lenguaje que yo muy bien entiendo, comenzó a leer dende allí donde dije, que es cuando Esplandián fue partido en la tumba de la presencia de su señora, y puesto en su nave, se metió a la alta mar, hasta dar en la fin del libro, siendo ya casado, con título de emperador. Lo cual por mi oído, como con deleite lo escuchase, teniendo las orejas muy atentas en ello, toda la mayor parte me quedó en la memoria. Eso así acabado, como habéis oído, deseando mucho salir de un tan extraño lugar, así para descanso, como para poner en escripto lo que dicho tengo, dije a la gran sabidora si mandarme quería más. Ella respondió que no por entonces. «Pues, Señora», dije yo, «ruégovos, por vuestra bondad, que dándome licencia, deis orden cómo de aquí salga». «Así se haga», dijo ella; «y mandó a aquella su sobrina que me llevase consigo y me pusiese donde yo quería». Entonces ella, cumpliendo lo que le era mandado, se tornó comigo a la cueva que ya oístes; por donde anduvimos hasta ser en el fondón del pozo, y allí, haciéndome poner la diestra mano en un muy pequeño libro, fui preso de un muy pesado sueño. No sé yo por qué tanto espacio de tiempo

fuese, dél, halléme encima mi caballo, fui, y en yladíjele: mano «Dime el falcón,¿noconvolamos su capirote puesto,pero y eldespertado cazador cabe mí, de que muydemaravillado una lechuza con este falcón?»

 

«No», dijo él, «que aún hasta agora no la hemos hallado, ni otra cosa que volar pudiésemos». «¡Santa María!», dije yo, «pues ¿qué hemos hecho?» «No otra cosa», dijo él, «sino llegar aquí donde estamos, donde os tomó un sueño tan fuerte, que nunca vos he podido despertar, así como estáis a caballo, tanto, que pensé que alguna mala ventura era, que de tal manera vos tenía casi como muerto». «¿Qué tanto duró esto?», dije yo. «Pasará de tres horas», dijo el cazador; «de que soy maravillado cómo vos acaeció lo que nunca hasta agora os vi». «No te maravilles», dije, «pues que a ti cada día la semejante acaece; vámonos agora a nuestra caza, y procuremos de cebar este neblí». Así nos partimos de aquel lugar, y como yo con gran sobresalto estuviese del miedo primero, aunque en sueño había sido, y con gran placer de la fin dello, deseando cumplir lo que me era mandado, no pude por ninguna vía allí sosegar; y tomando el camino, me torné a mi casa, a la cual llegado, de todos, memoria traía,apartado como agora oiréis. tomando tinta y papel, comencé a escrebir aquello que en la

 

CAPÍTULO C. De cómo Esplandián partió de Constantinopla Constantinopla la vía de la mont montaña aña Defendida y la fortuna de la mar le echó a un extraño puerto cerca de la villa de de Alfarín donde halló seis caballeros de los suyos en una cruel batalla peleando con muchos turcos y de las maravillas qque ue en armas allí hizo. hizo. Dicho se vos ha cómo, después de haber salido Esplandián de la recámara de su muy amada y hermosa Leonorina en la tumba donde estaba, que la doncella Carmela y aquellos dos caballeros Enil y Gandalín lo pusieron en la nave, y cómo de allí lo más presto que él pudo se partió por la mar. Pues agora vos será contado lo que de aquel viaje le acaeció. Así fue, que navegando la vía de la montaña Defendida, donde él deseaba ir por la ver, y certificar a qué recaudo tenían al rey Armato, que preso allí dejó, la fortuna, que muy poco cuidado tiene que el pensamiento y deseo de los hombres sea en aquella manera que ellos querrían ejecutado, si no es conforme a la movible voluntad, porque gozando de aquel consentimiento suyo, así sean obedientes en todas las otras prósperas o adversas cosas que por ella guiadas son; desviando la fusta por otra diversa vía, púsola en la parte donde este esforzado caballero fuera para siempre lastimado, si en la tal afrenta no se acertara. Y esto fue, que por la gran fuerza de un gran viento de traviesa, la nave aportó en la ribera de la mar, dejando a la siniestra mano la fuerte villa de Alfarín, donde los caballeros sus amigos había dejado. siendounos cercacon de otros, la tierra, vieron entre unas ásperas peñas un ayuntamiento de gentes armadas,Pero revueltos dando grandes voces y alaridos, como que entre sí alguna peligrosa batalla hubiesen. Lo cual visto por Esplandián, como aquel que en todas las cosas gran conocimiento en sí hubiese, dijo a Enil y Gandalín: «No me creáis si esta nuestra fusta en vano fue aquí venida; por ende seamos luego armados, y vamos a aquella gente; que mi corazón me dice que no será en vano nuestra ida. Y esto digo porque, como vosotros sabéis, quedaron en la villa de Alfarín aquellos caballeros nuestros amigos, que, queriendo usar de su gran virtud y gran fortaleza acostumbrada, habrán salido a esta parte, que de enemigos toda es; donde, aunque la entrada sin peligro fuese, por ventura la salida hallarían más trabajosa, como en semejantes afrentas acaecer suele; y si como lo pienso fuere, tomaremos juntos con ellos la muerte o la vida, guiándolo la ventura a su placer». Entonces fueron de sus escuderos armados, y salidos de la nave en la tierra, yendo al mayor paso que pudieron hacia la gente que dije que habían visto; y siendo ya cerca della, mostróseles claro cómo ciertos caballeros paganos, a su parecer en número de hasta treinta, bien armados de escudos y yelmos y lorigas, que a pie estaban, y con ellos hasta otros veinte hombres de más baja suerte, combatían a seis caballeros muy bravamente, que desde unas peñas se defendían con muy grande esfuerzo. Los cuales, por las señales de las armas, luego dellos fueron conocidos ser los que sospechaban. Y siendo ya más cerca de aquella gente, Esplandián en voz alta dijo: «Tiradvos afuera, gente mala, amigos y servidores del enemigo mío, y dejad los caballeros de nuestro Señor Dios; si no, todos seréis muertos y destruidos». Cuando aquesto por aquella gente fue oído, teniendo que de los suyos fuesen que a ayudarles venían, y agora por aquellas palabras conociesen ser así como los otros contrarios, partiéronse la mitad dellos para resistir, no teniendo en nada sus amenazas y gana de los matar. Mas Esplandián

les fue al lid; encuentro y susaquellos compañeros; que, en unomás fueron donde se leslosiguió peligrosa que como muchosasífuesen, y los bien juntos, armados, y tenían alto deuna la peña, herían a su salvo y a su voluntad en los de abajo con las lanzas y saetas de arcos, y con pesadas piedras que rodando les echaban. Pero aquel muy esforzado Esplandián y los dos sus

 

caballeros no fueron por eso desmayados ni espantados; antes porfiando todavía por se juntar más con ellos, todas aquellas afrentas recebían en sus escudos, hasta que por fuerza, sin que se lo pudiesen resistir, se metieron terriblemente entre ellos, haciéndolos dos partes, dejando por donde iban muertos a todos los que delante se les paraban. Allí pudiérades ver las grandes maravillas que Esplandián hacía, allí pudiérades juzgar ser este el cabo de todo el esfuerzo y de toda la orden de caballería, que después que entre ellos fue, nunca dio golpe a caballero ni a ninguno de los otros, que más del suelo levantarse pudiese. Pues de Enil y Gandalín vos digo que, mirando lo que su caudillo hacía, junto con sus esforzados corazones dobladas sus fuerzas, le iban siguiendo, guardando que las espaldas no le tomasen, derribando y matando todos aquellos que por los herir a ellos se juntaban. Así que esto fue por lo que en las peñas se defendían visto, cómo aquellos tres caballeros habían desbaratado tantos de sus enemigos, con mucha más esperanza que hasta allí tenían, salieron todos juntos de aquella guarda, y aquejaron tanto a sus contrarios, que los pusieron, a mal de su grado, con los pocos que de Esplandián se retraían; así que, los unos y los otros fueron en medio de sus enemigos puestos. Mas ellos, viendo tantos hombres muertos de los suyos, y otros heridos, que grandes voces daban, desamparando la pelea, comenzaron a huir por entre las peñas, pensando de se escapar; pero antes fueron muertos algunos dellos, y los otros se salvaron porque aquellos caballeros, con el gran peso de las armas que traían, no los pudieron seguir.

 

CAPÍTULO CI. Cómo el caudillo y flor de Bretaña Viendo las llagas de todos seguras Se parte a buscar mayores venturas Do pueda vengar su hambrienta saña; Y entrada en un valle la santa compaña Hallaron la maga llamada Melia Y vieron a Frándalo cómo venía Con otros sesenta por una montaña. Esto así hecho, conociéronse luego los caballeros, y quitados los yelmos, abrazáronse muchas veces, como aquellos que de todo corazón se amaban. Esplandián les preguntó qué había sido aquello, y qué ventura allí los había traído. Elián el Lozano le dijo: «Señor, Trión y Ambor, y dos hijos de Isanjo y yo, rogamos mucho a Bellériz, que aquí está, que nos guiase a algún lugar donde pudiésemos ganar alguna honra, y por amor nuestro sacónos esta noche que pasó, de Alfarín, y púsonos en la halda desta montaña, a vista de una villa que en la ribera de la mar asentada está, y desde allí matamos algunos turcos que caminaban a otras partes. Y fuimos en ello tan embebidos, que nunca Bellériz, por cosas que hizo, nos pudo de allí quitar, hasta que de la villa, que Galacia se llamaba, salió mucha compaña de caballeros y peones, tantos, que no los podíamos sufrir; y aunque algunas vueltas sobre ellos dimos, y matamos algunos dellos, en fin nos convino retraer a este lugar, dejando los caballos, que por ellos luego muertos fueron, y así lo fuéramos nosotros, si aquel Señor en cuyo servicio andamos, con vos y esos caballeros no nos socorrieran». «Mis buenos amigos», dijo Esplandián, «gran yerro hecistes, pues que a Bellériz por guía llevábades, no seguir su consejo, que provecho vos hiciera, aunque a muchas de aquellas muy civiles gentes hubiésedes muerto; que asimesmo fuérades vosotros todos. ¿No se vos acuerda que estamos en parte donde es mayor pérdida uno de nos que mil de los enemigos? Tomad siempre todas las cosas por razón, sin tentar aquel nuestro muy poderoso Señor, cuyos somos, y seréis dél ayudados y guardados de peligro, porque semejantes milagros que estos no vos vernán muchas veces; que, como quiera que todos seamos en el servicio suyo, como decís, no quiere ser él servido sino por el camino de la razón. Y si en otras liviandades nos ponemos, así hallaremos liviana la su ayuda y merced; y porque me parece que estáis muy mal heridos, decendamos abajo, y en una fusta que yo traigo, presto podremos ser donde muy bien remediados seréis». Y ellos le dijeron: «Señor, no tenemos herida de que mucho mal sintamos; pero hágase lo que

mandáis». Con esto se bajaron de las peñas, y hallaron cómo Sargil y los dos escuderos de Enil y Gandalín tenían por las riendas atados a los árboles todos los más caballos de los caballeros que habían muerto y desbaratado; y como Bellériz los vido, dijo a Esplandián: «Señor, si en lo pasado algún

 

yerro hubo, no fue a mi cargo; mas por eso no debemos dejar el bien que se nos podría ofrecer en lo por venir. Y pues estos caballeros no son mal heridos, háganse ligar sus heridas como mejor sea, y cabalgando en estos caballos, tornemos a la villa de Galacia, porque sería imposible que no sea salida más gente en socorro de aquellos que desbaratastes, y podremos hacer a nuestro salvo mucho daño en ellos». Esplandián lo tuvo por muy buen consejo, y preguntó a los mesmos caballeros si estaban en tal disposición, que aquello que Bellériz decía pudiesen poner así por obra. Y los caballeros respondieron que sí, y luego se hicieron atar las heridas muy bien, que no eran muchas ni muy grandes, y cabalgando en sus caballos, comenzaron a seguir la vía que Bellériz llevaba. Así anduvieron una pieza por la montaña, hasta entrar en un valle de muy bravas peñas y de muy espesas matas de árboles, y mirando a su diestra, vieron una boca de una cueva, y cabe ella, sentada una cosa que les pareció la más desemejada cosa que nunca sus ojos vieron. Y por ver qué cosa sería, apartados del camino que llevaban, subieron todos juntos hacia arriba por entre las matas. Y siendo más cerca, de manera que muy bien pudieron determinar qué cosa sería, vieron una forma de mujer muy fea, toda cubierta de vello y de sus cabellos, que en el suelo tocaban; su rostro y manos y pies parecían tan arrugados como las raíces de los árboles cuando más envejecidas y retuertas se muestran; así que, a todo su parecer, carecía de la orden de natura. Mucho fueron de ver cosa y preguntaron a Bellériz sabía ély por ventura quétodos cosa ellos sería maravillados aquella tan extraña; y él tan les extraña; dijo: «Esta que aquí veis de tan siextraña disforme figura, es una mujer que fue de muy alto linaje y de gran manera, como aquella que por derecha línea viene de la muy esclarecida sangre de los reyes de Persia, y fue hermana de su abuela del gran rey Armato, que por vos, señor Esplandián, en la montaña Defendida fue preso; y como quiera que muy hermosa y en todas cosas muy acabada mujer fuese, nunca le plugo ni consigo pudo acabar de haberse de casar, mas antes se dio a saber todos los lenguajes que alcanzar pudo, y el arte de las estrellas y movimientos de los cielos, y otras muchas y extrañas ciencias, que muy acabadamente por gran discurso de tiempo deprendió; y esta, con su gran saber, muchos años há que ha dicho que en su tiempo se había de perder este gran señorío de Persia, y más, que había de ser señoreado y sojuzgado por gentes extranjeras; y por esta causa mandó hacer aquella cueva que cerca della veis, donde es su habitación y morada; y después que a ella se vino, y rompió las vestiduras reales, nunca jamás quiso vestir otras, ni que persona alguna le hablase, y como de las yerbas y raíces dellas; y según dicen, pasa su edad de más de ciento y veinte años, y esta dueña puso los pilares de metal dorados que son a la fuente Aventurosa, con aquellas letras que en ellos parecen, donde vos, señor Esplandián, desbaratastes los caballeros y prendistes a la infanta Heliaja, que hasta agora nunca por alguno pudieron ser entendidas». Esplandián dijo: «Cierto, Bellériz, mi amigo, vos habéis hablado de persona muy extraña, y querría saber qué es lo que hace dentro de la cueva». «Eso, Señor», dijo él, «no hay quien alcance a saberlo; pero todos creen que, como consigo metió muy gran número de libros, que con ellos pasará su tiempo». «Pues veamos», dijo Esplandián, «¿cómo no entran algunos dentro por ver lo que hace?» «Señor», dijo él, «ya lo probaron en el tiempo pasado algunos, pero salieron fuera tan

maltratados, que por ninguna manera pasaron de seis pasos adelante». «Pues lleguemos más cerca», dijo Esplandián, «y preguntarle hemos en nuestro lenguaje algunas cosas».

 

Entonces fuéronse hacia ella, y no anduvieron mucho cuando se levantó de la peña donde estaba asentada, y dijo: «Caballero, por más de ochenta años antes que nacieses supe yo tu venida a la tierra, y por tu causa hago yo esta tan cruel vida, la cual tengo por mejor que no de ser tu captiva». Y diciendo esto, metióse dentro en la cueva, sin que más la pudiese ver. Los caballeros tornaron al camino que dejaron, siguiendo la vía de Bellériz; y no anduvieron mucho cuando vieron venir por otro valle de aquella montaña una batalla de caballeros muy bien armados, de tales armas, que resplandecían, y a su parecer serían en número de hasta sesenta. Esplandián acordó que Bellériz y Enil, lo más encubierto que pudiesen llegasen hacia ellos y tomasen aviso alguno, porque ellos supiesen qué sería bueno de hacer en el tal caso. Estos dos caballeros, metiéndose por lo más espeso de lo llano, a poco rato dieron sobre ellos, que por lo hondo del valle iban, y viéronlos ir tras una seña con una cruz bermeja. Así que, luego conocieron ser de los caballeros que en la villa de Alfarín quedaron, y asimesmo conocieron a aquel fuerte Frándalo, que muy ricas y hermosas armas llevaba, yendo delante de todos por guía; y sin se llegar a ellos, tornaron presto con gran gozo y alegría para lo decir a Esplandián, y como lo oyó, se fue luego para ellos. Y siendo yaparaa dar vistaenunos Frándalohaciendo creyendoquedar que fuesen compaña enemigos, aderezaron ellos;demasotros, Esplandián, a los suyos, fue éldesolo al más andar de su caballo contra ellos, de que fueron muy maravillados; pero luego fue conocido de todos. Y Frándalo descendió de su caballo, y a pie se fue a él, y tomándole las manos, aunque armadas eran, se las besó muchas veces; y Esplandián le tenía abrazado, abajándose sobre la cerviz del caballo. En esto llegaron los caballeros con tanta alegría, que sus ojos eran llenos de lágrimas de placer, y todos le saludaron con mucho amor, y llamando a los otros caballeros, que arredrados eran, se juntaron. ¿Quién vos podría contar la buenaventura en que estaban, viéndose de aquella manera juntos con aquel bienaventurado caballero, que por sus grandes virtudes y católica discreción, tanto y más que por la valentía, era de todos amado y querido, como de sus proprios corazones y vidas amaban?

 

CAPÍTULO CII. Cómo Esplandián y el fuerte Frándalo con los otros caballeros ganaron a los turcos turcos la villa de de Galacia y cómo el autor vuelve la habla a los reyes y príncipes y grandes señores que gobernación de cristianos tienen. Así estando juntos, como oís, preguntóles Esplandián que por qué causa salieron de la villa de Alfarín, y asimismo les contó lo que a ellos les acaeció, y cómo iban por el consejo de Bellériz a ver si podrían tomar algunos de la villa que en socorro de los suyos saliesen. Frándalo dijo: «Señor, yo supe esta mañana cómo Bellériz, mi sobrino, salió de noche con esos caballeros mancebos, con deseo de hacer alguna cosa señalada, y porque algún revés no les viniese, por ser toda la tierra de enemigos, rogué a vuestro tío Norandel que a mí y a estos caballeros diese licencia, y él con otros quedase en guarda de la villa. Y como quiera que él quisiera hacer este viaje, viéndose tan necesaria aquella guarda, otorgó lo que yo quería, teniéndolo por bueno; así que, por esto fue nuestra venida, como veis. Pero, pues los veo fuera de peligro, y a vos, mi señor, con ellos, a quien yo tanto ver deseaba, y la buenaventura y dicha que siempre vuestra presencia nos ofrece, razón es que no volvamos a nuestra posada sin que, con el ayuda de Dios y vuestra le hagamos algún servicio. Y para que esto en efecto venga, yo tengo por buen consejo el de y pongámonos que yo vos guiaré donde a nuestro salvo podremos vermi la sobrino gente queBellériz, de la villa de Galacia en saleparte en socorro de los suyos, y como el caso viéremos, así tomaremos el acuerdo». Todos fueron otorgados en esta razón de Frándalo, y guiando él, comenzaron a seguir su viaje. Pues así fueron por lo más encubierto de la montaña, hasta ser ya cerca de la villa, llevando delante sí alguna pieza a Bellériz, sobrino de Frándalo, y a Enil; los cuales, asomando entre unas espesas matas a la vista del lugar, vieron cómo era salida gran gente de pie, llevando la vía que sus caballeros y peones habían llevado, lo cual fue dicho luego a Esplandián y a los caballeros que con él iban. Cuando por Frándalo fue oído, dijo: «Señores, agora vos digo que, si por gran desdicha no se pierde, que no ternía en mucho que la villa ganásemos; y dejemos aquella gente que se aparte bien, y en ellos trasponiendo alguna cuesta, seguidme; que el muy alto Señor es con nosotros y en nuestra ayuda». Con esto, y con mucho esfuerzo y placer de sus ánimos, se llegaron más adelante, y viendo la gente que iban mal ordenados, como la de los pueblos hacer suelen, y que si dellos acometidos fuesen, creían hacerles mucho daño, tuvieron por mejor lo que Frándalo les dijo. Y como la gente fue tras un gran recuesto, y metida por la montaña, Frándalo, dando una alta voz y diciendo: «Seguidme, caballeros», puso las espuelas lo más recio que pudo a su caballo, y fuese para la puerta de la villa, que abierta estaba, y alguna gente menuda de hombres y mujeres que habían salido por ver la gente cómo iba; estos que digo, cuando vieron los caballeros, quisieron cerrar las puertas, mas ellos llegaron tan presto y tan recios, que no lo pudieron hacer, antes comenzaron a huir, dando grandes voces, por las calles.

Esplandián, quededelante iba, entró por laalgunos puerta,dellos y Frándalo con de él, sobre y tras laellos todosloslos otros; descabalgando sus caballos, tomaron las torres puerta; otros, cony grande esfuerzo, entraron por las calles por pelear con los que al encuentro les viniesen, dejando las puertas cerradas, y algunos dellos que las guardasen. Pero no hallaron defensa alguna que

 

resistir pudiese, sino de mujeres y niños, y de algunos hombres que no eran para armas tomar; que no temiendo lo que fue, todos habían salido, así como arriba os contamos, en socorro de los suyos, que mucho tardaban. Cuando así los de la villa se vieron perdidos, subieron algunos en las torres dando muy grandes alaridos; de manera que, aunque los suyos asaz lejos iban, fue por ellos oído; y no sabiendo qué podía ser, enviaron algunos de caballo que supiesen qué era aquello; los cuales, allí llegados, supieron luego cómo los cristianos eran dentro en el lugar, y que no había quien resistir les pudiese, y lo más presto que pudieron lo hicieron saber a los suyos. Cuando esto oyeron, comenzaron todos entre sí un gran llanto, maldiciendo su ventura y el día en que nacieron, y no sabían qué hacer de sí. Mas había entre ellos un caballero en asaz edad crecido, que así por su linaje como riquezas abastado era; todos le tenían gran acatamiento y reverencia; este les dijo: «Amigos, no lloréis, que con ello poco o nada se cobrar nuestras mujeres y hijos y haciendas; que más penosa nos será la vida viéndolos en captiverio de aquellos que por razón r azón deberían nuestros captivos ser». Cuando esto oyeron, allegáronse todos en derredor dél, y dijeron a grandes voces: «Señor, morir queremos todos, quiadnos y mandadnos, que hasta la muerte cumpliremos tu mandado». «Pues agora vamos», dijo el caballero. Entonces se fueron contra la villa con gran esfuerzo, mas a aquellos que la tenían no los hallaron sin él, ni sin el recaudo que para la defender era necesario; antes ya habían tomado todas las torres de la cerca, poniendo en ellas los que las defendiesen. Y Esplandián y el fuerte Frándalo, y Enil y Gandalín, y Elián el Lozano y Trión, y otros diez caballeros con ellos, bajáronse a la puerta de la villa por donde habían entrado, que no había en la villa otra que tanta guarda requiriese, porque otra que era a la parte de la mar no se mandaba sino con fustas por el agua; y abriendo las puertas, se pusieron juntos contra sus enemigos, que como canes rabiosos regañando los dientes, con grandes voces venían contra ellos; así que, desque juntos fueron unos contra otros, pasó entre ellos la más cruda y espantable batalla que de tan poca gente se pudiera ver; porque los de fuera, con aquella lástima y gran rabia, sin ningún temor de la muerte, se metían por las agudas lanzas y espadas, y como pocas armas traían, sin mucho empacho de los contrarios, que muy poco dudaban su soberbia y fuerzas, eran muertos. ¿Qué vos diré? Que tanto duró la porfía y la matanza, que con la muchedumbre de los muertos ya no podían llegar unos a otros. Pues por las otras partes no era menos el combate, aunque el esfuerzo con gran locura se mezclase, que la gente, pasando la honda cava, llegaban al muro abrazándose con los cantos de la cerca, como hombres desatinados, sin que dello otro fruto sacasen, porque entre ellos no había escalas ni picos, ni otros ningunos artificios de aquellos que para el semejante combate necesarios eran. Mas pasada aquella gran furia, quitáronse afuera, porque los de encima del muro los mataban y lisiaban con grandes piedras. Desta manera que oís, duró aquel desvariado combate más de tres horas, hasta que la noche vino, que los de dentro, muy cansados de matar hombres, sin que daño alguno recibiesen, cerrando sus puertas, se recogieron en la villa, donde hallaron muchas viandas y grandes riquezas, y los de fuera, teniéndose los vivos que quedaron por más

muertos que los que murieron, según el gran daño y desventura en que estaban, habiendo perdido las mujeres, hijos, de haciendas, pelea susnonaturales y parientes, sin aesperanza lo cobrar, acordaron se recogery en a lalamontaña, con voluntad de volver la lid, masalguna de lo de hacer saber al infante Alforaj, su señor, para que lo remediase.

 

EXCLAMACIÓN DEL AUTOR. Así pasaron aquella noche, los unos con gran gozo de sus ánimos, por la buena dicha y ventura que el su Señor les dio, y los otros con aquella tristura, con aquella amarga desventura que oído habéis; como lo pasan hasta el día de hoy muchos pueblos cristianos que a aquel gran señorío de Persia son vecinos, siendo sojuzgados o captivos, muertos, robados de aquellos infieles, haciéndoles renegar de la fe católica, haciéndoles adorar aquella burla y falsa ley, forzándoles las mujeres y hijas, y aun hijos, aquellos que ley ninguna tienen; haciéndoles sus pecheros, no les consintiendo usar de aquella santa ley que en el baptismo prometieron, con otras muchas feas traiciones y maldades que por los ver captivos, apremiados, sojuzgados, acometen. Y ¡que aquellos reyes, aquellos príncipes y grandes señores que la cristiandad señorean y mandan, no temen cuidado de tal desventura, ni se les acuerde de emplear sus tesoros, sus muchas compañas de gentes en tal remedio; antes olvidando aquello a que tan obligados son, no piensen ni se desvelen sino en señorearse sobre aquellos reyes y grandes que menos que ellos pueden; deseando con grande afición echarlos de sus señoríos forzosamente para se los robar, creyendo con aquello, creciendo en sus estados, satisfacer sus codicias, no pensando ni se les acordando de la santa ley de Jesucristo, cuyo nombre tienen y cuyas doctrinas han de seguir, como él las siguió; mas robando, quemando y destruyendo lo de sus prójimos, que como para sí el bien les habían de desear, por aquel mandamiento del muy alto Señor, no curando de otra ley de orden, sino aquella que les acusainocentes y levanta;sean perdiendo el comer reposo,con pormucha la satisfacer, lugarsua pasión que muchos muertoselysueño, destruidos! Pory cierto razón ya dan los nuestros muy católicos rey y reina desta cuenta podemos sacar; porque no solamente, con grande trabajo y fatiga de sus espíritus, pusieron remedio en estos reinos de Castilla y León, hallándolos robados, quemados, despedazados, destruidos y repartidos, en disposición de se levantar en ellos muchos reyes, por donde para siempre fueran en captiverio y en desaventurada sujeción; mas no causando con sus personas, no retiniendo sus tesoros, echaron del otro cabo de las mares aquellos infieles que tantos años el reino de Granada tomado y usurpado, contra toda ley justicia, tuvieron. Y no contentos con esto, limpiaron de aquella sucia lepra, de aquella malvada herejía que en sus reinos sembrada por muchos años estaba, así de los visibles como de los invisibles, con otras muchas obras católicas que por ellos son hechas y ordenadas. Pues si estos tales reyes y grandes hombres que antes dije, por escudo y amparo de sus yerros, tener para ello justicia publicaren, y que por sus manos deben ser satisfechos, luego no sería menester el nuestro Santo Padre, ni la muchedumbre de los reyes y grandes señores, ni las leyes divinas y humanas; los cuales, siendo requeridos por aquellos así agraviados, acudirían en su auxilio, y si no lo fuesen, convidarse-hían ellos, como obra católica, trabajando con todas sus fuerzas que la justicia se guardase, acordándoseles de las movibles cosas de la fortuna, que en un momento revuelve lo alto abajo, y que ninguno, por gran señorío que tenga, puede ser seguro que sus grandes fuerzas no le atormenten, y por sus personas o por sus embajadas juntándose con el santo Apostólico para que lo remediase. Y cuando el más poderoso Señor así conformes los viese, luego acudiría con su piedad, así como parece que el enemigo malo acude en la discordia con su malvada crueldad. Pero dejemos agora esto, porque si el Señor del mundo no envía su divinal gracia en estos tan grandes hombres que dije, para que los haga apartar aquella nublosa nube que sus grandes

soberbias, sus cobdicias y otras muchas mundanales cosas, sus entendimientos tan turbados y escurecidos porennuestros de malpasados en peor, así como la experiencia muestra en latienen gran siempre, diferenciairáque virtud depecados los tiempos a estos nuestros conocemos.nos Y torne la historia a lo comenzado.

 

CAPÍTULO CIII. Cómo el infante Alforaj consuela a aquellos que de Galacia a la gran Tesifante se retrajeron. La historia vos dice cómo estando las gentes de la villa en las montañas donde se retrajeron después del combate que ya oístes, que venido el día, como más la razón que la pasión los sojuzgase, acordaron de se ir todos, así los que sanos quedaron como los heridos, a aquella gran ciudad de Tesifante, que después de tiempo Samasana se llamó, donde el infante Alforaj siempre estaba. Y ante el Rey presentados, con grandes clamores y dolores y llantos le contaron su gran desventura. Así que, a todos los que los oían hacían mover sus corazones a gran mancilla y piedad. El Infante les dijo: «Amigos, no lloréis ni os aflijáis tanto; que si por esa manera el remedio de alcanzar hubiésemos, ¿quién más que yo lo procuraría, según la fortuna me ha sido contraria? Pero antes del tal auto mujeril huir debemos, volviéndonos a aquello que los fuertes varones en las cosas de grandes hazañas y afrentas siguieron; lo cual, si a los dioses pluguiere, yo tengo en voluntad de hacer, no contra estos pocos que en mi imperio son venidos, porque aunque por mí o por mis gentes puestos en las horcas fuesen, pensaría que antes mengua y deshonra que gloria dello se me siguiese. Mas mis sañas y rabiosas iras se tornarán contra aquel malo y falso emperador de Constantinopla, que lo causa todo, y si yo puedo, no tardará mucho la cruel venganza quemanera, sus falsedades merecen. en Y las en tanto vosotros partáis deseréis aquí;contentos». que yo os mandaré remediar de que no teniendo memorias lo quenoperdistes, Con esto que el Infante les dijo, algo fueron consolados, y recogiéndose a algunas posadas que les dieron, esperaban con gran deseo el tiempo en que sus haciendas, mujeres y hijos pudiesen cobrar.

 

CAPÍTULO CIV. Cómo Esplandián envió a demandar al Emperador gente para sostener aquellas villas que había ganado enviándole muy ricas joyas y a lala Infanta much muchos os captivos y de la respuesta que ddee todo le enviaron. Esplandián y los caballeros que en la villa de Galacia estaban, viendo cómo sus enemigos se fueron de la montaña, no temiendo por entonces alguna afrenta, juntáronse todos para tener consejo de lo que harían; y pensando pe nsando en sí muchas cosas, determ determináronse ináronse en que Gandalín se fuese al emperador de Constantinopla en la fusta que a Esplandián allí había llevado, y en otras dos que los de la villa en el puerto tenían, y que llevase todas las joyas más ricas que allí se hallasen al Emperador, y todas las doncellas y mozas y niños que ya no mamaban, a la infanta Leonorina, y demandase gente para que aquellas villas que habían ganado no se tornasen, por falta della, a perder, y esto que se hiciese lo más presto que pudiese ser; y luego con gran diligencia se puso por obra, de manera que la riqueza pareció tan grande, que era maravilla de la ver; y de la gente que dije, se halló por número ser más de mil y quinientas personas, lo cual fue luego puesto en las fustas, y con hombres que mucho de aquello sabían partió Gandalín del puerto, y sin ningún contraste llegó a aquella gran ciudad de Constantinopla; y salido de la mar, se fue al palacio del Emperador, donde le halló con la Emperatriz y con la hermosa Leonorina, su hija, acompañado de muchos altos hombres. Cuando el Emperador le vido, luego le conoció, y dijo: «Gandalín, amigo, ¿qué venida es esta?» Y él hincó las rodillas en tierra y besóle las manos, y díjole: «Señor, Esplandián y los caballeros que con él están envían por mí a vuestra grandeza parte de su caza que en la villa de Galacia hallaron, después que por ellos fue ganada; y esto es todas las joyas de oro y de plata, piedras y perlas, que en gran número, en una de aquellas naves que en el puerto dejo, quedan». Y volviéndose hacia Leonorina, dijo: «Señora, aquel vuestro caballero os envía en servicio hasta mil y quinientas doncellas, y otras mozas de menos suerte, y niños y niñas, que sin sus madres se pueden bien criar». Leonorina le dijo: «Gandalín amigo, ese vuestro señor más me parece que es suyo que mío, porque no curando del mandamiento de su padre, ni de lo que yo le envié a mandar, que luego se viniese al Emperador, mi señor, anda huyendo como si algún engaño se le ofreciese; y si a gran descortesía no me fuera imputado, no tomaría ninguna cosa desto que me envía». El Emperador le dijo riyendo: «¡Cómo, hija! ¿Todavía dura vuestra saña contra el mejor caballero del mundo, que tanto vos desea servir, y así lo pone por la obra?» «Señor», dijo ella, yo no dudo que su esfuerzo y valentía no sea igual a la de su padre, pero cierto creo que ni él ni cuantos viven no se le igualen en crianza y gentileza». Gandalín le dijo: «Señora, si Esplandián, mi señor, no viene a os servir en presencia, no lo debe causar sino el no haber él hecho tantos servicios, que las grandes mercedes que aquí le fuesen

hechas, fuese ya él digno y merecedor de las recebir; y pues que este tal camino va fuera de la voluntad vuestra, él verná en tornando yo de aquí, si alguna muy grande afrenta no se lo estorba». «Gandalín», dijo Leonorina, «no penséis que de su vista tengo yo mucho cuidado; mas como yo haya visto el grande amor que el Emperador, mi señor, a su padre tenga, y por causa dél a este su

 

hijo, paréceme que hace descortesía en no le ver, y quitar aquella promesa que el caballero de la Verde Espada nos dejó». Así se razonaba esta hermosa princesa con Gandalín, encendiendo aquel muy ferviente amor que su tierno corazón en sí sostenía, y declarando su voluntad con sañosas palabras, porque sabidas por aquel que más que a sí amaba, se le acordase cómo le mandó en presencia que, partido de allí, volviese luego a la corte del Emperador, su padre. Gandalín demandó al Emperador gente para sostener aquellas villas que por suyas estaban. El Emperador le dijo: «Eso yo lo mandaré luego remediar; que mi almirante partirá con muy gran flota, y llevará la gente y toda la más provisión que ser pudiere; y decidle a Esplandián y a esos caballeros que con él están, que esas joyas y grandes riquezas que me envían, que yo las mandaré guardar con las otras que me enviaron de la villa de Alfarín, no por mías, mas por suyas dellos, con otras muchas de las que yo tengo, de las cuales les haré merced; que aunque por el presente las tengan en poco, por tener en mucho las armas y caballos, que tiempo vendrá que las habrán menester, cuando ya la edad les fuere agravando».

 

CAPÍTULO CV. Del rico presente de extraño valor Que siendo ganada ganada la fuerte Galacia Envía do espera mercedes y gracia A Constantinopla el gran vencedor; Y cómo tomadas del Emperador Las más ricas joyas después de las vivas Los niños y dueñas que vienen captivas Recibe la hija con sobra de amor. Esto así hecho, el Emperador mandó tomar aquellas joyas de la fusta, y que con las otras las guardasen; y Gandalín, desque las hubo entregado, tomó consigo todas las doncellas y las otras mujeres, y los niños y niñas, y salido de la mar, entró por la gran calle de la ciudad, llevándolos ante sí. La gente se llegó tanta por los ver, que era una gran maravilla. Allí eran las bendiciones, las alabanzas por ellos dichas de Esplandián, poniendo sus loores hasta el cielo; allí decían todos: «Este caballero es la flor del mundo, este es el cabo de las armas, este merece ser obedecido de todos aquellos que las traen; a este se debe dar la entera gloria, pues que en esfuerzo, en crianza, y en cortesía y en santidad a todos los del mundo precede». Pues así como habéis oído, llegó Gandalín al gran palacio, y se fue donde la Princesa estaba, y llegando en su presencia, hincadas las rodillas, y toda aquella compaña, le entregó aquel tan rico presente. La Infanta, como quiera que no lo mostrase en se ver señora de tal caballero, de quien todos publicaban que merecía ser señor del mundo, su corazón fue con la dicha alegría tan tierno, que, como una fuente, de sí lanzaba lágrimas; que por mucho que con su gran discreción trabajó de las resistir, todavía llegaron que sus hermosos ojos dellas fueron y llegándose Gandalín, conociendo que este adesde su muy nacimiento siempre fue muy leal allenos; su señor Amadís, ya que así lo sería a su hijo Esplandián, díjole paso, que ninguno lo oyese: «Mi amigo Gandalín, decid a vuestro señor que todas las cosas, de cualquier calidad que sean, que en mi presencia manda poner, son para mi causa de mayor tristeza y soledad, no viendo su persona». Gandalín, que la miraba como aquel que tan sabio era en los semejantes autos, como muchos otros tales había visto en Oriana, que desta semejante pasión herida era, conoció que esta Princesa, estando fuera de su libertad, su corazón tenía captivado, y dijo: «Hermosa señora, besando yo vuestras manos, no queda que responder pueda, sino con aquello que vuestra grandeza conozco que más servida será». Entonces aquella hermosa señora mandó a su mayordomo mayor, príncipe de Brandalia, que

hiciese guardar aquella gente hasta que por ella fuese determinado lo que de ellos se haría.

 

CAPÍTULO CVI. Cómo Tartario almirante del Emperador con mil y quinientos hombres armados en su gran flota entró en el puerto de Galacia en socorro de Esplandián y de los otros caballeros que allí estaban. El Emperador mandó llamar a Tartario, su almirante, que por ser natural de Tartaria había este nombre; y como quiera que de su nacimiento no subiese a grande estado, su sabiduría en el arte de la mar era tan crecida, que por causa della fue puesto en tan grande honra como ser almirante de un tan grande emperador; y mandóle que luego sin tardar forneciese su flota de todas aquellas provisiones que llevar pudiese, y de número de gente de hasta mil y quinientos hombres muy bien armados, y que luego en ella entrase y fuese donde Gandalín le guiase, y hiciese dello lo que por Esplandián mandado le fuese. Este almirante, así por cumplir el mandado de su señor, como porque de su natural no descansaba sino en semejantes viajes, lo más presto que él pudo puso en obra aquello que convenía; lo cual aparejado, tomando consigo a Gandalín, que ya el Emperador despedido era, se metió en la mar con próspero viento; así que, en cuatro días fueron llegados en el puerto de la villa de Galacia, donde por Esplandián y por aquellos caballeros que los atendían fueron con gran placer acogidos, considerando que teniendo aquella gente cargo de guardar aquellas villas, podían ellos salir sin recelo a servir a Dios y a satisfacer sus voluntades, dando contentamiento a sus fuertes y bravos corazones.

 

CAPÍTULO CVII. Cómo ordenó los mil y quinientos Que trajo Tartario Frándalo el fuerte Partidos do más recelan la muerte Las vidas y esperan dudosos encuent encuentros; ros; Y cómo con sones de mil instrumentos Y guisas extrañas que espantan la gente La fusta llamada la Grande Serpiente Arriba en el puerto sin fuerza de vientos. Pues llegada esta gran flota como se os cuenta, luego, por el consejo del fuerte Frándalo, fue la gente y provisiones repartidas en cada una de aquellas villas, según la ciudad y necesidad lo requería, y quedaron todos aquellos caballeros libres y exentos para hacer de sí aquello que más servicio del más alto Señor fuese; mas cuando por Esplandián fue oído lo que Gandalín le dijo de parte de su muy amada señora, determinóse, habiendo gran temor de le dar enojo, dejando aquella conquista en que tanto su ánimo gozo y placer sentía, de se quitar aquella que muy presto, no habiendo remedio, a la cruel muerte le podría llegar; y pensando consigo en qué manera aquella ida mejor se hiciese, aquel muy alto y poderoso Señor, de quien él siervo y servidor era, puso tal remedio, que con más gloria y más placer que pensaba se diese fin en aquel viaje, y esto fue, que una mañana, al romper del alba, llegó a aquel puerto de Galacia la fusta de la Gran Serpiente, que ante la montaña Defendida hasta entonces había quedado, con trompas y instrumentos de muchas maneras, y tan acordados, que no parecía sino que los ángeles del cielo lo obraban. En ella venían pendones de seda labrados con oro, y velas muy grandes de ricos paños, y otras muchas y muy nobles cosas que a un gran emperador satisfacer pudieran. El armonía de los cantos era tan dulce, que no había hombre dellaricos partirse pudiese; de hasta las grandes alas nunca de aquella serpiente doncellas conquemuy atavíos. ¿Qué parecían os diré, encima sino que entonces, por ninguno de los mortales otra tan extraña ni tan hermosa cosa verse pudo?

 

CAPÍTULO CVIII. De cómo Esplandián y los otros caballeros entraron en la fusta de la Gran Serpiente Serpiente con mucho deseo de ver a Urganda la Desconocida la cual después de haberles hablado acerca de muchos casos a la villa ddee Galacia se salió con ellos. Cuando por aquellos caballeros fue oído aquel grande estruendo y ruido de las trompas, salieron de sus lechos donde estaban acostados, y a grande priesa demandaban sus armas, pensando que alguna gran gente de los turcos venía sobre ellos; mas luego fueron avisados por aquellos que en el muro velaban de noche, diciéndoles que no se temiesen de afrenta alguna, antes las nuevas que les traían eran de todo su placer, que supiesen que la gran fusta de la Serpiente, de Esplandián, era llegada al puerto, y que, según el aparejo de trompas y otros muchos instrumentos muy dulces, que doncellas muy ricamente ataviadas tocaban y con ellos cantaban, no podía venir en ella sino alguna compaña que los amaba mucho. Cuando Esplandián esto oyó, fue muy alegre y dijo: «Ciertamente creo yo que decís verdad, y vamos luego a saber qué será esto; aunque yo creído tengo que es aquella gran sabidora Urganda la Desconocida, que a otro ninguno fuera otorgado tal poder, que la mi fusta sojuzgar pudiera». Entonces se vistieron todos, y recogidos en la posada de Esplandián, se fueron con él a la mar, donde granque fusta, aquellos en ella mostraban. Así que, entrandovieron en laslanaves allí yeran, en ellastanse dulces fueron acantos lo másque hondo de lasemar, y se juntaron con ella, donde hallaron a Urganda a la puerta del costado, por donde se mandaba, que les dijo: «Mis buenos señores, veníos para mí, que aquí en esta fusta serpentina os quiero ver y hablar». Talanque y Maneli el Mesurado, y sus criados, con el grandísimo deseo que tenían de la hablar, fueron los primeros que en ella entraron, y hincadas las rodillas, le besaron las manos muchas veces; ella los abrazaba y besaba, cayéndole las lágrimas de los ojos. Esplandián entró luego, y como Urganda lo vio, hincó las rodillas ante él, y dijo: «Bienaventurado caballero, dame esas manos que las bese, que aún yo espero haber de ti algún tiempo grandes mercedes». Él hubo vergüenza de así la ver, y dijo: «Mi buena señora, vos sois aquella que las mercedes puede hacer, y yo que delante vos me debo humillar, según las que hasta aquí de vuestra parte he recebido, y levantáos, mi señora; que no es razón que persona de tanto valor y de tanta discreción haga tanto acatamiento a ninguno, aunque fuese señor del mundo». «¡Oh, caballero!», dijo Urganda, «aunque con todos los príncipes del mundo alguna templanza yo tuviese en las cerimonias, no la terné contigo, no tanto por el tu grande estado, como por te ver tan encendido en el servicio del Señor de la verdad; que el que desta excelente y católica obra carece, en ninguna otra, por grande que sea, puede con ninguna gloria permanecer». Y levantándose en pie, habló con grande amor a todos los otros caballeros, y volviéndose a Esplandián, le dijo: «Bienaventurado caballero, según las cosas se van aparejando, que por el presente aún están ocultas, a ti y a todos estos caballeros conviene que, sin otra tardanza alguna,

porque la tu voluntad y ajena satisfechas sean, vayáis a aquella gran corte del emperador de Constantinopla, que sin a todos vosotros mucho ama; porque si enseesta sazón no ysedemás hiciese, ningún otro tiempo, muy grande afrenta de muertes y peligros, podría hacer, de en ser mi voluntad otorgada en que en vuestra compañía yo haga este viaje, iréis armado de las armas que aquí os traigo, de una devisa conformes, porque más apuestos y hermosos seáis allí

 

representados; y cuando aquellas vistas allí de grande alegría y deleite pasen, habréis otras de mucho cuidado y de mucho dolor y amargura, que durarán hasta que la movible rueda de la fortuna, pasando aquella vuelta a lo bajo, haga parecer otra en lo alto, que al contrario della por todos será vista; pero antes que de aquí la gran fusta de la Serpiente con nosotros parta, quiero entrar en la villa y ver algo desta tierra, que, según mis artes demuestran, en ella me ha de venir una grande afrenta, que hasta agora no he podido saber en qué manera será, de la cual he querido huir con todas mis fuerzas; mas la fortuna, guiadora de las semejantes cosas, como a lo mío proceda, no me da lugar; así que, me conviene pasar, a mal de mi grado, por aquella ley que sobre mí ordenada tiene». «Mi buena señora», dijo Esplandián, «no temáis; que si no es la ira del verdadero Señor, que a esto ningún remedio, si el suyo no, se puede poner; pero de allí no os puede venir cosa contraria, que antes no perdamos las vidas todos estos vuestros caballeros que aquí somos; y si os placiere, avisadnos antes, porque más presto el remedio pongamos». «Mi señor», dijo ella, «lo que yo hallo es, que tengo de ser presa de un muy grande mi enemigo, mas con toda mi sabiduría, no puedo saber quién sea ni dónde». «Pues en eso», dijo Esplandián, «con ayuda del verdadero Señor, por nosotros será puesto tal recaudo, que el peligro vuestro será muy liviano». «Agora nos vamos», dijo ella, «a la villa, y queden en esta fusta mis doncellas y mis enanos, y enviad luego por Norandel; que no es razón que sin compañía de tan buen caballero se haga esta jornada; que a vuestro grande amigo el rey de Dacia yo os lo traigo, que le hallé herido de una batalla que hubo con Garlante, el señor de la isla Calafera, porque le quería tomar dos doncellas que consigo en su barca traía; mas el Rey, como buen caballero, peleó con él, y aunque con gran peligro de su vida, a la postre, teniéndole vencido para le cortar la cabeza, pidióle merced que le diese la vida; el Rey perdonóle, y le hizo jurar que nunca tratase la caballería sino por aquel camino que ella mandaba. A esta sazón pasaba yo por aquella isla, y tomando al Rey, lo traje conmigo hasta lo meter en esta gran fusta». «A Dios gracias», dijo Esplandián, «con tan buenas nuevas como, Señora, vos nos dais, que cierto siempre he traído mi corazón quebrantado, pensando que por alguna mala ventura lo había perdido, sin me quedar remedio de lo cobrar; vámosle a ver, que mucho lo deseo». Estando en esto, eran ya todos los caballeros dentro de aquella gran nave serpentina, y juntos entraron en una muy rica cámara, donde el Rey en un lecho estaba acostado, que así ellos como él en se ver hubieron gran placer; mas sobre todos Esplandián, que como a sí lo amaba, abrazándole muchas veces, viniendo las lágrimas a sus ojos en le hallar así herido, sin que él tomase parte de aquella afrenta. Urganda le dijo: «Buenos señores, pues que el Rey está a buen recaudo, dejadle, y vámonos a la villa». Esto se hizo luego, que tomándola en sus fustas, sin otra alguna compaña, sino la doncella

Carmela, de Esplandián, se pasaron al lugar donde Urganda fue aposentada, en la posada de Esplandián y delBrisena. fuerte Frándalo; allí fue servida con tanto amor y aparejo, como se pudiera hacer a la noble reina

 

CAPÍTULO CIX. Cómo el magnánimo y fuerte varón Moviéndole a ello virtud y mancilla Delibra la gente común de la villa Siguiendo el ejemplo del gran Scipión; Y cómo con sobra de mucha afición Los lleva Carmela a la gran Tesifante Allí donde más reside el Infante Y toda la pérfida y rica nación. Pasada aquella noche, otro día Esplandián hizo juntar en su posada, por ser allí Urganda, todos aquellos caballeros, a los cuales habló en esta manera: «Mis buenos señores, ya habéis visto cómo, por la bondad y misericordia de Dios, fue por vos ganada esta villa, sin que en ello pensásemos ni peligro de nuestras personas hubiésemos, y asimesmo cómo de las riquezas suyas y personas que para servir aparejadas eran, habéis dispuesto, como la razón os obligaba; agora os queda tomar consejo en lo restante. Aquí quedan muchas mujeres casadas, y niños a sus tetas, y otras gentes que por su gran vejez son de poco valor; pues estas tales, querer que por el trago de la gran muerte pasen, cierto, a mi ver, gran crueza conocida sería; pues pensar de las vender, a nosotros poco satisface el interese; que, según la condición suya, si con él nos juntásemos, muy arredrados seríamos de aquello que la virtud nos obliga; pues pensar de las querer guardar para nuestro servicio, esto ternía yo por el más peligroso, no tan solamente en aquello que en honra toca, mas en nuestras conciencias, según que de lo tal a nuestras ánimas grande inconviniente se nos seguiría. »Así que, trayendo nuestras memorias yalgunas cosas de los quedellas, vencedores en las grandes conquistas, que las amás muy virtuosas, las otras al contrario hasta fueron este nuestro tiempo por ejemplo nos quedaron, sigamos aquellas que por magnificencia y virtud los grandes sabidores en sus escripturas dejar quisieron. Por cierto, mucho más loado debe ser lo que aquel gran Scipión Africano, siguiendo al magnanimidad y excelencia de su corazón, con la doncella de alto lugar y muy crecida en hermosura hizo, restituyéndola a su esposo, habiéndola guardado como si fuera su hija, que aquello de que el rey deste imperio de Persia obró con el emperador de Constantinopla; que habiéndole vencido y preso en el campo, le hacía poner las palmas y rodillas en el suelo, y subiéndose con gran soberbia de su corazón, cabalgaba en él; de que la fortuna, arrepentida de haber dado tanta gloria a quien no la conocía, muy presto la pena della le fue dada 8. Por donde, remitiéndome a vuestro parecer, tengo por bien que el malo os sea manifiesto, que es que todas estas dueñas con sus hijos, y las otras que maridos tienen, a ellos les sean restituidas, y con ellas vayan los hombres a que la grande edad del mundo casi los tiene despedidos; porque por la una

parte será a virtud reputado, y por la otra, si el Señor del mundo, cuyos siervos somos, tiene 8

  Alude Alude aquí el autor a Bayazid o Bayaceto Bayaceto,, emperad emperador or de los turcos, a quien  Timur Lenk (el cojo), por otro nombre Tamerl Tamerlán, án, hizo prisionero prisionero en una batalla y trató de la manera que aquí se expresa.  

