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Luis Alonso Schokel, sj
"Como el Padre me envió, yo os envío"
Apostolado y Ejercicios Espirituales
Sal Terrae
Colección «EL POZO DE SIQUEM»
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Luis Alonso Schókel, SJ
«Como el Padre me envió, yo os envío» Apostolado y Ejercicios Espirituales
Editorial SAL TERRAE Santander
índice
Prólogo
© 1997 by Luis Alonso Schokel, SJ Roma © 1997 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 E-mail:
[email protected] Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1215-3 Dep. Legal: BI-599-97 Fotocomposición: Sal Terrae- Santander . Impresión y encuademación: Grafo, S.A. - Bilbao
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1. Principio y fundamento 1. «Salí del padre»: Jn 16,28 2. «Yo os envío»: Jn 20,21 REPETICIÓN: Pablo habla de su misión
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2. Pecado y perdón 1. Pecado universal: Rom 1,17 - 3,20 2. Pecados de los cristianos 3. Pecados de los apóstoles 4. La condición pecadora: Adán y Cristo (Rom 4,12-21) 5. La condición pecadora: cualquier hombre (Rom 7,7-25)
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3. Conversión 1. La reconciliación según 2 Cor 5,17-21 2. El hoy de la conversión según Heb 3,7 - 4,12 . . . . 3. La vida nueva: Rom 6,1-23
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4. Llamada y misión 1. La Llamada 2. El envío 3. Metáforas del apostolado
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5. Estilo apostólico 1. Iniciativa apostólica y esclavitud: 1 Cor 9,16-18 . . 2. Esclavo por voluntad propia: 1 Cor 9,19-23 . . . . 3. El atleta de Cristo: 1 Cor 9,24-27 4. Pablo en Tesalónica: 1 Tes 2,1-12.13-20 5. El sí de Cristo y el amén del apóstol: 2 Cor 1,17-20.
86 86 88 89 90 96
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ÍNDICE
6. Carácter pascual del apostolado 99 1. Tribulación y consuelo: 2 Cor 1,3-H 99 2. Muerte y vida: 2 Cor 4,7-15 102 3. Paradojas 105 4. Preso y libre. Morir o seguir viviendo: Flp 1,12-30 . 106 5. Pérdida y ganancia: Flp 3,3-16 110 7. Carácter glorioso y escatológico del apostolado... 1. Carácter glorioso: 2 Cor 3,4-4,6 2. Carácter escatológico del apostolado 3. Despedida de Pablo: Hch 20,17-38 4. Testamento de Pablo: 2 Tim 4,6-8 5. Casa, patria y vestido: 2 Cor 5,1-10
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8. Carácter trinitario del apostolado 1. Carácter trinitario 2. La acción del Espíritu Santo
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9. Autorretrato de un apóstol 2 Cor 11,16 - 12,10 . . , 151 Exordio: 2 Cor 11,16-33 152 Las visiones 2 Cor 12,1-6 155 Las debilidades 2 Cor 12,7-10." 157
Prólogo
El esquema me lo suministró San Ignacio en los Ejercicios: principio y fundamento - pecado - llamada - ministerio de Jesús - pasión y gloria. Los materiales los pusieron a mi disposición los autores del Nuevo Testamento, con particular abundancia Pablo, que es el gran maestro de la vida apostólica. A mí me tocó seleccionar materiales aptos, organizados y comentarlos brevemente. Al ejercitante le toca leer los comentarios para abandonarlos y quedarse a solas con el texto bíblico. Yo no soy más que un canal que recibe y transmite. Puede que algo se me pegue de lo que transmito, sin menguar su caudal; el resto, lo esencial, le toca hacerlo al Espíritu. Quisiera enriquecer el texto escueto de los Ejercicios ignacianos acercándolos a las fuentes bíblicas. Y hacer que el ejercitante se adentre y se aficione a los textos inspirados. Que pierda el miedo a Pablo y lo tome como maestro de vida espiritual y apostólica. Por eso he preferido ofrecer materia abundante: los ejercitantes podrán llevarse a casa bastante más de lo meditado o contemplado. El texto que publico se basa en una tanda de ejercicios propuestos en Pedreña (Cantabria), durante el verano de 1996, a religiosas y laicos comprometidos en actividades apostólicas y con práctica de oración. No eran los primeros
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PROLOGO
ejercicios que hacían, pero sí les resultó nuevo el enfoque y el desarrollo. Lógicamente, el estilo oral pierde animación al ponerse por escrito. No importa: la meditación personal infunde nueva vida al texto. La traducción de los textos bíblicos está tomada de la Biblia del Peregrino. Muchos comentarios están inspirados en su correspondiente Edición de estudio III (1996). Luis
ALONSO SCHÓKEL, SJ
1 Principio y fundamento
1. «Salí del padre»: Jn 16,28 «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre». Salir. Por la creación, en cierto modo, Dios sale de sí: su ser infinito pone ser contingente fuera de sí. De pronto empieza a haber ser fuera de Dios. En lenguaje metafísico, diremos que no es por emanación, sino por causalidad eficiente: «El lo dijo, y existió; él lo mandó, y surgió» (Sal 33,9). En lenguaje poético, el primer capítulo del Génesis presenta a un Dios que da órdenes desde fuera de un universo en creación; mientras que el Sal 104 imagina a un Dios soberano dentro de su creación {Hermenéutica de la palabra III, 71). Otros poetas bíblicos han recurrido a la imagen de una Sabiduría personificada, salida de Dios y actuando en la creación, Presentándose, dice ella: «Yo salí de la boca del Altísimo» (Sir 24,1). En otro libro tardío leemos: «[La Sabiduría] es efluvio del poder divino, emanación purísima de la Gloria del Omnipotente... Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad» (Sab 7,25-26). Imaginemos un proyecto en la mente de un artista, que sale fuera al realizarse. O bien, con Prv 8, imaginemos a la Sabiduría como aprendiz y colaboradora de Dios en la creación: «Yo estaba junto a él como artesano» (Prv 8,30).
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«COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO»
PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
Ya hay algo fuera de Dios: contingente, limitado, relativo. Y dentro de ese universo creado hay un ser extraño y ambiguo, material y espiritual, que llamamos «hombre». Consciente y responsable, contingente en su vida y en su conducta ética, capaz de abrirse o de cerrarse a Dios, destinado a la inmortalidad. Dicho ser contingente fracasa en su conducta responsable y en su destino.
Dejar y volver. Llegó la hora de emprender el gran viaje de vuelta:
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Otra vez vuelve a salir Dios de sí. La primera salida fue efusión amorosa, según Sab 11,24: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías hecho». Mucho más acto de amor es la segunda salida: «Tanto amó Dios al mundo, que le mandó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn3,16). Por esta salida de Dios, el hombre fracasado puede ahora cumplir su destino. Dios en persona sale de sí para entrar en el mundo que él creó: «No fue un consejero ni un enviado; él en persona los salvó» (Is 63,8). Venir. El Hijo, que eternamente sale del Padre por generación, «engendrado, no creado», sale del Padre para venir al mundo, para entrar en el mundo. En este mundo de espacio y tiempo, de materia y energía, de galaxias y partículas subatómicas. Entra haciéndose hombre, apoderándose totalmente de un ser humano, uniéndolo a sí. De ese modo entra en la materia orgánica y en el espíritu, en la familia y en la sociedad, en la historia humana y en sus coordenadas. Desde ahora el tiempo se llena, se cumple; el espacio desborda de presencia; la historia tiene su centro de referencia: antes y después. El universo ya no es el mismo para siempre. «Salí del Padre y he venido al mundo».
«Sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos del mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Por amor, Jesús sale de sí. En otro sentido lo dijeron un día sus familiares, y dijeron más de lo que pensaban: «Sus familiares decían que estaba fuera de sí» (Me 3,21). Sale de sí cuando le llega su hora, porque debe salir por la puerta angosta y misteriosa de la muerte. No quiere saltarse este puente o túnel de los humanos. La muerte es una puerta de salida. ¿Adonde da esa puerta cuando se abre? Jesús sale para volver al Padre. En sentido pleno, sólo él vuelve: «Nadie ha subido al cielo, si no es el que bajó del cielo» {Jn 3,13). Pero sale arrebatando consigo un jirón de universo glorificado. Se lo lleva y devuelve al Padre aquella creación de la primera salida del Padre: «Yo voy hacia ti, Padre Santo» (Jn 17,11). En este círculo sublime se inscribe, segmento insignificante, todo nuestro apostolado: no lo olvidemos. Que lo minúsculo no sea mezquino.