 

permitido que este gran señorío para su santo servicio hayamos de ganar, que cuanta más generación en él se hallare, tanto más la gloria nuestra será crecida». Como aquellos caballeros estuviesen convertidos en la propria virtud, y como ramo della juzgasen ser aquella habla de Esplandián, todos dijeron que tenían por bien que por aquella manera se hiciese. Entonces dijo Carmela: «Señor, si a vuestra merced place y a estos caballeros, yo iré con esta gente, y de vuestra parte y suya los presentaré a la infanta Heliaja». Mucho placer hubieron todos de lo que la doncella dijo, y así lo otorgaron; y luego, sin más tardar, mandó Urganda sacar de la gran fusta un muy hermoso palafrén ricamente ataviado, y unos paños de su persona, guarnecidos de muchas y muy ricas piedras de gran valor; y vestida la doncella y puesta en el palafrén, fue por aquellos señores dada licencia a todos y a todas las personas que en la villa quedaron, para que seguramente con ella se fuesen a aquella gran ciudad de Tesifante, donde a sus maridos serían entregadas; y por ellas oído, alzadas las manos al cielo, siguiendo la su errada secta, a sus dioses dieron gracias; y tomando sus niños, y los más ancianos algunas bestias de poco valor que allí se hallaron, salieron tras la doncella, siguiendo el camino que les era señalado. Mas dejémosla con su compaña, porque la historia cuente lo que en este m medio edio tiempo aconteció.

 

CAPÍTULO CX. De la graciosa y cruda pelea Que ambas las magas a manos hacían Donde las uñas por armas suplían Cuando Medea topó con Medea; Y aunque la una sus artes rodea Recibe con ellas rabiosos dolores Y cesan sus artes con artes mayores Hasta que llega la espada circea. Así fue, que hablando Esplandián con Urganda en cosas de placer, le hizo memoria de la mujer que a la boca de la cueva vieron, diciéndole su extraña figura, y cómo toda era cubierta de vello y de sus cabellos, que, según le había dicho Bellériz, pasaba de ciento y veinte años, de que eran grandes testigos su muy viejo rostro y las ñudosas manos, que lo uno y lo otro era ya convertido en semejanza de raíces de árboles. «¡Santa María!», dijo Urganda, «¡qué gran tiempo há que me dijeron desta mujer, de quien yo muy gran deseo siempre he tenido de la ver! Ya os habrán dicho cómo esta fue infanta muy hermosa, y se llama Melia, y fue tan entendida en el arte de las estrellas, que por ellas alcanzó a saber muy grandes cosas; y despreciando el mundo, se quiso poner en aquella cueva. Y como yo haya tenido la memoria en otras ocupaciones, y me hallase muy lejos desta tierra, no pudo venir en efeto mi deseo de la poder hablar». Esplandián, que gran voluntad tenía si por alguna manera tan extraña mujer cobrar se pudiese, díjole: si a vos place, aguardaremos para que la veáis, que muy cerca de aquí se hallará;«Mi que señora, en esto por razón no setodos aventura ningún peligro». «Por cierto, mi señor, aunque se aventurase, tengo por bien que así se haga». Pues armándose todos aquellos caballeros, que serían de los escogidos más de sesenta, con otros algunos de sus servidores, que por ser la guerra con infieles los tenían proveídos de armas, tomaron a Urganda consigo, y a poco rato llegaron donde la cueva era, a la boca de la cual estaba asentada aquella infanta Melia. Urganda les dijo: «Quedad vosotros, y yo me llegaré a le hablar»; y pasando adelante, siendo tan cerca que oírla podía, dijo: «Infanta, ¿querrás hablar conmigo, pues que así como tú yo soy

mujer?» «¿Quién eres?», dijo ella. «Soy Urganda la Desconocida, que gran tiempo há que te deseaba ver».

 

«¿Tú eres», dijo ella, «la que en gran sabiduría a todos los que en el mundo son precedes y sobras? Cierto, pues aún yo no estaba de menos voluntad de te conocer; y si por bien lo tuvieres, descabalga del palafrén, y siéntate aquí conmigo; que, como quiera que tú hayas sido la guiadora de venir aquellos caballeros a esta tierra, donde tanto mal cada día hacen, conociendo la obligación que a acrecentar tu ley tienes, sufriré la pasión que dello se me ha seguido». Urganda, que tan vieja la vio y tan flaca, creyendo que por alguna manera la podría detener hasta que los caballeros la tomasen, apeóse y fuese para ella. Como la Infanta así la vio venir, púsose a la boca de la cueva, y dijo: «Urganda, no querría que por ti algún engaño me viniese; que veo aquellos caballeros tan cerca, que con poco embarazo que me pusieses, me podrían tomar; por eso, si hablarme quieres, llégate a mí». Urganda, como tan vieja y tan flaca la vido, bien pensó que a do quiera que le pudiese echar la mano la podría sacar afuera; pero no se hizo como pensaba; que desque la vieja la tuvo cerca, echó en ella las ñudosas manos, dando grandes chillidos, que gritos no podía, porque su gran edad lugar no le daba, y tiró por ella tan recio, que a mal de su grado de Urganda, la metió en la cueva; y como dentro fue, después de haber demandado ayuda a los caballeros con grandes voces, fue tan desacordada, que casi ningún sentido le quedó. Entonces la vieja, tirándole las tocas y asiéndola por los canos cabellos, dando con ella en el suelo, la llevó por la cueva adelante gran pieza. Como Esplandián y los caballeros tenían los ojos hincados en lo que ellas hacían, y vieron aquella revuelta, pusieron las espuelas a sus caballos y fueron por la socorrer, y los primeros que llegaron fueron Talanque y Maneli, que la amaban mucho, y Talanque se metió sin ningún temor por la cueva. Pero antes que ocho pasos diese fue caído en el suelo casi amortecido, y así lo fue Maneli, que tras él iba. Entonces llegó Esplandián en su caballo a la cueva; y apeándose lo más presto que pudo, entró por ella, no se le acordando el gran remedio que consigo llevaba, que era aquella su espada tan hermosa, que ante ella ningún encantamiento podía tener fuerza, así como ya lo había probado en la montaña Defendida, delante de la dueña Arcabona. Y llegando donde Talanque y Maneli estaban en el suelo, pasó por ellos, y como ya a lo muy escuro entrase, luego le fue presentada aquella gran claridad que de las sus preciosas piedras de su espada por la su gran virtud salía, y con ella vio cómo la vieja Infanta tenía a Urganda de espaldas en el suelo, y sus duras manos en la garganta para la ahogar. Y Urganda, con la rabia de la muerte, la tenía asida con las suyas de los vellosos brazos; y visto por él, fue cuanto más pudo a la socorrer, y trabando de la vieja, dijo con grande ira: «A Dios pluguiese que fueses tú caballero armado, porque mi saña en algo fuera satisfecha»; y tomándola por los largos cabellos, la tiró contra sí, y luego acudió un jimio muy grande en demasía, y tan viejo, que las arrugas de sus cueros llegaban al suelo, y sus ojos eran como dos brasas encendidas, y dio un salto para Esplandián por le herir en el rostro; mas él, teniendo con la siniestra mano a la vieja, alzó la diestra, y dio al jimio con el puño en el rostro tan fuerte golpe, que las quijadas le hizo pedazos, y dio con él muerto en el suelo, y sacó la vieja de la cueva, hasta la poner en poder de Frándalo; y tornando a entrar, no curando de los caballeros, quiso ver si Urganda era muerta, la cual halló trayendo los brazos a una parte y a otra, como que el alma se le quería despedir; y tomándola en sus brazos, la sacó fuera de la cueva, y tornó por los caballeros, sacándolos asimismo rastrando fuera; y como el aire les dio, y aquel encantamiento más fuerza no tuviese de

cuanto dentro de la cueva entrasen, así ellos como Urganda en poco espacio de tiempo fueron en todo su acuerdo tornados, como que si por ninguna pasara; Urganda os digo que su garganta parecía tan negra como ya ellos la sangre con elcosa alma fueranmas allídejuntas por salir.

 

CAPÍTULO CXI. Cómo Esplandián y Urganda con los otros caballeros se volvieron a la villa de Galacia trayendo la infanta Melia presa. Cuando quiera Urganda teniendo en la memoria la afrenta tan mortal «Como queasíyose alvido, punto de la muerte fui llegada; viéndome agoraque sin había aquel pasado, peligro,dijo: que teniéndolo, mi corazón quebrantado era, todo es tornado en sobrada alegría, por donde estos crueles golpes de la fortuna, que tanto tememos, considerando que muchas veces nos vienen por nuestro provecho, no nos debrían espantar, mas con fuertes ánimos los debríamos sufrir, pues que, según su movible estado, por la mayor parte tras lo más áspero y espantado se viene el mayor descanso y alegría, teniendo siempre en nuestras memorias de seguir tal templanza, cuando en lo próspero subidos nos viéremos, que cuando a ella pluguiere de traer lo contrario, sabiendo por cierto su venida, no nos tome salteados con tanto descuido, con tanta vanagloria y soberbia, que desesperando del buen remedio, lo contrario adverso tenga tanta fuerza, que sojuzgando nuestro entendimiento, al ánima ponga en tal peligro de que ninguna redención espere». Esplandián le dijo: «Por cierto, mi buena señora, vos decís verdad, y esta hermosa razón por vos dicha, no solamente a vos y a nosotros, mas a todos los mortales debría ser ejemplo; y ¿qué mandáis que desta mujer se haga?» «Que la llevemos de aquí», dijo ella; «que, según la determinación de nuestro viaje, que será a aquella gran corte del Emperador, ninguna cosa que a esta iguale de extrañeza y admiración podemos llevar». Entonces Esplandián, tomando una aljuba de seda que Sargil, su escudero, siempre le traía, y como se desarmaron, la vistió a aquella Infanta, porque algunas cosas de su cuerpo que deshonestas parecían, cubriéndolas, en toda honestidad puestas fuesen. Y poniendo a Urganda en su palafrén y a la vieja en el de Sargil, quedando él a las ancas, se tornaron, con mucha risa de Urganda y de todos, a la villa donde habían salido, con aquella presa que llevaban, que en todo el mundo otra semejante no se hallaría; mostrando a Urganda aquel sartal que en aquella tierra había cobrado. Torna la historia a la doncella Carmela.

 

CAPÍTULO CXII. Cómo llegando a la gran Tesifante Carmela que a nnadie adie se hu humilla milla ni abaja Estando presente la reina Heliaja Presenta los presos delante el Infante El cual los recibe con mucho talante; Y hechas mercedes a aquella doncella Le da caballeros que vuelvan con ella Y así la despide con todo semblante. La doncella Carmela, como ya se os dijo, salida de la vista de Galacia con aquella compaña que tras ella iba y cuatro escuderos para que la sirviesen, que Esplandián le mandó dar, anduvo todo aquel día hasta la noche, que la tomó en una floresta, donde reposaron y cenaron de lo que llevaban, y madrugando mucho, como las camas que tuvieron lo requerían, continuando su camino, llegaron temprano a Tesifante, donde fue tanta gente ayuntada por los ver, que no podían pasar adelante, y con gran trabajo entraron en el palacio donde el Infante y su mujer estaban; y como dicho les fue, salieron entrambos a unas ventanas que sobre un muy gran corral estaban, y vieron toda aquella gente de la manera que venía, y a la doncella en su palafrén con aquellas muy ricas vestiduras. El infante Alforaj, que ya bien la pérdida de su villa sabía, fue tan enojado de congoja, que como desatinado dijo: «Oh, dioses en quien yo creo, ¿qué puede ser esto? Si yo os tengo airados, en mí se tome la venganza, y no consintáis que esta mezquina y simple gente padezca, aunque por cierto más de mí que de vosotros debo ser quejoso, porque tanto he tardado en poner en ejecución el remedio Peromeyoda,osque prometo si la sin fortuna, que ahora me yesmi contraria, algún tanto espacio dedello. tiempo no paseque mucho que vuestro servicio honra satisfecha sea».de La Infanta, que así le vido, díjole: «Señor, ruégoos mucho que, aunque vuestra pasión muy grande, y con gran razón, sea, que con la discreción sea templada; y esta doncella sea recebida como lo merece por aquel poco de tiempo que tan bien me sirvió». «Así es justo», dijo él, «que se haga; que la discreción que la pasión someter no puede, en muy pocas cosas acertará». Entonces la Infanta mandó a un su criado que le trujese allí la doncella; y venida ante su presencia, díjole, sin se le humillar: «Infanta, pues que conoces aquel mi señor de quien yo soy

sujeta, teniendo el mi corazón tan captivado, que no me da lugar que a otro alguno, si a él no, cate en señorío ni sea humillada, con gran razón se me debe perdonar. Y quiérote decir la causa de mi venida. »Ya habrás sabido cómo Esplandián y sus compañeros son dentro de la villa de Galacia, y repartiendo lo que allí hallaron, cupo a su servicio esta compaña que aquí comigo llegó. Pues que

 

a sus maridos tienes, así tuvieron por bien que tuvieses sus mujeres y chiquitos niños, para se las mandar restituir, o hacer dellas lo que tu voluntad fuere; que puedes creer que aunque en lo general sean enemigos, a ti en lo particular desean servir en aquellas cosas que los nobles caballeros sin ofensa de sus honras y ánimas deben hacer». La Infantamanera dijo: «Carmela, mi amiga, tantos servicios recebido desos caballeros, en cualquier de prosperidad o adversidad que porheellos pase, quería satisfacer suquegran merecimiento. Pero bien sé que mi deseo no puede haber efeto sino cuando la gran fortuna y desventura suya les alcanzare; y entonces les daré yo a entender qué tan grande en conocimiento y virtud es la mi merced». Y antes que la doncella respondiese, dijo el infante Alforaj: «Doncella, decid a Esplandián y a esos caballeros que no tomen mucho cuidado en la guarda desas mis villas, porque, aunque yermas me las dejasen, yo no las mandaría tomar, por cuanto ellas serán causa de venir en mi ayuda tantas gentes, que pasadas esas mares, podrá mi voluntad ser satisfecha con otro gran señorío como el que ahora poseo. Entonces, como la Infanta dijo, se podrán galardonar los servicios que le han hecho». Carmela, que muy aguda y discreta era, bien entendió a qué fin aquella tan gran soberbia era dicha, y dijo: «Infante, por lo presente que vemos se podrá juzgar lo por venir; el muy alto Señor muchas veces varía la ejecución del pensamiento de las personas con otros acontecimientos muy muchos al contrario de lo que ellas pensaba. Y porque esto satisface a lo que la Infanta dijo, no es necesaria otra respuesta. Y si a ti y a ella pluguiere darme licencia, con tal seguridad que no me sea hecha descortesía, tornarme he donde vine». «Mi amiga», dijo la Infanta, «muy poca confianza es esa, según el grande amor que yo os tengo; vos iréis segura y acompañada de caballeros y de muy ricas joyas que yo os daré». Entonces mandó a un caballero suyo que con su gente la pusiese en salvo, y a otro hombre de su cámara que en un caballo llevase los más ricos paños de su persona y otras muchas joyas de oro y piedras y perlas, y se lo entregase bien cerca de Galacia. La doncella no lo quería tomar; mas la Infanta la conjuró tanto con la vida de Esplandián, que le convino otorgarlo. Y tomándola consigo aquel caballero, que Falarno había con diez suyos, la se puso a la vista de la villa; y mandando al hombre que elnombre, caballo yllevaba quehombres se lo entregase, volvió, y la doncella entró en la villa; con que todos muy alegres fueron, y juntos donde Urganda estaba, supieron della todo lo que le había acontecido.

 

CAPÍTULO CXIII. Cómo los dos valientes sin par Allí do prendieron la maga Melia Los sus grandes libros de nigromancia Con dos compañeros tornaron buscar; Y cómo queriendo a la cueva llegar Tres fieros gigantes armados hallaron Los cuales después qu quee vencidos dejaron Tomados los libros comienzan a andar. Urganda dijo: «Mis buenos señores, aunque con gran pasión y congoja aquel infante dijo aquellas palabras, no pudiendo él saber el fin della, sed cierto que la fortuna le tiene otorgado grandes cosas, y tales, que muchos tiempos pasarán antes que otras tales se vean. Y porque esto no tardará, dejaré de hablar más en ello; que la experiencia lo mostrará a los que hoy viven». Y dijo a Esplandián: «Mi señor, por vos aquejar mucho en mi socorro, y porque no lo sabíades, dejastes en la cueva desta infanta muchos y muy preciados libros, por donde ella obraba. Y si por bien lo tuviéredes, no es razón que allí sean encerrados, donde ninguno, sino vos solo, los puede sacar. Pero tanto os digo que, salidos ellos fuera, la cueva quedará de tal manera, que sin impedimento alguno todos los que quisieren podrán entrar». Esplandián, que vio que con grande afición lo decía, deseándolos ver, dijo: «Mi buena señora, por mí no quedará de ser cumplido esto que a vos bueno parece, y pues en ello poco trabajo se aventura, luego lo quiero poner en obra». Y tomando consigo a Frándalo y a Enil y a Gandalín, armados en sus caballos, dejando a Urganda en guarda de Norandel, su tío, que ya era venido, con aquellos caballeros salió de la villa, tomando el camino de la cueva. Y siendo a la vista della, vieron estar a la boca tres jayanes y doce caballeros muy bien armados, que daban voces llamando a la Infanta; porque algunos hombres que con ganado por la montaña andaban, que se escondieron de miedo de los cristianos, vieron por entre las matas cómo habían llevado aquella infanta vieja; lo cual dijeron algunos de aquella comarca. Y por se certificar si era verdad lo que aquellos decían, o si lo causaba su miedo, vino allí aquella gente que os digo. Cuando por Esplandián y aquellos otros caballeros fueron vistos, luego conocieron ser de los enemigos, y tomando sus yelmos y escudos y lanzas, fueron contra ellos lo más recio que sus

caballos los pudieron llevar; mas el trecho era largo, y tuvieron los otros espacio de cabalgar en sus caballos y tomar sus armas. Así que, muy bien a punto, y cubiertos de sus escudos, arrancaron todos juntos contra aquellos que a ellos venían. Los gigantes todos tres iban delante los suyos. Y Esplandián y el fuerte Frándalo enderezaron a los dos, y Gandalín y Enil al otro; los encuentros no fueron muy grandes, porque las lanzas volaron por el aire en piezas. Mas al que Esplandián encontró, tomóle al caballo los pies y las manos en el aire, y dio con él y con el Gigante en el

 

suelo gran caída; que por gran rato el uno ni el otro no se pudieron levantar. Los dos jayanes, que, como os dije, quebraron las lanzas presto, como venían con gran furia, y los caballos eran muy grandes y holgados, pasaron tan recio, que no los pudieron tener. Entonces llegaron los doce caballeros, y encontraron a Esplandián y a sus compañeros; y como quiera que cuatro los encuentros grandes bien en tanto todosy quedaron en lasy sillas, quedando de los turcos en fuesen, el suelo,libraron que tropezaron en el que Gigante en su caballo; luego Esplandián y sus compañeros pusieron mano a sus espadas, y metiéndose entre ellos, hiriendo a un cabo y a otro, derribaron de los ocho que a caballo eran, los cuatro dellos, mal heridos, que no se podían levantar. A este tiempo llegaron los dos jayanes con sus muy fuertes cuchillos. Esplandián, que así los vido, dijo en alta voz: «Frándalo, vos y yo res resistamos istamos a estos, y queden con esos Enil y Gandalín». Entonces fueron con muy gran saña unos contra otros, como aquellos que más temían vergüenza que muerte, y hiriéronse con sus espadas de muy grandes y esquivos golpes; así que, llamas de fuego muy grandes eran en sus yelmos encendidas. Allí viérades la viveza y esfuerzo de Esplandián, que tan diestro era ya en aquel oficio; y de Frándalo vos digo que, como fuese muy grande de cuerpo y valiente de fuerza, y podía sufrir tan fuertes armas y tan pesadas como los gigantes traían, no sentía en ellas más los golpes del jayán que el otro sentía los suyos; así que, entrambos eran heridos de las espadas, quedando sus armas rotas por muchos lugares, por donde la sangre corría en grande abundancia. Pues Enil y Gandalín no estaban en menos afrenta, que, como aquellos cuatro caballeros bien armados estuviesen, sufríanse reciamente con ellos; así que, entre ellos era una cruel batalla. Estando así como habéis oído, Esplandián, que no solamente tenía el cuidado de ser guardar de su enemigo, mas miraba lo que sus compañeros hacían, vio que les duraban mucho en el campo, de que fue muy enojado, y con aquella grande ira fuese para el Gigante con la espada alta en la mano, y diole tan gran golpe encima del yelmo, que con gran fuerza suya se lo sacó de la cabeza, yendo por el campo rodando; y el jayán fue tan desacordado, que la espada se le cayó en la cerviz del caballo. Esplandián, que así lo vido, diole otro golpe en descubierto, que le hendió la cabeza hasta el pescuezo, y cayó muerto en el suelo; ya entonces Enil y Gandalín habían derribado, de los cuatro caballeros, a los dos, y los otros dos habíanse ya retraído con los de pie, por ser dellos ayudados. Y Enil y Gandalín, por los entrar, habíanles herido muy mal los caballos y andaban por caer con ellos. Esplandián, que vido cómo su amigo Frándalo traía al Gigante muy sojuzgado, acordó de socorrer a los dos, y fue muy desapoderado contra los enemigos; y los dos de caballo no le osaron aguardar, y dejáronle la carrera, y él dio en los de a pie de tal manera, que tropellando los dos dellos su caballo, y no se podiendo tener, cayó con él grande caída. Cuando así los turcos le vieron, cobraron corazones, y los de caballo trabajaron por resistir que no fuese socorrido, y los de pie dieron sobre él de manera y con tales golpes, que si las armas, o por decir más verdad, la misericordia de Dios, que señalado en el mundo le tenía para la victoria de la conquista de aquel gran señorío, no le defendiera, él se pudiera ver en gran peligro de muerte. Y el caballo con la gran fuerza levantóse, dejando a Esplandián en el suelo. Y como así se vido libre dél, y se halló con la espada en la mano, levantóse a pesar de los que le herían, y metióse

entre ellos tan bravo y tan sañudo, que no tardó mucho tiempo que las armas y sus cuerpos no fuese todo hecho pedazos. Los dos caballeros que con Enil y Gandalín se combatían, cuando aquello vieron, comenzaron de huir por la montaña; así que, en poco de rato los perdieron de vista. Esplandián, que quebrantado

 

estaba de la caída, miró lo que Frándalo hacía, y vio cómo había echado en el suelo lo poco del escudo que le quedaba, y que tenía con la siniestra mano al Gigante del visal del yelmo, y cómo por allí metía la espada, y le hizo perder la fuerza y caer del caballo. El otro gigante, que Esplandián al principio derribó, estaba debajo del caballo, que en ninguna manera se podía levantar; y como a él llegó Esplandián, con miedo de la muerte, demandóle merced, y le otorgó la vida, pues que no estaba en disposición de se poder defender.

 

CAPÍTULO CXIV. Del grande peligro que solos sintieron Los fuertes caudillos por falta de gente Cuando de turcos en medio la puente Daquende y dallende cercados se vieron; Y cómo llamados después que vinieron Norandel y Talanque y Ambor y Trión Los míseros turcos sin más dilación Por aguas y hierro las vidas perdieron. Esto así acabado, como habéis oído, los escuderos les ataron las heridas lo mejor que pudieron, como muchas otras veces hicieron. Y Esplandián dijo que en todo caso quería sacar los libros de la cueva; y luego entró dentro, y con la claridad de su espada vio el jimio, que estaba muerto, y pasó por él, y halló una cámara en cuadro muy bien hecha, que tenía una lumbrera en lo alto, y en ella había una cámara hecha de los ramos de los árboles; y luego adelante había otra cámara, donde los libros estaban en tanto número, que él fue maravillado. Y tomando cuantos llevar pudo, los sacó fuera, y así hizo a los otros, aunque con gran trabajo, tardando gran rato. Cuando aquellos caballeros los vieron, y las ricas guarniciones suyas de oro y plata y algunas piedras de gran valor, maravillándose dello, y haciendo cargar en tres camellos que consigo traían todos los que llevar pudieron, dejando otros muchos, con intención que luego por ellos volviesen, comenzaron a se volver a la villa donde salieron. Mas esto no les fue tan ligero como pensaban; que los dos caballeros que huyeron, como oístes, dieron mandado en una villa que a dos leguas de allí estaba, donde habían salido, que se llamaba Farzalina, y luego se comenzaron de armar más de veinte y de apeones hastaycuarenta. Y tomando por media guía dos tiempocaballeros, que alcanzaron Esplandián a sus compañeros, cuanto leguacaballeros, de Galacia.salieron Y comoa sabían de cierto que no eran más de cuatro, y que de la lid quedaron heridos; como los vieron a ojo, arremetieron por el campo, desamparando sus peones, porque no se les fuesen. Esplandián, que así los vido, dijo: «Ea, buenos señores, que agora es tiempo en que parezca el amor y voluntad que a nuestro Señor Jesucristo tenemos; finjamos que nos queremos acoger, porque de sus peones sean más desviados, y luego, sin su ayuda, volvamos a ellos, que, según me parece que vienen, antes que juntos sean haremos en ellos gran daño. Y en tanto vaya un escudero lo más presto que pudiere, y hágalo saber en la villa; porque acudiendo algunos de los nuestros, ninguno de los enemigos se nos escapará».

«Señor», dijo Frándalo, «como quiera que hayamos de cumplir con el servicio de este Señor cuyos somos, que es el fin de la bienaventuranza nuestra, ni por esto hemos de perder el cuidado de guardar nuestras vidas por el camino de la razón; que si haciendo destemplanza las perdiésemos, así destemplado habremos el mérito. Dígolo, Señor, porque veis la gran gente que contra nos viene, estando heridos y cansados de la batalla pasada; pues si les huimos, será nuestra honra y estima mucho en gran menoscabo, y si les acometemos, será locura conocida, porque sin

 

duda nos iríamos a la muerte; así que, por lo uno y por lo otro, yo os porné en parte que ofendiendo a nuestros enemigos, con razón las vidas podamos reparar». Esplandián le dijo: «Mi verdadero amigo, todos somos en e n vuestra ordenanza en esto y en e n todo». «Pues seguidme», dijo él. Y apartándose del camino que llevaban, tomó a la mano diestra, y no anduvieron mucho, que hallaron un río, y una puente en él, que asaz alta era; y llegando a ella, vieron cómo ya los enemigos les estaban cerca, y venía delante dellos un caballero, gobernador de aquella villa y de otros lugares comarcanos por el infante Alforaj, y era muy buen hombre de guerra, y siempre andaba armado de ricas armas. Y como vio la sobra grande de gente que traía, y que los contrarios no volvían cabeza, adelantóse de los suyos gran g ran trecho. Enil, como así lo vido, rogó a Esplandián que le dejase justar con él; y fuele otorgado, con tal que lo más presto que pudiese, pudiéndolo hacer sin se poner en otra afrenta, se volviese a ellos. Enil salió delante, y enderezó para le encontrar; el turco asimesmo, muy bien cubierto de un fuerte escudo, y pasóselo, hiriéndole en el brazo; así que, quebrada la lanza, quedó en el escudo y en la manga de la loriga un trozo della. Mas Enil, que recio caballero era, y el esfuerzo de su corazón le hacía tener gran tiento y concierto en aquello que de hacer había, encontróle en el adarga de tan fuerte golpe, que no solamente se la pasó, mas la loriga con ella, y pasó la lanza de la otra parte por las espaldas una gran braza, y cayó muerto en tierra. Cuando esto fue por los suyos visto, lo más recio que pudieron llegaron en su socorro, y así lo hicieron Esplandián y los de su parte en el de Enil; de manera que, como todos eran sañudos y deseaban la muerte, fue entre ellos una muy brava y peligrosa pelea. Mas las maravillas que Esplandián hacía en dar tan grandes y tan crueles golpes, cuales nunca por mano de caballero se dieron; y asimesmo el fuerte Frándalo y los otros caballeros, que tanto en armas hicieron y sufrieron, que si la gente de pie no llegara, ya tenían a los de caballo casi desbaratados; mas como aquellos sobrevinieron, fueles forzado de retraerse a la puente, y dejados los caballos en el campo, se metieron todos cuatro en ella, y los enemigos se fueron de rondón sobre ellos con tan grandes alaridos, que el cielo parecía horadarse. Los cuatro caballeros estaban a la entrada de la puente, y como les llegaban, con mucho esfuerzo, yque dábanles tan grandes que que no habíanalgunos menesterse maestro. Y asísalían lo hacían en los caballeros les querían entrar; golpes, de manera mucho a su salvo se defendían, haciendo daño en sus enemigos; mas como los turcos vieron que por aquella parte no les podían hacer daño, enviaron cinco de caballo y quince peones, que pasando el vado, que ligero de pasar era, les tomasen las espaldas por la otra parte de la puente. Y como Esplandián esto vido, dijo a Frándalo: «Amigo, tomad con vos a Enil, y resistid a aquellos, y yo con Gandalín a estos, si le pluguiere a Dios». Frándalo y Enil fueron luego al otro cabo, donde llegaron sus enemigos con gran soberbia, creyendo que ya desta vez no les podrían escapar de la muerte; mas no les vino como ellos pensaban, porque aquellos caballeros, como cercados se viesen, y otro remedio alguno por el

presente no esperasen sino el de Dios y de sus fuertes corazones, convertiéndolos en muy mejor esfuerzo, en más airada saña, hacían maravillas en su defensa, con tan crueles y fuertes golpes, así por la una parte como por la otra, los contrarios no los podían entrar. Fornace, el escudero de Frándalo, que a la villa fue por socorro, como ya se vos dijo, llegó a ella lo más presto que pudo, y contó las nuevas a aquellos caballeros cómo Esplandián y sus compañeros quedaban en gran peligro de sus vidas, según la gran gente sobre ellos venían, si por ellos no fuesen socorridos muy

 

presto. Lo cual oído por ellos, a la mayor priesa que pudieron se armaron, y cabalgando en sus caballos hasta veinte dellos, quedando los otros en la guarda de la villa, porque algún engaño no les fuese hecho, salieron, llevando por guía a Fornace hacia aquella parte que él los guiaba. Y llegando allí donde Fornace los dejó, y no los hallando, ni señal de pelea, fueron maravillados, yuna no parte sabíany dónde fuesen, temiendo todo perdidos, y comoy desatinados a otrasepor el campo. Masque en del cabo de eran un rato, Norandel Talanque y andaban Maneli, ay Ambor y Trión, oyeron a su diestra los alaridos de los turcos, y creyeron que por aquella causa se hacían, y poniendo las espuelas a sus caballos lo más recio que pudieron, a su mayor correr fueron allí donde les pareció que oían aquellas grandes voces, y a poco rato vieron de lejos aquel ayuntamiento de gente, y llegados más cerca, conocieron claramente cómo combatían a sus compañeros en la puente; y creciéndoles con el coraje el esfuerzo, fueron para ellos a la parte que el fuerte Frándalo resistía, y no teniendo sus vidas en tanto como nada, se metieron entre ellos, dándoles muy crueles y fuertes golpes. Frándalo, como esto vido, salieron él y Enil de la puente para ayudar a los suyos; y como los hallaban derramados, no hacían sino dar en ellos. Así que, tanto los aquejaron, que los hicieron, mal de su grado, meter por el río, con pensamiento de se juntar con los otros; mas aquellos caballeros que a caballo estaban entraron con ellos, y Frándalo y Enil asimesmo; y como el agua era alta, no se podían defender, y en poco de rato fueron allí muertos y ahogados de los grandes golpes y del agua todos, que ninguno quedó. Entonces Frándalo y Enil, que dos caballeros habían derribado en el agua a fuerza de brazos, saltaron presto en sus caballos, y pasaron con sus compañeros el río, y dieron en los que lidiaban con Esplandián y Gandalín. Pero la resistencia no duró mucho; que como vieron los suyos muertos en el río, y aquellos caballeros que sin ninguna piedad los mataban, y a Esplandián y a Gandalín que de la puente habían salido, que no dejaban hombre a vida, comenzaron a huir a todas partes; mas no les aprovechó nada, que los de caballo y Esplandián y Gandalín, que cabalgando habían ya, los siguieron de tal manera, que uno solo no les escapó. Cuando así vieron muertos sus enemigos, quedando ellos vivos, aunque con algunas heridas, hubieron entre sí muy gran placer, y daban al muy alto Señor gracias, alzadas las manos al cielo, abrazándose unos a otros, viniendo lágrimas de piedad en sus ojos.

 

CAPÍTULO CXV. Cómo Esplandián y sus compañeros vencida la cruel batalla de la ppuente uente entraron en Galacia Galacia y del placer que Urganda con ellos hubo. Esto así allí despachado, como la para historia vosallá cuenta, acordaron se ir a laque villa viniesen algunos hombres llevar las armas de losdemuertos, eradela Galacia, provisióny que por entonces más para la gente baja faltaba. Y así lo hicieron, que tomando el camino hacia donde sus compañeros andaban a los buscar, hallándolos a todos, dándoles mucho placer con su vista y su vencimiento, con tanto daño de sus enemigos, se fueron para la villa, donde a la puerta della hallaron a Urganda y a la doncella Carmela, que los aguardaba. Urganda dijo a Esplandián, riyendo: «Mi señor, si yo por cumplir vuestro mandado fui al punto de la muerte llegada, paréceme que vos, por poner en obra mi ruego, no menos afrenta habéis recebido». «Mi buena señora», dijo Esplandián, «aunque a mí por vuestro servicio y amor peligro me viniese, no se debe tener en mucho, porque, como vos mejor sabéis, para esto y mucho más fui nacido; mas de vos, que siempre remediastes y socorristes aquellos que muy menester lo hubieron en sus grandes fortunas y trabajos, con gran razón nos debemos doler, poniendo nuestras personas a todo peligro que venir pudiese, por vos excusar de cualquier enojo; y si esto pasado no fuera de tal calidad que ningún enmienda hallar se pudo, vos viérades, mi buena señora, a qué se extendía el grande amor que vos tenemos, si por otra cualquier manera vos acaeciera». «Agora, mi señor», dijo ella, «idvos a desarmar, y esos caballeros, y curarvos han de las heridas, que en eso que decís no puedo yo oír de ninguno tanto como lo que yo sé, de que a mí siempre me recrece mucha alegría, y me tengo por bienaventurada». Carmela, la doncella, tenía a Esplandián por las manos, y se las besaba muchas veces; y así a pie como estaba, llevándola él por la mano, se fue a su posada, y todos los otros caballeros a las suyas, donde fueron curadas sus heridas por la mano de aquel gran maestro Elisabat, que con Norandel de la villa de Alfarín vino, donde había quedado al tiempo que Esplandián y el rey de Dacia por la mar se fueron, como dicho es.

 

CAPÍTULO CXVI. Cómo Urganda la Desconocida manda apercebir a todos los caballeros que juntos estaban en la villa de Galacia para que jun juntamente tamente con ella delante delante el Emperador se presenten y cómo por ellos fue obedecido. Quince días pasaron sin que en otra cosa alguna entendiesen sino en reparar su salud; y en este medio tiempo hicieron traer los libros que a la boca de la cueva quedaron, los cuales fueron todos por Urganda vistos, y demás de las grandes cosas que en ellos se contenían para obrar todas las artes que en todo el mundo hallar se pudieran, eran en sí los más hermosos que ver se podían, de letras y pergaminos muy sutiles, y de historias de aquellos que primero las compusieron, hechos de oro, y todas las otras letras mayores asimesmo; pues las cubiertas dellos, muchas eran de plata y otras de oro, con piedras y perlas labradas en tan extraña manera, que mucho se maravillaba Urganda en los ver, y aquellos caballeros; y estos que digo que eran los más ricos, tenían en sí figurada aquella doncella Encantadora que oístes, con letras muy hermosas de piedras y diamantes y ardientes rubíes, que su nombre señalaban; los cuales hubo aquella infanta Melia en el tiempo que comenzó a aprender en la isla de Creta, donde los llevó el caballero cuando aquella sin ventura doncella, que más que a sí lo amaba, por él fue de la muy alta peña despeñada. Todos los mandó Urganda guardar para los mostrar al emperador de Constantinopla. Pues en esto que vos digo, pasaron aquellos quince días, que en el fin dellos fueron todos aquellos caballeros sanos de sus heridas, y en tal disposición, que podrían tomar armas y ir donde les pluguiese. Entonces Urganda los hizo juntar y díjoles: «Mis buenos señores, yo vine aquí para ver a Esplandián y a todos vosotros, y en hallarvos con aquel deseo de cumplir más la orden de caballería por la vía del servicio del muy alto Señor, que por la vanagloria del mundo, que siempre a quien le sirve la da mal galardón, no solamente huelga mi corazón con gran descanso, mas por mi persona he acordado en trabajar cómo una cosa tan santa sea sostenida en aquella alteza a que los sirvientes de Dios son obligados, y por el presente aconsejarvos en aquello que más a vuestras honras cumple; y esto es, que dejando todas cosas, vos dispongáis a que en aquella gran fusta seamos ante aquel gran emperador, sin el cual por imposible ternía yo que en tan gran empresa como esta comenzada, se sacase que deseamos; y asimesmo causa vuestra, queque losesprimeros en ella habéisaquel sido, fruto no pasará mucho tiempo sin queporque se vea él, en por la mayor afrenta que hasta hoy ninguno verse pudo; y soy cierta que la presencia vuestra le dará tanto placer y esfuerzo en saber que tal caballería a su servicio tiene, que en el tiempo que más la fortuna en gran aflición le pusiere, terná esperanzas que, después de Dios, vosotros le podréis dar el remedio, y cuando de allí seréis venidos, claramente, según las señales, conoceréis que verdad vos he hablado». Todos aquellos caballeros estuvieron atentos en oír lo que por aquella gran sabidora les fue razonado, y bien creyeron que no en vano aquellas tales palabras saldrían; y fueron mucho maravillados cómo, estando el Emperador en tan grande alteza, que si el mundo todo no se moviese, no lo podrían trastornar y turbar, que tan grande afrenta como Urganda decía le pudiese

venir; mas teniéndola por verdadera, según verdad salían las cosas por ella dichas, hacíanse muy alegres, considerando que podrían mostrar en tal caso, si de armas fuese, aquellas voluntades suyas en seguir porque aquella aorden caballeríafuese que enrecibieron, ninguna de lasquetemporales cosas semasle igualaba, todos de manifiesto qué tantoque menos la muerte la honra tenían; sobre todos, en mucha cantidad era el placer que Esplandián hubo, pensando si el Emperador en tal peligro la fortuna lo trajese, que allí se podría pagar aquella gran deuda en que su padre le era,

 

según en esta historia oído habéis, y en mostrar ante aquella su muy amada señora la valentía y esfuerzo de su bravo corazón, en cosa que tanto a su servicio tocaba, o allí perder la vida; donde cesarían sus mortales deseos, que no habiendo fin, muchas veces los sentía en aquella amarga vida que por su causa pasaba, y por acrecentar más su cuita lo dejaba vivo, y respondieron a Urganda diciendo: «Señora, todos somos vuestros caballeros, mandad lo que queréis que hagamos; que habiéndolo por mejor, luego en ejecución será puesto». «Pues mis señores», dijo ella, haced poner vuestros caballos en la gran nave, sin que de otras armas cuidado tengáis, porque vos las daré yo tales cuales, según en lo que estáis, conviene; y entrando en ella, vosotros y yo seguiremos este viaje por mí señalado, en que, no solamente vuestras honras, mas las ánimas, que muy diferentes en otras cosas muchas dellas son en uno, juntas serán, gozando de aquel mérito que pocas veces en este mundo, según los grandes lazos suyos, juntamente gozar pueden; y esto sea luego, porque muchas veces el tiempo da variación, poniendo impedimentos en aquello que por negligencia, teniéndolo él prometido, se pierde».

 

CAPÍTULO CXVII. Cómo cuarenta los más esforzados Varones noveles de muy alta guisa Con muy ricas armas de santa devisa Por mano de Urganda fueron armados; Los cuales con ella con orden guiados En todo mostrando sobrado primor Allí donde estaba el Emperador Y toda su corte son presentados. Así como por esta gran sabidora fue acordado, por todos aquellos caballeros fue en ejecución puesto; que dejando en la villa de Galacia tal recaudo de gente, que de razón defenderla, según su gran fortaleza, pudiesen, haciendo poner en la nave de la Serpiente sus caballos y lanzas, Urganda todos los libros que os dijimos, y a la infanta Melia, y al Alguacil mayor, que cabe Tesifante prendieron; y entrados todos y ella dentro, la Serpiente comenzó a navegar, y siendo muy cerca de la montaña Defendida, no desviando del derecho camino, por consejo de Urganda, hizo allí venir Esplandián al rey Armato y a los dos capitanes que presos estaban; porque con ellos y con aquella vieja infanta su llegada ante aquel emperador y sus altos hombres más extraña y más autorizada pareciese. Pues siendo ya a la vista de aquella gran ciudad de Constantinopla, Urganda mandó poner encima de la fusta un pendón grande y muy alto, que tenía el campo de oro y una cruz colorada; y hizo sacar de una cámara las ricas armas que para Esplandián y sus compañeros traía, que asimesmo eran todas de aquella manera del pendón, el campo de oro y cruces coloradas, sin que en ninguna dellas diferencia y hizo armar dellas cuarentaelcaballeros de los másTalanque, preciados,Maneli los cuales eran estos que hubiese; se siguen: Esplandián, Norandel, fuerte Frándalo, el Mesurado, Ambor de Gadel, Gavarte del Val Temeroso, Gandalín, Enil, Trión, primo de la reina Briolanja; Bravor, hijo del gigante Balán; Bellériz, sobrino de Frándalo; Elián el Lozano, Listorán de la Torre Blanca, Madancián de la Puente de Plata, Landín de Fajarque, y Madanil de Borgoña, Ledaderín de Fajarque, Sarquiles, sobrino de Angriote; Palomir, Branfil, Tantales el Orgulloso, Galbino, hijo de Isanjo; Carpineo, su hermano; Carineo de Carsante, Atalio, hijo de Olivas; Brascelo, hijo de Brandinas; Garamante, hijo de Norgales; Enfemo de Alemaña, Brandonio de Gaula, Penatrio de España, Falameno, su hermano; Culsicio de Bohemia, Amandario de Bretaña la Menor, Silvestre de Hungría, Manelio de Suecia, Galfario de Romanía, Galiote de Escocia, Avandalio, su hermano; Califeno el Soberbio; y como todos eran mancebos y de grandes cuerpos muy bien tallados, y iban de una devisa con aquellas cruces, no solamente en lo humano eran

loados, mas en lo divino ponían mucha devoción a aquellos por quien vistos eran, deseando muchos ser en aquella orden tan santa; donde podemos pensar que si en esta historia más lo verdadero que lo fingido pensasen, que según el poco tiempo había pasado en que la santa ley de Cristo comenzó, ser esta la primera cruzada que fue por los cristianos contra los infieles establecida.