2. «Yo os envío»: Jn 20,21 «Como el Padre me envió, yo os envío». El Padre me envió. La venida del Hijo al mundo fue una misión: el Padre lo envió. Todo el gigantesco itinerario de ida y vuelta queda definido por ese término: «misión». El sustantivo se deriva del latín mittere, que significa enviar. Es un envío paterno, amoroso. No debemos concebirlo como mandato o imposición. Si es acto de amor al mundo y a la humanidad (Jn 3,16), mucho más es acto de amor del
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«COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO»
PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
Padre al Hijo: «El Padre ama al Hijo» (Jn 3,35); «para que el mundo conozca que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí» (Jn 17,23).
Yo os envío. También yo, vuestro Señor, vuestro hermano mayor, vuestro amigo (Jn 15,15), os envío amorosamente, no autoritariamente: «Como me amó el Padre os amé yo» (Jn 15,9). La tarea: «Yo os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca» (Jn 15,16). Dar fruto es la bendición de la fecundidad, signo de vitalidad, garantía de continuidad. Al enviarnos nos incorpora a su tarea salvadora de los hombres, en un tiempo y un espacio delimitados. Y señala a cada uno su programa: definido en conjunto por su ejemplo y doctrina; en concreto, por la voluntad de cada momento. No conocemos el itinerario detallado antes de emprender el camino. El discernimiento consiste en consultar el mapa cada día. Si en el AT el Señor enviaba continuamente a sus siervos los profetas, en el NT Jesús envía a sus apóstoles. Primero a los doce, después a otros discípulos de generación en generación. Un día yo acepté ser enviado, y aquella decisión definió mi vida. Pero el envío primero y global se va articulando en envíos o misiones escalonados: un destino, una empresa, un trabajo, un sufrimiento... La misión inicial se va realizando en la misión cotidiana. Cada día nos ponemos al servicio del Señor, y el breve segmento de tiempo se llena de sentido de misión. Como compañero de viaje llevaba Tobías a un ángel. A sus apóstoles, Jesús les ofrece otro compañero de viaje: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Él nos ilumina y nos mueve en nuestra misión (Dedicaremos a este tema una meditación). Tal es el principio de nuestro apostolado; tal el fundamento de nuestra misión. Al contemplarlo nos sentimos pequeños y grandes: «No es que por nuestra parte seamos capaces de apuntarnos algo como nuestro, sino que nuestra capacidad viene de Dios» (2 Cor 3,5). Sintamos el principio en sus consecuencias; sintamos bajo nuestros pies caminantes el fundamento sólido.
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Para ayudar a la imaginación, y en ámbito paterno, podemos recordar cómo envió Abrahán a su criado Eliezer para que buscara y trajera una esposa a su hijo Isaac. Cuestión de amor y de asegurar la descendencia patriarcal (Gn 24). Cómo envió Quis a su hijo Saúl a buscar las borricas, y Saúl encontró un reino. Cómo envió Tobit a su hijo Tobías a cobrar un dinero, y encontró esposa. Fuera del ámbito paterno, es clásica en el AT la acción de Dios enviando profetas: «Yo te envío a Israel» (Ez 2,3); «el Señor me arrancó de mi ganado y me mandó ir a profetizar a su pueblo» (Am 7,15) De los falsos profetas se dice: «Yo no los envié, y ellos iban» (Ez 13,6 ). ¿Cómo envía el Padre al Hijo? «El Padre ama al Hijo y todo lo pone en sus manos» (Jn 3,35). Lo envía con una tarea y un programa. La tarea global es liberar, salvar, dar vida. El programa es detallado, para nosotros desconcertante, difícil de entender y aceptar. El programa es idéntico en ambos, porque «yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí» (Jn 14,10). Hasta aquí el aspecto trinitario de la misión; pero tenemos también que meditar en la misión del hijo humano, o sea, del Hijo en su vertiente humana: Jesús de Nazaret. Unido al Hijo de Dios, recibe Jesús su misión en el mundo: la tarea de salvar y el programa detallado, los recibe por amor y con amor: «El mundo ha de saber que amo al Padre y que hago lo que el Padre me encargó» (Jn 14,31). «Yo cumplo los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su amor» (Jn 15,10).
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PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
«COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO»
Si queremos ampliar el tema o tratarlo en forma de repetición, podemos meditar el texto de Jn 15,1-17:
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«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Los sarmientos que en mí no dan fruto los arranca; los que dan fruto los poda, para que den más fruto. 3 Vosotros estáis ya limpios o por la palabra que os he dicho. 4 Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en mí, y yo en él, dará mucho fruto; pues sin mí no podéis hacer nada. 6 Si uno no permanece en mí, lo tirarán fuera como el sarmiento y se secará: los recogen, los echan al fuego y se queman. 7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y os sucederá. 8 Mi Padre será glorificado si dais fruto abundante y sois mis discípulos. 9 Como me amó el Padre, os amé yo: manteneos en mi amor. 10 Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, lo mismo que yo cumplo los mandamientos del Padre y me mantengo en su amor. " Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada. 12 Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé. 13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por los amigos. 2
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Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace el amo; a vosotros os he llamado amigos, porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre. No me elegisteis vosotros. Yo os elegí y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidáis al Padre alegando mi nombre os lo concederá. Esto es lo que os mando, que os améis unos a otros».
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«COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO»
Repetición
Pablo habla de su misión A manera de repetición, vamos a observar el efecto de la misión en un personaje privilegiado: Pablo. Para ello repasaremos los saludos de algunas cartas suyas o de sus discípulos. En el saludo se identifica el remitente con nombre y título, y a los destinatarios con nombre y localidad, y se expresa un deseo. Siendo aquí el remitente un mediador o enviado, identifica también a quien lo envió. Seguiré el orden tradicional de las cartas. 1. Rom 1,1-7: Más que saludo, parece la inauguración de una asamblea. Escribiendo a una comunidad que no fundó él, Pablo amplifica los componentes tradicionales de un saludo epistolar. Se identifica con el nombre nuevo, helenizado: ha dejado de ser Saulo, aunque sigue siendo de Benjamín. Su título incluirá una concisa síntesis teológica. 1
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«De Pablo, siervo de Jesús Mesías, llamado a ser apóstol, reservado para anunciar la buena noticia de Dios prometida por los profetas en las escrituras sagradas: acerca de su Hijo, nacido por línea carnal del linaje de David, a partir de la resurrección establecido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder. Por medio de él recibimos la gracia del apostolado, para que todos los pueblos respondan con la fe en su nombre; entre los cuales os contáis también vosotros, llamados por Jesús Mesías.
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A todos los que Dios amó y llamó a ser consagrados, que se encuentran en Roma: Paz y gracia a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y de Jesús, Mesías y Señor».
Pablo es siervo, como los profetas y demás hombres ilustres de la antigua economía, sólo que del Mesías prometido y esperado y llegado. El Mesías se identifica con Jesús: descendiente carnal y legítimo (cf. el «brote legítimo» de Jr 23,5 y 33,15) del rey David, y ahora entronizado con el poder correspondiente al Hijo de Dios. Es su glorificación por la acción del Espíritu Santo, desbordando de manera inesperada y prodigiosa las promesas dinásticas de 2 Sam 7 y Sal 89. De este Mesías es Pablo apóstol o enviado. Lo que solemos llamar su «conversión» es su vocación y el fundamento de su envío. Llamada y envío fueron soberanos y amorosos: favor gratuito e irresistible del Mesías. No es un apóstol más. Aunque incorporado con retraso, recibe una tarea gloriosa y gigantesca: provocar entre los paganos la respuesta humana de la fe a la proclamación del evangelio. Fe en el nombre personal de Jesús y en su título de Mesías o Hijo de Dios (el término hebreo significa «nombre» y también «título»). Si predicando se ha dirigido a muchos, la carta se dirige a una comunidad cristiana que Pablo conoce por referencias. Comunidad identificada por su residencia en Roma: cosmopolita de origen y ahora definida por la llamada unificadora de Dios. También a ellos los llamó Jesús el Mesías y Dios Padre, para consagrárselos, o sea, para trasladarlos a la esfera de su santidad. Por la obediencia a la fe, no por la obediencia a la ley. Imaginemos un triángulo con su base en la tierra y su vértice en el cielo. Porque la iglesia de Roma fue llamada y consagrada, y Pablo fue llamado y reservado, ahora se
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realiza la comunicación entre ambos. Todo apostolado, de hombre a hombre, mantiene su vértice en el cielo.
varias comunidades. Es enfático el comienzo: «por voluntad de Dios». Dios mismo ha engranado a Pablo en su gigantesco proyecto de salvación.