 

Pues así anduvo la fusta grande hasta ser en el puerto, junto con la ciudad, una mañana el alba rompiendo; y como por las gentes sentida y vista fue, las voces y el ruido fue muy grande, diciendo todos: «Santa María, esta es la extraña fusta de aquel bienaventurado caballero Esplandián, que el muy alto Señor aquí ha guiado por nuestro bien». Y que vestidosque estaban como los desnudos, priesa a la ver.deFue tantodos, grandeasíellosmovimiento, el Emperador y su mujercorrían y hija,con congrande toda la compaña su palacio, fueron a las ventanas puestos, habiendo muy gran placer en que aquella extraña fusta estuviese tan sosegada, que de otra manera que la vez primera que allí vino la pudiesen ver; y porque tenían creído que no venía en tal parte sin aquel su gran caudillo, aquel famoso caballero, que más que a ninguno de los nacidos el Emperador y todos ellos ver y conocer deseaban. Pues ¿qué diremos aquí de aquella tan hermosa Leonorina, de aquella luciente estrella, en todas extremada de hermosura, que aquella fusta miraba, recordando en su memoria cómo por su mandamiento aquel su muy amado caballero creía en ella venir? Por cierto no otra cosa sino la que dirá aquellos y aquellas que de semejante fuego son sus entrañas abrasadas; que viendo sus ojos aquello que no lo viendo siempre llorar los hacía, su alegría era tan sobrada, que enviando della al corazón, lanzaban defuera aquella tristura, aquella tenebrura de que ocupado era, tornando a encender en más vivo fuego aquel resfriamiento que de la ausencia por la mayor parte se sigue. Pues estando así aquella fusta de tanta gente mirada, vieron cómo por su costado fue abierta una puerta y echaban en la mar una barca, y cómo entraba en ella la doncella Carmela, que muy bien todos la conocían, y otras dos doncellas con sendas trompas doradas en sus manos; las cuales, llegadas a la orilla, saltaron en tierra, y tomando las dos doncellas entre sí a Carmela, entraron en la ciudad por la gran calle, queriendo llegar al palacio del Emperador. Carmela iba muy ricamente vestida de aquellos paños y piedras tan preciosas que la infanta Heliaja le dio, como ya se vos contó, y las dos doncellas asimesmo con grandes atavíos, y tocaban las trompas con un son tan dulce, que muy gran deleite sentían aquellas tantas gentes que las miraban, y decían todos en alta voz: «Oh, buena doncella, dinos si por ventura en aquella extraña y espantable fusta viene tu señor, aquel bienaventurado caballero. Dínoslo, buena doncella, porque gocemos de aquel gran placer que siempre de sus venidas a esta ciudad nuestros ánimos tienen». La doncella Carmela los saludaba conseñor, rostro «Buenos amigos, si por vosotros es amado y deseado aquel mi así amoroso, él vos amadiciéndoles: y desea vuestras honras, y no tardará de ser puesto en vuestras presencias». «Bienaventurada seas tú y la hora en que naciste, pues que de tales nuevas nos haces ciertos». Así llegaron aquellas tres doncellas al palacio, acompañadas de tantas gentes, que maravilla era de las ver; y entrando en la gran sala donde el Emperador estaba con sus ricos hombres, que allí por saber de la gran fusta juntos eran, las doncellas tocaron las trompas con tan dulce son, que el Emperador y todos ellos hubieron gran placer, y se maravillaban qué cosa aquello sería, y a qué podría acudir tal embajada.

Entonces Carmela, llegada en presencia del Emperador, dijo: «Emperador, nuevas te traigo de que creo tú habrás placer. Sábete que en aquella fusta viene mi señor Esplandián y muchos y muy preciados caballeros, sus amigos, que le guardan, que, en servicio del muy alto Señor y tuyo, andan haciendo grandes cosas en armas. Y con él viene aquella gran sabidora Urganda por te conocer; que según tu grandeza y las virtuosas nuevas que de ti suenan en todas partes, mucho te desea hablar y hacer reverencia. Todos te ruegan que aquí en tu palacio, con la Emperatriz y la

 

infanta Leonorina, tu hija, los esperes, porque yo tornada a ellos, luego serán de la mar salidos, y venidos a este tu gran palacio». El Emperador, que esto oyó, dijo en una voz alta: «¡Santa María, qué buenas nuevas son estas para mí! ¿Es cierto, buena doncella, que Esplandián y sus compañeros y Urganda la gran sabidora me vienen a ver?» «Por cierto», dijo ella, «así es como lo digo, y su presencia lo hará verdad». El Emperador dijo: «Aunque vos, buena amiga, siguiendo la orden acostumbrada de vuestro estilo, ninguna cortesía ni mesura me hagáis, vuestra embajada merece que yo, quebrantado el mío, vos dé las gracias que merecéis». Y viniéndose para ella, la tomó entre sus brazos, y juntándola consigo, la tuvo así un rato abrazada, diciéndole: «Mi buena amiga, tornadvos luego, porque más presto vengan estos que decís; que yo los atiendo en esta es ta sala con la compaña que piden». Tornada la doncella Carmela, y las dos doncellas con ella, a la mar, con tanta gente que tras ella iban, que no se puede decir, entró en la barca, y fuese a la gran fusta con el recaudo que ya oísteis. Que siendo sabido por aquellos que la enviaron, luego hicieron echar en la mar otras tres barcas grandes, en que pusieron en tierra sus caballos y palafrenes de Urganda y de sus doncellas. Y luego, puestos ellos en las barcas, salieron asimesmo en tierra, armados de aquellas armas hermosas, todos de una devisa que vos dijimos, y así eran las sobrevistas de sus caballos, y cabalgando todos y todas, movieron del puerto para entrar en la ciudad de esta manera. Iban delante seis doncellas con sendas trompas doradas, y tras ellas otras cuatro con instrumentos, que cesando el dulce son de las primeras, tocaban ellas los suyos, tan acordados y con tan dulces voces de su canto, que no parecía sino que ángeles fuesen, y tras ellas iban los dos capitanes turcos, vestidos ricamente a modo de su tierra, y con ellos el Alguacil mayor, y luego en pos dellos iba el gran rey Armato de Persia, y llevaba una aljuba hermosa, broslada muy subtilmente, que Urganda le había dado, y cabe él iba aquella infanta Melia, cubierta toda de su vello y sus largos cabellos, que parecía la más extraña cosa que nunca fue vista, y llevábala un escudero en un palafrén, teniéndola abrazada, porque con mucha saña y porfía se quería dejar en el suelo caer; y luego venían Esplandián Urganda trasentraron ellos el rey y Norandel, los otros caballerosy por aquellateniéndose manera depordoslasenmanos, dos, yyasí pordela Dacia gran calle. ¿Qué vosy diré? Que la gente fue en tan grande abundancia allí junta por los ver, y el ruido tan grande, que no parecía sino que todo el mundo allí era ayuntado. Las seis doncellas tocaban las trompas con muy dulce son, y cesando ellas, tañían las cuatro sus instrumentos, y cantaban con ellos tan acordadamente, que toda la dulzura de la melodía era en ello junta. Pues así pasaron con trabajo, por la ocupación de la mucha gente, a los grandes palacios, y en ellos entrados apeáronse de sus caballos, y Urganda y sus doncellas de sus palafrenes, y en aquella misma ordenanza que allí llegaron se presentaron ante el Emperador, que a más de la media sala los salió a recebir. Esplandián puso delante a Urganda, porque ella fuese la primera que aquella honra recibiese, y hincadas las rodillas en tierra, le demandó las manos para se las besar, mas el

Emperador no se las quiso dar, antes abrazándola con amor, la hizo levantar. Entonces llegó Esplandián, que su gran cortesía había puesto en espanto a todos los que lo miraban, y así hizo al Emperador, que hincadas las rodillas en tierra, le quiso besar las manos; mas él, no solamente no se las quiso dar, mas tomándole con ambas las manos la cabeza, abajándose, lo besó en la faz y alzólo del suelo; luego llegaron el rey de Dacia y Norandel, y tras ellos todos

 

los otros caballeros, y el Emperador los recibió con amoroso rostro y muy buen talante. Entonces llegó Urganda a la Emperatriz, y Esplandián con ella, y hecha aquella reverencia y acatamiento que debían, dieron lugar a todos los otros que lo mismo hiciesen; entonces el emperador tomó por la mano a Esplandián, y púsolo delante de su hija Leonorina, diciendo: «Hija mía, veis aquí a vuestro caballero; ¿qué vos parece dél? ¿Perdéis agora la saña?» Esplandián estaba de rodillas ante ella, demandándole las manos para se las besar, mas ella las tiraba atrás, y dijo a su padre: «Señor, lo que dél me parece es, que, según su presencia, bien muestra ser hijo de aquel noble caballero de la Verde Espada, y en lo de mi saña, no siento razón por qué perder la deba». «¿Cómo, hija mía?», dijo el Emperador, «¿no os dais por satisfecha con los grandes servicios que por vuestro amor ha hecho y con los ricos presentes que vos ha enviado?» «Señor», dijo ella, «todo eso se hizo fuera de mi voluntad, porque no quiso cumplir aquello que de vuestra parte y de la mía fue por mí enviado a mandar. Pero agora que es aquí venido, tomar se ha en cuenta lo que de aquí adelante hiciere; que quiera Dios que sus obras sean tales que con gran razón pueda ser quita aquella palabra que su padre me dejó». El Emperador comenzó a reír, y dijo a Urganda: «Mi buena amiga, llegad vos acá, y despartiréis una quistión en que estamos». Urganda se fue para él, y sabido del Emperador lo que pasaba, dijo riyendo: «Señora hermosa, vos tenéis razón; que pues Esplandián, por mandado de su padre, vino a vos servir, lo cual fue en mi presencia, en todo había de seguir vuestra voluntad, y si otra cosa fuera della, de cualquier calidad que sea, ha hecho, tenéis mucha causa de no se la recebir, aunque yo soy cierta que, como quiera que en todas las afrentas más peligrosas que ver ni pensar se pueden su bravo y fuerte corazón puesto fuese, ningún temor tenía, considerando vuestra grandeza, vuestra demasiada hermosura sobre cuantas hoy viven, y que se ha hallado temeroso y indigno de ser puesto en vuestra presencia. Así que, mi señora, si de vuestra parte está la justa causa de queja, así está de la suya alcanzar perdón». Leonorina le miraba aquel su tan hermosoy rostro, aquelera tanablandado gracioso ycon honesto que, de sobra de alegría las carnes le temblaban, el corazón gran parecer; dulzura,así lanzando fuera de sí las grandes cuitas y mortales deseos de que hasta allí muy atormentada era, por tener tan cerca aquel por quien en su ausencia padecía, pues de creer es que lo semejante en sí Esplandián sintiese; que siendo entrambos de una dolencia, de una pasión heridos y atormentados, así de un deleite, de una igual alegría eran satisfechos, y respondió a Urganda y dijo: «Mi amiga, no osaría yo contradecir vuestra palabra, y por esta vez perdono, y si de aquí adelante con razón dél me quejare, será a vos, pues por vos alcanza el perdón». Y abajando las manos para lo levantar, tomólas Esplandián con las suyas y besóselas, y Urganda asimesmo por la merced que le hizo; y partiéndose della, se tornaron a la Emperatriz, que deseaba hablar con Esplandián, y dejándole con ella, el Emperador se fue al rey Armato de Persia, y

tomándole por la mano, dijo: «Buen señor, perdonadme; que por recebir esta tan notable compaña no os he hablado; agora quiero hacervos aquel acogimiento que tan gran príncipe como vos sois merece». «Señor», dijo el Rey, «obligado sois a hacerlo así, porque muchas veces revuelve la fortuna su peligroso juego, no como las gentes piensan, mas como ella quiere».

 

Entonces lo puso en el estrado con la Emperatriz, y llamando al fuerte Frándalo, le puso las manos sobre sus hombros y díjole: «Mi verdadero amigo, cuanto yo vos precio y amo, por los grandes servicios que de vos he recebido, aquel muy alto Señor del mundo lo sabe, y quiero, en pago de algunos dellos, que de aquí adelante seáis mi alférez mayor y hayáis más en merced el condado de Grigentor, y os llaméis conde». c onde». Frándalo le besó el pie, aunque el Emperador no quiso, y Esplandián las manos, por aquella merced que le hizo.

 

CAPÍTULO CXVIII. Cómo hablándose Norandel y la reina Menoresa Menoresa de muy encendidos amores el uno del del otro quedaron presos y cómo aquellos aquellos caballeros y altos hombres y señoras de al alto to linaje por mandado del Emperador todos ordenadamente ssee sentaron a comer. A esta sazón el rey de Dacia y Norandel, que juntos estaban, llegaron a hablar a la infanta Leonorina, que estaba preguntando a la doncella Carmela quién eran los caballeros y cómo habían nombre, y ella le había dicho cómo aquel era el rey de Dacia, el que le había dado en presente a Frándalo, y el otro más hermoso y de mayor cuerpo era Norandel, hijo del rey Lisuarte; y así le había nombrado algunos de los otros; y llegando estos dos caballeros, besáronles las manos, y Norandel fue muy espantado en ver la más hermosa mujer que nunca vio ni oyó decir, y antes que ninguna cosa dijesen, díjoles Carmela: «Mis buenos amigos, hablad a la reina Menoresa, que delante tenéis; que, según su parecer, bien sería recebida en toda plaza». Ellos, que tenían los ojos en Leonorina, volviéronlos a la Reina, y parecióles muy hermosa a maravilla. Y por cierto tal era ella, que, después de aquella infanta, en todo el imperio no la igualaba ninguna en hermosura, y quisiéronle besar las manos; mas sabiendo cómo eran de tan alto linaje, no se las dio, y abrazándolos, los hizo levantar. Norandel puso los ojos en ella, y parecióle una de las apuestas y de mejor donaire que hasta entonces había visto, y fue luego preso de su amor con tan fuerte golpe, que ahína cayera en tierra, y dijo paso: «Santa María, váleme, y ¿qué será esto?» Mas aquel cruel amor, no contento que el uno fuese sujeto, dio a ella otra saetada en el corazón, que la color y los sentidos le hizo perder, teniéndola desatinada, que no sabía de sí parte; así que, aquellas tan grandes mudanzas no pudieron ser tan encubiertas, mostrando los ojos en su acatamiento lo que los corazones con tan gran afición deseaban, que al uno y otro no les fuese algo manifestado. Así que, mirándose con amoroso gesto, en mucha más cantidad aquel nuevo fuego fue crecido y aumentado. Y en tanto que el rey de Dacia hablaba con Leonorina, Norandel, llegándose más a la Reina, le dijo: «Ay, Señora, muerto me habéis; en fuerte punto mis ojos vieron vuestra gran hermosura, que enviándola al corazón, es herida de mortal herida». La Reina, que algo más sosegada estaba, respondió: «Amigo, señor, no tengo yo en tanto mi hermosura, que así tan presto a un tan cuerdo caballero en tan arrebatada pasión pusiese; antes creo que es la manera de hablar que los caballeros tenéis con aquellas de que nuevamente habéis conocimiento; porque, no habiendo razón de hablar en otras cosas, con estas semejantes queréis satisfacer vuestras voluntades». «Ay, señora, merced, dijo él; yo soy vuestro, y lo seré en cuanto viva, y así como a vuestro caballero y servidor me mandad aquellas cosas que os más agradaren, que por mí serán hasta el punto de la muerte puestas en ejecución». ejec ución».

La Reina, que muy cuerda era, bien conoció que aquellas palabras salían de sus entrañas, de que muy mucho alegre fue; y no lo mostrando, dijo: «No quiero otorgar ni contradecir esto que me pedís hasta que vuestras obras me guíen a lo que hacer debo».

 

Norandel dijo: «En eso, Señora, recibo yo muy señalada merced, porque si mis servicios bastaren, viendo tanta fuerza para que vuestra voluntad sea guiada, será guiada mi vida en aquella buenaventura que sostenerla puede». A este tiempo fueron llamados de parte del Emperador, que quería comer, y la Reina se llegó a Leonorina y díjole: «Mi caballeros señora, ¿habéis por venido?» ventura sentido en vos alguna mudanza más que lo usado, después que estos aquí han «Mi amiga», dijo ella, «no otra ninguna sino el gran placer que mi ánimo siente con la vista de Esplandián; mas ¿por qué causa me lo preguntáis? Porque, o yo estoy encantada, o la muerte es comigo, que el corazón me fallece y los sentidos». «¿Desde cuándo», dijo la Infanta, «sentís este mal?» m al?» «Desde que llegó a hablarme aquel caballero Norandel, que de su vista se me ha crecido este mal». «Santa María», dijo Leonorina, «presa sois y herida de aquella mesma pasión que yo muy cruel y con mucha dulzura en mi corazón siento». «No sé, mi señora», dijo ella, «qué será; mas, según entiendo, vuestro dicho es verdadero». «Mucho soy alegre», dijo Leonorina, «en que hayáis puesto vuestros ojos y sojuzgado vuestro libre corazón en tal parte, porque dejando de ser hijo de un tan noble y tan grande rey como es su padre, el rey Lisuarte, por su persona es uno de los buenos caballeros del mundo, según sabéis que mi primo Gastiles lo ha dicho, contándolo por uno de los más principales y mejores caballeros en las batallas que en la Gran Bretaña hubo; pues en su talle y hermosura, dejando a Esplandián, ¿veis vos, mi amiga, que ninguno de los otros con gran parte se le iguale?» «Ay, mezquina de mí», dijo la Reina, «yo, que pensaba haber de vos, mi señora, alguna reprehensión y castigo para me quitar de esta locura, habéis encendido mi fuego en mayores y más vivas llamas». La Infanta se comenzó de reír de gran gana y dar una palma con otra, mostrando gran placer, y díjole: «Mi amiga y señora, pues que vos, siendo de más edad, más discreta y cuerda que yo, no supistes ni pudistes remediar mi dolencia, ¿qué esperábades de mí, que así como vos, o por ventura más, soy atormentada?» Y hablando en esto que oís, llamáronlas que se fuesen a la Emperatriz, que comer quería. El Emperador, después que hizo desarmar todos aquellos caballeros, se asentó a su mesa, y junto consigo hizo asentar al rey Armato de Persia, y en otra mesa fueron sentados su sobrino Gastiles y Esplandián, y el rey de Dacia y Norandel, y Talanque y Maneli el Mesurado. Y luego en otra, junto con aquella, pusieron al conde Frándalo, y de los otros caballeros cuantos ahí cabían, y al maestro Elisabat, y así fueron asentados todos los otros, donde fueron en aquel comer servidos

como en casa de tan alto hombre se requería. Pues la Emperatriz en su aposentamiento fue a su mesa asentada, y tomó consigo a su hija y a la reina Menoresa y a la infanta Melia, y que de su cámara la hizo vestir de ricos paños, por ser del derecho linaje de los grandes reyes de Persia. Y en otra mesa fue sentada Urganda y otras infantas, hijas de reyes y de grandes príncipes, y la doncella Carmela, que de todas ellas era muy acatada. Así estuvieron en aquel comer muy viciosas y con grande alegría, oyendo a Urganda las grandes cosas que les contaba.

 

Y desque hubieron comido, Leonorina, por mandado de su madre, llevó a su aposentamiento a Urganda y a la doncella Carmela, y a la infanta Melia detuvo ella consigo en su cámara, porque su grande edad no requería compaña de mujeres mozas, y los caballeros fueron aposentados en aquel rico aposentamiento donde fue el caballero de la Verde Espada, al tiempo que allí estuvo, como la parte tercera desta historia cuenta, donde tenían consigo a Gastiles y al marqués Saluder, y a otros señores que allí con el Emperador eran.

 

CAPÍTULO CXIX. Cómo Urganda la Desconocida por mandado del Emperador declaró la profecía que en la tumba con aquel grande ídolo de Júpiter se había hallado. Así como habéis oído, pasaron cuatro mucho placera sudeplacer sus ánimos, especialmente Esplandián y Norandel, quedías entrecon todos ellos vicio vieronyy gran hablaron con sus señoras, en quien la vida y la muerte tenían, según lo uno y lo otro en ellas hallasen; otorgándoles la fortuna aquella tan sabrosa y bienaventurada vida, fabricando y urdiendo contra todos ellos otra, que por el presente sentida no era, de tales jaropes amargos, de tantas cuitas y dolores, cual no solamente se creyera poderse obrar, mas ni aun pensar, como la historia lo mostrará adelante. Pues en cabo destos días que dije, teniendo en su memoria el Emperador aquella profecía que de la tumba donde el ídolo estaba tomó, que siempre le daba su memoria grande alteración, acordó que, pues en su poder tenía aquella grande sabidora Urganda, que mejor que otro ninguno de los mortales la declaración della le podría dar de lo poner en ejecución; y tomando consigo a la Emperatriz en su cámara, y a su hija Leonorina, y a la reina Menoresa y Urganda, cerradas las puertas, sin que persona alguna los pudiese oír, mostró a Urganda la profecía, rogándole muy ahincadamente que se la declarase, y que la verdad della no la dejase de manifestar por ninguna cosa de peligro ni de mal que en ella hallase; y como por Urganda fue leída, dijo: «Señor, según por esta profecía parece, es que aquel ídolo, que, a semejanza de Júpiter, fue con tan rico aposentamiento hecho, lo dejó de su parte, y no de la doncella Encantadora, y en lo que dice que en el venidero tiempo que su gran saber será perdido, esto significa que después que Jesucristo vino en el mundo, luego se perdió aquel gran saber de Júpiter, que por dios era tenido; y en esto que dice el siervo de la sierva, que será allí con él sepultado, y en la vida restituido por quien la muerte padece, esto se me hace algo oscuro de declarar, pero yo lo alcanzaré antes que de aquí vaya, y os lo diré». Cuando Leonorina y la reina Menoresa aquello oyeron, y sabían que allí fuera ya sepultado Esplandián y metido en su cámara, fueron puestas en muy gran tribulación y gran vergüenza, tanto, que las carnes les temblaban y la color tenían del todo perdida, y mirábanse una a otra, hinchiéndoseles los ojos de agua. Pero Urganda, que su gran miedo sentía, no quiso más dilatarles aquella gran pena, y dejando decirque la verdad de aquello, por otro que conforme a ella parecía, el cual pensó endetanto la profecía pareció tomó que había leídocamino, tres o cuatro veces, y dijo: «Señor, a lo que yo siento desto que aquí dice, es que ya sabéis cómo el gigante Matroco de la montaña Defendida murió en la fe de Jesucristo, como antes fue pagano, donde se entiende que era siervo de la sierva que así se debe llamar aquella secta; y también os es notorio cómo Esplandián lo hizo enterrar en la ermita donde aquel ermitaño cristiano vive, y cómo la doncella Carmela llevó de aquí la tumba que sobre aquel ídolo de Júpiter estuvo, y la pusieron por sepultura del mesmo Matroco el Gigante; así que, en ella está hoy día sepultado; que en lo que dice que será restituido en la vida por quien la muerte padece, esto se entiende que, muriendo en aquella muy santa ley de Jesucristo, será en la vida eterna restituido, que es la cierta y más verdadera; que la vida deste mundo es la derecha muerte. Así que, mi señor, esto es lo que yo hallo que señalan estas letras, según mi saber. Y si por ventura a otra cosa la profecía lo endereza

o se puede entender, dígoos que no entiendo más dello, ni sé lo que será, mas de lo que saben estas dos señoras muy hermosas, vuestra hija Leonorina y la reina Menoresa, que creo que no han deprendido las artes que a este caso hacen». Entonces, preguntando el Emperador, le dijo: «Mi buena amiga, lo que habéis declarado es lo verdadero, y cierto no se debe a otro fin entender. Agora os ruego que me soltéis lo que queda».

 

«Señor», dijo Urganda, «eso no lo haré en ninguna manera, porque no os aprovecha saberlo; mas dígoos que muy presto será cumplido, y si algo dello os alcanzare, será en gran provecho de vuestra ánima; y no os diré por agora más». «En eso», dijo el Emperador, «me dais gran consuelo; que reparada la que decís, haga la fortuna en el cuerpo a su placer; y no se hable más en ello».

 

CAPÍTULO CXX. Como en extremo de todo placer Se viese la corte del Emperador Estando en el bosque con gozo mayor Quiso fortuna la rueda volver; Cuando dos dragones con recio poder poder Llevaron volando a la triste de Urganda Y a Armato y a Melia que así se lo manda Sin nadie poderles estorbo poner. Saliéronsey con estoaquellos de la cámara a la amigos gran sala,dedonde muchosvestidos altos príncipes y grandes estaban, todos caballeros Esplandián, y arreados de muyseñores ricos paños; así que, parecían una compaña tal, que apenas en todo el mundo a ella otra semejante se hallaría. Todo aquel día pasaron en grandes fiestas, en las cuales se ordenaban las fortunas y trabajos venideros; y por dar el Emperador más placer a sus huéspedes, y también porque el rey turco viese algo de su grandeza, mandó que le llevasen a su bosque muchas tiendas y grandes vajillas de oro y de plata, labradas a gran maravilla, y otros atavíos de paños de oro de muchas maneras, y de seda, en que había muchas flores y bestias y aves en ellas broslados, y otras muchas y muy ricas joyas, tinajas y bacines de oro, y de otras muchas maneras hechas. Todo esto fue llevado al bosque, que muy cerca cer ca de la ciudad estaba, donde había muy hermosos prados y fuentes muy bien hechas, y otras cosas de gran recreo. Había asimesmo muchos venados y osos y puercos, y infinitas bestias fieras, que de muy lejas tierras él hacía traer. Pues siendo todo aparejado, el Emperador cabalgó con todos sus altos hombres, y la Emperatriz y su hija cony todas susy dueñas y doncellas,iban en que había muchas infantas hijas desus reyes y de grandes príncipes duques, con el Emperador Esplandián y aquellos caballeros amigos, y junto con el rey Armato y con la Emperatriz la infanta Melia y Urganda la Desconocida; y llegados a las ricas tiendas, descabalgaron de los caballos y palafrenes, y allí les mandó llevar el Emperador vestidos y cuchillos de monte, de que fueron vestidos, y Esplandián dio su rica espada a Sargil, su escudero, que la llevase a la ciudad a su cámara; pues luego fueron puestos en sus armadas con perros muy hermosos, y la vocería era muy grande, que hacia ellos venía mucha caza; que habiendo muerto della infinita, se tornaron a las tiendas por la mostrar a la Emperatriz y a su hija y a las otras señoras, con que gran placer hubieron. Así pasaron aquel día con mucho placer, andando los caballeros y las dueñas y doncellas paseando por los verdes prados, tomando rosas y flores que muy bien olían; teniendo licencia de hablar con los que más les agradaban, comiendo y cenando muchos y muy preciosos manjares.

Finalmente, hallándose en la altura y extremo de placer, así como la movible fortuna muchas veces lo apareja, riyéndose como en desdén, con qué descuido, con qué agonía las gentes a las semejantes cosas se allegan, no se les acordando que de allí les vienen las peligrosas caídas tan sin sospecha, que con doblada tristeza y amargura de sus corazones lloran, y sin medida se afligen con la tal mudanza en mucho más grado, con mayor pesar que si aquellos grandes deleites en que

 

se vieron los hubieran tomado con aquella templanza que las mundanales cosas se deben tomar, según para que el alto Señor los crio en el mundo. Otro día luego, queriendo la fortuna mostrar sus juegos, acaeció que estando el Emperador y Emperatriz en la manera ya dicha, aquella vieja infanta Melia, que hasta entonces nunca la pudieron por pregunta quealguna le hiciesen, dijo delantecon de todos a Urganda: eres tan sabia hacer como hablar, todos dicen, haz aquí cosa maravillosa tu saber, con que«Si estatú gran fiesta sea acrecentada; que en los autos semejantes se ha de mostrar la discreción de aquellos que la poseen». Urganda dijo: «Infanta, esto que dices, más a ti que a mí conviene, porque eres muy más antigua y de más sabiduría». «Si a mí es dado», dijo ella, «yo lo haré, a condición que tú hagas otro tanto, porque este grande emperador dé la honra del saber a la que de nos la merece». «Yo lo otorgo», dijo Urganda, «que así sea». «Pues manda traer», dijo la Infanta, «un libro que está entre los que me tomaste, que encima de la una cubierta está Medea figurada con letras que su nombre señalan, y siendo delante de ti, quiero que veas lo que haré, y si por ventura no lo alcanzas a saber, saberlo has para adelante». «Eso luego se hará», dijo Urganda; y mandando a una doncella suya que lo trajese, a poco rato fue venida. Mas entre tanto la infanta Melia tomó al rey Armato por la mano, y como que se paseaba por un prado, habló con él, sin que ninguno supiese ni oyese lo que pasaba; y tornándose a asentar donde ante estaba en el estrado de la Emperatriz, tomó el libro y abriólo, y leyendo en él, comenzó a hacer unos signos y mirar hacia el cielo y hablar entre sí, y dijo a Urganda: «Urganda, llégate a mí, y verás lo que nunca viste». Ella se llegó al lado, y el rey Armato dijo: «Quiero ver lo que hacen estas dos tan grandes sabidoras; que aun yo algo entiendo desto». Y púsose a la parte de Urganda; así que, la tomaron en medio; y la Infanta comenzóle a mostrar algunas profecías del libro. Mas no tardó mucho que vieron venir por el aire una nube redonda muy escura, que muy presto los cubrió a todos, que juntos estaban mirando lo que ellos hacían, con gran voluntad de ver alguna cosa que maravillosa les pareciese; y derramando sobre ellos una niebla escura, parecieron en medio de la nube dos dragones muy grandes y fieros, con sus alas, que a un carro uncidos venían. Entonces la infanta Melia por la una parte y el rey Armato por la otra asieron tan fuertemente de Urganda, que mal de su grado la metieron en el carro, y ellos asimesmo, y se fueron por el aire con tanta ligereza como dos aves lo pudieran hacer. Urganda daba grandes gritos que la

acorriesen; mas fue tan grande la priesa y tan súbita, que de ninguno socorrida pudo ser. Así que, en poca de hora, llevando el carro consigo la niebla, a vista de todos fue puesto tan alto, que parecía tocar a las nubes; de manera que la perdieron de vista. Cuando las doncellas de Urganda así la vieron llevar con tanta fortuna, creyendo nunca más la ver, rompieron tocas y vestidos con tan grandes llantos y gritos, que los cielos horadaban.

 

El Emperador fue muy turbado y las lágrimas le vinieron a los ojos, y así fue la Emperatriz y su hija y todas las dueñas y doncellas. Mas lo que Esplandián hacía no es de creer; que la saña y la ira era tan grande, que parecía salir de sus ojos llamas de fuego. Pues no menos la tenía Talanque y Maneli el Mesurado, que de gran rabia se querían despedazar. ¿Qué os diré? Que tan grande fue la alteración en todos y todas, que luego dejando el bosque, cabalgando en sus caballos y palafrenes, se tornarondel a Emperador la ciudad con tristeza. Yy desinsumás Esplandián sus compañeros, despedidos y degran la Emperatriz hija,tardar, no sin gran dolor y yangustia della y de la reina Menoresa en ver así apartar aquellos que tanto amaban, sintiendo ellos lo mismo, se metieron en la gran fusta, la cual partiendo del puerto, en pocos días llegaron a la montaña Defendida.

 

CAPÍTULO CXXI. Cómo los dragones pusieron en medio de la plaza de la gran Tesifante al rey Armato y a Urganda la Desconocida la cual por mandado de la infanta Melia Melia en una torre fue encerrada y el Rey en sus grandes palacios con mucho placer recebido. Los dragones con el carro subieron en tan grande altura como os contamos, y aquella noche, antes que amaneciese, fueron en la ciudad de la gran Tesifante, dejando en la plaza della al Rey y a las dos mujeres y se fueron su vía que nunca más parecieron. Como allí el Rey se vido, y conoció estar en su ciudad, fue tan alegre, como triste en verse preso y captivo en poder de sus enemigos. Y como vio que el alba rompía, llegóse a su palacio, y llamando a las guardas dél, hízoseles conocer, diciendo que lo dijesen al Infante su hijo. Los guardas, viéndole a pie y solo y a tal hora, no podían creer que él fuese, antes lo tenían a locura. Pero entrando adonde el Infante dormía, dijéronle: «Señor, un hombre está a la puerta deste palacio, y dice que es tu padre el Rey; bien será, si a ti place, que le veas». El Infante se comenzó a reír y dijo: «Algún loco o burlador debe ser, y verlo quiero». Y levantándose del lecho, vistiéndose una aljuba, se puso en una ventana y dijo: «¿Qué hombre eres tú, que hablar me quieres?» «Hijo mío», dijo el Rey, «yo soy tu padre, el rey Armato, que por grande aventura soy suelto de entre mis enemigos; por eso, hijo, acógeme allá, y no dudes en esto que te digo». El Infante le conoció en la habla, aunque no en la persona, porque la barba y cabellos tenía muy crecidos, y con la gran fatiga y congoja de la prisión el gesto demudado, y bajóse luego por las escaleras, y como a él llegó, más fue certificado, y hincó las rodillas ante él, y llorando, le besó las manos muchas veces, y el padre le abrazaba y besaba con grande amor que le tenía. Entonces llamando a la infanta Melia y a Urganda, tomándolas consigo, se entró en su palacio, donde a la infanta Heliaja halló casi desnuda, que la gran priesa que por lo ver consigo tomó, no le para bendiciendo más lugar. Elsus Reydioses, fue a ella y la tanto tomó habían entre susalegrado brazos,aquella besándola la cara, ycasa, ella acon él lasdio manos, porque tan en atribulada todo el reino de Persia. La infanta Melia dijo a Urganda: «Por dos cosas te quiero otorgar la vida: la una, porque habiéndote yo llegado al punto de la muerte dentro en mi cueva, después que en tu poder fui, no me dijiste palabra alguna deshonesta, ni quisiste que me fuese ningún mal hecho; y la otra por esta rica aljuba que a este rey diste de tu voluntad, que esto no pudo venir sino de corazón generoso. Y si no fuese por el gran daño que este reino por tu causa recibe, yo te dejaría en tu libre voluntad y te pornía en salvo. Mas la grande ira y pasión que de ello me ocurre, no dan lugar a que esta obra venga en efeto. Así que, hasta que más acuerdo haya y mis sañas sean en otros vengadas, como espero, tenerte he en una torre con tan fuertes encantamentos ligada, que ninguna cosa tu

gran saber te aproveche. Esto es lo que por el presente de ti determino». Urganda le dijo: «Infanta, yo soy en tu poder, puedes ordenar y mandar sobre mí, y yo obedecer aquellas leyes que me pusieres. Acuérdate del gran linaje donde vienes, que te obliga más que a otros más bajos, seguir la virtud y nobleza».

 

«Ahora», dijo la Infanta, «reposemos del trabajo habido, y luego haré de ti lo que determinado tengo». El Rey se entró en su cámara, y desnudándose, se metió en su lecho con tanto descanso como quien perdida tenía la esperanza de lo cobrar en todos los días de su vida. La vieja infanta Melia, tomando Urganda, fue en conaquella ella a una muyfuefuerte que por al ununcanto de lallamado plaza estaba, queconsigo fue la aprimera cosase que grantorre ciudad poblada gigante Leonato, y púsola dentro, y encantóla allí con tan fuertes conjuraciones, que la gran sabiduría de Urganda no era bastante para lo desatar, y cerróla con una pequeña puerta de hierro; y guardando ella la llave, se tornó a su palacio, y mandó que por una canasta que con ella dentro dejó con una cuerda, le diesen de comer. Allí estuvo Urganda algún tiempo, con gran congoja de su ánimo, considerando cómo su gran sabiduría había sojuzgado los mares, los reyes, los caballeros fuertes y las animalías brutas, alcanzando con su saber las venideras cosas y las pasadas, sin que por alguno dichas le fuesen; y que ahora, perdido y olvidado todo aquello, fuese así presa por aquella mujer de ciento y veinte años, que, según la orden de natura, había de tornar a la condición de los niños. Y que escapada de aquel peligro, no contenta ni satisfecha la fortuna, quiso que della mesma fuese tornada a ser presa por tan extraña aventura, sin que aquel grande emperador, ni aquel fuerte Esplandián, ni aquellos tan famosos caballeros que presentes estaban la pudiesen socorrer ni valer, ni su sabiduría mucho menos, antes que, como hasta allí en una cosa de admiración eran tenidas sus obras en el mundo señaladas, ahora como vanas hablillas, con risas y burlas eran del todo denostadas y en poco tenidas. Estaba como fuera de seso, deseando la muerte, porque así la fortuna, sin lo merecer ella, en tanto grado la atormentaba. Mas, de otra parte, sabiendo que en este mundo no se puede hallar el bien acabado, ni el mal sin remedio, acordándose cómo aquel rey Armato fue preso en poder de sus enemigos, y aquella infanta Melia, en cabo de tantos años; y que estando ella en tanta honra, acatada y mirada de aquel emperador y de tan altos príncipes y famosos caballeros, como señora de aquel gran rey y de aquella infanta; aunque en un momento tan arrebatado, quedando ellos libres, y ella su captiva, en tanta amargura y tribulación fuese puesta, tomaba en sí consuelo, esperando lo semejante, que la fortuna, revolviendo su rueda, presto la podría reparar, y habiendo este conocimiento en cuyo las tales afrentas haberencendimiento deben, comenzóse a consolar,a rogando siempre al que muy los altocuerdos Señor, en servicio, con todo de su voluntad, aquella tan extraña tierra era venida, que le hubiese merced y la sacase de allí, porque alguna tentación mala no la hiciese desesperar y poner su ánima en condición. Y que con doblado cuidado tornaría contra aquella mala gente, amigos del enemigo malo, porque su santa fe acrecentada fuese.

 

CAPÍTULO CXXII. De las gracias que el rey Armato a sus dioses da por tan milagrosamente de poder de sus enemigos haber sido librado. El rey Armato de Persia, que aensussudioses, reino, mandando salido de aquella prisión,limosnas se halló,endonde nunca salir pensaba, daba muchas gracias hacer grandes aquellos templos donde ellos estaban, de oro y de plata y otras ricas joyas, considerando que más por el querer y voluntad dellos que por otra ninguna sabiduría era salido de aquella tan amarga vida, y tornado en tanta buenaventura, creyendo que si hasta allí por los tener airados tan grandes afrentas le vinieron, que ahora, siendo contentos, aceptando sus servicios, volviendo la ira en piadosa voluntad, sus cosas serían por otro camino guiadas, de mayor alegría y placer, que en mucha cantidad sobrasen a la tristeza pasada. Y queriendo seguir aquello que en su pensamiento creía ser su servicio dellos, gozando de aquella dicha tan grande que se le ofrecía, por ser él ya de lo bajo a lo alto de la rueda de la fortuna subido, acordó que sin más dilación pusiese en obra aquello con que, no solamente pensaba asegurar su reino para siempre, echando dél aquellos sus grandes enemigos, mas ensancharle y crecerle, con otro tanto o por ventura más, quedando el mayor príncipe que nunca en Persia reinó, y para esto hizo hacer muchas cartas para los altos hombres de Oriente, que con sus mensajeros les envió, las cuales decían así.

 

CAPÍTULO CXXIII. De la carta que el rey Armato envió a todo el paganismo. «A todos los soldanes, califas, tamorlanes y reyes, y otros cualesquier grandes señores de la ley pagana, de las partes de Oriente, así de de la mano como desalido la siniestra. el reydeArmato de Persia, caudillo frontero, defendedor todo diestra, el paganismo, de la Yo prisión nuestros enemigos por milagro de los dioses en que adoramos, os hago saber cómo agora nuevamente es levantado un caballero, decendiente del troyano Bruto, aquel que mató el fuerte gigante que la grande isla señoreaba, y por causa de su nombre la intituló Bretaña la Grande. Pues este nuevo caballero que digo agora, ya sea por el querer de los nuestros dioses, si enojados los tenemos, o por el del suyo, cuya ley sostiene, que poco tiempo há que en la ciudad de Jerusalén fue crucificado; viniendo por su sola persona a la montaña Defendida, matando a los dos jayanes valientes en armas, Matroco y Furión, y a otros caballeros, por señor de la montaña quedó. Y yo, considerando ser aquello en perjuicio y peligro de nosotros, dispúseme por mi persona y con mis gentes a la cercar. Y teniéndola en el cabo, por gran desventura y engaño por este dicho caballero fui preso y tenido hasta agora en su poder, donde, por la merced de nuestros dioses, como dije, fui salido. »Pues no contento este tan mortal enemigo, en tanto que preso me tuvo me tomó dos villas, puertos de mar, las más fuertes de todo mi señorío. Así que, ya la fortuna le ha puesto en parte donde mis fuerzas no bastan para le resistir, porque ese malo falsario emperador de Constantinopla, quebrantándome las treguas que con él tenía, le favorece y ayuda con todo su poder, de manera que si remedio no se pone, yo, que por escudo de todos estoy puesto, en poco tiempo seré destruido, perdiéndose este señorío, que de todos es amparo y defensa; por lo que os ruego y amonesto con nuestros dioses, queráis por su servicio y por vuestra salud y mía, tornar sobre ello, viniendo por vuestras personas con tantas gentes, que no solamente se lanzado este tan mortal enemigo de vuestro Señor, mas, cerca de aquel traidor en su ciudad de Constantinopla, donde por los dioses tengo prometido que por su larga barba arrastrando lo sacaré, poniéndolo en poder de vosotros. Así que, muy altos príncipes, desto tal redundará que el pensamiento de aquel malo se le torne al revés, que pensando ganar lo nuestro, perderá lo suyo».

 

CAPÍTULO CXXIV. Cómo después de ser convocados Los reyes paganos por todos lugares Con tantas de fustas que cubren los mares En puerto de Tenedón fueron juntados Adonde los reyes no siendo contados Ni otros caudillos y fuertes jayanes De solos califas y grandes soldanes Más de quinientos fueron llegados. Muchas cartas fueron portoda el tenor desta escriptas, y por mandado aquelenrey de Persia con mensajeros, que con diligencia tenía él confianza que las de darían la parte que enviadas deseaba. Los cuales llegados en aquellas tierras, así en la firme como en las islas de mar, y por aquellos muy altos hombres vistas, y oído lo que los mensajeros dijeron, como entonces en gran paz y sosiego estuviesen, deseando con el gran reposo ejercitar sus personas y gentes en servicio de sus dioses, fueron con tanta gana y voluntad levantados a lo remediar, como si ellos todos fueran uno, y en una voluntad y querer se guiaran; y haciendo mensajeros sobre ello unos a otros, fue acordado que sin más dilación cada uno en su imperio y reino aparejase la mayor flota y más gente que haber pudiese, y que a día señalado fuesen todos juntos en el puerto de Tenedón, cabe la destruida Troya. ¿Qué os diré, sino que las flotas fueron tantas, y las gentes en tanto número, con lenguajes desvariados unos de otros, que todo el mar fue cubierto, que casi agua en él no parecía? Allí venían todos aquellos emperadores y reyes en persona, así blancos como negros, sin que ninguno en su tierra quedase; allí traían sus caudillos, muy diestros en toda manera de guerra; sus almirantes, que del arte del navegar eran grandes maestros; tantas gentes, que salidos en tierra, cubrían los campos, secaban los ríos por do pasaban, que para su beber no daban abasto. Finalmente, eran tantas las gentes, que en ninguna escriptura no se halla, desde el tiempo de aquel gigante Nembrot; y más quiero que sepáis, que fue dicho por cierto que solo de los grandes, sin que de rey a abajo se contase, hallaron más de quinientos; en las otras gentes no había cuenta.

 

CAPÍTULO CXXV. Cómo por consejo del conde Frándalo Bellériz y Talanque y Maneli se partieron de la montaña Defendida por saber nuevas del rey Armato y de las dos sabidoras y de lo que en en este viajes les acontenció. Esplandián, que a la montaña Defendida se fue, como se os dijo, estaba con mucho dolor de su corazón por la pérdida de Urganda, que fue en tal manera, que siendo en su presencia, no la pudo socorrer, y habló con el conde Frándalo, diciéndole: «Mi verdadero amigo, yo estoy como fuera de seso, que por ninguna manera me puedo consolar ni darme remedio, acordándoseme cómo Urganda vino con mucho amor a nos ver y hacer compañía en la ida que a la corte del Emperador hecimos, y la grande honra que con ella nos vino, y que delante de nosotros recibiese tanta desventura cual nunca otro recibió; sabed que estoy en punto de me tornar loco o desesperar de mi vida. Así que, mi grande amigo, aconsejadme y ayudadme a que la cobremos; que, después de Dios, en vos es mi remedio, según la noticia que desta tierra tenéis. Y sepamos si es muerta o viva; porque si muerta fuere, creed que las cruezas que en esta gente yo haré, si la muerte no me ataja, serán tales, que a todo el mundo pornán espanto. Y si por ventura fuere viva, no dudaré peligro ni muerte hasta la cobrar». El conde Frándalo le dijo: «Señor, en aquella congoja que os veo estoy yo, porque a mí me toca como si de aquella dueña hubiera recebido muchas honras, y en lo que por la obra se verá, se conocerá mi voluntad. Y en esto que mandáis que os aconseje, digo que estas cosas temporales no se deben tener por ninguno como proprias, antes el dolor que por su causa nos viene, se debe tomar con aquella templanza que las ajenas cosas ellas mismas aconsejan. Acuérdeseos, Señor, en cuán poco tiempo fue preso aquel rey desta tierra, y sacada de la cueva la infanta Melia, donde encantada por más de sesenta años estuvo, sin que ninguno lo pudiese estorbar. Y como después fueron llevados, pasando la mar, a aquella gran corte, donde, al parecer de todos, aunque sueltos los dejaran, no se pudieran a su tierra volver; y cómo allí, donde remedio no tenían si de piedad no, allí les vino la salud para su deliberación. »Pues ¿qué podemos decir ni determinar en estos juegos de la mudable fortuna? Por cierto, a mi ver, no otra cosa, sino que los que en lo alto son subidos, que teman caer, como muchos lo han hecho; los cuales antiguas muestran; y aquellos quemienseñor, lo bajola son puestos, que tengan de esperanza de las subir dondecorónicas los otroslohan decendido; y así vos, tened, quitando de vuestro pensamiento esa congoja y afición, de que ningún provecho, y gran daño os puede venir, y pensemos en el remedio dello, y lo que a mí por el presente ocurre es, que mi sobrino Bellériz, que la tierra muy bien sabe, tome algún hombre de quien podamos saber qué se ha hecho desta dueña, y según la nueva, así podamos tomar el consejo». Esplandián fue con esto muy consolado, y díjole: «Mi amigo, pues a vos dejo yo el cargo, que así como lo habéis dicho se ponga en obra, y luego, sin más dilación». Frándalo habló con su sobrino, que muy buen caballero era y muy leal, y mandóle que tomase

otros dos caballeros de aquellos, y procurase saber de algún hombre de los contrarios qué se hizo del rey Armato y de aquellas mujeres que con él fueron. Bellériz díjolo a Talanque y a Maneli, si querían ir aquel viaje con él; ellos con gran placer, como aquellos que no deseaban otra cosa sino salir por aquella tierra, y buscar algunas aventuras donde honra y prez pudiesen ganar, dijeron que de grado irían con él donde él fuese.