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(REFLEXIÓN: ¿Cómo defino y sitúo mi misión particular en el contexto total y a ejemplo de Pablo? He sido amado y llamado y consagrado: con mi fe, y para promover la fe. Recibiendo y presentando a Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Con un mensaje de gracia y de paz. ¿Cuál es mi relación con el descendiente de David, con el Señor glorificado?).
2. / Cor 1,1-3 añade algún detalle. La coherencia de un apóstol llamado (= vocado), una iglesia con-vocada, un nombre in-vocado. Cuatro veces pronuncia el nombre de Jesús-Mesías (= Jesucristo), la última vez con el título de Señor (= kyrios). Dios recibe el título de Padre común: 1 2
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«Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Jesús el Mesías, y el hermano Sostenes, a la iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús con una vocación santa, y a todos los que, sea donde sea, invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo».
Encontramos repetido, con una variante, el esquema del fundamento: aquí es Dios Padre quien llama a ser apóstol de Jesucristo (San Ignacio diría que «el Padre le pone con el Hijo»). Sobre la consagración a la santidad pueden recordarse las repetidas llamadas de Lv 17-19 o el «ha consagrado a sus llamados» de Sof 1,7. 3. 2 Cor 1,1-2. Si el anuncio oral es para todos, la carta se dirige a una ciudad y una provincia y, a través de ellas, a nosotros. Lo cual supone que la carta va a circular por
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«De Pablo, por voluntad de Dios apóstol de Cristo Jesús, y del hermano Timoteo a la iglesia de Dios en Corinto y a todos los consagrados de la entera provincia de Acaya: Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo».
4. Gal 1,1-4. Empieza con énfasis, como si tuviera que justificarse frente a los gálatas. Enuncia el mensaje pascual, de muerte y resurrección: la segunda como acción del Padre, la primera con valor de expiación. 1
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«De Pablo, apóstol, no enviado por hombres, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo resucitó de la muerte, y de los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia: Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo, que se entregó por nuestros pecados para sacarnos de la perversa situación presente, según el deseo de Dios nuestro Padre».
La liberación es «sacar», como en el Éxodo; pero ya no se trata de Moisés, sino de Jesús; ni se trata tampoco de un solo pueblo, sino de todas las naciones. Ha salido para hacer salir: sólo que el término de la salida es opuesto. Lo completa más adelante, en el mismo capítulo 1, con datos autobiográficos: 15 «Cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien 16 revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos...»
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Como en el caso de Jeremías, Dios toma la vida entera de Saulo, desde su nacimiento. Sólo que en Pablo es diferente, porque fue perseguidor. ¿También ese segmento de su vida estaba asumido en el proyecto de Dios? Sin duda: tenía una función dialéctica precisa. La revelación no es de una doctrina, sino de la persona de su Hijo. (REFLEXIÓN. Contemplar nuestra vida entera abarcada por Dios en su proyecto de revelar a su Hijo; también nuestros fallos quedan asumidos y trascendidos).
5. / Tim 1,2. Añade el dato de la delegación, pues se dirige a Timoteo. En Jesucristo se cumplen todas las promesas, que se resumen en la vida auténtica: 1
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«De Pablo, apóstol de Cristo Jesús, por voluntad de Dios, según la promesa de vida cumplida en Cristo Jesús, al querido hijo Timoteo: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro».
6. Tit 1,1-4. Se trata de un largo saludo para una carta tan breve. El destinatario se identifica como «hijo legítimo» de Pablo, porque recibió del apóstol la fe y la enseñanza, porque se parecerá al padre. Su tarea será promover fe, conocimiento y esperanza. La fe se sobrentiende en Jesucristo; el conocimiento tiene como objeto, en vez de la persona del Mesías, «la verdad religiosa»; la esperanza tiene por objeto la vida eterna, prometida en el AT por el «Dios infalible», que no falla y es de fiar; cumplida en la resurrección de Jesucristo, pendiente para el cristiano: 1
«De Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, para llevar a la fe de los elegidos de Dios y al conocimiento de la verdad religiosa,
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con la esperanza de una vida eterna, que prometió desde antiguo el Dios infalible y manifiesta ahora de palabra con la proclamación que me han encomendado, por disposición de nuestro Dios y Salvador, a Tito, mi hijo legítimo en la fe común: Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Salvador».
(REFLEXIÓN. ¿Somos hijos legítimos de Pablo en la fe? ¿Nos parecemos a él en el apostolado? ¿Cómo podemos hacer nuestra su carta dirigida a Tito? ¿Cómo llevaremos a otros a la fe, al conocimiento y a la esperanza? Nuestro apostolado es asunto vital; tenemos que infundir esperanza, no desánimo).
PECADO Y PERDÓN
2 Pecado y perdón
Antes de escuchar la llamada, Pedro se descubre pecador en presencia de Jesús (según Lucas). Antes de meditar la llamada, quiere San Ignacio que nos reconozcamos pecadores y que profundicemos en nuestra condición pecadora. Para ello nos propone un contexto de pecado por comparación: los ángeles rebeldes y yo; Adán y yo; un condenado y yo. Nadie como Pablo, el apóstol, ha disertado sobre el pecado. La Carta a los Romanos es su documento fundamental. Pablo contempla el pecado difundido todo en torno y lo encuentra en sí; lo enumera como transgresiones específicas y lo descubre como poder siniestro. Siguiendo su magisterio, dedicaremos varias meditaciones al pecado, moviéndonos en un contexto cada vez más estrecho, para acabar sintiendo nuestra condición pecadora. Meditaremos sucesivamente sobre pecados de los hombres, pecados de los cristianos y pecados de los apóstoles; después sobre el pecado de Adán y sobre el poder del pecado en cada uno. Pero no hasta con eso. No debemos meditar sobre el pecado sin su correlativo, el perdón. No debemos separar ambos factores. Más aún, es el perdón obtenido lo que nos induce a mirar de frente al pecado. Si contamos y calculamos los millones derrochados, es para apreciar la deuda que el amo nos ha perdonado. Si somos pecadores, más somos perdonados, y este aspecto debe marcar toda nuestra vida apostólica. El apóstol es un hombre pecador a quien Jesucristo perdonó y llamó.
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1. Pecado universal: Rom 1,17 - 3,20 Este pecado se resume en dos fórmulas: «Todos, judíos y griegos, están sometidos al pecado» (3,9); «Todos han pecado y están privados de la presencia de Dios» (3,23). Antes de comenzar, conviene aclarar un par de conceptos opuestos y correlativos: justicia e ira. La ira humana es un sentimiento en sí ambivalente, que se especifica según su objeto y su causa. Puede ser una reacción espontánea y noble frente a un abuso o un crimen. Indignarse frente a la injusticia, especialmente la que padecen seres inocentes, es noble y revela sentido de la justicia. Quedarse indiferente es casi complicidad mental. Si la ira o la indignación brota espontánea, es señal de que la llevamos dentro y la hemos cultivado. Cuando la ira pasa a la acción, puede descargarse en la venganza personal o en legítima sentencia de condena, con su consiguiente ejecución. Concebimos a Dios proyectando en él nuestra experiencia humana. La ira de Dios es su ser inconciliable con el pecado, su rechazo y condena, y a veces la ejecución de su castigo. «Levántate, Señor, indignado, álzate contra la furia de mis adversarios, reacciona a mi favor en el juicio que has convocado» (Sal 7,7). Dios puede «descargar su ira» como juez o como parte ofendida: «Con furia desencadenaré un vendaval, una lluvia torrencial mandaré con ira y pedrisco, en el colmo de mi furia» (Ez 13,13). «Entonces pensé derramar mi cólera sobre ellos para agotar en ellos mi ira» (Ez 20,8).