 

Y tomando sus armas y cabalgando en sus caballos, salieron de la montaña Defendida a la media noche; y yendo por un camino, dijo Talanque: «Bellériz amigo, mucho os rogamos que porque tenemos deseo de nos hallar en esta tierra en algunas aventuras, que nos guíes a tal parte donde las podamos hallar». «Buenos señores», «las aventuras se hallan cuando los hombres no piensan, y muchas veces con grande aficióndijo las él, buscan y no pueden ser halladas. Pero hay aquí una fuente, llamada la Venturosa, que en ella, o cerca della, ocurren algunas cosas extrañas; si vos pluguiere, guiarvos he allá». «Mucho nos haréis alegres», dijo Talanque, «en que lo hagáis». «Pues seguidme», dijo él. Así anduvieron todo lo que de la noche quedaba, y siendo ya el día claro, vieron a ojo la fuente con el paño de oro, que a los pilares de metal se ataba, y la cama de seda que la infanta Heliaja allí mandó dejar cuando en ella la prendieron, como ya es contado. Y yendo ye ndo hacia la fuente, siendo ya cerca, vieron echada en la cama una serpiente muy grande, y como los vido, levantó la cabeza, dando silbos; mas los caballeros fueron al más andar de sus caballos contra ella por la herir; y la serpiente se levantó, y comenzó de huir a unas peñas que cerca de allí estaban; y los caballeros la seguían muy bravamente; aunque sus caballos la recelaban tanto, que no podían a ella llegar. Cuando la serpiente se vio aquejada comenzó a dar grandes gritos, que parecían de mujer que cuita hubiese. Y luego salieron de la montaña cuatro caballeros bien armados en hermosos caballos, dando voces, diciendo: «No pongáis mano en la doncella; si no, muertos sois». Entonces se encontraron unos a otros muy bravamente, y las lanzas volaron por el aire en piezas, pero ninguno dellos cayó, y pusieron mano a sus espadas, y fueron por herir a los caballeros de la montaña. Mas ellos dijeron: «Pues que la doncella es en salvo, no tenemos aquí más que hacer, ni nos es mandado». Y volviendo las riendas a sus caballos, se metieron por las espesas matas, sin que más los pudiesen ver, y tornando a la serpiente, viéronla a la puerta de la cueva, donde ellos no podían llegar. Así que, dejándola, a su viaje, riyéndose de lo quearmado les había pasar adelante, mirarontornaron la fuente, y vieron cómo un caballero de acaecido. muy ricasYy queriendo hermosas armas daba a beber en ella a su caballo, y tornáronse para él, diciendo: «Caballero, ¿quién sois?» «¿Por qué lo preguntáis?», dijo él. «Porque queríamos saber», dijeron ellos, «si nos conviene justar con vos». «Para eso», dijo el caballero, «no es menester saber quién soy; porque, aunque vosotros sois tres, no os dejaré yo hasta probar qué tales son los caballeros extraños».

Cuando esto fue por ellos oído, maravilláronse cómo tan osado les hablaba. Y Talante, que ya tomado había sus armas, dijo: «Caballero, pues en mí quiero que probéis lo que habéis dicho». Y desviándose uno de otro, corrieron los caballos contra sí, y hiriéronse en los escudos de tan grandes encuentros, que la lanza de Talanque voló en piezas, y la del caballero quedando sana, le sacó de la silla tan ligeramente, que casi no sintió la caída, de que mucho se maravillaron sus

 

compañeros. Mas luego fue para él Maneli, y asimesmo lo derribó por aquella manera; y así hizo a Bellériz. Cuando ellos se vieron derribados por un solo caballero, mirábanse uno a otro como espantados; y llamaron al caballero a la batalla de las espadas, que querían lidiar con él uno a uno, sin que otro engaño fuese. Él les por dijo:la«Amontaña. mí me esLos mandado quecabalgaron no haga más y dando de las espuelas al caballo, se metió caballeros en desto»; sus caballos, y queriendo ir en pos dél, oyeron a su s u siniestra unas voces muy doloridas en la halda de la montaña, m ontaña, y dejando la vía que querían llevar, acudieron allí por saber qué fuese; y entrando en las primeras matas, vieron venir una mujer desnuda y descabellada, corriendo, dando voces, y un león tras ella, que a vista dellos la alcanzó, y con sus fuertes uñas la abrió toda por las espaldas. Los caballeros, habiendo della gran piedad, quisiéronla socorrer, y matar al león; mas él dio tan grandes bramidos, que los caballos huyeron con sus señores tan reciamente, que en ninguna manera los pudieron tornar hasta muy gran trecho. Y cuando volvieron, ni hallaron el león ni la mujer. Bellériz les dijo: «Señores, si desta fuente no os desviáis, nunca nos faltarán cosas extrañas; que aquella infanta Melia dejó estas que hemos visto, y otras infinitas que por esta montaña se muestran». Maneli le dijo: «Amigo mío Bellériz, sino porque hemos de llevar recaudo de aquello por lo que somos venidos, yo vos digo que no me partiera de aquí hasta ver todas estas aventuras, cuantas ver pudiera. Pero bien será que, dejándolas por agora, vamos a aquella parte donde más conviene». Y apartándose de la fuente y de la montaña, tomaron otra vía, y llegando a una ribera, vieron debajo de unos árboles hasta diez hombres desarmados y dos mujeres en sus palafrenes; la una dellas era asaz hermosa y bien vestida. Como los hombres vieron a los caballeros, huyeron por la ribera, en que había mucha espesura de árboles, y las mujeres fueron por ellos tomadas, y viéndose así desamparadas de sus hombres, y puestas en la voluntad de los ajenos, comenzaron de llorar; Talanque les dijo: «Amigas, no lloréis; que ni a vosotras, por ser mujeres, ni a vuestros hombres, por estar desarmados, no haremos ninguna cosa desaguisada; y decidnos una cosa, si la sabéis, sin que en ella haya sino la verdad». La doncella, algo consolada con aquella cortesía que les ofrecían, dijo: «Preguntad, señores, lo que os placerá; que si por nos es sabido, decir vos lo hemos». «Agora nos decid», dijeron ellos, «todo lo que del rey Armato sabéis». «Lo que nosotras sabemos», dijo ella, «es que ese rey que decís, por muy gran maravilla es venido en su reino, y trajo consigo a la vieja infanta Melia, que así como él presa estaba en poder de cristianos; y otra mujer, que dicen todos que es de la más sabidoras que hay en el mundo, y llámanla Urganda la Desconocida, la cual está metida en una torre, al un cantón de la plaza de Tesifante, y dícese que la infanta Melia la tiene encantada tan fuertemente, que si por su voluntad,

y no por otra vía ninguna, no puede de allí salir». «Pues decidnos», dijeron ellos, «qué hace el rey Armato, o qué ha hecho después que vino de la prisión». «Señores», dijo la doncella, «lo que ha hecho es, dar muchas gracias a los dioses y hacerles grandes ofrendas por la buenaventura en que le han puesto, y dícese que ha enviado cartas con

 

muchos mensajeros a todos los reyes paganos de Oriente y a todas las islas del mar, que vengan a ayudar a poner cerco sobre Constantinopla, y ya le son venidos mensajeros que la gente viene en tanto número, cual nunca jamás se vio desque el mundo fue establecido hasta agora». Cuando aquesto fue por aquellos caballeros oído, dijeron: «Según estas nuevas, no nos cumple poner obra en buscar otras aventuras extrañas; que ningunas pueden ser tales que a estas igualen». Y tomando consigo aquellas mujeres, asegurándolas que ningún desaguisado les sería hecho, se tornaron, sin que ningún impedimento les acaeciese, a la montaña Defendida, donde llegaron a una hora de la noche, y allí hicieron que aquella doncella contase a Esplandián y a aquellos caballeros las nuevas que habéis oído, así de lo de Urganda como de la gran gente que el rey Armato esperaba. Y después que hubieron cenado con muy gran placer y gran risa de todos, contando de las aventuras que hallaron a la fuente Aventurosa, y cómo un caballero los derribó a todos tres tan ligeramente, fuéronse a dormir, llevando consigo la doncella Carmela a aquellas dos mujeres, que siendo ya el día claro, dándoles sus palafrenes, se partieron donde fue su voluntad.

 

CAPÍTULO CXXVI. Cómo los mares tentase correr Tartario viendo las ondas troyanas troyanas Todas cubrirse de flotas paganas Al buen caballero lo hace saber El cual deseando remedio poner Al mesmo cosario con un caballero Envía que sepa la parte primero Por dónde se muestra la armada mover. Estas nuevas aquellas no grandes gentes puso a Esplandián y atres aquellos caballeros en que muy oís grandecuidado, sabiendo cuálque seríavenían, mejor:leso se repartir en aquellas villas para las defender, haciéndolo saber al Emperador, o se ir a meter en Constantinopla, porque allí recibiesen en su defensa todo el peligro que venir les pudiese. Y antes que se determinasen, llegó al puerto un sobrino del almirante del Emperador, que Tartario se llamaba, que andando en compañía de su tío, gobernando él toda la flota en su ausencia, alzósele con seis navíos gruesos, haciéndose cosario contra los turcos, y cuando dellos no podía haber presa, tomábala de los cristianos si podía. Este Tartario, corriendo con sus navío a la parte de Troya, vio venir aquellas grandes flotas de los paganos por la mar, en tanta cantidad, que él fue muy espantado de las ver, y cómo se recogían en el gran puerto del Tenedón; y como quiera que él pecador fuese, hubo piedad de los cristianos, según el gran peligro se les aparejaba, y acordó de lo hacer saber a Esplandián y a sus compañeros para que ellos pusiesen el medio que convenía. Y saliendo este cosario de las fustas, y subido al grande alcázar, contóles todo lo que vido, haciéndolos ciertos que nunca por escriptura ni memoria se podía hallar tan gran número de gente como aquella era. Ellos le dieron las gracias por el tal aviso, y acordáronle que tornase a vista de aquellas gentes, y Bellériz con él en la barca, y que aguardase si aquella gente, al mover del puerto, enderezaban la vía contra aquellas villas que ellos habían tomado, o a la parte de Constantinopla; porque esto sabido, tomasen el consejo que se convenía tomar. Esto se puso luego en obra, que aquel cosario Tartario, arrepentido de los males que hasta allí había hecho, teniendo en su voluntad de los pagar en servicio de Jesucristo, salvador del mundo, en tal manera que le serían perdonados, él y Bellériz se partieron por la mar a cumplir lo que les estaba mandado.

 

CAPÍTULO CXXVII. Cómo Norandel y el conde Frándalo por mandado de de Esplandián se partieron para Constantinopla para hacer saber al Emperador de la gr grande ande armada de los turcos y de las cosas que con la infanta Leonorina y con la reina Menoresa pasaron. Partidos estos por la mar, como oído habéis, Esplandián y aquellos caballeros hubieron su acuerdo, que no sería buen seso esperar a que aquella gente moviese; porque en tanto que pensasen poner el remedio, podía venir algún impedimento que lo estorbase, por donde el Emperador se vería en gran peligro, y que mejor era aventurar a que aquellas villas se perdiesen o se socorriesen, que no una tan señalada cosa como era Constantinopla; que si aquella fuese perdida, todo lo otro lo sería asimismo, y acordaron que Norandel y el conde Frándalo, con todos aquellos escogidos caballeros, se fuesen luego sin más tardar al Emperador, y trabajasen con él cómo la ciudad se reparase de gentes y armas y pertrechos; que mandase alzar todas las viandas y recoger todas las gentes a los más fuertes lugares, y le dijesen que no temiese ninguna afrenta, por espantable que se mostrase; que tantos y tales serían en su ayuda y servicio, que sus enemigos no los osarían esperar, o si esperasen, serían todos muertos y confundidos, y que Esplandián quedase y el rey de Dacia allí, y con él Gandalín y Enil, para llevar el socorro; porque esto no era razón de lo hacer hasta que Bellériz viniese con la certenidad dónde la gente llevaba la vía. Muy gran placer sintió Norandel con aquel acuerdo, porque lo que por él fuese hecho, sería en la presencia de aquella reina que él tanto amaba, y por quien siempre sentía en su corazón grandes cuitas y mortales deseos, que de sentido le sacaban, tanto, que si la esperanza le faltase, le faltaría sin duda la vida. Y asimismo lo hubo el conde Frándalo, por poder servir al Emperador en tal jornada las mercedes que le hizo. Pues todos los caballeros no sintieron en sus ánimos menos alegría, considerando que aquel era el fin de su bienaventuranza, en que sirviendo a su señor, pudiesen mostrar claras las valentías de sus cuerpos y el esfuerzo de sus corazones, y que si por él estaba prometido que allí muriesen sus cuerpos, que habiendo piedad de sus ánimas, serían en la gloria para siempre. Pues luego fueron armados de aquellas armas de la cruzada que Urganda les había dado. Y entados ellos y sus caballos en la mar, allegaron al puerto de Constantinopla, donde por el Emperador fueronlecon placer que recebidos, preguntándoles por qué causa su tornadalasfuehabía tan presto. Norandel dijomucho las nuevas en la montaña Defendida supieron, y cómo sabido, y que Esplandián y ellos tuvieron por mejor consejo que, quedando él en la Montaña para dar remedio en el socorro, si menester fuese, ellos estuviesen allí en su servicio; y dijéronle todo lo otro que oístes. El Emperador, como después que vio la profecía, siempre le ocurría della gran sobresalto, luego pensó que el cumplimiento de lo que decía era venido sin que remediar se pudiese. Pero teniendo confianza en Dios, a quien él servir deseaba, acordó con mucho esfuerzo y gran diligencia de se defender, porque si mal le viniese, más a la fortuna que a él se le pudiese imputar. Y luego mandó allí venir toda la más gente de armas de su imperio y todas las provisiones que hallar se pudieron,

y proveer la ciudad de muchas armas, y así proveyó en todo lo otro que cumplía, con acuerdo de aquellos caballeros. Leonorina, por consejo de su padre, envió a decir por una doncella a Norandel y al conde Frándalo que la viesen, que ella les quería hablar, y a todos los otros caballeros que la quisiesen ver; que mucho placer le había dado su venida. Ellos, cumpliendo su mandado, fuéronse donde ella posaba, y halláronla en su rico estrado, y la reina Menoresa con ella, y otras muchas dueñas y

 

doncellas de alto linaje. Y como los vido, levantóse a ellos, y hincadas las rodillas, le besaron las manos. Norandel se fue a la Reina su señora, que él mucho amaba y de quien muy amado era, aunque no se lo había mostrado; y hincadas las rodillas ante ella, porfió por le besar las manos, mas ella las tiró atrássentía, y hízolo levantar, se vioque antelo ella, las carnes le temblaban del gran placeragora que su corazón y con algunay como turbación semejante causar suele, le dijo: «Señora, lo tengo yo por buenaventura, porque la fortuna me es tan favorable en haber traído a esta necesidad, donde en vuestra presencia y en vuestro servicio pueda ejecutar lo que mi voluntad desea, que será de tal forma, que gran sinrazón sería que de vos, mi señora, no fuese amado y tomado por su caballero, con aquel amor que el muy cuitado corazón vos tiene, o recebir en ello la muerte. La cual, si desto que digo la esperanza perdida tuviese, sería de mí muy bien recebida, como aquella que daría remedio a mis dolorosas cuitas, que más amargas y más mortales que ella es las siento»; y no pudo sufrir que las lágrimas a sus ojos no viniesen. La Reina, que lo miraba bien, vio que todo señorío y poderío tenía sobre él, y como ella lo amase más que a su propia vida, pensó que, según el gran esfuerzo deste caballero, junto con aquella pasión tan enamorada, que en la primera afrenta que se hallase querría hacer tanto, que su vida sería en gran peligro, de donde a ella se le seguiría gran dolor, y dijo: «Amigo, señor, no quiero yo que por mi causa seáis puesto en tales afrentas, que más a locura que a esfuerzo se juzguen, porque por donde me pensáis ganar, por allí me perderéis. Y si esto es porque vos tome por mi caballero, desde agora vos recibo con esta condición: que vuestro esfuerzo sea templado y con discreción, que esto hace a los caballeros ser muy loados y acertar en todas las más cosas que emprenden, y cuando desta límite salen, aunque la valentía en su honra quede, la discreción deshonrada y menoscabada queda; y en esto que vos mando quiero ver cómo en todo lo otro me seréis obediente». Cuando Norandel esto oyó, el placer suyo fue tan grande, que perdidos casi los sentidos, no pudo responder, lo cual fue ocasión de acrecentar la llaga del corazón de aquella que tanto le amaba; y bajó la cabeza como por humildad. Leonorina, como quiera que con el conde Frándalo y con algunos de los otros caballeros hablase, bien pensaba en lo que aquellos dos enamorados podían hablar; y porque estorbo no les viniese, tenía en razones a los otros. Y después de algunas hablas, dijo al Conde: «Amigo, ¿qué tal queda el mi caballero, y por qué no vino en vuestra compañía?» «Señora», dijo él, «aquel caballero, que no merece ser sino de Dios y vuestro, ha estado con mucha congoja por la pérdida de aquella tan su amiga, y si no fuera por esta gran nueva, que todo lo otro le ha hecho poner en olvido, acá, Señora, supiérades lo que hiciera por su delibración. Mas, como digo, esto es tan grande, que no ha de entender en otra cosa alguna sino en lo reparar. Él queda para saber dónde van a parar aquellas grandes flotas de gentes. Y si, como se ha dicho, aquí vienen, luego enviará cartas y mensajeros donde tantos y tales caballeros le acudirán, que no será tan crecida gente que de sus manos pueda salir, sin que todos sean muertos y perdidos».

«Así plega a Dios, mi buen amigo», dijo Leonorina, «que sea ello como lo decís». «Así será», dijo él. «Y vos, mi señora, cuando en la hacienda fuéremos, ponedvos en parte donde podáis mirar, y allí veréis a lo que bastan y lo que pueden estos caballeros que a vuestro caballero aguardan».

 

Con esto se despidieron dellas, y se fueron al Emperador, que aguardándoles estaba.

 

CAPÍTULO CXXVIII. Cómo Esplandián certificado que la grande armada de los turcos para Constantinopla Constantinopla partía escribe las cartas que adelante se siguen. Esplandián, que en laenmontaña la nueva que el Tartario cosario Bellériz le trajesen, cabo deDefendida diez díasquedó, que deesperando allí los caballeros partieron, fueron estosy mensajeros tornados, y traían consigo en un barco cuatro turcos que tomaron de noche cerca de la grande armada. Destos supieron cómo el rey Armato y el infante Alforaj, su hijo, eran ya en la mar, con la más gente y navíos que haber pudieron, y se habían juntado con la gente; y que luego otro día después que los prendieron, partieron aquellas grandes flotas la vía de Constantinopla, sin tener ojo a otra ninguna parte; y que desto no dudase, porque ellos aguardaron tanto espacio de tiempo, que la gente era ya pasada gran parte, dejando muy atrás a las villas de Galacia y Alfarín. Oído esto por Esplandián, acordó de escribir una carta con Enil al emperador de Roma, considerando la gran deuda en que a su padre era; y otra de creencia a su tío don Florestán, rey de Cerdeña, las cuales así decían.

 

CAPÍTULO CXXIX. Carta al emperador de Roma. «Al muy alto emperador de Roma, Esplandián, siervo de Jesucristo, caballero de la Luciente Estrella, mando besar vuestras manos. »Acuérdesevos, Señor, que siendo más abastado de virtudes y nobleza que de estado ni riquezas, este Señor que digo, por la su divinal gracia, vos ha puesto en tal alto señorío, que hoy sois uno de los mayores ministros para sostener y acrecentar la santa fe católica; por donde más que a otro alguno vos obliga a seguir su servicio, poniendo la persona y el grande imperio, desechando el reposo y deleites, a todo trabajo por sostener la su ley santa. Y si así no lo hacéis, aquellas grandes riquezas, aquellas muchas genes que vos obedecen, aquellas dulzuras que vos acompañan, con todas las otras cosas temporales en que los mortales se envuelven, y con ellas se revuelven en amargos jarabes, en miserables tribulaciones, en la perdurable vida que esperamos serán convertidas, sin que el remedio dello la gran valentía, el esfuerzo del corazón, los muchos tesoros, los muchos vasallos aprovechar puedan; como creo yo que no agora nuevamente a vuestra noticia ser verdad habrá llegado. Pues venido al caso, sabréis cómo estando en esta montaña en compañía de otros nobles caballeros, dejando las locuras en que hasta aquí andaban, habiendo verdadero conocimiento, hemos hecho guerra a estos infieles, crueles enemigos del verdadero Señor nuestro; y habiéndoles ganado dos villas puertos de mar, las más fuertes de su señorío, y defendídolas con ayuda deste muy noble y muy católico emperador de Constantinopla, estando en disposición de les ganar todo el restante, este rey Armato, pagano, por se remediar a sí y por destruir a nosotros, ha convocado y llamado a todo el paganismo; los cuales, dejando sus tierras sin pena alguna, con grandes flotas y número de gentes, cuales nunca se halla ser juntas en ningún tiempo, son llegados al gran puerto de Tenedón, con voluntad de cercar esta gr gran an ciudad de Constantinopla; que si por su dicha y nuestra desventura la cobran, podrán cobrar sin mucho trabajo todo el imperio, y más adelante cuanto se les ofreciere. Así que, alto Emperador, cumpliendo con el Señor cuyos somos, con la vuestra virtud, con el grande esfuerzo, ayudad a poner aquel grande remedio que a la tal y tan peligrosa dolencia conviene. Lo demás se remite al mensajero».

 

CAPÍTULO CXXX. De otra carta a don Florestán su tío rey de Cerdeña. «Noble rey de Cerdeña, don Florestán, mi tío: Yo escribo una carta al Emperador, que Enil vos mostrará, y no las solamente se ha de vuestras procurarqueel hasta efectoagora dellapasastes, por vos,fueron mas recordar en peligro vuestra memoria cómo grandes valentías más en gran de vuestra persona que en provecho de vuestra ánima. Y pues el muy alto Señor os ha llegado a tal edad y a tal señorío, haciéndoos señalado en el mundo, procurad vos que la fin no sea diversa de su servicio; pues que con ella, siendo cual debe, reparando los yerros antes que vengan, se alcanza aquello verdadero que no vemos, quedando lo que vemos por una burlada locura, como lo es; y porque Enil vos hablará más largo, a él lo restante remito».

 

CAPÍTULO CXXXI. Cómo Esplandián envió a demandar ayuda por Gandalín a los reyes y altos hombres en este capítulo contenidos. Despachadas cartas en porque Esplandián, acordó que siGandalín su padre,y asimesmo y le contase aquel tan granestas casodos y peligro la cristiandad estaría remediofuese no seapusiese; le dijese de su parte que fuesen por él requeridos el rey de Sobradisa, don Galaor, y Galvanes, y el rey don Bruneo, y don Cuadragante, señor de Sansueña, y Dragonis, rey de la Profunda Ínsula, y Gasquilán, rey de Suesa, y Agrajes; y aun que, si le pareciese, que lo hiciese saber al rey Perión, su señor, que sería bien; porque si con su persona cumplir no pudiese, que cumpliría mucho con su ánima, y si no, que enviaría su gente; y también encargó a Gandalín que besase por él las manos al rey Lisuarte, su abuelo, y a la reina Brisena, y les dijese todo el negocio en que estaba. Y que pues el poderoso Señor les dio su gracia, que en vida tan santa acabasen, que lo ayudasen con sus oraciones y con todas las otras de los religiosos de aquel reino, y que dijese a su padre que su parecer era que todas las flotas se juntasen en el puerto de la ínsula Firme, porque de allí juntas partiesen; y esto, que se hiciese con gran diligencia, porque a la hora era ya puesto el cerco sobre Constantinopla, y diese a su padre una carta que así decía.

 

CAPÍTULO CXXXII. Carta de Esplandián a su padre. «Noble y esforzado rey de la Gran Bretaña, mi señor y mi padre: Vuestro hijo Esplandián, siervo de Jesucristo, caballero la más Luciente Estrella, manda vuestras Señor,La es venido el tiempo en quedepagar podéis aquellas deudas que labesar fortuna hastamanos. aquí osAgora, ha ofrecido. primera, de nuestro Señor Dios, que os hizo extremado sobre todos los príncipes del mundo, en todas aquellas cosas que a caballero y a rey pertenecen, por donde a la honra y estima vuestra ninguno igualar se pudo. La segunda, aquella gran carga que sobre vos tomastes en aquella ayuda y favor que deste noble emperador de Constantinopla os fue hecha, cuando más menester la hubistes, que fue causa de ser vos puesto en la mayor alteza que ninguno de los mortales. Pues si decimos de la tercera, que fue gastando vuestro tiempo, empleando vuestras fuerzas muchas veces en grandes peligros, en la vana gloria deste mundo, de que perdón os conviene pedir, con esto que al presente nos ocurre, queriendo vos, gran rey, seguir la verdadera razón, todas ellas serán purgadas. Y por ser tal el mensajero, que va informado de todas las otras cosas a esta tan gran necesidad necesarias, se da fin a esta, besando las manos a la Reina, mi madre y mi señora».

 

CAPÍTULO CXXXIII. Cómo el emperador de de Roma y don Florestán recebidas las cartas acordaron entre sí que luego don Florestán con la gran fflota lota del Emperador para el puerto de la ínsula Firme se partiese. Con estas cartas que habéis oído, partieron de la montaña Defendida aquellos dos caballeros Enil y Gandalín, en una barca, con hombres que los guiasen, y remándola por la alta mar, aunque con algún peligro, el Señor más alto y más poderoso de todo el mundo, viendo cómo iban en su servicio, los hizo llegar en cabo de quince días a un puerto de Roma que Laudato había nombre; y allí, salido Enil en tierra con sus armas y caballo, se fue donde supo que el Emperador estaba, porque le dijeron que el rey don Florestán nunca dél se partía. Y llegado en su presencia, después de le haber besado las manos, les dio las cartas de parte de Esplandián. El Emperador, tomando la suya, dijo riyendo: «Enil, mi amigo, si fuera por ventura esta embajada como la otra que me llevastes al real de Vindilisora, ¡qué gran sobresalto me pusieras!» «Señor», dijo Enil, «aunque en cantidad esta muy menor sea, en cualidad mucho mayor es, según la gran diferencia que es entre el prometimiento a los hombres o al más verdadero Señor». El Emperador dijo: «Según me parece, lo que en burla vos dije, en verdad se habrá de tornar». Y abriendo la carta, la leyó, de que fue muy maravillado y muy alegre, pensando que en la tal jornada podría servir a Dios algo de las grandes mercedes que le había hecho. El rey don Floristán leyó la suya, y después la del Emperador, y dijo: «Bendito sea el Señor del mundo, que a tal tiempo nos dejó llegar, porque en cosa tan señalada se remedien las locuras pasadas, que contra su servicio hemos hecho». Y luego, sin más tardar, fue acordado que aquel valiente y esforzado rey de Cerdeña don Florestán, tomando consigo la gran flota del Emperador, proveída de la mejor gente que en todo el imperio haber se pudiese, y otra suya, se fuese luego a aquel puerto de la ínsula Firme, donde por Enil les fue dicho que todos se habían de juntar. Así que, desto, aunque muy gran gente fue, no se hará por agora mención hasta su tiempo.

 

CAPÍTULO CXXXIV. Cómo Gandalín presentó las cartas al rey Amadís y a la reina Oriana y del sobrado placer que con él hubieron. Después que Gandalín de Enil fue partido, navegando en la barca, aportó en la Gran Bretaña, y salido en tierra, se fue para Londres, donde el rey Amadís su señor estaba; y cuando fue ante el Rey y ante la reina Oriana, ¿quién os podría decir el gran placer que con él hubieron, abrazándolo muchas veces con lágrimas en sus ojos, recordando en sus memorias cuántas veces en los pasados tiempos fueron por sus consejos y consuelos tornados de la cruel muerte a la sabrosa vida? Y aunque al presente Dios los había puesto en tan grande estado, como ser señores de tantos reinos, según los trabajos y fatigas, así corporales como espirituales, los fatigaban, aquella tan sabrosa vida pasada, de tanta dulzura y de tanta amargura, como las pasiones y deleites enamorados traer suelen trocarían; que si en su mano fuese, y no tan por entero sus conciencias y honras aventurasen, antes en aquello pasado que en lo presente deseaban pasar su tiempo; porque por su ejemplo, aquellos que con demasiadas codicias, no curando de pensar en lo alegre y triste venidero, ponen todos sus cuidados y trabajos por alcanzar los bienes mundanales, no se acordando cómo los que los poseen pasan por causa dellos muchas cuitas, muchos dolores y fatigas en este mundo, y en el otro, donde remediar no se pueden, con más templanza los procurasen, como cosa que teniendo cabo, por el cabo no se debían de amar, como por las antiguas escripturas nos es mostrado, y por los muy grandes sabidores, que con tanta certinidad y afición en sus famosos dichos alabaron la pobreza.

 

CAPÍTULO CXXXV. Cómo alterada de justo temor Con lágrimas tristes y todo letijo9  Impide la madre la ayuda del hijo Temiendo del padre peligro mayor; Mas luego le hace la fuerza mayor Que quiera lo que antes querer no quería Al hijo con padre dando por guía La más clara seña del alto Señor. Pues la carta porplacer Gandalín al rey y asimismo todo señora, lo otro ved que de encargado trajo,dada con muy gran el Rey dijoAmadís, a la reina Oriana: «Mi estapalabra carta de vuestro hijo, y lo que Gandalín dice, y ayudad a que socorrido sea, no me poniendo a mí algún premio fuera de la razón, porque en mi ida está la de todos aquellos que él allá querría tener». Oriana, que el gran peligro vido, dijo: «¡Ay santa María, váleme! y ¿qué será de mí, que tengo perdido mi hijo, y así lo quiere ser el padre?» Y comenzó de llorar, torciendo sus manos una con otra. Gandalín le dijo: «¿Qué es eso, Señora? ¿No se os acuerda que sois hija y mujer de los dos reyes mejores del mundo, y madre de aquel bienaventurado caballero cual nunca, desque el mundo fue establecido hasta nuestro tiempo, tal no se halló, que en tal cosa como esta, que está en punto de ser toda la cristiandad perdida, y vuestro hijo hecho pedazos, mostráis tan gran flaqueza? Por cierto, de persona tan señalada que no se halla su igual en el mundo, no se esperaba lo semejante». «Amigo mío Gandalín, no me culpes; que, según lo que por mí hasta agora ha pasado de angustias y dolores y grandes congojas, hasta venir en esto en que estoy, por donde muchas veces la muerte demandé, agora creyendo ser fuera de todo, me venga cosa de tan grande peligro. A Dios pluguiese, por su infinita bondad y misericordia, que estando en el mundo como una simple mujer olvidada, todos esos grandes señoríos de mí fuesen apartados. ¡Ay mezquina de mí! y ¿qué me aprovechan? ¿Es otra cosa este reinar sino tener obligación de castigar y salvar a todos? Y no solamente estar siempre mi cuitada ánima en gran peligro de su salvación, y más, que cada hora y momento se levanten cosas por donde mi espíritu en tanta aflicción puesto sea, que ninguna memoria de placer ni descanso en mí quede».

El rey Amadís la tomó por las manos y le dijo: «Mi señora, ¿sufriréis vos que aquel vuestro hijo, tan señalado en el mundo, sea muerto sin que de su padre sea socorrido? Nunca a Dios plega que por mi señora, granmi crueza; pues si, demás desto,en soyqué yo obligado a aquel todovos, el mundo lo pase sabe,tan y vos, amada señora, lo vistes, tiempo me fue élemperador, tan buen 9

  Letijo vale tanto como «contento, alegría», del latín laetitia; si bien parece que el sentido requería una palabra que expresase angustia o tristeza.  

 

amigo. Así que, con aquel ánimo que, siendo doncella sin ningún mando, las fortunas pasadas sufristes, sufrid agora que Dios os hizo reinar; ensanchando el corazón la discreción, como es el gran señorío en que puesta estáis; que si lo uno con lo otro no cabe, muy mal gobernar ni avenir la pueden». La Reina,con abrazándose con el Por Rey, cierto, dijo: «¡Ay cuántas me que ensalzaste, y después me abajaste fuertes golpes! no fortuna, puedo decir de veces ti sino tu destemplanza es provechosa templanza, si considerarla quisiésemos, echándola más a la parte de la razón que de la falsa afición. Y pues que tú, fortuna, eres la guiadora de las mundanales cosas, yo me pongo debajo de tu ley, rogándote que en las adversidades pasadas te contentes, y en las venideras me seas benigna y graciosa; y aunque a ti, fortuna, se endereza mi ruego, no lo hago sino a aquel más alto Señor, que por su voluntad es el tu poder guiado».

 

CAPÍTULO CXXXVI. Del gran sentimiento que el rey Lisuarte y la reina Brisena mostraron después que Gandalín la embajada de Esplandián les contó. Desque ya Gandalín la pasión de la reina Oriana amansada vido, dijo al Rey: «Señor, yo tengo de besar las manos por vuestro hijo, que me lo mandó, al rey Lisuarte y a la Reina, sus abuelos; y en lo que él os escribe poned remedio, y luego, como en la cosa más señalada y más peligrosa que en el mundo se podría levantar». Y despedido dél, se fue al castillo de Miraflores, donde sabida por el Rey su venida, mandó que se lo trajesen, y porque bien pensó de oír nuevas de aquel su nieto, que más que así amaba; y llegando Gandalín, hallóle que estaba rezando sus horas debajo de unos árboles muy hermosos, que unas fuentes con su gran sombra cubrían, y hincando las rodillas, le besó las manos, diciendo: «Señor, esto hago de parte de aquel a quel bienaventurado caballero vuestro nieto». El Rey, con mucho placer, le dijo: «Amigo Gandalín, vos seáis bien venido; decidme, ¿qué tal queda este mi hijo que decís?» «Señor», dijo él, «queda de salud muy bueno, y de congoja de espíritu con tanta pena, que para él es a par de muerte». «¿Por qué causa?», dijo el Rey. «Señor», dijo Gandalín, «por la mayor que nunca se sabe que fuese». Entonces le contó todo el negocio de la manera que quedaba, y lo que Esplandián rogaba que por él hiciese, que era, como se ha dicho, que con sus oraciones le ayudase. Cuando el Rey esto oyó, estuvo un rato que no habló, y bajando la cabeza, fue puesto en muy gran pensamiento; de manera que ni él hablaba con Gandalín, ni Gandalín le osaba decir ninguna cosa, maravillado a qué podría responder aquel silencio tan grande, y acordó de no se partir de su presencia hasta ver el cabo dello; pero ya el Rey en sí tornado, dijo: «Gandalín amigo, entrad donde la Reina está, y dadle nuevas deste que ella tanto ama, y por ninguna manera no le digáis la verdad de lo que pasa, sino que Esplandián, viniendo a esta tierra por nos ver, adoleció en la mar, y que queda en la ínsula Firme, y que, según dice el maestro Elisabat, es menester que lo traigan aquí, donde fue nacido y criado; que de otra manera estaría su vida en peligro». «Señor», dijo él, «así lo diré como lo mandáis». Y luego se entró en la cámara de la Reina, y besándole las manos, dijo: «Señora, aquel vuestro hijo Esplandián, que es hoy el lucero sobre todos los caballeros que armas traen, viniendo con

mucho deseo a esta tierra, fue su ventura de adolecer, y queda en la ínsula Firme; y vengo yo, por mandado del maestro Elisabat, a los reyes mis señores, que tengan tal forma que luego aquí sea traído, porque de otra manera su mal podría en gran peligro crecer». La Reina le dijo: «Mi amigo Gandalín, lo que vuestra presencia de placer me dio, la nueva que consigo trae lo ha turbado, y de tal manera, que mi triste corazón no sé yo qué se adevina; mucho más que la voluntad lo quería lo siente; porque adolecer las personas es cosa tan natural y tan usada, que poniendo el remedio que cumple, el espíritu descansa y reposa en mucho grado; mas

 

esto no es así, antes mi alteración es en tanto grado, como si mi ánima adevinase otras cosas de muy mayor dolor y tristeza». «Señora», dijo Gandalín, «hasta agora no hay causa por donde lo triste sobre lo alegre deba ser enseñoreado; pues en lo porvenir, ninguno es poderoso de saber a qué su sospecha redundará, según cadadiscreción, día vemosacómo la imaginación queda falta las todas las que máspor veces; y poralto esto, adonde hay tanta la mejor parte se deben echarentodas cosas el muy Señor son ordenadas». «Todo esto que vos, mi amigo Gandalín, me decís», dijo la Reina, «conozco ser así muy verdadero; pero la humanidad es en tanta flaqueza, y tan fuerte en nos sojuzgar, que olvidando lo divino, no podemos sino en todo lo más seguir lo que nos manda, y yo así lo hago; que cierto, como quiera que en los tiempos pasados, como vos bien sabéis, a mí muy grandes sobresaltos me vinieron, ninguno dellos tanta fuerza como este tuvo, de poner mi cuitado corazón en tanto desmayo ni en tanta cuita». Estas razones que habéis oído, pasaron entre aquella noble reina re ina y Gandalín, no sabiendo ninguno dellos a qué fin. Pero no duró ni pasó mucho tiempo en que fue manifiesto, por donde aquello que la Reina como en sueños adevinaba, en efecto de verdad pasó, como la historia adelante cuenta.

 

CAPÍTULO CXXXVII. Cómo Amadís hace hace saber al rey Perión su padre y al rey de Sobradisa y a don don Galvanes su tío la necesidad que su hijo Esplandián tiene de socorro. Salido Gandalín del castillo de Miraflores, y tornado en Londres en la presencia del rey Amadís, díjole todo lo que pasó con el rey Lisuarte y con la reina Brisena; él le respondió: «Amigo Gandalín, como este sea un famoso rey, como tú conoces, no puedo creer que en vano aquel su tan gran pensamiento pase, ni asimesmo aquella tan sobrada tristeza de la Reina; que muchas veces acaece antes que las cosas vengan a ser sentidas, con abiertas señales de tristeza no pensada. Esto dejémoslo a Dios, en cuyo poder todas las cosas son, que lo guíe a su servicio, y nosotros, que en las semejantes cosas andamos como ciegos, sigamos lo que la razón nos manda; yo he pensado que con el gran trabajo que en el largo camino has pasado, juntes esto poco, de llegar al rey de Sobradisa, mi hermano, con una carta mía; porque sabiendo el negocio de ti, mucho más que otro alguno le dará causa para que, poniéndose a toda aventura, deje en olvido el descanso y reposo en que está; y luego te pasarás al rey Perión, mi padre, y darle has otra, que con ella y con tu presencia será causa de gran remedio». Gandalín le dijo: «Señor, yo vine con este mandado de vuestro hijo, creyendo él que mejor que otro alguno lo tengo de poner en efecto, y por esto antes me será descanso que trabajo cualquiera cosa en que mejor cumplir se pueda». «Pues toma esta carta», dijo el Rey, «y lo demás se refiere a ti». La cual decía así.

 

CAPÍTULO CXXXVIII. De la carta que envió el rey Amadís a don Galaor su hermano rey de Sobradisa. «Hermano muy amado, rey de Sobradisa: Sabed que la fortuna, descubridora y trastornadora de las prósperas y adversas cosas temporales, nos muestra al presente una tan favorable y grande como de Gandalín sabréis, que nos da causa a que nuestros ánimos sin comparación en el extremo de la alegría puestos sean, y mucho más a las ánimas, según la mayor parte y más verdadera les cabe. Por eso, hermano, acordándoseos de los tiempos pasados en liviandades, en que por las seguir muchas veces al punto de la muerte fuimos llegados, y como quiera que los cuerpos en esta vida quedasen y las ánimas sin haber hecho dellas enmienda condenadas están, es razón que, volviéndonos a la verdadera razón, con todo cuidado reparemos aquello que casi como en olvido tenemos, así como por nuestros pecados nos acaece, que mirando lo presente y la esperanza en lo porvenir, el remedio de lo pasado muy poco cuidado nos pone. Aquí serán bien empleados los vuestros muy duros y fuertes golpes, aquí será ejercitado aquel grande esfuerzo de vuestro bravo corazón, aquí serán puestos en aquella gloria y alteza que merecen. Esta cata haced enviar a don Galvanes, mi tío, al que ruego que la haya por suya». Dada esta carta a Gandalín, para el rey de Sobradisa, don Galaor, y para don Galvanes, señor de la ínsula de Mongaza, el rey Amadís le dio otra para el rey Perión.

 

CAPÍTULO CXXXIX. De la carta que envió el rey Amadís a su padre el rey Perión de Gaula. «Rey muy alto, Perión de Gaula, mi señor y mi padre: Si el pasado tiempo os ha otorgado tan gran fama, por donde el gran prez y valor de vuestra real persona por todo el mundo es divulgado, este presente con dobladas victorias del cuerpo y del ánima se os ofrece. Las temporales cosas, conforme a la juventud, naturalmente consigo traen soberbia, cobdicia, vanagloria, con otros muchos vicios que en ofensa del muy alto Señor son, por donde la templanza para las resistir con la fresca edad muy trabajosa se nos hace; pero ya la edad más crecida, que más la discreción y el conocimiento aclara, nos manda y aconseja que con sus contrarios se remedie, tornando la soberbia contra aquellos infieles, que son en contra de nuestra santa ley; la cobdicia, que la tengamos muy hirviente para los destruir; la vanagloria, sentirla en haber cumplido lo que cumplida bienaventuranza nos promete; y porque a esto hace el caso lo que por Gandalín os será contado, mandad vos, muy alto rey, poner el remedio con que tan gran cosa remediarse pueda».

 

CAPÍTULO CXL. Cómo el rey Amadís casó a Gandalín con la doncella doncella de Denamarca y haciéndole conde le dio los castillos y tierra que de Arcalaús el Encantador habían quedado. Esto así despachado, el Rey dijo a Gandalín: «Mi amigo, yo quiero, antes que de aquí partas, que cases con la doncella de Denamarca; que ya sabes cómo, después de Dios, ella me dio la vida; pues la bondad de su persona, así como a mí, te es manifiesta; la Reina le ha dado un condado en galardón de lo que le ha servido, y yo tengo para ti todos los castillos y tierras que quedaron de Arcalaús el Encantador, que en uno dellos sabes que yo fui encantado, y puesto en la voluntad de aquel mal hombre de me dar la muerte o la vida, y tú en aquella cruel prisión suya metido, con muy poca esperanza della salir; y dejando todas las otras cosas aparte, en que el gran poder del más alto Señor nos muestra, ten en la memoria que, no solamente por gran dicha de allí fuimos librados, mas que ahora permitió que aquella hacienda dél tanto amada y defendida viniese a tus manos, sin que pensamiento dello tuvieses, en que se muestra el gran poder de la mudable fortuna; así que, mi buen amigo, pues que este es mi servicio y tu honra, no se dilate más el efeto dello; yo enviaré a tu padre que luego provea en tomar aquellos castillos, y mandaré a don Guilán, duque de Bristoya, que por mi mandado los cercó y tomó, que él te los entregue». Gandalín dijo: «Señor, yo soy vuestro, y hasta ahora nunca rehusé cosa que a vuestro servicio tocase; en esto que me mandáis cúmplase vuestra voluntad, que aquella es la mía». Pues luego fue desposado y casado con aquella doncella de Denamarca, que sin pensamiento desto del uno y del otro, mucho de buen y leal amor se amaban. Y él fue llamado conde y ella condesa, que así sus grandes servicios y lealtad lo merecían. Y pasadas las fiestas de sus bodas, el conde Gandalín se partió con estas cartas que ya oístes, mandándole el Rey que por allí diese la vuelta, porque lo quería llevar consigo en su flota, y cuatro escuderos con él, que le mandaba dar para su servicio, y todo lo que le fue menester para su camino.

 

CAPÍTULO CXLI. Cómo Amadís hace saber por sus cartas a don Gasquilán y a don Bruneo y don Cuadragante la necesidad en que Esplandián su hijo al presente estaba. El rey Amadís, despedido del conde Gandalín, como se os dijo ante desto, envió un caballero, que nuevamente a su servicio era venido, primo, hijo de hermano, de la señora de Flandes, que Handro10 había nombre; el cual, siendo muy señalado en armas en su tierra, oyendo decir cómo los más preciados caballeros del mundo, dejando sus tierras, se iban a servir a Dios en compañía de Esplandián; así él, queriendo seguir este camino, acordó de se venir a la Gran Bretaña, por pasar a aquella parte con la primera flota que allá fuese; y porque el rey Amadís tenía noticia de su bondad, hacíale mucha honra, y quísole poner en este camino con una carta al rey de Suesa, Gasquilán, y otra para don Bruneo, rey de Arabia, y Cuadragante, señor de Sansueña, las cuales así decían.

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  Las dos ediciones que tenemos a la vista dicen Handro; pero, atendida la incorrección y descuido que se advierte en este género de libros, pudiera muy bien que en su lugar hubiera de leerse Leandro. 

 

CAPÍTULO CXLIL. Carta del rey Amadís a Gasquilán rey de Suesa. «Si vos, esforzado rey de Suesa, con tanto cuidado y peligro, por servicio de aquella señora princesa que tanto amáis, vuestra noble persona en gran congoja tenéis puesta, que por una de las más livianas cosas temporales juzgar se puede, como yo por la experiencia lo haya probado, cuanto más lo debéis hacer en servicio de aquel Señor, que, siendo dél apartado todo lo malo, no queda ninguna cosa que a su gran poder contradecir pueda. Pues, como yo sea testigo que vuestro muy esforzado corazón no sea satisfecho sino con aquellas hazañas que imposibles parecen de se acabar; así, gran Rey, quiero ser consejero que sean empleadas en aquellas partes donde, aunque el cuerpo, que es de tierra, padezca, el alma, que no tiene fin, goce de aquella gloria que siempre ha de durar. Y porque el caso es tan grande, que muy grande escriptura para ser por extenso contado se requiere, remítese al mensajero; dadle fe, pues que con ella la santa fe es acrecentada».