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Un Dios indiferente a la injusticia no es el Dios bíblico: «¿Podrá aliarse contigo un tribunal inicuo que dicta injusticias invocando la ley?» (Sal 94,20). Cuando se opone como contraria a la ira, la justicia busca restablecer la situación de paz y concordia entre las partes: en nuestro caso, entre Dios y el hombre. Si el contexto es forense, la «justicia» podría traducirse en absolución. Si el contexto es político, la llamaríamos indulto o gracia o amnistía. Si el contexto es una querella bilateral —juicio contradictorio—, la parte justa-inocente puede perdonar al culpable-ofensor haciendo uso de su justiciainocencia. Los versículos Rom 1,17-18 anuncian la revelación de los opuestos correlativos: justicia e ira. La ira llevará a retirar la Gloria-presencia; la justicia lleva a perdonar: 17
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En ella se manifiesta esa. justicia de Dios que libera exclusivamente por la fe, según aquel texto: "El que es justo por creer se salvará". Desde el cielo se revela la ira de Dios contra toda clase de hombres impíos e injustos, que cohiben con injusticia la verdad».
Los hombres impíos cohiben la verdad ética y religiosa, los valores verdaderos y auténticos. Obran injustamente al cohibirla, y la cohiben porque se aferran a la injusticia. Con esto se abre el discurso sobre el pecado de la humanidad, que comienza por los paganos. El punto de partida del pecado es mental y responsable: no reconocer al Dios verdadero; el desenlace es sensual e instintivo: libertinaje y depravación. La misma relación entre idolatría y depravación se lee en Sab 14,22-30: «Luego no les bastó errar acerca del conocimiento de Dios sino que, metidos en la guerra cruel de la ignorancia, saludan a esos males con el nombre de paz.
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En efecto, celebrando iniciaciones infanticidas, o misterios secretos o frenéticas orgías de extraño ritual, ya no conservan pura ni la vida ni el matrimonio, sino que unos a otros se acechan para eliminarse o se hacen sufrir con sus adulterios. Todo lo domina un caos de sangre y crimen, robo y fraude, corrupción, deslealtad, anarquía, perjurio, desconcierto de los buenos, olvido de la gratitud, impureza de las almas, perversiones sexuales, desórdenes matrimoniales, estupro y desenfreno. Porque el culto a los abominables ídolos es principio, causa y fin de todos los males. En efecto, o celebran fiestas frenéticas o profetizan embustes o viven en la injusticia o perjuran con facilidad; como confían en ídolos sin vida, no temen que el jurar en falso les ocasione daño alguno. Será doble la condena que les caiga: por pensar mal de Dios, pendientes de sus ídolos, y por jurar contra la verdad y la justicia, despreciando la santidad». Volvamos ahora al pasaje de la Carta a los Romanos: 19
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«Pues lo que se puede conocer de Dios les está manifiesto, ya que Dios se les ha manifestado. Desde la creación del mundo, su condición invisible, su poder y divinidad eternos se hacen asequibles a la razón por las criaturas. Por lo cual no tienen excusa: pues, aunque conocieron a Dios, no le dieron gloria ni gracias, sino que se desvanecieron con sus razonamientos, y su mente ignorante quedó a oscuras. Alardeaban de sabios y resultaron necios. Cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, cuadrúpedos y reptiles».
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«COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO»
El esquema se puede comentar así: por la apertura trascendente hacia Dios, el hombre alcanza su plena racionalidad, consuma su naturaleza espiritual. Al cerrarse a la verdadera trascendencia o al suplantarla con otra falsa, l a racionalidad se rebaja a la animalidad instintiva. Para los paganos vale la revelación natural o manifestación de Dios por las criaturas,
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¡Cuántos de estos vicios podríamos descubrir en núestras sociedades: en el comercio, en la política, en las relaciones sociales o internacionales...! Hasta los periódicos darían testimonio de la veracidad de Pablo, que concluye con un agravante y el desenlace: 32
«...pues por la magnitud y belleza de las criaturas se descubre por analogía al que les dio el ser» (Sab 14,4). Pablo emplea categorías bíblicas para exponer la revelación natural. El desarrollo procede en tres fases y una consecuencia. Primera fase: no reconocer al Dios verdadero. Segunda fase: Dios los abandona. Tercera fase: todos los vicios. Desenlace: son reos de muerte. En la segunda fase, Dios los entrega (cf. vv. 24.26.28), es decir, los abandona al desarrollo inmanente de su conducta. Su castigo consiste en dejar, en no impedir. Así entregaba Dios al pueblo infiel e idólatra en poder de sus enemigos (Je 2,11-16; 4,1-2; 6,1; Jr 12,7; etc.). Tercera fase: catálogo de vicios. Si el esquema simplifica, la enumeración amplifica. La función de este catálogo en nuestra meditación consiste en hacernos tomar conciencia del mundo en que vivimos y en el que desarrollamos nuestro apostolado. No es una lista para un examen de conciencia, aunque algunos de esos pecados nos afecten personalmente. 29
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«Están repletos de injusticia, maldad, codicia, malignidad; están llenos de envidia, homicidios, discordias, fraudes, perversión; son difamadores, calumniadores, enemigos de Dios, soberbios, arrogantes, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, sin juicio, desleales, crueles, despiadados».
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«Y aunque conocen el veredicto de Dios, que los que así obran son reos de muerte, no sólo lo hacen, sino que aprueban a quienes así obran».
«Reos» es término forense: condena, pena de muerte. Si se quedan en su animalidad instintiva, no superarán su mortalidad natural: «El hombre en la opulencia no comprende, es como las bestias que enmudecen» (Sal 49,21). El agravante en el juicio es aprobar la conducta depravada, cosa que practican nuestras sociedades con demasiada frecuencia, creando un estado de opinión envolvente. El apóstol tendrá que distanciarse y reconocer el válido diagnóstico de esta carta. Hasta aquí, Pablo se ha referido a los paganos; ahora, en el capítulo 2, se enfrenta a sus paisanos, los judíos, que no aprueban la conducta depravada, sino que la condenan aplicando la norma de su ley revelada, mientras ellos la quebrantan a sabiendas. La ley les vale para condenar a los otros: ¿se justifican con sólo tenerla y conocerla? «Sed ejecutores del mensaje y no sólo oyentes que se hacen ilusiones» (St\, 22). 1
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«Por tanto, no tienes excusa, tú que juzgas, seas quien seas, pues al juzgar al otro te condenas tú, ya que tú que juzgas cometes lo mismo. Sabemos que la sentencia de Dios contra los que así obran es justa. Y tú, que juzgas a los que obran así y haces lo mismo, ¿piensas rehuir la sentencia de Dios?»
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Es la comedia del juez juzgado, como en el caso de David («"¡Vive Dios, que quien ha hecho eso es reo de muerte!" ... "¡Eres tú!"» [2 Sm 12]) o de los vecinos de Jerusalén (cf. Is 5). Pero los judíos cometen otro delito: el de abusar de la paciencia de Dios. Ya Ben Sira prevenía contra semejante abuso «No digas: "He pecado y nada malo me ha sucedido", porque él es un Dios paciente. No te fíes de su perdón para añadir culpas a culpas, pensando: "Es grande su compasión y perdonará mis muchas culpas", porque él tiene compasión y cólera, y su ira recae sobre los malvados. No tardes en volverte a él ni des largas de un día para otro» (Sir 5,4-7). Pablo lo transforma en interrogación retórica en tono polémico: 4 «¿O desprecias su tesoro de bondad, su paciencia y aguante, olvidando que su bondad quiere conducirte al arrepentimiento?» Así llegamos al momento final, hora del juicio, día de la ira o del premio. Pablo monta una especie de juicio universal, prescindiendo interinamente de la intervención salvadora de Dios por medio de Jesucristo. Ante el tribunal de Dios tendrán que comparecer todos, judíos y paganos, para ser juzgados según sus obras y según la ley. 5
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«Con tu contumacia y tu corazón impenitente te acumulas cólera para el día de la cólera, cuando se pronunciará la justa sentencia de Dios, que pagará a cada uno según sus obras. A quienes buscan gloria, honor e inmortalidad perseverando en las buenas obras, vida eterna. A quienes por egoísmo desobedecen a la verdad y obedecen a la injusticia, ira y cólera.
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Habrá angustia y tribulación para quienquiera que obre mal, primero para el judío, después para el griego. i0 Habrá gloria y honor para todo el que obre bien, primero para el judío, después para el griego. " Que Dios no es parcial».
La contraposición es entre, por una parte, vida eterna e inmortalidad gloriosa y, por otra, ira de Dios y rechazo. Ahora bien, cuando un juez sentencia, lo hace de acuerdo con la ley. ¿Sucederá lo mismo en el juicio inapelable de Dios? Sí, los judíos serán juzgados según su ley revelada. ¿Y los paganos? Para ellos vale una ley natural grabada en la conciencia: «La conciencia es lámpara del Señor» (Prv 20,27). Pablo describe el proceso psicológico de la conciencia ética como un juicio interior, con fiscal y defensor, que anticipa en cierto modo el juicio final y definitivo, en el que Jesucristo hará de juez y la norma será el evangelio (cf. Mt 25). Es como si el hombre escuchara una voz interior que denunciara su conducta; el egoísmo, en cambio, suscita otra voz interior que intenta justificar o excusar dicha conducta. Hasta que el hombre se rinde al dictamen normativo de la conciencia o cede a los sofismas de su mala fe. Se trata de un anticipo preñado de consecuencias: 12 13 14
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«Los que pecaron sin tener ley, sin ley perecerán. Los que pecaron bajo la ley, según la ley serán juzgados. Pues Dios no absuelve a quienes escuchan la ley, sino a quienes la cumplen. Cuando paganos que no tienen ley cumplen espontáneamente lo que exige la ley, no teniendo ley, ellos son su ley, ya que muestran llevar la exigencia de la ley grabada en el corazón.
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La conciencia aporta su testimonio, y los razonamientos dialogan acusando o defendiendo, en vistas al día en que, de acuerdo con mi evangelio y por medio de Jesucristo, Dios juzgará lo oculto del hombre».
A los paganos les reconoce Pablo: a) la capacidad de subir por las criaturas al Creador y de venerar al Dios verdadero; b) la conciencia moral y el conocimiento básico de los deberes éticos; c) la capacidad de perseverar en las buenas obras aspirando a la inmortalidad. Pero niega que hayan hecho un uso completo de tal capacidad. Tampoco los judíos han cumplido la ley revelada; no pueden alegar los privilegios de la circuncisión y la ley (Pablo desarrollará este tema en Rom 2,17 - 3,8). Si, a pesar de la capacidad y los recursos, todos los hombres han fallado, no queda salida humana: «¿Cómo puede el hombre ser puro, o inocente el nacido de mujer?» (Jb 15,14). «¿Quién sacará pureza de lo impuro? ¡Nadie!» (Jb 14,4). Sí queda una solución divina, que es la misión de Jesucristo, el cual con su muerte expía los pecados y rescata a los esclavos. El evangelio promulga dicha acción, que se aplica al pecador por medio de la fe. Dios entonces concede su indulto o gracia y recibe al hombre como justoinocente por medio del perdón. Veamos el capítulo 3: 21
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«Pero ahora, prescindiendo de la ley, aunque atestiguada por la ley y los profetas, se revela esa justicia de Dios que salva por la fe en Jesús como Mesías, válida sin distinción para cuantos creen. Todos han pecado y están privados de la presencia de Dios.
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Pero son absueltos sin merecerlo, generosamente, por el rescate que Jesucristo entregó. Dios lo destinó a ser con su sangre instrumento de expiación para cuantos creen. Dios mostraba así su justicia cuando pacientemente pasaba por alto los pecados de antaño, y demuestra su justicia en el presente siendo justo y haciendo justos a los que creen en Jesús».
La parte ofendida e inocente puede en justicia perdonar al ofensor. El soberano puede en justicia conceder el indulto. Perdonados e indultados empiezan a ser justos ante Dios. Toda la reflexión de Pablo sobre el pecado universal está orientada hacia este final. El perdón es el desenlace de tanta culpa; en la misericordia desemboca tanta miseria. La figura luminosa de Jesucristo se alza sobre una humanidad caótica. Antes de venir a juzgar (cf. 2,16), se ha adelantado a conseguirnos el perdón, «pues Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para apiadarse de todos» (Rom 11,32).
2. Pecados de los cristianos Hasta aquí nos hemos visto como hombres. Ahora estre, chamos el círculo y nos miramos como cristianos. 1 Cor 1,10-17. Es el primer problema que aborda e j apóstol en su carta. En Corinto había una Iglesia fundad^ por Pablo tras su fracaso en el centro intelectual de Atenas Era una comunidad heterogénea, compuesta en gran parte de personas proletarias y modestas, procedentes de países diversos. Aunque fundada y dirigida por Pablo, allá llega., ban otras formas de entender el mensaje cristiano. Influí^
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el ascendiente de Pedro —nombrado con su apelativo arameo, Cefas—, por un tiempo cabeza de la Iglesia madre de Jerusalén. Actuaba con éxito Apolo (Hch 18,25), el alejandrino experto en la Escritura y, al parecer, eficaz orador. Y, lógicamente, influía también Pablo.
Pablo va mucho más lejos, asignando al Mesías la tarea de unir a judíos con paganos para formar un único pueblo de Dios. Dentro del judaismo ha conocido Pablo la presencia de sectas rivales: ¿ha de suceder lo mismo entre cristianos? ¿Se pueden tolerar las divisiones en el seno de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo? Eso es intolerable. Pablo alega el nombre de Jesús, con sus títulos de Mesías y Señor, para exhortar a la concordia. Más adelante analiza la raíz de las discordias:
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Surgieron bandos, cada uno con su propia bandera o estandarte. Pablo no denuncia doctrinas falsas, como en Galacia, sino la discordia y división generadas por la diversidad y el afán de distinguirse por el propio jefe. Lo curioso es que una facción tomó por abanderado a Cristo, como si fuera un nombre junto a los otros tres, o como si se arrogasen la exclusiva genuina. El resultado era que el Mesías estaba dividido o monopolizado por una facción. 10
«Hermanos, en nombre del Señor nuestro Jesucristo os ruego que estéis de acuerdo y que no haya divisiones entre vosotros, antes una perfecta concordia de pensamiento y opinión. 1 ' Pues me he enterado, hermanos míos, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. 12 Me refiero a lo que anda diciendo cada uno: "Yo por Pablo", "yo por Apolo", "yo por Cefas", "yo por Cristo"... 13 ¿Está dividido el Mesías? ¿Ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados invocando el nombre de Pablo?» Ahora bien, una de las enseñanzas básicas de Pablo es que el Mesías es para todos, judíos y paganos, sin distinciones ni favoritismos. Ya los profetas habían anunciado, como tarea del futuro Mesías, la reunificación de las tribus de Israel: «Cesará la envidia de Efraín y se acabará el rencor de Judá» (Is 11,13). «Los haré un solo pueblo en su país... y un solo rey reinará sobre todos ellos» (Ez 37,23).
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«Aún os guía el instinto. Pues si hay entre vosotros envidias y discordias, ¿no os dejáis guiar por el instinto y por criterios humanos en vuestra conducta?» {Rom 3,3). (REFLEXIÓN sobre nuestra Iglesia actual. Seguimos divididos los cristianos en diversas denominaciones —por no mencionar sectas poco o nada cristianas— ¿Es todo culpa de los otros?; ¿estamos libres de culpa los católicos, en el pasado y en el presente?; ¿vivimos inconscientemente en situación de rivalidad, exclusivismo, sospecha? Reconozcamos dentro de casa dos culpas o dos peligros: formar grupo cerrado aparte, iglesia paralela; arrogarse un monopolio de doctrina o conducta cristiana auténtica. Miremos después dentro de comunidades más o menos numerosas: la intolerancia doctrinal y la complacencia en la propia conducta provocan divisiones. Defendiendo la fe se lesiona la justicia y la caridad).