 

CAPÍTULO CXLIII. Otra carta del rey Amadís a don Bruneo rey de Arabia y a don Cuadragante señor de Sansueña. Sansueña. «Amados hermanos, rey de Arabia don Bruneo, y don Cuadragante, señor de Sansueña: Si las grandes cosas que hasta aquí en loor y prez de vuestras nobles personas habéis pasado os dan descanso, quedando sin ningún cuidado, otras muy más virtuosas y más provechosas os mandan que, dejando el descanso que los cuerpos en los vicios y deleites con reposo suelen tener, lo pongáis en aquel trabajo, que aunque vuestros espíritus fatigados y congojados sean, sea para ganar aquella holganza y aquel verdadero reposo que fin no tiene. Y porque más este caso tan grande conviene ser por palabra relatado que por escriptura, oíd al mensajero, que por más extenso lo contará».

 

CAPÍTULO CXLIV. De cómo el caballero Handro se partió con las cartas que Amadís le dio. Pues este caballero Handro, tomando sus armas y caballo y un escudero consigo, fue metido en una fusta por la mar, con voluntad de cumplir aquello que lo primero era en que su señor le ponía, y lo que recaudó, adelante se dirá. Agora torna la historia a contar lo que aquellas grandes flotas y gentes de los paganos en este medio tiempo hicieron sobre el cerco de aquella gran ciudad de Constantinopla.

 

CAPÍTULO CXLV. Cómo los turcos arriban en puerto De Constantinopla con mal pensamiento Las velas hinchadas de pérfido viento Mostrando soberbia su vano concierto; Adonde viendo el mal descubierto El buen Norandel y Frándalo el fuerte Venden sus vidas por muy cara suerte Dejando de muertos el campo cubierto. Allegadas grandes gentes dedelosPersia paganos puertogrande de Tenedón Troya, juntóse luego con aquellas ellos aquel rey Armato con enunael muy flota quede aparejada tenía, bastecida de muchos hombres y bien armados, y de muchas viandas cuantas se pudieron haber; la cual llevaba encargo de la gobernar su hijo el infante Alforaj, porque el Rey no era bien sano por causa de la gran congoja que en la prisión había tenido; y luego sin más tardar partieron todos la vía de aquella gran ciudad, con tan gran soberbia en se ver tantas gentes juntas, que no solamente pensaban ganar y conquistar aquella, mas todo el restante del mundo. Así llegaron al cabo de siete días a vista de la ciudad, todos los mares cubiertos de navíos en tan grande número, que casi el agua no se parecía, y a los que los miraban les parecían que eran grandes montes y sierras, que las grandes ondas les hacían parecer. El Emperador y aquellos caballeros que ya oístes que con él estaban, con toda la más gente que tenían, acudieron a aquellas salidas que más aparejadas estaban para salir en tierra, y con gran denuedo y esfuerzo se pusieron a se lo defender. Los turcos llegaron con muy grandes alaridos en aquellas naves que mejor a la tierra se podían llegar; y revolvióse entre ellos, los unos desde el agua y los otros desde tierra, una muy brava batalla de saetas, de ballestas y arcos, que eran más espesas por el aire que la lluvia cuando más espesa cae. Pero los de las naves no pudieron, con la gran resistencia, tomar tierra, aunque muchos dellos saltaron en el agua, que harto baja era. Mas luego se juntaron con ellos los cristianos, y a mal de su grado, los hicieron tornar a las barcas, quedando muertos algunos dellos por mano de Norandel y del conde Frándalo y sus compañeros. Pero ni por eso los paganos dejaron de tomar tierra; que en tantas partes se repartieron, que los cristianos no tuvieron facultad de gente para se lo resistir, y puestos en sus caballos, vinieron en la delantera más de doscientos mil dellos. Los cristianos queríanlos recebir y envolverse con ellos, mas el Emperador no lo consintió, diciendo que si con aquellos peleasen, que los otros en la mar estaban

saldrían de rondón y los podrían tomar en medio; que pues la gente era tanta, con quien no se podrían valer, que mejor era retraerse a defender la ciudad, porque allí perderían tantos, de que recibirían gran peligro. Los caballeros cruzados, que no habían hasta allí usado a volver las espaldas por ninguna afrenta que les viniese, hacíaseles muy grave, mas conociendo que el Emperador y la razón lo quería, hubieron de venir en ello; y como el puerto comenzaron a desamparar, salieron los turcos de los navíos como tras vencidos, y con gran osadía y poco concierto llegaron de rondón. Allí viérades

 

las grandes maravillas que Norandel y sus compañeros hacían en defensa de los suyos; y como los paganos no trajesen muchas armas, y las que traían no eran muy fuertes, hicieron en ellos tan grande estrago, que todo el campo por donde iban quedaba lleno de muertos y heridos; de manera que, viendo el gran daño que recebían, se iban deteniendo. Mas luego llegó la otra gente que ya oístes, con grande estruendo e struendo y tantas voces, que no los pudieron suf sufrir, rir, y les fue forzado de se retraer con más prisa; así que, en aquella arremetida perdieron los cristianos alguna gente de pie; pero como la ciudad fuese cerca, recogiéronse todos a ella a la parte de la puerta Aquileña. A esta sazón venía un rey pagano, mancebo, armado de ricas armas, en un hermoso caballo, y adelantóse tanto de los suyos, que Norandel hubo conocimiento que, si Dios le diese victoria, ternía tiempo para la ganar sin más peligro de lo que de aquel le podría ocurrir. Diciendo al conde Frándalo: «Mi amigo, si en priesa me viéredes, mirad por mí»; dio de las espuelas a su caballo, y fue para él con la espada en la mano, que ya había quebrado la lanza. El Rey asimesmo enderezó para él, y encontróle en el escudo, de manera que quebró la lanza, y al pasar alcanzóle Norandel con el espada tal golpe en la cabeza, que sacándole el yelmo della, lo hizo ir rodando por el campo, y quedó tan desacordado, perdidos los estribos, que casi no tenía sentido. Entonces Norandel trabó de la rienda r ienda del caballo y comenzólo a llevar consigo. Los suyos, que así le vieron, arremetieron por el campo a gran priesa por le socorrer; mas Frándalo, que apercebido estaba, dio una voz muy grande, diciendo: «Ea, señores, que ahora es tiempo». Puso las espuelas a su caballo, y la espada alta en la mano, fue a lo socorrer, y todos los otros que allí estaban, con tan gran denuedo, que encontrándose con los turcos, muchos dellos fueron puestos por el suelo. Así que, con este impedimento hubo Norandel lugar de llevar consigo aquel rey pagano; y dejándolo en poder de los suyos, volvió como león rabioso, no acordándosele de aquella palabra que a su muy amada señora, la reina Menoresa, había dado, y metióse entre los enemigos tan denodado, que muchas veces fue en punto de se perder; mas aquel conde Frándalo y Talanque, y Maneli y Ambor, y Bravor, hijo del gigante Balán, que maravillas había hecho, de aquellas que su valiente padre y abuelo muchas veces hicieron, y todos los otros sus compañeros, que muy valientes eran, y otros muy buenos caballeros de casa del Emperador, luego le socorrieron, hiriendo y matando cuantos alcanzar podían; de manera que por fuerza, aunque muy gran gente sobre ellos cargaba, lo sacaron de aquella priesa, y con aquel tiento que el grande esfuerzo junto consigo tiene, sin que mucho daño recibiesen, se retrujeron donde los suyos estaban.

 

CAPÍTULO CXLVI. Cómo viniendo la noche los turcos se recogieron en sus naos naos y la gente del Emperador que a pelear habían salido se recogieron a la gran ciudad de Constantinopla. Bien podrían creer algunos que estas gentes de los paganos, según su muchedumbre, que allí estarían todos los más de los que en esta jornada eran. Yo os digo, y no lo dudéis, que como quiera que fuesen más de trescientos mil hombres, que, según los que en el mar quedaban, y los que eran apartados para tomar tierra por otros lugares, que estos que digo no eran de diez partes la una. Pues recogidos los cristianos en aquella puerta Aquileña, siendo ya casi puesto el sol, los paganos, no teniendo con quién pelear, hubieron por bien de se tornar a sus naos para dar orden en qué manera el cerco se pornía. Y el Emperador, mandando cerrar las puertas, se fue con toda la gente a su gran palacio, donde quedaron con él los caballeros cruzados, y la otra gente fueron a sus posadas a descansar, que bien les era menester. Pero quiso el Emperador saber antes lo que habían hecho Gastiles, su sobrino, y el rey de Hungría, y el príncipe de Brandalia, y el conde Saluder, y el almirante Tartario, que habían ido a la otra parte de la ciudad con gran gente, a rresistir esistir que los paganos no tomasen tierra; los cuales hubieron una de muyla peligrosa batallas entre sí, adonde murieron de los paganos, y asimesmo de la gente ciudad, pero no pudieron quitar con la granmuchos gente que sobre ellos vino, que no tomasen tierra, y a ellos hiciesen retraer hasta los muros por la puerta que del Dragón se llamaba; y había aquel nombre porque cuando aquella ciudad se comenzó a poblar hallaron allí un dragón muy fiero en una cueva, al cual en fuertes cadenas tuvieron atado mucho tiempo, como por cosa de maravilla. Sabido esto por el Emperador, envió por aquellos caballeros, y después de ser desarmados los unos y los otros, y remediadas algunas heridas que tenían, por mano de aquel gran maestro Elisabat, hízoles sentar a sus mesas, y él la suya entre ellos, a cenar, mostrando mucho más esfuerzo y placer que en el corazón tenía, recordándosele de aquella profecía de la doncella Encantadora, que cada vez que se le acordaba era atormentado de grandes congojas; por lo cual no se debrían las semejantes cosas por los hombres procurar de saber; que si es verdad que han de venir, ¿quién las puede estorbar, sino aquel muy alto Señor que el su gran poder es sobre todo lo humano? Y si de venir no tienen, ¿qué aprovecha haberse las personas antes afligido y contristado? Dejémonos, por Dios, de poner los gruesos juicios nuestros en las semejantes sotilezas, que es sacarlos de su natural, por donde en muchos yerros son caídos. Y tomemos aquello palpable, muy humano de entender, muy liviano de seguir y poner en obra, si de nos quisiésemos apartar aquellos vicios que cada hora y momento nos muestran, no solamente ser como cosas abominables de desechar, mas llevarnos a aquella tristura, a aquella amargura donde, perdida la esperanza del remedio, para siempre seremos atormentados.

 

CAPÍTULO CXLVII. Cómo cercada la santa bandera De fuerzas paganas por mar y por tierra Inventan mil modos modos mil artes de guerra Los santos de dentro los diablos de fuera; Y cómo defienden la puerta primera Tres caballeros de gran corazón Con la del Pozo y del fuerte Dragón Que otra ninguna abierta no era. Acabada la cena, mandando gran recaudo en la lacerca, se fueron reposar, esperando, venido el eldía,Emperador de pasarloponer con mayor afrenta, según más todos gente contra ellosa esperaban. Norandel llevó consigo al rey pagano, que era mancebo muy dispuesto, y así pasaron aquella noche. Otro día, siendo el Emperador levantado, todos los caballeros fueron a oír misa en la capilla de la Emperatriz, do estaba su hija y la reina Menoresa, y otras muchas señoras de grande estado. Y siendo la misa acabada, Norandel mandó allí venir aquel su preso, y tomándole por la mano delante todos, fuese a la infanta Leonorina y díjole: «Señora, según vuestra grandeza, no se debe poner en vuestra prisión si no fuere emperador, y porque este mi preso no lo es, sino rey, paréceme, si vuestra merced manda, que se debe dar a reina, y por esto le pongo en la merced y mesura de la reina Menoresa». Leonorina le dijo, viendo adónde su pensamiento tiraba: «Mi buen amigo, lo que decís es justo, y así quiero yo que se cumpla, y ruego a la Reina que reciba en servicio este tan honrado presente que le dais; que, según vos y vuestros compañeros sois, no faltarán para mí aquellos que señalastes». La Reina tomó el preso, dando a Norandel muchas gracias, no con aquel gran amor que su corazón sentía, mas con aquella disimulación que en semejantes cosas la lengua tener suele. A esta sazón, como los paganos viesen toda la gente de la ciudad recogida, y qu'el campo les quedaba desembargado, salieron muchos dellos de las naves y cercáronla toda en derredor, dejando en las flotas otras muy infinitas gentes que las guardasen, temiendo algún socorro que les

podría venir. Pues armando sus tiendas, y fortaleciendo sus reales con grandes y hondas cavas, procuraban y trabajaban cómo la ciudad se pudiese combatir. Allí entre ellos había muchos soldanes, tamorlanes y reyes, y otros grandes señores, príncipes sobre muchas gentes, que les servían. El Emperador mandó a Norandel que con la mitad de sus compañeros y con otros muchos de los suyos pusiesen recaudo en la puerta Aquileña, y al conde Frándalo, que tomase cargo, con los otros, de la puerta del Dragón; y a su sobrino Gastiles y al rey de Hungría, con otros muchos

 

caballeros, que guardasen la puerta del Pozo, que así se llamaba, porque había cabe ella un pozo de tanta hondura, que nunca en él se halló cabo, por donde creían todos, según algunas veces en él oían grandes bramidos, que infernal fuese. Todas las otras puertas de la ciudad, que más de cuarenta eran, estaban cerradas, con recelo de los enemigos. Estando así los unos y los otros, pareció a la parte donde Norandel guardaba, y con él Talanque y Maneli, y Ambor y Gavarte de Val Temeroso, un caballero armado de unas armas negras, guarnecidas de oro, con labores muy extrañas, y por ellas sembradas muchas piedras preciosas, así por la parte donde la loriga se abrochaba, como en toda la redondez del escudo; pero su yelmo era tan recio, que nunca hasta entonces otro tal se vio; cabalgaba en un caballo bayo, grande a maravilla, y así lo era el caballero, que no parecía sino jayán. Traía en su mano una lanza, guarnecida con chapas de oro y piedras de gran valor; el hierro era grande, y tan limpio, que como una estrella relucía; andaba gobernando muchas gentes, mandándoles asentar las tiendas y hacer cavas. Pues estando así todos mirándole como por maravilla, vieron cómo llegó a él una doncella cabalgando. Y desque algún poco habló con ella, partiéndose dél, vínose para la ciudad, y llegando a los caballeros, vieron que venía en una bestia que al parecer parecía muy fiera, ensillada con una en ricalasilla guarnecida oro, y yasílaslomanos era el tenía freno.negras, Sus vestiduras y tocado muyy extrañas hechura dellas; de el rostro mas de muy buena eran fación, parecía muy hermosa, tanto, que bien había allí caballeros que se tuvieran por contentos de la servir. Esta doncella traía en su mano una carta, y siendo ante Norandel, que delante todos estaba, dijo: «Caballero, ¿está aquí un caballero que se llama de la Gran Serpiente?» Norandel, que se maravilló cómo hablaba lenguaje que bien entenderla podía, dijo: «Buena doncella, ¿qué es lo que queréis?» «Quiero», dijo ella, «darle esta carta de parte de aquel caballero que allí veis». Norandel, que bien pensó lo que podría ser, hubo mucha gana de saberlo, y dijo: «Yo soy ese que demandas». «Pues toma», dijo ella, «la carta, y envía la respuesta tal, que creamos las nuevas que de vos se suenan». Y volviéndose por donde vino, se tornó al caballero. caba llero. Norandel abrió la carta, que así decía. dec ía.

 

CAPÍTULO CXLVIII. De la carta que envió Radiaro de Liquia a Esplandián. «Radiaro, el gran soldán de Liquia, amigo de los dioses, enemigo de sus enemigos, amparo y defensa de los paganos. Hago saber a ti, el caballero Serpentino, que la fusta de la gran Serpiente mandas y señoreas, cómo yo soy venido en estas tierras, donde supe que, mostrándote cruel enemigo, sin causa ni razón ninguna, del rey Armato de Persia, mi tío, le has muerto muchas de sus gentes y tomado y robado algunas villas suyas, y por grande engaño perdiste a él, publicando que de su gran señorío le has de desterrar, quedando tú por señor dél, teniendo en tu favor y ayuda a este emperador, que cercado y casi tomado tenemos. Y como quiera que la su destruición y tuya en nuestras manos y voluntad está, quiero, por aquella gran fama y prez de tu persona, que por el mundo divulgada es, usar contigo de tanta piedad y merced, que de tu persona a la mía, o diez por diez, o cinco por cinco, o doscientos de mis caballeros con otros tantos de los tuyos, entremos en este campo, donde, con ayuda de mis dioses, te haré conocer aquella fuerza que a este tan grande y tan honrado rey, mi tío, haces. Y si tú eres aquel que mereces ser loado con razón, como la fama de ti corre, no podrás ninguna cosa destas rehusar».

 

CAPÍTULO CXLIX. Cómo los caballeros cruzados con licencia del Emperador aceptaron la bbatalla atalla en la manera que Radiaro el soldán les había escripto. Leída la carta por Norandel, aquellos caballeros con mucho placer le dijeron que la respuesta fuese luego enviada, aceptando la batalla de uno por uno o de diez a diez; que allí entre ellos había tales que muy bien podrían mantener todo derecho. Pero Norandel les dijo que su parecer era que, pues ellos estaban a servicio de aquel emperador, que no debían, sin su consejo y mandado, responder ninguna cosa. Todos dijeron que él decía bien. Pues así estuvieron en la guarda de su puerta, esperando si los paganos le harían algún acometimiento, para los resistir hasta la muerte. Mas no fue así; que tan ocupados andaban en fortalecer sus reales, y en esperar el Soldán la respuesta de la carta, que no entendieron en otra cosa. Y venida la noche, cerradas las puertas, poniendo guardas encima de la cerca, se recogieron a sus aposentamientos, donde Norandel y aquellos caballeros mostraron la carta al Emperador, rogándole muy ahincadamente que les diese licencia para tomar la batalla con aquel soldán, de uno por uno o diez por diez. El Emperador, como en tan gran necesidad estuviese, no quisiera aventurar ninguno de los suyos sino allí donde excusar no se podía; porque más falta le haría uno que a ellos diez mil. Pero tanto le rogaron que, aunque contra suaquella voluntad fuese,siendo les otorgó lo venida, que pedían, que muy alegresy fueron. Y cenando y reposando noche, el alba todosdefueron vestidos armados, y puestos en aquella parte que por guarda les era encomendada, y acordaron de enviar un escudero con una carta en respuesta de la que les había enviado, que así decía.

 

CAPÍTULO CL. De la carta que los caballeros cruzados enviaron a Radiaro soldán de Liquia. «Los caballeros cruzados de aquella señal en que el Redentor y Salvador del mundo recibió muerte, cuyos siervos y en cuyo servicio somos, y después dél, en el del emperador de Constantinopla; ministros deste muy alto Señor, para creer y sostener la su santa ley, y para destruir todas las otras leyes que fuera desta son, decimos a ti, Radiaro, soldán que de Liquia te llamas, cómo por una doncella que se dijo ser tuya recebimos una carta, por la cual te querellas de algunas cosas que aquel bienaventurado caballero Serpentino ha hecho, poniendo tu persona en batalla contra él, o asimismo con otro número de caballeros en iguales partes, dejando el efecto dello a nuestra disposición y voluntad. Y porque responder a otras cosas no haría al caso; si a ti place, pues aquel caballero no es presente ni por ahora haber se puede, aquí entre nosotros hay tales caballeros, hijos de reyes, que satisfarán a tu demanda, así a tu sola persona como a los diez caballeros que señales; escoge lo que más te placerá. Y el campo siendo señalado y seguro, luego entraremos en él, y allí será manifiesta la escuridad y tinieblas de tu ley, y la claridad de la nuestra».

 

CAPÍTULO CLI. Cómo de la una parte y de la otra fue concertado que diez por diez hubiesen de entrar en la batalla. Este escudero llegó con la carta donde aquel soldán armado andaba, y díjole: «Los caballeros de  Jesucristo te envían esta carta; responde lo que te placerá». El Soldán tomándola, leyóla y estuvo un poco pensando, y dijo: «Escudero, di a esos que acá te enviaron que mi deseo no es sino probar mis fuerzas con aquel que ellos tienen creído que ninguna fuerza, por grande que sea, a la suya se le puede igualar; y que más por la gran fama que por su estado, es mi voluntad deseosa de me juntar con él; teniendo por cierto que la gloria que entre vosotros ha ganado, ganándola yo dél, algo en mi loor sería acrecentado; que si por eso no fuese, otros muchos como él tengo yo en mi servicio; y pues que por el presente haber no se puede, que destos que digo, que son hijos de reyes y de altos hombres, yo daré diez dellos, con que esos caballeros hayan la batalla». El escudero le dijo: «Soldán, yo no vine a ti sino por te dar esta carta, y por eso no te quiero responder; pero tantotúte hallarás digo queal sirevés osares entrar en elque campo cony pensado aquel bienaventurado caballero que agora desprecias, todo aquello creído tienes». El Soldán, algo con saña, dijo: «Yo te he respondido, y no te detengas más en mi presencia; porque conociendo tú a él, y no a mí, has respondido como hombre de poco recaudo». El escudero se tornó a aquellos, a quellos, que con mucho deseo le atendían, y contóles todo lo que pasó. Ellos, habido su acuerdo, dijéronle: «Torna luego, y dile al Soldán que otorgamos lo que dice, y que bien creemos que, aunque no sea por nuestras honras, sino por la suya, no meterá en la batalla sino caballeros de alto lugar, como acá se los daremos, y que los mande luego armar; que nosotros prestos estamos». El escudero tornó luego y dijo: «Soldán, aquellos caballeros otorgan lo que tú señalaste; manda armar los tuyos, que en este campo los hallarán, con tal que tú des la seguridad que en tal caso se requiere». El Soldán le respondió: «Escudero, diles que no acostumbro yo que los míos entren en las semejantes batallas como hombres de poco valor, y que yo haré cercar mañana un gran campo de maderos y cadenas de hierro, donde se combatan, y que la seguridad será tan segura y tan firme como si dentro desa gran ciudad se hiciese; y que ellos estén prestos, que así lo estarán los míos. Y en lo que dicen, que les dé sus parejos, así lo haré, y tales que no pueda haber reproche ninguno». Sabida esta respuesta por Norandel y sus compañeros, tuvieron por bien que así se hiciese, y

estuvieron en la guarda de la puerta, esperando de hacer en los enemigos algún daño, si tiempo para ello aparejado se les ofreciese. Mas no fue así; porque aquel gran soldán, deseando ver algo de las proezas que de aquellos caballeros cruzados le habían dicho, mandó a los suyos que por aquel día que no seen desmandasen a los cómo cristianos; asimesmo aquella hizo saber a todos paganos, la tierra y enenlaacometer mar estaban, tenía yconcertada batalla; que los les rogaba, porque en falta su palabra no cayese, que no hiciesen ningún movimiento. Todos los otros príncipes lo tuvieron por bien; porque, como quiera que muchos y en muy grande estado fuesen, este soldán de Liquia era uno de los más principales, y en valentía de su persona y

 

esfuerzo de corazón el más de todos señalado, y más se preciaba de tener siempre en su servicio los más escogidos caballeros que en aquellas partes donde su gran señorío era se podrían hallar, y tales eran, que entre todos los otros como por más escogidos los miraban.

 

CAPÍTULO CLII. Cómo Norandel nombró los nueve caballeros que juntamente con él habían de entrar en la batalla. Pues siendo ya el sol puesto, en que en aquella hora los de la ciudad se recogían, cerradas las puertas, fuéronse aquellos caballeros al palacio del Emperador, donde sus aposentamientos tenían, donde hallaron las mesas puestas y aparejada la cena; y siendo desarmados, sentáronse a ella por la orden ya dicha, cenando y hablando con mucho placer y esfuerzo, y diciendo al Emperador cómo tenían la batalla ya concertada, no con el Soldán, porque con achaque de se guardar para la haber con Esplandián se les había excusado, mas que les daba diez caballeros de alto lugar, según él lo decía. Y asimismo le dijeron de qué modo había señalado el campo y le plazo al otro día. El Emperador, aunque pena sintiese en poner en aventura tales diez caballeros, por no mostrar flaqueza, dijo que todo estaba muy bien ordenado, y que rogasen a Dios que ayudase a los suyos, y con esto les dijo: «Yo os digo, amigos, que en lo que sé de personas ciertas, ese Soldán es uno de los más escogidos caballeros que en todas las partes de Oriente se halla, y así son los que con él viven, porque desto se precia él más que de ninguna otra cosa». Después que la cena fue acabada, todos se retrajeron a descansar, y Norandel dijo a sus compañeros: «Buenos señores, ya veis en lo que estamos; no podemos ser en esta batalla más de diez caballeros; si a vosotros todos placerá, yo los nombraré, y según veo que se va comenzando, no les faltará al os que de fuera quedaren donde muestren sus grandes esfuerzos». Todos ellos le dijeron que con lo que él hiciese serían muy contentos. «Pues, señores», dijo él, «los que por agora deben entrar en esta batalla son estos: don Gavarte de Val Temeroso, Talanque y Maneli el Mesurado, Ambor de Gadel, Elián el Lozano, Bravor, el hijo del gigante Balán; Trión, primo de la reina Briolanja; Imosil de Borgoña, Listorán de la Puente de la Plata, y asimesmo yo con ellos. Y los otros, rogad al muy alto Señor de todo el mundo que nos dé la victoria, y a vosotros cuando en semejante afrente seréis puestos; y si más su servicio se cumple con nuestras muertes, nos haya merced de nuestras ánimas».

 

CAPÍTULO CLIII. Cómo después que al campo salieron Tantos por tantos el sol repartido Infieles con fieles con grande alarido Mortales encuentros primero se dieron; Adonde después que envueltos se vieron Norandel y Talanque Imosil Elián Trión y Gavarte y Ambor Listorán Bravor y Maneli la justa vencieron. Esto así diez concertado, acostáronse en sus lechos, siendo yadel la Emperador, media nochesevenida, aquellos caballeros, y mandando llamar los ycapellanes fueronlevantáronse a la capilla, donde se confesaron y comulgaron con gran devoción. Y siendo venida el alba, el Emperador y la Emperatriz, con su hija y dueñas y doncellas, les vinieron a hacer compañía; y oída por todos la misa, Norandel, tomando consigo los nueve caballeros, se fue a la infanta Leonorina, y hincadas las rodillas, le dijo: «Hermosa señora, pues que todos somos vuestros, como es el vuestro caballero, queremos que nos deis las manos para las besar, y ir a esta afrenta con vuestra gracia y amor». La Infanta los hizo levantar, y dijo: «Mis buenos amigos, mi amor tenéis vosotros enteramente, y ternéis todo el tiempo de mi vida; y así, ruego yo a nuestro Señor que vos otorgue el suyo, y vos saque deste peligro con bien y honra, porque el Emperador mi señor vos galardone los grandes servicios que le hacéis; y las manos no vos las daré, antes las terné juntas hacia el cielo, rogando por vuestra salud». Norandel, en tanto que la Infanta preguntaba si sabían algunas nuevas de su caballero, llegóse a la reina Menoresa y díjole: «Mi verdadera señora, ruégoos yo por merced que, porque tenga cierto ser de vos recebido por vuestro caballero, me deis alguna empresa que por vuestro amor lleve». La Reina, que así como él, o por ventura más, presa de la amorosa fuerza estaba, no pudiendo ya disimularlo ni resistirlo, respondió: «Amigo mío, la más preciada joya de las que vos puedo dar lleváis con vos, que es mi corazón; que si lo amáis, como lo habéis dicho, por sostener su vida es razón que sostengáis la del vuestro, así como antes vos he dicho, y junto con él, llevad este mi anillo»; y sacándolo de su dedo, se lo dio lo más encubierto que pudo, el cual era de muy ricas

anillo»; y sacándolo de su dedo, se lo dio lo más encubierto que pudo, el cual era de muy ricas piedras guarnecido. Cuando Norandel aquellas palabras oyó, fue más alegre que si hubiera ganado todo el mundo; y hízose lozano, que sus no veía la hora ser elenpresente la batalla,apartadas considerando buenas tan mañas que por riquezas, quedepor tenía, que habíamás de por ganarsu elesfuerzo amor dey aquella reina tan preciada y tan hermosa. Y tomando consigo a sus compañeros, despedidos dellas, se fueron al Emperador, y armáronse de sus armas muy ricas, con las cruces que ya oístes; y

 

cabalgando en sus caballos, que a la puerta de los palacios los tenían, se fueron a la puerta que guardaban, y el Emperador con ellos, y tantas gentes, por ver la batalla, que maravilla era. Y allí llegados, vieron andar al Soldán armado, como siempre acostumbraba hacer cuando andaba en alguna guerra, y más de dos mil hombres que acababan de cercar un grande campo, con maderos en el suelo hincados, y trabadas a ellos gruesas cadenas, que este aparejo traía este soldán consigo, porque donde quiera que él iba, y aun en su tierra, siempre demandaba justas para él, si tal caballero se hallase; y si no, para los suyos. Los diez caballeros salieron al campo, sin que ninguno otro con ellos estuviese, y guardaron lo que el Soldán les enviaría a decir; no tardó que llegaron a ellos cinco caballeros desarmados, ricamente vestidos, y dijeron: «Caballeros, el Soldán vos ruega que entréis en el campo sobre su fe, que no recibiréis engaño ni agravio, mas os guardará toda justicia; y dice que, como este oficio de las armas sea el más excelente de todos los otros del mundo, y a quien toda su afición es vuelta, que así con todas sus fuerzas será sostenido en aquella grande alteza que merece». Norandel, que con mucha voluntad deseaba la batalla, porque siendo prometido del más poderoso Señor de todo el mundo, pensaba con ella quitar la que su atribulado corazón cada momento pasaba por aquella su señora, dijo: «Caballeros, ¿aseguráisnos en vuestra fe y del Soldán, que si ennos el campo entramos, cualquiera quedecon sus caballeros nos acaezca, próspera o adversa, será guardado todoquederecho comocosa orden caballería?» «Sí», dijeron ellos con aquellas firmezas que la verdad en sí tiene. «Pues mandad que vengan los suyos», dijo Norandel; «que allí nos hallarán». Entonces se fueron por el campo, para entrar en aquel sitio que señalado les estaba; mas cuando la gente de la ciudad así los vieron ir en tan gran peligro y con tanto esfuerzo, comenzaron de llorar, de mucha piedad que dellos habían, diciendo: «Oh caballeros, siervos de Jesucristo, él vos guarde y defienda hoy de alguna traición que estos malos infieles podrían hacer». A este tiempo era tanta la gente, así de un cabo como de otro, que los miraba, que no parecía sino ser allí todo el mundo ayuntado. Los diez caballeros entraron en el campo por una puerta que en él había, y luego salieron del real aquellos con quien se habían de combatir, en muy grandes y hermosos caballos, y sus armas bien fuertes y ricas, y ellos grandes de cuerpo, cimbrando las lanzas como que las querían quebrar; que bien parecía haber en ellos gran fuerza; y entraron en el campo. El Soldán entró con ellos, y dijo a los cruzados: «Caballeros, enviad por alguno de vuestra parte, que con otro mío vos ponga donde de derecho debéis estar; que más querría yo pasar por la muerte, que vosotros en alguna cosa fuésedes agraviados». Norandel le dijo: «Eso a ti solo lo dejaremos, que eres caballero, y por ventura, según tus nuevas,

mejor que otro lo sabrás hacer». «Pues en mí lo dejáis», dijo él, «yo haré aquello que hacer deb debo». o». Entonces puso los unos a la una parte del campo y los otros a la otra, partiéndoles el sol, y dijo a los cristianos: «Quiero que sepáis la costumbre de mi tierra en las semejantes batallas, y si vos agradare, tomadla, y si no, hacerse ha lo que tenéis acostumbrado, si desto es diverso».

 

«Dilo», dijo Norandel; «que de grado lo oiremos, y aun lo seguiremos si junto con la razón fuere». «Sábete», dijo el Soldán, «que en las semejantes batallas que estas, de tantos por tantos, tenemos por costumbre que los caballeros justen uno a uno, porque sin empedimento de otros se muestre la excelencia de cada uno; y así los que de los caballos cayeren como los que en ellos quedaren, esperen hasta ser todas las justas acabadas, y después hayan a pie la batalla de las espadas; porque muchas veces acaece por la pereza o soberbia de los caballos perder los caballeros sus fuertes golpes, quedando en vacío, donde al cabo no a su culpa reciben mengua y deshonra, lo que, estando a pie, acaecer no les puede si no es por su negligencia o poco corazón». «Cierto», dijo Norandel, «esta tal costumbre es muy buena, y así la seguirán estos mis compañeros, y yo con ellos; y para la probar, yo seré el primero». Y apartándose de los otros, enderezó su cabeza de su caballo contra los paganos. El Soldán mandó a los suyos que las justas mantuviesen a la costumbre de su tierra, que así estaba asentado, y salióse del campo. Y luego vino contra Norandel un caballero al más correr de su caballo, y Norandel se fue para él, muy bien cubierto de su escudo, y encontráronse con las lanzas en los escudos, que ninguno faltó de sucon encuentro; así que, y comouno los caballos desapoderados y los caballeros gran codicia de fueron se hacerquebradas; mal, juntáronse con otroiban tan bravamente, que el pagano fue fuera de la silla, y dio en el campo tan gran caída, que por gran rato estuvo amortecido; y el caballo de Norandel hubo una espalda quebrada, de tal manera, que no se pudo mover, y Norandel se apeó, y no curó de más hacer contra el caballero. Luego salió a la justa Gavarte de Val Temeroso contra el otro de los contrarios, y aunque las lanzas fueron en piezas por el aire, juntáronse uno con otro los escudos y los yelmos tan fuertemente, que ambos fueron a tierra. Talanque salió luego, y encontróse con otro caballero, y quebradas las lanzas, quedaron en sus caballos, que ninguno cayó, y así lo hicieron Maneli y Ambor; mas Bravor, el hijo del gigante Balán, encontró al que con él justó, y llevólo de la silla, haciéndole rodar por el campo. Y así lo hizo uno de los paganos a Imosil de Borgoña, que tan fuertemente le encontró, que lo arrancó de la silla, y dio con él en tierra una gran caída. Elián el Lozano se encontró con el otro, y perdieron las estriberas, pero ninguno cayó del caballo. Listorán de la Puente de la Plata se encontró con otro, y falleciendo de sus encuentros, quedaron en sus caballos, y desta manera le aconteció a Trión, con otro que a él vino. Estas justas así acabadas, todos los de a caballo se hallaron puestos a pie, y cada uno se juntó con los de su parte, y poniendo sus escudos ante sí, y las espadas en sus manos, se acometieron bravamente, y con tan gran saña y esfuerzo, que espanto ponía a aquellos que los miraban. Dábanse muy fuertes y duros golpes por todas las partes que pensaban de se hacer mayor mal. Mas como todos fuesen muy diestros en aquel oficio más peligro y daño recebían las armas que no las carnes, porque así los recebían en los escudos y en las espadas con tanta destreza y tiento, que aunque a los que los miraban les parecía que pedazos se hacían, no era así como pensaban.

Así anduvieron en su batalla, sin que mucha diferencia de los unos a los otros de mejoría se mostrase, bien dos horas sin que ningún reposo tomasen. Pero siendo muy fatigados y cansados, tuvieron por bien de se apartar por cobrar huelgo y fuerza. Mas Norandel, viendo en su mano derecha aquel tan hermoso anillo que su señora, dél tan amada, le dio, dijo: «Señores, no es ya tiempo de holgar hasta que la batalla haya fin».

 

Y poniendo delante lo poco que del escudo le quedaba, fuese para los paganos, y salió a él aquel caballero que había derribado, por ver si pudiera vengar lo de la justa de las lanzas, y diéronse muy grandes y terribles golpes por encima de los yelmos, que llamas de fuego hicieron salir; mas el golpe de Norandel fue tan grande, que le desapoderó de toda su fuerza, y hízole caer la espada de la mano, y no se podiendo tener en los pies, cayó en el suelo. Y como esto vieron Talanque y Maneli, apretaron tan recio con aquellos que se combatían, y con tan duros y fuertes golpes, que los traían a su voluntad como desatinados. Bravor había derribado el suyo, y los otros andaban revueltos con los suyos, a muy grandes golpes que les daban y recebían; mas como Norandel y Bravor acudieron en su ayuda, en poco tiempo los pararon de tal manera, que ya no había en ellos sino la cruel muerte, y perdían el campo sin se poder valer. Y como esto vido el Soldán, llegóse por defuera del campo allí donde se combatían, y dijo: «Caballeros, oídme un poco, si vos pluguiere». plu guiere». Norandel se detuvo, y apartó los de su parte, y dijo: «Soldán, ¿qué es lo que quieres?» «Lo que quiero», dijo él, «que si a ti place y a tus compañeros que esta batalla se parta, teniendo yo a los míos por vencidos, habré dello placer; porque lo demás de aquí adelante, más sería crueza que ganar honra; y si desto os agraviáis, cúmplase vuestra voluntad». Norandel dijo: «Si ellos se otorgan por vencidos, o tú por ellos, que los mandar puedes, quitarse ha la batalla, porque nosotros no acostumbramos a poner armas en cosa que defender no se pueda». «Yo lo otorgo así», dijo el Soldán, «y cierto, yo estoy muy contento de la discreción de vosotros, tanto como de la valentía, aunque es tan sobrada, que mucho tiempo há que ninguno vi que en más tuviese». Entonces, metiendo sus espadas en las vainas, cabalgaron muy ligeramente en sus caballos, y salidos del campo, se fueron a la ciudad, donde el Emperador los estaba aguardando, que muy bien había visto la batalla y vencimiento della, mas no pudo oír las razones que habían pasado, hasta que los caballeros se lo contaron todo. El Emperador hubo mucho placer, loando mucho lo que los caballeros habían hecho, en dejar aquellos con quien se combatieron con tal vencimiento, y con partido tan honroso para sus honras, y dio muchas gracias a Dios, creyendo que, pues en aquellas dos afrentas tan bien andantes fueron, que así lo serían en lo porvenir; y llevándolos consigo, mandando poner grande guarda en la puerta, se fue con ellos a sus palacios, donde los hizo desarmar y curar de algunas pequeñas heridas que traían. El Soldán y todos los suyos, y los otros que allí vinieron por ver la batalla, quedaron muy corridos en ver así vencidos y maltratados aquellos caballeros que por tan preciados entre todos ellos eran tenidos. Y luego envió sus mensajeros a los otros grandes emperadores y reyes, diciéndoles que les parecía que sin más tardar se debría aparejar el combate, porque muy

dificultoso sería poderse sostener tantas gentes en ajena tierra. Oído esto del gran Soldán por aquellos grandes señores, luego mandaron sacar de las naves muy muchas y grandes lombardas y otros tiros y aparejos de muchas suertes para el combate, y asimesmo pusieron en tierra más de mil elefantes grandezapertrechos increíble, con encimahabían dellos,mandado en que ladegente fuese, traer, y otrosy muy muchos de y extraños que sus paracastillos lo semejante sus tierras asimesmo hicieron pregonar por todos sus reales y por las flotas que dentro de cuatro días estuviesen todos aparejados con todas sus armas para combatir la ciudad.

 

CAPÍTULO CLIV. Cómo el primer combate se dio Por mar y por tierra a la noble ciudad Con nuevos pertrechos de gran crueldad El más espantoso que nunca se vio; Y aunque la liza mucho turó Aquellos cruzados que allí se veían Dando las manos a más que debían La grande ciudad segura quedó. El Emperador, que oyó los pregones en las flotas y en los reales que para el combate se daban, y como los paganos se aparejaban con muchos pertrechos, quiso él para la defensa dellos con gran diligencia poner el remedio. Y luego mandó repartir por estancias la cerca, y proveerla de muchos tiros de pólvora y muy gruesos, y de ballesteros y arqueros y otras gentes bien armados. Y asimismo mandó poner mucha leña cabe la cerca dentro de la ciudad, y muchas calderas, las mayores que hallar se pudieron, y mucho aceite y salitre y pez, y hombres que tuviesen cargo, siendo tiempo, de lo escalentar y hacerlo hervir, y otros que lo subiesen a la cerca y lo echasen sobre los que combatiesen. Y a las puertas Aquileña y del Dragón y del Pozo, que estuviesen los caballeros que las guardaban, rogándoles mucho que no tuviese sobre ellos mayor poder el esfuerzo que la razón; que viendo gran fortuna no les era mengua cerrarlas, antes mayor les vernía si por ellas la ciudad en peligro puesta fuese. Así hizo proveer en todas las otras cosas necesarias; y él, con diez mil de caballo, quiso ser sobresaliente por socorrer allí donde mayor flaqueza hallase. Así pasaron aquellos cuatro días, sin que entre ellos ninguna cosa de contienda pasase. Mas al quinto día, los que habían cercado por la tierra de gran mañana fueron armados y con sus capitanes salidos de las estancias, puestos en disposición de combatir con aquellos aparejos que les daban. Asimesmo sacaron contra la ciudad los mil elefantes con sus castillos muy altos, donde muchos hombres armados iban, que parecía la más hermosa cosa del mundo; y con ellos llevaban muchos castillos de madera, tan altos, que con la cerca igualaban, en que iban ballesteros y arqueros, que de aquel ejercicio muy diestros eran, y otras muchas cosas necesarias para el combate. Que como aquellos paganos fuesen tan grandes príncipes, y con su grandeza grandes cosas les eran sujetas, no de las por venir, que verdaderas son, así de gloria como de pena, mas de las temporales, que como sueño pasan, no tenían otro cuidado sino mandar a los suyos que por la

mar y por la tierra llevasen aquello y todo lo otro, que a ellos, estando holgando en gran reposo de sus vicios y deleites, con razón o sin ella, se les antojaba. Pues la gente de las flotas no estaban menos ocupados; que no entendían sino en aderezar sus velas y remos acon por costumbre para que con la priesa quemuy pudiesen combatiesen la tales otra personas parte deque la ciudad, donde lo la tenían, mar llegaba. Llevaban consigo gran ballestería y arcos muy fuertes de cuerno, y tales hombres con ellos, que de su tierna edad los habían usado, y muchos garfios de hierro en astas de madera muy largos, para trabar con ellos a

 

los contrarios y traerlos a sí, o dar con ellos en lo hondo de la mar. Otras muchas cosas tenían convenientes a aquel oficio, que muy largas serían de contar. Pues esto así aparejado así por los unos como por los otros, los capitanes de los paganos mandaron a aquella gente que dello cargo tenían, que moviesen los elefantes, y asimismo los castillos de madera, y que no parasen hasta los poner juntos con la cerca, después que las cavas igualadas fuesen, y asimesmo mandaron a muy grandes compañas de caballeros que acometiesen muy fuertemente a aquellos que las puertas de la ciudad guardaban, y con todas sus fuerzas peleasen hasta la muerte, porque si ser pudiese, entrasen con ellos a la vuelta en la ciudad, y la otra gente de pie, que con muy mucha leña y mucha tierra cegasen todas las cavas. Y el soldán de Liquia y el soldán de Halapa andaban con hasta cien mil caballeros para socorrer a los suyos. La gente comenzó a arrancar en esta ordenanza que vos decimos, con tan grandes voces y alaridos, tantas trompas y instrumentos, que parecía que hacían temblar la tierra. Los elefantes y los castillos llegaron al borde de la cava, y como los castillos eran muy altos, y en ellos iban muchos ballesteros y arqueros, comenzaron a tirar a los de la cerca, que en igual altura dellos estaban, y los de la cerca a ellos, con tanto número de saetas y flechas, que la claridad del sol ocupaban; de manera que entre ellos hubo muchos muertos y heridos; y los caballeros hicieron una grande arremetida contra que alaslospuertas guardaban; perocon aunque acometimiento con antes muy gran denuedo fue, aquellos no hallaron cruzados y a los que ellos su estaban con flaqueza; saliendo, a los primeros derribaron, y mataron de los encuentros de las lanzas muchos dellos, y poniendo mano a sus espadas, comenzaron a herir tan bravamente, que por maravilla les quedaba ninguno de cuantos alcanzaban encima de la silla de caballo; así que, en muy poco espacio de tiempo cubrieron de muertos el campo. Y como quiera que ellos de muy muchos golpes, así de lanzas como de cuchillos, fuesen atormentados, las fuerzas de sus armas, que todos los cubrían, no dejaban que las carnes sintiesen; lo que a los paganos no acaecía, porque todos los más dellos andaban desarmados, sino solamente un escudo de madera y una lanza, y cuando más traían era capellina de hierro o de cuero. Los cristianos no osaban desamparar las puertas de la ciudad por las no perder, y por sola esta causa se recogían para ellos. Los paganos llegaban luego sobre ellos, con esperanza que, poniéndoles espanto con su muchedumbre de gentes y con las grandes voces que daban, no les podrían resistir la entrada; mas hacíaseles al revés, que tornando los cristianos contra ellos, con los sus muy grandes golpes de espada los hacían apartar, quedando muchos dellos muertos y heridos. Y desde encima de las torres de las puertas les tiraban muchas saetas, de manera que hacían en ellos mucho daño. A este tiempo la gente menuda cegaron la cava, que por ser muy muchos no les fue grave de hacer; y los elefantes y castillos llegaron sin impedimento alguno a la cerca. Allí pudiérades ver una batalla tan hermosa y tan peligrosa, que por maravilla se pudiera mirar; que los unos y los otros estaban juntos, que no parecía sino que todos eran unos. Luego fueron echadas muchas puentes desde los castillos a la cerca, y los paganos metidos por ellas por pasar a la otra parte; mas los

cristianos, tomando en sí grande esfuerzo y corazón, con el miedo de la muerte, derribábanlos abajo; mas la priesa era tanta y tan grande, que, si no fuera por el aceite y salitre y pez que los de dentro de la ciudad echaron herviendo, que acertó a dar en las cabezas de los elefantes, que los hacía peligro; revolvermas de laaquello una parte a la otra, dando grandes el negocio estabaadelante, en muy gran lo desconcertó de talmuy manera, que bramidos, no les podían hacer pasar antes muchos dellos, con la rabia del fuego, basquearon tanto, que derribaron los castillos que encima de sí tenían, cayendo asimesmo ellos trastornados en el suelo.

 

Cuando esta buena ventura fue por los cristianos vista, acometieron muy reciamente a los otros que quedaban, y con grandes palancas de hierro les quebrantaron los puentes de madera; que ya el combate era casi apartado. Los caballeros que estaban a la defensa de la puerta peleaban muy bravamente, matando muchos de los contrarios. Como los soldanes anduviesen requeriendo, y viesen el grandísimo esfuerzo de los cristianos, tomaron cada cincuenta mil hombres de caballo, y dieron sobre ellos con tan grande estruendo y gritos, que les fue forzado de se recoger a la ciudad y con mucha priesa cerrar las puertas, a las cuales luego pusieran fuego, si el grande aparejo que encima de las torres estaba no se lo defendiera con grandes y muchas piedras y saetas y tiros de pólvora. Mas contentáronse los paganos en los haber así encerrado por las puertas adentro, teniéndolos ya como por vencidos.