Otros pecados en la iglesia de Corinto son: el incesto (7 Cor 5), «un caso de inmoralidad que no se da ni entre los paganos»; los pleitos ante tribunales paganos (cf. 6,111): «Cuando uno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿cómo se atreve a que lo juzguen los injustos y no los consagrados?... Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos...»; la fornicación (6,12-20): «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar los
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miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta?» Pablo dedica especial atención al problema del ágape y de la eucaristía (11,17-34): «He oído que, cuando os reunís en asamblea, hay divisiones entre vosotros... Y así resulta que, cuando os reunís, no coméis la cena del Señor» (11,18-20). En 2 Cor 12,20-21 lo señala indirectamente, como objeto de sus (fundados) temores: «Pero temo que al llegar no os encuentre como querría, ni vosotros a mí como querríais. Temo encontrar rivalidades, envidias, pasiones, ambiciones, maledicencia, murmuraciones, engreimientos, alborotos». La Carta de Santiago denuncia otros pecados igualmente presentes en las comunidades cristianas. Por ejemplo,la parcialidad a favor de los ricos (2,1-11): «Que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo no vaya unida a favoritismos... ¿no estáis discriminando y siendo jueces de criterios perversos?... habéis afrentado al pobre...» Con elocuencia denuncia después abusos de la lengua:
En 4,1-12 estudia las discordias y sus causas: «¿De dónde nacen vuestras peleas y contiendas, sino de vuestro afán de placeres que batalla en vuestros miembros?... ¡Adúlteros!, ¿no sabéis que ser amigo del mundo es ser enemigo de Dios?». Y en 5,1-6 denuncia la confianza en las riquezas.
«Todos fallamos muchas veces; quien no falla con la lengua es varón cabal, capaz de enfrenar todo el cuerpo. Como un mundo de injusticia, la lengua, instalada entre nuestros miembros, contamina el cuerpo entero e inflama el curso de la existencia, alimentada por el fuego del infierno. La raza humana es capaz de domar y domesticar toda clase de fieras, aves, reptiles y peces. La lengua nadie la logra domar: mal infatigable, lleno de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, con ella maldecimos a los hombres creados a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición» (St 3,2-10).
2 Cor 10,12: «No nos atrevemos a igualarnos ni a compararnos con algunos de los que se hacen su propia recomendación. Ellos en cambio, al tomarse como medida de sí mismos, se quedan sin enterarse». Pecado de complacencia y de creerse superiores. Si el término de comparación de una persona es su misma persona, no podrá apreciar su verdadera dimensión. Si el hombre es la medida de todo, no lo es de sí mismo; la medida debe ser externa. Si un enano viviera aislado, mirándose de los pies a la cabeza, podría sentirse corpulento. Si el sabio recomienda: «conócete a ti mismo», hay que salir de sí para lograrlo.
La expresión del v. 6 es muy fuerte: el fuego de la gehenna se instala y difunde su ardor por la lengua del nombre. La lengua se puede contagiar de un poder infernal aniquilador.
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3. Pecados de los apóstoles Como no hay ningún texto que trate expresamente el tema, tenemos que entresacar referencias de varios contextos, en buena parte polémicos, que, al denunciar conductas abusivas, nos hacen ver culpas y peligros en el ejercicio del apostolado. Gal 4,17: «Algunos os hacen la corte, no con buena intención, sino para que os apartéis y les hagáis la corte a ellos». Se refiere a cristianos judaizantes que turban a las comunidades de Galacia.
2 Cor 11,5: «Pienso no ser inferior en nada a esos "superapóstoles"»; 11,13: «Esos tales son falsos apóstoles, obreros fingidos, disfrazados de apóstoles de Cristo».
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Recuerda la polémica de Jeremías, Ezequiel y Miqueas contra los falsos profetas. Lo grave es que se han identificado con el disfraz hasta no distinguirlo como tal. Que alguien o algo se lo quite, y quedará patente el engaño. Flp 1,15: «Unos anuncian a Cristo por envidia y por polémica, otros con buena voluntad. Unos por amor, sabiendo que me encuentro así [preso] para defender la buena noticia; otros anuncian a Cristo por ambición y mala idea, pensando añadir penas a mi prisión». Es un examen de motivos, porque el motivo puede viciar la obra buena y porque somos hábiles para encubrir nuestros verdaderos motivos. Hch 11,2-3. Este texto nos habla de tensiones en el seno de la Iglesia acerca de la incorporación de paganos. Después de bautizar a Cornelio con su familia, «cuando Pedro subió a Jerusalén, los judíos convertidos discutían con él diciendo que había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos». Distinta habría sido una curiosidad sin prejuicios y una aceptación benévola. Gal 2,11-14. Más tarde, Pedro fue incoherente con su experiencia y rehuyó algún trato con paganos convertidos: «Cuando Cefas llegó a Antioquía, me enfrenté con él abiertamente, pues era censurable. Antes de venir algunos de parte de Santiago, solía comer con los paganos; en cuanto llegaron, se retraía y se apartaba por miedo a los judíos. Los otros judíos cristianos se pusieron a disimular como él, hasta el punto de que incluso Bernabé se dejó arrastrar a la simulación. Cuando vi que no procedían rectamente según la verdad del evangelio, dije a Pedro en presencia de todos: "Si tú, que eres judío, vives al modo pagano, ¿cómo obligas a los paganos a vivir como judíos?"». Aquí desempeña Pablo el papel de profeta acusador.
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Tomando por norma «la verdad del evangelio», declara «censurable» la conducta de Pedro, el cual parece olvidar su experiencia fundamental con Cornelio (Hch 10-11) Hch 15,36-40. En plena actividad apostólica, se interpone un asunto personal: una discrepancia entre Bernabé y Pablo, que habían trabajado concordes y con resultados notables. «Pasados varios días, Pablo dijo a Bernabé: "Vamos a volver a visitar a los hermanos de cada población donde hemos anunciado la palabra del Señor, a ver cómo se encuentran". Bernabé quería llevar consigo a Juan, por sobrenombre Marcos. Pablo juzgaba que no debían llevar consigo a uno que los había abandonado en Panfilia y no los había acompañado en la tarea. La discusión resultó tan violenta que se separaron...» (REFLEXIÓN conclusiva. Hemos contemplado en círculos decrecientes el pecado que nos envuelve y amenaza contagiarnos. No es que estemos dentro de una situación general, como en un clima, sino que la situación nos afecta y nos absorbe. Desde cada punto de los círculos sucesivos un radio nos alcanza y nos cuestiona: ¿no somos cómplices?, ¿no aprobamos tácitamente la maldad? Al igual que los paganos, también nosotros podemos falsificar a Dios, obrar la injusticia con el prójimo, aprobar el mal... Al igual que los judíos, también nosotros podemos cometer lo que reprobamos, abusar de la paciencia de Dios, invocar privilegios... Como cristianos, también nosotros podemos pecar de discordias y envidias, de discriminación y favoritismo, de intolerancia y abusos de la lengua. Como apóstoles, también nosotros podemos tener motivos interesados que vicien acciones buenas. No recurramos a la escapatoria de confesar pecados ajenos o pretéritos. Somos nosotros, ante Dios, los pecadores.
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Y también, y sobre todo, los perdonados. Preguntémonos avergonzados y agradecidos: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?).
4. La condición pecadora: Adán y Cristo (Rom 4,12-21) No sólo cometen pecados todos los hombres, sino que son de condición pecadora. En los reiterados pecados se delata la raíz de pecado que subyace a la naturaleza humana. Nosotros hablamos de la «raíz», de lo hondo, con una metáfora espacial; los hebreos se remontaban al origen de la especie, de la colectividad, del individuo: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre», dice el orante del salmo «Miserere» (Sal 51,7). «Se extravían los malvados desde el vientre materno» (Sal 58,4). En el libro de Job, varios interlocutores confiesan que el hombre no es cabal frente a Dios: «¿Puede el hombre llevar razón contra Dios?, ¿un mortal ser puro frente a su Hacedor? ¿Cómo estarán limpios ante su Hacedor los que habitan en casas de arcilla cimentadas en barro?» (Jb 4,17.19). «Sé muy bien que es así: que el hombre no lleva razón con Dios» (Jb 9,2). «¿Puede el hombre llevar razón frente a Dios?, ¿puede ser puro el nacido de mujer?» (Jb 25,4). En el discurso de inauguración del templo (según 1 Re 8,46), Salomón afirma que «nadie está libre de pecado». Pablo se remonta al origen de la humanidad, según Gn 23, en un razonamiento difícil de seguir.