 

CAPÍTULO CLV. De la cruel batalla que el conde Frándalo pasó con los turcos que por la mar y la ciudad combatían y cómo al fin veniendo la noche a la ciudad se recogieron. Los que por la mar combatían desde las flotas a la otra parte de la ciudad tan gran denuedo pusieron, y con tantos tiros de lombardas y ballesteros y arqueros, que, por mucho que los de la ciudad los resistieron, y mataron y hirieron tantos, que así en el agua como en la tierra estaban a montones, no bastó su defensa a que no tomasen tierra. Mas luego acudieron allí el conde Frándalo y sus compañeros, que su estancia era muy vecina a la mar, y revolviéndose con ellos, pasaron una batalla muy cruel y peligrosa, en que hubo muchos muertos. Pero sabiendo el Conde cómo los de las otras estancias eran por fuerza recogidos, y cerradas las puertas de la ciudad, convínole lo más sin daño que él pudo de hacer otro tanto. Así que, por todas partes fue la ciudad cercada en derredor por la tierra con tan grande número de gentes, puesta en tan grande aprieto y tan sin esperanza de haber ningún socorro, que todos tenían creído que de la muerte o ser captivos no podrían escapar, porque ya vían los suyos desmayados y heridos, y los contrarios con grande esfuerzo, amenazándolos con crueles muertes, con crudas prisiones, con aquella soberbia, con aquella gloria como si ya en su poder los tuviesen. Y el Emperador, como quiera que mucho esfuerzo mostrase, dando a todos esperanza de salud, su corazón muy afligido y quebrantado era, teniendo siempre en la memoria aquella profecía que ya oístes, viendo claramente cómo en efecto della se iba cumpliendo. Así se partieron aquellos combates de aquel primero día, porque la noche les vino, poniendo los paganos mucho recaudo de nueva gente, para en guarda de sus castillos y de los elefantes que habían quedado, y para no perder ninguna cosa del sitio del campo que habían ganado, teniendo esperanza que otro día llegarían sin peligro al pie de la cerca, y la romperían con sus artificios por tantas partes, que muy de ligero podrían entrar, y despachar aquello que habían comenzado.

 

CAPÍTULO CLVI. Cómo después que mandó dejar Las puertas en guarda de fuertes guerreros El Emperador y sus caballeros Al grande palacio van reposar; Y como las armas les hacen quitar Aquellas señoras que tanto querían Tintos de sangre según que venían Con mucho placer se van a cenar. El Emperador, que andaba requeriendo a todos, como la noche vino, dejó de su gente en la guarda de las puertas y en la cerca, y tomando consigo aquellos caballeros, se fue a su palacio por que descansasen y fuesen remediados de sus heridas. Y entrando con ellos en la sala, halló que lo aguardaba la Emperatriz y su hija, con sus dueñas y doncellas, que desde que el combate se comenzó nunca de su capilla se quitaron, las rodillas hincadas en tierra, rogando a Dios con muchas lágrimas que hubiese merced de los suyos. Así fueron los caballeros por ellas desarmados; mas las espadas, que eran todas teñidas de sangre hasta los puños, siendo cuajada en las hinchadas manos, nunca della las pudieron despegar sino con agua caliente. Quitando los yelmos de las cabezas, parecieron sus rostros hinchados, mancillados de aquellos grandes golpes que les habían dado, que no por feos eran juzgados, mas por tan hermosos como las piedras preciosas, considerando con qué esfuerzo, con qué valentía, y con cuán grande afrenta, y tan peligrosa de sus vidas, los habían recibido. Y luego les fue dado de cenar, hablando el Emperador con ellos, riyendo de lo que habían pasado, loando sus grandes cosas, y ellos diciéndole el gran placer que hubieron de ver cómo los elefantes bramaban, y se revolvían con el aceite que ardiendo sobre ellos daba; y cómo al trastornar de los castillos caían los paganos, las piernas hacia arriba y las cabezas abajo, unos sobre otros, que en medio de su gran afrenta, no pudieron excusar la risa. En esto que oís y en otras muchas cosas pasaron la cena hasta que se fueron a descansar, que bien les era menester.

 

CAPÍTULO CLVII. Del espantoso y no pensado socorro con que la reina Calafia en favor de los turcos al puerto de Constantinopla llegó. Quiero agora que sepáis una cosa la más extraña que nunca por escriptura ni por memoria de gente en ningún caso hallar se pudo, por donde el día siguiente fue la ciudad en punto de ser perdida, y cómo de allí donde le vino el peligro, le vino la salud. Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla, llamada California, muy llegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las amazonas era su estilo de vivir. Estas eran de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones y de grandes fuerzas; la ínsula en sí la más fuerte de riscos y bravas peñas que en el mundo se hallaba; las sus armas eran todas de oro, y también las guarniciones de las bestias fieras, en que, después de las haber amansado, cabalgaban; que en toda la isla no había otro metal alguno. Moraban en cuevas muy bien labradas; tenían navíos muchos, en que salían a otras partes a hacer sus cabalgadas, y los hombres que prendían llevábanlos consigo, dándoles las muertes que adelante oiréis. Y algunas veces que tenían paces con sus contrarios, mezclábanse toda dellas seguranza unas con de donde se seguía quedar con muchas preñadas, y siotros, paríany habían hembra,ayuntamientos guardábanla, carnales, y si parían varón, luego era muerto. La causa dello, según se sabía, era porque en sus pensamientos tenían firme de apocar los varones en tan pequeño número, que sin trabajo los pudiesen señorear, con todas sus tierras, y guardar aquellos que entendiesen que cumplía para que la generación no pereciese. En esta isla, California llamada, había muchos grifos, por la grande aspereza de la tierra y por las infinitas salvajinas que en ella habitaban, los cuales en ninguna parte del mundo eran hallados; y en el tiempo que tenían hijos, iban estas mujeres con artificios para los tomar, cubiertas todas de muy gruesos cueros, y traíanlos a sus cuevas, y allí los criaban. Y siendo ya igualados, cebábanlos en aquellos hombres y en los niños que parían, tantas veces y con tales artes, que muy bien conocían a ellas, y no les hacían ningún mal. Cualquiera varón que en la isla entrase, luego por ellos era muerto y comido; y aunque hartos estuviesen, no dejaban por eso de los tomar y alzarlos arriba, volando por el aire, y cuando se enojaban de los traer, dejábanlos caer donde luego eran muertos. Pues al tiempo que aquellos grandes hombres de los paganos partieron con aquellas tan grandes flotas como la historia vos ha ya contado, reinaba en aquella isla California una reina muy grande de cuerpo, muy hermosa para entre ellas, en floreciente edad, deseosa en su pensamiento de acabar grandes cosas, valiente en esfuerzo y ardid de su bravo corazón, más que otra ninguna de las que antes della aquel señorío mandaron. Y oyendo decir cómo toda la mayor parte del mundo se movía en aquel viaje contra los cristianos, no sabiendo ella qué cosa era cristianos, ni teniendo

noticia de otras tierras, sino aquellas que sus vecinas estaban, deseando ver el mundo y sus diversas generaciones, pensando que con la gran fortaleza suya y de las suyas, que de todo lo que se ganase habría por fuerza o por grado la mayor parte, habló con todas aquellas que en guerra diestras estaban, que sería bueno que, entrando en sus muy grandes flotas, siguiesen aquel viaje que aquellosdelante grandes príncipes altos hombres seguían; y esforzándolas, poniéndoles las muy grandesy honras y provechos que de animándolas tal camino seguírseles podrían, sobre todo con muy grande fama que por todo el mundo dellas sería sonada, que estando así en aquella isla, haciendo no otra cosa sino lo que sus antecesores hicieron, no era sino estar como

 

sepultadas en vida, como muertas viviendo, pasando sus días sin fama, sin gloria, como los animales brutos hacían. Tantas cosas les dijo aquella muy esforzada reina Calafia, que no solamente movió a sus gentes a consentir en el tal camino, mas ellas, con mayor deseo que sus famas por muchas partes divulgadas fuesen, le daban priesa que entrase en la mar luego, porque se hallasen en las afrentas, juntas con aquellos tan grandes hombres. La Reina, que la voluntad de las suyas vido, sin más dilatar, mandó bastecer su grande flota de viandas y de armas todas de oro, y de todo lo demás necesario, y mandó reparar la mayor fusta de las suyas, hecha a manera de una red de gruesa madera, y hizo en ella meter hasta quinientos grifos, que, como ya se vos dijo, desde pequeños mandó criar y cebar en los hombres; y haciendo allí meter las bestias en que cabalgaban, que de diversas maneras eran, y todas las más escogidas mujeres y mejor armadas que tenía en la flota, dejando tal recaudo en la isla con que segura quedase, y metióse ella las otras en la mar; y dióse tanta priesa, que llegó a las flotas de los paganos aquella noche que se os dijo del combate; con que todos ellos hubieron muy gran placer, y luego fue visitada de aquellos grandes señores, haciéndole muy grande acatamiento. Ella quiso saber en qué estado estaba su hecho, rogándoles mucho que por extenso se lo contasen, ygentes, oída la relación dello, tomar; dijo: «Vosotros habéis ciudad con vuestras y no la pudistes pues yo con las combatido mías, si a esta vosotros pluguiere, quierograndes el día siguiente probar mis fuerzas a que bastarán, si quisiéredes estar a mi consejo». Todos aquellos grandes señores le dijeron que como por ella fuese señalado, que así lo mandarían cumplir. «Pues enviad luego a todos los otros capitanes que por ninguna manera salgan mañana ellos ni los suyos de sus estancias, hasta que por mí les sea mandado, y veréis un combate el más extraño que hasta hoy nunca vistes, ni de que jamás oístes hablar». Esto fue luego hecho saber al gran soldán de Liquia y al soldán de Halapa, que tenía cargo de todas las huestes que estaban en la tierra; los cuales así lo mandaron a todas sus gentes, maravillándose mucho a qué podría acudir el pensamiento y obra de aquella reina.

 

CAPÍTULO CLVIII. Cómo los grifos la gente que vieron Encima la cerca volando llevaban Y muertos aquellos por otros tornaban La más fiera caza que hombres oyeron; Y cómo los turcos que arriba subieron Aquel mismo daño reciben penando Los cuales de grifos ayuda esperando Por grifos la muerte cruel recibieron. Pasada aquella noche, y la mañana venida, la reina Calafia salida de la mar, armada ella y sus mujeres de aquellas armas de oro, sembradas todas de piedras muy preciosas, que en la su ínsula California como las piedras del campo se hallaban, según la su gran abundancia, y puestas en las bestias fieras, guarnecidas como os dijimos, mandó abrir una puerta de la fusta donde los grifos venían. Los cuales, como el campo vieron, salieron todos con mucha priesa, mostrando gran placer en volar por el aire, y luego vieron la gran gente que por la cerca andaba. Como ellos hambrientos estuviesen y sin ningún temor, cada uno tomó el suyo en sus uñas, y subiéndose en lo alto, comenzaron a comer en ellos. Muchas saetas les tiraron, y muy grandes golpes les dieron con las lanzas y con espadas; mas su pluma era tanta y tan junta y recia, que nunca en la carne les pudieron tocar. Esta fue la más hermosa y agradable caza para los de su parte que nunca vieron hasta entonces; y como los turcos así los vieron ir con sus enemigos volando en alto, daban tan grandes voces y alaridos de placer, que el cielo horadaban, y la más triste y más amargosa para los de la ciudad que nunca ver pudieron, porque vían llevar el padre al hijo, y el hijo al padre, y al hermano y al pariente; así que, los llantos eran en tanto grado, y las rabias que por ellos hacían, que era gran compasión de los ver. Después que los grifos anduvieron un espacio de tiempo por el aire, y habiendo soltado sus presas, dellas en la mar y dellas en la tierra, tornaron como de cabo, y sin ningún temor tomaron otros tantos; de que los suyos hubieron doblado placer, y los cristianos muy mayor tristeza. ¿Qué os diré? Que fue el espanto tan grande de los de la cerca, que si no fueran algunos que se pusieron en las bóvedas de las torres por allí guarecer, de todos los otros fue desamparada, sin que ninguno en su defensa en ellas quedase. Esto visto por la reina Calafia, dijo con una voz alta a los dos soldanes que hiciesen a sus gentes subir por las escalas; que tomada era la ciudad. Entonces

corrieron todos a gran priesa, y poniendo muchas escalas, subieron sobre el muro. Los grifos, que ya habían soltado los que llevaban, como así los vieron, no teniendo ningún conocimiento dellos, tomáronlos por la manera que a los cristianos habían hecho; y volando por el los que llevaron loshabiendo dejar caergran donde ninguno escapó de laymuerte. Aquí seteniéndose trocó el placer y elaire, pesar; los dehasta fuera, piedad dellos, lloraban, los de dentro, por vencidos viendo a los enemigos andar por la cerca, tomaron en sí muy gran consuelo. A esta sazón, como los que en el adarve quedaron estuviesen espantados, esperando de morir como sus compañeros, salieron de las bóvedas los cristianos, y en poco rato mataron muchos de los turcos

 

que por la ronda hallaron, y a los otros hicieron saltar abajo, y tornáronse a las bóvedas, porque veían venir los grifos hacia sí. Cuando aquello fue visto por la reina Calafia, fue muy triste en gran manera, y dijo: «Mis ídolos, en quien yo adoro y creo, ¿qué será esto, que así es mi venida favorable a mis enemigos como a mis amigos, teniendo yo por creído que, con la vuestra ayuda y con mis fuertes compañas y gran aparejo bastaba para su destrución? Mas no pasará ello así». Entonces mandó a las suyas que subiesen por las escalas, y que trabajasen por ganar las torres, matando a todos los que en ellas hallasen; que de los grifos seguras serían. Ellas, compliendo el mandamiento de su reina, fueron luego apeadas, poniendo ante sus pechos unas medias calaveras de pescados, que todo lo más del cuerpo les cubrían, y eran tan recias, que ninguna arma las podía pasar, y todas las otras armas que al cuerpo se juntaban, a las piernas y brazos, eran de oro, como ya se dijo. Y fuéronse a gran paso para la cerca, y con mucha ligereza subieron por las escalas y se pusieron encima della, y comenzaron a pelear muy reciamente con los de las bóvedas. Mas ellos, como estaban en estrechas partes, y las puertas eran pequeñas, defendíanse bravamente. Pero los de la ciudad, que abajo andaban, tiraban a aquellas mujeres con saetas y dardos, y como las tomaban por los lados, y las armas de oro eran flacas, hirieron muchas dellas. Y los grifos andaban sobre ellas revolando, sin que de allí se partiesen. Como la reina Calafia esto vio, dijo a los soldanes: «Haced subir vuestras compañas; que las mías serán defensa contra estas aves mías, que no las osen acometer». Y luego los soldanes mandaron a su gentes que subiesen por las escalas y ganasen la cerca y torres, porque de noche todas las huestes serían con ellos, y que se ganaría la ciudad. Ellos, saliendo de sus estancias, fueron a más andar, y subieron sobre la cerca, donde las mujeres combatían; mas cuando aquellos grifos los vieron, luego trabaron dellos tan rabiosamente como si en todo aquel día no hubieran tomado ninguno; y como quiera que las mujeres los amenazaban con los cuchillos, muy poco les aprovechaba; que, por mucho que ellas en su amparo se ponían, de entre medias se los sacaban por fuerza a su pesar, y subiéndolos a lo alto, dejábanlos caer donde todos morían. El miedo y el espanto fue tan grande de los paganos, que mucho más apresuradamente que subieron, fueron decendidos y acogidos a sus reales. La Reina, que vido aquel desbarate sin remedio, envió luego a mandar a aquellas que los grifos tenían en cargo y guarda, que los llamasen y los encerrasen en la fusta. Ellas pues, oído el mandamiento de la Reina, subieron encima de la nave, y en su lenguaje a grandes voces los llamaron; y como si fuesen humanas personas, acudieron todos allí, y con obediencia se metieron en las redes.

 

CAPÍTULO CLIX. Exhortación que hace el autor a los cristianos poniéndoles delante los ojos la gran oobediencia bediencia que estos grifos brutos animales a quien los había criado mostraban. Oh, qué cosa tan de notar para los mortales, que siendo hechos por la mano de Dios y por su boca santa a su semejanza, en que su excelencia no pudo ser más subida, dándoles seso, discreción, ánimas inmortales, conocimiento, y señorío sobre toda cosa viva y muerta que por él en el mundo fue establecida; dándoles leyes por donde se guiasen, prometiéndoles bienaventuranza en aquella gloria celestial, amenazándolos con las infernales penas, mostrándoles antes sus ojos las muertes de sus hijos, de sus padres, de sus amigos y prójimos, alcanzando su saber que de aquella estrecha y tan triste vía huir no pueden; siéndoles manifiestas las grandes vueltas de la fortuna, abajando los muy altos debajo de la tierra, alzando los bajos encima de las alturas, con otras muchas variables cosas que nuestros ojos corporales cada día miran, y nuestros muy gruesos juicios sin impedimento alguno pueden comprehender. Que teniendo todo esto puesto en olvido, corremos siempre sin parar tras aquello que tanto nos daña, que tanta pena nos causa y tan poco dura, huyendo de lo razonable, abrazándonos con el querer y afición de nuestras dañadas voluntades, perdiendo de nuestras memorias aquella tan amarga y tan dolorosa pasión con tantos y tan crueles tormentos, que el nuestroenmuy Dios por nuestra verdadero, redención dehabiendo su voluntad y querer quiso pasar, prometiéndonos ellaalto descanso y reposo en nos verdadero conocimiento, verdadera satisfación y amargo arrepentimiento; que aunque la ley divina no lo mandase, lo manda la verdad y la virtud, a que tan obligados somos. Andamos con tanta afición, con tanta ceguedad tras lo ciego, tras aquello que debríamos aborrecer y huir como cosa encantada, ponzoñosa, que no solamente a las entrañas y venas corporales penetra, mas a las ánimas, que en toda tristeza, en toda amargura y pena sin fin nos las pone. Pues si estas tan santas cosas dichas y tan verdaderas son huidas de nuestras memorias, siquiera quedase en ellas esta destos crueles grifos, fingida y compuesta, considerando que, siendo nacidos en lugares tan ásperos y tan fragosos y apartados como su braveza lo demanda, y de allí tomados por la industria de aquellas mujeres y retraídos fuera de su natural, que aquella tal crianza tanta fuerza y vigor tuviese, que andando por el aire con tanta soberbia, con tanta crueldad envueltos en sangre, viniesen a tanta obediencia, que de su propria voluntad, por el llamamiento de aquellas mujeres, fuesen encerrados en aquella prisión; y nosotros, mezquinos, nacidos de hombre y mujer razonables, criados y gobernados por la vía natural, amonestados y doctrinados por los hombres santos y muy grandes maestros, corregidos y enmendados por nuestros confesores, atemorizados y apremiados por la justicia; que todo esto y otras muchas doctrinas que se nos representan no tengan en no tanto poder que nos hagan apartar de aquellas liviandades y locuras que tan sojuzgados nos tienen, que nos hacen caer en tantos pecados de soberbia, de codicia, de lujuria y de blasfemia, y de otras cien mil desventuras, hermanas, parientas y grandes amigas de las infernales penas. Pues, muy alto Señor, que por reparo destas cosas en el mundo veniste, envíanos la tu gracia, derrama sobre nos la tu merced, porque con ello, rompiendo y quebrantando estas

tan fuertes cadenas de maldad a que ligados estamos, tú, Señor, goces de nuestro servicio, y nosotros de aquella gloria santa que para los justos y buenos tienes aparejada.

 

CAPÍTULO CLX. Cómo las fuerzas del pueblo tirano Quiriendo vengarse con sus azagayas Pasan las cavas palenques y rayas Y rompen la tela del muro cristiano; Y cómo Calafia la espada en la mano Hace gran daño con sus amazonas Donde murieron muy muchas personas De fieles y más del bando pagano. Después que los cristianos fueron encerrados, como ya oístes, la reina Calafia dijo a los soldanes: «Pues que mi venida os ha dado enojo, querría que os diese placer. Mandad a vuestras gentes que salgan, y vamos a la ciudad contra aquellos caballeros que delante nosotros osan parecer, y hágase el combate lo más recio que ser pueda, y yo con mis gentes tomaré la delantera para la batalla». Los soldanes mandaron luego a los suyos, que armados estaban, que saliesen con gran denuedo, y trabajasen por subir en el adarve; que ya aquellas aves eran encerradas; y ellos, con los de caballo, hicieron espaldas a la reina Calafia; y luego la gente salió de tropel, y llegaron a la cerca, mas no tan a su salvo como pensaban, que ya de la gente del lugar estaba guarnecida; y como los paganos iban subiendo por la escala, los cristianos los derribaban, por donde muy muchos dellos fueron muertos y maltratados. Otros llegaron con sus amparos y artificios de hierro, y cavaban muy de recio en la cerca; a estos tales le fue grande estorbo y peligro el olio y lo otro que sobre ellos caía; mas no fue tanto, que les quitase que no hiciesen muchos agujeros y portillos. Mas acudiendo allí el Emperador, que siempre traíaa consigo mil depor caballo, dejódeldellos que biencon lo pudieron defender, hasta que, pesar delos losdiez paganos, la gente lugartantos, fue reparado muchos maderos y piedras y tierra. Como la Reina vido la revuelta, fue con las suyas a gran priesa a la puerta Aquileña, que Norandel guardaba, y iba delante todas, muy bien cubierta de aquellos escudos que os dijimos que traían, y su lanza muy fuerte en la mano. Norandel, que así la vido venir, salió a ella, y encontráronse tan fuertemente, que las lanzas fueron en piezas, y ninguno dellos cayó. Entonces Norandel puso mano a su espada, y la Reina a su gran caudillo, que el hierro tenía de ancho un gran palmo, y diéronse muy fuertes golpes. A este tiempo luego se juntaron y mezclaron los unos entre los

otros, tan revueltos y con tan grandes golpes, que gran maravilla era de los ver; y si algunas de las mujeres caían en tierra, así lo hacían de los caballeros. Y si en aquesta historia no se cuenta por extenso lo que en particular cada uno dellos hacía, mostrando su gran fuerza y esfuerzo, no lo causa sino que la multitud de la gente era tanta, y tantos venían sobre cada uno dellos, que aquel gran maestro que losino miraba y por lo puso, no pudo que en especial en esteElisabat, trance pasaba, algunas cosasescripto bien raras, así como esto dedeterminar la Reina y lo Norandel, que ambos se juntaron, como habéis oído. La priesa era tan grande, que luego hicieron partir la batalla de aquellos dos, tornando cada uno en ayuda de los suyos. Pero dígoos que las cosas que aquella reina hizo en armas, así en matar caballeros y derribar los heridos, como en se meter entre

 

sus enemigos tan denodada, que no se puede contar ni creer que ninguna mujer a tanto bastasen sus fuerzas; y como lo había con tan preciados caballeros, nunca se partían de darle muy grandes y fuertes golpes; pero todos los más recebía en el su muy duro y fuerte escudo. Como Talanque y Maneli vieron lo que aquella mujer hacía, y el gran daño que los de su parte rescibían, fuéronse para ella, y tomáronla en medio, y cargáronla de tales golpes, que ya la tenían como desatinada. Y una hermana suya, que había nombre Liota, que la guardaba, entró tan rabiosa como una leona a la socorrer, y hirió a los caballeros tan mortalmente, que a mal de su grado se la sacó de poder, y la puso entre las suyas. Pues en este medio tiempo no creáis que la gente de las flotas estaba de balde, antes os digo que tantos dellos tomaron tierra, que si no fuera por la merced de Dios y por el grande esfuerzo del conde Frándalo y de sus compañeros, la ciudad se perdiera de todo en todo. Muchos muertos hubo de ambas las partes, aunque mucho más de los paganos, que más flacas armas traían. Así como habéis oído anduvo aquella revuelta y cruda batalla hasta cerca de la noche, en que no quedaba ninguna de las puertas abierta, sino aquella que Norandel guardaba; que las otras, por fuerza, siendo retraídos los caballeros por ellas, les convino, a mal de su grado, cerrarlas; pero así lo fue esta otra que digo; que como aquellos dos soldanes deseasen mucho ver cómo aquellas mujeres batallaban, detuvieron sus gentes que noque entrasen en laentraran liza. Mas como ir ely aun día, dieron sobre los cristianos tan arrebatadamente, por poco todos en lavieron ciudad; así, entraron más de cien hombres y mujeres. Y Dios, que le guió, habiendo el Emperador dejado las otras puertas cerradas, sabiendo cómo en aquella se mantenía la batalla, acudió allí; y como los vido en tal manera, apretó con los suyos tan recio, que matando dellos, sacó a los otros fuera. Allí perdieron los paganos mucha gente que desde las torres les mataron, y murieron de las mujeres más de docientas; mas no fue sin gran daño de los de dentro, porque de los cruzados fueron diez muertos, que puso muy gran dolor a sus compañeros; los cuales eran estos: Ledaderín de Fajarque, Trión y Imosil de Borgoña, y los dos hijos de Isanjo. Recogida toda la gente en la ciudad, como dicho es, así los paganos se retrujeron a sus reales, y la reina Calafia a su flota, porque aún no había tomado lugar en la tierra. Y las otras gentes entraron en sus naos, de manera que por aquel día no hubo entre ellos más contienda. Mas ahora los dejaremos así, y contaros ha la historia cómo las flotas de los reyes cristianos se juntaron en el puerto de la ínsula Firme, y de allí partieron al socorro.

 

CAPÍTULO CLXI. Cómo por mano del alto Señor Se juntan en puerto que Firme se llama Tantas de fustas fustas que dice la fama Armada en el mundo no hallarse mayor; Donde moviendo con santo favor el rey Perión llevando la guía Con próspero viento de noche y de día Llegaron a vista del Emperador. La historia os ha contado cómo Enil llegó a Roma, y el grande aparejo que en el emperador Arquisil y en don Florestán, rey de Cerdeña, halló; y asimismo cómo Gandalín llegó a la Gran Bretaña, y luego, por mandado del rey Amadís, fue al rey de Sobradisa don Galaor y a don Galvanes, y se pasó al rey Perión de Gaula. Pues ahora os contará lo que de su embajada recaudó. Sabed que, vistas por estos reyes las cartas del rey Amadís, y sabido de Gandalín en la congoja que Esplandián quedaba, y cómo aquellas tan grandes compañas de gentes estaban sobre Constantinopla, que si por desventura se perdiese, toda la cristiandad en gran peligro quedaba, acordaron de poner en ello aquel remedio que los ministros del Señor muy alto en su servicio poner deben, cumpliendo aquello que tenía prometido a la ley de la verdad. Y con gran diligencia hicieron aparejar sus flotas, fornecidas de las más y mejores gentes que pudieron haber, y sin ninguna dilación fueron por sus personas puestos en ellas, yéndose la vía de la ínsula Firme, con gran voluntad de servir a Dios y ganar perdón dél, de aquellos yerros que contra él habían cometido. Pues el rey Amadís no estuvo de balde; que de los navíos que del rey Lisuarte le quedaron, ayuntó y de otros que a muy grany de priesa y otros era queverlo. los reyes comarcanos le prestaron, tan grande armada tantamandó gente, hacer, que maravilla Tornando el conde Gandalín de aquellas partes que os dijimos, y dicho por él cómo todos aquellos señores aderezaban para navegar, acordó antes de su partida de ver al rey Lisuarte y la reina Brisena, que en el castillo de Miraflores estaban, donde el rey Lisuarte había puesto muy gran recaudo, por que la Reina no supiese otras nuevas sino la dolencia de Esplandián, y que había enviado otro mensajero para que de su parte rogasen a entrambos reyes que le viesen, porque su mal le crecía tanto, que no pensaba de escapar.

Y llegado allí el rey Amadís, fue del rey Lisuarte muy bien recebido, y díjole: «Señor hijo, yo os quería llamar que me viésedes para esto que oiréis. Yo he sabido de Gandalín en lo que Esplandián está puesto, en que me parece que no solamente este peligro o afrenta toca a aquel emperador, mas a todos aquellos que somos siervos de Jesucristo, nuestro redentor. Y como yo haya pasado por muchas cosas mundanales, y con gran afición las haya ejecutado, poniendo en olvido de las reparar con aquella penitencia, con aquellas lágrimas que para ser perdonadas se requieren, he acordado de ir en este viaje que hacer queréis, poniendo mi persona tan adelante, por servir aquel Señor a que tantos enojos he hecho, como muchas veces la puse por servicio del engañoso mundo. Y porque la Reina, si la verdad supiese, quedaría con gran sobresalto, tengo

 

puesto el remedio, que con justa causa antes de placer que de tristeza pueda de aquí salir; y esto es, que le he hecho entender que Esplandián está doliente en la ínsula Firme, y que ha enviado por vos y por mí, que le veamos. Así que, es menester que, usando desta cautela, me saquéis de aquí; que determinado estoy de no quedar acá en ninguna manera». El rey Amadís le dijo: «Señor, vuestro pensamiento es tan católico y tan honroso para el mundo, y tan provechoso a vuestra ánima, que no hay qué responder, sino que sin otra dilación por obra sea puesto. Pues ahora vamos a la Reina». Entonces entraron en su cámara, y halláronla rezando, y el rey Amadís le dijo: «Oh, Señora, Gandalín os hizo saber la dolencia de vuestro nieto, y ahora ha enviado otro mensajero, con que ruegan al Rey mi señor y a mí que le veamos, porque con nuestra vista cree que su mal en gran parte será remediado. No es pese dello; que muy presto será la tornada, trayéndole con nosotros». La Reina le dijo: «Amado hijo y señor, aunque el mal de mi nieto sienta yo como arrancarme el corazón de las carnes, conociendo ser estas dolencias naturales, algún consuelo tomo; pero ya me veo con tan grande alteración y tristeza después de la venida de Gandalín, que nunca mis ojos cesan de llorar; y si este mal tan encubierto, que tanto me aflige, no descubre alguna manera de placer, muy pocaque es mi vida.seráY elenmío». esto que me decís, el Rey mi señor es libre para hacer de sí su contentamiento; aquel El Rey le dijo: «Dueña, alegráos; que presto seremos de vuelta con aquel que tanto amáis». Y despedidos della, tomando consigo al honrado viejo don Grumedán y su espada, se partieron para Londres, y entrando en el alcázar de noche, porque el Rey no quiso que ninguno le viese, allí estuvo hasta que todo fue aparejado; y partiendo donde la flota estaba, se fueron la vía de la ínsula Firme, y llegando al gran puerto, hallaron a aquel muy esforzado rey de Cerdeña en él con la gran flota del emperador de Roma y la suya, que muy gran placer les dio. ¿Qué os diré? Que dentro de ocho días fueron juntos el rey Perión y Agrajes, y el rey de Sobradisa, y aquel valiente rey Cildadán, que sabiendo aquella tan grande nueva, aunque no fue requerido, él se fue con grande armada y muy buena gente. Asimesmo vino don Galvanes y el rey don Bruneo y don Cuadragante, y en el camino encontraron con el rey de Suesa y con Grasandor, que traían muchas flotas. Cuando así se vieron juntos con tantas compañas, el esfuerzo suyo fue tan grande que a sus corazones vino, que aunque en contrario les viniese todo lo restante del mundo, no lo temerían. Y rogaban a Dios muy de corazón que les diese lugar de hallarse con aquellos infieles, porque con algún servicio pagasen los yerros y pecados que contra él habían cometido. Y tomando la delantera aquellos dos tan hermosos y ancianos reyes, Lisuarte y Perión, navegaron por la mar adelante la vía donde pensaban hallar aquellos sus enemigos. Finalmente, en cabo de veinte días fueron a la vista de aquellos que en las altas torres de Constantinopla estaban; que cuando por

ellos fueron vistos, aguardando que más cerca se allegasen, en que claramente conocieron ser los cristianos, y viesen las grandes banderas y pendones tendidos, haciendo grandes ondas en el aire, comenzaron a dar muy grandes voces, diciendo: «Traidores paganos y enemigos de la ley de la verdad, agora seréis todos confundidos, destruidos y despedazados, si osáredes esperar aquellas grandes gentes que contra vos vienen». Cuando los de la ciudad esto oyeron, oyer on, alborotáronse todos con mucha priesa, preguntando a los de la torre qué cosa fuese aquello: si era por injuriar a los enemigos, o por dar placer verdadero a los amigos. Ellos respondieron que por entrambas cosas lo hacían, y que supiesen por cierto que Dios

 

era en su ayuda; que tantas grandes flotas de cristianos por la mar venían, que no se podrían excusar de ser muertos todos sus enemigos, y que no tardarían de llegar; por eso, que lo dijesen al Emperador. Estos fueron luego corriendo a los grandes palacios a se lo decir; y cuando tal nueva fue por él oída, no será necesario de contar el placer que hubo, pues que cada uno juzgar lo puede; y luego se armó y mandó armar todos sus caballeros y la gente de la villa, y con diez mil de caballo requirió las puertas, y llegando a la del Dragón, que el conde Frándalo guardaba, claramente se le representó ser las flotas de su socorro, y asimesmo les fueron manifiestas a los contrarios, y luego se recogieron todas las naves que sembradas andaban, y así juntas todas, las comenzaron a trabar unas con otras con muy gruesas cadenas, y retrajéronse algún trecho, de manera que los cristianos podían sin ninguna contradición tomar tierra. Asimesmo se armaron todas aquellas gentes de los reales que en cargo tenían aquel valiente Radiaro, soldán de Liquia, y el soldán de Halapa, llamado Mazortino.

 

CAPÍTULO CLXII. Cómo Amadís envió a llamar a Esplandián su hijo a la montaña Defendida antes que aquellos grandes reyes hayan entrado en el puerto de Constantinopla. El rey Amadís antes que las flotas con gran parte a la vista de la ciudad fuesen llegadas, mandó al conde Gandalín que en la su barca fuese por Esplandián, porque a ellos se viniese. Esto fue luego hecho. Y sabida la tal nueva por él, del gran placer que hubo, hincó las rodillas en tierra y dijo: «Rey del mundo y de los cielos, bendito seas tú, que así socorres a los que en tu servicio vienen». Y mandó poner sus armas y caballo en la fusta serpentina, y tomando consigo al conde Gandalín, se metió dentro. Mas la fusta no hizo señal de moverse, de que Esplandián fue maravillado, y aguardó algún espacio de tiempo, pero todavía estaba sosegada; el Conde le dijo: «Señor, ¿qué será esto, que al tiempo que más habéis habido menester socorro desta nave, os fallece?» Esplandián le dijo: «No sé a qué parte lo juzgue, si no es que como ella se mueva por el saber de Urganda, y Urganda está presa y encantada, sin que de sus artes se pueda aprovechar, así deben estar todas las cosas que della penden». Esto fue así verdad como lo dijo él, porque aquella ínsula no hallada, en que Urganda hacía su habitación, que a ninguno era manifiesta, en aquel medio tiempo de su prisión claramente fue vista y tratada de todos los que verla querían. Cuando Esplandián vido que no había remedio, metióse en la barca de Gandalín, con todo el aparejo de armas y caballo, y tomando consigo quien lo guiase, se fue por la mar, y anduvo tanto, que a la segunda noche pasó cabe las flotas de los paganos; y llegó tan cerca de la ciudad a la parte donde era la puerta del Dragón, que bien pudo ver que las flotas de los cristianos no eran llegadas, y luego siguió la vía por donde el conde Gandalín le había señalado, y ante que mucho anduviese encontró las flotas. Y sabido de Gandalín cómo sus abuelos, el rey Lisuarte y el rey Perión, venían en la delantera, fuése a la nave del rey Lisuarte, que en ella venía con su padre; y llegando a ella, ninguno lo conoció, porque llevaba el yelmo en la cabeza, y entrando dentro, se fue donde el rey Lisuarte estaba, y como le vido, quitándose el yelmo de sobre la cabeza, siendo a él llegado, se lanzó a sus pies por se los besar. El rey Lisuarte, que así de súbito le vido, fue muy alterado, en tanta manera, que no pudo hablar. Y tomándolo entre sus brazos, lo juntó consigo, cayendo de sus ojos las lágrimas a hilo por los carrillos y barbas largas y canas que tenía, besándole en su cara muchas veces y en los ojos. Esplandián no tenía lugar de le besar las manos, y lloraba con gran placer en verse delante de aquel rey que le había criado y que tanto le amaba. En esto llegó el rey Amadís, su padre, y dijo: «Hijo, mucho nos place con tu venida». Esplandián, salido de entre los brazos de su abuelo, hincó los hinojos ante su padre y besóle las

manos, y él lo besó y le dio su bendición. Y si decir se hubiese en la manera que fue recebido del rey Perión y de los reyes sus tíos y de todos los otros, sería gran prolijidad. Basta que así como el amor que le tenían era en mucha cantidad, así en aquella hubieron de su vista muy gran placer.

 

CAPÍTULO CLXIII. Cómo los siervos del alto Señor Con ricos tesoros y grandes haciendas Salidos en tierra armaron sus tiendas Poniendo a los turcos en mucho temor; Y cómo escribieron con grande furor Queriendo vengar su pérfida saña Al buen caballero y al rey de Bretaña La reina Calafia y el Turco mayor. Pues navegando, como habéis oído, llegaron cerca de la ciudad, trayendo consigo la flota del Emperador, que por miedo de los contrarios andaba desviada, desde donde vieron las flotas de los paganos, que muy juntas estaban. Y asimesmo vieron parte de los reales que en la tierra firme estaban, y luego sin más tardar, a gran priesa los reyes delanteros tomaron la tierra, sin que alguno lo estorbase, y la causa por qué de los paganos no fueron acometidos adelante la oiréis. Así salieron muy muchas compañas armadas, y hicieron sacar sus caballos y tiendas y otros muy muchos y muy grandes aparejos conformes a su grandeza, y muy muchas gentes con sus artificios de muchas suertes para hacer grandes cavas y fosos para fortalecer el real. Así pasaron aquel día, que porque os hemos dicho, no entendieron en otra cosa sino solamente en enviar a decir al Emperador que estuviese quedo en la ciudad, que tiempo habría para se ver, y que mandase al conde Frándalo que, dejada la guarda de la puerta, que se metiese en compañía de Agrajes en las flotas, porque en arte de la guerra era hombre muy señalado. Pues estando todos aquellos reyes en sus tiendas, mandando fortalecer muy bien aquella estancia, y aderezar para dar otro día la batalla a sus enemigos, aquel gran soldán de Liquia y la reina Calafia, que juntos andaban poniendo recaudo en sus gentes que no se desmandasen, supieron por algunas personas cómo en aquel real de los cristianos estaban Amadís, rey de la Gran Bretaña, y el caballero Serpentino, su hijo, de que mucho placer hubieron. Y haciendo allí venir ante sí aquella doncella del Soldán, que ya oístes, que la carta había llevado a Norandel, le mandaron que se fuese al real de los cristianos, y preguntando por el rey Amadís y por el caballero Serpentino, su hijo, les diese una carta de su parte, la cual decía así:

 

CAPÍTULO CLXIV. Carta del soldán de Liquia y de la reina Calafia al rey Amadís y a su hijo Esplandián. «Radiaro, soldán de Liquia, escudo y amparo de la ley pagana, destruidor de los cristianos, enemigo cruel de los enemigos de los dioses; y la muy esforzada reina Calafia, señora de la gran isla California, donde en grande abundancia el oro y las preciosas piedras se crían: Hacemos saber a vos, Amadís de Gaula, rey de la Gran Bretaña, y a vos, el caballero de la Gran Serpiente, su hijo, cómo somos venidos a estas partes con voluntad de destruir esta ciudad de Constantinopla, por los enojos y daños que el muy honrado rey Armato de Persia, nuestro hermano y amigo, deste mal emperador ha rescebido, dando favor y ayuda que a mala verdad parte de su señorío le fuese tomado. Y porque nuestro deseo no es sino en ganar gloria y fama, como hasta aquí la favorable fortuna nuestra nos lo ha otorgado, sabiendo las grandes nuevas que por todo el mundo corren de vuestras grandes caballerías, hemos acordado, si a vos placiere, o vuestro esfuerzo a ello bastare, de antes que el gran cumplimiento de gentes, que excusar no se puede, se haga, de vuestras personas a las nuestras hayamos una batalla, siendo los vencidos en sujeción y obediencia de los vencedores, de ser por ellos muertos, o llevados a la parte que su voluntad fuere. Y si desto rehusáis, con mucha causa podemos juntar todas vuestras glorias pasadas con las nuestras, contándolas de nuestra parte, donde se mostrará claro en lo porvenir ser al vencimiento en nuestro favor».

 

CAPÍTULO CLXV. Cómo los reyes de grande saber Leyendo la carta de haz y de envés Aunque recelan contrario revés Aceptan el campo con mucho placer; Y cómo Calafia tornada mujer Vestida de paño de extrañas maneras Tomando consigo dos mil compañeras Al buen caballero acuerda de ver. Tomando la carta aquella doncella negra y hermosa, ricamente ataviada, encima de la su fiera bestia se fue derechamente al real de los cristianos; y preguntando por aquellos dos caballeros, padre y hijo, sabiendo ser en la tienda del rey Lisuarte, a ella se fue, siendo muy mirada de todos, pareciéndoles, según su manera, muy hermosa y muy extraña en todo su rico atavío y traje. Y allí llegada, preguntó por ellos, y dijéronle que con el rey Lisuarte estaban. «Pues decidles cómo los quiere ver una doncella extraña; que si mandan que dentro los vea o aquí donde estoy». Cuando esto les fue dicho, quisieran salir a ella, mas los reyes Lisuarte y Perión dijeron que entrase donde estaban; que aquello era lo más honesto. La doncella, apeada de su bestia, entró en la tienda donde los reyes estaban armados, asentados en sus reales sillas, ricamente guarnecidas y de muy preciosas piedras; que esto tenían por costumbre en aquel tiempo, cuando en las guerras andaban, traerloconsigo las más preciadasdejoyas, así de porque atavíos allí de donde sus personas, como de sus mesas, y dedetodo que tocaba la necesidad su servicio; a la gente les faltaba, los unos no teniendo, los otros no lo osando llevar, con temor de lo perder allí, pareciendo ellos más poderosos y de mayores estados, mostrando sus grandes riquezas, eran con mayor obediencia acatados. La doncella, llegada en su presencia, dijo: «¿Está aquí Amadís, rey de la Gran Bretaña, y Esplandián, que el caballero de la Gran Serpiente se dice, su hijo?»

«Sí», dijo Amadís, «y ¿qué vos place, buena doncella? Que yo soy aquel por quien preguntáis, y veis allí mi hijo». La doncella volvió la cabeza, y vido a Esplandián, que en pie estaba ante el rey Lisuarte, su abuelo, y fue espantada de ver su hermosura, y dijo: «Por cierto, Rey, tú dices verdad ser aquel el caballero que yo demando; que por todo el mundo es divulgada la fama de su muy gran hermosura, y ninguno puede tanto en loor della decir, que por la vista muy mucho más no parezca. Pues toma esta carta, que a ti a él viene, y responded así como vuestra gran fama lo demanda y como el esfuerzo de los corazones bastare».

 

Tomada la carta, y leída, dijeron a la doncella que se tornase a su palafrén; que ellos le darían la respuesta. Ella lo hizo así. Y entre los reyes hubo algún desacuerdo, diciendo que, teniendo delante de sí tantos enemigos, que no debrían poner tales dos caballeros en peligro de una batalla, porque muchas veces en los semejante vienen grandes desaventuras, y que perdiéndolos, perderían mucha esperanza del vencimiento. Otros decían que sería bien que a aquel soldán y a la Reina les fuese acometido otro partido de más caballeros. Pero el rey Amadís les dijo: «Buenos señores, así lo particular como lo general es en las manos y voluntad de Dios, donde ninguno sin la su merced huir puede; si a esta demanda alguna excusa pusiésemos, sería dar grande esfuerzo a los enemigos, y sobre todo, gran menoscabo a nuestras honras, y mucho más en esta tierra, donde extranjeros somos y no han visto cosa de nuestros esfuerzos; que lo que en la nuestra es notorio, y lo que allí por virtud y buen seso juzgarse podría, acá sería juzgado y tenido a cobardía muy grande. Así que, teniendo confianza en la misericordia del Señor, yo me determino en que la batalla se tome, y luego sin más tardar». «Pues que así os place», dijo el rey Lisuarte y el rey Perión, «así sea, y Dios vos ayude con la merced». Entonces el rey Amadís a la doncella: decid ya elvuestro y a campo, la reina partido Calafia que la batalla queremos con dijo las armas que más «Amiga, les agradaren, camposeñor sea este por la mitad, dándoles yo palabra que por ninguna cosa que acontezca no seremos de los nuestros socorridos, y que así lo manden a los suyos que lo hagan, y que si luego la quisieren, luego la habrán». La doncella se partió con esta respuesta, la cual por ella fue dicha a aquellos dos señores. Y la reina Calafia le preguntó qué le parecía de los cristianos. «Muy bien», dijo ella, «que todos son hermosos y bien armados; pero dígote, Reina, que entre ellos es aquel caballero Serpentino, que nunca los pasados ni presentes, ni aun creo los por venir, otro tan hermoso y apuesto vieron, ni los que han de venir lo verán. Oh Reina, ¿qué te diré, sino que si él en la nuestra ley fuese, podríamos creer que nuestros dioses con sus manos lo había hecho, poniendo en la tal obra todo su gran poder y mucho saber, sin que nada dello quedase?» La Reina, que esto oyó, dijo: «Doncella, amiga, gran cosa es la que me dices». «No es», dijo ella; «que si la vista no, otra cosa no es de tal poder que de su grande excelencia pueda hacer entera relación». «Agora vos digo», dijo la Reina, «que con tal hombre como ese yo no entraré en campo sin que primero lo vea y le hable, y ruego al Soldán que lo tenga por bien, y a ti que la vista me conciertes».

El Soldán dijo: «Todo lo que a ti, Reina, será ser á agradable habré yo por bueno». «Pues que lo mandas», dijo la doncella, «yo lo traeré a tu voluntad». Y volviendo la su animalía, se tornó al real; que todos pensaron que el concierto de la batalla traía. Mas siendo llegada, halló los reyes a la puerta de la tienda, y dijo: «Amadís, Rey, aquella reina Calafia te ruega que des orden a que segura pueda venir mañana a ver a tu hijo».