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En hebreo, Adán es nombre común (= hombre) y nombre propio (Adán = Hombre). En Gn 2-3, Adán es una figura literaria que representa a la humanidad en su origen, según la costumbre hebrea de reducir a un individuo epónimo un clan, una tribu, un pueblo. Pablo lo toma como individuo, al principio de la historia, para contraponerlo a Jesucristo, en la culminación de la historia. Quiere que los entendamos como correlativos, uno referido al otro; no sabe entender el uno aislado del otro. Adán pecador apunta a Cristo; Cristo redentor apunta a Adán. Natu-raleza viene de natus: al nacer, recibimos la naturaleza humana, que es pecadora desde la transgresión originaria. El hombre es contingente en su existencia vital y es también contingente en su carácter moral. Antes de cometer un pecado, se esconde en nosotros el pecado como raíz. Si no somos ingenuos, percibiremos en el niño brotes de maldad: cólera, celos, afán posesivo, venganza, rebeldía. No se los imputamos, porque no es responsable; a veces hasta nos hacen reír. Pero ¿por qué? ¿Por qué el hombre, criatura buena como todas (Gn 1), encierra el fermento de la maldad? Es difícil de entender y de aceptar. En efecto, Pablo lo considera misterioso, aunque nosotros intentemos reducirlo racionalmente a la contingencia. En cuanto misterio, no se explica sin recurrir a Cristo. El designio creador e histórico de Dios abarca a ambos. La correlación incluye un sistema de correspondencias que pueden ser de semejanza o de oposición. Hay. que ir analizando las piezas correlativas. Fundamentales son: las dos personas, el uno y la multitud; diversas son la intensidad y la abundancia. Contrarios son Pecado y Muerte frente a Justicia y Vida. Los primeros son en el texto personificaciones poéticas, símbolos del poder y del imperio que imponen a todos su dominio. Justicia y Vida tienen sentido fuerte, de relación amistosa con Dios y de vida perdurable. Otra correlación es delito y don. El delito supone la ley y
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consiste en la transgresión responsable. Su contrapartida es el don, que sólo es responsable en cuanto puede ser rechazado o rehusado. Ese don es el per-dón, que Cristo nos consigue y el Padre nos otorga. Así la Justicia nuestra es gratuita. Se oponen «reinó la muerte» y «reinarán vivos». El hombre no es inmortal por naturaleza, pero está capacitado y destinado a recibir como don la inmortalidad. Con esta descripción esquemática podemos abordar la lectura y meditación del arduo e importante discurso de Pablo en Rom 5,12-21: 12
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«Por un solo hombre penetró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así la muerte se extendió a toda la humanidad, ya que todos pecaron. Antes de llegar la Ley, el pecado ya estaba en el mundo; pero, como no había Ley, el pecado no se imputaba. Con todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, también sobre los que no habían pecado imitando la desobediencia de Adán —que es figura del que había de venir—. Pero el don no es como el delito. Pues, si por el delito de uno murieron todos, mucho más abundantes se ofrecerán a todos el favor y el don de Dios por el favor de un solo hombre, Jesucristo. El don no es equivalente al pecado de uno. Pues el juicio de un solo pecado terminó en condena, el perdón de muchos pecados termina en absolución. Pues, si por el delito de uno reinó la muerte, con mayor razón, por medio de solo Jesucristo reinarán vivos los que reciben el favor copioso de una Justicia gratuita. Así pues, como por el delito de uno se extiende la condena a toda la humanidad, así por una acción recta se extiende a todos los hombres la sentencia que concede la Vida.
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Como por la desobediencia de uno todos resultaron pecadores, así por la obediencia de uno todos resultarán justos. La Ley se entrometió para que proliferara el delito; pero donde proliferó el delito, lo desbordó la gracia. Así como el pecado reinó por la muerte, así la gracia, por medio de Jesucristo Señor nuestro, reinará por la Justicia para una Vida eterna».
vv. 13-14. La imputación de un reato supone una ley promulgada, que llega con Moisés. En una sociedad, no toda acción inmoral es delito. v. 16. Es el juicio de Gn 3,14-19. v. 21. La última palabra del texto es «vida eterna». Jesucristo entra en el corazón de la historia para abarcarla desde el comienzo y orientarla hacia sí. Entra en el corazón de la humanidad para contrarrestar la fuerza del pecado. Es «uno más fuerte» {Le 11,21). El mensaje de Pablo es optimista: puede más la gracia de Jesucristo que el pecado; puede más la vida que la muerte. A modo de complemento, podemos citar 2 Cor 11,3, donde Eva aparece de refilón. Pablo teme que a la iglesia de Corinto le suceda lo que a Eva: en el paraíso se deslizó la serpiente y la sedujo. Así la comunidad corre peligro de dejarse seducir y ser infiel al esposo Jesús: «Me temo que, como la serpiente sedujo a Eva con astucia, así también vuestro modo de pensar se vicie, abandonando la sinceridad y fidelidad a Cristo». Pablo cita el caso de Eva sólo como comparación, acentuando la circunstancia de que ya en el paraíso había entrado la maldad.
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(Reflexión. A la humanidad pecadora, inaugurada por Adán, pertenezco yo de nacimiento. A la humanidad inaugurada por Jesucristo pertenezco por el favor de Dios. Era ciudadano de una ciudad pecadora; ahora soy ciudadano de la ciudad consagrada. No puedo cancelar ni anular mi condición nativa. Sobre ella se alza vigorosa la condición gratuita. Todo gracias a Jesucristo. ¿Qué debo hacer por él?).
5. La condición pecadora: cualquier hombre (Rom 7,7-25) En el capítulo 2 describía Pablo el juicio interno de la conciencia, con fiscal y defensor. En Rom 7,7-25 describe una lucha interior que desgarra al hombre: frente al pecado como potencia dominante, los buenos deseos frustrados. El pecado está personificado y presentado en verbos de reposo y de actividad. La pelea ya no es externa —una diatriba contra objetares fingidos—, sino interna, en un desdoblamiento de la conciencia, que descubre en sí algo extraño y propio. ¿Quien pronuncia el texto? Pablo como personaje literario, representando a la humanidad, a cualquier hombre. (Tengo que pronunciarlo yo). ¿De qué ley habla? De la ley mosaica, en cuanto que representa el régimen legal. ¿Quién vence en la pelea? En el relato de Caín se decía que el pecado estaba agazapado a la puerta de entrada y salida (de la conciencia) y que iba «por el hombre»; pero añadía Dios: «tú puedes vencerlo» (cf. Gn 4). Aquí no vence el hombre ni el pecado, sino Dios a través de Jesucristo. El pecado es una potencia imperial que hace prisioneros de guerra, se instala en el país como fuerza de ocupa-
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ción, impone acciones como trabajos forzados y cohibe la actividad provechosa de los subyugados. Se aprovecha de una ley buena para suscitar delitos y aplicar la pena de muerte. 7
«¿Qué concluimos?, ¿que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Sólo que el pecado lo llegué a conocer sólo por la ley. No sabría de codicia si la ley no dijera: "No codiciarás". 8 Entonces el pecado, aprovechándose del precepto, provocó en mí toda clase de codicias. Pues donde no hay ley, el pecado está muerto. 9 Yo vivía un tiempo sin ley; llegó el precepto, revivió el pecado 10 y yo morí; y el precepto destinado a la vida resultó para mí mortal. 1 ' Pues el pecado, aprovechándose del precepto, me sedujo y por él me dio muerte. 12 O sea que la ley es santa, el precepto es santo y justo y bueno. • 13 Entonces lo bueno ¿fue para mí mortal? ¡De ningún modo! Antes bien, el pecado, para delatar su naturaleza, usando el bien, me provocó la muerte. Así el pecado, por medio del precepto, se vuelve superpecador».