 

Él se comenzó de reír, y dijo a los reyes: «¿Qué os parece esta demanda?» «Que venga digo», dijo el rey Lisuarte; «que gran razón es de ver una tan señalada mujer en el mundo». «Esto tomad por respuesta», dijo Amadís a la doncella, «y no dudes que con toda verdad y honestidad será tratada». Con gran placer della, por haber así recaudado su mensaje, se tornó a la Reina y se lo dijo. Ella dijo al Soldán: «Quédate con la buena ventura, y castiga tu gente, que en este medio tiempo no hagan algún desaguisado». «Desto puedes», dijo él, «estar segura». Entonces se fue a sus naves, y toda la noche estuvo pensando si iría con armas o sin ellas; mas al fin determinó que en hábito de mujer, por ser más honesto, fuese. Y como el alba vino, levantóse, y diéronle unos paños que vistiese, todos de oro, con muchas piedras preciosas, y un tocado, que de gran arte era hecho; que en él había gran volumen de muchas vueltas, a manera de toca, y poníase en la cabeza todo entero, bien así como una capellina; era todo de oro, sembrado de piedras de gran valor. Trujeron una animalía en que cabalgase, la más extraña que nunca se vio: tenía las orejas tamañas como dos adargas, la frente ancha, no tenía más de un ojo, como un espejo; las ventanas de las narices eran muy grandes, el rostro corto y tan romo, que ningún hocico le quedaba; salían de su boca dos colmillos hacia arriba, cada uno de más de dos palmos; su color era amarilla, y tenía sembradas por su cuerpo muchas ruedas moradas a manera de onza; era de grandeza mayor que un dromedario, y tenía las patas hendidas como buey, y corría tan fieramente como el viento, y por los riscos andaba tan ligera, y se tenía en cualquiera parte dellos, como las cabras monteses. Su comer era dátiles y higos y pasas, y no otra cosa; era muy hermosa de ancas y costados y pechos. Pues en esta animalía que habéis oído fue puesta aquella hermosa reina y dos mil mujeres de las suyas, así vestidas de muy ricos paños, cabalgando, que la acompañaban. Llevaba en derredor de sí veinte doncellas, asimesmo ricamente vestidas, que le llevaban las haldas, que más de cuatro brazas desde encima de aquella bestia arrastraban por el suelo. Con este atavío y compañía llegó aquella reina al real, donde halló a todos aquellos reyes, que en tierra salieron, en muy ricas sillas asentados sobre paños de oro, y ellos armados, que no tenían mucha seguridad en las promesas de los paganos; y saliéronla a recebir a la puerta de la tienda, donde fue apeada en los brazos de don Cuadragante, y los dos reyes, Lisuarte y Perión, la tomaron por las manos, y la sentaron entre sí en una silla. Cuando ella así se vido, mirando a una parte y a otra, vio a Esplandián junto con el rey Lisuarte,

que lo tenía por la mano, y según el grande extremo de su hermosura a la de los otros, luego pensó que aquel era, y dijo en una voz: «Mis dioses, ¿qué será esto? Agora vos digo que he visto lo que nunca su semejante ver se puede, ni se verá». Y él hincadoshermosura sus graciosos ojoshiriendo en su hermoso rostro, ella sintió que aquellosderayos que de teniendo su resplandeciente salían, en sus ojos, le penetraron al corazón; manera que, no siendo hasta entonces vencida de la gran fuerza de las armas ni con las grandes afrentas de los enemigos, fue con aquella vista y pasión amorosa tan ablandada y tan quebrantada, como si entre mazos de hierro anduviera. Y como así se vido, considerando que de la más larga estada más

 

inconvenientes le podrían venir para aquella gran fama que con tantos peligros y trabajos, como varonil caballero, ganado había; que quedando en gran menoscabo de deshonra, sería tornada y convertida en aquella natural flaqueza con que la naturaleza a las mujeres ornar o dotar quiso; y resistiendo con gran pena a que la voluntad a la razón sujeta fuese, se levantó de la silla y dijo: «Caballero de la Gran Serpiente, por dos excelencias que en fama sobre todos los mortales tienes, quise verte: la primera, desta tu grande hermosura, que, si por vista no, ninguna relación es bastante de contar su grandeza; la otra, la valentía y esfuerzo de tu fuerte corazón. La una he visto, la cual otra tal como ella nunca ver pude ni espero ver, aunque muchos años de vida me sean otorgados; la otra en el campo será manifiesta contra aquel valiente Radiaro, soldán de Liquia, y la mía contra este poderoso rey, tu padre; y si la fortuna otorgare que, así desta batalla como de las otras que esperamos, salimos vivos, entonces yo hablaré contigo, antes que a mi tierra torne, algunas cosas de mis negocios». Y volviéndose para los reyes, les dijo: «Reyes, quedáos en hora buena; que yo irme quiero donde luego me veréis, con otras vestiduras diferentes destas que traigo, en aquel campo esperando al rey Amadís, teniendo esperanza en la movible fortuna que aquel que de ningún caballero, por valentía que en sí tuviese, nunca pudo ser vencido, ni de otras espantables fieras bestias, que lo será agora de una mujer». Y tomándola los dos reyes ancianos por las manos, la hicieron en la su extraña animalía subir, sin que Esplandián la respondiese; que como quiera que por cosa extraña la mirase y hermosa le pareciese, pero viéndola puesta en armas, siguiendo el diverso estilo que, siendo mujer natural, seguir debía, habiéndolo por muy deshonesto de aquello que por boca de Dios le fue mandado, que en sujeción del varón fuese, procurase ella lo contrario en querer ser señora de todos los varones, no por discreción, mas por fuerza de armas, y sobre todo, ser infieles, a quien él mortalmente desamaba y había voluntad de destruir, desvióse de se poner con ella en razones. Y como de allí fue partida, el rey Amadís mandó que le trajesen su caballo y el de Esplandián, porque si el Soldán y aquella reina al campo saliesen, estuviesen ellos apercebidos para les dar la batalla. En este tiempo llegó por la mar aquel buen caballero y valiente en armas, don Brian de Monjaste, que estando con muy grande flota, por mandado del rey Ladasán 11  de España, su padre, en Cesonia, aquella que después Ceuta fue llamada, para hacer daño a los africanos, supo de un cosario, que por la mar muchas y diversas partes corría, aquel cerco de Constantinopla, diciéndole don Brian: «Si tú, con esta gente que aquí traes, al muy alto y poderoso Señor servir quieres, agora tienes tiempo; que toda la mayor parte del mundo de paganos son venidos a cercar a Constantinopla, y la tienen en grande aprieto, y agora van en su socorro toda la cristiandad, que no falta más sino España; y si Dios nuestro Señor por su misericordia no acorre a los suyos, ni esto ni lo otro quedará sin ser sujeto». Oído esto por don Brian, enviólo a hacer saber al Rey, su padre, y entrando en la flota, navegando

con muy gran priesa, deseoso de se hallar en cosa tan grande y tan señalada, aportó allí, como ya vos dije, donde a todos dio muy grande esfuerzo y placer.

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 En la edición que nos sirve de texto, Lasadán. 

 

CAPÍTULO CLXVI. Cómo prendieron a sus competentes La justa vencida vencida los dos Scipiones Adonde las fuerzas de sus corazones Ad ellos sin armas mostraron valientes Y luego de fieros tornaron pacientes; Aquella amazona y el gran Radiaro Fueron del campo sin más anteparo Llevados por medio de todas sus gentes. Estando el rey Amadís y Esplandián armados, esperando la venida de Radiaro, soldán de Liquia, y de Calafia, reina de la California, no tardó que los vieron venir aparejados para la batalla. Toda la gente de los reales fueron asomados, y asimismo de la ciudad; que las cercas y torres eran dellos llenas. El Emperador estaba fuera hacia aquella parte junto con la cerca, y mandó a su hija Leonorina que, con sus dueñas y doncellas, se pusiese encima de una torre, porque pudiese ver lo que su caballero hacía. Todos, los unos y los otros, eran armados, para que si la seguridad engañosa fuese, no perdiesen ninguno su derecho. Pues cabalgando el rey Amadís y su hijo en sus hermosos caballos, tomando sus escudos y yelmos y lanzas, se fueron para ellos su paso a paso, pareciendo tan hermosos caballeros, que así a los unos como a los otros hacían maravillar. El Soldán dijo en alta voz: «Caballeros, hablémonos, si os pluguiere, antes que entremos en la batalla». Amadís no le respondió, sino fueron así el paso que iban hasta juntar con ellos, y dijo: «Soldán, ¿qué es lo que quieres?» «Lo que yo quiero», dijo él, «es que los vencidos, si muertos no fueren, sean presos y llevados por los vencedores sin impedimento alguno». «Yo lo otorgo», dijo Amadís.

«Pues agora», dijo el Soldán, «comencemos nuestra justa». Entonces se apartaron un poco, y fuéronse a herir. El Soldán encontró a Esplandián en el escudo de tal golpe, que una pieza de la lanza le pasó por él cuanto una braza, que pensaron todos que por el cuerpo la tenía; mas no fue así, que la lanza pasó junto con el brazo, y salió a la otra parte, sin que en el cuerpo tocase. Mas Esplandián, que miraba donde estaba aquella su muy amada señora, encontróle en el escudo, que, pasándosele, le tocó el hierro en unas muy fuertes hojas, en que se detuvo, y con la fuerza del encuentro, sacóle tan recio de la silla, que le hizo rodar por el

 

campo, o así hizo al yelmo, que de la cabeza se lo sacó; y pasó por él muy hermosamente, sin que ningún revés recibiese. La Reina se vino para Amadís, y él fue a ella, y antes que la encontrase, volvió la lanza de cuento, y hiriéronse en los escudos de manera, que la lanza della fue en piezas, y la de Amadís no prendió, y fue desvarando, y juntáronse uno con otro con los escudos tan bravamente, que con la gran fuerza del golpe fue la Reina tan desacordada, que cayó en tierra, y así hizo el caballo de Amadís, que hubo la cabeza hecha dos partes, y tomóle la una pierna debajo. Cuando su hijo así lo vio, saltó del caballo y sacólo de aquel peligro. En tanto la Reina, siendo tornada en su acuerdo, puso mano a su espada, y juntóse con el Soldán, que con gran pena se había levantado, porque la caída fue muy grande, y tenía ya puesto el yelmo y la espada en la mano, y luego se acometieron muy bravamente; mas Esplandián, como os dije, estando en presencia de aquella tan preciada infanta, a la cual él más que a sí mismo amaba, dio tanta priesa con tan duros golpes al Soldán, que, como quiera que fuese uno de los más valientes caballeros que en los paganos se hallaba, y por su persona hubiese vencido muchas peligrosas batallas, y fuese muy diestro en aquella arte, no le aprovechando todo esto nada, fue tan desanimado, que casi no tenía poder ni lugar de dar golpe, y iba perdiendo el campo. La Reina, que se juntó con Amadís, comenzóle a dar muy fuertes golpes, y él se los recebía en el escudo, y otros le hacía perder; pero no porque pusiese mano a su espada, tomó la lanzaderribado. que en ella había quebrado, y con él le dio encima del yelmo talantes golpe, queun porpedazo poco ladehubiera Cuando ella esto vio, dijo: «¿Cómo, Amadís? ¿En tan poco tienes mi esfuerzo, que a palos me piensas vencer?» Él le dijo: «Reina, yo siempre tuve por estilo servir y ayudar a las mujeres; y si en ti, que lo eres, pusiese arma alguna, merecería perder todo lo hecho pasado». La Reina le dijo: «¿Cómo? ¿En la cuenta de esas me pones? Pues agora lo verás». Y tomando su espada con ambas las manos, fue con gran saña por le herir. Amadís alzó el escudo, y recibió en él el golpe, que fue tan bravo y tan fuerte, que el escudo fue en dos piezas; así que, él medio cayó en tierra; pero como la vio tan junta consigo, pasando el palo a la mano izquierda, trabóla del brocal de su escudo, y tiró tan fuerte por él, que, quebrando las fuertes correas con que al cuello lo echaba, se lo tiró, llevándolo en la una mano, y hízola hincar la una rodilla en el suelo; y en tanto que muy ligera se levantó, dejó Amadís el medio escudo, y embrazó el otro, y tomando el bastón, fue para ella, diciendo: «Reina, otórgate por mi presa; que ya tu soldán vencido es». Ella volvió la cabeza, y vio cómo Esplandián le tenía rendido y tomado por su preso, y dijo: «Primero quiero tentar otra vez la fortuna».

Y fue con el cabo de la espada levantada con las manos ambas, y quisiera darle por encima del yelmo, creyendo que él y la cabeza le haría dos partes. Mas Amadís, como muy ligero fuese, guardóse del golpe y se lo hizo perder, y diole con aquel pedazo de lanza tan recio golpe por encima del yelmo, que la desatentó y hízole caer la espada de las manos. Amadís la tomó, y como así la vido, tiróle tan recio por el yelmo, que se lo sacó de la cabeza, y dijo: «Agora, ¿serás mi presa?» «Sí», dijo ella; «que nada me quedó por hacer». hacer ».

 

A este punto llegó a ellos Esplandián con el Soldán, que por su preso se dio; y a vista de todos, llevándolos ante sí, sin que el seguro se quebrantase, se fueron al real, donde con gran placer recebidos fueron, no tanto por el vencimiento de la batalla, que, según las grandes cosas en armas por ellos habían pasado, como esta historia mostrado ha, no tenían esta por gran gloria; mas porque lo tomaban para en lo en adelante por buena señal. El rey Amadís mandó al conde Gandalín que llevase aquellos presos a la infanta Leonorina, de parte suya y de su hijo Esplandián, y le dijese que le rogaba les mandase hacer honra al Soldán, por ser tan gran príncipe y esforzado caballero, y muy noble, y a la Reina por ser mujer; y que así, confiaba en Dios que de aquella manera le enviarían todos los que quedasen vivos de las batallas que con ellos querían haber. El Conde los tomó consigo, y como la ciudad muy cerca estuviese, presto fue en los palacios; y siendo en presencia de la Infanta, dándole los presos, le dijo lo que le fue mandado. La Infanta dijo: «Decid al rey Amadís que yo le agradezco mucho este presente que me envía, y que según la buena ventura y grande esfuerzo dellos, que no terné en mucho que se cumpla en los otros lo que me ofrecen, y que tenemos acá mucho deseo de lo ver, porque, aunque he perdonado a su hijo, quiero que sea él juez entre nosotros». El Conde le besó las manos, y tornóse al real. Y la Infanta mandó luego traer unos ricos paños y un de la con Emperatriz, su madre, y haciendo desarmar Reina, se lo pequeñas hizo vestir;heridas y así hizo contocado el Soldán, otros paños del Emperador, su padre,a yla de algunas que tenían los reparó el maestro Elisabat; y el Soldán mandó enviar a su padre, y la Reina a su madre. Pero quiero que sepáis que la Reina, con toda su fortuna, fue muy espantada de ver la grande hermosura de Leonorina, y dijo: «Dígote, Infanta, que de aquel mesmo espanto que hube en ver la hermosura del tu caballero, de otro tal, viendo la tuya, soy vencida; y si como el parecer son las obras, no temo ninguna afrenta en ser tu presa». «Reina», dijo la Infanta, «aquel Señor en quien yo creo, según mi esperanza, guiará las cosas de manera, que con mucha causa pueda yo cumplir aquella deuda que los vencedores tienen virtud sobre sí contra los vencidos».

 

CAPÍTULO CLXVII. Cómo los grandes reyes cristianos por la mar y por la tierra ordenaron sus batallas. Esto así reyes los lacristianos, grandes dar lay fuesen batalla luego otrohecho, día, yaquellos mandaron quedetoda gente quey allí era, alseñores, alba delacordaron día oyesendemisa, armados y a caballo, tomando la delantera el rey Lisuarte y el rey Perión y el rey Cildadán, y tras ellos el rey Amadís y sus dos hermanos reyes, don Galaor y don Florestán, y la tercera Gasquilán, rey de Suesa, y don Galvanes y el gigante Balán, que aquel día allí llegó con una flota de muy buena gente; y la cuarta, el rey don Bruneo y don Cuadragante, y Grasandor y el duque de Bristoya. Esplandián no quiso ir sino en la delantera con los reyes sus abuelos. En la flota quedaron Agrajes y don Brian de Monjaste y el conde Frándalo, que bien se puede decir con verdad que en los unos ni otros tal hombre de mar no se hallara. A estos enviaron a decir los reyes que, como supiesen que ellos hacían en la hacienda, acometiesen a los paganos, y si ser pudiese, pusiesen fuego a las naves, que, como muy juntas estaban, y trabadas con cadenas, antes que apartarse pudiesen estarían quemadas; y asimesmo enviaron al Emperador a aconsejar que él con la gente más baja pusiese la ciudad, y los caballeros encomendados Norandel, para perdurable. que viendo tiempo, recaudo diese deenrecio en los enemigos hasta lafuesen muerte, pues con ellaa ganaban la vida Agora os contaremos lo que los paganos hicieron.

 

CAPÍTULO CLXVIII. De la primera batalla que los grandes reyes cristianos por la tierra y Agrajes y el conde Fránd Frándalo alo por la mar muy cruelmente con lo loss turcos hubieron Cuando por los paganos fue visto el vencimiento de Radiaro, soldán de Liquia, y de la reina Calafia, mucho fueron desconhortados, porque en estos tenían mucha confianza para el remedio de cualquiera adversidad que la fortuna les causase; mas viéndose tanta muchedumbre de gentes, no perdiendo el propósito que comenzado habían, luego enviaron a los reales donde el soldán de Halapa estaba, sesenta reyes y dos califes y cuatro tamorlanes con mucha compañía, considerando que si los cristianos que en la tierra firme eran fuesen vencidos, que de aquellos de la mar no ternían qué temer, y asimesmo proveyeron en las flotas en que siempre juntas estuviesen, y que por ser desmandadas no se les recreciese algún daño; y también tuvieron gentes apercebidas con grandes aparejos, y cincuenta reyes capitanes con ellos, que cuando viesen la gran revuelta, trabajasen de entrar en la ciudad. Esto así acordado, las gentes de los reales, unos y otros, fueron en el campo. Los reyes cristianos, en la manera que ya oístes, y los paganos al contrario dello, que no sabiendo cómo tanta gente gobernar pudiesen, hicieron sí división ni partición sino todos juntos, que de ninguna cosa del campo les no quedaba pordecubrir; de manera que a alguna, los cristianos les fue forzado hacer otro tanto, teniendo temor que ninguna de sus batallas era bastante para detener a tan grande número de gente, y que siendo desbaratados de los primeros, que los postrimeros no ternían lugar de los coger; antes a la vuelta dellos serían sus gentes retraídos y vencidos; y juntáronse en uno, que podrían ser hasta cien mil hombres de pelea, y los contrarios pasaban de sietecientos mil. Desta manera se fueron por el campo, al paso de los caballos, los unos a los otros; siendo ya a un tiro de arco, los reyes ancianos y el rey Amadís, y los otros reyes y grandes señores, que por escudos de los suyos delante se pusieron, hirieron a sus caballos de las espuelas muy recio, y fueron contra algunos de los reyes que asimesmo delante tenían, armados de muy ricas armas. Allí fue una de las más hermosas justas que nunca se vio. Que juntos los unos y los otros, así de los encuentros de las lanzas como de los caballos y escudos, que muy fuertes eran, no quedó en silla ninguno de los paganos, los cuales murieron, con la priesa grande que sobre ellos vino. Entonces se mezclaron todos con grande estruendo y voces y alaridos, que la tierra y los cielos hacían temblar. Aquellos reyes y caballeros señalados se metieron por las priesas con tanto denuedo y con tan poco temor de la muerte, por dar vida verdadera a sus ánimas, hiriendo, derribando y matando, que espanto era de los ver; pero lo que aquel Esplandián hacía en socorro de aquella su muy amada señora, no bastaría juicio ni mano para por escripto lo dejar, considerando que en la muerte o prisión della estaba la suya dél. Este se metió por los enemigos, derribando, matando y hiriendo en ellos con tan grande esfuerzo y valentía, que así huían dél como de la mesma muerte. Muchas veces le quisieron cercar, mas aquellos reyes, sus abuelos y su padre y tíos, temiendo su gran peligro, nunca le perdían de vista y íbanle siguiendo; y aunque la edad la fuerza le

menoscabase, el grande encendimiento de sus voluntades la sacaba de donde perdida y escondida estuviese; que así acaece, que cuando las personas siguen las cosas mundanales perecederas, que a la vía del infierno los llevan, aunque a la satisfación de sus deseos las alcancen, no hay ninguno tan malo que dello no le venga arrepentimiento; y así por el contrario, aquellos que con mucha graveza su mala inclinación, a seguir aquellocumplidas que a sus son, ánimas aunque forzando en ello pena y fatiga sientan seentornan las ejecutar cuando de gloria allí lespromete, viene el descanso y alegría que ellas consigo traen.

 

Y estos reyes que digo, teniendo en sus memorias aquellas grandes cosas que en servicio del mundo y en condenación de sus ánimas habían pasado, y viéndose en tal parte, que no solamente podían dellas alcanzar perdón, mas mérito muy grande en lo por venir, desechando el miedo, no temiendo la muerte, con grande alegría de sus ánimas se metían por las agudas puntas de las lanzas y espadas, deseando que su sangre derramada fuese en servicio de aquel Señor que por ellos, con grandes azotes, con crueles heridas, derramado la había; así que, con mucho trabajo y gran peligro dellos, socorrido era. Entre los otros caballeros de la una y otra parte había muy cruel y dolorosa batalla, que sin ninguna piedad se mataban y herían; mas como la gente pagana infinita fuese, y muchos dellos no podían entrar en la batalla, andaban pensando hallar lugar para ello adelante, de manera que en poco espacio de tiempo los cercaron todos en derredor, de tal manera, que a los que de lejos los miraban, parecíales que todos eran sumidos. Mas por cierto no era ello así; que como viesen en torno a sus enemigos puestos, y ellos de tal manera cercados, acordaron de hacer de sí una muela, volviendo unos contra los otros las espaldas, y las caras contra los enemigos. Allí eran cargados de saetas, piedras y lanzas, sin que otro mal recibiesen, que sus grandes fuerzas bastaban a que los enemigos, con gran miedo que a los golpes tenían, habiéndolos ya probado, no se les osasen llevar; mas ellos, no contentos de aquello, salían a ellos, y los que esperarlos osaban luego eran muertos o lisiados. Estando desta manera oís, aquel esforzado enamorado Norandel, que muchos caballerosla abatalla su ordenanza tenía,que díjoles: «Agora, señores,y tiempo es en que vuestra bondad parezca»; y dando de las espuelas a su caballo, se fue contra los enemigos, y todos los caballeros tras él, y dieron por el un costado con tanto denuedo y con tan grandes encuentros de lanzas y golpes de espadas, que en su llegada fueron por el suelo más de ocho mil caballeros, entre muertos y heridos. Así que, a los paganos les convino acudir allí donde tanto daño recebían, de que se causó quedar en muy grande cantidad por aquella parte mucho desembargado. Que visto por los cercados, con muy gran denuedo acometieron a los contrarios, y como esparcidos anduviesen, no con mucho peligro, matando muchos dellos, y aun perdiendo hartos de los suyos, pasaron a la otra parte, donde se juntaron con los de Norandel, quedándole algún espacio de descanso. Las flotas, que ya os dijimos que en la mar estaban con aquellos caudillos, acometieron a los paganos, con intención de morir o destruirlos a todos. Mas como lo hubiesen con tantas gentes, y ya sus muy grandes naves trabadas con las gruesas cadenas que ya se vos ha dicho estuviesen, no se les siguió como ellos querían, antes los paganos peleaban reciamente; que en los ver tan pocos, según su muchedumbre, no los tenían en tanto como en nada. Allí pudiérades ver aquellos grandes acometimientos que el esforzado Agrajes hacía, que nunca llegó a nave que, si tiempo viese, dentro no saltase, donde aquel conde Frándalo lo sacaba, teniéndolo más a locura que a esfuerzo, y no sin gran peligro de sus vidas; que así el uno como el otro muchos golpes recibieron, haciendo sus armas de poca defensa y valor; pero con esta tal osadía y con lo que don Brian de Monjaste hizo, hubo lugar que Bellériz, sobrino del conde Frándalo, y el cosario Tartario, pusiesen fuego a una gran fusta de los contrarios, la cual comenzó de arder en vivas llamas. Cuando los paganos esto vieron, llegaron muchos para matar el fuego, y

los cristianos por se lo defender; así que, allí comenzó una muy cruel batalla, donde muchos de ambas partes murieron; mas lo que aquel conde Frándalo hacía, habiendo conocimiento del gran daño que a los enemigos de aquel fuego les podría venir, y la buena ventura que con ello a ellos se les seguía, no se puede decir ni poner por escripto; porque con su nave hacía tantas entradas, y tanto a peligro metía pormuchas desviar veces del fuego los paganos que no lo matasen, que si no fuera por don Brian deseMonjaste, fuera aperdido. Y si aquí no se cuentan tan por extenso los grandes hechos que los paganos hicieron, como se hace los de los cristianos, no creáis que la afición lo causa, porque haciendo a ellos muy fuertes, por muy fuertes quedaban los que los sobraban y vencían. Mas fue la causa por no tener dellos

 

conocimiento, ni saber sus nombres aquel gran maestro Elisabat, que, como se vos ha dicho, escribió esta grande historia, estándolo mirando desde una alta torre de la ciudad de Constantinopla; pues ¿qué os diré, sino que el fuego fue tan crecido y augmentado, que por grande diligencia y resistencia que para lo tomar se puso, no se pudo excusar que todas las naves, que con las fuertes cadenas trabadas y amarradas eran, que serían más de cuatrocientas, no fuesen quemadas, con toda la más gente que tenían, sin que alguno se salvase, sino aquellos que nadando a las otras se pasaron, y otros que fueran por los suyos recogidos?

 

CAPÍTULO CLXIX. De la afrenta en que los cincuenta reyes a la ciudad pusieron mientras las batallas en la mar y en la tierra duraron. A este tiempo que habéis oído, aquellos reyes y caudillos, que con muchas gentes tenían cargo de combatir la ciudad, llegaron con grandes aparejos al combate, creyendo que tanto ternían que hacer los contrarios en las batallas del campo y de la mar, que de la ciudad, por entonces teniéndola por segura, no se curarían; mas no lo hallaron así, que el Emperador, que apercebido estaba, acudió luego a la defender bravamente. Mas como la gente mucha fuese, y asimesmo los grandes pertrechos que traían, no bastaron sus fuerzas a resistir que los paganos no hiciesen muchos portillos en la cerca, por donde algunos entraron; mas como la gente que defendían perdidos se viesen, creyendo que ya los cuchillos tenían sobre sus cabezas para ser hechos pedazos, como quiera que gente popular y no de mucha afrenta fuese, con el gran miedo de la muerte, sacando de sus corazones aquella fortaleza que nunca en ellos aposentada había sido, acometieron tan sin miedo, con tanto denuedo, a los enemigos, que matando muchos dellos, y dellos muriendo muchos, por fuerza los lanzaron y tornaron por donde habían entrado. Así que, se puede decir que, más por la merced y piedad de Dios, que en el tiempo del grande estrecho y afrenta socorre a losy captivos suyos, que de aquellas bajas gentes, la ciudad no fue tomada, y con ella muertos lospor máseldeesfuerzo la cristiandad que allí juntos estaban.

 

CAPÍTULO CLXX. Cómo partidas después que se vieron Las crudas batallas batallas el cielo rompían Los gritos y llantos que todos hacían Llorando los muertos que menos sintieron; Y como los reyes los llantos oyeron Con dulces palabras así los consuelan Diciendo: «Señores aquestos no os duelan Que vidas ganaron si vidas perdieron». Así como la historia vos ha contado, pasaron el primero día aquellas tres batallas, las cuales fueron por la noche, que los cubrió, partidas, y tornada la gente a su real, y las flotas apartadas unas de otras, donde se comenzaron grandes llantos por los muertos; mas luego fueron remediados por aquellos reyes, diciendo que las cosas que por servicio del más poderoso Señor se hacían, como quiera que la fortuna adversas o favorables las trujese, no debían dar pesar ni dolor; porque, si los cuerpos pereciesen, tornándose a aquella tierra donde fueron tomados, las ánimas inmortales gozaban del galardón que ellos merecían en se haber apartado de los engañosos vicios y deleites que con toda afición habían seguido, recibiendo muertes con tal martirio por aquel que de su propria voluntad mucho más cruel y amarga la recibió por nos dar la vida, que desde el principio del mundo perdida teníamos.

 

CAPÍTULO CLXXI. Del acuerdo que los paganos hubieron acerca de la batalla venidera. Tan granpor daño muertos y heridosholgasen recibieron batallasporlosdarunos y los quey hubieron biendeque el día siguiente con en todaestas seguridad, reparo a lasotros, heridas a sus armas y caballos, para tornar a la batalla. Mas los paganos fueron muy quebrantados, que mucha más gente perdieron, y lo que más les dolía, eran las naves que perdieron. Y algunos decían que sería bueno, tomando algún asiento, se tornasen a sus tierras, porque, según la gran fuerza sentían en los cristianos y en la ciudad, que con mucha razón debían perder la esperanza de alcanzar la gloria y el vencimiento; por otros era dicho que si tal partido acometiesen, que sería poner a sus enemigos en tanta soberbia, y a los suyos en tal desmayo, que sería causa de con poca afrenta ser todos vencidos y muertos, y que, pues el negocio tan adelante estaba, que no era tiempo de volver atrás, sino que, teniendo esperanzan en sus dioses, tornasen acometer a sus enemigos, con esperanza de los vencer y destruir. A ese consejo se acogieron todos, teniéndolo por mejor. Y acordaron aquellos altos hombres que dos reyes de los que más habían usado las armas, con dos mil caballeros, no tuviesen otro cuidado sino atajar algunos caballeros de los cristianos, que sin ningún temor en medio dellos se metían y les hacían casi todo el daño. Y si aquello hacer pudiesen, que con poca fuerza los que quedasen serían muertos o vencidos.

 

CAPÍTULO CLXXII. Cómo según cuenta la historia historia Las grandes batallas al juego volvieron Las cuales después que mal se hirieron La santa cuadrilla llevó la victoria; Adonde ganando coronas de gloria Perdieron las vidas con buen corazón El muy virtuoso rey Perión Y el rey Lisuarte de buena memoria. Pasado aquel día y la noche, venida el alba, comenzaron a tocar las trompetas, así del un campo como del otro, y la gente fue armada y puesta en aquella parte que habían de haber la batalla. No donde fue la primera, porque de los muertos tan ocupada estaba, que por ninguna manera los caballos pudieron por ella andar; y como se vieron, se fueron los unos para los otros, y comenzaron la batalla con mucha más braveza que de antes habían hecho. Esplandián como la muerte no dudase por la dar a aquellos enemigos de su Señor, después que la lanza perdió, con que más de diez caballeros había derribado, puso mano a su espada, que en señal de ser el mejor caballero del mundo había ganado, como antes se os dijo; metiéndose por los enemigos, comenzó de los herir y matar muy cruelmente. El rey Amadís, su padre, iba por otra parte haciendo maravillas; y así lo hacía el buen rey Cildadán, y don Galaor, y aquel muy esforzado rey de Cerdeña, y los otros famosos caballeros, no olvidando aquel fuerte don Cuadragante y don Bruneo, rey de Arabia; que todos estos, no contentos de entrar por una parte, y antes querer ser aguardados que aguardar a ninguno, iban adonde les parecía que más necesario era su socorro. Así que, muchos golpes yque recibieron,y reyes no dejaban matar y como derribar cuantos antecaballeros sí hallaban.y Pues por aquellos soldanes tamorlanes de losdepaganos, fuesen buenos anduviesen muy bien armados, acudían allí donde vían tan mal parar los suyos, y juntábanse con aquellos caballeros sus contrarios. Mas aunque algún rato se pudiesen con ellos detener y sufrir, al cabo quedando maltratados y derribados en tierra algunos dellos, los otros tenían por bien de se tornar a meter entre los suyos. Algunos podrían poner dubda, diciendo que no sería posible que destos altos hombres de los cristianos tantas gentes por sus manos muertas fuesen, teniendo en la memoria haber visto algunas

batallas que muy diferentes destas les parecieron. Mas yo, queriendo quitar a la escriptura de aquella mengua o menoscabo que de la tal duda seguírsele podría, digo que la causa dello fue, que como quiera que estas gentes de los paganos fuesen infinitas, todas las más eran de baja condición, acompañadas de gran pobreza, que, como ya se os dijo, no alcanzaban casi armas algunas; que muchos dellos no traían sino una lanza, y otro un arco, y otros palos ferrados y porras, que para entre ellos aquellas bastaban en las batallas que entre sí habían. Lo que por el contrario les acaeció a los cristianos, que, como quiera que muchos menos fuesen, y alcanzasen el metal del hierro en grande abundancia, que a los más de los otros faltaba, tenían mejor aparejo de hacer aquellas armas con que más seguros en la afrenta pudiesen entrar. Así que, por esta causa, los unos armados y los otros desarmados, no podían en igual pasar.

 

También se podría aquí decir por algunos cómo no se hace mención de aquellas fuertes mujeres de la isla California, que con su señora la reina Calafia allí vinieron. A esto digo que, como aquella reina fuese presa en dos maneras, la una de cuerpo y la otra de corazón, por ser sojuzgada y captiva de aquella gran hermosura de Esplandián, como ya se os dijo, en que cada hora y momento las encendidas llamas la abrasaban y atormentaban, sacándola de todo su sentido; tenía esperanza que si él de las batallas saliese vivo, que siendo ella tan gran señora de tierra y de gentes, y de todo el oro y piedras preciosas, más que en lo restante de todo el mundo hallarse podrían, y que si en la ley della se pudiese alcanzar; si no, que luego sería cristiana, aunque gran señora fuese; que codiciando aquello que comúnmente todos los mortales con gran afición a fición codician, trabajando y muriendo por lo haber, que ternía por bien de la tomar en matrimonio; y por esta causa envió a mandar a Liota, su hermana, que, recogidas sus naves, se desviase de las de los paganos donde daño no pudiesen recebir, y que no haciendo otro movimiento alguno, esperase su mandado. Pero dejando esto, tornará la historia a su cuento, en que os hará saber cómo por la fortuna, que así lo quiso, o por ser aquella hora limitada, y de que ninguno huir puede cumplida, o por decir más verdad, la voluntad del muy alto Señor, que siempre presto y aparejado está para perdonar los pecadores, conociendo y enmendando sus yerros, quiso llevar a su santo reino de Pariso alguno destos sus siervos, como ahora se contará. Ya se os dijo cómo aquellos reyes cristianos, con aquel encendimiento de servir a su Señor, entraban entre sus enemigos por aquellas partes que más a provecho a los suyos, y mayor daño a los contrarios, podían hacer. Y cómo Esplandián, con mucha braveza y demasiada saña, era el que más con ellos envuelto andaba, a muy gran peligro de su persona, y cómo sus abuelos, el rey Lisuarte y el rey Perión, temiendo su peligro, le seguían, haciendo maravillas en armas, no pudiendo excusar en ninguna manera que gran parte del peligro de su nieto no les alcanzase; y cómo los dos reyes paganos a quien era encomendado de probar todas sus fuerzas contra los cristianos que más desmandados les pareciesen, mandando a los suyos que los siguiesen, con sus espadas en las manos fueron contra estos dos ancianos reyes, no osando acometer a Esplandián, según el gran temor de sus bravos golpes tenían; y comenzaron con ellos la batalla, que muy poco duró; porque, no pasando tres golpes de los unos a los otros, los dos reyes paganos, cortados sus yelmos y gran parte de las cabezas, cayeron muertos a sus pies. Mas aquellos dos mil de caballo que los aguardaban y no tenían ojo a otra parte, llegaron tan desapoderados, que no se pudo excusar que ellos y los caballos sobre que andaban a tierra no cayesen. Y como quiera que, estando a pie, muchos dellos matasen, y fuesen socorridos de aquel buen viejo honrado don Grumedán y asimesmo del duque de Bristoya don Guilán, y de Brandoibas y de Nicorán de la Puente Medrosa, y de Cendil de Ganota, que nunca del rey Lisuarte se partían, tanta fue la multitud de la gente pagana que sobre ellos cargó, que revolviéndolos muchas veces por el suelo, aunque ellos con muy grande esfuerzo se levantasen, no se pudo excusar que allí todos no recibiesen la muerte.

Y como por algunos de los cristianos fue visto, y dicho al rey Amadís y a los otros señores, así la muerte de aquellos reyes como la que Esplandián aparejada tenía si socorrido no fuese, acudieron allí con muy grande priesa, y entrando por los enemigos, matando y derribando, como hicieran fuertes leones en las manadas de las flacas ovejas, llegaron allí donde los reyes habían muerto, y pasando por ellos, socorriendo a Esplandián, que muy mal herido de muerte andaba; porque como quieraosase, que élsutuviese derredory de sí, sin ninguno fuese tan que a él llegarse caballohecho teníacorro tantasallanzadas saetas en que el cuerpo hincadas, queesforzado si la merced de aquel poderoso Dios no le socorriera, mil veces pudiera morir. Y como su padre y aquellos señores llegaron, allí pudiérades ver aquello que nunca se vio, que a pesar de los paganos, murieron muchos dellos, y dieron un caballo a Esplandián, y comenzaron a dar tantas heridas y golpes a los paganos, que no dejaban hombre a vida. Como sus gentes así los viesen, perdiendo

 

todo temor de la muerte, con grande esfuerzo los seguían. Ahora sabed que en todo este tiempo nunca Norandel con los suyos entró en la batalla, porque le fue mandado el día antes por los reyes que no entrase en la lid hasta que su mensaje hubiese. Y como el rey Amadís vido la gran revuelta, y que viniendo algún socorro, los contrarios serían en gran temor, mandó al conde Gandalín que lo más presto que ser pudiese, fuese a Norandel, y le dijese que entrase en la batalla muy denodadamente; que agora era tiempo. El Conde, aunque contra su voluntad fuese en partir dél, dejándolo en tan grande afrenta, por cumplir su mandado salió de la batalla, y hizo saber a Norandel lo que le habían encomendado; y como lo oyó, fue muy alegre, así como con gran pesar, por no salir de lo que le mandaban, se había sufrido; y luego apercibiendo sus caballeros que no habían de salir de su ordenanza, acometió a los paganos tan bravamente, que de su llegada, de muertos y heridos fueron por el suelo más de diez mil dellos; y pasando adelante, comenzaron de dar con sus espadas tan fuertes golpes, que no les osaban esperar los que ante ellos se hallaban. Así que, las voces y el ruido fue muy grande, diciendo los cristianos: «Vencidos son estos traidores infieles». Y como por el rey Amadís y por los otros reyes y grandes hombres fue visto lo que Norandel y sus compañas hacían, y las grandes voces de los cristianos, apretaron tan bravamente, que a los paganos les convino, por miedo de la muerte, viendo de los suyos tantos de los heridos y muertos sembrados por aquel campo, que ya sus caballos no podían en otra parte sino sobre ellos pisar, volver las espaldas para se meter en los reales, creyendo que allí guarecerían las vidas. Cuando por los cristianos el vencimiento tan grande fue visto, doblando el esfuerzo de sus corazones, los siguieron; de manera que allí fue la mayor mortandad que en las batallas había sido, y tanto los ahincaron, que por fuerza fueron recogidos y encerrados tras sus cavas, que tan hondas eran, que, con la gran priesa de caer unos sobre otros, fueron muchos muertos y lisiados.

 

CAPÍTULO CLXXIII. Cómo el conde Frándalo ganó treinta fustas de las más principales a los contrarios allende de las cuatrocientas que les habían quemado. Los que estaban en la mar hubieron una gran revuelta, en que muchos muertos y heridos hubo, que si por extenso de contar se hubiese, se abriría una materia de muy gran prolijidad. Solamente sabréis cómo los paganos, que vieron sus cuatrocientas naves quemadas, fueron en tanto dolor puestos, que ya no peleaban sino como gente vencida. Cuando por aquel conde Frándalo fue visto, habiendo conoscimiento de su flaqueza, apretaron tan fuertemente, que retrayéndose la flota de los contrarios, les quedaron en su poder más de treinta fustas de las más principales, las cuales luego fueron entradas, y echadas en el agua todas las gentes que en ellas hallaron.

 

CAPÍTULO CLXXIV. Cómo viendo su gran perdimiento Los turcos vencidos acuerdan huir A sus gruesas naves pensando guarir Adonde reciben mayor detrimento; Y cómo se vieron en tanto tormento Las míseras fustas que allí se hallaron Que de tres mil que al puerto llegaron Apenas del puerto salieron las ciento. Los otros caudillos, que cargo de combatir la ciudad tenían, comenzaron el combate con muchos pertrechos que llevaban. Y como su pensamiento fuese que, ganada la ciudad, todo lo otro era puesto en vencimiento, pusieron tan gran diligencia, aunque muchos de los suyos muerte recebían, en horadar la cerca por los lugares que en su fuerza estaban, y tantos portillos hicieron entre los que de antes hecho habían, que, como del canto fuese desencadenada, dieron con un lienzo en el suelo, de que el Emperador muy espantado fue, y mucho más los suyos, que de más baja condición eran. Pero considerando que peleando y mostrando cobardía de la muerte, no podían huir, y ofreciéndose a ella muy de grado, hicieron de sí muro, poniéndose contra las agudas puntas de espadas y lanzas, no se pudiendo excusar que muchos dellos no muriesen, recibiendo el Emperador en sí muy mayor afrenta y peligro que ninguno dellos, y allí fue herido de tres llagas peligrosas. La porfía de la lid fue allí muy grande, porque los de fuera, creyendo tener su hecho acabado, y los de dentro, teniéndose por gente muertos si posdesusloscorazones se remediasen, los de unos y los otros hacían maravillas; mas tanta cargaba paganos,noy por tantas partes la cerca habían ya rompido, que ni la fuerza de los de dentro ni el esfuerzo de su emperador no pudieron bastar que entrados no fuesen y el lugar perdido. A este tiempo que oís, nuestro Señor, que muchas veces, haciendo mercedes a los suyos, los trae en conocimiento de su servicio, y a otros con crueles azotes y afrentas, viendo que en ellos el tal bien no cabe, los apremia y fatiga, quiso, por su misericordia, que los paganos, enemigos de su santa ley, arrancados del campo donde con los reyes peleaban, fuesen, como ya oístes. Lo cual

visto por los unos y otros que en la gran quiebra de la cerca batallaban, los de fuera espantados y desmayados, los de dentro cobrando grande y nuevo esfuerzo, no pudo tanto la gran gente de los paganos que del combate con gran temor no se partiesen. Y como en el retraer de la mucha gente ningún señor ni capitán, por la mayor parte, poder tenga de les hacer cobrar el esfuerzo amedrentado y perdido, así estos, viendo los suyos vencidos y encerrados por su real, ninguno tuvo poder para los hacer tornar, antes, con temor de aquella muerte, que en las tales cosas más cierta y cruel se hace, volviendo las espaldas, con gran prisa se recogieron a las naves donde salieron.

 

Pero no pudo ser tanto a su salvo y sin peligro, que, alcanzados del Emperador y de los suyos, más de la mitad muertos no fuesen; que serían en número más de treinta mil hombres. Pues ¿qué os puede decir la historia ni contar, sino que los paganos, siendo recogidos en sus reales fuertes que tenían, no osando ya salir al campo por haber perdido muchos de los altos hombres en quien grande esperanza y temiendo a los de cristianos, según gran fortaleza, a la muerte, ya no pensaban sinotenían, en cómo sin peligro sus vidas a lassu naves recogersecomo pudiesen? Mas los cristianos, viendo su flaqueza, teniendo mucho dolor por los reyes y caballeros que les habían muerto, con gran ira cada día les venían a dar batalla, y no la hallando en el campo, como solían, probaban todas sus fuerzas en les entrar los reales, para que todos muriesen a sus manos. Mas ellos, conociendo su propósito, temiendo la muerte, como naturalmente por todos es temida, defendíanse bravamente, tanto, que la porfía duró por más de quince días, en que a los paganos los bastimentos les faltaron de tal manera, que ninguna cosa que comer les había quedado. Y como se viesen sin ningún remedio, acordaron de una noche, desamparando sus tiendas y todo lo que en ellas tenían, de se acoger a la mar, y si alguna afrenta les viniese, que allí mejor que en la tierra pasar la podrían; y como lo pensaron, así por obra lo pusieron. Mas no pudo ser tan secreto, que las guardas de los cristianos, que siempre de noche sobre ellos tenían, por que algún revés salteado no les viniese, no lo sintiesen; lo cual hicieron saber a los de su parte; y como quiera que muy cansadosmucho estuviesen, heridos muchos considerando ser aquel el cabo de su fatigados propósito,y teniendo deseoyque ninguno dellosdellos, de la cruel muerte escapase, a la más priesa que pudieron fueron todos armados y salidos de sus reales; y yendo contra los de los enemigos, hallaron ser verdad lo que les habían dicho, y con grande esfuerzo y voces dieron sobre ellos, pasando sus cavas sin mucho estorbo. Allí pudiérades ver la mayor revuelta y matanza que por escriptura ni memoria saber se podría; pues cierto, ni aquellas batallas de la gran Troya, ni aquella de entre Roma y Cartago, ni aquellas de entre Julio César y Pompeyo, fueron en tanto grado, que a estas con gran parte pudiesen igualar. Así que, toda la noche fueron los cristianos ocupados en los matar, sin que algún descanso tomasen. Y la mañana venida, siguiéronlos hasta la mar, de tal manera y con tanta saña y fuerza, que todo el camino de muchos muertos quedó sembrado. Pues acogidos a las naves los paganos, no creáis que más en ellas las vidas tuvieron seguras, porque los caballeros cristianos, viendo su vencimiento, lo más presto que ser pudo fueron todos recogidos a las suyas. Y como los enemigos, con el gran temor de la muerte siendo sus corazones quebrantados, puestos en el extremo del temor estaban, como embebecidos y desatinados, sin saber qué harían de sí, aun para huir no eran bastantes de poner remedio. Los cristianos, que, todo al contrario, estaban con mucho más esfuerzo, con mucho más acuerdo, acometiéronlos tan bravamente, que no hallando casi defensa, todas las más de las fustas fueron entradas, y muertos los que en ellas estaban. Así que, con la sangre gran parte de la mar, perdida la natural color, en la suya della convertida era. Finalmente, la fuerza de los cristianos fue en tanto grado, y la flaqueza de los paganos tan subida, que de más de tres mil naves que allí trajeron, no se pudieron escapar

ciento, quedando las otras, las unas anegadas, las otras en poder de los reyes y caballeros cristianos.

 

CAPÍTULO CLXXV. Cómo el Emperador hizo sepultar muy honradamente los dos ancianos reyes y los otros grandes hombres que en las batallas murieron. Despachado esto así, después de los muchos llantos que por los reyes muertos se hicieron, el Emperador, aunque estaba herido, dispúsose a ir al real de sus ayudadores. Y siendo dellos con grande acatamiento rescebido, por su ruego acordaron todos los que en tierra y en la mar estaban, de se recoger a la ciudad, llevando consigo los muertos, porque, según la grandeza de cada uno, así la honra le fuese hecha. Y fue acordado que los dos reyes Lisuarte y Perión hubiesen sepultura en las capillas de los emperadores, y los otros preciados caballeros en otra que para los semejantes estaba; que demás de aquellos que la historia os contó que en las batallas murieron, fueron asimesmo muertos otros muchos caballeros, en que fue aquel valientísimo jayán Balán, señor de la isla de la Torre Bermeja, y Elián el Lozano, y Palomir, y Enil el buen caballero, y otros que por la prolijidad aquí no se cuentan.

 

CAPÍTULO CLXXVI. Cómo los reyes hiciese llamar El Emperador les dijo: «Señores Las mis graves culpas y muchos errores El resto del tiempo me mandan llorar; Y yo porque entiendo el mundo dejar Quiero que queden casados primero La mi cara hija y el buen caballero Que pueden mis reinos mejor gobernar». Siendo pues los cansados en reposo, y los heridos remediados todos por aquel maestro Elisabat, y el Emperador de su lecho levantado, sano de las heridas que había recibido, recogidos en aquella discreción que los cuerdos seguir deben, que es remediar las ánimas de los muertos y no hacer mucha mención de los cuerpos de tierra, acordó el Emperador de disponer de su persona en tal manera, que si la piedad del muy alto Señor lo permitiese, que su fin pudiese su ánima llevar a la santa gloria. Y juntando todos aquellos reyes y preciados caballeros que vivos quedaron, así les habló: «Altos reyes y muy esforzados caballeros, como por nos sean la mundanales cosas perecederas más conocidas que repunadas ni contradichas, hácennos caer en aquellos peligrosos lazos que nos tienen armados, sin que del libre albedrío que sobre toda cosa viva en el mundo el muy alto Señor nos quiso dar, nos podamos por nuestra culpa aprovechar. Esta mala inclinación nos viene de aquel pecado de nuestro primero padre. Mas como tengamos claro conocimiento de Dios de la razón aquello quey dañar y aprovechar por su divinal nuestrasde voluntades desordenados deseosnosporpuede nos refrenados sean,gracia, tanto tanto más elcuanto méritomásy galardón se nos apareja. Verdad es que, según el antiguo estilo del mundo con que es gobernado, y la encendida juventud, que en uno consisten, no puede tener tanta fuerza el cuidado que desvariar pueda, que por muchas veces no se pase la raya y límite de la razón y conciencia, ni puede ser excusado, especialmente por los que en los altos señoríos somos puestos, que no siendo suficientes para gobernar nuestras personas solas, tenemos otras infinitas a cargo de pagar por ellas lo que errado y mal regido pasare; pues ¿qué remedio tomaremos? Por cierto no otro, a mi ver, sino, viéndonos el muy alto Señor llegados a la pesada vejez, que en la fresca edad, siendo nos

por él sacados de grandes peligros, en que si los cuerpos en ellos feneciesen, fenecerían las ánimas para siempre, de no alcanzar la gloria, hayamos aquel conocimiento que hasta entonces muy olvidado tuvimos, recogiéndonos de tal manera, que con aquella inocencia que al mundo venimos, en la nuestra postrimera la muerte recibamos. »Y porque, como yo sea de los más principales a quien lo que dicho tengo toca, quiérome descargar de dos deudas muy grandes en que me hallo, si Dios por su misericordia lo permite. La primera y más principal, poner en tal forma y estilo aquellos pocos días que en el mundo viviere, que pueda sin estorbo alguno plañir y llorar mis culpas y pecados, demandando perdón a aquel que por nos perdonar quiso pasar por la cruel muerte; la otra, en la que a vosotros soy por me

 

haber en tanto trabajo y peligro socorrido, y en tan gran necesidad, que, después de Dios, vuestro gran esfuerzo me restituyó la vida y la honra y todo mi grande estado. Y en remuneración y galardón dello, tengo por bien que mi preciada hija sea casada con Esplandián, que como hijo de todos contar se puede. Mas porque soy cierto que entre las otras cosas que dél son profetizadas por grandes sabidores, dicelasuna que letras en su por diestra nombre, quiero y en laque siniestra de aquella que suya debe ser, cuales ella parte han detiene ser su declaradas, mi hijael las vea, y por la experiencia veamos si justamente haber la debe».

 

CAPÍTULO CLXXVII. Cómo el Emperador casando a su hija Leonorina con Esplandián les renunció todo todo su imperio; y cómo él y la Emperatriz se metieron en un monasterio. El rey Amadís le dijo: «Buen Señor, en aquello que decís de la gran deuda en que al muy alto Señor sois, y en el santo propósito que para lo cumplir tenéis, no haya qué responder se pueda, salvo que cuando aquella divinal gracia a las personas viene, que con todas fuerzas, forzando sus pasiones, ejecutar se debe, porque muchas veces acaece, con el gran descuido, cargar tanto los vicios y pecados, que no se halla aposentamiento donde la inspiración de Dios quepa. En la otra deuda, Señor, que decís, notorio es a todo el mundo que si yo y mi linaje y mis amigos vida y estado y honra tenemos, que vos nos lo distes, y tan cumplidamente, que ningún servicio ni paga podría ser bastante a la satisfacción suya». El Emperador dijo: «Ahora, hermano, cese esto y venga mi hija, y veamos qué es lo que declara». Entonces por su mandado fue venida aquella tan hermosa y compuesta infanta, y el Emperador, llegándose a Esplandián, desabrochándole aquel jubón que con las armas traía, quedaron las letras manifiestas a todos. La Infanta llegó, y poniéndole sus hermosas manos en los pechos, vio cómo las blancas decían Esplandián; y mirando mucho las coloradas, dijo a su padre: «Señor, estando la infanta Melia en la cámara de mi señora la Emperatriz, me apartó y dijo: "Infanta, por la honra que tu padre me hizo, quiero que de mí sepas una cosa que mucho te cumple, que ante muy honrada compaña te será preguntada". Entonces mandó traer allí un libro de aquellos que Urganda allí trajo, que a ella en la cueva le habían tomado, en que estaba figurada la doncella Encantadora, y mostróme en una hoja dél estas siete letras así coloradas como aquí se muestran, y debajo dellas su declaración, que por ella leído, claro se muestra ser yo la que estas letras señalan». El Emperador le dijo: «Hija, ¿conoceréis vos este libro?» «Sí, Señor», dijo ella, «que de mi mano m ano quedó señalado y puesto aparte en uno de mis cofres». «Pues hacedlo traer», dijo él. Ella envió una doncella de su cámara, y luego lo trajo, y tomándolo la Infanta, lo abrió, y mostróles las letras y todo lo otro. El Emperador y todos aquellos señores las miraron, y claramente vieron cómo en ninguna cosa discordaban de las que Esplandián tenía; y leyendo la declaración, decía así: «Aquel bienaventurado caballero que la espada y el gran tesoro por mí encantado ganare, terná en el su pecho su nombre y el de su amiga; y porque, según la escuridad grande de las siete letras coloradas, ninguno sería tan sabio que su declaración alcanzase, quise que por mí sepan aquellos que doscientos años después de mí vernán, cómo en ellas consiste el

nombre de Leonorina, hija del gran emperador de Grecia». Cuando esto el Emperador vido, dijo a un arzobispo de Galterna 12 que luego los desposase, y así se hizo. Pues el Emperador, sin más dilatar, después que las bodas fueron celebradas, tomando consigo a la Emperatriz, que mucho tiempo antes de aquel propósito estaba, se metieron en un monesterio muy hermoso, que ellos habían hecho, renunciando todo su grande imperio en los nuevos casados; y si la historia más por extenso aquí no cuenta el recibimiento que aquella 12

 Así en las dos ediciones que hemos tenido presentes; pero quizá en lugar de Galterna haya de leerse Salerno. 

 

hermosa infanta hizo al rey Amadís y a todos los otros, no es, salvo porque la gran tristeza que por los reyes muertos tenían, no da lugar que honesto parezca ninguna cosa de placer.

 

CAPÍTULO CLXXVIII. Cómo por la mano del Alto Señor El cual donde quiere inspira su gracia Casó con Talanque la reina Calafia Y con Maneli la hermana menor; Y luego despedidos del Emperador Los nuevos casados con ellas se van El uno en la flota del rey Cildadán El otro en las naves de don Galaor. Después que por la reina Calafia aquellas bodas fueron vistas, sin tener esperanza de aquel que tanto amaba, por muy poco el ánima se le saliera; y venida delante del nuevo emperador y de aquellos grandes señores, dijo estas palabras: «Yo soy una reina de gran señorío, donde en muy gran abundancia es aquello que de todo el mundo es más preciado, que es el oro y piedras preciosas; mi linaje es muy alto, que, sin haber memoria del principio, vengo de sangre real; y mi bondad es tan crecida en ser casta, como lo fue en la honra de mi nacimiento; la fortuna me trajo a estas partes, donde pensé llevar muchos captivos, y soy captivada, no digo desta prisión en que me veis, que según las grandes cosas por mí han pasado, adversas y favorables, bien tenía creído que no era bastante para desarmar los juegos de la fortuna; mas entiéndese por la prisión de mi corazón muy cuitado y atribulado, en que la gran hermosura deste nuevo emperador, en el momento que mis ojos lo miraron, me puso. Esperanza tenía, según mi grandeza y sobrada riqueza, que a muchos turba y enlaza, que tornándome a la vuestra ley le pudiera por marido ganar; mas cuando fui ante la presencia desta hermosa emperatriz, por dicho tuve que conviniendo lo uno otroestá; en igual grado, por vanidad mis hacer pensamientos, estoyo,la razón lo guiará en yloloque y pues queque miquedando fortuna inmortal pensó mi pasión, poniendo todas mis fuerzas en su olvido, como en las cosas que remedio no tienen los cuerdos deben hacer, quiero, si os placiere, tomar otro por marido, que hijo de rey sea, con aquel esfuerzo que buen caballero tener debe, y seré cristiana; porque como yo haya visto la orden tan ordenada desta vuestra ley, y la gran desorden de las otras, muy claro se muestra ser por vosotros seguida la verdad, y por nosotros la mentira y falsedad». El Emperador, cuando por él fue todo oído, abrazándola riyendo, dijo: «Reina Calafia, mi buena

amiga, hasta aquí nunca de mí ninguna habla ni razón hubiste; porque es tal mi condición, que si no son aquellos que en la ley santa de la verdad están, y quieren bien a todos los otros que fuera della son, no puedo acabar comigo que mis ojos los miren sino con sañosa enemiga; pero ahora que el Señor muy poderoso esta tan gran merced te hace, de te dar tal conocimiento que su sierva te tornes, agora hallarás en mi grande amor, como si el Rey mi padre entrambos nos engendrara; y en esto que pides, yo te daré sobre mi verdad un tal caballero, que muy más cumplido en virtud y linaje tenga aquello que pides». Entonces, tomando por la mano a Talanque, su primo, hijo del rey de Sobradisa, que muy grande era de cuerpo y muy hermoso era, dijo: «Reina, ves aquí un mi primo, hijo deste rey que aquí ves,

 

hermano del Rey mi padre; tómale contigo, que yo te aseguro la bienaventuranza que dél te se seguirá». La Reina le miró, y pareciéndole muy bien, dijo: «Yo me contento de su presencia, y en lo del linaje esfuerzo, pues que que tú mesmo aseguras, porestá, bienporque satisfecha tengo; y dameque quien llame ay Liota, mi hermana, con mi loflota en la mar yo lemeenvié a mandar no hiciese movimiento de mis gentes». El Emperador mandó a Tartario que luego por ella fuese; y así lo hizo, que hallándola no mucho trecho, la trajo consigo y la puso ante el Emperador. La reina Calafia le dijo toda su voluntad, mandándole y rogándole que por bien lo tuviese. La hermana Liota, hincadas las rodillas en el suelo, le besó las manos, diciendo que para en lo que en su servicio determinase no era necesario darle cuenta alguna. La Reina la levantó y la abrazó, viniéndole las lágrimas a sus ojos, y luego tomó a Talanque por la mano, diciendo: «Tú serás mi señor y de todo mi estado, que es un señorío muy grande; y por tu causa aquella isla mudará el estilo que de muy grandes tiempos hasta ahora ha guardado, por donde la natural generación de los hombres y mujeres sucederán adelante, en aquello que de los varones apartado grandes tiempos había sido. Y si aquí tienes algún amigo que mucho ames, y sea en igual grado tuyo, hácele casar con esta mi hermana; que no pasará mucho tiempo que, con la tu ayuda, no sea reina de gran tierra». Talanque, como él mucho amase a Maneli el Mesurado, así por ser nacidos de dos hermanas como por la junta crianza que entre sí hubieron, púsoselo delante y dijo: «Reina, después del Emperador, mi señor, a este amo yo como a mí mesmo y como a ti amaré; tómale, y haz aquello que de mí harías». «Pues quiero», dijo ella, «que siendo nosotras en la tu ley, seamos de ti y dél vuestras mujeres». Como el emperador Esplandián y aquellos reyes viesen las voluntades así conformes, llevando a la Reina y a su hermana a la capilla, las tornaron cristianas y las desposaron con aquellos dos tan famosos caballeros, y así sela convirtieron las que su en padre, la flotay quedaban. Y luego se dio orden cómo llevando Talanque flota del rey todas don Galaor, Maneli la del rey Cildadán, con todas sus gentes, guarnecidas y bastecidas de otras muchas cosas a ellas necesarias, se partiesen con sus mujeres, dándoles el Emperador fianza que si algún socorro menester les fuese, que como a hermanos verdaderos se le ofrecía. Lo que dellos fue, excusado será decirlo, porque pasaron por muy extrañas cosas de grandísimas afrentas, habiendo muchas batallas, ganando grandes señoríos; porque si contarlo quisiésemos, sería manera de nunca acabar.

 

CAPÍTULO CLXXIX. Cómo el emperador Esplandián casó a Norandel su tío con la reina Menoresa dándole lala montaña Defendida y las otras villas que de los turcos había ganado. Hizo saber la emperatriz Leonorina al Emperador, su marido, la grande afición de amores que entre Norandel y la reina Menoresa había; de lo cual él hubo mucho placer, y tuvo manera cómo antes que aquellos grandes señores a sus tierras fuesen vueltos los dejasen casados, y así se hizo; dándoles él y la Emperatriz, demás del reino de la montaña Defendida, las villas de Alfarín y Galacia y las islas Galiantes, que muy pobladas y ricas eran.

 

CAPÍTULO CLXXX. Cómo los turcos y el Emperador Habiendo concierto los presos trocaron La gran sabidora los unos enviaron Soltando los otros el Turco mayor; Y cómo se esconde con bravo furor La fusta llamada la grande Serpiente Perdiéndose a ojo de toda la gente La espada circea de rico valor. El emperador Esplandián, que mucha congoja y dolor en su corazón tenía por la pérdida de Urganda, viendo que el negocio principal era despachado, y cómo el rey Amadís, su padre, y los otros reyes se querían volver a sus reinos, apartándolos, les contó de la fortuna que aquella dueña en la villa de Galacia le vino, y cómo les había traído armas muy hermosas, y en compañía dél y de los otros caballeros había venido a la corte del Emperador, y todo lo que allí pasó, hasta que fue perdida por tan gran desventura; y que sabía que estaba en una torre en la gran ciudad de Tesifante; que él se tenía por dichoso de perder por su deliberación la vida, y con ella todos su estado; que les rogaba le aconsejasen para ello, pues que así como dél, de todos ellos era amada, y a todos había hecho muy grandes honras y ayudas; que ahora tenían tiempo de le dar el galardón de su merecimiento, que no pusiesen en olvido de cumplir una tan grande obligación como sobre sí tenían. Cuando aquellos reyes esto oyeron, como quiera que del conde Gandalín y de Enil lo habían sabido, tristezadehubieron. Y afrentas aunque ya deseososque estaban volver que a sustuvieron reinos, habían y muy cansadosmucha y enojados las grandes y peligros en lasdebatallas pasado, conociendo ser verdad todo lo que el Emperador les había dicho, respondieron que si por algún partido la pudiese cobrar, que aquello sería lo mejor, y si no, que luego sin más tardar pasasen al reino de Persia y los destruyesen todo, y cercando aquella gran ciudad, la combatiesen y de allí la sacasen, o a ellos les fuesen las ánimas de sus cuerpos sacadas. Y poniéndolo en ejecución, acordaron que la doncella Carmela, que ya con otro mensaje allá había ido, fuese al rey Armato, y le dijese de su parte que si aquella dueña les diese, le darían a Radario, el soldán de

Liquia, y donde no, que se tuviese por dicho que todo su reino le harían arder en vivas llamas, y que a pesar suyo, sacarían aquella dueña donde quiera que más escondida estuviese. La doncella, tomando consigo otras dos doncellas y cuatro escuderos, entró en el mar y pasó a la montaña Defendida, y desde allí envió la una doncella a Tesifante, que hiciese saber al rey Armato cómo ella le traía una embajada del Emperadores su señor y de aquellos grandes reyes cristianos; que mandase, si le placiese, dar seguro porque pudiese cumplir su embajada. Pues llegada ya esta doncella ante el rey Armato, y dicho por ella lo que le mandaron, el Rey, que muy atribulado estaba por las cosas ya pasadas, que mucho al revés de su pensamiento le habían venido, y por la muerte del infante Alforaj, que en las batallas pasadas había sido muerto, y él

 

había escapado muy mal herido, huyendo por la mar con los que le quedaron, acordó que la doncella Carmela seguramente pudiese venir ante él por saber qué embajada era la suya, y dijo a la doncella: «Dile a tu señora que yo la aseguro, y aun que ella pudiera venir a mí sin ninguna condición; que estando yo preso me hizo muchos y grandes servicios, por donde yo le soy en mucho cargo para le hacer muy grandes mercedes». Con esta respuesta del rey Armato, se tornó la doncella muy alegre a la montaña Defendida; y sabido por Carmela el recaudo que traía la doncella, luego partió con toda su compañía, y llegó a la gran ciudad de Tesifante, y dijo al rey Armato todo lo que por el Emperador y aquellos reyes le fue mandado; que ninguna cosa dello faltó. El Rey, que, como ya es dicho, muy perdido y atemorizado estaba, dio entre sí muchas gracias a los dioses porque con tan poca cosa se podría apartar de aquellos tan poderosos príncipes que no le destruyesen, y envió a decir a la infanta Melia que le diese luego a Urganda; lo cual así se hizo, y venida ante él, dijo: «Carmela, ¿esta es la dueña que pedís?» «Cierto», dijo ella. Entonces se la entregó, diciendo: «De ti la fío, y asimesmo la venida del soldán de Liquia». «De aquello no dudes», dijo ella; «que luego en llegando yo donde él está, será él enviado donde tú estuvieres, y mándame dar un palafrén en que esta dueña vaya». El Rey le mandó dar uno de los de la infanta Heliaja y unos paños muy ricos, y díjole: «Urganda, toma estos paños en pago de la aljuba que tú me diste; que aunque por entonces como a preso me honraste, la fortuna con su afortunada rueda quiso que como a presa, siendo yo suelto, te lo satisficiese. No digo que con ello cumplo; que, según quien yo soy, con otras mayores y más crecidas mercedes se te había de reconocer y de gratificar; mas el tiempo no me da a ello lugar». «Rey», dijo Urganda, «en cualquier grado que merced de ti yo reciba, según la muy grande congoja y tribulación que hasta aquí me han acompañado, por me ver así captiva, te lo debo agradecer; mas tú fuiste a tiempo de usar conmigo algo de aquello que los virtuosos y nobles reyes hacer deben; debiérase que si de galardonar mí algún muy pequeñoenservicio recebiste sin ninguna que yo aa ello tuviese, o gratificar el tiempo que más la virtudobligación que la necesidad ello te constreñía; porque los reyes y grandes señores han de medir los corazones y los ánimos con sus grandes estados, porque en un grado sean conformes; que de otra manera, aquel gran mando, aquellos muy grandes señoríos y riquezas, creyendo con ello alcanzar gloria y fama, todo al contrario les sobreviene. Oh Rey, cuán gran bien pareciera a todos los mortales que, habiéndome ganado con tan grandísimo engaño, si algún servicio te hice, me dieras el galardón enviándome de tu reino, no como yo lo merecía, mas conforme a quien tú eres».

El Rey, que había visto cómo la doncella no había tenido ningún lugar de hablar a Urganda una sola palabra, maravillóse cómo la razón della se enderezaba como si ella no lo supiese, y dijo: «¿Cómo sabes tú que en esto me m e constriñe más necesidad que virtud?» «Sélo», dijo Urganda, «porque en el punto que de aquella torre donde encantada estaba fui salida, luego en aquel punto me torné en toda la perfición de mi grande sabiduría; así que, luego me fue manifiesto lo que el Emperador y aquellos grandes reyes te enviaron a decir con esta doncella». El rey Armato le dijo: «Yo te ruego, Urganda, que tú te partas de mi presencia, porque de ti no reciba otro tal engaño como tú de la infanta Melia recebiste».

 

«Así lo haré», dijo ella, «y para ello te pido licencia». Y cabalgando en el palafrén, tomando consigo a la doncella Carmela y a su compaña, entró en el camino; y llegada a la montaña Defendida, se metió con aquella compaña en la gran fusta de la Serpiente, y en breve espacio es pacio de tiempo fue llegada al puerto de Constantinopla. Cuando por la gente fue aquella nave vista, hiciéronlo saber al Emperador, el cual, con mucho placer, considerando qué ser podría, tomó consigo a los reyes, y fue a la orilla de la mar. Estando allí, vieron salir a Urganda y a Carmela y a todos los otros en un barco, y como a ellos llegó, haciéndoles la reverencia y acatamiento que a sus reales estados convenía, y dellos recebida con alegres ánimos, se quisieron con ella tornar a sus palacios; mas ella les dijo que estuviesen quedos, porque se les representase el cumplimiento de una profecía; ellos, así por cumplir su voluntad, como por tener creído que aquello no pasaría sin alguna cosa extraña, acordaron de la esperar. No tardando mucho espacio de tiempo, la gran fusta Serpentina comenzó con muy gran braveza a se mover, dando por el agua tan grandes saltos y espantosos bramidos, que a todos ponía en muy gran temor, y así anduvo cuanto media hora, y en el cabo, sumiendo la cabeza debajo del agua, fue asimesmo todo lo otro de su gran cuerpo sumido, que nunca más pareció. Esto así hecho, vieron venir una gran roca nadando por la mar, y siendo bien cerca dellos, mostróseles encima della una mujer toda descabellada y desnuda, que solamente traía cubierto aquello que estando descubierto muy deshonesto parece; y vieron al derredor della muy gran compañía de serpientes, grandes y pequeñas; y como bien la miraron, conocieron ser la peña de la Doncella Encantadora. La roca se comenzó a sumir, de vagar, y las serpientes, con el miedo del agua, andaban por todas partes saltando, pensando guarecer. guarecer . La doncella daba muy grandes gritos, g ritos, tirando por sus muy largos cabellos, que a muy gran piedad movía aquellos señores que la miraban, y queriendo saltar en las naves que en el puerto estaban, para probar de la socorrer, Urganda les dijo: «No os pongáis en tan gran locura, porque vuestro trabajo será en vano». Con esto que les dijo aguardaron, y la peña se acabó de sumir del todo, sin que más pareciese. Estando así maravillados de tal aventura, vieron de su mano derecha salir la misma doncella por la mar, dando gritos, y un muy gran pece marino tras ella, la boca abierta para la tragar; y iba diciendo a grandes voces: «Socorredme, Emperador; que de otro ninguno puedo ser socorrida». El Emperador, poniendo mano a su rica y encantada espada, fue cuanto más pudo hacia la doncella para la socorrer; la doncella, como a él llegó, trabó con las manos ambas tan recio del hierro de la espada, que por fuerza se la sacó de la mano, y esgrimiéndola, se tornó a la mar, y se lanzó con ella debajo del agua, y el pece marino tras ella. Cuando por aquellos reyes esto fue visto, después de se haber maravillado mucho, dijeron al Emperador: «Parécenos que si la espada de doncella la hubistes, que doncella vos la quitó»; y riyeron mucho dello, burlando y hablando cómo una mujer desnuda le había tomado su espada.

Con esto se acogieron a sus palacios, donde Urganda con muy gran honra de la Emperatriz fue recebida, y de todas las otras reinas y grandes señoras. Pero no se vos puede decir lo que las doncellas de Urganda con ella hacían, abrazándola y besándola, y besándole las manos, con mucha lágrimas de placer. El Soldán fue enviado al rey Armato muy honradamente.

 

CAPÍTULO CLXXXI. Cómo aquellos reyes cristianos con licencia del Emperador a sus reinos se volvieron y Urganda la Desconocida a la isla No-hallada. Allí se detuvieron aquellos reyes ocho días por hacer honra a Urganda, en cabo de los cuales fueron todas las cosas aparejadas para el efecto de su viaje; y despedidos del Emperador, tomando consigo aquella sabidora Urganda, entraron en sus naves, y a las veces con próspero viento y otras con el contrario, llegaron a sus reinos. Y el rey Amadís halló a su muy amada reina muy triste por la muerte de la reina Brisena, su señora madre, que desque vido que el rey Lisuarte, su marido, della se partía, sus congojas y tristeza en tanto grado y con tanta ansia le cargaron, que la hicieron apartar el alma del cuerpo, lo cual fue todo doblado en saber la muerte de su padre. Urganda se fue a la isla No-hallada, donde por gran tiempo reposó y estuvo suspensa, y así lo hicieron los reyes don Galaor y don Bruneo y Cildadán, y los otros grandes señores.

 

CAPÍTULO CLXXXII. Cómo después que el Emperador Hubo ganado la gran Tesifante Y suelta lala Reina mujer del Infante Quedó Norandel por gobernador; Y vuelto con gloria de mucho loor A Constantinopla con sus compañeros A dos esforzados armó caballeros Hijos del noble rey Galaor. En este medio tiempo el emperador Esplandián envió mucha gente al rey Norandel, que en la montaña Defendida con su muy hermosa y amada reina Menoresa de asiento estaba, en que fueron muchos de aquellos caballeros cruzados que vivos de las batallas pasadas habían quedado, para que luego hiciese guerra al rey Armato, y le destruyese y quemase todo lo que pudiese de su reino; el cual lo hizo tan cruelmente y con tanta diligencia, que el rey Armato, no teniendo otro remedio, juntó muchas gentes, y le vino a dar la batalla, en que fueron muchos muertos y heridos de ambas las partes. Mas como el rey Norandel fuese valiente caballero, y aquellos que dije asimesmo, como quiera que todos los más allí muriesen, y el rey Norandel fuese herido de muchas heridas, el rey Armato con todos los suyos fue vencido, y tan quebrantado, que nunca más osó en el campo ponerse. Como esto el Emperador supo, pasó a Persia en persona, llevando consigo muchas más compañas, y fue a cercar la gran ciudad de Tesifante, considerando que aquella ganada, en todo lo otro no quedaría defensa.oMas antessalióse que eldecerco puesto el rey Armato, conalgún temorsocorro. que allíMas seríael tomado, muerto captivo, la ciudad confuese, pensamiento de buscar Emperador puso tal recaudo, probando todas sus fuerzas, que antes que muchos días pasasen, fue por él la ciudad tomada, haciendo por la muerte pasar todos los más que en ella se hallaron. Allí fue prendida la infanta Heliaja, haciendo grandes llantos y amarguras, maldiciendo su fortuna, porque tan cruel le había sido; mas tomándola el Emperador consigo, le hizo mucha honra, consolándola con ánimo muy piadoso, diciéndole que los semejantes casos pocas veces venían sino a los altos hombres, que en su grandeza la fortuna podía bien ejecutar sus iras; que en las

otras bajas personas no podía hallar ha llar aposentamiento en que cupiesen. Y acordándose de la palabra que le había dado al tiempo que otra vez la prendió, como la historia presente vos ha contado, dándole todas sus grandes riquezas que ella poseía, muchas de las suyas las envió al rey Anfión de Media, su padre. Esto así hecho, queriendo en la guerra proceder, sabiendo los del reino que su rey había huido, no osando esperar en una cosa tan fuerte y tan señalada como aquella gran ciudad de Tesifante era, diéronsele todos, entregando todas sus fuerzas, quedando por sus vasallos; y dejando por gobernador al rey Norandel de todo aquel gran señorío, se tornó a Constantinopla, donde halló que eran llegados dos infantes, mancebos muy hermosos, hijos del rey Galaor y de aquella muy hermosa reina Briolanja, su mujer; el uno había nombre Perión y el otro Garínter, para que los

 

armase caballeros y los enviase contra los turcos. Mucho holgó el emperador de Constantinopla con ellos, y con grande honra fueron por su mano armados caballeros; y como así se viesen con aquella honra que deseaban ir, porque entonces la guerra en aquellas partes era cesada, rogaron al Emperador que les diese licencia para se pasar a la isla California, donde Talanque y Maneli estaban haciendo muy gran guerra a sus vecinos, habiéndoles ganado mucha y muy rica tierra. El Emperador, que mucho los amaba, quisiéralos tener consigo; pero considerando que allí no podían experimentar sus fuerzas y esfuerzos de sus corazones, que no había con quién, dióles muchos atavíos de armas y caballos, y otras ricas joyas, y una muy hermosa nave con maestros, que sin peligro los guiase, y abrazándolos y besándolos en sus rostros, los envió. Pues estos caballeros llegaron en salvo a aquellas partes, donde hicieron muchas caballerías famosas, que por agora la historia las dejará de contar. Solamente sabréis cómo después de tiempo Perión, que era el mayor, vino al reino de su padre, y fue rey, y Garínter quedó en aquellas partes casado con una infanta muy hermosa, que Heletria se llamaba, señora de las islas Sitarias, que dél se enamoró por una batalla que le vido vencer de un muy bravo y fuerte gigante, que de su voluntad le fue a buscar, y lo halló donde aquella infanta estaba; y como ella, queriendo saber quién era, fue cierta ser hijo de rey y de reina, lo tomó por su marido. Así que, pasaron muy grandes tiempos que aquellas islas fueron señoreadas de los sucesores de aquellos caballeros, hasta que la distancia del tiempo los fue consumiendo, así como acostumbra hacer en las temporales cosas.

 

CAPÍTULO CLXXXIII. Cómo de Urganda fuesen llamadas El rey Amadís y el Emperador Y don Florestán y el rey Galaor A la ínsula Firme fueron llegados; Adonde con otros ansí no contados Después de hablarles la gran sabidora Abrióse la tierra luego a deshora Allí se quedaron por ella encantados. Estando Urganda en la su isla No-hallada, supo por sus artes cómo la muerte se allegaba a todos los más principales de aquellos reyes que ella tanto amaba, y habiendo piedad que tan preciosas carnes como las dellos y dellas la tierra las gozase y consumiese, acordó de poner en ello el remedio que oiréis. Que entrando ella en la mar con la compañía de sus sobrinas, Julianda y Solisa, y otras doncellas, navegó hasta llegar a la ínsula Firme, y desde allí envió al rey Amadís, y al emperador Esplandián, y a don Galaor, rey de Sobradisa, y al rey de Cerdeña, don Florestán, y a Agrajes, y al rey de Bohemia, Grasandor, y a cada uno una doncella que de su parte les rogase que ellos y sus mujeres viniesen allí a aquella ínsula Firme, porque cumplía mucho hablarles algunas cosas extrañas; y que viniese el maestro Elisabat, y trajese todo aquello que del emperador Esplandián había escripto; y asimesmo viniese el conde Gandalín y la condesa de Denamarca, su mujer, y el enano de Amadís con ellos, y aquesto por ninguna manera lo dejasen, que pues ella se había dispuesto a venir allí, que creyesen cierto que su venida era muy necesaria, si no querían pasar por el trasgo de la cruel muerte. Cuando el Emperador y aquellos reyes estas embajadas oyeron, no lo tuvieron en poco; y así por esto, como por tener mucho deseo de se ver juntos, luego a la hora, sin otra tardanza, tomando a sus mujeres, se metieron a la mar, y en poco espacio de tiempo se juntaron todos con aquella gran sabidora; la cual, como así los vido, con muchas lágrimas de sus ojos, no de aquellas que el placer traer suele, mas las que de la gran tristura y amargura salen, los abrazaba; así que, sus ojos en dos fuentes eran convertidos. Ellos, mucho maravillados de mudanza tan grande, no sabiendo la causa dello, le preguntaban si aquella su congoja y abundancia de lágrimas por ellos se podían remediar.

Urganda, sin les responder ninguna cosa, los miraba, llorando muy fieramente. Así estuvo por un rato de tiempo, que nunca hablar les pudo; pero ya siendo su espíritu más reposado, hablóles en esta manera: «Así como por el muy alto Señor todas las cosas del mundo establecidas fueron, así permitió que las presentes, pasando de la vida a la escura muerte, según las calidades de cada una, quedasen otras de nuevo en su lugar. Esta orden es tan cierta, que hasta aquel temeroso día señalado en ninguna manera mudar se puede. Por eso muchos de los antiguos, habiendo este conocimiento, y por firme lo teniendo, procuraron con muchos y grandes trabajos y afrentas que, aunque los cuerpos, como mortales y terrestres, consumidos fuesen, no lo fuesen sus muy grandes famas, queriéndolas inmortales hacer. Desto tenemos tantos y tan grandes ejemplos, y tan notorios, que con muy gran causa la prolijidad desta escriptura excusar se puede.

 

Y como yo por mis grandes artes mágicas alcancé a saber que así como a los pasados, no menos a los presentes por aquella mesma vía el tiempo se os acorta, quiero que sea pagada aquella deuda del grande amor que en vuestros ánimos imprimido contra mí es. Por ende, bien así como en las otras cosas vuestros muy bravos corazones demasiado esfuerzo tuvieron, por ser a la virtud obedientes y subjetos,Señor, que asíy después agora lomía, sean así en como aquellosuque porpor mí obrar se quiere,y largos y con ayuda de aquel más poderoso sierva, muy grandes tiempos, fuera de toda la natural orden, quedaréis do sin esperanza de tornar al mundo, estéis en aquella perfición de hermosura, en aquella floreciente y fresca edad que habéis tenido, cuando más en vosotros se esclareció, en compañía de un muy gran rey y muy famoso caballero, que después de muy largos tiempos, después de vosotros, en esta grande ínsula de Bretaña reinará; y si por caso fuere que mi gran sabiduría no alcance a saber ser cierta la salida desto que os digo, yo os traeré en tales y tantas partes, que con muy grande admiración seáis por aquellos que yo quisiere mirados y acatados». Agora pues quiero yo deciros, mis señores, que el emperador Esplandián y aquellos grandes reyes, como quiera que la braveza de sus corazones en tanto poder bastase, hablándoles en el trance de la temerosa muerte con palabras tan escuras, que por ninguna fuerza de armas resistir no se podía, sus carnes, no lo pudiendo ellos por ninguna manera excusar, temblaban, y muy mucho más las de aquella tan hermosa emperatriz Leonorina y de las otras reinas que allí estaban. Mas el rey Amadís le dijo: «Mi buena señora, muy mejor que otro alguno ni que nosotros mesmos, alcanza vuestro saber la voluntad nuestra cuanto a vuestra ordenanza es; por ende todo lo remitimos y dejamos a vuestra disposición, para que haga y obre en nosotros aquellas cosas que, no dañando a las ánimas y a las honras, más vos agradarán». Entonces la sabidora Urganda mandó allí traer las sillas reales dellos, que en aquel tiempo los emperadores y reyes acostumbraban traer consigo, que eran todas cubiertas de oro, muy sotilmente labradas, y por ellas sembradas muy muchas piedras y perlas de gran valor; y esto se hacía porque, aunque los altos hombres en el vestir sus iguales podían ser, que no lo fuesen en los asentamientos, que les ponían muy grande auctoridad. Y por aquello de los extraños, aunque avisados dello no fuesen, eran bien conocidos cuando en sus reales palacios entraban; y poniéndolas la cámara Defendida, una los salahizo cerca de ella, como ya oístes, haciéndolos armar de unasenmuy ricas armas que ella ylesentrajo, sentar en ellas. Y luego vinieron sus dos sobrinas, Solisa y Julianda, con sendos hacines de oro en sus manos, llenos de una agua de muchas yerbas confacionada, que antes de su venida dellos Urganda había hecho, y poniéndoselas delante, les dijo que se lavasen los rostros con aquella agua. Ellos, como determinados estuviesen a cumplir su voluntad, teniéndolo por mejor, así lo hicieron. La fuerza de aquella agua fue de tal calidad, que sin más dilación pareció en ellos ser tornados en

aquella claridad de hermosura y florida edad que cuando más en perfición fueron tenido habían; tanto, que mirándose los unos a los otros, sin comparación alguna se hacían maravillados. Y Urganda, tomando consigo al gran maestro Elisabat, así como en su propria manera estaba, lo hizo asentar en otra silla, en una muy hermosa cámara que con la gran sala confinaba, y púsole este libro, que él había escripto y ordenado, en las manos. Y saliendo de allí, y tomando consigo al conde Gandalín y a la condesa de Denamarca, su mujer, y a Ardián, el enano de Amadís, se fue con ellos al palacio del arco de los leales amadores, donde las hermosas figuras de Apolidón y Grimanesa estaban, y hízolos sentar en un poyo, diciendo: «Así como aquí fueron dignos y merecedores de entrar los leales y verdaderos amadores, así

 

vosotros lo sois por aquella lealtad tan grande y verdadero amor que a vuestros señores tuvistes; y mándoos y amonéstoos que en ningún modo ni manera ma nera de aquí os partáis». Con esto se tornó donde el Emperador y los otros reyes estaban, y tomando por la mano a la doncella dijo estas palabras: «Carmela, tú iguales fuiste dea los muybajos baja con condición, la virtud y generosoCarmela, corazónletuyo, que muy muchas veces hace los altos,mas merece que seas puesta a los pies de los emperadores, y asimesmo porque la palabra que deste Emperador tuviste, de nunca ser quitada ni apartada de su presencia contra tu voluntad, sea firme, quedando tú satisfecha». Y tornándose hacia todos aquellos señores, les rogó que por ninguna manera ni forma se moviesen de aquellas sillas donde los dejaba, hasta tanto que ella volviese; y saliendo fuera, se fue a la huerta y subió en la cumbre de la alta torre, llevando consigo un libro, el cual fue de la gran sabia Medea, y otro de la doncella Encantadora, y otro de la infanta Melia, y otro de los suyos; y tendidos sus canos cabellos por las espaldas, leyendo por aquellos libros, revolviéndose a todas las cuatro partes del mundo hacia los cielos, haciéndose tan embravecida, que parecía que salían de sus ojos vivas llamas de fuego, haciendo signos con sus dedos, diciendo muy terribles y espantables palabras, haciendo venir tan grandes tronidos y relámpagos, que parecía que los cielos se hundiesen, temblando toda la ínsula, así como hace la nave en la hondura de la brava mar, arrancó de la tierra aquel grande alcázar, con el sitio del arco de los amadores, poniéndolo alto en el aire, y luego fue hecha una muy grande abertura en la tierra, y por ella lo hizo sumir hasta el abismo, donde todos aquellos grandes príncipes quedaron encantados, sin les acompañar ninguno de sus sentidos, guardados por aquella gran sabidora Urganda; que después de muy largos tiempos pasados, la hada Morgaina le hizo saber en cómo ella tenía al rey Artús de Bretaña, su hermano, encantado, certificándole que había de salir y volver a reinar en su reino de la Gran Bretaña, y que en aquel mesmo tiempo saldrían aquel emperador y aquellos grandes reyes que con él estaban a restituir juntos con él lo que los reyes cristianos hubiesen de la cristiandad perdido.

 

CAPÍTULO CLXXXIV. Cómo el autor cuenta en suma algunas cosas que sucedieron después que estos grandes emperadores y reyes fueron encantados. Agora sabed aquí que este emperador Esplandián dejó un hijo, que hubo en su amada mujer, emperatriz de Constantinopla, que por el grande amor que a su abuelo tuvo, le puso nombre Lisuarte. Este quedó en edad de ocho años. Del rey Amadís quedaron un hijo y una hija, el cual llamaron Perión, y la hija Brisena, que fue casada con el hijo mayor del emperador de Roma, Arquisil. El rey de Sobradisa, don Galaor, hubo en la hermosa reina Briolanja dos hijos, llamados el uno Perión y el otro Garínter, aquellos que la historia os mostró que por la mano deste emperador Esplandián fueron armados caballeros, y se pasaron a la isla California. Don Florestán, rey de Cerdeña, hubo dos hijos: al uno llamaron Florestán, así como a su padre, que heredó el reino, y al otro Parmíneo el Alemán, que así había nombre el conde de Selandia, su bisabuelo; este heredó aquel condado por parte de su abuela, la cual fue hija deste Parmíneo, conde. Agrajes hubo dos hijos, al primero dellos llamaron Languínez y al otro Galménez. El rey don Bruneo hubo un hijo y una hija, la cual fue casada con un hijo de don Cuadragante; al hijo llamaron Vallados y a la hija Elisena. Don Cuadragante no hubo más de un hijo, el cual se llamó así como él. El rey Cildadán hubo más hijos y hijas; al mayor llamaron Abíes de Irlanda, como a su abuelo, aquel que Amadís mató, llamándose el Doncel del Mar. Y así hubieron otros hijos y hijas los altos hombres de sus reinos, como la orden natural trae las edades unas en pos de otras. Esta relación vos ha traído a la memoria el autor por haceros saber cómo estos infantes, sabido por ellos en la forma que a sus padres les fue quitada la luz del mundo, teniendo esperanza en su tornada, pues que por el trasgo de la muerte aún no habían pasado, nunca consintieron que emperadores ni reyes fuesen llamados. Antes siendo ya en la edad perfecta, viéndose muy grandes y hermosos, deseando emplear su tiempo en autos de gran fama, acordaron de se juntar todos y pasar en Irlanda, donde fueron armados caballeros por mano del rey Cildadán, que en muy crecida vejez los largos días le habían llegado. Y tornándose cada uno en su señorío, y habiendo consideración de los tiempos pasados, en que sus famosos padres demandaban las aventuras, tan altas cosas en armas habiendo hecho, y viendo cómo al presente todo había perecido, no sabiendo qué hiciesenque,decon sí, la deseando mostrar suya, sus grandes fuerzas;enexperimentado el esfuerzo de sus corazones, natural braveza apenas dentro sus pechos detenerlos podían; de acuerdo de todos fue que aquellos tiempos olvidados por ellos resucitados fuesen, tornando al primer estilo, andando por sus tierras y por las ajenas, como caballeros andantes; y así lo pusieron en obra. Y como esto se tomó a mucho deseo, fueron las voluntades de todos los mancebos en tanta manera levantadas, y en tan gran número dellos, que, en comparación de las muchas grandes

caballerías que por ellos pasaron, cayeron en muy grande olvido las de sus padres; ni digo que fueron más fuertes ni peligrosas, porque ninguna fortaleza ni braveza las pudo sobrepujar. Pues no creáis que fue menos lo que Talanque y Maneli el Mesurado y Garínter, de gran prez y hechos de armas de amores en aquellas partes donde estaban hicieron, de lo cual se hizo un libro muy gracioso y muy alto en toda orden de caballería, que escribió un muy gran sabio en todas las artes del mundo, y fue enviado al emperador Esplandián, y cuando en su imperio fue llegado, no le halló, sino a su hijo Lisuarte, y la razón de este sabio es esta. Parece ser que estando Talanque en la isla California, mandó aparejar una muy gran flota para ir a conquistar otra isla, que Argalia había por nombre, y como la reina Calafia, su mujer, todo el tiempo desde que se casó había estado en hábito de mujer por la honestidad, así de su persona

 

como de su marido, que pareciese ser cabeza y señor de todo; viendo tan grande ayuntamiento de gentes, tomóle mucha codicia de ser en aquella conquista, y rogó a Talanque, su marido, que por aquella vez le diese licencia que, tornando a las armas con sus mujeres, las llevase consigo, lo cual de voluntad dél, que mucho la amaba, le fue otorgado; y llegando a aquella isla Argalia, hubieron con los moradores y batallas, quelaaquella y sus mujeres maravillas en armas. della Pero grandes al fin, nolides pudiendo ellos en sufrir valentíareina de Talanque y de loshicieron suyos, diéronsele todos, donde, demás del señorío, que muy grande era, hubieron muy grandes riquezas. Pues allí estando, supieron cómo este gran sabio andaba por los montes y por las breñas, trayendo tras sí muchas fieras y bravas animalías, que con su gran saber mansas le eran; y habiendo gran gana de lo ver, acordaron Talanque y la Reina de se ir solos a los buscar, y halláronle como vos digo, pero no se osaron a él llegar hasta que los aseguró de aquella tan espantosa compaña suya; y hablando con él, haciéndole saber quién eran, le rogaron muy afincadamente que se fuese con ellos a sus palacios; lo cual él hizo, y estando allí, trabajaron mucho que consintiese que lo enviasen al emperador de Constantinopla, donde estaría muy honrado. Él les dijo que aunque de aquella isla no había salido, que con sus grandes artes alcanzaría a saber todo el hecho de aquel emperador y todos los otros del mundo, y que le placía de hacer su mandamiento; pero que cuando él en aquellas partes fuese, todo lo hallaría mudado de como ellos lo habían dejado, y puesto en otro estilo y con otros nuevos señores; que con su vista dél sería mucho acrecentado un propósito en que todos ellos estaban, tal, que por todo el mundo corría su fama, de que él quería tomar trabajo de lo dejar por escripto, así lo que ellos hiciesen, como lo que él con su gran saber obrase. Desta manera que os cuento vino este sabio en aquellas partes, donde hizo tantas cosas y tan extrañas, que ni Urganda la Desconocida, ni la infanta Melia, ni la doncella Encantadora, no pudieron, con muy gran parte, serle iguales, así como por el dicho libro se mostrará cuando pareciere. ALONSO PROAZA CORRECTOR DE LA IMPRESIÓN AL AUCTOR. Los claros ingenios que quieran saber De grandes señores famosas historias, Sus fieras batallas, sus altas victorias, El libro presente procuren leer; Adonde no menos podrán conocer, Si sienten sus penas y vivos ardores,

Los más generosos y castos amores Que nunca en el mundo se hallan haber. Prosigue

 

Los claros arneses aquí resplandecen, Los lucidos yelmos que hizo Vulcano, Los fuetes que al orbe mundano Los lucidos rayos del sol escurecen; Aquí los esfuerzos valientes parecen, Las lizas y justas, batallas, torneos, Las tiendas reales de ricos arreos, Aquí las virtudes y glorias florecen. Resisten las fuerzas del flaco Boreo Las velas sin cuenta que aquí se despliegan, Que tantas de fustas en uno se llegan, Que gastan las aguas del bravo Nereo; Los muy poderosos hijos de Atreo, Europa con Asia siendo llegadas, Apenas juntaron tan grandes armadas, Cuando cercaron el muro ilioneo. La casta Diana aquí se desvela, Con sus compañeras, vestales doncellas, Los grandes ejemplos leyendo con ellas,

Y autos que hizo la sabia Carmela; Aquí de palabras de sucia cautela, En tanta manera se excusa la historia, Que nunca de Venus haría memoria, Ni acto no limpio del hijo revela. Aquí se demuestran, la pluma en la mano,

 

Los grandes primores del alto decir, Las lindas maneras del bien escrebir, La cumbre del nuestro vulgar castellano; Al claro orador y cónsul romano Agora mandara su gloria callar, Aquí la gran fama pudiera cesar Del nuestro retórico Quintiliano. Por ende suplico, discreto lector, Que callen los otros de estilo grosero, Y aqueste suceda por tu cancionero, Pues desto te viene provecho mayor; De donde doctrina de mucho loor Y grandes ejemplos se pueden tomar, Y pueden las dueñas muy rico sacar Dechado de aquesta tan rica labor. FIN DE LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN.

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