El pecado es como la serpiente, que retuerce la prohibición, provoca el deseo de Eva y la seduce. Sin un precepto o prohibición no se constituye el delito, y el pecado está inerte. Formulado el precepto o prohibición, el hombre lo quebranta a conciencia. Además, sin cláusula penal promulgada no se dicta sentencia capital. Lo bueno no es causa de pecado, sino ocasión; así se delata la maldad intrínseca del pecado, capaz de convertir el bien en mal...
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Sigue el análisis interior en forma de monólogo dramático, todo él tejido de oposiciones y tensiones que sólo una interrogación y una exclamación lograrán resolver. En el campo de los objetos, la oposición clásica entre el bien y el mal (cf. Dt 30,15; Is 5,20), la ley de la razón frente a la ley del pecado. En el campo del conocimiento se oponen: «me consta» y «no entiendo». En el campo afectivo, querer y detestar. En el orden de la acción, querer y ejecutar. En la constitución del hombre, interioridad y miembros, espiritual y carnal o instintivo. 14
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«Nos consta que la ley es espiritual, pero yo soy carnal y estoy vendido al pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues no ejecuto lo que quiero, sino que hago lo que detesto. Pero si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es excelente. Ahora bien, no soy yo quien lo ejecuta, sino el pecado que habita en mí. Sé que en mí, es decir, en mi vida instintiva, no habita el bien. Querer lo tengo al alcance; ejecutar el bien, no. No hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo ejecuta, sino el pecado que habita en mí. Y me encuentro con esta fatalidad: que, deseando hacer el bien, se me pone al alcance el mal. En mi interior me agrada la ley de Dios, en mis miembros descubro una ley que guerrea con la ley de la razón y me hace prisionero de la ley del pecado que habita en mis miembros.
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¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de esta condición mortal? ¡Gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro!»
Al terminar las meditaciones sobre el pecado, San Ignacio nos invita a hacer un triple coloquio, a nuestra Señora, a Jesucristo y al Padre, pidiendo aborrecimiento del pecado, conocimiento del desorden de las operaciones y aborrecimiento del mundo y sus vanidades.
CONVERSIÓN
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1. La reconciliación según 2 Cor 5,17-21 Empieza Pablo con solemnidad, remontándose a una creación. El reino del Pecado y de la Muerte ha pasado, y adviene la nueva creación, en la cual hay una humanidad nueva. El salmo «Miserere» (Sal 51,12) consideraba el perdón como creación y novedad: «Crea en mí, Dios, un corazón nuevo, renuévame con espíritu firme». El Sal 102,17 dice del cielo y de la tierra: «Ellos perecerán, tú permaneces; se gastarán como la ropa, serán como vestido que se muda». Is 65,17 anuncia: «Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no haya recuerdo ni venga pensamiento». Pablo proclama la nueva creación, o nueva humanidad, que existe en Cristo y por Cristo: 17
«Si uno es cristiano, es criatura nueva: lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo».
Esa novedad es la reconciliación del mundo y de la humanidad con Dios: l8a
«Todo es obra de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo...»
El sujeto es Dios, no el hombre: es él quien nos reconcilia, no nosotros. Como en la primera creación: «Al principio cimentaste la tierra; el cielo es obra de tus manos» (Sal 102,16). I8b
«...y nos encomendó el ministerio de la reconciliación».
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Dios ha confiado este ministerio a los apóstoles, a la Iglesia. Es un ministerio apostólico que puede adoptar diversas formas. El ministerio es esencial a la Iglesia, pero las formas pueden cambiar y diversificarse. Una de ellas es la confesión sacramental, que ha conocido distintas modalidades de expresión a través de los siglos. También se habla de «sacramentales»... Todo ello va realizando la reconciliación, en cuanto que aplica la acción de Cristo al interior de un hombre, de una comunidad. La eficacia de los ritos no es mecánica: tienen que llegar adentro y salir de dentro. ¿Significa lo dicho que la reconciliación la realiza la Iglesia exclusivamente por el ministerio sacerdotal? La sacramental, sí; otras formas, no. Cualquier cristiano puede, y está llamado a preparar, inducir y fomentar la reconciliación interior. Cualquier cristiano, en especial quien se dedica al apostolado, puede incluirse en el «nos confió». El texto prosigue: 19
«Es decir, Dios estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los delitos, y nos confió el ministerio de la reconciliación».
Esta buena noticia promulga una primera reconciliación radical, mediante un renacimiento o nuevo nacimiento en el bautismo (Jn 3,5; TU 3,5). Al renacer adquiere el hombre una nueva naturaleza, de hijo de Dios. Suceso real, aunque invisible, si no es por sus efectos. Dios no apunta los delitos, porque los borra (Is 43,25), los lava (Sal 51,4), los entierra (5a/ 32,1), los arroja al fondo del mar como si fueran residuos radioactivos (Miq 7,19), los olvida (Ez 18,22). Concede un indulto general a cuantos creen en Jesucristo. De la acción de Dios se sigue el ministerio apostólico:
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«COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO» 20
«Somos embajadores de Cristo, y es como si Dios hablara por nosotros. Por Cristo os suplicamos: Dejaos reconciliar con Dios».
Sobre todo el apóstol, pero también cualquier cristiano, puede ser portavoz de Dios exhortando suavemente al hermano: Déjate reconciliar con Dios, no opongas resistencia, que Dios «no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ez 18,23.32). Termina Pablo explicando la acción de Dios por Jesucristo: 21
«Al que no supo de pecado lo trató por nosotros como a pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios».
«Como a pecador», con el dolor y la muerte violenta; y nosotros recibimos una inocencia-justicia gratuita.
2. El hoy de la conversión según Heb 3,7 - 4,12 «Dios quiere la conversión del pecador». Etimológicamente, «conversión» significa «cambiar de dirección» y retornar a un lugar o a una persona. Recuérdese la serie latina vertí, averti, revertí, convertí. En sentido material, puede ser la vuelta de los desterrados a la patria; en sentido espiritual, es la vuelta al Señor de la alianza. El autor de la Carta a los Hebreos, un discípulo de Pablo, pronuncia un discurso o sermón dirigido probablemente a judíos cristianos. Comentando en estilo midrásico el Sal 95,7-11, que se refiere al episodio de Nm 13-14, urge a los cristianos a no desaprovechar el Hoy, a vivir en con-
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tinuo estado de conversión, porque todavía no han terminado de entrar en la patria. Ya son cristianos, ya han sido reconciliados con Dios, ya han renacido por el bautismo; pero aún les queda un camino por recorrer. Aunque ciudadanos, todavía están en camino. Para entender este texto, que nos resulta un tanto extraño, podemos utilizar un par de claves, que son el «Hoy» y el «Reposo». El Hoy es una fecha móvil, un concepto disponible. Funciona, en primer lugar, en el desierto {Nm 13-14): ha llegado el momento de entrar y conquistar la tierra, el reposo prometido «que yo voy a entregar a los israelitas». Ellos se acobardan, se rebelan y son condenados a vagar por el desierto hasta morir, sin entrar en la tierra. «No podemos atacar al pueblo... Nombraremos un jefe y volveremos a Egipto... No entraréis en la tierra donde juré que os establecería». «Sus cadáveres cayeron en el desierto» (Heb 3,11). El Hoy es, en segundo lugar, el hoy litúrgico del salmo: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón» (Sal 95,7). Urge a poner los medios para conservar la posesión de la tierra, como si hubiera que entrar una y otra vez en el reposo. El hoy litúrgico es reiterado, porque perder la tierra es como no haber entrado. Lo decimos en castellano: si ganas un millón y lo pierdes, es como si no lo hubieras ganado. «Si Josué les hubiera dado el descanso, no se hablaría después de otro día» (Heb 4,8). El Hoy es, en tercer lugar, el momento de entrar en el reino de Dios por la fe en Jesucristo. Es un hoy pendiente, ofrecido a los judíos: «...luego queda un descanso sabático para el pueblo de Dios» (4,9), ya que la entrada en la tierra era imagen y preparación para la futura entrada en el Reino. «Ha llegado el reino de Dios» (cf. Mt 3,2 y par.).
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